Secuencias de cambio social en una región mediterránea: Análisi sarqueológico de la depressión de Vera (Almeria) entre los siglos V y XI 9781841715056, 9781407325323

This study focuses on the archaeological record of South-Eastern Spain during the period stretching from the end of the

146 89 38MB

Spanish; Castilian Pages [307] Year 2003

Report DMCA / Copyright

DOWNLOAD PDF FILE

Table of contents :
Front Cover
Title Page
Copyright
Dedication
ÍNDICE
INTRODUCCIÓN
CAPÍTULO 1: LOS YACIMIENTOS EN EL TIEMPO: TEMPORALIDADES DE LA CERÁMICA Y TIEMPOS DE OCUPACIÓN DE LOS ASENTAMIENTOS
CAPÍTULO 2: LOS YACIMIENTOS EN EL ESPACIO: DINÁMICAS DE OCUPACIÓN Y ESPACIOS SOCIALES
CAPÍTULO 3: SECUENCIAS DE CAMBIO SOCIAL EN LA DEPRESIÓN DE VERA ENTRE LOS SIGLOS V y XI
SUMMARY: Sequences of Social Change in a Mediterranean Region. Archaeological Analysis of the Vera Basin (Almeria) between the 5th and 11th Centuries
Índice de figuras
Índice de tablas
Índice de gráficos
Índice de láminas
BIBLIOGRAFÍA
LÁMINAS
Recommend Papers

Secuencias de cambio social en una región mediterránea: Análisi sarqueológico de la depressión de Vera (Almeria) entre los siglos V y XI
 9781841715056, 9781407325323

  • 0 0 0
  • Like this paper and download? You can publish your own PDF file online for free in a few minutes! Sign Up
File loading please wait...
Citation preview

BAR  S1132  2003  MENASANCH DE TOBARUELA  SECUENCIAS DE CAMBIO SOCIAL EN UNA REGIÓN MEDITERRÁNEA

B A R

Secuencias de cambio social en una región mediterránea Análisis arqueológico de la depresión de Vera (Almería) entre los siglos V y XI

Montserrat Menasanch de Tobaruela

BAR International Series 1132 2003

Published in 2016 by BAR Publishing, Oxford BAR International Series 1132 Secuencias de cambio social en una región mediterránea © M Menasanch de Tobaruela and the Publisher 2003 The author’s moral rights under the 1988 UK Copyright, Designs and Patents Act are hereby expressly asserted. All rights reserved. No part of this work may be copied, reproduced, stored, sold, distributed, scanned, saved in any form of digital format or transmitted in any form digitally, without the written permission of the Publisher.

ISBN 9781841715056 paperback ISBN 9781407325323 e-format DOI https://doi.org/10.30861/9781841715056 A catalogue record for this book is available from the British Library BAR Publishing is the trading name of British Archaeological Reports (Oxford) Ltd. British Archaeological Reports was first incorporated in 1974 to publish the BAR Series, International and British. In 1992 Hadrian Books Ltd became part of the BAR group. This volume was originally published by Archaeopress in conjunction with British Archaeological Reports (Oxford) Ltd / Hadrian Books Ltd, the Series principal publisher, in 2003. This present volume is published by BAR Publishing, 2016.

BAR

PUBLISHING BAR titles are available from:

E MAIL P HONE F AX

BAR Publishing 122 Banbury Rd, Oxford, OX2 7BP, UK [email protected] +44 (0)1865 310431 +44 (0)1865 316916 www.barpublishing.com

a Ana María de Tobaruela y Jorge Menasanch a Roberto Risch

ÍNDICE INTRODUCCIÓN……….…………………………………...…………………………………………………

7

CAPÍTULO 1 LOS YACIMIENTOS EN EL TIEMPO: TEMPORALIDADES DE LA CERÁMICA Y TIEMPOS DE OCUPACIÓN DE LOS ASENTAMIENTOS ………………...…...…….………

13

1.1.

El tiempo social: concepto de temporalidad ……………..…………………………………………………

13

1.2.

El tiempo arqueológico: indicadores cronológicos y método de datación ..……………..…………………

14

1.3. 1.3.1. 1.3.2. 1.3.3. 1.3.4. 1.3.4.1. 1.3.4.2.

Las temporalidades de las formas cerámicas presentes en la depresión de Vera …………………………… African Red Slip y cerámica común africana …....………………..………………………………………… Ánforas …....………………………………………………………………………………………………… Cerámica vidriada...…………….………………………………………………………………..………… Cerámica común, o sin barniz ni vedrío …………..………………………………………………………… Cerámica común tardorromana …………...………………………………………………………………… Cerámica común andalusí ………………..…………………………………………………………………

18 18 21 24 30 30 37

1.4.

Los anclajes de las temporalidades …………………..………………………………………………………

53

1.5. 1.5.1. 1.5.2. 1.5.3.

Las temporalidades de los asentamientos .…..………..…………………………………………………… 58 Las fases arqueológicas ………………………………………………………………………………...…… 58 Temporalidades de los yacimientos prospectados …………….…………………………………………… 59 Temporalidades de los yacimientos excavados y publicados ……………………………………………… 110

1.6.

La dinámica de ocupación de la depresión de Vera .…………….…………………………………………

127

CAPÍTULO 2 LOS YACIMIENTOS EN EL ESPACIO: DINÁMICAS DE OCUPACIÓN Y ESPACIOS SOCIALES ……………………………………..

133

2.1.

Una noción de espacio social …………………………………………………………….………………… 133

2.2.

El estudio de los espacios sociales …………………………………………………….…………………… 134

2.3. 2.3.1. 2.3.2. 2.3.3.

Aproximación al medio ………………...…………………………………………………………………… Las condiciones actuales ………………...………………………………………………………………… Los datos paleoecológicos: geomorfología, suelos y vegetación ……..…….……………………………… Algunas inferencias climáticas …………………..…………………………………………………………

2.4.

Los cultivos ………………………………………………………………………………………………… 150

2.5. 2.5.1. 2.5.2. 2.5.3. 2.5.4. 2.5.5. 2.5.6.

Los asentamientos .………………………………………………………………………………………… La ciudad romana de Baria (Villaricos) …………………………………………………………...……… Grandes asentamientos rurales romanos: las villae …………………………………...…………………… Asentamientos de altura tardoantiguos: Cerro de Montroy, Los Orives y Cabezo María ……….…….….. Bayra, capital del distrito …………………………………………………………...……………………… Asentamientos andalusíes en llano: una fundición y un horno de cerámica ……………………….……… El hisn de Cerro del Inox ……………………………………………………………………………...……

v

135 135 138 145

152 153 155 156 181 183 187

2.5.7. 2.5.8.

Gatas, un poblado de los siglos X-XI en Sierra Cabrera ……………………….…………………………… 191 Otros asentamientos ………………………………………………………………………………………… 198

2.6. 2.6.1. 2.6.2. 2.6.3. 2.6.4.

Análisis espacial …………………………………………………………………………………………… Tamaño y movilidad de los asentamientos …………………………………………………...…………… Los emplazamientos: geología y topografía de los puntos de asentamiento ……………………………… Las localizaciones: entornos geoecológicos de los asentamientos ……………………….………………… Un ejemplo de producción no subsistencial: la minería y la metalurgia ……………………………………

198 207 212 220 232

CAPÍTULO 3 SECUENCIAS DE CAMBIO SOCIAL EN LA DEPRESIÓN DE VERA ENTRE LOS SIGLOS V y XI ……………………………………………………………………………… 241 3.1.

El final del “orden romano”: los siglos III y IV …………….……………………………………………… 241

3.2.

Regionalización y descentralización: del siglo V al siglo VIII .…….…………………..…………………

246

3.3.

Una fase de diversidad: el siglo IX ……………………………………………………………...…………

256

3.4.

La consolidación de nuevas formas organizativas: los siglos X y XI ……………………………………… 259

ENGLISH SUMMARY.……………………………………………………..……………..…………………

263

ÍNDICE DE FIGURAS ………………………………………………………………………………………

283

ÍNDICE DE TABLAS ………………………………………………………………………………………… 284 ÍNDICE DE GRÁFICOS …………………….………………………………………………………………

285

ÍNDICE DE LÁMINAS ……………………………………………………………………………………… 286 BIBLIOGRAFÍA ………………………………………………………………………………………………

287

LÁMINAS ………………………………………………………………………………………………………… 301

vi

INTRODUCCIÓN Con respecto al límite inferior, se ha prolongado hasta el siglo XI debido a que, por el momento, en la zona de estudio resulta muy difícil, cuando no imposible, separar arqueológicamente este centuria del siglo X. De ahí que, en la mayoría de los casos, ambos siglos se consideren conjuntamente.

Los principios científicos y verdaderos de la pintura determinan en primer lugar qué es un objeto sombreado, qué es una sombra directa, qué es proyectar sombra y qué es luz; es decir, oscuridad, luz, color, cuerpo, figura, posición, distancia, cercanía, movimiento y reposo. Todas estas cosas son entendidas únicamente por la mente y no implican una operación manual. Constituyen la ciencia de la pintura que queda en la mente de los que las contemplan. De ella nace la verdadera creación, que es mucho más superior en dignidad a la contemplación o ciencia que la preceden.

Las directrices del trabajo vienen determinadas por el marco teórico-metodológico del mismo. La teoría social tiene su anclaje en la teoría clásica del materialismo histórico, y parte de que la dialéctica entre las fuerzas productivas (recursos naturales, fuerza de trabajo y medios de producción) y las relaciones sociales de producción (dialéctica producción-consumo) caracteriza a los modos de producción. En esta teoría, sin embargo, el concepto de trabajo, es decir, de actividades consideradas necesarias para la producción y la reproducción de la vida social, quedaba restringida a determinados ámbitos, debido al peso de las perspectivas economicista y androcéntrica. Recientes aportaciones han contribuido a matizar y completar la teoría social marxista, ampliando el alcance de la producción social a actividades que habitualmente habían quedado al margen de la investigación histórica.

Leonardo da Vinci. Cuadernos de Notas.

En las últimas décadas el conocimiento arqueológico del sudeste peninsular en el periodo comprendido entre el final del imperio romano y los primeros siglos medievales ha experimentado avances relevantes. Estos han quedado materializados en una serie de publicaciones, una parte importante de las cuales ha dirigido su atención al estudio de los espacios rurales. De esta manera se han elaborado modelos de ocupación o, cuando menos, se han registrado conjuntos de yacimientos con distintos alcances espacio-temporales (véase Cressier 1984 a y b, 1988, 1991, 1998; Gamo Parras 1998; Gómez Becerra 1998; Gutiérrez Lloret 1988 a y b, 1993, 1996; Noguera Celdrán (coord.) 1995; Reynolds 1985, 1993, por citar algunos estudios de síntesis o relativos a áreas geográficas extensas) .

Dichas aportaciones quedan recogidas en la teoría de la producción de la vida social (Castro et al. 1998b), según la cual la reproducción de toda sociedad tiene lugar mediante tres tipos de producción: la producción básica, la producción de objetos sociales, y la producción de mantenimiento. En palabras de los autores y las autoras, “la producción básica alude a la generación de nuevas/os mujeres y hombres, la futura fuerza de trabajo; la producción de objetos hace referencia a los alimentos y a todo tipo de implementos para el consumo o el uso; la producción de mantenimiento está destinada a conservar y mantener los objetos y sujetos sociales. .... Colocar las tres producciones en el mismo plano de necesidad para la producción social exige inevitablemente su valoración conjunta a la hora de emprender cualquier investigación” (Castro et al. 1998b: 31). Al mismo tiempo, la teoría da cuenta de la producción y reproducción de las tres condiciones objetivas de la vida social: mujeres, hombres, y objetos materiales que unas y otros utilizan. La expresión material de dichas condiciones conforma la materialidad social, objeto de estudio de la arqueología.

El presente trabajo pretende contribuir a este conocimiento aportando un estudio de historia local o, en terminología anglosajona, un case study. Se trata de formular una serie de hipótesis explicativas de la organización socioeconómica de la depresión de Vera (extremo noreste de la provincia de Almería) y de su interacción con el medio entre los siglos V y XI. Dichas hipótesis están fundamentadas en el análisis de los restos materiales de las comunidades que ocuparon la zona de estudio en ese lapso de tiempo. La determinación del ámbito espacial y del arco cronológico cubiertos por la investigación obedece al interés por aproximarnos a la evolución de una región concreta entre los momentos finales del imperio romano y el establecimiento de nuevas formas estatales, conocidas como el califato cordobés y los reinos de taifas. El límite temporal superior se ha establecido a partir de la constatación en otras zonas de que, tras el momento de relativa recuperación económica y política del siglo IV, la estructura socioeconómica bajoimperial comienza a mostrar síntomas de desarticulación definitiva reflejados en cambios en sus manifestaciones materiales.

El presente estudio hará referencia fundamentalmente a la producción de objetos. A pesar de la diferencia de tratamiento que recibirán, hemos considerado necesario reconocer los tres planos de la producción con el fin de hacer explícito que nuestra aportación al conocimiento de las sociedades en el tiempo y el espacio de estudio deja fuera una gran parte de la realidad social y, al mismo tiempo, contribuir a ampliar perspectivas que atribuyen al 7

XII de la U.E. y por el Comissionat per Universitats i Recerca de la Generalitat de Catalunya. En el caso del primero la coordinación corrió a cargo del Equipo Gatas de la Universidad Autónoma de Barcelona, y en el segundo, por este mismo equipo junto a Germán Delibes, de la Universidad de Valladolid, Robert Chapman, de la Universidad de Reading, y José Luis López Castro, de la Universidad de Almería.

conocimiento de la producción de objetos el mayor poder explicativo de las estructuras sociales. En todo caso, al tratar la cuestión de la demografía y la fuerza de trabajo nos estaremos refiriendo a la producción básica, aunque sin entrar en sus implicaciones sociales, que requerirían de fuentes de información específicas, como son los estudios de antropología física, mientras que puntualmente se hará mención a la producción de mantenimiento. Dentro de la producción de objetos se prestará especial atención a la producción primaria, ya que tratamos de sociedades en las que la tierra y su explotación constituyen la base de la consecución de alimentos y la elaboración de artefactos.

Mi participación en dichos proyectos, así como la de otros y otras investigadores e investigadoras de los periodos antiguo, medieval y moderno se debe al interés mostrado por estos equipos en contar con especialistas en distintos momentos históricos, de manera que fuese posible dar cuenta de la amplitud del registro que se documenta en prospecciones arqueológicas y estudios de alcance temporal dilatado.

Por otra parte, dado que la producción es social, y el consumo, individual, la determinación de la posición simétrica o asimétrica de los sujetos sociales en cuanto a una y otro nos permitirá aproximarnos a la cuestión de la distancia social. La distribución y/o el intercambio serán tratados desde esta perspectiva, es decir, como puente entre la producción y el consumo, entre lo social y lo individual.

Con respecto al método de prospección, dada la multiplicidad de equipos de trabajo que han realizado reconocimientos superficiales de la depresión de Vera, más bien podemos hablar de métodos, según los criterios aplicados en cada caso. Así, contamos con datos procedentes de prospecciones extensivas, selectivas e intensivas.

El estudio parte de la premisa de que toda estructura socioeconómica tiene un correlato espacial. O, en otras palabras, a las estructuras socioeconómicas corresponden unas manifestaciones fenomenológicas en el espacio. Dichas manifestaciones son susceptibles de ser estudiadas arqueológicamente. El instrumento aplicado es el análisis espacial, entendido como la investigación arqueoecológica de la posición espacial relativa de la materialidad social.

La prospección extensiva (Fernández Miranda 1992; Delibes et al. 1996) consistió en el reconocimiento de zonas amplias sobre un total de 250 km2, cubriendo una media de 0.3 ha/hora. En la prospección selectiva (Fernández Ugalde et al. 1989; Castro et al. 1994, 1998) se examinaron lugares específicos elegidos teniendo en cuenta los datos de la toponimia, las menciones en la bibliografía antigua o más reciente, las noticias orales o la existencia de materiales en colecciones de la zona

Los datos para el análisis proceden de distintas fuentes. Fundamentalmente, la información ha sido proporcionada por diferentes equipos de investigación que, desde comienzos de la década de los 80, han realizado estudios del medio, el poblamiento y las estrategias de explotación en la depresión de Vera en distintos periodos prehistóricos e históricos. Como parte de dichos estudios, desde entonces hasta mediados de los años 90 se ha llevado a cabo una serie de prospecciones arqueológicas superficiales por parte de distintas instituciones. Así, en nuestro trabajo manejamos datos proporcionados por el grupo de trabajo de la Universidad Complutense de Madrid, con Manuel Fernández Miranda como director, el equipo responsable del Proyecto Gatas de la Universidad Autónoma de Barcelona, la Universidad de Alcalá de Henares y Area Sociedad Cooperativa de Madrid con Lauro Olmo y la autora como directores, y la Universidad de Almería, en un proyecto de investigación del Bajo Almanzora dirigido por José Luis López Castro. La mayor parte de los trabajos de campo fueron financiados por la Consejería de Educación y Cultura de la Junta de Andalucía.

Por último, las prospecciones intensivas incluyeron la cobertura total de seis transects de 1 x 1.5 km distribuidos por las cuencas de los ríos Almanzora, Antas y sus afluentes las ramblas del Cajete y Nuño Salvador, y Aguas (Delibes et al. 1996), y de un transect de 1 x 8 km situado en la zona meridional de la depresión y orientado norte-sur desde el valle del Aguas hasta las cotas superiores de Sierra Cabrera (Castro et al. 1998). El objetivo de estas intervenciones fue evaluar los resultados obtenidos mediante los métodos extensivo y selectivo. A esta fuente de información hay que sumar los datos extraídos durante las campañas de excavación dirigidas por Lauro Olmo y Carmen Román (1983, 1986), y por el primero y la autora (1991) en el yacimiento de Cerro de Montroy (Villaricos, Cuevas el Almanzora). Asimismo, se ha manejado la información publicada procedente de excavaciones en otros yacimientos de la depresión de Vera con fases comprendidas entre el periodo bajoimperial y los siglos X-XI, como son Cabecico de Parra, Cerro Virtud, El Oficio y Fuente Alamo en Cuevas del Almanzora, El Argar en Antas, y Gatas en Turre, e

Los datos recopilados por estos equipos fueron recogidos, englobados y ampliados por los grandes proyectos de investigación paleoecológica Proyecto Archaeomedes y Proyecto Aguas, financiados por el Directorado General

8

lo tanto, a continuación se tratan las propuestas de datación para los morfotipos utilizados como fósiles directores y se valoran las bases manejadas en este estudio sobre las que éstas se sustentan.

información inédita de la intervención de urgencia en el yacimiento de Los Orives (Huércal Overa). Asimismo, se mostró de gran utilidad la consulta de la documentación recopilada a finales del siglo XIX y principios del XX por los hermanos Henri y Luis Siret, que desarrollaron intensos y extensos trabajos de excavación y prospección en la cuenca. Además del material publicado en la monumental obra Las primeras edades del metal en el sudeste de España (Siret y Siret 1890) y en el trabajo Villaricos y Herrerías. Antigüedades púnicas, romanas, visigóticas y árabes (Siret 1906), se ha vaciado la documentación original, en gran parte inédita, reunida en las carpetas correspondientes de la Colección Siret conservadas en el Archivo del Museo Arqueológico Nacional de Madrid.

El siguiente paso ha sido ocuparnos de los tiempos de vida de los asentamientos. La agrupación de morfotipos cerámicos aproximadamente contemporáneos ha servido para definir las fases arqueológicas. La identificación de dichas fases en los yacimientos a partir del estudio de los materiales de cada uno de ellos (así como de la consulta de otras fuentes documentales, en el caso de disponer de las mismas) ha constituido la base para la ubicación de los lugares de habitación en el tiempo. Por último, el establecimiento de diacronías y sincronías entre las temporalidades de los yacimientos ha permitido trazar dinámicas de ocupación de la depresión de Vera definidas por momentos dominados por el abandono, la creación o la perduración de los asentamientos. Estas distintas trayectorias poblacionales proporcionan el armazón a partir del cual se organiza el análisis espacial.

Por último, aunque nuestro objetivo era realizar un estudio fundamentalmente arqueológico, no hemos renunciado a servirnos de la información proporcionada por los textos, relativa en su mayor parte al periodo andalusí.

De dicho análisis se ocupa el capítulo 2. De nuevo comenzamos con una introducción al concepto de espacio social o, mejor, de espacios sociales, entendidos como configurados a partir de las relaciones que se establecen entre los componentes de la materialidad social -mujeres, hombres y objetos sociales- para la reproducción de la vida social. El siguiente apartado se ocupa de explicitar el procedimiento seguido para el estudio de los espacios sociales. Este consiste básicamente en examinar la documentación disponible con el fin de plantear una serie de modelos e hipótesis ecológicos y socioeconómicos previos que, a continuación, se integran en el análisis estadístico de los datos espaciales.

Los datos así recopilados se complementaron y contrastaron entre sí, obteniéndose una muestra que permite valorar la distribución y características del poblamiento sobre una amplia base metodológica y empírica. El grueso de la información procede de los asentamientos, es decir, de aquellos núcleos de actividad social representados por yacimientos cuyos indicios de superficie permiten interpretarlos como lugares con presencia de población más o menos estable, y por lo tanto presumiblemente implicados tanto en el desarrollo de actividades productivas como en el consumo. Los métodos y procedimientos de tratamiento de la información aplicados en cada caso se exponen en detalle en los distintos apartados de la obra. Aquí nos limitaremos a indicar la estructura y los contenidos de la misma.

Sigue una aproximación detallada al clima y al estado del medio en la depresión de Vera durante el tiempo de estudio. Esta resulta particularmente importante ya que, como hemos dicho, en nuestro trabajo se presta particular atención a la producción primaria. En primer lugar se exponen brevemente las condiciones actuales, que han de servir como punto de referencia a partir del cual identificar los posibles cambios. A continuación se examinan los datos paleoecológicos recopilados en la propia depresión, relativos a la evolución de la geomorfología, el estado de los suelos y la vegetación. El siguiente apartado está dedicado a plantear una serie de hipótesis climáticas inferidas de la información anterior así como de los modelos paleoclimáticos elaborados para otra zonas. Por último, los datos carpológicos extraidos de diferentes yacimientos con fases romanas, tardorromanas y andalusíes, unidos a la caracterización medioambiental, sirven para proponer hipótesis en relación a la composición y los regímenes de cultivo en los distintos momentos. Dichas hipótesis constituyen un punto de referencia para la interpretación de las posiciones espaciales de los asentamientos a lo largo del tiempo.

El trabajo se ha articulado en tres capítulos. Los dos primeros tratan, respectivamente, las posiciones de los yacimientos en las dos dimensiones en las que se organiza cualquier estudio arqueológico espacial: el tiempo y el espacio. El tercero es el capítulo conclusivo. El capítulo 1, como decimos, se ocupa de analizar la posición de los asentamientos en el tiempo. Tras una breve introducción al concepto de tiempo social, entendido como tiempo de vida de los componentes de la materialidad social, sigue una exposición pormenorizada de los métodos de datación arqueológicos en general y del aplicado en este trabajo en particular. Su extensión se justifica por que la validez de los modelos e hipótesis que se propongan dependerá directamente de la probabilidad de que las determinaciones cronológicas de objetos y asentamientos se aproximen a su tiempo real de vida. Como es habitual en este tipo de trabajos, los indicadores cronológicos más frecuentes son los restos cerámicos. Por

9

Los trabajos de campo y la preparación del importante volumen de material arqueológico no hubiesen sido posibles sin la participación de Rosa Mª Domínguez Alonso, Antonio Fernández Ugalde, Juan Luis Herce Yuste, Eduardo Moreno Lete, Manuel Presas Vías y Alfonso Vigil-Escalera, de Area Sociedad Cooperativa, ni el trabajo entusiasta y desinteresado de Emmanuelle Boube, Conrado González Casas, Isabel Llácer Archelós, Asunción Martín Bañón y Mercedes Martín. A ellos y a ellas quiero agradecer, tanto como las largas horas de dedicación bajo el sol o en el laboratorio, los buenos ratos pasados durante nuestra colaboración. Asimismo, es necesario reconocer la labor de los/as estudiantes y profesionales participantes en los proyectos de prospección antes mencionados, sin la cual no se hubiese generado la amplia base empírica tratada en este estudio.

Los yacimientos arqueológicos se examinan en primer lugar desde el punto de vista de sus restos materiales, con el fin de ordenarlos en una serie de categorías históricoarqueológicas. El último apartado está dedicado al análisis espacial propiamente dicho, en el que se tratan el tamaño y la movilidad de los asentamientos, los puntos en los que éstos se emplazan en relación a las condiciones geológicas y topográficas, y sus entornos geoecológicos, definidos por 14 variables también geológicas y topográficas cuantificadas en un radio convencional de 2 km en torno al asentamiento. De este modo se pretende obtener información relativa a la demografía, grados de vinculación con la tierra o relaciones de propiedad, jerarquías espaciales y sociales, e hipótesis relativas a la composición del poblamiento en las distintas fases en cuanto a los lugares ocupados por los asentamientos en las esferas sociopolítica, económica e ideológica de la vida social. La explotación de recursos mineros, característicos de la zona, y su transformación es objeto de tratamiento específico.

Los dibujos del material cerámico fueron realizados por Juan Luis Herce, Josep Masvidal, Roberto Risch y la autora. La labor de escaneado y confección de las láminas ha corrido a cargo de Silvia Gili Suriñach y Raquel Sánchez Espada. Gracias a su experiencia como diseñadoras las representaciones no sólo se han mantenido fieles, sino que han ganado en expresividad y estética. Silvia Gili también se ha hecho cargo del pormenorizado trabajo de compaginación, sin el cual este libro nunca habría llegado a ser tal. Los gráficos que acompañan al texto contribuyendo a hacerlo comprensible han sido elaborados con paciencia e interés por Roberto Risch.

El capítulo 3 pretende sintetizar la información anterior en forma de conclusiones. En este capítulo trataremos de volver a los presupuestos teóricos de partida, de manera que, dotando de contenido empírico a los factores integrantes de la teoría social, se llegue a formular una serie de hipótesis socioeconómicas explicativas de la organización y los cambios de las formas de ocupación del espacio social en la depresión de Vera entre los siglos V y XI.

En el estudio del material cerámico, particularmente en el apartado de las determinaciones tipológicas, han realizado valiosas aportaciones Michael Fulford, de la Universidad de Reading, Josep Antón Remolà, de Codex SCCL, Alessandra Toniolo, Inmaculada Ruiz Parra y José Domingo López, y Manuel Acién Almansa, de la Universidad de Málaga. A este último quiero agradecer la lectura del apartado dedicado al material cerámico andalusí, así como sus sugerencias y puntualizaciones.

Agradecimientos Como producto social, este trabajo, que aparece firmado por una sola autora, está sostenido por la colaboración económica y las aportaciones profesionales y humanas de un buen número de personas e instituciones. La investigación necesaria para su desarrollo ha sido parcialmente financiada con el apoyo de la D.G. XII de la UE, la Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía, la Dirección General de Investigación Científica y Técnica del Ministerio de Educación y Ciencia (DGICYT) y el Comissionat per Universitats i Recerca de la Generalitat de Catalunya.

Los intercambios de impresiones con Antonio Fernández Ugalde, amigo y colega, han sido fructíferos y llenos de interesantes orientaciones. A él se debe, además, el minucioso trabajo de vaciado de las fuentes escritas del periodo andalusí.

El manuscrito fue ofrecido originalmente para su publicación al Instituto de Estudios Almerienses de la Diputación de Almería. Ante el rechazo del mismo por parte de su director sin informe de comisión ni argumentación científica alguna, se presentó a British Archaeological Reports, donde ahora aparece.

El estudio de la fase andalusí de Gatas fue realizado por invitación de los y las integrantes del equipo Gatas. A ellos y a ellas quiero dedicar una mención especial ya que, durante estos años, la relación con Pedro Castro, Bob Chapman, Trinidad Escoriza, Silvia Gili, Vicente Lull, Rafael Micó, Cristina Rihuete Herrada, Encarna Sanahuja Yll y Teresa Sanz ha ido creciendo y transformándose cada vez más en amistad. El intercambio de ideas y experiencias ha sido de gran valor para el desarrollo de este trabajo.

Mi interés por la región del Sudeste y el inicio de mi trabajo en la depresión de Vera se deben a la invitación por parte de Lauro Olmo Enciso a participar y, más adelante, codirigir el proyecto “Estudio del poblamiento tardorromano y altomedieval en la cuenca baja del río Almanzora (Almería)” entre los años 1989 y 1992.

10

Tres personas han sido particularmente importantes para su realización, ya que la han apoyado material y afectivamente desde sus inicios hasta el día de hoy. Mis padres, Ana María de Tobaruela Noé y Jorge Menasanch Frías, han mostrado en todo momento su interés, confianza y valoración incondicionales. Roberto Risch, compañero solidario, amigo leal y brillante arqueólogo, ha sido puntal indispensable, dándole aliento incluso en los momentos más críticos. A ella y a ellos, con mi cariño, quiero dedicarlo. Barcelona, julio de 2000 [email protected]

11

12

CAPÍTULO 1 LOS YACIMIENTOS EN EL TIEMPO: TEMPORALIDADES DE LA CERÁMICA Y TIEMPOS DE OCUPACIÓN DE LOS ASENTAMIENTOS

Con el estudio temporal de los yacimientos pretendemos elaborar un modelo de ocupación del espacio que permita caracterizar las pautas de asentamiento en la depresión de Vera y sus transformaciones a lo largo del tiempo. Para ello partimos del concepto de temporalidad, o tiempo social, según el cual los conjuntos y los objetos arqueológicos no constituyen puntos estáticos en el tiempo, sino que poseen tiempos de vida interrelacionados de forma dinámica.

son precisamente estas temporalidades de consumo las que interesa determinar al realizar un estudio regional. En el caso de la depresión de Vera disponemos de las estratigrafías de Cerro de Montroy (Menasanch y Olmo 1991, 1994) y Gatas (Castro et al. 1994b, 1999), así como de los materiales procedentes de la excavación del relleno de la cisterna argárica de Fuente Alamo (Schubart et al. 1986) y del poblado andalusí de El Argar (Schubart 1991, 1993, Pozo Marín y Rueda Cruz 1991). Sin embargo, los datos obtenidos hasta ahora en estos yacimientos no siempre resultan suficientes para aproximarnos a la temporalidad de las formas cerámicas registradas en superficie en los yacimientos prospectados, y se hace necesario recurrir a una aproximación a la temporalidad global de las mismas. De acuerdo con la definición hecha más arriba, su demarcación requeriría, por una parte, conocer todo el universo de presencia de esa forma en contextos de producción y consumo, y por otra, disponer de la información necesaria para acotar las temporalidades de dichos espacios.

El reconocimiento de dichas interrelaciones, expresadas en forma de diacronías y sincronías entre las temporalidades de las distintas unidades de ocupación, requiere de la delimitación de los tiempos de vida de éstas. Tratándose de datos de prospección, ésta se ha establecido a partir de una aproximación a las temporalidades de distintas clases cerámicas reconocibles en superficie. 1.1. El tiempo social: concepto de temporalidad Por temporalidad de un objeto entendemos su tiempo de vida. Este queda delimitado por la fecha absoluta de su producción y la fecha absoluta de su consumo, y por lo tanto de su existencia como objeto con valor de uso1. Si en vez de con un objeto tratamos con una categoría de objetos, como es el caso de una forma cerámica, existirán tantas temporalidades como espacios de producción y de consumo. La temporalidad global de la categoría quedará definida por el lapso de tiempo comprendido entre el espacio de producción más antiguo y el de consumo más reciente.

Con respecto al primer requisito, es incompatible con la propia naturaleza del registro arqueológico, siempre parcial, y en consecuencia lo que se propone es una aproximación probabilística basada en una determinada muestra. En cuanto al segundo, la posibilidad de delimitar las temporalidades de los espacios que permitirán proponer rangos temporales para las categorías de objetos (en este caso, formas cerámicas) depende de los indicadores cronológicos de que se disponga y de la aplicación de un método de datación.

Las temporalidades de consumo de los objetos de una categoría en distintos espacios pueden ser diferentes y no tienen por qué ser extrapolables, máxime si tenemos en cuenta que la presencia o ausencia de una forma en un determinado espacio no depende exclusivamente de la distancia a su espacio de producción2. En consecuencia,

Marsella y en Conímbriga, no se encuentra ni en Alicante ni en Valencia (Reynolds 1995: Appendix B.1). Este autor proporciona abundantes datos que apuntan en esta dirección, tanto para la cerámica ARS como para otras clases, y tanto para el norte de Africa como para el Mediterráneo en general. La cerámica común tampoco parece ser una excepción, y así, por citar un ejemplo, encontramos cómo en Alicante la forma de cerámica a mano M1.1 de Gutiérrez Lloret aparece en el vertedero excavado en la avenida de Oscar Esplá, y no en el vecino y también al menos en parte contemporáneo de la calle Catedrático Soler (Gutiérrez Lloret 1996: 73). Con respecto a la cerámica vidriada andalusí, Kirchner (1990: 7) observa que “... En tout cas, la distribution des productions commercialisées et transportées loin du centre producteur n’est pas uniforme géographiquement ...”.

1

El concepto de temporalidad, que ya se encuentra expuesto en Castro et al. (1993), ha sido desarrollado por la autora. 2 En el caso de la ARS, dentro de la propia Cartago Reynolds (1995: 9) señala, por ejemplo, que la forma 80A con ranura exterior es bastante común en un depósito de finales del siglo IV-comienzos del siglo V excavado en el circo, aparece escasamente en la Avda. Bourguiba y en las excavaciones de la Universidad de Michigan, y se puede considerar ausente de los niveles de las excavaciones italianas. En el ámbito del Mediterráneo se observa como, por ejemplo, la forma 45B, presente en Alicante, está ausente en Valencia, o la forma 82, documentada en

13

1.2. El tiempo arqueológico: indicadores cronológicos y método de datación

indicios de la presencia de posibles elementos intrusivos o redepositados.

Dado que la construcción de modelos arqueológicos depende en gran medida de cómo se resuelva la cuestión de la datación, consideramos de interés hacer aquí un resumen de algunos de los principios que rigen la atribución de tiempos a los espacios arqueológicos y determinan el grado de probabilidad de las dataciones3. Con esto pretendemos formular los criterios que se han tenido en cuenta al valorar la información consultada y hacer explícito el método de datación utilizado en el presente trabajo.

Mientras que todos los contextos, ya sean de origen social o natural, intervienen en la construcción de la secuencia estratigráfica, algunos resultan más útiles que otros para la aproximación al tiempo de los objetos en tanto que objetos con valor de uso. De manera general podemos decir que la utilidad varía en función del riesgo de que el contexto contenga materiales redepositados. O, dicho de otro modo, permiten una precisión más ajustada aquellos en los que la proximidad entre el tiempo social de los objetos y el del contexto es mayor. Que esto sea así depende de las características de la formación del contexto y de sus condiciones de conservación.

En primer lugar queremos precisar que denominamos indicadores cronológicos al conjunto de relaciones estratigráficas, documentos y técnicas susceptibles de proporcionar información acerca de la situación de un espacio y los objetos que contiene en el continuo espaciotemporal. Mientras que las relaciones estratigráficas proporcionan indicaciones cronológicas relativas, en tanto que verificables en la propia secuencia, los documentos y las técnicas físico-químicas aportan fechas calendáricas independientes de ésta, y por lo tanto absolutas. Así, a las primeras las denominamos indicadores cronológicos relativos, y a los segundos, indicadores cronológicos absolutos.

Así, podemos distinguir dos grupos: por una parte, lo que denominamos contextos cerrados, y por otra, los contextos que, por oposición, designamos como abiertos. El valor de los contextos cerrados para la datación de los objetos que contienen reside en que se puede afirmar que las temporalidades de éstos coinciden en algún momento entre sí y con la temporalidad del depósito. En ocasiones se hace un uso abusivo del término, aplicándolo a cualquier contexto físicamente cerrado. Sin embargo, lo que garantiza la superposición de las temporalidades no es esa condición física, sino, por una parte, que se trate de un contexto de uso, y por otra, que no haya sufrido alteraciones postdeposicionales, o que éstas se hayan podido aislar. Los contextos cerrados se pueden definir, pues, como contextos de uso físicamente cerrados e “inalterados” en el tiempo. Algunos ejemplos serían una tumba intacta, una hornada de cerámica sepultada por el hundimiento de la estructura del horno e inalterada o los objetos asociados al uso de una superficie de habitación cubierta por otro depósito, que puede ser el propio derrumbe de la estructura.

Por método de datación entendemos el o los procedimientos normalizados de aplicación de dichos indicadores a la aproximación a las temporalides de espacios y objetos. Aquí hay que tener en cuenta que si bien la secuencia estratigráfica necesita de los indicadores absolutos para ser acotada en el tiempo, la correcta interpretación de éstos depende a su vez en gran medida de la argumentación estratigráfica4. Las relaciones espacio-temporales, o estratigráficas, permiten por sí mismas situar un espacio y los objetos que contiene en una secuencia. La datación de este espacio quedará acotada por los indicadores absolutos presentes en el mismo, y/o por el terminus post quem proporcionado por el o los contextos estratigráficamente anteriores, y el terminus ante quem que proporcionen el o los posteriores. Por otra parte, la coherencia exigida por la lógica de la secuencia proporcionará los primeros

Los contextos abiertos, en cambio, son aquellos en los que, debido a su naturaleza, aun estando físicamente cerrados, existe la posiblidad de que contengan objetos cuyos tiempos de vida no lleguen a superponerse en ningún momento. Así, aunque proporcionen información general sobre la posición de los objetos en el tiempo, por sí mismos no permiten realizar precisiones sobre sus tiempos de vida, y sus temporalidades necesitan ser acotadas a través de la inserción del contexto en una secuencia estratigráfica. Sería el caso del relleno de una fosa o un testar o del derrumbe de una estructura, estén o no cubiertos por otros depósitos arqueológicos. En esta categoría se pueden incluir también los depósitos de origen natural estratificados.

3

La formulación de estos principios puede parecer más propia de un manual de metodología que de un trabajo como el presente. Sin embargo, para el tiempo y el espacio que nos ocupan numerosos trabajos siguen resolviendo la cuestión de forma mecánica, lo que nos ha persuadido del interés de hacerlos explícitos. 4 Aunque el término secuencia se puede utilizar para hacer referencia a toda sucesión de episodios de ocupación y abandono registrada en un yacimiento arqueológico y representada por una serie de contextos materiales, por secuencia estratigráfica entendemos únicamente aquellos registros documentales elaborados teniendo en cuenta los procesos formativos que intervienen en la formación de la estratigrafía arqueológica, y por lo tanto la naturaleza de los depósitos y las superficies teóricas que la componen, y que individualizan e interpretan separadamente los depósitos y superficies de distinta naturaleza. De esta determinación e individualización del carácter de los contextos depende en último término la validez de las inferencias cronológicas que se realicen a partir de la secuencia estratigráfica.

En ocasiones nos encontramos con estudios y publicaciones de contextos tratados independientemente, sin alusión a la secuencia a la que pertenecen. Suele tratarse de contextos abiertos, tales como rellenos, basureros o testares, que presentan una unidad aparente por encontrarse en el interior de algún tipo de contenedor. Debido a su “desestratificación” no pueden proporcionar 14

podemos distinguir, a su vez, los documentos y muestas de vida corta de los de vida larga.

ningún tipo de información relativa al tiempo de vida de los objetos que contienen; antes bien, se fechan utilizando las propias temporalidades de dichos objetos en otros espacios (véase infra la discusión acerca de las dataciones cruzadas).

En los yacimientos de periodos históricos los indicadores absolutos contextuales más frecuentes y menos costosos de utilizar en términos económicos son las monedas. Estas, sin embargo, presentan el inconveniente de que constituyen muestras de vida larga, ya que con frecuencia circulan, se reutilizan o se redepositan a lo largo de lapsos de tiempo prolongados. Por tanto, en buena parte de los casos la interpretación de sus indicaciones cronológicas depende de su posición en la secuencia.

Por último, queremos señalar que algunos trabajos de síntesis, como la cronotipología de Hayes (1972), completan su documentación con ejemplares no contextualizados. A estos materiales sólo se les puede aplicar el método tipológico, que a su vez sólo tiene sentido si la comparación se refiere a ítems contextualizados de la misma categoría. Esto mismo ocurre con los objetos identificados en prospecciones superficiales, y por lo tanto con los que se estudian en el presente trabajo.

Otros indicadores absolutos contextuales menos frecuentes, pero que ofrecen la ventaja de ser muestras de vida corta, son los epígrafes con fecha hallados in situ que datan alguno de los elementos de la estratigrafía. Así puede ocurrir con el epígrafe de una tumba, con una inscripción conmemorativa o, como en la rábita de Guardamar, en Alicante, con la inscripción que transmite la fecha de construcción del oratorio M III (Azuar (ed.) 1989). En todo caso, aun disponiendo de este tipo de indicadores el análisis estratigráfico es fundamental, ya que proporciona los instrumentos para detectar, en su caso, discordancias entre los elementos observados y aquéllos a los que se refieren los documentos, debidas, por ejemplo, a la reutilización de espacios.

De forma esquemática, hemos distinguido los siguientes tipos de indicadores cronológicos relativos, que se relacionan por orden jerárquico: 1. Contextos cerrados: una vez aisladas posibles intrusiones, proporcionan información directa acerca de los tiempos de vida de los objetos presentes en ellos. 2. Contextos abiertos en secuencia: es posible acotar su temporalidad por su posición en la secuencia y la determinación de los términos ante quem y post quem; en ese caso, y una vez aisladas posibles intrusiones, proporcionan un terminus ante quem para los tiempos de vida de los objetos que contienen. 3. Contextos abiertos sin secuencias de referencia: por sí mismos no pueden aportar información acerca de los tiempos de vida de los objetos que contienen.

En cuanto a los indicadores textuales, las fechas históricas citadas en las fuentes escritas ofrecen con frecuencia indicaciones cronológicas absolutas referidas a un espacio o a uno o varios elementos de un espacio. Así ocurre con las defensas tardorromanas y bizantinas de Cartago (Hurst y Roskams 1984), con Medina Azahara (Labarta y Barceló 1987), Bayyana-Pechina (Duda 1971), o la ciudad de Almería (Duda 1972), por citar algunos ejemplos que manejamos en nuestro trabajo.

Ciertamente, en el ámbito mediterráneo y en espacios no funerarios resulta infrecuente contar con contextos cerrados tal como los hemos definido. Por lo tanto, las interpretaciones cronológicas en general, y las de este trabajo en particular, se basan en su gran mayoría en la información obtenida de contextos abiertos. Como hemos expuesto, para que dichas interpretaciones sean correctas es fundamental que los contextos estén insertos en una secuencia propiamente dicha, construida a partir de la aplicación de un método de excavación estratigráfico.

Estas indicaciones, sin embargo, necesitan de la argumentación arqueológica para su contrastación. O, dicho de otro modo, sin argumentación arqueológica no es posible atribuir una fecha textual a un espacio o a un elemento de un espacio. Las excavaciones británicas en la zona sur de Cartago (actual avenida del Presidente Habib Bourguiba) ofrecen un buen ejemplo al respecto.

Para situar los espacios o contextos en el tiempo absoluto es necesario disponer de lo que hemos denominado indicadores cronológicos absolutos. Es decir, de documentos o de muestras que por sí mismos, o mediante la aplicación de técnicas de análisis físico-químicos, puedan aportar fechas calendáricas. Según tengan relación directa o no con la estratigrafía los hemos agrupado en dos categorías: indicadores absolutos contextuales e indicadores absolutos textuales.

En el volumen I,1, dedicado al estudio del sitio y de los hallazgos no cerámicos, los autores exponen las bases para el establecimiento de la cronología (Hurst y Roskams 1984: 3). Estas son: - la secuencia estratigráfica, que utiliza como terminus post quem las fechas absolutas que proporcionan las monedas y, en menor medida, la cerámica; - las relaciones con dos hechos documentados históricamente: la construcción de la muralla de la ciudad en c. 425 dne, citada en la Chronica Gallica, y la reparación de las defensas de la ciudad por Belisario en o justo después de 533 dne, mencionada por Procopio.

Denominanos indicadores absolutos contextuales a aquellos que forman parte física de los contextos estratigráficos. Por indicadores textuales entendemos los documentos que contienen fechas referentes a un espacio concreto, pero que no guardan relación física con éste. Dentro de los indicadores absolutos contextuales 15

Sin embargo, en el volumen I,2, dedicado al estudio de la cerámica, en el capítulo dedicado a la cronología de los grupos cerámicos y a su datación, se dice: “... it is particularly fortunate that the Avenue Bourguiba site has provided two archaeological contexts that can very reasonably be correlated with historically attested events. The first is the construction of the massive wall which is almost certainly that erected c. A.D. 425 on the orders of the emperor, Theodosius. The second is the recognition of a major recutting of the wall ditch ... which is almost centainly part of Belisariu’s reorganization of Carthage’s defences c. 533. In both instances interpretation of the pottery and coin evidence on the basis of previous knowledge makes the correlation between the observed archeological feature and the historical event entirely reasonable. Thus the Avenue Bourguiba site has two well-dated contexts from which the rest of the chronology of the site can be constructed. The second most important sources of dating are the coins. ... However, there is always an inherent danger of residuality and coin-associated groups are of less value than contexts which can be correlated with historically attested dates.” (Fulford 1984a: 29-30)5.

dependiente de la argumentación arqueológica y está subordinada a la posibilidad de relacionarlos con fechas absolutas proporcionadas por indicadores contextuales, como las monedas. En consecuencia, las citas de las fuentes históricas se sitúan jerárquicamente detrás de las monedas o de otros indicadores absolutos contextuales presentes en la estratigrafía7. Por otra parte, puede ocurrir que las fechas textuales se refieran a espacios no investigados estratigráficamente. Aquí la identificación con los lugares citados en los textos depende necesariamente de la convergencia de otro tipo de datos, tales como la toponimia, las indicaciones geográficas registradas en las fuentes, la coincidencia de elementos reconocibles in situ con elementos citados por los autores, etc. Que la temporalidad global real del asentamiento se corresponda con la indicada por los textos, y que las temporalidades de los objetos y de las categorías de objetos presentes en el sitio estén enmarcadas dentro de los límites de la temporalidad de las fuentes escritas son hipótesis a contrastar a través de la investigación cronoestratigráfica del yacimiento de que se trate. Podemos establecer, pues, la siguiente jerarquía de indicadores cronológicos absolutos: 1. Indicadores absolutos contextuales de vida corta. 2. Indicadores absolutos contextuales de vida larga. 3. Indicadores absolutos textuales. La combinación de los indicadores relativos definidos más arriba con los indicadores absolutos disponibles o utilizados permite valorar en términos generales la probabilidad de que las dataciones absolutas se aproximen al tiempo real de vida de los contextos a partir de los cuales se inferirán las temporalidades de las categorías de objetos de que se trate.

Más adelante, al hacer referencia a uno de los grupos de actividad documentados al sur de la muralla (grupo A:1.1), afirma: “The importance of this group is that, stratigraphically, it precedes the construction of the city wall, independently dated c. 425.” (Fulford 1984a: 36)6.

Los procedimientos de aplicación de los indicadores cronológicos absolutos a la demarcación de temporalidades constituyen el método de datación o de establecimiento de cronologías absolutas.

El planteamiento resulta contradictorio, ya que como el propio autor reconoce, si las fechas citadas en los textos escritos se pueden relacionar con determinados contextos arqueológicos es gracias a las indicaciones cronológicas proporcionadas por las monedas y, en cierta medida, por la cerámica presentes en dichos contextos. Por lo tanto, su datación no es independiente, sino que la muralla y la reexcavación del foso documentados en el área de excavación se pudieron identificar con la muralla y el foso mencionados en los textos gracias a que los termini ante quos y post quos proporcionados fundamentalmente por las monedas presentes en los contextos anteriores, posteriores e intermedios a ambos elementos tendían a converger en el tiempo esperado, en este caso c. 425 dne para la muralla y c. 533 dne para el reacondicionamiento del foso.

En la praxis arqueológica puede ocurrir, sin embargo, que los indicadores absolutos disponibles sean escasos o insuficientes, o que se trabaje con objetos sin contexto estratigráfico que necesiten ser ubicados en el tiempo. En ese caso se suele recurrir al establecimiento de analogías morfotécnicas con objetos de la misma categoría presentes en uno o varios contextos junto a uno o varios indicadores absolutos, y a los que, debido a esta relación, se les atribuye la cualidad de indicadores cronológicos. Son lo que la arqueología tradicional denominó fósiles directores. Cuando en un espacio se encuentran

Queda claro, pues, que la datación de espacios o contextos arqueológicos a partir de fechas textuales es 5 6

7

Asimismo, queda de manifiesto que la comparación entre la precisión de las dataciones que se pueden obtener de los documentos escritos y de los arqueológicos carece de sentido, ya que se trata de fuentes de distinta índole, y que, en todo caso, la aplicación de los datos de los primeros al estudio de los restos materiales de una sociedad está supeditada al análisis arqueológico de dichos restos

Las cursivas son mías. Las cursivas son mías.

16

de que disponemos son fragmentos de cerámica descontextualizados de superficie, para la aproximación a los tiempos de vida de los asentamientos se partirá de cronologías cruzadas a través de tipos morfológicos8. La razón de que se trabaje a partir de tipos y no de grupos es que tratamos con material no estratificado, y que disponemos de un número de elementos insuficiente para definir asociaciones cuya recurrencia se pueda considerar significativa.

materiales similares morfológica o morfotécnicamente a éstos, se establece que la posición en el tiempo de este nuevo contexto debe estar próxima a la del contexto original de aparición del fósil director. Las dataciones establecidas por este procedimiento, o dataciones cruzadas, prescinden, pues, de la variable espacial, y parten de la premisa de que las proximidades formales entre objetos indican proximidad temporal. Sin embargo, con no poca frecuencia en la bibliografía se hace referencia a ellas como si se tratase de fechas absolutas. Esto supone pretender hacer del tiempo de vida espacialmente referenciado de un objeto una unidad contable de aplicación universal, o, dicho de otro modo, no medir el tiempo de los objetos, sino el tiempo con los objetos.

Una parte de los contextos de referencia con los que se cruzarán las dataciones de los tipos proceden de los yacimientos con fases altomedievales excavados en la propia depresión de Vera. Es decir, Cerro de Montroy, Fuente Alamo y Gatas. Se citará también la información de El Argar (Antas), si bien la disponible hasta el momento es más limitada. La mayoría, sin embargo, son contextos recopilados en trabajos de síntesis o cronotipologías, o bien publicados en trabajos sobre yacimientos concretos de otras zonas.

Con el fin de matizar las cronologías cruzadas y de limitar esta capacidad de datar atribuida a los objetos individuales, los conceptos de facies, grupo de materiales u horizonte cronológico introducen el elemento cuantitativo al definir asociaciones de formas de cerámica u otras categorías de objetos y cuantificar cada forma o categoría por fase estratigráfica.

La información cronológica que pueda proporcionar esta base documental se caracterizará en función de los criterios expuestos más arriba, relativos a los indicadores absolutos y relativos. En el caso de los trabajos de síntesis sobre determinadas clases de cerámica -ARS, cerámica común africana9 y ánforas, en particular norteafricanas- que ya utilicen series de contextos de referencia para sus dataciones, la base documental de los trabajos se examinará globalmente. Cuando se trate de publicaciones sobre yacimientos concretos, la caracterización se referirá a las secuencias y los contextos específicos.

La validez de los grupos también depende de que se puedan relacionar con indicadores absolutos estratificados. Su ventaja con respecto a los fósiles directores consiste en que la multiplicación de elementos y su caracterización cuantitativa contextualizada aumenta la probabilidad de que dos o más conjuntos estratificados de composición idéntica se encuentren próximos en el tiempo. Esto se debe a que la datación cruzada, como también la absoluta, son métodos inductivos y probabilísticos de aproximación a la realidad. Por lo tanto, se acepta que la multiplicación de indicadores considerados aumenta la probabilidad de que los resultados obtenidos a través de su aplicación sean ciertos. Así, en el caso de la datación cruzada, además de por la diversificación de las categorías de objetos a comparar, la certidumbre será mayor cuanto mayor sea el número de contextos de referencia y más ajustada la datación de éstos. Precisión que, a su vez, dependerá del tipo de contextos de que se trate y del número y tipo de indicadores absolutos utilizados para fecharlos.

Una vez examinada la base documental que utilizamos en nuestro trabajo para la datación de cada tipo morfológico, se propondrá una aproximación a la temporalidad global de la forma. Con ella no se pretende expresar una exclusividad, sino sintetizar los indicadores cronológicos relativos a la vida de ese tipo en una serie de espacios concretos y constituir un marco de referencia que nos permita acercarnos a la situación en el tiempo de las formas de cerámica presentes en la depresión de Vera. Las aproximaciones a la temporalidad de las formas se han calificado de posibles y probables de acuerdo con los factores cualitativos y cuantitativos que intervengan y determinen la certidumbre de las dataciones (supra). Con esto pretendemos hacer explítica la probabilidad en la que se mueven las determinaciones cronológicas del presente trabajo, dependientes de las probabilidades de trabajos precedentes, y de las que dependerán, en último término, los modelos de ocupación del espacio que se propongan.

En definitiva, la base de toda atribución arqueológica de fechas calendáricas son las dataciones obtenidas a partir de indicadores absolutos contextuales y, en menor medida, textuales. La relación espacial de ciertas categorías de objetos con los primeros es la que permite formular la hipótesis de la relación de dichas categorías con lapsos de tiempo determinados. En tanto que dicha hipótesis permanece no falsada, es utilizada como modelo de referencia sobre el que sustentar nuevo conocimiento.

8

En este trabajo los términos “tipo morfológico” y “forma cerámica” se utilizan como sinónimos. Los tipos o formas a los que se hará referencia se han determinado por el establecimiento subjetivo de analogías morfológicas con tipos o formas definidos en trabajos previos. 9 Agrupa las clases ceramica da cucina de Carandini et al. (1981), y coarse ware a torno de Fulford (1984b).

El método de datación utilizado en el presente trabajo parte de este principio. Puesto que los únicos indicadores 17

Puesto que, debido en parte a la historia de la investigación, los indicadores cronológicos y la amplitud de la muestra (cerámicas de un mismo tipo halladas en contextos datantes) disponibles para la aproximación a las temporalidades de las distintas clases cerámicas son dispares, los criterios utilizados aquí para calificar la probabilidad pueden variar de una clase cerámica a otra, y por tanto se deben entender en sus respectivos contextos10. En todo caso, se trata de valoraciones cualitativas dentro de una casuística de amplísima variabilidad.

contexto ya examinado correspondiente.

se

remitirá

al

punto

Por último, queremos mencionar que en los yacimientos de la depresión de Vera con fases imperiales y/o bajomedievales se han identificado otras formas además de las que se estudiarán a continuación. Sin embargo, aquí examinaremos en detalle sólo aquéllas cuyas temporalidades queden comprendidas dentro del marco temporal de nuestro estudio. Si se considera necesario hacer referencia a materiales anteriores o posteriores, ésta se limitará a una simple mención a los mismos.

En el texto, las temporalidades o fechas posibles van seguidas por un signo de interrogación. Cuando no aparece tal signo, se trata de una temporalidad o fecha probable.

1.3. Las temporalidades de las formas cerámicas presentes en la depresión de Vera 1.3.1. African Red Slip y cerámica común africana

Con respecto a la estructura de presentación de los datos, la discusión de las temporalidades de los tipos morfológicos se expone organizada por clases de cerámica (ARS y cerámica común africana, ánforas, cerámica vidriada, cerámica “común”). El apartado de cerámica común, además, se ha dividido en dos subapartados, dedicados respectivamente a las formas tardorromanas y a las andalusíes.

Las bases para la datación Para aproximarnos a la temporalidad de las formas de ARS y cerámica común africana, o coarse ware a torno de Fulford (1984c), presentes en los yacimientos prospectados nos hemos basado fundamentalmente en tres trabajos: los estudios de síntesis de Hayes (1972) y Carandini et al. (1981), y el monográfico de Fulford y Peacock (eds.) (1984) sobre la cerámica tardía de las excavaciones británicas al sur de Cartago. La elección se ha debido a que parten de o toman en consideración secuencias especialmente relevantes para el periodo que nos ocupa y que cuentan con indicadores absolutos contextuales o textuales, y a que dan cuenta de los resultados cronológicos de trabajos específicos anteriores.

Dentro de cada clase, las formas se relacionan por orden alfanumérico. Para la ARS, la cerámica común africana y las ánforas se siguen las designaciones establecidas en las cronotipologías manejadas. Para las formas de cerámica vidriada y común se han establecido códigos basados en las denominaciones propuestas por Reynolds (1993) y Rosselló (1978, 1991, 1993) (por ej., FTE: Fuente; ATF: Ataifor). Estos códigos preceden al nombre de la forma al comienzo del epígrafe correspondiente y pretenden facilitar la referencia a los distintos tipos a lo largo del texto. Cuando designan formas vidriadas, al final del cógido se añade una v minúscula (por ej. ATFv: ataifor vidriado; ATF: ataifor sin vidriar). Cuando dentro de una forma se han distinguido grupos morfológicos, el código va seguido de un dígito (por ej., ATFv1: ataifor vidriado del grupo 1; MAR1: marmita sin vidriar del grupo 1). Además, si nuestra forma se puede asimilar a un tipo ya definido en otros trabajos, se hace constar la correspondencia.

Asimismo, se han tenido en cuenta las matizaciones hechas por Hayes (1977 y 1980), basadas en datos que amplían los utilizados en 1972, y, en algún caso, las que propone Reynolds (1995) a partir de monografías recientes y de su propio trabajo en la península Ibérica. En determinados casos, como el de Antioquía en Siria, se han consultado las fuentes de información originales (Waagé (ed.) 1948), dado el interés de sus datos para estimar las bases de datación de la cerámica africana. A continuación se exponen brevemente los fundamentos cronológicos de cada uno de ellos. Una vez examinados, se presentará de forma sintética la aproximación a la temporalidad global de cada una de las formas de ARS y cerámica común africana identificadas en la prospección. Estas aproximaciones expresan el rango máximo para el tiempo de vida de cada forma delimitado a partir de los datos de los trabajos manejados.

La valoración de los contextos de referencia para la datación de las formas de ARS, cerámica común africana y ánforas se ha realizado de forma global al inicio de los apartados correspondientes. Los contextos utilizados en relación a la cerámica vidriada y común, con un número de formas más limitado, información más dispersa y bases de datación menos sólidas, se examinarán al tratar de cada tipo. Cuando sea nececesario volver sobre un

Refiriéndonos ya a los estudios en los que nos hemos basado, el trabajo de Hayes (1972) constituye la primera cronotipología de alcance espacial amplio con una base documental que permite argumentar que la temporalidad de la cerámica fina africana, denominada por él African Red Slip, se prolonga desde la segunda mitad del siglo I

10 Así por ejemplo, una temporalidad “posible” de una forma norteafricana tiene una precisión cronológica mayor que una temporalidad “probable” de una forma cerámica común, dado que la de esta última se apoya en gran medida en la primera (infra).

18

basándose en gran medida en los datos de las secuencias ostienses, presenta un buen número de formas nuevas y amplía las bases para la datación de esta clase cerámica, prolongando las temporalidades de los tipos ya publicados por Hayes (1972), algunos de los cuales parecen llegar hasta finales del siglo IV o comienzos del V.

hasta el siglo VII ne. La determinación de esta pervivencia hasta momentos tardíos fue posible a partir del estudio de estratigrafías de yacimientos del Mediterráneo oriental, y en particular de la secuencia del ágora de Atenas y de los materiales de Antioquía. Además, Hayes utilizó, entre otros, materiales procedentes de grupos datados de Corinto, Estambul, yacimientos egipcios y Colonia.

Los materiales estudiados por Fulford y Peacock ((eds.) 1984) proceden de las excavaciones británicas en la zona sur de Cartago (actual avenida del Presidente Habib Bourguiba) (Hurst y Roskams 1984). En la zona excavada, que se extendía a ambos lados del denominado muro de Teodosio, se registraron dos secuencias estratigráficas, una intramuros, y otra al exterior de la muralla. Puestas en relación, se articularon en los siguientes periodos: un primer periodo romano temprano, anterior a 150 dne, un periodo tardorromano situado entre 150 y 439, el periodo vándalo, de 439 a 533, y los denominados periodo bizantino temprano, entre 533 y c. 600, y periodo bizantino reciente, de c. 600 a 698 dne.

Mientras que el ágora ateniense resultaba fundamental para el periodo comprendido entre mediados del siglo III y finales del V, el registro sirio proporcionó la mayor parte de la información cronológica para los siglos VI y VII. Formado por contextos abiertos insertos en secuencias construidas en parte a partir de niveles artificiales, ofrece la ventaja de contar con un gran número de indicadores absolutos contextuales (monedas) a los que se pueden añadir también indicaciones textuales (Waagé (ed.) 1948). La asociación o “probable asociación” estratigráfica (Hayes 1972: 4) de los tipos con monedas y, en menor medida, las fechas históricas constituyen los anclajes de las dataciones calendáricas propuestas por Hayes. En ausencia de indicadores absolutos y/o relativos se utilizan las asociaciones de formas y la comparación estilística o tipológica.

Para la ubicación en el tiempo de los espacios y actividades identificados se utilizaron, en primer lugar, los indicadores relativos, a partir de los cuales se interpretaron los indicadores absolutos contextuales (monedas) y textuales referentes a la construcción del denominado muro de Teodosio en 425 y al reacondicionamiento de las fortificaciones urbanas tras la conquista bizantina de 533, en el que se incluye la excavación del llamado foso de Belisario. Asimismo, se utilizó la datación cruzada a partir de la cerámica, en particular de la ARS.

En dos trabajos posteriores (Hayes 1977 y 1980), el autor realizó precisiones de interés y sugirió la conveniencia de matizar algunas de sus propuestas iniciales. En concreto, y para el periodo que nos interesa, señaló las dificultades que plantean las características de los ejemplares numismáticos del siglo V para la obtención de fechas absolutas, debido a las cuales las dataciones de 1972 comprendidas entre finales del siglo IV y comienzos del VI están basadas fundamentalmente en comparaciones tipológicas y estilísticas y en asociaciones de formas (Hayes 1977). Por otra parte, la consideración de los datos históricos relativos al abandono de los fortines de Retia le llevó a adelantar a finales del siglo IV los comienzos de determinadas formas presentes en ellos y de los estilos decorativos asociados (H61B, H91 y estilo A (iii)), antes atribuidos a comienzos del siglo V (Hayes 1977, 1980: 515-516).

En cuanto al tipo de contextos excavados, corresponden a la construcción, uso, mantenimiento, remodelación, abandono y/o destrucción de las fortificaciones (muralla y fosas) y de una serie de edificios de distinto carácter (granjas, construcción con uso funerario), zonas de tránsito (calle y vía), áreas abiertas con distintos usos (vertederos, posible instalación de estructuras de habitación temporales o perecederas) y enterramientos situados dentro o fuera del área amurallada. Puesto que los últimos contextos bizantinos se encontraban alterados o cubiertos por actividades o depósitos modernos, se planteaba el establecimiento del terminus ante quem. Contando exclusivamente con los propios depósitos, Hurst y Roskams (1984) se apoyan en la naturaleza de éstos para sugerir que se debieron formar en un tiempo no muy dilatado, y plantear la hipótesis de que no se prolongarían más allá del siglo VII.

En cuanto al trabajo coordinado por Carandini (1981), además de aportar materiales que amplían el repertorio de formas y variantes de Hayes, se apoya en nuevas secuencias y contextos, particularmente de excavaciones italianas en Ostia, Nador (Argelia) y Cartago. Cuando se trata de tipos ya publicados, a las dataciones propuestas por otros autores se añaden las temporalidades de dichos tipos en los nuevos espacios, lo cual permite matizar parte de los rangos cronológicos, generalmente ampliándolos.

Partiendo de esta secuencia, Fulford y Peacock ((eds.) 1984) realizaron el estudio económico y cronotipológico de la cerámica recuperada en la excavación. Con respecto a este útimo, que es el que ahora nos interesa, se estudiaron los materiales fechados entre c. 400 y c. 650 e interpretados como basura doméstica depositada en ese lapso de tiempo (Fulford y Peacok (eds.) 1984: 4).

De particular interés resulta el capítulo dedicado a la cerámica de cocina africana, elaborado por Silvia Tortorella (Carandini et al. 1981: 208-227), ya que, 19

FORMA

TEMPORALIDAD

BIBLIOGRAFIA

F 2.6-8

401?-475/500-m./f.VI?

F.84:49-51,f.11

F 5.5

c.V?-m.V?

H.72:111;F.84:51-53,f.12

F 50

500-575

F.84:67-69,f.18

F 52 (=Ost.III,f.128)

f.IV-550-600?

A.81:101,259,f.XLVI.8;F.84:69,f.19

F 62.3,5

533?-m./f.VII?

F.84:71;f.20

F 67

525-600-650?

F.84:74;f.21

H 59

320-420

H.72:99-100,f.15;A.81:82,f.32-33

H 61A

301?-325-425

H.72:106-7,f.16-17;H.80:515-6;A.81:84;F.84:49

H 61B

380/400-500

H.72:106-7,f.16-17;H.80:515-6;A.81:84;F.84:49

H 64

f.IV-450

H.72:111,f.18;A.81:87,f.37

H 66 ó H 66/67

c.V?-VI?

H.72:112,115-6,f.18-19;A:81:88-9,120;F.84:53

H 67

360-450-470?

H.72:115-6,f.19;A.81:88-9,f.37-38;F.84:53

H 80A

c.V-m/f.V?

H.72:128,f.22;A.81:104,f.48

H 82

430-500

H.72:131,f.23;F.84:57,f.14

H 84

440-500

H.72:133,f.23;F.84:57

H 87

430-550

H.72:136,f.24;F.84:63;R.95:151

H 87A

430-500

H.72:136,f.24;F.84:63;R.95:151

H 91 A-B

350?-370-500-530?

H.72:144,f.26;H.77;A.81:106;F.84:65,f.17

H 91C

525-550-600?

H.72:144,f.26;A.81:106,f.48;F.84:65,f.17

H 99

475-620

H.72:155,f.28;F.84:71

H 103

500-575

H.72:159,f.29;F.84:73

H 104A-B

425?-500-600-625?

H.72:166,f.29-30;A.:94-95,259,f.16;F.84:73-4,f.20

H 107

550?-600-650

H.72:171,f.33;F.84:74-5

H Est. A

320-470?

H.72:219

H Est. D (H st. 110)

440-500

H.72:221,248,f.44.p

Tabla 1.1: Formas de ARS presentes en los yacimientos prospectados y sus temporalidades. F: Fulford; H: Hayes; A: Atlante = Carandini et al. (1981); Est.: estilo; st.: estampilla; f.: figura; ?: fecha posible. interpretación problemática dado que no era posible identificar qué factores deposicionales y postdeposicionales intervienen en la formación del registro y de qué modo influyen en la fragmentación de la cerámica.

El estudio de la cerámica se realizó por grupos de materiales procedentes de conjuntos de contextos considerados contemporáneos entre sí y representantes de una misma fase de actividad de construcción, ocupación, frecuentación, etc (Fulford 1984a: 29 ss.). Estos se analizaron teniendo en cuenta tanto los fósiles directores más recientes como la composición cualitativa y cuantitativa del material contenido en ellos. La comparación de grupos debía permitir, entre otras cosas, distinguir los conjuntos de materiales depositados en un momento próximo a lo que Fulford denomina su “fecha real”, de aquellos otros depositados en un momento posterior, a los que denomina residuales.

Por otra parte, Fulford introduce el concepto de floruit. Del texto se deduce que se aplica a formas concretas y no a grupos de formas, que es distinto del de “fecha real”, y que parece hacer referencia al momento de máximo consumo de una forma determinada en el sitio en relación al consumo total de la misma en ese espacio. Con respecto a la datación de las formas concretas, se infiere de la datación de los grupos. Puesto que, debido a la cuestión de la residualidad, la fecha “real” final de una forma es difícil de establecer, para la ARS el rango

El problema de la residualidad se abordó también desde una aproximación tafonómica a partir del análisis del tamaño de los fragmentos, con resultados de 20

FORMA

TEMPORALIDAD

BIBILIOGRAFIA

F "Casseroles" 12

530-575

F.84:183,f.68

F "Dishes or Lids" 11

II/III-450

F.84:191,f.72

F "Lids" 1

II/III-c./m.V

F.84:197,f.75

F "Lids" 8

550?

F.84:199,f.75

H 23 A

f.I/c.II-f.IV/c.V

H.72:48, f.7;A.81:217,f.106

H 23 B

m.II-f.IV/c.V

H.72:48, f.7;A.81:217,f.106

H 181-Lamb. 9A

101-f.IV/c.V

H.72:201,f.35;A.81:215,f.106

H 197

101-f.IV/c.V

H.72:209,f.36;A.81:219,f.107

Ostia I, Fig. 261

150-f.IV/c.V

A.81:212,f.104

Ostia IV, Fig. 60

350?-c.V?

A.81:212,f.104

Tabla 1.2: Formas de cerámica común africana presentes en los yacimientos prospectados y sus temporalidades. F: Fulford; H: Hayes; Lamb.: Lamboglia; A: Atlante = Carandini et al. (1981); f.: figura; ?: fecha posible Por último, Reynolds (1995: 148 ss.) propone una serie de matizaciones que presentan el interés de que, además de aportar secuencias con indicadores absolutos publicadas recientemente, se apoyan en datos de contextos de la península Ibérica11.

temporal propuesto termina con el porcentaje (% de bordes de esa forma sobre total de fragmentos de bordes de ARS en el grupo de que se trate) o series de porcentajes (si proceden de grupos con cronología próxima) más elevado conocido para el tipo (Fulford 1984b: 48 ss). El cálculo de porcentajes constituye también la base para la datación de las formas de coarse ware (Fulford 1984c: 157).

Las formas Las formas de ARS y de cerámica común africana y sus temporalidades se presentan en cuadros sintéticos independientes, organizadas por orden alfanumérico. Para designarlas se ha utilizado la numeración propuesta por los autores precedida de la inicial del autor o, en caso de que no se le haya asignado una numeración propia, como ocurre con algunos tipos recopilados por Carandini et al., la denominación que éstos le otorguen.

La relevancia del trabajo de Fulford y Peacock desde el punto de vista cronotipológico reside en que cuenta con una secuencia estratigráfica propiamente dicha, en la cantidad y variedad de indicadores cronológicos utilizados para la datacion de ésta (relativos, absolutos contextuales y absolutos textuales), y en la aplicación de un método de datación de la cerámica basado en el estudio comparativo, tanto cuantitativo como cualitativo, de grupos de materiales. Todo esto supone la multiplicación de la probabilidad de las dataciones, y permitió plantear hipótesis de temporalidad ajustadas al yacimiento.

1.3.2. Anforas Las bases para la datación Las propuestas de temporalidad de las ánforas tardías de la depresión de Vera se apoyan en gran medida en el trabajo de síntesis de Keay (1984) sobre materiales catalanes. Asimismo, se han utilizado los datos obtenidos por la misión británica en la periferia meridional de Cartago (Hurst y Roskams 1984, Peacock 1984b). Los resultados relativos a las fases del siglo VII se han completado con las secuencias registradas en distintos yacimientos del Mediterráneo occidental: Marsella (Bonifay y Piéri 1995), San Antonino di Perti (Finale Ligure, Savona) (Murialdo et al. 1988, Castiglioni et al. 1992, Murialdo 1995) y Cartagena (Ramallo Asensio et

La importancia de la secuencia para el siglo V se debe a que parece presentar menores problemas de residualidad, de manera que se logró proponer una sucesión continuada y articulada en lapsos de tiempo breves, y, sobre todo, a la posibilidad de acotar el siglo en términos calendáricos por la datación de la muralla y del denominado foso de Belisario. En cuanto al siglo VI, el estudio de los grupos de materiales permitió mostrar que la mayor parte de las formas que Hayes dató hacia 530 o posteriores comienzan antes (Fulford 1984b: 109).

11 Desde la publicación de los estudios que manejamos en nuestro trabajo se han ido dando a conocer un buen número de investigaciones sobre yacimientos concretos que están aportando nuevos datos a las temporalidades globales de las formas a partir del establecimiento de los tiempos de consumo en dichos asentamientos. Para el litoral mediterráneo peninsular se puede consultar el mencionado trabajo de Reynolds (1995), así como las actas de la mesa redonda Contextos ceràmics d’època romana tardana i de l’alta edat mitjana (segles IV-X) (AA.VV. 1997) celebrada en Badalona en 1996.

Los grupos de finales del siglo VI y siglo VII son, en cambio, más problemáticos, dada la ausencia de materiales que permitan ajustar la determinación de los termini ante quos. A raíz de esta problemática se intentó el estudio tafonómico al que se ha hecho mención más arriba. 21

al. 1996). Los indicadores cronológicos de estos trabajos, a excepción de los de Cartago, que hemos tratado en el apartado anterior, se examinan a continuación.

Cartago y del Mediterráneo oriental (véase apdo. 1.3.1), y a sus indicadores absolutos. Para los espacios de enterramiento también es importante la datación cruzada, generalmente a partir de objetos de los ajuares, como ocurre en el cementerio de la Neápolis de Ampurias (Keay 1984: 11), de elementos de las tumbas, como el mosaico funerario de la plaza de Antonio Maura de Barcelona (Keay 1984: 34), o de las cerámicas finas de los depósitos en los que se excavan las tumbas, como en el edificio tardorromano de Rosas (Keay 1984: 37).

La cronotipología de Keay (1984) parte de los materiales anfóricos procedentes de contextos datados de diversos yacimientos del conventus Tarraconensis, en la actual Cataluña. Los sitios estudiados corresponden a espacios urbanos (Emporiae, Tarraco y Barcino) y, en menor medida, rurales, que, en su conjunto, se fechan entre finales del siglo II y siglo III y finales del siglo VI y siglo VII (Keay 1984: 1 ss.).

Ahora bien, el punto de referencia fundamental se fija en la necrópolis paleocristiana de San Fructuoso, en Tarragona. El sitio cuenta con una secuencia teórica, elaborada a posteriori a partir de datos de excavaciones antiguas, y datada tomando como base la relación entre algunos tipos de enterramiento con epígrafes in situ, así como las monedas, cuya interpretación cronológica no siempre resulta clara, y entre las cuales escasean los ejemplares posteriores a 408 (Keay 1984: 23-24). Hay que tener en cuenta, sin embargo, que las propias ánforas desempeñaron un papel relevante en el establecimiento de las fases del sitio.

Con respecto al tipo de contextos tardíos analizados y a los indicadores cronológicos disponibles, se pueden distinguir los pertenecientes a espacios de hábitat en sentido amplio de los registrados en espacios de enterramiento. Los primeros son contextos abiertos (rellenos, vertidos, colmataciones) derivados de la construcción, la reutilización o el abandono de edificios públicos o privados (edifico tardorromano de la Palaiápolis de Ampurias, relleno de la Torre de la Audiencia, edifico de la plaza Rovellat y vertidos en el foro en Tarragona, pórtico bajo la Casa Padellás en Barcelona, o basurero de Can Samarruga). Por otra parte, como el propio Keay advierte, estos contextos rara vez están insertos en una secuencia de ocupación propiamente dicha. Esto, unido a su carácter y a las frecuentes alteraciones posteriores, comporta las consecuentes dificultades a la hora de discriminar las ánforas contemporáneas a la formación de los contextos de las denominadas residuales (Keay 1984: 43).

El periodo mejor representado desde el punto de vista de los contextos de referencia de sitios catalanes es el siglo VI, en el que se fechan los depósitos y enterramientos de la Torre de la Audiencia, la Plaza Rovellat, la Palaiápolis de Ampurias, la plaza del Rey de Barcelona y el edificio tardorromano de Rosas. Más problemático resulta el siglo V, que cuenta con el grupo de Can Samarruga y con la necrópolis paleocristiana de San Fructuoso. En cuanto al siglo VII, la ausencia de indicadores absolutos contextuales, la escasez de los textuales y el problema de la redeposición de la cerámica dificultan la determinación de límites inferiores fijos. En este estado de cosas, para la datación de los tipos individuales Keay se apoya en buena medida en los datos cronológicos de otros sitos del Mediterráneo occidental, fundamentalmente Roma y Cartago, publicados a finales de los 70 y principios de los 80 (Keay 1984: 43).

Los espacios de enterramiento constituyen una buena parte de la base documental del trabajo debido a la práctica generalizada en época tardía de realizar inhumaciones en ánfora. En este caso, los antiguos contenedores de transporte aparecen reutilizados en contextos de uso que, además, desde un punto de vista teórico, se pueden considerar cerrados. Así, la tumba proporciona información directa acerca del tiempo de vida del recipiente, ya que éste, aunque con una función diferente, sigue teniendo carácter de objeto social12. Ahora bien, dado que rara vez cuentan con indicadores absolutos propios, su datación depende en gran medida de su posición en una secuencia con puntos de anclaje, y/o de la cronología cruzada.

El trabajo de Bonifay y Piéri (1995) sobre las ánforas de los siglos V-VII de Marsella se basa en el examen de veinte contextos estratigráficos de excavaciones en distintos puntos de la ciudad. Los autores, que advierten de las dificultades para la obtención de fechas absolutas que plantean los largos periodos de circulación de las amonedaciones tardías y las dataciones cruzadas a partir de la sigillata africana, presentan los contextos utilizados en una tabla en la que, de forma clara y sintética, especifican la naturaleza de cada contexto y la datación propuesta y explicitan los indicadores cronológicos en los que ésta se basa.

En cuanto al establecimiento de fechas calendáricas, la datación de los contextos abiertos en espacios de habitación y de las ánforas contenidas en ellos se apoya de forma predominante en la cronología cruzada a partir de las cerámicas finas, básicamente ARS y sigillata paleocristiana gris y naranja, y por lo tanto remite a las secuencias y contextos franceses (véase Rigoir 1968), de

Desde el punto de vista de su origen, la mayor parte de los contextos son vertidos o colmataciones (La Bourse, Rue du Bon-Jésus, Cap Titol, Rue de la Cathédrale), si

12

Aunque el tiempo de uso en ese o en esos espacios pueda alejarse del tiempo de producción del recipiente o del tipo, forma parte de su temporalidad global, y en este sentido lo utilizamos en el presente trabajo.

22

Las excavaciones recientes en el teatro romano de Cartagena han permitido documentar una secuencia que se extiende desde el siglo II ane a la actualidad (Ramallo et al. 1996). Con respecto al periodo que nos ocupa, a medidados del siglo V se registra la construcción, sobre el antiguo edificio augusteo, de un edificio interpretado como almacén-mercado, organizado a ambos lados de una calle. El conjunto se abandona poco después, probablemente a finales del siglo V o a comienzos del VI, a lo cual sigue un nuevo periodo constructivo y de ocupación, con estructuras arquitectónicas poco definidas. Tras el abandono de las mismas se registra la construcción, hacia mediados del siglo VI, de un barrio aterrazado, con espacios abiertos y cerrados, dispuestos radialmente, que se agrupan en torno a callejones de trazado irregular. Se identificaron dos momentos de ocupación, a los que sigue el abandono del conjunto. Este se pone en relación con la destrucción visigoda de Cartagena, mencionada por Isidoro de Sevilla, y por lo tanto se fecha entre 620 y 625.

bien hay también una buena representación de contextos relacionados con espacios de habitación (La Bourse, Plaza J. Verne). Mientras que los primeros constituyen la base documental para la datación de las ánforas de los siglos V y VI, los segundos aportan la información relativa al siglo VII. Las fechas calendáricas se obtienen a través de las indicaciones proporcionadas por las monedas, en particular por los ejemplares del siglo VI, y, sobre todo, por cronología cruzada a través de las formas de ARS y, en menor medida, de Late Roman C. Para los contextos más tardíos la cerámica constituye el medio prácticamente exclusivo de obtención de indicaciones calendáricas. La secuencia registrada en el castrum de S. Antonino di Perti (Finale Ligure, Savona) (Murialdo et al. 1988, Murialdo 1995) presenta el interés de encontrarse centrada en los siglos VI y VII, sin fases de ocupación significativas anteriores ni posteriores, de la calidad del registro estratigráfico, y de contar con indicadores cronológicos de diversa naturaleza, entre ellos absolutos contextuales (monedas).

Con respecto a la naturaleza de los contextos registrados, se trata de rellenos (fases 8.2, 9.2 y 10.5), preparaciones de pavimentos y pavimentos (fases 10.4 y 10.3) y derrumbes y colmataciones derivados de la destrucción y/o el abandono de los sucesivos conjuntos arquitectónicos (fases 8.1, 9.1, 10.2 y 10.3). No se identificaron contextos relativos al uso de los espacios excavados. Unicamente se menciona la aparición de un grupo de materiales aplastados sobre los pavimentos más recientes de las habitaciones del barrio bizantino, materiales que, sin embargo, se estudian conjuntamente con los procedentes de los depósitos de destrucción (fase 10.2). Entre ellos se encontraban varios ejemplares de ánfora tipo K LXI (Ramallo et al. 1996: 148).

La primera fase tardoantigua identificada en el sitio (fase S1) está representada por la construcción de una empalizada y de una serie de estructuras constructivas asociadas a ésta. Dicha ocupación se fecha en el siglo VI por cronología cruzada a partir de las formas de ARS y ánforas (variante de Late Roman Amphora 3) halladas en contextos de construcción y uso, así como de una fíbula cruciforme probablemente relativa al momento de uso. A ésta sigue la construcción de la muralla de piedra (fase T5) y de una camino de ronda y un relleno de nivelación del espacio intramuros (fase T4). Un medio follis de Tiberio II Constantino (578-582) proporciona el terminus post quem para la construcción de la fortificación, en cuya trinchera de cimentación aparecieron las formas de ARS H94, 101 y 105.

Dado que no se dispone de indicadores absolutos, las fechas calendáricas se obtienen por cronología cruzada a partir de los fósiles directores, fundamentalmente ARS. El fin del uso de las habitaciones bizantinas se determina a partir de su probable relación con la ocupación visigoda de Cartagena, que, como hemos mencionado, los textos sitúan entre 620 y 625, fecha a la que apunta también la sigillata africana de las fases 10.3 y 10.2.

Tras la realización del terraplén, en la primera mitad del siglo VII se levantaron tres espacios de habitación de madera sobre zócalo de piedra situados en el área inmediata a la muralla (fase T3), en los que se identificaron dos momentos de uso (fases T1-2). Los edificios se fechan a partir de monedas de Heraclio (610641) (en la fase de construcción) y Focas (602-610), de la presencia de formas tardías de ARS, en particular 91D, 104C, 105 y 109, y de una plaquita geminada de metal datada en el segundo cuarto del siglo VII, aparecida en los depósitos del segundo momento de ocupación (fase T1).

Las formas Las ánforas identificadas en los yacimientos prospectados y sus temporalidades se presentan en la tabla 1.3. Las formas se han ordenado en sucesión alfanumérica. Para designarlas se ha utilizado la numeración de Keay (1984) precedida por la inicial del autor. Cuando existe una equivalencia de uso generalizado, se hace constar ambas designaciones. Así ocurre con la forma Keay LXV, que aparece como K LXV = LRA 2 (Late Roman Amphora 2). Si se trata de una forma no incluída en una tipología propia, se denomina citando la publicación y la figura correspondientes.

El abandono del área está representado por un nivel de frecuentación medieval de datación incierta, lo cual dificulta la delimitación del momento de ocupación más tardío de las habitaciones. Este se sitúa, de forma indicativa, hacia la mitad del siglo VII o en los decenios inmediatamente sucesivos.

23

FORMA

TEMPORALIDAD

BIBILIOGRAFIA

K XXV B

IV-c.V-450?

K84:194,f.

K XXVI G

VI

K84:216,f.90;P84:135,f.42;C:147,167,f.9

K LV

f.V?-VI-c.VII?

K84:293,f.125;P84:133,f.40;M:102,f.3,C:147

K LXI

m.V?-VI-625-650/670?

K84:305-9,f.;M:106,f.5;SA88:355,f.7;SA95:439,f. 3;C:144-5,f.13ss.

K LXII

450/475-625

K84:348-50,f.;P84:133,f.40;M:103,f.3;SA88:3557,f.8;SA95:437,f.2,C:144-5,149

K LXV= LRA 2

f.IV/c.V?-f.V/c.VIf.VI-c.VII?

K84:354,357,f.;P84:119;M95:109-11;C:145-6

K. LIII C o SA 92, f.4.1-4

425-650/670-f.VII?

K84:271,f.119-20;P84:119-21;M:108-9;SA92:311 -13,f.IV.1-4;SA95:445-6;C:141ss.

Tabla 1.3: Tipos anfóricos presentes en los yacimientos prospectados y sus temporalidades. K: Keay; P: Peacock; C: Cartagena = Ramallo et al. (1996); M: Marsella = Bonifay y Piéri (1995); SA: Sant Antonino di Perti = Murialdo et al. (1988), Castiglioni et al. (1992), Murialdo (1995); f.: figura; ?: fecha posible. Además, dado que en los yacimientos paleoandalusíes disponemos de un número escaso de formas útiles para la datación, en este apartado también se ha tenido en consideración el relieve del repié. Así, hemos definido el siguiente grupo que, debido a que no posee elementos de distinción de las formas restantes, se ha distinguido con el dígito 0:

1.3.3. Cerámica vidriada

Como hemos señalado más arriba (véase apdo. 1.2), para las clases cerámica vidriada y cerámica común la dispersión de la información es mayor y los indicadores cronológicos son más débiles que los disponibles para las ánforas y, sobre todo, la ARS. Por este motivo, el examen de sus bases de datación y la aproximación a sus temporalidades se han realizado a partir de una revisión de las secuencias y los contextos específicos de yacimientos concretos y de sus indicadores absolutos. Las hipótesis de temporalidad para cada forma sintetizan y valoran la información así obtenida.

ATFv0: ataifor con repié anular bajo y paredes, borde y labio indeterminados (fig. 1.1, 5-6 ). ATFv1: Representado por un solo ejemplar cubierto al interior y al exterior de vedrío amarillo verdoso monocromo, perteneciente a una pieza con un diámetro de boca de 17.5 cm.

ATFv: Ataifor vidriado La mayor parte de las piezas vidriadas presentes en los yacimientos con fases altomedievales prospectados en la depresión de Vera corresponden a la forma ataifor. Atendiendo a sus variables morfológicas hemos distinguido los siguientes grupos:

Esta forma se encuentra presente en el nivel I de Pechina, donde se clasifica como ataifor de borde recto. Suele aparecer vidriada, bien alternando el verde y el melado en cada una de las caras, bien en verde al interior y al exterior (Castillo y Martínez 1991b: 66-67, Lám. IV.1-4).

ATFv1: paredes cóncavas inclinadas, borde indiferenciado de la pared, labio redondeado y base plana (fig. 1.1, 1); ATFv2: paredes cóncavas salientes tendentes a la verticalidad, borde indiferenciado con labio redondeado engrosado al exterior y base indeterminada (fig. 1.1, 2); ATFv3: paredes cóncavas inclinadas, borde indiferenciado, labio recto engrosado al exterior y base indeterminada (fig. 1.1, 3); ATFv4: paredes cóncavas salientes con carena, borde indiferenciado, labio redondeado y base indeterminada (fig. 1.1, 4).

En la excavación del asentamiento se identificaron dos fases estratigráficas. La primera (Nivel I) está representada por una serie de rellenos o vertidos entre los cuales se individualizó la presencia de un testar; la segunda (Nivel II), por las viviendas del barrio artesanal construido en parte sobre dichos rellenos y por un alfar identificado al noreste del mismo. Según Castillo y Martínez (1993), los mencionados vertidos derivan del desarrollo de actividades de producción de cerámica y representan el nivel de ocupación más antiguo documentado en ese espacio, mientras que la mayor parte 24

Fig. 1.1: Formas de cerámica vidriada: ataifor. 1: ATFv1; 2: ATFv2: 3: ATFv3; 4: ATFv4; 5-6: ATFv0. 25

del material del segundo nivel procede del abandono o de la última ocupación del conjunto de viviendas.

presencia de formas y técnicas temporalidades diversas.

El yacimiento de Pechina se ha relacionado con la Bayyana de los textos, que proporcionan fechas calendáricas relativas a los momentos antiguos del asentamiento (siglo IX), a su urbanización en 884 y a su paulatino despoblamiento a raíz de la proclamación de Almería capital de provincia en 955 (Duda 1971; Castillo y Martínez 1993).

Con estos datos resulta problemático admitir la contemporaneidad de todo el depósito y de los materiales contenidos en él. De acuerdo con nuestra clasificación, se trata de un contexto, o mejor, de una serie de contextos abiertos que probablemente contenían material redepositado y tal vez también intrusivo. Ante la falta de indicadores absolutos contextuales y textuales, la datación calendárica se basa en el establecimiento de cronologías cruzadas a partir de los propios materiales cerámicos. Por lo tanto, los referentes últimos son los espacios con indicadores absolutos a los que remite la datación cruzada.

Por el momento no se dispone de indicadores absolutos contextuales. Como veremos al tratar los ataifores ATFv2, en el nivel II se ha registrado la presencia de la técnica del verde y manganeso, que por datación cruzada con Madinat al-Zahra indica para esta segunda fase una temporalidad al menos en parte contemporánea o posterior a la segunda mitad del siglo X.

decorativas

con

Un paralelo para el ataifor de base plana, esta vez con vedrío melado y decoración de líneas de manganeso, lo encontramos en las excavaciones realizadas en la calle Alvarez de Castro de la ciudad de Almería, en una zona identificada con el arrabal de al-Musallá (García López et al. 1990: 11, Fig. 7.1032)

A partir de estos datos, el nivel I de Pechina se considera fechable en el siglo IX. En el testar excavado en el denominado “alfar antiguo” de San Nicolás, en Murcia, también se ha documentado la presencia de ataifores de características morfológicas similares a las de nuestro ATFv1. Presentan decoración de verde y manganeso, o cubierta melada, a veces amarilla, con motivos en manganeso (Navarro Palazón 1990: 34, 36, Fig. 5.1-2).

Aunque se excavó una secuencia de ocupaciones con al menos dos fases andalusíes, los autores no especifican la procedencia estratigráfica del material. El abandono de la zona documentado arqueológicamente se sitúa a mediados del siglo XII tomando como base su posible relación con la episódica conquista cristiana de la ciudad en 1147, mencionada por los textos.

Este testar es uno de los contextos que encontramos citados con más frecuencia en la bibliografía como fuente de información cronológica. El alfar al que corresponde representa la ocupación más antigua registrada en la zona excavada. Se identificó por debajo de los restos de otro alfar más reciente, a su vez muy alterados por las fosas de las inhumaciones de un cementerio posterior, fechado en el siglo XIII.

Ataifores de perfil similar a ATFv1 se conocen también en Madinat Ilbira, donde pueden aparecer vidriados en melado, con o sin decoración de manganeso, o decorados en verde y manganeso (Cano Piedra 1990: 27, 33 y Fig. 1.1241 y 1245). El contexto de hallazgo de las piezas de Elvira se desconoce. Las fuentes escritas mencionan que la población existía en el siglo IX y que fue abandonada a comienzos del XI. El estudio tipológico del material cerámico, en particular de las piezas decoradas en verde y manganeso con paralelos en Madinat al-Zahra, lleva a Cano a situarlo en el siglo X.

Su excavador fecha el testar en el siglo X, tal vez en un momento temprano, basándose en la posición estratigráfica del mismo, en la posible contemporaneidad de los materiales que contenía y en la datación cruzada de la cerámica. En último término, las fechas calendáricas las proporcionan los textos relativos a Bayyana, Madinat al-Zahra y Madinat Ilbira, y la fecha de la lápida fundacional de la rábita de Guardamar (infra), yacimientos con los que cruza sus dataciones. Ahora bien, el mismo Navarro Palazón advierte que las características estratigráficas del depósito, con una serie de niveles inferiores inclinados depositados sobre un terreno en pendiente, que luego se regularizan para seguir depositando sobre ellos desechos, esta vez en capas horizontales, sobre los que, a su vez, se construye un horno, indican que no se formó en un solo momento (Navarro Palazón 1990: 33-34).

Los ataifores de base plana o convexa son precisamente los más abundantes en Madinat al-Zahra, donde aparecen decorados en verde y manganeso. Rosselló los clasifica como ataifor tipo 0 (Rosselló Bordoy 1987: 129 y Fig. 1), y Escudero, como tipo I (Escudero Aranda 1988-90: 128 y Fig. 1) En este caso también se desconoce el contexto estratigráfico preciso de los materiales, cuya datación se infiere de las fechas que proporcionan las fuentes escritas para la ciudad, que sitúan el inicio de su construcción en el año 940, y su abandono o destrucción a comienzos del siglo XI (Labarta y Barceló 1987). Escudero (1988-90), por otra parte, cita el reciente hallazgo de un ataifor de base plana/convexa, decorado en verde y manganeso, en un nivel de habitación inserto

Por otra parte, y como ya advirtieron Acién y Martínez (1989: 124) a partir de la comparación con piezas de Pechina, parece que entre los vertidos se puede detectar la 26

como depósitos de origen no antrópico formados tras el cese del uso de un posible suelo anterior (Acién 1990).

en una secuencia estratigráfica obtenida en la zona norte del complejo, extramuros del mismo. El autor señala que hasta el momento ésta es la única referencia estratigráfica fiable para la cerámica decorada en verde y manganeso de Madinat al-Zahra, y menciona que el ataifor apareció junto a formas de cerámica a torno lento que se sitúan en un momento temprano del siglo X.

Tratándose, pues, de depósitos de origen natural, y por lo tanto de contextos abiertos, es probable que contuviesen materiales redepositados, y en consecuencia se podría esperar la aparición en ellos de cerámica correspondiente a horizontes cronológicos diversos, como de hecho ocurre. A falta de indicadores absolutos contextuales, las formas cerámicas más recientes datables por cronología cruzada (en concreto, las piezas verde y manganeso con paralelos en Madinat al-Zahra) proporcionarían el terminus post quem para la formación del depósito. Sin embargo, al contar con los paralelos tipológicos que proporciona el nivel inferior de Pechina, con datación textual, ciertas formas cerámicas del nivel inferior de Bezmiliana se han podido reconocer como anteriores al califato. Una vez fechadas por datación cruzada con el yacimiento almeriense, su presencia, unida a los datos estratigráficos, es lo que ha permitido plantear la existencia en Bezmiliana de una fase anterior al califato (Acién 1993: 161), contribuyendo a definir este “horizonte emiral” en diversas áreas geográficas.

La ausencia de repié parece ser una característica de los ataifores de los niveles inferiores de Bezmiliana (Rincón de la Victoria) y de la plaza de la Marina de Málaga (Acién y Martínez 1989: 128), así como del testar emiral de la calle Especerías, también en la ciudad de Málaga (Iñiguez y Mayorga 1993: 123). La datación antigua de dicho testar se basa en su posición estratigráfica y en el establecimiento de paralelos tipológicos para sus materiales cerámicos. Resulta especialmente relevante la datación cruzada con Pechina, yacimiento en el que, como se ha expuesto más arriba, se dispone de una secuencia y de indicadores absolutos textuales. En cuanto al contexto estratigráfico de las piezas de la plaza de la Marina, Acién y Martínez mencionan que bajo los grandes recintos califales, posibles almacenes portuarios, identificados en la excavación, “se encontró una necrópolis en la arena de playa vinculada al material precalifal” (Acién y Martínez 1989: 123-124). Según los autores, las referencias fundamentales para la datación de este material son, por una parte, su ausencia de Madinat al-Zahra, y por otra, los datos proporcionados por la excavación de Pechina.

Para nuestra aproximación a la temporalidad de ATFv1 contamos, pues, con contextos abiertos insertos en secuencias con termini ante quos más o menos amplios, uno de los cuales se relaciona con fechas textuales (Pechina), mientras que el resto (contextos malagueños, alfar inferior de San Nicolás) enlazan con fechas calendáricas a través de cronologías cruzadas que conducen a Pechina, Madinat al-Zahra e Ilbira, y, en el caso de San Nicolás, a la rábita de Guardamar.

La información que aporta el nivel inferior de Bezmiliana merece un examen más detallado, por cuanto éste es uno de los contextos que encontramos citados con más frecuencia en la bibliografía en apoyo de una datación temprana de otros contextos o materiales.

Hipótesis de temporalidad: siglos IX-X. ATFv2: La pieza presenta vedrío melado al interior y al exterior con mancha difusa de manganeso en la cara interna. La acumulación de vedrío en el labio y en la zona de la pared exterior bajo el borde hace que éstas presenten una tonalidad más intensa. No se ha podido calcular el diámetro original del recipiente.

Dicho nivel se identificó inmediatamente por debajo de un alfar fechado en el periodo califal por la aparición de ataifores con decoración de verde y manganeso de tipología igual a los de Madinat al-Zahra. En cuanto al nivel inferior, en un principio se interpretó como correspondiente al mismo periodo, dado que en él aparecieron “los mismos ataifores califales” que en el alfar, así como marmitas de cuello curvo del tipo predominante en Madinat al-Zahra, si bien el propio Acién ya hacía notar que junto a estas formas aparecían otras exclusivas de los estratos inferiores y, por lo tanto, ausentes del alfar (Acién 1990). Más adelante, los resultados obtenidos en Pechina contribuyeron a precisar la datación de las formas propias de los estratos inferiores, que fueron clasificadas como anteriores al califato (Acién y Martínez 1989).

Sus características morfológicas muestran similitudes con los ataifores tipo I de Iñiguez y Mayorga, procedentes del testar excavado en la calle Especerías de Málaga y vidriados en marrón o en verde, a veces con decoración en manganeso, o alternando estos colores en la cara interior y exterior (Iñiguez y Mayorga 1993: 123, 125, Lám. 4.1-7). El testar se fecha como emiral a partir de las bases de datación expuestas más arriba (véase ATFv1). Asimismo, lo podemos comparar con los ataifores de borde recto documentados en las viviendas del nivel II de Pechina, que aparecen decorados en verde y manganeso o con cubierta melada y decoración en manganeso (Castillo y Martínez 1991b: 67, Lám. VI.7), y que los autores

Según su excavador, los estratos identificados bajo el nivel del alfar (grava, arena de playa y tierra suelta o arcillosa mezclada con escombros) se pueden interpretar 27

equiparan al tipo “cuenco” de Rosselló (Castillo y Martínez 1993: 103).

De acuerdo con los criterios definidos en el apartado 1.2, el nivel II de Pechina lo podemos clasificar como un contexto abierto en secuencia con indicadores absolutos textuales y con materiales técnicamente próximos a los de Madinat al-Zahra. El testar malagueño y el basurero mallorquín son contextos abiertos en secuencia con datación cruzada. En el caso del primero, sin embargo, es posible una delimitación más ajustada de la temporalidad del depósito por la sucesión de elementos próximos en el tiempo.

Como ya hemos mencionado (véase ATFv1), la mayor parte del material de este segundo nivel procede del abandono o de la última ocupación del conjunto. A partir de los datos estratigráficos, de las fechas textuales y del estudio tipológico de la cerámica, el nivel II de Pechina se puede considerar posterior al siglo IX, posiblemente fechable hacia mediados o segunda mitad del siglo X. Duda, en su estudio de materiales descontextualizados del museo y la alcazaba de Almería, publica algunos ejemplares que ofrecen paralelos para la depresión de Vera. En particular, el ataifor representado en la figura 20.d, vidriado melado en ambas caras y con decoración en manganeso (Duda 1972: 403, Fig. 20.d). Basándose en criterios estilísticos y en la comparación con otros yacimientos (Córdoba, Madinat al-Zahra e Ilbira), la autora fecha la cerámica almeriense con este tipo de cubierta y decoración entre la segunda mitad del siglo X y el siglo XI.

Con los datos disponibles, los materiales de Balaguer tienen que ser considerados como materiales sin contexto estratigráfico procedentes de un asentamiento puesto en relación con fechas textuales. Por último, las piezas descontextualizadas estudiadas por Duda se ubican en el tiempo por datación cruzada basada en criterios estilísticos. Hipótesis de temporalidad: siglo IX - siglo XI-comienzos del siglo XII. ATFv3: Presenta vedrío melado monocromo en ambas caras. Como en el caso de ATFv2, también aquí la acumulación de vedrío en la pared exterior bajo el borde produce una tonalidad más oscura.

Encontramos también similitudes con uno de los ejemplares procedentes de la excavación del pozo nº 5 de la calle Troncoso de Mallorca, incluido en el grupo de ataifores bicolores con vedrío melado y decoración en verde o en manganeso sin forma definida (Pons y Riera 1987: 193 y nº 22).

En la excavación realizada en la zona de las antiguas atarazanas de Almería, en los vertidos que rellenaban y cubrían las piletas de la factoría de salazones romana, inmediatamente al exterior del recinto amurallado, se identificaron platos cuyas características morfológicas se aproximan a las de la forma de la depresión de Vera. Presentan decoración de verde y manganeso o de manganeso sobre fondo verdoso o melado (Domínguez Bedmar et al. 1987: 572-573 y Lám. II.a).

Los materiales cerámicos formaban parte de la basura que rellenaba el pozo, cuya boca apareció tapada con grandes piedras. De acuerdo con los datos publicados, para delimitar la temporalidad del contexto sólo se cuenta con el terminus ante quem proporcionado por niveles superpuestos cuya datación no se especifica, mientras que el conjunto de cerámica se fecha, por datación cruzada, en el siglo XI, con una pequeña representación de materiales del XII.

El final del uso del vertedero se fecha a mediados del siglo X basándose, por una parte, en la propuesta de que los rellenos se debieron depositar antes o contemporáneamente a la construcción de la muralla aparecida también en la excavación e identificada con la de Abd al-Rahman III mencionada en los textos, con cuya edificación se sugiere que cambiaría el uso de la zona, y por otra parte, en el establecimiento de paralelos para el material cerámico.

Por último, los ataifores de tipo III de Giralt Balaguero, procedentes de Balaguer, ofrecen otro término de comparación. Pueden presentar decoración de verde y manganeso sobre blanco, o de manganeso bajo vedrío monocromo con tonalidades que pueden ir del melado al verde claro (Giralt Balaguero 1987: 26 y Fig. 1). El autor sitúa su tipo III entre el segundo tercio del siglo XI y principios del XII basándose en datos estratigráficos, informaciones de los textos relativas a la conquista cristiana de la zona y establecimiento de paralelos formales para la cerámica. Desconocemos, sin embargo, los contextos de procedencia de los materiales13.

Una de las excavaciones realizadas en la muralla de Murcia proporciona otro paralelo para las formas abiertas de borde recto engrosado al exterior, esta vez con cubierta de vedrío verde (Manzano Martínez 1989: Fig. 7. 70/89-1605). El fragmento procede del denominado nivel I, un depósito formado por acumulación que se pudo datar como anterior a la construcción de la muralla dado que en él se excavó la cimentación de las defensas. Estas se fechan en el periodo almorávide en razón de sus características constructivas y de las circunstancias

13 El autor menciona que en Plà d’Almatà se excavó un estrato formado por la acumulación de desechos de alfar (Giralt 1987), si bien no especifica qué materiales contenía. Por otra parte, en Tribuna d’Arqueologia se publicó una breve relación de los resultados de las campañas de excavación llevadas a cabo en Castell Formós y Plà d’Almatà (Tuset y Giralt 1985). En ella se hace referencia a las estructuras arquitectónicas descubiertas en las campañas de los años 80 y a los indicadores cronológicos utilizados para establecer el marco

temporal general del yacimiento, aunque no a la secuencia estratigráfica ni al tipo de contextos excavados.

28

históricas descritas por los textos. La formación del nivel se sitúa en los siglos X-XI a partir de la datación cruzada del material cerámico presente en el mismo.

Hipótesis de temporalidad: mediados/segunda mitad del siglo X a comienzos del siglo XII?. ATFv0: Entre el material de superficie de la depresión de Vera se han identificado dos fragmentos de fondo de ataifor, uno vidriado en melado (fig. 1.1, 6) y otro en amarillo y decorado con líneas de manganeso formando un motivo vegetal (fig. 1.1, 5). Ambos poseen pies anulares de, respectivamente, 6 y 4,5 mm de altura máxima. La existencia de formas abiertas con repié anular de escaso resalte se constata en los niveles inferiores de Bezmiliana y plaza de la Marina en Málaga. En ambos yacimientos conviven con los ataifores sin repié y suelen presentar vedrío melado con líneas de manganeso (Acién y Martínez 1989: 128). Asimismo, en el testar de la calle Especerías, también en Málaga, aparece una pequeña proporción de ataifores con repié (Iñiguez y Mayorga 1993: 123).

El vertedero almeriense lo clasificamos como un contexto abierto sin secuencia con datación cruzada. En el caso de Murcia se trata de un contexto abierto en secuencia con terminus ante quem indicado por la relación estratigráfica con la construcción de la muralla y datación cruzada. No disponemos de indicadores absolutos textuales ni contextuales. Hipótesis de temporalidad: siglos X-XI?. ATFv4: El fragmento correspondiente a esta forma está revestido de vedrío aceitunado al interior y al exterior. La cara interna del borde está recorrida por una banda de manganeso, bajo la cual cae un goterón también oscuro. Corresponde a una pieza de 29 cm de diámetro de boca.

En Pechina, en cambio, los ataifores con repiés similares a los documentados en la depresión de Vera aparecen en las casas del nivel II, mientras que están ausentes del testar del nivel I (Castillo y Martínez 1991b: 67, Lám. VI; 1993: Lám. XVI y XVII). Suelen estar cubiertos de vedrío melado con decoración en manganeso, aunque también existen algunos ejemplares en verde y manganeso.

Encontramos similitudes formales con los ataifores de Madinat al-Zahra tipo II de Escudero Aranda, que el autor identifica con el tipo III de Rosselló, decorados en verde y manganeso (Escudero Aranda 1988-90: 128 y Fig. 2.2). En Almería, en las excavaciones llevadas a cabo en la calle Alvarez de Castro, se registró la presencia de ataifores de “paredes suavemente curvadas, boca amplia y labio apuntado”, forma que apareció decorada tanto en verde y manganeso como en melado y manganeso (García López et al. 1990: 11, Fig. 7. 5024 y 5069).

Asimismo, se han documentado desarrollados en la excavación de la zona atarazanas de Almería, en un vertedero primera mitad del siglo X (Domínguez 1987: 571 y Lám. II.h).

Duda, en su trabajo sobre los materiales conservados en los almacenes de la alcazaba de esta misma ciudad, publica también algunos ejemplares, decorados en verde y manganeso o en melado y manganeso, cuya forma se aproxima a la que estamos tratando (Duda 1972: 385, 405, Fig. 13.f y 21.g).

anillos poco de las antiguas fechado en la Bedmar et al.

En el testar de la calle Marín, también en Almería, se ha constatado la producción de ataifores y jofainas con pie bajo decorados en verde y manganeso (Cantero y Egea 1993: 808, Lám. II). El depósito se atribuye al periodo califal, concretamente a finales del siglo X y principios del XI.

Encontramos también elementos morfológicos comunes con el ataifor tipo II de Giralt Balaguero, descrito como “ataifor de paredes curvas divergentes con suave carena en el interior que marca el inicio del borde” (Giralt Balaguero 1987: 26 y Fig. 1), si bien éste tiene el labio engrosado. Este tipo se ha documentado en Balaguer en niveles fechados en el segundo tercio del siglo XI y a finales del mismo siglo y primeros años del XII.

Otro contexto también de producción es el testar del denominado alfar antiguo de San Nicolás, en la ciudad de Murcia, en el que se ha registrado la presencia tanto de ataifores sin repié como con repié bajo (Navarro Palazón 1990: 34 y Fig. 5). Como elementos de comparación para las piezas de nuestro grupo ATFv0 podemos citar algunos ataifores de Madinat Ilbira, generalmente con decoración de verde y manganeso (Cano Piedra 1990: 26-27 y Fig. 1.a) y de Madinat al-Zahra con esta misma técnica decorativa (Escudero Aranda 1988-90: 128, 141-142).

Las bases para la datación de estos materiales se han comentado más arriba (véase ATFv1 y ATFv2). Nuestra aproximación a la temporalidad de ATFv4 no se puede apoyar, pues, en materiales contextualizados, sino que toma como referencia general los datos cronológicos de los textos relacionables con los espacios en los que hemos identificado paralelos formales.

Por último queremos señalar que también se pueden encontrar formas abiertas con anillos de poco resalte en contextos posteriores, como el pozo 5 del carrer Troncoso, en Mallorca (Pons y Riera 1987: 201).

29

FORMA

TEMPORALIDAD

BIBILIOGRAFIA

ATFv1

IX-XI

véase apdo. 1.3.3

ATFv2

IX-XI-c.XII

véase apdo. 1.3.3

ATFv3

X?-XI?

véase apdo. 1.3.3

ATFv4

m./f.X?-c.XII?

véase apdo. 1.3.3

ATFv0

IX-XI

véase apdo. 1.3.3

Tabla 1.4: Formas de cerámica vidriada presentes en los yacimientos prospectados y sus temporalidades. Las bases para las dataciones de los contextos malagueños, el alfar antiguo de San Nicolás, Madinat Ilbira y Madinat al-Zahra se han discutido más arriba, en relación a las temporalidades de los ataifores ATFv1, y las relativas al nivel superior de Pechina y al pozo mallorquín, en relación a ATFv2. En cuanto al testar de la calle Marín de Almería, el terminus ante quem queda establecido por una pavimentación nazarí y una fosa datada en el siglo XIV que arrasaron la parte superior del vertedero. La datación del depósito se basa en criterios de topografía urbana apoyados en los datos de las fuentes escritas referentes a las fechas de construcción de las murallas califal y taifa de Almería, y en la datación cruzada del material cerámico (Cantero y Egea 1993).

objetivo del presente tabajo, a continuación se han clasificado solamente aquellos fragmentos que ha sido posible comparar con piezas ya publicadas y, en último término, utilizar para la aproximación a las temporalidades de los asentamientos. Como se ha señalado en el apartado 1.2, se presentan por separado las formas con datación tardorromana y las andalusíes14. 1.3.4.1. Cerámica común tardorromana FTE: Fuente (fig. 1.2, 1) Agrupamos bajo este epígrafe una serie de fragmentos de pared cóncava con curva pronunciada, borde entrante y labio redondeado (Al/89/28, 44 y 49). Desconocemos la morfología de las bases, que no se han conservado en ningún caso.

Así, nuestra aproximación a la temporalidad de ATFv0 se apoya en contextos abiertos insertos en secuencias con termini ante quos más o menos amplios. Los contextos de Pechina se ponen en relación con fechas textuales, mientras que el resto se datan por cronologías cruzadas que mayoritariamente conducen a Pechina, Madinat alZahra, Madinat Ilbira y la rábita de Guardamar.

Las piezas están modeladas a mano15, y no presentan elementos de aprehensión ni indicios de decoración. Sólo un ejemplar (Al/89/28) ha permitido reconstruir el diámetro original de la boca del recipiente, que es de 31 cm.

De acuerdo con la documentación consultada, la aparición de los repiés bajos se constata ya en contextos emirales. Su generalización parece que se sitúa en el periodo califal, si bien no se pueden considerar exclusivos de éste, sino que se encuentran tanto en momentos anteriores como posteriores.

En la clasificación morfotécnica elaborada por Reynolds para la cerámica tardorromana modelada a mano de la provincia de Alicante se recopilan algunos ejemplares que guardan notables similitudes, tanto morfológicas como métricas, con la forma que estamos tratando. En concreto, se trata de su forma HW 8.216 (Reynolds 1993: 152, Lám. 69), que el autor describe como fuente de base

Hipótesis de temporalidad: siglo IX - siglo XI. 1.3.4. Cerámica común, o sin barniz ni vedrío 14 Las formas que presentan grupos morfológicos documentados tanto en contextos tardorromanos como paleoandalusíes, junto a otros registrados sólo en contextos andalusíes (es decir, TAP: tapaderas, y TNJ: tinajas), en el texto se han incluido entre las de este segundo periodo. Con vistas a la claridad expositiva, los distintos grupos se han mantenido dentro de la sección de texto dedicada a la forma correspondiente. 15 Para los posibles criterios distintivos de las técnicas de elaboración de los recipientes cerámicos, véase Gutiérrez Lloret (1996: 44-48) y Macias Solé (1999: 32-33) y la bibliografía citada. 16 Con el fin de evitar posibles confusiones, recordamos que las designaciones alfanuméricas utilizadas por Reynolds en su tipología de 1993 cambian con respecto a las del trabajo publicado algunos años antes por el autor (véase Reynolds 1985) : “Cerámica tardorromana modelada a mano de carácter local, regional y de importación en la provincia de Alicante”, Lucentum IV). En el presente trabajo se hará referencia siempre a la nomenclatura más reciente.

En este apartado se ha incluido la cerámica realizada tanto a mano o torneta como a torno, sin barniz ni vedrío, que suele recibir el nombre de común. Quedan excluidas las ánforas, a las que se ha dedicado un apartado específico. En los yacimientos prospectados en la depresión de Vera se han identificado también otras formas además de las tratadas en este apartado. Al estar representadas por fragmentos de pequeño tamaño, generalmente con escasos rasgos distintivos, no ha sido posible identificarlas con tipos de la bibliografía. Dado el

30

Fig. 1.2: Formas de cerámica común tardorromana: fuente y jarra. 1: FTE; 2-3: JRA. 31

plana y borde entrante con diámetros variables entre los 19 y los 35 cm17.

apareció un fragmento de borde de ataifor con vedrío muy oscuro, casi negro (Menasanch y Olmo 1991).

Según Reynolds, el grupo HW8 es típico de Santa Pola, donde abunda el material del siglo IV, y sobre todo de El Monastil (Elda) y La Moleta (Elche), yacimientos con abundante ARS del siglo V. Asimismo, aparecen algunos ejemplares, sobre todo de la forma HW8.2, en el vertedero alicantino de Benalúa (Avda. Oscar Esplá), en el que predominan las formas de ARS del siglo VI.

Piezas similares a las de la depresión de Vera se han identificado también en el Cabezo de Roenas/Begastri, donde se clasifican como cuencos de cerámica común tosca a mano o a torno lento (Amante Sánchez 1984: 97, Lám. II.2, 5). En el yacimiento se ha registrado la presencia de materiales desde el siglo IV ane al periodo altomedieval. En una de las secuencias documentadas, que abarca desde finales del siglo I ane o comienzos del I ne a los siglos VI-VII ne, se menciona la pesencia de cerámicas comunes y toscas en el Estrato II, fechado en los siglos VI-VII ne (Martínez Cavero 1984).

Basándose en su presencia en los yacimientos mencionados, Reynolds propone para el grupo HW8 una datación de mediados o finales del siglo IV y el siglo V, que en el caso de las fuentes HW8.2 se puede prolongar hasta comienzos del siglo VI (Reynolds 1993: 153).

En términos generales la ocupación tardía del sitio está atestiguada, además de por la aparición de diversas formas de cerámica fina (ARS y gris paleocristiana) datadas en los siglos V y VI, por la ampliación de las fortificaciones a finales del siglo V o en el siglo VI, datada a partir de las formas de ARS presentes en los contextos anteriores a la construcción (Ramallo Asensio 1984a; 1984b), por su identificación, a partir de datos epigráficos, con la sede de Begastri, cuyos obispos firman las actas conciliares de 633 a 688 (García Herrero y Sánchez Ferra 1984), y por la existencia de dos epígrafes que mencionan la consagración de otras tantas basílicas a comienzos del siglo VII (Gutiérrez Lloret 1996: 356).

Los materiales utilizados por el autor proceden de contextos sin indicadores absolutos contextuales ni textuales. Por lo tanto, los puntos de referencia calendáricos se establecen por cronología cruzada fundamentalmente a partir de las cerámicas finas presentes en dichos contextos, y en particular de la ARS. Ulteriores matizaciones se introducen cuantificando las clases o formas cerámicas por yacimiento y comparando los conjuntos cerámicos de distintos yacimientos. En la propia depresión de Vera la forma se ha identificado en el Cerro de Montroy (Villaricos), donde apareció, junto con un fragmento de cuenco de Late Roman C forma Hayes 3, en el nivel de arrastre (UE 301) que cubría el abandono de una zona de frecuentación excavada en el sector occidental de la elevación .

Nuestra hipótesis de temporalidad se basa, pues, en datos de contextos abiertos. Los únicos indicadores absolutos son las fechas textuales de Begastri. Sin embargo, carecemos de elementos para ponerlas en relación con los espacios de aparición de la forma en el yacimiento. Por lo tanto, la conexión con fechas calendáricas se realiza a través de las dataciones cruzadas de los yacimientos alicantinos y el Cerro de Montroy.

En un sondeo practicado en el sector septentrional del yacimiento (Sondeo 200) se registró la presencia de varios fragmentos de cerámica a mano, posiblemente de la forma HW8.1 de Reynolds, cuyas características técnicas permitieron, en todo caso, identificarlos con el grupo HW8 de este autor. Aparecieron en el segundo de una serie de cuatro pavimentos o superficies de ocupación de tierra apisonada (UE 209) y en la nivelación o preparación superpuesta a éste y previa a la construcción del tercer pavimento (UE 207). Los dos fragmentos, así como el resto del material cerámico, habían sido reutilizados para la construcción del nivel de tierra apisonada y de la nivelación posterior, técnica muy corriente en el asentamiento.

Hipótesis de temporalidad: mediados o finales del siglo IV a comienzos del siglo VI o posterior. JRA: Jarra (fig. 1.2, 2-3) Incluimos aquí dos fragmentos de hombro y arranque de cuello correspondientes a recipientes cerrados realizados a torno (Al/106/8 y Al/128/1). Ambos se caracterizan por presentar una decoración inicisa a base de motivos de palmetas (Al/106/8) o de bandas a peine, aparentemente onduladas (Al/128/1). En este último caso la pieza presenta también un grafito, probablemente incompleto, en el que parece que se identifica la leyenda “ARCAE”. En un caso (Al/128/1) se ha podido reconstruir el diámetro del cuello, que es de 10 cm.

El terminus post quem para la construcción del segundo pavimento se estableció en la primera mitad del siglo V por cronología cruzada a partir de las ánforas (formas K XXV y K XXVI), mientras que el terminus ante quem lo proporcionó el nivel de ocupación más reciente, en el que 17 En este grupo podemos incluir también otro fragmento (Al/89/30) en el que la concavidad menos acentuada de la pared indica que corresponde a un recipiente más profundo. Por sus características se puede identificar más bien con el cuenco o cazuela forma HW8.1 de Reynolds (1993: 152, Fig. 68 y 144). Sin embargo, dado que el autor no plantea matices cronológicos relevantes entre esta forma y la HW8.2, hemos considerado innecesario tratarlo en un apartado propio.

Keay, en su trabajo sobre las ánforas tardías de yacimientos catalanes, agrupa en su tipo LXX una serie de fragmentos de hombro con decoración de palmetas, similares desde el punto de vista morfotécnico al 32

OLLA: Olla (fig. 1.3) Agrupamos bajo este epígrafe una serie de fragmentos que atribuimos a formas “de cocina” y que, en función de sus características morfológicas, dividimos en:

ejemplar de la depresión de Vera (Keay 1984: 362, Fig.168). El autor sugiere una fecha anterior a mediados o finales del siglo VI basándose en la aparición de la forma en los rellenos de la Torre de la Audiencia en Tarragona (véase apdo. 3.2.2), y cita los hallazgos del Grau Vell de Sagunto, donde la forma aparece en un nivel fechado entre finales del siglo IV y primer cuarto del V.

OLLA1 (fig. 1.3, 1-3): paredes y bordes rectos, salientes o de tendencia vertical, con labios de diversas morfologías: redondeados (Al/19/2, Al/97/27 y 29) o planos sin engrosamiento (Al/58/15, Al/78/18, Al/89/40, Al/96/5, Al/97/28 y 30, Al/103/23) o con engrosamiento al interior (Al/89/32 y 37, AL/124/2) o al exterior (Al/89/39). Incluimos también un fragmento de pared recta y borde entrante con labio plano (Al/97/18). Pueden tener asas de lengüeta (Al/19/2) o mamelón más o menos desarrollado (Al/96/5, Al/97/18, Al/103/23, Al/128/2) próximas al borde18.

Las piezas almerienses se pueden poner también en relación con las jarras y jarros ibicencos con decoración incisa publicados por Ramon (1986: 30-33, Fig. 7.7-12, 10.5). El autor distingue un grupo de materiales que data en la primera mitad del siglo V, y otro del segundo tercio o segunda mitad del siglo VI y siglo VII. Todos se caracterizan por presentar decoración incisa en el hombro y el cuello. Según Ramon, en el primer periodo dicha decoración es únicamente monolineal, mientras que en los materiales bizantinos abundan, junto a ésta, las incisiones múltiples. El motivo de palmetas aparece en ambos momentos.

En ningún caso se aprecian indicios de decoración. Todos los ejemplares están modelados a mano o, en algún caso, a mano o a torneta. Se han podido calcular los diámetros de boca de cuatro recipientes, que miden 17 cm (Al/78/18), 20 cm (Al/124/2), 27 cm (Al/103/23) y 30 cm (Al/19/2). OLLA2 (fig. 1.3, 4-5): paredes entrantes, borde recto saliente, cuello formado por el cambio de orientación paredes-borde, y labio biselado al exterior con o sin engrosamiento también al exterior (Al/89/36 y 38).

La datación de las piezas más antiguas se basa en la información proporcionada por la excavación del edificio A de Can Sorá, en concreto por el relleno III C-2 de la cisterna. Se trata de un nivel derivado de la demolición del edificio tras la destrucción del mismo, y fechado hacia 450-475. Entre los materiales cerámicos aparecieron, además de las jarras incisas y otras formas de cerámica común, ARS y ánforas norteafricanas.

No se observan elementos decorativos. Las piezas fueron modeladas a mano o a torneta. Dado el pequeño tamaño de los fragmentos, sólo se ha podido establecer su orientación de forma aproximada, y no ha sido posible observar la morfología de las bases. Tampoco se han podido reconstruir los diámetros de boca.

En cuanto a los materiales fechados como bizantinos, en parte proceden de necrópolis excavadas a principios de siglo, y en parte de excavaciones en el mencionado yacimiento de Can Sorá, donde se registró también una ocupación cuyo inicio se fecha en el último tercio del siglo VI, mientras que su abandono se sitúa en el siglo VII avanzado, si bien carecemos de detalles acerca de los indicadores cronológicos disponibles y de los materiales cerámicos aparecidos.

OLLA1: Encontramos paralelos para nuestra OLLA1 en las ollas de cuerpo cilíndrico o troncocónico invertido, base plana, dos asas horizontales próximas al borde y labio generalmente plano, que Reynolds registra en sus grupos HW9, HW10 y HW13. Se trata de sus formas HW9a.1, HW9b.1, HW10.6 y HW13.4, equivalentes desde el punto de vista morfológico, aunque no desde el técnico (Reynolds 1993: 153, 155-156, 163, Fig. 69, 71-73 y 77).

Otro término de comparación para los fragmentos de la depresión de Vera lo ofrecen las piezas agrupadas en el tipo W4.3 de Reynolds (1993: 130-131, Fig. 53). La forma se fecha entre c. 450 y mediados del siglo VI por su ausencia del vertedero de Vila-romá, y por las cantidades presentes en el basurero de la avenida de Oscar Esplá del barrio alicantino de Benalúa (véase FTE).

El grupo fundamental para la datación es HW10 (Reynolds 1993: 154 ss.). Según el autor, su ausencia de las balsas de Santa Pola, donde abunda la ARS del siglo V, así como de los niveles del mismo siglo de El Monastil, apuntaría a un inicio de la producción posterior a 500, mientras que la elevada proporción, sobre todo de la forma HW10.6, en el vertedero de Benalúa, indicaría

Así, nuestra aproximación a la temporalidad de las jarras con decoración incisa se apoya en los datos de contextos abiertos fechados por cronología cruzada a partir de la ARS presente en los mismos.

18 Probablemente se puedan incluir también en este grupo el borde Al/131/1, un fragmento de pared con asa de lengüeta (Al/89/33) y otro con asa de mamelón (Al/89/58), y algunos fragmentos de base plana (Al/89/31 y 57, Al/98/11-12, Al/124/4, Al/128/3) modelados a mano. Más dudosos son varios fragmentos de borde con labio redondeado o apuntado, también elaborados a mano o a mano/torneta (Al/32/1, Al/98/8 y 9, Al/103/5).

Hipótesis de temporalidad: primera mitad del siglo V mediados del siglo VI - posterior?

33

Fig. 1.3: Formas de cerámica común tardorromana: olla. 1-3: OLLA1; 4-5: OLLA2. 34

su contemporaneidad con la ARS de c. 500-575 presente en dicho depósito. La continuidad de HW10 en el siglo VII está sugerida por la presencia en los niveles que él denomina “post-ARS” de La Alcudia de formas del grupo ausentes del basurero de Benalúa.

(cerámica fina) presentes en las secuencias de las que forman parte dichos contextos. En la depresión de Vera se ha constatado la presencia de una olla de esta forma en el nivel de ocupación (nivel IV) de uno de los espacios excavados en el sector superior del Cerro de Montroy (Villaricos), al oeste de la torre cuadrangular y adosado a la obra de fortificación (Menasanch y Olmo 1991: 31-32, Fig. 5.1). El contexto, cuyo conjunto cerámico estaba formado predominantemente por materiales modelados a mano o a torneta, se fecha en el siglo VI o posterior por cronología cruzada a partir de un fragmento de cazuela forma Fulford hand-made ware 8.3 (Menasanch y Olmo 1991: 5.3), fechada a su vez en Cartago entre 475-500 y 575600 por su asociación estratigráfica con monedas y con otras cerámicas, en particular ARS (Fulford 1984 a: 31 ss.; 1984 c:161).

Por otra parte, Reynolds señala que la forma HW10.6 equivale a HW13.4. El grupo HW13 (Reynolds 1993: 163-164), representado por materiales sin contexto estratigráfico, presenta estrechas similitudes con HW10, al tiempo que posee una serie de rasgos morfológicos (evolución de formas propias de HW10 y aparición de formas nuevas) y tecnológicos (generalización del uso de la torneta frente al modelado predominantemente manual de HW10) que lo aproximarían a las producciones andalusíes. Con estos datos, el autor plantea que las formas HW10.6 y HW13.4 se sucederían sin ruptura, y propone una datación de comienzos del siglo VI y siglo VII o comienzos del VIII para la primera, y una posible ubicación de la segunda ya a comienzos o mediados del siglo VIII. En cuanto a HW9a.1, la sitúa también en el siglo VI, o tal vez posterior, por su posible asociación en la necrópolis de La Molineta (Mazarrón) con una forma a torno (W2a.12) que, con otras características técnicas (W2b), aparece también en Benalúa (Reynolds 1993: 153).

Ejemplares de este tipo de ollas se han documentado también en la excavación del gran asentamiento rural de Canyada Joana, en Crevillente (Trelis 1993: 310 y Fig. 2.7). En este caso los materiales proceden de los niveles de abandono de dos espacios de habitación, así como del relleno de una serie de fosas próximas a éstos interpretadas como vertederos. Cubriendo en parte a estas fosas se registró la existencia de una pequeña construcción rectangular cuya temporalidad se estableció a partir de los indicadores relativos (posición en la secuencia).

Para sus propuestas de temporalidad, Reynolds parte de la aparición de determinados grupos o formas (HW10.6, W2) en contextos abiertos junto con fósiles directores, fundamentalmente ARS, que, a falta de indicadores absolutos contextuales y textuales, permiten enlazar con puntos de referencia calendáricos. A partir de estos anclajes, se sirve de la comparación de conjuntos cerámicos, estratificados o no, para sugerir delimitaciones de los tiempos de vida de grupos y formas.

El abandono de las viviendas y el final del uso de los vertederos se han datado en el siglo VI por cronología cruzada a partir de la cerámica procedente de ambos contextos, y en particular de las formas de ARS Hayes 91 y 99, así como de un fragmento con estampilla correspondiente al estilo E(i) de Hayes. Recientemente se ha dado a conocer la presencia de una olla del tipo que nos ocupa en los niveles superiores de la ocupación tardía instalada en el solar del teatro romano de Cartagena. La forma se clasifica como cazuela tipo 13 en cerámica tosca de producción local, equivalente desde el punto de vista morfológico, aunque no desde el técnico, a las formas HW10.6 y HW13.4 de Reynolds (Ramallo Asensio et al. 1996: 148-149, Fig. 17.228).

Gutiérrez Lloret (1996: 74-75, Fig. 15) también incluye recipientes de este tipo, clasificados como forma M2.1, en su sistematización de la cerámica tardorromana y paleoandalusí de la cora de Tudmir. Señala que las piezas presentan diámetros de boca entre 18 y 26 cm, y de 35 cm, y distingue dos variantes: una sin asas (M2.1.1), y otra con asas de lengüeta o mamelones desarrollados (M2.1.2).

En el área excavada se ha registrado una secuencia de ocupaciones posteriores al edificio augusteo que se prolonga desde la segunda mitad del siglo V al primer cuarto del VII (véase apdo. 1.3.2). Relativos al denominado barrio bizantino se ha registrado una serie de depósitos interpretados como rellenos de nivelación (fase 10.5), pavimentos y preparados correspondientes a la fundación del conjunto (fase 10.4), pavimentos y preparados superpuestos a los anteriores (fase 10.3), y depósitos derivados de la destrucción de las estructuras (fase 10.2) y del abandono del área (fase 10.1).

En cuanto a la datación, refiere que la forma parece predominante en contextos del siglo VII y primera mitad del VIII, si bien se encuentra también en contextos del siglo V en Los Villaricos (Mula) y del siglo VI en Canyada Joana (Crevillente). La propuesta cronológica de la autora se basa en la aparición de la forma en contextos abiertos insertos en secuencias. El enlace con fechas calendáricas se realiza a través de los indicadores absolutos textuales de Begastri, que aportan datos generales para la fase visigoda del asentamiento, y, sobre todo, de los fósiles directores 35

de tendencia globular y bordes cortos salientes cuyo cambio de orientación respecto a la pared superior del vaso da lugar a un cuello.

En la fase 10.2 se incluyen los materiales aparecidos en el sedimento derivado de la desarticulación de cubieras y muros, y también aquellos otros hallados in situ sobre los pavimentos, aplastados y cubiertos por dicho sedimento. Entre estos últimos se encontraban varias ánforas enteras de las formas Keay XXXII y LXI, aparecidas en la habitación 2, y parece que también la cazuela tosca forma 13, que formaba parte del ajuar de la denominada habitación 3.

La datación propuesta por el autor para los grupos HW10 y HW13, así como los indicadores cronológicos en los que se basa se ha expuesto más arriba (véase OLLA1). Las formas HW10.8-10 se encuentran entre aquellas consideradas más recientes dentro de su grupo por su ausencia de los rellenos del vertedero de Benalúa (Avda. Oscar Esplá).

El contexto de hallazgo de las ánforas y de la cazuela se puede clasificar, pues, como cerrado. Sin embargo, su cronología se establece por el conjunto de materiales de las fases 10.1, 10.2 y 10.3, incluyéndose de esta forma tanto contextos cerrados como abiertos.

En cuanto al tipo HW11.4, al igual que los demás de su grupo sólo se ha identificado en el yacimiento de Fontcalent, en superficie y en niveles de la villa romana con material desde tadorrepublicano/augusteo al siglo V. Por la ausencia de ARS del siglo VI de Fontcalent, y por la similitud de algunas formas de HW11 con formas consideradas tardías de HW10, se propone una datación de finales del siglo VI y siglo VII para el primero (Reynolds 1993: 159).

Estas tres fases se fechan globalmente entre 590 y 625. Dado que no se dispone de indicadores absolutos, las fechas calendáricas se obtienen por cronología cruzada a partir de los fósiles directores, fundamentalmente ARS. El terminus post quem lo proporcionan los materiales de la fase más antigua del barrio bizantino (fase 10.4), mientras que el terminus ante quem se determina a partir de la probable relación del fin del uso de las habitaciones con la ocupación visigoda de Cartagena, situada entre 620 y 625 por las fuentes escritas, fecha a la que apunta también la ARS de las fases 10.3 y 10.2.

Por último, la datación de HW12.2, y del grupo en general, es incierta. Los paralelos con formas de HW10 y HW11 sugerirían igualmente una fecha de finales del siglo VI y siglo VII, si bien el grupo se encuentran también en el Zambo, asentamiento que perdura hasta el siglo IX (Reynolds 1993: 160).

Nuestra aproximación a la temporalidad de la forma se basa, pues, en una serie de contextos predominantemente abiertos, con la excepción de la pieza de Cartagena, procedente de un contexto cerrado. Los únicos indicadores absolutos son las fechas textuales disponibles para Begastri. El resto de las fechas se obtienen por datación cruzada a partir de la cerámica fina, concretamente de la ARS.

En definitiva, las propuestas cronológicas de Reynolds para las formas que nos ocupan se basan en una serie de indicios que parecen apuntar a una temporalidad posterior a finales del siglo VI, así como en la comparación de conjuntos o formas de distintos yacimientos. Las ollas globulares a mano de Fontcalent aparecen sistematizadas por Gutiérrez Lloret en su forma M6.2 (Gutiérrez Lloret 1996: 82, Fig. 19). La autora coincide con Reynolds en datar la forma desde principios del siglo VII, con un origen tal vez anterior, y prolonga su perduración hasta mediados del siglo VIII. En apoyo de su propuesta cita la ausencia del yacimiento de ARS en cantidades significativas, a lo que añade el hallazgo de un grafito sobre cerámica fechado hacia mediados del siglo VI, y de un fals de inicios del periodo islámico.

Así pues, parece posible que la temporalidad de la forma se inicie en el siglo V, aunque los datos son aún escasos. Los contextos de Benalúa, Montroy y Canyada Joana proporcionan un terminus post quem del siglo VI en esos espacios, mientras que la de la pieza de Cartagena se sitúa en el primer cuarto del siglo VII. La perduración a lo largo de este siglo y principios del siguiente vendría indicada por su aparición en los niveles superiores de La Alcudia y, sobre todo, de Begastri.

Por otra parte, la OLLA2 de la depresión de Vera presenta similitudes también con la forma M6.1 (Gutiérrez Lloret 1996: 81, Fig. 19), datada en los siglos VII a IX, quizá sobre todo en el siglo VIII, y con posibles perduraciones formales.

Hipótesis de temporalidad: siglo V? - siglo VI-primer cuarto o primera mitad del siglo VII - segunda mitad del siglo VII a comienzos o primera mitad del siglo VIII? OLLA2: A pesar del pequeño tamaño de los fragmentos de la depresión de Vera, es posible establecer similitudes morfológicas entre las ollas de este grupo y los tipos HW10.8-10, HW11.4, HW12.2 y HW13.5 de Reynolds (1993: 156-157, 159, 160, 163, Fig. 73-74, 76, 77 y 81), que recogen formas similares con características técnicas distintas. En general se trata de recipientes con cuerpos

La datación de la forma carece de anclajes absolutos, y se basa en la comparación de conjuntos cerámicos, estratificados o no, de distintos yacimientos.

36

FORMA

TEMPORALIDAD

BIBILIOGRAFIA

FTE

m./f.IV-c.VI-ps.?

véase adpo. 1.3.4.1

JRA

401-m.VI-ps.?

véase adpo. 1.3.4.1

OLLA1

V?-VI-625/650-650/750?

véase adpo. 1.3.4.1

OLLA2

625/650-VIII?

véase adpo. 1.3.4.1

Tabla 1.5: Formas de cerámica común tardorromana presentes en los yacimientos prospectados y sus temporalidades. Hasta el momento, en ninguno de los yacimientos excavados en la depresión de Vera se han identificado ejemplares claramente atribuibles a la forma OLLA219, si bien se puede advertir cierta proximimidad morfológica de OLLA2 con las marmitas tipo 2 con labio biselado de Fuente Alamo (Cressier et al. 2000), elaboradas tanto a mano o torneta como a torno. El conjunto de cerámica medieval del yacimiento se fecha globalmente entre finales del siglo VIII y el primer cuarto del X a partir de los indicadores cronológicos que se exponen más adelante (véase MAR).

1.3.4.2. Cerámica común andalusí ALC: Alcadafe (fig. 1.4, 1-2) Hemos clasificado como alcadafes un grupo de fragmentos que presentan borde recto saliente con labios de diversa morfología: redondeado engrosado al interior y al exterior (Al/3/167, Al/49/27 y 57), redondeado engrosado al exterior (Al/49/5, 40, 44 y 56), y oblicuo al exterior y engrosado al interior y al exterior (Al/94/34). Cuando se aprecia un tramo de pared, ésta es recta o, en algún caso, ligeramente cóncava, saliente. Desconocemos la morfología de las bases.

Posiblemente la forma a la que atribuimos nuestros ejemplares sea parangonable también con una pieza aparecida en los niveles de destrucción, o fase 10.2, del barrio bizantino excavado sobre el teatro romano de Cartagena.

Considerando estas características, parece que todos los fragmentos corresponden a recipientes de cuerpo troncocónico, o de tendencia troncocónica, invertido. Aunque su tamaño no permite la identificación de perfiles concretos, sugerimos la existencia de dos subgrupos en función del grado de inclinación: 1. bordes con inclinación c. 60°-70° (Al/3/167, Al/49/27, 40, 44, 56 y 57); 2. bordes con inclinación c. 45° (Al/49/5, Al/94/34).

Clasificada como cerámica tosca de producción indeterminada, se equipara morfológicamente a las formas HW10.8 y HW11.4 de Reynolds (Ramallo Asensio et al. 1996: 149, Fig. 19.251). La fase 10.2 se fecha en el primer cuarto del siglo VII sobre las bases especificadas más arriba (véase OLLA1).

El único diámetro que se ha podido reconstruir corresponde a la boca de un recipiente de 38 cm perteneciente al segundo subgrupo (Al/49/5). Excepto un ejemplar, de orientación imprecisa (Al/49/57), los fragmentos más próximos al ángulo recto pertenecen a piezas elaboradas a mano o, más probablemente, a torneta, mientras que los de tendencia más abierta están torneados. Dos fragmentos presentan decoración: uno en el labio, en forma de un motivo impreso de círculos concéntricos (Al/49/56), y otro en la pared exterior, bajo el borde, en forma de cordón aplicado con impontas cóncavas oblicuas (Al/49/40).

Para nuestra aproximación a la temporalidad de la forma son fundamentales los datos de Cartagena, donde ésta aparece en un contexto, inserto en una secuencia, en el que las fechas calendáricas con las que se relacionan las formas de ARS presentes en el nivel de hallazgo, así como en los anteriores, parecen converger con los datos de los textos escritos acerca del momento de la destrucción visigoda de la ciudad. Los datos aportados por Gutiérrez Lloret, en particular los relativos a Fontcalent, la aparición de la forma, o de un tipo similar, en el grupo HW13 de Reynolds, y su similitud con el tipo 2 de Fuente Alamo sugieren una perduración a lo largo de los siglos VII y VIII.

En ninguno de los yacimientos con fases andalusíes excavados en la depresión de Vera se han documentado alcadafes de este tipo20.

Hipótesis de temporalidad: primer cuarto o primera mitad del siglo VII - segunda mitad del siglo VII y siglo VIII?

Identificamos piezas similares a los alcadafes de menor inclinación en el abandono de las casas del nivel superior de Pechina (Castillo y Martínez 1993: 110, Lám. XX.13), fechable a mediados o segunda mitad del siglo X y hasta comienzos del XI sobre las bases expuestas más

19 Posiblemente correspondan a ollas globulares algunos pequeños fragmentos de borde registrados en Cerro de Montroy, procedentes del nivel de ocupación (nivel IV) de la Cata 1 (Menasanch y Olmo 1991: Fig. 5. 4 y 6), practicada al oeste de la torre rectangular. Sin embargo, su reducido tamaño impide una identificación más precisa.

20

La forma alcadafe apareció en superficie en Gatas, si bien el ejemplar de este yacimiento corresponde a un tipo de paredes cóncavas entrantes ausente de los yacimientos prospectados (véase apdo. 1.5.3).

37

Fig. 1.4: Formas de cerámica común andalusí: alcadafe y ataifor. 1-2: ALC; 3-4: ATF. arriba (véase ATFv2), y entre las piezas de superficie del mismo yacimiento publicadas por Duda (1971: 286, Fig. 5.h, k).

Los autores no especifican en qué cruces se apoyan las dataciones de la cerámica utilizada para fechar la primera vivienda. En cuanto a la segunda, remiten en su mayoría a materiales descontextualizados, o de contextos inéditos, procedentes de la propia Almería, de Murcia y de la ciudad de Sevilla.

Asimismo, podemos compararlos con los aparecidos en los niveles superior e inferior de la excavación de urgencia en el Paseo de Almería (Martínez et al. 1986: 8, 11, Lám. I: Nivel I, b, Lám. II.e). En el sondeo se identificó un primer nivel de ocupación al que se superponía un segundo nivel también de ocupación, cubierto a su vez por un derrumbe infrapuesto a sucesivos niveles modernos y contemporáneos. Las dos ocupaciones antiguas y el derrumbe se interpretaron como correspondientes a dos casas andalusíes sucesivas. Como indicadores cronológicos se utilizan sobre todo los materiales cerámicos de ambas casas y, en menor medida, el estilo decorativo de los estucos de la casa superior.

También en el casco urbano de Almería, en la zona de viviendas del antiguo arrabal de al-Musallá excavada en la calle Alvarez de Castro identificamos paralelos para nuestras piezas (García López et al. 1990: 14, Fig. 7.5123A). En este caso no se especifica el contexto de hallazgo de los materiales. El abandono de la zona como área de habitación se pone en relación con la conquista de la ciudad por Alfonso VII de 1147 a 1157 (véase ATFv1). Los alcadafes del nivel precalifal de la plaza de la Marina, en Málaga (Acién y Martínez 1989: 131, Fig. 6.4), ofrecen otro término de comparación. Los indicadores cronológicos y la datación de este depósito se han expuesto más arriba, en relación a la temporalidad de ATFv1.

Mientras que la inferior (primer piso de ocupación) se sitúa entre finales del siglo X y el siglo XI, en la casa superior (segundo piso de ocupación y derrumbe) aparecieron formas que se datan hasta finales del siglo XI, otras de mediados del siglo XII y otras con continuidad en el periodo nazarí. Los estucos de la casa superior, por otra parte, se fechan en c. siglo XIII. 38

Según su excavador, en el yacimiento no se pudo distinguir una secuencia estratigráfica, aunque se aprecian distintas técnicas constructivas que podrían corresponder a diferentes momentos. Con los datos disponibles, el hallazgo de una moneda de la segunda mitad del siglo XI sin contexto estratigráfico resulta poco significativo. La datación de la cerámica se basa en el estudio tipológico y estilístico del material y en la referencia fundamentalmente a las propuestas de Zozaya (1980a y b) y Rosselló Bordoy (1978), apoyadas fundamentalmente en apreciaciones morfológicas y técnicas.

Por último, podemos citar las piezas del despoblado de Casinas, en Arcos de la Frontera (Cavilla y Aranda 1988: 55, Fig. 1.A,D). En su mayoría se trata de hallazgos de superficie, mientras que una parte procede del relleno de dos silos descubiertos fortuitamente durante la explotación de una cantera en el yacimiento. Cavilla y Aranda presentan y estudian conjuntamente ambos grupos de materiales, datando el conjunto cerámico en el siglo XI sobre la base de la cronología cruzada de los ejemplares de verde y manganeso y cuerda seca parcial.

Siempre que los materiales del pavimento inferior de la excavación en el Paseo de Almería estuviesen asociados a su superficie de uso, y no a su construcción, y dado que inmediatamente se le superpone otro pavimento, podríamos clasificarlo como un contexto cerrado en secuencia con datación cruzada. Los niveles inferior y superior de Pechina los clasificamos como contextos abiertos en secuencia con indicadores absolutos textuales y, en el caso del nivel superior, datación cruzada a través de la cerámica verde y manganeso. El testar de la plaza de la Marina y el estrato III de la calle Fuensanta son contextos abiertos en secuencia con datación cruzada. El resto de los materiales carecen de contexto de referencia.

Los recipientes de paredes más abiertas presentan similitudes con ejemplares del testar del nivel inferior de Pechina (Castillo y Martínez 1993: 94, Lám. X.8) y de la mencionada excavación en el arrabal de al-Musallá, en Almería (García López et al. 1990: 14, Fig. 7.4081, 5123B) (véase ATFv1). La forma se encuentra también en el estrato III de las excavaciones en la calle Fuensanta de Murcia (Bernabé y López 1993: 46, Fig. 22.4). En dichas excavaciones se registró la existencia de una gran residencia urbana con varias fases de ocupación construida sobre los restos de una vivenda anterior.

Considerando tanto los alcadafes de paredes más abiertas como los de menor inclinación, y basándonos en las indicaciones de los contextos en secuencia, la temporalidad global de la forma se puede prolongar a partir del siglo IX y a lo largo de los siglos X y XI.

El depósito más antiguo documentado (estrato I) es un nivel de tierra al que se superponen los pavimentos de la mencionada vivienda. Cubriendo estos pavimentos se encontraba el estrato III, un nivel de abandono/destrucción sobre el que a su vez se construyen los pavimentos de la primera fase del palacio posterior.

Ahora bien, hay que advertir que los recipientes de cuerpo troncocónico bajo y paredes más abiertas realizados a torno aparecen también en el alfar de la calle Teulada, en Denia (Gisbert et al. 1991: XX), en el testar de la calle Galdo de Lorca (Martínez y Montero 1989: 468, Lám. 4.3-4), en la fase III del palacio de la calle Fuensanta (Bernabé y López 1993: 52), en el yacimiento granadino de Los Castillejos de Los Guájares (Cressier et al. 1991: Fig. 9.1), o en un nivel con materiales almohades y nazaríes del teatro romano de Málaga, yacimiento en el que la forma aparece también en otro nivel fechado en los siglos X-XI (Acién 1986-87: 226227, 233-234, Fig. 3, Fig. 100). Su presencia en estos espacios indica que se siguieron produciendo y utilizando a lo largo del siglo XII y hasta el periodo nazarí.

Bernabé y López fechan el estrato III hacia mediados del siglo X a partir de la datación cruzada de la cerámica con distintos yacimientos, en particular con el alfar antiguo de San Nicolás y con el nivel I de la rábita de Guardamar. Además de por la datación cruzada de sus propios materiales, el terminus post quem para la formación del estrato III viene indicado por la datación cruzada de la cerámica procedente del estrato I, fechado en un momento anterior a medidados del siglo X. En cuanto al terminus ante quem, dado que la fase I del palacio se fecha a partir de los materiales del estrato III, hay que remitirse a la datación de la fase II, fechada, también por cronología cruzada a partir de la cerámica, entre la segunda mitad del siglo XI y finales del XII.

Hipótesis de temporalidad: siglos IX-XI (alcadafes a torno de paredes más abiertas, también siglo XII y posteriores).

En definitiva, en el palacio de la calle Fuensanta los alcadafes similares a los de la depresión de Vera aparecen en un momento que se sitúa entre la primera mitad del siglo X y la segunda del XI.

ATF: Ataifor (Fig. 1.4, 3-4) Además de los ataifores vidriados, en la depresión de Vera se han identificado algunos fragmentos de ataifores sin vidriar. Tienen borde cóncavo saliente y labio redondeado (Al/94/3) u oblicuo al exterior y engrosado al interior (Al/9/47). Desconocemos la morfología de las bases.

Asimismo, se documentan en el despoblado de Vascos, en Toledo (Izquierdo Benito 1986:118, Fig. 8.1), cuyo material cerámico se fecha en conjunto en los siglos X y XI, si bien no se descarta que algunas piezas puedan corresponder incluso a un momento emiral. 39

años cuarenta del siglo XI22. De este modo, el nivel II se sitúa entre finales del siglo IX y primera mitad del siglo X, y el I, en la segunda mitad del siglo X y primeros años del XI.

Un ejemplar corresponde a una pieza realizada a torno y está cubierto al interior y al exterior por una barbotina pajiza (Al/94/3). El otro (Al/9/47) está modelado a mano o a torneta. En ningún caso se aprecian restos de decoración. No se han podido calcular los diámetros originales de los recipientes21.

Piezas similares a nuestros ATF, clasificadas como ataifores, jofainas o cuencos, aparecen en el estrato I de la calle Fuensanta de Murcia (Bernabé y López 1993: 40, Fig. 15.2, Fig. 16). Como se ha expuesto más arriba (véase ALC), el estrato I es un depósito de tierra infrapuesto a los pavimentos de la vivienda más antigua documentada en la excavación. Bernabé y López lo fechan en un momento anterior a la mitad del siglo X por cronología cruzada a partir del conjunto cerámico con los yacimientos de Guardamar, el alfar antiguo de San Nicolás, Elvira, Pechina y las iglesias de Pisa. El terminus ante quem para su formación lo proporciona el estrato III, fechado también por cronología cruzada en torno a medidados del siglo X.

Los fragmentos de la depresión de Vera se pueden identificar con la forma M.27.3 de Gutiérrez Lloret, modelada a mano, que la autora describe como “recipiente bajo de boca amplia; paredes curvas y exvasadas, borde de labio biselado hacia el exterior”, y fecha a finales del siglo IX y en el siglo X basándose en los datos de la rábita de Guardamar (Gutiérrez Lloret 1996: 93, Fig. 26). Azuar y Gutiérrez (Azuar Ruiz (coord.) 1989: 141) señalan que los ataifores a mano sin vidriar aparecen de forma casi exclusiva en el nivel inferior del yacimiento. Según sus excavadores (Azuar Ruiz (coord.) 1989: 26, 208-209; Gutiérrez Lloret 1996: 377-378), en el yacimiento se detectó una primera ocupación, que se sitúa posiblemente a finales del siglo IX, interpretada como correspondiente a una primitiva musalla. A partir de ésta se desarrolló, ya en el siglo X, un complejo religioso de mayor entidad, con categoría de rábita, del que hasta ahora se han excavado veintiún oratorios, una mezquita y siete estancias de función indeterminada. Más adelante, quizá no más allá del primer cuarto del siglo XI, el complejo se abandonó de forma aparentemente repentina y por causas no violentas, y fue quedando colmatado por la arena. Sobre esta colmatación se produjo el derrumbe de los muros.

En el yacimiento de El Maraute, en Motril, existen piezas a torno y a torneta equiparables a nuestros ataifores de borde redondeado (Gómez Becerra 1993: 185, Fig. 2. 9). La excavación de urgencia en el yacimiento permitió registrar la presencia de pavimentos construidos sobre rellenos que contenían tanto material cerámico romano como fragmentos vidriados, y plantear una reocupación del sitio en el periodo califal, tras el abandono de un asentamiento romano anterior. No se especifica la procedencia estratigráfica del material. En general, la cerámica a torneta del yacimiento se fecha entre un momento avanzado del siglo X y la segunda mitad del XI, o como máximo a finales de este siglo o principios del siguiente, sobre la base de la estratigrafía registrada y, sobre todo, de la presencia junto a estos materiales de ejemplares a torno y vidriados con decoración de cuerda seca y verde y manganeso.

Con respecto a la secuencia, se distinguen dos niveles: el nivel I, documentado por encima de los pavimentos de los edificios de la rábita, que comprende los depósitos derivados del uso, la colmatación, el derrumbe y el abandono del complejo, y el nivel II, documentado por debajo de los pavimentos de los oratorios M-I a M-IV y M-VII, que comprende los depósitos derivados de las actividades desarrolladas en ese espacio desde su primera ocupación hasta la construcción de la rábita.

Los ataifores sin vidriar tanto a mano o torneta como a torno se encuentran también en el alfar del yacimiento malagueño de Bezmiliana (Acién 1986: 245, Fig. 10.3-5), datado como califal por la aparición de ataifores con decoración de verde y manganeso con paralelos en Madinat al-Zahra (véase más arriba ATFv1).

La datación de ambas fases se fundamenta sobre todo en los datos proporcionados por la inscripción encontrada in situ en uno de los muros del oratorio M-III, en la que se cita el año 333 H./944 dne como fecha de fundación del edificio. Esta fecha permite establecer, pues, un terminus ante quem y post quem para los niveles II y I respectivamente. La datación del abandono se ha propuesto a partir de los datos del material cerámico, en particular de la cerámica vidriada, así como de la posible relación del final de la vida del complejo con los terremotos que, según al-Udri, sacudieron la zona en los

Más lejos de la zona de estudio, algunos ejemplares de El Pajaroncillo (Cuenca) (Puch et al. 1986: 112-113, Fig. 5.2) presentan también una notable similitud morfológica con los ATF de los yacimientos prospectados. Las excavaciones, dirigidas al estudio del poblado de la edad del hierro, permitieron documentar, además, una 22 Una fuente adicional de información para la perduración de la vida del conjunto, o de parte de sus elementos, lo constituyen los grafitos incisos en las estancias M-I, M-II y M-III. Los resultados cronológicos de su estudio parecen, sin embargo, controvertidos. Mientras que Mª J. Rubiera y M. Epalza habrían registrado una fecha de los primeros años del siglo XI en una de las inscripciones, C. Barceló no la identifica, y concluye que éstas se debieron realizar en el siglo XII (Azuar Ruiz (coord.) 1989: 183 ss. ).

21

Tal vez se pueda clasificar como ATF el ejemplar a torno Al/94/1, de perfil similar a Al/9/47 y 16 cm de diámetro de boca, aunque también puede tratarse de una tapadera.

40

Fig. 1.5: Formas de cerámica común andalusí: candil. ocupación ibérica seguida de un largo periodo de abandono, tras el cual se registra una reocupación islámica. A esta última se atribuye una pequeña fortificación de planta rectangular situada en el punto más alto del yacimiento, así como once pozos rellenos con materiales de desecho identificados en los cortes abiertos al pie del recinto defensivo. Los materiales andalusíes, entre ellos los ataifores sin vidriar, proceden de los rellenos de estos pozos, datados entre finales del siglo X y el siglo XI a partir de la presencia de ejemplares vidriados, entre ellos un fragmento de plato decorado a la cuerda seca total.

El diámetro de la cazoleta es de 7.5 cm, la altura del gollete 3.5 cm, y la altura total de la pieza 6.5 cm. Desconocemos las dimensiones completas de la piquera, de la que se conserva una longitud máxima de 3.5 cm., si bien la presencia de huellas de fuego permite plantear que su longitud original no debió ser mucho mayor que la observable actualmente. Una línea incisa recorre la parte superior de la cazoleta junto al margen de ésta. La pieza está recubierta de engobe blanquecino. Dadas sus características morfológicas, podemos atribuirla al tipo IV de Rosselló (1971: 145, Fig. 14), si bien es cierto que los candiles de piquera muestran una gran variabilidad formal entre yacimientos, y aun dentro de un mismo asentamiento23.

Nuestra aproximación a la temporalidad de ATF se basa fundamentalmente en tres contextos abiertos en secuencia, uno con indicador absoluto contextual (nivel II de Guardamar), y los otros dos (estrato I de la calle Fuensanta, alfar de Bezmiliana) con datación cruzada que, en el caso de Murcia, remite en parte a la propia rábita. Es, pues, el yacimiento alicantino el que proporciona una fecha anterior a mediados del siglo X para la temporalidad de uso de la forma. Bezmiliana, El Pararoncillo y el Maraute apuntan a una perduración durante los siglos X-XI.

En la depresión de Vera se ha registrado la presencia de candiles de piquera en varios de los yacimientos excavados, aunque no nos son útiles como términos de comparación ya que, o bien corresponden a tipos distintos al que nos ocupa, como ocurre en Fuente Alamo (Cressier et al. 2000), o bien su conservación es demasiado parcial, como en Gatas (Castro et al. 1994b: Lám. C130a.2 y C133.3) y El Argar (Pozo Marín y Rueda Cruz 1991: 71, Fig. 1.e).

Hipótesis de temporalidad: anterior a mediados del siglo X - siglo X - siglo XI?

En términos generales, identificamos similitudes morfológicas entre nuestro ejemplar y las piezas de Pechina, yacimiento en el que los candiles de los niveles I y II corresponden a una misma forma, identificable con el tipo IV de Rosselló (Castillo y Martínez 1993: 97, 113, Lám. XII.1-3, Lám. XXII.8). En el nivel inferior, sin embargo, los cuellos son troncocónicos, y la variante más abundante posee un asa muy volada que se introduce en

CDL: Candil (fig. 1.5) Se trata aquí de un único ejemplar de candil de piquera (Al/97/12). Tiene cazoleta de sección lenticular, base plana y gollete hiperboloide con una ligera inflexión en su parte superior que da lugar a un borde vertical con labio redondeado. El asa, de la que sólo se conservan los extremos, arranca de la inflexión de la cazoleta y termina en la parte superior del gollete, bajo el labio. La piquera ha perdido su extremo distal. La parte conservada es prolongación de la base del recipiente, y está oscurecida por la acción de la llama.

23

Véase, por ejemplo, los candiles publicados por Gutiérrez Lloret (1996: 123-126, Fig. 50), los del alfar antiguo de San Nicolás, o los de Pechina, con referencias bibliográficas en nuestro texto.

41

HOR1 (fig. 1.6, 1): labio recto con proyección horizontal interior (Al/49/34). La pieza está elaborada a mano o a torneta y tiene un diámetro de boca de 28 cm. HOR2 (fig. 1.6, 2): labio redondeado o biselado al interior con engrosamiento a ambos lados, más acentuado al exterior (Al/98/50, Al/103/16). Corresponden a recipientes con diámetros de boca de 26 cm (Al98/50) y 31 cm (Al/103/16), modelados a mano o a torneta. La pieza mayor tiene la superficie interior ennegrecida.

el interior del gollete. Por lo tanto, consideramos que el paralelo más próximo lo ofrecen los candiles del nivel II. De acuerdo con los indicadores cronológicos expuestos más arriba (véase ATFv1), la temporalidad de este nivel debe ser posterior al siglo IX, y se puede situar entre mediados o segunda mitad del siglo X y comienzos del XI. También se han registrado candiles morfológicamente próximos en el alfar inferior de San Nicolás (Navarro 1990: 40, Fig. 8.12, 14), fechado en el siglo X, tal vez en un momento temprano, si bien, sobre la base de consideraciones estratigráficas y tipológicas, parece probable que en el testar se encuentre material de distintos momentos (véase ATFv1).

HOR1: Aunque no hemos podido localizar paralelos propiamente dichos, consideramos que su morfología se aproxima a la de las piezas clasificadas por Gutiérrez Lloret como tananir, u hornillos relacionados etnográficamente con diversos usos, de los que la cocción de tortas de pan parece ser el predominante. Por esta razón, podría tratarse de piezas con una temporalidad no anterior a los siglos VIII o IX (Gutiérrez Lloret 1990-91: 168, Fig. 3).

Bernabé y López (1993: 40, 46, Fig. 22.6) señalan la aparición de candiles del tipo IV de Rosselló en los estratos I y III de la calle Fuensanta. Recordamos que en ambos casos se trata de depósitos de relleno o nivelación, datados, respectivamente, en la primera mitad y a mediados del siglo X a partir de la secuencia excavada y de los paralelos para el material cerámico, principalmente con Guardamar, San Nicolás, Elvira y Pechina (véase ALC).

Hipótesis de temporalidad: incierta. No anterior a los siglos VIII o IX? HOR2: Podemos identificarla con la forma M9.2 de Gutiérrez Lloret (1996: 86-87, Fig. 22), que la autora describe como útil de forma troncocónica abierta por ambos lados con bordes superiores de tipología diversa, con predominio de los bordes engrosados con labio plano, y que, desde el punto de vista funcional, identifica como hornillo o tannur (supra). De las piezas publicadas por esta autora en el trabajo citado, así como en otros anteriores, los paralelos más próximos para nuestros ejemplares los ofrecen los yacimientos alicantinos de Zambo, Sompo y Guardamar (Gutiérrez Lloret 1993: 49, 56, Fig. 6.6, Fig. 9.12-13).

Por último, nuestro candil presenta similitudes con ejemplares de la rábita de Guardamar, en particular con el tipo 6.1 (Gutiérrez Lloret 1989: 120-121), que la autora equipara, en términos generales, al tipo IVa de Rosselló, y que aparece tanto en el nivel inferior como en el superior del yacimiento (Azuar y Gutiérrez 1989: 143). Como ya hemos expuesto, la lápida fundacional del oratorio M-III proporciona la fecha de 944 como terminus ante quem y post quem respectivamente para los niveles infrapuestos y superpuestos a los pavimentos del complejo, mientras que el terminus ante quem se propone situarlo hacia mediados del siglo XI (véase ALC).

Las piezas del Zambo carecen de contexto estratigráfico preciso. A partir del estudio tipológico del material, Gutiérrez Lloret fecha la fase andalusí del yacimento hacia mediados del siglo IX y no más allá de los primeros decenios del siglo X (Gutiérrez Lloret 1996: 388). En cuanto a la pieza del Sompo, la sitúa en los siglos X-XI a partir de su contexto de aparición (Gutiérrez Lloret 1996: 87).

Con respecto a la clasificación de los indicadores cronológicos, puesto que las dataciones cruzadas de los estratos I y III de la calle Fuensanta y del alfar antiguo de San Nicolás remiten en parte a Pechina y Guardamar, son los yacimientos almeriense y alicantino los que proporcionan, en último término, los contextos de referencia y los indicadores absolutos contextuales y textuales para nuestra aproximación a la temporalidad de la forma.

Ahora bien, el yacimiento fundamental para la aproximación a la temporalidad de la forma es Guardamar, donde los hornillos troncocónicos (tipo 14.2), que aparecen en el nivel superior, mientras que están ausentes de los conjuntos situados por debajo de los pavimentos, se fechan como posteriores a 944, con perduración en el siglo XI (Azuar Ruiz (coord.) 1989: 144). Los indicadores cronológicos del yacimiento se han expuesto más arriba (véase ATF). Por otra parte, Gutiérrez Lloret (1996: 87) señala que la forma continúa apareciendo en contextos posteriores, fechados en los siglos XII y XIII e incluso en el XIV.

Hipótesis de temporalidad: siglo X a comienzos o primera mitad del siglo XI. HOR: Hornillo (fig. 1.6) Clasificamos como hornillos o fogones una serie de fragmentos de paredes y bordes rectos entrantes con labios de distintas morfologías. En función de éstas se han distinguido dos grupos:

Hipótesis de temporalidad: siglo IX? - posterior a 944.

42

Fig. 1.6: Formas de cerámica común andalusí: hornillo. 1: HOR1; 2: HOR2 MAR: Marmita (fig. 1.7): Bajo este epígrafe hemos agrupado una serie de piezas de borde cóncavo entrante (Al/3/175, 501 y 502, Al/14/80, Al/49/30, 64, 65 y 75, Al/58/12 y 18, Al/94/33, 35, 40, 50, 51 y 59, y Al/104/3). La variabilidad en la morfología de los labios es amplia, aunque predominan las formas convexas con o sin engrosamiento al interior, seguidas de las biseladas al interior, también con o sin engrosamiento en la parte interna.

incluir también una serie de fragmentos de fondo recto con arranque de pared entrante atribuibles a la misma forma (Al/3/34, Al/14/1-3 y 11, Al/49/73, Al/58/14 y 16, Al/88/15, 16, y Al/94/49), algunos de los cuales conservan trazas de contacto con el fuego. Asimismo, clasificamos como probables marmitas dos fragmentos de pared con mamelones ovales horizontales pertenecientes a piezas modeladas a mano o a torneta (Al/9/7 y Al/14/13).

Ninguna pieza conserva parte tanto del borde como de la base. Sin embargo, dado que se pueden identificar como correspodientes a marmitas de base plana24, es posible

Por último, englobamos aquí algunas piezas que comparten las características morfológicas del grupo pero que, debido a sus variables métricas o a la dificultad de orientación, son de interpretación dudosa (Al/32/2, Al/44/20, Al/88/19, Al/94/45 y Al/103/8).

24 Dado el pequeño tamaño de la mayoría de los fragmentos, cabe la posibilidad de que al menos algunos de ellos pudiesen pertenecer a otras formas, como cazuelas similares a ciertas piezas de la ciudad de Almería (Domínguez Bedmar et al. 1987: Lám. II.b), o a determinados ejemplares de cuenco tipo 1 de Motos Guirao (1993: 210, Fig. 1.4). Sin embargo, puesto que la atribución a una u otra forma no parece decisiva

para la datación, asumimos aquí que todos los fragmentos en estudio pertenecen a marmitas.

43

Fig. 1.7: Formas de cerámica común andalusí: marmita. 1-2: MAR1; 3-9: MAR2. En la depresión de Vera, las excavaciones en Fuente Alamo, El Argar y Gatas han proporcionado paralelos para la forma que estamos tratando.

Con los fragmentos disponibles resulta difícil distinguir con claridad tipos o variantes. Sin embargo, como veremos más adelante, parece que se puede proponer la existencia de dos grupos con temporalidades distintas. 44

el abandono y desarticulación de los espacios identificados en el Sondeo 3 y en su ampliación, o Zona B. En concreto, una parte de la cerámica, entre la que se encontraban varias marmitas del tipo que nos ocupa, apareció in situ, asociada al uso del piso de habitación (subconjunto 2A4) de la estructura del Sondeo 3 y cubierta por el derrumbe de los muros.

En Fuente Alamo se ha constatado, además de una secuencia de asentamientos de la edad del bronce, la existencia de fases correspondientes a los periodos romano y andalusí. A la fase romana parece que se puede atribuir una serie de construcciones identificadas en la parte alta del cerro. Los materiales andalusíes, sin embargo, no se han podido asociar a estructuras arquitectónicas, y una parte procede del nivel superficial formado por erosión y acumulación, y otra, de la excavación de dos de los depósitos que rellenaban un probable corte practicado en los rellenos ibero-romanos de la gran cisterna argárica situada en la cima de la elevación (Cressier et al. 2000.).

Entre las formas identificadas en el yacimiento se encuentran las marmitas de base plana, paredes convergentes y borde generalmente entrante con labio horizontal, biselado o redondeado engrosado al interior. En ocasiones presentan mamelones de base oval alargada, y algunos ejemplares están decorados con una o dos bandas de líneas horizontales onduladas trazadas a peine en la pared exterior, bajo el borde. Todas fueron realizadas a mano o a torneta. El grosor de las paredes es de 4-5 mm, los diámetros de la boca miden alrededor de 150-160 mm, y los de la base, alrededor de 145-210 mm (Castro et al. 1999).

Entre las formas de cerámica documentadas se encontró un grupo de marmitas que los autores y las autoras agrupan en cinco tipos diferentes. Las marmitas del tipo 1 ofrecen un término de comparación para nuestras piezas. Se describen como recipientes de fondo plano y cuerpo casi cilíndrico con bordes entrantes, a veces rectos o, en ocasiones, biselados al interior, con paredes gruesas. Están modelados a mano o a torneta. Pueden tener mamelones, a los que se atribuye una función esencialmente decorativa, y un vertedor formado por una impresión digital (Cressier et al. 2000).

En el yacimiento aparecen también otras formas de cerámica a mano o a torneta, así como cerámica a torno sin vidriar y una pequeña cantidad de cerámica a torno vidriada. Entre este último grupo se encuentra una base de ataifor con repié incipiente y decoración de verde y manganeso y un fragmento de jarrita con un motivo a la cuerda seca parcial, procedentes de los subconjuntos relacionados con el espacio andalusí documentado en la Zona B (véase apdo. 1.5.3).

Partiendo de los paralelos para los materiales estudiados, y en particular para los candiles, en yacimientos con o sin referencias absolutas propias, de la escasez de ejemplares vidriados y de la ausencia de técnicas consideradas típicamente califales, como el verde y manganeso, el melado y manganeso, o la cuerda seca, el asentamiento con el que se relaciona la cerámica andalusí de Fuente Alamo se fecha en el periodo emiral, con una vida que no se prolongaría más allá del primer cuarto del siglo X y que pudo iniciarse ya a finales del VIII.

A partir de la estratigrafía registrada y de la cronología cruzada establecida con varios yacimientos almerienses, murcianos y granadinos, que en último término remite a las fechas absolutas de Pechina, Guardamar, Medina Azahara y Elvira, la vida del asentamiento andalusí de Gatas se ha situado en los siglos X y XI, posiblemente hasta un momento avanzado de éste.

Marmitas similares al tipo 1 de Fuente Alamo han aparecido en El Argar (Pozo y Rueda 1991: Fig. 1.a, b). Los sondeos estratigráficos practicados en el yacimiento permitieron identificar la existencia, por encima de los niveles de la edad del bronce, de un asentamiento andalusí con edificios de piedra, fosas o silos, y restos de actividades de fundición de hierro (Schubart 1993).

Las marmitas de base plana y paredes entrantes de las comarcas meridionales de Alicante, la provincia de Murcia y ciertos yacimientos de Albacete ofrecen también un término de comparación para las piezas de la depresión de Vera. Dichas marmitas han sido estudiadas por Gutiérrez Lloret en sucesivos trabajos (1988, 1993, 1996). En un principio, la autora las englobó en un solo grupo (forma I.A), aunque sugiriendo que dentro de la forma se podía distinguir una evolución morfológica con posible significado cronológico (Gutiérrez Lloret 1988: 172-173, 188). Esta sugerencia quedó formulada explícitamente en un trabajo posterior, en el que plantea que las marmitas de borde entrante indiferenciado son propias del periodo emiral, mientras que las de borde vertical y cuello incipiente decoradas con una o varias bandas horizontales onduladas a peine se atribuirían ya al periodo califal (Gutiérrez Lloret 1993: 49 ss.). La división toma forma tipológica en el trabajo más reciente, con la distinción,

Con respecto a la procedencia de la cerámica andalusí, la información publicada sólo hace referencia a que una parte apareció en el interior del edificio del corte 1, y otra en los rellenos de las fosas. Por las características morfotécnicas del material, en particular por la presencia de escasos vidriados monocromos y la ausencia de verde y manganeso y cuerda seca, éste se sitúa de forma aproximada entre los siglos VIII y X (Pozo y Rueda 1991). Las sucesivas campañas de excavación en el cerro de Gatas (Turre) han permitido constatar la existencia en el sitio de un asentamiento andalusí con una sola fase de ocupación. El material cerámico procede de los subconjuntos relacionados con la construcción, el uso, y 45

los mamelones, más pequeños, de unos 5 cm de longitud. El 84% de las marmitas del nivel inferior están vidriadas, y en algunos casos presentan al exterior una decoración pintada con trazos verticales, mientras que las del nivel superior no recibieron vedrío.

dentro de la serie M4, de las formas M4.1, M4.2 y M4.3 (Gutiérrez Lloret 1996: 76-79, Fig. 17). La forma M4.1 se describe como recipientes de base plana y cuerpo de tendencia cilíndrica con paredes ligeramente convergentes en su parte superior, lo que da lugar a un borde entrante con labios de diversas morfologías. La forma M4.2 se distingue de la anterior por la presencia de una inflexión en el hombro y un cuello apenas indicado, así como por presentar decoración incisa a peine. Por último, la forma M4.3 vuelve a tener borde entrante, y se caracteriza por poseer unas pequeñas asas de cinta verticales muy poco desarrolladas, que en ocasiones pueden alternar con mamelones. También puede estar decorada a peine.

El nivel I de Pechina se puede situar en el siglo IX, mientras que el nivel II debe corresponder a un momento posterior, posiblemente de mediados o segunda mitad del siglo X y primeros años del XI. Las bases para el establecimiento de estas dataciones se han expuesto más arriba (véase ATFv1). En la ciudad de Murcia, en las excavaciones llevadas a cabo en la calle Fuensanta, se registró una amplia secuencia con varias fases de ocupación. Los estratos I y III contenían, entre otros materiales cerámicos, marmitas sin vidriar de base plana y cuerpo cilíndrico con paredes convergentes y bordes entrantes indiferenciados de éstas. Algunos ejemplares presentan mamelones y asas que arrancan del borde. Según los excavadores, es frecuente una decoración incisa a base de líneas horizontales paralelas onduladas trazadas en la pared exterior, cerca del borde (Bernabé y López 1993: 40, Fig. 14.1 y 14.2).

Desde el punto de vista morfológico, nuestras piezas se pueden poner en relación con las formas M4.1 y M4.3, fechadas respectivamente en la segunda mitad del siglo VIII y en el siglo IX con posibles perduraciones en el X y comienzos del XI, y en la segunda mitad del siglo X y principios del XI. Con respecto a las bases de datación en las que se apoya la autora tanto para fechar esta forma como la cerámica paleoandalusí en general, el punto de partida absoluto lo proporciona la fecha de la inscripción fundacional del oratorio M-III de la rábita de Guardamar. Junto a ésta, otros datos, como la fecha textual de fundación de la ciudad de Murcia en 825, el tesorillo de dirhames califales de Almoradí, aparecido en el interior de una marmita de la forma M4.2 sin contexto conocido, o el dirham de plata, también sin contexto, del Forat de Crevillente, fechado entre 846 y 853, proporcionan indicios para la atribución de fechas calendáricas a formas cerámicas y asentamientos paleoandalusíes (Gutiérrez Lloret 1988: 185-186, 1993: 55).

Como se ha detallado más arriba (véase ALC), a partir de la secuencia registrada y de la cronología cruzada del conjunto cerámico, los autores datan el estrato I en un momento anterior a la mitad del siglo X, y el III, en torno a mediados de ese mismo siglo. En la calle Rojo de Lorca se ha documentado la producción de recipientes de este tipo, que se describen como marmitas de base plana y cuerpo cilíndrico elaboradas a torneta (Martínez Rodríguez 1994: 147, Fig. 5.1, 5.3-5). En la excavación se identificó una fundición de hierro del periodo almohade construida sobre un cementerio islámico anterior en el que los enterramientos más recientes se fechan en el siglo XII. Las fosas de las tumbas alteraban a su vez los restos de un testar y un horno de cerámica cuya cámara de combustión se construyó excavando una fosa en un depósito de arrastre anterior.

Puesto que la mayoría de los materiales son hallazgos sin contexto estratigrafico, o, aunque estratificados, proceden de contextos abiertos sin indicadores absolutos contextuales ni textuales (con la excepción de Guardamar), la propuesta de temporalidad se tiene que basar en el establecimiento de dataciones cruzadas o, en palabras de la autora, en “... cronologías relativas, fruto de la comparación de los registros de distintos asentamientos que permita ordenar los conjuntos en un eje diacrónico” (Gutiérrez Lloret 1993: 42).

El material cerámico, y en concreto las marmitas cilíndricas, aparecieron en relación con los restos del testar y la cámara de cocción del horno. Martínez Rodríguez considera que ambas estructuras estuvieron en funcionamiento de forma simultánea. Basándose en el terminus ante quem que proporciona el cementerio superpuesto y en la datación cruzada del material cerámico, propone una fecha entre finales del siglo IX y la primera mitad del X.

Las marmitas a torno lento de base plana y paredes más o menos entrantes con asas de mamelón alargadas se han documentado también en el yacimiento de Pechina, tanto en el nivel II, más moderno, como en el nivel I (Castillo y Martínez 1991: 65-66, Lám. I.2, Lám. III.1-4). Las marmitas del nivel I se describen como recipientes de paredes gruesas y cuerpo cilíndrico, con borde muy reentrante y dos asas de mamelón de unos 7 cm de longitud. En cuanto a las marmitas del nivel II, tienen también cuerpo de tendencia cilíndrica, mientras que las paredes son más finas, los bordes, menos reentrantes, y

Para algunos de nuestros ejemplares encontramos similitudes con marmitas a torno lento o a mano procedentes del yacimiento malagueño de Bezmiliana (Acién 1986: Fig. 2 y 3). La mayoría tienen cuerpo de 46

En los yacimientos excavados en la depresión de Vera se observa que las piezas semejantes a la forma MAR1 aparecen en Fuente Alamo, donde el conjunto de cerámica parece que se puede atribuir a un asentamiento emiral con una sola fase de ocupación, mientras que están ausentes de Gatas, yacimiento también con una sola fase de ocupación, fechada en los siglos X-XI, y donde en cambio sí aparece la forma MAR2. Así, para la zona de estudio planteamos la hipótesis de una mayor antigüedad de las primeras con respecto a la segundas.

tendencia cilíndrica y borde entrante, aunque también aparecen otras de cuerpo más abombado. En ambos casos pueden presentar asas de puente, mamelones con poco relieve, o ambos elementos combinados. Según Acién, aparecen tanto en los depósitos del nivel más antiguo del yacimiento como en el alfar inmediatamente superpuesto a éstos (Acién 1986: 244). Con respecto a la datación, el alfar se fecha en el periodo califal, mientras que en el nivel inferior, además de su posición estratigráfica, la aparición de piezas con paralelos en Pechina sugiere la existencia de una fase anterior emiral. Los indicadores cronológicos de ambos niveles se han discutido más arriba en relación a la temporalidad de ATFv1.

Además de con las marmitas tipo 1 de Fuente Alamo y con las de borde entrante de El Argar, la forma MAR1 se puede poner en relación con la forma M4.1 de Gutiérrez Lloret, con la mayoría de los ejemplares de los niveles I y II de Pechina, con las del estrato I de la calle Fuensanta, en Murcia, con algunas piezas del alfar de la calle Rojo en Lorca (Martínez Rodríguez 1994: Fig. 5.1) y con las marmitas de Bezmiliana.

En Granada podemos citar las piezas de El Maraute (Motril). Realizadas a torneta, presentan base plana y cuerpo cilíndrico con paredes más o menos reentrantes y mamelones o asas de puente pequeñas. En algún caso los labios poseen una acanaladura o un bisel que pudieron servir de apoyo para una tapadera (Gómez Becerra 1993: 176, 180, Fig. 1.1).

La mayor parte de estos contextos son abiertos, insertos en secuencia, y fechados por cronología cruzada. El único con indicadores absolutos propios es Pechina, al que, por otra parte, conducen en último término un buen número de los cruces cronológicos. Una indicación calendárica indirecta la ofrece el dirham de la segunda mitad del siglo IX del Forat de Crevillente, yacimiento en el que también aparecen marmitas similares a nuestras MAR1 (Gutiérrez Lloret 1993: Fig. 5.6-7).

Como ya hemos expuesto (véase ATF), el material a torneta del yacimiento se fecha globalmente entre el siglo X avanzado y la segunda mitad o incluso finales del XI. La similitud de las marmitas cilíndricas con la procedente del pozo nº 5 de la calle Troncoso, en Mallorca, citada por Gómez Becerra, apoyaría esta fecha, si bien el contexto mallorquín también basa su datación en la crononología cruzada (véase ATFv1).

Hipótesis de temporalidad: anterior al siglo IX? - siglos IX-X y comienzos del siglo XI. En la depresión de Vera, posiblemente anterior a la forma MAR2, es decir, siglo IX.

Después de examinar los paralelos formales para nuestras marmitas en varios yacimientos del sur y el sudeste peninsulares, y retomando los ejemplares procedentes de los yacimientos prospectados en la depresión de Vera, consideramos que se pueden distinguir dos grupos:

MAR2 (fig. 1.7, 3-9): Las piezas de este grupo tienen paredes finas, de entre 3 y 5 mm (Al/3/501 y 502, Al/14/80, Al/49/30, 64, 65 y 75, Al/58/12 y 18, Al/94/33, 35, 40, 50, 51 y 59). Los labios son redondeados o biselados, predominantemente engrosados al interior. Los elementos de aprehensión pueden ser mamelones ovales horizontales (Al/49/30 y 65, Al/94/50) o asas de cinta verticales (Al/3/501, Al/49/64), y los diámetros de boca miden alrededor de 12 cm (Al/49/30 y 64) y de 18 cm (Al/3/502). Todas las piezas están realizadas a mano o a torneta. Algunas presentan una decoración a peine con motivo de líneas paralelas horizontales onduladas próxima al borde (Al/49/30 y 64, Al/94/33).

MAR1 (fig. 1.7, 1-2): Clasificamos aquí los fragmentos cuyas paredes presentan un grosor de 6-9 mm (Al/3/175, Al/104/3, y tal vez las piezas dudosas Al/32/2, Al/44/20, Al/88/19 y Al/103/8). Los labios son siempre redondeados, predominantemente sin engrosar. Cuando conservan elementos de aprehensión, éstos tienen la forma de mamelones alargados (Al/44/20, Al/103/8). No se ha podido calcular diámetros. Todas las piezas están realizadas a mano o a torneta. No hay indicios de decoración.

Considerando el grosor de las paredes, posiblemente se pueda incluir también en el grupo MAR2 la mayoría de los fragmentos de fondo plano. Igual que los bordes, pertenecen a recipientes modelados a mano o a torneta. Los diámetros que se ha podido calcular miden 15 cm (Al/14/1- 3, Al/49/73) y 20 cm (Al/14/11, Al/88/15).

Dado el escaso número de fragmentos con los que contamos, así como su pequeño tamaño y los pocos elementos caracterizadores de que disponemos, este grupo se debe considerar tentativo. Por lo tanto, a la hora de establecer la temporalidad de los yacimientos en los que aparece, a su presencia se le ha dado valor de posible indicio.

Las marmitas de la forma MAR2 guardan similitudes con la forma M4.3 de Gutiérrez Lloret, con ciertas piezas del nivel superior de Pechina (Castillo y Martínez 1993: 47

Recientemente, Gutiérrez Lloret (1990-91) ha planteado que, desde el punto de vista funcional, al menos algunos de estos discos se pueden clasificar como platos para la cocción de tortas de pan ácimo o poco fermentado25. En nuestro caso, el diámetro de la pieza, la presencia de una pared breve aproximadamente vertical y, sobre todo, el hecho de que la base no esté tratada y presente lo que parecen huellas de contacto con el fuego, nos ha inclinado a clasificarla como un fragmento de plato de pan, o tabaq.

Lám. XIII.4) y de la calle Rojo de Lorca (Martínez Rodríguez 1994: Fig. 5.4), con las de El Maraute en Motril y, sobre todo, con las del asentamiento andalusí de Gatas. La mayoría de los contextos son abiertos, excepto el nivel de uso (subconjunto 2A4) de Gatas, que por haber aparecido con el ajuar in situ y cubierto por el derrumbe de la estructura se puede clasificar como cerrado (Castro et al. 1999). En cuanto a los indicadores absolutos, sólo el nivel superior de Pechina dispone de fechas calendáricas textuales.

Para el establecimiento de paralelos tipológicos hemos tenido en cuenta todas estas características, si bien, dado que las descripciones de piezas publicadas no siempre hacen referencia a tales particularidades, el elemento fundamental para la comparación ha sido la presencia de un reborde o una pared breve vertical.

Como ya hemos señalado (supra), en la depresión de Vera la forma MAR2 posiblemente tenga una temporalidad posterior, o al menos con un inicio posterior a la de la forma MAR1.

Así, el fragmento de la depresión de Vera se puede equiparar con ciertos ejemplares discoidales de Pechina que presentan base plana irregular y un reborde de sección más o menos cuadrada, semicircular o apuntada y altura variable (Acién 1986: 246, Fig. 12.3; Castillo y Martínez 1993: 101, Lám. XIII.12). En este yacimiento la forma aparece en el nivel II, fechable con posterioridad a finales del siglo IX, y más concretamente hacia mediados o segunda mitad del X y comienzos del XI a partir de los indicadores examinados más arriba (véase ATFv1).

Las marmitas de base plana y paredes reentrantes, modeladas a torneta, son una forma que se sigue produciendo en los siglos XII y XIII. Así lo atestigua, por ejemplo, la presencia de varias piezas en el testar de la calle Galdo de Lorca (Martínez y Montero 1989: 44, Lám. 3.1), fechado entre finales del siglo XII y primera mitad del XIII por la abundancia de ejemplares esgrafiados. Sin embargo, además de que las piezas de este depósito parecen alejarse morfológicamente de las de la depresión de Vera, en nuestro espacio de estudio las marmitas, ya sean de la forma MAR1 o MAR2, no han aparecido en los yacimientos datables del siglo XII en adelante y sin fases anteriores, como Cabrera, Teresa, Cortijo de Gatas o Mojácar La Vieja. Por lo tanto, planteamos que en la depresión de Vera la temporalidad de la forma no debe ir más allá del siglo XI.

Encontramos también similitudes con los discos de reborde vertical procedentes del sondeo practicado en el Paseo de Almería (Martínez et al. 1986: 11, Lám. II, p-q). Aquí la forma se identificó entre los materiales de la más moderna de las dos casas andalusíes documentadas. Como ya hemos expuesto (véase ALC), a esta segunda vivienda se atribuye un piso de ocupación y un derrumbe. No se especifican los contextos de procedencia de la cerámica que, tipológicamente, parece abarcar un lapso de tiempo amplio que se extiende entre finales del siglo XI y el periodo nazarí.

Hipótesis de temporalidad: siglos X-XI. PTO: Plato (Fig. 1.8, 1): Hemos clasificado bajo este epígrafe un fragmento (Al/102/3) de base plana, pared baja que forma con ésta un ángulo algo superior a 90°, y labio redondeado. Mide 3.5 cm de altura y alrededor de 33 cm de diámetro original.

Podemos citar también el yacimiento cordobés de Cercadilla, donde las formas discoidales con reborde se incluyen en el conjunto de cerámica emiral (Fuertes y González 1994: 773, Lám. 3.I-II).

Realizado a torneta o, en todo caso, con un torneado tosco, presenta en la base la impronta de una superficie rugosa, posiblemente arenosa. Su cara exterior está oscurecida, tal vez debido a la acción del fuego.

La excavación permitió documentar un arrabal islámico levantado sobre los restos de un barrio mozárabe, construido a su vez aprovechando lo que quedaba en pie de un gran edificio tardorromano. En el arrabal, a partir sobre todo del estudio de la cerámica, se ha distinguido una fase emiral y otra califal. Su abandono se pone en

Las formas discoidales con labios de distintas morfologías son uno de los elementos frecuentes en los conjuntos cerámicos de los yacimientos tardorromanos y, sobre todo, paleoandalusíes del sur y el sureste peninsulares. Agrupan toda una serie de piezas que comparten la forma circular más o menos plana, pero que presentan una amplia variabilidad morfotécnica (morfología de los labios, presencia o ausencia de asideros y morfología de los mismos, presencia o ausencia de elementos decorativos) y métrica.

25 Según esta autora, en contextos de los siglos VI y VII de Cartagena se encuentran ya cazuelas bajas y de boca amplia que se pueden poner en relación con la panificación, así como con la cocción o el tostado de otros alimentos. El uso de los platos de cocción se registra también a lo largo de las primeras fases andalusíes, y hay testimonios de su utilización en el periodo almohade (Gutiérrez Lloret 1990-91; 1996: 8485).

48

Fig. 1.8: Formas de cerámica común andalusí: plato y tapadera. 1:PTO; 2: TAP2; 3: TAP1. relación con la fitna contra el califato cordobés. El material cerámico estudiado procede de un basurero, un pozo negro y un pozo de agua reutilizado como pozo negro, y su datación emiral se basa fundamentalmente en la casi total ausencia de cerámica vidriada. Hasta el momento no conocemos la composición de los conjuntos califales del yacimiento.

tapaderas. Atendiendo a sus variables morfológicas hemos distinguido dos grupos: TAP1 (fig. 1.8, 3): borde horizontal y labio redondeado engrosado al exterior (Al/49/24 y Al/96/4). Todos los ejemplares están modelados a mano o a torneta. Presentan la superficie exterior alisada, mientras que la interior se deja sin tratar. En un caso (Al/49/24), ésta está ennegrecida. Incluimos también aquí un fragmento de pared horizontal, con características técnicas similares a las descritas, que en su cara exterior presenta una decoración a base de impresiones realizadas con un objeto cilíndrico (Al/103/24). No se aprecian elementos de sujeción. El único diámetro reconstruible (Al/49/24) mide 30 cm. TAP2 (fig. 1.8, 2): pared y borde recto saliente con labio redondeado engrosado al interior y al exterior (AL/94/47) o labio oblicuo engrosado al exterior (AL/49/43). Una pieza está modelada a mano o a torneta con superficie interior y exterior alisada (Al/49/43), y otra posiblemente a torneta con superficie interior sin tratar (Al/94/47). La primera tiene la cara interna y el borde ennegrecidos. Se ha podido calcular un diámetro (Al/94/47), que mide 21 cm.

Por último, en el yacimiento de Vascos encontramos piezas similares a la que nos ocupa, clasificadas también como platos (Izquierdo 1986: 124, Fig. 12.3-4). Algunos ejemplares están fabricados a torno, y otros, a mano. El material cerámico, sin procedencia estratigráfica definida, se fecha en general en los siglos X y XI (véase ALC). Las piezas de la casa superior del Paseo de Almería y del yacimiento de Vascos carecen de contexto estratigráfico de referencia. En cuanto a las de Cercadilla, proceden de contextos abiertos sin secuencia para los que no se dispone de indicadores cronológicos absolutos ni de fósiles directores. Por lo tanto, nuestra hipótesis de temporalidad se basa únicamente en los indicadores del nivel superior del yacimiento de Pechina. Ahora bien, teniendo en cuenta la variabilidad morfológica de este tipo de recipientes y la existencia de formas similares tanto en contextos anteriores como posteriore, se puede suponer para esta forma un tiempo de vida más prolongado.

TAP1: Atendiendo a las variables técnicas y morfológicas, nuestra forma TAP1 se puede indentificar con la forma HW10.11 de Reynolds (1993: 157, Lám. 74-75, 115116), documentada en La Alcudia, el vertedero de Benalúa y el cementerio de Motor de la Hoya en Cox. Se describe como tapadera circular plana, generalmente con asa y con la superficie exterior decorada con impresiones

Hipótesis de temporalidad: siglo X a comienzos del siglo XI (¿anterior y posterior?). TAP: Tapadera (fig. 1.8, 2-3): En los yacimientos prospectados se ha identificado una serie de piezas clasificables como fragmentos de

49

Discos a mano de bordes redondeados, con diámetros variados, han aparecido en los niveles inferior y superior de Pechina (Castillo y Martínez 1993: 82, 101, Lám. III.7, Lám. XIII.10) con una temporalidad de los siglos IX y X, posiblemente al menos hasta los primeros años del siglo XI (véase ATFv1).

o con incisiones de líneas onduladas, aunque hay también ejemplares sin decorar26. La datación del grupo HW10 y los indicadores cronológicos en los que se apoya se han expuesto más arriba (véase OLLA1). Con respecto a las tapaderas, basándose en su escasa presencia en el vertedero de Benalúa frente a su abundancia en La Alcudia, Reynolds propone que, aunque se documenten en el siglo VI, se trataría de una forma característica del siglo siguiente. Igualmente, hace notar que la decoración es un rasgo propio de las piezas de este último yacimiento, mientras que los ejemplares del siglo VI de Benalúa son lisos.

También en la calle Rojo de Lorca se registró la presencia de discos planos con borde engrosado, que en algunos casos conservan asas centrales de cinta. Los diámetros de las piezas están entre los 17 y los 26 cm. Es frecuente la decoración de digitaciones en el borde (Martínez Rodríguez 1994: 148, Fig. 6.1-7). Como ya hemos mencionado (véase MAR), el testar y el horno identificados en la excavación se fechan entre finales del siglo IX y la primera mitad del X.

Asimismo, podemos asimilar nuestras TAP1 a la forma M30.1.1 de la sistematización de Gutiérrez Lloret para el área de Tudmir (Gutiérrez Lloret 1996: 95-96, Fig. 29). A partir de su aparición en distintos yacimientos, de los que podemos destacar Begastri, Zambo y la rábita de Guardamar, la autora fecha la forma entre los siglos VIIX. Por otra parte, propone que en su zona de estudio se pueden distinguir tres grupos métricos que pueden ser también cronológicos: uno de piezas con diámetro superior a 20 cm, características de mediados del siglo VII a mediados del VIII; otro con diámetros entre 15 y 20 cm, presente en asentamientos datados en el siglo IX; y un tercero inferior a 15 cm, propio de contextos del siglo X o principios del XI.

Los discos de entre 18 y 36 cm de diámetro, con borde redondeado sin diferenciar, son frecuentes en el yacimiento granadino de El Castillón de Montefrío (Motos Guirao 1993: 226, Fig. 10.1-13). Dado que no se dispone de datos estratigráficos, la datación del asentamiento se sustenta en el estudio de la cerámica. Considerando sus características tipológicas, y sobre todo los rasgos estilísticos de las piezas vidriadas y sus paralelos en asentamientos de la Marca Media, así como en Pechina, Medina Azahara y Elvira, la mayor parte del conjunto cerámico se fecha en los siglos IX-X.

Según al autora, es frecuente la decoración de la cara externa con motivos incisos, impresos o pintados, de los cuales los dos primeros caracterizan a las tapaderas de gran tamaño.

Asimismo, discos o tapaderas similares a las de las depresión de Vera se han documentado en el yacimiento de Cercadilla, en Córdoba, donde se atribuyen a la fase emiral o de transición a la califal (Fuertes y González 1994: 773, Lám. 3.V). Los indicadores cronológicos del yacimiento se pueden consultar en el epígrafe dedicado a la temporalidad de los platos (PTO).

Con respecto a las bases de datación, los indicadores contextuales y textuales de Begastri se han expuesto en relación a la temporalidad de las fuentes (véase FTE), y los utilizados por la autora para la cerámica paleoandalusí en general, en relación a la temporalidad de las marmitas (véase MAR).

De los paralelos citados, y con los datos disponibles en las publicaciones, parece que podemos afirmar que la mayor parte proceden de contextos abiertos en secuencia. Algunos, como los de El Castillón o El Zambo, carecen de contextos de referencia. En cuanto al nivel de ocupación de Gatas (subconjunto 2A4 del Sondeo 3), por los motivos ya expuestos se puede clasificar como un contexto cerrado (véase MAR).

La forma se puede equiparar a las tapaderas planas de Fuente Alamo, en particular a la variante 1, de borde biselado con arranque de asa y unos 20-22 cm de diámetro (Cressier et al. 2000). También en Gatas han aparecido piezas similares, en particular un ejemplar de 35 cm de diámetro con el borde redondeado y ligeramente engrosado, sin asa y con la cara superior decorada con un motivo rehundido de flor, relacionado con el uso del espacio de habitación excavado en el Sondeo 3 (véase infra, fig. 1.60, 1).

Los indicadores absolutos contextuales los proporciona la rábita de Guardamar, y los textuales, Begastri y Pechina. El resto de los contextos apoyan sus dataciones en cronologías cruzadas con contextos y yacimientos con o sin indicadores absolutos propios.

El conjunto de cerámica de Fuente Alamo se ha fechado como emiral, mientras que la fase andalusí de Gatas se sitúa en los siglos X-XI. Los indicadores cronológicos de ambos yacimientos se pueden consultar más arriba (véase MAR).

Los indicadores absolutos textuales de Begastri y Pechina y los contextuales de Guardamar proporcionan fechas de los siglos VII, IX, y X a comienzos o primera mitad del XI. La aparición de la forma en el vertedero de Benalúa apunta a una temporalidad del siglo VI, mientras que su presencia en el nivel de uso de Gatas permite proponer

26 En concreto, para la decoración de nuestro fragmento Al/103/24, véase Reynolds 1993: Fig. 116.1202-1203.

50

fragmentos de borde parece indicar que éstos se realizaron con ayuda de una torneta o incluso de un torno28.

una prolongación de su tiempo de vida probablemente durante el siglo XI. En cuanto a la posible relación entre el tamaño de las piezas y su ubicación en el tiempo que Gutiérrez Lloret plantea para su zona de estudio, con los datos disponibles hasta el momento parece que no se verifica en la depresión de Vera, donde las piezas de Fuente Alamo (20 y 22 cm) presentan diámetros inferiores a la pieza de Gatas (35 cm) y a la de Alfaix (30 cm), yacimiento que, como veremos más adelante, no se puede fechar con anterioridad al siglo X. Hipótesis de temporalidad: probablemente siglo XI.

siglos

VI

a

X,

TNJ1: Los grandes contenedores de borde entrante sin cuello, morfológicamente próximos a los dolia clásicos, son una de las formas presentes en el yacimiento de El Castillón de Montefrío, donde se clasifican como tinajas tipo 1 (Motos Guirao 1993: 223, Fig. 9.36-41).

En general, el conjunto de cerámicas comunes del yacimiento se fecha en los siglos IX-X a partir de los indicadores ya expuestos (véase TAP1).

y

Pero el paralelo más próximo lo hemos identificado en el gran asentamiento rural de Torralba, en Lorca (Martínez Rodríguez y Matilla Séiquer 1988: Fig. VII.3), donde la forma se incluye en el grupo de las denominadas “cerámicas toscas tardías”.

TAP2: Esta forma no ha aparecido en ninguno de los yacimientos excavados en la depresión de Vera. Atendiendo al diámetro y a la morfología del labio, nuestros ejemplares se pueden aproximar también a la forma M30.1.2 de Gutiérrez Lloret (1996: 95, Fig. 29), si bien ésta tiene la pared horizontal. El paralelo más próximo lo hemos identificado en las tapaderas de pared inclinada del nivel inferior de Pechina (Castillo y Martínez 1993: Lám. III.8).

El yacimiento se conoce por prospección superficial. Los materiales indican una ocupación que se debió prolongar desde el siglo I dne al VII dne, con especial desarrollo entre los siglos V y VII a juzgar por la cantidad de material fechable en ese periodo (Martínez Rodríguez y Matilla Séiquer 1988).

Hipótesis de temporalidad: incierta. Siglo IX? Hipótesis de temporalidad: siglos V-VII y posterior? TNJ: Tinaja (Fig. 1.9): En los yacimientos prospectados se han identificado cuatro fragmentos de borde y cuello (Al/3/32, Al/14/16, Al/19/4, Al/97/22) que interpretamos como pertenecientes a contenedores de gran tamaño27. De acuerdo con su morfología los hemos agrupado en:

TNJ2: A la hora de establecer paralelos morfológicos para esta forma hemos encontrado abundantes ejemplos de contenedores de cuello corto y borde vuelto en yacimientos que se sitúan entre los siglos X y XII (por ej., Duda 1971: 286, Fig. 5.u; Castillo y Martínez 1993: 113, Lám. XXI.1-3; Martínez García et al. 1986: 8, Lám. I: nivel I, c; Cara y Rodríguez 1989: Fig. 6a.2025; Cara y Cara 1992-93: Fig. 11; Aguado et al. 1990: 120, Fig. 3.7; Visquis 1973: Fig. III.B-F).

TNJ1 (Fig. 1.9, 1): borde entrante con labio plano engrosado al interior y al exterior. Sin cuello diferenciado. Diámetro de boca: 19 cm (Al/19/4). TNJ2 (Fig. 1.9, 2-3): cuello y borde entrantes considerando la orientación de la cara interna. Labio convexo engrosado al interior y, sobre todo, al exterior, con ligera acanaladura exterior. Cuello corto. Los diámetros de boca miden 17 cm (Al/3/32) y 24 cm (Al/97/22). TNJ3 (Fig. 1.9, 4):cuello y borde verticales, labio convexo engrosado al interior y, sobre todo, al exterior, con ligera acanaladura exterior. Cuello desarrollado. No se ha podido calcular el diámetro. En el cuello, bajo el borde, presenta un cordón horizontal en relieve decorado con improntas cóncavas oblicuas (Al/14/16).

Sin embargo, las tinajas con bordes entrantes y labios convexos engrosados al interior y, sobre todo, al exterior, parecen ser menos frecuentes. Estos rasgos morfológicos se pueden observar en los contenedores del nivel I de Pechina, que, según Castillo Galdeano y Martínez Madrid 1993: 94, Lám. XI.1) “destacan por tener el borde engrosado con envasamiento y exvasamiento simultáneo”, si bien éstos carecen de cuello diferenciado. El nivel inferior del yacimiento se puede situar en el siglo IX (véase ATFv1).

Excepto en un caso, probablemente realizado a mano o a torneta (Al/19/4), en todos los demás la factura de los

28 Esto no significa necesariamente que ésta fuese la técnica empleada para la elaboración de todos los recipientes, o de todas las partes de un mismo recipiente. Así parece indicarlo una serie de fragmentos de base (Al/3/61, Al/14/21 y 23, Al/49/42, Al/103/17, 18, 20 y 31), que por su diámetro superior a 20 cm y por la orientación de las paredes hemos interpretado como pertenecientes a tinajas, elaborados siempre a mano o a torneta. En este sentido, recordemos que para las tinajas de Pechina se plantea un modelado a mano del cuerpo, al que luego se adheriría un borde fabricado a torno (Castillo y Martínez 1993: 94).

27 Probablemente se puedan atribuir también a tinajas los fragmentos de pared con cordones horizontales aplicados con o sin decoración impresa que aparecen en diversos yacimientos de la depresión de Vera, si bien estos elementos no son exclusivos de dichos contenedores, sino que se pueden utilizar también en otras formas, como barreños y hornillos (Gutiérrez Lloret 1993: Fig. 6).

51

Fig. 1.9: Formas de cerámica común tardorromana y andalusí: tinaja. 1: TNJ1; 2-3: TNJ2; 4: TNJ3. 52

FORMA

TEMPORALIDAD

BIBILIOGRAFIA

ALC

IX-XI.ps.?

véase apdo. 1.3.4.2

ATF

an.944-X-XI?

véase apdo. 1.3.4.2

CDL

X-c./m.XI

véase apdo. 1.3.4.2

HOR1

ps.VII?-XI?-ps.?

véase apdo. 1.3.4.2

HOR2

IX?-ps.944-XI?-ps.?

véase apdo. 1.3.4.2

MAR1

an.IX?-IX-c.XI

véase apdo. 1.3.4.2

MAR2

X-XI

véase apdo. 1.3.4.2

PTO

an.X?-X-c.XI-ps.XI?

véase apdo. 1.3.4.2

TAP1

VI-X-XI?

véase apdo. 1.3.4.2

TAP2

IX?

véase apdo. 1.3.4.2

TNJ1

V?-VII?-ps.?

véase apdo. 1.3.4.2

TNJ2

an.X?-X?-XI?

véase apdo. 1.3.4.2

TNJ3

X?-XI?

véase apdo. 1.3.4.2

Tabla 1.6: Formas de cerámica común andalusí presentes en los yacimientos prospectados y sus temporalidades. Pero el paralelo más estrecho, sobre todo para la pieza Al/97/22, se ha identificado en Gatas. Se trata de un fragmento de borde y cuello corto con pared interior entrante y exterior saliente y labio engrosado al interior y al exterior, donde también presenta una acanaladura (véase infra fig. 1.61, 1). El ejemplar apareció en el subconjunto 3A1 de la Zona B, correspondiente al abandono del espacio de habitación andalusí excavado en dicha zona (Castro et al. 1999). El contexto de hallazgo se puede clasificar, pues, como abierto en secuencia. Como se ha mencionado más arriba (véase MAR), la única fase andalusí identificada estratigráficamente en el yacimiento se ha fechado en los siglos X-XI por cronología cruzada a partir de la cerámica.

resolución temporal. En ella influyen la procedencia de los datos utilizados como referencia para las dataciones, los puntos fijos en los que se sustentan las ubicaciones temporales absolutas, y las variaciones en la calidad de la información disponible para unos y otros tiempos y/o espacios. El examen previo de los indicadores manejados en este trabajo para la datación de las formas cerámicas de los yacimientos prospectados nos permite ahora volver sobre estos aspectos y sintetizar y valorar los fundamentos cronológicos de nuestros modelos arqueológicos. La situación varía notablemente del periodo tardorromano al andalusí, y también es desigual para las distintas clases cerámicas. Para el periodo tardorromano contamos con trabajos de síntesis, como los de Hayes (1972, 1980) o Keay (1984), elaborados a partir de amplias bases documentales, que constituyen estados de la cuestión y proporcionan puntos de partida para posteriores avances de la investigación. Sin embargo, lo más importante es que para este periodo se dispone, por una parte, de secuencias estratigráficas propiamente dichas (véase nota 5), como las de Cartago o Sant Antonino di Perti, que permiten contar con indicadores cronológicos relativos bien acotados en el tiempo, y por otra, de abundantes indicadores absolutos contextuales de vida larga (monedas) y, en menor medida, de indicadores textuales. La combinación y multiplicación de estos elementos hace que el grado de probabilidad de los rangos atribuidos a los tipos morfológicos sea relativamente elevado.

Hipótesis de temporalidad: siglos X-XI? (anterior al siglo X?) TNJ3: No conocemos paralelos para esta forma. El perfil del fragmento de la depresión de Vera presenta una similitud general con piezas de cuello cilíndrico o troncocónico de El Maraute (Gómez Becerra 1993: 186, Fig. 3.1). La morfología del labio, sin embargo, se relaciona con la de las tinajas TNJ2. Hipótesis de temporalidad: incierta. Siglos X-XI? 1.4. Los anclajes de las temporalidades

Como se ha señalado en el apdo. 1.2, uno de los puntos conflictivos de los modelos arqueológicos, en particular de los elaborados a partir de datos de prospecciones, es su 53

Ahora bien, esto es aplicable sobre todo a la ARS, debido a que ha recibido mayor atención por parte de los investigadores y las investigadoras, a su relativa abundancia en los asentamientos, y a su variabilidad morfológica en el tiempo29. Frente a ésta, las ánforas, como ya hizo notar Callender (1965, citado en Peacock 1984b: 116), presentan una mayor estabilidad formal, de manera que resulta más problemático identificar evoluciones a las que se puedan atribuir temporalidades tan ajustadas como las de la cerámica fina. Y, lo que es más importante, sus dataciones se infieren en gran medida de las de contextos fechados por datación cruzada a partir de las formas de ARS presentes en ellos.

A estos puntos fijos, a los que remiten de forma mayoritaria las dataciones, se pueden añadir otros, como los proporcionados por las monedas estratificadas de determinados contextos de Marsella y el castro lígur de Sant Antonino, útiles fundamentalmente para la constatación de la pervivencia de ciertos tipos anfóricos. Por último, hay que señalar que la calidad de los indicadores absolutos para los distintos momentos es variable. Así, hemos mencionado cómo los ejemplares numismáticos del siglo V, aunque abundantes, apenas permiten realizar precisiones cronológicas (véase apdo. 1.3.1)30, mientras que los de los siglos VI y VII ofrecen datos más claros y concretos. Ahora bien, en general en los yacimientos que nos han servido como puntos de referencia, los de esta última centuria, además de ser escasos, rara vez se sitúan más allá de las primeras décadas.

En todo caso, es cierto que también para la aproximación a la temporalidad de determinados tipos anfóricos se cuenta con secuencias con sus propios indicadores absolutos contextuales. Así ocurre, por ejemplo, con las ánforas de Cartago estudiadas por Riley (1981), cuyos resultados se recogen en el trabajo de Keay (1984), o con los mencionados yacimientos de Marsella (Bonifay y Piéri 1995) y Sant Antonino di Perti (Murialdo et al. 1988).

De hecho, a partir de un punto del siglo VII aún por precisar, y que parece variar según las áreas geográficas, entramos en una fase conflictiva desde el punto de vista cronométrico. Esto se debe en gran medida a que, con oscilaciones y diferencias espacio-temporales, van dejando de circular por el Mediterráno occidental los productos distribuidos a larga distancia que hasta ahora habían servido como fósiles directores para las dataciones. Esto significa que cada vez se hace más difícil atribuir fechas calendáricas cruzando las dataciones con los antiguos espacios de referencia. En consecuencia, las investigaciones cronoestratigráficas a escala local o regional cobran aún mayor importancia.

En cuanto a las formas de cerámica común a mano propias de los yacimientos tardorromanos del sudeste peninsular, los indicadores cronológicos relativos suelen ser contextos abiertos insertos en secuencias, o más bien en sucesiones de “niveles”, que en secuencias estratigráficas propiamente dichas. Por otra parte, el enlace con fechas calendáricas se realiza a través de la presencia de las formas de cerámica a mano en contextos datados por cronología cruzada a partir de otras clases cerámicas, como las ánforas y, sobre todo, la ARS.

Como hemos hecho constar, en la depresión de Vera contamos con las secuencias obtenidas en el yacimiento de Cerro de Montroy, si bien hasta el momento la información disponible resulta insuficiente para comenzar a elaborar una tipología cerámica que pudiese servir de referencia.

De lo dicho se deduce que el grado de certeza de las temporalidades propuestas para las ánforas y, sobre todo, para la cerámica fina africana, es mayor que el de las propuestas para la cerámica común. Por lo tanto, la presencia de unas u otras clases en los yacimientos influirá en la probabilidad de que las dataciones de éstos se aproximen a sus tiempos reales de vida.

Para el sudeste peninsular, Gutiérrez Lloret (1989, 1993, 1996) ha elaborado una propuesta de definición de los conjuntos cerámicos característicos de los siglos VII y VIII basada fundamentalmente en consideraciones tipológicas. En el estado actual de la investigación, y a la espera de la obtención de nuevas secuencias cronoestratigráficas que contribuyan a contrastar sus hipótesis, ésta constituye el punto de apoyo principal para la identificación de elementos que se puedan atribuir a estos momentos.

Dado que la atribución de fechas calendáricas a los tipos anfóricos y de cerámica a mano se realiza de forma dominante por cronología cruzada a partir de la ARS, los anclajes absolutos para los tiempos de vida de estas formas cerámicas y de los yacimientos en que se encuentren serán sobre todo los de la ARS. Es decir, de acuerdo con la base documental que hemos manejado en el presente trabajo, las asociaciones y “probables asociaciones” de formas de esta clase cerámica con monedas en yacimientos del Mediterráneo oriental, sobre todo Antioquía, y occidental, en particular Cartago, y en menor medida los indicadores textuales, contrastados contextualmente, disponibles para dichos asentamientos.

Así pues, a la hora de valorar la probabilidad de las ubicaciones en el tiempo y de identificar continuidades o discontinuidades en la ocupación del espacio hay que tener en cuenta que, actualmente, en el área de estudio, 30 En este sentido, la secuencia obtenida en el área meridional de Cartago (Avda. Bourguiba), donde ha sido posible situar contextual y textualmente dos puntos fijos en 425 y 533 (supra), ofrece un marco bien acotado en el que contrastar las temporalidades de las formas cerámicas del siglo V.

29

El pormenorizado trabajo de Fulford en Cartago ha permitido proponer también rangos de precisión similar para lo que hemos denominado cerámica común africana (véase tabla 1.2).

54

las dataciones en la segunda mitad del siglo VII y el siglo VIII se basan sobre todo en comparaciones establecidas entre conjuntos de materiales sin contexto estratigráfico.

incidencia de las mencionadas carencias en la interpretación cronológica de muchos materiales y yacimientos andalusíes.

A partir del siglo IX contamos de nuevo con indicadores relativos y absolutos, lo cual, además de facilitar las dataciones en ese momento, contribuye indirectamente a acotar el periodo anterior.

Otro de los factores que determinan la solidez de estas dataciones relativas es que los contextos de referencia cuenten con indicadores absolutos contextuales, preferentemente de vida corta. En la tabla se han sombreado las zonas correspondientes a los contextos e indicadores absolutos susceptibles de proporcionar puntos de anclaje para la atribución de fechas calendáricas y el establecimiento de cronologías cruzadas. De los yacimientos y niveles considerados, sólo Guardamar reúne los requisitos necesarios para situarse en esa zona. Como se puede observar, la fuente de fechas calendáricas más utilizada son las indicaciones de los textos, que han permitido formular hipótesis referentes a los tiempos de vida de determinados espacios.

En lo que se refiere a los indicadores cronológicos relativos, se observa una ausencia prácticamente absoluta de excavaciones estratigráficas debida a la primacía que se sigue otorgando en muchos casos a los estudios tipológicos de conjuntos de materiales sobre el análisis estratigráfico de los yacimientos. Así pues, para la aproximación a las temporalidades de las formas cerámicas carecemos de secuencias estratigráficas, y en el mejor de los casos nos encontramos con sucesiones de lo que se suele denominar “niveles”. Aunque el concepto de nivel carece de definición explícita, parece que posee un doble contenido implícito. Por una parte, físico y espacial, ya que los niveles se individualizan a partir de su posición relativa con respecto a un elemento arquitectónico, con frecuencia un pavimento, o por estar delimitados por un contenedor, como una fosa, una pileta, etc. Y por otra parte, “tipológico”, o, como algunos/as autores/as prefieren, “cultural”, por cuanto se definen a partir de las características morfotécnicas de los objetos que contienen.

En definitiva, contamos con un número limitado de puntos fijos que permiten enlazar con fechas calendáricas. De éstos, sólo el epígrafe in situ de la rábita de Guardamar proporciona un anclaje absoluto contextualizado. El resto son hipótesis no falsadas formuladas a partir de los datos textuales relativos a los asentamientos de Bayyana, Madinat al-Zahra, Madinat Ilbira y, de forma más general, Madinat al-Mariyya. A ellos, excepto al último, remite recurrentemente buena parte de las dataciones cruzadas, y en ellos se fundamentan las aproximaciones a las temporalidades de las formas cerámicas y de los yacimientos estudiados en este trabajo.

Al definir los niveles “físicos” en relación a estructuras arquitectónicas o de otro tipo, como enterramientos, en su registro no se tiene en cuenta la naturaleza y formación de los depósitos que los constituyen, de manera que es probable que se considere como una unidad contextos de origen y naturaleza diversa. En consecuencia, es muy posible que en los niveles “culturales” se agrupen objetos de diferentes procedencias contextuales. De este modo, desde el punto de vista de la cronología, posibles contextos cerrados quedan englobados en conjuntos mayores con carácter de contextos abiertos31, lo que dificulta el acotar y precisar las temporalidades de los niveles registrados aun contando con indicadores absolutos. Así, el propio proceso de excavación, al incidir negativamente sobre los indicadores cronológicos relativos, disminuye la probabilidad de atribuir temporalidades ciertas y precisas a los objetos.

La cantidad y calidad de los indicadores cronológicos disponibles para el periodo andalusí determinan que las temporalidades atribuidas a espacios y categorías de objetos tengan que ser necesariamente dilatadas, lejos de las precisiones posibles para determinadas clases cerámicas tardorromanas32. En suma, las dataciones de los periodos tardorromano y bizantino son las que ofrecen un mayor grado de probabilidad, las del andalusí disponen de bases arqueológicas menos sólidas y se mueven en rangos más amplios, si bien la reciente multiplicación de estudios ha contribuido a identificar sobre todo los periodos más tempranos, en concreto el denominado emiral, difícilmente diferenciable hasta hace escasas décadas, y entre ambos momentos nos encontramos con un periodo de definición más incierta debido a la falta de secuencias e indicadores absolutos.

Por otra parte, como queda reflejado en la tabla 1.7, la gran mayoría de las atribuciones de fechas calendáricas a niveles y objetos se realiza por datación cruzada. Puesto que uno de los requisitos para que estos encadenamientos sean válidos es contar con contextos de referencia cerrados o, en ausencia de éstos, con contextos abiertos bien delimitados estratigráficamente, es fácil advertir la

Hasta el momento la investigación se sigue moviendo dentro de estas limitaciones, a la espera de nuevos “descubrimientos” que aporten novedades o precisiones a los conocimientos actuales, o continuando vías de

31

32

Por ejemplo, los pavimentos o niveles de uso y los abandonos y/o derrumbes que los cubren se suelen considerar un único nivel, y los objetos asociados a unos y a otros se estudian conjuntamente.

Esto ha llevado a algunos autores a intentar paliar esta limitación a través del desarrollo matemático de las aproximaciones tipológicas tradicionales (véase Salvatierra y Castillo 1993b).

55

CONTEXTOS CERRADOS

CONTEXTOS ABIERTOS EN SECUENCIA

CONTEXTOS ABIERTOS SIN SECUENCIA

SIN CONTEXTO

23, 24

INDIC. ABSOL. CONTEXTUALES VIDA CORTA INDIC. ABSOL. CONTEXTUALES VIDA LARGA

1, 2

INDIC. ABSOL. TEXTUALES

DATACION CRUZADA

16, 30

3, 4, 5, 10, 12, 32

6, 7, 8, 9, 11, 14, 15, 17, 20, 21, 26, 28, 31, 33

13, 25, 27, 29

18, 19, 22, 34, 35

Tabla 1.7: Base documental para la datación de las formas cerámicas paleoandalusíes presentes en la depresión de Vera: indicadores cronológicos absolutos y relativos. 1: Pechina nivel I; 2: Pechina nivel II; 3: Almería: C/ Alvarez de Castro; 4: Madinat Ilbira; 5: Madinat al-Zahra; 6: Bezmiliana nivel inferior; 7: Bezmiliana nivel superior; 8: Málaga: plaza de la Marina nivel inferior; 9: Murcia: alfar antiguo de S. Nicolás; 10: Almería: Museo y alcazaba; 11: Ciutat de Mallorca: C/ Troncoso, pozo nº 5; 12: Balaguer; 13: Almería: atarazanas; 14: Murcia: muralla C/ Cánovas del Castillo; 15: Almería: testar C/ Marín; 16: Almería: Paseo de Almería, nivel inferior; 17: Almería: Paseo de Almería, nivel superior; 18: Casinas; 19: Vascos; 20: Murcia: palacio C/ Fuensanta, estrato III; 21: Murcia: palacio C/ Fuensanta, estrato I; 22: El Maraute; 23: Rábita de Guardamar, nivel inferior; 24: Rábita de Guardamar, nivel superior; 25: El Pajaroncillo; 26: Málaga: testar C/ Especierías; 27: Córdoba: Cercadilla; 28: Fuente Alamo; 29: El Argar; 30: Gatas, subconjunto 2A4; 31: Gatas: otros subconjuntos; 32: Almería: medina; 33: Lorca: alfar C/ Rojo; 34: El Castillón de Montefrío; 35: Villa de Torralba. aproximación tipológica sin duda válidas aunque siempre dependientes de las bases necesarias para dotarlas de contenido cronológico.

relativamente recientes han presentado discordancias con los datos históricos o con las hipótesis arqueológicas preexistentes.

En este estado de cosas cabría explorar otras líneas de investigación que permitiesen aumentar la probabilidad de las dataciones y verificar o falsar las hipótesis propuestas. Nos referimos concretamente a la puesta en marcha de programas sistemáticos de cronometría basados en la utilización de procedimientos de datación físico-químicos capaces de medir el tiempo absoluto de los objetos independientemente de sus tiempos sociales, de la cantidad de indicadores relativos o de la disponibilidad de textos históricos o de otros documentos escritos, ya sean monedas, epígrafes, etc.

Ante resultados real o supuestamente anómalos se tiende a descalificar la validez del procedimiento, sin tener en cuenta que, igual que ocurre con cualquier otro método arqueológico de datación, la aplicación del C14 depende de unos principios o condiciones que determinan el grado de confianza de sus resultados. Principios que se refieren a la propia técnica de obtención de fechas, pero también a la teoría de la estratificación arqueológica y a los métodos de excavación. Esto explica por qué en las últimas décadas, y sobre todo a partir de la introducción de dataciones AMS33 y de la calibración dendrocronológica, el uso del C14 se está imponiendo en épocas cada vez más recientes y, a la larga, la validez de sus resultados ha sido reconocida en todos los debates siempre que se ha aplicado rigurosamente. Por lo tanto, como veremos a continuación, la utilización de la datación radiocarbónica

Sin duda se trata de una cuestión polémica, ya que la utilidad de estas técnicas, y en particular de las dataciones radiocarbónicas, está lejos de ser aceptada unánimemente por la arqueología de periodos históricos, que suele aducir que la precisión que ofrecen los textos no es comparable con la obtenida por procedimientos físicoquímicos. En buena parte estas reticencias se deben a que los resultados de algunos de los escasos y asistemáticos intentos de aplicación de la técnica a yacimientos

33

Sigla de Accelerator Mass Spectrometry, término con el que se denomina el método de medición del contenido de C14 basado en la espectrometría de masas combinada con el uso de aceleradores de partículas, que permite datar muestras de tamaño tan reducido como una semilla.

56

pretende, ni un programa de cronometría tiene por qué resultar en unos rangos cronológicos más amplios.

puede ser aplicada, en principio, a cualquier periodo histórico siempre que se tengan en cuenta sus bases arqueológicas y físicas.

Un ejemplo metodológicamente interesante e innovador de la aplicación combinada de distintos métodos de datación al estudio de un asentamiento medieval lo ofrece el poblado perilacustre del siglo XI de Colletière à Chavarines, junto al lago de Paladru (Isère) (Colardelle y Verdel 1993).

No vamos a entrar aquí a discutir en detalle el método y la utilidad de las dataciones radiocarbónicas, sobre los que, por otra parte, existe una extensa bibliografía34. Nos limitaremos a señalar que se trata de una aproximación física, a partir de muestras de material orgánico procedentes de contextos arqueológicos, que proporciona estimaciones en términos absolutos anuales relativas a la edad de cada muestra. Es decir, lo que se obtiene son rangos cronométricos con un grado de probabilidad definido matemáticamente, algo que resulta imposible en la datación relativa. Por lo tanto, su uso no sustituye, sino que complementa al de otros métodos de datación, arqueológicos o históricos, igualmente probabilísticos, con la ventaja de que, en principio, el fundamento de las mediciones radiocarbónicas es independiente de las problemáticas que resultan de la temporalidad social de los materiales arqueológicos.

Situado en un tiempo y un espacio para los que apenas se dispone de fechas textuales, las posiblidades que ofrecía una de las fuentes de información temporal más utilizadas en periodos medievales eran muy limitadas. Con el fin de precisar la datación de la ocupación se implementaron diferentes métodos, lo cual permitió obtener valiosos resultados relativos a la vida del sitio y a las posibilidades de los distintos procedimientos de obtención de fechas calendáricas. Así, el estudio temporal del sitio utiliza los datos obtenidos del análisis tipológico de la cerámica, del material numismático, y de los análisis dendrocronológicos y radiocarbónicos (Colardelle y Verdel 1993: 284 ss.). Consideramos conveniente insistir en que, desde luego, el trabajo no consistió en la simple recopilación de fechas obtenidas sobre muestras más o menos azarosas, ya fuesen cerámicas, numismáticas u orgánicas, sino que se planteó de forma sistemática como una parte fundamental de la investigación.

Como hemos señalado en relación a otros indicadores absolutos, también las muestras para análisis de C14 deben proceder de contextos cerrados o de secuencias estratigráficas cuyos procesos de formación se hayan acotado, y, al igual que éstos, se dividen en muestras de vida corta y de vida larga. Por otra parte, como ocurre con los indicadores numismáticos y con los grupos cerámicos, el grado de probabilidad y precisión de la datación de un contexto arqueológico depende tanto de la calidad como de la cantidad de muestras fechada en él. Asimismo, hay que tener en cuenta que, debido a las fluctuaciones en el tiempo de la cantidad de C14 presente en la atmósfera, para que una fecha radiocarbónica se pueda hacer corresponder a una fecha calendárica es imprescindible su calibración dendrocronológica.

Sin entrar a detallar los planteamientos del trabajo y la aplicación de cada uno de los procedimientos, resumimos brevemente los resultados obtenidos. Gracias a la buena conservación de la madera utilizada en las edificaciones del poblado fue posible fechar la tala de los árboles entre 1003 y 1034. Mientras que de este modo se obtenían datos relativos a la construcción, las características arquitectónicas y los datos sedimentológicos permitieron plantear que el abandono del sitio se debió producir pocos años después de la fecha de tala más reciente.

Por último, es importante señalar que el C14 lo que data es la muestra. En consecuencia, para fechar contextos o actividades arqueológicas se deberá tomar en consideración, además de la naturaleza de los contextos de los que éstas proceden, el conjunto de muestras por contexto, así como los datos aportados por otros procedimientos de datación absoluta35.

Esta datación dendrocronológcia, independiente y de elevada precisión, proporcionó un punto de referencia para la valoración de los resultados obtenidos por otros métodos de datación.

Una de las limitaciones del C14, comentada con frecuencia para descalificar de forma genérica su aplicación a la investigación arqueológica de periodos históricos, se refiere al rango de sus dataciones, que se suele considerar más dilatado que el que pueden ofrecer las formas cerámicas, al menos en casos como el de la ARS, o las monedas. Sin embargo, con frecuencia ni las bases de las dataciones relativas son tan seguras como se

A partir de la aproximación tipológica al material cerámico se obtuvo un rango temporal que abarca, como lapso más limitado, de 950 a 1050. Por su parte, las evidencias numismáticas permitieron un ajuste mayor, ya que sus fechas extremas quedan definidas entre 993 y 1070, con un terminus post quem de 1038 para los ejemplares más recientes. Para delimitar el periodo de circulación de las piezas más modernas se tuvo en cuenta su escaso desgaste, que sugiere que éste debió ser breve.

34 Véase a este respecto las bibliografías de las distintas contribuciones al debate Datació radiocarbònica i calibratge (AA. VV. 1995). 35 Una exposición clara y concisa de los principios teóricos y metodológicos a tener en cuenta al aplicar el C14, así como de los posibles problemas y causas de anomalías, se puede consultar en Castro y Micó (1995).

Por último, se obtuvieron ocho fechas radiocarbónicas sobre muestras de vida corta (piel, semilla y hueso) y de vida larga (madera y carbón). Su calibración ponderada 57

Fase 2: siglo VI y primer cuarto o primeras décadas del VII. Caracterizada por la presencia de ARS F 2.9-11, 50 y 67 (Fulford 1984a) y H 91 C, 99, 103, 104 A/B y 107 (Hayes 1972), de cerámica común africana F “casseroles” 12 (Fulford 1984b), de ánforas K XXVI G, LV, LXI, LXIID y K LXV (Keay 1984), y K LIII C o, más bien, tipo Castrum Perti o similar (Castiglioni et al. 1992, Murialdo 1995), y de ollas de perfil troncocónico invertido, modeladas a mano, tipo OLLA1 (supra).

permitió ubicar la ocupación del asentamiento entre 994 y 1021 con una probabilidad del 68%. Además de que la multiplicación de aproximaciones aumenta la probabilidad de su certeza, lo que aquí nos interesa subrayar es que no sólo las fechas dendrocronológicas y radiocarbónicas son convergentes, como cabe esperar, sino sobre todo que la precisión obtenida por el C14 supera a la de las monedas y, desde luego, aventaja con creces a la de la aproximación tipológica.

Fase 3: segundo cuarto o mediados del siglo VII y siglo VIII. Se trata de una fase con escasos cronoindicadores, lo cual dificulta su definición. Por esta razón nos hemos inclinado a considerarla como una única fase arqueológica distinta de la anterior y posterior, caracterizada por la ausencia de objetos cerámicos importados y posiblemente por el predominio de formas a mano como las ollas troncocónicas OLLA1 y las globulares OLLA2. Hay que señalar, en todo caso, que en determinados yacimientos la hipótesis de su ocupación en la fase 3 se basa en la continuidad en el emplazamiento en relación a las fases anterior y posterior (véase apdo. 1.5.2).

El ejemplo de Colletière constituye una muestra de que existen numerosas posibilidades técnicas y metodológicas de ampliar las bases cronológicas de la arqueología medieval sin necesidad de aguardar el hallazgo imprevisible o la improbable aparición de nuevos documentos históricos, de hacer más sólidos sus anclajes mediante la obtención de fechas absolutas independientes, de obtener verdaderas temporalidades de espacios y objetos concretos, y de precisar la medición de sus tiempos de vida. 1.5. Las temporalidades de los asentamientos

Fase 4: siglo IX. Igual que la anterior, resulta difícil de definir arqueológicamente. Como ya se ha expuesto, el referente fundamental para el Sudeste en este momento lo constituye el conjunto cerámico del nivel I del yacimiento de Pechina y, en menor medida, el del nivel II de Guardamar. El registro arqueológico de la depresión de Vera, aunque ofrece similitudes con ambos conjuntos, no presenta elementos suficientes para establecer un horizonte tipocronológico en relación a los mismos. No obstante, en la propia depresión el conjunto de materiales de la fase andalusí de Fuente Alamo y su comparación con el de Gatas proporcionan puntos de referencia que permiten una definición tentativa de la fase. El elemento fundamental es la marmita a mano MAR1.

La agrupación temporal de las formas cerámicas enumeradas y examinadas permite definir fases arqueológicas en las que articular el tiempo de estudio y los tiempos de vida de los asentamientos. Estos se delimitan examinando las evidencias de cada yacimiento, proponiendo una hipótesis de temporalidad y distinguiendo las fases correspondientes. 1.5.1. Las fases arqueológicas

Como decimos, la división del tiempo de estudio se ha realizado a partir de criterios materiales. Es decir, lo que aquí se define son fases estrictamente arqueológicas establecidas básicamente a partir de los restos cerámicos. Puesto que lo que se pretende es una aproximación dinámica, también se han tomado en consideración los yacimientos de la depresión de Vera inmediatamente anteriores al siglo V, así como los posteriores al siglo XI.

Fase 5: siglos X y XI. La consideración conjunta de ambos siglos se debe, por una parte, a que la cuestión de la perduración de la cerámica considerada del siglo X no siempre está resuelta, y por otra, a la ausencia de referentes claros que permitan discriminar los posibles conjuntos cerámicos del siglo XI, momento apenas definido arqueológicamente en el Sudeste a pesar de las circunstancias históricas de ciudades como Murcia o Almería36. De este modo, las temporalidades posibles e incluso las probables de un buen número de tipos registrados se prolongan al menos durante los dos siglos. Asimismo, el conocimiento aún muy limitado de la cerámica del siglo XII (por ej., Gómez Becerra 1993;

De este modo, se han distinguido las siguientes fases: Fase 0: siglos III y IV. Se define por la presencia de ARS formas H 45A, 50, 58, 59 y 61 A y con decoración estampillada estilo A (ii) (Hayes 1972), de cerámica africana de cocina formas H 23 y 197 (Hayes 1972) y Ostia I, fig. 261 (Atlante 1981), y de ánforas K VI, VII y XXV B (Keay 1984) y San Lorenzo 7 o similar (Villa 1994).

36 En este sentido cabe citar , a título ilustrativo, que en el catálogo de la exposición de cerámica medieval almeriense “Vivir en Al-Andalus” (AA. VV. 1993), en el que se recopilan numerosas piezas procedentes de la provincia y, en buena medida, del casco urbano de Almería, ni un solo ejemplar se fecha en el siglo XI, y tan sólo una marmita a torno lento y seis candiles de piquera se atribuyen a los siglos X-XI. Considerando los datos históricos relativos a la importancia política y económica de al-Mariyya en el siglo XI, resulta difícil explicar este vacío.

Fase 1: siglo V. Sus elementos propios son las formas de ARS F 5.5 y 35.3 (Fulford 1984b) y H 12/102, 61 B, 64, 67, 76, 80 A, 82 var., 84, 87 y 91 A/B, la decoración estampillada estilo D (Hayes 1972), y las fuentes y cazuelas de cerámica común a mano FTE (supra).

58

La segunda tiene forma de comentario a los materiales datados de cada unidad de ocupación, tanto en su conjunto como en relación a otros yacimientos de la depresión de Vera. El resultado de esta doble aproximación es una propuesta de temporalidad para cada yacimiento.

Rosselló Bordoy 1993) dificulta la delimitación de su pervivencia. La definición de la fase se ha apoyado en la información proporcionada por la excavación de Gatas (Castro et al. 1994b, 1999). Los tipos más representativos son el ataifor sin vidriar (ATF), el candil de piquera y cazoleta lenticular (CDL) y, sobre todo, la marmita MAR2.

Dicha propuesta incluye una estimación de su grado de probabilidad, realizada de acuerdo con los siguientes criterios: en primer lugar, la presencia de formas de vida corta indica una alta probabilidad de ocupación del sitio en el momento al que corresponden dichas formas. Cuando se trata de formas de vida larga, se establece que la probabilidad de llegada de las mismas a la depresión de Vera es más alta en el tramo de su rango próximo a la mediana. En todo caso, pueden indicar la existencia de ocupación en cualquiera de los tiempos comprendidos en el lapso total38. Por otra parte, el número de rangos, o de tramos de los rangos de distintas formas que coinciden en un mismo lapso de tiempo se considera indicio de la probabilidad de ocupación del sitio en ese lapso. Cuanto mayor sea el número, mayor será la probabilidad, y a la inversa.

Fase 6: se agrupan aquí los yacimentos con evidencias de ocupación posterior al siglo XI y hasta los siglos XV/XVI. Se ha definido a partir de la presencia de formas y técnicas decorativas como los candiles de pie alto, la técnica del esgrafiado, los ataifores de borde triangular y vedrío monocromo, las cazuelas carenadas con asitas o nervaduras verticales, las tinajas estampilladas o el vedrío blanco con motivos al manganeso. 1.5.2. Temporalidades prospectados

de

los

yacimientos

La atribución de tiempos absolutos a las unidades de ocupación representadas por los yacimientos se ha abordado desde dos perspectivas: estadística y cualitativa.

En cuanto a la ausencia de formas datantes en un lapso de tiempo determinado (por ejemplo, en el siglo V, o en los siglos VII, VIII ó IX), se ha valorado en función de la existencia o no de cronoindicadores para ese momento, de la ausencia o presencia de dichos cronoindicadores en otros yacimentos de la depresión de Vera, y de la existencia de evidencias de ocupación anteriores y posteriores en el sitio de que se trate.

La primera se expresa en forma de gráfico en el que se representan los rangos temporales máximos probables y posibles de las formas de cerámica datadas en cada yacimiento. Para la realización de los cálculos y la elaboración de los gráficos se ha confeccionado una base de datos en la que la temporalidad de cada forma cerámica se ha desglosado en las variables inicio posible, inicio probable, final probable y final posible, a partir de las cuales se han calculado los rangos representados gráficamente37.

Como es obvio, la forma, o las formas, más antiguas, proporcionan el terminus post quem para el inicio de la ocupación, mientras que las más recientes proporcionan el terminus post quem para el abandono.

37 La estructura de la base de datos y los criterios seguidos en la atribución de valores a las cuatro últimas variables son los siguientes: Al/: sigla del yacimiento de que se trate. Nº Frag.: número del fragmento al que hace referencia la información. Forma: tipo morfológico atribuido al fragmento, codificado según los criterios expuestos más abajo. Temporalidad: rango temporal máximo probable y/o posible propuesto para el tipo y expresado literalmente de acuerdo con la información bibliográfica manejada. Los límites posibles van seguidos por el signo ?. Inic.Pos.: valor matemático atribuido al inicio posible de la temporalidad del tipo. Inic.Prob.: valor matemático atribuido al inicio probable de la temporalidad del tipo. Fin.Pro.: valor matemático atribuido al final posible de la temporalidad del tipo. Fin.Pos.: valor matemático atribuido al final probable de la temporalidad del tipo. Las fechas o límites valorados como probables se registran también como posibles, mientras que los posibles se toman en cuenta sólo como tales. Puede ocurrir que una temporalidad sea sólo posible, o que los distintos grados de probabilidad afecten únicamente al inicio o al final de la misma. En ese caso sólo se registran valores en los campos inic.pos., inic.pro., fin.pro. y fin.pos. correspondientes, permaneciendo los restantes en blanco. Cuando las fechas del campo temporalidad indican un siglo sin más precisiones, se toma éste completo, considerando que las centurias comienzan en el año 1 y terminan en el 0.

Cuando las fechas remiten a comienzos, mediados o finales de un siglo, éste se divide en dos grupos de 33 años (comienzos y mediados) y uno de 34 (finales). Si una fecha se encuentra entre dos posibles (por ej., mediados/finales del siglo V, ó 450/500), se toma el límite más antiguo cuando es fecha inicial y el más reciente cuando es final. Cuando una fecha puede ser también anterior o posterior al límite dado, se añaden convencionalmente 50 años al inicio o al final de la temporalidad. 38 Hay que tener en cuenta que, cuando se carece de formas con temporalidades breves, particularmente en el periodo andalusí, los rangos temporales propuestos para los asentamientos de que se trate no significan necesariamente que la ocupación del sitio se prolongue durante todo el lapso de tiempo, sino que se debe situar en algún momento dentro del mismo. Cuando se considera que la ocupación abarca un periodo determinado, se expresa intercalando la preposición “a” entre los numerales de los siglos de que se trate (por ej., siglo II a VI). Cuando se trata de temporalidades de duración indeterminada, comprendidas dentro de un lapso de tiempo, se intercala un guión (por ej., siglos X-XI). Un signo de interrogación siguiendo al numeral de un siglo indica que se trata de una fecha posible. La ausencia de este signo indica fecha probable.

59

Fig. 1.10: Las Alboluncas: materiales de superficie. Alboluncas, Las (AL/118)

Dadas las características de los elementos disponibles, proponemos un marco amplio para la posible ubicación de la temporalidad del asentamiento.

En el yacimiento se ha registrado sólo la presencia de cerámica común, cuya técnica de elaboración es difícil de precisar debido al mal estado de conservación de los fragmentos. Entre los elementos identificables se encuentra un asa de lengüeta y un mamelón alargado (fig. 1.10, AL/118/1, AL/118/2). Asimismo, un fragmento de borde (fig. 1.10, AL/118/4) presenta ciertas semejanzas morfológicas con los dolia del yacimiento de Los Orives, situado en el límite noreste de la depresión y ocupado a partir del siglo V (véase cap. 2).

Hipótesis de temporalidad: finales siglo V-siglo VIII? Fases arqueológicas: 1-3?.

60

Alfaix (AL/49)

Las formas con temporalidades probables proporcionan rangos amplios, al menos de dos siglos, para la ocupación del yacimiento. Teniendo en cuenta tanto las temporalidades probables como las posibles, así como los tipos de rango más breve, la probabilidad se concentra en los siglos X y XI.

superiores de Pechina y Guardamar se puede fechar a partir de la segunda mitad del siglo X (Azuar Ruiz y Gutiérrez Lloret 1989: 134 ss., Castillo Galdeano y Martínez Madrid 1993), si bien su máxima difusión parece situarse en los siglos XI y XII (Casamar y Valdés 1984).

Además de las formas especificadas en la tabla, Alfaix es uno de los yacimientos de la depresión de Vera anterior al siglo XIII con mayor presencia de cerámica vidriada. Los vedríos son generalmente monocromos, melados o verdes, y cubren el interior y el exterior del recipiente. En un caso (fig. 1.11, AL/49/14) el vedrío melado se combina con decoración en manganeso, técnica con una dilatada perduración en el tiempo. Dos fragmentos de ataifor con vedrío melado monocromo interior y exterior y repié alto (fig. 1.11, AL/49/13 y AL/49/21) deben corresponder a un momento posterior al siglo X.

Con los datos disponibles podemos proponer una ocupación del sitio entre los siglos X y XI. Dada la presencia de repiés altos con vedrío monocromo y de posible cuerda seca, la ausencia de marmitas MAR1 y la aparición de decoración ondulada a peine y pequeñas asitas de cinta en las MAR2, que se aproximan a los ejemplares de Gatas, mientras que se alejan de los ejemplares de Fuente Alamo y El Argar, sugerimos una datación avanzada, que comenzaría en la segunda mitad del siglo X y se prolongaría a lo largo del XI y quizá del XII.

Por otra parte, un fragmento de asa con manchón de vedrío verde y líneas de manganeso (fig. 1.11, AL/49/2) se puede atribuir a una jarrita decorada a la cuerda seca parcial, técnica que por su aparición en los niveles

Hipótesis de temporalidad: segunda mitad del siglo X a siglo XI, siglo XII? Fases arqueológicas: 5, 6?.

ATFv3 MAR2 MAR2 MAR2 MAR2 MAR2/fondo ALC ALC ALC ALC ALC ALC TAP2 HOR1 TAP1 500

600

700

800

900

1000

1100

1200

Gráf. 1.1: Temporalidades probables y posibles de las formas cerámicas datadas de Alfaix

61

Fig. 1.11: Alfaix: materiales de superficie. 62

Fig. 1.12: Alfaix: materiales de superficie. 63

Fig. 1.13: Alfaix: materiales de superficie.

64

Barranco Rus (AL/124)

Con los datos disponibles, es probable una ocupación del asentamiento en el siglo VI, aunque no se puede descartar que su vida se iniciase ya en el siglo V y/o se prolongase al menos hasta la primera mitad del VII.

Hipótesis de temporalidad: siglo V - primera mitad del siglo VII, segunda mitad del siglo VII a comienzos del siglo VIII?. Fases arqueológicas: 1-3.

OLLA1 H 91 A-C 300

400

500

600

700

800

Gráf. 1.2: Temporalidades probables y posibles de las formas cerámicas datadas de Barranco Rus.

Fig. 1.14: Barranco Rus: materiales de superficie.

65

Cabezo María (AL/89)

La OLLA2 (fig. 1.16, AL/89/36 Y AL/89/38), con datación probable exclusiva del siglo VII, muestra la ocupación del yacimiento en ese momento, y proporciona el terminus post quem para su abandono40.

Como se observa en el gráfico 1.3, de las formas registradas en el yacimiento, H91A-C y FTE (fig. 1.16, AL/89/28) inician su temporalidad probable ya en el siglo IV, si bien su rango se centra en el V. H84 (fig. 1.15, AL/89/5) y 87A (fig.1.15, AL/89/9), y el estilo decorativo D (fig. 1.15, AL/89/6) se datan exclusivamente en ese siglo. Una ocupación en el mismo es, pues, altamente probable, con un inicio que se puede situar en la primera mitad.

Por último, queremos llamar la atención sobre la presencia en el yacimiento de un grupo de fragmentos cuyas formas, características técnicas y decoración recuerdan a las de las producciones de vajilla importadas, concretamente ARS (fig. 1.15, AL/89/8, AL/89/10, AL/89/11, AL/89/13). Por sus particularidades se pueden poner en relación con alguna de las producciones que Orfila (1993) agrupa bajo la denominación común de terra sigillata hispánica tardía meridional (TSHTM) y fecha en los siglos IV y V.

En cuanto al siglo VI, la temporalidad de las formas H 91C (fig. 1.15, AL/89/3) y F 50 (fig. 1.15, AL/89/15) queda enmarcada dentro de sus límites, lo cual indica la continuidad del asentamiento en esta centuria. A esto hay que añadir que los rangos de H 99 (fig. 1.15, AL/89/7 y AL/89/55), de las ánforas K LXV (fig. 1.15, AL/89/18) y K LIII C o tipo Castrum Perti (fig. 1.15, AL/89/16), y de la forma OLLA1 (fig.1.16, AL/89/32, AL/89/37, AL/89/39 y AL/89/40) se centran en la misma.

Hipótesis de temporalidad: primera mitad del siglo V a primera mitad del siglo VII, segunda mitad siglo VII a comienzos siglo VIII? Fases arqueológicas: 1 a 3.

La presencia de una posible H 82 (fig. 1.15, AL/89/54) y de una, también posible, H 104, apoya la ocupación en los siglos V y VI.

OLLA2 H 91C F 50 H 99 H 99 H 84 Estilo D (H stamp 110?) H 87A H 82 var. K LIII C o S. Ant. 92, f.4.1-4 sim. OLLA1 OLLA1 OLLA1 OLLA1 K LXV = LRA 2 H 91 A-C FTE FTE FTE FTE 300

400

500

600

700

800

Gráf. 1.3: Temporalidades probables y posibles de las formas cerámicas datadas de Cabezo María. .

.39

Según los datos publicados por el equipo de la Universidad de Las Palmas (González Quintero et al. 1990), que también prospectó el yacimiento, en las laderas del mismo se registra la presencia de artefactos calcolíticos o del bronce, terra sigillata y ARS producción D, así como hispanomusulmanes. Por nuestra parte, no hemos localizado indicios de presencia prehistórica ni andalusí. Algunos fragmentos de sigillata se deben considerar intrusivos, y se pueden poner en relación con los vecinos yacimientos romanos imperiales de Curénima I y II.

66

Fig. 1.15: Cabezo María: materiales de superficie. 67

Fig. 1.16: Cabezo María: materiales de superficie. 68

Cadímar (AL/3)

Por otra parte, la presencia de la técnica del esgrafiado, de tinajas estampilladas y de ataifores con repié alto y vedrío sólo al interior apunta a una ocupación o, al menos, una frecuentación en los siglos posteriores, posiblemente en el XII, y probablemente del XIII al XV. Dada la proximidad del yacimiento de Cortijo El Gitano, de temporalidad nazarí, cabe la posiblidad de que los materiales más tardíos de Cadímar se relacionen con el mismo.

La ocupación inicial del sitio se debe remontar al siglo II dne, y se prolonga a lo largo de los siglos III y IV. El siglo V está representado de forma menos precisa. En la muestra registrada faltan formas datadas exclusivamente en el mismo, que en cambio sí aparecen en otros yacimientos. Para el siglo VI la forma más representativa es H 104 (fig. 1.17, AL/3/145), mientras que también aquí faltan otras exclusivas.

Así, en el yacimiento de Cadímar nos encontramos con un asentamiento alto y bajoimperial de envergadura, en el que se registra asimismo la presencia de población tras la conquista andalusí, probablemente en los periodos emiral, califal y taifa, así como en los últimos siglos de alAndalus. Los siglos V y VI también están representados, si bien con menor cuantía de materiales.

En los siglos VII y VIII se observa un vacío que hay que interpretar con cautela, dadas las carencias de estratigrafías y cronoindicadores para este momento, a las que ya se ha hecho referencia (véase apdo. 1.4). La ocupación del sitio en el siglo IX está apoyada por la presencia de marmitas MAR1 (fig. 1.19, AL/3/175). Aunque su temporalidad global es más dilatada, en la depresión de Vera la forma es exclusiva de yacimientos andalusíes tempranos, es decir, emirales-califales, como Fuente Alamo y El Argar, mientras que está ausente del asentamiento de los siglos X-XI de Gatas, a pesar del abundante material registrado en él (supra).

El vacío de los siglos VII y VIII puede deberse a la escasez de indicadores cronológicos, aunque llama la atención la ausencia de OLLA1, tan frecuente en otros yacimientos de la zona. Dada la coincidencia de emplazamiento, nos inclinamos por una continuidad de la ocupación del sitio, probablemente con variaciones de extensión y demografía.

La temporalidad del sitio se debe prolongar a lo largo de los siglos X y XI.

Hipótesis de temporalidad: siglos II a VI, siglo VII a siglo VIII?, siglos IX a X-XI, siglo XII?, siglos XIII a XV. Fases arqueológicas: 0 a 6. Pie.alt.v.in. Esgraf. TNJ est. MAR2/fondo MAR2 MAR2 ALC TNJ2 ATFv0 MAR1 H 104A-B F 2.6-7 Est. A H 59 H 59 Est. A (i)-(ii) (H st. 44) K XXV B H 58 K VI H 50 H 50 H 50 Ostia I, Fig. 18 H 27 H 27 H 23 B H 23 B H 23 B H 23 B H 23 B F "Lids" 1 H 197 H 197 H 196 H 196 H 196 H 23A H 9A H8 H 3B H 3B H3 H3 TSG 0

100

200 300

400

500

600 700

800

900 1000 1100 1200 1300 1400 1500

Gráf. 1.4: Temporalidades probables y posibles de las formas cerámicas datadas de Cadímar.

69

Fig. 1.17: Cadímar: materiales de superficie.

70

Fig. 1.18: Cadímar: materiales de superficie. 71

Fig. 1.19: Cadímar: materiales de superficie. 72

Cajete-Antas (AL/104)

Cabezo María o El Gitano, o en los siglos VIII a primera mitad del X, como Fuente Alamo (Cressier et al. 2000.) o El Argar (Pozo Marín y Rueda Cruz 1991: Fig. 1.c), mientras que está ausente de yacimientos andalusíes posteriores, como Gatas, Alfaix o Terrera Ventura.

El material diagnóstico es muy escaso. Desde el punto de vista técnico, los fragmentos registrados en superficie se aproximan a los de yacimientos andalusíes como El Argar o Cerro del Inox. Por los motivos ya expuestos (supra), la marmita MAR1 (fig. 1.20, AL/104/3) es indicio de una temporalidad temprana, probablemente del siglo IX o la primera mitad del X.

El asentamiento de Cajete-Antas se debe poner en relación con la ocupación emiral-califal de El Argar (véase apdo. 1.5.3), dada la proximidad de ambos y la presencia de escoria y mineral de hierro.

Por otra parte, hay que señalar la presencia de un borde de marmita globular (fig. 1.20, AL/104/1). Esta forma, escasa en la depresión de Vera, cuando aparece lo hace en yacimientos fechados entre los siglos V-VII, como

Hipótesis de temporalidad: siglos IX-X. Fases arqueológicas: 4-5.

MAR1

600

700

800

900

1000

1100

1200

Gráf. 1.5: Temporalidades probables y posibles de las formas cerámicas datadas de Cajete-Antas.

Fig. 1.20: Cajete-Antas: materiales de superficie. Cañada Ancha (Al/131)

Cañada del Palmar (Al/51)

La presencia de un posible borde de OLLA1 apunta a una ocupación o frecuentación del sitio en un momento impreciso de los siglos V-VII o incluso VIII, mientras que algunos fragmentos de sigillata indican una ocupación imperial. No disponemos de materiales que permitan enlazar ambas fases.

Los escasos fragmentos con formas identificables corresponden a los tipos H 31 y 50. Junto a ellos se registraron fragmentos informes de ARS producciones A, C y D. Hipótesis de temporalidad: siglos II-IV, siglo V? Fases arqueológicas: 0, 1?.

Hipótesis de temporalidad: siglos I-II, abandono, siglos V-VII? Fases arqueológicas: 1-3.

73

Comara (Al/102)

La temporalidad de la única forma que se ha podido identificar (fig. 1.21, AL/102/3) se sitúa en los siglos XXI, aunque hay que tener en cuenta la posibilidad de un origen anterior y una perduración posterior.

Los fragmentos, informes, pertenecen a las producciones C y D, lo que indica la existencia de una ocupación, o quizá una frecuentación anterior, cuyo terminus post quem se sitúa en el siglo III.

En el sitio se ha registrado, además, la presencia de ARS.

Hipótesis de temporalidad: siglo III-IV, abandono, siglo X-comienzos del siglo XI, anterior o posterior?. Fases arqueológicas: 0, 5.

PTO

700

800

900

1000

1100

1200

Gráf. 1.6: Temporalidades probables y posibles de las formas cerámicas datadas de Comara.

Fig. 1.21. Comara: materiales de superficie. Cerro del Inox (Al/14)

Martínez Madrid 1993), mientras que otros se sitúan en el periodo nazarí (Acién Almansa 1986-87). Ahora bien, unida a la presencia de la jarrita con pintura rojiza y del repié bajo (ATFv0), y a la relativa abundancia de marmitas MAR2, permite atribuir a este yacimiento una temporalidad situada en los siglos X-XI. En este sentido, es fundamental mencionar el hallazgo de un tesorillo de dírhemes de plata califales y fatimíes norteafricanos cuya ocultación se fecha entre 1021 y 1038 (Fontenla Ballesta 1998), que proporciona un terminus post quem para el abandono del asentamiento.

A las formas cuyas temporalidades se representan en el gráfico se puede añadir un fragmento vidriado en melado al interior y al exterior y decorado con líneas de manganeso bajo el vedrío (fig. 1.22, AL/14/7) y un fragmento de jarrita con engobe pajizo interior y exterior y restos de pintura roja (fig. 1.22, AL/14/9). La técnica del vedrío melado con decoración de líneas de manganeso tiene una temporalidad muy dilatada, con ejemplares que se fechan ya en los siglos IX-X (Iñiguez Sánchez y Mayorga Mayorga 1993, Castillo Galdeano y

Hipótesis de temporalidad: siglos X-XI. Fases arqueológicas: 5. TNJ3 MAR2 MAR2/fondo ATFv2 ATFv0 700

800

900

1000

1100

1200

Gráf. 1.7: Temporalidades probables y posibles de las formas cerámicas datadas de Cerro del Inox. 74

Fig. 1.22: Cerro del Inox: materiales de superficie. 75

Fig. 1.23: Cerro del Inox: materiales de superficie. 76

Cortijo de la Cueva Sucia (AL/84)

asentamiento una temporalidad del siglo V o posterior, y en todo caso anterior a los siglos IX-X.

Como ocurre en Las Alboluncas, también aquí contamos sólo con fragmentos de cerámica común, en este caso elaborados a mano. Unido a esto, la presencia de un posible borde de OLLA1 permite proponer para este

Hipótesis de temporalidad: V-VIII? Fases arqueológicas: 1-3?

Fig. 1.24: Cortijo de la Cueva Sucia: materiales de superficie. La forma H59 y el estilo A (i)-(ii) (fig. 1.25, AL/95/9 y AL/95/7) atestiguan la existencia de población a partir de mediados del siglo IV. Dado que se han documentado las formas H91 (fig. 1.25, AL/95/47), con temporalidad centrada en el siglo V, y H99 (fig. 1.25, AL/95/8), cuyo rango se centra en el siglo VI y se prolonga hasta comienzos del VII, la vida del asentamiento se debió prolongar al menos a lo largo de los siglos V y VI. H99 proporciona el terminus post quem para su abandono.

Cortijo de la Irueña (AL/83)

Igual que el anterior, en el yacimiento se ha registrado sólo la presencia de cerámica a mano correspondiente a grandes formas abiertas, cuyas características se aproximan a las de las piezas presentes en Las Alboluncas y Cortijo de la Cueva Sucia. Por lo tanto, proponemos una posible contemporaneidad con ambos asentamientos.

Consideramos que el yacimiento presenta una continuidad de ocupación desde el periodo altoimperial al siglo VI, si bien los siglos III y IV son más difíciles de individualizar uno de otro.

Hipótesis de temporalidad: V-VIII? Fases arqueológicas: 1-3? Cerro de los Riquelmes (Al/95)

La ocupación del sitio se inicia a finales del siglo I o, más probablemente, en el siglo II. Su continuación en los siglos III-IV está apoyada por la presencia de las formas H50 y KVII (fig. 1.25, AL/95/14).

Hipótesis de temporalidad: siglo II a siglo VI, comienzos del siglo VII?. Fases arqueológicas: 0 a 2.

H 99 H 91 A-C H 59 Est. A (i)-(ii) (H st. 44) K VII H 50 H 23B H 23B H 197 H 23A H 9A H 9A H3 0

100

200

300

400

500

600

700

Gráf. 1.8: Temporalidades probables y posibles de las formas cerámicas datadas del Cerro de los Riquelmes. 77

Fig. 1.25: Cerro de los Riquelmes: materiales de superficie.

78

Coto, El (AL/78)

La ocupación del sitio comienza en el periodo altoimperial y se prolonga a lo largo de los siglos III-IV. El estilo A prolonga su rango hasta la primera mitad o mediados del siglo V, mientras que la temporalidad de H 67 (fig. 1.26, AL/78/6 y AL/78/8) se centra en los primeros años del mismo, y la forma H66/67 (fig. 1.26, AL/78/5 y AL/78/10) inicia su tiempo de vida en esa centuria, perdurando en la siguiente, si bien su datación sólo se puede considerar posible.

Los datos expuestos admiten al menos dos interpretaciones. Una, que la ocupación del sitio se prolongue a lo largo del siglo V y en el VI, según se inferiría de la presencia de la OLLA1. La otra, que el

En cuanto a una posible ocupación en el siglo VI, para plantearla podemos basarnos en la misma forma H66/67 y en la presencia de un borde de OLLA1 (fig. 1.26, AL/78/18), cuya existencia en ese momento es probable.

Hipótesis de temporalidad: siglos I-II a primera mitad del siglo V, segunda mitad del siglo V?. Fases arqueológicas: 0 a 1.

asentamiento no perviva más allá de la primera mitad del siglo V, y que el inicio de la forma OLLA1 se pueda situar ya en ese siglo, como parecen indicar los hallazgos de Los Villaricos, en Mula (supra).

OLLA1 H 66 ó H 66/67 H 66 ó H 66/67 H 67 H 67 Est. A H 50 TSH TSG 0

100

200

300

400

500

600

700

800

Gráf. 1.9: Temporalidades probables y posibles de las formas cerámicas datadas de El Coto.

Fig. 1.26: El Coto: materiales de superficie.

79

Coto de Don Luis, El (AL/128)

La OLLA1 (fig. 1.27, AL/28/2) es la forma más frecuente en el sitio (2 ejemplares). Como ocurre con Barranco Rus, puede ser un asentamiento del siglo VI, aunque quizá también del siglo anterior y/o el posterior.

Hipótesis de temporalidad: siglo V-primera mitad del siglo VII, segunda mitad del siglo VII-comienzos del siglo VIII? Fases arqueológicas: 1-3.

OLLA1

JRA 300

400

500

600

700

800

Gráf. 1.10: Temporalidades probables y posibles de las formas cerámicas datadas de El Coto de Don Luis.

Fig. 1.27: El Coto de Don Luis: materiales de superficie. 80

El Gitano (AL/44)

La forma H61A (fig. 1.28, AL/44/31) proporciona un terminus post quem del siglo IV o primer cuarto del V para el comienzo de la ocupación del asentamiento.

Además de los tipos que aparecen en el gráfico, en el yacimiento se ha registrado un fragmento de sigillata en muy mal estado de conservación y una MAR1 de identificación dudosa (fig. 1.28, AL/44/20).

La temporalidad de F5.5 y H80A (fig. 1.28, AL/44/7, AL/44/2 y AL/44/9) se sitúa en el siglo V, lo cual evidencia la ocupación en ese momento. A esto hay que añadir las formas H87, H61B y H91A-B (fig. 1.28, AL/44/30 y AL/44/33) cuya temporalidad se centra en dicha centuria.

Así, la ocupación del asentamiento pudo comenzar a finales del siglo IV. Las formas de vida corta sustentan la ocupación en el siglo V, en el que son especialmente abundantes, y en el VI. La presencia de la posible MAR1 se debe interpretar con cautela, dado lo impreciso de la identificación.

En cuanto al siglo VI, la forma “Casseroles” 12 de Fulford (fig. 1.28, AL/44/37) está fechada exclusivamente en el siglo VI, y lo mismo ocurre con la temporalidad probable de F 67 (fig. 1.28, AL/44/8).

Hipótesis de temporalidad: finales del siglo IV?, siglo V a VI, siglo VII o posterior?. Fases arqueológicas: 1 a 2, 3?.

F 62.3,5 F "Casseroles" 12 F 67 H 87 F 5.5 H 80A H 80A H 61B (61B/87?) H 64 H 91 A-C H 91 A-B H 61A 300

400

500

600

700

Gráf. 1.11: Temporalidades probables y posibles de las formas cerámicas datadas de El Gitano.

81

Fig. 1.28: El Gitano: materiales de superficie. 82

Era Alta (Al/13)

A partir del material datante se observa una ocupación imperial que se inicia en el siglo II dne, prolongándose hasta el IV. El siglo V resulta más problemático, ya que faltan formas características o cuya temporalidad se centre en el mismo. En cambio, sí aparece la forma H 103 (AL/13/7), típica del siglo VI41.

embargo, este hecho se observa también en otros yacimientos de la depresión (Cadímar, El Roceipón, Pago de San Antón) en los que, como ocurre en la Era Alta, sí aparecen formas de los siglos IV y VI. Dada la coincidencia de emplazamiento de los hallazgos, proponemos una continuidad de la ocupación del sitio.

La ausencia de formas del siglo V se podría interpretar como un hiato en la secuencia de ocupación. Sin

Hipótesis de temporalidad: siglos II a VI. Fases arqueológicas: 0 a 2.

H 103 H 63 H 61A S.Lorenzo7 sim. Ostia I, Fig. 261 H 197 H 196 TSG 0

100

200

300

400

500

600

Gráf. 1.12: Temporalidades probables y posibles de las formas cerámicas datadas de la Era Alta.

40 Siret (1906: Lám. I.15, 17) señala la existencia de pequeños depósitos enlucidos con yeso en la loma de la Era Alta, o de la Encantada, a cuyo pie se sitúa la concentración de material a la que nos estamos refiriendo. El autor los atribuye “a los visigodos”.

83

Fig. 1.29: Era Alta: materiales de superficie.

84

Era de Gatas (AL/119)

Las formas datantes representan una ocupación del siglo II o comienzos del III, seguida de un abandono y una reocupación en el siglo VI o comienzos del VII, indicada por un fragmento de ánfora K LXI (fig. 1.30, AL/119/3).

punto de vista técnico, se encuentran estrechamente emparentados con los del vecino yacimiento de los siglos X-XI de Gatas (infra), por lo que consideramos que su presencia se debe poner en relación con dicha población.

Además, se ha registrado la presencia de algunos fragmentos de cerámica a mano o a torneta, uno de ellos con un mamelón incompleto de escaso resalte. Desde el

Hipótesis de temporalidad: siglo II-comienzos del III, abandono, siglo VI-primer cuarto del VII. Fases arqueológicas: 2.

K LXI H 196 H3 0

100

200

300

400

500

600

700

Gráf. 1.13: Temporalidades probables y posibles de las formas cerámicas datadas de la Era de Gatas.

Fig. 1.30: Era de Gatas: materiales de superficie. 85

Ermita de San Francisco (AL/58)

yacimiento como de otros, también andalusíes, como el Cerro del Inox (infra) o el de Gatas. Por lo tanto, a título de hipótesis se puede plantear que nos encontramos ante una pieza “de transición” que quizá se pueda fechar en el siglo VIII. Si esto es así, la concentración de material andalusí podría representar la existencia de un asentamiento con origen en el siglo VIII y continuidad en los siglos X-XI.

Además de las formas que aparecen en el gráfico, se registró la presencia de un fragmento informe de cerámica de paredes finas y otro de ARS producción A, lo que indica que el sitio fue ocupado o frecuentado en un momento temprano, altoimperial. La ocupación más importante se debe situar en el periodo andalusí, al que corresponde la mayor parte del material identificado en superficie. Por la presencia de marmitas del tipo MAR2 (fig. 1.31, AL/58/12 y AL/58/18), propias de la fase andalusí de Gatas y ausentes de los yacimientos de Fuente Alamo y El Argar, consideramos que ésta se sitúa entre los siglos X y XI.

Faltan materiales que indiquen la existencia de una ocupación entre esta fase y la anterior. Sin embargo, hay que llamar la atención sobre el hecho de que el lugar, que coincide con el punto más alto del actual núcleo urbano de Turre, conserva un topónimo de claro origen latinomozárabe.

La presencia de una OLLA1 (fig. 1.31, AL/58/15) apunta a una ocupación en el siglo VI o primera mitad del VII, si no posterior. Ahora bien, hay que señalar que el fragmento está realizado en una pasta aparentemente muy similar a la de las marmitas MAR2 tanto de este

Hipótesis de temporalidad: ocupación o frecuentación siglos I-II dne, abandono, siglo VIII a IX?, siglos X-XI. Fases arqueológicas: 3 a 4?, 5.

MAR2 MAR2/fondo MAR2/fondo MAR2 OLLA1 400

500

600

700

800

900

1000

1100

1200

Gráf. 1.14: Temporalidades probables y posibles de las formas cerámicas datadas de la Ermita de San Francisco.

86

Fig. 1.31: Ermita de San Francisco: materiales de superficie.

87

Hoya del Pozo de Taray (AL/100)

un momento situado entre finales del siglo V y principios del VII.

Nos encontramos ante una ocupación que quizá comience ya en el periodo republicano, prolongándose a lo largo de los siglos I-II dne, y posiblemente hasta el III.

Hipótesis de temporalidad: siglo I ane-I dne a siglos IIIII, abandono, siglo VI. Fases arqueológicas: 0, 2.

A continuación se produce el abandono del sitio, en el que no se vuelven a registrar indicios de población hasta

H 99 H 23B H 23B H6 TSG TSH TSG TSH TSH TSH TSI PRF PRF -200

-100

0

100

200

300

400

500

600

700

Gráf. 1.15: Temporalidades probables y posibles de las formas cerámicas datadas de la Hoya del Pozo de Taray.

Fig. 1.32: Hoya del Pozo de Taray: materiales de superficie. 88

Loma Rutilla (AL/103)

AL/103/15). Como hemos señalado (supra), en la depresión de Vera esta forma aparece en yacimientos fechados entre los siglos V-VII (Cabezo María, El Gitano), o en los siglos VIII a primera mitad del X (Fuente Alamo), mientras que no se documenta en yacimientos andalusíes posteriores, como Gatas, Alfaix o Terrera Ventura.

De las formas datadas se infiere una ocupación probable en el siglo VI y/o primera mitad del VII, y quizá algo posterior, y otra fase probable de la segunda mitad del siglo X o comienzos del XI, que podría ser también anterior o posterior. Aunque la temporalidad de TAP1 es muy prolongada, si tenemos en cuenta su decoración impresa (fig. 1.33, AL/103/24), que en la zona alicantina parece caracterizar a los ejemplares más antiguos (supra), se trataría de una pieza del siglo VI o tal vez del siguiente. En cuanto a la temporalidad del tannur, tal vez se pueda retrotraer hasta el siglo IX, aunque hasta ahora esta hipótesis no ha sido contrastada.

Si consideramos la posibilidad de que, de acuerdo con la hipótesis de Gutiérrez Lloret (1993), las formas OLLA1 y TAP1 con decoración incisa o impresa sean características de los siglos VII-VIII, podríamos encontrarnos ante un yacimiento cuya temporalidad se iniciaría en el siglo VII, perdurando a lo largo de los siglos posteriores hasta la segunda mitad del siglo X o el siglo XI. Hay que tener en cuenta, sin embargo, la posibilidad de un origen ya en el siglo VI, en cuyo caso podrían existir dos fases separadas por un periodo de abandono.

Los escasos fragmentos vidriados no son diagnósticos. La presencia de un fragmento de MAR1 o similar (fig. 1.33, AL/103/5) podría indicar la existencia de una fase andalusí “temprana” (siglo IX), mientras que un fragmento informe con pasta pajiza y restos de pintura en manganeso podría apoyar una datación más bien “tardía” (siglo XI).

Hipótesis de temporalidad: siglos VI-VII, siglo VIIIprimera mitad del X?, segunda mitad del siglo X-siglo XI. Fases arqueológicas: 2, 3 a 4?, 5.

Por otra parte, hay que señalar la presencia de ollas o marmitas globulares (fig. 1.33, AL/103/9, AL/103/14 y

HOR2 TAP1 OLLA1 400

500

600

700

800

900

1000

1100

1200

Gráf. 1.16: Temporalidades probables y posibles de las formas cerámicas datadas de Loma Rutilla.

89

Fig. 1.33: Loma Rutilla: materiales de superficie. 90

Natí, El (AL/19)

indicios de asentamiento imperial, mencionados por Siret (1906: 73, Lám. I.27).

De acuerdo con las formas datantes, la temporalidad del asentamiento se centra en el siglo VI, con la posibilidad de un inicio algo anterior y un final algo posterior. En el área prospectada no se han identificado

Hipótesis de temporalidad: siglo V?, siglo VI-primera mitad del siglo VII, segunda mitad del siglo VII?. Fases arqueológicas: 1?, 2, 3?.

TNJ1 OLLA1 K LXV = LRA 2 300

400

500

600

700

800

900

Gráf. 1.17: Temporalidades probables y posibles de las formas cerámicas datadas de El Natí.

Fig. 1.34: El Natí: materiales de superficie. 91

Nueve Oliveras, Las (AL/106)

forma OLLA1. También se ha registrado la presencia de fragmentos informes de ARS, producción D, así como de un fragmento de lucerna africana de forma indeterminada debido a su pequeño tamaño.

El fragmento de fondo convexo umbilicado (fig. 1.35, AL/106/13) se puede relacionar con distintos conjuntos cerámicos tardíos de la costa mediterránea peninsular (Reynolds 1993), así como con los contenedores propios de los contextos bizantinos del castro de Sant Antonino di Perti (Castiglioni et al. 1992: Fig. 4.1-4).

El asentamiento pudo tener su origen en el siglo V, continuando ocupado en el siglo VI y quizá en el VII.

Junto a una pieza correspondiente al hombro de la forma JRA (fig. 1.35, AL/106/8), algunos fragmentos de base plana y arranque de pared saliente podrían atribuirse a la

Hipótesis de temporalidad: siglo V?, siglo VI a mediados del siglo VII, finales del siglo VII?. Fases arqueológicas: 1?, 2, 3?.

JRA

300

400

500

600

700

Gráf. 1.18: Temporalidades probables y posibles de las formas cerámicas datadas de Las Nueve Oliveras.

Fig. 1.35: Las Nueve Oliveras: materiales de superficie.

Nuño Salvador (AL/107)

En el sitio se identificó también un fragmento informe de ARS producción A.

Dos fragmentos de jarra con características técnicas similares a las de yacimientos como Gatas o el Cerro del Inox sugieren para Nuño Salvador una temporalidad en el periodo andalusí, aunque no se puede descartar por completo una datación anterior.

Hipótesis de temporalidad: siglos V-XI? Fases arqueológicas: 1-5?.

92

Fig. 1.36: Nuño Salvador: materiales de superficie. Pago de San Antón (AL/97)

Junto con Cadímar, Pago de San Antón es uno de los dos únicos yacimientos de la depresión de Vera con continuidad de ocupación desde el periodo imperial al andalusí.

Además de las formas que aparecen en el gráfico, en superficie se registró la presencia de fragmentos informes de ARS producciones A, C y D. En la prospección no se han detectado formas cuya temporalidad probable se sitúe en el siglo V. Dada la aparición de formas y producciones de los siglos IV y VI, la coincidencia de emplazamiento, y que este mismo aparente vacío se observa también en otros yacimientos con materiales imperiales y del siglo VI (Cadímar, Era Alta, El Roceipón), planteamos que la falta de formas del siglo V puede tener un significado diferente del cronológico.

El sitio debió quedar despoblado en el siglo XII, mientras que la ocupación continuaría en el vecino cerro del Espíritu Santo, en el que la cerámica de superficie se data entre finales del siglo XII y el siglo XV. No obstante no descartamos una ocupación desde la segunda mitad del siglo IX como sugieren Cara Barrionuevo y Ortiz Soler (1997) al mencionar el hallazgo de un jarrito de perfil en “S” y boca trilobulada similar a piezas alicantinas, y de otro semejante a ejemplares de Pechina.

Por el número de fragmentos de los distintos tipos, parece que la ocupación fue especialmente intensa en los siglos VI-primera mitad del VII, o incluso a lo largo de la segunda mitad de éste, y en el periodo emiral-califal.

Hipótesis de temporalidad: siglos I-II a siglo X, siglo XI?. Fases arqueológicas: 0 a 5.

CDL TNJ2 ATFv1 K LXI E K LXI A OLLA1 OLLA1 OLLA1 OLLA1 OLLA1 H 50 TSG 0

100

200

300

400

500

600

700

800

900

1000

1100

Gráf. 1.19: Temporalidades probables y posibles de las formas cerámicas datadas de Pago de San Antón.

93

Fig. 1.37: Pago de San Antón: materiales de superficie. 94

Fig. 1.38: Pago de San Antón: materiales de superficie. 95

Pago de San Antón II (AL/96)

yacimientos, combinación que se observa también en la Ermita de San Francisco (supra), y que podría indicar que nos encontramos ante un yacimiento con una ocupación andalusí muy temprana, quizá de los siglos VIII-IX, y un origen algo anterior.

Los paralelos para las formas identificadas parecen indicar una ocupación en los siglos VI-VII. Sin embargo, las características técnicas de la cerámica común son muy similares a las de yacimientos como El Argar, Gatas o Cerro del Inox. Dentro de este grupo es particularmente interesante la combinación de la forma OLLA1 (fig. 1.39, AL/96/5) con la pasta característica de los mencionados

Hipótesis de temporalidad: siglos VII-IX? Fases arqueológicas: 3-4?.

TAP1

OLLA1 300

400

500

600

700

800

900

1000

1100

1200

Gráf. 1.20: Temporalidades probables y posibles de las formas cerámicas datadas de Pago de San Antón II.

Fig. 1.39: Pago de San Antón II: materiales de superficie.

96

Picacho, El (AL/9):

AL/9/22), idéntica a una pieza de El Argar publicada por Siret y Siret (1890: Lám. 25.85). En el sitio se registra, pues, una ocupación de los siglos X-XI con un posible origen anterior, en el siglo IX. Como ocurre en Loma Rutilla, cabe plantear que el asentamiento siguiese ocupado entre ambas fases.

De la presencia de dos formas con temporalidad exclusiva en el siglo VI se puede inferir la ocupación del sitio en ese momento, mientras que K LXII (fig. 1.40, AL/9/14) y H99 (fig. 1.40, AL/9/4) indican que ésta se pudo iniciar ya en el siglo anterior. H 107 (fig. 1.40, AL/9/8) muestra una prolongación al menos durante la primera mitad del siglo VII. El siglo VIII es difícil de precisar. Para los siglos posteriores, al ataifor ATF (fig. 1.40, AL/9/47) se puede añadir un asa de cinta con digitación en la unión a la pared del vaso (fig. 1.40,

Hipótesis de temporalidad: segunda mitad del siglo V a primera mitad siglo VII, segunda mitad siglo VII a siglo IX?, siglos X-XI. Fases arqueológicas: 1 a 2, 3 a 4?, 5.

ATF H 107 K XXVI G H 99 K LV K LXII o sim. 400

500

600

700

800

900

1000

1100

Gráf. 1.21: Temporalidades probables y posibles de las formas cerámicas datadas de El Picacho.

97

Fig. 1.40: El Picacho: materiales de superficie. 98

Pilas, Las (AL/88)

1993). En cuanto al lapso intermedio, corresponder a un hiato en la ocupación.

Con los datos disponibles se puede afirmar que el sitio estuvo poblado posiblemente de los siglos I-II al siglo V y en los siglos X-XI. La ocupación en los siglos IV-V viene apoyada por la mención al hallazgo de sigillata hispánica tardía meridional en el yacimiento (Orfila

podría

Hipótesis de temporalidad: siglos I-II a siglo V, abandono, siglos X-XI. Fases arqueológicas: 0 a 1, 5.

MAR2/fondo MAR2/fondo H 61B TSH 0

100

200

300

400

500

600

700

800

900

1000

1100

Gráf. 1.22: Temporalidades probables y posibles de las formas cerámicas datadas de Las Pilas.

Fig. 1.41: Las Pilas: materiales de superficie.

Rambla del Estrecho (AL/86)

Toda la cerámica de este yacimiento está realizada a mano o a torneta, y las formas que aparecen en él son excepcionales en la depresión de Vera. Una de las piezas (fig.1.42, AL/86/9) guarda cierta similitud morfológica con los bordes de cuencos de Cartago realizados a mano y procedentes de contextos fechados en el siglo VI (Riley 1981: 71 ss., Fig. 3.42; Fulford 1984c: 166, Fig. 32.1). Más cerca de la zona de estudio encontramos bordes similares en los dolia del yacimiento de Los Orives, cuya ocupación se puede fechar a partir del siglo V (véase cap.

2). Cabe destacar también otro fragmento con un mamelón incompleto, alargado y de poco relieve. Con estos indicios, la delimitación temporal del yacimiento tiene que ser necesariamente amplia. Posiblemente nos encontremos ante un asentamiento similar a Las Alboluncas, el Cortijo de la Cueva Sucia o el Cortijo de la Irueña (supra), con una temporalidad que situamos a partir del siglo VI. Hipótesis de temporalidad: siglos VI-VIII? Fases arqueológicas: 2-3?.

99

Fig. 1.42: Rambla del Estrecho: materiales de superficie. Rincón del Mirador (AL/27)

Un borde de sigillata itálica y un fragmento de tapadera H 196 documentan la ocupación altoimperial del sitio, mientras que algunas bases planas de cerámica a mano hacen pensar que posiblemente siguiese habitado hasta un momento tardío.

Hipótesis de temporalidad: siglo I ane - mediados del siglo III dne - siglo V?. Fases arqueológicas: 0, 1?.

Fig. 1.43: Rincón del Mirador: materiales de superficie. 100

Río de Aguas (AL/62)

al exterior (fig. 1.44, AL/99/9) se puede identificar como correspondiente a las producciones de terra sigillata hispánica tardía meridional (TSHTM), posiblemente a la forma 2 de Orfila (1993: Fig. 2). Estas producciones se consideran de origen peninsular, y se fechan de forma general en los siglos IV y V, si bien hasta el momento los únicos ejemplares contextualizados proceden de niveles del siglo V del yacimiento de Cercadilla, en Córdoba (Orfila 1993).

El único fragmento con forma identificable corresponde a un borde de ARS tipo H 9A. Por lo demás, son relativamente abundantes los fragmentos informes, también de ARS, producciones A y D. Con estos escasos elementos, la propuesta de temporalidad se debe considerar aproximativa. El terminus post quem para el abandono del sitio lo proporciona la ARS producción D.

A principios de siglo, Siret (1906: 6, Fig. 2 y 29) ya registró la existencia de una “población romana” en el sitio, y reprodujo algunos hallazgos, entre los que se encuentran varios sellos de alfarero sobre terra sigillata y un tapón de yeso, posiblemente de un ánfora.

Hipótesis de temporalidad: siglo II - abandono? - siglo IV o posterior. Fases arqueológicas: 0-1?. Roceipón, El (AL/99)

A estos datos se puede añadir un fragmento de pared de tinaja con cordón aplicado y decoración impresa (fig. 1.44, AL/99/20) cuyas características técnicas son equiparables a las de ejemplares de Gatas, que se debe situar en el periodo andalusí, probablemente en los siglos X-XI.

En el gráfico se observa una primera fase de ocupación, cuyo inicio se debe situar en los siglos II-primera mitad del III, y un fase posterior del siglo VI. La presencia entre los materiales de superficie de ARS producciones C y D, así como la referencia al hallazgo de monedas de mediados del siglo IV (Gil Albarracín 1983) indica la ocupación del sitio en los siglos III y IV-VII. Como ocurre en otros yacimientos (Cadímar, Era Elta, Pago de San Antón), también en el Roceipón faltan formas africanas características del siglo V, y también aquí se plantea la cuestión de si esta ausencia puede tener un significado diferente del cronológico. En este sentido, un fragmento de borde con decoración burilada al interior y

Por otra parte, faltan evidencias que apunten a una continuidad de la ocupación del siglo VI en el periodo andalusí. Hipótesis de temporalidad: siglos II-III a siglo VI, abandono, siglos X-XI. Fases arqueológicas: 0 a 2, 5.

H 99 H 99 H 99 H 27 H 197 H 196 H 196 H3 H3 TSH 0

100

200

300

400

500

600

700

Gráf. 1.23: Temporalidades probables y posibles de las formas cerámicas datadas de El Roceipón.

101

Fig. 1.44: El Roceipón: materiales de superficie.

102

Terrera Ventura (AL/94)

El yacimiento fue cartografiado en 1908 por Pedro Flores (Archivo M.A.N., Colección Siret, Caja 33, Cuaderno XIV), quien lo denomina Terrera de Orilla y anota la aparición en el sitio de “tiestos ... bizantinos y árabes”, así como de enterramientos con “todos los cadáveres acostados a la derecha y mirando hacia el mar”.

Dado lo dilatado de las temporalidades de las formas con paralelos, el rango de tiempo atribuido al yacimiento tiene que ser amplio. Aun así, los materiales permiten distinguir dos fases andalusíes. Con respecto a la primera, puesto que no hay formas que se puedan atribuir exclusivamente al siglo X ni sólo al XI, queda situada en un momento indeterminado entre ambos.

Probablemente las dos ocupaciones andalusíes registradas en la prospección se sucedan sin abandonos, en cuyo caso Terrera Ventura consituiría, junto con Cadímar, uno de los raros ejemplos de continuidad de la ocupación de un asentamiento de los siglos X-XI en siglos posteriores.

En cuanto a la segunda, un fragmento de borde de ataifor de labio triangular y acanaladuras en la pared exterior, con decoración de manganeso bajo vedrío melado (fig. 1.45, AL/94/21), y una peana de candil de pie alto con vedrío amarillo verdoso (fig. 1.45, AL/94/18) indican una ocupación en los siglos XII-XIII.

Hipótesis de temporalidad: siglos X-XI a XII-XIII. Fases arqueológicas: 5 a 6.

CDL pie alt. ATF lab. tri. ATFv4 MAR2 MAR2/fondo MAR2 MAR2 MAR2 MAR2 MAR2 ALC ATF TAP2 800

900

1000

1100

1200

1300

1400

1500

Gráf. 1.24: Temporalidades probables y posibles de las formas cerámicas datadas de Terrera Ventura. CDL pie alt.: candil de pie alto; ATF lab. tri.: ataifor de labio triangular.

103

Fig. 1.45: Terrera Ventura: materiales de superficie. 104

Torrecica, La (AL/39)

Uniendo a las formas datantes la presencia de fragmentos informes de ARS producciones A y D, podemos hablar de la existencia de dos fases de ocupación: una altoimperial, con inicio en el siglo II, y otra bajoimperialtardorromana.

Considerando la ausencia de formas del siglo VI, tanto de ARS como de ánforas y cerámica común, el abandono del asentamiento se puede situar a finales del siglo IV o en el siglo V. Hipótesis de temporalidad: siglo II a finales del siglo IVsiglo V. Fases arqueológicas: 0 a 1.

F 52 (=Ost.III, F.128) H 23B H 23B 100

200

300

400

500

600

700

Gráf. 1.25: Temporalidades probables y posibles de las formas cerámicas datadas de La Torrecica.

Fig. 1.46: La Torrecica: materiales de superficie.

105

Villaricos-Los Conteros (AL/93)

En las afueras de la actual población de Villaricos, en la zona baja y próxima al mar no ocupada por las construcciones de la urbanización Los Conteros, se observa la presencia de abundante material arqueológico perteneciente a las distintas fases de ocupación del sitio, desde época fenicia hasta el periodo bizantino-visigodo. El yacimiento corresponde al emplazamiento de la ciudad romana de Baria, tal como muestra el hallazgo en la zona de una inscripción dedicada al emperador Filipo por la Res Publica Bariensium, fechada en 245 (Siret 1906: 95, Lám. XXIII). La muestra de cerámica recogida durante la prospección incluye formas de los siglos II a IV, de los siglos IV-V, y de la segunda mitad del V al primer cuarto del VII. Por otra parte, durante la realización de trabajos de señalización por parte de los promotores de la mencionada urbanización, apareció una pieza de cerámica a mano de forma inédita (fig. 1.47, AL/93/30). Su examen macroscópico permitió observar que posee caracerísticas técnicas idénticas a las de una orza del Cerro de Montroy procedente de un contexto cuyo terminus post quem, situado en el siglo VI, viene determinado por la presencia de un borde de H99 en el contexto subyacente (Menasanch y Olmo 1991). En cuanto a los materiales recopilados por Siret a principios de siglo, confirman una ocupación desde el cambio de era hasta los siglos VI-VII. Entre los hallazgos correspondientes a los primeros momentos cabe citar varias incineraciones en urna, una de ellas con sigillata, y otra con una moneda de Augusto (Siret 1906: 23 ss.). A las primeras fases de ocupación hay que atribuir también los hallazgos dispersos de sigillata con marcas de alfarero, de lucernas y de ánforas (Siret 1906: 8-9, Fig. 4 y Lám. IV y V), así como diversas piezas escultóricas, arquitectónicas y epigráficas (Siret 1906: Fig. 9 y Lám. XXIV y XXVII). El autor menciona también el hallazgo de “numerosos tiestos idénticos a los de Montroy con dibujos

geométricos, sin que hasta ahora ninguno haya ostentado símbolos cristianos“, en referencia a la cerámica fina norteafricana, y publica dos ánforas, una de ellas reutilizada como contenedor funerario (Siret 1906: 64, Lám. V.4 y Lám. VIII.1), atribuibles al grupo Africana II de Panella, que en Ostia se fechan entre mediados del siglo III y el siglo IV (Panella 1973: 588-589). Cabe recordar aquí la mención a un presbítero de Baria en las actas del concilio de Elvira, celebrado en los primeros años del siglo IV (Vives 1963: 1). A las fases más tardías se deben atribuir varias lucernas africanas, una de ellas (Siret 1906: Lám. IV.4) correspondiente a la forma 5 de Cartago-Avda. Bourguiba, datada en la segunda mitad del siglo V (Chapman et al. 1984), y una chapita de bronce con decoración calada (Siret 1906: Lám VII.19) similar a las halladas en superficie en el Cerro de Montroy y que, según el autor, corresponde a un tipo frecuente en las casas del cerro. Que en esta zona existió efectivamente una población tardía queda corroborado por el hallazgo de una necrópolis muy próxima a la costa, cuyos ajuares son equiparables a los de la necrópolis excavada por Siret en el Cabezo de las Brujas, algunas de cuyas tumbas cortaban y alteraban inhumaciones anteriores con monedas de Constantino (Siret 1906: 30, 64, Lám. II, punto M). Con respecto al abandono del sitio, Siret propone que Villaricos quedaría despoblado con la conquista árabe. De hecho, el único hallazgo atribuible al periodo andalusí es un candil de piquera publicado por este autor (Siret 1906: Lám. IV.7), cuyas características morfológicas permiten fecharlo entre los siglos IX y XI. Su presencia posiblemente se deba a una frecuentación ocasional de la zona. Hipótesis de temporalidad: siglos I ane-I dne a siglo VI, siglos VII-VIII?. Fases arqueológicas: 0 a 2, 3?.

K LXII D H 64 Ostia IV, Fig. 60 Est. A (ii) (H st. 71) H 50 Ostia I, Fig. 261 H 8B H 181-Lamb. 9A H 196 100

200

300

400

500

600

700

Gráf. 1.26: Temporalidades probables y posibles de las formas cerámicas datadas de Villaricos-Los Conteros. 106

Fig. 1.47: Villaricos-Los Conteros: materiales de superficie. 107

Zorreras, Las (AL/98)

A las formas datantes se pueden añadir varios fragmentos del tipo OLLA1 o similar (fig. 1.48, AL/98/8, AL/98/9 y AL/98/11-12), cuya temporalidad se centra en el siglo VI, con posible perduración a lo largo del VII. Cabe mencionar que entre la cerámica común se registra la presencia de un grupo cuyas características técnicas son muy próximas a las de piezas de los yacimientos de Cerro del Inox y Gatas, lo cual apoya la existencia de una fase de ocupación andalusí en el sitio. Así, se documenta una primera fase centrada en el siglo VI, con posible perduración en el siglo siguiente, y una segunda andalusí, probablemente de la segunda mitad del siglo X, y quizá anterior o posterior (siglos IX y XI).

Como ocurre en Loma Rutilla y El Picacho, los siglos intermedios son problemáticos, ya que hasta el momento no contamos con material datante. Como en los dos yacimientos, utilizamos el criterio del emplazamiento para plantear una hipótesis de continuidad de la ocupación. Hipótesis de temporalidad: siglo VI a primera mitad del siglo VII, segunda mitad del siglo VII a primera mitad del siglo X?, segunda mitad del siglo X-primera mitad del siglo XI. Fases arqueológicas: 2, 3 a 4?, 5.

HOR2 F 50 H 99 400

500

600

700

800

900

1000

1100

1200

Gráf. 1.27: Temporalidades probables y posibles de las formas cerámicas datadas de Las Zorreras.

108

Fig. 1.48: Las Zorreras: materiales de superficie. 109

1.5.3. Temporalidades de los yacimientos excavados y publicados Cabecico de Parra

El yacimiento corresponde a uno de los puntos investigados por Siret en la zona del bajo Almanzora. El autor sitúa allí un grupo importante de casas, o “barriada”, y cita el hallazgo de fragmentos de sigillata con marcas de alfarero y de “tiestos ... visigóticos y bizantinos” (Siret 1906: 46, 72, Lám. I.22). En 1987 la realización de una excavación de urgencia permitió documentar una secuencia que se prolonga desde el periodo fenicio al tardorromano (López Castro et al. 1988). Prescindiendo de las primeras fases, la ocupación imperial está representada por una serie de construcciones de aterrazamiento y conducción, y lo que se interpreta como habitaciones y espacios de almacenamiento. Las estructuras se fechan en los siglos I y II por la presencia de sigillata itálica e hispánica, paredes finas y ARS producción A. El abandono de al menos una de ellas se sitúa en el siglo IV por la presencia de ARS producción D sobre el pavimento. A la fase tardorromana corresponden nuevas estructuras. Así, sobre el espacio abandonado en el siglo IV se construye una habitación en cuyos muros se reutiliza material arquitectónico, y en cuyo interior se identificó, entre otros materiales, una tapadera decorada con impresiones. Asimismo, al aterrazamiento, la conducción de agua y otras estructuras imperiales, se superponen un potente relleno y otro nivel de naturaleza no precisada, cuyos materiales más modernos se atribuyen a “época tardorromana”. Sobre éstos se identificaron los restos muy deteriorados de cimentaciones y muros. También en otras edificaciones se menciona el hallazgo de cerámica a torno y a mano tardorromana. Por último, en la ladera septentrional se localizó una inhumación en fosa revestida de lajas de pizarra. Los autores no precisan la datación de esta fase tardía, si bien observan que la ausencia de material medieval indicaría que el yacimiento ya no se utilizaba en ese periodo. En todo caso, los datos de la secuencia y la aparición de ARS producción D en el abandono de la casa imperial infrapuesta proporcionan un terminus post quem del siglo IV para la misma. Por otra parte, la mención de Siret a la aparición de cerámica bizantina y visigoda se puede considerar indicio de la perduración de la ocupación hasta los siglos VI-VII41. Fases arqueológicas: 0 a 2, 3?.

41 La fiabilidad en términos generales de las dataciones de Siret está apoyada por su publicación sobre Villaricos y Herrerías (Siret 1906), por el intercambio de información que el autor mantuvo con Cartago a través del P. Delattre (Archivo M.A.N., Colección Siret, Carpeta “Montroy (Baira)”, calcos 84/82/Montroy/12 y 84/85/Montroy/18 con la anotación “Carthage. Envoyé par le P. Delattre en Janvier 1908”), y por los resultados de las excavaciones en el Cerro de Montroy (Menasanch de Tobaruela y Olmo Enciso 1991 e infra).

Cerro de Montroy

La ocupación antigua del Cerro de Montroy se conoce desde principios de siglo gracias a los trabajos de L. Siret, que sitúa en él lo que denomina “población bizantina” y “castillo árabe” (Siret 1906: 61-63, lám. I), precisando que las construcciones andalusíes ocupan sólo la cima de la elevación, mientras que “todo lo demás es del periodo que media entre la caída del imperio romano y la invasión árabe, y principalmente de los años de la reconquista bizantina”. Su datación se apoya sobre todo en el material cerámico procedente de sus excavaciones, parte del cual publica en su trabajo sobre Villaricos y Herrerías (Siret 1906: lám. XXVIII-XXIX). La presencia de ejemplares decorados en los estilos A(i), (ii) y (iii) y E (i) y (ii) de Hayes (1972) (fig. 1.49, 1.50, 1.51), de lucernas correspondientes en su mayoría a las formas 1, estilos ornated y lineated, y 5 de Cartago-Avda. Bourguiba (Chapman et al. 1984: 232 ss., lám. 1-5) (fig. 1.51), y de un plato de Late Roman C forma H 3 (Hayes 1972: 329 ss.) (fig. 1.50) avala una datación de los siglos V y VI para el asentamiento. Por otra parte, la mención a la aparición de fragmentos de cerámica vidriada en marrón, verde o blanco, y de restos de tinajas de pasta pajiza con decoración estampillada y pintada (Siret 1906: 66-67) indica, efectivamente, la existencia de una fase andalusí. A los siglos V y VI remiten también los materiales de superficie recopilados en prospección (fig. 1.52). Entre ellos se registraron fragmentos de ARS de las formas F 2.9-11, 35.3 y 50 (Fulford 1984b) y H 12/102, 61 B, 76, 99, y 104 A-B, y decorados en estilo E (ii) (Hayes 1972), así como un fragmento de Late Roman C (Hayes 1972) y abundantes restos de ánforas norteafricanas. A esto se puede añadir un cuenco de cerámica común africana F“Casseroles” 12 (Fulford 1984c) y las formas de cerámica común a mano FTE, cazuela Reynolds HW 8.1 y OLLA1, con temporalidades de los siglos V, VI y al menos primera mitad del VII. Las sucesivas fases de ocupación del sitio se han establecido y fechado en las recientes campañas de excavación. En los sondeos realizados se identificó una serie de estructuras, situadas en distintos puntos del cerro, en cuyo interior se registró la existencia de pavimentos o sucesiones de pavimentos de los que proceden los datos más relevantes para la construcción de la secuencia (Menasanch y Olmo 1991, 1994). En cuanto a las fechas calendáricas, en su mayoría se obtuvieron por datación cruzada a partir de la cerámica. A este respecto hay que señalar que la mayor parte de los fragmentos no proceden de niveles de uso, sino que aparecieron reutilizados como material de construcción de los pavimentos. Es decir, de acuerdo con nuestra clasificación de los indicadores cronológicos relativos (véase apdo. 1.2), proceden de contextos abiertos insertos en una secuencia. 110

A partir de los datos estratigráficos y cronotipológicos se distinguieron las siguientes fases: La fase más antigua (MONTROY I), documentada en el sondeo abierto en el tercio norte de la elevación (Sondeo 200), está representada por la preparación del terreno geológico, a la que se superponen dos pavimentaciones sucesivas (fig. 1.53, 1). Su cronología se establece a partir de la cerámica de los dos pavimentos más antiguos (U.E. 211 y 209) y del nivel de ocupación más reciente identificado en el sondeo (U.E. 204) (fig. 1.54; 1.55, 1). Así, un borde de ánfora K XXV y un borde de spatheion K XXVI permiten situar el terminus post quem del segundo piso de habitación en la primera mitad del siglo V. A esto se puede añadir la presencia de varios fragmentos de cerámica a mano con las características técnicas del grupo HW 8 de Reynolds, que, como hemos visto, el autor fecha entre mediados o finales del siglo IV y el siglo V (véase apdo. 1.3.4.1). En cuanto al terminus ante quem, se sitúa a finales del siglo VIII o siglo IX por la presencia de un fragmento de ataifor de borde recto y vedrío muy oscuro, casi negro, del tipo de los identificados en yacimientos malagueños (Acién Almansa y Martínez Madrid 1989). La fase sucesiva (MONTROY II) se registró en dos sondeos realizados en la zona superior del asentamiento, junto a la cara interior de la muralla. En el primero de ellos, situado en el sector occidental (Cata 1), se excavó una habitación completa con dos momentos de uso. Al más antiguo (nivel IV) corresponde un pavimento de tierra batida en cuya construcción se utilizó abundante cerámica a mano o a torneta, entre la cual se pudo identificar un borde de cazuela F hand-made ware 8.3, fechada en Cartago entre el último cuarto del siglo V y el último del VI (véase apdo. 1.3.4.1: OLLA1) (fig. 1.55, 3). En el segundo sondeo, situado en el sector oriental de la cresta del cerro (Sondeo 600) (fig. 1.53, 2), se registró una secuencia de ocupación formada por un nivel de regularización de la superficie del terreno y por cuatro pavimentos de tierra batida superpuestos. Del pavimento más antiguo (U.E. 619) procede un borde de cuenco H 99 que sitúa el terminus post quem de la sucesión de ocupaciones en el siglo VI (fig. 1.56, 3). No disponemos de datos relativos al terminus ante quem de esta fase. Por otra parte, puesto que estas habitaciones se adosan a la muralla, sus dataciones proporcionan el terminus ante

quem para la construcción de la misma. Así, aunque por el momento no es posible precisar la fecha en que fue edificada, sí se puede afirmar que no puede ser posterior al siglo VI.

En cuanto a la tercera fase de ocupación (MONTROY III), identificada en la misma sucesión que la fase I (Sondeo 200) (fig. 1.53, 1), está representada por el último nivel de ocupación (U.E. 204), en el que, como hemos mencionado, el material más significativo desde el punto de vista cronológico es un fragmento de borde de ataifor con vedrío casi negro, que parece remitir a una fase andalusí antigua, de finales del siglo VIII o siglo IX. La última fase registrada estratigráficamente (MONTROY IV) se ha documentado en la zona más alta de la elevación, en relación con la atalaya circular superpuesta a la torre rectangular, y a una serie de habitaciones adosadas a la fortificación tardorromana/bizantina. El material cerámico procede de contextos alterados por la intervenciones de Siret, quien sacó a la luz la planta completa de ambas torres. Salvo escasos fragmentos correspondientes a las fases anteriores, la cerámica, entre la que se encuentran jarritas de pasta pajiza pintadas al manganeso, cazuelas carenadas con nervaduras o pequeñas asitas verticales, tinajas estampilladas, tapaderas/ataifores con visera y distintos vedríos, y ataifores vidriados en blanco y decorados con motivo de estrella al manganeso, se puede situar entre los siglos XIII y XV. Por último, en el Archivo de Vera se conserva documentación que menciona la torre de Montroy en 1543 y la presencia de guardias en la misma en 1564 (Libro Capitular 9: 1541-1548, 18 de noviembre de 1543; Libro Capitular 11: 1561-1569: 31 de julio de 1564). En definitiva, la ocupación del Cerro de Montroy se inicia en la primera mitad del siglo V (terminus post quem), prolongándose a lo largo del siglo VI y hasta finales del siglo VIII-siglo IX (terminus post quem). Sigue un largo periodo de abandono, que se mantiene hasta época nazarí, cuando el sitio es reocupado posiblemente por una guarnición militar. A mediados del siglo XVI sirve como enclave de vigilancia costera, para quedar luego definitivamente despoblado. Fases arqueológicas: 1 a 4, 6.

111

Fig. 1.49: Cerro de Montroy: materiales de las excavaciones de Luis Siret. Según Siret (1906): Lám. XXIX.6 y 7. 1. Plato norteafricano con decoración estilo A (iii); 2: Decoración estilo A (i). 112

Fig. 1.50: Cerro de Montroy: materiales de las excavaciones de Luis Siret. Según Siret (1906): Lám. XXIX.4 y 5. 1.Late Roman C, forma H3; 2: Plato norteafricano con decoración estilo A (ii). 113

Fig. 1.51: Cerro de Montroy: materiales de las excavaciones de Luis Siret. Según Siret (1906): Lám. XXVIII. 1-2: Fragmentos de recipientes norteafricanos con decoración estilo E (i); 3-5: fragmentos de recipientes norteafricanos con decoración estilo E (ii).; 6-13: lucernas. 114

Fig. 1.52: Cerro de Montroy: ARS, LRC y cerámica común africana de superficie. 115

Fig. 1.53: Cerro de Montroy. Sucesión de superficies de ocupación. Según Menasanch y Olmo (1991, 1994). 1: Sondeo 200, perfil N; 2: Sondeo 600, sección N-S. 116

Fig. 1.54: Cerro de Montroy. Cerámica de la fase I. Según Menasanch y Olmo (1991). 1: Superficie de uso de la UE 211; 2-4: UE 209. 117

Fig. 1.55: Cerro de Montroy. Cerámica de las fases I y II. Según Menasanch y Olmo (1991). 1. Superficie de uso de la UE 211; 2-3: Cata 1, nivel IV. 118

Fig. 1.56: Cerro de Montroy. Cerámica de la fase II. Según Menasanch y Olmo (1991). 1: Superficie de uso de la UE 619; 2-3: UE 619. 119

Fig. 1.57: Cerro Virtud. Cerámica andalusí. Cerro Virtud

La excavación de urgencia llevada a cabo en 1994 en el yacimiento bajo la dirección de Ignacio Montero dio a conocer un conjunto de material cerámico andalusí que amplía las noticias proporcionadas por Siret (1906) acerca de la frecuentación de las minas de Herrerías en el periodo medieval.

En cuanto al segundo grupo, está formado por una serie de fragmentos entre los que destacan los correspondientes a ataifores de labio triangular vidriados en verde al interior y en melado exterior, o en blanco-turquesa al interior y en la parte superior del labio, a un pie de jarra con doble anillo separado por acanaladura, y a jarritas de pasta pajiza con base convexa y decoración pintada al manganeso (Fig. 1.57, 1-5, 7-8).

La cerámica procede del corte abierto en la ladera Este de la elevación (Sector A). En él no se registraron estructuras arquitectónicas, y la secuencia estratigráfica estaba formada por una serie de contextos de formación reciente, derivados de la alteración natural o antrópica de contextos anteriores, que contenían material redepositado correspondiente a muy distintos periodos, desde prehistórico a moderno-contemporáneo. En consecuencia, la presencia de la cerámica sólo se puede considerar indicio de la ocupación o frecuentación de otras zonas del promontorio en distintos periodos, y en concreto, en el andalusí.

Dado el estado de los conocimientos en lo que se refiere a la cerámica de los últimos momentos de Al-Andalus y la escasa solidez de sus bases de datación, consideramos este segundo conjunto como un único grupo cronológico que situamos en los siglos XIII-XIV y probablemente XV.

De acuerdo con el análisis morfotécnico, entre el material medieval se distinguen dos grupos. El primero está representado por un fragmento de fondo de ataifor con repié bajo, vedrío melado exterior y decoración de verde y manganeso al interior (fig. 1.57, 6). La temporalidad de esta técnica decorativa se inicia en torno a los años centrales del siglo X y parece prolongarse durante el siglo XI (Duda 1972, Rosselló Bordoy 1987, Escudero Aranda 1988-90, Aguado et al. 1990, Guichard 1991), si bien el uso del manganeso para rellenar, y no sólo para delimitar motivos, parece que se puede considerar propio de las producciones del periodo califal (Cano Piedra 1993).

Fases arqueológicas: 5, 6.

Así, atribuimos los materiales andalusíes del Cerro Virtud a dos momentos de ocupación/frecuentación: uno antiguo, correspondiente a la segunda mitad del siglo X siglo XI, y otro posterior, atribuible al periodo almohadenazarí.

120

El Argar

Se trata en este caso del yacimiento que da nombre al conocido grupo arqueológico del Bronce con epicentro en el sudeste peninsular. Publicado por primera vez por los hermanos Siret, los autores mencionan el hallazgo de “... algunas lámparas romanas y árabes, dos monedas romanas y otra morisca de plata, fragmentos de cerámica de las mismas épocas ...” (Siret y Siret 1890: 155-156). Asimismo, en las láminas correspondientes reproducen una serie de materiales atribuibles a una fase andalusí (Siret y Siret 1890: Lám. 23.82, 85 y 96; Lám. 25: 36 y 37). Así, varios alfileres de latón con distintas terminaciones en sus extremos o un aplanamiento en la parte central, un fragmento de pared de contenedor cerámico con cordón aplicado decorado con digitaciones, un asa plana con digitación en uno de sus extremos muy similar a una pieza de El Picacho (supra), y un fragmento de jarrita con carena muy baja, cuello muy desarrollado y gran asa volada sobre el borde similar a ejemplares del nivel I de Pechina (Almería) o del alfar antiguo de San Nicolás (Murcia) (fig. 1.58, 11-14).

Las recientes excavaciones llevadas a cabo en el sitio confirmaron la existencia de un asentamiento posterior a la ocupación prehistórica. Efectivamente, sobre los niveles del bronce se registró la existencia de una serie de edificios de piedra de planta cuadrangular y fosas o silos, así como abundantes restos de actividades de fundición de hierro y de forja (Schubart 1993). Este asentamiento se fecha como andalusí a partir de la cerámica aparecida en el interior de una de las construcciones (edificio del corte 1) y en los rellenos de las fosas o silos (Pozo Marín y Rueda Cruz 1991) (fig. 1.58, 1-10). En concreto, la escasez de cerámica vidriada, siempre monocroma, la ausencia de técnicas como la cuerda seca y el verde y manganeso, la presencia de fondos planos y convexos y la falta de repiés son los argumentos manejados por los autores para situar esta ocupación entre los siglos VIII y X 42. Fases arqueológicas: 4 a 5.

42 Consideramos que es posible hacer algunas observaciones a esta temporalidad. En primer lugar, como ya hemos expuesto (supra), para el siglo VIII se carece de indicadores relativos y aún más absolutos, ya sean contextuales o textuales, y por ahora las dataciones en ese momento se deben considerar hipotéticas. Por otra parte, si bien los ataifores de fondo plano o convexo aparecen en niveles fechados como emirales (Acién Almansa y Martínez Madrid 1989; Castillo Galdeano y Martínez Madrid 1993; Iñiguez Sánchez y Mayorga Mayorga 1993), también se encuentran en Elvira (Cano Piedra 1990), y son el tipo más frecuente en Madinat al-Zahra (Escudero Aranda 1988-90). En cuanto a la ausencia de determinadas formas o técnicas -en este caso la cuerda seca y el verde y manganeso-, puede tener significados distintos del cronológico, sobre todo si tenemos en cuenta la escasez de las mismas en toda la depresión de Vera, donde, sumando los materiales de los yacimientos prospectados y excavados, por ahora sólo conocemos dos fragmentos de verde y manganeso, dos o quizá tres de cuerda seca parcial y uno de cuerda seca total. Aun así, en favor de una datación “antigua” cabe añadir la mencionada jarrita similar a ejemplares del nivel I de Pechina. En consecuencia, consideramos que si bien la ocupación andalusí de El Argar pudo tener un origen temprano (siglo IX), ésta se pudo prolongar en momentos posteriores, posiblemente incluso más allá del siglo X.

121

Fig. 1.58: El Argar. Materiales andalusíes. 1-10: Cerámica de las excavaciones recientes. Según Pozo Marín y Rueda Cruz (1991); 11-14: Materiales de intervenciones antiguas. Según Siret y Siret (1890): Lám. 23 y 25. 122

El Oficio

Igual que El Argar, El Oficio es uno de los yacimientos dados a conocer por los hermanos Siret en su trabajo sobre el poblamiento prehistórico del sudeste peninsular (Siret y Siret 1890). Efectivamente, el sitio es conocido por su asentamiento argárico. Sin embargo, ya los Siret daban noticia de la aparición de “... algunas monedas romanas, una de ellas de Trajano Germánico, algo posterior al año 100 de nuestra Era. Barras redondas de latón, que en la mitad de su longitud presentan una parte adornada ...”, además de clavos, botones, pesas, etc (Siret y Siret 1890: 246). La mención a las varillas de latón decoradas recuerda a los hallazgos antes mencionados de El Argar (supra), aunque por el momento no se han identificado otros elementos que apunten a una ocupación andalusí. En cambio, Schubart y Ulreich publican algunos fragmentos de superficie que indican la existencia de una ocupación romana (Schubart y Ulreich 1991: Fig. 110.194-197, 199,

201). Se trata de fragmentos de ARS formas H5 y 6 y decoración estilo A (iii), estampillas H190 y 92 o similar, y de africana de cocina forma Ostia I, fig. 269 o similar (fig. 1.59). Aunque los Siret no hacen alusión a estructuras arquitectónicas del periodo romano, Schubart y Ulreich advierten que éstas pueden haber desaparecido a causa de la erosión. Por otra parte, en superficie identificamos también un borde de H23 y algunos fragmentos informes de cerámica africana de cocina. En el sitio debió existir, pues, una ocupación posterior a la prehistórica, que se puede situar en los siglos II-III, con perduración hasta finales del siglo IV o primera mitad del siglo V. Fases arqueológicas: 0 a 1.

Fig. 1.59: El Oficio. Materiales de la fase romana. Según Schubart y Ulreich (1991), Fig. 110.

123

Fuente Alamo

Las excavaciones en el yacimiento, dirigidas al estudio de los asentamientos argárico y postargárico, registraron la existencia también de fases posteriores. Así, en la parte alta del cerro se identificó una serie de construcciones, atribuidas al periodo romano (Schubart et al. 2000), mientras que del nivel superficial formado por erosión y acumulación y de los rellenos más recientes de la antigua cisterna argárica procede un conjunto de materiales andalusíes que no se han podido asociar a estructuras arquitectónicas (Cressier et al. 2000), probablemente desaparecidas a causa de la erosión. Como se ha expuesto más arriba (véase apdo. 1.3.4.2: MAR), para datar los materiales y el asentamiento al que éstos debieron corresponder se utilizaron criterios tipológicos. Además de los datos extraidos del material en su conjunto, los argumentos fundamentales son la presencia de candiles de piquera corta en relación al diámetro de la cazoleta, que se fechan como emirales, y la ausencia de técnicas que, como el verde y manganeso, el melado y manganeso o la cuerda seca, se consideran definitorias del periodo califal43 . De este modo, la ocupación andalusí de Fuente Alamo se sitúa en una fase propiamente emiral, entre finales del siglo VIII y el primer cuarto del siglo X. Fases arqueológicas: 4. Gatas

Igual que buena parte de los yacimientos excavados en la depresión de Vera, Gatas es uno de los sitios explorados y publicados por los hermanos Siret (Siret y Siret 1890). Aunque estos autores sólo hacen referencia a la fase prehistórica, publican una planta de las estructuras de la parte alta del cerro en la que se observa una serie de espacios rectangulares que por sus características y disposiciónse se pueden considerar correspondientes a un poblado andalusí (véase cap. 2). La existencia de dicho poblado también venía indicada por los materiales de superficie, entre los que se encuentran tapaderas planas tipo TAP1 (fig. 1.60, 3), marmitas de base plana tipo MAR2, un borde entrante de alcadafe modelado a mano (fig. 1.60, 2), con paralelos en el nivel II de Pechina (Castillo Galdeano y Martínez

Madrid 1993), paredes con cordones horizontales aplicados y decorados, y un borde de ataifor con cubierta blanca y líneas de manganeso al interior y melado al exterior (fig. 1.60, 4). Esta quedó definitivamente confirmada por las excavaciones dirigidas al estudio de las fases prehistóricas del yacimiento (Castro et al. 1999). Los resultados más interesantes los ofreció el conjunto 2 del sondeo 3, abierto en la ladera meridional del cerro. En él se constató la existencia de un espacio de planta aparentemente cuadrangular y suelo de tierra, muy destruido por la erosión, con una sola fase de ocupación representada por una serie de contextos de construcción, uso, y abandono y desarticulación. La ubicación en el tiempo de la ocupación andalusí representada por este espacio se realizó a partir de los datos estratigráficos, del análisis cronotipológico del material cerámico, y de la cronología cruzada con varios yacimientos almerienses, murcianos y granadinos que, a su vez, obtienen su fechas absolutas por referencia a Pechina, Guardamar, Medina Azahara y Elvira. Las piezas más significativas desde el punto de vista cronológico son las marmitas de base plana y paredes rectas o ligeramente entrantes tipo MAR2 (fig. 1.60, 5). La estratigrafía de las zonas se encuentra en fase de estudio. Como elementos importantes para el encuadre temporal del asentamiento cabe destacar una marmita MAR2 en la que los típicos mamelones han sido sustituidos por un cordón o nervadura situada bajo el borde (fig. 1.60, 6), un borde, también de la forma MAR2, con decoración a peine de líneas horizontales onduladas (fig. 1.61, 2), un borde de tinaja tipo TNJ2 (fig. 1.61, 1) y varios fragmentos de pared con cordones aplicados y decorados con impresiones (fig. 1.61, 5-7). Y, sobre todo, un fragmento de fondo de ataifor con repié indicado y decoración de verde y manganeso y un cuello de jarrito con decoración metopada a la cuerda seca parcial en vedrío verde (fig. 1.61, 3-4)44. Sobre esta base, la datación de la fase andalusí de Gatas se ha situado en los siglos X-XI. Fases arqueológicas: 5.

44

43

Con respecto a este último argumento, véase la nota anterior.

Excepto uno de los fragmentos de pared con cordón, de la Zona C, todas las demás piezas proceden de distintos conjuntos excavados en la Zona B.

124

Fig. 1.60: Gatas. Materiales de la fase andalusí. 1 y 5: Sondeo 3, conjunto 2. Según Castro et al. (1999); 2 y 4: material superficial inédito; 3: material superficial. Según Chapman et al. (eds.) (1987); 6: Zona B, conjunto 1. Según Castro et al. (1994b). 125

Fig. 1.61: Gatas. Materiales de la fase andalusí. 1-2, 4-6: Zona B, conjunto 3; 3: Zona B, conjunto 6; 7: Zona C, conjunto 3. Según Castro et al. (1994). 126

1.6. La dinámica de ocupación de la depresión de Vera

Como se ha planteado al inicio del capítulo, el objeto de éste es ofrecer una representación dinámica de las pautas de asentamiento en la depresión de Vera en el lapso de tiempo comprendido entre los siglos V y XI. Se trata de aproximarnos a la ocupación total por fases arqueológicas y a sus fluctuaciones a lo largo del tiempo y de establecer el grado de estabilidad-movilidad del poblamiento a través de las distintas fases. Para esto es necesario establecer la posición relativa de los yacimientos en cada periodo e implementar instrumentos de evaluación de la estabilidad del poblamiento. Basándonos en la propuesta desarrollada por Dewar (1991), hemos agrupado los yacimientos en cuatro categorías según en qué momento se sitúe su creación y su abandono y, por lo tanto, cuál sea su pervivencia. Las categorías se han designado con las letras a, b, c y d. Considerando una fase dada que denominamos Y, precedida por una fase X y a la que sigue una fase Z, las unidades de ocupación se clasifican en las siguientes categorías: categoría a: asentamientos abandonados en la fase Y y ocupados al menos desde la fase X. Tienen un mínimo de dos fases.

de más de una fase arqueológica. O bien puede darse el caso de que en un yacimiento con formas de las fases X y Z, no se hayan registrado tipos correspondientes a la fase Y. En el primer caso, puesto que carecemos de indicadores que nos permitan precisar cuáles han sido las temporalidades de consumo de las formas de que se trate en los distintos espacios de la depresión de Vera, hemos optado por situar la mayor probabilidad en la mediana de los tiempos de vida de dichas formas, aunque teniendo en cuenta la posibilidad de que el consumo se haya producido en cualquiera de los tramos del rango temporal total. En cuanto al segundo, ya hemos expuesto los factores que intervienen en la interpretación de la ausencia de determinados cronoindicadores, y cómo consideramos la continuidad en el emplazamiento como un indicio de continuidad de la ocupación (véase apdo. 1.5.2). La estabilidad y la movilidad del poblamiento se han evaluado a partir de tres índices que hemos denominado índice de perduración, índice de abandono e índice de creación de asentamientos. El primero indica el porcentaje de asentamientos de la fase de que se trate que perduran en la inmediatamente posterior, mientras que los dos siguientes hacen referencia, respectivamente, al porcentaje de asentamientos abandonados y creados a lo largo de la fase en cuestión. Sus formulaciones para una fase dada (por ej., Y) son las siguientes:

categoría b: asentamientos ocupados en la fase X y que continúan habitados al menos hasta la fase Z. Tienen un mínimo de tres fases.

I.per.Y = (bY+ cY)/nY

categoría c: asentamientos fundados en la fase Y que siguen ocupados al menos hasta la fase Z. Tienen un mínimo de dos fases.

I.cr.Y = (cY+ dY)/nY

categoría d: asentamientos fundados y abandonados en la fase Y. Tienen una sola fase.

Fig. 1.62: Categorías de yacimientos según sus posiciones relativas en el tiempo. Aquí se plantean dos problemas. Las categorías son relativamente fáciles de definir siempre que se cuente con formas exclusivas de las distintas fases. Sin embargo, con frecuencia nos encontramos con yacimientos en los que se registran sólo, o mayoritariamente, formas cuyas temporalidades globales se pueden prolongar a lo largo

I.ab.Y = (aY+ dY)/nY

donde a, b, c y d son, respectivamente, el número de yacimientos de las categorías a, b, c y d registrados en la fase Y, y n el número total de yacimientos de las cuatro categorías correspondientes a dicha fase. En cuanto a la ocupación total, se expresa en número de asentamientos por fase. Esto supone que los valores pueden tener distintos significados demográficos, ya que pueden indicar tanto fluctuaciones en el número de habitantes, como concentraciones o dispersiones de la población. Para abordar esta cuestión es necesario recurrir a variables espaciales que se tratarán en el capítulo 2. Por el momento nos limitaremos a señalar que, en términos generales, la tendencia es a un descenso del número de asentamientos (gráf. 1.28). El valor mínimo se alcanza en la fase 4, tras la cual la fase 5 representa un ascenso relativo, aunque sin llegar a recuperar los valores de las fases precedentes. A continuación, el número de asentamientos vuelve a descender en la fase 6. La tendencia se mantendrá en el siglo XVI, a raíz de la ocupación castellana de la zona, para alcanzar su punto

127

30

F.0

28 26

Nº Yacimiento

24

F.1

22

F.2

20 F.3

18

F.5

16

F.6

14 12 10 F.4

8 200

400

600

800 Tiempo

1000

1200

1400

Gráf. 1.28: Número de yacimientos registrados por fases arqueológicas. crítico en el siglo XVII, con el despoblamiento masivo que siguió a la expulsión morisca. La primera transformación importante en la ocupación del espacio se registra en la fase 0 (siglos III-IV), caracterizada por un elevado porcentaje de abandonos (I.ab. = 50%) y por la casi total ausencia de nuevas fundaciones (I.cr. = 3.6%) (gráf. 1.30). Si bien la vida de 14 de los 28 asentamientos registrados se prolonga en la fase siguiente (gráf. 1.31), el resto quedan abandonados, en un proceso que se inicia ya en el siglo III, continuando a lo largo del IV, y que, como veremos, tiene sus últimas manifestaciones en el siglo V. Efectivamente, en la fase 1 se siguen abandonando asentamientos con origen anterior (a) (gráf. 1.29), hasta que queda despoblado el 75% de los núcleos precedentes. Ahora bien, el índice de abandonos desciende al 30%, y la tendencia dominante del siglo V es la fundación de asentamientos nuevos (gráf. 1.30), todos ellos estables en fases posteriores (c). De hecho, creación (I.cr. = 39%) y, sobre todo, perduración (I.per. = 69.5%) son las características de esta fase. Todos los asentamientos que se despueblan en este momento son sitios con origen anterior, como muestra la ausencia de yacimientos de la categoría d (gráf. 1.29). Su abandono se puede poner en relación con el proceso inicado en los siglos III-IV, y podría situarse en un momento temprano del siglo V. Desde el punto de vista de la dinámica interna de la fase, como hemos dicho, la pauta dominante es la creación de asentamientos nuevos, grupo al que pertenece alrededor del 40% de los yacimientos registrados (gráf. 1.30).

La aparición de estas fundaciones se puede poner en relación con el proceso de abandono que finaliza ahora. Por una parte, ambos procesos se solapan o se suceden de forma inmediata, de manera que no llega a producirse un despoblamiento de la depresión. Por otra, considerando el número total de asentamientos de la fase 0 (n = 28) no presenta grandes variaciones en la fase 1 (n = 23)45, se puede plantear el traslado de población de unos núcleos a otros dentro de la depresión de Vera. El elevado porcentaje de yacimientos de la categoría b (gráf. 1.29) significa que junto a esta población móvil, en el siglo V se mantuvo un grupo importante de asentamientos estables existentes ya en el los siglos IIIIV y que perviven en la fase siguiente. Puesto que, además, todas las fundaciones del periodo siguen ocupadas en la fase 2, el poblamiento generado a partir de las dinámicas de las fases 0 y 1 presenta un elevado índice de perduración. Efectivamente, la estabilidad es la característica dominante de la fase 2 (gráf. 1.31). En ella predominan de forma absoluta los yacimientos de la categoría b (62%), las fundaciones (c + d) están representadas en su práctica totalidad por yacimientos con más de una fase de ocupación (gráf. 1.29), y los abandonos descienden al 19% (gráf. 1.30).

45 Si a éstos añadimos los yacimientos de Las Alboluncas, Cortijo de la Cueva Sucia, Cortijo de la Irueña y Nuño Salvador, situados de forma amplia entre las fases 1 y 3, el número sería aún más próximo, con 27 asentamientos.

128

80

80

80

60

60

60

40

40

40

20

20

20

0

0 a

b c FASE 4

d

posible probable

0 a

b c FASE 5

d

a

b c FASE 6

d

Gráf. 1.29: Estabilidad de los lugares de asentamiento por fases arqueológicas. asentamientos, que alcanza ahora uno de los valores más bajos (gráf. 1.31)46 .

La movilidad poblacional es, pues, escasa, y la que se produce se debe más bien a la creación (24%) que al abandono de asentamientos. En este sentido los siglos VI y comienzos o primera mitad del VII son en gran medida continuidad del siglo anterior. Desde este punto de vista cabe plantear que las fundaciones de este momento puedan ser las últimas manifestaciones de la dinámica del siglo V, mientras que los abandonos se pueden interpretar como los primeros indicios del fenómeno de desaparición de asentamientos que tiene lugar en la fase 3. En definitiva, cabe destacar que los abandonos de los siglos III-IV y V y las fundaciones del siglo V dan lugar a una reestructuración de la ocupación del espacio, posiblemente por traslado de población de unos núcleos a otros dentro de la propia depresión. Con algunas variaciones, esta nueva situación poblacional es la que se mantendrá en la fase siguiente. Así, en el área de estudio el patrón de asentamiento se mantiene altamente estable a lo largo de los siglos V a comienzos del VII, y es el resultado final de un gran proceso de transformación que se inicia en los siglos III-IV y concluye en el V. Esta situación llega a su fin en la fase 3. En este momento, el abandono, que ahora alcanza el 61%, es, con diferencia, la pauta dominante (gráf. 1.29). El índice de creación experimenta un fuerte descenso (gráf. 1.30), al igual que el porcentaje de yacimientos con origen anterior y perduración posterior (b = 33%). Todo esto influye de forma decisiva en el índice de perduración de los

Con respecto a los abandonos, se podría objetar que se trata de un fenómeno aparente, debido más a la falta o escasez de cronoindicadores definitorios de este momento que a un verdadero despoblamiento de los asentamientos. Ahora bien, los indicadores para el siglo IX sí son mejor conocidos, tanto en el sudeste en general como en la depresión de Vera en particular. Y estos indicadores no aparecen en la mayoría de los yacimientos anteriores. En 46 En este punto conviene hacer mención a los yacimientos de Las Alboluncas, Cortijo de la Cueva Sucia, Cortijo de la Irueña y Nuño Salvador. Su indefinición cronológica se ha expuesto en el apdo. 3.5. Sin embargo, como también se ha señalado, por las características morfotécnicas de sus materiales cerámicos podrían corresponder a un momento indeterminado comprendido entre los siglos V y VIII en el caso de los tres primeros, y hasta el siglo XI en el caso del último. Si estos asentamientos tuviesen origen en la fase 1 y se abandonasen en la 3, todas las tendencias se mantendrían inalteradas, ya que se añadiría el mismo número de yacimientos a las pautas dominantes de cada fase. Si, por el contrario, tuviesen una sola fase, ya fuese la 1, la 2 o la 3, los índices de creación y abandono de la fase correspondiente aumenterían en la misma proporción, mientras que el de perduración descendería. Es decir, básicamente la continuidad entre la fase 1 y la 2, o entre la 2 y la 3, según fuese el caso, sería menos marcada, mientras que se acentuaría la pauta de abandono de esta última. Si los yacimientos tuviesen su origen en la fase 1 y se abandonasen en la 2, se remarcarían las pautas de creación y perduración de la primera, y, aunque descendería la perduración de la fase 2, seguiría siendo la pauta dominante de la misma. Por último, con un origen en la fase 2 y un abandono en la fase 3, la estabilidad de la primera con respecto a la fase 1 sería menor, ya que aumentaría la movilidad por creación de nuevos núcleos. No obstante, también sería mayor su grado de perduración en la fase siguiente, al tiempo que se acentuaría la pauta de abandono de la fase 3.

129

consecuencia, se puede afirmar que una parte importante de esos asentamientos -alrededor de dos tercios- ya no estaban habitados en el siglo IX, momento en el que, además, se registra un importante descenso en el número de núcleos de habitación. Ante la falta de elementos que permitan precisar el o los momentos en los que se produjeron, queda abierto el interrogante de si estos abandonos tuvieron lugar de forma más o menos repentina, o si, por el contrario, se sucedieron paulatinamente a lo largo de un lapso indeterminado de la fase 3. La mayoría de yacimientos cuya ocupación cesa en este momento son núcleos fundados en los siglos V-VI. Por otra parte, tras la fase 3 sólo siguen habitados dos asentamientos con origen en la fase 0 o anterior, y cinco con origen en las fases 1 a 3. Es decir, ha desaparecido el 93% de los sitios bajoimperiales y el 66.7% de los tardorromanos. Esto, unido al bajo índice de perduración, muestra que en un momento indeterminado de los siglos VII-VIII concluye la dinámica iniciada en los siglos IV-V y se produce una verdadera ruptura en el poblamiento de la depresión de Vera. En este sentido, cabe observar que la fase 3 guarda similitudes con la fase 0, que también se puede interpretar como conclusiva de una situación anterior. Aunque el despoblamiento de antiguos núcleos es la pauta dominante en los siglos VII-VIII, un tercio de los asentamientos se mantienen desde fases anteriores y perviven en el siglo IX (b = 33%) (gráf. 1.29). Esto muestra la existencia de un cierto poblamiento estable capaz de sobrevivir a los cambios que caracterizan a este momento. Los yacimientos de este grupo son, Pago de San Antón, Cortijo Cadímar, Cerro de Montroy, El Picacho, Zorreras y Loma Rutilla. De hecho, a excepción de Cerro de Montroy, los demás perduran hasta la fase 5, en la que, como veremos, se produce un nuevo abandono drástico de asentamientos47 . Este grupo de poblados, aunque pequeño en relación al número de núcleos anteriores, va a representar una parte importante del poblamiento de la fase 4, y marca la pauta dominante de la misma. Junto a ellos aparece una serie de nuevas fundaciones (Fuente Alamo, El Argar, CajeteAntas) que, aunque reducidas en términos absolutos (c + d = 3), suponen un tercio de los asentamientos de esta fase (gráf. 1.29). Puesto que los nuevos establecimientos no llegan a igualar los abandonos de la fase anterior, el número de 47 Si, efectivamente, Las Alboluncas, Cortijo de la Cueva Sucia y Cortijo de la Irueña corresponden a la fase 3, se podría plantear la existencia, junto al grupo de núcleos de larga duración, de otro formado por asentamientos de temporalidad breve y, como veremos más adelante, de tamaño reducido. A este grupo correspondería también el Pago de San Antón II, único yacimiento cuya fundación consideramos que se puede situar probablemente en esta fase, dado que las características morfotécnicas de sus materiales sugieren una ubicación en el siglo VIII (véase apdo. 1.5.2).

sitios se reduce (gráf. 1.28). Como hemos apuntado (supra), esta reducción puede obedecer a un descenso de la población o a una concentración de la misma. Tanto en un caso como en el otro, cabe la posibilidad de que un grupo de población abandonase sus poblados antiguos para fundar otros nuevos. Pero, también en cualquier caso, es posible que los nuevos asentamientos fuesen ocupados por población procedente de fuera de la depresión. A este respecto, los únicos indicios con los que contamos son los restos materiales de los yacimientos, en particular los de El Cajete-Antas, El Argar y, sobre todo, Fuente Alamo, dado que en este último se identifica una sola fase de ocupación. Por el momento simplemente apuntaremos la cuestión. En Fuente Alamo, junto a una serie de formas de cerámica común a torneta o a torno (marmitas de base plana y cuerpo de tendencia cilíndrica, marmitas de cuerpo globular con cuello, tapaderas planas, jarros y jarras, cántaros, tarro), aparecen algunos ejemplares de candil de piquera, jarro y redoma con revestimiento vítreo (Cressier et al. 2000). Por lo que sabemos, la técnica del vidriado era desconocida hasta ahora en la depresión de Vera. Su aparición puede indicar el contacto con comunidades con tecnologías diferentes, o bien la presencia directa de miembros de estas comunidades en la zona. En este sentido, Acién (1987) propone que la introducción de la técnica del vidriado medieval en la península Ibérica se produjo de manos de la población árabe. El hecho de que estos nuevos elementos técnicos aparezcan sólo en los asentamientos de nueva creación parece apuntar a la llegada a la depresión de Vera de población exógena en el periodo emiral. En el siglo IX el fenómeno de abandono a gran escala que caracterizaba a la fase anterior ha llegado a su fin, y el despoblamiento de núcleos se reduce ahora al 30%, igualando al de nuevas fundaciones (gráf. 1.30). De éstas, dos continúan en la fase siguiente (El Argar y CajeteAntas). Asimismo, sólo se abandona uno de los asentamientos con origen anterior (Cerro de Montroy). De este modo, la situación poblacional alcanza un elevado índice de perduración (gráf. 1.31). En definitiva, el siglo IX supone, al mismo tiempo, una nueva situación poblacional, en la que apenas se mantienen asentamientos anteriores, y la existencia de un grupo de núcleos preexistentes relativamente importante en cuanto al poblamiento total, que conviven con fundaciones nuevas con nuevos elementos materiales y quizá poblacionales. El elevado índice de perduración de la fase 4 supone un nexo de unión de ésta con la fase subsiguiente. Aun así, la fase 5 presenta una dinámica muy peculiar, en cierta medida inversa a la de la fase anterior (gráf. 1.29).

130

1 I. abandono

,9

I. creación

,8

F.6

,7 F.5

Indice

,6 ,5 F.1

,4 ,3

F.3

F.0

F.4

,2 F.2

,1 0 200

400

600

800 Tiempo

1000

1200

1400

Gráf. 1.30: Indices de creación y abandono de asentamientos por fase arqueológica.

,9 F.2 ,8

Indice de perduración

F.4

F.1

,7 ,6 ,5

F.0

,4 F.3

,3

F.5

,2 F.6

,1 0 200

400

600

800 Tiempo

1000

1200

1400

Gráf. 1.31: Indices de perduración de asentamientos por fase arqueológica. Aumenta ahora el índice de creación (I.cr. = 56.2%), superando incluso al registrado en la fase 1 (gráf. 1.30). La mayor parte de las nuevas fundaciones, sin embargo, no continúan en la fase posterior (d = 37.5%). Esto, unido al elevado índice de yacimientos de la fase 4 que se abandonan en este momento (a = 37.5%), hace que el índice de asentamientos despoblados en la fase 5 se sitúe en el 75%, constituyendo la pauta dominante del periodo. En consecuencia, los núcleos de ocupación de los siglos

X-XI alcanzan el índice de perduración más bajo de los registrados (gráf. 1.31). No obstante, en esta fase tiene lugar el único aumento del número de yacimientos dentro de la tendencia general descendente que se registra desde la fase 0 (gráf. 1.28). Esto se debe tanto al mantenimiento de asentamientos anteriores (Cadímar, Cajete-Antas, El Argar, El Picacho, Loma Rutilla, Pago de San Antón y Zorreras) como al establecimiento de sitios nuevos (Alfaix, Cerro del Inox, 131

Comara, Ermita del Espíritu Santo, Gatas y Terrera Ventura), entre los cuales algunos parecen reocupar emplazamientos anteriores (Las Pilas y El Roceipón). Dada la amplitud de las temporalidades de los indicadores cronológicos, es difícil precisar en qué momento o momentos aparecieron las nuevas fundaciones. Independientemente de esto, si tenemos en ºcuenta que casi se duplica el número de yacimientos de la fase anterior, así como la vida relativamente breve de los asentamientos, y, adelantándonos a las problemáticas espaciales, la superficie de los nuevos poblados, cabe plantear que ahora tiene lugar un aumento demográfico. La mayoría de estos sitios no siguen ocupados más allá de los siglos XI-XII. De hecho, de los asentamientos preexistentes, sólo Cadímar perdura en la fase subsiguiente. Es decir, en la fase 5 se produce una verdadera ruptura poblacional (gráf. 1.31), en la cual desaparece también el grupo de asentamientos que había superado la crisis de los siglos VII-VIII. También aquí la amplitud de las dataciones dificulta el situar los abandonos en el tiempo. Atendiendo a la situación geopolítica de la depresión de Vera, éstos probablemente se produjesen ya en el siglo XII, en relación con la inestabilidad político-militar del Sudeste a lo largo de esa centuria (Tapia 1986b, 1987)48. Todo esto apunta a que en los siglos X-XI tiene lugar un proceso de reestructuración del poblamiento de la zona, que puede tener su origen ya en el siglo IX, y que ahora se consolida con el importante aumento de las nuevas fundaciones. Esta situación, en la que más de la mitad de los asentamientos son de nueva creación y el 75% no son anteriores al siglo IX, alcanza, sin embargo, muy escasa perduración, concluyendo poco después, con la desaparición del 75% de los núcleos. Tras el colapso de la ocupación de los siglos X-XI el número de asentamientos no se vuelve a recuperar. Aun así, la fase 6 es una etapa de renovación poblacional, como muestra la ausencia de yacimientos del tipo b (gráf. 1.29) y un índice de creación del 71.4% (gráf. 1.30). La nueva situación perdura en buena medida hasta el siglo XV, para quebrarse definitivamente con el gran despoblamiento de los siglos XVI y XVII.

48 Esto no significa un despoblamiento total de la depresión en el siglo XII. Así, al registro arqueológico cabe añadir la mención que, a mediados de siglo, hace al-Idrisi a los núcleos de Vera y Mojácar, y a la existencia de una alquería en Antas (Molina 1972; Idrisi 1974: 184, 188; al-Idrisi 1989: 253)

132

CAPÍTULO 2 LOS YACIMIENTOS EN EL ESPACIO: DINÁMICAS DE OCUPACIÓN Y ESPACIOS SOCIALES

El objetivo de este capítulo es definir y caracterizar los espacios sociales a través del estudio de las relaciones que dan sentido a las posiciones espaciales que ocupa la materialidad social, en este caso los asentamientos. Para acceder a estas relaciones se han considerado tanto las unidades de ocupación en sí mismas, como el medio con el que están interrelacionadas.

hablar de estudio ecohistórico. Con frecuencia, la investigación escinde implícitamente los elementos de la relación en seres humanos (agrupados bajo un supuestamente neutro “hombres”), y “naturaleza”, o entorno natural, definiendo una relación lineal y unidireccional en la que los “hombres” son el sujeto, y la “naturaleza”, el objeto de la acción de los primeros. La categoría mujeres no se contempla, y los seres humanos se escinden de la materia de la que forman parte, separándose conceptualmente de ella50. En definitiva, las interrelaciones hombres-mujeres-objetos como generadoras de y generadas en espacios necesarios para la reproducción social quedan reducidas a la acción (dominadora, apropiadora) del “hombre” (sujeto) sobre la “naturaleza” (objeto). El espacio es concebido como un “escenario neutro que los seres vivos alteran para satisfacer sus necesidades de reproducción” (Gili Suriñach 1995: 6), y lo que no es materialidad humana se conceptúa como naturaleza-objeto, materia inerte.

2.1. Una noción de espacio social49 La materia, en su existencia, ocupa un espacio del que, a su vez, necesita para existir. Aún más: la materia hace el espacio, ya que “la geometría de éste está determinada por el contenido en materia y la estructura de sus campos de fuerza electromagnéticos” (Gili Suriñach 1995: 6). No concebimos, pues, el espacio como la “ausencia de materia entre partículas de materia”, es decir, como una variable independiente en la cual tienen lugar los objetos, sino definido por las formas de estar la materia en interrelación. En consecuencia, más que de un espacio absoluto y neutro, hablaremos de espacios relacionales determinados por las diferentes relaciones que se establecen entre la materialidad. Estas relaciones son las que dan significado al lugar que las partículas o conjuntos de partículas de materia ocupan en el espacio.

Sin embargo, entendidos como relacionales, y dadas las disimetrías sociales y la irreductibilidad de los sexos, los espacios sociales no se pueden pretender neutros, sino que son, por definición, disimétricos y sexuados. La generación de espacios sociales tiene su punto de partida en la aparición de la especie humana, y se verifica en un universo de relaciones espaciales previo que denominamos espacio natural.

Las relaciones que se establecen entre los elementos de la materialidad social, es decir, hombres, mujeres y objetos, para la reproducción de la vida social “dan lugar a”, configuran los espacios sociales. En ellos, a su vez, tiene lugar la reproducción de la vida social. En otras palabras, la vida social genera y se genera en espacios sociales.

Las necesidades de reproducción de la vida social, que implican apropiación (físico-energética y perceptiva) de la materia circundante, significan la intervención humana en las relaciones espaciales preexistentes. A partir, pues, de la aparición de la especie humana, éstas se alteran, y se produce una interacción duradera entre las comunidades humanas y el resto de la materialidad. Así, la delimitación de lo natural frente a lo social y el aislamiento de lo social en lo natural resultan más difíciles a medida que aumenta el control y conocimiento social del mundo que rodea a las comunidades humanas (Gili Suriñach 1995: 8). En definitiva, el espacio natural previo se convierte en un continuum de relaciones espaciales socio-naturales en permanente transformación

En general, las interrelaciones espaciales entre la materia son condición indispensable para la vida, humana o no, individual o social. La investigación de estas interrelaciones es el objeto de los estudios espaciales. Mientras que el estudio de estas interrelaciones centrado en la materia no humana tiene un carácter propiamente ecológico, y su estudio para la vida humana individual tiene carácter biográfico, la focalización de la investigación en los espacios sociales será la que dote de sentido histórico al estudio espacial. En ese caso se podrá 49 Los contenidos de este apartado son resultado en gran medida de mi participación en los proyectos Archaeomedes y Aguas. En particular, la teoría de la configuración del espacio social parte de las propuestas recogidas en Gili Suriñach (1995), Castro et al. (1996) y Castro et al. (1998a).

50

La consecuencia lógica es que “naturaleza” se opone a “hombres”; las mujeres “desaparecen”, quedan ocultas en la naturaleza-objeto. Las implicaciones para la percepción de la realidad social y para la perpetuación de las relaciones de poder y explotación son evidentes.

133

espacio social tiene por qué estar estructurado en territorios. Por otra parte, los territorios pueden estar o no físicamente relacionados, yuxtaponerse, solaparse o superponerse. Su organización dependerá de las formas de organización de la reproducción económica, social e ideológica del grupo que condicionan la apropiación del medio (Gili Suriñach 1995: 10).

en el que son posibles innumerables espacios. Este continuum es lo que denominamos medio, en tanto que media en el mantenimiento y la reproducción de la vida social, siempre dependiendo del conocimiento del mismo que tenga cada sociedad y los grupos que la integren. Los elementos físicos del medio constituyen los recursos susceptibles de ser apropiados, transformados y consumidos para la reproducción de la vida social.

Los distintos espacios sociales y sus territorios están representados por y son percibidos a través de sus propias manifestaciones fenomenológicas. Entre ellas, patrones de asentamiento, microespacios de producción y reproducción social, patrones de distribución de los objetos sociales, etc. En estas manifestaciones, susceptibles de ser estudiadas arqueológicamente, se centra la atención de este capítulo.

Entendido el medio como continuum de interrelaciones espaciales entre la materia con variados y variables niveles de antropización, la noción de recurso en un sentido amplio puede hacer referencia a elementos también más o menos antropizados. En este sentido, utilizaremos el término recursos naturales para referirnos de forma específica a los elementos del medio apropiables para la producción primaria, es decir, aquellos que por sus propiedades físico-químicas son susceptibles de ser utilizados como alimento, materia prima o fuente de energía no humana.

2.2. El estudio de los espacios sociales El estudio de los espacios sociales se ha desarrollado a partir del examen de las evidencias y los indicios disponibles para aproximarnos al estado del medio, a su explotación, y a las relaciones sociales en la depresión de Vera. Así se ha generado una serie de modelos e hipótesis que luego se han incorporado al análisis espacial propiamente dicho.

Los recursos efectivamente utilizados por una sociedad (materias primas) dependerán de condicionamientos presentes en el propio medio y, sobre todo, se verán condicionados por la propia estructura social, económica e ideológica del grupo. Esta determinará en gran medida la posibilidad de explotar determinados recursos51. Es decir, la posibilidad de explotar un recurso no responde tanto a limitaciones impuestas por el medio como por la estructura económica, social e ideológica de las comunidades humanas.

Como hemos expuesto en el apartado anterior, no entendemos el espacio como una variable independiente, sino como resultado de interrelaciones entre los elementos de la materialidad social. Así pues, el sentido que se pueda atribuir al lugar que estos elementos ocupan en el espacio social estará en función de dichas relaciones. Puesto que éstas varían en el tiempo, un estudio que pretenda obtener información histórica por procedimientos de análisis espacial tiene que tratar de definir previamente los contextos en los que los resultados del análisis adquieren significado.

En el presente trabajo utilizaremos el término recursos potenciales para referirnos a aquellos elementos del medio que pudieron ser apropiados para la reproducción de la vida social, al margen de que se disponga de evidencias materiales de su utilización y de hipotéticos condicionamientos estructurales a la misma. El término recursos reales (materias primas) quedará reservado a aquellos para los que se disponga de evidencias de su explotación.

Partiendo de esta premisa, el estudio de los espacios sociales que aquí presentamos se puede dividir en dos partes. La primera (apdos. 2.3 a 2.5) se dedica a obtener información relativa a las interrelaciones establecidas entre los elementos de la materialidad social a lo largo del tiempo, mientras que la segunda (apdo. 2.6) se ocupa del análisis espacial propiamente dicho.

La apropiación de recursos para la reproducción de la vida social da lugar a la configuración de territorios de explotación dentro del espacio social. Según los aspectos de la vida social en función de los cuales se produzca la apropiación, existirán distintos territorios económicos, sociales y/o ideológicos.

En primer lugar se ha abordado el estudio del medio y sus transformaciones. Comenzamos por un breve repaso a las condiciones actuales que trata de mostrar aspectos particularmente relevantes o característicos, como puede ser el régimen de precipitaciones, y de establecer un punto de referencia para la identificación de posibles diferencias con situaciones ecológicas pasadas. Estas se tratan en detalle en un apartado en el que se recopila y elabora la información paleocológica disponible referente a la geomorfología, los suelos y la vegetación de la zona entre el periodo romano y el bajomedieval.

Si bien los territorios son espacio social, no todo el 51 En relación a la limitación política a la explotación de recursos naturales en la zona de estudio durante la prehistoria reciente, véase Risch y Ruiz Parra (1995). Los casos de limitación social al empleo de recursos tecnológicos son numerosos. Baste citar, por ejemplo, la resistencia opuesta por la caballería mameluca a la adopción de la artillería en batallas de movimiento debido a que supondría el abandono de su condición de caballeros y la equiparación efectiva a la infantería (Cipolla 1967: 93). En cuanto a los condicionamientos ideológicos, por poner un ejemplo, son bien conocidas las restricciones que diversas religiones imponen al consumo de ciertos alimentos.

134

comunidades debe estar condicionado por dichas relaciones, y por lo tanto es susceptible de aportar información acerca de las mismas.

Dentro del estudio del medio, una variable fundamental, aunque de difícil definición, es el clima. A ella se ha dedicado un apartado específico, ya que resulta decisiva para aproximarnos a la cuestión de las estrategias de explotación, en particular a las agrícolas.

En cuanto a las localizaciones, en el apartado correspondiente nos detenemos a exponer más en detalle el sentido de su análisis y el procedimiento empleado, por lo que aquí nos limitaremos a señalar que se trata de recopilar información acerca de posibles consideraciones que intervinieron al decidir la ubicación de los sitios en su entorno. En este punto del trabajo se abordan sobre todo aspectos económicos.

El modelo paleoecológico así elaborado es básico para el siguiente paso del estudio, consistente en la definción de un modelo de estrategias de explotación de recursos. La atención se ha centrado en la producción primaria. Con toda probabilidad la ganadería, la explotación de recursos forestales, la pesca o la caza desempeñaron un papel en la economía de las comunidades de la depresión de Vera. Sin embargo, carecemos de datos suficientes para realizar verdaderas propuestas de explotación. Por lo tanto, el trabajo se ha dirigido a la identificación de especies cultivadas y a la caracterización de estrategias agrícolas a lo largo del tiempo.

Con el análisis espacial se lleva a cabo lo que podemos considerar el estudio regional propiamente dicho, ya que en él se integran los modelos y las hipótesis de puntos anteriores, y se analizan todos los yacimientos identificados en prospección. Como se verá, en él queda de manifiesto la importancia de las prospecciones intensivas para los estudios espaciales, ya que sólo gracias a ellas ha sido posible reconocer un gran número de yacimientos de pequeño tamaño cuya consideración ha sido fundamental para la interpretación del significado histórico de los asentamientos mayores. Adelantando alguno de los resultados, podemos decir que, por ejemplo, esto ha resultado básico para situar en una perspectiva más adecuada los denominados “poblados de altura” tardoantiguos.

El siguiente paso ha consistido en examinar los datos disponibles de yacimientos excavados. Asimismo, se tratan sitios prospectados en los que, además de las concentraciones de cerámica en superficie, se han podido documentar otros restos materiales, básicamente restos arquitectónicos. Si bien se ha tratado de extraer cualquier información, ya fuese relativa a las esferas económica, social o ideológica de las sociedades en estudio, con este apartado se intenta ante todo formular hipótesis sociales y políticas.

El análisis espacial se cierra con un estudio específico de un tipo de producción no subsistencial característica de la depresión de Vera a lo largo del tiempo, como es la minero-metalúrgica.

Así, el modelo paleoecológico, el modelo de estrategias de explotación y las hipótesis formuladas a partir del examen de los datos de ciertos yacimientos constituyen y hacen explícito el marco en el cual se interpretan los resultados de la segunda parte del trabajo, consistente en el análisis espacial. Por tal entendemos la investigación de la posición espacial relativa de la materialidad social, cuantificada a partir de un sistema de coordenadas tridimensional, a través de diversas técnicas instrumentales, en nuestro caso, distintos procedimientos estadísticos. Esta va precedida por el análisis de otras variables que podemos denominar “internas” de cada yacimiento, básicamente el tamaño de las concentraciones de material en superficie. Su consideración se ha estimado fundamental como fuente de datos demográficos.

Las fuentes documentales manejadas, el tipo de datos utilizados y los procedimientos de análisis puestos en práctica para el estudio de los espacios sociales se detallan en los apartados correspondientes. 2.3. Aproximación al medio 2.3.1. Las condiciones actuales52 Desde el punto de vista geográfico, la depresión de Vera forma parte de la región del Sudeste (fig. 2.1), una zona delimitada aproximadamente por la isoyeta de 400 mm de pluviosidad anual -exceptuando las zonas de mayor altitud- que se extiende entre Villajoyosa en Alicante, Adra en Almería y una barrera montañosa interior formada por las sierras del Sistema Bético. El área así demarcada comprende la totalidad de las actuales provincias de Almería y Murcia y aproximadamente la mitad meridional de la de Alicante.

La posición espacial relativa de los yacimientos se ha investigado desde dos puntos de vista. Por una parte, el emplazamiento, es decir, el punto geográfico concreto en el que se instalaron los asentamientos, y por otra, la localización, o la posición del sitio en relación a su entorno inmediato. La importancia del análisis de los emplazamientos deriva de la conceptualización de los asentamientos como lugares en los que confluyen y son recurrentes las relaciones que se establecen entre la materialidad social para la producción y la reproducción de la vida social. La elección del punto en el que se instalaron las

Se trata de una región cálida, con temperaturas medias anuales de 15°-18° C (16°-23° C en la estación meteorológica de Los Gallardos) y una insolación en 52

Para una descripción más detallada de las condiciones ecológicas de la depresión de Vera véase sobre todo Völk (1979), Ferré (1979), y Risch y Ferrés (1987).

135

Estas condiciones son particularmente relevantes para nuestra aproximación al paleoambiente de la zona, ya que al tratarse de causas estructurales suponen una constante en la caracterización paleoclimática.

torno al 60% del total anual astronómicamente posible, que en verano puede alcanzar el 83%. En la mayor parte del Sudeste el volumen de precipitaciones anuales es de 300-400 mm, con zonas aisladas de las áreas central y meridional -entre ellas la depresión de Vera- en las que pueden caer hasta menos de 200 mm.

Dentro de esta región “semiárida”, las zonas más secas, con precipitaciones medias inferiores a los 200 mm anuales, son el Campo de Tabernas, al norte de Almería, y la franja que se extiende entre Aguilas (Murcia) y Carboneras (Almería), en la que queda comprendida nuestra zona de estudio. La cuenca de Vera es una depresión tectónica emergida definitivamente al final del Cuaternario Antiguo. Su 2 superficie es de unos 320 km . Por el este se abre al Mediterráneo, mientras que por el sur, el oeste, el norte y el noreste queda enmarcada por las sierras Cabrera, Lisbona, Bédar, de Almagro y Almagrera, pertenecientes al núcleo más antiguo de los Sistemas Béticos (fig. 2.2). Estos bordes montañosos están compuestos en su mayoría por rocas metamórficas, mientras que las llanuras están cubiertas por depósitos sedimentarios y, en menor medida, volcánicos, del Terciario y el Cuaternario. Los suelos de las zonas montañosas tienden a estar poco desarrollados y expuestos a la erosión. En las llanuras fluviales, en cambio, suelen ser mejores para la agricultura, aunque también están sometidos a la erosión lateral por los cauces de agua, así como a la salinización (Aguilar et al. 1988; Pérez y Oyonarte 1989; Delgado et al. 1991).

Fig. 2.1: La depresión de Vera en el Sudeste peninsular. Los valores medios, sin embargo, apenas resultan significativos, ya que la característica de las lluvias es su extrema irregularidad, tanto en lo que respecta a la intensidad, como a las variaciones de un mes a otro e interanuales. Al contrario de lo que pudiera pensarse, las lluvias características no son las torrenciales, sino las lloviznas ligeras, de escasa influencia para la humedad edáfica. Aun así, de un tercio a un cuarto del volumen anual total puede caer en un solo día, y en ocasiones excepcionales, incluso la cantidad de varios años. Estas irregularidades influyen en la capacidad de acumular humedad, y por lo tanto en la supervivencia de la vegetación.

La gran complejidad estructural, litológica y morfológica de la cuenca se debe a la diversidad de procesos tectónicos y climáticos implicados en su formación, procesos que le han conferido su actual morfología, dominada por los relieves escarpados. Estas formas abruptas se dan tanto en el contacto de la sierra con el llano, como en las aristas entre las superficies y las faldas de los glacis, en los badlands (relieves acarcavados) y, en menor medida, aunque en ocasiones de forma muy acusada, en los macizos de materiales resistentes a la erosión (volcánicos o metamórficos) que se elevan sobre las explanadas, como queda bien ilustrado, por ejemplo, por el antiguo volcán de Cabezo María (Antas).

Por otra parte, el Sudeste posee un régimen pluvial peculiar, con mínimos absolutos en verano y máximos en primavera y otoño, frente al resto del Mediterráneo, donde la estación lluviosa es el invierno. La concentración de las precipitaciones en meses aún cálidos determina una mayor evaporación, y por lo tanto también influye negativamente en la humedad del suelo.

De oeste a este se encuentra atravesada por las redes fluviales del Almanzora al norte, el Antas en la zona central, y el Aguas en la meridional. Caracterizados por la torrencialidad, la alimentación de sus cauces se debe de forma casi exclusiva a la lluvia, de manera que la mayor parte del año permanecen secos. Puesto que, además, la escorrentía no llega a ser de tipo periódico, es decir, coincidente con las estaciones húmedas, sino más bien episódico, en correspondencia con precipitaciones torrenciales, los ríos de la depresión de Vera se pueden clasificar como wadis. Junto a ellos, tanto las zonas llanas como las montañosas están surcadas por innumerables barrancos de incisión, amplitud y longitudes muy variables.

Las causas de esta extrema aridez en relación al resto de la costas mediterráneas septentrionales son la propia ubicación geográfica de la región y los accidentes del relieve, que la alejan y aíslan de las dos grandes áreas de origen de la pluviosidad del Mediterráneo y el Atlántico. Así, la zona central y nororiental queda separada de las inestabilidades del Mediterráno occidental por la región montañosa de Alcoy, mientras que los Sistemas Béticos y las cordilleras norteafricanas suponen una barrera a la influencia climática del Atlántico sobre los sectores occidental y sudoccidental.

136

Fig. 2.2: Topografía de la depresión de Vera. central y septentrional y en las sierras que delimitan la cuenca por el norte y el noreste (Almagro y Almagrera).

En la actualidad el régimen de lluvias, la morfología de los accidentes de la depresión, la litología de amplias áreas, la elevada deforestación y el abandono de las terrazas de cultivo favorecen una fuerte erosión, así como extensos e intensos procesos aluvionales.

Precisamente la aridez ha constituido un punto de partida constante de numerosos estudios neo y paleoecológicos del Sudeste peninsular. Sin embargo, un análisis más detallado revela una amplia variabilidad de las condiciones ambientales, incluso dentro de la propia depresión (Castro et al. 1998a: 33 ss.). En este sentido cabe citar que hoy día en el medio y bajo Aguas y en Sierra Cabrera se documentan unas dos mil especies vegetales, lo que representa aproximadamente el 40% de todas las especies botánicas conocidas en la península

Los factores comentados, en particular la situación geográfica, los accidentes del relieve, las elevadas temperaturas y los índices de insolación, que determinan las escasas e irregulares precipitaciones y la elevada evaporación, son la causa de la marcada aridez de la zona, que condiciona paisajes ”semidesérticos”, en particular en las grandes extensiones terciaras de la zona 137

A partir de estos planteamientos, diferentes proyectos prehistóricos de la zona profundizaron en el tema del cambio climático realizando análisis botánicos, edafológicos, geomorfológicos, isotópicos y de elementos traza. Como veremos a continuación, el análisis de los depósitos acumulados en las desembocaduras de los ríos confirmó que los procesos de erosión habían sido significativamente más intensos durante los últimos 500 años que en todos los periodos anteriores (Hoffmann 1988). Por otra parte, los primeros datos polínicos, carpológicos y antracológicos de los yacimientos de Gatas y Fuente Alamo permitieron concretar el tipo de maquia existente en esta zona durante el III y II milenios ane (Stika 1988; Ruiz et al. 1992), aunque no dar respuesta a la cuestión de si en el pasado dominaron condiciones climáticas más favorables para el desarrollo de las sociedades humanas53.

Ibérica. Por otra parte, desde una perspectiva histórica, el Sudeste se puede caracterizar por la variabilidad de las dinámicas socio-naturales tanto en el tiempo como en el espacio. La cuestión que se plantea en este punto es si estas condiciones ambientales se pueden extrapolar a épocas pasadas. En el caso del Sudeste peninsular, donde la aridez supone una dificultad importante para el desarrollo económico y social, y donde ligeras variaciones en las precipitaciones, en los acuíferos o en los suelos tendrían una repercusión directa en la producción agropecuaria o en los recursos hídricos socialmente disponibles, resulta particularmente relevante darle respuesta. 2.3.2. Los datos paleoecológicos: geomorfología, suelos y vegetación La estabilidad del clima -que junto con el soporte geológico y el relieve forma el marco en el cual tienen lugar las dinámicas sociales y naturales- durante los últimos 10.000 años ha sido objeto de debate. La existencia de cambios climáticos en el sudeste de la península Ibérica durante el Holoceno fue planteada por primera vez por Lull (1980, 1983, 1984) a partir de los datos paleoecológicos más abundantes en aquel momento, proporcionados por los restos de fauna salvaje procedentes de distintos yacimientos del III y el II milenio ane. La presencia en la muestra de especies como el ciervo, el corzo, el lince o el tejón indicaba la existencia de formaciones boscosas. Junto a ella, la fauna característica de zonas esteparias también estaba representada, aunque siempre de forma minoritaria. Lull consideró que la fauna propia de entornos de bosque difícilmente se podía explicar por sesgos en el registro o por la práctica de una caza especializada en zonas de bosques residuales, y que debía responder a unas condiciones climáticas más favorables que las actuales.

Los recientes proyectos arqueoecológicos Archaeomedes (Castro et al. 1994a) y Aguas (Castro et al. 1998a), centrados en la problemática de la coevolución socionatural, han recogido, sistematizado y ampliado las evidencias paleoecológicas para la zona de estudio, lo que ha permitido abordar la cuestión de los cambios medioambientales sobre una base documental más extensa. Al tratarse de estudios de amplio alcance espacio-temporal, el registro cubre también las fases históricas. Partiendo de estos datos, a continuación trataremos los elementos del medio dependientes en última instancia del soporte geológico y las condiciones climáticas y que, por lo tanto, son susceptibles de aportar información acerca de dichas condiciones en el tiempo. Geomorfología Algunos de los resultados más interesantes y que han aportado mayor cantidad de información acerca del estado del medio en el tiempo que nos ocupa se han obtenido a partir de los análisis geomorfológicos, sedimentológicos y micromorfológicos de formaciones y suelos holocenos.

Más tarde, Risch y Ferrés (1987: 93), en su valoración de la información paleoecológica disponible hasta ese momento para el sudeste peninsular, llegaron a la conclusión de que “no es posible excluir la posibilidad de leves fluctuaciones climáticas durante el Holoceno, aunque no hayamos encontrado evidencias para ello hasta ahora”. Efectivamente, las distintas fuentes de información indicaban la presencia de vegetación de características mediterránas, la existencia de suelos formados durante periodos húmedos pliocenos y holocenos, y un mayor caudal en los cauces fluviales, si bien estas condiciones podrían haberse desarrollado en las zonas de montaña, sin necesidad de que dominasen unas condiciones climáticas diferentes. La aridez actual sería resultado sobre todo del impacto antrópico producido durante los últimos 500 años sobre los biotopos de montaña y sierra que hasta entonces habrían resultado decisivos para mantener el equilibrio ecológico de la zona durante las fases de degradación ambiental.

La combinación de geología, geomorfología y micromorfología aplicada al estudio de los sistemas de valles del Barranco de Gatas y la Rambla Ancha sugiere que éstos estaban ya profundamente incisos en el Holoceno inicial (French et al. 1998: 51). La antigüedad de estas formas erosivas encajonadas tan características de la depresión de Vera no es exclusiva de su zona meridional, sino que se ha podido comprobar también en los sistemas de los ríos Antas (Schulte 1995) y Almanzora (Wenzens 1991). Esto indica la existencia de una erosión preholocena que formó los rasgos generales del relieve en el cual se desarrollaría el poblamiento humano posterior.

53 Hay que mencionar que también algunas aproximaciones al pasado de la zona han partido precisamente de su aridez actual, asumiéndola como una constante y desarrollando en gran medida en torno a ella los modelos propuestos (véase Gilman y Thornes 1985).

138

El estudio geomorfológico de los depósitos del río Aguas (French et al. 1998: 45) ha permitido identificar cuatro terrazas holocenas. La primera (H1) se sitúa posiblemente en el Holoceno inicial, mientras que las dos últimas (H3 y H4) se pueden haber acumulado en los últimos 500 ó 600 años54. En cuanto a H2, cuya ubicación cronológica resultaba incierta, su reciente datación radiocarbónica ha arrojado una fecha de 910±40 dne (Schulte 1999: 206), que calibrada remite a 983-1023. Esto indica para este valle una sucesión de etapas de actividad morfodinámica alternadas con periodos de estabilidad.

Murcia de acequias andalusíes bajo 8 m de aluviones del Guadalentín.

En este sentido apunta también la secuencia obtenida en la Rambla Ancha, tributaria del río Aguas por su margen derecha. En ella la incisión holocena ha puesto al descubierto una serie de rellenos aluviales y coluviales que se han podido articular en una sucesión de al menos cinco terrazas cuaternarias. Mientras que las superiores se remontan al Holoceno antiguo, las dos, o tal vez tres, inferiores se fecharon inicialmente como post-medievales (French et al. 1998: 47-48). El denominado Perfil 5, correspondiente a la penúltima acumulación, ha sido datado por C14 c. 714±58 cal dne (1340±50 BP) (French et al. 1998).

Los estudios de las sedimentaciones holocenas llevados a cabo en el curso bajo y en la desembocadura de los ríos Antas y Almanzora (Arteaga et al. 1985; Dibbern 1986; Kracht 1986; Hoffmann 1988) también han aportado información en este sentido. En el Almanzora, entre c. 2550 y 550 ane (4500-2500 BP) se registran tasas de sedimentación de aproximadamente 1 m/1000 años. Aunque no se dispone de datos que permitan calcular las tasas correspondientes a fases más recientes, la cerámica presente en los aluviones indica que la acumulación se incrementó en el último milenio y, sobre todo, en época moderna. Los resultados obtenidos en situaciones comparables, como es el caso del valle del río Vélez, en Málaga, han permitido estimar índices de sedimentación de 45 m/1000 años a partir de los datos disponibles para el periodo c. 1450-1700 dne (c. 500-250 BP) (Kracht 1986: 80).

En la depresión de Vera, Siret (1906: 5, Lám. I) ya hace alusión a este fenómeno. El autor registra los cambios experimentados por la desembocadura del Almanzora a causa de los aluviones arrastrados por el río, que “han rellenado el estuario que formaba el mar al lado de la población antigua”, y menciona que, a principios de siglo, los restos arqueológicos próximos al cauce estaban cubiertos por hasta 5 m de tierra.

Las secuencias del Aguas y la Rambla Ancha ponen de manifiesto que en distintos momentos que se pueden situar en el Holoceno antiguo, en un lapso comprendido entre los siglos VII y X, y en los últimos 500-600 años, se encontraban en marcha importantes procesos erosivos y acumulativos en la depresión55. Entre ellos se sitúan episodios de estabilidad morfodinámica que parecen tener su correspondencia en la ausencia de indicios de fuerte actividad erosiva y en el mantenimiento de los suelos registrado en distintos momentos en varias zonas de la depresión56.

La ubicación temporal de los rellenos del Almanzora y los datos de las terrazas holocenas de los ríos Antas y Aguas permiten plantear una importante intensificación de los procesos de erosión/sedimentación en los últimos 500/600 años. Estos mayores índices de sedimentación parecen inducidos por factores antrópicos, como la despoblación de la zona tras la conquista castellana y el abandono de las terrazas de cultivo. Aun así, los autores señalan que también hay que tener en cuenta la importancia de la denominada Pequeña Glaciación (Kracht 1986; French et al. 1998). Esta fase de enfriamiento, que parece centrarse en XV/XVI al XIX, y cuyas repercusiones en la península Ibérica se han podido constatar a través del estudio del glaciar de La Veleta, en Sierra Nevada, habría aportado la cantidad de agua necesaria para el transporte de las grandes masas de sedimentos.

El último periodo de estabilidad morfodinámica se ve interrumpido de forma significativa en la segunda mitad del segundo milenio, cuando la erosión/sedimentación se intensifica espectacularmente en un proceso ampliamente documentado en el sur y el sudeste peninsulares. Risch y Ferrés (1987: 87-88) recopilan un buen número de ejemplos que ilustran la existencia y dimensiones de estas transformaciones recientes. Baste citar el hallazgo en las ramblas de Lébor y Algeciras (Murcia) de cerámica romana cubierta por 5 y 12 m de sedimentos respectivamente, o la aparición en la huerta de Lorca-

La situación de actividad morfodinámica reciente es la responsable de determinados cambios en las formas de la depresión. En particular, son patentes las modificaciones en la circulación hídrica de los ríos, como queda de manifiesto en la sección excavada por el Aguas en las estructuras arquitectónicas romanas del yacimiento de Cadímar (Turre) (Lám. I).

54

H3 dispone de una fecha de C14 sobre una muestra de carbón de c. 1514±97 cal dne (430±50 BP). En cuanto a H4, la fotografía aérea permite observar que durante los años 70 formaba parte del lecho activo del río. 55 En la estratigrafía holocena del río Antas las dos terrazas documentadas son de formación postandalusí, como muestra la presencia de cerámica moderna en H2 y en la parte superior de H1. El hecho de que aquí no se haya identificado el nivel de acumulación medieval se atribuye a que la secuencia en este río es menos nítida (Schulte 1995, 1999: 206). 56 Véase infra los resultados de los análisis micromorfológicos sobre muestras de suelos en contextos de valle (Cadímar) y sierra (Cerro de Montroy y Sierra Cabrera).

Los procesos de desgaste y acumulación están también en la base de las modificaciones experimentadas por la línea de costa. Las perforaciones realizadas en los sedimentos holocenos de los ríos Antas y Almanzora han mostrado

139

del suelo identificado bajo los niveles de ocupación de Villaricos (Courty et al. 1994: 53) corroboran la existencia de un ambiente de marismas, más que marino propiamente dicho, en esa zona.

que por debajo de los aluviones depositados en sus desembocaduras existen capas de depósitos formados en ambientes subacuáticos (Arteaga et al. 1985; Dibbern 1986; Kracht 1986; Hoffman 1988). La presencia de estos materiales, sus dataciones radiométricas y la ausencia de oscilaciones importantes del nivel del mar en los últimos milenios han permitido constatar que, hacia 6000 BP, durante la transgresión marina del Holoceno antiguo, el mar inundó una serie de cubetas erosivas pleistocenas, dando lugar a la aparición de bahías en lo que hoy son las desembocaduras de los ríos Antas y Almanzora.

Sobre los sedimentos de formación subacuática, las perforaciones identificaron una sucesión de sedimentos aluviales de origen terrestre. Su acumulación es la causa de la colmatación de las antiguas bahías y de la configuración actual de la línea de costa y, por lo tanto, del cambio de ambiente en las zonas antes inundadas. Para la medición de los ritmos de colmatación se utilizaron dataciones radiocarbónicas e indicaciones arqueológicas, es decir, los termini post quos proporcionados por la cerámica contenida en algunos de los rellenos. En general, los resultados obtenidos son poco detallados. Para el Almanzora, Kracht (1986: Fig. 34c) propone que hacia 1000 BP (c. 950 dne) se habría reducido notablemente la superficie de la bahía. En los textos árabes, sin embargo, tenemos un indicio de que ésta todavía existiría en el siglo XII. Así se puede interpretar el pasaje del al-Idrisi en el que, al describir el itinerario costero que pasa por Aguilas y Carboneras, dice: “Del castillo de Aguilas al río de Vera [Wadi Bayra], en el fondo de un golfo, 42 millas”57 (Idrisi 1974: 184).

De acuerdo con la restitución de la antigua línea de costa (fig. 2.3), en la desembocadura del Almanzora existió una ensenada que, en el momento de su máxima extensión en el Holoceno antiguo, penetraba unos 3.5 km al interior de la actual línea de costa y alcanzaba hasta unos 2 km de anchura (Kracht 1986: 82 y Fig. 34b; Arteaga et al. 1985: Fig. 2). Más al sur, en la zona del Aguas, se abría otra bahía que alcanzaba unos 2.5 km al interior, dividida por varias penínsulas (Arteaga et al. 1985: Fig. 3). Entre ambas, la línea de costa se encontraba algo más al interior que actualmente.

En las dos zonas analizadas parece claro que el proceso de relleno experimentó una importante aceleración en época reciente, probablemente moderna (Arteaga et al. 1985). En todo caso, para los asentamientos situados en torno a los actuales cursos bajos y desembocaduras de los ríos Antas y Almanzora al menos hasta el primer milenio o la primera mitad del segundo milenio dne hay que contar con un ambiente diferente del actual, de tipo marisma, quizá con una navegabilidad limitada a determinado tipo de embarcaciones de poco calado. En definitiva, entre los siglos V y XI parece que el asentamiento humano se produjo en una depresión intensamente incisa desde milenios anteriores, en la que aún se habría de producir otro episodio de fuerte erosión/sedimentación en un momento no precisado que, con los datos disponibles, se puede situar entre el siglo VII y el X, y en la que las actuales desembocaduras de los ríos Antas y Almanzora estaban ocupadas por sendas zonas de marismas que penetraban algunos kilómetros al interior. Sobre el soporte así configurado se han registrado distintas situaciones edáficas.

Fig. 2.3: Restitución hipotética de la línea de costa y las áreas de marismas en la depresión de Vera c. 2800 BP. Según Hoffmann (1988). Los resultados de los análisis paleontológicos sobre muestras malacológicas de las columnas de sedimentos mostraron que éstos no se depositaron en un medio totalmente marino, sino que hay que contar con una mezcla de agua dulce y salada, con una proporción dulce mayor a medida que nos adentramos al interior (Kracht 1986: 69). En el valle del Almanzora esta situación se debe atribuir a la llegada de agua por el cauce del río. Las características micromorfológicas del horizonte superior

Suelos Para las tierras bajas en época romana e inmediatamente anterior disponemos del suelo identificado bajo las estructuras del yacimiento de Cadímar (Turre) (Courty et 57

140

Las cursivas son mías.

baja actividad morfodinámica, con algún tipo de desarrollo de suelo que no llega a los niveles de periodos anteriores (Holoceno inicial y, en menor medida, III milenio), y uso antrópico.

al. 1994: 53-54). Se trata de un suelo derivado de la erosión de las margas neógenas, que se puede considerar la primera muestra de que los afloramientos terciarios de este área se encontraban expuestos, es decir, habían perdido hipotéticas coberturas anteriores.

La acumulación de la última de las unidades micromorfológicas (Unidad VIII) se debió producir entre época romana y el siglo XV, como muestra su posición y la presencia de cerámica nazarí y moderna en la parte superior de la secuencia. Representa un periodo erosivo con un importante volumen de sedimentación en esa zona.

La formación de la unidad parece responder a un flujo superficial de baja intensidad que daría lugar a una acumulación progresiva. Su débil desarrollo edáfico indica que la erosión y acumulación debieron producirse poco antes de que ésta quedase sellada por los niveles de ocupación romanos.

Mientras que la actividad morfodinámica reflejada por la Unidad VII concuerda con la tendencia dominante durante buena parte del Holoceno, la Unidad VIII representa una situación al menos puntualmente diferente. En este sentido, la formación de la primera coincide con la reocupación romana de Las Pilas, mientras que la segunda se sitúa en una fase de abandono o de ocupación débil de la zona representada por un conjunto de material cerámico de los siglos X-XI (véase apdo. 1.5.2). En consecuencia, la fase de baja erosión se podría poner en relación con factores naturales, pero también con la existencia de elementos antrópicos que favoreciesen la preservación de los depósitos, como las terrazas de cultivo. Del mismo modo, el aumento de la erosión podría corresponder a un mantenimiento inexistente o insuficiente de esos sistemas.

Ciertos rasgos estructurales muestran que el suelo se benefició de la acción de humedad suficiente para favorecer la actividad biológica, el desarrollo de raíces profundas y, por lo tanto, para equilibrar los efectos de la desecación estival, e indican que su formación se produjo bajo una densa capa de arbustos, y no fue perturbada de forma significativa por la acción humana. La acumulación de materiales de textura fina generados por la erosión de las margas se ha identificado en la parte superior de la mayoría de las secuencias estudiadas en las tierras bajas. Esto significa que no mucho antes del periodo romano los afloramientos neógenos estaban expuestos y participaban activamente en la sedimentación de estas zonas. Los datos de Cadímar apuntan a que las pendientes se encontraban protegidas de la erosión por una cubierta vegetal. Cuando ésta se degradase, por ejemplo, a consecuencia de determinadas prácticas agrícolas, la acción de los agentes erosivos se podía ver reforzada.

La situación en la zona septentrional de la depresión entre el final del periodo romano y los primeros siglos medievales está representada por las muestras extraidas del yacimiento del Cerro de Montroy, en las primeras estribaciones de Sierra Almagrera (Courty et al. 1994: 54-55). En este caso se identificaron tres unidades que se pueden ordenar cronológicamente en función de su posición relativa a las estructuras del asentamiento.

Con los datos micromorfológicos disponibles se puede plantear, pues, que en el periodo romano la situación edáfica en las zonas bajas, fundamentales para la agricultura, era muy similar a la actual, con los afloramientos neógenos expuestos como fuente de materiales para los suelos. Asimismo, cabe señalar que el alto potencial de estas áreas para regenerar rápidamente suelos utilizables para la agricultura por la erosión de las margas permite plantear que la explotación romana no debió producir un agotamiento de la tierra significativo (Courty et al. 1994: 54).

Los depósitos estudiados comienzan con un suelo natural modificado por la acción humana (Unidad 1), seguido por una sucesión de suelos de ocupación y niveles de abandono (Unidad 2) y un suelo superficial rico en material arqueológico redepositado (Unidad 3). En esta secuencia se observa la evolución de los suelos de la ladera en el lapso de tiempo comprendido entre la ocupación del sitio en la primera mitad del siglo V y el momento posterior a su abandono hacia finales del siglo VIII o en el siglo IX (véase apdo. 1.5.3).

La sección documentada en la margen derecha del río Aguas, cerca del yacimiento calcolítico, romano y andalusí de Las Pilas (Mojácar), proporcionó una secuencia sedimentaria que se prolonga desde el Holoceno inicial hasta época moderna (French et al. 1998: 49-51). Dicha secuencia permite aproximarse a los procesos edafológicos y erosivos a pequeña escala en el contexto de las zonas bajas.

La Unidad 1 está formada por limo micáceo y calcítico compactado con escasos fragmentos gruesos de esquisto. Esta masa fina, intensamente modificada por agentes biológicos, contenía, entre otros materiales, carbón y fragmentos de costras de arcillas limosas. Constituye un suelo más bien profundo derivado de la fragmentación física intensa de los esquistos depositados en la ladera antes de la construcción del asentamiento.

En el perfil se identificaron ocho unidades micromorfológicas. Por la presencia de cerámica fechable entre los siglos I y IV y por su posición estratigráfica, la unidad micromorfológica VII se ha podido situar en el periodo romano. Sus características indican una fase de

141

de estos depósitos se basa en su posición estratigráfica y, sobre todo, en la presencia de material cerámico procedente del poblado andalusí de Gatas en los sedimentos de la mencionada rambla.

A pesar de su fragilidad, el material se encontraba bien conservado, lo cual sugiere que el suelo natural previo a la instalación del asentamiento tardorromano estaba protegido por una densa cubierta vegetal que limitó la erosión favorecida por la fuerte pendiente. La ausencia de grandes fragmentos de esquisto, que indica que la roca no estaba expuesta directamente a procesos erosivos, confirma esta interpretación. Determinados rasgos estructurales apuntan a que la vegetación que cubría el suelo no estaba dominada por especies perennes, sino más bien por arbustos con sistemas de raíces profundas.

Los resultados de los análisis apuntan a que nos encontramos en una fase y en una zona en las que los suelos no sólo se mantienen, sino que incluso se desarrollan. Así, en el perfil de la Rambla Ancha se registra una reducción marcada de la cantidad de gravilla y cantos pequeños que indica la regeneración de un estrato blando de arcilla arenosa derivado de la degradación física y bioquímica de los afloramientos de filitas, que ya estaban expuestos. En cuanto a los abanicos aluviales, sus características litogénicas y pedogénicas representan una reducción de los procesos erosivos y un incremento de la pedoplasmación. Esta formación de suelos parece que tuvo lugar a lo largo de un tiempo relativamente breve (en comparación con el observado entre el Holoceno antiguo y medio), que se prolongaría durante algunos cientos de años58. La reducción de la escorrentía superficial y la protección del suelo por una vegetación de raíces más bien profundas, posiblemente formada por especies arbustivas, parecen estar en la base de esta situación de estabilización.

En un determinado momento, la vegetación natural fue degradada por la acción humana, como muestra la abundancia de costras de arcilla limosa formadas a consecuencia de la exposición del suelo a la escorrentía. Además, el hecho de que estas costras se encontrasen fragmentadas apunta a la intervención de procesos físicos, muy probablemente relacionados con el cultivo. Puesto que, aun eliminada la vegetación, expuesto el suelo a la escorrentía, y teniendo en cuenta la fuerte pendiente, éste no llegó a erosionarse de forma drástica, Courty et al. (1994: 54) sugieren la existencia de un sistema de terrazas que protegería la fina capa de tierra. La Unidad 2 corresponde a la ocupación del poblado, y en parte sus características responden a que los materiales probablemente procedan de espacios de habitación cerrados y cubiertos. Los análisis micromorfológicos han señalado algunos rasgos distintivos de esta unidad. El más significativo para la aproximación al estado de los suelos es que, en relación a la Unidad 1, ahora se detecta un incremento marcado de la fracción de arena y la pérdida de limo por erosión. Es decir, el suelo original del cual procederían los materiales analizados se encontraría expuesto a una ligera escorrentía capaz de transportar las partículas más pequeñas y ligeras, pero no las de mayor peso y volumen.

Efectivamente, determinados rasgos químicos y estructurales indican que las condiciones climáticas existentes durante la formación de los suelos se caracterizan por precipitaciones de baja intensidad, bien distribuidas y abundantes. Las temperaturas debieron ser más bien altas, aunque con un importante contraste térmico diurno/nocturno. Con respecto al contenido en agua, sería suficiente como para contrarrestar el efecto del resecamiento estival, evitar una desecación intensiva y favorecer el desarrollo de un sistema de raíces profundas. En las muestras procedentes de la margen derecha de la Rambla Ancha se detectaron evidencias de la existencia de terrazas de cultivo. Determinados rasgos sugieren que los suelos cultivados estaban afectados de forma regular por una suave escorrentía superficial. Por otra parte, los cultivos no habrían modificado de forma significativa la tendencia de los procesos de formación que caracterizan a los suelos sin cultivar.

Por último, la Unidad 3 representa el estado del suelo en el momento posterior al abandono definitivo de la ocupación del cerro. Su degradación textural extrema indica que no llegó a producirse la regeneración de un suelo similar al existente antes de la ocupación. Dadas las condiciones litogénicas del Cerro de Montroy, esto sólo habría sido posible si el sistema no hubiese sufrido perturbaciones periódicas. En consecuencia, Courty et al. (1994: 55) plantean que, desde el abandono del sitio, la vegetación natural de la elevación y sus laderas se debió ver sometida a la presión humana, lo que potenciaría la fragilidad del suelo. Es decir, tras el abandono del asentamiento en torno a finales del siglo VIII o en el siglo IX encontramos una situación edáfica sin regeneración de suelos, pero también sin pérdida drástica de los mismos.

En definitiva, Courty et al. (1994) plantean que durante la fase andalusí en Sierra Cabrera se puede hablar de un momento de estabilización producida por unas condiciones climáticas más cálidas y húmedas. Las condiciones de formación de los suelos muestran un clima marcado por la alternancia de inviernos templados/húmedos con infrecuentes episodios de gota fría, y veranos cálidos/moderadamente secos. Esta situación climática parece ser la expresión local del

Para el periodo andalusí en las tierras altas de Sierra Cabrera disponemos de los datos micromorfológicos obtenidos en suelos enterrados de la Rambla Ancha y en secuencias de ladera y abanicos aluviales localizados en puntos próximos (Courty et al. 1994: 55-56). La datación

58 Si, como indican los materiales cerámicos de la Rambla Ancha, el desarrollo de los suelos se inició en los siglos X-XI o algo más tarde, este dato indicaría que la situación descrita no se prolongaría más allá de los siglos XIV o XV.

142

calentamiento característico de la fase medieval definido en los modelos climáticos globales (infra), si bien en la depresión de Vera no habría producido un aumento de la aridez, sino más bien lo contrario. El mantenimiento de unas condiciones climáticas favorables a la estabilidad de los suelos habría contribuido a que la acción humana no produjese una degradación significativa.

una degradación completa, no pudo recuperar la situación anterior al siglo V, cuando una cubierta arbustiva y luego un sistema de terrazas lo protegían de la erosión.

Recapitulando, el lapso de tiempo que se prolonga desde el periodo romano hasta los primeros siglos medievales parece caracterizarse por una situación en la que no hay formación significativa de suelos, pero en la que tampoco se registra una pérdida drástica de los existentes. Varios indicios en el bajo Aguas y en Sierra Almagrera permiten plantear la incidencia de sistemas artificiales, probablemente terrazas, en la preservación de los suelos. Así, tanto en contextos de valle como de sierra, y tanto en el periodo romano como en los primeros siglos medievales, determinados sistemas de cultivo, concretamente las terrazas, parecen actúar como un factor de mantenimiento de los suelos.

Vegetación

Examinada la morfología de la zona y los suelos que la cubrían, nos aproximaremos ahora al estado de la vegetación.

Nos ocuparemos aquí de las especies no cultivadas documentadas en las distintas zonas y periodos. Al final del apartado, una vez hayamos tratado la cuestión climática, nos detendremos sobre las especies cultivadas y los posibles sistemas de cultivo. Para el valle del Almanzora y Sierra Almagrera durante los siglos romanos (I-IV dne) (Rodríguez Ariza et al. 1998: 64 ss.), los datos polínicos apuntan a que la cubierta arbórea era escasa, y la antracología muestra que desde el III milenio ane habían desaparecido los bosques de ribera. En cambio, se registra ahora la presencia de Tamarix, un arbusto resistente a la aridez y la salinización.

Una deducción importante del hecho de que en el lapso de tiempo referido no existiese una formación de suelos significativa es que, o bien la cubierta vegetal, aun con ser densa, no era suficiente para protegerlos y permitir su desarrollo, o bien, aunque lo fuese, se eliminaría para ganar espacio para los cultivos.

En los restos leñosos carbonizados procedentes de excavaciones en el asentamiento romano de Baria, en Villaricos, y en el Cabecico de Parra (Cuevas del Almanzora), próximo a la desembocadura del Almanzora, se ha constatado que aproximadamente un tercio de lo que probablemente fue combustible doméstico estaba formado por matorral y herbáceas (incluido c. 10% de Tamarix), mientras que otro 26% corresponde a Pistacia (lentisco), especie propia de formaciones de maquia degradada. Su uso sugiere la escasa disponibilidad de recursos de mejor calidad, y por lo tanto parece reflejar la existencia de una vegetación abierta en la zona próxima a los asentamientos. A estas mismas formaciones puede corresponder el 20% de Olea, aunque en este caso se puede tratar tanto de acebuche como de olivo cultivado, y el aladierno o falso aladierno (Phillyrea sp./Rhamnus sp.).

A partir de los siglos X-XI un cambio en las condiciones climáticas, con temperaturas en general más cálidas y precipitaciones abundantes distribuidas más bien regularmente da lugar a una estabilización edáfica al menos en la zona de Sierra Cabrera, y permite el desarrollo de suelos durante algunos cientos de años. Debido a las condiciones favorables de humedad, temperatura y vegetación, parece que la explotación agrícola no llegó a modificar sustancialmente la dinámica de los suelos en este área. No disponemos de datos directos que permitan distinguir si esta situación se puede generalizar a toda la depresión, presentándola como un rasgo distintivo con respecto a la fase anterior, o si se debe limitar a Sierra Cabrera, donde quizá existieron unas condiciones peculiares. Como hemos expuesto, la información disponible apunta a que en las zonas bajas los afloramientos terciarios se encontraban expuestos al menos desde un momento inmediatamente anterior a la época romana. Durante esa fase la formación de suelos sería escasa o inexistente. Ahora bien, dada la fragilidad de los materiales fuente (básicamente, margas terciarias) y de los propios suelos, éstos se encuentran sometidos a una desestructuración y reestructuración continuadas aun con cambios climáticos leves y de corta duración, que limitan la acción degradatoria humana (Courty et al. 1994: 61 ss). En cuanto a la zona de Sierra Almagrera, parece que desde un momento situado en torno al abandono del asentamiento altomedieval de Cerro de Montroy alrededor del siglo IX, el suelo, aunque sin llegar a sufrir

La sustitución, más o menos avanzada, de la maquia por especies con menores exigencias está reflejada por la presencia de alrededor de un 10% de Pinus en las muestras. Al mismo tiempo, el c. 8% de Quercus es indicio de la pervivencia de algo de encina o coscoja, probablemente en la sierra y en zonas algo alejadas de los asentamientos, dada su escasa utilización. En síntesis, en el periodo romano en la zona del bajo Almanzora y Sierra Almagrera podemos hablar de una vegetación abierta, posiblemente formada en buena parte por matorral y herbáceas. Las ramblas han perdido el bosque de ribera probablemente a consecuencia de milenios de deforestación para el cultivo, y posiblemente en sus márgenes degradadas crece ahora el Tamarix. Las especies de la maquia han sido sustituidas en parte por el pino, mientras que en la sierra, quizá en zonas alejadas de 143

incendios en las laderas, lo cual a su vez sugiere un importante alcance de las actividades humanas en la sierra. Por otra parte, mientras que en los niveles inferiores, fechados por la redeposición de material procedente del poblado andalusí de Gatas (supra), se registra todavía algo de Quercus sp., indicio de la pervivencia de bosque mediterráneo, la especie desaparece en los niveles superiores. Además, Juniperus (enebro), indica la degradación del encinar o la existencia de pinares.

los asentamientos, parece que se conserva algo de bosque mediterráneo con encina o coscoja. Nuestro conocimiento de la situación en el periodo tardorromano es mucho más limitado. Unicamente disponemos de una muestra antracológica procedente de un suelo enterrado relacionado con el asentamiento tardío de Las Zorreras, fechado en el siglo VI (véase apdo. 1.5.2). Corresponde a la especie Olea, lo que significa la explotación como combustible bien del acebuche, y por tanto de especies de la maquia, bien del olivo cultivado. En cuanto a la carpología, en las muestras obtenidas en uno de los niveles de habitación del Cerro de Montroy59 (U.E. 616=621), con un terminus post quem del siglo VI (véase apdo. 1.5.3), se recuperaron restos de plantas como el cenizo negro (Chenopodim murale) y la malva (Malva sp.), especies ruderales y de lindes de caminos.

Por su parte, Populus (chopo) y Salix (sauce) apuntan a la existencia de al menos algo de bosque de ribera, es decir, a márgenes de ramblas húmedos sin explotación antrópica total. Que Sierra Cabrera, como ocurre aún hoy día, era una zona que disponía de humedad, está indicado por la presencia de especies como Juglans (nogal), Ulmus (olmo) o Urtica (ortiga).

Una representación de la vegetación silvestre y cultivada de los primeros siglos andalusíes en el valle del Antas la tenemos en las muestras carpológicas extraídas de los niveles medievales de los sondeos 2 y, sobre todo, 3, excavados en el yacimiento de El Argar (Stika y Jurich 1998).

Desde los siglos X-XI, en el polen hay una considerable representación de higuera y morera, que con toda probabilidad, sobre todo en el caso de la segunda, deben ser especies cultivadas. Si se compara la proporción de árboles y arbustos por periodos se observa que en torno a los siglos X-XI los árboles representaban un 25% de la vegetación, y los arbustos, un 26% en las muestras polínicas (Castro et al. 1994a). Una parte importante del arbolado era encina y coscoja, y se registra también una notable representación del olmo. En cambio, al final de la fase andalusí el arbolado se había reducido prácticamente a la mitad (13%), mientras que los arbustos representan un 69%, dentro del cual una proporción importante corresponde a las jaras. Del arbolado han desaparecido encinas y coscojas (Quercus), aumenta el olmo, aparece el nogal y hay una importante representación de la morera y la higuera. De hecho, parece que una parte importante de la vegetación arbórea era de origen antrópico (infra).

Según el autor y la autora, las especies silvestres se pueden dividir en varios grupos. Algunas, como Rosmarinus officinalis (romero) y Stipa tenacissima (esparto) son propias de formaciones de maquia o de garriga, o también de zonas rocosas. Otras, como Arthrocnemum sp., Salsola sp. o Atriplex L. sp. son plantas halófilas, lo que sugiere la existencia de suelos salinos. Por último, las especies de cultivos y ruderales están representadas por Chrysantemum coronarium, Lolium cf. remotum, Lolium cf. temuletum , Solanum luteum o cf. Urtica urens . Los restos carpológicos de especies silvestres de El Argar apuntan, pues, a una vegetación abierta, con maquia pero sin indicios de bosque. En este paisaje existían probablemente extensiones de yeso o salinas que quizá se deban atribuir a la degradación y/o desecación de determinadas áreas (Stika y Jurich 1998), aunque también pueden responder a la existencia de marismas en la zona de la actual desembocadura del Antas (supra). Por otra parte, según Stika y Jurich, las malas hierbas típicas de cultivos proceden más bien de campos húmedos que de los típicos campos de secano.

En las muestras antracológicas de Gatas (Castro et al. 1994b; Rodríguez Ariza et al. 1998), correspondientes a los siglos X-XI, un 75% de la madera carbonizada corresponde a Olea (56%) y Pistacia (19%), ambas especies propias de la maquia degradada o, en el primer caso, quizá cultivada. Su elevado porcentaje en el combustible del asentamiento indica su disponibilidad en las proximidades del mismo. La formación, sin embargo, estaba siendo sustituida por especies como Pinus (5%) o Juniperus, esta última presente en la columna polínica. En cuanto a Quercus, con un 3%, confirma la conservación limitada del bosque mediterráneo con encina o coscoja, probablemente en puntos elevados y alejados del poblado.

Por último, para Sierra Cabrera entre los siglos X/XI y XV, en la columna polínica de la Rambla Ancha (Rodríguez Ariza et al. 1998) se observa una mayor presencia de polen de árboles y arbustos en relación al valle del Almanzora en el periodo romano. Una parte notable de este aumento responde a la importante representación de Cistus (jaras) en los niveles superiores de la secuencia, es decir, posteriores a los siglos X/XI. La presencia de esta especie se considera indicativa de

Resulta de particular interés la identificación de Zizyphus lotus, una especie que hoy día existe sólo en la parte más seca de Murcia y Almería. Junto a ésta, el uso frecuente de leguminosas como combustible implica sequedad y vegetación abierta. Ahora bien, dada la información

59 La flotación del sedimento y la identificación de los restos vegetales corrió a cargo de Ana Mª Arnanz.

144

disponible, estas especies, en particular Zizyphus, debían proceder de las zonas bajas, lo cual puede indicar su degradación en comparación con Sierra Cabrera.

época romana, Atriplex, Salsola o Arthrocnemum en el valle del Antas entre los siglos VIII y X, y Zizyphus lotus en el valle del Aguas en torno a los siglos X-XI.

Sintetizando la información disponible, en general Sierra Cabrera en los siglos andalusíes parece una zona de humedad, como ya indicaban los análisis micromorfológicos de suelos (supra) y como ocurre también hoy día. Las márgenes de las ramblas conservaban el bosque de ribera, es decir, no estaban totalmente deforestadas. En general, en torno a los siglos X-XI el arbolado era superior al existente en el valle del Almanzora en época romana, y también al de la misma sierra en los últimos siglos andalusíes.

Si bien estas formaciones, en distintos grados y proporciones, parecen caracterizar a la depresión en el tiempo señalado, en Sierra Cabrera parece encontrarse una situación más favorable desde el punto de vista de la vegetación, sobre todo alrededor de los siglos X-XI y, en general, hasta el final del periodo andalusí. La pervivencia del bosque de ribera, la aparición de especies como Ulmus, Juglans y Urtica y el porcentaje de arbolado en los siglos X-XI indican una situación de humedad. Esta situación parece caracterizar a la sierra, más que ser extensible a otras zonas, como indica la aparición de Zizyphus lotus en este momento.

En torno a Gatas parece predominar la maquia degradada con acebuche y lentisco, y seguramente hay presencia también de olivar. La maquia está siendo sustituida por una formación con pino y enebro. En ese momento existe aún algo de bosque mediterráneo con encina y coscoja, que representan una parte importante del arbolado, aunque quizá en zonas alejadas del poblado60.

En los últimos siglos andalusíes, las condiciones favorables se mantienen en Sierra Cabrera, si bien la zona parece acusar el impacto de las actividades humanas con una reducción del porcentaje de arbolado, que ahora estaría compuesto en gran medida por especies antrópicas, y con las laderas afectadas por el efecto de frecuentes incendios.

En los últimos siglos andalusíes el porcentaje de arbolado de Sierra Cabrera se reduce a la mitad, y desaparecen de la muestra los indicios de bosque mediterráneo con encina o coscoja. Dado que la aparición de especies como Juglans, unida a los resultados de los análisis micromorfológicos (supra) indican el mantenimiento de un buen grado de humedad, la reducción del bosque mediterráneo se puede atribuir a factores antrópicos, reflejados en la extensión de los incendios en las laderas, más que naturales. El arbolado que se mantiene parece ser en gran medida de origen antrópico, con una elevada presencia de higuera y, sobre todo, morera.

2.3.3. Algunas inferencias climáticas Un aspecto importante de cualquier estudio dirigido al conocimiento de los espacios sociales del pasado es el que se refiere a las variables climáticas, y en particular a las precipitaciones, cuya consideración es fundamental para aproximarnos a la cuestión de los sistemas de cultivo. Los estudios paleoclimáticos globales aportan tendencias generales y estimaciones cualitativas para áreas amplias a partir de informaciones indirectas. A menor escala es necesario recurrir a los datos regionales o locales con el fin de procurar extraer información más ajustada, aunque siempre indirecta y predominantemente cualitativa.

A la luz de los datos disponibles la vegetación de la depresión de Vera entre el periodo romano y el andalusí se puede caracterizar por la ausencia de bosque, que sólo se conserva de forma probablemente reducida en zonas de sierra. Se trata de un bosque de tipo mediterráneo, con Quercus como especie repetida en las muestras. En cuanto a las formaciones de tipo bosque de ribera, en el valle del Almanzora habían desaparecido ya desde el III milenio ane, mientras que en Sierra Cabrera se mantienen aún en el periodo medieval.

Comenzando por los primeros, hoy día se dispone de evidencias de que en Europa y el Mediterráneo las condiciones climáticas no han permanecido estables durante el Holoceno. Para los periodos anteriores a finales del siglo XVII, momento que se puede marcar como inicio de las mediciones meteorológicas instrumentales, los estudios del clima tienen que basarse necesariamente en registros más o menos indirectos de distinta naturaleza (Schönwiese 1979: 30 ss; Mannion 1991: 23; Lamb 1994: 93 ss). De ellos, los más directos, fiables y de mayor resolución temporal son los contenidos en la propia Tierra, es decir, las columnas de hielo y de sedimentos marinos y terrestres susceptibles de ser analizadas por el método de los isótopos de oxígeno61. Más indirectos y de interpretación más controvertida,

La vegetación “tipo”, tanto en zonas de sierra como de valle, y en las distintas fases, es la maquia degradada con abundante componente arbustivo y Olea europaea como especie representativa. Ya desde el periodo romano se registra su sustitución por el pino. En todas las zonas y en todos los periodos muestreados hay señales de la existencia de extensiones degradadas o incluso salinizadas, hoy tan características de la zona, con especies como Tamarix en las riberas del Almanzora en

61 Una breve descripción de los principios y procedimientos de aplicación de este método de estimación de temperaturas a partir del análisis de los isótopos O18 y O16 se puede consultar en Schönwiese (1979: 30 ss.).

60

En este sentido cabe citar que en las columnas polínicas extraidas de dos lagos situados en las cotas superiores de Sierra Cabrera se registró una importante representación de Quercus sp. (Stevenson 1998).

145

Caspio, los estudios sobre ríos y lagos periódicos y quizá también el abandono de asentamientos citado por Lamb (1994: 176). Según este autor, las condiciones de c. 300400 dne representan un pico dentro de los periodos de sequedad característicos del I milenio dne en el Mediterráneo, el Norte de Africa y en regiones más orientales, hasta Asia, si bien matizando que en Italia y en el Mediterráneo septentrional en general esta tendencia se ve interrumpida con más frecuencia por episodios fríos y húmedos (Lamb 1994: 185).

aunque también de utilidad son los estudios de los glaciares y de las fluctuaciones del nivel del mar, los análisis polínicos o los anillos de crecimiento de los árboles, entre otros. Asimismo, la documentación histórica ha mostrado ser de gran potencial informativo. Así se aprecia en las curvas de temperaturas y precipitaciones elaboradas por Lamb para Inglaterra y Gales desde c. 800 dne hasta el presente siglo a partir de cálculos sobre datos históricos (Lamb 1994: 97 ss), o en el trabajo de Hennig (1904, citado en Randsborg 1991), en el que recopila de forma más o menos sistemática las indicaciones climáticas contenidas en textos desde la Antigüedad hasta 1800.

Las características climáticas de la segunda mitad del I milenio parecen más difíciles de determinar. Para el periodo 300-800 dne, Frenzel (1977) habla de una “fase muy desfavorable” que afectaría a Europa sudoccidental. Schönwiese (1979: 83), con una resolución espacial poco precisa, plantea que las condiciones frías y húmedas serían las propias del periodo comprendido entre c. 400600, y dominarían en torno a 800 dne, momento a partir del cual las precipitaciones comenzarían a descender y daría inicio una nueva fase más cálida. Para Lamb (1994: 185), en c. 800 se habría alcanzado otro pico de aridez similar al de 300-400 en las regiones citadas.

El uso independiente y, sobre todo, combinado de estos métodos ha permitido la elaboración de modelos paleoclimáticos en particular para el hemisferio Norte. Dichos modelos son en gran medida aproximaciones estimativas, ya que a las dificultades propias de cualquier estudio del clima (multiplicidad de factores, oscilaciones temporales y variaciones espaciales, etc.) hay que añadir los que se derivan de las mediciones indirectas. Por otra parte, los conocimientos son desiguales para distinas áreas geográficas. Así, en Europa se conoce sobre todo la zona septentrional y central, mientras que el Mediterráneo occidental se encuentra entre las menos investigadas.

La síntesis realizada por Randsborg (1991: 23 ss.) a partir de una serie de trabajos arqueológicos y, sobre todo, climatológicos de los años 70 y 80, ofrece un panorama algo diferente y más preciso a escala regional.

Por lo que respecta al tipo de datos disponibles, mientras que una buena parte de los métodos, entre ellos los menos indirectos y más fiables (básicamente, análisis de O18), proporcionan sobre todo información sobre las temperaturas, la aproximación a las precipitaciones resulta más problemática.

Sus conclusiones acerca de la zona mediterránea, y básicamente de Italia, se apoyan en la recopilación de indicaciones climáticas en documentos históricos desde la Antigüedad hasta 1800 hecha por Henning a comienzos del siglo XX. Según estas fuentes, en los primeros siglos de la Era se registraría un periodo relativamente seco aunque con riadas, que en torno a los siglos III-V estaría acompañado por inviernos fríos y tormentosos, adquiriendo las características propias de un clima más continental. Alrededor de mediados del siglo V estas condiciones experimentarían un cambio hacia un clima más de tipo atlántico, con aumento de las precipitaciones y temperaturas más cálidas. Estas condiciones se mantendrían con pocas alteraciones hasta finales del milenio, si bien a partir del siglo VII las temperaturas invernales experimentarían un ligero descenso y aumentarían paulatinamente la sequía y/o el calor.

Teniendo en cuenta estas observaciones previas, podemos realizar ahora un breve repaso de los modelos climáticos extensivos disponibles para la zona europea y del Mediterráneo en el lapso de tiempo que nos ocupa. Informaciones de distinta índole, que incluyen análisis de isótopos de oxígeno sobre columnas de hielo de Groenlandia, textos escritos y otras fuentes indirectas de datos paleoclimáticos, indican que el periodo anterior al siglo V (es decir, una amplia fase situada entre c. 300 ane y 400 dne) debió ser en general una fase cálida, con abundantes precipitaciones sobre todo en los siglos iniciales, que experimentarían una reducción importante en torno a 300-400 dne (Schönwiese 1979: 82). En la Europa romana, desde el cambio de Era y hasta c. 400 dne se registra una tendencia al aumento de la temperaturas acompañada de una sequedad creciente. A excepción de la mayor humedad en el Norte de Africa y el Próximo Oriente, parece que se puede hablar de unas condiciones climáticas similares a las actuales (Lamb 1994: 174).

Según estas mismas fuentes, a mediados y finales del I milenio en la Europa templada se observan las mismas tendencias que en el Mediterráneo en relación a la pluviosidad, y se puede hablar de un clima de tipo atlántico con precipitaciones abundantes y pocos inviernos extremos. Siempre de acuerdo con Randsborg, otros métodos paleoclimáticos proporcionan información acerca de zonas más septentrionales, donde en torno a 500 dne parecen haber dominado unas condiciones atlánticas, cálidas y húmedas. Así, los cordones de dunas litorales de Holanda indican varios periodos de transgresión marina

La tendencia al descenso de las precipitaciones tendría su punto álgido en el siglo IV. En este sentido apuntan, en la zona de Asia central, el descenso del nivel del mar

146

finales del siglo X hasta el siglo XII, y en este sentido apunta también Frenzel para Europa sudoccidental entre 800 y 1200 (Frenzel 1977). Por su parte, Schönwiese (1979: 77 ss.) denomina a este periodo de retroceso hacia el norte de la zona climática polar “óptimo medieval”, y lo caracteriza como una fase cálida, con temperaturas 1°1.5° C superiores a las actuales, muy seca al inicio y muy lluviosa al final. Dentro de estas condicones generales, en Europa se registrarían dos picos, uno entre c. 900-1000, y otro entre c. 1150-1300.

y, por lo tanto, de calentamiento climático inmediatamente antes del cambio de Era y alrededor de 500 dne y 1000 dne. En cuanto a las oscilaciones del nivel de la capa freática en Tornow (Alemania oriental) y a los análisis polínicos de la turbera de Draved, en Jutlandia, indican periodos húmedos en torno a mediados y a finales del I milenio (c. 500 y c. 900 dne). Esta humedad elevada dominaría según Lamb en el norte y centro de Europa hacia 600 dne y a finales del siglo IX, aunque acompañada por temperaturas relativamente más bajas (Lamb 1994: 185). De hecho, el autor habla de una distribución asimétrica de las temperaturas en el hemisferio Norte. Así, entre 300/400 y 1000/1200 dne en las latitudes bajas se registraría una fase cálida aproximadamente ininterrumpida, que en Europa, además de en otras zonas, como la mayor parte de Norteamérica, presentaría una mayor discontinuidad.

Con respecto a las precipitaciones, Lamb (1994: 201 ss.), basándose en los datos acerca de las fluctuaciones del nivel del mar Caspio, en la documentación histórica, en la realización de obras de ingeniería en el bajo Ródano y en los datos acerca de los ríos de Grecia y de los wadis del Norte de Africa y de Arabia plantea unas condiciones de elevada humedad para el Mediterráneo, el Este de Europa y Asia. En cambio, Schönwiese (1979: 82) puntualiza que el efecto del retroceso de la zona climática polar no sería uniforme en todas las regiones, y señala que este fenómeno supondría también el avance en dirección norte de la zona seca, que ahora alcanzaría el Mediterráneo. Así, para Italia el “óptimo medieval” significaría temperaturas más suaves, pero también un descenso de las precipitaciones.

El régimen de precipitaciones presentaría características distintas en amplias zonas de regiones más meridionales, al Sur y al Este de Italia, donde parece que el periodo de sequedad iniciado siglos antes se mantuvo de forma más constante, alcanzando su punto álgido en el siglo VII. Es decir, mientras que para Schönwiese, entre lo que el autor denomina el “óptimo romano” y el “óptimo medieval” habría que situar un periodo frío y húmedo que se prolongaría a lo largo de los siglos V, VI y VII, Lamb plantea una mayor diferenciación regional, con frío y humedad en Europa septentrional y central alrededor de 600 dne, y sequedad en el Mediterráneo, el Norte de Africa y las regiones más al Este.

A comienzos del siglo XIV o ya en el siglo XIII, la fase cálida entraría en un momento de cambio hacia una fase caracterizada por el fuerte descenso de las temperaturas (Schönwiese 1979: 77). En Europa central, meridional y oriental esta época de enfriamiento supondría un periodo de elevada inestabilidad, con periodos de tres a cinco años, o incluso más prolongados, de abundantes precipitaciones, épocas de sequía, e inviernos rigurosos o extremadamente suaves (Lamb 1994: 214 ss.). Este periodo de bajas temperaturas parece representar el preámbulo de la época de frío intenso, conocida como Pequeña Glaciación, que afectó a Europa y, en general, al hemisferio Norte, a lo largo de los siglos XVI y XVII (Schönwiese 1979, Goudie 1992, Lamb 1994).

Las propias dificultades para definir climáticamente la segunda mitad del primer milenio parecen reflejar una fase regionalmente variable, con oscilaciones y tendencia a los extremos. A los datos ya expuestos podemos añadir que estudios paleoclimáticos más recientes relativos a las variaciones de las temperaturas invernales en Europa occidental indican que durante los siglos VIII y IX se registraron los inviernos más fríos de los últimos 2.000 años. Así, distintas fuentes históricas informan de que durante el invierno de 763/764 dne las bajas temperaturas destruyeron numerosos olivos e higueras en Grecia y Yugoslavia, y que el sector norte del Mar Negro llegó a helarse (Pfister et al. 1998, citado en Schulte 1999).

En relación a estas dos fases principales, cálida en el periodo bajomedieval y fría en época moderna, el trabajo de Briffa et al. (1990) sobre los anillos de crecimiento de ejemplares de Pinus sylvestris de la región de Torneträsk, al norte de Suecia, ha aportado algunas novedades. Los datos extraídos de los árboles se han utilizado para reconstruir las temperaturas medias estivales (abrilagosto) de la región desde 500 hasta la actualidad, obteniéndose un larga serie de mediciones con dataciones absolutas y una resolución temporal anual.

Los modelos de los distintos autores muestran una mayor convergencia para lo que respecta a las temperaturas a partir del siglo X y hasta los siglos XII/XIV. Goudie (1992: 163 ss), basándose en los análisis de O18 sobre columnas de hielo de Groenlandia, en datos del bosque fósil fechado por C14 de la zona septentrional de Canadá, y en informaciones textuales, plantea también un periodo cálido general para el lapso de tiempo comprendido entre mediados del siglo VIII y el siglo XII. Lamb (1994: 189 ss.) plantea que, en la medida en que se dispone de datos, se puede hablar de una mejora climática global desde

En general se observa que, a lo largo del último milenio, los veranos del norte de Escandinavia se caracterizan por la alternancia de fases cálidas y frías, y que la longitud de estos ciclos y la amplitud de sus oscilaciones ha experimentado fuertes variaciones a lo largo del tiempo.

147

Andalus (Ibn Hayyan 1981). Por su parte, los datos de los modelos paleoclimáticos a gran escala también parecen apuntar a una fase climática de extremos e inestabilidad.

A una escala bidecadal se identifican varios periodos de calentamiento y enfriamiento relativos, equiparables a los registrados a partir del finales del siglo XIX, cuando a los datos dendroclimáticos se pueden superponer series consistentes de mediciones instrumentales. Para el lapso de tiempo que nos ocupa cabe destacar el ciclo de rápido calentamiento-enfriamiento en el norte de Escandinavia en la segunda mitad del siglo VIII (aumento relativo de las temperaturas) y las primeras del IX (descenso relativo), sólo superado por el ciclo de enfriamientocalentamiento-enfriamiento registrado en el siglo XII. La interpretación más directa de los resultados del estudio es la ausencia de un Optimo Medieval y una Pequeña Glaciación prolongada en la región analizada. Según los autores del trabajo, esto permite poner en duda que ambas fases hayan constituido realmente los mayores eventos climáticos del primer milenio, y que afectasen a todas las regiones europeas de forma sincrónica.

Es precisamente durante este lapso de actividad morfodinámica cuando se produce el abandono a gran escala de yacimientos registrado en nuestra fase 3. Por ahora resulta difícil situar ambos acontecimientos en una secuencia temporal bien definida. Recordemos que la actividad erosiva/acumulativa medieval cuenta con una fecha radiocarbónica calibrada de comienzos o medidados del siglo VII, y otra de las décadas iniciales o centrales del siglo X, que calibrada se sitúa a finales de la centuria, y que el momento en que se produce el abandono de asentamientos se ha ubicado en un rango amplio entre la segunda mitad del siglo VII y el siglo IX. La estrecha imbricación de las dinámicas socio-naturales y los indicios de crisis climática en la segunda mitad del primer milenio permiten plantear que, más que de una relación de causalidad, habría que hablar de una interrelación entre ambos acontecimientos en la que intervendrían otros condicionantes socionaturales, entre ellos el frágil equilibrio entre los factores en juego.

Hasta aquí las aportaciones de los estudios climáticos a gran escala. En relación a la depresión de Vera, los resultados de los análisis geomorfológicos, edafológicos y botánicos permiten plantear algunas hipótesis generales para el tiempo comprendido entre los siglos romanos y el final del periodo medieval, que hacen referencia a las temperaturas, así como a las condiciones de humedad y al balance hídrico más que a las precipitaciones propiamente dichas.

Como hemos mencionado al tratar las condiciones actuales (apdo. 2.3.1), hay un factor estructural que determina la mayor aridez del Sudeste en relación a otras regiones del Mediterráneo septentrional: su propia situación geográfica y los accidentes del relieve que la circundan. Es decir, para el tiempo de estudio tenemos que contar con unas condiciones que, aunque no podamos cuantificar, probablemente haya que calificar de secas. En este sentido, la micromorfología y la paleobotánica apuntan sobre todo a una maquia abierta con un importante componente arbustivo, que está siendo sustituida parcialmente por el pino. La pervivencia posiblemente residual y en zonas de montaña del bosque mediterráneo con encina o coscoja se puede considerar otro indicio de falta de humedad62.

Como hemos expuesto más arriba, las fases de actividadestabilidad morfodinámica documentadas a partir del estudio de las secuencias de terrazas fluviales y de la colmatación de las bahías indican que en la depresión de Vera desde el Holoceno antiguo han tenido lugar al menos tres grandes episodios de erosión/sedimentación alternados con momentos de estabilidad morfológica. En el caso de las terrazas más antiguas, formadas antes de la instalación de los primeros asentamientos humanos en la depresión, no parece haber duda de que las dinámicas implicadas en su formación fueron inducidas por factores climáticos (Schulte 1999: 203-205), mientras que las más recientes, postmedievales, se relacionan sobre todo con factores antrópicos (supra).

Por otra parte, en el periodo comprendido entre el Holoceno medio y época moderna se puede hablar al menos de dos fases de estabilidad caracterizadas por la ausencia de episodios, al menos frecuentes, de gota fría. Esto se desprende de la estabilidad morfodinámica reflejada por la ausencia de formación de terrazas fluviales en los tres sistemas de valles de la depresión, de las dataciones estimadas de las grandes acumulaciones aluvionales en las desembocaduras de los ríos, y del mantenimiento, en mayor o menor grado, de los suelos, tanto en contextos de valle como de sierra (supra).

Para las terrazas medievales, Schulte propone que su formación se debe relacionar con cambios en el clima. Concretamente, H2 podría indicar un periodo de aridez interrumpido por procesos torrenciales (Schulte 1999: 206). Uno de los datos citados para apoyar la propuesta es la baja densidad demográfica de la zona del Aguas durante la fase de erosión/acumulación, constatada arqueológicamente. Además, el estudio de columnas polínicas de la zona del Cabo de Gata muestra que, en un momento situado entre la Edad Antigua y la Edad Media, sin más precisiones, los taxones de Pinus y otras especies arbóreas (AP) alcanzan sus valores mínimos dentro de una tendencia al descenso que se inicia a partir del Bronce final (c. 3000 BP) (Burjachs et al. 1997). Y en la documentación histórica se hace referencia a que entre 750 y 755 se produjo una sequía catastrófica en al-

Unas precipitaciones más regularmente distribuidas influyen favorablemente en la capacidad de acumulación de humedad en los suelos, lo cual repercute en la supervivencia de la vegetación. A su vez, una cubierta 62 Aún así, si los modelos paleoclimáticos globales efectivamente son aplicables a la depresión de Vera, cabe la posibilidad de que los periodos romano y medieval a partir de los siglos X/XI disfrutasen de unas condiciones de humedad más favorables.

148

PERIODO

HIPOTESIS CLIMATICAS

"Romano"

Fase cálida y húmeda. Aumento progresivo de la sequedad.

c. 300/400

Aridez.

S. IV/V-S. VIII

Fase intermedia de informaciones contradictorias. ¿Gran variabilidad espacio-temporal? Area mediterránea: más calor y sequedad (Lamb) o clima más atlántico (Randsborg).

S. VIII/IX

Aridez/torrencialidad. Enfriamiento.

S. X-XI/XIII

Condiciones probablemente cálidas y húmedas, más secas en el Mediterráneo que en el resto de Europa.

desde S. XIII/XIV

Enfriamiento progresivo.

Tabla 2.1.: Resumen de las hipótesis climáticas para el Mediterráneo septentrional entre el periodo romano y los siglos XIII/XIV. las muestras antracológicas del poblado andalusí de Gatas. En cambio, la micromorfología muestra que en el momento de ocupación del asentamiento y hasta el final del periodo andalusí, Sierra Cabrera disfrutaba de unas condiciones favorables tanto edáficas como de humedad, estas últimas corroboradas también por numerosos datos botánicos.

vegetal, silvestre y/o cultivada, más densa, protege el suelo de la evaporación, y por lo tanto también resulta beneficiosa para la humedad edáfica. Contando, pues, con una vegetación más densa que la actual, como permiten plantear los estudios botánicos, y unas precipitaciones más regularmente repartidas y difícilmente inferiores a las actuales, entre el periodo romano y los últimos siglos medievales podemos asumir en general para la depresión de Vera una capacidad de acumulación de humedad edáfica superior a la existente hoy día.

Como ya hemos mencionado, el azufaifo probablemente procediese de zonas bajas. En ellas habría extensiones degradadas ya desde momentos anteriores, que probablemente no se llegarían a regenerar. Si además consideramos los datos sobre suelos del valle, parece que la situación de la sierra no se puede hacer extensible a cualquier otra zona de la depresión.

Aun así, en todas las zonas y todos los periodos para los que disponemos de suficiente información, los datos botánicos contienen indicios de la existencia de extensiones degradadas, que han sufrido desecación y/o salinización. Parece que se localizan en los márgenes o espacios próximos a ramblas del valle del Almanzora, en las zonas bajas del valle del Antas o quizá en las proximidades de marismas, y probablemente también en zonas bajas del valle del Aguas. Es decir, en todos los casos, excepto tal vez en el de las marismas, en espacios que se pueden considerar de uso agrícola preferente, y por lo tanto sometidos a deforestación y más expuestos a la pérdida de humedad. Que esta pérdida llegase a ser “extrema” significa que, eliminada o reducida sustancialmente la cubierta vegetal, el aporte de agua recibido por estas extensiones no era suficiente para compensar la evaporación. Al mismo tiempo, pone de manifiesto el importante papel de la vegetación en un delicado balance hídrico.

La mejora climática que aprece producirse a partir de los siglos X/XI, definida por los modelos paleoclimáticos globales y por los propios análisis micromorfológicos de suelos de la sierra, debió desempeñar un papel importante en el desarrollo de las mencionadas condiciones. Esta, sin embargo, debió afectar en distinta medida a toda la depresión. En este sentido cabe mencionar que, aun admitiendo la existencia de variabilidad entre las precipitaciones en zonas de sierra y de valle, según mediciones actuales en la depresión de Vera ésta no llega a alcanzar diferencias significativas (Herget 1998: 52 ss.). Por consiguiente, además del clima, las situaciones particulares de las distintas zonas deben responder a otros factores. En el caso de Sierra Cabrera cabe pensar que en periodos anteriores sufrió una presión antrópica menor que las zonas bajas. Como hemos dicho, una cubierta vegetal más densa, combinada con unas precipitaciones bien distribuidas, como las que propone la

Uno de los indicios de aridez, representada por la presencia del azufaifo (Zizyphus lotus), se encuentra entre 149

micromorfología de suelos para este periodo y esta zona, favorecería la acumulación de humedad edáfica. Esta, a su vez, permitiría una mejor alimentación de los acuíferos. Efectivamente, el estudio hidrológico de la captación de la rambla del Añoflí ha puesto de manifiesto la importancia de la acumulación y circulación hídrica a través del acuífero kárstico, que constituye la clave de los recursos hídricos de la sierra siempre y cuando se mantenga una gestión no degradatoria, como es el caso de los sistemas de explotación tradicionales (Herget 1998: 52 ss.).

todo, el trigo (Triticum aestivum) y, en menor medida, la escanda (Triticum cf. dicoccum Sch.), que aparecen en una proporción de 1:2.6 si consideramos sólo las semillas enteras, y de 1:4.3 si tomamos también los ejemplares fragmentados (Menasanch y Olmo 1994).

Este sistema natural es el responsable de que aún hoy día, a pesar de que las precipitaciones en la vertiente norte de la sierra no superen los 220-250 mm (Herget 1998: 61), ésta siga poseyendo una cubierta vegetal espesa, diversa y con alta capacidad de regeneración.

Un panorama más rico y diferente lo ofrecen los restos carpológicos de los niveles andalusíes del yacimiento de El Argar (Stika y Jurich 1998). En el grupo de los cereales se registró la presencia de cebada (Hordeum vulgare L., Hordeum vulgare var. nudum, y Hordeum vulgare vestida), así como algunos restos de mijo (Panicum miliaceum) y de panizo (Setaria italica), además de trigo (Triticum aestivum L./T. durum DESF) y escanda (Triticum dicoccum). En este caso la relación entre la cebada y el trigo es de 1:1. Los árboles están representados por el olivo (Olea europaea), sin duda cultivado dada la morfología de los huesos de oliva documentados, la higuera (Ficus carica L.) y el granado (Punica granatum). Por último, hay evidencias del cultivo del lino (Linum usitatissimum). Según Stika y Jurich, las malas hierbas típicas de cultivos proceden más bien de campos húmedos, como podrían ser los cultivos de lino, que de los típicos campos de secano.

A pesar de lo reducido de la muestra, es interesante la importancia del trigo y la escanda frente a la cebada. De hecho, si la consideramos representativa hay que asumir que la mayor parte del cereal consumido por la población de Cerro de Montroy era trigo.

2.4. Los cultivos En relación a los vegetales cultivados, trataremos tanto aquellos que por las características morfológicas de sus restos, o por disponer de información complementaria (caso de las moreras de Sierra Cabrera), se deben atribuir sin duda a especies cultivadas, como aquellos otros, generalmente árboles, de cultivo probable. Se trata de exponer las especies identificadas y de proporcionar algunas indicaciones acerca de sus necesidades hídricas y posibilidades de desarrollo en la depresión de Vera con el fin de plantear algunas hipótesis en relación a la composición de los cultivos entre el periodo romano y los últimos siglos medievales.

Por último, la interpretación de los restos carpológicos de los conjuntos andalusíes del poblado de Gatas resulta problemática, ya que proceden de contextos con un elevado porcentaje de cerámica prehistórica, lo que implica una alta probabilidad de redeposición de otros materiales (Fernández Ugalde et al. 1999). A título indicativo se puede señalar que tanto en el Sondeo 3 como en la Zona B predomina la cebada, junto a cereales indeterminados, algo de leguminosas y malas hierbas. Además, la palinología y la antracología han constatado la presencia de distintas especies arbóreas: Olea, higuera, morera y Prunus.

En el periodo romano altoimperial, los restos carpológicos de los asentamientos romanos de Baria (Villaricos) y Cabecico de Parra (Castro et al. 1998a) han proporcionado evidencias del cultivo de la cebada (Hordeum vulgare) y el trigo en una proporción de 2:1. Junto a los cereales está atestiguado el consumo de legumbres, así como de higos (Ficus carica) y vid (Vitis vinifera). Por otra parte, la antracología ha identificado restos de madera de Prunus (Castro et al. 1994a), género al que pertenece toda una serie de frutales, como el almendro, el ciruelo o el albaricoquero, caracterizados por sus frutos con un único hueso duro que contiene la semilla. Su cultivo se ve confirmado por la identificación de un hueso de melocotón en el asentamiento imperial de la Rambla de los Terreros (Mojácar), en el extremo sur de la depresión (Cara y Ortiz 1987). En cuanto a los restos de Olea europaea recuperados en las muestras antracológicas, al menos algunos deben corresponder a ejemplares cultivados.

Tomando las muestras en su conjunto se observa, en general, una combinación de diversos cereales con leguminosas, vid, y cultivos arbóreos compuestos por olivo y frutales. Entre los cereales, los de menores necesidades hídricas, más resistentes a la sequía, e incluso en algún caso con tolerancia al exceso de salinidad en el suelo son la cebada, el mijo y el panizo (Dantín Cereceda 1926, Martínez Planas y Ticó Roig 1974, Guerrero 1984, Wilson y Witcombe 1985). El trigo, en cambio, difícilmente crece y fructifica con precipitaciones inferiores a los 300-400 mm, y además requiere una distibución adecuada de la lluvia, abundante en primavera y reducida en invierno (Guerrero 1984: 2117). Uno de los factores que determinan estas mayores necesidades hídricas es su elevada transpiración, que en

En dos niveles de habitación (UU.EE. 616=621 y 619) del yacimiento de Cerro de Montroy con un terminus post quem del siglo VI (véase apdo. 1.5.3) se recuperaron restos correspondientes a leguminosas (Vicia faba), así como pepitas de uva (Vitis vinifera), algunas semejantes a las cultivadas. En cuanto a los cereales, están representados por la cebada (Hordeum vulgare) y, sobre

150

el caso de las leguminosas, y en concreto de las habas (Vicia faba), es incluso superior (Guerrero 1984: 494).

como de terrenos irrigados en todos los periodos estudiados63.

Un cultivo propio de campos húmedos es el lino, que además tiene unas exigencias edáficas muy específicas. Necesita terrenos mullidos para que el frágil tallo, al germinar, pueda abrirse paso hacia la superficie, pero no demasiado sueltos ni permeables, ni tampoco con tendencia a encharcarse, de manera que las raíces, poco profundas, encuentren humedad suficiente pero no excesiva (Dantín Cereceda 1926: 264, Guerrero 1984: 451 ss.). Los espacios aptos para su cultivo serían las extensiones aluviales próximas a las ramblas.

Con los datos disponibles, y desde un punto de vista diacrónico, para el periodo romano parece que se puede hablar de una agricultura cerealista sobre todo de secano, con importancia de la cebada. El trigo, siempre que no fuese importado, podría considerarse indicio de la práctica de la irrigación en los márgenes de las ramblas, donde posiblemente se combinaría con leguminosas. La escasa representación de los frutales en este momento sugiere más bien su cultivo esporádico, quizá simplemente aprovechando espacios con mayor humedad natural, que la existencia de huertas a mayor escala. Por último, los datos del bajo Aguas, en las proximidades del asentamiento de Las Pilas, y Cerro de Montroy (supra) son muestra indirecta de la construcción de terrazas de cultivo tanto en zonas de rambla como de sierra.

La higuera, el olivo y la vid podrían desarrollarse en secano en la depresión con unas precipitaciones no superiores a las actuales (Dantín Cereceda 1926). Un límite al cultivo de viñedos lo imponen los suelos salobres (Martínez Planas y Ticó Roig 1974: 507). Por último, los frutales en general son más dependientes del aporte de humedad.

En la fase tardorromana continaría el cultivo de cebada, y quizá de olivo, en secano, si bien ahora, de acuerdo con las muestras del Cerro de Montroy, el trigo sería mayoritario, lo que supondría una intensificación de la producción.

En definitiva, la mayoría de las especies documentadas podrían reproducirse en secano en la depresión con unas precipitaciones no superiores a las actuales, lo cual no significa que no pudiesen resultar beneficiadas de un aporte hídrico suplementario. En otras palabras, su cultivo en secano o con irrigación sería sobre todo una cuestión de productividad, dependiente de decisiones sociales, como queda bien ilustrado en los Libros de Repartimiento y en registros posteriores como el Catastro de Ensenada.

Así, en los periodos romano y tardorromano en la depresión de Vera tenemos que contar con un cierto control social del agua para la irrigación de campos de cultivo. Las técnicas empleadas pudieron ser similares a las documentadas en las explotaciones agrarias alto y bajoimperiales de Túnez central, donde se combinan terrazas con diques dispuestos para dirigir la escorrentía al tiempo que para favorecer la acumulación de sedimento en los campos de cultivo (Hitchner 1988).

La cebada es una constante a lo largo del tiempo en los asentamientos de la depresión de Vera. En el sudeste de la península, y en nuestra zona de estudio en particular, es un cultivo tradicionalmente de secano. Así se ha podido establecer en distintos yacimientos argáricos tanto a partir de la métrica de las semillas (Stika 1988: 36, Hopf 1991: 400), como de los análisis de discriminación de los isótopos de carbono C12 y C13 sobre muestras granadinas (Araus et al. 1997).

También en la Hispania romana contamos con evidencias epigráficas, textuales y arqueológicas de la práctica del regadío a pequeña y gran escala (véase, por ej., Butzer et al. 1985; Morales 1992; Orfila et al. 1992). Dentro de la documentación textual podemos destacar la ley de Urso (Osuna), que en su capítulo LXXIX regula el aprovechamiento agrícola de cauces permanentes, cursos artificiales y aguas de escorrentía, y vigila y ordena el riego (Rodríguez Neila 1988). Para la depresión de Vera resulta particularmente interesante la inscripción de los decuriones de Dianium, fechada en el siglo II, que muestra el empleo de aguas de escorrentía para regar campos de trigo (Rabanal y Abascal 1985).

Desde luego, el aporte suplementario de agua aumentaría la productividad de las cosechas. En ese caso, sin embargo, en periodos históricos se suele optar por el cultivo del trigo, que permite obtener más altos rendimientos. Así, la documentación reciente apunta una tendencia a cultivar preferentemente el trigo en regadío, en muchos casos con boquera. Según se extrae de los datos del Catastro de Ensenada y los Amillaramientos, para la depresión de Vera en su conjunto sus proporciones en secano descienden aproximadamente de un 25% a mediados del XVIII, a un 19% a medidados del XIX, y alrededor de un 5% en la segunda mitad del XX.

63 En torno al tema del origen del regadío en la península Ibérica se han expresado distinas opiniones. No es nuestra intención entrar aquí en una cuestión en relación a la cual las evidencias y los indicios no son en absolutos unívocos -de hecho recientemente se han presentado datos que apuntan al aprovechamiento agrícola intencionado del agua ya en el Calcolítico (Araus et al. 1997)-, y en la que la variabilidad técnica parece lo suficientemente amplia como para hacer dudar de un único origen común. En nuestro caso consideramos que la cuestión relevante no es cuándo y quién inició el uso y control social del agua para incrementar la productividad agrícola, sino cómo y por qué han sido puestos en práctica por las distintas sociedades dentro del conjunto de sus estrategias agrícolas.

En estas condiciones, al margen de cuales fuesen las estrategias agrícolas propias de cada momento, habría que contar con la existencia tanto de campos de secano

151

Bajo Almanzora y Sierra Almagrera

Valle del Aguas

Valle del Antas

Sierra Cabrera

Sobre soporte geológico intensamente inciso desde el Holoceno antiguo, estabilidad morfodinámica alternada con episodios de erosión/sedimentación en SS. VII-X y época moderna.

Geomorfología Holoceno antiguo a época moderna: desembocaduras actuales ocupadas por extensiones de marismas

Suelos

Vegetación

Cultivos

Sª Almagrera: Anterior al S. V: cierto desarrollo edáfico favorecido por vegetación y, luego, terrazas. S. V-VIII/IX: exposición a ligera escorrentía. Post. S. IX: ausencia de regeneración de suelos pero sin pérdida edáfica drástica. Romano: Vegetación abierta. Ausencia de bosque de ribera. Degradación de las márgenes ramblas. Sustitución parcial maquia por pino. Quercus residual en la sierra. Tardorromano: maquia?

c. SS. VIII-X: Vegetación abierta. Sin indicios de bosque. Extensiones salinas por aridez y/o zonas de marismas.

Romano: Agricultura cerealista sobre todo de secano. Proporción cebada/trigo: 2:1 Trigo y leguminosas con irrigación? Cultivo esporádico de frutales. Terrazas. Tardorromano: Proporción cebada/trigo: 1:2,6 Trigo y leguminosas con irrigación? Intensificación de la producción

SS. VIII-X: Cebada, mijo, panizo y olivo? en secano Trigo, lino y frutales en regadío Huertas Proporción cebada/trigo: 1:1

Romano: Afloramientos terciarios expuestos proporcionan materiales fuente para los suelos. Alto potencial regeneración suelos útiles para agricultura. Situación edáfica similar actual.

c. SS. X/XI-XV: Mantenimiento y desarrollo de suelos debidos a mejora factores climáticos.

c. SS. X-XI: Vegetación más abierta que en sierra Cabrera. Areas desecadas.

c. X/XI: Humedad. 25% árbolado. Bosque de ribera Predominio maquia, en parte sustituida por pino. Algo de Quercus. Ultimos siglos medievales: Humedad. 13% árbolado. Bosque de ribera. Sin indicios de Quercus. Huellas notables de presión antrópica. SS. X-XV: Cebada en secano en tierras bajas terciarias; olivo en secano o en regadío; leguminosas y frutales en regadío en proximidades ramblas. Terrazas y huertas, sobre todo en la sierra

Tabla 2.2: Resumen de las hipótesis sobre el estado del medio y su explotación agrícola en la depresión de Vera entre el periodo romano y el nazarí a partir de los datos paleoecológicos. en general se observa una importante presencia del regadío, aunque con un peso relativo variable según se tratase de tierras de llano o de sierra. Así, en el momento de la conquista cristiana sólo en Teresa la mayoría de los cultivos recibían un aporte sistemático de agua (100% de la tierra cultivada), mientras que en Cuevas el porcentaje representa algo más del 25%, y en Vera y en Turre, alrededor del 10% (García y Cañada 1994). Si ponemos en relación estos datos con la cita de Ibn al-Jatib, quien a mediados del siglo XIV dice de Vera que “su tierra produce abundante cebada que alimenta a las cabaldaguras”, y que, sin embargo, “produce poquísimo trigo” (Ibn al-Jatib 1977: 125-126), parece confirmarse el cultivo preferente de la cebada en secano64.

La utilización de técnicas de irrigación en época posterior está documentada textual y arqueológicamente. Así, podemos citar la acequia de Cehegín o los azudes y las áreas irrigadas pertenecientes al monasterio de Melque (Toledo), de posible fecha visigoda (Yelo et al. 1988; Caballero y Fernández 1999). En la fase andalusí, tomando conjuntamente las muestras de El Argar y Gatas, se observa una mayor diversificación de los cultivos. Entre los cereales dominan las especies de posible cultivo en secano, principlamente la cebada, junto a la que aparecen el mijo y el panizo como especies nuevas minoritarias. Asimismo, se registra por primera vez un cultivo “industrial” como el lino, cuyas exigencias hídricas y de terreno apuntan a su cultivo en extensiones aluviales próximas a ramblas. De hecho, buena parte de las malas hierbas documentadas en El Argar deben proceder más bien de campos húmedos.

Como conclusión a este apartado sobre el medio incluimos un cuadro en el que se sintetiza la información extraída para los distintos periodos y las distintas zonas de la cuenca de Vera en relación a los diferentes aspectos considerados.

Efectivamente, ésta parece ser la época por excelencia de las huertas y el cultivo de especies arbóreas (olivo, Prunus, higuera, morera y granado), con toda probabilidad a mayor escala que durante el periodo romano. Esta situación encuentra su reflejo en los textos históricos. Así, para la zona del bajo Aguas, los Libros de Repartimiento de Teresa y Turre recogen que, a finales del siglo XV, en las tierras de la población de Teresa se cultivaban alrededor de 140 moreras y 430 olivos, además de 488 almendros, 204 higueras y 1 peral. En Turre, la cantidad de moreras se elevaba a 1100, y la de olivos, a 1500. Ahora bien, también hay que tener en cuenta que, siempre según datos de los Repartimientos,

2.5. Los asentamientos Una vez esbozado un modelo paleoecológico para el tiempo y el espacio de estudio, examinaremos ahora los yacimientos arqueológicos que representan la presencia y la actividad social en ese marco espacio-temporal. En este apartado los trataremos desde el punto de vista de sus 64 Uno de los escasos análisis carpológicos realizados sobre muestras medievales en la península Ibérica ha puesto de manifiesto la importancia del cultivo de la cebada en relación al trigo en los siglos IX y X en el yacimiento de Melque (Toledo) (Arnanz 1999).

152

anteriores, como es el caso del correspondiente a la ciudad romana de Baria, en Villaricos, o los de los grandes asentamientos rurales romanos, dado su interés para la comprensión de las dinámicas posteriores de ocupación del espacio. Por último, incluimos el yacimiento de Los Orives, en Huércal Overa. Aunque situado en el margen de nuestra zona de estudio, resulta

restos materiales, estableciendo una primera ordenación en categorías histórico-arqueológicas. Nos referiremos aquí a los yacimientos excavados o prospectados que presentan ocupaciones entre las fases 1 y 5, es decir, entre los siglos V y XI, ya que ése es el lapso de tiempo en el que se centra el interés del trabajo. Asimismo, nos detendremos en algunos yacimientos particularmente relevante por la calidad de sus materiales y las características de su ubicación y estructuras, que justifican el interés de darlo a conocer y ofrecen un buen término de comparación para otros asentamientos tardoantiguos de la depresión de Vera.

mar. Así se infiere de la presencia de necrópolis púnicas y republicanas en las lomas situadas inmediatamente al norte y al oeste (Siret 1906: 74-75, lám. II).

2.5.1. La ciudad romana de Baria (Villaricos) En el sector septentrional de la depresión, la zona en torno a la bahía que ocupaba la actual desembocadura del Almanzora albergó un poblamiento intenso durante los periodos alto y bajoimperial (Siret 1906; López Castro et al. 1988). En el área llana junto a la orilla izquierda del Almanzora, entre la antigua línea de costa y las primeras estribaciones de Sierra Almagrera, se identificaron a comienzos del siglo XX los restos de la antigua ciudad de Baria. Distintos elementos permiten establecer su carácter urbano. Por una parte, el hallazgo en el yacimiento de la inscripción que dedica la Res Publica Bariensium al emperador Filipo a mediados del siglo III (fig. 2.4), que sirvió para identificar el asentamiento con la Baria enumerada en el Anónimo de Rávena65. Por otra, sabemos que Baria poseía la categoría de municipio romano de derecho latino desde época flavia (López Castro 1995: 262), y que su presbítero asistió al concilio de Elvira a comienzos del siglo IV (véase apdo. 1.5.2). Y por último, la inscripción monumental de Caesianus, que recuerda la donación de un templo, así como el propio epígrafe al emperador Filipo, indican la existencia de áreas públicas y, en el primer caso, de prácticas evergéticas. Estos datos textuales muestran asimismo que la vida del núcleo urbano como tal se debió prolongar a lo largo de los siglos I a IV dne. Según los materiales publicados por Siret (1906: passim), el aspecto físico de la ciudad debía ser aproximadamente el que cabe esperar de un núcleo romano de esa categoría: construcciones de sillares, edificios con pavimentos de opus sectile y de ladrillo, columnas con capiteles como elementos sustentantes, pinturas murales y abundante uso constructivo y escultórico del mármol.

Fig. 2.4. Inscripción dedicada al emperador Filipo por la Res Publica Bariensium. Según Siret (1906: Lám.XXIII). Los espacios de transformación, y, lógicamente, los territorios de explotación, sí se extendían más allá de estos límites. La franja de tierra más próxima a la playa estaba ocupada por construcciones relacionadas con lo que debió ser una de las principales actividades productivas de la ciudad: la elaboración de salazones de pescado (fig. 2.5)66. A principios del siglo XX aún eran visibles varios depósitos revestidos de opus signinum, algunos de los cuales conservaban en sus rellenos espinas

La superficie ocupada por espacios de habitación en el periodo imperial no llegó a superar la zona llana que hoy se extiende entre la desembocadura del Almanzora y el 65 La confección de esta larga lista de nombres de lugares y ríos, debida a un autor desconocido original de Rávena, se data en el siglo VII. Para su redacción parece que se utilizó como fuente original un mapa de rutas romano del siglo III, quizá a través de una copia posterior (Roldán Hervás 1975: 111 ss.).

66

Algunas de estas instalaciones son anteriores, como se ha constatado en excavaciones recientes (Alcaraz Hernández 1988, 1989).

153

de habitación imperial se ha documentado la presencia de materiales, fundamentalmente cerámicos, que datan de los siglos V y VI dne (véase apdo.1.5.2). Siret (1906: 64) menciona que en la zona baja costera pudo identificar “... ánforas y numerosos tiestos idénticos a los de Montroy con dibujos geométricos, sin que hasta ahora ninguno haya ostentado símbolos cristianos”, en alusión a fragmentos de ARS estampillados, al menos algunos de los cuales se deben poder atribuir al siglo V. Asimismo, se ha registrado la presencia de ánforas y de cerámica a mano posiblemente de cocina o de almacenamiento a pequeña escala (fig 1.47). No se conocen, sin embargo, estructuras arquitectónicas o elementos constructivos que se puedan atribuir a estas fases tardías.

y escamas de pescado (Siret 1906: 10-11). En las colinas que flanqueaban el área de habitación, y también en la zona llana, las acumulaciones de escoria y los residuos del beneficio de minerales de plomo y de plata parecen dar cuenta del desarrollo de actividades metalúrgicas (Siret 1906: 12). Y entre estas lomas y las estribaciones de Sierra Almagrera se ubicarían campos de cultivo, como se infiere de los indicios de la existencia de terrazas detectados en los análisis de micromorfología de suelos sobre muestras del Cerro de Montroy (véase apdo. 2.3.2), y como sugiere la calidad edáfica de los terrenos situados al pie del mismo. Siret proponía que la función principal del enclave de Baria sería la de servir de puerto de embarque de los minerales de la vecina Herrerías. Asimismo, se han registrado distintas evidencias de la explotación de las minas de Sierra Almagrera durante el periodo romano (véase apdo. 2.6.4). Aunque no disponemos de datos arqueológicos al respecto, hay que suponer la existencia en el sitio de un puerto o de un fondeadero relacionado con el embarque de mineral y otros productos.

Parece que los saladeros de la playa ya habían dejado de funcionar en este momento. Al menos, hasta ahora no disponemos de evidencias en sentido contrario. En todo caso, a partir del siglo IV Baria no vuelve a aparecer mencionada en la documentación escrita67. Además, en una de las lomas con incineraciones republicanas y anteriores y en las proximidades de uno de los complejos de saladeros, se instalan ahora sendas necrópolis (Siret 1906: lám. II, puntos M y N). Sus ajuares, del tipo de los documentados en la necrópolis del Cabezo de las Brujas, en Almizaraque (Siret 1906: 404-406, lám. XVIII y XXV), algunos de cuyos elementos, en concreto los pendientes “de enchufe”, aparecen también en construcciones del Cerro de Montroy (infra), permiten atribuirlas a nuestras fases 1 a 3. En suma, el núcleo de Baria parece responder a un modelo de asentamiento urbano, o civitas, de pequeñas dimensiones, integrado en la estructura sociopolítica e ideológica del estado romano, con una intensa relación productiva con su entorno inmediato, parte de cuya explotación se organiza de forma “industrial”, consumidor de productos y materias primas de importación a media y larga distancia, y por lo tanto participante en las correspondientes redes de intercambio. A partir del siglo V, el núcleo experimenta una serie de transformaciones. Desaparece de los textos escritos, sus edificios quedan total o parcialmente abandonados, como muestra la reutilización de sillares en el nuevo asentamiento del vecino Cerro de Montroy, a donde se debe trasladar una parte de la población (infra), y en lo que eran los márgenes de su solar se instalan ahora necrópolis. En la zona de la playa ya no funciona la producción de salazones, y en el interior hay un cambio de uso de lo que parece que fueron antiguos campos de cultivo. El sitio, sin embargo, no queda del todo abandonado, como muestra la aparición de un recipiente de uso doméstico modelado a mano, así como de ánforas y vajilla norteafricana. La antigua ciudad, que con toda probabilidad ha perdido su carácter urbano, parece quedar convertida ahora en un suburbio portuario del nuevo asentamiento que se instala en el siglo V en el Cerro de

Fig. 2.5. La ciudad de Baria y su entorno en los periodos alto y bajoimperial. A partir de Siret (1906). Los espacios así configurados experimentan una serie de cambios a partir del siglo V. En lo que debió ser el área

67 Más adelante, en los textos árabes, aparecerá bajo la forma Bayra, aunque ya no en referencia a la antigua ciudad romana (infra).

154

desciende hacia el río se registra abundante material arqueológico que cubre un área de unas 4.5 ha. Los tipos cerámicos más antiguos se remontan al siglo II dne, y los más recientes, al VI dne (véase apdo. 1.5.2). Junto a la cerámica, son frecuentes los restos de ladrillos, algunos con digitaciones en su cara superior, así como los de tegulae e imbrices. Algunos ladrillos de pequeño tamaño parecen indicar la existencia de pavimentos de opus spicatum. En las construcciones se utilizaron también sillares y bloques menores de calcoarenisca.

Montroy. 2.5.2. Grandes asentamientos rurales romanos: las villae Algunos de los yacimientos registrados en el área de estudio reúnen una serie de características que permiten interpretarlos como correspondientes a grandes asentamientos rurales romanos. Son los yacimientos de Cadímar en el valle del Aguas, y Cerro de los Riquelmes y El Roceipón en el valle del Antas.

Aunque no afloran restos de estructuras arquitectónicas, la coloración blanquecina del terreno en distintas zonas de la cima muestra la ubicación de antiguos edificios. La mancha más extensa coincide con una concentración de bloques de calcoarenisca, ladrillos, imbrices y bloques de opus caementicium con una de las caras alisadas con cal. El asentamiento en su conjunto debió ocupar un área más extensa, ya que unos 300 m al noroeste de la elevación, junto a la margen derecha del Antas, tenemos noticias del hallazgo de cerámica y monedas romanas, así como de la existencia de restos de estructuras arquitectónicas (Catálogo 1989).

Cadímar El yacimiento se encuentra situado en la margen izquierda del río Aguas, unos 1.5 km al oeste de la actual población de Turre. Como hemos expuesto (véase apdo. 1.5.2), el tiempo de vida del asentamiento es uno de los más prolongados de la depresión de Vera, con origen en el periodo altoimperial y perduración hasta los últimos siglos medievales, aunque con cambios en su extensión y demografía. Los restos visibles en superficie consisten en una gran concentración de material arqueológico que se extiende por unas 6.5 ha en torno a las construcciones de Cortijo Cadímar y que se puede atribuir en su mayor parte a la ocupación imperial. Junto a los fragmentos de cerámica se encuentran tegulae, imbrices, ladrillos y pequeñas porciones de revestimiento parietal.

Algunas escorias apuntan al procesado de mineral en el sitio, mientras que la abundancia de dolia da cuenta del desarrollo de actividades agrícolas. En este sentido, el emplazamiento del asentamiento, coincidente con el mencionado meandro del Antas, favorece la accesibilidad a una amplia extensión de terreno aluvial. El Roceipón

En una sección del terreno originada por la incisión fluvial se observa un conjunto de estructuras arquitectónicas formado por muros de sillares, de mampostería y de ladrillo pertenecientes a varios recintos (Lám. I). Uno de ellos describe una planta absidal, mientras que en otro se observa una sucesión de pavimentos, el más antiguo de opus spicatum, y el superior de opus signinum sobre lecho de cantos.

Unos 1.5 km al sureste de Vera, en el lugar llamado El Roceipón, se encuentra uno de los yacimientos publicados por Siret (1906: 6). El autor señala la existencia de una “población romana” y reproduce algunos de los objetos hallados, entre los que se encuentra una aguja de hueso, un objeto de nácar y un fragmento de cornisa decorada.

En la zona noroeste del yacimiento se distingue un pequeño promontorio aislado en el que la concentración de tegulae, algunas casi enteras, hace pensar en la existencia de un área de enterramiento, hoy muy alterada.

El lugar fue objeto de excavación arqueológica en la segunda mitad de los años 70 y a comienzos de los 8068 (Catálogo 1987, 1989; Gil Albarracín 1983). Los resultados pusieron al descubierto un conjunto de elementos que podemos considerar característicos de una villa romana.

Los datos disponibles proporcionan algunas indicaciones acerca de las actividades productivas que se debieron desarrollar en el asentamiento. Una noticia oral informa del hallazgo de una piedra de molino rotatorio, mientras que al este de las construcciones del cortijo se identificó una concentración de escoria en un área de unos 5 m de diámetro.

Por una parte, se identificaron dos zonas funcionalmente distintas, una de habitación y otra destinada a la producción. La primera, en la que se registraron estructuras constructivas altoimperiales a las que se adosaban otras tardorromanas, estaba provista de elementos relativamente elaborados. Así, algunas de las estancias contaban con pavimentos de mosaico y muros revestidos de estuco pintado. En cuanto a la segunda, se interpreta como una instalación para la elaboración de

Cerro de los Riquelmes Los restos del asentamiento ocupan una elevación que domina un meandro pronunciado del río Antas, cerca de la confluencia de éste con la rambla de Nuño Salvador.

68

Las excavaciones estuvieron a cargo de A. Pérez Casas, director del Museo Arqueológico de Almería. Los resultados permancen inéditos, y sólo se han dado a conocer algunas breves noticias.

En la planicie superior de la loma y en la ladera que 155

que experimenta la ciudad de Baria en el siglo V (supra).

salazones de pescado. Sin embargo, la localización del asentamiento, relativamente alejada de la costa, parece sugerir otro uso, posiblemente productivo, o quizá como almacenes.

Tal como lo conocemos en la actualidad, el yacimiento presenta el aspecto de un asentamiento de altura con una muralla que corre por las crestas oeste, norte y este, una torre rectangular en su punto más alto, y, en el interior del espacio así delimitado, los restos de una serie de estructuras arquitectónicas distribuidas por las laderas (fig. 2.6). La articulación de estos elementos en el tiempo y el examen de sus características contribuye a definir el asentamiento en sus distintos momentos70.

Como vemos, en los tres casos se trata de sitios con temporalidades distintas, pero siempre con origen en el periodo altoimperial, cuyas concentraciones de material en superficie alcanzan varias hectáreas de extensión, en los que se documenta la presencia de material y técnicas constructivas de una cierta elaboración, como los sillares, los elementos cerámicos para las cubiertas, el opus signinum o el opus spicatum, y en los que se registra el gasto en ornamentaciones, como los mosaicos o el estuco, con elevados costes de producción. Tales características son algunas de las que cabe esperar en una villa en sentido amplio, es decir, entendida como gran propiedad rural explotada con mano de obra dependiente, que concentra excedente69 parte del cual se gasta en construcciones de uso privado emplazadas en la misma propiedad, no directamente relacionadas con la producción, y con un elevado valor social.

La primera fase de ocupación (Montroy I), cuyo inicio se sitúa en torno a comienzos o primera mitad del siglo V, se ha documentado estratigráficamente en el tercio superior del cerro, junto a la vaguada que divide en dos la elevación (Sondeo 200). Está representada por una serie de elementos superpuestos directamente a la roca natural. Se trata de los restos de un muro (U.E. 210) y dos depósitos de origen antrópico (UU.EE. 211 y 212) que interpretamos como pertenecientes a un espacio cerrado, posiblemente de habitación, con su respectivo piso de ocupación. A este conjunto se superpone un nuevo depósito (U.E. 209), interpretado también como un piso, del que procede el material datante de esta ocupación temprana.

2.5.3. Asentamientos de altura tardoantiguos: Cerro de Montroy, Los Orives y Cabezo María Presentamos a continuación tres yacimientos que tienen en común su origen en el siglo V, es decir, en nuestra fase 1, y su emplazamiento en cerros o cabezos más o menos escarpados de la depresión de Vera o de áreas colindantes, como es el caso de Los Orives. Por sus temporalidades y ubicación podemos ponerlos en relación con los denominados “poblados de altura” que aparecen también en otras áreas del sur y el levante peninsulares a partir del siglo V (Llobregat 1985; Reynolds 1985, 1993; Martínez Rodríguez 1993; Gutiérrez Lloret 1988b, 1996).

También en torno a la vaguada se agrupan varias estructuras excavadas a comienzos del siglo XX, cuyo material publicado permite proponer su atribución a esta fase71. La denominada “casa” 1 de Siret es un pequeño espacio rectangular parcialmente excavado en la roca de la ladera oriental, y en apariencia relacionado con la “casa” 3. Entre otros objetos, contenía dos lucernas africanas de la forma 1, estilo ornated, de Cartago-Avda. Bourguiba, y un plato de Late Roman C forma Hayes 372 (fig. 2.7). La “casa” 4, de dimensiones algo mayores, estaba construida en la ladera occidental que desciende hacia la torrentera, mientras que las “casas” 2, 6 y 8, que quizá formasen parte o fuesen subdivisiones de una misma unidad de ocupación, se sitúan algo más al norte. En ambos casos los elementos para su ubicación temporal son las lucernas africanas estilo ornated (fig. 2.8, 2.9, 2.11 y 2.13).

Cerro de Montroy Cerro de Montroy es uno de los yacimientos clásicos del periodo tardoantiguo en el sudeste peninsular. Su secuencia de ocupación (véase apdo. 1.5.3) se prolonga desde la primera mitad del siglo V hasta los siglos XVXVI, y se articula en dos fases tardoantiguas (Montroy I y II), una paleoandalusí (Montroy III), una nazarí (Montroy IV) y una última moderna (Montroy V).

Por el momento, éstos son los elementos que podemos atribuir a la fase de ocupación más antigua. Sin embargo, en el sondeo abierto en la cresta oriental, en una zona anexa a la muralla (Sondeo 600), por debajo de un recinto perteneciente ya a la fase Montroy II se registró la

Para el establecimiento del núcleo tardoantiguo se eligió una de las primeras elevaciones de Sierra Almagrera, situada en la actualidad junto a la margen izquierda del Almanzora, aproximadamente a 1 km de la línea de costa (Lám. II). En el momento de su ocupación esta ubicación litoral era aún más inmediata, ya que el cerro se levantaba junto a la extensión de marismas que, ocupando la actual desembocadura del río, penetraba algunos km al interior (véase apdo. 2.3.2). El establecimiento de ese asentamiento se puede poner en relación con los cambios

70 Para las campañas de excavación, la estratigrafía y la construcción de la secuencia del yacimiento, véase Menasanch y Olmo 1994. 71 El empleo del material de las “casas” de Siret para datar y caracterizar las ocupaciones presenta el problema de que desconocemos su procedencia estratigráfica. Criterios como la repetición de determinada forma cerámica o el estado de conservación de los objetos se han considerado indicativos de su probable contemporaneidad al uso de los espacios. 72 Para las referencias bibliográficas relativas a estos objetos y a su clasificación cronotipológica, véase apdo. 1.5.3.

69

Entendemos por excedente la parte de la producción apropiada/gastada por individuos o grupos que no han participado en su obtención con su fuerza de trabajo.

156

Fig. 2.6: El asentamiento de Cerro de Montroy entre los siglos V y VIII. existencia de una serie de depósitos de origen antrópico anteriores al siglo VI. Parece, pues, que el asentamiento de Montroy I también se extendía por este área.

cortaba los mismos depósitos que la cimentación de la muralla, lo que sugiere que entre la construcción de ambos no debió transcurrir mucho tiempo.

Este sondeo también fue importante para la ubicación temporal de la construcción de la muralla. En él se pudo observar que la zanja de cimentación de la fortificación había cortado los depósitos más antiguos, y por lo tanto, que su construcción era posterior a esa primera ocupación. Por otra parte, a su cara interna se adosaban una serie de niveles de construcción y uso (UU.EE. 607, 623, 619, 616=621, 610 y 604) correspondientes al mencionado recinto de la fase Montroy II, con un terminus post quem del siglo VI. La cimentación del muro que delimitaba este espacio por el sur (U.E. 607)

Una situación similar se observó en el sondeo abierto en la cresta norte, unos 25 m al oeste de la torre rectangular (Cata 1). Allí la muralla se había edificado directamente sobre la base geológica del cerro. A su cara interna se adosaba un recinto que también cubría la roca natural, con un nivel de ocupación (Nivel IV) cuyo terminus post quem se sitúa a finales del siglo V o en el siglo VI (véase apdo. 1.5.3). La excavación de la torre rectangular, sin embargo, no resultó de gran ayuda para situar temporalmente la

157

(ii), y una lucerna “de barro ceniciento” forma 5 de Cartago-Avda. Bourguiba (“casa” 9) (fig. 2.14). Cabe plantear, pues, que la superficie ocupada por Montroy II fuese superior a la del asentamiento inicial.

fortificación debido a que Siret había trabajado extensa e intensamente en la zona, como muestran las trincheras abiertas al exterior del edificio, y a que el interior del mismo se encontraba muy alterado por la construcción de la posterior atalaya nazarí. En consecuencia, no se conservaban niveles originales que permitiesen datar la construcción, el uso y/o el abandono. En todo caso, se pudo constatar que la torre se adosaba a la muralla.

La vida de este segundo poblado se prolongó hasta la fase emiral, como muestra la sucesión de depósitos conservada junto al extremo norte de la vaguada (Sondeo 200). Allí se observó que, sobre los restos de las ocupaciones de la fase Montroy I, se construyó un nuevo recinto (UU.EE. 206-208), posteriormente abandonado (U.E. 205), que a su vez estaba cubierto por un último nivel de ocupación (U.E. 204). Este piso más reciente, que hasta el momento constituye la única evidencia de la ocupación paleoandalusí del cerro, contenía ya un ataifor vidriado de tipología emiral (véase apdo. 1.5.3).

Es decir, la muralla altera depósitos que deben pertenecer a Montroy I, mientras que las estructuras excavadas que se adosan a su cara interna corresponden al asentamiento de Montroy II. Por sus respectivas posiciones estratigráficas, entre la construcción de estas últimas y la de la muralla debió transcurrir un tiempo breve. Esto significa que con toda probabilidad la fortificación se debe situar también en esta segunda fase. Más difícil resulta atribuirle una fecha concreta. Los depósitos adosados a su cara interna contienen en todos los casos materiales cerámicos fechados en el siglo VI. Ahora bien, en el Sondeo 600, y probablemente también en la Cata 1, los fragmentos aparecían redepositados, ya que se habían utilizado como material de construcción de los pisos de tierra, mientras que las superficies de uso no proporcionaron elementos datantes. La construcción y el uso de estos pavimentos pueden ser, pues, contemporáneos o posteriores al siglo VI. Por el momento, la falta de un terminus ante quem impide determinar un encuadre temporal más ajustado.

Tanto en el poblado de Montroy I como en el de Montroy II tenemos que pensar en un asentamiento probablemente aterrazado o, en todo caso, con las construcciones distribuidas por las laderas siguiendo aproximadamente las curvas de nivel, aunque, según el plano de Siret (1906: lám. II), sin un orden claramente definido. Las estructuras arquitectónicas situadas en el interior del espacio amurallado probablemente tenían una sola planta, y estaban construidas en buena parte contra la roca natural recortada artificalmente para dar lugar a espacios cuadrangulares. Es el caso de las “casas” 1, 3, 11, 13 y 18 de Siret, y del recinto excavado en el Sondeo 600. Estos espacios se terminaban de cerrar con muros construidos con materiales obtenidos en el propio cerro o en puntos próximos, como lajas de esquisto, cantos, y bloques de arenisca, caliza y conglomerado. Probablemente el propio recorte de la roca de esquisto proporcionaría material constructivo. No se utilizan materiales más elaborados, como pueden ser los ladrillos. Cuando aparece algún sillar, se trata con toda probabilidad de piezas reaprovechadas procedentes de estructuras abandonadas de la antigua ciudad de Baria.

Recapitulando, el registro arqueológico muestra que alrededor de comienzos o primera mitad del siglo V se instala en el Cerro de Montroy un asentamiento probablemente abierto, compuesto por una serie de estructuras organizadas en terrazas y agrupadas de forma preferente en torno a la vaguada que corre en dirección norte-sur. En él se debió instalar parte de la población que había habitado hasta entonces la antigua ciudad de Baria, en la zona llana junto a la playa. La construcción de la muralla en un momento posterior, probablemente en el siglo VI, supuso, además de la transformación de un sitio abierto en uno cerrado, la introducción de modificaciones en algunas zonas del núcleo inicial, concretamente un cambio de uso del área situada en la cresta oriental. La ocupación de las crestas del cerro, y en particular del área septentrional, con recintos probablemente de habitación es característica del asentamiento de Montroy II, y está ligada a la construcción de la muralla.

Los muros se construían a base de dos paramentos de mampostería de bloques y lajas trabados con argamasa, entre los que se disponía un relleno también de piedra y argamasa. Tienen anchuras regulares, de unos 60-70 cm. De acuerdo con la información extraida de la excavación de los derrumbes, ésta sería la técnica empleada para la construcción de los zócalos. Sobre éstos se levantarían alzados de tierra, compuestos en buena medida por láguena. No hemos detectado restos de revestimientos, aunque Siret menciona algunas paredes con enlucido de yeso.

Durante esta segunda fase también se siguió ocupando el espacio más interior y próximo a la vaguada. Así se observa en la secuencia documentada en el sondeo 200 y en las “casas” 1, 5 y 9 de Siret, que contenían materiales como un plato de ARS forma Hayes 104 ó 105 y una lucerna africana forma 1, estilo lineated de CartagoAvda. Bourguiba (“casa” 1) (fig. 2.7), un plato con decoración estampillada estilo E (i) de Hayes (1972) (“casa” 5) (fig. 2.10), otro plato con decoración estilo E

En el cerro no hay presencia significativa de tejas, ni tampoco se han documentado derrumbes de tejados ni de otro tipo de cubiertas, por ejemplo, de lajas. Por lo tanto, éstas debieron ser planas, probablemente de láguena, sobre una estructura vegetal.

158

Fig. 2.7: Cerro de Montroy. Materiales de la “casa” 1. Según Siret (1906: Lám. XXVIII y XXIX).

159

Fig. 2.8: Cerro de Montroy. Materiales de la “casa” 2. Según Siret (1906: Lám. XXVIII y XXIX).

160

Fig. 2.9: Cerro de Montroy. Materiales de la “casa” 4. Según Siret (1906: Lám. XXVIII y XXIX).

Fig. 2.10: Cerro de Montroy. Materiales de la “casa” 5. Según Siret (1906: Lám. XXVIII y XXIX).

161

Fig. 2.11: Cerro de Montroy. Materiales de la “casa” 6. Según Siret (1906: Lám. XXVIII y XXIX).

162

Fig. 2.12: Cerro de Montroy. Materiales de la “casa” 7. Según Siret (1906: Lám. XXVIII y XXIX).

Fig. 2.13: Cerro de Montroy. Materiales de la “casa” 8. Según Siret (1906: Lám. XXVIII y XXIX).

Fig. 2.14: Cerro de Montroy. Materiales de la “casa” 9. Según Siret (1906: Lám. XXVIII y XXIX).

163

Fig. 2.15: Cerro de Montroy. Materiales de la superficie de uso de la UE 211. Según Menasanch y Olmo (1991).

164

Fig. 2.16: Cerro de Montroy. Materiales de la superficie de uso de la UE 619. Según Menasanch y Olmo (1991). Tal como las conocemos en la actualidad, las defensas que delimitaban el asentamiento estaban formadas por un muro corrido con una torre rectangular, o más bien trapezoidal, situada en el punto más alto del cerro. La muralla corría por las crestas este, norte y oeste, describiendo una planta curvilínea, aparentemente abierta en su lado meridional. Así está representada en el plano de Siret, y así se aprecia en superficie en la actualidad. Durante la exploración reciente del yacimiento se observó que en el área adyacente al extremo occidental del muro, la erosión había provocado el afloramiento de la roca natural, de manera que cualquier hipotética prolongación del lienzo en esa zona habría desaparecido.

En el interior de estos recintos se disponían pisos de tierra limosa fina, a veces sobre ligeras nivelaciones previas a base de lajas de esquisto. Para la construcción de estos pavimentos, y con el fin de proporcionarles mayor consistencia, la tierra se mezclaba con materiales más sólidos, como fragmentos de cerámica, fundamentalmente paredes de ánforas. Según noticias de Siret, ciertos espacios no especificados tuvieron pavimentos de hormigón. Técnicas constructivas similares, con recintos que se adaptan a la topografía del terreno, muros a base de zócalos de piedra y alzados de adobe, cubiertas planas y pavimentos de tierra se han documentado en el conjunto de espacios productivos y de habitación edificado en la segunda mitad del siglo VI sobre las ruinas del teatro romano de Cartagena (Ramallo et al. 1996, 1997).

En el sector oriental, en el punto en el que Siret dibujaba el final del lienzo, y en el que se observaban los últimos restos en superficie, se realizó un sondeo (Sondeo 100) con el fin de comprobar si, efectivamente, en su origen el muro terminaba allí. En la excavación se constató que también esta zona estaba muy afectada por la erosión, que había alterado intensamente el depósito arqueológico. Asimismo, quedó de manifiesto que lo que Siret dibujaba como el extremo de la muralla, no era tal. En realidad, se trataba de la hilada superior de los restos de una estructura de piedra, probablemente el extremo de un muro orientado este-oeste, y por lo tanto aproximadamente perpendicular a la fortificación, que presentaba caras en sus lados oeste, norte y sur. Aunque no se pudo determinar si ésta continuaba más allá o se interrumpía en torno a ese punto, la similitud constructiva de ambos elementos permite plantear una posible relación entre ellos, y así, el muro del Sondeo 100 podría

Con respecto a las plantas de las estructuras, parece que tenían distinta superficie y composición, si bien con la información disponible no podemos determinar cómo estaban articuladas ni a qué podían obedecer estas diferencias. Sólo en un caso el empleo de un material constructivo particular evidencia una función diferente y especializada. Se trata de una superficie de unos 3 m x 3 m, situada al oeste de la torre trapezoidal e inmediatamente al este del recinto excavado en la Cata 1, revestida de opus signinum. Esta característica llevó a Siret a interpretarla como un aljibe y, efectivamente, se debe tratar de una estructura relacionada con el uso o el almacenamiento de agua.

165

extraerían del cauce del Almanzora, la arenisca procedería quizá de la orilla opuesta de la extensión de marismas, donde abundan los materiales terciarios, y el solar de la antigua Baria serviría para el aprovisionamiento de materiales como los sillares. Esto significa unos patrones de abastecimiento de materias primas diferentes de los imperiales, aunque, como ya muestra la simple enumeración de los objetos cerámicos de las “casas”, sin dejar de participar en las redes de intercambio tanto a larga distancia como a escala interregional.

corresponder a los restos de alguna edificación que formase parte de las defensas del asentamiento. La muralla se construyó utilizando la propia roca como fundamento allí donde no había depósitos anteriores, como ocurría en la cresta occidental (Cata 1), o excavando una trinchera de cimentación cuando existía estratificación previa (Sondeo 600). Consiste en un muro de entre 1.30 y 1.64 m de anchura máxima, formado por dos paramentos de bloques irregulares de esquisto, en ocasiones alternados con bloques de cuarzo sin escuadrar, trabados con una argamasa grisácea de muy bajo contenido en cal o simplemente con tierra. En su interior se dispuso un relleno de lajas de esquisto de mayor tamaño, algún bloque de cuarzo y de arenisca, y argamasa del mismo tipo que la de los paramentos.

La composición del asentamiento desde el punto de vista socioeconómico se puede empezar a definir a partir de los materiales muebles contenidos en el interior de los espacios conocidos (fig. 2.7-2.16). Hay que tener en cuenta que esta aproximación se encuentra con algunas limitaciones.

En el sector occidental (Cata 1), adosada a su cara externa, se identificó una estructura de 2.24 m de longitud y entre 0.80 y 1 m de anchura. Estaba formada por lajas de esquisto y bloques de arenisca sin trabajar, dispuestos irregularmente excepto en la cara oeste, donde se aprecia una mayor regularidad. Su función debió ser la de servir de refuerzo o contrafuerte para contener el empuje del muro en una zona de fuerte pendiente.

Por una parte, desconocemos si estamos tratando con unidades de ocupación completas o sólo con parte de éstas. Por otra, Siret, cuyo trabajo aporta un volumen de información considerable, no tuvo en cuenta la posiblidad de la existencia de varias fases de ocupación, ni registró la procedencia estratigráfica de los materiales. En nuestras excavaciones hemos constatado que los pisos de los recintos suelen aparecer limpios, apenas con uno o dos objetos abandonados en su superficie, mientras que para su construcción se empleaban fragmentos cerámicos, generalmente de ánforas. Por lo tanto, cabe la posibilidad de que las temporalidades de uso de los objetos de las “casas” enumerados por Siret no siempre sean coincidentes, y/o que entre ellos se encuentren materiales redepositados. Es decir, no podemos hablar de ajuares propiamente dichos, máxime si tenemos en cuenta que en el registro deben faltar materiales, como recipientes de cerámica común a torno o a mano, atestiguados tanto en superficie como en la excavación de los sondeos, pero que no aparecen en los registros de Siret. Aun así, como se observa al elaborar el inventario, se dan ciertas regularidades que inclinan a pensar que, en conjunto, los grupos de objetos pueden ser significativos y útiles para una primera caracterización de las estructuras.

Además del lienzo, la fortificación está formada por una torre de planta trapezoidal de 12.50 m de fachada por 5.20 m y 3.80 m en sus lados este y oeste respectivamente. La anchura de los muros oscila entre 1.40 y 1.60 m, y la superficie del espacio interior es de unos 25 m2. El recinto, que se adosa a la cara exterior de la muralla, poseía un pequeño postigo en su lado oeste. El aparejo utilizado en los muros, de mejor calidad que el de la muralla, está formado por bloques más o menos regulares de arenisca, pizarra y, en algún caso, conglomerado, dispuestos en hiladas corridas y en ocasiones calzados con bloques menores o fragmentos de cuarcita, microgabro y arenisca. La fábrica está trabada con una argamasa rica en cal distinta de la utilizada en el muro de fortificación. Los bloques de arenisca están escuadrados, y con toda probabilidad se trata de sillares reutilizados, extraídos de las ruinas de la antigua Baria. Su empleo se limita a la hilada basal y a las esquinas de la torre.

En cuanto a los materiales de nuestras propias excavaciones, en el recuento hemos consignado solamente aquellos procedentes de las superficies de ocupación y, por lo tanto, contemporáneos al uso de éstas. Sin embargo, en este caso hay que tener en cuenta que al proceder de sondeos dirigidos a establecer la estratigrafía del sitio, no corresponden a recintos excavados en toda su superficie.

Como vemos, a diferencia de lo que ocurría en la ciudad romana de Baria, donde el empleo de material constructivo importado y elaborado, como el mármol, los bloques escuadrados de andesita o el ladrillo, debía ser corriente, en los asentamientos tanto de Montroy I como de Montroy II, y tanto en la fortificación como en otras edificaciones, se utilizaron exclusivamente materiales locales apenas trabajados. El propio cerro y las elevaciones próximas serían fuente de lajas y bloques de esquisto, cuarzo y conglomerado73, los cantos se

Frente a esto podemos señalar que los recintos de los que proceden los materiales se encuentran distribuidos por toda la superficie habitada del cerro, desde las crestas superiores hasta las laderas a ambos lados de la vaguada. De este modo, contamos con una muestra que abarca una parte importante del asentamiento.

73 En la cima de la elevación se conserva una pequeña costra de este material.

166

Recin to

Inst rum entos de traba jo

Alma cena mien to o con serv ació n

Objetos de us o/co nsum o ARS dec . esti lo A ; 1 plato A RS H 104 /105 ; 3 p latos LRC : 1 forma H 3 ; 4 luce rnas africa nas: 2 fo rma 1A, 1 forma 1L , 1 in dete rmin ada

"Ca sa" 1

ARS dec . esti lo A; 1 plat o ARS H 6 3?; 1 pe ndie nte d e en chufe de l atón ; 1 anil la de bron ce

"Ca sa" 2

1-2 c uchil los d e hie rro

"Ca sa" 4

1 anz uelo de b ronc e, 1 pun zón de b ronc e, 1 hoj a de hierro

1 ja rra de barr o co mún

4 lu cerna s afr icana s:1 f orma 1A, 1 forma 1A ?, 2 forma 1L?

"Ca sa" 5

1 pun ta d e hie rro; " vasi jas de bo ca an cha con garga nta latera l"

Anf oras nume rosa s

ARS dec . esti lo E (i); 1 disc o de vidr io o pa sta; 1 frag . de conc ha trabaja da

1 ja rra co n tap ón d e ye so

ARS dec . esti lo A(i); 1 p lato AR S H 61B ?

"Ca sa" 6

"Ca sa" 7

1 pun zón de b ronc e

1 pl ato L RC; 1 fo ndo de re cipie nte d e vidrio

"Ca sa" 8

1 anz uelo de b ronc e

2 lu cerna s afr icana s for ma 1 A, 1 luce rna i mitac ión a frica na; 1 plaq uita de b ronc e ARS dec . esti lo A; 1 luce rna i mitac ión afric ana f orma 5; AR S de c. est ilo E(ii); 1 pl aqui ta de bron ce

"Ca sa" 9

1 án fora

Sup erfici e de uso U.E . 211

1 ja rra; 1 orza

Sup erfici e de uso U.E . 619

1 orza

Tabla 2.3: Objetos relacionados con la producción, el almacenamiento y el consumo de los recintos excavados en Cerro de Montroy. A partir de Siret (1906) y Menasanch y Olmo (1991, 1994). Las determinaciones morfológicas y técnicas de la cerámica African Red Slip (ARS) y Late Roman C (LRC) remiten a Hayes (1972), y las de las lucernas, a Chapman et al. (1984). Un signo de interrogación detrás de la denominación de la forma indica su identificación dudosa. Excepto algunas lucernas de pastas claras o cenicientas, que imitan formalmente modelos africanos (“casas” 8 y 9, fig. 2.13, 1 y 2.14, 1), el resto de los objetos cerámicos de consumo del inventario de Siret son importaciones sobre todo del norte de Africa o, en algún caso, del Mediterráneo oriental (“casas” 1 y 7, fig. 2.7, 1 y 2.12, 2). A estas piezas de vajilla y de iluminación hay que añadir algún objeto metálico de adorno (“casa” 2, fig. 2.8, 3) o de utilidad indeterminada (“casas” 8 y 9, fig. 2.13, 5 y 2.14, 5), un recipiente de vidrio (“casa” 7, fig. 2.12, 1), y otros objetos también vítreos o de concha (“casa” 5, fig. 2.10, 2-3).

Hemos ordenado la información disponible clasificando los materiales en objetos directamente relacionados con la producción, o instrumentos de trabajo, objetos relacionados con el almacenamiento o la conservación, y objetos de uso/consumo (tabla 2.3). En términos generales observamos que los espacios excavados suelen contar con entre uno y tres instrumentos de trabajo metálicos, como cuchillos, posiblemente punzones y anzuelos. Asimismo, son frecuentes uno o dos recipientes para la conservación o el almacenamiento de líquidos o sólidos, sobre todo jarras o cántaros, orzas, y ánforas. La “casa” 5 parece un caso excepcional, ya que, según Siret, en ella las ánforas eran “particularmente abundantes”. Con respecto a los objetos de consumo, si los agrupamos según sus temporalidades globales, establecidas a partir de criterios cronotipológicos, en cada recinto se registra un plato y/o una o, más frecuentemente, dos lucernas. En la “casa” 1, excepcionalmente, se hace constar la presencia de tres platos de Late Roman C y uno de ARS.

Salvo algunas excepciones difíciles de valorar, como el relativamente mayor número de platos de la “casa” 1 o de ánforas de la “casa” 5, en general los conjuntos de materiales son notablemente uniformes. A título de hipótesis podríamos plantear que una “casa” típica del Cerro de Montroy en sus fases I ó II dispondría al menos 167

de un instrumento de trabajo metálico, un contenedor cerámico, un plato de cerámica fina importada y dos lucernas. Un aspecto interesante es que la mayor parte de los recintos dispone de al menos un objeto de importación. Por otra parte, el equipamiento de los distintos espacios no parece guardar relación con la localización espacial de éstos. O, en otras palabras, no observamos diferencias entre zonas más “ricas” y otras más “pobres” en el asentamiento, si bien es cierto que en este aspecto nuestros conocimientos se refieren sobre todo al periodo durante el cual siguen circulando materiales de importación, ya que el periodo subsiguiente todavía es difícil de definir en el asentamiento en particular y en la depresión de Vera en general.

el cerro por el norte y el este tenemos indicios de la existencia de espacios productivos especializados, representados por dos concentraciones de restos de escoria y pequeñas rocas de mineral en superficie (fig. 2.6). Aunque su ubicación temporal depende de la obtención de datos estratigráficos, teniendo en cuenta las características de las distintas fases de ocupación del yacimiento nos inclinamos por ponerlos en relación con los asentamientos de Montroy I o II. Si los restos se encuentran in situ, parece que para la ubicación de los “talleres” relacionados con el tratamiento del mineral y/o el metal, se eligieron espacios relativamente periféricos al área ocupada preferentemente por los espacios de habitación, aunque próximos a ésta.

La diversificación de las categorías de objetos en los recintos muestra que no se trata de espacios con un uso especializado74. No obstante, la presencia de instrumentos de trabajo pone de manifiesto que los/as ocupantes de estos espacios desarrollaban actividades de producción de objetos y/o de mantenimiento, que podían llevar a cabo en los propios recintos o fuera de éstos. Al mismo tiempo, el número de objetos de esta categoría por recinto indica unos volúmenes de producción reducidos. En este sentido, es significativa la presencia de un único anzuelo por espacio. Todo esto, unido a la presencia de piezas de vajilla, muestra que con toda probabilidad nos encontramos ante espacios domésticos, en los que se combinaban actividades de producción de objetos y/o de mantenimiento con un uso como espacios de habitación.

El carácter del asentamiento se transforma en el siglo VI, como queda de manifiesto en la construcción de las defensas. Estas constaban de un muro corrido que seguía la topografía del cerro, con una torre trapezoidal adosada a su tramo septentrional y quizá algún otro elemento en el oriental. Desconocemos si la muralla cerraba por completo un recinto, o si sólo formaba una especie de parapeto. La torre se levantaba en uno de los puntos de más difícil acceso, lo cual hace pensar en una función de observación más que de defensa propiamente dicha. En conjunto, la obra no debió exigir un estudio ni una planificación particularmente elaborados, y en su ejecución se utilizaron técnicas y materiales locales. De los asentamientos existentes en la depresión de Vera entre los siglos V y VIII, Cerro de Montroy es el único fortificado. El emplazamiento de Cabezo María (infra) también parece conceder importancia a la capacidad defensiva y de control del espacio circundante, aunque en este caso ésta se confía a la propia topografía del terreno.

Otro indicio en este sentido se extrae del estudio de las orzas recuperadas de las superficies de los pisos U.E. 211 (fig. 2.15) y U.E. 619 (fig.2.16). Dadas sus características morfológicas, con cuerpos poco profundos y bocas de grandes dimensiones, se debió tratar de recipientes para contener sólidos. En el caso del piso 619, además, contamos con datos carpológicos relativos a la presencia de granos de trigo y cebada y de habas en el mismo pavimento al que se asocia la orza (véase apdo. 2.4).

En el sudeste peninsular se han registrado algunos ejemplos de fortificaciones también fechadas en el siglo VI. Las mejor conocidas son las del Tolmo de Minateda, en Hellín, y la del Cabezo Roenas, en Cehegín, identificadas respectivamente con las Iyih y Begastri de los textos.

La capacidad de estos recipientes es de unos 17 l en un caso (piso 211), y de 19 l en el otro (piso 619). Si consideramos que la cantidad de cebada necesaria para cubrir las necesidades diarias de un individuo es de unos 0.8 l (Castro et al. 1998a), resulta que los contenedores podrían haber almacenado aproximadamente volúmenes suficientes para abastecer a cinco personas durante cuatro o cinco días. Este cálculo, que sólo se puede considerar orientativo, da una idea del carácter de los recintos, apoyando su interpretación como unidades o parte de unidades domésticas, o, en términos de Siret, “casas”.

Las defensas del Tomo de Minateda (Abad Casal y Gutiérrez Lloret 1997) se fechan alrededor de mediados del siglo VI o, con más precisión, en el periodo bizantino, en razón de sus características constructivas. Incluyen al menos un ingreso fortificado con un bastión y una torre. La técnica empleada consiste en una estructura maciza a base de mampuestos y material arquitectónico y escultórico reutilizado dispuestos en pseudo spicatum y alternados con capas de argamasa. Este núcleo se forra con paramentos de sillares y elementos arquitectónicos de reempleo que forman un aparejo a soga con tizones de trecho en trecho.

Las actividades productivas del asentamiento no se limitarían a las desarrolladas en las unidades domésticas. En los extremos meridionales de las crestas que delimitan

La construcción de la muralla parece que formó parte de un programa de reurbanización del núcleo que abarcaba también la remodelación de la zona superior. En ella se levantaron grandes edificios en torno a espacios abiertos,

74

De hecho, los únicos que, por sus características constructivas, se podrían calificar de tales son la superficie de opus signinum situada en la cresta septentrional y la torre de la muralla. En todo caso, no son comparables con los recintos que estamos tratando.

168

características de sus materiales cerámicos, para examinar luego sus estructuras arquitectónicas.

utilizando un aparejo similar al opus africanum característico de las construcciones justinianeas norteafricanas, y cubiertas de ímbrices.

Los restos del poblado de Los Orives se encuentran en una elevación situada al norte de la depresión de Vera, en la extensión del valle del Almanzora actualmente cubierta por las aguas del embalse del mismo nombre, en el término municipal de Huércal-Overa.

En Begastri (García Aguinaga y Vallalta Martínez 1984) el programa de fortificación consiste en la reconstrucción parcial de la muralla de los siglos III-IV existente en la parte superior del asentamiento y en la construcción de un segundo recinto ampliando la superficie amurallada. La obra incluye asimismo la adición de una antepuerta a un ingreso abierto en la cerca interior.

Debido al intenso saqueo que estaba sufriendo y a que iba a ser afectado por la construcción del mencionado embalse, en el año 1985 el yacimiento fue objeto de una intervención arqueológica dirigida por Adelaida Bravo Garzolini. Los trabajos se centraron en la limpieza y documentación gráfica de una estructura arquitectónica que rodeaba las laderas del cerro, y en recuperar material de superficie, en particular las piezas abandonadas por los clandestinos tras sus expolios. Como resultado se obtuvo una planimetría de los restos de la edificación y un interesante conjunto cerámico depositado en los fondos del Museo de Almería.

En este caso los paramentos son de sillarejo. La fábrica está trabada con un mortero blanquecino que, extendido por la cara externa, debía formar una especie de enlucido. El conjunto de Begastri también se fechó como bizantino, en este caso a partir del terminus post quem proporcionado por las formas tardías de ARS producción D de los estratos infrapuestos (Ramallo Asensio 1984). Más adelante se propuso interpretarlo como una obra fronteriza visigoda (Olmo Enciso 1986), y recientemente se ha planteado, de forma más concreta, su relación con la fijación y el reforzamiento de la frontera con territorio bizantino tras la campaña de la Orospeda emprendida por Leovigildo a finales del siglo VI (Vallejo 1993: 240-241). El empleo de la propia argamasa de la fábrica para formar una especie de enlucido de la cara externa de la muralla concordaría con esta atribución (Olmo Enciso 1986; Abad Casal y Gutiérrez Lloret 1997).

Los datos que manejamos en nuestro estudio proceden en buena parte de esta intervención75. A ellos hemos podido añadir los materiales conservados en el Museo Arqueológico Municipal de Lorca, procedentes de expolios del yacimiento76, así como una colección de lucernas recientemente publicada (Rubio Simón 1999). Para tratar el conjunto de materiales cerámicos los hemos agrupado en aquellos que se pueden ubicar entre los siglos V y VII-VIII, y los que corresponden al periodo andalusí.

Las obras de Begastri y del Tomo de Minateda difieren de las del Cerro de Montroy en la mayor elaboración tanto de su planteamiento, con combinación de distintos elementos defensivos (puertas fortificadas, recintos dobles) e inclusión en programas más amplios de reurbanización o de refortificación, como de su ejecución, en la que se emplean técnicas relativamente elaboradas.

El primer grupo está formado por lucernas norteafricanas, así como de posible fabricación local, ánforas también norteafricanas, abundantes piezas de cerámica común a mano y a torno, y un solo fragmento de ARS, producción D77. Esta escasez de vajilla norteafricana resulta sorprendente en este contexto y, como veremos más adelante, puede tener distintas explicaciones. Así pues, para nuestra aproximación a la temporalidad del asentamiento contamos sobre todo con los datos cronotipológicos que proporcionan las lucernas y las ánforas norteafricanas, además de los que se puedan extraer de la cerámica común.

Desde el punto de vista estratigráfico, la muralla de Montroy se puede fechar como posterior al siglo V. Su uso es anterior a finales del VIII o comienzos del IX, cuando el sitio queda abandonado. Aunque hasta ahora carecemos de otros datos que permitan datar más precisamente su construcción, el abandono de asentamientos que se registra en la cuenca de Vera alrededor de la segunda mitad del siglo VII o el siglo VIII que, como veremos, se traduce en un despoblamiento masivo de la zona, nos inclina a situar la edificación en el siglo VI, quizá en un momento avanzado. En cuanto a la torre, hay que recordar que se adosa a la muralla, y que no se han podido investigar sus niveles de construcción.

75 Desde estas líneas, nuestro agradecimiento a Adelaida Bravo por permitirnos el estudio y publicación de la documentación arqueológica, y a Miguel Angel Fernández, conservador del Museo de Almería, así como al personal de dicho centro, por facilitarnos el acceso y el trabajo con el material. 76 Con su talante habitual, Andrés Martínez Rodríguez y Juana Ponce, director y conservadora del mencionado museo, han prestado toda su colaboración para hacer posible nuestra documentación del material cerámico. A él y a ella nuestro más sincero reconocimiento. 77 Además del fragmento que mencionamos, A. Bravo, en su informe sobre la intervención de 1985, depositado en la Delegación Provincial de Cultura de Almería, menciona el hallazgo de otros ejemplares, también de producción D. Asimismo, A. Martínez Rodríguez, del Museo Arqueológico Municipal de Lorca, nos informó de que tiene noticias del hallazgo de al menos una pieza entera, que se encuentra ilocalizable.

Los Orives Pero la obra de fortificación que ofrece mayores similitudes con la de Montroy la encontramos más cerca de nuestra zona de estudio, en el yacimiento de Los Orives. A continuación trataremos el asentamiento, atendiendo primero a su ubicación cronológica y a las

169

se fechan entre los siglos V y VI.

Lucernas: Dos ejemplares completos procedentes del norte de Africa poseen atributos morfológicos propios de ejemplares fechados en los siglos V-VI (Chapman 1984)78.

2. Jarras o cántaros también con distintos perfiles: - paredes convexas salientes, cuello troncocónico, borde recto y labio engrosado al exterior; dos asas arrancan inmediatamente bajo el labio y se adhieren al hombro, decorado con dos bandas incisas a peine; fondo umbilicado (fig. 2.18, 5); - cuello troncocónico, borde saliente con labio engrosado al interior y al exterior, dos asas que arrancan del cuello; líneas incisas horizontales y banda a peine en el cuello (fig. 2.18, 2).

Más difícil de situar es el conjunto de lamparillas procedente de una colección privada al que hemos hecho referencia. En este caso se trata de ocho piezas de cerámica común, generalmente en barros claros, que imitan formalmente modelos norteafricanos. Rubio (1999) las interpreta como piezas de ajuar funerario, y las sitúa entre los siglos IV y V. Dadas las fechas propuestas para las producciones norteafricanas (Chapman 1984), nos inclinamos por una datación a partir del siglo V. En este sentido cabe recordar que en Cerro de Montroy se registró también la presencia de una de estas lamparillas de cerámica común, en barro gris claro, que en ese caso imita la forma 5 de Cartago-Avda. Bourguiba, fechada en la segunda mitad del siglo V o posterior.

3. Jarros con un asa y distintos perfiles: - cuerpo globular, cuello desarrollado de paredes cóncavas, borde saliente de labio redondeado, pie anular moldurado y decoración incisa a peine en hombro y cuello (fig. 2.19, 2); - cuerpo ovoide, cuello formado por el cambio de orientación paredes-borde, borde saliente, labio plano, base plana (fig. 2.19, 3).

Anforas: Las ánforas corresponden a las formas Keay LV (fig. 2.17, 1) y, más frecuentemente, LXII (fig. 2.17, 2-4), ambas características del siglo VI. Asimismo, un ejemplar (fig. 2.18, 3) guarda similitudes con una pieza del yacimiento de Cabezo María que identificamos como tipo Castrum Perti o similar, con una temporalidad que se puede iniciar ya en el siglo V y prolongarse hasta la segunda mitad o incluso finales del siglo VII (véase apdo. 1.5.2).

En términos generales, la variedad de jarros y jarras de distintos tamaños con una o dos asas, así como los fondos umbilicados se pueden considerar característicos de los conjuntos cerámicos de los siglos V a VII (Reynolds 1993: passim; Macias Solé 1999: 52 ss.). 4. Jarros u ollas con asa y pitorro vertedor (fig. 2.19, 1). El cuerpo es globular, estriado, y el borde ligeramente saliente, con labio moldurado; tienen pie anular, pitorro o vertedor en el hombro y una sola asa, dispuesta 180 con respecto al pitorro, que arranca del borde y se apoya en el hombro.

Cerámica común a torno: El repertorio de cerámica común a torno presenta similitudes morfotécnicas con conjuntos procedentes de contextos tardoantiguos de la costa mediterránea peninsular (Llobregat 1985; Ramon 1986; Reynolds 1993; Gutiérrez Lloret 1993, 1996; Macias Solé 1999). Igual que en la zona alicantina, en el País Valenciano en general, o en Ibiza, dominan las pastas claras depuradas, y son frecuentes las superficies exteriores estriadas y/o decoradas con finas incisiones a peine horizontales u onduladas.

Este tipo se puede ubicar de una forma amplia entre los siglos V y VII por la aparición de ejemplares similares en contextos alicantinos (Reynolds 1993: 104, Fig.10), ibicencos (Ramon 1997: fig. 15) y catalanes (Macias Solé 1999). Versiones del mismo en las denominadas cerámicas toscas de producción local se encuentran entre los materiales del nivel fundacional del denominado “barrio bizantino” de Cartagena, fechado entre 550-570 dne (Ramallo et al. 1996), así como sobre los pavimentos de la última ocupación de los recintos, donde aparecen aplastados por los niveles de destrucción del conjunto, fechados en el primer tercio del siglo VII (Ramallo et al. 1997).

Desde el punto de vista morfológico identificamos los siguientes grupos: 1. Botella (fig. 2.18, 4). Cuerpo de tendencia globular y cuello largo y estrecho que se ensancha hacia su tramo medio y termina en un borde saliente; dos asas arrancan del cuello y terminan en el hombro; ambas zonas están decoradas con incisiones a peine.

5. Orza (fig. 2.18,1). Cuerpo acampanado, borde entrante con engrosamiento o refuerzo exterior y labio redondeado; inmediatamente bajo el borde, dos asideros aplicados; fondo umbilicado; partes superior e inferior de la pared estriadas.

Formas similares, con cuellos y bordes de distintas morfologías y decoraciones variables se han registrado abundantemente entre los repertorios tardíos de Ibiza (Ramon 1986), así como en los conjuntos alicantinos (Reynolds 1993: 107, Fig. 34. Formas W1.86-88), donde 78 La escasa definición de los elementos decorativos impide distinguir con claridad estilos definitorios de cronologías más precisas.

170

Fig. 2.17: Los Orives. Anforas.

171

Fig. 2.18: Los Orives. Cerámica común a torno. 1: Orza; 2-3, 5: Cántaros; 4: Botella. 172

adhiere al hombro del recipiente. No hemos encontrado paralelos para esta forma.

Aun sin identificar perfiles equiparables, la forma se puede poner en relación con contenedores registrados en niveles del siglo V, o también posteriores, de Tarragona (Macias Solé 1999: 103-105, Lám. 30-35), Mataró (Revilla Calvo et al. 1997) y Cartago-Avda. Bourguiba (Fulford 1984: 177, 179, Fig. 65-66), si bien estos últimos tienen asas, además de labios más elaborados.

2. Olla. Distinguimos dos subgrupos: - recipiente de base plana, paredes ligeramente salientes, borde entrante y labio con un suave bisel al interior, equiparable a nuestra forma OLLA1 (fig. 2.19, 7); - recipientes de base plana o algo cóncava, con paredes salientes de distinta inclinación y labios de diversas morfologías: engrosado al exterior, redondeado, o biselado al interior (fig. 2.20, 1-3). Se trata de un tipo muy similar a la forma OLLA1, aunque con tendencia a tamaños mayores e inclinación más acentuada de las paredes que da lugar a bocas más amplias.

Un término de comparación espacialmente más próximo lo tenemos en el contenedor a torno aparecido en uno de los niveles de uso (U.E. 211) de Montroy I, situado en el siglo V (supra). La capacidad de la pieza de Los Orives es de unos 22.7 litros.

Recordamos que la hipótesis de temporalidad posible propuesta para la OLLA 1 se prolonga desde el siglo V a la segunda mitad del siglo VII o siglo VIII (véase apdo. 1.3.4.1).

Cerámica común a mano: El siguiente grupo de ejemplares de cerámica común está formado por una serie de recipientes modelados a mano79. Las cocciones son dominantemente oxidantes, aunque las piezas se caracterizan por la irregularidad de su coloración. Con frecuencia, las pastas contienen abundante esquisto, así como otros componentes, como los granates, que apuntan a un origen local para la mayoría de estas producciones.

3. Orza (fig. 2.20, 5). Contenedor de base plana, paredes cóncavas salientes, borde indiferenciado y labio ligeramente biselado al exterior; a la mitad superior de la pared se adhieren dos pequeñas asas de cinta con decoración impresa en los bordes. Desconocemos piezas morfológicamente equiparables en los repertorios de cerámica a mano publicados. Un contenedor de distinta morfología, aunque también abierto, de métrica similar y modelado a mano apareció en uno de los niveles de uso (U.E. 619) de la segunda fase de ocupación del Cerro de Montroy, con un terminus post quem del siglo VI (supra).

En los casos de las formas representadas por un mayor número de individuos, como las ollas troncocónicas y las tinajas, se observa que, dentro de cada tipo, los rasgos generales son los mismos. Ahora bien, de pieza a pieza se dan variaciones de tamaño, así como en la inclinación y el grosor de las paredes, la forma del labio, o el tamaño y la ubicación de las asas. Estas características muestran que se trata de productos dirigidos a desempeñar las mismas o similares funciones, pero escasamente estandarizados, lo que permite plantear que fueron elaborados en talleres o unidades distintas, pero no totalmente ajenas entre sí, como cabe esperar en el caso de un patrón productivo doméstico.

En dicho yacimiento hemos observado que el recipiente debió servir para contener sólidos, concretamente cereales, y que su capacidad se ajustaría a un almacenamiento, o mejor conservación de alimentos, a pequeña escala, posiblemente doméstica. En Los Orives la forma abierta también hace pensar en sólidos. En este caso, la capacidad del contenedor, de unos 21.5 litros, sería suficiente para almacenar la cantidad de cebada necesaria para abastecer a un grupo de 5 personas durante unos 5 días, a razón de 0.8 litros de cebada por persona y día. Esta cantidad se aproxima a las calculadas para los contenedores de las dos primeras fases del Cerro de Montroy (supra).

Con respecto a sus funciones, se encuentran el almacenamiento o conservación a mediana o pequeña escala (tinajas y orza) y la cocina (tapadera y posiblemente ollas troncocónicas, una de las cuales conserva huellas de fuego en la base y la parte inferior de la pared). Ahora bien, la presencia de formas como el plato parece indicar que, aunque excepcionalmente, las producciones a mano pudieron emplearse también como recipientes de servicio.

4. Plato (fig. 2.19, 5). Paredes convexas salientes con borde indiferenciado y labio engrosado al exterior; base convexa.

El repertorio formal es el siguiente:

Entre el material tardío de Tarraco, la forma P/Cox/6, similar a la que presentamos aquí, procede de un contexto fechado entre 475 y 525 (Macias Solé 1999: 158, Fig. 59). Por otra parte, el perfil de la pieza de Los Orives permite interpretarla también como una imitación tosca de los platos de vajilla norteafricanos, posiblemente del tipo H 61B, cuya temporalidad se sitúa en el siglo V.

1. Jarro (fig. 2.19, 6). Recipiente de pequeñas dimensiones, de amplia base plana, con cuerpo de tendencia piriforme, cuello desarrollado y borde ligeramente saliente; una sola asa parte del cuello y se 79 Los rasgos que permiten identificar esta técnica son la irregularidad e incluso asimetría de los perfiles, los cambios en el grosor de las paredes, la ausencia de líneas de torneado y, en ocasiones, la presencia de digitaciones en el interior de las piezas.

173

Fig. 2.19: Los Orives. Cerámica común a torno (1-3) y a mano (4-7). 1: Jarro/olla con pitorro vertedor; 2-3: Jarra; 4: Tapadera; 5: Plato; 6: Jarro; 7: Olla

174

Fig. 2.20: Los Orives. Cerámica común a mano. 1-3: Olla; 4-5: Orza.

175

Fig. 2.21: Los Orives. Cerámica común a mano. Tinaja.

176

Fig. 2.22: Los Orives. Cerámica andalusí (siglo X). 5. Tapadera (fig. 2.19, 4). Perfil troncocónico de borde indiferenciado y labio redondeado, con una base o asidero muy poco desarrollado, que guarda similitudes con ejemplares a torno de contextos imperiales (Reynolds 1993: 96-97, Fig. 2) y tardoantiguos peninsulares (Macias Solé 1999: 161 ss, Fig. 60) y norteafricanos (Fulford 1984: 197, 199, Fig. 75).

Sin embargo, antes de proponer una hipótesis de temporalidad de vida para el sitio, es conveniente tener en cuenta las características de los conjuntos cerámicos tardoantiguo y paleoandalusí, así como las dinámicas de ocupación propuestas para la depresión de Vera. Como se desprende de lo expuesto hasta ahora, el mayor volumen de material se puede atribuir al periodo tardoantiguo, momento en el que hay que situar, pues, la ocupación principal del yacimiento. Por otra parte, el conjunto correspondiente a esa fase está compuesto en buena medida por piezas enteras o semienteras, que, además, son sólo las descartadas por los expoliadores. En cambio, el material paleoandalusí, que parece que hay que remitir como mucho al siglo X, es más escaso y está peor conservado. El estado de conservación de los recipientes correspondientes a la ocupación más antigua hace pensar que, en buena medida, lo encontrado no son residuos desechados por inservibles, sino piezas que quedaron abandonadas cuando los/as habitantes dejaron el asentamiento, presumiblemente de forma brusca. Es decir, podemos plantear que la mayor parte del material estaría en uso en el momento del abandono. Los

6. Tinaja (fig. 2.21). Base plana, cuerpo de tendencia ovoide, borde entrante y labio engrosado al exterior, con dos pequeñas asas de cinta que arrancan del borde o de la zona inmediatamente inferior. Por su morfología, se deben emparentar más bien con las antiguas producciones romanas que con los contenedores andalusíes. Para el ejemplar completo se ha calculado una capacidad de unos 122 litros. El conjunto de materiales examinados hasta aquí se puede considerar, pues, propio de un asentamiento tardoantiguo, y situarse de forma amplia entre los siglos V y VII, o quizá incluso VIII. Otros dos grupos de piezas atestiguan la ocupación del sitio en el periodo andalusí. El primero está formado por un reducido número de ejemplares que, en conjunto, se pueden situar en el siglo X. Destacan una base y pared de marmita a mano (fig. 2.22, 3) y un ataifor con repié bajo y vedrío amarillo interior y exterior (fig. 2.22, 4) que clasificamos respectivamente como MAR2 y ATFv0. Además, dos bordes entrantes de tinaja con labio plano engrosado al interior y al exterior se pueden comparar con nuestra forma TNJ2 (fig. 2.22, 1-2). A este grupo se puede atribuir también un fragmento informe de pared con cordón aplicado e impreso. En cuanto al segundo grupo, corresponde ya a época almohadenazarí80.

80 No nos detenemos a examinarlo, ya que excede los límites cronológicos de este trabajo. Nos limitaremos a señalar que incluimos en él fragmentos vidriados correspondientes a ataifores con repié alto y vedrío verde al exterior y melado al interior, o bien con decoración estampillada y vedrío monocromo, a candiles de pie alto vidriados en verde o amarillo, y a tapaderas con visera y a marmitas vidriadas en melado al interior. La cerámica sin vidriar está representada por un hornillo bicónico, una tapadera con pivote central, jarritas de pasta pajiza y base cóncava atalonada, un fragmento de pared de tinaja estampillada, y fragmentos informes, también pajizos, pintados al manganeso.

177

medieval. En el siglo XI, al-CUdri describe el siguiente itinerario de Córdoba a Tudmir: “... de Guadix (Wadi As) a Madinat Bayyana [más bien Purchena que Pechina] una etapa, a Vera (Bayra) una etapa, a la ciudad de Lorca (Lurqa) una etapa ...” (Molina 1972). Asimismo, en el siglo XIV, ibn al-Jatib refiere que, dos siglos antes, Alfonso I de Aragón, en sus campañas en territorio de alAndalus, se encaminó desde Lorca “a Vera, luego al Almanzora, enseguida se dirigió a Purchena y permaneció ocho días a orillas del río de Tíjola” en dirección a Baza y Guadix (Tapia 1986a: 327). La función de la fortificación de Los Orives debió ser precisamente la de controlar el paso que ponía en contacto la costa con la depresión de Guadix-Baza a través del valle del Almanzora.

indicadores cronológicos más sólidos con los que contamos son las lucernas y las ánforas norteafricanas. Estas últimas, de temporalidad más reciente, además pudieron ser reutilizadas durante un cierto tiempo después de su llegada al asentamiento. Si a esto añadimos la presencia, parece que abundante, de producciones cerámicas a mano, el abandono se puede situar en un momento posterior al siglo VI, aunque quizá no más allá del VII. A continuación el asentamiento debió quedar despoblado o, en caso de mantenerse alguna ocupación, su intensidad sería muy débil, ya que no hemos detectado indicios de la misma en el registro. Sólo algún tiempo después, ya en el siglo X, tenemos evidencias de una ocupación probablemente breve. Dadas las diferencias cualitativas entre los materiales tardoantiguos y los paleoandalusíes, mucho más escasos y peor conservados, cabe plantear que entre ambos asentamientos debieron existir diferencias notables, que por otro lado se registran también en núcleos como el propio Cerro de Montroy, si bien en este caso la fase paleoandalusí parece algo más temprana. A esta ocupación andalusí antigua sigue una prolongada fase de abandono, que termina en época almohade-nazarí con la instalación de una nueva comunidad, la última que habría de ocupar el promontorio. En la intervención arqueológica de 1985 se documentaron también los restos de una estructura arquitectónica arrasada al nivel actual del terreno, que podemos interpretar como una obra de fortificación. Consiste en un muro corrido de mampostería que se prolonga por los márgenes noroeste y suroeste de la cima de la elevación (fig. 2.23). La edificación no llega a delimitar un recinto cerrado, debido quizá a que en las zonas noreste y sureste no se ha conservado. En la mitad más septentrional, dos salientes del lienzo dan lugar a una especie de bastión de planta irregular que avanza sobre el escarpe. El conjunto guarda ciertas similitudes con el de Cerro de Montroy. También aquí la construcción sigue un diseño sencillo, con un único saliente o torre de planta irregular tendente al cuadrilátero que parece desempeñar sobre todo funciones de punto de observación. La técnica empleada, al menos en las hiladas inferiores, es la mampostería a base de materiales locales.

Fig. 2.23: Los Orives. Croquis de la fortificación. A partir de Bravo Garzolini (1985). Con los datos disponibles tiene que quedar abierta la cuestión de en qué momento se levantaron las defensas de Los Orives. La similitud con la obra del Cerro de Montroy en cuanto a planteamiento, técnica y materiales empleados podría indicar la contemporaneidad de ambas fortificaciones, que se situarían en un momento avanzado del siglo VI.

Dadas estas similitudes formales, así como el hecho de que la ocupación más importante del sitio se sitúe de forma amplia entre los siglos V y VII, la construcción de la muralla se puede atribuir a la fase tardoantigua. La localización del cerro de Los Orives ofrece posibilidades claramente estratégicas al situarse dominando el valle del Almanzora en un punto en el que éste se estrecha al girar hacia el sur y adentrarse en la Sierra de Almagro. El uso de esta ruta como vía de comunicación está registrado en la documentación

En el caso de Montroy hay que tener en cuenta que no se trata del asentamiento de mayor tamaño de la depresión de Vera entre los siglos V y VIII. Esta posición corresponde a Cabezo María, donde, sin embargo, no hay restos de obras de fortificación. Es decir, en nuestra zona 178

la pendiente se suaviza. El punto más elevado está ocupado por una ermita. En general, la zona de la cima ha sufrido intensamente los efectos de la erosión.

de estudio el amurallamiento no está relacionado directamente con la importancia poblacional de los asentamientos. Por otra parte, hay que recordar que probablemente el primer asentamiento de Montroy sería un núcleo abierto, y que la muralla sólo se construiría en un momento posterior. Así, considerando el carácter de puerto de Cerro de Montroy y su localización en el extremo del valle del Almanzora y cerca de la rambla de Canalejas, que pone en comunicación con Lorca a través del Campo de Pulpí81, nos inclinamos por interpretar las defensas en función de la posición del asentamiento en relación a las vías de comunicación terrestres y marítimas.

A comienzos del siglo XX el yacimiento fue objeto de exploración por parte de Pedro Flores, asistente de Luis Siret, que realizó excavaciones tanto en la elevación como al pie de la misma. Allí, “en la vertiente que baja al Pilarico, al pie de Cabezo María, en la parte del Sur”82 se registró la presencia de algunos enterramientos. Se trataba de cuatro inhumaciones en fosa, una simple y las otras tres revestidas con lajas de pizarra, y cubiertas con losas de la misma roca. En la primera, los restos humanos habían desaparecido, pero se conservaba un jarrito depositado en la parte de la cabeza. En las tres últimas, que contenían los restos de uno o dos individuos, no se mencionan elementos de ajuar.

En este sentido cabe mencionar que, a partir de los datos textuales, se ha propuesto que la estrategia bizantina en los territorios peninsulares concedió especial importancia al control y defensa de las vías de comunicación, en particular a finales del siglo VI, cuando se planifica la protección de los enlaces entre la Oróspeda y Bastetania, así como del tramo suroriental de la vía Augusta (Vallejo 1993). En este contexto parece situarse también la fortificación del Tolmo de Minateda, relacionada con la vigilancia y defensa del limes visigodo-bizantino, así como de la vía Carthago-Complutum, que además pondría en comunicación con la capital visigoda, en Toledo (Abad Casal y Gutiérrez Lloret 1997).

En el cuaderno de campo de Pedro Flores los enterrramientos se interpretan como correspondientes al poblado asentado en Cabezo María. Los elementos de atribución son escasos, aunque la tipología de las tumbas y, en menor medida, la presencia del jarrito, permiten su comparación con las de la mencionada necrópolis tardía de Las Brujas, en Almizaraque, y las de Villaricos-Los Conteros (supra). Ni en la cima, ni en ningún otro punto de la elevación, se observan restos atribuibles a elementos de fortificación. El antiguo camino de acceso, que debía ascender por las laderas norte y noroeste, no parece que desembocase en ninguna estructura arquitectónica particular. Si bien es cierto que la topografía del cerro, que se levanta bruscamente unos 90 m sobre el terreno circundante, proporcionaría por sí misma unas buenas condiciones defensivas, la ausencia de fortificaciones es una importante diferencia con Cerro de Montroy en su segunda fase de ocupación, y apunta a una distinción del carácter de ambos asentamientos en el siglo VI.

Ni en el asentamiento de Los Orives, ni en el de Montroy, mejor conocido, disponemos hasta ahora de elementos que justifiquen la inclusión de ambos núcleos en la categoría de civitas. Por otra parte, la edificación de sus obras defensivas no parece que supusiese importantes modificaciones urbanísticas, ni el empleo de técnicas constructivas más elaboradas que las locales. Si, efectivamente, se confirma la datación bizantina de ambas construcciones, se podría plantear a título de hipótesis que durante la ocupación del sudeste peninsular, junto a las fortificaciones mayores de núcleos urbanos como el Tolmo de Minateda o Cartagena (Prego de Lis 2000), se levantaron otras menores, como las de Montroy o Los Orives, en asentamientos situados estratégicamente en cuanto a las vías de comunicación, quizá con carácter de centros regionales.

En el área más elevada, por la que se distribuye el material cerámico de superficie, se observa que el poblado estaba organizado en terrazas, contenidas en su extremo distal por muros de mampostería. Sobre ellas se aprecian restos de estructuras arquitectónicas parcialmente excavadas en la roca. Estos espacios, que se distinguen sobre todo en las laderas oriental y occidental, se cerraban con muros con zócalo de mampostería y alzado probablemente de tierra, a juzgar por la ausencia de acumulaciones de mampuestos u otros materiales constructivos, como los ladrillos. En superficie tampoco se observa la presencia de tejas o de lajas, que deberían distinguirse dada la particular geología del cerro. En consecuencia, la techumbre de las construcciones debió consistir en cubiertas planas también de tierra, igual que ocurría en Cerro de Montroy.

Cabezo María El tercer gran poblado de altura se ubica sobre un cerro volcánico fuertemente escarpado del valle del Antas (Lám. III). Al contrario que Cerro de Montroy, en este caso se trata de un enclave interior, en el que se instaló el mayor asentamiento de la depresión de Vera entre los siglos V y VII-VIII dne. En la actualidad los restos visibles consisten fundamentalmente en fragmentos de cerámica dispersos por la superficie de la parte superior del cabezo, en la que 81

82

La documentación escrita bajomedieval proporciona abundantes citas relativas al uso de las denominadas Fuentes de Pulpí como punto de alto en el camino de Lorca a Almería (véase Tapia 1986b: passim).

Archivo del Museo Arqueológico Nacional, Colección Siret, Cuaderno 1-4; 1-2: Antas, Loma de la Cañada Honda, Cabezo María, año 1908.

179

Fig. 2.24: Cabezo María. Croquis de las plantas de las “casas” 1 y 2. A partir de los originales de P. Flores. En cuanto a la Casa nº 2, Pedro Flores hizo constar algunas medidas en su cuaderno de campo y elaboró un croquis de la planta (fig. 2.24). La información escrita, sin embargo, no siempre encuentra su correspondencia en el dibujo, por lo que los datos referentes a las dimensiones del conjunto y de sus divisiones se deben considerar aproximativos. Con respecto a la orientación, la esquina superior derecha del croquis debe corresponder aproximadamente al norte geográfico.

Las excavaciones antiguas en Cabezo María proporcionan información relativa a las plantas y, someramente, al contenido de dos de estas edificaciones, situadas en la ladera sur, y denominadas en el cuaderno de campo de Pedro Flores Casa nº 1 y Casa nº 2. La Casa nº 1 (fig. 2.24) es una estructura de planta cuadrangular, con dos, o quizá tres de sus lados recortados en la roca del cerro y acabada de cerrar por un muro de aparejo indeterminado en el que se abría un estrecho vano. Sus dimensiones son de 5 m x 3.30 m. Sobre su contenido sólo sabemos que en su interior se encontró “un alfiler de cobre y un pedacillo de cobre y unos tiestos de tazas y cántaros”.

Situada unos once metros al oeste de la primera, la Casa nº 2 constituye una estructura mayor y más compleja. Medía unos 16 m x 5.70 m y su planta estaba organizada en cuatro espacios, tres de ellos intercomunidados y un 180

Esquema que, por otra parte, nos hace pensar en una vivienda de tipo rural.

cuarto abierto sólo al exterior. Los muros de la habitación central y de la situada más al este, hechos de “piedra y barro”, estaban enlucidos con una capa de cal.

Poco sabemos del ajuar en uso en estas “casas”. La Casa nº 2 de Cabezo María dispondría al menos de un instrumento de trabajo metálico, un contenedor cerámico, uno o más recipientes también de cerámica para cocina o conservación, un recipiente de vidrio y dos lucernas. Inventario que se asemeja a los registrados en Cerro de Montroy, mostrando una cierta regularidad en cuanto a instrumental disponible y patrones de consumo en ambos asentamientos.

En el interior del recinto oriental, construida contra una de las esquinas, se encontró una estructura de 0.95 m x 0.80 m y 0.35 m de alto a cuya superficie se había fijado con tierra un recipiente de cerámica. El recinto norte era un espacio estrecho y alargado, de 11 m x 1.30 m, paralelo al corte de la roca y perpendicular a las otras tres estancias, al que se accedía a través de un estrecho vano de unos 50 cm de luz. En él se encontraron dos lucernas, una en una especie de nicho abierto en la pared recortada en la roca, y otra en el acceso. La estancia contenía también varios recipientes de cerámica. Uno de ellos, representado en el croquis original reelaborado en la figura 4.24, se puede atribuir a nuestra forma OLLA183. Además, Pedro Flores registra algunos fragmentos de vidrio y uno de un alfiler o un punzón de hierro.

Con los datos disponibles resulta difícil proponer una hipótesis socioeconómica para el asentamiento. Volveremos sobre el tema a partir de los resultados del análisis espacial (infra). 2.5.4. Bayra, capital del distrito En el siglo XI, Ahmad al-cUdri, en su enumeración de los diecisiete iqlim(s) de la cora de Tudmir, describe el de Bayra en el valle bajo del río Almanzora, originalmente Wadi Bayra (Molina 1972: 26, 33).

A pesar de que la información disponible es insuficiente para establecer con seguridad la función de estos recintos, el material mueble sugiere que se trata de espacios de uso doméstico84. Las características del espacio septentrional, con una pequeña abertura de acceso, estrecho y presumiblemente oscuro, sugieren un uso diferente al de habitación. Estas mismas características, unidas a su superficie (unos 14 m2), relativamente extensa, y a la presencia de instrumentos de trabajo, podrían apuntar a un uso como almacén y quizá despensa.

Asimismo, ofrece una completa “Descripción de la Mezquita Mayor de Vera” (Molina 1972: 74): “En Vera hay una mezquita aljama, no hallándose otra parecida por su gran perfección técnica, dentro de su pequeñez. Esta mezquita fue construida por Muhammad b. Muslima al-Hiyari; terminóse su construcción en el mes de yumada I del año 254 [28 abril-28 mayo 868]. Existen algunos datos curiosos acerca de esta mezquita: su mihrab tiene siete columnas de mármol veteado de blanco y negro que no las hay igual. En las dos puertas meridionales hay también seis columnas parecidas a las anteriores por su perfección y belleza artística ... y en ... de la mezquita hay catorce columnas todavía más grandes; tres de ellas son blancas y poseen una belleza inigualable, y las tres restantes están veteadas de blanco y negro. No se conoce algo parecido en el territorio”.

Aparentemente, en el recinto que queda comunicado sólo con el exterior no apareció material mueble ni se identificaron elementos constructivos particulares. A pesar de no tener acceso directo a los otros tres, parece unido arquitectónicamente a ellos. Pudo, por lo tanto, estar destinado a un uso relacionado con la ocupación de los espacios restantes, pero que, de algún modo, se mantenía separado de ellos, como podría ser el de servir de corral o establo.

El autor almeriense informa, pues, de que en los primeros siglos de dominio islámico se había establecido en la depresión de Vera un centro político-administrativo e ideológico que tomó su nombre de la antigua ciudad romana de Baria, y que desde finales del siglo IX contaba con una o quizá varias mezquitas, lo que podría ser indicio de una cierta importancia demográfica.

Los dos últimos recintos, con muros enlucidos y un contenedor de cerámica, se utilizarían como espacios de habitación, y posiblemente también de trabajo. De este modo, y a falta de datos de excavación que contribuyan a determinar lo acertado o no de esta sugerencia, estaríamos ante una unidad doméstica formada por una serie de espacios con distintos usos: habitación, almacén/despensa, y un posible establo.

La pervivencia de Bayra hasta época moderna está atestiguada en fuentes posteriores. Hacia mediados del siglo XII, al-Idrisi la cita en dos ocasiones: al mencionar el “río de Vera” y cuando pone de relieve su amurallado castillo (Molina 1972: 51, nota 38; Idrisi 1974: 184, 188). Asimismo, cita el puerto de Bayra y Mojácar (‘Aqaba Saqir) (Molina 1972: 33).

83 Por su representación gráfica, podría tratarse también de una marmita (MAR1 o MAR2). Sin embargo, nos parece poco probable, dado que, a tenor del material de superficie, el sitio se abandonó en la segunda mitad del siglo VII o, como muy tarde, en el VIII. 84 No deja de sorprender la ausencia de hogares, que tampoco se han documentado hasta el momento en Cerro de Montroy.

181

minas de Herrerías, mientras que las llanuras interiores ofrecerían mayores posibilidades agrícolas (Siret 1906: 68).

Según este autor, el camino de Lorca a Almería es el siguiente: “[desde Lorca] A los pozos de ar-Rataba y a Vera, plaza fuerte sobre una roca que domina el mar, una jornada. De allí al monte de Mujacar, subida tan escarpada que no se puede subir a caballo ... Desde este monte a la Rábita, que no es ni fuerte (hisn) ni villa, sino un cuartel donde hay guardas encargados de vigilar el camino, una jornada. Desde allí a Almería, una jornada corta.”

Por su parte, Tapia (1986b: 18-19; 1987: 199-200) propuso la hipótesis de un “traslado” tardío de la población de Villaricos a la zona de la actual Vera. El autor se basa en el parentesco entre los topónimos BariaBayra-Vera y en las referencias de los textos, fundamentalmente en la de Idrisi que dice de Vera que es una “plaza fuerte sobre una roca que domina el mar”.

Idrisi describe también un itinerario costero: “Río de Vera” [Almanzora]: “Del castillo de Aguilas al río de Vera [Wadi Bayra], en el fondo de un golfo, 42 millas. Cerca de la desembocadura de este río hay una montaña muy alta sobre la cual está construido el fuerte [hisn] de Vera, que domina el mar. De allí a la isla Carbonera, 12 millas” (Idrisi 1974: 184). Menos claro resulta el texto de Yaqut (c. 1179-1229), quien, en su Mu’yam al-buldan (“Diccionario de los países”) afirma de Bayra: “Según al-Humaydi se trata de un pueblecillo o pequeña aldea [bulayda] próximo a la costa, en al-Andalus. En su puerto los barcos hacen escala entre Murcia y Almería. Según noticias de Sa’d al-Jayr tomadas de al-Humaydi, Bayra está en al-Andalus y no dice más” (‘Abd al-Karim 1974: 138-139).

En opinión de Tapia, la descripción se ajusta a la “Vera de Villaricos”. Allí se habría situado originalmente Bayra hasta que la población se trasladó al interior, al Cerro del Espíritu Santo, a finales del siglo XII, como resultado de una reforma administrativa almohade, o a mediados del XIII, cuando la frontera entre los reinos de Granada y Murcia quedó establecida en la orilla izquierda del Almanzora. Las exploraciones arqueológicas recientes en la desembocadura del Almanzora y en el entorno de Vera han aportado nuevos datos al respecto. Los materiales de Villaricos publicados por Siret, así como los recopilados en nuestras propias prospecciones, y las campañas de excavación en el Cerro de Montroy (véase cap. 1) han mostrado que, tras la ocupación tardorromana, el poblado de altura y su posible barrio portuario quedaron prácticamente abandonados. Tan sólo en algún punto del Cerro de Montroy se registra una ocupación débil que no iría mucho más allá de finales del siglo VIII o siglo IX.

A lo largo de los siglos posteriores se multiplican las menciones a Bayra/Vera, en particular las que hacen alusión a los conflictos fronterizos de los siglos XIV y XV y a la conquista de 1488, la mayor parte procedentes de fuentes cristianas (Tapia 1986b). La Bayra de los siglos XIII y posteriores se puede localizar sin lugar a dudas en el denominado Cerro del Espíritu Santo, una elevación situada inmediatamente al suroeste del núcleo actual de Vera, entre los valles del Almanzora y del Antas. Así lo muestran la proximidad entre el yacimiento y la población actual y, sobre todo, los restos de estructuras arquitectónicas que se conservan en la elevación (Cara y Ortiz 1997) y el material cerámico hallado en superficie85.

En cambio, más al interior, en los alrededores del Cerro del Espíritu Santo y de la actual población de Vera, la prospección ha proporcionado evidencias de un amplio asentamiento en los siglos medievales. Estas consisten en una concentración de cerámica de unas 2.5 ha de extensión identificada en el paraje conocido como Pago de San Antón, al este de Vera. El lugar presenta huellas de poblamiento desde el periodo ibérico y durante los siglos imperiales, y son particularmente frecuentes los materiales cerámicos con temporalidades del siglo VI o posteriores (véase apdo. 1.5.2). La ocupación de la zona en los primeros momentos de dominio islámico parece representada algo más al norte, en el yacimiento de Pago de San Antón II (véase apdo. 1.5.2), pero el desarrollo más importante tiene lugar a partir del siglo IX en las proximidades de Vera. El asentamiento pudo extenderse también al Cerro del Espíritu Santo, como parecen indicar algunos materiales de cronología antigua, como un jarro de perfil en S y boca trilobulada y un jarrito semejante a ejemplares de Pechina, hallados en el mismo (Cara y Ortiz 1997). En todo caso, los restos de superficie inclinan a pensar que la ocupación de la elevación sólo se debió intensificar en un momento posterior.

Queda, sin embargo, la cuestión de en qué momento habría que situar el origen de este núcleo o, en otras palabras, cuál habría sido el emplazamiento de la Bayra de los siglos IX al XII. Una vez más, el primero en plantearse la cuestión y formular una hipótesis fue Luis Siret. Para este autor, la Bayra más antigua se debía situar ya en el interior, en las proximidades de Vera, a donde se habría trasladado debido a que, con la conquista árabe, se habría producido una pérdida de interés por explotar las

85 El repertorio es el habitual en los sitios almohade-nazaríes de la depresión de Vera : ataifores de perfil quebrado con decoración estampillada al interior, candiles de pie alto, tinajas con apliques, impresiones e incisiones, y fragmentos con decoración esgrafiada. Además, Domínguez Bedmar et al. (1988) publican un conjunto formado por un jarro, dos jarras, lo que denominan una quesera, y un anafre, que también se ajustan a una datación tardía.

182

nombre, una de las divisiones administrativas en las que se organizaba la cora de Tudmir. Los límites de dicho distrito se han establecido entre la Mesa de Roldán y la Peña del Aguila en la costa, y Cantoria al interior (Vallvé 1972). En él queda incluida, pues, toda la depresión de Vera, además de una amplia extensión al norte y al sur de la misma y el valle medio del Almanzora.

Es cierto que al-Idrisi sitúa Bayra en las proximidades de la costa, y que Montroy y Villaricos pueden corresponder a un emplazamiento de este tipo mejor que la zona de la actual Vera. Aun así, las referencias del geógrafo resultan algo vagas, y también es cierto que desde el Cerro del Espíritu Santo se avista fácilmente la costa. Por otra parte, la población residual que se mantiene en el Cerro de Montroy en los primeros siglos andalusíes no parece corresponder a una comunidad de una cierta envergadura, que se dota incluso de una mezquita mayor y, en todo caso, no hay evidencias de su continuidad más allá del siglo IX.

Desconocemos el contenido sociopolítico preciso del término iqlim en al-Andalus. El hecho de que el núcleo que constituye el centro del distrito tomase el nombre de la antigua ciudad romana sugiere un papel de cierta relevancia en la administración territorial. En el contexto del iqlim, la ubicación que proponemos para Bayra en las proximidades del Cerro del Espíritu Santo se puede considerar relativamente costera. En este sentido, al-Idrisi (Molina 1972: 33) y Yaqut (‘Abd alKarim 1974: 138-139) hacen referencia a su puerto, que Molina supone situado en la actual Garrucha.

Se podría objetar que tampoco la cita de Yaqut que se refiere a Bayra como una bulayda se ajustaría a una población de una entidad superior a una aldea. Aquí cabe aducir, por una parte, que el autor oriental se sirve de fuentes anteriores para redactar su Diccionario, y que su desconocimiento del terreno queda manifiesto no sólo en el pasaje relativo a Vera, sino también en otros alusivos a lugares de la actual provincia de Almería. Por otra parte, se ha advertido que los términos de carácter geográfico y toponímico empleados en las fuentes árabes pueden experimentar variaciones de significado en el tiempo y en el espacio (Méouak 1995).

Efectivamente, el lugar parece adecuado para tal función, si bien la información disponible resulta insuficiente para determinar su emplazamiento. En todo caso, los datos procedentes de la zona de Villaricos-Los Conteros, donde se encontaría el antiguo puerto, muestran que en el periodo andalusí éste ya estaría abandonado.

En consecuencia, el solar de la antigua Baria y su vecino Cerro de Montroy quedarían definitivamente abandonados en el siglo IX, y la Bayra mencionada por los textos árabes, existente ya en esa centuria, se levantaría más al interior, en las proximidades de la actual Vera y del Cerro del Espíritu Santo. En este sentido se pronuncian también Cara y Ortiz (1997), tomando como base los indicios de ocupación del Cerro del Espíritu Santo en el siglo IX y la estratigrafía del Cerro de Montroy.

Con el desplazamiento del centro político-administrativo e ideológico, la zona central de la depresión adquiere una nueva importancia a partir del siglo IX. A continuación nos referiremos a otros yacimientos próximos que también apuntan en esta dirección. 2.5.5. Asentamientos andalusíes fundición y un horno de cerámica

en

llano:

una

Junto al curso medio y alto del río Antas se encuentran el conjunto El Argar-El Cajete y, algo más al sur, el asentamiento de Loma Rutilla. Ambos se distinguen por presentar evidencias del desarrollo de actividades productivas no subsistenciales.

Nada sabemos acerca de las características físicas de la Bayra más antigua, si no es que contaba con una o quizá varias mezquitas. La descripción que hace al-Udri de las columnas del edificio sugiere el reempleo de materiales constructivos, como han hecho notar Cara y Ortiz (1997). La utilización de estos recursos es característica en obras de este momento, tanto de más envergadura, como la propia mezquita mayor de Córdoba (Acién 1993), como en edificios quizá semejantes al de Vera, como el de Almonaster la Real, en Huelva (Jiménez Martín 1975).

El Argar-El Cajete El yacimiento de El Argar se sitúa en la margen izquierda del Antas, muy próximo a la actual población del mismo nombre. Se asienta sobre una terraza fuertemente incisa por el cauce del río, de manera que aunque su superficie es llana y regular, en el flanco meridional se interrumpe de forma brusca para caer a pico sobre el Antas.

La construcción de una mezquita aljama es uno de los primeros pasos en la fundación de una madina. Bayra, sin embargo, nunca se cita como tal en la documentación escrita, donde sí aparece como hisn (al-Idrisi) y qarya (Ibn al-Jatib) (Méouak 1995). En todo caso, el tipo de asentamiento al que hacen referencia estos términos no siempre resulta inequívoco, y su interpretación depende en gran medida de la investigación arqueológica.

La existencia de un poblado andalusí en el sitio se podía rastrear ya entre los objetos publicados por los hermanos Siret a finales del siglo XIX (véase apdo.1.5.3). Pero no quedó confirmada hasta comienzos de los años 90, cuando el Instituto Arqueológico Alemán de Madrid emprendió una intervención arqueológica dirigida a identificar posibles indicios de metalurgia prehistórica.

Con seguridad en el siglo XI, y probablemente ya con anterioridad, Bayra era la capital del distrito del mismo

183

Fig. 2.25: El Argar. Interpretación arqueológica de las anomalías magnéticas y localización de los sondeos. Según Schubart (1993). sondeo 3, “a poca profundidad bajo el nivel superficial”, se encontró una goa de 11 kg de peso.

Con este fin se desarrolló una campaña de prospección geofísica que detectó importantes anomalías en forma de alineaciones perpendiculares y paralelas y grandes manchas dispersas (Becker 1993; Schubart 1993). Coincidiendo con algunas de las señales más destacadas y atravesando transversalmente la planicie superior se excavaron tres sondeos (fig. 2.25), de los que procede la información que aquí manejamos.

Además, unos 500 m al noroeste de El Argar, en la confluencia de la rambla de El Cajete con el río Jauto, identificamos los restos de otro núcleo fundidor, representado por una concentración de escoria y mineral de hierro con algunos fragmentos de cerámica andalusí (véase apdo. 1.5.2).

El asentamiento andalusí está representado por una serie de habitaciones de planta rectangular con zócalo de piedra, una de las cuales contaba con una superficie de trabajo igualmente de piedra. Algunos de los muros se construyeron con un aparejo en espiga que se encuentra también en estructuras del hisn de Cerro del Inox y del asentamiento andalusí de Gatas (infra).

Con toda probabilidad, ambos lugares estuvieron relacionados y formaron parte de un asentamiento, o mejor de un complejo especializado en el beneficio del mineral de hierro, quizá con un volumen de producción notable. Según el reciente estudio de Bertrand, Sánchez y Zubiaur (1996) sobre minería y metalurgia andalusí, en la zona de Guadix (Granada) la minería emiral aparece como una actividad asociada a un poblamiento disperso en asentamientos de pequeño tamaño. Por su parte, Cressier, en su trabajo sobre fortificación y minería en la provincia de Almería, interpreta la fase andalusí de El Argar como correspondiente a un pequeño poblado emiral abierto,

Por el momento no conocemos otros detalles acerca de la composición del poblado, de su organización urbanística o de posibles áreas funcionales. Sin embargo, en los sondeos 1 y 3, distantes entre sí unos 60 m, se detectó la presencia de escoria derivada de la fundición de mineral de hierro. En el sondeo 1 apareció en gran cantidad bajo la mencionada superficie de trabajo, mientras que en el 184

que predominan los recipientes de gran tamaño y fondo plano, probablemente tinajas. Las características técnicas aportan alguna información suplementaria. El modelado de los recipientes se realizó a mano, como, por otra parte, es corriente en contenedores de este tamaño. En cuanto a la arcilla empleada, su observación macroscópica permite compararla con las pastas de piezas procedentes de asentamientos andalusíes de la zona, como Gatas, El Argar, El Cajete, Cerro del Inox o Zorreras. En concreto, es característico el empleo de un desgrasante procedente del triturado o la descomposición del micaesquisto granatífero que no aparece entre las producciones tardoantiguas de la depresión de Vera. Con estos datos, nos inclinamos a situar el horno de Loma Rutilla en un momento temprano del periodo andalusí. Dada la temporalidad propuesta para el asentamiento, consideramos posible una ubicación en la segunda mitad del siglo X o incluso en el XI.

especializado en trabajos mineros o de transformación del metal (Cressier 1998). Hasta el momento desconocemos la extensión y la composición del poblado. Ahora bien, a falta de una excavación arqueológica más extensa, consideramos que ciertos indicios, como los propias anomalías detectadas en la prospección geofísica, las concentraciones de escoria y la presencia del vecino núcleo de El Cajete, sugieren que El Argar pudo ser un núcleo fundidor de una cierta entidad. No obstante, con los indicadores cronológicos disponibles (véase apdo. 1.5.3) resulta difícil proponer una temporalidad ajustada para el poblado andalusí y, por lo tanto, situar las actividades metalúrgicas en un momento concreto. Nuestra hipótesis es que pudieron comenzar en la fase emiral y continuar durante el siglo X, sin que hasta el momento se puedan realizar mayores precisiones acerca de eventuales fases de la producción.

Hasta hace pocos años, el conocimiento arqueológico sobre los alfares del sur de al-Andalus era prácticamente nulo (Acién 1990). Recientemente se han excavado y publicado varios centros productores, parte de los cuales se sitúan en el Sudeste peninsular y en áreas próximas, como la provincia de Málaga.

Loma Rutilla Aguas abajo del río Antas, en su margen derecha y a unos 2.7 km de El Argar-El Cajete, se encuentra el yacimiento de Loma Rutilla. Tal como se observa en superficie, se trata de una concentración de cerámica que se extiende por dos lomas separadas actualmente por una pequeña rambla.

Para los primeros siglos andalusíes podemos citar los testares del nivel inferior de Bayyana, en Pechina (Almería) (Castillo Galdeano y Martínez Madrid 1993), de la calle Especierías de Málaga (Iñiguez Sánchez y Mayorga Mayorga 1993), de la calle Marín, en el casco urbano de Almería (Cantero Sosa y Egea González 1993), o del denominado “alfar antiguo” de San Nicolás, en la ciudad de Murcia (Navarro Palazón 1990). Asimismo, se han documentado hornos en el yacimiento de Bezmiliana (Málaga) (Acién Almansa 1990) y en la calle Rojo de Lorca (Martínez Rodríguez 1994). Los dos primeros se sitúan en el siglo IX o, de forma más general, en el periodo emiral, mientras que los cuatro restantes, fechados en el siglo X, se aproximan más en el tiempo al de Loma Rutilla. Todos son alfares urbanos, mientras que el que nos ocupa es, por lo que sabemos, el primer ejemplo de alfar rural conocido hasta el momento en el Sudeste.

El sitio presenta el interés de ser uno de los escasos asentamientos con origen en el siglo VI, o incluso en el VII, que además se mantiene en fases posteriores, posiblemente hasta la crisis poblacional que parece tener lugar en el siglo XII (véase cáp. 1). En la más septentrional de las dos lomas por las que se extiende el material arqueológico, en la sección ocasionada por la rambla, la acción de las lluvias puso al descubierto los restos de una estructura correspondiente a un horno de cerámica. En el momento de la visita al yacimiento se apreciaba una mancha de coloración rojiza de unos 2.5-3 m de diámetro que en uno de sus límites conservaba el arranque de una bóveda de adobe. Sobre la mancha y rodados pendiente abajo aparecían también bloques de adobe, sin duda procedentes de la cubierta, mezclados con fragmentos de cerámica. Algunos de estos fragmentos eran de gran tamaño, y un fondo presentaba una grieta debida a la deformación sufrida por el recipiente durante la cocción, lo cual no deja lugar a dudas sobre la funcionalidad de la estructura86.

Con respecto a las producciones, y dejando aparte los más antiguos, el taller murciano y el almeriense se caracterizan por el predominio de recipientes clasificados funcionalmente como de servicio de mesa, vidriados y decorados con distintas técnicas: verde y manganeso, melado y manganeso y cuerda seca parcial. Por el contrario, los de Lorca y Bezmiliana son hornos para la fabricación de cerámica común que, además, en el caso del segundo, no parece tener difusión más allá del propio asentamiento (Acién 1990).

Para la ubicación temporal del horno tenemos que basarnos en las características de los recipientes relacionados con su derrumbe (fig. 2.26). La morfología resulta escasamente útil, ya que sólo podemos distinguir

En el caso de Loma Rutilla tenemos sólo una muestra de las piezas de la última hornada, dedicada a la cocción de distintas formas de cerámica común, entre las cuales parecen predominar las tinajas. La similitud entre las

86

Los restos del horno representaban alrededor de un tercio de su superficie original, y se encontraban expuestos a una fuerte acción erosiva. La propuesta de realizar una intervención de urgencia no encontró el necesario apoyo de las instituciones, por lo que en la actualidad la estructura seguramente se ha perdido para la investigación.

185

Fig. 2.26: Loma Rutilla. Restos cerámicos del derrumbe del horno.

186

recinto está delimitado artificialmente por un muro con torres o bastiones adosados. Por los lados oeste y norte los límites los forma el propio farallón rocoso, de manera que el muro no llega a trazar una cerca cerrada. El espacio así demarcado tiene unas dimensiones aproximadas de 124 m en el eje mayor y 44 m en el menor, lo que supone una superficie de alrededor de 0.5 ha.

pastas de estos recipientes y los hallados en otros yacimientos de la cuenca de Vera sugiere que la producción del horno pudo tener una distribución de alcance regional. No obstante, esta similitud podría obedecer también a la relativa uniformidad litológica de los cauces de las ramblas de la depresión, presumiblemente las principales áreas de abastecimiento de materia prima para la alfarería. La cuestión precisaría de un análisis específico de los distintos materiales cerámicos, que no es objeto de este trabajo.

La muralla consiste en un lienzo de 1 m de espesor que corre adaptándose a la topografía del terreno, lo que condiciona un trazado irregular con entrantes y salientes que se ajustan a la forma de los escalonamientos de la roca. Estos sirven de base a la construcción, que se levanta próxima a su límite, de manera que el desnivel natural contribuiría a aumentar la altura del muro. La técnica empleada es la mampostería trabada con argamasa de cal. Los lienzos están formados por dos paramentos de bloques de caliza, entre los cuales se dispuso un relleno interior. Aunque el aparejo es irregular, se observa una construcción cuidada, ya que los bloques de piedra se dispusieron con su faceta más lisa hacia el exterior con el fin de que las caras del muro tuviesen una superficie más regular. Esto debió suponer al menos alguna preparación previa de los bloques.

Sea como fuere, su presencia ilustra dos aspectos que también se han hecho notar en otras zonas del Sudeste (Gutiérrez Lloret 1996: 189 ss.) Por una parte, indica una cierta autonomía de la depresión de Vera en el abastecimiento de recipientes cerámicos, como sugieren también la abundante presencia de micaesquisto granatífero en las pastas, y, como veremos más adelante, los patrones de consumo de la cerámica vidriada. Al mismo tiempo, muestra la coexistencia de redes de distribución de alcance local o regional con otras suprarregionales, abastecidas en gran medida desde centros de producción urbanos. 2.5.6. El hisn de Cerro del Inox

Al muro se adosan pequeñas torres o bastiones de planta cuadrangular o, en un caso, trapezoidal, construidas con distribución y técnica distintas según el sector de la muralla en que se encuentren. En el tramo más meridional, donde la pendiente es menor y el lienzo más largo, se levantaron dos bastiones macizos de unos 3.20 m de proyección por 4 m de frente, distribuidos a intervalos aproximadamente regulares. Apenas se ha conservado nada de su alzado, pero en planta se observa que para su construcción se utilizó una especie de mortero muy rico en cal, o de hormigón fino.

El yacimiento del que nos ocuparemos a continuación se encuentra situado sobre una elevación caliza de la vertiente septentrional de Sierra Cabrera. Con una cota máxima de 539 m s.n.m. es el más alto de los registrados en la depresión de Vera. El cerro que sirve de soporte al asentamiento se levanta bruscamente sobre la margen izquierda del barranco de Tremecén (Lám. IV), que en este tramo alcanza su máximo encajonamiento. Su flanco occidental, coronado por un potente farallón rocoso, forma un agudo escarpe que se precipita unos 120 m sobre el lecho del barranco. La pendiente es también muy pronunciada en la vertiente norte, que culmina igualmente en una pared vertical, mientras que se suaviza en el sector sur, donde forma una superficie inclinada con sucesivos escalonamientos de roca (Lám. V).

En el sector más septentrional, donde la pendiente se acentúa y la muralla tiene que hacer repetidos quiebros para adaptarse a la forma de la roca, la torres se situan en, o inmediatamente junto a los ángulos formados por la unión de dos tramos de muro. En este caso se trata de construcciones de unos 4 m de frente, pero de proyecciones más variables (4.80 m, 2.40 m y 4.20 m), delimitadas por muros de mampuestos de caliza. En los paramentos externos éstos se dispusieron formando un aparejo en espiga, tal como se observa en el único alzado conservado, correspondiente a la torre de menores dimensiones (Lám. VI).

Dos breves noticias han recogido la existencia en el sitio de estructuras arquitectónicas (Martín García 1999), así como el hallazgo de dos dinares de finales del siglo IX, al que nos hemos referido en el capítulo anterior. El examen de los materiales cerámicos de superficie, al que podemos añadir esta indicación numismática, permite ubicar la temporalidad de vida del asentamiento en nuestra fase 5, es decir, en los siglos X-XI (véase apdo. 1.5.2). No hay indicios de ocupaciones anteriores ni posteriores.

Con respecto al tramo occidental, que une el sector anterior con el precipicio que delimita el recinto por el norte, se encontraba muy desarticulado a causa de la erosión. Aparentemente se trataba de un lienzo corrido, en el que no se observaron restos de torres o de otras estructuras.

El asentamiento está representado, además de por una concentración de material cerámico en superficie, por los restos de un recinto fortificado que ocupa el sector más elevado del picacho, con una serie de construcciones en su interior (fig. 2.27). Por sus lados sur, suroeste y oeste, es decir, aquellos donde el relieve es más suave, el

El recinto así delimitado debió tener dos posibles puntos de acceso. Uno, situado aproximadamente en el tramo

187

Fig. 2.27: Cerro del Inox. Planta de las estructuras visibles en superficie. 188

intermedio de la muralla junto a una de las torres rectangulares de mampostería, viene sugerido por lo que parece una interrupción del lienzo, en una de cuyas secciones se observa una disposición más regular de los mampuestos, quizá correspondiente a una jamba que delimitase un vano de unos 2 m de luz. La torre podría proteger a la vez dos puntos vulnerables: el ángulo del muro, y una posible poterna. El otro posible ingreso sería un pasillo natural de unos 4 m de anchura situado en el sector oriental, que sube en pendiente entre los dos macizos rocosos de la cima del cerro.

La superficie interior del aljibe conserva los restos de un revestimiento de mortero de cal que se extendía tanto sobre la roca como sobre los paramentos de tabiya y el muro de piedra. Además, el revestimiento se prolongaba por encima de este último muro, formando una superficie impermeabilizada que llegaba hasta el escalón de roca situado inmediatamente al norte, cuya pared también conservaba restos de mortero (fig. 2.27). Esta superficie debió formar parte del depósito, aumentando la capacidad de la cavidad rectangular. No se conservan restos de la cubierta, que posiblemente sería abovedada.

Aquí no se observan construcciones de refuerzo, si bien la propia topografía, con la roca cayendo a pico a ambos lados del hipotético camino, permitiría su control. Por otra parte, el acceso a este punto no es directo, ya que en esta zona la pendiente es demasiado abrupta. Por lo tanto, para alcanzarlo es necesario rodear la muralla y caminar durante un buen tramo junto a la base de la pared rocosa. Si, a la hora de situar el acceso al recinto, lo que se valoró fue sobre todo una posición difícil de alcanzar y fácil de defender, este pasillo ofrecería unas condiciones óptimas. En cambio, para la comunidad que daba uso al conjunto resultaría más práctica la posible poterna a la que hemos hecho referencia, o algún acceso similar.

Las dimensiones interiores del aljibe son de 8 m x 2 m x 2 m de altura conservada hasta el nivel actual del terreno. A esto habría que añadir el espacio de 2 m de anchura y altura indeterminada que se prolongaría hasta el escalonamiento de roca. Al sur del ajibe, y aproximadamente paralelo a él, se conservan los restos de otra estructura cuadrangular, cuyos muros se realizaron con la misma técnica que los de la plataforma superior, también de función indeterminada. Las cubiertas del conjunto de la cima y de esta construcción más pequeña, así como la superficie de la roca situada por encima del depósito constituirían el área de captación de aljibe.

En el interior de este recinto se documentaron los restos de distintas estructuras87. Por su posición topográficamente destacada y por su composición podemos distinguir en primer lugar el conjunto situado en la plataforma rocosa de la cima del cerro. Está formado por una estructura de unos 15 m x 12.80 m con distintos compartimentos en su interior. En el centro del de mayor tamaño, que quizá sería un espacio abierto, se levanta otra construcción de planta rectangular (aproximadamente 7.5 m x 4m). Un muro paralelo situado junto al lado suoreste posiblemente formase parte del mismo conjunto.

Además de este conjunto superior, por el resto del recinto amurallado, ocupando la superficie en pendiente que se extiende hasta la muralla, se distribuye una serie de construcciones de características similares. Están formadas por muros de mampostería de caliza en seco, de unos 50-60 cm de anchura, con dos paramentos y relleno interior. Esta técnica constructiva permite distinguirlos claramente de las paredes de contención de las terrazas modernas -no representadas en planta- que también se distribuyen por la superficie del cerro superponiéndose a las edificaciones medievales. En dos casos se aprecia la planta de recintos completos. Se trata de espacios rectangulares cuyas dimensiones internas son de de 7.20 m x 3. 50 m y de 10 m x 6.80 m. El resto parecen más bien naves largas y estrechas compartimentadas en su interior. Las construcciones parecen ocupar toda, o la mayor parte de la superficie amurallada. Se distribuyen con una cierta regularidad, siguiendo dos orientaciones diferentes, aproximadamente perpendicuales. Así, en la vertiente más meridional los muros longitudinales siguen una dirección noroestesudeste, mientras que en el sector más al norte la dirección es noreste-suroeste. Algunas construcciones se adosan a la cara interna de la muralla, como ocurre con el mayor de los dos recintos rectangulares.

En ningún caso se han conservado restos de los alzados. Los alineamientos que se aprecian en superficie muestran un aparejo de mampostería de caliza dispuesta en forma de dos paramentos entre los cuales se dispuso un relleno. El grosor de los muros es de 50-60 cm. No disponemos de indicios relativos a la función de las construcciones. Sí podemos identificar, sin embargo, un aljibe situado inmediatamente al suroeste de este conjunto, a una cota algo inferior. El depósito se construyó aprovechando una fractura de la roca, que lo delimita por el sur. El lado norte está formado por un muro de pequeños bloques de piedra, mientras que ambos extremos están cerrados por sendos muros de hormigón (tabiya) con abundantes piedras medianas y grandes, de unos 90 cm de espesor.

La función de estas edificaciones internas queda por determinar. Sin embargo, los materiales de superficie registrados tanto en el recinto como en sus alrededores indican algunas de las actividades que se debieron llevar a cabo. El material más frecuente es la cerámica. Se registró la

87

Al contar exclusivamente con datos de prospección, cabe la posibilidad de que no todas ellas sean contemporáneas entre sí y con la muralla. Ahora bien, hay que recordar que el material cerámico de superficie, como también la noticia acerca de los hallazgos numismáticos, muestran una sola fase de ocupación del yacimiento, lo que supone que, aunque existiesen varias fases constructivas, éstas tendrían que haberse sucedido en un lapso de tiempo muy breve.

189

muro de fortificación sugieren la existencia de construcciones adosadas que se interpretan como posibles recintos familiares o colectivos.

presencia tanto de recipientes vidriados -algunos de los escasos ejemplos identificados en la depresión de Vera en este momento- como, sobre todo, sin vidriar. Los primeros corresponden a ataifores (formas ATFv2 y ATFv0), es decir, piezas de vajilla de mesa. Entre los segundos predominan los ejemplares modelados a mano, correspondientes sobre todo a formas de cocina (marmitas tipo MAR2) y de almacenamiento o conservación (tinajas TNJ3). Junto a la cerámica, la presencia de escoria documenta el desarrollo de actividades de fundición. Por último, a unos 250 m al suroeste del Cerro del Inox se identificó una pequeña concentración de material cerámico de las mismas características que el presente en el asentamiento, que se puede atribuir a la existencia de un vertedero, o quizá al abonado de algún campo de cultivo.

En el extremo opuesto se encuentran las construcciones fortificadas asociadas a un asentamiento rural permanente, que suelen componerse de una muralla y, en ocasiones, un recinto menor situado en un punto topográficamente destacado, y en las que el poblado puede ser abierto, o estar protegido por el muro de cierre. En el hisn de Cerro del Inox observamos una serie de características que Bazzana, Cressier y Guichard (1998: 115-118) consideran definitorias del primer grupo de fortificaciones. Así, se encuentra en una localización de montaña relativamente aislada de otros núcleos contemporáneos, aunque no extremadamente inaccesible, y con buenas condiciones topográficas para la defensa. El recinto demarcado por los farallones rocosos y la muralla es de una amplitud suficiente para acoger a un grupo quizá no muy amplio, aunque en todo caso superior a una simple guarnición. El muro de cierre se adapta a la topografía del terreno, y el posible acceso se situaría en un punto estratégico que obligaría a recorrer un tramo prolongado junto a la muralla antes de alcanzar la entrada.

En todo caso, parece claro que el asentamiento de Cerro del Inox responde sobre todo a unas necesidades de defensa. Así se desprende, por una parte, de la topografía de la elevación y de la presencia de edificios de fortificación, y por otra, de la localización del sitio respecto a los recursos naturales. En este sentido, como veremos al analizar los entornos de los asentamientos y las producciones no subsistenciales (infra), la elección del lugar no se justifica por la accesibilidad a recursos típicamente de montaña como los yacimientos de mineral.

Al mismo tiempo, sin embargo, su interior aparece ocupado en gran parte por numerosas edificaciones. En la zona topográficamente más destacada, un grupo de construcciones parece formar un solo conjunto, en el cual se incluye el único depósito para almacenamiento de agua. La técnica constructiva es similar a la empleada en el resto de construcciones intramuros, y el conjunto no está separado de ellas por ningún muro u otra estructura de cierre. En cuanto a las edificaciones internas que ocupan las laderas, ya hemos observado que parecen seguir una distribución aproximadamente regular, con dos orientaciones dominantes. Esto sugiere una planificación de la organización del espacio interno del recinto, y quizá de las funciones de las distintas construcciones. Además, la presencia de restos de escoria atestigua el desarrollo de una actividad relativamente elaborada tanto en lo que se refiere a abastecimiento de materia prima como a infraestructura necesaria. Todo esto parece apuntar a que el recinto de Inox albergó un asentamiento de una cierta entidad, probablemente de carácter permanente. La existencia de una ocupación temporal o, aún más, permanente, hace pensar en una función, o unas funciones, diferentes a la de refugio ocasional para comunidades vecinas, independientemente de que el hisn pudiese actuar como tal en determinadas ocasiones. Aquí cabe llamar la atención sobre el hecho de que, al comparar la planta de Inox con las de poblados rurales contemporáneos, como el de Gatas, o en general con otros poblados andalusíes (infra), parecen observarse ciertas diferencias urbanísticas y arquitectónicas. Así, en Inox, aparte de la presencia de una muralla, la distribución de los edificios parece más regularizada, y se documentan unos recintos de gran tamaño quizá con un

Por sus características, el yacimiento de Cerro del Inox se puede equiparar al grupo de recintos fortificados, o husun rurales definido por Bazzana, Cressier y Guichard (1988: 114 ss.) a partir de numerosos ejemplos del sudeste peninsular. Estas fortificaciones se caracterizan porque no están asociadas a medinas o, en todo caso, a núcleos que se puedan considerar urbanos, y, sobre todo, por su gran diversidad morfológica, en la que parecen tener cabida numerosas combinaciones de puntos defendidos naturalmente con o sin obras de fortificación artificiales murallas con o sin torreones, de tabiya o de mampostería, que forman recintos completamente cerrados, o sólo refuerzan las zonas menos protegidas por la topografía-, una torre aislada o recintos internos situados en el punto más elevado, uno o varios aljibes para el almacenamiento de agua, y presencia o ausencia de estructuras de habitación, que se pueden atribuir a ocupaciones temporales o permanentes, y estar situadas intra o extramuros. Según los autores, dentro de esta amplia casuística sólo los ejemplos más extremos se pueden aislar con claridad. Se trata, por una parte, de los recintos sin construcciones internas, a no ser uno o dos aljibes, que se encuentran alejados de cualquier punto de población. Su función principal habría sido la de servir de refugio a comunidades relativamente próximas en caso de inseguridad. En determinadas ocasiones, estos husun refugio pudieron acoger también hábitats temporales. Por otra parte, en el hisn de Chío, en Luchente (Valencia), una serie de orificios practicados en la cara interna del

190

diferente a los demás por su planta tendente al trapecio, su superficie inferior y el mayor grosor de sus muros, características que podrían corresponder a una estructura con función de aljibe. Unos metros al este del posible depósito aparece representada otra edificación peculiar, formada por un muro largo noroeste-sureste con una serie de muretes paralelos entre sí y perpendiculares al muro mayor, orientados hacia la parte alta del cerro. Esta orientación indica que no se trata de contrafuertes, sino tal vez de compartimentaciones. En la actualidad apenas se aprecian vestigios de estas estructuras en superficie.

uso diferente al de habitación. 2.5.7. Gatas, un poblado de los siglos X-XI en Sierra Cabrera También en la vertiente septentrional de Sierra Cabrera, unos 5 km al noreste de Cerro del Inox, se encuentra el yacimiento de Gatas (Lám. VII). Su conocimiento se debe a los trabajos llevados a cabo por la Universidad Autónoma de Barcelona con el fin de investigar las sucesivas ocupaciones prehistóricas del yacimiento. A raíz de estas intervenciones se descubrió la existencia de un asentamiento medieval, una de cuyas estructuras se excavó y analizó exhaustivamente. Los resultados de la intervención se han dado a conocer en detalle en otro lugar (Fernández Ugalde et al. 1999), por lo que a continuación ofreceremos un resumen de los mismos.

Las plantas, las proporciones y la distribución de los recintos o grupos de recintos guardan interesantes similitudes con las documentadas en otros poblados rurales andalusíes del sur y el sureste peninsulares. Un ejemplo próximo lo tenemos en el despoblado de Villa Vieja, en Calasparra, fechado entre los siglos X-XI y XIII (Pozo 1989). En él el tipo de vivienda más frecuente es el de esquema en L con dos habitaciones rectangulares y patio lateral. Ocasionalmente, la vivienda incluye una tercera habitación más pequeña y cuadrada que puede estar situada en el extremo de una de las dos naves largas (casa 6) o en el ángulo formado por ellas (casa 1), y tener acceso directo desde el exterior. Así parece ocurrir también en una de las estructuras de la planta de Gatas. El conjunto de Villa Vieja se organiza mediante callejuelas tortuosas, en ocasiones sin salida .

El cerro de Gatas forma parte de la vertiente septentrional de Sierra Cabrera. Se trata de una elevación fuertemente escarpada en sus caras sur y noroeste, y también de difícil acceso, aunque de pendiente más suave, en la noreste. Los primeros indicios de la existencia de una ocupación andalusí en el sitio los proporcionó la prospección superficial llevada a cabo en el año 1985 (Chapman et al. 1987). Los indicadores cronológicos obtenidos a raíz de estos trabajos, así como los obtenidos en otras prospecciones y excavaciones en el yacimiento, autorizan a situar la temporalidad de este poblado entre los siglos X y XI (véase apdo. 1.5.3).

En el asentamiento del Castillejo de Los Guájares, en Granada (Bertrand et al. 1990), cuya última fase de ocupación corresponde a los siglos XIII-XV, las estructuras de habitación poseen básicamente dos tipos de plantas: una en L, formada por dos habitaciones con un patio lateral (por ej., casa 4), y otra en U, con mayor número de estancias también distribuidas en torno a un patio (por ej., casa 8). Los recintos son rectangulares, sin compartimentación interior ni comunicación directa entre ellos. Además, se ha documentado la existencia de estructuras formadas por varias naves paralelas (construcciones 1b y 6), y de un aljibe.

A finales del siglo XIX, los hermanos Siret dedicaron un apartado de su monumental atlas a Gatas. En él no registraron ningún hallazgo atribuible a una ocupación medieval, aunque sí publicaron la planta de una serie de estructuras distribuidas sobre todo por la meseta superior (Siret y Siret 1890: 209-225; lám. 57b), cuyas características justifican su consideración en este estudio. Antes de examinarlas podemos señalar que en los recientes reconocimientos de superficie se había advertido que las cerámicas andalusíes aparecían concentradas sobre todo en la plataforma superior del cerro. Dado que no pudieron haber sido arrastradas allí desde otros puntos de la elevación, debían guardar relación con los depósitos arqueológicos de la cumbre. Es decir, su área de concentración dominante coincidía con la superficie sobre la cual se distribuían las estructuras arquitectónicas reproducidas por los Siret, lo cual se podía considerar un indicio de la ubicación temporal de las mismas. En este mismo sentido apuntan la morfología y distribución de los recintos.

Más lejos de nuestra zona de estudio, en el asentamiento de los siglos X-XI de Alcaria Longa (Bajo Alentejo), se excavaron tres unidades de habitación formadas por dos naves rectangulares, perpendiculares entre sí, organizadas a los lados de un patio lateral. Una de las naves es más larga que la otra, y su interior está compartimentado en tres espacios (Boone 1994). Por último, en la aldea emiral del Cerro del Castillo de Peñaflor, en Jaén (Salvatierra Cuenca y Castillo Armenteros 1993a), las casas excavadas están formadas por dos, tres o cuatro grandes habitaciones rectangulares ordenadas en torno a un patio. Las viviendas forman grupos de dos o tres, y el conjunto presenta una distribución irregular. En la parte alta de la aldea se ha registrado la existencia de un aljibe, delante del cual se disponía una serie de estructuras de forma y disposición

Como se observa en la planta (fig. 2.28), se trata de una serie de espacios rectangulares de entre 4.25 y 7 m de longitud y 2 a 2.30 m de anchura, que se adosan unos a otros en paralelo o en perpendicular. Aparentemente, las distintas naves se articulan en estructuras mayores de orientación irregular. En la zona más elevada de la meseta, en su extremo nororiental, se distingue un recinto

191

Fig. 2.28: Planta del poblado de Gatas según H. y L. Siret (1890: Lám. 57 inf.). presumiblemente de habitación distribuidos por la planicie superior y una estructura distinta a éstas ubicada en la proximidad del aljibe, quizá un almacén. No se han documentado elementos de fortificación88.

diferentes a las que caracterizan a las viviendas, y que los autores interpretan como posibles almacenes. En el caso de Gatas no es posible determinar si los elementos representados en la antigua planta del yacimiento son contemporáneos entre sí e integrantes de un mismo asentamiento. Ahora bien, las estructuras y sus características arquitectónicas y urbanísticas presentan claros paralelos con las de los mencionados poblados andalusíes. Puesto que, además, coinciden con la zona de máxima concentración de cerámica medieval, podemos formular la hipótesis de que la planta de los Siret no representa un asentamiento prehistórico, sino el poblado andalusí de Gatas. Algunos de sus elementos serían, un aljibe situado en la cima, una serie de recintos

88

Los Siret mencionan la existencia de los restos de una muralla al pie de la ladera Este y de otra obra de fortificación en la parte alta del cerro (Siret y Siret 1890: 211-212). En la actualidad ha desaparecido toda huella de esta segunda, mientras que la primera está arrasada al nivel de la superficie del terreno. Su trazado sólo se intuye por algunas alineaciones discontinuas de piedras que corren al pie de la ladera Este y, sobre todo, de la Sur, y que sugieren la existencia de un muro de 60 cm de grosor. Este espesor, así como la ubicación al pie de un escarpe, no resultan acordes con una función defensiva. En todo caso, no disponemos de elementos que permitan atribuir una temporalidad al muro.

192

Para nivelar el interior de este espacio, en la zona septentrional se dispuso un relleno de piedras mezcladas con tierra y materiales arqueológicos (subconjunto 2B3). La construcción de este relleno supuso el desmonte de parte de la estratificación prehistórica preexistente. De este modo se creó una superficie que permitiría preparar el suelo de la estructura. El uso del recinto así acondicionado está representado por un nivel de tierra mezclada con algunas piedras medianas documentado en su interior (subconjunto 2A4). Dicho nivel se encontró muy alterado por la acción de los agentes erosivos, de manera que no se pudo establecer de forma inequívoca si se trataba de un pavimento construido intencionadamente, o si su formación se debió a la acumulación sobre el piso de la habitación.

La confirmación de la existencia de un asentamiento andalusí en el cerro de Gatas se ha obtenido en las excavaciones recientes. Los trabajos comprendieron la apertura de cuatro sondeos (Sondeos 1, 2, 3 y 4) y tres zonas (Zonas A, B y C). Los sondeos 1 y 4, situados, respectivamente, en la Ladera Media I y en la Ladera Sur, no proporcionaron ningún dato relativo al periodo que nos ocupa, exceptuando algunos restos cerámicos desarticulados. El Sondeo 2, situado también en la Ladera Sur, sólo permitió identificar algunos fragmentos de cerámica andalusí bajo un bancal moderno de aterrazamiento (Chapman et al. 1986). En cuanto a las zonas, están situadas en las laderas norte y sur. En ellas los elementos correspondientes a la fase medieval estaban intensamente erosionados, por lo que la información obtenida es muy limitada89. Así, hasta ahora el mayor volumen de información se ha obtenido en el denominado Sondeo 3, situado a media altura en la ladera septentrional (Ladera Media II). En él se localizó y exploró uno de los recintos que formaron parte del poblado. Sus restos constituyen el denominado conjunto 2, cuyos elementos han sido enumerados someramente en el apdo. 1.5.3. A continuación nos detendremos en su descripción e interpretación.

El hecho de que el nivel de uso conservase su ajuar y estuviese cubierto directamente por el derrumbe de la estructura indica que este piso representa la última ocupación del espacio, y en consecuencia, que el tapiado del vano 2B1 debió ser anterior o contemporáneo a dicha ocupación. A continuación, la estructura se abandona definitivamente y comienza su derrumbe (subconjunto 2A1), al que siguen los procesos geomorfológicos de regularización de la pendiente.

Tras el largo periodo de desocupación que siguió al abandono del último asentamiento prehistórico, se registran nuevas actividades de edificación en la ladera norte, representadas por la construcción de dos muros (subconjuntos 2B1 y 2B2) que se levantan directamente sobre la superficie del terreno. Orientados respectivamente N-S y E-W, y perpendiculares entre sí, están formados por dos paramentos de mampostería de travertino y caliza en seco con relleno interior. La cara interna del muro 2B2 presenta un aparejo en espiga como los documentados en las estructuras andalusíes del yacimiento de El Argar (supra), mientras que en su cara externa se emplearon piedras de mayor tamaño que las de la cara opuesta y también que las del muro 2B1, lo cual concordaría con una función de contención.

Así pues, desde el punto de vista de la secuencia estratigráfica en el Sondeo 3 se registró una única fase andalusí, posiblemente con más de un momento de ocupación, como sugiere el tapiado del vano del muro oriental. Desde el punto de vista arquitectónico, se documenta un recinto perpendicular a la pendiente, estrecho aunque de superficie indeterminada, comunicado directamente con el exterior a través de un vano cerrado con un batiente de madera, como indica la presencia in situ de un umbral de piedra con quicialera de hierro. Los muros que lo rodean sirven para delimitar el espacio y, en el caso del muro norte, también como pared de aterrazamiento. En su parte conservada son de piedra sin elementos de trabazón. El derrumbe que cubría directamente el nivel de habitación del espacio estaba formado por mampuestos de las mismas rocas con las que fueron construidos los muros (travertino y calcáreas), pero no contenía restos de materiales de los hipotéticos alzados, ni tampoco tejas u otros elementos que se pudiesen considerar procedentes de la destrucción de una cubierta. Esto, unido a la tosquedad e irregularidad del piso, sugiere que el recinto del Sondeo 3 debió ser un espacio descubierto, delimitado por unos muros que, tras el abandono, habrían caído directamente sobre la superficie de ocupación. Como ya hemos mencionado, los patios descubiertos son uno de los elementos más característicos de la casa andalusí, tanto en contextos urbanos como rurales, y su forma y tamaño pueden variar desde el reducido espacio lateral abierto de planta poligonal hasta el patio central cuadrado con parterre y andén (Pozo 1989).

Por su parte, 2B1 se adosa perpendicularmente a dos muros prehistóricos (8B1 y 12B1), formando con ellos el ángulo SE de la estructura. De este modo, su cierre meridional queda formado por las mencionadas estructuras reutilizadas. Así se definieron tres lados de un espacio de unos 1.80 m de anchura y longitud indeterminada debido a que su parte occidental ha desaparecido a causa de la erosión. A él se accedería a través de un vano abierto en el muro oriental (2B1), cuya existencia está indicada por la presencia in situ de una quicialera de arenisca con pivote de hierro. Más adelante, el vano fue tapiado, quedando inutilizado.

89

Actualmente ésta se encuentra en fase de estudio. Aun así, cuando lo consideremos conveniente haremos referencia a resultados concretos obtenidos en su excavación.

193

Fig. 2.29: Gatas. Objetos relacionados con la estructura andalusí. Según Castro et al. (1999: Fig. 166). suponer que el diámetro de la boca del recipiente cubierto debía ser menor que el de la tapadera.

Con respecto a su uso, en el Castillejo de Los Guájares los patios son los que conservan la mayor parte de los indicios de actividad doméstica. Entre ellos son frecuentes los pequeños hogares, a veces simplemente acondicionados sobre el suelo de roca, así como la presencia de tinajas, cántaros o contenedores en general (Bertand et al. 1990). Como veremos a continuación, el ajuar del recinto de Gatas, formado por una serie de recipientes cerámicos, así como por diversos objetos metálicos y líticos, presenta similitudes funcionales con los de los espacios granadinos.

Contenedor de gran tamaño : La capacidad del recipiente, de unos 16 litros, es el único indicio de su función, que debió ser la de almacenamiento. Jarros, jarras y formas cerradas en general : A los cántaros o jarras y a los jarros se les suele atribuir una función de transporte, contención y servicio de líquidos basada en sus características morfotécnicas y/o en el estudio de la terminología cerámica original (Gutiérrez Lloret 1988b: 200, 206; Rosselló Bordoy 1991: 146, 164165).

Con respecto a la cerámica, se identificaron los siguientes grupos funcionales (fig. 2.29):

El repertorio de formas es, pues, escaso, y se limita a tres formas a mano (marmita, tapadera, contenedor o tinaja) y posiblemente dos a torno. Desde el punto de vista funcional, los vasos deben corresponder a formas de cocina (marmitas), almacenamiento o conservación (contenedor de gran tamaño y, posiblemente, tapadera), y transporte y trasiego o consumo de líquidos (jarras y jarros).

Marmita : Las huellas de exposicón al fuego que muestran las bases de los recipientes proporcionan un indicio de su función. Estas mismas huellas se han encontrado, por ejemplo, en marmitas de Fuente Alamo (Cressier et al. 2000), así como de asentamientos andalusíes alicantinos (Gutiérrez Lloret 1996: 77). La capacidad de los recipientes de Gatas ronda los 3 litros. Tapadera : La ausencia de huellas de fuego y la decoración de la cara superior son los elementos que permiten atribuirle una función de cubrición, aunque no se descartan otros posibles usos. Considerando su diámetro, debió servir para cubrir un recipiente de gran tamaño, tal vez una tinaja. La ausencia de asa hace

Todas las formas identificadas y la mayoría de los recipientes mejor conservados se pueden asociar al piso de habitación andalusí. La forma más frecuente en este piso es la marmita, seguida por los jarros, jarras y formas cerradas en general y, en último lugar, la tapadera y el contenedor. Esta composición se aproxima 194

Una placa rectangular de metapsamita, tal vez reutilizada, presentaba estrías transversales en su cara anversa. La materia prima y las huellas de uso permiten interpretarla como una piedra de afilar. Su presencia en el piso se puede relacionar con el mantenimiento del filo de los mencionados cuchillos de hierro.

cualitativamente a las sugeridas para los ajuares domésticos de otros asentamientos andalusíes del Sudeste (Gutiérrez Lloret 1996: 198-199). Los objetos metálicos están representados tanto por objetos de consumo como por instrumentos de trabajo (fig. 2.29). En la primera categoría incluimos una pieza de bronce de sección circular con una mitad estriada que remata en cabeza circular aplanada. Objetos de bronce muy similares, catalogados como “agujas”, se han documentado en castillos del área alicantina, en estratos datados en la primera mitad del siglo XIII (Azuar 1985: 106, Lám. LII.221). Asimismo, recordamos las piezas de latón de El Argar (supra)90.

Por último, en el piso había quedado abandonada también una piedra de moler incompleta, obtenida a partir de un canto de micaesquisto granatífero. Con toda probabilidad se trata de un artefacto prehistórico recogido en el propio cerro y reutilizado en la estructura andalusí como soporte de trabajo o con otra función. Es decir, en relación con el piso de habitación se conservaban los restos de cuatro marmitas91, dos jarras o jarros, un contenedor y una tapadera, una losa de arenisca con una acumulación de cenizas en una de sus caras, una piedra de afilar, una piedra de moler, probablemente prehistórica, reutilizada, y dos cuchillos de hierro.

En cuanto a los instrumentos de trabajo, siempre de hierro, se identificó una hoja de forma alargada con un extremo apuntando, dos fragmentos probablemente de un cuchillo de filo simple que conserva el vástago para el enmangue, y un pivote de sección lenticular cuya función de pernio o bisagra viene indicada por su aparición en la cavidad circular de la losa de arenisca utilizada como umbral en el muro 2B1.

El grupo está compuesto exclusivamente por instrumentos de trabajo, que desde el punto de vista funcional se pueden relacionar con diferentes actividades. Ahora bien, la frecuencia de marmitas con huellas de fuego en su base y la losa de arenisca con cenizas, unidas a la presencia de restos faunísticos y carpológicos de especies comestibles en el nivel de habitación apuntan a que la actividad dominante en este espacio era el procesado de alimentos92.

El “alfiler” de bronce procede del derrumbe de la estructura, y los tres objetos de hierro, del piso de habitación. Se trata de objetos para cuya producción se requiere una infraestructura especializada, lo que permite atribuirles un cierto valor de cambio. Con respecto a las hojas de metal, además tendrían un alto valor de uso, subrayado por la presencia, también en el piso de habitación, de una piedra de afilar (infra).

Tanto el número de útiles como la capacidad de contención de las vasijas apuntan a que el producto elaborado, es decir, alimentos preparados, iría destinado a abastecer a un número reducido de individuos. Así, recordamos que las marmitas tienen una capacidad de unos 2.8 litros, y el contenedor de mayor tamaño, de unos 16 litros. Considerando la cantidad de cebada estimada necesaria por persona y día (supra), el recipiente podría almacenar el grano de alrededor de 4 días para 5 personas.

En la mayoría de subconjuntos andalusíes del sondeo 3 era más o menos corriente la presencia de artefactos macrolíticos. Por sus características geológicas y funcionales y por sus contextos de aparición se pudieron interpretar como objetos prehistóricos redepositados. En relación con el piso de habitación se identificó una serie de objetos con distintos usos (fig. 2.29). Una losa de arenisca trabajada por percusión con el objeto de regularizar su contorno, con un orificio excéntrico en cuyo interior se encontraba el pivote de hierro mencionado más arriba, apareció asociada espacialmente al muro 2B1. Como hemos expuesto, su función debió ser la de servir de quicialera.

En definitiva, nos encontramos ante una “cocina”, un espacio productivo doméstico en el que se realiza un trabajo especializado en el procesado de alimentos como actividad dominante. La especialización de un espacio de estas características es un indicio de la existencia de división del trabajo dentro de la unidad doméstica, división que muy bien pudo ser sexual.

Otra losa de arenisca, ésta fragmentada, había sido trabajada con el fin de regularizar su grosor. Sobre la cara anversa apareció una acumulación de ceniza, lo que hace pensar que la losa se utilizó como base de un hogar o, al menos, de un fuego ocasional.

91 Posiblemente no todas estuviesen en uso de forma simultánea. De hecho, sólo una se encontró en estado operativo, mientras que de las otras tres únicamente se conservaban fragmentos de borde. 92 El análisis de los registros faunísticos y paleocarpológicos del conjunto 2 del Sondeo 3 resulta problemático, ya que el elevado porcentaje de cerámica prehistórica presente en los distintos subconjuntos, incluído 2A4, comporta un alto riesgo de redeposición de otros materiales. En todo caso, cabe esperar que al menos parte de los huesos y las semillas se puedan atribuir a la ocupación andalusí. En este sentido, al considerar el peso de las especies animales identificadas en el conjunto 2 se constató una composición diferente de la observada en los periodos prehistóricos (Castro et al. 1999).

90

La cabeza aplanada y la parte estriada del ejemplar de Gatas no parecen facilitar una funcionalidad de agujas. Zozaya (1984) propone una función quirúrgica para este tipo de objetos. Sin embargo, su abundancia en los yacimientos andalusíes, así como los contextos de hallazgo, frecuentemente domésticos, no resultan acordes con esta sugerencia. Una posibilidad es que tuviesen una aplicación cosmética.

195

abundante, y su tamaño, fino, medio o grueso. Sin embargo, en los ejemplares a torno la frecuencia siempre es media, y su tamaño, mediano o grande.

Por otra parte, la especialización funcional del espacio y el hecho de que posiblemente estuviese descubierto sugieren que debía formar parte de una estructura mayor y más compleja, posiblemente compuesta por varias estancias, como se observa también en algunos de los recintos representados en el plano de los Siret. Esta podría estar formada por un único módulo rectangular, diáfano o compartimentado, perpendicular a la pendiente, o ser más compleja, en cuyo caso se podría pensar en una organización en distintos módulos a varios niveles. Sea como fuere, implica que la unidad doméstica disponía del espacio y la fuerza de trabajo necesarios para construir una vivienda de una cierta complejidad, lo cual nos introduce al análisis de la estructura del Sondeo 3 desde el punto de vista del consumo.

Otras dos marmitas fueron cocidas en ambiente reductor, y sus pastas son grises. En ambos casos el desgrasante es abundante y fino. Esas piezas muestran también ciertas peculiaridades en cuanto a la forma, como son el borde ligeramente convexo (Castro et al. 1999: G-S3-372) y las lengüetas curvas. Un solo ejemplar de marmita, representado por un fragmento de fondo (Castro et al. 1999: G-S3-473) muestra cocción alternante. Por último, la jarra o cántaro con decoración a la almagra es el único ejemplar de pasta amarillenta. De los ejemplares a torno es el único con desgrasante abundante y grueso y con restos de decoración pintada.

Como hemos visto, los artefactos relacionados con la utilización del recinto son, en todos los casos, instrumentos de trabajo. Es decir, son objetos caracterizados por su valor de uso. Ahora bien, entre ellos podemos establecer una gradación en cuanto a la cantidad de trabajo gastada en su producción, que es mínima en el caso del molino prehistórico reutilizado o en la piedra de afilar, probablemente también reutilizada, y máxima en los recipientes de cerámica y en los objetos de metal. Por el momento no podemos precisar los patrones de producción y distribución de estas dos últimas categorías de objetos. Aun así, un primer examen de las características técnicas de los recipientes cerámicos del conjunto 2 del Sondeo 3 (Castro et al. 1999) nos permite identificarlos también como productos con valor de cambio93.

El primer grupo parece bastante estandarizado tanto desde el punto de vista técnico como morfológico. Esto, unido a la presencia de otras dos producciones, sugiere que el asentamiento se abastecía de hornos o talleres con un cierto grado de especialización. Por ahora es difícil establecer si se trataba de hornos locales o regionales, aunque, como hemos visto al tratar el yacimiento de Loma Rutilla, hay indicios de que al menos una parte del abastecimiento se pudo realizar a escala regional. Como se ha señalado para la zona alicantina, la estandarización de las producciones, concretamente de las de cerámica común, es uno de los rasgos que caracterizan a los conjuntos del siglo X y los distinguen de los anteriores (Gutiérrez Lloret 1993; 1996). La presencia de objetos con valor de cambio en un espacio doméstico significa la apropiación por la unidad doméstica de parte del trabajo social gastado en la producción de dichos objetos, o bien el acceso a él a través del intercambio. En el caso de Gatas, estos objetos con valor de cambio se encuentran en un espacio productivo, utilizados como instrumentos de trabajo. Esto significa que los individuos que los consumieron participaron también en la producción social, y en consecuencia podemos plantear que el acceso a ellos se produjo por intercambio.

En primer lugar, podemos distinguir un grupo de vasijas elaboradas a mano o a torneta, y otro de vasijas a torno. El 91.7% de los fragmentos andalusíes recontados en el conjunto 2 del sondeo 3 corresponden al grupo de cerámica a mano o a torneta. Ahora bien, la mitad pertenece a un solo recipiente: el mencionado contenedor de gran tamaño. Si consideramos sólo la cerámica del piso de habitación, la frecuencia del material a torno se eleva hasta un 33.3%, y si en lugar de recontar los fragmentos consideramos el número de vasos de cerámica andalusí, vemos que los fragmentos a mano corresponden a 9 individuos, y los fragmentos a torno, a 4, lo cual muestra la importancia relativa de este último grupo.

A su vez, plantear la participación de los miembros de la comunidad de Gatas en un sistema de intercambio implica que las comunidades domésticas del poblado, o algunas de ellas, disponían de sobreproducto, es decir, de una cantidad de producto superior al necesario para la subsistencia y reproducción de la unidad doméstica, y que tenían derecho sobre el mismo. Los datos obtenidos permiten formular algunas hipótesis acerca de las actividades de producción de objetos desarrolladas en el poblado y, en concreto, sugerir su diversificación.

Con respecto al acabado de las piezas, todas tienen superficies interiores y exteriores alisadas. La mayoría de los fragmentos presentan cocción oxidante y pastas rojizas. Se trata de la tapadera plana, el contenedor, cuatro marmitas, dos jarros o jarras y la forma cerrada indeterminada. En los ejemplares a mano/torneta la frecuencia del desgrasante puede ser escasa, media o

En relación a los restos faunísticos y paleocarpológicos, ya hemos señalado el riesgo de redeposición debido a las remociones de la estratificación anterior que tuvieron lugar al construir y acondicionar la estructura andalusí.

93

Además de los asociados al piso de habitación, podemos citar otros objetos con este valor, como es el caso de la “aguja” de bronce procedente del derrumbe de la estructura y de varios fragmentos de cerámica vidriada con distintas técnicas (verde y manganeso, cuerda seca parcial) identificados en la excavación de la Zona B.

196

interpretar el conjunto como el ajuar, o al menos buena parte del ajuar propiedad de un único clan familiar que explotaba una misma hacienda. Por el tipo de instrumental y su carácter familiar, lo consideran representativo del modelo de explotación rural vigente en la zona a finales del siglo X (Navarro Palazón y Robles Fernández 1996: 47-48).

Aun así, podemos asumir que al menos parte de los restos son atribuibles a la ocupación medieval. La presencia de cebada (Hordeum) podría se indicio de la existencia de campos de secano, mientras que los restos faunísticos apuntan a la práctica de actividades ganaderas centradas en los ovicápridos, y cinegéticas, representadas por la presencia de ciervos (Cervus elaphus) y cabras montesas (Capra pyrenaica).

El conjunto está formado por instrumentos de trabajo, objetos de consumo y armas. Nuestro interés se centra en las dos primeras categorías. La mayor parte de los objetos ocultados son instrumentos de trabajo, y como tales dan cuenta de las actividades productivas desarrolladas por el grupo que los utilizó. Así, está atestiguada la agricultura (reja de arado, hoces, legones y almocafre), la transformación de cereal (lavija y sonaja de molino hidráulico), y la explotación de recursos pesqueros (plomos y flotadores de red) y forestales (hacha y azuelas para la tala y el desbaste de la madera). Asimismo, de ser cierta su identificación, un posible cincho metálico de vaso colmenero y una posible “cortaera” para la recolección de la miel evidenciarían la práctica de la apicultura. Además de estas producciones subsistenciales, la presencia de cinco punterolas probablemente destinadas a la extracción de mineral representaría la explotación de recursos mineros.

La presencia de cerámica andalusí en los aterrazamientos destruidos y abandonados de la Puerta Azul (Castro et al. 1987), situada unos 100 m al sur de Gatas, en una zona con abundantes recursos hídricos, es un indicio de la existencia de terrazas de regadío. Por otra parte, el asentamiento se encuentra a menos de 5 km de yacimientos de mineral de hierro (infra). Además, en torno a él, a una distancia máxima de 1 km, se han identificado afloramientos de menas metálicas con leyes de hierro que alcanzan el 56.7%, con una media del 33.7%. Y en el propio cerro de Gatas, en superficie, se constató la presencia de carbonatos de hierro con una ley del 36.2% (Carulla 1987). El hierro sería, pues, otro recurso potencial para la comunidad andalusí de Gatas. Esta diversificación de la explotación de recursos podría ser la que permitiese a la unidad doméstica producir por encima de los niveles de subsistencia y reproducción y disponer de sobreproducto para intercambiar.

Los instrumentos del Peñascal de los Infiernos muestran también el desarrollo de producciones secundarias, como el tejido (templén y peine de telar, agujas y posiblemente tijeras), el trabajo del esparto (agujas de pleita), y posiblemente de la madera (martillo, barrena, posible broca, hoja de sierra, puntero y lezna) y de la piedra (cortafríos), así como otras menos definidas representadas por varios acetres, una cuba y diversas hojas de cuchillo de hierro.

Hasta el momento, en Gatas disponemos de indicios en este sentido, pero faltan evidencias, como podrían ser los propios instrumentos de trabajo. El hallazgo de Liétor (Albacete) (Navarro Palazón y Robles Fernández 1996), no lejos de nuestra zona de estudio, proporciona un conjunto excepcional de este tipo de objetos que parece ilustrar un modelo productivo cualitativamente similar al propuesto para Gatas.

Es decir, agricultura, pesca, minería, explotación de recursos forestales y posiblemente apicultura serían algunas de las actividades productivas primarias llevadas a cabo en una explotación rural de Liétor a finales del siglo X. La producción de objetos se extendería también al campo de la transformación, con la elaboración de textiles y objetos de esparto, de madera y quizá de piedra, y, con toda probabilidad, al procesado de alimentos.

El hallazgo consiste en una serie de objetos en buen estado de uso ocultados a finales del siglo X o a comienzos del XI en una cueva situada en el denominado Peñascal de los Infiernos, un paraje próximo a la actual población de Liétor. La ocultación se relaciona con el periodo de guerra civil que acabó con la disolución del califato cordobés, durante el cual numerosas familias campesinas se habrían visto obligadas a desplazarse abandonando las tierras. En este sentido apuntan las dataciones radiocarbónicas y las obtenidas por cronología cruzada, así como la presencia del armamento y los atalajes necesarios para un jinete y su cabalgadura94.

Por otra parte, entre los objetos de Liétor se identificaron varias balanzas y una pesa que se pueden poner en relación con la distribución de parte del producto obtenido por la unidad familiar. Que ésta tenía la forma de intercambio viene indicado por la presencia, entre los objetos de consumo, de determinadas piezas procedentes de talleres especializados. Es el caso de las cajitas de madera o de hueso, de los pequeños frascos de vidrio soplado y, concretamente, de dos candiles de bronce, uno de los cuales, excepcional por su ejecución y por utilizar motivos zoomorfos en el asa y la tapadera, conserva incluso la firma del artesano que lo ejecutó (Navarro Palazón y Robles Fernández 1996: 77-79). Es decir, el ajuar de Liétor apunta a una organización en la cual una

La diversidad de los objetos, unida a la ausencia de una reiteración marcada de los tipos, lleva a los autores a 94

Según Navarro y Robles (1996: 49-52), ésta estaría relacionada con la crisis y final disolución de la organización militar, vigente bajo los gobernantes omeyas, basada en la figura del soldado-agricultor que, a cambio de la concesión de tierras, debía prestar servicio militar cuando era requerido para ello, y su sustitución por un ejército de mercenarios norteafricanos que termina imponiéndose con los califas beréberes.

197

unidad familiar que parece disponer de medios de producción propios realiza una producción primaria diversificada e interviene en la distribución por medio del intercambio. Esto permite plantear el derecho del grupo sobre los recursos, o ciertos recursos, naturales, y, en todo caso, inferir la obtención de sobreproducto y el derecho de la unidad al menos sobre parte del mismo. Con la información disponible, se puede proponer un modelo cualitativamente similar para la comunidad del poblado andalusí de Gatas.

El aparente vacío que se observa a lo largo del curso del Almanzora se debe atribuir más a las intensas y extensas transformaciones sufridas recientemente por sus márgenes para la instalación de cultivos que a una ausencia real de asentamientos. De hecho, Siret, tanto en su publicación sobre la zona (Siret 1906) como en los cuadernos de campo conservados en el Archivo del Museo Arqueológico Nacional, registra numerosas evidencias de la existencia de asentamientos romanos, sobre todo en la margen derecha del río.

2.5.8. Otros asentamientos

En la zona septentrional, junto a la desembocadura del Almanzora, se encuentra la ciudad de Baria y una serie de sitios de tamaño pequeño (fig. 2.30, nº 13, 18, 93 y 130). Una buena parte de los asentamientos rurales grandes se sitúan en la zona central, a lo largo de las ramblas (fig. 2.30, nº 78, 95, 97 y 99). En el valle del Aguas registramos la presencia de dos centros grandes (fig. 2.30, nº 3 y 21) y una serie de asentamientos pequeños, generalmente a lo largo del río. Son relativamente abundantes los sitios costeros (fig. 2.30, nº 21, 27, 93,132 y 133).

Hasta aquí hemos presentado una serie de yacimientos que por haber sido objeto de excavación, o por las características de los restos visibles en superficie, eran supceptibles de una ordenación histórico-arqueológica previa que nos permitiese aproximarnos a las categorías de asentamientos presentes en la depresión de Vera en el tiempo de estudio. Sin embargo, a pesar de su importancia cualitativa, estos yacimientos sólo representan una parte mínima del registro. Junto a ellos se ha documentado un extenso número de sitios que tienen en común el carecer de restos significativos de estructuras arquitectónicas o incluso de material constructivo visibles, y que arqueológicamente se definen como concentraciones de fragmentos cerámicos en superficie. Estos yacimientos, que sólo pueden ser reconocidos gracias al examen intensivo del terreno, son el tipo de sitio mayoritario en todas las fases. En consecuencia, su consideración es fundamental para la representatividad de la muestra.

La distribución de los asentamientos en la fase bajoimperial es la que cabría esperar en caso de una estrategia de explotación del entorno con un peso importante de la agricultura de secano, como, por otra parte, también parecen indicar los datos botánicos (véase apdo. 2.4). Fases 1 a 3 Los cambios poblacionales que se registran entre el siglo IV y el V desembocan en una distribución espacial de los asentamientos nítidamente diferente. En la fase 1 (fig. 2.31) observamos que en la zona septentrional se abandonan numerosos asentamientos, de manera que ahora sólo se registran dos (fig. 2.31, nº 39 y 120), que se despueblan en esta misma fase. En la desembocadura del Almanzora el cambio más notable es la reducción drástica de la población de la antigua Baria y la aparición, unos 500 m al norte, del poblado del Cerro de Montroy (fig. 2.31, nº 125).

Para su interpretación socieconómica partiremos fundamentalmente del análisis de una serie de variables relativas a la propia concentración de material arqueológico en superficie y a la relación de ésta con su entorno. Este será el objetivo del siguiente apartado, en el que trataremos tanto estos yacimientos, como los que hemos analizado y ordenado previamente. 2.6. Análisis espacial

Fase 0

En cuanto a la zona central, se produce una reestructuración del poblamiento. Varios núcleos grandes anteriores desaparecen o reducen su tamaño (fig. 2.31, nº 95 y 99), y aparecen otros sitios nuevos a lo largo de las ramblas (fig. 2.31, nº 44, 106, 128). Junto al borde occidental, entre el curso alto del Antas y la rambla de Nuño Salvador, desaparecen los asentamientos anteriores y se funda el poblado de altura del Cabezo María (fig. 2.31, nº 89), el mayor de los registrados en la depresión desde ahora hasta la fase 3.

En la fase 0 (fig. 2.30) observamos una ocupación del espacio que se extiende desde el extremo septentrional al meridional de la depresión, y desde la costa al pie de la sierra de Bédar, con una distribución aproximadamente uniforme de los lugares de habitación.

En el tercio meridional, es decir, en el valle del Aguas, también han desaparecido o reducido su tamaño los antiguos núcleos grandes (fig. 2.31, nº 3), sin que aparezca ninguno nuevo de superficie mayor o igual a 2 ha. Junto al río se mantiene una serie de sitios que se

A modo de introducción al análisis de las distintas formas de configuración del espacio social de la depresión de Vera, a continuación trataremos de aproximarnos a algunas de sus características a partir de un comentario de los mapas de distribución de yacimientos. Se trata de ofrecer una primera impresión del poblamiento en las distintas fases que facilite la ubicación concreta de los sitios y proporcione unas primeras líneas interpretativas.

198

Por otra parte, tiene lugar un cambio de ubicación del mayor centro de población, que con el abandono de la antigua ciudad de Baria y la fundación de Cabezo María pasa de estar situado en la llanura costera a un cerro del interior.

despueblan en esta misma fase (fig. 2.31, nº 27, 51, 62, 88), y en las estribaciones de Sierra Cabrera, o en la sierra misma, se fundan varios asentamientos (fig. 2.31, nº 9, 124, 131). Por último, es interesante observar que en la fase 1 ha quedado abandonada la mayor parte de los lugares de habitación costeros al sur del Almanzora, al tiempo que se va densificando la ocupación de la zona de la actual desembocadura de este río, en torno a los límites de la antigua bahía (véase apdo. 2.3.2). Estos dos procesos culminan a lo largo de las fases 1 y 2.

Fase 4 El abandono generalizado de asentamientos que tiene lugar en la fase 3, así como la ligera tendencia a la creación de sitios nuevos propia de la fase 4 resultan en una nueva configuración del poblamiento en la que se observa una desarticulación de la antigua “zonificación” relacionada con las tres cuencas fluviales (fig. 2.34). En primer lugar destaca la desaparición de la concentración de asentamientos en torno a la zona de marismas de la desembocadura del Almanzora, lo cual apunta a una reducción de la importancia de la explotación de determinados recursos, así como al cese de su papel como área portuaria. A partir de ahora, si la depresión tuvo un puerto, como cabe esperar, éste debió tener otra ubicación, quizá en el emplazamiento de la actual Garrucha (véase supra, Bayra). Así pues, la costa y sus posibilidades parecen desempeñar un papel puntual en la nueva organización de la ocupación del espacio social.

En esta última fase, es decir, en el siglo VI, han quedado abandonados todos los yacimientos registrados al norte del Almanzora, y el poblamiento del área septentrional aparece concentrado en torno a la bahía que ocupaba la actual desembocadura del río (fig. 2.32, nº 13, 19, 93, 98, 125 y 130). En la zona central la situación se mantiene igual que en la fase 1, con la excepción de que ahora aparece un nuevo asentamiento pequeño junto al Antas (fig. 2.32, nº 103), y de que se reocupa uno de los sitios anteriores, aunque no tan intensamente (fig. 2.32, nº 100). En el valle del Aguas sólo se mantiene un asentamiento junto al río (fig. 2.32, nº 3), y se confirma el desplazamiento de la población hacia Sierra Cabrera. La zona parece quedar ocupada solamente por núcleos pequeños.

Que el poblamiento establecido en la depresión de Vera en el siglo IX es diferente al de fases anteriores queda de manifiesto también en el abandono de la mayor parte de los asentamientos del tercio meridional, es decir, de las zonas del valle del Aguas y Sierra Cabrera. Allí sólo Cadímar parece registrar una continuidad débil de la ocupación, y se mantiene el sitio de Cerro del Picacho (fig. 2.34, nº 3 y 9).

La fase 3 apenas ofrece novedades (fig. 2.33). Tan sólo se observa que ha desaparecido un asentamiento de la desembocadura del Almanzora, y que en la zona central han quedado despoblados los asentamientos grandes que habían reducido su tamaño. En el sector meridional se mantiene la misma situación que en la fase anterior En definitiva, como resultado de la reorganización del poblamiento que tiene lugar entre los siglos IV y V se producen al menos dos cambios de envergadura. Por una parte, de la situación de uniformidad registrada en los siglos III/IV se pasa a una zonificación que ya se empieza a observar en el siglo V, para quedar consolidada en el siglo VI, y mantenerse sin apenas cambios hasta los siglos VII-VIII. De este modo, el espacio de la depresión queda estructurado en tres zonas o sectores: 1. la septentrional, con una concentración de población en torno a la antigua bahía que ocupaba la actual desembocadura del Almanzora, de la que ha desaparecido la antigua ciudad de Baria, y en la que se funda el poblado de altura de Cerro de Montroy; 2. la central, en la que los lugares de habitación se distribuyen a lo largo de las ramblas, y en la que se sitúa ahora el asentamiento, también de altura, de Cabezo María; 3. la meridional, caracterizada por la ubicación de los asentamientos en las estribaciones de Sierra Cabrera o en la sierra misma, y posiblemente sin ningún núcleo de gran tamaño.

En definitiva, si quisiésemos destacar algún rasgo propio de la distribución de los núcleos de habitación del siglo IX registrados en la depresión de Vera, podría ser su carácter interior. Este queda subrayado por el hecho de que el único yacimiento registrado con fase exclusivamente emiral, el poblado de Fuente Alamo (fig. 2.34, nº 127), se sitúe en la Sierra de Almagro. Asimismo, cabe mencionar que la zona central de la cuenca parece adquirir ahora un cierto peso relativo, ya que en torno a ella se concentra un número importante de asentamientos (fig. 2.34, nº 96, 97, 92, 104, 103 y 107). Ahora bien, aquí hay que tener en cuenta que, debido a las importantes transformaciones naturales y antrópicas que han experimentado recientemente las márgenes del Almanzora, desconocemos el poblamiento que quizá existiría en ese momento en las proximidades del río. En todo caso, merece la pena recordar que es en esta zona central donde se va a instalar la Bayra de los textos, así como el conjunto, especializado en la producción metalúrgica, de El Argar-El Cajete (fig. 2.34, nº 97, 92 y 104) (supra).

199

ramblas tributarias, como es el caso de Alfaix, junto al río Jauto (fig. 2.35, nº 49). Asimismo, el poblamiento se adentra en Sierra Cabrera, donde se instalan ahora el poblado de Gatas y el hisn de Cerro del Inox (fig. 2.35, nº 14 y 126).

Fase 5 Durante esta fase (fig. 2.35), es decir, en los siglos X-XI, el carácter interior del poblamiento de la cuenca de Vera se mantiene, e incluso se acentúa ligeramente con el abandono del poblado que aún ocupaba el enclave del Cerro de Montroy a finales del siglo VIII o ya en el siglo IX. Al mismo tiempo, los asentamientos, más numerosos que en la fase anterior, se distribuyen más ampliamente, extendiéndose a zonas desocupadas en el siglo IX.

Mientras, el área central parece experimentar pocos cambios, consistentes en la desaparición del pequeño asentamiento de Pago de San Antón II y la reocupación del antiguo sitio romano de El Roceipón (fig. 2.35, nº 99).

Así, a lo largo del cauce del Almanzora se registra ahora la ocupación o, en un caso, reocupación, de tres asentamientos (fig. 2.35, nº 129, 94 y 102). Todos se encuentran situados en puntos elevados, quizá debido a que los ubicados a cotas inferiores han desaparecido a causa de las alteraciones geomorfológicas y antrópicas del valle. Su presencia se puede considerar indicio de una intensificación del poblamiento en la zona del Almanzora, en la que la actual Cuevas y su entorno pudieron desempeñar un papel relevante.

La aparición de un núcleo fortificado en Sierra Cabrera apunta a que esta zona montañosa, caracterizada por sus recursos hídricos y, en los siglos X-XI, por sus buenas condiciones edáficas (véase apdo. 2.3.2), adquirió en esta fase una nueva importancia dentro de la organización del espacio social de la depresión de Vera. Al mismo tiempo, su contemporaneidad con el asentamiento de Bayra, en la zona llana central, plantea la cuestión de la coexistencia de dos centros de poder en dos áreas geoecológicamente diferenciadas.

Otra novedad destacable se advierte en la zona del valle del Aguas y Sierra Cabrera, donde se registra la aparición de nuevos asentamientos. Los lugares elegidos para su instalación son las márgenes del río, bien en enclaves ya ocupados en momentos anteriores (fig. 2.35, nº 3 y 88), bien en lugares nuevos (fig. 2.35, nº 58), así como las de

200

Fig. 2.30: Yacimientos correspondientes a la Fase 0 (siglos III-IV). 3: Cadímar, 8: Majar de Liria, 13: La Era Alta, 18: Punta de Palomares, 21: Cortijo El Campo, 27: Rincón del Mirador, 37: Camino de las Caleras, 38: Rambla de Joaquinín, 39: La Torrecica, 51: Cañada del Palmar, 62: Río de Aguas, 69: Curénima I, 73: Curénima II, 74: Los Albardinales, 75: La Fuente Abad, 78: El Coto, 88: Las Pilas, 95: Cerro de los Riquelmes, 97: Pago de San Antón, 99: El Roceipón, 100: Hoya del Pozo de Taray, 102: Comara, 120: El Oficio, 121: Cortijo del Trovar, 130: Cabecico de Parra, 132: Rambla de los Terreros, 133: Cerro de los Mariscos. Círculos grandes: concentración de material en superficie ≥2 ha; círculos pequeños: concentración de material en superficie 5 Fe

x

> 5 Fe

Pago de S. Antón II

Tabla 2.7: Presencia de escoria y mineral y distancia a fuentes de materia prima de los asentamientos con fase del siglo IX. Los paréntesis indican yacimientos en los que los restos pueden corresponder a distintas fases de ocupación. El Picacho y Pago de San Antón II parecen pequeños asentamientos rurales de distinto carácter -un núcleo “encaramado” y quizá una alquería- que simultanearían el tratamiento del mineral con otras actividades productivas. En cambio, El Argar e, inmeditamente al noroeste, El Cajete, representan un conjunto aparentemente especializado en la metalurgia del hierro. El hecho de que este conjunto se encuentre relativamente alejado de las minas sugiere que su producción no iría destinada exclusivamente al autoconsumo, y que en la elección del emplazamiento pesaron otras consideraciones.

De este modo, el inicio de la minería y la metalurgia andalusí en la depresión de Vera se sitúa en el marco de la tendencia a la recuperación poblacional que tiene lugar durante la fase emiral, y se relaciona con la fundación de nuevos asentamientos, la llegada de las primeras cerámicas vidriadas, y el contacto con o la presencia de nuevas poblaciones. La distribución de los restos metalúrgicos parece reflejar una situación en la que conviven pequeños poblados de distinto tipo (“encaramados” y de llanura) que trabajarían la elaboración del mineral, posiblemente para su propio consumo, en combinación con otras actividades productivas, con un núcleo o conjunto de núcleos especializados que producirían para otras necesidades que no fuesen estrictamente las de la propia comunidad, y que, considerando su situación espacial, debieron mantener alguna relación con Bayra, capital del distrito.

De las tres cuencas fluviales de la depresión, la del Antas es la que posee la superficie de captación hídrica más reducida (261 km2 frente a 539 km2 del Aguas y 2.611 km2 del Almanzora) (Hoffman, 1988: 29 ss.). Además, desde el punto de vista geológico, en la zona central dominan las extensiones terciarias, aptas para cultivos de secano o, en todo caso, con menores exigencias hídricas, de los que tenemos menciones en los textos (véase apdo. 2.4). En consecuencia, en ella cabe esperar una productividad agrícola menor que, por ejemplo, en Sierra Cabrera, lo que sugiere que tampoco la primacía de la producción subsistencial estaría en la base de la determinación del emplazamiento.

La fase 5: minería y metalurgia en los siglos X y XI

De los antiguos núcleos con indicios de metalurgia parece que sólo El Argar y El Cajete continúan ocupados y desarrollando esta actividad en la fase 5, mientras que en los sitios nuevos los restos de escoria y mineral que se pueden atribuir con seguridad a este momento se han identificado en el Cerro del Inox. La actividad metalúrgica parece seguir focalizada, pues, en la llanura central y en las elevaciones de Sierra Cabrera y, por lo tanto, los cambios en el poblamiento no supondrían cambios en las áreas con indicios de metalurgia, aunque sí en algunos de los asentamientos implicados en la actividad, entre los que ahora aparece el hisn de Inox (fig. 2.38).

Si, en cambio, consideramos la posición de El Argar y El Cajete en relación a otros asentamientos contemporáneos, observamos que se encuentran a unos 4 km de Pago de San Antón - Cerro del Espíritu Santo, es decir, de Bayra. Uno de los factores tenidos en cuenta en la elección de su emplazamiento pudo ser precisamente esta proximidad.

237

Fig. 2.38: Asentamientos e indicios de actividad minero-metalúrgica durante la fase 5. 1: Cerro Virtud; 2: Comara; 3: Terrera Ventura; 4: Las Zorreras; 5: Pago de San Antón; 6: El Cajete; 7: El Argar; 8: El Roceipón; 9: Loma Rutilla; 10: Alfaix; 11: Cortijo Cadímar; 12: Ermita de San Francisco; 13: Las Pilas; 14: Gatas; 15: Cerro del Inox. Los paréntesis indican yacimientos con varias fases de ocupación. .

238

Yacimiento

Escoria

Mineral

Alfaix Cerro del Inox

x

Fe

Cerro Virtud (Cu, Fe)

km mineral

Cerámica vidriada

Š 5 Fe

x

> 5 Fe

x

Š 5 Pb, Ag

x

Comara

(x)

Cortijo Cadímar

(x)

Š 5 Fe

x

El Argar

x

> 5 Fe

x

El Cajete

x

Fe

Š 5 Fe

> 5 Fe

El Roceipón

> 5 Fe

Ermita de S. Fco.

Š 5 Fe

Gatas

Š 5 Fe

Las Pilas

(x)

Š 5 Fe

Loma Rutilla

(x)

> 5 Fe

Las Zorreras

x

> 5 Fe

Pago de S. Antón

(x)

> 5 Fe

x

Terrera Ventura

(x)

> 5 Fe

x

Tabla 2.8: Presencia de escoria, mineral y cerámica vidriada, y distancia a fuentes de materia prima de los asentamientos con fase de los siglos X-XI. Los paréntesis indican yacimientos en los que los restos pueden corresponder a distintas fases de ocupación. Por una parte esto sugiere que, como hemos visto en el siglo IX en El Argar y El Cajete, en la elección de los emplazamientos de los sitios fundidores pudieron pesar más otras consideraciones que la proximidad a yacimientos de mineral. Las condiciones de los yacimientos del valle del Antas se han examinado en el epígrafe anterior. En cuanto al Cerro del Inox, la ausencia de una relación espacial determinante entre los husun y las minas se ha observado también en otras zonas de la provincia de Almería (Cressier 1998).

En sus proximidades, sobre elevaciones de la propia sierra o más próximos al cauce del Aguas, se encuentran los yacimientos contemporáneos de Alfaix, Ermita de San Francisco-Turre, Gatas y Las Pilas. Desde el punto de vista de la localización relativa a los recursos mineros cartografiados de la cuenca de Vera, el poblado andalusí de Gatas se encuentra a 4.2 km de fuentes de mineral de hierro. Como hemos expuesto, si consideramos afloramientos de menor envergadura, la proximidad puede ser aún mayor. Una situación parecida se registra en los poblados de Alfaix y Ermita de San FranciscoTurre, situados, respectivamente, a 2.5 y 5 km de minas de hierro. En ninguno de ellos se han identificado restos de fundición (tabla 2.8). En general, la mayoría de los asentamientos de la depresión de los que está ausente la escoria se sitúan a a una distancia igual o inferior a 5 km de minas de hierro. En cambio, Cerro del Inox, El Argar y El Cajete, los tres núcleos con metalurgia de este periodo, se encuentran a unos 7 km de yacimientos cartografiados de este mismo metal. Es decir, los emplazamientos espacialmente más favorables para la minería serían más propios de los asentamientos sin indicios de metalurgia que de aquellos en los que se registran desechos de fundición

Por otra parte, con la información disponible la organización social de la producción minero-metalúrgica en la zona que nos interesa es por ahora desconocida, ya que faltan evidencias del desarrollo de actividades mineras, por ejemplo, en forma de instrumentos de trabajo. Aun así, si consideramos la relativa proximidad a yacimientos de mineral de los asentamientos de la cuenca del Aguas y la presencia en la zona del centro fundidor del Cerro del Inox, se puede proponer una posible dedicación minera de al menos una parte de la fuerza de trabajo de dichos asentamientos. De acuerdo con sus localizaciones, los poblados de Sierra Cabrera podrían explotar los yacimientos metalíferos de la misma sierra, mientras que Alfaix tendría mejor acceso a los recursos de la Sierra de Bédar. 239

Tenemos evidencias de que en los poblados andalusíes que nos ocupan se consumieron útiles que, por el trabajo gastado en su elaboración, constituyen objetos con valor social. En el caso de la unidad estructural excavada en Gatas, destacan una aguja o alfiler de cobre o bronce y dos cuchillos de hierro. Distintos indicios del desarrollo de actividades productivas en el poblado (véase apdo. 2.5.7), entre los que, hasta el momento, no se encuentra la metalurgia, permiten plantear que la comunidad de Gatas o algunos/as de sus integrantes disponían de sobreproducto con el que participar en las redes de intercambio y acceder a productos con valor de cambio.

Ciertamente, esto no excluye que los propios centros transformadores ocupasen también fuerza de trabajo en las labores de extracción, aunque en tal caso las distancias de transporte de la materia prima serían mayores, sobre todo en el centro de la depresión. Algunos aspectos a investigar en relación con esta posible organización serían, además de los espacios productivos y los instrumentos de trabajo presentes en los distintos asentamientos, el volumen de producción de los núcleos metalúrgicos y la procedencia del mineral transformado. En relación a este último punto, para la zona del Antas disponemos de la información obtenida de una muestra de mineral tomada en superficie en el yacimiento de El Cajete. El análisis de su composición dio como resultado que la roca contenía, además de goetita y hematita, lo que parece algo de calcopirita y cuprita. Si a esto se une la presencia de micas, feldespatos y calcita, se puede proponer, a título de posibilidad, una procedencia de la zona septentrional de la depresión o quizá de sierra Almagrera, en el límite nororiental, al tiempo que parece difícil relacionar la muestra con Herrerías105. En consecuencia, al menos una de las áreas de extracción de recursos de El Cajete se encontraría en los criaderos más al norte de la depresión106.

La cerámica vidriada, presente en Gatas y en otros asentamientos contemporáneos de la depresión, es otra categoría de objetos que, por su elaboración y sus patrones de producción (urbana) y distribución (regional o suprarregional), posee estos dos valores. Esta cerámica se encuentra en ocho de los dieciséis yacimientos registrados de este periodo, siempre en cantidades escasas59. Como se observa en la tabla 2.8, el vidriado aparece tanto en asentamientos con escoria como sin ella, y tanto en núcleos situados a más como a menos de 5 km de yacimientos de mineral. Asimismo, hay casos de yacimientos con escoria de los que la cerámica vidriada está ausente.

Parece, pues, que entre los periodos califal-taifa se pueden identificar en la depresión de Vera dos áreas en las que tiene lugar la transformación de mineral, posiblemente para la obtención de hierro, cada una con organizaciones y quizá volúmenes de producción distintos. Por una parte, la zona central, con un núcleo o grupo de núcleos especializados, espacialmente relacionados con la capital del distrito y su puerto (Molina 1972: p. 33), que obtenían materia prima de los criaderos de las sierras septentrionales, y quizá también de otras. Por otra, el área de Sierra Cabrera y el río Aguas, con los indicios de fundición centrados en un hisn con distintas funciones, cuyo emplazamiento no parece primar la proximidad a yacimientos de mineral, quizá abastecido de materia prima a través de asentamientos más favorablemente situadas para el acceso a las minas.

En consecuencia, de acuerdo con los datos manejados, en la depresión de Vera en los siglos X-XI el acceso a los medios de producción metalúrgica no está correlacionado con el acceso a productos importados en los asentamientos. Por lo tanto, podemos plantear que si bien este sector productivo desempeñó un papel económico relevante en la vida de las comunidades de la zona, no influyó de forma decisiva en sus respectivas posiciones dentro de la organización social .

Un último aspecto que queremos tratar es el que se refiere a la repercusión que pudo tener en las comunidades de los siglos X-XI de la depresión de Vera su participación o no en las actividades de fundición. O, en otras palabras, nos interesa saber si el disponer de medios de producción metalúrgica fue un factor determinante de la distancia social entre comunidades, entendida como participación asimétrica de las mismas en la producción y el consumo.

107 Quizá la excavación de nuevos yacimientos introduzca cambios en este planteamiento. En todo caso, el bajo número de ejemplares vidriados, unido a la posibilidad de sustituirlos por otros recipientes que pudiesen desempeñar la misma función, indican su escaso valor de uso en el contexto de estudio, al tiempo que subrayan el valor de cambio.

105 Agradecemos al Dr. I. Montero el habernos facilitado los resultados del análisis de difracción de rayos X. 106 Hay que recordar, en todo caso, que el mineral podría corresponder también a la fase emiral, durante la cual el asentamiento de Fuente Alamo pudo explotar las vetas de Sierra de Almagro.

240

CAPÍTULO 3 SECUENCIAS DE CAMBIO SOCIAL EN LA DEPRESIÓN DE VERA ENTRE LOS SIGLOS V y XI

micromorfología de suelos, en estas áreas los depósitos neógenos se encontraban expuestos ya desde antes de la instalación de asentamientos como Cadímar, y la situación edáfica debía ser similar a la actual. La facilidad de erosión y redeposición de las margas posibilitaría la rápida regeneración de suelos para uso agrícola, aunque sin afectar a su contenido en nutrientes, mientras que la eliminación de la vegetación habría dado lugar a un desequilibrio en el balance precipitaciones/evaporación con la consecuente degradación y salinización de algunas zonas. Sin la implementación de infraestructuras que incrementasen el potencial agrícola, se trataría de extensiones aptas para el secano extensivo.

En los capítulos anteriores hemos analizado los yacimientos en cuanto a sus relativas posiciones espaciotemporales, los hemos caracterizado en función de categorías histórico-arqueológicas, y hemos realizado una propuesta de estado del medio con el que se interrelacionaron las comunidades humanas. El objetivo era obtener información referente a las fuerzas productivas y a las relaciones sociales de producción a lo largo del tiempo. A continuación presentaremos una síntesis de esta información con el fin de aproximarnos a las distintas formaciones socioeconómicas que se sucedieron en la cuenca de Vera entre los siglos V y XI. La caracterización de los últimos siglos del imperio servirá como fondo de contraste a los cambios que se producen a partir de la desarticulación de la estructura socioeconómica romana.

En las condiciones climáticas de la depresión de Vera, este régimen de cultivo ha sido históricamente de muy escaso rendimiento, aunque cabe recordar que para el periodo romano se proponen unas condiciones más húmedas que en la actualidad. Las extensiones aluviales de las márgenes de la ramblas, donde las crecidas de los cursos de agua aportan nuevos sedimentos, ofrecían los mejores suelos agrícolas. De hecho, los patrones de localización geoecológica muestran que los asentamientos de los siglos III-IV tienden a instalarse en entornos con proporciones variables de cuaternario en los que sería posible el cultivo intensivo.

3.1. El final del “orden romano”: los siglos III y IV En los últimos momentos del imperio romano la depresión de Vera se encuentra muy poblada. A juzgar por el número de yacimientos registrados y por sus extensiones aproximadas, ahora se alcanzan niveles demográficos superiores a los conocidos en la zona en cualquiera de los periodos anteriores, niveles que no serán superados, e incluso igualados, hasta mucho más tarde, cuando en el siglo XVIII se emprenda la colonización de zonas despobladas e improductivas desde la expulsión de los moriscos a finales del siglo XVI (Castro et al. 1995).

Dentro de las estrategias productivas bajoimperiales, los cultivos de secano extensivo debieron constituir una parte importante de la producción agrícola, como se infiere de la frecuencia con que aparece la cebada en las muestras carpológicas romanas. Al mismo tiempo, el peso de la agricultura intensiva para la economía de la región está sugerido por la propia distribución de la población, concentrada en su mayor parte en entornos que favorecían la accesibilidad a amplias extensiones de terreno aluvial. Por otra parte, la presencia de Triticum sp. en las muestras carpológicas, siempre y cuando no se tratase de grano importado de otras zonas, así como la de leguminosas, constituyen un importante indicio de que en la intensificación debieron emplearse técnicas de irrigación. Así lo sugieren las condiciones medioambientales de la depresión, las exigencias hídricas de estas especies y los datos históricos acerca de su cultivo. Las técnicas empleadas pudieron ser los diques que dirigen la escorrentía favoreciendo la acumulación de humedad y sedimento en los campos de cultivo, similares a las documentadas en Túnez central. En general, podría tratarse de técnicas similares a la boquera, dirigidas a inundar, en los momentos de crecida de las ramblas,

La mayor parte de la población vive concentrada en un grupo poco numeroso de asentamientos de gran tamaño que constituyen importantes aglomeraciones de fuerza de trabajo. El más grande es la ciudad de Baria, junto a la actual desembocadura del Almanzora, a la que siguen algunos núcleos rurales, como las villae de Cadímar, El Roceipón, Cerro de los Riquelmes y Cortijo El Campo, o los enclaves de Pago de San Antón, El Coto y Hoya del Pozo de Taray, situados en las tierras bajas del centro de la depresión. La población restante, posiblemente no más de una quinta parte del total, vive dispersa en un grupo numeroso de pequeñas comunidades instaladas en las proximidades de la costa, en los márgenes de las llanuras centrales, y en los bordes montañosos que delimitan la cuenca. Las llanuras y los valles que se extienden entre las sierras y el mar ofrecen fundamentalmente posibilidades para su explotación agrícola. Como han mostrado los análisis de 241

Con respecto a los minerales explotados, la extracción de materia prima para la obtención de hierro, así como la de malaquita, están indicadas por las rocas y la escoria aparecidas en superficie en la villa de Cortijo El Campo, en la que no se registran fases de ocupación anteriores ni posteriores a la romana. Con toda probabilidad se explotarían también minerales de plomo y plata, como indican los residuos de su beneficio registrados por Siret en los alrededores de Baria.

determinadas extensiones de cultivo cuya productividad se pretendía incrementar. En la depresión de Vera, el acondicionamiento de campos de cultivo mediante la construcción de terrazas, independientemente de su explotación en secano o con irrigación, está indicado por la información geomorfológica y micromorfológica obtenida en las laderas del Cerro de Montroy, junto a la ciudad de Baria, y en las inmediaciones del yacimiento de Las Pilas, en el bajo Aguas. Los aterrazamientos permitirían la explotación agrícola de zonas de relieve accidentado, al tiempo que protegerían las pendientes de la erosión. Por otra parte, los datos de Cerro de Montroy apuntan a la extensión de los campos de cultivo a áreas de calidad inferior por requerir gastos mayores para adaptarlas a su explotación agrícola.

Los indicios de fundición que se pueden atribuir con más fiabilidad al periodo romano son las mencionadas escorias de Cortijo El Campo y los alrededores de Baria. También se han hallado restos de transformación en otros asentamientos con fases romanas108, si bien en estos casos se trata de sitios con varias fases de ocupación, por lo que cabe la posibilidad de que las actividades correspondiesen a otro momento. Con estos datos resulta difícil hacer alguna propuesta en relación a los aspectos técnicos y a los volúmenes de producción. Dado que algunos asentamientos rurales parecen disponer de sus propias fundiciones, cabe sugerir que al menos parte de la producción de Baria iría dirigida a su distribución extrarregional, bien en forma de mineral, bien de lingotes.

El trigo y la cebada debieron representar una parte importante de la producción agrícola romana de la cuenca de Vera. Junto a los cereales se ha registrado la presencia de leguminosas y de algunos frutales, como el melocotonero, y posiblemente de olivo, aunque en este caso, al estar documentado sólo por restos antracológicos, cabe la posibiliad de que se tratase de acebuche. También salvajes o cultivados podrían ser los higos y las uvas presentes en la carpología. Los mismos asentamientos productores actuarían como transformadores, como muestra la noticia del hallazgo de una rueda de molino en Cadímar.

En Baria se encuentran también evidencias de la explotación de recusos marinos. Se trata de los grupos de balsas de salazón distribuidos en el límite de la ciudad, junto a la costa. Los datos disponibles muestran que algunos de estos conjuntos estaban en funcionamiento en el periodo imperial, aunque no es posible precisar en qué momento se interrumpió la actividad. Las salazones de pescado son una producción típicamente excedentaria, dirigida a su comercialización en mercados exteriores a la depresión.

Dentro de la producción primaria se encontraba la explotación de recursos de bosque para la obtención de combustible. Las muestras antracológicas de Villaricos y Cabecico de Parra indican la apropiación frecuente de especies arbustivas y herbáceas de baja calidad, junto a otras, como el acebuche u olivo y el pino, posiblemente disponibles en las proximidades de estos asentamientos. Mucho menos frecuente es el uso de madera de encina o coscoja, especies que probablemente sobrevivirían sobre todo en las sierras. Todo esto apunta a la degradación de la vegetación, particularmente arbórea, con los consecuentes problemas de abastecimiento de combustible. Los asentamientos espacialmente mejor situados para acceder a los remanentes de bosque con Quercus serían los pequeños núcleos dispersos por los bordes montañosos de la depresión o próximos a ellos.

El aprovechamiento de los recursos del mar probablemente a menor escala también formaría parte de las actividades productivas de otros asentamientos, como indica el hallazgo en el yacimiento de Rambla de los Terreros, en el extremo sur de la depresión, de la cabeza de una aguja interpretada como un útil para coser redes (Cara y Ortiz 1987). Además, cabe recordar que los patrones de distribución geoecológica muestran que los asentamientos costeros son característicos del periodo bajoimperial, por lo que podemos plantear que actividades como la pesca y el marisqueo, o, en las proximidades de las marismas, la caza de aves acuáticas o la recolección de determinadas especies vegetales, desempeñarían un papel en la economía de la región.

La extracción de mineral y su transformación también formaron parte de las actividades productivas de las comunidades de la cuenca de Vera en los siglos imperiales. La información disponible es muy escasa, y resulta difícil ubicarla en el tiempo con precisión. Los hallazgos antiguos en galerías de Cerro Virtud y Sierra Almagrera muestran su laboreo en el periodo romano, mientras que la moneda de Crispo mencionada por Madoz en la mina de la Sima es indicio de trabajos extractivos en los yacimientos de Sierra Almagrera en el siglo IV.

Considerando la distribución de la población por zonas y asentamientos podemos plantear que en la depresión de Vera en los siglos III y IV la agricultura dominantemente cerealista en régimen de secano extensivo combinado con secano intensivo o irrigación en extensiones aluviales 108 Se trata de los yacimientos de Cadímar, Cerro de los Riquelmes, Pago de San Antón, Hoya del Pozo de Taray, Comara y Las Pilas. Igual que Cortijo El Campo, los cuatro primeros son núcleos clasificados como villae o asentamientos rurales de gran tamaño.

242

relaciones sociales de producción desde el punto de vista del consumo.

debió constituir la actividad más importante en cuanto a fuerza de trabajo implicada, y posiblemente también en cuanto a volúmenes de producción109.

En general, los recipientes cerámicos, o sus restos, son los bienes de consumo más frecuentemente conservados en los yacimientos. Para poder utilizarlos como indicador que permita evaluar la participación de los asentamientos en el consumo de la producción social será necesario identificar previamente aquellos que se puedan considerar aproximadamente equiparables en cuanto a su valor de cambio, entendido como el tiempo de trabajo invertido en su producción. Es decir, se deberá tratar de clases cerámicas para las que se disponga de conocimientos relativos a los aspectos técnicos y organizativos de la producción. Dichos aspectos no son uniformes en el tiempo ni en el espacio. Así, para la depresión de Vera en los periodos bajoimperial y tardorromano las producciones que cumplen los requisitos necesarios son las procedentes del norte de Africa, en las que se incluyen la vajilla ARS, la denominada cerámica de cocina africana, y las formas de cerámica común a torno o coarse ware de Fulford. Por otra parte, estas clases presentan la ventaja de una mayor definición cronológica110. Con respecto a la procedencia de los materiales tomados en consideración, en general nos serviremos únicamente de materiales de superficie, de manera que sea posible establecer comparaciones entre asentamientos.

La población ligada a esta agricultura y las mejores localizaciones para su desarrollo -tierras bajas llanas con amplias extensiones de geología cuaternaria- están dominadas por un pequeño grupo de asentamientos, en algunos de los cuales se han detectado también restos de actividades de transformación de mineral. Es siempre en sitios de este grupo donde se registran restos constructivos que los distinguen de sitios menores y con localizaciones de peor calidad. Algunos de estos restos, como los mosaicos o los revestimientos de estuco, son propios de edificaciones privadas, no directamente relacionadas con la producción, con un alto valor social. Estos grandes asentamientos, que podemos identificar como villae, son los que mantienen una mayor estabilidad en sus emplazamientos a lo largo del tiempo de estudio, sobre todo hasta la crisis de la segunda mitad del siglo VII o el siglo VIII, lo cual se puede poner en relación con los derechos de propiedad sobre la tierra en la que se encontraban. Las localizaciones periféricas o marginales en cuanto a accesibilidad a las extensiones más aptas para el tipo de agricultura al que estamos haciendo referencia son propias de asentamientos con menor disponibilidad de fuerza de trabajo. Estos, sin embargo, se encuentran mejor situados espacialmente para acceder a una amplia diversidad de recursos, entre ellos las extensiones de bosque con especies de mejor calidad para su aprovechamiento como combustible, los yacimientos de mineral, o los recursos de la costa. En algunos de ellos se han detectado también restos de actividades metalúrgicas o quizá de forja, aunque sin que se puedan atribuir con seguridad a esta fase. La práctica totalidad de estos asentamientos quedan despoblados en el paso del siglo IV al V, lo que indica unos vínculos con la tierra más débiles que los de las grandes propiedades.

Para los periodos bajoimperial y tardorromano, es decir, para nuestras fases 0 y 1 a 3, existe un grupo cerámico que puede proporcionar información complementaria acerca de la participación de los asentamientos en el consumo de productos de origen extrapeninsular. Se trata de las ánforas. En este caso, sin embargo, hay que puntualizar que el valor de cambio no reside en el recipiente, o no sólo en él, sino sobre todo en su contenido. Considerando la tendencia general de consumo de productos de importación en nuestra zona de estudio entre los siglos III y VII (gráf. 3.1) observamos que la mayor cantidad de fragmentos corresponde a la fase 0, es decir, a los siglos III y IV111. El periodo bajoimperial es, pues, el momento de máximo consumo de este tipo de productos en la depresión de Vera, lo que significa que se trata de una etapa de intercambio activo en la que una parte posiblemente importante de los productos de los

Determinadas producciones parecen concentradas en la ciudad de Baria. En concreto, hasta el momento sólo allí se han encontrado evidencias de la elaboración de salazones de pescado. El núcleo urbano funcionaba como puerto a través del cual se introducían en las redes de intercambio suprarregionales productos como las propias salazones y los relacionados con la actividad minera y/o metalúrgica. El puerto sería también el nudo a partir del cual se distribuirían a los asentamientos de la depresión productos procedentes del exterior, como las cerámicas norteafricanas y las ánforas con su contenido. Precisamente los patrones de distribución de estos productos ofrecen posibilidades de aproximación a las

110 Este es también el motivo de que en las cuantificaciones hayamos recontado únicamente los fragmentos que, por corresponder a tipos morfológicos concretos o presentar determinadas características técnicas, como los estilos decorativos en la ARS o, en el caso de la cerámica andalusí, que trataremos más adelante, ciertas técnicas de vidriado y decoración, como el verde y manganeso, se pueden situar en el tiempo con una precisión relativa. 111 Dado que buena parte de las formas consideradas presentan tiempos de vida amplios, para identificar posibles dinámicas de consumo de importaciones en el tiempo hemos optado por una estimación matemática que parte de la premisa de que la probabilidad más elevada de llegada de cada forma cerámica a la depresión de Vera se sitúa en la mediana de su tiempo de vida. Hemos tomado en consideración tanto las temporalidades posibles como las probables.

109 Las simulaciones del alcance de los territorios agrarios de los distintos asentamientos realizadas en el Bajo Aguas mediante la aplicación de un SIG (Castro et al. 1998a) muestran una explotación intensa de la práctica totalidad de la llanura, independientemente de la calidad de la tierra.

243

45 40 35 30 25

N

20 15 10 5 0 2 00

2 50

3 00

3 50

4 00

4 50

5 00

550

600

6 50

5 00

550

600

6 50

Mediana posible 45 40 35 30

N

25 20 15 10 5 0 2 00

2 50

3 00

3 50

4 00

4 50

Mediana probable

Gráf. 3.1: Frecuencia de consumo de productos importados en las fases 0 a 3. parece inmersa en un sistema económico de amplio alcance en el que la región participaría introduciendo en las redes de intercambio sus productos agrícolas, así como con salazones de pescado y posiblemente con minerales o metales, y adquiriendo bienes tanto de consumo relativamente escaso, como de uso doméstico cotidiano112. Los materiales constructivos empleados en la ciudad de Baria, como los sillares de andesita y, sobre todo, el mármol, sin duda procedente de áreas exteriores a la depresión, proporcionan otro ejemplo de la fluidez de estas redes de intercambio113. Todo esto indica una fuerte dependencia de la economía de la región del mantenimiento de un sistema a gran escala.

asentamientos de la cuenca se distribuiría y consumiría fuera de sus centros de producción. Alrededor de dos terceras partes de la cerámica importada registrada en los yacimientos corresponde a recipientes de cocina, fundamentalmente cazuelas H 23 y, en menor medida, las también cazuelas H 197 y Lamboglia 9A, platos/tapaderas Ostia I, fig. 18 y fig. 261, Ostia IV, fig. 60, y Fulford, “Lids” 1. El tercio restante está formado por recipientes de ARS. Además, se han identificado algunos bordes de ánforas KVI, VII y XXV, formas que corresponderían al transporte de aceite, aceitunas o salsas de pescado. Si la muestra es representativa de las tendencias del consumo, a juzgar por la frecuencia con que aparecen las distintas clases, entre los productos transportados a la depresión de Vera desde otras regiones figurarían tanto productos con un alto valor social -como es el caso de la vajilla de mesa ARS y parece que también del contenido de las ánforas, posiblemente aceite-, como con un elevado valor de uso -caso de la cerámica de cocina-. Es decir, en el periodo bajoimperial la depresión de Vera

112 En este sentido cabe recordar que para los platos de cerámica africana de cocina H 23 se ha propuesto un función como recipientes para la cocción de pan (Gutiérrez Lloret 1990-91). Un uso de este tipo concordaría con su difusión y frecuencia en los yacimientos. 113 Asimismo, en las obras de vaciado de uno de los solares de Villaricos se halló un fragmento de molino rotatorio de basalto vesicular. Como han mostrado los estudios de caracterización de este tipo de materiales, la materia prima debe proceder con toda probabilidad de afloramientos situados en el área del Mediterráneo central (Williams-Thorpe y Thorpe 1987, 1991).

244

16

Fase 0

14

Nº yacimientos

12 10 8 6 4 2 0 Nº fragmentos

Gráf. 3.2: Accesibilidad a productos de importación de los asentamientos de la fase 0 (siglos III y IV). pueden aparecer tanto en asentamientos grandes como pequeños. La vajilla de mesa, a la que hemos atribuido un valor social superior, parece que se utilizó con más frecuencia en asentamientos grandes que pequeños. Así, mientras que su presencia se ha registrado en 6/8 yacimientos de gran tamaño, sólo se ha podido constatar en 7/20 yacimientos menores. La frecuencia de aparición de la cerámica de cocina africana, a la que atribuimos un alto valor de uso, en los yacimientos grandes es aproximadamente igual (5/8), mientras que aumenta sensiblemente en los yacimientos pequeños (13/20), incluidos Curénima II, Rambla de Joaquinín y Era Alta, en los que los volúmenes de importaciones era superiores a los de los otros sitios de su categoría. Los productos transportados en ánforas, que a juzgar por la muestra sólo llegaron esporádicamente a la depresión en el periodo bajoimperial, se han registrado, además de en Baria, en dos asentamientos grandes del llano central (Cadímar y Cerro de los Riquelmes), pero también en un asentamiento pequeño de montaña (Cortijo del Trovar) y en otro costero (La Era Alta) .

Un aspecto interesante es la distribución de los productos de importación por asentamientos (gráf. 3.2)7. En el histograma de frecuencias se observa la existencia de un gran grupo de yacimientos con una participación débil o muy débil en el consumo de productos de producción extrapeninsular. Junto a ellos, un grupo minoritario parece que consumió cantidades notablemente superiores8. La interpretación socioeconómica de estos datos depende de cuál sea la relación entre número de fragmentos de importación y tamaño de los yacimientos. Para determinarla se ha calculado si existe una regresión significativa entre ambas variables. El resultado del análisis (índice de regresión: R2=0.293; grado de significación: p=0.0052) muestra que esta relación no siempre existe. Sin embargo, en general sí se observa una tendencia según la cual a mayor tamaño de la concentración de cerámica en superficie, mayor número de fragmentos de importación, y a menor tamaño, menor número de fragmentos. Esta relación resulta más obvia en los extremos de la muestra, es decir, en los yacimientos más grandes y en los más pequeños, e indica que, en general, la participación de los asentamientos grandes en el consumo de recipientes cerámicos y productos transportados en ánforas de procedencia extrapeninsular sería mayor que la de los asentamientos pequeños. A esto podemos añadir que los yacimientos en los que no se ha registrado ningún fragmento de importación son siempre de tamaño pequeño. Dentro de esta tendencia se registran importantes excepciones, que muestran que asentamientos pequeños como Curénima II, Rambla de Joaquinín y Era Alta pudieron ser también consumidores importantes de productos de importación. En estos casos, los volúmenes mayores no se pueden poner en relación con una población más extensa.

Dadas las distancias de transporte de estos productos de origen extrarregional y su acceso a la depresión de Vera fundamentalmente por vía marítima, cabía preguntarse también si la cantidad de fragmentos en los yacimientos estaba relacionada con la distancia de los asentamientos a la costa o a vías de comunicación como las ramblas. El

114 La cantidad de fragmentos registrada en cada asentamiento no se debe entender como reflejo del consumo real de estos productos en los distintos enclaves, sino como un indicador aproximado de volúmenes de consumo. Así, yacimientos con 0 fragmentos de importación en la muestra no tienen por qué significar necesariamente asentamientos que no participaron en absoluto en la distribución, aunque sí asumimos que indicarán lugares cuya participación fue más débil. En el caso del yacimiento con más de 10 fragmentos de importación, la cantidad mucho mayor se puede deber a un sesgo del registro, ya que se trata de Cadímar, uno de los más visitados por los diferentes equipos de prospección que han aportado datos para este trabajo.

Si tenemos en cuenta el tipo de productos presentes en los distintos yacimientos, vemos que la vajilla ARS, los recipientes de cerámica de cocina africana y las ánforas 245

La ciudad, en la que están representados el poder sociopolítico, económico e ideológico, representa la centralización de la estructura en la que se inserta el poblamiento de la depresión de Vera, sustentada por el estado romano. Un indicio de la operatividad de esta organización en la zona de estudio lo tenemos en el yacimiento de El Oficio. Este asentamiento de pequeño tamaño, ubicado en una elevación junto al pasillo que se abre entre sierra de Almagro y Sierra Almagrera, en la zona septentrional de la depresión, por su ubicación parece adecuarse sobre todo a funciones defensivas o, más bien, de vigilancia. Hay que recordar que, más tarde, por este pasillo transcurriría el Camino Real de Vera, con toda probabilidad siguiendo el trazado de un camino anterior que ponía en contacto Baria y la depresión de Vera con el tramo de la vía Augusta que corre por el valle del Guadalentín entre Lorca y Cartagena (Martínez Rodríguez 1995).

análisis de regresión entre ambas variables arrojó resultados negativos. En definitiva, en los siglos III y IV el mayor o menor consumo de vajilla ARS, cerámica africana de cocina y productos transportados en ánforas en los distintos asentamientos no dependía de su distancia a los principales focos de distribución, de los cuales el mayor sería el puerto de Baria. Sí parece que guardó cierta relación con el tamaño o, en nuestra interpretación, con la demografía de los asentamientos, aunque en ciertos casos pequeñas comunidades podían consumir también volúmenes importantes de productos de procedencia extrapeninsular. Dentro del grupo de recipientes cerámicos de importación, los productos con mayor valor social, que identificamos con la vajilla de mesa ARS, se utilizaban con más frecuencia en los asentamientos grandes, tipo villae, que en los pequeños. Estos últimos consumían sobre todo recipientes de importación caracterizados por su utilidad como recipientes culinarios.

Una organización de este tipo se ha documentado también en otras regiones del Sudeste, en particular de la vecina provincia de Murcia, que parecen caracterizarse por un importante peso de la población y la producción rural en la estructura socioeconómica (Muñoz Tomás 1995; Hernández García 1995; Martínez Rodríguez 1995).

De este modo, las villae, además de concentrar fuerza de trabajo y de ocupar las mejores localizaciones agrícolas, impidendo el acceso a ellas a otros asentamientos, concentran valor social en forma de edificaciones residenciales elaboradas y también de objetos de producción extrarregional. Parte del excedente producido en estas villae iría a financiar las carreras políticas de sus propietarios. La existencia de estas prácticas en nuestra zona de estudio está atestiguada por el epígrafe que recuerda como Caesianus donó un templo a la ciudad de Baria.

En la depresión de Vera, la eficacia alcanzada por este sistema queda de manifiesto en su capacidad para sostener un volumen de población que no se vuelve a alcanzar hasta época moderna, y en el clima de “orden” social reflejado en la elección de topografías dominantemente llanas para la ubicación de los lugares de asentamiento, que parece primar la accesibilidad a los territorios de explotación sobre otras consideraciones. Al mismo tiempo, la frecuencia de consumo de productos de importación, entre los que se cuenta una buena parte de objetos caracterizados por su valor de uso, y en general la fluidez de los intercambios, ponen de manifiesto la fuerte dependencia del mantenimiento de un sistema económico a gran escala. Cuando el estado pierde la capacidad de mantener sus instituciones y el sistema macroeconómico entra en crisis, la estructura socioeconómica adquiere rápidamente nuevas formas de organización. Así, a partir del siglo V se registra en la cuenca de Vera una situación que poco tiene que ver con la de siglos anteriores.

Sólo una pequeña parte de la población rural de la depresión de Vera no aparece directamente vinculada a este conjunto de villae. Como hemos expuesto, es un grupo de población organizado en comunidades de pequeño tamaño ubicadas en aquellas localizaciones donde no se han instalado las villae, es decir, en áreas periféricas o marginales en relación a las más favorables para el desarrollo de la agricultura de secano extensivosecano intensivo/irrigación. Un grupo, situado en tierras similares a las de los asentamientos mayores, aunque con menos proporciones de cuaternario, está formado por asentamientos que parecen mantener relaciones espaciales con las villae, posiblemente de dependencia. Otros asentamientos pequeños se relacionan con recursos de costa o de sierra. En estos casos es más difícil proponer una hipótesis de relación con los sitios mayores. Podría tratarse de comunidades independientes, pero también de colonos o arrendatarios especializados en la explotación de determinados recursos. La presencia en buena parte de estos núcleos de productos de procedencia extrarregional con un elevado valor de uso indica una participación activa en las redes de intercambio. Esto podría ser indicio de su especialización productiva, y por lo tanto de su dependencia económica de otros asentamientos.

3.2. Regionalización y descentralización: del siglo V al siglo VIII La última mención textual a Baria la encontramos a comienzos del siglo IV en las actas del Concilio de Elvira, en el que aparece representada por su presbítero. A partir de entonces no vuelve a figurar en la documentación escrita. En el siglo V su solar está parcialmente despoblado, y sus edificios abandonados sirven como cantera para la construcción del asentamiento del vecino Cerro de Montroy. Con toda probabilidad, la antigua ciudad ha perdido su carácter urbano, quedando convertida en un barrio portuario del

246

posiblemente por traslado de población de unos núcleos a otros dentro de la propia depresión.

poblado instalado en Montroy. Su desaparición como centro sociopolítico e ideológico supone el cese de la presencia efectiva del estado romano y sus instituciones en la depresión de Vera a partir del siglo V.

A consecuencia de estos cambios, ya entrado el siglo V y, sobre todo, en el VI, cuando la situación se estabiliza, la depresión de Vera queda ocupada por un poblamiento disperso, en el que una parte importante de la población, algo más de un tercio a juzgar por la distribución de hectáreas ocupadas, vive en pequeñas comunidades. A tenor de los datos de superficie, algunas de las antiguas villae quedarían ahora incluidas dentro de esta categoría. Las concentraciones mayores, entre las que destacan Cerro de Montroy y Cabezo María, agrupan a la población restante. Ahora bien, puesto que los niveles demográficos de los sitios de esta categoría han descendido respecto a los siglos anteriores, a partir del siglo V podemos hablar de una reducción de las diferencias entre asentamientos en cuanto a fuerza de trabajo disponible. Además, dentro de este grupo de comunidades de mayor tamaño hay que destacar la presencia del poblado de Cabezo María, que por sí solo parece reunir a una proporción de la población que podría rondar una quinta parte del total.

Entre los siglos IV y V la pérdida de población afecta también a los grandes asentamientos rurales. Algunos, como Cortijo El Campo, Hoya del Pozo de Taray y El Coto, quedan despoblados por completo. Otros siguen ocupados, aunque la menor extensión de sus concentraciones de material arqueológico en superficie apunta a un descenso de su demografía, como ocurre en las villae de Cadímar, Cerro de los Riquelmes y El Roceipón. Pero los más afectados son sin duda los asentamientos pequeños. A lo largo de los siglos IV y V, la práctica totalidad de las comunidades instaladas en núcleos de este tipo abandona sus lugares de habitación. El debilitamiento del sistema económico suprarregional que, como veremos, se manifiesta en buena medida en el descenso en la frecuencia de consumo de productos a larga distancia- en el que estaba integrada y del que dependía la economía de la región debió ser decisivo para el desencadenamiento de estos cambios. En particular las comunidades con menos disponibilidad de fuerza de trabajo, aparentemente muy especializadas en la explotación de determinados recursos como los de bosque o los marinos, y que se abastecían fuera del asentamiento de bienes de uso cotidiano como los recipientes de cocina y quizá los útiles metálicos, acusarían en mayor grado esta dependencia115. Esto explicaría que las comunidades que las ocuparon y que, dentro de ese sistema, disponían de menos alternativas de subsistencia, se viesen obligadas a abandonar sus lugares de habitación en mayor medida que otras.

En definitiva, el poblamiento de los siglos tardoantiguos en la depresión de Vera se puede caracterizar por un predominio de comunidades de pequeño tamaño, una población más dispersa, lo que equivale a menores diferencias entre asentamientos en cuanto a distribución de la fuerza de trabajo, y, al mismo tiempo, una fuerte concentración relativa en el poblado de Cabezo María. Esta situación, resultado de la dinámica que se inicia en los siglos III-IV y que culmina en el V, se mantiene altamente estable hasta el siglo VI. A partir de entonces empieza a manifestar los primeros síntomas de descomposición, para quedar desarticulada hacia la segunda mitad del siglo VII o ya en el siglo VIII. Un resultado interesante del análisis espacial, fundamental para la comprensión de las formaciones socioeconómicas que se estructuran a partir del siglo V, es que, aun con los cambios que se producen en las formas de ocupación del espacio, entre esta centuria y los siglos VII-VIII la mayor parte de la población sigue instalada en o próxima a las tierras bajas de la depresión. Desde el punto de vista de las estrategias productivas, esto apunta a un peso dominante de la agricultura también en el periodo tardorromano. Al mismo tiempo, la nueva distribución de la población sugiere novedades en el régimen de explotación agrícola, indicadas asimismo por los datos paleobotánicos.

Todo esto no llega a suponer un despoblamiento masivo de la cuenca de Vera, ya que inmediatamente tiene lugar la fundación de un buen número de asentamientos nuevos, aunque sí importantes cambios en el poblamiento y la demografía. Dado el descenso en el número de hectáreas ocupadas, el pequeño tamaño de la mayoría de los sitios que ahora aparecen y la reducción de la extensión de gran parte de los asentamientos mayores, a raíz de la crisis de la estructura socioeconómica bajoimperial se produce un descenso demográfico en el que probablemente se combinarían causas naturales con emigración, y una redistribución de la población 115 Así, a título de ejemplo, la explotación minera a gran escala protagonizada por Baria y posiblemente por otros asentamientos en el periodo bajoimperial habría demandado grandes cantidades de madera que pudieron ser abastecidas, al menos en parte, por los asentamientos pequeños más próximos a las sierras, donde parece que se encontraban los recursos de mejor calidad. Simultáneamente, habría dado lugar a una degradación de las reservas de bosque, provocando un empobrecimiento de estos recursos. A esto habría que añadir la probable reducción de la actividad extractiva a partir del siglo V, que habría incidido en los pequeños asentamientos relacionados económicamente con ella. Algo parecido cabe plantear en relación a los asentamientos costeros y el cese de la producción de salazones de pescado.

En las muestras extraídas de pisos de habitación de Cerro de Montroy con un terminus post quem del siglo VI están presentes tanto la cebada como el trigo y la escanda, además de otras especies, como la vid y las habas. En estas muestas la representación del trigo y la escanda duplica a la de la cebada. Según las consideraciones botánicas, climáticas e históricas que hemos expuesto en relación a la agricultura bajoimperial, esta última especie

247

intervenciones recientes no han aparecido instrumentos relacionados con la extracción de mineral, lo que sugiere distintas posibilidades. Bien la población del asentamiento no se ocupaba en esta actividad, bien no disponía de su propios instrumentos de trabajo y lo hacía de forma dependiente, o bien los medios de producción necesarios estaban centralizados por algún tipo de organización superior a las unidades domésticas. Por otra parte, si los hallazgos de uno y otro yacimiento son contemporáneos, la aparición del crisol en Cabecico de Parra supone que Montroy no desarrollaría el beneficio del mineral de forma exclusiva, aunque quizá sí en mayores cantidades. En todo caso, estos datos apuntan a la existencia de un foco minero-metalúrgico de relativa importancia, al menos regional, en torno a la desembocadura del Almanzora y al área minera de Herrerías y Sierra Almagrera. La ausencia de indicios de fundición en asentamientos como Cabezo María permite plantear que parte de la producción de este área se distribuiría por otras zonas de la depresión y quizá de fuera de ésta.

se puede considerar indicativa de cultivos de secano extensivo, mientras que el trigo apunta a una intensificación con irrigación. Si los datos de Montroy son representativos y se pueden extrapolar al resto de la depresión, y siempre que el trigo no sea importado, las estrategias agrícolas tardorromanas en la zona de estudio habrían supuesto un aumento de la proporción de cultivos intensivos sobre los extensivos. A lo cual se ajustaría bien un patrón de poblamiento disperso como el que proponemos para este momento, especialmente evidente en las tierras de mejor calidad con amplias extensiones aluviales. Además de los cereales, en los campos tardorromanos se cultivaban también habas que, igual que el trigo, requerirían de aportes hídricos adicionales, y, si las pepitas de Cerro de Montroy corresponden efectivamente a frutos cultivados, vid. Los recursos de bosque, en particular la madera, seguirían explotándose en este periodo, si bien ya hemos señalado que debían haber sufrido una importante degradación a consecuencia de la actividad romana. La única muestra antracológica disponible, procedente del yacimiento de Las Zorreras, en el valle del Almanzora, muestra la utilización de Olea -ya fuese olivo o acebuche-, probablemente disponible en la maquia próxima al asentamiento, como combustible doméstico.

Con respecto a la producción de recipientes cerámicos, a partir del siglo V en la cuenca de Vera se registra un fenómeno común a distintas áreas del Mediterráneo occidental. Nos referimos a la aparición de las denominadas cerámicas a mano. Al margen de lo que éstas impliquen desde el punto de vista técnico y funcional, en relación a los patrones de producción hay que señalar que en nuestra zona de estudio se han registrado ejemplares de procedencias muy distintas. En Cerro de Montroy aparecen los cuencos tipo hand-made ware 8.3 de Fulford, con pastas tipo 1.2. Dado que las inclusiones muestran una asociación de materiales sedimentarios y volcánicos, se ha propuesto que los centros de producción de estos recipientes, distribuidos entre finales del siglo V y finales del VI, se encontrarían en Cerdeña, o más bien en las Islas Eolias (Peacock 1984: 10-11). También en Montroy y en Cabezo María aparecen fuentes y cazuelas de los tipos HW 8.1 y 8.2 de Reynolds, agrupadas en nuestra forma FTE, que desde el punto de vista de la composición de las pastas se caracterizan porque en sus superficies abunda un desgrasante moscovítico con un peculiar aspecto dorado. Su área de producción podría encontrarse en torno a Jumilla, en la zona septentrional de la actual provincia de Murcia (Reynolds 1985, 1993: 153).

A juzgar por las ubicaciones de los yacimientos, la explotación de recursos marinos se concentraría ahora en torno al área costera y a la zona de marismas que ocupaba la actual desembocadura del Almanzora. Interrumpida la elaboración de salazones de pescado, el volumen de producción probablemente se habría reducido, como parecen indicar los datos de Cerro de Montroy, donde los útiles de pesca están representados por algunos anzuelos, no más de uno por unidad de ocupación. A Montroy correspondería también la función de puerto de la depresión, como indica el flujo de productos de origen extrarregional que, aunque en cantidades menores que la registradas en el periodo bajoimperial, continúa aún hasta comienzos o primera mitad del siglo VII. Con respecto a las producciones no subsistenciales, el hallazgo en Cabecico de Parra de un fragmento de crisol con restos de metal adheridos a su interior en un contexto posterior al siglo IV da cuenta del desarrollo de actividades de fundición en el periodo tardoantiguo. A eso hay que añadir con toda probabilidad las dos áreas de concentración de escoria y mineral identificadas en superficie en Cerro de Montroy. A falta de determinaciones analíticas, la observación macroscópica de los restos y sus propiedades magnéticas indican que el metal elaborado era el hierro.

Pero el grupo que más nos interesa en este punto es el formado por las ollas troncocónicas a mano de nuestro tipo OLLA1, de los que el conjunto más ilustrativo por cantidad de ejemplares y estado de conservación se encuentra en el yacimiento de Los Orives, poblado de altura situado en el valle medio del Almanzora. Como se desprende de la observación macroscópica de las pastas de los recipientes de este yacimiento, así como de otros de la depresión, el uso de un desgrasante procedente de la descomposición o el triturado de rocas de esquisto apunta a que sus centros de producción se encontraban en la misma cuenca de Vera. La reiteración de la forma con

Con la información disponible resulta difícil plantear hipótesis en relación a la organización y los volúmenes de producción. Cabe señalar que en los espacios excavados en Cerro de Montroy tanto por Siret como en

248

población de la cuenca, se ubica en lo que hemos denominado una localización agrícola periférica espacialmente próxima a áreas llanas con elevadas proporciones de geología terciaria-, favorable, aunque no óptima, para el desarrollo de una agricultura extensivaintensiva del tipo que proponemos para este momento.

variaciones métricas y morfológicas -volúmenes, inclinación de las paredes, formas de los bordes y de los elementos de sujeción- muestra la escasa estandarización de la producción y el funcionamiento simultáneo de talleres o unidades productivas diferentes, aunque no totalmente ajenas entre sí, características que pueden ajustarse a un patrón productivo doméstico, como se ha propuesto para producciones similares del sur de Alicante (Gutiérrez Lloret 1988a, 1996).

En cuanto a Montroy, que, a tenor del número de hectáreas ocupadas, pudo albergar aproximadamente una décima parte de la población, se localiza en un entorno de tipo marítimo, muy similar al de Baria, favorable sobre todo a la explotación de recursos de costa y a una función como puerto. Que los asentamientos de mayor tamaño de la depresión se sitúen en entornos periféricos o marginales a las mejores localizaciones para la obtención de recursos subsistenciales con las estrategias agrícolas dominantes puede significar que las comunidades que los ocupaban se encontraban con limitaciones exteriores al acceso a dichas localizaciones, o bien que contaban con la capacidad de apropiarse del sobreproducto de otros asentamientos en forma de excedente, o de obtenerlo a través del intercambio.

Como ya hemos señalado, en los siglos V-VIII la mayor parte de la población de la cuenca de Vera vive en o próxima a las extensiones llanas del centro de la depresión, en las que se podrían adecuar áreas aptas para el cultivo sin necesidad de implementar infraestructuras muy elaboradas. Esto se puede considerar indicio de que, aun con los cambios que siguen a la desarticulación de la estructura socioeconómica bajoimperial, la mayor parte de la fuerza de trabajo sigue implicada en actividades agrícolas. Su distribución, sin embargo, presenta importantes diferencias que permiten plantear nuevas formas de organización de la producción.

Una zona que pierde una parte de su población en el paso al periodo tardoantiguo, pero que conserva su importancia demográfica relativa es el área costera en torno a la bahía al pie de Cerro de Montroy. Esto sugiere que los recursos de costa desempeñaban un papel de cierta importancia en la economía de una parte aproximadamente constante de la población, con la diferencia de que ahora ésta no se distribuye de norte a sur a lo largo del litoral, como ocurría en el periodo bajoimperial, sino que parece concentrarse en un área concreta en la que, en el caso de las comunidades más pequeñas, a la proximidad al mar se uniría la presencia del puerto y quizá las posibilidades de refugio y defensa que ofrece la sierra y, más concretamente, el propio poblado de Montroy.

Por una parte, las ubicaciones que podemos valorar como más favorables considerando una agricultura con un importante componente cerealista en la que el peso del trigo parece superar al de la cebada -es decir, las localizaciones mejor situadas espacialmente para acceder a amplias extensiones de terreno aluvial- ya no están dominadas por las grandes villae, sino que ahora en ellas predomina un poblamiento disperso en numerosos asentamientos de pequeño tamaño. Entre ellos se cuentan las antiguas villae de Cadímar, El Roceipón y Cerro de los Riquelmes, parcialmente despobladas, pero en las que la continuidad en sus ubicaciones puede indicar que conservaban las propiedad de la tierra sobre la que se encontraban asentadas. En el periodo tardoantiguo la estabilidad en los emplazamientos sigue siendo mayor en las comunidades de gran tamaño que en las pequeñas. Sin embargo, igual que ocurre con la fuerza de trabajo, ahora las diferencias entre unas y otras también se reducen en este aspecto, ya que los núcleos menores ganan estabilidad. Así, a lo largo de los siglos V y VI estas comunidades pequeñas parecen ligadas a sus emplazamientos por vínculos más sólidos.

La población restante, menos de una quinta parte del total, se organiza en comunidades pequeñas en cuanto a fuerza de trabajo y diversificadas en cuanto a su localizaciones. Algunas, como El Natí, parecen combinar la proximidad espacial a buenas tierras agrícolas con cierta cercanía a las marismas. Otras, como Era Alta y Cabecico de Parra, se instalan en torno a la bahía que ocupaba la actual desembocadura del Almanzora, donde a los recursos de pesca, marisqueo, caza de aves acuáticas, etc, podrían añadir las posibilidades mineras que ofrece el área de Cerro Virtud y Sierra Almagrera. De hecho, ya hemos mencionado la presencia de restos de fundición en niveles tardíos de Cabecico de Parra. Un grupo se instala en Sierra Cabrera, más cerca del mar, como ocurre con El Picacho de Mojácar, o más al interior, como es el caso de Barranco Rus y la Era de Gatas, donde a los recursos de bosque se unirían unas mejores condiciones hídricas y edafológicas. Estas pequeñas comunidades debieron disponer de cierta autonomía a la hora de establecer sus lugares de asentamiento y determinar y organizar sus actividades productivas, como parece desprenderse de la

Podemos decir, pues, que a partir del siglo V concentración de fuerza de trabajo, proximidad a las mejores tierras de cultivo y estabilidad en los emplazamientos ya no son variables que confluyan de forma dominante en un grupo minoritario de asentamientos. La disociación entre importancia demográfica y localizaciones geoecológicas de tipo agrícola central se hace más evidente si consideramos los núcleos de mayor tamaño, representados por los yacimientos de Cabezo María y Cerro de Montroy. El primero, en el que podría estar instalada alrededor de una quinta parte de la

249

larga distancia.

diversidad de entornos en los que se encuentran y del hecho de que cada grupo esté integrado por dos o, más frecuentemente, un solo asentamiento.

Siempre que la muestra disponible sea representativa del consumo en los asentamientos, la composición de las importaciones también experimentó cambios en el tiempo. Así, mientras que en el siglo V sólo se registran formas de vajilla norteafricana ARS, en el siglo VI a ésta hay que añadir algunos ejemplares de cerámica común a torno, también norteafricana, tipo coarse ware de Fulford, y piezas de vajilla de procedencia oriental de la clase Late Roman C. Por otra parte, mientras que en el siglo V no parecen llegar, al menos en cantidades significativas, productos transportados en ánforas, en el siglo VI éstos vuelven a aparecer en el registro. Al igual que los recipientes cerámicos, proceden tanto del norte de Africa (spatheia K XXVI, ánforas K LV, LXI y LXII) como del Mediterráneo oriental (K LXV o Late Roman Amphora 2).

Como hemos visto al tratar el tema de las producciones, a partir del siglo V en los repertorios cerámicos de los yacimientos aparecen recipientes modelados a mano de fabricación regional o más probablemente local. Por sus capacidades relativamente reducidas, sus formas abiertas y las huellas de fuego en la base se debe tratar de recipientes de uso doméstico culinario. Su presencia, que se inicia con la desaparición del registro de las cerámicas africanas de cocina, antes tan frecuentes en muy distintos asentamientos, da cuenta de la configuración de patrones producción-consumo en los que las comunidades de los distintos asentamientos parecen autoabastecerse de determinados productos de utilidad cotidiana. Estos patrones se registran tanto en pequeños asentamientos agrícolas y de montaña, como El Natí, Loma Rutilla, Barranco Rus, Coto de Don Luis o Pago de San Antón II, como en los grandes poblados de Cabezo María y Cerro de Montroy.

Considerando que, excepto en el caso de K LXV, las medianas de las temporalidades de las ánforas se sitúan con posterioridad a 533, e incluso que la mayoría está en torno a 550, desde una aproximación probabilística podemos plantear que su llegada a la depresión de Vera se produjo en el segundo tercio del siglo VI, y siguió a un aparente vacío en la llegada de este tipo de recipientes y de sus contenidos a lo largo del siglo V y comienzos del VI. Todo esto apunta a que tras la conquista bizantina de Cartago y, más adelante, del Sudeste peninsular, las relaciones de intercambio de la zona de estudio con el norte de Africa se intensificaron y tomaron un carácter diferente al de la fase anterior, ya que ahora parecen incluir también productos diferentes a la vajilla, como posiblemente aceite a juzgar por los tipos de ánforas identificados.

Desde el siglo V hasta finales del siglo VI y, en menor medida, primera mitad del VII, la producción local y el autoabastecimiento de cerámica de cocina conviven con el consumo de productos de origen extrarregional. Con respecto al periodo bajoimperial, ahora se producen cambios en la frecuencia de llegada de estas importaciones a la zona, en su composición y en sus patrones de distribución. Considerando la tendencia general del consumo de productos extrapeninsulares, el periodo tardoantiguo es una fase de fluctuaciones (gráf. 3.1)116. Frente a momentos anteriores y posteriores, y siempre en función de lo que indican las medianas de las temporalidades de las formas cerámicas, en el siglo V la frecuencia de importaciones desciende, alcanzando uno de sus puntos más bajos, sólo superado por el que se registra ya en la primera mitad del siglo VII, momento final de la llegada de este tipo de productos a la depresión. Hacia la segunda mitad del siglo el consumo parece registrar una cierta recuperación, que se afirma ya a comienzos del siglo VI para alcanzar su punto máximo en las décadas centrales de la centuria, según apunta la probabilidad matemática. Inmediatamente se produce un brusco descenso en la frecuencia, con algunas manifestaciones residuales que se pueden situar a finales del siglo VI o primera mitad del VII. Parece, pues, que en la depresión de Vera el último momento de consumo de productos extrapensinulares está representado por un aumento acentuado seguido de un descenso brusco. En otras palabras, el cese de este consumo no se produjo de forma paulatina, sino breve y repentina, y siguió a un momento de relativa

Por otra parte, hemos visto que en el periodo bajoimperial dentro de los productos de origen extrarregional se consumía incluso más cerámica de cocina que de mesa, además de aceite u otros productos transportados en ánforas. A partir del siglo V se importa sólo, o al menos predominantemente, vajilla de mesa. Esta constituye también el grueso de las importaciones en el siglo VI, aunque junto a ella reaparece el aceite o, en general, otros productos contenidos en ánforas, como pudieron ser las aceitunas, las salsas de pescado o el vino (Villa 1994; Arthur 1998; Saguí 1998; Volpe 1998). Estos datos se pueden poner en relación con los referentes a otros ámbitos del consumo. Así, en los edificios de Cerro de Montroy y Cabezo María se documenta el uso de materias primas locales, disponibles en los propios cerros o en puntos próximos. Y, como ya hemos visto, también parece que son de producción local determinados recipientes de cocina. Incluso podemos señalar la utilización de materias primas locales para la producción de útiles de trabajo, como documenta la aparición en Cabezo María de dos percutores sobre cantos rodados de

intensificación de la llegada de productos transportados a 116

Para los criterios seguidos en los recuentos, la estimación de tendencias y la interpretación económica de los datos, véase supra notas 3, 4 y 6.

250

16 14

Nº yacimientos

12 10 Fase 1

8

Fase 2

6 4 2 0 0

1

2

3

4 5 6 Nº fragmentos

7

8

9

10

Gráf. 3.3: Accesibilidad a productos de importación de los asentamientos de las fases 1 (siglo V) y 2 (siglo VI). trataría de las producciones cerámicas propias de los siglos VII y VIII en el Sudeste (Gutiérrez Lloret 1993, 1996).

cuarcita y microgabro disponibles en glacis o ramblas de la zona. Así, a partir de la desarticulación del sistema económico romano, durante los siglos V y VI en la depresión de Vera coexisten redes de producción-consumo de distinto alcance espacial, temporal y, como veremos más adelante, también social. En el siglo V, al tiempo que disminuye la llegada de productos norteafricanos, que ahora están representados en el registro básicamente por vajilla de mesa ARS, se importan desde el norte de Murcia recipientes de cocina modelados a mano relativamente estandarizados (Reynolds 1993). Al mismo tiempo, los asentamientos se autoabastecen de productos como las materias primas para la construcción. En el siglo VI hay una relativa recuperación en el intercambio a larga distancia, representado sobre todo por productos norteafricanos y algunos del Mediterráneo oriental. Desaparecen del registro los productos del norte de Murcia y, en cambio, aparecen o se generalizan las producciones regionales o, más bien, locales, de recipientes de cocina. A partir de comienzos o primera mitad del siglo VII se interrumpen las redes de intercambio a larga distancia, y la depresión de Vera queda dependiente de sus propios recursos.

En la depresión de Vera, su presencia se ha registrado tanto en los grandes poblados de altura (Montroy y Cabezo María), como en grandes asentamientos potencialmente agrícolas del llano (El Coto, Pago de San Antón), o en pequeñas comunidades también del llano (El Natí, Coto de Don Luis, Loma Rutilla, Pago de San Antón II) y de la sierra (Barranco Rus). Los recipientes modelados a mano de origen posiblemente murciano, representados por nuestra forma FTE, centran su tiempo de vida en el siglo V. Hasta el momento sólo los hemos documentado en dos asentamientos: Cerro de Montroy y Cabezo María. Por último, los productos de origen extrarregional, procedentes del norte de Africa y, en ocaciones, del Mediterráneo oriental, siguen llegando a lo largo de los siglos V y VI, con fluctuaciones en sus frecuencias, para desaparecer del registro hacia la primera mitad del siglo VII. Sus patrones de distribución y consumo experimentan interesantes cambios en los siglos V y VI (gráf. 3.3).

Para cada uno de estos grupos de productos hemos odido identificar distintos patrones de consumo dentro de la depresión, patrones que, además, no son estáticos en el tiempo.

En el siglo V, en el 54.5% de los yacimientos no aparece ningún fragmento de importanción en superficie, en el 27.3% se ha registrado un solo fragmento, y en el 18.2% se han recontado 4, 7 ó 9 fragmentos. Es decir, alrededor de la mitad de los asentamientos no participaron o participaron muy débilmente en el consumo de productos de procedencia extrapeninsular, en torno a un tercio consumieron este tipo de productos de forma más “evidente”, aunque también en cantidades relativamente pequeñas, y sólo un grupo reducido tuvo acceso a ellos considerablemente por encima de la media.

Con respecto a los recipientes de cocina de origen local o regional representados por la forma OLLA1, si tenemos en cuenta sus hipótesis de temporalidad, basadas en dataciones cruzadas con recipientes morfológicamente similares de contextos sobre todo externos a la depresión de Vera, el comienzo de su producción quizá se pueda remontar ya al siglo V, aunque la mayoría de los indicios apuntan a una datación centrada en el VI. Según se ha propuesto para la zona del sur de Alicante y Murcia, se

De nuevo se plantea la cuestión de si las variaciones en 251

Tomando los yacimientos cuyas concentraciones de material arqueológico en superficie en el siglo VI se han podido medir con mayor fiabilidad, el análisis de regresión entre tamaño de dichas concentraciones y número de fragmentos de importación (índice de 2 regresión: R =0.5; grado de significación: p=0.0022) muestra que en este momento se da la relación más clara entre ambas variables, y que esta relación es proporcional, y no exponencial. Esto significa que en el siglo VI hay una jerarquía en el volumen de consumo de productos importados en los asentamientos que obedece a la mayor o menor demografía de los núcleos de habitación, y no a la existencia de factores sociales y políticos que limitasen o favoreciesen ese consumo.

las cantidades de importaciones están relacionadas con el tamaño de los asentamientos y, por lo tanto, con su demografía. Si consideramos sólo aquellos yacimientos cuyas dispersiones de material en la fase 1 se han podido estimar con cierta precisión, los resultados del análisis de regresión entre ambas variables (índice de regresión: 2 R =0.385; grado de significación: p=0.0079) muestran una cierta tendencia a la relación entre tamaño de los yacimientos y número de fragmentos de importación en superficie. De este modo, los yacimientos con 0-1 fragmentos de productos de esta clase son en su gran mayoría sitios pequeños. Es interesante observar que entre ellos se encuentran las antiguas villae de Cadímar, El Roceipón y Cerro de los Riquelmes. Por su parte, de los cuatro yacimientos con 4 o más fragmentos, tres corresponden a asentamientos de gran tamaño.

Un aspecto interesante es que Cerro de Montroy y Cabezo María, los mayores consumidores del siglo V, son también los del siglo VI. Ahora bien, su consumo no parece aumentar de un siglo a otro, ya que en ambos momentos hemos recontado aproximadamente el mismo número de fragmentos. Puesto que en el siglo VI se produce un incremento en la frecuencia de importaciones en la cuenca de Vera, esto significa que la diferencia va a parar a los asentamientos que antes no accedían, o tenían menos acceso a estos productos. Por lo tanto, podemos plantear que entre los siglos V y VI ha habido cambios en las redes de distribución, y por lo tanto en las relaciones entre asentamientos. En este sentido cabe señalar que los productos transportados en ánforas, básicamente aceite de acuerdo con lo propuesto para los tipos morfológicos registrados (supra), que vuelven a formar parte de las importaciones en la cuenca de Vera, se consumieron tanto en asentamientos de gran tamaño como en pequeñas comunidades, y tanto por parte de grandes consumidores como por consumidores pequeños de otros productos de procedencia extrarregional.

Si consideramos sólo los asentamientos fundados a partir del siglo V observamos que la relación entre tamaño de los núcleos y mayor o menor consumo de productos de importación es más evidente. En otras palabras, los asentamientos nuevos de gran tamaño son los que participan más intensamente en el intercambio de productos extrarregionales, mientras que, en general, la participación de los asentamientos antiguos en las redes de intercambio a larga distancia es más débil. En el siglo V se registra pues, un cambio en las redes de distribución de productos de origen extrarregional. En estas nuevas redes, los principales nudos coinciden con asentamientos de nueva fundación, entre los cuales se encuentran Cerro de Montroy y Cabezo María. Junto a ellos está El Coto, un sitio de origen anterior que se abandona en el siglo V, y El Gitano, un asentamiento pequeño del llano con excelentes posibilidades agrícolas por la disponibilidad de amplias extensiones de terreno aluvial en su entorno. Igual que ocurría en el periodo bajoimperial, tampoco ahora la mayor o menor distancia al mar o a los caminos que transcurrirían a lo largo de las ramblas inciden en la cantidad de productos extrarregionales presentes en los yacimientos.

Recapitulando, podemos señalar algunas características del consumo en la depresión de Vera que muestran diferencias entre el periodo bajoimperial y el tardoantiguo y, dentro de éste, entre los siglos V, VI y VII-VIII.

Esta situación experimenta importantes cambios en el siglo VI (gráf. 3.3). Por una parte, se produce un notable descenso en el número de yacimientos sin fragmentos de importación en superficie. Ahora representan alrededor de una cuarte parte de los sitios registrados, proporción que se sitúa incluso por debajo de la calculada para los siglos III-IV (cfr. gráf. 3.2). Dicho de otro modo, ahora el alcance de la distribución de este tipo de productos parece alcanzar su máxima amplitud. Junto a ellos, un grupo importante, que representa el 40% de los yacimientos de la muestra, sólo presentaba un fragmento en superficie, lo que indica una participación relativamente débil en el consumo de productos de origen extrarregional. Por último, en más de un tercio de los yacimientos se recontaron entre 2 y 9 fragmentos de importación. En ellos, las distintas cantidades se distribuyen de forma más gradual que en el siglo V, en el que los volúmenes de consumo estaban más polarizados.

En el siglo V desciende la frecuencia de productos de origen extrarregional, entre los que, de acuerdo con la muestra, ahora domina la vajilla de mesa de origen norteafricano. Por sus patrones de producción y consumo en el área de estudio se le puede atribuir un elevado valor de cambio, y también social. Entre las importaciones no hemos registrado la presencia, al menos significativa, de ánforas, ni tampoco de cerámica de cocina. Sí aparece por primera vez un grupo de recipientes cerámicos modelados a mano, que desde el punto de vista funcional se pueden interpretar como formas de cocina, traídos a la depresión desde centros productivos posiblemente situados en la zona septentrional de la actual provincia de Murcia. La distribución de las importaciones parece seguir un patrón polarizado, en el que la mayoría de los asentamientos, entre los que dominan los sitios ya existentes en fases anteriores, no participan o lo hacen de 252

encabezado por estos latifundios (Menasanch y Olmo 1993). El aporte de nuevos datos y un análisis más detallado de la zona permiten proponer ahora un panorama más complejo.

forma muy débil, mientras que los principales nudos regionales se sitúan sobre todo en núcleos fundados en el siglo V, entre los que se encuentran los poblados de altura de Cabezo María y Cerro de Montroy. Estos dos asentamientos parecen centralizar también el consumo de productos extrarregionales de origen peninsular. Sin embargo, se autoabastecen de otros productos, como las materias primas para la construcción.

Hemos visto como, en el paso del siglo IV al V, algunas de las antiguas villae se abandonan, mientras la demografía de otras se reduce, y como estos asentamientos dejan de ser dominantes en las tierras de mejor calidad para una agricultura mixta intensivaextensiva, al tiempo que parecen conservar la propiedad de las tierras en las que se encuentran. La disminución de la población de estas grandes explotaciones se podría interpretar, pues, como una consecuencia de cambios en las formas de dependencia de la fuerza de trabajo antes ligada directamente al asentamiento, y en el modo de gestión del dominio.

En el siglo VI se registra un incremento en la frecuencia de importaciones, que ahora están representadas en la muestra por vajilla de mesa norteafricana junto a algunos ejemplares de platos del Mediterráneo oriental, probablemente aceite norteafricano, vino, aceite o quizá otros productos del Mediterráneo oriental117, y algunos recipientes aislados de cerámica común a torno norteafricana. Paralelamente se inicia o quizá se generaliza el consumo de recipientes de uso culinario que, por sus características técnicas y morfométricas, se producirían en la cuenca de Vera, quizá en los distintos asentamientos.

Sin embargo, a partir del siglo V estos asentamientos no ocupan lugares destacados desde el punto de vista del consumo o, lo que es lo mismo, no parecen participar en las redes de intercambio a larga distancia con mayor intensidad que los demás asentamientos pequeños contemporáneos. Si además tenemos en cuenta las nuevas formas de ocupación del espacio, con un poblamiento disperso, y los cambios en el régimen de explotación agrícola, en el que parecen adquirir mayor peso las estrategias intensivas, podemos plantear que las antiguas villae han perdido su posición central en el sistema socioeconómico. La reducción de su tamaño obedecería a una pérdida de población debida a que, tras la desarticulación de la organización socioeconómica romana, los antiguos grandes propietarios de la depresión no fueron capaces de sustituir los mecanismos de coerción del estado romano por otros que les permitiesen mantener la dependencia de su antigua fuerza de trabajo.

En este momento la distribución del consumo de importaciones parece guardar relación con la importancia demográfica de los asentamientos más que con otros factores. Es decir, han cambiado las redes de distribución de productos extrarregionales, y por lo tanto, también las relaciones entre asentamientos. Tanto los sitios grandes como los pequeños, y tanto los que consumen vajilla de importación como los que no, se autoabastecen de recipientes de cocina. También tanto unos como otros importan productos contenidos en ánforas. A partir de comienzos o primera mitad del siglo VII desaparecen del registro los productos de origen extrarregional, norteafricanos y orientales. La producción-consumo se debe centrar ahora en productos de origen regional o local, representados por los recipientes de cocina a mano con desgrasantes de esquisto.

Otro indicio en este sentido lo tenemos en la distribución espacial de la población. Por una parte, ahora los asentamientos se sitúan en entornos más diversificados, muchos de ellos representados en el registro por un solo yacimiento, lo que apunta a que dispusieron de autonomía en la elección de sus emplazamientos. Por otra, aunque en buena medida en asentamientos de nueva fundación, la mayor parte de la población sigue viviendo en el llano, aprovechando las mejores tierras agrícolas, por lo que en nuestra zona de estudio no parece producirse, o no de forma masiva, el fenómeno de huida de la población a áreas marginales en un intento de escapar al incipiente control señorial, propuesto para otras zonas del sur y el sudeste peninsulares (Gutiérrez Lloret 1993, 1996; Acién Almansa 1989).

Desde el punto de vista económico esto significa la coexistencia de distintos sistemas a distintas escalas relacionados entre sí. A partir del siglo V la economía de la depresión de Vera deja de depender de un sistema suprarregional para depender en mayor medida de sus propios recursos y de su organización. Esta nueva situación es la dominante a partir de mediados del siglo VII. Distintos indicios apuntan a que la organización socioeconómica tardorromana, más que una evolución, supone una “revolución” con respecto al periodo anterior. En una aproximación preliminar a la zona de estudio habíamos propuesto como hipótesis de trabajo que a partir del siglo V se produciría una concentración de la propiedad, indicada por la reducción en el número de villae, y el inicio de un proceso de “señorialización”

Lo que sí se observa es un aumento paulatino de sitios que se ubican en lugares de topografía accidentada, buscando mejores condiciones defensivas, lo que indica un clima de inestabilidad potencial.

117 El grafito sobre un ejemplar de K LXV/LRA 2 del pecio de Yassi Ada hace referencia a lentejas (Villa 1994).

253

registraron algunas inhumaciones en fosa sin ajuar, excepto una jarrita de cerámica depositada en uno de los enterramientos. Un dato interesante puede ser la ausencia de elementos artificiales de fortificación, que podría indicar que el asentamiento no llegó a ser sede de un poder institucionalizado, si bien es cierto que, dada la topografía del cerro, con fuertes escarpes en todas sus caras, tales elementos no serían imprescindibles.

Dentro de estas topografías, los puntos más abruptos pueden estar ocupados por asentamientos pequeños, como es el caso de El Picacho, uno de los sitios que con toda probabilidad determinó su emplazamiento de forma autónoma. Pero en el conjunto de la depresión y en sus márgenes se trata de ubicaciones propias de los asentamientos de mayor tamaño, como muestran los yacimientos de Cabezo María, Cerro de Montroy, y posiblemente también Los Orives. El primero se levantó en una escarpada elevación volcánica del interior de la zona central, en el valle del Antas, y el segundo, en una de las primeras elevaciones de Sierra Almagrera, dominando la bahía que se extendía a sus pies y la línea de costa. En cuanto a Los Orives, se ubica en un cerro de Sierra de Almagro inmediato a la margen izquierda del valle del Almanzora, sobre el que caía con un fuerte desnivel. Es decir, los poblados de altura por excelencia de los siglos V a VIII son también los centros demográficos de la región. Entre ellos se observan rasgos comunes, así como interesantes diferencias.

El límite por encima del cual se produciría la apropiación de producto de los asentamientos del llano viene indicado por el hecho de que éstos tenían capacidad para consumir productos con valor social, como la vajilla de mesa o el aceite norteafricanos, en el siglo VI incluso en mayor medida que en el V. Quizá para Cabezo María podamos proponer un modelo de apropiación en forma de pillaje. Este podría ser uno de los factores de inestabilidad que habrían llevado a la búsqueda de emplazamientos más protegidos a partir del siglo V.

Ni Montroy ni Cabezo María están situados en las tierras agrícolas de mejor calidad. Los dos, sin embargo, además de tener que abastecer a una población extensa, constituyeron los principales nudos de las redes de intercambio a larga distancia, con mayor exclusividad en el siglo V, cuando el flujo de productos era menor que en el VI y su distribución más restringida a algunos asentamientos.

En el caso de Montroy su posición ventajosa en el intercambio se puede poner en relación con la explotación de recursos mineros, probablemente del área de Herrerías y Sierra Almagrera, documentada a través de la presencia de restos de mineral y escoria en el yacimiento, además de con su papel de puerto de la depresión. Los datos de excavación muestran un asentamiento formado principalmente por unidades domésticas y algún área productiva especializada en la transformación de mineral, que en su primer momento formaría un núcleo abierto para, más adelante, posiblemente en el siglo VI, dotarse de elementos de fortificación en forma de una muralla con al menos una torre. Para la construcción de las casas se utililizaron técnicas y materiales locales, sin que se aprecien grandes diferencias entre los distintos edificios, como tampoco se aprecian entre los conjuntos muebles registrados en ellos. De forma indicativa, parece que el ajuar de una casa de los siglos V y VI de Cerro de Montroy estaría formado al menos por un instrumento de trabajo metálico, generalmente algún cuchillo, punzón o anzuelo, un contenedor cerámico para conservar pequeñas cantidades de líquidos o sólidos -concretamente, cereales, según las semillas recuperadas en uno de los pisos de habitación-, un plato de cerámica fina importada del norte de Africa o del Mediterráneo oriental, y dos lucernas de origen norteafricano o de imitación.

En el caso de Cabezo María, ya hemos señalado que se encuentra en un área en la que dominan las extensiones de terreno terciario, aptas sobre todo para una agricultura de secano extensivo que, en las condiciones de la depresión de Vera, y más después de la probable sobreexplotación a que fueron sometidas las tierras bajas en el periodo romano, difícilmente permitirían obtener rendimientos elevados. Por otra parte, su carácter de nudo en las redes de intercambio no se puede poner en relación con una posición favorable en cuanto a las vías de comunicación, ya que el sitio se encuentra alejado tanto de la costa, como de los principales caminos que comunicarían la cuenca con la zona de Murcia y Alicante a través del Campo de Pulpí y con la depresión de Guadix por el valle del Almanzora. Por lo tanto, cabe plantear que su carácter de centro económico se basase en la apropiación del producto de las pequeñas comunidades instaladas en mejores tierras agrícolas. Los datos procedentes del propio asentamiento apenas permiten formular alguna hipótesis acerca de en qué forma se habría producido esta apropiación. Como resultado de las excavaciones antiguas, en su interior conocemos dos recintos, uno de ellos probablemente una unidad doméstica con una estructura aparentemente propia de una vivienda de tipo rural y restos del ajuar doméstico formados por dos lucernas, varios recipientes cerámicos, al menos uno de los cuales se puede identificar con la forma OLLA1, fragmentos de vidrio y uno de un alfiler o punzón de hierro. Al pie del cabezo se

Aparentemente, pues, no detectamos indicios de jerarquización entre los espacios de habitación del asentamiento. No obstante, distintos elementos permiten plantear que Montroy pudo funcionar como sede de alguna autoridad suprarregional, de la que hasta ahora no tenemos noticias textuales. Así, la concentración de población, su carácter de puerto regional con dos áreas diferenciadas, una en altura y otra en la zona baja costera en la que se desarrollarían la actividades portuarias, su ubicación en el valle del Almanzora, una de las

254

principales vías de comunicación terrestre con las áreas de Lorca/Eliocroca hacia el noreste y Baza/Basti hacia el noroeste, el desarrollo de actividades metalúrgicas posiblemente en talleres especializados que requerirían algún tipo de estructura organizativa, y la presencia de la muralla118. Dicha autoridad podría estar integrada en la administración eclesiástica, posiblemente bajo jurisdicción del obispado de Eliocroca.

intereses (García Moreno 1993; Vallejo Girvés 2000). No sabemos hasta qué punto oganizaciones como la que sugerimos para Cabezo María podrían haber constituido una verdadera amenaza para el poder bizantino, hasta el punto de tomar medidas que limitasen su actuación. En todo caso quizá sí se pueden plantear iniciativas ante el clima de inseguridad reinante, reflejado en la ubicación defensiva de la mayoría de los asentamientos.

Si es acertada nuestra propuesta de que las murallas de Montroy y Los Orives se levantaron en el siglo VI, se podrían poner en relación con la presencia efectiva de fuerzas bizantinas en la zona a partir de mediados de esta centuria. La política territorial de la autoridad imperial habría incluido la fortificación de núcleos regionales situados estratégicamente en vías de comunicación que enlazaban este área de la costa con el interior a través del valle del Almanzora, y concretamente con la Bastetania de los textos, situada en torno a la actual Baza y uno de lo puntos de disputa con la monarquía visigoda desde momentos tempranos de la guerra greco-gótica. Comparándolas con la fortificación, fechada como bizantina, documentada en el Tolmo de Minateda (Hellín), en la que parece seguirse una detallada planificación previa, levantada con técnicas constructivas norteafricanas (opus africanum), e integrada en un programa más amplio de reurbanización de un centro de frontera, las murallas de la depresión de Vera pueden calificarse de obras defensivas de segundo orden, en cuya ejecución, escasamente planificada, parece que se utilizó mano de obra local a juzgar por las técnicas constructivas empleadas.

Este clima de inseguridad sería resultado de las tensiones que se producen a partir del siglo V en la zona de estudio entre las distintas fuerzas sociopolíticas y económicas en interacción. Las antiguas villae de la depresión, abandonadas o parcialmente despobladas, y perdido su control sobre la fuerza de trabajo y los mejores recursos agrícolas parecen ser elementos del pasado que sobreviven en sus antiguas ubicaciones119. Junto a ellas encontramos nuevos centros emergentes representados por asentamientos de altura que constituyen los principales centros demográficos hasta el siglo VIII. Su variabilidad, incluso en un área pequeña como la nuestra, sugiere que este tipo de asentamientos, a veces considerados globalmente en los estudios, merece una atención más pormenorizada. De hecho, tomando los denominados poblados de altura del Sudeste en su conjunto es fácil advertir que, en términos generales, poco más tienen en común aparte de sus ubicaciones en lugares elevados. Como ejemplos de posibles tipos dentro de esta categoría común valga citar el Tomo de Minateda, al que ya hemos hecho refencia, una verdadera civitas en la frontera bizantino-visigoda (Abad Casal y Gutiérrez Lloret 1997), el Peñón de Ifach, un pequeño recinto fortificado costero de función incierta (Aranegui y Bazzana 1980), pequeños asentamientos en elevaciones del valle del Vinalopó, en Alicante, interpretados como puntos estratégicos en vías de comunicación (Reynolds 1993: 10 ss.) o como refugio de poblaciones huidas de los incipientes intentos de dominación señorial (Gutiérrez LLoret 1993, 1996: 275 ss.), o los poblados murcianos de Cerro del Calvario, Las Hermanillas II y El Calar, puestos en relación con la vigilancia y protección de las edificaciones de antiguas villae (Martínez Rodríguez 1995).

Es difícil plantear si la presencia bizantina se limitó a la “superposición” político-militar a la organización socioeconómica en funcionamiento en la depresión de Vera en ese momento, sin llegar a introducir modificaciones en su estructura, como habíamos propuesto en un trabajo previo (Menasanch y Olmo 1993), o si, por el contrario, tuvo alguna incidencia más profunda en las dinámicas sociopolíticas y económicas en marcha. Es cierto que esta presencia parece coincidir con un aumento en el consumo de importaciones y con una mayor difusión de éste entre asentamientos de distinto tamaño y carácter económico. Aumento que, por cierto, no se refleja en el registro de los núcleos centrales de Montroy y Cabezo María, que parecen mantener los mismos niveles de participación en las redes suprarregionales que en el siglo V.

En la depresión de Vera parece que estos poblados, en particular Cabezo María, intentan establecer nuevas relaciones de dominio sobre otros asentamientos, con un éxito limitado y bajo formas que quizá no llegasen a alcanzar su institucionalización. En este sentido cabe mencionar que, con independencia de las dinámicas que pudieran seguir otras regiones, como el área de la Meseta (Olmo Enciso 1992), y de evoluciones anteriores de distinto alcance espacial, en Andalucía oriental y el

Que la autoridad imperial no se mostraba particularmente dispuesta a ceder terreno a poderes locales está sugerido por la hostilidad que muestran frente a ella los obispos occidentales y, en concreto, familias como la de Isidoro de Sevilla, cuyo traslado a Hispalis desde Cartagena se habría producido precisamente a raíz de este conflicto de

119 Este fenómeno de transformación de las villas en distintas direcciones desde el siglo V aún no se encuentra muy explicitado arqueológicamente. Entre ellas se cuentan el despoblamiento completo y la disminución de tamaño, como se ha registrado en otras áreas del Sudeste, como la actual provincia de Murcia, y en particular la zona de Lorca (Muñoz Tomás 1995; Ruiz Molina 1995; Hernández García 1995; Martínez Rodríguez 1995) además de otras, como la transformación en aldeas, sugerida por García Moreno (1989: 206).

118 Asimismo, cabe pensar que el núcleo de Montroy conservaría el nombre de Baria, como indica el hecho de que éste sea retomado en los siglos IX y posteriores por la nueva capital administrativa de la zona bajo la forma arabizada Bayra.

255

una sequía catastrófica habría castigado a al-Andalus entre 750 y 755.

Sudeste la consolidación de formaciones sociales de tipo señorial o protofeudal está documentada sobre todo para momentos que parecen situarse ya en los siglos VII-VIII, como se desprendería de documentos como el Pacto de Teodomiro (Llobregat 1973, 1977) o la crónica de los levantamientos de finales del siglo IX contra el emirato cordobés (Acién 1989).

Ya hemos observado como, con el cese del intercambio suprarregional, desde finales del siglo VI la depresión de Vera queda cada vez más dependiente de sus propios recursos. Dentro de las estrategias productivas la agricultura intensiva con un peso importante del cultivo de trigo parece desempeñar un papel de primer orden, sobre todo en la economía de los asentamientos pequeños de los llanos centrales. En las condiciones medioambientales de la depresión, ésta sería altamente dependiente del agua, fundamentalmente de la suministrada por las crecidas de los cauces de las ramblas. Dados los volúmenes presumiblemente reducidos de las precipitaciones y su carácter episódico, así como el delicado balance hídrico en zonas que habían perdido la cubierta vegetal, como precisamente ocurría en los márgenes de los cursos de agua -indicado por la ausencia de indicios de bosque de ribera en las muestras polínicas y por la presencia de especies como el Tamarix, propias de áreas degradadas-, pequeñas fluctuaciones en uno o varios factores podrían acarrear importantes desequilibrios en el sistema. Cabe, pues, proponer consecuencias de envergadura para un periodo prolongado de alternancia de sequía e inundaciones.

Merece la pena destacar la presencia de asentamientos más pequeños, muchos de ellos situados en el llano, que formaron la mayoría de las comunidades de la zona, y cuyo conocimiento ha sido fundamental para obtener una perspectiva más ajustada de las dinámicas desencadenadas a partir de los siglos IV y V. En la mayor parte de los casos el registro de este tipo de yacimientos sólo ha sido posible gracias a la prospección intensiva, lo que dificulta el establecer comparaciones con otras regiones. Quizá en la depresión de Vera las dinámicas en marcha a lo largo de los siglos V y VI habrían llegado a desembocar en relaciones sociales de tipo señorial a partir del siglo VII, cuando, desde un punto de vista económico, la zona queda más dependiente de sus propios recursos, lo cual podría haber hecho más vulnerables a las comunidades menores. Sin embargo, la combinación de distintos factores supuso la interrupción de estos procesos antes de la incorporación de la zona a los dominios de alAndalus.

Por otra parte, los mismos abandonos de asentamientos, que implicarían el cese del mantenimiento de la ordenación de los campos de cultivo, incidirían en la acción climática sobre el soporte geológico, favoreciendo los procesos erosivos.

A partir del siglo VI se empieza a registrar el abandono de asentamientos, entre los cuales se encuentran algunas de las antiguas villae que aún sobrevivían. Esta tendencia se afirma en los siglos VII y VIII, y así, la gran mayoría de los yacimientos de la depresión con fases tardorromanas no presentan materiales correspondientes al siglo IX o posteriores.

La interacción de estos factores climáticos y socioeconómicos desembocó en el abandono masivo de asentamientos en una dinámica que parece iniciarse ya en el siglo VI, para manifestarse con su máxima agudeza a lo largo de los siglos VII y VIII. La ruina de numerosos asentamientos pequeños debió incidir en el despoblamiento de Cabezo María. También pierde gran parte de su población el núcleo instalado en Cerro de Montroy y en el llano costero adyacente, donde a finales del siglo VIII o en el siglo IX sólo subsiste una ocupación marginal en la elevación. La población que sobrevive a la crisis son núcleos pequeños situados en las mejores tierras agrícolas y el asentamiento de El Picacho, que junto con Montroy es uno de los dos núcleos de altura en los que se registra ocupación también durante el siglo IX.

Desde la segunda mitad del siglo VI hasta el siglo VIII contamos con abundantes indicios de que el sudeste peninsular sufrió las consecuencias de una prolongada crisis medioambiental. Entre finales del siglo VI y primeras décadas del VII la documentación textual menciona las reiteradas plagas de langosta que asolan la Carpetania, y en 642-653 incluso se llega a legislar el adelanto de las cosechas en la Cartaginense para salvarlas de la acción destructiva de estos insectos (Barceló 1978, Gamo Parras 1998: 262-264). Por otra parte, los modelos paleoclimáticos globales apuntan a un periodo de crisis en torno a los siglos VII/VIII. De acuerdo con los datos obtenidos de columnas polínicas extraidas del cabo de Gata y de los pormenorizados análisis geomorfológicos de las terrazas fluviales de los ríos Antas y Aguas y de la Rambla Ancha en la depresión de Vera, en nuestra zona de estudio, en una franja de tiempo que se sitúa entre el siglo VII y el siglo X, ésta habría adoptado la forma de un periodo posiblemente frío en el que la sequía habría alternado con fuertes episodios torrenciales. Estas condiciones también aparecen reflejadas en los textos árabes a través de la noticia de Ibn Hayyan según la cual

3.3. Una fase de diversidad: el siglo IX Tras el abandono masivo de asentamientos sólo quedan en la depresión de Vera dos de los yacimientos registrados con origen altoimperial (Cadímar y Pago de San Antón) y cinco con origen tardorromano (Loma Rutilla, Pago de San Antón II, Las Zorreras, El Picacho y Cerro de Montroy). Es decir, según la muestra, en el siglo IX no queda rastro del poblamiento romano, ya que los escasos asentamientos que lo representaban habían sufrido radicales transformaciones, y sólo se conservan

256

encharcadas. La presencia entre los terrenos de labor de este tipo de campos húmedos también está indicada por las malas hierbas.

algunos vestigios del poblamiento de los siglos V-VIII, del que han desaparecido la mayoría de los sitios pequeños y el mayor centro de población, mientras que en lo que fue el segundo núcleo en cuanto a demografía sólo parece registrarse una ocupación residual.

La muestra apunta, pues, a una agricultura con importancia del componente cerealístico, en el cual tienen una buena representación las especies resistentes a la sequía, como son la cebada, el mijo y el panizo. En este sentido recordemos que, en la depresión, la cebada es una especie cultivada tradicionalmente en secano. Junto a los cereales, con toda probabilidad en campos irrigados se cultivarían el lino y probablemente las especies arbóreas, lo cual apunta a la existencia de huertas.

Este grupo de sitios, aunque reducido en relación a etapas anteriores, tiene un peso cuantitativamente importante en el poblamiento de esta primera fase andalusí, ya que junto a ellos sólo conocemos la fundación de tres asentamientos nuevos, representados por los yacimientos de El Argar, El Cajete y el poblado emiral de Fuente Alamo. Su instalación parece relacionada con la llegada a la depresión de población procedente del exterior, como sugiere la aparición de las primeras cerámicas vidriadas en la zona de estudio, documentadas en cantidades relativamente importantes en los nuevos asentamientos de El Argar y Fuente Alamo, y representadas por un único fragmento también en Montroy.

Como hemos visto, los datos demográficos indican la llegada a la depresión de población exógena en el siglo IX, si bien en cantidades reducidas. No sabemos como se distribuirían estos nuevos elementos poblacionales por los asentamientos preexistentes y los recién creados. Los nuevos repertorios cerámicos en los que se incluyen cantidades relativamente importantes de piezas vidriadas apuntan a una presencia más destacada en lugares de nueva fundación, en particular Fuente Alamo y El Argar. Con estos datos, unidos a las localizaciones de los yacimientos y a la información paleobotánica podemos plantear que en el siglo IX en la depresión pudieron convivir estrategias agrícolas diferentes. Por un lado, la agricultura dominantemente cerealista intensiva de tipo tardorromano, que pudo seguir en práctica en las comunidades asentadas en la zona desde antes de la crisis de los siglos VII-VIII, y por otro, una nueva agricultura con presencia de huertas en la que parecen adquirir mayor peso las especies arbóreas. Esta nueva forma de cultivo aparece en la depresión junto con otras novedades, como la mencionada técnica del vidriado y, como veremos a continuación, una organización distinta de la actividad minero-metalúrgica.

Dado que, en general, el tamaño medio de los lugares de habitación se reduce con respecto a la fase anterior, en el siglo IX se puede hablar de un brusco descenso en la demografía de la zona. La población se distribuye de forma dispersa en asentamientos siempre pequeños que presentan la particularidad de que sus tamaños se agrupan en un rango menor que en siglos anteriores, lo que supone una reducción en las diferencias entre la fuerza de trabajo disponible en la distintas comunidades. Este rasgo se sigue observando en los siglos X-XI, y se puede considerar una característica del poblamiento de la zona en los primeros siglos andalusíes. Dentro de esta dispersión mayoritaria quizá se puedan distinguir dos asentamientos mayores, o mejor dos áreas más densamente pobladas, una relacionada con el complejo metalúrgico de El Argar-El Cajete, y otra en torno a Pago de San Antón-Cerro del Espíritu Santo, en coincidencia con la ubicación de Bayra.

Efectivamente, la distribución de los restos de escoria y mineral en los distintos asentamientos muestran una reactivación y reorganización de este sector productivo, posiblemente de manos de los nuevos contingentes poblacionales. En este sentido apunta el hecho de que la mayoría de los asentamientos con escoria de fundición y/o localizaciones favorables para la explotación minera sean sitios de nueva fundación. Las actividades estarían centradas en la metalurgia del hierro, como muestran los datos de excavación de El Argar y el análisis de difracción de rayos X sobre una muestra de mineral recogida en superficie en el yacimiento de El Cajete. Por su composición, ésta indica la explotación de criaderos del área septentrional o bien de Sierra Almagrera.

Dado que la mayor parte de los asentamientos de nueva fundación se instalan en las tierras bajas centrales, el patrón de ocupación del espacio sigue siendo un patrón fundamentalmente de llanura, en el que domina la búsqueda de proximidad a las áreas terciarias y, sobre todo, cuaternarias. En estas ubicaciones dominan los lugares de habitación preexistentes, por lo que se podría pensar en una continuación de las prácticas agrícolas anteriores. Sin embargo, en uno de los lugares de nueva fundación, concretamente en El Argar, los análisis carpológicos muestran la introducción de novedades. Con respecto a las especies cultivadas, el grupo de los cereales se multiplica con respecto a lo registrado en siglos anteriores, y junto a los tradicionales trigo y cebada aparecen ahora el mijo y el panizo. Las especies arbóreas están representadas por el olivo, la higuera y el granado. Y en cuanto a otras especies, aparece ahora por primera vez una planta industrial, como es el lino, con toda probabilidad cultivado en extesiones aluviales

En relación a la organización y a los volúmenes de producción, con la información disponible podemos plantear la coexistencia de núcleos productivos de distinto carácter. Por una parte, asentamientos como los de El Picacho y Fuente Alamo, ocupados por comunidades de pequeño tamaño que combinarían distintas actividades productivas con el tratamiento del

257

construcción de una mezquita a finales del siglo IX, así como el hecho de que tomase su nombre de la antigua ciudad romana de la zona muestran que se trataba de un centro administrativo e ideológico, con toda probabilidad representación de la autoridad central en la zona.

mineral quizá para el propio consumo. Por otro, un conjunto aparentemente especializado en la metalurgida del hierro, formado por los asentamientos de El Argar y El Cajete, en el alto valle del Antas. Su posición espacial, relativamente alejada de los principales yacimientos de mineral de los rebordes montañosos indica que su producción no iría dirigida exclusivamente al autoconsumo.

Con la información disponible es difícil determinar si esta categoría implicaba diferencias demográficas y económicas significativas con otros asentamientos de la depresión, y qué clase de relaciones mantenía con ellos. Desde el punto de vista demográfico ya hemos señalado que el área sobre la que se detectó material arqueológico en superficie parece indicar un núcleo, o mejor, un área con una concentración de población relativamente mayor. Desde el punto de vista productivo, ocupa una localización agrícola central, si bien históricamente parece que en su territorio agrario dominaban las extensiones de secano, como hemos argumentado en el apartado dedicado a los cultivos.

Un dato interesante en el aspecto productivo procede del asentamiento de Fuente Alamo. Se trata del hallazgo, entre los materiales cerámicos del relleno de la cisterna argárica y del nivel superficial, de un atifle con machas de vedrío, interpretado como indicio de la producción de cerámica en el poblado o en sus proximidades (Cressier et al. 2000). Efectivamente, para otras zonas del Sudeste las características de los conjuntos cerámicos del siglo IX, con repertorios formales limitados y piezas escasamente estandarizadas han llevado a proponer un patrón productivo local (Gutiérrez Lloret 1993, 1996). Ahora bien, éste se refiere a producciones técnicamente más simples que las vidriadas. Por lo que sabemos, si el atifle de Fuente Alamo es efectivamente resto de un alfar local, sería el primer indicio de producciones vidriadas en pequeños asentamientos rurales de datación emiral del Sudeste.

Si los límites del iqlim propuestos por Vallvé (1972) son correctos, dentro del conjunto de la demarcación administrativa la ubicación de Bayra se puede considerar costera, lo que indica que, dentro de sus funciones, la de enlace con las comunicaciones por vía marítima debió desarrollar un papel destacado. Sin embargo, dentro de la depresión, su emplazamiento resulta algo retirado hacia el interior. Esto puede significar que se buscaba proximidad al mar, pero también protección, quizá por la existencia de peligros exteriores que amenazaban el litoral. Al mismo tiempo, su ubicación supone una cierta centralidad espacial con respecto a los otros asentamientos de la cuenca.

En este variado panorama productivo, la costa y sus recursos parecen desempeñar un papel cada vez menor. De hecho, el único yacimiento costero en el que se registra una ocupación residual es Cerro de Montroy. La región, sin embargo, debía contar con su propio puerto, vinculado al asentamiento de Bayra. Así lo indican las referencias al mismo que hacen al-Idrisi y Yaqut, si bien éstas son mucho más tardías. Una posible ubicación para el puerto sería la zona de la actual Garrucha, aunque hasta ahora no se dispone de evidencias al respecto. Lo que sí se puede afirmar es que la zona baja litoral al pie de Cerro de Montroy estaba abandonada, y por lo tanto que había cesado el funcionamiento de sus antiguas instalaciones portuarias.

Aunque el poblamiento esté instalado preferentemente en el llano, el siglo IX se puede considerar la fase de poblamiento de sierra por excelencia, ya que entonces un tercio de los núcleos de habitación registrados se situaba en los macizos montañosos que rodean la depresión. Se trata de los asentamientos de Cerro de Montroy en Sierra Almagrera, El Picacho en Sierra Cabrera, y Fuente Alamo en Sierra de Almagro. Este conjunto se sitios destaca por el carácter diverso de los yacimientos que lo forman. Montroy, un antiguo centro demográfico, económico y posiblemente administrativo, que ha perdido la mayor parte de su población y en el que sólo se conserva una ocupación residual; El Picacho, un pequeño poblado de montaña fundado en el siglo V -al igual que Montroy- relativamente aislado de su entorno; y Fuente Alamo, un poblado emiral posiblemente diversificado desde el punto de vista productivo.

Así pues, en el siglo IX la mayor parte de la población se distribuye de forma dispersa por las áreas llanas de las cuencas fluviales, en asentamientos favorablemente situados para la agricultura, además de en el conjunto metalúrgico de El Argar-El Cajete. En este último caso, dadas las distancias del yacimiento a las principales fuentes de materias primas y su localización, relativamente periférica respecto a lo que serían las mejores tierras agrícolas, hemos sugerido que un factor que debió incidir en la elección de su emplazamiento fue la relativa proximidad al núcleo de Bayra.

Ya hemos expuesto como la información apunta a que en la depresión de Vera no se llegó a consolidar un proceso de “feudalización”, debido en parte a la crisis demográfica que sufre la zona entre la segunda mitad del siglo VII y el siglo VIII. Esto, unido a la baja densidad de población que se registra en el siglo IX y a que los núcleos de mayor entidad parecen precisamente sitios relacionados con la autoridad central podría ser la razón

Este se instala en la zona central, algo desplazado hacia el valle del Almanzora, en coincidencia o en las proximidades de uno de los escasos grandes asentamientos agrícolas antiguos que continuaron ocupados hasta este momento. La mención de al-Udri a su calidad de capital del iqlim ya en el siglo XI y a la

258

protección que ofrecerían las zonas más próximas a los rebordes montañosos, aunque también puede indicar la fractura del equilibrio ecológico de las áreas llanas y su agotamiento para el aprovechamiento agrícola, que no habría quedado compensado ni siquiera con la hipotética mejora de las condiciones climáticas de estos siglos.

de que nuestra zona de estudio nunca aparezca citada en las fuentes a propósito del levantamiento contra el emirato cordobés de finales del siglo IX, a pesar de encontrarse entre dos importantes focos rebeldes, bien conocidos por los textos, como son el de Málaga-costa de Granada, encabezado por el muladí Umar ibn Hafsun, y el de Murcia-Lorca, dirigido por el también muladí Daysan ibn Ishaq (Ibn Hayyan 1981).

Con todo, más de los mitad de los asentamientos del periodo siguen situados en áreas con predominio de geología cuaternaria o en sus proximidades. Esto, unido a la búsqueda de entornos llanos, significa el importante peso que el trabajo de la tierra sigue teniendo dentro de las estrategias de producción social. Este patrón de poblamiento y la dispersión de la población se ajustan más bien a una agricultura intensiva, para la que las áreas aluviales próximas a las ramblas ofrecerían localizaciones adecuadas. Sin embargo, mejores aún serían las localizaciones de Sierra Cabrera, donde la calidad de los suelos y las óptimas condiciones hídricas mostradas por los análisis micromorfológicos e hidrogeológicos posibilitarían rendimientos mayores y más predecibles. Ahora bien, en este caso la topografía más accidentada requeriría importantes obras de acondicionamiento del terreno para su uso agrícola mediante la construcción de terrazas, lo cual, a su vez, supondría el empleo de más fuerza de trabajo, en correspondencia con el mayor tamaño de los asentamientos de la sierra, y concretamente del poblado andalusí de Gatas.

3.4. La consolidación de nuevas formas organizativas: los siglos X-XI Gran parte de los asentamientos del siglo IX perduran en los siglos siguientes, lo que supone un nexo de unión entre el poblamiento de ambos periodos. A ellos se une ahora un buen número de nuevas fundaciones, entre las que se cuentan varias reocupaciones de sitios anteriores, como El Roceipón y Las Pilas. De este modo, posiblemente ya en el siglo X alrededor de tres cuartas partes de los lugares de habitación registrados en la depresión de Vera son fundaciones del siglo IX o posteriores. Es decir, se ha diluido el importante componente anterior que se registraba en el siglo IX y se consolida una reestructuración de las formas de ocupación del espacio que nada tiene que ver con las existentes en los periodos bajoimperial y tardorromano. El aumento del número de asentamientos significa también mayor superficie ocupada. Es decir, los siglos XXI son una fase de crecimiento demográfico, la primera que se produce tras el descenso continuado que se registra desde el siglo IV, si bien sin que lleguen a alcanzarse los niveles de las fases bajoimperial y tardorromana. Desde el punto de vista de la concentración, las nuevas fundaciones no introducen novedades con respecto al siglo IX. Es decir, la población sigue distribuida de forma dispersa en núcleos mayoritariamente pequeños, entre los que no parecen registrarse grandes diferencias en cuanto a la fuerza de trabajo disponible. Las dos áreas con mayor densidad de población situadas en El Argar-El Cajete y Pago de San Antón-Cerro del Espíritu Santo siguen ocupadas en este momento, y quizá experimentasen un aumento de su extensión y demografía, al menos en el caso de la segunda, como cabe esperar dado el crecimiento demográfico de esta fase.

Las muestras paleobotánicas extraidas de este último indican que una parte importante de los cultivos debió estar integrada por especies arbóreas como la higuera, la morera, frutales indeterminados (Prunus), y quizá el olivo (Olea), lo cual apunta a la existencia de huertas en la sierra. Junto a ellas, además de las leguminosas y las malas hierbas, hay una buena representación de cereales indeterminados (Cerealia) y cebada. De nuevo, pues, tenemos indicios de la existencia de campos de secano, posiblemente situados en las zonas bajas. De hecho, si acudimos a los datos de los Repartimientos observamos que en el periodo andalusí más tardío las estrategias agrícolas combinaron el secano y el regadío en proporciones variables según se tratase de campos de cultivo situados en áreas de llano o de sierra. En lo que se refiere a la producción minera y metalúrgica, a los sitios fundidores de El Argar y El Cajete, que parecen seguir en funcionamiento, se une ahora el asentamiento de Cerro del Inox, en Sierra Cabrera, donde los restos de escoria registrados en superficie indican un volumen de producción menor que en los centros del llano.

Un aspecto interesante es que en Sierra Cabrera se vuelve a registrar la presencia de asentamientos tras el abandono que parece sufrir la zona desde la crisis de los siglos VIIVIII, y que en ella se instalan núcleos de un tamaño algo superior a la media del periodo. Considerando la distribución de los yacimientos registrados dentro de la depresión observamos que en esta fase se produce una retirada definitiva de la costa, con el abandono de la ocupación residual de Cerro de Montroy, y que, aun con el aumento del número de asentamientos, parecen elegirse emplazamientos más próximos a los bordes de la cuenca que a las tierras bajas centrales. Esta tendencia puede obedecer a una búsqueda de la mayor

Ya hemos señalado que el conjunto de El Argar-El Cajete no presenta la localización más favorable en cuanto a distancias de aprovisionamiento de materia prima para la producción metalúrgica. Una situación similar parece registrarse en el caso de Inox, siempre en relación a los yacimientos de mineral cartografiados en el mapa metalogenético del IGME. En cambio, cuando se trata de

259

distinto carácter, tanto grandes -Gatas- como pequeños, de sierra y de llano, y en núcleos fundidores -Inox- o, con toda probabilidad, mineros -Cerro Virtud-. Por otra parte, la muestra indica pocas diferencias entre volúmenes de consumo en los distintos yacimientos. Así, se han recontado entre 1 y 5 fragmentos considerando los que se pueden atribuir con más probabilidad a esta fase. Todo esto sugiere que muy distintos asentamientos pudieron disponer de sobreproducto que intercambiar por objetos cuyas características productivas y volúmenes de consumo permiten atribuirles un alto valor social.

yacimientos sin indicios de fundición, la relación es la inversa. Es decir, los emplazamientos espacialmente más favorables a la minería serían más propios de asentamientos sin indicios de metalurgia, como es el caso de los situados en la cuenca del Aguas -Alfaix, Cadímar, Ermita de San Francisco-Turre y Las Pilas-, que de aquellos en los que se registran desechos de fundición. Resulta difícil realizar una propuesta de interpretación de estos datos desde el punto de vista de la organización social de la producción, máxime a falta de evidencias como podrían ser la presencia de instrumentos de trabajo mineros en determinados asentamientos. Aun así, considerando sus posiciones espaciales relativas, para los yacimientos de la zona meridional de la depresión cabe plantear, a título de hipótesis, una dedicación minera de al menos un parte de la fuerza de trabajo de los asentamientos de la cuenca del Aguas. Esto no significa que los centros transformadores no pudiesen ocupar también fuerza de trabajo en la minería, aunque en ese caso con mayores distancias de aprovisionamiento de materia prima.

Una de las novedades más destacadas de los siglos X-XI la encontramos en el poblamiento de sierra, compuesto exclusivamente por asentamientos de nueva fundación, dado que todos los núcleos preexistentes quedaron abandonados posiblemente ya a comienzos del siglo X. Desde el punto de vista cuantitativo, los sitios propiamente de montaña, que hemos registrado sólo en Sierra Cabrera, tienen un peso reducido dentro del conjunto de los asentamientos de la depresión, ya que están representados únicamente por dos yacimientos. En cambio, distintos datos apuntan a su importancia cualitativa.

Otra actividad productiva no subsistencial desarrollada en este momento en la depresión es la producción de recipientes de cerámica común, representada por los restos del horno alfarero documentados en el yacimiento de Loma Rutilla. La observación macroscópica de los desgrasantes contenidos en los fragmentos conservados de la última hornada muestra que las pastas de las producciones de este alfar eran muy similares a las de los recipientes cerámicos consumidos en otros asentamientos contemporáneos de la cuenca. Quizá se tratase, pues, de un centro de abastecimiento de productos cerámicos a escala regional. Aunque no disponemos de análisis petrográficos de pastas de muestras de distintos yacimientos, la mayor estandarización de los productos cerámicos comunes de los siglos X-XI sugiere unos patrones productivos en talleres especializados, que distribuirían su producción más allá de los límites del propio asentamiento. En este sentido se ha interpretado la estandarización que caracteriza a los conjuntos cerámicos del siglo X de otras áreas del Sudeste (Gutiérrez Lloret 1996).

Por una parte, las condiciones ecológicas de esta sierra, y concretamente el estado de los suelos y los recursos hídricos, parecen ser las mejores de la depresión en este momento, máxime si tenemos en cuenta los indicios de agotamiento o degradación de las tierras bajas centrales. Por otra, los núcleos instalados en ella son dos de los mayores centros demográficos de la zona, y en ambos se ha registrado el consumo de vajilla vidriada. Incluso en Gatas se encontró uno de los dos fragmentos con decoración de verde y manganeso documentados hasta el momento en la zona120, y el único de cuerda seca parcial. Para Gatas hemos propuesto una interpretación como un asentamiento rural abierto, aunque instalado en un emplazamiento de topografía accidentada, en el que habitaba una comunidad productivamente diversificada. Aunque no disponemos de menciones en los textos que justifiquen aplicarle una terminología determinada dentro de los tipos de asentamientos rurales andalusíes, por sus características socioeconómicas quizá podríamos identificar el poblado andalusí de Gatas como una alquería.

Que los asentamientos de los siglos X-XI de nuestra área de estudio participaron en redes de intercambio incluso a escala suprarregional queda de manifiesto en el consumo de cerámica vidriada. En este momento estas producciones, procedentes de talleres urbanos, alcanzan la cuenca de Vera en pequeñas cantidades. Su presencia se ha registrado en los yacimientos de Alfaix, Cerro del Inox, Cerro Virtud, Gatas y Terrera Ventura. Quizá también se puedan atribuir a este momento algunas piezas de Pago de San Antón y Cadímar, si bien en estos dos casos no se puede descartar por completo una datación anterior.

En cuanto a Inox, sus características topográficas y sus elementos de fortificación justifican que le apliquemos el término de hisn o, simplemente, fortaleza. Bazzana, Cressier y Guichard (1988) han clasificado los husun del sudeste y el levante peninsulares en distintas categorías de acuerdo con sus elementos constructivos y su función. Concretamente, aquí nos interesan los husun rurales con función de refugio. Con este término, los autores designan un tipo de fortificación vinculada

El consumo de este tipo de productos de origen extrarregional se registra, pues, en asentamientos de muy

120

260

El otro es el pie de ataifor hallado en Cerro Virtud

explotación, y quizá los asentamientos de Ermita de San Francisco-Turre, Cadímar y Las Pilas en el bajo Aguas, también con sus territorios. Una definición socioeconómica y política más detallada de este hipotético distrito requeriría de excavaciones en los asentamientos dirigidas a recopilar información relativa a las relaciones sociales de producción entre los distintos núcleos.

sociopolíticamente a una comunidad campesina que habitualmente reside en otro lugar y que la utiliza de forma ocasional como refugio en el que defender a los miembros de la comunidad y a sus enseres en caso de amenaza. El tipo más característico sería la elevación con o sin amurallamiento u otros elementos artificiales de fortificación, a la que no se asocia ningún área de habitación permanente (Bazzana, Cressier y Guichard 1988: 114 ss.).

Por otra parte, podemos pensar en la existencia de organizaciones similares en otras zonas de la depresión, como el valle del Almanzora con los asentamientos de Zorreras, Terrera Ventura y Comara, y quizá encabezado por un centro situado en el emplazamiento de la actual Cuevas, o Sierra de Bédar, como sugiere el asentamiento de Alfaix, aunque éste parece algo más reciente y nuestro conocimiento del sector sea más limitado. Estos hipotéticos espacios socioeconómicos parecen coincidir precisamente con las áreas donde los recursos hídricos son más abundantes, lo que apunta a que en su economía tendría un peso importante la agricultura intensiva con irrigación.

El caso de Inox se podría ajustar a esta categoría. Sin embargo, consideramos que hay elementos suficientes para argumentar que el recinto amurallado albergó un asentamiento permanente. En ese caso, y al margen de que la fortaleza pudiese servir ocasionalmente como refugio para las comunidades de asentamientos vecinos, habría que pensar en un modelo de funcionamiento diferente. Desde el punto de vista socioeconómico, su ubicación no resulta favorable para la instalación de un perímetro irrigado en el entorno inmediato del asentamiento, dado el desnivel abrupto que lo separa de la rambla de Tremecén. No sabemos si alguna otra fuente de agua podría haber alimentado un área regada en otro espacio próximo. Sí hemos registrado la presencia de cerámica dispersa, igual a la documentada en el interior del recinto, en un área al sur de la elevación quizá correspondiente a la ubicación de antiguas terrazas de secano. Por otra parte, ya hemos señalado la presencia de restos de fundición. En cuanto a algunos de los recintos que se levantan intramuros, por sus características podría tratarse de almacenes o quizá establos para el ganado. La presencia de cerámica vidriada indica la participación de la comunidad en las redes de intercambio suprarregionales.

El “distrito” de Sierra Cabrera formaría parte o coexistiría con el iqlim encabezado por Bayra. Como hemos expuesto en el apartado dedicado el siglo IX, el núcleo se puede considerar un centro político-administrativo e ideológico, quizá sede del mercado ya en este momento, con función de puerto y lugar de representación del poder central en la zona. En este sentido cabe recordar el interés del estado califal por controlar y proteger el comercio marítimo (Constable 1989; Gómez Becerra 1998: 482). Por otra parte, de las tres cuencas fluviales de la depresión, la del Antas es la que posee la superficie de captación hídrica más reducida. Además, en ella dominan las extensiones terciarias, probablemente con áreas degradadas y/o salinizadas, como muestra la presencia de Zyziphus lotus en las muestras paleobotánicas. Es interesante observar que precisamente en esta zona es donde se sitúan, además del centro administrativo, asentamientos que, al margen de un cierto volumen de producción agrícola, desarrollan actividades productivas no subsistenciales, como la metalurgia en El Argar-El Cajete y la fabricación de recipientes cerámicos en Loma Rutilla.

La existencia de una muralla, sus características, con empleo selectivo de materiales y técnicas constructivas, la aparente planificación de la organización del espacio interno y la existencia de un conjunto arquitectónico situado en el punto más promimente, aunque no separado del resto de edificaciones por ningún elemento físico particular, sugieren que en la construcción y administración del conjunto debió desempeñar un papel algún tipo de autoridad. Cressier (1988) recoge las noticias textuales al nombramiento de gobernadores para algunas de estas fortalezas, si bien también hace notar la tendencia de estos personajes a rebelarse en sus castillos contra el poder central. Quizá en Inox podamos pensar en un caso de este tipo. Sea como sea, su posición excéntrica en la depresión y su ubicación apartada de los principales caminos hace pensar en su relación con un espacio circunscrito al sector meridional de la cuenca de Vera.

Los registros de superficie de los yacimientos de la depresión de Vera muestran que alrededor de tres cuartas partes de los lugares de habitación no siguieron ocupados más allá del siglo XI. Esta nueva ruptura poblacional hace que los patrones andalusíes más tardíos poco tengan que ver con los registrados en este momento, y posiblemente se deba poner en relación con la fase de fuerte inestabilidad político militar que vive la zona durante el siglo XII.

Es decir, podríamos plantear la existencia de un “distrito” que podría abarcar el área noroccidental de Sierra Cabrera y quizá el valle del Aguas. Dicho distrito estaría encabezado por el hisn de Inox, y sus límites abarcarían la posible alquería de Gatas con sus territorios de

En general, en nuestro país los estudios arqueológicos de orientación socioeconómica del periodo denominado altomedieval, han estado, y siguen estando fuertemente

261

determinados por paradigmas tomados de otras disciplinas afines. Así, el feudal, procedente del campo de la historia textual, o -para el caso de Al-Andalus- el modelo de las sociedades segmentarias, construido por la antropología. Tales referentes parecen ser la única alternativa a los tradicionales estudios históricoculturales, y a través de ellos se trata de extraer información histórica de los restos materiales. Este proceder ha abierto interesantes perspectivas de estudio y ha aportado vida a los debates, que ya no se centran de forma dominante en los objetos, sino en las sociedades que los produjeron y utilizaron. Sin embargo, cuando los modelos comienzan a generalizarse de forma poco crítica y apriorística, en lugar de representar la realidad, terminan por enmascararla. En esos casos la documentación arqueológica queda relegada a un papel meramente ilustrativo. El estudio de los restos materiales ofrece la posibilidad de acceder a realidades históricas y de conocer formas sociales que no llegaron a consolidarse, y que han quedado ocultas por el peso de la documentación escrita generada en el seno de las organizaciones sociopolíticas que terminaron por imponerse. Si aquí hemos esbozado la dinámica temporal de una región a partir, sobre todo, de datos de prospecciones superficiales, es de esperar que en el futuro se profundice en la variabilidad regional de este periodo con nuevas investigaciones arqueológicas, sobre todo con excavaciones sistemáticas en los diferentes tipos de asentamientos identificados. Con este recorrido a lo largo de casi diez siglos de historia social y económica de una región deseo haber conseguido mostrar la gran diversidad de dinámicas que se sucedieron, e incluso coexistieron en una zona relativamente pequeña como es la depresión de Vera, y haber contribuido a pensar sociedades cuya existencia sería desconocida sin la investigación arqueológica.

262

SUMMARY Sequences of Social Change in a Mediterranean Region. Archaeological Analysis of the Vera Basin (Almeria) between the 5th and 11th Centuries

The present work aims to contribute to the archaeological knowledge of the south-east of the Iberian Peninsula during the period between the Late Roman Empire and the establishment of new state forms known as the Caliphate of Cordoba and Taifa Kingdoms. The general objective of this study of local history, which others would call a case study, is the formulation of explanatory hypotheses regarding the socio-economic organization of the Vera basin 1 and its interaction with the environment between the 5th and 11th centuries. These hypotheses are based on an analysis of the material remains of the communities which occupied this part of the western Mediterranean during the early medieval period. In this sense, the aim has been to elaborate a genuinely archaeological study.

equally necessary for social reproduction. At the same time, the theory takes note of the production and reproduction of the three objective conditions of social life: women, men and the material objects used by them. The material expression of those conditions, which can be referred to as social materiality, is the object of archaeological study. The present research deals fundamentally with the production of objects. Within this category, special attention is paid to primary production, since the study deals with societies in which the exploitation of the land constitutes the basis for obtaining food and elaborating artefacts. Given that the production of objects is a social activity, and their consumption is individual, the determination of the symmetrical or asymmetrical position of social subjects with regard to each of these activities allows us to tackle the question of social distance. Distribution and/or exchange will be dealt with from this perspective.

The structure of the work results from its theoretical and methodological framework. The social theory is linked to the classical theory of historical materialism, and sets out from the idea that the dialectic relation between the forces of production (natural resources, labour force and means of production) and the social relations of production (production-consumption dialectic) characterizes the modes of production. Within this theory, however, the concept of labour remains restricted to determined activities, due to the preponderance of androcentric perspectives and of economic determinism. Recent contributions have helped to clarify and to complete this theory, thereby broadening the range of social production studied to activities which had previously remained at the margins of historical research.

The study sets out from the premise that all socioeconomic structures have corresponding phenomenological manifestations in space. These can be studied archaeologically. The instrument applied is spatial analysis, understood as the archaeological investigation of the relative spatial position of social materiality. The data for the analysis come, mainly, from recent superficial archaeological surveys carried out by research teams from several European Union universities, as well as from the Archaeomedes and Aguas palaeo-ecological research projects. The surveys of the terrain included both selective examinations, as well as extensive and intensive ones. The analysis also uses the results of successive excavations in various sites and the data produced in the late 19th and early 20th centuries by the brothers Henri and Louis Siret. Written sources have also been used, mostly from the Andalusi period.

These contributions are brought together in the “theory of the production of social life” (Castro et al. 1998b), according to which the reproduction of all societies takes place by means of three types of production: basic production, the production of social objects, and maintenance production. Basic production is responsible for the generation of new women and men - the future labour force; the production of objects refers to subsistence goods, and any type of used or consumed objects; finally, maintenance production alludes to the conservation of objects and social subjects. The three are

The bulk of the information used comes from the settlements, understood as those centres of social activity represented by remains which can be interpreted as places of more or less stable populations, and as such presumably engaged both in production and consumption

1 A geographical area situated in the south-eastern quadrant of the Iberian Peninsula, in the extreme north-east of Almeria province, in Eastern Andalucia.

263

activities.

moment, it is not sufficient for them to be physically closed. The concept should only be applied to use contexts which are physically closed and remained unaltered in time, or where those alterations can be isolated.

The work has been produced in three chapters. The first two deal, respectively, with the positions of the sites in time and in space. The third is the concluding chapter.

Furthermore, these contexts must have been dated using absolute dating methods. That is to say, using contextualized samples that provide calendar dates independent of archaeological arguments, such as materials which can be analysed through absolute dating methods (especially organic matter), or coins, epigraphs, etc.

1. The sites in time: pottery time spans and settlement occupation spans One of the critical points in dealing with survey data is their temporal resolution. The validity of the results depends, to a great extent, on this point. In consequence, it is worth being explicit about the dating method used in such work, and formulating the criteria used in the evaluation of the information on which the chronological determinations are based.

Yet, in the time and spaces studied, and in general in the Mediterranean context, the great majority of contexts, especially non-funerary ones, are “open”. As far as absolute dates on the basis of contextualized samples goes, they tend to be supplied by coins which, as is wellknown, can circulate, be re-used, and re-deposited over very long periods of time3.

Social Time: the concept of time spans The study of time sets out from the concept of temporality 2, or social time, according to which archaeological objects and spaces, understood as social objects and spaces, possess lifetimes delimited by the absolute date of their production, and the absolute date of their consumption, that is to say, of their existence as objects or spaces with use value. These time spans, measurable as calendar dates, are interrelated, but are rarely identical.

Taking into account these limitations, and given that cross-dating like all forms of archaeological dating, is an inductive and probabilistic method of approximating reality, we propose making a qualitative evaluation of the degree of probability of the datings used in the work. To this end, the chronological indicators which allow the attribution of calendar dates to spaces and objects have been classified in relative or stratigraphic and in absolute or calendar categories. Each group has been hierarchically ordered according to whether they are closed or open stratigraphic contexts, and to whether they are absolute contextual indicators (those which form a physical part of the reference space) or textual indicators (written texts). Moreover, the absolute contextual indicators have been grouped into short-lived samples (for example an epigraph in situ in primary position) and long-lived ones (for example a coin).

If instead of an object, a category of objects is dealt with, such as a ceramic form, as many time spans will exist as spaces of production and consumption. The global time span of the category will be defined by the lapse of time between the oldest space of production and the most recent space of consumption. Archaeological time: chronology and dating methods Given that this work deals with surface finds, or with materials from contexts without absolute dates, the attribution of calendar dates, necessary for the estimation of time spans for the categories of objects and settlements, must be achieved on the basis of relative or cross dating. As is well known, this procedure is based on the establishment of typological analogies of the types, generally pottery, present in the sites, with comparable objects registered in dated contexts (Leitfossilien).

The result is, as was said, a probabilistic approximation to the lifetime of objects, categories of objects and spaces which allows the division of the time span considered by this study into archaeological phases, to propose of hypotheses regarding the sites’ time spans, and to approach the demographic dynamic. Evaluation of the chronological indicators and reliability of datings

The greatest probability that these relative dates are correct occurs when analogies are established with objects coming from closed contexts, dated by absolute dating methods. Here it is worth pointing out what is understood by the term “closed” context. Given that the value of this type of context for dating purposes is that they allow the assertion that the time spans of a given space and of the objects contained in it coincide at some

A part of the reference contexts on which the cross-

3 Another frequent source of calendar dates are written documents. However, these have the inconvenience of only being applicable to archaeological spaces for which contextualized samples are available, which allow the direct dating of the contexts and, as such, the affirmation that the time periods of these coincide with, or approximate to those indicated by the texts for the same spaces.

2

This concept, initially elaborated in Castro et al. (1993), has been developed by the author.

264

datings of the morphological types4 registered in the Vera Basin relay, come from sites with early Mediaeval phases excavated in the basin itself: Cerro de Montroy (Menasanch and Olmo 1991, 1994), Fuente Alamo (Schubart et al. 2000) and Gatas (Castro et al. 1999). Further information comes from El Argar (Schubart 1993), but what is available up to the present is more limited. The majority, however, are contexts referred to in the current chrono-typological handbooks, or published in studies on specific sites of other regions.

Phase 0: 3rd and 4th centuries. Defined by the presence of ARS forms H 45A, 50, 58, 59 and 61 A and with stamped decoration style A (ii) (Hayes 1972), of African kitchen wear forms H 23 and 197 (Hayes 1972) and Ostia I, fig. 261 (Atlante 1981), and of amphorae K VI, VII y XXV B (Keay 1984) and San Lorenzo 7 or similar (Villa 1994). Phase 1: 5th century. Characteristic elements are forms ARS F 5.5 and 35.3 (Fulford 1984b) and H 12/102, 61 B, 64, 67, 76, 80 A, 82 var., 84, 87 and 91 A/B, stamped decoration style D (Hayes 1972), and common hand made dishes and casseroles FTE (fig. 1.2, 1).

This chronological information has been analysed in terms of the absolute and relative dating criteria presented above.

Phase 2: 6th century and first quarter or first decades of the 7th. Characterized by the presence of ARS F 2.9-11, 50 and 67 (Fulford 1984a) and H 91 C, 99, 103, 104 A/B and 107 (Hayes 1972), of African common wear F “casseroles” 12 (Fulford 1984b), of amphorae K XXVI G, LV, LXI, LXIID and LXV (Keay 1984), and K LIII C or, rather, type Castrum Perti or similar (Castiglioni et al. 1992, Murialdo 1995), and of hand made pots with inverted cone-shaped profile, type OLLA1 (fig. 1.3, 1-3).

Once the foundations on which the dating of each morphological type have been examined, a global time span for the pottery form is proposed5. The aim is to synthesize the chronological indicators related to the life span of each type in a series of spaces and to propose a frame of reference which will help us to place in time the pottery found in the Vera Basin.

Phase 3: second quarter or middle of 7th century and 8th century. Characterized by the absence of imported ceramic objects and possibly by the predominance of hand-made forms such as cone-shaped pots OLLA1 (fig. 1.3, 1-3) and the globular OLLA2 (fig. 1.3, 4-5).

This has allowed a generalized estimation of the statistical probability of the chronological calculations on which the present work is based. The situation varies notably from the Late Roman period (5th to 7th centuries) to the Andalusi period (8th to 11th centuries), and is also unequal for the different ceramic groups. Very briefly, we could say that the Late Roman and Byzantine datings are those with the highest degrees of probability, and that the Andalusi ones have less solid archaeological bases and wider ranges, although the recent multiplication of studies has helped to define above all of the earlier periods, jointly known as the Emiral period, which was hard to differentiate until a few decades ago. Between these two moments there is a period of more uncertain definition due to the lack of sequences and absolute indicators.

Phase 4: 9th century. As the previous phase, it is difficult to define archaeologically. In the basin itself the collection of materials from the Andalusi phase in Fuente Alamo (Cressier et al. 2000) and their comparison with those from Gatas (Castro et al. 1999) provide some reference points which allow a tentative definition of the phase. The fundamental element is the hand-made cooking pot MAR1 (fig. 1.7, 1-2). Phase 5: 10th and 11th centuries. The definition of the phase has been based on information supplied by the excavation at Gatas (Castro et al. 1999). The most representative types are the unglazed dish (???) (ATF) (fig. 1.4, 3-4), a certain type of oil lamp (CDL) (fig. 1.5) and, above all, the cooking pot MAR2 (fig. 1.7, 3-9).

The archaeological phases The temporal clustering of the ceramic forms allows a definition of the archaeological phases into which the time period studied has been divided. Given that we aim towards a dynamic approach, the remains found in the Vera Basin and dated immediately before the 5th century have been considered too, as well as those dated after the 11th century

Phase 6: This groups together the sites with evidence of occupation from after the 11th century, to the 15th/16th centuries. It has been defined on the basis of the presence of decorative forms and techniques such as high-based oil lamps, the decorative technique called esgrafiado, dishes with triangular rims and monochrome glaze, carenated cooking vessels with handles or vertical ribs, stamped water vessels or white glaze with motifs in magnesium.

The following phases have been distinguished:

4 In this work the terms “morphological type” and “ceramic form” are used as synonymous. The types or forms, which have been used for the purpose of dating, have been determined through morphological analogies with types of forms defined in previous works. 5 The forms found in the Vera Basin, the hypotheses relating to their timespan and the bibliographical references used can be consulted in tables 1.1 to 1.6 in section 1.3. Datable forms of Andalusi glazed pottery and of Late Roman and Andalusi common pottery are illustrated in figures 1.1 to 1.9.

The settlements’ time spans The lifetimes or duration of the settlements have been established through an examination of the available evidence for each site - both for those surveyed and for 265

such, their survival. These categories have been identified by the letters a, b, c and d (fig. 1.62). The stability and mobility of the settlements is evaluated on the basis of three indices, which have been named the settlement survival index, abandonment index and creation index6. With regard to total occupation, this is expressed in the number of settlements per phase7. In general terms, a descending tendency is observed (graph 1.28). The minimum value is reached in phase 4, after which phase 5 represents a relative increase, although without recovering the values of the preceding phases. After this, the number of settlements goes down again in phase 6. The tendency is maintained in the 16th century, as a result of the Castillian occupation of the zone, and reaches its critical point in the 17th century, with the massive depopulation following the expulsion of the Andalusi population.

those excavated - establishing a hypothesis regarding time spans and distinguishing the corresponding phases. The attribution of absolute time periods to the occupation units has been approached from two perspectives: statistically and qualitatively. The first is expressed in the form of a graph in which the maximal temporal ranges of the ceramic forms dated in each site are represented (graphs. 1.1 to 1.27). The second takes the form of a commentary on the materials dated in each unit of occupation, both as a set in itself, and in relation to other sites in the Vera Basin. The result is a proposal of a time span for each site. This proposal includes an estimation of the degree of probability, carried out in agreement with the following criteria: in the first place, the presence of short-lived forms indicates a high probability of occupation of the site at the moment corresponding to those forms. When the evidence comes from long-lived forms, it is established that the probability of their arrival in the Vera Basin is higher in the range closest to the mean value. On the other hand, the number of ranges or sections of ranges of the different forms coinciding within a certain time span is considered to be an indicator of the probability of the occupation of the site during that period. The greater the number of dates the higher the probability and vice versa.

The first important transformation in the occupation of the space is registered in phase 0 (3rd-4th centuries), characterized by a high level of abandoned settlements and by an almost complete absence of new settlements (graph 1.29 and 1.30). The tendency indicates that these are the final moments of an earlier demographic situation. This process, which seems to start already in the 3rd century, shows its last signs in the 5th century. In fact, in phase 1 the settlements, all of previous origin, continue to be abandoned (graph 1.29), until 75% of the preceding nuclei come to be depopulated. Nevertheless, the dominant tendency in the 5th century is the founding of new settlements (graph 1.30), which will stay stable in subsequent phases. In fact, creation and above all continuity are the characteristics of this phase. The appearance of new settlements can be compared with the process of abandonment, which now comes to an end. On the one hand, both processes overlap, or succeed each other immediately, in such a way that a depopulation of the basin does not occur. On the other hand, considering that the total number of settlements in phase 0 (n = 28) does not present a great contrast with phase 1 (n = 23), a movement of population can be suggested, from some nuclei to others within the Vera Basin.

With regard to the absence of dating forms within a determined period (for example, in the 5th century, or in the 7th, 8th and 9th centuries), the chronology has been established taking account of the quantity of datable forms during this phase, the presence or absence of such forms in other sites in the Vera Basin, and the existence of evidence of previous and subsequent occupations in that specific site. The hypotheses regarding the time periods and the archaeological phases identified in the different sites can be found in sections 1.5.2 and 1.5.3. The occupational dynamics of the Vera Basin The temporal study ends with a section on the interrelation between the lifetimes of the different settlements. The aim of this section is to offer a dynamic representation of the settlement patterns in the Vera Basin between the 5th and 11th centuries. This means addressing the total occupation by archaeological phases, and their fluctuations through time, and establishing the degree of stability-mobility of the population through the different phases.

Thus, in the 5th century a restructuring of the spatial 6 The first indicates the percentage of settlements from the phase being dealt with which continue into the phase immediately afterwards. The two others refer, respectively, to the percentage of abandoned settlements and those created throughout the phase in question. The formulae for a given phase (for example, phase Y) are as follows: I.per.Y = (bY+ cY)/nY I.ab.Y = (aY+ dY)/nY I.cr.Y = (cY+ dY)/nY Where a, b, c and d are, respectively, the number of settlements in the categories a, b, c and d registered in phase Y, and n is the total number of settlements from the four corresponding categories for each phase. 7 This supposes that the values can have different demographic meanings, since they can indicate both fluctuations in the number of inhabitants, or concentrations and dispersals of the population. In order to tackle this question, it is necessary to use the variables dealt with in the next chapter, on the study of space.

For this purpose it is necessary to establish the relative position of the sites in each period and to set up instruments to evaluate the stability of each settlement. Setting out from the proposal given by Dewar (1991) we have grouped the sites into four categories, according to the moment of their creation and abandonment and, as 266

organisation was under way which, taking account of the percentage of abandoned settlements and the survival of the total number of new formations, achieved an important degree of stability.

represents a period of population renewal. The new situation was to endure, to a large extent, until the 15th century, and to collapse, definitively, with the great depopulation of the 16th and 17th centuries.

In fact, the demographic situation thus generated is maintained, with few variations, in phase 2 (6th and beginning of the 7th centuries). From the point of view of the population, this is to a large degree a continuation of the foregoing phase (graph 1.31). It could be said, then, that in the study area the settlement pattern was highly stable from the 5th through to the beginning of the 7th centuries, and it is the final result of a large transformation process which started in the 3rd - 4th centuries, and concluded in the 5th.

2. The sites in space The chapter dealing with the spatial analysis of the sites investigates the relations which give meaning to the positions occupied by “social materiality”, and which condition the configuration of the social spaces. An Idea of Social Space8 The research sets out from the concept of space. It is argued that space does not constitute an independent variable in which objects have their place, but rather is the result of the forms in which materiality is interrelated. The relations established between the elements of “social materiality”, that is to say, men, women and objects, in order to reproduce social life, configure social spaces. In these, in their turn, the reproduction of social life occurs. In other words, social life generates, and is generated in social spaces.

This situation came to an end at some moment in the 7th or even 8th century (phase 3), with a massive abandonment of settlements, and an almost complete absence of new centres being established (graph 1.30). Given the lack of precision of the chronological indicators of this period, discussed previously, it is difficult to say whether the collapse occurred suddenly or if, in contrast, it took the form of a gradual process. In any case, after phase 3, 93% of the sites of Late Imperial origin had disappeared, as well as 66.7% of the Late Roman ones. What we see is the end of the settlement process initiated in the 4th-5th centuries, and a genuine rupture in the Vera Basin’s population.

Understood as relational, and given the social asymmetry and the irreducible nature of the sexes, social spaces are, by definition, asymmetrical and sexuated (Gili Suriñach 1995: 6).

Phase 4 (9th century) brings about a new demographic situation, in which hardly any of the foregoing settlements survive, but in which a group of pre-existing nuclei, relatively important with regard to the total population, develop next to newly founded settlements, with new types of materials, and possibly new populations.

The generation of social spaces begins with the appearance of the human species, and is verified in the universe of previous spatial relations which we call natural space. The need for the reproduction of social life, which implies (physical-energetic and perceptive) appropriation of the surrounding materiality implies human intervention in pre-existent spatial relations. Thus, previous natural space becomes a continuum of socionatural spatial relations in permanent transformation in which innumerable spaces are possible. This continuum is the so-called environment, insofar as it takes part in the maintenance and reproduction of social life.

The high survival index in this phase (graph 1.31) implies a link with the following phase. Even so, phase 5 (10th11th centuries) presents a highly peculiar dynamic, to a certain extent the inverse of that of the previous phase (graph 1.29). The process of settlement reorganisation, which seems to have its origins as early as the 9th century, is now consolidated with an important increase in new settlements (graph 1.30). Nevertheless, this situation, in which more than half of the settlements are newly founded, and 75% are not older than 9th century, persists for a very short time, concluding shortly afterwards, with the disappearance of 75% of the nuclei (graph 1.30). Here also the breadth of the datings makes it harder to identify when exactly the settlements were abandoned. Taking into account the geopolitical situation of the Vera Basin, this probably occurred as early as the 12th century, in the context of the political and military instability of the south-east of the Iberian Peninsula throughout that century.

The physical elements of the environment constitute the resources available for appropriation, transformation and consumption in the reproduction of social life. The resources effectively used by a society (raw materials) depend on the environmental conditions, and, above all, will be conditioned by the social, economic and ideological structure of the group. The appropriation of resources for the reproduction of social life gives rise to the configuration of territories of exploitation. Depending on the aspects of social life with respect to which the appropriation occurs, different 8 The contents of this section are the result, to a large extent, of my participation in the Archaeomedes and Aguas projects. In particular, the theory of the configuration of social space comes from the proposals given in Gili Suri±ach??? (1995), Castro et al. (1996) and Castro et al. (1998a).

After the collapse of the 10th - 11th centuries the number of settlements did not recover again. Even so, phase 6 267

characteristic of the Vera Basin throughout time: ore exploitation and metallurgical production.

economic, social and/or ideological territories will exist. Their organization will depend on the forms of organization of the economic, social and ideological reproduction of the group which condition the appropriation of the environment (Gili Suriñach 1995: 10).

The environment Present-day conditions The Vera Basin forms part of the south-eastern region of the Iberian Peninsula (fig. 2.1). It is a tectonic depression of some 320km2, delimited by an arc of mountains, and open to the Mediterranean in the east. Its geographical situation, broken terrain, high temperatures and sunshine indices, scarce and irregular precipitation and high evaporation rates, are decisive factors underlying the marked aridity in the zone, resulting in semi-desert landscapes. What must be considered is whether these environmental conditions can be extrapolated to previous periods.

The various social spaces and their territories are represented by and perceived through their own phenomenological manifestations. Among these are settlement patterns, micro-spaces of social production and reproduction, distribution patterns of the social objects, etc. This section concentrates on these manifestations, as can be studied archaeologically. The study of social spaces The study of social spaces has been made on the basis of an examination of the available evidence and archaeological remains, in order to approach the environment, its exploitation, and the social relations in the Vera Basin. As such, a series of models and hypotheses have been generated which later have been incorporated into the spatial analysis itself.

Palaeo-ecological data The stability of the climate during the last 10,000 years which, together with the geological context and the relief form the framework in which social and natural dynamics take place - has been an object of debate. Setting out from the available palaeo-ecological data, the work deals with the environmental elements which ultimately depend on the geological base and the climatic conditions.

In the first place, the environment and its transformations have been examined on the basis of the palaeo-ecological information available for the Roman to the Late Medieval periods (section 2.3). The result is a palaeo-ecological model of fundamental importance for the next stage of the study. This consists of the definition of a model about the strategies of exploitation of resources. Attention has been centred on the identification of cultivated species and the characterization of agricultural strategies through time (section 2.4).

Geomorphology. Some of the most interesting results, shedding the greatest light on the environmental conditions during the considered time period have been obtained from geomorphological, sedimentalogical and micromorphological analyses of Holocene sediments and soils. These analysis have reached the following conclusions: on the one hand the study of fluvial terrace systems have shown the existence of Pre-Holocene erosion, responsible to a large degree for the coffered forms so characteristic of the basin, and predating the earliest human occupation. At the same time it has been shown that at different times, first during the Early Holocene, then between the 7th and 10th centuries CE, and in the last 500-600 years, important erosive and accumulative processes have occurred in the depression. Between these periods there were episodes of morpho-dynamic stability. The last one was interrupted in the second half of the second millennium CE, when erosion/sedimentation intensified spectacularly in a widely documented process in the south and south-east of the Iberian Peninsula.

Next, the available data from excavated settlements was examined as well as from prospected sites, in which, apart from concentrations of surface ceramics, other material remains, basically architectural features, have been documented. An attempt has been made, above all, to formulate social and political hypotheses (section 2.5). The palaeo-ecological model, the model of exploitation strategies and the hypotheses formulated on the basis of the examination of the data from certain sites provide the framework for the interpretation of the results of the spatial analysis (section 2.6). This is understood as the investigation of the relative spatial position of social materiality, quantified by means of a system of threedimensional co-ordinates, using a series of instrumental techniques, in this case, different statistical procedures. This is preceded by an analysis of the size of the concentration of archaeological material on the surface. This variable is managed as a source of demographic data.

In the third place, modifications have been identified in the coastline. The core samples taken of Holocene sediments from the Antas and Almanzora rivers show that their estuaries were occupied by bays which, at their maximum extension, in the Early Holocene, penetrated several kilometres inland. Between them was a narrower band which was also flooded (fig. 2.3). The environment of these inlets would have been more swampy than fully

The spatial analysis closes with the study of a type of production not related to subsistence needs, which is 268

europaea as a representative species. There is evidence of its substitution by pines since the Roman period.

marine. Their in-filling was accelerated, probably in the modern period, in relation to the morpho-dynamic episode registered in the last 500-600 years.

In all the areas, and in all the periods from which samples have been taken, there are signs of the existence of extensive degraded, and even salinated areas, with species such as Tamarix, Atriplex, Salsola , Arthrocnemum and Zizyphus lotus .

Soils. The information available for soils and soil conditions comes from micro-morphological analysis of a series of samples taken from different parts of the basin. The identified patterns indicate that the time between the Roman period and the first centuries of the Medieval period (5th-7th centuries) was characterized by a situation in which there was no significant formation of soils, but neither was there a drastic loss of the existing ones. Several observations in the lower Aguas River and in the Sierra de Almagrera suggest that artificial structures, probably terraces, played an important role in soil preservation.

Sierra Cabrera stands out for more favourable conditions, above all around the 10th-11th centuries, and in general until the end of the Andalusi period. The survival of riverine woodland, the appearance of species such as Ulmus, Juglans and Urtica and the high percentage of trees in the 10th-11th centuries all indicate conditions of more humidity. Some climatic indications. The study of climatic variables is based on the results of global palaeo-climatic studies, as well as on data and inferences based on information from the basin itself.

From the 10th-11th centuries, a change in the climatic conditions, with generally warmer temperatures and with abundant, regularly distributed precipitation, gave rise to a phase of soil stability, at least in the area of the Sierra Cabrera, and allowed soil development for several hundred years. Due to favourable humidity, temperature and vegetation conditions, it seems that agricultural exploitation did not modify the soil dynamics of this area.

A review of the results of different studies shows that, in general terms, the 1st millennium CE in Europe and the Mediterranean was characterized by the existence of two favourable climatic phases, with mild temperatures and abundant precipitation. The first, generally known as the “Roman Optimum”, corresponds to the “Roman” period (c. 0 to 300-400), while the second, known as the “Medieval Optimum” occurred approximately from the 10th to the 12th/14th centuries. Between these two periods there was a rather unclear phase, possibly with strong regional variability, oscillations and a tendency towards extremes. At the beginning of the 14th century, the warm medieval phase was to undergo a change towards a predominantly cold phase (see table 2.1).

It is difficult to say whether this situation can be generalized to the whole basin, or if it is limited to the Sierra Cabrera. The available information indicates that in the lower zones the tertiary outcrops were exposed at least from a time immediately prior to the Roman period. Since then, the formation of soils would have been scarce or non-existent. Nevertheless, given the fragility of the source materials (basically tertiary marls) and of the soils themselves, these were subjected to a continuous process of destructuring and reformation which limited anthropogenic impact. In the area of the Sierra Almagrera it seems that from around the 9th century onwards, soil conditions, although not suffering a complete degradation, were unable to recover to the state previous to the 5th century, when ground cover, and later terrace systems prevented erosion.

In relation to the Vera Basin, the results of the geomorphological, edaphological and botanical analyses allow to establish some general hypotheses regarding temperatures, humidity and hydrological balance. In the first place, the somewhat dry conditions must be taken into account, given the geographical location of the basin, and the sharp relief of the surroundings. Micromorphological and paleao-botanical studies also point to the same conclusion.

Vegetation. In the light of the available palinological, anthracological and carpological data, the vegetation can be characterized by a nearly complete absence of woodland, which only survived, probably in a reduced form, in the mountains. Here existed a Mediterranean type woodland, with Quercus as a commonly found species in the samples. The riverine woodland formations with deciduous trees had already disappeared in the Almanzora river valley by the 3rd millennium BCE, while in the Sierra Cabrera they were still to be found in the Medieval period.

Within these general conditions, the medieval episode of morpho-dynamic activity defined for the south-east of the Iberian Peninsula on the basis of geomorphological studies, seems to indicate that at some moment between the 7th and 10th centuries there was a period of particular aridity, interrupted by torrential processes (Schulte 1999: 206). The data from the pollen cores from Cabo de Gata, some 30 km to the south, and written texts corroborate this period of greater dryness (Burjachs et al. 1997; Ibn Hayyan 1981).

The “typical” vegetation, both in the mountainous areas and in the valleys, in the different phases, is that of degraded maquia, with abundant shrubs, and Olea 269

In the Late Roman phase, the cultivation of barley, as well, perhaps, as olives, continues in dryland areas, although according to the samples from Cerro de Montroy, wheat was now the main crop, which would imply an intensification of agricultural production.

Even so, the two phases of morphodynamic stability between the mid-Holocene and the Modern period (see above), reflected in the absence of fluvial terrace formations, imply a more regular distribution of rainfall, which would have had a favourable influence on the accumulative capacity of humidity in the soils, with repercussions on the development of the vegetation.

So, in the Roman and Late Roman periods in the Vera Basin, it must be supposed that there existed a certain social control of water for irrigating the cultivation areas. The techniques employed could have been similar to those documented in the agricultural exploitations in the Early and Late Imperial periods in Central Tunisia, where terraces were combined with dykes in order to direct the flow, at the same time as favouring the accumulation of sediments in the fields (Hitchner 1988).

The presence of plant species representative of dry and/or salinated areas in the botanical samples indicates an extreme loss of soil humidity, and as such that the water available at determined soils was not sufficient to compensate for evaporation. The loss of vegetation must have played a central role in this delicate hydrological balance. The Sierra Cabrera area seems to have always enjoyed more favourable soil humidity conditions. The climatic improvement registered from the 10th/11th centuries must have played an important part in the development of these conditions. Nevertheless, the key to the hydrological resources of the mountain area is in the accumulation and circulation of water through the karstic aquifer, which is always possible if a non-degradatory management system is maintained (Herget 1998: 52 ss.). Crops

In the Andalusi period, taking the samples from El Argar and Gatas together, a greater diversification of the crops can be observed. Among the cereals, the species that could be grown without irrigation dominate, mainly barley, together with millet. Also, for the first time, an “industrial” plant, linen, is found, whose hydrological and soil requirements indicated its cultivation in the alluvial areas near the ramblas. In fact, a good part of the weeds documented in El Argar must have come from humid fields.

The plant species cultivated in the Vera Basin are evaluated in terms of their hydrological requirements and growth conditions, in order to propose hypotheses about the composition of crop fields between the Roman period and the last centuries of the Medieval period.

Indeed, this would appear to have been the period most characterized by the cultivation of vegetables and fruit trees (olives, Prunus, figs, mulberries and pomegranate), probably on a greater scale than during the Roman period.

Taking the samples as a whole, one can observe a combination of different cereals, fundamentally barley and wheat, with legumes, vines and tree crops consisting of olives and fruit trees.

The information available for the different periods and the different parts of the Vera Basin in relation to the different palaeological aspects which have been considered, is presented in table 2.2.

The majority of the species documented could be grown in the dryland areas of the basin with rainfall levels no higher than today’s. Yet, this does not mean that they would not benefit from a supplementary hydrological supply. In other words, whether they were cultivated with or without irrigation would be above all a question of productivity, depending on social decisions.

The settlements

With the available data, and from a diachronic perspective, it would seem that in the Roman period one can talk of a cereal-based agriculture, above all without irrigation, with barley being of central importance. Wheat, in case it was not imported, could be considered an indication of the practice of irrigation along the borders of the ramblas (seasonal rivers), where it would possibly have been combined with legumes. The limited representation of fruit trees at this time suggests more their sporadic cultivation than the existence of larger scale orchards. Finally, there exists indirect evidence for the construction of cultivation terraces both in the river areas and in the sierra.

The Roman city of Baria and the large Roman rural settlements (villae) have been added to the settlements occupied between phases 1 and 5 (5th-11th centuries), given their importance for the understanding of the later special dynamics.

In this section, the archaeological sites of the Vera Basin, which represent points of reference for human presence and social activity, are examined. The aim has been to establish an initial historical-archaeological categorization.

The Roman city of Baria: Located in the extreme north of the basin, next to the present day mouth of the Almanzora river, Baria conforms to a model of small-scale urban settlement, integrated into the socio-political and ideological structure of the Roman state (fig. 2.5). The city maintained an intense productive relationship with its 270

in the basin, as a new politico-administrative centre. The site, mentioned in written sources, has been located in the surroundings of the present day town of Vera. The news of the construction of an aljama mosque (main mosque) in 868 reflects its character as an ideological centre, and suggests a certain demographic importance. In the 11th century it was the capital of the iqlim (district) of the same name. The town continued to play this role until the Castillian conquest in 1488.

immediate surroundings, and participated actively in the exchange networks. From the 5th century onwards it underwent a series of transformations and only maintained a residual level of occupation, probably related to the settlement of Cerro de Montroy. Large Roman rural settlements: the villae Among the sites which have been examined, a group of Early Imperial origin stands out, presenting concentrations of surface materials covering various hectares. There is evidence in these settlements of the use of masonry, ceramic elements for roofing, opus signinum or opus spicatum, and ornamentation such as mosaics and stucco, with high production costs. Such characteristics are to be expected in a villa, understood as a large rural exploitation property with a dependent workforce, concentrating surplus, part of which was spent on constructions for private use, situated in the same property, but not directly related to production, and with a high social value.

Andalusi settlements on the plain: a foundry and a ceramic kiln Another two sites, located in the central area of the basin, are distinguished by the presence of remains related to specialised production activities. The settlement of El Argar-El Cajete is situated about halfway down the Aguas River. It was occupied between the 9th and 10th-11th centuries. In several of the excavated spaces evidence has been found of abundant quantities of iron slag. The metallurgical complex must have had an important volume of production.

Late Roman hill sites From the 5th century onwards, so-called “hill sites” appear in the Vera Basin. The most outstanding examples are to be found in Cerro de Montroy, Los Orives and Cabezo María.

Further down the Antas river lies the site of Loma Rutilla. Here the structural remains of a ceramic kiln have been identified, which can be dated to the second half of the 10th or the 11th century. So far, this is the first example of rural Andalusi ceramic manufacture in the south-east of the Iberian Peninsula. It indicates a certain autonomy of the Vera Basin with regard to the supply of ceramic products and, at the same time, the coexistence of local or regional exchange networks with supra-regional ones.

Cerro de Montroy is next to the present-day mouth of the Almanzora River (plate II). The Late Roman phases were prolonged from the middle of the 5th century to the end of the 8th century. The site is made up of a number of habitational units without significant differences either in their construction characteristics or in terms of their contents (see table 2.3 and figs. 2.7 to 2.16). Two areas with concentrations of slag indicate the development of metallurgy. At some point in the 6th century the settlement was surrounded by a wall with a tower (fig. 2.6).

The hisn of Cerro del Inox The site of Cerro del Inox is located on the northern slopes of the Sierra Cabrera (plate IV). Remains of a fortification with constructions in its interior can still bee seen on the surface (fig. 2.27). The settlement dates from the 10th-11th centuries. In a sector near the entrance wall a concentration of foundry slag has been identified. In the interior of the fortification a stash of 377 silver coins from the caliphate and the North African Fatimi Emirate has also been found. The technical and urban characteristics of the site suggest a planning process in the construction and organization of the spaces. The fortification must have contained a permanent settlement of some importance, independently of whether it might have acted as an occasional refuge for neighbouring communities.

The settlement of Los Orives was established in the valley of the Almanzora, some 10 km from the coast (figs. 2.17 to 2.23). The Late Roman occupation occurred in the 6th century. The location of the hill of Los Orives offers strategic possibilities, being situated on a communication route which is well documented in medieval texts. The defensive wall (fig. 2.23) has features similar to those of Cerro de Montroy. Cabezo María is located on a very steep volcanic hill in the Antas valley (plate III). The largest settlement in the region was built here between the 5th and the 7th-8th centuries CE. Spaces with domestic uses have been documented in the settlement (fig. 2.24). There are no observable fortification elements, although the topography of the hill would have made them unnecessary.

Gatas, a settlement dating from the 10th-11th centuries in the Sierra Cabrera Also to be found on the northern slopes of the Sierra Cabrera is the site of Gatas. This Andalusi settlement can be dated to the 10th and 11th centuries. The characteristics of the labour instruments and consumption objects that have been found, as well as the faunal and seed remains, indicate that the Gatas community engaged in a diversified primary production, and participated in

Bayra, the district capital In the 9th century, the nucleus of Bayra was established 271

clear hierarchy of settlements in terms of size. This pattern, which is also noted in phase 5 (10th-11th centuries), can be considered to form part of the Andalusi socio-economic organization in the Vera Basin.

distribution through exchange activities. Other settlements Apart from these settlements, a large number of sites have been documented archaeologically just as concentrations of surface ceramic fragments. These sites are the main type found in all phases. Their examination is of prime importance for the representativity of the sample on which the spatial analysis has been carried out.

The sites: geology and topography of the settlement locations In this section two variables have been analysed: geology and topography. Four geological zones or environments have been distinguished, on the basis of their geological age and origins, as well as of the formations they represent. They are the following: Preneogene, Tertiary, Volcanic and Quaternary formations. As far as the topography is concerned, account has been taken both of the location of the settlements (“access”), and of their immediate surroundings (“surroundings”) (Castro et al. 1994a). The following categories have been distinguished on the basis of their degree of slope: flat, medium and abrupt.

Spatial analysis This section includes a complete regional study, integrating the models and hypotheses from previous sections, and analysing all of the sites identified in the survey. Size and mobility of the settlements The analysis of these two variables allows to formulate a hypothesis about settlement hierarchy, on the basis of their demography/work force and mobility/property relations. For this purpose, the sites have been divided into groups according to the size of their concentrations of surface material (figs. 2.1 and 2.2). These groups have been considered in relation to the mobility-stability tendencies defined at the end of chapter 1.

The first result of the analysis is that, in all phases, the plain played a primary role in the configuration of the social spaces (figs. 2.3 to 2.6). Even so, the different periods show their own characteristics. From phase 0 to phase 3, the global geological pattern was maintained almost without change, with a predominance of tertiary and quaternary sites. From phase 1 onwards, an increase is observed in the percentage of sites in the quaternary area (fig. 2.3). Furthermore, while in the Late Imperial phase the floodplain areas were the normal location for large-scale settlements, from the 5th century onwards they became characteristic of small settlements, while each of the large ones was established in a different geological location.

Phase 0 (3rd-4th centuries) is characterized by a nucleated population pattern (fig. 2.30). Next to the urban centre of Baria there is a small group of rural nuclei, which concentrated a high proportion of the population (63% of the total area occupied). These include the villae. Furthermore, these sites were more stable than the smaller ones, and the majority continued being occupied in the 5th century. The rest of the population, possibly not more than a fifth of the total, was distributed among numerous small settlements. The great majority of these isolated or small homesteads did not survive beyond the 4th century.

These characteristics correlate with the topographic patterns. During phase 0 the large sites are located on the plain. The small ones, while also frequently situated in flat areas, are more variable, and the few abrupt accesses found correspond to this group. In contrast, from phase 1 to phase 3 the sites on the plain are small sites, while the large ones have steep accesses (fig. 2.31-2.33, n| 89 and 125). At all times the flat surroundings are the most important, which shows an interest in maintaining the settlements near to gentle topographies.

Moving into the 5th century, the city of Baria was depopulated, and some of the larger settlements also appear to have lost population. The reduction of the total area occupied indicates a demographic decrease. A dispersed population pattern now dominates, which characterizes phases 1 to 3 (5th-8th centuries) (figs. 2.31 to 2.33). Within this pattern, the settlement of Cabezo María stands out, appearing to concentrate around a fifth of the total population of the basin. The nuclei of smaller size gain in stability.

The population break, which occurs between phases 3 and 4, does not imply a decrees in the frequency of quaternary locations. In the 9th century the population inhabited the mountains to a large extent, but, above all, it settled in the plain, where locations on alluvial extensions were preferred. The predominance of quaternary geology becomes more evident in phase 5 (fig. 2.5). At this time, almost the entire population in the Preneogene area was new. As such, the population in the mountains had nothing in common with that in the previous centuries, and as such, it is possible to suggest that its establishment obeyed different considerations from those which in the

The settlement dynamics of the Vera Basin is interrupted in the shift from phase 3 (second half of the 7th to 8th century) to phase 4 (9th century). The abrupt decline in the occupied area can be understood to represent a massive depopulation. In the 9th century a reoccupation of the basin begins. In this case too the population takes on a dispersed pattern (fig. 2.34), with the peculiarity that there is no apparent 272

past had led the population to install itself in the mountains.

constructive elements registered in the villae of Cadimar, Cerro de los Riquelmes and El Roceipón.

In fact, if we take into account the tendencies of topographic location, it can be observed that from the 9th century onwards, a change in pattern occurred. So, in phase 4, and more clearly still in phase 5, there was an increase in the percentage of sites with steep accesses, which now became dominant (fig. 2.6). In the surroundings, by contrast, the topography continued to be above all flat. This implies that the population of the 9th to 11th centuries was not in the mountain or the plain, but rather sought locations which were protected, but near the plain.

From the 5th century onwards, new forms of organisation of the social space are noted, which are consolidated in the following century (fig. 2.9 and 2.10). Two contrasting tendencies are noted: one, which centres on the best locations for extensive dryland agriculture-intensive dryland agriculture/irrigation, and the other, with an important diversification of the surroundings. The first tendency dominates a pattern which continues to be markedly agricultural, but which shows important new features, since the proportion of settlements located on the best lands is continually growing. Furthermore, they are mainly small settlements. This dispersion of the population on the flat lands with large quaternary extensions indicates changes in their control by the larger sites. At the same time it appears to correspond to a predominance of intensive agricultural strategies over the extensive ones, as suggested by the palaeo-botanical data.

Locations: the geo-ecological surroundings of the settlements The geo-ecological study of the surroundings of the settlements sets out from the premise that their locations correspond closely to the roles they played in different spheres - economic, socio-political and ideological - in social life. In order to collect information for the analysis, an area was delimited with a radius of 2km around the sites. This area is not intended to correspond to historical entities, such as exploitation territories. Rather, it is supposed to represent a conventional space for the collection of data, aimed at identifying possible factors to take into account when establishing the location of the settlements.

With regard to the diversification of settlement locations, together with the fact that half of the groups are made up of only one settlement, this suggests that certain communities might have had some autonomy in the establishment of their settlement area. Cabezo María , the largest nucleus at the time, is located in a peripheral agricultural area. This means, in the first place, that its location does not put primary emphasis on access to the sea, or to other supra-regional communication routes, fundamentally the Almanzora valleys, and the Canalejas rambla. On the other hand, it could mean the existence of exterior limitations on access to optimal resources for covering subsistence needs (always assuming the existence of agricultural strategies of the types mentioned), or its capacity to obtain an overproduction from other settlements in the form of surplus product, or through exchange.

For the characterization of the locations, fourteen geological and topographical variables have been considered, in relation to the immediate surroundings’ potential for primary production. The identification of associations and significant tendencies has been achieved by means of a principal component analysis. The combination of the four geo-ecological contexts defined by the two first principal components and of their potentials for human settlement provide the interpretative keys for the most significant statistical tendencies (table 2.6).

The exploitation of maritime resources and potentialities is concentrated in Cerro de Montroy, a protected enclave next to the coast and the swamps of the present day mouth of the Almanzora, and in the flat zone at the foot of this, the territory old Baria where probably a port existed.

In phase 0, the ease of access to areas apt for extensive or intensive dryland agriculture and/or irrigation dominates in the settlement patterns (fig. 2.8). At the same time, the optimum locations are dominated by the largest settlements. Together with these, the city, situated in a clearly coastal location, seems to concentrate a certain level of “industrial” production and to play a central role in supra-regional exchange and communication. The smaller settlements are dispersed over a range of geoecological environments. Their locations can be qualified as peripheral or marginal in relation to the dominant tendency, and diversified with regard to the accessibility of potential resources.

The agricultural character of the lands surrounding Cabezo María, as opposed to the situation of Cerro de Montroy, which appears to have concentrated the maritime traffic, indicates that from the 5th century onwards, the settlement of the Vera Basin was headed by various centres of different characteristics, which were either emerging or in a state of transformation.

The centrality of the locations of the larger settlements seems to be related to surplus production. This is indicated by the data on architectural structures and

In phase 3, the pattern remains practically unchanged. However, in this phase an element of fundamental importance is noted: the definitive disappearance of the 273

old large rural estates. Their abandonment implies the end of the remaining aspects of the Roman socio-economic structure in the Vera Basin.

those in the Sierra Cabrera, supply favourable conditions. Here the crops benefit from soils in good conditions and exceptional hydrological conditions, and as such, higher and more predictable yields.

All of these changes must have occurred in a context of conflict, as indicated by the more defensive locations of the new settlements, especially noticeable in Cerro de Montroy and, above all in Cabezo María. In this sense, the dynamics discussed could be interpreted as being the local reflection of the tensions produced in the so-called “Late Antique” Period between the old centralized supraregional system maintained by the Roman State, and newly emerging forces, both decentralized, and territorially more limited, which could adopt different organizational forms. The development of these tendencies ends during the environmental and demographic crisis of the late 7th - 8th centuries. The settlements which survived, united to a small group of new foundations, formed the population centres of phase 4.

The mountainous surroundings, however, produce other demands, since their agricultural use demands the construction of terraces, which implies higher production costs than in the plain. In the case of Gatas, the relative size of the community suggests the availability of the workforce necessary to produce such infrastructure. An example of non-subsistence production: mining and metallurgy Among the most characteristic natural resources of the Vera Basin are the metallic mineral deposits. Recent information has confirmed the existence of mines for different minerals above all in the Preneogene outcrops surrounding the basin. Their veins offer resources for obtaining a range of metals, especially copper, lead, silver and iron.

At this time the dominant tendency was the settlement of locations appropriate for the type of mixed agriculture described above. All these sites had an earlier origin and continued to be occupied during this phase. By contrast, the new settlements preferred different surroundings. So, Fuente Alamo was located in mountainous and Tertiary surroundings, while El Argar and El Cajete were located on fluvial terraces, in principle rather inappropriate for intensive cultivation (fig. 2.12). This suggests that, either there were limits to the establishment of population in the better agricultural areas, or that accessibility to other resources was given precedence, for example the inland mountains - providing woods and minerals - in the case of Fuente Alamo, or a spatially central location in the cases of El Argar and El Cajete. With regard to the coastal areas, these are represented by a single settlement, that of Cerro de Montroy. The small size of the Emiral occupation of the site, the fact that it did not survive this phase, and the probable depopulation of the coastal area of Villaricos, indicates the end of its function as a regional port.

In a large number of the archaeological sites which have been examined, there is evidence that among the productive activities carried out were mineral exploitation (mineral fragments) and above all the transformation of the raw materials (remains of slag). Nevertheless, most of the information comes from surface findings in sites with various phases of occupation. This makes the accurate dating of mining-metallurgical activities more difficult above all with regard to the sites occupied in the Late Antique period. The information is clearer for the Andalusi period. The available data suggests that during the Roman period, iron foundry was carried out in the city of Baria, as well as in the large rural settlements, which probably were self-sufficient with regard to the supply of a range of products, including “industrial” products. In the Late Roman period, foundry activity seems to have been centred on the lower Almanzora. This is indicated by findings of slag in Cerro de Montroy and Cabecico de Parra.

The group of agricultural locations on the plain continued to dominate in phase 5 (fig. 2.13). Still, the most characteristic process at this time was the disappearance of the coastal settlements and the movement of population to locations in the inland mountains. This process aims towards a better control of resources such as woodland or mines, and suggests novelties in agricultural strategies. In this sense, some of the larger population centres are located now in the mountains. This is the case of the hisn of Cerro del Inox and the village of Gatas.

From the 9th century, mining and metallurgic production intensified (table 2.7). This recovery took place in the framework of a tendency towards demographic recovery which was taking place at that time, and is related to the founding of new settlements, the arrival of the first glazed pottery, and contact with or presence of new population groups in the Basin. Mineral exploitation seems to have been centred on iron production, which does not exclude the possibility that other metals were also used. The distribution of metallurgical remains reflects a situation in which centres of different sizes coexisted (fig. 2.37). On the one hand there were small villages of different types (in the mountains and on the plain) working in mineral production, possibly for their own consumption, in combination with other productive activities. This is the

The characteristic dispersal of the population of the 10th and 11th centuries most closely matches an agricultural strategy, based on intensive cultivation and irrigation. The palaeo-botanical data also point in this direction. In the Vera Basin, the mountain locations and specially, 274

Taking account of population distribution by areas and settlements, it can be suggested that the most important activity as far as labour investment was concerned, and possibly also in terms of volume of production, focused on extensive dryland farming of cereal crops, combined with intensive dryland farming and irrigation in alluvial areas.

case of El Picacho or Pago de San Antón II. On the other hand, the specialized settlement of El Argar-El Cajete produced goods well beyond the community needs, and, taking account of its location, it must have maintained some contact with Bayra, the district capital. El Argar-El Cajete, precisely, was the only metallurgical centre still to be occupied and carrying out its activities in phase 5. With regard to the newly founded settlements, foundry remains which can be certainly attributed to the 10th-11th centuries have been identified in Cerro del Inox.

The population linked to this agriculture and the better locations for its development were dominated by a small group of large settlements. Some of them have also provided evidence of metallurgical activities. These settlements, which could be identified as villae, maintained the greatest temporal stability, above all during the crisis of the second half of the 7th or the 8th century, a situation which can be related to land property rights.

At that time, the transformation of minerals, possibly to obtain iron, seems to have been focussed on the central plain, and in the highlands of the Sierra Cabrera (fig. 2.38). Each of these areas would have had different organizations, and possibly different volumes of production. In the central area, the specialized centre or group of nuclei of El Argar-El Cajete was spatially related to the district capital (Bayra) and its port, and obtained raw materials from the deposits in the northern mountains, and possibly elsewhere. In the Sierra Cabrera and Aguas River region, indications of foundry activity are centred on the hisn of Inox, with a location which did not seem to have given primary attention to the proximity of mineral deposits. Therefore, it may have been supplied with raw materials via settlements such as Alfaix, Gatas, Ermita de San Francisco or Las Pilas, more favourably located for access to the mines.

The peripheral or marginal locations, in terms of accessibility to the best areas for the type of agriculture discussed above, are characteristic of the settlements with the lowest availability of workforce. These, however, are better situated for access to a wide range of resources, such as woodland species with higher quality for use in fuel, mineral deposits, or coastal resources. Almost all of those settlements were depopulated in the change from the 4th to the 5th centuries, which indicates a weaker link to the land than in the large estates. Certain productive activities, especially fish-salting, seem to have been concentrated in the city of Baria. The urban centre functioned as a port through which products such as salt fish and those related to mining and metallurgy were introduced into the supra-regional exchange network. The port was also the link by which products from outside were distributed to the settlements of the basin, for example, North African ceramics, and amphorae with their contents. It is precisely the distribution patterns of these products which allow an estimation of the social relations of production, from the perspective of consumption.

The comparison of the distribution of foundry remains and glazed pottery in the 10th-11th century settlements shows how access to the means of metallurgical production is not correlated to the access to imported products with a higher social value (fig. 2.8). As such, it can be suggested that although this productive sector played a relevant economic role in the life of the communities of the zone, it did not influence, in a decisive form, their respective positions within the social organization.

In order to use the ceramic recipients, or their remains, as indicators for evaluations of the settlements’ participation in the consumption of social production, it is necessary to first identify all those which can be considered to be approximately equivalent in terms of exchange value, understood as being the time invested in their production. For the Vera Basin in the Late Imperial and Late Roman periods the products which comply with these requisites are the North African ceramics: ARS, ceramica africana di cucina, and common wheel-made pottery, or Fulford’s coarse ware. A group which could supply complementary information is that of the amphorae. In this case, the exchange value does not lie in the recipient, or not only there, but above all in the contents. With respect to the origins of the materials considered, only superficial materials have been used, allowing a comparison between settlements.

3. Sequences of social change in the Vera Basin between the 5th and 11th centuries. The previous section dealt with the socio-economic formations which succeeded one another in the Vera Basin between the 5th and 11th centuries. A description of the last centuries of the empire will provide a background for the comparison of the changes which occurred following the disarticulation of the Roman socio-economic structure. The end of the “Roman order”: 3rd to 4th centuries Towards the end of the Roman Empire, the Vera Basin was heavily populated. It had reached demographic levels higher than any experienced previously, and not to be surpassed until much later, with the colonization of the 18th century. 275

Considering the general tendency between the 3rd and 7th centuries (fig. 3.1), the Late Imperial period is the moment of maximum consumption of this type of products in the Vera Basin. Among the objects transported from other regions are both products with a high social value - such as the ARS table ware, and, it would seem, also the contents of the amphorae, possibly oil - and those with a high use value - the case of the kitchen ware. This means that this was a period of active exchange, in which an important part of the products of the basin were distributed and consumed beyond their production centres. The region’s economy would have been strongly dependent on the maintenance of a largescale system.

macro-economic system entered a period of crisis, the socio-economic structure rapidly acquired new forms of organization. Thus, as from the 5th century, a situation emerged in the Vera Basin which had little to do with the previous centuries.

With regard to the distribution of imported products by settlements (fig. 3.2)9, their greater or lesser consumption depended not on the distance from the principal distribution points, of which the largest would be the port of Baria. It seems that there was a certain relationship with the demography of the settlements. Nevertheless, there were also cases of small communities which consumed important volumes of products of extraPeninsular origin. The products of greatest social value, identified as the ARS tableware, were used with more frequency in the large settlements, of villae type than in the smaller ones. These used, above all, recipients characterized by their culinary utility.

Between the 4th and 5th centuries, the exodus of population also affected the large rural settlements. But the most affected were the small sites. Almost all of these communities abandoned their living spaces. The cause must be looked for in the weakening of the supra-regional economic system in which the region’s economy was integrated, and on which it depended. The communities with smaller labour forces, apparently very specialized in the exploitation of certain resources such as woodland and marine resources, and which were supplied with items of daily use from outside, would have suffered from this dependency to the greatest extent.

Regionalization and decentralization: from the 5th to the 8th centuries The old city had lost its urban character, becoming a port district of the settlement installed in Montroy. Its disappearance as a socio-political and ideological centre implies the end of the effective presence of the Roman State and its institutions in the Vera Basin as from the 5th century.

As a result of these changes, the population of the Vera Basin can already be characterized in the 5th century, and above all in the 6th, when the situation stabilized, by small communities, a more dispersed population, implying a more limited difference between settlements regarding labour force, and at the same time a relative population concentration in the town of Cabezo Mara.

In this way, the villae, as well as concentrating labour force, and occupying the best agricultural lands, impeding other settlements’ access to them, accumulated social value in the form of residential buildings as well as extraregional products. Part of the surplus produced in these villae would go towards financing their owners’ political careers. The existence of these practices in the Vera Basin is documented by the epigraph which records how Caesianus donated a temple to the city of Baria.

An interesting result of the spatial analysis is that the majority of the population remained in, or near, the low lands. This also indicates a dominant importance of agriculture in the Late Roman period. At the same time, the new distribution of the population in different geological surroundings suggests an increase in the proportion of intensive rather than extensive agriculture. A dispersed settlement pattern would adjust well to such a change, especially evident in the better quality lands with ample alluvial areas, that is to say, near to the rivers.

The city, where socio-political, economic and ideological power were concentrated, represented the centralization of the structure in which the population of the Vera Basin existed, and which was sustained by the Roman state. The efficiency achieved by this system is indicated by its capacity to sustain a population level which would not be reached again until the Modern period, and by the climate of social “order” reflected in the selection of predominantly flat settlement locations, where accessibility to territories of agricultural exploitation was more important than any other considerations. When the state lost its capacity to maintain its institutions, and the

The exploitation of marine resources was now concentrated around the present day mouth of the Almanzora River. Since garum production had been interrupted, the volume of fishing was probably reduced. The centre of Cerro de Montroy was to take on the role of port for the basin, as indicated by the flow of extraregional products, which was to continue until the beginning, or first half of the 7th century.

9 The quantity of fragments found in each settlement should not be understood as a reflection of the real consumption of these products in the different areas, but rather as an approximate indicator of volumes of consumption. As such, settlements with 0 imported fragments in the sample are not necessarily settlements which did not participate at all in distribution, although we can assume that they were places where such participation was weaker.

With regard to secondary production, the available data suggest the existence of a metallurgical-mining centre around the mining area of Herrerías and Sierra 276

In the 6th century there was an increase in the frequency of imports (fig. 3.1), which are now represented by a sample of North African tableware, together with some examples of Eastern Mediterranean dishes, probably North African oil, wine and oil and perhaps other products from the Eastern Mediterranean, as well as some isolated North African common wear. At the same time there is a wide use of cooking pots produced in the Vera Basin, perhaps in different settlements. Now, the volume of consumption of imports (fig. 3.3) seems to be related to the demographic importance of the settlements rather than other factors. In other words, in the 6th century, not only did the intensity of exchange increase, but also products of foreign origin became accessible to all types of communities. This means that the distribution networks of these products had changed, and so had the relations between settlements.

Almagrera. The absence of indicators of foundry activity in large settlements such as Cabezo María would imply that part of the production of this area was distributed in other parts of the basin and possibly beyond. The Vera Basin also registered a phenomenon in the secondary production sector which was common to various parts of the Western Mediterranean from the 5th century onwards. This was the appearance of so-called handmade pottery. Examples from Sardinia or the Eolian Islands (Fulford’s hand-made ware 8.3), from the northern part of Murcia province (Reynold’s 8.1 and 8.2 type dishes and casseroles), and also possibly domestic products from the basin itself (tronco-conical pots of OLLA1 type) have been registered. While most of the work force remained attached to agriculture, its distribution showed some important differences which suggest new forms of organization of production. On the one hand, the locations considered to be most favourable were now no longer dominated by the villae, but rather by a population dispersed in numerous small settlements which were stable in their locations. In other words, from the 5th century onwards, concentration of labour force, proximity to the best cultivated lands, and stability in settlement patterns were no longer variables found dominantly in “elite” settlements.

From the beginning or middle of the 7th century, products of extra-regional - North African and Oriental - origin disappear from the record. Production-consumption must now have centred on products of regional or local origin, represented by handmade cooking recipients with schist temper. From an economic perspective, this implies the coexistence of different systems at different, but interrelated scales. From the 5th century onwards, the economy of the Vera Basin stopped depending on a supra-regional system, to depend, to a greater extent, on its own resources and organization. This new system was to be dominant from the middle of the 7th century onwards.

The dissociation between demographic importance and locations of high agricultural potential becomes more evident when looking at larger centres, represented by the sites of Cabezo María and Cerro de Montroy. This could mean that the communities which occupied these settlements were faced with a limited access to these locations, or otherwise that they had the capacity to appropriate the production of the other settlements, in the form of surplus value or by means of exchange.

Various indicators suggest that Late Roman socioeconomic organization, more than an evolution, represents a “revolution” with respect to the foregoing period. The old villae had lost their central position in the socio-economic system. The reduction in their size was a response to a loss of population, resulting from the incapacity of the old large landowners to substitute the coercion mechanisms of the Roman State for others which allowed them to maintain the dependency of their old labour force.

From the 5th until the end of the 6th century, and, to a lesser extent, the first half of the 7th century, local production and self-sufficiency in cooking ceramics coexisted with products of extra-regional origin. At this time changes occurred in the frequency of the arrival of these imports in the zone, in their composition and in the patterns of distribution.

An indication of this is given by the spatial distribution of the population. On the one hand, there are indications that the settlements enjoyed a certain autonomy in the selection of sites. On the other hand, the majority of the population continued to live on the plain, taking advantage of the better agricultural lands, for which reason, in the study area, it seems that the phenomenon of population flight to marginal areas in an attempt to escape the incipient control of the medieval landlords, suggested for other areas in the south and south-east of the Iberian Peninsula, did not occur (Gutiérrez Lloret 1993, 1996; Acién Almansa 1989).

The frequency with which extra-regional products were consumed declined in the 5th century (fig. 3.1). Dominant among these products was, as shown by the samples, tableware of North African origin (ARS). The presence, at least in significant quantities, of amphorae or of cooking ware has not been documented,. Rather, a group of cooking recipients appears, made by hand, possibly imported from the northern zone of the present day province of Murcia. The distribution of the imports seems to follow a polarized pattern (fig. 3.3), in which the main regional nodes are located above all in centres founded in the 5th century, among which are the hill sites of Cabezo María and Cerro de Montroy.

What can be observed is a gradual increase in the number 277

(Hellín), they can be qualified as second order defensive structures.

of sites located in steep areas, in a search for defensive conditions, which implies a climate of potential instability. Of these areas, the most abrupt conditions can be seen in the largest settlements, as shown by the sites of Cabezo María, Cerro de Montroy, and possibly also Los Orives. That is to say, the highland settlements par excellence in the 5th to 8th centuries, were also the demographic centres of the region. Common characteristics can be observed among these settlements, as well as interesting differences.

A certain climate of insecurity, reflected in the defensive location of the majority of the settlements, would be the result of the tensions produced from the 5th century onwards in the zone studied, between the different sociopolitical and economic forces in interaction. The old villae, abandoned or partially depopulated, and having lost their control over the labour force and the best agricultural resources, appear to be elements from the past surviving in their old locations. Coexisting with these, the newly emerging centres are represented by highland settlements which constitute the principal demographic centres until the 8th century. Their variability, even in a small area such as ours suggests that this type of settlement, often considered globally in the studies, merits more detailed study.

Neither Montroy nor Cabezo María are sited on the best agricultural lands. The two, however, as well as having to supply an extensive population, constituted the principal nodes in the long distance exchange networks, with a greater exclusivity in the 5th than in the 6th century, when the distribution of these products reached a greater number of settlements.

These settlements, especially Cabezo María, would try to establish new relations of domination over other settlements, with limited success, and in forms which perhaps would not come to be institutionalized. In this regard, it should be mentioned that in eastern and southeastern Andalucia, the consolidation of feudal or protofeudal social formations is documented, above all for the 7th-8th centuries, as indicated by documents such as the Pacto de Teodomiro (Llobregat 1973, 1977) or the chronicles of the uprisings at the end of the 9th century, against the Emirate of Cordoba (Acién 1989).

In the case of Cabezo María, its nodal character in the exchange networks cannot be related to a central agricultural location, or to a favourable position relative to the lines of communication. As such, it can be suggested that its economic importance was based on the appropriation of the production of the small communities installed in the best agricultural lands. The data from the settlement itself hardly allow the formulation of any hypothesis with regard to the way in which such appropriation was undertaken. An interesting indication could be the absence of elements of artificial fortification, which could imply that the settlement did not come to be the base of an institutionalized power, even if it is true that, given the topography of the hill, such elements would not be absolutely necessary. The limits of such appropriation are indicated by the fact that settlements in the plain had, at least in the 6th century, a capacity to consume products with social value, such as the North African table ware or oil. Perhaps a model of appropriation can be suggested in the form of pillage. This could be one of the factors of instability which would have led to the search for sites with greater levels of protection in the 5th century.

Perhaps in the Vera Basin, the dynamics experienced throughout the 5th and 6th centuries would have come to result in feudal-type social relations from the 7th century onwards when, from an economic perspective, the zone was to become more dependent on its own resources, which could have made the smaller communities more vulnerable. However, the combination of different factors meant the interruption of the processes underway before the incorporation of the zone into the domination of AlAndalus. From the second half of the 6th to the 8th centuries, there are abundant indications that the south-east of the Iberian Peninsula suffered the consequences of a prolonged environmental crisis. On the one hand, it has already been observed how with the end of the supra-regional exchange system from the end of the 6th century, the Vera Basin found itself once again, reliant on its own resources. Within the productive strategies in place, intensive agriculture, with an important emphasis on wheat appears to have played a central role, above all in the economy of the settlements in the plain. In the environmental conditions of the basin, this approach would be highly dependent on water, fundamentally that supplied by the floods of the ramblas. Given the presumably reduced volumes of rainfall, and its seasonal character, as well as the delicate hydrological balance in zones which had lost their vegetation cover, such as had

In the case of Cerro de Montroy, its advantageous position for exchange could be related to the exploitation of mineral resources, as well as its role as the basin’s harbour. On the other hand, different elements allow the suggestion that it might have functioned as the base of some supra-regional power. Such an authority could have been integrated into the ecclesiastical administration, possibly under the jurisdiction of the bishopric of Eliocroca (Lorca). If the proposal is correct that the defensive walls of Montroy and Los Orives were built in the 6th century, this could be related to the effective presence of Byzantine forces in the zone from the middle of the century. Comparing them to the fortifications, dated as being Byzantine, documented in Tolmo de Minateda 278

different settlements indicates a reactivation and reorganization of this sector, possibly through a new population. The main metal worked was iron.

in fact occurred on the margins of the water courses, small fluctuations in one or various factors could result in important imbalances in the system. It must be suggested, then, that a prolonged period of alternating drought and floods had important consequences for a selfsufficient economy.

With regard to the organization and volume of production, it can be suggested that productive centres of different characters coexisted. On the one hand there were the small communities which combined different productive activities with the transformation of minerals, possibly for their own use. On the other hand was a grouping apparently specialized in iron production, represented by the settlements of El Argar and El Cajete, in the upper Antas Valley. Their spatial position, relatively far from the principal mineral deposits at the foothills, as well as their level of specialization and volume of production, suggest that this metallurgical activity produced for a wider market.

On the other hand, the abandonment of the settlements, which would imply an end to the maintenance of the field systems, would increase the climatic effect on the soil cover, favouring erosive processes. The interaction of these climatic and socio-economic factors was to result in a massive depopulation, at its most extreme throughout the 7th and 8th centuries. A phase of diversity: the 9th century In the 9th century, no trace remained of the Roman occupation, and only a few vestiges are conserved of the occupation from the 5th to 8th centuries. This group of sites, although small in number, has an important quantitative weight in this first Andalusi phase, since together with these, there is only evidence of the founding of three new settlements, represented by the sites of El Argar, El Cajete and the Emiral settlement of Fuente Alamo. Their installation seems to be related to the arrival in the basin of a population from elsewhere, as suggested by the appearance of the first glazed ceramics.

In Fuente Alamo an interesting artefact was found in relation to the question of the organisation of early Andalusi production. This is a kiln element with glazed patches, interpreted as an indication of ceramic production in the settlement or its surroundings (Cressier et al. 2000). As far as we know, if it is, in fact, the remains of local kiln, it would be the first indication of glazed ceramic production in small rural settlements from the Emiral period in the south-eastern Iberian Peninsula. Within this varied productive panorama, the coast and its resources appear to play an increasingly limited role. The region, however, must have had its own harbour, linked to the settlement of Bayra. One possible location would be the present day area of Garrucha, at the river mouth of the Rio Antas. As such, in the 9th century, the greater part of the population was distributed in a dispersed pattern in the flat areas of the river basins, with high agricultural potential, as well as in the metallurgical zone of El ArgarEl Cajete. In this last case, it has been suggested that a factor which may have influenced its location was the relative proximity of the town of Bayra, an administrative and ideological centre, almost certainly the representation of central authority in the zone.

Given that, in general, the average size of the settlements decreased compared with the previous phase, it is possible to talk of an abrupt demographic descent in the 9th century in the zone. The population was dispersed in small settlements, which had the peculiar characteristic of their sizes being grouped in a smaller range than in previous centuries, which implies a reduction in the differences between the labour force available in the different communities. Within this general dispersal, two more densely populated areas can be distinguished, one related to the metallurgical complex of El Argar-El Cajete, and the other around the Pago de San AntónCerro del Espíritu Santo, coinciding with the location of Bayra.

Although settlement was preferably on the plain, the 9th century could be considered to be the mountain population phase par excellence, since one third of the registered settlements are found in the mountainous areas around the basin. This group of sites are very diverse among each other.

The spacial pattern was still dominated by occupations in the plain. In these locations, the pre-existing settlements dominated, for which reason it is possible to think in terms of a continuation of previous agricultural strategies. At the same time, in El Argar, one of the newly founded sites, the seed analyses indicate the introduction of new species. So, the presence of irrigated fields in which linen was cultivated, as well, probably, as tree species, suggests the existence of orchards. This new form of cultivation appears in the basin together with other novelties, such as the arrival of exogenous populations, the previously mentioned glazing technique, and a different organization of mining-metallurgical activity.

It has already been discussed how in the Vera Basin a “feudalization” process did not come to be consolidated, due in part to the demographic crisis which the zone suffered between the second half of the 7th and the 8th centuries. This, combined with the low population density registered in the 9th century, and the fact that the larger nuclei seem to have been related to a central authority, could be the reason why this zone of study does not

The distribution of slag and mineral remains in the 279

suggest the existence of orchards in the mountains. Together with these, there are indications of the existence of dryland farming, possibly situated in the lower areas. In fact, on the basis of documentary data written immediately after the Castillian conquest, it can be seen that in the later Andalusi period, agricultural strategies combined dryland farming with irrigated agriculture in variable proportions, according to whether the cultivated areas were in the plain or the mountains.

appear in the texts relating to the uprising against the Emirate of Cordoba at the end of the 9th century, despite being located between two important rebel foci, that of Málaga-Costa de Granada, and that of Murcia-Lorca (Ibn Hayyan 1981). The consolidation of new organizational forms: 10th 11th centuries In the 10th century the new social spaces become consolidated, while earlier elements dissolve. This world has nothing to do with that found in the Late Imperial and Late Roman periods.

With regard to mining and metallurgical production, the settlement of Cerro del Inox in the Sierra Cabrera was now added to the foundry sites of El Argar and El Cajete. The remains of slag that have been found there indicate an important volume of production, although lower than in the centres on the plain.

The 10th-11th centuries represented a phase of demographic growth, the first since the continuous descent which occurred from the 4th century. The population was still distributed in a dispersed form in mainly small villages, among which there seem to be few differences with regard to the available labour force. The two areas with the highest population densities, in El Argar-El Cajete and Pago de San Antón-Cerro del Espíritu Santo were still occupied, and perhaps underwent an increase in their area and demography, at least in the case of the second area, as could be expected given the demographic increase during this phase.

Taking into account the distribution of the sites, it can be observed that the locations most spatially favourable for mining are those settlements without indications of metallurgy, rather than those in which remains of foundry activity have been found. Thus, at least for the sites in the Aguas Valley, a hypothesis can be proposed that at least part of the workforce specialized in mining. Another non-subsistence productive activity was that of the elaboration of common pottery, represented by the remains of the ceramic kiln in Loma Rutilla. The workshop would have supplied other settlements in the basin with its products, among which were water jars.

An interesting aspect is that again we find settlements in Sierra Cabrera, after the abandonment which the area seems to have undergone after the crisis of the 7th-8th centuries. Moreover, the centres installed here were of a size somewhat superior to the average for the period.

That the 10th-11th century settlements engaged in exchange networks, even at a supra-regional level is made clear by the consumption of glazed ceramics. At this time, these products, from urban workshops, arrived in the Vera Basin in small quantities. Their presence in the settlements of Alfaix, Cerro del Inox, Cerro Virtud, Gatas and Terrera Ventura suggest that very different settlements had access to surpluses with which to trade for objects with high social value.

On the other hand, a definitive retreat from the coast now occurred, and it seems that locations were selected which were closer to the edges of the basin than to the central lowlands. This tendency could respond to a search for more protected enclaves, although it could also indicate the fracture of the ecological balance in the plain locations (e.g. soil salinity), and a reduction in its agricultural potential, which would not have been compensated for even by the hypothetical improvement in climatic conditions in those centuries.

One of the most outstanding novelties in the forms of configuration of social space in the 10th-11th centuries can be found in the population of the mountain areas, composed exclusively of newly founded settlements. From the quantitative point of view, the sites in this group, which have been noted only in the Sierra Cabrera, have a reduced importance within the basin as a whole. In contrast, a range of data indicates their qualitative importance.

In all, the working of the land continued to be of fundamental importance within the strategies for social production. The population pattern and the dispersal of the population were effectively adjusted to intensive agriculture, for which the alluvial areas near to the ramblas would offer adequate locations. However, better still would be the locations in the Sierra Cabrera, where the quality of the soils and the optimal hydrological conditions would allow better and more predictable harvests. By contrast, the steeper topography would require important construction of terraces, which, in turn, would imply the employment of a larger labour force, corresponding to the larger size of the settlements in the mountains, and concretely of the settlement of Gatas.

On the one hand, the conditions of the soils and the hydrological resources in the mountains appear to be the best in the basin at the time, especially taking into account the indices of exhaustion or degradation of soil in the central lowlands. On the other hand, the nuclei installed in the mountains are two of the largest demographic centres in the region, and in both the consumption of glazed ware has been recorded. For Gatas

The palaeo-botanical samples taken in this settlement 280

an interpretation has been proposed that it was an open rural settlement, although installed in a steep location, inhabited by a productively diverse community. With regard to Inox, its topographical characteristics and its fortified elements justify the application of the term hisn or simply fortress, in whose construction and administration some type of authority must have been implied. Its eccentric position within the basin and its location away from the principal roads leads to the suggestion that it was related to a circumscribed area in the southern part of the Vera Basin. The existence of a “district” can be proposed, which could have included the north-western area of the Sierra Cabrera, and perhaps the Aguas Valley. This district would have had its capital in the hisn of Inox, and it would have included the settlement of Gatas with its territories as well perhaps as the settlements of Ermita de San Francisco-Turre, Cadímar and Las Pilas in the lower Aguas, also with their territories. A more detailed socioeconomic and political definition of this hypothetical organisation would require excavations in the settlements that aimed at collecting information regarding the social relations of production between the different sites. The “district” of Sierra Cabrera would have formed part of, or coexisted with the iqlim or political district of Bayra. This centre can be considered to be a politicoadministrative and ideological centre, perhaps already at that time the market base, with port functions, and the spatial representation of central power in the area. In this sense the Caliphate’s interest in controlling and protecting maritime commerce must be remembered (Constable 1989; Gómez Becerra 1998: 482). On the other hand, of the three fluvial systems in the basin, that of the Antas is the one with the smallest hydrological capture area. Furthermore, in this watershed, tertiary formations are dominant, probably with degraded and/or salinated areas. It is interesting to note that it is precisely in this zone that, as well as the administrative centre, settlements which engaged in non-subsistence productive activities, such as metallurgy in El Argar-El Cajete and the fabrication of common pottery in Loma Rutilla are located. Surface examinations of the sites in the Vera Basin show that around three-quarters of the inhabited places were no longer inhabited beyond the 11th century. This new demographic rupture means that later Andalusi patterns have little in common with those of the Caliphate, and possibly should be considered in relation to the phase of serious politico-military instability which the area underwent during the 12th century.

English translation: Alex Walker

281

282

Índice de figuras Fig. 1.1: Formas de cerámica vidriada: ataifor…………………………………………………………………….. Fig. 1.2: Formas de cerámica común tardorromana: fuente y jarra………………………………………………... Fig. 1.3: Formas de cerámica común tardorromana: olla………………………………………………………….. Fig. 1.4: Formas de cerámica común andalusí: alcadafe y ataifor………………………………………………… Fig. 1.5: Formas de cerámica común andalusí: candil…………………………………………………………….. Fig. 1.6: Formas de cerámica común andalusí: hornillo........ …………………………………………………...... Fig. 1.7: Formas de cerámica común andalusí: marmita…………………………………………………............... Fig. 1.8: Formas de cerámica común andalusí: plato y tapadera…………………………………………………... Fig. 1.9: Formas de cerámica común tardorromana y andalusí: tinaja…………………………………………….. Fig. 1.10: Las Alboluncas: materiales de superficie…………………………………………………...................... Fig. 1.11: Alfaix: materiales de superficie………………………………………………….................................... Fig. 1.12: Alfaix: materiales de superficie………………………………………………….................................... Fig. 1.13: Alfaix: materiales de superficie………………………………………………….................................... Fig. 1.14: Barranco Rus: materiales de superficie…………………………………………………......................... Fig. 1.15: Cabezo María: materiales de superficie…………………………………………………....................... Fig. 1.16: Cabezo María: materiales de superficie…………………………………………………....................... Fig. 1.17: Cadímar: materiales de superficie…………………………………………………................................. Fig. 1.18: Cadímar: materiales de superficie…………………………………………………................................. Fig. 1.19: Cadímar: materiales de superficie…………………………………………………................................. Fig. 1.20: Cajete-Antas: materiales de superficie………………………………………………….......................... Fig. 1.21: Comara: materiales de superficie………………………………………………….....................………. Fig. 1.22: Cerro del Inox: materiales de superficie…………………………………………………....................... Fig. 1.23: Cerro del Inox: materiales de superficie………………………………………………….......………… Fig. 1.24. Cortijo de la Cueva Sucia: materiales de superficie……………………………………………………. Fig. 1.25: Cerro de los Riquelmes: materiales de superficie…………………………………………………...….. Fig. 1.26: El Coto: materiales de superficie………………………………………………….................................. Fig. 1.27: El Coto de Don Luis: materiales de superficie…………………………………………………............. Fig. 1.28: El Gitano: materiales de superficie…………………………………………………............................... Fig. 1.29: Era Alta: materiales de superficie…………………………………………………................................. Fig. 1.30: Era de Gatas: materiales de superficie………………………………………………….......................... Fig. 1.31: Ermita de San Francisco: materiales de superficie…………………………………………………....... Fig. 1.32: Hoya del Pozo de Taray: materiales de superficie…………………………………………………....... Fig. 1.33: Loma Rutilla: materiales de superficie…………………………………………………......................... Fig. 1.34: El Natí: materiales de superficie…………………………………………………................................... Fig. 1.35: Las Nueve Oliveras: materiales de superficie…………………………………………………............... Fig. 1.36: Nuño Salvador: materiales de superficie…………………………………………………...................... Fig. 1.37: Pago de San Antón: materiales de superficie…………………………………………………................ Fig. 1.38: Pago de San Antón: materiales de superficie…………………………………………………................ Fig. 1.39: Pago de San Antón II: materiales de superficie…………………………………………………............ Fig. 1.40: El Picacho: materiales de superficie…………………………………………………............................. Fig. 1.41: Las Pilas: materiales de superficie…………………………………………………................................ Fig. 1.42: Rambla del Estrecho: materiales de superficie…………………………………………………............. Fig. 1.43: Rincón del Mirador: materiales de superficie…………………………………………………............... Fig. 1.44: El Roceipón: materiales de superficie…………………………………………………........................... Fig. 1.45: Terrera Ventura: materiales de superficie…………………………………………………..................... Fig. 1.46: La Torrecica: materiales de superficie………………………………………………….......................... Fig. 1.47: Villaricos-Los Conteros: materiales de superficie…………………………………………………........ Fig. 1.48: Las Zorreras: materiales de superficie………………………………………………….......................... Fig. 1.49: Cerro de Montroy: materiales de las excavaciones de Luis Siret. Según Siret (1906)............................. Fig. 1.50: Cerro de Montroy: materiales de las excavaciones de Luis Siret. Según Siret (1906)............................. Fig. 1.51: Cerro de Montroy: materiales de las excavaciones de Luis Siret. Según Siret (1906)............................. Fig. 1.52: Cerro de Montroy. ARS, LRC y cerámica común africana de superficie.................................................. Fig. 1.53: Cerro de Montroy. Sucesión de superficies de ocupación. …………………………………….............. Fig. 1.54: Cerro de Montroy. Cerámica de la fase I. ………………………………………………….................... Fig. 1.55: Cerro de Montroy. Cerámica de las fases I y II. ………………………………………………….......... Fig. 1.56: Cerro de Montroy. Cerámica de la fase II. …………………………………………………................... Fig. 1.57: Cerro Virtud. Cerámica andalusí. …………………………………………………................................ Fig. 1.58: El Argar. Materiales andalusíes. ………………………………………………….................................. 283

25 31 34 38 41 43 44 49 52 60 62 63 64 65 67 68 70 71 72 73 74 75 76 77 78 79 80 82 84 85 87 88 90 91 92 93 94 95 96 98 99 100 100 102 104 105 107 109 112 113 114 115 116 117 118 119 120 122

Fig. 1.59: El Oficio. Materiales de la fase romana. …………………………………………………...................... Fig. 1.60: Gatas. Materiales de la fase andalusí. ………………………………………………….......................... Fig. 1.61: Gatas. Materiales de la fase andalusí. ………………………………………………….......................... Fig. 1.62: Categorías de yacimientos según sus posiciones relativas en el tiempo................................................... Fig. 2.1: La depresión de Vera en el Sudeste peninsular. …………………………………………………............. Fig. 2.2: Topografía de la depresión de Vera. ………………………………………………….............................. Fig. 2.3: Restitución hipotética de la línea de costa en la depresión de Vera c. 2800 BP. Según Hoffman (1988).. Fig. 2.4. Inscripción dedicada al emperador Filipo por la Republica Bariensium. Según Siret (1906: Lám. XXIII). ………………………………………………….................................... Fig. 2.5. La ciudad de Baria y su entorno en los periodos alto y bajoimperial. A partir de Siret (1906)................. Fig. 2.6: El asentamiento de Cerro de Montroy entre los siglos V y VIII................................................................. Fig. 2.7: Cerro de Montroy. Materiales de la “casa” 1. Según Siret (1906: Lám. XXVIII y XXIX)....................... Fig. 2.8: Cerro de Montroy. Materiales de la “casa” 2. Según Siret (1906: Lám. XXVIII y XXIX). ..................... Fig. 2.9: Cerro de Montroy. Materiales de la “casa” 4. Según Siret (1906: Lám. XXVIII y XXIX). ..................... Fig. 2.10: Cerro de Montroy. Materiales de la “casa” 5. Según Siret (1906: Lám. XXVIII y XXIX). ................... Fig. 2.11: Cerro de Montroy. Materiales de la “casa” 6. Según Siret (1906: Lám. XXVIII y XXIX). ................... Fig. 2.12: Cerro de Montroy. Materiales de la “casa” 7. Según Siret (1906: Lám. XXVIII y XXIX). ................... Fig. 2.13: Cerro de Montroy. Materiales de la “casa” 8. Según Siret (1906: Lám. XXVIII y XXIX). ................... Fig. 2.14: Cerro de Montroy. Materiales de la “casa” 9. Según Siret (1906: Lám. XXVIII y XXIX). ................... Fig. 2.15: Cerro de Montroy. Materiales de la superficie de uso de la UE 211. Según Menasanch y Olmo (1991). …………………………………………………..........................…. Fig. 2.16: Cerro de Montroy. Materiales de la superficie de uso de la UE 619. Según Menasanch y Olmo (1991). …………………………………………………..........................…. Fig. 2.17: Los Orives. Anforas. ………………………………………………….................................................... Fig. 2.18: Los Orives. Cerámica común a torno. 1: Orza; 2-3, 5: Cántaros; 4: Botella. .......................................... Fig. 2.19: Los Orives. Cerámica común a torno (1-3) y a mano (4-7). 1: Jarro/olla con pitorro vertedor; 2-3: Jarra; 4: Tapadera; 5: Plato; 6: Jarro; 7: Olla. ………………………………………………….........…. Fig. 2.20: Los Orives. Cerámica común a mano. 1-3: Olla; 4-5: Orza. ....................... ....................... ................... Fig. 2.21: Los Orives. Cerámica común a mano. Tinaja. …………………………………………………............. Fig. 2.22: Los Orives. Cerámica andalusí (siglo X). ………………………………………………….................... Fig. 2.23: Los Orives. Croquis de la fortificación. A partir de Bravo Garzolini (1985). ......................................... Fig. 2.24: Cabezo María. Croquis de las plantas de las “casas” 1 y 2. A partir de los originales de P. Flores......... Fig. 2.25: El Argar. Interpretación arqueológica de las anomalías magnéticas y localización de los sondeos. Según Becker y Schubart (1993). …………………………………………………....................………. Fig. 2.26: Loma Rutilla. Restos cerámicos del derrumbe del horno. …………………………………………....... Fig. 2.27: Cerro del Inox. Planta de las estructuras visibles en superficie. ....................... ....................... .............. Fig. 2.28: Planta del poblado de Gatas según H. y L. Siret (1890: Lám. 57 inf.). ....................... ........................... Fig. 2.29: Gatas. Objetos relacionados con la estructura andalusí. Según Castro et al. (1999: Fig. 166). ............... Fig. 2.30: Yacimientos correspondientes a la Fase 0 (siglos III-IV). ....................... ....................... ....................... Fig. 2.31: Yacimientos correspondientes a la Fase 1 (siglo V). ....................... ....................... ............................... Fig. 2.32: Yacimientos correspondientes a la Fase 2 (siglo VI-primer cuarto/primera mitad del siglo VII)............ Fig. 2.33: Yacimientos correspondientes a la Fase 3 (segunda mitad del siglo VII-siglo VIII). ............................. Fig. 2.34: Yacimientos correspondientes a la Fase 4 (siglo IX). ....................... ....................... .............................. Fig. 2.35: Yacimientos correspondientes a la Fase 5 (siglos X-XI). ........................................................................ Fig. 2.36: Geología de la depresión de Vera. ....................... ....................... ....................... ................................... Fig. 2.37: Asentamientos e indicios de actividad minero-metalúrgica durante la fase 4. ........................................ Fig. 2.38: Asentamientos e indicios de actividad minero-metalúrgica durante la fase 5. ........................................

123 125 126 127 136 137 140 153 154 157 159 160 161 161 162 163 163 163 164 165 171 172 174 175 176 177 178 180 184 186 188 192 194 201 202 203 204 205 206 213 236 238

Índice de tablas Tabla 1.1: Formas de ARS presentes en los yacimientos prospectados y sus temporalidades. ............................... Tabla 1.2: Formas de cerámica común africana presentes en los yacimientos prospectados y sus temporalidades. Tabla 1.3: Tipos anfóricos presentes en los yacimientos prospectados y sus temporalidades. ................................ Tabla 1.4: Formas de cerámica vidriada presentes en los yacimientos prospectados y sus temporalidades. .......... Tabla 1.5: Formas de cerámica común tardorromana presentes en los yacimientos prospectados y sus temporalidades. ....................... ....................... ....................... ....................... ............................…… Tabla 1.6: Formas de cerámica común andalusí presentes en los yacimientos prospectados y sus temporalidades. ....................... ....................... ....................... ....................... ............................…… Tabla 1.7: Base documental para la datación de las formas cerámicas paleoandalusíes presentes en la depresión de Vera: indicadores cronológicos absolutos y relativos. .............……………………………………. 284

20 21 24 30 37 53 56

Tabla 2.1.: Resumen de las hipótesis climáticas para el Mediterráneo septentrional entre el periodo romano y los siglos XIII/XIV. ....................... ....................... ....................... ....................... ....................... ..….. Tabla 2.2: Resumen de las hipótesis sobre el estado del medio y su explotación agrícola en la depresión de Vera entre el periodo romano y el nazarí a partir de los datos paleoecológicos. ....................... ...............…. Tabla 2.3: Objetos relacionados con la producción, el almacenamiento y el consumo de los recintos excavados en Cerro de Montroy. A partir de Siret (1906) y Menasanch y Olmo (1991, 1994). ....................... ..... Tabla 2.4: Distribución de los asentamientos de las fases 0 a 3 por valles y geologías de superficie. .................... Tabla 2.5: Matriz del peso de las catorce variables que definen la composición geológica y topográfica del entorno de los asentamientos en los cinco componentes principales calculados. ....................... .......... Tabla 2.6: Ambientes geoecológicos definidos en los componentes principales 1 y 2 del análisis multivariante y sus respectivos potenciales para el asentamiento humano. ....................... ....................... ..............…. Tabla 2.7: Presencia de escoria y mineral y distancia a fuentes de materia prima de los asentamientos con fase del siglo IX. ....................... ....................... ....................... ....................... ....................... ...............…. Tabla 2.8: Presencia de escoria, mineral y cerámica vidriada, y distancia a fuentes de materia prima de los asentamientos con fase de los siglos X-XI. ....................... ....................... ....................... ....................

149 152 167 214 221 222 237 239

Índice de gráficos Gráf. 1.1: Temporalidades probables y posibles de las formas cerámicas datadas de Alfaix................................... Gráf. 1.2: Temporalidades probables y posibles de las formas cerámicas datadas de Barranco Rus....................... Gráf. 1.3: Temporalidades probables y posibles de las formas cerámicas datadas de Cabezo María....................... Gráf. 1.4: Temporalidades probables y posibles de las formas cerámicas datadas de Cadímar............................... Gráf. 1.5: Temporalidades probables y posibles de las formas cerámicas datadas de Cajete-Antas........................ Gráf. 1.6: Temporalidades probables y posibles de las formas cerámicas datadas de Comara...................... Gráf. 1.7: Temporalidades probables y posibles de las formas cerámicas datadas de Cerro del Inox....... Gráf. 1.8: Temporalidades probables y posibles de las formas cerámicas datadas de Cerro de los Riquelmes..............................……………………….. Gráf. 1.9: Temporalidades probables y posibles de las formas cerámicas datadas de El Coto................................. Gráf. 1.10: Temporalidades probables y posibles de las formas cerámicas datadas de El Coto de Don Luis.......... Gráf. 1.11: Temporalidades probables y posibles de las formas cerámicas datadas de El Gitano............................ Gráf. 1.12: Temporalidades probables y posibles de las formas cerámicas datadas de la Era Alta.......................... Gráf. 1.13: Temporalidades probables y posibles de las formas cerámicas datadas de la Era de Gatas................... Gráf. 1.14: Temporalidades probables y posibles de las formas cerámicas datadas de la Ermita de San Francisco.................................................................................................................................................................... Gráf. 1.15: Temporalidades probables y posibles de las formas cerámicas datadas de la Hoya del Pozo de Taray. Gráf. 1.16: Temporalidades probables y posibles de las formas cerámicas datadas de Loma Rutilla...................... Gráf. 1.17: Temporalidades probables y posibles de las formas cerámicas datadas de El Natí................................ Gráf. 1.18: Temporalidades probables y posibles de las formas cerámicas datadas de Las Nueve Oliveras........... Gráf. 1.19: Temporalidades probables y posibles de las formas cerámicas datadas de Pago de San Antón............ Gráf. 1.20: Temporalidades probables y posibles de las formas cerámicas datadas de Pago de San Antón II........ Gráf. 1.21: Temporalidades probables y posibles de las formas cerámicas datadas de El Picacho.......................... Gráf. 1.22: Temporalidades probables y posibles de las formas cerámicas datadas de Las Pilas............................. Gráf. 1.23: Temporalidades probables y posibles de las formas cerámicas datadas de El Roceipón....................... Gráf. 1.24: Temporalidades probables y posibles de las formas cerámicas datadas de Terrera Ventura................. Gráf. 1.25: Temporalidades probables y posibles de las formas cerámicas datadas de La Torrecica....................... Gráf. 1.26: Temporalidades probables y posibles de las formas cerámicas datadas de Villaricos-Los Conteros..... Gráf. 1.27: Temporalidades probables y posibles de las formas cerámicas datadas de Las Zorreras....................... Gráf. 1.28: Número de yacimientos registrados por fases arqueológicas................................................................. Gráf. 1.29: Estabilidad de los lugares de asentamiento por fases arqueológicas...................................................... Gráf. 1.30: Indices de creación y abandono de asentamientos por fase arqueológica.............................................. Gráf. 1.31: Indices de perduración de asentamientos por fase arqueológica............................................................ Gráf. 2.1: Distribución por tamaño de los yacimientos de las fases 1 a 3. ............................................................... Gráf. 2.2: Distribución por tamaño de los yacimientos de las fases 4 y 5. ............................................................... Gráf. 2.3: Geología de los lugares de asentamiento durante las fases 0 a 3. ............................................................ Gráf. 2.4: Accesibiliad y topografía del entorno de los lugares de asentamiento durante las fases 0 a 3................. Gráf. 2.5: Geología de los lugares de asentamiento durante las fases 4 y 5. ............................................................ Gráf. 2.6: Accesibiliad y topografía del entorno de los lugares de asentamiento durante las fases 4 y 5................. Gráf. 2.7: Distribución de las localizaciones geoecológicas de los asentamientos de las fases 0 a 5 según los componentes principales 1 y 2. ........................................................... .................................................................... 285

61 65 66 69 73 74 74 77 79 80 81 83 85 86 88 89 91 92 93 96 97 99 101 103 105 106 108 128 129 131 131 208 211 214 215 217 218 222

Gráf. 2.8: Distribución de las localizaciones geoecológicas de los asentamientos de la fase 0 según los componentes principales 1 y 2. ............................................................ ................................................................... Gráf. 2.9: Distribución de las localizaciones geoecológicas de los asentamientos de la fase 1 según los componentes principales 1 y 2. ............................................................ ................................................................... Gráf. 2.10: Distribución de las localizaciones geoecológicas de los asentamientos de la fase 2 según los componentes principales 1 y 2. ............................................................ ................................................................... Gráf. 2.11: Distribución de las localizaciones geoecológicas de los asentamientos de la fase 3 según los componentes principales 1 y 2. ............................................................ ................................................................... Gráf. 2.12: Distribución de las localizaciones geoecológicas de los asentamientos de la fase 4 según los componentes principales 1 y 2. ............................................................ ................................................................... Gráf. 2.13: Distribución de las localizaciones geoecológicas de los asentamientos de la fase 5 según los componentes principales 1 y 2. ............................................................ ................................................................... Gráf. 3.1: Frecuencia de consumo de productos importados durante las fases 0 a 3. .............................................. Gráf. 3.2: Accesibilidad a productos de importación de los asentamientos de la fase 0 (siglos III y IV)................ Gráf. 3.3: Accesibilidad a productos de importación de los asentamientos de las fases 1 (siglo V) y 2 (siglo VI).

225 227 227 229 230 231 244 245 251

Índice de láminas Lám. I: Cortijo Cadímar. Foto:P.Witte. …………………………………………………………………………… Lám. II: Cerro de Montroy visto desde el sur. Foto: P. Witte. ……………………………………………………. Lám. III: Cabezo María visto desde el sureste. …………………………………………………………………… Lám. IV: Cerro del Inox visto desde el noroeste. …………………………………………………………………. Lám. V: Cerro del Inox visto desde el sur. ………………………………………………………………………... Lám. VI: Cerro del Inox. Aparejo en espiga de una de las torres del recinto amurallado. ...................................... Lám. VII: Gatas visto desde el este. ……………………………………………………………………………….

286

303 303 304 304 305 305 306

BIBLIOGRAFÍA AA.VV. 1993, Vivir en al-Andalus. Exposición de cerámica (s. IX-XV), Instituto de Estudios Almerienses, Almería. AA.VV. 1995, “Debat: Datació radiocarbònica i calibratge”, Revista d’Arqueologia de Ponent, 5: 249-275. AA.VV. 1997, Contextos ceràmics d’època romana tardana i de l’alta edat mitjana (segles IV-X), Universitat de Barcelona, Barcelona. ABAD CASAL, L. y GUTIERREZ LLORET, S. 1997, “Iyih (El Tolmo de Minateda, Hellín, Albacete). Una civitas en el limes visigodo-bizantino”, Antigüedad y Cristianismo, XIV: 591-600. ABD AL-KARIM, G. 1974, “La España musulmana en la obra de Yaqut (ss. XII-XIII). Repertorio enciclopédico de ciudades, castillos y lugares de al-Andalus extraido del Mu’yam al-buldan (Diccionario de los países)”, Cuadernos de Historia del Islam, VI, 125-138. ACIEN ALMANSA, M. 1986, “Cerámica a torno lento en Bezmiliana. Cronología, tipos y difusión”, I Congreso de Arqueología Medieval Española, Tomo IV, Zaragoza: 243-267. 1986-87, “La cerámica medieval del teatro romano de Málaga”, Mainake, VIII-IX: 225-240. 1989, “Poblamiento y fortificación en el sur de al-Andalus. La formación de un país de husun”, III Congreso de Arqueología Medieval Española, Tomo I, Oviedo: 135-150. 1990, “Hornos alfareros de época califal en el yacimiento de Bezmiliana”, Fours de potiers et “testares” medievaux en Mediterranée occidentale. Publications de la Casa de Velázquez. Série Archéologie, XIII, Madrid: 13-27. 1993, “La cultura material de época emiral en el sur de al-Andalus. Nuevas perspectivas”, en MALPICA, A. (ed.): 153-172. ACIEN ALMANSA, M. y MARTINEZ MADRID, R. 1989, “Cerámica islámica arcaica del Sureste de al-Andalus”, Boletín de Arqueología Medieval, 3: 123-135. AGUADO VILLALBA, J. 1983, La cerámica hispano-musulmana de Toledo. C.S.I.C., Madrid. AGUADO, J., BOSCH, C., CHINCHILLA, M., FERNANDEZ, S., GARROTE, I., LOPEZ, P., MARTIN, Mª T., MORENO, Mª J., RUBIO, Mª J., SERRANO, A. y VALDES, F. 1990, “El testar del puente de San Martín (Toledo)”, Fours de potiers et “testares” médiévaux en Mediterranée occidentale. Publications de la Casa de Velázquez, Série Archéologie, XIII, Madrid: 117-130. AGUILAR, J., FERNADEZ, J., DE HARO, S. y SANCHEZ GARRIDO, J.A. 1988, Proyecto Lucdeme: Mapa de Suelos escala 1:100.000, Garrucha-1015, Mojácar-1032. Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación, ICONA, Universidad de Granada, Granada. AL-IDRISI 1989, Los caminos de al-Andalus en el siglo XII según “Uns al-muhay warawd al-furay” (Solaz de corazones y prados de contemplación), Estudio, edición, traducción y anotaciones por Jassim Abid Mizal, Madrid. ALCARAZ HERNANDEZ, F.M. 1988, “Excavación arqueológica de urgencia en Villaricos. Cuevas del Almanzora. Almería 1988”, Anuario Arqueológico de Andalucía 1988, III: 26-29. 1989, “Excavación arqueológica de urgencia en Villaricos. Cuevas del Almanzora. Almería 1989”, Anuario Arqueológico de Andalucía 1988, III: 30-32. AMANTE SANCHEZ, M. 1984, “La cerámica común romana de Begastri (Estudio previo)”, Antigüedad y Critianismo 1, Universidad de Murcia, Murcia: 93-99. ARANEGUI, C. y BAZZANA, A. 1980, “Vestiges de structures défensives d’époque romaine tardive et d’époque musulmane au Peñón d’Ifac (Calpe, Province d’Alicante)”, Mélanges de la Casa de Velázquez, XVI: 421-436.

287

ARAUS, J.L., FEBRERO, A., BUXO, R., RODRIGUEZ-ARIZA, M., MOLINA, F., CAMALICH, M., MARTIN, D. Y VOLTAS, J. 1997, “Identification of ancient irrigation practices based on the carbon isotope discrimination of plant seeds: a case study from the South-East Iberian Peninsula”, Journal of Archaeological Science, 24: 729-740. ARNANZ, A.Mª. 1999, “La paleocarpología de Melque (Toledo)”, Archivo Español de Arqueología, 72: 230-234. ARTEAGA, O., HOFFMAN, G. SCHUBART, H. y SCHULZ, H.D. 1985, “Investigaciones geológicas y arqueológicas sobre los cambios de la línea costera en el litoral de la Andalucía mediterránea. Informe preliminar (1985)”, Anuario Arqueológico de Andalucía 1985, II: 117-122. ARTHUR, P. 1998, “Eastern Mediterranean amphorae between 500 and 700: a view from Italy”, en SAGUI, L. (ed.), Ceramica in Italia: V-VII secolo. Atti del Convegno in onore di John W. Hayes (Roma 1995), Biblioteca di Archeologia Medievale, 14, Florencia: 157-184. AZUAR RUIZ, R. 1985, Castillo de la Torre Grossa (Jijona). Catálogo de fondos del Museo Arqueológico Provincial de Alicante I. Alicante. AZUAR RUIZ, R. (coord.). 1989, La rábita califal de las dunas de Guardamar (Alicante). Cerámica, epigrafía, fauna, malacofauna. Diputación Provincial de Alicante, Alicante. AZUAR RUIZ, R., BORREGO COLOMER, M., GUTIERREZ LLORET, S. y SARANOVA ZOZAYA, R. 1989, “Excavaciones (1984-1987)”, en AZUAR RUIZ,R. (ed.): 19-108. AZUAR RUIZ, R. y GUTIERREZ LLORET, S. 1989, “Cerámica”, en AZUAR RUIZ, R. (coord.): 109-152. BARCELO PERELLO, M. 1978, “Les plagues de llagost a la Carpetania”, Estudis d’Història Agrària, 1: 67-84. BAZZANA, A., CRESSIER, P. y GUICHARD, P. 1988, Les châteaux ruraux d’al-Andalus. Histoire et archéologie des husun du sud-est de l’Espagne. Casa de Velázquez, Madrid. BECKER H. 1993, “Informe preliminar sobre una prospección magnética efectuada en el poblado del bronce de El Argar (Almería)”, Anuario Arqueológico de Andalucía 1991, II: 11-14. BERNABE GUILLAMON, G. y LOPEZ MARTINEZ, J.D. 1993, El palacio islámico de la calle Fuensanta. Murcia. Consejería de Cultura y Educación de la Región de Murcia, Murcia. BERTRAND, M., CRESSIER, P., MALPICA CUELLO, A. y ROSSELLO BORDOY, G. 1990, “La vivienda rural medieval de “El Castillejo” (Los Guájares, Granada)”, La casa hispano-musulmana. Aportaciones de la arqueología. Patronato de la Alhambra. Granada: 207-227. BERTRAND, M., SANCHEZ VICIANA, J.R. y ZUBIAUR MARCOS, J.F. 1996, “Mines et métallurgies médiévales de la Sierra Nevada (Région de Guadix, Prov. de Grenade). Premières données”, en Actas de las I Jornadas sobre minería y tecnología en la Edad Media peninsular, León: 180-197. BONIFAY, M. y PIÉRI, D. 1995, “Amphores du Ve au VIIe s. à Marseille: nouvelles données sur la typologie et le contenu”, Journal of Roman Archaeology, 8: 94-120. BOONE, J.L. 1994, “Rural settlement and islamization in the Lower Alentejo of Portugal. Evidence from Alcaria Longa”, en CAMPOS, J.M., PEREZ, J.A. y GOMEZ, F. (eds.), Arqueología en el entorno del Bajo Guadiana. Actas del Encuentro Internacional de Arqueología del Suroeste. Universidad de Huelva, Huelva: 527-544. BRIFFA, K.R., BARTHOLIN, T.S., ECKSTEIN, D., JONES, P.D., KARLEN, W., SCHWEINGRUBER, F.H. y ZETTERBERG, P. 1990, “A 1.400-year tree-ring record of summer temperatures in Fennoscandia”, Nature, 346, 2.aug.1990: 434-439. BURJACHS, F., GIRALT, S., ROCA, J.R., SERET, G. y JULIA, R. 1997, “Palinología holocénica y desertización en el Mediterráneo occidental”, en IBAÑEZ, J.J., VALERO GARCES, B.L. y MACHADO, C. (eds.), El paisaje mediterráneo a través del espacio y el tiempo. Implicaciones en la desertización. Geoforma Ediciones, Logroño: 379394.

288

BUTZER, K.W., MATEU, J.F., BUTZER, E.K. y KRAUS, P. 1985, “Irrigation agrosystems in Eastern Spain: Roman or Islamic origins?”, Annals of the Association of American Geographers, 75 (4): 479-509. CABALLERO ZOREDA, L. y FERNANDEZ MIER, M. 1999, “Notas sobre el complejo productivo de Melque (Toledo)”, Archivo Español de Arqueología, 72: 199-215. CALLENDER, M.H. 1965, Roman Amphorae. Oxford University Press, Oxford. CANO PIEDRA, C. 1990. “Estudio sistemático de la cerámica de Madinat Ilbira”, Cuadernos de la Alhambra, 26: 2568. CANTERO SOSA, M. y EGEA GONZALEZ, J.J. 1993, “Aportación al estudio de la producción local de cerámica califal en Almería: el testar de la calle Marín”, IV Congreso de Arqueología Medieval Española, Tomo III. Alicante: 807-815. CARA BARRIONUEVO, L. y CARA RODRIGUEZ, J. 1992-93, “El poblamiento andalusí en el Campo de Dalías oriental (Almería): discontinuidades y permanencias”, Boletín del Instituto de Estudios Almerienses, 11-12 (Letras): 2158. CARA BARRIONUEVO, L. y ORTIZ SOLER, D. 1987, “El asentamiento costero de la Rambla de los Terreros (Mojácar) y algunas cuestiones sobre la costa almeriense en época romana”, El vi a l’Antiguitat. Economia, producció i comerç al Mediterrani Occidental. Actes I Col.loqui d’Arqueologia Romana. Museu de Badalona, Monografies Badalonines nº 9, Badalona : 84-91. CARA BARRIONUEVO, L. y ORTIZ SOLER, D. 1997, “Un modelo de ciudad fronteriza nasri: urbanismo y sistema defensivo de Vera”, en Actas del Congreso La Frontera Oriental Nazarí como sujeto histórico, Lorca-Vera (1994), Almería: 311-327. CARA BARRIONUEVO, L. y RODRIGUEZ LOPEZ, J. Mª 1986, “Notas para el estudio de la minería almeriense anterior al siglo XIX”, Boletín del Instituto de Estudios Almerienses. 6 (Letras): 11-24. CARA BARRIONUEVO, L. y RODRIGUEZ LOPEZ, J. Mª. 1989, “Historia de un espacio urbano. Excavaciones en la calle Alfonso VII de Almería”, Anuario Arqueológico de Andalucía 1989, Vol. III: 22-29. CARANDINI, A., ANSELMINO, L., PAVOLINI, C., SAGUI, L., TORTORELLA, S. y TORTORICI, E. 1981, Atlante delle forme ceramiche I. Ceramica fine romana nel bacino Mediterraneo (Medio e Tardo Impero), Roma. CARULLA, N. 1987, “Análisis geológico del territorio doméstico y del área de captación de Gatas”, en CHAPMAN, R., LULL, V., PICAZO, M. y SANAHUJA, E. (eds.): 132-152. CASAMAR, M. y VALDES, F. 1984, “Origen y desarrollo de la técnica de cuerda seca en la Península Ibérica y en el Norte de Africa durante el siglo XI”, Al-Qantara, V: 383-404. CASTIGLIONI, E., CUPELLI, G., FALCETTI, C., FERRETTI, F., FOSSATI, A., GIOVINAZZO, R., MURIALDO, G., MANNONI, T., PALAZZI, P.E., PANIZZA, M., PARODI, L., RICCI, R., VICINO, G. 1992, “Il castrum tardoantico di San Antonino di Perti, Finale Ligure (Savona): terze notizie preliminari sulle campagne di scavo 1982-1991”, Archeologia Medievale, XIX: 279-368. CASTILLO GALDEANO, F. y MARTINEZ MADRID, R. 1991a, “Excavación sistemática del yacimiento hispanomusulmán de Bayyana (Pechina, Almería). IIIª campaña, 1988. Informe preliminar”, Anuario Arqueológico de Andalucía 1991, Vol. II: 52-62. 1991b, “Estudio de los materiales cerámicos de Bayyana (Pechina, Almería)”, Anuario Arqueológico de Andalucía 1991, Vol. II: 63-69. 1993, “Producciones cerámicas en Bayyana”, en MALPICA, A. (ed.), La cerámica altomedieval en el sur de al-Andalus. Universidad de Granada, Granada: 67-116.

289

CASTRO, P., CHAPMAN, R., GONZALEZ MARCEN, P., LULL, V., PICAZO, M., RISCH, R. y SANAHUJA, M.E. 1987, “Proyecto Gatas (Turre, Almería). Tercera campaña 1987”, Anuario Arqueológico de Andalucía 1989. Vol. II: 225-231. CASTRO, P., CHAPMAN, R., COLOMER, E., GILI, S., GONZALEZ MARCEN, P., LULL, V., MICO, R., MONTON, S., RIHUETE, C., RISCH, R., RUIZ PARRA, M., SANAHUJA YLL, M.E. y TENAS, M. 1993, “Proyecto Gatas: Sociedad y economía en el sudeste de España c. 2500-900 cal. ANE”, Investigaciones Arqueológicas en Andalucía 1985-1992. Proyectos. Junta de Andalucía, Sevilla: 401-416. CASTRO, P., COLOMER, E., COURTY, M.A., FEDEROFF, N., GILI, S., GONZALEZ MARCEN, P., JONES, M.K., LULL, V., MCGLADE, J., MICO, R., MONTON, S., RIHUETE, C. RISCH, R., RUIZ PARRA, M., SANAHUJA, M.E. y TENAS, M. 1994a, Temporalities and desertification in the Vera Basin, south east Spain, Archaeomedes Project, Vol. 2, Bruselas. CASTRO, P., CHAPMAN, R., COLOMER, E., GILI, S., GONZALEZ MARCEN, P., LULL, V., MICO, R., MONTON, S., RIHUETE, C. RISCH, R., RUIZ PARRA, M., SANAHUJA, M.E. y TENAS, M. (eds.) 1994b, Proyecto Gatas: Sociedad y economía en el sudeste de España c.2500-900 cal ANE. Memoria de la Junta de Andalucía, Sevilla. CASTRO, P., COLOMER, E., ESCORIZA, T., FERNANDEZ MIRANDA, M., FERNANDEZ-POSSE, M.D., GARCIA, A., GILI, S., GONZALEZ, P., LOPEZ CASTRO, J.L., LULL, V., MARTIN, C., MENASANCH, M., MICO, R., MONTON, S., OLMO, L., RIHUETE, C., RISCH, R., RUIZ PARRA, M., SANAHUJA, M.E. y TENAS, M. 1995, “Territoires économiques et sociaux dans le bassin de Vera (Almería, Espagne) depuis c. 4000 cal BC jusqu’à nos jours”, en L’Homme et la Dégradation de l’Environment, XV Rencontres Internationales d’Archéologie et d’Histoire d’Antibes. Éditions APDCA. Juan-les-Pins: 299-314. CASTRO, P., CHAPMAN, R., GILI, S., LULL, V., MICO, R., RIHUETE, C. RISCH, R., y SANAHUJA, M.E. 1996, “Teoría de las prácticas sociales”, Complutum. Homenaje a M. Fernández-Miranda: 35-48. CASTRO, P., CHAPMAN, R., GILI, S., LULL, V., MICO, R., RIHUETE, C., RISCH, R. y SANAHUJA, M.E. (eds.) 1998a, Aguas Project. Palaeoclimatic reconstruction and the dynamics of human settlement and land-use in the area of the middle Aguas (Almería), in the south-east of the Iberian Peninsula. Science, Research and Development. European Commission, Luxembourg. CASTRO, P., GILI, S., LULL, V., MICO, R., RIHUETE, C., RISCH, R. y SANAHUJA YLL, Mª E. 1998b, “Teoría de la producción de la vida social. Mecanismos de explotación en el sudeste ibérico”, Boletín de Antropología Americana, 33: 25-77. CASTRO, P., CHAPMAN, R.W., GILI, S., LULL, V., MICO, R., RIHUETE HERRADA, C., RISCH, R. y SANAHUJA YLL, Mª E. 1999, Proyecto Gatas 2. La dinámica arqueoecológica de la ocupación prehistórica. Junta de Andalucía, Sevilla. CASTRO, P. y MICO, R. 1995, “El C14 y la resolución de problemas arqueológicos. La conveniencia de una reflexión”, en AA.VV. 1995: 217-226. CATALOGO 1989, Ampliación y actualización del catálogo de yacimientos arqueológicos. Provincia de Almería. 1989. Junta de Andalucía, Consejería de Cultura. Dir. Gral. de Bienes Culturales. CAVILLA SANCHEZ-MOLERO, F. y ARANDA LINARES, C. 1988, “Estudio preliminar de la cerámica islámica de Casinas (Arcos de la Frontera, Cádiz). Campaña de 1988”, Anuario Arqueológico de Andalucía 1988, Vol. III: 54-63. CIPOLLA, C. 1967, Cañones y velas en la primera fase de la expansión europea, 1400-1700. Ariel, Barcelona. COLARDELLE, M. y VERDEL, E. 1993, Les habitats du lac de Paladru (Isère) dans leur environnement. La formation d’un terroir au XIe siècle. Editions de la Maison des Sciences de l’Homme, París. CONSTABLE, O.R. 1989, At the Edge of the West: International Trade and Traders in Muslim Spain (1000-1250). U.M.I., Ann Arbor. COURTY, M.A., FEDOROFF, N., JONES, M.K. y McGLADE, J. 1994, “Environmental dynamics”, en CASTRO, P.et al. (eds.) (1994a): 19-84.

290

CRESSIER, P. 1984a, “Le château et la division territoriale dans l’Alpujarra médiévale: du hisn à la ta’a”, Mélanges de la Casa de Velázquez, XX: 115-144. 1984 b, “Las fortalezas musulmanas de la Alpujarra (Provincias de Granada y Almería) y la división políticoadministrativa de la Andalucía oriental”, Arqueología Espacial, 5: 179-199. 1988, “Fonction et évolution du réseau castral en Andalousie Orientale: le cas de l’Alpujarra”, Castrum 3. Guerre, fortification et habitat dans le monde méditerranéen au Moyen Age, Madrid: 123-134. 1991, “Agua, fortificaciones y poblamiento: el aporte de la arqueología a los estudios sobre el sureste peninsular”, Aragón en la Edad Media, IX: 403-427. 1998, “Observaciones sobre fortificación y minería en la Almería islámica”, en MALPICA CUELLO, A. (ed.): Castillos y territorio en al-Andalus, Granada: 470-496. CRESSIER, P., RIERA FRAU, Mª M. y ROSSELLO BORDOY, G. 1991, “La cerámica almohade y los orígenes de la cerámica nasri”, Actas do IV Congresso Internacional A cerâmica medieval no Mediterrâneo occidental, Lisboa 1987, Campo Arqueológico de Mértola, Mértola: 215-246. CRESSIER, P., FLORES ESCOBOSA, I., POZO MARIN, R. y RUEDA CRUZ, Mª I. 2000, “Fuente Alamo: La céramique médiévale”, en SCHUBART, H., PINGEL, V. y ARTEAGA, O.: Fuente Alamo. Las excavaciones arqueológicas 1977-1991 en el poblado de la Edad del Bronce, Junta de Andalucía, Consejería de Cultura, Sevilla: 283-298. CHAPMAN, S.V., DAVIES, S.M. y PEACOCK, D.P.S. 1984, “The lamps”, en FULFORD, M.G. y PEACOCK, D.P.S. (eds): 232-241. CHAPMAN, R., LULL, V., PICAZO, M. y SANAHUJA, E. 1986, “Informe preliminar de la 2ª campaña del Proyecto Gatas (Turre, Almería)”, Anuario Arqueológico de Andalucía 1986, Vol. II: 296-301. CHAPMAN, R., LULL, V., PICAZO, M. y SANAHUJA, E. (eds.) 1987, Proyecto Gatas. Sociedad y economía en el sudeste de España c. 2500-800 a.n.e. 1. La prospección arqueoecológica. B.A.R. Int.Ser., 348, Oxford DANTIN CERECEDA, J. 1926, Agricultura elemental española, Imp. de A. Marzo, Madrid. DELGADO COLVO-FLORES, G., DELGADO COLVO-FLORES, D., PARRAGA MARTINEZ, D., GAMIZ MARTIN, E., SANCHEZ MARAÑON, M., MEDINA FERNANDEZ, J. y MARTIN GARCIA, J. M. 1991, Proyecto Lucdeme: Mapa de Suelos escala 1:100.000, Vera-1014. Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación, ICONA, Universidad de Granada, Granada. DELIBES, G., DIAZ ANDREU, M., FERNANDEZ-POSSE, Mª D., MARTIN, C., MONTERO, I., MUÑOZ, I.K. y RUIZ, A. 1996, “Poblamiento y desarrollo cultural en la cuenca de Vera durante la prehistoria reciente”, en QUEROL, Mª A. y CHAPA, T. (eds.), Homenaje al profesor Manuel Fernández-Miranda, I, Madrid: 153-170. DEWAR, R.E. 1991, “Incorporating variation in occupation span into settlement-pattern analysis”, American Antiquity, 56 (4): 604-620. DIBBERN, H. 1986, Zur holozänen Küstenentwicklung im Bereich Garrucha (Andalusien, Südostspanien) mit geologischer Kartierung. Diplomaarbeit am Geologisch-Paleontologischen Institut. Universität Kiel, Kiel. DOMINGUEZ BEDMAR, M., MUÑOZ MARTIN, Mª M. y RAMOS DIAZ, J.R.1987, “Madinat al-Mariyya. Estudio preliminar de las cerámicas aparecidas en sus atarazanas”, II Congreso de Arqueología Medieval Española, Tomo II. Madrid: 568-577. DOMINGUEZ BEDMAR, M., FLORES ESCOBOSA, I. y MUÑOZ MARTIN, Mª M. 1988, “Algunas cerámicas islámicas del “Cerro del Espíritu Santo” (Vera, Almería)”, Homenaje al Padre Tapia. Almería en la historia. I Encuentro de cultura mediterránea. Almería: 219-230.

291

DUDA, D.1971, “Pechina bei Almeria als Fundort spanisch-islamischer Keramik”, Madrider Mitteilungen, 12: 262295. 1972, “Die frühe spanisch-islamische Keramik von Almería”, Madrider Mitteilungen, 13: 345-432. ESCUDERO ARANDA, J.1988-90, “La cerámica decorada en “verde y manganeso” de Madinat al-Zahra”, Cuadernos de Madinat al-Zahra, 2: 127-161. FERNANDEZ GUIRADO, Mª I. 1990, “Informe del sondeo arqueológico realizado en calle Tejón y Rodríguez nº 7 y 9 (Málaga)”, Anuario Arqueológico de Andalucía 1991, Vol. III: 326-338. FERNANDEZ MIRANDA, M. 1992, “Recursos naturales y desarrollo cultural durante el calcolítico en la cuenca de Vera”, en MOURE, A. (ed.): Elefantes, ciervos y ovicápridos. Economía y aprovechamiento del medio en la prehistoria de España y Portugal. Cantabria: 243-251. FERNANDEZ UGALDE, A., MENASANCH DE TOBARUELA, M., MORENO LETE, E., OLMO ENCISO, L. y ROMAN RIECHMANN, C. 1989, “El poblamiento tardorromano y altomedieval en la cuenca baja del río Almanzora (Almería). Campaña de prospección 1989”, Anuario Arqueológico de Andalucía 1989, III: 36-39. FERNANDEZ UGALDE, A., MENASANCH DE TOBARUELA, M. y PRESAS VIAS, M. 1999, “El asentamiento andalusí de Gatas”, en CASTRO, P. et al. (eds.): 394-411. FERRE, E. 1979, El valle del Almanzora. Estudio geográfico. Diputación Provincial de Almería, Almería. FONTENLA BALLESTA, S. 1998, “Un tesorillo de plata medieval del Tiján (Turre, Almería)”, Axarquía, 3: 77-81. FRENCH, Ch. PASSMORE, D. y SCHULTE, L. 1998, “Geomorphological, erosion and edaphic processes”, en CASTRO, P. et al. (eds): 45-52. FRENZEL, B. 1977, “Postglaziale Klimaschwankungen in Südwestlichen Mitteleuropa”, en FRENZEL, B. (ed.), Dendrochronologie und postglaziale Klimaschwankungen in Europa, Wiesbaden. FUERTES SANTOS, Mª C. y GONZALEZ VIRSEDA, M. 1993, “Avance al estudio tipológico de la cerámica medieval del yacimiento de Cercadilla, Córdoba. Materiales emirales”, IV Congreso de Arqueología Medieval Española, Tomo III, Alicante: 771-778. FULFORD, M. G. 1984a, “Chronology: a Discussion of the Pottery Groups and their Dating”, en FULFORD, M.G. y PEACOCK, D.P.S. (eds): 29-47. 1984b, “The red-slipped wares”, en FULFORD, M.G. y PEACOCK, D.P.S. (eds): 48-115. 1984c, “The coarse (kitchen and domestic) and painted wares”, en FULFORD, M.G. y PEACOCK, D.P.S. (eds): 155-231. FULFORD, M.G. y PEACOCK, D.P.S. (eds.), Excavations at Carthage: The British Mission. Volume I,2. The Avenue du President Habib Bourguiba, Salammbo: The Pottery and other Ceramic Objects from the Site. University of Sheffield, Sheffield. GAMO PARRAS, B. 1998, La Antigüedad Tardía en la provincia de Albacete. Instituto de Estudios Albacetenses “Don Juan Manuel”, Albacete. GARCIA AGUINAGA, J.L. y VALLALTA MARTINEZ, M.P. 1984, “Fortificaciones y puerta de Begastri”, Antigüedad y Cristianismo, I: 53-61. GARCIA HERRERO, G. y SANCHEZ FERRA, A.J. 1984, “Iberos, romanos, godos y bizantinos en el marco histórico de Begastri”, Antigüedad y Critianismo 1, Universidad de Murcia, Murcia: 23-29. GARCIA LOPEZ, J.L., CARA BARRIONUEVO, L., FLORES ESCOBOSA, I. y ORTIZ SOLER, D.1990, “Urbanismo en Rabad al-Musallá de Almería. Excavaciones en C/ Alvarez de Castro”, Anuario Arqueológico de Andalucía 1990, Vol. III: 7-17.

292

GARCIA LOPEZ, J.L., CARA BARRIONUEVO, L., FLORES ESCOBOSA, I. y MORALES SANCHEZ, R. 1992, “Madina al-Dajiliyya: transformación histórica de un espacio urbano. Excavaciones arqueológicas en la almedina de Almería”, Anuario Arqueológico de Andalucía 1992, Vol. III: 36-48. GARCIA MORENO, L.A. 1989, Historia de España visigoda, Madrid. 1993, “La Andalucía de San Isidoro”, II Congreso de Historia de Andalucía, Córdoba: 555-557. GIL ALBARRACIN, A. 1983, “El acueducto de Albánchez y el valle del Almanzora en época romana”, Roel, 4: 1-45. GILI SURIÑACH, S. 1995, Territorialidades de la prehistoria reciente mallorquina. Tesis Doctoral de la Universitat Autònoma de Barcelona, Bellaterra. GILMAN, A. y THORNES, J. 1985, Land-use and Prehistory in South-East Spain. Allen and Unwin, Londres. GIRALT BALAGUERO, J. 1987, “La cerámica islámica de Balaguer (Lleida)”, Boletín de Arqueología Medieval, 1: 25-37. GISBERT SANTONJA, J.A., AZUAR RUIZ, R. y BURGUERA SANMATEU, V. 1991, “La producción cerámica en Daniyya. El alfar islámico de la Avda. Montgó/Calle Teulada (Denia, Alicante)”, Actas do IV Congresso Internacional A cerâmica medieval no Mediterrâneo Ocidental. Campo Arqueológico de Mértola, Mértola: 247-262. GOMEZ BECERRA, A.1993, “Cerámica a torneta procedente de “El Maraute” (Motril). Una primera aproximación a la cerámica altomedieval de la costa granadina”, en MALPICA, A. (ed.): 173-191. 1998, El poblamiento altomedieval en la costa de Granada. Universidad de Granada. Granada. GOMEZ MORENO, M. 1951, El arte árabe español hasta los almohades. Arte mozárabe. Ars Hispaniae, Vol. III, Madrid. GONZALEZ QUINTERO et al. 1990, “Prospección arqueológica superficial en la cuenca del Bajo Almanzora (Almería). Informe provisional de la campaña de 1990”, Anuario Arqueológico de Andalucía 1990 , II: 59-63. GOUDIE, A. 1992, Environmental Change. Claredon Press, Oxford. GRIMA CERVANTES, J.A. 1987, La Tierra de Mojácar y la comarca del río Aguas: desde su conquista por los Reyes Católicos hasta la conversión de los mudéjares, 1488-1505. Ayuntamiento de Mojacar, Mojácar. GUERRERO, A. 1984, Cultivos herbáceos extensivos. Mundi-Prensa, Madrid. GUICHARD, P. 1991, “La cerámica con decoración “verde y manganeso”, en GUICHARD, P., BAZZANA, A., SOLER, Mª P., NAVARRO, J. y BARCELO, C.: La cerámica islámica en la ciudad de Valencia, II. Estudios, Valencia: 69-96. GUTIERREZ LLORET, S. 1988a, Cerámica común paleoandalusí del sur de Alicante (siglos VII-X). Caja de Ahorros Provincial de Alicante, Alicante. 1988b, “El poblamiento tardorromano en Alicante a través de los testimonios materiales: estado de la cuestión y perspectivas”, Antigüedad y Cristianismo, V: 323-337. 1989, “La cultura material. Nivel II”, en AZUAR RUIZ, F. (coord.): 110-124. 1990-91, “Panes, hogazas y fogones portátiles. Dos formas cerámicas destinadas a la cocción del pan en alAndalus: el hornillo (tannur) y el plato (tabaq)”, Lucentum, IX-X: 161-175. 1993, “La cerámica paleoandalusí del sureste peninsular (Tudmir): producción y distribución (siglos VII al X)”, en MALPICA, A. (ed.): 37-65.

293

1996, La cora de Tudmir de la Antigüedad tardía al mundo islámico. Poblamiento y cultura material. Ecole des Hautes Etudes Hispaniques, Madrid. HAYES, J.W. 1972, Late Roman Pottery. The British School at Rome, Londres. 1977, “North African flanged bowls: a problem in fifth-century chronology”, en DORE, J. y GREENE, K. (eds.): Roman Pottery Studies in Britain and Beyond. Papers presented to John Gillam, July 1977. BAR Supplementary Series, Oxford. 1980, Supplement to Late Roman Pottery. The British School at Rome, Londres. HENNIG, R. 1904, Katalog bemerkenswerter Witterungsereignisse von den ältesten Zeiten bis zum Jahre 1800. Abhandlungen des Königlich Preussischen meteorologischen Instituts 2, nº 4. HERGET, W. 1998, “Hydrological regime and water explotation”, en CASTRO, P. et al. (eds.): 52-61. HERNANDEZ GARCIA, J. de D. 1995, “El poblamiento rural romano en el área de Aguilas (Murcia)”, en NOGUERA CELDRAN, J.M. (coord.): 183-201. HITCHNER, R.B. 1988, “The Kasserine archaeological survey, 1982-1986. (University of Virginia, USA - Institut National d’Archéologie et d’Art de Tunisie)”, Antiquités Africaines, 24: 7-41. HOFFMANN, G. 1988, Holozänstratigraphie an der Andalusischen Mittelmeerküste, Berichte aus dem Fachbereich Geowissenschaften der Universität Bremen nº 2, Bremen. HOPF, M. 1991, “Kulturpflanzenreste aus der Sammlung Siret in Brüssel”, en H. SCHUBART y H. ULREICH, Die Funde der Südostspanischen Bronzezeit aus der Sammlung Siret. Madrider Beiträge 17, Zabern, Mainz: 397-413. HURST, H.R. y ROSKAMS, S.P. 1984, Excavations at Carthage: The British Mission. Volume I,1. The Avenue du President Habib Bourguiba, Salambo: the Site and Finds other than Pottery. University of Sheffield, Sheffield. IBN AL-JATIB 1977, Mi’yar al-ijtiyar fi dikr al-ma’ahid wa-l-diyar. Rabat. IBN HAYYAN 1981, Crónica del Califa Abdarrahman III an-Nasir entre los años 912 y 942 (Al-Muqtabis V). Trad. Mª J. Viguera y F. Corriente, Zaragoza. IDRISI 1974, Geografía de España. Prólogo por A. Ubieto Arteta, Textos medievales, 37, Valencia. IGME 1981, Revisión del mapa metalogenético. Hoja N. 84-85 Almería-Garrucha del M.T.N. a escala 1:200.000. Memoria. Madrid. IÑIGUEZ SANCHEZ, C. y MAYORGA MAYORGA, J.F. 1993, “Un alfar emiral en Málaga”, en MALPICA, A. (ed.): 117-138. IZQUIERDO BENITO, R. 1986, “Tipología de la cerámica hispanomusulmana de Vascos (Toledo)”, II Coloquio Cerámica Medieval del Mediterráneo Occidental, (Toledo 1981). Madrid 1986: 113-125. KEAY, S.J. 1984, Late Roman Amphorae in the Western Mediterranean. A typology and economic study: the Catalan evidence. BAR Int. Ser. 196 (i), (ii), Oxford. KIRCHNER H. 1990, Étude des céramiques islamiques de Shadhfilah (Setefilla, Lora del Río, Séville). Université Lyon 2, Lyon. JIMENEZ MARTIN, A. 1975, La mezquita de Almonaster. Huelva. KRACHT, F.P. 1986, Holozäne Küstenverlagerung am Unterlauf des Rio Almanzora im Tertiär-Becken von Vera (Südostspanien). Diplomarbeit am Geologisch-Paleontologischen Institut, Universität Kiel, Kiel. LABARTA, A. y BARCELO, C. 1987, “Las fuentes árabes sobre al-Zahra. Estado de la cuestión”, Cuadernos de Madinat al-Zahra, 1: 93-106.

294

LAMB, H.H. 1994, Klima und Kulturgeschichte. Der Einfluß des Wetters auf den Gang der Geschichte. Rowohlt, Hamburgo. LOPEZ CASTRO, J.L. 1995, Hispania Poena. Los fenicios en la Hispania romana (206 a.C.-96 d.C.). Crítica, Barcelona. LOPEZ CASTRO, J.L., SAN MARTIN MONTILLA, C. y ESCORIZA MATEU, T. 1988, “Memoria de la excavación de urgencia en Cabecico de Parra de Almizaraque (Cuevas del Almanzora, Almería)”, Anuario Arqueológico de Andalucía 1988, III: 7-11. LULL, V. 1980, La cultura de El Argar: ecología, asentamientos, economía y sociedad. Tesis Doctoral de la Universidad de Barcelona, Barcelona. 1983, La “cultura” de El Argar. Un modelo para el estudio de las formaciones económico-sociales prehistóricas. Akal, Madrid. 1984, “Ecología argárica”, Anales de la Universidad de Murcia, XLIII: 21-48. LLOBREGAT CONESA, E. 1973, Teodomiro de Oriola: su vida y su obra. Alicante. 1977, La primitiva Cristiandat valenciana. Segles IV al VIII. Valencia. 1985, “Las épocas paleocristiana y visigoda”, Arqueología del País Valenciano. Panorama y Perspectivas. Elche (1983), Alicante. 383-415. MACIAS SOLE, J. 1999, La ceràmica comuna tardoantiga a Tàrraco. Anàlisi tipològica i històrica (segles V-VII). Museu Nacional Arqueològic de Tarragona, Tarragona. MALPICA CUELLO, A. (ed.) 1993, La cerámica altomedieval en el sur de al-Andalus. Universidad de Granada, Granada. MANNION, A.M. 1991, Global Environmental Change. Nueva York. MANZANO MARTINEZ, J. 1989, “Intervención arqueológica de urgencia en la muralla islámica de Murcia (C/ Cánovas del Castillo)”, Memorias de Arqueología, 4: 302-318. MARTIN GARCIA, M. 1999, “Notas para el estudio de la arquitectura militar en la zona de la Axarquía almeriense (siglos VIII al XVIII) (3)”, Axarquía, 4: 77-87. MARTINEZ CAVERO, P. 1984, “Estratigrafía y cronología arqueológica de Begastri”, Antigüedad y Critianismo 1, Universidad de Murcia, Murcia: 41-44. MARTINEZ GARCIA, J. , MUÑOZ MARTIN, Mª M., ESCORIZA MATEU, T. y DOMINGUEZ BEDMAR, M. 1986, “Casas hispano-musulmanas, superpuestas, en el paseo de Almería”, Anuario Arqueológico de Andalucía, Vol. III: 7-15. MARTINEZ PLANAS, M. y TICO ROIG, L. 1974, Agricultura práctica. Sopena, Barcelona. MARTINEZ RODRIGUEZ, A. 1988, “Aproximación al poblamiento tardorromano en el norte del municipio de Lorca”, Antigüedad y Cristianismo, V: 543-563. 1993, “Excavación de urgencia en el Cerro de Peña María”, Memorias de Arqueología, 4: 289-300. 1994, “El horno califal de la calle Rojo, Lorca”, Verdolay, 5: 143-155. 1995, “El poblamiento rural romano en Lorca”, en NOGUERA CELDRAN, J.M. (coord.): 203-225.

295

MARTINEZ RODRIGUEZ, A. y MATILLA SEIQUER, G. 1988, “El poblamiento tardío en Torralba, Lorca”, Antiguëdad y Cristianismo, V: 503-541. MARTINEZ RODRIGUEZ, A. y MONTERO FENOLLOS, J.L. 1989, “Testar islámico de la C/ Galdo (Lorca)”, Memorias de Arqueología, 4: 455-470. MENASANCH DE TOBARUELA, M. 2000a, “Un espacio rural en territorio bizantino: análisis arqueológico de la depresión de Vera (Almería) entre los siglos V y VII”,V Reunión de Arqueología Cristiana Hispánica. Institut d’Estudis Catalans, Barcelona: 211-222. 2000b, “Aproximación a la minería y la metalurgia andalusí en la depresión de Vera (Almería)”, Arqueología y Territorio Medieval, 7: 59-79. MENASANCH DE TOBARUELA, M. y OLMO ENCISO, L. 1991, “El poblamiento tardorromano y altomedieval en la cuenca baja del río Almanzora (Almería). Cerro de Montroy (Villaricos, Cuevas del Almanzora): Campaña de excavación 1991”, Anuario Arqueológico de Andalucía 1991, Vol. II: 28-35. MENASANCH DE TOBARUELA, M. y OLMO ENCISO, L. 1993, “El poblamiento tardorromano y altomedieval en la cuenca baja del río Almanzora (Almería)”, en AA.VV.: Investigaciones arqueológicas en Andalucía 1985-1992. Proyectos. Junta de Andalucía, Huelva: 675-680. MENASANCH DE TOBARUELA, M. y OLMO ENCISO, L. 1994, “Cerro de Montroy (Villaricos, Cuevas del Almanzora). Informe de las campañas de excavación 1983, 1986 y 1991”, Anexo a CASTRO et al. 1994a. MÉOUAK, M. 1995, “Toponymie, peuplement et division du territoire dans la province d’Almería à l’époque médiévale: l’apport des textes arabes”, Mélanges de la Casa de Velázquez, XXXI (1): 173-222. MERGELINA, C. de 1925-26, Bobastro. Memoria de las excavaciones realizadas en las Mesas de Villaverde. El Chorro (Málaga), Junta Superior de Excavaciones y Antigüedades, Memorias. Nº 7. Nº general: 89, Madrid. MOLINA, E. 1972, “La cora de Tudmir según al-’Udri (siglo XI): Aportaciones al estudio geográfico-descriptivo del SE peninsular”, Cuadernos de Historia del Islam, serie monográfica-Islámica occidentalia, 3. MORALES GIL, A. 1992, “Orígenes de los regadíos españoles: estado actual de una vieja polémica”, en GIL OLCINA, A. y MORALES GIL, A. (eds.): Hitos históricos de los regadíos españoles. Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación, Madrid. MOTOS GUIRAO, E. 1991, El poblado medieval de “El Castillón” (Montefrío, Granada). Diputación Provincial de Granada, Granada. 1993, “La cerámica altomedieval de “El Castillón” (Montefrío, Granada)”, en MALPICA, A. (ed.): 206-237. MUÑOZ TOMAS, B. 1995, “Poblamiento rural romano en el Sureste: el altiplano, Jumilla”, en NOGUERA CELDRAN, J.M. (coord.): 107-132. MURIALDO, G. 1995, “Alcune considerazioni sulle anfore africane di VII secolo dal “castrum” di S. Antonino nel Finale”, Archeologia Medievale, XXII: 433-453. MURIALDO, G., BONORA, E., FALCETTI, C., FERRETTI, F. FOSSATI, A., MANNONI, T., VICINO, G. y IMPERIALE, G. 1988, “Il “castrum” tardo-antico di S. Antonino di Perti, Finale Ligure (Savona): fasi stratigrafiche e reperti dell’area D. Seconde notizie preliminari sulle campagne di scavo 1982-1987”, Archeologia Medievale, XV: 335396. NAVARRO PALAZON, J. 1990, “Los materiales islámicos del alfar antiguo de San Nicolás de Murcia”, Fours de potiers et “testares” medievaux en Mediterranée occidentale. Publications de la Casa de Velázquez, Série Archéologie, XIII, Madrid: 29-43. NAVARRO PALAZON, J. y ROBLES FERNANDEZ, A. 1996, Liétor. Formas de vida rurales en Sarq al-Andalus a través de una ocultación de los siglos X-XI. Ayuntamiento de Murcia, Murcia.

296

NOGUERA CELDRAN, J.M. (coord.) 1995, El poblamiento rural romano en el Sureste de Hispania. Universidad de Murcia, Murcia. OLMO ENCISO, L. 1986, “Problemática de las fortificaciones altomedievales (siglos VI-VIII) a raíz de los último hallazgos arqueológicos”, I Congreso de Arqueología Medieval Española (Huesca, 1985), I: 13-23. 1992, “El reino visigodo de Toledo y los territorios bizantinos. Datos sobre la heterogeneidad de la Península Ibérica”, Coloquio Hispano-Italiano de Arqueología Medieval (Granada, 1990), Granada: 185-198. ORFILA, M. 1993, “Terra Sigillata Hispanica Tardía Meridional”, Archivo Español de Arqueología, 66: 125-147. ORFILA, M., JIMENEZ, I., BURGOS, A., CASADO, P. y CASTILLO, M. 1992, “Prospección superficial en el valle medio del río Cubillas (Granada). Aproximación al conocimiento de sus sistemas hidráulicos”, Anuario Arqueológico de Andalucía, II: 161-168. PANELLA, C. 1973, “Anfore”, en OSTIA, III. Le Terme del Nuotatore: Scavo degli Ambienti III, V, VI, VII. Studi Miscellanei, XXI, Roma: 463-633. PEACOCK, D.P.S. 1984a, “Petrology and origins”, en FULFORD, M.G. y PEACOCK, D.P.S. (eds): 6-28. 1984b, “The amphorae: typology and chronology”, en FULFORD, M.G. y PEACOCK, D.P.S. (eds): 116-140. PEREZ PUJALTE, A. y OYONARTE GUTIERREZ, C. 1989, Proyecto Lucdeme: Mapa de Suelos escala 1:100.000, Sorbas-1031. Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación, ICONA, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Granada. PFISTER, C., LUTERBACHER, J., SCHWARZ-ZANETTI, G. y WEGMANN, N. 1998, “Winter air temperature variations on Western Europe during the Early End High Middle Ages (AD750-1300)”, The Holocene, 8 (5): 535-552. PONS HOMAR, G. y RIERA FRAU, Mª M. 1987, “El pou 5 del carrer Troncoso (Ciutat de Mallorca). Un nou jaciment del segle XI”, en ROSSELLO BORDOY, G. (ed.), V Jornades d’Estudis Històrics Locals. Les illes orientals d’Al-Andalus, Magrib i Europa cristiana (ss. VIII-XIII). Institut d’Estudis Baleàrics, Palma de Mallorca: 191-204. POZO, I. 1989, “El despoblado islámico de “Villa Vieja”, Calasparra (Murcia). Memoria preliminar”, Miscelánea Medieval Murciana XXV: 185-212. POZO MARIN, R. y RUEDA CRUZ, I. Mª. 1991, ”El Argar 1991: Cerámica islámica”, Anuario Arqueológico de Andalucía 1991, Vol. I: 71-72. PREGO DE LIS, A. 2000, “La inscripción de Comitiolus del Museo Municipal de Arqueología de Cartagena”, V Reunión de Arqueología Cristiana Hispánica. Institut d’Estudis Catalans, Barcelona: 383-391. PUCH, E., MARTIN A. y NEGRETE, Mª A. 1986, “Hallazgos islámicos en Pajaroncillo (Cuenca)”, I Congreso de Arqueología Medieval Española, Tomo IV. Zaragoza: 111-131. RABANAL, M. y ABASCAL, J. 1985, “Inscripciones romanas de la provincia de Alicante”, Lucentum, IV: 191-244. RAMALLO ASENSIO, S. 1984a, “Terra Sigillata en Begastri. Hacia una aproximación global al tema (Análisis provisional)”, Antigüedad y Critianismo 1, Universidad de Murcia, Murcia: 63-70. 1984b, “Datos preliminares para el estudio de las cerámicas tardías de Begastri. Consideraciones generales”, Antigüedad y Critianismo 1, Universidad de Murcia, Murcia: 71-84. RAMALLO ASENSIO, S., RUIZ VALDERAS, E. y BERROCAL CAPARROS, C. 1996, “Contextos cerámicos de los siglos V-VII en Cartagena”, Archivo Español de Arqueología, 69: 135-190. RAMALLO ASENSIO, S., RUIZ VALDERAS, E. y BERROCAL CAPARROS, C. 1997, “Un contexto cerámico del primer cuarto del siglo VII en Cartagena”, en AA.VV.: 203-228.

297

RAMON, J. 1986, El Baix Imperi i l’època bizantina a les Illes Pitiuses. Consell Insular d’Eivissa i Formentera, Conselleria de Cultura, Ibiza. RANDSBORG, K. 1991, The first millennium A.D. in Europe and the Mediterranean. An archaeological essay, Cambridge Univ. Press, Cambridge. RETUERCE, M. y ZOZAYA, J. 1986, “Variantes geográficas de la cerámica omeya andalusí: los temas decorativos”, La ceramica medievale nel Mediterraneo Occidentale (Siena 1984). Florencia: 69-128. REYNOLDS, P. 1985, “Cerámica tardorromana modelada a mano de carácter local, regional y de importación en la provincia de Alicante”, Lucentum, IV: 245-267. 1987, El yacimiento tardorromano de Lucentum (Benalúa-Alicante): Las cerámicas finas. Diputación Provincial de Alicante, Alicante. 1993, Settlement and Pottery in the Vinalopó Valley (Alicante, Spain) A.D. 400-700. BAR Int. Ser. 588, Oxford. 1995, Trade in the Western Mediterranean, AD 400-700: The ceramic evidence. BAR, Int. Ser. 604, Oxford. REVILLA CALVO, V., MARTI GARCIA, C., GARCIA ROSELLO, J, PERA ISERN, J., VERDA MELLADO, J.A. y PUJOL DEL HORNO, J. 1997, “El nivell d’amortització del Cardo Maximus d’Iluro”, en Contextos ceràmics d’època romana tardana i de l’alta edat mitjana (segles IV-X). Tabla rodona: 101-119. RIGOIR, J. 1968, “Les sigillées paléochrétiennes grises et orangées”, Gallia, XXVI, 1: 177-244. RILEY, J.A. 1981, “The pottery from the cisterns 1977.1, 1977.2 and 1977.3”, en HUMPHREY, J.H. (ed.): Excavations at Carthage 1977 conducted by the University of Michigan, VI, University of Michigan, Ann Arbor: 85-124. RISCH, R. y FERRES, LL. 1987, “Paleoecología del sudeste de la península Ibérica durante la Edad del Cobre y la Edad del Bronce”, en CHAPMAN, R. et al. (eds.): 53-94. RISCH, R. y RUIZ PARRA, M. 1995, “Distribución y control territorial en el sudeste de la península Ibérica durante el tercer y segundo milenio ane”, Verdolay, 6: 77-87. RODRIGUEZ ARIZA, Mª O., STEVENSON, A.C. y Eds. 1998, “Vegetation and its explotation”, en CASTRO, P. et al. (eds): 62-68. RODRIGUEZ NEILA, J.F. 1988, “Aqua publica y política municipal romana”, Gerion, 6: 223-252. ROLDAN HERVAS, J.M. 1975, Itineraria Hispana. Fuentes antiguas para el estudio de las vías romanas en la Península Ibérica. Anejo de Hispania Antiqua, Valladolid. ROSSELLO BORDOY, G. 1971, “Candiles musulmanes hallados en Mallorca”, Mayuqa, 5: 133-161. 1978, Ensayo de sistematización de la cerámica árabe en Mallorca, Palma de Mallorca. 1987, “Algunas observaciones sobre la decoración cerámica en verde y manganeso”, Cuadernos de Madinat al-Zahra, 1: 125-137. 1991, El nombre de las cosas en al-Andalus: una propuesta de terminología cerámica. Palma de Mallorca: Museo de Mallorca. 1993, “Las cerámicas de primera época: algunas observaciones metodológicas”, en MALPICA, A. (ed.): 1335. RUBIO SIMON, A.J. 1999, “Un conjunto de lucernas romanas del Cerro de los Aljibes, (Los Oribes, Huércal-Overa)”, Axarquía, 4: 51-54.

298

RUIZ MOLINA, L. 1995, “Hábitat y poblamiento rural romano en Yecla (Murcia)”, en NOGUERA CELDRAN, J.M. (coord.): 133-152. RUIZ PARRA, M., RISCH, R., GONZALEZ MARCEN, P., CASTRO, P. y LULL, V. 1992, “Environmental exploitation and social structure in Prehistoric Southeast Spain”, Journal of Mediterranean Archaeology, 5/1: 3-38. SAGUI, L. 1998, “Il deposito della Cripta Balbi: una testimonianza imprevedibile sulla Roma del VII secolo”, en SAGUI, L. (ed.), Ceramica in Italia: V-VII secolo. Atti del Convegno in onore di John W. Hayes (Roma 1995), Biblioteca di Archeologia Medievale, 14, Florencia: 305-330. SALVATIERRA CUENCA, V. y CASTILLO ARMENTEROS, J.C. 1993a, “II Campaña de excavaciones en el yacimiento medieval del Cerro del Castillo de Peñaflor (Jaén)”, Anuario Arqueológico de Andalucía 1991, Vol. II: 312-318. SALVATIERRA CUENCA, V. y CASTILLO ARMENTEROS, J.C. 1993b, “Las cerámicas precalifales de la cora de Jaén”, en MALPICA, A. (ed.): 239-258. SCHÖNWIESE, C.D. 1979, Klimaschwankungen, Springer, Berlin. SCHUBART, H. 1993, “El Argar: Vorbericht über die Probegrabung 1991”, Madrider Mitteilungen, 34: 13-21. SCHUBART, H. y ULREICH, H. 1991, Die Funde der Südostspanischen Bronzezeit aus der Sammlung Siret. Madrider Beiträge 17, Zabern, Mainz SCHUBART, H., ARTEAGA, O. y PINGEL, V. 1986, “Fuente Alamo: Vorbericht über die Grabung 1985 in der brozezeitlichen Höhensiedlung”, Madrider Mitteilungen, 27: 27-63. SCHUBART, H., PINGEL, V. y ARTEAGA, O. 2000, Fuente Alamo. Las excavaciones arqueológicas 1977-1991 en el poblado de la Edad del Bronce. Junta de Andalucía, Consejería de Cultura, Sevilla. SCHULTE, L. 1995, “Jungquartäre Flussdynamik des Río Aguas im zentralen Vera-Becken (SE-Spanien), Geoökodynamik, 16: 173-196. 1999, Evolución cuaternaria de la depresión de Vera y de Sorbas oriental (SE-Península Ibérica). Reconstrucción de las fluctuaciones paleoclimáticas a partir de estudios morfológicos y edafológicos. Tesis Doctoral de la Universidad de Barcelona, Barcelona. SIRET, L. 1906, Villaricos y Herrerías. Antigüedades púnicas, romanas, visigóticas y árabes. Memorias de la Real Academia de la Historia. Madrid. SIRET, H. y SIRET, L. 1890, Las primeras edades del metal en el Sudeste de España. Barcelona. STEVENSON, A.C. 1998, “Pollen analysis in southern Spain”, en CASTRO et al. (eds.): 62-65. STIKA, H.P. 1988, “Botanische Untersuchungen in der bronzezeitlichen Höhensiedlung Fuente Alamo”, Madrider Mitteilungen , 29: 21-76. STIKA, H.P. y JURICH, B. 1998, “Pflanzenreste aus der Probegrabung 1991 im bronzezeitlichen Siedlungsplatz El Argar, Prov. Almería, Südostspanien”, Madrider Mitteilungen, 39: 35-48. TAPIA GARRIDO, J.A. 1986a, Almería musulmana I. (711/1172). Historia general de Almería y su provincia, tomo 3, Almería. 1986b, Almería musulmana II. (1172/1492). Historia general de Almería y su provincia, tomo 4, Almería. 1987, Historia de la Vera antigua. Diputación Provincial, Almería. TRELIS MARTI, J. 1993, “Aproximación a la transición del mundo tardoantiguo al islámico en las comarcas meridionales del País Valenciano: el ejemplo de Crevillente (Alicante)”, IV Congreso de Arqueología Medieval Española, Tomo II. Alicante: 309-316.

299

TUSET, F. y GIRALT, J. 1985, “Castell Formós, un palau àrab a Balaguer (La Noguera)”, Tribuna d’Arqueologia 1983-1984: 105-110. VALLEJO GIRVES, M. 1993, Bizancio y la España tardoantigua (ss. V-VIII): un capítulo de historia mediterránea. Alcalá de Henares. 2000, “Desencuentros entre el emperador Justiniano y las iglesias hispanas”, V Reunión de Arqueología Cristiana Hispánica, Cartagena, 16-19 de abril 1998, Barcelona: 573-583. VALLVE, J. 1972, “La división territorial en la España musulmana. La cora de “Tudmir” (Murcia)”, Al-Andalus, 37: 145-189. VILLA, L. 1994, “Le anfore tra tardoantico e medioevo”, en LUSUARDI SIENA, S. (ed.), Ad Mensam. Manufatti d’uso da contesti archeologici tra tarda antichità e medioevo, Udine: 335-431. VISQUIS, A. G. 1973, “Premier inventaire du mobilier de l’épave dite “des Jarres” à Agay”, Cahiers d’Archéologie Subaquatique, 2: 157-166. VIVES, J. 1963, Concilios visigóticos e hispano-romanos. CSIC, Barcelona-Madrid. VÖLK, H.R. 1979, Quartäre Reliefentwicklung in Südost-Spanien, Heidelberger Geographische Arbeiten 58, Heidelberg. VOLPE, G. 1998, “Archeologia subacquea e commerci in età tardoantica”, en Archeologia subacquea. Come opera l’archeologo. Storie delle acque. Firenze. WAAGE, F.O. (ed.) 1948, Antioch on-the-Orontes. IV. Part One: Ceramics and Islamic Coins. Princeton University Press, Princeton. WENZENS, G. 1991, “Die mittelquartäre Reliefentwicklung am Unterlauf des Río Almanzora (Südostspanien)”, Freiburger Geographische Hefte, 33: 185-197. WILLIAMS-THORPE, O. y THORPE, R.S. 1987, “Els orígens geologics dels molins romans de pedra del nord-est de Catalunya”, Vitrina, 2: 49-58. WILLIAMS-THORPE, O. y THORPE, R.S. 1991, “The import of millstones to Roman Mallorca”, Journal of Roman Archaeology, 4: 152-159. WILSON, J.M. y WITCOMBE, J.R. 1985, “Crops for arid lands”, en WICKENS, G.E., GOODIN, J.R. y FIELD, D.V. (eds.), Plants for arid lands. Allen and Unwin, Londres: 35-52. YELO, A., MARTINEZ, P., SALMERON, J. y RUIZ, J. 1988, “Aportación al estudio del poblamiento y los regadíos de época romana en la cabecera del valle del Segura: fuentes documentales y arqueológicas”, Antiguedad y Cristianismo, V: 599-611. ZOZAYA, J. 1980a, “Aperçu générale sur la céramique espagnole”, I Colloque International La céramique médiévale en Méditerranée Occidentale, X-XV siècles: (Valbonne 1978), París 1980: 265-296. 1980b, “Essai de chronologie pour certains types de céramique califale andalouse”, I Colloque International La céramique médiévale en Méditerranée Occidentale, X-XV siècles: (Valbonne 1978), París 1980: 311-315. 1984, “Instrumentos quirúrgicos andalusíes”, Boletín de la Asociación Española de Orientalistas, XX: 255259.

300

LÁMINAS

302

Lám. I: Cortijo Cadímar. Estructuras romanas puestas al descubierto por la erosión del río Aguas. Foto:P.Witte

Lám. II: Cerro de Montroy visto desde el sur. En primer término, área ocupada por la antigua extensión de marismas. Foto: P. Witte.

303

Lám. III: Cabezo María visto desde el sureste. El cono volcánico se levanta abruptamente sobre el entorno terciario.

Lám. IV: Cerro del Inox visto desde el noroeste. Se aprecia el escarpe que cae sobre el barranco de Tremecén.

304

Lám. V: Cerro del Inox visto desde el sur. Sobre la superficie inclinada y escalonada se conservan los restos de las estructuras arquitectónicas de la fortificación.

Lám. VI: Cerro del Inox. Aparejo en espiga de una de las torres del recinto amurallado.

305

Lám. VII: Gatas visto desde el este. Las estructuras andalusíes se excavaron en la ladera septentrional.

306