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Spanish Pages 95 Year 2013
1
INTRODUCCIÓN
El concepto de resiliencia se presenta potencialmente humanizador tanto como clave de lectura de la experiencia humana de sufrimiento, enfermedad, trauma, duelo, como por la parte del agente de salud o social que acompaña. No es lo mismo un plan de intervención centrado exclusivamente en las carencias que un plan
que
mire
sobre
todo
a
promover
las
potencialidades
del
veces
de
individuo
necesitado. La
consideración
positiva
de
los
recursos
–a
latentes–
la
persona
constituye un potencial que conviene explorar en el acompañamiento. Por eso, los diferentes testimonios y estudios realizados en el campo de la superación de las crisis y los traumas nos invitan a interesarnos por una visión positiva que dibuje caminos posibles y de esperanza cuando otros planteamientos dibujan y vaticinan fracaso y pesimismo. Inicialmente, los estudios de resiliencia se centraron en niños y en familias, para trabajar elementos formativos que les permitieran modificar la forma de ver las dificultades y ser más eficaces. Hoy el tema es afrontado desde diferentes entornos en los que este enfoque positivo de la persona puede cambiar modelos de intervención centrados más en la vulnerabilidad. Al escribir un libro sobre resiliencia en el Centro de Humanización de la Salud queremos sumarnos a esta corriente que canta a la libertad y a las posibilidades de los seres humanos en medio del sufrimiento. Al considerar la resiliencia no como
una
mera
característica
de
algunas
personas,
sino
como
la
suma
e
interacción entre elementos intrínsecos y extrínsecos, el tema se convierte en apasionante para quien desea ayudar a las personas en situación de dificultad. No se trata solamente de identificar a las personas con temperamento favorable a
la
resiliencia,
sino
también
de
fomentar
los
entornos
potenciadores
y
los
modelos de intervención positivos para renovar la mirada sobre las personas. Y es
que
la
mirada
tiene
un
gran
poder
potenciador
de
las
capacidades
del
prójimo. En los años ochenta, la psicóloga Emmy Wermer llevó a cabo un estudio longitudinal y prospectivo: el seguimiento de 698 individuos (nacidos en 1955) desde el período prenatal hasta la edad de 32 años. Las niñas y niños eran los patitos feos de familias pobres de los bajos fondos de la isla hawaiana de Kauai. En el estudio, Emmy Wermer tuvo la intuición de considerar aquellos casos en que
se
adaptaron
equilibrada
y
positivamente
competente,
a
y
pesar
llegaron
a
de
situaciones
vivir
ser
adultos de
con gran
adversidad durante su infancia. Los etiquetó como personas resilientes.
2
una
vida
riesgo
o
Desde entonces, este concepto que inicialmente procede de la metalurgia, está sirviendo en el marco de la psicología positiva y en la espiritualidad, para referir posibilidades de éxito, superación y crecimiento en medio de las dificultades de la vida. Más
que
un
concepto
nuevo
está
siendo
un
nuevo
modo
de
referirnos
a
cuestiones de siempre, como el coraje, la perseverancia, la superación, etc., pero desde un enfoque que permite el estudio de los elementos que protegen a una persona y que pueden contribuir a prevenir fracasos y situaciones indeseables como resultado de crisis de la vida. Pero… empezaré por un cuento. Érase Tenía
una
un
vez
un
carácter
hombre
malvado,
tan
violento
oasis
había
que
Ben
no
Sadok,
podía
ver
que
atravesaba
nada
sano
ni
un
oasis.
bonito
sin
estropearlo. En
la
orilla
del
una
joven
palmera
que
estaba
creciendo
con
energía. Esta le hirió los ojos a Ben Sadok. Entonces cogió una pesada piedra y la puso encima de la corona de la joven palmera. Y, riéndose pérfidamente, continuó su camino. La joven palmera se sacudió y se inclinó e intentó deshacerse de la pesada carga sin éxito. La piedra estaba fuertemente puesta encima de su corona. Por más que intentaba empujar, no tenía fuerzas suficientes para deshacerse de ella. Entonces la joven palmera arañó el suelo y excavó y se mantuvo a pesar de la pesada carga empujándola. Como no podía estirar sus ramas, fue hundiendo y hundiendo sus raíces tan profundamente que encontró las vetas de agua más escondidas
del
oasis.
Esas
aguas
frescas
y
profundas
la
alimentaron
y
fortalecieron, dándole tanta fuerza que empujó la piedra tan alto que ya ningún árbol hacía sombra a su corona. El agua de las profundidades y el sol de las alturas convirtieron al joven árbol en una palmera reina. Al cabo de unos años volvió Ben Sadok, para alegrarse la vista con el árbol enfermo que él había estropeado. Buscó sin éxito. Entonces la palmera, más orgullosa ahora, bajó su corona, enseñó la piedra y dijo: –Ben Sadok, tengo que darte las gracias porque tu carga me ha hecho fuerte. Así es, la resiliencia es ese canto a las posibilidades de crecer en situaciones adversas, difíciles, de crisis. Es el otro extremo del victimismo, si bien no es un mero ejercicio voluntarista. En algunos de los elementos que la constituyen y la favorecen nos adentraremos en estas páginas que deseamos sirvan tanto para quienes atraviesan por una crisis como para quienes, desde cualquier profesión o rol de ayuda deseen mirar con esperanza y creer en las posibilidades, no solo lamentarse o compadecerse y quizá suplir o salir al paso también de los límites.
3
1
DOS TESTIMONIOS PARA EMPEZAR
En
estos
últimos
años
voy
encontrando
personas,
en
diferentes
rincones
del
mundo, que viven situaciones que no solo me impactan, sino que también hacen que
me
pregunte
cómo
es
posible
que
estén
vivas,
que
puedan
con
tanto
sufrimiento, que estén aún habitadas de esperanza. Algunas me parecen situaciones de tanta intensidad que no sé cómo el ser humano tiene energía para seguir vivo en medio de tanta adversidad. Y lo cierto es que así es. Son un canto a las posibilidades de superación, a la salud en el afrontamiento de las dificultades, una muestra de resiliencia. 1. Lola y sus múltiples duelos Hay personas que viven lo que podríamos llamar una sobredosis de sufrimiento por pérdidas múltiples. Piénsese en quien, como consecuencia de un accidente, por ejemplo, pierde al cónyuge y a los hijos, o cualquier otra situación que haga perder a varios seres queridos simultáneamente o acumulativamente en un breve período de tiempo. Lola llegó a nuestro Centro de Escucha, enviada por el párroco de su pueblo, cuando había perdido a su marido y dos hijos estaban enfermos de corea de Huntington, una enfermedad degenerativa y hereditaria. A la vista de lo que le venía encima, a la vista del proceso degenerativo de su hermosa hermana, otro hijo se suicidó colgándose del garaje de su casa. Y así hasta perder a los cinco hijos y al marido. Algunas de sus experiencias nos las relata así: Mi
hijo
Juan
nunca
había
estado
enfermo,
pero
vio
cómo
se
había
deteriorado su hermana, porque era muy guapa y se había quedado hecha un horror. Un día bajó a la cochera. Él iba para adelante y para atrás, como si quisiera despedirse de mí. Parece que no se atrevía. Yo me di cuenta. Él se duchaba todos los días y vi que se había puesto la ropa de los domingos y le dije: «Chico, ¡qué guapo estás!». En aquel momento no le di
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importancia. Me dijo: «Madre, bajo a la cochera a arreglar la bici», y se fue. Como pasó toda la tarde y no venía, al regresar mi nieto de kárate fuimos a la cochera y me dio un vuelco el corazón: mi hijo plantadito, los pies le tocaban el suelo y le digo: «¡Hijo!, ¿qué te ha pasado?». Pero miré a lo alto y vi la cuerda. Cogí al chiquillo y lo saqué de allí para que no lo tocara.
Tenía
28
años.
Mi
marido
ya
había
muerto
y
la
chica
estaba
enferma. Él iba detrás. A sus 74 años, Lola ya había perdido a su marido y a su hijo, teniendo a su hija enferma. Posteriormente, otro hijo se marchó un tiempo de casa sin avisar, hasta
que
un
buen
día
regresó
y
le
acogió
sin
reproche
alguno.
Regresó
ya
enfermo, de la misma enfermedad. Así continuó la historia, uno detrás de otro, hasta fallecer el marido, el hijo que se suicidó, la hija que ya estaba enferma entonces, el hijo que regresó enfermo, y los otros tres. Cinco hijos y el marido. ¿Cómo ha podido Lola con todo? Ella nos responde así: Yo creo que he podido con todo esto por la fe que tengo, y porque he trabajado. Le he pedido mucha fe a Dios, aunque a veces le digo: «Te has pasado… Yo creo que te has pasado. Ya está bien la cosa, ¿no?». Voy a comulgar
y
le
pido:
«Auméntame
la
fe»,
aunque
sea
un
granito
de
mostaza; quiero tener más. Es que yo pienso que no tengo bastante y sé que
tengo,
porque
cuando
estoy
en
la
iglesia
una
hora,
me
parece
un
minuto. Me han ayudado mucho en el pueblo. Todo el pueblo me quiere. Ahora soy feliz ayudando a los enfermos. Les siento como si todos fuesen mis hijos. Pienso en esas madres que tienen un crío enfermo ya desde pequeño, que no pueden disfrutar como yo lo he hecho cuando han estado bien. Eso debe ser más duro: perder a los hijos cuando son niños o tenerlos enfermos desde que nacen. No me ha aplastado la tristeza por la fe. Si he llorado, ha sido dentro de mi casa. Siempre digo que no quiero que me vean llorar, aunque eso no signifique que no me acuerde de mis hijos y de mi marido, ni de todo lo que he pasado. Lo que quiero es ayudar a otros, que no digan que no puedo resistir. Todo se puede superar. Por lo menos, yo lo he superado y, como yo soy una persona, otros lo pueden hacer también. Sin duda, Lola ha vivido saturación de duelo, pero ha encontrado recursos, dentro de ella y fuera de ella. Se diría que ha encontrado tutores de resiliencia, que su personalidad le ayuda, que su fe es un recurso, que se ha volcado hacia
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afuera en lugar de encerrarse en ella misma, aunque tampoco le vendría mal permitirse expresar lo que siente. Eso, expresar lo que siente, sí se lo permiten. Yo he podido contar lo que me ha pasado en el Centro de Escucha, me pidieron que lo hiciera en la televisión, aunque no sé leer ni escribir, que hablara en unas Jornadas sobre Duelo, y eso ayuda a los demás. Además en mi pueblo hay mucha gente que me llama por teléfono, incluso desde fuera, para decirme que cómo estoy y cómo puedo soportar tanto. Yo no voy a olvidar nunca a mis hijos. Hablo de ellos, los nombro. Tengo una amiga a la que se le murió un hijo, y ella dice que no se lo nombren. Pues no lo entiendo, a mí me gusta nombrarlo y nadie me lo impide. A eso me ha servido mucho venir al Centro de Escucha. Estoy muy agradecido a quien me traía desde el pueblo cada semana durante un año un voluntario de Cáritas, y también a san Camilo, que me ha regalado la posibilidad de venir aquí. Me han ayudado mucho. 2. Coger el toro por los cuernos Hay
personas,
por
tanto,
que
reaccionan
de
manera
resiliente.
Tienen
esa
capacidad de reaccionar con fortaleza y tenacidad y crecer con ocasión de la crisis, con coraje y fortaleza de ánimo. El testimonio de Muki, que perdió bien joven a su esposo en un accidente de tráfico, es un ejemplo de resiliencia. Ella, como el metal, recibió un durísimo golpe al perder a su marido. Golpeada, herida, lesionada en lo más profundo de su ser, va recuperando, desde la esperanza, su ser, su esencia, su yo personal. Así nos lo cuenta: Creo que gran parte del sufrimiento es producto de estar centrados en los episodios dolorosos o rencores del pasado, añorando cosas que no tenemos ahora. Hoy no lo tengo a él, pero sí tengo muchas razones para estar bien y ser feliz. Hasta me falta tiempo, mucho tiempo y creo que parte de eso radica en estar conectada con el presente, dejarme emocionar por las cosas pequeñas de la vida, mirar, contemplar, dejarte sorprender, experimentar y aprender cosas nuevas. Echo mucho de menos la ternura compartida y me duele la ternura que no reciben mis hijos de su padre y de la pareja. Solo me tienen a mí. La ternura nos predispone a las caricias, a la expresión de nuestro amor y también a proteger dulcemente al que amamos. Cuando danzamos en ella, canalizamos poderes primordiales que nos enseñan a ser parte de un todo
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misterioso.
Ella
pertenencia
a
la
nos
permite
vida,
y
la
experimentar bullente
la
fuerza
energía
de
vital
ser
de
nuestra
amados,
de
ser
simplemente partes de algo mayor y de estar constituidos en ello. Pero mira, fue en una plaza de toros de Madrid, en donde me di cuenta de la similitud que podía haber entre la intensidad de emociones que tiene que enfrentar un torero en el ruedo y las emociones que tuve yo después de la trágica partida de mi esposo que ocurrió inesperadamente en mi vida. Me
sentí
reflejada
en
su
aplomo,
valentía,
miedo,
rabia
y
coraje,
y
principalmente con su respuesta al reaccionar ante una situación hostil. Después de ser embestido por un gran toro que nos deja heridos, tirados en el suelo, doloridos y sin poder movernos… estamos en el suelo, sangrando, pensando que será imposible volver a levantarnos y, de repente, vemos aparecer otros toros, más pequeños tal vez, pero luego de una primera arremetida,
uno
cree
no
poder
con
ellos
por
más
que
lo
intente,
nos
sentimos impotentes e inundados de un gran dolor físico y emocional. Así me sentí yo. Los «pequeños toros» fueron, a mi parecer, los infortunios que surgieron después y producto de la pérdida. Pero también un torero vive intensamente, y pone en riesgo su vida cada vez que sale a la plaza, probando que puede vencer obstáculos una y otra vez
y
al
mismo
invalorable.
tiempo
Tampoco
nos
cabe
brinda duda
un
de
espectáculo
que
esa
de
arte
energía
y
y
de
valor
vida están
controlados por el apego a la vida, que los toreros exponen sin duda y yo también descubrí que lo tenía: el entusiasmo, amor por la vida, pasión por hacer cosas, dar y recibir. Muestran su apego a vivir y luchar, sin olvidar que cada ataque es rápido y levantarse es su misión. Nadie que no tenga el alma templada puede conseguir ponerse de pie en medio de una plaza a esperar, sin dejar de pensar en qué momento echar a correr. En su fuero interno sienten que pueden con ese toro. La imagen del torero me sirvió como metáfora para comprender cómo hacer frente a las experiencias más difíciles que nos toca enfrentar a lo largo
de
capacidad
nuestra no
vida,
solo
ya
de
que
resistir
permite y
vernos
como
adaptarnos,
sino
personas de
con
la
rehacernos
y
reinventarnos con mucho ímpetu y coraje ante la adversidad al encontrar el
verdadero
sentido
de
nuestra
vida,
pudiendo
lograr
un
crecimiento
personal que nace del aprendizaje como resultado de las experiencias más terribles,
observando
los
problemas
como
oportunidades,
incluso
reconceptualizando nuestra visión de lucha frente a los «toros» que la vida nos pone delante. No nos podemos centrar únicamente en cómo salir mejor de las acometidas y sentirnos menos desgraciados día a día, ni buscando paliativos de los estados que hacen que la vida no parezca digna de vivirse.
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Lo que acontece en términos generales es que la vida y los toros que se sitúan enfrente y en pie de lucha se presentan ante nosotros de forma impredecible. Por lo tanto, nosotros no podemos ser el resultado de nuestro pasado,
sino
de
nuestras
elecciones
inmediatas,
eligiendo
de
manera
independiente nuestro estado ánimo y nuestra demanda social. Destacar
y
reconocer
nuestros
talentos,
expresarlos
en
el
día
a
día
y
ponerlos al servicio de los demás es una de las grandes lecciones que me dejó esta experiencia. Aprendí también, que está en nosotros hallar las condiciones
para
ser
felices,
desarrollando
estados
positivos
genuinos,
y
vivir intensamente, aprendiendo y reconociendo el valor, la fortaleza y las virtudes que poseemos. Todos tenemos la voluntad de generar cambios y abrirnos un nuevo camino en la vida, pudiendo lograr vivir conforme a nuestra imaginación y nuestra memoria lo decida. Si bien una experiencia terrible o un accidente se pueden convertir, en realidad en muy dolorosas e impactantes,
lo
que
sucede
a
partir
de
ellas
está
en
nuestra
zona
de
influencia y no de los demás. De la experiencia de Muki se pueden extraer algunas características de la resiliencia.
Muki
es
realista,
reconoce
su
pérdida
y
su
dolor,
tiene
sentido
reflexivo y creativo cuando compara el embiste del toro con el «toro» que ha tenido ella que lidiar y verbaliza su decisión de superar su crisis, lo cual no es sinónimo de olvidar. Muki no solo ha superado su crisis, sino que ha salido fortalecida
de
ella.
Su
esperanza
y
el
sentido
de
su
vida
le
han
ayudado
a
resistir, sobrevivir y seguir viviendo. ¿Cómo
se
manifiesta
la
resiliencia?
Para
responder
a
esta
pregunta
no
tenemos más que pensar en el sentido siderúrgico, o más claro aún, imaginemos que estamos clavando un clavo y en uno de los golpes sobre la tachuela, un mal cálculo lleva el martillo sobre nuestro dedo. El dedo sufre, se hincha, se deforma y, con paciencia y sabiendo esperar, el dedo vuelve a su forma original. Frente a la
destrucción
por
cualquier
tipo
de
trauma,
la
persona
defiende
su
propia
integridad bajo la presión del dolor, de la deformidad y de la hinchazón que produce la pena, pudiendo llegar a recuperarse. El
relato
ternura
de
Muki
compartida
es y
un le
canto
duele
a
la
la
esperanza.
ternura
que
Echa
no
mucho
reciben
sus
de
menos
hijos.
la
Sabe
perfectamente lo que eso significa, por eso dice: «La ternura nos predispone a las caricias, a la expresión de nuestro amor y también a proteger dulcemente al que amamos. Cuando danzamos en ella, canalizamos poderes primordiales que nos enseñan a ser parte de un todo misterioso. Ella nos permite experimentar la fuerza
vital
de
nuestra
pertenencia
a
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la
vida,
y
la
bullente
energía
de
ser
amados, de ser simplemente partes de algo mayor y de estar constituidos en ello». 3. Y un viejo cuento… No hace mucho, en un país del África subsahariana, en una sesión formativa dirigida a cooperantes y misioneros españoles, agentes de salud, utilicé el cuento ya bastante difundido titulado «El águila y la gallina». Desconocía entonces que quien más contribuyó a su difusión había sido James Aggrey, utilizándolo precisamente en un país africano, en 1925, en una reunión de líderes populares en la que se discutía sobre la colonización y la organización política del pueblo de Gana. James Aggrey es considerado uno de los precursores del nacionalismo africano y del moderno panafricanismo y tuvo gran relevancia política como educador de su
pueblo,
promoviendo
la
liberación
que,
como
Paulo
Freire,
entiende
que
comienza por la conciencia del pueblo. A mi regreso a España tuve la oportunidad de leer el libro, de Leonardo Boff, que lleva el mismo título que el cuento, y que lo utiliza como metáfora de la condición humana. En realidad, el cuento lo hemos utilizado mucho en actividades de formación en relación de ayuda desde el Centro de Humanización de la Salud. Dice así: El cuento Érase una vez un granjero que, mientras caminaba por el bosque, encontró un aguilucho malherido. Se lo llevó a su casa, lo curó y lo puso en su corral, donde pronto aprendió a comer la misma comida que los pollos y a comportarse
como
estos.
Un
día,
un
naturalista
que
pasaba
por
allí
le
preguntó al granjero: –¿Por qué este águila, el rey de todas las aves y pájaros, permanece encerrado en el corral con los pollos? El granjero contestó: –Me lo encontré malherido en el bosque, y como le he dado la misma comida
que
a
los
pollos
y
le
he
enseñado
a
ser
como
un
pollo,
no
ha
aprendido a volar. Se comporta como los pollos y, por tanto, ya no es un águila. El naturalista dijo:
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–El tuyo me parece un gesto muy hermoso, haberle recogido y curado. Además, le has dado la oportunidad de sobrevivir, le has proporcionado la compañía y el calor de los pollos de tu corral. Sin embargo, tiene corazón de águila y con toda seguridad, se le puede enseñar a volar. ¿Qué te parece si le ponemos en situación de hacerlo? –No entiendo lo que me dices. Si hubiera querido volar, lo hubiese hecho. Yo no se lo he impedido. –Es verdad, tú no se lo has impedido, pero como tú muy bien decías antes, como le enseñaste a comportarse como los pollos, por eso no vuela. ¿Y si le enseñáramos a volar como las águilas? –¿Por qué insistes tanto? Mira, se comporta como los pollos y ya no es un águila. ¡Qué le vamos a hacer! Hay cosas que no se pueden cambiar. –Es verdad que en estos últimos meses se está comportando como los pollos.
Pero
tengo
la
impresión
de
que
te
fijas
demasiado
en
sus
dificultades para volar. ¿Qué te parece si nos fijamos ahora en su corazón de águila y en sus posibilidades de volar? –Tengo mis dudas, porque, ¿qué es lo que cambia si en lugar de pensar en las dificultades, pensamos en las posibilidades? –Me parece una buena pregunta la que me haces. Si pensamos en las dificultades, es más probable que nos conformemos con su comportamiento actual. Pero ¿no crees que si pensamos en las posibilidades de volar esto nos invita a darle oportunidades y a probar si esas posibilidades se hacen efectivas? –Es posible. –¿Qué te parece si probamos? –Probemos. Animado, el naturalista al día siguiente sacó al aguilucho del corral, lo cogió suavemente en brazos y lo llevó hasta una loma cercana. Le dijo: –Tú perteneces al cielo, no a la tierra. Abre tus alas y vuela. Puedes hacerlo. Estas palabras persuasivas no convencieron al aguilucho. Estaba confuso y al ver desde la loma a los pollos comiendo, se fue dando saltos a reunirse con ellos. Creyó que había perdido su capacidad de volar y tuvo miedo. Sin
desanimarse,
al
día
siguiente,
el
naturalista
llevó
al
aguilucho
al
tejado de la granja y le animó diciendo: –Eres un águila. Abre tus alas y vuela. Puedes hacerlo. El
aguilucho
tuvo
miedo
de
nuevo
de
sí
mismo
y
de
todo
lo
que
le
rodeaba. Nunca lo había contemplado desde aquella altura. Temblando, miró al naturalista y saltó una vez más hacia el corral.
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Muy temprano, al día siguiente, el naturalista llevó al aguilucho al tejado de la granja y le animó diciendo: –Eres un águila, abre las alas y vuela. El aguilucho miró fijamente los ojos del naturalista. Este, impresionado por aquella mirada, le dijo en voz baja y suavemente: –No me sorprende que tengas miedo. Es normal que lo tengas. Pero ya verás como vale la pena intentarlo. Podrás recorrer distancias enormes, jugar con el viento y conocer otros corazones de águila. Además estos días pasados, cuando saltabas pudiste comprobar qué fuerza tienen tus alas. El aguilucho miró alrededor, abajo hacia el corral, y arriba, hacia el cielo. Entonces el naturalista lo levantó hacia el sol y lo acarició suavemente. El aguilucho abrió lentamente las alas y finalmente, con un grito triunfante, voló alejándose en el cielo. Había recuperado, por fin, sus posibilidades. 4. Somos granjeros y naturalistas No resulta fácil, en las relaciones con quien se encuentra frágil y herido, en crisis o
tocado,
liberarse
de
la
tendencia
a
llevarle
al
propio
corral
del
ayudante.
Resulta más comprometedor y complejo promover al máximo sus recursos. Fácilmente
podemos
adoptar
actitudes
semejantes
a
las
del
granjero,
que
promueve la cómoda actitud de la dependencia y el cuidado no liberador, en lugar de actitudes semejantes a las del naturalista, que se empeña en despertar el corazón de águila y estimularle a ser él mismo. Ayudar a ser él mismo supone reconocer que dentro de cada uno hay un águila y una gallina. Y ayudar significa acompañar a liberar al águila. Pensemos en la necesidad de promover el protagonismo de cada uno en los procesos preventivos y terapéuticos, en la necesidad de acompañar a descubrir los propios recursos para utilizarlos al máximo y no hacer de la relación una producción de dependencias o estilos autoritarios, protectores o paternalistas. Pensemos en los estilos de acompañamiento en entornos de pobreza, donde a veces los agentes sociales importan modelos de vida y costumbres sin acompañar a
desplegar
las
alas
de
los
individuos
y
los
pueblos
sin
promover
la
autoafirmación de sí mismos como diferentes. Pensemos en el riesgo de un sutil colonialismo que puede darse si no se estimula el águila que hay dentro de las personas y los grupos, respetando las diferencias culturales y sus implicaciones religiosas. Pensemos en la comodidad que supone en los procesos de ayuda conformarse con
la
moral
(costumbres)
sin
dar
el
11
salto
a
la
responsabilidad
ética;
la
comodidad de quedarse en la religión sin dar el salto a la fe; la comodidad de quedarse en el positivismo y el materialismo sin dar el salto a la utopía y a la espiritualidad; la comodidad de hacer del paciente un puro objeto de cura en lugar de un agente activo en los procesos diagnósticos y terapéuticos. En el fondo, corremos el peligro de actuar como el granjero, mientras que estamos
llamados
a
hacer
como
el
naturalista:
acompañar
a
las
personas
y
grupos a ser sí mismos. 5. Somos águilas y gallinas Dentro de nosotros podemos encontrar un poco de águila y un poco de gallina. Tanto cuando ayudamos como cuando nos dejamos ayudar. Podemos adoptar actitudes
semejantes
a
las
de
la
misma
águila
que
se
resiste
a
explotar
sus
recursos. El águila representa la misma vida humana en su creatividad, en su capacidad de romper barreras, en sus sueños, en su luz. Representa la persona con toda sus potencialidades, pero susceptible de acomodarse en la dependencia y comodidad del corral. Aceptar la condición de águila supone responsabilizarse de la propia historia, participar
activamente
en
el
destino
personal
y
comunitario,
apostar
por
lo
inédito viable, defender la propia identidad, arriesgarse a lo desconocido, aunque produzca sinfonía
vértigo, de
apasionarse
fuerzas
y
por
construirse
contrariedades
y
participar
individuales
y
activamente
colectivas.
en
Significa
la
dar
espacio a las posibilidades resilientes. No aceptar la condición de águila significa desarrollarse solo como gallina, sin sacar el jugo a los propios recursos, instalándose en la dependencia, enterrando en el sótano de la historia la riqueza personal y grupal, renunciando a la propia identidad, conformándose con la mediocridad y la comodidad de quien no vive o no le dejan vivir como protagonista en el escenario de la propia vida. Las
relaciones
naturalistas
y
que
quieren
promover
el
ser
águila
de
ayuda
interior
manera elegante y salir crecidos de las crisis.
12
no
de
son
cada
otra
cosa
persona
que
para
hacer
de
afrontar
de
2
LAS PALMERAS SE DOBLAN
Esta metáfora de las palmeras que dejan pasar los fuertes vientos, se doblan y agachan
su
cabeza,
pero
se
recuperan
y
siguen
creciendo
después
de
las
tormentas, robusteciendo así su tronco, su resistencia, es utilizada para hablar de la resiliencia. Es un tipo de respuesta general de fortaleza ante la crisis. Inicialmente, la palabra usada ahora tanto en el ámbito de la psicología y la espiritualidad
procede
de
la
física
para
identificar
la
cualidad
de
algunos
materiales para resistir y recuperarse ante el embate de una fuerza externa. 1. Un modo de vivir la crisis La
resiliencia
personal
consiste
en
tener
la
capacidad
de
afrontar
la
crisis,
reconstruirse y no perder la capacidad de amar, de luchar, de resistir; antes bien, potenciar los recursos interiores para luchar. Es el arte de no dejarse arrastrar por el impacto de un mar embravecido en medio de la tempestad personal en la que experimentamos nuestra embarcación amenazada, quizá sin rumbo. La persona resiliente se mantiene y logra un nuevo rumbo aún más interesante y consistente que antes de la tormenta. No se deja arrastrar
hacia
donde
el
oleaje
golpea
y
donde
parece
querer
hundir
la
embarcación. La persona resiliente no es invulnerable, no niega la crisis, no es impasible ante
la
adversidad.
En
el
interior
de
la
persona
resiliente,
bajo
la
aparente
debilidad (la palmera que se dobla), hay una fortaleza. Ramón y Cajal decía que «los débiles sucumben no por ser débiles, sino por ignorar que lo son». De hecho, es sabido cómo mucho de nuestro sufrimiento con ocasión de las crisis que experimentamos tiene su raíz no en lo que nos hiere, sino en la manera en que elegimos manejar y vivir esa herida. Sabemos,
por
ejemplo,
que
bajo
la
aparente
debilidad
del
que
llora
suele
esconderse la fortaleza de quien ama. O, como diría el gran médico sir William Osler, «la herida que no encuentra su expresión en lágrimas puede causar que los órganos lloren». Y eso es enfermar. Si
nuestra
forma
de
gestionar
los
sentimientos
ante
la
crisis
influye
en
la
potencialidad resiliente, nuestra forma de pensar tiene igualmente su influjo.
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Nuestra respuesta mental ante la adversidad puede ser manejada de una manera positiva, optimista, de tal modo que, de la dificultad, salgamos reforzados. 2. Cultivo interior Nos estamos empeñando en nuestros días en quitar importancia –cuando no denigrar– cuanto tiene que ver con la espiritualidad. Nos estamos empeñando en pensar que «hay que ver para creer», olvidando que es más verdad que «hay que creer para ver», sobre todo para ver lo más importante, lo que alcanza a ver solo el corazón. Es obvio que el cultivo de la vida interior, de la capacidad reflexiva, de la capacidad trascendente, de la referencia a lo más genuinamente humano, de la sabiduría del corazón, de los valores, es la mejor plataforma para atravesar las tempestades y salir fortalecidos de ellas. La inteligencia emocional subraya algunos de estos elementos, tales como el autoconocimiento, mismo,
como
el
autocontrol
competencias
emocional,
intrapersonales
la
capacidad
susceptibles
de
de
motivarse
ser
a
sí
desarrolladas,
además de las competencias interpersonales. Lao Tse decía: «Conocer a otros es conocimiento, conocerse a sí mismo es sabiduría».
Y
así
podemos
encontrar
dentro
de
nosotros
mismos
esas
potencialidades de soñar despiertos sin ser ingenuos, de desear y trabajar por el bien en medio de lo que a primera vista nos hace mal. No es una actitud dolorista la que esconde la resiliencia. No se trata de una actitud
ensalzadora
del
dolor
en
sí
mismo,
que
no
dejaría
de
ser
un
posicionamiento enfermizo ante la adversidad. Aunque, ¡quién sabe qué querían decir nuestros antepasados cuando utilizaban palabras como «resignación»! Es posible
que
en
la
intención
del
que
exhortaba
piadosamente
a
adoptar
esta
actitud hubiera una propuesta activa, aunque hoy tenga para nosotros una clara connotación de pasividad y derrotismo. De hecho, algunos diccionarios recogen aspectos positivos como la paciencia y la
conformidad
ante
las
adversidades,
sin
connotación
de
pasividad.
Otros
refieren, además de conformidad y paciencia ante obstáculos y adversidades, la variable tolerancia. 3. Voluntad de sentido Diríamos que es más bien la proactividad –y no la pasividad– la que es capaz de indicar la potencialidad resiliente. La persona proactiva es aquella que toma la
14
iniciativa, toma las riendas de su propia vida, se siente responsable incluso ante lo
que
no
puede
cambiar,
se
siente
libre
ante
aquello
en
medio
de
lo
paradójicamente «se siente esclavo». Desde la perspectiva de la logoterapia, diríamos que la disposición de buscar un para qué a todo lo que nos ocurre, aunque no comprendamos el porqué, forma parte de esta voluntad de crecer en las crisis. Esta voluntad es lo contrario de la indiferencia o la apatía, que nos impide, en tantas ocasiones, comprometernos con nosotros mismos y con los demás. La resiliencia, en último término, es el resultado de múltiples procesos que contrarrestan las situaciones nocivas o de crisis. Se trata de una dinámica en la cual se podrían señalar algunos elementos tales como: la defensa y la protección de uno mismo, el equilibrio ante la tensión, el compromiso ante lo que sucede, la responsabilidad activa, el empeño por la superación, la capacidad de dar un sentido y reorientar la propia vida en la crisis, la visión positiva en medio de la negatividad, la capacidad creativa de reacción. Nietzsche lo diría así: «Lo que no me destruye, me hace más fuerte». El doctor Gerónimo Acevedo, autor de El modo humano de enfermar, dice que
el
verbo
«madurar»
solo
puede
conjugarse
en
gerundio.
Entre
sus
expresiones, nos encontramos estas: Cuida tus pensamientos, porque se volverán palabras. Cuida tus palabras, porque se volverán actos. Cuida tus actos, porque se volverán costumbres. Cuida tus costumbres, porque forjarán tu carácter. Cuida tu carácter, porque formará tu destino. Y tu destino será tu vida. Quizá sea este uno de los objetivos del acompañamiento hecho de relaciones de ayuda: fomentar la resiliencia en la crisis.
15
3
DE TAL PALO…
¿DETERMINISMO O LIBERTAD?
Cuando un chico se convierte en un gran médico como lo fue su padre pensamos lo mismo que cuando se convierte en un delincuente. Se veía venir… De tal palo… tal astilla. Lo mismo a la hora de esperarnos o contemplar una reacción de un enfermo, si conocemos su personalidad previa creemos que está totalmente determinada. Esta es la sentencia con la que nos mostramos pesimistas ante situaciones en las que vemos el límite de una persona y lo atribuimos a sus antecedentes. libertad.
Es
una
Creemos
así
ecuación que
los
de
una
rasgos
incógnita
de
la
que
nos
personalidad
lleva son
a
negar
la
determinantes
absolutos del modo de vivir las crisis en la vida. Y no es solo así. Que el temperamento de una persona tenga que ver con su proceso evolutivo y con condicionantes genéticos es obvio. Que el carácter de una persona venga totalmente determinado por su linaje y el entorno en el que ha crecido es mucho decir. 1. Libres en la esclavitud Es
la
propuesta
campos
de
de
Viktor
concentración
E.
Frankl,
proclama
la
padre
de
libertad
la
logoterapia,
del
modo
de
quien
cómo
en
vivir
los lo
inevitable. Nos pueden quitar la libertad, pero no esa libertad que consiste en cómo vivimos lo que no podemos cambiar. No somos esclavos ni de nuestro temperamento
ni
del
entorno.
Condicionados,
sí,
pero
no
esclavos.
El
temperamento, de hecho, refiere tendencias a desarrollar la propia personalidad de una cierta manera. Es un «cómo» del comportamiento, mucho más que un «porqué», una manera de construirse en un entorno ecológico, mucho más que un
rasgo
innato.
Y
del
temperamento
resiliencia de una persona.
16
depende,
en
muy
buena
medida,
la
Mirarnos así es considerar que una crisis, una enfermedad, una desgracia, es una herida que se inscribe en nuestra historia, no un destino ante el que nada podamos hacer más allá de lamentarnos. No en vano dice un proverbio chino: «Cuando sopla el viento del cambio, unos edifican muros y otros construyen molinos». Y así también dice William A. Ward: «El pesimista se queja del viento, el optimista espera que cambie, el realista ajusta las velas». Por eso nos negamos a aceptar definitivamente la sentencia «de tal palo, tal astilla», porque constituye la negación de posibilidades de crecimiento, de novedad en el modo cómo atravesamos y salimos de las crisis. Es la negación de las posibilidades resilientes. Es posible y hermoso creer en la libertad y apostar por ella. Lo es para quien está limitado por la propia vulnerabilidad, como lo es para quien acompaña en la vulnerabilidad ajena y quiere que sus relaciones sean de ayuda. Pensar en posibilidades marca claramente la diferencia en relación a pensar en limitaciones o determinismos. No es ingenuidad mirarse a sí mismo y mirar al otro habitados por la firme esperanza de que algo bueno –y quizá nuevo– cabe esperar de uno mismo y de los demás. 2. Dos golpes En el contexto de la teoría del trauma se afirma que el segundo golpe es más fuerte que el primero. El primero es el hecho, la enfermedad, la crisis. Para curar el primer golpe es preciso que el cuerpo y la memoria consigan hacer un trabajo
lento
atribuimos
a
de
cicatrización.
los
hechos,
a
la
El
segundo
golpe
enfermedad,
a
es
la
el
significado
crisis.
El
modo
que
le
como
interpretamos y narramos este hecho nos revela responsables. Para atenuar el sufrimiento que produce el segundo golpe hay que intervenir en la idea que uno se hace de lo ocurrido. El relato de la propia angustia refleja tanto nuestra herida como el significado que le damos. Por eso, una persona a la que amputan una extremidad, por ejemplo, puede llegar a ser un atleta o una eterna víctima, porque no es solo la amputación sino el significado y la actitud adoptada ante ella lo que marca el modo de vivirlo. Pero una vez más hemos de decir que el significado atribuido al propio mal, está
también
interpretarse
influido a
sí
por
el
mismo
modo y
su
como
la
mundo.
persona Su
es
mirada
temperamento
y
aprende se
a
mueve
tensionalmente entre el influjo externo y la libertad interior. En efecto, hay familias y entornos en las que se puede llegar a sufrir más que un campo de exterminio.
17
Boris Cyrulnik, conocido autor de trabajos sobre resiliencia, que escapó de niño de un campo de concentración, autor de Los patitos feos, refiere que todos podemos reaccionar de este modo: vemos a un niño, nos parece gracioso, habla bien, hablamos alegremente con él, y de pronto nos dice: «¿Sabes?, nací de una violación,
por
mantener
la
eso
mi
abuela
sonrisa?
me
Nuestra
ha
detestado
actitud
siempre».
cambia,
nuestra
¿Cómo mímica
podríamos se
apaga,
arrancamos a duras penas algunas palabras para luchar contra el silencio. Y cuando volvemos a ver al niño, lo primero que nos vendrá a la mente serán sus orígenes violentos. Pues bien, de este modo de mirar al niño también dependerá la interpretación que él haga de sus dificultades y adversidades. Por eso decimos que hay que golpear dos veces para que se produzca el trauma, y que el segundo golpe –el del significado asignado al primero– es más fuerte. El significado atribuido a un objeto o acontecimiento depende, pues, también del
contexto.
Así,
el
sufrimiento
y
el
dolor
han
ido
adquiriendo
diferentes
significados culturales. De un castigo divino a una prueba, a una oportunidad para la solidaridad, a un mal que hay que evitar y aliviar, etc. Del segundo golpe, del modo de interpretar el primero, dependen las posibilidades resilientes. 3. No cabía esperarlo Sucedía
en
Flandes,
el
24
de
diciembre
de
1914,
cuando,
en
plena
Guerra
Mundial, millones de soldados se apiñaban agazapados en la red de trincheras que
cruzaban
la
campiña
europea.
En
algunos
lugares,
los
ejércitos
estaban
atrincherados uno frente al otro, a un tiro de piedra. Condiciones infernales. Cuando
aquella
noche
caía
sobre
los
campos
de
batalla
sucedió
algo
extraordinario. Los soldados alemanes empezaron a prender velas en los miles de pequeños árboles de Navidad enviados al frente para elevar su moral. Luego comenzaron a cantar villancicos… Primero, Noche de paz; luego, un torrente de canciones. Los soldados ingleses escuchaban atónitos. Uno que contemplaba con incredulidad
las
líneas
enemigas
dijo
que
las
trincheras
titilaban
«como
candilejas de un teatro». Los ingleses respondieron con aplausos: al principio con
cierto
reparo,
luego
con
entusiasmo.
También
ellos
empezaron
a
cantar
villancicos a sus enemigos alemanes, que respondieron aplaudiendo con el mismo fervor. Varios
hombres
empezaron
a
de
cruzar
los a
dos
pie
la
bandos tierra
salieron de
nadie
a
gatas
para
de
las
trincheras
encontrarse;
pronto
y les
siguieron centenares. A medida que la noticia se extendía por el frente, miles de hombres salían de las trincheras. Se daban la mano, compartían cigarrillos y
18
dulces, y se enseñaban fotos de sus familias. Se contaban de dónde venían, recordaban Navidades pasadas y bromeaban sobre el absurdo de la guerra. A
la
mañana
siguiente,
según
algunas
fuentes,
hasta
cien
mil
hombres
charlaban tranquilamente. Se dice que se jugó más de un partido de fútbol. Aquella tregua surrealista mostró cómo enviados a matar y mutilar pudieron compartir, confortarse y celebrar. En un entorno lleno de maldad podemos dar una respuesta diferente. En un entorno lleno de desánimo somos aún libres de la respuesta personal en bien propio y ajeno. Del entorno no cabía esperarlo. De las posibilidades del ser humano, sí. Esa es la muestra de la posibilidad de reacción resiliente del ser humano.
19
4
PROTECTORES DE RESILIENCIA
Recientemente he tenido la oportunidad de compartir en varios países de habla hispana un poco de tiempo con centenares de voluntarios. Lo son sobre todo en el mundo del sufrimiento producido por las pérdidas –el duelo– y en espacios del final de la vida. Y he podido percibir cuánta solidaridad con ojos positivos, con pasión por construir edificios en medio de las ruinas en que a veces se encuentra el corazón. Así es, la resiliencia es ese conjunto de características de una persona que consigue que el trauma por el que pasa no le destruya. Es posible incluso, salir de él reforzado. No es que los traumas ayuden a crecer por sí mismos, sino que ciertas personas y en ciertos contextos consiguen crecer en medio de las crisis. Si bien el concepto de crecimiento postraumático no es idéntico al de resiliencia, son conceptos afines y próximos. 1. Construyendo resiliencia Un
grupo
familias juntos.
de
de
jóvenes
los
Un
que
sábado
secuestrados
aún por
están la
por
las
FARC
secuestrados,
mañana,
un
reunidos
en
grupo
para
Bogotá, de
un
grupo
voluntarios:
celebrar
la
de
todos
eucaristía
y
almorzar juntos. ¿Qué hacen estos voluntarios? Ofrecen la posibilidad de ser tutores
de
resiliencia,
acompañantes
que
refuerzan
la
parte
positiva
de
las
personas, que construyen redes entre personas que tendrían motivos para estar hundidas, pero se resisten a estarlo y solo permiten estar tocadas. Eso, tocadas, pero no hundidas. Son
personas
que
quizá
han
comprendido
que
el
ser
humano
no
necesariamente tiene que quedarse en la parte oscura de la vida. Que, como la flor
de
loto,
que
nace
en
aguas
fangosas,
así
también,
en
medio
de
severos
sufrimientos, es posible construir historias dignas de ser narradas. Recuerdo a una joven mujer de 36 años, con su marido secuestrado desde hace 11 años y su hija con 13 años. ¡Dios mío, solo al saberlo mis manos se me iban a
20
la
cabeza!
¡Cuánto
sufrimiento!
Y,
sin
embargo,
embargada
del
deseo
de
construir historias positivas, habitada por una extraña esperanza, no solo estaba presente en aquel encuentro, sino que ha orientado su vida en la dirección de apoyar desde todos los puntos de vista posibles, a quienes viven en la misma situación.
Me
parecía
estar
escuchando
una
sinfonía
de
Beethoven
escrita
cuando ya era sordo. Me parecía estar viendo un hueso roto creciendo en la dirección justa para recuperar su solidez. Eso es la resiliencia. Acompañar a que los obstáculos se conviertan en rocas para apoyarse y seguir ascendiendo, en lugar de en simples piedras donde tropezar, es lo que hacen tantas
personas
que
generosamente
entregan
su
tiempo
voluntariamente
en
medio del sufrimiento. 2. Es posible construir molinos Sí,
es
posible
construyen
construir
muros
para
molinos intentar
cuando pararlo,
sopla como
el
viento,
dice
el
mientras
proverbio
otros
chino.
Es
posible aceptar las cosas tal como vienen, pero también podemos hacer todo lo posible para que las cosas sucedan tal como nos gustaría aceptarlas. Erickson decía que cada dificultad tiene el potencial de convertirse en una oportunidad. Testimonios de personas que atraviesan así las crisis, conocemos todos. Contar
con
apoyo
social
adecuado
–y
el
voluntariado
es
un
apoyo
privilegiado–, el propio temperamento personal y la significación cultural que cada uno atribuimos a nuestras crisis, son los tres elementos fundamentales para favorecer actitudes resilientes en medio de las crisis. En efecto, hay personas que tienen un carácter personal caracterizado por la libertad,
que
no
se
resignan
al
fatalismo,
que
no
leen
sus
experiencias
en
términos victimistas, que están habitadas por el dinamismo de la esperanza en medio de las tribulaciones. Hay personas que son capaces de recordar las crisis y los traumas como experiencias, como vaivenes del viento que piden ajustar las velas,
en
lugar
de
dejarse
llevar
incontroladamente
en
su
dirección.
Hay
personas que saben mirar de manera resiliente porque saben no obcecarse en una mirada negativa, saben tomar perspectiva suficiente e incluso relativizar y cuestionarse
si
lo
que
está
sucediendo
bajo
apariencia
de
negatividad
será
realmente así o podrá convertirse en oportunidad. Como hay personas también capaces
de
utilizar
bien
la
memoria
de
los
traumas
y
no
regodearse
en
la
miseria, sino aprender del pasado. Por haber, hay personas que hasta tienen sentido del humor en medio y después de las propias crisis. La fecundidad del concepto de resiliencia está en saber enfocar, saber dirigir la mirada hacia un abanico enorme de posibilidades.
21
Pero no es solo una cuestión de personalidad. Vivir resilientemente las crisis depende también del significado que atribuimos a las desgracias. En efecto, a veces
los
significados
y
las
palabras
con
que
interpretamos
nuestras
crisis
pueden ser incluso más violentas que los golpes. La representación de lo que nos sucede puede ser más doloroso que la misma realidad. Es conocido este cuento:
Un hombre anda por el pueblo diciendo: –He perdido la mula, he perdido la mula, estoy desesperado, ya no puedo vivir. No puedo vivir si no encuentro mi mula. Aquel que encuentre mi mula va a recibir como recompensa… mi mula. Y la gente a su paso gritaba: –Estás loco, definitivamente estás loco, ¿perdiste la mula y ofreces como recompensa la propia mula? Y él contestó: –Sí, porque a mí me molesta no tenerla, pero más me molesta haberla perdido… Así es, con frecuencia, la interpretación de la desgracia vivida duele más que la misma desgracia. La persona resiliente es capaz de dar una interpretación positiva, que no le hunde, sino le hace rebotar para salir airoso de la crisis. 3. El tutor de resiliencia Y el tercer elemento favorecedor de la resiliencia, además de la personalidad y la significación cultural, es la figura del tutor. Un tutor de resiliencia es alguien, que acompaña en el arte de provocar un renacer del desarrollo psicológico tras el trauma. Casi siempre se trata de un adulto que encuentra a la persona en crisis y que asume
para
él
el
significado
de
un
modelo
de
identidad.
No
se
trata
necesariamente de un profesional. Un encuentro significativo puede ser suficiente para algunas personas. He aquí el valor de las relaciones de ayuda. En efecto, las relaciones de ayuda, habitadas por una mirada positiva de la vida, conscientes y acogedoras de la dimensión negativa experimentada por las personas
a
las
que
acompañamiento. convertirse
en
acompañan,
Pueden
lugar
ayudar
donde
pueden en
apoyar
el el
hacer
manejo
ancla
en
milagros de
la
medio
con
un
memoria; de
la
sano
pueden
tempestad,
infundiendo así esperanza; pueden ayudar a identificar los recursos positivos existentes
en
medio
de
la
crisis
y
potenciarlos;
22
pueden
ayudar
a
mirar
con
perspectiva y realizar ese trabajo de descentramiento necesario para atravesar el sufrimiento. La mirada resiliente es, sencillamente, más humana. Y es que quien tiene la cualidad de la humanidad y la comparte con sus relaciones de ayuda, mira, siente, ama y sueña de otra manera. La riqueza de humanidad será capaz de transformar
y
cualificar
la
propia
sensibilidad
personal.
Y
así,
el
agente
de
ayuda saldrá también beneficiado: acompañando en medio de la adversidad e iluminando nuevos caminos, aprenderá a descubrir su propia resiliencia.
23
5
EDUCAR PARA VIVIR LA RESILIENCIA
¿Mantengo un cierto equilibrio emocional en los vaivenes de la vida? ¿Veo las dificultades solo como un «marrón» o como una posibilidad de aprender, de mejorar, de hacerme más fuerte? ¿Me quedo anclado o encuentro nuevas formas de satisfacer mis necesidades del momento? ¿Cómo interpreto lo que me pasa? ¿Cuánta importancia le doy? ¿Sé relativizar? ¿Me veo a mí mismo como alguien capaz
de
superar
los
momentos
adversos
o
como
alguien
frágil
e
inseguro?
¿Quién es el responsable de lo que me pasa en la vida? ¿Los demás, el mundo, Dios, yo...? ¿Puedo encontrar caminos alternativos y probar formas diferentes de actuar? Plantearse estas y otras posibles preguntas reclama una serie de elementos propios de la resiliencia tales como: el equilibrio ante la tensión, el compromiso y el desafío, la superación, la significación y valoración que hacemos de lo que nos sucede, la visión positiva de uno mismo, la responsabilidad ante la vida, la creatividad… 1. Resiliencia y educación para la salud Si
la
educación
para
la
salud
ha
vivido
un
proceso
evolutivo,
desde
una
concepción centrada en la enfermedad (educación sanitaria, educación para la prevención)
a
una
mentalidad
de
promoción
de
estilos
de
vida
saludables,
también la resiliencia nos proporciona un cambio de mentalidad: de pensar en las
dificultades
a
pensar
en
las
posibilidades.
Un
camino
hacia
constructos
positivos y posibilistas. La capacidad de los sujetos para sobreponerse a períodos de dolor emocional – la
resiliencia–
actitudes
y
nos estilos
responsabilidad
interpela de
la
vida,
–capacidad
de
propia
responsabilidad
también dar
ante
una
lo
en
la
inevitable.
respuesta
gestión Al
personal–
de
las
evocar
la
surge
un
planteamiento que va más allá de la educación sanitaria para promover la salud mediante el compromiso por llevar una vida sana.
24
En
este
sentido,
América
Latina
va
por
delante.
La
Organización
Panamericana de Salud es más proactiva en la consideración de la importancia del autocuidado, de la vinculación saludable en el grupo y en la comunidad, de los estilos de vida saludables. Se entiende que toda medida preventiva exitosa depende de una sociedad que facilite el equilibrio entre el desarrollo personal y las conductas de riesgo, lo cual requiere la activación de programas encaminados a fortalecer los factores de protección y la resiliencia. Cuando
en
el
ámbito
psicológico,
en
los
años
setenta,
Michael
Rutter,
directamente inspirado en el concepto de la física (que es la capacidad de los materiales para volver a su posición original tras ser deformados al aplicar una fuerza sobre ellos), introdujo el término «resiliencia» como la capacidad de los sujetos
para
sobreponerse
a
tragedias
o
períodos
de
dolor
emocional,
como
resistencia al sufrimiento e incluso resultar fortalecido por el mismo, quizá no era consciente de cuánto podía generar líneas de reflexión para la salud. Quizá
tampoco
Boris
Cyrulnik,
que
amplió
el
concepto
de
resiliencia
observando a los supervivientes de los campos de concentración, los niños de los orfanatos rumanos y los niños de la calle bolivianos. Él mismo, con tan solo seis años, escapó de un campo de concentración, el resto de su familia murió; pasó a ser un niño huérfano y su propia historia le llevó, siendo ya neuropsiquiatra, a interesarse por el fenómeno de la resiliencia. Fue capaz de retomar un tipo de desarrollo después de una herida traumática, fue capaz –con sus palabras– de «volver a la vida». 2. ¿Se puede educar la resiliencia? La respuesta es claramente: sí. escuela.
La
transmitir
escuela
que
expectativas
es
Se
capaz
elevadas,
empieza de y
por
brindar
brindar
la
familia
afecto
y
y
se
apoyo,
oportunidades
de
sigue
por
la
establecer
y
participación
significativa, aporta condiciones que alientan el afrontamiento exitoso ante la crisis. Existen diversas escuelas anglosajonas y latinoamericanas que están aplicando la rueda de la resiliencia a la organización escolar, al desarrollo del currículo, al diseño
de
las
tutorías,
a
la
participación
de
las
familias
o
al
desarrollo
profesional de los docentes. En
España
son
prácticamente
inexistentes
las
experiencias
o
programas
explícitos para el desarrollo de la resiliencia, pero también es cierto que, aunque no con ese nombre, en determinadas escuelas se ha venido estimulando actitudes y llevando a cabo prácticas que pueden considerarse resilientes.
25
En la escuela, como en cualquier otra parcela de la vida, no es fácil, pero se puede introducir el enfoque de la resiliencia, liberar la imaginación, reflexionar, debatir,
analizar
y
embarcarnos
en
una
búsqueda
utópica
del
sentido
de
la
genuina educación. Ayudarán a la educación de la resiliencia la educación a la reflexión crítica y el debate que promueve la interiorización de los valores y la responsabilidad en el pensar y actuar. Incluso ante los viejos problemas se puede ser creativos y avanzar en la reflexión. Será
útil
cultivar
el
optimismo
y
construir
relatos
de
esperanza,
no
solo
promover las malas noticias y hacerse «correveidiles» del caso del telediario que amplifica lo negativo y no hace noticia de lo positivo. Las investigaciones sobre resiliencia no dejan lugar a dudas, se construye a través de relaciones personales afectivas y seguras. Un alumno que se sienta marginado, invisible o estigmatizado, probablemente tendrá un comportamiento inadecuado, habrá internalizado la sensación de «yo no puedo» y se descolgará de la institución escolar. Por el contrario un alumno que sienta que la escuela es un
ámbito
afectivo,
que
tiene
sensación
de
pertenencia
y
que
se
siente
reconocido, probablemente se esforzará y se comprometerá con la institución escolar. La resiliencia se forja, por otro lado, cuando las personas se abren a nuevas experiencias y actúan de forma interdependiente con los demás. De ahí que diversas investigaciones encuentren que las personas resilientes se caracterizan por
su
competencia
social,
su
capacidad
para
resolver
problemas
de
forma
creativa, por su autoestima, su optimismo y por un deseo de independencia. Si esto
es
así,
educa
a
la
resiliencia
la
capacitación
en
estas
habilidades
interpersonales tan útiles para la vida. Una de las aportaciones más interesantes del enfoque de la resiliencia tiene que ver con el protagonismo de los actores, pues reformula las relaciones de poder,
considerando
al
otro
no
como
beneficiario
de
una
ayuda,
sino
como
corresponsable y autor de su aprendizaje, de sus acciones, en definitiva, de su vida. De ahí que la resiliencia en la escuela se promueva también otorgando al alumnado,
a
sus
familias
y
a
los
docentes,
autoría
y
responsabilidad
en
el
proceso educativo. La cultura occidental ha cargado las tintas en la capacidad y responsabilidad individual
como
pilar
del
cambio
personal
y
social.
En
la
escuela,
desde
la
perspectiva de la resiliencia, hablar de la responsabilidad individual al margen de la comunidad es un error, pues nos hace perder el contacto con lo común e interpersonal,
contribuyendo
a
la
fragmentación
y
alienación
que
tantos
docentes, alumnado y familias experimentan en nuestros días. En la escuela, el valor
asociativo
se
refleja
en
la
conexión
26
organizativa
y
en
los
procesos
de
comunicación, que promueven la confianza, la tolerancia, la cooperación y la trascendencia de nuestras acciones. Y, una vez más, digamos que el sentido del humor es una cosa muy seria. Cuando la escuela se plantee seriamente educar en el sentido del humor, se estarán
planteando
objetivos
tanto
cognitivos
como
socio-afectivos.
La
educación de la creatividad y del pensamiento alternativo, el desarrollo de la empatía, la confianza, la resolución de conflictos e, incluso, la autoestima están relacionadas con aprender a reírnos de nosotros mismos y aprender a aceptar nuestras imperfecciones y focalizarnos en nuestras fortalezas.
27
6
EL HUMOR ES UNA COSA MUY SERIA
El
viejo
libro
de
los
Proverbios,
de
la
Sagrada
Escritura,
nos
dice
que
«el
corazón alegre mejora la salud, el espíritu abatido seca los huesos». Es muy antigua la creencia de que la risa y el humor son sanos, y cada vez existen más conocimiento y publicaciones sobre el humor terapéutico, así como intentos de mostrar la relación entre humor y salud. Y es que el humor es una cosa muy seria. Tan seria que su relación con la salud es estrechísima. Todos sabemos que estar de mal humor no es bueno para la salud y que el buen humor es sinónimo de vivir sanamente las circunstancias de la vida, incluso las adversas. 1. El humor en la salud Sí, cada vez son más los estudios, investigadores y publicaciones en todas las áreas relativas al humor que lo reconocen como un ingrediente importante de la vida y de la salud física, mental, emocional, social y espiritual. Los terapeutas, los enfermeros, los médicos, los psicólogos, los fisioterapeutas, los trabajadores sociales, los animadores socioculturales, saben que utilizar el humor en su práctica es más que importante. Y cada vez hay más que lo hacen con toda naturalidad, porque han entendido las razones y los beneficios que se alcanzan. Saben que su uso contribuye a crear un ambiente más positivo y más saludable. En efecto, el humor puede provocar la risa, y esta puede ser reflejo de nuestra alegría.
Además,
acumulado,
el
buen
neutraliza
humor,
y
ansiedades
y
en
particular
puede
ayudar
la a
risa,
descarga
superar
estrés
situaciones
complejas. El sentido del humor tiene la virtud de generar vida, y probablemente la prolongue. Hoy se sabe que la risa y el humor estimulan el aparato circulatorio, el respiratorio y el sistema nervioso simpático. Y, cuando se comparte, fortalece la comunicación.
28
2. Usar el humor en la relación Pero, más allá de la relación entre la salud y el estado de ánimo, ser capaces de echarle humor y de bromear sobre la enfermedad es todo un arte. Un arte que los religiosos camilos venimos cultivando desde hace años, imprimiendo decenas de miles de calendarios con viñetas que pretenden dibujar sonrisas también en quienes viven la estación de la enfermedad y en quienes salen en su ayuda. Baste para ello visitar la web www.humanizar.es o hacerse con un calendario de los que desde hace años edita el Centro de Humanización de la Salud. Ser
artista
en
la
búsqueda
de
la
chispa,
del
juego
con
las
palabras
que,
sacadas de contexto o levemente modificadas, se convierten en sana fuente de buen
humor,
en
distensión
y
alegría.
Es
realmente
un
arte
potencialmente
protector y favorecedor de resiliencia. A mí me gustaría recibir el título de «catedrático en humorología y salud». Me gustaría porque me sentiría feliz viéndome y viendo elevar los niveles de buen
humor
en
un
mundo
tan
cargado
de
malas
noticias,
tan
invadido
de
sufrimiento, mucho de ello evitable. Hay personas que se consideran –como yo– incapaces de recordar un chiste y reproducirlo con gracia, pero es que el humor es mucho más que el chiste. Es, antes que nada, una actitud ante la vida, una actitud ante la limitación, ante la adversidad, con su correspondiente capacidad de ser factor protector de resiliencia. 3. La paradoja Hay humor de muchos colores, amarillo, negro, verde; pero el que realmente tiene carta de ciudadanía en el campo de la salud es un humor blanco, un humor capaz de proporcionar un ambiente rebosante de risa sana que ayude a manejar el estrés y lograr la adaptación, sin ofender, sin menospreciar. Y
el
humor
no
es
una
reacción
superficial
a
la
crisis.
Es
perfectamente
compatible con la proximidad, tanto en su uso como en la experiencia, de otros estados de ánimo también benéficos, como pueden ser la tristeza y su expresión en el llanto. Bien sabemos que el llanto actúa como tranquilizador y puede ayudar a la descarga
placentera
y
a
la
distensión.
Por
eso
hemos
de
saber
valorar
igualmente la risa y el llanto, y darles espacio incluso en la proximidad. El llanto no estropea el clima generado por la risa. Ni es la puerta que le cierre
29
definitivamente
el
paso.
Pueden
darse
de
la
mano,
paradójicamente,
como
también la paradoja forma parte del sentido del humor. Es conocido cómo la logoterapia utiliza la «intención paradójica», aplicada con un cierto sentido del humor, como estrategia de confrontación y de abordaje de situaciones críticas. Y así lo presentamos en la formación sobre relación de ayuda y counselling. La intención paradójica, con esa dosis de humor y esa pizca de sana ironía, puede contribuir en las relaciones de ayuda a ver lo que, por la vía directa y de la argumentación, no logramos y entendemos que es un bien para el otro. 4. Humor y resiliencia Quienes han ligado el sentido del humor a la resiliencia han sido principalmente los
psicólogos,
y
han
intentado
mostrar
cómo
este
elemento
posibilita
el
desarrollo de la resiliencia. El ejemplo más popular de aplicación práctica del humor como estrategia de resiliencia en medicina es sin duda la trayectoria profesional de Patch Adams. La
psicología
social
–al
parecer
desde
América
Latina–
ha
incorporando
el
concepto de humor social para caracterizar la capacidad de determinados grupos de encontrar elementos cómicos en situaciones adversas logrando así un efecto tranquilizador. Hay que tener en cuenta, por ejemplo, el caso de los chistes políticos, que tanto han servido a los grupos humanos para sobrellevar las dictaduras. Han sido
una
interesante
forma
no
morada
solo de
la
de
confrontar
libertad.
El
las
humor
dictaduras,
sino
también
una
es
una
estrategia
que
también
permite tomar distancia de los problemas, facilitando la toma de decisiones para resolverlo y, en ocasiones, para encontrar respuestas nuevas para situaciones que parecen no tener salida. El humor no solo es una estrategia de resiliencia en el sentido de que permite sobrellevar una situación a nivel colectivo, sino que también es una potente forma de opinión pública y una forma de romper espirales insanas de silencio. Incluso en instancias alienantes y de esclavitud, de tortura y de amenaza de destrucción de la dignidad humana, la emergencia del humor, en la mayoría de los casos humor negro, ha salvado a individuos de la muerte. Freud, en un artículo de 1927, se refiere al humor del cadalso: la humorada del condenado que, mientras es llevado al patíbulo un lunes, exclama: «¡Vaya, empieza bien la semana!». No hace mucho me refería un psicólogo de prisiones, en un congreso mundial sobre justicia, verdad, exhumaciones: a los torturadores los cambian cada mes
30
para
que
no
se
acostumbren
y
disminuyan
las
torturas,
pero
los
presos
encuentran modos de ironizar tras las sesiones de tortura y así sobrevivir
y
resistir más que los torturadores. El
genuino
sentido
del
humor
es,
pues,
más
que
un
mero
mecanismo
de
defensa. Es un modo inteligente de disponerse ante sí mismo y ante los demás, particularmente en momentos de crisis. Un modo que puede contribuir a salir de ellas fortalecidos. Es que, como decíamos al principio, el humor es una cosa muy seria. Y se podría decir, con tantos que así lo piensan, que «si no tienes nada de qué reírte, mírate al espejo».
31
7
LA MIRADA, TUTOR DE RESILIENCIA
«Gracias por no mirarme», me dijo aquella persona que estaba en una situación embarazosa
y
experimentaba
las
miradas
como
un
sumatorio
de
tensión.
Parecería extraño que la ausencia de mirada tuviera también poder, cuando estamos acostumbrados, en el mejor de los casos, a pensar en el poder de su presencia. En efecto, del cómo una persona es mirada (en el fondo, considerada) depende en buena medida el desarrollo de sus potencialidades resilientes. Hay situaciones en las que una mirada desviada permite a la persona en dificultad y con la que nos
encontramos
ahorrarse
la
dosis
de
tensión
que
produce
el
sentirse
observados y descubiertos en aquellas zonas que uno querría tenerse reservadas u ocultas. Quien la desvía, no solo muestra su discreción, sino que demuestra también estar habitado de ese respeto que lleva a huir de la curiosidad y a ser elegante en el contacto con la debilidad o vulnerabilidad ajena. La omisión de la mirada no hace sino mostrar el poder que tiene de hacer sentirse mal. La mirada puede
hacer
sentirse
despreciado,
humillado,
avergonzado,
herido,
culpable,
invadido, sorprendido, impotente, descalificado. 1. La mirada que fomenta resiliencia Y todo porque la mirada, bien dirigida, en su justa proporción, bien combinada, sobre
todo
con
el
resto
de
los
gestos
del
rostro,
puede
hacer
experimentar
también lo contrario y reforzar una identidad personal. Uno no es solo quien cree ser o como se ve a sí mismo, sino que uno es también como le hace la mirada ajena. La mirada hace al otro. Quien maneja bien el arte de escuchar y comunicar con la mirada es capaz de reconstruir
a
una
persona
hundida,
de
hacerla
sentir
digna
de
respeto
y
consideración: valiosa por lo que dice y por lo que no dice, valiosa en sí misma. La mirada promueve la resiliencia.
32
Quien maneja bien el arte de proporcionar la mirada en la relación es capaz de transmitir acogida, libertad, relajación, serenidad, estímulo para abrirse y sacar aquello que fuera hiere menos, aprieta menos. La mirada está muy en relación con el mundo emotivo. Lo que llevamos por dentro se nota. Por eso experimentamos la mirada como una amenaza o como un relajante. Nos amenaza si tenemos la sensación de que los ojos del otro están negativizando
lo
que
ven:
dándole
una
connotación
moral,
es
decir,
si
nos
sentimos juzgados. Nos amenaza si produce en nosotros la sensación de estar siendo explorados sin nuestro permiso. Probablemente interpretando aquello que son
capaces
de
vislumbrar.
Nos
amenaza
si
su
fijeza
y
persistencia
no
van
acompañadas de la ternura o de la comprensión que también son capaces de comunicar unos ojos. Si la cara es el espejo del alma, los ojos seguro que lo son del corazón. A la vez que son capaces de decir y dar lo mejor, son también capaces de acoger y recibir lo mejor y en la mejor disposición. La mirada del que se convierte en tutor de resiliencia, esa que produce efectos benéficos en quien en medio del dolor comunica, es aquella que no solo no juzga, no es curiosa, no interpreta, sino que, siendo comunicativa
–no
indiferente–,
transmite un interés transparente por el mundo ajeno. Una mirada limpia no es aquella
detrás
de
la
cual
no
hay
sentimientos,
sino
aquella
que
refleja
sentimientos encauzados debidamente. En el fondo, si la mirada –y su ausencia– tienen tanto poder, quizá sea porque en ella se concentra densamente el mundo interior de la persona, hasta el punto de que se podría decir: «Dime cómo miras y te diré cómo eres», lo que llevas por dentro. Pero si lo que llevamos por dentro es fruto también del aprendizaje y de nuestro modo
esfuerzo
la
forma
por de
interiorizar mirar
es
actitudes
educable.
y
Hay
encauzar personas
sentimientos, que
no
de
miran
igual en
la
conversación, hay amigos que no conocen los ojos de sus amigos, hay parejas que solo se miraron a los ojos cuando tenían ante sí el reto de conquistarse, hay profesionales de la salud que solo saben encontrar bien una vía o acertar con el tratamiento adecuado, desperdiciando el valor terapéutico que tiene una mirada que comunica serenamente el deseo de lo mejor para el otro o la sintonía con el mundo de lo que se esconde detrás de los ojos del que sufre. Estos usan los ojos, pero no la mirada o, si lo prefiere, miran, pero no ven. Por paradójico que parezca, la mirada que reconforta y promueve resiliencia es la
mirada
desinteresada
que
comunica
interés.
Desinteresada
porque
no
es
conducida por deseo alguno de cualquier forma de control, que comunica interés porque, bien centrada en aquello que el otro necesita, pide, transmite. Por eso, el mejor educador de la mirada para la comunicación está dentro de nosotros mismos. Utilizar bien la mirada, además de la voluntad de hacerlo, requiere
33
disponerse al encuentro con la propia vulnerabilidad y la propia fortaleza, las del corazón, que se experimentarán de manera más inmediata, más próxima, más
accesible
y,
por
lo
mismo,
más
a
nuestro
alcance
y
más
fáciles
de
aprovechar. El que mira a los ojos se hace vulnerable y fuerte a la vez. Aprender a mirar supone entrenarse en el equilibrio consigo mismo y con el otro.
Supone
liberarse
de
la
obsesión
de
sí
y
gozar
del
encuentro
sereno
y
pacífico con el otro, con aquel que nos encontramos con nuestra mirada. Todos conocemos
personas
cuya
mirada
es
envidiable,
aunque
los
ojos
no
sean
precisamente una preciosidad. Son personas que nos hacen sentir, ante sus ojos, como en el mejor sillón de nuestra propia casa. Probablemente son personas sencillamente auténticas, bien comunicadas consigo mismas, familiarizadas con su mundo interior, con el de sus afectos, y dispuestas a poner al descubierto lo que de su corazón tienen familiarmente al alcance. De la mirada de una persona auténtica, congruente, no nos esperamos más que nos comunique aquello que realmente lleva por dentro. Esta mirada refuerza y estimula las posibilidades resilientes. No es extraño que una persona que es diestra en el arte de escuchar y maneja bien su mirada sea confundida con un «profesional del mundo interior» –un psicólogo, por ejemplo–, como no es extraño que profesionales de la ayuda no hayan
invertido
energías
en
aprender
a
utilizar
este
privilegiado
medio
de
comunicación. El que aprende a mirar a los ojos aprende a leer en el corazón y reforzarlo. Ahora bien, la delicadeza del libro del corazón requiere ser leído despacio. Quizá por eso no podemos mantener constantemente la mirada fija en los ojos de otra persona. Termina por ser insoportable, violento. De ahí que para mirar bien haya que mirar lo justo y con gran humildad y sencillez. La ética de la alteridad es una ética del rostro, que tiene el reto de descifrar el secreto de la desnudez del rostro (Lévinas). El
efecto
de
la
mirada
sobre
el
otro
es
realmente
poderoso:
define
expectativas, abre posibilidades, refuerza recursos. Como en la leyenda, el efecto Pigmalión es el proceso mediante el cual las creencias y expectativas de una persona respecto a otro individuo afectan de tal manera a su conducta que el segundo
tiende
Pigmalión
fue
a
confirmarlas.
legado
por
Un
ejemplo
George
Bernard
sumamente Shaw,
ilustrativo
quien
en
del
1913
efecto
escribió,
inspirado por el mito, la novela Pigmalión, llevada al cine (y también al teatro) en
1964
por
George
Cukor
bajo
el
título
My
fair
lady.
En
esta
cinta,
el
narcisista profesor Higgins (Rex Harrison) acaba enamorándose de su creación, Eliza Doolittle (Audrey Hepburn), cuando consigue convertir la que es al inicio de la historia una muchacha desgarbada y analfabeta del arrabal en una dama moldeada a las expectativas fonéticas, éticas y estéticas del peculiar Higgins.
34
En
el
terreno
de
la
psicología,
la
economía,
la
medicina
o
la
sociología,
diversos investigadores han llevado a cabo interesantísimos experimentos sobre el efecto Pigmalión. Uno de los más conocidos es el que llevaron a cabo en 1968 Robert Rosenthal y Lenore Jacobson, bajo el título Pigmalión en el aula. El estudio consistió en informar a un grupo de profesores de primaria de que a sus alumnos se les había pasado un test que evaluaba sus capacidades intelectuales. Luego se les dijo a los profesores cuáles fueron, concretamente, los alumnos que obtuvieron los mejores resultados. Los profesores también fueron advertidos de que esos alumnos serían los que mejor rendimiento tendrían a lo largo del curso. Y
así
fue.
Ocho
meses
después
se
confirmó
que
el
rendimiento
de
estos
muchachos especiales fue mucho mayor que el del resto. Hasta aquí no hay nada sorprendente. Lo interesante de este caso es que, en realidad, jamás se realizó tal test al inicio de curso. Y los supuestos alumnos brillantes fueron un 20% de chicos
elegidos
completamente
al
azar,
sin
tener
para
nada
en
cuenta
sus
capacidades. ¿Qué ocurrió entonces? ¿Cómo era posible que alumnos corrientes fueran los mejores de sus respectivos grupos al final del curso? Muy simple, a partir
de
las
observaciones
en
todo
el
proceso
de
Rosenthal
y
Jacobson
se
constató que los maestros se crearon tan alta expectativa sobre esos alumnos que
actuaron
convirtieron
a
favor
sus
individualizada
de
su
cumplimiento.
percepciones
que
les
llevó
a
sobre
De
cada
confirmar
alguna
manera,
alumno
lo
que
en
les
los
una
habían
maestros didáctica
avisado
que
sucedería. La mirada positiva refuerza los resultados. 2. Y más que la mirada: el contacto También
el
posibilidad
contacto de
corporal
reforzar
la
en
las
resiliencia
relaciones de
una
de
ayuda
persona.
es
Como
un lo
arte es
y
una
escuchar,
utilizar la palabra y la mirada y todos los recursos personales que tenemos para relacionarnos y apoyarnos en medio de las dificultades. El manejo del cuerpo entero como recurso para acompañar en la debilidad ajena requiere educación. De hecho, hay personas que han sido educadas a no tocar, a la distancia. Su tipo de relación suele ser percibido como frío, poco humano. A veces, incluso reaccionan como erizos al sentir la proximidad de otro. El arte de usar el contacto corporal como recurso en las relaciones de ayuda está en estrecha relación con la armonía de este con el resto de los modos de comunicar. Cuando abrazar, agarrar el brazo, acariciar la mejilla, apretar la mano,
dar
un
beso,
o
cualquier
otra
35
forma
de
contacto
corporal,
van
acompañados de la mirada libre y sostenida, el contacto visual se convierte en tanto o más poderoso que el que se produce simplemente a través de la piel. En
efecto,
la
literatura
de
la
Grecia
y
la
Roma
clásicas
desarrollaron
el
consuelo como un conjunto de argumentos que se ofrecían al doliente en forma de simples cartas o de tratados filosóficos. Del conjunto de los argumentos que se utilizaban eran frecuentes los que hacían referencia al hecho de que todos los hombres son mortales, que lo importante no es vivir mucho, sino virtuosamente, que el tiempo cura todas las heridas, que lo perdido era solo prestado, etc. Eran lugares comunes a los que se acudía por la vía de la razón y de la generalización para ayudar en el dolor. Este tipo de ayuda se presentaba poniendo, normalmente, a la razón como consolador supremo. No obstante, Séneca considera «el afecto de los familiares como principal fuente de confortación». Y los viejos consoladores cristianos, aun recurriendo
a
argumentos
paganos,
pudieron
renovar
el
género
por
la
importancia que daban a la emoción y por las fuentes de su inspiración, que eran a la vez bíblicas, éticas y místicas. Hoy estamos lejos de la tradición estoica, seguida por Cicerón, que concibe los sentimientos y las emociones como desórdenes del alma y a las personas por ellos afectadas, poco prudentes y poco sabias. Pero quizá no estamos todavía tan lejos de la tradición que llevaba a ayudar con frases hechas. El
afecto
nuestro
sincero,
cuerpo
(que
comunicado no
son
entrañablemente
enemigos
de
la
con
razón),
nuestros son
un
sentidos, camino
con muy
apropiado para acompañar a reforzar la resiliencia en las crisis, siempre que este lenguaje se utilice con libertad, responsabilidad y sagrado respeto. Sí, el contacto corporal tiene mucho poder. A través de él somos capaces de comunicar muchos significados. Tocarse puede ser también algo frío y rutinario, como lo son muchos de los saludos. Pero tocarse puede suponer comunicarse afecto íntimo y gozoso, acoger tangible y epidérmicamente la vida del otro que se hace próxima. El abrazo sincero, el abrazo dado en medio del dolor (como en medio del placer) implica comunión, permite hacer la experiencia de romper la burbuja dentro de la cual nos podemos esconder o aislar. El abrazo auténtico, el que no deja «agujeros» entre uno y otro porque aprieta al darse, el que no se da al aire, recoge la fragilidad, disminuye la virulencia de muchas situaciones de sufrimiento, mata la soledad que mata, sostiene en la debilidad, rompe la distancia que duele allá en el corazón, libera, ensancha. Quizá sea este abrazo una de las experiencias más intensas de trascendencia y de vida. El que abraza y es abrazado está vivo, acoge y es acogido, sale de sí y es recibido, recibe y se deja acoger. El abrazo es un modo de contacto corporal denso, quizá difícil de vivir en medio del dolor. Puede resultar incómodo por
36
dejarnos desprotegidos, por la desnudez emocional que le suele acompañar, pero nos pone en relación íntima y acogedora y descarga sobre nosotros y sobre el otro emociones fuertes: la gran satisfacción de la cercanía y la reconfortante comunión. Lo
mismo
que
abrazar
libera
y
relaja
de
tensiones,
también
compromete.
Implica una apuesta por el otro. Tanta proximidad no deja indiferente. Me doy cuenta de que cuando abrazo de verdad me comprometo a caminar con el otro por los senderos de su mundo interior. Por eso, para que el abrazo sea tutor de resiliencia, ha de ser sincero, ha de estar en consonancia con lo que realmente se siente y no una formalidad. En todo caso, el significado total del abrazo nos trasciende; es difícil conocer y manejar todo lo que se mueve en nosotros en él. Paul Ricoeur lo diría así: «Cuando
dos
personas
se
abrazan,
no
saben
lo
que
hacen;
no
saben
lo
que
quieren; no saben lo que buscan; no saben lo que encuentran». Así también apretarse las manos, acariciar, es una experiencia que levanta el ánimo, reconstruye a la persona, sobre todo si en las manos está el corazón. Me
gusta
recordar
que
san
Camilo
de
Lelis,
experto
en
la
atención
en
el
sufrimiento, les decía a sus compañeros hace cuatro siglos: «Más corazón en esas manos, hermanos». Y es que las manos, el contacto corporal, tienen mucho poder cuando en ellas está puesto el corazón tierna y entrañablemente. Acariciar, tocar en medio del sufrimiento –sobre todo cuando este es intenso y sus manifestaciones visibles– permite licencias que no se dan en otros contextos. Aquí la caricia está llena de significado solidario, de comunicación generosa, de libertad y compromiso. Quien sabe acariciar comunica ternura; sabe de la dureza de la vida y le pone blandura; conoce el peso del sufrimiento y recoge y alivia parte de él; sabe de la incomprensibilidad absoluta de la elaboración personal y única de la experiencia ajena y entrega una dosis de comprensión concreta; entiende de soledades y suaviza el desierto con presencia. También
besar
refuerza
y
genera
resiliencia.
No
se
puede
hacer
en
todo
momento ni en cualquier contexto. Si el beso es dado sinceramente y no como pura formalidad, es también un compromiso de proximidad. Quien besa de verdad, quien con sus labios toca –¡cuántos besos dados al aire!–
la
piel
de
otra
persona,
comunica
calor,
comunica
aprecio,
comunica
aceptación, expresa familiaridad y confianza. Quien toca con sus labios la carne de otra persona, se aproxima a ella y en ella se encarna. Acepta la tarea de no escaparse por el mero ámbito de la racionalidad y mantenerse con los pies en tierra, en la realidad asumida en que cada uno se encuentra. El
beso,
traidor.
además
Este
es
de
al
aire,
justamente
el
insulso,
intangible
contrario
37
a
aquel
y
frío,
que
se
puede da
ser
en
también
medio
del
compromiso
recíproco
por
aceptar,
apoyar,
aproximar
y
decidir
entrar
con
familiaridad en la extrañeza de la otra persona. Quizá el significado del abrazo más fuerte, de la caricia más suave y del beso más
tierno
pueda
ponerse
todo
junto
en
una
mirada
envolvente,
serena
y
entrañable que –sin escapar de nada– sostenga a quien –como yo mismo– se reconoce
y
vive
en
la
fragilidad
y
puede
resiliente.
38
afrontarla
y
salir
de
ella
crecido,
8
MIRADA POSITIVA SOBRE UNO MISMO
«Ahora no tengo miedo a estar solo. Ni a mirarme al espejo, ni a encontrarme con mis fantasmas. Los conozco. Son mis aliados. Pero es más fuerte lo positivo que he encontrado en mí». Así se expresaba Rafael, médico, cuando, después de una serie de encuentros en nuestro Centro de Escucha San Camilo, confesaba haber renacido y encontrado la paz que no se daba a sí mismo desde la muerte de su mujer. Ahora es un magnífico ayudante de otras personas en crisis. La máxima escrita en el frontispicio del templo de Delfos y que Sócrates hace suya,
«conócete
a
ti
mismo»,
constituye
el
primer
requisito
para
cualquier
ayudante, agente de salud o social que quiera promover la resiliencia, la salida airosa de las crisis ajenas. El autoconocimiento, en efecto, es uno de los integrantes de la tan traída y llevada inteligencia emocional. Conocerse constituye un camino de preparación para ser un buen profesional de la ayuda. Dejarse
explorar
por
uno
mismo
–con
ayuda
externa
o
sin
ella–
con
las
herramientas de la reflexión, el silencio, la auto-observación sincera, supone un trabajo minucioso como el de un entomólogo, que nos puede llevar a paisajes primaverales y otoñales, de reposo estival y de frío invernal. 1. Encontrarse con la propia sombra Conocerse es un camino tortuoso que puede producir temor. Nos asusta hablar en
primera
persona,
nos
asusta
hablarnos
en
primera
persona
porque,
haciéndolo, ponemos ante nosotros la verdad de un niño frágil, lleno de límites y necesidades, tembloroso por dentro y con apariencia (máscara) de fuerza por fuera. Al hilo de las reflexiones de Carl G. Jung, diríamos que el autoconocimiento tiene
como
sombra.
La
uno
de
sombra
sus
objetivos
constituye,
fundamentales en
lenguaje
la
integración
metafórico,
un
de
la
propia
oscuro
tesoro
compuesto por los elementos infantiles del propio ser, los apegos, los síntomas
39
neuróticos
y
los
talentos
no
desarrollados,
los
sentimientos
difícilmente
aceptados, los límites y zonas oscuras que, a primera vista, repugnan a la buena imagen que queremos tener y dar de nosotros mismos. Conocer terapia
del
e
integrar límite,
la
es
propia
decir,
un
sombra
es
proceso
sanarse.
de
Supone
humanización
una
apasionante
donde
la
propia
fragilidad se convierte en recurso resiliente, donde lo que desearíamos esconder se
transforma
en
fuente
de
comprensión
de
las
dinámicas
ajenas,
hasta
que
podamos decir serenamente: «Nada humano me es ajeno»; ninguna dinámica personal que encuentro en los demás deja de tener un eco en mí que me permita ser comprensivo y humano ante ella. Sentarse
ante
el
telón
del
propio
corazón
dispuesto
a
asistir
a
la
representación realista de nuestro interior puede producirnos pánico. Solo quien sobrevive a la contemplación serena de las escenas menos agradables, de los recuerdos imborrables que afectan y han construido la propia personalidad, de la tiranía de los sentimientos que a veces no se han dejado manejar por la razón, solo ese será un artista en la escucha de la vulnerabilidad ajena. Por eso, del manejo de la memoria depende mucho la posibilidad resiliente. En el
pasado
puede
estar
nuestro
mayor
enemigo
y
también
la
fuente
de
posibilidades inauditas. La literatura sobre resiliencia evoca con frecuencia el caso de Tim Guénard como ejemplo de resiliencia. Cuando tenía tres años, la madre de Tim lo ató a un poste de la luz y lo abandonó en medio del bosque. Dormía desnudo en la casita de su perro cuando tenía cuatro años. A los cinco, precisamente el día de su cumpleaños, su padre le propinó una paliza brutal que lo desfiguró (le rompió las piernas y la nariz). No sabía casi ni hablar. A los siete años ingresó en un orfanato y padeció maltrato por parte de la institución. A los nueve años, también el día de su cumpleaños, fracasó en su intento reiterado de suicidarse. A los once entró en el correccional después
de
ser
acusado
injustamente
de
incendiar
el
granero
de
una
granja
donde estaba acogido. A los doce se fuga. A los trece años es violado por un señor
elegante
de
los
barrios
parisinos;
a
los
catorce
hacer
del
futuro
se
prostituye
en
Montparnasse. ¿Qué
hipótesis
biográfica
podemos
de
esta
persona?
¿Drogadicto, maltratador, violador, muerto y enterrado? Tim Guénard (1958), además de ser autor del libro Más fuerte que el odio, es padre de familia con cuatro hijos. Se dedica a cuidar niñas y niños abandonados y maltratados. Ha creado la asociación «Altruisme». También es apicultor y colaborador del Tour de Francia de ciclismo. Conocedor de su pasado, integrando su propia sombra, es, sencillamente, ejemplo de resiliencia.
40
2. Descubrir lo mejor de uno mismo Si
autoexplorarse
nos
puede
producir
miedo
por
lo
que
significa
de
descubrimiento de la propia sombra, de las propias dinámicas egocéntricas y destructivas, puede producirnos también el gozo del reconocimiento de nuestras propias cualidades positivas. Solo deteniéndose ante sí y saboreando con gozo cuanto de noble y bueno hay en nosotros, podremos utilizarlo y ponerlo al servicio de nosotros mismos y de los demás. Solo quien cultiva una visión positiva de sí mismo estará entrenado en la identificación de recursos y adiestrado para acompañar a los enfermos, a los excluidos y o cualquier necesitado de ayuda, en el proceso de crecimiento resiliente, de identificación y movilización de sus propios recursos. Poner nombre sin rubor a lo que de positivo hay dentro de uno mismo es condición para una buena autoestima y equilibrio mental. Conocerse en clave de consideración positiva de sí mismo es sanador y saludable, humanizador para sí mismo y para los demás. Extraños mecanismos de vergüenza o pseudo-humildad pueden empobrecernos y empobrecer nuestras capacidades de ayuda. Los propios recursos son, precisamente, las posibilidades que tenemos para manejar e integrar los límites. Sentimientos y razón encontrarán el equilibrio en el complejo mundo de las relaciones interpersonales y de ayuda si educamos el corazón con el gozo de quererle, también allí donde se nos presenta remendado o necesitado de ser zurcido pacientemente. 3. Las patatas de Rogers Cuenta Carl Rogers, a propósito de la consideración positiva, que cuando era niño guardaban en su casa las patatas para el invierno en un cesto en el sótano, a más de un metro por debajo de una pequeña ventana por la que entraba muy poquita luz. Las condiciones adversas no eran favorables, pero a pesar de ello germinaban.
Sus
brotes
eran
de
un
blanco
enfermizo,
muy
diferentes
a
los
verdes y sanos que se producen cuando se plantan en primavera. Sin embargo, esos tristes y endebles tallos llegaban a crecer cuatro o cinco palmos hacia la poca luz de la ventana. Esos brotes, dice Rogers, constituían una expresión desesperada de la tendencia a desarrollar lo positivo que hay dentro de cada persona. auténtico
Jamás
llegarían
potencial,
pero
a
convertirse se
en
esforzaban
plantas, por
a
hacerlo
madurar, en
las
a
realizar
más
su
adversas
circunstancias. Así también las personas estamos habitadas de positividad, que, conocida, reconocida y estimulada, constituye el mejor de los potenciales para la relación
41
de ayuda. El secreto está en tener el coraje de autoconocerse. Una medicina inteligente, una buena enfermería, una adecuada intervención social
que
desee
exclusivamente
promoverse
por
el
hecho
como
de
tutoría
aprender
de
muchos
resiliencia,
no
conocimientos
se
logra
propios
del
ámbito de trabajo. El autoconocimiento es un camino privilegiado, necesario, imprescindible, para hacer buenas intervenciones de ayuda resiliente. Quien no se
conoce
es
un
extraño
para
sí
mismo.
Quien
cree
conocerse
pero
no
ha
invertido ni invierte, con una cierta asiduidad, energía en la autoexploración o en dejarse acompañar, puede ser un ignorante de su desconocimiento. No es infrecuente
que
luchemos
contra
lo
que
más
necesitamos
aterrorizados
por
nuestra verdad que, al fin y al cabo, además de ser nuestra, es tan común como que
el
camino
más
corto
para
comprender
al
otro
es
el
conocimiento
y
comprensión de uno mismo. En último término, ¿acaso no es cierto que abrir el propio corazón, sin miedo ni
tapujos,
ante
otra
persona
es
una
experiencia
liberadora
y
sanadora?
Si
sentirse escuchado es una verdadera necesidad social, escucharse a sí mismo es un
camino
maestro
adecuado
que
se
y
mueve
necesario entre
para
encontrar,
positividad
y
en
la
negatividad,
propia
historia,
el
entre
recursos
y
dificultades. El reto no es otro que conocerse hasta poder decirnos a nosotros mismos: «Me quiero como soy», «nada humano me es ajeno».
42
9
INTELIGENCIA ESPIRITUAL Y RESILIENCIA
En
las
acciones
formativas
sobre
counselling
y
relación
de
ayuda
me
gusta
hablar de competencia relacional, emocional, ética, cultural y espiritual. Son un conjunto
de
«competencias
blandas»
que,
junto
con
la
competencia
técnica,
confieren –a mi juicio– lo que podríamos llamar la competencia profesional. Es con ellas con las que podemos promover actitudes resilientes en aquellos a los que acompañamos y deseamos ayudar en las crisis. Sucede a veces que se entiende por competencia profesional únicamente la competencia técnica, y esta se percibe como opuesta a los rasgos más humanos de las profesiones de salud, de intervención social o educación. No es más que un empobrecimiento en la reflexión y una oposición entre técnica y humanidad, tan vieja como el mito de Prometeo. En realidad, creo que solo podemos hablar de competencia profesional si un conjunto de habilidades que se dominan con arte están presentes en un profesional que trabaja con personas. Y entre estas también
la
competencia
espiritual,
que
puede
favorecer
el
desarrollo
de
potencialidades resilientes. 1. Dimensión espiritual En los últimos años, junto con un empobrecimiento colectivo de la sensibilidad ante la dimensión espiritual, asistimos también a un enriquecimiento selectivo de atención a la misma. En efecto, algunas sociedades científicas –como por ejemplo la de Cuidados Paliativos– se interesan por la dimensión espiritual, y esta, en principio, vista desde una perspectiva aconfesional. También
la
literatura
empieza
a
arrojar
reflexiones
sobre
la
espiritualidad
laica. También la OMS se ocupa del asunto, definiendo la dimensión espiritual como «aquellos aspectos de la vida humana que tienen que ver con experiencias que trascienden los fenómenos sensoriales. No es lo mismo que religioso, aunque para muchos la dimensión espiritual incluye un componente religioso; se percibe
43
vinculado con el significado y el propósito y, al final de la vida con la necesidad de perdón, reconciliación o afirmación de los valores». En medio de esta creciente sensibilidad, quizá hoy ante la pregunta: «¿Cree usted
en
el
espíritu?»,
en
lugar
de
dar
la
respuesta:
«Claro
que
no,
soy
científico», deberemos dar cada vez más esta otra: «Claro que sí, soy científico». Ken
Wilber,
pregunta
sobre
en si
su
obra
se
El
puede
ojo
del
observar
espíritu
el
(1998),
espíritu,
añade
para esta
responder otra:
¿se
a
la
puede
observar con sofisticados instrumentos mi manera de amar, mi sentido de la justicia, de la honradez, la compasión o el perdón? Y distingue entre tres tipos de ojos: el ojo biológico (los sentidos y sus extensiones), que pueden revelar lo que se percibe a través de ellos; el ojo de la mente y sus comprensiones a través de disciplinas que ha desarrollado, como las matemáticas, la física…, que puede revelarnos otro campo importante del conocimiento; y el ojo del espíritu, el único capaz de revelarnos la naturaleza profunda del ser. En
realidad,
cuanto
tiene
que
ver
con
la
dimensión
trascendente
del
ser
humano, con el mundo de los valores, con la pregunta por el sentido y con la dimensión de misterio –que supera al problema, en palabras de Gabriel Marcel–, está en el corazón de la dimensión espiritual. No resulta fácil, en todo caso hoy, y menos en el contexto español, reflexionar sobre el corazón de la condición humana sin reacciones de todos los colores, no siempre favorecedoras de un discurso ordenado y racional en torno al tema. 2. Inteligencia espiritual y resiliencia En al ámbito educativo, la reflexión sobre la competencia espiritual quizá ha avanzado más, en el contexto de la reflexión sobre las competencias básicas educativas.
En
este
contexto
se
explora
también
la
expresión
«inteligencia
espiritual», apelando a Viktor Frankl, que percibe el espíritu como un eje que atraviesa el consciente, preconsciente e inconsciente y que considera al hombre no como un manojo de instintos, sino como un ser existencial, dinámico y capaz de trascenderse a sí mismo y crecer en las crisis de forma resiliente. Asimismo,
Howard
Gardner
habló
de
una
inteligencia
existencial
o
trascendente, definiéndola como «la capacidad para situarse a sí mismo con respecto al cosmos, la capacidad de situarse a sí mismo con respecto a tales rasgos existenciales de la condición humana como el significado de la vida, el significado de la muerte, y el destino final del mundo físico y psicológico en profundas
experiencias
como
el
amor
a
trabajo de arte».
44
otra
persona
o
la
inmersión
en
un
Otros autores, como el psicólogo Robert Emmons, han centrado el concepto de la inteligencia espiritual, que abarca la capacidad de trascendencia del hombre, el sentido de lo sagrado o los comportamientos virtuosos que son exclusivos del hombre. También
teólogos
como
el
cardenal
Newman,
Karl
Rahner
o
Juan
Martín
Velasco han subrayado la necesidad de dar un salto en el terreno cristiano. Newman
reflexionaba
sobre
la
necesidad
de
un
trabajo
educativo
para
la
competencia espiritual; Rahner dirá que «el cristiano del futuro será místico o no será cristiano»; Martín Velasco desarrolla la necesidad de personalizar, de hacer propia la experiencia espiritual y, por tanto, la religiosa. Solo la promoción de la dimensión específicamente espiritual puede contribuir al desarrollo de actitudes resilientes en las personas y en los grupos. De ahí que el descuido de esta dimensión sea un drama deshumanizador de nuestros días. 3. Competencia espiritual No ha faltado quien ha desarrollado el concepto de competencia espiritual de manera
escalonada,
proponiendo
cuatro
tipos,
a
modo
de
matriuscas
que
incluyen una a la otra. Así lo ha hecho el mundo educativo en nuestro país. En este sentido: – la competencia espiritual habla de la preparación para hacerse preguntas profundas, para asombrarse y comprometerse con la realidad del mundo en que vivimos; – la
competencia
espiritual
trascendente
expresa
la
inclusión
en
esas
preguntas-respuestas y en ese compromiso de la dimensión trascendente, el Misterio; – la competencia espiritual religiosa hace tener las habilidades para saber qué tipo
de
respuestas
y
aportaciones
se
han
realizado
desde
las
diferentes
religiones; – y la competencia espiritual cristiana desarrolla todo ello en la propuesta cristiana, en los procesos de pastoral y acciones explícitas. Algunos rasgos que afectarían a la primera tipología y, por tanto, afectan a todas las otras serían el autoconocimiento, la necesidad de sentido y opción vital radical; la identificación de valores; los relatos unificadores y utópicos; el sentido de pertenencia; las preguntas y respuestas desde la filosofía y las religiones; la admiración y el compromiso con la naturaleza; la contemplación.
45
En
el
mundo
particularmente hablamos
de
cuando
también
intervención.
la
Dado
de que
salud,
hablamos
de
la
de
relación
competencia en
el
intervención de
ayuda
espiritual
contexto
en
social
o
que
y
y
de
educativo,
counselling,
deshumanizaremos
nos
movemos
el
o la
término
«espiritualidad» tiene fuertes connotaciones religiosas de carácter confesional, que
provocan
afrontar exigencia
las
reacciones reticencias,
ética
para
muy
encontradas,
porque
todos
los
tal
se
hace
competencia
profesionales
que
cada
vez
espiritual
deseen
más
necesario
representa
promover
una
respuestas
positivas –resilientes– a las crisis. Es cuestión de humanización; es decir, está en juego la humanidad. Atender a las
personas
en
medio
del
sufrimiento
sin
considerar
sencillamente, olvidar lo más genuinamente humano.
46
esta
dimensión
es,
10
LA ESPERANZA: DINAMISMO RESILIENTE
Creo que tuve que resultar pesado, porque durante quince días de estancia en Colombia no paraba de hacer la pregunta: «… y, ¿cuál es vuestra esperanza?». Fue una de las veces que más me impresionó el sufrimiento de un país precioso y que me conquistaba el corazón a pedazos según iba encontrándome con las personas.
Quiero
recordar
que
todas
las
respuestas
eran
iguales:
«Nuestra
esperanza es hoy». Como si se hubieran puesto de acuerdo, pude ir constatando que, en medio del sufrimiento, producido por cualquier causa, la esperanza es un dinamismo vital que se encarna en el presente, no en el futuro, capaz de permitir a una persona vivir de manera positiva en medio de las crisis. 1. La esperanza en la debilidad Pero la esperanza tiene mil nombres, sobre todo en medio del sufrimiento. La esperanza se llama ilusión por un mañana con menos dolor, por una vida sin ese límite que genera una discapacidad, por una enfermedad superada, por un desencuentro aclarado, por conseguir la paz. La base antropológica de la esperanza es el deseo, el anhelo de que lo que produce displacer desaparezca, de que lo que se sueña como bien, se realice. Como si de una lanzadera se tratara, la esperanza nos empuja también más allá del tiempo, donde se abre a un bien supremo logrado únicamente en la eternidad, donde confiamos que no habrá llanto ni dolor, sino luz y paz, el gozo de una felicidad completa anhelada durante toda la vida. Y si el contenido de esta esperanza fuera una vana ilusión, sin duda habría valido la pena esperar por cuanto de confianza tiene en el triunfo definitivo del amor experimentado en el más acá y por cuanto de bien genera el mismo hecho de esperar. En
la
enfermedad,
esperanzadora,
en
confiada,
la
exclusión,
deseosa
del
en
bien,
la
crisis,
contribuye
la a
actitud
que
el
positiva,
bien
pueda
realizarse con más facilidad. Nuestro cuerpo responde también a la disposición
47
interior del deseo. Quizá también por eso para Freud el deseo es expresión de la esencia del hombre, un motor realmente poderoso. Cuando la muerte es el mayor de todos los peligros, se tienen esperanzas de vida, pero cuando se llega a conocer un peligro todavía más espantoso que la muerte, entonces uno puede tener esperanzas de morirse, porque vivir sería vivir desesperado.
Y
cuando
el
peligro
es
tan
grande
que
la
muerte
misma
se
convierte en esperanza, entonces el reclamo a la solidaridad en el alivio del peligro
se
hace
vital.
Con
frecuencia,
este
alivio
no
es
otro
que
el
soporte
emocional, pues se hace la paz más fácilmente con los límites que marca la naturaleza que con los que nuestra negligencia o distancia emocional impone. Pero la esperanza tiene también una dimensión social. Ernst Bloch, en su obra principal El principio esperanza, a mediados del siglo
hace de la esperanza la
XX
categoría fundamental del hombre, relacionándola con la utopía marxista, como la
utopía
que
diferencias comunión
mejor
permite
atribuibles que
no
se
a
la
la
realización
injusticia
consigue
son
alcanzar,
de
lo
que
soñadas,
pero
que
«todavía
superadas forma
es».
Las
mediante
una
parte
no
de
un
ideal
tensional, de un sueño que se espera ver realizado. 2. Cómo infundir esperanza Siempre me ha llamado la atención el símbolo universal de la esperanza: el ancla. Si comparásemos la estación del sufrimiento –de la enfermedad, de las dificultades
de
la
vida–
con
una
tempestad
en
el
mar,
entonces
se
puede
comprender el valor del ancla, símbolo de la esperanza. En medio de la zozobra, de los problemas, de la inseguridad, con el ancla uno se puede apoyar, tiene un recurso para aferrarse en algún lugar más seguro. Infundir esperanza entonces, pasa por ofrecer a otra persona un lugar donde hincar el ancla de su barca, un corazón en el que residir, un hombro en el que apoyarse. Por eso es tan importante la escucha. Porque, cuando uno se siente escuchado,
se
apoya
en
aquel
que
le
presta
atención.
Sentirse
escuchado
es
afianzarse en que la soledad radical puede ser compartida, o al menos expresada y aliviada. Así, infundir esperanza es convertirse en tutor de resiliencia. Infundir esperanza no es solo invitar a desear la salud y la curación en la enfermedad,
o
bienestar
en
la
adversidad.
A
veces
pasa
más
bien
por
lo
contrario, por aceptar que eso no es posible. Porque la esperanza, para ser tal, ha de estar arraigada en la realidad, también en la realidad del deseo, pero no de
la
vana
ilusión.
Entonces,
esperar
presente haciéndolo más activo y sabroso.
48
es
un
dinamismo
que
transforma
el
El que infunde esperanza comparte el deseo a la vez que reconoce la realidad. Vivir esperanzado es ya un indicador de resiliencia, de salud, de humanización de la experiencia. El que espera alimenta la confianza y, en algún momento, se abandona
en
alguien.
Este
abandono
o
entrega
no
es
el
resultado
de
la
desesperanza, sino del grado máximo de confianza y de aceptación activa de la realidad que se impone. Infundir esperanza quizá sea también ofrecer los propios brazos para que el otro pueda entregarse y abandonarse confiadamente en ellos. La acogida mutua, especialmente en la fragilidad, hace crecer la confianza, mata la soledad, promueve la responsabilidad compartida en la búsqueda del bien propio y ajeno. En el fondo, la experiencia del amor es la fuente de la esperanza y su realización. 3. Ser esperado Si me observo a mí mismo me doy cuenta de que, cuando alguien me espera, incluso mi cuerpo funciona de otra manera. Una cierta tensión hace que se desencadene en mí energía para hacer lo posible por llegar puntual, un cierto malestar
si
no
lo
consigo
y
una
grata
experiencia
de
ser
considerado.
Experimento, por eso, que la esperanza tiene un influjo muy concreto en el presente. El que espera a otra persona –en una cita, en una llegada, etc.–, normalmente ha tenido que aguardar, predisponerse a la acogida, hacer espacio en el tiempo, en la mente y en el corazón al que había de llegar. Me pregunto qué pasaría si al llegar al hospital, al quirófano o un servicio de salud o social cualquiera, las personas encargadas de atender dijeran al enfermo o
al
necesitado
de
ayuda:
«Te
estábamos
esperando».
¡Sería
explosivo!
Una
carga de confianza y de ilusión por el bien que se desea se desencadenaría en el encuentro. Ser esperado es un reconstituyente saludable para todos, pero tanto más para quien
se
infunde energías
encuentra esperanza del
en en
anhelo
la la
y
estación
de
debilidad,
del
deseo
la
vulnerabilidad.
genera bullen
seguridad,
en
las
Porque
sugiere
células
ser
esperado
confianza
como
y
recursos
las
para
combatir las causas del mal. Por eso creo que ser esperado es terapéutico. Quizá
ser
debilidad,
esperado
sino
autosuficientes
nos
también y
cura
del
no
engaño
omnipotentes.
Ser
solo en
de el
la
que
esperados,
inseguridad vivimos en
el
producida
cuando
fondo,
nos
nos
por
la
sentimos
cura
de
la
soledad a la que nos condena nuestro pecado de orgullo. Ser esperado, en el fondo, nos hace vivir. Ninguna persona puede vivir si nadie le espera, o quizá, es muy fácil morirse si nadie te espera. Y ser esperado cura.
49
Porque, de alguna manera, podríamos decir que vivimos de la esperanza de ser esperados por alguien. La esperanza, en el fondo, es como la sangre; no se ve, pero si no está, si no circula, estás muerto. En cambio, si uno está habitado por ella, atraviesa las crisis con un dinamismo constructivo, resiliente.
50
11
EL SANADOR HERIDO
Una elocuente expresión se ha convertido en metáfora en diferentes contextos de acompañamiento: el sanador herido. No es una metáfora sanitaria ni para los agentes de salud exclusivamente, sino un modo de mirarnos a nosotros mismos y a los demás en medio de la vulnerabilidad. Vulnerables, sí, heridos. Pero con nuestro médico interior y nuestro poder sanador listo para actuar y salir de la crisis, incluso resilientes. 1. La metáfora Esta
metáfora
es
usada
con
frecuencia
para
explicar
algunos
aspectos
del
significado de la integración de la propia vulnerabilidad y de la propia finitud y muerte y ayudar con competencia en medio del sufrimiento. El sentido de tal metáfora está basado en el presupuesto de que tanto en el que se acerca al que sufre como en el que sufre conviven la experiencia del sufrimiento –herida– y el poder de curación, en sentido obviamente metafórico. Partiendo de este presupuesto, existen distintas posibilidades de relación con el que sufre. Algunos, ignorando o negando la propia herida, entran en contacto con el sufrimiento del otro solo con la dimensión de «curación», queriendo ser «salvadores» situación
que
del
se
otro.
asumen Así
se
toda
la
responsabilidad
arriesga
la
del
disminución
problema
de
las
o
de
la
capacidades
«sanadoras», responsables del otro. Ante el sufrimiento de los demás, otros se limitan a compartir las propias experiencias
de
sufrimiento.
En
este
caso
se
aumentan
los
sufrimientos.
Las
personas se encuentran únicamente en el nivel de «herida», y su identificación puede
únicamente
aumentar
el
dolor.
Quienes
se
relacionan
así,
queriendo
manifestar solidaridad y cercanía, en realidad no consiguen una relación eficaz. Otros,
finalmente,
se
acercan
al
que
sufre
tanto
desde
su
experiencia
de
«herida» –el propio sufrimiento– como desde su capacidad de «curación». Es la postura del sanador herido, que puede fomentar la resiliencia. Se despiertan las fuerzas
sanadoras
presentes
en
la
propia
persona,
se
integra
lo
negativo
–
soledad, dificultades, separaciones, pérdidas, enfermedades...–, y esto capacita para
ayudar
a
despertar
en
el
otro
sus
51
propios
recursos.
La
experiencia
del
propio
sufrimiento
suscita
sentimientos
de
comprensión,
compasión,
participación. La experiencia de los propios recursos positivos de curación ayuda a despertar en el otro sus propias capacidades, sin hacerle dependiente, sino responsable. De esta forma se ayuda al que sufre a crecer en su situación. La imagen del sanador herido –que cada vez se emplea más en la literatura médica, psicológica y espiritual– sirve para poner en evidencia el proceso interior al que son llamados todos cuantos prestan ayuda, a quien atraviesa un momento difícil
en
la
vida
marcado
por
el
sufrimiento
físico,
psíquico
o
espiritual.
Significa, pues, el reconocimiento, la aceptación y la integración de las propias heridas, de la propia vulnerabilidad y condición de finitud. Los orígenes de esta imagen se remontan a la edad antigua. Mitologías y religiones de casi todas las culturas poseen una gran riqueza de figuras que para poder ayudar a los demás, primero deben curarse a sí mismas. Entre los diferentes núcleos culturales en cuyo seno nace y se va afirmando la imagen
del
curador
herido,
tres
merecen
una
especial
atención:
el
mito
de
Esculapio, el chamanismo y la tradición bíblica del siervo de Yahvé, tal como señala Angelo Brusco, uno de los autores que más han difundido la metáfora. Esculapio, hijo de Apolo y de Corónide, es educado en el arte de la medicina por el centauro Quirón, el cual sufría como consecuencia de una plaga incurable que le había sido infligida por Hércules como castigo. Es él, curador necesitado de curación, quien enseña a Esculapio el arte de curar, es decir, la capacidad de sentirse a gusto en la oscuridad del sufrimiento, el arte de sentirse en casa, en el dolor,
descubriendo
en
el
interior
del
mismo
las
semillas
de
la
luz
y
de
la
curación de los demás. En el itinerario formativo del chamán –considerado como una de las primeras figuras
del
terapeuta–
está
previsto
que
deba
afrontar
un
período
de
enfermedad, durante el cual se aísla y se recoge en silencio a fin de reorganizar su identidad dentro del grupo. Puede ayudar a los otros, porque él mismo ha estado enfermo y ha pasado de la enfermedad a la sanación. El libro de Isaías presenta al siervo de Yahvé como aquel que salva a la humanidad a través de las propias dolencias. El texto del profeta dice que a causa de sus llagas hemos sido curados (Is 53,5). Apoyados en estos datos tradicionales, C. G. Jung habla del sanador herido como de un arquetipo, es decir, una potencialidad innata de comportamiento presente en el hombre, y que está constituida por dos polos: la herida y la curación. Todo
ser
humano
víctima
de
heridas
es que
vulnerable asumen
o,
lo
que
diversos
es
lo
nombres:
mismo,
susceptible
soledad,
temor,
de
ser
angustia,
sinsentido, separación, duelo, desazón, enfermedad, inmadurez... En cada sujeto, sin embargo, existe también una dimensión de curación, hecha de un conjunto
52
de recursos –físicos, psíquicos y espirituales– que, si se utilizan adecuadamente, pueden contribuir a sanar las heridas. La resiliencia no es, pues, un concepto que evoque la invulnerabilidad, sino que la asume y se dispone ante ella en términos positivos. 2. Tutor de resiliencia, herido Conforme al prototipo del sanador herido, los profesionales y voluntarios están llamados no solo a activar su capacidad de cuidar y ayudar a los demás, sino también a tomar conciencia de las propias heridas, comprometiéndose en un proceso de autoterapia. Podríamos decir entonces, en sentido metafórico, que solamente el médico herido puede curar, y de esta manera, previene también la sobredosis de implicación emocional y el riesgo de burnout. Evocar la utilidad de la propia vulnerabilidad como fuente de comprensión y ayuda para los otros puede colisionar con algunos comportamientos de quienes practican las profesiones de ayuda. En el campo de la psicoterapia, por ejemplo, se cultiva el mito de que en el terapeuta no hay nada que no esté bien, y él es el elemento sano de la relación. En esta forma de ver las cosas, el cliente es el enfermo, es decir, el individuo cuyas heridas requieren atención, mientras que las heridas del terapeuta pueden quedar al margen y no requieren atención en la interacción. En el ámbito sanitario es fácil apreciar que los progresos de la ciencia y de la técnica pueden llevar a los médicos a fiarse en exceso de los recursos científicos y
tecnológicos,
y,
por
consiguiente,
se
corre
el
riesgo
de
que
estén
menos
dispuestos a escuchar la voz de sus heridas. Para lograr hacer de las propias heridas una fuente de sanación para los otros, los terapeutas deben emprender un proceso de crecimiento, un camino escarpado y laborioso. H. Nouwen, en su libro El sanador herido, recuerda su condición de soledad que nace del sentido de impotencia frente a situaciones que superan la propia capacidad de intervención. Subraya que, cuando los profesionales de la ayuda rehúsan abrirse a la conciencia de las propias heridas, entonces tienden a acercarse
al
polaridades
ser del
humano arquetipo
sufriente del
haciendo
sanador
uso
herido:
el
solamente poder
de
de
una
de
curación.
las Las
consecuencias negativas que se derivan saltan a la vista: el refugio en un trato distante emotivamente, la tendencia a resolver los problemas de los demás sin recurrir a los recursos de curación que el ayudado posee, la utilización del otro como objeto de satisfacción de las propias necesidades personales, el fácil recurso a la ritualización de las conductas, a consejos obvios, a actitudes moralizantes.
53
Por otro lado, la simple toma de conciencia de las propias heridas y de la propia
condición
mortal
es
insuficiente
para
afrontar
las
crisis
de
manera
resiliente y acompañar a crecer en ellas a otras personas. Es preciso que las personas
se
acepten
y
se
integren.
Quien
es
consciente
de
la
propia
vulnerabilidad, pero es incapaz de aceptarla e integrarla, tiende a alejarse de la persona que sufre. O, si esta persona se le acerca, se limita a mostrarle las heridas no cerradas que arrastra consigo, con el riesgo de agravar la situación, de abrir las puertas de la desesperación y acabar con la poca fe que tal vez tenía el paciente. También en este caso se usa únicamente una polaridad del sanador herido, es decir, la herida particular. Aquello que impide activar el poder de curación presente en el ayudado. Para
llegar
a
vulnerabilidad,
ser
los
personas
tutores
que
de
sanan
verdaderamente
resiliencia
deben
sanar
desde
las
la
propias
propia heridas,
empleando al efecto el poder de curación que poseen y reconciliarse en paz y obtener una síntesis
dentro
de
sí
con
la
dimensión
nocturna
de
la
vida
–el
sufrimiento, la enfermedad, la muerte, etc.–. Por desgracia, la formación de los agentes de ayuda no presta mucha atención al
proceso
de
integración
de
las
propias
heridas,
de
la
vulnerabilidad
del
ayudante y de la propia muerte. Quien integra la propia muerte se encuentra más capacitado para acompañar más eficazmente a los que están al final de la vida, con libertad, sin sentirse amenazado.
Quienes
hacen
este
trabajo
sabe
superar
la
tentación
de
ejercer
cualquier tipo de poder sobre las personas que se ponen en sus manos anhelando la curación, porque es consciente de ser también vulnerable y finito. Con más competencia se acompañará así en el manejo de las preguntas sin respuesta, esas que forman parte del misterio de la vida. A
partir
de
su
propia
experiencia
de
sufrimiento,
quien
se
trabaja
como
sanador herido es capaz de extraer sentimientos de comprensión, participación y compasión, que hacen posible la proximidad hacia quien sufre a través de una relación auténtica. Se propone que el ayudado se comprometa decididamente en su proceso de afrontamiento del sufrimiento, activando para ello el poder de sanación
y
afrontamiento
resiliente
que
llevan
consigo.
Gracias
a
que
ha
experimentado la sanación en su propia piel puede ahora ayudar al que sufre a recorrer un itinerario similar. Hay
que
decir
también
que
al
aproximarse
a
quien
sufre
con
objeto
de
ayudarlo, el sanador herido recibe también él mismo una ayuda, que se expresa de
múltiples
formas:
una
toma
de
conciencia
cada
vez
más
profunda
de
la
condición de la persona, un despertar gradual de los sentimientos de solidaridad y fraternidad, porque el mundo del sufrimiento del hombre invoca de modo incesante otro mundo: el del amor humano.
54
12
DESTINO Y LIBERTAD
Yo también tuve un accidente de tráfico. Afortunadamente todo quedó en un buen susto y en un coche pasto de la chatarra. Desde entonces, con ocasión de compartir esta experiencia, he escuchado numerosas reacciones que tienen que ver con el destino, el milagro, la providencia, la protección de san Camilo, la suerte. Han sido muy pocas las expresiones que, reaccionando a la narración de lo sucedido, hayan sumado el conjunto de factores naturales que confluyeron en el momento. 1. Los hechos Llevaba unos sesenta kilómetros recorridos del trayecto previsto Madrid-Bilbao, con el Citroën ZX turbo diesel. Me dirigía a la Universidad de Deusto, donde a las
4
de
la
tarde
habría
tenido
clase
en
el
curso
de
posgrado
de
cuidados
paliativos sobre las necesidades espirituales del paciente terminal. Eran las 11,30 de la mañana. Ya me había dicho a mí mismo que, si seguía lloviendo tanto, tardaría más de lo normal en llegar, aunque el tiempo del que disponía para el viaje era más que suficiente. Bajando el puerto de La Cabrera, en la N-I, al salir de una curva, el coche comenzó a hacer eses y a deslizarse como sobre una pista de hielo, yendo sobre una plataforma de agua –aquaplaning– a capricho, terminando, después de un buen trozo de pista de deslizamiento descontrolado, en la cuneta de la derecha, donde
el
coche
recibió
golpes
por
todos
los
costados,
dando
la
vuelta
y
terminando sobre las ruedas entre la cuneta y la carretera, mirando en sentido contrario a la circulación. El tiempo vivido desde la pérdida del control hasta que el coche paró me pareció más largo mentalmente del que duró cronológicamente. Me dio tiempo a pensar
que
debía
agarrarme
fuertemente
al
volante,
que
debía
proteger
mi
cabeza hundiéndola entre los hombros y a exclamar un par de veces: «¡Dios mío, Dios mío!». Nada más pararse el coche apagué el contacto y la luz, salí normalmente por la puerta –que se podía abrir sin dificultad– y exclamé en voz alta: «Gracias, Señor. Parece que me quieres vivo». Todo lo que siguió fueron los normales
55
contactos con mi comunidad –donde pedí que se unieran a mí al dar gracias a Dios porque estaba vivo– y con la grúa y la guardia civil. Naturalmente, después he tenido que vérmelas con el impacto psicológico de esta experiencia y con los inevitables espacios dados al «lo que pudo haber sido y no fue si...» Cualquier
pequeñísima
variable
habría
cambiado
el
resultado
sobre mí: ni un rasguño, ni un cristal, ni siquiera barro del que entró cayó sobre mí. 2. La interpretación: significación cultural No
me
resulta
fácil
despejar
las
diferentes
interpretaciones
que
los
que
me
escucharon fueron dando espontáneamente. No obstante, no puedo por menos de reflexionar sobre ellas porque influyen en el modo como nos despachamos también cuando intentamos ayudar a las personas que han vivido una situación no deseada e inesperada y que nos sirve para ilustrar el valor de la significación cultural que atribuimos a los hechos como factor protector de resiliencia. Ciertamente, no creo en el determinismo, que me haría prisionero sin remedio del hado, que me haría decir simplemente: «Lo que será, será», «lo que ha sido, tenía que suceder», perezoso argumento que no da paso tampoco a aquel otro, según el cual sucede lo que nos hemos preparado en el pasado y no hay más destino ni otro futuro que el que nos preparamos en el presente. No me cabe otra lectura del destino que aquella que la entiende como una figura literaria o metáfora para aludir al aspecto inescrutable e inabordable, en toda su profundidad, del acontecer humano. Me niego, pues, a aceptar el uso popular de la palabra «destino» para dar razón de acontecimientos temidos e indeseados y que no resulta ser más que un determinismo que no deja espacio a la libertad y bloquea, por tanto, toda posibilidad resiliente. ¿No me pasó nada porque es el destino? Lo rechazo, si no es en el sentido literario-metafórico. ¿Y la providencia? En realidad, la providencia es un concepto propiamente cristiano
que
halla
sus
orígenes
en
la
filosofía
griega,
especialmente
en
el
estoicismo, que sostiene la existencia de un principio activo en la naturaleza, Dios, que gobierna el mundo y las cosas con una finalidad y que puede llevar a la imperturbabilidad de quien cree que todo está siendo conducido por Dios hacia el destino, que no nos cabe sino aceptar. Quedaría anulada también así la libertad. La
reflexión
haciéndola
cristiana
conciliable
procura
con
la
cambiar
libertad
la
del
noción
hombre
griega y
del
de
la
providencia
mundo.
Que
Dios
conserve el mundo y a las personas no estaría reñido con el respeto de las leyes
56
naturales que lo rigen y de la posibilidad de los hombres de conducirlo. Bastante difícil de conciliar ambas cosas, y no por nada en la historia filósofos y teólogos han discutido abundantemente sobre la relación entre gracia y naturaleza. Tengo más bien la impresión de que el reconocimiento de la existencia de Dios como fundamento último de todo lo que existe y sucede, verdad a la que me adhiero, cae con frecuencia en la visión griega que anularía la libertad y se traduciría en una intervención directa de Dios sobre todas las cosas. Me resisto, porque en este caso no me habría sucedido nada porque Dios, directamente o a través de la protección de san Camilo o del ángel de la guarda o cualquier otra expresión
semejante,
conductores fallecieron,
más o
habrían
que
el
resultaron
estado
mismo
día
un se
gravemente
poco
despistados
salieron
heridos,
en o
esa
y
incluso
con otras
unos
cuantos
carreteras
decapitaron
a
y un
viandante. ¿Era todo aquello también fruto de la providencia divina o de su imposibilidad de atenderlo todo? ¿Les convenía a aquellos tal fin mientras que a mí Dios me quiere para seguir trabajando por los demás –como me dijo otra persona–? ¿No quería a la madre de familia y a los niños fallecidos, calcinados en
un
accidente
que
tuvo
lugar
pocos
días
después
en
el
mismo
lugar
al
incendiarse el coche después de correr la misma suerte que el mío? En este momento alguno preferirá descansar de razonar inútilmente, puesto que no despejaremos fácilmente el entuerto. ¿Fue entonces la providencia la que hizo que nada me sucediera? Si fuera entendida
como
intervención
directa
de
Dios,
que
milagrosamente
hizo
preservarme íntegro saltándose las leyes de la naturaleza, no. ¿Entonces no fue un milagro? Algo digno de ser admirado y sorprendente, sí. Basta mirar los restos del coche. ¿Basta entonces sumar las causas naturales para dar una explicación de lo sucedido:
cantidad
de
agua,
mal
estado
de
las
ruedas,
mal
estado
de
la
carretera, más velocidad? Sí. Pero no nos conformamos los hombres con lecturas sencillas y solo inmanentes y necesitamos apelar a otro tipo de verdades que nos pertenecen como es propio de seres que estamos abiertos a la trascendencia. El reconocimiento de la presencia de Dios, del que todo mantiene una dependencia esencial y que todo lo conserva en su ser, no nos puede llevar a anular las causalidades de las cosas naturales. 3. ¿Gracias a Dios? Entonces, ¿es justo dar gracias a Dios porque no me sucedió nada? Si no me pasó nada, y esto se puede explicar por causas naturales, ¿se puede mantener la
57
expresión
«gracias
a
Dios
no
me
pasó
nada»?
Quizá
sea
cuestión
de
una
expresión popular no bien puntuada. Efectivamente di gracias a Dios, y lo hice inmediata y espontáneamente, sin racionalizar tanto como ahora. La expresión de los sentimientos cuenta con una licencia
y
una
libertad
mayor
que
la
razón
–que
hace
creíble
también
el
contenido de nuestra fe–. Si tuviera que escribir correctamente, lo haría así: «Gracias a Dios. ¡No me pasó nada!». Con ocasión de que he vivido un momento intenso y me he visto libre
de
otras
posibilidades
desastrosas,
¡cómo
no
voy
a
elevar
un
canto
de
agradecimiento y alabanza a Dios! Como lo hago también cuando contemplo una flor, o miro la montaña, o la inmensidad del mar, o experimento el afecto de una persona. Pero mi agradecimiento es una expresión del sentimiento y de admiración,
no
un
deseo
de
explicar
la
causa
de
haber
resultado
ileso.
Doy
gracias a Dios, como me lamento y como le presento mis deseos y sentimientos de
todos
los
colores
y
como
lo
haría
con
alguien
que
me
inspira
absoluta
confianza. No me pasó nada y, con ocasión de esta experiencia, expreso
mi
gratitud a Dios por la vida que me da cada día. Así pues, el significado cultural que damos a los hechos que nos desbordan y generan atravesar
crisis las
contribuye
a
afirmar
dificultades
y
crecer
la
con
libertad ocasión
resiliente, de
ellas
o
la
posibilidad
de
a
entregarnos
al
fatalismo que gobierna nuestra contingencia y no deja ningún espacio a nuestra libertad y responsabilidad. Explorar un poco este aparente laberinto puede ser útil para relacionarnos con quienes sufren las consecuencias de hechos que van más
allá
de
la
voluntad
humana,
sin
caer
en
fatalismos,
determinismos
visiones fantásticas de lo natural, puerta cerrada a la resiliencia.
58
o
13
SISTEMA INMUNITARIO PSICO-ESPIRITUAL
La resiliencia es un canto a la libertad, una forma de negación del determinismo y del pesimismo, un modo esperanzado de situarse ante las crisis, tanto propias como ajenas. Es un «olé a la vida» en medio de las dificultades, un brindis a las posibilidades a veces escondidas en las personas en medio del sufrimiento. Pero si
es
mal
entendida,
hasta
podría
caer
en
puro
voluntarismo,
o
incluso
en
dolorismo. ¡Qué bien que estemos hablando de resiliencia! ¡Qué bien que pensemos en positivo en medio de las crisis! Es posible. Nos está influyendo favorablemente la psicología positiva de Martin Seligman, con sus aplicaciones al mundo de la intervención en salud y en acción social. Nos están ayudando los estudios de Boris
Cyrulnik,
uno
de
los
máximos
expertos
en
el
tema.Este
constructo
psicológico nos está ayudando a caer en la cuenta de que los fatalistas, quienes se refugian en la pasividad de «es el destino», tienen un recorrido corto de posibilidades. Nos invita a promover el optimismo, la esperanza, la libertad, la responsabilidad, en medio de las dificultades. 1. La resiliencia no es mero voluntarismo Mirar los huesos que se rompen y que tienen esa capacidad –resiliencia– de crecer correctamente después de haberse producido la fractura, y sentirnos por ello
interpelados
a
trasladar
la
misma
potencialidad
de
crecimiento
al
nivel
psico-espiritual, es hermoso. Mirar
los
metales,
que
tienen
esa
capacidad
de
resistir
los
golpes,
deformándose y recuperando su estructura, y sentirnos interpelados en las crisis personales, es hermoso. Considerar
a
la
persona
como
capaz
de
preservar
la
integridad
en
los
momentos difíciles y madurar tras la adversidad, utilizando todos los recursos personales y ambientales de los que cada uno puede disponer, es esperanzador.
59
Pero
no
nos
voluntarismo.
equivoquemos. La
resiliencia
Hablar
no
de
resiliencia
depende
no
es
exclusivamente
hablar
de
la
de
mero
disposición
voluntariosa de quien se encuentra en medio del dolor o de la adversidad. No es la
simple
decisión
de
no
instalarse
ni
perpetuar
el
sufrimiento
en
actitud
victimista. Hablar de resiliencia ha de ser hacer un pacto, ante todo, con la realidad, no negando que el sufrimiento es sufrimiento y la persona es la que es. En una cierta medida, la resiliencia depende de la personalidad heredada y que se hace, en cierta medida es aprendida a través de las experiencias vitales en las que hemos
aprendido
a
dar
significados
a
las
dificultades,
y
en
cierta
medida
depende del entorno social, del apoyo que recibimos. Por eso, quizá convenga ser prudentes y ecuánimes ante el mismo concepto. No puede tratarse de una mera reducción a la mirada positiva ante la crisis, a la actitud ante lo inevitable, al deseo de crecer con ocasión de la adversidad. De hecho, es sabido que los factores potenciadores de resiliencia tienen que ver, ciertamente, con el temperamento y la actitud de la persona, pero también con la significación cultural que le atribuimos a la dificultad, sufrimiento o crisis, así como con el apoyo social con que la persona cuenta. La resiliencia, por tanto, no es una cuestión voluntarista, no responde solo a la disposición en que la persona desea, quiere o consigue ponerse en medio del sufrimiento. Hay un importante influjo del entorno, que nos afecta en el modo como interpretamos la crisis y en el
modo
como
somos
acompañados
o
lo
que
se
conoce
como
el
tutor
de
resiliencia. Y de aquí las posibilidades de relación de ayuda para potenciar la resiliencia. Así como sería un límite interpretar, por ejemplo, la enfermedad como algo estático
ocasionado
exclusivamente
únicamente
bioquímicas,
por
un
olvidándonos
elemento de
la
externo
dimensión
o
por
causas
antropológica
del
enfermar y del sanar, con sus implicaciones sociales, sería también un límite considerar la resiliencia únicamente como una característica de la voluntad que algunos son capaces de desplegar en medio de las crisis. Podríamos decir que la resiliencia
es
como
el
sistema
inmunitario
psico-espiritual
con
el
que
respondemos en la adversidad. 2. Resiliencia y destino Una de las expresiones espontáneas que utilizamos con personas que sufren, como intentando hacer la paz con lo inevitable, es precisamente esta: «Es el destino», o bien: «Estaba cantado». Naturalmente, es lo opuesto a la resiliencia. Detrás de estas expresiones hay una especie de conformismo con las cosas tal
60
como son, un fatalismo ante el que no queda más que la actitud pasiva y la resignación. Si algo deja claro Boris Cyrulnik es que no necesariamente un niño maltratado se convertirá en maltratador. En efecto, hay diferentes caminos para no resignarse a un escepticismo frente a la incertidumbre. Entre otros, el convencimiento de que lo que hacemos, de alguna manera vuelve a nosotros, por lo que el ejercicio de la responsabilidad estará
siempre
resiliencia
presente
como
en
categoría
el
decurso
para
de
explorar
los las
hechos.
Asimismo,
posibilidades
en
pensar
medio
la
de
la
adversidad dispone en actitud confiada en relación con la realidad, así como en disposición de esperanza. No es, pues, el destino el que nos dibuja nuestra trayectoria vital. Tampoco estamos
determinados
definitiva
y
exclusivamente
por
nuestros
genes.
La
construcción interior y la relación con el entorno pueden propiciar el cambio del decurso de la vida, incluso allí donde todos augurarían nada bueno. Así,
la
resiliencia
no
es
absoluta
ni
una
capacidad
que
se
adquiere
o
se
despliega de una vez para siempre, sino que resulta ser un proceso dinámico y evolutivo que varía según las circunstancias, las características del trauma, el contexto, la etapa de la vida en que la persona se encuentra, la cultura y el aprendizaje que hemos hecho en ella. 3. Resiliencia y dolorismo Entendemos
por
dolorismo
esa
tendencia
caracterizada
por
la
exaltación
del
valor del dolor, que tuvo una repercusión social, sobre todo en el período entre las dos guerras mundiales, al ser aceptada por un gran número de intelectuales y una amplia variedad de grupos sociales. Se
considera
al
dolor,
y
sobre
todo
al
dolor
físico,
un
medio
de
autodescubrimiento, un camino para entender la verdad básica en relación a uno mismo,
un
medio
de
purificación
y
liberación
del
individuo
de
las
ataduras
terrenas que podía hacerle más compasivo hacia los demás y más lúcido hacia uno mismo. La tendencia dolorista persiste todavía, pero no solo en el ámbito intelectual, sino
que
con
frecuencia
encontramos
personas
que
en
el
nivel
espiritual
identifican el sufrimiento con la virtud y el placer con el pecado. Asimismo, quien
sufre
este
síndrome
es
capaz
de
realizar
sacrificios
en
términos
de
intercambios con Dios de dolores –ofrecimiento–, con objeto de conseguir alguna ventaja. Es un intento de convertir en positivo lo que en realidad es negativo. Pues bien, la resiliencia no es una exaltación o renovación de ninguna forma de dolorismo. No es una conversión en positivo de lo que es negativo, ni es una
61
vacuna
contra
el
sufrimiento,
ni
un
estado
adquirido,
sino
un
proceso,
un
camino que se puede recorrer. Así lo muestra, por ejemplo, la logoterapia, que reclama la potencialidad de dar un sentido y vivir libremente lo que no podemos cambiar. En buena medida, pues, la resiliencia depende del arte de tender el brazo para pedir ayuda y del arte de procurarla con relaciones significativas para ayudar a subirse a la barca que se ha dado la vuelta en la vida de tantas personas.
62
14
EL RECUERDO QUE SANA
Recientemente persona
cuyo
he
tenido
recuerdo
la
de
oportunidad
la
pérdida
de
de
un
conversar amigo
largamente
era
fuente
de
con
una
empuje
y
afianzamiento de lo que hacía y de nuevas relaciones. Encontraba en el pasado energía y consuelo para adentrarse en un futuro desconocido. Había perdido un amigo
que
suponía
para
ella
un
sólido
punto
de
apoyo
para
realizar
una
encomiable labor social de ayuda en situaciones de marginación. Pero había aprendido
aquello
de
que
hay
un
tiempo
para
abrazar
y
un
tiempo
para
persona
cuyo
separarse. Pero
pocos
días
después
he
pasado
algunas
horas
con
otra
recuerdo de la pérdida de una amistad era fuente de bloqueo hasta el punto de llevar
años
anhelando
una
imposible
aclaración
del
significado
de
aquella
relación rota. Dos situaciones presentadas con lágrimas, pero una con lágrimas que regaban el
presente
de
fuerza
y
esperanza,
y
otra
con
lágrimas
que
amargaban
e
imposibilitaban fijar la mirada en el futuro y caminar serenamente conviviendo con el riesgo y la inseguridad. He podido afianzar aún más el convencimiento del poder que tiene la memoria y de cómo en ella reside una fuente de la que puede manar agua dulce o amarga, crecimiento resiliente o victimismo bloqueante. 1. Evocar el pasado La fuerza del recuerdo, en efecto, se manifiesta en salud y en enfermedad, en energía constructiva y destructiva. ¿Cómo ayudar a vivir sanamente el recuerdo y que el pasado sea potenciador de crecimiento y resiliencia? Para
los
frecuentes
profesionales y
difíciles:
de
la
ayuda
acompañar
a
es
esta
vivir
una
de
las
sanamente
situaciones
los
más
recuerdos
de
separaciones; separaciones de los padres, de los hijos, de amigos, de la salud, de la imagen de la eficiencia personal –perdiendo el trabajo–... La vida de cada uno se ve acompasada por una secuencia ininterrumpida de separaciones, queridas o impuestas, fisiológicas o relacionales, trágicas o beneficiosas. En
nuestra
evocación
nos
memoria deleita,
hemos a
veces
almacenado nos
experiencias
compensa
63
agradables
nostálgicamente
la
cuya
realidad
presente
y
otras
experiencias
nos
positivas
encandila del
y
pasado,
nos
sube
cuando
a
son
una
nube
evocadas
de
irrealismo.
sanamente,
Las
permiten
descubrir en ellas el valor que no logramos encontrar en el presente. Parece como si volver al pasado fuera ir a beber para calmar la sed de autoestima y reconstruir una identidad rota o imposible de dibujar en el presente. Pero como
hemos ofensas
grabado a
también
nuestro
experiencias
presunto
derecho
desagradables,
a
la
integridad
pérdidas
vividas
invulnerable.
Las
experiencias negativas, por su parte, pueden ser evocadas para bien y para mal, para crecer o para sufrir más. Lo cierto es que contra el recuerdo parece mejor no luchar, sino conducirle y ser dueño de él. Olvidar el pasado sería algo así como
olvidar
un
gran
maestro,
muy
íntimo,
la
propia
historia
esculpida
en
constatar
el
claramente
el
nuestro corazón. Hacer camino
memoria de
de
experiencias
crecimiento
confín
entre
el
antes
puede
estar
definiendo
y
y
negativas
maduración el
con
después. realismo
puede
recorrido,
Quien el
servir
para
recuerda
presente
y
para
delimitar una
separación
constatando
las
dolorosa energías
propias y puede estar dando vueltas inútilmente a una situación sin salida. 2. El arte de ser infelices En el pasado residen muchas claves de comprensión de sí mismo y de felicidad. El
arte
de
ser
infelices
mirando
hacia
él,
en
cambio,
consiste
en
pararse
indefinidamente en el «más de lo mismo», en darle vueltas inútilmente a la cabeza, como decimos vulgarmente, en ser obstinadamente fieles a razones o sentimientos que en el pasado se revelaron importantes. Pensemos en quienes no consiguen separarse del recuerdo de una ofensa recibida, es decir, en quien no consigue separarse del rencor perdonando; o en quien no consigue separarse y no acepta que hay un tiempo para encontrarse y otro para dejarse y estar solo. Pensemos en quien, tras un fracaso amoroso, establece una relación idéntica con una
pareja
casi
completamente
igual
cuyo
idéntico
final
es
fácilmente
pronosticable. Pensemos en quien no cambia los propios comportamientos que han dado suficiente muestra de ser nocivos para sí y para los demás acarreando abundante sufrimiento. El arte de ser infelices funciona también con los recuerdos positivos cuando todo se paraliza en el «cualquier tiempo pasado fue mejor», cuando se idealiza aquella experiencia de relación exaltándola o mirándola a través de un filtro que solo deja traslucir lo bueno y lo hermoso en una luz engañosa. Es la experiencia que hace, por ejemplo, quien cree que nunca podrá construir una amistad tan hermosa como aquella que recuerda y no sale de sí, no se lanza.
64
3. Sanar el recuerdo Ayudar
a
recuerdos
ser
dueño
de
sin
caer
en
la
memoria
el
consiste
consuelo
en
barato
dar
de
el
justo
quien
espacio
pretende
a
los
quitar
automáticamente el aguijón al dolor producido por las separaciones del pasado y sin conservar vivas, como en un cofre bien custodiado, todas las experiencias de sufrimientos, de manera que tengan el poder de hacerse presentes con la misma o mayor capacidad de herir. La petición de ayuda cuando se presenta un recuerdo hiriente nos puede llevar fácilmente
a
caer
en
el
fantasma
del
consuelo,
a
dulcificar
las
separaciones
mediante la «anestesia de la religión» cuando esta tiende a saltar por encima de la dimensión gris de la vida o mediante una especie de «nueva religión», la del acercamiento psicológico que niega la angustia existencial. El dolor vivido en el espacio concedido al recuerdo puede tener una función pedagógica. La exhortación a olvidar es una falacia. No olvidamos. Podemos negar
–reprimir–
y
podemos
integrar
sanamente
el
pasado
dando
espacio
a
nuestras zonas oscuras para que, con nuestras luces, dibujen un paisaje realista, el de la propia historia, una historia sanada mediante la aceptación de sí mismo, del propio pasado, de los propios límites, de las propias experiencias negativas de las que se puede salir crecidos, resilientes, habiendo aprendido. Si Tagore escribió la hermosa sentencia: «No llores, porque las lágrimas te impedirán ver las estrellas», nos permitimos añadir también que hay lágrimas que limpian los ojos para ver con más claridad. Una llave para la comprensión de sí mismo sin duda está en el propio pasado. Hay un sano equilibrio que seguro que está en la dialéctica entre la soledad y la comunión, entre la elaboración personal del recuerdo y el compartirlo con quien –también sanamente– esté dispuesto a escucharlo con paciencia y libre de toda tendencia al juicio.
65
15
SUFRIMIENTO Y SIGNIFICADO
Las posibilidades resilientes en medio del sufrimiento depende, como venimos diciendo, de la personalidad, de la significación cultural y del apoyo social o tutor de resiliencia. Pues bien, también en el sufrimiento metemos a Dios para interpretar la crisis. Y esto nos puede ayudar a crecer en ella o, en el peor de los casos, a dar significados no saludables al propio sufrimiento. 1. Dios y el sufrimiento No es posible que Dios no tenga que ver en esta historia del sufrir. A él le echamos la culpa, por él nos sentimos castigados, a él le pedimos ayuda, de él renegamos, declaramos que no puede existir si no evita tanto dolor como se nos presenta ante nuestros ojos y en el que participamos de diferente medida. Parece como si, al tocarnos de cerca o en la propia piel, dentro de nosotros se despertara un mecanismo de asociación forzosa entre la experiencia del dolor y un responsable último, a primera vista al menos, un tanto mudo y pasivo. Y parece,
además,
que
esquemas
arcaicos
del
tipo
culpa-castigo
tuvieran
un
espacio garantizado entre los humanos. Cualquiera que sea el origen de esta experiencia, aparece en las conversaciones que escuchamos y mantenemos con quien comparte con nosotros su sufrimiento. ¿Es posible superar tal esquema interpretativo?
¿Podemos
acompañar
a
superar
la
idea
de
que
Dos
le
está
castigando? ¿Cómo vivir el sentimiento de culpa en el sufrimiento? 2. Una experiencia común Visitando
a
un
enfermo
en
el
hospital
escuché
recientemente
la
siguiente
conversación entre el compañero de habitación del enfermo al que yo visitaba y un familiar o amigo suyo. Juan, el enfermo, parecía tener unos treinta años. Casado
y
con
un
hijo
pequeño,
ha
sido
66
ingresado
en
el
hospital
por
serias
molestias
gástricas,
y
se
encuentra
en
espera
de
una
posible
intervención
quirúrgica: –Es el momento más inoportuno de mi vida para que me suceda esto. –Ya se sabe. Estas cosas llegan siempre sin avisar. –No sé qué habré hecho yo a Dios para mandarme esto. No es que sea un santo, pero tampoco soy tan mala persona. No sé por qué no se lo manda a esos que andan por ahí matando a la gente... –Nada, que unos son los que viven a su aire y otros los que lo pagan. Y esta te ha tocado a ti. –O Dios no existe, o no es justo, porque si me pasara algo, no sé qué sería de mi mujer y de mi hijo... ¡con lo que me necesitan ahora! Estamos empezando a construir una familia y no es el momento de destruirla ya. No me puede hacer esto ahora. –Dios aprieta, pero no ahoga, Juan. Ya verás como en cuatro días estás otra vez en el trabajo. Los pensamientos exteriorizados por Juan son muy comunes. El sufrimiento correspondería, según este esquema, en mayor o menor proporción a quien más lo
merece
según
su
comportamiento
más
o
menos
reprochable.
Al
hombre
bueno, justo, le correspondería una vida serena, feliz, sin padecer ni sufrir. La presencia de la enfermedad y sus molestias rompe este esquema o bien hace pensar al que la padece que también él pertenece al grupo de los culpables y, por
tanto,
merece
sufrir
castigado
por
el
garante
supremo
de
esta
justicia
retributiva. 3. El sufrimiento no necesariamente se explica Los cristianos sabemos que la enfermedad y el dolor no pueden ser explicados a la luz de la fe y por tanto, no pueden atribuirse a un castigo de Dios. Por eso, cuando nos encontramos ante una persona como Juan, es bueno recordar que no existe
ningún
esquema
que
dé
razón
de
la
enfermedad
si
no
es
nuestra
naturaleza limitada y en evolución. Apelar a la propia responsabilidad, aun en el caso en que una conexión más o menos
directa
pueda
existir
entre
la
enfermedad
padecida
y
el
propio
comportamiento, no tiene sentido si lo que se busca es una explicación o un culpable. Solo de cara a un cambio de actitud puede ser útil recurrir a la culpa –cuando
esta
tenga
su
parte–,
porque
en
realidad
lo
que
se
está
viviendo
pertenece a la esfera del misterio. Y el misterio no se explica ni se resuelve, sino que sencillamente se vive porque nos envuelve.
67
La imagen que Juan tiene de Dios puede ser purificada con ocasión de la enfermedad. Más que verle como responsable y juez, verle como un interlocutor, el compañero íntimo que comparte la propia experiencia y da paz en nuestro interior.
Claro
sufrimiento.
que
Pero
Dios
su
tiene
capacidad
que de
tener
dar
alguna
una
responsabilidad
respuesta
personal
ante
–este
es
el el
significado real de responsabilidad– la ejerce precisamente compartiendo nuestra experiencia humana, sufriendo con y por nosotros. 4. Rompiendo esquemas Ayudar
al
que
sufre
a
desarrollar
actitudes
resilientes,
cualquiera
que
sea
nuestra profesión, nos lleva a encontrarnos, querámoslo o no, también con la dimensión
espiritual.
En
muchas
ocasiones
quizá
nos
encontremos
como
desprotegidos, o puede que nos avergoncemos incluso. No tenemos instrumentos, no tenemos bisturí o jeringuilla para afrontar esta conversación y hacemos uso de los recursos más fáciles: la huída o la generalización. Es lo que le sucede al visitante
de
nuestra
conversación.
Entrando
en
el
esquema
del
enfermo,
no
desciende al significado personal y concreto que Juan atribuye a su vivencia: inoportunidad de la enfermedad, amenaza a la unidad y continuidad familiar, sentido de castigo desproporcionado. En realidad, ni tienen que pagar los inocentes por el mal que cometen otros, ni Dios aprieta, ni tampoco ahoga. Más bien libera del peso de la culpa e invita a luchar
contra
la
enfermedad
y
afrontarla
de
manera
personal,
libres
en
las
posibilidades resilientes. Para una buena relación de ayuda sin duda hay que superar estereotipos. «Sientes
la
enfermedad
como
algo
desproporcionado
e
inmerecido
y
no
te
explicas por qué Dios no hace algo para evitarlo». De este tipo podría ser el diálogo con Juan. Un diálogo nuevo, centrado en la persona más que en el problema. Naturalmente, no se trata de defender a Dios para que quede libre de su protagonismo. Él no necesita ser defendido. Más bien necesitamos de una imagen de Dios más acorde con el Evangelio. Preocuparnos menos por la causa del sufrimiento y más por el modo cómo vivirlo, superarlo y crecer de manera resiliente. Y para quienes hacen el mal ante nuestros ojos, ¿no sería mejor desearles el bien,
la
dicha
de
cambiar,
en
lugar
de
desearles
el
castigo
que
tampoco
queremos para nosotros? En todo caso, no cabe duda de que la interpretación de la propia adversidad es y será siempre personal. Mitch Albom, en su conocido libro Martes con mi viejo profesor, escribe:
68
–¿Sabes una cosa? Una cosa muy extraña. –¿Qué es? –Que empecé a disfrutar de mi dependencia. Ahora me gusta que me vuelvan de costado y me pongan pomada en el trasero para que no me salgan llagas. O que me sequen la frente, o que me den un masaje en las piernas. Gozo con ello. Cierro los ojos y me deleito con ello. Y me parece muy familiar. Es como volver a ser niño. Que un apersona te bañe. Que una persona te tome en brazos. Que una persona te limpie. Todos sabemos ser niños. Lo llevamos dentro. Para mí es una cuestión de recordar el modo de disfrutarlo. La verdad es que cuando nuestras madres nos tenían en brazos, nos acunaban, nos acariciaban la cabeza, ninguno de nosotros se cansaba nunca. Solo a él, en primera persona, le permitiríamos una significación cultural de la dependencia en estos términos, solo a quien encuentra este modo de cambiar de signo el mal le autorizamos a vivirlo así, de manera positiva, sin que desde fuera le impongamos una interpretación y un significado externo.
69
16
TIEMPO DE CALIDAD:
TUTORIZANDO LA RESILIENCIA DE CERCA
«No tengo tiempo» es la frase con la que nos identificamos muchas personas cuando llevamos una vida activa y deseamos acompañar en el sufrimiento. En otras
ocasiones
no
sabemos
cómo
«matar
el
tiempo»,
que
parece
no
tener
ningún sentido o estar habitado de nada. Lo que realmente es un arte es ayudar a generar espacios de tiempo de calidad, especialmente en medio del sufrimiento y la vulnerabilidad humana, espacios que tutoricen la resiliencia de cerca las posibilidades resilientes. Desde no hace mucho se oye hablar del denominado tiempo de calidad. Se trata de un constructo social que suele ir incluido en un discurso dirigido a los padres y madres que tienen poco tiempo para estar con sus hijos y para estar juntos
ellos
mismos,
cuyo
mensaje
viene
a
decir
que
no
importa
tanto
la
cantidad, sino la calidad del tiempo compartido. La percepción generalizada que todos tenemos al hablar de tiempo de calidad es la de aquel en que se comparte ocio mediante juegos, cuentos, actividades con los
niños
o
con
la
pareja,
en
cada
caso.
Es
un
tiempo
maravilloso
para
relacionarnos, para disfrutar y para que disfruten con nosotros. 1. Tiempo de verdad Pero el tiempo de calidad lo hemos de pensar también en el mundo de la salud, de
la
exclusión,
Tiempo
de
de
calidad
la es
educación, ese
que
en
el
no
se
acompañamiento pierde,
sino
en
que
el
se
sufrimiento. invierte.
No
necesariamente está lleno de ocio. Puede estar lleno de presencia, de compañía, de diálogo cualificado. Y no tiene por qué ser abundante, nunca más del que disponemos. Perder el tiempo con alguien significa que no hay que invertirlo en el sentido de rentabilizarlo. Significa sencillamente que no es un esfuerzo, que no
70
es un trabajo, no necesariamente es ocio o conversación, tiene el significado del estar, de la presencia. Esa presencia cualifica la vida entera. Tener conversaciones de calidad en medio de las crisis y del sufrimiento es indicador de relación sana y tiene poder sanador y resiliente. Nadie duda del poder terapéutico de un encuentro auténtico basado en la verdad, en la sencillez de la escucha, en el poder de la mirada, en el valor de la presencia silenciosa. No, no es fácil. Mantenerse en verdad, no dar consejos no pedidos, compartirse como
sanador
herido,
saber
estar
sin
decir
nada,
sin
que
eso
sea
perder
el
tiempo, es un arte. Todo el mundo pierde el tiempo. Es parte del ser humano. Cierto tiempo perdido puede ser constructivo, porque ayuda a relajarse o a reducir la tensión. Sin embargo, a veces esto puede ser frustrante, especialmente cuando se pierde el tiempo por hacer algo menos importante de lo que se podría estar haciendo. A
veces,
perder
el
tiempo,
en
el
sentido
más
popular
y
vulgar,
puede
ser
sinónimo de un mejor aprovechamiento del mismo, en tanto que el ocio, la compañía y el descanso forman parte consustancial del desarrollo humano y puede ser un indicador precisamente de tiempo de calidad, si ese tiempo es compartido, porque en realidad no será tiempo perdido. Es el caso del saber estar
junto
al
enfermo,
del
abatido,
no
porque
tengamos
algo
que
hacer
o
hacerle, sino por el significado de la presencia, siempre que no sea un estorbo, que no todas las personas saben evitarlo. Y así hay muchas personas que gastan más tiempo en hablar de sus problemas que en afrontarlos o escuchar los del otro. 2. El tiempo en subjetivo No
es
el
tiempo
cronológico
el
que
más
nos
interesa
y
nos
preocupa
en
la
estación del sufrimiento. Es el tiempo en subjetivo, el tiempo psicológico, el tiempo en espera. Y es que, particularmente en la enfermedad, el tiempo es siempre un tiempo de espera. Esperamos que pase la noche, que llegue el médico, que el auxiliar nos ayude a levantarnos, distribuya
que
la
el
trabajador
medicación,
que
social el
tramite
animador
los nos
papeles, estimule,
que que
la
enfermera
el
asistente
espiritual nos acompañe, que el voluntario nos escuche… Esperamos. Vivir la enfermedad –incluso en la proximidad de la muerte–, vivir la dependencia, es vivir en espera. En espera de tiempo de calidad. Y en el tiempo de espera es más que frecuente que nuestra memoria haga sus viajes
al
pasado.
potenciadores
de
En
él
encontramos
crecimiento
resiliente
71
a y,
veces en
nuestros
otras
mayores
ocasiones,
la
tesoros
fuente
de
nuestro mayor sufrimiento. Aprender a recordar, sanar la memoria, compartir los recuerdos, son caminos para humanizar el modo de vivir el tiempo presente. Por eso quizá sea verdad que no vale la pena tanto lamentarse de los tiempos en que vivimos cuanto en estar dispuestos a mejorarlos. Se dice que el tiempo es un gran maestro, que todo lo cura, y bien sabemos que no es cierto. El tiempo no cura nada, sino que necesitamos del tiempo de calidad para vivir sanamente, para integrar nuestras heridas, límites, frustraciones y, a ser posible, aprender de ellos y salir resilientes de las crisis. En Qohélet, en la Sagrada Escritura, se lee: «Todo tiene su momento, y cada cosa su tiempo bajo el cielo: tiempo de nacer y tiempo de morir; tiempo de arrancar y tiempo de plantar; tiempo de matar y tiempo de curar…» (Ecle 3,13). Quizá por eso humanizar el tiempo es también aprender a vivir el instante y, a la vez, saber mirar con perspectiva, porque… hay un tiempo para todo. 3. El valor del instante Es cierto que hoy es el primer día del resto de nuestra vida. Por eso, pensar en las relaciones de ayuda en el sufrimiento, en nuestro potencial sanador mediante la comunicación, es tomar conciencia de que el instante no es pura anécdota, sino que está cargado de densidad, si es vivido como tiempo de calidad. Quizá sea esa la cara positiva de la vieja sentencia: Carpe diem. Vive el instante, sácale la médula al instante presente, porque es obvio que no vuelve. Y no vale la disculpa de que «no tenemos tiempo», porque, cuando el instante se cualifica, adquiere
la
densidad
que
puede
darle
más
valor
que
al
mucho
tiempo
sin
sentido. Xavier
Zubiri
recuerda
expresiones
bíblicas
como
«tiempo
de
penitencia»,
«tiempo de misericordia», «plenitud de los tiempos». Así, el instante adquiere una
densidad
enorme,
adquiere
calidad.
Es
como
un
mensaje
para
el
ser
humano. No solo no es algo que pasa, sino que se coloca ante cada uno y se le impone de modo absoluto. El instante siempre es más que todo lo que podamos pensar o imaginar. No ponemos nosotros el instante, sino que él se nos impone, nos interpela, reclama nuestra responsabilidad en él. Y es esa responsabilidad la que nos puede permitir atravesar la oscuridad de manera resiliente. Al fin y al cabo, la vida humana, el tiempo humanizado, el tiempo de calidad, no es otra cosa que el intento de responder a esa interpelación, y decir en cada momento: «Heme aquí», adsum, presente, estoy vivo, estoy contigo, soy para ti, dime si necesitas algo. Cada instante es un mundo, y, por eso, cada cosa a su tiempo.
72
Junto al que se encuentra en crisis y sufre, en el despliegue de las relaciones profesionales
y
de
cuidado
informal,
el
manejo
del
tiempo,
experimentado
siempre como limitado, reclama la sabiduría del refrán: «En cada tiempo, su tiento». Ser profesional de la salud, de la intervención social, de la educación, es sin
duda
ser
artista
del
uso
del
tiempo
para
ser
tutores
cualificados
de
resiliencia. Y así hemos de decir en este contexto simultáneamente: «No hay tiempo que perder» y «pierde el tiempo un poco conmigo, por favor». Este será tiempo de calidad, tiempo de escucha y silencio, tiempo de encuentros en la vulnerabilidad y en el amor.
73
17
LA RELACIÓN QUE SANA
Con esta expresión nos despachamos algunas veces, enfadados con alguien: «Me pones enfermo». Expresamos así el impacto que tiene sobre nosotros la relación en ese momento. Reconocemos, casi sin darnos cuenta, que la relación tiene el poder de ponernos mal, de hacernos sentir tan mal que podemos «enfermar» literalmente.
Nuestro
cuerpo
se
resiente.
Quizá
el
estómago,
el
corazón,
la
cabeza… vibran con intensidad ante algún estímulo relacional. Afortunadamente, también la relación tiene el poder de ayudarnos a crecer y salir resilientes de las crisis. Y
también
lo
contrario,
¡cómo
no!
«Cuando
llega
esta
enfermera
–o
este
médico–, ya me siento mejor». Así es: la calidad de la relación es capaz de enfermarnos y de sanarnos. No son solo los productos químicos de los fármacos o las exquisitas artimañas y maniobras de los galenos los que tienen el poder de sanarnos o no, sino que la misma relación –y no solo en la psicoterapia– tiene poder sanador y patógeno. 1. La relación que enferma Que la relación es capaz de enfermar es obvio. Enferma particularmente cuando existen relaciones de abuso o discriminación, es decir, cuando los dinamismos relacionales generan empobrecidos por la injusticia. Entonces esa relación no solo es enferma, sino que el resultado es el espacio privilegiado donde habitarán las enfermedades. Pero en las relaciones sanitarias, educativas, de intervención social, en las relaciones
entre
profesionales
y
usuarios,
también
podemos
pensar
que
la
relación enferma o sana. Hay situaciones en las que la misma patología cursa con dificultades serias en la relación. No es fácil, por ejemplo, mantener una relación sana si no se confía en el otro. La desconfianza, en cualquier ámbito, es una amenaza a la estabilidad de una relación, pero lo es más si lo que hay entre las personas tiene que ver con la salud. Ya
son
muchos
observaciones
más
–aparición
los de
experimentos
enfermedades
que,
inmunes
junto
con
asociadas
un a
sinfín
de
enfermedades
mentales, mayor incidencia de enfermedades en personas que padecen estrés o
74
depresiones,
etc.–,
han
llegado
a
demostrar
que,
tal
y
como
propugna
la
psiconeuroinmunología, todas las enfermedades son el resultado de la interacción entre múltiples factores, que dependen tanto del agente agresor –bacteria, virus, agente
carcinógeno–
como
del
organismo
agredido
–genéticos,
endocrinos,
nerviosos, inmunológicos, emocionales y comportamentales–. Esto
quiere
decir
que
se
abren
nuevos
caminos
en
medicina
al
ofrecer
la
posibilidad de poder pensar la relación como parte del tratamiento, como un elemento más junto con el posible tratamiento farmacológico, o incluso como tratamiento
preventivo
de
la
enfermedad,
así
como
espacio
fomentador
de
crecimiento resiliente. 2. La relación que sana y promueve resiliencia Si la desconfianza amenaza la relación terapéutica o las relaciones de ayuda, podemos decir que la confianza recíproca es la columna vertebral de la relación terapéutica,
de
las
relaciones
médico-paciente,
enfermero-paciente,
profesor-
alumno y, ¡cómo no!, también de la familia. El
valor
de
la
amistad
familiar
ha
sido
destacado
en
muchos
estudios
sociológicos como un factor protector de resiliencia fundamental en la vida de las
personas,
especialmente
de
las
más
débiles
y
en
situaciones
de
crisis
y
enfermedad. Pedro Laín Entralgo no dudaba en hablar de la amistad médica para referirse a la relación ideal en salud. La relación entre el médico y el enfermo es así una forma de relación personal de amistad que ha evolucionado a lo largo de la historia. Sin embargo, la esencia del vínculo entre el médico y el enfermo se mantiene como un encuentro personal en la medida en que se logran superar las diversas
barreras
que
van
apareciendo
en
la
medicina
contemporánea.
La
«amistad médica de Laín» es una sustituta adecuada de la relación de autoridad tradicional. En
realidad,
lo
que
constituye
el
gran
reto
de
la
ética
en
el
mundo
del
sufrimiento es la humanización de la relación entre las personas que intervienen. Laín Entralgo describía esta categoría de amistad médica como el despliegue de cuatro actividades: la benevolencia –querer el bien del otro–, la benedicencia – hablar bien del otro–, la beneficencia –hacer bien al otro–, la benefidencia – efusión hacia el otro, para compartir con él algo que me pertenece íntimamente a mí, que se convierte en confidencia y establece entre los dos una relación dual–. Aunque la medicina maneje scaners o utilice pruebas de diagnóstico genético, debe
existir
entre
los
profesionales
de
la
75
salud
y
el
enfermo
una
verdadera
«amistad», que convierte al médico en una persona buena, perita en la ciencia y en el arte de curar. Lo intuía ya Hipócrates cuando codificaba el arte de curar en cuatro características: ante todo, jamás inquietar; siempre que sea posible suavizar; a veces curar; pero siempre tranquilizar. Con la desaparición progresiva del «imaginario» cultural de «lo incurable» gravita
sobre
nosotros
una
mentalidad
que
nos
lleva
a
la
tendencia
a
la
automedicación, a la que todos nos entregamos y que indica nuestra confianza en la técnica médica que nos trae automáticamente el alivio o la curación, ya que nos parece capaz de dominar la enfermedad. Viktor von Weizsäcker, gran renovador del pensamiento médico del siglo
XX,
utilizó una expresión feliz, pero insuficiente a juicio de Laín. Proponía que la relación
médico-enfermo
debe
ser
una
Weggenossenschaft,
una
«camaradería
itinerante»: el médico y el enfermo deben ser como camaradas que recorren un mismo camino, hacia una misma meta que es la curación del enfermo. Se trata de una ayuda mutua, ya que la esencia de la camaradería es, precisamente, la cooperación al servicio de la realización de un mismo objetivo. La medicina tiene que ser siempre técnica, pero es una técnica condicionada en razón del sujeto al que
se
le
aplica.
Ningún
médico
puede
pensar
en
arreglar
el
cuerpo
de
un
enfermo como si se tratase del motor de un coche, ya que nadie puede negar un dato previo: el hombre es un ser respetable en sí y por sí mismo. Esto
significa
que
la
técnica
que
se
aplica
al
hombre
es
una
técnica
condicionante de la vida de un ser humano, al que habría que acompañar en esa «camaradería itinerante» en el proceso de su enfermedad. Laín se preguntaba si con tal concepción del hombre puede bastar la concepción meramente técnica de la medicina o, incluso, la «camaradería itinerante». Por ello, Laín propone que la
relación
hombre,
y
médico-enfermo
sea
que
camaradería,
no
es
solo
una
forma
singular
sino
que
de
es
la
amistad
además
hombre-
amistad,
que,
reducida a sus notas esenciales, consiste en el ejercicio de las cuatro actividades. Carl Rogers no dudará en hablar de «amor por el paciente» en el ámbito de la psicoterapia. Ramón y Cajal se referirá también sin titubeo no solo al amor a la verdad y a la ciencia –¡cuántas relaciones en salud serían «sanadas» con este ingrediente!–, sino «amor al paciente». Y yo hoy me uno a ellos, convencido de que el amor, estos amores por la verdad, la ciencia y el paciente producen salud. Lo que nos sana es el amor. Lo que ayuda a crecer en las crisis y salir resilientes de ellas es el amor.
76
A MODO DE CONCLUSIÓN
La resiliencia se construye en el tiempo, es un proceso, un camino que se cuenta como el relato de una vida. Así, la resiliencia puede llevarnos a abrir nuevos horizontes en nuestras prácticas profesionales en el campo de la prevención. La resiliencia no es única ni se adquiere de una vez para siempre, es una capacidad que resulta de un proceso dinámico evolutivo. Esto implica tener otra mirada sobre la realidad, con la vista puesta en el mejor uso de las estrategias de intervención. Esta capacidad de mirar de otro modo, desde lo que construye, necesita una reflexión desde cada institución y un trabajo posterior conjunto. Es posible que todavía dirijamos nuestros ojos hacia los déficits, impidiendo ver las cualidades y los puntos fuertes de cada sujeto. Cambiar la mirada hacia lo positivo nos invita a cambiar también nuestras prácticas, rechazando toda ideología que signifique apoyar al fuerte y abandonar al débil. El verdadero cambio
de
paradigma
es
cambiar
la
mirada,
pero
nada
hay
más
difícil
que
cambiar la mirada y hacer la paz, que hay un tiempo para todo y que la parte oscura de la vida no es necesariamente la última palabra. Así nos invita a considerarlo el conocido cuento que sigue: Hubo una vez un rey que dijo a los sabios de la corte: –Me
estoy
fabricando
un
precioso
anillo.
He
conseguido
uno
de
los
mejores diamantes posibles. Quiero guardar oculto dentro del anillo algún mensaje que pueda ayudarme en momentos de desesperación total, y que ayude a mis herederos, y a los herederos de mis herederos, para siempre. Tiene
que
ser
un
mensaje
pequeño,
de
manera
que
quepa
debajo
del
diamante del anillo... Todos los que escucharon eran sabios y grandes eruditos, que podrían haber escrito grandes tratados, pero darle un mensaje de no más de dos o tres palabras que le pudieran ayudar en momentos de desesperación total era
muy
difícil...
Pensaron,
buscaron
en
sus
libros,
pero
no
podían
encontrar nada. El rey tenía un anciano sirviente que también había sido sirviente de su padre. La madre del rey murió pronto y este sirviente cuidó de él, por tanto lo trataba como si fuera de la familia. El rey sentía un inmenso respeto por el anciano, de modo que también le consultó. Y este le dijo: –No
soy
un
sabio,
ni
un
erudito,
ni
un
académico,
pero
conozco
el
mensaje. Durante mi larga vida en palacio me he encontrado con todo tipo
77
de gente, y en una ocasión me encontré con un místico. Era invitado de tu padre
y
yo
estuve
a
su
servicio.
Cuando
se
iba,
como
gesto
de
agradecimiento, me dio este mensaje –el anciano lo escribió en un diminuto papel, lo dobló y se lo dio al rey–. Pero no lo leas –le dijo–, mantenlo escondido en el anillo. Ábrelo solo cuando todo lo demás haya fracasado, cuando no encuentres salida a la situación. Ese momento no tardó en llegar. El país fue invadido y el rey perdió el reino. Estaba huyendo en su caballo para salvar la vida y sus enemigos lo perseguían. Estaba solo y los perseguidores eran numerosos. Llegó a un lugar
donde
el
camino
se
acababa,
no
había
salida:
enfrente
había
un
precipicio y un profundo valle; caer por él sería el fin. Y no podía volver porque el enemigo le cerraba el camino. Ya podía escuchar el trotar de los caballos. No podía seguir hacia adelante y no había ningún otro camino... De repente se acordó del anillo. Lo abrió, sacó el papel y allí encontró un pequeño
mensaje
tremendamente
valioso.
Simplemente
decía:
«Esto
también pasará». Mientras leía «Esto también pasará» sintió que se cernía sobre él un gran silencio. Los enemigos que le perseguían debían de haberse perdido en el bosque, o debían de haberse equivocado de camino, pero lo cierto es que poco a poco dejó de escuchar el trote de los caballos. El
rey
se
sentía
desconocido.
profundamente
Aquellas
palabras
agradecido
habían
al
sirviente
resultado
y
al
milagrosas.
místico
Dobló
el
papel, volvió a ponerlo en el anillo, reunió a sus ejércitos y reconquistó el reino. Y el día que entraba de nuevo victorioso en la capital hubo una gran celebración con música, bailes... y él se sentía muy orgulloso de sí mismo. El anciano estaba a su lado en el carro y le dijo: –Este momento también es adecuado, vuelve a mirar el mensaje. –¿Qué quieres decir? –preguntó el rey–. Ahora estoy victorioso, la gente celebra mi vuelta, no estoy desesperado, no me encuentro en una situación sin salida. –Escucha
–dijo
desesperadas;
el
anciano–:
también
es
este
para
mensaje
situaciones
no
es
solo
placenteras.
para No
situaciones
es
solo
para
cuando estás derrotado; también es para cuando te sientes victorioso. No es solo para cuando eres el último; también es para cuando eres el primero. El
rey
abrió
nuevamente
el
sintió
muchedumbre
que
anillo la
y
leyó
misma
celebraba
el
paz, y
mensaje: el
«Esto
mismo
bailaba,
pero
también
silencio el
en
orgullo,
pasará»,
medio el
ego,
de
y la
había
desaparecido. El rey pudo terminar de comprender el mensaje. Se había iluminado. Entonces el anciano le dijo:
78
–Recuerda
que
permanentes. momentos
de
todo
Como
pasa.
el
día
tristeza.
Ninguna
y
la
Acéptalos
cosa
ni
noche,
hay
como
parte
ninguna
momentos de
la
emoción de
son
alegría
dualidad
de
y la
naturaleza, porque son la naturaleza misma de las cosas... Así es, hay un tiempo para todo, también un tiempo para mirar en positivo cuando todo indica que lo que toca es mirar en negativo. Es posible que lo inédito sea viable, que haya posibilidades donde solo vemos el destino que nos merma el crecimiento y el éxito. Hay
un
tiempo,
oportunidad
una
posibilidad
humanizadora
y
de
de
crecer
crecimiento,
en
la
de
crisis,
salir
de
de
vivirla
ella
de
como
manera
resiliente. Lo hay. Solo quien así lo vive verifica la hipótesis: es posible. Un concepto humanizador, un concepto contenedor de otros, sugerente de relaciones positivas, esperanzador para la crisis y el sufrimiento.
79
BREVE BIBLIOGRAFÍA COMENTADA
CYRULNIK,
B.,
Los
patitos
feos.
La
resiliencia:
una
infancia
infeliz
no
determina la vida. Barcelona, Gedisa, 2006. Con tan solo seis años de edad, el autor consigue escapar de un campo de concentración, huérfano
de
donde
traspasa
su
el
resto
crisis.
Es
de
su
familia
neurólogo,
jamás
regresó.
psiquiatra
y
El
joven
psicoanalista,
profesor de la Universidad de Var, en Francia. Transmite un mensaje de esperanza a los niños víctima de traumas, y deja claro que un niño herido no está condenado a convertirse en un adulto fracasado. Referente obligado para el tema. CYRULNIK,
B.
experiencias
ET
AL.,
El
profesionales
realismo en
torno
de a
la
la
esperanza.
resiliencia.
Testimonios
Barcelona,
de
Gedisa,
2008. El
conocido
autor
ayuda
a
superar
la
perspectiva
pesimista
ante
situaciones y personas en crisis. Personas que han vivido víctimas de la guerra, la marginación, el abandono, pueden recuperar su capacidad de superar sus heridas y experiencias de horror físico y psíquico. El libro es referente para educadores sociales y profesionales de la asistencia FORÉS, A.
/
GRANÉ, J., La resiliencia. Crecer desde la adversidad. Barcelona,
Plataforma, 2008. De
máxima
claridad
y
orden
en
la
presentación
de
la
teoría
de
la
resiliencia, con ejemplos de la vida real que ilustran al lector y le permiten aprovechar la lectura para la vida personal y profesional. GUÉNARD, T., Más fuerte que el odio. Barcelona, Gedisa, 2010. A
los
tres
años
fue
abandonado
por
su
madre,
que
lo
ató
a
un
poste
eléctrico. Su vida estuvo marcada después por los malos tratos de su padre y
el
internamiento
en
casas
de
acogida.
Intento
de
suicidio,
violación,
víctima de lo inimaginable. Este libro es prueba de que no necesariamente se es solo pasivo en medio del drama; de él se puede aprender, salir y ser ejemplar testimonio de superación. Su sensibilidad al dolor ajeno le hace ayudar hoy a otros jóvenes con problemas. GRUHL, M., El arte de rehacerse: la resiliencia. Santander, Sal Terrae, 2009. Formadora,
asesora
personal
y
mediadora,
experta
en
enneagrama
y
gestión de conflictos, presenta sintéticamente la psicología de la resiliencia
80
y dibuja caminos para el crecimiento personal y la madurez. RIVAS LACAYO, R. A., Saber crecer. Resiliencia y espiritualidad. Barcelona, Urano, 2007. Psicoterapeuta tanatología,
clínica,
directora
especializada
del
«Método
en
logoterapia,
Silva»
en
psico-oncología
México,
Centroamérica
y y
Panamá, es la fundadora y presidenta de la Asociación Latinoamericana de Desarrollo Humano y de la Asociación de Orientación Holística de México. De
manera
sencilla
presenta
las
características
psico-emocionales
y
espirituales que nos dan fortaleza y nos permiten sobreponernos a las crisis y crecer en ellas. Propone ejercicios sencillos. ROCAMORA, A., Crecer en las crisis. Cómo recuperar el equilibrio perdido. Bilbao, Desclée de Brower, 2006. Psiquiatra, humanista, profesor del Centro de Humanización de la Salud, experto
en
counselling,
escribe
desde
la
praxis
y
la
reflexión
personal.
Conocedor del sufrimiento humano, del laberinto de la interioridad, con la mente
sana
cotidiana
de
no
posibilidad
quien
solo
de
hay
crecer
sabe
que
la
momentos
crisis
es
la
crisis,
extremadamente
psicológicamente
en
y
que
difíciles,
cualquier
en
la
vida
propone
encrucijada
de
la la
existencia. Una vez que estamos en crisis es posible rentabilizarla y pasar de un menos a un más. ROJAS
MARCOS,
L.,
Superar
la
adversidad.
El
poder
de
la
resiliencia.
Madrid, Espasa, 2010. Con estilo sencillo y directo se presentan elementos y actitudes protectores de resiliencia, sin ser un tratado sobre la misma ni articular los contenidos con rigor académico.
81
Contenido Portadilla Introducción 1. Dos testimonios para empezar 2. Las palmeras se doblan 3. De tal palo... ¿determinismo o libertad? 4. Protectores de resiliencia 5. Educar para vivir la resiliencia 6. El humor es una cosa muy seria 7. La mirada, tutor de resiliencia 8. Mirada positiva sobre uno mismo 9. Inteligencia espiritual y resiliencia 10. La esperanza: dinamismo resiliente 11. El sanador herido 12. Destino y libertad 13. Sistema inmunitario psico-espiritual 14. El recuerdo que sana 15. Sufrimiento y significado 16. Tiempo de calidad: tutorizando la resiliencia de cerca 17. La relación que sana A modo de conclusión Breve bibliografía comentada Créditos
82
Diseño de cubierta: Estudio SM © 2011, José Carlos Bermejo © 2011, PPC, Editorial y Distribuidora, S.A. © De la presente edición: PPC, Editorial y Distribuidora, SA, 2013 Impresores, 2 Urbanización Prado del Espino 28660 Boadilla del Monte (Madrid) [email protected] www.ppc-editorial.com
ISBN: 978-84-288-2499-6 Queda prohibida, salvo excepción prevista en la Ley, cualquier forma de reproducción, distribución,
comunicación
pública
y
transformación
de
esta
obra
sin
contar
con
la
autorización de los titulares de su propiedad intelectual. La infracción de los derechos de difusión de la obra puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (arts. 270 y ss. del Código Penal). El Centro Español de Derechos Reprográficos vela por el respeto de los citados derechos.
83
Grupos de Jesús Pagola Elorza, José Antonio 9788428827744 304 Páginas
Cómpralo y empieza a leer Libro eminentemente práctico: está pensado para poner en marcha un proceso (individual y grupal) de conversión a Jesús ahondando, de manera sencilla, en lo esencial del Evangelio. Su estructura, dividido en 40 capítulos (repartidos en 7 etapas) permite el trabajo en grupo para profundizar en los textos
84
evangélicos, reflexionando y comentándolos para desembocar en el compromiso personal y la oración. Cómpralo y empieza a leer
85
Guía de lectura de "Jesús. Aproximación historica" Fraile Yécora, Pedro 9788428827294 128 Páginas
Cómpralo y empieza a leer Guía de lectura para trabajar, personalmente o en grupo, el libro Jesús. Aproximación histórica, de José Antonio Pagola. Contiene recursos, pautas y orientaciones para comprender mejor el contenido y el significado de la obra de Pagola.
86
Cómpralo y empieza a leer
87
Jesús. Aproximación histórica Pagola Elorza, José Antonio 9788428825726 576 Páginas
Cómpralo y empieza a leer ¿Quién fue Jesús?, ¿cómo entendió su vida?, ¿dónde está la fuerza de su persona y la originalidad de su mensaje?, ¿por qué se le ejecutó?. Estas y otras muchas preguntas tienen su respuesta en este apasionante libro. Un relato vivo y cercano acerca de la persona, el mensaje y el proyecto de Jesús, situado en su contexto social, económico, político y religioso desde los datos históricos más recientes.Más de 100.000 ejemplares 88
vendidos en ocho idiomas avalan este best-seller de uno de los teólogos más prestigiosos de mundo. Un libro que ya ha tocado el fondo de mucha gente, ha removido el corazón y la razón de numerosos alejados y no creyentes y ha reanimado el seguimiento a Jesús de no pocos cristianos Cómpralo y empieza a leer
89
Jesús, maestro interior Pagola, José Antonio 9788428835145 145 Páginas
Cómpralo y empieza a leer 'Jesús, Maestro interior' es el nuevo proyecto de José Antonio Pagola. El reputado sacerdote y teólogo vasco busca con esta nueva serie recuperar a Jesús como "Maestro interior" que, con la fuerza de su Espíritu y su Evangelio, alienta, llama, interpela y guía a quienes le siguen. Para ello, se marca como propósito promover dos objetivos concretos, que se enriquecen y complementan mutuamente: la renovación interior del
90
cristianismo tal y como es vivido de ordinario en nuestros días, y la necesidad de reavivar, en estos momentos, la verdadera espiritualidad de Jesús. Una espiritualidad que ha de nutrirse de una relación personal con Dios –vivido como Padre-Madre– basada en una confianza absoluta y abierta a un proyecto humanizador. En esta obra –que ocupa varios volúmenes–, Pagola propone un proceso de "lectura orante del Evangelio", que, para ser fructífera, debe seguir una serie de pasos: en primer lugar, hay que partir de despertar en nosotros la actitud de búsqueda, imprescindible para un encuentro. Después, hay que acoger el Espíritu de Jesús, que es quien nos irá dando forma. Más tarde, escuchar en nuestro interior a Jesús como Maestro, para escuchar de sus labios palabras de vida. Y finalmente, abrirnos al misterio de Dios en lo secreto del crazón, para que tome posesión de él. Pagola presenta el Evangelio de Jesús recogido en los cuatro evangelios, no de forma aleatoria, sino haciendo un recorrido ordenado de temas seleccionados y presentados en diferentes capítulos. Cada capítulo comienza con una introducción, que sitúa la lectura en el contexto de la Iglesia y la sociedad actuales. Después se concreta el modo de practicar la lectura orante, poniendo el Evangelio en manos de los seglares para que lo acojan personalmente, y contribuyendo a consolidar y facilitar la acción pastoral de las parroquias. Este primer volumen tiene un carácter introductorio y en él se exponen algunos temas que pueden ayudarnos a comprender mejor la lectura orante del Evangelio y disponernos a practicarla con eficacia. A partir del segundo volumen ('Jesús, Maestro interior. 2 Primeros pasos') comienza el recorrido de la lectura orante. Cómpralo y empieza a leer
91
Jesús, Maestro interior. 2 Primeros pasos Pagola Elorza, Jose Antonio 9788428835152 168 Páginas
Cómpralo y empieza a leer 'Jesús, Maestro interior' es el nuevo proyecto de José Antonio Pagola. El reputado sacerdote y teólogo vasco busca con esta nueva serie recuperar a Jesús como "Maestro interior" que, con la fuerza de su Espíritu y su Evangelio, alienta, llama, interpela y guía a quienes le siguen. Para ello, se marca como propósito promover dos objetivos concretos, que se enriquecen y
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complementan mutuamente: la renovación interior del cristianismo tal y como es vivido de ordinario en nuestros días, y la necesidad de reavivar, en estos momentos, la verdadera espiritualidad de Jesús. Una espiritualidad que ha de nutrirse de una relación personal con Dios –vivido como Padre-Madre– basada en una confianza absoluta y abierta a un proyecto humanizador. En esta obra –que ocupa varios volúmenes–, Pagola propone un proceso de "lectura orante del Evangelio", que, para ser fructífera, debe seguir una serie de pasos: en primer lugar, hay que partir de despertar en nosotros la actitud de búsqueda, imprescindible para un encuentro. Después, hay que acoger el Espíritu de Jesús, que es quien nos irá dando forma. Más tarde, escuchar en nuestro interior a Jesús como Maestro, para escuchar de sus labios palabras de vida. Y finalmente, abrirnos al misterio de Dios en lo secreto del crazón, para que tome posesión de él. En el primer volumen ('Jesús, Maestro interior. 1 Introducción') se exponen algunos temas que pueden ayudarnos a comprender mejor la lectura orante del Evangelio y disponernos a practicarla con eficacia. En este segundo volumen comienza el recorrido de la lectura orante. El libro recoge toda una serie orientaciones y sugerencias para practicar la "lectura orante del Evangelio": desde cómo preparar, cuidar y ambientar el lugar; hasta un guion para el guía del encuentro, la indicación de qué texto evangélico trabajar en cada momento, la meditación, la acción de gracias… Pagola quiere poner el Evangelio en manos de los seglares para que lo conozcan y vivan en primera persona, y contribuir a consolidar y facilitar la acción pastoral de las parroquias. Cómpralo y empieza a leer
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Índice Portadilla 1 Introducción 2 1. Dos testimonios para empezar 4 2. Las palmeras se doblan 13 3. De tal palo... ¿determinismo o libertad? 16 4. Protectores de resiliencia 20 5. Educar para vivir la resiliencia 24 6. El humor es una cosa muy seria 28 7. La mirada, tutor de resiliencia 32 8. Mirada positiva sobre uno mismo 39 9. Inteligencia espiritual y resiliencia 43 10. La esperanza: dinamismo resiliente 47 11. El sanador herido 51 12. Destino y libertad 55 13. Sistema inmunitario psico-espiritual 59 14. El recuerdo que sana 63 15. Sufrimiento y significado 66 16. Tiempo de calidad: tutorizando la resiliencia de cerca 70 17. La relación que sana 74 A modo de conclusión 77 Breve bibliografía comentada 80 Contenido 82 Créditos 83
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