Relación del tiempo del Rey D. Carlos III


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Spanish Pages [169] Year 1867

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PRIMERA PARTE
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Relación del tiempo del Rey D. Carlos III

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Casava

RELACIONES

HISTÓRICAS

Y

FABULOSAS

POR

ZACARÍAS J. GASAVAL .

SEGUNDA EDICION.

MADRID : IMPRENTA DE LA ÉPOCA , TORRES , 11 , PRINCIPAL. 1867.

BG

DE

1

{

JUAN

CRUZ

EL

INDIANO.

RELACION DEL TIEMPO DEL REY D. CARLOS III.

AL SEÑOR D. JUAN VALERA , DE LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA, ETC.

En prueba de amistad.

Clutora &

PRIMERA PARTI.

CAPITULO PRIMERO.

Quiénes eran doña Ana y doňa Isabel de Cilia.

La villa de Lago, arrasada por los franceses à prineipios del siglo, era en el año de 1781 una villa de importancia, pues tenía un corregidor ó alcalde mayor, un destacamento de tropa, que se relevaba cada año , y dos iglesias, una de ellas colegiata , con su arcediano, provisor, prior, magistral, capiscol ó chantre, dos canónigos y seis beneficiados, ejerciendo el arcediano jurisdiccion cuasi episcopal, vere nullius. No sé yo si esta importancia le vino á Lago por ser confin entre Leon y Castilla ; la verdad es que su traza era pobrísima y no correspondia ni aun al nombre de villa que llevaba. Cruzábala una calle tirada á cordel, y que, por ser la principal ó la mas larga, se llamaba Mayor; pero las restantes eran estrechas, tortuosas y sucias, corriendo por en medio de ellas con verdadera licencia el agua que hubiera debido buscar caminos sub-

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terráneos : las casas eran bajas, adornadas en su mayor parte de escudos de armas; y en la plaza Mayor , que cortaba la calle de este nombre, se levantaba, quantum inter viburna cupressi, el palacio consistorial ó del cabildo, con sus tres balcones Volados y dos rejas, á la izquierda de la puerta grande, que daban luz á las prisiones de villa. Saliendo del pueblo por la puerta del Sur, se encontraba una pradera atravesada por dos hileras de álamos en la misma direccion de la calle Mayor, y limitada á Poniente por un rio ignorado , sin nombre, que siendo en el estío humilde arroyo, en invierno se desbordaba enriquecido con las aguas vertientes de la sierra de Gredos , cuyos picos cierran el horizonte por aquella parte y le dan un aspecto áspero y triste que hiela el alma.-Entre el rio y el arbolado se echaba de ver alguna que otra casa con jardin ó huerto, y se distinguia entre todas, por su elegancia , la casa del Indiano; y en el ángulo formado por la concurrencia ó sea por la aproximacion del arbolado y el rio, y dominando. un puente de un solo arco, se alzaba un castillo de color de hoja seca, el color de los siglos , y ruinoso , donde vivia perezosamente el mayordomo del señor de Lago, cuyos abuelos abandonaron tierras y vasallos por la córte, como era costumbre, hacía ya dos centurias. En el campo ó pradera que voy describiendo se citaba la gente noble y la gente ruin , esta para bailar allí los domingos y fiestas, y aquella para pasear gravemente á lo largo de la Alameda. Por un extraño contraste, aquella pradera, que era lugar de alegría y zambra de la parte de Poniente, de la de Levante lo era de dolor y lágrimas, pues hacía años que á la falda de la sierra, sobre una colina abrupta, se habia construido un cementerio para la gente llana y pobre; las familias

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principales de la villa, á pesar de todas las órdenes y pragmáticas, conservaban como privilegio lo que antes era ley comun, y á ninguna le faltaban seis piés para su sepultura en la iglesia, que á faltarle á alguna, se la hubiera tenido por vil . Debajo del camposanto, y al pié del cerro, la tierra era honda, ylas filtraciones de les montes, cubiertos de nieve la mayor parte del año , habian formado un lago que á su vez engrosaba el rio mas allá del puente : mas que lago, era un charco largo y estrecho, pero profundo , cuyas aguas reflejaban confusamente la rampa , la pared humilde y la cruz de madera del cementerio; en cuyo cristal negro como la noche, solo podian verse y recrearse los muertos mientras reposaban los vivos ; por cuyas orillas encharcadas ningun villano transitaba despues del ocaso por creerlas pobladas de las sombras de sus padres , sepultados en las entrañas de la colina . Un poeta hubiera llamado á este lago el « Lago de la Muerte; » pero en la comarca le llamaban buenamente el Lago , y de él tomaba nombre la viila. La vida de los vecinos de Lago era por extremo sencilla. Los nobles no hacian nada; los llanos hacian cal, yeso y ladrillos , y las fábricas de estos, que llamaban pisones, las tenian al Norte de la villa, y allí se dedicaban á su industria, como sus abuelos, sin que desde la primera generacion hubieran adelantado un paso ; algunos, menos laboriosos ó mas independientes , guardaban ganado; pocos llevaban tierras en renta, porque el cultivo por aquella parte era escaso . Lago, en suma, por su aspecto, por su riqueza, por sus hábitos, era una villa, como todas las de su clase en España , holgazana y pobre; pero noble y llena de clérigos, sin que esta última circunstancia la hiciera mejor: tan antiguo era el mal allí

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y en toda la comarca, y tan hondo, que el paliarlo parecia á todos obra dificil, y el extirparlo imposible. No hay que añadir despues de esto si la sociedad de Lago sería triste: lo era como la villa misma ; come el lago sombrío; como la pradera que cercaban un cementerio, un palacio arruinado y un rie seco ; como la viudez y esterilidad de aquellos campos , que recordaban la maldicion del profeta; como los montes pelados y pedregosos del Guadarrama, que se adelantaban hasta sus mismas puertas . Y este año en que acaecieron los sucesos que vamos á relatar, aun parecia mas melancóliea, porque el corregidor de Lago, que reunia en su casa algunas gentes , y era , al decir de ellas, hombre de chispa y de mundo , habia ido á la córte á negocios propios, sin acordarse de los de su corregimiento , que manejaba, Dios sabe cómo , el alcalde ordinario . Por causa de esta ausencia, que se prolongaba , y ya picaba en historia, las damas nobles de la villa no sabian qué hacer: iban á la iglesia á los Oficios Divinos ; iban á vísperas; iban á cir al señor magistral, gran teólogo; iban á ganar el jubileo; pero no sabian qué hacer. En los primeros meses que siguieron á la salida para Madrid del señor corregidor, ya pudieron ocuparse en algo por haber llegado á la villa unas forasteras y haberse prestado por serlo, y por lo que ocurrió á los pocos dias de su llegada, á la murmuracion de las nobles devotas ; pero despues , muertas las primeras impresiones, ya no les quedó otro recurso que murmurar de sí mismas. Llamábanse aquellas forasteras doña Ana y doña Isabel de Cilia : esto es todo lo que pudo saberse cuando llegaron y se establecieron en una casa de modests apariencia, situada al fin de una calle estrecha , no habiendo

tomado habitacion en la Mayor ó en la plaza por no ha-

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berla libre, que por lo demás bien dieron á conocer las de Cilia que eran personas de cuenta. Advirtióse desde luego que las visitó el coadjutor del Cármen y el notario Juan Cruz, ó D. Juan, como le llamaban los mas en el pueblo, y eso que no se sabia de él que fuera hidalgo ni hubiera sacado provision del Consejo; pero tenía dinero, y por tenerlo y proceder de América, le llamaban don Juan y le apellidaban el Indiano. D. Juan Cruz, no solo visitó, sino que frecuentó la casa de las forasteras, y por él se averiguó que eran madre é hija, y doña Ana , la madre, viuda de un capitan valentísimo muerto hacia poco bajo los muros de Argel. Bastó esto y que dijera D. Juan que aquel soldado era natural de Mallorca, para que algunos, que presumian de doctos , supusieran que este Cilia debia ser descendiente en línea recta de aquel Santa Cilia que despues de haber dado muerte á trescientas personas, mas como bandido que como caballero, sirvió con valor y fortuna en Italia y en Flandes ; pero Cilia no es lo mismo que Santa Cilia, y esta gantidad desmentia aquella suposicion, al cabo honrosa; y en cuanto á doña Ana, se supo al poco tiempo que era de Avila, aunque no de qué linaje. De cualquier modo , Isabel, su hija , era hermosa ; una de esas hermosuras vagas é indefinibles que son el escollo de los poetas y la perdicion de los hombres : ni alta ni baja, ni rubia ni morena, regular en todas sus líneas esenciales, blanca, fresca, suave , flexible; se vestia com sencillez, y llevaba siempre una flor en el pelo, que era ino como la seda, profuso y brillante. Faltaria yo á la verdad de esta historia y á mi conciencia de fisiólogo , si dijera que el tipo de Isabel era un tipo singular; era, por el contrario, un tipo comun en el sentido de que en nuestra tierra casi todas las mujeres hermosas se pa-

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recen á Isabel ; pero habia en ella algo de la zona trópiea que comunicaba á su belleza esa espresion indeſnible y perturbadora; algo que naeia de su temperamento, temperamento nervioso, voluptuoso , sedicioso; algo, en fin, que magnetizaba, electrizaba y hacia temblar aj valor mismo : Isabel, para decirlo de una vez, bajo aquella forma, é un tiempo vulgar y distinguida, era un peligro , ó mejor dicho , un lazo . Todos losjóvenes de la villa de Lago, y alguno queno lo era, pusieron los ojos en Isabel de Cilia el primer domingo que esta se presentó en la Alameda acompañada de doña Ana , señora respetabilísima por sus canas; y caballeros muy principales , aprovechando la circunstancia de verlas, ya con el coadjutor, ya con el notario, ó dominados por el prestigio irresistible de la belleza y de la novedad , empezaron á saludarlas. Isabel contestaba á estos saludos con naturalidad , con complacencia, como quien no conoce á nadie y desea conocer y tratar á las gentes; pero lo que en Isabel y su madre era necesaria cortesía , dieron en llamarlo las nobles damas de la villa facilidad deplorable, criticando sin piedad los saludos , las sonrisas, la flor graciosa con que aquella se adornaba y hasta su manera de ander. Fortuna que con este nada padecia ante aquellas gentes el honor, que Isabel sabia guardar al extremo de no trabajar nunca al balcon y de cerrarle herméticamente al toque de oraciones, lo que por cierto no hacian todas, ni aun las mas piadosas, que antes buscaban que esquivaban las rondas y galanteos. Por este lado nada se dijo en un principio de las de Cilia, porque nadie, fuera del coadjutor y el notario D. Juan Cruz, entraba en su casa , hasta que con motivo de un viaje repentino de D. Jorge de Francia, supú-

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sose, y no sin razon, como despues se vió, que este Francia andaba en relaciones con la jóven : se avanzó mas. Era D. Jorge un caballero tan pobre como hidalgo, y desde que se quedó huérfano habia ido cada vez á menos , pues por estar emparentado con lo mejor de la villa se imaginó que debia competir con sus nobles parientes hasta consumir el último maravedí; y así lo hizo, llevando ya algun tiempo de vivir , no de lo suyo, sino de lo que le adelantaba D. Juan el Indiano. Por D. Juan conoció y acompañó á Isabel, y entró al fin en la casa D. Jorge de Francia; pero , como dejo apuntado, á poco de este conocimiento y trato se supo con sorpresa que D. Jorge abandonaba el pueblo por la córte. Ya se decia que le alejaban desdenes ó rigores de amor; ya que habia de por medio mayor necesidad , puesto que D. Juan Cruz, al pedir Francia dinero, como otras veces , ahora se lo habia negado ; cosa muy censurada de los hidalgos de la villa, que harto hacian con disimular la condicion mas que dudosa del notario y dejarle firmar Don, vana y poco sustancial señal de nobleza , como la llam Navarrete , pero que en pueblos como Lago no carecia de importancia. El hecho, con todo, no fué menos cierto , y D. Jorge por aquellos mismos dias desapareció de Lago. Cerca de un año habia pasado desde esta aventura, que, segun queda dicho, algo distrajo el espíritu , generalmente aburrido , de las gentes , desconsoladas con la ausencia del señor corregidor , y.empezaban ya las de Cilia á considerarse como vecinas y naturales de la villa, cuando á fines de agosto de este año de 1781 se esparció un rumor que produjo verdadero escándalo , dando lugar á comentarios, disputas y hasta pendencias. Corrióse que la bella Isabel, tan envidiada de

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un sexo como codiciada de otro , se casaba , y á pesar de negarlo algunos caballeros enamorados , llegó á fijarse el dia de la boda; y no causaba el ruido la mera noticia de tan fausto suceso , sino sus accidentes dramáticos, y mas que nada el nombre del feliz mortal, que no era ya D. Jorge de Francia, sino el indiano Juan Cruz, ó para hablar con el debido respeto, D. Juan

CAPITULO II.

Quién era D. Juan.

D. Juan era hombre que pasaba de los cincuenta , mas bien bajo que alto, y récio: tenía la frente ancha y elevada, aunque deprimida de una manera chocante en su parte supérior; sus ojos eran pequeños, pero profundos, penetrantes; su nariz algo arremangada y abierta y su lábio inferior caido le daban cierto aire sarcástico, ó mas bien, perverso. El conjunto de aquella fisonomía no inspiraba confianza; anunciaba, por el contrario, carácter frio y duro , inclinaciones sombrías, pasiones terribles ; pero esto mismo la hacía menos vulgar. Era, por otra parte, Juan Cruz, si de humildes principios, de larga y peregrina historia, lo que sin duda le daba mayor prestigio en el pueblo . Nacido, á lo que se decia, en una aldea vecina y en la pobreza, anduvo en su infancia vendiendo bujerías, que este era el oficio 2

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de su padre, y muerto este, Juan, que ya tenía veinte años, salió, sin saber cómo, del pueblo , y atravesó los mares. Siempre fué América para todos , y lo era aun en aquellos tiempos, el país da oro y la plata, y tan ignorado y misterioso para el vulgo como hoy puede serlo la tierra de Diemen, donde dice un poeta que corren los rios en sentido inverso, del mar á las rocas, donde son negros los cisnes, donde el kanguroo, macropeus giganteus, salta á los árboles y peñascos como si fuera langosta, y nace una especie de mónstruo que es ave, pez y serpiente . Y á América contaban que habia ido Juan Cruz en busca de riquezas, como iban todos para mal de España, abandonando la industria y el cultivo de los campos por los azares de la fortuna. En cuanto al origen de la de D. Juan, no andaban tan conformes los vecinos de Lago . Atribuíanla algunos al contrabando, sosteniendo que D. Juan habia formado parte de una compañía portuguesa que hacía su principal tráfico en las provincias que están al márgen del Rio de la Plata , llevándole al mismo Cuzco y Arequipa; y no faltaba quien asegurase, en prueba de esta suposicion, que D. Juan habia estado á pique de ahogarse al atravesar aquel rio por la parte á que daba la colonia del Sacramento, y que esto lo habia oido de su misma boca . Pero esta opinion no fué estimada gran cosa, y los mas pensaban que el dinero lo habia sacado el notario de las minas del Potosí, donde no habia sino llegar y coger la plata ya acuñada : estos no decian que D. Juan hubiera estado para ahogarse, sino para morir á manos de los indios, que se rebelaron per entonces, matando y comiéndose gran cantidad de caras pálidas. En conclusion : nadie sabía á punto fijo de dónde le venía á D. Juan su riqueza, que para Lago era fabu-

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losa, ni sa explicaba tampoco cómo habia adquirido título de notario , aunque nada habria sido mas fácil que explicar esto, habiendo pasado cerca de cinco años en la córte, si el propio D. Juan no se jactara, como hombre que contaba alta proteccion y nada tenía que temer, de que él se habia ganado el titulo en las mismas calles de Madrid, levantando sus barrios con otros quince hombres de corazon en la noche del domingo de Ramos de 1766, acompañando al día siguiente, vestido de mozo de carbon, á los duques de Medinaceli y Arcos entre la confusion de los alborotados , y al padre Cuenca hasta el mismo alcázar, y llevando los bandos por los que se rebajaba en cuatro cuartos el pan de dos libras , y en otros cuatro la libra de jabon, acsite ó toeino : daba D. Juan otros pormenores del alboroto que tuvo por consecuencia echar á Esquilace do España , se decia amigo de los duques citados y del conde de Aranda , y añadia que de manos del mismo conde, nombrado presidente de Castilla y capitan general de Madrid , hɛbia recibido la escribanía. Algunos se rieron en la botillería de estos cuentos del notario, diciéndose por lo bajo que lo sería como otros muchos, y que si hubo gracia de por medio, la debió mas bien à su dinero , que esta era , antes y despues de Esquilace, love que abria todas las puertas . Sea de esto lo que quiera, D. Juan el Indiano aparecia á los ojos de todos como un hombre extraordinario que tenía en su compañía al diablo en persona, es decir, á un piel roja, á un indio , que con escándalo de los devotos de Lago entraba en la iglesia y cia misa como cualquier cristiano. Cuando D. Jean tomaba la palabra en los corrillos que se formaban en la plaza delante del templo del Cármen , todos se quedaban con la boca

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abierta escuchando sus relaciones maravillosas. D. Juan habia salvado los Andes y penetrado en las regiones de las nieves y de los hielos perpétuos ; D. Juan habia cruzado un rio inmenso y sentido la marea á mas de cien leguas del Océano ; D. Juan habia atravesado un valle , suspendido entre el mar y el cielo, elevado y profundo, como un abismo , y habia almorzado en una alquería situada á la altura de siete mil piés sobre el nivel del mar ; desde allí D. Juan habia distinguido picos de mas de veinte mil piés sobre el mismo nivel , y sobre ellos al condor que vuela atado al carro del sel ; y en fin , D. Juan se habia bañado en aquellos ignorados mares, á cuya playa bajó el primero Nuñez de Balboa, y sacando la espada , con el agua hasta la cintura, tomó posesion de las olas en nombre del rey de España . Todo esto lo referia D. Juan con esa naturalidad y desembarazo que, como el color atezado de la cara, solo se adquieren en los largos viajes, y todos le oian con el înterés que inspira siempre el que vuelve de las Indias, cuando vuelve con dinero y sabe gastarlo como lo gastaba D. Juan. Desde que D. Juan regresó á España pensó en establecerse en Lago , arrastrado allí por los recuerdos de la infancia y el anhelo de lucir sus riquezas en los mismos lugares por los que se habia arrastrado lleno de harapos; pero como no era noble y deseaba parecerle, quise tener posicion , además de dinero , y se hizo netario , con lo que llegó á influir en el corregimiento , y como vulgarmente se dice, á tener en el bolsillo al alcalde. En el mismo año que llegó compró aquella casa que se veia en la pradera, sobre el rio, y que habiendo sido aneja del palacio de los señores de Lago , pertenecia entonces á su mayordomo. D. Juan la restauró y hermoseó,

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haciendo venir con este objeto á un alarife de Avila y exornando sus cámaras con gran lujo : los artesones de las principales eran dorados , la chimenea de su despacho de jaspe, y el bufete de ébano, embutido de piedras ; el pabellon ó planta baja que daba al jardin tenía colgaduras, no de sargas y arambeles de España, sino de ricas telas de Milan, y sillones de tapicería de Flandes, traidos de la córte á gran costa, y la galería que caia á la misma parte ostentaba ramilleteros del mejor gusto. La casa que antes llamaban del Conde, se llamó desde entonces, y con justicia, Casa del Indiano ; los villanos, cuando pasaban por la pradera, se detenian para mirar á través de las ventanas y celosías ; algunos caballeros fueron á verle solo por admirar aquella riqueza ; y las damas durante algun tiempo se ocuparon de la Casa del Indiano y del Indiano mismo, encontrándole algunas jóven, á pesar de sus cuarenta abriles, y hermoso , á pesar de aquella fisonomía que ya conocen mis lectores , y que involuntariamente recordaba el dicho vulgar de que es imposible ser buen hombre con rostro de malvado. Y sin embargo, D. Juan, no solo era bueno, sino piadoso, y los canónigos y el arcediano del Angel le visitaban, y el coadjutor del Cármen se deshacia en elogios de su caridad inagotable y de su celo por los intereses de la religion. D. Juan habia dado mas de dos mil pesos para reparar el templo parroquial, que se euarteaba y amenazaba ruina; D. Juan habia encargado y regalado á la misma iglesia un magnífico relox de campana, el único que existia en la villa; y como para hacer años antes el cementerio hubiera sido preciso contraer un empréstito , el liberal D. Juan pagó este empréstito, y logró encantar con su liberalidad, no ya al

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coadjutor, sino á todo el pueblo: así llegó D. Juan á ser D. Juan, y muchos que le habian pedido y tomado dinero , á pesar de sus pergaminos, le hubiesen dado, á mas del don, la señoría y la excelencia . Los maldicientes, que nunca faltan, dejaban correr que la piedad de D. Juan era menor que sus vicios ; pero , como decia el mismo señor coadjutor, D. Juan al cabo era hombre, y sus vicios , antes que vicios, disculpables flaquezas. A despeche, pues , de sus enemigos , que siempre los tiene la fortuna, y mas cuando es improvisada y se goza á la vista de los que la conocieron pobre , D. Juan Cruz, el notario, era cuando llegaron las de Cilia la persona mas importante de la villa de Lago . Cómo D. Juan conoció á aquellas señoras , nadie intentó averiguarlo: un hombre como D. Juan , que habia viajado tanto y vivido en la córte, parecía natural que concciese á todo el mundo . El hecho fué que las visitó, que las acompañó , que las regaló, y que todas las mañanas se veian en la ventana de doña Isabel de Cilia flores frescas del jardin del Indiano ; sin que esto tuviera nada de chocanto, puesto que á Isabel le gustaban, y D. Juan, amigo de la casa , las tería de sobra . Pero al cabo de un año de la desaparicion de D. Jorge de Francia, cuando empezó á hablarse de la boda de D. Juan y doña Isabel, se recogieron esa y otras menudencias, y todo se trajo á cuento . Si Isabel llevaba siempre una flor en el pelo, era por ser del jardin del Indiano ; si doña Ana , su madre, la llevaba á pasear por la pradera todos los dias de entre semana , era porque estaba allí la casa del Indiano, y para que este saliera á acompañarlas : Isabel era coqueta ( lo son todas las mujeres que se parecen á Isabel), y esa coquetería que antes criticaron las damas por un motivo, ahora la criticaban por otro, prestándole

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fines interesados. ¡Pobre Isabel! Todos la calumniaban; pocos llegaron á adivinar la lucha que sostenia con su alucinada madre y consigo misma y nadie le hacía bastante justicia para suponerla mas enamorada que de Juan Cruz, rico plebeyo , del pobre caballero D. Jorge de Francia. Las mujeres , sobre todo , se mostraban implacables . -¿Has visto á las Cilias? preguntaba doña María Salomé, viuda ya entrada en años, al salir de la misa solemne del primer domingo de setiembre. -Hoy no han venido á la misa mayor. -Estarán poniéndose de veinte y cinco alfileres para què las vea el Indiano . -¡Calle vuestra merced , doña María! ¡Un hombre que ya pasa de los cincuenta ! exclamó la segunda dama, que era jóven y linda. -Riete de los cincuenta, chica; como dice dọña Ana, oros son triunfos . Si fuera pobre, no le dejarian pasarse

en su casa las horas muertas. Anoche sin ir mas lejos, ya habian salido de mi casa el médico y el señor arcediano, una hora despues de la queda, y volvia D. Juan con el diablo del indio. -¡Pobre Jorge! murmuró la dulce paloma. -Porque es pobre. -¡Pero es tan buen mozo! -¡Y no sabe Vmd . lo mejor, doña Salomé? dijo otra dama de medio siglo , terciando en la conversacion. Pues acaba de llegar D. Jorge de Francia. -Con eso podrá asistir á la boda de Isabel , que es para la Vírgen. • -Dicen que ha estado en la córte, y que su primo , el conde, le ha hecho alférez ; pero mire Vmd . , por allí vienen las Cilias. ¡ Qué desmejorada está doña Isabel!

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-Es de las que se pasan pronto, dijo doña María: pero la hermosura, dirá doña Ana , pasa, y el dinero se queda en casa. Con efecto, en aquel momento doña Ana y su hija entraban en la plazuela y se dirigian á la çolegiata del Angel. Doña Isabel venía por delante, ojerosa y extraordinariamente pálida, como si hubiera trasnochado . Al llegar al círculo de las tres devotas, describió una curva, saludó y pasó de largo . -Buenos dias, querida, gritó doña María, amiga sincera, pero implacable, de Isabel. ¿No sabes lo que cuentan aquí? -Muy buenos dias , contestó la joven. ¿Qué hay , doña María? -Nada, que ha llegado esta noche D. Jorge de Francia. Doña Ana llegaba en aquel instante y oyé á doña María. Esta continuó: -Y que le han hecho alférez. Doña Ana hizo un gesto de impaciencia y empujó suavemente á Isabel, que apenas podia tenerse en pió. -Por Dios, doña Ana, ne se incomode Vmd . , que aun llega á tiempo, añadió doña María sonriéndose, saludando á Isabel y alejándose con sus compañeras .

CAPITULO III.

La vuelta de Francia.

D. Jorge de Francia, con efecto, estaba en Lago, segun anunciaron á doña María, y esta piadosamente participó á Isabel, su amiga; y aquella misma tarde, como de fiesta, despues de vísperas, vióse á D. Jorge lucir en la Alameda un sombrero flamante de tres picos, como si quisiera mostrar con esto que le estaba concedida la gracia de alférez, aunque del todo no pudiera vestir el traje ni las insignias por faltarle aun real despacho. Como Francia, sobre ser noble, sabía parecerlo por su gentileza, y en la villa nadie le aventajaba en elegancia , y como ahora venía de la córte, segun decian algunos de alférez, y segun sabian todos , en circunstancias que algo tenian de dramáticas, el noble doneel inspiró aquel dia el mayor interés ; y todas las damas le miraron , unas por el gusto de mirarle, y

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de que las mirara, y otras para sorprender en su fisonomía, ordinariamente alegre, como de veinte años, y en sus ojos azules y brillantes, que revelaban la pasion y el valor, la tristeza que habian de producirle las nuevas de la boda de Isabel. Pero nada en que satisfacerse halló esta maligna curiosidad ; euando Francia apareció en la Alameda , nada sabía : era Francia leal , franco, espansivo y generoso , querido en fin de todos, y nadie se apresuró á afligirle ; cosa rara que solo se esplica por la hora temprana en que llegó á Lago y haber estado reposando hasta que en el Angel tocaron las campanadas del medio dia. Inmediatamente que entró Francia en la Alameda se le acercaron sus deudos y amigos , que lo eran todos los caballeros de la villa, y estrecharon su mano, y le echaron los brazos al cuello, y le agobiaron á preguntas sebre la córte , á las cuales Francia contestó eien veces, primero con minuciosidad , luego con laconismo , siempre con complacencia. La córte, despues de dos siglos , era para los españoles come las Indias: madre comun de todos, de la gente plebaya y de la noble: allí iban los señores, y los caballeros, y los eclesiásticos , dejando abandonado, si no el beneficio, el oficio ; allí los hidalgos pobres y los villanos, unos à servir en Palacio ó en casa grande con cargo de picador ó paje; otros á colocarse en destino del Estado; otros á vivir, mal ó bien, segun lo deparaba su industria. En vano los poetas, y los arbitristas, y el mismo Consejo de Castilla habian clamado contra esto, y pintado con tristes colores el abandone de los campos, la despoblacion de las ciudades y lugares principales , la pobreza de todos : la córte seguia siendo entonces , come hoy, la bella mantenida con

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quien consumian su vida y su hacienda todos los españoles, y el primero el corregidor de Lago. Pero la córte, al parecer de Jorge de Francia, ostaba en aquel momento muy cambiada y diferente de lo que creian en la villa. En tiempos de Esquilace se acusaba al gobierno de despilfarrar el patrimonio público, reducido de muchos millones á pocos miles de reales , añadiendo que el marqués distraia los caudales del Erario y las fotas para mandarlos á Italia; se acusaba á los tribunales de no administrar justicia y abandonarla á la voluntad, poco recta, de los favoritos; á todas las secretarías, y en cada una á todas las oficinas, de que los empleos se vendiesen públicamente, y los alcanzase el dinero , no el mérito ; á la Junta de Abastos por el precio de los comestibles, que no mejoraba á pesar de las buenas cosechas; y las acusaciones llegaron á punto de suponer que en casa del mismo Esquilace se acopiaba y despachaba el tabaco , defraudando la renta , sin que se castigage en el ministro el delito que costaba al pobre vasallo seis ú echo años de presidio, y á veces la horca. En tiempos de Grimaldi, aunque las acusaciones no eran las mismas en todos los puntos, no fueron menores, y acabaron por llegar al ciele. Ante todo Grimaldi era estranjero , como Esquilace, y repartia entre los suyos los destinos de la república, á los que siempre fuimos aficionados los españoles : además , si no el ministro, gran señor al fin, sus amigos el conde Vicenti, el abate Pico, y Branciforti y Spinelli , exentos de la cuarta compañía de Reales Guardias de Corps, hacian granjería de los grados, encomiendas y beneficios ; y el mismo señor del Campo (D. Bernardo), oficial primero de la

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secretaría, fué víctima de esta imputacion, sin duda calumniosa . Se decia sin rebozo que , alejados del rey los grandes y del servicio los buenos capitanes , jamás se consultaba el interés público , sino el del ministro y aus paniaguados , se citaba con indignacion y corage la desgraciada expedicion de O-Reylli, y en los salones se componian epigramas, y por el vulgo corrian coplas contra la Italia y la Irlanda. Todas estas acusaciones y hablillas habian llegado á la apartada villa de Lago con diez años de retraso, y todos hablaban ahora de Grimaldi, y algunos, menos adelantados de noticias, de Esquilace, sin sospechar que los gobernaba Floridablanca , y que la maledicencia cortesana gemia bajo el estruendo de las armas. Cuando Jorge de Francia llegó á la córte, hacía un año, nadie hablaba mas que de la guerra con Inglaterra y de la rebelion de los indios del Perú , que acababan de degollar á veinte mil españoles y amenazaban con restablecer el trono de los Incas; á esto se juntaban otros rumores, del triunfo de Washington en las colonias inglesas, de la neutralidad armada proclamada por Catalina de Rusia, de la alianza con Holanda, y en fin, de mil proyectos y empresas que se fraguaban en el Haya, en Versalles y en Madrid, y sobre los cuales nada decian nuestras Gacetas y callaba la de Leyden, tan indiscreta en dias de Grimaldi.- D. Jorge , que llevaba per objeto buscar empleo á sus talentos en alguna casa principal ó en Palacio , por ser su nobleza muy rancia, abandonó sus intenciones pacíficas aun antes de presentarse al señor de Lago, ya conde desde su tercer abuelo, que recibió esta dignidad , no por ser buen soldado, como sus mayores, sino cortesano y devoto . El conde de Lago, de quien Jorge de Francia era pariente,

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le recibió bien y le recomendó al conde de Ricla , secretario del despacho de la Guerra, y luego á D. Pedro de Sangro, que mandaba un regimiento. Contentáronle al principio con buenas palabras , y el tiempo corria , y entre tanto el pobre Francia se llenaba de deudas y se consumia de amores, hasta que al cabo, organizada la expedicion de Mahon, le dijo D. Pedro que estaba acordado fuera con él á Menorca, y que podia volver á su casa, si algo tenía que arreglar en ella, con tal que estuviese en Madrid antes del 15 de setiembre. -Y aquí me teneis por pocos dias, decia Jorge á dos de sus mejores amigos , concluyendo por la centésima vez su relacion, que sin ser completamente igual á la nuestra, fué mas larga y mezclada de digresiones de aventuras propias de los pocos años. -Bien venido seas, Jorge, y Dios te ayude , dijo el mas jóven de sus compañeros : así vuelvas de Mahon mandando una compañía . Los tres hidalgos habian hecho alto en el centro de Alameda. Jorge apretó con efusion la mano de su la amigo D. García de Amblés, noble de corazon y de raza, el mas noble de todos los caballeros de Lago. -Pero, añadió el tercero , á quien llamaban Pedro Cano, nos has dicho por qué vuelves y no por qué nos dejaste. -Es su secreto , dijo D. García sonriendo graciosamente y mirando á lo largo de la calle por donde se adelantaba doña Isabel de Cilia.

-No lo será por mas tiempo, esclamó alegremente D. Jorge, á quien la pasion no le cabia en el pecho. Vengo por lo que fuí, por amores con doña Isabel: me fuí á conquistarla , vengo á pedirla , y de vuelta de Mahon nos casamos; quedais convidados á la boda .

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-Pues piensa cómo ha de ser, Jorge, dijo Cano; porque aquí en la villa se la casa con el Indiano . D. Jorge, al oir esto, se quedó estupefacto : miró á Cano y luego á D. García, los interrogó con la vista, y una nube oscureció su frente. -¡Isabel se casa! murmuró . -Para la Virgen, dijo Cano. Los ojos de D. Jorge se encontraron entonces con los de Isabel, que venía con su madre y nuestra conocida doña María Salomé : con la celeridad del vértigo se aproximó á la doncella y se inclinó de manera que sus lábios rozaron los hermosos bucles de Isabel , que pudo sentir el aliento de fuego de su amante.-¿Qué es esto , Isabel? dijo Jorge con dolor. ¡ Te casas con el Indiano! Isabel, sorprendida , se estremeció al contacto de Jorge, le dirigió una de sus miradas de amor, ó mejor dicho, le provocó, le trastornó, le aplastó con aquella mirada, y respondió con tranquilidad : -Te aguardaba, Jorge. Todo esto pasó en un instante. -Bien venido, D. Jorge, dijo doña María , que oyó las palabras de Isabel. -Bien venido, repitió doña Ana. -Dios guarde á Vids , dijo Jorge saludando . Pero Jorge no se preocupaba de estos cumplimientos, ni veia á doña María ni á doña Ana; no veia mas que á Isabel. Isabel! ¡Isabel ! ¿Es cierto? volvió á decir con vehemencia. ¿Te casas con ese hombre ? Respóndeme. Y el caballero cogió maquinalmente el brazo de la jóven y se le apretó con fuerza . Isabel palideció.

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-Suelta, Jorge, murmuró. ¿Estás loco? Nos escucha doña María, nos espía mi madre, nos vé todo el pueblo. —Y el Indiano, añadió D. Jorge soltando el brazo de Isabel y mirando con insolencia al notario, que acababa de aproximarse á doña Ana. El notario saludó silenciosamente á doña María, y dirigió á Isabel una mirada feroz . Jorge notó esta mirada. —¡Ah! exclamó el caballero sonriéndose con amargura. Isabel, turbada ya con la presencia del Indíano , no pudo resistir esta sonrisa , vaciló , y para no caer, quiso apoyarse en el brazo de D. Jorge y tecar la mano que antes rechazaba. -Jorge, dijo con voz alterada y suplicante. ¡ Por la Vírgen! —Sí, dijo Jorge retirando su mano ; por la Virgen te casas, ya lo sé; acaba de decírmelo Pedro Cano . Y luego, como quien toma una penosa resolucion , añadió : Adios, Isabel, no quiero impedir ese matrimonio que á mí me mata, y á tí... te hará faliz . Mañana mismo dejo á Lago, para siempre... Me voy á la guerra; en Puerto Mahon enterraré tu recuerdo y mi desventura . El caballero , al decir estas palabras , estaba conmovido : Isabel, al oirlas, apenas podia contener las lágrimas que se asomaban á sus ojos, y solo Dios sabe lo que pasó por su corazon. Isabel, sin duda , era una mujer admirablemente equilibrada y dispuesta para el amor; es decir, que el amor que para los demás era un peligro, para ella podia ser un entretenimiento : á lo menos esto revelaba la sonrisa que jugaba en sus labios de rosa, y cuando sonreia, esto decian sus ojos, que no eraz negros ni azules, que estaban llenos de encanto y de misterio, y convidaban,

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per lo mismo, á la investigacion. Pero las mujeres como Isabel, que juegan con los demás y consigo mismas, lo que esplica que siempre pierdan , se doblan como frágil caña ante la fuerza de un sentimiento y una resolucion como la de Jorge. Isabel comprendió que era amada como las mujeres quieren serlo, que Jorge solo podia darle este amor, y que bastaba quizá un minuto para perderle ; D. Jorge leyó tambien la pasion en los ojos de Isabel, y aunque acababa de decir Adios, siguió á su lado . Así avanzaron algunos pasos, siempre al lado y en la misma línea de doña Ana y doña María : esta aguzaba el oido , que era fino como su lengua , y aquella procuraba hablar y distraer al Indiano; pero el Indiano no apartaba la vista de los dos jóvenes. De repente Isabel se acercó cuanto pudo á Jorge, le miró de una manera inefable, sublime, y pronunció algunas palabras en voz tan baja que ni llegó á percibirlas doña María, ni las conserva esta historia. Un rajo de alegría iluminó el semblante de Jorge, y sin esperar mas , al concluir aquella vuelta, se despidió el afortunado caballero. -D. Jorge ha roto con Isabel, dijo la respetable doña Ana. Cuando se le decia yo á Vmd. , Sr. D. Juan... Pero el Indiano no contestó, y el paseo en adelante, á pesar de cuantos esfuerzos hizo doña María , fué silencioso y triste, como el cielo, que toda la tarde estuvo amenazando lluvia. Sobre la hora de las cinco á cinco y media empezaron á caer unas gotas, y las damas desfilaron y se recogieron en sus casas , los caballeros á jugar ó maldecir en una botillería que tomaba el nombre del Ramo de laurel que adornaba su puerta, y los villanos á la taberna, que se distinguia, como todas, por el clásico manojo de sarmientos.

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La tertulia de doña Ana estuvo aquella noche tan poco divertida como el paseo de la Alameda. A las ocho, acabado su rezo, fué el coadjutor del Cármen; D. Juan llegó mas tarde, y doña Ana se mostró muy disgustada hasta que le vió en su casa. El coadjutor, que trataba siempre de hacerse agradable á su amigo el notario, quiso llevar la conversacion sobre la concertada boda de doña Isabel; D. Juan, al revés de lo que el coadjutor esperaba, contestó por monosílabos . El coadjutor entonces ponderó la obediencia ciega de las hijas á la voluntad de sus madres, y concluyó diciendo que por su obediencia y humildad y otras raras virtudes, Isabel era un milagro. D. Juan siguió taciturno y cada vez mas desabrido, doña Isabel preocupada é inquieta, y doña Ana, por fin, durmióse , con lo que no tuvo otro remedio que callar el señor coadjutor. La tertulia, sin embargo, duró mas que ningun dia. El indio Aymara aguardaba, como todas las noches , en el zaguan de la casa , y cuando sintió los pasos de D. Juan, su amo , encendió una linterna; D. Juan la cogió y pasó delante, siempre silencioso , detrás echó á andar el coadjutor , y.á cierta distancia los siguió el indio. Como la calle en que estaban era estrecha ylarga, y el paso de D. Juan precipitado, cuando este y el coadjutor volvieron la esquina de la calle Mayor, el indio mediaba la de las Cilias. Para alcanzarlos Aymara dió tres grandes saltos; pero al tercero se paró, se echó y aplicó el oido en el suelo . Despues se arrastró como una culebra á lo largo de la calle.

CAPITULO IV.

La escala de cuerda.

Los que han viajado por las llanuras inmensas del Sur ó por las selvas vírgenes del Norte de América , aseguran que hay indios que, puesto el oido en el suelo, oyen el ruido de los pasos de otro á cinco leguas de distancia, y que á una y dos leguas conocen si los viajeros son carnes blancas ó rojas, distinguiéndolos por la manera de romper las ramas de la selva , por la pesadez de los pasos, que revela la raza blanca , y á veces por la progresion del ruido, pues el europeo gira por los bosques, mientras el indio camina en línea recta. El indio Aymara, que seguia á D. Juan, apenas se tendió en la calle cuando percibió distintamente los pasos de un caballero que entraba por el extremo opuesto, y el ruido de sus botas y espuelas, y con un instinto maravilloso adivinó quién era este caballero. La simplicidad del alma no es la brutalidad , como

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cree el vulgo de las gentes : la diferencia entre el hombre civilizado y el salvaje , nace exclusivamente de la educacion, y cada une sabe lo que le enseñan: el salvaje educa los sentidos, y su delicadeza, su finura, su desarrollo son admirables, como es prodigioso su instinto, y sublime ese sentimiento natural, vírgen, de amor á la mujer, y sobre todo á la madre y á los ancianos : el indio rojo, sometido , se distingue además por el amor á sus ames . Aymara llegó arrastrándose hasta doblar la calle Mayor , allí se enderezó , y brincando como un corzo , entró en la pradera antes que el Indiano. Este se habia despedido del coadjutor en la puerta del Sur , y buscaba al indio con la vista, cuando le vió pasar á su lado como una sombra. El indio le cortó el paso, y le miró tristemente : - Te engañan, dijo , y te afrentan allá abajo ; y extendió la mano hácia aquella parte de la villa á que caia la casa de doña Isabel de Cilia. D. Juan, que conocia bien á su siervo , le dirigió una mirada escrutadora; despues siguió con la vista la direccion de la mano del indio. -Habla, dijo . El indio se encogió de hombros. A

-Habla, repitió D. Juan con impaciencia . El indio entonces le tomó la mano, y dijo brevemente : -Sígueme. Empezaba á llover ; D. Juan dudó un instante, y el indio, al verle perplejo, hizo un movimiento hácia la casa del Indiano . —Guia, dijo este por fin. El indio giró sobre sus talones , echó por delante y volvió á entrar en la villa. Siguieron toda la calle Ma-

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yor, y al llegar á la de las Cilias, que parecia negra como un abismo, Aymara recogió y cerró la linterna de D. Juan , y aplicando el oido á la pared , se sonrió. Don Juan no pudo ver esta sonrisa ; aplicó el oido como el indio, pero no oyó nada. Entonces el indio se echó en el suelo, y dijo á D. Juan que hiciera lo mismo . Así permanecieron algunos minutos. -D. Juan se levantó el primero, y retrocediendo dos pasos, llamó al indio, le pidió la linterna y la abrió : estaba pálido como la muerte; sus ojos brillaban en la oscuridad de una manera amenazadora. -Sígueme tú, dijo al indio ; y D. Juan empezó , no á andar, sino á correr hácia la plazuela del Angel , gituada en la punta meridional de la calle Mayor. Atravesó la plazuela, entró por una calle lateral , á la derecha de la colegiata, luego por una callejuela, y antes de trasponerla escondió la linterna ; despues se aproximó á la esquina y procuró oir y ver en la oscuridad . La segunda casa en la calle que cortaba la que ocupaba D. Juan , y en la esquina opuesta, era la de doña Ana de Cilia. D. Juan miró hácia aquel lado y no vió nada; el indio, sin hablar una palabra, le hizo volver la cara á la izquierda , y al cabo de un momento el Indiano distinguió un bulto. -¡Ah! exclamó, viendo que se abria la ventana de doña Isabel; y D. Juan, rápido como el pensamiento, dió un paso atrás para no ser visto, y se tendió . De la habitacion de doña Isabel salia un rayo de luz que iluminó la calle. A favor de este rayo de luz, don Juan , tendido en la callejuela, como el indio, y con la cabeza asomada á la calle inmediata, logró reconocer á Isabel en la ventana, y debajo á un hombre embozado que acababa de cruzar del lade opuesto.

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-Jorge, dijo con voz apagada Isabel : aquí está la escala ; sube. Al propio tiempo la jóven sacó medio cuerpo fuera de la ventana y echó una escala de cuerda; luego cerró el postigo como para asegurarla. Don Juan siguió con la vista esta operacion , y notó que Isabel temblaba ligeramente él tambien temblaba de piés á cabeza . D. Jorge entre tanto se habia desembarazado de su capa larga y sombrero redendo , colocándolos en el hueco de la puerta; en seguida se aproximó á la escala y empezó á subir. D. Juan en aquel instante se levantó como impulsado por un resorte, pero sus piés quedaron clavados en el suelo; el indio se levantó tambien , y permaneció inmóvil como su amo. El caballero concluyó de subir, y D. Juan le vió en brazos de Isabel durante un minuto, que le pareció un siglo. Inmediatamente se cerró la ventana , y todo se sumergió en la misma oscuridad que antes. El Indiano entonces sacó la linterna bruscamente, y avanzó algunos pasos hácia la casa de las Cilias : miró la capa de D. Jorge de Francia, miró la escala, miró á la ventana, herméticamente cerrada, y volvió á quedar inmóvil , petrificado, anonadado . Era el Indiano (ya le conocen mis lectores) un hombre apasionado por naturaleza: sus facciones heterogéneas, alteradas, relajadas, y sobre todo , su cabeza ancha, extraordinariamente abultada en su parte posterior é inferior , é inclinada hácia atrás, revelaban la pasion hasta un punto, que Gall la hubiera adivinado á la simple vista, como adivinó la de Kunow en la cárcel de Spandau. Los años habian aumentado, en vez de extinguir, esta que llamaré propension natural ó instinto; lo que se comprende, porque su vida habia sido una contí-

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nua lucha con la fortuna, á la que al cabo venció, y una contínua violencia de lo que jamás pudo vencer. D. Juan estaba organizado para el amor (él así lo creia), y no habia amado nunca. La ilusion habia cruzado alguna vez á su vista, pero se habia desvanecido al tocarla, cual un sueño ; y como el espíritu de D. Juan no era elevado , y se habia desenvuelto abandonado á sí propio , sin mas amparo que el del cielo, no le bastaba soñar; soñaba siempre, sin embargo, y se desesperaba soñando . Hubo un momento en que D. Juan se imaginó que, alcanzando riqueza y poder, alcanzaria el amor y con él la felicidad; entonces se pidió y fijó un plaze á sí mismo, y aguardó. El plazo fué corto, le aceleraba su impaciencia ó su misma naturaleza; mas en él trabajó sin compasion, con una actividad febril : respiró el aire malsano de las minas: debilitó su cuerpo, y al parecer apagó el fuego que abrasaba sus entrañas. Repentina y misteriosamente le salió al encuentro la fortuna, y se vió rico, poderoso. ¿Qué podia resistírsele? Aun no habia cumplido cuarenta años, aun era jóven , ni tenía padres, ni hermanos ni parientes conocidos ; para dividir su fortuna podia elegir familia y hacerla feliz , y amar . Pero la fortuna le dió deseos infinitos, sin la felicidad que buscaba; la felicidad huia delante de él, y el amor ó el deseo , que era para D. Juan una necesidad irresistible, tomaba una tendencia desordenada y brutal. Pudiera decirse que en su historia ó en su propia naturaleza habia un misterio, una condenacion, una iniquidad que iba con él; y al verle alargar su mano nerviosa sin conseguir jamás llevar la copa de la felicidad á los lábios, se recordaba al ángel caido y la inspirada frase de Santa Teresa: El infeliz no puede amar! Cuando doña Isabel de Cilia vino á Lago, D. Juan,

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ya viejo, no buscaba el amor, sino el vicio, y se dejaba arrastrar á él sin esperanza ni ilusion, fatalmente. Solo la educacion podria haber refrenado su naturaleza rebelde, y D. Juan, hasta los veinte años , habia vagado por los caminos y veredas de aquella parte de Castilla, ayudando á su padre á llevar la buhonería de pueblo en pueblo. No tenía religion , aunque fuera supersticioso (lo son todos los hombres como D. Juan) ; confundia la virtud con el cálculo para emplear su dinero, y se imaginaba que todo debia adquirirlo con él, hasta la paz del alma; imaginacion natural, puesto que pasó largos años codiciándolo , y extraña al propio tiempo , inexplicable, porque al fin lo obtuvo, y no por eso le dejó su desdicha. Isabel causó una revolucion en D. Juan. Ya adelanté, al hablar de la hermosura de Isabel, que mas que un peligro, era un lazo ; y lo fué realmente para el Indiano . Isabel era ligera como una niña ; aunque por nueva, recatada de la sociedad de Lago, en el estrecho círculo de sus relaciones parecia lo que era , siempre propicia y fácil . Trató á Jorge de Francia, el mas galan 1 de los caballeros , y aceptó su amor, que la halagaba, y al mismo tiempo tuvo una mirada y una sonrisa para el viejo Indiano, que le regalaba flores. D. Juan creyó amar á Isabel, cuando solo la deseaba; las imprudencias de la jóven acabaron de perderle. Alejó á Francia, habló con doña Ana, le pintó su amor, y sobre todo , su riqueza ; y como la vejez no tiene porvenir, y yerra por esta falta al juzgarle, figuróse doña Ana que en las proposiciones del notario se encerraba todo el porvenir de su hija. Cuando su madre le habló de ellas, Isabel se resistia á darles crédito; mas al fin se convenció de su desventura. D. Juan, que antes le era

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agradable ó indiferente, empezó á serle odióso: su asiduidad hizo pensar á Isabel en la ausencia de D. Jorge: sus cincuenta años en la juventud del que por ella se aventuraba en la córte : su humilde cuna en la hidalguía, y su fealdad en la gentileza del noble caballero. Y entre tanto se forjaba D. Juan mil ilusiones; empezaba á creer, á esperar, y se sentia regenerado por el amor de Isabel : aunque algo tarde, iban á realizarse al fin sus sueños , y á ser amado. Isabel era incomparablemente hermosa, y el Indiano, á los cincuenta años, sería dueño de esta hermosura, dueño exclusivo , absoluto, eterno : el pobre viejo, con estos enamorados pensamientos, se volvia loco y lloraba de alegría. De pronto la felicidad que él creia segura , se desvanecia como una sombra, se escapaba de entre sus manos para no volver mas. Ya no sería suya Isabel, era de otro, y este nada habia hecho por conquistarla; no habia pasado un año entero, como D. Juan, pensando en ella, viéndola en todas partes, en casa, en la calle, en la iglesia, en medio de sus sueños : llegaba en aquel mismo dia de la córte, apenas habia sacudido el polvo de sus vestidos , y un instante le habia bastado para arrebatarle lo que le pertenecia; porque D. Juan en su delirio se creia ya dueño de Isabel. Para mayor irrision de su fortuna, Jorge de Francia, el feliz rival que le arrebataba su última esperanza con su último deseo, era pobre, era su deudor, y él poseia tesoros, era el Indiano del Lago! Al llegar á esta reflexion, D. Juan se sonrió amargamente. -Durante algun tiempo siguió inmóvil, con la linterna en la mano, y la vista fija en aquella puerta que todos los dias se abria para él, y en aquella ventana que acababa de abrirse para D. Jorge de Francia.

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El relox del Cármen dió doce campanadas, y luego todo volvió á quedar en silencio. La trepidacion de la luz hacía oscilar el círculo luminoso que envolvia á don Juan : fuera de este círculo la oscuridad se hacía gradualmente mas densa, y D. Juan solo veia relucir los ojos del indio que le miraba. El frio de la noche era intenso, y caia una lluvia menuda y helada que azotaba el rostro del Indiano. Este se lió en la capa y se arrimó á la pared : así, conteniendo los latidos de su corazon, que se le salia del pecho, escuchó un instante, y creyó oir el ruido de un beso prolongado. D. Juan, convulso, se aproximó á la escala que colgaba de la ventana, la agarró y la sacudió con fuerza; pero, recobrándose inmediatamente , se puso en dos saltos en la esquina de la callejuela . La ventana se abrió lentamente, y apareció D. Jorge de Francia mirando y escudriñando la calle. —El viento , dijo el caballero, y volvió á cerrar. El Indiano se limpió el sudor frio que humedecia su frente, y se apoyó en su fiel Aymara . —¡Pobre amo mio ! murmuró el indio. Aquel tormento ze prolongó hasta poco antes de rayar el alba, y seis dias con aquel tuvo D. Juan el valor de arrostrarle. Todas las noches , despues de las once, doña Isabel de Cilia abri su ventana, echaba la escala , y la sujetaba con el postigo . D. Jorge, su amante, no se hacía aguardar ningun dia: solo el del viernes, vispera de la Vírgen, se retrasó. D. Juan, apoyado en la pared ó en el hueco de una puerta , contaba todas las horas en el vecino relox del Cármen, sin apartar su mirada de la infernal ventana , oprimido y ahogado su corazon entre nudos dolorosos , devorando sus zelos ó quizá meditando su venganza. El indio dormia.

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Aquella misma noche del viernes, y horas antes de amanecer, ocurrió un incidente singular que mas bien parecia un aviso del cielo . No habia pasado media hora para los amantes, cuando el Indiano sintió ruido dentro de la casa, se abrió repentinamente la ventana , y D. Jorge descendió con rapidez. El Indiano retrocedió por la callejuela antes que D. Jorge tocara en el suelo; pero el indio, que dormia en el umbral de la casa inmediata , al querer levantarse tropezó con el caballero . -¿Quién vá? preguntó este, agarrando á Aymara por el cuello . El fiel criado sintió al propio tiempo el cañon frio de un pistolete que D. Jorge le puso al pecho ; pero no contestó . El caballero no era capaz para cometer un asesinato, y menos comprometer á Isabel inútilmente. Aquella noche, por ser la inmediata á la Vírgen, algunos no dormian, y muchos madrugaban para acudir al encierro de los toros traidos para la lidia: sin duda por esta consideracion D. Jorge se separaba de Isabel, y la misma sirvió ahora para tranquilizarle. -Anda, bellaco, dijo D. Jorge sin reconocer al indio. Este, tan presto como se vió libre, corrió detrás de D. Juan, y al llegar á casa le refirió el suceso. -No es posible aguardar mas, pensó el Indiano, que se pasó el resto de la noche cruzando su despacho en todas direcciones. Los villanos y algunos nobles que, al ir al encierro, vieron luz á través de la celosía, dijeron luego que don Juan no habia dormido, ocupado con los preparativos de boda.

CAPITULO V. El arcediano del Angel y el coadjutor del Cármen.

Pero al dia siguiente, la flesta de la Vírgen traia tan revuelto el juicio al vecindario de Lago , que á nadie, ni aun á doña María Salomé , pudo extrañar que no se publicara en la iglesia el concertado casamiento de D. Juan Cruz con doña Isabel de Cilia . D. Juan, además, tuvo cuidado de decir á cuantos quisieron saberlo que el domingo mismo correrian las amonestaciones, y antes de una semana sería señor y dueño de doña Isabel; lo que se explicaba perfectamente, puesto que el domingo volvia á la córte D. Jorge de Francia, y su presencia, si no un obstáculo, era un remordimiento para las Cilias: esto decian las amigas de doña Isabel al salir de la misa Mayor, que aquel dia fue muy solemne y se adelantó una hora para que pudiera tener lugar, antes del medio dia , la prueba de los toros. Al entrar en su casa , de vuelta de la iglesia , doña

Aña y su hija tropezaron en la puerta con el Indiano.

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D. Juan habia seguido cortejando á las de Cilia por tarde y noche , como de antiguo ; pero en toda aquella triste semana habló tan poco , que ni aun por incidencia tocó el negocio de la boda. Doña Ana, que de las palabras del mismo Indiano habia deducido que su hija podria casarse para la Vírgen, y así lo habia dicho á doña María, y esta á toda la villa, andaba volada con la reserva de D. Juan : al verle, pues, por su casa en aquella hora, experimentó una gran satisfaccion. Doña Isabel en cambio tuvo una gran pena, y se le oprimió el corazon, porque adivinó como su madre que habia llegado el instante supremo. Al entrar doña Ana en la sala ó estrado en compañía del Indiano, Isabel saludó ligeramente y se retiró . -Doña Ana, comenzó á decir el Indiano tomando asiento: vuestra merced puede adivinar á lo que vengo. -Señor D. Juan, se apresuró á responder doña Ana: creo que entre nosotros todo está hablado. -Entre nosotros, sin duda ; pero en este delicado asunto , mas que con vuestra merced me importa hablar con doña Isabel, dijo bruscamente D. Juan. Doña Ana al fin era madre , y algo adivinaba del secreto amor de su hija: así fué que , al oir á D. Juan, toda su alegría se trocó en tristeza . ―Y para hablar con doña Isabel vengo aquí , añadió el Indiano. La tristeza de doña Ana estuvo á punto de mudarse en verdadera afliccion. -Es preciso, doña Ana, que yo la vea y hable ahora mismo. -Bien, señor D. Juan, dijo doña Ana con dolor; pero el paso no me parece á mí tan necesario : Isabel está conforme.

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-Quien está conforme es vuestra merced , doña Ana;´ que en cuanto á doña Isabel, solo está resignada. Doña Isabel, dijo con sorna D. Juan, es hija obediente. -No debe dudarlo vuestra merced , replicó doña Ana , que notó la ironía en el acento del Indiano. -Pero, doña Ana (continuó este último) , yo no la busco como hija, y no me basta con verla resignada; deseo verla feliz : en el matrimonio la felicidad no es completa cuando no es recíproca. Esto es tan trivial, que vuestra merced , con no ser ya una niña, no puede haberle olvidado. -Vaya por Dios , señor D. Juan , dijo sofocada doña Ana. Y como el Indiano callase, la respetable señora, comprendiendo que la resistencia, además de inconveniente, era inútil, llamó á Isabel . No se hizo aguardar la fingida doncella, y al delinearse bajo el dintel de la puerta su figura gallarda, don Juan, hasta entonces frio y cruel con doña Ana, se alteró visiblemente. Isabel no traia en el pelo las flores, que eran para el Indiano como dulces prendas de amor, Jesta circunstancia, por pequeña que fuese , hirió aquel alma enamorada, y le hizo derramar la última lágrima sobre sus pobres ilusiones . Isabel , por el contrario , impresionable, como toda mujer nerviosa, despues de haberse conmovido á la vista de D. Juan, ahora parecia tranquila y resuelta. Doña Ana estaba como en brasas. -Isabel, dijo esta al cabo , rompiendo el silencio : aquí tienes el señor Indiano. Ya sabes la honra que nos dispensa, y que desde hace poco menos de un año es cos convenida vuestra boda. De realizarse nuestra primera idea, ya estaríais casados y velados, y yo podria morir tranquila; pero D. Juan, lo ha dispuesto de distinta manera .

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Doña Ana pronunció estas palabras con cierto tono de reconvencion al Indiano , que las escuchó impasible. Despues de una breve pausa , la vieja añadió: -El Sr. D. Juan quiere ahora que tú misma fijes el dia en que ha de llevarte á la iglesia. D. Juan entonces miró fijamente á doña Isabel, que callaba. -Estas chicas se avergüenzan de todo, dijo doña Ana á D. Juan, que se sonrió con sarcasmo. —¿Qué dices, muchacha? preguntó doña Ana impaciente. -Madre, contestó Isabel : lo que quiere D. Juan es imposible. -¡Cómo! ¿estás loca? Y al decir esto doña Ana, azorada, se dirigió á su hija. D. Juan nada dijo. Como si aguardara aquel último golpe para doblarse bajo su propia desdicha , inclinó la cabeza, y su fisonomía se contrajo horriblemente. Isabel vió el semblante descompuesto del Indiano, en el cual se pintaban con colores sombríos el ódio, la desesperacion, la lascivia de la vejez, y tuvo miedo. -¡Imposible! repitió con emocion. Yo solo seré de

D. Jorge de Francia ; y no pudiendo contener mas tiempo su pena , se arrojó con gran desconsuelo en brazos de su madre . -Basta, dijo D. Juan, levantándose convulso, y pálido como la muerte. Despues contempló por un momento á Isabel abrazada con su madre. Isabel estaba mas hermosa que nunca! Cuando el Indiano se vió lejos de Isabel, libre ya de la fascinacion que sobra él ejercia aquella fatal hermosura, echó por la calle arriba, y sin vacilar, como si de

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antemano tuviese formada su resolucion, tomó la vuelta de la plaza Mayor, y entró en casa del coadjutor del Cármen. Este acababa de salir para la del arcediano, y D. Juan, sin perder tiempo, dirigió su paso á la plazuela del Angel, que, por tener mejor suelo, se destinaba á la lidia de toros. En casa del señor arcediano estaban algunas gentes

principales , pocas en comparacion de las que se veian por todas partes ; pero como todas ocupaban los balcones que caian á la plazuela, entró el Indiano sin reparar en ellas. El arcediano, que le habia visto llegar, se adelantó á recibirle. -Busco al coadjutor, dijo groseramente D. Juan . antes de que el arcediano pudiera saludarlo . -Aquí le tiene vuestra merced. Pero siéntense sus mercedes ; y diciendo esto el arcediano, obligó á sentar á sus huéspedes, y se sentó él mismo . D. Juan quedó colocado y como preso entre el arcediano y el coadjutor. El contraste que, para cualquiera que no fuese don Juan, ofrecían estos dos personajes , no podia ser mayor; y por mi parte, le creo digno de la consideracion de mis contemporáneos, como lo fué, en su tiempo , de los vecinos de la villa de Lago . El arcediano de la colegiata de la advocacion del Angel era un sacerdote justo, grave, austero , y para algunos hasta fanático , porque se mostraba mas amigo de penitencias y castigos que de los goces, aun honestos, del mundo . Los caballeros de Lago decian , y las damas verdes les hacian coro, que tal era el arcediano que hubiese querido poblar la villa de espectros y cambiar las caras alegres de los dias de fiesta en rostros macilentos y siniestros . Pero esto no era completamente

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exacto ; y en último caso, si el señor arcediano pecaba de exageracion en algunas cosas, su corazon era excelente, y su pecado un pecado de ignorancia, de los que en la ley antigua se purificaban con el holocausto de un becerro sin mancha. Mas difíciles de purgar eran los del coadjutor del Cármen; y sin embargo, por su indulgencia, y porque se dejaba llevar de la corriente, tenía gran partido en la villa, y pasaba por sacerdote piadosísimo por lo que procuraba por su iglesia, es decir, por sus rentas . Y en esto sí que caian en error aquellas benditas almás, como cuando llamaban piadoso al Indiano, por lo que daba, sin considerar que la piedad (San Pablo lo ha dicho) no es una granjería, y debe contentarse con lo que basta : Pietas cum sufficientia. Por este lado andaban tan extraviadas las mismas gentes de iglesia, que se atrevian á acusar al arcediano de poco celo, sin duda por lo que este tenía de apostólico . Así se forma la opinion en la sociedad , y no es de admirar que la de Lago, vana como todas, diera la preferencia y agobiase con su popularidad al coadjutor del Cármen, feliz con los ricos, condenando al pobre arcediano del Angel. El arcediano con todo será siempre dechado de buenos ministros, y sus ofrendas mas gratas al Señor que las de aquellos que ofrecen fuego extraño, como los hijos de Aaron, y confunden , como el coadjutor del Cármen, lo temporal con lo eterno. Si este lo hacia por ignorancia, era le peor de todas : no la hay mas triste que la que confunde el oro y el templo, la ofrenda y el altar, y solo jura por el oro del templo y por la ofrenda que está sobre el altar. Esto hacian los fariseos , como decia el señor arcediano : diezmar la yerba buena, el eneldo y el comino, y dejar las

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cosas mas importantes de la ley, -la misericordia, la justicia, la fe. Pero, ¿acabaré de decirlo? en Lago no se comprendian estas bellas palabras del señor arcediano; y cono veian que el coadjutor, desde que, por enfermedad del cura mayor del Cármen, dirigia la parroquia, habia reparado y enriquecido su iglesia; como por el coadjutor, gran amigo de D. Juan, tenian relox y oian dar la hora, cosa nueva y curiosa en la villa; como habia en ella un cementerio, bueno ó malo , gracias á la industria del coadjutor, todos adoraban en él , y era el coadjutor del Cármen ídolo para aquellas buenas gentes, así como D. Juan, el rico Indiano , lo era para el señor coadjutor. Cuando D. Juan tomó asiento entre tan diversos personajes como el coadjutor y el arcediano , el primero se puso risueño , y empezó á lamentarse con poca caridad de no verle en su casa , á solas, y haber de recibirle en la del Angel. El arcediano , como discreto , al oir al coadjutor, saludó para retirarse; pero D. Juan le detavo . -No por Dios, dijo; lo que tengo que participar al señor eoadjutor puede cirlo tambien Vmd . , señor arcediano . Hágame su merced la gracia de quedarse . En seguida, dirigiéndose al coadjutor , continuó : -Busco á Vmd . para solo rogarle que publique mañana en el Cármen mi casamiento con doña Isabel de Cilia. -Dios sea loado , Sr. D. Juan. Yo creia aplazada la boda, dijo inocentemente el coadjutor, que en aquellos dias habia notado , como todos , el silencio del Indiano . -Con efecto, replicó algo contrariado D. Juan ; creyó doña Ana que pudiera ser un obstáculo la estancia en Lago de D. Jorge de Francia; pero D. Jorge, por

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fortuna, de hoy á mañana vuelve á la córte. Ya sabe Vmd. , añadió volviéndose hácia el arcediano, que este jóven requeria de amores á doña Isabel , y como es libertino, y muy dado á aventuras ... -Conocí á su señora madre, dijo gravemente el arcediano interrumpiendo á D. Juan. Era hija de los señores de la Sierra de Francia, persona de virtud y piedad; y en cuanto á D. Jorge , pasa por un cumplido caballero . -Pero ahora viene de Madrid , y sabe Dios qué vida habrá llevado allá, entre chulos y rufianes, poetas y filósofos. Corren hoy por aquella parte tan malos vientos, señor arcediano! exclamó hipócritamente el coadjutor viniendo en auxilio de D. Juan . -Pero, Sr. D. Juan, añadió el arcediano sin reparar en las palabras del coadjutor : ya que vuestra merced toca en negocio tan delicado, me atreveré á advertirle que por la villa se dice que esos jóvenes andan en relaciones, y su condicion las abona . D. Juan se turbó. -Cuentos de lugar , dijo . -Reflexiónelo bien, por su merced y por ellos , repuso secamente el arcediano. El coadjutor miró á D. Juan , que se inmutaba , y le hizo un guiño, como para decirle : « Déjele hablar vuestra merced . ¡ Es un pobre hombre! » Luego dijo en voz alta : -Señor arcediano , D. Juan sabe lo que se hace, y esta parece cosa resuelta . -Completamente resuelta , señor coadjutor , dijo D. Juan, haciendo un penoso esfuerzo y levantándose; y vuelvo á rogar á vuestra merced que la publique mañana mismo.

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El coadjutor, antes de dejar á D. Juan, le estrechó en sus brazos, y aquella misma tarde empezó á cumplir los deseos del pérfido Indiano, dando la noticia á doña María Salomé ; por manera que antes de acabar la fiesta, era la boda de D. Juan una cosa pública en Lago. Las damas, que acudieron todas á la media corrida de la tarde , llamaron la atencion de doña María sobre la ausencia de sus amigas las de Cilia ; pero doña María la disculpó diciendo que doña Ana estaba indispuesta por efecto de la emocion. En cuanto al Indiano, que tampoco pareció desde que dejó la casa del Angel , las acompañaba sin duda , y esto explicaba su eclipse . Quien estuvo en la lidia con otros hidalgos fué el apuesto caballero D. Jorge de Francia, recorriendo con su mirada, una y mil veces, todos los balcones y tablados de la plazuela del Angel, y buscando entre la confusion á doña Isabel . Las lindas muchachas de Lago veian su inquietud , y como sospechaban sus amores y secretas penas , le compadecian. ¡Pobre D. Jorge ! ¡Pobre Francia! exclamaban algunas que, á desearlo el caballero, hubieran podido proporcionarle consuelo . Aquella noche, como todos los años en igual dia , hubo en la plaza Mayor baile, fogates , cohetes y artificios de pólvora, traidos expresamente de Avila para aquel regocijo. D. Juan el Indiano gozó de ellos y paseó despues bajo las arcadas del Carmen. -¡Pobre Francia! repetia doña María á D. Juan . D. Juan oyó á doña María esta disfrazada lisorja con una sonrisa helada, que doña María interpretó como una satisfaccion nacida del amor propio del viejo Indiano.

CAPITULO VI.

¡Favor al Rey !

El corazon del Indiano era un abismo, y en aquel momento nadie podia sondearle. Cualquiera que despues de haberle visto en acecho cerca de la casa de las Cilias, hubiese asistido á su

conferencia con doña Ana, y despues del dramático desenlace de aquella escena, buscada por el mismo don Juan, le hubiera oido anunciar al coadjutor su boda con doña Isabel , le habria tomado por un viejo loco á quien el amor reblandecia y derretia los sesos. Aun se concibe que D. Juan, atropellado por los años , consumido por el fuego lento de las pasiones, que se rebelaban contra su impotencia, y asido, como á una tabla, á su último deseo , que le rejuvenecia, intentara tocar con sus manos el desengaño cruel y apurar hasta las heces el veneno de los zelos ; pero despues, ¿qué se proponia con aquella extraña visita al coadjutor del Cármen?

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El crímen tiene misterios impenetrables , sobre todo el crímen que se premedita en los ócics de la fortuna . El crímen que prepara la indigencia y perpetra la necesidad ó la ignorancia, es el delito primitivo, el delito de los caminos , de los montes , de las selvas : brutal en su forma, en su fondo sencillo ó simple, se condena, pero se compadece. Luego la criminalidad se eleva gradualmente en el órden moral , y no hay código humano que pueda fijar la escala de sus circunstancias agravantes , porque esta es obra de Dios. El crimen , digámoslo así, culto , educado, refinado, premeditado entre sedas y brocados , suspende el aima : tantos son sus bajos relieves , y labores y artificios . D. Juan el Indiano , hombre vicioso por tempera-

mento, y vicioso, por no decir pervertido, por educacion y fortuna, porque el oro pervierte cuando no ennoblece , tenía lo que en esta clase de hombres suple la inteligencia, lo que en el mundo pasa muchas veces por talento : astucia. Era astuto, y era vil, y la brutalidad de sus pasiones, siempre desdichadas , le hacía feroz . Escribano de Lago, y práctico por serlo en cosas de justicia (tan tercida y maltrecha en aquellos tiempos, que el mismo Campomanes acababa de proclamar la necesidad de enderezarla) , D. Juan, que sin esa circunstancia, y sin su fortuna, hubiera sido un criminal vulgar , con ellas tenía que ser un criminal superior; y hoy un frenólogo podria descubrirnos en la cabeza de D. Juan el genio del crímen. Para los tribunales , para aquel mismo tribunal que manejó durante diez años , D. Juan debia ser y fué mas que un caso; era un tema . Pero la hora se acercaba . Toda pasion vil es un veneno abrasador , y D. Juan se abrasaba como un condenado desde hacía siete dias . Hacía siete dias con sus :

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siete noches ¡ noches mortales ! que D. Juan premeditaba su venganza , espiaba el momento, estudiaba el golpe, prevenia sus menores accidentes , alambicaba su alevosía. Llegó, por fin, la noche del 8 de setiembre. Un cuarto de hora antes de las once, D. Juan, hundido en el rebozo de su capa , cruzó , ó mas bien , se deslizó á lo largo de la plaza Mayor, donde algunos hombres del pueblo hablaban y bebian alrededor de una fogata casi apagada . El Indiano paró á la salida de la plaza, miró de lejos á aquellos hombres, como si quisiera contarlos, y despues siguió su camino. Al poco tiempo llegó á la esquina de la calle de las Cilias, en la cual ya le aguardaba el indio . Reinaba oscuridad completa, como en aquella noche, de triste memoria, en que D. Juan sorprendió el secreto de Isabel. Del aposento de la hermosa salia siempre el mismo rayo de luz que se reflejaba en la pared frontera . D. Juan se acercó al indio. -¿Vino el caballero? preguntó . -No , contestó el indio . -¿Y ella? añadió friamente D. Juan. El indio hizo un movimiento que queria decir: «¿Qué sé yo de ella?»> -Aun no han sonado las once, se dijo el Indiano, respondiéndose á sí mismo . -Pero no tardaron en sonar; y aun vibraba en los aires el eco de la última campamada, cuando se abrió suavemente la ventana de doña Isabel. -¡Vaya! murmuró D. Juan . La pobre tórtola cuenta las horas: tanto mejor! Doña Isabel echó la escala de cuerda y volvió sobre ella el postigo, como hacía todas las noches. D. Juan avanzé un paso , y vaciló; el indio , que le observaba,

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pronunció á su oido algunas palabras: —«¿Quieres la presa? ¡Tú!» dijo D. Juan con burla feroz.-« Yo ofreceré su corazon palpitante á la madre Aymara! » Una lágrima rodó por la mejilla cobriza del indio al acabar esta frase terrible. El Indiano se estremeció; pero , desembozándose al punto, y alargando su capa al indio , dijo :« Toma y guarda ! » El indio se le puso delante: - « ¡ Aparta, bestia!» exclamó el Indiano , y atravesó velozmente la calle, se agarró á la escala y subió : los goznes y la madera de la ventana rechinaron; pero , antes de que Isabel se aproximase á ella , el Indiano empujó el postigo, y saltó con agilidad dentro de la estancia. -¡D. Juan! exclamó con terror Isabel. ¡ La Vírgen me valga! D. Juan se revolvió contra la desdichada doncella, tapándole la boca , y apagó una lámpara que ardia sobre la mesa; todo á un tiempo. Lo que pasó en seguida es imposible describirlo . Isabel vió brillar la hoja de una daga , y sintió sobre sus lábios los lábios impuros del Indiano, que forcejeaba con ella brutalmente . Una señal del indio , que velaba en la calle, vino á librar á Isabel de algo peor que la muerte. La daga entró en la hermosa garganta de la jóven, y salpicó de sangre al asesino , que cayó con su víctima. -¡Como la otra! murmuró D. Juan, levantándose y ganando la ventana. -¡El caballero! dijo desde abajo Aymara. D. Juan descendió, y recogiendo la capa, desapareció por la callejuela . —¿Sabes dónde vive el cacique Adaja? preguntó precipitadamente. Aymara hizo un signo afirmativo . -Vete, añadió D. Juan, avísale . ¡Presto!

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El indio dió á correr por la callejuela, y D. Juan se puso á observar la de las Cilias . D. Jorge de Francia llegaba. En lo alto de la calle el caballero habia creido oir un gemido y ver una sombra que cruzaba á lo lejos . -Don Jorge venía ya con el espíritu contristado. El corazon se le hacía pedazos al pensar que partia á la guerra y se separaba de Isabel ¡ quizá para siempre ! dejándola abandonada á un peligro cierto , inmediato , inevitable , el amor del Indiano que triunfaba : el pobre cabaliero creia, como todos , la noticia de la boda de D. Juan , que se publicaba á la mañana siguiente en el Cármen; la ausencia de doña Isabel de los toros , de los fuegos, de todas partes , se lo confirmaba. Además, en todo aquel dia D. Jorge habia sido asaltado de negros presentimientos , porque en la vida las grandes desgracias se anuncian, y antes de invadirnos, sujetan y postran de esta suerte la voluntad . D. García de Amblés intentó en vano alegrar á su amigo, y desvanecer las ideas que le conturbaban , y oprimian su corazon, diciéndole que eran visiones de enfermo. Al oir aquel gemido y ver aquel fantasma que parecia salir de la ventana misma de Isabel y andar por los aires, D. Jorge recordó involuntariamente el encuentro del indio, y una sospecha cruzó por su mente . Alarmado, apresuró el paso , y llegó sin aliento debajo de la ventana. La escala oscilaba aun, la ventana estaba abierta, y el silencio y la oscuridad reinaban en la habitacion de doña Isabel. Aquel destello de luz que guiaba todas las noches al enamorado caballero , se habia extinguido! D. Jorge miró con pavor á un lado y otro de la calle , y se adelantó vacilante hácia la callejuela de donde le espiaba el Indiano . Este no perdia ninguno de sus movi-

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mientos, y cuando le vió acercarse tembló; pero den Jorge se paró, y retrocedió lentamente hasta la casa de Isabel. Parecia ébrio. -¡Por Nuestra Señora de Francia! votó el caballero. ¿Qué es esto? Y trepó por la escala. D. Juan el Indiano salió entonces de su escondite, y al trasponer el caballero , se llegó á la escala , tiró de ella con violencia, y la rompió. En seguida tomó corriendo la vuelta de la calle Mayor. La claridad de algunas ventanas alumbraba todavía esta y otras calles principales. -¡Vecinos ! gritó D. Juan. ¡ Socorro, vecinos ! ¡ Que matan á doña Isabel de Cilia!... D. Jorge entre tanto habia penetrado en la casa.«¡Isabel!» murmuró . Y su voz se perdió en la cámara silenciosa y oscura .— « ¡ Isabel! » dijo en voz mas alta andando en todas direcciones . El mismo silencio de muerte ; solo se cian los latidos de su corazon. A la entrada de la alcoba su pié tropezó con un obstáculo , y el caballero , al reconocer á Isabel , se precipitó sobre ella. «¡Isabel! ¡Isabel! » repitió el infeliz amante, haciendo por levantarla en sus brazos; pero sus manos se humedecieron y tocaron la guarnicion de la daga sepultada en la garganta de la jóven .— ¡ Muerta ! ¡ Asesinada! gritó D. Jorge arrancando el arma homicida, y soltando el cuerpo yerto de Isabel; y loco, frenético , manchado de sangre, con el puñal en la mano, D. Jorge empezó á girar en la estancia, á llamar, á dar voces de desesperacion. Tambien empezaban ya á oirse gritos de la parte de afuera del aposento, y á golpear en la puerta, que Isabel habia cerrado por dentro. -Abre, decia doña Ana. -Doña Ana, ¿qué pasa? preguntaba el alcalde, que se presentó en aquel instante con el indio.

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-No sé, Sr. Antonio , respondió desolada la vieja. Hay gente en el cuarto de mi hija. Oid , oid . Con el alcalde habian acudido algunos vecinos, J los hombres que bebian al calor de la fogata en la plaza Mayor. -Echad abajo la puerta, dijo el alcalde . Dos ó tres hombres arrimaron el hombro ; pero la puerta se abrió por sí misma; los hombres retrocedieron, y D. Jorge apareció en la entrada con la daga del Indiano en la mano . Aymara, que llevaba la linterna del alcalde , la alzé á la cara del hidalgo : el alcalde, al ver á D. Jorge de Francia, se quedó estupefacto, y todos tuvieron un momento de vacilacion y de angustia. Doña Ana fué la primera que salió del círculo del alcalde , y se adelantó á D. Jorge. -Jorge de Francia , dijo : ¡ habeis asesinado á mí hija! El desgraciado caballero, al oir aquella voz, que desgarraba el alma, pareció volver en sí, y abriendo la mano, dejó caer la daga en el suelo . —¡Al asesino ! gritó un hombre al verle desarmado. D. Jorge, por un movimiento natural é irresistible , intentó ganar la ventana. -¡Hola! ¡Prendedie ! exclamó el alcalde; y arrebatando la linterna de manos de Aymara , avanzó él mismo con resolucion . Aymara entonces se inclinó hácia Isabel, y mientras doña Ana , acongojada, luchaba con sus vecinas para abrazar el cadáver de su hija, el indie, con los ojos inmóviles, examinaba la herida abierta y profunda, que aun destilaba sangre. -¡Dejadle! decian las vecinas; es hechicero . -¡Mal haya ! gritaba el alcalde al ver que se le escapaba D. Jorge de Francia; pero este, rápido como el rayo, ya habia traspuesto la ventana, tirándose á la

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calle de una altura de mas de treinta piés . Al caer faltó poco para que matase al Indiano , que quiso detenerle . D. Jorge, furioso, de un golpe le derribó . -¡Favor al Rey! dijo el alcalde al ver el suceso desde la ventana. ¡ Favor al Rey! repitió el Indiano con ronco acento. Y al poco tiempo este grito de socorro y de alarma resonaba de calle en calle y espantaba el sueño de los tranquilos habitantes de Lago.

CAPITULO VII.

Antonio Adaja, alcalde.

Al grito de «¡favor al Rey! » dos soldados detuvieron en la puerta del Sur á D. Jorge de Francia, que fué encerrado en la cárcel de villa ; y en aquella misma noche, Antonio Adaja, alcalde ordinario, dictó el auto siguiente : «En la villa de Lago, hoy ocho de setiembre de mil >>setecientos ochenta y uno, Antonio Adaja, alcalde y »juez forero, y por Su Magestad en ausencia del señor >>corregidor de este señorío, por ante mí el escribano di»jo: Que, siendo como las once horas de esta noche, se »le presentó un criado de D. Juan Cruz, indio de raza, »nombrado vulgarmente Aymara, diciendo que habia »visto á un hombre, que él no pudo reconocer, escalar »la habitacion de doña Ana Perez de Cilia, y oido gran >>ruido dentro de la casa; y sospechando que se intenta>>ba hacer violencia á dicha señora, que vive sola con su

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»hija, venía á avisar á la justicia de lo que pasaba. In»mediatamente su merced acudió á dicha casa acompa»ñado del indio y de algunos vecinos y hombres del pue> blo, y penetrando en ella, en lo alto de la escalera en» »contró á la dicha doña Ana , y á una dueña que la sir»ve, llamando á la puerta del aposento de su hija doña >>Isabel: oyeron dentro gran ruido de pasos , voces y ge>midos, y como la puerta estuviese cerrada, mandó su >>merced forzarla, lo que se ejecutó en el acto, apare>>ciendo en el umbral D. Jorge de Francia , hidalgo, na>>tural y vecino de esta villa, con el rostro y los vestidos >»manchados de sangre y un puñal en la mano: entraron »todos en el aposento, y cerca de la alcoba tropezaron, »y su merced reconoció , el cuerpo yerto de doña Isabel »de Cilia, con una herida penetrante, como de tres á cuatro pulgadas, en la parte inferior del cuello: el don »Jorge, al verse sorprendido, y descubierto su delito, se »tiró á la calle desde la ventana, situada à treinta piés »del suelo ; pero detenido luego, ha sido puesto en la cár»cel pública é incomunicado por auto de esta fecha. Y á »efecto de que la justicia se haga pronta y ejemplar>>mente, mandó su merced se examinen los testigos que »presenciaron el hecho, y se practiquen todas las dili»gencias necesarias, con citacion del reo; y si de esta »informacion résulta que el delito puede considerarse como notorio, y se califica así, se proceda extraordina»riamente, sin solemnidad de juicio . Asimismo se bus»que un médico y el cirujano titular , notificándoles de »su órden que en el acto de la notificacion , y suspen»diendo toda otra ocupacion bajo pena da diez ducados, »pasen conmigo á la casa de la difunta doña Isabel, re>>conozcan su herida , digan si era necesariamente mor»tal, y si por las señales que presenta ha sido hecha con

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»el puñal que el D. Jorge dejó caer al suelo y que correr >>unido á los autos: practicada que sea esta diligencia, >>se pondrá aviso puntual del hecho, y se pasará al se»ñor regente de esta Real Chancillería. Así lo proveyó y >>firmó, de que yo el presente escribano doy fé.-Anto»> nio Adaja, alcalde ordinario. —Ante mí , D. Juan, es>>cribano . >> Antonio Adaja habia estudiado algunos años en la Universidad de Valladolid ; pero bien se deja entender que el anterior auto , aunque le autorizaba , como otros muchos, no era obra suya, sino del notario y escribano público de aquella villa, D. Juan Cruz el Indiano.- Hijo de un rico ganadero del señorío, Antonio Adaja, como que carecia de nobleza, pasó á la córte á ganarla; mas á los dos años volvió como habia salido , sin la nobleza que buscaba, y sin la práctica que requerian sus estudios , trayendo en cambio gran dosis de vanidad , que le hacía pretender por encima de los nobles todos los cargos concejiles , y le valió al fin el de alcalde ordinario, y en calidad de tal, de juez á prevencion con el corregidor de Lago; cosa que en aquellos tiempos no era rara, y ocasionaba conflictos y perturbaciones con mengua de la justicia, y á la cual , al cabo de medio siglo, puso remedio la cédula de 5 de diciembre del año de 1826. En el de mi relacion , ausente el corregidor , era Adaja la primera autoridad de Lago, y D. Juan Cruz, que ya manejaba al alcalde mayor, con el ordinario se despachaba, como decirse suele , á su gusto, siendo él en realidad quien disponia del concejo y su milicia, del juzgado y sus ministros , y de la tropa acantonada en Lago. Fácilmente convenció D. Juan al alcalde de la necesidad de proceder en aquel caso , extraordinario por las circunstancias del delito y la persona del delincuente, con

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la mayor rapidez; en lo cual ganaria, á la vez que fama, el regimiento perpétuo y la hidalguía . Díjole que el cargo Real que desempeñaba le obligaba á ser justiciero y hacer alarde de aquel carácter é inflexibilidad que recomiendan las leyes y son el mejor adorno de un juez que ninguna ocasion mejor que la que le deparaba su fortuna , para demostrar aquellas cualidades: que la notoriedad del crímen, previamente justificada y declarada , le evitaba otras solemnidades, pudiendo juzgar al reo y echarle á la horca sumariamente que esto se practicaba por especial favor en el delito notorio, y era este punto en que andaban de acuerdo la jurisprudencia y la doctrina: y en fin, que si hubiera error en ello , el Regente , á quien se daba aviso con aquella fecha , pondria remedio . Para un hombre como Adaja, cualquier escribano podia parecer un pezo de ciencia; mas D. Juan el Indiano era oido como un oráculo. Los parientes de Francia y todos los nobles de la villa andaban aterrados, y dejaron hacer. ¿Quién hubiese osado sacar la cara por al asesivo? Solo el noble D. García de Amblés tuvo valor y arranque para introducirse en la prision de D. Jorge en la mañana del domingo, mientras que los villanos , agarrados á los barrotes de las rejas, miraban y procuraban distinguir, á través de las ventanas cerradas, la cara del preso . —¡Jorge! exclamó D. García : ¿ qué has hecho? Al oir la voz de su amigo, D. Jorge se levantó : tenía su trage en el mayor desórden y lleno de las manchas y señales del crímen : una cadena le sujetaba por el pié á la pared de la cárcel. -¡Tambien tú! dijo el pobre caballero; y volvió á sentarse abatido .

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-¡Mucho la amabas ! dijo D.García . -¡Mucho! murmuró el prisionero estremeciéndose. D. García le miró tristemente, le cogió ambas manos, las estrechó entre las suyas, y traspasado de aquel dolor mudo, salió de la prision con las lágrimas en los ojos. A la hora de esta visita de D. García bajó el alcalde, seguido del escribano , á tomar la primera declaracion al reo: eran las ocho de la mañana . El alcalde se sentó detrás de una mesa, sobre la cual se veia , á una parte recado de escribir, y á la otra una cruz de madera con un Señor crucificado, de bronce : todo esto lo entraron los alguaciles de órden del alcalde , y acabado el acto, se lo llevaron : no habia otra pieza de presentados, y de este modo se habilitó el mismo calabozo. La declaracion de D. Jorge fué corta despues de responder secamente á las generales de la ley, el caballero dijo cómo habia encontrado á doña Isabel tendida en el suelo le su aposento y bañada en su propia sangre; que entonnes pidió socorro para salvarla , si aun era tiempo, gritando como desatinado y loco ; y que él mismo, al oir golpes en la puerta, notó que estaba cerrada por dentro, y abrió. Preguntóle entonces el alcalde quién la habia cerrado : D. Jorge no contestó á esta pregunta . El alcalde le puso delante la daga, preguntándole si la reconocia por suya : D. Jorge dijo que . no, sin miraria . -D. Jorge, replicó severamente el alcalde : todo condena à vuestra merced , y es en vano que niegue, porque aquí no bastan palabras de hidalgo . Dice vuestra merced que encontró muerta á doña Isabel de

Cilia. ¿Quién pudo matarla, D. Jorge? D. Jorge dejó caer la vista sobre D. Juan Cruz, y

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este, aunque escribia á la derecha del alcalde, y bajaba la cabeza sobre el papel , sintió que le miraban , y bajo el fuego de aquella mirada quedó como suspenso . -Escribano , dijo el caballero, herido de una vehemente sospecha : limpiate osa rancha de sangre que te vende; y D. Jorge, al de ir esto, señalabe una mancha roja en la mano de D. Jusn. El escribano, sorprendido , rothó y osultó la mano ; pero, recobrándose en el acto, levantó los ojos y miró á la cara al caballero . -Tú mismo, dijo , me meneharto al echarme por tierra. ¡ Cuál corrías! La insolencia del escribano descompuso á D. Jorge, que palidació, y avanzó dos pases arrastrando la cadena. -Ténle , alguacil, dijo D. Juan. Y luego , volviéndose hácia el alcalde, añadió con calma : Puede preguntarle vuestra merced cómo subió al aposento de doña Isabel . ¿Quién llevó allí esta escala? ¿Quién la puso? Yel ercribano sacó la escala de cuerda recogida al pié de la ventana. -D. Jorge, repitió como un eco el alealdo : ¿ Quién llevó esta escala? ¿Quién la puso? El caballero inclinó la cabeza con abatimiento . -Escriba vuestra merced, D. Juan: « No contestó . » -Confiesa, Sr. Adaja , murmuró el inicuo escribano. -¿Confiesa vuestra merced, D. Jorge? preguntó el alcalde. El recuerdo de Isabel y de aquellas dulces y braves horas que él creia ignoradas del mundo , hizo derramar una lágrima al noble caballero , que respondió entonces con un signo afirmativo. Lo que pasó en los tres dias siguientes no es para referido. En la sala de audiencias del corregimiento y en 5

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presencia de D. Jorge, silencioso y postrado de dolor , el alcalde tomó y extendió D. Juan hasta veintiuna declaraciones, sin levantar mano: algunas fueron notables. El indio declaró sustancialmente: que un cuarto de hora antes de las once fué aquella noche de la Virgen, como todas, á buscar á su amo, creyendo que, á pesar de la fiesta , estaria en casa de doña Ana de Cilia : que aguardó algun tiempo sentado en el umbral de la puerta: que al acabar de sonar las cuce campanadas en el relox del Cármen sintió ruido de pasos en lo alto de la calle, y luego vió acercarse á un hombre hacia el punto donde él estaba , el cual , parándose debajo de la ventana de doña Isabel, trepó por la reja baja y aseguró una escala en los hierros de dicha ventana , que cae encima de la reja: que poco despues desapareció el hombre, y entonces fué cuando oyó voces y gemidos dentro de la habitacion, por lo que , sin aguardar mas, corrió á avisar al señor alcalde. Una pobre vecina, confirmando la anterior declaracion, dijo: que aquella noche no se acostó , como otras , á la hora de la queda, aguardando á su marido, que se emborrachaba en la Plaza Mayor , y cansada de esperar ó desesperar, abrió la ventana y se puso en alla: que entonces vió á un hombre embozado, que escudriñaba la calle: que despues le vió acercarse á la casa de dolla Ana, que es la frontera de la de la declarante, y subir por una escalera ó escala de cuerda que de la ventana colgaba: que despues le oyó llamar á doña Isabel y la vió andar por el aposento, y luego agacharse, y luego levantarse, y con la mano alzada dar vueltas y gritos. Preguntada entonces Josefa García , que así se lle maba la vecina: cómo vió al hombre andar en el aposento , estando este á oscuras ; respondió textualmente què, aun-

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que no hacía luna, la claridad del cielo bastaba á sus ojos para distinguir las cosas . Preguntada: si vió al hombre poner la escala ; respondió que no , mas que acababa sin duda de ponerla al abrir ella su ventana, porque le vió separarse de la casa y dar algunos pasos del lado de la calle de la Latoners. Les demás declaraciones , inclusa la de doña Ana , estaban conformes en cuanto a los hechos, cuyos testigos fueron el propio alcalde y otras personas , hasta mas de veinte, entre acompañador y corcheter: todas referian en los mismos términos cómo D. Jorge habia sido sorprendido en el aposento de doña Isabel , con el puñal con que acababa de matarla , y manchada la mano , y salpicado el rostro, y los vestidos , con la sangre de su víctima; y cómo cuando quisieron detenerle, el reo intentó estorbarlo arrojándose por la ventana, cual si prefiriera dejar allí la vida á morir en la horca . Hasta la declaracion del noble D. García sirvió para perder al desventurado caballero .- «Preguntado D. García de Amblés: qué habia hecho y dicho D. Jorge de Francia mientras estuvo en su compañía la tarde de la Vírgen; respondió que D. Jorge anduvo toda la tarde muy preocupado , que habló alguna vez de doña Isabel de Cilia, pero poco, diciendo que le esaltaban tristes presentimientos , como si fuera á sucederle algune gran desgracia. » A otras preguntas sobre si le oyó algo do su partida á la córte y á la guerra, puesto que Francia debia salir de Lago á la mañana . siguiente , D. García no respondió, y fué peor su silencio . Concluida esta informacion , y con citacion del caballero , el alcalde dictó sentencia, declarando que por las circunstancias extraordinarias del delito y de la sprehension del delincuente , debia considerarae aquel como

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notorio; y en su consecuencia , se citaba al reo para que en la audiencia pública del dia siguiente ( trece de sctiembre) se presentase y defendiese , por sí ó por medio de letrado, de los cargos que contra él resultaban, y trajese sus testigos de descargo y cuantas pruebas le conviniera.producir para su defensa , -en la inteligencia , añadia el auto , que de no hacerlo así, se le citaria acto seguido para sentencia , y notificada esta en forma, se ejecutaria sin apelacion ni consulta. Sin entenderle, como de crdinario , firmó este auto Antonio Adaja, y á nadie causó asombro, porque en Lago y en muchas leguas á la redonda no habia mas que una voz para condenar al asesino y compadecer la desdichada muerte de doña Isabel y á la sin ventura doña Ana. Las nobles damas de la villa, antes tan implacables , ahora empezaban á reconocer en Isabel condicion y dotes que ni sospechaban la víspera : Isabel era tanbusna, tan recogida, tan discreta , tan principal , tan hermosa!... ¡Y D. Juan el Indiano? ¡ Oh! á ests se le compadecia y se le admiraba! ¡ Qué hombre! Con la muerte en el corazon asistia el triste á los reconocimientos , á las declaraciones , á todas las diligencias : preparaba el entierro y daba sepultura á dons Isabel , su amada , su prometida , su espose : acompañaba á doña Ana, la pobre madre, y la consolaba , él , que tanto necesitaba de consuelo! ¡ Qué hombre! exclamaba doña María Salomé , ó ¡ qué demonic! Por fin, en el dia de la octava de la Virgen , D. Jorge de Francia, caballero hijo - dalgo de la villa de Lago , fué condenado á la pena de muerte y pérdida de la mitad de sus bienes, como reo de homicidio cometido con alevosía en la persona de doña Isabel de Cilia : la sentencia expresaba que por ser el delito notorio y haberse

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perseguido en la forma extraordinaria usada en casos de esta naturaleza , se ejecutaria el fallo inmediatamen te, y despues de ejecutado , se remitirian los autos , para su aprobacion , á la sala del Crimen de aquella Real Chancillería . En la noche del mismo dia , Antonio Adaja, seguido del escribano y dos alguaciles , entró en la cárcel y leyó la sentencia al reo; y antes de rayar el alba se enlutó la prision, se alumbró el Crucifijo de bronce, y se puso en capilla á D. Jorge de Francia. Todo Lago, y sobre todos la gente llana , alabó el celo del alcalde Antonio Adaja , que no cabia en sí de gezo .

CAPITULO VIII.

Justicia humana.

En el dia fijado para ejecutar á D. Jorge de Francia, Juan Cruz el Indiano acertó á entrar en la botillería del Laurel , donde ya habia reunidos varios hidalgos dando y tomando alrededor de una mesa . Eça muy de mañans; pero tenía en pié á todo el mundo lo extraordinario del suceso , y nadie en la villa y en todo el señorío bablaba de otra cosa que de aquella gran justicia que iba á hacerse en un caballero de Lago. Cuando D. Juan entré en la botillería llevaba la palabra D. García de Amblés, que parecia agitadísimo. ----¡ Vivo el cielo , señor escribano , que llegais á tiempo ! dijo D. García al ver á D. Juan . Decia yo que á ningun noble se le lleva así á la horce . -D. Garcia, replicó el Indiano con aquel acento de grosera ironía que le era peculiar : ya dije ayer á vucstra merced que no se ahorca á D. Jorge ; se le degüella.

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De todos modos se le asesina , murmuró don García. -Y se le lleva sobre una mula ensillada , prosiguió D. Juan, sin reparar en las últimas palabras del hidalgo . Acabamos de embargarla. -Para eso es noble, señor Juan. Púsose gério Juan Cruz, á quien todo el mundo llamaba D. Juan. -Es un noble asesino , dijo . -Escribano (exclamó con vehemencia D. García) : ¿sabeis que yo sospecho no sea un noble, como se dice, el matador de doña Isabel de Cilia? La cara de D. Juan , ya nublada , se oscureció completamente . -Sabe vuestra merced (dijo apretando los puños) , que á quien calumnia á la justicia se le manda á gale ras, y á la cuerda? D. García se levantó violentamente, y todos los hidalgos hicieron lo mismo, atravesándose entre él y don Juan. -Justicia de villanos ! dijo D. García con desprecio . Pedro Cano cogió á D. Juan, y aparte, y en voz baja, le dijo : -D. Juan , vuestra merced repare que aquí todos éramos amigos de D. Jorge de Francia, y D. García , sobre amigo , su deudo... -Lo que por cierto no se explica, decia entre tanto un estudiante sentándose con sosiego, como los demás hidalgos, es la falta de asesor en la causa : Adaja no es licenciado . -No hubo tal falta , repuso secamento D. Juan, volviendo la espalda á Cano y alejándose algunos pasos.

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Los caballeros siguieron hablando entre si con gran calor, al propio tiempo que miraban al scalayo á den Juan y se sourcian con malicia . -Bien venido, señor D. Juan , dijo entonces el botillero, acercándose al Indiano con la gorra en la mano . Há dias que no vemos à vuestra mercad por la botillería . -Por fortuna, dijo D. Juan, abismado en sus proplos pensamicatos, esto acaba hoy. -Pusa por aquí corren otras novedades; y diciondo esto, el huésped miró con malicia al círculo do hidalgos. -¡Ya! exclamó el Indiano . -Oiga vuestra merced , señor D. Juan : pues dicen que el verdugo se fué por donde vino . Alarmóse D. Juan. -Que cuatro recios quieran burlar la justicia y al pueblo, dijo con rábia . -Iso mismo digo yo cuando los cigo, señor don Juan; mas el señor ejecutor, ¿qué ha de hacer? Le pagan á destajo, y estos habrán doblado la ganancia……… ... Además, que presto volverá el desalmado; y así cobra el cohecho y la mano de obra . Y diciendo esto , el botillero hizo un gesto grotesco , llevándose la mano al pescuezo. Pero D. Juan, sin ya ver ni cir al huésped, se dirigió á la puerta, y salió de la botillería . En la calle topó muchos conceidos y amigos, porque todos en tropel acudian á la pradera , que era el lugar de la ejecucion; y al verios empujarse y correr y desalentados para coger sitio, nadie hubiera dicho que se trataba de dar muerte á un hombre, mas de alguna féria, romería ó fiesta de tores y cañas.

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Ya las casas y todas las calles de la villa, menos la Mayor, estaban desiertas, las tiendas ó especerías cerradas, los pisones, abandonados ; algunos villanos iban cargados de provisiones para comer ó merendar en la alameda , y solemnizar desta suerte el dia ; otros, mas sóbrios , se contentaban con la bota y los cubiletes para envasar algunos pares de tragos á la salud de don Jorge: rasgo de barbarie que mal puede admirar en los vecinos de Lago , cuando la propia villa y córte de Madrid le ha reproducido , y reproduce á cada ocasion, en . mitad del siglo XIX ! Ni aun los hidalgos querian perder la de ver morir á uno de su clase, y las nobles damas, si no podian ir á la pradera , llenaban los balcones del tránsito , faltando solo que los colgasen, y al pasar la víctima, la cubrieran de flores . Hacíanse mil comentarios , sazonados con chistes picantes y risas ó suspiros , segun el natural de cada uno, acerca del triste suceso del caballero. Quién decia que acababa de verle en la capilla , cuando entró en ella el señor coadjutor, y que parecia muy sereno, y estaba vestido y adornado de sus mejores galas . Quién , refiriéndose á la víspera, aseguraba que la afliceion le vencia, y que al entrar en el calabozo el presidente de la cofradía del Cármen , para sentarle por hermano de ella, derramó muchas lágrimas . Al nombre de D. Jorge se mezclaba el de doña Isabel , el de doña Ana , el de don Juan, y cruzábanse apuestas sobre si este asistiria á la ejecucion, como escribano del proceso , creyendo los mas que sí, pues, aunque transido de pena por la muerte de doña Isabel , sabria sacrificarse al deber : á tanto llegaba el buen nombre del Indiano ! Doña María Salomé, que con otras señoras estaba , desde las nueve de la. mañana, en su balcon de la calle Mayor, contaba á sw

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modo la visita que en aquella noche hicieron á D. Jorge sus amigos, D. García de Amblés y Pedro Cano. Amblés y Cano , con efecto, estuvieron en la prision de D. Jorge para saber su última voluntad. D. Jorge, en aquella tarde, habia sido presa de un violento acceso: la serenidad de que hizo prueba, sin alarde , y que realmente fué extraordinaria durante la causa, y cuando le leyeron la sentencia, y al dia siguiente cuando recibió el Viático, le abandonó en aquellos últimos momentos de agonía, y su corazon, hasta entonces comprimido , se rompió en mil pedazos . D. Jorge recordó uno por uno todos los accidentes sombríos de aquel drama terrible , y al recorrer con el pensamiento las sinuosidades del proceso, en cuyas sangrientas páginas leia siempre el nombre del Indiano, el misterio que envolvia la muerte de Isabel se rasgaba , y el caballero creia ver en sueños una mano de fuego que marcaba á D. Juan , y cir una voz sin palabras que decia : Ese es su asesino, y tu verduge.» D. Jorge jay! tenía poco mas de veinte años, y á la vez que en su inocencia , pensaba en su juventud , en su hidalguía , en su amor , en sus sueños de gloria!... Se acordó de la córte , del conde de Lago , su ilustre primo , de D. Pedro de Sangro , que por aquellos dias se embarcaba para Menorca con lo mas florido de España , y echándole menos , creyera acaso mal caballero y soldado al último descendiente da los señores de la Sierra de Francia. Luego , erababocido , y como preso en redes invisibles ¡ilusiones quizá! miraba la bóveda azul del cielo, seguia el elegante vuelo de la paloma que venía á posarse en la reja de la cárcel , el rayo de luz que moria en la pared de la fúnebre capilla, el ruido alegre de las coplas y la guitarra de los mozos del pueblo que se ale-

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jaben... Las lágrimas asomaron á sus ojos, y poco á poco cayó en el delirio. ¡Soltadme! gritaba con exaltacion. ¡ Soy inocents! Cuando D. García entró en la prision, D. Jorge se echó en sus brazos . -¡Soy inocente! repatia; y su acento , y su emocion, y sus lágrimas , porque D. Jorge lloraba , rotos ya todos los diques del dolor, penetraron en el corazon de Amblés, que sorprendido y dedoso miró á Cano . Pero D. Jorge, avergonzado de su debilidad , se serenó al punto, y volvió á su triste abatimiento . -Jorge, dijo D. Garcis : Cano y yo queremos hacer tus mandas piadosas. La confiscacion no alcanza mas que á la mitad de tus bienes. -¡Ah ! exclamó el caballero como si saliese de un sueño . ¡ Me han confiscado mis bienes ! Si no los tengo ! -Algo tienes, Jorge. -Es del Indiano, replicó. Y luego, aproximándose mas á sus amigos,"dijo : ¡ De mi asesino! ¡ Del asesino de doña Isabei! Otra vez, y con mayor sorpresa que antes, se miraron Amblés y Cano . Francia se dejó caer en el banco, se cruzó de brazos , y añadió con dignidad : -En fin, esto es hecho : Dios solo puede hacerme justicia . Os doy gracias por haber venido á verme ; mas nada tengo y nada puedo mandaros . Los dos amigos salieron de la prision muy preocupados, principalmente Amblés , que conocia toda la nobleza de Francia, y se rebelaba mas contra la justicia que acusaba de asesino á tan noble caballero, y lo llevaba al cadalso : él fué quien concibió la descabsIlada idea de sobornar al ejecutor de Avila , y ganar

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tiempo para avisar de cuanto pasaba á los alcaldes de la Chancillería ; cuya traza vino á frustrar su propia indiscrecion y la ruin complacencia del botillero de Lago . Las palabras de D. Jorge , aunque diafrazades , corrian desde aquella mañana entre damas y galanes , y por el vulgo, siempre dado á lo maravilloso ; pero D. Juan Cruz dió un golpe de habilidad mandando al coadjutor el total importe de las deudas de Francia , para que lo emplease en mandas por su alma , con lo cual nadie habló ya mas que de la disipacion de aquel caballero y de la piedad sublime dal bueno del Indiano. Doña María, á quien ha dejado en su balcon con otras nobles señoras , contaba este hecho, por ser el mas cierto de la conversacion de D. Jorge , y se extendia en historias pasadas , y por cierto nada gloriosas , colgándoselas con escasa caridad al condenado á muerte, para quien tan apriesa empezaba la posteridad .

Gracias a estas murmuraciones y pláticas, que eran generales, se pasó el tiempo hasta la hora de las diez , que era la señalada para sacar á D. Jorge de la cárcel . A la puerta del Ayuntamiento ó casa del cabildo se veia ya á los alguaciles , uno de los cuales sujetaba por las riendas la mula que habia de llevar á D. Jorge al patíbulo ; á seis hombres armados, además de los corchetas, de la policía del concejo ; al cabildo y hermandad del Cármen con su cruz, y al pregonero, preparado para hacer el primer pregon de la sentencia : media compañía, que componia todo el destacamento de la villa , habia ya marchado con su alférez á tomer puesto al pié del cementerio , entre el lago y la colina, que era donde se habia levantado el cadalso . El pueblo, y dentro de este nombre se contienen to-

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das las clases , aunque impaciente por ver la cara del reo, y gozar con esta novedad , se habia conformado con esperar una hora; pero despues de las diez empezó á percibirse, y extenderse, y crecer ese rumor sordo que desde lejos anuncia é la multitud como las olas al mar. Sonaron las diez y media , y somaron las once, y todo siguió en el mismo estado . Algunos vinieron de la pradera al concejo para ver lo que ocasionaba la tardanza , y estos supieron que se andaba tras el verdugo ; otros , mas pacientes, pero mas crueles, empezaron á comer y beber para matar el tiempo ; y como, fuera de la puerta del Sur, estaban reunidos todos los mozos del pueblo, muchos traspusieron la Alameda y armaron el baile y la zambra de los domingos . Se comix, se bebia, se votaba , se bailaba , cuando sobre la hora del mediodía desembocó por la puerta de la villa la manga de la parroquia del Carmen, y luego el cabildo yla hermandad , y luego el Alcalde y un escribano, compañero de D. Juan Cruz, y en fin, D. Jorge de Francia, caballero en una mula gualdrapeda de luto, y cubierto con un capuz largo; á su derecha el coadjutor, á su izquierda un fraile , y detrás, cerrando la marche , la milicia del concejo , seis hombres : el pregonero apregonara al reo: solo faltaba un personage, el mas importante. La multitud advirtió esta falta, y hubo en ella un movimiento de curiosidad que la hizo oscilar : movíanse todos, arrimaban los codos y hacian algo por colocarse mejor ; y los que bailaban, y los que comian , dejándolo todo en la pradera, corrieron tambien para no perder el espectáculo , que crecia en interés por la falta del verdugo . -¡Ah! ¡Ah! ¿ Quién le degollará? se preguntaban unos á otros, y sus ojos se fjaban en el tablado , y en-

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mudecian sus lábios : solo se cia la voz estridente del pregonero, que por última vez pregonó á D. Jorge de Francia al pié del cadalso . D. Jorge llegaba , subia la fatal escalera, y se despojaba de su capuz . Vióse entonces al gallardo caballero con media y calzon de color negro y un justillo de terciopelo, color violeta : cubria su cabeza con una especie de gorra ó casquete que se quitó ; del justillo le salian las cintas de un escapulario de Nuestra Señora de Francia, que besó con fervor. Cerca del caballero se veia al fraile, que era de la religion de Santo Domingo : mas allá al escribano, liado en su capa: mas allá dos hombres armados: pero nadie voia al verdugo. De repente, por entre aquella confusion de gentes, corrió una sola voz desde el cadalso hasta la puerta del Sur. —¡El indio ! ¡ El indio! repstian todas. El siervo de D. Juan el Indiano , el vil Aymera, acababa de salter al tablado y ponerse al lado del reo, que al verlo estuvo á punto de perder su noble serenidad . El indio le dirigió una mirada de ódio salvage, de ódio de raza, de un ódio incomprensible para el caballero , y sacando el hacha de su cinturon de cuero, la blandió en el aire con agilidad y lanzó un grito atroz que resonó por el vale y los montes de aquella cordillera . El caballero abrazó el crucifjo que el fraile acercó á sus lábice, y se puso de rodillas ... Al cabo de un momento redó per el tablado la cabeza de D. Jorge de Francia. El indio la reengió con destreza per la enbellera , como si fuera escalparla, y la enseñó al pueblo. FIN DE LA PRIMERA PARTE .

SEGUNDA PARTE.

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CAPITULO PRIMERO .

Aymara.

En el año de 1750 , cuando Juan Cruz fué á América en busca de fortuna , el vireinato del Perú comprendía las audiencias de los Reyes, Charcas y Chile ; mas el Virey solo ejercía sus facultades , sin limitacion, en las dos primeras, que contenian todo el territorio desde el nacimiento del rio de la Plata y gobierno de Buenos Aires hasta la provincia de Piura, en el obispado de Truxillo, lindante con la audiencia de Quito. Dividíase este territorio en setenta y siete provincias, cuatro de ellas , Paraguay , Tucuman , Santa Cruz de la Sierra y Buenos Aires, á la que se unió Montevideo, por ser fronteriza, gobernadas militarmente, y las restantes por corregidores: algunos de estos tomaban título de gobernadores, como el de Chucuyto , Castrovirreyna y Cayloma: los indios , aunque sometidos á las autoridades reales, mantenian sus caciques, cargo que se heredaba por derecho de sangre. 6

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A pesar de este territorio fabulosamente estenso, la poblacion era fabulosamente escasa. Los blancos, siendo muchos los que emigraban de España, eran pocos; lo que se atribuia á la falta de fecundidad de las mujeres yal natural enfermizo de los criollos . La poblacion indígena, segun el resúmen formado por el contador de retasas D. Joseph de Orellana, solo contaba en los dos Arzobispados de Lima y Charcas SEISCIENTOS DOCE MIL SETECIENTOS Y OCHENTA indios de todas razas, doctrinados por SETECIENTOS CINCUENTA Y OCHO Curas, que percibian cerca de MEDIO MILLON de pesos por sus salarios ; á cuya primera suma habia que agregar CIENTO CUARENTA Y DOS MIL indios mas que corrian á cargo de la Compañía de Jesus . En cuanto á los mestizos , negros y mulatos, jamás fué posible empadronarlos , pues creian que este era un arte para imponerles tributos y mitas, como á los indios , que de hecho, y á pesar de la piadosa memoria de Fray Bartolomé de las Casas , padecian dura esclavitud. Las ordenanzas y otras disposiciones diversas que eximian al indio de todo servicio personal que no fuera voluntario, estaban , desde hacía mucho tiempo , revocadas ó reformadas , y á pretesto de que los indios eran útiles á todos y para todo , parecia que solo se pozia empeño en vejarlos y aniquilarlos . Además de la MITA de minerales, ó sea el trabajo de las minas, servicio penosísimo (especialmente en Potosí , por la estension de esta mita) , SE MITABA tambien en las haciendas, para su cultivo, y en las ESTANCIAS, para la cria del ganado; y habia encomiendas de indios , que se usufructuaban y alquilaban, á 25 pesos fuertes por año , y otros llamados Yanaconas, principalmente en la provincia de Charcas, los cuales eran verdaderos siervos de la gleba , asignados á las propiedades , que se hipotecaban, enagenaban y

EL INDIANO. 83 heredaban con ellos . Añadíase á esto los repartimientos de los corregidores, que se encargaban de proveer á los indios de todos los géneros de consumo , á precios fabulosos , ejecutándolos , si no pagaban, encausándolos, y atormentándolos , y haciendo todos , por medios tan poco honrados , rápidas y extraordinarias fortunas . Así la poblacion india disminuia cada año, perpetuándose en ella de padres á hijos el ódio á la raza conquistadora y el recuerdo de sus antiguos reyes, que arrancaba lágrimas de dolor á los mas soberbios . Algunos huian á las montañas y regiones inesploradas donde habitaban pueblos completamente desconocidos. Otros , mas alentados , conspiraban , llegando á levantarse en armas eontra sus señores, que de esta manera los envilecian , y se envilecian á sí mismos, cegando en aquella parte de Amélica las fuentes de su porvenir. Levantábanse á veces en alguna provincia ó localidad , y entonces estos levantamientos no ofrecian peligro ; á veces los levantamientos eran mas generales y de mayor trascendencia. Levantáronse durante el vireinato del conde de Castelar, y luego bajo el coade de Lemus, y antes del 28 de octubre de 1746 , en que ocurrió el terremoto de Lima, y se arruinó la ciudad, y se sumergió en el mar toda la poblacion del Callao, aun se veian , clavadas en el gran arco del Puente, las manos y cabezas de los indios rebeldes. En este año de 1750 , que se refiere mi historia, la conspiracion era mas formidable que nunca los comprometidos de nobleza y prestigio , como que los habia de sangre real, tenidos entre les enyos por descendientes de los Incas : los planes audaces y sangrientos , pues se trataba nada menos de asesinar al Virey y los ministros, y espulsar á los españoles. Ya se habian celebra-

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do , dentro de la misma ciudad de Lima , juntas ó conciliábulos , y designado los cabezas, entre los cuales aguraba el padre de este Aymara , que despues vino á ser de Juan Cruz, y á la sazon apenas contaba cinco ó seis años . En una de estas juntas llegóse á trazar un plan exacto de lo principal de la ciudad , y del palacio del Virey y forma en que debia ser atacado , sin olvidar ni la sala de armas, donde pudieran municionarse, ni las avenidas y puestos que habian de prevenirse y ocuparse militarmente. Solo la dificultad de entenderse los jefes con tantas y tan apartadas provineias aplazaba el alzamiento, y esto fué lo que perdió á los conjurados, porque el Virey pudo con tiempo precaver el golpe. Mandaba entonces por S. M. C. en aquellos Reinos el conde de Superunda, y habiendo tenido la primera noticia de lo que se tramabs por un Religiose (que la adquirió, segun las crónicas, en el secreto de la confesion), dióse aquel á vigilar las casas sospechosas, y poco á poco llegó á tener espías entre los mismos indios que asistian á las juntas. Sin mas diligencias dió comision en esta importancia á D. Pedro Bravo de Castilla,

oidorde la Audiencia, que al amanecer, y al salir de una junts , sorprendió un dia á tres de los principales con otros conjurados, buscando los demás su salvacion en la fuga. La Real sala del Crímen pronunció contra seis de los presos sentencia de muerte, que se ejecutó el 22 de julio de aquel año , asistiendo al acto una compañía de indios nobles : con esto creyó sofocada la rebelion el de Superunda, y ya se disponia á dar un indulto , cuando en Lima se recibieron malas nuevas de la inmediata provincia de Guarochiri . Aquel indio Aymara , padre del criado de D. Juan

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Cruz, y gefe de los conjurados , logró huir con otros , como queda dicho , burlando á D. Pedro Bravo y su corchetada. Nacido Aymara en las montañas de la Plata, mitó hasta tres veces en Fotosí , regando los marcos del vil metal con el sudor de su frente ; dos de sus tres hijos perecieron luego en las minas de azogue de Guancavelica; y esto, y las lágrimas de su mujer, la mas hermosa de su raza , le llevaron á Lima , con mas deseo de venganza que de trabajar en algun oficio mecánico , y aliviar así su miseria. Aymara , convocados ahora sus parciales, fué quien puso fuego á la macha en aquella provincia de Guarochiri, y á media noche se alzaron todos, tomaron é incendiaron la casa del teniente general, asesinaron á este y trece personas mas de su séquito , ensañándose bárbaramente con sus cadáveres; y en la persecucion de los blancos fugitivos, como dieran con el corregidor del último quinquenio , le despeñaron. En seguida, y sin levantar mano, se dedicaron á organizar la rebelion: escribieron cartas á todos los pueblos de la provincia y á otras provincias del Reino : formaron cuerpos de guardias : eligieron cabos: hundieron puentes : cortaron tránsitos de peligrosos precipicios, y se refugiaron en las quebradas y hoces de las montañas. Fortuna que la rebelion fué cortada á tiempo y vencida por la industria y el valor del conde del Puerto, y siete de los rebeldes pagaron su erímen en el suplicio. Aymara fué ejecutado en la misma plaza de Lima, y su cabeza y las de sus cómplices clavadas en la puerta del Mar para ejemplo y terror de sus hermamos. Todo anuncio de lo que sucedió treinta años mas tarde, disminuido el horror de la pena y borrado el reconocimiento á la piedad con que á los mas trató Superunda.

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Dos caudillos fueron los solos esceptuados del generoso indulto del Virey, y con ellos huyeron la mujer y el huérfano de Aymara : algun tiempo vagaron por las montañas andinas, hasta que por fin, habiéndose ido á juntar los rebeldes con Apuynca, el indio del Tarma, terror de esta provincia y las comarcas vecinas, la india abandonada se refugió en su país, procurando esconder su dolor y su hermosura, y educar á su hijo en el ódio y las pasiones de su padre. Así llegó Aymara á los diez y ocho años , y su madre buscó entonces una cabaña en la selva , y allí vivió muchas lunas con su cachorro, asaltada siempre del temor de la servidumbre; temor que no era quimérico , como propio al cabo de un corazon de madre, pues á los dos años de su animosa resolucion , en el de 1764 , con motivo de haber elevado grandes quejas los mineros de Potosí, por la falta de brazos, se mandaron á las diez y seis provincias que componian aquella Mita , jueces de comision para hacer una visita general . Su venida llenó de confusion y espanto à los indios : muchas familias huyeron al aviso de ella : otras se ocultaron : á la viuda del rebelde, que residia en la provincia de Charcas, la perdió su misma soledad , y su hijo fué cazado en el bosque como una fiera . Acababa de cumplir veinte años cuando llegó á Potosí, como indio mitayo , y fué á parar á un ingenio con otros cuarenta que, por ser de distinta nacion, á él le designaron con el nombre de la suya , AYMARA. Está situada la villa de Potosí á la falda del Cerro de este nombre : el terreno allí y en toda la comarca es árido: la temperatura fria. La falta de agua inmediata á los ingenios y en la cantidad necesaria para beneficiar el metal, obligó á la industria á aprovechar las

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quebradas de la vecina cordillera, cortándolas con tajamares y formando lagunas, donde se recogiese en tiempo de lluvias la suficiente para la labor de un año . Por el descenso del Cerro, que es una suave pendiente, se fabricaron los ingenios, unos despues de otros , de suerte que una acéquia bastase para todos ; las lagunas tenian sus compuertas , y por ellas solo salia el agua precisa al movimiento calculado de las ruedas . Aymara que, desde niño, y como si presintiera su destino, tenía una aversion, por no decir un horror invencible, á las lagunas , fué destinado en un principio á los trabajos de mina; pero la servidumbre era ruda para su pobre naturaleza, y el aire palustre que allí se respiraba, insalubre para el indio nacido en lugares que gozan de aires mas vitales y puros. Presto Aymara empezó á caer en una especie de defallecimiento , y á los pocos meses se rindió á la fiebre, convirtiendo el dolor de su madre que le seguia á la villa , y al Cerro, y á todas partes , en honda desesperacion . Era el dueño del ingenio en que servia Aymara un tal Gatica, por nombre José, mestizo , tan duro en la faena como codicioso. Alguna vez intentó huir Aymara, como otros ; pero el capitan mayor de la Mita le dió caza, y empeorada su condicion, tuvo que ocuparse por muchos dias en limpiar las lagunas . Gatica era implacable con los pobres mitayos : el mayoral , aunque español viejo, tenía peores entrañas que Gatica ; era nuestro conocido Juan Cruz, es decir, un malvado . Cuando Juan Cruz, sediento de oro y plata, y atraido por la fama de Potosí , llegó allá en 1751 , gobernaba la provincia D. Ventura de Santelices, oidor de la contratacion de Cádiz en la Audiencia de Charcas, el cua 1 reunia á la Superintendencia el Corregimiento y la vi-

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sita de la Real Caja, siendo su gobierno tan desatinado que nunca anduvo peor la real hacienda ni mas medrado el contrabando : cierto que este siempre fué grande por aquella parte, hasta que acabó con el tratado del Pardo (honra de Floridablanca) y el decreto que libertó al comercio colonial del monopolio de Cádiz . Juan Cruz quiso primero servir con unos portugueses que se dedicaban al tráfico ; mas el tráfico , bajo Santelices, se hacía tan sin riesgo y descaradamente, que la astucia del buhonero no era necesaria , y entonces , falto de medios, entró en el ingenio de Gatica , completamente perdidas las ilusiones con que salió de España . Era Cruz, el buhonero, el hombre que necesitaba Gatica : la veta que este labraba parecia completamente agotada , y el trabajo , en comparacion del lucro, inmenso Juan Cruz ganaba la confianza del mestizo, y doblaba su salario, à costa de los pobres indios , que . no siempre percibian el suyo. El pobre Aymara, bajo el látigo de Juan Cruz, no veia otro fin á sus males que el de sus dos hermanos muertos en las minas de azogue : víctima del clima , del trabajo y del castigo , enfermaba y se consumia lentamente su madre , sin consuelo ni esperanza, velaba muchas noches el sueño inquieto del último de sus hijos. Aymara despertaba siempre sobresaltado creyendo oir la voz del mayoral y el chasquido del látigo, y corria desde la malocca al ingenio , volviendo á la noche bañado en sudor frio , estenuado, pálido, como un espectro. Su madre dirigia una mirada sombría al Cerro, y lloraba en silencio. Una mañana la pobre india se encaminó con su hijo á casa del mestizo . La primera persona con quien tropezó fué el mayoral, y al verle Aymara retrocedió , co-

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mo á la vista de un reptil ; pero el semblante de Juan Cruz, de ordinario áspero y duro, se suavizó con una espresion de afecto y hasta de ternura. La madre de Aymara se acercó á él , y quiso decirle de una manera muda su dolor y su deseo : Juan Cruz con un gesto le dió á entender que podia hablar la lengua comun . Lamadre entonces se echó á sus piés , abrazó sus rodillas , y le pidió la libertad de su hijo por los cuatro meses de servicio que le faltaban. El mayoral, que temblaba contemplando á la india, le cogió la mano sin responderle, y la llevó á presencia de Gatica , que la recibió y despidió como acostumbraba, brutalmente. Aymara volvió á la mina, y su madre, ultrajada por Gatica , á su cuartel : al pasar por delante del mayoral, la india le miró con tristeza y agradecimiento. Juan Cruz recogió aquella mirada hasta hacer bajar los ojos á la india ; despues corrió al molino, de allí á la mina, y encontrando á Aymara le dió una palmada en el hombro, diciéndole cariñosamente que por aquel dia dejase la mita y fuera á acompañar á su madre. No paró aquí el mayoral , que parecia otro hombre desde la visita de la india: su conducta cambió completamente respecto de todos los mitayos y de Aymara en particular , á quien trataba con benignidad y cariño, como á un indio noble, como á un blanco , pudiera decirse como á un hermano. Un dia pidióle Aymara que le permitiera quedar al lado de su madre enferma y abandonada : el mayoral le señaló al cruel mestizo que llegaba al Carro , y desapareció él mismo ; á la media hora, agitado y trémulo , llegaba á la malocca , desierta , y tocaba en la puerta de la celda de la india. Juan Cruz la miró de una manera extraña; pero la india, levantándose con pena , le preguntó por su hijo que aguardaba . Juan Cruz sacó un papel del

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pecho y se le puso bajo los ojos, dejando asomar una sonrisa á sus lábios . Le muger leyó: -¡Te amo ! Si quieres ser mia, Aymara es libre. La hermosa india abrió con sorpresa sus ojos grandes y rasgados , y empezó á retroceder maquinalmente delante de la figura repugnante del mayoral : este avanzó, y la muger siguió retrocediendo hasta que dió en la pared, y crujieron las tablas de la celda. Juan Cruz

recogió el papel , y escribió en lengua aymara: -Es preciso . ¡ Te amo como al Sol! Y al propio tiempo que alargaba el papel, Juan Cruz quiso precipitarse sobre la india; pero esta se deslizó de entre sus manos como una culebra, saltó con agilidad al otro extremo de la estancia, y se apoderó de un cuchillo que colgaba de la pared . Juan Cruz retrocedió á su vez ante la inesperada resistencia y el valor de aquella muger; la punta de la daga le alcanzó, sin embargo, y algunas gotas de sangre salpicaron su vestido de tela . Entonces el semblante de Juan Cruz experimentó una trasformacion horrible ; por sus ojos hundidos cruzó un fulgor siniestro , y su brazo , alzándose violentamente , cayó sobre la cabeza de la india, y la desplomó: en seguida le arrebató el cuchillo, y se le hundió en la garganta. Durante un minuto quedó Juan Cruz en contemplacion sobre aquel cuerpo exánime, que realmente era de una belleza estraordinaria, y algun pansamiento maldito le asaltó , algo terrible debió pasar en su alma que la pluma se resiste á escribir ... El infame mayoral procuró contener los latidos de su corazon, que palpitaba , levantóse haciendo un penoso esfuerzo, y murmuró con rábis : -Huir ahora!

A la mañana siguiente Aymara no pareció por la

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mina ni el molino ; el mayoral avisó á Gatica, y ambos se dirigieron al cuartel de mitayos, donde encontraron al indio sentado junto al cadáver de su madre. -Muerta! exclamó Juan Cruz con dolor ; y luego , aproximándose y reconociendo la herida, añadió : Es preciso dar parte al capitan Mayor . El indio dejó escapar un grito ronco y gutural. Gatica, despues de un momento de silencio , dijo á Juan Cruz : -No, mayoral ; el capitan pondria á este á la sombra, y el ganado anda escaso . Gatica, al acabar la frase , volvió la espalda , y Juan Cruz, aprovechando este instante , miró al indio y señaló á Gatica. Aquella mirada queria decir : «Ahí tienes al asesino de tu madre.» Pasó un mes : el crímen era aun , y fué siempre, un misterio para el Ministro-Corregidor y para todo el mundo. ¿Quién se preocupaba del asesinato de una pobre india? Solo afectaba á su hijo, y este, triste y silencioso, seguia mitando . El cruel Gatica llegó á alegrarse de la muerte de la india, porque desde ella Aymara era el mejor de los indios mitayos , y trabajaba dia y noche en la mina, con un aire estúpido . --«« Aymara : » dijo Juan Cruz una noche al bajar la

sierra, y le enseñó un papel . El papel decia : -¿Quieres vengarte? Aymara, despues de leerlo , dejó caer los brazos con desesperacion . -¿No hay yerbas en la montaña? volvió á escribir Juan Cruz. Aymara hizo un signo afirmativo, y se sonrió ferozmente . Juan Cruz siguió escribiendo : -Yo te guardo, y respondo de todo. •

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A los tres dias de esta escena entre el mayoral y el indio , José Gatica, mestizo , de la compañía de mineros de la villa de Potosí, falleció repentinamente. Juan Cruz fué el primero en dar y divulgar la noticia, que se extendió en Charcas y Lima con la celeridad del rayo, por ser el Gatica deudor de grandes caudales. Inmediatamente el alcalde mayor de minas hizo formalizar el inventario de los bienes del difunto ; pero solo se encontró gran cantidad de azogue , estaño , hierro, y los avíos necesarios para el beneficio y el laboreo del Cerro los caudales no parecieron. Juan Cruz hizo presente que, seguntenía cido , los mercaderes de plata estaban en descubierto con Gatica por valor de mas de CUARENTA MIL PESOS, mas nadie sabia ni constaba nada en los papeles del mestizo del nombre de estos mercaderes . En este estado quedó el abintestato de Gatica. Al poco tiempo de este suceso , Aymara, el índio mitayo, se fugó de Potosí, sin que esta vez le diera alcanee el capitan Mayor : Juan Cruz, el mayoral de Gatica, salió tambien de la villa, sin que nadie oyera hablar mas de él. Juntos Juan Cruz y Aymara atravesaron por caminos extraviados la provincia de Charcas, siguieron á lo largo del rio la vuelta del Paraguay, y entraron al fin en la colonia del Sacramento . En el mes de marzo del año de 1766 (el mismo en que ocurrió el célebre motin de Esquilace) llegó Juan Cruz á la Córte, y cinco años mas adelante apareció con título de escribano en la villa de Lago.

CAPITULO II.

Juan el labrador.

Antes de ir á Lago, tocó Juan Cruz en la aldea X..., en la aldea de sus padres, donde vió correr los primeros años de su adolescencia , haciendo escapularios , cruces y camándulas, y vendiéndolos luego en las aldeas vecinas y villas de la comarca. Juan Cruz, el pobre huérfano , que salió del pueblo roto , hambriento , indigente, siguiendo el restro de unos representantes, volvia ahora caballero en una fogosa mula lujosamente enjaezada, escoltado por un escudero, que mas que criado era esclavo , y con una fortuna que casi le consentia llamarse millonario. Y sin embargo, aunque seberbio, volvia triste, y cuando llegó hasta sus oidos el sonido de la campana que tocaba al Ave-María , y que tantas veces le condujo á la Iglesia siendo niño, su tristeza pareció mas sombría , y sus lábios secos , endurecidos por la codicia , por el vicio, por el crímen, no acertaren á decir la tierna ple-

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garia que en tiempos para él mas necesitados, pero mas felices, aprendia con su madre, en tanto que la ayudaba á recortar el tafetan y las cintas de los escapularios. El sonido de aquella pobre campana no era el mismo del oro que el Indiano llevaba en la grupa de su cabalgadura : su voz melancólica, como la luz del crepúsculo , no llamaba á los soberbios , sino á los pacíficos, á los humildes : sus ecos alegres para el hombre de bien, en el alma del malvado iban á resonar tristes y sepulcrales. El Indiano no pudo pensar sin estremecerse en el origen de aquella fortuna, con la que podia deslumbrar á los hijos de la aldea; pere jamás adquirir la felicidad , que solo la labra el trabajo , no las riquezas que improvisa la casualidad , y á veces el crímen. Hay en la vida horas de expiacion , horas de premio, ¡horas divinas! en las cuales el rico improvisado cambiaria todas las delicias del oro por el pan que el honrado trabajador riega con el sudor de su frente, y en una de aquellas horas estaba el Indiano. El terreno que atravesaba era un valle erial, com● su vida misma ni una casa, ni una fuente, ni una planta, ni un árbol, ni una cruz que anunciara la mano ó el paso del hombre . Esta esterilidad de los campos, este doloroso abandono, esta viudez, que para desgracia de España no acababa en aquella parte árida de Castilla, era como un remordimiento para aquel que volvia de las Indias, hijo pródigo que al refugiarse en el seno de la patria encuentra su hogar desierto , su templo destruido, la encina secular abrasada por el rayo ... sin que .' en su ausencia haya habido una mano para adornar la cuna de sus ilusiones! Sobre aquellos campos yermos no retoñaba la planta , y lloraban cielo y tierra al ver

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alejarse al labrador de su arado , al obrero de su fábrica, al comerciante de la tienda de sus padres, y lanzarse todos á través de los mares ... Muchos , los mas, morian en la aventura , pobres de oro y de ilusiones; alguno volvia; pero ¿y á qué volvia el Indiano para gozar de esta desolacion? D. Juan se aproximaba á la aldea : el eco de la campana se habia extinguido gradualmente , y con él la emocion que, aun en las almas gastadas, producen los puros recuerdos de la infancia. D. Juan volvió á pensar en su tesoro, y como era vil de corazon y de raza , deleitábase con la admiracion y la envidia que naturalmente habia de despertar en los aldeanos. D. Juan, sin embargo , no trataba de establecerse en la aldea ; era bajo este nivel y pobre esta atmósfera para su vanidad . En su primera juventud el buhonero habia pasado muchas veces por Lago, y visto siempre con despecho , porque no sabia soportar su mala fortuna , la de los rices hidalgos del señorío : ahora con su dinero , y la escribanía con que le honraba, pensaba solo en establecerse en Lago, y ser ó parecer mas que los mismos hidalgos . Bien podia decirse del Indiano que el diablo no tenía por dónde desecharle, y que su alma, como su cuerpo, que ya envejecia, era presa de todas las pasiones , aunque solo Dios sabe si era la pasion ruin ó el hado de D. Juan lo que le arrastraba á Lago." Antes de entrar en su aldea paró D. Juan la cabalgadura, y lo mismo hizo su indio , á la vista de una casa blanca : rodeábala una huerta cercada por la zarzamora, y se llegaba á ella por una seada que cruzaba la huerta y sombreaban algunos árboles frutales . La fisonomía del Indiano se suavizó al aspecto risueño de aquella pequeña hacienda que tan notable contraste

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ofrecia con el resto de la cañada , demostrando con su lozanía que nunca es ingrata la tierra cuando el hombre la trata como amigo y la esplota sin destruirla . -¿De quién es la casa? preguntó D. Juan el Indiano á un hombre que salia de la huerta . -De Juan el labrador, raspondió el hombre. -Echa por delante , que allá voy yo , dijo con arrogancia el Indiano . El hombre miró de arriba abajo y con insolencia á D. Juan y mas al indio, y luego empezó á silbar camino de la iglesia. Este fué el primer desengaño que el Indiano recibió en su aldea. El indio se acercó á la barrera de la huerta, la empujó, y amo y criado entraron en sus cabalgaduras : un perro se lanzó á su encuentro, dando terribles aullidos; pero al punto le llamó y amansó una anciana que hilaba tranquilamente cerca de la Casa Blanca . -Hé! Buena vieja! dijo Juan el Indiano. ¡Vive #quí Juan el labrador? -Es mi yerno, contestó la anciana . D. Juan, que al cabo era el huésped convidado , sintió no haber sabido antes teninmediato parentesco; pero quitándose su capa larga con desembarazo, se arrojó de la silla con gran ligereza, y lo mismo hizo el indio, que recibió la maleta, harto pesada , de manos de su amo. Al ruido de las caballerías habian salido á la puerta de la Casa una muger, todavía jóven y graciosa , y dos niños de pocos años, y al echar pié à dierra, Juan el Indiano vió venir á Juan el labrador que, aunque , como él, pasaba de los cuarenta , parecia veinte años mas mozo : su cara anunciaba un carácter franco y un corazon alegre y feliz. -¿No me recuerdas? preguntó Juan el Indiano.

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Juan el labrador miró perplejo, primero al amo y uego al criado : las mugeres los miraban tambien con esa curiosidad que no siempre es sencilla, sino impertinente : los niños devoraban con la vista á aquel indio , mezcla extraña de barbarie y civilizacion. -Pues soy Juan Cruz, dijo al fin el Indiano . -Ah! Juan Cruz! Y Juan el labrador, acabando de reconocerle, se echó en sus brazos. -Siempre amigos, añadió, desde hasta el último dia. Juan el Indiano correspondió friamente . -¿Con que vienes de las Indias? 1 -De las mismas Indias . -Traerás mucho oro : dicen que allí se coge com.o la yerba. Una nube de tristeza volvió á cubrir el semblante del Indiano ; pero la dominó la ruin vanidad . -Mucho traigo, dijo con voz sorda : casi un cuento. -Alabado sea Dios ! exclamó la anciana santiguándose. ¿Y este es Juan , el hijo del rosariero? Pues si salió de aquí sin zapatos! -Pero ha estado en las Indias , madre, observó la muger de Juan el labrador. -En fin, dijo este, que se quedó algo suspenso al oir lo del cuento ; si vienes á mi caza hallarás buena voluntad , y á falta de ducados, caras de pascua. Yo no he medrado tanto como tú, ni he ido tampoco á las Indias ; pero... aunque pobre, me casé (y Juan el labrador miró con amor á su muger) , y he hecho crecer la hacienda , y traido á mi suegra, y aquí estamos todos , tan felices que no nos cambiamos por el Preste Juan. Eso sí, al rayar el alba ya estoy en la pieza; pero ya verás qué pieza ! ¡ La mejor del concejo ! Cerca de un mes pasó Juanfel Indiano en la Casa-

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Blanca, y como tuviese que hacer dos viajes, uno á Lago y otro á Avila, ó á Valladolid , que en esto no anda segura mi historia, confió á Juan el labrador su plan , que era irse á la villa, en cuyo corregimiento tenía una escribanía, y á cuyo efecto acababa de comprar la antigua casa de los señores de Lago . Juan el labrador le dijo que sentia esta resolucion, y mas que se hubiese hecho escribano sin necesitarlo: que con lo que trajese debiera haberse fijado en la aldea, que era al cabo la de sus padres, ó en Lago si la aldea le venía estrecha : que de todos modos, podia hacer una gran labor, con la que ganase él, que era rico, y mas el señorío, que era pobre, y diese de comer á muchos, recibiendo en cambio mil bendiciones. Juan el Indiano oyó todo este discurso, y se encogió de hombros. -A la buena de Dios , dijo Juan el labrador. Lo que no hemos de comer, dejémoslo cocer, y sobre todo , como dice la abuela, mas sabe el loco en su casa que el cuerdo en la agena. Juan el labrador enseñó á Juan el Indiano la Casa Blanca, su huerta, y su heredad , que labraba con inteligencia, y que realmente , para la calidad del terreno estaba magnífica ; y ocurrió una cosa singular, y fué, que en vez de envidiar el labrador al Indiano , como este es peraba, el Indiano envidió al labrador . Este debia tɔda su fortuna su labranza, al trabajo honrado , que templa y aleja las malas pasiones, que moraliza , que enãoblece, que son las verdaderas Indias : tenía una muger que le adoraba , tenía hijos que ya le acompañaban, aliviándole, y lo que valia mas que todo esto, ¡ tenía la paz del alma ! Era precisamente lo que faltaba al In liano, á quien hacia mal aquella felicidad tranquila y risueña. La natural perversidad de mi héroe no habia sido com-

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batida ó moderada por la educacion, y sus instintos brutales le perseguian hasta en el retiro de la aldea : el aventurero , el contrabandista , el mayoral y verdugo de los mitayos, el asesino de la muger de Aymara , el envenenador de Gatica, el rico improvisado se ahogaba en aquella atmósfera y no podia aspirar el aire puro de la Casa-Blanca . A veces, al ver desde su ventana á la muger de Juan que trabajaba en la huerta , á su madre que hilaba lentamente bajo la higuera , y á los niños que jugaban con el perro, Juan el Indiano sentia una emocion indefinible , y una lágrima abrasaba su megilla : tanto es el ascendiente de la virtud! Pero ya era tarde para que en D. Juan labrara este ejemplo : su mala naturaleza estaba robustecida con el poder del hábito , y ahora , como por una expiacion providencial, le perdia y precipitaba el oro que traia de las Indias. Siendo pobre , acaso hubiese llorado sobre sus crímenes-porque cuando el mundo ncs abandora, nos recoge Dios, y se hace el milagro, -y Juan Cruz entonces se hubiera creido feliz con ser el último de los tristes leñadores de la aldea; pero tenía cuarenta ó cincuenta , ó sesenta mil pesos, ¿y cómo habia de volver á una vida de penitencia y de pobreza?... ¿Y su historia? ¿Y sus crímenes? ¿Y aquel indio que le seguia , como una sombra , por no decir como un remordimiento? Además (se decia D. Juan) , no podia alcanzarse con dinero aquella dicha de la Casa-Blanca que le arrancaba lágrimas? El movimiento uniformemente acelerado de las pasiones se precipita por la pendiente del crímen , y una vez colocado en esta pendiente vertiginosa , nada podia contener á D. Juan. Una tarde, á la puesta del Sol, contemplaba D. Juan el Indiano aquel cuadro de felicidad , cuando entró en

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su cuarto la muger de Juan el labrador. El Indiano volvió la cabeza , y la hermosa aldeana, despues de saluderle alegremente, se dirigió á un arca grande en que guardaba la ropa blanca. Sobre el arca estaba la maleta de D. Juan. La muger la levantó y apartó con trabajo. -Diablo de D. Juar, dijo la mujer, que no se avenia á llamar Juan á secas á un señor tan poderoso como D. Juan. ¡ Quién tuviera la mitad de lo que hay aquí dentro! Dilatóse el rostro de D. Juan, y se inflamaron sus ojcs. -Tú lo quieres! exclamó acercándose. Huye conmigo á Avila, á Valladolid , á la Córte, á las mismas Indias , y todo es tuyo . La aldeana le miró sorprendida y confusa, y bajó los ojos con pudor. La voz de Juan el labrador vino á sacarla de aquel paso difícil: la muger voló al lado de su marido, y el Indiano frunció las cejas, y volvió á su ventana sombrío y taciturno. A la mañana siguiente barria la aurora las estrellas, y salía con su compañera el alba , alegrando el aire, enfriando el agua y humedeciendo la tierra, y luego tras ella el Sol, dorando cumbres (como dijo el poeta) y rizando montes: Juan el labrador penetró en aquel instante en el aposento de Juan el Indiano, apoyó en el suelo un arcabuz que llevaba, y se cruzó de brazos sobre la boca del cañon . -Juan Cruz , dijo : he velado toda la noche para que no roben la Casa -Blanca. Tú y tu dinero sois aquí un peligro, Juan. La Casa Blanca no tiene defensa contra los ladrones : pudieras tú perder tu dinero, y yo algo que vale mas.

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Juan Cruz, al entrar su amigo, se habia sentado en la cama . -¿Qué puedes perder tú? preguntó con desden. -La honra, Juan. Y el bravo labrador acarició su arcabuz y miró al Indiano de una manera amenazadora. -Vete con tu dinero , y todos viviremos en paz , yo en la aldea y tú en Lago. Las caballerías estaban ya ensilladas y listas delante de la Casa- Blanca, y el Indiano , antes de que el Sol sacase la cabeza por detrás de las doradas cumbres del Guadarrama, abandonó la aldea y tomó la vuelta de Lago. Allí le atraia, como un abismo, su propia fortuna .

CAPITULO III.

Una gota de sangre.

Cuand D. Juan el Indiano salió de la botillería de Lago , preocupado con la noticia que acababa de darle el botillero, dirigióse casa del alcalde Antonio Adaja, y este, al saber por boca de D. Juan que el verdugo de Avila se habia fugado, negociando con los hidalgos el tanto de la ejecucion , dictó auto mandando que, sin perjuicio de proceder á lo que hubiera lugar respecto del ejecutor y sus cómplices, se llevase á efecto la ejecucion de D. Jorge de Francia, reo de muerte, compeliendo á este servicio á Aymara, siervo de D. Juan Cruz, de raza indio, y vil por su estado y por su raza.` Con este auto D. Juan corrió á su quinta, se encerró en su aposento, y abriendo la ventana del jardin, llamó al indio. Aymara estaba sentado al Sol, con las piernas cruzadas , y preparaba en aquel instante, aprovechando la materia textil de plantas diversas , los hi-

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los necesarios para fabricar una red : el indio juntaba las hebras en un haz, las separaba luego dos á dos, las cogia con destreza entre el pulgar y el índice, y las retorcia sobre las piernas, industria que probablemente aprendió de su madre, hábil, como todas las indias de aquella falda oriental de los Andes, en la preparacion de la palmera, mauritia flexuosa. Aymara oyó la voz de su amo, y poniendo á un lado las hojas y raices , que tenía delante, alzó lentamente la cabeza , miró con indiferencia al Indiano, y despues , clavando la vista en el suelo, empezó á trazar figuras en la arena con un palo redondo, de que se servia para tejer la red . D. Juan calló , y siguió con la vista los dibujos del indio. Para D. Juan, el indio Aymara , á quien Adaja llamaba siervo, y calificaba de vil, era algo mas que un criado y que un compañero, era su cómplice, y por este lado superior á él , porque para Aymara el tiempo borraba el delito, y para D. Juan todo pendia del silencio del indio , de lapalabra jurada al crímen . Aymara acabó tranquilamente aquel extraño jeroglífico, borróle en seguida, y poniéndose en pié de un salto, arrojó el palo de que se habia servido, y elevó los ojos al cielo. -¿Qué hacías? preguntó D. Juan al ver al indio en su aposento. Aymara respondió tristemente: -Escribia en la arena : la muger blanca ha muerto como la muger roja. El Indiano se estremeció como se estremecia siempre que el indio recordaba la muerte de su madre : aunque duro y avezado al crímen , aquella voz acusadora le aterraba: atento al proceso de D. Jorge de Francia,

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D. Juan habia olvidado a su indio, á quien ni habia visto despues que declaró en la sumaria ; el indio , en cambio, le observaba continuamente desde la noche de la Vírgen, en que reconoció con sorpresa el cadáver de doña Isabel de Cilia. Al reparar ahora en el tono y las palabras de Aymara, D. Juan se inmutó; pero dominando aquella impresion , dijo bruscamente : -A tu madre la asesinaron , y á tu padre le ahorcaron. Aymara miró con estupor á D. Juan , que levantándose y aproximándose al indio, añadió: —Le ahorcaron en Lima, por rebelde , hace ya veinte nieves; pero aun no se ha secado la sangre ... Tú no te acuerdas de esto, eras un niño , y por eso hablas siempre de vengar á la muger, y nunca al guerrero….. Aymara dejó escapar un quejido . D. Juan continuó: -Hoy ajustician á un hombre en Lago, y puedes vengarte. Adaja dice que nadie en Lago maneja la cla• va y el hacha con mas destreza que tú. ¿Qué aguardas? Tiemblas como una mugerzuela . Aymara estaba convulso. -Tus hermanos se matan en la Paz, y Aymara, el hijo del rebelde, tiembla ! Eres un cobarde . Aymara entonces dió un aullido salvage y quiso abalanzarse á su antiguo mayoral que le fascinaba. El Indiano le alargó el papel del alcalde. -Anda, dijo: Adaja te aguarda allá abajo. Aymara se precipitó como una flera herida fuera del aposento, y al poco tiempo D. Juan, puesto en la ventana, le vió alejarse armado de su hacha . La venganza ciega de tal manera á algunos hombrés, que no retroceden ni aun á la vista del cadalso. Mas de una hora pasó D. Juan en el terrado de su casa,

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mirando hacia la pradera, donde á pesar de la niebla que cubria la villa y el campo , distinguia á la multitud, agitándose como una masa informe , y á lo lejos el tablado y el tajo. D. Juan temblaba á la vista del cadalso; pero era de cólera: aun estaba bajo la reaccion del dolor que le causó el triunfo fácil de su rival, y el dolor de los zelos, que se escondia y alimentaba en su alma, como un gusano roedor, le hacía anhelar la muerte del caballero. D. Juan, impaciente, clavaba las uñas en el granito de la balaustrada hasta ensangrentarse las manos, y miraba con inquietud hacia la puerta de la Villa: luego se paseaba por la plataforma á grandes pasos ; luego volvia á mirar... La luz blanca y pura del Sol , rasgando la niebla, vino á iluminar aquella escena, as horrible para el Indiano que para el pueblo bárbaro que acudia á presenciar el espectáculo de la justicia. El Indiano no vió la cruz del Cármen, ni la cofradía, ni el cabildo, ni al alcalde y los corchetes, cuando todo esto entró en la pradera; solo vió á D. Jorge de Francia á quien seguia y espiaba, penetrando con su vista á través del negro capuz. Por intervalos llegaba hasta el terrado la voz aguda del pregonero, que vibraba en los aires . El caballero subió al tablado, y cuando se despojó de aquella vestidura que debia á su nobleza , un espasmo doloroso recorrió el cuerpo del Indiano . Se acercaba el fin de su venganza. Ya no habia salvacion!... El jóven iba á morir á manos del viejo: el Indiano triunfaba tambien! En aquella crísis suprema del rencor, en aquel instante solemne, el Indiano creyó que la cara de la multitud se volvia hácia él, y se echó para que no sorpren¬ dieran su feroz complacencia. En esta posicion y fijos los ojos en el eadalso, no perdia ninguno de los movi-

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mientos del caballero, y á la vez que al caballero mi• raba al fraile, y al indio, y cada momente que pasaba le parecia una eternidad : su corazon latia con violencia, su respiracion se precipitaba, se erizaban sus cabellos, volvíase cárdeno el color enrojecido de su semblante... Aymara levantó el hacha sobre la cabeza de D. Jorge ' de Francia... -Ahora! gritó él Indiano; y al propio tiempo sintió una sensacion extraña, como si le hubiera salpicado el rostro la sangre de su víctima. D. Juan quiso cubrirse con las manos, y cayó. La accesion habia sido tan violenta que la venganza (como dijo el filósofo ) se cdstigaba á sí misma. D. Juan el Indiano siguió algun tiempo como muerto, echando espumarajo por la boca... -Ya está vengado el guerrero , exclamó Aymara asomando la cabeza al terrado. Era la tercera vez que el indio hablaba con aquel tono desde la noche en que murió doña Isabel de Cilia , y por tercera vez tembló el Indiano. Al abrir los ojos y reconocer al indio, don Juan se puso en pié . -¡Heriste bien? preguntó . El indio alzó y dejó caer el hacha, que aun sudaba sangre. D. Juan bajó los ojos , fascinado ahora por el indio, y al bajarlos vió una mancha roja en su propia mano, la mancha de sangre que descubrió en la cárcel D. Jorge de Francia, la mancha que penetró en su piel árida al sepultar su daga en la hermosa garganta de doña Isabel, la mancha del crímen! -Me has manchado , dijo. Aymara, por toda respuesta, soltó una carcajada atroz, y volvió á poner el hacha en su cinturon. El Indiano descendió á su aposento con agitacion, y se lavó

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una, y dos, y tres veces; pero la mancha roja no desapareció. Entonces llamó á Aymara yle mostró la mano . -Me has manchado, repitió . Aymara se rió como antes, atrozmente , porque él no acertaba á ver aquella mancha fantástica , que solo se delineaba como una gota de sangre, de sangre fresca, para el Indiano . -Busca yerbas, añadió este trémulo, y bórrala ; y si hay maleficio, arranca el maleficio de mi carne. Aymara bajó al jardin y volvió al cabo de una hora, y entre tanto D. Juan se lavó una , y dos y tres veces más aquella mano maldita; pero sin purificarla nunca! Aymara se la hizo extender, la frotó con unas yerbas machacadas, y aulló, y cantó, y bailé alrededor ; pero la mano se tornó mas blanca que la cera, y mas roja y mas fresca la gota de sangre. -Bárbaro, me has hechizado! gritó D. Juan empujando al indio. El indio siguió ríéndose con sarcasmo, miró al Indiano con desprecio, y se marchó resueltamente al jardin á fabricar su red . -Es débil (se decia bajando la rampa) , débil como una vieja. En seguida se puso á cantar en lengua aymara. El Indiano oia aquel canto fúnebre, y se retorcia en su lecho con violenta desesperacion . Presa ya de la fiebre, D. Juan empezaba á ver en torno suyo visiones extrañas y terribles. Poco á poco la pared que tenía enfrente se trasforformaba en un muro inmenso , sin principio , sin fin, cercado por todos lados de tinieblas. Y el muro era frio como el jaspe, y blanco como el jaspe, y brillante como el jaspe en su centro D. Juan veia la gota de sangre que deslumbraba con sus rayos rojos . D. Juan queria

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huir; pero sus manos y su frente chocaban contra aquel muro, que gemia, que palpitabs, que suspiraba, que producia el vértigo. D. Juan, horrorizado, retrocedia, y volvia los ojos atrás, y ya no veia el muro de jaspe; pero á sus mismos piés veia la cabeza de D. Jorge de Francia, que le miraba de hite en hito ; y mas allá á doña Isabel de Cilia, exánime, que le miraba de hito en hito; y mas allá , á lo lejos , á través de un mar hirviente, sobre un lecho blanco , el cuerpo de un hombre, lleno de manchas lívidas, que le miraba; y mas allá , en una celda pobre, á una pobre india, y sobre el cadáver de la pobre india , á Aymara, que le miraba, y alargaba el brazo , y le atenazaba ... D. Juan, mas horrorizado que antes, tornaba á mirar adelante y á andar, y á chocar siempre contra el muro formidable ... El Indiano no pudo resistir esta vision , y se incorporó con espanto : entonces oyó un ruido acompasado y monótono, como si aquella sangre que turbaba su vista cayera gota á gota en el suelo. El Indiano escuchó algun tiempo , y por fin percibió distintamente la voz de Aymara que cantaba en el jardin . El ensueño se desvanecia, y el Indiano volvia á tocar la realidad , que era peor que el ensueño . Aquel ensueño era su vida, con todos sus recuerdos, con toda su desesperacion. Doña Isabel de Cilia se habia llevado su última esperanza ; con la muerte de doña Isabel y de D. Jorge el horizonte de la vida se acababa para el Indiano, y se levantaba en su camino aquel muro invencible que le cerraba el paso. No habia mas allá: D. Juan estaba condenado á retroceder, y á vivir eternamente con sus crímenes, con sus recuerdos, con sus remordimientos , con aquella gota de sangre que le marcaba, le estigmatizaba, y le vendia á la justicia. Porque

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la mancha roja estaba allí, siempre fresca : él la sentia, la veia, el mundo entero podia verla como él : toda el agua de la tierra y del cielo no hubiera bastado para lavarla! Cada vez que el Indiano metia la mano en el agua, la mancha se extendia mas, y la sangre se enrojecia y refrescaba mas. El Indiano saltó del lecho , miró á la luz del crepúscule aquella mancha infernal, cerró los ojos con horror, y por última vez sumergió la mano en el agua : así permaneció largo tiempo . A veces sus lábios se agitaban con un movimiento rápido y desigual. D. Juan rezaba! 1 En este estado sonaron hasta siete campanadas en el relox del Cármen, y la gran campana de la colegiata del Angel tocó el toque triste del Ave-María. Nunca los bronces habian resonado de aquella manera en el alma del Indiano , que quedó como arrobado. D. Juan sacó la mano del agua, la enjugó ¡ sin mirarla! y luego , todo trémulo , caló el sombrero , se rebozó en su capa larga, y saliendo de su casa , se encaminó precipitadamente á la villa. En la pradera bailaban todavía algunos villanos de fuera de Lago que habian acudido aquella mañana para gozar de la ejecucion de D. Jorge de Francia. D. Juan , sin reparar en ellos , siguió bácia la puerta del Sur, entró en el pueblo, atravesó la plazuela del Angel , y empujó la puerta entornada de la Iglesia Mayor. Todo esto lo hizo D. Juan maquina'mente, impulsado por una fuerza misteriosa ; pero en aquel instante, antes de penetrar en el templo, se recobró , y miró con recelo á un lado y otro de la calle, como si fuese á cometer algun delito. La Iglesia estaba solitaria y oscura. D. Juan avanzó por una de las naves laterales : el eco de sus propios pa-

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sos, resonando bajo la bóveda, le hacía temblar, y mas de una vez volvió la cabeza creyendo que le seguian: una de estas veces , se detuvo y dobló la rodilla ; pero no llegó á hincarse. A la luz vacilante de la lámpara que colgaba en el centro de la nave mayor, vió moverse una sombra que se dirigia hácia él. D. Juan se ocultó rápidamente detrás de uno de los machones que dividian la nave mayor de las laterales , y que por ser de construccion gótica estaban revestidos de grupos de columnas delgadas , desde el zócalo á los capiteles. La sombra siguió aproximándose hasta pasar rozando con D. Juan, y este reconoció á una muger, con el pelo blanco, venerable, tanto por su ancianidad , cuanto por el dolor que se descubria á través del velo de su manto negro. Así que la perdió de vista, D. Juan se dirigió á pasos largos al punto donde la habia visto rezar y levantarse, inclinóse sobre su losa fria casi hasta pegar sus ojos contra ella, y leyó: Aquí yace doña Isabel de Cilia, natural de Palma de Mallorca . Murió á los veinte años de edad, el 8 de setiembre de 1781.— R. I. P. Estos caractéres parecian rojos , de color de sangre , á la luz de la lámpara que los alumbraba. El Indiano , al descifrarlos , quedó como petrificado sobre la losa funeraria. -¡Dios mio ! quiso decir ... pero bajo la bóveda del templo resonó una carcajada que le heló la sangre en las venas. Era Aymara que, al sentirle salir, le habia seguido hasta la Iglesia . ¡ Maldicion ! dijo D. Juan.

CAPITULO IV.

Muerte У entierro de Aymara,

El Indiano cayó en una lóbrega melancolía . El terror que se apoderó de su alma el dia de la ejecucion de D. Jorge de Francia, mudóse luego en una tristeza mortal. Ha dicho Tissot en un libro famoso que de todas las tristezas la mas espantesa es la del remordimiento, que tácitamente consume y mata ; y el Indiano a poco le iba metiendo padecia de esta tristeza que poco á el puñal en el seno . Como sucede generalmente en esta clase de afecciones, despues del miedo violento ó de la aecesion que le acometió en aquel dia fatal , no le quedaba otro sentimiento de su existencia que el disgusto de existir ; y ¡ extraña contradiccion ! aborreciendo la vida, D. Juan trataba de rescatarla aun á precio de su fortuna . « Mi fortuna consagrada toda á buenas obras , abandonada pedazo á pedazo á la caridad , á la beneficencia,

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á la Iglesia, me devolverá la calma y la salud! ¡ Qué diablo! se deeia D. Juan. Para algo me ha de servir tanto dinero!» Y D. Juan, á la vez que así hablaba , hacía cuantiosas limosnas al coadjutor del Cármen , y dotaba á las huérfanas pobres de Lago , y mandaba trazar planos para una capilla que bajo la advocacion de SANTA ISABEL se construiria mas adelante y con la voluntad de Dios en lo alto del Cerro, á espaldas del cementerio. Pero aquí abajo hay leyes morales, como hay leyes fisicas, que el hombre jamás quebranta impunemente, y cuyos efectos lógicos é inevitables son señales de la intervencion permanente de la Providencia en el mundo. D. Juan queria alejar sus dolores, y comprar, á cambio de su fortuna, la salud del alma, y con ella la del cuerpo, y sus mismos esfuerzos para alcanzarlo recrudecian sus males, evocando, como fantasmas, las imágenes de sus víctimas . D. Juan hubiese querido abrir su pecho y pedir consuelo á la religion; pero ya era tarde para el arrepentimiento ; su vida además dependia de su silencio, y don Juan, que aborrecia la vida , tería miedo á la muerte. D. Juan hubiese querido entregarse á la oracion, ese rocío que reverdece el alma de los desdichedos ; pero sus lábios impuros solo encontraban maldiciones. D. Juan hubiese querido llorar; mas de sus ojos secos no podia arrancar una lágrima. Y D. Juan, triste, mortalmente triste, melancólico , vigilante siempre, como si le amenazase algun peligro desconocide , enflaquecia á la vista de las gentes, se consumia, se moria: al terminar el año corriente de 1781 nadie le hubiera creido el mismo hombre; tres meses habian bastado para minar y destruir aquella naturaleza de bronce .

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· Los vecinos de Lago, al verle pálido , demacrado, cadavérico, al verle huir de la sociedad que antes frecuentaba, y entregarse á obras de piedad y de misericordia , achacaban estas novedades, tristes ó alegres , á la pérdida, irreparable para el pobre viejo, de la hermosa doña Isabel de Cilia , y admiraban aquel dolor sublime, y aquella virtud sobrehumana, y aquel sentimiento religioso, por no decir místico, del fundador de SANTA ISABEL , que le hacía pasar á los ojos de muchos en opinion de santo . Habia en Lago personas tan sencillas que , al sorprenderle en sus soledades , se acercaban para besar su mano, y hubiesen dado media fortuna por poseer un pedazo de sus vestidos . D. Juan rechazaba estas demostraciones; pero á veces no podia impedirlas , y las recibia con los ojos clavados en tierra , maravillando á los tontos y á los devotos con su humildad . El señor coadjutor y el mismo señor magistral , gran teólogo , en sendos sermones que predicaron con motivo de la fiesta de Todos los Santos , aludieron á D. Juan poniéndole como ejemplo á sus feligreses . Ninguno, en fin , dudaba del Indiano , ni el mismo fraile que recogió la confesion de D. Jorge de Francia á las puertas del sepulcro, ni tampoco el noble D. García de Amblés que casi llegó á creer en la inocencia de su amigo, olvidado ya en el mes de diciembre por los hidalgos de la botillería . ¿Qué tenía, pues , que temer el rico , el opulento, el popular Indiano? Nada sino su propia conciencia ; mas esta le trituraba las entrañas, perseguíale dia y noche , le hería en la sombra sin dejarle defensa , le despedazaba y devoraba como un enemigo bárbaro y cruel. Quien hubiese espiado al Indiano en aquellas largas noches de invierno , le habria visto sentado en la cama, con los ojos desencajados y 8

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fljos en aquella gota de sangre que le penetraba en la mano como un hierro ardiente , y le producia la ansiedad del insomnio, y el calor y el frio de la fiebre. Otro enemigo le perseguia , su cómplice y su víctima, Aymara; pero Aymara se eclipsaba y borraba completamente entre las sombras que envolvian el alma del Indiano. No era Aymara por su trage el indio de los llanos y de las selvas: no llevaba la perla pendiente de lanariz, las orejas recortadas, los collares de mariscos, el copete de cabellos en la coronilla de la cabeza , como los indios del Norte; ni el rostro y el cuerpo abigarrado, como los insulares del Pacífico ; ni el tccado y los braceletes de plumas de brillantes colores , ni el guayouco ni la pintura del anotto usada por sus hermanos ; solo recordaban su origen el color de su piel y la forma de su túnica de algodon, ceñida con un cinturon de la misma tela ó de euero. Tenía en cambio Aymara gran astucia, que es la fuerza del indio , y paciencia, su virtud predilecta ; y desde que en la noche de la Vírgen, tan memorable en Lago , reconoció y examinó , por un azar del destino, la herida de doña Isabel de Cilia , rebelábase contra el matador de la muger blanca, que le traia á la memoria la muerte misteriosa de la mujer roja, y una sospecha atormentaba su alma salvage, tan llena del recuerdo y Idel amor de su madre. Con esta sospecha invencible, Aymara espiaba al Indiano en la soledad de su casa, y le seguia á todas partes , por las calles y por los campos de Lago, á lo largo de la alameda y á lo largo del rio, á través del páramo y de la vega; y los que veian de lejes al indio, como una sombra, sin jamás perder de vista á su amo y señor, no dejaban de admirar y alabar aquella rara fidelidad . Dos personas servian al Indiano, una muger, Lucía, y el indio; pero solo el indio observaba hora

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por hora la enfermedad desconocida de D. Juan, y se pasaba noches enteras echado á la puerta del aposento, acechando los ensueños y los terrores del malvado. Los frios rigurosos que aquel año se dejaron sentir como nunca en Leon y Castilla agravaban el estado del enfermo, y hacia los últimos dias de diciembre el indio notó en la enfermedad progresos alarmantes . Las noches eran eternas, y el Indiano las pasaba en contínua vigilia: el sueño , cuando le cogia , mas bien era una angustia, una congoja, una pesadilla , con la cual el Indiano gemia, sollozaba interiormente, se revolvia en el lecho, y estallaba al fin, despertándose sobresaltado : aproximaba entonces con ciega y torpe mano su lámpara, y miraba con fascinacion la mancha roja que le taladraba , y crecia, y crecia siempre para él como las manchas del leproso . D. Juan se dejaba caer en la cama con violencia, murmurando una blasfemia, y el indio, que veia todo esto desde el umbral de la puerta , enseñaba sus dientes blancos, como los copos de la nieve , y so reia silenciosamente. YaAymara no se compadecia nunca de aquellos dolores, y la afeccion que antes le errastraba al Indiano , desde que este le ayudó á vengarse ds Gatica y huir de Potosí , mudábase , sin que el indio acertara á explicárselo, en un ódio prefando , y fatal como el destino de aquellos dos hombres , tan diversos, que rodaban juntos al abismo. Aymara se reia silenciosamente en la oscuridad ; pero delante de D. Juan, ya preocupado con el indio, y receloso, y á veces amenazador, disimulaba con la hipocresía de un hombre civilizado, sin perder por eso coyuntura para confirmar , antes de herir, su terrible sospecha. La última noche del año de 1781 cayó en Lago una helada tan horrible que los naturales todavía hablaban

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de ella veinte años despues cuando el asalto y saco de la villa por los franceses. D. Juan el Indiano no pudo dor- • mir aquella noche (pero esta vez fué de frio) hasta poco antes de la aurora, y al punto empezó á soñar: D. Juan soñaba á voces , y el indio escuchaba... En medio de aquel ensueño, D. Juan pronunció una ó dos palabras en lengua aymara, y el indio creyó oir el nombre de su madre, acompañado de un sollozo y de un golpe . De un solo salto, y como movido por un resorte, púsose Aymara á la cabecera de D. Juan, que en aquel instante levantaba el brazo y cerraba el puño . -Los muertos no hablan , dijo dejando caer el brazo con furia, y D. Juan , convulso , lanzó una exclamacion, y alzó la cabeza y medio cuerpo , apoyando una mano en la almohada: sus ojos se encontraron con los ojos del indio, que arrojaban fuego. D. Juan, como si aun fuese juguete de su pesadilla , extendió la mano para rechazar aquel fantasma. --¡Perdon! murmuró. · -¡Ah! gritó el indio. ¡Fuiste tú! D. Juan, al oir este grito, se arrojó de la cama. Aymara corrió á la sala inmediata , donde se veia confusaidente el estrado, y sobre él , en el paño de la pared de fondo, algunas armas dispuestas y colocadas á manera de trofeo . Cuando volvió, el Indiano estaba ya medio vestido y en pié en el umbral de la alcoba: al ver á Aymara con una espada en la mano, D. Juan conoció al punto todo el peligro y tembló ; pero, despertándose súbitamente los instintos de su fiera naturaleza , con el vaJor ó la perversidad del crímen, que para aquel hombre era un hábito, avanzó con los puños crispados. -Aymara, dijo: eres vil , y no sabes manejar la espaca . Vas á morir!

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Aymara levantó el arma como una maza y descargó un golpe. D. Juan, el mayoral de indios mitayos , con una sangre fria admirable, se ladeó , y luego se agachó , y metiéndose debajo del acero , se agarró cuerpo á cuerpo con Aymara: este cortó el aire con la espada, y obligado á agarrarse con D. Juan , la dejó escapar. La espada chocó contra una mesa de taracea con gran estrépito, y al propio tiempo empezó una lucha terrible entre el indio y el Indiano . El Indiano se aprovechó del primer momento para apretar el cuerpo débil del indio entro sus brazos : aunque debilitado por el insomnio y la flebre, D. Juan se sintió en aquel momento con una fuerza prodigiosa , que hizo gemir al indio , doblarse y derrumbarse ; D. Juan cayó sobre él, púsole una rodilla en el pecho, y le echó las manos al cuello . Aymara miró á D. Juan este sorprendió aquella mirada odiosa , rencorosa, implacable, y apretó sus rodillas que ahogaban al indio , y sus manos y sus uñas lívidas que, como tenazas de hierro , lo extrangulaban . Cuando D. Juan soltó su presa y se enderezó , el indio estaba rígido, con los párpados abiertos y las pupilas inmóviles. D. Juan dió con el pié al cuerpo del indio , que se volvió al impulso , y quedó con la cara contra el suelo, arrojando por la boca una baba de sangre . Estaba muerto! -Un crímen mas! dijo D. Juan tiritando de frio y mirando el cadáver con horror. Luego añadió mentalmente : - - Él ó yo . Fatal ensueño ! En aquel instanta dieron golpes en la puerta del estrado , y D. Juan echó ‚ su capa sobre el cuerpo de Aymara. -¿Quién vá? preguntó con acento de pavor ó de desesperacion. -Soy yo, Lucía, respondió una voz temblona de la

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parte de afuera. ¡ Llamaba vuestra merced ? He oido muchos golpes. -Llamaba á Aymara , tartamudeó D. Juan al cabo de un momento ; y aproximándose poco á poco hasta la puerta de la sala, dijo de una manera mas inteligible: El indio sale para Avila al rayar el alba. Tú puedes volverte á la cama. D. Juan escuchó y sintió alejarse á Lucía : cerca de media hora pasó en esta actitud , siguiendo como un estúpido las oscilaciones de un relox de péndola. Luego empujó la puerta y bajó sobre las puntas de los piés hasta el cuarto de Lucía, entregada á un sueño apacible. El Indiano oyó la respiracion tranquila de esta muger, y cuando no le quedó duda de que dormia, tomó por un largo pasadizo que conducia á una trox, entró en ella, buscó un saco de lienzo , y subió con el saco á su aposento: al tropezar con el cuerpo del indio dió un paso atrás; pero, resuelto al fin, trató de levantarle y enfundarle ; cuando estuvo lleno el saco, le ató y salió del aposento abrazado con él. Despues de acomodarle en el zaguan en un banco de piedra , volvió á subir por la lámpara , y al pasar delante del cuarto de Lucía, por segunda vez aplicó el oido al escudo ruginoso de la puerta la muger seguia durmiendo. Entonces D. Juan abrió suavemente la puerta de la casa, como pudo cargó con el saco, y con paso lento y vacilante emprendió su viage á través de la pradera de la villa con direccion al lago . Aun era de noche : el frio entumecia el cuerpo del Indiano y le pasaba los huesos . En la situacion moral en que desde hacía algun tiempo se encontraba D. Juan, ningun poder humano, ninguna justicia podia inventar una pena mas cruel, un suplicio mas horrible que aquel viaje nocturno al lago

119 EL INDIANO . 1 de la muerte. Iba D. Juan con el cuerpo doblado bajo el peso de su carga, con el alma mas dislocada que su cuerpo, y á veces una lágrima ardiente, amarga , como las lágrimas del condenado, se mezclaba con la sangre que manaba del saco, y le anegaba. Así iba D. Juan, el rico Indiano, el hombre respetado de los hombres y maldito de Dios , á quien la justicia del mundo absolvia, y el mundo colmaba de dones , y á quien la justicia del cielo heria y aniquilaba en medio del silencio y la oscuridad de la noche. D. Juan caminaba siempre, y aquel D. Juan, envidiado por todos cuando el Sol alumbraba sus riquezas , á solas con su conciencia en la noche oscura, horrorizaba , y los vecinos de Lago le hubiesen llorado ó apedreado al verle caminar y romper las tinieblas, encorvado por la carga del crímen. Antes de llegar á la orilla del lago , que se distinguia al pié del cementerio como una mancha negra , D. Juan cansado, paró y puso el saco en tierra : flaquearon sus rodillas, turbóse su vista, y se sentó encima del saco. D. Juan apoyó su frente en las manos como para contener la razon que se escapaba de su alma , y su pensamiento voló sobre los abismos de su destino , y halló al fin que aquel destino no era fatal, porque nada hay fatal en la vida humana , sine preparado y labrado por sus propias manos. D. Juan, hijo de un pobre rosariero, abandonado , vagabundo , sabia que el único camino de fortuna era el trabajo, lento , doloroso, perdurable, y habia preferido el crímen para enriquecerse repentinamente. D. Juan se juzgaba, se condenaba como juez inexorable, y sin embargo, al fin de esta sentencia encontraba la duda que se burlaba de su justicia. El nacimiento, la educacion, el ejemplo; todo le habia faltado: el nacimiento hubiese hecho de D. Juan un hombre

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de honor como D. García de Amblés; la educacion y el ejemplo un hombre laborioso , como Juan el labrador, el amigo de su infancia ; sin nacimiento y sin educacion , fué solo juguete de sus necesidades , de sus pasiones, de sus vicios . ¿ Era esto la voluntad ó el destino?... Del fondo de su conciencia salia una voz que le respondia y acusaba: era la vez de Juan el labrador , brindándole con la vida del campo y los dulces placeres de la labranza. D. Juan se acordó de aquel amigo de su infancia, de aquella hermosa aldeana, de aquellos niños , del perro que jugaba con los niños y con la anciana que hilaba á la puerta de la Casa-Blanca : no pudiendo resistir estos recuerdos de felicidad , apartó violentamente deཝོ su frente que brotaba sudor friò, sus manos manchadas de la sangre de Aymara, y quiso levantar de nuevo el cuerpo muerto; pero el cuerpo del indio pesaba como si fuera de plomo, y no pudo cargarle: D. Juan cogió á Aymara por los piés y le arrastró por el suelo; á veces se paraba , á veces queria correr, tirando siempre del maldito saco. La cabeza del indio chocaba con las piedras, con los árboles, con todos los obstáculos del camino: al abrir el saco, á la orilla del lago, Aymara estaba horriblemente desfigurado . Ellago estaba helado por muchos puntos: D. Juan corrió como loco buscando donde arrojar el saco ; el tiempo corria tambien, y la aurora empezaba á blanquear la tierra y el agua. D. Juan, que sentia que las fuerzas le abandonaban y la tierra se hundia bajo sus piés, buscó precipitadamente dos piedras, las metió en el saco, y empujándole con el pié, le hizo rodar al fondo . El hielo frágil se rompió, y las aguas se abrieron y cerraron con un movimiento circular. Escuchó D. Juan un momento, y le pareció que el

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cuerpo caia siempre sin llegar jamás, y que del fondo del lago se exhalaban ayes, y gemidos, y gritos de agonía... Escuchó mas, y le pareció oir los ecos de aquellas trompetas que oia el parricida en torno del sepulcro de su madre... Escuchó mas, y le pareció oir su nombre. D. Juan miró al fondo del lago: el cementerio con sus túmulos, y sus cruces , y sus cipreses, y sus tapias nuevas y blancas , como un sudario , se reflejaba en el agua; 3 D. Juan vió el cementerio con las tumbas hácia abaio, y le pareció que las tumbas se abrian, y que de ellas salian los muertos, y le llamaban. Entonces huyó.

CAPITULO V.

La ciencia.

La del alba sería cuando D. Juan empezó á llamar con grandes voces á Lucía , y á dar golpes en la pared y en el suelo de su aposento. D. Juan acababa de ganar el lecho, y seguia dando Voces á Lucía; pero la muger no respondia á D. Juan, y este tuvo que levantarse, aunque la fiebre abrasaba sus entrañas, y salir á llamar á lo alto de la escalera. -Que me muero! gritaba el infeliz... Socorro, Lucía! -Allá voy! dijo por fin Lucía, acudiendo á las voces.¿Se vá Aymara? -Ya se ha ido! murmuró D. Juan. -Pero ¿qué es esto, señor? Aquí hay sangre! -Sangre! esclamó D. Juan clavando los ojos en el sitio que señulaba la mujer. Miróle esta con sorpresa, y al verle tan demudado, prorumpió en otra esclamaeion.

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—Sí, Lucía, dijo D. Juan : yo he sido . Tú me has heche levantar y arrojar esa sangre... Me siento morir!... Mira, Lucía: vete á buscar al médico; aun es tiempo . ¿Sabes? Al médico de Lago, y á esotro famoso que vie ne de Avila todas las Navidades. Anda presto ; pero no... no me dejes solo . Tengo miedo! -Y el diablo del indio que se ha ido ! exclamó Lucía con desconsuelo. -Pero vete tú misma , gritó D. Juan con ira asustando á la pobre mujer. Ya te he dicho que vayas tú . ¿Qué aguardas? El médico de Lago llegó antes que volviese Lucía , que tampoco tardó en entrar en el aposento con el famoso doctor de Avila; como se trataba de D. Juan Cruz , el Indiano de Lago, el doctor avulense corrió realmente, y el médico titular de la villa voló . -¿Qué es esto, señor D. Juan? preguntó este último . D. Juan, sin responder, sacó su mano descarnada, y le enseñó la mancha de sangre : el médico le tomó el pulso . D. Juan volvió á alargar la mano, haciendo un gesto de impaciencia, y á señalar aquella mancha de sangre, que ya no le parecia roja , sino negra , y que se extendia siempre como lepra , por el brazo y por todo el cuerpo: el médico de Lago reconoció la mano y el brazo y el cuerpo de D. Juan, y se encogió de hombros: don Juan se retorcia en su lecho . En este momento llegó el doctor de Avila, y á pesar de la postracion en que empezaba á caer D. Juan, y de la tenacidad con que sacaba la mano y señalaba aquella gota de sangre, el famoso doctor pudo interrogarle y examinarle minuciosamente . Díjole D. Juan que sentia como una sensacion de peso hacia el estómago, y un dolor sordo en el lado derecho, hácia los hipocondrios.

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—Es la mancha , añadió con dolor , la mancha de sangre que me penetra hasta las mismas telas del corazon . El doctor le calmó, y siguió el reconocimiento: tenía el enfermo la lengua verde , la piel árida, un calor mortificante, urente , y una ansiedad indefinible , que de cuando en cuando le obligaba á pedir á voces agua y aire : una tos seca le desgarraba el pecho, y apenas le dejaba respirar : el color del semblante, profundamente · alterado, parecia cobrizo, como el del indio . -¿Qué dice vuestra merced? preguntó el doctor de Avila al de Lago así que acabaron de reconocer á don Juan. -El enfermo, respondió el doctor de Lago sin vacilar, padece un aneurisma del corazon. Precisamente acabo de tener un caso igual á este : . los mismos síntomas. El doctor de Avila se sonrió con lástima, y tomando cierto aire de superioridad, se apoyó en un báculo que llevaba , ó junco de las Indias , con su remate de plata . -No, dijo : lo que padece D. Juan es una flegmasía del hígado, y es un caso raro por cierto atendida la ´estacion en que nos encontramos ; pero por lo mismo mas peligroso. Aquí el doctor de Avila hizo una pausa , y el de Lago aprovechó esta pausa para inclinarse con veneracion. -Hic est stupor mundi, decian los coetáneos de Alfonso avulense. Hic est , digo yo. —Sí (continuó el doctor de Avila sin perturbarse) : es una flegmasia aguda. Puede sobrevenir la supuracion, la gangrena, la muerte instantánea. D. Juan hizo un signo negativo, que disgustó al

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doctor, y sacando por tercera vez la mano maldita , señaló aquella gota de sangre que él veia, tocaba, y sentia crecer y difundirse por todo su cuerpo . -Empieza el delirio, observó el famoso doctor de Avila. El de Lago asintió , porque asentia fácilmente á todo y a todos, y en realidad tanto le importaba para el desempeño de su arte que el enfermo tuviese un aneurisma en el corazon como una flegmasia en el hígado: era un hombre de buen sentido. -Recetemos, dijo con galantería, ó mejor dicho, recete vuestra merced ; y el de Lago fué al bufete de don Juan, y alargó una pluma al de Avila . Este dispuso tres papeles con tres R. R. R. y tres prescripciones, recomendó la mayor quietud al enfermo, y salió triunfante con su compañero. Las visitas se repitieron por mañana , por tarde, por noche. El doctor de Avila agotó todos los recursos del noble arte de curar, y el de Lago, por hacer lo que me jor sabía, sangró al enfermo con consulta del gran maestro. El enfermo , sin embargo , empeoraba sin dar esperanza de salvacion. En Lago no se hablaba sino de esta terrible enfermedad de D. Juan : D. Juan era el paño de lágrimas de los pobres, de los huérfanos , de las doncellas de Lago ; todos querian á D. Juan, y todos estaban desolados los hidalgos preguntaban todos los dias por él: los devotos quemaban cera por él: el coadjutor cantaba con aplauso en el oficio solemne : Memento, Domine, famuli tui Joannis Crucis, cognomine Indiani ; y en aquella parte del cánon, donde dice: Cum famulo tuo Papa nostro, Antistite nostro et Rege nostro, añadia el coadjutor : Et Joanne vel Indiano nostro et emnibus Orthodoxis. D. Juan, sin embargo, se moria.

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A les tres dias de estas visitas y oraciones, el doctor de Avila no recetaba ya : sentado á la cabecera del enfermo, le observaba continuamente, en las horas de calma y de delirio, y le preguntaba, y espiaba sus palabras, sus exclamaciones y sus gestos, y procuraba por todos los medios humanos sondar aquel alma siempre conturbada . D. Juan á veces, cuando salia de su postracion, enseñaba al médico aquella mancha imaginaria, la terrible gota de sangre, y este era síntoma se guro de que se acercaba el delirio. -Esta sangre, decia D. Juan, cubre ya todo mi cuerpo. Mire vuestra merced cómo cubre mi cuerpo; y no es • mia, es de ella ; pero penetra , penetra , y envenera mi sangre, y la pudre. ¡ Qué sangre tan negra tenía doña Isabel ! Para sacar esta gota que es suya, hay que sacar toda mi sangre, toda, toda. ¡Y es una triste gota! -Una gota de sangre! gritó por fin el famoso doctor. ¿Y quién la echó ahí, D. Juan? D. Juan intentó levantar medio cuerpo , fijó sus ojos mates en los del doctor, cuya mirada glacial parecia leer en el fondo de su alma, y luego ocultó la cabeza entre las sábanas. -Señor D. Juan, dijo entonces el doctor con voz severa estamos perdiendo el tiempo ; la enfermedad que padece vuestra merced no se cura con nuestros remedios. Esta enfermedad solo puede tener un término... -La muerte! murmuró D. Juan con terror. ¡Y nada puede la ciencia contra la mu erte? -La ciencia es impotente, señor D. Juan. -Señor doctor : diez mil pesos vale à vuestra merced esta cura, dijo D. Juan cogiendo el brazo del doctor de Avila, que no respondió .

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-Cincuenta mil ducados, añadió D. Juan ; la mitad de mi fortuna. El doctor meneó la cabeza con desden. -Cien mil! exclamó el infeliz con acento desgarrador. Toda mi fortuna! Y D. Juan, aniquilado por aquel esfuerzo, soltó el brazo del médico y cayó desplomado sobre la almohada. -¡Todo mi tesoro! repetia , y devuélvame vuestra merced el aire, la salud , la vida. Viviré pobre, trabajaré en el campo, pediré de puerta en puerta , haré rosarios!... Pero, yo quiero vivir! Y don Juan, desvanecido, enajenado por el dolor, aterrado con la idea de la muerte, empezó á delirar, á ver visiones espantosas, á decir cosas horribles. El doctor de pié, con la cabeza inclinada hácia el enfermo, le contemplaba y le oia atónito. A la caida de la tarde D. Juan volvió de su delirio, y parecia tan débil que un soplo hubiera bastado para matarle. El doctor de Avila se dispuso á salir; pero don Juan le tomó la mano , y le dirigió una mirada de súplica. -Es inútil que me quede, D. Juan , dijo el doctor algo conmovido : lo que causa la enfermedad de Vmd. es una pasion de ánimo deprimente contra la cual nada puede la ciencia médica. Las pasiones , Sr. D. Juan, influyen en nuestro organismo , le modifican profundamente, y cuando se apoderan de él por completo , la destruyen, le matan. El estudio del influjo de las pasiones en las enfermedades y de las enfermedades en las pasiones, es el estudio del hombre: es el estudio de la relacion entre el espíritu y la materia , y el último límite de la ciencia; si el médico le traspasase, sería como Dios. La mayor parte de las enfermedades nacen de esa relacion misteriosa, son afecciones morales que mipan la natu-

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raleza, y contra las cuales pueden poco nuestros remedios, porque casi siempre nos llaman tarde. Las pasienes no tienen mas que un tratamiento preservativo: la educacion; y un tratamiento curativo: la higiene. Cuando la higiene no es posible ó no es eficaz , cuando ha pasado el tiempo de la educacion, esa segunda naturaleza, ó cuando la violencia de la pasion es incontrastable, es necesario renunciar al tratamiento médico ; la medicina es impotente. Entonces ... -Entonces? preguntó D. Juan con ansiedad. -Para reparar los tristes efectos de las pasiones no hay mas que dos medios: los tribunales ... D. Juan hizo un movimiento brusco y ahogó una exclamacion. La voz del doctor era imponente . -Los tribunales, dijo acabando su frase, que castigan, y la religion que perdona. -La religion! murmuró D. Juan con abatimiento. -A veces el enfermo cura con ella, á veces se muere; pero siempre se salva. Quedó D. Juan pensativo , suspenso , con el rostro desencajado, caido , mortal, que se inclinaba por sí mismo sobre el pecho, y con las manos inquietas , como si buscasen algo , sobre la holanda y el encaje . El famoso doctor de Avila miró á la muger que estaba á los piés de la cama de una manera que arrancaba la última esperanza; luego miró al enfermo, que ya no vió esta mirada ¡la última mirada del médico; luego salió con la tranquilidad ó la indiferencia del sábio. D. Juan fijó entonces su vista en Lucía, y dijo con voz sorda: -Que llamen al coadjutor.

CAPITULO VI.

Tratamiento religioso.

El coadjutor del Cármen, que se informaba hora por hora del estado de D. Juan, y le cantaba y salmodiaba entre los siervos de Dios, con los vivos y con los difuntos (qui dormiunt in somno picis) , llegó á la cabecera del enfermo , como el médico de Lago , por los aires. Brilló al verle un rayo de alegría en las facciones descompuestas del Indiano. -Déjanos solos , Lucía, dijo ofreciendo su mano flaca al sacerdote.

-¡Señor D. Juan! exclamó este con aire de compasion. ¡Pobre señor D. Juan! -Me muero , señor coadjutor ; el famoso doctor de Avila me ha desahuciado. La voz del Indiano temblaba , todo su cuerpo temblaba, como la hoja en el árbol , y las lágrimas ¡lágrimas de miedo! se agolpaban á sus ojos. Aquel hombre 9

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valiente para el crímen , era cobarde ante la muerte que le heria misteriosamente. -¿Qué cree vuestra merced ? preguntó el desdichado. El coadjutor elevó los ojos al cielo. -Dios! dijo D. Juan . Ya lo sé , señor coadjutor : para eso llamo á vuestra merced , para hablar y pedir à Dios la salud que los hombres no pueden darme. Quiero confesarme con vuestra merced: una confesion verdadera, señor coadjutor, completa , general. Quiero revelar á vuestra merced los secretos de mi alma, y entregársela..... D. Juan, cuya voz se apagaba , se acercó al sacer dote con un movimiento convulsivo, y añadió: -Mi alma, señor coadjutor, y mi tesoro! Palideció el coadjutor : D. Juan acababa de tocar la cuerda mas sensible en su alma , su pasion mas vehemente, la codicia; y aunque el coadjutor estaba desde hacía mucho tiempo en acecho de la fortuna de D. Juan, huérfano, célibe, solo en el mundo, al ver cumplida su esperanza, se turbó visiblemente, como si el Indiano hubiera penetrado hasta el fondo de su voluntad. D. Juan prosiguió : -Señor coadjutor, establezco à vuestra merced por heredero, y le ruego que restituya mi herencia á la Iglesia dal Cármen. El sacerdote, inclinándose sobre el enfermo , le dirigió un signo interrogativo . -Es una substitucion fideicomisaria , señor coadjutor: para vuestra merced, mi heredero , la cuarta parte; para el Cármen el resto de mi fortuna . Además ( sa apresuró á decir D. Juan) , lego á vuestra merced esta casa , la casa del Indiano, la mejor casa del Reino. Pero en cam-

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bio , añadió , prométame vuestra merced la vida : solo Dios puede darmela, y Dios está con vuestra merced . El coadjutor, perplejo, miró al enfermo. -Señor D. Juan , dijo tímidamente : repare vuestra merced, y digo esto por su bien, que si le confieso , ni mi Iglesia ni yo podremos he redar de vuestra merced . -Señor coadjutor, vuestra merced sabe que se han dado mil casos como este , á pesar del auto acordado del Consejo. -Los tribunales, señor D. Juan, son inexorables desde que el rey D. Cárlos , nuestro señor, expidió su cédula de hace diez años. -Señor coadjutor, esa cédula es para el caso de muerte; y acabo de decirlo , yo ..... no quiero morirme. El coadjutor volvió á elevar sus ojos al cielo con una expresion de dolor indefinible. D. Juan acabó su frase con un gemido . -¿Quiere vuestra merced, preguntó el coadjutor, que avise al señor Arcediano del Angel? Todos tenemos el mismo poder de atar y desatar . -Pero yo no doy á todos mi fortuna ; dóila solo á vuestra merced , dijo D. Juan con la voz llena de lá-

grimas . Vuestra merced , señor coadjutor , quiere dejarme morir! El coadjutor, que conocia bien aquel alma supersticiosa, se inclinó sobre el enfermo , y dijo á su oi so algunas palabras. Oyóle D. Juan y guarcó silencio : el coadjutor comprendió que estaba ganada la partida , y con tácitos y atentos pasos abandonó la estancia. D Juan le vió desaparecer por la puerta del estrado, y no pudiendo resistir mas tiempo, rompió á llorar como una mujer: pedia á grandes voces la vida, y lloraba, lloraba! A través de las lágrimas miraba hácia la

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puerta de su aposento, y veia en la pared , iluminada por el rayo trémulo de su lámpara, figuras extrañas, fantásticas, que se formaban y deshacian entre la luz y la sombra, como en una linterna mágica, y á las cuales su imaginacion daba un tinte melancólico, y á veces horrible. El viento frio del Norte gemia en el campo y se introducia silbando por las puertas y ventanas : las ráfagas llegaban hasta el mismo aposento, y helaban al enfermo, que entonces se arropaba hasta los ojos: oscilaba la luz de la lámpara, oscilaban las figuras, oscilaban la puerta y la pared , y parecia que oscilaba el aposento, y toda la casa , y D. Juan asustado llamaba á Lucía; esta muger respondia, y D. Juan callaba, y volvia á mirar á la puerta. Sin duda D. Juan esperaba á alguien, pero sin impaciencia; mas bien con temor. Así transcurrió una hora; y al fin, en el hueco oscuro de la puerta se dibujó la figura venerable del Arcedíano del Angel, que se acercaba en silencio . D. Juan, sobrecogido , cruzó las manos é hizo un esfuerzo desesperado para levantarse. Del Arcediano al coadjutor habia tanta distancia como del famoso doctor de Avila al médico titular de Lago. Cualquiera (dice en este punto mi Relacion) que conociese al coadjutor, hubiera dicho al verle al lado de D. Juan : « Si un ciego guia á otro ciego , ambos caerán » en la hoya; » pero el Arcediano, al revés del coadjutor, era un sacerdote, aunque rígido , sábio , y humilde con dignidad : era para un hombre como D. Juan, el amigo fiel de que habla el hijo de Sirach, y el amigo flel es el medicamento de la vida y la inmortalidad . Don Juan, á su sola presencia , se conmovió , y sin ser de temperamento respetuoso , se sintió penetrado de un respeto invencible : aunque acababa de hacer grangería de su

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salvacion, aunque le perseguia hasta en su lecho de muerte el demonio de la fortuna, á que se habia vendido , desprendióse por un momento de la tierra, que la aprisionaba , el alma de D. Juan. Habíale prometido el coadjutor acompañar al Arcediano; pero casi se lo hizo olvidar la palabra de verdad del ministro de Dios . Lo que entre este y el malvado D. Juan pasó en aquellos momentos, fugaces por desdicha, es inefable , es un misterio en la crónica de Lago, y en la misma historia del Indiano, uno de esos misterios que vale mas adorar en silencio, como dice el padre Granada, que contarle bajamente con lengua mortal. -Grandes son sus crímenes, dijo con severidad el Arcediano cuando cesó de hablar D. Juan ; pero es mayor la misericordia de Dios. Un rayo de alegría brilló en la mirada enfermiza de D. Juan . -Señor Arcediano, preguntó: ¿habrá remedio para mi mal? El buen arcediano no comprendió el doble sentido de estas palabras, que eran señal de que empezaba á deshacerse el encanto, y replicó: -Si Vmd. humilla su corazon delante de Dios y de los hombres en prueba de la sinceridad de su arrepentimiento, confíe en Dios Vmd. Dios es grande, señor D. Juan! Este paró su atencion en las primeras palabras del arcediano, y le miró con inquietud; pero el sacerdote extendió dos dedos para bendecirle , y el falso penitente dobló su cabeza . Acababan de entrar en aquel instante el coadjutor, un notario y dos honrados vecinos de Lago. Pareció á D. Juan que , al recibir la bendicion del arcediano, se le quitaba de encima un peso enorme, y echó una mirada furtiva al coadjutor, á quien atribuia aquel

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milagro: en seguida, y delante del buen arcediano , se complació en dictar su testamento, nombrando al cura auxiliar del Cármen su heredero universal y legatario de la casa en que estaban, con el jardin y sus dependencias, y mandándole devolver su herencia á la Iglesia, para que se considerase su renta como renta de fábrica, y fundára una capellanía, con derecho de presentacion activo y pasivo en los coadjutores del Carmen , y en su defecto el párroco, y con carga de ofrecer la misa por el alma del Indiano , y un aniversario . Los vecinos de Lago que esto oyeron y presenciaron , salieron del aposento edificados, creyendo de buena fé que si el Indiano se muriera , tocarian solas las campanas del Cármen y vendrian ángeles en figura humana para conducir á D. Juan á la mansion de los bienaventurados . El mismo arcediano, lleno de un santo gozo , despidióse diciendo: -Mañana volveré, Sr. D. Juan: entre tanto ore vuestra merced, y confie en Dios . Entonces D. Juan, otorgadas todas sus disposiciones , descansó la cabeza sobre su almohada, y aunque se diga que el crímen nunca la tuvo buena, esta vez la halló excelente, y el bálsamo que el arcadiano derramara en su alma, le proporcionó algun reposo, y á poco rato algun sueño . D. Juan daba gracias desde el fondo de su corazon al Arcediano, al coadjutor , y sobre todo al doctor de Avila: el tratamiento aconsejado por este famoso doctor surtia sus efectos, y D. Juan pensaba que con él sanaria de las enfermedades y llagas del cuerpo. Ignoraba D. Juan que es preciso recibir este remedio , como todos, con la preparacion oportuna, y sin confiar demasiado en efectos sobrenaturales , aunque en España haya sido mas frecuente que en otras partes la interven-

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cion de los santos . Si estos bajan alguna vez, n o bajan siempre en auxilio de los pecadores , y no bajar en ahora en auxilio de D. Juan . Dios, sin embargo , quiso mostrar hasta dór de habria alcanzado su poder, que es tan infinito como su justicia, si hubiese mediado el arrepentimiento que exigia el santo arcediano, y D. Juan durmió por aquells.noche, como l'Innominato de una célebre historia milarışsa,

CAPITULO

VII .

Justicia de Dios!

Al despertar D. Juan la mañana siguiente, un rayo pálido del sol de invierno , del sol frio de Castilla, penetraba hasta el fondo de su aposento. D. Juan atónito tendió la vista en rededor , trató de coordinar sus ideas y recordar sus palabras y hechos de la víspera , y le pareció todo un ensueño. La larga visita del famoso doctor de Avila, la sorpresa del delirio , el llamamiento del coadjutor, la presentacion del Arcediano, la confesion de sus crímenes , las palabras , para D. Juan preñadas de temores , de su confesor, su extraño testamento por el que disponia de su inmensa fortuna , sin dar un ducado á sus fieles servidores ; todo le parecia un sueño, y á medida que recapacitaba sobre aquellas escenas y sus accidentes, renegaba de todas ellas, y se llamaba débil , cobarde, imbécil , tan imbécil como el mismo Arcediano, que hablaba para él en un lenguaje ininteligible.

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El Arcediano (pensaba D. Juan) le habia enredado con insidias en aquella confesion terrible, y antes el doctor de Avila , con sus pérfidos consejos , le habia lanzado en brazos del coadjutor y el Arcediano, pro: metiéndole un alivio que en realidad no podian darle , y asustándole con un peligro de muerte que era puramente imaginario . Así pensaba D. Juan ahora que desaparecia aquel peligro y se sentia mas ágil de cuerpo y espíritu, y una y cien veces se repetia que aquella confesion tan ingenua era una imbecilidad . Así caia de nuevo, y mas profundamente que antes, en el abismo de que quiso sacarle el ministro de Dios. Dios, á quien D. Juan habia invocado falsamente, por amor á sí mismo , le abandonaba ; y así se realizaban en D. Juan las palabras de la Escritura : « que Dios no recibe los dones de los impíos ni mira á los sacrificios de los malos. » -No hay tiempo que perder, murmuró D. Juan echándose fuera de la cama. Ese imbécil de Arcediano dijo que volveria esta mañana.-¿Y á qué? se preguntó despues de una pausa , dejando asomar á sus lábios una sonrisa sacrilega. D. Juan empezó á vestirse con gran priesa; pero cuando intentó andar por el aposento, flaquesron sus piernas, se desvaneció, y tuvo que buscar de nuevo la cama. La mancha de sangre que habia olvidado , y que estaba siempre allí en aquella mano maldita, hería su vista, los rayos rojos que despedia le parecian mas vivos que los rayos del Sol , y era tal su fuerza que la mancha se multiplicaba en él, y én el suelo, y en las paredes, y enlos artesones de su aposento , y todo, tierra y cielo, estaba salpicado de gotas de sangre: D. Juan sintió que la fiebre y el delirio volvian á apoderarse de él, y cerró los puños con un movimiento convulsivo , ▲

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quiso saltarse los ojos para no ver aquel infierno, porque realmente veia desde las puertas mismas del sepulcro la Ciudad ardiente, y se sentia impulsado hacia ella por una fuerza irresistible . Delante de él sangre, siempre sangre, un rio de sangre, como el rio de la divina comedia en que se anegan los reos de muerte : mas allá del rio , á la orilla opuesta, se alzaba un bosque cubierto de hojas de color sombrío , de ramos nudosos y torcidos, de espinas emponzoñadas , y en el cual los troneos de los árboles hablaban , maldecian , y por sus grietas destilaban sangre: mas allá , al otro extremo de este bosque de los Dolores, se extendia un páramo inmenso, de arena fina y árida , donde vagaban almas desnudas ; llamas eternas caian lentamente sobre la arena , como la nieve sobre los Alpes cuando no sopla el viento , y la arena se inflamaba , y abrasaba las almas, que lloraban tristemente. -Era el séptimo círculo del Infierno . D. Juan verdaderamente se creia en él, y lanzaba gritos horribles, gritos de condenado , para que cerraran todos los balcones y ventanas de la casa , y le arrancaran aquella vision infernal; pero nadie le respondia. -Soy perdido , dijo : todos huyen de mí. Y con los cabellos erizados, con la mirada fija en aquella última vision, gritaba siempre, hasta enronquecerse; pero nadie le respondia ; ni Lucía , ni el jardinero, ni los coloncs ó arrendatarios que otras mañanas acudian á saber de su estado , ni los hombres que , por tratarse del Indiano que los asoldaba y pagaba , hacian guardia al enfermo y se relevaban diariamente. La casa parecia un desierto . -Oh! decia D. Juan. Como ya he dado toda mi fortuna, como nada tienen que esperar los bergantes, huyen de mí. Y voy á morir en este infierno , solo, aban-

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donado, como un perro, yo que poseo tesoros, yo el Indiano, el poderoso Indiano de Lago. Oh! esto es horrible, y el coadjutor , que me ha reducido á este miserable estado , es un infame, y el médico que me ha obligado á delatarme, cuando no puedo huir, es un infame, y el Arcediano el mas infame de todos.... Ahora, ahora lo comprendo todo. « Si su merced, decia, se humilla delante de Dios y de los hombres...» Y de los hombres !!.... El Arcediano quiere entregarme á la justicia, atado de piés y manos; á la horca !... Y qué me importa á mí de la horca ? exclamó soltando una carcajada que resonó en toda la casa. D. Juan hizo un esfuerzo desesperado para ponerse

de pié y andar ; pero en aquel momento oyó á lo lejos un gran ruido de pasos y de voces. El ruido se aumentaba, se acercaba y atronaba los oidos de D. Juan, que volvió á acostarse precipitadamente. Los pasos , las voces, los juramentos, se acercaban siempre ; D. Juan les oia ahora á la puerta de su casa, y contenia la respiracion para oir mejor. Ya los pasos de aquella confusa multitud se oian bajo la bóveda de la escalera, y era tan grande el ruido que producian sobre el pavimento de piedra, que D. Juan creyó que toda la poblacion de Lago estaba dentro de su casa : aterrado se ocultó entre las ropas de su cama. -Por aquí! por aquí! decia una voz argentina de muger. -Guardad las puertas! gritaban otros . -Por aquí, señor corregidor, repetia la primera voz. Llenóse el estrado de gente, y se abrieron con violencia las dos hojas de la puerta del aposento de don Juan: la primera que entró fué Lucía, y detrás un caballero vestido de negro, con golilla de encaje, y una

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vara negra en la mano con remates de plata , y luego alguaciles, y hombres de milicia , y gentes del pueblo que se levantaban sobre las puntas de los piés y miraban hácia la alcoba de don Juan. D. Juan al sentirlos encima, abrió los ojos con azoramiento y vió al caballero y á Lucía , y toda aquella confusion de gentes que os seguian. -Me ha vendido el Arcediano, murmuraba rechinando los dientes. -Preso en nombre del Rey! dijo el caballero , que no

era otro que el alcalde-corregidor, ya de vuelta en Lago, D. Lope Saez. Acercóse D. Lope y los alguaciles , y estos descubrieron completamente á D. Juan. -Vestido! esclamó D. Lope con una sonrisa burlona. Tanto mejor; así vendrás por tu pié à la cárcel de villa. -Pero señor corregidor ! ... se atrevió á decir D. Juan con desmayada voz, y asustado del tono con que hablaba D. Lope, y de la actitud hostil de los alguaciles y hombres del concejo . -Juan Cruz, dijo D. Lope sin oirle : se te acusa de un asesinato . -Oh! el maldito Arcediano ! volvió á decir D. Juan ; y luego añadió en voz mas alta: Pero yo me muero, don Lope, y Vmd. no me llevará en tal estado á la cárcel, y al tribunal, y á la horca. D. Juanjuntó y cruzó las manos, de manera que parecia un cadáver . -Confiesa, dijo un alguacil . -Sacadle de la cama! Llevadle en andas! Arrastradle! gritaba el populacho. El corregidor dirigió una mirada severa al alguacil, y otra á la multitud.

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-Despejad! dijo . Cerrad las puertas. Los alguaciles cerraron la del aposento de D. Juan, y el corregidor se quedó solo con ellos y un escribano; este acercó á la alcoba el bufete, el corregidor se sentó á los piés de la cama de D. Juan, y empezó á interrogarle. D. Juan, que se creia descubierto y vendido, y atribuia la delacion al sacerdote, confesó de plano , con asombro de D. Lope y de las gentes de justicia , todos sus crímenes: su misma falta de fé en Dios , y su digno ministro el buen Arcediano del Angel, acababa de perderle. El origen de su prision era, sin embargo, muy otro, y distaba mucho del que sospechaba el impío don Juan. Aquella mañana, poco antes de amanecer, tuvo lu gar un entierro pobre , y al bajar el duelo del cementerio, uno de los deudos del finado llamó la atencion de los demás hácia un bulto que se distinguia entre la bruma y flotaba sobre el agua del lago : bajaron todos á la orilla, y vieron que era el cuerpo de un hombre que oscilaba á merced del viento , y sin mas fueron inmediatamente á dar aviso á la justicia. Llegó al punto del descubrimiento el alcalde Antonio Adaja , y luego el corregidor D. Lope, y con D. Lope la mitad de la villa, por la cual circuló rápidamente la noticia de tan extraordinario suceso : Antonio Adaja , el amigo del Indiano, fué el primero que reconoció al muerto , y dijo en voz alta que , á su parecer , era el indio de D. Juan. La muger Lucía , que estaba entre los curiosos , convertida en personage, se acercó y le reconoció tambien: era realmente el cuerpo de Aymara; el saco que le encerraba se habia desatado ó roto, y las suaves ondas del agua acabaron por librarle de aquella prision de lienzo. Lucía reconoció asimismo el saco, como de la

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casa, confesó que no era el único de la trox que ella habia hilado y cosido , y como andaba ya recelosa por la larga ausencia del indio, y recordaba todos los accidentes y misterios de su supuesta partida para Avila, dijo cuanto sabía , que era lo suficiente para acusar y prender á D. Juan: muger al cabo , y ahora con el testamento de su amo, que la desheredaba, despechada y colérica. Don Juan, que ignoraba todo lo ocurrido, así que acabó de declarar, viéndose perdido, empezó á maldecir del Arcediano y á blasfemar de Dios : el corregidor, horrorizado, salió con el escribano, dejándole en su cama vigilado por dos alguaciles . -No será larga la prision, dijo D. Juan con amarga ironía al ver salir al corregidor . -Allá lo verás, Juan Cruz, respondió un alguacil que se complacia en tratar con esta familiaridad insolente ó grosera al hombre que hasta entonces pasara por el primer personage de Lago . -La justicia cuida bien á sus enfermos , añadió otro corchete por decir algo . Y con efecto, D. Juan, que volvió á ser para todos el plebayo Juan Cruz, el rosariero , el buhonero, el vagabundo , y que por caer de tan alto, caia mas hondo , experimentó en pocos dias un cambio completo . Alentóle una sola esperanza cuando se vió descubierto y declaró sus crímenes á D. Lope , la de morir de aquella terrible enfermedad contra la cual el famoso doctor de Avila no hallaba recurso en la ciencia humana ; pero el proceso que se le seguia ahora, y de cuyos pormenores se informaba dia por dia, y hora por hora, distraia y mitigaba las dolencias del cuerpo, y el riesgo de la horca , de la que antes se burlaba D. Juan, alejaba el peligro de la

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muerte natural : era un revulsivo con el que no habia contado el doctor de Avila . La enfermedad, contra la cual nada pudo el tratamiento médico , ni el religioso, se curaba al fin, y radicalmente, con el tratamiento legislativo. Por la villa , entre tanto, y por todo el señorío no se hablaba de otra cosa que de aquel célebre proceso . La sorpresa que produjeron las primeras noticias de la muerte del indio, y la acusacion de la muger Lucía, convirtióse luego en el escándalo de los escándalos cuando empezóá traslucirse algo de la indagatoria y confesion de Juan Cruz, y se supo que era el verdadero reo del asesinato de doña Isabel de Cilia, resultando manifiesta la inocencia de D. Jorge de Francia. Como sucede siempre en estos casos, llovian imprecaciones y votos en la botillería contra el mónstruo de Juan Cruz (plebayo al cabo, como observaban los hidalgos) , contra el alcalde ordinario Antonio Adaja, que hubiera deseado verse á cien leguas de Lago, y contra la misma Chancillería que aprobó la causa extraordinaria fraguada contra el mejor de los caballeros. Los plebeyos , como los nobles, hacian presa en el caido, y le tiraban piedras, y si estos decian que de villaros solo hay que esperar villanías, y que el que



mal principia mal acaba, con otras lindezas , aquellos añadian que ese es el fin de los ricos y caballeros de azar y fortuna , que vale mas villano que trabaja que noble que huelga, y que con tanto hablar de los pobres ninguno rayaba donde el poderoso aguijado con la ociosidad , madre de todos los vicios; y todos tenian la razon de su parte. Nada hay mas funesto que dejar sin freno á los hombres, que fácilmente , si la naturaleza los ayuda , se despeñan como Juan Cruz : honor ó virtud son siempre obstáculos, aun para el pervereo, que le impiden

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rodar al abismo en que cayó el Indiano de Lago. Sin duda D. Juan era un tipo extraordinario, y para algunos increible; pero en él se ven por eso mismo de bulto las consecuencias de la falta de educacion moral en las últimas capas sociales. El proceso de Juan Cruz avanzaba rápidamente, y con la misma rapidez mejoraba el reo , á quien la amenaza del tormento no le dejaba ni aun la esperanza de una retractacion : nadie declaraba contra él, porque la vida de D. Juan era un misterio para todos ; él mismo se perdia y arrastraba al cadaiso . En aquella enfermedad misteriosa y terrible que condujo á D. Juan á la primera confesion de sus crímenes, y en aquella mejoría milagrosa, el pueblo se complacia en reconocer la justicia de Dios. Esta, sin necesidad de formas extraordinarias en la manera de proceder, se abria paso hasta la Sala del Crímen de la Chancillería de Valladolid, y el gobernador y los alcaldes aprobaban en el término de tercero dia la sentencia del Corregidor D. Lope Saez . Las Gacetas de aquella época publicaron un extracto del Fallo , « por el cual se condenaba á.Juan Cruz en la >pena capital de horca y pérdida de todos sus bie»nes para la Real Cámara, mandando que para cum>plimiento de esta real sentencia fuera entregado el reo >>por el alcaide de la cárcel á los alguaciles, y por estos »al ejecutor de los castigos públicos, y que fuera condu>>cido por las calles en bestia de albarda , y que el pre>>gonero apregonase todos sus crímenes en alta voz y Den los sitios acostumbrados , y que ejecutado en la hor»ca públicamente, se publicara esto mismo, y nadie le »quitara de ella , pera de la vida , hasta que dispusiese »la Sala lo que habia de hacerse con el cadáver para nejemplo de todos. »

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-Señor D. Lope (decia el noble D. García al Corregidor de Lago, el mismo dia en que el escribano de la causa libraba testimonio de haber puesto en capilla á Juan Cruz) : buena presa, señor D. Lope! A fé de Amblés que vuestra merced se ha lucido y ganado en esta causa el corregimiento de Avila; pero dígame Vmd.: ¿quién resucitará á D. Jorge de Francia?

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CONCLUSION.

Del incendio y ruina de Lago , ocurridos á principios de siglo, solo se salvaron los protocolos, causas y papeles del corregimiento, que fueron á parar al archivo de la Chancillería de Valladolid . Nada consta en este archivo del célebre proceso de Juan Cruz el Indiano , mas que una diligencia de ejecucion de pena de muerte en horca, autorizada por un escribano , Valdivia; pero un hidalgo de Lago, establecido en Avila desde el año de 9 , contaba una historia, á manera de conseja, de aquella gran justicia. Cuando ejecutaron á D. Jorge de Francia ( decia este hidalgo) , el pueblo bárbaro celebró la ejecucion como una fiesta, y hasta bailaron los villanos en la pradera; pero ahora, con asombro mio y de otros, ese mismo pueblo presenció , en medio de un silencio que aterraba, el castigo de Juan el Indiano. Dos ejecuciones en tan breve espacio de tiempo, y con circunstancias tan extraordinarias, hirieron profundamente la imagi-

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nacion popular; y el espectáculo del Indiano, del primer personage de Lago, en el patíbulo , hizo pensar á la vil multitud en algo que está sobre las grandezas de la fortuna. Al cortar la segur de Aymara la cabeza del buen caballero, el pueblo bailaba y se reia de la justicia humana.

Al echar el nudo corredizo á la garganta del asesino, ylanzarle al espacio el ejecutor de los castigos públicos, el mismo pueblo decia : ¡Misericordia! ¡Misericordia! Y todos (añadia el hidalgo de Avila) , viejos y mozos, se rindieron ante aquella manifestacion de la justicia de de Dios. Quince dias estuvo pendiente de la cuerda fatal el cuerpo de Juan el Indiano , y en ese plazo gentes de todas las clases y de todos los pueblos del señorío acudieron á verle, y algunos fueron todas las mañanas porque creian que al cabo habia de llevársele el diablo; y se lo hubiera llevado á no estar el patíbulo en forma de cruz. La sala de Alcaldes mandó al fin que se le quitara de la horca, y se separaran la cabeza y las manos del tronco, poniéndolas en una linterna ó jaula de hierro; clavóse esta en el arco de la puerta del Sur, mirando al campo, y allí estuvo muchos años , para ejemplo y terror de todos, frente por frente de la casa del Indiano. En cuanto á la hacienda de Juan Cruz , es notorio el pleito ruidoso á que dió lugar er tre el coadjutor del Cármen y sus sucesores, y el Real Erario : en lo principal duraba aun á principios de siglo , y algunos incidentes sobrevivieron á dicha iglesia y á la misma villa de Lago. FIN DEL INDIANO.

ÍNDICE.

Páginas.

VI.- ¡Favor al Rey! VII.-Antonio Adaja , alcalde. VIII.-Justicia humana .

P

5

PER *

DEDICATORIA. PRIMERA PARTE. CAP. PRIMERO.- Quiénes eran doña Ana y doña Isabel de Cilia. II.-Quién era D. Juan. III.-La vuelta de Francia . IV. La escala de cuerda. V.-El Arcediano del Angel y el coadjutor del Cármen .

9 17 25 34 43 52 60 770

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SEGUNDA PARTE. CAP. PRIMERO. - Aymara. II.-Juan el labrador . III.-Una gota de sangre. IV.-Muerte y entierro de Aymara. V.-La ciencia. VI.-Tratamiento religioso. VII.-Justicia de Dios ! CONCLUSION.

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ADVERTENCIA FINAL.

JUAN CRUZ EL INDIANO es la primera Relacion de una série que mas adelante he de publicar completa bajo el título de RELACIONES HISTÓRICAS Y FABULOSAS . JUAN CRUZ pertenece al género de las fabulosas: fabulosa es la villa de Lago en que se desenvuelve su historia: Juan Cruz, su personage principal, es fabuloso: Isabel de Cilia, Jorge de Francia, el indio Aymara, no han existido tampoco mas que en mi pobre fantasía. Hubiera querido poner á continuacion de esta Relacion otra titulada EL CABALLERO, del tiempo del rey D. Felipe IV y verdaderamente histórica, con lo que hubierajus tificado el título de este libro , dándole además la importancia relativa á su volúmen; pero he pensado que el afan de publicar historias pudiera proporcionarme duelos ó quebrantos de huesos , y no estoy ahora de humor para arrostrarlos. Perdona, oh lector, este apocamiento y miedo.

DEL MISMO AUTOR.

En prensa : EL CABALLERO GOMEZ DE SANDOVAL , Relacion del tiempo del rey D. Felipe IV. CONSEJOS DE UN LICENCIADO, Relacion del tiempo del rey D. Cárlos II . MARÍA LA CORREDERA , Relacion contemporánea. ISLAND, Relacion fantástica.

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