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Pintura Chilena del Siglo XIX
Pintura Chilena del Siglo XIX multifacético itinerario de un artista diplomático Subercaseaux fue un espíritu inquieto y vivió una existencia agitada, con un pie en Europa y otro en Chile. En medio de esta vorágine, siempre guardó un lugar importante para la pintura. Su arte estuvo marcado por el protagonismo de la efervescente vida de las ciudades, capturadas en su cotidianeidad con un aire sofisticado, a través de un dibujo logrado y colores sobrios.
multifacético itinerario de un artista diplomático
ISBN 978-956-316-025-3
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origo ediciones —editorial pionera y líder en la publicación de libros de alta imagen— decidió publicar esta Colección de Pintura Chilena del Siglo XIX con motivo del Bicentenario de la Independencia de Chile. Nuestra intención siempre ha sido difundir el patrimonio cultural de Chile: su geografía física y humana, sus productos emblemáticos como el vino y la gastronomía local y, por supuesto, su arte. Ésta es la primera colección de monografías de pintura chilena que llega al público masivo con una calidad y excelencia superiores, que sólo Origo puede lograr. El Editor
PINTURA CHILENA DEL SIGLO XIX es una colección de libros ORIGO Ramón Subercaseaux
Dirección Editorial Hernán Maino Edición Ejecutiva María Alejandra Dulcic´ Asesoría Historiográfica y editorial Isabel Cruz de Amenábar Producción Alejandra Valenzuela Investigación y Textos Ana Francisca Allamand Teresa Huneeus Fotografía Archivo Origo Diseño Isabel Fernández Producción Gráfica Marcelo Baeza
Origo Ediciones Padre Alonso de Ovalle 748 Santiago de Chile www.origo.cl
© 2008 Origo Ediciones i.s.b.n. 978-956-316-025-3 Derechos reservados. Ninguna parte de esta publicación podrá ser reproducida, almacenada o transmitida en cualquier forma o medio: electrónico, mecánico o fotocopia, sin la previa autorización de la editorial. Nota: Origo Ediciones realizó un minucioso proceso de investigación para recopilar la información entregada en esta colección. En contadas excepciones, algunas obras no cuentan con registro conocido de su nombre, ubicación o tamaño. En esos casos hemos omitido la información. Otras, existen en lugares de muy difícil acceso, por lo que hemos considerado sus medidas aproximadas, según los registros a los que tuvimos acceso. Impreso en Origo China 此書於2008年6月於中國完成印刷。
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Contenido 04 Introducción: Ramón Subercaseaux 10 El pintor y su época 12 Infancia feliz 13 Santiago en 1870 15 Primer viaje a Europa 16 Matrimonio en tiempos de guerra 17 Vida europea 18 Desarrollo del arte nacional 19 A las órdenes de la Patria 21 La chacra en El Llano 23 Política y arte 24 Últimas misiones
26 Obras y análisis 28 El mundo urbano 84 Retratos
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Introducción Durante el siglo XIX Chile se posicionó frente al mundo como una de las naciones más atractivas de América del Sur por su orden y desarrollo democrático, la fuerza de su economía y su creciente escena cultural, todas ellas características adquiridas en menos de cincuenta años de vida independiente. El modelo a seguir fue Francia, y los chilenos buscaban parecerse lo más posible a lo que consideraban propio del país europeo, mediante la adaptación de los modales, ropas o costumbres que se suponían en boga en París. Esto fue muy claro en el mundo del arte, que estuvo marcado, durante todo el siglo, por las tendencias pictóricas que dominaban la escena francesa.
autorretrato técnica Óleo sobre madera dimensiones 20 x 15,5 cm colección Particular
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La segunda mitad del siglo XIX fue una época de adelantos rápidos para Chile, que pronto se convirtió en un modelo en Sudamérica. Tras los primeros años que siguieron a la Independencia, marcados por los intentos por asentar la naciente República —se cuentan seis constituciones que fueron dictadas pero que no fructificaron en las dos décadas que siguieron a la emancipación—, Chile se organizó bajo la Constitución de 1833; ésta instauró un tipo de Gobierno presidencial en el que el mandatario tenía importantes atribuciones. El respeto de esta Constitución significó que el país pronto conoció la calma y el orden político y democrático, lo que permitió a la economía nacional crecer tranquila y segura, sin los problemas que enfrentaban otras naciones latinoamericanas, en que las constantes luchas por el poder dificultaban el ejercicio de casi cualquier actividad. Los principales rubros productivos eran la minería en el norte del país, de plata primero y luego de cobre, y la agricultura, especialmente de cereales. La primera actividad tuvo un desarrollo importante con el descubrimiento de las minas de plata de la zona de Copiapó a comienzos de siglo, especialmente Chañarcillo en 1832. El auge cerealero, por su parte, tuvo su origen a mediados de siglo en las “fiebres del oro” de California y Australia, que demandaban el trigo que ya no producían por estar dedicados a la extracción del mineral. Incluso cuando la fiebre del oro pasó, el
buen nombre del producto chileno y el que la producción estuviera “invertida” por la diferencia estacional entre el hemisferio norte y el sur, aseguraron que la exportación de cereales siguiera siendo un buen negocio. A todo esto se sumaba el comercio, que florecía en Chile gracias a las políticas gubernamentales que buscaban fomentarlo. Las elites del país se concentraban en dos ciudades, Valparaíso y Santiago: mientras en la primera estaban las nuevas fortunas asociadas al desarrollo y la presencia de extranjeros, en la segunda campeaban las riquezas más conservadoras y ancladas en la explotación de la tierra de la antigua “aristocracia castellano-vasca”. Una cantidad importante de extranjeros llegó a las costas chilenas para vivir en Valparaíso, que pronto se ganó la fama de ser el puerto más cosmopolita e importante de la costa del Pacífico sur. En sus calles se entremezclaban las nacionalidades más diversas; europeos, latinoamericanos, e incluso asiáticos, al tiempo que, como efecto del explosivo aumento de la actividad y el número de habitantes, la fisonomía de la ciudad se iba transformando. A falta de espacio en el plano, las nuevas fortunas que se mudaban al puerto fueron construyendo sus mansiones en los cerros, dando su particular aspecto a la ciudad costera que fue, en el siglo XIX, la más importante de Chile. Santiago, por su parte, también crecía: aunque algo más lentamente que Valparaíso, la capital fue perdiendo
CHA ARCILLO En los primeros meses de 1832 un modesto pirquinero de Coquimbo, Juan Godoy, dio a conocer su descubrimiento de la mina argentífera más importante conocida hasta la fecha en el país. El humilde minero vendió, al poco andar, sus derechos a Miguel Gallo Vera, quien la convirtió en un gran centro productor de plata. Su producción levantó no sólo las fortunas de familias como los Gallo, Matta, Goyenechea, Cousiño, Edwards Ossa o Subercaseaux, sino que también sacó a la economía chilena de la difícil situación en que se encontraba tras los años de lucha por la Independencia, y le dio el impulso necesario para el despegue. Su hallazgo desató una fiebre de búsqueda de yacimientos, lo que permitió descubrir poco después las ricas minas de Tres Puntas y Caracoles.“Trabajadores en la mina de plata”. c. 1835. Fotografía.
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Durante el siglo XIX Valparaíso se convirtió en el puerto más importante del Pacífico sur, habitado casi en partes iguales por extranjeros y chilenos. La ciudad era el enclave más cosmopolita y rico del Chile decimonónico y un foco cultural de importancia para el país. “Valparaíso”. c. 1845. Ernesto Charton. Óleo sobre tela. 70 x 100 cm. Colección particular.
su aspecto colonial y a medida que la riqueza del país lo permitía, fue adquiriendo un aire europeo con calles pavimentadas en piedra e iluminadas, edificios públicos y transportes —especialmente los ferrocarriles— que facilitaron el movimiento de sus cada vez más numerosos habitantes y los conectaban con otras ciudades. Por su parte, las mansiones que mandaban a construir las familias adineradas estaban inspiradas en lo que éstas habían visto en sus viajes al extranjero. En esos años el modelo supremo de distinción y buen gusto era París, la capital francesa. Por lo mismo, la arquitectura, la moda, las costumbres y las tendencias artísticas chilenas estaban marcadas por la impronta gala. De hecho, uno de los máximos signos de distinción era haber vivido, aunque fuera una corta temporada, en la Ciudad Luz. Para lograrlo las familias se gastaban enormes fortunas, algo que sólo podían hacer gracias a los buenos precios que alcanzaban en el mercado internacional los productos que explotaban en sus tierras y a sus negocios en Chile. Como si todas estas condiciones favorables no fueran suficientes para enorgullecer a los chilenos, los conflictos bélicos en que el país se embarcó en el curso del siglo XIX
contra Perú y Bolivia le valieron no sólo la victoria, con lo que el sentimiento nacionalista se inflamó todavía más, sino también la anexión de las ricas regiones de Tarapacá y Antofagasta, abundantes en salitre, que cada vez era más solicitado como abono agrícola. Aunque la gran mayoría de la explotación estuvo en manos de empresas extranjeras, con los impuestos que éstas pagaban al país las arcas fiscales conocieron una época de esplendor nunca antes vista. Gracias a los excedentes de esta nueva minería el Estado chileno pudo embarcarse en ambiciosos proyectos de obras públicas, necesarios para modernizar el país. Entre ellos estuvieron la mejora de las rutas entre las diferentes ciudades y la extensión, a lo largo de todo el territorio, del ferrocarril. La escena cultural también fue ganando en importancia en esos años. Ya asentada la Academia de Pintura fue posible empezar a formar la primera generación de artistas chilenos. Sus primeros dos directores, europeos fuertemente influenciados por las tendencias neoclásica y romántica, fueron bastante severos en la enseñanza de un estilo académico, marcado por la perfección del dibujo y una preponderancia de temas mitológicos o históricos.
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LA FRA CIA DE E TRE
ERRAS
Tras la derrota sufrida a manos de los alemanes en la Guerra Franco-Prusiana (1870-1871) Francia se recuperó rápidamente gracias a la creciente producción industrial, el aumento de la explotación de carbón y, especialmente, a la estabilidad monetaria que duró hasta 1914. En este auspicioso escenario económico, la cultura floreció como nunca antes. Las ciudades francesas se embellecieron siguiendo las mejoras urbanísticas propuestas por el barón Haussmann, y los adelantos técnicos, como el ascensor o la electricidad, le dieron una cara moderna a la vida ciudadana, al tiempo que el transporte se hacía cada vez más fácil gracias al metro y a los motores a combustión. Los edificios se llenaron de los vitrales coloridos y los arabescos en fierro o en cemento propios del Art Nouveau. En los talleres de pintura de las zonas de Montparnasse y Montmartre los artistas se permitían cada vez mayores libertades, que desembocaron en el surgimiento de un complejo panorama pictórico, en el que alternaban los cuadros impresionistas, los puntillistas, los postimpresionistas, los fauvistas, los nabis y los cubistas. “Entrada de la estación de metro Porte Dauphine, París”. c. 1904. Fotografía.
Pronto, el primer grupo de artistas estuvo listo para salir a perfeccionarse a Europa, donde estaban los mejores profesores. Pero estudiar en el Viejo Continente era caro y el Gobierno, convencido de su rol como sostenedor del naciente panorama artístico, entregaba becas que, en casi la totalidad de los casos, llevaron a sus beneficiados al anhelado París. Una vez en la capital francesa, los jóvenes artistas se siguieron formando en la tradición académica y no adhirieron a las nuevas corrientes, particularmente el impresionismo, que empezaban a hacer tambalear el edificio de la Academia. Del grupo impresionista los chilenos sólo adoptaron, en una primera instancia, la costumbre de pintar al aire libre y la preocupación por la luz, cuestiones que los románticos ya habían propuesto. Nuestros artistas se formaron en la tradición, lo que no impidió que siguieran su propio camino y que, pasados unos años, liberasen la pincelada y utilizaran la mancha, sin necesariamente caer en la categoría de impresionistas: éste fue el caso de Ramón Subercaseaux. En territorio nacional, y gracias al impulso de figuras como Pedro Lira, Onofre Jarpa o el mismo Subercaseaux, la escena del arte también iba adquiriendo vida. El trabajo de los tres amigos les valió ganar el permiso del Gobierno, en 1884, para hacerse de un terreno en la Quinta Normal
de Agricultura para construir el “Partenón”, un edificio que desde su inauguración tres años después y hasta 1910 albergaría al Museo de Bellas Artes. Sin embargo esta “época dorada”, en la que progresivamente el sistema político se iba haciendo cada vez más participativo y en que el país iba conociendo la prosperidad económica, también tuvo consecuencias muy negativas, que recién se hicieron notar hacia el final del siglo. La primera, producida por la creciente tensión entre las diferentes facciones políticas, fue el estallido de la Guerra Civil de 1891; tras el conflicto, el sistema presidencialista impuesto por la Constitución de 1833 colapsó, dando pie a un sistema de gobierno en que el Parlamento aumentaba sus atribuciones sobre el presidente. Tras la lucha entre chilenos hubo que reposicionar el buen nombre de la democracia del país en el extranjero, especialmente en Inglaterra, Francia y Alemania, que estaban entre los mejores compradores de salitre, la gran fuente de riqueza de Chile, y por ende eran muy sensibles a los problemas que pudieran afectar su suministro. Sólo la experiencia de diplomáticos de carrera como Ramón Subercaseaux permitió una recuperación rápida de la buena fama de Chile. Por otra parte estuvieron los crecientes conflictos sociales, que enfrentaron a la clase más acomodada con la
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clase trabajadora. Esta última vivía en condiciones misérrimas, en conventillos o casas hechizas en los suburbios de las afueras de las ciudades. En estos sectores las malas condiciones higiénicas y el hacinamiento eran caldo de cultivo para las enfermedades, y la mortalidad infantil alcanzaba, a principios de siglo, a un tercio de los niños nacidos. Todo esto, sumado a las extenuantes condiciones de trabajo en que solían estar empleados estos chilenos, las expectativas de vida eran muy bajas. Pronto estas grandes porciones de la sociedad tomaron conciencia de su fuerza en caso de unirse para luchar por mejoras, al tiempo que algunos pensadores y políticos mostraron la importancia de tomar acciones concretas. Entonces se dictaron leyes sociales que
mejoraran sus condiciones de vida: entre los políticos que asumieron el reto de la “cuestión social” estuvo el multifacético Subercaseaux. Ramón Subercaseaux fue uno de los hombres más interesantes de su época: viajó, fue hombre de negocios, representó a su país en el extranjero, participó de la política nacional y pintó. En el plano artístico, el Ramón “pintor” desarrolló buena parte de su carrera en el extranjero, mientras ejercía actividades diplomáticas al servicio del Gobierno chileno en Europa. Integró de esta manera, junto a Alberto Orrego Luco y su cuñado José Tomás Errázuriz, el grupo de los “pintores diplomáticos”, artistas que combinaron el pincel con el trabajo político cultural.
La ciudad de Santiago avanzó a pasos agigantados hacia la modernidad entre fines del siglo XIX y principios del siglo XX. En los cuadros de Ramón Subercaseaux ya se ven aparecer automóviles y también cambios en los atuendos de los santiaguinos. A la izquierda. “Plaza de la Compañía”. Ramón Subercaseaux. Óleo sobre tela. 63 x 43 cm. Colección particular. A la derecha. “Tarde en la Alameda”. Ramón Subercaseaux. Óleo sobre tela. 58 x 63 cm. Colección particular.
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Ramón Subercaseaux 1854-1937
Pintor, diplomático, hombre de negocios, político, músico, escritor y agricultor, Ramón Subercaseaux fue un hombre multifacético. Sin embargo, la pintura fue la actividad que más le apasionó y a la cual, a medida que pasaban los años, fue dedicando cada vez más tiempo. El pintor recorrió las calles de las ciudades europeas y chilenas en las que vivía intermitentemente y estampó en sus telas las impresiones y los rincones de la vida citadina. Sus imágenes más cercanas a la naturaleza las pintó inspirado en los jardines de su refugio en territorio nacional, su chacra del Llano Subercaseaux, donde crecieron sus hijos y donde vivió, junto a su amada
“Ramón Subercaseaux”. Fotografía. Álbum familiar.
Amalia, largos años.
muelle de valparaíso año 1889 técnica Óleo sobre tela dimensiones 60 x 50 cm aprox. colección Particular
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I FA CIA FELI Ramón Subercaseaux Vicuña nació en Valparaíso el 10 de abril de 1854. Era el más pequeño de una familia formada por otros trece hermanos, todos de temperamento alegre e ingenioso. Su nacimiento fascinó a su padre, de quien heredó el nombre. Don Ramón —hijo de un inmigrante francés que llegó a Chile a mediados del siglo XVIII a trabajar por encargo de la corona Española— había llegado a ser senador del Partido Conservador y dueño de una importante fortuna, que debía al descubrimiento del mineral de Arqueros en la región de Coquimbo y a la posterior inversión de las ganancias de la mina en diferentes negocios. La madre del pintor, Magdalena, era hija del ex —y efímero— presidente Francisco Ramón Vicuña. Era una mujer de salud delicada, que debía pasar largos periodos en la costa para cuidarse, y también era conocida por su dedicación a las causas filantrópicas. Apenas cinco años después del nacimiento del benjamín de la familia, el padre murió, dejando a la viuda a cargo de la educación de sus catorce hijos. Ella se preocupó de inculcarles férreamente los principios del cristianismo y los valores de amor a la patria, que el joven Ramón integró como características determinantes de su personalidad. La holgada situación económica que heredó de su marido le permitió a Magdalena Vicuña construir una
I STIT TO
Ramón Subercaseaux fue el hijo menor de una numerosa familia de la clase alta chilena . “Ramón Subercaseaux a los diez años”. c. 1864. Fotografía. Álbum familiar.
lujosa mansión en Santiago, ubicada en calle Huérfanos. Para hacerlo contrató a los mejores constructores y artesanos del país. El artista recordaría estos tiempos con nostalgia, en sus Memorias de ochenta años: “Recuerdo cómo los doradores trabajaban en los techos de los salones, y me parece sentir todavía el olor a pintura que quedaba en algunas partes de la casa. La sensación me era agradable, revelándose quizás en esto mi gusto (…) por la pintura”, relataba. Junto a su hermana Anita asistió al colegio de Miss Whitelock, una inglesa que les enseñó su lengua. Eran años de gran tirantez entre los diferentes bandos políticos, y hasta los niños se veían afectados por esta situación. Por eso los juegos escolares de los Subercaseaux Vicuña
ACIO AL
Desde los primeros días de la Independencia la necesidad de crear una institución en que se impartiera la educación adecuada para preparar a los profesionales de Chile fue un asunto de discusión. El 13 de enero de 1813 se decretó la fundación del “Instituto Nacional”, pero durante la Reconquista fue abolido. En 1818 se formó nuevamente, y en dos años ya contaba con 200 alumnos. Entre sus profesores estuvieron personas importantes de la escena intelectual: políticos como Domingo Santa María —que llegaría a ser Presidente—, Eusebio Lillo, Alberto Blest Gana y Francisco Bilbao. El Instituto se transformó en el modelo a seguir para los demás colegios del país, y fue un “semillero” del que salieron los políticos, administrativos e intelectuales chilenos más importantes durante mucho tiempo. “Patio central del Instituto Nacional”. c. 1910. Fotografía. Colección Biblioteca Nacional.
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En agosto de 1831 nació en Santiago Benjamín Vicuña Mackenna, uno de los personajes más importantes del Chile del siglo XIX. Desde joven participó de la vida pública nacional: a los 18 años, convencido de la importancia de reforzar la democracia, se unió a la Sociedad de la Igualdad y casi diez años más tarde participó en la Revolución de 1851; cuando su bando, el liberal, perdió, Benjamín fue desterrado. Por dos años recorrió América y luego, en 1853, decidió viajar a Europa, donde vivió tres años. En 1859, ya de vuelta y luchando junto a los opositores del presidente Montt, cayó en prisión y volvió a ser deportado, pero pronto regresó al país y se dedicó a la vida política. En 1867 contrajo matrimonio con su prima Victoria Subercaseaux, y cinco años después fue nombrado Intendente de Santiago. Tras haber vivido en París durante los años de las grandes reformas urbanísticas impulsadas por Georges-Eugène Von Haussmann, estaba convencido de los beneficios que un plan modernizador traería a Santiago, y se puso manos a la obra con los mismos bríos que el francés en la capital gala. Durante su gestión se trabajó en mejorar el alumbrado público, el servicio de agua potable, la seguridad y el transporte. Inspirado por Europa, creó espacios públicos como el Cerro Santa Lucía, e intentó desterrar la mendicidad y la prostitución. Para lograrlo optó por un programa de segregación urbana marcado por la creación del “Camino de cintura”, actual avenida Vicuña Mackenna. Durante sus últimos años Vicuña Mackenna continuó dedicado a la política, y también se volcó a trabajar en historia y en otros escritos. Vicuña Mackenna murió en 1886, a los 55 años de edad. “Benjamín Vicuña Mackenna en el Cerro Santa Lucía”. c. 1872. Fotografía. Colección Museo Histórico Nacional.
consistían en asaltos y enfrentamientos entre dos bandos políticos: quienes favorecían al presidente conservador Manuel Montt y sus opositores liberales; Ramón tomó partido, desde pequeño, por el grupo conservador. A los diez años ingresó como interno al colegio de la Compañía de Jesús donde, junto con las otras materias, se instruyó en el dibujo. En 1870, ya egresado del colegio jesuita y tras haber hecho un viaje en barco por el sur de Chile, la primera de sus aventuras, acudió como alumno externo al Instituto Nacional; la idea era aprobar el Bachillerato en Humanidades. En el mismo lugar conoció a Alberto Orrego Luco, uno de sus compañeros pintores y gran amigo.
SA TIA O E
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La vida santiaguina en la segunda mitad del siglo XIX era tranquila para quienes pertenecían a los grupos acomodados, como la familia Subercaseaux. Para Ramón, los días pasaban sin preocupaciones; a lo más, eran matizados por las novedades europeas que llegaban en las cartas escritas por su cuñado Benjamín Vicuña Mackenna —casado con su hermana Victoria— o por los temas políticos que ya interesaban al joven y que comentaba con su hermano Antonio, político casado con una de las hijas del presidente José Joaquín Pérez. Siguiendo los deseos de su madre, Ramón entró en 1871 a estudiar Derecho en la Universidad de Chile. Al
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COMIE
OS DE LA CARICAT RA E
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Las primeras caricaturas del país aparecieron en el periódico “Viva La Patria” en 1821 y sirvieron, como lo harían en los años posteriores, para ridiculizar a los oponentes políticos o denunciar las acciones gubernamentales. El primer gran caricaturista fue el pintor Antonio Smith, quien publicó regularmente a través de las páginas de “El Correo Literario” (1858). A fines de siglo XIX Luis Fernando Rojas Chaparro se perfiló como el más conocido ilustrador. En 1902, en el “Diario Ilustrado” comenzó la costumbre de presentar una caricatura en portada cada día: entre ellas estuvieron las de Pedro Subercaseaux, hijo del pintor Ramón Subercaseaux. Para entonces eran más livianas y no necesariamente tan confrontacionales como durante el siglo XIX.“Caricatura de Ramón Subercaseaux”. Pedro Subercaseaux (apodado Lustig). c. 1908. Dibujo sobre papel. Colección particular.
mismo tiempo, tomaba clases en la Academia de Pintura, que por entonces dirigía el alemán Ernesto Kirbach, quien había seguido la orientación neoclásica con un toque romántico de su predecesor Alejandro Cicarelli. El artista recordaba al germano como “cachigordo de figura, rubio y de ojos pequeños (…) artista de cierto valor (…) pedante en la pintura, acometía temas terribles, como las escenas de Shakespeare, o hacía retratos con efecto dramático”. La pintura de Ramón evidenciaba, desde estos primeros años, el interés del artista por los temas urbanos; sus cuadros estaban compuestos de manera muy meditada y bien
resuelta, su dibujo era acabado y sólido, y los colores sobrios que prefería —como grises, rosados y azules y rojos contenidos— dotaban a sus telas de una atmósfera elegante. Sin embargo, Subercaseaux pronto tuvo que abandonar la Academia, pues las horas de clases de pintura eran incompatibles con sus otras obligaciones, con lo que los pinceles volvieron a ser, por un tiempo, una actividad perdida entre sus múltiples intereses. Sin tener vocación para las leyes y aburrido con las largas horas de estudio que demandaban, Ramón se escapaba. Para justificar estas huidas acompañaba a su cuñado
Ramón Subercaseaux viviría en diferentes periodos en París, primero como joven soltero y luego acompañado de su esposa Amalia. En la capital francesa ejerció su primera misión como enviado del Gobierno de Chile y desarrolló su pintura alentado por amigos como el retratista estadounidense John Singer Sargent. “Boulevard Montmartre”. 1897. Camille Pisarro. Óleo sobre tela. 73 x 92 cm. National Gallery of Victoria. Melbourne.
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Benjamín Vicuña Mackenna, quien ya había regresado de Europa y estaba dedicado a su trabajo como Intendente de Santiago, en sus paseos por la capital. Su situación académica empeoró a medida que avanzaba en la carrera, hasta que finalmente dejó de asistir a la universidad en 1874. Para ocupar su tiempo decidió concentrarse en leer a los clásicos —en francés, italiano e inglés— y a tocar el violín. Inquieto y entusiasta, participó de la fundación del Club Musical de Santiago, y empezó a realizar caricaturas. A excepción de aquellas realizadas por el también paisajista Antonio Smith, el género se había desarrollado poco en el país. Como el mismo Ramón se quejaba, “han salido muchos periódicos a explotarlas, pero en ninguno se ha revelado nunca un dibujante inteligente o espiritual. Por el contrario, sólo se han podido publicar láminas insulsas, y cuando han puesto mayor empeño en hacerlas graciosas o picantes han caído en lo soez y en lo inepto”.
PRIMER VIAJE A E ROPA En 1874 Subercaseaux, de veinte años, se embarcó rumbo al Viejo Continente en el que sería un viaje decisivo para orientar su vocación de pintor. Recorrió Inglaterra, Bélgica
y Francia, radicándose finalmente en París, donde se encontraban varios de los pintores que marcarían el arte chileno del siglo XIX, entre ellos Pedro Lira y su buen amigo del colegio Alberto Orrego Luco. Ahí se sintió inmediatamente cómodo, gracias a la afinidad con lo francés que heredó de su abuelo galo. Alojó en los primeros tiempos en el Hotel del Louvre, que en la época era conocido humorísticamente por los chilenos como “los baños de Colina”, porque se llenaba de compatriotas. A los pocos meses cambió de dirección y arrendó un pequeño departamento en la calle Cambon, ubicada cerca de los Grandes Boulevares. Subercaseaux no cejaba en su afán de desarrollar sus habilidades musicales y, para hacerlo, adquirió un armonium, instrumento en el que, al igual que con el violín, “gastaba horas y días en aprender con corrección una composición”. La pintura y el dibujo, sin embargo, le resultaban mucho más naturales: “No tenía más que coger un lápiz para dejar concluido en poco tiempo un apunte, o retrato o paisaje, que resultaba interesar más que mis tocatas”. Alentado por esta habilidad y por su amistad con variados artistas, como el catalán Miralles, el belga Stevens, o los franceses Carolus Duran y Bonnat, a quienes visitaba en sus estudios y con los
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El sueño dorado de las familias chilenas de clase alta del siglo XIX era el viaje a Europa, donde se suponía se empaparían de la elegancia, buen gusto y glamour que proyectaba la Ciudad Luz y se codearían con lo más granado de la sociedad parisina. Y si bien muchos chilenos consiguieron ese objetivo, las más de las veces pasó que los latinoamericanos recibieron el displicente apelativo de “rastacueros” por parte de los europeos. Según un cronista de la época, el apelativo correspondía al imaginario europeo de un personaje ridículo, de piel morena, que se vestía de manera exagerada (destrozando, de esta manera, cualquier posibilidad de calificarse como “a la moda”) y carente de refinamiento, que aspiraba a escalar en la sociedad parisina. Otro grupo de connacionales en el Viejo Continente fueron los estudiantes, quienes, atraídos por el brillo de la bohemia parisina, llegaron a la capital francesa para tratar de alcanzar la gloria y la fama artística o literaria. “Chilenos en barco rumbo a Europa”. c. 1909. Fotografía.
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JOSE TOM S
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Urmeneta nació en Santiago, en octubre de 1808, y fue el mayor de siete hermanos. Cursó sus estudios básicos en el país, pero en 1823 partió a Estados Unidos a educarse en un colegio mercantil, y luego asistió a la Universidad de Brown. Cuatro años más tarde volvió a Chile, donde se unió a una sociedad comercial que no prosperó. Entonces partió a buscar suerte en Londres, desde donde volvió en 1831. Atraído por las posibilidades de la explotación del cobre se involucró en esta actividad apenas llegó al país. En 1833 encontró un filón que le valió ocho años de buenos ingresos, pero algunos malos negocios lo dejaron casi en la bancarrota. Sin embargo, la década siguiente se repuso. El emprendedor invirtió en los más diversos rubros: modernización de las faenas mineras, finanzas, industria y bienes raíces. Fue político y llegó incluso a ser candidato a la presidencia de la República. Murió el 20 de octubre de 1878. “José Tomás Urmeneta”. Fotografía. Colección Biblioteca Nacional.
que se enfrascaba en animadas discusiones, Ramón se fue acercando al arte. En esa época se autoproclamaba como gran admirador de Meissonier, retratista de Napoleón, y de Baudry, decorador de la Opera Garnier de París a quien, al menos, conoció de vista. Por estas mismas fechas viajó a lo largo y ancho de Francia, visitando viñas y profundizando en sus conocimientos vitivinícolas, un interés que heredó de su padre. Éste, poco antes de morir, había contratado al francés Louis-Joseph Bachelet, un enólogo de la zona de Borgoña, para que se hiciera cargo de “industrializar” la producción de vinos que poseía. El mismo pintor recuerda en sus memorias que poco tiempo después de que su padre muriera llegó finalmente a Chile el señor Bachelet, y que “junto con el viñador, llegaron innumerables paquetes de plantas que traían en agua y que después cubrieron con tierra”; éstas fueron plantadas en Pirque. Ramón viajó por diferentes países de Europa, y en cada ciudad importante visitaba los museos para empaparse de las obras de los grandes maestros. En Italia, que visitó en 1875, se encantó con la colorida obra del pintor catalán Fortuny, y con la pintura de Villegas, otro español que gustaba de los formatos pequeños. La travesía continuó por España; en el Museo del Prado de Madrid el artista quedó boquiabierto con la obra de Velázquez, cuyo dibujo le fascinó, y sobre el que escribió con entusiasmo en sus memorias: “(su dibujo es) amplio,
justo, fácil, el color finísimo, armonioso y distinguido, y la composición desenvuelta e imprevista (…) Penetró a fondo (la realidad), y con ella a una serie de individuos de toda una jerarquía, a toda una sociedad, a todo un pueblo, a toda una época”.
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TIEMPOS DE
ERRA
En 1876 Subercaseaux regresó a Chile y decidió aplicar, en unas tierras que su madre le cedió, los conocimientos sobre viñedos que adquirió en Francia, plantando nuevas variedades de uvas. Además, seguro del potencial del negocio vitivinícola, se dio a la tarea de convencer a distintos políticos para incrementar el impuesto a las importaciones de mostos de origen francés, dando así un fuerte incentivo a la producción de vino nacional, que hasta entonces no había repuntado a pesar de tener condiciones climáticas que le auguraban buenos resultados. En esta época también inició su vida política, y fue elegido diputado suplente por Angol. Eso no fue todo: en estos agitados años chilenos que precedieron a la Guerra del Pacífico conoció a quien sería su esposa, Amalia Errázuriz Urmeneta, nieta de José Tomás Urmeneta y heredera de una acaudalada familia. Los jóvenes se casaron el 30 de junio de 1879, poco más de tres meses después del estallido del conflicto contra Perú y Bolivia.
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VIDA E ROPEA Nuevos asuntos, esta vez su incorporación como funcionario de la Legación Chilena y la negociación de unas minas de carbón que interesaban a la familia de Amalia, llevaron a Ramón Subercaseaux a Europa una vez más, en 1880; junto a su esposa se instalaron en París. En el Viejo Continente nació su primer hijo, Pedro, quien sería pintor y monje. En los años que siguieron nacieron, algunos en Europa y otros en territorio chileno, sus otros hijos: Juan, que llegaría a ocupar el cargo de Obispo de Linares y Arzobispo de La Serena; Luis y León, diplomáticos; y las mujeres, María Emiliana, Rosa, María, Blanca e Isabel. Como buen diplomático, Subercaseaux era un hombre observador y lleno de amigos, siempre discreto al referirse a su vida privada, pero buen conversador y excelente animador de veladas. Su ingenio era reconocido por todos quienes le conocieron, y sus respuestas eran famosas por ser rápidas y precisas. Era generoso y amaba el orden y la belleza, una característica que se hizo cada vez más marcada con los años. El diplomático-pintor, que tenía un excelente “olfato” para reconocer el buen arte, pronto trabó amistad y ayudó al entonces desconocido escultor Rodin. Además, se dedicaba
a sus propias habilidades artísticas, perfeccionándose en los cursos de pintura que tomó con el andaluz García Ramos y asistiendo por las noches a una academia de dibujo. Por su cargo de diplomático, tuvo la ocasión de tratar a los más connotados intelectuales europeos. Gracias a su posición y contactos en el mundo del arte, el artista chileno conoció al pintor estadounidense John Singer Sargent, quien era entonces un desconocido, pero que a los pocos años sus contemporáneos ya consideraban como el mejor retratista de Europa. Sargent fue una enorme influencia para Subercaseaux, que admiraba su arte. El chileno quería tener una obra de su amigo y, conociendo su habilidad para retratar, le encargó pintar a su esposa Amalia. La tela resultó tan bien lograda que le valió al estadounidense una Medalla de Oro en el Salón de París de 1881. Los artistas se hicieron muy amigos, y aprovecharon la presencia en Europa de José Tomás Errázuriz, hermano de Amalia y también pintor y diplomático, para visitar juntos la ciudad italiana de Venecia, donde ya estaba instalado, desde alrededor de fines de 1879, Orrego Luco. Animado por sus amigos y por Sargent, Subercaseaux dedicó todavía más tiempo al cultivo de su arte, especialmente desarrollando la pintura al aire libre.
JOSE TOM S ERR
RI
En 1856, hijo de una de las familias más ricas de Chile, nació José Tomás Errázuriz. Desde niño fue claro su amor por la pintura, y cuando en 1883 viajó a Francia, lo hizo para profundizar sus estudios artísticos. Allí expuso en los Salones Oficiales mientras su esposa, Eugenia Huici, cultivaba las amistades y era mecenas de artistas de la vanguardia parisina como Picasso, Juan Gris o Guillaume Apollinaire. Errázuriz pintaba retratos y cuadros campestres, ejecutándolos con gran destreza y sensibilidad. Sus composiciones son equilibradas y muy estudiadas, y el color servía para reforzar esta armonía. Ejerció en paralelo la carrera de diplomático en Londres y París, donde vivió la mayor parte de su vida y donde pintó casi toda su obra. Por ello fue parte de los llamados “pintores diplomáticos” y no es extraño que sus cuadros fueran prácticamente desconocidos en Chile hasta años después de su muerte, ocurrida en París en 1927. “Niños en el paisaje”. (Detalle). José Tomás Errázuriz. Óleo sobre tela. 100 x 115 cm. Colección Pinacoteca Universidad de Concepción.
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DESARROLLO DEL ARTE
ACIO AL
A fines de 1881 el artista volvió a Chile. El ambiente político interno estaba bastante revuelto, especialmente por el descontento que generaban en las filas conservadoras —a las que pertenecía Subercaseaux— algunas medidas del gobierno liberal de Domingo Santa María. Esto, sumado a la desazón que le generó comparar el avance de los países europeos en que estuvo con la situación que vivía Chile, lo motivaron a mantenerse alejado de la política y dedicarse de manera definitiva a la pintura. Si hasta entonces ésta había sido una actividad de mero entretenimiento, como la música en su vida, en esta época el artista se volcó con pasión a los pinceles y las telas y produjo sus obras más frescas y brillantes. Preocupado por impulsar la situación cultural del país, Subercaseaux fundó con otros artistas la “Revista de Artes y Letras”, que fue uno de los pilares de la opinión cultural chilena desde su primer número en 1884, hasta fines de siglo. Además se reunía casi todos los días con su amigo Pedro Lira, uno de los pintores más importantes de la escena artística chilena y propulsor infatigable del desarrollo de las artes nacionales, con la intención de organizar los Salones de pintura de Santiago. Solía sumárseles el paisajista Onofre Jarpa, muy amigo de ambos. A través de sus publicaciones en la prensa y acciones concretas, lograron hacer de la situación de los artistas un tema de discusión en la agenda de la sociedad y el Gobierno. Uno de sus mayores logros fue
conseguir, en 1884, la venia presidencial para levantar el Partenón de la Quinta Normal; el edificio fue inaugurado tres años después y en él funcionó por varios años el Museo de Bellas Artes. El espacio también acogió a los Salones Oficiales y, a instancias de Lira y Subercaseaux, comenzaron a rematarse las obras presentadas en estas exposiciones cuando se desmontaban. Esto permitió ir generando, por primera vez en Chile, un mercado nacional del arte, con precios conocidos por todos y artistas en alza. Los esfuerzos pictóricos de Subercaseaux en el país finalmente dieron los frutos esperados en los mismos concursos. En el primer Salón que vio la luz, el de 1884, el jurado lo galardonó con el Primer Premio, una sorpresa para el mismo Ramón: “Los cuadritos que pinté yo tuvieron un éxito que no merecían”. A Subercaseaux le gustaba retratar la vida urbana, especialmente los rincones populares que mostraban la vitalidad de Santiago; el diplomático-pintor fue un enamorado de la capital y del país en general. A pesar de su espíritu reformista y ánimo modernizante, defendía con entusiasmo la arquitectura colonial, que consideraba las “únicas cosas interesantes de la ciudad” y sufría por la tendencia que se instaló en su época de, en sus palabras: “reemplazarlas por estucos italianos, por carpinterías americanas o por hojalaterías nacionales”, con el objeto de “dar sitio a una serie de vulgarísimas casas de alquiler”. Consideraba que los resultados eran de un mal gusto insoportable y parecían
PEDRO LIRA El artista más gravitante de la segunda mitad del siglo XIX chileno nació en Santiago el 17 de mayo de 1845. Fue pintor, maestro y crítico, e impulsó las artes nacionales organizando exposiciones y trabajando para lograr construir el primer edificio dedicado a la presentación de las obras de los Salones Oficiales de Pintura en la Quinta Normal. Fue muy premiado en Chile y Europa, e incluso llegó a ganar la Segunda Medalla en la Exposición Universal de París, en 1889. En sus primeras obras pintó siguiendo las líneas de la Academia, pero de a poco fue alejándose del cuidado por el dibujo y privilegiando una pincelada suelta y el uso de los colores para componer sus cuadros. Murió a los 66 años, en abril de 1912. “Pedro Lira”. 1875. Fotografía. Colección Museo Histórico Nacional.
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El Medio Oriente marcó un hito en la vida del cosmopolita Subercaseaux: viajó en peregrinación buscando consuelo por la muerte de su hijo Javier y para rezar por la mejoría de su hija mayor. En medio de sus oraciones, inspirado por los exóticos paisajes, pintó algunos cuadros de gran belleza. “Iglesia del Santo Sepulcro”. (Detalle). 1894. Ramón Subercaseaux. Óleo sobre madera. 35 x 27 cm. Colección particular.
tortas de novia “que se enriquecen con ribetes y perifollos azucarados”. Uno de los lugares que más le gustaba pintar era el puente Cal y Canto, que consideraba “el monumento colonial por excelencia (…) muestra de trabajo superior y de admirable rigidez”; por lo mismo, lamentó profundamente su desaparición cuando las obras de canalización del Mapocho obligaron a demolerlo.
A LAS
RDE ES DE LA PATRIA
En 1887 Subercaseaux viajó por tercera vez a Europa. Iba junto a su familia para dedicarse a la diplomacia. La estadía europea parecía una excelente oportunidad para compartir y viajar en familia, pero resultó desgraciada: murió su hijo Javier y la salud de su hija mayor, María Emiliana, se vio afectada por una grave enfermedad. Buscando aliviar el sufrimiento que le generaba la situación de sus hijos y para tratar de lograr la sanación de la mayor, el católico Ramón partió junto a toda su familia en un largo peregrinaje: a Lourdes, Asís y Tierra Santa. Este viaje fue para él un hito espiritual que lo impactó profundamente, en particular la visita a Medio Oriente y
Egipto, donde tomó apuntes de las pintorescas locaciones, “tratando de dejar fijadas al óleo o la acuarela las imágenes de tanto sitio original y hermoso”. Para distanciarse de la dolorosa situación familiar, en Europa el artista dedicó su tiempo a cumplir con sus obligaciones diplomáticas. Además, todavía preocupado por el mejoramiento del arte nacional, escribió varios artículos para el diario “El Ferrocarril” y un folleto dedicado al tema de la enseñanza de las bellas artes y las artes industriales. En 1890 volvió al país por un par de meses para acompañar en sus últimos días a Maximiano Errázuriz, su suegro enfermo. En Chile la tensión política entre los partidarios del presidente liberal Balmaceda y quienes se oponían a sus políticas y a su figura, tenían al país al borde de la guerra. Para cuando el conflicto estalló en los primeros días de 1891 Subercaseaux ya no estaba en el país sino en Europa; a mediados de noviembre, tras la muerte de su suegro, había embarcado para continuar con sus tareas diplomáticas en París. A pesar su simpatía por el presidente Balmaceda, los años como conservador pesaron más en el espíritu del diplomático, quien tomó partido por el bando revolucionario. Apoyado por Agustín Ross y Augusto Matte,
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FRA PEDRO S BERCASEA Pedro Subercaseaux nació en Roma el 10 de enero de 1880. Sus padres le dieron la mejor educación y motivaron al niño a que desarrollara su evidente talento para la pintura y el dibujo. Estudió en París, en la Academia Julian, donde empezó a desarrollar sus conocidos temas históricos que le valdrían premios en Chile y el extranjero. No sólo eso, también se le considera como el creador del primer comic chileno, “Von Pilsener” en 1906, y fue un notable caricaturista conocido popularmente como “Lustig”, que significa “divertido”, en alemán. Ese mismo año se casó con Elvira Lyon Otaegui quien, como él, era profundamente cristiana. Catorce años después, en un viaje al monasterio de Wight, Inglaterra, ambos decidieron poner en práctica su idea de dedicarse a la vida religiosa. Habiendo recibido la venia papal —pero no todavía la de su padre, aunque éste finalmente aceptó su opción de vida—, Pedro se convirtió en monje benedictino y Elvira ingresó al noviciado de las Damas Catequistas de Loyola. A la muerte de su madre volvió a Chile acompañando a su padre, y decidió quedarse en territorio nacional. Por ello, se empeñó y consiguió traer a Chile en 1938 la orden que profesaba. Los años que siguieron el religioso continuó pintando cuadros de temas religiosos, como la “Aparición del Apóstol Santiago”, o el “Retrato del Papa Pío XI”, que hasta hoy cuelga en una de las salas del Vaticano. También decoró varias iglesias. Murió en Santiago el 23 de enero de 1956. A la izquierda. “Dibujo de su hijo Pedro”. Ramón Subercaseaux. Lápiz sobre papel. 21 x 21 cm. Colección particular. A la derecha. “Jura de la Independencia”. 1945. Pedro Subercaseaux. 156 x 250 cm. Colección Palacio de La Moneda.
organizó el Comité de Ayuda en beneficio de los rebeldes en la capital francesa. Su experiencia en el campo de las relaciones exteriores fue fundamental para el país en los años que siguieron a la Guerra Civil: Subercaseaux tuvo un papel esencial en las negociaciones del nuevo gobierno con los políticos franceses, ingleses e italianos. También trabajó para ayudar a los periodistas europeos a dar un reporte de lo sucedido que se ajustara lo más posible a la realidad. Hasta 1894 dedicó todas sus energías a reafirmar ante los parlamentos europeos la dañada imagen de Chile y a reanudar las relaciones con la Santa Sede. El artista-diplomático extrañaba su patria y regresó apenas la situación internacional de Chile se lo permitió. Para preparar esta instalación familiar Ramón viajó algunos meses antes que su esposa e hijos y compró una hacienda en la localidad de Nos, para construir una casa en que todos
cupieran cómodamente y que fuera su refugio en Chile. Sin embargo, su alegría y esfuerzos se vieron empañados por una mala noticia: su hija María Emiliana, tras años de sufrimientos, había muerto al otro lado del Atlántico. Buscando apagar sus penas, el artista se lanzó de lleno al mundo de los negocios y se refugió en el ambiente calmado de Nos, donde empezó a consolarse. Estuvo poco tiempo en el campo: una epidemia de tifus atacó la campiña y a Subercaseaux no le quedó más que refugiarse, como lo hiciera su madre durante sus dolencias, en el balneario de Viña del Mar. Allí esperó la llegada de su familia, que arribó finalmente en 1895; todos partieron inmediatamente a la casa de campo construida por el artista. Ahí estaba cuando llegaron las elecciones de 1896, para las que presentó un decidido apoyo al candidato conservador Federico Errázuriz. Cuando éste fue electo presidente, designó a Ramón Subercaseaux como Ministro
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Diplomático de Alemania e Italia, y la familia volvió a embarcarse a Europa. En junio de 1897 el pintor-diplomático tuvo que trasladarse a Inglaterra, para participar en las celebraciones de los sesenta años de reinado, el llamado “Jubileo de Diamantes”, de la reina Victoria. A juicio de Subercaseaux, la reina era “una anciana gruesa y redondeada, con las manos rellenas” que hacía el efecto “de tener todavía más años de los que le sabía”. Tras este encargo el artista volvió a su misión en tierras germanas e italianas. Cuatro años más tarde, en 1901, el Gobierno chileno decidió que correspondía separar la representación conjunta de los países a su cargo, por lo que Ramón Subercaseaux se convirtió en el representante chileno en Alemania y Viena. Su gestión en estos países fue muy beneficiosa para Chile; en la nación germana y considerando la delicada situación limítrofe que se vivía con Argentina, gestionó ventajosas adquisiciones de armamentos para el Ejército. El chileno se hizo muy amigo del káiser Guillermo II y su esposa, quienes incluso asistieron a los espectáculos de villancicos medievales que organizaban los Subercaseaux Vicuña para Navidad.
Su anterior estadía en Italia también había sido fructífera, no sólo para las relaciones chileno-italianas sino también para el artista, que pintó una serie de óleos, como “El arco de Tito”, “Piazza del Popolo” y “El interior de San Pedro”, en que se puede notar la madurez que había alcanzado como pintor.
LA CHACRA E
EL LLA O
Finalizada su permanencia en el cargo, el año 1902, la familia Subercaseaux Errázuriz regresó nuevamente a Santiago y se instaló en el “Palacio Urmeneta”, un imponente edificio de estilo gótico inglés, ubicado en calle Monjitas, que los abuelos de Amalia habían mandado a construir. Sin embargo, el matrimonio no alcanzó a vivir en la suntuosa mansión por mucho tiempo: dos hijas más, Rosario y María, murieron en 1906, el mismo año que un espantoso terremoto dejó la mitad de la capital por los suelos. Agobiados por los recuerdos, Ramón y su esposa decidieron trasladarse a una nueva casa, la chacra de los Subercaseaux Vicuña, para intentar olvidar. Ésta quedaba en el límite de Santiago, en el sector rural conocido como el Llano Subercaseaux en honor al padre del pintor, quien
La “Chacra Subercaseaux”, en las afueras de Santiago, fue el refugio favorito del pintor en Chile. En sus jardines paseaba, leía o pintaba, mientras en sus interiores, llenos de recuerdos de sus viajes, ofrecía animadas reuniones sociales a las que asistía lo más elegante de la sociedad santiaguina. A la izquierda. “La chacra Subercaseaux”. (Detalle). 1869. Ramón Subercaseaux. Óleo sobre tela. 50 x 60 cm. Colección particular. A la derecha. “Casa de la familia Subercaseaux”. Fotografía. Álbum familiar.
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fuera el primer gran dueño de esas tierras que se ubicaban hacia el sur de la calle San Diego, muy cerca de donde vivía la familia Mira Mena, cuna de sus talentosas amigas las pintoras Magdalena y Aurora. La chacra fue lo más parecido a un hogar definitivo para Ramón, a pesar de que éste nunca dejó sus andazas nómades alrededor del mundo. El valor sentimental que tenía este lugar para el autor era intenso: en ella vivió sus veraneos y aventuras juveniles y luego sus propios hijos crecieron y jugaron bajo la sombra de los árboles del parque. Entre ellos destacaba un magnolio gigantesco, junto a cedros, peumos y encinas plantados años atrás por el paisajista francés Anglade, quien cumplía con los deseos de la madre del diplomático. El parque, lleno de rincones, era ideal para salir de paseo, o instalarse en alguna esquina a meditar o leer. Sus caminos estaban delineados por coloridas plantaciones de azucenas, hortensias, calas, violetas, y cada tanto en tanto estaba decorado con las esculturas de mármol que Ramón había recolectado en sus diferentes viajes.
Hasta el lugar llegaban políticos, intelectuales, eclesiásticos y amigos, quienes disfrutaban de la tranquilidad de la propiedad bajo el tradicional parrón, cuyas matas se enroscaban en una estructura de fierro que conducía a una fresca laguna. Al fondo había un bosque de olivos y otro de naranjos, dispuestos alrededor de dos fuentes de mosaicos italianos y que se veían con claridad desde la casa, que estaba en el corazón de la chacra. Las paredes exteriores de la construcción estaban tapadas por madreselvas y jazmines, y sus muros interiores, pintados de blanco y azul, estaban decorados con guirnaldas y festones. La inspiración arquitectónica de la casa tenía ribetes neoclásicos y el edificio se estructuraba en dos pisos, dispuestos sobre un zócalo de piedra y ladrillo, que hacía las veces de mirador y destacaba desde el horizonte. Se apreciaba en el diseño la mano de los artesanos norteamericanos que participaron de su construcción; ellos lograron combinar armónicamente las columnas, pilastras y el fino encaje de carpintería, que se podía ver desde sus corredores y cornisas. En el sector posterior se ubicaba el taller de su hijo mayor, Pedro, el cual en grandes telas iba pintando las escenas más relevantes de nuestra historia. Cuentan sus contemporáneos que ser invitado ahí era una experiencia muy grata, especialmente por la buena mesa francesa de la que hacían gala Ramón y Amalia cuando ofrecían comidas. Este gusto por los platos galos era responsabilidad principalmente de Ramón, que los asociaba a su infancia y a los años vividos en la capital francesa. En los salones colgaban hermosas telas, realizadas por amigos europeos de Subercaseaux, como Sargent, Boldini y Dagnan-Bouveret. Su afición por las artes decorativas lo había llevado a adquirir finos brocatos, columnas de mosaicos y estatuas de mármol, que adornaban los salones en que, cuando el evento lo ameritaba, las veladas eran amenizadas con música; Amalia tocaba el piano y su marido la acompañaba al violín. Continuando con su veta de empresario, Ramón había cultivado viñedos en la finca, que engarzaban con el parque y prolongaban su extensión. Los esfuerzos iniciados por su padre no habían sido en vano, y la Viña Subercaseaux ya
Al servicio del Gobierno chileno Ramón Subercaseaux vivió en diversos países de Europa, como Italia, Alemania y Francia. “Ramón Subercaseaux y Amalia Errázuriz Urmeneta en funciones diplomáticas”. Fotografía. Álbum familiar.
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alcanzaba fama por la calidad de sus mostos, gracias a la implementación de tecnologías modernas. Con el impulso del diplomático las mesas chilenas comenzaban a reemplazar el vino francés por el nacional.
POLÍTICA
ARTE
La chacra se ubicaba administrativamente en la municipalidad de San Miguel, y en 1906 el artista aceptó el reto de convertirse en su alcalde. Habiendo retomado ya la carrera política, su siguiente paso fue postular a la senaduría de la provincia de Arauco seis años después, representando a los conservadores, y ganó. Fue un político proactivo y consciente de los problemas que vivían las clases populares chilenas, resumidos en esa época como “la cuestión social”. Inquieto por las precarias condiciones en que vivían los hogares más pobres, asumió el cargo de vicepresidente ejecutivo del Consejo de Habitaciones para Obreros, donde trabajó para suprimir unos tres mil conventillos santiaguinos, facilitando al mismo tiempo que quienes vivían en ellos pudieran comprar viviendas dignas. Fue un gran impulsor de la modernización del país, presentando al Congreso iniciativas como la creación del
LA C ESTI
ferrocarril Trasandino y formando parte de la Comisión de Obras Públicas del Senado. Bajo la presidencia de Juan Luis Sanfuentes, en 1915, fue nombrado Ministro de Relaciones Exteriores y Culto; como experimentado diplomático dirigió la política exterior de Chile con los países europeos durante los duros años de la Primera Guerra Mundial. Pese a las presiones ejercidas por ambos bandos en conflicto para que los chilenos tomaran decidido partido por alguna de las facciones, Ramón se mantuvo firme en la postura de neutralidad adoptada por el país. Dentro del sinfín de actividades que el multifacético pintor desempeñaba en paralelo, encabezó la Comisión Permanente de Bellas Artes, que tuvo como una de sus metas más importantes el llevar a buen término la construcción del Palacio Nacional de Bellas Artes. Éste estuvo listo a tiempo para las festividades del Centenario de la República en 1910, y fue inaugurado con gran pompa. La exposición inaugural contó con las obras de los autores italianos, franceses y españoles más importantes de ese entonces y sentó un precedente de calidad a nivel americano. Subercaseaux presidió también la Comisión encargada de la asistencia de Chile a la exposición de California,
SOCIAL
A principios del siglo XX el brusco aumento de la actividad industrial, sumado al crecimiento de las ciudades y la falta de políticas públicas orientadas a proteger a las clases trabajadoras, que vivían generalmente en condiciones miserables, derivaron en la llamada “cuestión social” que enfrentó a las diferentes clases sociales del país. Los pensadores chilenos se empeñaron en buscar soluciones a los problemas de las clases afectadas, y analizaron a través de la prensa y en sus escritos sus causas y motivos. Tres corrientes marcaron la discusión: la católica, que, inspirada en la Encíclica Rerum Novarum de León XIII, veía la causa en una crisis moral de los más pudientes y exigía de parte de los mismos más acción social y menos caridad; una corriente liberal y radical, que creía que la solución estaba en la regulación del mercado y una adecuada legislación que protegiera a los trabajadores; y una línea socialista, que consideraba que la respuesta estaba en “empoderar” a los trabajadores.“Conventillos”. Fotografía. Colección Biblioteca Nacional.
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Roma fue una de las ciudades favoritas de Subercaseaux, quien recorrió sus esquinas e iglesias buscando inspiración para sus cuadros. “Plaza de San Pedro en Roma”. Ramón Subercaseaux. Óleo sobre tela. 63 x 51 cm. Colección particular.
realizada en 1912, y participó en la Extensión Universitaria de la Universidad Católica, órgano de la universidad que ofrecía exposiciones y actividades extra programáticas que pudieran incrementar la cultura nacional. Por si fuera poco, estuvo tras las negociaciones que desembocaron en la llegada del destacado pintor español Fernando Álvarez de Sotomayor, para que se desempeñara como profesor y luego presidiese la Escuela de Bellas Artes en 1912.
LTIMAS MISIO ES Tras casi quince años dedicado a la vida pública en Chile, y una larga carrera diplomática, Ramón Subercaseaux decidió, en 1919, que estaba cansado de la política y tomó la determinación de instalarse en Europa para pintar. Renunció a los cargos que todavía detentaba en Chile y se instaló en Roma, donde tomó con nuevos bríos los pinceles y se lanzó a recorrer las iglesias y monumentos romanos para pintar sus interiores y rincones más interesantes. Comparando con su juventud, la pintura del artista era entonces más suelta, más colorida y más preocupada por captar las atmósferas de las ciudades, que continuaban siendo su tema predilecto.
En 1920 el artista estaba en la Ciudad Eterna junto a su mujer Amalia y a su hijo Juan, quien estudiaba en el Seminario Pío, cuando recibió la noticia de que su hijo artista, Pedro, abandonaba también la vida civil, pero para convertirse en monje benedictino, tras 14 años de matrimonio con Elvira Lyon. Mientras Pedro partía a vivir en la abadía de Quarr, en Inglaterra, Elvira tomaría el hábito en España como monja catequista. La noticia fue un fuerte remezón para Subercaseaux padre. Empeñado en mejorar el conocimiento de los chilenos respecto del arte europeo y extrañando su tierra natal, el pintor decidió volver a su patria a finales de 1920 cargado con una serie de pinturas. Sin embargo, éstas fueron embargadas antes del embarque de Subercaseaux a instancias del “Círculo Artístico” de Roma, que le pidió al Gobierno italiano que tomara medidas para impedir que las obras salieran de la Península. Costó, pero Ramón logró traerlas a Chile gracias a su poder de convencimiento y un pago. Algunos de estos cuadros fueron a parar a los salones de la chacra y otros fueron rematados. Dedicado a la pintura, Subercaseaux participó en los salones oficiales de pintura chilenos en 1921, 1925 y 1929. Al mismo tiempo gestionaba sus negocios, entre ellos el vitivinícola, que era uno de los que más le apasionaba y que le valió numerosas satisfacciones. Aunque había expresado que no quería volver a dedicarse a los cargos públicos, en 1924 no fue capaz de rechazar el cargo de embajador ante la Santa Sede que le ofreció el flamante presidente de la República, Arturo Alessandri Palma. La labor asignada exigía una delicadeza extrema, pues debía promover la aceptación por parte del Vaticano de la separación de la Iglesia y el Estado de Chile. Las negociaciones tuvieron éxito y el Papa Pio XI, con quien siempre mantuvo las mejores relaciones, le agradeció su gestión confiriéndole la “Gran Croce di l’Ordine Piano”, la más alta condecoración que el Vaticano puede otorgar a los embajadores. No sólo servía a Chile. El artista aprovechó sus conocimientos para “darles una mano” a otros países en situaciones comprometidas, como México, que entre 1928 y 1929 vivió dramáticos momentos frente a la Santa Sede por las
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persecuciones religiosas que sufrían los católicos a manos de los herederos de la Revolución. De regreso en la patria, en 1929, Ramón celebró con todo esplendor sus Bodas de Oro con Amalia. Ésta fue una de las últimas celebraciones que compartió con su mujer, pues ella falleció meses después, el 7 de marzo de 1930, en el barco que los llevaba nuevamente a Europa. Sumido en un hondo dolor, Subercaseaux decidió volver a Chile ese mismo año y dedicarse a escribir y pintar. Instalado cerca de la capital, en la chacra del Llano, el artista también impartía conferencias y participaba de manera sistemática y destacada en la prensa; generalmente trataba temas relacionados con el urbanismo y la estética de la ciudad. Además, fue presidente de la Comisión del IV Centenario de Santiago. Esos años editó sus principales obras escritas. En materia de educación y cultura artística fue fundamental su libro La Enseñanza de las Bellas Artes, cuyo énfasis está en la importancia a la instrucción del dibujo, argumentando que esta actividad permite el desarrollo de la inteligencia y el buen gusto e indicando que: “cualquiera que sea el destino que espera a uno, hay que contar con que ha de serle muy útil el saber dibujar”. Los temas históricos también atraían desde siempre su atención y por esos años publicó
El Lacio y la Campiña Romana, Historia del Cristianismo y sus Memorias de 80 años. En todos sus escritos, pero especialmente en estos últimos, destacan la agudeza y sencillez con que tocaba los temas más diversos. Tras la muerte de Amalia, ya se hallaba bastante debilitado. A pesar de ello, era usual que le pidiera a su chofer que lo llevara al centro de Santiago, donde se le podía ver acompañado de su perro que lo seguía a todas partes y de un maletín ajado por los años, pintando con energías renovadas como si todavía fuera joven. Su salud empeoraba y el clima de la chacra no lo ayudaba, por lo que partió a vivir en Viña del Mar. Ahí pasó sus últimos días, contemplando el océano que, según decía, le recordaba sus innumerables viajes. El artista llegó a la conclusión de que al menos dos años de su vida los había pasado en el Atlántico, periodos que recordaba con nostalgia pues decía que fue: “tiempo de paz que he podido aprovechar en muchas y muy buenas lecturas, y en no pocas lecciones de las cosas del mar, de la tierra y de la gente que puebla el mundo”. Con esta misma paz que llevó durante su vida y plasmó en todas sus obras, y contemplando el mar que lo vio nacer, Ramón Subercaseaux murió el 19 de enero de 1937, a los 83 años.
Amalia Errázuriz fue la compañera de toda la vida de Ramón Subercaseaux. A su muerte, poco después de haber cumplido sus Bodas de Oro, el artista perdió sus energías y volvió de Roma a Chile para refugiarse en la chacra de los alrededores de Santiago, donde habían sido tan felices. “Amalia Errázuriz de Subercaseaux”. (Detalle). 1900. Ramón Subercaseaux. Óleo sobre tela. 81 x 101 cm. Colección particular.
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El mundo urbano
Ramón Subercaseaux amaba las ciudades y los espacios intervenidos por el hombre, y por lo mismo fueron sus temas predilectos a la hora de enfrentarse a la tela. En las escenas del diplomático siempre hay algo que recuerda la presencia humana, sean personas captadas en movimiento o formas que revelan la presencia de la gente, como las casas, los autos o las fuentes y estatuas de su jardín. Las figuras humanas de sus cuadros son muy estilizadas, y dan cuenta de las actitudes cotidianas de la sociedad de su época: se pasean por el borde marino, juegan, se visten de una determinada manera. La gracia está en su naturalidad: capta a las personas en el momento de hacer algo, como ignorantes de la presencia del artista. En sus movimientos se materializa la agitación de la vida urbana, la rapidez de la ciudad. En “Estatua de Bernardo O’Higgins”, por ejemplo, la mujer que pasa por delante del espectador y lo encara avanza con gesto decidido; casi es posible oír el claqueo de sus zapatos contra el camino. Para acentuar la sensación de “estar ahí” del espectador, el artista juega con algunos recursos, como los objetos de los primeros planos. En el “Interior de la basílica de San Pedro”, por ejemplo, además de capturar a sus protagonistas paseando por el templo, pone en primera línea un par de esculturas, que permiten que quien ve el cuadro tenga la
en el jardín castillo
perspectiva del artista y pueda imaginar que es él quien se ubica tras el pilar para ver pasar a los romanos. Es a través de estas imágenes de personas captadas en movimiento que el artista atrapa el momento. En las escenas en que las personas no están directamente presentes, Subercaseaux consigue hacerse del tiempo e integrar al espectador gracias a las perspectivas. En obras como “La gitana Esmeralda”, la vista desde atrás permite a quien se enfrenta a la obra imaginar que venía caminando por el jardín de la chacra del Llano y se topó con la estatua. Si en sus primeras épocas el dibujo bien definido era capital, a medida que fue desarrollando su arte Subercaseaux “soltó” el pincel en un intento por dar protagonismo a las atmósferas que cada vez le interesaban más. Mientras en su primera época los colores eran sobrios y se supeditaban a la línea, la evolución de su pintura lo llevó a preferir los trazos cortos a las cuidadas pinceladas de sus comienzos. Los cargados juegos de manchas de diferentes tonos que aplica a trazos cortos en su última época dan intensidad a sus atmósferas pesadas, mientras que el trazo limpio y los tonos fuertes refuerzan la liviandad y pureza cuando el instante así lo requiere.
ulff en viña del mar
técnica Óleo sobre tela dimensiones 135 x 206 cm colección Particular
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calle libertad de viña del mar técnica Óleo sobre tela dimensiones 28 x 42 cm aprox. colección Particular
obras y análisis 29
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obras y análisis 31
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veraneantes en reñaca técnica Óleo sobre madera dimensiones 47 x 97 cm colección Museo Municipal de Viña del Mar
diques de valparaíso año 1884 técnica Óleo sobre tela dimensiones 60 x 78 cm colección Museo Nacional de Bellas Artes
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muelle de valparaíso año 1889 técnica Óleo sobre tela dimensiones 60 x 50 cm aprox. colección Particular
obras y análisis 33
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pla a de reñaca técnica Óleo sobre tela dimensiones 60 x 90 cm aprox. colección Particular
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obras y análisis 35
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caleta de pescadores técnica Óleo sobre tela dimensiones 45 x 70 cm aprox. colección Particular
obras y análisis 37
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malecón con vista al cerro castillo año 1933 técnica Óleo sobre tela dimensiones 42,5 x 70 cm colección Particular
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obras y análisis 39
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iglesia de las carmelitas año 1933 técnica Óleo sobre cartón dimensiones 37 x 41 cm colección Particular
obras y análisis 41
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en la quinta del llano año 1935 técnica Óleo sobre tela dimensiones 57 x 82 cm colección Banco Central de Chile
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obras y análisis 43
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parque año 1931 técnica Óleo sobre tela dimensiones 109 x 89 cm colección Particular
casa de campo técnica Óleo sobre tela dimensiones 50 x 40 cm colección Particular
obras y análisis 45
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fuente de diana
la gitana esmeralda
técnica Óleo sobre tela dimensiones 40,5 x 68,5 cm colección Particular
técnica Óleo sobre tela dimensiones 65 x 50 cm colección Particular
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obras y análisis 47
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la chacra subercaseaux año 1923 técnica Óleo sobre tela dimensiones 50 x 60 cm colección Particular
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obras y análisis 49
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entrada al taller del llano
pila de jardín
año 1912 técnica Óleo sobre tela dimensiones 64 x 50 cm colección Museo Nacional de Bellas Artes
año 1929 técnica Óleo sobre cartón dimensiones 60 x 45 cm colección Pinacoteca Universidad de Concepción
obras y análisis 51
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pérgola de las flores año 1931 técnica Óleo sobre tela dimensiones 40 x 56 cm colección Particular
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obras y análisis 53
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paseo en los tajamares hacia año 1931 técnica Óleo sobre tela dimensiones 60 x 90 cm colección Pinacoteca Universidad de Concepción
obras y análisis 55
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estatua de bernardo o higgins técnica Óleo sobre cartón dimensiones 52 x 53 cm colección Particular
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obras y análisis 57
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tarde en la alameda técnica Óleo sobre tela dimensiones 58 x 63 cm colección Particular
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obras y análisis 59
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calle morandé esquina moneda técnica Óleo sobre cartón dimensiones 36 x 30 cm colección Particular
plaza de armas año 1888 técnica Óleo sobre tela dimensiones 60 x 40 cm colección Particular
obras y análisis 61
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calle morandé año 1934 técnica Óleo sobre cartón dimensiones 44,5 x 58 cm colección Banco Central de Chile
plaza de la compañía técnica Óleo sobre tela dimensiones 63 x 43 cm colección Particular
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obras y análisis 63
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procesión en roma técnica Óleo sobre tela dimensiones 74 x 66 cm colección Particular
el arco de tito en roma año 1911 técnica Óleo sobre tela dimensiones 75 x 62 cm colección Particular
obras y análisis 65
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plaza de san pedro en roma técnica Óleo sobre tela dimensiones 63 x 51 cm colección Particular
obras y análisis 67
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interior de la basílica de san pedro en roma técnica Óleo sobre cartón dimensiones 39 x 57 cm colección Particular
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obras y análisis 69
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interior de basílica romana
altar lateral de iglesia en roma
año 1909 técnica Óleo sobre tela dimensiones 63 x 51 cm colección Particular
año 1926 técnica Óleo sobre tela dimensiones 82 x 54,5 cm colección Particular
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obras y análisis 71
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interior de basílica de san pedro en roma
interior de la iglesia de san clemente en roma
técnica Óleo sobre tela dimensiones 49 x 64 cm colección Particular
técnica Óleo sobre tela dimensiones 59 x 59 cm colección Museo Nacional de Bellas Artes
obras y análisis 73
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vista de roma desde su ventana técnica Óleo sobre tela dimensiones 30 x 50 cm colección Particular
obras y análisis 75
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la plaza de las palomas técnica Óleo sobre tela colección Particular
castillo en el norte de francia técnica Óleo sobre tela dimensiones 54 x 64 cm colección Particular
obras y análisis 77
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plaza del popolo en roma año 1909 técnica Óleo sobre tela dimensiones 62 x 75 cm colección Particular
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obras y análisis 79
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jerusalén
iglesia del santo sepulcro
año 1894 técnica Óleo sobre tela dimensiones 28 x 35,5 cm colección Particular
año 1894 técnica Óleo sobre madera dimensiones 35 x 27 cm colección Particular
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obras y análisis 81
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Retratos
obras y análisis 83
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Retratos
Los retratos de Subercaseaux llaman la atención del espectador por la frontalidad de sus modelos que, con tranquilidad, miran al artista que los retrata. Encaran sin miedo a quien los observa, pero sin violencia tampoco. Sus personajes son seguros de sí mismos, contenidos, y dialogan a través de sus miradas, que dan la sensación, en muchos casos, de que levantaron la vista de lo que estaban haciendo, alguna actividad diaria que no se salía de su rutina, y se encontraron de frente con el artista, siendo incapaces entonces de esconder sus almas. En sus retratos el pintor también muestra su faceta como un “capturador de momentos”, especialmente cuando inmortaliza a su esposa Amalia Errázuriz leyendo o bordando. Los personajes son, por supuesto, identificables por sus características físicas particulares, pero sus gustos también
son una manera efectiva de hacer notar la personalidad de cada cual: un libro, un uniforme oficial, etc., convirtiendo los retratos de Subercaseaux en una instantánea de quienes pintó. Además, reflejan a través de sus ropas y peinados algunos rasgos estéticos de la época en que les tocó vivir. Si bien en sus escenas es difícil determinar de manera clara su progresión hacia un arte más suelto, pues el original Subercaseaux daba desde sus primeros años muestras de un arte suelto y marcado por las atmósferas, en sus retratos es más fácil seguir la evolución estilística del artista. De una factura más cuidada en los primeros años, Ramón Subercaseaux pasa a cuadros más coloridos en los últimos, pintados de una manera más suelta y con atmósferas más espesas en las que sus personajes parecen fundirse.
retrato de una de sus hijas (detalle) año 1904 técnica Óleo sobre tela dimensiones 34,5 x 26,5 cm colección Particular
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amalia errázuriz de subercaseaux técnica Acuarela sobre papel dimensiones 11 x 14 cm colección Particular
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amalia errázuriz de subercaseaux año 1900 técnica Óleo sobre tela dimensiones 81 x 101 cm colección Particular
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obras y análisis 87
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retrato de una de sus hijas año 1904 técnica Óleo sobre tela dimensiones 34,5 x 26,5 cm colección Particular
retrato de celinda bravo técnica Óleo sobre tela dimensiones 36 x 30 cm colección Particular
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retrato de amalia errázuriz de subercaseaux técnica Óleo sobre tela dimensiones 85 x 54 cm colección Particular
retrato de margarita errázuriz valdés año 1910 técnica Óleo sobre tela dimensiones 40 x 30,5 cm colección Particular
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obras y análisis 91
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retrato de su hija isabel año 1916 técnica Acuarela sobre papel dimensiones 51 x 36,5 cm colección Particular
obras y análisis 93
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retrato técnica Óleo sobre tela dimensiones 51 x 41 cm colección Particular
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retrato de amalia errázuriz de subercaseaux año 1920 técnica Óleo sobre tela dimensiones 43,5 x 39,5 cm colección Particular
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Índice de obras Obra, Colección, Página Altar lateral de iglesia en Roma, Colección particular, Santiago, 71 Amalia Errázuriz de Subercaseaux, Colección particular, Santiago, 85 Amalia Errázuriz de Subercaseaux, Colección particular, Santiago, 25 y 86-87 Autorretrato, Colección particular, Santiago, 5 Caleta de pescadores, Colección particular, Santiago, 36-37 Calle Morandé, Colección Banco Central, Santiago, 62 Calle Libertad de Viña del Mar, Colección particular, 29 Calle Morandé esquina Moneda, Colección particular, Santiago, 60 Casa de campo, Colección particular, Santiago, 45 Castillo en el norte de Francia, Colección particular, Santiago, 77 Dibujo de su hijo Pedro, Colección particular, Santiago, 20 Diques de Valparaíso, Museo Nacional de Bellas Artes, Santiago, 32 El Arco de Tito en Roma, Colección particular, Santiago, 65 En el jardín. Castillo Wulff en Viña del Mar, Colección particular, Santiago, 26-27 En la Quinta del Llano, Colección Banco Central, Santiago, 42-43 Entrada al taller del Llano, Museo Nacional de Bellas Artes, Santiago, 50 Estatua de Bernardo O´Higgins, Colección particular, Santiago, 56-57 Fuente de Diana, Colección particular, Santiago, 46 Iglesia de las Carmelitas, Colección particular, Santiago, 40-41 Iglesia del Santo Sepulcro, Colección particular, Santiago, 19 y 81 Interior de Basílica de San Pedro en Roma, Colección particular, Santiago, 72 Interior de basílica romana, Colección particular, Santiago, 70 Interior de la Basílica de San Pedro en Roma, Colección particular, Santiago, 68-69 Interior de la Iglesia de San Clemente en Roma, Museo Nacional de Bellas Artes, Santiago, 73 Jerusalén, Colección particular, Santiago, 80 La chacra Subercaseaux, Colección particular, Santiago, 21 y 48-49 La gitana Esmeralda. Colección particular, Santiago, 47 La plaza de las palomas, Colección particular, Santiago, 76 Malecón con vista al Cerro Castillo, Colección particular, Santiago, 38-39 Muelle de Valparaíso, Colección particular, Santiago, 11 y 33 Parque, Colección particular, Santiago, 44 Paseo en los Tajamares hacia 1870, Pinacoteca Universidad de Concepción, 54-55 Pérgola de las flores, Colección particular, Santiago, 52-53 Pila de jardín, Pinacoteca Universidad de Concepción, 51 Playa de Reñaca, Colección particular, Santiago, 34-35 Plaza de Armas, Colección particular, Santiago, 61
Plaza de la Compañía, Colección particular, Santiago, 9 y 63 Plaza del Popolo en Roma, Colección particular, Santiago, 78-79 Plaza de San Pedro en Roma, Colección particular, Santiago, 24 y 66-67 Procesión en Roma, Colección particular, Santiago, 64 Retrato, Colección particular, Santiago, 94 Retrato de Amalia Errázuriz de Subercaseaux, Colección particular, Santiago, 95 Retrato de Amalia Errázuriz de Subercaseaux, Colección particular, Santiago, 90 Retrato de Celinda Bravo, Colección particular, Santiago, 89 Retrato de Margarita Errázuriz Valdés, Colección particular, Santiago, 91 Retrato de su hija Isabel, Colección particular, Santiago, 92-93 Retrato de una de sus hijas, Colección particular, Santiago, 82-83 y 88 Tarde en la Alameda, Colección particular, Santiago, 9 y 58-59 Veraneantes en Reñaca, Museo Municipal de Viña del Mar, 30-31 Vista de Roma desde su ventana, Colección particular, Santiago, 74-75
Bibliografía básica Álvarez Urquieta, Luis. La Pintura en Chile, Imprenta La Ilustración, Santiago, 1928. Bindis Fuller, Ricardo. Pintura chilena 200 años, Origo Ediciones, Santiago, 2006. Carvacho, Víctor. Ramón Subercaseaux, Ministerio de Educación Pública, Santiago, s/f. Cruz, Isabel. Arte: la historia de la pintura y escultura en Chile desde la colonia al siglo XX, Editorial Antártica, Colección Chile a color, Santiago, 1984. Ivelic, Milan y Galaz, Gaspar. La Pintura en Chile: desde la colonia hasta 1981, Ediciones Universidad Católica de Valparaíso, 1981. Richon Brunet, Ricardo. “Una gran figura chilena. Don Ramón Subercaseaux Vicuña. El artista y el gran señor”, Revista de Arte N° 14, Facultad de Bellas Artes Universidad de Chile, Santiago, 1937. Catálogo de la exposición Ramón Subercaseaux: Retrospectiva de un Hombre Notable, Santiago, Instituto Cultural Las Condes, 1999. Romera, Antonio. Historia de la Pintura Chilena, Editorial Andrés Bello, Santiago, 1976. Subercaseaux, Ramón. La enseñanza de las bellas artes y de las artes industriales, Imprenta del Patronato de San Pedro, Niza, 1892. Subercaseaux, Ramón. Memorias de 80 años. Tomos I y II, Editorial Nascimento, Santiago, 1936.
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