¿Quién dijo que era fácil ser padres?


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¿Quién dijo que era fácil ser padres?

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Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de la cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea eléctrico, químico, mecánico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin permiso previo del editor. Derechos exclusivos de edición en castellano reservados para todo el mundo. © Neva Milicic • Soledad López de Lérida © Editorial Planeta Chilena S.A. Av. 11 de Septiembre 2353, 16º piso, Providencia Santiago (Chile) © Grupo Editorial Planeta Diseño de portada: Germán Bobe / Cuarto B Diagramación y corrección de estilo: Antonio Leiva Primera edición: agosto 2006 Inscripción Nº 156.726 ISBN edición digital (ePub): 978-950-49-2996-3

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Índice PRESENTACIÓN PRÓLOGO A LA NUEVA EDICIÓN INTRODUCCIÓN PROBLEMAS FRECUENTES EN EL PERÍODO PREESCOLAR El oposicionismo, un problema difícil de asumir Autonomía versus dependencia Cuando se sienten injustamente tratados ¡Un ratito más! Ayudarlos a superar sus miedos La timidez y las dificultades para defenderse ¿Cómo aumentar la tolerancia a las frustraciones? Los problemas de alimentación Prevenga la obesidad en sus hijos Prevenir los comportamientos violentos Problemas en el baño Abandonando el querido chupete ¡A dormir! Cuando no dormir siesta es un problema Cuando son de pocas palabras ¿Qué hacer cuando dicen garabatos? 4

Las peleas entre hermanos Mi hijo(a) es hiperkinético(a). ¿Qué hacer para que se tranquilice? ¿Miente realmente? Las pataletas manéjelas con tranquilidad y firmeza ¿Por qué muerden? Retrasos en la grafomotricidad SITUACIONES DE CRISIS El sufrimiento en los niños Crisis familiares ¡Nació un hermano! El ingreso a nuevos ambientes educativos ¿Está maduro para ingresar a primer año básico? Enfrentando la enfermedad y las hospitalizaciones El dolor de perder una mascota La muerte de un ser querido, algo muy difícil de asumir El divorcio de los padres, ¿separación de la familia? El abuso sexual en los niños Ser víctima de un desastre natural CONSTELACIONES FAMILIARES Y SITUACIONES ESPECIALES El hijo único El hermano mayor o la inexperiencia de los padres El hermano del medio, ¿el jamón del sándwich? El hermano menor, ¿síndrome del benjamín? 5

Los mellizos y trillizos, ¿cómo favorecer la individuación? Familias con un solo padre ¿Cuánto influye el sexo en la educación de los niños? Ser zurdo, ¿es un problema? La compañía de los amigos imaginarios ¿Cómo manejar a los niños de temperamento difícil? La sexualidad en el período preescolar La televisión y su impacto en los niños La temprana relación con el dinero La importancia de la amistad CUANDO LOS PADRES SON EL PROBLEMA La atención de sus padres, imprescindible para la felicidad infantil Las necesidades de los hijos y las exigencias de los padres La negligencia paterna ¿Qué errores educativos pueden dañar la autoestima infantil? La dislexia emocional de los padres El trabajo de los padres, ¿cómo afecta a sus hijos? ¿Qué facilita y qué entorpece la comunicación? BIBLIOGRAFÍA

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A Magdalena, Beatriz, Constanza y Javiera porque las queremos mucho. También a Valentina, Florencia, Victoria, Diego y Matías, que nacieron un poquito después y que los queremos igual.

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PRESENTACIÓN Conocí primero los textos de Neva Milicic como estudiante de psicopedagogía, cuando la lectura de los más diversos autores me introducía en conceptos tales como «límites», «contención», «autoestima », «seguridad», todos los cuales me resultaban fundamentales de promover y desarrollar a través de nuestros futuros trabajos y acordes con nuestra función social. Durante toda esa etapa, todo lo que leía y aplicaba me parecía fácil, obvio y lógico, de «perogrullo» casi. Pero cuando tuve hijos, o mejor dicho, hijas, entendí que los colores grises, e incluso los matices al interior de cada uno de ellas, eran innumerables. Cuando cerramos las puertas de nuestra casa y debemos aplicar cada uno de estos conceptos en nuestros propios hijos, ya no es materia de nuestra función social, sino que se convierten en motivos de vida de aquello que nos impulsa a ser y a vivir en profundidad. ¡Cuántas horas de desvelo y de preocupaciones diarias en cómo hacerlo mejor como padres! ¿Cómo equivocarnos lo menos posible? ¿Cómo lograr hijos felices, agradecidos de la vida? Que sean sociables, con ganas de empujar la vida para llenarla de logros. ¡Ayudarles a construir una sociedad más bella, más justa! ¡Hacerlos partícipes optimistas de su historia! Enseñarles a creer en ellos, transmitirles que son lo más importante para nosotros. En definitiva, hacerlos sentir que son lo que más queremos, que los adoramos. Cuando leía por primera vez las páginas de este libro, en momentos, la culpa me agobiaba; o al sentirme identificada con alguna situación, me entristecía. Pero también me sentía profundamente comprendida y aceptada. Gracias a estas páginas, muchas veces he logrado darme cuenta de que no sólo a mí me pasan estas cosas: llegar cansada y querer imponer lo que no sé quién me dijo era lo correcto. Desear que se vistieran combinadas pues esos colores me decían que se «veían bien» según la rosa cromática; escucharlas poco y resolverles rápido el problema. Pero lo que más me ha permitido hacer este libro es abrirme a la posibilidad de contar con un espacio y un lugar para reflexionar conmigo misma sobre la forma en que me relaciono y estoy educando a mis hijas. A partir de ello entiendo que las palabras que decimos y las acciones que realizamos nunca son gratis. Que siempre vale la pena detenerse, cambiar la forma de hacer las cosas si hemos cometido un error. Y, sobre todo, comprendo que no hay mejor ejemplo para nuestros hijos e inyección de optimismo para su vida que el refuerzo diario de sus capacidades, de su dignidad y su valor intrínseco. LUZ PACHECO M. 8



PRÓLOGO A LA NUEVA EDICIÓN Han pasado cinco años desde la primera edición de este libro, tiempo suficiente para tomar distancia con lo escrito, hacer nuevas lecturas y enriquecerse con ellas, recoger comentarios acerca del texto y acumular nuevas experiencias de vida. Todos estos factores permiten releer el libro, pensar qué le haría falta para ser más completo y ayudar así a los padres en el desarrollo de sus competencias parentales y en el cuidado de sus hijos. Hay pequeñas modificaciones en algunos capítulos y se han agregado algunos nuevos, específicamente: – Un capítulo sobre dificultades en la alimentación, que es fuente de gran preocupación y que han aumentado en frecuencia, lo que alarma a padres y expertos, sean éstos del área de la salud o de la educación. – Un capítulo sobre los retrasos en el desarrollo grafomotriz. La literatura sugiere que el diagnóstico y tratamiento oportuno mejora significativamente el pronóstico, ya que puede incluso compensar déficit a nivel cerebral. – Un capítulo sobre el impacto de los desastres naturales, ya que son experiencias que marcan la vida de los niños y sus familias en un antes y un después. El manejo que el entorno y los padres hagan de estas situaciones de crisis, permitirá disminuir muchos de los trastornos que puedan presentar los niños en el futuro. – Un capítulo sobre los conflictos entre hermanos, que es un tema frecuente y que, a pesar de ser normal, cuando los problemas son de gran intensidad pueden afectar la vida familiar. Una buena resolución de las peleas entre hermanos favorece en los niños el aprendizaje de resolución de conflictos. Sin embargo y a pesar de las modificaciones, estimamos que el mensaje central del libro sigue siendo tan válido como lo era en su primera edición y se resume en que el amor expresado en un ambiente de estimulación, aceptación y cuidado, hará que la historia de vida de cada niño sea lo mejor posible, permitiéndole lograr un buen desarrollo físico y mental. El bienestar de los niños depende en gran medida del bienestar de sus padres. Satisfacer las innumerables demandas que supone educar un hijo, requiere de competencias parentales que permitan proteger, dar afecto, educar y socializarlo en un ambiente de armonía. La revisión de la literatura y las investigaciones sobre los primeros años de vida, van dando cada vez mayor cuenta de la importancia de la estimulación para que el niño sienta amor y seguridad. El más grande regalo que los padres pueden hacer a su hijo es su afecto 9

y la sensación de seguridad que les da el sentirse queridos. El apego que el niño logra con sus padres en los seis primeros años va a ser la base de su seguridad emocional. Cuando un niño tiene problemas, los padres deben ser capaces de leer las necesidades que están detrás del problema. Por supuesto, todos los niños son diferentes y tienen distinto temperamento, pero por difícil que sea el carácter de un niño, la forma en que los padres lo acojan y enfrenten será decisivo para su desarrollo emocional. Tenemos la esperanza, con esta nueva edición, de poder ayudar a las familias en su tarea de ejercer la parentalidad en forma nutritiva y eficiente durante los seis primeros años de vida de sus hijos. SOLEDAD LÓPEZ DE LÉRIDA MILICIC NEVA MILICIC MÜLLER Enero 2011

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INTRODUCCIÓN Este libro ha sido escrito con el propósito de intentar responder las preguntas que les surgen a los padres, producto de los problemas más frecuentes que se viven en las familias con niños en edad preescolar, los que muchas veces los llevan a consultar a un psicólogo( a) en busca de ayuda y orientación. Algunos de los problemas descritos se relacionan con crisis normales del desarrollo del niño(a) en el período preescolar, como son, por ejemplo, el negativismo a los dos años y medio, las pataletas frente a las pequeñas frustraciones, las dificultades para conciliar el sueño o bien el sueño interrumpido, los trastornos de alimentación, los celos por el nacimiento de un nuevo hermano, entre otros. A su vez, procura ser una ayuda para aquellas familias que deben enfrentar situaciones particularmente problemáticas, que tienen para el niño o niña un potencial de sufrimiento. Por ejemplo, cómo enfrentar de la mejor manera con los hijos la separación de los padres, la presencia de una enfermedad crónica en un niño o niña, la falta de uno de los padres durante la infancia, ya sea por muerte o por abandono. El objetivo es, entonces, que la persona que cuida al niño(a) pueda encontrar una guía para que los niños puedan superar estas dificultades y crisis sin que queden daños significativos en su personalidad, ni se disminuya su potencial de felicidad. El sufrimiento es parte de la vida, y si bien debemos hacer lo posible para evitar que los niños estén expuestos a situaciones dolorosas, cuando ellas irrumpen en la vida familiar es necesario encontrar los recursos que permitan al niño o la niña enfrentarlos. Contar con los recursos emocionales resulta fundamental para lograr que se sienta acompañado(a) y salga fortalecido(a) de las situaciones críticas. Educar a los hijos es el desafío más importante que las familias enfrentan y todos los padres quisieran darles las condiciones que les permitan resolver sus dificultades, de manera que puedan vivir y recordar la infancia como una etapa plena, y así transformarse en el futuro en personas felices y autónomas. A pesar de estas intenciones de los padres, todas las familias deberán enfrentar durante este período problemas y crisis relacionados con la crianza de los hijos. Una adecuada respuesta emocional frente a situaciones de crisis y a la adversidad, no sólo constituye una forma positiva de enfrentar el momento, sino que dejan un aprendizaje emocional acerca de cómo enfrentar las situaciones difíciles. En este sentido, una crisis es siempre una oportunidad de crecimiento. Por el contrario, cuando la familia no cuenta con herramientas de desarrollo que le permitan favorecer que su hijo o hija resuelva adecuadamente la situación, se producirá un estancamiento emocional y no se aprenderá a utilizar los recursos emocionales frente a las situaciones adversas. 11

El mejor remedio para mejorar el pronóstico de las dificultades en el desarrollo infantil es atenderlas en forma oportuna. Cuando las dificultades se asumen en forma positiva y no se dejan estar, se puede evitar el efecto «bola de nieve», que consiste en que una dificultad que era pequeña en su origen puede, por las complicaciones que se van sumando, transformarse en un alud. Los problemas que aquejan a su hijo(a) y que a usted pueden parecerle pequeños y sin importancia, tienen para el niño(a) una enorme significación emocional, por lo que usted debe acoger sus emociones con el mayor respeto y calidez posible. Cuando un niño( a) siente que sus padres no valoran sus problemas y los minimizan, hay algo en la relación que se daña. De esta manera, el niño o la niña no querrá seguir conversando con sus padres, porque pensará que de algún modo comunicarse será inútil, ya que los adultos van a minimizar lo que le sucede o lo que siente. Lamentablemente, a veces los padres creen que restarle importancia a los problemas va a tranquilizar a los niños, razón por la cual actúan de esa manera. Habitualmente, no se trata de que estén realmente desconectados de las emociones, sino de que quieren calmarlos. No obstante, es importante saber que al tratar de minimizar el problema éste no disminuye; por el contrario, puede convertirse en un problema mayor al fomentar que el niño o niña aprenda a desconectarse de sus emociones. Cuando un niño o una niña se desconecta de lo que le sucede en su mundo interno, termina por no entender qué es lo que realmente le pasa, y eso puede conducir a una conducta disociada, que posteriormente puede originar graves trastornos de la personalidad en la vida adulta. Un riesgo anexo a la minimización es que los padres se queden sin conocer información importante acerca de lo que realmente les está pasando a sus hijos. Conocer las situaciones que los hijos viven como problemáticas (por ejemplo, a qué le tiene miedo y qué le preocupa) es de la mayor significación emocional. Ello se logra atendiendo con seriedad a los problemas que el niño(a) percibe como importantes. Prestar atención y darle importancia a las dificultades de los niños no implica sobrefocalizarse en ellos ni dramatizarlos, pero sí acoger y darles la contención emocional que ellos necesitan. Algunos factores que resultan indispensables para un clima emocional propicio que permita desarrollar una personalidad que ayude a superar las adversidades que se le puedan presentar en el transcurso de su desarrollo, son los siguientes: Contar con afecto incondicional: Un(a) niño(a) que recibe suficientes expresiones de afecto condicional e incondicional en la infancia, tiene una base de seguridad en las relaciones interpersonales. Esto facilita el establecimiento de buenos vínculos con otros, cuyo apoyo es esencial para sobreponerse a las situaciones críticas. En cambio, un(a) niño(a) que crece en la indiferencia y el desamor, tendrá menos seguridad en las relaciones interpersonales que le faciliten el establecimiento de vínculos afectivos con otras personas. Transmisión de confianza en sí mismo: Uno de los elementos que transmite a los niños seguridad en sí mismos es la confianza que los padres les expresan respecto a sus capacidades. Un(a) niño(a) que percibe esta confianza de sus padres se sentirá competente y capaz de emprender tareas complejas. En cambio, un(a) niño(a) que percibe desconfianza por parte de sus padres en sus capacidades tendrá a su vez poca confianza en sí mismo y con frecuencia se sentirá poco competente, no atreviéndose a correr riesgos. 12

Tener experiencias exitosas: Generar un ambiente que posibilite éxitos en la mayor parte de las tareas que los niños emprenden es esencial para un buen desarrollo emocional. Pocas cosas contribuyen más a la seguridad de las personas que la sensación de que las cosas que hacen les resultan bien. En cambio, pocas situaciones producen más desánimo y desesperanza que la sensación de que las cosas no resultan bien. Es responsabilidad de los padres generar situaciones en que los niños puedan realizar los desafíos que se les proponen con éxito y así poder enfrentar en el futuro la realidad con optimismo en su capacidad de resolver los problemas. Sólo de esta forma el niño o niña podrá sentir que vale la pena hacer esfuerzos y mantener una actitud positiva frente a la realidad. Tener oportunidades de interacción social: Estar con amigos es de importancia vital para el niño o niña, porque se trata de iguales. Los otros niños, al encontrarse más próximos a su nivel de desarrollo, facilitan el aprendizaje a través de la imitación entre ellos, siendo modelos más fáciles y accesibles para imitar. Asimismo, con los amigos la comunicación se da con fluidez y pasan a ser sus compañeros de juegos, siendo de gran relevancia, ya que el juego es una necesidad fundamental en la infancia. Un(a) niño(a) aislado(a) de sus compañeros se sentirá solo(a) y triste, en tanto que un(a) niño( a) que comparte con otros niños estará más contento(a) y favorecerá un mejor desarrollo social Satisfacción de las necesidades: Los padres nutritivos están atentos a las necesidades de sus hijos y a buscar formas de satisfacerlas en forma apropiada, lo que facilitará el crecimiento emocional de los niños, cuyas necesidades no sólo incluyen las demandas biológicas de alimentación y de sueño, sino que también las necesidades psicológicas. Dentro de estas últimas, lo más importante es sentir que sus padres están disponibles para ellos de manera cariñosa. La sensación de estar acompañando le permite al niño(a) tener una percepción de continuidad y seguridad en los afectos. Ambiente estimulante: Es el factor que más favorece el desarrollo intelectual. Cuando el niño(a) enfrenta estímulos nuevos y atractivos acompañado(a) por sus padres, se va a desarrollar en él o ella una actitud de apertura ante los estímulos nuevos. El niño(a) en esta relación con un ambiente estimulante, en que junto con sus padres encuentra espacios nuevos, constituye, como decía Winnicot, un espacio de ilusión. Estímulos insuficientes, ambientes demasiado rutinarios y poca compañía van a determinar que el niño(a) inhiba su creatividad y su desarrollo cognitivo. Reconocimiento: Reconocer es validar lo que el niño o niña hace, es legitimar sus acciones, darle relevancia a lo que hace; simbólicamente es decirle: «Lo que tú haces me importa mucho». Para los padres nutritivos, el hijo o la hija y sus acciones son visibles. El mayor signo de amor de un padre es el reconocimiento que da a sus hijos. Un(a) niño(a) que es reconocido se siente aceptado, lo que facilita su integración emocional. El niño(a) siente en esta personalización de la relación un sentimiento de unidad. No así el niño(a) que es poco reconocido, quien experimentará sentimientos de fragmentación, siendo muy dañino para la integración de su yo. Seguridad y protección: Crecer en un ambiente seguro y protegido, donde no hay amenazas, permite sentirse acogido(a). La ternura que los padres despliegan al cuidar al niño(a) le transmite a éste(a) una sensación que le permitirá decir lo que piensa y buscar con confianza soluciones a sus problemas. Un(a) niño(a) que se siente seguro(a) y protegido(a) podrá explorar con más tranquilidad. Los niños que se sienten poco 13

protegidos viven atemorizados y sus sentimientos frente al mundo son de desconfianza, prefiriendo encerrarse en sí mismos que salir a explorar nuevos caminos. Un hijo o hija que cuenta con estas condiciones durante su desarrollo en la primera infancia, estará en mejores condiciones para enfrentar las situaciones adversas, encontrando en su familia los mecanismos de contención necesarios para mitigar el sufrimiento asociado a las crisis y los problemas.

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PROBLEMAS FRECUENTES EN EL PERÍODO PREESCOLAR

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El período preescolar es la etapa del desarrollo infantil en que los aprendizajes y los cambios se suceden con mayor rapidez, lo que exige de los niños y de sus padres una enorme flexibilidad para adaptarse a ellos. Es una etapa maravillosa, en que los vínculos que se construyen entre padres e hijos dan cuenta del apego que se produce cuando un niño o una niña está y se siente bien cuidado(a). Sin embargo, muchos buenos padres se sienten desconcertados y sobrepasados por algunos comportamientos de sus hijos que parecen conflictivos y no saben cómo manejarlos. Algunas de estas conductas infantiles que perturban a los padres no sólo son normales, sino que son necesarias para un buen desarrollo infantil; otras son una exacerbación de rasgos propios de la edad; en tanto que otras obedecen a características temperamentales. En cualquiera de las situaciones existe un alto riesgo de etiquetar al niño o la niña a raíz de estos comportamientos. Hace décadas que los psicólogos infantiles vienen alertando a los padres acerca del riesgo de las etiquetas negativas. El gran riesgo de estas etiquetas reside en que el niño(a) genera una mala imagen acerca de sí mismo(a). Por su parte, esta imagen negativa de sí influye al mismo tiempo, de una manera muy nociva, en el comportamiento del niño(a), al llevarlo(a) a cumplir el rol que la etiqueta negativa le ha asignado, sea ésta de flojo(a), peleador(a) o irresponsable. A esta edad los niños no tienen paradigmas conceptuales ni experiencias que les permitan defenderse de los conceptos que los adultos responsables de su cuidado siembran en su autoconcepto. Es por ello que nunca se insistirá lo suficiente en la importancia de no etiquetar al niño(a) negativamente o como un niño problema, sobre todo frente a una dificultad que, de ser abordada adecuadamente, sería pasajera y no dejaría huellas permanentes en su hijo(a). Cuando Jaime, de tres años, empezó a comportarse en forma inquieta, la familia comenzó a asignarle el rol de «desobediente e hiperkinético». La mamá, bastante desesperada pero con muy poca discreción, se quejaba delante del niño con sus amigos y con su familia describiéndolo de una manera negativa, con frases tales como «¡No te puedes imaginar lo porfiado que es!», «En ocasiones creo que me va a volver loca». Ciertamente la madre no lo hacía con maldad, sino que simplemente creía que de esa manera el niño podría cambiar y además buscaba desahogarse. Cuando el papá llegaba de la oficina, la mamá le hacía un reporte detallado de todas las desobediencias que el niño había cometido. Por esta razón, el padre le preguntaba casi a diario: «Jaime, ¿por qué eres tan desobediente?». El niño así tratado se había transformado para su familia en una especie de «oveja negra». Los sentimientos de Jaime, como los de todos los niños que cargan con la etiqueta de niño(a) problema, eran sentirse rechazado, incapaz de cumplir las expectativas de sus padres y verse, en definitiva, como una mala persona. Estos roles que se asignan en la infancia tienden a perpetuarse y provocan un cambio 16

radical en la interacción con el niño(a).Mientras más pequeño es, menos posibilidades tiene de defenderse de estas «etiquetas negativas» que se le asignan, debido a que no tiene otras definiciones personales para defenderse de esta siembra negativa. Lamentablemente, cuando ya es más grande, estos roles negativos los tiene interiorizados, por lo que es muy difícil lograr cambiarlos. Para plantearse frente a los problemas que presenta el niño o niña, las siguientes preguntas pueden ayudar a los padres a asumir una actitud más positiva: ¿Hay una focalización excesiva en sus conductas negativas? ¿Se siente el niño(a) menos buena persona que otros miembros de la familia? ¿Digo cosas negativas de mi hijo(a) a otras personas estando él o ella presente? ¿Existen otros problemas en la familia que no se estén conversando adecuadamente? ¿Se siente el niño o la niña menos competente que sus otros hermanos? ¿Se percibe como la oveja negra de la familia? ¿Me escucha el niño(a) hablar mal de otras personas? ¿Visualizo y expreso sus características positivas? La pesada carga que es ser un(a) niño(a) problema implica una focalización excesiva de la familia en las características negativas del hijo(a), además del efecto dañino en su autoconcepto. Este es un pernicioso efecto en la relación familiar y crea un profundo resentimiento del hijo(a) hacia los padres y hacia los «hermanos buenos» que dura hasta la vida adulta. Los niños, querámoslo o no, se identifican y hacen suyas las etiquetas negativas, lo que los lleva a cumplir el rol que está definido en esas etiquetas que les han sido asignadas. Salir de una situación familiar en que las etiquetas negativas están asignadas en forma inflexible no es fácil, porque de alguna manera estos niños etiquetados como problemas se hacen cargo de todos los conflictos familiares, al pasar a ocupar ellos el espacio del conflicto. Esto quiere decir que se transforman en una especie de chivo expiatorio, neutralizando otros problemas que pueda haber y desplazando la familia hacia él o ella todas las energías negativas. A veces esta situación es difícil de superar, requiriéndose ayuda profesional para salir del círculo vicioso. Si por algún motivo no puede contar con la ayuda especializada, no olvide focalizarse en los aspectos positivos de sus hijos y evite sobrefocalizarse en lo negativo. Expréseles cada vez que pueda su amor incondicional, de manera que no se sientan excluidos(as) y cuide que ninguno se transforme, por ningún motivo, en un niño(a) problema o en la oveja negra de la familia. Encontrar modos de solución a las conductas problemáticas de los hijos y entender que en muchas ocasiones son normales, a pesar de lo molestas que puedan resultarnos, ayuda a prevenir problemas en la imagen personal y en la autoestima de los niños.

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El oposicionismo es una característica normal en los niños entre los dos años y medio y los tres años y medio. Algunas veces comienzan un poco antes y otras veces se prolonga más de lo esperado. Tan habitual es el que digan «no» a casi todo lo que se les pide en esta etapa de la vida, que en los libros de psicología infantil se describe como la edad de la terquedad, mientras que otros autores hablan de la edad del oposicionismo o la edad del negativismo. Sin embargo, todos están de acuerdo en que si bien es un período difícil, bien manejado será una etapa pasajera, que es necesaria para que el niño(a) se haga independiente y no se transforme en un ser sumiso. La mamá de Emilio, un niño de tres años, se quejaba: «Yo no sé qué le pasó a este niñito, era tan fácil y obediente; en cambio, ahora a todo lo que le propongo me dice que no. Para colmo, hace pataletas y no quiere comer lo que le doy. Si le paso una manzana, resulta que quería un plátano, y para cuando se lo doy ya no lo quiere y prefiere la manzana. Es francamente agotador». Sin duda que es agotador y no queda más que aceptarlo como un mal necesario, para que el niño(a) aprenda a tener opiniones propias. Este período coincide con el descubrimiento de la palabra «yo». El niño(a) aprende que puede querer algo diferente que los otros y que puede oponerse. De algún modo juega a oponerse y, por lo tanto, ejercita su capacidad de decir que no. La verdad es que él o ella no siempre quiere oponerse, sino que está simplemente ejercitando su nueva habilidad. Así es que a tener mucha paciencia y aprender con sabiduría a tolerar esta pequeña rebeldía. Se ha llamado también a esta etapa del desarrollo infantil la primera adolescencia. El gran riesgo de esta etapa es que se transforme en un conflicto permanente, que comprometa la relación padre- hijo, y los niños se queden pegados en el oposicionismo. El riesgo opuesto, pero no menos grave, es que el ambiente sea tan represivo, que el niño(a) no pueda expresar esta natural tendencia a oponerse, y se transforme en una persona sumisa, que no opina diferente y que va a hacer siempre lo que los otros esperan de él o ella, sea esto bueno o malo. Aplastar toda oposición puede ser un recurso muy peligroso y transformarse en un arma de doble filo. Permítale expresar opiniones diferentes, vestirse a veces a su gusto y jugar con el juguete que quiere. Es importante que aprenda a tener opiniones propias y no sólo oponerse a las decisiones de los demás o acatarlas sin ninguna reflexión. Por supuesto, es necesario hacer respetar las cosas que son esenciales, pero si hoy no quiere comer una manzana, acéptelo con tranquilidad, discriminando cuándo la obediencia es imprescindible y cuándo es posible «volar alto», respetando la libertad del niño( a) para opinar diferente. Etiquetarlo(a) de porfiado(a) o de desobediente aumenta la posibilidad de que se ponga cada día más porfiado(a) y que se quede con esa etiqueta como un rasgo definitorio de su personalidad. Es muy importante no caer en la tentación de sobrefocalizarse en el conflicto y estar atento a los comportamientos positivos. La mejor actitud para pasar esta primera gran crisis es centrarse en lo positivo y señalárselo con frecuencia. También se aconseja evitar cualquier comentario en público, en relación a lo difícil que está o lo cambiado que se encuentra, ya que una actitud así exacerba los comportamientos del 19

niño(a) y lo pone más rebelde y más desafiante. Otro peligro en el manejo de esta crisis del desarrollo es caer ante las dificultades, en lo que se ha llamado «declaración de incompetencia », que consiste en reconocer públicamente la imposibilidad de controlar la situación. Esta actitud asumida por la mamá de Amelia derivó en que ella declarara muy orgullosa de sí misma: «Mi mamá ya no sabe qué hacer conmigo. No sabe cómo manejarme ». Con esta declaración de incompetencia, la mamá de Amelia le entregó un poderoso argumento a la niña para oponerse con más energía y frecuencia, quedando ella sin autoridad. Es importante que el papá y la mamá estén unidos, asumiendo una postura común en relación a las normas, las que deben ser pocas, moderadas y flexibles, dejando un margen para tolerar algunos pequeños gestos de independencia de los hijos. Una divergencia muy grande por parte de los padres respecto al negativismo del niño(a), puede ser desorientadora para el hijo(a). ALGUNOS CONSEJOS

• Permítale espacios para opinar y tener opiniones diferentes frente a las cosas. • No lo(a) etiquete como porfiado(a) o desobediente, sólo agravará el cuadro, porque hará de este rasgo una definición de sí mismo(a). • Si necesita que le obedezca, no le pregunte ¿quieres?, si no quiere recibir un no por respuesta. Por ejemplo, dígale «Vamos a almorzar » y no «¿Quieres ir a comer?». Acéptele a veces un no como respuesta a alguna proposición suya, sin hacer un drama. • A veces deje pasar un rato frente a una negativa. Muchas veces, el niño(a) solo(a) es capaz de recapacitar y decir, por ejemplo: «Mamá, ahora quiero ir a acostarme». • Cuéntele historias de niños que eran obedientes y amorosos, por lo cual eran queridos por mucha gente. • Sea muy cariñoso y estimulante cuando el niño(a) está simpático( a) y obediente. Aproveche sus buenos momentos para señalarle sus rasgos positivos. • Nunca comente delante de terceros los conflictos que tiene con él o ella, puesto que esto equivale a una declaración de guerra y tendrá como efecto aumentar por rebeldía el negativismo del niño(a). • Cuide usted de no ser oposicionista. Si el niño o niña ve que usted alega por todo y no acoge las demandas de otras personas, incluidas las de él o ella, no tendrá modelos de actitud positiva frente a la realidad. • Tenga cuidado con hacer declaraciones de incompetencia frente al niño(a), ya que eso debilita su autoridad. Es decir, no diga «Ya no sé cómo manejarte», ya que de ser así, ¿para qué le va a obedecer, si usted mismo(a) se ha declarado incompetente?

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La autonomía es una importante tarea que los niños y sus padres deben ir logrando resolver en conjunto a lo largo del crecimiento. Desde pequeño(a) el niño(a) debe ir distanciándose de sus padres y comenzar a resolver ciertas dificultades por sí solo(a). La autonomía se va conquistando poco a poco en distintos ámbitos y respondiendo a las necesidades de la etapa de desarrollo del niño(a); por ejemplo, la autonomía es también una tarea central en la adolescencia, cuando suele traer dificultades en la relación padreshijo( a) adolescente. Cuando los niños no desarrollan los niveles de autonomía e independencia que son deseables para su edad, se puede observar que tienen miedo a acercarse a los extraños y de explorar espacios nuevos si no están con sus padres. Estos son los niños dependientes y que sus propios padres los describen como «Está todo el día colgado de mí». La búsqueda de autonomía debe ser paulatina, la madre o el padre pueden dejarlo(a) solo(a) por momentos breves, diciéndole que ya vuelven. El desaparecer sin explicación genera mucha angustia en el niño(a), la idea es que las separaciones al comienzo sean cortas para ir progresivamente aumentándolas. Hay que tener en cuenta que ser independiente también se aprende y que es un proceso largo que requiere de ir entregando confianza al niño o niña, paso a paso. Algunas veces la dependencia excesiva se origina en una familia sobreprotectora que transmite al niño(a) que el mundo es un lugar muy arriesgado, lo que genera el miedo a ser abandonado(a) en ese lugar hostil. Otras veces este miedo también puede haberse originado por alguna experiencia traumática, cuando el niño(a) se sintió perdido(a). Carmen, de cinco años, se alejó de su mamá y un perro la atacó antes de que alguien la pudiera socorrer. A partir de ese día, además del lógico miedo a los perros, presentó temor a quedarse sola y sólo la compañía de su madre le daba tranquilidad. Esta relación llegó a ser una esclavitud para ambas. Aprender a dominar el miedo y a confiar en que otras personas podían cuidar de ella fue el trabajo que los padres debieron hacer, guiados por una intervención terapéutica. Es necesario ayudar a los niños a expresar los sentimientos que subyacen a una dependencia excesiva; las verbalizaciones, juegos con títeres o dibujos son ideales. Cuando los temores se expresan son fácilmente manipulables, tanto para el niño o niña como para los adultos. Es aconsejable ponerle algún límite a la conducta de dependencia. En el caso de Carmen hubo que partir por que la niña aceptara que su mamá tenía derecho a ir al baño sola y que ella debía controlarse para que su mamá tuviera ese espacio para sí misma. Generalmente, los límites favorecen la confianza de los niños en sí mismos. Otra actitud bienintencionada por parte de los padres que no favorece la autonomía de los niños, en términos de resolver sus propios problemas, es la tentación que tienen de solucionar todos los problemas de sus hijos, fomentando en ellos una actitud poco autónoma. Hasta la más afortunada de las personas a lo largo de su vida tiene que resolver múltiples problemas, enfrentar conflictos y buscar cómo solucionar situaciones difíciles. La actitud frente a los problemas se comienza a desarrollar ya desde el período preescolar. Así, hay gente que frente a las dificultades se paraliza, en tanto que otra se enrabia y otra los asume como un desafío. Es posible y necesario que los adultos protejan a los niños pequeños de los problemas que exceden su capacidad de solución, pero es una 22

mala política educativa adelantarse a solucionar todas y cada una de las dificultades del niño(a), ya que esto favorece una actitud pasiva y dependiente del niño(a) con los adultos. Cuando Pedrito está intentando introducir un cubo en una caja y no lo logra, los padres pueden estimularlo a buscar otra manera de hacerlo, pero sería muy poco educativo que ellos le quitaran el cubo y lo pusieran. El niño estaba empeñado en realizar el trabajo y le será muy desalentador ver que el papá o la mamá lo hacen sin mucho esfuerzo. El estimularlo diciendo «¡Tú puedes hacerlo!», «Intenta de otra manera», les enseña a los niños a asumir una actitud activa de enfrentar los desafíos y ser constantes frente a los obstáculos, no dejándose vencer por la primera dificultad que aparece. Apresurarse a resolverlos disminuye las posibilidades de aprender en los niños y les genera secundariamente una dependencia excesiva de sus padres. No se trata de someterlo(a) al estrés de situaciones que superan su capacidad de resolverlas, pero sí de estimular una actitud autosuficiente en todas aquellas actividades que el niño(a) pueda resolver por sí solo(a). No alentarlo(a) a realizar las tareas propias de su edad mantiene al niño(a) en una actitud infantilizada, que de alguna manera obstaculiza su desarrollo. En este sentido, la frase del famoso psicólogo suizo Jean Piaget, que plantea «que toda ayuda innecesaria frena el desarrollo infantil», nos recuerda que tenemos que desplegar nuestro mejor esfuerzo para hacer cada vez más autónomos a nuestros hijos. Muchas veces es más fácil para los padres hacer cosas que dejar de hacer algunas, como es abstenerse de intervenir cuando el niño(a) está tratando de resolver por sí solo(a) un problema. Hay que emprender el camino de enseñar a ser autónomo, con la convicción profunda de que lo que se le está pidiendo al niño o la niña que resuelva es adecuado a sus capacidades. Cuando se hace de esa manera fomenta la responsabilidad y la iniciativa en la búsqueda de soluciones. Cuando un niño(a) está luchando por conseguir hacer algo por sí solo(a), la actitud debe ser estimular su esfuerzo y no reprimir la natural tendencia a hacer las cosas por sí mismos que tienen los niños. Una frase que usted seguramente habrá oído, porque los niños la usan frecuentemente en esta etapa de la vida, es «Yo solito». Karen, de dos años y ocho meses, tenía una dificultad de lenguaje, que se veía agravada porque cuando la niña estaba buscando la palabra apropiada para expresarse, los padres terminaban la frase por ella. Por ello, Karen tendía cada vez más a usar gestos y no palabras para conseguir expresar lo que deseaba. Una razón importante para estimular que los niños hagan las cosas por sí solos, es que cuando ellos se dan cuenta de que algo les resulta bien y lo han hecho en forma autónoma, atribuyen los buenos resultados logrados a su capacidad y a su esfuerzo y no a los esfuerzos y la capacidad de los padres. La atribución que hace el niño( a): «Yo lo hice, soy capaz», es un factor muy significativo en el interés que tendrá en el futuro por seguir intentando resolver sus problemas solo(a). Si, por el contrario, el niño o la niña atribuye el éxito logrado a otros, se convertirá en una persona más pasiva, dependiente e insegura de sus propias habilidades. Cierto es que muchas veces, especialmente cuando los niños son pequeños, es más fácil hacerles el trabajo y resolver sus problemas que enseñarles a que ellos los hagan solos. Sin embargo, el mayor esfuerzo inicial de los padres que supone enseñarles, se verá compensado a 23

mediano plazo por la autonomía que logrará el niño(a). En este sentido, solucionar un problema no es sólo resolver ese problema concreto, sino aprender a enfrentar problemas en el futuro, desarrollándose, por lo tanto, una capacidad básica para la convivencia social, que es la habilidad para resolver problemas. De a poco debe lograrse que el pequeño(a) acepte, por ejemplo, la separación de sus padres, que lo perciba como un hecho necesario y que se sienta orgulloso(a) de su capacidad de hacer cosas solo(a). Para ello es importante que los padres reconozcan y valoren las conductas autónomas del niño o niña, entregando mensajes que le den confianza en su capacidad para enfrentar sus miedos y darle espacios seguros que fortalezcan su capacidad de independencia. Aumentar las oportunidades de estar con otros niños también favorece la autonomía. En la medida en que se expande la red social en la que el niño(a) se mueve, se verá a sí mismo(a) como alguien que tiene amigos y con un círculo social propio. En suma, es importante que creamos firmemente que crecer es ir aumentando en independencia y en autonomía, y que ello se logra en forma gradual si el niño(a) se siente seguro(a) y acompañado( a) del afecto de una familia que confía en su capacidad de enfrentar el mundo y sus problemas. ALGUNOS CONSEJOS

• Permítale llevar algún juguete que le dé seguridad cuando deba enfrentar situaciones nuevas. • Favorezca gradualmente que el niño o niña se quede solo(a) por pequeños períodos. Reconozca sus progresos y no insista en lo que le hace falta. • Facilite que comparta con otros niños espacios de juego; el contacto con ellos favorece en forma importante la autonomía. • Póngale algunos límites a sus exigencias de depender. Enfatice: «Eres capaz de hacerlo solo(a)». Reconozca y valore sus esfuerzos y logros en el plano de la autonomía, entregándole mensajes que tengan fuerza. • Cuando el niño o niña está intentando solucionar un problema, no se apresure en buscarle solución, déjelo(a) intentar y, sólo si está muy alterado(a), ayúdelo(a) orientándolo(a) un poco. Si está muy bloqueado(a) frente a un problema ayúdelo(a) diciendo: «Vamos a resolver esto juntos». Ayúdelo(a) a sentirse competente frente a las dificultades. Si tiene problemas para hacer algo atribúyalo a que la tarea es muy difícil, de manera que el niño(a) no crea que le falta capacidad. • Cuando un problema se repite con frecuencia y no sabe enfrentarlo, ayúdelo(a) a plantearse anticipadamente algunas alternativas de solución. • Si al niño o niña le cuesta ser independiente, propóngale al comienzo problemas de muy fácil solución para garantizar que tenga éxito. No le proponga tareas muy difíciles que excedan sus capacidades, porque tendrá la sensación de que no es capaz de hacer las cosas solo(a). • Felicítelo(a) cada vez que haga algo solo(a) o resuelva un problema con éxito. Hágale comentarios como «¡qué independiente eres!», «¡Qué bueno que te las arreglas solo(a)!», atribuyéndoselo a su capacidad y a su esfuerzo, no a que la tarea 24

es muy fácil. • No cuente en público que lo encuentra demasiado dependiente, recuerde lo difícil que es sacarse las etiquetas. • Cuéntele cuentos de niños que eran independientes y valientes.

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El sentimiento de injusticia está ligado al sentido de propiedad, que no tiene relación sólo con los objetos y lugares, sino que está profundamente vinculado con los afectos. Una de las tareas más difíciles de cumplir en la familia lo constituye practicar la justicia y lograr que ella sea evidente para los hijos. El sentimiento de ser tratado de manera injusta está profundamente arraigado en los niños y ya, desde muy pequeños, ellos manifiestan una fuerte sensibilidad ante cualquier señal que pudiera significar que son tratados en forma diferente a sus hermanos. Cuando la mamá le da un beso a uno de sus hijos, rápidamente el otro hermano se acercará diciendo «A mí también». El niño(a) necesita percibir con claridad que recibe el mismo afecto y reconocimiento que sus hermanos. Cuando el niño o niña percibe que le prestan menos atención o le dan menos muestras de cariño que a sus hermanos, no sólo siente que es menos visible, sino que se siente injustamente tratado, lo que es una experiencia muy dolorosa y que rebela a los niños. Los niños en la vida cotidiana, en los conflictos con los hermanos y en la relación con sus padres, empiezan a entender el concepto de justicia. A su vez, en el contexto familiar deberían aprender por modelo a practicar la justicia. El valor de la justicia en la familia es percibido por los niños de muchas maneras diferentes y tiene que ver con sentir que le dan lo que corresponde y lo tratan de igual forma que a sus hermanos. Por ejemplo, si a un hermano le dan tres guindas y a él le dan dos, se pregunta: «¿Por qué a mí me tocaron menos?». También el concepto de justicia tiene que ver con sentir que las exigencias que se le hacen son justas y equivalentes a las que se les hacen a sus hermanos. A los niños les es muy difícil aceptar la diferencia de edad, como factor que explica las distintas exigencias que se hacen a unos y a otros. Por ejemplo, Gonzalo, de cuatro años, lloraba en la cama antes de levantarse y reclamaba: «Mamá, ¿por qué Isidora se puede quedar en la casa contigo y yo tengo que ir al jardín?». La mamá tuvo que explicarle todas las ventajas que tenía él por ser mayor diciéndole: «Si bien es cierto que tú vas al colegio e Isidora no, cuando tenías la edad de ella tú también estabas en la casa. Ahora, como eres grande, te compramos un triciclo y como ella es más chica no puede andar en triciclo». Otra situación que suele influir en que los niños sientan que son tratados injustamente es cuando les piden que hagan cosas como guardar sus juguetes en un baúl, siendo una pregunta clásica desde que son muy chicos: «¿Por qué a mí?». Para favorecer la sensación de que es tratado(a) justamente es necesario hacerle ver que realmente se le está pidiendo lo mismo que al resto de sus hermanos o, al menos, algo equivalente. No es bueno que se sienta explotado( a), porque se puede deteriorar la relación con sus hermanos y con usted. Cuando pida algo trate de involucrar, en la medida de lo posible, a todos los niños; por ejemplo, diga: «Ahora vamos a ordenar los juguetes todos juntos». Un elemento que es muy decisivo en que los niños se sientan injustamente tratados se relaciona con que se les rete mucho más que a los hermanos, aunque en su opinión se lo merezcan. Los niños viven esto con angustia, se sienten discriminados y lo verbalizan diciendo: «Siempre me retan a mí». En lo posible rételos menos y si le parece que es inevitable llamarles la atención, hágalo en forma privada. En general es mejor llamarle la atención a los niños en privado porque es menos humillante y porque se evitan las 27

comparaciones entre los hermanos. Una de las situaciones que los niños perciben, y con razón, como muy injusta es cuando sus padres los castigan desproporcionadamente por algo que han hecho, ya que a veces los castigos están más relacionados con el cansancio u otros problemas que puedan haber tenido los padres previamente, más que con la falta cometida por el hijo o la hija. Respecto a la expresión de afecto, ella debe ser lo más igualitaria posible, de manera que su hijo(a) no se sienta tratado(a), en una área tan significativa como son los gestos de cariño, en forma que pueda imaginar que es menos querido(a) que sus hermanos. Los otros integrantes de la familia, especialmente los abuelos, deben tratar de mantener un trato equitativo entre sus nietos, ya que los niños son muy sensibles a la sensación de ser menos queridos por los abuelos. Ser justos no es una tarea fácil, pero es una condición imprescindible para la armonía familiar. En tanto exista una percepción de injusticia, siempre habrá conflictos en la relación padres-hijo(a), pudiendo llegar también a dañarse mucho la relación entre los hermanos. Cuando en una familia hay justicia, los niños aprenden a ser justos en sus relaciones por el modelo que le entregan cotidianamente sus padres. ALGUNOS CONSEJOS

• Registre las quejas de los niños en relación con las situaciones que perciben como injustas y evalúe qué podría hacerle cambiar su percepción. Puede ser cambiar de actitud, o bien explicarle las razones que usted tiene para actuar de esa manera. • Sea justo(a) en la repartición de regalos, dulces y comida. Los objetos y la comida a esta edad son muy importantes, ya que son vividos como señales de amor. • Si por alguna razón tiene que darle algún privilegio a uno de sus hijos y no a otro, explíquele claramente las razones. • Cuide que las exigencias que haga a los niños sean pocas y apropiadas a su edad. • Cuando tenga que llamarle la atención sea muy prudente, no deje que la rabia que tiene lo(a) ofusque y lo(a) lleve a retar o castigar en forma desproporcionada. • Sea muy generoso(a) en dar reconocimiento a los niños por las cosas que hacen bien. • Sea muy efusivo(a) en la expresión de sus afectos; los niños que se han sentido muy queridos, raramente tiene la sensación de injusticia. • Al momento de imponer las reglas atienda a las opiniones de los niños, de manera que sientan que son escuchados.

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Es sumamente común escuchar de los niños esta petición para mantenerse en una situación que les es agradable. Así le ha sucedido a Tomás, de cuatro años, y a su mamá cuando van a la plaza. Cuando ella le avisa que es hora de irse, él contesta con el clásico «¡Todavía no, un ratito más, por favor!». La madre tiene dos opciones: negociar con el niño alguna alternativa, o bien llevárselo a la fuerza, con lo que previsiblemente el niño hará una gran pataleta. Ciertamente, es completamente comprensible cuando el niño o niña está inmerso en el mundo del juego y de la diversión, que le sea difícil renunciar a la felicidad que está experimentando. Sin embargo, también es comprensible que la mamá tenga otras cosas que hacer y que deba volver a su casa, no quedándole más remedio que interrumpir la diversión del niño(a). Es importante que en la etapa preescolar, los niños aprendan a aceptar y tolerar algunos límites, pero también es importante que las personas que están a cargo del niño(a) le preparen el terreno para el término de la diversión y no lo arranquen bruscamente de su entretención. Después de todo, el juego, según todas las investigaciones, es la actividad sentida como la más importante por el niño(a). Piense usted cómo lo altera cuando está en lo mejor de su película favorita o en lo más apasionante de un libro, que lo interrumpan y le digan «Tenemos que salir». Como usted es un adulto y tiene un nivel de madurez suficiente, es capaz de aceptar las restricciones que le impone la realidad, aunque hubiera preferido que le hubiesen avisado antes para no comenzar a ver una película que no iba a poder terminar. La preparación del niño(a) para el término de una actividad en la que está muy involucrado, ya sea un programa de televisión, la visita de un amigo o un juego, debe ser muy simple. En principio debe dársele un tiempo para terminar lo que está haciendo; si está modelando en plasticina, dígale: «Tienes que terminar de hacer ese robot porque ya va a ser hora de ir a comer», o bien dele tiempo para jugar un ratito más, por ejemplo, diciéndole: «Puedes tirarte dos veces más por el resbalín y volveremos a casa». Preparar no significa permitir que el niño(a) maneje indefinidamente la situación, sino favorecer la posibilidad de que obedezca sin conflicto. Es necesario entender que para los niños, más que para los adultos, es difícil aceptar que se acaba la diversión. El mensaje para que el niño(a) entienda tiene que ser claro y contener al menos tres elementos: a) Comprensión de lo que el niño o niña siente. b) La limitación que usted está obligado a imponer. c) La razón de esta restricción. La mayoría de los niños, cuando percibe un límite que toma en cuenta sus necesidades y se le explican las razones que avalan la imposición, tiende a aceptarla sin mayor problema. Hay otros que se rebelan, en cuyo caso, si usted ha sido de veras razonable, manténgase firme. Si cede frente a una pataleta, el niño(a) usará este mecanismo cada vez que usted intente poner límites. Una vez tomada la decisión, impleméntela en forma rápida, cualquier demora corre el riesgo de replantear el problema. Aunque sea difícil de aceptar, una parte del crecer es aceptar las restricciones que impone la realidad. Sea firme pero no use nunca la violencia, 30

ya que puede caer en una escalada difícil de frenar. ALGUNOS CONSEJOS

• Advierta al niño(a) que a una determinada hora va a ser necesario interrumpir el juego. Por ejemplo, dígale que puede jugar con el lego hasta la hora de comida. • Cuando quede poco tiempo, avísele que tiene que terminar. • Siempre que sea posible según el tipo de actividad, dele una o dos posibilidades más, por ejemplo: «Puedes dar una vuelta más a la manzana en el monopatín». • No enganche si el niño(a) se ofusca y lo insulta, pero cuando se haya calmado hágale saber que esas conductas son inaceptables. • No caiga en negociaciones indefinidas. • Si tiene razones, aprenda a decir no y manténgalo sin violencia ni culpa. • Si hay un gran desafío a su autoridad, la única consecuencia posible es retirarle algún privilegio. • No demore mucho en el paso de una actividad a otra, para que el niño(a) no se ilusione con que puede seguir jugando.

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Los niños entre los dos y los cinco años tienden a experimentar un brusco aumento en los temores, existiendo una gran variedad en los tipos y en su intensidad. Algunos comienzan a tener miedo a la oscuridad, otros no quieren quedarse solos o empiezan a tenerle pavor a algunos animales, siendo probablemente la ansiedad que les produce separarse de su madre la mayor causa de los miedos que experimentan los preescolares. Aunque el miedo es una emoción muy desagradable y paralizante, no queda más remedio que aceptar que es universal y, en gran medida, adaptativo. Se ha planteado que el inicio de los miedos está relacionado con el aumento de la sensibilidad frente a los diferentes estímulos y a una mayor comprensión de los peligros que existen en el medio ambiente en que se desarrollan los preescolares. Al parecer, hay factores innatos que explican la mayor sensibilidad al miedo; sin embargo, las variables ambientales juegan un rol decisivo en esta área. En el caso de los niños hipersensibles y que ven mucha televisión, los peligros reales potenciales tienden a ser sobredimensionados y visualizados en forma muy vívida. Por otra parte, muchas veces los temores de los niños son transmitidos en forma no consciente por los padres. Las familias que son aprensivas y sobreprotectoras tienden a magnificar las situaciones de riesgo y, de esa manera, transmiten a los niños una visión terrorífica del mundo. Por ejemplo, los hijos de padres hipocondríacos tienden a tener más miedo a enfermarse, a pesar de que curiosamente les encanta ver en la televisión programas de enfermedades, lo que los lleva a no dormir en la noche por pensar que la han contraído. En otras ocasiones, los adultos someten a los niños a situaciones de mucho estrés, con lo que pueden provocarles cuadros ansiosos o predisponerlos a desarrollar personalidades marcadas por la ansiedad. Un ejemplo es el caso de Carolina, de tres años, que presentó temores a las situaciones nuevas, le costaba conciliar el sueño, tenía constantes pesadillas y con frecuencia parecía asustada. Haciendo un estudio acerca de cuáles eran los factores que influían en sus miedos, se pudo detectar que se asustaba mucho con las peleas entre su madre y su abuela, con la que vivían. Además, Carolina era especialmente sensible a los gritos y a las amenazas que con frecuencia le hacían cuando no obedecía. Frases como «Si no te comes toda la comida, me voy a ir», la niña las vivía con mucho temor al abandono, ya que las relacionaba con la partida del padre el año anterior. Por supuesto que la intención de la madre y de la abuela no era asustarla, sino que obedeciera o que se comiera toda la comida, pero el resultado no era el deseado, debido a que lamentablemente desarrolló un cuadro de tipo ansioso. Ciertamente, hay una conexión entre miedo y dolor. Muchos de los miedos tienen que ver con el temor al dolor, no sólo físico, sino que al sufrimiento psicológico, producido por el abandono o la pérdida de la atención y el cuidado de las personas más queridas. Muchas veces, los cuentos exacerban estas preocupaciones de los niños; Hansel y Gretel es un clásico ejemplo de cuentos terroríficos. Una parte importante de los miedos se explica por la fantasía de los niños, ya que los monstruos que imaginan tienden a confundirlos con la realidad, asustándose mucho. La imaginación los hace transformar situaciones potencialmente neutras en algo temible. Como los niños a esta edad no separan claramente fantasía de realidad, pueden tomar las imágenes de los cuentos infantiles, de la televisión y del cine como fenómenos reales, y 33

ello puede originar verdaderas situaciones de pánico en los niños. Favorecer la distinción entre realidad y fantasía va a ir atenuando paulatinamente los miedos del niño( a) y le ayudará a tener una visión más realista del mundo. En la medida en que el niño(a) verbaliza sus fantasías, usted puede ayudarlo(a) a disminuir sus miedos agregándole a ellas algunos elementos imaginables, que hagan a su temible fantasía menos terrorífica que las imágenes que había fantaseado. Por ejemplo, si le tiene miedo a un viejo imaginario que podría raptarlo, pídale que cierre los ojos y vista al viejo de rojo para que se parezca a un amigo del Viejo Pascuero. Si es miedoso y además muy fantasioso, no estimule su imaginación en exceso y siempre marque la siguiente idea cuando él o ella fantasee: «Es bonita tu fantasía, qué pena que no sea realidad», o «Parece bien peleador el monstruo que inventaste, qué suerte que no exista». Como a los cinco años, cabe esperar una disminución de los miedos a causa de dos factores. El primero tiene relación con un aumento de la confianza del niño(a) en sí mismo, y el otro, con la fantasía del niño(a), dado que se desarrolla la capacidad de diferenciar entre la realidad y la fantasía. Cuando después de seis meses continúan los miedos y éstos están muy exacerbados, es bueno pedir ayuda, porque a partir de estos temores pueden desarrollar cuadros ansiosos que serán muy difíciles de erradicar. Los niños con más inteligencia suelen tener más miedo, porque son capaces de anticipar más; un ejemplo de esto es el miedo a la oscuridad. ¿Cómo no tener miedo si se ve poco y realmente pueden pasar cosas peligrosas? Sin embargo, una cosa son los miedos reales y otra, los fantaseados, como por ejemplo el temor a los ovnis. Una de las expresiones más frecuentes de miedo en los niños son las pesadillas, las que deben ser atendidas y escuchadas con la mayor atención. Es necesario tratar de entender los miedos que pueden estar representados en sus sueños; así, por ejemplo, un niño(a) que sueña que está frente a un león, solo y sin ropa, está comunicando su miedo y su sentimiento de desprotección frente a una figura de autoridad, sobre todo si esta pesadilla se le repite con frecuencia. Verbalizar y comprender sus pesadillas ayudará a disminuir el sufrimiento que ocasionan estos miedos que alteran los sueños de los niños. Miedos como el temor a la oscuridad son muy frecuentes y casi normales. No intente que el niño(a) los supere, sólo déjele una lamparita quita cucos y acompáñelo(a) unos diez minutos hasta que se duerma, leyéndole un libro o contándole un cuento. Los animales de peluche suelen ser buenos aliados en la batalla contra los miedos. También es común que las situaciones nuevas y los cambios radicales ocasionen miedos, como por ejemplo cuando se va por primera vez al colegio. Es necesario tener una actitud muy equilibrada entre acoger sus miedos y a la vez estimularlo a que entienda que son más fantasías que realidad. Recuerde que los miedos también tienen un rol en la vida porque ayudan a cuidarse. El miedo protege a los niños de correr riesgos excesivos; así, un niño o niña que aprende que debe ser cuidadoso(a) para cruzar la calle, es porque de algún modo tiene miedo a que lo(a) atropellen. Lo mismo sucede con un niño o niña que aprende a no confiar en desconocidos, teniendo un poco de miedo de ellos, lo que lo hará estar protegido(a) de situaciones que pueden ponerlo(a) en riesgo, como ser raptado(a) o ser abusado( a) sexualmente. Ciertamente, llevados al extremo, los miedos pueden ser muy limitantes y paralizantes 34

de las actividades de las personas; ¿recuerda usted la última vez que estuvo paralizado(a) de miedo? Pocas emociones interfieren más el bienestar psicológico de las personas y su productividad que el miedo. Si esto es verdad para los adultos, imagine usted cuánto más verdadero es para los niños, quienes cuentan con muchos menos mecanismos para defenderse de la angustia. ¿Cuáles son los síntomas de ansiedad en los niños? Actitud hipervigilante: Esta actitud hace que los niños o las niñas no puedan jugar tranquilos y que estén siempre en excesiva alerta a que eventualmente algo malo podría suceder. Reacciones de sobresalto: Los niños ansiosos tienden a sobrerreaccionar frente a estímulos normales. Se asustan y lloran ante situaciones que a otros niños ni siquiera los afectan. Por ejemplo, empalidecen frente a un ruido inesperado. Insomnio: Que se refiere a dificultades en el dormir. Puede tratarse de insomnio de conciliación, es decir que el problema aparece al quedarse dormidos, o bien a que se despiertan en la mitad de la noche y les cuesta mucho dormirse nuevamente. Pesadillas o presencia de sueños perturbadores: Muchos niños o niñas tienen ocasionalmente pesadillas, pero debe alertar a los padres la frecuencia con que se presentan y el hecho de que el contenido de ellas sea repetitivo. Presencia de pensamientos perturbadores: A veces, al niño(a) lo asaltan ideas que lo(a) perturban y que no tienen nada que ver con la actividad que están desarrollando y que le dificultan el concentrarse. Por ejemplo, está jugando tranquilamente al dominó y de pronto pregunta: «¿Cuándo se va a morir la abuelita?», pregunta que se percibe no como una curiosidad, sino más bien como un temor a que a su abuela le pase algo malo. Dificultad para concentrarse: Un niño(a) que está bajo una situación de estrés, con dificultad puede atender y concentrarse en lo que está haciendo, porque está más atento(a) a sus preocupaciones y temores que a la tarea a la que debe abocarse. ¿Qué produce el estrés en los niños? Las causas que originan ansiedad en la infancia son muchas, pero algunas de las principales son: Padres excesivamente ansiosos: Estos papás son habitualmente preocupados y cariñosos, pero contagian a sus hijos de sus temores. A través de su actitud aprensiva transmiten a sus hijos la imagen del mundo como un lugar muy peligroso del que deben cuidarse. Recuerde que no hay nada más contagioso que el miedo. Ambientes de violencia: Estas situaciones son especialmente adversas porque el niño(a) no tiene autonomía para cuidarse y no sabe cómo huir de ellas. Situaciones de abandono: En las situaciones de abandono en las cuales las necesidades de los niños no están satisfechas. Exposición a estímulos con alto contenido de violencia: Ejemplo de esto son esos programas de televisión que llenan la imaginación infantil de imágenes aterrorizantes, que 35

después tienden a aparecer en sueños, o bien irrumpen en el pensamiento del niño(a) abruptamente. Enfermedades: Las enfermedades, especialmente aquellas que por su naturaleza requieren de hospitalizaciones o de maniobras médicas dolorosas o difíciles, son un poderoso factor de estrés en la infancia. Separaciones prolongadas de los padres: Quizás el factor protector más fuerte contra la ansiedad es la presencia constante de las figuras paternas o de familiares que el niño o la niña perciban como fuente de afecto. Cuando por cualquier razón el niño(a) pierde el contacto frecuente, puede experimentar fuertes sentimientos de ansiedad. ¿Cómo ayudarlos? Además de las sugerencias que ya han sido mencionadas a lo largo de esta presentación del problema, cabe señalar, en primer lugar, la importancia de tener mucha paciencia y calma para enfrentar estas situaciones. Recálquele, si es que tiene miedo, que es legítimo tenerlo, pero que uno debe aprender a mandar en sus miedos y no dejar que ellos lo manden a uno. Si el niño o niña es muy temeroso(a), fíjese en cualquier oportunidad en que él o ella sea un poco audaz y estimúlelo(a) diciéndole lo valiente que es y lo valiente que se ha comportado, para que vaya introduciendo en su autoconcepto la idea de que es valiente. Si los miedos son muchos y persisten por más de tres meses, pida ayuda. El miedo no sólo provoca un enorme sufrimiento, sino que bloquea el desarrollo personal. Muchos de los miedos son transmitidos por los adultos, por una aprensión exagerada, que, por supuesto, obedece al deseo de proteger al niño(a). Si bien es necesario cuidarlos, hay que tener presente no atemorizarlos demasiado. Es verdad que un niño(a) puede ser raptado( a) y hay que cuidar de no dejarlo(a) solo(a), pero afortunadamente la posibilidad de que un niño(a) sea raptado es más remota que la posibilidad de que usted se saque la lotería. La idea es que hay que cuidarlos pero no asustarlos con la cantidad de niños perdidos y todos los riesgos existentes, porque vivir con miedo es una de las sensaciones más limitantes y desagradables que puedan tenerse. Una de las funciones importantes de la paternidad en la infancia es entregar al niño(a) ambientes favorables que lo protejan de situaciones que puedan ser vividas por él o ella como muy estresantes o dolorosas. En este sentido, en el período preescolar la compañía amorosa de los padres constituye sin duda el mejor escudo contra la ansiedad. ALGUNOS CONSEJOS

• Cuando su hijo(a) esté asustado(a) mantenga una actitud tranquila, asegurándole que todo va a estar bien. Enfrente las dificultades cotidianas con serenidad, de manera que el niño(a) no viva las dificultades de la vida cotidiana como una catástrofe. Además, mantenga una actitud positiva, confiada y alegre cuando salgan a enfrentar alguna situación nueva. • Acompáñelo(a) al comienzo en las situaciones nuevas. Lo extraño siempre produce temores en los niños. 36

• Si el niño(a) va a enfrentar algunas situaciones dolorosas, no le oculte el hecho porque perderá la confianza que tiene en usted. Explíquele, de la manera más simple y tranquila que pueda, lo que está pasando. Por ejemplo, si lo(a) va a vacunar, explíquele que le dolerá un poquito, pero evitará enfermarse. Así, el niño o niña podrá confiar en usted frente a las situaciones nuevas. • Si por alguna razón tiene que ausentarse y el niño(a) tiene la edad suficiente para comprender, dele la explicación que se merece. • Si tiene miedo a la oscuridad juegue con él o ella a buscar «dulces» o algún tesoro en una pieza en penumbras y después felicítelo(a) por lo valiente que es. • Cuéntele cómo usted aprendió a mandar en sus miedos de pequeño( a). • Controle el contenido de los programas que ve en la televisión; no lo(a) deje ver programas que le produzcan miedo. • Descubra qué lo tranquiliza cuando tiene miedo. A veces una luz, escuchar un CD, decir una oración, etc. Utilice estos elementos cuando el niño(a) tenga susto. Averigüe qué le da miedo, sólo desde ahí podrá descubrir cómo tranquilizarlo(a). Para que aprenda a estar solo(a), haga que se sienta acompañado(a) por un muñeco o peluche regalón. • Trate de explicarle las diferencias entre realidad y fantasía; por ejemplo, hágale cerrar los ojos e imaginar un monstruo, pídale que abra los ojos para que comprenda y explíquele que ese monstruo sólo existe en la fantasía. • Cuide que no haya una sobreexposición a estímulos. Las situaciones muy excitantes, aunque sean muy entretenidas, pueden generar en los niños mucha tensión. Tome la precaución de que los momentos antes del sueño sean dulces, tranquilos y relajados, para que la inducción del niño(a) al sueño sea lo más serena y armónica posible. Si tiene pesadillas escúchelas en detalle, de tal manera de conocerlas y permitirle una catarsis. • No lo(a) obligue a enfrentar situaciones que le den temor y que son innecesarias, como por ejemplo que salude a esos grandes monos disfrazados de los supermercados. No lo(a) amenace con imágenes terroríficas, como son el viejo del saco u otras, ni mucho menos con el abandono afectivo. • En la medida de lo posible, evite que el niño o niña se vea expuesto a peleas entre los adultos que viven con él o ella. • Haga el mejor de sus esfuerzos para pasar un número de horas gratas en compañía de su hijo(a), ello es sin duda el mayor factor protector de estrés.

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La timidez es un factor que perturba el desarrollo social y limita el potencial de felicidad de los niños y las niñas, lo que podrá perdurar hasta la vida adulta si no se enfrenta oportunamente. Todos los niños tienen una timidez natural, pero a los pocos minutos la vencen, cuando se familiarizan con las situaciones extrañas y prima en ellos la curiosidad por explorar y conocer sus miedos. Muchas veces los adultos aumentan la timidez natural de los preescolares, al acercárseles excesivamente sin darles tiempo a que ellos se acostumbren a su cara. Ya desde los ocho meses, los niños tienden a asustarse frente a un extraño, lo no conocido los asusta y esto dura prácticamente todo el período preescolar. La timidez es básicamente un sentimiento de falta de seguridad en sí mismo. Los niños seguros son autoafirmativos, se atreven a explorar y se relacionan con facilidad con otras personas. En cambio, los niños tímidos no se atreven a defender sus derechos, sólo se sienten seguros en situaciones familiares y con personas conocidas. Además, a estos niños les es difícil hacerse amigos, mirar a los ojos y expresarse; es decir, tienen poca fluidez verbal y no disfrutan de las situaciones sociales. María Jesús, de cuatro años, es tímida y a pesar de ser una niñita inteligente y bonita, le cuesta hacer amigos, le angustia salir a cumpleaños y sólo puede hacerlo si va acompañada de un adulto. Cuando algún extraño se acerca a preguntarle su nombre, ella se esconde tras la pollera de su mamá. A ella le toma más tiempo familiarizarse con las situaciones nuevas y hacer amigos, pero cuando lo hace lo disfruta y es muy considerada con ellos. La timidez es una ansiedad social que puede tener distintas dimensiones, considerándose un cierto grado de timidez como algo normal. Todas las personas se sienten ocasionalmente tímidas, sólo se considera un problema importante cuando restringe gravemente las actividades del niño(a), haciéndolo(a) sentirse inseguro( a) y paralizado(a) para lograr insertarse socialmente con otros niños. Muchos niños tímidos tienen dificultad para defenderse y tienden a permitir que los «matones» abusen de ellos, pues sienten pánico a la agresión de terceros. Pueden entregar su juguete preferido sin reclamar o dejar que les coman la colación con tal de evitar un enfrentamiento frente al cual, anticipan, saldrán derrotados. Así le sucedió a Andrés, de cuatro años, quien presentó un rechazo a ir al colegio, derivado del hecho de que su compañero Gustavo le quitaba su colación todos los días y no se atrevía a defenderse ni a decirle a la tía del jardín lo que le sucedía. Como Andrés no ofrecía ninguna resistencia, Gustavo se acostumbró a aprovecharse de la debilidad de su compañero. Los padres, ante esta situación, deberían haberle dado permiso para que se defendiera y no hacerlo sentir culpable por no defender lo que le corresponde. Pero no basta con no hacerlo sentir culpable o pedirle que defienda lo suyo, hay que transmitirle fe en que es capaz de poner límites y enfrentar la agresión con valentía. La mamá de Andrés le explicó que tenía derecho a comer su colación y que tenía que decirle a Gustavo con mucha fuerza: «Esta es mi colación y hoy me la voy a comer yo. Si tú me la comes, yo tendré que decirle a la tía que me la quitas todos los días. No voy a dejar que abuses de mí». Lo que sucedía era que Andrés carecía de la confianza en sí mismo como para enfrentar a su agresor. La mamá con esta actitud definida, pero sin 39

incentivar la violencia, le enseñó a Andrés a exigir sus derechos con fuerza. Si un niño evita el enfrentamiento, sus compañeros creerán, con razón, que es un niño del que es posible aprovecharse. Lo primero que un niño o niña debe hacer no es agredir, sino fijar los límites. Si no es respetado por sus compañeros, debe saber que puede recurrir a la autoridad en busca de protección. Los matones se escudan atemorizando para que las víctimas guarden silencio. Si un adulto denuncia a un ladrón, a nadie se le ocurrirá tildarlo de acusete, como a veces sucede con los niños. El niño(a) tímido(a), con frecuencia juega solo(a) y rehúye el contacto social, privándose de la maravillosa fuerza que da la ternura de la amistad. Se cierra las puertas de antemano a la simpatía que podría despertar en otros. Hay que explicarles que hay niños que son muy buenos amigos, con los que es conveniente juntarse porque te respetan y no te quitan las cosas, además de saber esperar su turno. En cambio, hay otros niños que son más peleadores y de ellos hay que cuidarse, porque cuando se dan cuenta de que alguien no se defiende, tienden a aprovecharse si uno no se pone firme en decir que no y defender lo que es de uno. Dramatizar algunas situaciones, a menudo es de mucha ayuda para estos niños, pues les da un repertorio de conductas para defenderse apropiadas a su edad y a su capacidad de comprensión. En los juegos de dramatización, a veces hay que invertir los roles: en una ocasión el niño(a) debe ser el agresor y la mamá o el papá el agredido, y en otras debe ser al revés. Esto le permitirá al niño(a) experimentar la sensación de que ellos son más fuertes y que no son siempre los otros los que se imponen. Enseñarle a decir que no mirando a los ojos y diciendo algunas muletillas como «¡Déjalo, es mío!», «¡Aléjate de mí!» o «¡Este chocolate es mío!», es muy beneficioso, ya que las muletillas tienden a automatizarse con la repetición, y así al pequeño(a) le saldrán con fuerza cuando tenga que enfrentarse con los niños más agresivos. La base de saber defenderse se encuentra en que el niño(a) tenga una actitud de autorrespeto. Habitualmente, un niño o niña que se respeta a sí mismo consigue el respeto de los otros. No obstante, para lograr este respeto es necesario quererse a sí mismo(a) y que el niño(a) se sienta respetado(a) por sus padres y hermanos. Si un niño o niña se siente muy humillado(a) o avasallado(a) por no saber defenderse y las técnicas que los padres le sugieren no puede aplicarlas, comenzando a tener miedo de ir al colegio, pida ayuda especializada. La sensación de sentirse indefenso(a) y el sufrimiento que esto implica puede dejar huellas negativas en el desarrollo personal. Errores frecuentes El peor error que puede cometerse con un niño(a) tímido(a) es etiquetarlo(a) como tal, es decir, decirle con frecuencia y frente a otras personas «Qué tímido(a) eres». Frases como «Es que Juanito es tan tímido» o «A Florencia le cuesta tanto hacerse de amigas», son fatales para la seguridad social del niño(a). Al ponerle la etiqueta se le atribuye un rasgo del que al niño(a) le será muy difícil librarse posteriormente. Otro error frecuente con los niños tímidos es pensar que presionándolos se va a 40

conseguir que mejoren su timidez. Hay que ayudarlo(a) a enfrentar las situaciones sociales progresivamente, acompañándolo(a) al comienzo, dejándolo(a) por ratos cortos solo( a) en un lugar familiar y así sucesivamente, enseñándole cada vez a superar de una forma un poco más autónoma las situaciones sociales, pero sin presionarlo(a). La presión excesiva puede tener un efecto traumático para el niño(a) y además puede deteriorar la relación entre usted y su hijo(a), agravando el problema en vez de solucionándolo. ALGUNOS CONSEJOS

• No lo(a) presione a enfrentar situaciones nuevas a solas, acompáñelo( a) hasta que se acostumbre. • A veces es aconsejable prepararlo(a) cuando se va a ir de visita. Diciéndole, por ejemplo: «Vamos a ir donde una tía, que se llama Alejandra, ella tiene un hijito que se llama Nicolás, al que le gustan mucho los libros, así que le vamos a llevar uno de regalo». Es aconsejable repetir las visitas a las mismas personas varias veces, hasta que el niño o la niña se vayan familiarizando con esas situaciones y adquiriendo mayor seguridad. • Es importante exponerlo(a) a situaciones de juego con otros niños, al comienzo ojalá con uno(a) solo(a) y cuidando de que sea un(a) niño(a) fácil y no agresivo(a), de tal manera que sea una experiencia positiva. Enséñele a jugar como los otros niños, eso le dará seguridad y confianza en sus habilidades sociales. Si percibe que el niño o niña se siente humillado(a) y avasallado(a), no dude en pedir ayuda especializada. • Si su hijo(a) es tímido(a) juegue a dramatizar situaciones en las que pueda verbalizar su defensa cuando es agredido(a). • Dele confianza en sus capacidades de relacionarse y coméntele efusiva y calurosamente sus logros. Cada vez que la situación lo permita, señale lo amistoso(a) y sociable que es. Por supuesto que tiene que ser en una situación en que esta afirmación sea verdad. • Consiga que algún amiguito(a) lo vaya a visitar y prepare un poco la visita, para que sea un éxito, y después felicítelo(a) por lo bien que jugó. • No lo(a) etiquete jamás de tímido(a). Poner etiquetas es muy fácil, liberarse de ellas es casi imposible. Jamás lo(a) avergüence, le llame la atención o lo(a) castigue en público. Nada daña más la seguridad en sí mismo de un niño(a) que el ser criticado públicamente. • Favorezca su autonomía, mándelo(a) a pedir cosas simples a familiares y amistades que sepa que lo van a acoger bien. • Reafirme en el pequeño(a) una actitud de autorrespeto mostrándole una conducta valorativa hacia él o ella. Transmítale confianza en su capacidad de poner límites. • Respete siempre el derecho del niño(a) a ser escuchado(a) en sus necesidades y opiniones, aunque sean diferentes a las suyas. Sea un modelo de respeto de los derechos de los demás.

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Si alguien ha puesto mucho esfuerzo en lograr realizar algo, es muy decepcionante sentir que las cosas no resultan como esperaba. A cualquier edad es difícil aceptar que a veces se cometen errores y tanto más difícil es cuando se es pequeño(a), ya que habitualmente los niños ponen mucho esfuerzo, ilusión y energía en realizar lo que se han propuesto. Martín, de cuatro años, estaba construyendo un edificio con unos bloques con su hermana de tres años y, justo cuando estaba en la mitad de la construcción y llevaba más de media hora armando el edificio, se le derrumbó con gran estrépito. Cuando sucedió el derrumbe, Martín comenzó a patear los bloques, los tiró lejos y después se puso a llorar en forma desconsolada y se encerró en su pieza sin querer hablar con nadie. Mientras tanto, su hermana, muy asustada, intentaba reiniciar la construcción y le decía: «Martín, ven a jugar conmigo, yo te ayudo y lo armamos de nuevo». ¿De qué depende que dos niños educados en una misma familia puedan responder en una forma tan diferente a un mismo acontecimiento? Las respuestas diferentes de los niños frente a los contratiempos se relacionan con la capacidad de tolerancia a la frustración. Hay niños que tienen muy poca capacidad de postergar la gratificación de los impulsos y de aceptar los obstáculos, ya sea por factores constitucionales o por la socialización recibida. Estos niños se ofuscan con facilidad cuando tienen que enfrentar obstáculos en la vida cotidiana y les cuesta mucho aceptar que se han equivocado en algo, reaccionando agresivamente ante cualquier sugerencia que pueda inculparlos. Otros niños o niñas tienen más facilidad para aceptar que las cosas pueden no salir como ellos habían pensado o planificado y se viven las dificultades como algo que hace parte de la vida, así como están dispuestos a responsabilizarse por sus errores y buscan, a través del aprendizaje, superarlos. Por cierto, estos niños en el primer momento también se entristecen cuando las cosas no salen como esperaban, pero rápidamente se recuperan y buscan solución. El rol de la familia es central para enseñarle a los niños a aceptar sus errores y las dificultades, requiriendo de mucho equilibrio y sabiduría para no someter al niño o niña a frustraciones excesivas, pero teniendo cuidado a su vez de no ceder inmediatamente frente a todas las demandas. Por ejemplo, frente a las pataletas o a exigencias excesivas por parte del niño(a), una de las maneras de enseñarle a aceptar las equivocaciones es que los padres se comporten apropiadamente cuando algo no le resulta bien y no pierdan el control delante del niño(a). Así, si a la mamá o al papá se le echa a perder el auto cuando iban a ver a los abuelos y retan a los niños, se enojan entre ellos o con alguien que no tiene nada que ver con el asunto, le dan a los niños un modelo de descontrol. Si, por el contrario, se reconoce que, si bien es un contratiempo, es más importante buscar soluciones que rabiar; por ejemplo, vale decir: «¡Qué le vamos a hacer!, habrá que llamar a la grúa y buscar otro medio para ir a ver a los abuelos; voy a llamar a tu tía para que nos lleve». La idea es que frente a la adversidad el hijo o la hija vea a sus padres reaccionar serenamente, sin negar el problema pero sin ofuscarse excesivamente, debido que además de ser un mal modelo, atemoriza a los niños. 43

Cuando el niño(a) pierde el control no es conveniente intervenir tratando de hacerlo(a) reaccionar en forma inmediata, porque nadie cuando se ofusca procesa ningún argumento, más bien hace el efecto contrario. Es necesario esperar a que pase la tormenta y, sólo cuando esté más calmado(a), traten de razonar con él o ella haciéndole ver que cuando se está aprendiendo algo, muchas veces las cosas no resultan a la primera y que uno se equivoca muchas veces antes de aprender a hacer las cosas bien. La idea central para que los niños aprendan de sus errores y acepten las equivocaciones, es enseñarles que el error hace parte necesaria de los aprendizajes y de la vida, siendo siempre posible empezar de nuevo y buscar alternativas de solución para los problemas que se van presentando. Muchos bloqueos o sensación de pizarra en blanco ante los exámenes se originan en mucha sanción frente a los errores de los niños. No hay nada más paralizante y que interfiera más en el aprendizaje que el miedo. Así, para lograr aprender de los errores es necesario que los padres no sobrerreaccionen frente a las equivocaciones de los niños, porque si son retados o castigados cuando se equivocan, ellos podrían ser muy temerosos frente a los errores. Cuando un niño o una niña crece con la sensación de que equivocarse es muy sancionado, puede desarrollar una actitud de mucha paralización frente a las situaciones nuevas o de aprendizaje, especialmente frente a la situación de evaluación. ALGUNOS CONSEJOS

• Sea tolerante con las equivocaciones de su hijo(a), no le haga sentir que equivocarse es una tragedia. • Cuando el niño(a) se esfuerce, aunque no le resulte reconozca el esfuerzo y anímelo a seguir, enfatizando que es normal equivocarse cuando uno está aprendiendo. • Cuando usted se equivoque reaccione frente a sus hijos con sabiduría, diciendo por ejemplo «Otra vez me resultará mejor». • Haga con los niños alguna actividad en común, en que resulte evidente que usted no tiene éxito y vívasela con humor, para que él o ella pueda aprender de usted cómo tolerar la frustración. • Cuéntele casualmente historias en que personas perseveran haciendo cosas, a pesar de las dificultades que encuentran. • Si el niño(a) se ofusca y está fuera de control, espere a que se calme antes de razonar con él o ella, porque los niños cuando están ofuscados no entienden razones y, por el contrario, pueden ofuscarse más. • Cuando a usted algo no le resulte como esperaba, mantenga la calma y sea paciente. • Cuando miren el fútbol, el tenis u otro espectáculo deportivo y vean a alguien que no sabe perder, comente: «Qué pena ver a la gente que no sabe perder, es un espectáculo lamentable».

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La alimentación, además de su valor nutricional, con sus repercusiones en la salud y en la vida de las personas, tiene una enorme significación emocional. El primer vínculo con la comida lo realiza la madre durante la lactancia, que es una de las formas más significativas en la creación de vínculos de apego. Este vínculo primario entre la madre y su hijo(a) será la base de la relación con otros y desde estos primeros momentos ya se da la impronta de la asociación de afecto con alimentación. Posteriormente, muchos de los ritos y celebraciones familiares se realizan acompañados de comida. En los cumpleaños, en los aniversarios y en los matrimonios, el tema de la comida constituye una preocupación central y es un signo de afecto. La manera de alimentarse es un hábito que se forma durante los primeros años y que perdurará a lo largo de la vida. Dentro de los hábitos de comida saludable, está la inclusión de frutas y verduras. Si el niño se habitúa a ingerir dulces y masas creará de algún modo una adicción a estos alimentos y no estará teniendo una alimentación nutritiva. Se trata no sólo de lo que comen, sino de cuánto comen y a qué horas lo hacen. La idea es comer pocos dulces, más bien incentivar el consumo de frutas y verduras, no comer a deshoras y hacerlo en cantidades razonables. El consumo de dulces debe ser algo ocasional y no transformarse en una conducta cotidiana. Cien gramos de golosinas tienen a veces las calorías que el niño requiere para todo un día y además lo volverán inapetente para otros alimentos. Alternativas como tomates pequeños, pedacitos de zanahoria, un poco de apio y brochetas de fruta picadas, son formas de alimentación más saludables y entretenidas. Evitar las bebidas colas y cambiarlas por jugos naturales es una buena forma de ir creando hábitos saludables. Los padres son un modelo de lo que hay que comer. Cuide usted su alimentación de manera que el niño pueda interiorizar esas formas saludables. Es verdad que muchas cosas ricas engordan, así que es necesario desplegar la imaginación para que el niño vaya aprendiendo a definir como ricas cosas saludables. Haga tanto esfuerzo como el que pone en preparar una torta, en presentar una preciosa y variada bandeja de frutas como postre. Por otro lado, a pesar de las buenas intenciones de los padres, muchos niños presentan problemas con la alimentación al no querer comer. Ello puede transformar un espacio que debería ser grato y de encuentro, en una verdadera pesadilla tanto para los padres como para los niños. Padres que ruegan, retan, presionan y a veces gritan a sus voluntariosos hijos para que coman, no son raros en esta etapa del desarrollo. Los niños son especialmente sensibles a la ansiedad de sus padres respecto a que se alimenten bien. Una excesiva insistencia de los adultos para que no dejen nada en el plato y coman de todo, puede llevarlos a activar el oposicionismo propio de la edad y focalizarlo en el tema de la alimentación. Tampoco convierta la hora de comida en una carrera o competencia donde el que come más rápido gana, porque eso atenta contra hábitos saludables de alimentación. Masticar varias veces cada porción permite una mejor absorción de los alimentos y poder detectar los estados de saciedad. La preocupación porque un hijo no come lo suficiente, que por cierto es legítima, no 46

debe transformarse en una obsesión, ya que se corre el riesgo de hacer de la comida un campo de batalla cotidiano. Casi todas las personas (y los niños no son una excepción) tienen un rechazo específico a algunos alimentos, lo que es perfectamente comprensible e incluso a veces responde a algún tipo de alergia. Por ejemplo, Andrés se negaba a comer mariscos a pesar de la insistencia de la familia y en un examen se descubrió que tenía una alergia a varios de ellos, lo que explicaba el rechazo. Con tan amplia variedad de alimentos que se ofrece en el mercado, no parece razonable ni vale la pena arruinar la hora de comida por una fobia alimenticia específica. Hay adultos que recuerdan con horror haber sido obligados a comer alimentos que les producían náuseas y a veces vómitos. Una anoréxica recuperada recordaba que su madre la obligaba a comer lo que vomitaba, lo que por cierto marcó para siempre una relación difícil con la comida y obviamente con su madre. Por supuesto que hay niños que son excesivamente mañosos y que rechazan una amplia variedad de alimentos y ello puede estar causado por razones múltiples, una de las cuales es el negativismo y el que se haya creado un cuadro vicioso en la relación padreshijos en torno a la alimentación. En la medida en que el niño asocie la comida con angustia y sobreexigencia será difícil que tenga una relación sana con la comida. Los padres se debaten entre obligar al niño a comer aquello que no quiere y privarlo de la comida que lo engorda, lo que se transformará a poco andar en un doble mensaje para un niño que a esta edad no tiene categorías conceptuales acerca de lo saludable y lo no saludable. Si su hijo es mañoso no lo etiquete usando este término para describirlo, ya que las etiquetas actúan como profecía autocumplida. Intente con la estrategia opuesta. Sírvale poco y cosas más ricas, para que pueda felicitarlo por lo bien que se comporta a la hora de comida. No lo atiborre con alimentos, especialmente con aquellos que no le gustan. Si lo hace, su hijo tendrá la sensación de que lo está saturando, lo que aumentará una actitud negativa frente a la comida. Si no se come lo que le sirvieron, no insista, pero tampoco le permita comer hasta la otra hora de comida, de tal manera que tenga hambre cuando le corresponda comer de nuevo. Evite ser muy reiterativo en los mensajes en relación a la comida. No deje que las dificultades con la alimentación inunden toda su relación con él o ella. Si lo hace, el niño tendrá rechazo a la comida, no sólo porque tiene poco apetito, sino porque la comida le daña la relación con sus padres. La excesiva presión puede producir el efecto contrario y hará que se vuelva más mañoso. Myriam, de catorce años, quien tiene trastornos de alimentación, relata lo siguiente: «Recuerdo que desde los cuatro años, la hora de comida era una verdadera tortura, yo no podía tragar de la angustia y pasaba la comida de un lado de la boca para el otro; a veces incluso me pegaron para que comiera más rápido. Ahora a veces llego con hambre del colegio, pero con solamente sentarme a la mesa, se me quita el apetito y se me hace un nudo en la garganta que no me deja tragar». Cuando ya son más grandecitos, la comida debe ser una instancia para que el niño pueda estar con la familia. Cuide que sea un espacio donde los niños puedan hablar y ser escuchados, así como para tener la oportunidad de asistir a conversaciones sobre temas interesantes. Los conflictos, en la medida de lo posible, no deben ser ventilados durante la comida, ya que hacen que la tensión marque este momento con un significado negativo. Escoja conversar sobre temas que puedan interesar al niño. El come y calla no es un buen 47

consejo, y es propio de una cultura autoritaria. Los modelos familiares son importantes. Si la madre o el padre tienen trastornos anoréxicos o bulimia, no es de extrañar que el niño tenga problemas de alimentación. Tener el refrigerador atiborrado de alimentos con altas calorías no incentiva a nadie a ser saludable. ALGUNOS CONSEJOS

• Sirva porciones pequeñas, apropiadas al tamaño del niño. • No insista en darle al niño cosas que le resulten desagradables. • Cree un clima grato en relación a la comida, presentándola en forma atractiva. • Sea ordenado en relación a las horas de comida. • Incluya en la alimentación familiar porciones variadas y pequeñas de verduras y frutas cada día. • Haga presentaciones de comida entretenidas, como por ejemplo puré de diferentes verduras y colores. • Haga de las horas de comida un espacio grato de encuentro y humor en el cual el niño pueda expresar lo que siente y piensa.

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Según el Instituto de Nutrición y Tecnología de los Alimentos de la Universidad de Chile (INTA), un 10% de los niños entre los dos y cinco años son obesos. La cifra sube al 15% en los primeros años de la educación básica y se calcula que en la educación media uno de cada cuatro estudiantes padece de obesidad. La alimentación es una necesidad básica para el desarrollo físico, intelectual y emocional de los niños. No obstante, una dieta inadecuada (por exceso o déficit) puede tener efectos dañinos en la salud, no sólo en el aspecto físico, sino también en el desarrollo emocional. Es así que todos sabemos las negativas consecuencias del sobrepeso en la autoestima física. Las consecuencias del sobrepeso en los niños son múltiples: aumento de la presión arterial, pie plano, deformaciones de las rodillas y, en algunos casos, alteraciones en la resistencia a la insulina, lo que los hará más propensos a la obesidad y presentar diabetes en la edad adulta. Aparte de los problemas médicos que presenta, la obesidad deja huellas psicológicas. Los niños gordos tienen un problema de autoestima física y aunque con el tiempo puedan bajar los kilos que les sobran (lo que lamentablemente es infrecuente), las cicatrices que deja una mala autoestima física en la infancia son difíciles de remediar. Si bien hay algunos factores genéticos en la obesidad, la mayor parte de estos cuadros se deben al aumento de la ingesta calórica. Es decir, una alimentación excesiva con predominio de hidratos de carbono (pan, tallarines y papas), azúcares (chocolates y dulces) y grasas (frituras y fiambres). La comida «chatarra» tiene grandes cantidades de estos componentes; las papas fritas y otros productos envasados que a veces se envían de colación por comodidad, no sólo no alimentan en forma apropiada, sino que contribuyen a que los niños suban excesivamente de peso. Nos podemos enfrentar así a la paradoja de un niño que estando obeso, está mal nutrido y que puede ser muy mañoso para comer. Para prevenir la obesidad no basta con vigilar la dieta, sino que hay que incentivar al niño como parte de la rutina diaria a que desarrolle alguna actividad física. Influye en el sobrepeso de los niños el no gastar las calorías que ingieren. Las horas que suelen estar frente al televisor, consola de juegos u otras actividades sedentarias son perjudiciales para una edad en la que es clave el desarrollo de la psicomotricidad y musculatura. Además, el reducido espacio de las casas y la falta de tiempo de los padres para acompañar a sus hijos en la práctica de alguna actividad en espacios abiertos, provoca que muchos preescolares sean obesos. Ellos deben caminar, trepar, andar en triciclo, saltar, jugar a la pelota, hacer deportes y todas las actividades que puedan ayudar a desplegar su aparato muscular. Si no lo hacen, las calorías consumidas se transformarán en depósitos de grasa que permanecerán el resto de la vida. El número de adipocitos (células de grasa) se fija en esta etapa, por lo que se debe estar atentos a que no sean excesivos para no programar un obeso en la edad adulta. Para entender por qué la mayor parte de las personas cuando tiene angustia come, es necesario explicar lo que un conocido especialista en niños, Daniel Stern, describió como microsucesos. Éstos consisten en interacciones repetidas, entre madre-hijo o padre-hijo, que tienden a producir rasgos de carácter o a fijar la conducta en los niños. ¿Cómo opera este mecanismo en relación a la ingesta excesiva de alimentos? Por lo general, si un niño o una niña tiene pena, llora o está angustiado(a), la madre o el padre para calmarlo(a) le 50

da de comer, aunque el motivo por el que llora no sea el hambre. Con el tiempo, el niño o niña terminará por interpretar que la comida calma la angustia. Cuide también de no atenuar las penas de su hijo con dulces, ni calmar la angustia con comida, ya que literalmente aprenderá a tragarse todos sus problemas. Comportamientos de esta naturaleza, frecuentemente utilizados por los padres para calmar a los niños, no sólo tendrán como consecuencia la obesidad del niño(a), sino que le dificultarán la conexión real con sus sentimientos y, por lo tanto, la expresión de ellos. Los hábitos son esenciales para una buena alimentación. No respetar los horarios o comer en cualquier lugar son los responsables de una verdadera epidemia de niños gordos. Las personas con sobrepeso no son gordas porque no se hayan dado cuenta de sus kilos o porque nadie se los haya dicho. Al revés, lo están porque se los han dicho demasiado. De tanto oírlo han interiorizado una imagen personal que incluye el concepto «Soy gordo o gorda», como una predisposición fatal de la que es imposible librarse. La mayor parte de los trastornos de alimentación en la vida adulta, como bulimia y anorexia, se generan por una persecución excesiva de los padres en esta etapa. Si el niño(a) está con sobrepeso, preocúpese de regular la dieta, pero no lo(a) persiga en forma obsesiva; tenga cuidado, porque la imagen de sí mismo en el plano físico se forma en el período preescolar. ALGUNOS CONSEJOS

• No transforme el problema del peso en una obsesión, los resultados serán contraproducentes. Mejore la autoestima física del niño(a), dígale con frecuencia lo bonita o buenmozo que es. Sentirse bien consigo mismo ayuda más a bajar de peso que sentirse poco atractivo(a). • Si usted está con sobrepeso, póngase seriamente en la tarea de bajar. Recuerde que usted es el modelo más importante del niño(a). • Proporcionar una dieta balanceada, estimulando una alimentación saludable que incluya bastantes verduras y frutas, y pocos dulces y pan. Recolecte recetas de platos atractivos con bajas calorías; por ejemplo, ensaladas con atún, frutas picadas, pollo a la plancha. • Haga junto con el niño(a) la mayor cantidad y variedad de ejercicios físicos que pueda. Salga a caminar, enséñele a saltar al cordel, acompáñelo(a) a andar en triciclo, o si puede póngalo( a) en clases de natación o algún otro deporte. • Ponga música y baile con él o ella. El baile es un excelente ejercicio, además le ayuda a expresar sus emociones. • Créele una imagen personal como deportista, dígale por ejemplo: «¡Qué bueno(a) eres para las carreras!» o «Me parece que serás un(a) gran atleta». De esta manera, la capacidad de hacer ejercicio formará parte de su identidad personal. • Acostúmbrelo(a) a comer en horario regular y trate de evitar las comidas a deshora. No lo(a) haga pasar hambre, ya que tendrá más ansiedad por comer; que coma a sus horas cosas que lo(a) alimenten. • No tenga dulces a libre disposición de los niños, guárdelos para ocasiones especiales 51

como cumpleaños o fiestas. • No lo(a) haga tomar excesiva conciencia de que está gordo(a). Ello dañará su autoestima física y lo angustiará más, lo que inevitablemente lo(a) llevará a comer más. • Enséñele a expresar sus penas y no a que las esconda comiendo. • Si el niño o niña está con mucho sobrepeso, consulte con un especialista; la salud de su hijo(a) está en juego.

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Los comportamientos violentos son posibles de prevenir, debiendo comenzar esta tarea tempranamente, sobre todo si se observan conductas agresivas en el niño(a). Las diferencias individuales en relación con este tipo de comportamientos se pueden observar ya desde los tres años, caracterizándose unos niños por ser más pacíficos y cooperadores, en tanto que otros son más agresivos. Estos últimos toleran mal las frustraciones, por pequeñas que ellas sean y, a veces, sin mediar razón alguna, golpean o muerden a sus compañeros, rompen juguetes e incluso pueden insultar y agredir a sus padres o profesores sin ninguna razón aparente. Algunas veces, esta forma de actuar de los niños se debe a características genéticas, mientras que otras es posible identificar factores familiares que favorecen el desarrollo de conductas violentas; sin embargo, generalmente se observa una interacción de ambas variables. La familia, para educar niños pacíficos, tiene que cumplir adecuadamente con algunas funciones básicas. La primera función irrenunciable de la familia es, sin duda, generar una relación afectiva que sea cálida y que le garantice a los niños la seguridad que da un apoyo incondicional. Una relación de esta naturaleza permite al niño(a) sentir y saber que es muy importante para sus padres y aprender que la expresión de afecto es rica, tanto al recibir como al dar. Los niños que han sido más queridos suelen tener una visión muy segura de sí mismos y, por lo tanto, son más querendones y poco agresivos; en tanto que muchos niños que se han sentido poco queridos pueden desarrollar una visión negativa de sí mismos, lo que los hace desconfiados y los pone en una actitud defensiva y agresiva frente al medio. Una segunda característica que tienen las familias nutritivas es que les brindan a sus hijos los cuidados necesarios para un buen desarrollo emocional. En estas familias los padres están atentos a las necesidades y demandas de sus hijos e hijas, por lo que éstos se desarrollan más sanamente y son más estimulados en su desarrollo cognitivo y socioemocional. Los niños en esta edad requieren de una atención constante, la que puede resultar agotadora para los adultos a su cuidado. Si ambos padres comparten esta tarea, además de resultar menos cansadora, proporcionará a los niños más modelos que imitar y la sensación de ser queridos por los dos padres. En este sentido, cuando otras personas participan en la crianza del niño(a), ya sean tíos, abuelos u otras personas que sean de toda confianza, además de constituir una ayuda muy efectiva en los cuidados que requiere el preescolar, permitirá al niño(a) sentir que sus demandas son atendidas con afecto y sensibilidad por muchas personas. En un contexto de esta naturaleza aprenderá a ser afectivo( a) y sensible con los otros, porque desarrollará una conducta empática que se basa en su propia experiencia de ser «bien tratado». Una tercera función que tienen que cumplir las familias, para el logro de un desarrollo emocional que prevenga las conductas violentas, es el desarrollo de un sistema de normas claras que garantice una disciplina que favorezca en el niño o la niña la comprensión acerca de que hay ciertos límites que no se pueden transgredir. Por ejemplo, ser violento(a) con otras personas, romper las cosas que lo rodean o tomar las cosas de los 54

demás sin permiso, son actitudes que no están permitidas. Por otro lado, los padres deben ser coherentes, evitando favorecer conductas violentas regalando, por ejemplo, juguetes bélicos a sus hijos. La utilización de estos juguetes ha despertado mucha polémica entre los educadores, los psicólogos, los sociólogos y los padres de familia. Algunas experiencias e investigaciones la desaconsejan categóricamente, planteando que hay un vínculo directo entre el comportamiento agresivo de los niños y la utilización de juguetes como pistolas, tanques y metralletas. Otros expertos tienden a minimizar el impacto que los juguetes bélicos tendrían en el psiquismo infantil, pensando que podrían ser incluso una manera simbólica de expresar sus impulsos agresivos. A los niños que les guste jugar a la guerra podrán transformar cualquier objeto en un arma; así, un palo de madera puede convertirse en una pistola o en una espada. Entonces cabe preguntarse, si ya hay una dosis más que suficiente de agresión en ellos, ¿será sabio favorecer la exacerbación de esta tendencia agresiva regalándoles sofisticados instrumentos diseñados para matar y eliminar a otros? A nuestro juicio, un arma de esta naturaleza regalada por sus padres, implícitamente valida el hecho que eliminar y dañar a otros por interferir con nuestros propósitos es legítimo. Las teorías acerca del juego en la infancia plantean que el juego es una preparación para la vida; así, la niñita que juega con su muñeca se está preparando para asumir su rol de madre. Entonces, jugar a la guerra queda en la mente infantil como un patrón que puede repetirse en la edad adulta. No en vano es a los hombres a quienes se les regalan juguetes bélicos y son ellos los que en la vida adulta son coleccionistas de armas, se las compran y las utilizan. Es fundamental subrayar el hecho de que las armas no son un juguete. Que la socialización influye en la forma en que se expresa la agresión, no cabe duda. Por ello es recomendable estar consciente sobre qué tipo de conducta se está promoviendo con los juguetes que se regalan; habiendo tantos juguetes posibles, es mejor no regalar armas, especialmente si el niño o la niña tiene una predisposición a ser agresivo(a). Cuando Cristóbal, de dos años y medio, toma una pistola de su hermano que tiene cuatro años y en su media lengua dice «¡Te maté! », uno se sorprende del poder de imitación que tienen los niños de pequeños. Esa oración sostiene la idea de que la vida no es algo valioso y que matar es un juego. Si además sumamos la importante cantidad de violencia consumida por los niños en su dieta televisiva, no deberíamos extrañarnos de los crecientes índices de violencia en la infancia y en la adolescencia. Más impresionante resulta ver a los niños utilizando sus juguetes para autodestruirse; cuando un niño pone su pistola en su cabecita y dice «¡Me maté!», está poniendo en acción todo un aprendizaje violento visto en la televisión que debería llevarnos a pensar: ¿qué modelos les estamos entregando a los niños?, ¿qué acciones estamos legitimando? En los preescolares se ha descrito, y se sabe por las investigaciones, que dedican la mayor cantidad de su tiempo a jugar, siendo para ellos una actividad muy seria y una preparación para la vida. Se sabe que a los niños les encanta manipular objetos para construir y hacer algo, en lo que se ha denominado juego constructivo. A los tres años les encanta jugar a fingir que son otras personas, pero ¿por qué ayudarles a fingir que son asesinados o suicidas? Así, a la hora de comprar juguetes y estimular juegos sea 55

responsable y ayúdelos a encontrar juegos que faciliten su espíritu constructivo, su creatividad y su altruismo. En definitiva, respecto a los comportamientos violentos, el niño( a) debe ir comprendiendo, en la medida de sus posibilidades, por qué ciertas conductas como pelear, golpear o destruir son negativas para él y para los demás. Asimismo, debe ir aprendiendo por qué otros comportamientos como compartir, ser alegre y cariñoso son positivos para él y para su relación con el resto. Más que sancionar, la idea es que vaya percibiendo la noción de causalidad emocional, entendiendo cuáles son los efectos en las demás personas si es violento(a). Más que castigarlo(a), que es un modelo violento de actuar que habitualmente enseña a ser más violento, hay que ayudarlo(a) a comprender que para tener amigos hay que ser cariñoso(a) y cooperador(a), clarificándole que a los niños no les gustan los compañeros agresivos. ALGUNOS CONSEJOS

• Entréguele una imagen de sí mismo(a) como una persona pacífica y cooperadora. Recuerde lo que influye la autoimagen en los comportamientos infantiles. • Explíquele qué le pasa a los otros cuando alguien es violento, desarrollando en el niño(a) la sensibilidad por las necesidades de los demás. Un niño(a) empático con dificultad es agresivo(a). • Entregue con frecuencia mensajes que valoren la paz y las actitudes pacíficas; sea lo más explícito posible al respecto. Asimismo, descalifique todas las formas de violencia que el niño( a) tenga posibilidad de observar; diga, por ejemplo: «¡Qué pena que esa persona fue tan cruel con el pobre perrito!». • Felicítelo(a) cuando controle su rabia y la exprese en forma apropiada, pero no le exija que no la sienta. • Cuéntele cuentos en que los personajes sean pacíficos y cooperadores. • Ayúdelo(a) a sentirse eficiente; los niños que perciben que fracasan a menudo son mucho más violentos que los niños que desarrollan confianza en sus capacidades. • No le permita ver programas violentos por televisión y preste atención a los contenidos de los videojuegos. Además, recuerde que también tienen componentes bélicos los personajes que manipulan armas o cuyo oficio principal es pelear. • Recuerde que el juego es una forma de aprendizaje, así que cuando le proponga un juego piense qué está aprendiendo con él. Juegue de preferencia juegos que se relacionen con construir más que con destruir. • Estimúlelo(a) a que juegue con otros niños a juegos cooperativos. De ser juegos competitivos, favorezca juegos como el pillarse, ya que a pesar de sus componentes competitivos permite turnos, risas y además actividad motora. • Especialmente si el niño(a) es violento(a), preste más atención al momento de elegir juguetes; regálele juguetes atractivos pero que fomenten la expresión de otras emociones que no sean la agresión. Si le pide una pistola dígale mejor: «Elige otra cosa, matar es malo y las pistolas sirven para matar».

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En este apartado se tratarán dos situaciones muy diversas que suceden en el baño y que se relacionan con el control de esfínteres en los niños. Por una lado, se planteará la situación de control de esfínteres al dejar los pañales y la problemática de aprender a avisar. Por otro lado, los problemas de control de esfínteres cuando los niños son muy estíticos y entonces el ir al baño se transforma en un problema. La primera de estas situaciones es una etapa normal y necesaria en el desarrollo del niño(a), que en ocasiones resulta difícil de manejar, pudiendo convertirse en un problema para la familia. El otro caso, por su parte, es una situación específica que le ocurre a algunos niños, pero que resulta fundamental enfrentarla a tiempo. Aprender a avisar Se ha descrito que el niño o niña, a partir de los veinticuatro meses, encuentra placer en sentir que puede gobernar sus evacuaciones, lo que facilita el aprendizaje. La presencia de unos padres tolerantes a sus dificultades para lograr avisar y a la vez estimulantes de sus éxitos, constituye el mayor aliciente para el logro del control de esfínteres. En su mayoría, los niños empiezan el aprendizaje del control de esfínteres alrededor de los dos años y se demoran unos seis meses en lograrlo. La razón por la cual no debe empezarse a enseñar antes de los dos años, es que el desarrollo neurológico, muscular y congnitivo que supone el aprender a avisar no se logra antes de esta edad. Se considera que una enseñanza precoz, es decir antes de esta edad, en general no es aconsejable, ya que complica el aprendizaje y el desarrollo emocional del niño(a). Una buena estrategia para facilitar este logro es tratar de averiguar más o menos a qué horas el niño o niña tiende a hacer su digestión y sentarlo(a) en la bacinica alrededor de esa hora. No es aconsejable que esté largo rato sentado(a), como tampoco es bueno dejarlo(a) solo(a); pásele un libro y acompáñelo(a) mientras permanece sentado(a). Diez minutos es un plazo prudente. Cuando logre su objetivo, haga muchas demostraciones de alegría, para que entienda claramente lo que usted espera de él o ella; es decir, que haga sus necesidades en la bacinica y no que se haga en sus ropas o pañales. Es preferible escoger la temporada de primavera-verano para sacarle los pañales. Déjelo(a) sólo con un short aunque al principio se moje, así tomará conciencia más rápido de que es necesario aprender. El tiempo cálido evitará que se resfríe, además la ropa se seca más rápido y, por lo tanto, a usted le será más fácil tener paciencia, que es lo que su hijo(a) necesita para aprender. Para la mayoría de los niños, aprender a avisar es un proceso largo, con recaídas y pequeños accidentes, a los que no hay que dar mayor importancia. Es aconsejable centrarse en los éxitos más que en los intentos fallidos. Comente que está tan grande como su papá o su mamá, que ya aprendió a avisar, o bien, que ya sabe hacer solito(a). Es muy importante que el niño o la niña sienta que usted está muy orgulloso( a) de sus progresos, eso lo(a) estimulará a aprender a controlarse. Por ningún motivo lo(a) avergüence cuando pierda el control de esfínteres. 58

El control de esfínteres debe comenzar con el aprendizaje diurno de controlar; sólo cuando este logro esté bien asentado puede intentarse con el nocturno. Pero recuerde no apurarlo(a); acelerar el proceso no significa que el niño(a) aprenderá antes, sino incluso que lo logre después, porque exponerlo(a) al fracaso crea una actitud negativa frente al aprendizaje. Es conveniente empezar el aprendizaje cuando tenga tiempo para dedicarle y acompañarlo(a), y el proceso de enseñanza sea razonablemente continuo. Ojalá participe también el resto de la familia, porque mientras más personas se involucren, más rápido será el aprendizaje. Esto último, siempre y cuando todos lo hagan de la misma manera, es decir, de forma cariñosa, alentándolo( a) cada vez que tenga éxito y expresándole lo contentos que están porque está creciendo. Por ningún motivo lo(a) castigue si no logra aprender con la rapidez deseada. Si bien enseñarle al niño o niña antes de que esté lo suficientemente maduro es contraproducente, también lo es postergar el aprendizaje, porque mantiene al niño(a) en una posición infantil. Si se demora mucho en aprender, vale decir más de seis meses, consulte al pediatra en busca de orientación y para evaluar si los métodos que están usando son los más apropiados, o bien, si hay alguna causa médica que pueda explicar la dificultad para controlar los esfínteres. No quiero ir al baño Ir al baño en forma regular es una costumbre saludable para los niños; sin embargo, para algunos niños, como Carlos, la ida al baño se transforma en una situación difícil y dolorosa, que lo lleva a tratar de evitarla. Esta evitación de la ida al baño se transforma en un círculo vicioso, ya que cuanto más tiempo pasa un niño(a) sin defecar, más dolorosa se hace la función de evacuar. Carlos, de cuatro años, desde hace un mes se queja de dolores de estómago y cuesta mucho para que vaya al baño, a veces pasa tres o cuatro días sin ir. Cuando se logra que lo haga, le cuesta mucho evacuar porque las deposiciones están muy duras y, por lo tanto, se transforma en un proceso largo y complicado en que la madre, con frecuencia, pierde la paciencia. El estreñimiento en los niños puede ser de origen médico o psicológico, aunque a menudo presenta ambos componentes. Si un niño(a) sufre de constipación crónica, lo primero que hay que hacer es descartar con un gastroenterólogo infantil que no haya problemas de tipo médico. Las causas orgánicas más frecuentes en los problemas médicos son las neurológicas, o bien cuadros asociados a enfermedades endocrinas como el hipotiroidismo. En estos casos clínicos no es que el niño(a) no quiera ir al baño por un problema de oposicionismo, sino que hay una razón orgánica que dificulta el proceso de evacuación. En un gran porcentaje de los casos, los problemas de estreñimiento se deben a una dieta mal balanceada. Los niños comen a veces alimentos que no son malos de por sí, pero que en exceso terminan por hacerles daño, como son los chocolates, el plátano, el arroz, las pastas y el queso, entre otros. Junto con una dieta con exceso de carbohidratos, en muchos casos se encuentra una 59

carencia de productos que contienen fibras y de verduras verdes, como acelgas, espinacas, lechuga, apio y repollo. También suelen faltar frutas que son altamente digestivas, como el kiwi, las ciruelas, las naranjas y los damascos. Todos estos productos le hacen más fácil al niño(a) procesar los alimentos y hacer la digestión. Además, es importante crearle al niño(a) el hábito de tomar bastante agua o jugos naturales, evitando el excesivo consumo de bebidas gaseosas que son poco saludables. Otro factor que contribuye a generar problemas de estreñimiento es la falta de actividad física que muchas veces se produce por exceso de horas frente al televisor. Algunos niños tienen problemas con la eliminación de sus excrementos por causas psicológicas, existiendo algunos rasgos de personalidad asociados a los niños con problemas de constipación. Son en general niños muy mandones que tienden a ejercer el poder controlando sus ganas de ir al baño, pero el problema es que de pronto, con un afán de control, el problema de la defecación se les escapa de las manos, porque al retener las heces pueden surgir complicaciones. Existe un riesgo grande de que si el estreñimiento se hace crónico se produzca una dilatación del colon, dificultando en forma importante el proceso de evacuación. Es así como un proceso que empezó teniendo un origen psicológico se transforma en un proceso orgánico muy difícil de mejorar y que, a veces, es necesario incluso operar al niño(a) porque se produce un megacolon. Por ello es necesario que los padres estén atentos a los hábitos de eliminación de sus hijos, tanto a la regularidad con que se produce como a la consistencia y la cantidad de las deposiciones. A veces ayuda a los niños, además de regular bien la dieta, decirles: «Tienes que aprender a mandar en tus cacas y no permitir que ellas te manden a ti». Esta metáfora, en el caso de los niños dominantes y mandones, suele dar buenos resultados, porque a nadie le gusta ser mandado por sus necesidades. En síntesis, puede contribuir a aliviar el problema del estreñimiento una dieta rica en fibras, frutas y verduras acompañada de una vida activa y poco sedentaria, así como el establecimiento de hábitos regulares de eliminación. Si nada de ello le resulta, no dude en consultar al médico antes de que el problema se haga crónico y se transforme en una complicación orgánica. ALGUNOS CONSEJOS

• Empiece a enseñarle a avisar cuando tenga tiempo libre para dedicarle y para que toda la familia participe. Puede ser durante un fin de semana largo o en las vacaciones. • Observe cuál es el horario en que más frecuentemente hace sus deposiciones. Siéntelo(a) por ratos cortos, de entre diez y quince minutos, en la bacinica, acompañándolo(a) mientras esté sentado(a), para que pueda felicitarlo(a) inmediatamente cuando lo logre. • Preocúpese de enseñarle ciertos hábitos en la eliminación; la idea es que haga sus necesidades en la mañana antes de irse al jardín. Los hábitos son fundamentales en esta área. • Empiece a enseñarle el control diurno alrededor de los veinticuatro meses. • Sea muy efusivo felicitándolo(a), de manera que le quede claro qué es lo que ustedes 60

esperan y lo orgullosos que están por su aprendizaje. • Nunca lo(a) castigue por accidentes que pueda tener. Nunca lo(a) humille o lo(a) trate de sucio(a), esto afecta gravemente su autoestima. Tenga paciencia, es un aprendizaje que toma tiempo. • Mantenga un grado de control, sin abrumarse, sobre la frecuencia en las deposiciones del niño(a). Evalúe si la consistencia de las deposiciones puede afectar el proceso de eliminación. • Estimule la actividad física; el sedentarismo contribuye al estreñimiento. • Cuide de que no consuma demasiados alimentos astringentes, como plátano, arroz, queso y chocolates. Si ocasionalmente tiene dificultad para ir al baño, dele una dieta más rica en vegetales, líquidos y frutas. • Si el estreñimiento es crónico, consulte al médico, en lo posible a un gastroenterólogo infantil, para superar el problema.

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El chupete es un pequeño objeto que consuela, calma y acompaña a los lactantes y preescolares en sus primeros años, existiendo pocos objetos a los que estén más apegados que a él. El apego a este objeto y las cualidades que reviste harán que deshacerse de él no sea, ni para los niños ni para los padres, una tarea fácil. Desde hace mucho el chupete ha sido objeto de controversia entre los expertos, en relación a la conveniencia o inconveniencia que los lactantes y los niños lo usen. Las casi insaciables necesidades de succión del recién nacido y en general del niño(a) en su primer año de vida, hacen que incluso padres que habían decidido que su hijo( a) no usaría chupete, terminen por utilizarlo como un modo de pacificarlo y evitar que se succione el pulgar. Los niños que no satisfacen durante la lactancia sus necesidades de succión, al no encontrar un chupete cerca, terminarán chupándose no sólo el pulgar, sino que la mano o cualquier objeto que esté a su alcance. Incluso, a través de la ecografía, se ha visto que la succión comienza en la vida intrauterina con niños que están chupándose el pulgar. La succión es una función que tiene efectos muy beneficiosos para el niño o la niña, ya que no sólo es un mecanismo básico para la alimentación, sino que tiene también el efecto de calmar y reconfortar al niño(a) cuando está llorando o se encuentra ansioso(a). El chupete ayuda a entretenerlo(a) mientras espera por su próxima mamadera, o bien cuando tiene hambre antes de la hora, ya que también lo mantiene más tranquilo y le hace más soportable el tiempo que debe esperar, tanto al niño(a) como a la persona que lo cuida. La mayoría de los expertos piensa que el chupete no genera problemas psicológicos ni dentales durante los primeros años de vida, incluso se piensa que es beneficioso para calmarlos y que los ayudaría a aliviar el dolor cuando tienen cólicos. También se ha dicho que ayuda en los cuadros de apnea y de muerte súbita, en la medida en que ayuda a prevenirlos. Pareciera ser que el chupete cumple una función importante en los niños; sin embargo, algunos pediatras aconsejan no dárselo en las dos primeras semanas de vida, de manera de facilitar la acomodación del niño(a) a la forma del pezón de su madre. Como el chupete tiene otra forma que el pezón, su uso podría interferir en la adaptación del niño o la niña a la lactancia. Cuando esta importante función está bien regularizada, puede introducirse el chupete. Además, algunos pediatras dicen haber encontrado evidencia de que esta normativa de postergar el uso del chupete durante las primeras semanas, hace más fácil que el niño(a) deje el chupete en edades posteriores. ¿Cuándo dejar el chupete y cómo hacerlo? Estas son dos preguntas que los padres y las madres le hacen frecuentemente a los especialistas. El caso siguiente puede ayudar a comprender cómo puede actuarse en los casos que a los niños les cuesta abandonar el chupete. La mamá de Ignacia, de tres años y medio, estaba muy preocupada porque la niña no abandonaba el chupete ni de día ni de noche, sólo lo dejaba cuando tenía que comer, y apenas terminaba volvía a ponérselo con bastante ansiedad. Los intentos por que dejara de usarlo habían sido inútiles, terminaban en pataletas y en un llanto tan inconsolable que sólo se calmaba cuando le entregaban el chupete. Los padres no eran capaces de tolerar el 63

alto nivel de ansiedad que Ignacia presentaba. La dentista los asustó mucho porque les diagnosticó una oclusión dentaria y les explicó que incluso podría tener consecuencias en el crecimiento facial. La sugerencia para que la niña abandonara el chupete fue que lo hicieran en forma gradual, llegando a algunos acuerdos con ella: – La mamá se comprometió a ir con Ignacia todos los días a la plaza o de paseo durante una hora, siempre y cuando fuera sin chupete porque ya era una niña grande. – Durante el tiempo que la niña tenía permitido ver televisión, que era un programa de alrededor de una hora, Ignacia debía hacerlo sin chupete. Si lo usaba, tendría que dejar de ver televisión. – El papá, que estaba a cargo de contarle un cuento todas las noches, la felicitaba por «ser grande y no usar chupete» mientras le contaba el cuento. Estas medidas se fueron tomando gradualmente y sólo cuando Ignacia se habituaba completamente a una se introducía la otra. Cuando estas medidas estuvieron logradas, la niña le dijo a su mamá que quería ir al jardín sin chupete porque ya estaba grande y no quería que sus amigos se rieran de ella. La costumbre de usar chupete en la noche fue más difícil de dejar y sólo lo logró cuando cumplió cinco años, en que se lo dejó de regalo al Viejito Pascuero, quien en recompensa por este gran sacrificio le regaló una bicicleta que la niña estaba deseando desde hace tiempo. ALGUNOS CONSEJOS

• Intente que el abandono del chupete sea gradual; recuerde que para el niño(a) ha sido un objeto de gran significación emocional. • No le pase el chupete cada vez que llore, busque otras formas alternativas para consolarlo(a), como tomarlo en brazos, ponerle música o bien jugar con él o ella. • Distráigalo(a) con otros objetos si se succiona el pulgar. • Si todavía está en edad de tomar mamadera, déjelo(a) que succione el chupete algunas horas al día. • Si tiene más de cuatro años y chupa chupete, consulte al dentista para que le haga una evaluación del desarrollo desde el punto de vista maxilofacial. • A veces es conveniente, si está teniendo problemas dentales, para hacerle más fácil abandonar el chupete, inventar un ritual en que pueda regalarle su chupete al Viejito Pascuero. • Puede intentar ofrecer algún premio o el uso de algún privilegio especial, si decide dejar el chupete. • Haga mucho énfasis en cuán grande está y cómo ha crecido. Favorezca la asociación con que los niños grandes no usan chupete.

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Carolina, una mujer profesional madre de un niño de tres años, contaba: «Desde que nació mi hijo, que es el menor de tres hermanos, no he logrado dormir una noche completa. En la oficina ando como un zombi y por lo tanto muy poco productiva. Con mi marido estamos muy mal, peleamos por cualquier cosa porque los dos estamos de muy mal humor, además que estamos tan cansados que casi no hacemos el amor. Mi mayor anhelo es dormir una noche completa». Los problemas del sueño no son un tema trivial, ya que sus consecuencias afectan a los niños de diversas maneras y también tienen un impacto negativo muy importante en los padres. El llanto de los niños durante la noche les impide a los padres dormir y los predispone a estar de muy mal humor al día siguiente y, en general, a tener más problemas de atención, por lo que pueden estar menos productivos. Las consecuencias más significativas del mal dormir en los niños pequeños son: – Presentan una sensación de cansancio y fatiga marcada, perdiendo cierta vitalidad natural de la infancia. – Una marcada irritabilidad, siendo muy difíciles de manejar. Asimismo, también los adultos andan malhumorados y se alteran por cualquier causa. – Pueden presentar problemas para aprender por dificultades en la atención y porque la memorización se consolida en el sueño. – Pueden tener problemas de crecimiento, ya que la hormona del crecimiento se secreta durante el sueño. Esta hormona, llamada somatotropa, se libera durante las primeras horas de iniciado el sueño. Por su parte, los efectos que los problemas de sueño de los hijos tienen en los padres no son menores; entre los más importantes destacan: – Una enorme sensación de fatiga que los desvitaliza y los hace menos productivos. – Alteraciones de carácter. Se ponen irritables y de mal humor, lo que incide en las relaciones de pareja y con los hijos. – Alteración en las relaciones con los hijos. Más de algún padre recuerda haber zamarreado con desesperación a alguno de sus hijos porque no quería dormir, lo que por supuesto no hace sino agravar el problema. – Se puede generar un sentimiento de incompetencia como padres, en la medida en que se culpan de no ser capaces de enseñar a sus hijos(as). Eduard Estivill y Silvia de Béjar, en su famoso libro Duérmete, niño, sostienen que si un niño(a) no ha resuelto sus problemas de sueño antes de los cinco años, tiene más probabilidad de tener problemas de trastorno del sueño el resto de su vida. Para que el niño(a) aprenda a tener un largo sueño nocturno, que sea reparador para él y sus padres, es necesario que se cumplan algunas condiciones ambientales. Es así que el niño(a) tiene que tener una rutina bien establecida, ya que a través de las señales externas va aprendiendo que lo están preparando para dormir. Si se producen muchos cambios en las rutinas diarias no logrará hacer hábitos. Por su parte, la habitación tiene que estar más silenciosa que lo habitual y tener poca luz. 66

ALGUNOS CONSEJOS

• Hágalo(a) dormir en su propia cama; si lo hace dormir en la cama de los padres será muy difícil que después se acostumbre a acostarse en forma independiente. • Cuide que la pieza esté a oscuras, porque ello le facilita al niño( a) diferenciar el día de la noche. • Como el ritmo del sueño en los niños está ligado al de la alimentación, es importante que antes de hacerlo(a) dormir se haya alimentado bien, esté recién mudado(a) y no tenga gases, es decir, que tenga una sensación de bienestar. • En lo posible es deseable que se lo(a) bañe antes de dormir, porque es un acontecimiento externo que le ayuda a entender que va siendo la hora de dormir y lo(a) relaja. • Antes de llevarlo a su cama tenga un rato de juego agradable con su hijo(a), de esta manera le será más fácil quedarse dormido( a) porque estará en una actitud más relajada y positiva. • Cuide que el ambiente sea razonablemente silencioso; es normal que los ruidos estridentes alteren el sueño en los niños. • Algunos elementos externos, como el chupete o un juguete que lo acompañe, pueden ser inductores del sueño en los niños. • Tenga presente que el sueño en un niño(a) puede verse alterado por muchas razones, como por ejemplo porque está enfermo(a) o porque le están saliendo los dientes. No obstante, si los trastornos permanecen por mucho tiempo, no dude en consultar, porque el sueño es reparador de los mecanismos que tiene el organismo.

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Las investigaciones científicas modernas sobre el ciclo del sueño en adultos recomiendan que éstos duerman o descansen entre quince y veinte minutos después de almuerzo, como una forma de estar más despejados, productivos y lúcidos durante el día. Por su parte, los especialistas en sueño Estivill y Béjar recomiendan que los niños duerman, al menos hasta los cinco años, una siesta pequeña después del almuerzo. Ciertamente que es recomendable que los preescolares y los adultos que están a su cargo tengan un descanso después de almuerzo, ya que ellos gastan una enorme cantidad de energía y necesitan recuperarse del cansancio acumulado. Es una buena idea, si tienen esa posibilidad, que los padres también reposen mientras los niños pequeños duermen su siesta. Se ha comprobado y, por supuesto, los padres pueden dar testimonio de ello, que cuando los niños no duermen siesta se ponen muy irritables el resto del día. La siesta es un importante mecanismo reparador que no sólo descansará y pondrá de mejor humor a su hijo(a), sino que posiblemente tendrá los mismos efectos sobre usted. Para conseguir que el niño(a) se haga el hábito de la siesta o lo mantenga, es necesario tener una rutina constante. Los cambios en la rutina tienden a romper los hábitos, especialmente en los niños a los cuales les es muy difícil adquirirlos. Lo ideal es que el niño(a) duerma su siesta preferentemente en el mismo lugar que lo hace de noche, ya que le será más fácil conciliar el sueño si cuenta con los mismos elementos que le facilitan la inducción del sueño nocturno. El tiempo de siesta es muy variable según la edad y la recomendación es que el niño(a) duerma las horas que necesite para estar de buen humor y relajado después de dormir, pero que eso a su vez no le signifique tener mayores problemas para conciliar el sueño en la noche. Para algunos niños es suficiente dormir una hora, mientras que otros necesitan dormir por lo menos dos horas. Paulina, de cuatro años, había dejado de dormir siesta y estaba presentando un cambio de carácter muy marcado; andaba irritable, rebelde, y además presentó un agravamiento de un cuadro de terrores nocturnos que presentaba desde pequeña. El pediatra le dijo a la mamá de Paulina que reinstalaran la siesta, porque algunos niños presentaban trastornos del sueño debido a que la falta de siesta les provoca un dormir más profundo, lo que predispone a presentar problemas durante el sueño. Al reinstalar la siesta, Paulina recuperó su buen humor y el cuadro de terrores nocturnos disminuyó considerablemente. La situación de Paulina se repite en muchos niños a los que por alguna razón se les suprime la siesta. El ambiente que debe rodear al niño(a) durante la siesta no necesita ser tan oscuro y silencioso como en la noche, pero sí debe ser razonablemente tranquilo. Es necesario que el tiempo de la siesta sea reparador, pero no es bueno que duerma en forma ilimitada, sino que esté acotada a dos horas como máximo para no alterar el ciclo de sueño nocturno. Lo normal es que duerma entre una y dos horas, ya que si duerme más de lo programado es imposible que duerma las horas que le son necesarias a él o ella y a sus padres en la noche. Por otro lado, se plantea también que si el niño(a) no descansa un rato durante el día podría serle más difícil conciliar el sueño nocturno. Las horas que necesita dormir varían según la edad del niño(a): 69

– A los dos años debe dormir alrededor de trece horas al día. – A los tres años lo recomendable es que duerma doce horas al día. – A los cuatro años es necesario que duerma alrededor de once horas y media al día. – A los cinco años se recomienda que duerma once horas al día. Las variaciones de dos horas más o menos de lo esperado se consideran normales y no deben preocupar a los padres, salvo que el niño(a) tenga alteraciones de conducta importantes que puedan deberse a trastornos del sueño. Se recomienda limitar las horas de siesta del niño(a) sólo si ve que ello, sin duda, afecta el sueño nocturno. ALGUNOS CONSEJOS

• Acuéstelo(a) en su propia cama a dormir. • Observe cuánto necesita dormir el niño(a) durante la siesta para despertar de buen humor y relajado(a). • Cuide que la temperatura a la hora de dormir sea la apropiada; lo ideal es entre veinte y veintitrés grados centígrados. • Trate de que el momento antes de llevarlo(a) a su pieza haya sido grato y relajado para que tenga un sueño tranquilo. • Acompáñelo(a) por breves momentos, diciéndole algunas frases que le induzcan el sueño: «Que descanses, vamos a dormir un ratito». • En la medida de lo posible, aproveche usted también de descansar, aunque sean veinte minutos, mientras el niño(a) duerme. Una pequeña siesta le hará estar más atento(a), con más energía y de mejor humor el resto del día. • Si va a dormir en otra casa, lleve un objeto familiar para inducirle el sueño, su almohadilla, su oso regalón o una manta. • No deje que la siesta se alargue más de dos horas, debido a que ello altera el ritmo del sueño del niño(a). Si es necesario despiértelo( a) y permítale mantenerse aletargado(a) por diez o quince minutos para que entre en estado de vigilia.

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Las palabras son expresión de nuestro conocimiento del mundo; en general se habla de lo que se conoce y se sabe. Es así que un niño(a) que ha sido expuesto por sus padres a más experiencias, que ha hojeado más libros y al que se le han contado más historias, hablará mejor, dado que su vocabulario será más amplio, gracias a la mayor cantidad de oportunidades que se le han brindado. El lenguaje en un niño(a) es expresión de muchas dimensiones de su desarrollo, tanto del aspecto intelectual como de su personalidad. Por una parte, la forma de hablar es una expresión de su mundo cognitivo, es decir, refleja lo que el niño(a) sabe. Asimismo, otro aspecto que influye en el lenguaje del niño(a) es su mundo afectivo. Si un niño(a) es tímido e inseguro, aunque sepa mucho sobre el tema del que se está hablando, no se atreverá a hablar y le faltará fluidez verbal para expresarse. Un niño(a) temeroso(a), aunque tenga mucho vocabulario, no lo podrá estructurar en oraciones para expresar sus sentimientos, porque está bloqueado(a) y ello constituye un freno para expresarse. Por otra parte, un niño(a) seguro(a) y confiado(a) en sí mismo(a) expresará sin temor lo que piensa y siente en un nivel que será acorde a su edad cronológica. Un niño(a) con estas características disfrutará comunicándose con otros compañeros de su edad e incluso encontrará placentero conversar con adultos que conoce, estando no sólo motivado( a) a responder, sino también a preguntar. Aunque las investigaciones plantean que los niños dicen ya a los dieciocho meses alrededor de cincuenta palabras, las diferencias individuales son enormes y se mantendrán durante todo el período preecolar. Cada niño(a) tiene, en relación al lenguaje, un ritmo de maduración que es muy característico y que depende de factores como la herencia, la estimulación que hayan tenido y las respuestas que la familia da a sus intentos de comunicación. No obstante, algunos niños se desvían significativamente del patrón esperado para su edad. Comienzan a decir sus primeras palabras más tarde, la adquisición de vocabulario es más lenta, hablan menos y usan frases más cortas. A menudo presentan defectos de pronunciación y la configuración gramatical de su lenguaje expresivo es más deficiente que la de sus compañeros de la misma edad. Las causas por las que un niño(a) no habla o tiene un retraso significativo en el área del lenguaje, pueden ser muchas y a veces no es fácil descubrir por qué un niño(a) habla poco. La falta de estimulación ambiental es una causa frecuente de retrasos simples de lenguaje. Muchas veces los padres por estar muy ocupados se dan poco tiempo para conversar con el niño(a), o bien, a veces, están tan absortos en sus preocupaciones que ellas les impiden estar atentos a las necesidades de comunicación de sus hijos. Antiguamente se tenía una actitud más pasiva en relación a los retrasos del lenguaje en cualquiera de las esferas en que se presentara, es decir, escaso vocabulario, dificultad de pronunciación (dislalias), defectos gramaticales, tartamudez o una dificultad específica para comunicarse. Hoy día, por el contrario, se piensa que en la medida en que la etapa preescolar es un período crítico para el desarrollo de las competencias lingüísticas, es necesario que las intervenciones terapéuticas sean realizadas lo antes posible. Cada vez existe mayor conciencia de que un diagnóstico oportuno es esencial, debido a la mayor neuroplasticidad del cerebro en sus primeros años. La posibilidad de compensar un déficit en el desarrollo es mayor mientras más pequeño es el niño, porque 72

la posibilidad de lograr nuevas conexiones neuronales es más alta. Por ejemplo, se ha constatado que el largo de las oraciones que un niño utiliza para comunicarse, es decir el número de palabras en cada frase, ha tenido un aumento significativo en las últimas décadas, producto posiblemente de la mayor conciencia de padres y educadores de la importancia del lenguaje en el de sarrollo cognitivo y emocional. También a veces influye en la falta de estimulación del lenguaje el mismo hecho de que el niño(a) tenga un retraso en este ámbito, ya que erróneamente los padres, al ver que los niños responden poco, se sienten poco estimulados a conversarles. Se establece una especie de círculo vicioso que constituye un obstáculo adicional para que el niño(a) progrese en el desarrollo del lenguaje. Como el niño(a) habla poco, lo adultos no le conversan, y como no se le conversa mucho, él tiende a hablar menos y a utilizar poco el lenguaje hablado como medio de comunicación, aislándose o comunicándose básicamente por señas. Existe evidencia de que los niños con trastornos del lenguaje ven afectado también su desarrollo del pensamiento y que, con alta probabilidad, van a presentar trastornos del aprendizaje en el inicio de su escolaridad. Los retrasos de lenguaje se relacionan con dificultades específicas en el aprendizaje de la lectura y la escritura. Otras veces, el retraso del lenguaje se debe a un factor hereditario, es decir, los padres, los hermanos o algún familiar cercano han presentado dificultades en el desarrollo del mismo. Cuando ésta es la razón, tiende a darse más en hombres que en mujeres, pero a pesar de que el trastorno sea hereditario, esto no quiere decir que haya que resignarse y aceptarlo. En estos casos no hay que perder ni un día, debido a que es en los primeros años de vida cuando se aprende con más facilidad, siendo, por lo tanto, más sencillo compensar las dificultades de maduración que los niños y las niñas puedan presentar. Cuando perciba diferencias en el desarrollo de lenguaje con sus compañeros de la misma edad, ya sea en el vocabulario, en la pronunciación o en la estructura gramatical de las oraciones, y tiene las posibilidades de hacerlo, consulte para realizar un diagnóstico fonoaudiológico y también con un otorrino para descartar deficiencias auditivas o algún trastorno especifico del lenguaje. Postergar el tratamiento puede implicar que el niño(a) no cuente con la ayuda oportuna, lo que significa diferencias importantes en el pronóstico y en la evolución del problema. A veces, los niños tienen retraso del lenguaje porque presentan deficiencias auditivas moderadas. Estas dificultades pueden ser suficientes para producir este tipo de retrasos. Hay que tener mucho cuidado en la infancia, por ejemplo, con la otitis a repetición, dado que si no son tratadas oportunamente tienden a afectar la capacidad auditiva de los niños. Si tiene alguna duda acerca de si el niño(a) oye bien o no, consulte al pediatra para evitar los daños irreversibles, porque incluso aunque la audición puede recuperarse, el retraso del lenguaje puede llevar a otro tipo de dificultades cognitivas y ser causa de trastornos de aprendizaje en la edad escolar. Un factor de la mayor relevancia a investigar en los niños que presentan alteraciones de lenguaje y que es necesario descartar, es la presencia de factores emocionales que puedan estar en el origen del cuadro. En general, cuando los factores emocionales están en la base de los retrasos de lenguaje, el niño o la niña aparecen como asustados, tienden a tartamudear y tratan de evitar el contacto visual, especialmente si la persona que les habla les resulta extraña. 73

La mayor atención debe prestarse a niños que hablaban bien y que de pronto, aparentemente sin causa alguna, hablan poco, enmudecen y parecen asustados. En estas situaciones es urgente descartar la presencia de algún factor traumático que pueda haber originado esta especie de mutismo. Recuerde que la mejor forma de estimular el lenguaje es que el niño(a) perciba en usted una actitud de conexión emocional, de búsqueda, de comunicación afectiva a través de gestos y palabras. No presione al niño(a) a hablar, simplemente convérsele y trate de que se exprese verbalmente. Si usted ve que le cuesta mucho decir lo que siente, ayúdelo(a) y póngale palabras a lo que quiere decirle. Aliéntelo(a) amorosamente a que las repita, para que vaya logrando poco a poco hacer suyo el vocabulario que le falta. ALGUNOS CONSEJOS

• Cuando el niño(a) le hable, préstele mucha atención para que perciba claramente lo importante que es para usted lo que le cuenta. • Háblele bastante, transfórmese en una especie de pensamiento hablado, es decir, comuníquele al niño(a) lo que está pensando, aunque le parezca sin importancia. Cuando él o ella empiece a hablar, quédese callado(a) y déjelo(a) expresarse sin interrumpirlo( a). • Muéstrese muy contento(a) cuando conversa con él o ella, tanto cuando habla como cuando escucha. • Trate de variar las palabras que usa para describir las cosas, utilizando sinónimos, de manera que el niño(a) vaya enriqueciendo paulatinamente su lenguaje. • Póngale CD de cuentos y explíquele qué significan las palabras difíciles que suelen usar los narradores. Además, cuéntele cuentos al menos dos veces a la semana; si no tiene facilidad para contar, léaselos. • Si está retrasado en el lenguaje, pídale a otras personas de la familia que lo ayuden en la estimulación del lenguaje. • Chequee su audición y si tiene alguna duda llévelo(a) a un especialista sin tardanza para que evalúe la capacidad auditiva de su hijo(a).

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Si bien el niño(a) puede no comprender plenamente el significado de los garabatos, es obvio que percibe que son palabras violentas y ofensivas, por lo que es importante que entienda que usted usa el lenguaje para comunicarse afectivamente en un tono positivo y que no lo utiliza para descalificar ni para dañar o insultar a los demás. Raimundo, de cuatro años, comenzó de un día para otro a utilizar garabatos para referirse a sus hermanos o insultos dichos en forma muy rabiosa cuando se enojaba con alguien. Los padres, al comienzo creyeron que era algo pasajero, además que resultaba evidente que el niño no tenía la menor noción de lo que significaban las palabras que estaba utilizando. Muchas veces, en las reuniones familiares, cuando Raimundo las decía, a algunas personas les parecían divertidas y se reían. Esta actitud de los adultos contribuyó a que Raimundo pensara que decir garabatos era un juego divertido y entonces los continuara utilizando como una forma de llamar la atención, sin tener necesariamente la intención de ofender. El asunto dejó de parecerle divertido a los padres cuando los llamaron del jardín infantil para decirles que algunos compañeros de curso ya no querían jugar con Raimundo porque les decía muchos garabatos. Además, se sintieron bastante mal cuando la parvularia les preguntó si ellos o alguien en la familia decía garabatos con frecuencia. Esta pregunta, si bien puede sonar un poco insolente, tiene un trasfondo muy razonable producto de que una de las razones por las cuales los niños dicen garabatos es por imitación. En este caso, ambos padres debieron reconocer que ocasionalmente decían algunos garabatos, aunque nunca para referirse al niño. A veces no son los padres los que dicen garabatos, sino que los hermanos o primos mayores, o algún compañero del jardín. Al utilizar este lenguaje, sin querer se les enseña a los niños que es legítimo usarlo. Esto trae asociado el peligro de que cuando los garabatos se fijan y se hacen parte del vocabulario habitual, se convierten en muletillas de las cuales no siempre resulta fácil librarse, a pesar de los esfuerzos conscientes que se hagan para reprimir su uso. Otra razón por la cual los preescolares pueden ponerse muy garabateros, es porque esta forma de hablar se transforma en una más de las muchas expresiones del negativismo o el oposicionismo, propios de esta etapa del desarrollo. Como los niños o las niñas quieren ser diferentes y descubren que pueden oponerse, utilizan cualquier mecanismo para lograrlo. Asimismo, cuando descubren que si dicen palabras feas molestan a los adultos que los cuidan, pueden continuar usándolas como un juego y una forma de manifestar su mayor autonomía. Por eso, a veces la mejor manera de fijar estas palabras es poner medidas represivas extremas que aumentan el oposicionismo del niño(a). Es mejor convencer a los pequeños de que esas palabras son «tonteras» que ofenden a los demás y que si las dicen, los niños y las personas se sentirán ofendidas y probablemente no querrán jugar con ellos. Esta actitud suele ser más eficiente que excesivamente represivo(a). Es importante ser especialmente cuidadoso(a) de no ser inconsistente, es decir, reprender o castigar al hijo o hija por utilizar palabras «feas» y utilizarlas uno. Si pretende que él o ella no diga más garabatos cuide su lenguaje, porque usted es el modelo más importante para que el niño(a) aprenda a hablar correctamente. 76

Si el niño(a) utiliza con mucha frecuencia garabatos y usted percibe una intención agresiva, es necesario que converse seria y brevemente con el niño(a), planteándole que cuando diga garabatos perderá por un rato el privilegio de estar o jugar con la persona a la que ofendió. Por ejemplo, la mamá de Raimundo le explicó que si decía garabatos a sus amigos cuando iban a jugar a la plaza, se volverían inmediatamente a la casa para que pensara cómo aprender a decirle cosas bonitas a sus amigos y a no herirlos diciéndoles cosas feas. La mamá cumplió con lo que había anunciado y en cuatro ocasiones se devolvieron de la plaza, pese a las pataletas que hizo Raimundo; esto bastó para que la conducta de decir garabatos disminuyera significativamente. El papá también participó activamente en la campaña antigarabatos, explicándole que las palabras debían ser usadas para hacerse de amigos y no para dañar a la gente, razón por la cual si decía garabatos lo iba a dejar sin el programa que tenía permitido ver en la televisión. A su vez, si el papá decía alguna palabra fea, también se iba a quedar sin ver las noticias, porque utilizar palabras bonitas para hablar con la gente y eliminar las palabras ofensivas era un compromiso compartido. Además, para hacerlo más fácil hicieron un juego que consistía en cambiar los garabatos que el niño usaba con mayor frecuencia por otra palabra, de esta manera, en vez de decir m... decían martes, lo que les producía a ambos una sensación de complicidad y mucha risa. Toda la familia se puso en campaña de decirse cosas bonitas. El mensaje que se le entregó a Raimundo fue que utilizar buenas palabras lo hacía más querible para los otros y a las personas les daban ganas de acercarse a él; en cambio, cuando decía malas palabras, alejaba a sus amigos y los hacía sentirse mal. Si su hijo o hija persiste en decir garabatos y pocas veces es amoroso y tierno con las palabras, pida ayuda antes de que el problema se haga crónico. ALGUNOS CONSEJOS

• Comente en voz alta: «Me carga que tal persona diga palabras feas». • Cuide su vocabulario, recuerde que los niños son como esponjas para aprender tanto las palabras buenas como las malas. Aumente en su vocabulario la lista de características positivas y cualidades. • Enséñele formas alternativas de expresar la rabia en vez de los garabatos; por ejemplo, «No me gusta que me quites mis juguetes », en vez de agredir con garabatos. • Juegue a cambiar los garabatos por otras palabras. • Tenga paciencia, piense que el oposicionismo es una etapa pasajera, pero insista con firmeza en que las palabras no deben ser usadas para herir a las personas, sino que para tener amigos. • Comente qué cosas bonitas pueden decirse de las personas, de manera que aprenda a expresar emociones positivas. • Alábelo(a) mucho cuando sea amoroso(a) con las personas, que es lo opuesto a ser garabatero, que es una forma de ser agresivo(a). • Cuéntele una historia de un niño o una niña que por decir palabras feas se quedó sin amigos, y que afortunadamente después corrigió su equivocación: dejó de decirlas y 77

volvió a tener muchos amigos.

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Si bien tener hermanos es un gran regalo y una oportunidad para aprender a compartir, a colaborar, a negociar, a cuidarse y a protegerse mutuamente, es una relación compleja en la medida en que es una convivencia no elegida y de mucha intimidad. Los conflictos entre hermanos son inevitables, ya que producto de la convivencia cotidiana es necesario compartir muchísimas cosas como el afecto de los padres, los juguetes, los recursos disponibles, el espacio físico y podría seguirse con una lista casi interminable. Se pelea cuando alguien se quiere salir con la suya. A veces puede ser por conflictos de intereses reales, en no pocas ocasiones por celos, en otras por rivalidades pero muchas veces también para ganar y sentirse más fuerte que el otro. Si bien las peleas entre hermanos son normales, legítimas y constituyen un aprendizaje de cómo resolver conflictos y de cómo restaurar las relaciones que se han dañado después de una pelea, es necesario preocuparse cuando ellas son excesivamente frecuentes o son muy violentas. Ser fuerte no es igual a ser peleador, sino que muy por el contrario. En una carta de José Donoso a su hija Pilar le escribe: «Unas cuantas palabras que quiero que leas con atención y creyendo en todo mi cariño. La persona fuerte no es la persona que se sale con la ‘suya’ ni tampoco la que ‘gana’. La persona fuerte es la que comprende, la que deja pasar las cosas que no tienen importancia, la que sabe dialogar; sobre todo es verdaderamente fuerte y humana la persona que sabe arrepentirse, reconocer sus errores, la que sabe perdonar, ceder y pedir perdón». Resolver los conflictos, como la mayor parte de los aprendizajes del dominio socioemocional, se logra a través de la interiorización del modelo que presentan los padres, por lo que cabe aquí preguntarse cómo es usted como modelo en esta área. A veces los padres no son un buen ejemplo. Como decía Manuel, que tenía sólo cinco años: «Mis papás se pasan reclamándonos porque peleamos, y ellos cuando no están peleando, están tan enojados que no se hablan». Si la relación que ustedes establecen entre ustedes es muy competitiva, los niños aprenderán a relacionarse de la misma manera. Por el contrario, si ustedes interactúan de manera cooperativa y resuelven los problemas apropiada y democráticamente, los niños también aprenderán a hacerlo. Aceptar que los conflictos y que por lo tanto las peleas son inevitables, es parte de la sabiduría de los padres. Intentar abolirlos por decreto es una estrategia destinada a ser poco exitosa. La primera recomendación es no tratar de buscar culpables, sino que acoger los sentimientos de los niños. Cuando ellos vayan aliviando de la tensión, ayúdelos con preguntas como las siguiente: ¿Cómo crees tú que se siente tu hermano? O ¿Cómo crees que ve el problema? Esto no es posible cuando están muy ofuscados, por lo que hay que esperar a que se calmen. Si tomar la perspectiva del otro hermano les resulta un poco difícil, es posible ayudarlos a descomprimirse con preguntas tales como: ¿Sientes mucha pena? De esa manera el niño o la niña sentirá que sus padres tienen la capacidad de empatizar con ellos y que no sólo los culpabilizan por ser peleadores. Una segunda etapa a partir de los tres o cuatro años, es separarlos en piezas distintas, prohibiéndoles jugar juntos, para que estando a solas piensen en cómo podrían hacer para 80

pelear menos. Desarrollar lenguaje emocional, es decir ir encontrando palabras para expresar las emociones negativas y para resolver los conflictos, disminuye significativamente la agresión física en los niños. En esta tarea los padres pueden ir prestándoles palabras para clarificar sus emociones. Reconocer y empatizar con sus problemas es esencial, de lo contrario es probable que aumenten los resentimientos con los hermanos( as). Tener rabia es legítimo, pero es necesario que entiendan que hay límites en la expresión del enojo y que es indispensable aprender a calmarse. A lo mejor será necesario que los niños busquen ayuda de terceros para arreglar las diferencias o las situaciones que perciben como injustas o que están causando el problema. A partir de los cuatro años, la reflexión es más necesaria y fructífera, porque los niños van disminuyendo un poco el egocentrismo de edades anteriores y van aprendiendo a tener un razonamiento en que aparece la perspectiva valórica. El niño ya sabe qué es lo bueno versus lo malo, lo amistoso versus lo agresivo, lo justo versus lo injusto. Los padres y los adultos, con su presencia y sus mensajes, van ayudando a los niños a autorregular sus emociones, a respetar los espacios y los derechos de los otros. Si su hijo repentinamente comienza a agredir excesivamente a sus hermanos menores o a un hermano o hermana que se encuentra en una situación más desventajosa, tiene que cuidar de que no se den abusos e intervenir más activamente en los conflictos. Muchas veces estos niños que se tornan violentos son víctimas de abusos por parte de otros niños en otros contextos, repitiendo la dinámica en su casa. Pregúntele si alguien lo ha estado agrediendo o molestando y aborde este problema primero. Las peleas entre hermanos son sin duda una problemática compleja en el ámbito familiar y que altera mucho a los padres y la convivencia familiar, pero a la vez son una oportunidad de aprender a resolver los conflictos de manera pacífica. A veces es útil hablar sobre las peleas o leer sobre el tema sin que haya necesariamente una de por medio. Así, con la cabeza tranquila, es más factible encontrar la manera de racionalizar y tratar de evitar las peleas violentas con los hermanos. ALGUNOS CONSEJOS

• Evite la competitividad entre los hermanos. Favorezca juegos cooperativos. • No realice comparaciones que son siempre odiosas, y que pueden no sólo afectar su relación con su hijo, sino despertar resentimientos entre los hermanos. • Está permitido pelear y estar en desacuerdo, pero ponga límites a las expresiones de violencia entre los niños. • Permítales expresar sus emociones de rabia y de pena, y ayúdelos a ponerles nombre. • Sea un modelo de resolución de conflictos, especialmente con el padre o madre de su hijo, pero también con otras personas. • Cuéntele historias familiares que involucren hermanos en que ellos fueron una fuente de apoyo para enfrentar un problema o imprescindibles para pasar un buen momento juntos. • Sea lo más explícito posible en reconocer gestos hermanables entre sus hijos y prémielos conjuntamente por estas actitudes. 81

• Sea justo con sus hijos, ya que ellos son muy sensibles a las injusticias en el trato que usted les da. El cariño, las oportunidades, los castigos, los alimentos y los premios tienen que ser otorgados equitativamente.

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Si bien la inquietud motora, la curiosidad y la ausencia de conciencia de riesgo son una característica de la infancia, ciertamente hay niños y niñas que llaman la atención por una gran dificultad para estar quietos y para concentrarse, en comparación con otros niños de su edad. El preescolar es, por esencia, un niño(a) inquieto( a), que está en constante movimiento y en exploración continua. Quiere conocerlo todo, tomarlo todo y necesita gastar mucha energía. A veces, cuando los niños tienen espacios muy reducidos, su exceso de actividad se convierte en un problema para las familias, lo que no significa que necesariamente sean hiperactivos. En general, la actividad de los niños con hiperactividad es muy desorganizada, pasan de una cosa a otra sin terminar ninguna y se interrumpen ellos mismos. Cuando un(a) niño(a) es hiperactivo(a), además de desplegar una actividad excesiva, suele ser bastante descontrolado( a) en su accionar, emocionalmente muy vulnerable y tener segundos de impulsividad, la cual se caracteriza por no pensar las consecuencias que pueden tener sus acciones. Se afecta mucho cuando las cosas no le resultan y a los padres les cuesta enormemente que les obedezca cuando se trata de que permanezca un rato quieto. Son descritos como niños en continuo movimiento y como son muy retados por su hiperactividad, pueden desarrollar problemas emocionales y suelen hacerse una muy mala imagen de sí mismos(as). En general a esta edad les cuesta mucho concentrarse en una tarea y cualquier estímulo los distrae de lo que están haciendo. Ayudarlos a mantenerse un rato realizando una actividad y a lograr mantenerse más tiempo concentrados en una tarea, favorecerá que se mantengan más tranquilos. Sería posible verlos empezar un rompecabezas y, al poner las primeras dos piezas, aburrirse y pararse a tomar agua, para después seguir construyendo un lego que dejan a medias, y salir corriendo a buscar una pelota. Puede suceder que con frecuencia la profesora del jardín tenga quejas de su comportamiento, de su dificultad para obedecer y de su excesiva energía, costándole controlarlo(a). Los padres, por su parte, notan con frecuencia que parece no escuchar lo que se le pide, que se olvida de las instrucciones y que anda muy acelerado(a). Con frecuencia puede haber reclamos de que no es capaz de esperar turnos y que se involucra en actividades que pueden ser altamente riesgosas. Estas características hacen que los padres se irriten y reten con demasiada frecuencia a su hijo(a), viéndose agravada su inquietud debido a que se forma un mal autoconcepto a raíz de las críticas. Es necesario tener el mayor cuidado en que en la relación con el niño o niña primen las muestras de afecto y la valoración positiva por sobre las críticas y los castigos. Los niños inquietos están más expuestos por su carácter a ser maltratados, por lo que los padres deben preocuparse de hacer frente a la inquietud del niño(a) con mucha paciencia y cariño, si no quieren verse envueltos en situaciones que más tarde les serán muy difíciles de controlar. Es muy importante saber que al retarlos los estamos programando para que sean más inquietos. Es muy importante focalizarse en señalar cuándo están tranquilos y concentrados, más que señalar cada vez que se mueven más de la cuenta. Sobrefocalizarse en la inquietud del niño(a) sólo tiene efectos negativos en su imagen 84

personal y no modificará su comportamiento inquieto; por el contrario, posiblemente fomentará que se mantenga. Muchas veces, la sobreestimulación ambiental es un factor que favorece la hiperactividad en los niños. Los entornos sobresaturados de estímulos, en que la televisión está constantemente encendida, donde hay mucha tensión, una noche en movimiento continuo que no deja tiempo para disfrutar relajadamente con sus hijos, contribuyen a la hiperactividad de los niños. Un estudio comparativo entre niños occidentales y chinos encontró que estos últimos evolucionaban mejor en este sentido, porque la atmósfera en que se educaban era más tranquila. No obstante, no basta con que haya una atmósfera física con menos ruido y menos estímulos visuales, sino que es necesario que el clima emocional sea relajado. Un ambiente con tensiones y gritos pondría al niño(a) más hiperactivo, porque la ansiedad aumenta la hiperactividad y dificulta más la concentración. ¿Puede usted concentrarse bien cuando está muy ansioso(a) por algo? Al niño(a) le sucede lo mismo. Los niños inquietos necesitan tener una rutina muy simple y clara, porque es difícil para ellos formar hábitos; cualquier ruptura en la rutina tiende a desorganizarlos. Hay que acostumbrarse a darles las instrucciones en forma breve y usar palabras que los niños conozcan, de manera de facilitar su comprensión. También es importante mirarlos a los ojos y hablarles tranquilamente. Esto es básico, porque la atención es contacto visual y a los niños muy inquietos, como están casi siempre en movimiento, les resulta difícil mirar a los ojos durante largo rato y, por lo tanto, les cuesta más prestar atención. En ocasiones es bueno pedir al niño(a) que repita las instrucciones, pero no le pregunte «¿Entendiste?», ya que es muy descalificador; mejor dígale «Cuéntamelo tú para ver si te expliqué bien». Cuando el niño o la niña está quieto(a), atento(a) y tranquilo(a), estimúlelo(a) felicitándolo(a) y dedicándole mucha atención. Hay múltiples investigaciones que demuestran que los padres le prestan más atención a los niños cuando están haciendo algo perturbador que cuando están portándose bien. La mejor manera de lograr que los niños estén más tiempo quietos es prestándoles atención cuando están tranquilos. Es necesario poner límites claros para que el niño(a) sepa a qué atenerse, sin violencia, pero usando las consecuencias lógicas para que aprenda. Si le pega a su hermano, no los deje jugar juntos durante una hora. Aunque nos cueste, no se puede «tirar la toalla»; como papá o mamá hay que insistir, para que el niño o niña vaya poco a poco interiorizando cuáles son los límites y aprenda a autocontrolarse. Para que sean más fáciles de entender, los límites deben ser pocos y deben ponerse uno a uno, de manera que cuando el niño(a) haya logrado interiorizar uno, sólo entonces se le enseña otra regla. Utilice mucho la comunicación verbal, de manera que el niño(a) aprenda a expresar oralmente sus emociones de manera autocontrolada. Los niños que no pueden expresarse verbalmente, lo hacen de manera impulsiva o agresiva, en su desesperación por no poder hacerse entender. Los juegos de títeres pueden ayudar a los niños a identificarse con personajes más tranquilos. Hacer, por ejemplo, que los títeres verbalicen situaciones como la siguiente: «Como quiero que este dibujo me quede muy bonito, me voy a quedar sentadito(a) hasta 85

que lo termine y lo voy hacer despacito. ¡Qué bonito me quedó!». Enseñar las formas positivas de realizar las cosas es muchísimo más efectivo que criticarlos por lo que han hecho mal. En este sentido, los personajes de los cuentos y los títeres pueden ayudar a la familia a pasarle los mensajes necesarios al niño(a) para que aprenda a estar más tranquilo(a) y concentrado(a). Recuerde que los niños necesitan gastar energía, estar en movimiento, trepar. Cuando lo(a) note muy alterado(a), propóngale un paseo o encuentre alguna actividad que le canse de tal manera que pueda deshacerse de la energía sobrante. Si la inquietud es mucha y persiste, es necesario preguntarse por qué podría estar tan inquieto(a). En algunos niños, la inquietud responde a causas genéticas, es decir, hay otras personas en la familia que presentan cuadros semejantes. Puede ser también que el niño( a) esté en una situación que es vivida por él con mucha ansiedad, como puede ser una pelea entre los padres, una enfermedad grave de alguna persona de la familia o que algún compañero(a) lo(a) haya agredido en el colegio. Si la excesiva inquietud está alterando su relación con el niño o la niña, no vacile en pedir ayuda, más vale remediar los problemas en edades tempranas que postergarlos indefinidamente y dañar el desarrollo del niño(a) y la relación padre-hijo(a). ALGUNOS CONSEJOS

• Permítale gastar energías dejándolo(a) correr y saltar en espacios libres de obstáculos. Hágalo(a) realizar todos los días alguna actividad con la que pueda gastar libremente su energía. • Mantenga un ambiente físico sin demasiados estímulos acústicos, procurando que haya una atmósfera tranquila y poco ruidosa. • Hágalo(a) escuchar música y casetes de cuentos. El desarrollo de la habilidad auditiva contribuye fuertemente a la concentración. • Procure que el niño(a) tenga algunas actividades tranquilas que favorezcan la atención y la concentración. Dedique cada día al menos quince minutos al desarrollo de este tipo de actividades que requieren estar en una actitud sedentaria. • Felicítelo(a) cuando esté trabajando tranquilamente. Dígale al menos dos veces al día un elogio por su comportamiento; es importante que sienta que es capaz de portarse bien. • Cuéntele algún cuento de niños que eran tranquilos y pensaban las cosas antes de hacerlas y lo bien que les iba. • Haga una rutina diaria clara para que el niño(a) sepa a qué atenerse. Así también cuide que tenga una rutina de sueño claramente establecida, ya que cuando han dormido mal están inquietos al día siguiente. • No centre su relación con el niño(a) en la inquietud y en sus dificultades de conducta. No lo(a) critique por ser inquieto(a), posiblemente está más allá de sus posibilidades de autocontrol y puede dañar seriamente su imagen personal, consiguiendo sólo agravar el problema. • Déjelo(a) jugar con otros niños que sean tranquilos, para que vaya aprendiendo por modelo. 86

• Esté muy atento(a) a las conductas del niño(a), ya que su capacidad de riesgo a esta edad es mayor que la de autocontrol. • Enfrente con serenidad los conflictos, es una buena manera de favorecer en los niños una actitud serena y reflexiva por modelo. Si siente que la hiperactividad del niño o niña lo saca de sus casillas, no dude en pedir ayuda.

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La idea de que mentir es malo se encuentra presente en todas las religiones; es, por ejemplo uno de los Diez Mandamientos, siendo una medida absolutamente razonable, porque cuando la gente miente se pierde la confianza, la cual resulta básica para una sana convivencia social. En todas las familias inculcar una actitud de valoración hacia la verdad es una prioridad, y el hecho de que un niño o niña mienta es considerado habitualmente un hecho grave que no puede dejarse pasar, ya que debe aprender a decir la verdad. No obstante, como se verá a continuación, cuando los preescolares no dicen la verdad muchas veces no están mintiendo. A Sergio, de cuatro años, cuando se le preguntó si había sido él quien había hecho unos dibujos en la pared, respondió muy tranquilamente: «No fui yo, fue Sofía». Lo que por supuesto no se ajustaba a la realidad, debido a que Sofía tenía ocho meses y estaba durmiendo tranquilamente en su cuna. Cuando estos hechos suceden, los niños no tienen un concepto de verdad y de mentira semejante al que tienen los adultos, pero obviamente perciben que algo no está bien cuando no dicen realmente lo que pasó. Sergio, cuando pintó la pared, no tenía conciencia de que estaba haciendo algo malo, pero por el tono de voz en que su mamá se lo preguntó, percibió que estaba enojada. Como no se sintió capaz de asumir la responsabilidad por las pinturas de la pared, inventó por miedo una historia tan pueril e increíble como que su hermana Sofía había hecho los dibujos. Hay que ayudarles, a través de una actitud tranquila frente a sus errores, a que se hagan cargo de sus actos y de las equivocaciones que cometen sin inculparlos. Los padres poco tolerantes con los errores de los hijos y que son muy castigadores pueden inducir al niño(a), sin querer, a ocultar la verdad o a mentir activamente para evitar los castigos o los retos excesivos. Otras veces, los niños no dicen la verdad simplemente porque no distinguen realidad y fantasía; así pueden contar que vino su abuelo a verlos y que prepararon un té con galletas. Este relato hecho con toda naturalidad no es una mentira, sino que simplemente es producto de la imaginación y a lo mejor una expresión de deseo. Una historia así no puede ser etiquetada como una mentira, pero tampoco es aconsejable actuar como si aceptáramos que es una realidad, simplemente hay que ubicarla dentro del espacio de la imaginación. Así como los adultos no mienten cuando dicen que vendrá el conejito con los huevitos de Pascua el Domingo de Resurrección, sino que estamos contando una fantasía, el niño(a) cuando despliega la fantasía tampoco está mintiendo; sin embargo, es aconsejable no exagerar en los relatos fantasiosos que no son realidad, aunque sean inocentes y no dañen a nadie. Es necesario que los adultos constituyan un modelo a imitar, que señalen los comportamientos que son legítimos y cuáles son inaceptables. Es muy importante que los niños perciban que sus padres son fieles a la verdad y que éste es un valor de la mayor importancia para ellos. Una investigación hecha por un psicólogo, Robert Feldman, de la Universidad de Massachusetts, plantea que hay diferencias por género en el tipo de mentiras. De esta manera descubrió que los hombres mentían para mejorar su imagen; en cambio, las 89

mujeres solían mentir para hacer sentir mejor a los demás. No obstante, detrás de ambos mecanismos subyace una excesiva necesidad de aceptación. Desde esta perspectiva hay que evaluar si no se está estimulando demasiado en el niño o la niña la necesidad de ser aceptado(a), o bien se está condicionando la aceptación de los padres a ser demasiado perfectos, por lo tanto estimulándole a mostrar una imagen falsa de sí mismos. De la misma manera, ayuda a que los niños valoren la verdad conversar explícitamente lo bueno que es decir la verdad, por ejemplo expresando: «Yo confió en la tía Marta, porque siempre dice la verdad», «A Juanita me cuesta creerle, porque muchas veces dice mentiras». Los cuentos son también una buena manera de mostrarles a los niños el valor de la verdad y el peligro de la mentira; por ejemplo, Pinocho y Pedrito y el lobo son dos cuentos clásicos sobre la mentira que se recomiendan leer y comentar con los hijos desde los cuatro años. ALGUNOS CONSEJOS

• Valore cuando el niño(a) reconozca que ha cometido un error y no lo(a) critique demasiado por el mismo. • Favorezca en los niños la distinción entre realidad y fantasía. • Si el niño(a) es muy fantasioso(a) acéptelo(a), pero sitúe estos relatos en el espacio de la fantasía, es decir, no se los compre como verdad sino como productos de la imaginación, especialmente después de los cuatro años. • Haga ocasionalmente comentarios explícitos que valoren la verdad. • Si dice mentiras no lo(a) etiquete de mentiroso(a), es muy peligroso para su imagen personal. • Evite a toda costa mentir frente al niño(a); recuerde que ustedes son un modelo para él o ella. • Vea videos, cuéntele los cuentos de Pinocho y Pedrito y el lobo y después estimule al niño(a) a que exprese su opinión. • Alabe mucho a las personas que dicen la verdad y cuente ejemplos que motiven al niño(a) a ser veraz.

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En el período preescolar no se ha desarrollado aún el nivel de autocontrol necesario para tolerar las frustraciones. Cualquier obstáculo o sensación de estar sobrepasado puede provocar en el niño( a) una pataleta. Por otro lado, la atención de los padres es quizás uno de los factores más fundamentales en la adquisición y mantención de las conductas. La atención actúa como motor del desarrollo y es muy influyente en la adquisición de la identidad. Los niños en la etapa preescolar realizan cualquier acción que los haga sentir que sus padres están activamente interesados en ellos, para lo cual las pataletas son una poderosa forma de atraer el interés de los padres. Federico, de tres años y medio, tenía que ir al doctor y estaba muy asustado, por lo que comenzó a gritar y patalear cuando su mamá lo comenzó a vestir. Los argumentos acerca de que el doctor era una muy buena persona y que no le iba a hacer nada malo, no lo tranquilizaban y continuó gritando sin parar. Como la mamá, de manera inteligente, había empezado los preparativos con anticipación, pudo dedicarle un buen rato al niño y explicarle que era comprensible que tuviera miedo, pero que tenía que aprender a mandar en sus miedos, porque era necesario que el doctor lo viera. Las pataletas son reacciones desproporcionadas para los adultos, pero son absolutamente entendibles desde el punto de vista del niño o niña cuando no logra conseguir lo que desea. El niño(a) es aún muy inmaduro(a) para resistir la frustración, y mientras más pequeño(a) sea, mayor será la sensación de colapso emocional que experimentará frente a las dificultades. Su rabia lo incapacita para reaccionar en forma controlada y necesita la ayuda de sus padres para superar esta etapa. El preescolar vive en el presente, aprenderá más tarde lo que es el futuro y es por eso que le cuesta tanto esperar por las cosas, experimentando una rabia enorme al no conseguir lo que desea en forma inmediata. Ciertas veces pedimos a los niños un nivel de madurez para enfrentar las adversidades que nosotros mismos no tenemos. Por ejemplo, una exitosa profesional recordaba que sólo dos veces había sido castigada por tener pataletas, y aún hoy recuerda una de ellas como una injusticia. A los cinco años fue castigada por no querer prestar unas sandalias nuevas a una prima y fue tildada por ello de egoísta. Ahora dice: «Eran mis sandalias nuevas, nunca las había usado, ¡cómo iba a querer compartirlas!». Es igual que si a usted le hubieran regalado una máquina fotográfica y le pidieran, antes de que tuviera oportunidad de usarla, que se la prestara a un amigo porque se va de vacaciones. Ciertamente usted se rebelaría, lo encontraría injusto y defendería su derecho de usarla primero. En ocasiones, la rabia del niño(a) es tal que puede realizar acciones autodestructivas. No es un acto de maldad, sólo implica que no es capaz de controlarse, porque las emociones lo(a) han invadido. El peor escenario posible es que los padres y familiares se desesperen por no poder controlar al niño(a), perdiendo la paciencia. Es recomendable intervenir antes de que la pataleta y las emociones hayan hecho perder al niño(a) totalmente el control, ya sea cediendo o no, pero siempre explicándole con paciencia por qué es mejor pedir las cosas de otra manera. Por ejemplo, si el niño quiere comer algo antes de la comida, dígale: «Mientras tanto te voy a dar un poquito, 92

porque luego vamos a almorzar, y mucho dulce te puede quitar el hambre». Esto es especialmente recomendable cuando resistir una pataleta del niño(a) con tranquilidad resulta difícil porque el contexto no lo permite; por ejemplo, si es Navidad y usted está en la casa de su suegra, y si su hija quiere jugar con su pelota nueva, lo que es totalmente comprensible, invítela a jugar afuera. Sacarla del ambiente de excitación que hay en las aglomeraciones navideñas puede ayudar a todos a recuperar la serenidad. Concéntrese en tratar de calmar esa pataleta, sin etiquetar al niño( a) con frases como «¡Qué rabioso eres!», «¡Eres imposible!», o bien, «¡No he conocido a nadie tan insoportable como tú!». Ello, sin duda, lo(a) transformará en alguien con esas características. A veces la única alternativa frente a una pataleta es esperar a que pase, porque nadie ofuscado procesa bien la información y menos un niño(a). Cuando ya esté calmado(a) plantéele una pregunta como la siguiente: «¿Qué podríamos hacer para mandar las rabias?, porque cuando a uno las rabias lo mandan, puede hacer cosas muy malas, como pegarle a otro(a) niño(a), lo que es malo porque le puedes hacer daño y además quedarte sin amigos». Si las pataletas son muy frecuentes o de mucha intensidad, vale decir, si el niño(a) se hace daño y rompe cosas sin que los padres logren tranquilizarlo(a), es recomendable pedir ayuda. Esto ya que los niños neurológicamente inmaduros o que presentan cuadros de ansiedad muy marcados, pueden tener reacciones de una intensidad que, además de ser muy destructiva para la relación padres-hijos, puede ser muy dañina para la adquisición de su autoconcepto, por formarse una imagen de sí mismo(a) como alguien muy descontrolado(a), lo cual será muy difícil de erradicar posteriormente. ALGUNOS CONSEJOS

• Sea un modelo de autocontrol; si usted se sobrepasa por las dificultades y grita sin control, con dificultad el niño(a) adquirirá modelos para aprender a tolerar la frustración. • Conserve la calma, ya que si se descontrola empeorará la situación, posiblemente hará o dirá cosas de las que después se arrepentirá. • Pregúntese si el motivo de la pataleta pudiera ser comprensible, dado el nivel de desarrollo del niño(a) y del problema que enfrenta. Aclárele que aunque usted comprenda que es difícil para él o ella por lo que está pasando y que entiende sus rabias, hay otras maneras de expresar lo que siente o quiere. • Cada vez que sea posible, una vez que comenzó la pataleta, no ceda. • Si le es posible y no es peligroso para él o ella, préstele la menor atención posible. Recuerde que la atención suele fijar las conductas, y vuélvale a prestar atención apenas se haya tranquilizado( a). • No lo(a) etiquete de mañoso(a) o maleducado(a), ya que es muy difícil sacarse las etiquetas que se ponen cuando se es pequeño( a) y dejan marcas en el carácter. Simplemente hágale saber que no le gustan las pataletas y que ellas no son una buena manera de resolver los conflictos. Por supuesto, debe esperar para ello a que esté tranquilo(a). 93

• En forma muy breve explíquele, una vez que esté bien calmado( a), que es bueno que aprenda a pedir las cosas de otra manera. • Préstele muchísima más atención cuando está simpático(a) y comunicativo(a), que cuando está con pataletas. • Cuéntele una historia de «Juanito Pataletero», de cómo estaban todos muy aburridos con él y de cómo Juanito aprendió a mandar en sus rabias, comenzó a pedir las cosas de otra manera y así logró que a partir de ese día todos lo quisieron tanto. • Si está muy pataletero(a), piense y evalúe qué factores del ambiente lo pueden estar alterando. Si no encuentra una respuesta que lo(a) satisfaga, pida ayuda. A veces, las personas que están fuera del problema, junto con estar más lejos, tienen una mejor visión del problema.

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Hay una marcada tendencia en algunos preescolares de carácter especialmente difícil, a resolver los conflictos mordiendo con mucha rabia a sus compañeros o a los adultos. Una de las causas que explicaría este comportamiento es la impotencia que sienten para expresar verbalmente su rabia. A la mamá de Mariela le pidieron que retirara a su hija del jardín infantil porque los otros apoderados se quejaban de que mordía con frecuencia y con mucha violencia a los otros niños. Mariela, a través de reiteradas experiencias, aprendió que morder era la mejor forma de obtener lo que deseaba. Para cambiar esta conducta es importante partir por el ambiente familiar. Cada vez que el niño(a) muerda hay que expresar y mantener una actitud de desaprobación muy firme. Dígale claramente: «Ni a los grandes ni a los niños se les hace daño y no se les debe morder». Hable en tono claro y firme. Además, apártelo(a) un rato del juego (no más de un minuto por cada año de vida del niño(a)). Luego vuélvale a repetir: «Estarás sentado aquí sin jugar hasta que suene este reloj, porque no se muerde». Es altamente probable que durante ese rato él o ella haga una gran pataleta, pero debe mantenerse firme reiterando que debe aprender a no morder a nadie. Algunos padres utilizan erróneamente la estrategia de morderlos para que el pequeño(a) comprenda que duele, lo que no es recomendable. Esta actitud legitima la idea de que cuando estás en un conflicto, morder es aceptado. Hay que recalcar que los problemas se resuelven conversando y enseñarle algunas frases para resolver los conflictos, como por ejemplo: «Juega un rato tú y después juego yo», «Tirémoslo a la suerte», «Preguntémosle a la tía», entre otras. Los niños se demorarán en aprender estos modos de resolver los conflictos, pero si usted es constante, finalmente lo va a lograr. Algunos de estos niños mordedores son bastante hiperactivos, por lo que es conveniente ayudarlos a gastar la mayor energía posible. Cuéntele cómo se las arregla usted cuando está enojado( a) para expresar su rabia. Sea un buen modelo en este plano; si se descontrola, el niño(a) no podrá aprender autocontrol. Diga, por ejemplo: «Estaba tan enojada que me fui a mi pieza un ratito y cuando me calmé pude pedir lo que quería de buena manera». Cada vez que el niño o niña sea amoroso(a) con sus amigos, destáquelo y descríbalo enfáticamente, por ejemplo: «Jugaste maravillosamente con María Inés, le prestaste tu muñeca y tu colección de autitos, ¡eres tan buena amiga!». Las explicaciones de por qué es malo morder pueden darse a través de un cuento corto al momento de dormir. Por ejemplo: «Tamara era una preciosa niñita, pero cuando fue al colegio tuvo miedo de que los otros niños le quitaran sus juguetes y los mordió. Los niños se enojaron y no querían jugar con ella. Tamara tuvo mucha pena y se sintió muy sola. Su tía Francisca, cuando supo lo que le pasaba, le contó que ella era igual cuando chica, pero que su papá le enseñó que morder era muy, pero muy feo y que a los otros niños les dolía mucho. ‘¿Sabes? –le dijo–, cuando dejes de morder vas a tener muchos amigos’. Tamara entonces decidió no morder más y sus compañeros la invitaron a todos los juegos». En definitiva, la idea no es sólo enseñarle al niño(a) lo malo que es morder, sino que es indispensable mostrarle modos positivos de resolver los conflictos. 96

ALGUNOS CONSEJOS

• Enséñele por modelo que los conflictos se resuelven conversando. • Deje muy claro que morder o golpear para resolver un problema no está permitido en su familia. • Si muerde a alguien, manténgalo(a) un ratito fuera de la situación, aunque haga una pataleta. • Cuando esté más tranquilo(a) reitérele con fuerza: «En esta familia no se permite morder ni pegar». • Hágale notar cuando lo hace bien, qué grande que está y cómo sabe resolver sus problemas sin morder. • Al menos una vez a la semana, invéntele un cuento en que aparezcan las consecuencias de morder. • Invítele amigos a la casa para ayudarlo(a), en una relación uno a uno, a resolver los conflictos conversándolos.

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Los padres y el jardín infantil tienen la oportunidad, en los juegos y en los trabajos de lápiz y papel, de evaluar cuando a un niño o niña le cuesta más que a sus compañeros dibujar, recortar, pintar, ponerse la ropa, hacer rompecabezas y otras actividades que suponen coordinación motriz más fina y coordinación óculo-manual. Para tener un buen nivel de eficiencia motriz, la que resulta básica en la preparación para la escritura, se debe tener fluidez de movimientos y ser capaz de realizar los movimientos gráficos de manera controlada. Esto se observa en trabajos con lápiz y papel en forma eficiente, de acuerdo al nivel de desarrollo. Cuando un niño(a) tiene problemas en esta área, llama la atención que sus producciones son escasas y de menor calidad que las de sus compañeros. En general a ellos les cuesta mucho motivarse a realizar tareas que involucran la coordinación grafomotriz. Si se logra incentivarlos, mantienen su atención por períodos muy breves de tiempo, hacen lo que se les pide a la rápida y en forma poco cuidadosa, abandonando la tarea lo más rápido posible. Muchos de ellos no organizan bien el espacio gráfico, no respetan los márgenes, sus dibujos son poco reconocibles y las líneas poco controladas. Si esta inmadurez no es tratada en forma oportuna, cuando los niños tienen más plasticidad cerebral y, por lo tanto, la estimulación rinde mejores beneficios, es altamente probable que más adelante en la edad escolar presenten problemas de escritura. Algunos de ellos serán: problemas de caligrafía, que sus cuadernos estén incompletos, que su letra sea ilegible y que se fatiguen mucho cuando necesitan escribir o hacer tareas que exigen un buen dominio de la grafomotricidad. Para ayudarlos en el hogar hay que ser muy sistemáticos y constantes en incentivarlos a realizar actividades que suponen coordinación ojo-mano. La más fácil es pedirles que dibujen libremente en hojas de formato grande que les permitan sentirse libres al desplegar su creatividad, ya que ellos espontáneamente no van a buscar actividades de esta naturaleza, como lo hacen la mayoría de los compañeros de su edad. Sus trabajos nunca deben ser objeto de críticas o de correcciones, aunque se les pueden sugerir cosas que los completen. Por ejemplo, si están dibujando la figura humana se les puede decir «Juguemos a ponerle ojos para que vea». La estimulación tiene que ser por la vía del juego, que es la forma natural en que se aprende a esta edad, y no hecha en forma coercitiva. Es necesario que el niño( a) desarrolle sentimientos de competencia y que NO tome excesiva conciencia de sus déficit. El cerebro de los niños está en un período sensible para desarrollar la grafomotricidad, que será importante en el desarrollo de su capacidad de aprender. Hay que aprovechar los períodos sensibles dándoles oportunidad de ejercitarse y desarrollar las conexiones neurales que facilitan los aprendizajes actuales y futuros: sin estimulación no hay desarrollo posible. La tarea no es tan compleja y si se toma con humor puede ser hasta entretenida. Se trata de tener a disposición de su hijo(a) materiales que, al ser atractivos, capten su atención. Ayudarlos con lápices y pinceles a jugar a realizar diversas formas y tamaños les ayudará a soltar la mano y a ir organizando paulatinamente el espacio grafomotriz Es esencial que los ejercicios sean realizados en forma lúdica, de manera que el 99

niño(a) no tome conciencia de sus dificultades. El propósito es que a través de experiencias exitosas vaya sintiéndose estimulado(a) a realizar actividades grafomotrices que sirven para que vaya compensando sus dificultades, incluso a nivel cerebral. Juegos como los rompecabezas y los de construcción también van estimulando las zonas del cerebro responsables de esta función. A partir de los cuatro o cinco años es bueno hacer algún apresto a la escritura, dibujando algunas líneas o trazos más dirigidos, partiendo de izquierda a derecha, que es la dirección en que se realiza la escritura. Jugar a hacer líneas rectas, cuadros, semicírculos y cuadrados. Cuando son más grandes, pueden hacer el dibujo de alguna letra o copiar su nombre, lo que los ayudará a ir controlando mejor su coordinación grafomotriz. Las oportunidades que el niño(a) tenga para realizar actividades que incentiven la grafomotricidad constituyen una estimulación a nivel cerebral que va a favorecer el proceso madurativo, tanto en niños(as) con un buen nivel de desarrollo, como, especialmente, en aquellos(as) que tienen algún grado de inmadurez en esta área. No sólo hay que centrarse en los resultados que pueda ir teniendo el niño(a), sino que es necesario valorar los esfuerzos que él o ella hace por cumplir con los ejercicios que se le proponen o los que él haga en forma espontánea. Los logros de las personas y de los niños no son una excepción, dependen no sólo del talento, sino que de manera muy importante, del esfuerzo que son capaces de desplegar para cumplir con su objetivo. Por lo tanto, padres y profesores necesitan estar conscientes de la necesidad de estimular a los niños a través de las diferentes modalidades educativas, pero siendo muy generosos en hacer un reconocimiento lo más explícito posible de los logros que vaya teniendo el niño(a). ALGUNOS CONSEJOS

• Dele muchas oportunidades de dibujar libremente con el dedo, lápiz o pinceles y en hojas de diferentes formatos. • Haga recorte con los dedos y con tijera. • Modele diferentes figuras con plasticina, masa o greda. • Incentívelo(a) a colorear figuras de tamaño grande en los primeros años. • Propóngale trazar figuras dibujadas previamente, repasándolas con el dedo o con un lápiz grueso. • Juegue a trazar las figuras, como círculos, cuadrados y volantines, en el aire con movimientos amplios, o bien en el pizarrón o en una mesa de arena. • Intente que copie figuras simples en hojas. • A partir de los cuatro años juegue a verbalizar recorridos y asociarlos con las nociones de arriba, abajo, al lado, atrás y adelante. • Ayúdelo(a) a poner atención en sus manos y en lo que ejecutan sus dedos en las actividades.

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SITUACIONES DE CRISIS

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En esta sección del libro se abordan algunas de las crisis que se refieren a situaciones que se originan a partir de cierto acontecimiento particularmente doloroso o difícil, o bien, que implican un cambio muy significativo en la vida del niño o niña, como pueden ser la muerte de una persona especialmente cercana, la separación de los padres o una enfermedad grave. Cuando un acontecimiento es especialmente significativo en la vida de una persona, es un referente temporal que divide la vida en un antes y un después. Así, si el niño o la niña habla de antes de que el papá se fuera de la casa, después de que me enfermé o desde que entré al colegio, es indudable que ese acontecimiento al que se refiere es una crisis. A veces los adultos, en un intento de disminuir el dolor que ciertas situaciones generan en los niños, tratan de invisibilizarlas, suponiendo que con esa actitud el sufrimiento que ellas implican será menor. Es una estrategia bienintencionada pero equivocada, ya que deja al niño(a) sin posibilidad de abrir los temas que le preocupan y sin la alternativa de recibir el apoyo que necesita para elaborar sus sentimientos. Un niño o una niña que está atravesando una situación de crisis, necesita poder expresar sus sentimientos a alguna persona con la que tenga un vínculo cercano. En un espacio protegido podrá preguntar, lo que le permitirá entender mejor los acontecimientos que le están sucediendo y podrá darle una significación a lo que está viviendo. Conversar con un adulto que sea capaz de sintonizarse con sus sentimientos, sin perder la serenidad ni dramatizar, podrá tranquilizarlo(a) acerca de lo que sucederá en el futuro. Es importante recordar que cuando un niño(a) enfrenta una situación crítica, necesita saber que cuenta con algún adulto que está disponible para cuidarlo(a) y escucharlo(a). Estos adultos pueden ser sus padres o bien otra persona que el niño o niña perciba cercana. En caso de que éstos falten, se requiere de una figura cercana y confiable que esté atenta a sus necesidades emocionales. Los niños y las niñas que están viviendo una situación crítica necesitan, para recuperar su equilibrio emocional que en estas situaciones se ve sobrepasado, saber que los adultos que los(as) cuidan se conectan afectivamente con sus penas, con sus problemas, con sus preocupaciones y con sus temores. Disminuirle el perfil a los problemas puede significar que el niño( a) sienta que los adultos no lo(a) comprenden. Si se le oculta información relevante –lo que casi siempre sucede– y el resultado es inesperado, lo que sucederá es que él o ella perderá la confianza en quienes son responsables de cuidarlo(a). Si, por ejemplo, lo iban a operar y le aseguraron que no sentiría dolor, y sin embargo su experiencia fue dolorosa, ¿cómo podría creer en lo que esas personas le cuenten posteriormente? En situaciones de crisis todas las personas se desorganizan, y especialmente los niños, razón por la cual es necesario un espacio de contención, que al permitirle expresar sus angustias y verbalizar sus preocupaciones, lo(a) ayudará a organizarse y disminuir el estrés. En el consuelo de los adultos que tienen a cargo el niño o niña y en sus respuestas afectuosas, se fortalecerá la capacidad de respuesta del niño(a) para enfrentar la situación adversa que le toca vivir, y lo más importante es que aprenderá a enfrentar las situaciones adversas que pueda enfrentar en el futuro. 102

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Ver sufrir a un niño(a) es para los padres una situación difícil de afrontar. Lamentablemente, por diversas razones durante su infancia, muchos niños tienen experiencias de vida muy dolorosas que pueden dejar cicatrices en su desarrollo emocional. Algunos niños quedan dañados en forma importante y otros, sin embargo, a pesar de los sufrimientos, logran recuperarse de la adversidad. El primer paso será preguntarse y detenerse en observar el sufrimiento del niño o niña. Para ello es importante reconocer a los niños como personas que sienten y sufren, y que tienen conciencia de lo que les sucede a sí mismos y a su alrededor. Hay psicólogos que han estudiado cuáles son los factores que favorecerían que los niños superen los traumas que pueden haber tenido en la infancia. Uno de ellos es Boris Cyrulnik, un autor que ha escrito numerosos libros sobre el tema del sufrimiento, entre ellos tres que son clásicos: Los patitos feos, La maravilla del dolor y El murmullo de los fantasmas. Este autor sostiene que en los niños que son capaces de combatir y recuperarse frente a los golpes del destino, está siempre presente un sentimiento de esperanza que permite transformar el sufrimiento en una prueba y en una experiencia con sentido. Pero quizás el factor más importante para la recuperación de las situaciones adversas, son los puntos de apoyo con que el niño(a) cuenta, quienes han sido llamados «personas significativas». El sufrimiento de un niño(a) produce rebelión y, por supuesto, hay que evitar a toda costa exponerlo(a) a situaciones que puedan dañarlo(a). Sin embargo, cuando se produce un sufrimiento, cualquiera sea la causa, por ejemplo, la pérdida de un ser querido, una enfermedad limitante o un abuso sexual, siembra un poco de optimismo saber que se cuenta con el apoyo de otros. El niño(a) podrá sobreponerse más fácilmente a su dolor si cuenta con la compañía y el afecto incondicional de los que más quiere y con los vínculos que necesita para sentirse seguro(a). Mientras el niño(a) está en problemas, la serenidad de la madre es fundamental para que viva la situación en forma menos intensa. Cuando se deja al niño(a) solo con su miedo, el terror estará presente cada noche. El niño(a) necesita seguridad, tener una comprensión de lo que le pasa y luego la ilusión de que pronto las cosas serán diferentes para él o ella. Estar con las personas más queridas en las situaciones dolorosas, es lo que más ayuda a los niños a volver a levantar la cabeza frente a las situaciones que los hieren. No se trata de negarles el derecho a estar tristes y enrabiados, que son los sentimientos que corresponden a esta situación; de hecho, estas emociones tienen que tener un espacio y un tiempo para ser expresadas. Para ello debe permitírseles y favorecérseles diversas formas de expresión de sus emociones, tales como el arte, el teatro, la música, el baile u otro canal de comunicación según sea su talento. No obstante, hay que sembrarles la certeza de que ellos serán capaces de superarlos, que vendrán días mejores y que finalmente todo va a salir bien. Los niños que superan las heridas del pasado son los que logran construir un relato, de alguna manera heroico, de la forma en que fueron capaces de enfrentar y superar el problema. Los grandes dolores no se olvidan por muy pequeño(a) que sea el niño(a), quedando grabados en el cuerpo y en la mente, en forma de sensaciones y/o relatos. Frente a los problemas las personas tienden a hacer una interpretación de lo ocurrido, que constituye la forma en que se cuentan a sí mismos y a los demás lo sucedido: el cómo son o han sido 104

las situaciones y cuál es el rol que juega cada uno en esta historia. Tanto niños como adultos se crean una explicación ante lo sucedido, y dependiendo de si son los héroes o los villanos de su historia, ello determinará el curso de su desarrollo. Hay que recordar, además, que dado el egocentrismo propio de los niños pequeños, es muy probable que los preescolares tiendan a pensar que lo que les está ocurriendo se debe a algo que ellos han hecho para provocarlo. Por esto es importante que los adultos le entreguen un relato claro al niño(a) de lo que sucede y que esta versión de la historia reconozca los sentimientos desagradables, a la vez que rescate los recursos y capacidades del niño(a) para enfrentar las dificultades. Esta explicación que parece muy compleja no lo es tanto, ya que la forma en que un niño(a) se cuenta su propia historia es decisiva para que pueda superar sus sufrimientos. No se trata de negar el dolor, pero sí de darle un sentido, aunque los niños sean pequeños. Los niños tienen que aprender que el sufrimiento hace parte de la vida y que es necesario aprender a superarlo. Para esto es necesario contar con la compañía de las personas que lo quieren, especialmente sus padres. ALGUNOS CONSEJOS

• Acompáñelo(a) lo más posible. • Dele toda la ternura y la atención que necesita en los momentos difíciles. • Dele espacio para que exprese sus miedos y temores. • Permítale expresar la rabia que tiene sin discutírsela; es legítimo tener rabia cuando se sufre. • Ayúdelo(a) a ver sus problemas no sólo como una situación dolorosa, sino como un desafío a superar. • Siémbrele mucha esperanza en su futuro. • Cuéntele historias de personas que hayan superado situaciones difíciles. • Invítelo(a) a hacer uso de diferentes medios artísticos, como pueden ser el dibujo, la danza, la escritura o la música, para que por medio de ellos pueda expresar sus emociones y darles sentido. • Exprésele la confianza que tiene en su capacidad para enfrentar los problemas.

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Ciertamente en todas las familias hay, casi cotidianamente, dificultades y problemas, pero en algunas la magnitud de las dificultades es tal que hace que la familia esté en crisis, hecho que afecta significativamente al bienestar emocional de toda la familia, incluido por supuesto el del niño(a). Los niños, por pequeños que sean, aunque puedan no comprender la crisis en su globalidad, sí perciben la atmósfera de tensión que se respira. Problemas como el consumo de drogas de uno de los padres, el alcoholismo de uno de los miembros de la familia, o bien la cesantía, tienen un impacto que afecta en forma negativa casi todas las rutinas familiares. Muchas veces los padres quieren creer, ingenuamente, que el niño( a) no está captando lo que sucede e intentan infructuosamente dar una apariencia de normalidad. Por su parte, el niño(a) igualmente asiste de todas formas a las peleas entre sus padres, percibe el desinterés de ellos en las cosas que a él o ella le pasan y, muchas veces, son víctimas de su irritabilidad y sienten que los retan o los excluyen con frecuencia. Gabriela, de cuatro años, le contó llorando a la profesora que creía que sus papás ya no la querían y lo relató así: «Mi papá está todo el día en la casa, pero está muy enojado conmigo. Ahora ya no quiere jugar y me grita mucho si yo hago ruido o me acerco. Mi mamá está muy ocupada peleando con mi papá, así que ella tampoco tiene tiempo para jugar conmigo». Lo que sucedía en esa familia era que el papá se había quedado cesante, por lo que estaba atravesando por una crisis que no sólo era económica, sino que también era afectiva, debido a que la mamá no lo estaba apoyando en el proceso de cesantía, porque sentía que él era responsable por la pérdida de su empleo, al ser una persona que no se esmeraba en hacer bien su trabajo. Fue necesario que Gabriela comprendiera que en la familia había habido buenos momentos, por ejemplo cuando ella nació o cuando estuvo de vacaciones en casa de los abuelos; pero que también había otros momentos en que surgían dificultades y problemas, como cuando papá perdió su empleo. A su vez, se le dieron esperanzas de que vendrían días mejores y que ella era la mayor fuente de felicidad para sus padres. Esta situación necesariamente produce tristeza, pero la pequeña tiene que comprenderla a su nivel. Negarle la realidad es acostumbrarla a negar sus sentimientos, lo que es muy peligroso. Es necesario conectarse, tanto en los buenos momentos como en las situaciones difíciles, con lo que siente, y enseñarle a compartir sus penas. Al contarle al niño o niña lo que sucede, al ponerle palabras a la tensión que él o ella percibe, se le hace ver la realidad y le resulta posible contactarse con sus emociones y validar sus sentimientos. Recuerde entregarle una explicación verdadera y adecuada a su edad. Si la historia tiene aspectos muy escabrosos o inapropiados para el nivel de comprensión del niño(a), no es necesario que le entregue todos los detalles, sino que puede bastar con una descripción general. En todo caso, lo más importante es que Gabriela comprendió que el estado de ánimo de su familia no tenía nada que ver con ella; que sus papás anduvieran un poco ausentes no significaba que ella había hecho algo erróneo o que la habían dejado de querer. Si bien, cuando hay problemas es normal que los padres estén más desanimados y 107

anden preocupados, sería injusto descargar en los niños la problemática que tengan. Cuando un niño(a) no nos pregunta «¿Qué pasa?» estando el ambiente tenso no es una buena señal, ya que quiere decir que el niño o la niña desde pequeño está aprendiendo a silenciar sus preocupaciones o necesidades. En las dificultades, los lazos afectivos con las personas cercanas se fortalecen si ellas se enfrentan de manera adecuada. No olvide que a esta edad los hijos necesitan sentirse cuidados y protegidos. Si la situación se torna intolerable para usted, también lo será para los niños, por lo que no vacile en pedir ayuda a aquellas personas que son cercanas afectivamente a usted, para superar la crisis. Hay que permitirles expresar sus sentimientos; aprender a llorar por lo que realmente importa es tan importante como aprender a reír. No se trata de sobrerreaccionar frente a las dificultades o cargar a los niños con problemas que no pueden asumir, pero hay que darles una versión verdadera, apropiada a su edad. ALGUNOS CONSEJOS

• Si está en problemas, converse con algún amigo o amiga cuyo juicio le merezca confianza, para que le ayude a entregar a su hijo(a) una versión apropiada de la situación. • Tome papel y lápiz, escriba esta versión y corríjala hasta que sienta que es verdadera y apropiada para la edad de su hijo o hija. • Comuníquele esta versión en pocas palabras, en forma muy cálida y cariñosa, escogiendo un momento en que usted esté tranquilo(a). • Pídale que dibuje algunos buenos momentos de la familia. • Después de comentarle lo precioso que es su dibujo, converse con él o ella acerca de lo que sintió en esa situación. • Pídale después que dibuje alguna vez que él o ella lo haya pasado mal en la familia. • Converse sobre el dibujo y pídale que le cuente cómo se sintió en esa situación. • No le discuta los sentimientos, por fuertes que le parezcan. Los sentimientos son legítimos, por lo que se recomienda que reaccione acogiéndolo(a) con mucha ternura. El sufrimiento es una emoción que, a pesar de lo doloroso que resulta, tiene la virtud de acercar a las personas cuando se comparte.

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El nacimiento de un hermano es sin duda un acontecimiento maravilloso y positivo para la familia, aunque puede significar una crisis para el niño o niña. Cristián, un niño de cuatro años, le expresaba a su mamá: «Bueno, mamá, ya vimos a Felipe, ¿podrías devolverlo a la clínica?». Él había tenido una actitud muy positiva frente al hermanito que iba a nacer, pero cuando se dio cuenta del espacio que ocupaba en la familia, decidió que era mejor devolverlo. Otros niños presentan celos ya desde el embarazo. Viviana, una niña de tres años y medio, le dijo a su papá cuando la mamá se fue a la clínica: «Pongamos el mudador en la puerta para que el hermanito no pueda entrar». Ella percibió antes del nacimiento que el nuevo hermano constituiría una amenaza real a su mundo afectivo. La rivalidad y los celos entre hermanos son parte normal del desarrollo infantil. En realidad, un hermano que nace, además de ser una nueva fuente de afecto, también quita mucho espacio y tiempo de los padres. Que el niño o niña exprese rivalidades se considera normal, pero no las aumente contándole a todo el mundo lo celoso(a) que está. Esto sólo conseguirá etiquetarlo(a) de celoso(a) y corre el riesgo de que este sentimiento pase de «payaseo» a transformarse en algo definitivo. Los sentimientos del niño(a) son algo tan serio y legítimo como los suyos, por lo que debe respetarlos, especialmente en los comentarios que haga delante de él o ella. Un error muy frecuente es que por querer «chochear» se ría de los comentarios del niño(a). Una actitud de esta naturaleza sólo conseguirá una mayor rabia del niño(a). Por muy simpático que a usted le parezcan sus comentarios, sea prudente y respete los sentimientos de su hijo(a). El niño debe sentir que más que un nuevo hijo de ustedes, a él le llega un hermano(a). De esta manera, es útil que para que el niño(a) se sienta realmente importante debe tener un rol asignado en la vida de este hermano(a). Por ejemplo, cuéntele a alguien delante de él: «¿Sabías que Sebastián va a tener un hermanito?». Como en el embarazo y el parto la madre tiene un protagonismo central, es en ella en la que se focalizan más los miedos y ansiedades del niño(a), en términos de perder afecto y atención. Que el padre se involucre más en el cuidado del niño(a) puede jugar un papel muy protector en relación a disminuir los celos por el nacimiento de un nuevo hermano(a). Si el papá, para ayudar a la mamá que está más cansada, empieza a bañar al niño(a), a acostarlo(a) y a levantarlo(a) en las mañanas, se empezará a producir un vínculo muy significativo que será percibido por el niño(a) como una ganancia que lo reasegurará en su necesidad de sentirse querido en forma muy especial en este momento tan crítico. Además, al llegar el momento del parto encontrará a ambos en una relación muy cercana para cuando la madre deje la casa para ir a tener al nuevo hermano. Tranquiliza mucho a los niños expresarles con frecuencia cómo y cuánto se los quiere. Asimismo, es bueno contarles la historia de su propio nacimiento, desde cuánto lo deseaban, las ropas que se le tejieron, lo precioso(a) que era, las personas que lo fueron a conocer, hasta cómo le arreglaron su pieza. Antonia le dijo a su papá, cuando su mamá se fue a la clínica: «Cuéntame el cuento de cuando yo nací». Para los niños, saber que ellos también fueron muy deseados les produce mucha felicidad. Cuando se vaya a la clínica, no se olvide de llevar una gran fotografía de el o los hermanos que se 110

quedan en la casa. Enfatizar las ventajas de ser grande es necesario, ya que muchos niños se vuelven a hacer pipí o a hablar como más pequeños porque así creen que los van a querer más. Es muy importante también decirles cuán orgullosos están de sus nuevos aprendizajes y señalar cómo han crecido; esto les enseña que no es necesario ser chico(a) para ser querido(a). La labor de los padres es seguir al niño(a) en los vínculos afectivos, de manera de disminuir el sentimiento de amenaza, de pérdida de afecto o de ser excluido(a) de este acontecimiento vital. En síntesis, sentir celos y rivalidad por el nacimiento de un nuevo hermano(a) es normal dependiendo de su intensidad y de la presencia de sentimientos positivos. Bien manejados, los celos son un componente de la relación, pero lo que predomina son los sentimientos de que el hermano(a) que llega será fuente de afecto y compañía. ALGUNOS CONSEJOS

• Háblele del nuevo(a) hermano(a) que viene en forma moderada. No lo evite, pero tampoco lo transforme en el único tema. • Hágalo(a) participar en los preparativos para recibir al hermano( a) que llega; por ejemplo, que decida el color de la pieza, el nombre o cualquier otra cosa que lo(a) haga sentirse importante en este maravilloso acontecimiento familiar. • Haga con el niño(a) un álbum de fotos en que esté él o ella cuando nació y con ustedes, para después poner una del niño( a) con su hermanito(a) en brazos. • Permítale expresar sus sentimientos negativos sin escandalizarse. • Aunque le parezca simpático, no comente en público delante del niño(a) «sus celos», sólo conseguirá aumentarlos. • Hable más bien de «tu hermanito» que de «mi guagua». • Es aconsejable aumentar el contacto del niño(a) con su padre durante el embarazo, para que sea una real compañía. Ojalá el papá lo(a) pueda acostar y dar de comer, para que el cambio en la rutina no sea tan fuerte cuando la mamá no pueda ocuparse de él o ella. • Regálele una muñeca o un oso grande y una cuna, para que él o ella tenga su propia guagua para salir a pasear y, eventualmente, para descargar su rabia. • Cuando la mamá no esté por el nacimiento de la guagua, es fundamental que el niño(a) lo pase espectacular con su papá. Pueden salir a comer o a pasear. • En lo posible, no lo amamante delante del niño(a), no se trata de ocultarse, pero la visión de una escena tan cercana entre su hermano(a) y la madre, en general tiende a aumentar los celos.

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Los cambios de colegio y el ingreso a primer año básico se describen como una crisis esperada en el sentido que no es fácil y marca una división en la vida en un antes y un después. En el período preescolar, los niños deben ir logrando poco a poco la autonomía, siendo el contacto con instituciones externas a la familia muy importantes para la consecución de esta tarea del desarrollo. De esta manera, es aconsejable que el niño o niña asista a un jardín infantil y luego a cursos preescolares, para preparar su adecuado ingreso a la educación formal, que se inicia en primer año básico. No obstante, el ingreso al jardín y luego al colegio traen consigo una mezcla de sentimientos que resultan difíciles de comprender para el niño(a) y que, en algunos casos, se convierten en dificultades para asistir a clases. El ingreso al jardín infantil, los primeros días de clases y la experiencia de tener que cambiarse de colegio, requieren todas ellas de un gran esfuerzo por parte de los niños, siendo necesario que los padres también hagan lo suyo preparando las nuevas situaciones y cambios, de manera que el niño o la niña se sienta más preparado( a) para sus primeros días en un nuevo ambiente. Hay pocas situaciones que despierten en los niños y en sus padres más sentimientos encontrados que el primer día de clases. El célebre escritor peruano César Vallejo, en su magistral cuento Paco Yunque, inmortaliza los sentimientos que Paco, el protagonista del cuento, tuvo durante su primer día de colegio. Estos sentimientos los describe con la siguiente frase: «Paco estaba con miedo porque era la primera vez que venía a un colegio y porque nunca había visto a tantos niños juntos». Esta sensación de miedo, en diferentes intensidades y formas, acompaña a los niños en su primer día de colegio y también en los días previos al ingreso. Los sentimientos son encontrados porque, por una parte, el niño o niña quiere ir al colegio, que simboliza el ser grande, y también tiene expectativas que son reales, que ahí tendrá oportunidad de hacer nuevos amigos para jugar y que aprenderá muchas cosas nuevas. Por otra parte, los asusta, y es normal, ya que entran a un mundo desconocido. Deben dejar la seguridad de la casa y el ambiente familiar, donde teóricamente están protegidos contra cualquier evento negativo, debiendo enfrentar un mundo donde hay una autoridad distinta a la de sus padres a la cual deben obedecer. Para superar esta ambivalencia es bueno que la familia enfatice mucho lo orgullosa que está, porque el niño(a) está tan grande que puede ir al jardín. También es importante hacer notar la suerte que tiene de poder ir a un lugar donde va a tener tantos amiguitos con quien jugar. En este sentido, si conoce a algún niño(a) que va a ser su compañero(a), sería aconsejable que pasara cierto tiempo jugando con él o ella. A su vez, facilita la elaboración de los miedos que las personas de la familia que se acuerden relaten cómo fue su primer día de clases. Para esto es necesario que enfaticen por sobre todo las partes buenas, pero sin ocultar que igual tuvieron un poquito de susto. Sin duda, entrar al jardín implica un enorme paso en la autonomía del niño(a), las reacciones de ellos son variadas y de alguna manera impredecibles. A veces, niños muy tímidos y que se han hecho toda clase de expectativas catastróficas de lo que les podría suceder en el ambiente escolar, se adaptan maravillosamente gracias a la posibilidad de 113

elaborar sus sentimientos. Camila, una niñita más bien tímida, le dijo a su mamá: «Yo parece que ya no quiero ir al jardín. Me gustaría más aprender en mi casa, aquí tengo hartos juguetes. ¿Para qué quiero aprender a jugar con otros juguetes?». La mamá de Camila le explicó que era muy normal tener miedo a las situaciones nuevas, pero que si no logramos dominar los miedos nos perderemos muchas cosas buenas. «¿Te acuerdas –le preguntó la mamá a la niña– cuando no querías ir donde Bernardita porque tenías miedo? ¿Y ves cómo ahora Bernardita es tu gran amiga? ¿Te imaginas lo que hubiera pasado si te hubiera ganado el miedo? El enemigo al que hay que vencer es al miedo. Tu enemigo no es el colegio, que está lleno de cosas nuevas y de muchos niños que, como Bernardita, podrán ser tus amigos. Para eso sólo tienes que ganarle al miedo». Esta mamá le dio a Camila la posibilidad de hablar de sus miedos y la conectó con experiencias anteriores en las que la niña había sido capaz de superar sus miedos. Luego, la mamá agregó la siguiente frase, que es muy cierta: «¡Uno se siente tan bien cuando vence al miedo!». Otros niños, en cambio, que aparecen muy entusiasmados y contentos con la idea de ir al jardín y que, a su vez, se ven seguros y llenos de expectativas, después de la primera experiencia se muestran realmente atemorizados porque resultó más larga de lo esperado o porque los niños no fueron tan amistosos como creía. Esto le sucedió a Manuel, que al día siguiente de haber ido por primera vez al jardín, alegaba: «¿Por qué tengo que ir de nuevo al colegio si ya fui?». A Manuel le costó varias semanas aceptar la idea de que ir al jardín infantil iba a ser parte de su rutina normal. Por otro lado, cuando un niño(a) deja su jardín infantil para ingresar al colegio, deja también un mundo protegido y familiar, donde sus compañeros, compañeras y sus tías han sido personajes familiares y habitualmente muy queridos, que en forma cotidiana lo han acompañado, a veces por más de dos años. El nuevo colegio al que debe cambiarse es un espacio nuevo, habitualmente mucho más grande y con niños de diferentes cursos, la mayoría más grandes que él o ella. Su nuevo ambiente escolar va a estar poblado de personas nuevas, cosas diferentes y exigencias mayores y distintas. Para el niño(a), el cambio al colegio es la entrada a un mundo desconocido, el que tendrá que ir conociendo poco a poco y con el cual, obviamente, le va a tomar un tiempo familiarizar. Frente a este cambio radical de contexto, los niños generan todo tipo de fantasías, cuyo contenido dependerá en forma importante de su personalidad previa. Si son tímidos y ansiosos, se imaginarán un escenario lleno de personas y situaciones temibles. Por el contrario, si son confiados y amistosos, tendrán la fantasía de un lugar lleno de amigos nuevos, donde podrán jugar con cosas maravillosas. Incluso el más audaz y temerario de los niños no dejará de sentir cierta ansiedad respecto a que no le vaya a ir tan bien y tendrá algún nivel de preocupación acerca de lo que va a encontrar. Además del miedo natural y esperado al cambio y a lo desconocido, el niño o la niña experimentará sentimientos de pérdida y de tristeza por tener que separarse y de algún modo desligarse afectivamente de los amigos que había hecho y dejar de ver a las tías del jardín, que habían sido una fuente de afecto, cuidado y de protección importante para él o ella. Aquí, las ceremonias y los ritos que organizan los jardines para despedir a los niños que «se gradúan», en que le dicen adiós a sus alumnos deseándoles lo mejor para esta 114

nueva etapa, son un elemento esencial para que esta pérdida que es real no se transforme en una situación traumática. Su objetivo es, entonces, que la despedida sea vivida simplemente como lo que significa: un cambio de ciclo en el desarollo y crecimiento normal de un niño(a). La familia también puede cooperar en la elaboración de esta situación preparando algún regalito simbólico para sus amigos, como forma de facilitar la separación. La familia de Alejandro preparó junto con él unas bolitas de chocolate y galletas cubiertas con coco, que son fáciles y entretenidas de hacer. Las guardaron en unas preciosas cajitas para que el niño las entregara de regalo a sus compañeros. Mientras confeccionaban este regalo conversaron acerca de cómo eran sus amigos. Así, el niño aprendió a despedirse de manera amable y cariñosa de sus amigos. El cierre de las situaciones que implican cambios importantes es de la mayor significación para la estabilidad emocional. Es deseable que después de la partida de su jardín mantenga algún tipo de contacto, para que no se sienta la separación como una pérdida definitiva. Muchas de las sugerencias mencionadas para cuando los niños deben dejar el jardín e ingresar al colegio, pueden ser de mucha utilidad también en los casos en que un niño o niña debe cambiarse de su actual colegio a uno nuevo. Son muchas las razones por las que a veces es necesario, inevitable e imprescindible cambiar a un niño(a) de jardín. Valentina, de cuatro años, tuvo que cambiarse de colegio porque era más fácil ingresar al colegio definitivo si el cambio se hacía en ese momento que al año siguiente. Para ella, que era una niñita tímida a la que le había costado incorporarse al colegio, fue una situación difícil de superar porque le resultaba casi imposible comprender y aceptar el hecho de que tenía que separarse de los amigos que le había costado tanto hacer. En este caso se trataba de un cambio necesario y era mejor hacerlo un año antes de su ingreso a primero básico, porque no es conveniente para ningún niño(a) realizar un cambio de colegio cuando hay por delante una diferencia tan drástica de exigencias, como la que significa el cambio de kinder a primer año básico. Para que los niños asuman y acepten el colegio nuevo es necesario tomar una serie de medidas con el fin de que se adapten con más facilidad. Lo primero que hay que hacer es informar al niño(a) acerca de las razones por las cuales tiene que ir a otro colegio, con la mayor franqueza posible. Además, hay que explicarle que podrá seguir viendo a sus antiguos amigos y que, por otra parte, tendrá la ventaja de que podrá hacer amigos nuevos. Prepararlos para el cambio Todo cambio requiere de una preparación, en que es altamente aconsejable que el niño(a) participe en todo el proceso de toma de decisiones, para que se vaya familiarizando con la idea. Una manera de enfrentar la situación escolar con una actitud positiva es que el niño o niña pueda anticipar lo que va a encontrar ahí. Anticipar, cognitiva y emocionalmente, lo que va suceder en una situación nueva, sin duda, hace más fácil la adaptación a las situaciones. Es importante entonces conversar acerca de las características del nuevo jardín o colegio, contarle de las personas conocidas que estudiaron allí; si hay examen de 115

admisión, llevarlo(a) antes para que reconozca el colegio, y las salas, el patio, los baños, la biblioteca y los juegos, a fin de que se forme una imagen aproximada de cómo es su nuevo colegio o jardín. Es muy bueno, para que pueda personalizar la situación, que conozca el nombre de las tías que estarán a su cargo y explicarle que estas tías se dedicarán a jugar y enseñarle. También es bueno contarle que a estas tías les encantan los niños y que van a estar siempre dispuestas a ayudarle si necesita algo o si tiene algún problema. En el caso de los niños que deben cambiarse de colegio, también es aconsejable que conozca con anterioridad a la que va a ser su profesora, para que haga un vínculo previo con ella antes de su ingreso. Es importante que sepa el nombre de sus tías para que pueda relacionarse más personalmente y vivir la situación con más naturalidad. En cualquiera de las tres situaciones presentadas, es recomendable que si conoce a algún niño o niña que vaya a ser parte del curso o que al menos esté en el colegio, es una buena idea invitarlo( a) para que el niño(a) sienta que tiene algún lazo o alguna conexión personal con el jardín o colegio. Conocer a alguien en un nuevo lugar siempre facilita las cosas. Cree un espacio para conversar, porque hay que permitirles expresar sus sentimientos en relación con el cambio. Normalmente pueden sentir miedo, rabia o tristeza, y ello es legítimo; un niño(a) que no tiene ninguna emoción negativa en relación con el cambio es más preocupante que uno que tiene pena o miedo. No tener emociones asociadas al cambio podría significar que no se han hecho los vínculos afectivos suficientes con sus amigos, o bien, que está reprimiendo sus emociones. La idea es cerrar bien con el pasado para abrirse al futuro con esperanzas, lo que será más fácil si el niño(a) pertenece a una familia que está abierta a tener nuevas experiencias, que si tiene una familia muy rígida en su organización y con una actitud de poca apertura hacia las situaciones nuevas. Sin duda, los primeros días serán difíciles y es preciso acompañarlo( a), tranquilizarlo(a) y dejarlo(a) que exprese sus miedos. A veces, invitar a algún amigo(a) del nuevo colegio puede ayudarlo( a) a hacer más fácil su adaptación y su integración. En los casos de ingresar al jardín o por primera vez al preescolar, como casi todos los niños serán nuevos, será más fácil hacer una alianza con alguna familia que esté en la misma situación de incorporar a su primer hijo(a) en el colegio. Esté pendiente de él o de ella y préstele mucha atención los primeros días, sin tratar de negar sus emociones, pero sin sobredimensionarlas. El período de adaptación dura al menos un mes y hay que estar ahí acompañando al niño(a) en su proceso de aceptar y adecuarse a la nueva situación; por ello es deseable que al menos uno de los padres acompañe al niño(a) los primeros días. A veces es conveniente que sea el papá quien lo(a) vaya a dejar, porque la figura paterna suele infundir más seguridad al niño(a). En los casos en que los niños deban cambiarse de colegio, hay que explicarles las razones del cambio y conectarse con las emociones del niño o la niña. Aunque puede ser una situación difícil, no es necesario sobrefocalizarse en el tema, porque el niño(a) puede imaginarse que el cambio es más catastrófico de lo que realmente es. Los niños necesitan que se les explique la razón del cambio varias veces, ya que deben sentirse tratados como personas y no como un objeto que se cambia de un lugar a otro, sin considerar su opinión ni sus sentimientos. 116

Si el niño(a) llora hay que dejarlo desahogarse y decirle que mañana será más fácil y así fortalecer en él o ella la idea de que es capaz de enfrentar este desafío con frases como las siguientes: «Yo sé que tú serás capaz de aprender y pasarlo bien en tu nuevo colegio». «Los niños aprenderán a quererte cuando te conozcan un poco más». Es conveniente, en algunas ocasiones, que el niño(a) vaya acompañado( a) de algún juguete que le dé seguridad y dejar que lo lleve dentro de su mochila o que lleve unos dulces para compartir, de manera que le sea más fácil interactuar con los niños. Además, la comida ayuda a disminuir el estrés. Cuando un niño o niña está teniendo problemas de adaptación en un colegio, puede ser necesario cambiarlo(a), pero no hay que pensar que los cambios mágicamente harán desaparecer los problemas; hay que averiguar primero su causa, y si la dificultad está en la personalidad del niño(a) y no se hace nada para ayudarlo(a) a superar los problemas, el cambio puede empeorar la situación; si la dificultad es del colegio, un cambio sí puede ser muy beneficioso. No se asuste ni sobrerreacione si el niño o niña tiene algunos índices de ansiedad y rechazo al jardín o al colegio los primeros días, ya que es normal sentir algún nivel de estrés frente a las situaciones nuevas. En la mayor parte de los niños, el miedo del primer día queda olvidado y existe una gran felicidad de estar en una nueva etapa, haciendo cosas distintas y con muchos amigos nuevos. No obstante, si las reacciones de miedo y ansiedad permanecen por más de dos semanas, pida ayuda antes de que la situación se haga crónica. ALGUNOS CONSEJOS

• Háblele con anticipación del cambio, explicándole que como ya ha crecido va a ir al jardín, o bien a un colegio para niños más grandes. Ponga énfasis en lo positivo que es este cambio desde el punto de vista del crecimiento personal. • Invente con él o ella algunos gestos que le permitan expresar su afecto hacia los compañeros de los que se va a despedir, para que pueda cerrar bien su situación afectivamente. • Vaya con él o ella a realizar los trámites de ingreso al nuevo colegio, para que sienta que participa en la toma de decisiones. Aproveche de recorrerlo y familiarizar al niño o niña con éste, poniendo especial énfasis en las cosas positivas del jardín, o del colegio. • Es aconsejable que conozca a alguna de las tías personalmente. • Si es posible, trate de que unos días antes tenga la oportunidad de jugar con algún niño(a) que vaya a ser su compañero(a). • Dele espacio y tiempo para que exprese sus sentimientos en relación al colegio. Permítale abrir el tema de la pena que siente por dejar a sus amigos. Tener pena por no poder estar con las personas queridas es una señal de buena vinculación emocional. Acepte esos sentimientos como un signo de que él o ella es capaz de querer. • Acompáñelo(a) los primeros días hasta que supere la situación, infundiéndole confianza en su capacidad de enfrentar el cambio. 117

• Tenga cuidado de no criticar al colegio nuevo por ningún motivo delante del niño(a), ya que se sentirá más inseguro(a). • Cómprele algunos materiales realmente atractivos, para hacerle más fácil la partida. • Incentive, a través de invitaciones a sus compañeros nuevos, la generación de vínculos de amistad con las personas de su nuevo entorno. Otra manera de facilitarle el contacto es entregándole una bolsa de dulces para que comparta con los otros niños a la hora de colación. • Si tiene mucho miedo permita que lleve algún objeto familiar que lo(a) acompañe y le dé fuerza, como por ejemplo un muñeco. Además, cuéntele cómo se las arregla usted para mandar en sus miedos. • Antes de plantear el cambio al niño(a), evalúe cuidadosamente el nuevo colegio para que no se lleve sorpresas desagradables. Una vez que haya tomado la decisión, explíquele las razones en una conversación tranquila y con tiempo, utilizando palabras que el niño(a) pueda comprender. Llévelo(a) a conocer el colegio en un horario en que no estén los otros niños, para que pueda explorar con tranquilidad, jugar con los juguetes y hablar con la tía. Haga este proceso una semana antes, no es necesario que el niño(a) se preocupe del cambio seis meses antes.

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Así como el ingreso a nuevos ambientes educativos, entrar al mundo de la educación formal es también una fase crítica para el niño o niña. En la educación básica obligatoria, las exigencias son muy diferentes que las que el niño(a) tenía cuando asistía al preescolar. Estas nuevas exigencias que debe afrontar demandan una fuerte capacidad para adaptarse a los cambios. Alrededor de los seis años y medio finaliza la educación preescolar y el niño(a) debe comenzar con el aprendizaje sistemático de la lectura y la escritura. El nivel de madurez con que llegue a esta importante etapa constituye un factor decisivo en el éxito o el fracaso en el primer año básico de educación general y se considera un período muy crítico en la evolución del desarrollo del niño(a). Josefina, de seis años, tenía un buen nivel de lenguaje y una gran capacidad de concentración cuando ingresó a primer año básico, por lo cual le fue muy fácil el aprendizaje de la lectura. Sin embargo, tenía un significativo grado de inmadurez grafomotriz, por lo cual escribir y dibujar resultaban para ella una verdadera tortura. A la mamá de Josefina, en reiteradas ocasiones, las educadoras de párvulos le habían sugerido que era muy importante estimular la grafomotricidad a través de actividades como el dibujo, el modelado en greda, el recorte y todas las actividades que suponen la coordinación ojo-mano. La mamá se defendía diciendo: «Es que a ella no le gusta dibujar». El resultado fue que al momento en que empezaron con las exigencias en escritura el grado de inmadurez era tal, que provocó en Josefina un fuerte rechazo no sólo a la escritura, sino también al colegio. Es más fácil compensar las áreas inmaduras a través de la estimulación con actividades apropiadas cuando los niños son pequeños y no hay mecanismos de evaluación de por medio, ya que la estimulación utilizando el juego resulta más divertida para el niño(a) que cuando debe realizar una tarea por la cual será evaluado(a) y para la que no se siente competente. Conseguir el nivel de desarrollo necesario para el aprendizaje de la lectura y escritura en esta etapa es más efectivo y de menor costo, en la medida en que el sistema nervioso del niño(a) está en un proceso de maduración rápida. Diferente es el caso de Gonzalo, que tenía un nivel de inmadurez más global y que si bien presentaba un nivel intelectual normal, tenía un retraso de lenguaje expresivo de más de dos años, con muchas dificultades fonoaudiarticulatorias, es decir, pronunciaba mal muchas letras, por ejemplo las «eses» y las «erres» y las letras combinadas como «pr» y «bl». Además, tenía serias dificultades de atención y concentración, no podía permanecer más de dos minutos en una actividad y se paraba a conversar con otros niños, por lo que sus dificultades no sólo afectaban su propio rendimiento, sino también el de sus compañeros, a los que interrumpía constantemente. Desafortunadamente, las dificultades de Gonzalo no fueron atendidas a tiempo, por lo que repitió el primer año básico. Esta repetición tuvo un impacto muy negativo en su desarrollo socioemocional, ya que le generó problemas de autoestima académica. Los problemas de inmadurez de un niño(a) se pueden ver desde los primeros años de jardín. Los niños inmaduros que están en serio riesgo de tener problemas de aprendizaje en el futuro pueden, si son detectados oportunamente, recibir la estimulación que necesitan para compensar sus dificultades. El nivel de madurez de 120

un niño o niña debe ser evaluado en diferentes áreas que constituyen funciones psicológicas básicas para el aprendizaje escolar. Las más importantes de estas funciones son las siguientes: Lenguaje Es el área que más se relaciona con la capacidad para aprender. Un niño o niña antes de ingresar al colegio debe tener un vocabulario amplio, ser capaz de expresarse correctamente y no tener ningún defecto de pronunciación. También debe poder estructurar oraciones en forma gramaticalmente aceptable. Si presenta alguna perturbación en cualquiera de estos aspectos, es aconsejable realizar una evaluación fonoaudiológica para remediar el problema antes del ingreso del niño(a) a primer año básico. Pensamiento Implica que el niño(a) puede comprender y categorizar la información; por ejemplo, clasificar por colores, formas y tamaños. Debe tener noción de qué cosas son semejantes y cuáles son diferentes, es decir, debe ser capaz de inferir, de abstraer y de sintetizar. Un buen nivel de pensamiento le permite comprender una historia y es esencial para el aprendizaje de los números y de las operaciones matemáticas. La percepción visual Esta habilidad permite que el niño o niña discrimine formas; específicamente, en primer año básico, debe poder reconocer las diferencias entre las diferentes letras y los distintos números para poder enfrentar con éxito el aprendizaje de la lectura y las matemáticas. Los rompecabezas y los juegos en que se busca el objeto igual o el que es diferente, constituyen excelentes ejercicios de percepción visual y el desempeño del niño(a) en estas tareas da cuenta de su nivel de desarrollo. Percepción auditiva Permite diferenciar cómo suenan las letras en las palabras; los niños que tienen insuficientemente desarrollada la percepción auditiva suelen confundir las letras que suenan de manera semejante, les cuesta asociar el sonido de la letra con su sonido en la palabra. Los ejercicios de rimas y los que permiten identificar los sonidos iniciales y finales de las palabras, ayudan a que el niño o niña vaya teniendo una discriminación auditiva apropiada. La atención y la concentración La capacidad de focalizar la atención en una tarea y permanecer en ella facilita el aprendizaje y la memorización de las asignaturas. A los niños cuya atención es muy dispersa y que no logran permanecer en la tarea, no sólo les será difícil el aprendizaje de la lectura y la escritura en el primer año básico, sino que suelen tener dificultades en los años posteriores. Jugar con los niños a juegos como el memorice o el ojo de águila, y ayudarlo(a) a permanecer cada día un poco más de tiempo en los juegos y las tareas, puede ser un mecanismo que favorezca el desarrollo de la atención y de la concentración. Cuando un niño(a) tiene un nivel de desarrollo en estas áreas muy inferior al de sus compañeros, es importante hacer una evaluación psicológica para determinar el origen de este retraso, así como buscar estrategias psicopedagógicas que puedan ayudarle a compensar sus dificultades y así lograr un primer año de educación escolar exitoso. 121

ALGUNOS CONSEJOS

• Favorezca que el niño(a) tenga oportunidades de interactuar con otros niños. No hay mejor estimulación para el desarrollo de un niño o niña que compartir y jugar con sus amigos. • Converse mucho con su hijo(a) para que así vaya interiorizando palabras nuevas y tenga posibilidad de utilizar las que ya ha aprendido. • Cuéntele historias y después juegue a que él o ella se las cuente a usted, de manera que desarrolle su capacidad para organizar un relato en forma coherente y a expresarse emocionalmente. • Pásele muchos libros y revistas para que vaya aprendiendo a hojearlos y a fijarse en los detalles; es mucho más efectivo si los leen juntos, porque el niño(a) irá asociando aprendizaje con agrado. • Propóngale juegos que supongan concentración, como son los rompecabezas y los juegos de construcción; con ello no sólo estimulará su inteligencia espacial, sino que a su vez su capacidad de observación. • Tenga muchos lápices para que dibuje libremente, para que copie modelos o para que juegue a escribir copiando, por ejemplo la inicial de su nombre, o si es más maduro(a) palabras simples. • Propóngale juegos de clasificación, cada vez de un mayor grado de complejidad, pero cuidando que pueda resolverlos con éxito para que no se frustre. • Juegue a las adivinanzas, cuéntele chistes o juegos de ingenio, de manera que vaya desarrollando su capacidad de pensar de una manera entretenida.

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La enfermedad en los niños pequeños produce una regresión del sistema nervioso central, que los hace ponerse irritables, llorones, hipersensibles y habitualmente presentar conductas regresivas correspondientes a etapas anteriores de su desarrollo, es decir, se vuelven más infantiles. Esta regresión con frecuencia sucede ya desde que el niño(a) está incubando la enfermedad, por lo que las mamás pueden anticiparla diciendo, por ejemplo: «Santiago está tan mañoso que creo que se va a enfermar», y no es raro que el niño a los dos días tenga fiebre y desarrolle una amigdalitis. Cualquiera sea su gravedad, ya sea una gripe, una peste infantil o una enfermedad más seria, produce un profundo malestar físico y psicológico en el niño, que lo pone muy sensible y vulnerable frente a todos los estímulos. Este estado de hipersensibilidad lo experimenta durante toda la enfermedad, permaneciendo incluso algunos días después de que el niño(a) ha mejorado. Por eso, el primer consejo para los padres es tener mucha paciencia y ser comprensivos con la irritabilidad del niño(a), que es producto de su condición orgánica y no simplemente una maña. Uno de los factores que más ayuda a la recuperación de la salud, es la sensación de estar acompañado en una atmósfera de ternura y cuidado. Muchas veces necesitan acurrucarse y sentirse acogidos aunque sea a ratitos. Si usted trabaja y no puede hacerlo, consiga que alguien de la familia lo(a) acompañe, puede ser la abuelita, una tía o incluso una vecina que pase a visitarlo(a). Otro factor que ayuda significativamente a la recuperación de la salud es el sentirse entretenido(a), para lo cual hay que escoger algunos juegos y juguetes que puedan ser utilizados en forma tranquila, ya que el reposo es indispensable en casi todas las enfermedades. También es importante que sea posible jugar con el juguete escogido por plazos breves, ya que el niño(a) se fatiga más rápido que un(a) niño(a) sano(a). También la atmósfera que rodea al niño(a) enfermo(a) es importante para su recuperación, ella debe ser tranquila y de luminosidad media, ya que suelen estar hipersensibles a la luz. En el caso de tener que hospitalizarlo(a) o de tratarse de una enfermedad crónica, es sumamente importante conversar con él o ella sobre lo que está sucediendo. ¿Cómo explicarles la enfermedad? Si el niño(a) tiene más de dos o tres años, es conveniente darle alguna explicación de su enfermedad, accesible a su capacidad de comprensión. Sobre los cuatro años, hay que explicarles también cuáles son las causas de su enfermedad y cuáles son las medidas que se están tomando para que se mejore. Si hubiera que hospitalizarlo(a), y si la edad del niño(a) y su bajo lenguaje lo permiten, explíquele que es necesario llevarlo(a) al hospital y que se quedará ahí para que se mejore; que va a dormir en ese lugar algunos días hasta que esté bien y sanito(a) y que después irá a casa. Cuéntele en qué consiste la enfermedad que tiene en términos muy simples y las causas de ella, tranquilizándolo(a), porque algunos niños piensan que el enfermarse se debe a alguna maldad que han hecho y que es como un castigo. Es importante sacar esta idea de su cabecita, ya que además de crearle sufrimiento no contribuye a mejorarlo(a), sino que dificulta su recuperación porque las culpas bajan las defensas. 124

Arturo, de seis años, que iba a ser operado de apendicitis, atribuía su enfermedad al hecho de que le había sacado unos chocolates a la mamá que estaban guardados en un cajón para las ocasiones especiales. Arturo los encontró y, como cualquier niño(a), se los comió. Cuando la mamá notó que su hijo estaba preocupado, antes de la operación le preguntó: «¿Te preocupa?». Y él respondió: «A lo mejor me voy a morir en esa operación y todo por comerme unos chocolates », y se puso a llorar. La mamá le explicó que de apendicitis nadie se moría, que era una operación muy simple y que tampoco los chocolates eran la causa de su enfermedad y que lo perdonaba. Además, le dijo: «Como seguramente las tías te traerán de regalo dulces por tu operación, ¿qué te parece que los compartas con tus hermanos?». El espacio de confesar sus temores alivió a Arturo de un sentimiento común en los niños que se enferman, que es el miedo a ser castigados por alguna travesura que han hecho. La explicación de los procedimientos que van a ser utilizados ayuda al niño(a) a familiarizarse con la idea y a evitar el pánico que produce enfermarse inesperadamente y tener que enfrentar una situación para la que no se tiene ninguna capacidad de anticipar en qué consiste, cómo va a ser o cuánto va a durar. Nunca lo(a) engañe en relación a los procedimientos médicos que se van a utilizar, tanto si se trata de un remedio que es un poco amargo como si lo van a tener que operar. Dígale la verdad. Mentirle hará que el niño(a) pierda la confianza en usted. Por ejemplo, si hay que hacerle puntos dígale: «Te van a poner una inyección que se llama anestesia, para que no te duela cuando el doctor te vaya a hacer los puntos para coserte la herida. Te va a doler un poquito, pero pasará rápido». Hay que buscar mecanismos para que el niño(a) se familiarice con lo que le va a suceder. Si lo(a) van a operar, hay que explicarle que un doctor le va a poner una inyección o una mascarilla para que se duerma, que no verá mientras lo operan, y que esto se llama anestesia. Que de su pieza lo van a llevar en una cama con ruedas, que se llama camilla, y que después de que lo operen, la familia estará esperándolo en la pieza, muy contenta de que haya pasado todo, con algún regalo. Es indispensable no mentir en relación con que si va a sentir algún dolor, de lo contrario el niño(a) va a perder la confianza en sus padres. Si va a sentir dolor, es bueno que sepa que si piensa en cosas positivas se va a mejorar más rápido, porque es verdad que el buen estado de ánimo mejora el sistema inmunológico. Dos mecanismos que ayudan a subir el ánimo son: primero, enseñar al niño( a) a conectarse con sus buenos recuerdos, y segundo, hacer proyectos entretenidos para el futuro, por ejemplo planificar cómo van a celebrar su próximo cumpleaños. Si la hospitalización es más larga, es aconsejable proveerlos de actividades manuales que los mantengan ocupados, para que no tengan tiempo de darle muchas vueltas a sus temores. La música, los rompecabezas de pocas piezas, revistas para hojear, plasticina para modelar, unos pocos libros para pintar o algún libro de apresto como los que se usan en el jardín infantil, que tienen actividades graduadas para las edades de los niños y muy variadas, pueden ser de gran utilidad durante la hospitalización. Para todos los niños que están en cama, pero especialmente para los que padecen enfermedades crónicas, son muy aconsejables los casetes de cuentos, las películas, y eventualmente permitirles ver algunos programas de televisión que tengan contenidos apropiados para niños; si son cómicos, mejor, ya que la risa mejora las defensas y 125

disminuye el dolor. Se ha demostrado que el sentido del humor juega un rol importante en la recuperación. La hospitalización de un hijo(a) es una situación muy dolorosa para toda la familia. Por supuesto, al que se hospitaliza se le genera una gran ansiedad de muerte y un enorme miedo a estar solo(a), especialmente si es muy pequeño(a). Además, muchas veces, como el niño(a) no logra comprender lo que sucede, se siente solo(a), siendo necesario que haya algún familiar que lo(a) acompañe para evitar que se sienta abandonado(a). Cualquiera sea la gravedad del niño(a), es necesario asumir una actitud tranquila para no asustarlo(a) y para infundirle confianza en su recuperación, lo que lo(a) hará sentirse protegido(a). Sin embargo, cuando están en cama, lo más importante es la compañía que se les da. Recuerde que una pena compartida es la mitad de la pena, y que los niños tienen mucho miedo y se sienten abandonados cuando están solos, especialmente si se encuentran enfermos. ALGUNOS CONSEJOS

• Explíquele en palabras simples en qué consiste su enfermedad. Si la evolución de ésta será corta, aclárele que se va a mejorar muy pronto si se cuida y cumple las instrucciones. • Dele a conocer la razón de las medidas que se están tomando para que se recupere. Por ejemplo, cuéntele que los bichitos que tiene en el cuerpo hay que combatirlos con el remedio, o que hay que mandarle fuerza al cuerpo para que se defienda y que el jugo de naranja que está tomando le va a ayudar a ser más fuerte. • Explíquele los procedimientos que se utilizan para mejorarlo( a). No le mienta en relación a los procedimientos utilizados con este fin. La verdad es siempre la mejor actitud. • No dramatice, los niños se asustan con facilidad; conserve una actitud tranquila, le ayudará a tener confianza en su recuperación. • Dele espacio para expresar sus miedos y angustias. Dele oportunidad de hablar sobre su enfermedad y sus miedos, ya sean éstos al doctor o a las inyecciones. El silencio sobre los temas difíciles aumenta los temores y de esa manera la ansiedad. El optimismo es básico para subir las defensas del organismo. • Tenga un arsenal variado de juegos y materiales para ayudarle a pasar el tiempo. • Cuéntele cosas divertidas; como usted sabe, el sentido del humor disminuye el dolor y sube las defensas del organismo. • Cuéntele historias de niños que estaban enfermos y se sanaron, poniendo énfasis en lo que hizo el protagonista para mejorarse. Si alguien en la familia ha tenido alguna enfermedad semejante, podrá ser beneficioso que le explique cómo se mejoró. • Utilice el dibujo y la pintura, lo ayuda a expresar sus temores y a librarse de ansiedades. Dígale que dibuje su enfermedad, a los bichitos malos y a los que lo defienden. • El llevar algunos objetos familiares al hospital, una foto de su familia o su juguete preferido, lo hará sentirse acompañado(a). • Ayúdele a recordar cosas bonitas y a imaginar lo que hará cuando salga del hospital. 126

• Sobre todo, ACOMPÁÑELO o consiga COMPAÑÍA. No hay nada que dé una mayor sensación de bienestar que estar bien acompañado. Procure que esté siempre acompañado; los niños se angustian especialmente si están enfermos y los miedos se agigantan cuando están solos.

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Las penas y las tristezas son parte de la vida y es necesario aceptar las pérdidas para crecer emocionalmente. La muerte o extravío de la mascota de un niño(a) es, sin duda, una situación crítica de mucho dolor. Todos los padres tienden naturalmente a querer disminuir las situaciones difíciles que el niño(a) debe enfrentar; sin embargo, ello no puede consistir en negarlas u ocultarlas como si no existieran. Cuando se les miente en relación con la muerte de su animalito regalón, los niños tienen una especie de censor interno que les hace sentir que lo que están contando no es verdad y, si sus padres lo(a) engañan, el niño(a) va aprendiendo que cuando algo es muy difícil es legítimo mentir. Tampoco es aconsejable frente a la muerte de la mascota intentar que el niño o la niña se desconecte de su pena, porque puede ser llevado a disociar sus sentimientos, adquiriendo una actitud de superficialidad en la vida y de desconexión de sus emociones, lo que resulta sumamente desaconsejable para la maduración emocional. Si se le murió su gato regalón debe tener permiso para llorar; es más sano que un niño(a) llore tres días a que no le dé ninguna importancia a esa pérdida. Tampoco es una buena solución comprarle de inmediato otro animalito, porque el niño(a) entenderá que todos los vínculos son desechables y que apenas se pierde algo es posible reemplazarlo. Elaborar la pérdida es una tarea fundamental del crecimiento emocional. Una buena elaboración supone valorar lo que se ha tenido, a la vez que aprender a dejarlo ir sin negar que es doloroso, además de aprender a seguir viviendo valorando lo que se tiene y lo que se tuvo. La pérdida de una mascota es sin duda para el niño o la niña que la sufre una gran pena, y la forma en que la viva y la supere ayudará a enfrentar posteriormente otras pérdidas. Intentar disminuir el impacto emocional es favorable, pero no debe ser hecho a costa de restarle importancia a la pérdida que el niño(a) está experimentando. Como en todas las penas, el único consejo válido es acompañar y explicar lo que el niño(a) va preguntando, reforzando la idea de que esa mascota será siempre parte de sus recuerdos y que ella fue feliz porque tuvo un amigo(a) que lo quiso tanto como él o ella lo hizo. Magdalena, de cinco años, estuvo inconsolable la primera semana después de la desaparición de Benjamín, su perro dálmata que había vivido cinco años en su casa. Al cabo de una semana, contaba más tranquila que ella sabía que Benjamín la había querido mucho y que ella siempre iba a recordar a su perrito, porque había sido muy buen amigo y pidió que le pusieran en un marco una foto de ella con Benjamín. Sólo seis meses después la familia consiguió otro perro, porque hacerlo antes significaba de algún modo hacerle creer a Magdalena que un afecto puede reemplazarse por otro de manera inmediata. Además, la niña no estaba en un primer tiempo en condiciones de querer otro animalito. Cuando el niño(a) sufre una pérdida, la familia debe ser un continente de esa pena en que él o ella encuentre un espacio para desahogarse, tener compañía y consuelo. Una pena compartida es la mitad de la pena. ALGUNOS CONSEJOS

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• Déjelo(a) llorar, reclamar y alegar todo lo que necesite por lo sucedido. La catarsis es la mejor de las terapias. • Escúchelo(a) con atención. Usted hable poco, más bien déjelo( a) expresarse. • Acompáñelo(a) más que de costumbre. Tenga pequeños gestos de afecto. • Hágalo(a) recordar las cosas buenas de su mascota. • Dibuje con él o con ella cosas relacionadas con la mascota. • No intente consolarlo(a) de inmediato con otra mascota. Los vínculos no son desechables. • Si es posible, haga algún tipo de rito funerario. Los ritos ayudan a elaborar las pérdidas. • Exprese usted también sus sentimientos en relación a la mascota y a la pena que el niño(a) siente; de esta manera el niño(a) sentirá que usted sintoniza con sus emociones.

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El peor escenario para enfrentar por primera vez la idea de la muerte en la niñez, es que suceda a raíz de la pérdida de un familiar cercano y querido. Por ello, es recomendable hablar de la muerte con los niños a propósito de la muerte de un animalito o de una persona lejana, y no asumir una conducta de negación o evasión del tema. No hay que temer a expresar la pena que los adultos sienten frente a la muerte de alguien cercano, es necesario tener apertura emocional para explicar al niño(a) lo que sucede. Por medio de esta expresión emocionada de sus padres se favorece que el niño o niña identifique, reconozca y valide sus propios sentimientos frente a la muerte. Los niños, igual que los adultos, tienen el derecho de expresar su pena ante la pérdida de las personas que quieren. Si bien a esta edad no tienen una idea exacta de lo que significa la muerte, sí tienen fuertes sentimientos de pérdida y temor frente a ella. Un proceso saludable para llevar a cabo el duelo supone la conexión del niño o niña con sus sentimientos. Es aconsejable, para esto, permitirle o inducirle a hacer un relato, aunque sea breve, de cuáles son sus sentimientos. Sólo así puede darle un espacio a su pena y de esa manera tener energía para conectarse nuevamente con la alegría de vivir. En general, se aconseja que el niño o niña participe en los ritos funerarios, ya sean misas, ceremonias ecuménicas, asistir al cementerio u otras expresiones de despedida, siempre que quiera hacerlo, sin obligarlo(a). Frente a las interrogantes sobre la muerte, hay que dejarle espacio para que pregunte y dar respuestas apropiadas a su nivel cognitivo y a su estado emocional. Raramente, los niños preguntan sobre la muerte antes de los tres años, pero si lo hacen es necesario darles explicaciones que dada su edad puedan comprender. Jacinta, de cinco años, le explicaba a su hermano de cuatro sobre la muerte, diciéndole lo que ella había entendido de la explicación que su mamá le había dado: «Mira, Emilio, el cuerpo de la abuela estaba cansado y entonces el alma, que es como una parte suelta del cuerpo, se fue para el cielo. Entonces, uno ya no se mueve ni siente nada. Pero nosotros siempre nos vamos a acordar de lo cariñosa que fue la abuela con nosotros». Una manera de ayudar a elaborar la situación frente a los niños es pedirles que hagan algún dibujo para o sobre la persona que se fue, o bien, hacer un álbum de fotografías y recordar los momentos pasados con las personas que ya no están. Uno de los elementos que más nos ayudan a superar las pérdidas son los recuerdos ligados a las personas que queremos y que se han ido. Se dice que la única victoria posible sobre la muerte son los recuerdos. Posteriormente al fallecimiento, el niño(a), al igual que los adultos, deberá adaptarse a los cambios en su vida cotidiana producto de la ausencia de su ser querido, situación que también puede resultarle muy difícil. Será necesario entonces validar también en este período sus sentimientos y acompañarlo en este proceso. Tratar que los niños no se desahoguen y que olviden su pena intentando que no hablen o derivando la atención del tema, es favorecer una conducta disociativa. La disociación es muy peligrosa para el desarrollo emocional, porque el niño(a) se acostumbrará a negar sus sentimientos, limitando su autoconocimiento y su capacidad empática. Una explicación posible sobre la muerte es decirle a los niños que cuando alguien muere es que ya no respira, que no se mueve, no sufre y no siente. No es conveniente 132

utilizar explicaciones metafóricas, como que se fue de viaje o que se durmió, porque pueden provocar reacciones de ansiedad en los niños ante los viajes o a quedarse dormido(a), ya que la mente del niño(a) a esta edad es muy concreta. Por supuesto, las explicaciones necesarias de dar varían según las edades de los niños, por lo que algunas sugerencias posibles son las siguientes: Entre los dos y cuatro años: Explíquele que cuando se muere una persona, ella deja de respirar, no puede moverse y nada le duele. Cuéntele en relación al alma lo que sus creencias le sugieran; por ejemplo, una respuesta muy común y tranquilizadora es decirle que se fue al cielo. Entre los cuatro y los seis años: Explíquele que la gente, cuando se muere, no regresa y que el corazón les deja de funcionar, además de lo que se sugirió como explicación para el período de edad anterior. Sólo desde los ocho años en adelante: Explíquele que dejan de pensar pero que no hay dolor y que no se sabe exactamente qué sucede después de la muerte, pero que sí sabemos que las personas que mueren ya no tienen ninguna preocupación. Hay que darles a entender que la muerte es algo natural, que no es un castigo y que, en general, las personas se mueren cuando están viejas. Pero lo más importante es recalcar que la persona hizo cosas positivas en la vida, que hay que aprovechar las oportunidades que la vida nos ofrece para querer y hacer el bien, y que de esa manera las personas permanecerán en el recuerdo. ALGUNOS CONSEJOS

• Sea sincero(a) en sus emociones, diga «Tengo pena porque se murió, aunque sé que él no sufre, pero me da pena porque no lo voy a ver más». • Intente ser claro en sus explicaciones, adecuándolas al nivel de comprensión del niño o niña. No use metáforas como el sueño o los viajes, porque el niño(a) puede desarrollar miedo a dormir o frente a los viajes. • Si se muere un familiar cercano, hágalo(a) participar en algunos ritos. • Cuando el niño(a) se vea enfrentado(a) a una experiencia de muerte, acójalo(a) en sus emociones y ayúdelo(a) a verbalizar lo que siente. • A veces, hacer dibujos o una carta para la persona que se fue puede ayudar al niño(a) a expresar sus emociones. Basta que el niño diga «Gracias, te quiero mucho», para sentirse aliviado. • Esté preparado(a) para que el niño(a) tenga pena por un tiempo largo si ha perdido a alguien realmente significativo. El peor período son los seis primeros meses después de la muerte. • Utilice sus explicaciones religiosas si las tiene, pero adaptándolas a las capacidades de entendimiento del niño(a). • Explore cuál es el concepto que el niño o niña tiene de la muerte. • Si ve un animalito muerto, use el concepto de muerte, explicando, por ejemplo: «Se murió, ya no sufre ni puede moverse». • No esconda su pena, lo peor de las muertes que los niños ven en la televisión es que 133

son muertes que nadie llora.

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El divorcio o las separaciones son un tiempo de dolor, en el cual es necesario reorganizar los roles familiares y realizar un fuerte ajuste personal para poder seguir funcionando. Es indispensable entender que el divorcio es un proceso en que no terminan las relaciones familiares, sino en que se cambian y modifican las relaciones de pareja, pero en el que los vínculos afectivos con los niños deben permanecer para que ellos tengan muy claro que siguen siendo familia. Aunque se tomen todas las precauciones para hacerlo lo mejor posible y no herirlos innecesariamente, la separación de los padres para los niños siempre implica una pérdida. Una de las situaciones que más afecta al niño(a) es que el contacto con el padre que no vive con él o ella se hace mucho menor. Esta situación es vivida por el niño(a) como un distanciamiento del padre que se va de la casa; por más que le expliquen que la separación es de ellos y no del niño( a), los hijos suelen experimentar una sensación de abandono que se mezcla con una percepción de no ser lo suficientemente querido(a), lo que muchas veces se traduce en una falta de confianza en sí mismo(a). Valeria, de tres años y medio, después de la separación de sus padres se veía muy triste, había perdido el interés por los juegos y le preguntaba con frecuencia a su mamá: «¿Me quieres todavía?». Esta pregunta reflejaba evidentemente que la niña sentía que su papá la había dejado de querer o no la quería lo suficiente, ya que se había ido. Además, se había apoderado de ella el temor de perder el cariño de su madre también. En forma absolutamente irracional, la niña sentía que de algún modo ella era culpable de la separación de sus padres, lo que se reflejaba en una pregunta que le hizo a la abuelita: «¿Se fue mi papá porque yo lloré?». Desafortunadamente, cuando el papá se fue, la niña presenció una pelea entre sus padres y cuando ella se puso a llorar, el papá le dijo en tono autoritario: «¡Váyase a su pieza!». Esta lamentable coincidencia generó en ella la idea irracional de que era la responsable de la separación de sus padres porque había llorado. Los niños necesitan una respuesta verdadera, clara y apropiada a su desarrollo cognitivo, a sus dudas, inquietudes y preguntas, por lo que a esta edad hay que hablarles con palabras claras y sencillas. Si no le cuentan la verdad, el niño o la niña percibirá el dolor, las hostilidades y las ausencias, sin saber a qué atribuirlas. Si de alguna manera percibe que está siendo engañado, perderá la confianza en los adultos. Aprenderá, además, a no preguntar, lo que es muy peligroso para su desarrollo emocional y cognitivo. Es deseable que ambos padres mantengan fuertes vínculos con el niño(a), aunque el resentimiento entre ellos sea muy grande. La única excepción la constituyen los padres maltratadores o que por alguna alteración psiquiátrica grave son un riesgo real para la salud física o emocional del niño o niña. Los padres dejan de ser cónyuges, pero no de ser padres. Las parejas en que prima el amor a sus hijos sobre los resentimientos personales, logran muchas veces ser una buena pareja parental, aunque ya no sean una pareja conyugal. En una buena pareja parental, ambos continúan preocupados del bienestar de los niños, tanto emocional como material, y tienen una actitud de facilitar al otro su paternidad o maternidad, porque saben que ellos los necesitan a ambos. Hay entre los padres una actitud de cooperación y no de competencia. 136

De esta manera, intentan negociar los desacuerdos pensando en el niño(a) más que en sus propios derechos o beneficios. Por supuesto, evitan el costo emocional que tiene para el niño o niña presenciar las peleas. La única ventaja que puede tener la separación de los padres para un niño(a) es no tener que presenciar las peleas de éstos, porque si siguen peleando, el niño estará expuesto a cuadros de ansiedad. A veces, el recordar qué le producían a usted de niño(a) las peleas entre sus padres puede hacerle comprender la enorme angustia que un niño(a) puede sentir cuando sus padres se pelean. Son perfectamente comprensibles las rabias y las frustraciones que tenga con su ex pareja, pero recuerde que la salud mental de sus hijos es más importante, por lo cual ponga freno y elabore sus conflictos. Haga catarsis con sus amistades y familiares, y pelee si quiere, pero no con los niños presentes. El peor error que pueden cometer los padres es involucrar a los niños en sus conflictos, es decir, usarlos como puente para que lleven o traigan mensajes; por ejemplo: «Dile a tu papá que se acuerde del cheque», o «Insístele para que te traiga temprano, porque el sábado pasado llegaste muy tarde». Otro error que es inaceptable, aunque lo que se diga sea verdadero, es descalificar al padre o a la madre para descargar la rabia. Aunque a usted le cueste aceptarlo, los padres son siempre el modelo de identificación de los hijos, y si usted descalifica al padre le está haciendo, aunque no lo quiera, un grave daño a sus hijos. No traspase los problemas de pareja a sus hijos, ya que ellos ya tienen una cuota de sufrimiento con la separación. Es necesario que los dos padres hagan el mayor de los esfuerzos para aliviar el miedo al abandono y a la falta de afecto, estableciendo relaciones seguras con ambos padres. Los niños pasan la cuenta años más tarde, llevados por las rabias de los errores que los padres cometen. Un niño de siete años decía: «Yo sé que mi papá se preocupa poco de mí, me deja botado y por eso lo odio; pero también odio a mi mamá, que me repite todo el día lo malo que es mi papá. Cuando me acuerdo, pienso: ¿para qué me habrá dado un papá tan malo?». Por supuesto que no era eso lo que buscaba la mamá del niño, que queriendo mucho a su hijo no podía controlar su rabia y hacía toda clase de comentarios negativos sobre el padre. Durante el proceso de separación y por el resto de la vida es importante que los hijos de padres separados sientan que cuentan con sus dos padres, que ellos los acompañan en los momentos importantes y que son para ambos prioridad uno. Si usted quiere a sus hijos, no los haga vivir experiencias innecesariamente dolorosas, debido a que ya es bastante difícil para él o ella la separación. Las separaciones implican pérdidas muy complejas como para que se le agreguen más conflictos a la situación, arriesgando el equilibrio emocional del niño(a). Cuando las dificultades son muchas, a veces es bueno conversar con expertos en mediación para el divorcio, a fin de buscar acuerdos que favorezcan al niño(a). Algunos niños, después de la separación, pierden el interés por el colegio; otros incluso desarrollan episodios de fobia al colegio, por temor a que cuando esté en el colegio la madre (en el caso de que viva con ella) también desaparezca. Es frecuente que los niños asuman comportamientos fuertemente regresivos, por ejemplo que empiecen a hablar como niños más pequeños, se succionen el pulgar o vuelvan a mojar la cama cuando ya habían logrado este aprendizaje. Muchos de estos síntomas son transitorios y 137

desaparecen si la situación es bien manejada, pero si no lo es pueden persistir, especialmente los sentimientos de tristeza y de abandono, así como la idea irracional de no ser digno(a) de ser querido( a). Un síntoma menos frecuente, pero quizás más preocupante, es cuando los niños reaccionan en forma sobremadura, no permitiéndose la expresión de sus legítimos sentimientos de pena y de miedo. En ocasiones, a pesar de ser tan pequeños, incluso intentan consolar a su padre o a su madre para que no tenga pena, asumiendo un rol parental que no les corresponde. Por otro lado, también es frecuente que los niños se enfermen o hagan cuadros somatomorfos después de la separación. Si pasados seis meses los signos de tristeza en el niño(a) permanecen igual o se agravan, no dude en consultar. Aunque falte uno de los padres recuerde que ustedes son una familia, por lo tanto haga de su casa un hogar alegre, atractivo y acogedor, aunque es posible que le cueste esfuerzo. Cuide de hacer sus descargas emocionales con su familia o con sus amigos, pero no con el niño(a) ni delante de él o ella. Es importante mantener y ampliar el contacto con otras personas de la familia de origen, para que los niños tengan una noción de familia estable y una sensación de seguridad en los lazos familiares. En relación a la inclusión de parejas nuevas en la vida del niño o niña, hay que ser extremadamente cauteloso(a) siempre, especialmente durante el primer año. Los niños reaccionan mal y con muchos celos y rabias frente a las nuevas parejas. Es posible que usted esté muy contento(a), pero el niño(a) no tiene por qué querer a su nueva pareja de inmediato y es normal que le tenga rabia. Dele un tiempo para elaborar la situación de separación al niño(a) y dese un tiempo usted también para estar seguro(a) de que la relación amorosa es definitiva, sólo entonces preséntele a su nueva pareja. Al comienzo expóngalo(a) a tiempos breves y déjese siempre un tiempo para estar a solas con el niño(a). Analice cómo es la relación de su nueva pareja con el niño o niña, antes de tomar una decisión. Estas precauciones hacen más fácil la aceptación de la otra persona por el niño(a) y favorecen el vínculo posterior. Los apresuramientos y las imposiciones sólo consiguen el rechazo, que es seguramente lo que usted busca evitar, y a lo mejor también consigue que cometa un error que ya no sólo lo involucra a usted, sino que además a los niños. Es probable que en esta nueva relación no sea todo tan fácil como esperaba; por el contrario, es posible que se encuentren con muchas dificultades que deberán ir enfrentando todos juntos, de manera de salir fortalecidos de esta situación. Para los niños, las nuevas relaciones amorosas estables de sus padres no son buenas ni malas en sí mismas, sino que dependerán de las actitudes de ellos. Sin embargo, recuerde que los niños no deben perder la relación con su progenitor, ya que esa relación no desaparece con la separación o las nuevas uniones de los padres. Dese tiempo y espacio para estar a solas con el niño o niña, para escucharlo(a), para jugar con él o ella, para hacerlo(a) sentir y saber lo mucho que lo(a) quiere y, en lo posible, permítaselo a su otro padre. ALGUNOS CONSEJOS

• Dese el tiempo para contarle al niño(a) la verdad en forma clara y adaptada a su edad. Garantícele que ambos lo(a) siguen queriendo y siendo sus papás, y que 138

estarán siempre preocupados por él o ella. • Deje que el niño(a) exprese sus emociones en relación a la separación, sin intentar discutir lo que siente; escúchelo(a) y consuélelo(a). Tranquilícelo(a), si ello es verdad, diciéndole que los padres lo(a) van a seguir queriendo igual. Permítale expresar sus penas y preocupaciones. • No descalifique jamás a la otra figura parental delante del niño( a); no sólo daña al otro padre, al que más daña es a su hijo( a). • Fije reglas de visitas razonablemente estables, pero sea lo más flexible y generoso(a) para que pueda cambiarlas cuando sea necesario por el bien del niño(a). • Es muy importante que los padres mantengan una relación de respeto mutuo, especialmente frente al niño(a). Haga su mejor esfuerzo por mantener una relación positiva con el papá o la mamá de los niños. • Intente eliminar de la mente del niño(a) las fantasías de ser culpable que pueda tener por la separación, insistiéndole que es un problema entre los padres. • No involucre a otra persona en la relación hasta que haya pasado al menos un año y siempre que esté seguro(a) de que es una relación definitiva. • Dese más tiempo que nunca para estar con los niños a solas. Recuerde que la relación uno a uno es la mejor para conversar y crear vínculos afectivos. • No sobreinvolucre a los niños. No los haga tomar partido. Aunque no sea su intención, esta actitud daña enormemente la mente infantil. • Aumente el contacto social con otras personas de la familia y con amigos, para que el niño o la niña sienta una red afectiva que lo(a) apoya. • Mantenga y cree rituales agradables y afectuosos; tenga rutinas claramente establecidas, como comer juntos, leer cuentos, rezar o jugar, para facilitar vínculos afectivos y para que se sienta muy querido(a).

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Hay evidencia de que el problema del abuso es más frecuente de lo que habitualmente se piensa, y cuando sucede produce mucho daño y sufrimiento en los niños y su familia. Es por esta razón que hay que hacer todo lo que esté a nuestro alcance por prevenirlo o detenerlo. Aunque la mayor parte de las personas parece creer que el abuso es una situación sumamente infrecuente, desafortunadamente ocurre en una proporción lo suficientemente alta como para que resulte necesario preparar a los niños, pero por sobre todo a los padres, para reconocer este tipo de amenaza. Resulta necesario ser capaces de identificar señales que puedan estar dando cuenta que los niños están siendo víctimas de una situación de abuso sexual. Un trabajo que revisó las mejores diecinueve investigaciones sobre el tema, concluyó que una de cada cinco niñas y uno de cada diez niños han sufrido abuso sexual. Aun cuando hay una diferencia por sexo de dos a uno, siendo las niñas más afectadas que los niños, la frecuencia de abusos en ellos también resulta muy preocupante y posiblemente menos denunciada. Habitualmente, el abusador utiliza un factor de complicidad con el niño o la niña. Sin embargo, también puede suceder que el abusador( a) amenace al niño o niña que si le cuenta a sus padres sobre lo que han hecho, no le van a creer y lo van a castigar duramente. Asimismo, pueden amenazarlo(a) con que si habla le van a suceder cosas espantosas, ya sea al niño(a) o a su familia, por lo que esta actividad tiene que ser un secreto entre ambos, es decir, compromete bajo intimidación al niño(a) a guardar silencio. Un adulto que seduce a un niño(a) le suele dar explicaciones que lo(a) confunden, diciéndole que se trata de un juego, le garantiza que lo(a) quiere mucho y suele explicarle al niño o niña que es una persona muy especial para él o ella, con lo que el niño(a) se siente muy halagado(a). De esta manera, las estrategias de los abusadores van desde la fuerza y la amenaza hasta la seducción, utilizando el engaño, chantaje y manipulación. En definitiva, el abusador utiliza el poder que tiene sobre el niño(a) para asegurar el silencio, de manera que estos personajes mantienen aterrorizados a los niños. Cuando el abusador es un desconocido, se aprovecha de la natural curiosidad de los niños pequeños o de su interés por los regalos y de situaciones de descuido por parte de las personas que están a su cargo. Generalmente, se acercan a ellos tratando de ganarse su confianza o tentándolos con regalos o promesas, con lo cual consiguen llevarse al niño(a) a lugares aislados donde pueden abusar de él o ella utilizando la violencia como forma de someterlo( a). No obstante, la mayoría de los casos de abuso sexual son cometidos por personas conocidas por el niño(a), que se aprovechan de su necesidad de afecto y dependencia, así como del hecho que los niños están socializados para ser obedientes en forma indiscriminada frente a los adultos. A diferencia del abuso cometido por desconocidos, donde hay una violencia inmediata, cuando es cometido por una persona conocida por el niño(a) suele comenzar con una aproximación afectuosa que lo(a) confunde enormemente. Mientras más cercana sea la relación con el abusador y cuando más protector debiera ser su rol, más dañinas 141

pueden ser las consecuencias psicológicas, como en los casos en que el abuso ha sido perpetrado por uno de los padres. Los investigadores de esta problemática han observado que el abuso sexual suele tratarse de un proceso que se desarrolla en el tiempo, identificando cuatro fases. La primera de ellas es la de seducción, en donde el abusador busca ganarse la confianza del niño( a), confundiéndolo(a) y asegurándose de que la situación se mantendrá en secreto. Posteriormente, el abusador comienza a mantener actividades sexuales cada vez más intrusivas, que van desde el exhibicionismo, caricias eróticas y masturbaciones, hasta la penetración, que no ocurre en todos los casos y suele presentarse muy avanzada en el tiempo. Esta etapa se ha denominado fase de interacción sexual abusiva, siendo central reconocer que todas estas conductas son abusivas y afectan enormemente al niño(a), no remitiéndose solamente a la penetración. Lamentablemente, no en todos los casos ocurre la tercera etapa, llamada fase de divulgación, que se refiere a la revelación por parte del niño(a) o al descubrimiento por otra persona de la situación abusiva, que hasta entonces se mantenía en secreto. Este momento se caracteriza por ser de mucha crisis para la familia, siendo imprescindible que los adultos responsables apoyen al niño(a), y que ellos a su vez puedan buscar y recibir el apoyo de otras personas e instituciones. Luego de que la situación de abuso sale a la luz, es posible encontrarse con dos reacciones opuestas, a saber: una fase de protección y detención del abuso, o bien, una de represión y continuación del abuso. La primera es aquella que permitirá que el niño(a) retome su desarrollo en forma saludable, pudiendo trabajar aquellas áreas que puedan haberse visto más afectadas en él o ella a partir de la situación abusiva, y le permitirá tener la experiencia de un vínculo protector positivo con aquellas personas que le creyeron, protegieron y acogieron en los momentos difíciles. El segundo caso es, lamentablemente, una situación muy común, produciéndose una retractación de lo revelado. El niño(a), al sentirse presionado(a), ya sea abiertamente por un adulto que le pide que desmienta lo que dijo, o debido a las grandes repercusiones y costos que tuvo su denuncia, niega todo lo que ha dicho, diciendo que lo ha inventado y que lo que afirmó no es verdad. En estos casos, ni el niño(a) ni la familia pueden recibir el apoyo necesario para reparar lo sucedido y retomar un desarrollo sano, sino que, muy por el contrario, generalmente las situaciones abusivas continúan y el niño(a) queda aún más dañado(a). Desafortunadamente, las víctimas, por lo general, son niños pequeños o personas con discapacidad física o mental, siendo el grupo de mayor riesgo el de los niños(as) que van desde los cinco a los nueve años. En los niños hombres parece ser más frecuente el abuso extrafamiliar, siendo la mayor parte de ellos realizados por hombres, por lo general jóvenes, aunque también los hay mayores, adquiriendo en estos últimos casos una mayor connotación homosexual. No debe descartarse también la posibilidad de actos abusivos hacia niños del sexo masculino realizados por mujeres cercanas al niño. El abuso sexual tiene consecuencias en los niños y en sus familias, tanto en los aspectos físicos como en los psicológicos. Las consecuencias son sumamente variables, dependiendo de muchos aspectos, tales como la gravedad del abuso, su duración, la relación del niño(a) con el abusador, las estrategias utilizadas por el abusador y las características personales del niño(a), entre otras. 142

Sin duda, lo más importante para disminuir las consecuencias que deje el abuso en un niño(a) y ayudarlo(a) a reparar la situación vivida, será la respuesta que tenga el entorno del niño(a) para darse cuenta de lo que está viviendo, creerle, protegerlo(a) y apoyarlo( a) en todo momento. Es fundamental que aleje al niño(a) y evite todo contacto con el abusador, a pesar de que existan lazos sanguíneos. Si no le creen al niño o niña lo que le sucedió, o bien, si lo(a) inculpan con frases como «Tienes que haber hecho algo para que te suceda algo así», esto se convierte en una nueva agresión que daña nuevamente al niño(a). De esta forma, el abusador(a) habrá estado en lo correcto al decirle que nadie le creería, creciendo el niño( a) sin personas en quien confiar, y probablemente prolongando la situación de abuso. Las señales que deben alertar a los padres de un posible abuso son: – Desconfianza marcada y no habitual frente a desconocidos y una actitud excesivamente atemorizada a ir a ciertos lugares o quedarse solo(a). – Los niños tienen temor a que el abuso se repita, por lo que pueden tener importantes síntomas de ansiedad. – Con frecuencia presentan dificultades en el sueño, como insomnios o pesadillas. – Hay que atender a cambios significativos en la personalidad o comportamientos del niño(a). – Conductas sumamente erotizadas y un manejo de información excesiva de carácter sexual para su nivel de edad, que pueda explicarse solamente a partir de una posible vivencia de abuso. Los niños y niñas en edad preescolar deben estar siempre protegidos, considerándose un acto de negligencia el dejarlos con personas desconocidas. De todas formas, hay que enseñarles que nadie debe tocar su cuerpo sin su autorización, y que las personas que quieren tener secretos con ellos sin que sepan sus papás, no suelen ser buenas. Es aconsejable clarificarle a los hijos que sus padres están disponibles para ellos en lo bueno y en lo malo, pudiendo confiarles todos sus secretos, y que si alguna vez les llega a pasar algo malo, se estará ahí para apoyarlos y protegerlos. En todo caso, esté atento a cambios bruscos de comportamientos o de actitudes en los niños. Si, por desgracia, usted sospecha que el niño o niña ha sido víctima de un abuso, es indispensable que pida ayuda especializada inmediatamente. ALGUNOS CONSEJOS

• Acostumbre a su hijo(a) a que pueda hablar de todo, no le diga, por ejemplo, «Eres muy chico todavía para preguntar esas cosas». • Créale al niño(a) cuando le cuenta sus cosas; tenga una actitud abierta. Si él o ella siente que usted no confía en las historias que relata, no tendrá la confianza para decirle si le ha pasado algo malo. • Aprenda a escucharlo(a) sin interrupciones, aunque usted ya conozca el final de la historia. • Dele educación sexual apropiada para su edad y deje que le haga todas las preguntas necesarias. • Si el niño(a) le dice que ha sido abusado(a), créale lo que le cuenta, habitualmente es 143

cierto. El daño será el doble si, además de la horrible situación que han debido sufrir, no se les cree cuando revelan el abuso. Esta revelación provocará una gran crisis familiar, y probablemente a usted le será doloroso y difícil creerle al niño(a) porque usted también tiene una relación emocional con el abusador, pero recuerde que el niño o niña es sumamente vulnerable, no tiene cómo defenderse por sí solo(a), dependiendo física y emocionalmente de usted y su cuidado. • Si tiene sospechas de que el niño(a) ha sido abusado, no dude en consultar de inmediato. Todo niño(a) abusado, así como su familia, necesita y tiene derecho a recibir ayuda psicológica. • Enséñele que nadie puede tocarlo(a) donde él o ella no lo desea. • Alértelo(a) frente a las personas que quieran tener un secreto con él o ella. Con los papás no se tienen secretos. • Dígale que nunca debe aceptar invitaciones de personas desconocidas y menos si le ofrecen dulces. • Garantícele con hechos y palabras que siempre podrá confiar en usted.

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Vivimos en un planeta que no sólo es modificado por las acciones del ser humano, sino principalmente por la naturaleza. Existen ciertos eventos naturales de gran intensidad que pueden afectar a parte de una población y aunque se tenga conocimiento acerca de la posibilidad de su aparición, son imposibles o difíciles de prever con tiempo suficiente y exactitud. Entre ellos se encuentran fenómenos como las tormentas, los huracanes, los tsunamis, las inundaciones, los aluviones, los terremotos y las erupciones volcánicas, entre otros. Estos desastres naturales, que pueden ser enormemente catastróficos en sus repercusiones para la comunidad y el país, son sin duda situaciones de crisis inesperadas para las personas a las que les toca vivirlos, ya que sobrepasan sus capacidades y recursos para hacerles frente. Los niños son aún más vulnerables porque dependen física y emocionalmente de los adultos para comprender lo que está pasando, sentirse seguros, obtener la ayuda que necesitan y expresar lo que sienten. Las reacciones de los niños ante desastres naturales, muchas veces son exacerbadas por las que los adultos responsables han mostrado ante la situación de crisis. Si los padres pierden el control y se muestran muy angustiados, los niños percibirán este temor y les será muy difícil sobreponerse, sentirse protegidos y recuperar la seguridad. Los meses que siguieron a un terremoto, la mamá de Cristina, que está en primero básico, no la dejaba ir a cumpleaños y la retiraba del colegio cada vez que había una réplica. La mamá decía a la profesora que no le importaba si repetía el año por inasistencia, pero que ella la iba a seguir retirando cuando hubiera temblores. A Cristina le costó mucho volver a ir al colegio, lloraba muy angustiada cada vez que había una réplica y se le hacía difícil pasarlo bien en los recreos porque estaba muy preocupada por si se producían o no movimientos. Es importante que los niños cuenten con la información suficiente y apropiada para su edad, para poder comprender lo que han vivido y recuperar paulatinamente el control que han perdido. Una niña de cuatro años no quería volver a entrar a su casa porque decía que ahí había entrado un terremoto. Es importante escuchar los relatos de cómo los niños se explican lo acontecido, corregir ideas incorrectas y estar atentos a responder a sus preguntas. Los niños tienen que saber: – Las causas y descripción del fenómeno natural que vivieron. – Que no son culpa de nadie y saber que son relativamente infrecuentes. – Cómo protegerse y conocer las acciones que se pueden hacer para enfrentarlos. Las catástrofes naturales no pueden preverse, pero sí es posible anticipar su posible aparición en una zona y enseñar a los niños cómo hay que enfrentarlas, cuáles son las señales de alerta, con qué elementos se debe contar en las casas para las emergencias, cuáles son lugares seguros, cómo llevar a cabo una evacuación, etc. Con posterioridad a la crisis, los niños necesitarán de espacios para poder contar lo que sienten y construirse una narrativa que permita organizar lo ocurrido y tomar un mayor control de la experiencia. Los padres tienen que estar receptivos a escuchar los relatos de sus hijos sobre la catástrofe para acoger sus sentimientos de miedo, impotencia, 146

rabia, pena, culpa y/o vergüenza. Marcelo le teme a las tormentas y cuenta que cada vez que empieza a llover fuerte y hay truenos a él le duele el estómago. Su mamá, a quien le cuesta mucho verlo llorar y asustado, le enseñó que lo mejor es no pensar en la tormenta y tratar de olvidarse. Las buenas intenciones de su madre no lo han ayudado a conectarse con lo que siente y ver qué o quién lo ayuda a estar mejor cuando se enfrenta a una situación difícil. Debido a que el lenguaje se encuentra en desarrollo y a que pueden tener dificultades para expresar lo que sienten, los niños también se ven beneficiados por otros medios de expresión como son los dibujos, los deportes, los juegos o la música. Estas actividades, a su vez, son muy reparadoras porque permiten volver a pasarlo bien y reír, sin sentirse culpable por ello. Luego de una catástrofe, los niños pueden volverse muy dependientes de sus padres, pueden estar más irritables, asustadizos o llorones, e incluso pueden presentar conductas regresivas como volver a hacerse pipí o chuparse el dedo. Es por ello que los niños necesitan a sus padres cerca hasta sentirse fuera de peligro. Lo primero es hacer lo necesario para que los niños se sientan protegidos y recuperen su seguridad. Es muy frecuente que en estas circunstancias los niños quieran dormir algún tiempo en la cama de sus papás o que no quieran salir de la casa como antes solían hacerlo. El contacto corporal es una necesidad primaria en estas situaciones, tal como lo es para un bebé en un mundo desconocido sentir el calor, el olor y los latidos de su mamá y papá. No les niegue el cariño. Es normal estar asustado, está bien tener miedo. Abrazar, acurrucar y hacer masajes que estimulen la calma, le permitirán al niño bajar sus niveles de ansiedad para continuar con su desarrollo normal. El enorme monto de ansiedad que genera una situación catastrófica en un niño puede provocarle trastornos en el sueño como dificultades para quedarse dormido, pesadillas o despertarse varias veces por la noche; presentar malestares físicos, como dolores de estómago o cabeza; y dificultades de atención que afectan su desempeño académico. Poder descansar, aprender y divertirse es central en el desarrollo de los niños, y esto puede verse interferido a causa de ser víctima de un desastre natural. Hay que hacer esfuerzos para favorecer estas situaciones con medidas tales como: generar espacios de calma antes de dormir, contando historias sin contenidos atemorizantes; volver a clases, incorporando a las clases lectivas movimientos y ejercicios, y hacer evaluaciones breves y que incluyan menos contenidos; ofrecer una pelota o cantar una ronda, y ofrecer instancias para compartir con sus pares. Todos respondemos de manera distinta ante situaciones de crisis, algunos niños tenderán a aislarse o ensimismarse, en tanto otros se volverán más inquietos o agresivos, exacerbándose problemas de conducta previos. En ambos casos, los niños necesitan ser contenidos y acogidos por adultos cariñosos que sean capaces de comprender lo que han vivido y los ayuden a expresar por diversos medios sus ansiedades. Una de las condiciones favorecedoras es poder retomar una rutina que permita sentir que se retorna a una cierta normalidad. Sin embargo, muchas veces estas catástrofes naturales van acompañadas de efectos secundarios que hacen que todo sea aún más doloroso: la muerte de un familiar, el cambio de casa o escuela y la pérdida de trabajo de los padres. En lo posible restablezca el orden cotidiano y procure disminuir los efectos secundarios que acarrea una crisis, siempre y cuando esto no conlleve un riesgo para su 147

seguridad. Otro elemento favorecedor es desarrollar acciones solidarias con su hijo(a) con aquellos que están en una posición más desfavorecida, devolviendo la esperanza en que es posible hacer cosas para estar mejor y rescatando la bondad del ser humano en situaciones difíciles. Sembrar la esperanza y la confianza en sí mismo para salir adelante, son factores decisivos para salir fortalecidos de las situaciones de crisis. Algunas acciones solidarias pueden ser: escoger ropa y juguetes para regalar, ir a visitar a vecinos para saber si necesitan algo, organizar actividades recreativas con niños damnificados y llevar comida. Lo importante es que su hijo(a) aporte y se sienta partícipe de la ayuda a otros. Es esperable que los niños presenten comportamientos anormales ante una situación que NO es normal, por lo que debe tener paciencia, no alarmarlo(a) por estas reacciones y, por el contrario, normalizarlas y comunicar que irán disminuyendo. Todos los miembros de la familia necesitarán tiempo para calmarse y volver a funcionar como antes; no se apure. Si el malestar es excesivo o persiste por mucho tiempo, consulte a un especialista, porque es posible que requiera de medicamentos para disminuir la ansiedad o de una terapia de apoyo para estabilizar y restablecer un funcionamiento adecuado. ALGUNOS CONSEJOS

• Dele a los niños espacios para expresar sus emociones (miedo, pena, rabia, vergüenza o culpa). • Pregúntele qué cosas le dieron más miedo y qué o quiénes lo tranquilizaron. Cuide de no sobrefocalizarse en la tragedia, para no contagiarle su angustia a su hijo. • Trabaje libros y léale cuentos sobre desastres naturales, por ejemplo «Cuando la tierra se movió» y «Bruno y Violeta sobreviven al terremoto». • Realice con ellos dibujos en que puedan expresar lo que sintieron durante la catástrofe. • Estimúlelos a moverse y hacer deporte para liberar las tensiones. Juegue con ellos, permítales pasarlo bien y reírse. • Promueva en el niño acciones solidarias con las personas que puedan estar sufriendo. • Entregue información sobre el fenómeno que vivieron, sus causas y consecuencias. Por ejemplo, en el caso de terremotos, es importante que le explique sobre las réplicas que es normal que continúen por algunos meses, pero que no vuelven a ser tan fuertes como el terremoto. • Explique las medidas de seguridad que se deben adoptar para aquellos fenómenos posibles de su zona.

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CONSTELACIONES FAMILIARES Y SITUACIONES ESPECIALES

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En esta sección del libro se describen y se entregan algunas orientaciones para comprender y enfrentar situaciones familiares que, sin corresponder necesariamente a problemas o crisis, con frecuencia les plantean a los padres dudas o incertidumbres acerca de cuál será la mejor manera de abordarlas. Muchos padres sostienen con mucha convicción y seguridad: «Yo educo a todos mis hijos por igual». Si bien esta afirmación corresponde a un deseo legítimo de actuar con justicia, es absolutamente imposible de lograr, por diversos factores. En primer lugar, debido a que cada niño(a) nace en un momento distinto de la familia, el primero llega cuando los padres son jóvenes y además inexpertos en la crianza de los niños, en tanto que el menor puede llegar cuando los padres están más estables o en una situación de crisis. Un segundo factor que influye en la forma en que se educa a los hijos reside en que cada hijo(a) posee características genéticas particulares; así, por ejemplo, un niño puede ser más extravertido que sus hermanos o hermanas Un tercer factor que se aborda tiene que ver con que cada hijo( a) ocupa una posición determinada en relación al resto de los hermanos. El hecho de que cada hijo o hija ocupe en la familia un lugar específico, sin duda contribuye a determinar en él o ella algunos rasgos particulares de personalidad, que derivan de ocupar esa posición. Así, el hijo(a) único(a), en la medida en que no tiene con quien compartir, puede sentirse más solo(a) y corre el riesgo de ser más egoísta, en tanto que el mayor tiene más posibilidades de ser dominante porque tiene un desarrollo psicológico que sus hermanos, especialmente si hay mucha diferencia de edad entre ellos, no tienen. Sin embargo, no se trata de un determinismo absoluto, sino que de una mayor probabilidad de presentar ciertas características de personalidad, las cuales pueden ser modificadas a través de la socialización recibida. Para los padres, conocer las ventajas y los riesgos de estas situaciones especiales en la familia puede ser una ayuda para evitar que en las formas que utilizan para socializarlo(a) se acentúen los riesgos que conllevan estas situaciones particulares. Se trata entonces de descubrir maneras de relacionarse con su hijo o hija, para lograr que las ventajas que tiene el estar en ese lugar específico en la familia se vean potenciadas. Así como el lugar que ocupa en la familia influye en la personalidad del niño(a), hay otras condiciones y características de algunos niños que deben ser tomadas en cuenta al momento de educarlos, no porque constituyan desventajas, sino porque son condiciones específicas a las que es necesario atender. Por ejemplo, cuando un niño(a) es zurdo, que si bien no es un problema y no tiene mayores consecuencias, será necesario tomar algunas precauciones para facilitarle la escritura, la que a veces se complica en sus inicios porque los sistemas de enseñanza están diseñados para los alumnos diestros. Se aborda además en esta sección del libro una miscelánea de situaciones como son los efectos de la televisión, el amigo imaginario, la relación con el dinero y otras que constituyen temas de consulta habitual de los padres al convertirse en dificultades recurrentes. Muchas de estas situaciones, que como se ha dicho no son problemas, pueden llegar a constituirse en uno en el futuro si no se abordan oportunamente.

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Cada día son una realidad más frecuente las familias con hijos únicos. En ocasiones, tener un solo hijo responde a una opción personal en que la pareja o la madre es quien toma la inicial decisión de no tener más niños. Decisión que es legítima, porque no es positivo tampoco para los hijos no ser deseados por sus padres. Otras veces, el niño(a) se queda sin hermanos porque los padres tienen problemas para procrear, o bien por el aumento de las separaciones en los primeros años de matrimonio, que suele dejar al niño(a) sin hermanos. Ser hijo(a) único(a) y crecer sin la compañía de hermanos no determina que los niños vayan a ser necesariamente mal criados, tímidos o carecer de habilidades sociales; sin embargo, puede influir en que presenten estos problemas. Para un niño(a) solo se hace más difícil establecer vínculos con otros niños. Un factor que influye en el carácter de los hijos únicos es la forma en que son educados, porque los padres ponen en ellos todas sus expectativas y sus ansiedades, lo que sin duda es una sobrecarga para los niños. Crecer sin niños cercanos en edad implica no tener un par con quien compartir. Los hermanos, por mucho que peleen, establecen una relación de compañía. Cristián, de dieciocho años, que es hijo único, relata: «Cuando era chico y me había peleado con algún amigo, lo único que deseaba era tener un hermano para hablar del tema y desahogarme». Cuenta aún, con un dejo de tristeza: «Cuando tenía cuatro años y me pasaba algo malo me encerraba en el baño y le hablaba al espejo contándole lo que me pasaba. A veces, todavía me siento muy solo a pesar de que tengo muchos amigos». Un niño(a) que crece sin hermanos no tiene aliados, por lo que no cuenta, tanto para las cosas buenas como para las pequeñas travesuras, alguien con quien compartirlas. Los niños que tienen hermanos, además de hacer planes en conjunto, aprenden a enfrentar juntos a los padres, a los amigos, a los primos, y en este sentido desarrollan la capacidad de buscar apoyo y de negociar. Es importante dar margen de libertad razonable y de permisos, ojalá sean semejantes a los que tienen otros niños de la misma edad, ya que uno de los rasgos que suele caracterizar la educación de los hijos únicos es la sobreprotección. Los hijos únicos, siempre y cuando no se les den las suficientes oportunidades sociales, podrían tener dificultades cuando sean adultos para buscar apoyo en situaciones de crisis, problemas para lograr consensos y desarrollar una tendencia a actuar sin consultar las opiniones de los demás. Estas dificultades los llevarían, eventualmente, a equivocaciones por falta de contrastación de sus opiniones con el juicio de las otras personas; las opiniones de los demás siempre tienen una influencia reguladora en las conductas. Los hijos únicos no acostumbran a perder fácilmente, mientras que cuando hay varios hermanos esa experiencia es cotidiana. El hijo( a) único(a) no tiene que ceder el turno para la televisión, para la ducha o para el uso de un juguete; entonces, cuando se encuentre en situaciones sociales en que debe hacerlo, puede sentirse muy frustrado porque está acostumbrado a que todo sea para él o ella, incluso la atención de sus padres. Pero no todo son desventajas, el hijo(a) único(a) recibe un trato más personalizado de los padres que los hijos de familia numerosa, ellos no generalizan diciendo: «Miren, 152

niños, lo que les traje», o «Es hora de que las niñitas se vayan a acostar», sino que se refieren al hijo o a la hija por su nombre, lo que puede tener efecto positivo sobre su personalidad. En la medida en que todos los recursos de los padres, tanto psicológicos como económicos, se concentran en un solo niño(a), este hijo(a) puede ser más estimulado cognitivamente. Algunos estudios plantean que los hijos únicos tienen mayor rendimiento escolar y laboral, pero la mala noticia en relación a ellos es que también están más predispuestos a tener cuadros de estrés en estas áreas que los niños que están en otras posiciones en la familia, como los hijos del medio o los hijos menores. Otra ventaja de los hijos únicos es que pueden tener una mayor habilidad para relacionarse y para hablar con adultos que otros niños, porque están acostumbrados a desenvolverse en un mundo de personas grandes. u Recuerde que ser hijo(a) único es sólo un dato entre los muchos factores que tienen influencia en la vida del niño(a); no se obsesione con el tema, pero téngalo en cuenta. ALGUNOS CONSEJOS

• Si tomó una opción porque fuera hijo(a) único(a) no se culpe, está en su derecho. • Establezca límites entre usted y el niño(a); a veces los hijos únicos están demasiado involucrados en la vida de sus padres. • Incentívelo(a) a que haga todo lo que sea posible solo(a). No lo(a) sobreproteja haciéndole las cosas que puede hacer solo(a). • No espere que el niño(a) cumpla todas las expectativas que usted tenía para sus hijos, si esperaba tener una familia numerosa y no la pudo tener. • Dele muchas oportunidades de estar con otros niños de su edad y también con niños menores o un poco mayores. • Mándelo(a) al jardín infantil a los tres años a más tardar, para que pueda socializar con otros niños. • Tenga la política de puertas abiertas en su casa, para que puedan venir visitas y especialmente bastantes niños. • No se refiera en forma majadera a su condición de hijo(a) único( a) como una desventaja o atribuyéndole a este hecho todos los defectos del niño(a).

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La posición que ocupa un niño(a) al interior de una familia, tal como se plantea en el caso de los hijos únicos, influye en su desarrollo y en la forma en que los padres y familiares responden a él o ella. Hay investigaciones que señalan que el lugar que ocupa un niño(a) según orden de nacimiento determina ventajas y desventajas que influyen en la formación de su carácter. Por lo tanto, es necesario considerar los hallazgos de estos estudios para no acentuar los rasgos con nuestra conducta, sino, por el contrario, estimular y favorecer aquello que debido a su posición se encuentra menos desarrollado. El hijo(a) mayor habitualmente es el más deseado(a) y sobre el que se ponen más expectativas, probablemente es el hijo(a) que más concentra la atención tanto de los padres como del resto de la familia. A raíz de esta centralidad puede transformarse en un niño( a) excesivamente demandante y acostumbrarse a ser atendido de inmediato; a veces el hijo(a) mayor puede recurrir a cualquier estrategia para conseguir la atención de sus padres. Vicente, de cinco años, hijo único, además de ser el primer nieto, era un niño muy inteligente, ya que había sido muy estimulado. No obstante, a veces resultaba insoportable para sus amigos, porque le gustaba monopolizar todos los espacios y hablaba sin parar, lo que le creó problemas con sus compañeros, que se aburrían de sus largos discursos y lo dejaban hablando solo, sintiéndose él muy rechazado. Costó tiempo para que asimilara la llegada de su hermana, que aprendiera a dejarle un espacio y a entender que ella no era sólo una competidora, sino que era sobre todo una fuente de afecto. Dentro de los hermanos, es el mayor quien suele tener más problemas con la competencia y los celos, ya que es el único(a) que no comparte en un comienzo a sus padres con ningún hermano. En general, los primeros hijos suelen tener un mayor desarrollo de lenguaje porque sus padres les hablan más, les compran más libros para estimularlos y están muy pendientes de retroalimentar cada una de las «gracias» del niño(a). El niño(a) mayor es además llevado a la mayoría de las salidas que hacen sus padres y se dice que por eso tiene más espíritu de exploración; por ejemplo, se ha observado que entre los astronautas hay un mayor número de hijos mayores. En general, se dice que los primogénitos pueden ser más independientes que los hijos que siguen. Por otro lado, el hijo o hija mayor paga la cuenta de la inexperiencia de los padres, que están más ansiosos que con los otros hijos, sobrerreaccionando frente a la menor dificultad. Una manera de disminuir el peso de la falta de experiencia es suplirla con informaciones obtenidas a través de los libros, talleres de padres o conversaciones con amigos(as) acerca de la educación infantil. No hay que permitir que la ansiedad opaque la alegría de sus padres. Dentro de las desventajas de la inexperiencia se ha observado una dificultad que tienen algunos padres jóvenes para poner normas, «pecando» de excesiva tolerancia, en tanto otras familias en la misma situación son excesivamente rígidas. Comparar el propio sistema normativo con el que utilizan otros padres puede servir de guía. Otra característica de la educación del hijo(a) mayor es que suelen asignársele más responsabilidades, lo que puede tener un lado positivo, ya que puede hacerse más responsable, pero tiene un lado negativo, que es el sentirse injustamente tratado por 155

exceso de exigencias y expectativas de sus padres. Paula, de nueve años, se quejaba: «Cuando se trata de hacer cosas como poner la mesa o cuidar a los más chicos, me dicen ‘Es que tú eres la mayor’, pero cuando se trata de permisos o de algo que me convenga me dicen ‘No, para esto eres muy chica’». Cuando nace un nuevo hermano, de algún modo el mayor pierde el cetro. Acuérdese de decirle con frecuencia cómo y cuánto lo quiere, y no le exija ser excesivamente generoso(a) o buen hermano( a). Para el primer hermano(a) es muy difícil aprender a compartir, y obligarlo(a) a expresar sentimientos que no experimenta puede llevarlo(a) a distorsionar lo que piensa o siente. A veces, hay mucha ansiedad y temores en relación con el primer hijo(a), sobre todo cuando por alguna razón ha sido muy esperado. No deje que las preocupaciones le arruinen la alegría que trae un hijo(a). Sobre todo tenga presente que si bien el lugar entre los hermanos influye en la personalidad resultante, lo más importante y significativo es la actitud de afecto incondicional que los niños deben sentir de sus padres; sentir este afecto es una salida para enfrentar el futuro y para construir relaciones, cualquiera sea la posición que se tenga en la familia. ALGUNOS CONSEJOS

• Cuide que el niño(a) no se sienta muy recargado(a) de exigencias en relación con sus hermanos. • Dele oportunidades de jugar con niños de su edad o unos seis meses mayores, de manera que no sea siempre el que manda. • Sea estimulante, pero no lo(a) agobie con exigencias, ni lo(a) presione a lucir lo que sabe hacer. • No le exija demasiado, es poco prudente y puede insegurizarlo( a) mucho. • Converse con otras personas sobre educación de niños, de manera de tratar de suplir la inexperiencia que inevitablemente se tiene con el primer hijo(a). • Lea algunos libros y artículos sobre temas de educación infantil. • No le exija ser demasiado generoso(a) con los hermanos; recuerde que no es fácil sentirse destronado(a). • No marque demasiado las diferencias con los hermanos; trate de asimilarlo(a) lo más posible al grupo de sus hermanos.

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Muchos hijos del medio se describen a sí mismos como «el jamón del sándwich»; sin embargo, no todo es desventaja para los niños que están en esta posición. Una ventaja que no es menor es que los padres ya tienen alguna experiencia en cómo enfrentar la educación, por lo tanto, están menos ansiosos frente a las dificultades, saben mejor qué hacer cuando están enfermos, al igual como sucede con otros problemas cotidianos, como cuando no quieren comer o cuando les cuesta dormir. El niño(a) del medio, en comparación con el mayor, será un poco menos celoso porque llega a una casa donde ya hay otros niños para jugar y compartir, y porque nunca ha tenido el monopolio exclusivo de sus padres. Ser hermano del medio puede convertirse en una desventaja importante si de pronto el niño(a) percibe y es real que tiene menos privilegios y atenciones que los que tiene el hijo(a) mayor. En comparación con el mayor, el hijo(a) del medio suele sentirse menos capaz, porque obviamente el mayor sabe más en razón de su edad y tiene más fuerza por el mismo motivo. Estas condiciones pueden generar problemas de autoestima al hijo(a) del medio y desanimarlo(a) a enfrentar nuevos aprendizajes. A veces, los hermanos mayores provocan, consciente o inconscientemente, una situación de competencia, la que en general está estimulada por actitudes originadas en sus celos por el hermano que le sigue. Agustín, un adolescente que fue hijo del medio, contaba lo siguiente: «Me costó mucho tiempo entender que gran parte de mi inseguridad para enfrentar situaciones de competencia deportiva derivaba de que mi hermano me obligaba a jugar al fútbol con él, a correr carreras y otras actividades deportivas en las que me ganaba siempre. Además, como estaba muy celoso, cuando me ganaba me sacaba pica y se lo contaba a toda la familia. Cuando hacía esto, yo me sentía muy avergonzado e incapaz». Esta rivalidad entre los hermanos, a veces puede transformarse en espíritu de superación si es manejada positivamente, pero no hay que permitir que la comparación y la competencia los distancie y los haga perder de vista lo enriquecedora que puede ser la relación entre hermanos. También a veces el hijo(a) del medio puede experimentar sentimientos de minusvalía en relación con su hermano menor, debido a la preocupación que los padres deben tener con el más pequeño, que no se sabe cuidar solo y que requiere mucho tiempo y atención de los padres. De esta manera, el hermano(a) menor a lo mejor consigue ser más regaloneado(a) que él o ella y se le hacen menos exigencias en razón a su edad, situación que cuando los niños son pequeños no logran comprender. Se dice que el hijo(a) del medio suele ser menos visible para sus padres, como también para el resto de la familia, siendo una de las tareas importantes para las familias con hijos en esta posición el hacer que todos perciban como lo más justa posible la repartición y el afecto. Pero no todo son desventajas para los niños en esta situación; una ventaja del niño(a) del medio en relación con el mayor es que, especialmente cuando son pequeños, el hermano(a) mayor puede ser un poderoso estímulo para favorecer el desarrollo cognitivo, ya que están continuamente siendo exigidos a comprender un poco más. Los niños del medio suelen ser muy observadores y perceptivos, por lo que registran con gran claridad 158

la sensación de pasar desapercibidos(as). Verónica, de ocho años, decía con mucha simpatía: «En mi casa yo paso piola, mi mamá anda tan ocupada discutiendo con mi hermano mayor los permisos, y otras veces tan preocupada por los problemas del más chico, que no tiene mucho tiempo para preocuparse de mí». La sensación que a veces tiene el hijo(a) del medio de no ocupar un espacio demasiado significativo en la familia, puede acompañar a las personas el resto de sus vidas, por lo que es necesario permitirles que sean bien protagónicos, por ejemplo saliendo solos con sus padres. Otra forma en la que generalmente sienten que ocupan menos espacio, es que pueden tener la sensación de que casi todo les llega de segunda mano: la ropa, los libros, los juguetes, etc. Por eso, a pesar de las dificultades económicas que pueda tener la familia, hay que hacer un esfuerzo para que el hijo(a) del medio tenga algunas cosas nuevas, y que no todo lo que tenga sea heredado. Para el hermano(a) del medio, la relación con el hermano(a) menor también tiene aspectos positivos, ya que para él o ella es una experiencia importante tener a alguien que le siga o le admire, o bien, que sea menos competente. No obstante, la posición en la familia no es determinante, ya que la forma en que cada niño(a) viva la posición que ocupa entre los hermanos depende fuertemente de las actitudes de los padres. Si los padres son equitativos en la repartición del tiempo, los recursos y las energías que tienen, las desventajas de ser hijo(a) del medio disminuyen notablemente. Para ello, los padres deben lograr que todos sus hijos e hijas sean igualmente visibles en la familia, que se sientan importantes y especiales, así como evitar hacer discriminaciones o diferencias que pueden ser sentidas por el niño o la niña como injustas y desvalorizadoras. ALGUNOS CONSEJOS

• Hágalo(a) sentirse a veces muy especial y único(a) confiriéndole cierto protagonismo. • Haga muy visibles las características positivas o los logros alcanzados por el niño o la niña que es hijo(a) del medio. • Sea lo más equitativo(a) posible con el tiempo y la atención que le da a cada uno de sus hijos. • No haga discriminaciones entre los hermanos que el niño(a) pueda sentir injustas. • Evite las comparaciones, especialmente aquellas en las que él o ella sale desfavorecido(a). • A veces salga a solas con él o ella, en lo posible bastante seguido, y hágalo(a) sentir lo más importante del mundo para usted. • Cuéntele algunas a veces cómo era cuando nació y lo importante que fue para usted su nacimiento. • Cómprele a veces cosas nuevas y busque que los hermanos hereden también algunas cosas de primos o hijos de amigos, para evitar que se sienta disminuido por el hecho de heredar. 159

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Los benjamines y benjaminas, como se suele llamar a los más pequeños de la familia, al igual que todas las posiciones, tienen ventajas y desventajas, quizás, la mayor ventaja de ser hijo(a) menor es que los padres ya han adquirido un importante nivel de experiencia que pueden aplicar a su educación. Con el paso del tiempo y la educación de los otros hijos, han obtenido información acerca de cómo educar y han acumulado conocimientos y experiencias educativas que pueden transferir a su relación con este hijo o hija. Una de las desventajas que tiene el hijo(a) menor es que puede encontrar a sus padres ya cansados y con poca energía, sobre todo si los hermanos han sido muchos o los padres son un poco mayores. En esta situación, muchas veces se comete el error de que una parte significativa de los roles que deben cumplir los padres es delegado como responsabilidad en los hermanos mayores. Ante esta actitud de sus progenitores, el niño(a) puede sentir que sus padres no se preocupan lo suficiente de él o de ella, y a su vez los mayores sentirse abrumados por el cuidado del más chico(a) y a veces hasta explotados. Algunos niños que están en la posición de hermano menor se aprovechan de ese rol, como lo hacía Diego, que le pedía a sus hermanos que ordenaran todos sus juguetes cuando la mamá le pedía que arreglara la pieza, «Es que yo soy muy chico», argumentaba, y no hacía nada por cooperar, provocando que sus hermanos no quisieran jugar con él. También, muchas veces, estos benjamines asumen una actitud más infantil de lo que les corresponde a su edad cronológica; por ejemplo, Matilde, cada vez que quería un juguete con el que estaba jugando un hermano, se ponía a llorar a mares. Ante esa situación, la mamá retaba al hermano mayor, que tenía que entregarle el juguete en conflicto. Por supuesto, en razón de este aparente ganarle al hermano mayor había un costo que Matilde pagaba sin saber, ya que éste desarrolló una intensa rabia y no quería jugar ni compartir ninguna actividad con ella. En otras ocasiones sucede lo contrario: los hermanos mayores son quienes se aprovechan porque tienen más fuerza y mayor desarrollo cognitivo que su hermano menor y, por tanto, éstos, por ser más pequeños, se sienten con frecuencia abusados y disminuidos frente a la arrogancia de los hermanos o asustados por el abuso de fuerza que éstos suelen ejercer. En la infancia, y a veces hasta la edad adulta, estos niños menores pueden tener mucho miedo a la violencia y presentar dificultades para defender sus derechos, por temor a las represalias y la agresión del medio. Susana, una mujer adulta muy exitosa, era la menor de cuatro hermanos, entre los cuales había uno mayor que era muy violento y acaparador, que le quitaba, cada vez que tenía oportunidad, los juguetes y la agredía cuando no le obedecía. Cuando sucedían estos hechos, los padres no reaccionaban, por lo cual Susana se sentía muy desprotegida y vulnerable. Ella relataba que a pesar de una psicoterapia, hasta el día de hoy tenía problemas con la agresión y cada vez que la presionaban, ella tendía a ceder frente a las personas. Es por esto que con frecuencia sus derechos eran vulnerados por otras personas y tenía la sensación de que pocas veces hacía lo que realmente quería. A través de una psicoterapia tomó conciencia de sus actitudes, pero relataba que su miedo a la agresión era tal, que le 161

costaba mucho enfrentar a las personas agresivas y que se sentía muy insegura frente a las personas con mayor poder o estatus social. Susana se daba cuenta que con frecuencia estaba tratando de calmar a las personas en conflictos y que buscaba aprobación en forma casi enfermiza, lo que la perjudicaba y le producía un nivel de resentimiento tan importante que llegó a generarle cuadros psicosomáticos. Por otro lado, los hijos menores con frecuencia presentan sentimientos de exclusión, que se originan en el hecho de que no vivieron una parte de la historia familiar, sintiéndose marginados por ello cuando los otros hermanos hacen recuerdos de esa época. Marcela, una hija menor de cinco hermanos, decía: «Mis hermanos siempre hablan del viaje al sur que hicieron antes de que yo naciera, parece que fue lo mejor que le ha pasado a esta familia y yo no estuve. Pero, además, cada vez que hablan de ese tema, yo no tengo nada que decir». Algo parecido le sucedía a Patricio, pero con mayor intensidad emocional, ya que cada vez que se juntaban los hermanos con sus primos hablaban de lo maravilloso que había sido el abuelo, de los regalos que les había comprado y de los paseos que hacían con él, habiendo muerto este abuelo antes que Patricio naciera. Él relataba que aun cuando ya es un adolescente, experimenta el mismo sentimiento de estar excluido de una de las más significativas experiencias familiares. La madre, con mucha sabiduría, le explicó que a pesar de eso, él era el más parecido al abuelo, le regaló una foto y le contó que le habían puesto el nombre por este abuelo que habría estado muy orgulloso de su nieto. Otro aspecto de los hijos menores o benjamines es que por el hecho de ser los más pequeños, a los padres les cuesta en demasía dejarlos crecer, tienden a sobreprotegerlos, a hablarles como guaguas. Con esto se corre el riesgo de dejarlos en una posición infantilizada, que les resta autonomía y que en la vida adulta puede dificultarles el hacerse cargo de sí mismos, buscando siempre alguien de quien depender y que los proteja. ALGUNOS CONSEJOS

• Dele autonomía, permitiéndole que haga algunas cosas solo(a), para que vaya siendo cada día más independiente. • Dele tanto tiempo para jugar y conversar como el que le da a sus hijos mayores. La justicia es un factor fundamental en la armonía familiar. • No lo(a) infantilice; es verdad que al último cuesta más dejarlo crecer que a sus hermanos, pero es indispensable contar con el permiso de los padres para crecer. • Dele la oportunidad de estar con niños más pequeños, para que experimente la sensación de saber más y superar a otros en algunos planos. • Hágale saber lo orgulloso(a) que está de sus logros y de que vaya creciendo. • Explíquele que si no logra hacer algunas cosas tan bien como sus hermanos, es porque simplemente es más pequeño(a), y que cuando cumpla los mismos años que ellos aprenderá a hacerlo tan bien o mejor. • No permita que los hermanos mayores abusen de él o de ella. • No delegue mucho el cuidado en los hermanos más grandes, éstos pueden sentirse explotados y descargarán sus resentimientos con el chico. Es bueno que cooperen, pero en la justa medida. 162

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En las últimas décadas ha aumentado la frecuencia de nacimientos de niños mellizos y trillizos. Muchas veces, estos nacimientos múltiples están relacionados con el uso de técnicas de fertilización asistida y, por lo tanto, los niños llegan a la familia después de un largo y a veces ansioso período de espera. A la ansiedad natural que de algún modo produce cualquier embarazo, se suma el hecho de que tener mellizos, especialmente los que son producto de técnicas de fertilización, provoca en los padres más temores en cuanto que algún problema médico produzca una interrupción no esperada del embarazo. Por esto, es común observar en la educación de los mellizos que hay una ansiedad y signos de sobreprotección de los que no es fácil librarse. Otro factor que está presente y que tiene un efecto en la educación de los mellizos, es la fatiga de la madre porque, obviamente, las demandas que supone cuidar a dos niños son infinitas, quedándole poco tiempo para descansar, no logrando muchas veces dormir lo suficiente para recuperarse. La participación del padre y otras personas de la familia en el cuidado de los mellizos no sólo es necesaria, sino que es imprescindible. Si es posible, eventualmente contrate alguna ayuda extra, aunque sea una vez a la semana, para que la madre pueda descansar El desafío de los padres de gemelos es considerar a cada niño(a) como una persona única y diferente, por parecidos que sean. Muchas veces, en un intento de simplificar la tarea, el lenguaje de los padres suele generalizar «los niños», «los mellizos», dificultando a cada niño(a) asumir una identidad propia. El lenguaje es una de las áreas del desarrollo donde se han realizado más investigaciones en mellizos, porque se ha comprobado que ellos tienen una gran vulnerabilidad a tener retrasos en su desarrollo, en comparación con los hijos de embarazos únicos. Esta diferencia se da sobre todo en los primeros años y se ha atribuido parcialmente a lo que se ha llamado el «lenguaje secreto» o «lenguaje autónomo». La situación más compleja se da cuando uno de los mellizos tiene un mejor desarrollo y actúa en alguna medida como vocero del otro, reduciendo así las oportunidades de expresarse del que se encuentra más en desventaja. No obstante, no todo es negativo, ya que como plantea Svenka Savic, quien ha estudiado mucho el lenguaje de los mellizos, ellos tienen ciertas ventajas en relación al uso de los pronombres personales y el habla social. Por ejemplo, los mellizos serían más competentes en respetar los turnos en las conversaciones. En el caso de los mellizos es esencial percibir las diferencias, pero tomando en cuenta que es necesario no etiquetarlos en roles opuestos, es decir, que no sean percibidos como que uno «es bueno » y el otro «es malo». Por ejemplo, si se dice «Antonieta es tan insegura y Laura es tan hiperkinética», acompañado además por unos suspiros de resignación, ambas quedarán de algún modo predestinadas a un rol que las empobrecerá. Antonieta tenderá a asumir la pasividad como un rasgo propio, en tanto que Laura se definirá como hiperactiva sin espacio de reflexión. Las definiciones polares en el caso de los mellizos tienden a actuar como profecía autocumplida. Mucho más que otros niños, el desafío es que los mellizos sean individualizados por su nombre, de tal manera que sientan al menos que sus padres los 164

identifican perfectamente. Hay que procurar que cada uno tenga sus propios amigos y aprenda a no autoevaluarse en función de su hermano o hermana. Además, es conveniente que estén en cursos diferentes, así aprenderán a desarrollar un espacio de vida propia y autonomía durante algunas horas. La autonomía del otro mellizo es un proceso de individualización complejo por la cantidad de experiencias similares que tienen los gemelos. A veces es necesario aprovechar las pequeñas diferencias de ritmos cotidianos que se dan entre los gemelos para establecer una relación uno a uno, que es tan necesaria para la sensación de ser único en la relación con los padres. A veces, el hecho de que un niño(a) esté invitado(a) a un cumpleaños y el otro(a) no, no debe ser visto como una desventaja, sino que aprovechar que uno(a) se quedó en la casa para generar una relación especial con él o con ella. Trate de aprovechar esos pequeños espacios que quedan cuando uno(a) se duerme antes, o bien algún día que uno(a) de ellos se queda en cama porque está enfermo(a). A veces se pueden hacer turnos y salir a solas con cada uno de sus padres, para luego juntarse los cuatro. En definitiva, hay que desplegar mucho ingenio para encontrar espacios y tiempo en que se pueda personalizar la relación, lo que claramente no significa que no tengan espacios juntos. Por otro lado, también es importante que cada niño(a) tenga un vínculo más particular con alguna persona de su familia, con sus padrinos o con un(a) tío(a), lo que por supuesto no quiere decir que los niños no puedan tener vínculos en común igualmente fuertes, por ejemplo, con los abuelos o con los hermanos. ALGUNOS CONSEJOS

• Tenga claras las diferencias que tienen de intereses y gustos. • Recuerde que cada uno(a) es cada uno(a) y no un doble del otro(a). • Llámelos siempre por su nombre, trate de no hablar de los mellizos o mellizas. • Vístalos en forma diferente, respetando sus gustos. • Póngalos en cursos diferentes en el jardín infantil. • Fomente que tenga cada uno al menos un amigo diferente. • En lo posible, una vez a la semana déjese al menos media hora de tiempo a solas con cada niño(a). • Aproveche todas las oportunidades para señalar las singularidades positivas de cada uno(a) y en este proceso evite recalcar las polaridades positivas y negativas.

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Las familias con un solo padre se llaman monoparentales, siendo muchas en las que sólo se tiene a uno de los padres, quien es el responsable del cuidado y bienestar de los hijos. Esto puede deberse a la separación de los padres, viudez, o a que la madre es soltera y el padre no se responsabilizó por la protección y cuidado del niño(a). Estas familias pueden ser muy felices si la madre o el padre enfrenta su situación con optimismo y no se deja abatir por las dificultades. Aunque educar los hijos solo(a) es una realidad difícil, es una tarea posible, siendo muchas las mujeres que han sido ejemplos de una maternidad nutritiva. Uno de los factores que ayuda a realizar mejor las funciones maternales es que la madre, en la medida de lo posible, aunque viva sola con sus hijos o hijas, cuente con la participación de otras personas que le ayuden en el cuidado de los niños, como abuelos, abuelas, tíos, tías, madrinas y padrinos. Trinidad, de treinta años, cuenta con preocupación: «Desde que me separé de mi marido, hace ya dos años, vivo sola con Ramón, mi hijo de cuatro años, y me pregunto: ¿qué consecuencias tendrá para él que estemos sólo los dos en la casa?». Esta inquietud de Trinidad afecta a más del 30% de las familias, ya que en muchos países las familias están compuestas por un solo padre y sus hijos, quienes además, muchas veces, son hijos únicos. Una familia, aunque sea pequeña, sigue siendo familia si es el lugar donde el niño o niña encuentra los cuidados, el amor y la protección que requiere. Las cosas son siempre como se viven, es decir, son de la manera en que se interpreten y del sentido que se les dé; así, una situación semejante puede ser vivida por dos personas en forma muy diferente. Trinidad, por ejemplo, se separó después de una relación muy violenta con su marido, durante la cual ella y su hijo habían sufrido situaciones de gran ansiedad. En este caso, no vivir con el papá, que era alcohólico, hacía posible que ellos constituyeran una familia más feliz. Lo importante es que el padre o la madre que viven solos con los hijos, rescaten todo lo positivo que pueden tener en su entorno familiar, de manera que no se encapsulen, teniendo una actitud de abrirse a otras realidades. Por ejemplo, es altamente aconsejable generar vínculos afectivos profundos con la familia extensa, es decir, con los abuelos, los tíos y los primos, de manera que el niño(a) sienta que pertenece a una familia amplia que puede protegerlo(a) y enriquecer sus experiencias vitales. Si no hay posibilidad de contar con la familia, quizás sería conveniente activar los círculos de amigos para que el niño(a) tenga la posibilidad de tener lazos afectivos con personas diferentes que su mamá o su papá. Un mundo emocional ampliado infunde seguridad y enriquece el mundo afectivo y cognitivo. Siempre que sea posible y no constituya un riesgo para el niño o la niña, es conveniente favorecer la relación con el padre con quien no vive y con su familia. Aunque los padres se hayan separado, el niño(a) no debiera, salvo que el padre ausente no sea una buena persona o que su contacto con él tenga efectos muy negativos para el niño(a), perder el contacto y los vínculos con el padre con el que no vive. Lo mismo es válido para la familia de dicho padre, que lo ideal es que constituya una presencia nutritiva para el niño o niña. Privar a los hijos de una parte importante de su familia, porque los padres han decidido no vivir juntos, es una actitud que perjudica el desarrollo 167

afectivo más aún que el hecho de no tener a los padres viviendo juntos. El niño o niña debe sentir que aunque sus papás no estén juntos, los dos lo quieren y se preocupan por él o ella, siendo altamente beneficioso que suceda lo mismo en relación a sus abuelos paternos o maternos y con sus tíos y tías por ambos lados. Sentir que se es parte de dos familias y que se cuenta con el afecto y cuidado de ambas, favorece un sentimiento de pertenencia, lo que se relaciona significativamente con la autoestima de los niños. Muchas veces, la separación de los padres o ser hijo de una madre soltera tiene como consecuencia que el padre o la madre que está a cargo del cuidado del niño(a) tendrá menos recursos económicos para dedicarle que si contara con la presencia estable del otro padre. Es necesario intentar, postergando el orgullo, lograr que el padre que no vive con el niño(a), o en su defecto la familia de éste, cumpla con sus obligaciones económicas y, en lo posible, también con las emocionales. La ley tiene los mecanismos al menos para lograr que se hagan cargo de la parte económica. Incluso si el progenitor ausente no cumple con ninguna de estas dos obligaciones, evite hablar mal del padre o la madre de su hijo(a), ya que con ello daña mucho al niño(a), quien vivirá el abandono del padre o la madre sintiendo que él o ella no es lo suficientemente querible y por eso lo abandonaron. Hablar mal de los padres perjudicará su autoconcepto. Para evitar que haya una relación afectiva muy cerrada entre usted y el niño(a), recuerde hacer todo lo que esté a su alcance para que otras personas participen en la crianza de su hijo o hija, es decir, favorezca que tanto usted como el niño(a) tengan más vínculos afectivos. Esto no quiere decir que usted entregue la responsabilidad total del niño(a) y el cuidado a otros. Hacerse cargo responsable y amorosamente de su hijo o hija es esencial para su crecimiento socioemocional. Entre la sobreprotección y el abandono de los hijos hay un justo término medio, que es el estar presente y entregarle el mensaje de que ellos constituyen para usted su prioridad uno. Lograr que otros miembros de la familia le ayuden le permitirá, además, tener algunos espacios para usted para salir con sus amigos y amigas, sin sentirse excesivamente sobrecargado(a) ni solo(a) en la maravillosa pero difícil tarea de educar a sus hijos. ALGUNOS CONSEJOS

• Cree un clima de alegría y esperanza, ponga música, ocupe toda la casa, no caiga en la tentación de encerrarse en su pieza. • Mantenga ritos familiares para que el niño o la niña sienta que forma parte de una familia entretenida. • Pida ayuda a sus familiares y amigos en la crianza del niño(a) para que pueda tener algunos espacios libres; pero cuidado, no delegue todas las responsabilidades en otros. Para los niños es importante sentir que son sus padres quienes están a cargo de ellos. • Mantenga en lo posible un círculo amplio de amistades para que el niño(a) tenga oportunidad de relacionarse con distintos tipos de personas. • Favorezca el contacto de su hijo o hija con otros niños, especialmente si es hijo(a) 168

único(a). • Favorezca, si ello es beneficioso, que el niño(a) comparta lo más posible con el padre con el que no vive. • Por mucho resentimiento que le tenga a su esposo(a) o pareja, no lo demuestre delante de su hijo o hija. • No prive al niño(a) de la relación con la familia del otro lado, especialmente si pueden ser un aporte real para su bienestar social e incluso económico.

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Las características psicológicas que se le atribuyen a un niño o a una niña en la infancia tienen mucha importancia para su autopercepción y, por tanto, para la personalidad resultante. Es en esta etapa en que sembramos los elementos y características que van a configurar su personalidad. Al mirar a Javier siempre inquieto, subiéndose a los árboles, jugando a los autitos y lleno de moretones producto de las múltiples caídas en su andar explorando el mundo; y al observar a Valentina tranquila, jugando con su muñeca, dándole de comer y ordenando su casa de muñecas, se pueden ver grandes diferencias en sus comportamientos. De esta observación se podría llegar a inferir que ambos sexos son radicalmente diferentes y que no sólo parecen de otro género, sino, como decía una distinguida psicóloga, parecen de otra especie. La discusión acerca de las diferencias psicológicas derivadas del hecho de ser hombre o mujer son bastante antiguas y la respuesta a la pregunta de si existen o no estas diferencias no está completamente resuelta. A la luz de los comportamientos de los niños y las niñas, se podría inferir que ciertamente las diferencias existen; no obstante, cabe preguntarse cuánto de estas diferencias que observamos es explicable desde la biología y cuánto desde factores educativos. Quizás la primera aclaración que es necesario hacer es que si bien hay algunas diferencias entre niñitos y niñitas, ellas son de grado y nunca son diferencias absolutas. Es decir, se trata de que si bien ellos pueden ser más agresivos, no es que ellas no lo puedan ser en absoluto. Una segunda aclaración necesaria de hacer es que cuando hablamos de diferencias, lo hacemos de diferencias en promedio, pero no individuales. Es decir, si bien las mujeres en promedio tienen mejor desarrollo del lenguaje, existen niños que tienen un desarrollo del lenguaje precoz, que son fluidos verbalmente, que pueden ser grandes poetas y no por ello dejan de ser hombres. Así como también, a pesar de que hay evidencias que los hombres como grupo tienen mejor desarrollo del área espacial, hay mujeres muy «femeninas» que tienen una estupenda orientación espacial y que pueden ser grandes arquitectas o diseñadoras. De lo que sí no cabe ninguna duda y hay evidencia más que suficiente, es que los padres y el sistema escolar hacen diferencias muy arbitrarias y estereotipadas al momento de educar niñitas y niñitos. Muchas de las diferencias son transmitidas culturalmente de padres a hijos durante muchas generaciones, encontrándose muy arraigadas, por lo que no notamos cuándo las hacemos. ¿Qué mensajes les entregamos a nuestros hijos? Es importante detenerse a pensar sobre las cosas que decimos o hacemos que están marcando una diferencia en la educación de los niños y las niñas, y ver cómo modificarlas para favorecer en ellos un desarrollo más integral. Existen diferentes estudios que muestran que se les permite más libertad a los hombre que a las mujeres. Así, a las niñitas se les da una educación que tiende a restringirlas a 171

mundos muy circunscritos, en tanto que a ellos se los impulsa a explorar y aventurarse en el mundo externo. También es un hecho que a las mujeres se les limita más la expresión de la agresión, en tanto que la educación de los niños en este aspecto es más permisiva. El resultado de esta educación es que en la vida adulta los hombres son más agresivos y a las mujeres les cuesta más defenderse. Una investigación muy sutil y dramática muestra que cuando los niños han hecho mal un trabajo, los adultos le llaman la atención por su falta de esfuerzo y no por su falta de talento; en cambio, cuando las niñas realizan un trabajo insuficiente se les dice en tono condescendiente: «No te quedó tan bien, pero se nota que te esforzaste», lo que en forma implícita significa atribuir el resultado poco exitoso a una falta de talento. De manera de desarrollar una convivencia armónica hay que darles a ambos sexos la posibilidad de desarrollar la afectividad, la racionalidad y el autocontrol. Por lo general, se tiende a preguntar a los hombres qué es lo que piensan sobre las cosas, mientras que a las mujeres qué sienten sobre alguna situación. El esfuerzo debe estar en fortalecer el área menos desarrollada, preguntándole a los niños más sobre lo que sienten, en tanto que a las niñas más sobre lo que piensan. Además, hay que permitirles a ambos sexos relacionarse con el mundo doméstico para que lo disfruten y sean buenos padres y madres y, tanto a hombres como a mujeres, hay que darles la posibilidad de explorar el mundo externo y de ampliar sus horizontes. La tendencia educativa actual es a marcar menos las diferencias de género en la educación, a pedir igualdad de oportunidades y a permitir que cada persona, independientemente de su sexo, escoja su camino en relación a sus habilidades, gustos o intereses, más que al hecho de ser de uno u otro género. La construcción del mundo es responsabilidad de ambos géneros, y marcar excesivamente las diferencias nos distancia más que nos acerca. Recuerde que ningún talento, aptitud o defecto es característica exclusiva de uno u otro sexo. Los hijos hombres, ¿cómo educarlos? Las diferencias observadas entre niños y niñas, especialmente los déficit que cada género presenta como producto de una socialización muy diferente, hacen concluir que es necesario reflexionar acerca de cómo estamos educando a nuestros hijos e hijas. Existe evidencia de que incluso desde edades muy tempranas, los padres y los profesores tienen más dificultad con los niños que con las niñas, en relación a problemas conductuales y de aprendizaje. Los problemas de los niños, posiblemente por socialización, son más serios y se ha sostenido que tienen menor desarrollo emocional, lo que se observa en las siguientes características: – Menos conectados consigo mismos. – Menos empáticos. – Menos concentrados. – Más agresivos. – Más egoístas. – Menor conocimiento de sí mismos. 172

– Menor control sobre sus impulsos. La mamá de Juan Pablo, un niño de cuatro años, se quejaba de que él se comunicaba poco con ella, que le contaba muy poco de lo que hacía en el colegio. Agregaba, además, que con frecuencia estaba enojado, que le decía cosas muy hirientes a su hermana, que le costaba mucho prestar sus juguetes y que tendía a agredir a todo aquel que pusiera algún obstáculo a sus deseos. Esta descripción de la mamá de Juan Pablo coincide con muchas de las observaciones científicas hechas sobre las mayores dificultades que reportan las familias acerca de sus hijos hombres en relación a sus hijas mujeres. La primera característica es que les cuesta más comunicarse, en parte porque desarrollan lenguaje más tardíamente que las niñas, y porque como hablan menos parece poco estimulante para los adultos hablar con ellos. Los padres más bien tienden a relacionarse con sus hijos a través de la acción, creándose un círculo vicioso de poca comunicación. Debería actuarse en sentido contrario, es decir, habría que hablarles más para favorecer el desarrollo de su habilidad para comunicarse. La segunda característica es la falta de empatía, es decir, les cuesta sintonizar con las emociones de otros. Dentro de lo que se ha llamado la necesidad de alfabetización emocional masculina, es necesario hablarles usando un amplio vocabulario emocional y enseñándoles a leer las emociones de los demás. Una forma sencilla es preguntarles frente a diferentes rostros, ya sean reales o en fotos, «¿Qué crees tú que estará sintiendo este niño?», de tal manera que vaya comprendiendo las emociones de los otros, pudiendo encontrar las palabras para expresarlas. Una tercera característica es la dificultad para compartir, lo que probablemente se produce porque a los niños se les acepta más ser agresivos que a las niñas y se les incentiva menos a compartir. Enseñarles a ser generosos puede ser un gran aprendizaje para la vida, que le ayudará a tener relaciones sociales más satisfactorias y contribuirá a la felicidad de sí mismo y de los demás. Las hijas, ¿cómo educarlas? El período preescolar no sólo es decisivo en la construcción del autoconcepto, sino también en la percepción de las diferencias sexuales. Las niñitas perciben que son diferentes de los niñitos, pero estas diferencias no sólo se limitan a las obvias diferencias físicas, sino que a diferencias psicológicas, que la mayoría de las veces corresponden a estereotipos que empobrecen la identidad, más que a diferencias reales entre ambos sexos. Uno de los errores que de manera no consciente cometen los padres es definir el rol femenino en negativo, vale decir «las niñitas no». Por ejemplo, las niñitas no tienen pene, las mujeres no juegan con autitos, las mujeres no deben salir a la calle. De esta manera la niña se va haciendo una configuración interna de lo que es ser mujer que le corta las alas, no permitiéndole verse como alguien que tiene muchas cosas por hacer, sino como alguien que más bien debe cuidarse y autolimitarse para ser mujer. La verdad es que las mujeres no tienen pene, pero en cambio tienen vagina; a nadie se le ocurriría definir a un hombre como alguien que no tiene vagina. Dentro de esta perspectiva es conveniente cuestionarse qué mensaje estamos transmitiendo a nuestras 173

hijas. Las definiciones de identidad son siempre mejores si se centran en destacar para qué se es bueno y cuáles son las características que se tienen, y no por aquello que no somos o por aquello para lo que se tiene dificultad. Por su parte, el juego es una preparación para la vida, abre el camino a través de la simulación a los sí mismos posibles. Así, los niños y las niñas juegan al papá y a la mamá, al doctor, a los astronautas y a la profesora, entre muchos otros juegos. Y juegan muy seriamente durante ese período, como si fueran ellos o ellas y no como algo que están simulando. Desafortunadamente, los estudios e investigaciones sobre familia y juego han mostrado datos preocupantes acerca de diferencias entre los juegos que se regalan a hombres y mujeres. Analicemos algunos datos: Las familias gastan más en sus hijos que en sus hijas; a las mujeres se les regalan cosas más baratas que a los hombres. Las diferencias son significativas. Por ejemplo, al niño, una bicicleta; a ella, una muñeca. La mayor parte de los regalos para las niñitas tienen que ver con el mundo doméstico (ollas, tazas, juego de peluquería, coches de muñecas); en cambio, a los niños se les regalan juguetes que tienen que ver con el mundo externo (aviones, trenes, cohetes, tractores). Es decir, desde muy temprano se le está señalando a ella que debe permanecer lo más posible dentro del hogar y a él que debe salir a explorar y que sus roles no tienen nada que ver con el mundo doméstico. Los juegos y juguetes que se le proponen a las niñitas serán más pasivos y tranquilos, suponiendo menos ejercicio y menor exploración. No podríamos quejarnos después de que ellos son tan inquietos. A ellas se les incentiva menos el deporte, en tanto que los hombres pasan mucho de su tiempo libre jugando al fútbol y haciendo actividad física. Actualmente se están realizando estudios acerca de la osteoporosis que dicen que una de las variables que explica por qué se da mayoritariamente en mujeres es la menor cantidad de ejercicio hecho en la infancia. Otros estudios muestran que las mujeres tienen una autoestima más baja que los hombres, tanto en el plano físico como en el intelectual. Al parecer, ello se debería a que las familias son más críticas con las niñas en el plano físico y como están constantemente arreglándolas les transmiten el mensaje de que no están nunca lo suficientemente bien, sensación que acompañará a las mujeres toda la vida. Se piensa que estos sentimientos son los que originan las anorexias en las niñas. En el plano intelectual es más implícito, siendo la idea que se les transmitiría de que las niñitas deben ser inteligentes, pero no tanto. Un eje de esto es que a ellas se les regala un juego de enfermera en tanto que al niño un juego de doctor. También se ha demostrado que se le ha puesto más atención a las preguntas de los hombres y se les da más respuestas que a las mujeres. Procuremos entregar imágenes positivas a nuestras hijas, puesto que la autoestima es muy importante y ellas deben sentir que son bellas e inteligentes. ALGUNOS CONSEJOS

Si es hombre: • Ponga mucho énfasis en que sus hijos hombres desarrollen la afectividad y la conexión consigo mismos y pregúnteles con frecuencia qué sienten. Reconozca por 174

igual, en hombres y mujeres, el valor de la afectividad, de la racionalidad y el talento, si quiere tener hijos equilibrados. • Desde muy pequeño sea muy justo(a) en la distribución de los roles domésticos. Dele pequeñas responsabilidades domésticas que lo hagan participar en la vida familiar. Esto le enseñará a ser más autónomo en lo doméstico y a valorar desde pequeño el trabajo en esta área. • A la hora de comprar juguetes no sea estereotipado(a), cómprele también autitos a las niñas y peluches a los niñitos. Permítales jugar con juguetes que inciten el desarrollo emocional, como títeres, monos de peluche o disfraces. • Frente a las diferentes acciones de su hijo, hágale saber el impacto emocional que su conducta tiene en los otros. Por ejemplo, dígale: «Tu tía Verónica estuvo muy contenta porque fuiste tan cariñoso con ella», o «Catalina estaba muy triste porque rompiste su triciclo». • No limite su expresión emocional, nunca diga la frase típicamente machista «Los hombres no lloran». Si les permitimos llorar a nuestros hijos, quizás en el futuro habrá más parejas felices y menos violencia doméstica. Háblele con frases tiernas y cuéntele relatos en que la ternura está incluida. Los hombres tienen derecho a la ternura. • Por muy enojada que usted pueda estar con el papá, cuide de no desvalorizar su imagen y menos la imagen masculina. Recuerde que si es hombre tiene que identificarse con una imagen masculina positiva. Si es mujer: • Nunca descalifique a alguien por ser mujer. Por el contrario, hágala sentirse orgullosa de ello. Háblele de mujeres destacadas que usted admira y cuéntele sobre lo que han hecho. • Hágala sentirse bien con su cuerpo. La autoestima física es muy importante para las mujeres. No la convierta en una tonta linda, y acéptela tal cual es. • Si tiene una amiga con una niñita de una edad cercana organice alguna salida entre las cuatro. La amistad entre las mujeres es un factor protector para la salud mental. • Favorezca la adquisición de una buena autoestima intelectual en su hija. Si tiene capacidad de observación desarrolle su interés por el área científica ayudándole a coleccionar hojas o regálele un microscopio. • Permítale a ambos géneros explorar el mundo externo, no les limite las posibilidades.

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Todos los seres humanos tienen preferencia por el uso de una de sus manos. Esta tendencia se basa en una característica neurológica que se llama lateralidad. La mayoría de las personas usa la mano derecha y son diestros, en tanto que una minoría usa la mano izquierda y son zurdos. Los zurdos usan preferentemente su mano izquierda para escribir, recortar, peinarse y las otras actividades habituales en que es necesario utilizar las manos. Ser zurdo(a) no es un problema y menos aún una patología, simplemente es una condición que caracteriza a alrededor de un 7% de las personas. La única problemática que puede llegar a tener un zurdo es que, ya que el mundo está más bien diseñado para las personas que utilizan la mano derecha y se pasan los objetos preferentemente para que se tomen con esa mano, podrían llegar a tener un retraso en la coordinación ojo-mano, debido a que les requerirá más trabajo la integración. A veces, a los niños zurdos les cuesta más entender el concepto izquierda-derecha y pueden tener dificultades con el aprendizaje de la escritura inicial. Una solución para facilitar el desarrollo de la coordinación visomotora es aumentar la estimulación con lápiz y papel, y tener cuidado de afianzar su lateralidad izquierda. De esta forma, es necesario pasarle los objetos para que los tome con su mano izquierda, respetando su lateralidad que está determinada genéticamente y que, por lo tanto, no debe contrariarse. Se ha dicho que los niños zurdos son más creativos porque tienen más conexiones entre el hemisferio izquierdo y el derecho, y al parecer esto es real. Así, hay una gran cantidad de personas zurdas que son artistas y escritores, o tienen otros talentos que suponen creatividad. Nunca debe presionarse a un niño(a) zurdo(a) a que escriba con la derecha, ya que significa contradecir su condición neurológica. Algunas investigaciones han planteado que presionar al niño(a) a escribir con la mano derecha podría acarrearle problemas en el área del lenguaje, como tartamudez, y además podría tener a raíz de ello un menor nivel de eficiencia motriz. Algunos niños funcionan como ambidextros, es decir, los padres reportan que son igualmente eficientes con ambas manos, sin embargo esta condición es muy poco frecuente. Una buena manera de saber cuál es la mano dominante del niño(a) es hacerlo(a) repartir cartas con ambas manos. Luego la mano con que es capaz de repartir más cartas en menos tiempo es su mano dominante. Habitualmente, si tiene igual habilidad con ambas manos, significa que probablemente es zurdo(a), porque la presión para escribir con la derecha es muy fuerte y esa estimulación es la que tiende a convertir a los niños o niñas zurdos en ambidextros. A la mayoría de los niños zurdos, la primera etapa de la escritura puede provocarles algunos problemas, porque tienden a escribir de derecha a izquierda, en vez de izquierda a derecha, que es como se lee y escribe en nuestra lengua. La dirección de la escritura es diferente en otros idiomas, como el hebreo, en que se escribe de derecha a izquierda, y el chino, que se escribe de arriba hacia abajo. Una manera fácil de acostumbrarse a escribir en la dirección correcta es poner un puntito rojo con una flecha en el lado izquierdo, para que el niño(a) vaya dibujando los números y las letras en la dirección izquierda-derecha cuando empieza el aprendizaje de las letras. En los niños zurdos hay que afianzar más la lateralidad que en los niños diestros, 177

porque, como se dijo anteriormente, la presión social a usar la mano derecha es tan fuerte que puede confundirlos y retrasar la adquisición de su lateralidad. Es necesario ser tolerante con él o ella al comienzo de la escolaridad, porque a lo mejor le costará un poco más la lectura y aprender los conceptos derechaizquierda, pero rápidamente con la enseñanza apropiada superará esta dificultad. El primer consejo es no hacer sentir al niño o niña distinto por usar preferentemente la mano izquierda y contarle que los niños que usan esa mano tienen la ventaja de ser más creativos. Cuando su hijo o hija llegue a los cuatro o cinco años empiece a usar los conceptos de derecha-izquierda con la mayor frecuencia posible, diga por ejemplo «Vamos a doblar a la izquierda y ahora vamos a seguir por la derecha», o bien «Pásame tu mano derecha», o «¿Qué tengo escondido en mi mano izquierda?». También puede ser útil poner un día una estrellita en su mano izquierda y otro día un punto en la mano derecha para que vaya reconociendo el lado derecho e izquierdo de su cuerpo. Las pequeñas dificultades que se presentan son fácilmente compensables con estrategias tan simples como enseñarle la forma apropiada de tomar el lápiz y cómo poner el papel, de la manera como se describe a continuación en los consejos. Recuerde que ser zurdo( a) no es una enfermedad, sino una condición que es heredada y que no tiene ninguna relación ni con la inteligencia ni con las capacidades para aprender. ALGUNOS CONSEJOS

• Enséñele cuál es su mano izquierda y cuál es su derecha. • Averigüe, en primer lugar, si el niño o niña realmente prefiere usar su mano izquierda para las tareas habituales. • No subvalorice el hecho de ser zurdo(a) y hable de las ventajas que tiene serlo. • Si es zurdo(a) pásele preferentemente los objetos por el lado izquierdo. • Cuando esté dibujando incline la hoja hacia el lado derecho. • Puede enseñarle a escribir poniendo el lápiz por debajo de la línea para que no tape lo que escriba. • Una segunda alternativa, cuando esté iniciando el aprendizaje de las letras, es que ponga el lápiz por sobre la línea en donde va a escribir. La idea es nuevamente que no tape lo que escribe. • El niño o niña debe escoger entre las dos alternativas anteriores, utilizando aquella que le resulte más cómoda. • Ponga un puntito rojo con una flecha para marcarle dónde debe partir y hacia dónde debe seguir en la escritura.

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Muchos niños pequeños le cuentan a los adultos sobre amigos que pueden llegar a ser parte central de sus vidas y, sin embargo, no se encuentran sino que en su imaginación. Con anterioridad se pensaba que estos personajes podían ser indicadores de una fantasía exacerbada que alejaba al niño(a) de la realidad, y que si un niño(a) tenía un amigo(a) imaginario(a) significaba que algo andaba mal y que esto debería preocupar a sus padres. También se hipotetizó que reflejaba una situación de aislamiento social, que llevaba al niño(a) a buscar compañía en su imaginación, ya que no la tenía en la rea lidad. Una psicóloga estadounidense, Marjorie Taylor, de la Universidad de Oregón, le ha dado a los amigos imaginarios una interpretación totalmente diferente, basada en sus investigaciones. Según sus trabajos en esta área, tener amigos imaginarios en el período preescolar es un indicador positivo. Ella dice que los amigos imaginarios son una señal que muestra que el niño(a) puede simbolizar, sin la necesidad de tocar ni de ver, siendo esto un paso avanzado de desarrollo intelectual. En ese sentido, es tranquilizador saber que los amigos imaginarios son inventados por niños que tienen un buen desarrollo cognitivo y que, con frecuencia, estos niños tienen un mejor desarrollo social. Así, tener un amigo imaginario no será producto de carencias emocionales graves, sino, por el contrario, obedece a rasgos positivos en el niño(a). El amigo imaginario es más frecuente entre los hijos únicos y entre aquellos que no tienen con quién jugar porque son hermanos mayores o porque son más pequeños y no pueden seguir a los mayores en sus juegos. Contrariamente a lo que se pensaba, los niños que tienen amigos imaginarios son menos tímidos y tienden a tener más amigos en el jardín infantil y a ser más colaboradores con sus profesores y compañeros. No hay que confundirse creyendo que los niños piensan que los amigos imaginarios son reales; simplemente, ellos viven su fantasía como realidad y juegan con ella. Por esta razón no es aconsejable que los padres interfieran en sus juegos con estos personajes, confiriéndoles realidad a estos amigos imaginarios. No es bueno preguntarles mucho por ellos y no se aconseja hablarle directamente al amigo imaginario, es preferible hacerlo por medio del niño o niña. Basta escucharlos con atención, pero no es necesario ni apropiado, por ejemplo, ofrecerles helado cuando están sentados en la mesa, salvo que el niño(a) le pida un plato adicional; hágalo con naturalidad, pero no le pregunte al personaje si estaba rico. La idea es que siga el juego, pero no lo estimule innecesariamente. Sin embargo, si es posible escuche con atención la descripción que el niño(a) hace de este amigo(a), ya que como desaparecen tan fácilmente como aparecen, pueda después usted recordarlo en el futuro y tener un simpático recuerdo de la infancia. Tener compañía para las fantasías, a esta y a todas las edades, es algo maravilloso. José, de cuatro años, tenía un amigo imaginario que se llamaba Teodoro con el que conversaba de dinosaurios y hacía viajes a Dinos, que era el país en que vivía Teodoro. También, Teodoro acompañaba a José en su casa, especialmente cuando se hacía de noche. Este amigo le permitía contarle todo lo que había aprendido sobre dinosaurios, asunto que a la mayoría de sus compañeros no le interesaba mucho, ya que estaban aburridos de escuchar a José hablar sobre ese tema. Teodoro era, por lo tanto, un interlocutor ideal que 180

escuchaba sin aburrirse todo lo que José quería contarle. Teodoro tenía además otra ventaja: no discutía las características de los dinosaurios encontrados por José. Cuando José cumplió cinco años, Teodoro desapareció en silencio, tal como había llegado, pero su mamá aún guarda un dibujo del personaje. Los niños y niñas que tienen amigos imaginarios tienen también un mejor desarrollo del lenguaje, probablemente porque con un amigo imaginario se conversa libremente y sin trabas. No hay nada que estimule más la comunicación que la libertad emocional, y el amigo imaginario raramente discute y aprueba todo lo que se dice. Cuando los amigos imaginarios continúan después de los cinco años y el niño(a) no quiere jugar con amigos reales, aislándose en sus fantasías, usted puede tener un motivo de preocupación, pero no antes, ya que lo habitual es que estos personajes aparezcan entre los tres y los cinco años. Si bien es necesario escuchar a los niños, es importante no tener una actitud de promoverlos. Acuérdese de que el niño o niña puede angustiarse si usted comienza a hablarle al compañero imaginario como un ser real. Los niños, a algún nivel, saben que es una fantasía y cuando usted le confiere realidad pueden confundirse y asustarse por pensar que su amigo(a) de la imaginación sea efectivamente real. Muchas veces, los amigos imaginarios tienen la función de acompañar y consolar a los niños y niñas en sus miedos. Jimena, de seis años, tenía dos amigos imaginarios, un conejo y un hada, y explicaba: «Ellos me acompañan cuando tengo miedo y me consuelan cuando tengo pena». Pero ella sabía que eran inventos y decía: «Ellos viven en el mundo de la fantasía». Además, eran muy buenos para su autoestima en tanto la encontraban simpática e inteligente. Es importante saber que un amigo(a) imaginario( a) es una ventana para conocer las preocupaciones y temores de sus hijos e hijas, porque suelen poner en ellos sus miedos y angustias. Si existe, respete al amigo(a) imaginario(a) y no se asuste, pero no es necesario que lo incentive. Tampoco se preocupe si no lo tiene, es lo más frecuente, pero esté atento(a) a escucharle otras fantasías que pueda tener. ALGUNOS CONSEJOS

• Siga las fantasías de su hijo(a), escuchándolo(a) o interesándose en ellas, pero no «entre en el juego» de ponerle visos de realidad a esta fantasía. • Si su hijo(a) no menciona a su amigo(a) imaginario(a), usted no lo haga, pero sea receptivo(a) si se lo comunica. • Si el niño o niña tiene un amigo imaginario, escúchelo(a) y pídale que se lo describa. • No se ría, no lo(a) haga sentirse ridículo(a) o culpable por tener un amigo(a) imaginario(a) o por otras fantasías. • El niño(a) debe controlar el juego; por lo tanto, no le hable usted directamente al amigo imaginario, hágalo a través de su hijo(a). • No dirija el juego del amigo imaginario, simplemente acompáñelo( a). Siga la imaginación del niño(a) sin interferirla. • Anote algunas de las características de este personaje y, en lo posible, pídale que haga algún dibujo que lo describa. • Anote algunos de los juegos o situaciones sobre estos amigos imaginarios. 181

• Dele oportunidad de estar con otros amigos para que se divierta y juegue con ellos. • Estimúlelo(a) a desarrollar actividades creativas de diferentes tipos, tales como pinturas, dramatizaciones, trabajos en greda, etc.

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A los niños con temperamento difícil les cuesta conciliar el sueño, no toleran la frustración, se ponen violentos por cualquier motivo y resulta muy difícil crearles hábitos, por lo que muchos de los padres se preguntan: «¿Qué habré hecho mal?». Lo que muchos padres no saben es que el temperamento es algo heredado y que alrededor de un 20% de los niños tiene un temperamento difícil. La relación entre los niños con temperamento difícil y los padres no es un tema fácil, porque suele no haber acuerdo entre ambos padres. Alguno, en general el papá, tiende a echarle la culpa a la mamá sosteniendo que no sabe cómo educarlo(a), existiendo además en el medio que los rodea una tendencia que hace sentir a la familia como incompetente. El difícil temperamento de los niños provoca en los padres mucho agotamiento, lo que a veces lleva a que el niño o la niña sea retado( a) o castigado(a) en exceso, lo que no hace sino empeorar el problema. Los niños con temperamento difícil fueron descritos por Chess y Thomas como niños que presentan: Irregularidad en los procesos biológicos: Es decir, sus hábitos de sueño son muy irregulares y los de comida son bastante impredecibles. En general, la familia se queja de que es muy difícil lograr que su hijo o hija adquiera los hábitos que otros niños han aprendido sin ninguna dificultad. Intensas y frecuentes reacciones emocionales negativas: Éstas se refieren a pataletas, amurramientos y agresiones físicas o verbales a sus padres, amigos u otros miembros de la familia. Este rasgo dificulta mucho las interacciones sociales con otros niños, por lo que su desarrollo social puede verse afectado. Tendencia a evitar las situaciones nuevas: Muchas veces no quieren salir ni conocer otras personas y prefieren quedarse en su casa que ir a explorar, con lo que además de ver reducido su espacio de disfrute, limitan sus posibilidades de aprender. Baja adaptación a las situaciones nuevas: Cuando no les queda más remedio que enfrentar una situación nueva, les toma mucho tiempo asimilarla porque su actitud ante ella es negativa. Muchas veces la familia, sin desearlo, contribuye al aislamiento de su hijo o hija porque está cansada de presionarlo(a) y porque a veces salir sin un niño(a) con este carácter es un alivio. Los signos que se han atribuido al temperamento difícil en la edad preescolar son predictores de dificultades en la edad escolar, tanto de rendimiento como de conducta. Por ende, no hay que asumir una actitud pasiva pensando que ya se pasará con la edad. Hay que prestarle atención tempranamente y ayudarlos con sus dificultades en el control de impulsos, en su capacidad de mantenerse en las tareas y en la formación de hábitos. Los preescolares con temperamento difícil son un desafío para la paciencia de los adultos a su cargo, y cuando ellos no logran asumir estas dificultades con sabiduría es posible que el problema en vez de disminuir se complique con problemas emocionales asociados. Cabe recordar que ellos han sido descritos como niños de una gran actividad física, muy distraídos, con un enorme despliegue de energía, con rasgos violentos, portadores de un estado de ánimo negativo, con falta de habilidades sociales y baja capacidad de adaptación a las situaciones nuevas. Todas estas características son, sin duda, una sobrecarga para los padres. 184

Se aconseja hacer para el niño(a) un ambiente lo más predecible posible, a fin de favorecer la formación de hábitos. Asimismo, estar muy atento(a) a los buenos momentos, reconociendo y validando sus comportamientos positivos; cuando sea posible, obvie algunas críticas, ahórreselas de manera de no dañar su imagen personal. Para enfrentar a un niño o niña con estas características no hay que vacilar en pedir ayuda y consejo. ALGUNOS CONSEJOS

• Recuérdele siempre lo mucho que lo(a) quiere, de tal manera que no vaya a desarrollar la sensación que usted lo(a) rechaza por sus dificultades. • Si usted sospecha que su hijo o hija tiene un carácter difícil, evalúe con alguien de su confianza si tiene más de tres de las características descritas anteriormente. • Si es así, pida ayuda porque necesitará mucha guía y paciencia para lograr que el niño(a) logre controlar su carácter. • Frente a sus pataletas mantenga la calma, pero no ceda con facilidad porque se acostumbrará a hacer una pataleta para lograr lo que quiere o para dejar de hacer lo que no quiere. • Sea lo más regular posible en los hábitos; si a la dificultad del niño(a) para adquirir los hábitos usted suma una atmósfera desordenada y cambiante, el resultado será muy poco alentador para el logro de la disciplina en el niño(a). • Vaya exponiéndolo(a) a situaciones nuevas, pero sin exagerar. Dele tiempo a que se acostumbre, repita las visitas al mismo lugar hasta que se familiarice, no deje que se aísle. • Cuide de no retarlo(a) mucho, recuerde que no es que no quiera, sino que en realidad le cuesta lograr ciertas cosas; no lo hace por molestarlo(a). • Préstele mucha atención cuando está de buen humor y optimista para que vaya integrando en su concepto de sí mismo(a) aspectos positivos.

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La sexualidad humana es distinta de la sexualidad animal, porque se da en el contexto de una relación interpersonal, y no sólo es una acción biológica. Es por esto que las explicaciones sobre el origen de la vida es preferible que sean hechas desde el amor humano más que desde la biología animal. Hablar de sexualidad es hablar sobre el amor, sobre el origen de la vida. Las concepciones que se tienen sobre la sexualidad se notan en el lenguaje. Cuando se habla de sexualidad en forma grosera y vulgar, como suele mostrarse en los medios de comunicación, implica que la concepción está marcada por una forma desvalorizada de verla. En cambio, cuando se habla en forma verdadera y poética, implica transmitir la sexualidad como una forma de expresión del amor entre un hombre y una mujer. El niño y la niña tienen que saber que su cuerpo es algo que deben cuidar, pero al mismo tiempo evitar atemorizarlos demasiado. Es importante enseñarles que sólo pueden ser tocados si ellos lo permiten. La existencia del abuso sexual en la infancia es habitualmente hecha por personas que se aprovechan de la ignorancia del niño(a) y de sus temores. En gran medida, el abuso es posible porque el abusador, quien exige silencio, sabe que a muchos padres les es difícil hablar de este tema con los niños, ya que constituye una zona silenciada. Cuando los padres hablan de temas difíciles, el niño(a) aprende que en la familia se puede hablar de todo. Por el contrario, cuando aprenden que hay asuntos tabú de los que no se puede hablar, aprenden a no hablar con sus padres de temas difíciles, tienden a tener vergüenza y no se atreven a preguntar. Normalmente, los niños tienen una curiosidad sexual que se manifiesta en preguntas que son inquisitivas y que buscan ser satisfechas. Si no son respondidas, el niño(a) aprende que es mejor no preguntar a la familia, y empieza a preguntar a otros, lo que es muy peligroso, ya que pueden darle una respuesta que puede ser muy dañina o estar equivocada. Nunca evite las preguntas de su hijo(a), pero siempre trate de averiguar qué es lo que realmente quiere saber. Por ejemplo, un niño de cuatro años le preguntó a su mamá: «¿De dónde vienen los perros?». Frente a esta pregunta, la mamá le iba a dar una larga explicación sobre la vida sexual de los perros, cuando se le ocurrió preguntar: «¿Tú sabes algo sobre eso?». Y el niño le respondió: «No sé, pero la Fernanda tiene uno y a mí me gustaría tener un perro, por eso quería saber de dónde vienen». Hay algunas películas que ayudan a los padres a explicar a los niños la sexualidad a esta edad; una bastante adecuada es ¿De dónde venimos?, y se encuentra en algunos lugares de arriendo de videos; existe otra película titulada Joy of life, que facilita la tarea de hablar con los niños de sexualidad, pero es esencial verla junto con ellos. También hay libros que nos ayudan a explicar mejor la sexualidad, pero tenga claro que no se puede obviar ni delegar el explicar a los niños el origen de la vida y el amor, ya que eso creará un vínculo de confianza que le permitirá hablar de todos los temas posibles. Otra forma de curiosidad sexual es la exploración de su propio cuerpo, tanto para conocerlo como para obtener placer en la masturbación. La masturbación ocasional es normal y basta con darle al niño o la niña las normas sociales o morales que tenga la familia, para que disminuya o pase sin mayores consecuencias. Sin embargo, si se hace un drama de ella o se la inculpa excesivamente, es posible que se lo(a) traumatice en 187

relación a la sexualidad, y quede una cicatriz que dejará huellas en la vida adulta. Es preferible que lo(a) distraiga de la masturbación pidiéndole hacer una tarea que sea incompatible con continuar la masturbación, como lo puede ser el ir a buscar algo a la habitación de al lado. Es absolutamente comprensible tener un poco de vergüenza y sentimientos de incompetencia al hablar sobre la masturbación, porque es un área sobre la que la sociedad nos ha transmitido mucha culpa y vergüenza. Es perfectamente posible que a usted le moleste que el niño(a) se masturbe o que crea que no es bueno; sin embargo, no mienta diciendo que es malo para la salud, porque le producirá mucha angustia. El niño(a) a esta edad no tiene conciencia moral, ni mecanismos de autocontrol eficientes, por lo que tildarlo de «pecador» puede hacerle un daño emocional y perturbar su sexualidad adulta. Preocúpese si el niño(a) lo hace en exceso, puede ser signo de ansiedad o bien que alguien lo haya erotizado excesivamente. Si es así, pida ayuda a un profesional especializado y preste atención al medio ambiente, con quién se relaciona el niño(a), con quién no le gusta estar, qué ve y qué oye. ALGUNOS CONSEJOS

• Responda las preguntas de su hijo(a) sobre sexualidad directamente y en forma breve. Estimúlelo(a) a seguir preguntando; si le pregunta de dónde vienen los niños, explíquele que vienen de un lugar que hay dentro de la barriga de la mamá, que se llama «útero», y agregue: «¿Quieres saber algo más?». • En lo posible, use las palabras técnicas, dígale pene y no invente un nombre alternativo. Los cambios de nombre implican que usted encuentra un poco feo el nombre real. • Si no le ha preguntado nunca sobre el tema y tiene más de cuatro años, hágalo usted. Compre un libro para explicarle o vea una película con él o ella, si lo considera conveniente. • Aproveche las oportunidades que le da la vida para sacar el tema a la luz. Por ejemplo, «Francisco está esperando un hermanito, por eso a su mamá le está creciendo la guatita». • Explíquele también el rol del padre en la concepción de un hijo( a), cuando hagan preguntas sobre ello. Si no lo ha hecho a los cinco años, ponga usted el tema. • Para hablar de sexualidad es bueno llamar a las cosas por su nombre, pero se pueden usar metáforas para hacerlo más claro. Por ejemplo, para explicar el rol del padre diga: «El papá pone un espermatozoide, que es un semillita, en la vagina de la mamá, es por eso que el hijo(a) es de los dos». • Si el niño(a) se está masturbando delante suyo, no lo haga sentirse culpable ni avergonzado, pero explíquele las normas sociales, es decir, dígale que es mejor no tocarse los genitales en público. Si lo hace con mucha frecuencia, pida ayuda especializada, puede estar teniendo algún problema. • Si usted ha tenido una mala experiencia en lo sexual, no la transmita a sus hijos, les predispone a tener una vida sexual insatisfactoria. • Antes de preguntarle algo, cerciórese previamente sobre qué sabe, es decir, invierta 188

el rol, pregúntele por ejemplo: «¿Te ha contado alguien sobre de dónde vienen los niños?». • Las respuestas a sus preguntas o la información que dé, entrégueselas en el contexto de lo lindo que es el amor, de lo bueno que es quererse y de lo milagrosa que es la llegada de una nueva vida.

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La televisión y el uso de las nuevas tecnologías son herramientas nuevas que surgen con el desarrollo de la tecnología y han traído grandes beneficios a las personas y a la sociedad, sin embargo también traen consigo nuevos desafíos y problemas con los que los padres deben lidiar desde que sus hijos son pequeños. Existe una gran controversia sobre la exposición a la televisión en los primeros años de vida, ya que contrario a la creencia popular, las investigaciones apuntan a que afecta el desarrollo del lenguaje, concentración y socialización. Los aparatos electrónicos no son buenos educadores en sí mismos, y se ha demostrado que la estimulación que los padres o adultos hacen con los niños no puede ser reemplazada por la televisión. Sólo se observan ciertos beneficios con su uso en niños pertenecientes a sectores con un menor bagaje cultural. Ante estos nuevos hallazgos, países como Australia y Francia están cambiando sus políticas con respecto a la televisión. Australia está intentando prohibir el uso de la televisión en los centros de cuidado infantiles para niños menores de dos años y recomiendan que los niños menores de cinco años no vean más de una hora diaria de televisión. Por su parte, el Consejo Superior Audiovisual de Francia (CSA) ya prohibió en 2008 a los canales de televisión abierta emitir programas infantiles para niños menores de tres años, debido a la posible confusión de los padres a exponer a sus hijos a estos programas por ser educativos y estimulantes para este rango de edad. Es por ello que existen algunas condiciones que deben cuidarse cuando se trata de la exposición a la televisión: Cuántas horas de televisión vean. Al parecer, más de una hora disminuye la capacidad creativa, induce a la pasividad y reduce el tiempo dedicado a otras actividades necesarias para el desarrollo cognitivo y emocional de los niños. El tipo de programa. Los programas con mucha violencia tienen un efecto nocivo, puesto que los preescolares imitan lo que ven. Si, por el contrario, ven programas de contenido educativo podrían tener un efecto formativo. Las normas que la familia haya impuesto. Esto se refiere a la cantidad de horas que los niños pueden estar expuestos a la televisión, lo que están autorizados a ver y a vigilar que las normas se cumplan efectivamente. Se ha comprobado una disminución del 30% en el tiempo dedicado a la televisión en las familias que ponen normas al respecto. Si ven la televisión solos o acompañados. Los niños que ven televisión acompañados por un adulto tienen la posibilidad de conversar sobre el programa, se reducen los efectos de pasividad, aumenta el desarrollo del lenguaje y la conciencia crítica sobre los contenidos de los programas. Muchos padres creen que la televisión es una actividad inofensiva que sirve para entretener a los niños, protege de riesgos y puede ser utilizada como una niñera electrónica. Sin embargo, las consideraciones expuestas previamente ponen en duda gran parte de las creencias sobre la televisión como inofensiva. Si bien hay algunos programas que transmiten valores, como los que se basan en El Libro de las Virtudes o el Plaza Sésamo, la mayor parte de lo que transmite la televisión no sólo podría considerarse neutral desde el punto de vista valórico, sino que favorece la 191

transmisión de antivalores. Una situación que avala esta afirmación es, por ejemplo, que la capacidad de esfuerzo es casi inexistente en los personajes de la televisión. Todo lo bueno que les pasa o lo que logran sucede por arte de magia, a diferencia de la vida real, en que prácticamente no hay nada que se consiga sin un gran esfuerzo para alcanzarlo. Las conductas de riesgo son tremendamente valoradas por los protagonistas de las series de televisión, lo que sin duda para los preescolares es muy peligroso, ya que tienen poca o nula conciencia de riesgo y una enorme capacidad de imitación. Los estereotipos de belleza y atractivo femenino o masculino están lejos de nuestra realidad. La mayor parte de los personajes, especialmente los exitosos, son rubios, de ojos azules, altos y delgados. Estos modelos pueden ser muy dañinos para la autoestima en formación de los preescolares. Un efecto importante de la televisión, generado por la programación y propaganda, es el aumento del consumismo en el niño(a). Muchas veces, las demandas de consumo incentivadas por la televisión no pueden ser satisfechas por la familia, o bien la satisfacción de ellas puede ser muy nociva para la salud de los niños. Por ejemplo, estimular el consumo de comida chatarra, que en los preescolares tiene un efecto especialmente dañino, ya que están formando sus hábitos de alimentación. Una de las grandes críticas a la programación infantil es el alto contenido de violencia física y psicológica, que transmiten un mensaje de maltrato entre pares. Esto también debe cuidarse en los videojuegos, donde abundan aquellos juegos de peleas y guerras y en donde, además, tiene un rol activo en los golpes o muerte de los personajes. Estar expuesto(a) a tanta violencia tiene diversos efectos en la conducta infantil: – Genera insensibilidad frente al dolor ajeno. La muerte y el sufrimiento se trivializan. – Imitación de las conductas agresivas realizadas por los personajes. – Miedo e inseguridad por temor a la agresividad. Se manifiesta con frecuencia en los sueños de los preescolares en forma de pesadilla. – Hay una validación explícita de la violencia, sobre todo cuando el protagonista está en conflicto. Los medios que habitualmente se utilizan son muy violentos, siendo muchas veces el héroe el más eficiente para matar. ALGUNOS CONSEJOS

• Tenga cuidado, tómese en serio la influencia de la televisión, puede transformarse en un hábito muy adictivo, difícil de erradicar en los niños y en los adultos. • Proponga alternativas de entretención a la televisión. • Tenga normas claras en relación a cuántas horas de televisión puede ver su hijo(a) al día. Una hora de televisión debería ser más que suficiente. • Permita sólo aquellos programas que son coherentes con los valores de su familia. • No permita que su hijo(a) se exponga a programas que contengan una violencia excesiva. • Elija programas que estimulen valores como el respeto, la responsabilidad, la justicia, la tolerancia, la honestidad, el valor del esfuerzo y la solidaridad. • Acompañe a su hijo(a) mientras ve televisión; a partir de esto estimule su lenguaje y 192

reflexione sobre los contenidos de la programación. • Elimine los programas que puedan atemorizar al niño o niña.

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Pudiera parecer un poco prematuro plantearse el problema de cómo enfrentar el manejo del dinero en niños tan pequeños, pero curiosamente ya a esta edad se pueden crear actitudes perniciosas hacia el dinero y el consumo de cosas materiales, actitudes que serán difíciles de cambiar posteriormente. Aunque resulta difícil de creer, ya a los tres años los niños empiezan a comprender que las cosas se compran con dinero, aunque no tienen claro el valor que éste tiene. Por supuesto, prefieren tener muchas moneditas que un billete, aunque éste sea de mucho valor. Algunos preescolares a los cuatros años son ya bastante consumistas y pueden tener una pataleta si sus padres no les compran lo que quieren en forma inmediata. A veces, este consumismo obedece a una actitud de valoración excesiva por las cosas en la familia; por ejemplo, esto puede suceder cuando el paseo más frecuente lo constituye una ida al centro comercial más cercano. Con las visitas a estas verdaderas catedrales del consumismo se van creando en los niños y en los adultos necesidades artificiales que resultan difíciles de controlar. Esto no quiere decir que no pueda ir de compras cuando realmente se necesita algo, el problema se encuentra en la frecuencia de las visitas y en comprar cosas que muchas veces son innecesarias. Los niños, cuando son pequeños, quieren todo lo que ven y, por lo tanto, cuando van al supermercado pueden hacer una gran pataleta para conseguir un espantoso cocodrilo naranjo. Cuando la mamá, como una forma de evitar una pataleta, termina por comprar el cocodrilo en cuestión, le está enseñando que hacer pataletas es una forma legítima de conseguir lo que quiere. Si la conducta se repite puede ir generando en el niño(a) un hábito compulsivo de tener, una imposibilidad de aceptar un no por respuesta y, por ejemplo, querer que se le compre en forma inmediata todo lo que pide. Uno de los factores que puede influir en que los niños tengan esta percepción y que sean tan exigentes en relación al dinero, son los cajeros automáticos, en los que el niño(a) ve a su papá o su mamá meter una tarjeta y conseguir dinero. No es de extrañar que cuando se les da como respuesta «No tengo dinero», insistan diciendo «Pero vamos a sacar al cajero automático». A partir de su experiencia relacionará el dinero con la máquina y no con el trabajo. La imagen que se arman los niños en este escenario es que el dinero se consigue fácil y que, por lo tanto, no es problema gastarlo en cosas que no son realmente necesarias y bastante desechables. Los niños tienen que aprender a esperar por las cosas, así valoran más y entienden que los recursos son limitados; que en la vida es necesario priorizar en lo que se va a invertir, que si se compra esto tendrá que dejar de tener otra cosa. Pensar un poco antes de comprar puede ser una actitud reflexiva y razonable. Es natural que el niño(a) pida en ocasiones juguetes y que espere algunos regalos para fechas importantes, como es su cumpleaños o Navidad, pero hay que poner un límite a las demandas excesivas y a las peticiones sin control que suelen hacer los niños. Ellos no nacen conociendo los límites, son sus padres quienes deben ponerlos. Se les puede poner un control, decirles «Haz una lista y recibirás cuatro regalos». De los juguetes pedidos por 195

sus hijos, prefiera en estas ocasiones aquellos que tienen un mayor valor educativo y/o que se relacionan con los intereses del niño(a). El juguete es una actividad vital para el niño(a) desde el punto de vista intelectual y afectivo. Además, el juego permite expresar temores, deseos y experiencias, a la vez que ayuda en las relaciones con las personas que se juega. No obstante, no todos los juguetes que pide son posibles ni necesario dárselos. Cuando no pueda o piense que es beneficioso para el niño o la niña no obsequiárselo, debe explicárselo tranquilamente, diciendo que en este momento no hay dinero para comprar lo que quiere o que no es bueno para él o ella. Los niños van a entender poco a poco las razones, así como van comprendiendo el valor del dinero y aprendiendo a postergar gratificaciones si los padres tienen una actitud mesurada frente al consumismo. No es de extrañar que a los niños les guste tener juegos y juguetes, lo que no es deseable es que se obsesionen por las cosas y que no puedan postergar la necesidad de tenerlas en forma inmediata. Peor es cuando se genera en los niños la actitud competitiva, en que siempre quieren tener más que el otro. Por supuesto, las comparaciones son inevitables, pero hay que lograr, a través de una actitud de justicia entre los hermanos, no incentivar las envidias, que no hacen sino estimular la competencia y, por ende, el consumismo. Una de las maneras a través de la cual muchas familias, sin pensarlo, estimulan el consumismo, es estar siempre pendiente de lo que se quiere comprar o la tendencia a comparar lo que tienen los otros. A través de esto incitan al niño(a) al consumismo como una forma de igualarse. Un factor al que se ha responsabilizado del aumento del consumismo en los niños, es la propaganda en televisión que presenta a la felicidad como algo más ligado al tener que al ser o al hacer. Un niño o niña que ve demasiada televisión está expuesto(a) a ver más propaganda y, por lo tanto, a valorar más el consumismo. Especialmente perniciosas son las propagandas que utilizan niños y que hacen aparecer que los buenos padres son los que compran más cosas a sus hijos. El exceso de cosas es negativo para los niños, ya que hace que no valoren lo suficiente lo que tienen; pero, por el contrario, la tacañería hace que los niños sobrevaloren las cosas que tienen sus amigos. El privar a los hijos de las cosas que tienen la mayoría de los compañeros es un factor negativo que los inseguriza, y como en todo, el equilibrio es la más sabia de las recetas. Eduardo, un hombre adulto, contaba cómo cuando niño él siempre heredaba todo de su hermano mayor y de un primo; su ropa era casi siempre usada y muchas veces, los juguetes más caros como la bicicleta, por ejemplo, también le llegaban de segunda mano. Con este hecho se le desarrolló una necesidad compulsiva por tener cosas nuevas que lo hacía endeudarse en forma excesiva. Tanto fue así que su conducta fue calificada por el psicólogo al que consultó como una de adicción a las compras que se generaba en la sensación de inferioridad, que a su vez tenía relación con su hermano y su primo, que siempre tenían cosas nuevas. Su mamá, una mujer austera, hacía esto con la mejor intención del mundo, para que aprendiera a ahorrar, a cuidar las cosas y el dinero, consiguiendo absolutamente lo opuesto, ya que a Eduardo se le desarrolló una necesidad por tener cosas nuevas, lo que aún después de un tratamiento le es difícil controlar. Él relata que lo más lamentable de todo es que ni siquiera disfruta con sus compras, porque ha interiorizado la idea que le 196

inculcó su madre sobre la importancia de ahorrar, por lo que se siente culpable, a pesar de lo cual le cuesta mucho dejar de comprar. Esto puede explicar también por qué hay padres que intentan dar ilimitada e inmediatamente a los niños, respondiendo a una conexión con las propias carencias vividas durante su infancia. Daniel, que había tenido una infancia muy difícil, contaba que cuando entraba a una juguetería sentía una verdadera compulsión por comprarlo todo. Se daba cuenta de que esto no tenía que ver con lo que sus hijos necesitaban o querían, sino más bien con los juguetes que él no había tenido de niño. Aceptar un no por respuesta implica entender que las cosas tienen un valor y que los recursos son limitados. Lograr esta comprensión es un importante aprendizaje que va ayudar al niño(a) a tener un buen manejo del dinero, además de entender que no se puede tener todo de manera inmediata. A veces, esta tendencia a comprar muchas cosas y excesivamente caras puede ser una forma de compensar la falta de tiempo que se tiene para los niños. Según las investigaciones, éste suele ser un error frecuente de madres y padres que deben trabajar muchas horas fuera de la casa. Una mamá que por razones de trabajo debe viajar con frecuencia dejando a los niños en la casa al cuidado de la nana, cuenta: «Cuando terminaba mi trabajo empezaba a pasear por el centro de las ciudades en que debía trabajar, me acordaba de los niños, me sentía muy culpable y con una pena tremenda. Para aliviar mis culpas terminaba comprando en las tiendas juguetes y ropa para los niños de una manera irracional. Las tarjetas de crédito colapsaban y en ese sentido el viaje de trabajo, en vez de equilibrar el presupuesto, lo desequilibraba completamente». La mayoría de los niños prefiere más tiempo de sus padres que obtener muchas cosas materiales de ellos. Existe una anécdota de una familia con muchos recursos económicos que llevó a su hijo al campo para que viera cómo vivía la gente pobre. Cuando los padres le preguntaron a la vuelta del viaje qué le parecía la vida del niño del campo que habían tenido la oportunidad de conocer, el niño dijo lo siguiente: «Mi amigo del campo es mucho más rico que yo. Él tiene cuatro perros y yo sólo uno, yo tengo una piscina y él tiene un río. Además, sus papás pueden estar todo el día con él». Efectivamente el dinero aporta a la felicidad, pero la frase que dice que el dinero hace la felicidad ha dejado de ser sólo una manera de decir, convirtiéndose en realidad. Mucha de la infelicidad y los problemas de los adultos se genera en la búsqueda de tener más cosas de las que se pueden financiar, lo que puede llevar a conductas ilícitas y a endeudamientos excesivos. Esto nos lleva a pensar, por un lado, que hay que aprender a resistir las presiones que vienen de los niños como una forma de educarlos y, por otro, a resistir las presiones internas que pueden crear las culpas por negarle algo a los hijos. Por supuesto que tras esta tendencia a acoger todas las demandas de los niños, tiene que ver con que lo que se quiere es la felicidad de nuestros hijos, lo que está bien. Lo importante es tener claro que no se puede ser feliz todo el tiempo y que hay que elegir qué te hace feliz. No se trata de ser tacaño(a) con los hijos. Lo importante es mantener un equilibrio entre una actitud despilfarradora y otra tacaña; saber que los pequeños gestos cotidianos en relación al dinero y el consumo tienen un valor formativo. ALGUNOS CONSEJOS

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• Reflexione con el niño o niña acerca del valor de las cosas y explíquele, cuando pide algo, que otras cosas podrían tener el mismo valor. Enséñele el valor de las cosas pequeñas, cuidando y arreglando los objetos para que él o ella aprenda que las cosas tienen un valor. • Enséñele a disfrutar con todos los aspectos de la vida que no tienen costo y que son tan valiosos como una puesta de sol, un amanecer, los parques, subir un cerro, las bibliotecas y pasear por la plaza. • No lo(a) sobreexponga a situaciones que incentivan los centros comerciales. Haga salidas a lugares abiertos más que a los centros comerciales, donde haya más naturaleza y menos estimulación por el tener. • A veces dígale que no a lo que pide, pero tranquilamente y sin enojo. Muchas veces creemos que cuando hay que negar algo hay que enojarse. Es fundamental explicarles tranquilamente la racionalidad del no. • No lo(a) exponga a situaciones de carencia excesiva; cuide que tenga más o menos las mismas cosas que sus amigas o amigos. Tenga un justo equilibrio, permítale que tenga lo que la mayoría de los niños tiene, pero no lo atiborre de cosas. • Evalúe si la actitud que le está transmitiendo en relación al dinero corresponde a la que usted desea transmitirle. • Recuerde el antiguo método de ahorrar. Cómprele una alcancía para que vaya aprendiendo, a partir de los cinco años, a juntar dinero para comprar algo de mayor valor. Así le enseñará a postergar la gratificación inmediata para conseguir algo mejor. Comente positivamente virtudes como el ser cuidadoso( a) o ahorrativo(a). • No lo(a) frustre excesivamente, pero enséñele a esperar un poquito por un juguete o por algo que quiere. • Enséñele a compartir con otros sus pertenencias, entendiendo que es difícil en esta etapa del desarrollo. • Cuando sea generoso(a), alábelo(a) por su generosidad. • No lo(a) deje ver demasiada televisión, que estimula fuertemente el consumismo a través de las propagandas.

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Constanza, de tres años, en la playa mira cómo su amiguita Beatriz juega con un balde y hace moldes. Ella no había estado nunca antes en la playa ni había jugado con arena, pero al poco rato, después de mirar con mucha atención a su amiguita, pescó su balde y empezó a jugar. Primero miraba cómo lo hacía Beatriz, para ir imitando lenta y cuidadosamente los movimientos de su amiga. Logró con mucho esfuerzo llenar su balde, darlo vuelta y hacer un molde. Cuando terminó, las dos niñitas estaban tan contentas de lo que habían hecho que se pusieron a reír. Al compartir este juego, no sólo Constanza había aprendido a jugar con arena, sino que a compartir los juegos, lo que también fue una experiencia positiva para Beatriz, que sintió que podía enseñar. Este ejemplo nos muestra cómo la amistad es una preciosa influencia que puede reforzar lo que la familia les enseña. Los amigos, además de dar mucha felicidad y alegría compartida, enseñan muchas cosas. Pocas experiencias hay que modelen más los comportamientos de los niños y que estimulen más su desarrollo social, que compartir y jugar con compañeros de su edad. Un niño(a) que aprende a llevarse bien con sus compañeros a esta edad, hace un aprendizaje de convivencia social que le será muy necesario en la vida, porque aprenderá el valor de la amistad y a adaptarse a las necesidades de los demás. La influencia de los amigos es distinta a la influencia de la casa, porque los amigos deben conseguirse y mantenerse. En la amistad, tanto para construirla como para mantenerla, hay que realizar algún esfuerzo, en cambio la relación de la familia es o debiera ser incondicional, al ser un derecho que se adquiere por nacimiento. Los amigos no están obligados a querer, quieren porque sienten que el otro es capaz de sintonizar emocionalmente con ellos. Además, es importante que los amigos sean de la misma edad, de manera que no haya tantas diferencias de poder como las hay en las familias. En la edad preescolar surge un fenómeno que tiene un lado positivo y otro negativo, al aparecer por primera vez la posibilidad de «comparación social». El niño o niña puede comparar sus propios logros o rendimientos con los de sus compañeros, que en su aspecto positivo permite ajustar sus comportamientos a los de los niños de su edad; pero también, y especialmente cuando se ha incentivado mucho la competencia en la familia, puede producirse un sentimiento de inferioridad o una actitud excesivamente competitiva. Recuerde que las comparaciones son odiosas y crean distancia entre los niños y hay que evitar aquellas que dan origen a actitudes muy competitivas. Los niños muy competitivos son poco queridos y suelen ser rechazados socialmente. Es importante recordar que la conducta social se aprende, por lo que será beneficioso que su hijo o hija lo vea compartir con sus amigos o amigas y observe que en su vida hay un espacio importante para ellos. Cuando algún amigo haga algo positivo por usted, cuénteselo, para que así vaya aprendiendo qué cosas hace y qué actitudes tiene un(a) buen(a) amigo(a). Por otra parte, es bueno también comentar las amistades de personajes de películas infantiles, porque lo bueno de las relaciones que en ellas aparecen es que permiten ver las reacciones de los otros ante determinadas actitudes. «¿Por qué el ganso y el pato se pelearon y el ganso no quiso ser más su amigo?», «Parece que al ganso le dio mucha pena que se rieran de él», «¿Qué tendría que hacer el pato para que volvieran a ser amigos?», 200

«¿Cuándo el pato y el ganso son buenos amigos?». Asimismo, cuéntele cuentos de buenos amigos y cómo ellos son una gran compañía y apoyo en los momentos difíciles. La idea en la amistad no es que el niño o la niña compitan, sino que aprendan a relacionarse, a ser responsables por el otro. La convivencia social debe servir para que aprendan a compartir y a valorar a los demás, logrando un aprendizaje que estimule su desarrollo social y el de sus amigos y amigas. ALGUNOS CONSEJOS

• Sea usted un modelo de buen(a) amigo(a); preocúpese por sus amigos y comparta en lo posible con ellos delante de sus hijos. • Busque un niño o niña de la misma edad con el que le sea fácil estar con frecuencia, para que vaya construyendo una amistad más profunda. • Si está en edad de entender, explíquele qué hace que una persona sea un buen amigo(a). • Llévelo(a) a lugares donde pueda jugar con otros niños, como plazas, la casa de algunos primos de edades cercanas o donde sus vecinitos de la edad. • En lo posible no haga comparaciones entre él o ella y sus amigos y amigas. Las comparaciones distancian a los niños y además los insegurizan. • Ayúdelo(a) a ser cooperativo(a); los niños competitivos, a la larga tienden a ser rechazados y poco queribles. • Ayúdelo(a) a controlar la agresión que con frecuencia surge en los niños por los juguetes, para que aprenda a autorregularse y a respetar a sus amigos y amigas y sus pertenencias. • Comente con frecuencia lo amistoso que es y cómo lo quieren sus amigos y amigas.

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CUANDO LOS PADRES SON EL PROBLEMA

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Ser padres nutritivos es una tarea difícil para la cual se requieren una serie de competencias parentales, con las cuales a veces, por diversas razones, la mamá o el papá no cuentan en un grado suficiente. En ocasiones, las dificultades para ejercer una paternidad o maternidad que se caracterice por un buen trato a los hijos, se encuentran en deficiencias en el trato recibido en la infancia por los padres en su familia de origen. El maltrato infantil puede dejar como huella carencias afectivas que hacen difícil el logro de un vínculo protector para con sus hijos. En esta misma línea, los padres pueden no haber contado con un modelo adecuado para ejercer la paternidad, que esté atento a las necesidades de los niños y que sea capaz de sintonizarse afectivamente con lo que ellos requieren para un buen desarrollo emocional y cognitivo. Esta sintonía sólo es posible con padres cercanos, que son capaces de leer las señales que el niño o niña va dando. La cercanía afectiva y la disponibilidad para conectarse atendiendo las necesidades de los niños, son los ingredientes fundamentales para desarrollar un buen vínculo emocional positivo con el niño o niña y promover su desarrollo. Otro motivo para que en ocasiones la relación del niño(a) con uno o ambos padres más bien entorpezca que facilite el desarrollo infantil, es el escaso reconocimiento entregado a los niños. Algunos padres tienen la creencia equivocada que educar es corregir, y entonces, con mucha frecuencia, le expresan a sus hijos intensamente sus defectos y debilidades, señalando sus errores como una forma de ser. Por ejemplo, diciendo «Eres muy porfiado» o «Eres tan agresivo», olvidando que una mirada positiva sobre las características del niño(a), que se centre en sus fortalezas, es esencial para generar vínculos nutritivos con los hijos y evitar la formación de un autoconcepto negativo. Hay evidencia suficiente acerca de que el señalamiento lo más explícito posible sobre lo que hace bien, atribuyendo su conducta positiva a rasgos de personalidad, tiene un poderoso impacto en la formación de una imagen personal y una autoestima positiva. Por ejemplo, cuando se le expresa «Eres tan esforzada» o «Eres muy generoso». Muchos errores educativos derivan también, simplemente, de no tener la información necesaria para saber educarlos y tener creencias equivocadas en relación a algunos aspectos fundamentales, como son los temas críticos de la disciplina y el castigo. Un niño(a) es un ser frágil y muy vulnerable a los comportamientos de las personas más significativas para él o ella, como lo son sus padres. Esto es especialmente importante en sus primeros años de vida, en que la dependencia física y emocional de ellos es total. Educar bien requiere de una reflexión acerca de lo que el niño o la niña necesita y conocer cuál es el impacto que determinadas actitudes pueden tener en su personalidad. En esta sección del libro se han resumido algunas de las carencias más frecuentes en los padres, así como algunos errores en que suelen incurrir las familias en la educación de sus hijos. Lo más probable es que si usted está leyendo un libro sobre educación infantil, no cometa graves errores, pero es posible que algunas de las ideas que encuentre aquí lo(a) ayuden a reflexionar sobre cuáles son los caminos que hay que evitar y cómo encontrar maneras de mejorar cada día un poco en la no fácil pero maravillosa tarea de ser padres. 203



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Es de gran utilidad reconocer que muchas veces el mal comportamiento de los niños en la etapa preescolar se basa en una búsqueda desesperada y, obviamente, equivocada por conseguir la atención de sus padres, ya que esta revelación puede iluminar la forma en que se educa a los hijos. Los niños no resisten ser ignorados y serán capaces de cualquier conducta que les asegure la atención de sus padres. Ciertamente que los niños prefieren ser visibilizados positivamente, ser reconocidos que ser reprimidos en sus acciones o castigados. Sin embargo, ante la alternativa de ser ignorados, prefieren la atención negativa. No se trata de un mecanismo consciente, simplemente han aprendido en forma inconsciente que «portándome así conseguiré atención». Pamela, de cuatro años, es llevada a consulta porque desde que nació su hermano Lucas no cesa de hacer «tonteras» para llamar la atención: rompe cosas, hace pataletas, da vuelta los cajones, se escapa. En síntesis, se ha transformado en una niñita muy difícil de cuidar y es un peligro para ella misma y para los otros. Lo que sucede es que Pamela no sabe cómo conseguir atención positiva. La niña se ha visto inundada de emociones negativas y positivas desencadenadas por el nacimiento de su hermano, y no sabe cómo expresarlas, lo que la tiene muy alterada. Posiblemente, lo único que Pamelita quisiera es ser acogida y regaloneada por sus padres, estar segura de que la siguen queriendo igual, a pesar del nacimiento de Lucas. Pamela, en forma no consciente, ha aprendido que la forma más efectiva de tener la atención de sus padres es portarse mal. Ella posiblemente no sabe que lo que hace es portarse mal, pero sí ha aprendido que en cuanto ella empieza a gritar los padres le prestan atención para tranquilizarla. Los padres que son más competentes y tienen menos conflictos con sus hijos en la etapa preescolar son aquellos que aprenden a visualizar las conductas positivas de sus hijos y a premiarles de diversas maneras, con atención, caricias y por supuesto con alabanzas. La atención dada en público y que describe las conductas positivas de los niños también es de gran utilidad; por ejemplo, contarle a la abuela lo amorosa que había sido Pamela con su mamá y lo cooperadora que había sido ayudando a mudar a su hermano Lucas, ayudó a Pamela a superar los celos y a aprender que una mejor manera de conseguir atención de sus padres era portándose bien. Una muestra de cuán sensibles son los hijos preescolares a la atención de sus padres, es observar cómo actúan cuando sus padres contestan un llamado telefónico o llegan visitas a la casa. Ellos pueden haber estado jugando tranquilamente, pero basta que suene el teléfono para que demanden en forma inmediata atención y comiencen a dar guerra de diversas maneras, hasta conseguir que se les preste la atención requerida. Una buena manera de conseguir que esto no suceda es expresarle nuestra necesidad de conversar tranquilos durante una llamada y felicitarlo efusivamente por permitirnos conversar, de manera que sepa que es valorado(a) por ello. Dado que cuando se es pequeño( a) se tiene baja tolerancia a la frustración, sea breve en las llamadas y no lo(a) exponga a una espera muy larga. Mientras más especifique el motivo por el cual recibe atención y más descriptiva sea 206

la forma en que se le entregue la retroalimentación, más fácil será que aprenda cómo necesita comportarse para recibir atención. Por ejemplo, es mejor decir «¡Qué cariñoso(a) eres conmigo!» que decir simplemente «¡Qué bien!». Sea consecuente con cómo usted quiere educar; si quiere que su hijo(a) desarrolle conductas y valores positivos, esté atento(a) a estimularlo en forma generosa cada vez que ellos se presentan. Prestar atención a los buenos comportamientos del niño(a), además de mejorar significativamente la relación entre usted y su hijo(a), tiene la ventaja adicional de generar en el niño o la niña un autoconcepto positivo. ALGUNOS CONSEJOS

• Cuéntele a las personas de la familia las virtudes y los comportamientos positivos de su hijo(a), poniendo gran énfasis en ello, de tal manera que el niño o niña perciba claramente qué características suyas llaman su atención en forma positiva. • No preste demasiada atención a las conductas negativas; si se cae y llora, consuélelo(a) en forma moderada y no haga de ello una tragedia. • Fíjese cuando está tranquilo(a) y concentrado(a), y haga algún gesto de afecto hacia él o ella. • Piense algún comportamiento positivo que quiera mantener en su hijo(a) y préstele atención cada vez que se presente. • Cuando lo(a) elogie sea lo más específico(a) posible en sus afirmaciones, para que al niño(a) le sea muy evidente lo que usted considera positivo en él o ella. • Nunca hable mal de su hijo o hija delante de otras personas etiquetándolo(a) con características negativas, como por ejemplo diciendo «Es que Mauricio es tan peleador». • Algún día anote cuántas veces se dirige a él o ella para llamarle la atención y cuántas para darle afecto. • Recuerde que a esta edad necesitan mucha atención y que es preferible que la consigan por cosas positivas, a que tengan que recurrir a conductas desadaptativas para conseguirla.

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Ejercer una buena paternidad requiere saber combinar la preocupación por las necesidades de los hijos con las exigencias que son necesarias de hacer para educarlos bien. Requiere de una dosis importante de espiritualidad y de sabiduría para lograr que los niños se desarrollen en un ambiente armónico Ser buen padre o buena madre supone ser capaz de armonizar muchas variables para mantener una actitud equilibrada. A veces, es conveniente hacer una autoevaluación de cuál es nuestro estilo parental, teniendo una actitud abierta a modificar algunos de nuestros comportamientos como padres y estar dispuestos a incluir algunas formas nuevas en la relación con nuestros hijos. Se han descrito dos aspectos fundamentales en el logro del equilibrio necesario para educar bien a los hijos. Diane Buamarind, una experta en educación familiar, desarrolló un modelo en que menciona como primer factor las exigencias y demandas que los padres hacen a los hijos, incluyendo las normas y la disciplina. El segundo factor del modelo se relaciona con la sensibilidad que tienen los padres hacia las necesidades de sus hijos, lo que supone la capacidad de percibirlos como personas diferentes a ellos y permitirles ser libres para desarrollar su propio camino. Los padres con estas características permiten a los niños expresarse asertivamente y les posibilitan un ambiente que facilita la creatividad y la autorregulación. La combinación de estas dos variantes da origen a cuatro estilos parentales: a) Los padres indulgentes. b) Los padres autoritarios. c) Los padres no comprometidos. d) Los padres con autoridad. Padres indulgentes Alberto es un pequeño tirano haciendo con su madre, que es separada, lo que quiere. Las pocas reglas que su mamá le pone no las cumple y su madre dice con resignación: «Ha sufrido tanto con la separación que ya aprenderá a portarse bien». Pero esta afirmación es errónea, ya que el aprendizaje de respetar las normas, no importa cuáles sean éstas, se hace en el período preescolar. Sin embargo, lo más grave es que por esta dificultad para respetar las reglas, secundariamente Alberto está siendo rechazado por sus compañeros del jardín, dado que él transfiere el estilo «Yo hago lo que quiero» a sus compañeros. Ellos, obviamente, no tienen la misma indulgencia que los padres, encontrándolo muy antipático y poco querible, y por lo tanto no quieren jugar con él. De esta manera, los niños y las niñas crecen con la ilusión de un poder y de capacidades que no han logrado desarrollar, lo que les dificulta su adaptación al entorno de sus pares y al entorno en general. Los padres indulgentes son muy sensibles a las necesidades de sus hijos, pero no le generan una estructura familiar con normas que los protejan y les enseñen a convivir.

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Padres autoritarios Los padres de Antonieta son extremadamente exigentes y esperan que ella los obedezca sin cuestionar. Ella es muy tímida, ya que el sobrecontrol de los padres y su excesivo autoritarismo le han impedido aprender a expresar lo que necesita. Cuando ella no recibe órdenes, le falta autonomía para organizar y planificarse, por lo tanto, es muy pasiva y se atemoriza frente a las demandas del medio. Los padres autoritarios son muy poco sensibles a los derechos de sus hijos y tienden a poner excesiva presión sobre ellos, creando una distancia afectiva con sus hijos. El control parental se ejerce de una manera rígida, inflexible, a través de las amenazas, castigos corporales, humillaciones y rechazos. Padres no comprometidos Son los padres que se involucran insuficientemente en la educación de sus hijos, no les exigen mucho ni están atentos a sus necesidades. Es el caso de Bárbara, que pasa mucho tiempo sola y se siente abandonada por sus padres. Se queja de que no la escuchan y que no saben lo que ella quiere o necesita, aunque tampoco le piden mucho; este hecho, lejos de tranquilizarla, lo vive como desamor por parte de sus padres. Cuando uno ve a Bárbara percibe que se trata de una niñita cuya educación ha sido descuidada por sus padres, sus hábitos dejan mucho que desear, su apariencia es poco cuidada y está gordita porque come todo lo que quiere sin ningún control. Además, su vocabulario es pobre para su edad, porque ha sido poco estimulado. Estos padres a veces quieren mucho a sus hijos, pero están tan absorbidos por sus trabajos o sus problemas que no son capaces de visualizar las necesidades de sus hijos. Los padres suelen comunicarse poco con sus hijos, siendo esta comunicación superficial y sin contenidos educativos, además de estimular y reconocer insuficientemente los logros de los niños y niñas. Padres con autoridad Rodrigo se sabe muy querido por sus padres, que están dispuestos a escucharlo y atienden con mucha preocupación sus necesidades. Ellos son complacientes, pero Rodrigo sabe que hay normas que hay que cumplir y que hay que respetar la autoridad para que sus padres lo respeten a él. Los hijos de padres con autoridad perciben que se preocupan de las necesidades del grupo familiar y que desde allí ponen normas que benefician a todos. La fijación de reglas en estas familias conjugan las necesidades del niño(a) y las exigencias que le ponen los padres, lo que resulta básico para que crezca en un ambiente coherente y protegido. Los padres con autoridad se comprometen en la relación de tal manera que dan ternura y afecto, pero no tienen miedo a poner límites. Asimismo, estos padres tienen el sentimiento de echar de menos a su hijo o hija cuando está lejos o ausente, pero son capaces de respetar sus procesos de autonomía.

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ALGUNOS CONSEJOS

• Converse con sus amigos y familiares acerca de cuál es su apreciación sobre usted como padre o madre. ¿Es demasiado indulgente? O, por el contrario, ¿lo(a) perciben como autoritario(a)? • Estimúlelo(a), siempre que sea posible, a expresar sus opiniones. • Reconozca los intereses de sus hijos, respételos y estimúlelos lo más posible. • Cuide que las exigencias que se hagan estén de acuerdo a su nivel de desarrollo. • Explíquele lo más claramente las reglas familiares, en lo posible discútalas en conjunto si la edad de los niños lo permite. • Preocúpese de que los límites fijados no sean muchos, pero que se cumplan. No ceda fácilmente a las presiones de los niños, se acostumbrarán a no respetar los límites. • Converse al menos una vez a la semana con su hijo(a) a solas, cuéntele algo significativo que le haya pasado a usted y pídale después a él o ella que le cuente algo. • Una vez a la semana en la mesa, cada uno comenta qué fue lo mejor y qué fue lo peor de la semana.

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¿Podría su hijo o hija quejarse de que usted es negligente en su relación con él o ella? Aunque es una pregunta casi ofensiva, porque la verdad es que la mayoría de los padres contestaría honestamente que no, desafortunadamente la evidencia nos muestra que hay muchos niños cuyos padres son negligentes en su educación y en los cuidados que les prestan. La mayoría de las negligencias en que los padres incurren con los niños son sin maldad y son producto de una falta de conciencia de las necesidades de los hijos. Hay algunas señales que llevan a pensar que un niño o una niña no está siendo suficientemente cuidado(a), ya que éstas se reflejan en su aspecto físico y psicológico. En este caso, los padres pecan por omisión y no por una conducta abiertamente negativa frente al niño. Muchos niños están descuidados porque en la sociedad moderna las exigencias sobre las personas son tales, que los padres tienen cada vez menos tiempo para dedicar a la familia. Es así como a los niños muchas veces se les postergan las consultas médicas, restándole importancia a sus problemas de salud pensando que son triviales. Cuando finalmente se hacen del tiempo para ir al médico, los cuadros clínicos se han agravado y la situación se ha complicado de tal manera que la recuperación resulta muy difícil. En otro ámbito en que se observa la negligencia de los padres es en la relación con el colegio. Estos niños con frecuencia llegan tarde al jardín y sin los útiles necesarios; los padres se atrasan regularmente en ir a buscarlos(as), provocando mucha ansiedad en sus hijos. Los hijos de padres negligentes no son mirados ni escuchados suficientemente en sus necesidades. Por ejemplo, cuando los padres se atrasan, los niños tienen verdaderos ataques de pánico, porque para ellos el tiempo pasa muchísimo más lento que para los adultos. Por lo tanto, que el padre llegue media hora tarde es para el niño(a) una verdadera tortura que implica sentirse abandonado(a). Para un niño(a), el hecho que lo descuiden no sólo implica sentir que sus padres no lo quieren lo suficiente, sino que va a sentirse diferente que sus amigos(as), que tienen padres atentos a sus necesidades. Por ejemplo, si todos llegan disfrazados en el aniversario patrio y él o ella no porque sus padres se olvidaron de comprarle el disfraz, no sólo se sentirá ridículo, sino que lo vivirá como una señal de desamor de sus padres. El niño(a) pequeño(a) necesita vínculos sólidos con un adulto que se haga cargo de sus necesidades, y si no lo encuentra empieza a buscar afecto en personas que no siempre son las mejores compañías, o bien comienzan a aislarse, transformándose en niños tímidos e inseguros. La falta de límites es una actitud muchas veces cómoda, que también puede ser indicadora de negligencia de los padres. Los límites tienen como objetivo proteger al niño o niña de los riesgos. Si usted no le permite comer todos los dulces y papas fritas que él o ella quieren, no está siendo un mal padre; muy por el contrario, lo(a) está protegiendo de la obesidad y quizás de una diabetes. Cuando no le permite salir a la calle solo(a), lo(a) está protegiendo de un accidente o, a lo mejor, de personas que pueden hacerle daño. Con dificultad, un niño(a) que no ha sido suficientemente cuidado(a) en su infancia sabrá cuidarse a sí mismo(a) en el futuro. Pero quizás la mayor negligencia que puede cometerse con un niño(a) es no expresarle afecto. Un niño o niña que no recibe la suficiente dosis de afecto se sentirá 213

poco valioso(a) y poco querible. El niño(a) experimentará una especie de desapego afectivo, ya que la cercanía física, la proximidad y la preocupación de sus padres son esenciales para que crezca con capacidad de crear lazos afectivos. Frecuentemente, los padres negligentes delegan mucho el cuidado del niño(a) en otras personas, ya sean familiares o personal contratado, lo que sin duda es mejor que dejarlo solo(a), pero el niño(a) necesita sentir el cariño incondicional de sus padres para crecer con confianza en sí mismo(a). El cariño no es una función que se delega. A veces, el papá tiende a delegar toda la relación afectiva en la madre, pero los niños necesitan para su seguridad personal que tanto su padre como su madre se preocupen de ellos y que ambos estén atentos a sus necesidades. Los olvidos de fechas importantes son una forma de negligencia paterna, bastante corriente en hijos de padres separados. No acordarse de comprar un regalo de cumpleaños, ir a buscarlo(a) tres horas más tarde que lo acordado y cambiar las visitas por razones sin importancia, es un agravio para el niño(a) y una señal de que no ocupa el número uno en la lista de prioridades paternas. Los padres muy trabajólicos tienen también un riesgo de ser negligentes en atender las necesidades del niño(a). El niño(a), como decía Gabriela Mistral, se llama «hoy», hay que estar con ellos, enseñarles a vincularse y a tener una comunicación afectiva sólida. El puente para una buena comunicación padre-hijo se establece en este período, intentar hacerlo más tarde será una tarea más compleja y llena de obstáculos. La paternidad y la maternidad implican darse tiempo para entender las necesidades de los niños y para satisfacerlas. Por cierto que es una actividad que implica, a veces, postergar algunos proyectos personales, con el fin de llevar a cabo esta maravillosa función paterna. ALGUNOS CONSEJOS

• Exprésele con mucha intensidad su afecto, manteniendo una proximidad física a través del juego y de los paseos; dese tiempo para compartir de tal manera que su hijo(a) se sienta seguro(a) de su afecto. • Comparta al menos una comida con su hijo(a) en paz y tranquilidad. • Ponga límites razonables y explíquele por qué los pone. • Acompáñelo(a) con frecuencia en sus actividades escolares, en lo posible vaya a dejarlo(a) al jardín o a buscarlo(a). • Tenga una vez a la semana tiempo para compartir en una relación uno a uno con cada uno de sus hijos. • Si trabaja y tiene posibilidad de hacerlo, llámelo(a) al menos una vez en la tarde. • Los viajes y las salidas sin los niños deben ser las menos y lo más cortas posible en esta etapa de desarrollo. • Esté atento(a) a los cambios que puede tener en su conducta, y si nota algo diferente conéctese emocionalmente con él o ella para saber qué le puede estar sucediendo.

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La autoestima es lo que cada persona se dice a sí misma sobre sí misma, siendo fundamental en los primeros años la imagen que los otros, principalmente los padres, le entreguen a sus hijos. Tener una autoestima negativa obstaculiza el desarrollo infantil, les produce a los niños sentimientos de tristeza, de incompetencia, de ser poco valiosos y, por lo tanto, de ser poco queribles. No siempre una autoestima negativa es responsabilidad de los padres; sin embargo, hay algunos errores que ellos cometen involuntariamente con bastante frecuencia y que menoscaban la valoración personal del niño(a). Algunos de estos errores son: Demandas y exigencias que exceden las capacidades de los niños Si bien es necesario darle a los niños las posibilidades de desarrollar al máximo sus potencialidades, es importante no sobreexigirlos. Altos niveles de exigencias pueden ser contraproducentes, al poner al niño(a) en una situación constante de estrés para cumplir con las expectativas de sus padres. El temor a no cumplir con lo que se espera de él o ella, le resta seguridad y felicidad al niño(a) en su realización, aunque consiga ciertos logros. Cuando por alguna razón sus resultados no son los que esperaba, puede sobrerreaccionar y caer en actitudes depresivas. Jaime, de siete años, no quiso ir más al colegio porque su dibujo no fue seleccionado para ser mandado a un concurso de pinturas y sentía que su mamá estaba desilusionada de él. Los niños, especialmente durante el período preescolar, deben tener la posibilidad de vivir con un nivel de exigencias tal, que les permita enfrentar las dificultades con la sensación de tener las competencias suficientes para lograrlo. No se trata de que los desafíos sean siempre fáciles, pero tampoco de vivir continuamente estresado y con la sensación de estar sobreexigido(a). Intolerancia frente a los errores El error es parte necesaria del aprendizaje, por eso tener miedo a equivocarse puede ser muy nocivo para este proceso y transformarse en uno de los indicadores de una baja autoestima. El temor a equivocarse disminuye la capacidad de riesgo y tiende a bloquear la creatividad. Silvana, una niñita de una inteligencia excepcional, no quería aprender ningún juego nuevo, escudándose en que eran muy difíciles para ella. En el proceso terapéutico con la familia se pudo ver que sus padres eran exigentes y que había presión para que todo estuviera perfecto. En esa familia los errores se pagaban caros y eran fuertemente sancionados, con reprimendas e incluso a veces con castigo físico, pero sobre todo predominaba una retirada del afecto, siendo el mensaje educativo: «Piensa muy bien lo que vas a hacer, porque las equivocaciones se pagan caras». Falta de valoración de los logros de los hijos

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A los padres, debido a las fuertes exigencias a las que se ven enfrentados, muchas veces les cuesta conectarse con las necesidades emocionales de reconocimiento y valoración que necesitan los niños, especialmente cuando son pequeños. En cambio, a veces reaccionan fuertemente cuando los niños «les dan problemas», generándose un fuerte desbalance entre la crítica y el reconocimiento que el niño o niña recibe. Teresita, una niñita de cinco años, hija de padres que la querían mucho, pero que eran muy poco generosos en el reconocimiento, se quejaba: «Nunca me encuentran nada bueno, cuando lo hago bien nadie se da cuenta, pero cuando me porto mal ahí sí que lo notan». Esta queja, formulada de muy diferentes maneras, es frecuente escucharla en los niños que consultan por problemas de autoestima. Cuando los adultos tienen una actitud poco reconocedora de las fortalezas, logros y virtudes de los niños, se afecta la relación padre-hijo, al mismo tiempo que los niños interiorizan una imagen de sí mismos poco valiosa. Si sus padres, que son quienes más los quieren, no los valoran y no están orgullosos de ellos, ¿de dónde podría obtener el niño(a) la valoración que necesita para formarse una autoestima positiva? Falta de reconocimiento de los esfuerzos del niño o niña Juzgar a los hijos sólo por los resultados de sus acciones y no por los esfuerzos desplegados puede ser muy dañino para la imagen personal, ya que de esa manera se desvaloriza el esfuerzo como una virtud. Esforzarse y ser constante en los esfuerzos es de la mayor importancia para conseguir logros. Aunque cuando son pequeños los niños se concentran en cada actividad por períodos muy cortos de tiempo, es necesario valorar su capacidad de poner empeño en conseguir sus objetivos. Hacerse una imagen de sí mismo(a) como una persona que se esfuerza por conseguir sus objetivos, tiene efectos en la formación de la personalidad, siendo un recurso invaluable para los niños y los adultos que tienen esta característica. La capacidad de hacer esfuerzos mantenidos permite poner energía en los sueños y proyectos, sin desanimarse cuando surgen obstáculos. Ángela es una niñita de cuatro años con problemas en el área grafomotriz; a pesar de sus dificultades, es de un gran optimismo y perseverancia. En su casa siempre se valoró el esfuerzo que ponía en hacer las cosas, aunque no siempre le resultaran bien; lo que importaba era el esfuerzo. Por otra parte, el papá y la mamá eran un ejemplo de personas esforzadas. Actitud desvalorizadora de las capacidades y de los comportamientos del niño o niña A veces, los padres, equivocadamente, piensan que educar es corregir y como los niños están en proceso de maduración, obviamente les falta mucho para lograr hacer las cosas a la perfección. Una relación educativa caracterizada por señalar con frecuencia cuánto falta para lograr algo y por la crítica, es sin lugar a dudas uno de los factores que explican una baja autoestima. El niño(a) no tiene parámetros para discutir las opiniones de los adultos. Habitualmente, en las críticas va implícita una desvalorización de las capacidades del niño( a), mensaje que lo(a) va a acompañar en el futuro. 217

Benjamín, un preescolar que tiene problemas con la autoestima física, es continuamente desvalorizado por su hermano mayor y por su papá a falta de su destreza física. Benjamín terminó traumatizado y convencido que él era el más malo para los deportes y, en consecuencia, se negaba terminantemente a participar en ningún juego que supusiera actividad física. En su afán de estimularlo, la familia lo ridiculizaba, con lo que el niño se sentía humillado y consiguieron el efecto contrario al buscado, ya que el niño rechazaba todo tipo de actividad deportiva. La atribución de falta de capacidad cuando un niño(a) tiene dificultades es muy peligrosa, por lo tanto, es preferible atribuir la dificultad a que la tarea es muy difícil o a que no hemos descubierto el método adecuado para enseñarle, o bien, a que aún le falta la madurez para lograrlo. Comparaciones constantes con sus compañeros Pocas cosas hay más nocivas para el desarrollo socioemocional que sentirse siempre comparado. La comparación crea distancia con la persona que se es comparada, lo que es muy peligroso si se trata de un hermano(a), un primo(a) o un compañero(a) de curso. En general, los padres suelen hacer comparaciones en las que el resultado es negativo para el niño o niña, con lo que generan sentimientos de inferioridad, algo así como «Yo no soy tan bueno como él o ella», lo que produce una profunda sensación de malestar. Ricardo es una clara muestra de los efectos nocivos que tiene un ambiente competitivo para el desarrollo de la personalidad, en que las comparaciones son la tónica habitual en la relación. El niño era muy rechazado por sus compañeros porque había aprendido por modelo a comparar y estaba constantemente diciéndoles: «Mi dibujo es más lindo que el tuyo», «Mi casa es más grande que la tuya », o «Yo soy mejor para la pelota que tú». ALGUNOS CONSEJOS

• Planifique actividades en las que el niño o niña tenga posibilidades de resolver exitosamente las tareas. No lo(a) exponga a exigencias desmesuradas. • Acepte con naturalidad las equivocaciones del niño(a), no se las haga sentir como un fracaso, sino como un fenómeno normal en el proceso enseñanza-aprendizaje. • No desvalorice los trabajos del niño(a), ya que lo(a) desanimará a seguir trabajando. • Acostumbre a valorizar las acciones del niño(a) en forma lo más efusiva posible. • No lo(a) critique nunca en público, la vergüenza es un sentimiento especialmente doloroso a esta edad. • Nunca lo(a) ridiculice, ni siquiera por broma. Los niños son muy susceptibles a las bromas, porque las consecuencias son impredecibles. • Cuando algo le resulta muy difícil, ponga el énfasis en la dificultad de la tarea y no en la falta de habilidades del niño(a). • Evite las comparaciones, especialmente si son negativas, pero incluso si son positivas.

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No cabe duda de que la mayoría de los padres quieren mucho a sus hijos y desean lo mejor para ellos; sin embargo, llama la atención cuántos adultos se quejan de la forma en que fueron educados y no pocos reclaman haber recibido desamor de sus padres. ¿Qué sucede para que el enorme amor que tantos padres sienten por sus familias no llegue a ser percibido por sus hijos? La dislexia es un trastorno psicológico que tiene como una de sus características principales la tendencia a invertir las letras de las palabras o los números en la lectura de ellos. Asimismo, en el área emocional muchos padres no expresan lo que realmente sienten, sino que en muchas ocasiones lo comunican al revés. Muchas veces, mirando las relaciones al interior de las familias, llama la atención la intensidad que tienen las interacciones negativas, los retos, los castigos y las sanciones, versus la poca intensidad que tienen las expresiones de afecto positivo, los reconocimientos y los elogios. A veces, cuando el niño(a) hace algo bien se le reconoce con un desabrido «Muy bien»; en cambio, cuando se equivoca o rompe algo, la reacción de los padres es de una fuerza y un nivel de agresión que asombra. La agresión muchas veces no es física, sino que verbal, constituyendo ella una forma de maltrato. No es infrecuente oír a los padres decir a sus hijos oraciones tan dañinas como: «¿Eres imbécil?». «¡Me vas a terminar por volver loca!». «¡Eres realmente tonto!». «¿Qué hice yo para merecer un hijo(a) así?». Lo más grave del asunto es que a veces no se trata sólo de una explosión emocional por sobrecarga, sino que en ocasiones se piensa equivocadamente que es una forma de educar al niño(a). En cambio, gran parte de las veces a las oraciones que se relacionan con cosas buenas que el niño(a) ha hecho, les falta fuerza para convertirse en un mensaje positivo que quede grabado en el niño o la niña, logrando que los conceptos incorporados por él o ella lo(a) ayuden a convertirse en una mejor persona. Pero no se trata sólo de intensidad de los mensajes, cuya proporción está invertida a favor de los negativos, sino que en muchas familias hay una frecuencia menor de mensajes positivos que negativos. En psicología se ha acuñado el concepto de «la Ley de Goodman», para referirse a que para que una relación sea positiva es necesario que haya una proporción mucho mayor de mensajes positivos que negativos. Vale decir, que lo que el niño(a) haga o diga debe ser confirmado más que desconfirmado, aprobado más que rechazado, para que crezca seguro de sí mismo(a). La proporción de los mensajes no debe ser simplemente mayor, sino que se ha comprobado que para que una relación sea nutritiva es necesario que haya una proporción de cinco a uno a favor del reconocimiento. Por supuesto que además de la cantidad es necesario ver aspectos cualitativos en la forma de relación. No es sólo lo que se dice, sino que es importante cómo se dice; hay contenidos de mensajes que basta que se digan una vez, incluso sin mucha fuerza, para que queden impresos para siempre en la mente de las personas, más aún siendo niños. Esta aseveración es válida tanto para mensajes positivos para la formación del yo como 220

para mensajes que son negativos para la construcción de la identidad. Isabel, una mujer mayor, relata que una tía le regaló para Navidad una peineta cuando ella tenía seis años, diciéndole: «Te regalo esta peineta porque me preocupa que siempre andes tan despeinada ». Ella, que quería a esta tía, debió agregar a la frustración de recibir un regalo poco apropiado para la fecha y la edad de la niña, la humillación del contenido del mensaje, con el que era descalificado su aspecto físico. Ella relata que siempre, a pesar de haber tenido un lindo pelo, tiene la sensación de no tenerlo lo suficientemente arreglado. Fue un comentario que seguramente pretendió ser educativo, pero que tuvo un efecto muy dañino en Isabel porque la insegurizó en relación con su atractivo físico. Especialmente cuando criticamos es necesario que nos detengamos a pensar en los efectos que nuestras palabras puedan tener en los niños, cuya mente es un delicado engranaje y algunos mensajes dados al pasar, sin mayor reflexión producto del cansancio, pueden convertirse en elementos muy centrales de problemáticas en el desarrollo socioafectivo del niño(a), creando una herida en la relación que se cicatrizará con dificultad. Quizás le ayude a ser más positivo(a) recordar algunas cosas que sus padres hicieron en forma apropiada y otras que realizaron en forma errónea. Evalúe el impacto que tienen en el niño o niña los mensajes, reacciones y comentarios que le dice y de la manera en que los transmite. ALGUNOS CONSEJOS

• Piense qué mensajes realmente le gustaría transmitir a su hijo(a). A veces es una sana idea, aunque no sepa leer, escribirle una carta. La escritura le ayudará a clarificar los contenidos y la forma con que entrega los mensajes; además, cuando sea grande tendrá un buen recuerdo de lo que usted pensaba sobre él o ella. • Haga con frecuencia comentarios acerca de las características positivas que tiene su hijo(a). • Sea muy expresivo(a) emocionalmente cuando se trata de dar reconocimiento positivo. • Controle la crítica y sea muy moderado(a) en las reprimendas que le hace. • Acuérdese de regular la intensidad de sus rabias, especialmente cuando la crítica pueda ser muy destructiva. • Anote algunos de los comentarios que con frecuencia le hace al niño(a) sobre él o ella. • Analice cuál es la proporción de comentarios positivos versus los negativos. • Si la frecuencia está a favor de la crítica, disminúyala drásticamente.

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El trabajo es sin duda una parte importante en la vida de las personas adultas. El impacto que éste tenga en la vida de los niños dependerá de cómo los adultos, sea el papá o la mamá, se vivan el trabajo y de lo que le transmitan acerca de él, consciente o inconscientemente, a sus hijos. ¿Cuántos padres hemos escuchado preguntar a nuestros hijos o hijas: «Papá o mamá, ¿por qué mejor no te quedas conmigo y no vas a trabajar?» El trabajo de los padres afecta negativamente a los niños cuando ellos perciben que sus padres están muy cansados por su causa y que el tiempo que les dedican, además de ser escaso, es de baja calidad por este desgaste. Un factor que afecta negativamente a los hijos en la percepción que tienen del trabajo de sus padres, se relaciona con situaciones que a ellos les provoquen estrés, como por ejemplo cuando hay una amenaza de reducción de personal en la oficina. En este contexto no es inusual que los padres le presten poca atención a sus hijos o anden muy irritables, tendiendo a enojarse con los niños por motivos triviales. Incluso se ha descrito que muchas situaciones de maltrato hacia los hijos se originan en motivos laborales, descargando sus tensiones y frustraciones, que no pueden expresar en el trabajo, en sus hijos. Ellen Gallusky escribió un libro titulado Lo que piensan los niños del trabajo de sus padres, y en él sostiene que los niños están indirectamente bajo la influencia del trabajo de sus padres y que se dan cuenta si ellos están estresados, si están tristes o andan de buen humor. Los niños, según la autora, se adaptan a los estados emocionales de sus padres, y cuando son un poco más grandes incluso pueden ocultar o minimizar problemas que ellos tienen como niños, para no preocupar a sus padres si perciben que éstos andan tensos o angustiados. Hay una sintonía emocional entre los hijos y los padres y, por lo tanto, la tensión de los adultos se contagia con facilidad a los niños. Un error muy frecuente de los padres en relación al trabajo es limitar las explicaciones sobre su desempeño laboral a los aspectos económicos: «Trabajo para pagarte un buen colegio», «Tengo que trabajar tanto para que puedas tener tus clases de guitarra». Con estos comentarios lo único que conseguirán es hacer sentir al niño( a) culpable de su estrés y le darán una visión del trabajo con un significado muy limitado. Es necesario que también al niño o la niña se le explique cuál es la función social de este trabajo y que le describan las actividades que implica. Si los padres tienen que trabajar mucho, es bueno que se den un espacio con los hijos en el que tengan un tiempo tranquilo, para que puedan compartir con ellos en forma relajada. Ir por ejemplo un día al campo, sin tanta actividad y no demasiado lejos de la casa, pero donde sea posible tener tiempo juntos, sin obligaciones ni demandas, sino que sólo por el placer de compartir y estar a disposición de los intereses de los hijos. Al hablarle del trabajo procure no abrumarlo(a) utilizando descripciones y metáforas que puedan asustar al niño o niña; esto no quiere decir que mienta, pero sí que sea cuidadoso(a) con el lenguaje que usa. Puede decirle: «Hoy fue un día difícil porque tuve mucho trabajo», pero no le diga: «Creo que este trabajo que tengo me va a matar». Los niños tienden a interpretar literalmente las metáforas y pueden asustarse mucho con frases como ésta, porque en esta edad imagina que de verdad usted está en riesgo de muerte por 223

su trabajo. Es importante que el niño(a) conozca y participe de alguna manera en los trabajos que hacen su papá y su mamá. Ojalá puedan ir alguna vez a la oficina o acompañarlos mientras realizan alguna labor, de tal manera que cuando el papá o su mamá se vayan a trabajar, el niño o la niña tenga una imagen concreta de donde están y de lo que están haciendo y que la ausencia de ellos no se transforme en un espacio vacío, sino que pueda tener referentes concretos. Comente también los aspectos positivos de su trabajo y de las personas que trabajan con usted, de tal manera que el niño o niña vaya concibiendo el trabajo como un espacio donde se hacen cosas entretenidas y hay personas agradables. A propósito del trabajo, se puede ir clarificando al niño(a) el concepto de tiempo, por ejemplo lo que son los fines de semana o la hora en que van a llegar. Al niño(a) lo(a) tranquiliza saber cuáles son los horarios, cuál es la hora en que va a volver su papá y cuándo van a tener tiempo libre para compartir. Si por alguna razón debe atrasarse, explíquele las causas y, en lo posible, a qué hora va a llegar, para que no se angustie. Recuerde que para el niño(a) las personas más importantes del mundo y las que le infunden seguridad son sus padres, y el que usted se atrase puede ser motivo de una gran frustración y ansiedad. La difícil posición de las madres que trabajan Realmente debería decir la difícil posición de las madres que trabajan remuneradamente fuera del hogar, ya que las labores de la casa son también un trabajo, y como tal consumen tiempo y energía. Además, este enunciado tiene un sesgo de machismo y de injusticia, ya que no se escribe sobre «el trabajo de los hombres». Es decir, pareciera que el desarrollo de los niños sólo se afecta cuando las madres trabajan fuera del hogar y que, por ausente que esté el padre, eso no deja ninguna secuela en el psiquismo infantil, lo que obviamente no es así. Desafortunadamente, es sólo la madre la que carga con un constante sentimiento de culpa por sentir que abandona a sus hijos cuando sale a trabajar. Las culpas se presentan aun cuando las mujeres no trabajen por gusto, sino que, como sucede en la mayoría de los casos, lo hagan por una necesidad económica real. Entonces, ¿cómo vivir la maternidad cuando se trabaja? Lamentablemente, la inclusión de las mujeres en el mundo laboral, en la mayoría de los países de América Latina, no se ha acompañado de una redistribución de los roles domésticos. De esta manera, son las mujeres las que realizan casi la totalidad de dichos roles, los que obviamente podrían o deberían ser compartidos en forma más equitativa con los hombres, ya que los niños son de los dos. La verdad es que la presencia de la madre es insustituible durante la lactancia y en el período preescolar, especialmente en los dos primeros años, ya que el lazo físico entre madre-hijo(a) es biológicamente muy fuerte y necesario. Ciertamente, en los primeros meses, el contacto estrecho con la madre es la experiencia más placentera que puede tener el hijo(a) y también la madre. El embarazo y lactancia dejan una huella muy profunda en el psiquismo infantil, y la separación de la madre, por tanto, debe ser paulatina. Lo más difícil no es el cuidado de los niños, que puede ser muy placentero, sino las 224

actividades rutinarias que hay que hacer cada día, como el lavado de ropa, las compras, el aseo de la casa, entre otras. Si estas tareas la mujer no las comparte y además se pone perfeccionista, y suma esto al trabajo remunerado, el agotamiento y la depresión pueden hacer de esta madre una fácil presa. Es necesario disfrutar a los hijos, y no asumirlos como una tarea y estar siempre sobrefuncionando. Hay que planificar para cada día un tiempo de relajo, aunque sean veinte minutos, para estar completamente focalizada en las necesidades emocionales del niño(a). Las actividades de la rutina diaria son muy significativas, si están llenas de ternura, para la construcción de una relación gratificadora para el niño(a). Ser mamá es construir una relación y no sólo hacer cosas. A veces, el despertarse quince minutos antes puede hacer la diferencia entre despertar relajado(a) con una madre que acompaña al niño(a), que un comienzo del día alterado y negativo para ambos. En la noche dese un tiempo para contarle algo de lo que usted hizo y vivió en el día y para que él o ella, a su vez, le cuente cómo fue su día. Si después se turna con el papá del niño(a) o alguna otra persona para que le cuente un cuento, tanto mejor. Eso sí, cuide que la historia no tenga elementos de terror si quiere que duerma tranquilo(a). Los fines de semana, aunque tenga que ordenar la casa y todo lo que ello signifique, planifique un espacio lleno de magia para compartir con sus hijos y para hacer que ese tiempo sea de la mejor calidad posible. Mientras, recuerde que usted también tiene necesidades emocionales, verá que irá encontrando soluciones. Oiga la voz de la intuición y de sus sentimientos. Quejarse no es suficiente, aunque pueda parecer bastante liberador. Más bien céntrese en enfrentar las dificultades que sin duda tiene, para compatibilizar el trabajo con las necesidades de los niños. Recuerde que ser mamá no es una actividad a desempeñar, sino que una relación de intimidad a construir con sus hijos. Evalúe su rol como mamá a través de la calidad y forma de relación con sus hijos, y si no está contenta, simplemente pregúntese: ¿cómo podría hacerlo mejor? Escúchese a usted misma; usted sabe mucho más de lo que cree acerca de cómo educar a sus hijos, a pesar del poco tiempo que puede disponer para ello. Para ejercer una maternidad que deje huellas positivas, es necesario que aprenda a estar con su hijo(a). Cuando esté con él o ella desconéctese de las otras preocupaciones. ALGUNOS CONSEJOS

• Trate de describir y contarle en palabras simples en qué consiste su trabajo. Si es posible, llévelo(a) alguna vez a su lugar de trabajo para que tenga una imagen concreta de donde está usted cuando no está en casa. Cuéntele acerca de la labor que realiza y de los amigos que tiene en el trabajo y, si es posible, haga que los conozca. • No lo(a) haga sentir culpable porque usted debe trabajar tanto para mantenerlo(a). Transmítale una visión positiva del trabajo, explicándole que todos los trabajos son importantes porque ayudan vivir mejor a las personas, es decir, que tienen una función social. • No le transmita una imagen del trabajo como una pesadilla y sólo como una 225

obligación que hay que cumplir. Cuéntele cuando ha cumplido una meta en un trabajo, enfatizando el esfuerzo que ha hecho y lo contento(a) que está de haberlo logrado. • Si usted es una madre que trabaja fuera del hogar, piense tranquilamente qué roles podría delegar a otras personas, el marido, hijos mayores, abuela, entre otros. La única tarea no delegable es el tiempo que usted pasa con su hijo(a). Evalúe muy bien con quién lo(a) deja y dónde. Es realmente muy importante tener la seguridad que está bien cuidado(a). Esto no sólo para el niño(a), sino para que usted pueda trabajar tranquila. Ojalá sean personas que lo quieran, las abuelas, una tía abuela que se jubiló o un jardín infantil que le dé garantías. • Organice un plan de trabajo doméstico en que las necesidades emocionales del niño(a) estén presentes. Disminuya el perfeccionismo, haga las cosas bien pero sin agobiarse. Tener una casa perfectamente ordenada donde hay niños suele tener un costo emocional muy grande para la vida de todos los que viven en esa casa. • Cuando esté con su hijo(a) dedíquele el cien por ciento, ya que importa mucho la calidad del tiempo. Es fundamental que el estar juntos sea sentido por el niño(a) como un placer y no como un agobio. Recuerde que si bien la calidad del tiempo es fundamental, la cantidad de tiempo es también importante. • El niño o niña debe sentir que es lo más importante del mundo para usted. Si el niño(a) siente que él o ella es la prioridad, una parte del problema está resuelto. Cuando se vaya al trabajo, deje algunas señales que den cuenta que usted está presente, por ejemplo déjele un postre, un dibujo, una foto y llámelo(a) por teléfono sólo para decirle que lo(a) quiere mucho. • Si puede elegir, hasta los cinco años del niño(a), tome un trabajo que aunque sea peor remunerado le dé más libertad. • Cuide que en el tiempo que esté con él o ella haya mucha dulzura en su relación. Ojalá lo(a) levante la mamá o el papá con un beso y le conversen amorosamente. Lo mismo es válido para la hora de comida. Despertarse y dormirse cotidianamente rodeado de afecto es una experiencia muy nutritiva para el desarrollo emocional.

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La base de una buena comunicación con los hijos está dada por la forma en que los niños aprenden en los primeros años a relacionarse con los padres. Hay actitudes parentales que facilitan la comunicación, haciéndola fluida y fácil, en tanto que hay otras actitudes que la obstaculizan y que generan una interacción conflictiva en que todos en la familia ven lo malo. Las actitudes parentales que más obstaculizan la comunicación con los hijos son: – Criticar. – Ridiculizar. – Amenazar. – Sermonear. Las actitudes familiares que son reconocidas como facilitadoras de la comunicación son: – Escuchar. – Apoyar. – Reconocer las cosas buenas de los hijos. – Aconsejar. Actitudes entorpecedoras Criticar tiene un efecto negativo, no sólo en la autoestima del niño(a), sino que en la relación padre-hijo. Todos evitamos tener que relacionarnos con personas que nos critican, que hablan preferentemente mal de uno y de las cosas que realizamos, ya que tienden a insegurizarnos y tiñen las relaciones de hostilidad. Los adultos tenemos una confianza excesiva en la crítica, a pesar de las evidencias que existen sobre su ineficacia en la modificación adecuada de las conductas. Recuerde usted cuándo fue la última vez que lo(a) criticaron y cómo se sintió, luego multiplique esa sensación por diez, porque los niños son mucho más vulnerables. Ridiculizar es dañino siempre, pero particularmente lo es a esta edad, dado que los niños son muy sensibles a ello en esta etapa del desarrollo. Esta es una fase de construcción del autoconcepto, por lo que una actitud irónica es humillante y constituye una forma de maltrato psicológico que a los niños y a las niñas les produce mucha agresión contra la persona que lo(a) ridiculiza. La mejor manera de garantizar una mala relación con los hijos es ridiculizarlos con frecuencia. Amenazar suele ser un recurso recurrente por parte de los padres. Los padres que amenazan y atemorizan al niño o niña le crean un estrés innecesario. Usted tiene que proyectar una imagen protectora, que es lo contrario a ser amenazante. Las figuras percibidas como amenazadoras provocan lejanía y rechazo, no cercanía, que por supuesto es lo que usted quiere tener con su hijo(a). Sermonear, especialmente cuando es muy largo, aburre al niño( a), lo(a) altera y lo(a) estimula a asumir una actitud defensiva. Si necesita que el niño(a) cambie una actitud sea breve, directo, nunca le regañe con violencia. Si quiere que el niño(a) comprenda lo que 228

usted quiere decir y desea mantener una relación positiva con él o ella, no lo(a) sermonee más de dos minutos por reloj y no mezcle mil quejas. Actitudes facilitadoras Escuchar es lo más básico de las habilidades de comunicación, sin ella ninguna relación es posible. Supone la capacidad de prestar atención, mirando a los ojos al niño(a), oír lo que quiere decir, sin interrumpirlo(a), en una actitud de apertura. Hay evidencia de que los lactantes que son escuchados hablan antes, así como que los preescolares a los que se les presta atención cuando intentan comunicarse hablan más. Apoyar consiste en estar ahí acompañando activamente a los hijos, por ejemplo, cuando dan sus primeros pasos o hacen sus primeros descubrimientos. A su vez, implica ofrecerles los recursos necesarios para que puedan desenvolverse y desarrollar sus aptitudes. Reconocer lo bueno se refiere a señalar lo más efusivamente las cosas que los niños hacen bien, sin faltar a la verdad. Es muy importante que los padres sean generosos en sus comentarios positivos, efectuándolos con la mayor expresión emocional posible. Es mejor decir «Encuentro precioso tu dibujo, ya sabes dibujar las manos y orejas», que decir escuetamente «Eso está muy bien». Los niños a los que se les reconocen sus logros, también aprenden a reconocer los logros de los demás, lo que garantizará que sea en el futuro una persona querible para los otros niños. Aconsejar es entregar al niño(a) una guía breve de lo que se espera que haga y por qué, ya que le ayudará a aprender cómo actuar. No hay que confundir una actitud de dar consejos con atosigar al niño(a) de órdenes e indicaciones que lo(a) confunden y enrabian, más que lo estimulan a actuar correctamente. Un buen consejo es aquel que es entregado con ternura, de tal manera que el niño(a) pueda percibir a los padres amorosamente, entendiendo que lo(a) aconsejan, porque quieren lo mejor para él o ella. Evite caer en actitudes excesivamente moralistas que le provocarán un rechazo al consejo, en vez de una aceptación hacia él. Laura explicaba: «Ahora entendí, como me decía mi mamá, que si le pego a los niños me quedaré sin amigos». Si la niña entendió es porque su mamá supo aconsejarla. ALGUNOS CONSEJOS

• Reconozca con frecuencia las capacidades y talentos del niño o niña, alabándolo(a) cuando realiza las cosas bien, aludiendo a la capacidad que hay detrás de lo que hace. Por ejemplo, es mejor decir «¡Qué atlético eres!» que decir «¡Qué bien estuvo esa carrera!». • Acompáñelo(a) en sus actividades y juegos, apoyándolo(a) en sus descubrimientos, pero dejándole libertad para hacer sus exploraciones. • Tenga siempre una actitud de atención frente a las actividades y relatos del niño(a). • Hágale algunos comentarios ocasionales que le permitan darse cuenta de que lo que él o ella dice es importante para usted. 229

• Controle lo que dice, teniendo mucho cuidado de no caer en actitudes descalificadoras de las que después tenga que arrepentirse. • Evite las ironías y la ridiculización, ya que los niños son muy sensibles y el sentido del humor no está desarrollado lo suficiente como para reírse de sí mismos(as). • Cuando lo(a) aconseje hágalo amorosamente, de manera que perciba que usted está ayudándolo(a) a aprender y no descalificando su esfuerzo. • Cada vez que pueda reconozca el esfuerzo del niño(a) para realizar nuevos aprendizajes y tareas. El esfuerzo es la clave del éxito. • Ojo con los sermones, aburren a los niños y entorpecen la relación padre-hijo; úselos con mucha moderación.

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AGRADECIMIENTOS Queremos agradecer a Javier, Jimena y Álvaro que han estado siempre tan cercanos y han sido nuestro soporte emocional. A Diego, Alejandra y Solange por el valioso aporte que han sido para nuestra familia. A Sebastián por su infinita paciencia en los largos meses que escribimos este libro y por apoyarnos estando con nosotras aunque no fuera «tarea fácil».

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