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Spanish; Castilian Pages [448] Year 2007
BAR S1690 2007 GUERRERO AYUSO ET AL.
Prehistoria de las Islas Baleares Registro Arqueológico y Evolución Social Antes de la Edad del Hierro Prehistory of the Balearic Islands Archaeological Record and Social Evolution before the Iron Age Coordinador y editor
Víctor M. Guerrero Ayuso
PREHISTORIA DE LAS ISLAS BALEARES
Autores
Víctor M. Guerrero Ayuso Manuel Calvo Trias Jaume García Rosselló Simón Gornés Hachero
BAR International Series 1690 B A R
2007
Prehistoria de las Islas Baleares Registro Arqueológico y Evolución Social Antes de la Edad del Hierro Prehistory of the Balearic Islands Archaeological Record and Social Evolution before the Iron Age Coordinador y editor
Víctor M. Guerrero Ayuso Autores
Víctor M. Guerrero Ayuso Manuel Calvo Trias Jaume García Rosselló Simón Gornés Hachero
BAR International Series 1690 2007
Published in 2016 by BAR Publishing, Oxford BAR International Series 1690 Prehistoria de las Islas Baleares / Prehistory of the Balearic Islands © The authors individually and the Publisher 2007 The authors' moral rights under the 1988 UK Copyright, Designs and Patents Act are hereby expressly asserted. All rights reserved. No part of this work may be copied, reproduced, stored, sold, distributed, scanned, saved in any form of digital format or transmitted in any form digitally, without the written permission of the Publisher. ISBN 9781407301280 paperback ISBN 9781407331690 e-format DOI https://doi.org/10.30861/9781407301280 A catalogue record for this book is available from the British Library
BAR Publishing is the trading name of British Archaeological Reports (Oxford) Ltd. British Archaeological Reports was first incorporated in 1974 to publish the BAR Series, International and British. In 1992 Hadrian Books Ltd became part of the BAR group. This volume was originally published by Archaeopress in conjunction with British Archaeological Reports (Oxford) Ltd / Hadrian Books Ltd, the Series principal publisher, in 2007. This present volume is published by BAR Publishing, 2016.
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ÍNDICE
Introducción (Víctor M. Guerrero Ayuso) 1. Planteamientos y objetivos de la obra 2. Bases del conocimiento revisado y deudas 3. El cómputo del tiempo: uso de la cronología absoluta I. Condiciones biogeográficas y estrategias de la colonización humana insular (Víctor M. Guerrero Ayuso) I. Las condiciones biogeográficas I.1. El clima de la prehistoria I.2. Navegar hacia las islas durante la prehistoria I.2.1. Condiciones de navegabilidad en el mar balear 1) El nivel del mar y las corrientes 2) Los vientos reinantes y dominantes 3) Vientos y corrientes ciclónicas durantes los episodios cálidos 4) Vientos y corrientes ciclónicas durantes los episodios fríos 5) Temporada de navegación 6) El régimen de brisas 7) Vientos y velas I.2.2. Avistamientos de las islas y orientación del navegante I.2.3. Velocidad de las naves y duración de las travesías I.2.4. Reconocimiento de la costa y referencias visuales I.2.5. Conexiones con el continente. Derroteros I. 3. Posibilidades y ritmos de una colonización primigenia Figuras (1)1-12 II. Los primeros indicios de ocupación humana en las Baleares (Manuel Calvo y Víctor M. Guerrero) II. Introducción II.1. Industria lítica de Binimel·là y Ciutadella II.1.1. Análisis de la materia prima empleada II.1.2. Técnica de talla y tipos de instrumentos II.1.3. Valoración de los hallazgos II.2. Estratos de carbones en la cueva de Canet (Esporles, Mallorca) II.3. La gruta del Pouàs de Ibiza II.4. Algunos indicios entre fines del IV y principios del III milenio BC II.4.1. Abrigo de Son Gallard (Valldemossa, Mallorca) II.4.2. Abrigo de Son Matge (Valldemossa, Mallorca) II.4.3. Abrigo de Mongofre Nou (Maó, Menorca) II.4.4. Cambios en el ecosistema II.4.5. Enfriamiento del clima entre 3050 y 2550 II.5. Incremento de la información durante la primera mitad del III milenio BC II.5.1. El abrigo de Son Matge (Valldemossa, Mallorca) II.5.2. El abrigo de Son Gallard (Valldemossa, Mallorca) II.5.3. Restos humanos en el complejo cárstico de Moleta (Sóller, Mallorca) II.5.4. Elementos de cultura material II.6. Consideraciones finales Tablas de dataciones radiocarbónicas Anexo 1: Abrigo de Son Gallard-Son Marroig. Los análisis de fitolitos (R. M. Albert y M. Portillo) Anexo 2: Análisis de la secuencia sedimentaria correspondiente a los lechos de estabulación de Son Matge, Mallorca (M. Bergadà) Figuras (2)1-15
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1 1 2 5 13 13 14 16 16 16 17 18 19 19 22 22 26 30 32 36 42 49 61 61 61 62 63 64 65 65 66 66 66 67 67 69 70 70 71 72 73 75 75 77 81 88
III. Consolidación de un poblamiento estable. Primeras comunidades metalúrgicas (Víctor M. Guerrero, Manuel Calvo, Jaume García Rosselló y Simón Gornés) III. Introducción III.1. Un apunte historiográfico III.2. Delimitación cronológica III.3. Calcolítico campaniforme mallorquín III.3.1. Asentamientos centrales de cabañas III.3.2. Utilización estacional de abrigos y grutas por pastores trashumantes III.3.3. Cultura material 1) La cerámica 2) La industria lítica 3) El instrumental óseo 4) La metalurgia del cobre 5) Los artefactos metálicos III.3.4. Las tradiciones funerarias. Necrópolis y rituales III.4. La discusión epicampaniforme III.4.1. Aparición y consolidación de las inhumaciones colectivas III.5. Un Calcolítico no campaniforme en Menorca III.5.1. Las primeras evidencias del poblamiento estable III.5.2. Primeros monumentos funerarios de Menorca III.5.3. Primeros indicios de estructuras domésticas calcolíticas III.5.4. La cultura material III.6. Primeros datos de poblaciones pitiusas III.7. Una aproximación a las bases socioeconómicas III.7.1. Ganadería y pastoreo III.7.2. Agricultura, recolección, forrajeo y explotación forestal III.7.3. Conexiones con el contiente y entre islas Tablas de dataciones radiocarbónicas Figuras (3)1-27
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IV. El Bronce antiguo. Primeras aldeas naviformes (Jaume García Rosselló, Simón Gornés, Manuel Calvo y Víctor M. Guerrero) IV. Delimitación cronológica de la Edad del Bronce en las islas IV.1. Los asentamientos del Bronce Antiguo en Mallorca IV.2. El hábitat y la arquitectura naviforme menorquina IV.3. Ocupación de abrigos y grutas para una ganadería trashumante IV.4. Los “santuarios” rupestres IV.5. Necrópolis y tradiciones funerarias en Mallorca y Menorca IV.5.1. Inhumaciones en tumbas individuales IV.5.2. Inhumaciones de pequeños grupos en covachas y abrigos IV.5.3. Inhumaciones colectivas en grutas IV.5.4. Inhumaciones colectivas en hipogeos IV.5.5. Las sepulturas dolménicas 1) Elementos formales y registro arqueológico 2) Los rituales funerarios en las sepulturas dolménicas IV.5.6. Sepulcros circulares de triple paramento IV.6. La cultura material IV.6.1. Industria cerámica 1) Distribución tipológica 2) Elementos de prensión y plástico-decorativos 3) Presencia de los tipos en el registro arqueológico 4) El contexto cerámico en relación a los rituales funerarios IV.6.2. Los instrumentos de hueso IV.6.3. La metalúrgia IV.7. La población Pitiusas durante el Bronce Antiguo IV.7.1. Los lugares de habitación IV.7.2. Las prácticas funerarias Tablas de dataciones radiocarbónicas Anexo 1: Prácticas pastoriles en el abrigo rocoso de Mongofre Nou (Menorca). Análisis micromorfológico de la secuencia sedimentaria (M. Mercè Bergadà) Figuras (4)1-19
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103 104 105 106 106 110 112 112 118 128 133 135 137 139 141 142 143 143 146 146 147 149 149 149 150 153 158
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V. El Bronce Final. Integración en los sistemas de intercambio de bienes de prestigio (Víctor M. Guerrero, Manuel Calvo, Jaume García Rosselló y Simón Gornés) V. Introducción V.1. Bases cronológicas V.2. Generalización del hábitat naviforme V.2.1. El espacio doméstico naviforme V.2.2. Estructuras y espacios comunales V.2.3. Hipogeos de cámara tripartita asociados a naviformes V.2.4. Otros tipos de asentamientos V.3. Elementos de cultura material V.3.1. Un nuevo equipamiento cerámico V.3.2. La industria ósea y de marfil V.3.3. El instrumental perecedero: madera, cuero, cordelería y cestería V.3.4. Innovaciones en la producción metalúrgica V.4. Algunas cuestiones complementarias sobre economía y subsistencia V.4.1. Agricultura, recolección y forrajeo V.4.2. Explotación forestal V.5. Continuidad y cambio en las prácticas funerarias V.5.1. Singularidad de las tradiciones funerarias menorquinas 1) Inhumaciones colectivas en cuevas 2) Arquitectura funeraria menorquina V.5.2. Prácticas funerarias en las comunidades mallorquinas 1) Continuidad en las necrópolis colectivas en grutas 2) Nuevos cementerios en abrigos y covachas con cierre ciclópeo 3) ¿Inhumaciones individuales a cielo descubierto? 4) Caracterizando las prácticas funerarias del Bronce Final V.6. Las Cuevas santuario de Menorca: la Cova d’Es Mussol V.7. El Bronce Final en las Pitiusas. La precolonización fenicia V.8. Sistema regional de intercambios y relaciones con el exterior V.8.1. El bronce y otros elementos exóticos como indicadores 1) Fayenza 2) Marfil 3) Piezas metálicas V.8.2. La contrapartida aborigen V.8.3. Red de escalas, fondeaderos y referencias costeras 1) Promontorios o morros costeros 2) Escalas de fondeo y/o embarcaderos para intercambios V.8.4. La cuestión de una marina aborigen V.9. El fin de una época y el cambio de modelo V.9.1. Abandonos, sustituciones y asentamientos de nueva planta 1) Abandonos de poblados y escalas costeras 2) Amortización y sustitución de estructuras domésticas por rituales 3) Paleosuelos sellados por arquitectura de la Edad del Hierro 4) Nuevos asentamientos con distinta concepción espacial comunal 5) Inicio de un cambio en los modelos de implantación territorial V.9.2. Cambios en las prácticas funerarias V.9.3. Nuevo modelo de relaciones exteriores: el contexto mediterráneo V.10. Complejidad y jerarquización social durante el Bronce final Tablas de dataciones radiocarbónicas Anexo 1: Breve aproximación al conocimiento del yacimiento de Closos de Can Gaià (David Javaloyas, Joan Fornés y Bartomeu Salvà) Figuras (5)1-49 Bibliografía
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251 251 251 253 253 255 256 257 257 257 263 267 270 272 272 275 276 276 276 280 281 281 282 287 287 288 289 290 293 293 294 294 307 310 310 316 319 325 325 325 326 328 328 329 330 331 337 343 352 361 411
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INTRODUCCIÓN (Víctor M. Guerrero) Por esta razón, y no otra, iniciamos el estudio dedicando un especial esfuerzo al análisis del escenario geográfico, y especialmente oceanográfico, que condicionó la llegada de grupos humanos a las islas y, por extensión, las relaciones de las distintas sociedades insulares con el continente a lo largo de la prehistoria.
1. Planteamientos y objetivos de la obra Este libro presenta los fundamentos prehistóricos de las comunidades insulares europeas más alejadas del continente antes de la historia. Es cierto que en las Baleares los grupos humanos que poblaban las islas mayores, Mallorca y Menorca, continuaron siendo sociedades ágrafas, durante algunos siglos más, no sabemos exactamente cuántos, pero con seguridad transcurrió toda la Edad del Hierro, que localmente se conoce como talayótico y postalayótico, y seguramente hizo falta que avanzase la romanización para que dicha situación comenzase a cambiar.
En términos de entidades arqueológicas este libro aborda tres grandes estadios o fases. Por lo que puede asegurarse en estos momentos la configuración de una sociedad plenamente establecida en las islas, explotando íntegramente todos sus nichos ecológicos y con sistemas complejos de ganadería trashumante, tiene lugar entre 2500 y 2300 BC. Sin embargo, los indicios de que no estamos ante el primer momento de ocupación humana de las islas han aumentado en calidad y cantidad en los últimos cinco años. Aún estamos lejos de poder trazar un panorama coherente del proceso primigenio de colonización, pero el lector podrá comprobar que algo se ha avanzado en este sentido desde el año 2000, en el que los viejos paradigmas sobre la prehistoria arcaica de las islas fueron arrumbados. Por eso dedicaremos la segunda parte de este libro al análisis del estado actual de los conocimientos sobre esta cuestión. Hemos de confesar que no es una tarea cómoda, pues el registro arqueológico de las primeras ocupaciones humanas es siempre huidizo, opaco y poco consistente, pero no esquivaremos esta cuestión, como hacen otros colegas emboscados en un falso cientificismo. Asumimos el riesgo de revisar continuamente la información disponible en estos momentos y la que esté por llegar. La rectificación, e incluso el abandono de hipótesis que no han podido finalmente verificarse, son servidumbres de la investigación que no nos abruman y las aceptamos con toda normalidad.
La Edad del Hierro en las islas coincidió con la consolidación de la hegemonía fenicia en Occidente, seguramente en una relación de causa efecto. Los territorios insulares pasaron pronto a formar parte de esta expansión, pues las Pitiusas fueron ocupadas, según nos indican las dataciones radiocarbónicas de fenicios enterrados en el Puig des Molins, en el intervalo temporal 930-800 BC. Mallorca y Menorca se convirtieron en la periferia territorial inmediata de esta sociedad urbana estatal y sus habitantes, desde esos momentos, no escaparon a los efectos de una verdadera colonización, en términos de desarrollo desigual y de relaciones de dominación y resistencia, que no necesariamente tienen que revestir formas violentas. El presente trabajo acaba precisamente aquí, aunque nos referiremos a este proceso histórico en la medida que forma parte de la crisis y desaparición de las formaciones sociales del Bronce Final Isleño. En términos arqueológicos, la documentación es estrictamente local, sin embargo, es necesario interpretarla desde una perspectiva más amplia, insertándola en los cambios históricos que tienen lugar en Europa y particularmente en el Mediterráneo.
El registro arqueológico que se genera entre 2500 y 2300 BC corresponde con toda claridad a una formación social de pastores, agricultores y seguramente primeros metalúrgicos, le dedicamos la parte tercera de este libro. Por el momento, sólo la isla mayor permite trazar un panorama arqueológico relativamente completo, mientras que las otras islas presentan aún lagunas de información muy considerables. Aún así, Menorca está revelando poco a poco claves muy estimulantes para la investigación futura, pues comienza a desvelar indicadores arqueológicos que sugieren un poblamiento diferenciado del observado en Mallorca.
El factor aislamiento es más un tópico historiográfico que una realidad arqueológica de cualquier época que estudiemos. A decir verdad, parece sobre todo un síndrome que afecta más a muchos investigadores que a las comunidades humanas investigadas. Este libro intenta romper con esta acreditada inercia historiográfica. Pretendemos mostrar las peculiaridades que el registro arqueológico de las islas presenta, sin embargo, nos esforzamos en buscar todos los patrones comunes entre el comportamiento de los grupos insulares y los de sus contemporáneos continentales. El lector juzgará si lo hemos conseguido. Que antes no se haya hecho, o que no quedase suficientemente claro, seguramente ha contribuido a que la prehistoria de las islas esté prácticamente ausente de las principales monografías y trabajos de síntesis de la prehistoria europea.
Con diferencia, la peor situación, por lo que respecta a la generación de nuevos conocimientos, sigue estando en las Pitiusas. Su excelente ubicación geográfica y las buenas condiciones oceanográficas para mantener unos fluidos contactos con comunidades continentales no se tradujo en un registro arqueológico revelador de un poblamiento sólido y consistente. Aunque desde la segunda mitad del tercer milenio BC tenemos buena confirmación de presencia humana en Ibiza y Formentera, los indicadores 1
aportación muy actual de nuestro propio equipo de investigación.
de actividad humana son en cualquier caso muy tenues. Existe un déficit notable de actividad investigadora sobre la prehistoria de las Pitiusas, pero aún así esta situación no es suficiente para explicar las razones de tan baja densidad de población, como a primera vista parece deducirse de los escasos yacimientos conocidos.
2. Bases del conocimiento revisado y deudas El contenido del presente libro supone un profundo y exhaustivo examen de los conocimientos sobre la prehistoria de las islas Baleares, desde los orígenes hasta los inicios de la Edad del Hierro, como proclama su título. Se ha revisado toda la bibliografía existente sobre el tema, desde noticias y publicaciones locales aparentemente sin trascendencia, hasta los trabajos de insignes colegas que circulan en los ámbitos académicos y científicos de reconocido prestigio.
El estudio de la Edad del Bronce protagoniza más de la mitad del presente libro. La extensión está bien justificada, pues no sólo la documentación es extraordinariamente densa, sino que la aparición de una arquitectura ciclópea hace del paisaje arqueológico de las islas un ejemplo comparable con el de otras sociedades continentales e insulares que igualmente generaron una arquitectura monumental. Resulta imprescindible dividir dicho estudio en dos capítulos bien diferenciados: el cuarto dedicado al Bronce Antiguo y el quinto al Bronce Final. Aunque sin duda hay elementos de continuidad más que evidentes entre ambas fases, las transformaciones que se operan en las comunidades de Mallorca y Menorca a partir de 1400/1300 BC justifican sobradamente esta separación.
Sin embargo, este texto esta muy lejos de constituir un mero trabajo de revisión bibliográfica. Gran parte de los nuevos conocimientos generados proceden de investigaciones propias y directas ejecutadas por el propio equipo redactor del mismo. Son trabajos que han venido desarrollándose de forma continuada desde 1995 en el marco de proyectos de investigación competitivos financiados por el Ministerio español de Educación y Ciencia, convocados en los planes anuales de los programas oficiales de Investigación y Desarrollo (I+D), así como alguno más por la Comunidad Europea en el marco de los fondos FEDER.
Los cambios observados a partir de esas fechas se desarrollaron en una escala de relaciones internacionales como nunca se habían registrado en las islas. Éstas no quedaron al margen de los mecanismos de interdependencia que se fraguaron entre las comunidades europeas y los centros de poder del Egeo y Próximo Oriente. Las investigaciones futuras deberán ir mejorando el conocimiento de esta trama de intereses, movimientos de personas, materias primas y productos manufacturados que se gestaron entre 1400 y 900 BC, pero las bases quedarán asentadas en este capítulo, donde planteamos cómo las comunidades baleáricas quedaron integradas en lo que algunos investigadores denominan “sistema mundo”, seguramente desde posiciones periféricas, pero en ningún caso permanecieron desconectadas de los procesos históricos que se generaron en esta apasionante época de la prehistoria; como veremos, compartieron valores y comportamientos similares a los de sus contemporáneos continentales.
Bajo la cobertura de estos proyectos se han iniciado excavaciones arqueológicas que abarcan todo el espectro cultural y cronológico que se aborda en este libro. Algunas de ellas acabadas y publicadas, como las del dolmen Aigua Dolça y abrigo de Son Gallard. Otras, iniciadas hace más de una década, continúan en ejecución, como las del asentamiento de la Edad Bronce Closos de Can Gaià y Puig de Sa Morisca, junto con el complejo Son Ferrer, que abarcan los momentos de transición entre el Bronce Final y la Edad del Hierro, todo ello en la isla de Mallorca. Mientras en Menorca el equipo ha dirigido investigaciones en el poblado de la Edad del Hierro conocido como Biniparratx Petit o Biniparratxet y, recientemente, ha finalizado los trabajos de campo en la singular y extraordinaria necrópolis de la Cova del Pas que igualmente afecta al conocimiento del Bronce Final y transición a la Edad del Hierro. En las Pitiusas los trabajos se ha limitado a una revisión de las antiguas excavaciones y de los fondos de materiales arqueológicos del Museo de Ibiza y Formentera. En esta revisión ha tenido un protagonismo especial nuestro colega y amigo Benjamí Costa Ribas, quien por circunstancias personales no ha podido participar de una forma directa en la redacción de este libro, pero ha podido revisarlo, pues en gran medida procede de otros trabajos publicados conjuntamente.
El fin de la Edad del Bronce y el inicio de la Edad del Hierro (cultura talayótica) ha sido objeto de una profunda revisión durante la última década. La cronología del proceso de cambio (900-800 BC) parece que ya casi nadie la discute y, salvo matizaciones de detalle, no es previsible que se produzcan grandes mutaciones. Sin embargo, sobre las causas existe aún una fértil discusión entre los investigadores. Evidentemente el tema no está cerrado y el estado de la cuestión será tratado en los epígrafes finales de este libro. Nuestra aportación al debate, entre otras cuestiones, consiste en introducir la presencia fenicia en Occidente como un factor que truncó los sistemas de relaciones entre las comunidades europeas, especialmente las costeras, y hegemonizó posteriormente las antiguas redes de intercambio; lo que igualmente, a nuestro juicio, afectó a las Baleares. Sobre esta cuestión hay ya sobrada y amplia bibliografía, aunque no así para el análisis de la situación en las Baleares, donde es por completo inexistente, salvo alguna
Junto a las excavaciones, no ha sido menor la intensa prospección territorial en todas las islas, con diferentes objetivos temáticos, entre otros, el que nos ha llevado a poder presentar novedades muy relevantes sobre la red de asentamientos costeros, señales, fondeaderos y lugares de intercambio durante el Bronce Final, que el lector podrá encontrar en su capítulo correspondiente.
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ha sido vital la participación de Ignasi Galtés. También ha intervenido en algunos trabajos Alicia Alesàn.
Llegados a este punto no queda más remedio que hacer autocrítica. La mayor parte de toda esta información permanece aún sin publicar de forma completa y sólo se han ido proporcionando avances en distintos eventos científicos y publicaciones que únicamente contemplaban aspectos parciales de la investigación. De esta forma, el presente libro anticipa aspectos conclusivos que en gran medida tienen su soporte documental de índole arqueológica aún inédito, aunque en preparación para una serie de publicaciones inminentes, las cuales esperamos que vean la luz a lo largo de 2008, si la ingente labor de decenas de colegas involucrados en su redacción no se demora más de lo deseado.
- Los estudios de elementos metálicos han sido abordados, según los casos, por Salvador Rovira (Museo Arqueológico Nacional), Ignacio Montero (Instituto de Historia, Consejo Superior Investigaciones Científicas) y Bartomeu Salvà (Universidad de las Islas Baleares), con quienes ha colaborado cuando ha sido preciso Fernando Hierro (Servicios Científicos y Técnicos, Microscopía de la Universidad de las Islas Baleares). - Los análisis y estudios geomorfológicos y sedimentación arqueológica los viene realizando Mercé Bergadà (Universitat de Barcelona).
Además de los autores de este volumen, miembros todos desde hace muchos años del Grupo de investigación Arqueobalear, debemos especialmente reconocimiento a los otros investigadores del mismo que, por unas causas u otras, no han participado directamente en la redacción, aunque su contribución a la generación de nuevos conocimientos ha sido igualmente fundamental, como son Rosa María Albert Cristobal, Santiago Riera Mora, Josep Ensenyat Alcover, Bartomeu Salvà Simonet y Carles Quintana Abraham, Joan Fornes Bisquerra, Miguel Ángel Iglesias Alonso, Emili Garcia Amengual y Elena Juncosa Vecchierini.
- En la investigación de los compoenentes cerámicos y determinación de arcillas y producciónes hemos tenido la colaboración de Miguel Ángel Cau Ontiveros (Research Professor, ICREA, Universdidad de Barcelona) y Daniel Albero (Universidad de las Islas Baleares). - Los estudios paleobotánicos se han repartido de la siguiente forma: paleopolen, Santiago Riera y Gabriel Servera (Universidad de Barcelona); fitolitos, Rosa María Albert (Institució Catalana de Recerca i Estudis Avançats / Universidad de Barcelona); macrorestos vegetales y antracología, Ethel Allué y Llorenç Picornell (Instituto Catalán de Paleoecología Humana y Evolución Social / Universidad Rovira y Virgili); Tejidos y artesanía de cuerdas y trenzados, Carmen Alfaro (Universidad de Valencia).
En los trabajos de excavación en la Cova des Pas, así como en otras tareas de exploración territorial e identificación de yacimientos menorquines, ha sido inestimable la ayuda de Pere Arnau, José Riera, Mónica Zubillaga y Joana María Gual.
- Análisis arqueozoológicos: para la identificación de tejidos, pelos y otros restos orgánicos, Facultad de Veterinària de la Universidad Autònoma de Barcelona; grandes mamíferos Jordi Nadal y pequeños vertebrados Lluís Llovera (Universitat de Barcelona). En otros estudios ha intervenido Pilar Iborra (Universidad de Valencia). Malacofauna, María Sagrario Carrasco y José Daniel Acuña. En otros yacimientos han colaborado de igual forma Arturo Morales y Beatriz Pino (Laboratorio de Arqueozoología de la Universidad Autónoma de Madrid). Como también colaboran habitualmente en este tipo de análisis Caterina Belenguer y Francesc Matas (Grupo de investigación Arqueobalear y Universidad de las Islas Baleares).
Un proyecto específico, que ha supuesto la ampliación de alguno de los anteriores, ha sido codirigido también por José María Fullola Pericot y Mª. Àngels Petit Mendizàbal (Seminari d’Estudis y Recerques Prehistòriques, Universidad de Barcelona), con cuyos equipos de investigación mantenemos fructíferas relaciones de investigación. Escribir un libro como el presente es contraer infinitas deudas de agradecimiento con una gran cantidad de colegas y amigos, especialmente con todos aquellos que han participado de una forma intensa en las tareas de excavación y en los procesos de análisis que de ellas se han derivado. Además de los anteriormente citados nos gustaría mostrar nuestro reconocmientos a los que a continuación se relacionan, esperando no tener algún olvido involuntario y los agruparemos por aspectos temáticos, aunque en realidad se han involucrado en muchos otros aspectos de las investigaciones:
- Los estudios de ictiofauna los lleva a cabo Carmen Gloria Rodríguez Santana (Conservadora de la Cueva Pintada, Gran Canaria). - En algunas cuestiones puntuales de paleontología debemos agradecer igualmente la colaboración inestimable de Jelle W.F. Reumer (Natuurmuseum Rotterdam, Hoogleraar Vertebratenpaleontologie).
- El tratamiento informático de los datos ha estado a cargo de Miguel Ángel Iglesias Alonso; Joan Fornés (Universidad de las Islas Baleares) y Xavier Esteve (Universidad de Barcelona).
- Para las dataciones radiocarbónicas y los estudios de paleodietas, así como para la investigación del comportamiento de materiales de diversa naturaleza en los resultados radiocarbónicos, mantenemos un protocolo de trabajo estable con Mark van Strydonck (Royal Institute for Cultural Heritage).
- Las investigaciones paleoantropológicas han sido dirigidas por Assumpció Malgosa (Unidad de Atropología Biológica, Universitat Autònoma de Barcelona y los investigadores Núria Armentano, Xavier Jordana y Thaïs Fadrique. En paleoantropología forense
- Las excavaciones conllevan la responsabilidad de la conservación y restauración de diversos materiales, han 3
sido asumidas por Julia Chinchilla y Sonia Cho (Escola Superior de Conservació i Restauració de Béns Culturals de Catalunya) para materiales orgánicos y metálicos y para elementos arquitectónicos y cerámicos Margalida Munar Grimalt. Con Jean Guilaine hemos intercambiado opiniones sobre algunos de los temas tratados en este libro y le agradecemos su amable invitación a participar, junto a Claire Ponsich, en una próxima obra colectiva. Por los mismos motivos, aunque por temas diferentes, estamos igualmente en deuda con Marco Bonino y Piero Gianfronta. También con Massimo Botto por mantenerme al tanto de sus investigaciones, sobre todo las relacionadas con el yacimiento nurágico de Sant’Imbenia. Muchas de las personas anteriormente citadas han tenido la paciencia de leer todos o parte de los textos preparatorios y nos han hecho observaciones enjundiosas que se reflejan en el resultado final, aunque la responsabilidad de los errores corresponde a los autores del libro, a quienes nos queda la duda de haber interpretado correctamente muchas de las sugerencias que nos han hecho. En todo este entramado de relaciones profesionales y de amistad que se generan entorno a todo proceso de investigación, quiero destacar particularmente los cambios de impresiones y las inacabables discusiones mantenidas, algunas, como debe ser, en torno a una mesa bien servida, con Alfredo Mederos Martín y Fernando López Pardo, a lo largo del inolvidable curso académico 2005-06 en el que pude disfrutar de una año sabático. Igualmente quiero recordar aquí la cálida y cordial acogida con la que siempre me honra Dirce Mazoli, directora del Instituto Arqueológico Alemán en Madrid. Desce hace bastantes años venimos manteniendo fructíferos intercambios de información, datos y bibliografía con Stefano Medas (Istituto Italiano di Archeologia e Etnologia Navale, Venecia y Universidad de Bolonia) que se han intesificado en el marco del proyecto de investigación (I+D) Náutica mediterránea y navegaciones oceánicas en la antigüedad. Fundamentos interdisciplinares (históricos, arqueológicos, iconográficos y etnográficos) para su estudio. La cuestión de la fachada atlántica afrocanaria (ref. HUM2006-05196) que desarrollamos en la Universidad Complutense de Madrid, es, por lo tanto, uno de los investigadores con los que mantenemos otra deuda impagable, además de una estrecha amistad, de la que se ha beneficiado toda la parte relacionada con los aspectos náuticos que se tratan en el libro. El Istituto Italiano di Archeologia e Etnologia Navale, con sede en Venecia, me ha honrado, no hace mucho, con mi admisión como miembro del mismo, por lo que mi agradecimiento debe hacerse extensivo a su presidente y junta ejecutiva. Víctor M. Guerrero, Palma de Mallorca, España, julio de 2007 4
trabajaban en las islas. Naturalmente hay excepciones y, justo es reconocer, que poco a poco los fundamentos de la estratigrafía arqueológica, en el sentido que los expuso E.C. Harris (1991), han terminado por prevalecer, aunque aun hoy algunos investigadores han adoptado de forma hueca la terminología (p.e. utilización generalizada de UE en lugar de “nivel”) sin entender, o al menos sin aceptar, los principios fundamentales del método.
3. El cómputo del tiempo: uso de la cronología absoluta La componente temporal, o la cronología, es uno de los vectores, junto con el espacial, en los que descansa el discurso histórico. Sin embargo, el cómputo del tiempo prehistórico tiene componentes singulares que no se dan en otras épocas de la historia y derivan, como el lector ya puede suponer, de la falta de documentación escrita que nos informe con exactitud sobre acontecimientos relevantes que nos podrían permitir la localización y sucesión en el tiempo de las distintas comunidades humanas y su desarrollo cultural.
Como el lector podrá comprobar de la numerosísima serie de dataciones radiocarbónicas de las Baleares referidas a contextos arqueológicos, o paleontológicos de relevancia arqueológica (un total hasta hoy de 776), muy pocas o casi ninguna es técnicamente inválida. Los problemas vienen precisamente derivados de un uso poco riguroso de la estratigrafía arqueológica, lo que ha originado no pocos problemas de atribución contextual de las muestras y, por lo tanto, errores de bulto notables en la datación de determinados contextos, que resultaban de vital importancia para establecer una correcta secuencia de las distintas entidades arqueológicas. Uno de los ejemplos más notables de estos problemas, que la investigación balear ha padecido secularmente (Guerrero et al. 2002; Guerrero 2004 c), lo encontramos en el tránsito del Bronce Final a la primera Edad del Hierro.
La Prehistoria trabaja exclusivamente con los datos que le brinda el registro de la estratigrafía arqueológica. En su fase final, lo que muchos denominan Protohistoria, esta documentación puede completarse con la información que nos proporcionan algunas inscripciones epigráficas, casi siempre muy fragmentarias e incompletas; normalmente no son relatos literariamente complejos, sino nombres aislados de personas y lugares, cantidades, fórmulas mortuorias o dedicatorias devocionales. También pueden resultar de interés las descripciones de gentes y territorios, así como sus costumbres, que los viajeros y geógrafos de la antigüedad grecolatina nos dejaron en sus obras escritas.
Ahora bien, el análisis estratigráfico, aún rigurosamente ejecutado, en el mejor de los casos, sólo nos proporciona una cronología relativa. Es decir, nos permite identificar los hechos en una relación secuencial de antes o después, pero ¿cuánto tiempo antes o después?
¿Tiene entonces la Prehistoria alguna manera de paliar estas carencias y dotarse de algún método científicamente riguroso para ordenar su componente temporal? Afortunadamente podemos contar con dos anclajes muy sólidos que, bien ejecutados, tienen un alto rigor científico. Por un lado, la arqueología nos proporciona un método impecable de obtener una cronología relativa o secuencial, por otro, de cada uno de los contextos individualizados por la estratigrafía arqueológica se pueden obtener dataciones muy precias si combinamos bien la información que nos proporcionan los análisis de isótopos radioactivos (básicamente C14), junto con los indicadores más seguros de la cultura material.
2.1. La utilización de la cronología absoluta A mediados del siglo XX los avances en el conocimiento de los isótopos radiactivos y las mejoras técnicas, que hicieron posible medir cada vez con mayor precisión los procesos y ritmos de la desintegración de los núcleos atómicos inestables, en una unidad de tiempo dada, han proporcionado a la arqueología unas herramientas muy valiosas y relativamente precisas de datación, independientes y de validez universal. Las Baleares constituyen una de las regiones pioneras en las que el empleo del radiocarbono ha sido más relevante. Justo es reconocer la ingente labor realizada en este campo por W. Waldren que utilizó de forma masiva y sistemática las dataciones por Carbono 14, desde unos momentos en los que el método estaba aún siendo desarrollado por F. Libby, con quien W. Waldren colaboró por aquel entonces. Gracias a su constante dedicación al desarrollo de estas técnicas y a su incorporación al estudio arqueológico como práctica habitual, Mallorca, y particularmente los yacimientos por él excavados, cuentan con una densidad de dataciones única en España, doblando prácticamente a la comunidad autónoma que le sigue. Durante muchos años sólo sus trabajos y publicaciones contaban con un número significativo de dataciones radiométricas, en tanto que era una práctica esporádica para el resto de los investigadores baleáricos, salvo en la última década, cuando esta tendencia se ha ido corrigiendo y estas prácticas se han empezado a generalizar.
Este no es el lugar de entrar en un análisis detallado del método estratigráfico, ni tampoco abordar los aspectos técnicos de la cronología absoluta basada en el C14, de los que, en última instancia, son sólo competentes los laboratorios correspondientes y han sido discutidos ampliamente en distintas publicaciones1, pero sí es necesario aclarar qué uso se hace en esta obra de la cronología absoluta y de sus repercusiones en la interpretación arqueológica. Son innumerables las excavaciones arqueológicas que se han desarrollado en las islas a partir de las primeras intervenciones con pretensión científica, desde las primeras décadas del siglo XX (Guerrero 1997 b). Sin embargo, la correcta utilización del método estratigráfico dista mucho de haber sido la preocupación generalizada de la mayoría de los investigadores que a la sazón 1
Sin ánimo de ser exhaustivos puede consultarse: Kar 1986; Fabregas 1992; Bowman 1990; 1994; Junyent et al. 1995; Castro y Micó 1995; Mestres 1995; 1997-98; Castro et al. 1996; Van Strydonck et al. 1998.
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opaco y poco consistente, evitando caer en lo que algún autor ha denominado como determinismo isotópico (Junyent et al. 1995) presente en algunas corrientes de pensamiento actual.
En este libro todas las fechas utilizadas proceden de dataciones radiocarbónicas, unas realizadas por nuestro propio equipo (en la actualidad 184), y el resto procedentes de trabajos publicados por otros grupos de investigación hasta un total de 776 dataciones que componen el total de las utilizadas efectivamente en la redacción de esta obra, de las cuales se adjunta en una tabla al final de cada parte las correspondientes a las citadas directamente en el texto y las que, además, tienen alguna relevancia especial complementaria para entender mejor los procesos. Esta base de datos será utilizada en este trabajo con los resultados calibrados por el programa OxCal en la versión v3.10, lo que originará ligeros ajustes con respecto a las publicadas con anterioridad en nuestros precedentes trabajos, que se citarán en su momento. En cualquier caso, estas pequeñas diferencias no afectan sustancialmente a la periodificación, ni a la secuencia de uso de los distintos yacimientos.
Existen a disposición del lector una serie de listados y bases de datos completas de las dataciones radiocarbónicas de las Baleares con desigual valor. Las más antiguas corresponden casi en exclusiva a los trabajos de W. Waldren (1986; 1992), referidas a los yacimientos de la sierra Norte de Mallorca en los que el investigador trabajaba, junto a los primeros inventarios menorquines (Mestres y de Nicolàs 1999; Plantalamor y van Strydonk 1997). De rigor y gran utilidad aún hoy sigue siendo la publicada por Castro et al. (1996). La última de las publicadas (Micó 2005), aunque recoge de forma exhaustiva todas las dataciones hechas hasta la fecha de la edición, requiere utilizarla con cautela; al menos en lo que se refiere a las series correspondientes a los yacimientos de Son Gallard2 (p.147-153), Closos de Can Gaià3 (p. 90-99) y Puig de Sa Morisca4 (p. 233-239). El problema reside en la utilización directa de los listados que los laboratorios publican periódicamente referidos a trabajos en curso y aún inéditos. Sobre dichas listas, y sin previa consulta del soporte documental referido a cada resultado, el autor intenta reconstruir contextos que desconoce por completo. El resultado final son atribuciones arqueológicas a las muestras totalmente erróneas que conducen inevitablemente a comentarios equívocos sobre los contextos que nada tienen que ver con la realidad.
Del total de esas dataciones, 184 proceden de de yacimientos ya excavados, o en curso, por el equipo redactor del presente libro, por lo que gran parte de la información arqueológica conexa, como igualmente bastantes de las mismas dataciones, era hasta este momento desconocida. Algo más de una treintena están aún en proceso en los laboratorios y corresponden a una revisión y complemento de la información procedente de excavaciones antiguas, las cuales tenían ya cronología absoluta, pero procedía, bien de dataciones sobre muestras de vida larga, o se trataba de resultados muy imprecisos debido a las elevadas desviaciones estándar de la edad convencional del radiocarbono.
Expuestas estas consideraciones generales sobre las dataciones radiocarbónicas y la utilización que de las mismas se hará en el presente trabajo, no resulta ocioso recordar que una datación radiocarbónica debe reunir las siguientes condiciones:
Cuando se disponen de series, con un número de dataciones razonablemente alto, algunos investigadores optan por utilizar los intervalos de calibración a un sigma (probabilidad del 68.2%), pues permite hacer inferencias y comparaciones de orden histórico más ajustadas. También en estos casos se ha planteado la posibilidad de utilizar los valores medios o centrales de los intervalos de calibración a un sigma (p.e. Castro et al. 1995) para poder establecer aproximaciones a la contemporaneidad de los hechos, siempre asumiendo un riesgo estadístico que resulta menor en la medida que la serie es más amplia y variada. Pese a todo, en este libro utilizaremos el resultado total de la calibración a dos sigmas (probabilidad del 95.4%). En muy pocas ocasiones se tomará un intervalo de menor porcentaje de probabilidad, lo que se indicará expresamente y, en cualquier caso, nunca será menor del 75% de probabilidad. Aunque en el discurso general se tenga habitualmente en cuenta la tendencia que nos marcan los valores medios.
1) Exactitud: Es competencia del laboratorio y seguiremos siempre sus indicaciones al respecto. Si una datación es técnicamente válida no debería ser excluida, 2 Datos correctos e información exhaustiva de los contextos en Guerrero (et al.) 2005 y en las tablas de este mismo libro. 3 Aunque la serie no está completa, sí hay datos correctos para rectificar errores en Oliver 2005. De forma más completa y actualizada pueden verse las tablas del capítulo correspondiente en este mismo libro. 4 Por lo que respecta a la crítica falaz, grotesca, y de mala fe, que hace R. Micó (2005: 523, nota 3) resulta imprescindible aclarar que, como es obvio, nunca se pretendió “calibrar” la fecha de la fundación histórica de Ibiza que proporcionan las fuentes, y mucho menos las ánforas, sino señalar que los materiales asociables a los primeros momentos de la ocupación inicial de Ibiza por los fenicios se mueven, en contextos datados por C14 en el continente, entre aproximadamente 850 y 700 BC; puede consultarse relevante información para todo el Mediterráneo en Mederos (2005) y especialmente para Cartago en Docter et al. (2005). Por lo que respecta al caso concreto de las Baleares, materiales inconfundiblemente fenicios han sido datados en el Puig de Sa Morisca a partir de un hueso de bóvido (KIA-19981) en el intervalo 900 (95.4%) 790 BC (Guerrero 2004 c, 159; 2007; Guerrero et al. 2006 b, 15; 2007). A mayor abundamiento debemos recordar también dos dataciones radiocarbónicas sobre incineraciones fenicias del Puig des Molins (Fernández y Costa 2004) por su correspondencia con la de Morisca UtC-11186: 2711 ±38 BP [930 (95.4%) 800 BC]; UtC-11185: 2531 ±42 BP [800 (95.4%) 520 BC]. Véase la argumentación detallada que se hace en el epígrafe V.9.3. sobre esta misma cuestión.
De todas formas consideramos que las dataciones radiocarbónicas son un dato relevante de la documentación arqueológica, pero en absoluto el único, y no perderemos de vista que en arqueología los artefactos o fósiles arqueohistóricos constituyen el elemento sustancial para el estudio cultural. Un análisis riguroso de las agrupaciones significativas de estos artefactos es, en última instancia, imprescindible para valorar resultados radiocarbónicos, que en ocasiones adolecen de alta imprecisión, o cuando el registro arqueológico se muestra 6
un hueso humano, concretamente en uno de los individuos inhumados en la necrópolis menorquina de Biniai Nou (van Strydonk y Maes 2001); los investigadores del laboratorio aconsejaban corregir a la baja un centenar de años el resultado obtenido. Este es un caso verdaderamente excepcional, pues el resto de dataciones sobre restos osteológicos humanos los análisis isotópicos no muestran una ingesta apreciable de dieta procedente del mar, lo que resulta paradójico con gentes que viven en islas y que disponen de importantes recursos de albufera. El panorama comienza a cambiar en momentos tardíos de la Segunda Edad del Hierro, c. 400200 BC, de forma que una larga serie de dataciones realizadas en la necrópolis de Son Ferrer (Strydonck en Calvo et al., en preparación) muestran importantes índices de dieta marina. En cualquier caso, se trata de una comunidad que vivió en un asentamiento costero dotado de amplias zonas lacustres en sus alrededores, por lo que no sabemos si puede hacerse extensivo a todas las poblaciones isleñas del interior.
como hacen algunos investigadores, simplemente por que no confirme los resultados esperados y, por el contrario, tampoco puede ser suficiente para desautorizar procesos argumentados bajo otros indicadores arqueológicos igualmente sólidos. Ante las discrepancias entre los resultados esperados y los obtenidos, una prudente expectativa es la actitud más oportuna a la espera de nueva documentación arqueológica. 2) Precisión: Que el resultado de una datación sea más o menos preciso, es decir, que el intervalo en el que se encuentra la edad verdadera sea lo menos dilatado posible, depende, como se sabe, de dos factores: (a) De la más o menos alta desviación típica o estándar (± error), por lo tanto, a menor desviación típica, mayor precisión. (b) De la trayectoria del tramo de la curva de calibración sobre el que debe proyectarse la edad experimental del radiocarbono. Si las intersecciones caen en un tramo descendente obtendremos un resultado calibrado con intervalos muy precisos. Si las intersecciones se producen sobre un tramo de la curva de calibración con trayectoria plana o “amesetada” el intervalo obtenido es muy dilatado y, por consiguiente, impreciso, aunque la desviación típica (± error) sea muy moderada. Este problema lo encontraremos reflejado en muchas dataciones del III milenio y, sobre todo, en la conocida “meseta” de la Edad del Hierro. Ninguno de estos dos factores es tampoco controlable por el arqueólogo, aunque si pueden aminorarse los efectos de la imprecisión de los resultados radiocarbónicos con una lectura rigurosa de los contextos artefactuales.
El segundo aspecto que incide en el valor de la muestra como elemento de diagnóstico cronológico (Evin 1992) es su propia naturaleza. Ésta puede afectar de forma importante a la relación entre el resultado obtenido y el hecho arqueológico cuya fecha queremos conocer. De esta manera, una muestra obtenida a partir de un hueso humano nos proporciona una relación muy directa entre el resultado cronométrico y la muerte del individuo. El resultado sería altamente representativo, siempre que esté controlado el factor dieta ya comentado. Igualmente una medición radiométrica sobre un hueso de fauna, si es un resto de comida o una ofrenda, nos proporciona una aceptable representatividad, pues no es previsible que el animal, una vez sacrificado, haya perdurado durante mucho tiempo antes de integrarse en el gesto arqueológico que queremos fechar. Un razonamiento similar podríamos hacer de las semillas.
3) Representatividad: La relación entre la materia orgánica datada y el hecho arqueológico que se quiere fechar debe ser lo más estrecha posible y ello sí es competencia del arqueólogo. Es aquí donde, por lo general, se han originado los mayores problemas de interpretación de algunas dataciones baleáricas y hoy sabemos a ciencia cierta que su origen estuvo, en la mayoría de los casos, en un pésimo control arqueológico de los contextos estratigráficos.
En la actualidad las dataciones sobre huesos se efectúan sobre la fracción representada por el colágeno que es la más adecuada, pero en las dataciones antiguas, antes del desarrollo del AMS (Accelerator Mass Spectometry) se utilizaba conjuntamente la fracción carbonato y la materia orgánica total. Debido a que estas fracciones pueden estar contaminadas por carbono más reciente, el resultado final sería una fecha radiocarbónica más moderna que la verdadera. Aún así el resultado puede proporcionar una información aprovechable, pues, como había observado experimentalmente J.S. Mestres (1997-1998; 2000) en el Laboratorio de Datación por Radiocarbono de la Universidad de Barcelona, hay una alta probabilidad que la fecha radiocarbónica obtenida sea más reciente que la verdadera y nunca más antigua.
Sin embargo, todas las dataciones radiocarbónicas no proporcionan información cronológica con idéntico valor, ello depende de varios factores que, fundamentalmente tienen que ver, en primer lugar, con el medio del que procede la muestra, terrestre o marino, y, en segundo término, con la propia naturaleza de la muestra. Por lo que respecta al primero de ellos, la capacidad de incorporación del C14 a los componentes biológicos que viven en el mar es menor que en el terrestre, y variable geográficamente. Por ello las dataciones sobre estos materiales proporcionarían edades aparentemente más antiguas. Este factor puede tener además una cierta repercusión sobre algunas dataciones efectuadas sobre seres vivos terrestres, debido a que el tipo de dieta tiene un papel fundamental en la composición isotópica, una alimentación basada preponderantemente en productos marinos provocaría igualmente un resultado algo más antiguo del que arqueológicamente correspondería. Este fenómeno en las Baleares ha podido ser detectado esporádicamente en alguna datación efectuada a partir de
Las condiciones geológicas y ambientales de algunos yacimientos de las islas resultan especialmente funestas para la conservación de componentes orgánicos como el colágeno, lo que ha originado la existencia de una serie de dataciones problemáticas como las procedentes del complejo cárstico de Moleta, las cuales presentaban escasa proporción de colágeno y problemas de contaminación de ácidos húmicos. Según nos advierte el 7
datación sobre huesos humanos de Son Marroig y en otra de Mongofre Nou. En el primer caso no sabemos, aunque es probable, que el material datado correspondiese a distintos individuos; mientras que en el segundo los investigadores ya advierten que se dataron varios huesos de una misma mujer, por lo tanto, la datación no se vio afectada de ninguna anomalía.
laboratorio (van Strydonck et al. 2002: 42) el resultado adolece de imprecisión y sólo puede ser aceptado como terminus ante quem de la edad real de los huesos, es decir, no nos puede asegurar cómo de antiguos son, pero, en cualquier caso, sería muy improbable que fueran más modernos. En un trabajo posterior, sobre los huesos del complejo cárstico de Moleta, Marc van Strydonck, M. Boudin y A. Ervynck (2005; 2005 a) estudian con detalle esta cuestión concluyendo con la siguiente observación: “Since the absorption of humic acids from earlier and deeper layers is very unlikely in the dry calcareous outcrop of Moleta, humic infiltration can only come from younger material that is deposited above the level of the bone sample. We have, in our laboratory, so far no record from any bone sample that was contaminated by older humic acids”.
Sin embargo, en los casos en que la muestra estuviese constituida por varios huesos diacrónicos la datación obtenida equivaldría a un momento intermedio, no determinado, entre la muerte del individuo más antiguo y el más moderno de los representados en la muestra datada, dependiendo el momento concreto de la proporción entre los huesos de distinta edad que integran la muestra (Mestres 2000). La datación obtenida sería también en este caso más joven que la verdadera y debería considerarse que expresa sólo un terminus ante quem.
Una buena confirmación de que no debe despreciarse la información contenida en las dataciones sobre la fracción carbonatos, siempre que se controlen los procesos de contaminación, la hemos podido tener recientemente en los restos humanos de la Cova des Pas (Menorca). Algunos individuos habían perdido por completo el colágeno, sin embargo se decidió datarlos a partir de los cabellos y las cuerdas de los sudarios, al fin y al cabo muestras de vida corta, aunque también se dataron los huesos de los mismos individuos a partir de la fracción carbonato, precisamente para comprobar experimentalmente el comportamiento de las distintas muestras; los resultados han sido por completo coincidentes (van Strydonck et al. en preparación) con lo ya expuesto: los cabellos de uno de los individuos proporcionó el resultado de 830 (67.7%) 740 BC y exactamente el mismo 830 (67.7%) 740 BC se obtuvo del fémur derecho del mismo individuo. En ningún caso el resultado obtenido de las fracciones carbonatos resultó más antiguo que los conseguidos de las muestras de vida corta (cuerdas) del mismo individuo, siempre sin excepción fueron iguales o ligeramente más modernos.
Otra materia que contiene el isótopo C14 y es susceptible de ser datada son los carbonatos. Los complejos procesos químicos de formación y de reabsorción de carbono obligan a tomar con mucha cautela los resultados obtenidos a partir de los carbonatos. Para la prehistoria balear esto representa una singular preocupación, pues, como es sabido, desde los inicios y a lo largo de la Edad del hierro, una de las tradiciones funerarias más arraigadas en Mallorca, y en menor medida en Menorca, fueron las inhumaciones en cal viva. En este ambiente los huesos humanos aparecen muy deteriorados, calcificados y sin colágeno, por lo tanto, sólo puede datarse la cal y, en los casos en que los huesos fueron quemados previamente, los carbones procedentes de estos fuegos. Un equipo de investigadores, encabezados por M. van Strydonck en colaboración con W. Waldren, quien excavaba las necrópolis de inhumación en cal de Son Matge y Son Gallard, procedieron a datar (van Strydonck y Waldren 1995) experimentalmente un total de 43 muestras de diferentes niveles de cal y carbones contenidos en los mismos, desde contextos campaniformes hasta fechas tardías de la Edad del Hierro. Los resultados mostraron que las dataciones de cal eran coherentes con la sucesión de niveles arqueológicos; es decir, las fechas más modernas correspondían a los niveles superiores y se ordenaban secuencialmente hasta los niveles inferiores, donde se obtenían las más antiguas. Por otro lado, las dataciones sobre carbones eran grosso modo coincidentes con las de los carbonatos de los mismos niveles y, por último, la secuencia de cultura material tampoco desentonaba de los resultados obtenidos. De esta forma las espadas y espirales de hierro, los cuchillos afalcatados y las cerámicas más arcaicas se asociaban a las dataciones absolutas igualmente más antiguas, mientras que las cerámicas de importación tardopúnicas y romanas aparecidas en los niveles superiores coincidían, como era previsible, con las dataciones más recientes efectuadas sobre carbones y carbonatos.
Por todo ello, pensamos que las dataciones obtenidas sobre huesos muy pobres en colágeno, como los del complejo de Moleta, no deben ser excluidas por completo de la discusión arqueológica, como hacen otros investigadores (Micó 2005,132-134), sino aprovechar la relativa información válida que aún puedan proporcionar (terminus ante quem), como, en última, instancia recomienda el laboratorio. Las cuestiones de tipo arqueológico relacionadas con las muestras de Moleta-Moleta Petita y con otras que afectan a los primeros indicios de presencia humana en las islas serán discutidas con más detalle en el capítulo correspondiente a estos asuntos. La última consideración que tendremos en cuenta, por lo que respecta a dataciones sobre huesos humanos, es la posibilidad de que algunas muestras estuvieran formadas por distintos huesos correspondientes a diferentes individuos. Esta es una hipótesis no descartable en dataciones antiguas, antes del desarrollo del sistema AMS, pues era necesaria una masa crítica para la muestra de peso considerable y muchas veces no bastaba un único hueso. Sospechamos que así ha ocurrido en la antigua
Todo ello nos llevará en el transcurso de nuestro estudio a aceptar, aunque con cautela, estas dataciones, pero no a excluirlas sistemáticamente como hacen otros 8
investigadores (p.e. Micó 2005), pues, en conjunto, proporcionan información válida, sobre todo cuando sus datos son cruzados y contrastados con la información que proporcionan otras muestras más fiables y, especialmente con el apoyo del análisis de la cultura material de los contextos arqueológicos. En opinión de M. van estas dataciones sobre carbonatos son Strydonck5 correctas y coherentes con la secuencia estratigráfica de las muestras, con las dataciones de carbón de los mismos estratos y, por otro lado, no son discrepantes con los contextos materiales. No hay motivos técnicos para excluir estas dataciones, cuando han sido bien tratadas y se data la fracción más representativa (no contaminada).
En un ambiente mediterráneo los desajustes observados experimentalmente no suelen exceder, como media, de los 200/250 años. Puede ser ilustrativo el estudio hecho con las maderas de las casas de Herculano (Vogel et al. 1990) destruidas tras la erupción del Vesubio el año 79 de la Era. Todos los resultados, efectivamente, proporcionaron desajustes que oscilan entre 60 y 205 años. Si tenemos en cuenta que muchas de estas casas estaban en pie desde décadas antes del la erupción, la desviaciones positivas deben considerarse moderadas y en cronología prehistórica plenamente asumibles si, además, se cruzan con los demás datos que pueda proporcionar el registro arqueológico.
Siguiendo con la cuestión de la capacidad diagnóstica de los resultados obtenidos de algunas muestras, denominadas generalmente de “vida larga”, es necesario reconocer, como está universalmente aceptado, que pueden ser menos representativas del acontecimiento arqueológico que queremos datar. El resultado radiométrico nos remite al momento en que cesó el intercambio de C14 de la muestra con el medio circundante, es decir la tala o la muerte del árbol, pero la hoguera (o el incendio) pudo encenderse con leña vieja, de esta forma obtendríamos un desajuste, o desviación positiva, entre el resultado de la datación radiocarbónica y el momento en que se produjo el hecho arqueológico, provocando el efecto vulgarmente denominado “madera vieja”.
La misma observación puede hacerse (James et al. 1998) para sitios medievales, como el asentamiento vikingo de L’Anse aux Meadows, donde los carbones proporcionan edades aproximadamente unos 125 años más viejas, con desviaciones máximas que no llegan a superar los 500 años en los casos más extremos. Sobre yacimientos prehistóricos, sin ánimos de ser exhaustivos, se han realizado también muestreos con la intención de observar el comportamiento de las desviaciones positivas de las dataciones sobre carbones, respecto a las efectuadas a partir de huesos. Uno de los ensayos fue realizado en el yacimiento de Chassey. La conclusión, en los propios términos del investigador que realizó el trabajo (Evin 1992:68), es que toutes les datacions effectuées sur ossements et charbons de bois sont parfaitement cohérentes entre elles.
En este caso el resultado sólo puede ser considerado como un dato post quem; es decir, el hecho arqueológico que pretendemos fechar es posterior, en una magnitud temporal imprecisa, a la muerte del árbol. Aunque no debe olvidarse que esta incertidumbre afecta a cualquier fecha contenida en el intervalo y no sólo al más moderno de sus extremos, como algunos investigadores pretenden a la hora de torcer los datos y encontrar soporte a ciertos apriorismos. Por lo tanto, es obvio que los datos proporcionados a partir de muestras de madera o carbón deben leerse con la debida cautela. Sin embargo, pensamos que no pueden ser excluidos sin más, pues igualmente proporcionan alguna información aprovechable.
Otro yacimiento que nos proporciona buenos elementos de juicio sobre esta cuestión es la aldea neolítica de la Marmotta, sumergida en las aguas del lago Bracciano (Fugazzola et al. 1993, Fugazzola y Mineo 1995; Fugazzola 1996). Observada la secuencia de las doce dataciones radiocarbónicas sobre troncos, así como contrastados sus resultados en el contexto del registro arqueohistórico del propio yacimiento, no se observan desviaciones positivas que no puedan ser advertidas a partir de un buen análisis del contexto arqueológico y de la secuencia estratigráfica. Por el contrario, la serie muestra una concordancia acusada, salvo la más antigua de las dataciones que se desplaza unos 200 años de antigüedad con respecto a la secuencia cronológica de todo el asentamiento. A partir de los 930 troncos o postes estudiados (el 63% son de Quercus sp. sez. robur.) y de los análisis dendrocronológicos (Martinelli 1993) se ha podido establecer la evolución de las fases constructivas del asentamiento y la duración muy aproximada de cada una de ellas con una aproximación de décadas.
¿Puede calcularse de alguna manera el desajuste, o desviación positiva que provocan las muestras de vida larga? Con absoluta seguridad nunca, sobre todo si no se ha determinado la especie botánicamente, ni tampoco se ha identificado qué parte (cortical, nuclear, brote, etc.) se ha datado. Sin embargo, no todas las maderas quemadas provocan desajustes o incertidumbres graves que no puedan ser grosso modo previstas. Si se queman vigas o núcleos de troncos viejos la desviación positiva será siempre mayor. No obstante, cuando se queman ramas y madera joven, cosa más habitual en los fuegos domésticos prehistóricos, los desajustes, si los hay, son mucho más moderados.
Seguramente resultará interesante añadir algunos ejemplos de las islas Baleares sobre el comportamiento de muestras de vida larga. Algunos datos de las propias islas pueden resultar altamente ilustrativos del comportamiento denominado fenómeno “madera vieja”, aunque no desentonan de lo visto en la ciudad de Heculano. El lector conoce perfectamente el arraigado mito en la tradición popular, aceptado incluso como verdad comprobada por algunos investigadores, que se refiere a la existencia de olivos milenarios en los municipios mallorquines de la sierra, especialmente
5 Comunicación personal, que agradecemos, en una reunión mantenida el 12-01-2006 en Ferreries, Menorca.
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cada uno de los grandes capítulos o partes de este libro las correspondientes tablas de dataciones8 que afecta a cada uno de los grandes periodos estudiados en ellos. Debe advertirse, no obstante, que los cortes entre una tabla y la siguiente son con frecuencia difíciles de establecer pues los elementos de continuidad entre unas fases y otras son importantes.
Valldemossa, Deià o Sóller; lo que traducido al tema que nos ocupa significaría que carbones prehistóricos de sus ancestros habrían originado dataciones con desviaciones milenarias respecto del hecho arqueológico que se quiere fechar. Pues bien, dataciones radiocarbónicas efectuadas sobre la madera del núcleo de dos vetustos olivos de la finca de Son Oleza, en Valldemossa (Bowman et al. 1990, 76), indicaron6 que de ninguna manera se trataba de olivos milenarios, sino moderadamente centenarios y en las previsiones medias ya citadas para las maderas viejas del ambiente mediterráneo.
En cualquier caso debe entenderse como una única secuencia de cronología absoluta de la actividad humana en las islas, salvo las referidas a eventos exclusivamente paleontológicos. Las diferentes fases culturales no las estableceremos nunca, como es lógico, a partir de los datos del radiocarbono. Por el contrario, serán las variaciones relevantes del registro arqueológico las que nos permitirán definir las entidades culturales que proponemos. Los momentos de cambio entre unas y otras, como no podía ser de ninguna otra manera, quedan sujetos a revisión permanente, en función de las aportaciones que la investigación vaya haciendo.
Recurriendo a ejemplos estrictamente arqueológicos un ilustrativo caso lo proporciona precisamente una madera vieja de acebuche (Olea europaea) procedente de la necrópolis menorquina del Càrritx (Micó 2005, 163). Uno de los tubos para guardar cabellos tonsurados fue fabricado con esta madera. Mientras que los cabellos humanos tuvieron una datación entre 830 y 540 BC, la madera del contenedor se situaba entre 1130 y 820 BC, es decir en ningún caso habría proporcionado una desviación superior a los 300 años.
El esquema de evolución cultural con el que se trabajará en este libro se recoge en la siguiente tabla:
Un segundo caso lo hemos podido constatar en la serie de dataciones radiocarbónicas conseguidas para establecer la construcción y uso inicial del turriforme escalonado de Biniparraxt Petit en Menorca (Gornés et al. 2001; Guerrero et al. 2002; 2007). Mientras que la serie de dataciones obtenida a partir de huesos de ovicaprinos procedentes del paleosuelo, que quedó sellado con la construcción, se movía en un rango de edad aproximada entre 900 y 800 BC, las grandes pilastras de acebuche, claros elementos constructivos, que sostenían la techumbre de una cámara superior proporcionaron dataciones7 contenidas en el intervalo 1420-1210 BC, para la pilastra nº 3 y 1310-1050 BC para la pilastra nº 2. Ambas muestras procedían obviamente de las zonas nucleares de grandes troncos convertidos en elementos constructivos y proporcionan otro buen ejemplo de efecto “madera vieja”. Los casos podrían multiplicarse, pero en conjunto son lo suficientemente representativos para concluir que la utilización de muestras de vida larga no debe ser tampoco radicalmente descartada de la discusión arqueológica, pues si bien es cierto que sólo deben utilizarse como terminus post quem, éste no es en ningún caso milenario, como a veces se ha pretendido de forma arbitraria, sino dos o tres veces centenario y muy excepcionalmente algo más. De todo lo anterior podemos adelantar que en este libro será utilizada toda la documentación radiocarbónica existente, lo que no quiere decir que proporcionemos el mismo valor, en cuanto a representatividad, a todas las dataciones, cada serie será evaluada y criticada en su momento de acuerdo con los datos contextuales que las acompañan. Para comodidad del lector se proporcionará al final de 6 BM-2001R: 30 ±100 BP; 1660-1960 AD; BM-2002R: 230 ±110 BP [1470-1960 AD]. 7
8 Las referencias bibliográficas se encuentran en el cuerpo general de texto.
KIA-15698: 3065 ±35 BP; KIA-15699: 2965 ±30 BP.
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Fase Descubrimiento y primeras visitas Primeros asentamientos Edad del Cobre, Calcolítico
Edad del Bronce
Cronología C14 BC Imprecisa
Periodos
- Instrumentos líticos en Menorca de tradición mesolítica.
2800/2900 2500/2300
Campaniforme
2000-1900
Epicampaniforme
1900/1800
Bronce Antiguo
1700/1600
Bronce Antiguo Naviforme I
1400/1300
Bronce Final Naviforme II
Transición a Edad del Hierro
900-800
Características singulares
Primera Edad del Hierro Cultura Talayótica
- Utilización de abrigos y grutas para estabulación de ganados - Inhumaciones de pequeños grupos en grutas - Poblados de cabañas de planta circular - Ganadería trashumante - Cerámica incisa de estilo campaniforme en Mallorca y esporádicamente en Formentera - Tumbas colectivas en hipogeos sencillos con corredores megalíticos en Menorca. - Dolmen de Roques Llises (Menorca). - Dolmen de Ca na Costa (Formentera) - Metalurgia local del cobre - Inhumaciones no masivas en grutas y abrigos - Perduración de las decoraciones incisas simplificadas. - Ganadería trashumante estabulada en cuevas y abrigos. - Aparición de las primeras necrópolis colectivas de inhumación. - Excavación de los primeros hipogeos funerarios. - Construcción de dólmenes en la Bahía de Alcudia. - Primeros instrumentos metálicos de bronce con estaño. - Perduración de las características culturales anteriores - Aparición de la arquitectura ciclópea. - Abandono progresivo de los poblados de cabañas. - Asentamientos con proliferación de arquitectura naviforme. - Ganadería trashumante estabulada en abrigos y grutas. - Necrópolis colectivas en grutas e hipogeos. - Siguen en uso las sepulturas dolménicas. - Inhumaciones sencillas en tumbas individuales en Mallorca. - Sepulcros de triple paramento en Menorca. - Santuarios rupestres. - El inicio está seguramente más próximo a 1300 BC - Gran importancia de los intercambios con el exterior. - Proliferación de instrumentos de bronce de naturaleza suntuaria ricos en estaño. - Áreas de producción comunal a gran escala. - Importante red de asentamientos costeros. - Producción de envases para los intercambios. - Abandono de los hipogeos funerarios - Nuevas necrópolis colectivas en grutas y abrigos, muchas con cierre ciclópeo. - Primeras navetas funerarias en Menorca. - Posibilidad de algún turriforme precoz en Menorca. - Asentamientos fenicios en Occidente. - Abandono de la red de asentamientos costeros. - Primeras tumbas fenicias en el Puig des Molins (Ibiza) - Primeros objetos fenicios en Baleares. - Primera presencia de instrumentos de hierro. - Abandono de poblados naviformes y aparición de los primeros asentamientos plenamente talayóticos. Aparición de necrópolis con cremaciones y cal viva.
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-ICONDICIONES BIOGEOGRÁFICAS Y ESTRATEGIAS DE LA COLONIZACIÓN HUMANA INSULAR (Víctor M. Guerrero)
misma forma que lo haremos en éste, la variable climática es observada como un factor relevante que afectó, tanto a los condicionantes oceanográficos, como a sus repercusiones en las poblaciones continentales. En primer lugar como posible desencadenante de un primer establecimiento estable pero también, en segundo término, como circunstancia que igualmente pudo provocar nuevos aportes de población que vinieron a incidir sobre las comunidades ya establecidas en las islas. Está claro que estos factores no pueden explicar todas las transformaciones culturales internas que analizaremos en este libro, pero sí tienen la suficiente relevancia para que constituyan un elemento importante de la discusión.
I. LAS CONDICIONES BIOGEOGRÁFICAS Desde principios de los años setenta, cuando John Evans (1973) llamó la atención sobre la importancia de las islas, como marcos idóneos para estudiar modelos evolutivos de comportamientos humanos singulares, han proliferado los estudios que han intentado una acomodación de los modelos biogeográficos (Macarthur y Wilson, 1967) al análisis de los procesos de colonización primigenia de las islas y la evolución posterior de las comunidades humanas. Resultó paradigmático el conjunto de estudios dedicados a los archipiélagos del Pacífico (Willianson 1981; Irwin 1992; Grave y Addison 1995), los cuales supusieron una aportación notable para el conocimiento de las estrategias seguidas por distintos grupos humanos para el descubrimiento y colonización de archipiélagos oceánicos, así como para el estudio de los posteriores mecanismos de adaptación, que esas misas comunidades generaron en los entornos recién antropizados. Los conjuntos de islas mediterráneas no quedaron al margen de estos estudios (Cherry 1990; Patton 1996), aunque su condición de islas continentales originaba peculiaridades distintas de las oceánicas.
Estos estudios de índole biogeográfica ya citados aplicados a las Baleares nos evitarán volver sobre estos asuntos, y sólo lo haremos tangencialmente para insistir en algunas de las cuestiones que nos parecen más relevantes para entender la mecánica de las primeras frecuentaciones y asentamientos humanos más o menos estables en las islas. Sin embargo, sí nos extenderemos con más intensidad y detalle en los aspectos que atañen a los condicionamientos que presenta el medio marino, tanto para llegar a las islas, como para comunicarse entre ellas. Paradójicamente éste no ha sido precisamente un tema al que se le haya prestado la atención adecuada, salvo excepciones (Broodbank 2000) y, a nuestro juicio, factores como, por ejemplo, la centralidad (Cherry 1981; Patton 1996), incluso la distancia al continente (Chapman 1991) no tienen gran relevancia si no se tienen en cuenta las condiciones oceanográficas, las capacidades de la tecnología naval de cada momento, e incluso el mismo desarrollo del arte de navegar. Debemos preguntarnos qué trascendencia tiene estar en una posición geográficamente centrada, si los vientos reinantes y las corrientes ciclónicas en la temporada de navegación no son favorables. Puede darse el caso que una isla, sin ocupar una posición central, disponga de excelentes posibilidades de conexión con el continente o con otras islas, pese a estar en una ubicación excéntrica y lejana (paraoceánica), como consecuencia de factores meteomarinos favorables. Tienen, a nuestro modo de ver, mayor capacidad de predicción a la hora de determinar las posibilidades de colonización primigenia de un territorio insular las condiciones oceanográficas que las tradicionalmente tenidas en cuenta.
El archipiélago balear constituye un caso peculiar, con respecto a los anteriormente citados, pues sin que puedan ser consideradas islas oceánicas, es decir muy separadas de las costas continentales, como algunos archipiélagos del Pacífico, tampoco están tan próximas como Chipre, Córcega o Cerdeña; por lo tanto su colonización humana primigenia tuvo condicionantes específicos que no se dieron en ningún otro entorno insular del Mediterráneo. Excedería con mucho un examen pormenorizado de estas cuestiones en el capítulo de un libro que sólo tiene por objetivo recordar que el factor insularidad y la naturaleza de territorio discontinuo, como obviamente corresponde a todo archipiélago, han jugado un papel muy relevante en el desarrollo de todas las entidades arqueológicas que se han producido en las Baleares. Por otro lado, algunos intentos de aplicar los modelos de análisis biogeográficos al estudio de la colonización primigenia de estas islas han sido ya publicados, desde un primer intento realizado por J. Ensenyat (1991), a un trabajo más extenso elaborado por B. Costa (2000). Posteriormente han vuelto en parte a ser retomadas, aunque incluyendo aspectos oceanográficos (Calvo et al. 2002) y más recientemente estas cuestiones y las relativas a la tecnología naval (Guerrero 2004; 2006 a) han sido abordadas de nuevo. En los últimos trabajos citados, de la
Sólo algunas de las condiciones biogreográficas planteadas por Mark Patton (1996) tienen relevancia en este sentido, en tanto afectan a la navegación. Una de ellas sería Target/distance ratio y la visibilidad, a las dos 13
Formentera, el territorio insular de más reciente formación, se caracteriza geográficamente por su marcada horizontalidad, con un relieve de formas tabulares que tiene un subsuelo de base calcárea terciaria, cubierto por materiales diversos del cuaternario.
les dedicaremos una especial atención, incluida la necesidad del reconocimiento de la costa. Un análisis de las condiciones biogeográficas del archipiélago fue realizado de forma extensa no hace mucho tiempo por B. Costa (2000) y eso nos ahorra detenernos sobre este asunto. De forma sintética hacemos un breve repaso.
Con el fin de tener una idea más clara de las Baleares en el contexto del Mediterráneo Occidental y en relación con los otros archipiélagos, creemos interesante recordar algunas variables relacionadas en términos comparativos. Algunas de estas ratios han sido utilizadas por autores (Cherry 1981; Chapman 1991; Patton 1996; Costa 2000), en un intento de establecer un modelo predictivo sobre la primera colonización humanas de las islas, que debe manejarse con cautela si no se incluyen los condicionantes oceanográficos que se estudiarán después.
El archipiélago Balear se localiza en el Mediterráneo Occidental entre los paralelos 40º 05’ 17’’ y 38º 40’ 27’’ de latitud N y entre los meridianos 1º 17’ 23’’ y 4º 23’ 46’’ de longitud E (Greenwich). Constituye una de las cuatro áreas insulares importantes del Mediterráneo centro-occidental junto a las islas del canal siculotunecino, formadas por Lampedusa, Pantellaria y Malta, Sicilia y sus archipiélagos, compuestos por las Égades y las Eolias y por último, el gran conjunto sardocorso.
Entre estas ratios destacaríamos las siguientes: 1.- La ratio que relaciona la superficie de la isla con distancia al continente. Mallorca con un valor de 21’7 ocupa el quinto lugar, después de Sicilia, Cerdeña, Córcega y Elba, mientras que Ibiza con un 5’88 y Menorca con un 3’2 ocupan el sexto y octavo lugar respectivamente.
Como bien se sabe, las Baleares están compuestas por Mallorca, Menorca, Ibiza, Formentera, Cabrera y más de 250 islotes. Este conjunto insular presenta una disposición suroeste-noreste y conforma los últimos reductos de las sierras béticas que se prolongan bajo el mar sobre la plataforma marina. La separación de Ibiza y Formentera ha podido ocurrir en épocas históricas relativamente recientes y tal vez constituyeron un solo bloque insular (Schulz 1997) en la fase prehistórica que se estudia en este libro.
2.- Una segunda ratio utilizada por algunos autores se consigue dividiendo la amplitud visual de cada isla en grados por la distancia desde el punto de observación. Esta ratio establece que cuanto mayor sea el resultado más probable sería la colonización de la isla. Según este cómputo el conjunto del archipiélago Balear obtendría unos resultados 0’02 que lo se situarían en el vigésimo lugar, frente a otras islas como Sicilia, Elba, Giglio, Cerdeña y Córcega que se colocarían en los primeros lugares.
Mallorca es la isla más grande y presenta una forma más o menos romboidal. Geológicamente es una isla calcárea cuyos materiales geológicos hace unos 30 millones de años sufrieron los efectos de la orogenesis alplina dando lugar a los relieves más importantes de la isla: la Sierra de Tramontana y las Sierras de Levante con elevaciones que sobrepasan los 1000 m. sobre el nivel del mar. Entre ambas sierras se localiza una depresión central que recibe el nombre de Es Pla.
3.- Una tercera ratio es el test de centralidad desarrollado por Chapman (1991). Esta ratio calcula el grado de centralidad de las islas a partir de la distancia de la isla a nueve puntos del continente. Con esta ratio se pretendía analizar el potencial de las islas como lugar de paso en los viajes por el Mediterráneo y así valorar el grado de aislamiento de las comunidades isleñas. Si bien es una ratio de comparación válida, debemos tener en cuenta, que en muchos casos, la presencia de corrientes y vientos dominantes es mucho más relevante (Guerrero 2004) que la distancia a la hora de explicar colonizaciones y rutas marítimas.
Menorca tiene la forma de un paralelogramo alargado. Presenta dos zonas geológicamente bien definidas: la zona de mitjorn, que ocupa la mitad Sur y está compuesta por materiales del triásico; mientras que la zona de tramontana, que se extiende por la mitad Norte de la isla, se caracteriza por la presencia de materiales muy antiguos de la era Primaria y Secundaria. La línea divisoria entre ambas zonas sería una hipotética diagonal que enlazaría el puerto de Mahón con Cala Morell, en la costa N.O. Esta isla no presenta sistemas montañosos importantes. La máxima elevación se sitúa en el Monte Toro con unos 350 m. de altura sobre el nivel del mar.
En el test de centralidad de Champan, ampliado por Costa (2000), Cerdeña ocuparía el primer lugar, seguida de Menorca, Mallorca, Córcega e Ibiza.
Ibiza y Formentera junto a unos sesenta islotes conforman el subgrupo de las Pitiusas. Ibiza, al igual que Mallorca, está básicamente compuesta por materiales del secundario con predominio de las calcáreas. Geográficamente, Ibiza se caracteriza por la abundancia de pequeñas colinas que configuran un paisaje ondulado y accidentado. Sin embargo, no encontramos alturas importantes ya que ninguna de ellas supera los 475 m. de altura.
1.1. El clima de la prehistoria No cabe duda que analizar el factor clima es una de las tareas fundamentales para entender, tanto los mecanismos de adaptación de comunidades recién asentadas en nuevos territorios, como las eventuales crisis de subsistencia cuando se producen cambios bruscos de las condiciones climáticas. No es una tarea fácil aplicada a los tiempos prehistóricos y, sin embargo, debe de ser una de las estrategias básicas de la investigación 14
incertidumbres que provocan los intervalos de calibración radiocarbónica. Mientras que, por otro lado, los efectos provocados en las comunidades centrocontinentales por las crisis climáticas, no tuvieron un efecto inmediato en las islas.
arqueológica, pues la dependencia de factores como la aridez o la pluviosidad y, en menor medida, las temperaturas para comunidades agrícolas y ganaderas es altísima. Para el estudio de comunidades humanas insulares deberemos plantearnos igualmente cómo estas fluctuaciones del clima afectaron a las comunicaciones de las islas con las comunidades continentales.
En la temporalidad que a este libro incumbe, dos episodios fríos interesan especialmente: el primero de ellos se desarrolló entre aproximadamente c. 3050 y 2550 BC y el segundo se inició hacia 900/850 BC, con una duración difícil de fijar debido a la imprecisión de las calibraciones radiocarbónicas de la Edad del Hierro, auque podemos estimar que el clima se recuperó hacia 550 BC, si tenemos en cuenta otros aspectos que después se citarán.
La preocupación por la variable climática en los estudios de prehistoria no es nueva (p.e. Aabye 1976; Wigley 1981; Harding 1982). Sin embargo, en la historiografía relacionada con la prehistoria de las Baleares es un tema jamás planteado hasta fechas muy recientes (Van Strydonck 2002; Guerrero 2004; 2006 a; Guerrero et al. 2006 a). La confluencia de diversos indicadores, como el avance y retroceso de los glaciares (Alley 2000; Alley et al. 1997) y de las turbas, así como la actividad solar que influye sobre la formación de radiocarbono (Harvey 1980), e incluso las alteraciones de la temperatura media del mar (Keigwin 1996; De Menocal et al. 2000), nos garantizan que este fenómeno tuvo repercusiones a escala global y no únicamente regional. Sin embargo, no sabemos con qué intensidad pudieron incidir en estas latitudes mediterráneas los cambios climáticos revelados por los estudios realizados básicamente con indicadores referidos a las zonas glaciares y periglaciares, o bien de la Europa nórdica.
Algunos indicadores biológicos son igualmente significativos, como es el crecimiento anormal de los anillos de los troncos de los árboles. De esta forma entre 2345 y 2354 BC se produce una gran concentración de anillos muy estrechos (Baillie 1998). Esta situación vuelve a detectarse hacia 1628 y de nuevo hacia 1159 BC. Estos fenómenos se han puesto en relación con eventuales momentos de lluvia ácida producida por importantes episodios volcánicos que afectaron al medio ambiente y seguramente tuvieron también trascendencia en alteraciones climáticas más o menos prolongadas. Todos los episodios fríos tuvieron consecuencias muy importantes y en algunos casos dramáticas para las poblaciones continentales (Van Geel et al. 1998), con repercusiones fuertes en las densidades de población, abandonos de asentamientos y fenómenos migratorios de masas (Bouzek 1993; Van Geel y Berglund 2000). Probablemente siempre habrá tentaciones de acusar a estos planteamientos como deterministas, a nuestro juicio la madurez de la investigación arqueológica actual es lo suficientemente sólida como para poder incorporar al discurso los factores catastróficos (Estévez 2005), que, obviamente, también tenían lugar en el pasado.
Es posible que el factor marino, y mediterráneo particularmente, atenuase de forma relevante su incidencia sobre las comunidades insulares. Sin embargo, la coincidencia de significativas alteraciones climáticas bruscas con cambios culturales de gran trascendencia que señalamos en un gráfico [fig. (1)2, 5] no puede ser una mera casualidad. El conocimiento de las alteraciones climáticas durante el Holoceno tardío no es una novedad y con seguridad a ello ha contribuido la abundante documentación existente sobre la denominada “Pequeña Edad de Hielo” durante la Baja Edad Media (Grove 1988). Sin embargo, las repercusiones que sobre las poblaciones prehistóricas tuvieron otros episodios similares no se conocen igual de bien. No debe olvidarse tampoco que estamos frente a fenómenos no pausados, sino sumamente bruscos (Goossens y Berger 1987; Dansgaard 1987; Street-Perrott y Perrott 1990; Gasse y Van Campo 1994) que pudieron dar un golpe a las condiciones ambientales en el transcurso de dos o tres generaciones, con las dificultades de adaptación en tiempos tan cortos que eso supone para poblaciones campesinas.
Tal vez el incremento generalizado de asentamientos y la colonización de territorios relativamente marginales que se observa durante el Neolítico final y transición al Calcolítico en algunas áreas mediterráneas, como es el caso de la alicantino-valenciana (Martí y Juan-Cabanilles 1998), pueda ser un reflejo más o menos indirecto del agravamiento climático continental, pues las dataciones absolutas sitúan igualmente este proceso entre c. 3200 y 2200 BC, lo que coincide plenamente con esa crisis climática. Para las Baleares este episodio frío tuvo especial significación, pues a lo largo del mismo se documentan, como veremos, datos relevantes sobre la primera presencia humana en las islas, que dará lugar a la consolidación de un primer poblamiento estable hacia 2500 BC (Calvo et al. 2002; Calvo y Guerrero 2002; Guerrero et al. 2006 a), tal vez como un reflejo más de la presión humana sobre las costas meridionales de Europa. Esta primera ocupación de las islas, como en su momento veremos, coincide igualmente con una generalización arqueológica de las barcas monóxilas de casco expandido y mejorado con tablazón en comunidades neolíticas occidentales y atlánticas (Guerrero 2006 b; 2006 c; e.p.),
Gracias a las dataciones radiocarbónicas (mediante AMS) sobre materiales orgánicos de depósitos lagunares y de turbas se ha podido determinar con relativa exactitud (Harvey 1980) la duración de varios de estos episodios fríos y de esta manera podemos correlacionar con mayor precisión las fluctuaciones climáticas con las alteraciones en el registro arqueológico que nos marcan fuertes inflexiones en la trayectoria cultural. Resulta sin duda muy difícil relacionar los fuertes picos de inflexión climática, como los máximos de avance de los glaciares Löbben o Göschenen I (Harvey 1980), con fenómenos culturales concretos, debido a las 15
empeoramiento muy significativo del clima, en el que se solaparon una bajada de las temperaturas medias con una probable intensa aridez. Seguramente éste no fue el único episodio que se registró a lo largo de la prehistoria, pero los otros deben ser aún bien identificados a partir del registro arqueológico.
posiblemente con la incorporación de batangas; sin que falten indicios desde el Neolítico de la exiencia de barcas de doble casco monóxilo, a modo de catamaranes. Salvo cortos episodios en los que el clima se tornó más cálido las entidades arqueológicas epicapaniformes y del Bronce Antiguo (Naviforme I) vivieron una larga fase fría, aunque también con oscilaciones significativas, mientras que el Bronce Final (Naviforme II) se desarrolló a lo largo de un periodo cálido que se truncó hacía 900 BC [fig. (1)2, 5].
I.2. Navegar hacia las islas durante la prehistoria De todas las cuestiones biogeográficas que puedan ser tenidas en cuenta, una tiene excepcional importancia: las condiciones meteomarinas u oceanográficas que debieron ser afrontadas por los grupos humanos continentales para acceder a las islas mediterráneas más alejadas del continente. El mar no es un espacio abierto que pueda recorrerse en cualquier dirección. Sobre todo, vientos y corrientes conforman unos derroteros que facilitan unas determinadas conexiones, sin embargo, otros son difíciles y peligrosos, cuando no impracticables, debido a las limitaciones que la náutica prehistórica y antigua imponía a la navegación.
El segundo de los intervalos fríos lo tenemos enmarcado entre c. 900/850 y 550 BC (Harvey 1980). El límite moderno resulta muy impreciso debido a los problemas de calibración que presenta la Edad del Hierro, como consecuencia de la trayectoria amesetada de la curva de calibración, por esta razón es posible que el clima no recuperase su estadio más templado hasta aproximadamente el 300 BC (Pryor 1995). No es fácil valorar, en el estado actual de los conocimientos, las consecuencias socioculturales que este episodio frío pudo tener en las comunidades isleñas sin riesgo de caer en un determinismo fácil, pero conviene señalar que sus inicios coinciden con el colapso y abandono de los poblados de Bronce Final (Naviforme II) y la aparición de la entidad arqueológica del Hierro isleño, que conocemos localmente como cultura talayótica (Guerrero et al. 2002; Guerrero et al. 2006 b).
El acceso a las islas estuvo siempre condicionado por la conjunción de dos factores: 1) Las condiciones oceanográficas del mar balear. 2) El desarrollo de la tecnología náutica, que comprende la arquitectura naval, los aparejos de propulsión y el arte de navegar.
En el continente tuvo repercusiones importantes al solaparse con uno de los más importantes periodos de aridez durante la etapa conocida como los Campos de Urnas (Kristienasen 2001). Para el Egeo y el Mediterráneo oriental se ha planteado también que muchos de los trastornos conocidos entre 1200 y 850 BC, muchos provocados por migraciones masivas del interior continental hacia zonas costeras periféricas, tuviesen su origen en el deterioro del clima que se documenta en esta época (Weiss 1982) y darían lugar al episodio frío que se iniciaría c. 900/850 BC.
I.2.1. Condiciones de navegabilidad en el mar balear Entendemos por mar balear, a los efectos que en este estudio compete, el espacio marino que viene delimitado por el tramo costero continental que se extiende desde el Golfo de León hasta Denia aproximadamente y unas veinte millas al Sur de las propias islas. 1) El nivel del mar y las corrientes Sabemos que el nivel del mar ha sufrido fuertes e importantes oscilaciones como consecuencia, a su vez, de los grandes ciclos climáticos de las glaciaciones y de los periodos interglaciares (Shackleton et. al. 1984; Van Andel 1989). Hace unos ocho mil años el nivel del mar podía oscilar entre los –30 y los –15 m. bajo el nivel actual y ha seguido sufriendo modificaciones menores durante el Holoceno (Larcombe et al. 1995). Sin embargo estas oscilaciones holocénicas no cambiaron sustancialmente la distancia que se debía cubrir para alcanzar las distintas islas. Afectaron lógicamente a la línea de costa, aunque no fueron suficientemente significativas como condicionantes de la travesía y del acceso a las islas, por lo que no resulta un factor digno de ser tenido ahora en cuenta en el tema que nos ocupa.
Las crisis generadas por los periodos de aridez constituyen un tema conexo con el anterior. Se conocen (Rognon 1987), tanto las evoluciones de tiempo largo, bien ejemplificadas en la progresión del Sahara, como los eventos de crisis cortas y de génesis abruptas; los efectos de estas oscilaciones o crisis de provocadas por los periodos de aridez están muy mal conocidos en las comunidades prehistóricas de nuestro entorno, sólo muy recientemente se están abordando estudios a partir de restos vegetales y semillas bien contextualizados, aunque esta documentación en las Baleares se ha perdido en las excavaciones antiguas, pues hasta fechas muy recientes no se han incorporado sistemas de tamizado hídrico del sedimento. Los datos más próximos a las Baleares, y mejor contrastados, proceden de la plana catalana donde se ha identificado (Alonso et al. 2004) un periodo de fuerte aridez que se inició hacia 900 BC y sólo comenzó a remitir a partir de c. 500 BC.
Localmente están muy bien documentadas arqueológicamente oscilaciones de tres a cuatro metros en Mallorca, tanto en el Sur de la isla, en el islote de Na Guardis (Guerrero 1984), como al Norte de la misma, en la Necrópolis de Sin Real (Hernández 1998), así como en la zona de Santa Ponça (Esteban et al. 1991; Guerrero et al. 2002). Cronológicamente todas ellas se sitúan en un momento muy tardío de la prehistoria, entre el s. IV y II BC.
Por el momento, sabemos con seguridad que uno de los cambios importantes de nuestra prehistoria, el Final de la Edad Bronce y los inicios de la Edad del Hierro, que se produjo hacia 900/850 BC, coincidió con un
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de 50 km/h que levantaba olas de 2 a 3 m, equivalente a una superficie del mar entre marejada y mar gruesa.
El Mediterráneo tiene una circulación de sus aguas que sigue siempre el sentido contrario de las agujas de un reloj. Este sistema de movimiento general de las aguas viene originado por el desequilibrio existente entre el aporte fluvial deficitario y la pérdida originada por la evaporación. Ello provoca una entrada constante de agua desde el Atlántico a través del Estrecho de Gibraltar, que origina una corriente sur, paralela a la costa africana, la cual llega hasta Port Said, para girar hacia el Norte paralela a la costa de Palestina y después sigue rumbo Oeste por el Sur de la costa anatólica. En el Egeo toma de nuevo dirección Norte, donde entra en contacto con la que sale por los Dardanelos, procedente del Mar Negro en dirección Sur, mezcladas se dirigen al Oeste a lo largo de la costa Norte de Creta. Al llegar al Sur de Italia toma dirección N.O. y finalmente S.O. en las costas francesas y española levantina, para, pegada a la costa Sur de Andalucía, salir de nuevo por el Estrecho. Este sentido general de la corriente tiene después multitud de variantes a escala regional debida sobre todo a la recortada costa norte del Mediterráneo, la barrera italosiciliota y la multitud de islas que jalonan sus aguas.
Una navegación con balsas o monóxilas, aún provistas de batangas, navegan con cierta comodidad sin sobrepasar los niveles 4 o 5 de la escala Beaufort1; por encima de estos niveles podrían capearse las olas de forma azarosa, pero es obvio que no se emprendería ninguna travesía con estas perspectivas de dificultad. En el mar balear (IHM 2003), entre junio y septiembre, el 83,4% de los días la fuerza del viento no supera la velocidad de 7,39 nudos (13,7 km/h) en el peor de los casos. El mes más difícil es, sin duda, junio que acumula los porcentajes mayores de intensidad, restos de las resacas primaverales. Sin embargo, el mes de septiembre los vientos tienen una intensidad media de 5,77 nudos (10,7 km/h), mientras que los meses centrales del verano oscilan las medias entre 1,24 nudos (2,3 km/h) y 0,16 nudos (0,3 km/h), los cuales levantan olas entre 30 cm y 1,5 m., condiciones muy favorables para travesías en barcas con propulsión a remo. No importa insistir sobre la absoluta dependencia de la navegación antigua del régimen de vientos, pero, por desgracia, es el factor climático que no deja rastro arqueológico alguno y las fuentes escritas son por completo insuficientes. Aún con aportaciones extraordinarias como las de Aristóteles (Lee 1962; Pepe 2003) y Teofrastos (Countant y Eichenlaub 1975), no contamos con las mediciones y datos estadísticos que serían precisos para valorar correctamente el papel de los vientos, sobre todo a escala regional y local.
Sin embargo, esta circulación de las aguas en el Mediterráneo tiene escasa trascendencia para la navegación en el mar balear. La corriente general del Mediterráneo apenas tuvo incidencia en la conformación de los derroteros, pues sus intensidades cambiantes fluctúan entre 0,2 y 0,5 nudos de velocidad, insuficientes para impedir la navegación en contracorriente, aunque sí para ralentizarla algo; salvo en el Estrecho de Gibraltar donde pueden oscilar entre 2,3 y 2,5 nudos, magnitudes que ya se hacen muy apreciables sobre los sistemas de propulsión antiguos. Sin embargo, las corrientes superficiales originadas por los regímenes de vientos conforman un sistema de circulación (Nielsen 1912; Metallo 1955; Lacombe y Tchernia 1970; Pennacchioni 1998) que sí tiene importancia capital para la navegación a vela.
La importancia de los vientos es decisiva en la conformación de los derroteros, como en su momento veremos, pero no lo es menos como uno de los factores fundamentales de orientación del marino. Un buen conocimiento del régimen de vientos reinantes en cada región, según el mes del año, es de importancia vital para la orientación. Por eso no es raro que las primeras brújulas adoptasen el nombre de “rosa de los vientos” y que los puntos cardinales tomasen el nombre de los vientos reinantes (Medas 2004, 48), como vemos en las obras de Timóstenes de Rodas y Plinio.
2) Los vientos reinantes y dominantes Otra cosa bien distinta ocurre con el régimen de vientos [fig. (1)4]. La navegación antigua ha tenido una extraordinaria dependencia de los vientos reinantes y dominantes, del sistema de formación y actuación de las brisas marinas y terrales, así como de los vientos catabáticos. No sólo en las barcas guarnidas con aparejos de propulsión a vela, sino también en el caso de la boga, pues no debe olvidarse que el estado de la superficie del mar, el oleaje, es directamente tributario del tipo e intensidad del viento reinante. Para hacernos una idea lo más aproximada posible de la importancia que tienen el estado de la superficie del mar para las navegaciones prehistóricas, especialmente con canoas más o menos mejoradas con tablazón y propulsión a remo, recordemos las dos siguientes experimentaciones náuticas. En el proyecto Papyrella (Tzalas 1989; 1995) se navegó con cierta normalidad soportando vientos de fuerza 5 a 6 y olas de 1,5 m., equivalente a marejadilla. En la navegación experimental Monoxilón (Tichý 1997), la barca de casco monóxilo, con once tripulantes y sus provisiones, soportó bien vientos en ocasiones de hasta
La mayor parte de los estudios que han tenido en cuenta las condiciones de navegabilidad en el mar de balear (Ruiz de Arbulo 1990; Diés Cusí 1994) la cuestión de los vientos ha sido siempre analizada partir de los datos que proporcionan los derroteros modernos (IHM 2003). Sin embargo, nunca se ha tenido en cuenta la meteorología histórica, salvo en trabajos muy recientes (Guerrero 2004; 2006 a). Como ya se ha dicho, el clima ha sufrido fuertes oscilaciones a lo largo del Holoceno, por lo tanto las condiciones meteorológicas y oceanográficas anotadas en los cuadernos de bitácora no tienen plena validez en los periodos en los que el clima se tornó mucho más frío.
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Escala 4: altura de las olas 5,5-7,9 m.; velocidad del viento 20-29 km/h (11-16 millas). Escala 5: altura de las olas 8,0-10,7 m.; velocidad del viento 30-39 km/h (17-21 millas).
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actualmente 190 días al año (52,1%). El desglose de los promedios anuales que establece el citado estudio de Hodge es el siguiente: Los mistrales o vientos del NW soplan 136 días (37 %); Tramontanos o vientos de componente N soplan 26 días (7,1%); del NE tenemos viento 28 días (7,7%); del E predominan 40 días (10,9%) y del SE soplan 49 días (13, 4%); del W proceden 46 días (12,6%). El predominio de los vientos de componente Norte se ve atenuado por los sirocos de procedencia S, durante una media de 17 días (4,7%) y otros de componente SW que soplan 23 días (6,3%).
La primera cuestión sobre la que nos debemos interrogar es si la componente de los vientos dominantes en el mar balear ha sido constante a lo largo de todo el Holoceno. La pregunta resulta pertinente si tenemos en cuenta que durante este periodo se han alternado, como hemos visto, fases cálidas con episodios fríos. Un interesante estudio comparativo, realizado por W. Murray (1987), a partir de las informaciones de Aristóteles y Teofrastos, sobre los vientos de la antigüedad clásica, básicamente para el s. IV aC, y los actuales, concluye que existe una sorprendente coincidencia entre ambos. Sin embargo, no debemos olvidar que, tanto Aristóteles, como Teofrastos, escriben sus observaciones durante una fase cálida. Podemos admitir que la circulación general del aire en la atmósfera no sufrió alteraciones significativas, como parece deducirse de las observaciones (Pryor 1995) sobre la dirección de los vientos en otros episodios fríos que afectaron a Europa desde la Edad Media, de los cuales el mejor conocido es el Little Ice Age (Grove 1988). Es decir, la componente que conforma los vientos dominantes no cambió sustancialmente durante los episodios fríos, pero sí pudieron verse alteradas sensiblemente su intensidad y su frecuencia.
Estas condiciones [fig. (1)3, 1] son igualmente aceptables para una latitud menor como la que corresponde a las Baleares, especialmente para Menorca y la bahía mallorquina de Alcudia que separa ambas islas. La intensidad con la que estos vientos inciden en el paralelo correspondiente al mar balear es algo menor, aunque la frecuencia y los efectos sobre las posibilidades de conexión entre el continente y las islas se mantienen. Si acepamos que los meses en los que la navegación es más segura mare apertum-, es decir, de junio a septiembre, tendríamos, como observamos en la tabla adjunta, que más de la mitad de los días los vientos son favorables a las derrotas que se inician entre las bocas del Ródano y el delta del Ebro, las cuales acaban en las costas de Menorca y Mallorca.
3) Vientos y corrientes ciclónicas durantes los episodios cálidos
Otro dato no menos importante es que durante la temporada de navegación el 83,4% de los días soplan vientos con intensidades oscilantes entre uno y diez nudos, entre ventolina y bonancible o brisa moderada, las cuales proporcionan al mar una superficie de olas largas con pequeñas crestas rompientes. Ésta constituye la situación ideal para la navegación, tanto de boga, como a vela. Mientras que a partir de la marejadilla, marejada y mar gruesa la navegación antigua se tornaba muy peligrosa.
Para los episodios cálidos nos resultan válidas las observaciones que nos proporcionan los derroteros modernos, pues sus conclusiones han sido redactadas a partir de las anotaciones de los cuadernos de bitácora contemporáneos. En la actualidad, y por extensión en las fases cálidas del Holoceno, en el mar balear tienen predominancia los vientos que soplan del Golfo de León. Hodge (1983) ha planteado esta cuestión de forma muy detallada para el entorno de la antigua colonia griega de Massalia. Con distintas componentes, el predominio de mistrales, cierzos y tramontanos ocupa por término medio
El registro arqueológico parece reflejar muy bien esta
Datos sobre los vientos a la altura de Mahón durante la temporada de navegación, mare apertum Mes
Dirección (Frecuencia en %) NE
NW
E
SE
Junio
23,0 21,6
6,5
15,4
7,9
6,9 13,8 3,9
1,0
83,5 13,9 2,4
0,2
10,9
Julio
20,7 23,5
3,4
16,8
9,8
7,0 11,7 2,7
4,6
84,4 14,2 1,2
0,0
10,5
Agosto
25,0 19,6
5,3
15,2
10,8 7,1 12,2 3,7
1,2
83,2 13,7 2,3
0,6
10,6
Septiembre
23,7 17,5
5,8
16,7
10,0 6,0 12,1 5,6
2,6
82,5 13,3 3,6
0,4
10,8
32,1 20,5
5,2
16,02
9,6
2,3
83,4 13,7 2,3
0,3
10,7
N
Media de temporada
Media componente Norte 57,8
S
SW
Velocidad Km/h W
6,7 12,4 3,9
Calma
020
2135
36- >50 M/D 50
M/D = Media Diaria km/h. (elaboración a partir de IHM 2003: 11)
18
razonable pensar que este fenómeno, aunque difícil de aquilatar en el entorno de las Baleares, debió igualmente afectar en alguna medida al Mediterráneo.
situación prácticamente hasta el cambio de Era (Guerrero 2004); a partir de entonces observamos cómo los tránsitos comerciales entre la Bética y Roma pasan por el Sur de las Baleares (Guerrero 1993), cruzan el estrecho de Bonifacio y ganan la costa italiana. Otro tanto ocurre en los derroteros que unían la Laietania con el puerto de Roma (CorsiSciallano y Liou 1985). Aunque la peligrosidad y dificultad que presenta este derrotero (Medas 2005) no puede olvidarse, como las propias fuentes se encargan de recalcarlo (Estrabón, III, 2, 5).
Ninguno de los eventuales cambios en las condiciones oceanográficas señalados fueron relevantes para imposibilitar las derrotas señaladas como favorables (Guerrero 2004) a la conexión del archipiélago balear con la zona costera continental que transcurre entre las bocas del Ródano y el delta del Ebro. Por el contrario, el número de días anuales en los que la componente de los vientos reinantes facilitaba la llegada a las islas fue superior al contabilizado en las fases cálidas.
4) Vientos y corrientes ciclónicas durantes los episodios fríos
En lo que respecta a la mayor frialdad de las aguas y un peor estado de la superficie del mar, en la temporada habitual de navegación, no deben considerarse tampoco factores que imposibilitasen las travesías, pues la documentación proporcionada por la etnografía marina nos indica que es habitual la navegación con embarcaciones de base monóxila y balsas con temperaturas más frías y con la superficie del mar más alterada, entre marejadilla y marejada.
Como en su momento se dijo, el primer poblamiento estable de las islas tuvo lugar durante uno de los episodios fríos del Holoceno, el que se desarrolló entre aproximadamente 3050 y 2550 BC. No es fácil, por lo dicho hasta ahora, conocer cómo se vieron afectadas las condiciones oceanográficas. Si tenemos en cuenta que la posición del frente Atlántico no cambió sustancialmente, sino que se vio fortalecido ante el africano, debemos suponer que la principal consecuencia meteomarina para la navegación durante los episodios fríos, además del descenso de la temperatura de las aguas, fue que la actividad del frente polar [fig. (1)3, 3] quedaba durante el verano activo en un paralelo mucho más meridional (Van Geel y Renssen 1998), agudizando las condiciones que se han expuesto para las fases cálidas. Por todo ello, la incidencia, aún durante el verano, de los vientos mistrales, cierzos y tramontanos, que facilitan las derrotas que unen el Cap de Creus y el delta del Ebro con el canal MallorcaMenorca, debía de ser todavía mayor. Como contrapartida es necesario suponer que la frecuencia e intensidad de los sirocos, así como de los levantes y vendavales o ponientes sobre las costas del archipiélago debieron bajar considerablemente durante esta estación del año mientras que se mantuvo la fase fría.
La derrota durante que va desde Denia a las Pitiusas está más a sotavento de cierzos y mistrales. Los vientos reinantes son de componente Oeste en otoño y primavera, mientras que durante el verano ocupan su lugar los levantes y roras (NE). Por lo tanto, la variación de latitud del frente Atlántico durante los episodios fríos del Holoceno no debió de tener una incidencia significativa en las conexiones de las Pitiusas con las costas continentales más cercanas. Los derroteros durante los episodios fríos no debieron sufrir alteración, aunque tal vez sí la duración de las estaciones del año en las que las condiciones del mar son más aptas para navegar bogando. Ello nos lleva a examinar seguidamente el contenido del próximo epígrafe.
Se debe tener en cuenta igualmente que los barcos prehistóricos y antiguos no disponían de quillas de aleta ni orzas, por lo que los vientos de costado, a un largo y del través (no digamos a un descuartelar, de bolina y ceñida), inflingían unas derivas no deseadas hacia sotavento de difícil y penosísima corrección, por esta razón los vientos largos dominantes condicionaban a las naves las derrotas a seguir de forma mucho más determinante de lo que ocurriría con los barcos veleros más modernos.
5) Temporada de navegación Los estudiosos de la navegación antigua en el Mediterráneo (Rouge 1952; 1966, 1975; Casson 1971) admiten de forma generalmente unánime que todo el año no era apto para la navegación de altura. Las divergencias surgen cuando se trata de concretar cuánto duraba la temporada hábil para emprender travesías complejas. Recordemos que Hesíodo, quien vivió hacia los inicios del s. VIII aC, sólo consideraba plenamente seguros los 50 días que preceden a la caída de las Pléyades (Los trabajos y los días 619694), por lo tanto, desde fines de julio a mediados de septiembre. Sin embargo, no debemos olvidar que Hesíodo, escribe sus observaciones durante un episodio frío, el que tuvo lugar entre c. 900/850 y 550 BC; lo que resulta coherente con el corto periodo de mare apertum que el autor nos señala. La obra citada de este autor, nacido en Ascra, sirve de apoyo a los investigadores que siguen criterios restrictivos sobre la duración de la temporada de navegación, pese a que unánimemente reconocen que parece excesivamente corta. Sin embargo, el factor del cambio climático no ha sido tenido en cuenta nunca en esta discusión.
Por lo tanto, podemos concluir que durante los episodios fríos del Holoceno los vientos largos de componente Norte predominaron con mayor frecuencia a o largo del año, facilitando las derrotas procedentes del Golfo de León y Norte de Cataluña. Sin embargo, es posible que el estado del mar se tornase algo más bravío y las condiciones que hoy son habituales hacia los 43/42 grados de latitud predominasen a la altura de las costas de mar balear. Si tenemos en cuenta la bajada de la temperatura del agua del mar que se ha observado [fig. (1)2, 3] a la altura del Mar de los Sargazos (Keigwin 1996) durante uno de los episodios fríos medievales, el Little Ice Age, parece 19
recoge la mies. Aunque debemos reconocer que el Mar Rojo, por donde se desarrolló la primera fase del periplo, presenta condiciones climáticas regionales muy distintas del Mediterráneo Central y Occidental. Calcular el mes en que podía recogerse dicha cosecha resulta inseguro, pues no se especifica que tipo de cereal se sembraba. Algunos investigadores contemplan como una posibilidad que fuese el mijo (Panicum miliaceum), más adaptado a las tierras áridas y pobres del Mar Rojo, cuya cosecha podía estar lista entre marzo y junio.
A nuestro juicio, las condiciones locales podían modificar también el tiempo hábil para la navegación en determinados ámbitos del Mediterráneo, aunque, sin duda, serán las alteraciones climáticas del tardoholoceno, con las consecuentes modificaciones de las intensidades y frecuencias de los vientos reinantes en cada región, el factor decisivo de los acortamientos y prolongaciones del mare apertum. Si atendemos a las indicaciones de las fuentes históricas (Rougé 1975, 24) tendríamos dos calendarios alternativos: 1) La temporada corta iría desde el 27 de mayo hasta el 14 de septiembre según algunas fuentes; 2) Mientras que según otras, el periodo hábil para la navegación se extendería algo más, entre el 10 de marzo y el 11 de noviembre. Sin embargo, muchas de estas discrepancias pueden obedecer, no sólo a factores climatológicos regionales, sino también a los momentos que se escribieron las fuentes literarias, pues las observaciones directas de los vientos y sus intensidades, además de sus componentes, no pudieron ser las mismas si se hicieron durante un episodio frío, que si lo fueron en el transcurso de una fase cálida.
La siembra de cereales para obtener una cosecha de avituallamiento a la tripulación no puede considerarse una necesidad intrínseca a los periplos, pues el abastecimiento de la misma puede hacerse mediante intercambio con las poblaciones costeras y podría complementarse con la pesca ocasional2 durante la travesía. Sin embargo, debió de constituir una de las muchas maneras de rentabilizar las pausas en ruta desde fines del verano-otoño hasta el inicio del verano siguiente. La temporada de navegación se debía de alargar mucho más durante las fases cálidas del tardoholoceno. Un buen ejemplo nos lo ofrece el contenido del papiro egipcio Ahiqar (Stager 2004), según el cual barcos milesios y fenicios llegaban durante diez meses al año y en concreto se citan seis barcos fenicios que atracaron en Egipto durante octubre, noviembre y diciembre del año 475 aC, es decir una vez recuperado el episodio frío en el que vivió Hesíodo, aunque seguramente las condiciones locales de la costa cananea y egipcia, hasta Alejandría, tuvieron igualmente un papel decisivo en estas travesías tan otoñales, como luego veremos.
La pausa invernal de la navegación, al menos de gran cabotaje y de altura, es incuestionable, como nos indican muchas fuentes escritas. La necesidad de invernada en algún puerto o fondeadero de la ruta está bien documentada en muchos escritos antiguos. Por ejemplo: Quedáronse los fenicios un año entero con nosotros y compraron muchas vituallas para la cóncava nave... (Odisea XV, 492-495). Al cabo de tres meses zarpamos en un barco que había invernado en la isla… (Hechos de los Apóstoles, IX, 28, 11); Embarcó en ellos instrumentos agrícolas, semillas y carpinteros de rivera, con el propósito de que si la navegación se prolongaba, pudiese invernar en la isla, cuya situación había anotado; sembrar y recoger la cosecha, llevando así a cabo el viaje tal como lo había proyectado desde el principio... (Estrabón II, 3, 4.). De igual forma el documento griego Stadiasmo o Periplo del Mar Grande (Medas 2006 a) aparece plagado de referencias a puertos y embarcaderos que permitían y garantizaban una buena invernada. La cuestión es determinar, como ya se ha dicho, su duración y las causas por las que las fuentes de unas épocas y otras parecen discrepar.
Un texto procedente de una tablilla de Pilos (Chadwick 1977: 122-123) viene encabezado por el nombre de un mes po-ro-wi-to-jo, que ha sido interpretado (Palmer 1955) como Plowistos o mes de la navegación. Teniendo en cuenta que los meses micénicos tenían un cómputo lunar, debía situarse en la primavera. Hasta época muy tardía se conservó en Grecia la Ploiafesia o “Proclamación de la navegación”, por lo que Plowistos podría hacer en realidad referencia al mes en el que se inauguraba la temporada de la navegación3, con toda probabilidad a fines de la primavera. De varios pasajes de la Odisea (p.e. V, 271-279) parece desprenderse que algunas acciones marineras se desarrollaban en época otoñal, en concreto, cuando Odiseo parte en su "balsa" construida bajo la dirección de la divina Calipso, contemplando las Pléyades y el Bootes, cuya puesta se observa efectivamente al atardecer, entrado ya el mes de octubre. Es difícil valorar, desde la perspectiva que aquí nos interesa, esta cuestión, pues si bien las hazañas de Odiseo se fijan por escrito hacia el siglo VIII aC, los hechos a lo que se refiere fueron protagonizados por los navegantes
Aunque no es fácil establecer la correspondencia exacta entre las fuentes escritas y la temporalidad concreta de las alteraciones climáticas, algunas de ellas con fuertes incertidumbres derivadas de las calibraciones de las dataciones radiocarbónicas, resulta útil recordar algunos datos que pueden permitir profundizar en esta discusión. No sólo las indicaciones de Hesíodo parecen apoyar el acortamiento de la temporada de navegación durante los episodios fríos. Como soporte de esta cuestión tenemos también la indicación de Herodoto (4, 42), quien nos describe cómo los exploradores del periplo encargado por el faraón Neco II, que tiene lugar entre 609-594 aC (Mederos y Escribano 2004), al final del verano, abandonaban la navegación, sembraban, esperaban la siega y, recogida la cosecha, se hacían de nuevo a la mar. Esto debía ocurrir al iniciarse de nuevo la temporada estival, que es cuando se
2 Este tipo de pesca oportunista está plenamente documentada en todas las épocas, como lo evidencia la presencia de anzuelos y pesos de red en naufragios diversos desde la Edad del Bronce hasta época bizantina (p.e. Bass y van Doornink 1982, 296-310; Bound 1991, 26-27; Colls et al. 1977; Solier 1982, 204). 3
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Agradecemos al Dr. F. López Pardo esta observación.
navegaciones de altura y gran cabotaje (Rouge 1952); muchos datos4 apuntan que la navegación regional y local de cabotaje no estaba sujeta a un régimen tan estricto, pudiendo quedar activo un comercio de cabotaje especialmente el de pequeños mercantes con propulsión mixta, a vela y remo, incluso durante el invierno.
micénicos, los cuales pueden situarse grosso modo durante una de las fases cálidas de la Edad del Bronce que tuvo lugar entre c. 1500-1000 BC. Con más seguridad nos movemos con los indicios que nos proporciona el pecio del Sec, hundido en aguas de Mallorca hacia 375-350 aC en una fase cálida. Entre el cargamento de esta nave se hallaron esquejes de viña (Arribas et al. 1987, 602) con tierra adherida a su raíz, de tal forma que parecían estar preparados para ser sembrados en el lugar de destino de la travesía. Como quiera que la época idónea para sembrar las cepas pudo ser el otoño o la primavera (Columela, III, 14; Plinio, XVIII, 30), debemos pensar que efectivamente el barco pudo hundirse hacia el otoño, tal vez ya en el límite de la temporada de navegación, y quién sabe si como consecuencia de ello, o bien al inicio de la misma.
Recientemente el tema ha sido retomado por Oded Tammuz (2005), quien ha revisado, a partir de algunas fuentes escritas, una serie de travesías, fundamentalmente empresas comerciales en el Mediterráneo Oriental, en meses fuera de la clásica temporada de navegación. La constatación de estas navegaciones, fuera de la presumible época del año propicia para ello, afecta a diferentes épocas que van desde el siglo XIII aC, como la registrada en la carta del rey hitita Hattushili III a Niqmepa, o la del rey de Tiro al de Ugarit; pasando por la accidentada empresa de Unamon, superior del templo de Amon, en Biblos, que puede datarse entre 1108 y 1089 aC; junto a otros viajes comerciales ya en el siglo V aC.
Las advertencias de San Pablo, mientras navegaban por el Sur de Creta rumbo a Roma, son bien significativas: ...Habíamos perdido un tiempo considerable; la navegación era ya peligrosa, porque había pasado el ayuno de septiembre. Amigos, preveo que la travesía va a ser desastrosa, con gran perjuicio no sólo para la carga y el barco, sino también para nuestras personas... (Hechos de los apóstoles, IX, 27). Igualmente significativo nos puede resultar el dato que nos proporciona el edicto emitido hacia el 380 de la Era (Arnaud 2005, 16) para las flotas de la annona africana, el cual fijaba la temporada de navegación entre el 13 de abril y el 15 de octubre. Algunas décadas después se iniciará otro de los episodios fríos (Pryor 1995) conocidos del Holoceno.
En la documentación escrita analizada por Oded Tammuz, sólo el mes de enero queda fuera de la actividad marina. Esta documentación sugiere que la temporada de navegación quedaba abierta entre Egipto y Grecia desde marzo a diciembre y entre Egipto y Fenicia, desde mayo hasta diciembre. El listado de casos se resume en la siguiente tabla: Trayecto Feb. Mar. Abr. Sept. Oct. Egipto a 0 2 2 4 4 Grecia y Asia Menor Grecia y 3 3 1 4 3 Asia Menor a Egipto Egipto a 0 0 0 1 4 Fenicia Fenicia a 0 0 0 1 2 Egipto Totales 3 5 3 10 13 Número de barcos por mes según las fuentes escritas
Estos datos coinciden casi milimétricamente con los que nos proporciona igualmente otro escritor antiguo, Flavio Vegecio, que aproximadamente fue contemporáneo del edicto sobre las flotas de la annona africana, nos dice en su obra Epitoma rei militaris (XXXIX, 2-10) que el tiempo más seguro para la navegación se inicia el sexto día antes de las calendas de junio (27 de mayo) hasta el decimoctavo de las calendas de octubre (14 de septiembre). Después de este periodo, hacia el tercer día antes de los idus de noviembre (11 de noviembre), la navegación se torna incierta y muy peligrosa. Avanzado el mes de noviembre, con el declinar invernal de las Pléyades, la navegación se vuelve muy agitada y debería hacer frente a frecuentes tempestades.
Nov. 3
Dic. 3
4
1
1
0
3
1
11
5
No obstante, Oded Tammuz (2005) no ha tenido en cuenta dos cuestiones básicas. Por un lado, las alteraciones climáticas que seguramente explicarían la existencia de empresas navales en los meses límites como abril, septiembre y octubre. Por otro, las peculiaridades oceanográficas de las costas orientales del Mediterráneo, aún durante las fases cálidas.
El tratado sobre la guerra de Flavio Vegecio describe, a nuestro juicio con gran meticulosidad, en el capítulo Quibus mensibus tutius navigetur una situación característica correspondiente a una de las fases cálidas como las actuales, mientras que la obra de Hesíodo, Los trabajos y los días, nos remitiría a las limitaciones propias de la navegación mediterránea durante los episodios fríos.
Resulta muy importante tener en cuenta la composición de los vientos reinantes y dominantes en el Próximo Oriente, pues seguramente aquí encontraríamos algunas de las explicaciones a las excepciones que confirman una regla general de mare clausum, más o menos dilatado. Como señala acertadamente Stefano Medas (2006; en preparación), en el Próximo Oriente los vientos reinantes durante la temporada de mare apertum soplan de N. y N.O., por lo que las rutas en sentido E.O. y E/N.O. se enfrentaban a vientos contrarios la mayor parte de los días estivales. En estas condiciones no resulta extraño que
En cualquier caso, pese a que las condiciones naturales del entorno marino constituyen factores insoslayables en los sistemas de navegación antiguos (p.e. Morton 2001) y la parada estacional, tanto en las fases cálidas, como en los episodios fríos, fue una práctica que tenemos muy bien contrastada, ésta debía afectar sobre todo a las
4
21
Plinio el Joven, Cartas a Trajano, X, 17-19; Rutilus, I, 219-220.
7) Vientos y velas
se aprovechasen algunos meses en los márgenes del mare apertum, ya en otoño/invierno, para beneficiarse del viento general del Este que sopla en estas estaciones. Sin embargo, ésta no es la situación general del Mediterráneo y, por lo tanto, no puede hacerse extensiva a las condiciones de navegación de toda la antigüedad y en todas las regiones.
La valoración de los vientos no puede hacerse de forma independiente de las posibilidades de las velas y los aparejos de las naves. Es un tema recurrente en la historiografía náutica plantear que la vela tiene una aparición y uso relativamente tardío en el Mediterráneo. Prácticamente, según esta visión, no habría sido empleada de forma regular hasta la Edad del Bronce y especialmente durante el Bronce Final. Seguramente esto es así para la vela cuadra o redonda guarnida en barcos con quillas y cuadernas, con palo, fijo o abatible, sobre carlinga. Sin embargo, pocas veces se tiene en cuenta que otros sistemas de propulsión a vela fueron, no sólo posibles, sino probables. La etnografía naval nos muestra cómo todos los sistemas de navegación con medios paleotécnicos, incluso los muy primitivos, utilizan algún tipo de propulsión a vela. Tanto en el Índico (Kapitän 1987; 1989), como en el Pacífico (Haddon 1937; Hornell 1946) tenemos innumerables muestras de barcas y balsas extraordinariamente simples y todas ellas sin excepción utilizan algún tipo de ayuda a la propulsión mediante variados tipos de velas montadas sobre aparejos de fortuna. La eficacia de estos arquetipos de aparejos y velas, tan distintos de las velas cuadras, en travesías complejas es indubitable, como aún nos demuestra la etnología naval (Lewis 1971).
Para Occidente no contamos con datos precisos, aunque puede servir como guía la actividad del puerto italiano de Liorna durante la Edad Moderna, entre los años 1578 y 1585 (Braudel 2001, 344-347). En realidad todo el año registra entradas y salidas de todo tipo de barcos y de los más diversos tonelajes, desde góndolas a galeones. Por lo tanto, la navegación de cabotaje a escala puramente local seguramente no tenía parada invernal, aunque sí alteraciones en la intensidad de los tráficos según las estaciones. En los puertos de las Baleares debía ocurrir otro tanto, aunque los aparejos cambiaron y las velas latinas, de cuchillo u áuricas, tienen mejor comportamiento que las redondas de la antigüedad, sabemos que pequeñas embarcaciones comerciales arribaban al puerto de Ibiza (Demerson 2006) en todas las épocas del año, conectando, tanto las otras islas con las Pitiusas, como éstas con el continente. 6) El régimen de brisas
Si exceptuamos los sistemas de velas nilóticos, en el Mediterráneo la primera imagen de vela redonda aparece sobre un grafito de barco aparecido en un lugar de Creta denominado Kouphota (Basch 1987, 133). La nave tiene una estructura arquitectónica muy similar a las barcas de Siros (Guerrero 2007 b), que navegaron por el Egeo desde el Cicládico Antiguo, lo que equivale a remontar su primera representación hacia inicios del tercer milenio BC (MacGillivray y Barber 1984; Manning 2001). En el grafito citado se representó un mástil en situación centrada que iza una vela cuadra sobre la que aparece un motivo subcircular, probablemente un adorno, pintado sobre la misma.
De igual importancia para la navegación de cabotaje y gran cabotaje, o bien cuando se debe navegar barloventeando para luchar contra vientos largos contrarios, son las brisas marinas y las terrales. Se trata de vientos locales que soplan como consecuencia de las diferencias de temperaturas entre el mar y la tierra durante el día y la noche, separados por intervalos de calma, especialmente desde la primavera al otoño. La dirección de estos vientos locales es teóricamente perpendicular a la costa, sin embargo la orientación de ésta puede modificarla. Un buen ejemplo lo tenemos en la costa atlántica africana (Guerrero e.p.), donde la dirección de las brisas ayuda poco cuando se intenta retornar barloventeando hacia el Norte, enfrentándose a los persistentes vientos que soplan en dirección Sur, mucho más acusada es la dificultad cuanto más al Sur se navega y especialmente en la costa sahariana (Mauny 1955; 1960).
Este tipo de vela seguramente tardó varias centurias en generalizarse en el Mediterráneo oriental y no debió de aparecer en Occidente hasta el Bronce Final; tal vez como consecuencia de la presencia micénica en el Tirreno. Sin embargo, esto no nos autoriza a sostener que la vela fuera desconocida en Occidente hasta fechas tan tardías. Algunos indicios iconográficos permiten rastrear otros sistemas de velas distintos a la cuadra tradicional de la protohistoria tardía y de la antigüedad. Algunos de ellos pudieron constituir simples refuerzos a la boga. Pese a todo la cuestión no es baladí, pues los vientos largos que soplan desde la costa continental hasta las Baleares en distintas componentes: N, NE y NO, pudieron ser bien aprovechados por estos sistemas de velas y mejorar considerablemente la travesía de las barcas más primitivas. Tengamos presente que este régimen de vientos dominantes y reinantes entre el continente y las costas de Mallorca y Menorca permite tomarlos de popa o por la aleta, es decir aprovechables incluso para los sistemas de vela con escasa posibilidad de maniobra.
Estos vientos locales pueden tener una incidencia aproximada de hasta 15 millas (27,78 km), hacia las 10 millas la fuerza disminuye y hacia los 20 apenas se deja sentir. De esta forma, saliendo antes del amanecer desde las costas continentales del delta del Ebro, las brisas terrales, que pueden soplar con una fuerza de 10 a 15 nudos, podrían situar a una barca en buenas condiciones de separarse de la costa en dirección a las islas y aprovechar seguidamente los vientos largos de componente Norte, antes de que se iniciasen las brisas marinas en dirección de nuevo hacia la costa. La escasa superficie de las islas hace que la presencia de brisas terrales sea prácticamente inexistente en Menorca y en las Pitiusas y con muy poco desarrollo en Mallorca.
Hasta las barcas más elementales como las monóxilas 22
Hornell 1991, 228) ayudando a la boga. La universalidad de los sistemas de propulsión de velas sobre pértigas, perchas o berlingas y su fácil instalación sobre los sistemas de navegación más primitivos y arcaizantes sugiere que pudo ser también el sistema primigenio de navegación a vela en el Mediterráneo central y occidental, hasta que fue sustituido por la vela redonda durante la Edad del Bronce.
(Guerrero 2006 c) pueden guarnir sistemas simples, pero eficaces para vientos largos constantes, como vemos en dos canoas monóxilas pintadas sobre un vaso ibérico de Liria (Ballester et al. 1954: fig. 42, lám. 61a; Bonet 1995, 90 y 424). El documento iconográfico es muy tardío (s. IVIII aC), pero nos ilustra bien sobre un sistema elemental de propulsión que seguramente era ya en esa época un arcaísmo, que habría permanecido ligado igualmente a las barcas de concepción más primitiva. La escena naval pintada en el vaso de Liria representa dos canoas con arqueros abordo que disparan sus arcos, uno de ellos de pie sobre el lecho del río o de la albufera. En el tercio proel del casco se alzan verticales dos perchas que mantienen lo que podría interpretarse como una pequeña vela rectangular. Este tipo de vela la encontramos igualmente en una galera del geométrico griego (Morrison y Williams 1968: 31-32, lám. 6) pintada en una crátera del Metropolitan Museum de Arte de Nueva York. Es muy posible que la barca representada en un mosaico romano del s. II dC, de las termas de Neptuno en Ostia (Basch 1987, 111; Medas 2007, fig. 28), la cual tiene dos pértigas verticales en los costados de proa, nos remita igualmente a este sistema de propulsión.
La naturaleza de las velas nos resulta desconocida, sin embargo, debemos señalar que el empleo de pieles para confeccionar velas durante la prehistoria está confirmado por las fuentes literarias. Recordemos que Avieno (Ora Marítima 218-222), refiriéndose a las comunidades aborígenes del Sagres nos dice que con las pieles de cabras de sus rebaños confeccionaban velas para sus barcas con las que comerciaban en el Atlántico. Algo más tardía, pero igualmente valiosa es la referencia de Estrabón (4, 4, 1) referida a las velas de los aborígenes de la costa belga: El velamen era, en efecto, de cuero, para resistir la violencia de los vientos, e iba tensado con cadenas en lugar de cabos... Hecho al que también se refiere Cesar (Bello Gallico 3, XIII-XIV) en el siguiente sentido: En lugar de velas llevaban pieles y badanas delgadas, o por falta de lino, o por ignorar su uso, o lo que parece más cierto, por juzgar que las velas no tendrían aguante contra las tempestades deshechas del Océano y la furia de los vientos...
El mismo tipo de aparejo, vela entre berlingas verticales, lo vemos también funcionando sobre una balsa de indios de Puerto Viejo, en Ecuador (Johnstone 1988: 227), a partir de un dibujo realizado en 1572 por G. Benzoni. También tenemos paralelos etnográficos actuales para este tipo de vela (Basch 1987: 109-110) en barcas del Eúfrates, en Dahomey, así como en barcas de pesca utilizadas hasta principios del siglo XX en Nápoles y en el Duero portugués, por citar los documentos etnográficos más próximos geográficamente al de Liria, aunque también se conocen velas similares en Nueva Guinea, China y Arabia. Este sencillo sistema de propulsión pudo mejorar notablemente las posibilidades de llegada a las islas de sus más primitivos pobladores.
En el registro arqueológico las velas confeccionadas con pieles tienen también confirmación tras su hallazgo en el pecio de Nin (Kozlicic 1993, 36), hundido en el Adriático, donde varios restos de pieles procedentes del velamen presentaban aún las relingas cosidas. No cabe duda que, tanto el sistema de propulsión descrito, como la materia prima para la confección de las velas, estaban al alcance de la técnica de los primeros pobladores de las islas. Precisamente en el hipogeo de la Edad del Bronce menorquín de la Torre del Ram (Guerrero 2006 a) tenemos un grafito náutico que nos remite a un sistema de propulsión similar al que vemos en las canoas de Liria. El casco de la barca en cuestión seguramente puede interpretarse como una balsa de troncos, sin embargo, el sistema de propulsión es de dos perchas verticales en babor y estribor respectivamente, como vemos en los casos citados anteriormente, por lo que podía navegar de forma muy similar a las balsas de los indios ecuatorianos de Puerto Viejo (Johnstone 1988, 227).
Iconografía del Bronce minoico nos ha proporcionado evidencias de vela doble montada sobre tres pértigas. Debemos a L. Basch (1987, 107) la correcta idetificación de este difícil documento iconográfico. Las posibilidades de maniobra han podido ser bien interpretadas (Basch 1987, 112) gracias a la localización de un paralelo etnográfico conservado en la ciudad maltesa de Kalkara, sobre una barca que aún navegaba en 1974. La berlinga central se insertaba en una fogonadura de un bao del pañol de proa, mientras que las perchas de los extremos pueden moverse y fijarse en distintos orificios de la cubierta, de forma que puede recogerse trapo en el costado de barlovento y así aprovechar vientos no necesariamente popeles, permitiendo una maniobra equivalente a ceñir. Es también una vela sobre berlingas que, recogiendo la idea del sistema básico de propulsión que vemos en la pintura de Liria, mejora notablemente su maniobrabilidad.
No son muchos los documentos que nos presentan sistemas alternativos a la vela cuadra en la prehistoria occidental, pero sí existen algunos. Además de los ya tratados, uno de estos documentos lo tenemos en los grafitos del abrigo situado hacia el km. 12 de la carretera de Ronda a El Burgo en la provincia de Málaga (Dams 1984). Pese al esquematismo de las representaciones puede identificarse una barcaza simple, seguramente de casco monóxilo, junto a otra más compleja que probablemente rememora una balsa de troncos o una barca con casco compuesto de varios elementos monóxilos; esta última aparece provista de un mástil preparado para acoger una vela, seguramente de esparto a juzgar por las tiras trasversales con las que se representa este elemento. Este sistema sugiere un sistema
Las velas sobre perchas o berlingas constituyen un sistema tan simple como eficaz, tanto en la maniobra, como en el montaje y sujeción sobre la canoa o barca. Una variante con más posibilidad de maniobra es la vela tendida entre dos berlingas convergentes en su parte inferior, como las vemos en canoas de Samoa (Haddon y 23
recordarlas aquí debido a que son poco conocidas, y evidencian, por otro lado, que los aparejos fueron siempre mucho más variados de lo que habitualmente ha admitido la investigación, conviviendo simultáneamente varios de ellos.
de vela que podría desplegarse e izarse como las persianas, un sistema similar a los que utilizan las velas de los juncos chinos. Esta concepción de la vela en forma de persiana es extraordinariamente raro, pero no desconocido en la antigüedad. Podemos verlo con mucho detalle en un bajo relieve romano imperial (Casson 1971, fig. 195) en el que se observa como dos tripulantes maniobran una vela de tres tramos horizontales, seguramente guarnida sobre una balsa.
Pese al empleo abrumadoramente mayoritario de la vela cuadra, durante la antigüedad otros tipos de velas fueron igualmente utilizados. Casi siempre ligados a barcazas, barcas menores y mercantes de poco tonelaje. Principalmente se trata de velas áuricas, es decir, aquellas que presentan el gratil de proa fijo al palo y es tensada mediante una botavara diagonal, cuyo extremo inferior va articulado al mástil y el superior al puño. Resultan velas de más fácil manejo, pues sólo necesitan una escota en el puño bajo del pujamen, por lo que es mucho más cómodo trasluchar. Por todo ello, puede maniobrarse con gran ahorro de tripulación, en barcas pequeñas, como veremos en algunos documentos iconográficos, un solo tripulante puede gobernar y maniobrar los aparejos.
La vela cuadra o redonda fue, sin ningún género de duda, el tipo generalmente utilizado por la mayoría de las embarcaciones durante la protohistoria y la antigüedad. En el Egeo su expansión quedó ligada a la desaparición de las barcas de Siros y Naxos de cala carenada (Guerrero 2007 b), aunque tal vez comenzara a ser ensayada en este tipo de arquitectura naval como parece sugerir el grabado cretense de Kouphota, ya citado. Las barcas cicládicas seguramente constituyeron el final evolutivo de un sistema de navegación muy arcaico de base monóxila. Tal vez la generalización de la vela cuadra fue pareja a la implantación de los cascos de quilla, cuadernas y tracas. En cualquier caso, lo que resulta incuestionable es que los arquetipos de barcas cicládicas desparecieron sin dejar herencia clara en la arquitectura naval de la Edad del Bronce. La falta de documentación iconográfica clara nos impide valorar cómo se produjo esta transición y, si, al mismo tiempo, algo similar pudo ocurrir en Occidente.
Es posible que su origen, como acertadamente ha señalado Medas (2007), esté en una evolución de los aparejos sobre pértigas. De hecho sobre este detalle tenemos un buen ejemplo etnográfico en las canoas de las islas Bonin (Haddon y Hornell 1975, 27). Se trata de canoas monóxilas con una de las pértigas fija, ligada al soporte de la batanga, mientras que la segunda pértiga se ha convertido en una especia de botavara.
Poca cosa puede decirse sobre la vela cuadra que no se haya dicho ya (Casson 1991; Dell’Amico 1997; Medas 2002; 2004). Su mayor eficacia la adquiere navegando con vientos largos de empopada; sin embargo, con una buena experiencia, puede maniobrarse y ceñir algo más de lo que habitualmente se pensaba, como ha demostrado la navegación experimental del Kirenia II (Katzev 1990). Algunas fuentes literarias (Séneca, Medea 322; Virgilio, Eneida, V, 15-16; 830-832; Aristóteles Mecánica, VIII, 851) nos atestiguan que las maniobras para modificar la forma y el comportamiento de la vela cuadra son conocidas, al menos, desde el s. IV aC. (Lonis 1978; Casson 1986: 273-278; Medas 2004: 183-206).
Iconográficamente no es difícil distinguir los dos tipos de velas áuricas que conocemos desde la antigüedad: la vela cangreja y la tarquina. La diferencia técnica estriba en que la cangreja va rígida, tanto en su parte superior, como en el pujamen, por sendas botavaras, mientras que la tarquina se tensa, como ya se ha dicho, mediante una botavara diagonal del palo al puño opuesto, pudiendo flamear todas las relingas, salvo el gratil fijo al palo. Son pocos los documentos iconográficos que nos permiten distinguir ambas variantes de velas áuricas, en la mayoría de los casos la poca definición del documento impide pronunciarse al respecto. Sin ningún género de dudas la mejor evidencia iconográfica sobre vela áurica lo tenemos en el sarcófago de Ostia (Casson 1991, fig. 45 y 51; Basch 1987, 1082) que nos muestra las maniobras de entrada al puerto de varias naves, entre ellas un mercante de mediano registro, guarnido con una vela tarquina. El nivel de detalle es tan alto que podemos observar cómo se realiza la maniobra por detrás de la vela. No puede descartarse la posibilidad de de que la nave del sarcófago de Ostia vaya guarnida con vela cangreja y no tarquina. La sospecha procede de la rigidez con la que se ha representado la relinga alta de la vela, lo que equivaldría a pensar que está fija en una botavara superior, y éste es el elemento que caracteriza la cangreja y la diferencia de la tarquina.
La presencia de este tipo de velas en las islas puede darse por segura desde la Edad del Bronce, pues se observa en los aparejos que la sustentaban en dos tipos de naves con cascos distintos grabados en el hipogeo menorquín de la Torre del Ram (Guerrero 2006 a). El mástil y la verga de la nave de casco largo sólo pueden responder al uso de este tipo de vela. En la segunda embarcación, la de casco redondo, la evidencia es aún más clara, pues la vela aparece izada sobre la verga. Específicamente, la iconografía naval de las Baleares nos muestra que durante la Edad del Bronce al menos dos tipos de velas eran conocidas y empleadas. El primero, sobre perchas, seguramente tributaria de sistemas muy antiguos de navegación, y, el segundo, una vela cuadra, muy probablemente introducida en el mediterráneo central y occidental a partir de las navegaciones micénicas. Los siguientes tipos de velas que estudiaremos a continuación sólo los documenta la iconografía en fechas ya relativamente tardías de la Edad del Hierro y de la antigüedad. Sin embargo, no nos parece ocioso
Otros documentos, igualmente romanos, nos muestran barcos de mediano a pequeño tonelaje que indubitablemente se propulsan con velas tarquinas. La certeza la proporciona la visión de la botavara diagonal fija al puño superior de popa (Casson 1971, fig. 176, 178; 24
(gauloi) y levantan tiendas en Kerné. Pero la carga, después de haberla retirado de los navíos, la trasbordan en pequeñas embarcaciones hacia el continente...
Basch 1987, 1078-1081), o bien por que la relinga superior aparece claramente curvada y, por lo tanto, sin botavara (Casson 1971, fig. 177). Muy raro fueron las naves provistas con dos velas tarquinas, pero no por completo desconocidas, como bien podemos observar en una barca del s. II dC (Casson 1971, fig. 175) representada en un bajorrelieve del Museo Arqueológico de Estambul.
La presencia de velas áuricas puede inferirse también a partir de evidencias indirectas. La principal de ellas es la situación del mástil. En las embarcaciones con un solo palo su colocación, si lleva vela cuadra, debe ubicarse aproximadamente en el centro de la nave. Sin embargo, las velas áuricas, así como la latina, obligan a desplazar el palo mayor al tercio proel, o muy próximo a la proa. La razón no es otra que, al fijarse un gratil al palo, la vela se extiende hacia popa, de forma que toda su superficie siempre maniobra por babor o por estribor de la barca. Por lo tanto un buen indicador de la utilización de velas tarquinas y cangrejas lo tenemos en la ubicación del palo, o en su defecto la carlinga o pie del mismo. Veamos seguidamente algunos de estos casos.
Si bien los documentos sobre velas áuricas más elocuentes proceden de la iconografía naval romana, su origen es bastante anterior y al menos podemos remontarlo a época helenística. Una primera evidencia la tenemos en la pintura de la tumba púnica tunecina de Djebel Mlezza, en Cap Bon (Basch 1987, 398) en la que puede observarse una embarcación de porte mediano dirigiéndose al turriforme funerario. Está guarnida con un mástil proel con una vela cuadrada, fija por un gratil al mismo, lo que indubitablemente nos indica que se trata de una vela áurica, seguramente tarquina.
El bajorrelieve funerario dedicado a la familia del romano Blussus Atusiri, muerto en el siglo I de la Era (Sleeswyk 1982), nos presenta una barca de mediano porte, que tiene un doble interés. Por un lado se gobierna mediante un timón levadizo fijo en el codaste, que es una auténtica rareza en los sistemas de gobierno de la náutica antigua, aunque se conocen algunos casos en el Adriático (Kozlicic 1993) durante la protohstoria. El segundo aspecto, es, sin embargo, el que aquí nos interesa. La embarcación va provista de un mástil que se yergue claramente en el tercio de proa, lo que parece sugerir que podría guarnir una vela áurica.
Otro documento, igualmente iconográfico, de vela áurica lo tenemos en la pintura del uadi Draa, en la costa atlántica africana. Antes de entrar en su análisis conviene tener en cuenta que su localización en este lugar no es fortuita, pues se trata del río más importante de estos confines y resultaba importantísimo para la navegación por una costa con muy escasos puntos seguros de fondeo. La desembocadura del uadi Draa es una de las pocas de la costa africana cuya entrada no estaba cegada por bancos ni barras de arena (Mauny 1960, 9), pues su orientación hace que las corrientes y el oleaje producido por los persistentes vientos de componente N. y N.E. mantengan expedita permanentemente la entrada al uadi. Este grabado nos está, sin duda, señalando uno de los lugares fijos de fondeo frecuentado por los barcos de la antigüedad que se aventuraban hasta esas latitudes. Seguramente sólo se podía entrar en su cauce utilizando barcazas. Es en ese contexto costero de la geografía atlántica en el que alcanza especial valor que encontremos una pintura que nos muestra con todo lujo de detalles el método de desembarco y aproximación a la costa. La embarcación mayor es un mercante con vela cuadra, cuyo análisis detenido (Guerrero e.p.) ha sido realizado recientemente y no repetiremos aquí.
Aún más hacia proa se sitúa el palo que presenta la nave de carga Isis Giminiana (Basch 1987, 1048) presente en una pintura al fresco de la necrópolis de la Via Laurentina de Ostia. Este ejemplo es aún mucho más claro que el anterior pues la ubicación del mástil no permitiría una maniobra correcta de la vela cuadra. La tripulación está cargando cereal en sacos y seguramente es una nave de la categoría caudicaria, de tonelaje mediano a pequeño, destinada a distribuir las mercancías que llegaban a Ostia por el Tíber, datos que no son baladíes, pues una vez más estamos ante naves que debían navegar por lugares donde las maniobras con la vela cuadra son extremadamente difíciles, cuando no imposibles. Tenemos muy buenos ejemplos (Rieth 1998) de cómo este tipo de velas pequeñas y muy maniobrables son especialmente aptas para la navegación en estuarios, puertos y ríos.
La barca mayor del uadi Draa está acompañada de una barcaza que se aleja del mercante por la aleta de estribor. Pese al esquematismo con que se representó esta nave auxiliar parece que el circulito sobre la popa puede identificarse como la cabeza del timonel, mientras que un palo, en posición de trinquete, iza una vela tarquina o cangreja. Un trazo que sale de la barcaza por la aleta se puede equiparar claramente con el timón de espadilla del marinero que gobierna la barca auxiliar, enfatizando de nuevo cómo una sola persona puede maniobrar este tipo de vela y, a la vez, atender el timón. La escena parece querer ilustrar gráficamente con todo detalle el sistema por el que los fenicios trasegaban las mercancías hacia la isla de Kerné, también en la costa atlántica marroquí, que con tanta precisión nos relata el texto de Pseudo Escílax (112): ...Los comerciantes son los fenicios; cuando llegan a la isla de Kerné, la abordan con sus barcos redondos
A pesar de todo, el más contundente documento iconográfico para evidenciar a partir de la colación del palo la presencia de vela áurica lo tenemos en la terracota aparecida en Feddani el Behina, Túnez. El artista representó una embarcación que ha sido considerada como mercante o navío de carga (Basch 1987: 397-8), tal vez por la configuración general del casco panzudo y bien diferenciado de las galeras bélicas. Sin embargo, presenta algunos detalles en su realización que, a nuestro juicio, sugieren que estamos más bien ante una barca de mediano porte, muy apropiada, sin duda, para el transporte a pequeña escala, pero también para las labores de pesca (Guerrero 2006 b). La imagen general que nos ofrece la cuidada terracota de Feddani el Behina se asemeja de forma extraordinaria a las barcas o faluchos 25
algunos datos (Arnaud 2005, 29). Un objeto de dos metros flotando sobre el agua, sería visible desde el puente o el pañol de una nave a unas 2,9 millas. Una elevación costera de 500 m. puede comenzar a divisarse a unas 46,9 millas, mientras que una cumbre de unos mil metros sería visible desde 66,4 millas. Siguiendo estas propuestas teóricas hace unos años B. Costa (2000) los aplicó a las Baleares:
que aún hoy podemos ver amarrados en los puertos pesqueros mediterráneos en los que se practica todavía la pesca de bajura. No entraremos en el análisis de la arquitectura naval que nos evidencia la terracota, que ha sido hecho ya recientemente (Guerrero 2006 b; Medas 2007), lo que nos interesa señalar es que en la cubierta de popa se abrió una ranura alargada desplazada hacia el codaste, que resulta difícil de interpretar. Podría servir para fijar una figura, ¿timonel?, hoy perdido, como ha señalado Stefano Medas (2004, 91) aunque, de formar parte de la estructura del navío, podía ser también identificado como la abertura por la que pasar la burda, que debía afirmarse directamente en el madero del codaste y no en otros elementos más endebles, como cornamusas, bitas o cabillas, más propios para encapillar jarcia de labor. En el pañol de proa aparece una fogonadura rectangular de ángulos romos que, sin ningún género de dudas constituyó la salida del mástil, cuya situación tan adelantada hacia proa sólo podría explicarse si guarnía una vela tarquina o cangreja.
Altitud (m s.n.m.)
Mallorca Puig Major 1443 m
Menorca El Toro 350 m
Rango de visibilidad
73,21 millas
36,05 millas
Ibiza Sa Talaiassa 475 m 40 millas
Formentera La Mola 202 m 27,39 millas
En la figura (1)5 representamos las áreas de visibilidad teórica de todas las islas a partir de los puntos en que comenzarían teóricamente a divisarse sus contornos en el horizonte, siguiendo los derroteros (Guerrero 2004) que permiten un acceso más seguro a las Baleares desde el continente. Por lo que respecta a la navegación en las aguas internas del archipiélago merece la pena reseñar que los avistamientos [fig. (1)5, 1 y (1)6, 1-2] de las islas entre ellas se pueden realizar desde tierra firme o a muy poco que se separe uno de la costa en navegación de cabotaje. Desde Menorca puede divisarse sin ninguna dificultad Mallorca y desde la costa mallorquina de Capdepera se ve la isla de Menorca si no hay calimas que dificulten la visibilidad. Por esta razón pensamos que una vez poblada una de ellas por los primeros grupos humanos que las colonizaron, no debió pasar mucho tiempo sin que las otras sufriesen algún tipo de frecuentación humana. En estos procesos juega un papel muy importante la intervisibilidad en el seno de un mismo archipiélago, como se ha podido comprobar en los procesos de colonización de distintos grupos de islas del Pacífico (Irwin 1992; Graves y Addison 1995) y en gran medida también para el Mediterráneo (Broodbank 2000), sobre todo oriental. Las posibilidades de conexión en las aguas internas del archipiélago serán desarrolladas con más detalle cuando estudiemos las escalas y promontorios fortificados del Bronce Final en las Islas.
A partir del cambio de Era prolifera la presencia en el Mediterráneo de grandes mercantes con dos palos, mayor y mesana, y aún un tercero en forma de bauprés con un velacho de artimón. Igualmente, la acción de las velas mayores se refuerza con velas de gavia. No es un tema que nos competa tratar aquí, pero conviene saber que todas estas mejoras en los sistemas de propulsión seguramente hicieron mucho más llevadera la travesía desde la Bética al puerto de Ostia, pasando por el Sur de las Balares y cruzando finalmente el estrecho de Bonifacio. I.2.2. Avistamientos de las islas y orientación del navegante5 Las travesías se planificaban en función del punto de destino y difícilmente se podrían organizar viajes a las islas sin conocer su existencia. El primer conocimiento de las mismas por grupos humanos asentados en las costas continentales pudo ser muy remoto si consideramos que en condiciones óptimas de visibilidad las islas se comienzan a divisar desde la costa firme en los altos del Montgó de Denia. De esta forma el conjunto de IbizaFormentera quedaría incluido en la categoría de islas que pueden ser divisadas desde el continente o categoría “A” de Patton (996). Mientras que Mallorca puede quedar englobada en la categoría “B”, es decir, entre las islas a las que se puede arribar sin perder en ningún momento de vista tierra firme.
La iconografía, la arqueología y las fuentes literarias han demostrado que las navegaciones protohistóricas no eran exclusivamente dependientes de la visión costera para realizar con éxito largas travesías. Al control de la ruta contribuía igualmente el cómputo correcto del tiempo de las singladuras y el dominio de la orientación mediante la observación astral y otras señales indiciarias como la presencia y dirección de determinados vientos. No obstante, en la navegación regional, con singladuras relativamente cortas, el correcto conocimiento de las referencias costeras juega un papel muy importante en la orientación, como después veremos.
La distancia a la que es posible divisar en el horizonte un objeto, teniendo en cuenta la curvatura de la superficie terrestre, que se hace más patente en el mar, fue formulada por Vernet (1979). Estos cálculos son siempre teóricos y en condiciones óptimas de visibilidad. Ni que decir tiene que las cambiantes situaciones generadas por las temperaturas, nivel de evaporación, dirección e intensidad de los vientos, pueden modificar día a día y hora a hora la visibilidad del horizonte. En cualquier caso, como aproximación a esa realidad pueden ser útiles
La documentación más antigua, tanto literaria, como iconográfica, sobre la orientación de los marinos nos remite reiteradamente al vuelo de las de aves. En realidad, más que un sistema de validez universal para orientarse con respecto a los puntos cardinales, la práctica de soltar aves desde los navíos permitía conocer la
5 El texto de este epígrafe es una revisión y actualización de Guerrero 2004.
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referencias al uso de distintas estrellas en la orientación del marino9, como las Pléyades y las Híadas de la constelación de Taurus, así como el conocimiento de la Osa Mayor (Arctus), por ello la orientación a partir de la Estrella Polar era más que probable, al menos a partir del siglo VIII a.C. El conocimiento de la orientación astronómica era una de las calves del prestigio10 de los timoneles y patrones.
dirección en la que se localizaba la costa más cercana. La literatura antigua nos ha dejado valiosas muestras de este sistema de orientación. De esta forma el poema de Gilgamesh incluye la epopeya del diluvio (Frazer 1993, 68-75) en la que Utanapishtim se salva construyendo una nave, hasta que queda encallada en la cima del monte Nisir. Para buscar tierra Utanapishtim comienza a soltar aves: una paloma, que regresa por no haber encontrado donde posarse, una golondrina a la que le ocurre lo mismo y finalmente un cuervo que no regresa, buena señal de que encontró tierra. El mito se repite casi al pie de la letra en el pasaje bíblico de Noé (Génesis, 8, 6-11), que primero suelta un cuervo y luego la paloma, obteniendo los mismos resultados que Utanapishtim.
La leyenda que nos legó la Odisea se sitúa seguramente en pleno desarrollo de la navegación preastronómica, aunque Homero la fija en unos momentos (c. s. VIII aC) en los que la orientación en alta mar es ya plenamente astronómica. La orientación por medio de aves había quedado ya en desuso. Sin embargo, aún encontramos algunas referencias a este hecho tanto en la Odisea11, como en la Iliada12.
También entre los griegos la leyenda del diluvio queda reflejada en el mito de Deucalión y Pirra (Frazer 1993, 91-93) que igualmente se salvan gracias a un arca. Siguiendo el mismo procedimiento, Deucalión suelta al final de la aventura una paloma. El mismo sistema emplea Eneas6 para llegar a las costas de Itaca y pasajes con similar sentido los encontramos también en la Argonautica7. La utilización de las aves seguramente persistió, pues aún en época romana Plinio el Viejo (NH, VI, 83) nos indica que los navegantes llevan pájaros abordo, para soltarlos de vez en cuando y conocer la dirección de tierra. La universalidad de estas prácticas queda confirmada en los relatos hindúes recogidos en la leyenda Sutta Pitaka y en los diálogos de Buda con Kevaddha en Nalanda (Hornell 1946).
La iconografía náutica nos proporciona igualmente documentación sobre el uso de las aves como procedimiento para descubrir la costa. En una pintura de Hierakónpolis, correspondiente a la cultura Nagada II, del período predinástico egipcio (hacia 3400 a.C.), aparece un navío aparejado con vela cuadra (Bowen 1960), en el que puede verse posada un ave en su altísima proa. En la tumba egipcia de Kenamon (principios del segundo milenio según edades calendáricas), una pintura ilustra una secuencia náutica muy compleja (Davies y Faulkner 1947); en la primera escena se representa el momento en que la flota navega ya próxima a la costa. Un ave, que parece haber sido soltada en ese momento, remonta el vuelo sobre la proa de la primera nave. Algunos marineros miran con atención la trayectoria del ave y alzan al mismo tiempo sus manos en acción de plegaria o de dar gracias. En la siguiente escena el ave ha desaparecido, pero las naves acaban de atracar en el puerto de destino.
A comienzos del primer milenio a.C. se generaliza en el Mediterráneo oriental la navegación con orientación astronómica (Medas 2004, 87). Sus inicios son difíciles de fijar, sin embargo, los propios griegos atribuían la innovación de la orientación astronómica a los fenicios y, por esta razón, la estrella polar era conocida entre los helenos como phoeniké (Dusaud 1936), lo que parece poner de manifiesto que estos desarrollaron con anterioridad a los griegos una orientación astronómica, tal vez con conocimientos adquiridos en sus contactos con los egipcios del tercer milenio y, desde luego, con Mesopotamia.
Una terracota datada en el Bronce Medio de Chipre (Westerberg 1983, 9-10, fig.1) representa una nave con personajes sentados en la borda, uno de los cuales tiene la mano sobre la frente, en señal inequívoca de otear el horizonte (Guerrero 2007 b), junto a ellos hay dos aves posadas en la regala del navío.
Las alusiones a la orientación astronómica son muy escasas en la Odisea. Aunque debemos suponer que existían conocimientos básicos para poder navegar con orientación astronómica8. También la Iliada contiene
la única que no se baña en el Océano; pues habíale ordenado Calipso, la divina entre las diosas, que tuviera la Osa a la mano izquierda durante la travesía..." (Od.,V, 261-278). 9
...las estrellas que el cielo coronan, las Pléyades, las Híades, el robusto Orión y la Osa, llamada por sobrenombre el Carro, la cual gira siempre en el mismo sitio, mira a Orión y es la única que deja de bañarse en el Océano..." (Il. XVIII, 483-489).
6 ... descendieron dos palomas volando desde el cielo... Entonces el héroe máximo (Eneas) ...implora ¡Oh! sed mis guías, si es que hay algún camino, y a través de las brisas dirigid el vuelo por los aires... habiendo hablado así, se paró observando los signos que le dan y el rumbo que toman... (Virgilio, Aen., VI, 190-200).
10 ...Tifis el Hagníada... era hábil para prever la ola que se encrespa en el ancho mar, y hábil frente a las tormentas del viento, y para conjeturar el rumbo por el curso del sol y las estrellas. La propia Atenea Tritónide le había animado a unirse al grupo de los héroes, y todos anhelaban su presencia... (Arg. 100 y sig.). Para la cuestión del piloto en la antigüedad, así como para otras cuestiones de ayuda a la navegación antigua, resulta imprescindible la lectura de S. Medas (2004: 24-32).
7 ... Probad primero como augurio con una paloma, soltándola desde la nave por delante de ésta, os lo suplico. Si pasa a través de las mismas rocas hacia el mar Negro sana y salva en su vuelo, ya no os apartéis más tiempo vosotros tampoco de la ruta..." (Argonáutica, II, 323); Entonces avanzó el famoso Eufemo, alzando en su mano la paloma, para subir a la proa… Soltó a la paloma para que saliera impulsada con sus alas, y ellos todos alzaron sus cabezas prestando atención (Argonáutica, II, 550).
11 ... donde anidaban aves de luengas alas: búhos, gavilanes y cornejas marinas, de ancha lengua, que se ocupan en cosas del mar..." (Od., V, 4684).
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Cuando salía la más rutilante estrella, la que de modo especial anuncia la luz de la Aurora, hija de la mañana, entonces la nave surcadora del Ponto llegó a la isla" (Od., XIII, 97-100)... Mientras contemplaba las Pléyades, el Bootes, que se pone muy tarde, y la Osa, llamada el Carro por sobrenombre, la cual gira siempre en el mismo lugar, acecha a Orión y es
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... Clavo en la arena, a lo lejos, un mástil de navío después de atar en la punta, por el pie y con delgado cordel, una tímida paloma; e invitoles a tirar saetas..." (Iliada, XXIII, 850-858).
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regulares de costa (Vouillemot 1965), que tendrían, entre otras finalidades básicas, servir de escala en la ruta y ofrecer ayuda y abrigo donde pernoctar. Hoy sabemos que las travesías nocturnas eran más habituales de lo que se había pensado. El hallazgo de sistemas de ilumninación nocturna como el ánfora taladrada al efecto, aparecida en el fondo del río Herault (Fouquerle 1973), parece apoyar esta tesis y al mismo tiempo da sentido a las ánforas atadas a la roda de los navíos fenicios que aparecen en la tumba egipcia de Kenamon (Davies y Faulkner 1947). El sistema ha sido mal interpretado por Gasull (1986), pues en ningún caso debían servir para iluminar el mar, sino principalmente para mantener un punto de luz que pudiese ser divisado por las otras naves y asegurar la posición de cada componente de la flotilla y, en última instancia, para iluminar la cubierta y facilitar algunas maniobras sobre el pañol o el castillete de proa, como bien se ve en las naves de Kenamon.
Muchas naves nurágicas votivas de bronce tienen numerosas aves (Guerrero 2004 b), seguramente palomas, posadas en el mástil, en el escalomote y en otros lugares prominentes del navío, en una más que probable alegoría al servicio que estas aves prestaban a los marinos. En las naves de época Geométrica, momento en el que seguramente ya se está imponiendo la navegación astronómica, siguen apareciendo aves posadas en la proa o en la popa de las naves. Así lo podemos observar, por ejemplo, en la conocida representación de un pentecóntero del siglo VIII a.C. que tiene un ave ¿grulla? sobre el espolón (Kirk 1949: fig. 4); lo mismo podríamos decir de otras galeras del Geométrico griego que presentan aves posadas en el codaste (aphlaston) o en la roda (akrostolion) de las naves (Morrison y Williams 1968: fig. 6.25; Casson 1991: fig. 16). La alegoría se hace aún más evidente en otra pintura (Medas 2004, 87) en la que el ave vuela delante de un personaje que podría ser el piloto.
El detalle no es baladí, pues no sólo permite documentar arqueológicamente la navegación nocturna, sino que además nos ilustra por otra vía que habitualmente la navegación, especialmente de altura, se realizaba en flotillas, como medida elemental de seguridad. Las dos naves fenicias hundidas en ruta hacia Alejandría (Stager 2004) cuando navegaban en formación, al igual que ocurre con los dos mercantes romanos, Cabrera I y III (Bost et al. 2000), como así mismo las dos naves de Mazarrón (Negueruela 2004), que se hundieron estando fondeadas, pero que igualmente debían de constituir parte de una flotilla comercial, son documentos suficientemente elocuentes para verificar a lo largo del tiempo cómo la navegación por alta mar no se emprendía en solitario, sino en formación. Las mismas pinturas de la citada tumba de Kenamon (Davies y Faulkner 1947) nos remiten a la llegada a puerto de varios mercantes, grandes y medianos, que son recibidos por el alto funcionario encargado de las finanzas del templo.
La utilización de las aves como sistema de orientación persistió hasta después del cambio de Era, como podemos conocer a través del texto de Plinio el Viejo (NH, VI, 83) en el que nos indica que los navegantes llevan pájaros abordo, para soltarlos de vez en cuando y conocer la dirección de tierra. Sin embargo, los viajes de los fenicios y griegos a Occidente se inscriben ya en un dominio claro de la orientación astronómica. Ésta posibilitaba trazar los grandes derroteros, pero en las navegaciones locales y regionales los sistemas de orientación a partir del reconocimiento de las referencias costeras no perdieron nunca vigencia. Hace unos años el tema de las aves ha sido estudiado por J.M. Luzón y L.M. Coin (1986), que retoman el asunto ya tratado en 1946 por J. Hornell, contrastándolo con una experiencia directa cuyos resultados se incluyen también en el mismo trabajo, comprobando la efectividad de las aves en la búsqueda de la dirección de la costa más próxima, tal y como nos indican las fuentes antiguas.
La frecuente aparición de lucernas con las mechas quemadas en pecios desde el Bronce Final, como las vemos en Uluburun (Bass 1986) y Gelidonia (Bass 1967, 124) es otra prueba concluyente de que la navegación nocturna fue practicada desde muy antiguo. Sin embargo, ¿Desde cuándo los marinos de la prehistoria navegaron de noche? Es una pregunta que sólo puede responderse con pruebas indirectas, aunque no por ello dejan de ser menos contundentes. La misma llegada del hombre a las islas Baleares que en este libro nos ocupa especialmente, es ya una prueba indirecta de la navegación nocturna, pues la distancia que separa las islas del continente no puede salvarse en una sola singladura; aún en el supuesto más favorable, debe pasarse al menos una noche, como tendremos ocasión de aclarar al tratar la velocidad de la navegación antigua, tanto a vela, como a remo.
La importancia que las aves habían tenido en la ayuda a la orientación de los marinos debió de contribuir a que su recuerdo quedase fosilizado en los mitos y atributos de determinados personajes divinos protectores de la navegación y del timonel. Buena prueba de ello es que la epifanía de estos poderes serán las alas de paloma, ojos de lechuza, etc., y la manera de indicar la mejor ruta al timonel o al patrón es siempre mediante el vuelo13. 4) Navegación nocturna Relacionado directamente con el tema de la orientación, está también la cuestión de la navegación nocturna. Durante mucho tiempo la opinión casi unánime de los investigadores coincidió en descartar la navegación durante la noche. Según aquellas tesis, salvo contadas y esporádicas ocasiones, los marineros buscarían refugio costero a la caída del sol. Estos enfoques llevaron incluso a buscar asentamientos fenicios separados por tramos
Si nos ceñimos a los datos que nos proporciona Homero, debemos consignar que lo habitual es la navegación con luz del sol, a la caída de la tarde se arriba a la costa, playa por lo general, se saca la nave, se retiran los aparejos, se prepara la comida y descansa la tripulación. Se trata siempre de travesías cortas o acciones marinas de escaso alcance en las que se arriba al atardecer con las primeras sombras. Por
13 ... el poderoso Argifontes emprendió el vuelo y, al llegar a la Pieria, bajó del éter al Ponto y comenzó a volar rápidamente sobre las olas, como la gaviota que, pescando peces en los grandes senos del mar estéril, moja en el agua del mar sus tupidas alas: tal parecía Hermes mientras volaba por encima del gran oleaje... (Od., V, 46-60).
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la costa continental del Peloponeso, y desde la misma enfilar la derrota de Malta, con viento generalmente favorable E-SE, teniendo, a poco de navegar por alta mar, como referencias visuales para la orientación en el horizonte la silueta del Etna y poco después las propias costas de Malta. En cualquier caso, no supone menos de 332,69 millas de navegación sin escalas, lo que en navegación con ayuda de vela supondría entre 4 y 5 días de navegación, o bien entre 7 y 8, si la travesía se efectuaba exclusivamente bogando. Se trata de un número de singladuras forzosas sin escalas intermedias que sólo vemos superadas en los relatos de la Odisea (V, 265-278) donde ya hemos señalado referencias a dieciocho días y diecisiete noches en el mar.
ejemplo: Ya el sol desamparaba el hermosísimo lago... cuando Telémaco y los suyos llegaron a Pilos... (Od., III, 114). Sin embargo, en otras ocasiones la Odisea nos informa también de varias situaciones en las que los protagonistas del relato afrontan la navegación nocturna; por ejemplo: ... después de ponerse el sol, jamás pasamos la noche en tierra firme, pues, yendo por el ponto en la velera nave hasta la aparición de la divinal aurora... (Od., XVI, 374400); o bien: ...Colocados cada uno de los aparejos en su sitio, nos sentamos en la nave. A ésta conducíanla el viento y el piloto, y durante el día fue andando a velas desplegadas, hasta que se puso el sol y las tinieblas ocuparon todos los caminos... (Od. XI, 8-12). Incluso determinadas circunstancias pueden aconsejar la navegación de noche mejor que con luz del sol, así Telémaco regresará de noche a Itaca para evitar la celada tendida por los pretendientes: ... haz que pase el bien construido bajel a alguna distancia de las islas y navega de noche... (Od., XV, 35-44).
Sin embargo, las comunidades neolíticas maltesas habían ya recibido obsidiana procedente de Pantellaria (Courtin 1972), por lo tanto naves neolíticas habían sido capaces de afrontar travesías de 116,09 millas sin escalas, lo que implicaría no menos de 58 a 60 horas de navegación y al menos una noche en alta mar.
Navegar durante varias singladuras pasando sus noches en alta mar son situaciones inconfundiblemente bien descritas en la Odisea. En una de las aventuras, una tormenta los lleva desde Citera hasta el país de los lotófagos viajaron durante nueve días por mar abierto, en travesía que no puede considerarse sólo de cabotaje: ...dañosos vientos lleváronme nueve días por el ponto... y al décimo arribamos a la tierra de los lotófagos... (Od., IX, 84-90). También navegarán desde Eolia hasta Itaca durante diez días sin tocar tierra: Navegamos seguidamente por espacio de nueve días con sus noches. Y en el décimo se nos mostró la tierra patria... (Od., X, 28-35). E igualmente, tras perder los vientos de Eolo, van desde la isla Eolia hasta Lestrigonia durante seis días sin escalas: Navegamos sin interrupción seis días con sus noches, y el séptimo llegamos a Telépilo de Lamos... (Od., X, 89-95). Aunque merece la pena recordar una larga travesía que implicó más de dos semanas de navegación sin fondear por la noche: ...Diecisiete días navegó, atravesando el mar, y al decimooctavo pudo ver los umbrosos montes del país de los feacios... (Od., V, 265-278).
Aún podemos retroceder más en el tiempo indagando sobre el logro de superar la navegación de altura, pasando alguna noche en alta mar. La cueva de Franchthi, en el Peloponeso, es otro de los sitios arqueológicos que nos resulta paradigmático para el estudio de la capacidad náutica también de los cazadores recolectores del tardiglaciar, pues nos proporciona datos fundamentales para confirmar que travesías marinas de 80 a 90 millas conectadas con estrategias complejas de utilización de recursos marítimos, incluidos los de pesca de altura (Guerrero 2006 b), se desarrollaron desde el Mesolítico. Esto supone afrontar una noche entera de navegación, en el caso más optimista de que puedan alcanzarse los dos nudos de velocidad media y buenas condiciones del mar. Durante la primera mitad del VIII milenio BC se documenta igualmente transporte de obsidiana desde la Capadocia a Chipre (Guilaine 2003), viajes que, con toda seguridad, debían hacerse insertos en actividades más complejas de transporte, intercambio y/o pesca, al igual que estaba sucediendo entre la costa del Peloponeso y Melos. La travesía mínima que deberían efectuar las barcas del neolítico chipriota PPNB desde el Sur de Turquía para llegar hasta la costa más próxima de la isla, Andreas Kastros, aún teniendo en cuenta la línea de costa turca hacia el 8000 BC (Van Andel 1989), sería de unas 61 millas. Ahora bien, si la obsidiana llegaba en navegación de cabotaje hasta los asentamientos del PPNB del sur de la isla, como Kalavasos-Tenta o Shillourokambos, donde ha sido bien identificada (Guilaine 2003), el viaje implicaría hasta aproximadamente 159 millas náuticas; es decir, cuatro o cincos días de navegación efectiva, aunque con posibilidades de escala en los asentamientos costeros del PPNB situados en Sur de la isla hasta llegar a Shillourokambos.
Desde el Calcolítico Cicládico (Guerrero 2007 b) y, por supuesto durante el Bronce, existen pocas dudas de la existencia de largos viajes con navegación nocturna. Aunque con toda seguridad estas prácticas recogían ya una larga experiencia, como seguidamente veremos. Las redes de dispersión de la obsidiana, tanto en el Mediterráneo oriental, como en el central, constituyen un buen indicador para valorar la capacidad de marinos desde fines del Mesolítico para enfrentarse a travesías complejas que requieren pasar una o varias noches en alta mar. Durante el cuarto milenio BC obsidiana de Melos llegará hasta Malta (Camps 1975), lo que para una embarcación, de arquitectura como las barcas de Siros y Naxos (Guerrero 2007 b), supone que debe dejar Creta por la popa navegando 420,62 millas sin escalas hasta Malta, o bien continuar en cabotaje hasta Antikythera y Kythera, desde donde enfilar hacia Malta navegando no menos de 426,55 millas sin escalas hasta el destino. Otra alternativa era seguir desde Creta en régimen de gran cabotaje hasta
De todo lo anterior podemos inferir que la capacidad de navegar en régimen de gran cabotaje y de navegación de altura es mucho más antigua de lo que habitualmente viene aceptándose en los estudios tradicionales que tratan sobre colonización de islas y archipiélagos alejados de las 29
con las “reglas del arte” de la arquitectura naval, o a penas 500 si no se habían seguido dichas reglas.
costas continentales. Entre el c. 3000 y 2500 BC, periodo en el que se consolida una población estable en las Baleares, como en su momento veremos, la capacidad náutica de las comunidades continentales hacia tiempo que habían superado con creces el nivel mínimo exigido para alcanzar las islas y colonizarlas trasportando personas y animales.
Son muy interesantes los cálculos de Herodoto (IV, 86) sobre las distancias en las costas del Ponto, realizadas con la ocasión del viaje de Dario de Susa al Bósforo de Calcedonia, pues distingue las distancias que puede recorrer una nave en una jornada diurna, siete mil brazas, unos 700 estadios, del trayecto nocturno, que estima en una seis mil brazas, a lo más. La diferencia puede estar en que a Herodoto no se le escapó el detalle de las calmas nocturnas, las cuales se originan como consecuencia de los cambios de régimen entre brisas terrales y marinas, especialmente significativas desde primavera a otoño, lo que origina que las naves ralenticen la velocidad en los trayectos nocturnos.
I.2.3. Velocidad de las naves y duración de las travesías Uno de los aspectos más complicados en los estudios de náutica antigua, y mucho más de la prehistórica, es calcular la velocidad aproximada que podían alcanzar los distintos tipos de barcas, y, por extensión, la duración de los viajes. Resulta obvio que cualquier esfuerzo en este sentido es sólo una aproximación a la realidad, cuya verdadera entidad se nos escapa. Y ello es así, entre otras muchas razones, porque frente al único factor medianamente controlable, como es el de la distancia, nos enfrentamos con un conjunto de circunstancias cambiantes permanentemente, como las condiciones metereológicas, el estado del mar, la propia situación física de los marinos, como la incidencia de la fatiga en su rendimiento y, en fin, tantas otras que en ningún caso son mensurables.
Si estimamos que las horas de luz aumentan considerablemente durante la temporada de navegación, los cálculos de la velocidad de una nave (Arnaud 1998), en buenas condiciones de navegación, podía recorrer unos 1000 estadios por singladura (24 horas), es decir unas 97,17 millas y 1500 estadios (145,78 millas) por una jornada y una noche de navegación, aproximadamente 36 horas. Resulta de gran interés el viaje experimental papyrella (Tzalas 1989; 1995), que tenía como objetivo probar la eficacia de las barcas de juncos en la ruta que une el Peloponeso con la isla de Melos, siguiendo una de las posibles rutas de distribución de la obsidiana de esta isla desde épocas mesolíticas. La propulsión se hizo sólo a remos, aunque en condiciones metereológicas no demasiado favorables; de esta forma consiguió una media de 1,65 nudos. En el transcurso de una singladura, a una velocidad aproximada de dos nudos, podrían recorrerse unas 49 millas (Medas 2004, 44).
El cálculo de la velocidad media requiere alguna explicación complementaria. Es otro de los aspectos en los que influyen factores poco o nada controlables, algunos ya comentados, mientras que otros afectan a la capacidad naval de los distintos tipos de naves. Algunos cálculos realizados para las navegaciones protohistóricas (Alvar 1979; Fernández-Miranda 1988) presumen una media de 4 nudos para las barcas de propulsión mixta que vemos en las pinturas del Geométrico griego y para las embarcaciones semiligeras fenicias en la categoría de los hippoi (Guerrero 1998 a). A la luz de la navegación experimental de la réplica de la nave Kirenia, mercante mediano griego del s. IV aC (Katzev 1990), que navegando a vela, casi nunca sobrepasó los tres nudos de media, las hipótesis de Alvar y Fernández Miranda parecen, por lo tanto, algo optimistas. Para una propulsión sólo a remos, sin vientos ni corrientes muy desfavorables, se estima (McGrail 2001, 100) una velocidad entre 3 y 4 nudos, o de 1 a 1,5 nudos con vientos contrarios.
La media de velocidad que hemos adoptado para nuestros cálculos es la que desarrolló la nave experimental papyrella, ya citada, admitiendo que no tenemos datos para la propulsión a vela de estas barcas de papiro, aunque estimamos que la velocidad media no debía ser muy distinta de la de tablas, si acaso algo menor, pues presentan una hidrodinámica más burda y mayor fricción sobre la superficie del agua; por otro lado, el factor de deriva es siempre superior al de las barcas de madera.
Las indicaciones proporcionadas por las fuentes escritas de la antigüedad (Arnaud 1998; 2005) resultan imprecisas y ambiguas para establecer cálculos medianamente precisos sobre distancias y velocidades. En general las estimaciones más habituales están realizadas sobre jornadas de navegación, sin embargo, esta magnitud tiene extraordinarias variaciones en función de múltiples factores que las fuentes no aclaran. Aún considerando que las estimaciones se han realizado en condiciones bonancibles de navegación, vientos favorables, de popa o a un largo, sin conocer el tipo básico de nave los resultados pueden ser extremadamente variados. Recordemos que Marciano de Heraclea (Arnaud 1998, recogido de Müller 1855-1861) nos dice que una misma nave podía recorrer 900 estadios14 construida de acuerdo 14
Otra experiencia náutica digna de tenerse en cuenta es la proporcionada por el proyecto Monoxilon (Tichý 1997), realizada con una canoa monóxila de 620 cm. de eslora, por 120 de manga. La tripulación estaba compuesta por 11 pasajeros no especialmente duchos en navegación. Se navegó durante 11 días, con 70 horas de navegación efectiva, durante los que se recorrió una distancia de 290 Km. La travesía fue bastante dura y en dos ocasiones se registraron vientos de 50 Km/h y olas de 2 a 3 m. de altura, equivalente a una superficie del mar entre marejada y mar gruesa. Podría grosso modo calcularse una media de algo más de dos nudos de velocidad, lo que no está lejos de la conseguida por la Papyrella. Tal vez la diferencia pueda deberse a la menor resistencia al roce con el agua que proporciona una monóxila, frente a la cala plana y la
Un estadio vendría a equivaler unos 180 metros.
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Por lo que respecta a la duración de los viajes que implican varias escalas intermedias, es obvio que debemos tener en cuenta toda la discusión concerniente a la velocidad expuesta anteriormente; sin embargo, debemos examinar algunas propuestas hechas por otros investigadores, que, no obstante, fueron redactadas antes de la importante experiencia náutica de la nave Kirenia, ya citada. Por su parte, Fernández-Miranda (1988) realiza un cálculo teórico para un viaje de Tiro a Cádiz suponiendo 5 escalas de 48 horas de duración aproximada para aprovisionamiento y comercio ocasional. Este supuesto da una duración de la travesía entre 31 y 44 días. Las etapas de navegación ininterrumpida entre escalas vienen a ser de 6 a 9 días, trayectos de navegación sin escalas bien documentados en la Odisea (IX, 84-90; X, 28-35; X, 8995), que en alguna ocasión llegan, como hemos visto, hasta 17 días (V, 265-278).
rugosa superficie de contacto con el agua que ofrecen las barcas de papiro, totora o cañas. A partir de estas importantes experiencias náuticas podemos establecer la siguiente simulación para las travesías que separan las islas del continente: Travesía
Distancia aprox. millas
Duración de la travesía a vela (3 nudos)
Ródano a Menorca Ródano a Mallorca
191,68
Cap de Creus a Mallorca
137,68
64 h 29’ (2 a 3 días) 71 h 45’ (más de 3 días) 46 h 29’ (2 días)
Cap de Creus a Menorca
126,34
42 h 11’ (2 días)
Delta del Ebro a Mallorca
106,37
35 h 45’ (1 a 2 días)
Delta del Ebro a Menorca
152,26
Denia a Ibiza/Formentera
50,27
51 h 15’ (más de dos días) 18 h 15’ (menos de 1 día)
214,36
Duración de la travesía a remo (1,65 nudos) 116 h 16’ (4 a 5 días) 130 h 31’ (5 a 6 días) 83 h. 44’ (más de 3 días) 76 h 56’ (más de 3 días) 64 h 46’ (más de 2 días) 92 h 27’ (4 días)
Basándose en diarios de navegación de marinos genoveses del siglo XVI y otros viajes a vela hasta el siglo XVIII, J. Alvar (1979; 1981, 82-84) realizó unos cálculos cuyos resultados serían los siguientes: la distancia media entre Tiro y Cádiz, considerando cuatro posibles itinerarios alternativos, es de unas 2.410 millas (4.500 Km.) La velocidad media calculada para los mercantes antiguos sería de 4 nudos. Ello supone unas 603 horas de navegación real para cubrir la travesía propuesta, que constituyen en realidad un 25% del total del tiempo invertido, es decir unos 100 días, a una media de 24 millas diarias. Las experiencias recogidas de los viajes venecianos del siglo XVI permite afirmar a J. Alvar que era algo normal pasar el 60% del tiempo con los barcos detenidos por una u otra razón y sólo un 40% del tiempo en navegación real. De forma aproximada el reparto del tiempo sería, siempre según Alvar (1981), el que sigue: Un 25% hace mal tiempo; otro 25% se descansa; un 10% se invierte en estancia en ciudades; otro 10% se navega a remo; un 15% a vela; un 5% de forma mixta y un 10% de forma indefinida.
30 h 46’ (más de 1 día)
Los cálculos deben tomarse únicamente como aproximaciones teóricas a una realidad que seguramente era mucho más compleja y con factores incontrolables, como podía ser el estado de la superficie del mar; no es lo mismo remar con intensidades 1 o 2 que 4 o 5 de la escala Beaufort. En esta simulación se ha utilizado la velocidad media a vela en condiciones normales de 2,95 a 3 nudos conseguida por la experiencia de la nave Kirenia y 1,65 nudos de velocidad media de la navegación experimental Papyrella, ya citadas. Las derrotas han sido calculadas en línea recta, cuando en la realidad debería tenerse en cuenta la deriva inflingida por las distintas componentes de los vientos. Por lo tanto, los cálculos deben considerarse como mínimos, la navegación real siempre debía sobrepasar algo los tiempos, aún en buenas condiciones de navegación.
La travesía completa desde la costa de Sidón o Tiro hasta Cartago ha sido estudiada por E. Diés Cusí (2004), desglosada en trayectos y travesías, para mercantes con un registro aproximado entre 160 y 115 toneladas. En su estudio, este investigador ha introducido el factor de los vientos en sus distintas componentes a lo largo de la travesía, cosa que no hicieron los análisis antes citados. Sin embargo, la velocidad de 4 a 5 nudos, que Diés Cusí (2004) presupone para estos barcos, parece muy excesiva, podrían alcanzarse momentos con estas velocidades punta en casos de mucha bonanza y vientos dominantes de popa, pero la media real debía aproximarse a la conseguida por la nave Kirenia.
Coincidimos con Stefano Medas (2004, 41) en considerar que el tiempo real de navegación no debía sobrepasar en ningún caso el 50% del total del tiempo invertido en los periplos. Sin embargo, la llegada a las Baleares desde los puntos costeros claves del continente que hemos tenido en cuenta como inicios de derroteros bien contrastados en el registro arqueológico (Guerrero 2004) no tienen escala posible, por lo tanto la navegación tuvo que efectuarse de forma ininterrumpida. Siguiendo el citado estudio de Stefano Medas, podemos estimar que una travesía en la que podían invertir dos días en condiciones normales, con mala mar no sería raro que alcanzase los diez; por lo tanto, resulta una tarea muy ardua intentar calcular la duración de los viajes a través de los relatos antiguos sobre periplos, más aún estimar la velocidad media que podían alcanzar las naves. Por esta razón tienen tanta importancia las experiencias náuticas con recreaciones de naves antiguas que hemos examinado antes.
Hemos de suponer que el viaje de regreso no podía reemprenderse de inmediato, ya que la descarga de las naves, repostar víveres y volverlas a cargar, además de las actividades lógicas de relación comercial, diplomáticas, etc., suponen bastantes días de estancia en el puerto de destino, por consiguiente el viaje de regreso debía de planificarse para la siguiente temporada de navegación. Este sistema de invernada está bien documentado en la Odisea: ...Allí vinieron unos fenicios, 31
Sin embargo, el cabotaje y gran cabotaje que fueron los tipos de navegación más practicados durante la prehistoria y protohistoria mediterránea por las propias características de este mar interno, y aún lo siguieron siendo durante muchos siglos, constituyendo la forma de navegación más importante todavía durante la Edad Moderna (Braudel 2001: 133-139). La navegación con barcos de mediano a pequeño porte, como los que se hundieron estando fondeados en aguas de Mazarrón (Negueruela 2004), o Ma’agan Mikhael, naufragado a 35 km al Sur de Haifa (Kahanov 1999), en definitiva, barcos de esloras comprendidas entre los 8 y los 14 m, que se corresponden con el arquetipo Hippos (Guerrero 1998), constituyeron el tipo de nave ideal para estas condiciones de navegación propias del Mediterráneo, y aún lo fueron en el Atlántico (Guerrero en prensa), donde una propulsión mixta es imprescindible para muchos de los trayectos de retorno.
hombres ilustres en la navegación, pero falaces, que traían innumerables joyeles en su negra nave (XV, 450-452)... Quedáronse los fenicios un año entero con nosotros y compraron muchas vituallas para la cóncava nave..."(XV, 492-495). Algunos datos de empresas puramente prehistóricas pueden resultar igualmente ilustrativos. Marinos del predinástico mesopotámico explotaron distintos recursos en la costa del Golfo Pérsico, cuyo estudio nos ha permitido (Guerrero 2007 a) identificar unas empresas marineras extraordinariamente complejas. A partir de los textos cuneiformes, se sabía (Oppenheim 1954) que la ciudad de Ur fue una especie de puerto de entrada de un importante número de mercancías que venían por mar, especialmente cobre que era traído en barcos desde Dilmún (en sumerio, o Tilmun en acadio), lugar que los investigadores identifican con la actual isla de Bahrein, en el Golfo Pérsico y las costas adyacentes, incluida la península de Qatar.
El empleo de la clase de nave acorde con la empresa que se quiera ejecutar y el tipo de navegación que requiera la misma no es una cuestión baladí. Las fuentes literarias son bien explícitas en este sentido, sin ánimo de ser exhaustivos, recordemos como Estrabón (II, 3,4) nos dice que Eúdoxos fletó para una de sus empresas un gran barco y dos navíos menores, semejantes a los de los piratas; y después nos proporciona otro dato de gran interés cuando nos indica que el mismo experimentado marino, a su regreso a Gadeira, aparejó un strongýlos (gran nave redonda) para navegar por alta mar; así como un pentekóntoros (galera de propulsión mixta) para reconocer la costa.
Pese a todo, hasta hace poco era una incógnita el alcance de estas navegaciones durante el VI milenio cal. BC y no era fácil calcular dónde se situaban los confines directos de estos contactos protagonizados por los marinos de Ubaid. Un magnífico indicador nos lo ha proporcionado la dispersión de la cerámica de Ubaid por las costas del Golfo Pérsico (Burkholder 1972; Frifelt 1989), que había sido identificada en distintos yacimientos costeros. Sin embargo, la confirmación más sólida la han proporcionado los análisis por activación neutrónica (Roaf y Galbraith 1994) de fragmentos cerámicos, tanto de los originarios de Ubaid, Ur y Eridú, como de los procedentes de un buen número de lugares de la costa arábiga del Golfo Pérsico, que se jalonan hasta aproximadamente Dubai, con una importante concentración de hallazgos en la zona costera al NW de Qatar y en la isla de Bahrein.
No tener en cuenta la capacidad de la barca en relación con la empresa a realizar conllevaba altos riesgos, como podemos ver en el escrito que un naviculari focense, seguramente de Massalia, envía a una persona de su confianza que residía en Emporion (Santiago 1988); en ella le cuenta que ha tenido problemas con un barco inadecuado para el transporte costero…qué es lo que debemos hacer…prueba de pedir a Baped …que indague si hay alguien para remolcar hasta… nuestro [barco]; y si hubiese dos, que envíe dos…
La llegada a los lugares más extremos donde se ha localizado cerámica de Ubaid, como Jazirat al Hamra y retorno a las bases de Ur o Eridú se debía de tardar no menos de unos cuarenta días de navegación efectiva. A ello debemos añadir las estancias en los lugares correspondientes para la explotación, intercambio, carga y descarga, contacto con aborígenes, escalas para repostar, además de imprevistos. La carencia de datos sobre estos aspectos del periplo no nos permite realizar ninguna aproximación a la duración real de todo el viaje, pero debe recordarse, que seguramente la explotación de los recursos de la costa arábiga debía costarle a los marinos de Ubaid del VI milenio cal. BC estar varios meses fueras de sus bases.
Esta categoría de embarcación ligera continuaba siendo fundamental en durante la Edad Moderna y la que permitía obtener mayor rédito al flete, a juicio de Braudel (2001, 138) eran lo más similar a un bazar ambulante. Naturalmente durante la antigüedad se conocen grandes mercantes, como la Madrague de Giens (Chernia et al. 1978) o Cabrera III (Bost et al. 1992) que navegaban por alta mar hasta el puerto de destino, pero no desplazaron nunca a los mercantes menores, como vemos en el pecio de L’Anse des Laurons-2 (Gassend et al. 1984), entre otros muchos. Durante la Edad del Bronce estos grandes mercantes sólo son conocidos en Oriente, mientras que en Occidente no será hasta la segunda Edad del Hierro muy avanzada cuando comiencen a operar. Sin duda, la razón estaba en la falta de una red urbana de puertos que permitiesen acoger estos pesados mercantes y no en el desarrollo de la tecnología y de la arquitectura naval.
I.2.4. Reconocimiento de la costa y referencias visuales Los griegos distinguían “el mar visible” talassa, que podría ser el equivalente a la navegación costera bajo el régimen de brisas o cabotaje, tal vez podría incluirse en dicho térmico el gran cabotaje, o navegación con la costa a la vista, aunque a gran distancia de la costa. En el límite de esta situación, y más allá, se sitúa pontos o la navegación de altura.
El sistema de navegación de cabotaje y gran cabotaje requiere un conocimiento muy pormenorizado de la costa, e incluso la señalización de algunos puntos 32
aproximación a la costa y la necesidad de una gran pericia por parte de los pilotos.
costeros para su mejor visualización desde varias millas mar adentro. Éste es un tema ya hace mucho tiempo planteado por G. Schüle (1970), pero que, sin duda, sigue vigente y no puede olvidarse al tratar de la navegación antigua, mucho menos si queremos entender bien el acceso a las islas y el cabotaje entre ellas.
No sólo la fisonomía de los promontorios constituía un elemento relevante para su correcta identificación en las aproximaciones a la costa buscando lugares seguros de fondeo, también el color de sus paredes acantiladas acantilados, especialmente las blanquecinas que presentan algunas costas, de las que tenemos una buena serie de ejemplos en la costa Sur de Menorca [fig. (5)37, 2]. La toponímia costera de origen antiguo en el Mediterráneo se nutrió muchas de las propiedades blanquecinas (Gras 1999, 24) y resplandecientes de algunos acantilados, como son los casos de Leuca, al Sur de Italia, Léucade, en el Adriático, Leucopetra, en Calabria, entre otros. La descripción que hace Estrabón (X, 2) de uno de ellos deja porco margen a la duda:
La aproximación a la costa y el fondeo o el amarre constituyen las maniobras finales de una travesía, sin embargo, son tantos o más peligrosos que la navegación misma. Si bien la navegación nocturna de gran cabotaje no reviste especial peligrosidad, la aproximación a la costa es siempre de mucho riesgo, el cual aumenta considerablemente si la llegada se realiza en condiciones de poca visibilidad. La importancia de estas maniobras de aproximación a los fondeaderos, embarcaderos y puertos queda bien clara si repasamos las innumerables advertencias e indicaciones que el Stadiasmo (Medas 2006 a; en preparación) proporciona a los pilotos de las naves. Uno de los textos antiguos más expresivos es el que nos proporciona igualmente Flavio Vegecio en su obra (IV, 43): Es propio de los marineros y del nucleiros [patrón] reconocer los puertos y lugares hacia los cuales se navega, para evitar que los peligros a causa de los escollos que emergen del agua, así como de los sumergidos, y conocer los puntos navegables y los bajíos. El mar, no obstante, es tanto más seguro cuanto más profundo”
Se llama así [Leucata] a un espolón de color blanco que prolonga la isla de Léucade hacia el mar abierto en dirección a Cefalonia. Sobre la roca que acabo de mencionar se yergue el santuario de Apolo de Léucade… Para los marinos estos escollos o promontorios de color blanco con efectos luminiscentes (katapontismos) son especialmente importantes también en los momentos de tormentas, pues resultan los pocos hitos costeros que se iluminan y resaltan bien con los resplandores de los relámpagos. Todo ello propició que en muchas ocasiones estos promontorios se consagrasen a divinales “fosfóricas” (relucientes), como Leucotea y la sirena Leucosia (Romero 2000, 115) que orientaban a los navegantes en sus navegaciones de cabotaje.
Resolver con éxito estas maniobras implicaba un conocimiento de la costa al detalle, que difícilmente tenían quienes no vivían en sus inmediaciones, y aún así, tras la puesta del sol, requiere precauciones excepcionales. La única manera de resolver estos problemas fue la identificación, sin sombra de duda, determinadas referencias costeras, especialmente promontorios, bien visibles desde el mar varias millas antes de fondear, los cuales señalizaban las entradas a ensenadas, fondeaderos y varaderos. Son innumerables las referencias en las fuentes a esta cuestión y bastarán algunas a título de ejemplo: …La otra ruta se abre entre dos promontorios... (Odisea XII, 70-75). Al amanecer surgió ante los navegantes el monte Atos, de Tracia, que aunque dista de Lemos el camino que recorrería una nave rápida en medio día, con su altísima cumbre da sombra, incluso, hasta Mirina... (Argonáutica I, 600).
Estos puntos referenciales costeros requieren ser divisados y perfectamente identificados muchas millas mar adentro. Aún así, para resaltar y mejorar su identificación, sobre la cumbre de muchos de ellos se construyeron imponentes edificaciones que seguramente cumplieron el papel de elementos visuales reforzadores para la identificación de estos promontorios desde el mar. Esta función, en algunos casos, fue compatible con el asentamiento en estos promontorios de pequeñas comunidades humanas, como de ello se hace eco algún pasaje de la Odisea (X, 80-85): Navegamos así seis jornadas de noche y de día y a la séptima vimos el alto castillo de Lamo y a Telépilo en tierra lestrigona…
Aunque, sin duda, las referencias más claras y numerosas la tenemos en la obra anónima del s. I dC titulado Stadiasmo (Medas 2004: 118-127; 2006 a; en preparación). No en vano, es un verdadero texto de instrucciones náuticas, por ejemplo: ...después de haber navegado por seis estadios divisarás un promontorio que se extiende hacia occidente (Stadiasmo 57)... el promontorio de Heracleio es elevado y hay una duna de arena blanca (Stad. 66)... Desde Adramyto hasta Aspis 500 estadios; el promontorio es alto y muy visible y su forma recuerda la de un escudo... (Stad. 117). Junto a la descripción de estas importantes referencias costeras sigue muy a menudo una serie de instrucciones precisas para aproximarse al fondeadero o varadero, con advertencias sobre bajíos y escollos, dando todo ello una idea muy cabal de las dificultades que presenta siempre la
Probablemente un buen ejemplo durante la Edad del Bronce de este tipo de promontorios costeros fortificados con un pequeño hábitat en su interior lo tengamos en Oropesa la Vella, en la costa de Castellón (Aguilella y Gusi 2004). Aunque no conocemos que se haya hecho un análisis de la significación náutica de este yacimiento, los estudios citados recalcan que en realidad es una peña que sobresale sobre el mar, sin que pueda descartarse que en la fase de actividad del mismo realmente fuese un pequeño islote separado de la costa. Sólo por uno de sus lados resultaba accesible y fue fortificado; pese a lo cual, como indican los investigadores, parece que la preocupación estratégica principal no fue el dominio visual del entorno terrestre, del que únicamente tiene un 33
43% de zonas visibles, sino el área costera. Oropesa la Vella es el asentamiento costero continental conocido que tiene mayor similitud con algunos de las Baleares, especialmente con el menorquín de Cala Morell, que en su momento se analizará.
pero puede recordarse la presencia de grafitos náuticos en un Ninfeo del Bósforo (Romero 2000, 120) dedicado a la diosa o el promontorio del Adriático, próximo a Ancona (Cordano 1993), sobre el que se levantó también un templo consagrado a Afrodita.
En el Canal de la Mancha este tipo de señales costeras fueron de gran trascendencia en las navegaciones de la Edad del Bronce y de la antigüedad (McGrail 1983), donde igualmente algunos promontorios fueron fortificados, como los de Hengistbury Head y Lostmarch (Cunliffe 1991), cumpliendo tal vez funciones similares, entre otras, a los baleáricos que se estudiarán en otro capítulo de este libro, dedicado al Bronce Final.
La erección de tumbas, seguramente turriformes, a personajes insignes o heroizados en los promontorios, con el doble el fin inmediato de honrar al difunto, pero también para que pudieran servir de referencia, es menos frecuente, aunque igualmente la práctica es conocida a partir de las fuentes literarias. La más explícita la encontramos en la Odisea (XXIV, 80), donde refiriéndose a las exequias de Protesilao, nos describe la erección de un monumento tumular o turriforme, en un promontorio del extremo del Quersoneso tracio, en el magno Helesponto, destinado a guardar para la eternidad los restos de dicho difunto, junto con los de Aquiles y los de Patroclo Menetíada:
La importancia de estas eferencias costeras15 queda enfatizada por la continuidad de la mayor parte de ellas durante la antigüedad y la señalización de muchas otras con la construcción de templos (Semple 1927), en muchos casos dedicados a divinidades protectoras del marino y de la navegación. Buenos ejemplos pueden ser el templo de Poseidón en el promontorio Káto Soúnion en Grecia o los de Agrigento en Sicilia. En el caso de las Pitiusas esta función pudo asumirla el santuario del Cap des Llibrell en Ibiza (Ramón 1987-88). Seguramente siguiendo una práctica que también estuvo muy extendida en el mundo púnico consistente en consagrar y señalizar accidentes costeros, con o sin recinto sacro (Gómez Bellard y Vidal 2000), consagrados a las divinidades protectoras de la navegación fenicia. Algunos ejemplos puede resultar significativos: ...Los fenicios gustaban de consagrar islas y promontorios a sus divinidades y cerca de Sidón consagraron cuevas y grutas a la diosa Astarté... (Tucídides, VI, 2); Avieno (Ora Marítima, 158-160) cita el cabo de Venus, que era la versión romana de la Astarté fenicia, o Tanit desde el s. V aC., cerca de Gades, en la isla de San Sebastián había otra isla consagrada a Astarté (Avieno, Ora Marítima, 314-315). Consagrados a la diosa Tanit estaba igualmente el cabo de Trafalgar; de la misma manera que toda el área ibérica de influencia púnica aparecía jalonada de islas, promontorios, templos y santuarios erigidos en honor de Astarte-Tanit, de los que un buen ejemplo para las Baleares pudo ser el santuario rupestre de la gruta de Es Cuieram. Aunque no es visible directamente desde el mar, sí lo es el islote de Tagomago que debía de constituir la verdadera referencia costera.
A los tres erigimos un túmulo grande y sin tacha, trabajando la tropa robusta de argivos lanceros, sobre un cabo prominente a la orilla del ancho Helesponto por que fuese de lejos visible en el mar a los hombres16 No podía ser más clara la alusión, tanto al homenaje de los héroes, como de a la necesidad de señalar el lugar. La sacralización de estas referencias costeras es coherente con determinados cultos muy arraigados entre los marinos (Delgado 2001, siguiendo a Wachsmuth 1967), como son los rituales de partida de la nave o de arribada, que revestían tres formas distintas no excluyentes: la salutatio dar pruebas de respeto y rendir culto al dios del lugar, el nauticus sonus o himno propiciatorio y la libatio u ofrenda de líquidos, especialmente vino que se vertía por la borda de la nave. La pintura de la nave de Kenamon (Davies y Faulkner 1947) recoge de forma muy expresiva, en su primera escena de la secuencia, la salutatio y la libatio. Las ofrendas de naves miniaturizadas como nos representa el grabado del Oasis de Dakhla, en Tendida, Egipto (Basch 1994; 1997), e incluso las pinturas de barcos en estos puntos de llegada, forman parte igualmente de este complejo universo litúrgico relacionado con la navegación. En la medida que disponemos de fuentes escritas (Romero 2000) es posible darse cuanta de la importancia y generalización de estas prácticas piadosas, sin embargo, el origen de las mismas se remonta con claridad a la prehistoria, como nos indican los grafitos de Antelas (Shee-Twohig 1981), Borna (Alonso 1976) y Laja Alta (Barroso 1980; Aubert 1999) entre los más conocidos. Las Baleares no están carentes de estas representaciones en lugares de fondeo y el mejor ejemplo lo tenemos en el final del Barranco de Macarella (Guerrero 2006 a) en el que aparecen, próximos al promontorio fortificado, varios grafitos de temática naval.
Este mismo mecanismo se repite en el mundo griego, un buen ejemplo lo tenemos en la mencionada isla de Citera, donde existía un templo consagrado a Afrodita Urania (o Celeste). A veces la propia diosa Afrodita recibe el apelativo de Acrea que alude (Romero 2000, 119) a divinidades de los promontorios costeros, conectadas con advocaciones marinas, como ocurría en Cnido, donde había santuarios (Pausanias 1, 1-3) dedicados a Afrodita Euplea y Dorítide. Los ejemplos podrían multiplicarse,
Seguramente la fundación de los santuarios costeros en lugares referenciales para el marino pudo tener además, entre otros fines, la de constituir marcadores relevantes y
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Su papel como punto de control de determinadas zonas marítimas no debe tampoco infravalorarse. Recordemos que Herodoto (IV, 85) nos dice que Dario estuvo contemplando el Ponto desde un promontorio, seguramente controlando el paso de su flota por el Bóforo de Calcedonia y el puente de barcas que le construyó el ingeniero Mandrocles de Samos.
16 Traducción de J.M. Pabón, “Biblioteca Clásica Gredos”, Editorial Gredos (1993).
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rumbo en las navegaciones que, como las prehistóricas, carecían de instrumentación para calcular la estima.
visuales de rutas. Algunas fuentes literarias son significativas en este sentido. Además de esta función, muchos santuarios debieron constituir verdaderos depósitos de información trasmitida por los marinos a su regreso, como parece intuirse del texto de Pausanias (III, 25,8) referido al templo de Poseidón levantado en el promontorio de Tenaro17. Annon, tras su periplo, dedicó su diario de navegación al templo de Baal Hammon en Cartago, como era habitual que hicieran (Medas 2004; 2006) los comandantes cartagineses.
La necesidad de identificar con claridad todos los accidentes costeros, alineados en una especie de “skyline”, tal y como la divisa el piloto o el patrón cuando navega a varias millas de la costa, es una constante en el arte de navegar a lo largo del tiempo. Muchas de estas fortificaciones sobre promontorios, así como los puntos de escala del Bronce Final (Guerrero 2006) quedaron amortizados cuando el modelo de intercambio regional gestionado por los aborígenes pasó a manos de los comerciantes ebusitanos. Sin embargo, los fundamentales siguieron conservando su valor estratégico, como seguramente ocurrió con el Puig de Sa Morisca, sobre el que a inicios de la Edad del Hierro se refuerza el lugar [fig. (5)48], que venía siendo utilizado desde el Bronce Final, con la erección de una torre central y la fortificación final a la manera de un castellum (Guerrero y Calvo 2003; Guerrero et al. 2006 b, 138). Por lo tanto, lejos de perder la utilidad para la navegación, que había tenido desde c. 1300 BC, la conservó y sufrió importantes modificaciones para adaptarse a las nuevas exigencias de los intercambios con los fenicios desde 900/800 BC.
La necesidad de reconocer algunos de estos puntos de referencias, especialmente los que señalaban la entrada a fondeaderos y embarcaderos, hizo que sobre ellos se encendiesen fuegos que se convirtieron en los ancestros de los faros púnicos (Demerliac y Meirat 1983, 272; Medas 2000, 19-23) y romanos como los que vemos representados en los mosaicos de las oficinas de los navicularios de Ostia, el desaparecido faro de Alejandría o la Torre de Hércules, que aún se conserva en Finisterre. El registro arqueológico de estas estructuras durante la prehistoria reciente es muy escaso, aunque no faltan buenos indicios. Uno de ellos lo tenemos en la torre-faro que se levantó sobre un promontorio que señalaba la entrada al embarcadero minoico de Kommos (Reynolds 1996). Otra documentación, de naturaleza iconográfica, la encontramos en una gema minoica en la que se representa una torre de cuatro cuerpos en las afueras de una ciudad amurallada y a la orilla del mar, coronada por una divinidad (Marinatos 1993) difícil de identificar. Así mismo otro elemento iconográfico de mucho interés lo tenemos en el fresco de la procesión de las naves de Thera (Karouzou 1980), en uno de los promontorios próximos a una ciudad se representó una fortificación costera en la que destaca una torre con un personaje asomado que observa el paso de las naves.
Enfatiza bien la importancia de estas estructuras ciclópeas el hecho de que el Stadiasmo las describa como puntos de referencias aún cuando ya estaban en ruina (Medas 2006 a; en preparación). En Baleares algunas de estas torres sobre promontorios, como las de S’Almunia, continuaron activas incluso durante época almohade, como vemos en un mapa de Mallorca otomano de 1571 [fig. (5)32 recuadro], a buen seguro copia de versiones mucho más antiguas (Werner 2004). Aún hoy es uno de los puntos fijos de este litoral de la isla de Mallorca marcado en los derroteros (HIM 2003: 99). Hay suficientes indicios para pensar que algunas de las construcciones ciclópeas del Bronce Final de las Baleares pudieron, entre otras funciones, servir como “protofaros”. Uno de los casos más probables lo tenemos en algunas de las pequeñas estructuras, que se localizan junto a la construcción naviforme del promontorio conocido como Pop Mosquer, en la costa occidental menorquina (Guerrero 2006) y probablemente también la torre o construcción central, que coronaba el punto culminante de Cala Morell, sugiere este uso. En el capítulo correspondiente al Bronce Final se estudiarán pormenorizadamente cada uno de estos asentamientos costeros y será el momento de ampliar algunos datos.
No falta tampoco alguna referencia literaria a la importancia de estas torres-faro, como elementos imprescindibles en las maniobras de aproximación a los fondeaderos. Una muy explícita nos la proporciona Luciano, escritor sirio del s. III de la Era (Arnaud 2005, 28), quien nos dice que el piloto de la nave Isis se salvó del naufragio providencialmente gracias a un “fuego” [de un faro] que le permitió reconocer a tiempo los bajos y las rocas próximos a la costa de Licia. El archipiélago balear estuvo dotado, al menos desde el Bronce Final, de estructuras ciclópeas que coronaban promontorios costeros (Guerrero 2006), los cuales señalizaban a su vez calas o ensenadas donde fondear. La importancia de estos promontorios costeros en la navegación de cabotaje entre las islas debía radicar principalmente, en ser, como ocurre en los casos comentados, puntos de referencia para el navegante, los cuales eran, y son, de una importancia extraordinaria para las navegaciones de cabotaje y gran cabotaje, ya que constituían los principales elementos de orientación del
Relacionado con todo lo anterior, debemos referirnos a un aspecto interesante de las comunicaciones entre las islas. Todas ellas pueden comunicarse entre sí mediante travesías que no alcanzan los 700 estadios. Esta distancia no es baladí, pues es la que una nave mercante, podía recorrer en una singladura con luz solar (Herodoto IV, 86), sin necesidad de navegación nocturna. En concreto, para las Baleares [fig. (1)5] Plinio el Viejo cita tres trayectos concretos (HN 3.76) que, partiendo desde Ebusus, conectarían con Mallorca, con Denia y con las Columbretes (Arnaud 1998; 2005, 110). Esto quiere decir que, aceptando como buena la velocidad media de la recreación de la nave Kirenia, saliendo de Ebusus al
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...En el Tenaro hay también una fuente, que ahora no produce ningún efecto extraño, pero que antes, según dicen, a quienes miraban su agua les hacía ver los puertos y las naves...
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las islas Gymnésiai. Otra de las fuentes bien conocidas que incide sobre el mismo asunto es la que se refiere a los nostoi, caudillos o hetairoi, que tras la guerra de Troya se dispersan por el Mediterráneo. Lykóphron (Alexandra, 634-537), escritor nacido en Calcis de Eubea a principios del siglo III aC, realiza un inventario de los héroes troyanos vagabundos por Occidente y relata el destino de algunos que, sin conseguir regresar a su patria, arriban a tierras extrañas en barcos después de navegar como cangrejos a los peñascos Gymnesios rodeados de mar, arrastrarán su existencia cubiertos de pieles velludas, sin vestidos, descalzos, armados de tres hondas de doble cuerda...
amanecer podía alcanzarse Mallorca al anochecer. Los 700 estadios aproximadamente coinciden con el puerto de la ciudad romana de Palma, uno de cuyos fondeaderos, hoy base militar de Porto Pi, estaba bien señalizado con una torre-faro, o tal vez dos. Sin embargo, la noche caía cuando la nave alcanzaba la costa de Sa Morisca de Santa Ponça; lo cual sugiere que no es casual que este sea uno de los puntos costeros de referencia para las navegaciones que permaneció utilizado hasta época almohade, aunque el poblado se abandonó con la conquista romana. I.2.5. Conexiones con el continente. Derroteros
De esta forma, se fue configurando un modelo de colonización de las islas Gymnésiai durante el Bronce Final o inicios de la Edad del Hierro con fuertes connotaciones orientales que, pese al éxito y arraigo que tuvo en la práctica generalidad de la historiografía prehistórica balear, se ha demostrado carente de correlato en el registro arqueológico (Guerrero et al. 2002; Guerrero 2004; Guerrero et al. 2006 b) de estas islas. Estos modelos difusionistas para explicar una conquista de las Baleares durante la Edad del Bronce encontraron también un ficticio anclaje en una cierta similitud formal entre la arquitectura ciclópea de aspecto turriforme que generaron respectivamente las culturas torreana en Córcega, nurágica en Cerdeña y talayótica en Mallorca y Menorca.
Las navegaciones prehistóricas y antiguas tuvieron una dependencia absoluta de los vientos y de las corrientes superficiales o ciclónicas generadas por ellos, así como del estado de la superficie del mar conformada por la intensidad de los mismos. Por lo tanto, el mar no es un espacio abierto que pueda cruzarse en cualquier dirección y recorrerse de cualquier forma. Las condiciones oceanográficas imponían a la navegación paleotécnica unos límites que no podían sobrepasarse. Estas consideraciones no siempre se han tenido en cuenta en la investigación prehistórica. De esta forma, la historiografía tradicional (García Bellido 1940) asentó el mito de las islas mediterráneas como puentes o escalas que facilitaron la expansión griega y fenicia hacia occidente. Es decir, el mejor derrotero que unía las islas con la península Ibérica era, según este planteamiento, el que seguía una dirección Este-Oeste, por los paralelos que cruzaban las islas de Cerdeña y Baleares hasta Cartagena y, desde aquí, costeando hasta el Estrecho de Gibraltar.
Todo este panorama historiográfico terminó por influir en la aceptación de un axioma que estaba carente de bases empíricas que lo ratificasen. Este apriorismo aceptaba que la conexión entre Baleares y las grandes islas de Córcega y Cerdeña fue fluida y, por lo tanto, fácil a lo largo de la formación de las comunidades prehistóricas baleáricas.
Como es sabido, este paradigma encontró soporte, por un lado, en los topónimos griegos con el sufijo en –oussa que jalonaban una larga ruta ligada en gran medida a las fundaciones rodias en la Magna Grecia. Según esta visión tradicional el archipiélago balear formó parte de este mítico itinerario marino que desde Ichnoussa (Cerdeña), pasaría por Meloussa (Menorca), Kromyoussa (Mallorca), Pityoussa (Ibiza) y Ophioussa (Formentera), para seguir, como se ha dicho, desde estas dos últimas islas hasta las costas peninsulares, donde de nuevo encontramos otro topónimo propicio para sostener esta tesis: Oinoussa, en la costa próxima a lo que más tarde será Caerte-Hadast (Cartago Nova, Cartagena).
A partir de la década de los años ochenta del siglo XX este planteamiento sobre las rutas de antigüedad comenzó a decaer18 al introducirse la variable oceanográfica que nunca había sido tenida en cuenta. Fueron fundamentales los estudios de las condiciones naturales para las navegaciones en el Mediterráneo central y occidental (Hodge 1983; Ruiz de Arbulo 1990; 1998), y su incidencia en la implantación fenicia y griega en estos confines. A su vez, estas especificidades naturales han sido examinadas poniéndolas en relación con las posibilidades de maniobra que tiene la vela cuadra (Díes Cusí 1994; 2004; Moreno 2005), lo que resultaba otro factor primordial para entender bien cómo se podía navegar y acceder a las islas.
Por otro lado, a esta toponimia heroico-legendaria le confería cierta verosimilitud la literatura épica referida a la thalassokratía griega, la cual incluía a las Baleares entre las tierras colonizadas por los héroes de algunas expediciones. En efecto, el epítome de Apolodoro (Mythographi, I, 6, 15B) se refiere al periplo del héroe rodio Tlepólemo cuya expedición es desviada por los vientos desde las costas de Creta hasta las Gymnésiai [Baleares] en donde finalmente sus componentes se establecieron. El mito es también recogido por Estrabón (XIV, 2, 10), que sitúa los hechos en un momento impreciso, antes del establecimiento de las Olimpiadas. Según él, algunas expediciones de rodios se asentaron en
Sin embargo, quedaba otra variable fundamental a tener en cuenta, que sólo muy recientemente ha sido tenida en consideración (Guerrero 2006) y que en este mismo capítulo hemos sometido de nuevo a revisión. Nos referimos a la cuestión de la influencia de los cambios climáticos del tardoholoceno, como factor modificador sustancial de las condiciones de navegabilidad. Por esta razón, los planteamientos anteriores tienen una validez sólo parcial, pues sólo serían aplicables a las fases cálidas. Sin embargo, habría que valorar en las condiciones de 18 Sigue siendo mantenido por algunos investigadores (Plantalamor y Tanda et al. 1999, 112) sin ningún aporte crítico ni documental.
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podían navegar del través, pero ya suponía una navegación incómoda y de riesgo: Las naves iban de través, cabeceando; el impetuoso viento rasgó las velas en tres o cuatro pedazos. Entonces las amainamos, pues temíamos nuestra perdición; y apresuradamente, a fuerza de remos, llevamos aquéllas a tierra firme... (Od., IX, 6383). Navegar a un descuartelar, de bolina o de ceñida, constituía ya un grave riesgo de naufragio y en condiciones no azarosas un marino jamás planificaría una travesía en la que, como norma, tuviese que navegar en estas condiciones.
navegación los importantes elementos correctores que hemos señalado con anterioridad para los episodios fríos del Neolítico final, parte del Calcolítico, Bronce Antiguo y transición a la Edad del Hierro. Ya se ha argumentado que la situación del frente polar no cambio de posición durante los episodios fríos (Geel y Rensen 1998); por lo tanto, la dirección de los vientos fue aproximadamente la misma a lo largo del tardoholoceno; aunque con una importante modificación de la intensidad y frecuencia. Por esta razón, a efectos de reconstruir los derroteros resultan válidas las propuestas (Nielsen 1912; Metallo 1955; Lacombe y Tchernia 1970; Pennacchioni 1998) sobre las corrientes ciclónicas hechas para las fases cálidas.
Los autores antiguos conocían perfectamente esta situación y algunas fuentes reflejan con todo detalle, tanto la dificultad de la derrota E-O, como la necesidad de seguir desde el Ródano en navegación de cabotaje hasta Cataluña, o bien enfilar, siguiendo una derrota Sur hasta las Baleares. Como paradigma de la primera cuestión tenemos el complicado viaje de Posidonio que nos relata Estrabón (III, 2, 5), según la cual: La navegación hasta las columnas, aunque a veces el paso del estrecho suele tener dificultades, es buena, así como la de "Nuestro Mar", donde efectivamente, gracias a la bonanza del tiempo, las travesías se llevan felizmente a cabo, sobre todo en la navegación de altura; ello es especialmente ventajoso para los navíos de carga. Además, en alta mar los vientos son regulares... Posidonio, empero, observó algo peculiar a su regreso de Iberia: dice que los euroi soplan en aquel mar hasta el golfo de Sardo, en una determinada época del año, y que por ello necesitó tres meses para llegar penosamente a Italia siendo desviado de su ruta hacia las islas Gymnésiai y Sardo y hacia las costas de Libye, a ellas opuesta... Se trataría de los "euros" o vientos del EsteSudeste, según García Bellido (1945). Sobre las cuestiones náuticas relacionadas con el viaje de Posidonio puede consultarse un reciente y meticuloso estudio de S. Medas (2005), el cual nos ahorra entrar en estos pormenores.
Estas características meteomarinas debieron facilitar las conexiones con las costas catalanas y el Golfo de León, mientras que se hacían muy penosas y más difíciles las derrotas Este-Oeste. Si a todo ello le añadimos que la vela cuadra, guarnida en barcos de casco redondo y sin orza como los de la antigüedad, sólo puede navegar bien con vientos largos de empopada o entrando por las aletas, mientras que a un largo ya navega con apuros, no es raro que el registro arqueológico no documente [fig. (1)8] durante estas fases la existencia de contactos directos entre Baleares y el bloque corso-sardo. El espacio marino que se extiende entre Baleares y las grandes islas de Córcega y Cerdeña presenta otra dificultad náutica muy notoria para las navegaciones prehistóricas: el mar que separa ambos conjuntos insulares constituye uno de los más importantes “desiertos visuales” del Mediterráneo (Schüle 1970), por lo que se debe navegar en condiciones prácticamente oceánicas. Incluso para las embarcaciones de propulsión mixta como las galeras, pese a que ellas además de las velas, contaban con remeros. Se ha señalado (Pryor 1995: 215) que el derrotero Baleares-Cerdeña era muy inusual, pues las 350 millas de distancia, incluso con vientos favorables, requería pasar tres o cuatro noches en el mar, en navegación muy peligrosa y con graves riesgos, que se incrementaban en primavera y otoño. Mucho más penoso y arriesgado con barcos veleros que difícilmente superaban los tres nudos de velocidad, lo que representada entre cinco y seis días del navegación con vientos del través o de bolina.
Para enfatizar la complicación y peligrosidad de la ruta seguida en el viaje de Posidonio podemos igualmente recurrir de nuevo a Estrabón (II, 3, 4), quien también nos relata los cuatro viajes de Eudoxo de Cízico (Mederos y Escribano 2004 a), marino experimentado donde los hubiere, pues trató de acceder al comercio de las especias y plantas aromáticas que procedían de la India, practicó la navegación por alta mar utilizando los monzones, conocía perfectamente el Mediterráneo, así como la costa atlántica. Cuando volvía de su tercera expedición a la India (c. 120 aC) Estrabón nos dice que “volvió a su patria, invirtió toda su fortuna y se hizo a la mar. Llegó primero a Dicearquia, luego a Massalia y a continuación, siguiendo la costa, hasta Gadeira” Aparentemente podría haber acortado el regreso navegando desde Cerdeña hasta la costa Sur de la península Ibérica, pasando por las Baleares, sin embargo, su experiencia le dictaba que el viaje era más seguro, aunque más largo, costeando en cabotaje el Golfo de León, seguir por el Levante y Sur peninsular hasta llegar a Cádiz.
En la práctica, un buen manejo de la jarcia de labor, brazas y escotas, junto con la posibilidad de recoger parte de la vela en una de sus balumas, acortando los brioles y recogiendo los amantillos de un costado, permite aproximar el comportamiento de la vela cuadra al de la vela latina. De esta forma sabemos que la navegación experimental del Kirenia II (Katzev 1990) pudo navegar relativamente bien de bolina, tomando los vientos entre 50º y 60º. Sin embargo, la imperiosa necesidad de salvar a toda costa los cargamentos y la tripulación debió imponer condiciones de seguridad más extremas, como sugiere el registro arqueológico que analizaremos en este trabajo.
La lógica prioridad de salvaguardar la vida de marinos y mercancías debía disuadir a los pilotos, como hizo acertadamente Eudoxo de Cízico, afrontar rutas de dudosa seguridad, así, por ejemplo, para venir de Cerdeña a
Los textos antiguos nos confirman, como también demuestra la experiencia del Kirenia, que las naves 37
Giustiniano en 1597, que navegaban a la altura de la desembocadura del Ródano, cuando, sorprendidas y desarboladas por un fuerte Mistral (Braudel 2001), fueron a parar a Cerdeña la primera, y a Menorca y Tabarca la segunda. Estas accidentadas travesías explican de forma paradigmática, aunque en situación extrema, cómo los Cierzos, Mistrales y Tramontanas empujan, incluso de forma involuntaria a las naves, ya sea hacia las islas Baleares o hacia Cerdeña, según sea la componente concreta de los vientos en cada momento. Esta circunstancia explica muy bien que puedan darse algunos elementos culturales coincidentes en Menorca y Cerdeña, pero no tanto por una conexión en ruta directa, sino por un origen común en la costa del Golfo de León, punto probable de partida en ambos casos, con evoluciones o reinterpretaciones propias en el contexto insular de cada isla.
Baleares era más seguro y más fácil, aunque más largo, seguir un derrotero Norte hasta las bocas del Ródano, desde aquí costear en cabotaje el Golfo de León y desde Cap de Creus, o algo antes, seguir la deriva que la alta frecuencia de mistrales, cierzos y tramontanos lleva directamente a Menorca o al canal entre Mallorca y Menorca. El dominio de las claves náuticas de los derroteros constituía un valor estratégico de primer orden para el Estado. Una cita de Estrabon (III, 5, 11), resulta útil para ilustrar el celo con que se ocultaban estos secretos: ...Las [islas] Kattiterides...tienen metales de estaño y plomo, y los [indígenas] los cambian por cerámica, sal y utensilios de bronce que les llevan los mercaderes. En un principio este comercio era explotado por los phoinikes desde Gadeira, quienes ocultaban a los demás las rutas que conducían a estas islas. Cierto navegante, viéndose seguido por los rhomaínoi, que pretendían conocer la ruta de estos emporios, varó voluntariamente por celo nacional en bajo fondo, donde sabía que habrían de seguirle los rhomaínoi; pero habiendo logrado salvarse él de este naufragio general, le fueron indemnizadas por el Estado las mercancías que perdió...
Para la Edad del Hierro es posible que contemos con otro testimonio ilustrativo de estas situaciones azarosas originadas por los temporales de tramontana. En las costas del Norte de Mallorca, en la cala de Sant Vicenç, se hundió una nave masaliota cosida del siglo VI aC (Nieto et al. 2002), con un cargamento cuyos componentes son desconocidos o muy raros en contextos terrestres de Mallorca y Menorca, mientras que reproduce bastante bien los tráficos comerciales que estas embarcaciones ejecutaban en navegación de cabotaje desde Masalia a Liguria, o bien hasta Emporion. Es altamente probable que efectuando uno de estos trayectos un inesperado temporal ocasionado por un fuerte mistral llevase a la deriva a esta nave masaliota hasta las costas de Mallorca, donde embarrancó contra la costa de la isla.
La desembocadura del Ródano, por cuyo cauce soplan los mistrales y tramontanos en dirección a las Baleares, constituye el inicio de dos de los ejes vertebradores de los tráficos del Mediterráneo central y occidental. Uno, en dirección occidental, se dirige hacia las Baleares, bien directamente, o pasando por las costas catalanas; otro en derrota S.E. hacia la Liguria, o Córcega y Cerdeña. Mientras que, por otro lado, constituye una de las principales vías fluviales de salidas de mercancías y gentes del centro y Norte de Europa hacia el Mediterráneo, lo que afecta directamente a las Baleares, como a lo largo de este libro tendremos ocasión de concretar en varios momentos. La importancia de este eje vital de comunicación tampoco pasó inadvertido a los escritores antiguos, de esta manera Avieno (Ora Marítima 622-688) dedica una especial atención al mismo y a las tierras del interior que de esta manera quedaban conectadas con los intereses mediterráneos.
Todo lo dicho debería poder verificarse a través del registro arqueológico. Conviene, no obstante, distinguir conceptualmente flujo, derrotero y ruta, tres aspectos que en el discurso arqueológico suelen tomarse como equivalentes, sin serlo ni mucho menos en el náutico. 1) Flujo Entendemos por flujo comercial la presencia en un lugar concreto de mercancías que vienen de una determinada zona productora más o menos lejana. Esta evidencia por sí sola no nos permite definir un derrotero. Puede servir de ejemplo muy claro la discusión largamente mantenida sobre las rutas seguidas por los mercantes fenicios y griegos para traer a occidente productos orientales de la misma costa siriocananea, Chipre, Mar Negro, Corinto, Eubea, Atenas, etc. La historiografía tradicional, que no tuvo jamás en cuenta los condicionamientos náuticos, propuso básicamente dos alternativas. Rougé (1975) planteó que los focenses en sus viajes a Occidente siguieron el mismo derrotero que los fenicios, es decir el Norte de África, mientras que Mossé (1970) sólo admitió este derrotero en la venida, en tanto que para el regreso a Oriente mantuvo que el itinerario más frecuente debía de ser el de las islas. Esta tesis fue recogida por Alvar (1979), quien aceptó que los foceos y samios debieron venir siguiendo el derrotero norteafricano hasta el estrecho de Gibraltar, mientras que la vuelta debían, según este investigador, realizarla desde Baleares a Cerdeña y, desde allí a Sicilia y Malta.
La arqueología submarina corrobora de forma indubitable la importancia de las bocas del Ródano (Long 2003) en del comercio marítimo y fluvial. Los barcos cosidos para la navegación de cabotaje que distribuyeron las ánforas etruscas, masaliotas, áticas y corintias, y que se hundieron en esta ruta, como Antibes (Bouloumie 1982), Bon-Porté y Datier (Liou 1974), o ya en puerto, como los de JulesVerne (Pomey 1997, 92-93; 1999), son las pruebas más evidentes de este derrotero de cabotaje y gran cabotaje que unía las costas que bordeaban el delta del Ródano, Massalia, costa de Niza, la Liguria y la toscana, hacia el Este, o bien la costa catalana hacia el Oeste. La dirección de las corrientes ciclónicas del Mediterráneo central [fig. (1)4, 2] propicia que, incluso las navegaciones a la deriva, los vientos reinantes lleven a las naves sin gobierno a las costas de Baleares o pasen muy cerca de ellas. Algunos ejemplos históricos muy bien contrastados nos lo proporcionan las galeras de la flota de Luis de Requeséns en 1569 y la galera de Cesare de 38
En gran medida, de lo dicho ya puede deducirse el significado de derrotero: estaría constituido por las direcciones o “caminos” del mar que los vientos largos reinantes19 en una región imponen a la navegación a vela. Su verificación, desde una perspectiva arqueológica, requiere confirmar que en las escalas intermedias del flujo comercial se documentan los mismos productos del comercio lejano que localizaremos en los lugares terminales del mismo. En mayor o en menor medida la circulación de mercancías por un determinado derrotero siempre deja indicadores de su paso.
Examinado el registro arqueológico, siguiendo los criterios de verificación que hemos propuesto (Guerrero 2004), estos derroteros no tienen correlato a través del registro arqueológico. El ejemplo de la antigua ciudad fenicia norteafricana de Rusaddir, la actual Melilla, puede resultar suficientemente clarificador. Este centro urbano fenicio tuvo una excelente y estratégica ubicación costera, al abrigo del poderoso promontorio denominado Rus-er-Dir en lengua fenicia (o Metagonion en griego), hoy cabo Tres Forcas, (López Pardo 1998; 2005), del que toma el nombre. De haber sido ciertas las tesis de la historiografía tradicional, en el registro arqueológico de la ciudad deberían ser muy mayoritarios los productos de origen oriental y muy escasos los occidentales.
Es mediante este proceso de comprobación (Guerrero 2004) por el que hemos podido reconstruir los principales derroteros de los flujos de mercancías fenicias y cartaginesas en el Mediterráneo central y occidental [fig. (1)6, 3]. Volveremos sobre el caso particular de las Baleares en este mismo epígrafe.
Varios años de excavación en tres lugares distintos de la ciudad y la revisión exhaustiva de los fondos de excavaciones y hallazgos antiguos de los fondos del museo melillense nos han permitido contrastar (Guerrero 2005) que los productos orientales son prácticamente inexistentes. Ni siquiera se verifica la presencia de cerámicas cartaginesas metropolitanas. Por el contrario, los productos comerciales envasados en ánforas son todos básicamente de origen occidental, principalmente procedentes del comercio gaditano y del Estrecho de Gibraltar en general. Las cerámicas campanienses de época tardía no contradicen esta situación, pues como productos complementarios de los cargamentos anfóricos debieron venir desde los mismos centros, no productores, pero sí redistribuidores, que comercializaban las ánforas. A raíz de estos estudios pudo verificarse que la ruta africana para venir a Occidente es sólo cierta en parte. El cabotaje de la costa africana en dirección occidental desde Cartago terminaba hacia Hippo Regius, desde donde los barcos iban ganando latitud Norte hasta ganar el cabo de Palos para seguir hasta Cádiz. Este derrotero norteafricano podía alargarse hacia Occidente algo más en navegación de cabotaje hasta los centros de Les Andalouses, e incluso Rachgoun, en caso de fuertes levantes, pero a partir de aquí era imprescindible ganar la costa peninsular y en ningún caso se llegaba hasta Rusaddir. La explicación reside en el régimen de vientos y corrientes ciclónicas en el mar de Alborán (Guerrero 2005), de nuevo podemos verificar que las condiciones oceanográficas imponen unos determinados derroteros y marcan fuertes restricciones a otras vías.
3) Ruta o derrota La línea o camino concreto teóricamente trazado sobre un mapa del recorrido de un barco conformaría la ruta o derrota del mismo. Es evidente que nunca llegaremos a poder saber exactamente la ruta que una nave antigua siguió, pues los factores azarosos que pudieron contribuir a dicha derrota son en su mayor parte impredecibles. Podremos confirmar que ha seguido correctamente el derrotero general, no la derrota concreta. Si examinamos detalladamente el viaje de San Pablo, desde Cesárea a Roma (Hechos de los Apóstoles 27, 1; 28,31), comprobaremos que navegó por el derrotero habitual que los mercantes seguían entre los puertos de la costa cananea y el Mediterráneo central (Pomey 1997; Díes Cusí 2004; Arnaud 2005), sin embargo, leyendo con detalle los avatares diarios observamos que la derrota sufrió imprevistos notables impuestos por tempestades, seguramente por las condiciones de viajar al límite de la temporada del mare apertum. Resulta, en definitiva, un buen ejemplo para distinguir lo que en náutica entendemos por derrotero y por ruta. Volviendo al naufragio de la nave masaliota de Cala Sant Vicenç (Nieto et al. 2004), podríamos inferir que siguió el derrotero, aunque azarosamente y con resultado final funesto, no deseado ni previsto, que une las costas continentales del Languedoc y Cataluña con Mallorca; sin embargo, fue desviada de la derrota que pretendía seguir. Lo mismo puede predicarse de recorrido igualmente azaroso seguido por las galeras de Luis de Requeséns en 1569 y de Cesare de Giustiniano en 1597, citadas antes.
No podemos extendernos aquí en otras consideraciones que harían interminable este apartado, pero no podemos dejar de señalar que si el regreso hacia Oriente se hubiese efectuado siguiendo el mítico derrotero del “puente de las islas” que planteaba la historiografía antigua, productos ebusitanos deberían localizarse en Cerdeña y Sicilia. La realidad arqueológica [fig. (1)8] es incuestionable: ningún ejemplar de las producciones anfóricas ebusitanas (Ramón 1995) viajó en esta dirección, sin embargo, sí existe una extraordinaria dispersión de estos productos por la costa peninsular desde el Languedoc, llegando en algunas épocas hasta Cádiz (Niveau de Villedary 1997; 2001).
8) Flujos de contactos y derroteros en el mar Balear La documentación arqueológica, que en cada momento detallaremos, nos permitirá determinar ambas cuestiones, aunque por razones obvias, es más abundante y sólida en la protohistoria tardía, por que contamos con indicadores cerámicos cuyos centros productores están inconfundiblemente identificados; fase histórica que en 19
No debe confundirse con viento dominante. Éste es el que en un momento concreto puede soplar con mayor intensidad, sin que ello quiera decir que sea la componente más frecuente de los vientos largos.
2) Derrotero
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en las vías fluviales que proporciona el río Ebro, como, por otro lado, la presencia de materiales ibéricos laietanos, cosetanos e indigetes en las islas, corroboran una intensa frecuentación de este circuito por los barcos púnicos ebusitanos. La dispersión de las monedas de la ceca de’ybšm (Campo 1983) en esta zona costera vienen igualmente a ratificar esta cuestión.
este libro no se estudiará, pero que ha sido ya analizada con anterioridad (Guerrero 1999; 2004), y nos ha permitido delimitar las zonas costeras continentales emisoras de los principales flujos de contactos que detectamos en las Baleares. En definitiva vienen a corroborar, aunque para fechas más tardías, los mismos flujos y derroteros que observamos en las fases prehistóricas que se estudian en este libro.
Los materiales masaliotas y del Norte del Tirreno son muy escasos en las islas, aunque los pocos conocidos seguramente llegaron a través de las conexiones de este circuito con las redes comerciales que operaban en el Golfo de León, en una zona de contacto que podríamos situar entre Massalia y Ampurias.
a) Circuito o flujo del Noreste Corresponde al procedente de la costa continental que se extiende entre las bocas del Ródano y el Delta del Ebro. Tendría un límite Sur muy difuso y, en gran medida, confundido con el correspondiente al SE que veremos después. La costa continental que lo delimita por el Oeste pudo extenderse desde la desembocadura del río Segura hasta aproximadamente el Cabo de Creus, con un importante nudo de actividad entorno al delta de Ebro.
2) Circuito o flujo del Sureste Englobaría un área costera que se extiende entre la costa alicantina y valenciana meridional, y unos límites teóricos aproximados entre el Cabo de Palos, por el Sur, y la desembocadura del río Segura, por el Norte. Durante la prehistoria arcaica afectó fundamentalmente a las Pitiusas, sin embargo, desde el Bronce final y especialmente desde la presencia fenicia en la costa del río Segura (González Prats 1998; González Prats y Ruiz 1999), y en general en Alicante (González Prats 1983), tuvo incidencia en todas las islas. Para las frecuentaciones previas y el primer poblamiento pitiuso seguramente las comunidades humanas de esta área costera tuvieron una incidencia importante.
La confirmación de su frecuentación, por lo que respecta a las islas, puede remontarse igualmente hacia c. 2500 BC, si nos apoyamos en un registro arqueológico bien contrastado del calcolítico campaniforme mallorquín, pero pudo tener incidencia desde c. 3000 BC, y muy probablemente los primeros contactos de los humanos con Menorca y Mallorca pudieron proceder de estas zona costera. Los mejores fósiles directores están constituidos por los estilos campaniformes, uno de ellos el de Son Salomó, así como por las correspondencias entre las tradiciones dolménicas de las islas (Guerrero y Calvo 2001) y las catalanas.
Puede rastrearse su persistencia desde el calcolítico con algunas probables influencias en las islas (Calvo y Guerrero 2002), como podrían ser las cerámicas campaniformes de la Cova des Fum en Formentera, la industria lítica de sílex tabular y, seguramente, importaciones de marfil. Otras influencias, como los botones con perforación basal en “V” y los pulidores o muñequeras de arquero, así como algunas pautas funerarias del tercer milenio BC, son compartidas plenamente con el circuito de la costa catalana.
No menos importante para las Baleares es la conexión con las bocas del Ródano, bien directamente o a través del derrotero de cabotaje que seguía hasta la costa catalana, desde donde productos manufacturados del interior europeo, o de la Italia del Norte, llegaron a las Baleares durante la Edad del Bronce, especialmente durante el Bronce Final, como en su momento tendremos ocasión de puntualizar, por ahora podemos señalar algunos elementos exóticos que aparecen en las Baleares entre el Bronce Final y los inicios de la Edad del Hierro que pudieron ser traídos en los barcos fenicios de regreso cuando frecuentaban la costa entre el delta del Ebro y el Cap de Creus, e incluso más hacia el Este, como parece indicar la presencia de ánforas ebusitanas, fenicias e ibéricas en asentamientos costeros del Languedoc y Rosellón (Ugolini y Olive 2004; Mazière 2004). Pueden ser representativas de esta situación las cuentas de fayenza centroeuropeas (Herderson 1999), los alfilers agujas o pasadores de cabeza esférica (Delibes y Fernández-Miranda 1988), los collares de cadeneta con colgantes zoomorfos (Veny 1982: 86; Munilla 1991; Rafel 1997; 2005), así como, tal vez, los cuchillos de hierro menorquines de hoja semilunar (Veny 1982, 159) de tipo Leprignano (Bianco Peroni 1976), característicos de la fase denominada orientalizante italiano, datada hacia el s. VII aC y, algo más tarde, las ánforas masaliotas, y el bucchero etrusco.
Durante la protohistoria, la intensa presencia ebusitana en el levante peninsular, coincidente también con una zona de densa expansión de las monedas de la ceca ebusitana, así como la existencia en las islas con carácter mayoritario de las ánforas ibéricas de esta zona (Guerrero y Quintana 2000), como las de los alfares del Campello, ratifican su vigencia a lo largo de muchos siglos sin alteración alguna. Por el Sur, en la zona costera de Cartagena, se entraría en contacto con los flujos comerciales procedentes del Estrecho de Gibraltar y de la zona malagueña cuyos paradigmas más claros son los barcos de Mazarrón (Negueruela 2004) y, continuando la ruta por la costa murciana, el mercante fenicio de Bajo de la Campana (Mederos y Ruiz 2004). Mientras que, por el Norte, entra en contacto con las rutas de comunicación que llevaban al Golfo de Roses y el Cabo de Creus, que constituye, a su vez, la zona de interacción con las redes de distribución regional del Golfo de León, desembocadura del Ródano y por extensión con el Norte del Tirreno.
Desde la fundación de ’ybšm y la posterior consolidación de la presencia fenicia en Ibiza, tanto la densidad de hallazgos fenicios y ebusitanos en las costas catalanas y 40
son óptimas y desde la cofa de los barcos el avistamiento puede producirse incluso antes.
3) Circuitos o flujos periféricos Una serie de flujos comerciales no tuvieron un contacto directo con las islas, sin embargo, es necesario referirse a ellos pues de forma indirecta, bien a través de las áreas de contacto entre redes de distribución vecinas a los anteriormente citados, o por que pasaron a comunicarse mediante derroteros de largo alcance a partir de la presencia de las navegaciones fenicias y cartaginesas, mercancías de confines muy lejanos llegaron de forma más o menos regular al archipiélago.
Estas travesías debían afrontarse durante el verano, sin superar el mes de septiembre cuando los mistrales, aunque siguen soplando en dirección a las Baleares alcanzan intensidades que no hacen recomendable iniciar una travesía con riesgos tan elevados. La inestabilidad y las posibilidades de temporales en esta época hacen que puedan aumentar de intensidad inesperadamente. 2) Costa del Levante a Ibiza
El primero que debe ser tenido en consideración es el fenicio occidental. La propia fundación de la colonia fenicia en Ibiza es de por sí un argumento incontestable de la relación entre los flujos del SE, con extensión hasta Cataluña. Seguramente tuvo una importancia crucial en el tráfico de metales de bronce y, sin duda, en la presencia del hierro arcaico en las islas, como en su momento tendremos ocasión de detallar.
El tramo comprendido entre el cabo de Gata y el delta del Ebro, especialmente el golfo de Valencia, tiene una navegación dificultosa se navegue en la dirección que se navegue (Moreno 2003; 2005), debido a las frecuentes calmas y los constantes cambios de viento. Por ello la navegación en esta zona costera debe trazar una derrota lo más separada posible de la costa. Este derrotero [fig. (1)6, 3, 2], aún alejado de la costa, es continuación en una derrota sur de la anterior, puede prolongarse entre la desembocadura del río Segura y el cabo de Palos para enfilar la isla de Ibiza, o doblar el cabo de Palos en navegación costera con derrota SW, si el destino se localiza en la costa meridional andaluza, o también si se trata de cruzar el Estrecho de Gibraltar para llegar a Cádiz o Huelva. Desde los altos del Montgó, en Denia, los días de aire limpio y sin calimas puede divisarse Ibiza, por lo tanto, navegando desde el Cabo de la Nao, sin perder de vista la costa peninsular, puede divisarse la silueta de Ibiza en el horizonte.
La expansión cartaginesa a partir del siglo VI aC permitiría la llegada a las islas de flujos comerciales exteriores a los derroteros directos de las islas, como los tirrénicos, siciliotas y tunecinos. Su influencia y trascendencia para las islas irá en aumento con el paso de los siglos, alcanzando su cenit entre la Segunda Guerra Púnica y la destrucción de Cartago el 146 BC. Sin embargo, no tuvo ninguna relevancia para las Baleares antes de la Edad del Hierro. 9) Derroteros directos ligados al mar balear Compaginado los datos (Guerrero 2004) que nos ha proporcionado el seguimiento de un registro arqueológico de “tiempo largo” (c. 2500-146 BC) a partir de materiales, sobre todo cerámicos, cuyos lugares de origen están bien contrastados, podemos reconstruir los derroteros y las escalas que llevaron estas mercancías a distintos confines del Mediterráneo occidental. Las alfarerías cartaginesas metropolitanas, las ebusitanas, los talleres del “círculo” del Estrecho y algunos centros de producción ibéricos, constituyen los indicadores más seguros. También hemos podido contar para hacer este seguimiento con algunas producciones sardas, o púnicas del Tirreno meridional y, puntualmente, con algunos envases púnicos malteses y fenicios orientales.
3) Derrotero meridional de cabotaje entre las islas Incluye los cortos derroteros de conexión entre las islas que pueden realizarse aprovechando levantes o ponientes, siempre a sotavento de las islas, para arribar a la costa SW de Mallorca, o bien a la meridional de Menorca. La distribución y densidad de pecios y hallazgos marinos en estas costas isleñas dejan fuera de toda duda la frecuentación de estos derroteros. Los avistamientos de la isla de destino entre Ibiza y Mallorca, en condiciones óptimas, se producen sin apenas perder de vista la costa de partida. Desde la costa de la bahía de Alcudia y la de Artá, en el Norte de Mallorca, así como desde la costa SE de Menorca, o bien desde la atalaya que proporciona el Monte Toro en el centro de esta isla, aunque sólo tiene 350 m. de altitud, los avistamientos de las dos islas entre sí son prácticamente constantes, salvo los días de calimas intensas. También desde Ibiza, en condiciones óptimas de visibilidad, puede divisarse la silueta de Mallorca en el horizonte.
1) Golfo de León, delta del Ebro, Baleares La predominancia de los vientos mistrales permite varias alternativas de llegada a las islas desde Roses y Cap de Creus. La primera constituye una derrota costera que permite aprovechar las brisas y los terrales. La costa proporciona aquí buenos abrigos para realizar escalas si el tiempo no resulta del todo favorable. Según las condiciones de los vientos es posible dirigir las naves hacia los canales que separan las islas de Menorca y Mallorca [fig. (1)6, 3, 1b]; o bien al que se sitúa entre Mallorca e Ibiza [fig. (1)6, 3, 1a], según sean los destinos y las condiciones metereológicas. Desde el delta del Ebro, a poco que se naveguen entre 40 y 50 km mar adentro en dirección SE, puede ya divisarse la silueta de Mallorca en el horizonte. Si las condiciones de visibilidad
4) Derrotero Cartago, Ibiza, Cartagena, Cádiz Este largo derrotero presenta distintos tramos y escalas según sean los destinos y variantes condicionadas por la dirección de los vientos. El primer tramo del derrotero [fig. (1)6, 3, 4] seguía una navegación costera, que pasado Hippo Regius, debía ir ganando latitud hasta alcanzar Ibiza. Otra posibilidad [fig. (1)6, 3, 4a] consistía en seguir mediante navegación de cabotaje hasta Tipasa o Gouraya para enfilar la costa meridional peninsular a la 41
rutas seguras de llegada de las producciones de la Campania a las Baleares. La posibilidad de una derrota de conexión directa desde el Ródano sin tocar costas catalanas es posible, pero es más seguro el cabotaje hasta el Cap de Creus.
altura aproximada del cabo de Gata. La posibilidad de encontrarse fuerte poniente de proa obligaría a virar hacia Ibiza o Cabo de Palos [fig. (1)6, 3, 4b] y dirigirse después hacia el Oeste, a sotavento en la costa Sur Peninsular de Almería y Granada [fig. (1)6, 3, 4c], hasta Gibraltar, y allí esperar las condiciones favorables de cruzar el Estrecho de Gibraltar. Los derroteros a Poniente del estrecho (Guerrero en prensa) que permitían llegar a Cádiz y Huelva en derrota Norte y a Lixus y Mogador en derrota Sur, no serán tratados en este trabajo; como tampoco el derrotero que llevaba desde Cádiz a los centros fenicios de los estuarios de los ríos Tajo y Sado.
I. 3. Posibilidades y ritmos de una colonización primigenia Analizados los aspectos concernientes a las condiciones meteomarinas deberíamos abordar otro de los aspectos limitadores y determinantes en la colonización de territorios insulares, como es el desarrollo de la tecnología naval de las comunidades continentales. Es obvio que estudiar esta cuestión en detalle nos conduciría a iniciar un trabajo, al menos, tan extenso como este mismo libro. Por lo tanto, este epígrafe se limitará de forma muy sucinta a valorar cuándo los grupos costeros del continente estuvieron en condiciones técnicas de visitar y ocupar las islas.
Se ha señalado (Díes Cusí 1994) un derrotero que, por latitudes superiores, utilizarían barcos cartagineses para llegar a Ibiza desde el Sur de Cerdeña, o para acabar en Massalia según el régimen de vientos con los que se navegara. Este derrotero podría aprovechar un viento general de levante que predomina en verano. Sin embargo, no tiene un correlato arqueológico claro. Como hemos argumentado en trabajos anteriores (Guerrero 2004) y en este mismo capítulo hemos vuelto a recordar. Falta por confirmar la presencia de materiales sardos en las Baleares y de los ebusitanos en Cerdeña, como podemos comprobar perfectamente por las vías de dispersión de las ánforas (Ramón 1995) fabricadas en dichos centros insulares.
Parece innecesario recordar que la práctica de la navegación puede inferirse de datos indirectos, aunque no visualicemos los ingenios navales que los hicieron posibles, como ocurre con la recurrente evidencia que nos proporciona la dispersión de la obsidiana (Courtin, 1972; 1983; Williams Thorpe et al. 1979; 1984). Sin embargo, es necesario dar un paso más allá, que consiste en valorar adecuadamente los requerimientos mínimos e imprescindibles de índole naval que necesitarían dichas empresas, cosa que muy rara vez se ha hecho. Aún sin conocer el tipo exacto de embarcación, parece obvio que una travesía de gran cabotaje o de altura, así como la navegación nocturna, implica haber alcanzado un nivel mínimo de desarrollo naval y del arte de navegar imprescindible para el éxito de la empresa.
Resulta de especial interés observar las áreas de dispersión [fig. (1)7] de ánforas señalada por Roald F. Docter (1999) entre Cartago y Cádiz en dos momentos cronológicos distintos: el primero durante 770-675 aC, previo a la fundación de Ibiza, y el segundo entre 675 y 575 aC, tras la fundación de la colonia ebusitana. Por un lado, confirmaría plenamente el derrotero de venida a Occidente que ya habíamos señalado con anterioridad (Guerrero 2004 a; 2005), es decir, se navega separado de la costa africana en dirección a Occidente ganando latitud hasta la costa de Murcia y Almería, para seguir en cabotaje por la costa peninsular y no la africana. Este aspecto no cambiará con la fundación de Ibiza, pero sí puede observarse que se abre una nueva e importantísima ruta hacia Cataluña y el Golfo de León.
En la actualidad existe sobrada documentación para asegurar que la pesca, fuera de la plataforma continental, ejercida por cazadores recolectores del Mesolítico (Guerrero 2006 b; 2006 c) constituyó el verdadero acicate del desarrollo naval; como consecuencia de esta estrategia de subsistencia, y no al revés, se produjo el merodeo costero, la exploración y las primeras visitas más o menos sistemáticas de territorios insulares alejados de las bases continentales. El tiempo que en cada caso pudo transcurrir entre esta fase y la verdadera colonización estable y continuada de cada isla es ya otro asunto que requeriría un estudio pormenorizado de cada caso, que en este libro no pretendemos hacer, salvo aquellos que puedan tener trascendencia para las Baleares.
A partir de entonces los barcos que venían de Oriente y Cartago hacia el estrecho de Gibraltar seguían viéndose obligados a ganar latitud igualmente, pero aproximadamente a la altura del paralelo del cabo de Gata se abrían dos opciones [fig. (1)6, 3, 4 y 4a]: continuar hacia el estrecho o virar hacia Ebusus, que aprovechando esta posición estratégica se convirtió en un importante centro redistribuidor en la costa levantina peninsular. 5) Derrotero Liguria, Ródano, Cap de Creus
Un indicador muy fiable del desarrollo mesolítico de la navegación de altura nos lo proporcionan los cambios que se producen en el registro ictiofáunico de muchos yacimientos, pues la presencia de peces, que superan los 300/400 kg de peso, en la dieta de estas comunidades nos indica que su captura, despiece y transporte, en algunos casos cubriéndose más de dos singladuras sin escalas posibles, no pudo realizarse con simples troncos vaciados
Fue muy frecuentado por los barcos masaliotas y etruscos en la redistribución de vino y otras producciones. Sólo de forma muy marginal afecta a las Baleares, en tanto que conecta con la ruta del Delta del Ebro. Tendrá una intensificación extraordinaria tras la Segunda Guerra Púnica, pues constituye una de las vías más importantes de difusión del vino (Tchernia 1986) y la cerámica campaniense, como bien indica la densidad de naufragios jalonados a lo largo de todo este derrotero. Es una de las 42
de Alonesos, perteneciente al archipiélago de las Espóradas, el cual seguramente estaba todavía unido a la Tesalia durante los primeros momentos del tardiglaciar (Van Andel 1989), ha proporcionado también información muy relevante. De los suelos de ocupación descubiertos en las trincheras de excavación abiertas desde 1994 a 1996, correspondientes a niveles mesolíticos, con dataciones absolutas comprendidas entre 8500 y 6500 BC, se han exhumado miles de restos de fauna (Sampson 1998) consumida por los cazadores recolectores ocupantes de la cavidad, entre ellos están presentes muchas espinas de pescado.
como vemos en las canoas de sus contemporáneos continentales. Aunque el asunto sea una cuestión suficientemente conocida, en parte ya citada en este mismo capitulo, es necesario recordar por paradigmática la documentación proporcionada por la cueva de Franchthi, en el Peloponeso. Constituye uno de los sitios arqueológicos ineludibles para el estudio de la capacidad náutica de los cazadores recolectores del tardiglaciar, pues nos proporciona datos fundamentales para confirmar que travesías marinas de 130 a 150 Km. conectadas con estrategias complejas de explotación de recursos marítimos, incluida la pesca de altura, se desarrollaron desde el Mesolítico. A partir de la fase VIII, datada desde 9250-8450 BC y hasta 7750-7370 BC (Perlès 1995), coincidiendo con la llegada de obsidiana originaria de la isla de Melos, el registro arqueológico de la cueva documenta un cambio sustancial en las estrategias de pesca: hasta entonces los restos de ictiofauna correspondían a especies de talla pequeña procedentes de pesquerías realizadas en la costa inmediata, mientras que a partir de esta fase son muy frecuentes los restos de grandes peces como los túnidos.
La pesca en la plataforma costera fue sin duda muy importante y se siguieron sistemas de pesca activa de forma habitual, como lo demuestra la gran cantidad de anzuelos de hueso e instrumentos de obsidiana. Sin embargo, lo sorprendente, y que aquí nos interesa especialmente, es la abundante presencia en la cueva del Cíclope de vértebras de grandes peces (Sampson 1998), que miden hasta cuatro centímetros de diámetro, lo que implica ejemplares alrededor de unos 300 kg de peso. Aunque la isla, como se ha dicho, estaba unida o muy próxima a la Tesalia, la captura de estos grandes peces sólo pudo hacerse con barcas que no pueden considerarse simples canoas.
Esta conexión entre la obisidiana de Melos y las grandes vértebras de peces ya hizo pensar a Jacobsen (1976) que la adquisición de obsidiana de Melos estaba conectada con nuevos sistemas de pesca practicados en las costas del golfo de la Argólida desde el Mesolítico. Por su parte C. Perlès (1995) sugiere que esta pesca de atunes pudo realizarse con almadrabas, cuestión difícil de demostrar arqueológicamente, aunque, de ser así, igualmente el uso de barcas más complejas que las canoas monóxilas simples sería imprescindible. Se ha sugerido también la existencia de una correlación entre los fenómenos de la migración de determinadas especies de peces y las rutas de expansión de corrientes culturales en distintas islas del Egeo (McGeehan 1988), lo que enfatizaría la importancia de los pescadores de altura en la colonización de distintos territorios insulares.
Con anterioridad ya se argumentó que a lo largo de la primera mitad del VIII milenio BC se documenta igualmente transporte de obsidiana desde la Capadocia a Chipre (Guilaine 2003), paro no repetir los mismos argumentos recordemos solamente que el viaje el viaje implicaría hasta Shillourokambos representa un periplo de aproximadamente 159 millas náuticas (296 km). En cualquier caso, la travesía entre la costa turca y Chipre requiere no menos de treinta y cinco horas, y según las condiciones metereológicas probablemente alrededor de cuarenta. Aunque éstas fueran pasables, aceptando una media de 1,65 nudos20, la travesía implica necesariamente una singladura completa sin escalas, pasando una noche de navegación.
Melos no es colonizada definitivamente hasta el Bronce Egeo, durante el IVº milenio BC (Wagstaff y Cherry 1982, 136; Cherry 1985). Por esta razón debemos pensar que probablemente fueron los propios habitantes de Franchthi, cazadores, recolectores y pescadores, los que se desplazaban hasta Melos, donde debían explotar estas fuentes de materia prima, tal vez aprovechando las navegaciones a que les obligaban las pesquerías de atunes en la temporada de las grandes migraciones de estos peces.
Las barcas del neolítico chipriota no las conocemos, cuando comenzamos a visualizar la tecnología naval de la isla es ya durante la Edad del Bronce (Westerberg 1983), aunque entre el corpus de terracotas conocidas tenemos algunas reproducciones que seguramente responden a arquetipos muy antiguos (Guerrero 2007 b), entre ellos las barcas de varillas y las de tablas con elementos ahorquillados para el timón. Estos fenómenos de explotación estacional de islas por cazadores recolectores, más o menos lejanas a la costa, pero que entrañan siempre serias dificultades de acceso, también están documentados en el Mar del Norte. Uno de los casos mejor estudiados lo tenemos en la isla de Colonsay, en Escocia (Mellars 1987; Edwards y Mithen 1995), en la cual se instalaban determinadas temporadas
El asentamiento de Maroula, en isla de Kythnos (Honea 1975), también ha proporcionado interesantes datos sobre la movilidad por vía marítima de los cazadores recolectores. En un contexto datado entre 7500 y 6200 BC han sido hallados instrumentos líticos tallados en obsidiana de Melos y en sílex de las islas de Naxos y Paros.
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Los cálculos se hacen tomando como referencia las experiencias prácticas Monoxilon y Papyrella en los que se consiguieron como media 1,65 nudos propulsándose a remos. Para una discusión más extensa ver Guerrero (en prensa).
Con posterioridad otros estudios han permitido comprobar que el caso de Franchthi no fue excepcional. El registro arqueológico de la cueva del Cíclope en la isla 43
mediano a gran tamaño (Epinephelus gigas, Dentex dentex, Sparus auratus, Muraena helena) sugiere que las actividades de pesca constituían una componente relevante de la subsistencia de las gentes que habitaron el Uzzo durante el Mesolítico. Como en el caso de Monte Leone, debemos pensar que disponían de medios adecuados para la pesca en la plataforma continental inmediata.
al año recolectores mesolíticos que tostaban cientos de kilos de nueces entre c. 7000 y 6000 BC (Mithen et al. 2001), sin embargo, la isla no vuelve a registrar presencia humana hasta 1880-1520 BC, ya durante la Edad del Bronce. En el Mediterráneo occidental los datos no son tan explícitos, sin embargo, tanto el registro arqueológico, como el iconográfico (Cleyet-Merle 1990; Cleyet-Merle y Madelaine 1995; Cremades 1978), del Magdaleniense europeo nos proporcionan pruebas indirectas de la utilización de embarcaciones, al menos para la explotación de recursos marinos de la plataforma costera. Aunque en muchas ocasiones la documentación iconográfica no puede discriminar con claridad las especies representadas, tenemos el caso de la placa decorada de Lespugue (Cleyet-Merle 1990: 26), datada en un Magdaleniense antiguo o medio, en la parece meridianamente claro que se representó un pez de indiscutible asimetría corporal, con los dos ojos en una de las caras, como ocurre en las platijas, especies que requieren algún artilugio náutico para poder capturarlas.
Durante el Neolítico la tecnología naval, tanto de las comunidades predinásticas del Próximo Oriente (Guerrero 2007 a), como los grupos neolíticos de Occidente (Guerrero 2006 c), incluidos los de la fachada atlántica (Guerrero en prensa), alcanzarán cotas insospechadas que la investigación, no especializada en temas náuticos, ha tardado en reconocer. Sin dudas las bases tecnológicas estaban asentadas desde el Mesolítico, sin embargo, es a partir del Neolítico cuando tenemos evidencias de barcas complejas, no sólo a partir de la iconografía, como la proporcionada por el dolmen de Antelas, Oliveira de Frades, Viseu (Shee-Twohig 1981, 150-151, fig. 38), sino también desde el registro arqueológico directo, el cual nos proporciona datos seguros de la existencia de barcas de tablas, como el del lago Kastoria, al Oeste de Macedonia, datado por radiocarbono entre 5260 y 5360 BC (Marangou 2001; 2003), y, además de tablas, seguramente batangas o catamaranes en el asentamiento de la Marmotta (Fugazzola et al. 1993; Fugazzola 1995; 1996).
En ambientes propiamente insulares, ya ocupados por gentes mesolíticas, merece la pena recordar que en el abrigo corso de Monte Leone21 (Vigne y Desse-Berset 1995; Vigne 1995) un buen sistema de registro de las excavaciones ha permitido recuperar, a partir de 10 litros de sedimento por 1 m2, la presencia de más de 8000 restos de ictiofauna; de los cuales se han podido identificar con claridad las familias y/o especies de 314 de ellas22. El resultado pone en evidencia que una de las estrategias de subsistencia, tal vez estacionales, de la comunidad que ocupaba el abrigo era la pesca de peces en aguas de la plataforma continental, desde los relativamente pequeños a otros de entre 1 y 2,6 kg de peso medio. Un estudio preliminar de la composición de la ingesta de proteínas (Tozzi y Vigne 2000) de las gentes de Monte Leone indicaría que el 74% del aporte venía del roedor endémico Prolagus sardus, un 5% de aves y roedores, mientras que el pescado de origen marino estaría representado por un 21% del total. Aún con todas las cautelas debidas a una excavación no concluida, puede afirmarse que la aportación de la pesca a la subsistencia del grupo humano que ocupó el abrigo era muy relevante y en ningún modo representa una dieta ocasional.
Los distintos casos mencionados parecen más que suficiente para concluir que no fue el desarrollo de la tecnología naval de las comunidades continentales mesolíticas, ni mucho menos neolíticas, el factor que pudo retardar la colonización humana del archipiélago balear. Seguramente sobre este aspecto es digno de adelantar el hallazgo, que en su momento se analizará, de industria lítica en dos yacimientos menorquines (Fullola et al. 2005), los cuales nos remiten a visitas muy antiguas a la isla de Menorca por comunidades preneolíticas continentales, sin que las mismas cuajasen en un poblamiento definitivo de la isla; que precisamente el hallazgo se haya producido en la isla con mejores condiciones de conexión con el continente no parece ser un hecho casual. En el capítulo correspondiente se analizará con todo detalle la documentación que el registro arqueológico de las islas ha proporcionado, pero puede adelantarse que en el intervalo temporal c. 2500-2300 BC, al menos, la isla mayor tenía una población estable plenamente asentada, que explotaba ya mediante sistemas complejos todos lo nichos ecológicos y disponía de una cabaña ganadera completa, en régimen de pastoreo trashumante, de la que aprovechaba sus productos secundarios y una producción industrial, como la cerámica y seguramente la metalúrgica, local. Esta entidad arqueológica no se aviene bien con la precaria situación que cabría esperar de una fase de adaptación a un entorno geográfico desconocido y hostil, sino a un panorama cultural correspondiente con unas poblaciones ya plenamente asentadas en las islas.
Datos menos precisos tenemos de la gruta siciliana de Uzzo (Piperno 1985), donde en niveles también mesolíticos, datados entre 7050-6630 BC, el registro ictiológico documenta la caza de mamíferos marinos y otras especies de gran tamaño. Los cetáceos efectivamente pudieron ser despedazados y aprovechados tras su muerte varados en las playas, sin embargo, la presencia de otros peces de 21 Hoy se cuenta con varias dataciones radiocarbónicas de la secuencia mesolítica de este importante yacimiento, las cuales se jalonan en el periodo que va de 9750 ±175 a 8056 ±60 BP (Vigne et al. 1998). 22
En nuevas excavaciones se ha localizado también un hueso de foca y un pequeño número de restos de delfín (Vigne 1998). Los restos de ambas especies pudieron ser obtenidos sin necesidad de navegación: los primeros con estrategias propias de caza y los segundos aprovechando animales moribundos varados en las costas, como puede haber ocurrido también en la gruta siciliota del Uzzo.
Aunque afortunadamente la información arqueológica ha dado en los últimos años un giro radical, tanto cualitativa, 44
como cuantitativamente, habíamos planteado desde hace años (Guerrero 2001; Calvo et al. 2002), que debía contemplarse un esquema explicativo del proceso de ocupación humana primigenia de las islas el cual tuviese en cuenta las fases previas que forzosamente se dan en todas las ocupaciones territoriales, especialmente en los entornos insulares (Graves y Addison 1995). No se nos ocultaba entonces, ni tampoco ahora, la dificultad de obtener un registro arqueológico denso relacionado con estas fases de preasentamiento. Aunque el registro documental ha mejorado, no importa recordar que sólo en la fase final del proceso, coincidente con el asentamiento estable se generará un nivel de “visibilidad” arqueológica suficientemente nítido. Las etapas que en su momento propusimos las volvemos a recordar ahora que han aumentado los indicios arqueológicos atribuibles a ellas:
núcleo social matriz no se vea interrumpido. El registro arqueológico de esta fase comienza a ser significativo y es fácil que se generen asentamientos funcionalmente distintos, aunque jerárquicamente dependientes. De igual forma la documentación indirecta de la presencia humana en el medio insular se hace muy evidente, mediante un impacto medioambiental severo, que se traduce en la introducción de especies botánicas exógenas y la desaparición de muchas de las autóctonas. De igual forma, el complejo faunístico suele acusar una renovación intensa de la fauna, que puede llegar a suponer la extinción masiva de todas las especies autóctonas, sobre todo en los mamíferos. La presencia de especies domésticas es una prueba incontrovertible de que la presencia humana en las islas tiene una vocación de permanencia a largo plazo.
1) Exploración y descubrimiento: Fase caracterizada por los tanteos previos, visitas más o menos esporádicas, tal vez de forma casual las primeras. El registro arqueológico de esta fase es, en condiciones normales, prácticamente inexistente y la documentación indirecta puede ser muy opaca. Los indicadores más sólidos pueden encontrarse más fácilmente en la detección de cambios bruscos en la cubierta vegetal y en extinciones masivas de fauna endémica, no justificadas en catástrofes ambientales de índole natural. Obvio es decir que las actividades de exploración y descubrimiento siempre conllevan la intención del regreso a las bases de origen y no genera la formación de yacimientos arqueológicos densos, como poblados y necrópolis.
A todo ello hoy podríamos añadir, aceptando la propuesta de C. Broodbank y T.F. Strasser (1991) para Creta, que esta fase no se produce mediante goteos de llegadas de pequeños grupos humanos, sino mediante la planificación meticulosa de una ocupación territorial a medio y largo plazo. En los momentos que planteamos (Guerrero 2001) esta secuencia para el poblamiento primigenio de las Baleares la información arqueológica era extraordinariamente precaria, de forma que debía contemplarse más como una propuesta teórica, que bajo el prisma de un análisis de datos arqueológicos consolidados. Sin embargo, desde 2001 hasta hoy, el panorama ha mejorado notablemente. Además de tener ahora indicios de visitas estacionales a Menorca por comunidades seguramente preneolíticas, un conjunto de datos, que serán analizados en su momento, pueden adscribirse a una fase inicial de la colonización humana.
2) Frecuentación: Durante esta fase las visitas suelen adquirir un carácter más regular y pueden tener como objetivo la explotación de algunos recursos estacionales. A su vez el conocimiento del territorio se intensifica y se puede valorar de forma más fundamentada el interés potencial del mismo. Los protagonistas de esta actividad no suelen ser comunidades con su estructura social completa, sino algunos individuos con capacidad de afrontar los riesgos que conllevan estos viajes, los cuales incluyen la intención del regreso a las bases originales de residencia. El registro arqueológico, si se conserva, resulta débil e incompleto en el plano artefactual, como suele ocurrir en todos los asentamientos estacionales. Por el contrario, la documentación indirecta puede mostrarse algo más intensa y elocuente en forma de alteraciones en la cubierta vegetal como consecuencia, por ejemplo, de la existencia de fuegos forestales intencionados (Mellars 1976, Edwards 1982, Edwards, Ralston 1984, Riera 1996). De forma paralela se suele producir una alteración de la composición faunística original, con posibilidad de rápidas extinciones parciales de algunas especies (Sondaar 1977, 1996).
La cadencia con la que se suceden estas etapas y el tiempo que puede transcurrir entre una y la siguiente depende de multitud de factores y puede dar lugar a una secuencia con ritmos muy diversos. Para un mejor entendimiento del proceso W. Graves y D.J. Addison (1995) establecieron una serie de modelos para el estudio de los ritmos en la colonización de Polinesia, que en gran medida pueden ser útil recordarlos aquí. Distinguieron tres fases básicas: descubrimiento, colonización y establecimiento, que podían sucederse de la siguiente forma: Modelo I: El descubrimiento, la colonización y el establecimiento definitivo son relativamente simultáneos en el tiempo y en el espacio. Para ello es imprescindible que el grupo de pobladores originales o sea lo suficientemente grande o sea rápidamente completado por un nuevo aporte poblacional, lo que les permite conseguir el nivel demográfico suficiente para el establecimiento definitivo.
3) Asentamiento estable o colonización: El poblamiento real se produce cuando una formación social completa decide ocupar de forma permanente la isla. El traslado contempla, como es lógico, la instalación de gentes de todos los grupos de edad. Su éxito demográfico a corto plazo dependerá que lo compongan un número mínimo y suficiente de individuos con capacidad reproductora, o bien que el contacto con el
Modelo II: En este segundo modelo, el descubrimiento precede lógicamente a la colonización, pero transcurre un intervalo significativo de tiempo entre ambos. Mientras que la colonización y el establecimiento definitivo se producen de forma casi simultáneas.
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Menorca y las Pitiusas entre 2300 y 2100 BC. Consolidándose la situación en Menorca a partir de c. 2000/1900 BC, sin que tampoco volvamos a observar un retroceso significativo.
Modelo III: En este tercer modelo, el descubrimiento y la colonización son relativamente simultáneos, sin embargo, el establecimiento definitivo no se produce hasta después de un largo periodo de tiempo. Este es el modelo que seguirían aquellas islas que son frecuentadas estacionalmente en busca de un determinado recurso, pero en la que no se instala definitivamente una población hasta mucho después.
Sin embargo, en las Pitiusas el registro arqueológico es tan débil, y en algunos momentos tan difuso y poco significativo, que resulta difícil describir una continuidad poblacional robusta como vemos en las otras islas en ningún momento de su prehistoria. La menor intensidad investigadora en esas islas nos impide valorar bien hasta qué punto estamos ante lagunas en el conocimiento o frente a despoblamientos más o menos largos; o tal vez crisis demográficas que pudieron dejar bajo mínimos a los grupos humanos asentados en aquellas islas. La exploración territorial intensiva con fines de catalogación de yacimientos arqueológicos llevada a cabo las últimas décadas no ha registrado la presencia de indicadores que permitan pronosticar una población demográficamente densa en ningún momento anterior a la colonización fenicia y púnica de las islas.
Modelo IV: En este último modelo, cada una de las fases, descubrimiento, colonización, establecimiento definitivo, están separadas por intervalos temporales importantes. El registro arqueológico de las Baleares nos muestra que el establecimiento definitivo se produjo primero en la mayor de las islas, Mallorca, seguramente la que disfrutaba de una biodiversidad más acusada, con nichos ecológicos más variados. Mientras que se demoró algunos siglos en Menorca y las Pitiusas. Sin embargo, es difícil pensar que estas últimas islas permaneciesen vírgenes el intervalo de tiempo que transcurrió hasta el establecimiento definitivo en ellas de nuevas comunidades. Los merodeos y las frecuentaciones humanas del resto de islas del archipiélago tras la colonización y establecimiento definitivo de Mallorca debieron de ser más o menos continuos. El reto de la investigación futura es conseguir un registro arqueológico, paleontológico y paleobotánico que permita identificarlo, así como medir el grado de repercusión que tuvo sobre el ecosistema primigenio.
El alto número de yacimientos individualizados en el extremo Sur de Formentera, Cap de Barbaria (Costa y Fernández 1992), más de una veintena, en un radio aproximado de aproximadamente dos km, no debe inducirnos a error, pues pueden responder a ocupaciones relativamente breves del mismo espacio y no a una alta densidad de población, que sería, por otro lado imposible en un territorio pobre y muy marginal con escasa potencia edáfica.
Un aspecto no baladí de las colonizaciones primigenias es el que atañe a las dificultades que tienen las pequeñas comunidades humanas en un medio insular para mantener un éxito demográfico a largo plazo. Estudios realizados sobre la colonización de islas oceánicas del archipiélago Marshall han permitido establecer (Williamson/ Sabath, 1984) un modelo válido para la investigación de fenómenos coloniales, protagonizados por grupos humanos muy reducidos en islas de poca extensión, cuyos tres principios básicos son los siguientes: 1) La colonización protagonizada por grupos menores de 80 individuos tiene altas probabilidades de extinción, especialmente cuando las islas presentan baja productividad (low carrying capacities). 2) La posibilidad de una extinción sería mucho más alta en los casos en los que el grupo colonizador no tiene contacto con los grupos matrices. 3) Un sistema de subsistencia menos intensivo que la agricultura o la ganadería (economías de caza, pesca y recolección) hace decrecer notablemente las oportunidades de mantener estable el poblamiento.
Los primeros intentos de establecimiento permanente en la isla de Mallorca pudieron tener lugar en intervalo temporal que media entre c. 2900/2800 y 2500 BC (Guerrero y Calvo en prensa), lo que seguramente nos podría remitir a poblaciones aún premetalúrgicas, aunque con sistemas de explotación ganadera complejos como la trashumancia estacional y la explotación de los productos secundarios de la ganadería. Por lo tanto, otro aspecto que debe someterse a discusión, además de la posibilidad técnica de acceso a las islas, es la capacidad de transporte de las barcas, incluyendo tripulantes, pasajeros, animales, así como la planificación de la intendencia imprescindible para soportar la travesía. Ni que decir tiene que el papel jugado por el desarrollo de la arquitectura naval neolítica jugó papel crucial en la definitiva colonización y explotación intensiva de todos los territorios insulares, tanto el de las grandes islas, como Chipre (Peltenburg et al. 2001; Guilaine 2003; Guilaine y Briois 2005) o Creta (Broodbank y Straser 1991), e igualmente islas de extensión menor, incluso muy pequeñas, como los islotes tirrénicos (Tozzi y Weiss 2000), Pantelaria (Courtin, 1983), Lampedusa (Radi, 1972), o como Agios Petros (Efstratiou 1985) del archipiélago de las Espóradas. Y seguramente estas mejoras en la arquitectura naval permitieron contemplar la definitiva ocupación de islas tan alejadas del continente como las Baleares.
Cuando se superan los riesgos de extinción que conllevan las comunidades pequeñas y aisladas y las estrategias de adaptación al medio insular han resultado exitosas, las posibilidades de crecimiento exponencial aumentan (Keegan y Diamond, 1987). Este proceso pudo haber tenido lugar en Mallorca entre 2900/2800 y 2500 BC. A partir de mediados del tercer milenio la población asentada no parece sufrir crisis demográficas, sino un crecimiento paulatino, probablemente con nuevos aportes de gentes continentales, que ya no parece tener riesgo alguno de extinción. El mismo proceso pudo ocurrir en
En el caso de los colonizadores neolíticos de islas no se puede olvidar la imprescindible capacidad de las barcas para cargar, no sólo hombres y algunos implementos, 46
discutirán, parecen apuntar que la primera fase del asentamiento en Mallorca pudo estar soportada en una ganadería exclusiva de ovicaprinos.
sino también animales (Masseti y Vianello 1991). En algunos casos, como Chipre, se embarcaron también especies no domésticas de tallas grandes como el gamo23 (Dama mesopotámica), que en algunos asentamientos, como Ais Yiorkis (Simmons 1998; Guilaine y Briois 2005), representa un porcentaje relativamente alto de restos entre los mamíferos consumidos (Guilaine 2003, 94-96). El gamo fue también transportado por la comunidad neolítica establecida en el islote de Agios Petros, próximo a la isla Kyra Panagia (Efstratiou 1985, 54), aunque en un porcentaje sensiblemente menor, lo que es lógico si tenemos en cuenta la escasa dimensión del islote; junto con el gamo también introdujeron el íbice (Capra ibex) y la cabra de Bezoar (Capra aegagrus), característica de Oriente Medio. Agios Petros está muy próxima a la costa, pero el acceso a Chipre tiene más complejidad y los cargamentos de animales vivos no son fáciles de realizar. Tal vez se utilizó un sistema de trasporte de estos animales tal y como hacen hoy día los aborígenes de las islas de Andaman (Clutton-Brock 1999, 205) con otra especie similar al gamo (Axis axis), los cuales llevan maniatados de dos en dos, portando cada barca entre cuatro y seis ejemplares. Sobre la llegada de los primeros pobladores neolíticos de Creta, C. Broodbank y T. F. Straser (1991) realizan unas interesantes reflexiones sobre los problemas náuticos que debieron resolver para que pudiera colonizar la isla un grupo humano, en número indispensable que tuviera continuidad demográfica, así como los pertrechos, incluidas semillas y bestias. Compartimos con dichos autores la opinión de que este tipo de empresas no están en absoluto improvisadas, ni responden a un sistema de “goteo” de llegadas esporádicas, sino a una única acción cuyo objetivo final es la colonización de un territorio ultramarino y, por lo tanto, están implicados todos los componentes del grupo humano que lo protagoniza. Sin embargo, esto no excluye que el traslado de la comunidad esté precedido del establecimiento previo de una “cabeza de puente” protagonizada por un grupo de personas más restringido, portando a bordo en estos primeros intentos sólo cerdos, cabras y ovejas preñadas, junto con algún macho reproductor de cada especie. Asegurada esta primera base colonial, con elementos de la cabaña ganadera más resistentes y menos exigentes en el transporte, puede procederse a sucesivos reforzamientos incluyendo bóvidos. Esta colonización, aunque escalonada, no implica largos espacios temporales entre una llegada y la siguiente, por lo que el proceso puede considerarse realmente una sola empresa colonizadora. Visto así, el cálculo que hacen C. Broodbank y T. F. Straser de de carga, entre 15.450 a 18.900 kg, imprescindible para una primera llegada debe rebajarse considerablemente, como igualmente la intendencia de la expedición, alimento y agua para hombres y bestias, puede también simplificarse notablemente. Algunos indicios que en su momento se 23 Un hueso de esta especie está datado (DRI-3443: 7658 +-105 BP) en Ais Yiorkis 6700-6240 BC.
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Figura (1)8 1-2: Verificación arqueológica de la dificultad del derrotero directo entre Baleares y Cerdeña, tomando como indicador la dispersión de ánforas ebusitanas y púnicosardas. A partir de datos de J. Ramón (1995). Figura (1)9 1-3: Monóxila del lago Bracciano. Estratigrafía, secciones y piezas de la arquitectura naval, según Fugazzola (1996; et al. 1993, 1995). Figura (1)10 1: Pintura neolítica del dolmen de Antelas representando una barca de tablas, según Shee-Twohig (1981). 2: Recreación de una barca neolítica según Bonino (2005). 3-4: Barcas de Ferribay, según Wright (1990, 1994). Figura (1)11 Embarcación compleja de base monóxila con batanga de Sry Lanka, fabricada y guarnida sin ningún elemento metálico, según Kapitän (1998). Figura (1)12 1: Canoa de Papua con el espejo de popa postizo (según Cheneviere 1995). 2: Pescadores de Lakemba, Melanesia, con catamarán de base monóxila y vela alternativa a la clásica mediterránea (según Cheneviere 1995). 3: Monóxila con batangas de Zanzíbar (A. Vilar). 4: Jangada brasileña (foto V.M. Guerrero).
Índice y créditos de figuras Figura (1)1 1-2: Registros de fases climáticas durante el Holoceno, a partir de distintos indicadores, fechados por radiocarbono, según L.D. Harvey (1980). Figura (1)2 1: Desarrollo de la curva climática en Europa Central desde el Neolítico hasta la Edad del Hierro, según Bouzek (1993). 2: Fluctuaciones climáticas a partir del avance y retroceso de los glaciares en ambos hemisferios, con los periodos fríos (c) y cálidos (w) entre el 3000 BC y el 2000 AC. Publicado por Kristiansen (2001). 3: Oscilaciones de la temperatura de las aguas del océano Atlántico a la altura del mar de los Sargazos, entre el 3000 BC y el cambio de Era, según Keigwin (1996). 4: Intervalo de calibración del episodio frío 930-810 BC a partir de cinco dataciones C14 (2760 a 2620 BP) en el hábitat del Bronce de West-Friesland (Holanda), según Van Geel (et al. 1998). 5: Variaciones climáticas entre 2500 BC basadas en C14 asociadas a fases y cambios culturales en Europa, según Kristiansen (2001). Figura (1)3 1: Situación de los frentes atlántico y africano durante el verano y el invierno, según Pryor (1995). 2: Áreas de circulación de los vientos en la troposfera en las condiciones climáticas de las fases cálidas, según Van Geel y Renssen (1998). 3: Modificaciones en las áreas de circulación de los vientos en la troposfera en las condiciones climáticas de las fases frías, según Van Geel y Renssen (1998). Figura (1)4 1: Frecuencia, intensidad y dirección de los vientos en las cuatro estaciones del año, con datos tomados de los derroteros del Mediterráneo, publicado por S. Medas (2005). 2: Derivas ciclónicas del Mediterráneo central y occidental, según Metallo (1955). Figura (1)5 1: Áreas de avistamiento entre las islas y el continente en condiciones favorables, según Guerrero (2004). 2: Trayectos que comportan una o dos singladuras de 700 estadios con barcos que desarrollen velocidades medias de 3 nudos. Basado en Arnaud (2005). Figura (1)6 1: Mallorca divisada desde el cabo Artrutx de Menorca (foto V.M. Guerrero). 2: Mallorca divisada desde la cima del barranco de Trebalúger, Menorca (foto V.M. Guerrero). 3: Principales derroteros contrastados arqueológicamente que conciernen al mar balear, según V.M. Guerrero (2004). Figura (1)7 1: Verificación arqueológica del derrotero 4a con datos de distribución de ánforas, tomado de Docter (999). Cronología no radiocarbónica. 2: Ampliación del anterior derrotero hacia Cataluña y Golfo de León tras la fundación de Ebusus, con datos de distribución de ánforas, tomado de Docter (999). Cronología no radiocarbónica. 48
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II LOS PRIMEROS INDICIOS DE OCUPACIÓN HUMANA EN LAS BALEARES (Manuel Calvo y Víctor M. Guerrero)
través de la zona costera de Denia podrían preconizar tempranas visitas a esas islas, con independencia del momento en el que se estableció una población estable.
II. INTRODUCCIÓN En el capítulo anterior hemos mencionado las condiciones, las formas y las estrategias que siguen las comunidades humanas en la exploración y ocupación de nuevos territorios. Ahora nos ocuparemos de indagar si en el registro arqueológico, paleontológico y paleoecológico existen algunos indicios que nos permitan seguir algunas pistas, por débiles que fueren, para conocer cómo y cuándo se pudieron producir los primeros contactos de grupos humanos con las islas.
Las Pitiusas constituyen el conjunto de islas más fáciles de alcanzar desde el continente en navegación de cabotaje. En buena lógica el registro más antiguo debería localizarse en aquellas islas, pero carecemos de datos para el horizonte cronológico correspondiente a la primera mitad del III milenio BC. Sin embargo, de los argumentos ex silentio no deben extraerse conclusiones, y ya advertimos en otra ocasión (Costa y Guerrero 2002) que jamás se ha llevado a cabo un plan con estrategias de estudio metódicamente proyectadas para llenar este vacío de la investigación. Hoy por hoy el único registro arqueológico sólido de grupos humanos plenamente asentados en estas islas, como en su momento veremos, nos remite a la segunda mitad del III milenio BC.
No está demás recordar que la hipótesis de partida con la que trabajamos es que la llegada del hombre a una de las islas provocaría la exploración inmediata del resto del archipiélago, por lo que, una vez ocupada alguna, el resto de islas no quedarían al margen como tierras ignotas durante mucho tiempo. Los modelos contrastados de movimientos humanos en Oceanía, Polinesia y Micronesia (Irwin 1992), nos indican que las ocupaciones humanas saltaron de archipiélago en archipiélago y no de isla en isla. Siempre que éstas se divisen entre sí y no existan obstáculos insalvables de acceso entre ellas, la presencia humana en todas las islas de un mismo archipiélago se produce de forma prácticamente simultánea. Un fenómeno similar puede observarse en el Mediterráneo (Broodbank 2000).
En prehistoria hablar de orígenes es siempre moverse en un mar de incertidumbres, y lo es fundamentalmente por que el registro arqueológico sólo se muestra visible a ojos de la investigación cuando se produce una actividad humana intensa y sostenida en el tiempo. La posibilidad de que los restos materiales de las primeras exploraciones, merodeos ocasionales e, incluso, ocupaciones esporádicas de tipo estacional, se conserven en condiciones de poder ser descubiertas y estudiadas por la arqueología son prácticamente nulas.
Desde la costa de Artà y Capdepera en Mallorca y, aún mejor, desde la costa occidental y suroeste de Menorca ambas islas, como ya hemos expuesto en los capítulos anteriores, se divisan mutuamente de forma prácticamente cotidiana; el canal que las separa puede cruzarse incluso con simples canoas invirtiendo en ello entre siete y once horas según el estado del mar, el tipo de barca y el número de remeros. De igual manera, desde Ibiza, en buenas condiciones se divisa Mallorca y, a su vez, Ibiza es visible desde los altos del Montgó, en Denia, Valencia. Por todo ello, Mallorca y Menorca ofrecen las condiciones más idóneas para que pueda suponerse de forma razonable que la presencia humana fue en ellas prácticamente simultánea. Otra cosa bien distinta es que soportasen una explotación diferencial de sus territorios. Por esta razón, examinaremos los primeros indicios de presencia humana en las Baleares de forma conjunta en estas dos islas. El estado de la investigación en las Pitiusas no permite aclarar este panorama, pero las buenas posibilidades de conexión con el continente a
A partir de datos bien contrastados y en estos momentos disponibles, una colonización permanente de las Baleares, con continuidad demográfica a largo plazo, sólo está constatada arqueológicamente desde mediados del tercer milenio BC. Por lo tanto en este epígrafe someteremos a discusión toda la información que consideramos relevante para sostener que las islas pudieron sufrir algún tipo de presencia humana anterior a la consolidación definitiva de la misma. II.1. Industria lítica de Binimel·là y Ciutadella (Menorca) Siguiendo un orden cronológico en la exposición de las evidencias disponibles, corresponde en primer lugar presentar los hallazgos de industria lítica procedente de dos yacimientos distintos de Menorca: Binimel·la y
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Ciutadella1. Aunque las condiciones de los hallazgos, material lítico en superficie y seguramente en posición secundaria, no han permitido obtener de los mismos una cronología absoluta, podemos considerarlos como uno de los indicios más primitivos de presencia humana en las islas, ya que, el tipo de instrumentos y las estrategias de talla con la que están fabricados, habían desaparecido con la aparición y expansión de las comunidades neolíticas continentales.
sílex que se encuentran en niveles de calcáreas con estratificación media como en el caso de Monte Toro, S’Arenal des Castell o Cala Mica. Estos nódulos tienen una morfología irregular y, en sección, alternan bandas claras y oscuras de estructura concéntrica. II.1.1. Análisis de la materia prima empleada El conjunto de materiales estudiados, a pesar de mostrar un aspecto macroscópico variado, está constituido por un único tipo petrológico. Se trata de radiolaritas [fig. (2)3, 2-3]. Las radiolaritas son rocas sedimentarias silíceas de origen biogénico constituidas por la acumulación primaria de radiolarios (protozoos marinos planctónicos con esqueleto opalino). Estos microfósiles silíceos han sido especialmente abundantes en las cuencas oceánicas desde el Paleozoico hasta la actualidad. Las radiolaritas suelen aflorar en litofacies estratificadas, es decir, formando capas o bancos continuos. Su estratificación suele ser centimétrica, y frecuentemente conserva evidencias de estructuras sedimentarias relacionadas con la presencia, junto a los radiolarios y a espículas de esponjas silíceas, de sedimentos clásticos finos o carbonatados (Tarriño, 1998).
La playa de Binimel·là [fig. (2)1], en el término municipal de Mercadal, está situada aproximadamente en la zona central del norte de la isla que, como es sabido, pertenece geológicamente hablando a la Era Primaria. Se trata de una cala flanqueada por dos colinas y en la que desemboca un torrente que es el que ha aportado parte de los sedimentos que forman la playa. La colina, o mejor dicho, el macizo de levante, que acaba en un acantilado sobre el mar, está formado por antiguas dunas del Cuaternario sobre el terreno primario, por lo cual también hay un buen ejemplo de afloramientos de sedimentación de época paleozoica. En su parte inferior tenemos radiolaritas negruzcas, sobre ellas calcáreas que se intercalan con capas de pizarra y, en la parte superior, turbiditas. En la punta de poniente llamada de Sa Marineta también aparecen materiales del Paleozoico: pizarras, gres y calcáreas (Rossell y Llompart, 2002, 153).
Macroscópicamente podemos definir estas radiolaritas como rocas de grano fino o muy fino. La observación a grandes aumentos con la lupa binocular2 nos ha permitido constatar la presencia de radiolarios; sin embargo, éstos no permiten ningún tipo de determinación precisa dado su estado de preservación, que suele ser muy deficiente. Este hecho se debe precisamente a los procesos diagenéticos de disolución de la sílice de los caparazones de los propios radiolarios, que es la fuente de sílice que genera, al volver a precipitar, este tipo de rocas sedimentarias silíceas (De Wever et al., 1994).
Son precisamente las rocas sedimentarias denominadas radiolaritas [fig. (2)3, 5] las que aparecían, muy fragmentadas, incluso microlíticas, en varias zonas de Binimel·là, concretamente en la Punta de Sa Marineta y en el aparcamiento de la playa para cuya construcción se habían destruido las dunas cuaternarias colocadas sobre el terreno primario. Algunos de estos materiales, precisamente los recogidos en Sa Marineta, presentaban restos de talla realizada intencionadamente por el ser humano para convertirlos en utillajes, como veremos seguidamente.
Las radiolaritas estudiadas presentan las superficies lisas pero, por lo general, una aptitud para la talla baja o mediocre, dada el alto grado de fisuración que padecen, por los procesos tectónicos que las han afectado.
Las radiolaritas, tal como se describe detalladamente más adelante, son rocas sedimentarias de composición silícea, de colores sobre todo verdosos, aunque también las hay rojizas y negruzcas. Son muy duras (Rossell y Llompart 2002: 36) y, por lo tanto, pueden realizar, con ciertas dificultades en su talla, la misma función del sílex utilizado por tantas comunidades prehistóricas. Afloramientos de estas rocas también aparecen en otras zonas del norte de la isla como Ferragut, Rafal Roig, Binifaillet, Santa Margalida y Llinàritx Nou.
El color no es un buen criterio para la definición macroscópica de este tipo de rocas. Si bien, por lo general, suelen presentar tonalidades negras o grisáceas oscuras, denominándose entonces liditas -radiolaritas estratificadas propias del Silúrico- (Cayeux, 1929), o bien rojas y violáceas, denominándose entonces jaspes de radiolarios, (IEC 1997), éste no es nuestro caso. En las radiolaritas aquí estudiadas la variedad colorimétrica es importante. Junto a las tonalidades grisáceas típicas, se han puesto de manifiesto colores rojizos vinculados a la presencia de pátinas postdeposicionales ferruginosas, y diversas tonalidades de la gama de los verdes, especialmente en las partes más externas de los bloques, que deben relacionarse con los procesos de oxidación sufridos por los minerales de manganeso presentes en las muestras.
Además de la radiolarita también aparecen en Menorca otras rocas sedimentarias silíceas, muy duras y susceptibles de ser trabajadas y utilizadas como instrumentos, entre ellas tenemos nódulos arriñonados de 1 Los aspectos técnicos de la industria lítica han sido publicados en: Fullola, J..; Calvo, M.; Mangado, X.; Rita, C.; Gual, J.M.; Danelian, T., 2005, La industria lítica de Binimel·là (Mercadal, Menorca), indicio de la primera ocupación humana de la isla de Menorca, Mayurqa 30, 4578.
2
La observación con la lupa binocular Zeiss KL1500 LCD ha sido llevada a cabo en el UMR 5143 “Paléobiodiversité et Paléoenvironnements” en la Université Pierre et Marie Curie (Paris VI).
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piezas tecnológicas de mantenimiento de la producción que nos permitan defender una producción in situ, para un posterior uso diferido de los mismos, o que nos permitan suponer una realización generalizada de soportes que posteriormente eran transportados y utilizados en otros contextos o yacimientos. Esta ausencia de elementos diagnósticos nos inclina a pensar que en los lugares de los hallazgos no se llevaron a cabo ni la preparación de núcleos ni su explotación, ya fuera ésta inmediata o a posteriori.
II.1.2. Técnica de talla y tipos de instrumentos Las características del hallazgo mismo (al aire libre y sin contexto de otros materiales arqueológicos asociados), así como el marco geológico y geográfico en que se ha llevado a cabo (ambiente insular), nos lleva a ser muy prudentes en nuestro análisis tecno-tipológico. De hecho esta primera aproximación pretende establecer la naturaleza precisa del conjunto de los materiales que creemos poder considerar como verdaderamente arqueológicos.
A nuestro parecer nos encontramos ante el aprovechamiento directo de los bloques de materia prima en bruto, dado que la radiolarita es una roca sedimentaria silícea que no presenta córtex, ya que no se genera como consecuencia de procesos diagéticos en rocas encajantes de tipo carbonatado, sino que es fruto de la acumulación primaria de microfósiles silíceos. La ausencia de córtex, así como la presentación de los bloques de materia prima, en forma de paralepípedos, permitiría la explotación del volumen de talla sin apenas inversión en la configuración de los núcleos. Además la calidad de la materia prima, más que mediocre, como hemos enunciado anteriormente, parece sustentar una explotación de carácter oportunista y poco elaborada (núcleos de tipo “ecaillé”).
Del total de restos líticos recuperados, más de 200, sólo 91 han retenido nuestra atención. En principio aquellos que mostraban aspecto tallado, de los cuales 52 han mostrado la presencia efectiva de retoque (57,14%). Este porcentaje es muy elevado, pero debe tenerse en cuenta que no tuvimos en consideración el total de los restos líticos recuperados; si tal hubiese sido el caso, seguramente, este porcentaje de elementos retocados se vería sensiblemente reducido. Entre los materiales retocados [fig. (2)2] predominan los restos líticos de retoque simple (31), seguidos por los núcleos (13) y las piezas de retoque abrupto (8). Sin embargo, esta representación tipológica debe relativizarse, especialmente en lo que a los elementos de retoque simple se refiere, ya que debemos señalar que una buena parte de los mismos corresponden a elementos de retoque marginal, varias raederas y una punta, que tanto pueden responder a procesos relacionados con la actividad antrópica como a retoques generados como consecuencia de dinámicas naturales. Si nos hemos inclinado por tenerlos en cuenta es debido a la continuidad de los retoques y a que hemos apreciado un alto porcentaje de posibilidades de que el origen sea antrópico. Sin embargo, junto a estos elementos que contienen un margen de incertidumbre en su interpretación, hemos recuperado otros claramente retocados (5 raspadores, 8 raederas de retoque profundo, algunas de ellas dobles, una punta y dos denticulados) que difícilmente se pueden atribuir a procesos no antrópicos, en los que se aprecia claramente la intencionalidad humana.
Finalmente, los elementos de retoque abrupto también merecen nuestra atención. La mayor parte de soportes laminares corresponden a las partes más externas de los bloques de radiolarita. Estos soportes se caracterizan por unas morfologías paralepípedas rectangulares y un intenso color verde. Estas formas alargadas no parecen corresponderse con soportes obtenidos por la acción del hombre, más bien parecen ser el resultado de la fractura de los bloques de radiolarita siguiendo los planos de diaclasado, hecho que generaría de manera natural soportes de aspecto laminar. Ahora bien, si no podemos atribuir a la acción antrópica el proceso de obtención de los soportes, y por ende de algunas de las piezas retocadas abruptas (A2, LD11), que a nuestro entender serían fruto de procesos naturales, hay otras, en cambio, que sólo pueden entenderse como fruto de la actividad antrópica de manufactura de útiles (T21 y LD21), “curiosamente” todas ellas confeccionadas sobre soportes fuertemente alterados de color verde.
Por lo que respecta a los núcleos, salvo en tres casos – núcleos piramidales-, el resto son de tipo “ecaillé”, con dos planos de percusión opuestos relacionados probablemente con procesos de lascado sobre percutores durmientes, que creemos no pueden explicarse tampoco de otra forma que por la acción antrópica.
El conjunto lítico de Ciutadella [fig. (2)3, 1] se recuperó tras una prospección superficial no programada a finales de la década de los 90 del siglo XX por un alumno menorquín de la Universidad de las Islas Baleares en un solar en construcción en la zona urbana de Ciutadella. Cuanto tuvimos acceso a estos materiales era ya demasiado tarde para hacer una intervención de urgencia en el solar por lo que desconocemos el contexto arqueológico del hallazgo.
Nos encontramos ante núcleos de pequeño tamaño, mayoritariamente (11 de 13) comprendidos entre 21 y 35 mm. a pesar que la cantidad de materia prima es abundante en el sitio. ¿A que responde este comportamiento? Nuestra hipótesis interpretativa toma en consideración, por el momento, las limitaciones impuestas por las características inherentes a la propia materia prima.
Se trata de un conjunto de industria lítica formado por 5 morfotipos fabricados sobre sílex de color grisáceo y grano fino. Morfométricamente presentan unas dimensiones ligeramente superiores a la industria lítica de Binimel·la, aunque el tipo de talla y fractura que se genera en las radiolaritas son más limitadas que las que
Hay que tener en cuenta que no se han documentado ni preformas abandonadas de núcleo, ni núcleos agotados o 63
como Es Rafal des Porcs, Es Pont de Sa Plana o Son Danús. Dichos conjuntos, caracterizados básicamente por una abundante presencia de denticulados, fueron asimilados a facies epipaleolíticas en función de supuestas semejanzas tipológicas con complejos líticos de origen epipaleolítico continental, como los documentados en la Balma de Fontbregua o Caune d’Arques en Francia, Praia a Mare en Italia, así como en los niveles superiores de Filador (Tarragona) y el nivel III de Cova Fosca.
permite el sílex, lo que explica la fuerte tendencia microlítica documentada en el conjunto de Binimel·la. De los cinco elementos recuperados, tres morfotipos se fabricaron sobre lascas, otro sobre fragmento, mientras que el último se corresponde con un núcleo de tendencia piramidal de pequeño tamaño (22 mm). El tipo de retoque predominante es el retoque simple presente en tres de los cuatro morfotipos, mientras que en un caso se ha identificado un retoque de tipo abrupto.
Se trataba, en definitiva, de hallazgos superficiales que presentaban, por ello, serios problemas de atribución cronocultural. A estas dificultades venía a unirse la escasa industria lítica puesta al descubierto en los yacimientos baleáricos, por lo que las posibilidades de comparación entre los citados hallazgos con otros procedentes de contextos estratigráficos bien conocidos y datados, era prácticamente imposible.
Tipológicamente, de los cuatro morfotipos analizados, uno se corresponde con un raspador (G12), otros dos con raederas transversales y el último una pieza retocada abrupta (A2). II.1.3. Valoración de los hallazgos
Pese a todo conviene insistir en dos aspectos remarcables: En los yacimientos de Rafals dels Porcs, Pont de Sa Plana, y Son Danús, un porcentaje altísimo de hallazgos lo componían restos de talla y núcleos poliédricos de múltiples caras, frente a un número reducido de morfotipos que oscilaban entre un 12 y un 25% del total de restos recogidos. Los morfotipos hasta ahora bien identificados en orden de mayor a menor frecuencia de hallazgos eran los siguientes: Denticulados (66-65%), núcleos (20-30%), Perforadores (3-4,5%) y Buriles (2,852,35%).
De la descripción de los elementos de estos dos conjuntos, y de las láminas que ilustran el presente epígrafe [fig. (2)2 y (2)3, 1] se infiere un arcaísmo tecnotipológico que, acompañado de la explotación de la materia prima local por excelencia, la radiolarita, nos está indicando una ocupación humana probablemente muy antigua. Ambos conjuntos, por sus características técnicas y tipológicas sugieren, como hemos comentado anteriormente, una cierta tradición de talla que recuerda las estrategias de explotación lítica de las comunidades cazadoras recolectoras epipaleolíticas continentales.
Sin embargo, un nuevo yacimiento con sílex en superficie localizado en la bahía de Alcudia (Hernández et al. 2000) obligó revisar el material lítico de la zona de Santanyí, lo que obligó a una reconsideración de todo este conjunto de hallazgos y permitió concluir que estas colecciones líticas debían relacionarse más con los complejos calcolíticos conocidos, en los que, junto a una industria lítica de cuchillos y elementos de hoz sobre sílex tabular, también se desarrollaba una industria lítica, muy poco caracterizada, sobre lascas extraídas de núcleos poliédricos irregulares (Calvo y Guerrero, 2002: 98-106) de los que se obtenían principalmente raederas y denticulados.
Sin embargo, la naturaleza de los hallazgos, tanto de Binimel·là, como de Ciutadella: materiales en superficie, posiblemente en posición secundaria, y por el momento, ausencia de contextos estratigráficos seguros, y, por extensión, falta de dataciones absolutas, nos hacen ser muy cautos en cuanto a la ubicación cronocultural de estas colecciones líticas, más allá de enfatizar ciertas semejanzas en cuanto a las estrategias de explotación lítica con las que seguían los grupos epipaleolíticos continentales con tecnología de tradición laminar.
A diferencia de las colecciones líticas del sudeste mallorquín, los hallazgos de Binimel·là se separan notablemente de las diferentes estrategias de explotación lítica documentadas en el Calcolítico balear.
En cualquier caso, resulta incuestionable que, tanto los morfotipos presentados en este trabajo, como las estrategias de explotación de los soportes líticos, se alejan sustancialmente de la industria lítica hallada hasta ahora en todos los yacimientos de las Baleares, en contextos bien tipificados como calcolíticos y mucho más aún de otros posteriores.
Los restos líticos hallados en Binimel·là, por sus características tan arcaicas y las substanciales diferencias con el resto de los materiales hallados hasta ahora, tanto en Menorca, como en el resto de las Baleares, nos abren muchos interrogantes y nuevas líneas de investigación sobre los primeros contactos de los humanos con las islas.
Hasta el descubrimiento de los restos de Binimel·là, la explotación más antigua de material lítico documentada con seguridad en las Baleares debía situarse en un contexto cronocultural del calcolítico (Morel y Querol 1987; Calvo y Guerrero 2002).
En el estado actual de los conocimientos, es imposible establecer claramente a qué dinámica de colonización humana de las Baleares responden estos hallazgos de Binimel·là y Ciutadella. En cualquier caso, nos situaríamos ante dos posibles hipótesis de trabajo:
En la década de los años ochenta del siglo pasado se publicaron diversos trabajos (Carbonell et al. 1981; PonsMoyá y Coll, 1984) que presentaban industria lítica de sílex procedente de prospecciones en yacimientos mallorquines al aire libre situados en la zona de Santanyí,
1.- Que estos yacimientos reflejen un tipo de colonización estacional de Menorca por parte de cazadores64
estado actual de las investigaciones la discusión sobre la cueva de Canet debe quedar aplazada hasta comprobar si en sedimentos holocénicos de igual edad estas secuencias carbonosas se reproducen, o bien se obtienen pruebas directas y más sólidas de frecuentación de las islas por grupos humanos continentales.
recolectores, es decir, un commuter effect, pero que en ningún momento cristalizaría en un establecimiento definitivo de población en la isla. Este tipo de fenómeno ha sido claramente documentado en la isla de Melos (Renfrew y Wagstaff 1982), que si bien fue visitada estacionalmente por cazadores recolectores desde el noveno milenio BC, no será hasta el cuarto BC cuando se colonice de manera estable y definitiva. Modelos itinerantes de cabotaje por parte de grupos cazadoresrecolectores epipaleolíticos también se han planteado para explicar algunos yacimientos localizados a lo largo de la costa corsa (Costa 2004: 29-42), pues se trata de asentamientos muy marginales siempre ubicados a poca distancia de la costa y con una explotación del material lítico cercano a ellos.
II.3. La gruta del Pouàs de Ibiza Hace unos años se realizaron excavaciones en la gruta del Pouàs de Sant Antoni, aunque los trabajos sólo tenían por objetivo estudios de carácter paleontológico, en los niveles superiores a dicho depósito fue descubierta una secuencia estratigráfica en la que había trazas de ocupación humana consistentes en carbones, restos de fauna doméstica y algunos fragmentos cerámicos a mano. La caracterización cronocultural de esta ocupación antrópica de la gruta sigue actualmente sin darse a conocer.
2.- Que el yacimiento de Binimel·là, y tal vez el de Ciutadella, sean el reflejo de un tipo de establecimiento más o menos permanente en las Baleares, pero que no evoluciona de manera exitosa, dando lugar a un fenómeno de abandono de la isla, que no se repoblará de manera clara y estable hasta momentos calcolíticos.
En los estratos subyacentes fueron encontrados numerosos restos de ornitofauna holocénica endémica, entre ellos dos huesos que aparentemente presentaban signos de haber sido quemados. Las dataciones radiocarbónicas de este horizonte holocénico de la gruta del Pouàs (Alcover et al. 1994), a partir tanto de los huesos aparentemente quemados (UtC-6222 y UtC6516), así como de otros también de ornitofauna extinta (CSIC-870), se jalonan en un intervalo cronológico que va desde c. 5230-4840BC a 4620-4350 BC. Los autores del estudio sugirieron en su momento que la súbita extinción de esta ornitofauna autóctona pudo deberse a la incursión humana en las Pitiusas.
Por ahora, estos hallazgos líticos menorquines abren más interrogantes que respuestas, pero obligan a no descartar la posibilidad de que se puedan localizarse nuevos indicios de contactos humanos, más o menos esporádicos, con las islas anteriores al establecimiento definitivo de una población estable y con trayectoria demográfica de largo recorrido. II.2. Estratos de carbones en la cueva de Canet (Esporles, Mallorca)
Nada de particular tendría que en este intervalo de tiempo las Pitiusas hubiesen sido frecuentadas para la explotación, más o menos ocasional, de determinados recursos –sal, pesca, colonias de aves- por poblaciones de la costa Levantina peninsular (Guerrero 2001; Costa 2000; Costa y Benito, 2000), que a la sazón constituían poblaciones con una economía neolítica plenamente desarrollada (Bernabeu y Martí 1992) y extendida por vía marítima a toda la cuenca del Mediterráneo central y occidental. Recordemos que Ibiza es visible en los días sin calimas desde la costa de Denia, donde, precisamente, se localiza la cueva de las Cendres (Llobregat et al. 1981) que tiene una larga ocupación durante el neolítico valenciano. Un fenómeno similar al observado con los hallazgos menorquines de Binimel·la no sería descartable, si tenemos en cuenta que la conexión marítima con el continente desde Ibiza es más fácil que desde Menorca.
Uno de los indicios indirectos que suelen admitirse como prueba de actividad humana en un territorio es la presencia de microcarbones en sedimentos geológicos recientes. Bien es verdad que la existencia de incendios forestales de origen natural es un hecho muy conocido, pero cuando la frecuencia de estos fuegos es anormalmente frecuente no es raro que se deban a la acción humana. En la cueva de Canet, en Esporles, se documentó hace más de dos décadas una sucesión de finos estratos carbonosos [fig. (2)5, 3] en sedimentos geológicos holocénicos. Esta secuencia sedimentaria se localizó bajo una abertura o chimenea cenital, por lo que no es raro que ésta hubiese actuado de colector de sedimentos del bosque circundante. De estos estratos se tienen dos dataciones absolutas: una muy antigua (P2408), 10400-6800 BC, y otra más moderna (Beta-6948), 5900-4500 BC. Ambas presentan un altísimo grado de imprecisión por la elevada desviación típica de la edad radiocarbónica (±535 y ±320), por lo que resultan escasamente útiles. No es menor la incertidumbre de saber si estamos ante un evento humano, como inicialmente plantearon sus descubridores (Kopper 1984; Pons-Moyà y Coll 1986), o simplemente ante evidencias de fuegos forestales naturales cuyos restos pudieron colarse en la gruta por la chimenea natural.
Quedará por ver, el día que al fin se publiquen detalladamente los trabajos, cómo se articulaba la secuencia arqueológica con la paleontológica a partir de un análisis depurado de las relaciones entre las distintas unidades estratigráficas y sería altamente relevante datar los estratos arqueológicos, único sistema que nos permitiría saber que distancia temporal separaba ambas secuencias, pues en las descripciones publicadas la cuestión esta lejos de quedar aclarada y no se indica la presencia de niveles sedimentarios estériles entre ambas.
Aunque la posibilidad de visitas esporádicas a la isla no puede descartarse, como permiten pronosticar los hallazgos menorquines de Binimel·la y Ciutadella, en el 65
II.4. Algunos indicios entre fines del IV y principios del III milenio BC
zona de paso obligado entre la montaña y el llano que se extiende hacia la ciudad de Palma.
Entre aproximadamente el 3000 y el 2500 BC algunos indicios deben ser tenidos en cuenta como indicadores de posible presencia humana en las islas. Se trata de una serie de dataciones radiocarbónicas procedentes de yacimientos cuyos contextos ciertamente no están exentos de problemas, los cuales se señalarán en el transcurso de este epígrafe. La mayoría están conseguidas sobre muestras de carbón cuya naturaleza biológica no fue determinada en su momento, o bien huesos muy pobres en colágeno.
El yacimiento proporcionó en su sector Este una compleja y potente secuencia estratigráfica, en la cual destaca un denso paquete sedimentario compuesto por la superposición continuada de 23 estratos alternos [fig. (2)9] caracterizados por la presencia de cenizas compactas, mezcladas con sedimento y otros elementos, los más potentes, separados por otras tantas finas capas carbonosas. La formación de este complejo estratigráfico fue interpretada (Waldren 1982) como la consecuencia de la superposición de una serie de hogares a lo largo de una dilatada etapa de ocupación del abrigo. El más profundo y, por lo tanto, más antiguo de estos estratos era el 28; formado, según su excavador, por una capa carbonosa de 1 a 2 cm de potencia. Se resaltó la presencia por primera vez de restos de fauna doméstica conjuntamente, según Waldren, con Myotragus. Los restos de cultura material están representados por un núcleo, seis lascas de sílex y cerámica.
Algunos investigadores optan por excluirlas de la discusión, por nuestra parte pensamos que, siendo técnicamente válidas, sin ocultar los problemas que presentan, proporcionan alguna información aprovechable que debe ser tenida en cuenta. Mucho menos deben ser menospreciadas estas dataciones por que a primera vista no confirmen planteamientos preconcebidos, o por que alguna pueda ser de momento discrepante con las evidencias arqueológicas conocidas hasta el presente.
Partículas carbonosas de este estrato proporcionaron una edad (QL-988) que se sitúa en el intervalo de calibración 3700-3000 BC, es decir, grosso modo algo más de medio milenio después que la de Son Gallard. También presenta una notable imprecisión derivada igualmente de una elevada (±120) desviación típica. Sin embargo, hoy sabemos, a partir de un análisis microsedimentario (ver anexo 2) de un resto de la antigua estratigrafía (Bergadà et al. 2005 a), que el paquete sedimentario formado por la sucesión de niveles alternos de cenizas y carbones no eran hogares, en los que eventualmente se habría podido quemar madera vieja, sino algo muy distinto funcionalmente: lechos quemados originados por la estabulación de ganados, principalmente ovicápridos. Las partículas carbonosas observadas [fig. (2)14 y (2)15] son excrementos de animales con una dieta herbívora, junto a una acumulación de restos vegetales utilizados como forraje y como lecho de los rebaños, aunque también aparecen algunos restos de cañas que podían constituir parte del cercado o de la protección de los mismos. Por el contrario no aparecen restos leñosos por ninguna parte.
II.4.1. Abrigo de Son Gallard (Valldemossa, Mallorca) El abrigo de Son Gallard [fig. (2)6] es una formación geológica que se abre mirando al mar, en dirección NE, a unos cinco kilómetros de distancia de la villa de Valldemossa, siguiendo la carretera que desde aquí conduce al pueblo de Deià. Este importante asentamiento prehistórico, del que nos ocuparemos con más extensión en próximos capítulos, se incorporó definitivamente a la historiografía arqueológica de las Baleares con la publicación de las primeras dataciones radiocarbónicas que se hicieron en las islas (Waldren y Kopper 1967) y durante largo tiempo fue conocido, sobre todo en las publicaciones anglosajonas (Waldren 1982), como “Cave of Muertos Gallard” o “The Rock Shelter of Muertos Gallard”. Una datación efectuada sobre un carbón (BM-1994R) procedente de las antiguas excavaciones de W. Waldren se sitúa en el intervalo 4250-3700 BC. Las excavaciones retomadas en 2003 han puesto en evidencia que el abrigo fue utilizado como lugar de refugio por pastores que fueron encendiendo pequeños fuegos de uso doméstico dispersos por toda la gran superficie [fig. (2)7] que protegía la visera rocosa (Guerrero et al. 2005). Sin embargo, la serie cronológica relacionada directamente con estos hogares se inicia en el intervalo 2850-2490 BC (KIA-21209), por lo tanto muy alejada de la misma, aún considerando el efecto “madera vieja” y el amplio margen de imprecisión que provoca la alta (±100) desviación típica o error asociado a la edad experimental del radiocarbono. Su excepcionalidad en la serie de 23 dataciones del yacimiento aconseja dejarla en cuarentena hasta que nuevos datos permitan aportar alguna luz sobre la misma.
Aunque evidentemente no podemos relacionar la parte del paquete sedimentario analizado recientemente (Bergadà et al. 2005 a) con el antiguo estrato 28 del que según Waldren (1982) procedía la muestra datada, estos análisis dan un giro interpretativo relevante al uso del abrigo por los primeros grupos humanos que se asentaron definitivamente en las islas y nos ocuparemos de ellos en próximos capítulos. Igualmente es necesario admitir que en su momento no se identificó la naturaleza de la muestra y, por lo tanto, la incertidumbre que hubiera podido producir el efecto madera vieja permanece. Aunque descontado éste (250 a 350 años para el Mediterráneo occidental) la datación no se aleja demasiado de las series más antiguas obtenidas en las excavaciones modernas de Son Gallard, en MoletaMoleta Petita e incluso de las más arcaicas del asentamiento de cabañas de Son Ferrandell-Oleza.
II.4.2. Abrigo de Son Matge (Valldemossa, Mallorca) Son Matge es también un abrigo rocoso que se levanta en el denominado s’Estret de Valldemossa [fig. (2)8], en la 66
La posibilidad de que la muestra haya podido ser contaminada por carbón procedente de un incendio de origen natural debe ser obviamente contemplada. Sin embargo, los riesgos por contaminación de carbones procedentes de eventos geológicos o prehumanos son estadísticamente muy insignificantes, mientras que lo normal es precisamente el fenómeno contrario (Evin 1992: 42-43), especialmente en los casos de unidades sedimentarias que sólo contienen partículas de tamaño muy reducido, como es el caso. La probabilidad de que esto se produzca en un ambiente cerrado como una cueva es aún menor que en espacios abiertos.
II.4.3. Abrigo de Mongofre Nou (Maó, Menorca) También en Menorca el uso de abrigos como lugares de estabulación de ganados ha podido confirmarse en el abrigo de Mongofre Nou3 [fig. (4)4], la cual forma parte de un grupo de dos cavidades naturales que se abren en la ladera sur de un espolón escarpado de la costa norte de Menorca, en terrenos de la finca de Mongofre Nou (Maó). Por debajo de la ocupación funeraria del lugar se puso al descubierto un registro sedimentario que estaba compuesto por una alternancia de niveles con distintos componentes que presentan alteraciones propias de los efectos de la combustión de mayor a menor intensidad. Al igual que en Son Matge, el estudio micromorfológico de la secuencia sedimentaria (Bergadà y De Nicolàs 2005) ha permitido documentar que la cavidad se utilizó como lugar de estabulación, hecho constatado por la presencia de excrementos de bóvidos y de ovicaprinos, así como por la acumulación de restos vegetales no leñosos, procedentes en parte del forraje.
Pese a todos los problemas y dudas que la presente datación pueda plantear, introduce preguntas que no dejan de inquietar, como sería la buena consonancia con la serie cronológica que estamos analizando y que se extiende entre c. 3000/2800 y 2500 BC. Por otro lado, no deja de ser sorprendente, pese a todo, la coincidencia entre este resultado y el del estrato 28 de Son Matge en los inicios de dos secuencias estratigráficas funcionalmente coincidentes, las cuales acaban igualmente de forma casi sincrónica, como en su momento se verá. Es difícil de pensar que una datación aberrante o procedente de un evento natural haya podido acumular tal conjunto de coincidencias de manera fortuita.
El nivel III de este conjunto de capas horizontales y compactas de diferente grosor, que afectaban a la totalidad de la superficie de la cavidad, fue datado a partir de cenizas compactadas con partículas carbonosas y proporcionó una fecha (UBAR-418) en el intervalo 35203090 BC. Los autores de la datación (Mestres y Nicolás 1999) la excluyeron en su día por “falta de sincronía”. Las cuestiones relacionadas con la calidad de la muestra y su relación contextual con el resto de la secuencia permanecen insuficientemente explicadas. La muestra de la que se obtuvo la presente datación presenta problemas4 contextuales que deben ser tenidos en cuenta. Dicha muestra formaba parte del denominado nivel III, que es descrito (Bergadà y Nicolàs 2005, 185) así:
Por el momento debemos quedar a la espera, pues en Menorca no tenemos confirmación sólida de población estable ya asentada en la isla hasta fines del tercer milenio BC. Sin embargo, no es descartable que la investigación pueda aportar en breve información más consistente sobre la primera mitad del tercer milenio BC, pues, como en su momento se verá, el primer registro arqueológico sólido que hoy conocemos en Menorca presenta características muy peculiares, las cuales sugieren que no estaríamos frente a una población recién asentada en el territorio, sino ante comunidades cuya industria cerámica ha sufrido una evolución insular, desarraigada ya de los eventuales focos continentales (o insulares vecinos) de origen.
“Conjunto de capas horizontales5 y compactas de diferente grosor que afectaban a la totalidad de la superficie de la cavidad. Sedimentos carbonosos de combustión que se extienden bajo el forro interno del muro de cerramiento y delimitados por el muro ciclópeo exterior en toda su extensión. Sin restos óseos ni cultura material. Potencia: 15-35 cms”.
En este sentido, el lector recordará que hace poco más de seis años era impensable que nadie pudiese hablar de actividad humana en Menorca durante el tercer milenio BC; hoy son ya dos yacimientos, Biniai Nou (necrópolis) y Talatí (hábitat al aire libre), de los que nos ocuparemos en otro lugar, los que han confirmado plenamente esta presencia humana a fines del tercer milenio.
A estas capas le seguirían estratos morfológica y sedimentariamente muy similares que se estudiarán en otro lugar (ver capítulo IV. anexo 1) y que corresponderían a una ocupación del lugar por ganadería en régimen trashumante desde c. 1940 a 1490 BC. Por lo tanto estaríamos ante un caso de eventual alteración de la estratigrafía o de mezcla con cenizas y partículas carbonosas más antiguas. 3
II.4.4. Cambios en el ecosistema Por lo que a los procesos de poblamiento se refiere, en la actualidad está bien contrastado que la llegada del hombre a ecosistemas vírgenes, especialmente los insulares, no ha tenido nunca efectos neutros. Incluso en el caso de grandes masas continentales, como América, su primera presencia se ha saldado con las extinciones de muchas especies de animales (p.e. Martín y Klein 1984; MacPhee y Sues 1999), que pueden ser especialmente rápidas entre los grandes vertebrados. Actuaciones, como son, por ejemplo, los incendios forestales para favorecer la caza, más que la propia caza, han sido uno de los
También conocido como Cova dels Morts
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Expuestos y discutidos públicamente por J.C. de Nicolàs en la lección impartida en el curso de la Universitat Internacional de Menorca, Illa del Rei (UIMIR) de 1999, titulado Mongofre Nou (Maó), Hábitat i món funerary a la prehistòria de Menorca, Lección impartida en la UIMIR (inédito, ejemplares multicopiados). 5
Las cuales corresponderían a los estratos 2 a 4 formados por cenizas compactadas según los datos proporcionados en el evento citado en la nota anterior.
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(Beta-177237), como nos indican los restos aparecidos en el Pas den Revull del Barranco de Algendar (Quintana et al. 2003). Para Mallorca existe otra datación (BM-1408) procedente de restos óseos de la misma especie en el yacimiento de Son Matge (Burleigh y Clutton-Brock 1980); sin embargo, su alta imprecisión originada por una desviación típica exageradamente alta (±398) la convierte en escasamente útil, pues si bien el extremo antiguo del intervalo, 3700 BC es muy coherente con las otras fechas, el límite más moderno, 1600 BC, tiene nulo valor a los efectos de fijar la extinción de la especie.
factores más decisivos en los cambios medioambientales que siempre siguen a la presencia del hombre en un territorio (Mellars 1976; Edwards y Ralston 1984; Riera 1996). Las islas, precisamente por su limitado territorio y la fragilidad de sus ecosistemas, acusan con mayor intensidad este fenómeno, de forma que la rapidez e intensidad del cambio ecológico va en relación directa con su extensión. Hoy podemos afirmar que la presencia humana, antes que el cambio climático del Holoceno, ha sido la principal causa, cuando no la única (Schüle 1993, Vigne 1999), de la extinción de las especies faunísticas autóctonas y de profundos cambios en la cubierta vegetal, particularmente cuando la primera colonización es protagonizada por grupos humanos con economías productoras que, además, continúan explotando la caza como importante estrategia de subsistencia complementaria (Stuart 1991).
No obstante, la datación (UtC-6517) obtenida sobre un Myotragus balearicus procedente de Cabrera puede servirnos de gran ayuda hasta que dispongamos de una más amplia serie de dataciones radiocarbónicas. Este ejemplar, procedente de cueva Penyal Blanc (Bover y Alcover 2003), ha proporcionado una edad calendárica situada en el intervalo 3650-3380 BC. En puridad esta fecha sería sólo válida para Cabrera, sin embargo, resulta difícil admitir que un archipiélago formado por pequeñas islas, situado muy próximo la costa SE mallorquina, que una canoa puede recorrer sin dificultad, a una media de tres nudos, en poco más de dos horas, permaneciese sin ser frecuentado durante mucho tiempo, una vez poblada la isla mayor.
Los investigadores que se han cuidado de los procesos de asentamientos humanos en islas, incluso en las de tamaño considerable como Madagascar (Goodman y Patterson 1997; Burney et al. 1997), así como en islas-continente como Australia (Dodson 1992), son unánimes en considerar que la primera presencia humana en ellas generó indefectiblemente catástrofes medioambientales, que pueden detectarse perfectamente en la desaparición relativamente súbita de fauna autóctona y cambios sustanciales en la cubierta vegetal. Los efectos son proporcionalmente más catastróficos en relación inversa a la extensión de las islas, debido a que la biodiversidad en las pequeñas superficies insulares es mucho más reducida y altamente sensible a cualquier modificación del equilibrio natural.
A la espera de nuevas dataciones el intervalo 3650-3380 BC pensamos que es hasta el momento el mejor indicador de una datación seguramente muy cercana a la extinción de esta especie en Mallorca. En cualquier caso, como hemos visto, está muy próxima a los primeros indicios, aunque débiles aún, de posible frecuentación humana de las islas, y, en algún caso, prácticamente se solapa con ellos. Salvo que nuevos datos se aporten a la discusión, todo parece sugerir que la extinción de la especie pudo coincidir con las primeras frecuentaciones de humanos en las islas; las cuales irían con el tiempo densificándose hasta la plena implantación de comunidades estables en un momento en el que el taxón Myotragus balearicus se habría ya extinguido.
Las Baleares, como es obvio, están sometidas a estos mismos principios, por lo tanto, parece pertinente repasar brevemente los datos que sobre este asunto va proporcionando la investigación. En los últimos años ha mejorado notablemente la información que teníamos sobre la extinción de la fauna autóctona de origen pleistocénico, especialmente la referida al mamífero de talla mediana que conocemos como Myotragus balearicus, que vivió durante varios millones de años en Mallorca, Menorca y Cabrera.
También se ha señalado que otra de las consecuencias seguras de la implantación humana en ecosistemas insulares es un impacto importante sobre las comunidades vegetales prístinas. Tanto en Mallorca como en Menorca se detecta un cambio significativo [fig. (2)10; (2)11] en la cubierta vegetal de ambas islas (Pérez-Obiol et al. 2000) cuya característica más importante podría ser la aparición y extensión del acebuche (Olea europaea) y la encina (Quercus perennifolia), frente al retroceso importante del boj (Buxus balearica) y la sabina (Juniperus). La cronología absoluta de este proceso es aún algo imprecisa, y difieren los datos obtenidos en las islas mayores.
Parece que, después de algunas vacilaciones y cambios de enfoques, en los que se han contemplado distintos factores, como los cambios climáticos o la supuesta extinción de la flora (Buxus balearica), que eventualmente le serviría de alimentación básica, existe cierta unanimidad entre los investigadores (Bover y Alcover 2003) en señalar que la primera presencia humana tuvo un papel decisivo en su extinción. En el registro arqueofaunístico de los yacimientos con actividad entre c. 2500-2200 BC no se ha podido detectar nunca la presencia de ningún resto óseo perteneciente a esta especie, lo que parece indicar con toda claridad que hacia esas fechas el Myotragus balearicus se había extinguido hacia ya algún tiempo. Por otro lado, la serie de dataciones, aun escasa, pero significativa, sobre huesos de Myotragus balearicus nos sugiere que esta especie vivía aún en Menorca entre 3970 y 3760 BC
En el diagrama polínico correspondiente a la Bahía de Alcudia, en Mallorca (Burjachs et al. 1994), este cambio parece situarse (Pérez-Obiol et al. 2000) sobre 5380-5040 BC. El cual vendría caracterizado sobre todo por la expansión de comunidades arbustivas como la Olea y Pistacea con recubrimiento de Pinus. Paralelamente se produce un descenso de Quercus caducifolios y un retroceso muy significativo de Buxus balearica 68
el capítulo primero, sufrió fuertes e importantes oscilaciones [fig. (1)1] durante el Holoceno (Harvey 1980; Van Geel et al. 1998). Uno de estos episodios fríos se desarrolló entre 3050 y 2550 BC (Harvey 1980). Todo parece indicar que tuvo consecuencias muy relevantes en las poblaciones continentales que vivían en las zonas más sensibles a estas alteraciones y éstas se tradujeron en fuertes repercusiones en las densidades de población, abandonos de asentamientos y fenómenos migratorios de masas (Van Geel y Berglund 2000) hacia zonas más templadas.
acompañado por el significativo aumento de Quercus perennifolia con valores muy superiores a los caducifolios, así como también la expansión de Fagus. En Menorca, el mismo fenómeno se encuentra mejor caracterizado en el diagrama polínico correspondiente a Cala’n Porter, donde el cambio más acusado de vegetación se detecta (Pérez-Obiol et al. 2000) en el intervalo 4050-3760 BC. Mientras que en el diagrama obtenido en Algendar, también en Menorca, la inflexión no aparece tan marcada, aunque el momento en que se destaca nítidamente el despegue de Olea europaea se data hacia 3810-3640 BC. En algunos casos, como el de Cala’n Porter, estos cambios parecen ir acompañados de gramíneas y de la presencia de Asphodellus que algunos investigadores ligan al ramoneo de animales en áreas abiertas previsiblemente mediante fuego (Juniper 1984), cuestión que, de reputarse como cierta, debería atribuirse a la influencia de actividades humanas en el paisaje.
Tal vez los trastornos y crisis de población que se observan en muchos asentamientos de la península Ibérica, con súbitos abandonos temporales, después de un milenio de actividad continuada, y las nuevas reocupaciones que se detectan hacia 2500 BC (Lillios 1997), puedan ser un reflejo de los trastornos climáticos mencionados. El citado estudio contempla el análisis de dieciséis importantes yacimientos desde la costa atlántica portuguesa como Liceia o Moncin, hasta el sureste como Fuente Álamo, Almizaraque o Cerro de la Encina, pasando por otros del interior meseteño como Quintanar. Aún admitiendo la dificultad de establecer sincronías precisas de fenómenos y procesos, debido a las relativas imprecisiones de los intervalos de calibración radiocarbónica, no parece casual que un periodo relativamente corto se acumulen estas crisis en tantas poblaciones que ocupaba muy diferentes nichos ecológicos.
Por el momento faltan datos para valorar adecuadamente las causas de estas alteraciones en las comunidades vegetales y será necesaria una prudente espera, sin embargo, conviene remarcar que las dataciones más modernas de Myotragus, los cambios en la cubierta vegetal detectados en Cala’n Porter y Algendar, así como las dataciones más antiguas de los carbones de Son Gallard y Son Matge convergen hacia la segunda mitad del IVº milenio BC, por lo que la investigación futura deberá estar muy atenta a todos los indicios que puedan integrarse en el tramo cronológico que transcurre entre c. 3500 y 3000/2800 BC. Todo ello sin olvidar que el registro arqueológico correspondiente a los procesos de descubrimiento y colonización será siempre cualitativa y cuantitativamente distinto del que proporciona el establecimiento definitivo de comunidades estables en los territorios insulares.
Las perturbaciones observadas no se producen sólo en Occidente, también en el Egeo y Próximo Oriente se originan cambios (Dalfes et al. 1997) relevantes coincidentes en el tiempo que han sido achacadas a perturbaciones climáticas. Es lógico que en los episodios fríos, como ocurrió con la expansión de los “campos de urnas” en la Primera Edad del Hierro en Cataluña, se generase un presión migratoria sobre tierras con clima más benigno a orillas del Mediterráneo. Por esta razón tiene mucho interés constatar el incremento generalizado de asentamientos y la colonización de territorios relativamente marginales hasta entonces que se observa durante el Neolítico final y transición al calcolítico en áreas mediterráneas del levante peninsular (Martí y Juan-Cabanilles 1998); lo cual podría ser el reflejo más o menos indirecto en la costa del agravamiento climático continental, pues las dataciones absolutas sitúan igualmente este proceso entre c. 3200 y 2200 BC.
II.4.5. Enfriamiento del clima entre 3050 y 2550 BC Un aspecto sobre el que debe interrogarse la investigación es porqué razón los primeros tanteos serios y la definitiva implantación de comunidades estables en las islas se comienzan a detectar a lo largo de la primera mitad del tercer milenio BC y no antes, si el desarrollo de la náutica prehistórica en Occidente no sufrió, como ya hemos visto, cambios que mejorasen sustancialmente sus posibilidades en la navegación de gran cabotaje. Para indagar sobre esta cuestión no queda más remedio que mirar lo que estaba ocurriendo en las comunidades continentales mejor situadas geográficamente para dar el salto a las islas. Las condiciones meteomarinas en el mar balear nos indican que las áreas costeras desde las que se puede navegar con más facilidad y seguridad (Guerrero 2004; 2006 a) hasta Mallorca y Menorca se sitúan en el arco que va desde el Delta del Ebro hasta el Golfo de León, mientras que para las Pitiusas es la zona costera de Denia la que ofrece mejores condiciones de navegabilidad.
Hasta qué extremo esta situación pudo actuar como desencadenente de un asentamiento definitivo y estable en las islas durante este periodo es algo para lo que aún nos faltan muchos datos, pero la coincidencia en el tiempo de ambos fenómenos no debería ser minusvalorada. Sin duda, la colonización definitiva de las islas pudo verse facilitada por tratarse de comunidades continentales que habían ya introducido en sus estrategias de subsistencia los productos secundarios derivados de la explotación ganadera.
Antes de fijarnos en las poblaciones de las citadas áreas costeras continentales que vivieron entre 3000 y 2500 BC, es necesario recordar que el clima, como ya se desarrolló en
La cultura material relacionada con la primera ocupación de las islas está muy mal conocida. La poca cerámica que conocemos [fig. (2)7, (2)8] carece de decoración y no 69
pronosticar que, si la investigación persiste, se mejorará en cantidad y calidad la información relativa a este periodo.
parece que tenga ninguna relación con los grupos tardoneolíticos herederos de las tradiciones de cerámicas impresas. Sin embargo, es interesante observar que, desde c. 3500 BC, en una de las dos áreas geográficas que presentan mayor facilidad de comunicación con las islas, la costa catalano pirenáica junto con su vertiente francesa, tiene un desarrollo continuado el grupo cultural conocido como Véraza, con una larga serie de dataciones radiocarbónicas que garantizan su continuidad hasta c. 2800-2200 BC (Maya 1992; Vaquer 1998; Martín Colliga 1998), intervalo de tiempo durante el que ya se habría consolidado una población estable en las islas. Es necesario resaltar que las comunidades tardoneoliticas veracienses desarrollan una industria cerámica que no sigue las tradiciones decorativas de los estilos cardiales ni epicardiales muy extendidos por la costa del Mediodía francés hasta el Levante español. Básicamente son cerámicas sin decorar provistas muchas de ellas de muñones alargados similares a los que vemos en los grandes vasos de Son Matge en Mallorca.
En primer lugar es necesario enfatizar que muchas de ellas, como seguidamente veremos, se han obtenido en los mismos yacimientos estudiados en el epígrafe anterior, Son Matge y Son Gallard, lo que nos está indicando una permanencia de uso de los mismos. En cualquier caso, forman parte de una serie de dataciones correspondientes a unos contextos que tienen continuidad a lo largo del tercer milenio y parte del segundo BC. A ellos debemos añadir los hallazgos humanos del complejo cárstico de Moleta, de los que cinco dataciones se corresponderían a esta temporalidad, pese a las objeciones que en su momento expondremos. Examinaremos ahora cada una de estas dataciones, discutiendo los contextos a los que se asocian y la fiabilidad de las mismas. II.5.1. El abrigo de Son Matge (Valldemossa, Mallorca)
A nuesto juicio, podría ser en el seno de estas comunidades costeras donde deberían buscarse las causas que empujaron seguramente a una parte de sus habitantes a segregarse y establecerse definitivamente en los territorios insulares vecinos entre c. 2900 y 2550 BC.
Debemos centrarnos, en primer lugar, en una datación (UTC-9269) obtenida a partir de pequeñas partículas carbonosas embebidas en una matriz sedimentaria. Esta muestra fue extraída de un resto del paquete sedimentario [fig. (2)9], durante la intervención arqueológica de 1999, cuyo análisis microsedimentario ha sido recientemente publicado (Bergadà et al. 2005 a) y ya comentado en el apartado anterior. Ahora conocemos bien que estas partículas no proceden de restos de madera, sino de excrementos mezclados con forraje acumulados en los lechos de estabulación que los pastores quemaban tras el uso estacional del abrigo, este nivel de estabulación se data en el intervalo calendárico que va de 2860 al 2470 BC. Estos estratos de partículas carbonosas y cenizas no son de ninguna manera hogares, como se presumió (Waldren 1982) en un principio. Es necesario enfatizar que en estos lechos sedimentarios no se originaron carbones de leñas procedentes de troncos arbóreos y, por lo tanto, el eventual efecto “madera vieja” no debe aducirse para corregir a la baja esta datación.
II.5. Incremento de la información durante la primera mitad del III milenio BC En el estado actual de la investigación, las evidencias incontrovertibles de grupos humanos asentados en las islas, ocupando poblados con estructuras arquitectónicas de cabañas a base de zócalos de piedras, que generan una producción cerámica propia, en Mallorca ligada estilísticamente a las campaniformes continentales, y practican con toda probabilidad una metalurgia primitiva, no son anteriores a c. 2500/2300 BC. Sin embargo, este no es el estadio correspondiente a un primer contacto con el medio insular, sino a grupos humanos que ya han superado con éxito los problemas adaptativos propios de la ocupación de un nuevo territorio y han desplegado estrategias complejas para su explotación, entre ellas la práctica de una ganadería en régimen de trashumancia estacional y, sin duda, un desarrollo de los productos secundarios de la ganadería.
Resulta importante señalar que en uno de los puntos de la costa continental mejor situada para dar el salto a las islas estas mismas prácticas de estabulación de ovicaprinos en cuevas se estaba ya practicando, y uno de los ejemplos bien documentados lo tenemos en la Cova de la Guineu de Fon Rubí, en el Alto Penedès (Bergadà et al. 2005).
El proceso inmediatamente anterior al poblamiento estable genera siempre un registro arqueológico débil, difuso y opaco, por lo que tiene mayores dificultades para ser detectado. A pesar de todo, en la horquilla cronológica que va de 2900/2800 a 2500/2350 BC se acumulan una serie de evidencias que no pueden ser dejadas de lado, por mucho que algunas hayan sido obtenidas en contextos discutibles y otras tengan problemas relacionados con la representatividad de las muestras. En los últimos cinco años hemos pasado de tener tres dataciones radiocarbónicas (Guerrero 2000; 2001; Calvo et al. 2002) ligadas genéricamente a contextos precampaniformes a once, entre las que se sitúan en este intervalo cronológico, lo que parece
Uno de los aspectos que llamaba la atención de esta potente secuencia estratigráfica de Son Matge era la escasa presencia de artefactos, pero precisamente esta es una de las características definitorias de los lugares de estabulación (Cocchi 1991), como, por otra parte es bien lógico, pues estamos hablando de corrales utilizados en la trashumancia y no de lugares habitados por familias de pastores. Otra de las características de estos lugares de estabulación en el continente es su larga persistencia de uso, de forma que aparecen en el Neolítico, continúan a lo largo de todo el Calcolítico (Courty et al. 1991) y aún siguen usándose durante buena parte de la Edad Bronce,
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arqueológicos sea aún mayor es muy alta, como parece desprenderse del muestreo efectuado por W. Waldren en sus antiguas intervenciones en este yacimiento.
fenómeno que igualmente se repite en las Baleares, como en su momento veremos. Recientemente se ha dado a conocer (Micó 2005, 438) una datación (CAMS-7071) obtenida sobre un hueso procedente de otro sector del mismo abrigo, cuyo resultado es 2920-2570 BC, coincidente grosso modo con la datación anterior ligada a los lechos de estabulación. El hueso se dató sin que previamente fuese identificada la especie a la que pertenecía, lo que efectivamente genera alguna incertidumbre, aunque poniéndola en relación con la anterior, y con otras que se analizarán después, difícilmente puede aducirse que corresponda a un evento prehumano. En el caso, poco probable, aunque posible, de que fuese un hueso de fauna autóctona el interés sería aún mayor, pues por primera vez estaríamos ante un Myotragus balearicus claramente contemporáneo de los primeros asentamientos humanos sobre Mallorca.
La descripción que nos proporcionó W. Waldren antes de iniciar las nuevas campañas y la verificación que hemos podido hacer en las dos estructuras de combustión puestas al descubierto en 2003, nos permite clasificar estas estructuras como hogares del tipo más simple (Soler 2003, 45), en los que el fuego se enciende directamente sobre el suelo sin preparación alguna. En ningún caso hemos podido apreciar, fosas, enlosados o soleras de piedra, tampoco ningún tipo de preparación subyacente a los carbones. Por lo tanto, aparecen muy mal definidos y sólo es posible identificar con mayor claridad la zona nuclear del hogar, caracterizada por una alta concentración de partículas carbonosas y cenizas, así como por una ligera termoalteración cromática en el sedimento basal y perimetral.
Pese a las precauciones que deben adoptarse ante las dataciones efectuadas sobre carbonatos, a las que hemos hecho referencia en otro capítulo, no debemos dejar de mencionar una (QL-23) correspondiente al estrato 24 que, según la descripción de Waldren “estaba compuesto por una capa de carbón de entre 1 y 3 cm. de potencia” y que también correspondía a otro lecho de estabulación. Igualmente este investigador señala que se produjeron hallazgos de restos de fauna doméstica y por primera vez no se detectó la presencia de Myotragus. La muestra de carbonato dio el resultado (Waldren y Van Strydonck 1995) ya calibrado de 2860-2450 BC. La presencia en este mismo nivel de algunos fragmentos de cerámica incisa de estilo campaniforme permiten señalar que, pese a la naturaleza de la muestra, el resultado es por completo coherente con la secuencia de cronología absoluta de todo el paquete sedimentario y a la vez tampoco es discrepante con los hallazgos cerámicos con los que se asocia.
Los materiales asociados a las estructuras excavadas en 2003 y 2004 han sido muy escasos, limitándose a restos de fauna muy fracturados, algunos fragmentos cerámicos correspondientes a cuencos y a vasijas toneliformes [fig. (2)7], todos ellos sin decoración, así como, un percutor fabricado a partir de un canto rodado. Todo parece sugerir que estamos ante fuegos de hogares ocasionales sin permanencia en el tiempo, los cuales son abandonados tras ser utilizados uno o varios días, lo que indicaría cortas estancias en el abrigo que no generaron preparaciones complejas del fuego y, al mismos tiempo, con escasa actividad a su alrededor. Seguramente se trata de ocupaciones estacionales protagonizadas por pastores en las épocas del año en que los pastos del llano se agostan y es necesario pastorear por estos parajes, donde puede encontrarse cobertura vegetal fresca para cabras y ovejas.
II.5.2. El abrigo de Son Gallard (Valldemossa, Mallorca)
En el epígrafe anterior ya pudimos constatar que este mismo abrigo proporcionó una datación que se aparta por su antigüedad de la serie obtenida en las recientes excavaciones de este yacimiento. Dos de las nuevas dataciones afectan de lleno al periodo prehistórico que estamos analizando: la primera (KIA-21209) proporcionó el resultado 2850-2490 BC, mientras que la segunda (KIA-23430), algo más tardía se fecha en 2570-2340BC. Debe advertirse que la serie de dataciones obtenida (Guerrero et al. 2005) ya no se interrumpe, con fechas muy próximas las unas a las otras, indicándonos una ocupación continuada del abrigo a lo largo de todo el Calcolítico y perdurando hasta el Bronce Antiguo.
Las excavaciones llevadas a cabo durante los años 2003 y 2004 han permitido aclarar (Guerrero et al. 2005) que la ocupación humana de este abrigo rocoso se manifiesta por la presencia de múltiples estructuras de combustión [fig. (2)7], repartidas bajo el área protegida por la antigua visera del abrigo, hoy desaparecida en gran parte. El cómputo total de estos hogares es difícil de establecer, en primer lugar, por la intrusión en una buena parte del espacio más próximo a la pared rocosa de una necrópolis colectiva en cuyos rituales funerarios se practicaron cremaciones, por lo que no resulta fácil separar muchas veces las machas carbonosas de una y otra ocupación. En segundo término, los enormes bloques desprendidos de la visera sellan una gran parte del yacimiento impidiendo la evaluación correcta de la superficie real ocupada por estas estructuras de combustión.
Las dos dataciones fueron obtenidas a partir de muestras de partículas carbonosas, pues la potencia sedimentaria era muy escasa y estaba en contacto directo con los estratos de las incineraciones de la necrópolis correspondiente a la Edad del Hierro (Guerrero et. al 2005) superiores, por lo que las intrusiones de materiales osteológicos más modernos eran muy frecuentes y resultaba la única manera de relacionar las dataciones directamente con las estructuras de combustión. La posibilidad de que el factor “vida larga”, producido por una eventual muestra procedente de madera vieja, se haya
Aproximadamente en el espacio de 100 m2 excavado, libre de enterramientos de la Edad del Hierro (talayóticos), el número mínimo de estos hogares es de quince. La serie de dataciones radiométricas evidencia con total claridad que fueron hechos arqueológicos diferentes y, en muchos casos, distantes en el tiempo. La posibilidad de que el número de estos eventos 71
terminus ante quem, es decir, podrían ser más antiguas aunque no puede precisarse cuánto. Algunos investigadores han optado por excluirlas debido a esta incertidumbre (Micó 2005), pese a que los especialistas químicos que analizaron las muestras (Van Strydonck et al. 2005; 2005a) aseguran que no conocen ningún caso en el que un hueso haya sido contaminado por ácidos húmicos más antiguos, los cuales eventualmente habrían podido envejecer la muestra, sino que, por el contrario, las contaminaciones constatadas lo han sido siempre por infiltraciones de materiales más modernos, con el efecto de rejuvenecer en todos los casos las muestras.
producido no puede descartarse, pues la identificación definitiva de las especies y tejidos vegetales quemados no ha concluido, aunque los análisis de fitolitos (Albert y Portillo 2005) no muestran presencia significativa de madera arbórea y sí de ramas de arbustos y hojas. De todo ello cabría deducir que al menos desde c. 28002500 BC, existen en la zona una o varias comunidades plenamente asentadas en el territorio. Estos análisis vienen a consolidar aspectos ya señalados en estudios anteriores (Calvo y Guerrero 2002: 147; Calvo et al. 2002; Guerrero et al. 2006 a, 48-57) en los que se planteaba que la existencia de asentamientos como los de Son Gallard y Son Matge obedecen a una estrategia compleja de explotación del territorio, seguramente relacionada con la existencia de una ganadería en régimen itinerante o de corta tanshumancia, que necesita pastos de montaña alternativos durante las estaciones secas.
Las recientes dataciones de la Cova des Pas (Fullola et al. 2007), como ya comentábamos en el capítulo introductorio, en las que se han combinado muestras de vida corta, como las cuerdas de las mortajas y los cabellos, con los huesos sin colágeno del mismo individuo, han venido a demostrar (Van Strydonck et al. en preparación) que la información proporcionada por la fracción carbonato no puede menospreciarse sin más, pues los resultados que proporcionan los distintos tipos de muestras (huesos sin colágenos, cabellos y cuerdas), asociadas al mismo individuo, proporcionan fechas coincidentes. Mientras que los huesos sin colágeno nunca proporcionaron resultados más antiguos, sino moderadamente más modernos, que otras dataciones sobre muestras de vida corta de la misma inhumación.
II.5.3. Restos humanos en el complejo cárstico de Moleta (Sóller, Mallorca) Una serie de restos humanos procedentes de las antiguas excavaciones de W. Waldren en grutas del complejo cárstico de Moleta han sido datados no hace mucho (Van Strydonck et al. 2002: 42; Waldren et al. 2002). Lamentablemente desconocemos el contexto en el que aparecieron los restos, que según este investigador fueron hallados en una pequeña cueva del conjunto cárstico de Moleta, muy próxima a la gruta donde él excavaba en la década de los años setenta y que denominó “The Small Pocket Cave”.
Ante todo ello, optamos por seguir estrictamente las recomendaciones del laboratorio, que es a quien le corresponde especificar las objeciones de tipo técnico. Entre las opiniones de tipo arqueológico, que sí nos competen, destacaríamos que este conjunto de dataciones tiene, si las unimos al resto de las comentadas en este capítulo, la virtualidad de apuntalar la hipótesis de que estamos frente a los vestigios de una fase de actividad humana en las islas, muy mal conocida aún, la cual antecede de forma inmediata a la consolidación de poblaciones estables.
Se trata de restos óseos pertenecientes a un mínimo de ocho individuos cuya conservación de colágeno es mala. El único que tenía colágeno suficiente proporcionó una datación (KIA-29213) que se contiene en el intervalo 2460-2200 BC. El resto de los huesos apenas conservaban colágeno para que las dataciones fuesen plenamente satisfactorias y sólo deben ser utilizadas como referencias ante quem.
Resulta sugerente constatar que, tanto en Son Matge, como en Son Gallard y también en Moleta, estos indicios no aparecen aislados, sin conexión con nada en el tiempo, como ocurría con los hallazgos de Binimel·la y Ciutadella, sino que todos tienen continuidad en secuencias arqueológicas y funcionales: los lechos de estabulación se seguirán documentando sin interrupción hasta c. 1600 BC; la presencia de hogares en Son Gallard cesará hacia 1500 BC y, finalmente, las inhumaciones de Moleta pudieron acabar hacia 1900 BC.
Precisamente por esta razón, las resultados pueden rendir, a pesar de todo, alguna información aprovechable: cinco de ellas han proporcionado fechas que se jalonan en la temporalidad que va de 2880 a 2300 BC, mientras que las dos restantes nos informarían que el uso funerario de la gruta continuó durante el Calcolítico campaniforme de la isla, con otras dataciones que se extienden entre 2470 y 2230 BC y aún pudo perdurar hasta el epicampaniforme y los inicios de la Edad del Bronce, pues otros resultados se contienen en el intervalo 2140-1770 BC.
La interpretación arqueológica de los restos humanos de Moleta es sin duda una tarea prácticamente imposible dada las circunstancias de los hallazgos; a pesar de todo, los mismos sugieren la existencia de una necrópolis de inhumación en gruta natural, o tal vez, como veremos en
El laboratorio nos advierte6 que la mala calidad de las muestras sólo permite utilizar sus resultados como 6 Van Strydonck et al. (2002: 42): The yield of the collagen extraction of these samples was very low. This is a strong indication of heavy contamination. An extra ultra-filtration step was added to the pretreatment (Amicon-centripep, 10 kD cut-off filter). During the ultrafiltration a deposit appeared at the high-molecular side of the filter. It is probably material that was still in suspension before the ultra-filtration step. This precipitation was removed by an extra filtration (Alltech Frits
filter, 20 μm pores) except for sample KIK-1827. This sample was dated without the extra filtering. The results show that the residue contained carbon of a younger age than the dissolved -supposed- collagen. The results must be interpreted with care and can give only a terminus ante quem for the real age of the human bones. There was not enough sample to do a C/N measurement.
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Aún reconociendo que los problemas citados permanecen irresolutos, merece la pena volver sobre el tema, pues las campañas modernas de Son Matge (1999) y de Son Gallard (2003-2004), permiten añadir algún nuevo dato a la discusión. Los grandes contenedores de aspecto toneliforme están presentes a lo largo de distintas entidades arqueológicas de nuestra prehistoria, incluida, como se verá, la correspondiente al Bronce Final. Sin embargo, existen diferencias formales, importantes en unos casos y más sutiles en otros, así como características técnicas8 que permiten diferenciar distintas producciones en el tiempo.
el capítulo dedicado a las prácticas funerarias calcolíticas, de algunas pocas inhumaciones individuales, a diferencia de las necrópolis colectivas que comienzan a utilizarse a partir de fines del calcolítico. Si antes hemos señalado el área geográfica de los grupos tardoneolíticos veracienses como uno de los eventuales puntos de contacto entre la isla con el continente en los momentos iniciales de su poblamiento, parece lógico que volvamos hacia allí la mirada para saber si prácticas funerarias similares eran también frecuentes en estos grupos culturales entre el 3000 y 2500 BC. Efectivamente, los enterramientos en grutas y abrigos, en algunos casos reocupando antiguos lugares funerarios del Neolítico medio y antiguo, no son desconocidos en los grupos del Veraza catalán. Prácticas de inhumación secundaria con deposiciones separadas de cráneos están también documentadas en algunas necrópolis, como en Cau de la Guineu, en Sant Mateu de Bages, Barcelona. De estas inhumaciones disponemos de una referencia de cronología absoluta (Martín Colliga 1998: 791) que sitúa estos enterramientos del veraciense catalán entre 2900 y 2200 BC. Precisamente una de las pocas indicaciones referidas al hallazgo de Moleta que W. Waldren (2003) ha proporcionado se refiere a que parte de este hallazgo fue un fragmento de cráneo humano colocado dentro de un recipiente de cerámica, lo que podría enlazar con las prácticas descritas del veraziense catalán y que tampoco son desconocidas en otros yacimientos de Baleares, aunque de épocas más recientes.
Las citadas recientes campañas de excavación han proporcionado el hallazgo de fragmentos correspondientes a este tipo de toneles, tanto en Son Gallard (Guerrero et al. 2005), como en Son Matge. En el primer caso en un horizonte cronológico datado por radiocarbono (KIA-21209) en el intervalo 2850-2500 BC, mientras que en el segundo, aunque los estudios permanecen sin concluir, algunos fragmentos aparecieron en los sedimentos compactos con partículas carbonosas correspondientes a los lechos de estabulación que fueron datados (UtC-9269) entre 2860 y 2460 BC. La coincidencia de ambas fechas obtenidas en yacimientos distintos conteniendo los mismos tipos cerámicos nos parece un buen indicador cronológico. Sobre todo teniendo en cuenta que los análisis micromorfológicos (Bergadà et al. 2005 a) de las partículas quemadas (ver anexo 2) permite descartar el efecto madera vieja, al menos para el segundo de los resultados. Otro tipo cerámico atribuible a este mismo horizonte (c. 2850-2500 BC) es un pequeño cuenco hemisférico [fig. (2)7, 4] que apareció en Son Gallard asociado a la estructura de combustión (EC03.2) que proporcionó la muestra (KIA-21209) de la citada datación. Las características técnicas de la arcilla y la cochura son similares a las señaladas para los toneles, aunque mejor depurada.
II.5.4. Elementos de cultura material El complejo artefactual atribuible a la primera mitad del III milenio BC es prácticamente desconocido. Desde los estudios iniciales de los horizontes antiguos de Son Matge (Fernández-Miranda y Waldren 1979; Waldren 1982) vienen atribuyéndose básicamente dos tipos cerámicos [fig. (2)8] a las primeras ocupaciones del abrigo: 1) un gran cuenco de cuerpo esferoidal irregular de base plana sin cuello ni borde diferenciado [fig. (2)8, 5], que está provisto de pequeños mamelones perforados muy próximos al labio. 2) Una gran vasija toneliforme [fig. (2)8, 3-4] de cuerpo abombado que presenta unos característicos baquetones en sentido horizontal, tanto en la boca, como en la base, los cuales suelen presentar igualmente perforaciones verticales.
Es posible que a este mismo horizonte cronológico puedan atribuirse igualmente un gran cuenco y un gran tonel con dos filas de muñones paralelas en la parte superior del cuerpo y otra serie junto a la base (Calvo y Guerrero 2002, fig. 16, 1 y 5). Sus características técnicas son idénticas a las descritas anteriormente; el problema es fueron halladas en un contexto superficial de una gruta de la Sierra de Tramontana y, por lo tanto, carentes de contexto seguro, aunque la sala principal de esta cueva presenta una secuencia sedimentaría (Calvo et al. 2000) característica de los lechos de estabulación de ovicaprinos descritos para Son Matge y Mongofre (ver anexó 2).
La atribución contextual de estas cerámicas siempre ha sido bastante confusa, lo que ha generado discusiones inacabables sobre su eventual cronología relativa, ante la imposibilidad de relacionarlas de forma directa e incontrovertible con las dataciones más antiguas de Son Matge (QL-988) de naturaleza no paleontológica7.
La documentación reciente de Son Gallard y Son Matge sugiere que las vasijas toneliformes con doble serie de 8 Paredes muy gruesas con una superficie exterior de coloración no uniforme de tonos negros y anaranjados, márgenes del núcleo en la fractura trasversal negra y el núcleo central adquiere de nuevo tonalidades rojizas o anaranjadas. Al mismo tiempo se observan tratamientos de superficie de compactado realizados probablemente con una espátula y una pasta fina con una proporción de inclusiones minerales muy baja.
7
Algunos investigadores (p.e. Lull et al. 2004, 126) han llegado a poner en duda incluso el carácter de acumulación antrópica para esta secuencia estratigráfica que en su día (Guerrero 2000, 115; Calvo et al. 2000, 403) ya pronosticamos que podía tratarse de una acumulación sedimentaria característica de las estabulaciones de ganados en cuevas y abrigos, como recientemente (Bergadà et al. 2005 y anexo 2 de este volumen) ha podido verificarse más allá de toda duda razonable.
73
muñones horizontales alargados y perforados, así como algunos cuencos hemisféricos, están presentes en el horizonte cronológico correspondiente a la primera mitad del III milenio BC.
Excavaciones recientes en la isla de Menorca han proporcionado también evidencias sobre grandes recipientes en forma de tonel similares a los mallorquines.
No sabemos a ciencia cierta hasta cuándo perduran, sin embargo, sí podemos observar que las vasijas toneliformes de la segunda mitad del III milenio, al menos en Mallorca, han sufrido alguna evolución (formal y técnica) con respecto a las anteriores. En contextos de la segunda mitad de este mismo milenio, ya en conexión con cerámicas campaniformes, siguen apareciendo efectivamente contenedores toneliformes, en gran medida similares formalmente a los citados de Son Matge y Son Gallard. Uno de los contextos mejor datados (KIA17389) lo tenemos en el fondo de cabaña de Ca Na Cotxera9 (Cantarellas 1972 a, 197-198), que situaría esos ejemplares fragmentarios en el intervalo 2290-2040 BC. Sin embargo, es necesario resaltar que sus características técnicas (aspecto de las pastas, desgrasante) son distintas de los más antiguos, mientras que, por otra parte, ninguno de los aparecidos en este yacimiento presenta mamelones en la base.
El yacimiento funerario menorquín de Biniai Nou (Plantalamor y Marqués 2001, 71-74) ha suministrado la información más valiosa sobre estas vasijas toneliformes en Menorca. Son muy similares, técnica y formalmente, a las mallorquinas de Ca Na Cotxera, igualmente carentes de muñones en la base. Estos ejemplares menorquines podrían asociarse a las dataciones (UtC-8949; UtC-8950) que nos situarían su uso entre aproximadamente 2280 y 1900 BC. Los toneles con baquetones alargados horizontalmente situados en la base del recipiente son extraordinariamente raros en Menorca. Con claridad sólo puede señalarse un ejemplar aparecido en la zona exterior del sepulcro de Alcaidús (Plantalamor y Marquès 2003, 243, nº 44876). Pero su datación presenta problemas, pues pertenece a los hallazgos cerámicos correspondientes al exterior del sepulcro y su conexión con el contexto funerario no deja de ser problemática.
En algunas ocasiones, para apoyar una cronología excesivamente baja de los ejemplares de Son Matge, se ha citado (Lull et al. 2004, 126) su presencia en el abrigo de Coval Simó en contextos de cerámicas campaniformes de la segunda mitad del III milenio BC; sin embargo, en las obras de referencia (Coll 2000; 2001) sólo se menciona la presencia de toneles cerámicos en la literatura de los trabajos, pero no aparecen en las ilustraciones, por lo que no es posible dilucidar si se trata de tipos iguales a los que aquí nos ocupan, o bien de los que vemos en Ca Na Cotxera.
Otro ejemplar, citado igualmente en alguna ocasión (Lull et al. 2004) como paralelo de los toneles mallorquines, es un fragmento de base con un pequeño muñón aparecido en el dolmen de Roques Llises (Rosselló et al. 1980, 101, nº 35). El problema es que el estado extraordinariamente fragmentario impide asignarlo con seguridad a un tipo claro de recipiente, ni siquiera permite un cálculo aceptable del diámetro de la base. El estado actual de nuestros conocimientos no permite aclarar gran cosa sobre los paralelos en Menorca de contenedores como los de Son Matge. Menos aún especular sobre la dinámica de las primeras producciones cerámicas de Menorca, isla en la que en muchos aspectos, como en su momento veremos, se producen fenómenos arcaizantes10 que podrían explicar la presencia tardía de elementos ya no vigentes en Mallorca.
Forzando estas mismas argumentaciones, hasta extremos inaceptables para mantener cronologías bajas, se ha llegado a proponer como paralelo un fragmento cerámico aparecido en el dolmen mallorquín de Aigua Dolça, lo que llevaría a datarlos (KIA-15223) en el intervalo 19201730 BC. A nuestro juicio, estos razonamientos resultan insostenibles. En primer lugar, porque se basan en un fragmento amorfo que no puede ser atribuido a un tipo cerámico concreto, como en el estudio del mismo ya se advertía (Coll y Guerrero et al. 2003, 164), En segundo término, su atribución contextual es por completo insegura, pues apareció en una posición superficial no ligada a las inhumaciones del dolmen, como igualmente se especificaba en la publicación citada. El fragmento aparecido en cuestión guarda gran parecido con otra vasija incompleta del sepulcro dolménico menorquín de Alcaidús (Plantalamor y Marquès 2003, nº 44870), en un contexto cronológico contemporáneo a Aigua Dolça, aunque tampoco puede ser considerado un tonel de la clase que aquí nos ocupa, sino de una vasija de mediano a pequeño tamaño.
Sintetizando lo dicho, y sin perjuicio de que nuevos e incontrovertibles hallazgos puedan hacer revisar los presentes planteamientos, en Mallorca el arquetipo de tonel de Son Matge, único completo y restaurado hasta el momento [fig. (2)8, 3], es representativo de la temporalidad que grosso modo se extiende entre c. 2800 y 2500/2400 BC. Lo ejemplares que aparecieron en el fondo de cabaña de Ca Na Cotxera, correspondiente al horizonte que proporciono las dataciones (KIA-17389 y KIA-17390) comprendidas en el intervalo total de 22902020 BC, son ejemplares ya evolucionados carentes de mamelones en la base. En Menorca los datos sobre estos tipos cerámicos no permiten aproximaciones cronológicas tan precisas. Por lo que respecta a otros elementos de cultura material, como pueden ser los líticos, la información no es mejor. Puede citarse la presencia de lascas de sílex con retoques y un núcleo en Son Matge, así como grandes cantos
9
Procedente también de las comarcas no montañosas de la isla se conoce un ejemplar hallado en la finca de Son Boronat (Guerrero 1982, 99), aunque su carácter fragmentario no permite saber a ciencia cierta si corresponde a la producción más antigua o a la contemporánea de Ca Na Cotxera.
10 Un caso paradigmático lo tenemos en el fenómeno dolménico (Guerrero y Calvo 2001).
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marítima con las islas, se estaba produciendo al mismo tiempo (Martín Colliga 2001) un incremento progresivo del pastoreo con intensificación de la trashumancia.
rodados [fig. (2)7, 5] como el aparecido en Son Gallard (Guerrero et al. 2005). Estos artefactos no son elementos claramente diagnósticos y no aportan nada a lo ya dicho.
C) Los problemas de documentación arqueológica que adolecen los fenómenos de preasentamiento y precolonización son bien conocidos en la historiografía prehistórica y protohistórica. Pese a ello, la documentación examinada reúne algunas condiciones que no pueden ser obviadas, son las que en su conjunto proporcionan solidez al análisis; a saber:
II.6. Consideraciones finales De forma muy breve nos gustaría recapitular lo dicho hasta el momento poniendo énfasis en los siguientes aspectos: A) Las islas pudieron ser visitadas por las comunidades prehistóricas continentales en fechas muy remotas sin que ello cristalizase en asentamientos humanos estables. Los hallazgos de industria lítica, con talla propia de culturas preneolíticas, procedentes de Binimel·la y Ciutadella podrían responder a este tipo de presencia humana esporádica.
1. Documentación variada, en cuanto que procede de prácticas sociales heterogéneas, como estabulación de ganados, fuegos de hogar y sepulturas. 2. Se ha generado en yacimientos bien diferenciados y espaciados geográficamente, aunque todos ellos en la zona montañosa de la isla de Mallorca. La datación antigua (UBAR-418) proporcionada por el abrigo de Mongofre Nou deja abierta buenas perspectivas de que Menorca pueda proporcionar algunas sorpresas en un futuro inmediato.
B) Los datos que se acumulan en el periodo cronológico 2900/2800 a 2500 BC podrían estar documentándonos los verdaderos inicios de asentamientos humanos (Guerrero y Calvo en prensa) en vías de consolidación definitiva. Que los datos más sólidos de esta fase estén ligados a la trashumancia de ovicaprinos no deja de ser significativo, si tenemos en cuenta que en las costas del NE de la península Ibérica, con mejores posibilidades de conexión
3. La coincidencia cronológica de diferentes eventos arqueológicos es extraordinaria en algunos casos, incluso con muestras de distinta naturaleza y procedentes de diferentes yacimientos. En ningún caso la información analizada en este capitúlo debe ser menospreciada por que los contextos arqueológicos de procedencia no sean suficientemente claros. Por ello, obtener un registro documental más relevante es el reto que tendrá planteada la investigación arqueológica de las islas en los próximos años.
Dataciones radiocarbónicas más significativas citadas en el texto Lab. nº
Edad C14 BP
Cal. BC, OxCal v3.10 (Intervalo de mayor probabilidad)
Naturaleza muestra
Yacimiento. Observaciones
Interés paleontológico P-2408
9170 ±570
10400 (95,4%) 6800
Carbón
Mallorca. Cova de Canet. Evento probablemente prehumano
Beta-6948
6370 ±320
5900 (95,4%) 4500
Carbón
Dudas sobre su origen antrópico
UTC-6222
6130 ±80
5230 (91.5%) 4840
Hueso
Ibiza, Gruta de Es Pouàs. Horizonte paleontológico.
UTC-6516
5650 ±60
4620 (94.4%) 4350
Hueso
Horizonte paleontológico.
Beta-177237
5060 ±40
3970 (95,4%) 3760
Myotragus
UtC-6517
4785 ±40
3650 (95,4%) 3380
Myotragus
BM-1408
4093 ±398
3700 (95,4%) 1600
Myotragus
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Menorca. Cueva del Pas den Revull Contexto no publicado. Cabrera. Gruta del Penyal Blanc Mallorca. Abrigo de Son Matge. Área Este, estrato 26
1. Contextos de hábitat Lab. nº
Edad C14 BP
Cal. BC, OxCal v3.10 (Intervalo de mayor probabilidad)
Naturaleza muestra
Yacimiento. Observaciones
1.1. Cuevas y abrigos BM-1994R
5160 ±100
4250 (95.4%) 3700
Carbón
KIA-21209
4075 ±25
2850 (95,4%) 2490
Carbón
QL-988
4650 ±120
3700 (95,4%) 3000
Carbón
CAMS-7071
4200 ±70
2920 (95,4%) 2570
Hueso fauna
UTC-9269
4060 ±49
2860 (95,4%) 2470
QL-23
4020 ±50
2860 (95,4%) 2450
Partículas carbonosas (forraje y/o excrementos) Carbonato
UBAR-418
4580 ±60
3520 (95,4%) 3090
Partículas de carbón
Mallorca. Son Gallard. Contexto no publicado. Según Waldren (1998) asociado con fauna doméstica y cerámica. Elemento post quem indeterminado de la primera ocupación del abrigo Estructura de combustión EC03.2 Mallorca. Abrigo de Son Matge. Área E, estrato 28, se dice (Waldren 1982) asociado a fauna doméstica y cerámica. Elemento post quem indeterminado de la primera ocupación del abrigo Área Central. La especie a la que corresponde la muestra no se especificó Área E. Campaña 1999. Se correspondería con uno de los lechos de estabulación (Bergadà et al. 2005 a) Área E, estrato 24, primero con presencia de cerámica campaniforme Menorca. Abrigo de Mongofre Nou Nivel inferior de cenizas y carbones de una secuencia de lechos de estabulación de ganados (Bergadà y Nicolàs 2005).
1.2. Fondos de cabañas BM-1843R
4030 ±110
2900 (95.4%) 2200
Carbón
Mallorca. Son Oleza. Poblado de cabañas circulares Estructura de combustión bajo muro E. Seguramente asociada al horizonte de cabañas circulares.
2. Contextos funerarios Lab. nº
Edad C14 BP
Cal. BC, OxCal v3.10 (Intervalo de mayor probabilidad)
Naturaleza muestra
KIA-14003 KIA-20462 KIA-14026
4165 ±30 4135 ±25 4055 ±30
2880 (95,4%) 2630 2880 (95.4%) 2610 2840 (95.4%) 2470
KIA-13998 KIA-14008
4005 ±50 3990 ±35
2840 (95,4%) 2340 2620 (95,4%) 2450
Tibia humana Tibia humana Fémur humano Tibia humana Tibia humana
Yacimiento. Observaciones
2.1. Cuevas
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Mallorca. Cueva de Moleta Petita Contexto no publicado. Pobre en colágeno. Contexto no publicado. Pobre en colágeno. Contexto no publicado. Pobre en colágeno. Contexto no publicado. Pobre en colágeno. Contexto no publicado. Pobre en colágeno.
ANEXO 1 Abrigo de Son Gallard-Son Marroig. Los análisis de fitolitos (Rosa M. Albert y Marta Portillo) información sobre los restos vegetales depositados en el suelo del abrigo como producto de las actividades cotidianas realizadas en el mismo.
1- Introducción La identificación de restos vegetales en suelos arqueológicos permite conocer posibles funcionalidades del hábitat o de determinadas estructuras y por lo tanto mejorar el conocimiento sobre las actividades domésticas que tenían lugar en un enclave determinado. Con el objetivo de recuperar y estudiar los restos vegetales en varios niveles arqueológicos procedentes del abrigo de Son Gallard-Son Marroig se realizaron análisis de fitolitos de diversas muestras de sedimento. La descripción del abrigo de Son Gallard-Son Marroig, excavado inicialmente por William Waldren en los años 60, y se halla ampliamente descrita en Guerrero et al., (2005). Las muestras analizadas para realizar los estudios de fitolitos fueron recogidas durante las campañas de excavación 2003-2004 dirigidas por el equipo de V.M. Guerrero.
El proceso de extracción de fitolitos de las muestras se realizó en el Laboratorio del Departament de Prehistòria, Història Antiga i Arqueologia de la Universitat de Barcelona. La metodología empleada sigue la propuesta por Albert et al., 1999 y se resume a continuación. Una muestra de sedimento de 1 gr aproximadamente es tratada con 10 ml de una solución de 3N HCl (ácido clorhídrico) y 3N HNO3 (ácido nítrico) y dejada al baño maría durante 30 minutos. Seguidamente, se añade Peróxido de Hidrogeno al 30%, y se deja a 70º hasta que la reacción desaparece. Mediante estos procesos se eliminan carbonatos, fosfatos y materia orgánica, dejando únicamente los componentes insolubles al ataque de los ácidos, dentro de los cuales se encuentran los fitolitos. Esta fracción se denomina “fracción insoluble al ácido” (en adelante AIF). De esta forma es posible comparar muestras que provengan de diferentes zonas del yacimiento, que posean una diferente composición mineralógica y/o que se encuentren en distinto estado de conservación debido a procesos postdeposicionales.
2- Materiales y Métodos Las muestras analizadas procedían de dos sectores diferenciados del abrigo y de diferentes Unidades Estratigráficas. Por un lado se analizó sedimento recogido alrededor del cráneo recuperado en la inhumación TB3. La descripción detallada de este nivel se encuentra en Guerrero et al., (2005). Existen dudas respecto a la posible contaminación de esta zona, pues en parte la tumba se introdujo en la unidad sedimentaria correspondiente al suelo de ocupación campaniforme y, por otro lado, puede haber también intrusiones del horizonte correspondiente a la cremaciones talayóticas (ver Guerrero et al., 2005, fig. 19). Los análisis de fitolitos realizados en esta muestra tienen como objetivo identificar diferentes fases de deposición vegetal con respecto al resto de las muestras. También se ha analizado una muestra de sedimento procedente de la UE5, correspondiente a un nivel calcolítico (2800/25002100 BC aprox.) recuperado al lado de un percutor (canto de playa trabajado) con partículas de carbones adheridas procedentes de una pequeña estructura de combustión a la que sin duda estaba asociado (Guerrero et al., 2005). Finalmente se han analizado dos muestras procedentes de la Covacha Este. Se trata de “un espacio delimitado por una grieta vertical en la pared del abrigo delante de la cual cayeron grandes bloques de piedra, lo que actualmente le da apariencia de embudo o sumidero” (Guerrero et al., 2005). Estos niveles se asocian al período precampaniforme y/o campaniforme. Esta zona se cree que pudiera corresponder a una zona de arrastres del resto del abrigo, por lo tanto el estudio de fitolitos, juntamente con el de análisis polínico nos daría
La separación de los fitolitos de otros materiales silíceos, se realiza por densidades, añadiendo a la muestra 5 ml de Polytungstato de Sodio al 2.4 de densidad [Na6(H2W12O40).H2O]. De este modo es posible observar los fitolitos nítidamente en el microscopio al tiempo que permite su cuantificación. Para la observación de las muestras en el microscopio, se preparan láminas con 1 mg aproximadamente de material. Se añaden unas gotas de Entellan New Merck y se mezcla todo hasta que la muestra queda homogéneamente dispersa. El área total de la muestra en la lámina se estima contando el número total de campos que contienen sedimento. Los fitolitos son luego cuantificados en un número conocido de campos escogidos aleatoriamente a 400 aumentos. Albert & Weiner (2001) señalan que, es necesario un recuento mínimo de 200 fitolitos para obtener la fiabilidad necesaria en la interpretación de resultados. Para la descripción terminológica de los fitolitos se han seguido los sistemas de descripción propuestos por Twiss et al., (1969); Mulholland & Rapp (1992) y desarrollados posteriormente para la zona mediterránea por Albert (1995), Albert, 2000 y Albert & Weiner (2001). Esta descripción se basa en la identificación taxonómica de las células en las cuales se han formado los fitolitos; cuando esto no ha sido posible, se siguen criterios estrictamente geométricos.
77
familia de las ciperáceas no parece relevante. Sin embargo, un estudio mas detallado de las características morfológicas de los fitolitos identificados, señala que las muestras de la covacha presentan, dentro del grupo de hojas dicotiledóneas, una mayor presencia de los denominados pelos, formados en la epidermis de las hojas, mientras que en la muestra procedente del percutor y estructura de combustión EC03.2 (SG7) existe un mayor porcentaje de fitolitos correspondientes a tronco y corteza de plantas dicotiledóneas. Fitolitos con morfologías irregulares y superficie echinada fueron identificadas en las muestras procedentes de la covacha, especialmente en la muestra SG10. Estas morfologías, no han podido hasta el momento, ser identificadas en nuestra colección de referencia de plantas modernas.
3- Resultados e interpretación En la tabla 1 [fig. (2)13] se relacionan los principales resultados obtenidos del estudio de fitolitos, porcentaje de AIF y número estimado de fitolitos por gramo de AIF así como la descripción y localización de las muestras analizadas. La muestra SG7 correspondiente al sedimento alrededor del cráneo de TB3, como ya se ya indicado, deberá ser estudiada con precaución debido a los posibles problemas de contaminación. Por lo que respecta a su composición mineralógica, todas las muestras presentaron resultados similares, con un 4959% de AIF, fracción donde se encuentran los fitolitos, juntamente con cuarzo y arcilla [fig. (2)]13, tabla 1]. Sin embargo, cuando analizamos la distribución de los componentes mineralógicos de la AIF (material silíceo), se observa que las muestras SG9 y SG10 (Covacha) presentan mayor cantidad de cuarzo. La fracción correspondiente a fitolitos en las muestras de sedimento de la covacha no supera el 3% mientras que en las otras dos muestras se encuentra entre un 7 y 8%.
Las características morfológicas de las células cortas indica que una parte importante de las gramíneas identificadas corresponden a la subfamilia festucoide [fig. (2)12, a], aunque también se identificaron formas bilobuladas [fig. (2)12, b]. Estas bilobuladas, características en la zona mediterránea de cañizos tipo Arundo donax, se identificaron exclusivamente en las muestras SG7 y SG8 (percutor-estructura de combustión y cráneo) y se encuentran asociadas a células bulliformes y a un mayor número de estructuras multicelulares silicificadas tanto de inflorescencias como de hojas [fig. (2), 12, c) indicando que estas plantas habrían crecido en un ambiente relativamente húmedo. Las células bulliformes suelen silicificarse únicamente bajo condiciones de humedad importantes (Rosen, 1992). También se han identificado en número abundante partes del tejido mesófilo de hojas de plantas dicotiledóneas, indicando una intensa silicificación de este tipo de plantas [fig. (2)12, d].
Esta diferencia de porcentaje de la fracción de fitolitos se corresponde con la estimación de fitolitos por gramo de AIF cuantificada en las muestras. Las muestras SG7 y SG8 (percutor-estructura de combustión y cráneo respectivamente) presentan una cantidad considerable de fitolitos (alrededor de 9 millones por gramo de AIF), mientras que las muestras correspondientes a la covacha presentan una abundancia de fitolitos mucho menor, no llegando a alcanzar el millón de fitolitos por gramo de AIF [fig. (2)13, tabla 1]. Los fitolitos identificados [fig. (2)12] presentaban, en general, un buen estado de conservación permitiendo una correcta interpretación morfológica. Los índices de disolución no llegan al 10% siendo algo superiores en las muestras procedentes de la covacha este, especialmente la muestra SG10. Por otro lado, la observación microscópica indica que, en la muestra SG7, la disolución observada parece ser más de tipo mecánico que químico.
En el gráfico 2 se observa la distribución de los fitolitos de gramíneas según se hayan formado en la inflorescencia [fig. (2)12, e] o en el tallo y/o hojas de estas plantas [fig. (2)12, f y g]. Las inflorescencias, parte de la planta donde se encuentran las semillas, no son abundantes en ninguna de las muestras analizadas, únicamente la muestra recogida alrededor del cráneo (SG8) presenta un mayor porcentaje de esta parte de las plantas (cerca 11%). Otros tipos de restos identificados en las muestras han sido diatomeas especialmente en las muestras SG7 y SG8 [fig. (2)12, h] indicando la presencia de aguas estancadas. También se han identificado espículas de esponja en las muestras SG9 y SG10.
Morfológicamente, los fitolitos fueron agrupados, dependiendo del tipo de planta o parte de la planta donde se formaron, en este caso: gramíneas, plantas monocotiledóneas en general (ciperáceas y/o gramíneas), ciperáceas, hojas de plantas dicotiledóneas y tronco/corteza de plantas dicotiledóneas. El grupo monocotiledóneas se refiere a aquellas morfologías (paralelepípedos o cilindroides alargados con margen liso o escabroso) las cuales son abundantes en plantas monocotiledóneas, pero que sin embargo no poseen características morfológicas que permitan atribuirlas a una u otra familia. Una primera aproximación a los resultados morfológicos sugiere que, a primera vista, no existen diferencias significativas entre las muestras, independientemente de su procedencia (Gráfico 1). Las plantas monocotiledóneas, y dentro de ellas las correspondientes a la familia de las gramíneas domina en general en todas las muestras, seguidas por fitolitos característicos del tronco/corteza de plantas dicotiledóneas y de las hojas de este mismo grupo de plantas. La presencia de fitolitos procedentes de la
4- Conclusiones Las pocas diferencias observadas en la composición mineralógica de las muestras señala que se trata del mismo tipo de sedimento, únicamente con unos mayores niveles de cuarzo, en las muestras de la covacha, probablemente por la caída de material de la pared del abrigo y una mayor presencia de la fracción correspondiente a fitolitos, observada también por el gran número de fitolitos cuantificado, en las muestras TB3 y UE5. Los fitolitos aparecen en buen estado de conservación indicando que las condiciones mineralógicas han sido estables, desde el momento de 78
interpretadas como sumidero natural y sin deposición intencional aparente de restos vegetales, señala que la composición vegetal presente en el abrigo correspondería a la vegetación natural de la zona, con mayores condiciones de humedad en las muestras TB3 y UE5.
deposición de los sedimentos hasta el presente, en todas las muestras y con un pH que no es superior a 8,5 – momento de disolución de los fitolitos. Únicamente la muestra SG10, del interior de la covacha, muestra un ligero aumento en la disolución de fitolitos, aunque no suficiente como para indicar un ambiente más básico.
Pies de las figuras
La presencia de fitolitos es unas 10 veces más abundante en las muestras TB3 (alrededor del cráneo) y UE5 (alrededor del “percutor” y pequeña estructura de combustión) que en las muestras de la covacha. Esta gran abundancia de fitolitos en las primeras, indica claramente una deposición “intencional”, probablemente de carácter antrópico, de restos vegetales que no se observa en la covacha. Hay que remarcar que la disolución observada microscópicamente en la muestra recuperada alrededor del percutor es de tipo mecánico lo que podría explicarse por un proceso de molturación de los restos vegetales depositados en este nivel. Sin embargo, el análisis morfológico no indica que se trate de molturación de cereales (bajo número de gramíneas y muy bajo número de la parte de las inflorescencias, donde se encuentran las semillas), sino de plantas dicotiledóneas. Destaca, tanto en esta muestra, como en la recuperada alrededor del cráneo de plantas gramíneas tipo cañizo, posiblemente Arundo donax. Su presencia en asociación con células silicificadas del tejido mesófilo de hojas de plantas dicotiledóneas, así como de diatomeas, indica altas condiciones de humedad, así como la posible presencia de aguas estancadas durante un cierto período de tiempo.
Fig. (2)12: Microfotografias de fitolitos identificados en las diversas muestras tomadas a 400x. a) Célula corta de gramínea del grupo festucoide; b) Célula corta bilobulada de gramíneas; c) Esqueleto silicificado de células largas con margen psilate común en gramíneas y ciperáceas; d) Tejido mesófilo silicificado de hojas de plantas dicotiledóneas; e) Célula larga con margen echinate formada en la inflorescencia de plantas gramíneas; f) tricoma correspondiente a hojas de plantas gramíneas; g) célula larga polilobulada característica de plantas gramíneas; h) diatomea del tipo alargado. Fig. (2)13: Grafico 1 – Histograma con el resultado del análisis morfológico de fitolitos. Grafico 2 – Histograma con el porcentaje de fitolitos de inflorescencias y de tallo y hojas de plantas gramíneas. Grafico 3 – Histograma con el porcentaje de volumen de representación de las plantas identificadas a través del análisis de fitolitos.
Para poder interpretar la distribución de las diferentes plantas identificas, es necesario tener en cuenta que, no todas las plantas y partes de las plantas producen fitolitos en la misma cantidad. Estudios previos demuestran que la familia de las gramíneas produce entre 16 y 20 veces más fitolitos que las plantas dicotiledóneas (Wilding & Drees, 1971; Kondo, 1977). Nuestros resultados obtenidos del estudio de fitolitos producidos en plantas modernas indicaron que la familia de las gramíneas produce 20 veces más fitolitos que el tronco/corteza de plantas dicotiledóneas y las hojas de estos mismos árboles producen 16 veces más fitolitos que el tronco/corteza (Albert, 2000; Albert & Weiner, 2001). Teniendo en cuenta estos datos, si convertimos los porcentajes obtenidos de nuestro estudio al de volumen utilizado, observaremos la proporción utilizada de los diferentes elementos en las distintas muestras (Gráfico 3). Los resultados indican que, no existen diferencias entre las diferentes muestras analizadas, y que todas ellas están dominadas por la presencia de plantas dicotiledóneas (tronco/corteza), mientras que las plantas gramíneas se encuentran aproximadamente en un 20% del volumen total. La relativa escasa presencia de formas correspondientes a madera, sugiere que se trataría probablemente de ramas pequeñas de escaso diámetro y no de grandes troncos de árboles. Las escasas diferencias morfológicas observadas entre todas las muestras parecen indicar que no existió una selección en el tipo de plantas depositadas, especialmente en las procedentes de TB3 y UE5. Su similitud morfológica con las muestras de la Covacha, 79
Número muestra SG 07
Procedencia UE 5
% AIF
SG 08 SG 09 SG 10
49,7
N. Fitolitos 1 gr. AIF 9.955.000
% disolución 4,28
TB3
56,0
8.981.000
2,43
Covacha Este UE 7 Covacha Este UE 8
59,1
678.000
4,61
55,0
585.000
9,85
Observaciones Sedimento alrededor del percutor asociado a la estructura de combustión EC03.2 Sedimento alrededor cráneo Sedimento exterior acumulado en un sumidero natural Sedimento exterior acumulado en un sumidero natural
ROSEN, A.M. (1992). Preliminary identification of silica skeletons from Near Eastern archaeological sites: an anatomical approach. Phytolith Systematics: Emerging Issues, Advances in Archaeological and Museum Science (G, Rapp, Jr. & S.C. Mulholland, Eds.), Plenum Press, New York: 129-148.
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ALBERT, R. M. (2000). Study of ash layers through phytolith analyses from the Middle Paleolithic levels of Kebara and Tabun cave (Israel). Thesis dissertation. Dept. of Prehistory, Ancient History and Archaeology. Barcelona, University of Barcelona: 250.
Figuras y Gráficos: Fig. (2)12: Macrofotografías de fitolitos identificados en las diversas muestras tomadas a 400x. a) Célula corta de gramínea del grupo festucoide; b) Célula corta bilobulada de gramíneas; c) Esqueleto silicificado de células largas con margen psilate común en gramíneas y ciperáceas; d) Tejido mesófilo silicificado de hojas de plantas dicotiledóneas; e) Célula larga con margen echinate formada en la inflorescencia de plantas gramíneas; f) tricoma correspondiente a hojas de plantas gramíneas; g) célula larga polilobulada característica de plantas gramíneas; h) diatomea del tipo alargado. Fig. (2)13: Grafico 1: Histograma con el resultado del análisis morfológico de fitolitos . Grafico 2: Histograma con el porcentaje de fitolitos de inflorescencias y de tallo y hojas de plantas gramíneas.
ALBERT, R. M. WEINER, S. (2001). Study of phytoliths in prehistoric ash layers using a quantitative approach. Phytoliths, Applications in Earth Sciences and Human History. J. D. M. F. Coline, A.A. Balkema Publishers: 251-266. GUERRERO, V.M.; ENSENYAT, J.; CALVO, M.; ORVAY, J. (2005). El abrigo rocoso de son Gallard-Son Marroig. Nuevas aportaciones treinta y siete años después, Mayurqa 30, 79-140. KONDO, R. (1977). Opal phytoliths, inorganic, biogenic particles in plants and soils. Japan Agricultural Research Quarterly (JARQ) 11 (4): 198-203. MULHOLLAND, S.C. & RAPP, G.JR (1992). A morphological classification of grass-silica bodies. Phytolith Systematics. Emerging Issues, Advances in Archaeological and Museum Science (G. Rapp, Jr. & S.C. Mulholland, Eds). Plenum Press, New York: 65-90.
Grafico 3: Histograma con el porcentaje de volumen de representación de las plantas identificadas a través del análisis de fitolitos.
80
ANEXO 2 ANÁLISIS DE LA SECUENCIA SEDIMENTARIA CORRESPONDIENTE A LOS LECHOS DE ESTABULACIÓN DE SON MATGE (MALLORCA) (M. Mercè Bergadà) Los análisis aquí presentados11 corresponden a dos muestras sedimentarias [fig. (2)9] obtenidas durante la intervención de 1999 en la que se puso al descubierto un resto de la secuencia estratigráfica de Son Matge (Waldren et al. 2002) que aún se conservaba intacta desde las antiguas excavaciones (Waldren 1982).
principios de descripción utilizados por Bullock et al., 1985, Courty et al., 1989 y por Bergadà, 1998. Se recogieron un total de 2 muestras del sector Este (Fig. 9, 4-5).
Se caracteriza por presentar una extensa área de combustión localizada en el sector Este del yacimiento sin delimitación, donde la secuencia microestratigráfica es la siguiente:
2. Descripción e interpretación micromorfológica
Unidad 1. Potencia media 1 cm. Limos arenosos de color gris marronoso (7,5YR 7/6) con una estructura masiva de débil cohesión.
Unidad 1.
La descripción micromorfológica de la secuencia se muestra en las tablas siguientes (Tabla 3 y Tabla 4). Descripción: Formada por una matriz limoarenosa junto a una acumulación carbonatada de tipo micrítico con una fábrica birrefringente cristalítica y calcítica de origen vegetal con una microestructura masiva. Aparecen residuos carbonosos de un tamaño que oscila entre 50 y 375 μm, acumulaciones de esferolitas y fitolitos de sílice de formas alargadas [fig. (2)14, 1]. Entre los componentes de origen animal aparecen coprolitos de ovicaprino y algún fragmento óseo. Entre la masa basal aparecen nódulos de óxidos e hidróxidos de hierro y también se documenta la actividad biológica especialmente de raíces.
Unidad 2. Potencia media 4 cm. Limos de color grisáceo (7,5 YR 8/2) con fragmentos carbonosos y con una estructura masiva de débil cohesión Unidad 3. Potencia media 2 cm. Matriz de limos arenosos de color pardo (7,5 YR 5/6) y con una estructura granular. Unidad 4. Potencia media 2 cm. Limos arenosos de color marrón oscuro (7,5 YR 3/2) con partículas carbonosas con una estructura masiva de débil cohesión.
Interpretación: Esta unidad es el resultado de una sedimentación detrítica y de una acumulación vegetal con algún excremento de ovicaprino. El hecho de que aparezcan entre los componentes vegetales, esferolitas (acumulaciones de oxalato cálcico) y fitolitos de sílice de formas alargadas, puede ser indicativo de cenizas de hojas y de gramíneas (Wattez, 1992).
Unidad 5. Potencia media 9,5 cm. Matriz compuesta de limos arenosos de color pardo (7,5 YR 5/6) con estructura granular y algún canto de caliza. Análisis micromorfológico 1. Metodología de estudio La metodología que hemos utilizado para realizar el estudio del relleno sedimentario que se conserva de este horizonte es la aplicación de la micromorfología. Este análisis nos ha permitido estudiar el sedimento a escala microscópica [fig. (2)14 y (2)15], es decir, en la observación al microscopio óptico de láminas delgadas. La técnica para obtener láminas delgadas empieza con la extracción de muestras en el campo. El muestreo que utilizamos consiste en la introducción en el sedimento de unas cajas recubiertas de yeso que nos permiten obtener muestras de 13,5 x 5,5 cm sin alterar la estructura y disposición de los componentes. La técnica de fabricación de las láminas ha sido desarrollada por el Département des Sols de l'Institut National Agronomique de Plaisir Grignon (France) y por el Departament de Medi Ambient i Ciències del Sòl de la Universitat de Lleida. Las láminas delgadas han sido estudiadas con el microscopio óptico petrográfico siguiendo los criterios y
11
Este nivel correspondería a un aporte detrítico con residuos principalmente de origen vegetal que han alcanzado una combustión de fuerte intensidad (450-500 °C). Se observan trazas de la actividad biológica de un momento posterior. Unidad 2. Descripción: Compuesta por una acumulación carbonatada de tipo micrítico con una fábrica birrefringente cristalítica y calcítica de origen vegetal [fig. (2)14, 3] con una porosidad muy débil (2-3%) y una microestructura masiva. Hay componentes detríticos, principalmente calizas, que presentan trazas de disolución [fig. (2)14, 2] con los contornos irregulares y una porosidad en las fisuras, cuarzos y calcita. Aparecen restos cenicientos fosfatados, esferolitas, fitolitos de sílice de formas alargadas [fig. (2)14, 4], fragmentos carbonosos de reducido tamaño (50 a 250 μm) y cenizas; así como, excrementos de ovicaprinos en proceso de descomposición que son muy abundantes [fig. (2)14, 5].
Fueron publicados inicialmente por Bergadà et al. 2005.
81
podrían corresponder a vegetales monocotiledóneos y por su morfología se trata de gramíneas, pudiendo corresponder a una vegetación tipo caña. En un momento posterior han percolado aguas que han removilizado el material carbonoso fragmentado previamente por la actividad biológica y origina revestimientos alrededor de los elementos gruesos y de huecos; también han ocasionado precipitaciones de carbonato cálcico alrededor de huecos como resultado de la evaporación de soluciones cargadas de carbonatos.
Se constata la presencia de algún elemento cerámico de tamaño centimétrico. La actividad biológica está fuertemente desarrollada representada por lumbrícidos y raíces; así como, nódulos de óxidos e hidróxidos de hierro repartidos por la masa basal. También hay acumulaciones de material fino de 25 a 50 μm alrededor del material detrítico. Interpretación: El origen de esta unidad se debe principalmente a una acumulación vegetal con excrementos de ovicaprinos que han sufrido una combustión de fuerte intensidad, superior a los 500°C, donde se dieron buenas condiciones de oxigenación debido a que aparecen trazas de óxidos de hierro en forma de nódulos. Los residuos vegetales estarían constituidos principalmente por hojas, ramas y gramíneas.
Unidad 5. Descripción: Se caracteriza por una matriz limoarenosa con algún canto de caliza que presenta trazas de disolución y de fosfatos [fig. (2)15, 3 y 4]. La microestructura es granular. Los restos vegetales aparecen carbonizados con un tamaño que oscila entre 50 y 750 μm, dominan los de 50 a 150 μm. Hay esferolitas que según Wattez son abundantes en las cenizas de hojas (Wattez, 1992:179). Aparecen fitolitos de sílice de formas alargadas y restos de vegetales parcialmente carbonizados [fig. (2)15, 5] y humificados. Se distingue algún fragmento óseo con trazas de combustión en posición vertical, así como algún excremento de ovicaprino. Se manifiesta la actividad de raíces y lumbrícidos de la misma forma que en las unidades anteriores pero mucho más acentuada, así como la presencia de óxidos e hidróxidos de hierro, la acumulación secundaria de CaCO3 en los huecos y las acumulaciones de material fino en los cantos.
Las condiciones fueron algo húmedas, tal y como se desprende de los rasgos de disolución del material calizo y de las acumulaciones de material fino revistiendo elementos detríticos ocasionadas por circulaciones de agua. Unidad 3. Descripción: Matriz de limos arenosos constituida mayoritariamente por calizas, cuarzos y feldespatos junto algún canto calizo, con una microestructura granular [fig. (2)14, 6]. Por lo que respecta a los componentes de origen vegetal dominan los fitolitos de sílice de formas alargadas y las partículas carbonosas junto con algún fragmento de excremento de ovicaprino y de hueso. Por lo que respecta a los procesos postdeposicionales destacamos la actividad biológica especialmente de lumbrícidos que sería responsable de la microestructura sedimentaria.
Interpretación: Se trata de un aporte sedimentario de tipo detrítico con residuos mayoritariamente de origen vegetal. Destacaríamos la gran actividad biológica de los lumbrícidos que ha ocasionado la formación de la microestructura y de los agregados; como también es responsable de la posición del material óseo identificado. Al igual que en la unidad anterior aparecen acumulaciones secundarias de CaCO3 como resultado de la evaporación de aguas cargadas en carbonatos y removilizaciones de finos. El ambiente sería húmedo y las trazas de fosfatos que se observan tendrían un origen biológico, como consecuencia del proceso de humificación de los componentes vegetales.
Interpretación: Se trata de una sedimentación detrítica con aportes vegetales carbonizados y excrementales no muy abundantes. Unidad 4. Descripción: Presenta una matriz marrón carbonatada con una fábrica birrefringente cristalítica y calcítica con una fracción de limos arenosos. La microestructura es masiva y en algunos sectores granular. Aparece una gran concentración de fragmentos vegetales de color negro a pardo (60%) [fig. (2)15, 1], junto a estructuras multicelulares silicificadas (fitolitos), fragmentos cenicientos [fig. (2)15, 2] y acumulaciones de esferolitas. Se observa algún coprolito de ovicaprino parcialmente carbonizado. Como procesos postdeposicionales destacamos, aparte de la actividad biológica, la acumulación secundaria de CaCO3 en huecos y la acumulación secundaria de material carbonoso (25 μm) alrededor de huecos.
2.3. Discusión de los resultados Uno de los inconvenientes que tenemos a la hora de plantear los resultados de este estudio es que el registro sedimentario que hemos analizado no tiene la potencia que documentó W. Waldren cuando realizó la intervención arqueológica en el año 1969. De todos modos, de los niveles muestreados podemos deducir la existencia de distintas ocupaciones periódicas relacionadas con la estabulación de animales domésticos concretamente de ovicaprinos.
Interpretación: Se trata de una acumulación de restos vegetales carbonizados, aunque aparecen algunos humificados. Uno de los componentes que destacaríamos son las estructuras multicelulares silicificadas que en opinión de Rosa M. Albert (comunicación personal)
La primera ocupación estaría representada por las unidades 5 y 4. Por los caracteres observados estas 82
unidades corresponderían a un momento de abandono de una actividad de estabulación precedente que no hemos podido documentar en la secuencia estudiada. La unidad 5 está formada por una sedimentación detrítica con residuos vegetales, algunos con trazas de combustión y otros con rasgos de humificación con algún u otro fragmento de excremento de ovicaprino. Destacaríamos la gran actividad biológica, especialmente de lumbrícidos, hecho que nos corroboraría un momento de abandono temporal de la ocupación. La unidad 4 está formada principalmente por restos vegetales, quizás los que dominan más son las estructuras multicelulares silicificadas que tal como hemos expuesto anteriormente podrían corresponder a gramíneas o cañas en opinión de R. M. Albert. En algunos sectores de la unidad, su acumulación es tan masiva que nos hace plantear que podría corresponder a algún elemento de cercado de los animales o del techo. Se trataría de un momento de abandono. A continuación hay una fase de interrupción de la actividad pastoril, Unidad 3, formada por una sedimentación detrítica con algún componente de origen animal y vegetal. Esta etapa sería breve; ya que, dicha unidad no aparece representada en todo el sector y también porque se localiza algún que otro excremento.
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La segunda ocupación estaría representada por las unidades 2 y 1. La Unidad 2 compuesta por una gran acumulación de restos vegetales, hojas, ramas leñosas, gramíneas y excrementos de ovicaprinos que han alcanzado una temperatura superior a los 500 °C. Es en esta unidad dónde realmente se dio la ocupación y en un momento posterior se incendió para asegurar un saneamiento del lugar. La Unidad 1 en cuanto a su composición es equiparable a la Unidad 3, parece que se trata de un momento de interrupción de la actividad de estabulación.
BERGADÀ, M.; GUERRERO, V.M.; ENSENYAT, J. 2005: Primeras evidencias de estabulación en el yacimiento de son Matge (Serra de Tramuntana, Mallorca) a través del registro sedimentario, Mayurqa 30, 153-180. BULLOCK, P., FÉDOROFF, N., JONGERIUS, A., STOPPS, G., TURSINA, T. (1985): Handbook for soil thin section description, Wolverhampton Waine reserach publ. COURTY, M. A., GOLDBERG, P., MACPHAIL, R. I. (1989): Soils and micromorphology in archaeology. Cambridge University Press.
Un rasgo interesante a destacar de la estabulación practicada en Son Matge es que si observamos los restos vegetales documentados en los excrementos aparecen prácticamente los mismos que los identificados como lecho; dato que nos hace deducir que quizás los ovicaprinos de Son Matge disponían de un área de explotación reducida o con poca diversidad de recursos.
COURTY, M. A., MACPHAIL, R. I., WATTEZ, J. (1991): Soil micromorphological indicators of pastoralism; with special reference to Arene Candide, Finale Ligure, Italy, Rivista di Studi Liguri, A. LVII, 1-4. pp. 127-150.
De lo expuesto y teniendo en cuenta que Waldren atribuyó esta dinámica sedimentaria desde el Neolítico hasta los inicios de la Edad de Bronce podemos plantear la hipótesis que en el yacimiento de Son Matge ha habido un funcionamiento policíclico del espacio destinado a la estabulación, hecho documentado en otros registros mediterráneos neolíticos como Arene Candide (Liguria, Italia) (Courty et al., 1991), Cova de les Cendres (Teulada-Moraira, Alicante) (Bergadà, 2001) y Cova de la Guineu (Font-Rubí, Barcelona) (Bergadà et al. 2005).
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83
Figuras Fig. (2)14: (1) Unidad 1. Matriz limoarenosa LPP. 1: Fitolitos de formas alargadas; 2: Fragmentos carbonosos; 3: Acumulaciones micríticas (2) Unidad 2. Trazas de disolución de un elemento calizo. LPP. (3) Unidad 2. Acumulación carbonatada de tipo micrítico con fragmentos de cenizas, partículas carbonosas y nódulos de óxidos e hidróxidos de hierro. LPP. (4) Unidad 2. Acumulación de fitolitos de sílice de formas largadas. LPP. (5) Unidad 2. Fragmento de excremento de ovicaprino. LPP. (6) Unidad 3. Matriz limoarenosa con microestructura granular. LPX Fig. (2)15: (1) Unidad 4. Acumulación carbonosa en la masa basal. LPP. (2) Unidad 4. Fragmentos cenicientos. LPX. (3) Unidad 5. Detalle de canto de caliza que presenta rasgos de fosfatización. LPP. (4) Unidad 5. Detalle de canto de caliza que presenta rasgos de fosfatización. LPX. (5) Unidad 5. Vista general de la masa basal. LPP. 1: Fragmento de excremento de ovicaprino; 2: Fitolitos de sílice; 3: Residuos vegetales parcialmente carbonizados
84
Tabla 3: Descripción micromorfológica I
Unidades
1
Microestructura
Porosidad: 5% Microestructura masiva con huecos cavitarios y planares.
2
Porosidad: 2-3% Microestructura masiva con huecos cavitarios y de empaquetamiento.
3
Porosidad: 5% Microestructura granular con algún hueco planar.
4
5
Porosidad: 15% Microestructura masiva y localmente granular.
Porosidad: 15-20% Microestructura granular con huecos de empaquetamiento y cámaras.
Masa basal FG/FF 1/3. Domina la fracción limoarenosa con un 10% de arenas de 125 a 375 μm junto a una acumulación gris carbonatada de tipo micrítico con una fábrica birrefringente cristalítica y calcítica. Formada por residuos de origen vegetal y animal Matriz gris carbonatada de tipo micrítico con una fábrica birrefringente cristalítica y calcítica fosfatada con una fracción de 75 a 100 μm (3%) con algún elemento calizo que presenta trazas de disolución. Formada por residuos de origen vegetal y animal. FG/FF 1/3. Domina la fracción limoarenosa, con un 10% de arenas de 300 a 875 μm. El material detrítico está constituido por calizas, cuarzos, calcita y feldespato. La fracción fina está constituida por una fábrica birrefringente cristalítica y calcítica. Matriz marrón carbonatada de tipo micrítico con una fábrica birrefringente cristalítica y calcítica con una fracción a limoarenosa 5%. Formada por residuos de origen vegetal y animal. FG/FF 1/3. Domina la fracción limoarenosa, con un 10% de arenas de 300 a 875 μm. El material detrítico está constituido por calizas, cuarzos, calcita y feldespato. En las calizas aparecen trazas de disolución y de fosfatos. La fracción fina está constituida por una fábrica birrefringente cristalítica y calcítica.
85
Edaforrasgos
- Actividad biológica de raíces que origina fisuras. - Óxidos e hidróxidos de hierro en forma de nódulos de 50 μm. - Actividad biológica (lumbrícidos) que se manifiesta por la porosidad. - Óxidos e hidróxidos de hierro en forma de nódulos de 50 a 75 μm. - Acumulación de material fino alrededor del material detrítico de 25 a 50 μm. - Actividad biológica (lumbrícidos) que origina agregados y es responsable de la microestructura granular. - Óxidos e hidróxidos de hierro en forma de nódulos de 175 μm. - Actividad biológica (raíces y lumbrícidos) que se manifiesta por la formación de cámaras, agregados y fisuras. - Acumulaciones secundarias de CaCO3 de tipo micrítica en huecos de 25 μm. - Acumulaciones de material fino (carbón) alrededor de huecos de 25 a 50 μm. - Actividad biológica (raíces y lumbrícidos) que se manifiesta por la presencia de raíces, cámaras, agregados y por la porosidad. - Óxidos e hidróxidos de hierro en forma de nódulos de 150 μm e impregnación en el material detrítico. - Acumulaciones secundarias de CaCO3 de tipo micrítica en huecos.
Tabla 4: Descripción micromorfológica II
Unidades Componentes de origen vegetal
1
2
3
4
5
- Carbones de 250-375 μm de morfología nodular de color negro (5%). - Esferolitas (2%). - Fitolitos de formas largadas. Carbones de 50 a 75 μm de morfología nodular (10%). - Carbones (5%) de 50 a 250 μm. Cenizas (5%) de 500 μm a 1,25 mm. - Fitolitos de sílice de formas alargadas. - Esferolitas - Fábricas cristalinas blancas formadas por cristalizaciones calcíticas subredondeadas de fuerte birrefringencia. - Fitolitos de sílice de formas alargadas. - Carbones de 50 a 175 μm (8%) de morfología nodular. - Estructuras multicelulares silicificadas (fitolitos) (15%). - Carbones de tamaño centimétrico (60%). - Fábricas cristalinas formadas por esferolitas. - Fragmentos cenicientos de 1 mm. - Restos vegetales humificados. - Carbones (15%) de 50 a 750 μm. - Restos vegetales humificados 5%. - Fitolitos de sílice de formas alargadas. - Fábricas cristalinas formadas por esferolitas 5%.
Componentes de origen animal
Materiales antrópicos
- Masas fosfatadas cristalíticas de color gris-amarillo de 1 mm de sección con porosidad abierta, rica en esferolitas y en fitolitos desarticulados con una estructura fibrosa identificados como coprolitos de animales con una dieta -------herbívora (ovicaprinos) (1%). - Huesos de color amarillo de morfología redondeada de 500 μm. - Masas fosfatadas cristalíticas de color Material cerámico de tamaño centimétrico gris-amarillo de 1 mm a 1 cm de (1%). sección con porosidad abierta, rica en esferolitas y en fitolitos desarticulados con una estructura fibrosa identificados como coprolitos de animales con una dieta herbívora (ovicaprinos) (15%).
-Masas fosfatadas cristalíticas de color marrón-amarillo de 1 mm de sección con porosidad abierta, rica en esferolitas y en fitolitos desarticulados con una estructura fibrosa identificados como coprolitos de animales con una dieta herbívora (ovicaprinos) (1%). - Huesos de color amarillo de 750 μm. - Masas fosfatadas cristalíticas de color marrón-amarillo de 1 mm de sección con porosidad abierta, rica en esferolitas y en fitolitos desarticulados con una estructura fibrosa identificados como coprolitos de animales con una dieta herbívora (ovicaprinos) (1%).
- Masas fosfatadas cristalíticas de color marrón-amarillo de 1 mm de sección con porosidad abierta, rica en esferolitas y en fitolitos desarticulados con una estructura fibrosa identificados como coprolitos de animales con una dieta herbívora (ovicaprinos) ( 1%). - Huesos de 300 μm a 2 mm de color amarillo, fisurado y en posición vertical 5%.
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Microfotografias de fitolitos identificados en las diversas muestras tomadas a 400x. a) Célula corta de gramínea del grupo festucoide; b) Célula corta bilobulada de gramíneas; c) Esqueleto silicificado de células largas con margen psilate común en gramíneas y ciperáceas; d) Tejido mesófilo silicificado de hojas de plantas dicotiledóneas; e) Célula larga con margen echinate formada en la inflorescencia de plantas gramíneas; f) tricoma correspondiente a hojas de plantas gramíneas; g) célula larga polilobulada característica de plantas gramíneas; h) diatomea del tipo alargado (R.Mª. Albert y M. Portillo). Fig. (2)13 Grafico 1 – Histograma con el resultado del análisis morfológico de fitolitos. Grafico 2 – Histograma con el porcentaje de fitolitos de inflorescencias y de tallo y hojas de plantas gramíneas. Grafico 3 – Histograma con el porcentaje de volumen de representación de las plantas identificadas a través del análisis de fitolitos (R.Mª. Albert y M. Portillo). Anexo 2 Fig. (2) 14 (1) Unidad 1. Matriz limoarenosa LPP. 1: Fitolitos de formas alargadas; 2: Fragmentos carbonosos; 3: Acumulaciones micríticas (2) Unidad 2. Trazas de disolución de un elemento calizo. LPP. (3) Unidad 2. Acumulación carbonatada de tipo micrítico con fragmentos de cenizas, partículas carbonosas y nódulos de óxidos e hidróxidos de hierro. LPP. (4) Unidad 2. Acumulación de fitolitos de sílice de formas largadas. LPP. (5) Unidad 2. Fragmento de excremento de ovicaprino. LPP. (6) Unidad 3. Matriz limoarenosa con microestructura granular. LPX (M. Bergadà). Fig. (2) 15 (1) Unidad 4. Acumulación carbonosa en la masa basal. LPP. (2) Unidad 4. Fragmentos cenicientos. LPX. (3) Unidad 5. Detalle de canto de caliza que presenta rasgos de fosfatización. LPP. (4) Unidad 5. Detalle de canto de caliza que presenta rasgos de fosfatización. LPX. (5) Unidad 5. Vista general de la masa basal. LPP. 1: Fragmento de excremento de ovicaprino; 2: Fitolitos de sílice; 3: Residuos vegetales parcialmente carbonizados (M. Bergadà).
Índice y créditos de figuras Figura (2)1 1: Yacimientos con industria lítica en Menorca. 2-3: Entorno natural de Binimel·la (V.M. Guerrero). Figura (2)2 Industria lítica de Binimel·la, según Fullola (et al. 2005), dibujos de R. Álvarez, fotos V.M. Guerrero. Figura (2)3 1: Industria lítica de Ciutadella, según Fullola (et al. 2005), dibujos de R. Álvarez, fotos V.M. Guerrero. 2-3: Afloramientos de radiolaritas de la playa de Binimel·la (V.M. Guerrero). Figura (2)4 Gráficos correspondientes al estudio de la industria lítica de Binimel·la, según Fullola (et al. 2005). Figura (2)5 1-2: Localización de los yacimientos de Son Gallard-Son Marroig y Cova des Canet (V. M. Guerrero). 3: Secuencia estratigráfica de la cata nº 1 en la Cova des Canet, según Kopper (1984). 4: Secuencia estratigráfica de la cata nº 2 en la Cova des Canet, según Pons-Moyà y Coll (1986). Figura (2)6 1-3: Abrigo de Son Gallard con los distintos sectores excavados y secciones del sitio, según V.M. Guerrero (et al. 2005). 4: Trabajos de campo sobre los grandes bloques desprendidos de la visera del abrigo (V. M. Guerrero). Figura (2)7 1-6: Estructuras de combustión del abrigo de Son Gallard y materiales asociados a las ocupaciones más antiguas del yacimiento, según V.M. Guerrero (et al. 2005). Figura (2)8 1: Panorámica del abrigo de Son Matge (J. Orvay). 2: Estado del yacimiento en el sector Este durante las excavaciones de 1999 (V.M. Guerrero). 3: Vasija toneliforme (I. de Rojas, Museo de Mallorca). 4-5: Base de tonel y vasos globular, según dibujos de W. Waldren (1982) y foto de V. M. Guerrero. Figura (2)9 1: Sector Este del abrigo de Son Matge durante las excavaciones de 1999 (V. M. Guerrero). 2: Planta y estratigrafía del sector Este, según W. Waldren (1982). 3: Secuencia sedimentaria de los lechos de estabulación de ovicaprinos (foto W. Waldren). 4: Extracción de las muestras para análisis microsedimentarios (V. M. Guerrero). 5: Preparación de las muestras en “láminas finas” para su observación y análisis microscópico (M. Bergadà). Figura (2)10 Diagrama polínico de Cala’n Porter, Menorca, según Pérez-Obiol (et al. 2000). Figura (2)11 Diagrama polínico de la albufera de Alcudia, Mallorca, según Pérez-Obiol (et al. 2000). Anexo 1 Fig. (2)12
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III
CONSOLIDACIÓN DE UN POBLAMIENTO ESTABLE. PRIMERAS COMUNIDADES METALÚRGICAS (Víctor M. Guerrero, Manuel Calvo, Jaume García Rosselló y Simón Gornés) plenamente establecidas en la isla varias comunidades humanas, aunque aún no pueda precisarse con claridad cuándo se incia este proceso.
III. Introducción Si el lector repasa la historiografía existente relacionada con las formaciones sociales que habitaron las islas durante la segunda mitad del tercer milenio BC, observará que prácticamente toda está referida a la isla de Mallorca. Desde hace sólo cuatro o cinco años Menorca e Ibiza se han incorporado a los análisis arqueológicos de este periodo.
Por lo tanto, la inexistencia de las cerámicas decoradas antes citadas, sólo puede deberse a una singulardad específica del poblamiento menorquín del tercer mileno BC, que tal vez deba buscarse en el diferente origen de las poblaciones que durante la segunda mitad del tercer milenio llegaron a las islas de Menorca y Mallorca. Esta no implantación de los estilos decorativos campaniformes en Menorca es tanto más llamativa, si tenemos en cuenta, como en su momento veremos, que las conexiones y contactos entre Menorca y Mallorca, cruzando el canal que separa la costa de Ciutadella de la bahía de Alcudia, fueron intensas y se reflejan en distintos aspectos del registro arqueológico. Un fenómeno similar puede también observarse en Córcega, donde tampoco los estilos decorativos campaniformes tuvieron arraigo entre las comunidades calcolíticas de la isla, mientras que, por el contrario, los encontramos en la vecina Cerdeña.
Aún así, la mayor parte de las publicaciones atienden básicamente a estudios de artefactos, principalmente a las cerámicas decoradas. Afortunadamente en los últimos años se ha comenzado a prestar una atención especial (Calvo et al. 2002; Calvo y Guerrero 2002; Guerrero et al. 2006 a) a esta entidad cultural que llena aproximadamente algo más de medio milenio; la cual precede a la aparición de la arquitectura ciclópea, mucho más conocida popularmente, y representada principalmente por nuevas construcciones de hábitat, denominadas naviformes (forma de casco de nave invertido).
En cualquier caso, resulta pertinente volver a recordar que las producciones cerámicas menorquinas ligadas a estos contextos de fines del III milenio BC presentan, como en su momento se detallará, peculiaridades locales muy marcadas que no se dan, ni en las islas vecinas, ni tampoco en las áreas continentales con las Menorca tiene más facilidades de conexión (Cataluña y Mediodía francés); lo que sugiere que estamos ante una evolución local de la industria cerámica y no ante los tipos que habrían producido comunidades humanas recién instaladas en el territorio insular.
Este capítulo pretende retomar los estudios citados desde una perspectiva arqueológica integral con especial atención a los asentamientos y al uso del territorio, que constituyen los mejores indicadores para una reconstrucción cultural, social y económica, así como para el estudio de sus cambios en el tiempo. Aunque desde una perspectiva territorial la información de cada una de las islas está aún muy descompensada, hemos preferido separar el estudio y dedicar una atención especial a Menorca y las Pitusas, pues los últimos datos que se van obteniendo abren perspectivas muy interesantes que obligan cada vez más a esta diferenciación.
Los estudios sobre las pastas utilizadas en la fabricación de los vasos cerámicos calcolíticos muestran (Convertini y Querré 1998) que estas producciones apenas circularon, mientras que son las ideas estéticas y las técnicas, a través de las personas que las portaban, las que se implantan en distintos territorios. En el área catalana los estudios sobre las materias primas de más de un centenar de cerámicas campaniformes (Clop y Molist 2001) demuestran que efectivamente las producciones, tanto de los estilos tenidos por internacionales como los regionales, proceden todas de fábricas locales.
El caso más paradigmático para justificar este enfoque nos lo proporciona la evolución de los estudios arqueológicos en la isla de Menorca. Hasta 1999 las dataciones radiocarbónicas procedentes de contextos menorquines no auguraban una antigüedad mayor de c. 1800 BC (López Pons 2000) para las primeras evidencias directas de presencia humana estable en la isla. Las fechas más antiguas procedían de los restos humanos recuperados en la Cova des Bouer y de Cala en Caldés. Es decir, en fechas en las que en Mallorca la cerámica incisa campaniforme había ya desaparecido. Esta situación parecía justificar que no se encontrasen estos estilos decorativos de la cerámica en Menorca. Sin embargo, las dataciones de Biniai Nou, y las más recientes de Talatí de Dalt, demuestran con total claridad que en la segunda mitad del III milenio BC había ya
Este desplazamiento de grupos humanos viene avalado a su vez por los resultados de los estudios de ADN y de elementos traza sobre ihumaciones campaniformes (Price et al. 1998). Estas líneas de investigación son en extremo sugerentes para unas islas en las que, como veremos, el registro arqueológico sugiere la muy probable existencia de varias oleadas migratorias, seguramente con orígenes diversos. Una de ellas daría lugar a lo que acertadamente 103
comprobar que, si bien su propuesta tenía entonces una base más intuitiva que empírica, no estaba carente por completo de certeza, como años después comenzó a quedar claro con la excavación de un fondo de cabaña no muy bien delimitado de Ca Na Cotxera (Cantarellas 1972 a) y definitivamente por la excavación de Son Oleza (Waldren 1987; 1998; Waldren et al. 1992; 1992 a).
desde hace tiempo se viene denominando (p.e. BargeMahieu 1992, 8) como un grupo regional autónomo, caracterizado por una producción cerámica con formas y decoraciones de gran personalidad local, acompañadas por cerámicas comunes, igualmente de fuerte improta local, junto con las “muñequeras de arquero” (afiladores) y los botones prismáticos con perforación basal en “V”. Por el contrario, las puntas laminares de cobre de tradición “Palmela” son desconocidas en Mallorca, mientras que aparecen en Menorca, siempre en porcentajes muy discretos.
Las cerámicas decoradas de estilo campaniforme constituyeron sin duda el hilo conductor para la identificación tradicional de este periodo, pero reconocer su relación con las producciones continentales tardó en producirse. El primer intento de sistematización de esta producción cerámica lo llevó a cabo G. Rosselló (1960) que propuso dos categorías en función tanto de las características técnicas de las arcillas, como de los estilos decorativos. Su grupo inciso A sería equivalente a las campaniformes clásicas, mientras que el inciso B englobaría las producciones más tardías, de estilos decadentes o epicampaniformes.
La crónica falta de investigaciones arqueológicas sobre los horizontes prehistóricos de las Pitiusas nos priva de documentación nueva sobre el tercer milenio en aquellas islas y los únicos datos sólidos (Costa y Guerrero 2002) siguen siendo los que proceden del asentamiento del Puig de ses Torretes en el que una datación sobre un hueso de bóvido (UtC-8319) nos indica que igualmente en aquellas islas había poblaciones ya asentadas en las postrimerías de aquel milenio.
Sin duda, la aportación más relevante al conocimiento del campaniforme mallorquín se la debemos a C. Cantarellas (1972) que sistematizó las cerámicas incisas insulares. La autora mantuvo fuertes reticencias a identificar esta producción local como una de las manifestaciones regionales del campaniforme de expansión marítima. Según esta investigadora (Cantarellas 1972, 79) el origen de las cerámicas incisas mallorquinas debería buscarse en la tradición de las cerámicas incisas neolíticas de las islas mediterráneas. Sin duda, debió de influir en este criterio el hecho de que, en aquellas fechas, la asociación entre metalurgia y la cerámica incisa de su “estilo I” no estaba plenamente confirmada.
III.1. Apunte historiográfico En la historiografía tradicional esta fase de la prehistoria de las islas era conocida con la denominación de Pretalayótico Arcaico o Inicial, aunque justo es reconocer que algunos investigadores, en la década de los años sesenta, como G. Lilliu y B. Enseñat intentaron designar respectivamente de manera autónoma este importante periodo con los apelativos de Calcolítico y Neo-eneolítico o Cultura de las Cuevas y Cabañas. El primero de ellos, Giovanni Lilliu1, introducirá sin demasiado éxito el término calcolítico concebido como una entidad propia, aunque respetando la tradicional secuencia tripartita de los investigadores locales; intuyendo, no obstante, que la secuencia cultural representada por las cerámicas de filiación campaniforme habrían estado precedidas de una imprecisa fase de colonización, aunque no la terminó de explicitar. Su propuesta quedó establecida de la siguiente forma:
Manuel Fernández-Miranda (1978, 122-127), reconocería años después la existencia de una fase de la prehistoria balear que él denominó “Horizonte cultural de las cerámicas incisas”. Aunque en aquellos momentos no estaba plenamente convencido de que este periodo, aunque con peculiaridades regionales evidentes, se pudiese confrontar plenamente a un calcolítico continental, pese a que en el mismo trabajo estudiaba tanto las cerámicas isleñas campaniformes, como los botones con perforación basal en “V” y las “muñequeras de arquero”, que componen la característica “tríada” artefactual que caracteriza el campaniforme continental y particularmente el mediterráneo. Casi dos décadas después, estos recelos se disipaban por completo y, en un trabajo de síntesis, que publicó junto con M. Delibes, reconocería que tanto las cerámicas incisas, como el resto del complejo artefactual que las acompañan, deben considerarse de filiación campaniforme (Delibes y Fernández-Miranda 1993: 108-109). Con toda seguridad, a ello contribuyó el seguimiento de las excavaciones que W. Waldren, con quien había colaborado en distintas ocasiones, desarrollaba en Son Ferradell-Oleza.
I.- Âge Prétalayotique: 1.- Néolithique récent - Protochalcolithique (avant 2000 1800 av. J.C.) 2.- Chalcolithique - Bronze ancien (1800 - 1500 av. J.C.). Fruto de sus propias excavaciones en sitios con cerámicas incisas de la sierra, como Coval Simó, Ca na Lluisa y Son Torrella principalmente, Bartolomé Enseñat propuso también una sistematización tripartita de la prehistoria mallorquina (Enseñat 1971) con denominaciones nuevas que tenían en cuenta un periodo caracterizado precisamente por la presencia de las cerámicas incisas que definió como “Neo-eneolítico o Cultura de las Cuevas y Cabañas” (2000 al 1500 a.C.). Paradójicamente, y andando el tiempo, se ha podido
Una aportación relevante a este debate debe reconocérsele a la arqueóloga inglesa C. Topp (1988) que publicaría un trabajo con el significativo título de “Incised” or “beaker” wares in te Balearic Islands? en el que apoyaba los planteamientos que reconocían la
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Nunca publicó inicialmente con claridad su propuesta que es conocida por notas manuscritas recogidas y mecanografiadas por B. Enseñat (citado por M. Fernández-Miranda, 1978, p.355, nota 36), sólo una década más tarde serían publicadas (Lilliu, 1970).
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El momento preciso en el que comienzan a detectarse los primeros fósiles directores campaniformes en la isla de Mallorca es objeto aún de alguna controversia. Determinados fragmentos cerámicos con decoración cordada e impresa hallados en el asentamiento al aire libre de Son Oleza permitirían sugerir, a tenor de lo que ocurre en el continente, unos inicios del poblamiento calcolítico hacia 2700-2500 BC. Estas fechas pueden resultar coherentes con las dataciones absolutas (BM1843R) más antiguas (2900-2200 BC) procedentes del mismo yacimiento. Sin embargo, todas las muestras analizadas son de vida larga (carbón) y, además, tienen una alta imprecisión. Todo lo cual obliga a mantener mucha prudencia, pues a ello debemos añadir que estos estilos decorativos de las cerámicas campaniformes perduran bastante tiempo en algunas regiones continentales. En cualquier caso, las dataciones antiguas de los lechos de estabulación de Son Matge (UTC-9269) y la ocupación de Son Gallard (KIA-21209), sugieren que seguramente el resultado está muy próximo al evento arqueológico que se quiso fechar. De igual forma, en el yacimiento catalán de la Balma del Serrat del Pont (Alcalde et al. 2001) ambos estilos decorativos se dan conjuntamente en el nivel de ocupación de una cabaña que esta datada en el intervalo 2876-2279 BC. No sería improbable que el límite antiguo estuviese próximo a la fundación del poblado de Son Oleza.
producción baleárica como una manifestación más de los estilos regionales campaniformes. No cabe duda que ha sido W. Waldren (1982, 1987; 1998) quien, con su tenaz esfuerzo de excavación persistente invertido en asentamientos con un horizonte campaniforme, ha sido el investigador que mejor ha contribuido a exportar internacionalmente el conocimiento de este periodo cultural de la prehistoria de Mallorca. Desde bien pronto estableció la existencia de un horizonte cultural equivalente a lo que era habitual en el entorno geocultural de las islas e introdujo la denominación de campaniforme, utilizando el paradigma cerámico como elemento definidor de esta secuencia cultural. Su propuesta, de dos fases: The Early Beaker Phase y The Late Beaker Phase, está hoy plenamente aceptada, equivaliendo la primera al campaniforme clásico (c. 2300-2000 BC), y al epicampaniforme, o transición a la Edad de Bronce (c. 2000-1800 BC), la segunda. Los estudios de W. Waldren sobre el horizonte campaniforme y la extensa utilización del radiocarbono para sustentar las bases cronológicas de su periodificación, pese a los problemas que más adelante se discutirán, le permitió acotar con gran precisión su desarrollo temporal, que sigue siendo válido en sus líneas maestras hasta nuestros días. En definitiva, han constituido las bases para asentar las propuestas que, con matices más o menos trascendentes se han hecho con posterioridad (Lull et al. 1999, 26-36; Calvo y Guerrero 2002; Guerrero et al. 2002, 2006 a).
Habíamos venido sosteniendo (Guerrero y Calvo 2002; Calvo et al. 2002) que en el intervalo que va de 2500 a 2300 BC se produjo, al menos en Mallorca, la consolidación de un poblamiento humano estable que explotaba ya todos los ecosistemas isleños. Implícitamente, con el calificativo de estable, se quería remarcar que no estábamos frente a un primer contacto con el ecosistema virgen, sino en una fase en la que las estrategias propias de todo preasentamiento (descubrimiento, colonización y establecimiento) ha tenido éxito en un periodo de tiempo anterior de magnitud difícil de calcular, tal vez corto, pero no inexistente, como algunos investigadores pretenden. Una nueva datación (KIA-30020) de los restos humanos hallados en la Cova des Moro2 (Calvo et al. 2001 a), una vez bien colntrolado el factor dieta, ha proporcionado la datación 2470-2290 BC, lo que permitirá cerrar de una vez por todas algunas de las estériles polémicas suscitadas en los últimos años sobre los inicios de comunidades estables en la isla.
Por nuestra parte, y desde que ha quedado demostrada la presencia humana en Menorca durante la segunda mitad del III milenio BC, pensamos (Guerrero y Calvo 2002; Calvo et al. 2002) que el término campaniforme debería de quedar restringido, como fenómeno cultural con trayectoria bien definida, a la isla de Mallorca. Mientras que el único aspecto que parece unificar todas las islas durante esta fase es el desarrollo de las técnicas metalúrgicas. Todas las comunidades isleñas presentan evidencias de conocimientos metalúrgicos muy elementales: fundición del mineral de cobre sobre vasijas de reducción y obtención de instrumentos muy simples, como punzones y puntas laminares, en los que no se detectan aleaciones intencionadas, como más tarde veremos. Por esta razón, pensamos que denominar a este periodo de nuestra prehistoria Calcolítico es la única forma de contemplar toda la realidad arqueológica del archipiélago.
Aunque en su momento se explicará con más detalle, es necesario recordar que el registro arqueológico campaniforme mallorquín tiene sus relaciones más directas con el área catalana y el Mediodía Francés [fig. (3)1], sin embargo, no todos sus elementos característicos están presentes en la isla; por ejemplo, por lo que respecta a la cerámica, entre otros tipos, faltan los grandes vasos acampanados y decorados; mientras que están igualmente
III.2. Delimitación cronológica En las páginas que siguen y, sobre todo, al estudiar los yacimientos más representativos habrá sobrada ocasión para discutir con detalle cuestiones relativas a la cronología de los distintos registros arqueológicos. Sin embargo, parece pertinente adelantar ahora algunas cuestiones que perfilen y sitúen en el tiempo las entidades arqueológicas que nos proponemos estudiar.
2 Corresponde al mismo individuo ya datado antiguamente (UTC-7878), para calcular la relación C13/N15 [=2.74] que en su momento no se hizo y, por lo tanto, no podía garantizarse que la existencia de una eventual dieta marina hubiese proporcionado un resultado anómalamente alto.
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se ha procedido a una revisión completa de otros aspectos del registro arqueológico, lo que está proporcionando (Calvo y Guerrero 2002; Guerrero et al. 2006 a) una visión mucho más detallada de cuestiones que habían quedado totalmente desatendidas de esta entidad arqueológica, entre ellas las relacionadas con el tipo de asentamientos y las prácticas funerarias.
ausentes algunas formas de botones prismáticos y las puntas de cobre denomionadas “Palmela”. Todo lo cual parace sugerir que tal vez una comunidad humana previamente establecida obró de filtro selectivo, de forma que algunas influencias llegaron sin dificultad a la isla, pero otras, por el contrario, no terminaron de implantarse, lo que sin duda no habría ocurrido si el complejo campaniforme correspondiese a una comunidad primigenia recién llegada al territorio insular.
No obstante, las lagunas son todavía hoy muy significativas, pues los estudios sobre las excavaciones realizadas en yacimientos claves como Son Oleza y Son Mas restan por publicar. De las ingentes cantidades de cerámicas no decoradas que, como es bien sabido, son mucho más abundantes en los lugares de hábitat que en los de otro tipo, apenas sabemos nada. Sólo un asentamiento en espacios abiertos, como la cabaña de Ca Na Cotxera (Cantarellas 1972 a), y recientemente otro en abrigo rocoso, como Coval Simó (Coll 2000; 2001), nos permiten las aproximaciones más seguras a contextos campaniformes de la isla. Finalmente, las nuevas campañas de excavación en el abrigo de Son Gallard (Guerrero et al. 2005) y los análisis de la secuencia sedimentaria de Son Matge (Bergadà et al. 2005 a) consolidan un esquema sobre el uso del territorio, que desde hace tiempo veníamos manteniendo (Guerrero 1997 a, 60-61; Calvo et al. 2002; Calvo y Guerrero 2002, 25-57), consistente en poblados ocupando zonas llanas con buenas posibilidades de explotación agropecuaria y asentamientos periféricos en las zonas montañosas con usos diversos, aunque especialmente dedicados al mantenimiento de una ganadería en régimen trashumante.
El registro arqueológico nos muestra con toda claridad que entre 2300 y 2100 BC las otras islas [fig. (3)2] ya han sido totalmente colonizadas y gentes, conocedoras de las técnicas metalúrgicas de la fundición del cobre, ponen en explotación granjas con una ganadería plenamente diversificada, incluidos los bóvidos, de la cual aprovechan los productos secundarios y tienen en explotación todos los biotopos del archipiélago, incluida la pequeña isla de Formentera, seguramente unida a Ibiza (Schulz 1997) en los momentos de la primera colonización humana. Teniendo en cuenta, por un lado, que el mejor fósil director de esta entidad cultural en Mallorca es la cerámica incisa de estilo campaniforme y, por otro, que los elementos de continuidad en fases posteriores, como las cerámicas no decoradas y las técnicas metalúrgicas, perduran largo tiempo, sería necesario anticipar alguna precisión cronológica sobre el fin del campaniforme mallorquín. Aunque en su momento lo desarrollaremos con más detalle, hoy sabemos que en los contextos datados con posterioridad al c. 2000 BC ya no están presentes los estilos decorativos del campanifome mallorquín clásico y, como mucho, sólo aparecen motivos incisos muy simplificados que vienen definiéndose como epicampaniformes. Lo que resulta muy acorde con lo que ocurre en las zonas geográficas continentales (Harrison 1988; Müller y Willigen 2001; Guilaine et al. 2001; Martín Colliga 2001); especialmente interesante es compararlo con la denominada “región II” (Müller y Willigen 2001), Cataluña y Sur de Francia, con la que Mallorca presentaba mejores posibilidades de conexión marítima. Donde le sucedería una tardía fase epicampaniforme que se alargará hasta 1700 BC aproximadamente en muy buena coincidencia con lo que observamos en Mallorca.
III.3.1. Asentamientos centrales de cabañas Es necesario advertir que el registro arqueológico referido a esta fase de la prehistoria y particularmente los aspectos relacionados con los asentamientos tiene especial dificultad de documentación. Ello es debido, por una parte, a un claro factor de conservación diferencial: los asentamientos centrales, con toda seguridad, debieron ocupar las zonas más fértiles de los llanos y valles de la isla y estos han sufrido, como es lógico, la mayor presión humana, por lo que la desaparición de este tipo de yacimientos ha debido de ser considerable y difícil de calcular. Ya durante la Edad del Bronce, algunos poblados con estructuras de técnica ciclópea se superponen directamente a las antiguas cabañas construidas con materiales perecederos de sus antepasados calcolíticos, por lo que la destrucción de muchos de ellos comenzó a poco de iniciarse la Edad del Bronce, o, para ser más exactos, con la aparición y desarrollo de la arquitectura ciclópea.
Finalmente, después de 2000/1900 BC, unos y otros estilos decorativos han desaparecido del registro arqueológico, aunque las formas cerámicas lisas, denominadas por algunos como “de acompañamiento” tienen continuidad, paralelamente a la aparición de tipos nuevos. Por todo ello, estimamos que el cambio de milenio marca el final del calcolítico campaniforme insular, con una fase de transición, aún impresicisa, hacia el Bronce Antiguo.
A este desconocimiento ha contribuido de forma notable una práctica investigadora que ha estado tradicionalmente inclinada siempre a excavar y estudiar grandes estructuras arquitectónicas de carácter monumental, lo que sin duda ha producido igualmente un fuerte déficit en el conocimiento de los primitivos asentamientos que no generaron estos grandes edificios. El resultado de todo ello es que se conocen muy pocos yacimientos al aire libre, lo que, por otro lado, ha generado un tópico bien arraigado del uso de cuevas y abrigos como lugares
III.3. Calcolítico campaniforme mallorquín Hasta no hace mucho, la caracterización del calcolítico mallorquín estaba únicamente basada en las cerámicas decoradas de filiación campaniforme. En los últimos años 106
La industria lítica de Ca Na Cotxera está representada por lascas microlíticas amorfas sin retoques, salvo algunas que presentan denticulados y muescas. Sin embargo, están ausentes las grandes hojas de hoz de sílex tabular que en muchos yacimientos mallorquines se han venido asociando tradicionalmente a contextos campaniformes.
primitivos de hábitat, cuando, como veremos, se trata de sitios periféricos que funcionaron de forma subsidiaria de los asentamientos centrales. La excavación de Ca Na Cotxera [fig. (3)5, 4], primer asentamiento al aire libre que se conoció, ya permitió plantear a C. Cantarellas (1972 a) que seguramente el nivel en el que aparecieron las cerámicas campaniformes correspondía a un fondo de cabaña. Lo limitado de la extensión excavada dificultó contrastar con rigor esta primera impresión y, sobre todo, impidió conocer la existencia de otras estructuras de habitación que seguramente acompañaban a la excavada. De las dataciones radiocarbónicas realizadas recientemente (Calvo y Guerrero 2002, 26-29) sobre restos óseos de este yacimiento, la primera, obtenida sobre un hueso de oveja (KIA-17389), nos indica que el horizonte campaniforme de este asentamiento estuvo activo como mínimo entre 2290 y 2040 BC, mientras que la segunda datación, realizada sobre un hueso de bóvido (KIA-17390), estaría más próxima al momento final (2200-2020 BC) del asentamiento calcolítico, cuando es sustituido por las construcciones de la Edad del Bronce que se sobreponen al mismo, como ocurre en otros muchos casos.
Durante las últimas décadas ha estado en proceso de excavación por W. Waldren el asentamiento conocido como Son Oleza [fig. (3)4] que es, por el momento, el poblado más extenso que se conoce. Casi con toda seguridad compuesto por cabañas circulares con zócalos de piedra. Por el momento es el único que nos ofrece el panorama más completo para enjuiciar la estructura de los poblados campaniformes de la isla. El yacimiento de Son Oleza cuenta en estos momentos con unas diecinueve dataciones radiocarbónicas que pueden ser atribuidas al desarrollo del campaniforme y epicampaniforme (2500/2300-1700 BC) y otra serie más moderna hasta aproximadamente 1100/1000 BC, que debe asociarse a las construcciones de planta naviforme con cerca o corral circundante rectangular, que ocupó el mismo solar, destruyendo y alterando muchas de las cabañas subyacentes, aunque afortunadamente otras se salvaron y llegaron intactas hasta nuestros días.
Entre los materiales exhumados destaca un importante conjunto de cerámicas incisas [fig. (3)9] de excelente factura. La mayoría de los fragmentos identificables formalmente corresponden a cuencos hemisféricos, más o menos abiertos, con fondos planos o ligeramente rehundidos. El resto de la industria cerámica [fig. (3)8] está representada por vasos no decorados o, a lo sumo, con cordones horizontales junto al borde con impresiones unguiformes, y/o dactilares sobre el labio, en el caso de los vasos trococónicos. Otras formas cerámicas que merecen ser reseñadas son los vasos carenados con fondo convexo, así como los cuencos hemisféricos, los cuales presentan distinta gama de proporciones en la relación diámetro altura. Es interesante señalar también la presencia de cazuelas de fondo plano o ligeramente convexo y paredes muy bajas.
Los primeros zócalos de cabañas circulares aparecieron a poco de iniciarse las excavaciones [fig. (3)5, 1] sobre este yacimiento (Waldren 1982, 319, fig. 88). En estos momentos de la investigación se consideraron contemporáneos los muros rectos de las cercas de la Edad del bronce y los zócalos de cabañas campaniformes. En las campañas posteriores ya no se volvió a prestar atención a muchos de estos zócalos circulares que aparecían fuera de los muros correspondientes a la cerca de la granja de la Edad del Bronce y tampoco se dedicó atención a otros que quedaron dentro de la misma, algunos de los cuales aún hoy son visibles. De esta forma, uno de los fondos de cabaña, parcialmente afectado por las construcciones de la puerta Sur del asentamiento del Bronce, que aparecía bien delimitado en los planos iniciales con la identificación3 “C-2” (Waldren 1982, fig. 88-89) no volvió a señalarse en las siguientes planimetrías de la excavación que continuaron dándose a conocer (Waldren 1987, 252-253; 1998, 90-116; Waldren et al. 1992) en los años siguientes.
Los ajuares cerámicos se completan con la presencia de siete a diez grandes vasijas toneliformes [fig. (3)8, 1] con mamelones (o bien baquetones y molduras continuas) alargados horizontalmente y perforados, similares a los ya citados de la fase antigua de Son Matge, aunque observamos que ninguno de los recuperados en Ca Na Cotxera presenta mamelones alargados y horizontales en la base.
De esta forma, se generó una imagen errónea del arquetipo de asentamiento campaniforme característico de Mallorca a partir de construcciones alargadas en el interior de espacios cerrados por muros rectos, a modo de rudimentarias fortificaciones, que nada tenía que ver con la realidad del momento calcolítico, pero que tuvo un gran éxito en la prensa científica y divulgativa, tanto española (Delibes y Fernández-Miranda 1993, 108-109), como extranjera (Guilaine 1994, 156) y, por supuesto,
La excavación proporcionó también el hallazgo de botones prismáticos con perforación basal en “V” [fig. (3)21, 4]. Hoy por hoy, constituye la muestra que con más garantía nos permite asegurar que este tipo de botones, al igual que ocurre en el continente, aparece en las islas ligado en sus orígenes a contextos campaniformes. Igualmente, en la categoría de elementos de ornato personal, debemos señalar la presencia de incisivos de cerdo perforados en la raíz para ser utilizados como colgantes o piezas de collar. Tanto los botones, como los incisivos perforados, tendrán continuidad (Guerrero y Calvo 2003) en fases posteriores de la prehistoria.
3 Una imagen inicial muy concreta de este zócalo y fondo circular, anterior a la excavación, puede verse en una foto de la campaña de 1978 publicada años después por W. Waldren, J. Ensenyat y C. Cubí (1992). Resulta también extraordinariamente ilustrativas para identificar el zócalo circular del muro de la cabaña y los restos del portal Sur las fotos publicadas por W. Waldren (1983).
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2005) y de los lechos de estabulación de ganados en Son Matge (Bergadà et al. 2005 a) se sitúan respectivamente en los intervalos 2860-2460 BC y 2860-2490 BC, nada tendría de particular que uno de los lugares centrales del grupo humano que utilizaba estos abrigos se situase en Son Oleza, ubicado a muy pocos kilómetros de los mismos. Si nuevas dataciones sobre muestras de naturaleza más fiable lo confirmasen definitivamente, estaríamos ante un asentamiento dos o tres centurias anterior a la expansión del campaniforme clásico, hipótesis que creemos altamente probable.
local (Guerrero 1997 a, 56-58), de los años posteriores. A finales de la década de los noventa, una acertada crítica (Lull et al. 1999, 29-30) ponía sobre la pista de que estábamos ante una secuencia superpuesta de dos horizontes culturales, y obviamente arquitectónicos, distintos: uno correspondiente a un asentamiento del tercer milenio y otro posterior, ya correspondiente a la Edad del Bronce. Las últimas campañas de excavación sobre este yacimiento pusieron al descubierto nuevos zócalos de cabañas circulares y uno de ellos [fig. (3)5, 2] se excavó por completo. Sin embargo, esta estructura circular fue interpretada inicialmente por W. Waldren (2001) como un dolmen. Sin embargo, esta atribución fue radicalmente rechazada pocos meses después (Guerrero y Calvo 2001), cuando intentábamos una reconstrucción hipotética del asentamiento, mediante el análisis de las agrupaciones espaciales que se daban en las dataciones radiocarbónicas, eventualmente atribuibles al horizonte cronológico que va de c. 2500 al 1900/1800 BC; lo que nos permitió observar una tendencia clara de asociarse a los lugares donde antiguamente se habían señalado fondos de cabañas circulares [fig. (3)3], aunque también pudieron ubicarse de forma hipotética otras (Calvo y Guerrero 2002, 159) no constatadas en sus inicios como tales.
Para concluir, Son Oleza fue durante el calcolítico campaniforme isleño (c. 2500-2000 BC) un poblado configurado por numerosas cabañas circulares con zócalos de piedra [fig. (3)4] que se distribuían por una amplia extensión de terreno, sin que se hayan identificado elementos defensivos o fortificaciones. Con toda probabilidad sobre las hiladas basamentales levantadas con bloques de tamaño mediano y pequeño, se sustentaba un muro de materiales perecederos forrado de arcilla, como parecen indicar los abundantes restos de nódulos arcillosos muy compactos que pueden localizarse en los alrededores de estos zócalos; en algunos se observan inclusiones vegetales en la masa, sin embargo son muy raras las improntas de ramas o cañizo, aunque la fuerte erosión que estos fragmentos han padecido seguramente ha hecho desaparecer este tipo de trazas. Todos los fragmentos observados proceden de hallazgos superficiales en las cabañas de Son Oleza y en las situadas próximas al asentamiento naviforme de Son Baduia. Tampoco puede descartarse que estos nódulos de arcilla procedan también de la cubierta, como observamos en las construcciones naviformes propias de la Edad del Bronce.
Los análisis de isótopos estables de los restos óseos que sirvieron para las dataciones radiocarbónicas de la cabaña circular excavada totalmente e interpretada como dolmen, han evidenciado (Davis 2002, 211-212) que todos corresponden a fauna doméstica y ninguno es humano, lo que ha venido a confirmar definitivamente la hipótesis que habíamos planteado en 2001 al examinar detenidamente la estructura, que, en cualquier caso, de ninguna manera respondía a los parámetros habituales de la arquitectura funeraria dolménica.
A partir de las numerosas dataciones radiocarbónicas que se sitúan en el interior o en las inmediaciones de los zócalos y fondos de cabañas es posible deducir que el poblado de Son Oleza no sufrió cambios sustanciales a lo largo de la fase de transición a la Edad del Bronce, denominada a veces epicampaniforme, la cual se caracteriza por la progresiva desaparición de las cerámicas con decoración incisa, pasando por una corta etapa en la que los motivos decorativos se simplifican.
La más antigua de las dataciones (CAMS-7072) asociada a esta cabaña, realizada sobre un instrumento óseo fabricado a partir de una tibia de fauna doméstica (Hoffman 1993, citado por Micó 2005, 344), nos indica que estuvo ya en uso en el intervalo temporal 2480-2120 BC; mientras que las más modernas (Waldren 2001) nos señalan que pudo ser abandonada entre c. 1880 y 1750 BC, seguramente cuando el poblado de cabañas campaniforme estaba siendo sustituido por los primeros edificios naviformes.
Aunque es difícil de precisar, hacia 1750-1650 BC la mayoría de estas cabañas se fueron abandonando y se levantó en el mismo solar un hábitat de arquitectura ciclópea naviforme cerrado por una cerca rectangular [fig. (3)3]. Estos cercados ligados a construcciones naviformes, están bien documentados (Calvo et al. 2001, 116) en muchos poblados del Bronce mallorquín [fig. (4)3, 5-6].
El análisis de la dispersión espacial de todas las muestras datadas (Calvo y Guerrero 2002, 159), que han proporcionado fechas anteriores a c. 1800/1700 BC, nos llevó a concluir que el número mínimo de cabañas no debió de ser inferior a siete u ocho, la mayoría arrasadas por las estructuras arquitectónicas levantadas a inicios de la Edad del Bronce. La más antigua de todas ellas, pese a la incertidumbre que produce el estar conseguida a partir de una muestra de carbón y tener una alta desviación típica de la edad convencional del C14, es de gran interés pues nos indica que seguramente en el intervalo 29002200 BC el poblado ya podía estar funcionando. Si tenemos en cuenta que dataciones de los hogares estacionales del abrigo de Son Gallard (Guerrero et al.
En este asentamiento ha sido hallada una cantidad considerable de cerámica incisa campaniforme (Waldren 1998), que son los artefactos mejor conocidos y divulgados de la cultura material proporcionada por esta comunidad. Junto a ella, una cantidad aún mayor de cerámica común sin decorar resta por estudiar en detalle. Merece la pena señalar que, al igual que ocurre en el continente, especialmente en el área catalana y Mediodía Francés, están también presente los afiladores (o 108
“muñequeras de arquero”) y los botones con perforación basal en “V”.
circulares con dimensiones y formas similares a las identificadas en Son Oleza.
Son Oleza ha proporcionado igualmente una importante muestra de industria lítica característica del calcolítico mallorquín (Morell y Querol 1987; Calvo y Guerrero 2002, 98-106) compuesta por hojas de cuchillo, de hoz y piezas trapezoidales [fig. (3)15, 1 y 4] obtenidas a partir de placas de sílex tabular con filos conseguidos mediante retoques bifaciales planos y/o simples. Otra serie de útiles líticos obedecen a una estrategia de explotación de sílex nodulares que proporcionan lascas de diferentes tamaños a partir de las cuales se consiguen morfotipos con retoques simples, generalmente raederas, raspadores, formando en ocasiones piezas denticuladas.
En definitiva, podemos concluir que las estructuras domésticas características del calcolítico campaniforme mallorquín, por los datos disponibles hasta el momento, aparecen dominadas por un sistema de cabañas con tendencia a la planta circular, de materiales perecederos y con zócalos de piedra. La abundancia de arcilla en forma de grandes nódulos o grumos que suele aparecer en los entornos de estas estructuras sugiere también la posibilidad de que las paredes se rematasen con un sistema de cañizo endurecido e impermeabilizado con arcilla. A este sistema de hábitat responde también el Puig de ses Torretes, único poblado ibicenco del tercer milenio hasta ahora documentado. La importante serie de dataciones radiocarbónicas de Son Oleza nos indica que esta forma de hábitat perduró a lo largo del epicampaniforme hasta que, poco a poco, fueron sustituidas por las grandes construcciones de planta en forma de herradura alargada y técnica ciclópea, que localmente se vienen denominando naviformes.
Otros asentamientos al aire libre son también conocidos, aunque el único que ha sido excavado es el conocido como Son Mas, que ha proporcionado un complejo artefactual parejo al de los dos anteriores, aunque las estructuras arquitectónicas, fondos o zócalos de cabañas, a los que eventualmente podrían estar asociadas estas cerámicas, restan por identificar.
En realidad este modelo de vivienda es bien conocido desde que, hace más de un siglo, L. Siret (1890) estudiase los asentamientos de la cuenca del río Almanzora, como Zájara, El Arteal, Almizarraque y Herrerías. Sin duda, constituye el modelo de arquitectura doméstica más extendido durante el calcolítico peninsular, así lo vemos, por ejemplo, en Portugal, como es el caso de Zambujal, (Sangmeister y Schubart 1981), en Extremadura, como La Pijotilla, entre otros muchos (Enríquez 1990), también en Andalucía, como el Cerro de la Virgen (Kalb 1969), Malagón (Arribas et al. 1978; De La Torre et al. 1984) o Los Millares (Arribas et al. 1979; 1981; 1983), pasando por un buen número de asentamientos meseteños, como El Ventorro (Priego y Quero 1992), entre otros muchos (Garrido-Pena 2000: 39-49).
Un número de yacimientos con características similares a los anteriormente citados seguramente se extiende por toda la isla, aunque son mal conocidos, pues o no han sido excavados o se han visto afectados por ocupaciones más modernas. Al primer caso corresponde el conocido como Es Velar de Santany, que también ha proporcionado un interesante conjunto de materiales localizados superficialmente por los aficionados locales a la arqueología J. Carreras y J. Covas (1984), entre los que destaca, además de la cerámica campaniforme, un importante conjunto de vasijas de reducción de mineral de cobre y escorias4. Al igual que ocurrió en Son Oleza, es posible que muchos de estos asentamientos se transformasen en la Edad del bronce en poblados con arquitectura ciclópea naviforme; así parece haber ocurrido con el denominado Can Cel Costella (Aramburu-Zabala 2000) otro asentamiento, seguramente de cabañas con zócalos de piedra, en cuyas proximidades se erigieron estructuras ciclópeas naviformes, una de ellas, conocida como Son Baduia, ya estaba en uso entre 1870-1610 BC, como nos indica la datación radiocarbónica (UtC-7115) más antigua efectuada sobre un hueso de fauna doméstica. Este yacimiento ha sido excavado por W. Waldren, aunque los resultados no han sido publicados, por lo que debemos agradecer la información verbal que en su momento nos dispensó.
El modelo de arquitectura doméstica que observamos en la fase antigua calcolítica de Son Oleza, como vemos, lejos de ser extraordinario, es igualmente la tónica dominante en la costa mediterránea peninsular, donde tenemos, por ejemplo, el Cabezo del Plomo, en Mazarón, Murcia, (Muñoz 1993), y el alicantino de Les Moreres, en Crevillente (González Prats 1986). El patrón de organización interno de los poblados mallorquines parece responder a un orden disperso de las cabañas en el solar comunitario. En algunos casos el poblado se ubica en lugares prominentes, aunque no parecen detectarse preocupaciones por la defensa pasiva y son por completo desconocidas las murallas y fortificaciones que caracterizan algunos asentamientos calcolíticos continentales, como ocurre en Los Millares (Arribas et al. 1981; 1983), en Vila Nova de Sao Pedro (Savory 1972), en Monte da Tumba (Tavares da Silva y Soares 1985), además del ya citado de Zambujal.
Otro asentamiento que con toda probabilidad obedece al mismo patrón que Son Oleza es el conocido como Moleta Gran, que ha proporcionado, como el anterior, una interesante colección de industria lítica constituida en su mayoría por hojas de hoz de sílex tabular, depositada en el museo de Sóller. Recientemente se ha dado a conocer (Coll 2006, 508) un croquis del poblado [fig. (3)5, 3] en el que pueden identificarse tres zócalos de cabañas 4 Una primera serie de análisis fueron realizados por los Servicios Técnicos de la Universidad de Alicantes (Calvo y Guerrero 2002, anexo II) y el resto por los Servicios Científico-Técnicos de la Universidad de las Islas Baleares (Hierro 2002a; 2002b).
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de micromorfología sedimentaria. Los resultados (Bergadà et al. 2005 a) han permitido confirmar efectivamente la existencia de distintas ocupaciones periódicas relacionadas con la estabulación de animales domésticos [fig. (2)14 y (2)15] concretamente de ovicaprinos. La primera ocupación observada correspondería a un momento de abandono de una actividad de estabulación precedente que no se ha conservado, seguramente retirada en las excavaciones antiguas. Le sigue una sedimentación detrítica con residuos vegetales, algunos con trazas de combustión y otros con rasgos de humificación, con algún que otro fragmento de excremento de ovicaprino, que sufrió un abandono temporal, tal vez estacional.
III.3.2. Utilización estacional de abrigos y grutas por pastores trashumantes Otra serie de yacimientos muy significativos se localizan en abrigos rocosos y cuevas, principalmente en la comarca de la sierra de Tramuntana. En anteriores ocasiones ya habíamos apuntado (Guerrero 1997 a, 6061; 2000, 115; Calvo et al. 2002; Calvo y Guerrero 2002, 25-57) que la utilización de este tipo de asentamientos obedece a una estrategia compleja de explotación del territorio, seguramente relacionada con la existencia de una ganadería en régimen itinerante o de corta trashumancia que necesitaba pastos de montaña alternativos durante las estaciones secas. Por el momento, el estado actual de las investigaciones no nos permite articular de forma clara una explicación sobre la correspondencia directa de estos yacimientos de montaña con los poblados situados en los valles y zonas más aptas para el cultivo que en estos momentos se conocen. La dependencia y jerarquización funcional de los asentamientos es un fenómeno bien contrastado en los lugares donde se han podido llevar a cabo estudios macroespaciales. De esta forma, algunos investigadores (Blasco et al. 1994: 70-73) ya han planteado la dicotomía clara que se observa, por un lado, entre campamentos estacionales caracterizados por la presencia de los denominados fondos de cabañas, que son estructuras muy poco sólidas y con escasa potencia de los registros arqueológicos y, por otro, los que disponen de estructuras arquitectónicas más sólidas, como algunos de los ya citados.
Otra de las unidades sedimentarias analizada está formada principalmente por restos vegetales. En algunos sectores su acumulación es tan masiva que nos hace plantear que podría corresponder a algún elemento de cercado de los animales, tal vez formado por cañas. Se trataría de un momento de abandono. A continuación hay una fase de interrupción de la actividad pastoril formada por una sedimentación detrítica con algún componente de origen animal y vegetal. Esta etapa sería breve; ya que, dicha unidad no aparece representada en todo el sector y también porque se localiza algún que otro excremento. Una nueva ocupación dio lugar a nuevas unidades sedimentarias superpuestas en las que se observa una gran acumulación de restos vegetales, hojas, ramitas leñosas, gramíneas y excrementos de ovicaprinos, que en un momento posterior se incendió para asegurar un saneamiento del lugar, alcanzando una temperatura superior a los 500 °C.
La dualidad observada en Mallorca entre asentamientos de montaña en cuevas y abrigos y los poblados con arquitectura de cabañas con zócalos de piedra, podría responder a estrategias similares de explotación territorial, aunque acomodadas a las características propias de los ecosistemas insulares propios del clima mediterráneo.
Un rasgo interesante a destacar de la estabulación practicada en Son Matge es que si observamos los restos vegetales documentados en los excrementos aparecen prácticamente los mismos que los identificados como lecho; dato que nos hace deducir que quizás los ovicaprinos de Son Matge disponían de un área de explotación reducida o con poca diversidad de recursos.
A este modelo de explotación territorial parece obedecer, entre otros yacimientos, el conocido abrigo de Son Matge. En el sector E. del abrigo se localizó una secuencia estratigráfica [fig. (2)9] formada por la superposición continuada de 23 estratos alternos caracterizados por la presencia de cenizas compactas, mezcladas con sedimento y otros elementos, los más potentes, separados por otras tantas finas capas carbonosas. La formación de este complejo estratigráfico fue interpretada por Waldren (1982) como la consecuencia de la superposición de una serie de hogares a lo largo de una larga etapa de ocupación del abrigo, la cual tal vez fue iniciada por los primeros pobladores de la isla y continuada hasta la Edad del Bronce. Hacía tiempo que esta explicación no nos parecía satisfactoria y propusimos que podría tratarse de evidencias de estabulación estacional de ganados (Guerrero 2000: 113116), fenómeno bien conocido en cuevas y abrigos continentales desde el Neolítico.
El momento inicial de este uso del abrigo ya fue tratado en el capítulo anterior, con toda probabilidad tuvo continuidad desde 2860-2470 BC, fecha (UTC-9269) proporcionada por partículas quemadas de esta secuencia, continuó a lo largo del calcolítico y aún se prolongó hasta la primera fase de la Edad del Bronce (Waldren 1982, 115-135), como en su momento veremos. En el continente (Courty et al. 1991) este tipo de yacimientos tienen su origen en el Neolítico y continúan sin interrupción durante el Calcolítico, llegando también en muchos casos hasta la Edad del Bronce. Este sistema de uso territorial se aviene bien con la explotación minera de algunos afloramientos de mineral de cobre, que justamente se sitúan en la región montañosa de la isla, por lo que ambas actividades, pastoreo de montaña y extracción de mineral, podían simultanearse perfectamente, como vienen a confirmar las tareas de fundición realizadas en la zona central del abrigo de Son Matge (Waldren 1982, 168, fig. 74; Hoffman 1995), mientras que en la zona Este se estabulaban los rebaños.
Afortunadamente un resto marginal de aquella secuencia se pudo detectar en la reexcavación del abrigo efectuada en 1999, lo que brindó la oportunidad de realizar análisis 110
obedecer a estas estrategias económicas relacionadas con el pastoreo itinerante y trashumante. La presencia de fragmentos de coladores o queseras [fig. (3)7, 7] parece efectivamente confirmar la existencia de las típicas labores cotidianas de ordeñar, calentar y cuajar la leche (Brochier et al. 1992), así como filtrar el suero para la elaboración de queso.
La ocupación de abrigos y cuevas no estaría protagonizada por toda la comunidad, sino por una pequeña parte de ella dedicada a tareas como el pastoreo trashumante. Se conocen también otros abrigos rocosos en la sierra Norte con ocupación calcolítica como el abrigo de Son Gallard (Waldren 1982, 193-204). Las excavaciones, reiniciadas hace poco (Guerrero et al. 2005) en este yacimiento, han puesto en evidencia que el abrigo tuvo una frecuentación anterior a la difusión del Calcolítico Campaniforme [fig. (2)6 y (2)7], pero continuó en uso durante esta fase, aunque hacia el 2000/1900 BC acogió igualmente prácticas funerarias en algunas de las covachas que se abren en la pared rocosa del abrigo, como es el caso del grupo de inhumaciones de Son Marroig, que será estudiada más adelante.
En otros casos la frecuentación de grutas parece ser mucho más compleja y existen indicios para pensar que su utilización se debe a la ocupación de las mismas durante algún tiempo, al menos como refugio ocasional más o menos intenso. Este puede ser el caso de la “Cova des Moro” (Calvo et al. 2001 a) y la Cova de Moleta, ambas tienen dataciones absolutas que nos indican una ocupación de estas cuevas entre c. 2500 y 2100 BC. Sin embargo, la utilización de estas grutas presenta connotaciones peculiares que es necesario señalar. Por un lado, en ninguna de las dos se detecta la existencia de cerámica incisa campaniforme y, por otro, ambas tienen algún tipo de uso funerario, del que nos ocuparemos más adelante, lo que parece sugerir que la cerámica decorada debería ligarse a determinados usos y por lo tanto aparecería en mayor o menor cantidad, incluso estaría ausente, según la función del asentamiento.
La ocupación humana de Son Gallard, a diferencia de Son Matge, se manifiesta por la presencia de múltiples estructuras de combustión [fig. (2)7] repartidas bajo el área protegida por la antigua visera del abrigo, hoy desaparecida en gran parte. El cómputo total de estos hogares es difícil de establecer. Aproximadamente, en el espacio de 100 m2 excavados, el número mínimo de estos hogares es de quince. Dos de ellos han proporcionado una fecha anterior a la expansión de las cerámicas regionales campaniformes propias de las Baleares y ya fueron tratados en el capítulo anterior; mientras que otros siete (ver tabla) han proporcionado fechas absolutas que se jalonan desde 2460 hasta 1780 BC (Guerrero et al. 2005). Por lo tanto, el abrigo fue utilizado con los mismos fines a lo largo de toda la fase calcolítica y aún continuó durante las primeras décadas de la Edad del Bronce. Esta larga perduración de los lugares utilizados por los pastores que practican la trashumancia constituye, como ya hemos venido argumentando al tratar este mismo tema en epígrafes anteriores, una de sus señas de identidad. Como también lo es la escasez de artefactos y la ausencia de estructuras complejas.
En el caso de la Cova des Moro la utilización de la primera sala como lugar de refugio viene avalado por la presencia de una estructura de combustión que fue datada (UtC-7877) por radiocarbono en el intervalo 2580-2330 BC. Todas las unidades estratigráficas de esta gruta se encuentran desgraciadamente alteradas desde antiguo, como lo demuestra la conexión física entre elementos con fuerte diacronía entre ellos; prácticamente todos los contextos no geológicos contenían huesos de Myotragus balearicus, fauna doméstica, cerámicas del Bronce y almohades (Calvo et al. 2001 a: 12). Esta situación nos forzó a datar el fuego a partir de un carbón. La incertidumbre generada por la muestra de vida larga sólo nos permite tenerla en cuenta como terminus post quem de la ocupación calcolítica, sin embargo, la nueva datación (KIA-30020) de los restos humanos hallados en la sala inferior, de cuya interpretación después nos ocuparemos, nos ha proporcionado un resultado cronológico (2470-2290 BC) extraordinariamente próximo, lo que hace verosímil que este fuego pudiese ser comtemporáneo. Por todo lo dicho, tanto la ocupación como refugio, y captación de agua potable, e igualmente la utilización funeraria del lugar, deben considerarse correspondientes al mismo periodo cultural, pues deben reputarse como prácticamente contemporáneas.
Estas dataciones obedecen a un muestreo de hogares y en absoluto constituyen la totalidad de los individualizados, por lo tanto la posibilidad de que los enormes desprendimientos de la visera hayan sellado más estructuras de combustión es altamente probable. No se aprecia diferencia alguna en la configuración de todos ellos, lo que parece sugerir que la función del abrigo permaneció inalterable desde momentos precalcolíticos hasta los inicios de la Edad del Bronce. Como ya habíamos señalado, todo parece indicar que el abrigo es utilizado estacionalmente por pastores que probablemente practicaban un pastoreo itinerante a modo de trashumancia, aprovechando los pastos de estos parajes, cuando los forrajes de las zonas abiertas se agostaban. No ha sido localizada la zona utilizada para la estabulación de los ganados, pero hemos de tener en cuenta que la mayor parte del yacimiento quedó sellada tras la caída de la visera.
Algunas de las cerámicas halladas en las campañas de excavación 1995-1998 (Calvo et al. 2001 a) pueden atribuirse a esta ocupación calcolítica, al igual que un afilador (“muñequera de arquero”), sin embargo, la documentación arqueológica más numerosa se corresponde con la Edad del Bronce y particularmente con el Bronce Final. Estas últimas ocupaciones, y la posterior utilización de la gruta en época almohade, alteraron seriamente las evidencias calcolíticas de forma que no es posible hacer un análisis funcional de la cueva en esta fase de la prehistoria.
El refugio o covacha denominada Coval Simó (Coll 2000; 2001), situada igualmente en un paraje agreste de la sierra Norte de la isla [fig. (3)7], debe así mismo 111
Igualmente la conocida gruta de Moleta, situada en la sierra Norte de Mallorca (Waldren 1982: 35-71), tiene la misma ocupación ambivalente. Por un lado, fue utilizada como lugar funerario de una comunidad desde momentos antes de la expansión del campaniforme en la isla y continuó hasta los inicios de la Edad del Bronce. Por otro, el lugar tuvo igualmente una frecuentación como lugar de refugio, según nos indica un lote de vasos carenados y troncocónicos sin decoración asociados a la datación radiocarbónica (Y-2359), obtenida a partir de huesos chamuscados5 (Stuiver 1969) cuyo resultado fue 2750 (93.1%) 2000 BC. El contexto correspondiente a la ocupación antes citada fue identificado funcionalmente como de hábitat por la presencia de “restos de hogar (Waldren y Rosselló 1975)”. El conjunto cerámico que se asoció a este horizonte cronológico presenta formas que tienen perfecta correspondencia en el fondo de cabaña de Ca Na Cotxera, ya estudiado.
amplio y fértil valle de la cordillera Norte con excelentes posibilidades agrícolas y ganaderas, por lo que no sería de extrañar que estuviésemos ante otro refugio estival de pastores.
La gruta de Moleta presenta serios problemas en lo que se refiere a su identificación estratigráfica y, como consecuencia, de la atribución contextual. Sin embargo, a los efectos que aquí nos interesa, el conjunto de elementos cerámicos (Waldren 1982, fig. 58-59) nos permiten intuir que la gruta fue utilizada, tal vez también como lugar de uso estacional, entre c. 2400/2300 y 2000 BC.
III.3.3. Cultura material.
Otras grutas naturales han proporcionado señales de ocupación durante el calcolítico, como la Cova des Bous (Veny 1968, 411; Cantarellas 1972 a, 21), algunas tal vez como simples lugares en los que abastecerse de agua potable, como podría ser el caso de la conocida Cova des Diners, en la que fueron hallados, en una rebusca incontrolada (Trias 1979), restos de vasijas campaniformes. Tal vez las mismas circunstancias se repitan en la Cova del Drac (Cantarellas 1972 a, fig. 2,6), que también ha proporcionado el hallazgo de un cuenco troncocónico [fig. (3)12, 1 y (3)13, 1] con decoración epicampaniforme.
Sólo la isla de Mallorca permite presentar un panorama relativamente completo relacionado con la cultura material del Calcolítico. Menorca y, sobre todo, las Pitiusas requieren aún estudios de detalle sobre los artefactos característicos de sus comunidades prehistóricas anteriores al Bronce. Por ello este epígrafe está referrido a la situación en la isla mayor.
La ausencia en Moleta de cerámica incisa de estilo campaniforme no es suficiente para descalificar este horizonte como una ocupación calcolítica. El problema radica en que los tipos cerámicos lisos antes señalados tienen cierta perduración en fases más tardías que podrían considerarse como epicampaniformes. De esta forma, los mismos tipos cerámicos, pueden encontrarse también en Sa Canova (Amorós 1955; Cantarellas 1972 a) o Son Maiol (Plantalamor 1974), ambas cuevas con vasos decorados con motivos incisos simplificados. Los tipos cerámicos de Moleta aún pueden rastrearse en épocas incluso algo más modernas (1800-1700 BC) en algunas necrópolis hipogeas, como es el caso de Ca Na Vidriera 4 (Llabrés 1978) y en sepulturas dolménicas como las de S’Aigua Dolça (Guerrero et al. 2003).
3.3.1.- La cerámica Sin lugar a dudas, la cerámica conforma el grupo más numeroso y estudiado de la cultura material del calcolítico balear, Sin embargo, la mayoría de estudios se han centrado especialmente en el análisis morfológico y decorativo de la cerámica campaniforme decorada (Waldren, 1982, 1998, Cantarellas, 1972, 1972 a; Calvo y Guerrero 2002). Sin embargo, pese a los esfuerzos anteriormente citados aún quedan muchos aspectos del contexto cerámico calcolítico balear que restan pendientes de estudiar. Entre ellos podemos destacar los siguientes: 1.- Apenas tenemos información de las técnicas seguidas en las diferentes cadenas operativas de fabricación de la cerámica calcolítica balear. Éste es un aspecto que durante mucho tiempo estuvo fuera de los proyectos de investigación, y sólo muy recientemente nuestro equipo ha inciado una línea de trabajo en este sentido. En el ámbito del campaniforme peninsular se han iniciado estudios sobre las cadenas oprerativas de las cerámicas en la zona noroccidental (Prieto 1999; 1999a).
Un caso interesante está representado por la pequeña gruta de Son Torrella (Enseñat 1969; 1971; Veny 1968, 340-343; Cantarellas 1972, 41-45), en plena cordillera de Tramuntana, donde se descubrieron varios fragmentos con decoración incisa, entre los que se puede destacar un cuenco globular con ónfalo [fig. (3)12, 2 y (3)13, 2], que en su mayoría portan una decoración simplificada que seguramente debe atribuirse ya a la fase final del calcolítico. Entre los materiales exhumados puede señalarse también una interesante colección de industria lítica, así como botones con perforación basal en “V”. La gruta se ubica en un altozano6 desde el que se domina un
Sin embargo, en los últimos años, los análisis de pastas y de orígenes de las arcillas constituyen una de las líneas de investigación más pujantes en Europa (Cahpman, 1987, Querré, 1992, Rehman et al. 1992) y en menor medida en
5 En publicaciones posteriores (Waldren 1986: inv. nr. 46) se dice que fueron carbones. La datación con toda probabilidad se obtuvo de la fracción carbonatos.
simplemente a restos de comida, y, por lo tanto, que estuviésemos ante un lugar de connotaciones sacras. Sin embargo, la gruta fue también visitada durante el Bronce Final, como nos indican algunos hallazgos cerámicos (Cantarellas 1972, fig. 17, 15-19); por lo tanto, queda por aclarar si esa importante cantidad de fauna troceada debe asociarse a los contextos campaniformes o al uso de la gruta como lugar de culto, como ha ocurrido en otras cuevas (vide infra).
6 Lo poco confortable que resulta esta pequeña cavidad, junto con la extraordinaria densidad de restos de fauna doméstica, principalmente ovicápridos, que se localizaron en su interior permitió apuntar a C. Veny (1968: 341) la posibilidad de que respondiesen a ofrendas y no
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calcolítica balear debemos diferenciar dos grandes grupos cerámicos: por un lado, hallamos la cerámica [fig. (3)8] sin decorar y, por otro, la cerámica con decoración incisa [fig. (3)9] que presenta motivos decorativos de tipo geométrico. Si bien el grupo de la cerámica decorada ha sido ampliamente estudiado (Cantarellas 1972; 1972 a; Rosselló 1960; Waldren, 1982, 1998), el conjunto de cerámicas lisas permanece prácticamente desconocido, salvo algunos apuntes excepcionales (Cantarellas 1972 a). Ello obedece principalmente a dos razones: en primer lugar, el desinterés mostrado por los investigadores hasta el presente, de forma que, salvo raras excepciones (Cantarellas, 1972 a), sólo prestaron especial interés al estudio de las formas cerámicas decoradas.
la Península Ibérica (Galván, 1980, Blasco et al. 1994, Garrido-Pena, 2000). Por desgracia, en las Baleares no contamos con ningún trabajo que nos permita aproximarnos a los procesos de fabricación de la cerámica calcolítica balear. En cualquier caso, diferentes proyectos sobre tecnología de cerámica campaniforme en yacimientos, tanto en España (Palomar y Fernández, 1994), como en Europa, especialmente para la Francia atlántica (Querré, 1992) y para el ámbito centroeuropeo (Rehman et al. 1992), han puesto de manifiesto que buena parte de las cerámicas campaniformes se han fabricado en el ámbito local y apenas tuvieron difusión fuera del mismo (Convertini y Querré 1998; Clop y Molist 2001), lo que no ocurrió con los estilos decorativos de expansión paneuropea; lo que vendría a reforzar la tesis de la extraordinaria movilidad de las comunidades calcolíticas europeas, que los estudios de ADN y elementos traza (Price et al. 1998) están igualmente poniendo en evidencia.
En segundo lugar, el análisis de la cerámica lisa presenta importantes limitaciones como indicador cronológico, pues muchos tipos tuvieron continuidad en el tiempo y resulta muy difícil establecer atribuciones cronológicas rigurosas a los mismos en yacimientos en los que la secuencia estratigráfica resulta confusa o fueron excavados con metodología arqueológica inadecuada. La mayoría de las excavaciones de importantes yacimientos calcolíticos, se realizaron principalmente en la década de los años sesenta, setenta y ochenta del siglo XX. En estas excavaciones no se establecieron protocolos claros que permitiesen correlacionar de manera inequívoca los niveles, los materiales y las dataciones obtenidas. Si bien esta limitación también afecta a la cerámica decorada, el hecho no es tan grave, ya que las características tipológicas y tecnológicas de la decoración geométrica permite realizar una adscripción cronocultural de estas piezas a la fase calcolítica.
Pese a todo, en algunos ámbitos geográficos, principalmente en la zona del suroeste de Bretaña, se ha documentado la presencia de piezas foráneas que provienen de distancias no inferiores a varios centenares de kilómetros (Querré, 1992). Por su parte el proyecto de Rehman (1992) con un análisis de unas 250 piezas de más de 45 yacimientos campaniformes de la zona centroeuropea (Hungría, Bohemia y Moravia) ha puesto de manifiesto que la fabricación local constituía la práctica más extendida, aunque se detectan algunos movimientos de cerámica, siempre a pequeña escala, que podrían estar reflejando el funcionamiento de redes de intercambio a nivel local y regional.
Por el contrario, esta adscripción no es factible con las cerámicas lisas y ello por dos razones básicas: en primer lugar, como veremos, se trata de formas generalmente simples y abiertas como cuencos hemiesféricos, formas troncocónicas, etc. Por su sencillez, estas formas se van repitiendo a lo largo de las diferentes secuencias culturales de la prehistoria balear, por lo que no son específicas de ningún periodo concreto y no sirven como fósil director. En segundo lugar, muchos de los yacimientos calcolíticos en donde se ha documentado un número mayor de piezas cerámicas como Son Oleza o Son Más presentan una ocupación continuada que alcanza varias fases (Calcolítico, Bronce Antiguo y Bronce Final). Por desgracia, como hemos comentado, la metodología de excavación utilizada en este tipo de yacimientos no incorporó una adscripción clara de los materiales a cada una de las fases. Debido a todo ello es imposible determinar qué piezas no decoradas corresponden a un momento cronológico u a otro.
Para el caso Balear no contamos con ninguna información en este sentido, pero no hay razón para pensar que los modelos de fabricación fuesen muy diferentes al resto del continente europeo, con lo que nos encontraríamos principalmente con una producción dentro del ámbito doméstico y con una baja dispersión territorial. En cualquier caso será el futuro de la investigación quien confirmará esta hipótesis de trabajo. Respecto al proceso de fabricación y cocción apenas disponemos de información, aunque podemos señalar algunos aspectos técnicos relevantes. Entre ellos debemos destacar, la presencia de pastas muy compactas con desgrasantes de tamaño muy variable. Los grosores de paredes de los vasos son generalmente finos. También debemos remarcar la presencia de intensos tratamientos finales de las superficies mediante bruñidos muy brillantes y compactos, probablemente ejecutados en un momento avanzado, cuando la pasta estaba en textura de cuero.
a. La cerámica común, no decorada
Respecto a la cocción no contamos con información contrastada aunque nos moveríamos con un tipo de estructuras de cocción que no alcanzarían una temperatura superior 800-900ºC (Rincón y Alonso 1990). Respecto al tipo de atmósferas de cocción nos encontramos principalmente con atmósferas de tipo mixto o reductor.
Lo comentado anteriormente limita mucho el análisis de las cerámicas sin decoración [fig. (3)8], reduciéndolo únicamente a unos pocos yacimientos en donde se estableció una mejor correlación entre los niveles calcolíticos y los materiales documentados en dichos niveles. En el resto de yacimientos o no se puede establecer esa asociación o las formas lisas no han sido publicadas. Algunos de los yacimientos que permiten
A la hora de profundizar en el análisis de la cerámica 113
mismo están ligeramente curvadas hacia el interior, configurando siempre un recipiente de escasa altura. El borde suele ser recto o convergente recto. Estamos, por tanto, ante recipientres abiertos cuyo diámetro máximo siempre coincide con el de la boca. El escaso número de fragmentos de este tipo nos impide analizar con profundidad la diversidad morfométrica existente dentro de este grupo. Estas cazuelas están igualmente presentes en Coval Simó (Coll 2000; 2001) y en el asentamiento al aire libre de Es Velar (Carreras y Covas 1984).
realizar una aproximación más rigurosa a la producción de cerámica común es el fondo de cabaña de Ca Na Cotxera (Cantarellas, 1972, 1972 a) y, Coval Simo7. Las cerámicas comunes de las que se ha podido documentar el perfil completo o reconstituible nos reflejan un universo relativamente reducido de formas simples, de tendencia generalmente abierta, con unos índices de proporcionalidad (altura interior/diámetro máximo) que nos indican un predominio de formas que tienden a ser más anchas que altas.
3.- Formas bitroncocónicas [fig. (3)8, 4]. Se trata también de un tipo poco numeroso, aunque identificado con claridad en Ca Na Cotxera (Cantarellas, 1972 a,192), Moleta (Waldren 1982, fig. 59) o Sa Canova (Cantarellas 1972 a, 26) entre otros. Se caracteriza por presentar una base convexa de fondo cóncavo, y un cuerpo compuesto por dos partes, en la inferior se inscribe un ovoide divergente y en la parte superior un troncocono convergente. El punto de unión de ambas formas sencillas suele hacerse, tanto en carena roma, como aguda. Dicho punto se localiza siempre en la parte inferior del cuerpo. Algunas de las piezas de este tipo presentan un cuello de desarrollo incipiente y los bordes suelen ser rectos o rectos divergentes. Si bien la diversidad morfométrica intergrupal existe, todas las piezas conservadas de este tipo mantienen ciertas semejanzas métricas en cuanto al diámetro de la boca (entre 15 y 20 cm) y a la altura de la pieza (10-15 cm) lo que hace que presenten un índice de proporción que nos indica que suelen ser más anchas que altas.
Si bien el índice de fragmentación de las formas cerámicas calcolíticas es muy alto, los pocos perfiles de los vasos comunes que se han podido reconstruir en los yacimientos en donde se han estudiado nos señalan los siguientes grandes grupos tipológicos: 1.- Formas hemiesféricas o de tendencia ovoide divergente [fig. (3)8, 3]. Este es uno de los tipos más comunes en los yacimientos calcolíticos. Este forma presenta cierta diversidad formal y métrica que afecta tanto al tipo de bordes, de bases, a la altura y convexidad de las paredes y al tamaño. Respecto a los bordes se observan piezas que presentan tanto bordes rectos como ligeramente divergentes. En cuanto a las bases, se aprecia cierta variedad, documentándose tanto bases cóncavas de fondo convexo como bases planas. En cualquier caso, el alto grado de fragmentación impide un análisis estadísticamente válido respecto al tipo de bases predominantes en este grupo. El diámetro máximo siempre coincide con el diámetro de la boca. Existe cierta diversidad en cuanto a la altura de estos vasos, pudíendose encontrar desde formas que rebasan los tres cuartos de esfera, hasta otras que no llegan a un desarrollo de la misma del 20%, lo cierto es que siempre son formas más abiertas y anchas que altas. Esta diversidad formal también afecta al tamaño pudiéndose documentar desde formas que superan los 40 cm de diámetro hasta otras que apenas sobrepasan los 10 cm. Este primer grupo también lo encontraremos, en toda su diversidad, en la cerámica con decoración incisa geométrica. El cual está bien documentado en Ca Na Cotxera (Cantarellas, 1972 a,192) y coval Simó (Coll 2000; 2001), y con menos certeza (debido a la dificultad de correlacionarlo de manera inequívoca con los niveles calcolíticos) en yacimientos como Son Matge (Waldren, 1982, 1998), Son Gallard (Waldren, 1982, 1998, Guerrero et al. 2005).
4.- Formas troncocónicas. Este tipo constituye, después de las formas hemiesféricas, el segundo grupo más numeroso. El estado fragmentario de los restos documentados impiden analizar con validez estadística la variedad morfométrica intragrupal. Se trata de formas de base plana, con una unión entre base y cuerpo en ángulo y un cuerpo troncocónico divergente. Nos hallamos ante formas abiertas en las que el diámetro máximo coincide con el de la boca. El borde es recto divergente, aunque algunos ejemplares presentan un borde recto convergente (Cantarellas 1972 a, 196). Un aspecto destacado de este grupo es la presencia de elementos de prensión que pueden estar compuestos por baquetones continuos ubicados justo antes del borde de la pieza o asideros de lengüeta que también se ubican en el mismo sitio. En ocasiones estos asideros pueden presentar una perforación vertical, como vemos en algunos de Ca Na Cotxera (Cantarellas 1972 a, 197). Este grupo de formas troncocónicas presenta una gran variedad morfométrica que afecta principalmente a la presencia de elementos de prensión y a las dimensiones. Respecto al tamaño se han documentado tanto piezas de dimensiones reducidas con un diámetro de la boca inferior a los 10 cm hasta piezas mucho más grandes cuyo diámetro de la boca puede superar los 30 cm. Al no conservarse ningún perfil completo es difícil analizar la diversidad de alturas que se pueden documentar en este grupo. Sin embargo, la previsible exitencia de cierta correlación entre el diámetro de la boca y la altura nos hace sospechar la existencia de una importante diversidad métrica respecto a esta variable.
2.- Forma anchas y bajas como escudillas o cazuelas de gran diámetro [fig. (3)8, 2]. Se trata de un tipo poco numeroso. En Ca Na Cotxera únicamente se documentaron un número mínimo de cuatro ejemplares. Son piezas de base plana con la unión de la base y el cuerpo en curva continua, mientras que las paredes del 7 La mayor parte de los materiales del yacimiento están aún en estudio y sus resultados únicamente han sido publicados (Coll 2000; 2001) parcialmente a título de avance, por lo que no contamos con una visión completa de las formas lisas documentadas en este yacimiento; sin embargo, las atribuciones contextuales y las dataciones radiocarbónicas permitirán en un futuro contrastar mejor estos avances que ahora presentamos.
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2) Un segundo grupo de vasos pueden ser adscritos de forma muy genérica a tareas propias del mantenimiento del hogar, ingesta de alimentos y labores culinarias, como son los cuencos hemisféricos, más o menos abiertos y de altura variable, los vasos carenados con fondos convexos y los cuencos troncocónicos con mamelones o baquetón bajo el borde.
Debe advertirse que muchos de estos recipientes tienen un tipo de decoración unguiforme impresa en el baquetón y a veces sobre el labio. No obstante, este tipo decorativo no lo consideraremos como decoráción incisa clasica campaniforme, pues responde a otros estímulos estéticos muy distintos. Sin embargo, durante la fase epicampaniforme esta será la forma que más frecuentemente reciba la decoración incisa simplificada, como vemos en Sa Canova (Amorós 1955; Cantarellas 1972 a, 29-34).
3) El tercer grupo de gran interés está representado por las escudillas o cazuelas de gan diámetro y reducida altura. Faltan los estudios analíticos correspondeintes para abordar con alguna seguridad su eventual función. Sin embargo, sabemos que las comunidades tardoneolíticas y calcolíticas continentales incorporaron a su equipamiento cerámico cazuelas con paredes también de muy escasa altura que fueron utilizadas, tanto para el tueste de cereales, como para la producción doméstica de sal a partir del cocido de agua del mar. Este ultimo uso se ha planteado para ejemplares andaluces (Escacena 1994) y de otros asentamientos costeros continentales (Cassen et al. 2004) desde el neolítico.
5.- Formas cilíndricas toneliformes [fig. (3)8, 1]. Se trata de un grupo del que se conservan pocos restos. Este grupo representaría el conjunto cerámico de mayores dimensiones, lo que unido a su análisis morfopotencial (boca abierta, altura del cuerpo respecto al diámetro de la boca alto, y base plana) sugiere un uso relacionado con el almacenaje. Se trata de piezas de base plana, cuerpo cilíndrico de paredes rectas, aunque en ocasiones se observan ligeros abombamientos que hacen pensar en una forma más ovoide que cilíndrica. Los bordes son rectos y el labio de tipo tringular isósceles interior. Este es el único grupo en donde la relación entre el diámetro de la boca y la altura señala con claridad un predominio de esta última variable lo que nos indica unas piezas más altas que anchas y un índice mayor de esbeltez.
4) Finalmente es importante señalar la presencia de vasijas cerámicas altamente especializadas como los coladores o queseras que encontramos en el refugio rocoso de Coval Simó (Coll 2000), un lugar que a buen seguro cumplió funciones similares a las de Son Gallard como refugio estacional de pastores. Precisamente en los asentamientos ocupados por pastores trashumantes muchas de las estructuras arquitectónicas complementarias y fuegos (Brochier et al. 1992), además de algunos vasos cerámicos, están ligados al procesado de la lechey especialmente a la fabricación de queso.
Como hemos visto, el universo tipológico de la cerámica común identificada con claridad dentro de contextos calcolíticos es formalmente muy reducida documentándose únicamente unas 5 formas, la mayoría de ellas muy sencillas (hemiesféricas, troncocónicas, bitroncocónicas, cilíndricas). Sin embargo, y a pesar de la escasez morfológica, dentro de cada uno de los grupos formales nos encontramos una importante variedad métrica que afecta tanto al tamaño como al diámetro de la boca o a la altura de la pieza. Todo ello hace que, a pesar de la falta de diversidad formal, nos encontremos con una alta pluralidad morfopotencial, la cual iría desde piezas cuya finalidad se relacionaría con la ingestión de alimentos, tanto sólidos como líquidos, hasta aquellas formas ligadas a funciones de almacenamiento, pasando por piezas cuya morfopotencialidad funcional podría relacionarse con las diferentes estrategías de gestión y almacenaje de productos alimenticios. En este sentido, la uniformidad formal no excluye una amplia variedad de funciones al menos desde el punto de vista morfopotencial. En cualquier caso, toda la producción de cerámicas comunes calcolíticas nos está reflejando una falta de especialización y una polifuncionalidad inherente a las piezas, aspecto por otra parte nada extraño en contextos domésticos de producción y uso de cerámica fabricada a mano en momentos del calcolítico y del bronce antiguo. En este sentido no hemos identificado ningún grupo que refleje algún tipo de especialización funcional. De forma sintética podemos proporner los siguientes conjuntos funcionales:
Análisis por cromatografía de gases de materia orgánica8 para detectar trazas de contenido se realizaron sobre fragmentos cerámicos de Coval Simó, entre ellos los coladores, y detectaron la presencia de un determinado tipo de proteína (colágeno, albuminoide o láctea) relacionada con la manipulación de la leche. Si exceptuamos el caso excepcional de las vasijas multiperforadas, a las que no parece difícil atribuirles funciones de colador para la fabricación del queso, es muy complicado asignar funciones concretas a partir de los atributos formales de las vasijas. Por ello será imprescindible continuar en esta línea de análisis de contenidos para comprobar si en las islas, además de los habituales usos relacionados con la preparación y almacenaje de alimentos, pudieran documentarse otras funciones relacionadas con la obtención de bebidas alcohólicas y/o alucinógenas, como ya ha podido documentarse (Vázquez 2005; Guerra-Doce 2006) en comunidades campaniformes continentales.
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Informe analítico inédito realizado por la Drª T. Doménech y por J. Casas en el Departamento de Conservación y Restauración de la Universidad Politécnica de Valencia, bajo los auspicios y subvención del proyecto de investigación de la Universidad de las Islas Baleares titulado Colonización humana en medios insulares. Interacción con el medio y adaptación cultural: el caso de las islas Baleares (PB95-0490), financiado por el Ministerio de Educación en los planes I+D.
1) Grandes contenedores toneliformes con bocas de gran diámetro ligeramente entrante y grandes mamelones alargados junto al borde, algunos perforados verticalmente, seguramente destinados al almacenamiento de reservas alimentarias. 115
ingestión de alimentos líquidos o sólidos, hasta formas mucho más abiertas en las que la gestión de líquidos se hace difícil, pasando por formas de dimensiones medianas más apropiadas para la preparación de alimentos. Incluso esta misma forma se ha documentado en el yacimiento de Son Matge asociada a escorias de cobre, y ha sido interpretada como una vasija de reducción (Waldren 1998, Calvo y Guerrero 2002), si bien lo más probable es que hubiese jugado este papel tras la amortización de su función primigenia. Todo ello nos refleja claramente la multifuncionalidad de este tipo de cuencos. En el caso de la vasija de reducción de Son Matge, la información funcional se relaciona más con el grosor de las paredes que con la forma. Grosor técnicamente necesario para que se puedan realizar los procesos de reducción del mineral de cobre en el interior de la vasija.
b. Cerámica incisa de estilo campaniforme [fig. (3)9] Si la diversidad formal de la cerámica común en contextos calcolíticos era muy reducida, la correspondiente a los vasos decorados es aún menor, siendo el tipo de decoración incisa utilizada, más que la forma de la pieza, lo que diferencia una cerámica de otra ya que los variantes formales son comunes tanto a la cerámica común como a la decorada. La presencia porcentual de cerámica decorada con motivos campaniformes en los distintos yacimientos es muy desigual, llegando a estar ausente en algunos, como Cova des Moro (Calvo et al. 2001), pese a disponer de dataciones radiocarbónicas incuestionablemente sincrónicas con el desarrollo de estos estilos decorativos en la isla. Tampoco está presente en el Coval de Pep Rave (Coll 1991), otro asentamiento en covacha de montaña que, pese a no tener confirmación radiocarbónica, presenta un contexto de cultura material que se aviene bien con los habituales de la segunda mitad del tercer milenio BC. En yacimientos de montaña relacionados más o menos directamente con el pastoreo trashumante es relativamente escasa, como ocurre en Son Gallard (Guerrero et al. 2005) y Coval Simó (Coll 2000), mientras que resulta relativamente abundante en algunos asentamientos de hábitat al aire libre con presencia de fondos y zócalos de cabaña. Todo ello obliga a pensar que en su reparto porcentual pudo influir notablemente la función de los asentamientos y el propio us de la cerámica. Si a ello añadimos que una abrumadora mayoría de formas decoradas responden a cuencos hemisféricos muy abiertos, forma muy apta para la bebida individual y colectiva, resultaría sugerente pensar en algún consumo ritual de líquidos (Vázquez 2005; GuerraDoce 2006), cuya naturaleza está aún por determinar.
Esta forma es la más común dentro del universo de la cerámica campaniforme decorada que encontramos en los yacimientos calcolíticos de Mallorca. Está bien documentada en yacimientos como Son Matge (Walldren, 1982, 1998), Son Gallard (Waldren 1982, 1998, Calvo y Guerrero, 2002), Son Torrella (Enseñat, 1971), Cova des Bous (Cantarellas, 1972 a) Coval Simó (Coll 2000), Es Velar (Carreras, 1984), Son Mas (Walldren 1998) y Son Oleza (Waldren, 1998). - Formas Bitroncocónicas: Se trata de la misma forma comentada en el conjunto de cerámicas comunes. Su variante decorada es rara en los yacimientos calcolíticos de las Baleares. Sin embargo, algunas piezas de este tipo se han documentado en Son Oleza (Waldren, 1982, fig. 64) Como hemos podido observar, las formas decoradas repiten los mismos tipos que se dan en la cerámica común, aunque aún aparece más restringida la variedad formal entre los vasos decorados, ya que algunos tipos lisos, como los cilíndricos o las piezas bajas y abiertas (tipo escudilla o cazuela), no se suelen decorar nunca. El resto de las formas son las mismas y la variedad mofométrica intragrupal está presente, tanto en las formas decoradas, como en las comunes. En este sentido, puede señalarse que no se establece ninguna asociación de tipo excluyente entre un tipo cerámico y la presencia de decoración incisa.
En general, únicamente documentamos dos variantes formales en la cerámica decorada: - Formas hemiesféricas o de tendencia ovoide divergente: Esta forma decorada presenta las mismas características que su homónimo liso. Entre aquellos elementos que debemos tener en cuenta conviene destacar la diversidad métrica, tanto en la altura de las paredes, como el diámetro máximo, que siempre coincide con el diámetro de la boca. Ello hace que se documenten desde vasos hemiésféricos de pequeñas dimensiones hasta formas abiertas hemiésféricas grandes, en muchos casos superiores a los 30 cm de diámetro. La altura de estas formas también es variable. Encontramos, desde piezas muy abiertas y bajas, hasta cuencos cuyo cuerpo presenta casi los tres cuartos de desarrollo de un ovoide. Esta diversidad formal y métrica no se correlaciona con diferencias territoriales entre los diferentes yacimientos, sino que dentro de un mismo yacimiento encontramos igualmente una gran diversidad métrica. Seguramente esta pluralidad de tamaños debe estar condicionada preferentemente con aspectos funcionales, antes que con culturales o territoriales.
- Técnicas y motivos decorativos Generalmente los motivos decorativos de la cerámica campaniforme de las Baleares se realiza mediante la técnica de la incisión. Ésta se ejecuta con diferentes instrumentos, tanto objetos agudos que generan incisiones sencillas e independientes u objetos agudos múltiples, como peines, que originan secuencias de incisiones paralelas y continuas. En cualquier caso, se observa una gran variedad de incisiones, desde las muy estrechas y poco profundas, hasta unas incisiones mucho más profundas y anchas, lo que evidencia el uso de objetos agudos de diferentes dimensiones. También se observa cierta diversidad en cuanto a la fase de la cadena operativa de fabricación de la cerámica en la que se realizan los motivos decorativos. En algunos casos, por el
En este sentido, tanto las dimensiones de las piezas como el grosor de sus paredes nos dan más información de tipo funcional que la propia forma del vaso. Encontramos desde pequeños boles que podrían relacionarse con la 116
d.- Reticulado romboidal (Son Oleza, Son Mas, Ca Na Cotxera)
reborde generado por la incisión, nos permite intuir que la arcilla estaba en estado fresco, mientras que la existencia de otro tipo de rebordes mucho menos pronunciados y plásticos nos indican que la arcilla estaba ya en estado de textura de cuero.
e.- Damero o ajedrezado tanto con relleno reticular (Son Matge, Son Oleza, Son Mas) como simple (Ca Na Cotxera, Son Mas, Son Oleza)
Los motivos decorativos generalmente se caracterizan por la incorporación de motivos de tipo geométrico que se van repitiendo secuencialmente tanto horizontalmente como verticalmente. Entre los diferentes motivos decorativos documentados podemos destacar los siguientes (Cantarellas, 1972; 1972 a, Waldren 1998):
Paralelamente a esta técnica decorativa y a estos motivos, se conocen unos pocos fragmentos con decoración impresa y cordada procedentes de Son Oleza. En definitiva, el universo cerámico de los yacimientos calcolíticos nos presenta una variedad de tipos muy limitada. Sin embargo, esta limitación formal está muy matizada por la amplia variedad métrica lo que otorga a las diferentes formas una morfopotencialidad variada. Algunos tipos cerámicos (hemiésféricos, troncocónicos y bitroncocónicos) se documentan tanto en su variante común como decorada con técnica incisa y series repetitivas de motivos geométricos. No se documenta una selección específica de las piezas decoradas, sino que tanto las formas como las métricas están presentes en ambos grupos (comunes y decoradas). Tampoco se observa una localización diferencial entre ambos grupos cerámicos. Podemos encontrar cerámica común y decorada tanto en poblados (Son Oleza, Es Velar, Son Mas, Ca Na Cotxera) como en yacimientoss más especializados (Son Matge) o estacionales como Coval Simó, Son Torrella o Cova des Bous, aunque sin duda en porcentajes muy bajos en estos últimos.
- Motivos dispuestos horizontalmente: a.- Dos líneas horizontales encuadrando series de líneas verticales (Ca Na Cotxera, Son Mas, Son Oleza, etc) b.- Una línea horizontal de la que surgen series de incisiones verticales “peinadas” de poca dimensón (Son Mas, Son Oleza, etc). c.- Series de líneas verticales sin encuadrar por ninguna línea horizontal (Son Oleza, Son Mas. d.- Series de líneas diagonales sin encuadrar por ninguna línea horizontal (Son Oleza, Son Mas). e.- Series de líneas diagonales encuadradas por líneas horizontales (Son Oleza, Son Mas, Ca Na Cotxera) f.- Series de puntillados en doble hilera (Son Gallard, Son Mas, Son Oleza)
- Cronología de la cerámica campaniforme mallorquina.
g.- Series de puntos y rayas (Son Matge)
Por desgracia, contamos con un reducido número de yacimientos bien contextualizados en donde se pueda asociar de manera clara un serie de dataciones radiocarbónicas con un contexto material determinado. Ello limita enormemente el anclaje cronológico de la cerámica calcolítica. Entre los yacimientos con los que es posible establecer dicha asociación podemos citar a Ca Na Cotxera (Cantarellas 1972), Coval Simó (Coll 2000), Son Gallard (Waldren 1982; Guerrero et al. 2005) y Son Matge (Waldren 1982), Son Mas (Waldren 1998).
h.- Incisiones sobre el borde (Son Matge, Son Mas, Son Oleza, Ca Na Cotxera. i.- Series de “espina de pez” encuadradas en líneas horizontales (Ca Na Cotxera, Son Mas, Son Oleza) j.- Series de líneas horizontales cortadas por series de incisiones verticales, diagonales, pudiendo estar encuadradas o no con otras líneas incisas horizontales (Ca Na Cotxera, Son Ferradell Oleza, Son Mas). k.- Series de motivos en líneas en zig-zag o angulares: sencillas (Son Oleza, Son Matge, Ca Na Cotxera, Es velar), con lineas verticales que penden de ellas (Sa Canova, Son Ferrandel Oleza) con lineas verticales enmarcadas en dos líenas que generan el zig-zag (Son Ferandell Oleza, Son Mas, Ca Na Cotxera, Son Torrella), ángulos imbricados (Son Oleza, Son Torrella, Ca Na Cotxera).
Para el nivel campaniforme de Ca Na Cotxera contamos con dos dataciones (KIA-17389 y KIA-17390) que, en conjunto, enmarcan este horizonte de cerámicas campaniforemes entre 2290 y 2020 BC (Calvo y Guerrero 2002, 26-28). Para Coval Simó disponemos de otras dos dataciones publicadas (KIA-15726 y KIA14323) que también nos delimitan un intervalo parecido, entre el 2280 y el 1950 BC (Coll 2001). Mientras que en el abrigo de Son Gallard contamos con otra datación (Y1789) proveniente de las antiguas excavaciones de W. Waldren (1982), asociada a cerámica campaniforme, que nos proporciona un intervalo situado entre el 2470 y el 2020 BC.
l.- motivos triangulares: en zig-zag (Son Torrella, Son Matge, Son Oleza, Son Mas), triángulos reticulares y dobles líneas de zig-zag (Ca Na Cotxera). - Motivos dispuestos verticalmente: a.- Series de incisiones (Sa Canova)
El yacimiento de Son Mas cuenta también con dataciones asociadas a campaniformes decoradas igualmente coincidentes (UtC-4676) con las anteriormente citadas en el intervalo 2300-2040 BC. Sin embargo, otras adolecen de imprecisión (IRPA-908, UtC-2020) y alargan el extremo moderno de la edad calibrada hasta 1740/1680 BC. Sin embargo, el estado actual de los conocimientos
b.- Series con motivos de espiga. Motivo constituido por un trazo vertical con una doble incisión en diagonal (Ca Na Cotxera). c.- Reticulado rectangular (Son Oleza, Son Mas, Ca Na Cotxera) 117
aspectos de la cultura material correspondiente al calcolítico balear, nos encontramos con desequilibrios notables en el conocimiento de las diferentes producciones de útiles. Así, mientras que materiales como la cerámica con decoración incisa, o los elementos metálicos han recibido detenida atención por parte de los investigadores, otros, como las cerámicas comunes, apenas han sido objeto de estudio. La industria lítica, de la que nos ocuparemos ahora, es precisamente otra de las producciones que, salvo excepciones muy puntuales, apenas ha sido estudiada con criterios científicos, sino tan sólo mencionada a título de inventario, de forma descriptiva sumamente superficial y sin entrar apenas en análisis técnicos.
sobre este yacimiento nos impide saber cuándo cesan aquí realmente las cerámicas decoradas campaniformes y qué materiales se asocian a los intervalos más modernos. Por otra parte, Son Matge presenta toda una serie de dataciones (QL-23, CSIC-178, QL-5B, Y-2359, Y-2682, IRPA-835) que están afectadas por dos elementos que disminuyen su utilidad. Por una parte, la mayoría de ellas están realizadas sobre carbón, por lo que no es descartable que se haya producido el denominado fenómeno de “madera vieja” y, por otro lado, presentan una desviaciones típicas muy elevadas, por lo que el grado de precisión es bajo. En cualquier caso, y teniendo siempre muy presente ambos inconvenientes, contamos con dataciones de los diferentes niveles con cerámica campaniforme del yacimiento de Son Matge (estrato 2418) que se ubicarían en la segunda mitad del tercer milenio. A partir del estrato 16 la cerámica campaniforme desaparece documentándose formas epicampaniformes. Este estrato tiene una datación (CSIC-179) que se contiene en el intervalo calendárico 2200-1750. El siguiente estrato con material epicampaniforme es el 14 y también cuenta con otra datación radiocarbónica (CSIC180) que se sitúa entre el 2030 y el 1610 BC.
Los materiales publicados son escasos y generalmente se trata únicamente de los productos líticos finales, desconociéndose aspectos esenciales como los restos de talla, los accidentes de talla, núcleos, o elementos que serían tecnológicamente significativos, los cuales nos permitirían aproximarnos a las diferentes estrategias de producción y fabricación lítica existentes en este periodo. A todo ello debemos añadir también la falta de estudios sobre el aprovisionamiento de materiales, así como, salvo en contadas excepciones (Morell y Querol, 1987), de análisis funcionales. En conjunto, estas deficiencias en el estudio de este tipo de materiales nos llevan a una situación en la que únicamente se puede realizar una aproximación muy superficial a cada una de las fases de las cadenas operativas existentes, desde el aprovisionamiento de materias primas hasta su funcionalidad, pasando por las diferentes estrategias de talla.
En Son Gallard contamos con una datación (KIA-21209) sobre una estructura de combustión datada en el intervalo 2850-2490 BC en el que la cerámica campaniforme está totalmente ausente. Por lo tanto, si hemos de atenernos a los datos incuestionablemente contrastados debemos marcar el c. 2300 BC como un momento seguro en el que estas producciones decoradas están ya en vigor, sin que pueda descartarse en ningún caso unos inicios ligeramente anteriores entre 2500/2400 BC. Posiblemente el mejor paradigma de esta cuestión lo encontremos en el contextos de Ca Na Cotxera, fondo de cabaña con abundantes cerámicas decoradas campaniformes, con una datación (KIA-17389) situada en el intervao 2290-2040 BC.
Estas carencias con toda probabilidad tienen explicación en la propia secuencia de la prehistoria arcaica de las Baleares, la cual, a diferencia de otras regiones continentales que cuentan con yacimientos mucho más antiguos, en donde la industria lítica conforma uno de los ejes centrales para la reconstrucción cultural de sus poblaciones, las islas tuvieron una ocupación mucho más reciente y no se conocen yacimientos donde la industria lítica constituya el eje central de la cultura material. Esta situación ha generado lógicamente una ausencia de tradición investigadora9 y, como consecuencia, falta de especialistas en el estudio de las industrias líticas
Hacia los momentos de transición entre el Calcolítico y la Edad del Bronce (c. 2000-1900 BC) la tradición de decorar determinados vasos cerámicos se torna más rara, son muy pocos los que presentan algún tipo de decoración y los que la tienen se torna extremadamente simplificada si la comparamos con la decoración campaniforme clásica. El proceso no se aleja de lo observado para el continente (Müller y Willigen 2001; Guilaine et al. 2001; Martín 2001) donde hacia 2100 BC el campaniforme clásico da paso igualmente a los estilos epicampaniformes de transición.
Los materiales líticos, y más concretamente el sílex, han sido durante muchas épocas el soporte elegido para la fabricación de herramientas. Con el descubrimiento de nuevos materiales más aptos y mucho más eficientes para la fabricación de útiles, como son los metales, el papel protagonista del sílex fue disminuyendo progresivamente en las estrategias de fabricación de herramientas. Las innovaciones tecnológicas llevan asociadas en muchos casos variaciones de carácter económico y social. La aparición de los metales y la sucesiva sustitución de las
2) La industria lítica El instrumental de piedra podemos agruparlo en tres tipos distintos de producciones: a) elementos tallados en sílex; b) Cantos rodados con talla unifacial y c) Objetos macrolíticos.
9 Esta situación en ningún caso justifica que los hallazgos líticos queden sin estudiar, como así viene ocurriendo, siendo contados los casos en que estos materiales se ponen en manos de especialistas para su estudio (Carbonell et al. 1981; Pons Moyà et al, 1982; Waldren et al., 1984; Morell y Querol, 1987; Hernández-Gasch et al. 2000; Fullola et al. 2005).
a. Elementos tallados en sílex Como hemos podido observar a lo largo de los diferentes apartados en donde hemos ido analizando distintos 118
(aprovisionamiento de materias primas, estrategias y procesos de talla y funcionalidad).
herramientas líticas por las metálicas constituyen un claro ejemplo de ello. Cambian las técnicas de fabricación, aparecen nuevas fórmulas de adquisición de la materia prima con la intensificación de las redes comerciales y cambia incluso la concepción misma de las herramientas.
- El aprovisionamiento de materias primas. El sílex se convierte casi exclusivamente en la materia prima elegida para fabricar útiles líticos. En ello influyen dos aspectos esenciales: Por una parte, la relativa abundancia de afloramientos naturales, y, por otra, sus características físico-químicas que le otorgan un alto grado de dureza y fragilidad, lo que permite tanto la talla, como su fragmentación concoidea, generando filos agudos muy aptos para múltiples actividades (raspados, cortados, acciones de perforación, etc.).
En el continente esta evolución tecnológica puede observarse de manera pautada, ya que existen yacimientos de diferentes épocas los cuales permiten observar la incorporación de estos cambios tecnológicos, paralelos a la pérdida progresiva de la importancia del sílex como materia básica para la fabricación de herramientas. Por el momento, en las Baleares es imposible documentar este fenómeno de sustitución tecnológica, ya que apenas conocemos secuencias anteriores a la colonización de las islas por gentes con dominio de la metalurgia y la poca documentación existente adolece de graves problemas de control estratigráfico y contextual (Guerrero 2000, 2001), además de no contar con series líticas suficientemente numerosas.
Si bien se conocen en la actualidad diferentes afloramientos de sílex en la isla de Mallorca, única islas en la que se han realizado estos estudios, tanto en posición primaria como secundaria (Morell y Querol, 1987; Hernández, Mangado et al. 2000), hasta el momento la falta de estudios petrológicos ha impedido relacionar ningún tipo de sílex hallado en un yacimiento con su lugar de aprovisionamiento, lo que impide establecer aproximaciones a aspectos tan esenciales como la movilidad de los grupos o las estrategias y áreas de captación de recursos. Únicamente se ha realizado el estudio pretrológico de una colección lítica de sílex proveniente de un taller en superficie localizado delante de las casas de Son Real (Santa Margalida). No puede asegurarse que éste corresponda a la facies calcolítica, ya que no disponía de relaciones estratigráficas, ni tampoco incluía algún morfotipo claramente adscribible a esta fase (Hernández, Mangado et al. 2000). Sin embargo, citamos este trabajo por lo significativo de sus resultados, ya que nos informa sobre algunos de los orígenes y formaciones del sílex de la isla de Mallorca.
Por lo tanto, podemos adelantar que las primeras colecciones importantes de industria lítica bien ubicadas contextualmente nos las encontramos en yacimientos calcolíticos, ya en concurrencia con herramientas metálicas de cobre y, por lo tanto, en las fases iniciales de esa sustitución tecnológica que comentábamos anteriormente. La aparición del instrumental de bronce en los inicios del ciclopedismo naviforme (Calvo et al. 2001) evidencian un descenso muy significativo, llegando casi a la desaparición del instrumental lítico de sílex. Con toda probabilidad, la mejora de las técnicas metalúrgicas y las posibilidades de abastecimiento regular de metales de cobre y estaño posibilitaron la obtención de un instrumental mucho más eficaz y duradero, que desplazó definitivamente al lítico, quedando la piedra relegada exclusivamente a la fabricación de objetos macrolíticos como percutores, morteros o molinos.
En ese taller de Son Real se identificó la existencia de materias primas de sílex en posición secundaria fruto de coluviones de época holocénica. Se documentaron, como mínimo, tres orígenes geológicos diferentes, aunque por el momento es imposible vincularlos a contextos geológicos geográficamente definidos. Un primer conjunto tiene su origen en un ambiente de sustitución evaporítico, identificado a partir de la presencia de numerosos pseudomorfos lenticulares de yeso. Un segundo conjunto, no tan numeroso, procede de un ambiente de formación marino evidenciado a partir de la presencia de fragmentos de valvas de molusco. El tercer conjunto estuvo formado en un ambiente de substitución carbonatado vinculado con aguas dulces, como lo atestigua la presencia en su textura de ogonios y restos de tallos de algas charófitas. En definitiva, esta única, colección analizada petrográficamente, y que, como hemos dicho, no presenta suficientes elementos definitorios para poderla asignar a ningún periodo cronocultural concreto10, nos sirve para intuir la diferente variedad y origen de los distintos tipos de sílex localizados en Mallorca.
En Mallorca la sustitución de este instrumental lítico por el metálico parece que se produjo de forma relativamente brusca y rápida. En contextos del Bronce Antiguo con arquitectura ciclópea sólo tenemos constancia de la existencia de un ejemplar de hoja de sílex tabular en el naviforme Alemany (Enseñat 1971). Su relativa abundancia en las proximidades de los poblados de cabañas circulares y en sus tierras de cultivo próximas, como Son Oleza, Moleta Gran, Velar d’Aprop, Can Cel Costella, contrasta con su ausencia total en asentamientos de nueva planta de la Edad del Bronce, como Closos de Can Gaià, en el que ningún instrumento de sílex tabular ha sido hallado, ni siquiera en posición secundaria, después de once campañas de excavación y prospección territorial de sus campos próximos. Sin olvidar la dificultad que supone plantear el estudio de la industria lítica calcolítica a partir de las pocas referencias bibliográficas existentes y sólo mediante un análisis preliminar de algunos de los conjuntos existentes (Es Velar, Coval Simó, Muleta Gran, Cova des Moro, Ca Na Costa) en los siguientes apartados reflexionaremos sobre los indicios y tendencias que parecen deducirse en cada una de las grandes fases de la cadena operativa
10 La ausencia de paralelos en contextos más tardíos sugiere que, a pesar de la falta de relaciones estratigráficas de los hallazgos, pueden adscribirse a las producciones líticas del tercer milenio (Calvo y Guerrero 2002, 199).
119
Como ya hemos comentado, son numerosos los afloramientos de sílex, tanto en posición primaria, como secundaria, documentados en Mallorca, sin embargo, en ningún caso se ha podido establecer una afiliación con las colecciones líticas arqueológicas. En las dos grandes Sierras de Mallorca (la Sierra de Tramuntana y la de Llevant y en algunas formaciones menores del centro de la isla como en Sineu, Sencelles, etc) existen afloramientos en posición primaria asociados a calizas y margas de diversas edades (Dogger, Malm y Cretácico inferior), bajo formas de nódulos y plaquetas. A su vez, se documentan afloramientos secundarios en el Pla, fruto de coluviones de edad holocénica, constituidos por cantos y bloques de materiales mesozoicos y terciarios empastados en una matriz limo-arcillosa. De igual forma, la captación de estos materiales por la red hidrográfica torrencial explicaría su abundante presencia en parajes que geológicamente no le son propios.
aprovisionamiento de materia prima no parece ser ningún obstáculo a la hora de establecer las estrategias de talla y configurar los productos finales. El material es abundante y las maniobras de talla no van encaminadas a un aprovechamiento maximal de los nódulos, como ocurre, por ejemplo, con los procesos de talla laminar. En los conjunto calcolíticos analizados se observa un bajo nivel de rentabilidad entre la cantidad de sílex utilizado y los filos morfopotenciales obtenidos. Este hecho se hace aún más evidente en aquellos productos no derivados del sílex tabular (raederas, denticulados, perforadores, etc).
En definitiva, nos encontramos en Mallorca con abundantes afloramientos tanto en posición primaria como secundaria (coluviones holocénicos y/o captación por la red hidrográfica torrencial) que a su vez, como nos parece marcar la tendencia de los estudios petrológicos del taller lítico de las casas de Son Real (Santa Margarita), tendrían unos orígenes diversos (ambientes marinos, evaporíticos o de substitución carbonatada vinculada con aguas dulces). Estas diferencias geológicas explican la gran variedad de sílex documentados en los yacimientos calcolíticos, tanto en sus características petrológicas (textura, homogeneidad, dimensiones del grano, presencia de microfracturas, etc), como en la estructuración de la caja calcárea en la que aparecen nódulos o plaquetas tabulares.
Dos son las estrategias de explotación del sílex tabular [fig. (3)15 y (3)16]. Una la finalidad es la obtención de soportes alargados normalmente con los dos filos longitudinales morfopotencialmente válidos y que se han venido denominando tradicionalmente cuchillos de sílex. La segunda maniobra de talla tiene como finalidad la obtención de productos estandarizados con un único filo morfopotencialmente útil y unas fracturas intencionadas del soporte con el fin de facilitar su posible inserción en mangos de madera. Son los tradicionalmente denominados elementos de hoz.
Tres son a grandes rasgos las cadenas operativas que pueden intuirse. Dos de ellas parecen relacionarse con la extracción de productos a partir de sílex tabular, mientras que una tercera se relacionaría con las explotaciones de sílex nodular. - Estrategias de explotación del sílex tabular:
- Fases de la cadena operativa de los cuchillos de sílex: El desconocimiento de muchos elementos tecnológicos significativos no publicados así como el análisis preliminar realizado impiden establecer con seguridad cada una de las fases de la cadena operativa de fabricación de los cuchillos de sílex. Sin embargo, al tratarse de bases negativas de primera generación (Carbonell et al. 1983, Carbonell y Mora, 1986) su análisis nos permite, con ciertas garantías de acierto, una aproximación a las fases tecnológicas existentes en la producción de este morfotipo.
Junto al sílex, mayoritario en todas las colecciones arqueológicas, es necesario también citar la utilización de otro tipo de materiales, como las calcáreas, cuarcitas etc, en la mayoría de casos, como ocurre con los percutores en Son Oleza (Morell y Querol, 1987), aunque existen también algunos casos de obtención de lascas sobre materiales no silíceos, bien documentados, por ejemplo, en Cova des Moro (Calvo et al. 2001 a).
Los cuchillos de sílex se fabrican a partir de plaquetas de sílex tabular que se modifican con diferentes tipos de retoques para establecer uno o mayoritariamente dos filos longitudinales morfopotencialmente válidos.
- Procesos tecnológicos de talla documentados en la industria lítica de los yacimientos Calcolíticos. Hoy por hoy, es aún difícil, por las razones ya expuestas, aclarar con detalle el sistema técnico de producción de la industria lítica de los grupos calcolíticos de las Baleares. En la mayoría de los casos únicamente contamos con los productos finales, morfotipos perfectamente elaborados, pero que no nos aportan mucha información sobre las estrategias de talla de las diferentes fases que configuran las cadenas operativas de producción lítica (fases de decorticado, primeras configuraciones de la explotación, estrategia de dicha explotación, reconfiguración de núcleos, etc). Debido a ello, en los siguientes apartados únicamente apuntaremos algunas tendencias que parecen sugerirnos los pocos materiales publicados y los análisis preliminares realizados por nosotros sobre las colecciones a las que hemos tenido acceso.
Fase I: El primer estadio tecnológico consiste en la selección de una plaqueta de sílex tabular de un determinado grueso. Este factor es importante, ya que el grueso de la caja calcárea tabular no suele modificarse, únicamente se realizan gestos técnicos destinados a configurar la longitud, la anchura del cuchillo, su aspecto apuntado y los filos morfopotencialmente útiles. Fase II: Una vez seleccionada la plaqueta de sílex tabular se procede a una primera fase de talla que tiene como función establecer y definir la longitud y la anchura de la pieza. En el momento actual de la investigación y debido a lo fragmentario de las muestras estudiadas no se puede profundizar en los gestos técnicos ejecutados con tal finalidad. En cualquier caso, las fracturas longitudinales
En primer lugar, es necesario decir que nos encontramos ante una industria de tendencia macrolítica en donde el 120
recta pretende facilitar dicha inserción. Con esta fase se consiguen unos útiles con un único filo morfopotencialmente útil y una forma apta para la inserción en un mango. El hecho de observar desconchados y retoques cortados por las fracturas de configuración final del útil, hace pensar que este gesto configura la última fase de concepción del útil, independientemente de que con posterioridad se puedan realizar pequeños retoques finales de configuración del filo. En cualquier caso, el gesto técnico de fractura es posterior a los retoques de configuración del útil y en muchos casos también posterior a los retoques de configuración final del filo.
observadas en muchas piezas suelen ser rectas sin ningún tipo de lengüeta, lo que parece marcar sistemas de fractura por percusión dura más que por flexión Esta acción técnica puede realizarse también en la última fase de la cadena operativa. Por su parte, las fracturas realizadas para establecer la anchura de la pieza desaparecen con los retoques posteriores de configuración de los útiles por lo que el análisis del producto final apenas aporta información al respecto. Fase III. Una vez delimitada la longitud y anchura de la plaqueta tabular que conformará el útil se inicia un proceso de talla con una triple finalidad: 1.- Iniciar una fase de decorticado de la caja calcárea tabular.
- Estrategia de explotación de sílex nodulares. Junto a los elementos de hoz y a los cuchillos, morfotipos más conocidos y característicos de la industria lítica de la facies calcolítica, en muchos yacimientos de esta época (Ca Na Cotxera, Son Ferrandell-Oleza, Son Matge, Es Velar, Coval Simo, Son Torrella, etc, estudiados y citados en epígrafes anteriores) se documenta una tercera estrategia de talla que completa el sistema técnico de producción lítica de estos grupos. En este caso no se trata de la explotación de un sílex tabular, sino que esta tercera cadena operativa se caracteriza por la explotación de sílex nodulares [fig. (3)18]. Desconocemos por el momento las estrategias encaminadas al decorticado y primera preparación del núcleo así como la presencia de elementos con clara significación tecnológica (tabletas de percusión, láminas de cresta, accidentes de talla, etc) que nos permitirían establecer los procesos de talla. Únicamente contamos con algunos núcleos y fragmentos de núcleo, así como los productos finales.
2.- Definir los filos morfopotenciales del útil. 3.- Configurar, en el caso que se estime, la convexidad distal de los filos para conseguir un aspecto apuntado. Para ello se realizan una serie de retoques planos o semiplanos profundos o invasores que en muchos casos superan los 1’5 o 2 cm Estos retoques se realizan en ambas caras de la pieza aunque siempre con el predominio de una cara sobre otra. Fase IV. Una vez configurado el aspecto general del útil se procede a un retocado mucho más específico y localizado en los filos. Se trata de pequeños retoques semiplanos y/o simples cuya finalidad es dotar a los filos morfopotencialmente útiles el aspecto definitivo. Es posible que en algunos casos pueda generarse cierta confusión entre este gesto final de configuración del útil y los desconchados producidos por el uso de la pieza.
Quedan por analizar todos los restos de talla existentes en las diferentes colecciones que nos podrían informar más detalladamente sobre las estrategias y fases de este tipo de explotación. En cualquier caso, a partir del análisis de los núcleos y fragmentos de núcleo, parece que nos encontramos ante un tipo de explotación a partir de núcleos poliédricos con unas maniobras de extracción muy poco organizadas, oportunistas, y con diferentes plataformas de percusión. Los negativos de las extracciones de los núcleos, así como los restos de talla y los morfotipos, nos ilustran sobre un sistema de talla para la obtención de lascas de diferentes tamaños. A partir de ellas se realizan retoques de configuración del morfotipo, normalmente sobre retoques simples cuya finalidad es, en la mayoría de los casos, la configuración de raederas, muchas de ellas marginales, denticulados, muescas y en algún caso excepcional raspadores (Coval Simó). Generalmente estos morfotipos están poco estandarizados y presentan un carácter oportunista, ya que su conformación viene marcada por la forma de la lasca y por alguna serie de retoques que configuran el filo morfopotencialmente útil. No se observa ningún proceso de estandarización de formas a partir de la configuración del retoque.
Fases de la cadena operativa de los elementos de hoz: Estos morfotipos presentan grandes semejanzas en la mayor parte de las fases de su cadena operativa con los cuchillos de sílex. Concretamente las fases I, II, III y IV son tecnológicamente muy parecidas, aunque con algunas ligeras diferencias: a.- En la Fase II únicamente se delimita la anchura. La longitud definida viene marcada por la facilidad de uso en esta fase del proceso de talla, y no marca la longitud final del morfotipo. b.- En la fase III no se produce ningún gesto técnico encaminado a la delimitación convexa para conseguir un apuntamiento distal de la pieza. Además, sólo se configura un único filo morfopotencial, mediante retoques semiplanos bifaciales desequilibrados. La mayor diferencia técnica aparece en la Fase V. Una vez finalizado el retoque final de configuración del filo morfopotencial es cuando se realiza el gesto técnico de fractura del soporte, tanto en la parte proximal, como en la distal. En muchos casos esta fractura de realiza diagonalmente con lo que se consiguen unos soportes trapezoidales, aunque también son abundantes las fracturas perpendiculares dando lugar a soportes de tendencia rectangular. La finalidad de este gesto técnico es conseguir un soporte de dimensiones válidas para su inserción en un vástago. El tipo de fractura, oblicua o
Un aspecto aún pendiente de cerrar es poder concretar la cronología de esta industria lítica con más precisión y especialmente las hojas de hoz. En algunos yacimientos claramente campaniformes, como en Son Gallard y Son 121
El estudio se ha ejecutado11 con dos lupas binoculares (Nikon y Olympus) con un objetivo de 0’6 X a 6 X y unos oculares de 10X con los que se puede llegar a los 60 X. La observación con lupas binoculares se complementaba con una lámpara de luz fría de dos brazos para evitar sombras. Se utilizaron básicamente para realizar un primer estudio de la pieza y analizar las grietas y posibles residuos.
Matge no la encontramos. En parte podría explicarse por la función económica de estos asentamientos que, como hemos visto, debieron estar muy ligados a la explotación ganadera. Sin embargo, son muy abundantes en asentamientos de cabañas como Son Oleza, Moleta Gran, Can Sel Costella y Es Velar. Mientras que está ausente en Ca Na Cotxera, pese a que ha sido identificado como un fondo de cabaña, en este caso el pequeño espacio explorado y excavado no permite hacer una valoración sobre las causas de su ausencia, pues puede estar originada por lagunas en la investigación, más que por la naturaleza del asentamiento.
Para el análisis de microscopía de altos aumentos se utilizaron dos microscopios metalográficos (Nikon y Olympus) equipados con objetivos de potencia 6 X, 10 X, 20 X, 40 X, 60 X y unos oculares de 10 X, lo que permitía obtener imágenes de hasta 600 X. Igualmente se utilizó un microscopio electrónico de barrido. Las fotografías [fig. (3)17] se obtuvieron con un captador de imágenes por ordenador.
Por lo que respecta a su pervivencia tenemos igualmente serios vacíos en la documentación. En yacimientos claramente de la Edad del Bronce y con construcciones ciclópeas de planta naviforme sólo es conocido un ejemplar en el de Alemany (Enseñat 1971), único que conocemos abandonado en el Bronce Antiguo tras un incendio [fig. (4)1]. En cualquier caso parece que su presencia durante esta fase decae hasta desaparecer, proceso que tal vez vaya paralelo a la progresiva sustitución de los poblados con zócalos de cabañas circulares por la arquitectura ciclópea, por lo tanto no sería raro encontrar esta industria lítica aún en contextos datados entre 1800 y 1700 BC.
La pieza de sílex se encontraba en muy buen estado, sin concreciones, hecho que facilitó su análisis. Sólo se procedió a una limpieza suave, sin ácidos ni cubeta de ultrasonidos. El secado se ha realizado con papel secante y un secador eléctrico. En una localización bifacial a lo largo de todo el filo de la pieza se documentó un desgaste, tanto en el filo, como en las aristas cercanas, de morfología masiva y en dirección paralela al filo.
- Función de la industria lítica de los yacimientos calcolíticos.
A la vez se pudieron observar restos de esquirlas bifaciales de distribución continua, disposición superpuesta y de diferentes morfologías, entre las que destacaban las semicirculares, las trapezoidales y las irregulares. Se observaron grietas de diferentes tamaños. La ausencia de micropulidos en algunas de ellas demostraba que fueron producidas con posterioridad al uso intenso del filo de la pieza.
Sólo a partir de la colección procedente de Son Oleza (Morell y Querol 1987) se han realizado estudios de carácter funcional lo que hace inviable cualquier tipo de extrapolación o generalización, teniendo en cuenta el carácter polifuncional propio de la industria lítica (Mazo 1991; Calvo, 2002). En cualquier caso el principal problema que nos encontramos es la abundancia de procesos de patinación y lustre de suelo que nos aparece en las colecciones líticas calcolíticas. Este hecho dificulta, e incluso imposibilita el análisis microscópico de muchos filos de las piezas, lo cual impide en muchos casos la realización de interpretaciones de carácter funcional rigurosas.
En las dos caras se han podido identificar también estrías de dirección oblicua y paralela. Finalmente, con una localización bifacial, aunque con más presencia en la cara A (ver dibujo en fig. (3)17) se documentó un micropulido fuertemente desarrollado de microtopografía ondulada, trama compacta, reticulado amplio y con un 5 de nivel de brillo.
En cualquier caso, el análisis funcional realizado sobre 4 cuchillos de sílex del yacimiento de Son Oleza y un elemento de hoz ha permitido documentar el trabajo sobre gramíneas en tres cuchillos y en la hoz, lo que hace pensar a los autores de este estudio (Morell y Querol 1987) en una utilización de estos morfotipos dentro de actividades agrícolas, probablemente relacionadas con la recolección de cereales.
La conjunción de todas estas trazas nos permite interpretar la actividad realizada con este “cuchillo” (hoja de hoz) tabular. Se ejecutaron acciones en las que se utilizaron las dos caras como zonas activas, con un mayor contacto en la cara A con el material. Las maniobras activas fueron movimientos longitudinales paralelos al filo, con tendencia oblicua en un ángulo medio.
Recientemente hemos tenido la oportunidad de realizar un análisis funcional sobre una hoja de sílex tabular procedente de un yacimiento hasta ahora desconocido, Sa Bolada de Santa Margarita [fig. (3)17], que ya a simple vista presentaba en uno de los filos activos un lustre muy llamativo. A tal efecto se realizó un análisis de microscopía para identificar con más seguridad las trazas de uso siguiendo el protocolo de trabajo establecido a tal efecto (Keeley 1982; Anderson-Gerfaud 1982, Plisson, 1985, González e Ibáñez, 1994, Calvo 2002).
Todas estas evidencias apuntan a una actividad de corte. La materia trabajada fue de naturaleza vegetal no leñosa, probablemente hierba o algún tipo de cereal, por lo tanto estaríamos ante una actividad equivalente a la siega o forrageo.
11 Servicios Científicos de la Universidad de las Islas Baleares, Laboratorio de Microscopia.
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denominado La Cova Santa de Vallada, en la provincia de Valencia.
En cualquier caso es necesario ampliar el número de piezas analizadas12 con el fin de confirmar esta tendencia y documentar otro tipo de actividades, que sin lugar a dudas también se realizaron con útiles de sílex, como pueden ser el tratamiento de pieles, el descuartizado y troceado de animales, así como trabajos sobre madera.
La segunda área costera continental donde conocemos bien esta industria lítica sobre sílex tabular es la costa del Languedoc, que, como bien sabemos (Guerrero 2004), es otra de las zonas costeras en las que las condiciones oceanográficas la convierten en una región de origen de mucha de las influencias continentales sobre las islas durante todos los tiempos. Si ánimos de ser exhaustivos, y por citar un yacimiento con buen control estratigráfico, este mismo tipo de industria lítica, con instrumentos de sílex tabular, tanto hojas de hoz, como piezas trapecios, está bien documentada (Perrin y Briois 2003) en los horizontes calcolíticos de Les Vautes
- Paralelos de las hojas de sílex tabular de talla bifacial La relativa abundancia de este instrumental lítico en Mallorca contrasta con su ausencia o extraordinaria escasez en las otras islas, de forma que son contados los casos que se conocen de hallazgos de esta industria lítica. Desde antiguo se conoce la existencia de una hoja de hoz en Menorca [fig. (3)15, 3], cuyo hallazgo es controvertido, pues no se conoce su procedencia, salvo que pertenecía a la colección Rotger de Alaior (Mascaró 2005, 138). Un estudio reciente (Plantalamor 2002) no aporta información adicional que nos permita conocer las circunstancias del hallazgo. Procedente de Ibiza conocemos otro ejemplar [fig. (3)16, 9], esta vez hallado en un estrato superficial del yacimiento situado sobre el promontorio costero de Cala Jondal13. A simple vista tienen las mismas características líticas y técnicas de talla que las hojas de hoz estudiadas en Mallorca.
b. Cantos rodados con talla unifacial Entre el instrumental lítico contamos igualmente con una categoría escasamente especializada y de muy baja complejidad técnica de talla. En general son cantos rodados [fig. (3)19], en la mayoría de los casos, con talla unifacial, y con menos frecuencia los de talla bifacial. Funcionalmente tienen pocas posibilidades, más allá de las acciones de percusión realizadas con la base negativa de la primera generación. El ejemplar aparecido en Son Gallard (Guerrero et al. 2005) tiene muestras claras de percusión en la base roma del mismo. En la Cova des Moro, (Calvo et al. 2001 a) fueron utilizadas igualmente las bases positivas sin retocar. Tanto en el ejemplar de Son Gallard, como las bases negativas y positivas de Cova des Moro, aparecieron en contacto con sendas estructuras de combustión; la primera de ellas (UtC-7877) datada 2580-2330 BC y la segunda (KIA-21209) 28502490 BC.
El carácter excepcional de ambas piezas nos obliga a interrogarnos por su presencia en aquellas islas vecinas. En Ibiza no se conocen afloramientos de sílex tabular y la garantía de su hallazgo en un yacimiento arqueológico, aunque en un contexto superficial, nos permiten plantear la posibilidad de que haya llegado a Ibiza desde la isla de Mallorca, aunque la existencia de este tipo de instrumental lítico en la costa de Gandía abre igualmente la posibilidad de una llegada de la pieza desde el continente. Para el ejemplar de Menorca, donde tampoco se conocen afloramientos de sílex tabular, esta misma posibilidad no puede en ningún caso descartarse; sin embargo, el hecho de que no se pueda asegurar su procedencia obliga a extremar la cautela, pues igualmente podría tratarse de un objeto de obtenido en Mallorca por coleccionistas de antigüedades.
También el fondo de cabaña de Ca Na Cotxera (Cantarellas 1972 a, 214) registró la presencia de un conjunto lítico formado cuatro cantos rodados y tallados asociados a cerámicas incisas campaniformes clásicas Seguramente a este momento podrán atribuirse igualmente las lascas de cantos rodados, con señales de uso en el filo aparecidas en las UE-13 y UE-19 de la campaña de 1998 realizada en el abrigo de Coval Simó (Coll 2000). Otros instrumentos líticos sobre cantos rodados se documentan también, tanto en Son Matge (Waldren 1982, fig. 84), como en Moleta (Waldren 1982, 85).
En las costas continentales inmediatas a las islas la utilización de cuchillos y hoces de sílex tabular no es ni mucho menos abundante; por ello no deja de ser interesante que las dos áreas costeras con mejores comunicaciones marinas con las islas sean precisamente donde encontramos los mejores paralelos de esta industria lítica. En la costa levantina de la península Ibérica este tipo de instrumentos líticos, tallados sobre hojas de sílex tabular, se conocen en el yacimiento alicantino de Les Moreres (González Prats 1986), donde aparece una hoz idéntica a las estudiadas en los asentamientos campaniformes mallorquines. La misma industria es conocida (Martí 1981) también en el yacimiento
La naturaleza tan primaria y elemental de este tipo de industria es un factor que impide cualquier aproximación cronológica, si no se tienen otros elementos de datación objetiva. De hecho, la utilización de cantos rodados y lascas simples sin retoques extraídas de los mismos es una práctica atribuible a casi todas las comunidades prehistóricas, independientemente de su estadio cultural. Pensamos que en la isla este tipo de industria no ha sido valorada hasta ahora, pese a que en muchos trabajos se hace referencia a cantos rodados a los que se les atribuyen usos como “percutores” y/o “pulidores”, sin que se trate de otra cosa que de impresiones superficiales del investigador, no contrastadas con ningún tipo de análisis de trazas.
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Está avanzado el estudio analítico de toda la industria lítica de los yacimientos Moleta Gran, Son Torrella y Son Oleza, que esperamos poder publicar en breve. 13 Hallazgo realizado por el Dr. Joan Ramón a quien le agradecemos la información y las fotos de la pieza.
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La perduración de estas placas afiladores más allá de la desaparición de las cerámicas campaniformes y epicampaniformes está bien documentada en contextos dolménicos como los de S’Aigua Dolça (Guerrero 2003), o el ejemplar de Ca Na Costa (Fernández et al. 1988: fig. 14), con tres perforaciones alineadas en sentido transversal, así como otro ejemplar fabricado en pizarra de factura dudosa y fragmentado en Ses Roques Llises (Rosselló et al. 1980). Aunque, como ya se ha explicado, tanto Ca Na Costa, como Roques Llises tienen horizontes de ocupación más antiguos que pueden arrancar de fines del III milenio. Por ello, tampoco es descartable que estas placas sean realmente calcolíticas, pues los contextos de ambos dólmenes estaban ya removidos de antiguo.
c. Instrumental macrolítico Las denominadas “muñequeras de arquero”, en realidad placas-afiladores [fig. (3)20], constituyen la única categoría de instrumentos de piedra no tallada que conocemos durante el campaniforme y epicampaniforme, alargándose su uso hasta el Bronce Antiguo, momentos en que se rarifican notablemente llegando a desparecer. Aquí realizamos un estudio14 conjunto de esta categoría de artefactos, incluidos los pertenecientes a épocas posteriores. Los tradicionalmente llamados “brazaletes de arquero” son objetos cuyos orígenes y desarrollo va ligado a la aparición y expansión de la metalurgia. En contextos continentales, como veremos, se asocian igualmente a la difusión de las cerámicas campaniformes, las puntas de cobre del tipo “palmela”, puñales, las alabardas y también, en algunas zonas, a los botones con perforación basal en “V”. Nada impide, por lo tanto, pensar que, al igual que ocurre en el continente y en las islas del Mediterráneo central estos útiles apareciesen en las Baleares conjuntamente con las primeras cerámicas campaniformes y las prácticas metalúrgicas. No obstante, dos factores distintos obligan a tratar el tema en estas islas con cierta precaución. Por un lado, se conocen ejemplares, como veremos más adelante, procedentes de asentamientos con horizontes incuestionablemente calcolíticos como Son Matge o Son Oleza; este último hallado en el exterior de una de las cabañas con zócalos de piedra (Waldren 2001). Sin embargo, los contextos estratigráficos a los que se adscriben son poco claros o están inéditos. Por otro, estos objetos siguen en uso en las islas hasta c. 1600/1500 BC, por lo que es difícil hacer un seguimiento de la producción estrictamente calcolítica de estos instrumentos.
En un momento muy próximo (c. 1700/1600 BC.) a los contextos dolménicos señalados, aunque sin datación absoluta, tenemos una placa con triple perforación en cada extremo en el sepulcro hipogéico nº 4 de la necrópolis de Ca Na Vidriera (Llabrés 1978). De igual forma se documenta su existencia en distintas necrópolis hipogeas del Bronce antiguo (Veny 1968) con dataciones muy inseguras debidas a las condiciones de la mayoría de los hallazgos. Sobre la presencia de los afiladores-placas perforadas en contextos claros de construcciones ciclópeas naviformes sólo puede mencionarse el conjunto de tres ejemplares aparecidos en el de Alemany (Enseñat 1971). Seguramente puede asociarse también a este mismo horizonte el ejemplar que apareció en el complejo de naviformes conocido como Cap de barbaria II de Formentera (Fernández y Topp 1984), cuyo contexto es de momento poco conocido, aunque puede asociarse con toda probabilidad al uso prístino de los naviformes. Estos instrumentos están fabricados sobre placas de mineral abrasivo con un predomino absoluto de contornos rectangulares, más o menos alargados (entre cinco y doce cm.), en algunos casos con ligera estrangulación en la parte central. Las superficies pueden ser tanto planas, como cóncavas en el reverso y convexas en el anverso. La curvatura de la placa suele ser en sentido transversal, aunque en algunas ocasiones podemos encontrar ejemplares con la cara inversa plana o ligeramente cóncava, mientras que el anverso presenta una superficie convexa en sentido longitudinal, como ocurre en el ejemplar de Son Puig (Veny 1968: 242). En Baleares se da un claro predominio de las formas planas, seguido de los ejemplares con el anverso ligeramente convexo en sentido longitudinal, no se conocen casos con las marcadas curvaturas en sentido transversal de muchos ejemplares centroeuropeos.
Además, de los casos que se citarán, su existencia desde momentos imprecisos del calcolítico puede intuirse a partir del hallazgo de un ejemplar en la gruta de Son Torrella (Veny 1968: fig. 194), donde hay con seguridad elementos campaniformes y epicampaniformes. Un ejemplar incompleto, de excelente factura, se encontró en la Cova del Fum (Costa y Benito 2000: 273; Calvo y Guerrero 2002, fig. 44-10) de Formentera. Aunque su hallazgo procede de una recuperación no hecha en una intervención arqueológica planificada, los materiales que se pudieron recoger con la placa eran dos fragmentos de un mismo cuenco cerámico con decoración incisa campaniforme (Topp 1988: fig. 1) de estilo y factura muy similar a las cerámicas de Ca Na Cotxera o Son Oleza, por lo que un momento seguro de ocupación de esta cueva puede situarse sin dificultad entre circa 2300 y 2100 BC. También se pudo recoger un cuenco liso hemisférico (Guerrero et al. 2006 a, 98) similar a los que encontramos en los contextos campaniformes ya analizados.
Se ha señalado (Cornaggia 1962-63) igualmente la existencia de ejemplares fabricados en hueso, asta, marfil, concha y terracota, aunque en porcentajes absolutamente minoritarios. Así ocurre, por ejemplo, con el espécimen leonés de hueso provisto de doble perforación en cada extremo aparecido en Grajal de Campos (Delibes 1977: 32) asociado a puntas de “Palmela”, o el ejemplar de la gruta francesa de Fées (Guilaine 1967: 65), también en contexto campaniforme. De igual forma, es excepcional encontrar ejemplares de oro como el hallado en el
14 La última revisión de este tipo de instrumentos fue realizada con ocasión del estudio de dos ejemplares aparecidos en el dolmen Aigua Dolça (Guerrero 2003). La falta de novedades al respecto aconsejan no cambiar el texto ya publicado y sólo procedemos a una revisión actualizada.
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decorativa bien conocida sobre soportes de madera y hueso, resulta poco usual sobre elementos líticos, y mucho menos sobre estas placas perforadas en las que la tónica generalizada es la ausencia absoluta de decoración. Por esta razón adquiere carácter excepcional la presencia de dicha decoración incisa sobre uno de los extremos de la placa-afilador aparecida en la mallorquina Cova des Moro.
yacimiento de Viana do Castelo (Hernando 1989), lo que tal vez podría remitirnos a especímenes con significado ritual, dado que dichas materias primas difícilmente pudieron servir para los fines que fueron utilizadas las piezas líticas. Lo habitual es que presenten una o dos perforaciones en cada extremo de la placa, siendo mucho menos frecuentes las que disponen de tres perforaciones. Se conoce también algún caso con cuatro perforaciones por extremidad, distribuidas en dos hileras: la primera con una y la segunda con tres, como ocurre en el ejemplar ya citado de Son Puig. En la producción baleárica parece predominar una tendencia a la multiperforación, en contraste con lo que ocurre en el continente donde lo normal es una o, a lo sumo dos, por extremo, aunque tampoco faltan ejemplos con tres perforaciones (Eiroa 1995). No obstante, son conocidos también ejemplares que presentan rebajes o acanaladuras en los extremos, como ocurre, por ejemplo, en alguna pieza sarda (Atzeni, 1993) hallada en un contexto campaniforme. En este caso parece evidente que dicha acanaladura nos indica que estas piezas debieron ir atadas a un soporte, mientras que las perforadas admiten dos soluciones para la sujeción: clavadas, como muy bien se documenta en el ejemplar mallorquín de Son Puig, ya citado, o también atadas pasando un cordón por las perforaciones. Por un lado, podían ir clavadas a un soporte de madera, como parecen indicar los restos de clavos de la placa de Son Puig y de un ejemplar procedente de “El Quintanar” que aún conserva los clavos completos (Martín et al. 1993). Por otro, las perforaciones también permiten pensar en la solución de la fijación mediante cordones pasados por las mimas perforaciones.
La denominación de “muñequeras de arquero” es un hecho generalizado en la historiografía prehistórica. Sin embargo, nos remite a un criterio funcional que en la mayoría de los casos no es correcto. La aparición de algún ejemplar in situ, junto al antebrazo del difunto, como ocurre en la tumba polaca de Samborzec (Harrison 1980, fig. 45), o como igualmente pasa en la tumba individual de Hemp Knoll de Avebury (RobertsonMackay 1980, fig. 9), donde una placa biperforada se conservaba aún sobre el húmero del difunto, ha hecho que, algunos investigadores (Garrido-Pena 2000: 188), piensen que no se pueda descartar por completo la función de brazalete15. Sin embargo, en nuestra opinión creemos que este dato de gran interés puede sugerir también que el antebrazo podía igualmente ser un lugar adecuado para fijar mediante cordones el afilador, siempre dispuesto para ser usado directamente por el portador en cualquier ocasión y en cualquier lugar. Faltan muchos análisis de trazas, sin embargo, por la naturaleza abrasiva de las materias primas en las que generalmente están fabricadas estas piezas, junto a la evidencia de pulidos y desgastes en los pocos casos en los que se han realizado análisis de trazas de uso, nos permite suponer que en realidad estamos ante pulidores o afiladores de piedra para objetos de metal. Los cuales, en su mayoría, iban, con toda probabilidad, sujetos a soportes de madera, de asta o de hueso, atados o clavados mediante clavos de bronce a través de las perforaciones que presentan en sus extremos. O también, como ya hemos expuesto, fijados mediante cordones a la muñeca del portador.
En algunos casos se combinan ambos sistemas: perforación y rebajes en los costados, como ocurre en el ejemplar argárico de La Bastida (Schubart y Ulreich 1991: taf.123). Generalmente son objetos, al menos los de piedra, carentes de decoración. Algunos ejemplares centroeuropeos presentan bandas incisas paralelas en los lados menores (Harrison 1980: 54; Sangmeister 1984) y un ejemplar argárico granadino aparecido en el poblado del Cerro del Gallo (De la Torre y Aguayo 1976) tiene excepcionalmente dos bandas incisas angulares a cada lado de la perforación conservada.
No es fácil contrastar esta cuestión empíricamente, mediante evidencias arqueológicas directas, siendo contados los casos en los que se ha conservado el soporte y el sistema de sujeción. Al respecto contamos con dos ejemplos verdaderamente excepcionales. Uno es la placa completa monoperforada procedente de Anghelu Ruju (Tarramelli 1908; Tronchetti et al. 1991) que se encontró con su soporte en forma de caja de hueso en la que iba inserta la placa, la cual presenta huellas de pulido y frotamientos en la superficie que quedaba libre del estuche. El interés del hallazgo es doble, pues la cajasoporte aparece decorada con circunferencias incisas y punto central, decoración que igualmente se repite precisamente en varias “muñequeras de arquero” de marfil y hueso aparecidas en Troya y Cerveteri, ya citadas. De igual forma esta decoración es conocida en Baleares sobre otros objetos de hueso como botones,
En la producción baleárica, por el contrario, es frecuente encontrar una decoración caracterizada por la presencia de minúsculas cavidades alineadas en grupos de dos o tres bajo las perforaciones, como ocurre en los ejemplares del naviforme Alemany (Ensenyat 1971), Son Matge (Waldren 1982: fig. 77), en el de Cap de Barbaria II (Fernández y Topp 1984) y en el de Cova des Moro (Risch 2001). Una característica decoración a partir de circunferencias incisas y punto central aparece cubriendo por completo las caras anversas, distribuidas en bandas paralelas, varias “muñequeras de arquero” fabricadas en marfil aparecidas en Troya y una en hueso de la gruta Patrizi de Cerveteri (Cornaggia 1962-63: fig. 7). Si bien es una composición
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Una discusión detallada de las posibilidades de uso de estos objetos como muñequeras, con la crítica a las opiniones de otros investigadores puede seguirse a través del trabajo de O. Cornaggia (1962-63).
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El aprecio de los usuarios por este tipo de instrumentos pudo ir más allá del normal a los objetos relacionados con la producción y, tal vez, adquirieron un valor simbólico difícil de interpretar, como parece indicarlo la frecuencia con que aparecen asociados a tumbas masculinas (Lull 1983: 212). Esta función ideotécnica puede también enfatizarla la existencia de un ejemplar fabricado en oro aparecido en Viana do Castelo (Hernando 1989) y otro en Barnack, Inglaterra (Garrido-Pena 2000: 188), así como los ejemplares de hueso, ya citados, como el de Gramal de Campos (Delibes 1977: 31) o el del castro de Cardeñosa (Naranjo 1984).
colgantes (Berenguer y Matas 2005), peines (Pons 1999: 132) y otros variados instrumentos (Lull et al. 1999: 316332; Plantalamor 1995, 97-98). El segundo caso del que tenemos una prueba directa del sistema de sujeción mediante clavos de bronce, lo encontramos en el ejemplar completo de Son Puig (Veny 1968: 242), que aún conservaba varios clavos adheridos a las perforaciones alineadas en el eje longitudinal, lo que sugiere un soporte seguramente de madera. En uno de los especimenes de S’Aigua Dolça (Guerrero 2003) se observa una suave regata o acanaladura entre la perforación y el borde que tal vez nos pudiera documentar el sistema de sujeción mediante atadura al soporte. Sistema al que también podían deberse los entalles laterales a la altura de la perforación que se observan en algunos ejemplares, como los de Cap de Barbaria II y Cova des Moro, sistema que, más o menos, coincide con el observado en el ejemplar argárico de La Bastida, ya citado.
Es indudable que los ejemplares fabricados en materiales menos, o nada, aptos para el afilado, como son los de marfil y hueso, pese a su semejanza formal, debieron tener otros usos que se nos escapan. Desde luego los que presentan decoración profusa en la cara anversa parece claro que su destino no era servir de afiladores, pues la fricción afectaría con rapidez a los elementos decorativos incisos de la superficie activa.
Su utilización como piedras de afilar metales ya fue planteada de antiguo por Siret (Siret 1913: 400) a partir de la naturaleza abrasiva de los minerales en que suelen estar fabricadas (pizarras, areniscas, esquistos, calizas, etc.) y también de su forma, que generalmente presenta superficies ligeramente cóncavas para facilitar el afilado de las hojas de metal. Son muy escasos, como ya se ha dicho, los análisis de trazas de uso, no obstante, W. Waldren planteó la función de estas placas como afiladores de objetos de bronce al observar microscópicamente la existencia de partículas de óxido de cobre en uno de los ejemplares procedentes de Son Matge. Los análisis posteriores sobre los punzones aparecidos en este abrigo rocoso y en el poblado de Son Oleza (Hoffman 1995) permitieron observar trazas de afilados sucesivos en estos objetos metálicos y señales en los afiladores de haber estado en contacto con ellos.
El hallazgo de una inhumación en Mariupol (Ucrania) con un individuo acompañado de una decena de estas “muñequeras (Cornaggia 1962-63)”, algunas fabricadas con dientes de suido, y su disposición sobre el cadáver ha permitido plantear que algunas de hueso pudieran tratarse de placas cosidas sobre las vestimentas, e incluso, tal vez, sobre un cubrecabeza. Por todo ello, pese a la semejanza formal de todos estos instrumentos que la literatura arqueológica viene englobando bajo la denominación de “bazaletes o muñequeras de arquero”, somos de la opinión que funcionalmente deben separarse los fabricados en piedra (excepcionalmente alguno en terracota), los cuales deberíamos considerar, con independencia de otros usos secundarios una vez amortizados, como placas-afiladores. Mientras que los fabricados en otros materiales (oro, hueso, marfil y asta) tienen, por el momento, una atribución funcional muy imprecisa. En cualquier caso, en Baleares sólo se conocen especimenes fabricados en piedra.
De forma más reciente, el estudio del ejemplar aparecido en la Cova des Moro muestra, efectivamente, que la superficie aparece alterada en varias caras con huellas de fricción ocasionadas por materiales de gran dureza. Es interesante señalar que en la cara contraria a la que presenta elementos decorativos (cavidades y circunferencias incisas con punto central) las huellas tienen un aspecto de pulido con coloración intensa semejante al que se ha descrito como hand polish, o pulido que adquieren algunas rocas en su contacto prolongado con el cuero (Rish 2001), que tentativamente podría relacionarse con la naturaleza del forro del soporte.
Parece fuera de toda duda que la gran eclosión de estos instrumentos está ligada a la intensificación de la metalurgia y, en gran medida unida, a la difusión de los estilos decorativos campaniformes y a las puntas de “Palmela”. El área geográfica de su difusión es notablemente extensa y abarcaría desde las costas atlánticas de Portugal (Cornaggia 1962-63; Harrison 1977; 1980), por el Oeste hasta centro Europa y Próximo Oriente por el Este, así como desde Irlanda, Alemania y Dinamarca por el Norte hasta Andalucía y Cerdeña, con algún ejemplar norteafricano, por el Sur. Aunque, al igual que ocurre con los botones perforados en “V” su densidad en los distintos territorios se reparte de forma desigual.
También el ejemplar procedente del dolmen de Ca Na Costa presenta intenso pulido en la superficie de la cara anversa que seguramente responde a la frotación continuada de un objeto duro. De igual forma en ejemplares de Fuente Olmedo y Galisancho (GarridoPena 2000: 189, lám 98,4) se han podido observar “raspaduras oblicuas” en diferentes direcciones que sugieren de nuevo su uso como afiladores.
La cronología absoluta obtenida en la secuencia estratigráfica del poblado El Castillejo de las Peñas de Los Gitanos de Montefrío (Arribas 1976) nos proporciona una referencia segura para el inicio del desarrollo de estas placas hacia el 2320/2220 cal. BC, las cuales están presentes en los niveles II y III que 126
ejemplares, la mayoría monoperforados en los extremos, en contextos campaniformes (Treinen 1970: 322) procedentes de distintos contextos como túmulos, dólmenes, grutas, cofres y también galerías cubiertas.
conforman la fase V correspondiente a un calcolítico avanzado (Arribas y Molina 1979: fig. 13) de este asentaminto. Su existencia está bien documentada en contextos campaniformes de la costa portuguesa (Leisner et al. 1961: pl. V) y a partir de aquí, sin ánimos de ser exhaustivos, podemos señalar dentro aún del horizonte calcolítico los seis ejemplares aparecidos en el poblado de cabañas de Zarza de Alange (Badajoz), conocido como Alangón (Enríquez 1990: 347-350), todos con una perforación salvo uno con dos en cada extremo.
De igual forma están muy bien representadas en la península italiana (Cornaggia 1962-63). Así como en Sicilia donde se conocen de antiguo ejemplares en piedra procedentes de tumbas hipogéicas (Cornaggia, 1962-63). También se documenta la existencia de otros materiales que en el continente acompañan habitualmente a las placas-afiladores, como es el caso de botones con perforación basal en “V” y varios estilos de cerámica campaniformes (Tusa 1999, 305-12), con especial concentración en la Sicilia occidental.
En la Meseta Norte tenemos una buena representación de estas placas, ya de antiguo conocidas a partir de un estudio de conjunto debido a G. Delibes (1977), en contextos típicos de cerámicas campaniformes y puntas de Palmela. Por lo general, monoperforadas en los extremos, salvo el ejemplar de hueso del Grajal de Campos, ya citado, que dispone de dos (Delibes 1977: fig. 6.4). Esta pieza estaba asociada a un botón cónico perforado en “V” y a vasos clásicos campaniformes; hay también un ejemplar en Pago de la Peña de Zamora. El estudio del Campaniforme, recientemente ampliado a toda la Meseta (Garrido-Pena 2000), confirma efectivamente su difusión en todo el interior de la Península durante el calcolítico.
Cerdeña registra de igual forma la existencia de estas placas perforadas desde un momento temprano del calcolítico, así tenemos un ejemplar incompleto biperforado en el contexto de la estructura dolménica Montiju Coronas (Basoli 1998, 146) datada en la fase Ozieri, junto a otros ejemplares en contextos de cerámicas campaniformes (Atzeni 1993; Webster 1996, fig. 15) junto a botones “tortuga” perforados en “V”, alternando ejemplares mono y biperforados en los extremos. Sin que debamos olvidar el importante conjunto de placas aparecidas en la necrópolis hipogéica de Anghelu Ruju (Tarramelli 1904; 1908).
En el área granadina, además del espécimen de Montefrío, ya citado, podemos señalar el ejemplar aparecido en la Covacha de la Presa (Carrasco et al. 1977) que es una inhumación colectiva en cueva correspondiente a un contexto calcolítico en el que están presentes cerámicas con decoración campaniforme, cuencos lisos con ónfalos en las bases y numerosos punzones, también junto a puntas de Palmela y botones piramidales con perforación en “V”.
La isla de Córcega está caracterizada por un calcolítico con personalidad propia (Camps 1988) en el que no se conocen los tipos cerámicos campaniformes de gran difusión, aunque algunas formas decoradas, como el cuenco aparecido en el taffonu n. 6 de Calanchi, datado16 en 2900-1950 BC, podían remitirnos a corrientes estilísticas de influencia campaniforme (Camps y Cesari 1989; Cesari 1992; 1994: 40). Sin embargo, está también documentada la presencia de estas placas en contextos funerarios de Córcega, como nos lo indica el hallazgo en el cofre-cista de Palagghiu de un ejemplar completo monoperforado en los extremos, asociado a un puñal triangular de bronce arsenical (Peretti 1966) que podría datarse a fines del III milenio cal BC.
En la zona geográfica más próxima a Baleares, Alicante y Valencia, la existencia de estos afiladores o placas perforadas se documenta igualmente en contextos campaniformes en la Cova dels Gats de Valencia (Bernabeu 1984: 50) asociada a puntas de Palmela, así como otro ejemplar en el Asilo del Bou de Cullera en contexto poco claro, aunque hay también elementos campaniformes (Bernabeu 1984: 42). Mientras que en Alicante podemos señalar los ejemplares aparecidos en la Cova de la Barcella (Borrego et al. 1992: 97) fabricados en pizarras, caliza y arenisca, todos con una perforación salvo uno con dos en cada extremo. Las placas proceden de materiales obtenidos en excavaciones antiguas en dicha cueva y conservados en los fondos del Museo de Alicante, por lo que la adscripción cronocultural de todos los hallazgos al “eneolítico” queda algo ensombrecida, en cualquier caso sólo aparece industria cerámica sin decorar.
La permanencia de la producción de placas afiladores está también muy bien documentada en contextos de la cultura argárica (Lull 1983; Schubart y Ulreich 1991) generalmente con una sola perforación en cada extremo, aunque hay también ejemplares carentes de perforación y algunos con la perforación inacabada (Schubart y Ulreich 1991: taf.87 y 110) y, como ya se ha señalado, con acanaladuras o entalles en los costados. Ruiz-Gálvez (Ruiz-Gálvez 1977) advierte que estas placas argáricas tienen una mayor representación en los enterramientos en pithos, aunque parecería lógico pensar, dada su existencia ya desde el campaniforme, que fuesen más característicos de los enterramientos en cistas. En cualquier caso, este hecho vendría a denotar la larga perduración de estos instrumentos (Ruiz-Gálvez 1977: 101), fenómeno que también se constata, como hemos visto, en Baleares.
Por lo que respecta al área catalana, entre las placas asociadas a cerámicas campaniformes y botones piramidales con perforación en “V”, puede señalarse el ejemplar procedente del hábitat en gruta de la cueva del Frare de Sant Llorenç del Munt (Martín Colliga 1998). Mientras que en el Mediodía francés tenemos un panorama relativamente similar con un buen número de
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ocasión se haya citado su existencia (Arnal 1973) a partir de un cierto parecido con algún ejemplar procedente de Na Fonda de Sa Vall.
3) El instrumental óseo La industria ósea17 [fig. (3)21], exceptuando la que más adelante se tratará, es en líneas generales escasa en los registros arqueológicos de la prehistoria arcaica de las islas. Gran parte, por ejemplo, del instrumental óseo del asentamiento de Oleza resta por conocer, pues sólo se han publicado (Waldren 1984) algunos elementos muy seleccionados. Los estudios de conjunto han sido tradicionalmente escasos, salvo rara excepción (Cantarellas 1974) y sólo muy recientemente se han intensificado los trabajos a raíz de la excavación del dolmen de Aigua Dolça (Guerrero y Calvo 2003 a), con horizontes epicampaniformes y Bronce Inicial, así como en el poblado de Closos de Can Gaià (Belenguer y Mata 2005) ya correspondiente al Bronce Antiguo con arquitectura ciclópea.
La aparición durante el calcolítico de este tipo de objetos fue sostenido por Guilaine (1967, 80) que reconoce una larga perduración para estos botones, como seguidamente veremos. Esta opinión es mantenida igualmente por la mayoría de investigadores (Rodanés 1987, Barge-Mahieu 1982; Barge-Mahieu et al. 1991, Uscatescu 1992). Sin embargo, Harrison (Harrison 1977, 87-90) no admitió inicialmente fechas anteriores al 1500 bc para los orígenes de estos botones prismáticos. La documentación arqueológica disponible en la actualidad es más que sobrada para asegurar la contemporaneidad de los botones más antiguos con contextos campaniformes. Sin embargo, no es menos cierto que su perduración llega, como poco, hasta la cultura argárica (Lull 1983: 214; Schubart y Ulreich 1991). De esta forma, están documentados en El Argar, en los enterramientos en cistas, aunque, aún así, tienen una escasa representación (Ruiz-Gálvez 1977), pues sólo aparecen en dos tumbas de un colectivo de quinientas.
En Menorca la situación no es mejor, sin embargo, es comprensible si tenemos en cuenta que contextos calcolíticos no se han podido identificar con claridad hasta fechas muy recientes. Sólo el dolmen de Rocas Llises (Rosselló et al. 1980) y más recientemente Biniai Nou (Plantalamor 2001) han permitido conocer algunas piezas, aún contando con la dificultad que supone conocer con exactitud cuál es su atribución contextual exacta, ya que ambos yacimientos tuvieron una ocupación en la seguda mitad del III milenio BC, pero siguieron en uso, o fueron reocupados, durante el Bronce.
Por lo que respecta a las Baleares, los hallazgos de botones prismáticos con perforación basal en “V” en el nivel C de Ca Na Cotxera (Cantarellas 1972 a), parece dejar fuera de dudas que su presencia inicial en las islas es anterior con seguridad a c. 2000 BC, así como que su introducción debió de ir asociada a la difusión de las cerámicas campaniformes (2400/2300-2000 BC), acorde con lo que nos indican los contextos continentales que más adelante se tratarán.
En las Pitiusas la información es extraordinariamente escasa y sólo contamos con el estidio de la industria ósea (botones) del dolmen de Ca Na Costa (Fernández et al. 1988) y la punta de flecha con pedúnculo y alerones hallada en la Cova des Fum. Ejemplar encontrado en un contexto muy poco fiable, cuyos atributos formales no permiten dilucidar si debe atribuirse a cotextos epicampaniformes o ya del Bronce Antiguo. La estudiaremos entre el instrumental óseo del capítulo siguiente.
Seguramente en el horizonte calcolítico pueden situarse igualmente muchos de los ejemplares aparecidos en el asentamiento de Son Oleza, del que se han dado a conocer un buen número de botones (Waldren 1998: 310315). Este yacimiento, como ya se ha dicho, presenta una secuencia continuada de ocupación desde momentos iniciales del calcolítico. Sin embargo, salvo las cerámicas incisas de estilo campaniforme, fácilmente identificables, la asociación de otros materiales, entre ellos los botones, al horizonte campaniforme, epicampaniforme o al Bronce Antiguo, no es en absoluto nada clara debido a la perduración de estos instrumentos, prácticamente hasta c. 900 BC y la incierta atribución estratigráfica que tienen muchos hallazgos en este yacimiento.
a. Los botones de hueso con perforación basal en “V” El origen de los botones con perforación en “V” se remonta al neolítico, sobre todo la variante tipológica conocida como “Durfort” (Arnal 1973; Rodanés 1987) que es, sin duda, la más antigua. También se ha señalado la existencia de algún ejemplar en el Paleolítico Superior procedente de la cueva de Pouligny-Saint-Pierre (Alain 1966) que debe ser interpretado como una mera convergencia formal sin conexión directa con el tema que aquí nos ocupa. La variante de botón perforado en “V” conocida como Durfort, epónimo de la cueva donde primero fue identificado (Cazalis de Fondouce 1869), es desconocido en las Baleares, pese a que en alguna
En contextos removidos, aunque también con presencia segura de cerámicas campaniformes, tenemos igualmente botones prismáticos y lenticulares, por ejemplo, en la gruta de Son Torrella (Veny 1968: 194, Enseñat, B. 1971: 313). Un abrigo rocoso que igualmente detecta la presencia de botones piramidales con perforación en “V”, muy posiblemente asociados al contexto calcolítico del lugar es el conocido como Son Gallard del que en la actualidad disponemos de una buena serie de dataciones (Guerrero et al. 2005) que nos garantizan una ocupación campaniforme del lugar, aunque igualmente tiene una larga perduración.
17 En este epígrafe se estudian una serie de instrumentos que tienen su arranque en la fase campaniforme, pero que después presentan una larga perduración, llegando algunos hasta los inicios del Bronce Final. Para evitar repeticiones optamos por incluir aquí un estudio global de los mismos, advirtiendo en cada caso las cronologías bajas de muchos hallazgos. El texto básico de este capítulo fue publicado en Guerrero y Calvo 2003 a.
De igual forma, el abrigo de Son Matge ha proporcionado una buena muestra de botones piramidales con 128
sobre un hueso de mamífero [fig. (5)11, 3] que fue decorado con estas circunferencias incisas y punto central aparecido en las construcciones anexas a la taula de Trepucó (Murray 1932: lám 27). De extraordinario interés, por su significación cultural, son las tapaderas de los estuches para almacenar cabellos de Càrritx (Lull, et al. 1999: 298, 302, 316-332) y seguramente Son Matge (Waldren 1982: fig. 78), que también sirven de soporte a este mismo motivo decorativo.
perforación en “V” de los que algunos pueden efectivamente atribuirse a contextos calcolíticos (Rosselló y Waldren 1973, lám. III,A, Waldren 1982, fig 78). Uno de los piramidales presenta decoración de circunferencias incisas y punto central. En las excavaciones de la Cova des Moro (Calvo et al. 2001 a) no ha aparecido ni un solo ejemplar, pese a que los sedimentos fueron lavados y flotados para asegurar una recogida exhaustiva de microfauna y pequeños objetos. Resulta interesante recordarlo pues tampoco, como ya se dijo, se documenta en este yacimiento la presencia de cerámicas campaniformes, pese a que uno de los horizontes de ocupación bien fechados por radiocarbono (KIA-30020) se extiende entre 2470-2290 BC.
A la fase epicampaniforme tal vez podrían adscribirse los ejemplares de Son Maiol (Plantalamor 1974), pues puede admitirse que la ollita globular con decoración epicampaniforme convivió con estos instrumentos, así como con los colgantes en incisivos de suido que aparecen tanto en Ca Na Cotxera (Cantarellas 1972 a), como en el dolmen de S’Aigua Dolça (Guerrero y Calvo 2003 a). Lo mismo puede decirse de los ejemplares aparecidos en la cueva funeraria de Es Corral des Porc (Pons 1999, 122).
Otro yacimiento que presenta un horizonte de ocupación antiguo, presumiblemente calcolítico, aunque carecemos de anclajes seguros de cronología absoluta, es el conocido como Coval d’en Pep Rave (Enseñat, B. 1971: 301-303; Coll 1991; Salvà y Calvo 2007). Entre los numerosos hallazgos de botones con perforación en “V” aparecen, además de ejemplares piramidales, tres cónicos decorados con circunferencias incisas y punto central18, como también ocurre en Son Matge.
Los botones con perforación en “V” continúan teniendo un gran arraigo y perduración en las islas una vez desaparecidas las cerámicas campaniformes y epicampaniformes. De esta manera, los encontramos aún en todos los contextos funerarios dolménicos con ocupación entre c. 1800 y 1650 BC (Guerrero y Calvo 2003 a), fase en la que ya no entraremos aquí, como tampoco en su perduración posterior hasta c. 900/850 BC.
Por lo que respecta a este tipo de decoración sobre botones con perforación en “V”, es necesario recordar que la encontramos igualmente en distintos yacimientos continentales, tanto en sepulcros dolménicos y cistas del Pirineo Catalán, como por ejemplo, en L’Espina (Colominas y Gudiol 1923; Pericot 1950: 76) o del área francesa como los del dolmen de Péchalet (Caussanel 1958) y el del Salgues de Rocamadour (Guilaine 1967: 52) entre otros (Arnal 1953-54; Barge-Mahieu 1982: 171), siempre en contextos atribuidos a utilizaciones calcolíticas de estas sepulturas. De igual forma, encontramos esta fórmula decorativa en piezas que proceden de contextos funerarios campaniformes en cuevas, como la de Toralla (Maluquer 1944) y en contextos funerarios más tardíos, también en cuevas, como el conjunto La Joquera (Esteve 1965). Por ello, la inclusión de estos ejemplares decorados en el calcolítico mallorquín no es en absoluto descartable, aunque, su perduración a lo largo del Bronce Antiguo obliga a ser cautos a la hora de fechar piezas mal contextualizadas.
Por lo que se refiere a las materias primas empleadas en la manufactura de los botones con perforación en “V”, el hueso es el soporte sobre el que se han fabricado la mayoría de estos botones piramidales. Esta tendencia está en perfecta consonancia con lo que ocurre en la producción de esta misma clase de botones en la península Ibérica, donde el hueso constituye también el soporte utilizado para la fabricación de una abrumadora mayoría (Uscatescu 1992, 22) de los mismos, frente a materias primas muy minoritarias como son la concha, el marfil, la piedra (calcárea, jade, etc.) e incluso el ámbar en algunas piezas de la Europa nórdica. Dos ejemplares de Ca Na Costa fueron fabricados en concha de molusco y cuatro a partir de colmillos de cerdos (Fernández et al. 1988, 34). Mientras que ejemplares de piedra caliza se han documentado en Son Matge (Waldren 1997) y en el dolmen de S’Aiga Dolça (Guerrero y Calvo 2003 a).
Debemos reconocer que la composición decorativa de círculos y punto central tiene larga pervivencia en las islas y la veremos repetida sobre distintos instrumentos y soportes, como es el caso de los peines de Can Martorellet (Pons 1999: 132), contemporáneos al contexto de S’Aigua Dolça. Algo más modernos pueden ser los colgantes-placas con esta misma decoración procedentes del naviforme de Closos (Belenguer y Matas 2005). La perduración de estos elementos decorativos enlaza en la isla de Menorca con la llegada de la tecnología del hierro. De esta forma, la documentamos
El marfil es una materia prima que se ha citado (Waldren 1997, 1998, 81) para la fabricación de algunos botones perforados en “V” de Son Matge, aunque desconocemos si se han hecho análisis definitivos para determinar con exactitud la materia prima, pues muchos de los fabricados con incisivos de suido presentan apariencia a “ojo desnudo” de marfil. No obstante, su presencia en las islas no es en absoluto descartable desde, al menos, mediados del III milenio BC, pues desde estas fechas podemos localizar algunos botones piramidales o cónicos con perforación en “V” de marfil en yacimientos de la costa valenciana con ocupación desde el campaniforme (Pascual-Benito 1995). Al fin y al cabo el área valenciana constituye la zona costera de mayor proximidad y fácil
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Otras decoraciones consistentes en bandas de pequeños puntos incisos, solos o combinados con líneas incisas, que aparecen en botones de origen atlántico (Cura y Vilardell 1985) no son conocidas en las islas.
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también los señalados por Vilaseca (1966) para el resto de la provincia de Tarragona.
acceso a las islas (Guerrero 2004) y desde la que, en definitiva, puede incluso avistarse alguna de ellas, como ocurre precisamente desde las proximidades de la Cova de les Cendres con Ibiza, yacimiento valenciano en el que igualmente están presentes estos botones de marfil, entre otros elementos de igual materia prima (Pascual-Benito 1995), al igual que también ocurre en el horizonte campaniforme del yacimiento murciano el Cerro de las Víboras de Bigail (Eiroa 1995).
De igual forma ocurre en el área francesa del golfo de León, en el Languedoc francés (Arnal 1954, Guilaine 1967; Barge-Mahieu 1982, Barge-Mahieu et al. 1991), que, en definitiva, puede considerarse una prolongación del área geográfica costero-catalana. En Valencia tenemos una excelente representación ligada a contextos calcolíticos campaniformes como los de la Sima de la Pedrera, los de la Cova del Bolumini y de Santa Vallada (Bernabeu 1984: 43, 56 y. 68), en el poblado del Arenal de la Costa o en la Cova del Negre (Pascual-Benito 1993: 97).
En épocas más tardías sabemos que existen algunos ejemplares fabricados en piedra calcárea en el dolmen de S’Aigua Dolça (Guerrero y Calvo 2003), en el hipogeo de nº 4 de Ca Na Vidriera (Llabrés 1978) y otro en Son Matge (Waldren 1997, 1998: 81), sin embargo, no tenemos constancia de que durante el calcolítico esta materia lítica también fuese utilizada para la fabricación de botones. Al contrario de lo que ocurre en otras áreas geográficas como en Europa central y las islas británicas, donde la piedra constituye el soporte preferido (Guilaine 1994, 97)19, en las Baleares la piedra es una materia prima muy poco empleada en la fabricación de estos botones.
Algo más alejado del área de influencia directa del campaniforme isleño, podemos señalar su presencia en Granada donde tenemos los ejemplares, conocidos desde antiguo, procedentes el poblado de los Castillejos (Arribas y Molina 1979; Moreno 1982), Cueva Alta de Montefrío (Moreno 1982) y en Covacha de la Presa (Carrasco et al. 1977), en contextos de cerámicas campaniformes y puntas de “Palmela”, siendo frecuentes los hallazgos de ejemplares fabricados en marfil.
Por lo que respecta a los paralelos continentales de los botones baleáricos, debemos admitir que este tipo de instrumentos aparecen generalmente ligados en sus orígenes a la expansión de las cerámicas campaniformes y su difusión geográfica se extiende desde Portugal (Leisner et al. 1961; Schubart 1975; Harrison 1980, Uscatescu 1992) a Polonia (Harrison 1977; 1980; Wojciechowski 1987), por citar casos paradigmáticamente extremos. Aunque en realidad la densidad de su presencia es muy desigual, produciéndose claras concentraciones en distintas áreas geográficas. A los efectos que para el estudio de los botones baleáricos nos interesa, una de las zonas de alta concentración la tenemos en el área catalano-pirenaica y también en la zona valenciana, aunque con menor intensidad.
Si tenemos en cuenta el área de dispersión de los botones piramidales, cónicos y prismáticos perforados en “V” y su concentración notable en las zonas costeras del Levante español, Cataluña y Languedoc, así como su conexión con la difusión de los estilos decorativos de las cerámicas campaniformes mejor representados en las islas, no constituye ninguna sorpresa su presencia y abundancia en las Baleares desde momentos campaniformes. b. Botones lenticulares biperforados En el caso de Baleares este tipo de botones [fig. (3)21] acompaña generalmente a los prismáticos con perforación en “V” y los vamos a encontrar prácticamente en los mismos contextos ya señalados para la clase anterior de botones.
En el área catalana son muy abundantes los yacimientos en los que estos botones aparecen y basta, a título de ejemplo, señalar los aparecidos en Rocallaura, Sant Oleguer o Collet de les Forques, todos en contextos de cerámicas campaniformes y, además, con puntas de “Palmela” en los dos últimos casos (Harrison 1977: 223241). Es interesante también reseñar la presencia de 5 ejemplares prismáticos del tipo I Ab/c 1 de Uscatescu (1992), ligados a la inhumación nº 4 de la Cova del Calvari (Esteve 1966), en primer lugar, por que podrían corresponder perfectamente a las ropas del cadáver, pues las inhumaciones estaban alejadas unas de otras y, por lo tanto, se pudieron individualizar muy bien los ajuares de cada difunto, y, en segundo lugar, por tratarse de una inhumación que estaba acompañada únicamente de un vaso liso hemisférico, así como de alguna punta de Palmela, pero no por vasos campaniformes (Harrison 1977: 207) como ocurría con otras inhumaciones. A los ejemplares de la Cova del Calvari podemos añadir
Podemos admitir que desde el calcolítico su uso está normalizado en Mallorca, como nos garantiza su presencia en Ca Na Cotxera (Cantarellas 1972 a, fig. 27,6). De igual forma un número importante de estos botones lenticulares biperforados se ha localizado en el asentamiento de Son Oleza (Waldren 1998, 313-314) sin que podamos discriminar a partir de la publicación citada cuáles corresponden al horizonte campaniforme y epicampaniforme y cuáles a los contextos del Bronce Antiguo. De igual forma, constatamos su presencia en el abrigo de Son Matge, tanto sobre placas circulares, como cuadradas (Waldren 1998, 81), con los mismos problemas de atribución contextual que en Son Ferrandell-Oleza. Sin cronología absoluta, aunque ligados a cerámicas incisas de estilo campaniforme, aparecen en Son Torrella (Enseñat, B. 1971, 313; Veny 1968, 342) y en el Coval d’en Pep Rave (Coll 1991, fig.5), junto a otras placas circulares, también biperforadas, aunque por su tamaño obviamente no puede admitirse la misma función. En este asentamiento alternan las placas circulares con las
19 El autor cita también un ejemplar toscano de Monte Bradoni fabricado en antimonio.
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3,7) podría hacernos pensar que su circulación, al menos, se inicia en el epicampaniforme y tiene continuidad posterior en contextos dolménicos, como nos indican los hallazgos en el dolmen de S’Aigua Dolça (Guerrero y Calvo 2003 a).
rectangulares ambas con doble perforación, como ocurre en Son Torrella. También se constata la presencia de botones lenticulares en la gruta de Son Maiol (Plantalamor 1974, fig. 3.6), tal vez atribuibles al horizonte epicampaniforme.
Especimenes sobre plaquetas “tortuga” planas biperforadas en yacimientos continentales, geográficamente próximos a las Baleares, tenemos un ejemplar en la cueva del L’Arbonés de Tarragona (Vilaseca y Capafons 1967), fabricado sobre concha, en un horizonte cultural poco claro, tal vez del Bronce Antiguo.
Su forma elemental, así como la escasa complejidad técnica que tiene su fabricación, unido todo ello a la alta utilidad práctica, hace de esta clase de botón un instrumento muy extendido y de larguísima perduración. Según Rodanés (Rodanés 1987, 155), no puede descartarse que su uso se encuentre ya en contextos de fines del Neolítico. Al menos algunas plaquitas circulares biperforadas fabricadas en nácar las tenemos en el grupo del Remedello de cerámicas con metopas (Bagolini y Pedrotti 1998; 1998 a).
c. Botones-plaquetas de bordes dentados Es un objeto extraordinariamente raro en las Baleares y sólo se conoce un ejemplar [fig. (3)21, 5] en el dolmen Aigua Dolça (Guerrero y Calvo 2003 a). Por lo tanto su atribución temporal no es anterior al epicampaniforme. Se trata de una plaqueta alargada, de perfil ligeramente cóncavo-convexo, de poco más de 2,6 cm., fabricada sobre un colmillo de suido, con los extremos laterales apuntados en ángulo abierto y con vértices romos, mientras que los bordes superior e inferior aparecen recortados en diente de sierra. Presenta dos perforaciones circulares centradas en el centro de la pieza.
En el área valenciana están bien documentados estos botones lenticulares en el calcolítico valenciano (Bernabeu 1979), que, como ya hemos visto, conviven en la misma zona con los piramidales de perforación en “V”. Por la cercanía geográfica, los ejemplares valencianos resultan especialmente interesantes para rastrear los posibles orígenes y conexiones de los botones baleáricos. En Baleares, como ocurre también en contextos continentales, perdurarán largo tiempo y los encontraremos en ambientes mucho más tardíos (Guerrero y Calvo 2003 a) de los que no nos ocupamos en este epígrafe.
Tal vez el arquetipo haya que buscarlo en las placascolgantes multiperforadas del tipo “Droite 3” de BargeMahieu et al. (1991). En realidad la cuestión de la dualidad funcional botón o placa de adorno cosida a las ropas puede ser igualmente planteada para este ejemplar de Aigua Dolça. Tal vez la centralidad de las dos perforaciones abogue por un uso como botón, frente a las placas con borde en dientes de sierra perforadas en los extremos (Barge-Mahieu et al. 1991), cuyo uso como adornos parece más probable. Así ocurre en una plaquita muy similar a la de S’Aigua Dolça aparecida en el dolmen de Mas de Labat nº 2 (Barge-Mahieu et al. 1991: IV.8, p.7, fig. 4,6) que dispone de perforaciones en los extremos y no en el centro.
c. Botones-plaquetas en forma de “tortuga” En realidad la denominación de botones “tipo tortuga” debería emplearse sólo para definir los derivados más o menos de formas de casquetes esféricos con apéndices terminales, aunque las bases pueden tener formas francamente ovales e incluso otras. La inmensa mayoría están dotados de doble perforación basal en “V” invertida y son muy pocos los biperforados. Son estos especimenes los que incuestionablemente aparecen ligados a la expansión de las cerámicas campaniformes y tienen dos claras áreas de concentración de hallazgos: una en la zona geográfica de las desembocaduras del Tajo y Sado (Leisner et al. 1961; Roche y Veiga 1961; Harrison 1977; Leitao et al. 1984; Uscatescu 1992: 235) y otra en el Mediodía Francés (Barge-Mahieu et al. 1991). Junto con algún ejemplar en Valencia (Martí y Juan-Cabanilles 1987: 146). También se documenta su existencia en Cerdeña, incluso con ejemplares decorados con circunferencias y punto central, como los de Anghelu Ruju (Guilaine 1963; BargeMaiheu et al. 1991). No deja, por lo tanto, de ser rara su ausencia en las islas, más aún teniendo en cuenta su posición estratégica en las rutas marinas que unen ambas áreas geográficas.
Otra placa muy similar a la anterior, fabricada en calcita blanca, e igualmente perforada en los extremos, la cual es considerada como un “doigtier d’archer”, apareció en la gruta de Sargel de Saint-Rome-de-Cernon, Aveiron (Costantini 1984, fig. 35, 19; 1985, fig. 4, 12), en un contexto que podría situarse en el calcolítico final del grupo cultural de Treilles. De hecho, en la gruta de Sargel se tiene una referencia radiométrica que sitúa un momento de su ocupación hacia 2200 cal. BC. Por lo tanto, las dos placas continentales que nos sirven de paralelos se sitúan en el área francesa del Mediodía francés con la cual las Baleares tienen buenas posibilidades de conexión marítima, aunque ambas serían, como veremos, algo más antiguas que la mallorquina.
Por el momento, en las islas sólo se tiene noticia de los biperforados, siendo desconocidos los que presentan perforación basal en “V”. No es seguro que este tipo de botones deban asociarse a contextos calcolíticos campaniformes de las islas. Aunque la presencia de un ejemplar en la gruta de Son Maiol (Plantalamor 1974, fig.
En la península Ibérica tenemos también otra placa muy similar, esta vez biperforada en el centro con lo que su uso como botón parece más que probable, en el dolmen riojano conocido como Peña Guerra-I (Pérez Arrondo 1987). El contexto está profanado de antiguo y se admite 131
algunos ejemplares en la gruta de la Cometa dels Morts y en la gruta de Ariant (Veny 1968: 315 y 310). En necrópolis hipogéicas del Bronce Antiguo no conocemos su existencia, salvo en Son Jaumell donde aparecen dos colmillos de berraco (Veny 1968, 163), aunque, su estado de conservación no permite apreciar si cumplieron la misma función.
la existencia de dos horizontes de uso: uno desde 2690 bc (sin cal.), en el que podría datarse la construcción del dolmen y la posterior intrusión campaniforme hacia 1460/1500 bc (sin cal.). El botón correspondería al horizonte campaniforme. Es interesante señalar que entre los materiales aparecen cuencos abiertos y lisos con ónfalos, así como otros con decoración incisa campaniforme, botones cónicos con perforación basal en “V”, además de colgantes de concha, además de varios punzones de cobre.
e. Conchas marinas como cuentas de collar La utilización de conchas como elementos de adorno [fig. (3)21, 7], o piezas de collar, es una tradición que se puede rastrear en muchas comunidades prehistóricas, como poco, desde el Neolítico antiguo y particularmente la especie columbella (Barge-Mahieu et al. 1991). En Mallorca la utilización de estas pequeñas conchas perforadas y otras cuentas de collar de especies como el conus y otras no identificadas están presentes desde horizontes calcolíticos, como nos lo garantiza su presencia en el nivel “C” de Ca Na Cotxera (Cantarellas 1972). E igualmente durante el epicampaniforme y Bronce inicial a tenor de los ejemplares aparecidos en el Dolmen de Aigua Dolça (Guerrero y Calvo 2003 a).
Las dataciones absolutas de S’Aigua Dolça sitúan esta placa botón entre aproximadamente 1750 y 1670 cal. BC., por lo tanto, muy próxima al ejemplar riojano. Su extrema rareza en las Baleares, sin otros paralelos por el momento, incluso en las estructuras dolménicas con ocupaciones totalmente sincrónicas a las de S’Aigua Dolça como la de Son Bauló (c. 1770 cal. m. BC) en Mallorca (Pons 1999: 101) y Monplé (c. 1700 cal. m. BC) en Menorca (Hedges et al. 1996; Plantalamor y Van Strydonck 1997), ponen de relieve la excepcionalidad de la pieza mallorquina, al tiempo que nos impide mayores precisiones sobre su presencia en Baleares.
f. Peine con decoración campaniforme
d. Colgantes de incisivos de suido
Entre los objetos destacables de este ámbito artesanal del periodo calcolítico debemos señalar un pequeño peine hallado en el abrigo de Son Matge [fig. (3)21, 1] del que en su momento se indicó que estaba fabricado en marfil (Waldren 1997, 1998: 76), sin embargo, nunca se han llegado a publicar los análisis que corroboren la materia en la que estuvo fabricado. Ya se ha señalado anteriormente que la llegada de marfil durante el tercer milenio BC es perfectamente viable si tenemos en cuenta que en la costa valenciana (Pascual-Benito 1995) había talleres que estaban trabajando esta materia prima.
Entre los elementos que claramente pueden atribuirse a la función de adornos o abalorios personales debemos incluir los colgantes de colmillos de suido [fig. (3)21], cuya única transformación consiste en una perforación en el extremo proximal, o de la raíz. El tipo y lugar de la perforación deja pocas dudas de que se hizo para que pudieran ser colgados como piezas de collar, aunque no puede eliminarse por completo la posibilidad de que también pudieran ir sujetos a las ropas y gorros como adornos cosidos a los mismos.
En cualquier caso, este instrumento es de extraordinario interés, pues se trata de un elemento único y carece, como es obvio, de elementos comparativos dentro de las islas. Tampoco conocemos paralelos extrainsulares con decoración incisa de estilo campaniforme que nos puedan servir de referentes, por lo que no se puede descartar que haya sido manufacturado en la propia isla. De hecho, la decoración incisa del peine se corresponde exactamente con motivos que aparecen en distintos cuencos del mismo abrigo de Son Matge y de Ca Na Cotxera (Cantarellas 1972 a, fig. 21,4).
La utilización como colgantes, adornos y/o piezas de collar de dientes y molares de distintas especies tanto salvajes, como domésticas, es una práctica generalizada en la prehistoria desde el Paleolítico Superior (BargeMahieu et al. 1991) y se siguen aún documentando en el Bronce Argárico (Schubart y Ulreich 1991). En el ámbito balear sabemos que su presencia se remonta con seguridad al calcolítico, como nos lo indican los ejemplares del nivel “C” de Ca Na Cotxera (Cantarellas 1972). De igual forma están presentes en la Gruta de Son Torrella (Veny 1968, 342), yacimiento del que no tenemos referencias de cronología absoluta, aunque todo apunta a una cierta sincronía con Ca Na Cotxera. También se documenta su presencia en la gruta de Son Maiol (Plantalmor 1974), en un contexto algo posterior a los anteriores, pero probablemente, como venimos insistiendo, con un horizonte de ocupación epicampaniforme.
Fuera de las islas conocemos algunos peines de madera desde el neolítico (Provenzano 1991), como el ejemplar del grupo Lagozza (Bagolini y Pedrotti 1998) o los de Baugneurs en Charavines (Tarrête y Joussaume 1998) y durante el calcolítico, también de madera, podemos señalar uno en la cueva de los Blanquizares, en Totana (Arribas 1956), y otro de hueso en el horizonte de los Millares en la granadina Gruta Alta de Montefrío (Moreno 1982).
En función de los datos disponibles en el registro arqueológico de las islas, todo parece indicar que en fechas posteriores a c. 1650/1600 BC la tradición de usar incisivos de suido perforados como colgantes decae notablemente. Son pocos los contextos funerarios o de hábitat correspondientes a este periodo en los que se detecta su presencia. Aún así conocemos la existencia de
Es necesario igualmente recordar la existencia de un ejemplar fabricado en oro en el conjunto del tesoro de Caldas de Reyes (Ruiz-Gálvez 1978; Hernando 1983), pues seguramente reproduce en material noble otros ejemplares de uso común de madera o hueso. Este peine, 132
Este proceso ha sido reproducido20 por S. Rovira y Gutiérrez (2005; 2005a) mediante prácticas de arqueología experimental, cuyos resultados han permitido reconstruir el proceso, el cual, en resumen, sería como sigue: a) Excavación en el suelo de un hoyo con el diámetro justo para permitir la introducción de una vasija concoide, b) Precalentamiento mediante el encendido de un hogar de leña seca en el interior de la vasija al que se le va añadiendo carbón y avivando despacio la combustión con las toberas y los fuelles, c) Alcanzada la temperatura de 1.100ºC que puede detectarse a partir del color amarillo anaranjado en el núcleo del hogar, se comienza a añadir el mineral molido mezclado con polvo de carbón. A partir de este momento se inician los procesos de fundición. La malaquita se descompone entre 600 y 700ºC en cuprita desprendiendo dióxido de carbono y vapor de agua. Al alcanzar temperaturas en el núcleo del hogar entre 1.200 y 1.300ºC tiene lugar el cambio de estado, la cuprita reacciona con el monóxido de carbono reduciéndose a cobre metálico. El proceso experimental duró cinco horas y se consumieron seis kilos de carbón aproximadamente.
al igual que algunos de los vasos que componen el conjunto, presenta una decoración incisa que, en gran medida, recuerda los sistemas decorativos campaniformes tardíos o epicampaniformes. La datación de c. 1550 bc (en dataciones convencionales no radiocarbónicas) que para el conjunto se ha propuesto (Ruiz-Gálvez 1978) coincide también con las manifestaciones epicampaniformes mallorquinas que ya han sido señaladas. 4) La metalurgia del cobre Tradicionalmente vienen asociándose las primeras prácticas metalúrgicas a la expansión del campaniforme, aunque en cuevas de Almanzora comienzan a documentarse en contextos tardoneolíticos (Montero et al. 1996). Por lo que respecta a las Baleares las evidencias más antiguas que se tienen de fundición de cobre están claramente ligadas al campaniforme. La presencia de vasijas-horno con adherencias escoriáceas en su interior y con decoración incisa en su cara externa, aparecidas en el abrigo de Son Matge no deja dudas de esta conexión. La utilización de vasijas decoradas, seguramente ya amortizadas como vasijas-horno está también documentada en la península Ibérica en los yacimientos de la Balma del Serrat del Pont (Alcalde et al. 1994; 1997; 1998), en el Ventorro (Priego y Quero 1992, 303-309) así como en Rillo Gallo (Rovira y Montero 1994).
El estado muy fragmentario en el que generalmente aparecen las vasijas de reducción suele atribuirse a la necesidad de romper el recipiente para recuperar bien toda la masa metálica, aunque también es debido a la dificultad de la propia cerámica de resistir fuertes temperaturas, de tal forma, que la mayoría debían servir para una sola fundición. Esta circunstancia nos impide conocer con detalle su forma y sólo puede apuntarse que se trata de elementos concoides de paredes relativamente gruesas.
Existe en la literatura arqueológica una cierta confusión en la calificación funcional de unos determinados recipientes caracterizados por la presencia de restos escoriáceos en el interior y, de esta manera, es fácil encontrar la denominación de crisoles a determinados restos cerámicos que, aplicados a esta fase tan primitiva de la metalúrgica no sería la más apropiada. En realidad el crisol estaría destinado a la fundición del metal para verterlo en los moldes, por lo tanto las alteraciones térmicas y las adherencias escoriáceas afectarían, tanto a la superficie externa, como interna, y esto no ocurre en ninguno de los restos que hemos podido estudiar (Calvo y Guerrero 2002) en las islas.
La utilización de vasijas reductoras alterna en algunas comunidades con pequeñas cubetas excavadas en la roca, como ocurre en el S.E. de Francia, como particularmente se documenta en Capitelle du Broum (Rovira 2005), introduciéndose algo después las cerámicas como soporte de las tareas de reducción. Aún reconociendo que la forma concoide es la más habitual, algunos investigadores (Rovira y Montero 1994) piensan que durante el calcolítico hispánico lo habitual era emplear cerámicas de uso común no elaboradas específicamente para los trabajos de fundición y, en algunas ocasiones plenamente amortizadas, como puede ser el caso de los ejemplares decorados de Son Matge, al igual que ocurre con los de la Balma del Serrat del Pont, ya citados, así como con los del Ventorro (Priego y Quero 1992: 303-309) y de Rillo de Gallo (Rovira y Montero 1994).
La existencia durante estas fases primitivas de la metalurgia de verdaderos hornos con cubierta y bóveda de arcos de arcilla es simplemente un tópico que, según Ignacio Montero (1993; 1994: 226-232), procede de una falsa interpretación de Siret sobre restos de supuestas estructuras de horno hallados en Almizaraque. En las vasijas de reducción analizadas (Calvo y Guerrero 2002), procedentes del asentamiento Es Velar d’Aprop (Santany, Mallorca), se observa que las superficies externas no presentan fuertes alteraciones por origen térmico, mientras que en los interiores, por el contrario, se acumulan las manchas escoriáceas, grumos o gotas de metal y fuertes craquelados por el impacto térmico, lo que coincide con las tesis de Rovira y Montero (1994). Ello sugiere que la fuente de calor fue sólo interna, sin la introducción del recipiente en ningún otro contenedor u estructura de horno.
El desarrollo tecnológico de este momento, estaba basado en el aprovechamiento de carbonatos y óxidos de cobre con bajos contenidos de hierro y poca ganga, lo que, unido a las bajas temperaturas de fundición y a las pobres condiciones de reducción de las vasijas, genera (Montero 1994: 230) un bajo volumen de escorias. Aún así, algunos restos de las mismas han sido documentados en el yacimiento de Es Velar de Santany (Hierro-Riu 2002b), 20 Otros ensayos experimentales en Happ 1997; Fasnacht 1998 y Hunt et al. 2001.
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pudieron incentivar la presencia en esta región de los más importantes yacimientos calcolíticos que conocemos hasta hoy.
lo que podría corroborarnos de nuevo que las tareas metalúrgicas se realizan en los entornos de los asentamientos, como una prueba más del escaso grado de especialización artesanal aún alcanzado por estas comunidades. Aunque, actividades de raducción y/o fundición se han documentado también en abrigos rocosos que estaban siendo utilizados por pastores calcolíticos para estabular ganados, como en Son Matge (Waldren 1982, Bergadà et al. 2005 a), o como refugio de los propios pastores, en el caso de Coval Simó (Coll 2000).
Desde hace bastantes años se vienen realizando esfuerzos para relacionar algunas evidencias de fundición en ciertos lugares de la cordillera de Tramontana con la metalurgia prehistórica, y particularmente con la fase calcolítica. Las primeras indagaciones sobre esta cuestión las llevó a cabo J.A. Encinas que en 1967 localizó en la excavación de la sima de La Punta (Encinas 2006) un instrumento lítico de aspecto vidrioso y color negro inicialmente identificado por C. Veny y D. Cerdà como obsidiana. Él mismo, al compararla con obsidiana procedente de Canarias, sospechó que los materiales de Mallorca eran muy diferentes y sus propias investigaciones le condujeron a constatar que la abundancia de los cristales silíceos era debida, fundamentalmente, a los periódicos incendios forestales en parajes con afloramientos de rocas básicas contenedoras de pepitas de cobre nativo. El hallazgo, realizado también por J.A. Encinas años después (27-081995), de la base inferior del almendruco de un horno de fundición con parte del núcleo, restos de la “seudobsidiana” envolvente, escorias, cobertura de arcilla, evidencias impresas de la malla contenedora y material cerámico21, le hizo acertadamente sospechar que, efectivamente, los materiales recogidos durante muchos años podían realmente proceder de restos de fundición del mineral de cobre.
El nivel técnico alcanzado por estas comunidades no les permitía obtener tortas de fundición, sino una serie de hilillos o gotas de cobre metálico de pequeño tamaño, algunas escorias y minerales mezclados parcialmente reducidos. Este sistema de fundición funciona sin estructuras complejas de horno, sino simplemente mezclando mineral de cobre triturado y carbón, aumentando la energía calorífica hasta sobrepasar los 800 ºC, mediante el avivado de la mezcla encendida con fuelles y toberas. La presencia de arsénico se produce también en unos porcentajes tan bajos que debe considerarse una mezcla azarosa y no intencionada. Aún en cantidades más significativas, el estado actual de la investigación no acepta que las aleaciones cobre-arsénico constituyan una producción deliberada, ni un avance en la tecnología metalúrgica, como tradicionalmente se venía pensando.
Todas estas cuestiones, que habían permanecido inéditas, han sido retomadas y revisadas recientemente (Ramis et al. 2005), sin embargo, en la mayoría de los yacimientos no se encontró ningún indicador arqueológico que permitiese una aproximación cronológica. Por lo tanto, es muy arriesgado y carente de fundamento afirmar que estas labores de metalurgia corresponden al calcolítico. Incluso en aquellos sitios en los que había restos cerámicos prehistóricos no determinados, estos aparecían en conexión con cerámicas romanas e islámicas; el problema nuclear sigue siendo, por lo tanto, la correcta atribución cronológica y cultural de las actividades metalúrgicas observadas en estos yacimientos, incluso su verdadera naturaleza prehistórica, está en la mayoría de los casos sujeta a serias dudas.
Se han atribuido al calcolítico mallorquín dos lingotes con señales de extracciones (Waldren 1998, 95). Sin embargo, una de las características de la metalurgia del cobre en el continente es precisamente la ausencia de lingotes, e incluso de escorias, fenómeno que se atribuye al particular sistema de reducción en vasijas-hornos (Delibes y Montero 1999). Por lo que, esta circunstancia y los problemas de atribución contextual de muchos hallazgos de Son Oleza, nos obliga a manifestar cierto escepticismo a la hora de considerar estos lingotes como calcolíticos, compartiendo en esto la opinión expresada igualmente por otros investigadores (Hoffman 1995). Nos inclinamos a pensar que estos pequeños lingotes deberían atribuirse al horizonte correspondiente a la Edad del Bronce Antiguo que se superpone sobre algunas de las cabañas calcolíticas.
La presencia de este tipo de restos de fundición se cita también en el abrigo de Coval Simó (Coll 2001; 2006) que tiene una interesante secuencia de ocupación calcolítica. Sin embargo, la atribución cronológica del resto de fundición resta por aclarar, pues igualmente el yacimiento presenta una frecuentación humana durante la Edad del Hierro (Coll 2000), como efectivamente evidencia la fecha que proporciona una datación radiocarbónica22 (KIA-15727) situada en el intervalo
Sobre las actividades mineras de esta época existe muy escasa información. Como es sabido, las islas son pobres en recursos metalíferos, con inexistencia absoluta de estaño. Sin embargo, algunos minerales cupríferos pudieron tener una importancia relativa a escala local y dentro siempre del contexto de rentabilidades acordes con el nivel de desarrollo tecnológico de la época. En Mallorca ciertos entornos de la cordillera de Tramontana, entre Escorca y Pollensa, proporcionan mineral de cobre en forma de menas de carbonatos (malaquitas y azuritas) que son susceptibles de ser aprovechados. Otras posibilidades de explotación de yacimientos de minerales de cobre se localizan igualmente en Fornalutx, Sóller, Banyalbufar y Estellencs. Es posible que la concentración de estos afloramientos en la cordillera norte de la isla (Hoffman 1995) haya sido uno de los factores que
21 J.A. Encinas no llegó a publicar nunca estas observaciones de campo, aunque sí hizo partícipe de ellas a otros investigadores que las aprovecharon posteriormente. Sobre toda esta cuestión puede consultarse la información on-line en http://ccmallorca.com/Reportaje.htm 22 Esta datación corresponde a la serie encargada por el Laboratorio de Prehistoria de la Universidad de las Islas Baleares, bajo financiación del
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trabajos metalúrgicos y la presencia de algunas piezas metálicas en las islas atribuibles al tercer milenio BC, que el volumen de instrumental metálico, estimado en peso total, es extraordinariamente escaso (Salvà 2007), comparado con lo que ocurre en comunidades continentales contemporáneas. Por lo tanto su incidencia en la economía parece que fue poco apreciable. No es descartable que el trabajo metalúrgico durante el calcolítico de las islas tuviese más trascendencia en el imaginario simbólico que en el relacionado con la esfera de la producción.
750-400 BC; por lo tanto, su atribución a tareas de metalurgia y fundiciones calcolíticas resta aún por confirmar satisfactoriamente. En Menorca es conocida la existencia de algunas vetas de cobre (malaquitas) en Binifalia, Estancia des Prats, Isla del Colom y Son Arret. A los pies de Monte Toro hay también una zona rica en afloramientos cupríferos, y existe una mina subterránea que estuvo en explotación durante la primera mitad del siglo XX [fig. (3)22]. También se conocen afloramientos de mineral de cobre en la Illa d’En Colom.
En líneas generales puede señalarse que los artefactos metálicos de esta fase quedan reducidos a punzones y puntas laminares de distinto tipo, junto con algún pequeño puñal de lengüeta como podría ser el caso del ejemplar ibicenco. Este conjunto de útiles será sustituido hacia 1850 BC, salvo los punzones, por hojas triangulares con remaches, en línea con las tradiciones metalúrgicas ligadas a las producciones del Argar e igualmente a las del Bronce Antiguo del Golfo de León. De esta manera, ya no se detecta la presencia de instrumental de filiación campaniforme y/o “palmela” como ocurre en algunos contextos dolménicos menorquines.
Aunque es imprescindible un estudio riguroso de los minerales de cobre mallorquines para poderse pronunciar con total seguridad, la composición de algunos punzones del dolmen mallorquín de S’Aigua Dolça sugiere, en opinión de S. Rovira (2003) que el metal base pudo provenir de mineralizaciones menorquinas como las de Binifalia, Estància dels Prats, Isla Colom o Son Arret. Por lo que respecta a Ibiza y Formentera, la presencia de recursos mineros relacionados con el cobre es aún menor que en las otras islas. Sólo se conocen actividades extractivas relacionadas con las minas de galena de s’Argentera, en la parroquia de San Carles, en Eulària del Riu. Por esta razón, tiene importancia una pequeña pieza metálica planoconvexa procedente del Puig de Ses Torretes, yacimiento que ha proporcionado evidencias de un asentamiento calcolítico. El alto porcentaje de plomo (57%) en una fundición tan antigua ha hecho pensar (Costa y Benito 2000) que pueda tratarse de una producción local que aprovecha el plomo como alternativa a la dificultad de obtención de minerales de cobre.
Un primer grupo de objetos que puede ser identificado como manufacturas locales son los punzones o leznas de Son Matge (Waldren 1982: fig. 72-73), sin embargo sus escasos atributos formales no permiten un estudio apurado de paralelos que nos proporcionen referentes claros cronoculturales. Mientras que, por otro lado, los contextos en los que aparecen los distintos ejemplares no son todo lo claros que sería de desear, restando validez al análisis. Las dataciones radiocarbónicas23 efectuadas sobre algunos mangos de este depósito de punzones por Ch. R. Hoffman nos indican que no son sincrónicos, sino que abarcan un amplio espectro cronológico dentro de la Edad del Bronce jalonándose en un intervalo cronológico que se extendería desde 1880 hasta 910 BC.
5) Los artefactos metálicos El estudio del instrumental metálico atribuible al calcolítico [fig. (3)23] de las islas se enfrenta ante inconvenientes muy notables. Por un lado, es muy escaso y, por otro, la mayoría corresponden a piezas que fueron halladas casualmente o sin control arqueológico alguno. Todo ello dificulta en extremo presentar un panorama detallado del instrumental metálico del calcolítico balear.
En el recinto central del abrigo de Son Matge (Waldren 1982) considerado como un ámbito en el que, entre otras cosas, se realizaron tareas metalúrgicas (Waldren 1979; Hoffman 1995) hay dataciones que se jalonan desde c. 2500 hasta c. 1500 BC, sin que puedan asociarse directamente a los distintos conjuntos de punzones, salvo uno de fechas ya tardías cuyo mango proporcionó el resultado (CAMS-7242) de 1880-1520 BC, mientras que otros son aún más modernos, dentro del Bronce Antiguo. El estaño está ya presente también en similares porcentajes en algunos punzones del dolmen de S’Aigua Dolça (Rovira 2003) en un horizonte cronológico del 1800 al 1700 BC.
Por lo tanto, la atribución a esta fase de la prehistoria se hará en muchos casos siguiendo criterios formales y en parte técnicos, pues se incluyen también aquellos en los que no se aprecian aleaciones intencionadas, constituyendo el cobre prácticamente más del 98% de la composición. Este último aspecto no deja de ser igualmente problemático como criterio de atribución cronocultural, debido a que muchos de los instrumentos metálicos del Bronce Antiguo son muy pobres en estaño.
Sin embargo, carecemos de datos firmes acerca de cuándo se introdujo la aleación intencionada de bronce en las islas. Tal vez no se alejó de las fechas conocidas en el continente, donde los primeros objetos con estaño en el extremo occidental de Europa son conocidos desde c. 2000 BC (Pare 2000). En la zona costera continental más
Es importante remarcar que, pese a las evidencias de proyecto BHA2000-1335. En el resultado proporcionado por el laboratorio (27-11-2001) se produjo un error tipográfico proporcionado en el primer comunicado (3430 ±30 BP) que fue corregido pocos días después (19 del 12 de 2001), siendo el correcto KIA-15727: 2430 ±30 BP. En este mismo sentido deben igualmente rectificarse los datos y comentarios publicados por Micó (2005, 193).
23 CAMS-7242, 7241, 7240, 7075, 7246, 7245, 7239. Ver tabla de dataciones correspondiente al capítulo de la Edad del Bronce.
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perfectamente visibles las rebabas que esta operación dejó. La técnica de afilado y acabado es muy semejante a la que se observa en la pieza ibicenca, antes descrita. En la parte proximal de la hoja presenta varias melladuras antiguas. Fue hallada en la cueva funeraria de Son Primer de Artà (Veny 1968, 268) y recogida junto con otros materiales sin ningún control arqueológico, entre ellas un punzón de cobre27. Las circunstancias y el contexto del hallazgo dificultan una adscripción cronológica precisa de esta pieza que, hasta su análisis de composición (Guerrero y Calvo 2002), siempre se consideró un instrumento propio de la Edad Bronce. A pesar de todo, el ajuar cerámico recuperado: varios cuencos hemisféricos y un vaso carenado no desentonan de contextos campaniformes tardíos y, por otro lado, la deposición de las piezas metálicas en el contexto funerario igualmente puede ser muy posterior a su fabricación y uso.
inmediata a las Baleares se documenta, como en la Balma del Serat del Pont, en Gerona, (Alcalde et al. 1997), trabajos de fundición en los que esta presente el estaño entre 2560-1975 BC. Por lo que respecta al resto de instrumental metálico calcolítico, además de su escasez, debe señalarse la escasa fiabilidad de los contextos estratigráficos a los que se asocian, lo que nos impide precisiones de orden cronológico, las cuales sólo pueden ser apuntadas de forma tentativa a partir de criterios formales de las piezas. Las técnicas de fundición y manufactura, en los casos que han podido observarse, coinciden con las propias del calcolítico (Montero 1994; Rovira et al. 1999; Delibes y Montero 1999), es decir, se trata de piezas conseguidas sobre láminas de cobre, en algunos casos recortadas y acabadas mediante martillado. De igual forma los pedúnculos o lengüetas presentan rebabas y señales de acabado, cuya presencia ha sido atribuida a efectos del martillado sobre los filos de la lámina, aunque este extremo no se ha contrastado nunca mediante análisis metalográficos. Esta maniobra ha podido observarse mejor en el puñalito ibicenco (Delibes y FernándezMiranda 1988, 86) y en la punta de Son Primer.
c) Punta romboidal con pedúnculo recortada en una lámina [fig. (3)23, 4] procedente del abrigo conocido como Coval d’en Pep Rave (Coll 1991, 5, 11; Salvà y Calvo 2007). El yacimiento tuvo una ocupación funeraria durante la Edad del Bronce Final y esto distorsionó el horizonte subyacente de una frecuentación más antigua de época campaniforme o epicampaniforme, por ello su atribución estratigráfica es algo confusa.
Resulta difícil, en algunos casos, encontrar paralelos formales exactos, pues las hojas y los extremos distales de las piezas, en ocasiones parecen haber sufrido modificaciones por reavivados sucesivos, aunque de nuevo serían necesarios análisis de trazas de uso, que restan por hacer, para confirmar definitivamente estos procesos.
d) Punta laminar foliácea [fig. (3)23, 2] aparecida en el dolmen menorquín de Ses Roques Llises (Rosselló et al. 1980) conformada mediante martillado de la lámina de cobre28, con rebabas en el pedúnculo originadas también por martillado de los bordes.
Los instrumentos metálicos que pueden adscribirse a esta fase, aún con las precauciones obligadas que exigen las circunstancias de sus hallazgos, además de los punzones o leznas ya citados, son las siguientes:
e) Punta laminar [fig. (3)23, 3], igualmente foliácea, muy similar a la anterior hallada en Es Rafal des Frares (Plantalamor et al. 1995, 14), en un contexto desconocido. Perteneció a la colección Martínez Santaolalla y apenas existen referencias a ella en la bibliografía arqueológica. Tampoco conocemos su paradero actual. No se han realizado análisis de composición en el programa de investigación antes mencionado. Su inclusión en este inventario se hace por criterios exclusivamente formales y, particularmente, por su extraordinaria similitud con la punta de Ses Roques Llises.
a) Puñal de lengüeta24 [fig. (3)23, 5] de procedencia desconocida hallado en la isla de Ibiza (Fernández 1974). La composición25 nos indica que estamos ante una pieza de cobre con ligera (1,76%) presencia arsenical, que puede sin duda considerarse una mezcla azarosa. Presenta en la zona central de la hoja una meseta romboidal originada por el remachado perimetral de los filos y finalmente tiene también claras trazas de acabado por martillado en el pedúnculo o lengüeta.
El estudio de todas estas piezas metálicas desde la información que nos proporcionan algunos instrumentos metálicos calcolíticos continentales puede resultar también de interés.
b) Punta laminar de forma romboidal con pedúnculo26 [fig. (3)23, 1]. Fue acabada mediante martillado perimetral de toda la lámina, lo que ha dejado una meseta romboidal ligeramente más gruesa en el centro de la hoja. El pedúnculo se consiguió remachando los bordes siendo
El espécimen de Son Primer, encaja en la forma “C” de la tipología propuesta por Delibes (1977, 110) en el estudio de las puntas de filiación “Palmela”, para la que sugiere una cronología algo más moderna que para el resto de tipos, relacionándola con los ejemplares de las tumbas más modernas del horizonte campaniforme de Ferradeira. Precisamente, una punta francamente similar a la de Son
24
Nuestro agradedimiento más sincero a Jordi H. Fernández, director del Museo Arqueológico de Ibiza y Formentera, y a Benjamí Costa, conservador del mismo, por las facilidades que siempre nos han brindado para los estudios de piezas de sus fondos, así como por las informaciones complementarias amablemente cedidas. 25
Fe=0,15; Ni=0,03; Cu=97,14; Zn=0,13; As=1,76; Ag=0,006; Sn=0,03; Sb=0,018; Pb=0,10 (Delibes y Fernández-Miranda 1988: 166).
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Debemos agradecer a los responsables del Museo Regional de Artà las facilidades que nos brindaron, tanto para su estudio, como para su traslado al servicio de microscopía de la Universitat de les Illes Balears.
Cu: 94.10%; P: 2.1%; Fe: 0.5%; As: 2.4%.
Análisis (PA5169; inv. 1456) cuantitativo por fluorescencia de rayos X (% en peso) realizado en el I.C.R.B.C. Composición: Fe: 0,167; Cu: 99,26; Ag: 0,031; Sb: 0,031 y resto no determinado.
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encontrar paralelos exactos de una pieza que en su estado terminal presenta una forma francamente atípica.
Primer la tenemos en el yacimiento de Aljezur de dicho grupo campaniforme de Ferradeira (Schubart 1975), junto a botones con perforación basal en “V” y “muñequeras de arquero”. Aunque este ejemplar de Aljezur tal vez esté reafilado y nos parezca por eso que su hoja sea más larga y menos redondeada que la de Son primer.
Los especimenes de forma foliácea menorquines, procedentes del dolmen de Ses Roques Llises y del Rafal des Frares, no tienen paralelos tan precisos, sin embargo, su forma general y su técnica de fabricación se aproxima a la metalurgia del cobre de filiación campaniforme o “Palmela”, aunque formalmente están más cercanas a producciones típicas del Mediodía francés (Briard y Mohen 1983, 17), lo que en gran medida es coherente con otros indicadores de los contactos entre Baleares y el Golfo de León, además de Cataluña.
La punta de Son Primer tiene también paralelos muy próximos, en el ejemplar aparecido en el dolmen francés Saint-Eugène (Aude) en un contexto plenamente campaniforme (Gulinaine 1967: 50; Treinen 1970). En el campaniforme de la Meseta de la Península Ibérica aparecen algunos ejemplares, igualmente muy similares al ejemplar de Son Primer, así ocurre, por ejemplo, en la necrópolis de la Cuesta de la Reina de Ciempozuelos (Garrido-Pena 2000: 247), en un contexto campaniforme clásico, en el que así mismo encontramos botones perforados en “V”. Otros ejemplares parecidos, también en contextos campaniformes, podemos encontrarlos en regiones peninsulares tan distantes como Álava o Cádiz (Rovira et al. 1999: 17 y 143), pasando por otros yacimientos más interiores como los de Encinas de Esgueva, Valladolid, en el Grajal de Campos, León (Delives 1977).
En esta serie de instrumental calcolítico debe también incluirse el ejemplar ibicenco de cobre ligeramente arsenicado, como nos indican los análisis ya señalados. Formalmente está mucho más próximo a los puñales de lengüeta que a las puntas laminares, los cuales son igualmente frecuentes en contextos campaniformes de la Península (Garrido-Pena 2000: 179-184; Rovira et al 1999: 305). Para finalizar debemos referirnos a una punta, también laminar, hallada en Son Matge (Waldren 1982: fig. 76,1) con pedúnculo y alerones de la que tradicionalmente viene admitiéndose su filiación campaniforme. Sin embargo, su composición metalográfica29 (Hoffman 1995) con un 10.52% de estaño nos obliga a considerarla, al igual que algunos de los punzones de este mismo contexto del abrigo, como un instrumento propio del Bronce Antiguo, aunque sin duda poco frecuente en la isla. A pesar de todo, en el continente son conocidas algunas puntas con alerones en complejos calcolíticos (Rovira et al. 1999; Delibes et al. 1999), aunque estos tipos de puntas no son precisamente los más frecuentes.
Para la punta metálica recortada sobre una lámina, procedente del Coval d’en Pep Rave, el autor del trabajo ya señaló algunos paralelos publicados por Berdicheswsky (1964, 70-71), cuya conexión con el calcolítico campaniforme peninsular parece innegable, sin embargo, luego se decanta por considerarla un objeto propio del Bronce Medio balear (Coll 1991). Estimamos que esta filiación es más que discutible y nos inclinamos a pensar que, tanto esta punta, como la de la cueva de Son Primer, ya citada, entran dentro de los tipos próximos a las producciones metalúrgicas campaniformes más o menos directamente ligadas a las puntas de “palmela”.
III.3.4. Las tradiciones funerarias. Necrópolis y rituales
El ejemplar del Coval d’en Pep Rave se aparta algo más del tipo “C” propuesto por Delibes (1977, 110), sin embargo, puede ser incluido en este grupo formal de puntas romoboidales del calcolítico campaniforme. No obstante, el propio Delibes, como ya se dijo, propone una datación algo más moderna para esta serie, reconociendo así mismo que con frecuencia aparecen distintos tipos asociados en contextos relativamente cerrados, por lo que el referente cronológico de la tipología no es completamente seguro.
Por lo que respecta a las prácticas funerarias, el registro arqueológico del calcolítico mallorquín presenta una paradoja que no es infrecuente en la investigación. Estamos enfrentados a la contradicción de disponer de evidencias relativamente abundantes que nos informan sobre la comunidad viviente y, sin embargo, la documentación funeraria es por completo difusa y muy opaca hasta, al menos, c. 2000/1900 BC. A nuestro juicio la razón debe buscarse en que determinadas tradiciones funerarias no son propicias a tener una buena conservación. Es difícil pronunciarse al respecto, pero todo hace pensar que un registro funerario claro y consistente sólo se produce coincidiendo con el inicio de la tradición funeraria de inhumaciones colectivas, mientras que el anterior está prácticamente desaparecido.
Al igual que ocurre con otros ejemplares, seguramente nos despista la forma terminal relativamente atípica del ejemplar del Coval d’en Pep Rave, la cual es probablemente fruto de una deformación por el prolongado uso y los sucesivos afilados. Originalmente tal vez pudo ser muy similar, por ejemplo, a una punta procedente de Paredes de Nava (Delibes y FernándezMiranda 1981: fig. 5,5), así como también a algunos ejemplares campaniformes del Languedoc (Guilaine 1967:50; Treinen 1970), o a los de las grutas de Escaliers de Armisan y de Festes, en Aude, igualmente a los ejemplares del Fortín du Saut de Châteauneuf-lesMartigues, en Bouches-du-Rhône (Vaquer 1998), o al de Lagos del grupo cultural de Ferradeira (Schubart 1975). No obstante, debemos reconocer la dificultad de
Las dos únicas evidencias funerarias tradicionalmente adscritas al calcolítico mallorquín fueron dos inhumaciones en cistas aparecidas en el abrigo de Son Gallard, sin embargo, las excavaciones recientemente acabadas y las dataciones de dos nuevas tumbas nos 29 Cu: 86.51%; Sn: 10.52%; As: 0.05; Fe: 0.09; Pb: 0.10; Sb: 0.02; Ag: 0.07
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proporcionan, pese a todo, alguna información aprovechable con la cuestión que estamos tratando. Algunos fueron inhumados antes de la expansión del calcolítico (entre c. 2900 y 2500 BC), sin embargo, otros continuaron inhumándose también en esta gruta hasta aproximadamente el 2000/1800 BC.
indican (Guerrero et al. 2005) con toda claridad que corresponden a los inicios del Bronce, aunque sin duda pudieran constituir la continuación de tradiciones más antiguas, como parecen indicar algunos indicios que seguidamente describiremos. Por lo tanto, la asociación de cerámica campaniforme con estas inhumaciones en cistas, que en su momento se propuso (Waldren 1982, 193-201; 1998, 154-160) y durante mucho tiempo se aceptó, debe descartarse por completo, según ha podido verificarse recientemente (Guerrero et al. 2005), pues estas inhumaciones en cista deben situarse entre 1700 y 1450 BC. Lo cierto es que en las islas no puede ni siquiera plantearse la posibilidad de la función como bien de prestigio de los vasos campaniformes a partir de contextos funerarios, como ocurre en otros entornos continentales (Salanova 1998). Precisamente los dos únicos yacimientos con ocupación funeraria y dataciones absolutas en el tercer milenio: Moleta y Cova des Moro, que ahora veremos, se caracterizan por la ausencia absoluta de estas cerámicas
Estos indicios de inhumaciones individuales (al menos no masivas) en grutas concuerdan con lo que conocemos de las prácticas funerarias continentales durante el calcolítico. Particularmente en Cataluña, área geográfica con la que el complejo artefactual campaniforme mallorquín guarda más relación, podemos citar el caso de las cinco o seis inhumaciones individuales en la gruta del Calvarí d’Amposta (Esteve 1966) con ajuares campaniformes igualmente bien asociados a cada inhumación, o también la conocida cueva del Arbolí (Vilaseca 1941). Igualmente es importante recordar que en el yacimiento catalán Cau de la Guineu (Martín Colliga 1998, 791) aparecen unas especies de cistas en el mismo abrigo con restos de inhumaciones secundarias, en un horizonte cronológico situado entre 2900-2250 BC (Mestres y Martín 1996, 803). Prácticas tal vez no muy diferentes a las sugeridas por los restos humanos hallados en el complejo de Moleta y Cova des Moro.
Durante el desarrollo del calcolítico campaniforme mallorquín clásico, es decir, entre c. 2300 y 2000 BC, no se conocen necrópolis colectivas de ningún tipo. Sólo disponemos de algunas huellas de prácticas funerarias en grutas y abrigos rocosos, las cuales permiten sugerir la existencia de alguna tradición funeraria ligada a la inhumación de uno o varios individuos en estructuras sepulcrales simples, de las que no ha quedado prácticamente ningún rastro. Pasaremos a reseñar los pocos indicios disponibles.
En el área valenciana (Bernabeu 1984) son también frecuentes los enterramientos en grutas y covachas, las circunstancias de los hallazgos en la mayoría de los yacimientos valencianos no permite valorar con precisión si se trata realmente de necrópolis colectivas o sólo de algunos individuos como hemos visto en el Calvari de Amposta, en algunos casos en los que se ha podido contabilizar el número mínimo de individuos, éste oscila desde los cuatro de la Cova de Rocafort hasta los siete o doce de la Sima de la Pedrera. También debe señalarse la presencia de algún enterramiento individual en gruta como el de la cueva del Peñón de la Zorra, que podría resultar ilustrativo para explicar el hallazgo de los restos de un individuo en la Cova des Moro de Mallorca.
Las excavaciones en la “Cova des Moro” (Calvo et al. 2001a) pusieron al descubierto los restos de un individuo (no puede descartarse que correspondan a dos), probablemente adulto del sexo masculino, los cuales fueron localizados en posición secundaria en una sala inferior a la que proporcionó la evidencia de una estructura de combustión, también calcolítica, que ya hemos citado. Una nueva datación radiocarbónica (KIA30020) de este individuo, con control de la relación entre los isótopos 13C y 15N, nos indica30 que vivió entre 2470 y 2290 BC (Guerrero y Calvo en prensa) y sus restos craneales proceden con toda probabilidad de alguna inhumación individual efectuada en algún rincón de la gruta no localizado. La cueva no ha proporcionado restos de otras inhumaciones, mucho menos de los osarios típicos de las necrópolis colectivas.
La lógica fragilidad de este tipo de enterramientos individuales explicaría la escasa documentación disponible, y, aún así, la que hay procede de contextos removidos y en posición secundaria. Que los pocos, pero significativos, hallazgos funerarios calcolíticos mallorquines se hayan producido en grutas y en abrigos permite sugerir también que nos encontremos ante un fenómeno de conservación diferencial, el cual habría actuado en detrimento de posibles sepulturas al aire libre.
La gruta de Moleta suministró restos de cuatro o cinco cadáveres (Waldren 1982, 47 y 52), igualmente en posición secundaria, algunos de estos individuos han proporcionado dataciones coincidentes con el desarrollo del calcolítico campaniforme. Con posterioridad se han dado a conocer nuevas dataciones de restos humanos procedentes de Moleta-Moleta Petita (Waldren et al. 2002; Van Strydonck et al. 2005; 2005 a). Tanto los problemas de contextualización de estos hallazgos, como los relacionados con la baja calidad de las muestras, ya han sido mencionados anteriormente, pero nos 30
Los indicios de evidencias funerarias antes expuestos nos permiten sugerir que durante el calcolítico campaniforme mallorquín pudieron efectivamente existir rituales ligados a inhumaciones individuales, o de pequeños grupos de personas, que se enterraron en cuevas y abrigos, sin que puedan descartarse que también lo hicieran al aire libre en tumbas con escasa o nula entidad arquitectónica.
C/N=2.74; 13C 0/00=-18.98; δ 15N 0/00=+9.19
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nos permiten establecer continuidades e innovaciones con respecto a la producción cerámica de la fase anterior.
III.4. La discusión epicampaniforme Los periodos de transición se nos muestran frecuentemente llenos de dudas, pues el registro arqueológico no se nos manifiesta todo lo diáfano que quisiéramos. Sin duda se debe a que muchos de los indicadores culturales y fósiles arqueológicos no han cambiado lo suficiente, o permanecen muchos inalterados, y los nuevos no han acabado de consolidarse. Éste no es un inconveniente exclusivo de las islas, también se produce en el continente, lo que dificulta aún más encontrar referentes que nos permitan describir con claridad lo rasgos característicos de esta oscura fase.
Formalmente la producción cerámica epicampaniforme apenas se diferencia de los tipos que documentamos en el calcolítico campaniforme. Se observan las mismas formas con métricas semejantes. En los pocos yacimientos en los que con claridad se ha podido identificar, a partir de análisis tipológicos de la cerámica, una fase epicanpaniforme (Sa Canova, Son Bauça, Son Maiol, Son Torrella, Son Marroig, etc), encontramos formas hemiesféricas o de tendencia ovoide divergente, formas bitroncocónicas y formas troncocónicas. En este sentido, la fase epicampaniforme refleja una clara continuidad formal respecto a los diferentes tipos cerámicos documentados.
En las líneas que siguen intentaremos remarcar los aspectos de continuidad con la fase anterior campaniforme y las innovaciones que se manifiestan más claramente en el registro arqueológico de la isla.
Sin embargo, frente a esta clara continuidad vemos aparacer nuevas formas cerámicas que no se documentaban en los yacimientos calcolíticos, pero que serán muy abundantes en los yacimientos del Bronce Antiguo balear. Entre ellas quisieramos destacar especialmente la aparición de vasijas con tendencia globular de base hemiesférica (conservan el 75% de la parte de una esfera), boca cerrada y borde divergente exvasado. En ocasiones estas piezas, como ocurre en la decorada de Son Bauzà (Veny 1968, Cantarellas, 1972, 24) y en la ollita de Son Maiol (Plantalamor 1974, Cantarellas, 1972, 24), presentan mamelones perforados a modo de asitas de cinta que se sitúan en la parte superior del cuerpo cerca de la boca. En otras ocasiones simplemente carecen de elementos de prensión o mamelones macizos no perforados como en algunos vasos de Sa Canova (Amorós 1955; Cantarellas, 1972).
Por lo que respecta a los asentamientos, todo parece indicar que apenas se producen cambios remarcables. Las cabañas del poblado de Son Oleza permanecen en uso sin que puedan apreciarse modificaciones en el patrón de asentamiento, ni en el arquitectónico. La única serie de dataciones radiocarbónicas sobre colágeno de fauna doméstica que puede asociarse (Waldren 2001) a una de las cabañas31 excavadas del poblado llegaría hasta 1750/1660 BC. Por lo tanto, podemos suponer que la configuración de los asentamientos al aire libre no cambiará sustancialmente hasta la introducción y generalización de la arquitectura doméstica de técnica ciclópea, localmente conocida como naviforme; la cual, como en su momento desarrollaremos con detalle, no hace su aparición antes de 1800/1700 BC. La ocupación de abrigos y cuevas para el mantenimiento de una ganadería trashumante (Guerrero et al. 2005; Bergadà et al. 2005 a) permanecerá sin modificación alguna durante esta fase de transición, alargándose hasta el fin del Bronce Antiguo.
Entre las innovaciones de este momento epicampaniforme debemos destacar los cuencos más o menos abiertos umbilicados en el fondo externo, para formar en el interior un prominente “botón”. Los mejores ejemplos los conocemos a través de los ejemplares del dolmen de Aigua Dolça (Coll y Guerrero 2003, 168). Esta producción cerámica se corresponde con la encontrada en la vecina costa de la isla de Menorca, como vemos en las cuevas 11 y 12 de Cala Morell (Juan y Plantalamor 1996), lo que una vez más enfatiza las directas conexiones entre el grupo humano que se enterró en este dolmen con grupos humanos del occidente menorquín.
En el estudio de la producción cerámica [fig. (3)11, (3)12 y (3)13] de esta fase debemos reconocer la inseguridad que provoca no disponer de contextos bien publicados y con los controles arqueológicos mínimamente rigurosos. Los únicos conjuntos cerámicos que nos permiten una aproximación al problema los tenemos en la covacha de Son Marroig (Waldren 1982, 200; Guerrero et al. 2005) y en los muy antiguos hallazgos sin control arqueológico de la cueva de Sa Canova (Amorós 1955). Igualmente disponemos de algunos indicadores interesantes en la gruta de Son Maiol (Plantalamor 1974) y Son Torrella, aunque ambos sin confirmación radiocarbónica, o con una altísima imprecisión en el intervalo calibrado, como nos ocurre en la necrópolis de Es Corral des Porc (Pons 1999, 23), donde igualmente tenemos un vaso bitroncocónico con decoración epicampaniforme.
Precisamente este tipo de cuencos constituye igualmente una de las novedades en algunos grupos epicampaniformes del Mediodía francés (Barge-Mahieu 1992, 17 y 20; Besse 1996), ámbito geográfico reiteradamente citado como uno de los que mejores conexiones tienen con las islas. Las vasijas concoides seguirán siendo abundantes en el Bronce Antiguo, presentando diferentes subtipos, tanto métrica como formalmente, el reducido número de piezas documentadas en los yacimientos con facies epicampaniforme impide cualquier análisis en ese sentido. Sin embargo los “umbilicados” resultarán raros aunque no desconocidos, como vemos en los hipogeos de Can Toni Amer (Veny 1968, 98).
Del análisis de los materiales cerámicos de estos yacimientos podemos extraer aspectos interesantes que
31 La interpretada erróneamente como dólmen. Ver discusión en los epígrafes anteriores.
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En definitiva, la cerámica epicampaniforme refleja una importante continuidad formal respecto a los tipos de la facie anterior, aunque ya presenta algunas de las formas que mejor caraterizarán la producción cerámica del bronce antiguo. Frente a esta continuidad, se observa un cierta ruptura en cuanto a los aspectos decorativos. Este cambio se evidencia en el uso de unas técnicas decorativas mucho más sencillas caracterizadas por una mayor uniformidad en cuanto a la utilización de las herramientas de decoración, una reducción y sencillez en la utilización de motivos decorativos, y una disminución de las zonas de las vasijas en donde se localizan dichos motivos.
En definitiva, lo más significativo en esta fase de transición entre el calcolítico y el Bronce Antiguo, respecto a los tipos cerámicos, se centra en la existencia de una importante continuidad formal con relación a la facies anterior, junto a la aparición de nuevos tipos que serán muy abundantes y significativos durante la fase posterior del Bronce Antiguo. En este sentido, estas cuestiones enfatizan igualmente que el periodo epicampaniforme supone un proceso de cambio y transición entre las formas de vida y las estrategias de las comunidades calcolíticas y las nuevas estrategias que encontraremos en el Bronce Antiguo balear. Si formalmente, durante el epicampaniforme no se producen diferencias esenciales en el repertorio cerámico respecto al campaniforme, no ocurre lo mismo en lo que atañe a los esquemas decorativos [fig. (3)12 y (3)13].
Por lo que respecta a las formas que reciben decoración, se producen cambios evidentes. Si durante la fase campaniforme clásica el tipo de vaso más frecuentemente decorado fue el cuenco hemisférico, durante el epicampaniforme lo será el trococónico. Excepcionalmente se conocen otras formas decoradas atribuidas a esta fase, especialmente algunas cerradas [fig. (3)12-13] como las vasijas globulares de la Cova des Diners (Trias 1979; Calvo y Guerrero 2002, 184) y de Son Torrella (Cantarellas 1972, 44), o bien la olla globular con bandas de asitas perforadas de Son Maiol (Plantalamor 1974), entre las que se desarrolla un decoración incisa de bandas en diente de sierra. Casos también excepcionales están representados por la pequeña vasija carenada de la cueva de Es Corral des Porc (Cantarellas 1972, 24) y la ollita esferoidal de Son Bauzà (Cantarellas 1972, 24).
Como ya se ha dicho, durante el calcolítico documentábamos una muy rica tradición decorativa de estilo campaniforme local, con la presencia de decoraciones seriadas que muestran diferentes motivos geométricos realizados con una alta variedad de técnicas de incisión. Esta tradición desaparece en torno al 2100-2000 BC. A partir de estos momentos no sólo se reduce enormemente el número de formas cerámicas decoradas sino que se observan claras diferencias en cuanto a las técnicas y los motivos decorativos utilizados. Respecto a la técnica decorativa se documenta la desaparición de las incisiones realizadas con instrumentos agudos finos y peines. Si bien se mantiene el uso de la técnica de incisión, ésta se vuelve mucho más burda, con la utilización, tanto de instrumentos más gruesos, como de ungulaciones, tal y como observamos en los paradigmáticos, yacimientos ya citados, de Sa Canova, Son Bauça, Son Maiol.
Queda pendiente de aclarar si el cambio de una formas decoradas por otras está ligado igualmente a un cambio de uso de los vasos, pues cabría pensar, a título de hipótesis de trabajo, que los cuencos hemisféricos muy abiertos del campaniforme estuviesen destinados al consumo ritual de ciertas bebidas alcohólicas y/o alucinógenas, como ya ha podido documentarse (Vázquez 2005; Guerra-Doce 2006) en algunas comunidades campaniformes continentales. Lo comprobado es que durante el epicampaniforme la decoración pasa, de estar presente de forma generalizada en vasijas pensadas y muy aptas para beber, a otras: los grandes vasos troncocónicos, más ajustados a la preparación y/o al consumo colectivo de determinados alimentos.
Respecto a los motivos decorativos, se reduce enormemente el repertorio y su complejidad. Frente a la variedad de motivos documentados en las cerámicas campaniformes, ahora los motivos se limitan a: 1) Series repetitivas de incisiones verticales o diagonales (pe. Sa Canova, Son Maiol, Corral des Porc) que en ocasiones generan diferentes bandas horizontales (pe. Sa Canova, Son Maiol.
Con el inicio de la fase correspondiente al Bronce Antiguo cesarán por completo las tradiciones decorativas documentadas, tanto en el calcolítico, como en el epicampaniforme. Desapareceran tanto las prácticas decorativas (diferentes técnicas de incisión) como la variedad de motivos seriados de tipo geométrico.
2) Bandas de ungulaciones tanto horizontales (p.e. Sa Canova) como verticales (p.e. Son Bauça) 3) Conjuntos de motivos en líneas en zin-zag o angulares sencillas (p.e. Sa Canova, Son Net, Son Maiol) 4) Una línea horizontal de la que surgen series de incisiones verticales (p.e Sa Canova)
Como veremos, a partir del Bronce Antiguo, los motivos decorativos se relacionarán esencialmente con la presencia de elementos excisos plástico-decorativos (principalmente mamelones de diferente tipología) que en muchas ocasiones generan una simbiosis difícil de discernir entre su valor decorativo y funcional, como elementos de prensión. Dichas estrategías decorativas suponen un cambio radical tanto en técnicas como en valoración estética. Cambios que, sin duda, se relacionan con los nuevos esquemas de racionalidad que se imponen
5) Series de puntillados (p.e. Sa Canova). Generalmente los motivos decorativos se ubican, casi exclusivamente, cerca de la boca de la vasija o, en su defecto, en el cuerpo superior. Son excepcionales las piezas que presentan motivos decorativos a lo largo del cuerpo (p.e. Son Maiol, Corral des Porc, Son Bauça). 140
absoluta y la tercera sólo dispone de una datación afectada de un importante defecto de imprecisión, por lo que el resultado es poco determinante. Con toda probabilidad las primeras inhumaciones debieron depositarse, al igual que en Sa Canova hacia el 2000 BC o poco antes, aunque todas ellas permanecieron en uso durante la primera fase de la Edad del Bronce.
a partir del Bronce Antiguo en las comunidades prehistóricas de Baleares. III.4.1. Aparición y consolidación de las inhumaciones colectivas En el ámbito de las prácticas funerarias, durante el epicampaniforme se produce una diferenciación significativa con la etapa anterior. El panorama empieza a cambiar en los momentos finales del calcolítico mallorquín (c. 2000 BC) con la aparición de nuevas tradiciones funerarias, como son las inhumaciones colectivas en grutas. La atención parece desplazarse ahora del ritual funerario individualizado, o, a la sumo, de los miembros del linaje mínimo, hacia los rituales sociales y colectivos que generarán importantes necrópolis en cuevas, las cuales parecen convertirse así en una referencia obligada y permanente para toda la comunidad. Este tipo de ritual funerario colectivizador tiene en Baleares continuidad, aunque bajo distintas fórmulas, a lo largo de la Edad del Bronce.
Los nuevos datos expuestos vienen a confirmar una hipótesis ya planteada con anterioridad (Calvo y Guerrero 2002, 54), según la cual el conjunto de cerámicas epicampaniformes más importante de la isla, como es el localizado en la gruta de Sa Canova, debía situarse entre 2000 y 1800 BC. Sin embargo, a tenor de las nuevas dataciones radiocarbónicas citadas de Can Martorellet y Son Mulet, seguramente debería revisarse al alza, pues todo parece indicar que los contextos posteriores a 2000/1900 BC ya no registran la presencia de estas cerámicas decoradas. Esta propuesta cronológica para el fin del campaniforme insular y la fase de transición epicampaniforme no se separa de lo que podemos observar en el continente (Müller y Willigen 2001; Guilaine et al. 2001; Martín 2001), y especialmente, como ya se había remarcado antes, en la denominada “región campaniforme II” (Müller y Willigen 2001), Cataluña y Sur de Francia, con la que el campaniforme local mallorquín tiene innegables conexiones.
Es difícil situar con precisión cuándo se produce este cambio, pues aún estamos faltos de una buena serie de dataciones ligadas a estas primeras necrópolis colectivas, sin embargo, en los últimos años el panorama ha comenzado a mejorar. Ahora sabemos que tanto las necrópolis caracterizadas por grandes osarios, en los que los individuos se cuentan por centenas, son algo más arcaicas de lo pensado hasta ahora. En la gruta de Can Martorellet (Pollença) las inhumaciones más antiguas (KIA-15714) comenzaron a practicarse entre 2020 y 1770 BC (Van Strydonck et al. 2002). Recientemente datos de gran interés han venido a confirmar que las primeras necrópolis colectivas no sólo se instalaron en grutas naturales, sino que también comenzaron a excavarse los hipogeos que tanto proliferarán durante el Bronce Antiguo. De esta forma el hipogeo de Son Mulet, según nos indican las dataciones radiocarbónicas (UA-18295), estaba ya recibiendo inhumaciones en el intervalo temporal 2140-1730 BC (Gómez y Rubinos 2005).
Coincidiendo con estos momentos de transición a la Edad del Bronce debe situarse también la tradición funeraria consistente en la inhumación en covachas de pequeños grupos familiares formados por cinco o diez individuos, con prácticas de manipulación de los cadáveres con recolocación de cráneos y huesos largos. Un buen ejemplo lo puede constituir la covacha de Son Marroig (Waldren 1982, 200-201; Guerrero et al. 2005), de la que se dispone de una sola datación (Y-1824) que podría fijar su uso aún durante el epicampaniforme, criterio que seguimos básicamente por datos arqueológicos, pues la datación absoluta padece de una elevada imprecisión (2020-1600 BC) de la edad convencional del radiocarbono y, por otro lado, el resultado fue obtenido con toda probabilidad (Guerrero et al. 2005) a partir de huesos de varios individuos para reunir la masa crítica de 500 g. que en la época era necesaria, por lo que la fecha final sólo reflejaría una edad imprecisa, intermedia entre la mayor y menor de los individuos datados.
Estas dataciones nos proporcionan además otro indicador interesante, pues en ninguna de estas necrópolis ha aparecido ni un sólo fragmento cerámico con decoración campaniforme, ni siquiera de los estilos más simplificados, por lo que debemos concluir que hacia c. 2000 BC estas tradiciones de decoración cerámica habían desaparecido por completo. La referida constatación nos permite confirmar que la conocida gruta de Sa Canova (Amorós 1955), necrópolis de inhumación colectiva donde apareció un importante conjunto de cerámicas incisas de estilos simplificados o epicampaniformes, es seguramente algo anterior al 2000 BC.
Otras de las innovaciones importantes atribuibles, tal vez, a los momentos finales del campaniforme, aunque con seguridad están ya vigentes durante el epicampaniforme, es la aparición en Mallorca de sepulturas dolménicas [fig. (3)27]. Hemos apuntado en otras ocasiones (Guerrero y Calvo 2001; Guerrero et al. 2003) que seguramente el fenómeno en Mallorca responde a influencias de la vecina isla de Menorca, como parece evidenciar, no sólo las similitudes arquitectónicas y de los ajuares, sino también, y especialmente, la ubicación de los tres dólmenes conocidos en la costa mallorquina más inmediata a la otra isla. Dejaremos ahora pendiente el estudio del dolmenismo para retomarlo en el momento de tratar las tradiciones funerarias del Bronce Antiguo, pues es entonces cuando estás prácticas alcanzan su máximo
Sa Canova no es la única necrópolis colectiva que, como ya se ha señalado, se conoce con presencia de cerámica incisa tardía. Otras grutas, aunque en menor cantidad, también han proporcionado algún elemento cerámico con decoración epicampaniforme (Cantarellas 1972 a), como son las de Son Maiol, Son Bauçà y Corral des Porc, las dos primeras carecen de referencias de cronología 141
La ausencia de cerámica incisa de tradición campaniforme clásica en Menorca ha desconcertado, en cierta manera, a muchos investigadores, sobre todo a partir del descubrimiento y excavación del paradolmen de Biniai Nou (Plantalamor, Marqués, 2001), gracias al cual pudo comprobarse que la isla estaba ya habitada, como mínimo, en el último cuarto del III milenio BC. Por tanto, ¿por qué no se han localizado cerámicas incisas de tipo campaniforme clásico en Menorca? Hay, al menos, dos posibles respuestas a esa pregunta. En primer lugar, que el poblamiento estable de Menorca se produjera a partir de c. 2000 BC, y por esa razón no localizamos cerámicas campaniformes. En segundo, que los grupos humanos que arribaron a la isla, en un momento todavía impreciso de finales del tercer milenio BC, pero anterior, en cualquier caso, al 2000 BC, no incorporaron este tipo de vasos decorados a su equipamiento cerámico. Esta última hipótesis es la que está cobrando más fuerza a tenor de los distintos hallazgos que se están produciendo en el registro arqueológico menorquín.
desarrollo y de la que procede en grueso de la documentación. III.5. Calcolítico no campaniforme en Menorca Uno de los capítulos de la prehistoria de Menorca que más dudas ofrece en la actualidad es el del primer poblamiento estable de la isla. Hasta el momento, muy pocas excavaciones o hallazgos arqueológicos han deparado datos que nos permitan realizar un análisis en profundidad sobre este momento. A diferencia de la isla de Mallorca, en la que contamos ya con un respetable catálogo de asentamientos de hábitat y otros en cuevas, en los que la cerámica decorada de estilo campaniforme, es el fósil director por excelencia, en Menorca no ocurre lo mismo. Paradójicamente, en la isla menor, a día de hoy, no se ha localizado ni un solo fragmento de cerámica incisa campaniforme, lo que ha hecho pensar a muchos investigadores que la presencia humana en la isla no podía situarse con anterioridad a 2000-1900 BC, fase en la que este tipo decorativo es profusamente usado en Mallorca.
Una línea de investigación en la que debe insistirse es la búsqueda de vínculos o conexiones culturales con las costas continentales que más facilidades de conexión marina tienen con Menorca. Como ya se ha argumentado en el capítulo correspondiente, es la zona continental de las bocas del Ródano y su costa adyacente la zona geográfica que mejores condiciones oceanográficas presentaba (Guerrero 2004, Arnaud 2005) para acceder a las islas, especialmente a Menorca. A este respecto conviene tener muy presente las características culturales del territorio continental citado. Para esta región del Mediodía francés J. Guilaine (2001) ha planteado un panorama cultural, definido literalmente como de “cohabitación”, entre poblaciones que responden a dinámicas propias de “obediencia” campaniforme, conviviendo sincrónicamente con “culturas calcolíticas indígenas”, en algunas de las cuales, como Eyguières-Les Barres, en las bocas del Ródano, son frecuentes entre la producción cerámica sin decorar precisamente vasos tulipiformes. Sin duda, en el estado actual de la investigación arqueológica menorquina es prematuro extraer conclusiones, sin embargo, este tema requiere, a nuestro juicio, una atención futura mayor, sobre todo cuando precisamente vasos tulipiformes [fig. (3)14, 2] constituyen una de las producciones característica menorquinas de fines del tercer milenio e inicios del segundo BC..
Aunque la tónica característica de la producción cerámica menorquina de fines del tercer milenio e inicios del segundo BC es la ausencia de decoración, no es menos cierto que esporádicamente y de forma muy puntual aparecen algunos vasos decorados. Entre ellos tenemos uno de forma troncocónica aparecido en el dolmen de Son Ferragut Nou (Gornés et al. 1992), muy similar a los hallados en la necrópolis mallorquina Sa Canova, que presenta un cordón en relieve y tres bandas de incisiones unguiformes [fig. (3)14, 4], afectando la central al cordón horizontal. Este yacimiento fue expoliado y del vertedero pudo recuperarse un hueso humano (Mestres y Nicolàs 1999) para obtener una datación radiocarbónica (UBAR413) que proporcionó una edad contenida en el intervalo 1740-1440 BC, la cual es a todas luces insuficiente para valorar la cronología completa de este dolmen que, con toda probabilidad tuvo una fase más antigua que la indicada por la única datación disponible. El sepulcro de Alcaidús también ha proporcionado cinco vasos decorados muy incompletos (Plantalamor y Marqués 2003, 218 y 253), uno de ellos carenado, que presentan decoración a base de bandas de puntos incisos [fig. (3)14] en tres casos y unguiforme en dos más. La serie de dataciones correspondiente a esta necrópolis no remonta su antigüedad más allá de 1740-1530 BC (Van Strydonck y Boudin 2003). Todos los elementos cerámicos fueron localizados en los exteriores de la cámara funeraria lo que impide una asociación directa entre las piezas cerámicas y las dataciones.
En el estado actual de nuestros conocimientos sobre el poblamiento calcolítico balear no es posible aún establecer con precisión los indicadores que eventualmente podían concretar los lazos de unión entre las islas y en continente. Sin embargo, parece claro que, mientras el territorio insular de Mallorca responde relativamente bien a un complejo cultural de origen campaniforme, Menorca apuntaría hacia conexiones con grupos culturales continentales sin “obediencia” a las pautas de estilo campaniforme.
En el estado actual de la investigación, estos pocos fragmentos decorados, todos con atribuciones cronológicas inseguras, sólo nos permiten augurar que de forma tardía y esporádica aparecen en la isla algunos vasos con decoración incisa de tradición epicampaniforme, cuyos motivos y técnicas son, por otro lado, muy raros o desconocidos en Mallorca.
142
En ambientes cabernícolas no es infrecuente la conexión física entre elementos que presentan entre sí una fuerte diacronía, algunos buenos ejemplos los tenemos en la Cova des Tancats (Ciudadela), donde se hallaron restos de Myotragus en conexión con cerámicas prehistóricas, sin embargo, la datación radiocarbónica de los huesos de Myotragus proporcionó la fecha de c. 9800-9250 BC, mientras que otra procedente de un carbón asociado situó la actuación antrópica c. 790-480 BC (Mestres y Nicolás, 1999). El mismo fenómeno se ha observado también en la gruta mallorquina de la Cova des Moro (Calvo et al. 2001a), donde igualmente aparecían restos óseos de Myotragus en conexión perfecta con cerámicas del Bronce Antiguo e incluso con almohades.
III.5.1. Las primeras evidencias del poblamiento estable Pasemos ahora a exponer cuáles son los principales yacimientos arqueológicos que han deparado indicios del primer poblamiento estable, hoy por hoy, comprobado. 1) Cova Murada Hasta no hace muchos años, no se tenía en Menorca constancia fiable de la presencia humana con anterioridad a c. 1900/1800 BC. Los antecedentes arqueológicos se remontaban a noticias -generalmente descontextualizadas en origen- de la presencia de cerámicas “antiguas” junto a restos osteológicos de myotragus, presuntamente modificados por la mano del hombre. La más antigua referencia de la conexión entre Myotragus y actividades antrópicas procede del yacimiento de Cova Murada (Mercadal, 1969) donde aparecieron en conexión restos de este animal con huesos fracturados de Capra hircus, cerámica y un punzón de hueso. Sin embargo, nunca más esta relación ha podido verificarse en un contexto arqueológico claro.
Por lo tanto, hoy por hoy, pese a las noticias antes comentadas, no es posible asegurar la coexistencia de hombre y fauna endémica en Menorca. III.5.2. Primeros monumentos funerarios de Menorca Las primeras pruebas sólidas de asentamiento humano estable sobre Menorca proceden de un tipo particular de tumba, conocida con el nombre de “cuevas con fachada megalítica” o también como “paradólmenes”. Este tipo de monumentos era ya conocido por los investigadores, aunque su correcta contextualización en la prehistoria de Menorca no tuvo lugar hasta la excavación de los hipogeos de Biniai Nou (Plantalamor, Marqués, 2001).
Con posterioridad C. Veny (1983) realizó varios sondeos en profundidad para intentar determinar la secuencia estratigráfica y cultural de este interesante yacimiento arqueológico. En uno de los cortes realizados por Veny, a unos 5 metros desde el muro ciclópeo y hacia el interior, localizó un nivel de tierras cenicientas, muy poco compactas, que contenía restos de cerámicas rodadas, de considerable tamaño. Por debajo de éste apareció un nuevo nivel de sedimentos compuesto por tierras algo más oscuras que descansaba directamente sobre otro nivel de color “rojo avinagrado” y éste, a su vez, sobre el suelo rocoso. En este punto se alcanzó una profundidad de unos 50 cm., localizándose fragmentos de hueso ennegrecido y quemado, tapones de hueso, un vaso incensario y dos peines de madera, todos ellos quemados. En este momento, Veny relata que al llenar una de las espuertas con sedimento para pasarlo por la criba, se localizó una pequeña cornamenta de myotragus, que presentaba una porción de la parte basal carbonizada, sin que se pudiera determinar el contexto exacto de este fragmento óseo.
1) Los Hipogeos de Biniai Nou En el predio de Biniai Nou (Mahón), se excavaron entre 1997 y el año 2000, dos sepulcros de gran interés (Plantalamor y Marqués, 2001). Concretamente, se localizaron dos monumentos semi-hipogeos [fig. (3)24], la cámara de los cuales estaba excavada en la roca y el corredor de acceso construido con grandes lajas planas de piedra caliza. El monumento nº 1, presentaba una fachada de planta ligeramente cóncava, construida con grandes piedras no desbastadas, y de perfil irregular, conformando una estructura arquitectónica [fig. (3)24, 1-3] que probablemente rodeaba el conjunto por el exterior a modo de túmulo. La cámara de este monumento apareció vacía de su contenido original, aunque del interior de una pequeña grieta pudieron extraerse algunos restos óseos humanos que, una vez datados, indicaron que el uso de esta tumba se remontaba al último tercio del tercer milenio aC, aproximadamente entre el 2290 y el 2030 BC; aunque el análisis isotópico del hueso detecta una importante componente de dieta marina en la alimentación de este individuo, por lo que el laboratorio (Van Strydonck y Maes 2001) aconseja revisar a la baja unos 100 años la edad obtenida, con lo que la edad real vendría a situarse en el intervalo 2130-1930 BC.
Si bien Veny era consciente que de este sondeo no podían extraerse asociaciones contextuales fiables, las referencias bibliográficas sobre estos y anteriores hallazgos en la Cova Murada fueron numerosos (Pericot, 1975), y en algunos casos sirvieron para relacionar la presencia humana con la fauna endémica de la isla. Sin embargo, este yacimiento, debido a los continuos expolios y a la falta de excavaciones sistemáticas, plantea graves problemas de contextualización. Como deducimos del relato de Veny, no puede tomarse como segura de ninguna manera la relación contextual de los hallazgos. A pesar de estos problemas, algunas de las cerámicas que se publicaron en el trabajo de Veny, apuntan a paralelos realmente antiguos, sin que nos atrevamos a clasificarlos definitivamente como propios del calcolítico balear, si bien la prudencia nos inclina a situarlos en una fase más propia del final del epicampaniforme o del inicio del Bronce Antiguo.
Dos nuevas dataciones radiocarbónicas (Van Strydonck et al. 2002 y 2005) han venido a ratificar el uso de estas sepulturas entre fines del tercer milenio y principios del segundo BC. La primera (KIA-11902) con un resultado de 2140-1950 BC y la segunda (KIA-11901) 2040-1880 BC 143
Como ya se dijo, en uno de los individuos inhumados en el monumento nº 1 se documentó, a través del análisis de isótopos estables, la existencia de una dieta en cuya componente apreciaba una ingesta importante de pescado de agua dulce, probablemente procedente de la Albufera d’Es Grau. Otras características a destacar, es que entre algunos individuos se identificó la costumbre de sostener un palito entre sus dientes, gracias a una marca característica dejada en ellos. Entre las características antropométricas puede señalarse que tenían una estatura media de entre 1,55-1,70 cm. La artrosis era una de las patologías más extendidas entre esta población.
Se localizaron numerosos restos cerámicos en el exterior de este monumento, concretamente restos de grandes contenedores, con cordones plásticos de recorrido paralelo a la boca, asas perforadas, y un tipo especial de contenedor cerámico, muy característico de esta época, conocido como “tulipiforme” [fig. (3)14] de acuerdo a su perfil, que recuerda a esta flor. Todo este lote de cerámica, parece indicar que en el exterior de este monumento tuvo lugar algún tipo de acto ceremonial, en el que probablemente se ofrendaban líquidos u otras materias que no han podido determinarse. En cambio, en el Monumento nº 2 [fig. (3)24, 4-6], el contexto arqueológico pudo localizarse prácticamente intacto, aunque se conservaba en peor estado el corredor de acceso a la cámara, que también estaba construido mediante grandes lajas de piedra, formando una especie de “cajas” a ambos lados del corredor. Las esperanzas de los arqueólogos, ante la visión cegada de la entrada a causa de un derrumbe, se vieron compensadas con un extenso conjunto de utensilios que formaban parte del ajuar funerario, así como numerosos restos óseos de las personas que fueron inhumadas en este lugar.
Los investigadores de Biniai Nou, a la hora de relacionar estos monumentos con otros del Mediterráneo Occidental, apuntan hacia paralelos en tumbas similares localizados en la Cataluña subpirenaica (Mercadal 2003), Cerdeña y Sicilia, siendo las costas peninsulares catalanas las que ofrecen mejor conexión con las islas y mayores probabilidades de encontrar allí los antecedentes de esos monumentos menorquines. Mientras que los paralelos sardos y siciliotas se explican mejor por una convergencia común en el origen, que seguramente habría que buscar en el arco costero del Golfo de León.
Pudieron documentarse diferencias notables respecto a los contenedores cerámicos localizados en el exterior de este segundo monumento funerario. Aquí, a diferencia de lo visto en el sepulcro nº 1, eran de tamaño mucho más reducido, hallándose un completo ajuar de boles y cuencos esféricos y globulares, así como algunos botones de perforación en V, una aguja de hueso, algunas pequeñas esquirlas de radiolarita, y un punzón de cobre.
2) Hipogeos de Cala Morell y Sant Tomàs Los resultados de la excavación de Biniai Nou permitió corroborar que un determinado tipo de sepulcro, con una arquitectura de composición mixta: cámara hipogea y corredor megalítico, semejante a los dolménicos, hizo su aparición en Menorca a fines del tercer milenio BC. Desde estas perspectivas puramente formales puede decirse que Biniai no es una excepción, sino que en esta categoría pueden también incluirse los hipogeos 11 y 12 de Cala Morell (Juan y Plantalamor 1996) y Sant Tomàs (Plantalamor et al. 2004).
Las dataciones radiocarbónicas (Van Strydonck y Maes 2001; Van Strydonck et al. 2002; 2005) obtenidas sobre algunos restos humanos, nos indican que esta tumba fue usada entre 2140 y 1880 BC, aunque siguió recibiendo inhumaciones hasta c. 1500 BC y finalmente fue reutilizada entre 400 y 200 BC.
En la necrópolis de Cala Morell (Ciutadella) se habían localizado dos pequeños hipogeos de planta oblonga [fig. (3)25, 2-3], con restos de dos pequeños corredores, formados por piedras y lajas de caliza, que conducían a la cámara. Los sedimentos arqueológicos estaban muy alterados por remociones recientes, pero su excavación (Juan y Plantalamor 1996) deparó algunos restos del antiguo ajuar que albergaban. Así, pudo documentarse un extenso lote de vasos cerámicos, que correspondían a dos tipos de arcillas y composición. Las primeras, estaban fabricadas con pasta de color gris, y contenían chamota y sílice como desgrasante.
La información antropológica extraída de los restos humanos fue de gran interés (Gómez Pérez 2000; 2001), puesto que documenta las características demográficas de la comunidad humana que utilizó este sepulcro a lo largo de más de 500 años. Bien entendido que el grueso de la información tanto antropológica como arqueológica corresponde ya al Bronce Inicial. Se contabilizó un número mínimo de 81 individuos, entre los cuales estaban representados todas las edades y géneros. Se observó una elevada mortalidad infantil, puesto que 22 individuos eran menores de 4 años, lo que señala unos índices realmente altos. La higiene dental no era muy buena, comprobándose que el 30% de las personas inhumadas tenían sarro, además de detectarse deficiencias nutricionales en individuos infantiles, que puede comprobarse a partir de las líneas dentales, características de este proceso, especialmente sobre niños menores de 2 años, en los que se identificaron dientes exfoliados, lo que supone un claro indicio de que eran destetados sobre esa edad. Sin embargo, se constató un bajo índice de caries, lo que nos apunta a que la dieta de este grupo no era rica en azúcares, aspecto que podría indicarnos que la misma se basaba, sobre todo, en productos lácteos y cárnicos.
Es interesante destacar la presencia de cuencos umbilicados (Juan y Plantalamor 1996) idénticos a los hallados en el dolmen mallorquín de Aigua Dolça (Coll y Guerrero 2003). Tipos cerámicos extraordinariamente raros en Mallorca, como en su momento dijimos, lo que parece enfatizar las estrechas conexiones de las gentes enterradas en este dolmen con Menorca, que ya hemos indicado con anterioridad (Guerrero y Calvo 2001). El segundo lote, estaba fabricado con desgrasante formado por calizas machacadas, lo que les otorgaba una cronología mucho más moderna, como mínimo, hacia 1600 BC. Es decir, los restos cerámicos de esta tumba 144
epicampaniforme y del Bronce Antiguo, perduraciones incluso más tardías en Menorca.
señalan su uso en dos momentos culturales, que debemos situar en cronología relativa entre c. 1700 y 1400 BC, aunque estructuralmente son sepulcros que pueden asimilarse a los de Biniai Nou, únicos por el momento que han proporcionado evidencias directas de ocupación en el tercer milenio.
con
Sin duda, el sepulcro megalítico mejor conocido de Menorca (Rosselló et al. 1980) es el localizado en Ses Roques Llises, Alayor, [fig. (3)26, 3-4]. Presenta un túmulo de planta oval -construido mediante piedras y tierra- que rodea la cámara de planta rectangular, conformada mediante seis grandes lajas de piedra colocadas verticalmente. En una de ellas se abrió un vano de tendencia rectangular, que permitía el acceso desde el corredor a la cámara funeraria. Todo el conjunto, cámara y corredor, estarían cubiertos por un túmulo de piedras y tierra, que probablemente le darían un aspecto exterior semiesférico. En este caso, el contenido arqueológico estaba en buenas condiciones, afortunadamente para la ciencia.
Unos años después, y paralelamente a las investigaciones que se llevaban a cabo en Biniai Nou, se acometió la excavación (Plantalamor et al. 2004) de la tumba de Sant Tomàs (Es Migjorn Gran), de características tipológicas muy similares [fig. (3)25, 1] a las ya mencionadas. Esta tumba estaba en peor estado de conservación que las anteriores, por lo que sólo pudieron rescatarse unos pocos elementos arqueológicos, como restos de algunos vasos cerámicos y esquirlas de radiolarita, que encajan bien en el contexto original de este tipo de monumentos. Esta tumba fue reutilizada, entorno al siglo IV BC, para enterrar a algunos individuos.
Los restos humanos nunca fueron estudiados y en estos momentos se desconoce dónde se encuentran depositados. Sin embargo, sí conocemos algo más sobre los restos del ajuar de acompañamiento en la tumba. Se localizaron algunos vasos cerámicos tipo boles y cuencos, así como una pequeña punta de tipo Palmela (Montero et al. 2005), elaborada sobre cobre puro, un botón de perforación en V y los restos de dos afiladores, realizados sobre piedra de grano fino.
Nos encontramos carentes de dataciones que nos permitan remontar al epicampaniforme estos nuevos hipogeos similares estructuralmente a Biniai Nou y no podemos saber cuándo realmente se construyeron. Los hipogeos de Cala Morell carecen de dataciones absolutas, mientras que la sepultura de Sant Tomàs, totalmente expoliada, cuanta con dos32, aunque sólo indican un aprovechamiento de la tumba en la segunda Edad del Hierro y aún durante la romanidad tardía. Por lo tanto, sólo los aspectos arquitectónicos constituyen un indicio, aunque no concluyente, de su antigüedad y justificaría incluirlos en este capítulo.
En la zona inmediatamente anterior a la entrada del corredor, ya en el exterior del monumento, se localizó un área que contenía una enorme cantidad de cerámica, a semejanza de otras tumbas, expuestas anteriormente. Se trata, sin duda, de una zona de deposición de ofrendas contenidas en vasos cerámicos, y que probablemente se depositaban y/o rompían en el exterior del monumento.
3) Los sepulcros megalíticos o dólmenes Las recientes excavaciones efectuadas en monumentos como Ses Arenes de Baix y Son Olivares [fig. (4)11], han permitido identificar una nueva clase de monumentos funerarios de cronología algo posterior, y denominados sepulcros circulares de triple paramento (Micó, 2005; Gili et al. 2006), que se estudiarán en otro lugar. Por lo tanto, algunas sepulturas, hasta ahora tenidas por dolménicas, como Alcaidús o Son Ermità [fig. (3)12] deben ser englobadas en esta nueva categoría arquitectónica.
Algunas dataciones de C-14 efectuadas sobre restos óseos humanos señalan que el uso de esta tumba se extendió desde 1880 BC a lo largo del todo el Bronce Naviforme I y aún continuó recibiendo esporádicamente inhumaciones hasta c. 1200-1100 BC. Conocemos otros dos sepulcros megalíticos. El primero, ubicado en el predio de Montplé de Dalt (Plantalamor 1991, 88-89), sólo conserva las seis lajas de su cámara interior, mientras que todo el paramento y túmulo externo ha desaparecido. Conserva todavía la losa perforada que daba acceso a su cámara, pero no tenemos noticias del ajuar funerario que pudo contener.
A tenor de ello, sólo consideraremos como sepulcros verdaderamente megalíticos o dólmenes Roques Llises, Ferragut Nou, Binidalinet y Montplé, todos ellos de cámara rectangular formada por lajas de piedra, con unas medidas máximas de 3,5 m. de largo por 2 m. de ancho, proporción métrica que se mantiene en todos los dólmenes documentados hasta ahora.
El otro monumento de esta tipología que conocemos (Gornés et al. 1992) es el de Ferragut Nou (Es Mercadal), ubicado muy cerca de la orilla del mar. Sin embargo, este monumento ha sido muy afectado por el expolio, y sólo se ha conservado la mitad de su losa perforada de acceso a la cámara y la trinchera que se realizó en el suelo para insertar las lajas de la cámara de planta rectangular. Pudo recogerse, en superficie, el borde de un vaso de de forma trococónica, decorada con líneas de ungulaciones, lo que podría situarlo, a tenor de la decoración, en un contexto epicampaniforme. Una datación de C-14 efectuada sobre un fragmento óseo humano, sitúa un momento de su uso en el intervalo 1700-1430 BC, sin embargo, es insuficiente para saber cuándo pudo iniciarse su uso.
Hoy sabemos que el fenómeno dolménico hace su aparición en el archipiélago en algún momento del calcolítico, como parecen pronosticar las cerámicas campaniformes de Ca Na Costa, o la punta de cobre tipo “Palmela” de Roques Llises. Pese a todo, lo cierto es que el uso bien documentado de todas las sepulturas dolménicas del archipiélago se inserta a lo largo del
32 KIA-15732: 2185 ±30 BP, [370-170 BC]; KIA-15731: 1525 ±30 BP, [430-610AD].
145
Prácticamente el único yacimiento que ha proporcionado un volumen de materiales suficientemente numeroso para poder hacer una primera aproximación en el de Biniai Nou, y aún así con cierta dificultad, pues gran parte de los materiales eventualmente más antiguos aparecieron fuera de la sepultura, lo que dificulta la posibilidad de relacionarlos con alguna de las dataciones absolutas disponibles. Aún así merece la pena realizar un breve apunte sobre este conjunto, sobre todo de cerámicas.
Dado que el verdadero apogeo de uso de las sepulturas dolménicas se produce ya durante el Bronce Antiguo, aplazaremos el estudio de los rituales funerarios hasta el momento oportuno. III.5.3. Los primeros indicios de estructuras domésticas calcolíticas En la isla de Menorca no se han documentado, por ahora, al contrario de lo que ocurre en Mallorca, yacimientos de hábitat que señalen su ocupación humana con anterioridad al 1600 BC. Al tener documentados algunos yacimientos funerarios que nos indican una presencia humana en la isla a partir de c. 2000 BC, como ya hemos visto en Biniai Nou, creemos que futuras investigaciones arqueológicas pondrán al descubierto los asentamientos de hábitat de las comunidades humanas que construyeron los paradólmenes o dolmenes de cámara excavada en la roca.
Los ajuares cerámicos [fig. (3)14] que ahora nos interesan fueron localizados en el exterior de las sepulturas, por lo que persisten dudas a la hora de atribuirlos con certeza a las dataciones de fines del tercer milenio que estas sepulturas han proporcionado. Los dos únicos conjuntos formales que parecen responder a este horizonte antiguo son dos: 1) Grandes vasijas de forma toneliforme [fig. (3)14, 1] las cuales presentan fuertes mamelones perforados. Su perduración en la primera fase de la Edad del Bronce parece estar confirmada por la presencia de algunos grandes vasos similares en el dolmen de Alcaidús (Plantalamor y Marquès 2003, 172-175), en un contexto que podría extenderse entre 1750 y 1600 BC, como en su momento veremos al estudiar la cuestión dolménica en las islas.
Por el momento la única prueba de un lugar de habitación que pudo estar en uso a fines del tercer milenio procede de la datación (KIA-19500) de un hueso de fauna doméstica hallado en las excavaciones del poblado talayótico de Talatí de Dalt (Juan y Pons 2005, 237) que proporcionó como resultado el intervalo temporal 20401880 BC. Por desgracia la muestra estaba en posición secundaria, es decir removida y procedente con toda probabilidad de un paleosuelo en el que hubo actividad humana anterior a la ocupación del lugar en la Edad del Hierro.
2) Vasos de forma tulipiforme [fig. (3)14, 2]. Constituye una forma original de Menorca, representada por recipientes de gran tamaño y altura, caracterizados por una forma en tulipa con el labio vuelto hacia fuera de tendencia casi horizontal. Ninguno ha sido recuperado completo, pero las reconstrucciones hipotéticas que pueden realizarse indican que algunos de estos vasos podían tener una altura de 40/45 cm. y un diámetro de boca de unos 25/30 cm. También en el dolmen de Roques Llises han aparecido algunas vasijas tulipiformes, auque la cronología de las mismas presenta incertidumbres, pues su estado fragmentario y su localización en la puerta y en el corredor (sólo un fragmento en la cámara) no permiten asegurar su conexión con las dataciones obtenidas de las últimas inhumaciones. En cualquier caso pudieron perdurar en las primeras fases de la Edad del Bronce, como nos indican algunas de las fechas (KIA18761) proporcionadas por el conjunto funerario situadas en el intervalo temporal 1870-1600 BC, que se estudiará más adelante.
El caso de Talatí de Dalt, promete mejores resultados de proseguirse las excavaciones, puesto que el breve catálogo de materiales publicados, en el que se incluyen vasos con cordones plásticos paralelos a la boca, decorados en un caso con incisiones verticales, nos conduce a paralelos típicamente calcolíticos o del Bronce Antiguo. Habrá que esperar a que futuras investigaciones en este campo aporten los datos pertinentes. Tal vez también otro rastro de hábitat calcolítico pudiéramos encontrarlo en la cabaña circular de Torralba d’en Salord [fig. (3)6], que responde al mismo patrón arquitectónico que las cabañas mallorquinas del tercer milenio BC, como las de Son Oleza o las del Puig de Ses Torretes en Ibiza. Sin embargo, las dataciones que se obtuvieron, del momento final de uso, corresponden ya al Bronce Final, por lo tanto, lo único seguro que puede decirse es que esta cabaña responde a un patrón arquitectónico muy poco frecuente en el Bronce Antiguo menorquín, pero bien conocido durante el calcolítico del resto de las islas. Sin embargo, un dato a favor de su posible origen antiguo, es la presencia de algunas cerámicas con decoración puntillada, típicas del epicampaniforme menorquín, que aparecieron en el interior de esta estructura. A la espera de su publicación definitiva (Fernádez-Miranda, en prensa), poco más puede exponerse.
También el sepulcro de Alcaidús ha proporcionado bastantes vasos fragmentarios de forma tulipiforme, igualmente aparecidos en los exteriores del mismo, por lo tanto es problemática su asociación directa con las dataciones absolutas de este yacimiento. La serie de dataciones de este yacimiento nos indica que pudieron continuar produciéndose durante la fase inicial del Bronce Antiguo c. 1750-1600 BC. En Mallorca estos vasos tulipiformes son extraordinariamente raros, y se corresponderían con la forma IX (López Pons 1980). Son vasos de tallas mucho más discretas que los menorquines y se han podido identificar dos ejemplares en contextos funerarios de hipogeos de la Edad del Bronce, procedentes de
III.5.4. Cultura material El estado actual de la investigación sobre las comunidades calcolíticas menorquinas no permite abordar un estudio tan extenso como para Mallorca. 146
La datación radiocarbónica (UtC-8319) del Puig de ses Torretes documenta actividad humana en este yacimiento ibicenco hacia 2140-1900 BC. La datación ha sido obtenida a partir del colágeno de un hueso de bóvido doméstico, por lo tanto, se trata de una muestra de vida “corta”.
excavaciones antiguas. No obstante resta por conocer bien la evolución de este tipo cerámico en la propia Menorca, pues ejemplares muy similares a los mallorquines aparecen en el contexto antiguo de la escala costera de Cala Blanca (Juan y Plantalamor 1997, 99) con un desarrollo del labio mucho menor de lo observado en Biniai Nou.
El asentamiento del Puig de ses Torretes [fig. (3)6, 1] es un poblado de cabañas circulares o ligeramente ovales, de las que sólo una ha sido excavada. La técnica constructiva es muy similar a la del poblado calcolítico mallorquín de Son Oleza, consistente en un zócalo de piedras de doble paramento levantado con bloques de mediano tamaño. Seguramente las paredes de las cabañas se terminaban en obra de materiales perecederos recubiertos con arcilla y todo ello cubierto con una techumbre de ramas igualmente impermeabilizada con arcilla. Las cabañas aparecen diseminadas por la ladera que se orienta hacia Cala Llonga generando una distribución espacial en orden abierto muy similar a la observada en el poblado mallorquín de Son Oleza.
Biniai Nou también ha proporcionado elementos de hueso equiparables a los del campaniforme y epicampaniforme mallorquín (Plantalamor y Marquès 2003, 101-104), como son los botones prismáticos con perforación basal en “V” y los biperforados, y una pequeña plaquita de hueso trabajada con forma burda forma antropomorfa. III.6. Primeros datos de poblaciones pitiusas Si el lector ha leído atentamente los capítulos anteriores, habrá observado que las islas Pitiusas apenas han aparecido en escena. Esto es debido a la poca documentación existente sobre este periodo de su prehistoria. La investigación arqueológica tradicionalmente ha prestado un escaso interés al pasado prehistórico de estas islas; con toda seguridad oscurecido por el riquísimo registro arqueológico del legado fenicio y púnico de las mismas. Aunque sería injusto no reconocer que han existido notables esfuerzos por sacar a la luz el pasado más remoto de las Pitiusas (Ramón 1985; Costa y Fernández, 1992), sin embargo, la ausencia de programas estables de investigación prehistórica en estas islas siguen lastrando el conocimiento prehistórico de Ibiza y Formentera. Los últimos intentos de síntesis (Costa y Benito 2000; Costa y Guerrero 2002) han podido mejorar la situación, gracias a una serie de dataciones radiocarbónicas realizadas en el marco de proyectos de investigación mallorquines, aunque la carencia de datos sigue siendo alarmante. En este epígrafe, en consecuencia, no puede hacerse otra cosa que revisar la documentación existente.
La datación antes citada no procede en ningún caso de un contexto fundacional del asentamiento, sino de una de las fases de uso, por lo tanto, la antigüedad de la cabaña, aunque no pueda precisarse, por falta de una buena serie de dataciones, es anterior a 2140-1900 BC y nada tendría de particular que fuese contemporáneo de los poblados mallorquines de Ca na Cotxera o Son Oleza. Otro elemento significativo que nos proporciona el Puig de Ses Torretes es que estamos ante una comunidad de pastores que ya habían introducido los bóvidos como elementos significativos de su cabaña ganadera, y no sólo las cabras y ovejas como ocurre en comunidades aún más inestables y en proceso de implantación. La cría de bóvidos es, pues, un signo de estabilidad y desarrollo que de ninguna manera se conjuga con un establecimiento efímero o temporal, pues el mantenimiento de estos animales resulta difícil y gravoso para una comunidad primitiva en un medioambiente no demasiado productivo. En este caso, el pastoreo de bóvidos probablemente se vio favorecido por la existencia de algunas extensiones de prado y marjal en las cercanías de Cala Llonga, donde diversos torrentes, que bajan de las montañas del entorno, atraviesan el valle y vienen a desembocar en la cala.
Las evidencias que muestran una ocupación permanente y, por lo tanto, un verdadero asentamiento de población estable, son la presencia de necrópolis y poblados duraderos o asentamientos multifuncionales. La introducción de fauna doméstica en las islas es también una buena señal de que los pobladores que la trajeron no estaban de paso, sino que, por el contrario, habían establecido ya estrategias de uso y aprovechamiento integral del ecosistema.
El segundo yacimiento pitiuso que nos permite aproximarnos a las comunidades humanas que habitaron estas islas desde el tercer milenio BC es el conocido dolmen de Ca Na Costa [fig. (3)26, 1-2]. La más antigua de las dataciones (KIA-14329) obtenidas recientemente, de dos huesos astrágalos del interior de la cámara del sepulcro, procedentes de las antiguas excavaciones (Fernández et al. 1988), nos indica que en el intervalo 2120-1870 BC ya estaba recibiendo inhumaciones y estuvo en uso como poco hasta c. 1740 BC. Tres dataciones son claramente insuficientes para conocer el origen y la evolución de una necrópolis colectiva, aunque permiten plantear, ahora ya con un alto índice de probabilidad, que a fines del tercer milenio había una población estable asentada en las Pitiusas.
Llegados a este punto podemos adelantar que los datos, escasos aunque bien contrastados, de presencia humana estable en las Pitiusas se remontan a la segunda mitad del III milenio cal BC. Sin que ello, naturalmente, descarte la posible existencia de episodios precoloniales y coloniales más tempranos, como ya hemos apuntado. Las evidencias incuestionables de un poblamiento estable a fines del tercer milenio cal. BC, tanto en Ibiza como en Formentera, se han obtenido no hace mucho a partir de dataciones radiocarbónicas en Puig de ses Torretes (Ibiza) y en Ca na Costa (Formentera).
En el sector III de la cámara del Ca na Costa fueron 147
en Formentera son las cerámicas incisas [fig. (3)10, 1-2] aparecidas en la Cova del Fum, ya estudiadas hace años por Celia Topp (1988), las cuales se corresponden estilísticamente con sus homólogas “campaniformes” de los paradigmáticos yacimientos mallorquines, ya citados, de Son Oleza, Ca Na Cotxera o Son Matge. Por lo tanto, nada impide pensar que esta cueva tuvo una frecuentación humana que podría situarse entre c. 2300 y 2000 BC. La circunstancia en que fueron obtenidos los materiales de la Cova del Fum no permite mucha precisión para otros hallazgos descontextualizados que tienen una perduración mayor que las cerámicas campaniformes. Sin embargo, el magnífico ejemplar de placa-afilador perforada (Calvo y Guerrero 2002, 196) que fue encontrado junto con las cerámicas incisas no tiene, en principio, por qué desentonar del contexto de las cerámicas campaniformes de esta cueva.
hallados unos pocos fragmentos de cerámica con decoración incisa [fig. (3)10, 3] de estilo campaniforme. El alto índice de fragmentación y la ausencia de otros elementos muebles claramente contemporáneos de estas cerámicas incisas, nos inducen a pensar que se trata de un testimonio del momento de construcción, o bien de una ocupación más antigua del lugar (¿paleosuelo?) que ahora, con las nuevas dataciones recientemente obtenidas, sabemos que puede situarse con seguridad al menos a fines del tercer milenio BC. Tanto en las Baleares, como en el continente, son bien conocidas las reutilizaciones que sufren algunos dólmenes (p.e. Pérez Arrondo 1987; López de Calle y Ilarraza 1997), de forma que las últimas ocupaciones corresponden a secuencias correspondientes al Bronce Antiguo, aunque, con mucha frecuencia, hay también evidencias arqueológicas de ocupaciones en época calcolítica bien patentes precisamente por la presencia de cerámica campaniforme.
La Cova des Fum constituye un yacimiento de gran interés que seguramente guarda más sorpresas relacionadas con la prehistoria arcaica de las Pitiusas. El problema radica en que nunca se ha programado una investigación arqueológica sistemática y, por lo tanto, las dificultades de contextualizar los hallazgos y las noticias diversas de los muchos visitantes es extrema. Recordemos, no obstante, la descripción que del yacimiento hicieron B. Costa y N. Benito (2000): “La cueva consta de una cavidad principal de enormes dimensiones, en la que se abren simas y galerías que comunican con otras salas y galerías que dan paso a otras salas situadas a diferentes niveles formando un conjunto de gran complejidad que suma, como poco, varios centenares de metros de longitud. Este yacimiento es conocido desde hace años a raíz de prospecciones realizadas, tanto por diversos saqueadores, aficionados y estudiosos, como por arqueólogos, que permitieron la recogida de numerosos materiales en la capa de arena de aportación eólica que cubre la superficie, algunos de los cuales fueron ingresados en el Museo Arqueológico de Eivissa y Formentera, dando testimonio de la ocupación prehistórica e islámica. Una prospección del equipo del Museo Arqueológico de Eivissa y Formentera realizada en 1986 permitió, además de la recuperación de algunos materiales, constatar la existencia de un hogar prehistórico (Costa y Fernández, 1992: 290-292), parcialmente cubierto por un gran bloque desprendido de la bóveda de la gruta, con materiales óseos y cerámicos.
La arquitectura de Ca Na Costa obedece sin duda a influjos arquitectónicos diferenciados con respecto al resto de dólmenes baleáricos, sin embargo, los ajuares no se separan en absoluto con respecto a lo que encontramos en los registros arqueológicos de las otras unidades dolménicas baleáricas excavadas hasta ahora y que en su momento veremos. Este sepulcro esta formado por un corredor orientado a Poniente, formado por losas ortostáticas, el cual da acceso a la cámara. Como es habitual en las sepulturas dolménicas, el paso se efectúa a través de una losa perforada de abertura rectangular, aunque con los ángulos redondeados. La cámara tiene una planta ligeramente elíptica y está formada por grandes ortostatos encajados en una ranura excavada en la roca base y calzados con cuñas de piedras más pequeñas encajadas en los intersticios. Hasta aquí no difiere de lo observado en otros dólmenes baleáricos y occidentales en general. Sin embargo, el resto de la estructura sí que lo diferencia sustancialmente. El habitual túmulo ha sido sustituido por una estructura de piedra escalonada, de la que se conservan tres gradas. La superior es un muro circular de tres o cuatro hiladas de piedras medianas y pequeñas trabadas con tierra que dan soporte a los ortostatos de la cámara. La grada intermedia tiene la particularidad de tener integrados ortostatos dispuestos en forma radial, de los que se conservan diecisiete, a intervalos regulares de aproximadamente un metro. Finalmente, la grada inferior es una plataforma de planta circular de dos hiladas levantada con piedras medianas y pequeñas colocadas de forma plana.
La falta de investigaciones sistemáticas no nos permite conocer bien el carácter de la ocupación, pero el hecho de que los materiales hayan sido localizados en la primera sala, que es la más accesible y la más iluminada, juntamente con la constatación de infraestructuras de carácter doméstico, como es al menos un hogar, sin que descartemos otras posibilidades, nos inclinamos a pensar que era un lugar de habitación o refugio. Otra cuestión es si la ocupación era permanente, o la cavidad, teniendo en cuenta la dificultad de acceso, era visitada de forma esporádica o discontinua.
Las Pitiusas representan una cierta anomalía en el panorama dolménico balear. Mientras que en Ibiza no se ha podido documentar la existencia de ninguna estructura arquitectónica megalítica, Formentera registra la existencia del dolmen conocido ya descrito, que no tiene parangón en las otras islas. Sin embargo, la concepción de su túmulo, en forma escalonada y con losas radiales, encuentra paralelos directos en algunas estructuras dolménicas catalanas y particularmente en el ejemplar de Mas Pla (Mestres 1979/80).
Además de los mencionados fragmentos campaniformes pertenecientes a un cuenco [fig. (3)10, 1-2], debe también señalarse, como hemos dicho, la existencia de un afilador
Otro posible testimonio de poblamiento en este período 148
intervalo 2300-2030 BC, en el que se engloban las unidades estratigráficas correspondientes al desarrollo del calcolítico clásico. Merece la pena señalar que en ninguno de ellos ha podido documentarse la presencia de fauna autóctona de origen pleistocénico, como el Myotragus balearicus, por lo que debemos concluir que, salvo futuros datos que puedan contradecirlo, que en el horizonte correspondiente a c. 2500-2000 BC dicha especie había desaparecido
(“brazalete de arquero”), fabricado en piedra metamórfica de color melado [fig. (3)20, 22], la cual conserva dos perforaciones en uno de los extremos. También se recuperó una punta de flecha de hueso (Calvo y Guerrero 2002, 183) con arpones puntiagudos y pedúnculo corto [fig. (4)16, 1], cuya datación no es fácil de hacer sin contexto asociado claro, pero que podría adscribirse también al Bronce Antiguo (Pape 1982). Este tipo de flecha es desconocida tanto en Menorca, como en Mallorca, pese a que es un instrumento común (Guilaine 1972, 57, 86, 95; Claustre 1996) en muchas comunidades continentales de Languedoc y Rosellón.
La visión de la composición de los rebaños que en su día se dio a conocer a partir de los estudios del poblado de Son Oleza (Clutton-Bruck 1984) ofrece muy pocas garantías, pues los problemas de atribución contextual son aquí muy serios y no se puede hoy saber si se trata de restos óseos pertenecientes al horizonte calcolítico o a la Edad Bronce. El estudio a partir de colecciones osteológicas en otros yacimientos excavados antiguamente no proporciona tampoco mejores garantías, pues sabemos que en muchas ocasiones la recogida fue claramente selectiva, cuando no se dan también los mismos problemas de mezcla entre restos de procedencias cronoculturales diversas.
Entre los restos cerámicos recuperados está presente un numeroso lote de fragmentos modelados a mano, entre los que predominan las formas globulares de boca estrecha y labio exvasado, así como los boles semiesféricos. Las pastas son mayoritariamente de colores oscuros y tienen superficies espatuladas y alisadas, en algunos casos bruñidas. El conjunto cerámico no parece homogéneo y seguramente es representativo de diferentes épocas prehistóricas difíciles de precisar sin otros indicadores cronológicos más precisos.
Por lo tanto, el registro arqueológico del calcolítico nos muestra una cabaña ganadera completa, tal vez con un peso mucho más importante de los ovicaprinos. Definitivamente, lo que antaño fueron planteamientos formulados como hipótesis de trabajo (Guerrero 2000; Calvo et al. 2002; Calvo y Guerrero 2002, 39), ha podido verificarse a partir de los análisis de dinámica microsedimentaria, los cuales han confirmado la existencia de estrategias complejas de pastoreo trashumante. Basicamente de ovicaprinos en el caso del yacimiento mallorquín de Son Matge (Bergadà et al. 2005 a), a los que vendrían a sumarse los bóvidos en Mongofre Nou en Menorca.
Aunque la documentación referida al tercer milenio BC en las islas Pitiusas es claramente insuficiente, los datos disponibles permiten sostener la existencia de comunidades humanas plenamente asentadas en las islas de Ibiza y Formentera en la segunda mitad del tercer milenio, lo cual resulta un fenómeno perfectamente coherente con lo que pasa en el resto de las islas del archipiélago balear. III.7. Una aproximación a las bases socioeconómicas. Intercambios y contactos El desarrollo de la investigación sobre esta fase de la prehistoria de las islas no permite trazar un esbozo completo de cómo fueron gestionados los rescursos que el territorio insular potencialmente ofrecía. Por otro lado, en capítulos precedentes ya se han adelantado, al describir los tipos de yacimientos, cuestiones relacionadas con las estrategias ganaderas y sobre un modelo de explotación territorial basado en un sistema que esencialmete respondería a la fórmula de asentamientos centrales de cabañas y utilización estacional de abrigos y cuevas de montaña.
A estas estrategias se suman las correspondientes al aprovechamiento de los productos secundarios proporcionados por esta cabaña ganadera, como lo indica la presencia de “queseras” y los análisis de contenidos de algunas cerámicas de Coval Simó. Mientras que el aprovechamiento de la lana para la elaboración de tejidos cosidos puede inferirse indirectamente a partir de la presencia de fusayolas en yacimientos como Son Oleza y Es Velar.
III.7.1. Ganadería y pastoreo
III.7.2. Agricultura, recolección, forrajeo y explotación forestal
La primera cuestión a señalar es que en todos los registros arqueofaunísticos que se conocen del calcolítico aparece la cabaña ganadera plenamente consolidada, con la presencia de todas las especies clásicas (Capra hircus, Ovis aries, Sus escrofa escrofa y Bos taurus), aunque no podemos, en el estado actual de los conocimientos, establecer porcentajes, ni siquiera aproximados, de cada una de las especies. Se ha señalado que en los niveles inferiores del abrigo rocoso de Coval Simó se dio un predominio absoluto de Capra hircus y Ovis aries, pero es una cuestión por ahora pendiente de confirmar. En cualquier caso sería de extrema urgencia conocer la cronología del horizonte antiguo (Coll 2000), anterior al
La existencia de una agricultura extensiva cerealística se había sugerido desde antiguo a partir de la presencia de las hojas de hoz fabricadas en sílex tabular (Morel y Querol 1987), y definitivamente los análisis de trazas sobre estas piezas, expuestos en un epígrafe precedente, aseguran que éstas, al menos, fueron utilizadas en labores de siega. Identificar el tipo de vegetal no leñoso requiere otro tipo de verificación a partir de análisis de paleopolen o de carpología, que por el momento restan por realizar en yacimientos calcolíticos. Para contextos propios de mediados del tercer milenio BC sólo contamos con los análisis de fitolitos (Albert y Portillo 2005) realizados en la estructura de combustión datada 2850-2490 BC en la 149
confirmar bajo condiciones excepcionales de conservación (Alfaro 1984), como recientemente ha ocurrido en la Cova des Pas en Menorca, aunque para fechas más tardías.
que ha podido identificarse la presencia de gramíneas, aunque no puede asegurarse que sean cereales dométicos, por mucho que sea probable. Recientemente se han proporcinado algunos datos sobre el aprovechamiento de recursos vegetales en el asentamiento de montaña conocido como Coval Simó (Coll 2006, 123). Con la cautela debida, pues no se dice cómo (análisis polínicos, carpológicos o de fitolitos) ni quién ha realizado los análisis, ni tampoco sabemos a qué unidades estratigráficas se refieren, reproduciremos dichos datos: por un lado, se menciona la presencia de leguminosas, sin especificar la especie y, por otro a la identificción de plantas con propiedades medicinales, como zaragatona (Plantago sp.) de propiedades laxantes, así como hierba hormiguera, también conocida como té de España (Chenopodiaeceae) utilizada como tónico estomacal, e igualmente se ha documentado la presencia de romero (Rosmarinus officialis) que pudo tener distintas aplicaciones, como afrodisíaco, aromatizante y otros usos alimenticios, así como aplicaciones medicinales, entre otras tónico de las funciones estomacales, diurética y antiinfecciosa.
Algo similar ocurre con los tejidos de fibras vegetales o animales como la lana. De hecho las trazas de trabajos de siega documentados en hoces de sílex tabular pueden ser atribuidos tanto a recogida de la cosechas de cereales, como al forrajeo de plantas herbáceas del género festucoide, como las documentadas en Son Gallard. Recordemos que una importante recogida de plantas forrajeras se detecta (Bergadà et al. 2005 a) también en los lechos de estabulación de Son Matge. Por lo que respecta a los tejidos, bien sean de materias vegetales o de lana, es bien sabido la dificultad que existe para documentar a través de un registro arqueológico directo la existencia de vestimenta de lana tejida y cosida. Las razones son fáciles de entender, pues tanto el propio producto manufacturado, como el instrumental (telares) para su elaboración están hechos de materiales perecederos. Incluso en épocas protohistóricas y en sociedades antiguas, donde existe exhaustiva documentación escrita e iconográfica relacionada con las vestimentas cosidas, tenemos las mismas dificultades para su reconocimiento en el registro material.
De igual forma los análisis antracológicos de la covacha de Coval Simó (Coll 2006, 128) han puesto en evidencia el uso de maderas de especies arbóreas de gran talla como olmo (Ulmus s.p.), pino (Pinus alepensis), fresno (Fraxinus s.p.), tejo (Taxus baccata), encina (Quecus ilex), así como el acebuche (Olea eurpaea). Algunos de ellos, sobre todo, la encina y el pino, pudieron ser explotados igualmente para el aprovechamiento de sus frutos, las bellotas y los piñones, y tal vez también la aceituna silvestre del acebuche.
Otros elementos auxiliares de estas manufacturas, como son las agujas perforadas de hueso, no se han registrado en las islas en contextos calcolíticos, aunque sí ligeramente más tarde, como ocurre con el ejemplar de Cala Blanca de Menorca (Juan y Plantalamor 1997, 93). En cualquier, caso las agujas de coser son, bien conocidas, incluso las de madera en la prehistoria occidental en yacimientos neolíticos, como por ejemplo en el francés de Charavines.
También se ha identificado carbón de madera de boj (Buxus) y otros carbones de plantas leñosas arbustivas como el agracejo, labiernago u olivilla (Phyllirea latifolia) que genera un fruto negro que recuerda la aceituna silvestre, puede llegar a ser la especie dominante en lomas y zonas rocosas por su extraordinaria resistencia a la sequía estival, conviviendo muy bien con la encina, lo que concuerda perfectamente con el entorno ambiental del Coval Simó. Otro de los carbones arbustivos identificado ha sido el enebro (Juniperus s.p.) y el rosal silvestre (Rosaceae s.p.), que ha podido tener también aplicaciones alimenticias y medicinales.
Por otro lado, la existencia abundante de botones prismáticos de tamaño minúsculo con perforación basal en “V” permite también, por otra vía, afianzar la hipótesis de la posible existencia de vestimenta tejida y cosida. Precisamente, en algunos botones argáricos de este mismo tipo (Lull 1983: 124) se reconocen restos de coloración rojiza producida por el roce de telas posiblemente teñidas con cinabrio, también han sido halladas trazas similares en otro ejemplar del dolmen de Monze (Guilaine 1967: 80).
Todo lo cual enfatiza la extraordinaria importancia de las extrategias recolectoras o forrajeras, pese a la existencia de una agricultura extensiva.
III.7.3. Conexiones con el contiente y entre islas
Desconocemos la existencia de molinos y de estructuras de almacenamiento colectivo como las que podemos ver en muchos poblados calcolíticos de la península Ibérica, como por ejemplo en el Ventorro, o más próximos a nosotros en el País Valenciano.
La documentación relacionada con la cuestión de los intercambios ultramarinos no tiene la suficiente extensión como para poder dedicarle un apartado específico, pero con la inclusión de este epígrafe queremos enfatizar una cuestión ligada a uno de los tópicos recurrentes de los estudios de prehistoria de las islas, como es el supuesto aislamiento de sus habitantes.
Muchos de los aspectos relacionados con las técnicas artesanas en las que se utilizan materias primas perecederas, como la cestería, apenas pueden mencionarse, pues no son propicias a conservarse en el registro arqueológico, por mucho que intuyamos la generalización de su existencia, que sólo podemos
El mismo origen y desarrollo cultural del calcolítico en las distintas islas del archipiélago parece demostrar claramente que las mismas tuvieron más de una referencia geográfica en cuanto a los contactos con 150
de marfil como algunos botones con perforación basal en “V” fabricados en marfil. Sin embargo, que sepamos, no se han realizado análisis concluyentes para identificar con rigor la materia prima, por lo que una cierta prudencia se impone, ya que muchos de estos botones fueron manufacturados en incisivos de suido (Guerrero y Calvo 2003), lo que da una falsa apariencia de marfil. Ya se ha señalado en otra ocasión (Guerrero y Calvo 2002, 64) que, ni el esquema decorativo, ni el barro, de las cerámicas campaniformes de la Cova del Fum en Formetera parecen de fabricación local; sus características técnicas al menos son muy distintas de los fragmentos aparecidos en el Dolmen de Ca Na Costa y también son diferentes de las arcillas mallorquinas. La posibilidad de conexiones marinas entre Formentera e Ibiza con la costa Valenciana, no sólo son posibles, sino altamente probables.
grupos continentales. El complejo artefactual del calcolítico mallorquín (cerámicas campaniformes, botones con perforaciópn basal en “V” y las denominadas muñequeras de arquero) encuentra buenas correspondencias con las tierras catalanas y del Mediodía francés, sin descartar otras áreas como las costas valencianas. Sin embargo, lo que por el momento conocemos de Menorca, especialmente la inexistencia de campaniforme y la originalidad de los vasos tulipiformes nos remite por fuerza a otras influencias diferentes de las mallorquinas, por el momento no bien identificadas, aunque tal vez pueda algún día identificarse alguna conexión con grupos de “obediencia” no campaniforme (Guilaine 2001) de la zona costera de la desembocadura del Ródano o zonas adyacentes. El distinto reparto, intensidad y arraigo del dolmenismo en las diferentes islas es otro aspecto que también enfatizaría las distintas conexiones de los grupos isleños con el exterior.
Sin lugar a dudas, uno de los objetos más interesantes es un peine, aparecido en el abrigo de Son Matge (Waldren 1998, 216), en cuyo estudio inicial se indicó que estaba fabricado en marfil de elefante, aunque este aspecto carece de una confirmacón definitiva. En cualquier caso, con independencia de la materia prima en la que estuviese manufacturado, es uno de los objetos más interesantes del Calcolítico mallorquín, pues ambas caras del peine aparecen decoradas con finas incisiones agrupadas en dameros, conformando un estilo muy similar al que puede observarse en vasos campaniformes isleños, algunos incluso en el mismo abrigo de Son Matge. Por otro lado, resulta un instrumento que, con esta decoración, no es nada frecuente en contextos campaniformes continentales.
Al menos la existencia de una navegación de cabotaje para unir las islas de Mallorca y Menorca, especialmente a través del canal que separa la Bahía de Alcudia con la costa de Ciutadella, es altamente probable y la podemos inferir a través de algunas pruebas indirectas. Entre ellas destacaríamos la presencia de instrumentos de bronce en los que muy probablemente se utilizaron mineralizaciones que procedían de Menorca (Rovira 2003). La misma expansión del fenómeno dolménico, de probable origen menorquín, a esta comarca de Mallorca (Guerrero y Calvo 2001) resulta otro probable indicio de conexiones entre poblaciones de las distintas islas. El edificio de planta naviforme de la escala costera de Cala Blanca (Juan y Plantalamor 1997), en Ciutadella, que se estudiará en el capítulo de las relaciones exteriores y los intercambios de la Edad del Bronce, se construyó sobre un paleosuelo muy rico arqueológicamente, lo que parece indicar que, al menos, este punto costero ya funcionaba como embarcadero o fondeadero (Guerrero 2006; 2006 a) antes del pleno desarrollo de la Edad del Bronce. Seguramente a estos contactos, cruzando el canal que separa Alcudia de Ciutadella, obedece la existencia de dos yacimientos costeros situados respectivamente en en la Colonia de Sant Pere y S’Estanyol de Artà, caracterizados por muros rectos que llegan practicamente a la misma rompiente de las olas.
La posibilidad de que elementos de marfil, o simplemente materia prima, llegase a las islas no es nada extraño, si tenemos en cuenta la relativa abundancia de artefactos fabricados con marfil en yacimientos campaniformes valencianos (Pascual-Benito 1995), donde encontramos no sólo instrumentos acabados, sino también otros semielaborados, lo que sugiere que hasta la costa valenciana no sólo llegaban productos manufacturados de marfil, sino que pequeños talleres estuvieron funcionando en esta época. Por lo que no sería nada raro que el marfil hubiera podido llegar a las islas a través de contactos con la costa valenciana.
La utilidad de estas estructuras, que prácticamente acaban en el agua, pudo ser la de almacén provisional, sin embargo, a pequeña escala, pudieron cumplir un papel similar a las construcciones documentadas en Kommos (Reynolds 1996), datadas en el Bronce Micénico, las cuales igualmente están formadas por muros rectos y paralelos que acaban en el mar, cuya función era proteger las barcas durante la temporada de cese de la navegación, que iba de octubre a mayo. Una imagen etnográfica actual, que puede servir para ilustrar y visualizar este tipo de estructuras costeras, la tenemos en los tradicionales varaderos de Formentera (Homar 2004/05) y en algunos de Sa Caleta de Ibiza y Cala Pi en Mallorca.
Por desgracia, un aspecto fundamental e imprescindible para entender bien las conexiones con otras comunidades ultramarinas, bien sean las de las otras islas, como con las continentales, es conocer las técnicas de arquitectura naval y el propio arte de navegar. Del segundo aspecto es obvio que jamás encontraremos datos en el registro arqueológico y tendríamos que recurrir a comparaciones etnográficas con poblaciones costeras actuales cuyo desarrollo de tecnología naval podemos considerar equivalente a las mediterráneas del tercer milenio BC. Este estudio, que uno de nosotros (VMG) tiene en preparación y del que sólo se ha publicado algunos avances (Guerrero 2007 b; e.p.), sería inabarcable en un capítulo como el presente.
El mejor indicador de contactos ultramarinos con el continente es la presencia de materias primas exóticas. En este sentido se viene señalado la exisencia de elementos
Del primero de los asuntos mencionados, la arquitectura naval, tiene igualmente dificultades notables, aunque no 151
Ferriby (Wrigth 1990; 1994; Clark 2004) halladas en el estuario del Humber, en East Yorkshire, Gran Bretaña. Las dataciones absolutas33 nos indican que, como mínimo, a fines del tercer milenio existía un desarrollo extraordinario de la arquitectura naval a partir de tablas calafateadas y cosidas.
imposibles, para ser evidenciado a través del registro arqueológico. En el ámbito del mar balear y su entorno continental no se conoce ningún documento arqueológico, ni tampoco epigráfico, sobre tema naval que podamos remontar al tercer milenio BC; por lo tanto, nos resulta imposible visualizar las barcas, ni mucho menos los aparejos.
De todo lo cual, podemos concluir que las comunidades humanas del tercer milenio BC, tanto mediterráneas, como atlánticas, habían alcanzado un desarrollo de la arquitectura naval envidiable. Estas tradiciones y el arte o sistema de navegar seguramente continuaron más o menos evolucionadas hasta los inicios del Bronce Final, momentos en los que se produce en el Mediterráneo una ruptura importante con la tecnología naval antigua, la cual dará lugar a la proliferación de los barcos de quilla y cuadernas, aparejados de vela cuadra, cuyos mejores ejemplos los tenemos en la náutica micénica y cananea (Guerrero 2004 a). En Chipre (Westerberg 1983) convivirán tradiciones arcaizantes junto al desarrollo de las nuevas técnicas (Guerrero 2007 b). En el Mediterráneo central estas innovaciones las visualizamos muy bien en las embarcaciones nurágicas (Guerrero 2004 b). Algunos indicios tenemos también en Menorca, los cuales serán estudiados en el capítulo correspondiente.
En el capítulo primero, al tratar de los condicionamientos biogeográficos y de suficiencia técnica de la colonización primigenia, se abordaron cuestiones relativa a las capacidades náuticas de las comunidades occidentales neolíticas; recordemos que barcas de tablas, posiblemente de base monóxilas son conocidas desde 4340-3140 BC, como nos muestra la pintura del dolmen de Antelas [fig. (1)10, 1], Oliveira de Frades, Viseu (Shee-Twohig 1981, 150-151, fig. 38). Por lo tanto, la capacidad de navegar con éxito por aguas mucho más procelosas y bravías que las mediterráneas fue superada con éxito desde la expansión del Neolítico por Occidente y seguramente antes si atendemos a la documentación indirecta (Guerrero 2006 b; 2006 c) que nos proporcionan los cazadores recolectores del epipaleolítico y mesolítico, tanto del Mediterráneo, como del Mar del Norte. La colonización primigenia de las islas no pudo llevarse a cabo con canoas monóxilas simples. Sólo podemos hacer dos aproximaciones a la arquitectura naval del tercer milenio y de transición a la Edad del Bronce. La primera, en el Mediterráneo, nos la brindan las barcas cicládicas (Guerrero 2007 b). La documentación arqueológica sólo a proporcionado el conocimiento de un pecio con cerámicas del Heládico Arcaico y Cicládico Antiguo III, hundido en la pequeña isla de Dokos (Vichos y Papathanassopoulos 1996), al Sur de la costa de la Argólida, aunque por desgracia no se conservan restos de la madera, podemos hacernos una idea de su capacidad de carga. Por otro lado la difusión de las producciones cerámicas cicládicas y otros objetos bien característicos nos permiten conocer la capacidad de navegar de estas barcas de cala carenada en el Mediterráneo Oriental. La posibilidad de que estas barcas pudiesen alcanzar el Mediterráneo Central no puede en ningún caso descartarse, si tenemos en cuenta que obsidiana de Melos llegó a Malta (Camps 1975), el menos desde el IVº milenio BC y otros materiales cicládicos a Sicilia y Dalmacia. A estos efectos, recordemos que los idolillos geometrizantes sardos de piedra, tienen extraordinarias coincidencias estilísticas con sus contemporáneos cicládicos de la denominada fase cultural de Grotta-Pelos en el Cicládico Antiguo I (3200-2800 BC), especialmente el ejemplar de Porto Ferro (Castaldi 1991, fig. 2,3); aunque la conexión entre las estatuillas sardas y las cicládicas ha sido muy controvertida, desde una perspectiva náutica las barcas de cala carenada de las Cícladas no hubieran tenido problemas para alcanzar costas de Cerdeña, comprobados los periplos que en Oriente pudieron llevar a cabo. La segunda posibilidad de analizar el desarrollo de la arquitectura naval del Calcolítico y del Bronce Antiguo nos la ofrece la propia arqueología a partir de los hallazgos de las tres barcas [fig. (1)10, 3-4] de North
33 OXA-9198: 3575 ±30 BP (2030-1780 BC); OXA-7458: 3520 ±30 BP (1930-1750 BC); OXA-7457: 3457 ±25 BP (1880-1690 BC).
152
Dataciones radiocarbónicas más significativas citadas en el texto 1. Contextos de hábitat Lab. nº
Edad C14 BP
Cal. BC, OxCal v3.10 (Intervalo de mayor probabilidad)
Naturaleza muestra
Yacimiento. Observaciones
1.1. Cuevas y abrigos UtC-7877
3961 ±42
2580 (95.4%) 2330
Carbón
Beta-155645
3750 ±40
2290 (95.4%) 2030
Hueso fauna
KIA-23430
3960 ±30
2570 (95.4%) 2340
Carbón
CSIC-178
3980 ±170
QL-5B
3970 ±100
2900 (95.4%) 2150
Y-2359
3820 ±120
2750 (93.1%) 2000
CSIC-179
3620 ±80
2200 (95.4%) 1750
BETA-154196
3760 ±40
2300 (95.4%) 2030
KIA-15726
3740 ±30
2210 (92.0%) 2030
KIA-14323
2950 (95.4%) 1950
3670 ±30
2140 (95.4%) 1950
Carbón
Carbonato
Carbón Carbón
Mallorca, Cova des Moro Estructura de combustión nº 5. Contexto revuelto que no permite garantizar la contemporaneidad con materiales osteológicos aparentemente asociados. Contexto inédito. Hueso ovicaprino Mallorca. Son Gallard, Estructura de combustión EC67.6 Mallorca. Abrigo de Son Matge Lechos de estabulación. Estrato 22: Capa de carbón entre 1 y 4 cm. Restos óseos de cabra y bóvido, pero no de Myotragus. Una veintena de cerámica campaniforme y 45 sin decorar Estrato 20: Estrato de carbón de 1 a 3 cm de potencia. Restos óseos de animales domésticos (cabra, cerdo y pequeño bóvido). Veinte fragmentos campaniformes y 40 no decorados Estrato 18: Estrato de carbón de 3 a 5 cms de potencia. Bastante cantidad de cerámica “pretalayótica” sin cuantificar. Estrato 16: Estrato de carbón. Materiales cerámicos de epicampaniformes (15 fragmentos) y 25 de bordes de fragmentos de cerámica común. Mallorca, Coval Simó
Molar fauna
Sector G8, UE-35, superpuesta a UE-23 y 15, las cuales, en cronología relativa, son más antiguas. Molar de ovicáprido. UE-64/F-7. Horizonte con presencia de cerámicas incisas. Molar ovicáprido.
Hueso fauna
UE-33 / Sector G8. Horizonte con presencia de cerámicas incisas.
Molar fauna
1.2. Poblados y fondos de cabañas Mallorca. Son Oleza. Poblado de cabañas circulares Interior del asentamiento, cerca del muro Sur. Hueso largo trabajado (muestra 83B22). SW-EF-16 Área ligada a una cabaña circular. WOS = I/M-1/5
CAMS-7244
3850 ±70
2490 (95,4%) 2050
Hueso fauna
CAMS-7072
3840 ±70
2480 (92.6%) 2120
Hueso fauna
QL-1592
3700 ±30
2200 (95.4%) 1980
Carbón
UTC-9023
3680 ±45
2200 (95.4%) 1940
Carbón
BM-1981R KIA-10583
3640 ±100 3625 ±30
2300 (95.4%) 1700 2130 (95.4%) 1890
Carbón Hueso fauna
UTC-9022
3620 ±50
2140 (95.4%) 1870
Hueso fauna
UTC-10079
3605 ±35
2120 (95.4%) 1880
Hueso fauna
UTC-8952
3585 ±35
2040 (91.4%) 1870
Hueso fauna
KIA-11228
3570 ±35
2030 ( 95.4%) 1770
Hueso fauna
SFO-OS; Sector WC, EXW. Contra el paramento externo del muro W. Rfe. nº100. Se asocia a fragmentos de cerámica de Boquique. Área ligada a una cabaña circular.
KIA-10560
3550±30
2010 (95.4%) 1770
Hueso fauna
Área ligada a una cabaña circular, Sector 5L7
153
Área ligada a una cabaña calcolítica, (¿C4?). Al Oeste del asentamiento antiguo (=S); W17, cuadro J9, vertedero SFO-OS-EW-INT-CC. Relleno del interior de un muro. Seguramente detritus procedente del horizonte campaniforme. Área ligada a una cabaña circular. Área ligada a una cabaña circular. Sector 5M3. Ovicáprido en el interior de la cabaña. SFO-OS-EW-INT-B2 En contacto con la muestra UtC-9023 Área ligada a una cabaña circular.
UTC-2742
3550 ±110
2200 (95.4%) 1600
Carbón
Contexto desconocido. No se han publicado más datos. Sector SWF, nivel II QB3, sobre relleno de la roca. Área ligada a una cabaña circular.
KIA-10557
3540 ±30
1960 (95.4%) 1750
Hueso fauna
CAMS-7074
3540 ±70
2040 (94.2%) 1680
Hueso fauna
KIA-12268
3460 ±30
1890 (95.4%) 1690
Hueso fauna
KIA-12273
3450 ±30
1880 (95.4%) 1680
Hueso fauna
KIA-10558
3445 ±30
1880 (95.4%) 1680
Hueso fauna
KIA-12270
3445 ±40
1890 (95.4%) 1660
Hueso fauna
Contexto desconocido. Área ligada a una estructura circular, seguramente cabaña calcolítica. Hueso de bóvido encontrado en el interior. Área ligada a una cabaña circular.
KIA-10559
3440 ±35
1880 (95.4%) 1660
Hueso fauna
Área ligada a una cabaña circular, Sector 5L7
KIA-12267
3440 ±30
1880 (95.4%) 1670
Hueso fauna
Área ligada a una cabaña circular.
KIA-17389
3770 ±30
2290 (95.4%) 2040
KIA-17390
3710 ±25
2200 (95.4%) 2020
I-5515
3750 ±100
2500 (95.4%) 1900
Hueso fauna (Ovis aries) Hueso fauna (Bos taurus) Carbón
UTC-8319
3645 ±42
2140 (95.4%) 1900
Hueso fauna (Bos taurus)
KIA-19500
3605 ±30
2040 (95.4%) 1880
Hueso fauna
Edad C14 BP
Cal. BC, OxCal v3.10 (Intervalo de mayor probabilidad)
Naturaleza muestra
3900 ±30
2470 (95,4%) 2290
Cráneo humano
KIA-14004
3880 ±30
2470 (95,4%) 2230
KIA-29213
3850 ±35
2460 (95.4%) 2200
KIA-13997
3615 ±55
2140 (95.4%) 1770
KIA-29213
3850 ±35
2460 (95.4%) 2200
KIA-13997
3615 ±55
2140 (95.4%) 1770
Hueso humano Falange humana Fémur humano Falange humana Fémur humano
Y-1824
3470 ±80
2020 (95.4%) 1600
Huesos humanos
Hueso humano Hueso humano
SO, SWF-A3, bajo muro Sur. Botón fabricado de un colmillo Área ligada a una cabaña circular, considerada como dolmen por Waldren (2001). Área ligada a una cabaña circular.
Mallorca, Ca Na Cotxera. Fondo de cabaña Nivel C. Con abundante cerámica campaniforme decorada. Fondo de cabaña, nivel C. Con abundante cerámica campaniforme decorada. Hábitat al aire libre. Nivel B, ante quem de las cerámicas campaniformes. Ibiza, Puig de Ses Torretes Estructura 01, Nivel 3. Cabaña circular-oval. Horizonte de uso u abandono. Menorca. Talatí de Dalt Paleosuelo subyacente al poblado de la Edad de Hierro.
2. Contextos funerarios Lab. nº
Yacimiento. Observaciones
2.1. Cuevas KIA-30020
Mallorca. Cova des Moro. Restos humanos en posición secundaria. Corresponde al mismo individuo ya datado antiguamente (UTC-7878), para el cálculo C13/N15=2.74 [13C 0/00 =-18.98; δ 15N 0/00 =+9.19] Mallorca. Cueva de Moleta Petita Contexto no publicado. Pobre en colágeno. Contexto no publicado Contexto no publicado. Pobre en colágeno. Contexto no publicado Contexto no publicado. Pobre en colágeno. Mallorca, Covacha de Son Marroig Inhumaciones secundarias en la pared del abrigo de Son Gallard. Inhumaciones en la gruta. Posiblemente en la muestra se mezclaron individuos distintos (500 g.)
2.2. Hipogeos-paradólmenes UTC-8949
3745 ±35
2280 (95.4%) 2030
KIA-11902
3660 ±25
2140 (95.4%) 1950
UTC-8950
3635±35
2140 ( 95.4%) 1900
Hueso humano
KIA-11901
3605 ±30
2040 (95.4%) 1880
Hueso humano
154
Menorca, Biniau Nou Hipogeo nº 1. El porcentaje de dieta de origen marino aconseja rebajar el resultado un centenar de años.
Hipogeo nº 2. El nivel de 15N aconseja no rebajar la datación.
2.3. Dólmenes
KIA-14329
3595 ±35
2120 (95.4%) 1870
Hueso humano
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Ca Na Costa, Formentera. Inhumación en la cámara
1-2: Cerámicas campaniformes de la Cova des Fum, Formentera (dibujos de C. Topp y foto V. M. Guerrero). 3: Fragmentos cerámicos campaniformes del dolmen de Ca Na Costa, según J.H. Fernández (et al. 1988). 4: Propuesta de W. Waldren sobre la evolución de los estilos decorativos campaniformes en Mallorca. Figura (3)11 1-2: Cuencos umbilicados del dolmen Aigua Dolça, según V. M. Guerrero (et al. 2003). 3-17: Selección de vasos cerámicos de la gruta de Son Maiol, según Plantalamor (1974). Figura (3)12 1: Vaso decorado de la Cova des Diners (dibujo M. Trias). 2-11: Recipientes epicampaniformes de Son Torrella, Sa Canova, Corral des Porc, Son Bauzà (Cantarellas 1972) y Son Maiol (Plantalamor 1974). Figura (3)13 1-11: Selección de vasos epicampaniformes (fotos V.M. Guerrero). Figura (3)14 1-3: Selección de cerámicas menorquinas sin decorar (dibujos de L. Plantalamor). 4: Vaso decorado de Son Ferragut Nou, Menorca (dibujo de J.C. de Nicolàs). 5-6: Selección de fragmentos cerámicos menorquines con decoración puntillada (dibujos de L. Plantalamor). Figura (3)15 1: Instrumentos de sílex tabular de Son Oleza, según Morell y Querol (1987). 2: Hoja de sílex tabular de Tossals Verds (dibujo de D. Cerdà). 3: Hoja de sílex tabular de la colección Rotger (dibujo de Plantalamor). 4: Trapecios de sílex tabular (dibujos de W. Waldren). 5: Piezas denticuladas (dibujos de D. Cerdà). Figura (3)16 1-8: Instrumentos de sílex tabular y denticulado de distintos yacimientos mallorquines (fotos V. M. Guerrero). 9: Hoja de sílex tabular hallado en la Punta des Jondal, Ibiza (foto J. Ramón). Figura (3)17 1: Hoja de sílex tabular de Sa Bolada (foto V. M. Guerrero y dibujo de L. Crespí). 2-7: Trazas de siega (fotos M. Calvo, Servicio de Microscopía de la Universidad de las Islas Baleares). Figura (3)18 1-12: Industria lítica de sílex no tabular de Alcudia, según Hernández (et al. 2000) y dibujos de R. Álvarez. Figura (3)19 1: Industria lítica de cantos rodados hallada en la Cova des Moro, según Calvo (et al. 2001 a). 2: Cantos rodados aparecidos en Ca Na Cotxera (Cantarellas 1972 a). Figura (3)20 1-23: Placas afiladores (“muñequeras de arquero”) de distintos yacimientos de Mallorca: Son Puig (1-2); Na Fonda (3-4); Son Matge (5-7); Confessonari des Moros (8); Gruta de Sa Mata (9-10); Cova des Moro (11); Naveta Alemany (12-14); Hipogeo nº 4 de Ca Na Vidriera (15); Dolmen Aigua Dolça (16-17); Son Torrella (18); Son Oleza (19); Son Serra (20).
Índice y créditos de figuras Figura (3)1 1: Probables vías de expansión de los influjos campàniformes continentales, basado en Camps (1975) actualizado. 2: Territorios insulares con presencia de cerámicas de tradición campaniforme (gris), según Calvo y Guerrero (2002). 3: Territorios insulares con desarrollo de tradiciones dolménicas en Baleares, según Guerrero y Calvo (2001). Figura (3)2 Principales yacimientos calcolíticos de las Baleares incluidos los citados en el texto, según Calvo y Guerrero (2002). Figura (3)3 Yacimiento de Son Oleza con la secuencia de cabañas circulares (c) subyacentes al asentamiento de la Edad del Bronce con cercado rectangular, según Calvo y Guerrero (2002) sobre plano de W. Waldren (1987). Figura (3)4 Asentamiento de Son Oleza y distintos zócalos de cabañas circulares (V .M. Guerrero). Figura (3)5 1: Zócalos de cabañas circulares puestos al descubiertos en los inicios de las excavaciones de Son Oleza y no identificados correctamente. Uno de ellos (ampliación) enmascarado por las construcciones del portal de la cerca de la Edad del Bronce, planos de W. Waldren (1982). 2: Una de las cabañas excavadas y erróneamente interpretada como dolmen, plano de W. Waldren (2001). 3: Planta del asentamiento de cabañas circulares de Moleta Gran, Soller, según J. Coll (2006). 4: Planta y sección del fondo de cabaña campaniforme y construcción superpuesta del Bronce Antiguo de Ca Na Cotxera, según C. Cantarellas (1972 a). Figura (3)6 1: Asentamiento de cabañas circulares del Puig de Ses Torretes de Ibiza (fotos B. Costa, Museo Arqueológico de Ibiza y Formentera). 2: Cabaña circular de Torralba, Menorca (fotos V. M. Guerrero y plano de W. Waldren y M. Fernández-Miranda). Figura (3)7 1: Abrigo Coval Simó (V. M. Guerrero). 2: Planta del yacimiento antes de la excavación, según J. Coll (2000). 3: Gráfico-Matriz de relaciones estratigráficas, según J. Coll (2001), con las dataciones C14 de dos UE. 4-7: Selección de hallazgos cerámicos, según J. Coll (2000). Figura (3)8 1-4: Conjuntos de vasos cerámicos de Ca na Cotxera, según C. Cantarellas (1972 a). Vasijas toneliformes (1); cazuelas (2), vasos hemisféricos (3) y carenados (4). 5: Vasos cerámicos de la gruta de Moleta, según W. Waldren (1982). Figura (3)9 1-17: Selección de cerámicas campaniformes decoradas de Ca Na Cotxera (dibujos Cantarellas), Son Matge y Son Oleza (dibujos de Waldren). Figura (3)10 156
Menorca: Dolmen de Roques Llises (21). Pitiusas, Formentera: Cova des Fum (22); Cap de Babaria (23); dolmen de Ca Na Costa 24. Composición de V. M. Guerrero a partir de dibujos de diferentes autores citados en el texto. Figura (3)21 1: Peine de Son Matge con decoración incisa de estilo campaniforme (foto y dibujos de W. Waldren). Selección de botones de Ca na cotxera (2), Son Oleza (3), Cova del Pep Rave (4) y dolmen de Aigua Dolça (5). Colgantes (6) y cuentas de collar (7) de Aigua Dolça, según dibujos de los autores respectivos citados en el texto. Figura (3)22 1: Cuenco de Son Matge con adherencias escoriáceas (foto y dibujo de W. Waldren). 2: Fragmentos de cuencos sin decorar con adherencias escoriáceas de Es Velar d’Aprop (dibujo y fotos V. M. Guerrero). 3: Mina de cobre de Monte Toro, Mercadal, Menorca (fotos J. Fornés y V.M. Guerrero). Figura (3)23 1: Punta de Son Primer, según Calvo y Guerrero (2002), a partir de dibujo y foto de V. M. Guerrero. 2: Hoja de Roques Llises (dibujo de Rosselló et al. 1980). 3: Punta de Rafal del Toro, según dibujo de Plantalamor (1995). 4: Punta del Coval den Pep Rave, según dibujo de J. Coll (1991). 5: Daga de Ibiza, según foto del Museo Arqueológico de Ibiza y Formentera y dibujo según Delibes y FernándezMiranda (1988). 6: Punzón de Son Primer, según Calvo y Guerrero (2002) a partir de dibujo de V. M. Guerrero. Figura (3)24 1: Hipogeo nº 1 de Biniai Nou, según planos, secciones y foto (2) de Plantalamor y Marqués (2001) y foto de V. M. Guerrero (3). 2: Hipogeo nº 2 de Biniai Nou, según planos y secciones de Plantalamor y Marqués (2001) y fotos de V. M. Guerrero. Figura (3)25 1: Hipogeo de Sant Tomàs (plano, alzado y foto de L. Plantalamor et al. 2004). 2-3: Hipogeos nº 11 y 12 de Cala Morell (planos de G. Juan y L. Plantalamor y fotos V. M. Guerrero). Figura (3)26 1-2: Dolmen Ca Na Costa de Formentera, según planos y alzado de Fernández (et al. 1988) y fotos del Museo Arqueológico de Ibiza y Formentera. 3: Dolmen de ses Roques Llises de Menorca (foto V. M. Guerrero). 4: Plano y alzados del dolmen de Ses Roques Llises (Rosselló et al. 1980). Figura (3)27 1: Dolmen de Son Bauló, según foto del Ministerio de Cultura y plano de Rosselló (1966). 2: Dolmen de Aigua Dolça, según plano y fotos de V. M. Guerrero (et al. 2003).
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IV EL BRONCE ANTIGUO. ALDEAS NAVIFORMES Y ARRANQUE DE LA JERARQUIZACIÓN SOCIAL (Jaume García Rosselló, Simón Gornés, Manuel Calvo y Víctor M. Guerrero) Bronce Antiguo (o Pretalayótico de apogeo) y un Bronce Medio (Pretalayótico final), sobre todo, esta última nunca tuvo claramente definida su entidad arqueológica. Eran tiempos en los que se consideraba la primera fase de la cultura Talayótica (Rosselló 1979; Fernández-Miranda 1978) como una entidad arqueológica característica del Bronce Final, lo que terminó por distorsionar una visión certera de toda la Edad del Bronce insular. Afortunadamente hace ya algún tiempo que ha podido verificarse que la Cultura Talayótica no es otra cosa que la manifestación baleárica del la primera Edad del Hierro (Guerrero et al. 2002; Guerrero et al. 2006 b).
IV. Delimitación cronológica de la Edad del Bronce en las islas Ha sido tradicional en la historia de las investigaciones de la prehistoria de las islas mayores utilizar, en la denominación de los periodos, términos relacionados con la arquitectura monumental. De esta forma, arraigaron en la historiografía términos como pretalayótico, talayótico y postalayótico, o más recientemente (Lull et al. 1999) dolménico, naviforme, prototalayótico, etc. Ocurre, sin embargo, que no siempre los tipos de arquitectura que sirven de referencia nacen al unísono con las peridiodificaciones clásicas como Calcolítico, Bronce, Hierro, etc. En otras ocasiones, el paradigma arquitectónico no representa a toda la realidad arqueológica del archipiélago, o bien sobrepasa la temporalidad de la entidad cultural que se quiere definir. Un ejemplo claro lo tenemos con la aplicación del término “dolménico”, propuesta que determinaba la construcción y uso de los sepulcros megalíticos en unas fechas concretas (Lull et al. 1999). Este paradigma arquitectónico ha debido retocarse de la mano de los propios promotores convirtiendo lo que en su tiempo fue dolménico en epicampaniforme/dolménico (Lull et al. 2004), lo que según nuestro parecer tampoco acaba de despejar las dudas sobre este fenómeno, pues si bien es cierto que lo orígenes del dolmenismo, como en su momento vimos, hunde sus raíces a fines del tercer milenio, y especialmente durante el epicampaniforme, no es menos cierto que alcanza su apogeo durante el Bronce Antiguo.
Las periodificaciones menorquinas han ido tradicionalmente muy a remolque de la investigación mallorquina, aunque justo es reconocer que en los últimos años excavaciones como las de las Cuevas del Càrritx, Mussol (Lull et al. 1999) y Cova des Pas (Fullola et al. 2007) han supuesto un salto cualitativo trascendental y han servido, no sólo para resolver problemas de la prehistoria de Menorca, sino también de Mallorca. Precisamente durante el Bronce Antiguo, se produce una acusada uniformidad cultural entre ambas islas, como ni antes, ni después de 1000/900 BC se producirá, aunque las prácticas funerarias menorquinas presentan, como veremos, rasgos diferenciadores muy fuertes con respecto a las contemporáneas mallorquinas. Ibiza y Formentera adolecen aún de carencias tan importantes en la investigación prehistórica que resulta todavía muy difícil establecer correspondencias precisas con las otras islas, pese a los esfuerzos más recientes (Costa y Benito 2000; Costa y Guerrero 2002; Guerrero et al. 2006 a) que se han venido haciendo.
En este libro, como ya se hizo en trabajos anteriores (Guerrero 1997 a; Salvá et al. 2002; Guerrero et al. 2006 a), optamos por continuar denominando las entidades culturales de las islas con la terminología clásica, que, en lo referido al presente capítulo, sería Bronce Antiguo, lo equivalente a lo que algunos investigadores vienen denominado en los últimos tiempos “Naviforme I”, primando el paradigma arquitectónico por encima de otras consideraciones, pues ciertamente la arquitectura ciclópea personaliza de forma indubitable el Bronce insular de de gran parte del continental.
La situación ha comenzado a mejorar en los últimos años y hoy, como veremos, a lo largo del presente capítulo, se tienen anclajes mucho más sólidos para delimitar con bastante precisión este periodo con la ayuda de dataciones radiocarbónicas bien representativas y, sobre todo, se han comenzado a identificar con mayor definición los rasgos culturales que caracterizan las dos etapas en las que puede articularse la entidad cultural del Bronce del archipiélago.
Para la Edad del Bronce en las Baleares prevaleció durante muchas décadas la denominación de Pretalayótico, la cual, como ya hemos señalado en anteriores ocasiones, en realidad no era otra cosa que un “cajón de sastre” en el que cabían entidades arqueológicas muy distintas, como el calcolítico campaniforme mallorquín (o Pretalayótico arcaico), un
A pesar de constituir la arquitectura ciclópea de planta en forma de herradura alargada (naviformes) y los hipogeos funerarios abiertos en las rocas areniscas los rasgos más representativos de este periodo, no cabe duda que es el salto tecnológico que supuso la aparición del bronce lo que nos delimita esta etapa de la anterior. Por mucho que el empleo del estaño en los implementos metálicos a lo 185
grupos de materiales estratigráficos.
largo del la fase Bronce Naviforme I, como en su momento analizaremos, será muy limitado. Por lo tanto, el arranque de la Edad del Bronce no está representado plenamente por la aparición de la arquitectura ciclópea naviforme, la cual, como veremos, se retrasará algún tiempo en formar parte del paisaje arqueológico.
en
los
mismos
contextos
Por nuestra parte pensamos que en el caso de las Baleares estamos ante una cuestión bastante pareja. De esta forma, podemos verificar que en contextos mallorquines datados mediante cronología absoluta entre 2140-1730 BC, como en el hipogeo de Son Mulet, o también entre 2020-1990 BC en la gruta de Can Martorellet, como tampoco en el dolmen de Aigua Dolça ya no aparece ni un solo fragmento de cerámica con decoración incisa atribuible al epicampaniforme, por el contrario, todo el repertorio cerámico lo constituyen vasos sin decorar y con la presencia, en muchos casos, de tipos que tendrán fuerte incidencia a lo largo del Bronce Antiguo o Naviforme I.
Hasta ahora los primeros objetos metálicos conocidos con estaño en cantidades que oscilan entre el 6,24% y el 8,52% de la aleación eran los punzones hallados en el dolmen de S’Aigua Dolça en Mallorca, donde aparecen asociados a un cuchillo triangular con remaches de filiación argárica, que es un bronce con 4,76% de arsénico. Este conjunto de elementos metálicos se asocia a un intervalo temporal que se extiende entre 1890 y 1680 BC. Sin embargo, recientemente se han dado a conocer (Lull et al. 2004; Micó 2005) datos de la tesis doctoral de C. Hoffman (1993), que habían permanecido inéditos, y entre ellos se aporta una datación radiocarbónica asociada a una punta de bronce con 10,52% de estaño en la aleación (Hoffman 1995) y a fragmentos de cerámicas decoradas empleadas como vasijas de reducción de Son Matge, cuya fecha se situaría en el intervalo 2100-2000 BC. Los contextos del sector “central” de Son Matge no son en absoluto seguros, como demuestran las heterogéneas dataciones radiocarbónicas de los mangos de punzones que Waldren consideró sincrónicos; por lo tanto, de aceptarse dicha datación para la citada flecha de bronce, no dejaría de ser una anomalía en el desarrollo metalúrgico del Bronce Antiguo balear. Como mucho puede aceptarse que en el sector central del abrigo de Son Matge, considerado por W. Waldren (1979) como Beaker wrokshop, se realizaron algunos trabajos de reducción de cobre durante el tardo calcolítico y el epicampaniforme, sin embargo esta especialización funcional del lugar no se observa para fechas más tardías.
A pesar de todo, por lo que respecta al equipamiento metálico, como veremos en su momento, a lo largo del Bronce Antiguo los instrumentos de cobre siguen representando unos porcentajes altos entre el instrumental de las islas, no siendo hasta los inicios del Bronce Final (o Naviforme II) cuando se cierra el ciclo de la metalurgia del bronce arcaica. Los cambios en la estructura de los asentamientos constituyen los mejores indicadores de las transformaciones sociales y económicas. En base a ello deberíamos admitir que, pese a la introducción de la metalurgia del bronce, los poblados de cabañas circulares con zócalos de piedra no se verán sustituidos por otras formas de gestión del espacio comunal, y seguramente del territorio circundante, hasta aproximadamente 1700/1650 BC, cuando algunos de ellos se ven sustituidos por habitaciones de planta naviforme que se levantan, en algunos casos, sobre las antiguas cabañas circulares calcolíticas, como en su momento desarrollaremos.
En las Baleares la incorporación del bronce a los implementos metálicos se produce de forma globalmente simultánea, aunque muy limitada, a lo que ocurre en las tierras continentales (Pare 2000) y especialmente con las que las islas tienen mejor comunicación marina, como es el delta del Ebro. Así en la Balma del Serat del Pont (Alcalde et al. 1997), en Gerona, se pudo estar trabajando con estaño en las aleaciones de los instrumentos metálicos entre 2560-1975 BC. Algo más tarde (18901500 BC) también se documenta en la cuenca del Ebro, como en Punta Farisa. Y ya más lejos, en Monte Aguilar de Navarra (Fernández-Miranda et al. 1995), aparecen punzones entre 1920 y 1760 BC con una presencia porcentual de estaño similar, aunque no superior al 10% de la aleación.
Sin bien es cierto que hay algunos elementos muy significativos de continuidad con la etapa anterior epicampaniforme, como son la pervivencia de algunas necrópolis colectivas de inhumación, no lo es menos la aparición de rasgos de identidad muy claros y significativos que no tienen antecedentes en las islas, como son precisamente las nuevas concepciones arquitectónicas, tanto en lo que respecta a la técnica ciclópea de construcción, como la propia distribución del ámbito doméstico y la organización del espacio comunal. Por el momento, las referencias cronológicas más seguras para situar la aparición de la arquitectura naviforme proceden del naviforme nº 1 [fig. (4)2, 1] excavado en el poblado de Closos. La gran pieza clave del enlosado del umbral se colocó sobre una pequeña cubeta de combustión, de forma concoide, aún con las brasas encendidas. El escaso tamaño de la cubeta de combustión (Calvo et al. 2001, 117) permite descartar, por otro lado, que se trate de un hogar anterior a la construcción del umbral y, por el contrario, sugiere la idea de que estemos ante un fuego ocasional, tal vez incluso con carácter de rito inaugural, y en cualquier caso parece sincrónico del momento en que se construía el naviforme. Dos dataciones absolutas sobre carbones de esta estructura de
Para Cataluña, J. L. Maya (1992) observó la persistencia de algunos elementos calcolíticos durante el primer desarrollo del Bronce regional, no sin advertir que en muchos casos en los que se había planteado la persistencia de elementos campaniformes y epicampaniformes en los inicios de la Edad de Bronce proceden de contextos muy inseguros, sin dataciones absolutas bien atribuidas a dichos conjuntos, o no se ha demostrado rigurosamente la coincidencia de ambos
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La secuencia temporal correspondiente a la Edad del Bronce del archipiélago, que nos proponemos justificar a lo largo de este capítulo y del siguiente, ampliando y revisando las anteriores que iban en esta misma línea (Salvà et al. 2002; Guerrero et al. 2006, 107-241), es la siguiente:
combustión nos indican que este evento pudo tener lugar entre c. 1740 y 1600 BC. También el edificio naviforme de Valldemossa, conocido como Son Baduia, aunque los resultados de la excavación no están publicados, dispone de una datación (UtC-7115) sobre hueso de fauna que nos indica un uso del mismo entre 1780-1610 BC, por lo tanto bastante coincidente con la de Closos de Can Gaià. Lo que parece sugerir que entre 1700 y 1600 BC ya había algunos asentamientos que habían roto con el esquema de aldea de cabañas circulares que habíamos visto bien ejemplificado en Son Oleza.
Fase 0: Transición Epicampanifome - Bronce (c. 2000/1900 a 1750). Ya justificada en el capítulo anterior. En definitiva englobaría las manifestaciones arqueológicas que transcurren entre la presencia de metalurgia del Bronce y la aparición de las primeras construcciones naviformes. La fase de uso generalizado de las sepulturas dolménicas se daría dentro de este periodo, aunque sus inicios en algunos casos podrían remontarse a fines del calcolítico; muchas, especialmente en Menorca, tienen continuidad durante la fase siguiente. Lo mismo puede decirse de los enterramientos colectivos en algunas grutas e hipogeos. Perdura el uso de abrigos como lugares de estabulación de ganadería trashumante.
Para Menorca se ha venido utilizando como indicador cronológico de la aparición de la arquitectura naviforme la datación (IRPA-1123) del contexto más antiguo de Cala Blanca [fig. (5)41] lo que situaría este evento entre 1690-1500 BC. Sin embargo, esta consideración debe dejarse en suspenso por varias razones. En primer lugar, la atribución contextual de la muestra es más que dudosa, pues el edificio no se levantó en suelo virgen, sino sobre un riquísimo paleosuelo que ha quedado al descubierto años después de la excavación por efecto de la erosión y el desplazamiento de algunos bloques del muro, el cual no se apoya sobre roca, sino sobre un horizonte arqueológico anterior que excede con mucho la superficie ocupada por el naviforme, como hemos podido comprobar a fines de 2005; por lo tanto, no puede descartarse que la muestra proceda de esta antigua ocupación del lugar, dado que la excavación de la cámara llegó a la roca madre, sin que se delimitase con claridad la interfacie de separación entre el suelo de frecuentación del naviforme y el paleosuelo preexistente, como los propios excavadores reconocen: “sense que sia fácilmente distinguible el punt de contacte” (Juan y Plantalamor 1997, 15).
Fase I: Bronce Antiguo o Naviforme I (c. 1750/16001400/1300 BC). Las primeras dataciones claramente ligadas a este tipo de arquitectura permiten aventurar que esta forma de organización social y territorial está ya plenamente implantada, tanto en Mallorca, como en Menorca, entre 1700 y 1600 BC. Aunque falta confirmación de cronología absoluta es posible plantearse que durante esta fase hiciese también su aparición en las Pitiusas el hábitat naviforme, como parecería indicar Cap de Barberia en Formentera. En el ámbito funerario seguirán utilizándose como lugares de necrópolis colectivas los dólmenes, en Mallorca hasta c. 1650 BC y en Menorca de forma residual continuarán usándose hasta 1550/1430 BC. Las necrópolis colectivas en grutas se consolidan y se extiende, sobre todo en Mallorca, así como la apertura de necrópolis hipogeas, tal vez inicialmente de planta sencilla. En Menorca aparece un singular monumento funerario caracterizado por una cámara alargada inserta en una estructura tumular de triple paramento.
En segundo término, la construcción calificada como naviforme de Cala Blanca no puede ser considerado un verdadero poblado, sino una construcción costera de soporte a la navegación de cabotaje (Guerrero 2006) y este tipo de yacimientos costeros, como veremos en el capítulo correspondiente, no comienzan a consolidarse hasta el Bronce Final, lo que estaría en mejor consonancia con la datación más moderna de Cala Blanca (Plantalamor y van Strydonck 1997), que se sitúa en el intervalo 1450-1250 BC. Aunque la construcción de muros paralelos que hoy vemos vino a sustituir y amortizar estructuras más antiguas que seguramente tuvieron una función similar de ayuda a la navegación entre Mallorca y Menorca.
Siguen documentándose prácticas trashumante en cuevas y abrigos.
de
pastoreo
En esta fase algunas grutas menorquinas y mallorquinas son utilizadas seguramente como santuarios rupestres. Fase II: Bronce Final o Naviforme II (c. 1400/1300-900 BC).
Los momentos iniciales de una formación social, como es bien sabido, son siempre muy problemáticos de fijar en prehistoria, sobre todo cuando existen claros elementos de continuidad con la etapa anterior y las dataciones absolutas referidas a esta cuestión son aún pocas, sin embargo, todos los datos sugieren que los primeros asentamientos del Bronce Antiguo con arquitectura ciclópea naviforme comenzaron a funcionar entre 1750 y 1600 BC.
En este periodo ya no se registran, como en el anterior, algunos fenómenos de clara naturaleza arcaizante, como el uso de necrópolis dolménicas. La metalurgia del bronce da el salto cualitativo definitivo hacia formas complejas de fundición. Todo parece indicar que, tanto Mallorca, como Menorca, registran un notable aumento demográfico. Ello va unido a un importante aumento de los intercambios con el exterior, como se infiere de la 187
claridad en el espacio ocupado por las dos construcciones naviformes, en ningún caso superarían la fecha anterior.
calidad y cantidad de los objetos de bronce, en su mayoría de prestigio o suntuarios. Como correlato, se documenta una intensificación paralela de la producción, como parece indicar el área de trabajo comunal en Closos; lo que, a su vez, genera la creación de una importante red de escalas costeras como ayuda a los intercambios a escala local y entre islas mediante navegación de cabotaje.
Todo parece indicar que el número de unidades domésticas en este asentamiento decreció sustancialmente, aspecto que tiene un gran interés, aunque la falta de estudios detallados sobre este yacimiento nos impide valorar las causas. Dos estructuras de planta alargada en herradura o naviformes circundadas por una cerca rectangular sustituyeron entre aproximadamente 1650 y 1400 BC al antiguo poblado calcolítico en el que podrían individualizarse un mínimo de entre seis y ocho cabañas circulares, aunque con toda probabilidad debían existir muchas más.
Faltan dataciones absolutas, pero es muy probable que durante los inicios de esta fase no se excaven más hipogeos funerarios e incluso se dejen de utilizar muchos de los que estaban en funcionamiento en la fase anterior, como parecen indicar los tramos más modernos (1490 y 1440 BC) de las dataciones de Rotana y Son Mulet. Tampoco los elementos cerámicos y metálicos característicos del Naviforme II los encontramos en dichas necrópolis.
Otros muchos, como veremos, son asentamientos de nueva planta, como sería el caso de Closos de Can Gaià [fig. (5)4, 1], en los que, hasta el presente, las excavaciones no han registrado actividad antes del Bronce Antiguo. Este tipo de asentamientos comenzaron a proliferar seguramente a partir de 1650/1600 BC hasta ocupar las zonas más marginales y agrestes de la isla, como ocurre con Cals Reis en Escorca.
Fase III: Bronce Final y transición a la Edad del Hierro (c. 900-850/800 BC). Proceso en el que se produce la descomposición de las entidades arqueológicas características del Bronce Final insular. El abandono de muchos poblados coincide con la aparición de un nuevo modelo de asentamiento caracterizado por viviendas nucleadas entorno a un monumento central, con aspecto más o menos turriforme. Paralelamente se abandona la red de asentamientos costeros, quedando sólo alguno que convenía al nuevo entramado de intereses que se genera tras la presencia fenicia en Ibiza. En este intervalo se sitúan algunas dataciones de tumbas fenicias en Ibiza, coincidiendo con la presencia de los primeros objetos fenicios en comunidades aborígenes de las otras islas.
La arquitectónica doméstica predominante en los asentamientos de la Edad Bronce mallorquín y menorquín esta constituida por edificios de técnica ciclópea, construidos con grandes bloques pétreos asentados en seco. La planta, como es bien sabido, tiene forma de herradura alargada con ábside entre apuntado y redondeado, lo que da al edificio una cierta forma de casco de nave volcada. Los muros, muy anchos, tienen un doble paramento con relleno de cascajo y bloques medianos en su interior. El portal, en la mayoría de los casos es una simple aproximación de la trayectoria de los muros en la zona de la fachada. Sin embargo, se conocen algunos casos en los que la entrada se hace a través de un corto corredor, como en algunos ejemplares del poblado de Es Burotell o Sa Coma de S’Aigua (Guerrero 1982, 72-78) y, el naviforme Alemany, el más conocido [fig. (4)1], todos ellos en Calvià
IV.1. Los asentamientos del Bronce Antiguo en Mallorca Durante algún tiempo convivieron los primeros poblados con edificios naviformes construidos con técnicas ciclópeas con las cabañas circulares de zócalos de piedra y probablemente hasta c. 1650/1600 BC no se produce una total sustitución del antiguo modelo de asentamiento por el nuevo. Esporádicamente en las otras islas aún pudieron perdurar algo más, como parecen sugerir los datos proporcionados por las cabañas de Torralba en Menorca y el Puig de Ses Torretes en Ibiza.
En los poblados, estas unidades arquitectónicas se pueden encontrar exentas, o formando conjuntos [fig. (4)2] de dos unidades adosadas, incluso de tres [fig. (42, 3]. Mucho menos frecuente es identificar cuatro adosadas [fig. (42, 4] y, en estos casos (1%), es fácil observar que son añadidos diacrónicos yuxtapuestos a conjuntos preexistentes. A partir de los yacimientos cuya conservación permite evaluar esta cuestión puede calcularse en Mallorca que los conjuntos triples no pasan del 2%, aumentado considerablemente por lo que respecta a los dobles que llegan a representar el 13%; sin embargo, debe reconocerse que la situación más habitual es la de los naviformes simples que representa un 84% de los naviformes conservados.
Hay perfecta constancia de que algunos asentamientos del Bronce Antiguo surgen en el mismo solar comunitario donde antes existía un poblado calcolítico. Probablemente el que mejor nos documenta este proceso es el yacimiento conocido como Son Ferrandell-Oleza [fig. (3)3]. Durante la fase anterior estuvo caracterizado, como ya se ha explicado, por la existencia de un número indeterminado de cabañas de planta circular de las que se conservan los zócalos de piedra. Observando la dispersión espacial de las dataciones anteriores a c. 1700/1650 BC es posible notar que existe una tendencia a la concentración de las mismas sobre los zócalos de cabañas circulares o en sus inmediaciones, mientras que las que pueden situarse con
En cualquier caso resta por hacer un estudio detallado de las estratigrafías murarias de los conjuntos compuestos para poder afirmar con toda seguridad que se planificaron inicalmente como conjuntos geminados o triples. Puede aseguararse que algunos de los dobles efectivamente 188
Existen muy pocas evidencias arqueológicas sobre el sistema de cubierta de estas construcciones. Sin embargo, en los ejemplares mejor conservados, como Can Roig Nou y Ca n’Amer, se observa una evidente inclinación hacia el interior de los muros mediante el sistema de aproximación de hiladas, lo que haría verosímil el sistema de un cierre final de la cubierta mediante grandes troncos apoyados sobre los muros, como aún vemos en algunas barracas de pastor. Finalmente todo el sistema debía ir recubierto de ramas y cascajo, con una impermeabilización de arcilla, como parece sugerir la gran cantidad de nódulos de este material (García Amengual 2006) acumulado en los niveles de derrumbe del naviforme nº 1 de Closos. Incluso superficialmente, en poblados no excavados, se observa la presencia de estos nódulos arcillosos, por lo que debemos suponer que éste era un sistema generalizado de cubierta en este tipo de arquitectura.
fueron planificado así desde su origen, no es tan seguro en el caso de los conjuntos triples y puede afirmarse que los conjuntos compuestos por cuatro unidades son el efecto de adosamientos sucesivos. No insistiremos en los aspectos formales de esta clase de arquitectura, que en definitiva son muy conocidos, pues en la mayoría de estudios tradicionales sobre el Bronce contituyen las cuestiones más reiteradamente analizadas. Sin embargo, es necesario reconocer que la organización del espacio en estos edificios no es ni mucho menos tan simple como hasta ahora se nos ha venido presentando. Las excavaciones en la naveta I de Closos han permitido obtener datos sobre la organización vertical y horizontal del espacio por completo ignorados hasta ahora. En el eje longitudinal, ocupando los dos tercios internos de la cámara, aparecieron cuatro bases construidas con tres o cuatro bloques superpuestos de mediano tamaño que han sido interpretadas (Calvo et al. 2001, 92-93) como soportes de un altillo o buhardilla construida en materiales perecederos, que se alzaría siguiendo una de las dos mitades [fig. (4)2, 1] longitudinales de la cámara.
Excepcionalmente sólo han conservado restos de techumbre los ejemplares menorquines de Son Mercer [fig. (5)6] y ésta consistía en un sistema de losas apoyadas sobre las columnas que a su vez aguantaban una cubierta de cascajo y piedra menuda, seguramente impermeabilizada con arcilla, como puede deducirse de gran cantidad de este material acumulado en los estratos de derrumbe del yacimiento que se han puesto al descubierto (Guerrero et al. 2006, 122) en la excavacón reciente de uno de sus laterales. En cualquier caso, la cronología de la fase constructiva de este singular edificio resta por aclarar, por lo que no sabemos si este tipo de columnas mediterráneas en construcciones naviformes corresponde a un fenómeno que debemos situar ya durante el Bronce Final.
El tratamiento del suelo de la cámara, con una mitad enlosada y la otra de tierra batida, también nos sugiere la existencia de dos ámbitos funcionales distintos, aunque por el momento no es posible concretar qué tipo de actividades se realizaron en cada uno de los dos espacios señalados. La escasa altura de los dos pisos superpuestos permite plantear la hipótesis de que fueran áreas dedicadas al almacenamiento de materiales perecederos y de descanso o dormitorio de sus habitantes. El tercio anterior de la cámara de esta naveta no registra aparentemente ninguna división vertical del espacio, mientras que, al contrario de lo que pasa en el interior, en esta zona delantera próxima al portal se localizaron (Calvo et al. 1999) las señales más evidentes de actividades de mantenimiento cotidiano de la casa. A pesar de las reformas que sufrió esta vivienda durante el Bronce Final, es igualmente en el tercio anterior donde volvemos a encontrar los mayores indicadores de actividad doméstica, como lo prueba la presencia de un mortero de piedra, una mesa pétrea de trabajo y descuartizamiento, así como abundancia de restos de comida y cerámica.
Uno de los equipamientos más singulares de algunas unidades arquitectónicas domésticas naviformes es la presencia de unas estructuras de combustión extraordinariamente complejas, se trata de grandes hogares con plataforma y fogón o caja para conservar las brasas. Los mejor documentados (Rosselló 1993) se han podido estudiar en los naviformes de Son Oms [fig. (5)2], Canyamel [fig. (5)1] y Hospitalet [fig. (5)5]. Las dataciones absolutas nos indican que todos estos hogares con plataforma se documentan en el Bronce Final (Naviforme II), por esta razón nos ocuparemos de ello en el capítulo correspondiente. Por el momento, el naviforme Alemany (Enseñat 1971), única unidad doméstica abandonada, según el contexto arqueológico, durante el Bronce Antiguo [fig. (4)1] no estaba provista de estas complejas estructuras de combustión. Su abandono seguramente se produjo tras sufrir un grave incendio, como parecen evidenciar con toda claridad las señales de calcinación que presentan los bloques pétreos del paramento interno de toda la cámara y particularmente en la zona de la entrada. Este accidente igualmente produjo la cocción accidental de las arcillas sobre las que quedaron improntas (Enseñat 1971) de esteras y cañizo.
Otros naviformes conservan también claras señales de haber sido estructuras mucho más complejas de lo que se pensaba hasta ahora. Así, por ejemplo, en la naveta central del conjunto triple [fig. (4)2, 3] de Can Roig Nou de Felanitx, Mallorca, (Calvo et al. 2001, 98) se observa que el muro presenta un escalonamiento en el remate superior con la clara función de haber servido de soporte a un enlosado que permitiría un piso superior, el cual ocuparía al menos los dos tercios internos del edificio. Este aspecto parece confirmarlo también un portal, hoy cegado, que se situaba a media altura del refuerzo interno del ábside y que tal vez daba acceso al piso superior mediante una rampa o escalera de varios peldaños. Una situación similar parece reflejar también la estructura de los ábsides de los naviformes dobles de Son Oms.
A pesar de las dificultades que presenta el registro arqueológico macroespacial referido a la distribución de asentamientos naviformes, es posible plantear algunas 189
Debe recordarse también que seguramente no todos los edificios naviformes han sido viviendas, así podría ocurrir con los de muy pequeño tamaño, como, por ejemplo, los que aparecen en los poblados de Formentor, Cals Reis y Son Bugadelles. También en Menorca se conocen estos naviformes de pequeño formato, como los de Son Mercer de Baix.
líneas básicas de lo que pudo ser el uso del espacio comunal de estas sociedades isleñas del Bronce Antiguo de las islas. Se conocen algunos casos de naviformes hoy aislados, aunque nos cuesta creer que en origen realmente se diesen asentamientos de una sola unidad doméstica. Mejor conocidos son los asentamientos de pocas viviendas, entre dos y cuatro, en algunos casos estructurados en forma de granja comunal, en el que una o dos unidades domésticas aparecen circundadas o integradas en una cerca de modo de corral [fig. (4)3, 4-6], como se ha podido observar en los poblados de Na Mera de Ses Salines, Ses Cabanasses de Petra (Calvo et al. 2001, 116); es posible que un muro que parte del exterior del ábside en el naviforme nº 1 de Closos responda también al mismo esquema de cerramientos de los espacios externos de las viviendas. A este modelo de granja con gran corral de planta rectangular se ajusta también el horizonte moderno de asentamiento de Son Ferrandell-Oleza (Waldren 1987; 1998), que durante tanto tiempo ha pasado erróneamente por constituir el paradigma de los poblados calcolíticos mallorquines. Las últimas campañas de excavación en el asentamiento de Closos han puesto de relieve la alta complejidad de la organización espacial interna [fig. (5)4], con distintas estructuras murarias de largo recorrido que separan amplias áreas del poblado con funciones distintas.
Las razones que indujeron a las comunidades del Bronce balear a cambiar radicalmente la configuración de un espacio doméstico simple, como las cabañas circulares, por soberbias estructuras “monumentalizadas”, diferenciándose así de la mayoría de los grupos continentales del Bronce Antiguo, es todavía una incógnita por resolver. Bien fuese por procesos de evolución interna o por aportaciones de nuevos grupos humanos llegados a las islas, todo sugiere que el cambió no sólo tuvo efectos formales en la arquitectura doméstica, sino también en la esfera de lo simbólico. De esta forma, la vivienda contituyó durante la Edad del Bronce insular la arquitectura de mayor relevancia en comunidades carentes de arquitectura social de carácter simbólico y ritual. Este fenómeno no fue conocido antes, ni tampoco se producirá después, durante la Edad del Hierro; periodo histórico en el que la vivienda vuelve a tener unas proporciones arquitectónicas muy modestas, comparada con los edificios turriformes de carácter social y ritual. El grupo doméstico parece alcanzar una relevancia superior al comunal o aldeano y esa situación parece quedar reflejada en la monumentalidad de la arquitectura doméstica. Lo que permite sugerir que, además de las finalidades utililitarias de las viviendas, éstas pudieron combinarse con otras de carácter simbólico. Como hace años nos recordó M. Eliade (1981, 370-382; 1998, 4647), la misma construcción del espacio doméstico no está exenta de connotaciones ideológicas, por lo que su misma edificación alberga metáforas cosmogónicas. La morada de la familia, utilizando las mismas palabras de M. Eliade, es el universo que el propio hombre se construye a imagen y semejanza de la creación ejemplar de los dioses, por ello, en buena medida la vivienda alcanza el valor simbólico de la imago mundi. Resulta sugerente relacionar estos planteamientos con la aparición de una pequeña cubeta combustión de forma cocoide encendida en el momento de colocar la losa clave del umbral de la naveta nº 1 del poblado de Closos (Calvo et al. 2001, 117), pues tiene todo el aspecto de haber constituido un gesto ritual, tal vez relacionado con el fin de los trabajos de construcción del edificio.
Frente a comunidades, caracterizadas por su baja concentración de unidades domésticas, se conocen poblados que acusan acumulaciones notables de naviformes. El mal estado de conservación en el que se encuentran la mayoría de estos asentamientos impide hacer una valoración exacta del número de unidades por poblado. Pese a ello son bastantes los asentamientos en los que el número de naviformes pasa de ocho o diez como en el de Closos, mientras que en las zonas montañosas de la isla de Mallorca son conocidos (Calvo et al. 2001, 113-114) asentamientos que superan la veintena de naviformes como Boquer o Ses Arenes de Formentor [fig. (4)3, 1-2]; sin embargo, carecemos de cronología absoluta para datar con seguridad estos conjuntos. La constatación de que en áreas con suelos poco productivos se den estas altas concentraciones sugiere que en las zonas llanas y más productivas de la isla debían abundar también poblados con gran densidad de estructuras domésticas. En los poblados, además de los naviformes, identificados como estructuras de hábitat, se pueden reconocer otros tipos de construcciones [fig. (5)4] que hasta ahora han pasado bastante desapercibidas. Una de ellas serían las cercas o corrales, de las que ya se ha hecho mención, las cuales dividen el espacio comunal y a la vez agrupan o individualizan uno, dos, y en ocasiones algunas más de estas edificaciones. En el estado actual de la investigación no es posible saber si esos corrales ligados a poblados actúan de forma coordinada y simultánea con los lugares de estabulación estacional bien documentados en Son Matge y Mongofre, lo que sería normal en un régimen de ganadería trashumante, sin la cual lo refugios de montaña obviamente carecen de sentido.
Esta majestuosa arquitectura doméstica perdurará a lo largo del Bronce Final, pero las cosas comenzarán a cambiar drásticamente y aparecerán claros signos de diferenciación social. Seguramente ligados al acceso desigual a los mecanismos del intercambio exterior, fundamentalmente de metales, que necesitó de una cada vez más centralizada gestión, como parece indicar la singular red de asentamientos costeros (Guerrero 2006) que en su momento se estudiará.
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IV.2. El hábitat menorquina
y
la
arquitectura
La mayor parte de los asentamientos de este tipo se concentran en la zona geológica de Migjorn, formada por calcarenitas sedimentarias del terciario, en la que se localizan los escasos recursos acuíferos superficiales y los torrentes de la isla. Generalmente se registran núcleos de varias unidades naviformes, emplazados en zonas de buena visibilidad sobre barrancos, a poca distancia de fuentes de agua, aunque también los localizamos en zonas llanas e incluso sobre pequeñas elevaciones o montes.
naviforme
A pesar de que en Menorca la documentación disponible sobre los naviformes resulta todavía escasa, puede decirse que el tipo de hábitat es idéntico al registrado en Mallorca. La tipología más característica de arquitectura doméstica es también el naviforme [fig. (4)2, 2], una estructura de planta alargada en forma de herradura que, por lo general, aparece en agrupaciones con un número variado de unidades, algunas de ellas adosadas por sus muros unas junto a otras, como el caso de Son Mercer de Baix (Plantalamor 1991, 29-36) o Clariana (Plantalamor 1975; 1991, 20-27). La mayor parte de los naviformes de Menorca disponían de cubiertas formadas a base de elementos lígneos y orgánicos; sin embargo, en al menos dos casos -Son Mercer de Baix- han perdurado dos ejemplos de cubiertas realizadas en piedra sobre columnas polilíticas de tipo “mediterráneo” que, como ya se ha dicho, no pueden datarse con precisión.
Es posible que algunas cabañas de planta circular, de tradición anterior, perduraran en los primeros años del Bronce Antiguo, tal podría ser el caso de la estructura de Torralba d’en Salort [fig. (3)6, 2 y (5)8, 2]. IV.3. Ocupación de abrigos y grutas para una ganadería trashumante. En los capítulos precedentes, tanto el correspondiente al Calcolítico, como el dedicado a estudiar las evidencias inmediatamente anteriores a la difusión definitiva de las cerámicas insulares campaniformes, se describió un modelo de ocupación de abrigos y cuevas, rigurosamente comprobado en Son Matge (Mallorca) y Mongofre (Menorca), que responde a una forma de explotación ganadera en régimen de pastoreo itinerante o trashumante, con la estabulación de los ganados en estas estructuras naturales de la sierra. Se recordará que la característica fundamental mediante la que pueden identificarse estos yacimientos es una estratigrafía muy llamativa [Fig. (2)9 y (4)4] formada por la superposición de muchos estratos, relativamente horizontales y de gran extensión, en los que se van alternando finas capas con partículas quemadas, seguidas de otras más gruesas de aspecto ceniciento.
A pesar de todo, el recubrimiento final de la techumbre debía hacerse a partir de una capa impermeabilizante de arcilla, como puede observarse en el potente estrato que las mismas formaron en los niveles de derrumbe del gran naviforme de Son Mercer de Baix (Guerrero et al. 2006, 122; Garcia Amengual 2006). Sabemos poco sobre la organización interna de estos naviformes, pues sólo conocemos la disposición de un pequeño hogar de tendencia oblonga, delimitado por piedras en uno de los naviformes de Clariana [fig. (4)2, 2], aunque su organización no debía de diferenciarse demasiado del modelo que observamos en ejemplares mallorquines como el nº 1 de Clossos. Parece claro, sin embargo, que este tipo de asentamientos deben interpretarse como pequeñas granjas, de ámbito familiar, que gestionarían y explotarían todos los recursos de su entorno, para la subsistencia inmediata del grupo. En un primer momento, no se observan rasgos de acumulación de excedentes que no supongan el mantenimiento diario del grupo, aspecto que, como veremos, cambia radicalmente a partir del 1400/1300 BC. Los ajuares domésticos localizados en el interior de estos hábitats están conformados por unos pocos contenedores cerámicos de gran tamaño, probablemente para almacenar agua o algún tipo de alimento, y por vasos de tamaño mediano y pequeño, como cazuelas y ollas, que probablemente servirían para cocinar o manipular los contenidos de los vasos mayores. Así mismo, se documentan punzones de hueso, y manos de molinos de piedra.
Esta forma de pastoreo trashumante de ovejas y cabras, junto a bóvidos en el caso de Menorca, la comenzaron a practicar las primeras comunidades asentadas en las islas desde c. 2860-2460 BC, se continuó a lo largo del Calcolítico y persistió a lo largo del Bronce Antiguo (Naviforme I). Estos sistemas de estabulación estacional de los ganados está igualmente bien documentada en el continente. Uno de los fenómenos característicos de estos yacimientos continentales en cuevas y abrigos es la extraordinaria continuidad con el mismo uso a lo largo del tiempo, pues se detectan desde el Neolítico y, sin interrupción, llegan a la Edad del Bronce, al igual que ocurre en las Baleares. Dos yacimientos en Mallorca y uno en Menorca son aún insuficientes para cerrar conclusiones; sin embargo, resulta llamativo que las fechas más modernas de esta secuencia en los mismos converjan hacia 1450 BC, lo que sugeriría que estos sistemas de pastoreo cesaron a comienzos del Bronce Final (Naviforme II) y pudieron ser sustituidos por otros de momento mal conocidos; quede la cuestión planteada como hipótesis de trabajo hasta que se excaven más yacimientos con el mismo uso.
Hasta hace poco se insistía en que la localización de este tipo de estructuras arquitectónicas en la isla de Menorca se restringía a la zona Oeste de la isla (Plantalamor 1991). Sin embargo, nuevos hallazgos y descubrimientos evidencian que este tipo de hábitat estaba extendido por toda la isla, como se evidencia a partir de los naviformes de Biniac de Davant (López Pons 2001), Es Puig Mal o Sa Creu d’en Ramis (Guerrero et al. 2006, 126), ubicado en el límite más oriental de la isla, próximo al puerto de Maó.
En el cercado o corral parcialmente excavado en el poblado de Closos esta secuencia estratigráfica tan característica no se ha detectado, ni tampoco en el interior 191
También estas actividades parecen cesar, entre 1500 y 1400 BC, en los casos de Son Gallard y Son Matge; el final de este uso en el segundo de los abrigos se hace aún más evidente, pues los mismos espacios que habían venido utilizándose como estabulación y/o refugio son utilizados ahora, al igual que en el menorquín de Mongofre, para fines sepulcrales durante el Bronce Final o Naviforme II, aspectos que serán oportunamente estudiados en el capítulo correspondiente a las prácticas funerarias. Que abrigos rocosos dominando buenos pastos de montaña y agua para los ganados se amorticen para fines funerarios después de más de un milenio de uso, parece enfatizar un cambio en las estrategias de explotación ganadera que antes hemos apuntado.
de la gran cerca-corral de Son Ferrandell-Oleza; sin embargo, hay que tener en cuenta que el uso de corrales al aire libre es muy poco propicio a este tipo de acumulación sedimentaria, la cual requiere de especiales condiciones, que sí se dan en cuevas y abrigos, para que estas potentes acumulaciones sedimentarias se conserven. Sin embargo, el caso mejor documentado de uso de abrigos como refugios estacionales de pastores lo tenemos en Son Gallard (Guerrero et al. 2005). La gran cantidad de hogares que se distribuyen a lo largo y ancho del área que protegía la visera original del abrigo, hasta que ésta se desprendió entre 1600 y 1500 BC, nos indica que las estancias eran cortas y los usaban muy pocas personas, como parecen indicar los pocos artefactos que se localizan en su conexión. Seguramente los encendían y utilizaban los mismos pastores que estabulan sus rebaños tal vez en otro rincón del abrigo, aunque el lugar concreto de estabulación no se ha podido documentar en Son Gallard, pero debemos tener en cuenta que la mayor parte del abrigo ha quedado sepultado por enormes desprendimientos que impiden excavar los niveles fértiles que aún se conservan debajo. Sin embargo, en Son Matge, mientras que en el sector Este se estabulaban cabras y ovejas (Bergadà et al. 2005 aa), seguramente cercadas con rediles de cañas, la zona central del mismo era utilizada por los pastores para otros menesteres, entre ellos seguramente el de refugio de los mismos pastores durante las estacias temporales en las que se estabulaba el ganado.
IV.4. Los “santuarios” rupestres Gracias a las excavaciones de dos yacimientos intactos, y en gran medida sellados desde la antigüedad, se ha podido documentar un interesante uso de grutas naturales como lugares de culto. El mundo de las creencias durante la Edad del Bronce era uno de los aspectos peor documentados de las comunidades que habitaron las islas durante esta fase de la prehistoria. De hecho sólo eran conocidos algunos elementos muebles como es el caso del denominado ídolillo fálico (Rosselló 1968) aparecido en el asentamiento de naviformes mallorquines de Son Maiol, algunos “betilos” o elementos de piedra con cavidades aparecidos en los hipogeos funerarios de Ca Na Vidriera 4 (Llabrés 1978) y Cala de San Vicenç 6 (Rosselló et al. 1994), así como la placa de terracota antropomorfa de Son Matge (Waldren 1982, fig. 114) ésta última correspondiente ya al Bronce Final; todos ellos, salvo el idolillo de Son Maiol, estaban asociados a contextos funerarios.
En Menorca el yacimiento de Mongofre Nou (Bergadà y de Nicolàs 2005) obedece a este mismo sistema de explotación ganadera. El conjunto está formado por dos cavidades naturales [fig. (4)4, 1] que deben considerarse más como abrigos que como cuevas. La covacha o abrigo excavado, conocida también como Cova dels Morts de Mongofre [fig. (4)4, 2], fue cerrada por los pastores mediante un muro de técnica ciclópea para estabular en su interior los rebaños. La segunda de las covachas, a unos metros de la primera, no ha sido excavada, pero es muy probable que pudiese documentarse en ella el refugio de los propios pastores.
Nuestros conocimientos sobre el registro arqueológico relacionado con las creencias de estas gentes se han ampliado considerablemente con el descubrimiento y excavación de los depósitos intactos de las grutas menorquinas de Es Mussol y de Es Càrritx (Lull et al. 1999). La primera es una cueva compleja abierta en un acantilado que cae verticalmente sobre el mar y con un acceso muy difícil. El equipamiento cerámico era relativamente reducido y abundaban los contenedores de mediano a gran tamaño. Algunas vasijas fueron amortizadas y reutilizadas como capa refractaria de pequeños hogares que tuvieron diferentes funciones, desde la iluminación de algunos puntos concretos, junto a actividades de carácter más social e ideológico. Una muestra de carbón (BETA-110140) nos indica que estuvo en actividad entre aproximadamente 1760 y 1410 BC.
El análisis de la secuencia estratigráfica (ver anexo 1) generada por las prácticas de pastoreo trashumante en Mongofre ha permitido constatar [fig. (4)4, 5 y (4)19] la existencia de distintas ocupaciones periódicas relacionadas principalmente con la estabulación de bóvidos; aunque en ocasiones aparecen junto a ovicaprinos. En los lechos de estabulación, quemados por los pastores al fin de la temporada de uso, se encuentran acumulaciones de hojas y gramíneas carbonizadas, junto a excrementos característicos de los bóvidos. La combustión habría alcanzado una temperatura entre los 450 y los 500°C, tras la cual se evidencia que transcurrió un tiempo de exposición aérea en el que el abrigo no fue utilizado. A continuación se producen nuevas ocupaciones y el proceso se repite de forma similar hasta que definitivamente el lugar, hacia 1500/1400 BC, no vuelve a utilizarse para este fin.
Junto a las cerámicas aparecieron un punzón de hueso, un botón prismático realizado sobre marfil, un percutor de piedra y restos de estalactitas fragmentadas. El registro arqueofaunístico de esta área también es de gran interés. Según los excavadores del yacimiento, se documentaron algunos restos de fauna doméstica entorno al hogar. El análisis de estos restos de animales indica que fueron sacrificados y descuartizados fuera de la cueva y que posteriormente se introdujeron determinadas partes de los 192
perfectamente representar la misma alegoría relacionada con zonas de paso o fronteras metafóricas, bien simbolizada en el contacto entre el mar y la tierra.
mismos en el interior de la caverna. No hay señales evidentes de que los restos fueran consumidos. Esto, junto al hecho que los restos representen habitualmente un individuo joven y otro adulto, confiere una significación especial que sugiere un uso ceremonial de la gruta.
La “Cova des Moro”, que dispone de un magnífico portal y corredor de entrada ciclópeo, con losas arquitrabadas, no fue convertida en necrópolis colectiva durante el Bronce Naviforme, como ocurrió con la menorquina de Es Càrritx. Sin embargo, la frecuentación más intensa de Cova des Moro, a juzgar por los materiales cerámicos se produce precisamente entre c. 1400 y el 1000 BC.
El carácter sacro de esta cueva perduró a lo largo del Bronce Final, como más tarde veremos, puesto que una de las cámaras de la misma se utilizó para determinados ritos de paso entre el 1200 y 1000 BC. A esta temporalidad corresponden los dos bustos de madera hallados en la gruta, uno representando a un varón y el segundo a un zooantromorfo, lo que termina por redondear la interpretación de lugar sacro de este espacio cavernícola.
El principal elemento para inferir prácticas rituales lo constituye la ofrenda, o depósito ritual, de una daga de bronce [fig. (5)15, 2], rica en estaño1 (14,6%), que no parece presentar señales de uso, y que fue ocultada entre dos láminas estalactíticas a gran altura, lo que elimina un olvido casual no intencionado. Las características del hallazgo no permiteron obtener una datación absoluta. Por otro lado, se trata con toda probabilidad de una pieza importada2 lo que dificulta aún más obtener una datación clara del momento de la deposición, pues las piezas metálicas, como todos los elemntos éxoticos y de prestigio3, pueden tener extraordinarias perduraciones antes de ser amortizados.
También en la gruta menorquina de Es Càrritx, situada en la pared de un barranco del interior de la isla, se documentaron unos restos arqueológicos que, por su naturaleza y composición, sólo pueden estar ligados a actividades de culto, aunque su significado exacto se nos escapa. En la sala nº 4, se localizó una hoguera, entorno a la cual aparecieron restos de distintos tipos de vasos cerámicos, junto a carbones, restos de fauna doméstica y estalactitas fragmentadas. Algo más hacia el interior, en la sala nº 6, se localizó un nuevo hogar situado sobre una plataforma de piedra, compuesto principalmente por carbones, que aparecían mezclados junto a falanges humanas de pies y manos, y fragmentos de estalactitas y estalagmitas. Un poco más adelante, aparecieron los restos de un pie humano manipulado, puesto que uno de sus tarsos fue substituido por otro hueso que les debió parecer similar, pero cometieron un error, pues trataba del carpo de una mano. Iluminaba todo el conjunto un vaso candil, probablemente sujeto desde algún punto de la pared, mediante cuerdas. Los investigadores de la cueva (Lull et al. 1999) plantean una interpretación mágicoritual para esta área. Ya en el fondo de la gruta, localizaron una pequeña ollita, decorada mediante dos pequeños mamelones, que según los investigadores de Es Càrritx, representaban pezones en alusión simbólica al principio femenino, evocando tal vez la fertilidad de personas y animales. Este uso ritual de la cueva se inició (UTC-7858) como mínimo entre 1700 y 1500 BC, de forma prácticamente contemporánea a la de Es Mussol. Poco tiempo después (c. 1450 BC) la cueva estaba siendo utilizada también como necrópolis de una comunidad del Bronce menorquín.
Probablemente la amortización ritual de la daga pudo producirse ya durante el Bronce Final, cuando estas prácticas resultan muco más frecuentes. En cualquier caso la gruta estuvo siendo utilizada a lo largo del Bronce Antiguo, como nos indica una datación (Beta 162615), lo que nos marca una temporalidad, 1890-1610 BC (Ramis et al. 2005), pareja a la utilización cultual de las menorquinas Es conocida desde antiguo igualmente la existencia de un corredor ciclópeo similar al de la entrada de Cova des moro en el interior de la gruta del Drac en Manacor, que sus descubridores (Banquier, 1930; Hemp, 1930) pensaron que podría trartarse de un “dolmen”. Colominas había recogido referencias gráficas con plano y foto que después serían publicadas por Font (1970: 383-4). En realidad no se trata de ningún dolmen (Guerrero y Calvo
1 Los primeros análisis fueron realizados provisionalmente antes de las labores de limpieza y dieron un resultado de 29,81% de estaño. La pieza ha vuelto a ser analizada y la media de todas las catas es de 14,6%, por lo tanto debe corregirse la composición publicada con anterioridad (Hierro 2001). 2 Agradecemos la información al Dr. Martín Almagro (Universidad Complutense de Madrid), quien tiene previsto abordar un estudio formal de la pieza.
En Mallorca, durante esta misma fase, estas prácticas sociales de culto en grutas no aparecen tan bien documentadas, seguramente por que no se conoce ningún yacimiento sellado que se haya podido librar de los saqueos permanentes a que son sometidas las cuevas de la isla. Sin embargo, la excavación en una de ellas, denominada Cova des Moro, ha permitido intuir (Calvo et al. 2001 a) que estas prácticas rituales en grutas debieron estar igualmente presentes en las comunidades del Bronce Naviforme mallorquín. Esta gruta se abre también sobre la pared de un acantilado marino precedido de una corta plataforma rocosa que no hace tan penoso el acceso como la del Mussol; pese a todo, puede
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Recuérdese como ejemplo los siguientes relatos de Herodoto: Dicen que ciertas ofrendas envueltas en rastrojo llegan de los hiperbóreos a los escitas, y de los escitas las toman unos tras otros los pueblos vecinos, las transportan al Adriático, que es el punto más remoto hacia Poniente, y de allí son dirigidas al Mediodía, siendo los dodoneos los primeros griegos que las reciben; desde ellos bajan al golfo de Malis y pasan a Eubea, y de ciudad en ciudad las envían hasta Caristo; desde aquí, dejando de lado a Andro, los caristios las llevan a Teno, y los tenios a Delo. De este modo dicen que llegan a Delo las ofrendas (Herodoto, IV, 33). En el caso de las armas codiciadas es significativo también lo siguiente: Baste lo dicho acerca de los hiperbóreos, pues no cuento el cuento de Ábaris, quien dicen era hiperbóreo, y de cómo llevó la saeta por toda la tierra sin probar bocado (IV, 36).
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Seguramente un complejo proceso de sincretismos generó esta variada gama de lugares funerarios con formas rituales que se entremezclan en muchos de ellos. Trataremos de analizar cada uno de estos distintos tipos de necrópolis:
2001), sino, como se ha dicho, de un corredor ciclópeo cuyo uso funerario puede descartarse. Debemos reconocer que su significación cultual es inferida por su localización en un lugar oscuro, así como de la gran inversión de esfuerzo realizada en la construcción de un complejo elemento arquitectónico sin ninguna utilidad práctica.
IV.5.1. Inhumaciones en tumbas individuales Las recientes excavaciones en el abrigo mallorquín de Son Gallard (Guerrero et al. 2005), han permitido poner al descubierto una tradición funeraria hasta ahora desconocida en la Edad del Bronce de las islas. Se trata de las inhumaciones individuales en cistas o someras estructuras de piedra cuyas dataciones respectivas son 1690-1500 BC, la primera de ellas (KIA-21215), y ligeramente más moderna la segunda (KIA-27616) 16301430 BC. Por lo tanto, hoy sabemos que esta modalidad funeraria, por completo desconocida hasta ahora en la historiografía del Bronce isleño, se desarrolló a lo largo del Bronce Antiguo. Aunque es bien posible que constituya una herencia ritual de grupos originarios del Calcolítico, pues la presencia de inhumaciones individuales, o muy poco numerosas, se conoce durante esa fase de la prehistoria mallorquina, como ya en su momento se analizó.
IV.5. Necrópolis y tradiciones funerarias en Mallorca y Menorca Uno de los aspectos relacionados con las prácticas funerarias vigentes a lo largo del Bronce Antiguo que más llama la atención es la convivencia de tradiciones distintas. Que esto ocurra en unos territorios tan limitados como las islas de Mallorca o Menorca, sólo puede deberse a que durante esta fase de la prehistoria se consolida y se extiende demográficamente una población que habría ido conformándose a partir de orígenes distintos. Aunque en la cultura material no se aprecien diferencias sensibles, el hecho de que grupos sociales que conviven en vecindad mantengan sus formas primigenias de inhumarse parece enfatizar que la razón pueda ser una procedencia diversa de grupos que fueron sumándose al sustrato humano campaniforme. Seguramente los emparejamientos exogámicos borraron pronto las diferencias en la cultura material, pero las ancestrales tradiciones funerarias clánicas o de diferentes líneas de parentesco tardaron mucho más en difuminarse y borrarse.
Esta modalidad de inhumación es poco propicia a la conservación, por eso no es posible evaluar su extensión en la isla y, en realidad, las tumbas de Son Gallard son por ahora las únicas que se conocen. Por desgracia, el colapso de la visera del abrigo machacó literalmente las dos tumbas puestas al descubierto, de tal forma que ni siquiera han podido excavarse en extensión. A partir de los datos de Waldren (1982), completados por los ahora obtenidos (Guerrero et al. 2005), parece que estamos ante una sencilla forma de enterramiento, al que no acompañan ajuares, y en los que el cadáver es acomodado en posición encogida, buscando alguna irregularidad o pequeña cavidad del suelo rocoso; después la tumba es someramente protegida con losas sin trabajar.
Por una parte persistieron formas de enterramiento, como las inhumaciones individuales, que seguramente se inician durante el calcolítico. Igualmente tiene su arranque en la etapa cultural epicampaniforme la tradición de las inhumaciones colectivas en grutas, aunque ahora se extenderá de forma considerable. Paralelamente se comenzarán a excavar en las zonas de Mallorca con sustrato rocoso más blando, como las areniscas, hipogeos para albergar también inhumaciones colectivas. Finalmente, algunos grupos que ocuparon la bahía de Alcudia, tal vez emparentados con gentes de la vecina Menorca, se inhumarán en cámaras dolménicas.
IV.5.2. Inhumaciones de pequeños grupos en covachas y abrigos
Todo ello configura un complejo panorama que ocupará el periodo que se extiende entre c. 2000 BC hasta la consolidación y generalización de la arquitectura naviforme, para iniciar un proceso de homogeneización entre 1600 y 1400 BC, momento en el que veremos cómo se abandonan muchas de estas necrópolis y aparecen nuevas formas de inhumación colectiva. Todo ello sin descartar esporádicas perduraciones y eventuales reocupaciones de algunas antiguas necrópolis.
Una variante de las inhumaciones colectivas en grutas está representada por un tipo de cementerio no masivo, es decir enterramientos probablemente ligados sólo a un segmento del grupo: familia extensa, linaje mínimo o clan familiar. Uno de los yacimientos más representativos podría ser la covacha de Son Marroig (Valldemossa, Mallorca), situada en la pared del abrigo de Son Gallard. En uno de los espacios que la gran roca caída permitía excavar fueron localizados varios cráneos, W. Waldren (1982, 200) indica ocho enterramientos, aunque en el plano sólo se consignan cinco. Todos aparecían alineados junto a la pared rocosa Norte, y, próximos a ellos se hallaron lo que aparentaban ser paquetes de huesos largos alineados junto a varias vasijas cerámicas sin decorar.
En definitiva, el estado actual de la investigación, permite asegurar que durante el Bronce Antiguo (o Naviforme I) una de las notas características de las prácticas funerarias de las comunidades de Mallorca y Menorca fue su notoria diversidad. La interpretación que de ello puede inferirse no es fácil. Sin embargo, una de las causas posibles pudiera estar en los diferentes aportes poblacionales que las islas fueron recibiendo desde el tercer milenio BC.
Los datos taxonómicos de Son Marroig no son muy precisos para asegurar, sin que queden dudas razonables, 194
pequeñas se habían introducido en otra mayor. Obviamente esta no es la única gruta que fue utilizada como necrópolis colectiva del Bronce Antiguo, se conocen muchas más que fueron inventariadas por C. Veny (1968), sin embargo, ninguna llegó intacta, como la de Can Martorellet, para conocer detalles de la liturgia funeraria. Como mucho se han podido estudiar colecciones distintas de ajuares procedentes de estos importantes yacimientos arqueológicos y por eso no serán tenidas en cuenta aquí, salvo recordar que ninguna de las cuevas inventariadas por C. Veny tiene indicadores arqueológicos que nos permitan sospechar su uso a lo largo del Bronce Final, salvo alguna perduración muy marginal y esporádica.
que se trate de inhumaciones secundarias. Es decir, que los cadáveres sufriesen un proceso de descarnamiento en otro lugar antes de ser depositados definitivamente en la covacha abierta en la pared del abrigo, o bien dentro de la misma, aunque recolocados con posterioridad. Sólo disponemos de una datación radiocarbónica (Y1824) obtenida de los restos humanos para encuadrar el uso funerario de esta pequeña cavidad. Sabemos que se analizó una muestra de 500 g. con un resultado que proporcionó una fecha contenida en el intervalo 19801600 BC. Por lo tanto, la posibilidad de que se utilizasen huesos de distintos individuos debe ser contemplada; en este caso el resultado representaría un momento intermedio entre el elemento más antiguo y el más moderno de los componentes de la muestra y, en consecuencia, expresaría un terminus ante quem para el inicio de esta pequeña necrópolis.
Por lo que respecta a Menorca, gracias al programa de recogida de muestras para datación de C-14 del Institut Menorquí d’Estudis (Mestres, Nicolás, 1999), pudieron datarse una serie de yacimientos prehistóricos de Menorca. Sin embargo, el denominador común de la mayoría de ellos era que las muestras procedían de las escombreras de las intervenciones clandestinas o estaban descontextualizadas, por lo que las dataciones perdían una gran parte de su valor documental.
IV.5.3. Inhumaciones colectivas en grutas Las prácticas funerarias consistentes en inhumaciones colectivas en grutas, tuvieron sus orígenes en un momento indeterminado del epicampaniforme. Al menos, su primera constatación segura procede de la gruta se Sa Canova (Amorós 1955) que proporcionó un interesante ajuar de cerámicas con decoraciones incisas de tradición epicampaniforme, como en su momento ya se explicó.
Una de estas dataciones procedía de la necrópolis de Cala’n Caldés, en el norte de Mahón. La necrópolis de Cala’n Caldés está situada sobre terrenos calcáreos cuaternarios, emplazados sobre suelos primarios formados por pizarras. Este yacimiento está formado por un conjunto de cuevas y abrigos naturales, retocados en algunos casos por la mano del hombre, y que fueron utilizados como sepulcros de inhumación. Una datación (UBAR-414) sobre un hueso humano de esta necrópolis proporcionó el intervalo 1940-1630 BC.
La tradición funeraria de inhumaciones colectivas en grutas siguió consolidándose a lo largo del Bronce Antiguo. En este sentido no parece haber ninguna ruptura con la etapa anterior y las mismas necrópolis que habían registrado ajuares epicampaniformes, como Son Maiol (Plantalamor 1974) o Corral des Porc (Cantarellas 1972, 24), continuaron sin interrupción recibiendo nuevas inhumaciones.
También en la gruta de Bouer fueron hallados restos humanos en conexión con cerámica. Una datación radiocarbónica (KIK-397/UtC-3739) sobre uno de estos huesos humanos dio un resultado (Mestres, Nicolás, 1999) muy parejo, 1940-1680 BC, al de Cala’n Caldés. Por desgracia tampoco tenemos más datos de esta necrópolis. Como estadísticamente sería muy poco probable que una sola datación de cada una de estas necrópolis hubiese coincidido con los dos individuos más antiguos, debemos pensar que Cala’n Caldés y es Bouer constituyen las necrópolis de este tipo más antiguas de las conocidas en la isla.
Una de estas grutas, Can Martorellet [fig. (4)5], ha proporcionado una información muy relevante sobre los inicios y desarrollo de la tradición de inhumaciones colectivas durante el Bronce naviforme. Por el momento se dispone de una serie de cinco dataciones radiocarbónicas (Van Strydonk et al. 2002): cuatro obtenidas sobre colágeno humano y una sobre un peine de madera carbonizada. Las dataciones sobre huesos humanos nos indican que los primeros enterramientos se iniciaron (KIA-15714) entre 2020 y 1770 BC, es decir en la fase final del epicampaniforme mallorquín. De las cinco dataciones absolutas, cuatro corresponden al Bronce Antiguo y sólo una (KIA-15720) podría llegar a la fase siguiente. Esta circunstancia y la naturaleza de los ajuares parecen apuntalar que la temporalidad fundamental del uso de esta necrópolis corresponde a esta fase de la prehistoria y tal vez un uso esporádico o residual afectaría al Bronce Final (1410-1120 BC). La mayor parte de los ajuares hasta ahora publicados (Pons 1999, 123-132), tanto metálicos, como cerámicos, están claramente vinculados al Bronce Antiguo.
Es altamente probable que estas dos necrópolis en cuevas hayan podido tener sus inicios mucho antes de la temporalidad indicada por ambas dataciones, tal vez al menos durante el epicampaniforme, sobre todo después de los antecedentes proporcionados por las excavaciones de Biniai Nou. IV.5.4. Inhumaciones colectivas en hipogeos Simultáneamente se generaliza, durante el Bronce Antiguo, la excavación de hipogeos funerarios en la roca arenisca. Es ésta una práctica común y bien documentada tanto en Mallorca [fig. (4)6, (4)7 y (4)8] como en Menorca [fig. (4)9]. El antecedente de las cuevas
Entre los rituales puede destacarse la ofrenda de productos en vasijas cerámicas que eran tapadas con otras de menor tamaño, en algunos casos varias vasijas 195
artificiales de cámara alargada, con corredor y nichos tal vez deba buscarse en los pequeños hipogeos [fig. (4)6, 1] de planta sencilla similares a los de Ca Na Vidriera nº 4 (Llabrés 1978), los cuales presentan ajuares homologables a los que aparecen acompañando los últimos momentos de ocupación de los dólmenes y la covacha de Son Marroig. La datación radiocarbónica más antigua (Gómez y Rubinos 2005) obtenida de restos humanos de Son Mulet, que es un hipogeo de planta sencilla, ligeramente oval y con un nicho lateral (Veny 1968, 78), ha proporcionado el intervalo 2140-1730 BC, lo que parece confirmar plenamente esta cuestión.
Menorca, se sitúa en el intervalo1520-1400 BC. En esta tumba, tanto la mayor parte de su paquete sedimentario, como los ajuares se perdieron debido a la fuerte erosión. Sin embargo se pudo detectar la presencia de semillas carbonizadas, correspondientes a cebada desnuda y vestida, que originalmente pudieron formar parte de las ofrendas funerarias de este conjunto. La tumba, excavada en la pared del acantilado de Trebaluger, a unos 10 m. de altura, está muy erosionada, y probablemente su cámara se excavó aprovechando una pequeña cavidad natural anterior, por lo que su forma no responde a la tipología común en este tipo de hipogeos.
Dos circunstancias desgraciadas para la investigación impiden poder estudiar con detalle este tipo de necrópolis hipogeas: Por un lado, no se tienen dataciones radiocarbónicas suficientes que nos posibiliten referentes cronológicos seguros. Por lo tanto, sólo la cultura material nos permite aproximaciones a la cronología de estos contextos funerarios, los cuales estuvieron con toda probabilidad en uso durante buena parte del Bronce Antiguo. Por otro, los saqueos sistemáticos de estos cementerios impiden hacerse una composición de lugar, ni aproximada, de los detalles de la liturgia funeraria. El caso de Menorca es particularmente grave, puesto que ni una sola tumba de estas características ha sido hallada intacta, y sólo disponemos de noticias sobre hallazgos descontextualizados.
Desde un punto de vista exclusivamente formal los hipogeos pueden ser clasificados de acuerdo a su complejidad estructural, sin que esto suponga ninguna distinción cronológica apreciable, en: 1) Hipogeos simples, con entrada a través de un pozo o corredor sencillo y cámara de planta alargada sin otros elementos. Las únicas que tal vez puedan considerarse como las más antiguas. 2) Hipogeos de complejidad mediana, entre las que podemos incluir los hipogeos con corredores más o menos complejos que dan entrada a una cámara oval o alargada con camarines. 3) Hipogeos de gran complejidad [fig. (4)6, 2], o aquellos que tienen una alta complicación estructural. El prototipo ideal podría definirse así: cueva con corredor segmentado; antecámara; puertas cuidadosamente trabajadas con regatones para encajar la losa de cierre; cámara sepulcral muy alargada con fosa o trinchera central; bancada corrida a lo largo de los muros, a veces seccionada por resaltes también excavados en la roca; camarines o cubículos abiertos en los laterales o en el ábside de la cámara.
Ya se ha dicho (vide supra) que seguramente a partir de 1300 BC, si no algo antes, estas sepulturas colectivas hipogeas dejan de construirse y de usarse, salvo alguna reutilización esporádica. Esta presunción la habíamos basado (Salvà et al. 2002; 2004) en los ajuares funerarios de los hipogeos; a partir de los cuales podía constatarse que los elementos cerámicos característicos del Bronce Final (Naviforme II), que conocemos bien a partir de los contextos de hábitat como los de Hospitalet, Canyamel, Closos de Can Gaià o Cala Blanca, no aparecían en ninguno de los hipogeos estudiados (Veny 1968). Tampoco se registra entre los elementos de bronce, que se depositan con las inhumaciones en los hipogeos, piezas que no sean los cuchillos triangulares con remaches, punzones o alguna punta de flecha laminar; todos ellos son elementos propios de la metalurgia característica del Bronce Antiguo.
Existen suficientes indicios para asegurar que al menos muchas cuevas del grupo de hipogeos complejos dispusieron de otras estructuras arquitectónicas exteriores hoy desaparecidas. Así, podemos observar la existencia de atrio o porche exterior señalado por una trinchera excavada en la roca de planta rectangular, como ocurre en algunos hipogeos de Son Sunyer (Rosselló 1962) y Cala San Vicenç (Rosselló et al. 1994). Seguramente la zanja servía para encajar losas o tablones para delimitar este atrio exterior. Tal vez los corredores pudieron estar cubiertos por grandes bloques [fig. (4)6, 3], uno de los cuales se conserva en el hipogeo de Can Patos de Lloseta (Salvà 2005, 33), aunque los más representativos son algunos ejemplares menorquines (Plantalamor 1991:115124) que han conservado parte de las losas de cobertura como Sa Torre del Ram [fig. (5)45] y Son Vivó [fig. (4)9, 2], ambos en el municipio de Ciutadella.
Las fechas más modernas (sin considerar las reocupaciones de la Edad del Hierro) de los hipogeos de Son Mulet y Rotana (Gómez y Rubinos 2005) se sitúan en un intervalo temporal que no pasaría del 1490 BC (UA-18297), en el primero de los casos, y de 1430 BC (UA-18291), en el segundo, lo que parece confirmar las conclusiones que habíamos propuesto a partir del análisis de los ajuares funerarios, según la cuales estas necrópolis no continúan en uso durante el Bronce Final, aunque algunas son reocupadas durante la segunda Edad del Hierro.
Igualmente algunos hipogeos, sino la mayoría, debieron de tener una estructura tumular en superficie, tal y como puede observarse también con toda claridad en el hipogeo nº 1 de Torre del Ram de Ciutadella, ya citada. Indicios de estas construcciones exteriores podrían ser las zanjas de algunas cuevas de Son Sunyer, que siguiendo un trazado rectangular, se dirigen hacia atrás, seguramente
Para Menorca viene a unirse otro dato de interés. La única datación válida del hipogeo nº 3 de S’Alblegall, en Calafí Vell (Ferreries), que ha proporcionado (Arnau et al. 2003), por ahora, la única referencia radiocarbónica (KIA-16277) para el uso final de este tipo de hipogeos en 196
perdurará largo tiempo llegando a las necrópolis del Bronce Final, como veremos en su momento.
con la finalidad de servir de encaje a las losas de contención de las tierras del túmulo. Tal vez otro indicio de la existencia de un túmulo exterior superpuesto al hipogeo lo constituya la alineación oval de piedras detectada sobre la cueva LXXXIX de Deinat (Veny 1968, 209) en la Sa Comuna de Lloret. También la cueva de Ses Comunes de Petra (Alcover 1942, lám. 21; Veny 1968, 204) conservaba sobre la superficie un muro que seguía una disposición propia de las navetas, mientras que su corredor estaba cubierto por losas.
Aunque debemos reconocer que en muchos casos es difícil saber si estamos ante verdaderas inhumaciones secundarias, o bien frente a una simple retirada cuidadosa de restos anteriores para dejar sitio a los nuevos enterramientos. Uno de los hipogeos en los que parece que con más claridad pudo documentarse esta deposición separada de cráneos es el de Son Puig (Waldren 1982, 201); la datación de un hueso, probablemente contaminado, produjo un resultado por completo discrepante con los ajuares que, como las ollas globulares y los puñalitos triangulares con remaches, pueden considerarse característicos del Bronce Naviforme I.
En superficie y sobre la cumbra de la colina que alberga la cueva hipogea de planta alargada de Son Ferrer [fig. (4)7 y (4)8], en Calvià (Calvo et al. 2006), hubo también estructuras arquitectónicas que, en su mayoría desaparecieron cuando en la Edad del Hierro (Calvo et al. 2005) se levantó sobre la misma un turriforme escalonado [fig. (5)49]. Sin embargo, éste parece haber respetado un muro que servía de fronstipicio [fig. (4)8, 12] a la entrada del hipogeo.
Ca Na Vidriera 4 (Llabrés 1978) es un hipogeo [fig. (4)6, 1] con planta de forma oval irregular con corredor de entrada descendente excavado en la roca. La cámara dispone de una amplia repisa en el testero y su piso aparecía embaldosado con losas de arenisca, elemento que coincide con lo observado también en el piso del dolmen de S’Aigua Dolça [fig. (4)10, 2-3].
Aparentemente no hay substanciales diferencias tipológicas entre hipogeos de este tipo entre Mallorca y Menorca, a pesar de que tampoco son idénticos del todo. En Menorca abundan los hipogeos de plantas sencillas, con cámaras irregulares o de tendencia oblonga alargada, con algunos corredores en rampa. Cabe la posibilidad de que algunos de los hipogeos denominados “hipogeos de horno” -por tener su cámara semblanza con las bóvedas de éstos-, tengan su origen en estos momentos o incluso antes. Si este fuera el caso, este tipo de tumba estaría extendido por toda la isla de Menorca, con lo que se completaría el mapa funerario de esta época.
El ritual de inhumación, o al menos la utilización del espacio funerario, difiere sustancialmente del observado en los dólmenes y en Son Marroig, pues, a juzgar por la descripción del excavador (Llabrés 1978), se pudieron distinguir unos diez cadáveres adultos en posición fetal, por lo que aparentemente estaríamos ante inhumaciones primarias. No se documentó la sistemática recolocación de cráneos, sin embargo, sí se pudo constatar la manipulación de algunos individuos tras su descarnamiento, como parece indicarlo el hallazgo (Llabrés 1978: 348) de un cráneo depositado en un gran cuenco hemisférico, tapado a su vez con otro de menor tamaño. Otros cuencos hemisféricos, al parecer, contenían huesos humanos cortos, al igual que un gran cuenco troncocónico, que también contenía huesos, aunque no se especifica su naturaleza (Llabrés 1978: fig. 7, 26), junto con conchas de Gibbula cineraria y Cardium edulis. Recuérdese que el hallazgo de conchas marinas se ha producido también en el dolmen de S’Aigua Dolca (Guerrero et al. 2003), aunque no se ha podido ligar su presencia al contenido de ningún vaso cerámico.
En este momento, posiblemente los llamados “paradólmenes” o “hipogeos con entrada megalítica”, como el de Biniai Nou (Plantalamor y Marqués 2001), cuyo origen arranca de la segunda mitad del III milenio BC, siguieron siendo usados profusamente, puesto que sabemos que continuaron enterrándose individuos hasta aproximadamente el 1500 BC. Aspecto que no es de extrañar, puesto que la tradición de construcción y uso de hipogeos de planta alargada pudo perdurar hasta el 1400 BC aproximadamente. La reconstrucción de los rituales funerarios practicados en los hipogeos durante el Bronce Antiguo tropieza con el escollo insuperable de la falta de datos precisos en la mayoría de las necrópolis colectivas, bien sea por el expolio intenso que estos cementerios han sufrido, tanto los localizados en grutas como en hipogeos, o igualmente por excavaciones sin publicar, de las que se conocen sólo descripciones muy parciales. Con todo, es posible intentar una aproximación a partir de algunos de los datos más fiables.
Otro hipogeo muy similar al anterior es el nº 7 de la necrópolis de Son Sunyer (Rosselló 1962). De la escueta reseña sobre el ritual funerario que hace el excavador del yacimiento se desprende que ocho cráneos se hallaban aún in situ sobre el piso de la cámara, y colocados al fondo de la misma. La confusa descripción no permite aclarar la postura de los inhumados, aunque su excavador indica (Rosselló 1962, 31) que pudieron inhumarse en posición encogida. De ser así coincidiría con las posturas descritas por Llabrés para Ca Na Vidriera nº 4 (Llabrés 1978), sin embargo, la documentación gráfica publicada (Rosselló 1962, lám. IX, 4; X, 1-2) no aclara la cuestión, antes al contrario, la situación de los fémures junto a los cráneos, sin ningún otro elemento en conexión anatómica, sugiere la existencia de una hipótesis alternativa, es decir, la inhumación secundaria con los cráneos acumulados en el testero junto a paquetes de huesos largos y otros, en
El ritual de inhumación secundaria, con atención especial a los cráneos, está bien constatado desde c. 1800 BC, tanto en las sepulturas dolménicas (Guerrero y Calvo 2001; Guerrero et al. 2003), como en covachas naturales, según puede deducirse de la ya citada de Son Marroig. Esta tradición funeraria ligada al cuidado particular del cráneo, separándolo del cadáver una vez esqueletizado, parece tener un fuerte arraigo desde la Edad del Bronce y 197
coincidencia con lo que observamos en Son Maroig y en los dólmenes.
encogida (¿fetal?) y con las cabezas hacia el centro, en una disposición aparentemente radial.
Merece la pena reseñar que tanto en Ca Na Vidriera 4, como en Son Sunyer 7, el numero de individuos que se documentan en las cámaras mortuorias en su ocupación final es, respectivamente, diez en un caso y ocho en el segundo, aspecto de nuevo muy coincidente con el número total de inhumados en la última ocupación de los dólmenes y con los contabilizados en la covacha de Son Marroig.
El estudio de la organización territorial de estas comunidades del Bronce balear encuentra dificultades notables debido a que el carácter disperso de las navetas en el solar comunal hizo tradicionalmente más fácil su eliminación y ahora faltan datos para valorar bien las relaciones entre asentamientos, así como entre estos y sus eventuales necrópolis. Aún así se han hecho algunos esfuerzos que merecen ser reseñados, bien para toda la isla de Mallorca (Pons 1998), como centrados en un área geográfica más concreta de la isla (Salvà 2001).
Con toda probabilidad el número de hipogeos correspondiente a la secuencia descrita podría ampliarse, de hecho, en la misma necrópolis de Son Sunyer se localiza otro, el hipogeo nº 8, igualmente de planta sencilla (Rosselló 1962), o el hipogeo nº 11 de la necrópolis de Cala Sant Vicenç (Rosselló et al. 1994), por citar sólo algunas de las más conocidas. Sin embargo exclusivamente conocemos la arquitectura de la sepultura y es difícil pronunciarse, sólo a partir de este elemento, sobre su contemporaneidad con el fenómeno dolménico.
Por nuestra parte pensamos que la relación poblado necrópolis resulta algo más compleja de lo hasta ahora planteado, pues en algunos casos se conocen más de una necrópolis en el teórico territorio de un sólo asentamiento. De esta forma, al poblado de Closos podría adscribirse una necrópolis, dos a Son Maiol y tres a son Burguera. Por otro lado, las diferencias, en lo que concierne a la densidad de hipogeos por necrópolis, son igualmente notables. Así, tomando como ejemplo la comarca del Levante mallorquín (Salvà 2001) tendríamos que en Sa Mola se contabilizan dieciséis hipogeos, por dos en Cala Murada, Fadrinet, Cala Bota y Cala Suau, mientras que ocho necrópolis más tendrían un solo hipogeo.
Sin embargo, las inhumaciones primarias están también perfectamente documentadas en hipogeos del Bronce Antiguo. Una de las certezas más firmes procede de la necrópolis del hipogeo de Sa Tanca (Rosselló 1978, 29), único excavado que permanecía sellado y del que sólo se han adelantado algunas noticias, los cadáveres se localizaron sobre el suelo de la cueva, en posición decúbito supino y colocados en disposición radial con los cráneos dirigidos hacia el ábside. Los ajuares, básicamente compuestos por ollas globulares se colocaron formando un arco alrededor del ábside. Los vasos más pequeños aparecían protegidos por otros mayores en posición invertida.
IV.5.5. Las sepulturas dolménicas Algunas sepulturas dolménicas pudieron tener su arranque durante los momentos finales del calcolítico, como podrían evidenciar los restos de cerámica campaniforme en el dolmen Ca Na Costa de Fomentera. Sin embargo, es durante el epicampaniforme cuando parece consolidarse este tipo de sepulcro colectivo, mientras que durante los primeros siglos del Bronce Antiguo continuarán en pleno uso y es el periodo en el que se acumulan el mayor número de dataciones radiocarbónicas.
El aprovechamiento del espacio funerario parece haber sido intensa en algunos hipogeos, como parece desprenderse de la descripción del depósito funerario de Son Mulet (Veny 1968, 79), según la cual, los cadáveres fueron ordenados en tres niveles superpuestos, descansando las cabezas de los unos sobre las piernas de los otros y separado cada nivel por un lecho de tierras. Esta práctica de apilamiento esta igualmente identificada en la gruta de Cova Vernisa, donde se llegaron a identificar 230 cm de potencia (Veny 1968, 287) conteniendo las capas de inhumaciones separadas en este caso por losas. Tanto el hipogeo Son Mulet, como Cova Vernisa, a juzgar por algunos hallazgos, pudieron tener unos orígenes que se remontarían al epicampaniforme, por lo que la separación de cadáveres mediante losas puede ser una tradición heredada de épocas pretéritas, como también pueden confirmarlo los depósitos dolménicos de S’Aigua Dolça en Mallorca y Biniai Nou en Menorca.
1) Elementos formales y registro arqueológico Durante largo tiempo las sepulturas dolménicas sólo estuvieron representadas en Mallorca por el ejemplar conocido como Son Bauló (Rosselló 1966), mientras que en Menorca constituía un tipo de arquitectura funeraria relativamente bien conocida a partir de ejemplares tan característicos como Roques Llises (Rosselló et al. 1980) o Montplé (Plantalamor 1991, 95). En la década de los noventa el descubrimiento y excavación de un nuevo ejemplar en Mallorca, Aigua Dolça, venía a despertar las expectativas de que la desproporción entre el número de ejemplares conocidos en Menorca y Mallorca no fuese otra cosa que lagunas en la investigación de campo en esta última isla.
En los hipogeos de planta compleja suele ser frecuente la presencia de nichos o cubículos abiertos en los laterales de la cámara o en el ábside. Se tienen muy pocos datos sobre la utilidad funeraria de estos pequeños espacios, por ello es muy interesante la descripción que Veny (1968:79) recoge de los hallazgos en el nicho de Son Mulet; según la cual, los cadáveres estaban en posición
Con motivo del estudio a que nos obligó la excavación del dolmen Aigua Dolça observamos que podíamos estar ante un fenómeno de expansión de grupos humanos menorquines portadores de estas tradiciones funerarias hacia Mallorca (Guerrero y Calvo 2001; Guerrero et al. 198
este grupo, se unieron Son Ermità [fig. (4)12, 2], Ferragut Nou, Rafal d’Es Capità, Son Escudero, etc.
2003). La hipótesis la fundábamos en los estrechos paralelos formales que estos dólmenes tenían con los menorquines, aunque el soporte fundamental de esta tesis radicaba en la concentración de estas manifestaciones funerarias en un ámbito geográfico tan reducido como la bahía de Alcudia, precisamente en las tierras que se divisan de manera permanente desde Menorca, zona costera en la que el registro arqueológico, como veremos en su momento, evidencia que fue la zona de contacto fundamental entre ambas islas.
Sin embargo, no será hasta las excavaciones emprendidas en el sepulcro de Ses Arenes de Baix [fig. (4)12, 1], entre 2003 y 2004, y poco después en otro monumento idéntico, Son Olivares [fig. (4)12, 2], cuando definitivamente se plantea la existencia de un nuevo tipo, el denominado sepulcro circular de triple paramento (Gili et al. 2006), cuyas características y particularidades explicaremos más adelante.
El registro arqueológico de la cultura material también proporciona algunos indicadores entre la relación existente de los inhumados en el dolmen de Aigua Dolça con grupos humanos menorquines. Entre ellos podemos señalar la presencia de cuencos umbilicados [fig. (3)11, 1-2] idénticos a los que aparecen precisamente en yacimientos contemporáneos del occidente menorquín [fig. (3)14, 3], como los hipogeos simples con corredor megalítico de Cala Morell (Juan y Plantalamor 1996). Estos cuencos muy abiertos con umbo en la base de apoyo y botón exciso en el fondo interior son desconocidos en Mallorca, salvo en el dolmen de Aigua Dolça, lo que enfatiza aún más dicha conexión.
La sepultura dolménica tipo de Menorca, como ya expusimos en el capítulo correspondiente al Calcolítico, tiene cámara rectangular construida mediante seis grandes lajas de piedra, a la cual se accede a través de una pequeña abertura de tendencia circular o cuadrada con los ángulos redondeados, practicada en la losa frontal. A esta cámara, cuya puerta a veces se encuentra descentrada respecto del eje central de la losa, se accede mediante un corredor de pequeño tamaño. Todo el conjunto se encuentra rodeado por un muro que contendría un túmulo formado por piedras y tierra que cubriría toda la estructura arquitectónica. Las dataciones de C-14 nos indican que el uso intensivo de este tipo de tumbas habría que situarlo entre 1750 y 1600 BC, aunque su construcción y primer uso, como ya se indicó, puede remontarse al final del calcolítico o al epicampaniforme.
Por último, los análisis metalográficos de los punzones aparecidos en este dolmen (Rovira 2003) apuntan igualmente a que pudieron ser obtenidos a partir de mineralizaciones de cobre menorquinas.
Para centrar y actualizar el estado de la cuestión, con respecto a la situación en la que se encontraba nuestro conocimiento sobre las sepulturas dolménicas en 2001, en que fueron publicadas las conclusiones de la excavación de Aigua Dolça, es necesario entrar en el desarrollo del tema, no sin antes advertir que la falta de novedades al respecto nos obligará a sintetizar lo ya conocido.
El reciente descubrimiento de una nueva sepultura dolménica en la misma bahía de Alcudia, ubicada en el pinar de Son Real (Plantalamor et al. 2004 a) y a poca distancia de Aigua Dolça, parece consolidar la hipótesis ya planteada hace tiempo (Guerrero y Calvo 2001), según la cual el fenómeno dolménico tendría una dimensión geográfica muy limitada a la bahía Norte de Mallorca, seguramente bajo influencia de la vecina Menorca.
No nos detendremos en el estudio de los paralelos arquitectónicos, ya analizados exhaustivamente en las publicaciones citadas, pero no será ocioso volver a reflexionar sobre los rituales funerarios, pues no en vano Aigua Dolça es el único ejemplar que conservaba su última ocupación prácticamente intacta.
Debe advertirse de nuevo que la excavación de un zócalo de cabaña en Son Ferandell-Oleza, interpretado (Waldren 2001) como dolmen, o “protodolmen”, cuya naturaleza de vivienda y no de tumba mantuvimos desde el mismo momento de visitar el yacimiento (Guerrero y Calvo 2001; Guerrero et al. 2003), era efectivamente una cabaña más de ese importante poblado campaniforme. Los isótopos estables de todas las muestras osteológicas datadas han venido a darnos definitivamente la razón, pues demuestran (Van Strydonk et al. 2002), más allá de toda duda razonable, que los supuestos restos humanos no eran otra cosa que cabras y ovejas consumidas por los habitantes de la vivienda.
El dolmen de Son Bauló [fig. (3)27, 1] fue el primero que rindió evidencias arqueológicas de mucho interés para el conocimiento del megalitismo en el archipiélago. La primera noticia de su existencia, que incluía una breve memoria de la intervención arqueológica, se debe a Rosselló Coll y Mascaró (1962). Dichos investigadores publican un croquis de la planta del monumento y el dibujo de varios cuencos cerámicos de forma hemisférica, junto con un punzón de bronce, según los autores, aunque no consta que nunca se haya analizado. Poco tiempo después tiene lugar una segunda intervención arqueológica sobre este mismo yacimiento (Rosselló 1966) a partir de la cual se documentan con detalle principalmente los elementos arquitectónicos del monumento, así como la cultura material correspondiente al ajuar funerario que había tras la primera intervención arqueológica.
En la isla de Menorca no se daba este problema de escasez de sepulturas dolménicas, sino más bien al contrario. Durante el final de la década de los 70 y principios de los 80 del siglo XX, se publicaron algunos estudios (Plantalamor, 1976) que daban a conocer los ejemplos más característicos de este tipo de tumba (Roques Llises, Binidalinet, Montplé, Alcaidús, etc). De igual forma, en 1991 se publican (Gornés et al. 1992) algunos nuevos sepulcros localizados mediante un programa de prospecciones sistemáticas de la isla. Así, a
Desde un punto de vista arquitectónico Son Bauló presenta los siguientes elementos: 199
madre. Algunas se encontraban inclinadas hacia atrás y aguantadas por otras que actuaban a modo de contrafuertes. Esta circunstancia sólo ha podido documentarse con toda seguridad en la parte del túmulo que coincide con el fondo de la cámara funeraria.
1) Una plataforma externa de forma oval irregular que se construyó sobre el suelo virgen a partir de una serie de losas de arenisca colocadas en disposición horizontal. 2) Círculo formado por dieciséis losas en disposición ortostática de 6,30 m. de diámetro similar al documentado también en S’Aigua Dolça. Es necesario recordar que el diámetro del círculo tumular de S’Aigua Dolça mide 6,57 m. de diámetro, con lo que podemos suponer que ambos siguen el mismo patrón constructivo.
El círculo de losas perimetrales del túmulo se interrumpía para dejar paso al corredor de acceso a la cámara, el cual se cerraba mediante una losa. Traspasada la misma y el corredor se tenía acceso a la losa perforada que cerraba la cámara, cuyo hueco podría ser cuadrado, aunque la pérdida de la mitad superior impide asegurarlo, con los cantos tallados en bisel seguramente para encajar una trampilla de cierre.
3) El círculo de ortostatos del túmulo encierra en su centro la cámara funeraria y el corredor que da acceso a ella ambas de planta marcadamente cuadrangulares, cosa que las singulariza frente al resto de dólmenes conocidos en las Baleares. El corredor estaba cerrado al exterior por una losa que, a juicio del excavador, podía moverse con facilidad. El corredor daba acceso a la cámara a través de una losa con perforación cuadrada.
La cámara funeraria posee forma rectangular con tendencia hexagonal, circundada con losas verticales hincadas en el suelo y fijadas en una trinchera excavada en la roca, de forma similar a como se procedió para fijar las losas del túmulo. El suelo de la cámara está formado por roca natural que fue rebajada con el fin de aplanar el fondo. La excavación no proporcionó restos que nos permitieran asegurar cómo era el sistema de cobertura.
4) La cámara es una estancia rectangular de 2,10 m. de largo por 2 m. de ancho delimitada por tres grandes losas ortostáticas, ancladas en la roca base mediante trincheras excavadas muy similares a las documentadas igualmente en S’Aigua Dolça.
Los ajuares cerámicos directamente asociados al contexto funerario estaban principalmente representados por escudillas o cuencos abiertos con ónfalo en la base, aunque también se hallaron cuencos troncocónicos. Ninguna de las piezas cerámicas puede vincularse al ajuar personal de ningún inhumado, antes al contrario, la colocación del único vaso que se encontró en posición primaria, resguardado en el esquina interna y delantera de la cámara, parece sugerir algún tipo de ritual funerario comunitario y no individual. Otro tanto parece ocurrir con las piezas metálicas, las cuales se hallaron todas en el tercio anterior de la cámara libre de restos humanos. Por lo que respecta a los demás materiales, botones, cuentas de collar y colmillos de suido, responden a los objetos propios de los abalorios personales de los difuntos.
Uno de los elementos arquitectónicos de gran interés son los agujeros excavados en la roca base y situados en las cuatro esquinas internas de la cámara. El excavador (Rosselló 1966: 8-10) interpretó que, pudieron servir de asiento a cuatro postes o soportes de una cobertura de troncos y ramajes. Sin embargo, la cobertura tradicional mediante una o varias losas planas soportada en los ortostatos de la cámara no se ha conservado in situ en ningún dolmen balear, salvo tal vez en Ses Roques Llises (Rosselló et al. 1980). Otra interpretación alternativa muy aceptable de las oquedades aparecidas en el suelo rocoso de la cámara de Son Bauló, ya planteada de antiguo (Cura 1974), es que las mismas pudieran responder a la necesidad de afianzar las losas durante las tareas de construcción de la cámara hasta la colocación final de la losa de cobertura.
Debe señalarse que, pese a la identidad de ritos y la sincronía de uso, ambos dólmenes difieren bastante en el equipamiento cerámico; las ollas esferoidales fueron el tipo cerámico mejor representado en Son Bauló, mientras que no aparecen en Aigua Dolça, salvo algún dudoso fragmento no ligado directamente a las inhumaciones. El ajuar cerámico de Son Bauló es también el más frecuente en los hipogeos, por el contrario, los tipos de vasijas descubiertas en Aigua Dolça son muy raros en los contextos hipogéicos.
Las dos intervenciones arqueológicas en Son Bauló, ya citadas, pusieron al descubierto un ajuar funerario escaso. Por lo que respecta a la cerámica se pudo documentar la existencia de dos formas básicas: cuencos hemisféricos, algunos con el labio ligeramente vuelto hacia fuera y un vaso toneliforme de marcada tendencia cilíndrica y base plana. La industria ósea incluía un botón prismático con perforación en “V” y dos discoidales con doble perforación. Mientras que el instrumental lítico se reducía a ocho lascas de talla amorfa y un resto laminar. Los objetos metálicos se redujeron a un punzón (de bronce según los autores del hallazgo) de sección cuadrada hallado en la primera intervención arqueológica.
La neta divergencia entre los ajuares cerámicos proporcionados por dos dólmenes tan próximos sugiere que estamos ante un comportamiento diferenciado en función del grupo humano, y sus vínculos de parentesco, y no del tipo de necrópolis, ni tampoco del área geográfica. Tanto Aigua Dolça, como Son Bauló obedecen a un mismo modelo arquitectónico que comparten exactamente los mismos patrones, como vemos, por ejemplo, en las medidas del túmulo, aunque, según ya se explicó, mantienen sutiles diferencias. Sin embargo, el ejemplar de Son Real (Plantalamor et al. 2004), tercero
El segundo de los sepulcros dolménicos conocidos es el denominado S’Aigua Dolça [fig. (3)27, 2-6], descubierto en 1994 y excavado durante los dos años siguientes (Guerrero et al. 2003). La cámara funeraria estaba inserta en un túmulo circular de 6,75 m. de diámetro, delimitado por losas encajadas en una trinchera excavada en la roca 200
que pasaron por el interior de la cámara funeraria deja fuera de discusión que la comunidad humana que enterraba a sus difuntos en este recinto debió reordenar en varias ocasiones el depósito para dar cabida a las nuevas inhumaciones. Son diversas las maniobras que pueden realizarse para gestionar el espacio colectivo de un reducto tan pequeño como la cámara de S’Aigua Dolça.
de los conocidos, parece reproducir exactamente el de Aigua Dolça, al menos en lo que respecta a la cámara, único elemento que se ha conservado parcialmente. Su pésimo estado de conservación y la falta del depósito funerario impiden que pueda ser tomado en consideración, más allá de constatar su existencia. Para situar la temporalidad en la que permanecieron vigentes estas prácticas funerarias circunscritas, por el momento, al ámbito geográfico de la Bahía de Alcudia, contamos con diez dataciones radiocarbónicas, cinco de Son Bauló y otras tantas de Aigua Dolça, contempladas todas ellas en su conjunto, y descontada una de Son Bauló escasamente indicativa por adolecer de fuerte imprecisión, tendríamos que el desarrollo de estas prácticas funerarias se habrían extendido entre c. 1920 y 1510, lo que, en términos de entidades arqueológicas, equivaldría a decir que estuvieron activas con seguridad desde fines del epicampaniforme hasta el final del Bronce Antiguo.
Las inhumaciones bien individualizadas se corresponden con los 8 cráneos reconocibles [fig. (4)10, 4], cinco de los cuales se encontraron depositados y alineados junto al testero. Uno ligeramente adelantado con respecto a los anteriores y dos cráneos más se encontraron en posición más centrada en la cámara, aunque siempre en su mitad posterior, estando rodeados e incluso cubiertos de pequeñas losas planas. Junto a los cráneos aparecen grupos de huesos largos aparentemente orientados intencionadamente dando la sensación de haber sido depositados en hatillos. Ocasionalmente aparecen restos vertebrales o partes de caderas u omóplatos. Los huesos pequeños, falanges o dentición, se encuentran más dispersos que los huesos grandes, incluso en la mitad anterior de la cámara. No podemos saber qué destino sufrieron los restantes cadáveres, hasta al menos 34, que constituyen el número mínimo de individuos que se han podido calcular como destinatarios de la cámara.
Sin embargo, Aigua Dolça nos ha mostrado (Safont et al. 2003) que el número mínimo de individuos que pasaron por la cámara funeraria fueron treinta y cuatro, mientras que en el último depósito funerario sólo había ocho individuos claramente individualizados, lo que nos llevaría a concluir que el momento de la construcción y uso inicial tuvieron por fuerza que ser anteriores, en una magnitud indeterminada, a la ocupación más antigua de las datadas por radiocarbono.
El estudio tafonómico de los restos del osario de S’Aigua Dolça nos indica que ningún enterramiento se presentaba en disposición articulada, por lo tanto todos los cadáveres habían sufrido una recolocación total o parcial dentro de la cámara [fig. (4)10, 4], tras sufrir un proceso más o menos largo de putrefacción en otro lugar, dentro o fuera de la cámara. Ocasionalmente algunos elementos del cuerpo sí estaban en conexión anatómica en su deposición final, como un fémur con su cadera, así como los huesos de un brazo, lo que en principio podría sugerir que todo el proceso pudo desarrollarse, al menos en algunos casos, en el interior de la cámara.
Por los datos que tenemos, no es posible saber si se trata de un uso continuo del dolmen con vaciados periódicos o si, por el contrario, sufrió algún periodo de inactividad, tras el cual fue de nuevo reutilizado y finalmente abandonado con el depósito funerario que ha llegado hasta nosotros. Las unidades estratigráficas asociadas al uso de la cámara sugieren que los depósitos funerarios fueron al menos reordenados en varias ocasiones, aunque aún quedaba mucho espacio sin ocupar cuando la sepultura fue abandonada definitivamente.
¿Pueden interpretarse estas manipulaciones de los cadáveres como inhumaciones secundarias? Que, en definitiva, consiste en depositarlos primero durante algún tiempo en un lugar diferente del que será finalmente su sitio definitivo en el contexto funerario, o bien ¿Estamos simplemente ante gestos funerarios destinados a optimizar un espacio muy reducido? La interpretación no es fácil pues tanto la inhumación secundaria, como ritual consolidado y complejo, y la simple ordenación del osario, sin mayor trascendencia litúrgica, pueden producir resultados tafonómicos parecidos que se prestan a la confusión.
2) Los rituales funerarios en las sepulturas dolménicas Uno de los aspectos que presenta más complejidad en el estudio de un contexto funerario es la interpretación tafonómica de los restos. La tradicional mala conservación de los depósitos funerarios dolménicos de las Baleares dificulta aproximarse con rigor a la interpretación de los rituales y de la liturgia funeraria individual y/o colectiva. El dolmen de S’Aigua Dolça es el primero en la historia de la investigación dolménica de las islas que nos ha permitido acceder a un depósito funerario [fig. (4)10] en estado de razonable buena conservación. Paradójicamente esta circunstancia hace mucho más compleja la lectura del depósito, pues las soluciones no son unívocas y siempre cabe más de una interpretación a la misma evidencia del registro tafonómico.
El estudio antropológico ha puesto en evidencia que estaban representados todos los huesos del esqueleto, incluso los más pequeños, a partir de los cuales se ha calculado el número mínimo de individuos. Esto, unido a la presencia de conexiones anatómicas esporádicas, como una cervical y su cráneo, sugiere que los enterramientos pudieron tener un carácter primario y sufrir con posterioridad recolocaciones para ganar espacio en la cámara. Sin embargo, quedan algunos aspectos que necesitarían mayor reflexión y, sobre todo, disponer de
La cuestión que parece ofrecer menos dudas es que no nos encontramos ante un depósito funerario intacto desde sus orígenes. El sólo hecho de haber podido calcular en 34 el número mínimo de individuos (Safont et al. 2003) 201
bloques de piedra, planta exterior circular, con corredor de acceso a una cámara de planta oblonga alargada y de esquinas redondeadas. En algunos casos, se localiza una gran losa plana en la cabecera de la misma, como ocurre en el caso de Son Olivaret (Ciutadella), Son Ermità (Ferreries) y quizá también en Bellver Nou (Mahón).
correlatos en otros registros arqueológicos que nos sirvan de elementos de contraste. En primer lugar, es necesario recordar que la cámara disponía aún de mucho espacio funerario sin ocupar y no se hacía imperiosa una recolocación de los restos óseos. Dado el relativo buen estado del depósito funerario, habría sido lógico encontrar el/los últimos enterramientos en conexión anatómica en la parte anterior de la cámara y no ha sido así. Incluso los dos enterramientos de la posible ocupación final recibieron un tratamiento ritual muy similar a los localizados en el testero de la cámara sobre el piso inferior de losetas. Queda también por saber si a lo largo del tiempo de uso los rituales sufrieron alguna modificación. En cualquier caso, la especial atención que se dispensa a los cráneos, tal vez por considerarlos el elemento simbólico más característico de la identidad personal, es una práctica que veremos después repetirse en otras necrópolis del Bronce Final y, posteriormente, en la fase de transición a la Edad del Hierro.
Las dataciones radiocarbónicas publicadas del monumento de Ses Arenes de Baix sitúan su uso aproximadamente entre el 1600 y el 1300 BC (Van Strydonck et al. 2005; Micó 2005), por lo que el uso de esta tumba abarca la casi totalidad del Bronce Antiguo (Naviforme I) y las primeras décadas del Bronce Final (Naviforme II). Aunque no disponemos todavía de las publicaciones definitivas de los dos monumentos excavados, gracias a las noticias preliminares citadas, sabemos que pudo documentarse perfectamente un ritual de enterramiento que consistía en inhumaciones colectivas de personas sin distinción de sexo ni edad, acompañados de algunos objetos como ajuar personal y vasos cerámicos conteniendo ofrendas cuyo contenido desconocemos por el momento.
Del dolmen de Son Bauló no tenemos estudios detallados, sin embargo, las noticias de la primera intervención arqueológica son muy reveladoras y nos indican que seguramente el ritual funerario fue muy similar al observado en Aigua Dolça. Según los autores del hallazgo (Rosselló-Coll y Mascaró 1962: 184) describen e depósito funerario de la siguiente manera: “estamos en presencia de una inhumación colectiva. Los restos al menos de cinco individuos se encontraban revueltos con la cerámica en apenas los 25 cm de tierra que cubrían la roca natural del fondo. A pesar de de las violaciones anteriores, aún fue posible constatar que los cráneos estaban dispuestos contra las losas laterales”. Esta información, sin duda escueta y poco precisa, recuerda milimétricamente la disposición de la mayor parte de los cráneos de Aigua Dolça alineados junto a la losa del fondo de la cámara.
La constatación de esta nueva categoría arquitectónica abre interesantes líneas de investigación, puesto que posibilita el planteamiento de que las sepulturas dolménicas tengan su continuidad, al menos en el caso de Menorca, en los sepulcros circulares de triple paramento y que éstos a su vez, evolucionen finalmente hacia las conocidas navetas de enterramiento4 a partir de c. 1400 BC., un monumento funerario que tendrá, como veremos, su fase intensiva de uso a partir del 1050 BC. Queda por determinar todavía, si algunas de las denominadas navetas funerarias de planta circular deben integrarse en la categoría de sepulcros circulares de triple paramento o bien resulta mejor situarlas en la categoría de navetas funerarias junto a las de planta alargada en forma de herradura. IV.6. La cultura material
IV.5.6. Sepulcros circulares de triple paramento. Recientemente se ha identificado -por ahora sólo en Menorca- un nuevo tipo de sepultura a partir de las investigaciones llevadas a cabo en el monumento de Ses Arenes de Baix (Ciutadella). Este nuevo modelo de arquitectura funeraria ha sido denominado por los excavadores sepulcro circular de triple paramento (Gili et al. 2006) al haberse comprobado la existencia de hasta tres paramentos en la composición de su muro. Las excavaciones emprendidas entre 2003 y 2004 en Ses Arenes de Baix [fig. (4)11, 1], aún no dadas a conocer, así como otra investigación paralela emprendida en un segundo monumento idéntico al primero (Plantalamor y Villalonga 2007), denominado Son Olivaret, Ciutadella [fig. (4)11, 2] ha obligado a revisar la adscripción tipológica de otros monumentos similares publicados con anterioridad (Gornés et al. 1992).
IV.6.1. Industria cerámica A diferencia de los anteriores periodos, a partir del Bronce Antiguo el número y la variedad de recipientes cerámicos conocidos [fig. (4)13, (4)14, y (4)15] aumentan exponencialmente. Sin embargo, continuamos teniendo algunas limitaciones a la hora de su estudio debido a que la mayoría de los materiales proceden de excavaciones muy antiguas o son simples extracciones sin ningún control. Esta situación nos origina los siguientes problemas metodológicos: 1) La mayoría de yacimientos y materiales presentan dudas de asignación cronológica5, bien sea por falta de 4 Tal vez por esta razón otros investigadores (Plantalamor y Villalonga 2007, 156) han optado por denominarlo “protonavetas”. 5 Salvo las excepciones de S’Aigua Dolça (Guerrero et al. 2003), Can Martorellet (Pons 1999). Más recientemente se han obtenido nuvas dataciones en Son Mulet y Rotana (Gómez Pérez y Rubinos 2005), pero su número es insuficiente para conocer la secuencia ocupacional detallada de ambas necrópolis.
Este tipo de sepulcro vendría definido por las siguientes características arquitectónicas: técnica constructiva ciclópea, paramento exterior formado a base de grandes 202
son los de Biniai Nou (Plantalamor y Marqués 2001), y Alcaidús (Plantalamor y Marqués 2003), y aún así presentan alguna incertidumbre notable, pues gran parte de los materiales, eventualmente más antiguos, aparecieron fuera de la sepultura, lo que dificulta relacionarlos con alguna de las dataciones absolutas disponibles, pudiendo corresponder los materiales a diferentes periodos. En otras estaciones arqueológicas no se disponen de dataciones absolutas como la necrópolis de Cala Morell (Juan y Plantalamor 1996). En otras ocasiones, la secuencia estratigráfica no está nada clara, como ocurre en la naveta de Cala Blanca Juan y Plantalamor 1997). En estos últimos casos el principal problema radica en el alto grado de fragmentación de los conjuntos cerámicos existiendo muy pocas piezas de perfil completo que permitan una atribución formal clara.
dataciones absolutas, o como consecuencia del escaso o nulo rigor en el control estratigráfico y tafonómico de los hallazgos. En la mayoría de los casos los conjuntos de ajuares de los hipogeos (Veny 1968) fueron tratados como contextos cerrados, más y menos sincrónicos y nada está más lejos de la realidad; en el mejor de los casos sólo pueden adscribirse de una forma genérica al Bronce Antiguo. 2.- Desconocemos las relaciones espaciales entre los materiales cerámicos y sus áreas o zonas de uso. Para los contextos funerarios son excepcionales los yacimientos (Can Martorellet, Aigua Dolça, Sa Tanca, Ca Na Vidriera o Son Marroig) en los cuales ha sido posible asociar los ajuares cerámicos con el ritual funerario. En la mayoría de casos existe una total desconexión entre la localización del material cerámico, y el lugar de deposición de los inhumados, y del resto de materiales.
Para el análisis tipológico hemos optado por adaptar la propuesta de Veny (1968) y no otras (López Pons 1980; Díaz-Andreu 1996; Díaz-Andreu y Fernández-Miranda 1991); debido a que el estudio de Veny se aplicó a una gran parte de yacimientos de este periodo. Mientras que los otros citados incluyeron en el análisis contextos tardocalcolíticos y epicampaniforme.
3.- A excepción de dos únicos casos, la totalidad de materiales cerámicos de este periodo proceden de yacimientos funerarios: dólmenes, hipogeos artificiales y cuevas naturales de enterramiento. Por el momento, únicamente contamos con dos contextos de hábitat de este periodo: la naveta Alemany (Enseñat 1972) y los niveles antiguos de Closos de Can Gaià, aún en proceso de estudio. Este desequilibrio en el conocimiento entre los ajuares del hábitat y los funerarios genera problemas a la hora de relacionar la distribución de los diferentes tipos cerámicos con sus contextos de uso. Se observa una sobrerrepresentación de las cerámicas de contextos funerarios, sin que podamos establecer si hubo una producción de tipos especialmente destinados a usos funerarios.
En cualquier caso, somos conscientes de que en el futuro se hace necesaria una revisión de dicha propuesta con la incorporación de técnicas agrupativas estadísticas para la gestión de las variables morfométricas con el fin de obtener una clasificación tipológica mucho más robusta y contrastable. Fruto del análisis realizado observamos que durante el Bronce Antiguo se produce un aumento considerable de la variedad formal de los conjuntos cerámicos. Frente a los pocos tipos documentados durante el calcolítico (5 formas básicas), a partir del Bronce Antiguo podemos llegar a contabilizar hasta 12 formas básicas con sus subtipos correspondientes. Esta diversidad formal también se corresponde con una amplia variedad métrica lo que da lugar a vasijas de muy diferente tamaño y capacidad lo que, unido a la ya mencionada variedad formal, abarcan la mayoría de morfopotencialidades de uso, desde las que pueden asociarse a la ingestión individual de líquidos y sólidos, hasta el almacenaje, pasado por recipientes que permiten suponer una variada gama de funciones y gestión de productos, que sólo un programa más intenso de análisis de contenidos podrá determinar.
4.- El análisis tipológico o formal únicamente se ha podido realizar a partir de las piezas de perfil completo o reconstruible publicadas. No se han podido integrar en el análisis el resto de piezas fragmentadas. Debido a ello, el número de tipos cerámicos por yacimientos está sujeto a las variaciones que futuros estudios más exhaustivos establezcan. Para el estudio de la cerámica del bronce antiguo hemos analizado un total de 44 conjuntos cerámicos provenientes de yacimientos excavados (ver tabla). De ellos 42 corresponden a conjuntos funerarios, mientras que únicamente 2 provienen de contextos de hábitat. El análisis realizado se ha centrado en una aproximación a la tipología6, complementado con el estudio de otras variables, como la función del yacimiento (hábitat o funerario), el tipo de estación, y su localización geográfica.
1) Distribución tipológica Entre los tipos cerámicos documentados en el Bronce Antiguo podemos distinguir los siguientes grupos:
En el caso menorquín la situación, si cabe, es aún más precaria, ya que el número de yacimientos excavados con cronologías y estratigrafías conocidas es muy reducido. Prácticamente los únicos yacimientos que han proporcionado un volumen de materiales suficientemente numeroso para poder hacer una primera aproximación
TIPO 1: Formas hemiesféricas Es uno de los tipos [fig. (4)13] más comunes en los yacimientos funerarios de esta época. Se corresponde con la Forma 1 descrita por Veny (1968). Presenta cierta diversidad formal según la prolongación del labio y la boca. Se trata de piezas de reducidas dimensiones con cierta variación en la convexidad de las paredes. El diámetro máximo siempre coincide con el de la boca y por término medio se sitúa en torno a los 10 cm., aunque
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Otro tipo de análisis como los tecnológicos o funcionales aún están en proceso de ejecución, por lo que no ha sido posible incorporarlos a este estudio.
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En total se han identificado 46 vasijas localizadas en 18 yacimientos: Todos funerarios con la excepción de uno de hábitat: 1) Cuevas artificiales de enterramiento como Sa Tanca, Es Cabás, Ca Na Vidriera y Son Sunyer. 2)Cuevas naturales de enterramiento como Can Martorellet, Son Puig, Bennoc, Ca S’Hereu, Sa Marina, Son Vaquer, Vernissa, Sa Mata Lledoner, Ariant, Cometa del Morts. 3) Estación de hábitat: naveta Alemany (Calvià). 4) En Menorca formas parecidas han aparecido en los dólmenes de Biniai Nou y Alcaidús
algunos ejemplares pueden llegar excepcionalmente a los 20 cm. de diámetro. La altura media correspondería aproximadamente a 6 cm. Los bordes son rectos o ligeramente divergentes con un labio sencillo. Respecto a las bases, éstas son hemisféricas, aunque algunas piezas pueden presentar una base hemisférica de tipo umbilicado. El desarrollo del cuerpo de este tipo oscila entre el cuarto y la mitad de una esfera. Son formas que, exceptuando algunos casos, la presencia de depresiones en la base, recuerdan algunos de los tipos más comunes del calcolítico. Sus paredes son completamente lisas, aunque en ocasiones pueden presentar algún mamelón de muy poco relieve. Se trata de una forma de concepción muy básica que se va repitiendo, con pequeñas modificaciones a lo largo de las diferentes fases de la prehistoria balear.
Dentro de este grupo se puede incluir, como un subtipo, formas abiertas simples de cuerpo ovoide divergentes, sin cuello, base hemisférica y un característico borde divergente muy curvado. Estas formas se pueden relacionar con los denominados “tulipiformes” menorquines. Ya vimos como su origen podía remontarse al calcolítico y su distribución geográfica exclusivamente a la isla de Menorca. En el bronce antiguo estos tipos continúan existiendo, aunque en unos porcentajes menores y con unas bocas menos abiertas y marcadas que en momentos anteriores. La cronología tardía de algunas de estas vasijas está atestiguada por las dataciones (KIA18761) del yacimiento de ses Roques Llises, 1870-1600 BC, o la serie de dataciones del yacimiento de Alcaidús; todo lo cual nos indica que pudieron continuar produciéndose durante la fase inicial del Bronce Antiguo c. 1750-1600 BC.
Este grupo presenta tres grandes variantes: Tipo 1, variante A: Vasos cuyo cuerpo llega al desarrollo de un 50% de una esfera. Presentan un borde recto. Estos tipos los encontramos en yacimientos como Es Cabás, Can Martorellet, Son Sunyer, Sa Tanca, Son Mulet, Son Toni Amer, Son Puig, Bennoc, Trispolet, Montblanc, Vernissa, Sa Mata, Ariany, Ca Na Vidriera y Coval den Pep Rava. En Menorca podrían localizarse algunos ejemplares en el dolmen de Alcaidús.
En Mallorca estos vasos “tulipiformes” son extraordinariamente raros. En cualquier caso se trata de vasijas de tallas mucho más discretas que las menorquinas. Encontramos dos ejemplares de este tipo en las cuevas funerarias de origen natural de Llucamet y Sa Marina, ambos en la zona de Llucmajor.
Tipo 1, variante B: Vasos cuyo cuerpo no supera el 25% del desarrollo de una esfera, también con borde recto. Ocho piezas con este perfil se han localizado en las necrópolis de Son Sunyer, Trispolet, Vernissa, Ariany, Cometa des Morts y Son Toni Amer.
TIPO 3: Formas de tendencia globular
Tipo 1, variante C:
Se trata del grupo de vasijas [fig. (4)13] más numeroso de este periodo. Constituye el prototipo más característico de las cerámicas del Bronce Antiguo balear. El gran número de piezas conocidas permite documentar una alta variabilidad en tamaños, pero no en variantes formales. Se trata de vasijas de base hemisférica, cuerpo ovoide vertical u horizontal, boca cerrada y borde divergente curvo. Se correspondería con al Forma 3 de Veny (1968). Aparecen tanto en yacimientos funerarios como de hábitat.
Vasos cuyo cuerpo llega al desarrollo del 50% de una esfera con borde divergente. Vasijas de esta clase han sido identificadas en Son Jaumell, Bennoc, Sa Mata, Ariant, Cometa des Morts, Son N’Antelm, Na Fonda y Coval d’en Pep Rava. TIPO 2: Formas de tendencia ovoide divergente Al igual que en el caso anterior, es uno de los tipos [fig. (4)13] ampliamente difundidos durante el Bronce Antiguo. Estas vasijas se corresponderían con la Forma 2 de Veny (1968). Son vasos con paredes lisas pudiendo presentar algún mamelón decorativo cerca del borde. El perfil se desarrolla hasta tres cuartas partes de una esfera. La boca es ligeramente cerrada, aunque algunas vasijas presentan una boca recta. En la mayoría de ocasiones, el diámetro máximo se sitúa en el medio del cuerpo. En general, pese a existir cierta variabilidad formal, son cerámicas no muy esbeltas (índice altura/anchura) ya que la altura y la anchura presentan unos valores muy equilibrados. Estos ejemplares suelen tener entre 15-18 cm. en el punto medio del cuerpo y una altura entre 12 14 cm. Es un grupo que formal y métricamente presenta una alta homogeneidad.
En muchas ocasiones, estas piezas pueden estar dotadas de mamelones que se sitúan en la parte superior del cuerpo cerca de la boca. Los mamelones son macizos, presentan una diversa tipología (circulares, cónicos, etc) y pueden estar perforados, tanto vertical como horizontalmente, dando la sensación, en estos últimos casos, de pequeñas asitas de cinta. Se presentan en número variable. En ocasiones se combinan con digitaciones decorativas. Por su localización y dimensiones estos mamelones ejercen una doble función. Por una parte funcionan como elementos de prensión y por otra incorporan una variante estética y decorativa a partir de su inserción o pegado en la parte superior del cuerpo de las vasijas. Se distinguen tres grupos:
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Vaquer todas las piezas de este tipo presentaban mamelones perforados. No se documentó la presencia de tipos lisos.
Tipo 3, variante A: Ollas globulares de perfil ovoide horizontal. De base hemisférica, cuerpo ovoide horizontal, sin cuello, boca cerrada y borde convergente curvado. Pueden llevar mamelones macizos o perforados. Se localizan en Can Martorellet, Naveta Alemany, Son Sunyer, Son Toni Amer, Ca s’Hereu, Bennoc, Llecamet, Rossells, Son Primer, Montblanc, Sa Mata, Lledoner, Ariant, Cometa des Morts, Ca Na Vidriera y Na Fonda. De estos tres subtipos es el que aparece con menos frecuencia.
Únicamente en 4 de los yacimientos estudiados esta forma no está presente: Coval d’en Pep Rave, Sa Marina, Vernissa y Aigua Dolça. TIPO 4: Vasijas carenadas de base semiesférica Se trata de cerámicas [fig. (4)13] con base hemisférica, y cuerpo compuesto. El inferior está formado por ovoides verticales divergentes, mientras que el superior está compuesto por un cuerpo en forma de carrete. La unión de ambas formas básicas se realiza por medio de una carena de arista viva que se localiza en la parte alta del cuerpo. El cuerpo superior es de desarrollo muy corto con un cuello convergente de desarrollo poco pronunciado. Este tipo presenta una gran variedad de bordes, documentándose tipos rectos, convergentes rectos o divergentes rectos y curvados. Normalmente presentan unas paredes lisas sin ningún tipo de decoración. El diámetro máximo está situado en el punto de inflexión del cuerpo que coincide con la carena. Son piezas de poca esbeltez, donde la anchura y profundidad está relativamente equilibrada.
Tipo 3, variante B: Ollas globulares de perfil ovoide vertical. De base semiesférica, cuerpo ovoide vertical, boca grande cerrada, cuello incipiente, y borde divergente curvado. Las paredes son siempre lisas. Aparecen en la Mola d’en Bordoy, Son Jaumell, Sa Tanca, Es Cabás, Son Fortuny, Son Vic, Son Bauça, Son Bauló, Alemany, Son Sunyer, Son Mulet, Son Toni Amer, Ca S’Hereu, Bennoc, Llucamet, Rosells, Son Primer, Montblanc, Sa Mata, Lledoner, Cometa des Morts, Ca Na Vidriera, Na Fonda. En Menorca tipos similares aparecen en el yacimiento menorquín de Biniai Nou y probablemente n los niveles más antiguos de la Cova des Carritx.
En contraste con los tipos anteriores, esta forma presenta una distribución relativamente restringida. Aparece, principalmente, y siempre en poca cantidad, en hipogeos funerarios artificiales como Es Cabás, Son Mesquida, Son Puig, Bennoc, Ariany, y Na Fonda donde se localizan al menos tres formas correspondientes a este tipo. También se localizan en algunas cuevas naturales de enterramiento como Sa Cometa des Morts.
Tipo 3, variante C: Olla globular de perfil ovoide horizontal. Base hemisférica, cuerpo ovoide horizontal, boca muy grande y abierta, cuello de desarrollo medio y borde divergente curvado. Es el tipo más extendido y se halla en casi todas las cuevas de enterramiento. Aparecen con mamelones macizos o perforados. Han sido documentadas en la Mola d’en Bordoy, Son Jaumell, Colònia de Sant Pere, Sa Tanca, Es Cabás, Son Fortuny, Can Martorellet, Naveta Alemany, Son Sunyer, Son Mulet, Son Puig, Ca S’Hereu, Bennoc, Son Vaquer, Sa Mata, Lledoner, Ariany, Cometa des Morts, Ca Na Vidriera y Na Fonda.
TIPO 5: Vasijas carenadas de base plana Se trata de vasos de base plana [fig. (4)13], y carenados compuestos por dos cuerpos. El inferior deriva de un ovoide vertical divergente o un tronco de cono, mientras que el superior conforma un carrete o un tronco de cono convergente. Ambas formas básicas están unidas en la parte inferior o superior de la pieza por una carena pronunciada en arista. Al igual que en el caso anterior presentan unas paredes lisas. La boca es cerrada y el borde divergente ligeramente curvado. El diámetro máximo está situado en el punto de inflexión del cuerpo que coincide con la carena. Son piezas, mucho más altas que anchas por lo que presentan un mayor grado de esbeltez. En muchos casos se documentan asideros de apéndice ascendente de extremo romo. Según Veny (1986) podemos distinguir dos subtipos.
En muchos yacimientos se documentan agrupaciones significativas de estos subtipos cerámicos. En menor medida estos subtipos se localizan de manera aislada. A continuación podemos ver las diferentes fórmulas de agrupación documentadas en los yacimientos analizados: 1. Vasijas aisladas han aparecido en Son Vic, Son Bauló, Son Bauça, Son Sunyer, Ca S’Hereu, Bennoc, Son Vaquer, Sa Mata, Lledoner, Cometa des Morts, Ca Na Vidriera y Son Antelm. 2. Grupos de dos, tres o cuatro piezas en la Mola d’en Bordoy, Son Bauló, Alemany, Es Cabás, Son Fortuny, Can Martorellet, Son Sunyer, Son Puig, Ariant y Son Toni Amer.
Tipo 5, variante A: Formas con carena en arista que se sitúa en la parte inferior del cuerpo. Presentan un borde divergente ligeramente curvado y un cuello poco desarrollado. Tienen una distribución bastante marginal al localizarse tan sólo en las cuevas naturales de Can Martorellet y Llucamet y la artificial de Son Sunyer. Cuando aparece este tipo de vasijas no se localizan otras carenadas.
3. Grupos de más de diez cerámicas en Sa Tanca, Son Mulet, Na Fonda y Son Jaumell. En algunas ocasiones se pueden localizar en un mismo yacimiento todos los subtipos del grupo: Es el caso de la Naveta Alemany, Son Sunyer y Na Fonda. Generalmente pueden aparecer conjuntamente un mismo tipo con o sin presencia de elementos de prensión o plásticodecorativos. Sólo en Can Martorellet, Son Puig y Son
Tipo 5, variante B: 205
el diámetro es superior a la altura. Aparecen en contextos funerarios como los de Sa Tanca, Es Cabás, Ariany y Cometa des Morts.
Vasijas con carena formando una arista marcada o roma que se sitúa en la parte superior del cuerpo. En este caso el borde es divergente curvado muy marcado. Igual que en el grupo anterior su distribución es bastante marginal por lo que por ahora únicamente han sido identificadas en Can Martorellet, Vernissa, Ca Na Vidriera y Na Fonda.
TIPO 10: Vaso troncocónico de pequeñas dimensiones con pie desarrollado Esta forma [fig. (4)14] presenta una base con repié macizo de desarrollo bajo, un cuerpo ovoide vertical divergente y una boca abierta con un borde divergente recto. Como en el resto de las piezas troncocónicas, el diámetro de la boca coincide con el diámetro máximo del vaso. Las piezas de este tipo están provistas de asideros horizontales de extremo romo y sección semicircular situada a la altura de la boca. Esta forma ha aparecido en Son Sunyer, Sa Mata, Ariany y Cometa des Morts.
Este tipo de formas suelen aparecer en pequeños grupos de tres, aunque hay que destacar el caso de Ca Na Vidriera donde se documentaron siete ejemplares. TIPO 6: Vasijas carenadas de base hemiesférica Se trata de formas [fig. (4)13] similares a la anterior pero con el cuerpo inferior hemiesférico. Aparece en las cuevas funerarias de Son Primer, Bennoc, Ca Na Vidriera, Montblanc, Sa Mata, Trispolet y Vernissa. Dos ejemplares atribuibles ha este tipo se localizan nuevamente en el yacimiento menorquín de Alcaidús.
TIPO 11: Forma cilíndrica abombada Son vasijas [fig. (4)14] de base plana y cuerpo cilíndrico abombado, sin cuello, borde recto y labio redondo. Presentan un índice de esbeltez muy marcado. Es un tipo poco frecuente. Se puede distinguir dos grupos:
TIPO 7: Vasija en perfil en “S”con asideros de apéndice ascendentes Esta forma [fig. (4)14] presenta un perfil en “S” compuesto por un ovoide divergente en el cuerpo inferior y un ovoide convergente en el cuerpo superior. El punto de unión e inflexión de ambos elementos se corresponde con el diámetro máximo, situado en la parte superior de la pieza. La boca es cerrada con un borde curvado marcadamente divergente. La base puede ser completamente hemisférica o hemisférica umbilicada. En este tipo es muy característica la presencia de asideros de apéndice de perfil ascendente, punta roma y en ocasiones con una perforación vertical oblicua. Son vasijas esbeltas, mucho más altas que anchas, aunque presentan una amplia diversidad métrica. Es una forma poco frecuente con una distribución muy restringida. Se localiza exclusivamente en Son Mulet y Bennoc donde se han identificado cinco piezas y en Son Jaumell y Vernissa donde se ha localizado una.
Tipo 11, variante A: Vasijas con paredes rectas. Las más pequeñas pueden ser ligeramente abombadas. Han aparecido en el Dolmen de Son Bauló, Vernissa, la naveta Alemany, la cueva natural de Na Fonda. Tipo 11, variante B: Vasijas con paredes abombadas en la parte superior y troncocónica en la parte inferior. El punto de unión entre la base y el cuerpo está marcado por una arista. La boca es abierta auque el borde suele ser ligeramente convergente. Se documentan en las cuevas funerarias de Na Fonda y Bennoc. En Menorca se pueden adscribir a este tipo los ejemplares aparecidos en los dólmenes menorquines de Alcaidús y Biniai Nou, si bien, en estos caos se identifican mamelones perforados a la altura del borde y las dimensiones de las piezas podrían ser un poco mayores. Es el subtipo más común de este grupo.
TIPO 8: Forma troncocónica de paredes rectas Se trata de una forma [fig. (4)14] abierta de base plana, cuerpo troncocónico y borde recto con labio plano con un ligero engrosamiento exterior. Presenta un baquetón aplicado, sencillo o doble, de sección circular, a la altura del labio, que puede ir acompañado de una acanaladura. El diámetro máximo coincide con el diámetro de la boca. La gran dimensió de la boca hace que sea una pieza más ancha que alta. Se ha localizado únicamente en el Coval de’n Pep Rave, Vernissa y Ca Na Vidriera. Se trata de un tipo que presenta claros precedentes en formas del calcolítico, continuando en vigor durante la fase epicampaniforme. A ello seguramente obedece que suela tener presencia en yacimientos con horizontes de ocupación antiguos durante el Bronce.
TIPO 12: Forma ovoide vertical y base plana Se trata de vasijas [fig. (4)14] de paredes lisas con el diámetro máximo que coincide con el punto de inflexión del cuerpo. Tienen un cuello incipiente y un borde divergente curvado con un labio simple. La boca es cerrada aunque presenta un diámetro superior a la base que es más pequeña. Es la forma que tiene una distribución más restringida. Únicamente se han localizado en las estaciones funerarias de Bennoc y Na Fonda. 2) Elementos de prensión y plástico-decorativos
TIPO 9: Forma de perfil ovoide divergente
Como hemos visto, desde los inicios del Bronce Antiguo balear se observan cambios muy significativos en la producción cerámica. Un primer aspecto ya comentado es el aumento de la variedad formal con la documentación de 12 formas básicas frente a las 5 documentadas durante el calcolítico. Un segundo elemento muy característico es la desaparición por completo de las tradiciones
Es un tipo simple [fig. (4)14], de base plana, cuerpo ovoide divergente, boca abierta, sin cuello, borde recto y labio sin engrosar con un perfil que recuerda a un triángulo isósceles inclinado hacia el interior. El diámetro de la boca coincide con el diámetro máximo de la pieza. Es una forma con un índice muy bajo de esbeltez, ya que 206
A pesar del aumento de la variedad formal de los conjuntos cerámicos del bronce antiguo, un análisis del número de individuos que se asocian a cada tipo nos refleja unos intensos niveles de asociación en unos pocos grupos8. Como podemos ver en la gráfica siguiente, el Tipo 3 se convierte en el grupo más numeroso y engloba al 42’9% de la muestra analizada. A mucha distancia documentaríamos el Tipo 1 y el Tipo 2, ambos grupos con un 14’9%. Estos tres tipos agrupan al 72’7% del total de la muestra lo que reafirma la gran concentración de los individuos cerámicos en unos pocos tipos. En este sentido, nos encontramos con una tendencia en cierta manera contradictoria: mientras que se amplía el abanico formal de las cerámicas del bronce antiguo, respecto al calcolítico, en realidad, la mayor parte de las piezas se concentran, al menos en contextos funerarios, en unos pocos grupos, mayoritariamente el Tipo 3 seguido de los Tipos 1 y 2.
decorativas documentadas tanto en el campaniforme como en el epicampaniforme7. Desaparecen tanto las técnicas decorativas (diferectes técnicas de incisión) como la variedad de motivos seriados de tipo geométrico. Sin lugar a dudas estos cambios deben relacionarse, tanto con las nuevas valoraciones estéticas, como con los cambios de significado y simbología que las comunidades del bronce antiguo asocian a las producciones cerámicas. A partir de este momento, los motivos decorativos quedan reducidos, casi exclusivamente, a la presencia de elementos plástico-decorativos (principalmente mamelones de diferentes tipos) que se van repitiendo en distintas series, colocados generalmente en la parte superior del cuerpo, muy cerca del cuello o la boca de los vasos. Por sus características y su reducido tamaño, en muchas ocasiones, generan una simbiosis difícil de discernir entre su valor decorativo y su función como elementos de prensión.
T ipo 12
El tipo más común son los mamelones. Elementos plásticos adheridos a la superficie del cuerpo de muy variadas formas (circulares, cónicos, ovalados, piramidales, tanto horizontales como ascendentes o descendentes). En muchos casos, estos mamelones presentan perforaciones verticales. El valor estético y decorativo de estos elementos está fuera de toda duda, pero en ocasiones, y con mayor seguridad con los mamelones con perforaciones verticales, estos añadidos plásticos también pudieron funcionar como elementos de prensión por los que pasar un cordón a efectos de poder colgar la vasija. En los casos que no presentan perforaciones la citada funcion es más dudosa, aunque tampoco puede descartarse totalmente. Debido a ello, todos estos elementos pueden considerarse desde una doble perpspectiva: la funcional y la estética. Todo ello en consonancia con los nuevos valores estéticos y simbólicos que las comunidades del Bronce Antiguo asociaron a la cerámica, los cuales fueron muy diferentes de los que observamos durante el campaniforme.
T ipo 11 T ipo 10 T ipo 9 T ipo 8
%
T ipo 7 T ipo 6 T ipo 5 T ipo 4 T ipo 3 T ipo2 T ipo 1
0
Frente a la amplia variedad de mamelones, en algunos casos, también se localizan otros elementos de prensión. Entre ellos podemos destacar la presencia de asideros ascendentes de extremo romo característicos de los Tipos 7 y 10, así como baquetones individuales o continuados, dobles y a veces con acanaludara que también documentamos en el Tipo 8. En este segundo conjunto de elementos de prensión, tanto los asideros como los baquetones, a diferencia de la gran simbiosis funcionalestética que se generaba con los mamelones, responden a criterios claramente funcionales, sin que pueda excluirse por completo una componente estética del elemento plástico.
5
10
15
20
25
30
35
Tipo cerámico
Nº de individuos
Tipo 1
48
Tipo2
48
Tipo 3
138
Tipo 4
9
Tipo 5
19
Tipo 6
9
Tipo 7
12
Tipo 8
13
Tipo 9
12
Tipo 10
8
Tipo 11
10
Tipo 12
3
Total
329
40
45
b) Distribución de los tipos cerámicos según la función de la estación arqueológica. Como hemos comentado anteriormente, la visión de las asociaciones de tipos cerámicos a partir de la función de
3) Presencia de los tipos en el registro arqueológico a) Distribución general de los tipos cerámicos
8 Los resultados obtenidos en estos análisis deben tomarse como tendencias y tienen un marcado carácter provisional ya que el estudio se ha realizado a partir de las series cerámicas publicadas que contaban con individuos completos o de perfil identificable. Por ello futuros estudios deberan matizar o reforzar las tendencias observadas en la actualidad.
7 Denominadas en la bibliografía tradicional como cerámicas incisas “estilo A” y “estilo B” respectivamente.
207
los yacimientos quedan enormemente limitadas ya que sólo contamos con dos yacimientos de hábitat (Naveta Alemany y Closos Gaià) frente 42 estaciones funerarias. A su vez, únicamente hemos podido incluir en el análisis los conjuntos cerámicos recuperados de la Naveta Alemany, porque el estudio de las cerámicas de los niveles del Bronce Antiguo de Closos de Can Gaià está pendiente de finalizar. Todo ello hace que únicamente contemos con 9 individuos de perfil completo identificados en contextos de hábitat frente a 312 en contextos funerarios. En este sentido, cualquier tipo de aproximación estará abocada a tropezar con fuertes limitaciones en lo respecta a la representatividad estadística. En cualquier caso, y aún conscientes de ello, incorporamos este análisis a título de hipótesis de trabajo.
Parece que especialmente el Tipo 3 mantiene el lugar predominante tanto en contextos funerarios como en el hábitat de la naveta Alemany. Sobretodo si tenemos en cuenta que en la publicación (Enseñat, 1972) se identificaron muchos fragmentos de bordes, que no hemos incorporado en el análisis, los cuales seguramente podrían pertenecer a este tipo. En cualquier caso, a partir de la publicación citada no puede calcularse el número mínimo de individuos, y, en consecuencia, no puede saberse la incidencia de estos fragmentos en el cálculo total.
Funerario Habitat
Tipo 7
0
12
Tipo 8
0
13
Tipo 9
0
12
Tipo 10
0
8
Tipo 11
2
8
Tipo 12
0
3
Total
9
320
A diferencia de las limitaciones que encontrábamos a la hora de realizar inferencias a partir de los tipos cerámicos presentes en contextos de habitación, el elevado número de individuos completos, o de perfil identificable, en contextos funerarios nos permite un análisis en el que los resultados estadísticos resultan más significativos. A tal efecto hemos realizado dos tipos de análisis. Con el primero hemos pretendido observar si se detectan distribuciones diferentes a partir del tipo de estación funeraria. Como ya se ha dicho, durante el Bronce Antiguo se documentan distintas tradiciones funerarias que afectan fundamentalmente, dentro siempre de la categoría de inhumaciones colectivas9, al contendor: dólmenes, cuevas naturales, así como hipogeos artificiales. En este sentido hemos querido ver si existía algún tipo de relación entre el ajuar cerámico depositado en la necrópolis y el tipo de estación funeraria elegida por la comunidad del bronce antiguo.
Tipo 10 Tipo 9 Tipo 8
En segundo lugar, hemos intentado ver si las distribuciones de los tipos cerámicos podrían relacionarse con un orden territorial específico. Los diferentes tipos de estaciones funerarias, en especial los hipogeos artificiales y las cuevas naturales, se localizan en todo el territorio la isla de Mallorca. Con este cruce de variables se ha pretendido observar si algunos tipos cerámicos respondían a tradiciones de tipo regional.
Tipo 7
%
9
c) Distribución de los tipos cerámicos por estación funeraria.
A su vez, la presencia del Tipo 2 también coincidiría tendencialmente con un grado importante de concentración tanto en contextos funerarios como de hábitat.
Tipo 11
0
Por otro lado, es difícil de contrastar la razón de la alta presencia del Tipo 11 en la naveta Alemany, pues constituye el único hábitat abandonado en el Bronce Antiguo que se conoce por el momento. Se trata de uno de los tipos de mayores dimensiones y que además presenta una mayor capacidad de almacenaje. Si tenemos en cuenta el gran diámetro de la boca, podría sugerirse que sirvió para almacenar productos sólidos o semisólidos. Por ello, no sería descartable que estemos ante un tipo propio de contextos preferentemente de hábitat; opinión que debe quedar pendiente de confirmar a la espera de un registro arqueológico más significativo.
Como podemos ver en la siguiente gráfica, en general, y a pesar de ciertas diferencias difícilmente contrastables entre la presencia de tipos en contextos de hábitat y funerarios, lo cierto es que se observa cierta traslación de los índices de presencia generales a su distribución por tipo de estación arqueológica.
Tipo 12
Tipo 6
Tipo 6 Tipo 5 Tipo 4 Tipo 3 Tipo2 Tipo 1 0
10
20
30
40
Tipo cerámico
Habitat
Funerario
Tipo 1
0
48
Tipo2
3
45
Tipo 3
4
134
Tipo 4
0
9
Tipo 5
0
19
Para realizar ambos análisis hemos cruzado las variables forma cerámica y tipo de estación funeraria; forma cerámica y comarca, y las hemos comparado con la distribución general obtenida anteriormente. Un cambio de tendencia respecto a la distribución global implicaría
50
9
Las inhumaciones individuales, tal vez en cistas, documentadas en el abrigo de Son Gallard (Guerrero et al. 2005) no contenían ajuar cerámico.
208
antiguo mallorquín. Su localización, a orillas de la bahía más próxima a Menorca, podría explicar las semejanzas que encontramos entre este ajuar cerámico y algunas vasijas abiertas ubicadas en la necrópolis de Cala Morell, también localizada al occidente menorquín. Este comportamiento, como ya dijimos, debe vincularse al grupo humano que utilizó el dolmen, pues no se observa en Son Bauló.
la influencia de la variable analizada, por el contrario, una distribución paralela supondría la ausencia de influencia de dicha variable (Shennan, 1992: 95). 80
Cueva natural
70
Cueva artificial Dolmen
60
T otal
50
Con el fin de observar si la distribución de los tipos cerámicos en las necrópolis del bronce antiguo puede relacionarse con variables de tipo geográfico y, por tanto, con las diferentes tradiciones culturales de comunidades separadas espacialmente, hemos realizado un análisis cruzado entre los tipos cerámicos documentados y las diferentes áreas geográficas de Mallorca10
40 30 20 10 0 T ipo 1 T ipo2 T ipo 3 T ipo 4 T ipo 5 T ipo 6 T ipo 7 T ipo 8 T ipo 9 T ipo 10
T ipo 11
T ipo 12
%
Tipo cerámico
Cueva natural
Cueva artificial
Dolmen
Tipo 1
24
23
1
48
Tipo2
36
9
0
45
Tipo 3
53
76
5
134
Tipo 4
4
5
0
9
Tipo 5
9
10
0
19
Tipo 6
8
1
0
9
Tipo 7
6
5
1
12
Tipo 8
4
9
0
13
Tipo 9
5
7
0
12
Tipo 10
4
4
0
8
Tipo 11
4
4
0
8
Tipo 12
2
1
0
3
159
154
7
320
Total
Como vemos en la anterior gráfica, en líneas generales se observa un cierto nivel de correspondencia entre los tipos repartidos por áreas geográficas y la distribución general. Este hecho revelaría una ausencia de correlación de la variable espacial con la distribución de tipos cerámicos, evidenciando que las comunidades del Bronce Antiguo utilizaban en sus necrópolis un ajuar cerámico muy similar con independencia del entorno y la región geográfica de Mallorca en la que se ubican.
Total
Las tendencias de distribución de los tipos cerámicos corren muy paralelas, en especial para aquellas comarcas como la zona del llano en la que contamos con un número elevado de piezas, lo que parece confirmar la idea de que no hay diferencias en el ajuar cerámico por áreas espaciales. En cualquier caso, observamos una propensión diferente en la distribución de los tipos 1 y 2 de la zona de tramontana, respecto al resto. Por el momento no es posible interpretar estas diferencias, aunque no sería nada sorprendente que en la zona de tramuntana, mucho más montañosa y de difícil acceso, existiesen ciertas diferencias en cuanto a los tipos que de manera más común se depositan en la necrópolis.
Como puede apreciarse en la anterior gráfica, el análisis cruzado de la distribución de los tipos cerámicos con las diferentes categorías de estaciones funerarias y su comparación con la distribución general de los tipos cerámicos no refleja ningún tipo de comportamiento diferencial. A excepción de los picos que se observan en los dólmenes, mucho más relacionados con el reducido número de individuos cerámicos documentados que con variaciones de la tendencia general, lo cierto es que no se establece ningún tipo de correlación entre los diferentes tipos de estaciones funerarias documentadas en el bronce antiguo y el ajuar cerámico que las comunidades prehistóricas depositaron en ellas.
Por su parte, los comportamientos diferenciales de la zona del Raiguer (comarca de contacto entre la montaña y el llano) aún son más difíciles de explicar y deben matizarse mucho, ya que pueden estar originados por el reducido número de piezas que se han documentado en esa zona. En definitiva, estos datos parecen indicar unas tradiciones alfareras similares en cuanto a la selección de tipos cerámicos en todas las comunidades y una fluida transmisión de ideas, tradiciones y gustos por toda la isla, salvo las diferencias señaladas en los dólmenes de Aigua Dolça y Son Bauló.
Todo ello parece indicar que la elección de la estación funeraria puede responder tanto a variables de tipo orográfico, geológico, como cultural, pero en ningún caso, la elección del tipo de necrópolis parece afectar, al menos por lo que se refiere a la presencia de tipos cerámicos, al ajuar que se deposita en ellas. Una excepción a esta tendencia sería el Dolmen de S’Aigua Dolça, que, como ya hemos comentado en anteriores apartados, presentaría un contexto cerámico mucho más parecido a los tipos que encontramos en Menorca que a las formas más comunes en el bronce
10
Para ello hemos utilizado las cuatro áreas geográficas en las que tradicionalmente se divide Mallorca (Tramuntana, Raiguer, Pla y Llevant)
209
donde las vasijas cerámicas eran tapadas con otras de menor tamaño, y en algunos casos varias vasijas pequeñas se habían introducido en otra mayor (Pons, 1999). En el hipogeo ya citado de Ca Na Vidriera, un contenedor cerámico contenía, junto a los huesos humanos, conchas de Gibbula cineraria y Cardium edulis (Llabrés 1978). En el Dólmen de Aigua Dolça también se documentaron conchas marinas, aunque en este caso no fue posible su asociación a ningún contenedor cerámico (Guerrero et al. 2003).
4) El contexto cerámico en relación a los rituales funerarios Como hemos comentado en otros apartados, se hace muy difícil analizar la relación existente entre el ritual y el ajuar de acompañamiento, tanto cerámico, como metálico. La razón ya se ha comentado, y no es otra que los sistemáticos saqueos que ha padecido la mayoría de necrópolis. Mientras que los resultados de las dos únicas selladas de antiguo y excavadas, Sa Tanca de Alcudia (Rosselló 1978) y Can Martorellet (Pons 1999, 123-132) permanecen prácticamente inéditos.
- Una cuarta situación queda reflejada en el Hipogeo de Sa Tanca (Rosselló 1978, 29), en donde la colocación de las cerámicas se relaciona directamente con todo el ritual de deposición de los individuos y forman conjuntamente una compleja liturgia funeraria. En esta necrópolis, único hipogeo sellado que se ha podido localizar y excavar hasta la actualidad, los cadáveres se localizaron sobre el suelo de la cueva, en posición decúbito supino, y colocados en disposición radial con los cráneos dirigidos hacia el ábside. Los ajuares, básicamente compuestos por ollas globulares, se colocaron formando un arco alrededor del ábside y circundando los cráneos de los inhumados. Los vasos más pequeños aparecían protegidos por otros mayores en posición invertida.
En cualquier caso contamos con unas pocas evidencias, muy parciales que nos dejan entrever el importante papel que tenían los contenedores cerámicos dentro del ritual funerario y que no se reducían a meras deposiciones asociadas a individuos. Repasemos brevemente los datos disponibles, en los que nos encontramos con unos pocos elementos significativos del ritual funerario, a partir de los cuales podemos inferir el importante papel jugado por los recipientes cerámicos. Entre ellos podemos destacar: - En la mayoría de yacimientos se observa que el espacio funerario fue permanentemente reacondicionado a lo largo del tiempo. Arqueológicamente esto se visualiza en unos contextos muy removidos, en donde no se documentan muchas conexiones anatómicas, aunque no es fácil asociar las piezas cerámicas con inhumaciones concretas.
- Por último, debemos referirnos el caso del Dólmen de S’Aigua Dolça (Guerrero et al. 2003), en el que algunos de los recipientes cerámicos se localizaban en posición primaria; es el caso de un cuenco con base umbilicada que fue colocado en la esquina interior izquierda. En la parte posterior de la cámara se depositaron los huesos largos y los cráneos de las últimas inhumaciones, mientras que se dejaba la parte anterior de la cámara, bastante vacía de restos óseos para depositar en ella, gran parte del ajuar documentado, tanto cerámico como metálico. Todo ello parece sugerir con respecto a los contenedores cerámicos algún tipo de ritual funerario comunitario y no ligado a ninguna deposición funeraria concreta.
- En otros pocos casos (Son Puig, Aigua Dolça, Son Marroig, Ca Na Vidriera), se documenta una manipulación específica de las deposiciones, una vez los cadáveres se había esqueletizado. En ellas se produce un tratamiento diferencial del cráneo con su cuidadosa conservación en lugares determinados, muchas veces acompañados de paquetes de huesos largos todos igualmente orientados, lo que podría suponer el empleo de atillos, cestos o ataduras para mantenerlos juntos. En esta liturgia específica con referencia a los cráneos y a la gestión de los huesos largos, la cerámica adquiere un significado especial, ya que se ha documentado su uso como receptáculo de algunos de estos restos óseos, en especial del cráneo, como elemento central y de gran importancia simbólica en la liturgia funeraria. Dicha hipótesis parece deducirse de la descripción que se hizo (Llabrés 1978: 348 y fig. 7, 26) de algunos hallazgos en el hipogeo nº 4 de Ca Na Vidriera. Según este investigador se documentó un cráneo depositado en un gran cuenco hemisférico, tapado a su vez con otro de menor tamaño, así como algunos cuencos hemisféricos que al parecer, contenían huesos humanos cortos, al igual que un gran cuenco troncocónico, que también contenía huesos, aunque no se especifica su naturaleza.
En definitiva, las pocas evidencias con las que contamos nos permiten avanzar alguna hipótesi. Junto a una clara estandarización formal de las cerámicas, encontramos una gran variedad de funciones desempeñadas por las mismas dentro de la liturgia funeraria propia de cada comunidad. En este sentido se observaría unas complejas relaciones entre la variabilidad tipológica del universo cerámico y el significado simbólico con que cada comunidad las interpreta. IV.6.2. Los instrumentos de hueso (*) El principal objetivo de este capítulo es dar a conocer el ajuar óseo [fig. (4)16] que se encuentra en los yacimientos de Baleares durante Bronce Antiguo (c. 1800-1300 BC). Recordemos que algunos elementos, como los botónes primáticos con perforación basal en “V”, los biperforados y otros objetos de ornato personal, que corresponderían a este horizonte temporal, ya fueron
- En un tercer caso, los individuos cerámicos parecen relacionarse con una función de contenedor dentro de posibles ofrendas rituales y deposición de productos (¿líquidos?) en el transcurso de la liturgia funeraria de inhumación. Ejemplos de esta tercera situación la encontramos en algunas de las pocas y confusas referencias publicadas de la gruta de Can Martorellet, en
*
210
Autores del presente epígrafe: Caterina Belenguer y Francesc Matas
suelen presentar un rebaje abrupto de su grosor, conformado a partir de un corte oblicuo, y que dejan ver el canal medular del hueso, por tanto la sección de su parte activa es cóncava [fig. (4)16]. A la vez existen punzones que se han trabajado de una forma distinta, y donde el rebaje, hasta conseguir una parte activa apuntada es gradual. Además no dejan a la vista el canal medular y la sección de su punta es redonda en toda su extensión. Pensamos que quizás los primeros sólo persiguen la obtención de una punta aguda, mientras que los segundos presentan una parte activa que se alarga en una mayor extensión y una sección circular que los hace ideales para realizar perforaciones circulares más precisas y homogéneas [fig. (4)16].
analizados en el capítulo dedicado a la industria ósea del calcolítico y epicampaniforme, como perduración directa de los mismos. Por lo tanto, ya no trataremos aspectos allí estudiados, como tampoco sus paralelos continentales. La industria ósea en Baleares durante todo el Bronce Antiguo es muy poco variada en las distintas categorías de objetos. Por este motivo trataremos de realizar simplemente una enumeración descriptiva y tipológica. Entendemos por industria ósea el conjunto de objetos que resultan de la transformación de la materia prima que ofrecen las partes duras de los animales, esqueletos de los vertebrados, asta y exoesqueleto de los invertebrados (Rodanés, 1987, 31-35). Estas partes duras de los animales reúnen unas condiciones que las hacen óptimas para la fabricación de objetos de pequeño tamaño para el uso cotidiano. Estas condiciones derivan, por una parte, de sus propias características físicas, como dureza, maleabilidad y resistencia a la descomposición, y, por otra, su fácil acceso, ya que se trata de una materia prima muy presente en sociedades con un peso importante de la ganadería.
Los punzones son útiles óseos característicos de yacimientos de habitación durante toda la Edad del Bronce. Para el Bronce Antiguo uno de los pocos yacimientos de hábitat que ha proporcionado importantes hallazgos es el naviforme Alemany (Pons, 1999, 139140). También contamos con el punzón [fig. (4)16, 5] de la fase correspondiente al Bronce Antiguo y ligado a la primera fase de ocupación del poblado de Closos de ca’n Gaià (Belenguer y Matas, 2005, 267), o los de las grutas de El Coll de Sa Batalla o El Confessionari dels Moros (Veny, 1968, 343 y 348). No obstante también se registra la presencia de estos útiles en contextos funerarios como es el caso del hipogeo de Son Oms (Rosselló-Bordoy, 1962, 38), o de la cueva natural de Sa Canova (Veny, 1968, 269), un contexto más antiguo que los anteriores.
La tipología ósea que aparece en el Bronce Antiguo puede sistematizarse de la siguiente manera: 1) Punzones Son objetos [fig. (4)16] elaborados sobre huesos largos trabajados con el objetivo de obtener una parte activa apuntada, y una parte pasiva de fácil sujeción. Su forma concreta depende del hueso que se haya seleccionado como matriz y de la complejidad del trabajo que se le haya practicado. Hay punzones en los que sólo se ha trabajado la parte activa, pero la mayoría presentan retoques y pulidos en toda su extensión, para conseguir una mayor ergonomía.
2) Agujas Son piezas apuntadas alargadas y de reducido grosor (inferior a 0,5 cms), la mayor parte de las agujas presenta un cabezal en su parte próximal, pudiendo este presentar una perforación; Pascual Benito nos señala la posibilidad de sujetar un cabezal en el extremo proximal en agujas que no lo presentan (Pascual-Benito, 1998, 27). En el caso de las agujas es muy difícil determinar su matriz ya sea anatómica como taxonomicamente, debido a la gran transformación del útil respecto de la materia prima.
En la mayoría de ocasiones el hueso seleccionado para elaborar los punzones es el metacarpo o el metatarso, ya que sus acanaladuras longitudinales (conformadas por la fusión de su épifisis longitudinal) facilitan el trabajo y transformación del mismo en un punzón. Asimismo podemos encontrar punzones elaborados sobre tibias u otros huesos largos, evitando aquellos que por su naturaleza presentan mayores curvaturas en su forma, como los húmeros. Las especies seleccionadas suelen ser ovicápridos y bóvidos, y no suidos como señalaba Cantarellas (Cantarellas, 1974, 82). La especie determinará también el tamaño y la robustez de los punzones.
Hay que destacar que las agujas de hueso son un útil poco frecuente en el registro arqueológico del Bronce balear. De hecho en contextos del Bronce Inicial tan solo contamos con la aguja hallada en la cueva de habitación de Es Coll de sa Batalla, Escorca, (Veny, 1968, 343) de pequeñas dimensiones (4,3 cms de longitud), sección circular y cabeza maciza; lo que sugiere que la mayoría pudieron fabricarse de madera. 3) Espátulas
Existen diferentes criterios para clasificar minuciosamente los punzones en su aspecto formal (Pascual-Benito, 1998; Rodanés, 1987). No obstante, para este estudio hemos optado por ofrecer una visión general y no aproximarnos hasta este nivel de detalle en nuestro análisis, pero sí hemos creído oportuno realizar una observación sobre las partes activas de los punzones y, a partir de ésta, pensamos que se pueden establecer dos tipos por su forma de fabricación, pues creemos que puede responder a una especialización funcional. Hemos observado que hay una serie de punzones en los que la parte activa se sitúa tan solo en su tercio inferior, donde
Son piezas aplanadas y alargadas [fig. (4)16, 12], de tendencia rectangular con bordes alisados en su parte activa. En general la factura de las piezas que conocemos no es muy cuidadosa, exceptuando una de las aparecidas en Closos de can Gaià (Belenguer y Matas, 2005, 269). En general, parece que se busca más resolver una función concreta que responder a un modelo formal previamente establecido. Las matrices usadas pueden ser, indistintamente, huesos largos o planos; dando los primeros unas espátulas más robustas pero más delgadas, 211
de piezas es difícil, ya que presentan grandes modificaciones, pero muchas de las matrices que se han podido identificar son colmillos de suido, algunos ejemplos son los procedentes de algunos yacimietos como el dolmen de Aigua Dolça (Nadal y Estrada 2003, 76-78), o los hipogeos de Son Sunyer, Son Jaumell (Veny, 1968, 51, 160); así como los de las grutas de Sa Cometa des Morts I (Veny, 1947) y Son Maiol (Plantalamor 1974); no es extraño, ya que este tipo de pieza dentaria tiene unas propiedades físicas, dimensiones y grosor, que la hacen más apta para su transformación.
y los segundos espátulas finas y más amplias. La identificación taxonómica no es posible dado el alto grado de modificación y pulimentado. Debe destacarse que también son piezas de aparición poco frecuente en el registro arqueológico balear, tendencia que parece ir en consonancia con otras zonas de la península Ibérica, como es el caso de la zona del Valle del Ebro (Rodanés, 1987). De hecho, para este periodo tan solo conocemos una espátula hallada en la naveta Alemany elaborada sobre un hueso largo y con una parte activa redondeada y aplanada (Enseñat, 1971, 69). Para el Bronce Final los ejemplares se amplían en dos ejemplares de Closos de Can Gaià, (Belenguer y Matas, 2005, 268.269) y una de las navetas de la Marina de la Punta (Pons 1999, 170), como veremos en el capítulo dedicado a la industria ósea del Bronce Final. Cantarellas publicó también dos ejemplares hallados en el estrato B del yacimiento, correspondiente al Bronce Antiguo (Cantarellas 1972 a), que se superponía al fondo de cabaña calcolítico; mientras que otro de los publicados procede de Son Oms (Cantarellas, 1974, 84), aunque con cronología poco precisa, tal vez del Bronce Final.
Morfológicamente los botones de doble perforación simple se configuran como plaquitas de diversas formas con dos perforaciones centrales, y pueden dividir-se tipológicamente de la siguiente manera: a) Botones circulares o de tendencia circular de doble perforación simple, como son los casos del Coval de’n Pep Rave (Coll 1991, 94), Son Jaumell (Veny, 1968, 160), el del Corral des Porc (Pons 1999, 119) entre otros. Esta es la tipología más común de botón simple de doble perforación, estando presentes en, aproximadamente, la mitad de los yacimientos baleares que registran indústria ósea.
5) Mangos
b) Botones poligonales de doble perforación simple. Como ejemplos tenemos los triangulares del Coval de’n Pep Rave (Coll 1991, 94) o los rectangulares de Son Mulet, Es Lledoner y Son Jaumell (Veny 1968, 77, 303, 160). Siendo los primeros casos únicos, mientras los segundos están más extendidos en su uso.
Es frecuente desde el Bronce Antiguo el uso de huesos largos seccionados y pulidos en sus extremos, corrientemente metápodos de ovicaprino, para enmangar punzones metálicos, algunos ejemplos de ellos los podemos encontrar en cuevas de enterramiento de este primer periodo del Bronce, como la de Sa Mata (Búger) o la Cova Lledoner de Pollença (Veny, 1968, 303) o en el abrigo de Son Matge (Waldren 1982, fig. 79; Hoffman 1995). Asimismo se encuentran tambien en yacimientos de hábitat como el aparecido recientemente en Els Closos de Ca’n Gaià que aún resta inédito.
Finalmente los botones simples suelen presentar unas mayores dimensiones que los de perforación en “V”, así como un acabado menos cuidadoso. Son más variados y complejos en sus formas. La mayor parte de los botones con perforación basal en “V” son triangulares y piramidales o prismáticos, heredados de la tradición calcolítica ya explicada anteriormente, como los triangulares del Coval d'en Pep Rave (Coll 1991, 94) o los piramidales Ca Na Vidriera (Llabrés 1978, 351) y Cova de’s Mussol I (Lull et al. 1999, 83). En este momento cronológico podemos ver como además su tipología se amplía en diversos tipos:
6) Botones Definimos como botones [fig. (3)21, 5; (4)16, 7] el conjunto de pequeñas piezas, tipológicamente variadas, que tienen una función de cierre de las piezas de ropa. Diferenciamos dos tipos de botones en base a su perforación, los de doble perforación simple y los de perforación en “V”. A su vez estos dos tipos de botones presentan una diversidad formal importante. Finalmente encontramos un único hallazgo de un botón cilíndrico con una sola perforación (Plantalamor y Sastre, 1991, 167) en la naveta funeraria de Binipatí, que seguramente debería interpretarse mejor como una cuenta de collar, aunque su cronología debe situarse ya durante el Bronce Final, de acuerdo a las dataciones de este conjunto funerario (Hedges et al. 1996; Van Strydonck 2005).
- Botones rectangulares de perforación en “V”. Son citados por Catarellas, y como dos únicos ejemplos tenemos los de Ca Na Cotxera y Es Corral des Porc, los dos con una cronología aún calcolítica o de un Bronce muy temprano (Catarellas 1974, 78) - Botones de “casquete esférico” de perforación en “V”, del cual encontramos un único ejemplar publicado por Veny, el del hipogeo VIII de Son Sunyer (Veny 1968, 51)
Los botones en las Islas Baleares presentan la particularidad de que la mayor parte de ellos está fabricada sobre una matriz de piezas dentarias, seguidos del hueso, así como algunos sobre piedra calcárea, y, finalmente, encontramos los dos únicos ejemplares sobre malacofauna en el yacimiento ibicenco de Ca Na Costa (Fernandez et al. 1988) yacimiento seguramente de origen calcolítico que estaba en pleno uso durante el Bronce Antiguo. La identificación del soporte de este tipo
- Botones cónicos de perforación en “V”, como los aparecidos en las cuevas de Son Mulet, Na Fonda de Sa Vall o Solleric. Este último se encuentra decorado (Veny 1968, 77, 110, 328) - Botones troncocónicos de perforación en “V”, presentes también en diversas sepulturas como Son Sunyer o Na Fonda de Sa Vall, donde aparecieron dos botones de esta tipología (Veny 1968, 51, 328). 212
circulares de dimensiones mayores con perforación central en un caso y doble perforación en un extremo en el otro del Coval de’n Pep Rave (Coll 1991, 94).
- Botones helicoidales de perforación en “V”. Algunos ejemplos de estos botones podemos encontrarlos en la necrópolis de Cala Sant Vicenç (Rosselló et al. 1994, 45) o del Corral des Porc (Pons 1999, 119).
Respecto a las cuentas, destacan por su frecuencia en los contextos funerarios las formadas como placas triangulares con una sola perforación, en la Cometa dels Morts (Escorca) aparecieron hasta veintiocho de estos elementos (Veny 1958; 1968, 311). También podemos encontrar tres de estas plaquitas en el Coval de’n Pep Rave (Coll 1991, 95), siete en el hipogeo de Son Oms (Rosselló 1962, 40) o diez en la cueva natural funeraria de Solleric de Alaró (Veny 1968, 328).
Algunos de estos botones presentan decoración en su superficie, siendo frecuente la de circunferencias concéntricas incisas con punto central, a la cual ya se hizo mención en el apartado de la industria ósea calcolítica. En el inicio del Bronce Antiguo los botones con perforación en V llegan hasta los dos centímetros, reduciendo su tamaño a lo largo de este período. Los contextos donde más abundan los botones, tanto los de perforación simple como los de perforación en “V” son funerarios.
Otro tipo de cuentas son las discoidales, las cilíndricas o las esferoidales, como las que se hallaron en el Coval de’n Pep Rave (Coll 1991, 95). En Son Jaumell, un hipogeo funerario (Capdepera), se localiza una cuenta de “rodaja” elaborada sobre colmillo de suido y en Na Fonda de Sa Vall, otro hipogeo, se halló una cuenta cilíndrica labrada sobre un hueso largo (Veny 1968, 110). En Ibiza aparecieron dos cuentas discoidales en el dolmen de Ca na Costa, yacimiento calcolítico cuyo último momento de uso dataría del Bronce Inicial. En el Coval de’n Pep Rave, y como elemento aislado, se encuentra también una plaquita hexagonal con una sola perforación (Coll 1991, 95).
Esta clase de botones, como ya se mencionó en el capítulo correspondiente a la industria ósea en el Calcolítico, tienen una larga vigencia (desde finales del Neolítico a finales del Bronce, con algunas pervivencias en la época del Hierro) y una extensión geográfica destacable que abarca gran parte de Europa, siendo los puntos más cercanos a Baleares, donde su concentración en la costa catalana y levantina (Uscatescu, 1992) es manifiesta. 7) Ornamentos El hueso también fue trabajado en el Bronce insular para obtener objetos cuya función parece simplemente estética, sin olvidar los significados simbólicos que hubieran podido tener y que apenas podemos vislumbrar. Entre estos objetos debemos contar diversas plaquitas ornamentadas que presentan una diversa tipología de cuentas para la fabricación de collares, pulseras, cosido en los atuendos, etc. Podríamos también considerar ornamentos los incisivos y los colmillos de suido con el extremo proximal perforado, que ya vimos para fases anteriores y que perviven, aunque en menor cantidad, en el primer Bronce.
Durante el Bronce Inicial debe recordarse la pervivencia en la producción y uso de los colgantes elaborados con incisivos o colmillos de suido perforados en la raíz. Estos elementos ya fueron tratados con detalle en el capítulo dedicado a la industria ósea calcolítica, sólo podemos aquí reseñar algunos de los lugares que atestiguan esta pervivencia como son la Cometa dels Morts, donde se encontraron dos colmillos de suido perforados, junto con las 28 plaquitas triangulares que ya se han mencionado anteriormente (Veny 1953; 1968, 311), la cueva de Ariant (Pollença) donde se halló uno de estos colgantes sobre un incisivo, o en el hipogeo de Son Mulet (Veny 1968, 77).
Respecto de las placas decoradas debemos destacar las aparecidos dentro del Naviforme I de Els Closos de Ca’n Gaià. Se trata de dos plaquitas [fig. (4)16, 2-3] de pequeñas dimensiones con perforaciones en su extremo proximal y que presentan una decoración incisa de circulos concéntricos con punto central, a la que ya se hizo mención en el apartado dedicado a la industria ósea calcolítica. Decoración que se puede encontrar sobre otros objetos óseos de las islas (peine de Ca’n Martorellet ya mencionado, algunos botones de perforación en “V”, las tapaderas de hueso que se comentarán en la industria ósea del Bronce Final...) y que registra paralelos en gran parte de Europa cómo ya se explicó en el capítulo precedente sobre la industria ósea en el Calcolítico. En los últimos trabajos en el yacimiento de Hospitalet Vell, aún inéditos, apareció también una plaquita de este tipo.
8) Punta de flecha Las puntas de flecha de hueso son extraordinarioamente raras en las islas, de hecho, sólo se conoce un ejemplar en las Pitiusas con pedúnculo y alerones hallada en la Cova des Fum [fig. (4)16, 1] en un contexto poco fiable11, pese a su singularidad entre el instrumental óseo de las islas sólo ha sido objeto de estudio muy somero y no se habían publicado jamás imágenes de la misma hasta no hace mucho (Calvo y Guerrero 2002, 183). Su datación es insegura, pues las circunstancias del hallazgo no se conocen. Sí sabemos que la Cova des Fum proporcionó algunos fragmentos campaniformes que ya han sido estudiados en otro capítulo anterior. El ejemplar tiene paralelos en contextos campaniformes de Son Salomó (Rodanés 1987: 92) y en algunos epicampaniformes del Languedoc (Guilaine 1972, 57, 86, 95). En las primeras referencias a este objeto (Costa y Fernández 1992) se
También existen otros objetos aparecidos en contextos funerarios únicos en su tipología, que por el hecho de estar perforados pueden interpretar-se como elementos para el adorno personal. Se trata, por ejemplo, de una pequeña placa circular con el borde dentado y una perforación central que fue hallada en el hipogeo funerario de Son Sunyer (Rosselló 1962, 25), o las placas
11 Expuesta en las vitrinas de prehistoria del Museo Arqueológico de Ibiza y Formentera. Agradecemos a su Director J. H. Fernández y al conservador B. Costa las facilidades ofrecidas para la observación directa de esta pieza.
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compuestos por una hoja que se fija al mango de materiales perecederos, seguramente madera, mediante remaches en número de tres o cuatro, alineados en el perímetro distal, que generalmente tiene forma de arco de circunferencia.
adscribió al Bronce Antiguo en función de criterios tipológicos (Pape 1982). Ciertamente, es durante el Bronce Antiguo cuando estas puntas óseas parecen más abundantes, siendo objetos frecuentes en el Bronce Antiguo del Rossellón (Claustre 1996, 395), pero tampoco sería descartable una mayor antigüedad.
Son instrumentos relativamente frecuentes en hipogeos funerarios, como Son Mulet [fig. (4)17, 2], donde un ejemplar aparece asociado a una punta de flecha y trece punzones (Veny 1968, 81). Las condiciones de los hallazgos resultan desconocidas, sin embargo, este hipogeo tiene dos dataciones radiocarbónicas (UA-18295 y UA18297) con los resultados respectivos de 2140-1730 BC y 1880-1490 BC, sin que podamos asociar el cuchillo a ninguno de los dos. La amplia horquilla temporal sólo nos permite encajar temporalmente esta producción en el Bronce Antiguo, cuestión siempre admitida desde análisis contextuales, pero que sólo en el caso de Son Mulet (Gómez Pérez y Rubinos 2005) y en el aparecido en el dolmen de S’Aigua Dolça (Guerrero et al. 2003) tiene confirmación desde la cronología absoluta.
9) Objetos No Determinados En este apartado debemos consignar algunos huesos trabajados que no se han podido incluir en ninguna de las clasificaciones mencionadas, por su heterogeneidad formal y por su función dudosa. Es el caso para el epicampaniforme o Bronce Antiguo del denominado “idolillo antropomorfo” del Coval de’n Pep Rave (Coll 1991, 95), se trata de un pequeño hueso tallado, seguramente una falange sin identificación taxonómica, que recuerda vagamente a un tronco humano femenino. Como objeto indefinido puede señalarse también un fragmento de hueso largo con los extremos seccionados y diversas ranuras en su superficie que apareció en el yacimiento funerario de Ca Na Vidriera (Llabrés 1978, 356), así como las tres láminas de hueso con una perforación en un extremo que aparecieron en Ca’n Martorellet (Pons 1999, 126). Finalmente Veny indica que en la Cometa dels Morts apareció un hueso largo con los extremos seccionados y perforados transversalmente (Veny 1981, 311) que también debemos clasificar como objeto no determinado.
Éste último13 [fig. (4)17, 7] apareció en el ángulo interior izquierdo de la cámara del dolmen, no asociado a ninguna inhumación concreta, por lo que es difícil relacionarlo con alguna de las cinco dataciones absolutas obtenidas de los distintos enterramientos. En cualquier caso siempre sería anterior al intervalo 1750-1600BC. Otros ejemplares aparecidos también en hipogeos funerarios, como los de Son Toni Amer, Na Fonda, Cala de Sa Nau, Sa Mola d’en Bordoi, los tres de Son Jaumell, asociados a otra punta de flecha, así como el de Son Puig (Veny 1968, 98, 111, 131, 136, 162, 241) sólo pueden datarse, por aproximación de cronología relativa, dentro del Bronce Antiguo. De igual forma aparecen en contextos de grutas funerarias [fig. (4)17], como en Es Trispolet, Vernisa y Sa Mata (Veny 1968, 265, 288, 296), así como en la gruta de Can Martorellet (Pons 1999, 30-40), única de la que disponemos de cronología absoluta, aunque los ajuares metálicos no han sido asociados tampoco a ninguna de las dataciones; por lo tanto, su cronología podría oscilar entre 2020-1770 BC y 1750-1550 BC, intervalos respectivamente más antiguo y más moderno de dicho yacimiento, asociados a la ocupación del Bronce Antiguo.
IV.6.3. La metalúrgia La carácterística básica de la metalurgia del Bronce Antiguo es la simplicidad tipológica de los instrumentos, que en la práctica quedan reducidos a dos categorías12: los cuchillos de hoja triangular y los punzones. El resto de elementos que podemos consignar son piezas en su mayoría únicas y, en cualquier caso, extraordinaiamentre escasas. Además del indudable valor funcional de estos instrumentos, es difícil concretar su función social durante el Bronce Antiguo. Lo cierto es que un gran número de los conocidos han aparecido en contestos funerarios, tanto en dólmenes (Guerrero et al. 2003; Rosselló Coll y Mascaró 1962), como en las hipogeos (Veny 1968) y en grutas con ocupación también funeraria, como Es Corral des Porc (Pons 1999, 122 y 130-131), por lo que no debería descartarse un incipiente valor de uso como elementos de prestigio social.
Pese a la imprecisión que, hoy por hoy, nos proporcionan las dataciones absolutas disponibles, parece que el inicio de su producción debe remontarse al periodo epicampaniforme, pues su presencia es ya segura en Sa Canova (Veny 1968, 270), por lo tanto, los ejemplares más antiguos podrían remontarse al 2000-1900 BC y los más modernos alcanzarían hasta la renovación tecnológica del Bronce Final que tiene lugar hacia 1500/1400 BC.
1) Cuchillos triangulares Los cuchillos o dagas triangulares [fig. (4)17] es uno de los elementos más significativos de la metalurgia del Bronce Antiguo. Se trata de un instrumento de fabricación relativamente simple, de estructura laminar; seguramente obtenidos en moldes monovalvos, como el recuperado en el naviforme de Can Roig Nou [fig. (4)17, 8]. Están
En contextos de hábitat son escasamente conocidos, pero debe recordarse que el único abandono constatado durante el Bronce Antiguo es el de la naveta Alemany (Enseñat 1971), y en el msimo encontramos uno de los pocos ejemplares bien contextualizado en ambientes no funerarios; al que debemos añadir el molde de fundición, ya
12 No tendremos en cuenta en este estudio una espada con remaches publicada (Plantalamor 1995, 62) como perteneciente a la colección Flaquer, pues se trata de un objeto único y su origen menorquín no está acreditado.
13 El análisis de componentes (Rovira 2003) es: Cu 95,05%; Sn 0,019%; Pb nd; As 4,76%; Fe 0,03%; Ni nd; Zn nd; Sb 0,004%; Ag nd.
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des Porc puede ajustarse, desde un punto de vista formal, a ciertos especimenes continentales de puntas laminares, entre los que no faltan algunos ejemplares con muchas similitudes al de Es Corral des Porc, como algunos de la Mariselva (Garrido-Pena 2000: 281), Cádiz (Rovira et al. 1999: 143) o de Paredes de Nava (Delibes y FernándezMiranda 1981: fig. 5,5), aunque algo más ancho en este último caso. Sin embargo, los ejemplares más parecidos los encontramos entre los instrumentos metálicos de algunas comunidades de los inicios del Bronce Antiguo (Guilaine 1972, 61, 86, 141; Roudil 1972, 24, 26, 27, 54,) en el Languedoc y Rossellón. Sin embargo, en todos estos contextos leznas, sin apenas modificación formal, aparecen tanto en contextos campaniformes tardíos, como del Bronce Antiguo, lo que explicaría la presencia de estaño en el ejemplar mallorquín.
mencionado, aparecido en la naveta de Can Roig Nou. Sólo Mallorca tiene una representación aceptable de este tipo de instrumentos, por el contrario, en Menorca son escasamente conocidos; seguramente esta situación es debida a que todos los hipogeos funerarios han llegado a nosostros vacíos de su contenido arqueológico, ni tampoco se conocen contextos de hábitat abandonados durante el Bronce Antiguo. Por lo que respecta a Ibiza la situación no es mucho mejor, aunque se conoce un ejemplar [fig. (4)17, 9] procedente del yacimiento de Can Sergent (Fernández y Topp 1984; Costa y Fernández 1992). Las dagas triangulares con extremos distales de forma redondeada son instrumentos metálicos ampliamente extendidos durante el Bronce Antiguo de occidente; de esta forma encontramos buenos paralelos en Bronce Antiguo francés (Briard y Mohen 1983, 27-40). Es importante señalar su presencia en las zonas costeras del Golfo de León como en el Languedoc (Roudil 1972, 24, 26, 92, 103, 108), por su relación con las islas, donde conviven frecuentemente con las leznas losángicas, como la hallada en Es corral des Porc, que seguidamente veremos.
3) Punzones La segunda categoría de objetos relativamente abundantes esta representada por los punzones [fig. (4)17, 10]. Su simpleza formal da poco juego para hacer inferencias comparativas con otros contextos foráneos. Las únicas diferencias atañen a las secciones, que son sistemáticamente cuadradas o circulares.
En la costa levantina de la península Ibérica, otra de las áreas costeras continetales con facilidad de conexión con las islas, especialmente con las Pitiusas, estas dagas triangulares con remaches son igualmente conocidas durante el Bronce Antiguo (García 1999). Seguramente es en contextos argáricos (Schubart y Ulreich 1991) donde podemos encontrar la producción de cuchillos triangulares más próximos a los baleáricos.
Su presencia en el registro arqueológico de las islas seguramente arranca del calcolítico, como parace deducirse de la composición del punzón de Son Primer (Calvo y Guerrero 2002, 85), no obstante aparecido en un contexto dudoso. Durante largo tiempo fueron considerados calcolíticos los punzones aparecidos principalmente en el área central de Son Matge, sin embargo, las dataciones radiocarbónicas realizadas a partir de los mangos de hueso de una buena serie de ellos (Hoffman 1993) ha evidenciado que esta producción no es sincrónica, sino que corresponde a diversas fases de la Edad del Bronce.
3) Leznas losángicas Es un tipo de instrumento [fig. (4)17, 11] con muy escasa presencia en el registro arqueologico balear, de hecho sólo conocemos un ejemplar hallado en la necrópolis de Es Corral des Porc (Rosselló 1974: fig.1, 23). En estudios anteriores fue incluida entre los posibles elementos metálicos del calcolítico tardío mallorquín (Calvo y Guerrero 2002, 81-82) pues no pudieron realizarse análisis de composición14; superadas aquellas dificultades y verificada su composición15 se ha comprobado que contiene un porcentaje de cobre del Cu 93,72% y 6,28% de estaño (Salvà 2007).
Los análisis metalográficos del conjunto de punzones del abrigo de Son Matge y del poblado de Son Oleza indican las siguientes composiciones, que se reflejan en la tabla elaborada por Ch. R. Hoffman (1995), que reproducimos a continuación: Son Matge
Su atribución contextual es difícil fijarla, pues esta gruta, como hemos ya señalado, registra la presencia de alguna pieza con decoración epicampaniforme, aunque también dispone de una datación absoluta (UBAR-386) situada en el intervalo 1950-1100 BC, cuya imprecisión, derivada de una alta desviación típica de la fecha convencional del radiocarbono, la convierte en muy poco útil. Los resultados de los recientes análisis aconsejan considerarla un instrumento propio de la tecnicas de fundición propias del Bronce Antiguo, no obstante, recordando la escasa evolución formal de estas leznas a lo largo del tiempo. La estrecha punta o lezna laminar losángica de Es corral 14 Las dificultades impuestas por la dirección del Museo de Mallorca en aquel entonces no hicieron posibles estos análisis. 15
Nº Análisis IB-105/603, Nº INV. 5202 Punón o lezna biapuntada.
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Cu
Sn
As
Fe
Pb
Sb
Ag
Ni
Co
Au
Zn
Bi
89.19
10.21
0.09
0.02
0.07
0.05
0.09
--
--
--
--
--
76.59
15.74
0.01
0.02
0.06
0.04
0.09
--
--
--
--
--
95.83
3.78
0.02
0.05
0.14
0
0.07
0.06
0.01
0
0
0.04
93.67
4.98
0.30
0
0.77
0.08
0
0.02
0.01
0.14
0
0.01
89.47
8.81
0.18
0
1.31
0.09
0.05
0.05
0
0
0.02
0.02
89.75
9.85
0.18
0.02
0.08
0
0.07
0.03
0.01
0
0
0.01
90.22
9.52
0.15
0.03
0.06
0
0.07
0.02
0
0
0.03
0.03
95.31 Son Oleza
4.21
0.07
0.08
0.13
0.01
0.05
0.10
0.01
0.02
0
0.01
94.46
3.19
0.14
0.02
0.07
0.68
0.79
--
--
--
--
--
88.83
0.14
3.55
0.11
0.19
0.08
1.35
--
--
--
--
--
98.95
0.01
0.59
0.10
0.07
0.17
0.04
0
--
0
0.06
99.06
--
0.61
0.10
0.04
0.13
--
--
--
0
0.01
91.66
6.45
1.38
0.30
0
0.09
0.04
0
0.05
0
0.03
0
Torretes que ya estaba habitado desde fines del tercer milenio BC y parece que siguió en actividad, ahora con numerosas construcciones, con gruesos zócalos de doble hilada de piedras, que las diferencian de las antiguas cabañas calcolíticas, aunque nos faltan datos acerca de su evolución y abandono definitivo.
El complemento funcional de los punzones son los mangos, constituidos por huesos largos, generalmente tibias de ovicaprinos, apenas sin trabajar en las que se engastan los punzones. 4) Puntas de flecha Las puntas [fig. (4)17, 12-14] son instrumentos muy poco frecuentes en el registro arqueológico del Bronce Antiguo. No obstante, se conocen algunos ejemplares procedentes de los hipogeos funerarios y del sector central de Son Matge. En el hipogeo de Son Mulet (Veny 1968, 81) fue hallado un ejemplar triangular [fig. (4)17, 12] con pedúnculo y alerones apenas desarrollados. Como ya se ha dicho al estudiar los cuchillos, este es el único ejemplar procedente de un contexto funerario con dataciones absolutas, aunque ninguna no puede asociarse directamente a la punta de flecha. Otro ejemplar, igualmente de forma triangular, pero con alerones bien desarrollados [fig. (4)17, 13], aunque se encuentran fracturados, se encontró en el hipogeo de Son Jaumell (Veny 1968, 163).
Algunas grutas como la Cova Xives y la Cova des Culleram han proporcionado hallazgos cerámicos [fig. (4)18, 1-3] que permiten asegurar su frecuentación sin fines funerarios. Su encuadre cronológico en el Bronce Antiguo sólo puede hacerse a partir de criterios tipológicos de las cerámicas y no debe descartarse que tuviesen alguna ocupación más antigua (Costa y Fernández, 1992; Costa y Benito, 2000). El yacimiento de Can Sergent, situado al pie de la ladera del Puig Palleu, es otro de los lugares prehistóricos ibicencos al que debemos referirnos. Sin embargo, su mal estado de conservación y un registro arqueológico contradictorio hace difícil saber si estamos ante un asentamiento contemporáneo del Bronce Antiguo o bien ante un yacimiento algo más tardío. El único indicador arqueológico que nos permite intuir que el lugar estaba ocupado antes del Bronce final es el hallazgo en las excavaciones de un cuchillo triangular con remaches para el mango [fig. (4)17, 9], instrumento similar a los que en Mallorca caracterizan la fase de metalurgia arcaica del bronce, por lo tanto, anterior grosso modo a c. 1400 BC. Finalmente sabemos que ya estaba amortizado entre el 1000 y el 760 BC a partir de la datación de los restos humanos de un enterramiento que se practicó sobre sus ruinas. Lo que ocurrió en este yacimiento desde c. 1400/1300 BC hasta que fue utilizado como necrópolis del Bronce Final es totalmente desconocido.
En contextos no funerarios es conocido el ejemplar [fig. (4)17, 14] aparecido en el sector central de Son Matge (Waldren 1979). Inicialmente este contexto, en el que también aparecieron numerosos punzones y un peine con decoración incisa de estilo campaniforme, fue considerado como un área de trabajo metalúrgico propio del calcolítico, sin embargo, las dataciones radiocarbónicas (Hoffman 1993) de los mangos de algunos punzones evidenció que la zona estuvo siendo utilizada para diversos menesteres, no sólo durante el calcolítico, sino también a lo largo de la Edad del Bronce. La punta no puede asociarse a ninguna datación concreta, aunque la presencia en su composición16 de un 10,52% de estaño (Hoffman 1995) sugiere que estamos ante un objeto propio de la Edad del Bronce y no calcolítico.
Merece la pena retomar la historia de las investigaciones en este yacimiento, pues incluso tras ellas, la misma función de hábitat no fue percibida hasta algunas décadas más tarde (Costa y Benito 2000). En los años 1978 y 1979 fueron excavadas dos estructuras constructivas que se interpretaron como restos de posibles sepulcros de corredor y se denominaron respectivamente can Sergent I y II (Topp et al. 1979). Su estado de conservación era muy precario y sólo habían llegado hasta nosotros una pequeña parte de todas las estructuras arquitectónicas. Hay sospechas, fundadas en testimonios de vecinos de la zona, que Carlos Román habría excavado aquí en 1920 y finalmente, como los hallazgos le resultaron poco atractivos, no los llegó a publicar en sus memorias. Además una buena parte de las estructuras fueron desmontadas por los campesinos del lugar para aprovechar la piedra.
IV.7. La población Pitiusa durante el Bronce Antiguo La tradicional escasez de actividad arqueológica relacionada con el pasado prehistórico de las Pitiusas hace que apenas se hayan producido novedades desde nuestro último intento de actualizar el estado de la cuestión (Costa y Guerrero 2002), por lo tanto este epígrafe sólo puede repetir en gran medida lo ya dicho, aunque el espectacular avance en el conocimiento de la Edad del Bronce Naviforme en las otras islas nos permitirá revisar algunos aspectos ya tratados en anteriores ocasiones desde nuevas perspectivas. IV.7.1 Los lugares de habitación
Prospecciones recientes (Costa y Benito 2000) han permitido el descubrimiento de nuevos restos a unos 400 m al Este de los restos excavados; algunos fragmentos amorfos de cerámica hecha a mano, de cochura irregular y desgrasante grosero, permiten confirmar la atribución prehistórica de estos nuevos restos.
En la isla de Ibiza son todavía muy escasos los testimonios correspondientes a las poblaciones que habitaron las islas durante el Bronce Antiguo; ni siquiera la calificación de Naviforme es aquí posible, pues ninguna arquitectura con estas características ha sido descubierta en esta isla. La evidencia arqueológica más importante se circunscribe al poblado del Puig de ses
El supuesto sepulcro denominado Can Sergent I estaba formado por dos hiladas de unos 2 m de longitud de losas paralelas hincadas en posición ortostática que se interpretaron como el corredor que daba acceso al interior
16 ABSM 1.1ª: Cu 86,51%; Sn 10,52%; As 0,05%; Fe 0,09%; Pb 0,10%; Sb 0,02%; Ag 0,07%;
216
Barbaria II, único yacimiento de habitación que permite conectar las Pitiusas con la arquitectura de hábitat característica de las Baleares.
de una supuesta cámara circular, o tal vez una estructura tumular, de la que sólo se conservaba un pequeño tramo al NW. En su interior aparecieron algunos fragmentos cerámicos de pasta grosera, algunos restos óseos humanos y el pequeño cuchillo triangular, ya mencionado, en cuya aleación se detectó (Delibes y Fernández-Miranda, 1988: 152) la presencia de un 9,33% de estaño.
Del impresionante conjunto de veintiún yacimientos que se agrupan en la zona del Cap de Barbaria, resulta particularmente interesante el denominado Cap de Barbaria II [fig. (4)3, 3], pues gracias a las diversas campañas de excavación realizadas en el mismo (Costa y Benito, 2000 con bibliografía anterior) sabemos que constituye un asentamiento con varias unidades naviformes, como las que se conocen en Mallorca y Menorca. Además de otras habitaciones con plantas de morfologías diversas, formando un complejo constructivo constituido por al menos nueve ámbitos o estancias. Por tanto, en el caso pitiuso, los naviformes aparecen integrados en conjuntos más amplios, como ocurre también en Mallorca y Menorca (Calvo et al. 2001; Salvà et al. 2002; Guerrero et al. 2006).
El segundo supuesto sepulcro, Can Sergent II, separado del anterior unos 15 m. hacia el Oeste, estaba formado igualmente por dos hiladas de losas, también en posición ortostática, con una separación entre ambas de medio metro. Inicialmente fue así mismo interpretado como una segunda sepultura megalítica de la que habrían desaparecido las estructuras tumulares y eventualmente la cámara (Topp et al. 1979). Pero paradójicamente el interior del supuesto corredor estaba colmatado de piedras menores y tierra. Los estudios posteriores (Costa y Benito 2000; Costa y Guerrero 2002) de la arquitectura prehistórica de Formentera han permitido constatar que la técnica constructiva de los muros en las Pitiusas, a diferencia de las Baleares, es a base de muros con dobles paramentos de losas verticales rellenos de cascajo, que fácilmente la erosión y las tareas agrícolas vacían, dando la falsa impresión, cuando están en mal estado de conservación, que efectivamente estamos ante corredores delimitados por losas.
El asentamiento, cuya excavación no está culminada por completo, sufrió a lo largo de su existencia numerosas e intensas remodelaciones. También la erosión natural, la acción de la vegetación y, sobretodo, la acción antrópica, utilizando el yacimiento como cantera para la obtención de piedra, incidieron negativamente sobre su conservación. De esta forma, hoy sólo un naviforme, de los que han sido completamente excavados, conserva el recorrido perimetral de sus muros completo. Su mejor estado de conservación permitió equipararlo claramente con los edificios naviformes mallorquines y menorquines, pues incluso, al igual que aquellos, aparece provisto de un hogar bien delimitado por losetas, aunque de elaboración más simple que los hogares con plataforma mallorquines. Pese al mal estado de conservación del conjunto, pueden identificarse el arranque de dos naviformes más y tal vez un cuarto reconvertido en una pequeña estancia pseudorectangular en un momento indeterminado de la dilatada existencia de este yacimiento.
Por lo tanto hoy estamos en condiciones de asegurar que los dos supuestos sepulcros de corredor ibicencos no son otra cosa que restos de muros, uno de los cuales había perdido el relleno. Bajo ningún concepto deben interpretarse como sepulcros de corredor, modalidad de tumba, por otro lado, desconocida en el contexto del megalitismo propio del archipiélago. En realidad esto permite también resolver la extraña paradoja de que los hallazgos de instrumentos se hubiesen producido siempre fuera de los supuestos sepulcros.
La organización espacial comunitaria de este asentamiento parece estructurarse a partir de un espacio central, que probablemente puede ser interpretado como un corral y que posteriormente fue compartimentado en distintos recintos o cercas, entorno a los que se distribuyen los naviformes con sus portales afrontados y con salida directa a los distintos corrales. La diferencia con los corrales descubiertos en Mallorca es que aquí la planta de los mismos es de tendencia ortogonal, mientras que en Formentera tienen plantas redondeadas y arriñonadas.
Por todo ello, Can Sergent puede interpretarse más adecuadamente (Costa y Benito 2000) como un recinto de planta curvada, en muy mal estado de conservación, con un muro perimetral hecho de doble hilada de ortostatos y un relleno interior de tierra y piedras, de trazado casi semicircular. A este muro, por su parte interna, se le adosó al menos otra estructura menor, ¿cabaña?, de planta también curvada, delimitada con una única hilera de grandes losas de piedra. No conocemos la función original de este recinto, tal vez similar a la de alguno de los observados en el Cap de Barbaria de Formentera. No obstante, en su interior y ya en un momento claramente posterior al de su abandono, una pequeña comunidad lo utilizó como área sepulcral de sus difuntos, de lo que nos ocuparemos en otro lugar.
Cap de Barbaria II no es un caso único en la isla, pues dentro del amplio conjunto de yacimientos prehistóricos del Cap de Barbaria, existen otros cuatro más que por su complejidad y superficie le son equiparables. Otros, por el contrario, presentan plantas mucho más sencillas (Costa y Fernández, 1992; Costa y Benito, 2000).
Por lo que respecta a Formentera nuestro conocimiento es algo mejor, gracias sobre todo a dos yacimientos fundamentales: en primer lugar, el dolmen de Ca Na Costa, que si bien tiene unos inicios en el calcolítico campaniforme y/o epicampaniforme, permanece en uso a lo largo de la Edad del Bronce, fase a la que pertenecen la mayoría de los ajuares. El segundo lugar, Cap de
Al igual que en los asentamientos de las otras islas, la actividad metalúrgica en el Cap de Barbaria II parece que tuvo una presencia notable, al menos en la última fase de su existencia, detectándose restos de fundición que contienen un 85,02% de cobre con un 14,97% de estaño 217
tan características de las Baleares, como las inhumaciones colectivas en grutas e hipogeos, son desconocidas en las Pitiusas. La circunstancia de que no existan noticias contrastadas del hallazgo de un osario colectivo, ni que tampoco se conozca nada equivalente a los hipogeos baleáricos, aunque sea sin el contenido original, sugiere que las tradiciones funerarias de las poblaciones Pitiusas, hecha la salvedad excepcional de Ca na Costa, fueron por derroteros distintos. Las tumbas individuales de Can Sergent corresponden ya al Bronce Final, pero tal vez puedan representar una herencia ancestral de inhumaciones en tumbas sin estructuras complejas. Hoy sabemos que algunos grupos humanos del Bronce Antiguo de Mallorca practicaron esta forma de enterrarse (Guerrero et al. 2005), como hemos visto que ocurrió en el abrigo de Son Gallard entre 1690 y 1430 BC. De confirmarse esta hipótesis tendríamos una buena explicación de por qué no encontramos tumbas de esta época, pues ya sabemos lo difícil que resulta su conservación.
(Costa y Benito, 2000), lo que, en un contexto de ausencia de estas materias primas, indica unos contactos muy fluidos con el comercio ultramarino de metales. Sin embargo, estos porcentajes de estaño están más en consonancia con lo que observamos en las islas en el Bronce Final o Naviforme II, cuando los intercambios con el exterior alcanzan un nivel verdaderamente notable, como se argumentará en el capítulo correspondiente. La datación tradicional propuesta para este yacimiento con criterios de cronología relativa (Ramón 1985; Gómez Bellard 1995) entre el 2000 y 1400 aC es hoy inaceptable. La documentación reciente de distintos yacimientos mallorquines y menorquines, sobre todo la proporcionada por el poblado de naviformes de Closos de Can Gaià en Mallorca (Salvà et al. 2002; Oliver 2005), actualmente en curso de excavación, nos indica que este tipo de asentamientos naviformes no son anteriores a c. 1700/1650 BC. Los razonamientos han sido ya expuestos y no parece necesario volver sobre ello. Más difícil resulta, hoy por hoy, evaluar la perduración temporal de este tipo de establecimientos. Admitir hoy que estos complejos hábitats formenterenses con estructuras naviformes estaban habitados hacia el 900/850 BC no constituye nada asombroso, cuando sabemos (Salvà et al. 2002) que esto mismo ocurre, tanto en Mallorca, como en Menorca. Temporalidad que nos llevaría a la antesala misma de la ocupación fenicia de las Pitiusas (Guerrero 2007), como en su momento tendremos ocasión de desarrollar.
Vista la inseguridad en la que nos movemos, por fuerza debemos referirnos a dos confusas noticias (Costa y Benito 2000) sobre hallazgos de inhumaciones en cuevas naturales. Sobre la primera de ellas escribía Pérez Cabrero: ... siete u ocho esqueletos humanos enteros, en posición de estar sentados, y algunos objetos rotos de alfarería llamada impropiamente prehistórica". El yacimiento mencionado es la Cova de Portussaler, situada al NW de la isla. El número de esqueletos que señala Pérez Cabrero es coincidente con los contabilizados en la covacha mallorquina de Son Marroig, aunque los escuetos datos no nos permiten ir más allá de dejar constancia de la cita.
Una datación absoluta (UtC-8320) obtenida sobre un hueso de ovicáprido asociado a la cimentación de uno de los muros que dividían el posible corral comunitario de Cap de Barbaria II (Costa y Guerrero 2002), nos indica que el lugar estaba aún habitado hacia 750-380 BC, lo que ocurre es que este intervalo está afectado de imprecisión debido a la trayectoria amesetada de curva de calibración en la Edad del Hierro, por lo que no puede descartarse que la edad verdadera esté próxima a c. 700 BC; pues hacia el s. IV aC las Pitiusas ya habían tomado, con la colonización púnica de todo el territorio, otros derroteros históricos y no es previsible que este asentamiento hubiese pervivido hasta esas fechas. Aunque tampoco son desconocidas frecuentaciones más o menos esporádicas y reaprovechamientos de las ruinas de estos poblados del Bronce hasta época bizantina (Salva et al. 2002 a) y aún medievales.
La segunda de las noticias sobre hallazgos de restos humanos en grutas la proporciona Frank Jackson, quien exploró la Cova des Fum hacia el 1960 y, además de los hallazgos ya mencionados de la primera gran sala, localizó una grieta que daba paso a un conjunto de tres salas en las que había restos de una inhumación en cada una de ellas, de las que pudo tomar fotografías en color, todas en posición decúbito supino y uno de los cadáveres, según la descripción de Jackson, portaba aún in situ un brazalete de bronce. Finalmente, en una cuarta sala, de mayores dimensiones, se acumulaban restos de un número elevado de individuos en aparente desorden y sin que se observasen conexiones anatómicas. Sin embargo, todas estas noticias deben ser tomadas con cautela, pues si bien los elementos descritos no contradicen que pudieran ser depósitos funerarios prehistóricos, las prospecciones modernas realizadas con criterios arqueológicos no han permitido corroborar plenamente la naturaleza prehistórica de los hallazgos, ni tampoco se han producido nuevos que pudieran arrojar luz sobre el problema de las prácticas funerarias de la Edad del Bronce Pitiusa. Ya hemos insistido en que la naturaleza de determinadas tradiciones funerarias hace muy difícil su conservación; un fenómeno similar de opacidad arqueológica lo tenemos igualmente en las prácticas funerarias del Bronce del Noroeste de la Península Ibérica (Fábregas y Bradley 1995) a partir de c.
Lo que está claro es que este asentamiento pudo estar habitado a lo largo de toda la fase correspondiente al Bronce Final, lo que resulta totalmente coherente con las dataciones de Sa Cala y Can Sergent, que luego veremos, como así mismo ocurre en Mallorca y Menorca. IV.7.2. Las prácticas funerarias El único yacimiento funerario de las Pitiusas que puede adscribirse con seguridad a la temporalidad propia epicampaniforme (2100-1900 BC), seguramente con un arranque algo anterior, y al Bronce Antiguo es el conocido dolmen de Ca na Costa [fig. (3)26, 1-2]. Tal vez no esté demás recordar que manifestaciones funerarias 218
Donde encuentra paralelos es en algunas sepulturas dolménicas catalanas y particularmente en el ejemplar de Mas Pla (Mestres 1979/80).
1600 BC. Centrada la cuestión, es necesario referirse al Dolmen de Ca Na Costa (Fernández et al. 1988), yacimiento cuya importancia trasciende el ámbito de las islas Pitiusas y, como se ha dicho, único yacimiento que nos informa de algunas de las prácticas funerarias de las comunidades Pitiusas durante el Bronce Antiguo. Las modernas dataciones radiocarbónicas (KIA-14329) obtenidas de huesos de la última ocupación funeraria nos indican que ésta se desarrolló en el intervalo temporal que media entre 2040 y 1870 BC, lo que resulta en gran medida coincidente con lo ya dicho para el dolmen mallorquín de Aigua Dolçá. La cronología relativa que nos indican los materiales exhumados en la cámara es también coherente con los resultados del radiocarbono.
La excavación permitió identificar (Gómez y Reverte, 1988) ocho individuos adultos de entre 20 y 55 años, aunque no fue posible reconstruir los rituales de inhumación, pues la plantación de un olivo en el interior de la cámara había alterado seriamente el depósito funerario. Sólo se conservaba in situ un paquete de huesos amontonados al lado de uno de los ortostátos de la cámara, en un gesto que sugiere su arrinconamiento para dejar espacio en la cámara a nuevas deposiciones. Al igual que hemos visto en Aigua Dolça, se pudieron recuperar dentro de la cámara falanges y huesos pequeños, lo que sugiere que la putrefacción tenía lugar en el interior de la cámara, aunque los cadáveres eran recolocados en la periferia de la cámara en función de las necesidades de espacio.
Sin embargo, dos fragmentos cerámicos con decoración incisa capaniforme [fig. (3)10, 3], como reiteradamente se ha repetido, se separan de este arco temporal, pues se trata de dos fragmentos propios de las producciones de la segunda mitad del III milenio BC. Su índice de fragmentación nos indica que no formaban parte de los ajuares propios de la última ocupación funeraria del dolmen, lo que nos remite a dos posibles explicaciones alternativas a su presencia en la cámara del dolmen: la primera es que constituyan restos de una ocupación anterior propia del periodo c. 2300-2000 BC; la segunda posibilidad radicaría en que estos fragmentos provengan de un paleosuelo sobre el que se construye el dolmen, y accidentalmente se hubiesen conservado en el ámbito de la cámara durante las tareas de construcción y posiblemente enlosado de la misma.
El conjunto de materiales exhumados, además de los fragmentos cerámicos, no difiere de lo visto en Aigua Dolça, por una parte, tenemos lo objetos seguramente ligados a las vestimentas o a las mortajas como son los botones prismáticos con perforación basal en “V” y los abalorios de los cadáveres como cuentas de collar. El metal está ausente en Ca Na Costa. Merece la pena destacar que en el exterior se encontró todo el utillaje lítico, como una cazoleta de arenisca y un percutor, así como un objeto cúbico de granito, un fragmento de piedra pómez, tres elementos de sílex y un afilador o “brazalete de arquero” fragmentado. Es decir, ninguno de los instrumentos relacionados con los procesos de trabajo (picar, moler, tallar, horadar, afilar, etc.) se localizaron en el interior del recinto mortuorio, sino en la estructura exterior o del entorno inmediato del monumento. Los materiales líticos tallados, una lasca, un fragmento de núcleo y un posible perforador, tienen su importancia en este contexto, pues el sílex es una materia exógena en las Pitiusas.
El dolmen de Ca Na costa (Fernández et al. 1988) está situado en una pequeña lengua de tierra que se eleva sobre una zona lacustre de escasa profundidad conocidas como l’Estany Pudent, lo que le permite dominar una amplia panorámica de la zona salobre y de sus alrededores. Seguramente su ubicación no fue casual y pudo obedecer a un gesto de legitimar la posesión comunal de unas tierras en cuyas orillas se produce espontáneamente sal por evaporación, lo que unido a las posibilidades de caza de aves migratorias, resultaba ser una importante zona de captación de recursos naturales.
No es fácil saber si se trata de piezas utilizadas en la construcción, tras la cual se amortizaron en los exteriores, o bien constituyen restos de deposiciones o actividades realizadas en el exterior de la sepultura, tal vez con carácter ritual en relación a cultos post-mortem de personajes inhumados en el interior del megalito, como también podría sugerirlo la presencia de algunos vasos cerámicos y la concha perforada.
La arquitectura de Ca Na Costa, que ya fue descrita en un capítulo anterior, no se corresponde con nada de lo visto en los ejemplares menorquines, ni tampoco mallorquines, lo que sugiere influencias distintas del resto de las islas.
219
Dataciones radiocarbónicas más significativas citadas en el texto 1. Contextos de hábitat Lab. nº
Edad C14 BP
Cal. BC, OxCal v3.10 (Intervalo de mayor probabilidad)
Naturaleza muestra
Yacimiento. Observaciones
1.1. Poblados: UtC-7115
3400 ±35
1780 (92.7%) 1610
Hueso fauna
KIA-11221
3390 ±30
1760 (95.4%) 1610
Carbón
1690 (94.0%) 1520
Carbón
KIA-11223
3340 ±30
Mallorca, Son Baduia, habitación naviforme Contextos no publicados. Mallorca, Closos de Can Gaià. Naviforme I. Nivel 5B. Cubeta de combustión bajo losa nº 14 del umbral Naviforme I. Nivel 5B. Cubeta de combustión bajo losa nº 14 del umbral. Nivel de ocupación inferior de la zona de producción comunal junto a la estructura rectangular. Mallorca, Son Oleza Contexto desconocido, CH 1; Bajo relleno adosado al muro Sur. Relleno de terraza Antigua (1-2; AT12). Probablemente asociada al horizonte de las cabañas circulares. En cualquier caso ante quem de la construcción ciclópea naviforme. OS; Bajo muro, probablemente de la estructura H4 Contexto desconocido, SW, del sector muro Sur. SFO-EW-INT-B1. Relleno sedimentario en una grieta de la roca bajo la esquina SE del muro perimetral
KIA-25212
3170 ±30
1500 (95.4%) 1390
Hueso fauna
QL-4042
3490 ±80
2030 (95.4%) 1610
Carbón
QL-1859
3490 ±30
1900 (95.4%) 1730
Hueso fauna
KIA-20484
3480 ±25
1890 (95.4%) 1730
Hueso fauna
QL-4100
3470 ±50
1930 (95.4%) 1660
Hueso fauna
UtC-9021
3460 ±45
1900 (95.4%) 1660
Hueso fauna
QL-4043
3450 ±110
2050 (95.4%) 1450
Hueso fauna
KIA-16267
3430 ±30
1880 (95.4%) 1630
KIA-12275
3420 ±40
1880 (95.4%) 1620
Hueso fauna
KIA-16268
3405 ±35
1780 (91.7%) 1610
Hueso fauna
CAMS-7243
3360 ±60
1780 (93.4%) 1490
Hueso fauna
BM-2312R
3390 ±100
1940 (95.4%) 1450
Hueso fauna
UTC-3192
3300 ±60
1700 (92.3%) 1440
Hueso fauna
QL-1896
3280 ±120
1900 (95.4%) 1300
Hueso fauna
QL-4040
3260 ±100
1800 (95.4%) 1300
QL-1224
3240 ±30
1610 (95.4%) 1430
Desconocida
Del interior del naviforme H4. Muestra hallada en el relleno del muro delimitador del espacio H4 Del interior del naviforme o estructura central (CSS). SFO-OS-EXW-UW Asociada a una de las habitaciones naviformes Del canal adosado al naviforme CSS.
IRPA-1054
3240 ±30
1610 (95.4%) 1430
Desconocida
Contexto desconocido
BM-1567
3230 ±30
1560 (88.2%) 1430
Desconocida
Contexto desconocido
220
Contexto desconocido, Sector CH1 SFO-OS-WCS Hueso hallado en la base de la canalización de agua Contexto dudoso. Muestra tomada en las proximidades de una cabaña circular. SFO-OS-SW-A6 Hallado en la base del muro Sur del asentamiento. OS, Sector EXW-A16 Procedente de las construcciones de piedra al W de las estructuras de piedra" Botón fabricado en un colmillo En el relleno canal. Bajo lajas del extremo Sur del canal.
QL-4191
3180 ±80
1640 (95.4%) 1260
KIA-12274
3130 ±35
1500 (95.4%) 1310
Hueso fauna
UTC-1263
3230 ±60
1640 (95.4%) 1390
Semillas cereal
UP-1438
3260 ±60
1690 (95.4%) 1420
Carbón
1690 (95.4%) 1500
Hueso de fauna
SFO-OS-SWF-A Sector cercano al muro Sur Contexto dudoso. Muestra tomada en las proximidades de una cabaña circular. Menorca, Torralba Asentamiento subyacente al poblado de la Edad del Hierro, con al menos una cabaña circular Paleosuelo sobre el que se levantó en turriforme con rampa helicoidal.
1.2. Asentamiento costero IRPA-1123
3320 ±40
Menorca. Cala Blanca. Horizonte antiguo. Probablemente subyacente a la construcción naviforme.
1.3. Abrigos y cuevas: CSIC-180
3480 ±80
2030 (95.4%) 1610
Carbón
QL-5A
3420 ±80
1930 (95.4%) 1520
Carbonatos
QL-5
3350 ±60
1780 (94.3%) 1490
Carbón
UBAR-531
3475 ±50
1940 (95.4%) 1660
Huesos fauna
UBAR-419
3370 ±80
1890 (95.4%) 1490
UBAR-530
3330 ±50
1740 (95.4%) 1500
Partículas carbonosas Huesos fauna
KIA-16277
3180 ±30
1510 (95.4%) 1400
Granos de cereal
Beta-162615
3420 ±50
1890 (95.4%) 1610
Hueso fauna
Edad C14 BP
Cal. BC, OxCal v3.10 (Intervalo de mayor probabilidad)
Naturaleza muestra
KIA-14330
3535±40
1980 (95.4%) 1740
BM-1667
3270 ±80
1750 (95.4%) 1400
Hueso humano Hueso humano
KIA-18761
3395 ±35
1780 (93.4%) 1600
Mallorca, Abrigo de Son Matge. Lechos de estabulación Estrato 14: Estrato de carbón de 2 a 3 cms de potencia. Los estratos de carbón y cenizas aparecen mucho más compactos. Algunos fragmentos de cerámica epicampaniformes. Área E, estrato 12, fragmentos incisos B o epicampaniformes. Estrato 11: Último estrato de los lechos de estabulación. Menorca, Mongofre, lechos de estabulación. Nivel 10: Cerámica pretalayótica y huesos de fauna doméstica. Hueso datado: ovicaprino Fragmentos d e longitud inferior a 1015 cms. Se dataron 287,5 grs ¿diferentes individuos? Tierra marrón con huesos da fauna doméstica. Hueso datado: ovicaprino. Fragmentos d e longitud inferior a 1015 cms. Se dataron 446 grs, por lo que seguramente corresponden a diferentes individuos Menorca. S' alblegall. Hipogeo nº 3 del barranco de Trebaluger (Ferreries) Mallorca, Cova des Moro Contexto desconocido. Es posible que la gruta tuviese un uso cultual, entre otros. Materiales revueltos de distintas épocas.
2. Contextos funerarios Lab. nº
Yacimiento. Observaciones
2.1. Dólmenes: Formentera, Ca Na Costa Inhumación 2 en la cámara
Menorca, Roques Llises Hueso
221
KIA-21226
3145 ±55
1530 (95.4%) 1290
KIA-20204
3135 ±35
1500 (95.4%) 1310
OXA-5809
3460 ±65
1950 (95.4%) 1610
IRPA-1183
3435 ±35
1880 (95.4%) 1640
OXA-5811
3425 ±65
1900 (91.0%) 1600
OXA-5806
3415 ±75
1910 (95.4%) 1520
OXA-5808
3410 ±60
1890 (90.4%) 1600
OXA-5807
3405 ±60
1880 (95.4%) 1530
OXA-5810
3280 ±65
1700 (94.1%) 1420
KIA-15223
3485 ±40
1920 (95.4%) 1690
UtC-4744
3460 ±40
1890 (95.4%) 1680
KIA-15224
3420 ±30
1880 (95.4%) 1630
UtC-4736
3380 ±40
1770 (95.4%) 1530
UtC-4739
3365 ±30
1750 (95.4%) 1530
KIA-13224
3480 ±30
UBAR-385
3470 ±120
2150 (95.4%) 1450
KIA-13225
3365 ±30
1750 (95.4%) 1530
KIA-11903
3305 ±25
1670 (95.4%) 1510
UBAR-413
3300 ±60
1740 (95.4%) 1440
humano Hueso humano Hueso humano Menorca, Montplé Hueso humano Hueso humano Hueso humano Hueso humano Hueso humano Hueso humano Hueso humano Hueso humano Hueso humano Hueso humano Hueso humano Hueso humano
Mallorca, Aigua Dolça Inhumaciones de la UE-19
Inhumaciones de la UE-17
Mallorca, Son Bauló 1890 (92.7%) 1730
Hueso humano Hueso humano Hueso humano Hueso humano Hueso humano
Menorca, Son Ferragut Obtenido del vertedero de un expolio. Seguramente tiene ocupación mucho más antigua. Cerámica decorada de tradición epicampaniforme
2.2. Hipogeos-paradólmenes Menorca, Biniai Nou. Continuación de uso durante el Bronce Antiguo UtC-7847
3310 ±45
1700 (94.0%) 1490
UtC-9043
3290 ±40
1690 (93.9%) 1490
UtC-8951
3200 ±35
1530 (95.4%) 1400
Hueso humano Hueso humano Huseo humano
2.3. Hipogeos y necrópolis colectivas en grutas: Mallorca, hipogeo de Son Mulet UA-18295
3580 ±75
2140 (95.4%) 1730
Hueso humano Hueso humano
UA-18297
3365 ±70
1830 (91.2%) 1490
UA-18291
3330 ±75
1780 (94.0%) 1430
Hueso humano
KIA-15714
3555 ±30
2020 (95.4%) 1770
Hueso humano
KIA-15721
3450 ±30
1880 (95.4%) 1680
Hueso
Mallorca, hipogeo de Rotana
222
Mallorca, Gruta de Can Martorellet Contextos parcialmente publicados, aunque se desconoce la asociación exacta entre dataciones y objetos.
humano Hueso humano Madera carbonizada
KIA-15722
3380 ±35
1760 (90.8%) 1600
UTC-7860
3360 ±40
1750 (95.4%) 1530
UTC-3739
3480 ±50
UBAR-414
3470 ±60
1940 (95.4%) 1630
Hueso humano
KIA-23406
3155 ±30
1500 (95.4%) 1380
Huesos humanos
UtC-7856
3170 ±35
1520 (95.4%) 1390
Hueso humano
1940 (95.4%) 1680
Hueso humano
Peine con decoración de círculos incisos con punto central Menorca Cova des Bouer Nivel inferior, hallado en conexión con cerámica. Contexto desconocido. Menorca, Cala en Caldés Cueva natural funeraria. Cerámica y botones perforados en "V". Mallorca, Cova Gregoria Contexto desconocido. La necrópolis tiene cinco dataciones más de plena Edad del Hierro. Menorca, Forat de Ses Artiges Nivel IV. Cuadro 34. Con el mayor número de dataciones correspondientes al Bronce Final
2.4. Inhumaciones individuales: KIA-21215
3295 ±30
1640 (94.0%) 1490
KIA-27616
3255 ±40
1630 (95.4%) 1430
Hueso humano Hueso humano
Mallorca, Son Gallard Tumba individual TB4 Tumba individual TB3, posiblemente en el interior de una cista de piedra
2.5. Sepulcros menorquines de triple paramento: KIA-23150
3390 ±35
1780 (95.4%) 1600
KIA-23402
3290 ±25
1630 (95.4%) 1500
KIA-23407
3240 ±25
1560 (85.4%) 1430
KIA-23149
3225 ±35
1560 (87.5%) 1420
KIA-23405
3185 ±25
1500 (95.4%) 1410
KIA-23404
3085 ±25
1430 (95.4%) 1290
KIA-23403
3025 ±25
1390 (95.4%) 1200
KIA-13989
3360 ±30
1740 (95.4%) 1530
KIA-13988
3340 ±30
1690 (94.0%) 1520
KIA-13992
3220 ±35
1610 (95.4%) 1410
KIA-13990
3110 ±30
1450 (95.4%) 1300
KIA-13991
3075 ±35
1430 (95.4%) 1260
Hueso humano Hueso humano Hueso humano Hueso humano Hueso humano Hueso humano Hueso humano Hueso humano Hueso humano Hueso humano Hueso humano Hueso humano Hueso humano
223
Menorca, Ses Arenes Contexto sin publicar
Menorca, Alcaidús Inhumaciones en la cámara del monumento
Anexo 1 Prácticas pastoriles en el abrigo rocoso de Mongofre Nou (Menorca). Análisis micromorfológico de la secuencia sedimentaria (M. Mercè Bergadà)
Nivel IV. Sedimentos de color marrón con restos óseos de fauna doméstica (ovicaprinos) y escasos fragmentos de cerámica talaiótica. Ocupa aproximadamente la mitad de la superficie de la cavidad. Potencia: 5-15 cms. Datación de huesos de fauna: 1614 cal ANE (UBAR-530).
Secuencia cronocultural La excavación de la Cova dels Morts permitió comprobar la importancia de las actuaciones incontroladas desarrolladas en el yacimiento, recuperando los restos óseos humanos que habían quedado entre los sedimentos removidos (pertenecientes a más de 300 individuos), y detectar algunas capas a las que no habían llegado los expoliadores, estableciéndose una secuencia cronológica de los niveles arqueológicos [fig. (4)4].
Nivel V. Capa con sedimentos de combustión, sin restos óseos ni de cultura material. Distribuida irregularmente en la cavidad. Potencia: 5-10 cms. Datación de sedimentos carbonosos: 1674 cal ANE (UBAR-419).
Una serie de dataciones absolutas efectuadas por el Laboratori de Datació per Radiocarboni de la Universitat de Barcelona (Tabla 1) situaron cronológicamente los diversos niveles (Mestres y Nicolás, 1997) y, posteriormente, se obtuvieron unas columnas estratigráficas del nivel III para análisis micromorfológico que son objeto de este trabajo.
Nivel VI. Sedimentos compactos de color marrón, terrosos y arenosos, con fauna doméstica (ovicaprinos) y fragmentos de cerámica pretalaiótica. Ocupa aproximadamente una cuarta parte de la superficie de la cueva, la cota más baja, en contacto con la roca madre y con el muro ciclópeo de cerramiento. Potencia: 2-25 cms. Datación de huesos de fauna: 1752 cal ANE (UBAR531).
La secuencia del registro comprende los siguientes niveles:
Nivel VII. Roca madre. Horizonte arqueológico del nivel III
Nivel I. Sedimentos arenosos removidos procedentes de la erosión de la cavidad y de aportación eólica, con muchísimos restos óseos humanos y muy escasos fragmentos de cerámica talaiótica descontextualizados. Afectaba a toda la superficie de la cavidad (unos 25 metros cuadrados), delimitado por el forro interno del muro de cerramiento, formado por piedras de tamaño pequeño y medio. Potencia: 100-150 cms. Datación de huesos humanos: 840 cal ANE (UBAR-415).
El nivel III es el primero que llegó intacto hasta el momento de la excavación arqueológica. Las actividades clandestinas no llegaron, al parecer en ningún momento, a la profundidad de ese nivel que resultó estar formado por varias capas de sedimentos carbonosos que se extiende de forma regular por toda la superficie de la cavidad en contacto con la roca madre en un amplio sector de la misma, la parte posterior, mientras que en las áreas más profundas, lindantes con el muro de cerramiento, se superponen a otros niveles de interés [fig. (4)4, 2-3]. Es totalmente estéril en cuanto a restos óseos y de cultura material y se data con claridad en la segunda mitad del segundo milenio a.C. con lo que cabe situarla en el Bronce Reciente, en unos momentos de transición entre las culturas pretalaiótica y talaiótica.
Nivel II. Originalmente formaba una unidad con la anterior. Sedimentos arenosos sin remover, un individuo completo y varios incompletos cuyos huesos se presentaban en conexión anatómica, algunos vasos completos o fragmentarios de cerámica talaiótica (formas troncocónicas con asa lateral) y otros escasos restos de cultura material. Potencia: 0-40 cms. Dataciones de huesos humanos, correspondientes a dos individuos: 906 cal ANE (UBAR-417) y 955 cal ANE (UBAR-416).
Si por la sucesión de los diversos niveles y capas se observa claramente que la Cova dels Morts registró una primera fase de ocupación como hábitat en la primera mitad del segundo milenio a.C. y una última fase de clara funcionalidad funeraria en la primera mitad del primer milenio a.C., las capas del nivel III representan una fase intermedia que, según se verá, evidencian varias ocupaciones como aprisco regularmente saneado mediante la combustión de restos orgánicos
Nivel III. Conjunto de capas horizontales y compactas de diferente grosor que afectaban a la totalidad de la superficie de la cavidad. Sedimentos carbonosos de combustión que se extienden bajo el forro interno del muro de cerramiento y delimitados por el muro ciclópeo exterior en toda su extensión. Sin restos óseos ni cultura material. Potencia: 15-35 cms. Datación de sedimentos carbonosos: 3348 cal ANE (UBAR.418). Esta datación se considera excluida de cualquier consideración por la deficiente calidad del material y por defecto de sincronía. La micromorfología de estas capas se analiza en el presente trabajo.
- Descripción sedimentaria Se caracteriza [fig. (4)4, 5] por presentar una extensa área de combustión de una potencia media que oscila entre 15 y 35 cm, aunque en la zona estudiada tiene unos 12 cm de espesor. La secuencia microestratigráfica es la siguiente: 224
Unidad 1. Potencia media 2 cm. Limos de color grisáceo (7,5YR 6/2) con una estructura masiva de débil cohesión.
debido a que aparecen trazas de óxidos de hierro en forma de nódulos. También se observan rasgos de la actividad biológica de un momento posterior. Las acumulaciones secundarias de CaCO3 son resultado de la evaporación de soluciones cargadas en carbonatos.
Unidad 2. Potencia media 1,5 cm. Limos de color marrón claro (7,5YR 6/4) con una estructura masiva. Unidad 3. Potencia media 1,5 cm. Limos de color gris claro (7,5YR 7/2) con una estructura masiva de débil cohesión
- Unidad 2: Descripción: Formada por una acumulación carbonatada de tipo micrítico con una fábrica birrefringente cristalítica y calcítica fosfatada [fig. (4)19, 3 y 4] con una fracción de limos arenosos. La microestructura es igual a la unidad anterior. En cuanto a los componentes de origen vegetal aparecen acumulaciones cristáliticas de carbonato cálcico y fitolitos de sílice de formas alargadas. La actividad biológica está fuertemente representada, especialmente la de los lúmbrícidos que se manifiesta por la aparición de cámaras.
Unidad 4. Potencia media 4 cm. Matriz de arenas limosas con partículas carbonosas de color oscuro (7,5YR 5/2) y una estructura granular con algunos cantos calizos. Unidad 5. Potencia media 3 cm. Limos de color marrón anaranjado (7,5 YR 6/8) con una estructura fisural de débil cohesión. Se recogieron un total de 2 muestras para realizar el análisis micromorfológico; la muestra 1 del sector G - F y la muestra 2 del sector I. La secuencia sedimentaria más completa y menos perturbada es la que nos ofrece la muestra 2 [fig. (4)4, 5].
Interpretación: Se trata de una acumulación de restos vegetales que han sufrido una combustión a una temperatura superior a los 500 °C.
-Descripción e interpretación micromorfológica17
- Unidad 3:
Los criterios y principios de descripción utilizados son los propuestos por Bullock et al., 1985, Courty et al., 1989 y por Bergadà, 1998. La descripción micromorfológica de la secuencia se muestra en las tablas siguientes (Tabla 2 y Tabla 3).
Descripción: Constituida por una acumulación carbonatada de tipo micrítico con una fábrica birrefringente cristalítica y calcítica [fig. (4)19, 5], con limos arenosos y con una microestructura masiva/granular. Aparecen acumulaciones cristalíticas de carbonato cálcico y acumulaciones carbonosas junto a excrementos de tipo bóvido en proceso de descomposición y excrementos de ovicaprinos Como procesos postdeposicionales destacaríamos la actividad de los lumbrícidos y de las raíces que ocasionan una transformación de la microestructura sedimentaria y la acumulación secundaria de carbonato cálcico en los huecos.
- Unidad 1: Descripción: Compuesta por una acumulación carbonatada de tipo micrítico con una fábrica birrefringente cristalítica y calcítica fosfatada con una fracción de limos arenosos [fig. (4)19, 1]. La microestructura es masiva, con huecos de tipo cavitarios y cámaras. Aparecen acumulaciones cristalinas de carbonato cálcico de origen vegetal junto a restos carbonosos de 50 µm a 2 mm de color negro de morfología tabular y nodular, fitolitos de formas alargadas repartidos por la masa basal [fig. (4)19, 2]; así como, restos de excrementos de tipo bóvido dispersos por la masa basal de un tamaño de 2,5 mm hasta centimétrico. Entre la masa basal aparecen nódulos de óxidos e hidróxidos de hierro, también se documenta la actividad biológica especialmente de lumbrícidos que se manifiesta por la transformación de la porosidad y la formación de agregados; y por la acumulación secundaria de carbonato cálcico en los huecos.
Interpretación: El origen de esta unidad se debe principalmente a una acumulación vegetal con excrementos de animales herbívoros que ha sufrido una combustión de fuerte intensidad superior a 500°C. - Unidad 4: Descripción: Matriz de arenas limosas constituida por calizas, cuarzos, calcita y con una microestructura granular. Por lo que respecta a los componentes de origen vegetal dominan los carbones (15 %) [fig. (4)19, 6] de un tamaño que oscila entre 250 µm a 1 mm, seguido por acumulaciones de fitolitos de sílice de formas alargadas y por acumulaciones micríticas de color blanquecino; así como cenizas fosfatadas y fábricas cristalinas formadas por esferolitas. En cuanto a los componentes de origen animal aparecen excrementos de bóvidos de 750 µm hasta 1,5 mm con trazas de combustión y restos óseos fisurados también debido a la acción del fuego.
Interpretación: Esta unidad es resultado de una acumulación vegetal con excrementos de tipo bóvido. Por los residuos vegetales, correspondería a un lecho constituido principalmente por gramíneas (paja) que se incendió quedando los restos totalmente mineralizados a una temperatura superior de 500°C. Durante la combustión se dieron buenas condiciones de oxigenación,
Por lo que respecta a los procesos postdeposicionales hay que destacar la actividad biológica, la acumulación de óxidos e hidróxidos de hierro repartidos por la masa basal, la acumulación secundaria de carbonato cálcico y de restos de carbón alrededor de los huecos.
17
Este trabajo se ha elaborado dentro de los proyectos HUM04-600 del Ministerio de Educación y Ciencia y del Grup d'Investigació de Qualitat 2001SGR-00007 concedido por el Comissionat per a Universitats i Recerca de la Generalitat de Catalunya. Su versión original, con las cuestiones referidas a los trabajos de campo, que aquí no tratamos fue publicado por Bergadà y de Nicolàs (2005).
225
Interpretación: Se trata de una sedimentación detrítica con aportes vegetales carbonizados y con restos de excrementos. Posteriormente al relleno se sucedieron una serie de procesos postdeposicionales debidos a la infiltración de aguas que percolaron a través del sistema de huecos del sedimento arrastrando partículas más finas, especialmente carbonosas, que se acumularon alrededor de los elementos gruesos originando revestimientos y ocasionando precipitaciones de carbonato cálcico alrededor de los huecos. - Unidad 5: Descripción: Compuesta por una acumulación carbonatada de tipo micrítico con una fábrica birrefringente cristalítica y calcítica de origen vegetal con limos arenosos y con una microestructura masiva. Aparecen fábricas cristalinas micríticas de carbonato cálcico y algunos residuos carbonosos de reducido tamaño (50 a 75 μm); así como, excrementos de ovicaprinos y de tipo bóvido en proceso de descomposición [fig. (4)19, 8-9]. Como procesos postdeposicionales destacaríamos las impregnaciones de óxidos e hidróxidos de hierro y la actividad biológica. Interpretación: El origen de esta unidad se debe principalmente a una acumulación vegetal con excrementos de ovicaprinos y de tipo bóvido que han sufrido una combustión de fuerte intensidad. Discusión de los resultados A través del análisis micromorfológico de la secuencia de este horizonte hemos constatado la existencia de distintas ocupaciones periódicas relacionadas principalmente con la estabulación de bóvidos; aunque en ocasiones aparece junto a ovicaprinos.
Los procesos postdeposicionales son de débil intensidad y esencialmente representados por la actividad biológica, especialmente de lumbrícidos, que ha comportado removilizaciones muy localizadas en cada unidad microestratigráfica y que denotan un abandono temporal de la ocupación. Así como, la percolación de aguas que se manifiesta por la precipitación de carbonato cálcico en los huecos y en la acumulación secundaria de finos alrededor de materiales detríticos de mayor grosor. De lo expuesto anteriormente se deduce que a finales del Bronce, la Cova des Morts ha funcionado como lugar de estabulación de animales; principalmente de bóvidos aunque en ocasiones junto a ovicaprinos. Hay que destacar que en las ocupaciones que se localizan exclusivamente coprolitos de bóvidos, Unidades 1 y 4, tanto los componentes de origen vegetal como excremental aumentan considerablemente respecto a las otras ocupaciones. Este rasgo nos sugiere que la estabulación sería más duradera. En cambio, en el resto de ocupaciones, estabulación mixta de ovicaprinos y bóvidos, los restos aparecen en menor proporción y no hay una concordancia entre los restos vegetales documentados en el interior de los coprolitos con los localizados en el lecho; por ello deducimos que corresponderían a periodos más breves, posiblemente paradas lo que explicaría la distinta composición de los excrementos pertenecientes a una alimentación fuera del entorno inmediato del asentamiento. Todas las ocupaciones observadas han sido regularmente incendiadas posiblemente para asegurar un saneamiento del aprisco.
La primera localizada (Unidad 5) se caracteriza principalmente por una acumulación vegetal formada por hojas, ramas leñosas y excrementos de tipo bóvido y de ovicaprinos. Los caracteres de alteración térmica, el color rojizo de los agregados sedimentarios que se observan traducen una combustión de fuerte intensidad (superior a 500 ºC), bien oxigenada y homogénea. La segunda corresponde a la Unidad 4. Estaría formada por una sedimentación de tipo detrítico y por acumulaciones de hojas, gramíneas carbonizadas, junto a excrementos de tipo bóvido. La combustión habría alcanzado una temperatura inferior respecto a la Unidad 5, entre los 450 y los 500°C. El hecho de que aparezcan componentes de tipo detrítico nos indica que tras el abandono de la estabulación el nivel estuvo en exposición aérea. La tercera representada por la Unidad 3, sería muy parecida a la primera ocupación; también la combustión habría sido de temperatura elevada. En cambio, las unidades 2 y 1 corresponderían a la cuarta ocupación donde la Unidad 2 estaría formada por una acumulación vegetal con restos de gramíneas que actuaría de hecho como soporte de la 1, unidad que se distingue por la presencia de coprolitos de tipo bóvido. 226
Figura (4)19: (1) Unidad 1. Acumulación carbonatada de tipo micrítico con fragmento de cenizas. LPP. (2) Unidad 1. Acumulación de fitolitos de sílice de formas largadas. LPP. (3) Unidad 2. Acumulación carbonatada de tipo micrítico con una fábrica birrefringente cristalítica y calcítica fosfatada LPP. (4) Unidad 2. Acumulación carbonatada de tipo micrítico con una fábrica birrefringente cristalítica y calcítica fosfatada LPX. (5) Unidad 3. Acumulación carbonatada de tipo micrítico. LPX. (6) Unidad 4. Acumulación carbonosa. LPP (7) Unidad 5. Fragmento de excremento de bóvido. LPP. (8) Unidad 5. Fragmento de excremento de bóvido. LPX.
Bibliografía BERGADÀ, M. M. (1997): Actividad antrópica en algunas secuencias arqueológicas en cueva del Neolítico antiguo catalán a través del análisis micromorfológico Trabajos de Prehistoria, vol.54, nº 2: 151-161. BERGADÀ, M. M. (1998): Estudio geoarqueológico de los asentamientos prehistóricos del Pleistoceno Superior y el Holoceno inicial en Catalunya. BAR International Series 742. BERGADÀ, M. M. (2001): Análisis micromorfológico de los niveles neolíticos de la cova de Cendres (Moraira, Teulada): resultados preliminares. en Bernabeu, J., Fumanal, M. P., Badal, E.. (ed): La Cova de les Cendres (Teulada - Moraira, Alicante). Vol. 1. Paleogeografía y Estratigrafía. Estudis Neolítics, 1. Universitat de València. 119 126 pp., 2 lám. BERGADÀ, M. M., CEBRIÀ, A., MESTRES, J. (2005): Prácticas de estabulación durante el Neolítico antiguo en Cataluña a través de la micromorfología: cueva de la Guineu (Font-Rubí, Alt Penedès, Barcelona), III Congreso del Neolítico en la Península Ibérica. Santander. 187 - 196 pp. BERGADÀ, M. M., NICOLÁS, J. C. de (2005). "Aportación de la micromorfología al conocimiento de las prácticas pastoriles de finales de la edad de Bronce en el yacimiento de la Cova des Morts (Mongofre Nou, Maó, Menorca)". Mayurqa 30,183-202. BULLOCK, P., FÉDOROFF, N., JONGERIUS, A., STOPPS, G., TURSINA, T. (1985): Handbook for soil thin section description. Wolverhampton Waine reserach publ. COURTY, M. A., GOLDBERG, P., MACPHAIL, R. I. (1989): Soils and micromorphology in archaeology. Cambridge University Press. COURTY, M. A., MACPHAIL, R. I., WATTEZ, J. (1991): Soil micromorphological indicators of pastoralism; with special reference to Arene Candide, Finale Ligure, Italy, Rivista di Studi Liguri, A. LVII, 1-4: 127-150. MESTRES, J., NICOLÁS, J.C. DE (1997): Contribución de la datación por radiocarbono al establecimiento de la cronología absoluta de la prehistoria menorquina. Caesaraugusta, 73: 327-341. WATTEZ, J. (1992): Dynamique de formation des strctures de combustion de la fin du Paléolithique au Néolithique moyen. Approche méthodologique et implications culturelles. Thèse de Nouveau Doctorat. Université de Paris I.
227
Tabla 2: Descripción micromorfológica I Unidades
Microestructura
Masa basal
1
Porosidad: 10% Microestructura masiva con huecos cavitarios, fisuras y cámaras.
Matriz gris carbonatada de tipo micrítico con una fábrica birrefringente cristalítica y calcítica fosfatada con una fracción de limos arenosos 10%. Formada por residuos de origen vegetal y animal.
2
Porosidad: 5% Microestructura masiva y localmente de cámara.
3
Porosidad: 5% Microestructura masiva y granular con huecos de empaquetamiento y cavitarios.
Porosidad: 10% Microestructura granular/masiva con huecos de empaquetamiento y cavitarios. 4
5
Porosidad: 5% Microestructura masiva con algún hueco de empaquetamiento y cavitario.
Edaforrasgos
- Actividad biológica (lumbrícidos) que se manifiesta por una porosidad de tipo cavitario y por la formación de agregados. - Óxidos e hidróxidos de hierro en forma de nódulos de 100-125 μm. - Acumulación secundaria de CaCO3 en huecos de 50-250 μm. Matriz gris carbonatada de tipo - Actividad biológica (lumbrícidos) micrítico con una fábrica que se manifiesta por una porosidad birrefringente cristalítica y calcítica de cámaras. fosfatada con una fracción - Óxidos e hidróxidos de hierro en limoarenosa 5%. Formada por forma de nódulos. residuos de origen vegetal. Matriz gris carbonatada de tipo - Actividad biológica (lumbrícidos y micrítico con una fábrica raíces) que se manifiesta por una birrefringente cristalítica y calcítica porosidad de huecos cavitarios y fosfatada con una fracción cámaras y por la formación de limoarenosa 5%. Formada por agregados. residuos de origen vegetal y animal - Óxidos e hidróxidos de hierro en forma de nódulos de 50 a 75 μm. - Acumulaciones secundarias de CaCO3 en huecos de 75 μm. - Actividad biológica (raíces y FG/FF ½. Domina la fracción lumbrícidos) que se manifiesta por arenosa de 300 μm a 2 mm (40%). El material detrítico está constituido una porosidad de huecos cavitarios y por calizas, conglomerados, por la formación de agregados y cuarzos, calcita y feldespato. La restos de raíces. fracción fina está constituida por - Acumulaciones secundarias de una fábrica birrefringente CaCO3 en huecos de 250 μm. cristalítica y calcítica. - Óxidos e hidróxidos de hierro en forma de nódulos de 75-100 μm e impregnaciones en el material detrítico. - Acumulaciones de material fino (carbón) alrededor de huecos de 50 a 75 μm. Matriz gris carbonatada de tipo - Actividad biológica (raíces y micrítico con una fábrica lumbrícidos) que se manifiesta por birrefringente cristalítica y calcítica la presencia de raíces y cámaras. fosfatada con una fracción - Acumulaciones secundarias de limoarenosa 10%. Formada por CaCO3 en huecos de 375 μm. residuos de origen vegetal y animal. - Óxidos e hidróxidos de hierro en forma de nódulos de 50-125 μm.
228
Tabla 3: Descripción micromorfológica II Unidades
1
2
3
Componentes de origen vegetal
Componentes de origen animal
- Carbones de 50 μm a 2 mm de morfología tabular y nodular (5%). - Fábricas cristalinas de carbonato cálcico. - Cenizas fosfatadas. - Fitolitos de sílice de formas alargadas (15%).
Fragmentos de masas fosfatadas cristalíticas de microestructura fibrosa de color anaranjado con fitolitos de sílice articulados con formas alargadas con una masa calcítica, entre 2,5 mm hasta un tamaño centimétrico. Corresponde a fragmentos de coprolitos de tipo bóvidos. Morfología alargada (10%).
- Fábricas cristalinas de carbonato cálcico. - Cenizas - Carbones de 50-125 μm. - Fitolitos de sílice de formas alargadas.
- Carbones de 50 a 275 μm (2%). - Fábricas cristalinas de carbonato cálcico. - Cenizas fosfatadas.
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- Carbones (15%) de 250 μm a 1 mm. - Cenizas fosfatadas de tamaño centimétrico. - Cenizas de 375 μm (1%). - Fábricas cristalinas blancas formadas por cristalizaciones calciticas micríticas. - Fitolitos de sílice de formas alargadas. - Fábricas cristalinas formadas por esferolitas.
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- Fábricas cristalinas formadas por cristalizaciones calcíticas subredondeadas de fuerte birrefringerancia. - Carbones de 50 a 75 μm (2%) de morfología nodular.
-------- Fragmentos de masas fosfatadas cristalíticas de microestructura fibrosa de color anaranjado con fitolitos de sílice articulados con formas alargadas con una masa calcítica, entre 2,5 mm hasta un tamaño centimétrico. Corresponde a fragmentos de coprolitos de tipo bóvido. Morfología alargada (5%). - Masas fosfatadas cristalíticas de color gris amarillo de 1,25 mm de sección con porosidad abierta, rica en esferolitas y en fitolitos desarticulados con una estructura fibrosa identificados como coprolitos de animales con una dieta herbívora (ovicaprinos) 1%. - Acumulaciones fosfatadas. - Fragmentos de masas fosfatadas cristalíticas de microestructura fibrosa de color anaranjado con fitolitos de sílice articulados con formas alargadas con una masa calcítica, entre 750 μm a 2,5 mm. Corresponde a fragmentos de coprolitos de tipo bóvidos. Morfología alargada (8%). - Huesos de 300-625 μm (1%) de color blanquecino. - Fragmentos de masas fosfatadas cristalíticas de microestructura fibrosa de color anaranjado con fitolitos de sílice articulados con formas alargadas con una masa calcítica. De tamaño centimétrico. Corresponde a fragmentos coprolitos de bóvido. Morfología alargada (5%).
Materiales antrópicos
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-------- Masas fosfatadas cristalíticas de color grisamarillo de 750-500 μm de sección con porosidad abierta, rica en esferolitas y en fitolitos desarticulados con una estructura fibrosa identificados como coprolitos de animales con una dieta herbívora (ovicaprinos) 1%.
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3-8: Vistas interiores del hipogeo de Son Ferrer, fotos M. Calvo y V. M. Guerrero. Figura (4)9 1: Hipogeo de Son Mercer de Dalt, plano y alzados de Plantalamor (1991) y foto de V. M. Guerrero. 2: Planta y alzados del hipogeo de Son Vivó, según Plantalamor (1991). 3: Hipogeo de Son Catlar, según Plantalamor (1991). 4: Hipogeo de Son Siveneta, según Plantalamor (1991). Figura (4)10 1: Dolmen mallorquín de Aigua Dolça con la última ocupación funeraria, según V. M. Guerrero (et al. 2003). 2-3: Secuencia de enlosados asociados a las últimas inhumaciones, según V. M. Guerrero (et al. 2003). 4-5: Último depósito funerario y localización de los ajuares asociados, según V. M. Guerrero (et al. 2003). Figura (4)11 1: Sepulcro menorquín de Ses Arenes, foto cenital (Gili et al. 2006), planta (Micó 2005) y detalles de la cámara (fotos V. M. Guerrero). 2: Sepulcro menorquín de triple paramento (o protonaveta); planos y alzados según Plantalamor y Villalonga (2007), fotos de V. M. Guerrero. Figura (4)12 1: Sepulcro menorquín de Alcaidús, según Plantalamor y Marqués (2003). 2: Sepulcro menorquín de Son Ermità, según S. Gornés (et al. 1992). Figura (4)13 Tipos cerámicos del 1 al 6 a partir de dibujos de Veny (1968). Figura (4)14 Tipos cerámicos del 7 al 12 a partir de dibujos de Veny (1968). Figura (4)15 1-14: Selección de tipo cerámicos aparecidos en necrópolis mallorquinas del Bronce Antiguo, fotos de V. M. Guerrero. Figura (4)16 1: Punta de flecha de hueso de la Cova des Fum, foto de V.M. Guerrero. 2-13: Selección de materiales óseos, según Berenguer y Matas (2005). Figura (4)17 1-14: Selección de instrumental metálico y molde de fundición de cuchillos triangulares de Can Roig Nou, a partir de dibujos de diferentes autores citados en el texto. Figura (4)18 1-3: Materiales cerámicos de las Pitiusas, fotos de V. M. Guerrero. 4: Pulidor (“muñequera de arquero”) de Cap de Barbaria II, foto de V. M. Guerrero. 5: Vasija seguramente mallorquina aparecida en el asentamienmto fenicio de Sa Caleta, foto V. M. Guerrero. Anexo 1 Fig. (4)19 Fotos de microscopio de la secuencia sedimentaria de Mongofre Nou (M. Bergadà). 1: Unidad 1. Acumulación carbonatada de tipo micrítico con fragmento de cenizas. LPP. 2: Unidad 1. Acumulación de fitolitos de sílice de formas largadas. LPP.
Índice y créditos de figuras Figura (4)1 1-2: Naveta Alemany desde la entrada y desde el ábside (V. M. Guerrero). 3-4: Detalle del contrafuerte o podium externo (V. M. Guerrero). 5-6: Detalles del paramento interno en el que se aprecian bloques chamuscados (V. M. Guerrero). 7: Planta actualizada, publicada por García Amengual (2006). Figura (4)2 1: Naveta nº 1 de Closos de Can Gaià con las estructuras activas durante el Bronce Antiguo (A) y Bronce Final (B), según Clavo y Salvà (1999). 2: Navetas menorquinas de Clariana, según Plantalamor (1991). 3: Conjunto triple de Can Roig Nou, según plano de Rosselló actualizado y modificado (Calvo et al. 2001). 4: Conjunto cuádruple del poblado de Canyamel, según Rosselló (1992). Figura (4)3: 1: Poblado de Ses Arenes de Formentor, según plano publicado por Fernández-Miranda (1978), erróneamente identificado como Bóquer. 2: Poblado de Cavall Bernat de Bóquer, publicado por Cerdà (2002) a partir de dibujos de J. A. Encinas. 3: Conjunto de Cap de Barbaria II de Formentera, planos de B. Costa y J.H. Fernández (1992). 4: Asentamiento de Son Oleza, según plano de W. Waldren (1987). 5: Naveta con corral del poblado de Na Mera de Ses Salines, publicado por Calvo (et al. 2001), a partir del plano de J. Mascaró. 6: Naveta con corral del asentamiento de Ses Cabanasses de Petra, publicado por Calvo (et al. 2001) a partir del plano de V. M. Guerrero. Figura (4)4 1: Abrigo menorquín de Mongofre Nou (J. C. de Nicolàs) 2-4: Secuencia estratigráfica, sección y fotos de J. C. de Nicolàs. 5: Muestra sedimentaria sobre lámina fina para análisis microscópico (M. Bergadà). Figura (4)5 1: Sala funeraria de la gruta de Can Martorellet, según Pons (1999). 2: Selección de ajuares cerámicos a partir de dibujos de Pons (1999). Figura (4)6 1: Hipogeo nº 4 de Ca Na Vidriera, plano y alzado de Llabrés (1978). 2: Hipogeo de Cala de Sant Vicenç nº 7, según Rosselló (et al. 1994). 3: Hipogeo con corredor cubierto de Can Patos (Salvá 2001). 4: Interior del hipogeo de Son Caulelles, foto de V. Sastre. Figura (4)7 Planta, secciones y restos cerámicos del Bronce Antiguo del hipogeo de Son Ferrer, según (Calvo et al. 2006). Figura (4)8 1-2: Corredor de entrada del hipogeo de Son Ferrer, fotos M. Calvo y V. M. Guerrero. 230
3: Unidad 2. Acumulación carbonatada de tipo micrítico con una fábrica birrefringente cristalítica y calcítica fosfatada LPP. 4: Unidad 2. Acumulación carbonatada de tipo micrítico con una fábrica birrefringente cristalítica y calcítica fosfatada LPX. 5: Unidad 3. Acumulación carbonatada de tipo micrítico. LPX. 6: Unidad 4. Acumulación carbonosa. LPP 7: Unidad 5. Fragmento de excremento de bóvido. LPP. 8: Unidad 5. Fragmento de excremento de bóvido. LPX.
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-VEL BRONCE FINAL. INTEGRACIÓN EN LOS SISTEMAS DE INTERCAMBIO DE BIENES DE PRESTIGIO (Víctor M. Guerrero, Manuel Calvo, Jaume García Rosselló y Simón Gornés) densidad de importaciones de productos elaborados sea muy alta.
V. Introducción En este capítulo se aborda el estudio de las trasformaciones que se produjeron en las comunidades de la Edad del Bronce Final isleñas (Naviforme II) a partir de c. 1400/1300-1000 BC. Esta delimitación cronológica, como en muchos otros casos, podrá sufrir ligeros reajustes arriba o abajo en la medida que nuevos datos permitan ir precisando mejor los procesos y momentos de cambio, aunque un número de dataciones razonablemente numeroso, permite pensar que será poco probable que se produzcan cambios sustanciales. Entre otras razones, porque las nuevas series de resultados radiocarbónicos que se están obteniendo, tanto en el poblado de Closos de Can Gaià, como en la Cova des Pas, Puig de Sa Morisca y Son Ferrer vienen apuntalando cada vez más firmemente este planteamiento. Por otro lado, la cronología relativa que proporcionan materiales arqueológicos baleáricos va también en el mismo sentido, aunque el estudio detenido de la cultura material apunta que se producen algunos cambios significativos entre c. 1100/1000 y 850 BC.
Desde otra perspectiva, como ya se apuntó en la parte introductoria, durante el Bronce Final se produce un importante impulso de homogeneización cultural entre Mallorca y Menorca, como no ocurrió en ninguna otra fase de nuestra prehistoria. Tradiciones muy arraigadas en Menorca, como el dolmenismo y otras manifestaciones arcaizantes terminan por desaparecer, pese a lo cual esta isla sigue manteniendo peculiaridades culturales, como las navetas funerarias, que no tienen parangón fuera de ese territorio insular. V.1. Bases cronológicas Desde hace algún tiempo venimos defendiendo (Calvo et al. 2001; Salva et al. 2002; 2004; Guerrero et al. 2006; Guerrero 2007) la existencia de una fase, dentro de la Edad del Bronce, claramente diferenciada de la anterior y, por supuesto de la Edad del Hierro. Los cambios en el registro arqueológico que hemos propuesto como evidencia de este proceso son: 1) Reorganización sustancial de algunos asentamientos; 2) Intensificación de la producción; 3) Incremento muy notable de los intercambios con el exterior; 4) Aparición de asentamientos especializados en los contactos ultrmarinos; 5) Introducción de nuevas prácticas sociales en el mundo funerario.
Con todo, lo más novedoso y atractivo de los epígrafes que siguen será comprobar cómo la sociedad balear del Bronce Final, lejos de lo que se pensaba hasta hace bien poco, no fue un sistema cerrado, casi autárquico, como nos lo presentaban los estudios tradicionales, sino abierto y en conexión muy estrecha con los mecanismos de intercambio internacional de bienes de prestigio que en estos momentos están funcionando en toda la Europa continental (Kristiansen 2001) y en el Mediterráneo, de Oriente a Occidente (Kristiansen y Larsson 2006).
Estos indicadores no sólo se han confirmado, sinó que han ido ganando intensidad a medida que avanzan los trabajos de investigación que venimos desarrollando, muy especialmente las excavaciones en el asentamiento de Closos de Can Gaià. Aunque grosso modo la cronología insular de esta fase puede mantenerse en los términos ya propuestos, deben introducirse algunos ajustes y matizaciones en el sentido que seguidamente expondremos. De la misma forma que es imprescindible someter a discusión algunos contextos arqueológicos, antaño tenidos como hitos cronológicos, pero que en la actualidad comienzan a ser relevados por otros que presentan mayor rigor y claridad arqueológica.
Las recientes evidencias arqueológicas han posibilitado nuevos enfoques que nos permiten argumentar cómo este periodo de la prehistoria balear se convirtió en el más dinámico y de mayor protagonismo internacional de las comunidades isleñas; más, si cabe, que durante la Segunda Edad del Hierro (Postalayótico), cuando la hegemonía del comercio fenicio y cartaginés dejan a las comunidades aborígenes en una situación de dependencia importante, pues los intercambios con el exterior son gestionados hegemónicamente de forma directa por los colonos púnicos ebusitanos1, aunque ciertamente la
Durante un tiempo las dataciones proporcionadas por las navetas de Hospitalet (Pons 1998, 101) y los moldes de
1 Se ha planteado recientemente (Palomar 2005, 169), siguiendo a F. Mayoral (1983), que los cambios técnicos observados en la producción de cerámica postalayótica se habrían generado ante la “necesidad de crear un plusproducto destinado al mercado exterior”. Sin embargo, cuando examinamos el registro arqueológico de la factoría de Na Guardis (Guerrero 1997) esta hipótesis no se verifica, antes al contrario, la cerámica aborigen tiene una presencia anecdótica y estadísticamente irrelevante. Tampoco en Ibiza, en donde, de ser cierto ese planteamiento, deberíamos encontrar los envases aborígenes, se registra la presencia de cerámica postalayótica. Precisamente el fenómeno es el
inverso: aunque escasas, cuando más cerámicas oriundas de Mallorca localizamos en la colonia ebusitana es en los contextos arcaicos, como en los de Sa Caleta. Algunas envases de ese yacimiento (Fernández y Costa 2006, 60) son similares a las producciones de Sa Morisca aparecidas en contextos datados por radiocarbono entre 800 y 700 BC. Fechas plenamente acordes con las primeras dataciones absolutas (930800 BC) sobre individuos enterrados en la necrópolis del Puig des Molins (Fernández y Costa 2004).
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fundición hallados en una de ellas constituyeron la base para situar los inicios del Bronce Final hacia 1400/1300 BC. Sin embargo, las tres dataciones fueron obtenidas a partir de carbón de madera del mismo hogar, situándose la más moderna de ellas (UBAR-388) en el intervalo 1450-1190 BC. Como es sabido, la naturaleza de vida larga del carbón sólo permite tomar el intervalo de la datación más moderna como indicación post quem, pues la posibilidad de que se haya producido el conocido efecto de madera vieja es alta. Aún suponiendo que fuese moderado, el gesto arqueológico datado estaría más próximo a 1200 que a 1400, como en algunos estudios se ha pretendido. Incluso no sería difícil que el verdadero abandono pudiese estar próximo al 1000/900 BC, como consecuencia de la fundación del poblado de la Edad del Hierro que se ubicó en sus proximidades y aprovecho sus materiales pétreos de construcción.
veremos, sus inicios se sitúan hacia 1300 BC, mientras que su desaparición se produce entre 850 y 800 BC, fruto del cambio de modelo introducido por el comercio hegemónico fenicio en el Mediterráneo central y occidental. Todo ello, con las matizaciones que en su momento se harán, permiten situar el Bronce Final entre c. 1300 y 850 BC, lo que no está lejos de los fenómenos que igualmente ocurren en las tierras continentales, tanto las más próximas a las islas, como las más alejadas, según vemos en Huelva (Gonzáles de Canales et al. 2004; Nijboer y Van der Plicht 2006). Conviene recordar que todos los cambios que se producen en las islas a partir de 1300 BC no constituyen unos fenómenos aislados en el espacio, sino que se conjugan con una serie de trasformaciones muy relevantes que igualmente registran las comunidades del Bronce contiental. En gran medida coinciden con una explotación más sistemática e intensiva de las fuentes proveedoras de estaño de la península (Ruiz-Gálvez 1993); lo que a la vez concuerda cronológicamente con la presencia de algunas cerámicas a torno, escasas pero muy sugerentes, en el Sur peninsular. Un grupo de ellas aparecieron en el interior de una cabaña de adobe del asentamiento postargárico granadino de Purullena (Molina y Pareja 1975, 52, fig. 102), acompañadas de otras cerámicas aborígenes tipo Boquique y piezas con decoración excisa. El contexto datado a partir de una muestra de trigo carbonizado (Martín de la Cruz y Perlines 1993) puede situarse entre 1440 y 1260 BC.
Por otro lado, no debe olvidarse que los moldes de fundición hallados en esta construcción naviforme estaban amortizados como elementos constructivos de la solera de la parrilla del hogar (Rosselló 1987), por lo tanto, no pueden asociarse en ningún caso al momento de abandono, ni tampoco precisarse cuándo estuvieron en uso en el ámbito de algún taller fundidor próximo. La experiencia de las excavaciones en Closos nos indican que este tipo majestuoso de construcciones domésticas de técnica ciclópea sufren muchas modificaciones a lo largo del tiempo [fig. (4)2, 1], sin embargo, las grandes estructuras permanecen en uso hasta el abandono definitivo del asentamiento. Son las construcciones comunales, menos sólidas y sin valor simbólico, las que continuamente se abandonan, desmontan y rehacen según las necesidades de la comunidad.
Con toda probabilidad el comercio directo micénico no traspasó el eje tirrénico, sin embargo, las redes de intercambio aborígenes permitieron que siguieran llegando a la península Ibérica elementos del Egeo y de esta forma pueden añadirse a los anteriores hallazgos más cerámicas a torno orientales en la península Ibérica durante el Bronce Tardío, como las aparecidas en el yacimiento cordobés de Montoro, conocido como Llanete de los Moros (Martín de la Cruz 1994; Martín de la Cruz y Perlines 1993), su pertenencia al grupo de cerámicas micénicas, seguramente de la Argólida, hoy provoca ya muy pocas dudas. De estos hallazgos disponemos de dos dataciones absolutas2 (Martín de la Cruz y Perlines 1993), aunque la presencia, como en el caso de Purullena, de cerámicas de Boquique3 y otras con decoración excisa nos remiten a una entidad arqueológica propia del Bronce Tardío.
Las construcciones amortizadas para levantar las nuevas, entre ellas un posible almacén de planta rectangular y paredes de losas (Salvà et al. 2002; Oliver 2005), puede fecharse gracias a una datación (KIA-25212) de la ocupación antigua, la cual nos proporciona una referencia post quem en el intervalo 1500-1390 BC. Unas décadas más tarde entrarían en funcionamiento estas dependencias, las cuales pueden fecharse gracias a dos de las dataciones radiocarbónicas (KIA-11233 y KIA11241) más antiguas de la serie proporcionada por este complejo arquitectónico. Comenzó a estar en uso no antes de c. 1350, y más provablemente hacia 1300 BC. Todas las dataciones radiocarbónicas fueron obtenidas de muestra de vida corta, lo que proporciona menos incertidumbre que las de Hospitalet y nos permiten situar los importantes cambios que sufrió el poblado grosso modo más cerca de 1300 que de 1400 BC.
Es en este contexto de intensificación de los contactos y fortalecimiento de las redes de intercambio, tanto por rutas marinas, como terrestres, entre ellas la del Ródano, que tanta trascendencia tendrá para las Baleares, donde debemos situar las trasformaciones que tuvieron lugar en
Aunque en su momento se explicará con más detalle, podemos adelantar que los asentamientos costeros, promontorios y fondeaderos, integrados en una importante red costera de estructuras dedicadas a los intercambios, comenzaron a funcionar por las mismas fechas, siempre, si examinamos las series de dataciones absolutas, muy próximas a c. 1300 BC. Este numeroso conjunto de asentamientos es uno de los indicadores más sólidos para caracterizar muchos aspectos del Bronce Final Balear, y particularmente su cronología. Como
2 CSIC-795: 3060 ±60 BP [1450 (95.4%)1120 BC]; CSIC-794: 3020 BP [1420 (95.4%)1050 BC]. 3 Este tipo de cerámica decorada es muy rara en las islas y sólo se conocen (Waldren 2000) algunos fragmentos hallados en el asentamiento de Son Oleza, inicialmente fueron identificadas de forma errónea como campaniformes (Waldren 1987, lám. 3,1).
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las Baleares entre 1300 y 850 BC. Las islas, aunque en la periferia, se integraron en un sistema global de intercambios de mercancías, pero también de personas y de circulación de ideas y valores que imperaron en la Europa de la Edad del Bronce a fines del segundo milenio antes del cambio de Era. V.2. Generalización Mallorca y Menorca
del
hábitat
naviforme
en evidencia que el poblado sufre importantes modificaciones, aunque los grandes edificios naviformes continúan en uso. Según veremos, también se producen novedades de gran interés en diferentes ámbitos, como la aparición de nuevos tipos de asentamientos, un interés creciente por ocupar zonas próximas al mar y la presencia de un nuevo equipamiento cerámico, en el que destacan las grandes vasijas y particularmente los grandes contenedores toneliformes.
en
Los asentamientos de hábitat sufrieron durante el Bronce Antiguo un proceso, poco o nada frecuente en tierras continentales, que podríamos definir como “monumetalización” del espacio doméstico. Las modestas cabañas circulares con zócalos de piedra calcolíticas fueron sustituidas, después de un oscuro periodo de convivencia, por grandiosas estructuras domésticas de técnica ciclópea de planta de herradura alargada o naviforme. Sus aspectos formales fueron ya descritos en el capítulo correspondiente al Bronce Antiguo y ya no nos volveremos a ocupar de ello.
La tipología de la casa naviforme no experimenta, como ya se ha dicho, apenas variaciones en sus elementos estructurales básicos, aunque sí se documentan algunas novedades en cuanto a la forma de los hogares y alguna otra particularidad arquitectónica que las distingue de la fase anterior. Uno de los equipamientos más singulares de algunas unidades arquitectónicas domésticas naviformes es la presencia de unas estructuras de combustión extraordinariamente complejas [fig. (5)1, (5)2 y (5)5]. Se trata de grandes hogares con plataforma y fogón o caja para conservar las brasas. Los mejor documentados (Rosselló 1993) se han podido estudiar en los naviformes de Son Oms, Canyamel y Hospitalet. Las dataciones absolutas permiten sostener que todos estos hogares con plataforma se utilizan durante el Bronce Final, por lo que constituyen una innovación propia de esta fase.
Por desgracia se conocen pocos contextos de abandono atribuibles al anterior periodo. De hecho sólo el naviforme Alemany, abandonado tras un fuerte incendio accidental, permitió recuperar un contenido artefactual completo correspondiente al Bronce Antiguo. Precisamente la monumentalidad y solidez de estas edificaciones contribuyó decisivamente a su perduración en el tiempo, lo que no quiere decir que permaneciesen inalteradas; por el contrario, sufrieron diversas y, en algunos casos, intensas modificaciones de la organización espacial interna, sin embargo, las estructuras maestras de la edificación perduraron, en la mayoría de los casos, hasta c. 900/800 BC.
Las dataciones absolutas de los ejemplares de Hospitalet y Canyamel (Pons 1999, 101) nos indican que estos hogares estaban ya en uso hacia 1300 BC, y siguieron aún vigentes en torno a 1000/950 BC, es decir hasta los momentos de transición entre el Bronce Final y la Edad del Hierro (o cultura Talayótica), como nos demuestra el ejemplar aparecido en una de las dos unidades del conjunto naviforme geminado de Son Oms, que pudo estar en uso hasta c. 900 BC, cuando el edificio es amortizado para construir sobre el mismo un turriforme escalonado. Por lo tanto, a pesar de la incertidumbre que producen las muestras de vida larga, y una cierta imprecisión derivada de la alta desviación típica o error asociado del C14, parece fuera de duda que todos los casos conocidos de hogares con plataforma pueden asociarse a la temporalidad propia del Bronce Naviforme II, sin que se conozca su existencia en el Naviforme I.
Es posible también que un cierto valor simbólico de la arquitectura doméstica (Fornés et al. e.p.; Salvà Hernández e.p.) contribuyera igualmente a su perduración en el tiempo, como elemento reforzador del grupo doméstico. El registro arqueológico de la mayoría de los naviformes excavados corresponde ya a su fase de uso correspondiente al Bronce Final, por ello la organización del espacio doméstico podrá ser mejor entendida y explicada ahora.
Estas enormes estructuras de combustión aparecen, tanto en naviformes simples [fig. (5)5], como en edificios geminados o dobles [fig. (5)1, (5)2]. En este último caso el de mayor superficie, está sistemáticamente carente de las estructuras propias de mantenimiento del hogar, las cuales se concentran en el edificio gemelo adosado, circunstancia que, en el estado actual de los conocimientos sobre estas comunidades, permitiría pensar en un uso como almacén para productos perecederos en el naviforme grande, pues el equipamiento cerámico de estas estructuras arquitectónicas es escasísimo y en algunos casos por completo inexistente.
V.2.1. El espacio doméstico naviforme La mayoría de los investigadores (Lull et al. 1999; Calvo et al. 2001; Guerrero et al. 2006 a) coinciden en señalar que a partir de la fase denominada Naviforme II, equivalente grosso modo, como se viene manteniendo en este libro, al Bronce Final del continente, (1450/14001000 BC) el asentamiento de hábitat naviforme se intensificó y extendió ampliamente por toda la geografía insular. Así parece corroborarlo el amplio abanico de dataciones de C-14 disponibles, junto a los datos proporcionados por las distintas excavaciones arqueológicas. Las últimas campañas de excavación en el poblado de mallorquín de Closos de Can Gaià han puesto
Por el momento, es una incógnita la razón por la que este tipo de estructura de combustión tan compleja aparece 253
sólo en unos naviformes y no en otros igualmente contemporáneos. Tampoco se conocen en Menorca. Esta situación nos permite sugerir que tal vez estemos ante un elemento destinado a una actividad muy especializada, que, si bien podía también servir de hogar en aquellas viviendas que lo tenían, no era imprescindible para el mantenimiento de la vida doméstica cotidiana y por eso no lo encontramos sistemáticamente en todos. La razón precisa por la que determinadas viviendas se dotaron de estos “hogares” se nos escapa. Tampoco conocemos qué productos pudieron ser procesados en estas enormes parrillas, pues nunca se han realizado análisis especializados de restos ni de trazas que seguramente debían contener las arcillas refractarias que recubren las plataformas de las parrillas. La extraordinaria magnitud de estas estructuras hace pensar que estuviesen destinadas a la preparación de alguna mercancía -¿carne ahumada?-, sin que deban descartarse otros usos, por el momento difíciles de concretar. No deja de ser sintomático que su vigencia coincida también con el apogeo de la producción de grandes toneles y con la máxima actividad de las escalas costeras que estudiaremos más adelante.
También disponía de un hogar con plataforma el edificio naviforme Sur, aunque en mal estado de conservación. 2) Naviforme geminado de Canyamel Constituye uno de los más importantes yacimientos [fig. (5)1] para el estudio que nos ocupa, sin embargo, los trabajos permanecen inéditos, salvo los planos de la excavación dados a conocer en una breve nota (Rosselló 1992), por lo tanto sólo pueden describirse algunos elementos a partir de ellos, aún a riesgo de no interpretarlos correctamente. Este conjunto arquitectónico está formado por dos unidades naviformes muy desiguales. La mayor, con espacio interno de unos 136,88 m2 (Salvà y Hernández e.p.), sólo dispone de un umbral como equipamiento arquitectónico secundario, mostrando su interior libre de divisiones y estructuras. Por el contrario, la menor, que sólo tenía una superficie util de unos 78,65 m2, dispone de estructuras complejas y señales de haber constituido el espacio de mantenimiento cotidiano del grupo familiar. A partir del plano publicado [fig. (5)1, 1] no es posible asegurar que la planificación arquitectónica inicial comtemplase las dos unidades naviformes y podría pensarse que la menor se adosó a una edificación ya existente. Sea como fuere, la unidad de menor superficie estuvo dotada de un hogar con plataforma muy similar al ya descrito, incluso en cuanto a su posición en el interior, para el naviforme Oeste de Hospitalet. La técnica constructiva de este elemento se corresponde con la ya analizada. Es de lamentar que el estudio detallado permanezca inédito después de más de treinta años de acabada la excavación, pues algunas fotos (Rosselló 1993) muestran elementos, como punzones de hueso, asociados a la plataforma del hogar, lo que, junto a otros análisis, habría permitido un mejor conocimiento de la función de estas estructuras.
A pesar de que los estudios definitivos de las excavaciones relacionadas con estas importantes estruturas restan sin publicar, algunos avances y noticias preliminares que se han ido dando a conocer nos permiten una aproximación a la organización interna del espacio doméstico ligada a estas grandes estructuras de combustión. Veamos algunos casos: 1) Naviforme Oeste de Hospitalet El estado de conservación de los elementos arquitectónicos estructurales era muy precario [fig. (5)5 2] y de hecho sólo puede seguirse la forma de la planta a partir de la hilada basamental de losas, y aún así algunas también habían desaparecido. El hogar con plataforma ocupa un lugar central en la vivienda, ligeramente desplazado hacia el lateral izquierdo, orientándose la plataforma o parrilla hacia el interior y la caja de las brasas hacia la entrada. La puerta estuvo delimitada, como suele ser habitual, por un umbral de grandes losas planas. En el tercio interno quedan restos de un piso enlosado, tal vez similar al que vemos en el lateral derecho del naviforme nº 1 de Closos.
Adosados al paramento interno izquierdo se sitúan sendas bancadas, repisas o alfeizar. El tercio interno de la vivienda aparece libre de estructuras complementarias pétreas. Proporcionó también un equipamiento cerámico ligado al almacenamiento y procesado de alimentos. Desconocemos su distribución espacial, lo que habría ayudado a entender mejor la dinámca de uso de los espacios internos. Finalmente, el portal aparece con un muro adosado trasversalmente al paramento derecho, que ciega la mitad aproximadamente de la antigua luz del mismo, fenómeno que coincide con lo obsevado en los naviformes excavados de Closos de Can Gaià, donde sabemos (Calvo y Salvà 1999; Fornés et al. e.p.) que son ya reformas muy tardías, próximas al abandono del asentamiento.
El hogar con plataforma o parrilla [fig. (5)5] constituye el elemento más sobresaliente del equipamiento doméstico. Tres losas hincadas verticalmente delimitan el depósito de brasas abierto a la plataforma. El suelo rocoso sufrió una preparación de tierra arcillosa sobre la que se dispuso una solera de piedras, entre las que figuran varios moldes de fundición rotos y amortizados. Ésta se recubrió con una densa capa de arcilla refractaria que conservaba aún en los momentos de la excavación fuertes señales de combustión. Entre el equipamiento cerámico destacan vasijas carenadas de gran diámetro y toneles cilíndricos. Sobre la cronología de este contexto ya se han hecho las oportunas precisiones en la introducción de este capítulo y sólo cabe recordar que no parece ser anterior a c. 1300 BC, mientras que su abandono queda oscurecido por la naturaleza de vida larga de la muestra utilizada, aunque tal vez pudo estar cerca del 1000 BC
El contexto de Canyamel ha sido datado (UBAR-387) a partir un hueso de fauna, lo que proporciona menos incertidumbre que el anterior, aún así la amplitud del intervalo, 1440-1190 BC, sigue siendo demasiado alta para fechar con precisión el abandono del naviforme. 3) Conjunto de naviformes dobles de Son Oms Otro de los conjuntos provistos de hogar con plataforma [fig. (5)2] fue descubierto al desmontar un turriforme de estructura helicoidal y corredor cubierto. Este elemento 254
ritual de la Edad del Hierro vino a sellar una estructura naviforme doble con una disposición muy similar a la anterior, aunque en Son Oms las dos unidades adosadas la una a la otra tienen aproximadamente la misma superficie y parece que la planificación original de su construcción ya se concibió como una estrutura compuesta. Es muy poco lo que conocemos de este singular yacimiento, igualmente excavado hace más de tres décadas, pues los estudios se centraron generalmente en el elemento turriforme (Rosselló 1963; 1965). Algunos materiales fueron rescatados su más recientemente (Pons 1998, 164168) aunque apenas se profundizó en su estudio.
entidad arquitectónica, pero no por ello carecen de interés, pues nos informan de aspectos sustanciales sobre la economía y las estrategias productivas de la comunidad. Este es el caso del asentamiento conocido como Closos de Can Gaià (Salvà et al. 2002), hoy convertido en referencia ineludible para el conocimiento de la Edad del Bronce balear y particularmente para el análisis de las trasformaciones que tuvieron lugar durante el Bronce Final. Los trabajos de excavación en esta área de producción comunal no han finalizado, aunque, por lo puesto al descubierto [fig. (5)4], puede calcularse una superficie de trabajo que superará los 400/500 metros cuadrados, con estructuras arquitectónicas diversas. Este gran espacio comunal aparece delimitado por un muro de larga e irregular trayectoria que parece cerrar en su interior todas las dependencias. A la espera de los resultados finales de la investigación, todo hace pensar que pudieron estar dedicadas principalmente a la trasfomación de alimentos, seguramente en una proporción superior a las propias necesidades de la comunidad. Lo que equivale a decir que las unidades familiares de Closos de can Gaià eran capaces de producir un importante excedente, como seguramente también debía ocurrir en otros muchos poblados, para hacer frente a los intercambios con el exterior. La dificultad de valorar a escala isleña este fenómeno radica en que las excavaciones antiguas se limitaron a la exclusiva excavación de las unidades arquitectónicas de aspecto monumental.
De nuevo nos encontramos con que el edificio situado al Norte del conjunto apareció sin estructuras complementarias en el interior que compartimentasen el espacio, ni tampoco se hallaron ajuares. Por el contrario, todo el equipamiento del grupo familiar se concentraba en el naviforme adosado al lado Sur del conjunto. Al igual que en los casos anteriormente citados el hogar con plataforma [fig. (5)5, 1] se sitúa en el centro de la cámara, también con la plataforma extendida hacia el interior, dividiendo el espacio en tres ámbitos: el central ocupado por el hogar, el interno donde también se localizaron elementos pétreos que no han sido estudiados, y el anterior con una bancada o alfeizar adosado al paramento interno izquierdo. En un momento indeterminado, a juzgar por los planos y fotos de la excavación (Roselló 1979, lám. 14,b), dos muretes trasversales dividieron el espacio anterior del naviforme; uno de ellos parece que amortizó la banqueta o alfeizar. El unico elemento que fue objeto de un estudio más detenido (Rosselló 1993), como en los casos anteriores fue la estrutura de combustión. De este conjunto sólo disponemos de una datación radiocarbónica (QL-20), de nuevo obtenida sobre carbón, que nos proporciona una fecha contenida en un intervalo relativamente amplio, 1310-930 BC. Si tenemos en cuenta que la amortización del conjunto naviforme tuvo lugar como consecuencia de la construcción de un elemento ritual de tipo turriforme escalonado y que estos elementos no se documentan antes de c. 1000/900 BC, parece razonable pensar que, con independencia del posible efecto “madera vieja”, el abandono pudo estar próximo al extremo moderno del intervalo.
Uno de los elementos arquitectónicos de este conjunto, cuya excavación ya ha finalizado, es una construcción rectangular cuyos muros están compuestos de grandes losas ortostáticas delimitando un espacio muy estrecho y desproporcionadamente largo; su longitud total es difícil de calcular pues su tramo final fue seccionado por la carretera que une Felanitx y S’Horta. En cualquier caso se trata de una construcción que forma parte de un conjunto arquitectónico mucho más complejo que está aún en estudio. El hecho de que sea la única construcción del poblado que no se construyó con doble paramento de grandes bloques [fig. (5)4, 2 y 4-5] y la imposibilidad de mantener sobre las losas conservadas una segunda hilada, sugiere que la altura original fuese realmente la que se ha conservado, salvo, como es obvio, el desgaste de la erosión. Si a esto unimos lo estrecho del espacio útil y la ausencia de acceso a pie de tierra, al menos en la parte conservada, nos permite plantear la hipótesis (Salvà et al. 2001, 95; 2002) de que estemos ante un lugar de almacenamiento en el que se guardaron, entre otras cosas, partes de animales descuartizados, seguramente salados o ahumados, como parecen apuntar algunas extremidades de bóvido que han aparecido semiarticuladas.
V.2.2. Estructuras y espacios comunales Durante muchas décadas sólo fueron objeto de interés por parte de los investigadores los grandes monumentos naviformes y nunca se prestó atención a otras estructuras arquitectónicas menores que son visibles a simple vista en muchos poblados. Así se llegó a dar la sensación que la única arquitectura de la Edad del Bronce eran las que se identificaban con las plantas de herradura. Nada más lejos de la realidad. Cuando por primera vez se ha abordado la excavación integral de un poblado, atendiendo a todas las evidencias arqueológicas, sin selección apriorística y subjetiva previa, se ha puesto al descubierto un complejo entramado de construcciones comunales de variados tipos arquitectónicos que funcionan, lógicamente, como complemento de las viviendas de planta naviforme. En general, todas estas construcciones tienen una menor
La serie de dataciones radiocarbónicas ligadas a esta estructura de almacenamiento nos indica que su funcionamiento comenzó hacia 1300 BC, perdurando hasta c. 850/800 BC en que el poblado es definitivamente abandonado. 255
También se han documentado otros espacios comunales y actividades de interés económico en poblados menorquines; uno de los mejores ejemplos lo tenemos en Son Mercer de Baix (Plantalamor 1995, 182), donde se localizaron en una de las dependencias algunos utensilios de lo que a todas luces parece corresponder a los restos de un taller de fundición. En un ámbito anejo a un naviforme de grandes dimensiones, delimitado por un muro recto, se registraron dos fragmentos de crisoles, así como un pequeño lingote en forma de pan, un escoplo y un brazalete. Ello nos indica que en estos asentamientos tenía lugar la elaboración de objetos metálicos a pequeña escala.
El primero de estos conjuntos es conocido como Es Rafal [fig. (5)7, 1]. Fue descubierto en 1928 por A. Crespí y L. Amorós (1928-29) cuando hacía poco que unos albañiles lo habían vaciado. De las noticias publicadas se deduce que el conjunto estaba dividido por cuatro muretes transversales en varias dependencias en las que se recogieron cenizas, huesos y cerámica romana, que en el vocabulario de la época quiere decir sencillamente a torno. En cualquier caso, su presencia denota una reocupación en fechas muy tardías de la prehistoria. En la actualidad pueden aún identificarse claramente dos de las estructuras naviformes adosadas, aunque con seguridad el conjunto pudo estar formado por un triple monumento.
Este mismo interés por los procesos de producción metalúrgica los documentamos en el naviforme de Hospitalet en el que, formando parte de los restos de un hogar, se hallaron restos de moldes de fundición ya amortizados. Entre los fragmentos de dichos moldes puede resaltarse el hallazgo de uno que sirvió para fabricar un machete o cuchillo de menores dimensiones, que resulta de forma similar a otro de gran tamaño integrado en el depósito de Lloseta (Delibes y Fernández Miranda 1988, 38). También fue hallado un ejemplar [fig. (5)15, 8] claramente miniaturizado. Conviene recordar que el denominado machete de Lloseta tiene una hoja de más de 40 cm de longitud, mientras que el ejemplar miniaturizado de Hospitelet podría sugerir que este tipo de armas habían pasado al universo simbólico, salvo que tuviesen, por ejemplo, utilidades quirúrgicas o herramienta de precisión para el trabajo de madera y cuero.
Hasta aquí el hallazgo no ofrece singularidad, pues otros conjuntos triples son igualmente conocidos, sin embargo, el aspecto más inesperado fue la localización de una losa en el interior del ábside de la unidad situada al Oeste que tapaba la entrada a un pozo, de estructura toscamente escalonada, que a su vez daba acceso a una cueva artificial de tres cámaras, todas separadas por muros de piedra seca. Dos de estas cámaras alineadas en sentido Norte-Sur y una tercera hacia el Este a la que se entraba por un pequeño portal adintelado. La cueva apareció sin señales aparentes de ocupación, aunque todo el conjunto fue interpretado por Crespí y Amorós como una construcción de uso funerario, seguramente inducidos por el carácter sepulcral de los monumentos naviformes menorquines. El segundo de estos conjuntos se encuentra en San Jordi [fig. (5)7, 2] y fue dado a conocer por M. Alcover (1941). Hoy día todo el yacimiento ha desaparecido y sólo es posible conocer su estructura a partir de los apuntes de M. Alcover. Según él se accedía a la cueva mediante un pozo vertical cuya boca aparecía tapada por una losa, mientras que unas muescas en las paredes permitían apoyar los pies a modo de toscos peldaños, finalmente otra losa tapaba el acceso directo a la cueva. Nada se dice de los hallazgos en el interior de la cueva, por lo que sospechamos que también estaba vacía en el momento de hacer su descubrimiento.
En cualquier caso, tanto el machete de Lloseta, así como una versión más pequeña como vemos en el molde de Hospitalet, e incluso la totalmente miniaturaza (Rosselló 1987), por sus características y morfología, puede pensarse que forman parte de una producción indígena original, no influenciada por modelos continentales. Además se localizaron en Hospitalet otros moldes correspondientes a la producción local de torques dentados, punzones y hachas planas. Todos los moldes estaban ya amortizados en la habitación naviforme, por lo que debemos pensar que un taller metalúrgico funcionaba en sus inmediaciones que no ha sido descubierto, pero este es uno de esos yacimientos en los que las excavaciones sólo atendieron a las estructuras monumentales y no al espacio integral de producción económica de la comunidad.
La tercera de estas cuevas [fig. (5)7, 3], y la única de la que se tienen datos más fidedignos (Rosselló 1963; 1965), aunque también desapareció tras la ampliación del aeropuerto, se encontraba en Sa Pleta de Son Vidal Nou (Son Oms). En este caso no estaba tan directamente vinculada con las estructuras naviformes, no obstante su pozo de entrada se localizaba a unos 15 m. de los ábsides del conjunto de las naviformes dobles antes analizado [fig. (5)7, 3]. El acceso se hacía a través de un pozo ligeramente inclinado con cinco gradas toscamente excavadas en la arenisca. El pozo aparecía delimitado por muros de mampostería en seco y cobertura de losas planas. La cueva estaba compuesta, al igual que los casos anteriores, por tres cámaras divididas por muros y portales adintelados que se cerraban mediante losas, finalmente fijadas por arcilla grisácea.
V.2.3. Hipogeos de cámara tripartita asociados a naviformes Desde muy antiguo es conocida una peculiar asociación de construcciones naviformes dobles con hipogeos de cámara tripartita [fig. (5)7]. Por el momento su existencia sólo se ha podido constatar en las cercanías de la ciudad de Palma. Desde que fueron halladas y descritas por primera vez es muy poco lo que en este tema se ha avanzado y tampoco tenemos ninguna datación radiocarbónica que nos permita asegurar con rigor cuál es la temporalidad, dentro del Bronce en la que este fenómeno se desarrolla.
La excavación del hipogeo permitió documentar la existencia de hasta nueve enterramientos en posición secundaria (Rosselló 1965, lám. 11) que se acumulaban en el pozo, corredor de entrada y parcialmente en la 256
entrada de la primera cámara. Las otras cámaras no tenían enterramientos y sólo permitieron la recuperación de diversos hallazgos cerámicos fragmentarios y muy dispersos, punzones de hueso, así como una punta de lanza. Todo hace pensar que, si bien los enterramientos son prehistóricos, pueden corresponder a los momentos de transición entre el Bronce Final y los inicios de la ocupación talayótica del lugar, tal vez muy poco tiempo antes del abandono definitivo del asentamiento.
pequeñas dimensiones, y fragmentos de crisoles de fundición. Dos dataciones radiocarbónicas (IRPA-1171, IRPA-1162) nos indican (Plantalamor y Van Strydonck 1997:32) que este hábitat estuvo en uso desde c. 1410 a 980 BC, es decir en la temporalidad correspondiente al Bronce Final (Naviforme II) hasta que en la loma donde se asentaba se levantó un gran muro ciclópeo -que rodea la totalidad de la pequeña colina, dándole así el aspecto de un verdadero “talayot”-, y que sepultó el primitivo asentamiento.
Sobre las navetas geminadas de Son Oms se construyó un túmulo o monumento escalonado talayótico que amortizó las estructuras del Bronce. Un carbón de la construcción naviforme (QL-20) nos indica que esta estructura de combustión estuvo en uso entre 1310 y 930 BC, aunque la naturaleza de vida laga de la muestra permite pronosticar que seguramente la fecha real se aproxima al límite más moderno del intervalo.
Los niveles arqueológicamente fértiles estaban bastante alterados pues la cima de la colina, con poca potencia edáfica, había sido cultivada intensamente. A pesar de todo la presencia de muchos materiales, entre ellos las grandes vasijas toneliformes, resulta coherente con otros contexto no alterados del Bronce Final.
En el estado actual de la investigación no puede asegurarse que este tipo de cuevas relacionadas más o menos directamente con arquitectura naviforme tuviesen una función funeraria, al menos en calidad de osarios masivos como los tuvieron los hipogeos del Bronce Antiguo, pues no parece probable que este hecho hubiese pasado desapercibido a los ojos de A. Crespí y L. Amorós (1928-29). En el caso de la cueva triple hipogea de Son Oms las cosas no están tan claras, aunque de la descripción de su excavador parece deducirse que su uso funerario fue un aprovechamiento parcial del espacio subterráneo, cuyo uso primigenio queda en la oscuridad.
V.3. Elementos de cultura material V.3.1. Un nuevo equipamiento cerámico Para el Bronce Final, al contrario que en periodos anteriores, mejora el conocimiento de los contextos arqueológicos de donde proceden las cerámicas, gracias a la existencia de excavaciones arqueológicas metódicas que han posibilitado la identificación y documentación de contextos estratigráficos, muchos de los cuales disponen, además, de dataciones radiocarbónicas asociadas a los mismos. Todo ello ha permitido un ajuste mucho más sólido entre los tipos cerámicos y su secuencia cronológica. Esta situación ha propiciado que se hayan realizado algunos análisis de la producción cerámica del Bronce Final (Lull et al. 1999; Pons, 1999; Calvo y Salva, 1997; Salvà et al. 2001), aunque todos ellos deben considerarse incompletos y sólo deben ser tenidos en cuenta como un primer intento de aproximación a su estudio. Sería necesario hacer una revisión profunda de las propuestas de tipología hasta el momento conocidas, además profundizar en aquellos aspectos relacionados con los procedimientos técnicos de fabricación de las vasijas, línea de investigación ya iniciada (Calvo et al. 2004; García Rosselló y Calvo 2006), aunque no concluida.
En cualquier caso, no es fácil atribuirles una función segura por falta de evidencias arqueológicas claras. La roca de tan mala calidad en la que están excavadas y la intensa humedad ambiental parecen también descartar la función de almacén o despensa, sobre todo en aquellas que se abrían en el testero de las navetas. Tampoco lo angosto, ni las malas condiciones de habitabilidad permiten pensar en dependencias domésticas de uso común. Por lo tanto, no debería descartarse un uso ritual que por el momento es imposible precisar. Los pocos indicadores arqueológicos que disponemos parecen apuntar que este tipo de hipogeos de cámara triple, en la mayoría de los casos asociados a estructuras arquitectónicas dobles o triples, deben situarse en el Bronce Final.
En el estado actual de la investigación las dificultades principales en el estudio de la cerámica del Bronce Final balear radican en:
V.2.4. Otros tipos de asentamientos
- La falta de de vasijas de perfil completo publicadas, por lo que muchas veces la clasificación debe hacerse a partir de vasijas que conservan sólo una parte fragmentaria de su perfil.
Junto a los naviformes, a partir del 1400 BC, se registran nuevos modelos de asentamientos, particularmente en la isla de Menorca. Así, en Trebalúger, Es Castell, (Gual et al. 1991; Plantalamor 1991: 71), las excavaciones arqueológicas documentaron una edificación de planta irregular alargada, de cubierta sustentada probablemente por pilares de madera asentados sobre bases de piedra [fig. (5)8, 1], y cabecera ligeramente absidal. Este edificio, situado en lo alto de una pequeña colina, desde la cual se obtiene un amplio dominio visual del territorio circundante, tuvo una función habitacional a tenor de los restos localizados en su interior. Así, se registraron estructuras de combustión, cerámicas de grandes y
- La mayoría de grupos cerámicos provienen de contextos de habitación, si bien sólo han sido parcialmente publicados. Por ello los contextos funerarios, como Cova des Càrritx en Menorca (Lull et al. 1999); e igualmente Son Matge (Walldren 1982) y Coval den Pep Rave (Coll 1991, 2006) en Mallorca, se han convertido en los mejores yacimientos de referencia. - Las memorias de excavaciónde gran parte de los yacimientos excavados, como se ha dicho, permanecen 257
Para la clasificación formal4 hemos optado por unificar diferentes propuestas tipológicas, ya que ninguna de ellas hace referencia explícita al Bronce Final. La propuesta más cercana a la nuestra es la de B. Pons (1999) aunque este autor enmarca erróneamente su trabajo en el Talayótico inicial. La propuesta de López Pons (1980) se refiere a todo el periodo denominado antiguamente pretalayótico, por lo que presenta problemas de aplicación. Por último, M. Calvo y B. Salvá (1997) centraron su propuesta tipológica, dentro de un trabajo más amplio, en el periodo denominado “transición” correspondiente a los últimos momentos del Bronce Final. Nuestra aportación se centrará en los tipos más comunes, sin tener en cuenta aquellos que son muy poco representativos; o tienen carácter de piezas únicas, sólo documentadas en un yacimiento, sin que por el momento se conozca qué incidencia tienen en el panorama global de las producciones cerámicas de las islas.
inéditas. Sólo se han publicado avances parciales (Pons 1999) en los que no quedan claros los criterios de selección que han llevado al autor a incluir unos tipo y desechar otros en su propuesta tipológica. Esta circunstancia dificulta la posibilidad de abordar estudios con tratamiento estadísticos de los datos. Al igual que ocurrió en otros campos, como en el de la metalúrgia o en los intercambios con el exterior, el Bronce Final supuso un cambio radical en la manera de concebir la producción cerámica por parte de los grupos prehistóricos de este periodo. En primer lugar se observa una clara ruptura con los tipos cerámicos del Bronce Antiguo. Desaparecen la mayoría de formas características de la época anterior, en particular toda la serie de piezas de base hemiesférica, tradición tecnológica y tipológica que desaparece, sin que vuelva a recuperarse a lo largo de los siguientes periodos de la prehistoria balear.
1) Distribución tipológica [fig. (5)9a-9b]
Frente a estás desapariciones encontramos nuevas formas sin precedentes en el registro arqueológico anterior, las cuales parecen responder a nuevas necesidades y exigencias, en especial las de almacenaje y transporte (tipos cerámicos 1, 2, 4 y 5). Quizás es en los contextos funerarios donde, a pesar de las marcadas diferencias conceptuales en el diseño de los ajuares cerámicos, se apreciaría una mayor continuidad respecto a unas pocas formas del periodo anterior, como por ejemplo la filiación que parece evidenciarse entre algunas variantes del tipo 1 del Bronce Antiguo con el tipo 11 del Bronce Final o entre el tipo 9, también del Bronce Antiguo y el tipo 7 del Bronce Final; lo mismo podemos decir de la variante B del tipo 4 de Veny (1968) y el tipo 6 del Bronce Final. Sin embargo, y a pesar de estas semejanzas, debemos recalcar que lo más relevante, al comparar los contextos cerámicos de ambos periodos, son sus marcadas diferencias, tanto en lo concerniente a las formas, como en las variaciones métricas, al igual que ocurre en la concepción global de los vasos.
Entre los tipos cerámicos documentados en el Bronce Final podemos distinguir los siguientes grupos: TIPO 1: Toneles de perfil cilíndrico Sería equivalente al tipo I-a y I-b de Calvo y Salvà (1997), al tipo 1 de Pons (1999). Son vasijas de gran formato [fig. (5)9a; (5)10, 1], de boca ligeramente cerrada, con un borde de sección triangular, que presenta un engrosamiento interior y labio plano. Se documentan diferentes variantes en función de la forma de los elementos de prensión que se ubican a la altura del borde. Éstos pueden estar formados por una acanaladura discontinua (Hospitalet, Cala Blanca) o por baquetones discontinuos dobles (Hospitalet, Can Amer o Son Oms, Son Mercer de Baix, Cala Blanca). En algunos casos, como en Can Roig Nou o Puig d’en Canals, no se le han aplicado este tipo de elementos de prensión. Se trata una de las formas más características de este periodo. Por desgracia, únicamente contamos con una pieza de perfil completo, la localizada en el naviforme de Oeste del yacimiento de Hospitalet. En cualquier caso, las bases planas con tendencia cóncava junto a la forma alargada y estrecha del cuerpo nos hacen pensar en piezas que pueden haber sido utilizadas como contenedores de transporte, probablemente por vía marítima. Esta hipótesis morfopotencial podría verificarse a partir de la gran acumulación de este tipo de piezas en escalas costeras y fondeaderos de este periodo como Cala Blanca, S’Illot des Porros, S’Alumunia, Na Moltona, etc. Del mismo modo su boca abierta con acanaladuras y baquetones dobles a la altura del borde nos permiten intuir que dichos contenedores sirvieron para contener sólidos o semisólidos y que los toneles se tapaban con pieles o esteras ajustadas con ligaduras, mientras que las acanaladuras o los baquetones dobles mencionados impedirían un deslizamiento de las ataduras. Excepcionalmente algunos fueron decorados en el labio mediante líneas incisas quebradas alternando con puntos
Junto al cambio radical en cuanto a los tipos cerámicos, el Bronce Final presenta otra diferencia importante respecto al Bronce Antiguo. A partir de ahora, encontramos una gran homogeneidad formal en los contextos cerámicos de las diferentes estaciones. Sin embargo, junto a esta homogeneidad, documentamos tipos únicos de los que sólo encontramos un ejemplar en algún yacimiento. En este sentido podemos hablar de una doble tendencia, por una parte una homogeneidad en la presencia de los tipos más comunes y por otra, la aparición de unicums cuyo análisis y significado presenta enormes complejidades. Un tercer factor a destacar es la enorme similitud entre los tipos cerámicos de Mallorca y Menorca. Estamos en el momento de mayor homogeneidad formal en lo que atañe a las producciones cerámicas de las poblaciones de ambas islas. Creemos que dichas similitudes deben relacionarse con el aumento de intercambios y conexiones entre las comunidades de ambas islas, por otro lado, evidenciadas a partir de la compleja red de escalas, fondeaderos y referencias costeras que compartieron ambas islas y que analizaremos en apartados posteriores.
4 Para la descripción y análisis formales seguimos la propuesta de estudio de las cerámicas a mano publicadas por Calvo et al. (2004).
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[fig. (5)42, 4], mientras que otros presentan también impresiones digitales en el mismo lugar.
Algunas vasijas de este tipo presentan asideros romos ascendentes, generalmente en grupos de dos o cuatro. En algunos casos puede que la pieza sólo presente mamelones cónicos o redondeados adheridos al cuerpo, pero sin presentar un desarrollo vertical. La forma con perfil en S, sus grandes dimensiones y la base plana, permiten plantear una función de almacenaje. Formas de este tipo las encontramos en Es Figueral de Son Real, Hospitalet Vell, Son Juliá y Son Oms, Can Roig Nou o en Can Amer; Figueral de Son Real y Cala Blanca. También aparecen asideros correspondientes a este tipo, aunque no disponemos del perfil completo, en las navetas de Canyamel, en el monumento 3 de So Na Caçana (Plantalamor 1991, 389), seguramente procedentes de un horizonte antiguo no bien identificado. También están presentes en los contextos antiguos (c. 1100-900 BC) del Turriforme escalonado de Son Ferrer. Estas formas perdurarán durante parte del talayótico y constituirán uno de sus tipos más comunes y característicos. Una forma adscrita a este tipo apareció en la necrópolis de la Cova des Carritx de Menorca.
Las piezas asimilables a este tipo aparecen exclusivamente en contextos de habitación naviformes como Son Oms, Hospitalet Vell, Canyamel, Can Roig Nou, Ca N’Amer, Son Juliá, Closos de Can Gaiá. A su vez su presencia es muy significativa en algunos islotes costeros y calas que funcionaron como fondeaderos, como S’Illot d’es Porros, Na Moltona o de Cala Blanca, lo que afianzaría la idea de su función como contenedores destinados al intercambio marítimo. También se ha documentado este tipo de envase en el yacimiento de Figueral de Son Real que, como se comentará más tarde, presenta una tipología arquitectónica específica. TIPO 2: Forma de tendencia ovoide vertical de boca cerrada Corresponde al tipo I-c de Calvo y Salvà (1997), tipo 2-a de Pons (1999) y tipo K de Camps et al. (1969), así como de Rosselló (1972). Es similar a un tonel [fig. (5)9a], aunque presenta las paredes cóncavas y el cuerpo ovoide, de base plana, borde no diferenciado y labio redondeado con un ligero engrosamiento interior. La boca es cerrada y no tiene elementos de prensión. Ejemplares de este tipo los encontramos exclusivamente en yacimientos de habitación como Can Amer, Can Roig Nou, Canyamel, Figueral de Son Real, Hospitalet Vell y Son Juliá.
TIPO 5: Forma compuesta troncocónica-esférica Este tipo [fig. (5)9a] no aparece en ninguna de las clasificaciones tipológicas realizadas hasta la fecha. La base es plana y roma, el cuerpo inferior troncocónico y el superior ovoide, sin cuello y con la boca muy cerrada, presenta un labio divergente curvado y exvasado. El diámetro máximo del cuerpo se sitúa en su parte superior, mientras que el diámetro de la boca es mucho menor que el de la base. No presenta ningún tipo de decoración ni elementos adheridos al cuerpo. Su distribución se limita a dos ejemplares de perfil completo procedentes del monumento 3 de So Na Caçana y en el ámbito ritual I del de Bronce Final (Calvo et al. 2005, 505) anterior a la construcción del turriforme escalonado de Son Ferrer.
TIPO 3: Forma de tendencia ovoide vertical de boca recta y asidero de apéndice Se trata del tipo II de Calvo y Salvà (1997) y tipo 2-b de Pons (1999). Vasija [fig. (5)9a] de menor tamaño que la anterior. Se caracteriza por presentar un asidero de apéndice de extremo romo a la altura del borde, tener el cuerpo ligeramente abombado (no tan marcado como el tipo 2) y una boca recta o ligeramente convergente. No tiene un borde marcado y el labio es redondeado sin engrosar. Puede llevar una decoración a modo de impresiones verticales sobre el asidero. Ejemplos de este tipo se han identificado en Can Amer, Can Roig Nou, Canyamel, Hospitalet Vell, Son Oms y Clossos de Can Gaià; todos son yacimientos de habitación naviforme. Es curioso resaltar que en gran parte de los casos esta forma acompaña al tipo anterior.
TIPO 6: Forma bitroncocónica carenada de borde divergente plano Incluimos aquí al tipo 5 de Pons (1999), el B de Camps et al. (1969) y de Rosselló (1972), así como al tipo III de Calvo y Salvà (1997). Presentan [fig. (5)9b; (5)9b, 2-4] una base roma plana, un cuerpo compuesto por dos troncos de cono, con una unión de ambos en carena marcada en la parte media o superior del cuerpo: Tiene boca abierta y borde divergente recto muy señalado y plano, con un labio redondo romo. Es una de las formas más características del Bronce Final, junto con los denominados toneles (tipo 1). Si bien es cierto que conocemos pocas piezas de perfil completo, entre ellas la hallada en la naveta de Oeste de Hospitalet Vell, estas vasijas tienen una alta variabilidad métrica. Algunas piezas pueden presentar decoraciones consistentes en ungulaciones o incisiones a la altura de la carena. Se localizan vasijas con esta forma en las navetas de habitación de Canyamel, Can Amer, Es Figueral de Son Real, Hospitalet Vell, Clossos de Can Gaiá y Son Oms y en los yacimientos funerarios de Can Martorellet y Coval den Pep Rave. Se observa pues, una presencia en casi todos los yacimientos bien conocidos del Bronce Final, si bien es cierto que en las estaciones funerarias este tipo suele presentar una reducción de sus dimensiones. En
TIPO 4: Forma de cuerpo con perfil en “S” Incluimos bajo este tipo al 3 de Pons y al A de Camps et al. (1969) y de Rosselló (1972). Este grupo [fig. (5)9a] se caracteriza por presentar un cuerpo inferior con forma troncocónica y el superior con forma ovoide lo que genera un perfil en S con la inflexión muy marcada en la parte superior del cuerpo. Boca cerrada, sin cuello, con un borde divergente exvasado y labio redondeado sin engrosar. Las bases de este tipo suelen ser generalmente planas y romas, sin moldura exterior, con la excepción de un ejemplar de Hospitalet, que tendría la base cóncava igual que el tipo 1 de esta propuesta. Hay que destacar que se trata de un grupo del que disponemos de pocas piezas con perfiles completos. 259
Menorca formas algo parecidas, aunque no iguales, han sido identificadas en las necrópolis des Musol y des Carritx.
Igualmente se corresponde con los tipos 8 y 9 de Pons (1999) y el tipo E-a y J de Camps et al. (1969) y de Rosselló (1972). Este tipo [fig. (5)9b] se caracteriza por presentar bases planas romas sin moldura exterior, y tener un cuerpo troncocónico o ligeramente ovoide, boca abierta, sin cuello y con un borde no diferenciado, que dispone de un labio redondeado sin engrosar. Algunas formas presentan un asidero horizontal de extremo romo; el labio está ligeramente engrosado hacia el exterior, o con moldura exterior poco marcada. Del mismo modo, pueden llevar decoración ungulada sobre el asidero. Es un tipo bastante característico de todo el periodo y perdurará, con algunas variantes, a lo largo de la primera Edad del Hierro. Algunas formas de este tipo 8 se diferencian del tipo 2 exclusivamente por presentar una volumetría más reducida. Son piezas de tamaño pequeño que, por su capacidad y forma, podrían relacionarse con el consumo de líquidos. Aparecen en la mayoría de yacimientos de habitación, como Can Amer, Canyamel, Son Juliá, Son Oms, Figueral de Son Real y Hospitalet en diferentes tamaños. Aunque en menor porcentaje, también aparecen en yacimientos funerarios como en Son Matge, aunque las piezas sin asideros se concentran exclusivamente en yacimientos de habitación. En Menorca los encontramos en Trebaluger, Cova des Carritx y Cala Blanca.
Dentro de este grupo se puede incluir una pieza procedente de los horizontes anteriores al poblado de la Edad del Hierro, conocido como S’Illot. Esta vasija [fig. (5)10, 5] presenta una decoración muy compleja y desconocida en el Bronce balear, consistente en metopas alternas de líneas incisas y alineaciones de puntos. La sintaxis decorativa de esta pieza es por completo desconocida en las islas, por lo que no es descartable un origen foráneo de la misma. TIPO 7: Forma tronco-ovoide Este tipo [fig. (5)9b] es el equivalente al 6 y 4b de Pons (1999) y al I de Camps et al. (1969) y Rosselló (1972). Son vasos con base plana y roma, cuerpo inferior troncocónico y parte superior ovoide, boca abierta, sin cuello, borde divergente recto y labio redondeado sin engrosar. La base presenta un diámetro de reducido tamaño en comparación con las dimensiones de la boca, lo que estiliza este tipo de piezas. Son vasijas que no presentan decoración, aunque en algunos casos pueden llevar mamelones en el punto de inflexión del cuerpo. Desde parámetros métricos, se trata de un tipo ciertamente homogéneo con unas capacidades bastante estandarizadas. Frente a los anteriores tipos, que tienen un nivel de presencia mucho mayor en contextos de hábitat o en escalas costeras, esta clase de vaso aparece profusamente en las pocas estaciones funerarias que han podido ser identificadas y excavadas, correspondientes al Bronce Final. Se localiza, tanto en yacimientos funerarios mallorquines, como Son Matge y Coval d’en Pep Rave, e igualmente en la necrópolis menorquina de la Cova del Cárritx. También se documenta, aunque en un menor número, en estaciones de hábitat, como Figueral de Son Real, Son Oms, s’Illot, Son Ferrer y en el monumento 3 de So Na Caçana.
TIPO 10: Forma bitroncocónica carenada miniaturidaza Este tipo [fig. (5)9b] es equivalente al 11 de Pons (1999) y el tipo D de Camps et al. (1969) y de Rosselló (1972). El principal problema que presenta su estudio es la carencia de suficientes piezas con perfil completo, lo que dificulta un análisis global. Es una forma muy similar al tipo 6, de la que se diferencia por sus reducidas dimensiones y la carena con arista muy marcada. Tipológicamente se caracteriza por presentar una base plana roma, cuerpo inferior troncocónico y parte superior ovoide, ambas partes unidas con una arista muy marcada, boca abierta, sin cuello, borde divergente recto y labio redondeado. Pueden llevar decoración de impresiones en la parte superior del cuerpo. Se conocen pocos ejemplares procedentes, tanto de contextos de habitación (Figueral de Son Real, Hospitalet Vell, Canyamel y Ca n’Amer), como de necrópolis (Cova des Carritx y Son Matge, Coval d’en Pep Rava). Seguramente reproduce de forma miniaturizada el tipo 6 para su emplo en ambientes funerarios.
TIPO 8: Forma troncocónica de boca abierta Coincide igualmente con el tipo 7 de Pons (1999) y el tipo E-c de Camps et al. (1969) y de Rosselló (1972). Esta forma [fig. (5)9b] se caracteriza por tener bases planas y romas, así como un cuerpo troncocónico con boca abierta sin cuello y borde continuo con labio redondeado sin engrosar. Es una forma con una amplia diversidad volumétrica y tipológica. Nuevamente se trata de un grupo tipológico poco representado en el registro arqueológico y que sólo aparece en contextos de habitación. Ninguna de estas piezas lleva decoración, si bien algunos tipos como los de Son Ferrer o la naveta de Son Juliá presentan dos asideros simétricos descendentes de extremo romo. Un tipo procedente de la naveta de Son Oms conserva dos asideros simétricos ascendentes de extremo plano. Este tipo se ha localizado en yacimientos como el Figueral de Son Real, Son Oms, Canyamel, Son Ferrer y Son Juliá.
TIPO 11: Forma de tendencia ovoide vertical Cincide con el tipo 10 de Pons (1999) y el tipo D de Camps et al. (1969) y de Rosselló (1972). La base es plana roma, sin moldura exterior, con un cuerpo ovoide vertical, cuello de desarrollo incipiente y de reducidas dimensiones, boca cerrada y borde divergente exvasado, así como un labio redondeado sin engrosar. Estos vasos [fig. (5)9b] aparecen en yacimientos de habitación, como Can Amer y Son Oms, e igualmente en los funerarios de Son Matge y Coval den Pep Rave. TIPO 12: Formas hemisféricas de reducido tamaño Se corresponde con el tipo 15 de Pons (1999). Se trata de una vasija [fig. (5)9b] con la forma de la base y del
TIPO 9: Forma troncocónica de reducidas dimensiones 260
cuerpo hemisféricos, borde continuo y labio redondeado sin engrosar. Es un tipo muy frecuente en el Bronce Antiguo (tipo 1), mientras que durante el Bronce Final sólo conocemos dos ejemplares procedentes de los yacimientos de habitación de Son Oms y Son Juliá. Es significativo que se trate del único tipo que tiene una base hemisférica, ya que ésta fue una tradición formal muy extendida en el Bronce Antiguo pero que parece desaparecer con el inicio del Bronce Final.
71). La sintaxis decorativa presenta dos bandas de metopas, arriba y bajo de la carena, con motivos incisos alternos de líneas verticales y alineaciones de puntos igualmente incisos. La posibilidad de que este vaso no sea de fábrica aborigen no debería descartarse. Es difícil pronunciarse, pues la pasta aparece algo enmascarada por un tratamiento de conservación agresivo y sólo un análisis de la arcilla podría solucionar el problema. ELEMENTOS DE DECORATIVOS
FORMAS POCO COMUNES. Una de las características de la vajilla cerámica del Bronce Final es la existencia de un número de formas, relativamente alto, del que únicamente se conoce un solo ejemplar de cada tipo. Este fenómeno puede encontrar explicación por tres causas totalmente diferentes. En un primer caso es posible que se trate de tipos aún no suficientemente conocidos, cuyo número podría ir aumentando a medida que se vayan excavando más yacimientos. Una segunda posibilidad es que estemos ante tipos extraños a la tradición cerámica balear y que, por tanto, puedan proceder, al menos en su concepción, de elementos foráneos. La tercera opción permite remitirnos a tradiciones alfareras tendentes a generar únicums, tipos cerámicos que podrían diferenciar determinados centros productores y, por lo tanto, no acaban generalizándose en el universo cerámico del Bronce Final.
PRENSIÓN
Y
PLÁSTICO
Las diferencias en el universo cerámico entre el Bronce Antiguo y el Bronce Final no se reducen a la presencia de diferentes tipos, sino que también afecta a otros elementos secundarios de la cerámica como a los elementos de prensión y a los aditamentos plásticos decorativos. Se observa un aumento de la presencia de algunos elementos de prensión que ya estaban presentes en el periodo anterior como los asideros, la aparición de otros tipos nuevos como las asas de cinta y una reducción significativa del uso de los mamelones. En general las piezas dejan de estar decoradas mediante elementos plásticos decorativos, que también pueden tener una función de sujeción, y pasan a decorarse de forma muy simple mediante impresiones y ungulaciones acompañadas de algunos elementos plásticos decorativos. Otro de los cambios fundamentales en este tipo de elementos es la desaparición de la dualidad documentada en la cerámica del Bronce Antiguo, mediante a cual los mamelones combinaban funciones de sustentación y decorativas. Durante el Bronce Final esa armonización dual desaparece y los elementos de prensión quedan claramente diferenciados, sin que ello suponga que en su diseño no se hayan tenido en cuenta componentes estéticas.
Entre estas formas poco comunes podemos destacar un tipo procedente de Son Juliá, que tiene una forma ovoide vertical de reducidas dimensiones y dos asas de cinta a la altura del borde. Otra pieza parecida, pero de mayores dimensiones y con mamelones ovalados en la parte superior del cuerpo, aparece también en Hospitalet y sin mamelones en Son Oms. Junto a este primer grupo podemos destacar dos cerámicas de desarrollo ovoide horizontal, una con dos asas de cinta de desarrollo vertical desde el borde hacia el cuerpo, procedente de Can Amer y otra con mamelones ovalados en el cuerpo medio hallada en Canyamel.
Entre los tipos de prensión documentados en el Bronce Final podemos destacar los asideros y en menor medida las asas de cinta, los mamelones y baquetones dobles discontinuos y las acanaladuras. Los asideros pueden presentar diferentes formas. Se mantienen los ascendentes de extremo romo del periodo anterior, también ligados a formas globulares de borde exvasado (tipo 3). Otra variedad está representada por los asideros simétricos descendentes de extremo romo adheridos a formas troncocónicas (tipo 7). También relacionados con este tipo, pero de tamaño más grande, se identifican asideros cilíndricos de extremo plano, con una orientación ligeramente ascendente. Sin embargo, los asideros de apéndice de extremo romo ubicados en la parte superior del cuerpo, ligeramente ascendentes y curvados, son los más comunes, presentes, tanto en el tipo 3, como el 8.
Mención especial requiere el ámbito ritual I del Turriforme de Son Ferrer (c. 1130-910 BC) donde han aparecido [fig. (5)49] algunos tipos que no tienen por el momento parangón en la prehistoria Balear de este periodo. Entre ellos destaca una vasija globular con borde divergente con un asa de cinta y tres mamelones cilíndricos simétricos en la parte superior del cuerpo. Otro ejemplar corresponde a una copa troncocónica, con repié y asa de cinta a la altura de la boca y con elementos plásticos decorativos localizados en el labio de la copa. Entre los elementos cerámicos poco comunes es necesario señalar también la presencia de una gran vasija [fig. (5)10, 6], procedente del poblado de Mercer de Baix, en Menorca (Plantalamor 1995, 247), la cual no tiene paralelos claros en la isla de Mallorca.
Durante el Bronce Final se generalizan los elementos de prensión del tipo asidero, que ya comenzaban a aparecer a fines del Bronce Antiguo, como los asideros ascendentes de extremo romo. Sin embargo, ahora se estilizan mucho más, se reducen sus dimensiones y aumentan en número. En muchos casos la finalidad de estos elementos es poder sujetar las vasijas de pequeño
Otro vaso extraordinariamente infrecuente [fig. (5)10, 5], no por su forma, pues se corresponde perfectamente con el “tipo 6”, sino por su decoración, procede del horizonte correspondiente al Bronce Final de S’Illot (Frey 1968, 261
tamaño probablemente relacionadas con la manipulación y bebida de líquidos. Pero en otros, como el tipo 4, su función resulta más confusa dada las grandes dimensiones de las vasijas, unido a que en muchos casos el asidero es más bien un mamelón de dimensiones considerables.
2, 4 y 5). Sin embargo, esta apreciación debe valorarse en su justa medida, ya que puede ser explicada por dos circunstancias totalmente distintas: - En primer lugar debemos tener en cuenta que el universo cerámico conocido del Bronce Antiguo procede casi exclusivamente de estaciones funerarias, y en este ámbito parece producirse una tendencia a la reducción volumétrica de los tipos cerámicos. Si conociésemos más yacimientos de hábitat de este periodo, podríamos saber si efectivamente también en ellos están presentes estos vasos de capacidades más reducidas que las que vemos en el Bronce Final. Por el momento este aspecto queda pendiente de resolución.
Los mamelones, tan comunes en el Bronce Antiguo, se ven ahora muy reducidos en número, limitados, como ya hemos comentado, a los adheridos al tipo 4. Pueden presentar una forma redondeada o cilíndrica. Las acanaladuras y baquetones discontinuos dobles parecen tener un mismo objetivo: provocar una depresión a la altura del borde. Estos elementos de prensión aparecen en la mayoría de cerámicas “toneliformes” del tipo 1. Esta solución técnica ya aparecía en el Bronce Antiguo relacionada con grandes vasijas troncocónicas. Probablemente su función debe relacionarse con sistemas para la sujeción con cuerdas de un elemento (pieles) que cubría la boca de la pieza.
- Sin embargo, la frecuente presencia de vasijas de gran tamaño y contenedores, como los toneles, es acorde con el importante incremento de los intercambios entre las islas y con el exterior que se produce durante el Bronce Final, que, lógicamente, tuvo que ir acompañado de un aumento significativo de la producción y el almacenaje de determinados productos. Más adelante se analizarán estos aspectos.
Aparecen por primera vez en la prehistoria mallorquina asas de cinta. Su presencia es relativamente reducida y marginal, localizándose en pocas vasijas de formas scasamente comunes, como las procedentes de Can Amer, Son Juliá y Son Ferrer.
d) Se observan importantes diferencias en los contextos cerámicos de las estaciones funerarias. Con el Bronce Final, se produce una desaparición de las vasijas de tamaño mediano y de formas globulares o carenadas, con bases hemisféricas, tan propia del Bronce Antiguo. Estas formas son sustituidas por pequeños contenedores, así como por piezas de mediano tamaño de base plana y bordes divergentes. Estos cambios parecen relacionarse con aspectos ligados al ritual funerario, que ahora parece requerir un ajuar cerámico destinado a una liturgia distinta, probablemente vinculada a la manipulación o libación de líquidos, como parece desprenderse de las posibilidades funcionales de los tipos 6, 8 o 9.
Las vasijas presentan en ocasiones decoraciones muy simples consistentes en ungulaciones o impresiones digitales. Aunque sea una decoración simple hay que destacar que en el Bronce Antiguo la decoración de las vasijas era prácticamente inexistente. Ungulaciones y digitaciones pueden aparecer combinadas y en la mayoría de casos están ubicadas en los labios del tipo 1, en la carena en el tipo 5, en la parte superior del cuerpo formando grupos no lineales en el tipo 10 o sobre los asideros formando líneas en los tipos 3, 7 y 8.
En definitiva, con el Bronce Final, la renovación en la concepción formal y funcional del universo cerámico es prácticamente completa, destacando los grandes contenedores como los tipos 1, 2, 4 y 5, las vasijas de tamaño medio como los tipos 3, 6 y 7 y las piezas de pequeño tamaño como los tipos 8, 9 ,10 y 11.
2) Aparición de un nuevo contexto cerámico La vajilla cerámica durante el Bronce Final se caracteriza por la aparición de nuevas formas y la práctica desaparición de las más comunes durante el Bronce Antiguo. Entre los cambios más importantes quisiéramos destacar los siguientes aspectos:
Como hemos comentado anteriormente, estas innovaciones se observan también en los elementos de prensión y elementos plásticos decorativos con la aparición de decoraciones muy simples caracterizadas por ungulaciones e impresiones digitales, la reducción en la fabricación de mamelones a favor de diferentes tipos de asideros o la aparición de asas de cinta.
a) Desaparecen los tipos característicos del Bronce Antiguo, como las formas de tendencias globulares u ovoides. Igualmente la frecuencia de bases hemisféricas típicas del periodo anterior se reduce drásticamente en favor de las bases planas. Continúan fabricándose vasos de pequeñas dimensiones similares a los del periodo anterior, pero este tipo se generaliza ahora y aparece en la mayoría de yacimientos.
En Menorca parece que las cerámicas de forma globular perduran un poco más pudiéndose localizar algunos de estos tipos en los primeros momentos del Bronce Final en contextos funerarios como la Cova des Carritx y la des Musol.
b) Las piezas marcadamente carenadas se limitan a dos tipos (tipo 5 y 11). Mientras que en el bronce inicial estas piezas eran de boca cerrada y de mediano a gran tamaño, ahora la carena no es tan marcada y se utiliza en la fabricación de piezas de base plana abiertas con una boca de gran diámetro y en vasijas de volumen reducido.
Aunque no han finalizado los estudios analíticos que aún tenemos en proceso de ejecución, podemos adelantar que algunas vasijas podrían proceder de contextos foráneos al balear. Algunas características de ciertas pastas observadas a ojo desnudo y lupa binocular, junto a formas extrañas a las producciones locales, así como la
c) Junto a las variaciones formales se documenta un considerable aumento del volumen de los contenedores cerámicos documentados en contextos de hábitat (tipo 1, 262
presencia de piezas con decoración compleja, como la ya mencionada de s’Illot, podrían apuntar a la presencia de cerámicas procedentes de ámbitos externos al balear, cuestión, por otro lado, nada rara si tenemos en cuenta la alta frecuencia de intercambios durante esta época. Sin duda, las cerámicas no tuvieron un interés comercial directo, pero ello no excluye que algunos ejemplares traídos de otros ambientes geográficos quedasen ocasionalmente en las islas.
1982), como sobre todo la investigación realizada en Cova des Carritx (Lull et al. 1999), los distintos tipos cerámicos parecen repartirse en dos ámbitos principales: un conjunto de cerámicas aparecieron situadas lejos de de las inhumaciones, colocadas en la parte interna del muro ciclópeo de la entrada [fig. (5)23, 1], en ocasiones boca a bajo y apiladas unas sobre otras. Otro grupo cerámico, parecía relacionarse directamente con las inhumaciones de individuos concretos o con ceremonias personalizadas. Todo ello parece sugerir que la vajilla cerámica tendría una función relacionada con liturgia funeraria de carácter comunitario.
3) La producción cerámica y su relación con el ritual funerario. La falta de un mayor número de excavaciones sobre estaciones funerarias hace que el potencial informativo de los contextos cerámicos conocidos sea limitado, sin embargo, los estudios de algunas necrópolis de esta época, ciertamente paradigmáticas, como Cárritx y Cova des Pas, en Menorca, o Son Matge y Coval d’en Pep Rave, en Mallorca, nos permiten plantear algunas líneas de reflexión.
Por último es necesario señalar la presencia del tipo 1, o contenedores en forma de tonel, en yacimientos con funciones cultuales como la Cova des Mussol (Lull et al. 1999, 102), en Menorca, y en la Cova des Moro, donde son particularmente abundantes (Calvo et al. 2001 a). El acceso a estos yacimientos situados en acantilados no es nada fácil, y mucho menos cargando con estos pesados envases, lo que enfatiza el interés de su presencia en estas cuevas santuario.
En primer lugar es necesario señalar la singular evidencia proporcionada por la Cova des Pas (Fullola et al. 2007). Un yacimiento intacto desde sus orígenes (c. 1220-1010 BC) que no registró la presencia de cerámica. Por lo tanto, es necesario contemplar la existencia de comunidades que no incorporan ajuares cerámicos a sus rituales durante el Bronce Final, mientras que otras vecinas y contemporáneas sí acompañan con vasos su liturgia funeraria, hecho este ya constatado en otras necrópolis, como en Calascoves (Gornés 2000). Constatada esta premisa, nos ocuparemos de las estaciones funerarias con ajuares cerámicos.
V.3.2. La industria ósea (*) La industria ósea en el Bronce Final [fig. (5)11] es en gran medida una continuación de los artefactos ya conocidos durante el Bronce Antiguo. Las novedades más relevantes son la aparición de algunos objetos nuevos como los tapones de hueso decorados que se comentarán a continuación. Asimismo también encontramos un cambio en la información que puede proporcionarnos el contexto arqueológico de los útiles. Si bien para la etapa precedente contábamos con mucha información cuantitativa, sobre todo proveniente de yacimientos funerarios, para este periodo disponemos de información de tipo más cualitativo y referente en una proporción mayor a yacimientos de habitación. Esto es así porque la mayoría de los contextos naviformes conocidos se concentran en este período; a ello hay que añadir la extraordinaria información proporcionada por la excavación de las cuevas menorquinas de Es Càrritx y Es Mussol (Lull et al. 1999).
Aunque en las necrópolis de esta época que incorporan ajuares cerámicos éstos son muy abundantes, el repertorio formal se reduce a unos pocos, evidenciándose una clara disminución de la diversidad tipológica, tanto si lo comparamos con los lugares de habitación del Bronce Final, como con las estaciones funerarias de la época anterior. Los tipos de recipientes localizados en los contextos funerarios, también aparecen en los asentamientos de hábitat, aunque se observa una efectiva reducción volumétrica. Ésta se puede observar entre los tipos bitroncocónicos carenados (tipo 5), troncocónico globulares (tipo 6), troncocónico globulares de carena marcada (tipo 9) y troncocónicos de reducidas dimensiones (Tipo 8), documentados, tanto en yacimientos de hábitat, como en necrópolis, sólo que miniaturizados en este último caso.
Podemos mantener para el Bronce Final la misma clasificación funcional de útiles óseos que propusimos para el periodo precedente: 1) Punzones Los punzones se encuentran en casi todos los naviformes excavados, con la excepción de Ca’n Roig Nou (Rosselló 1964/65). Rosselló menciona la existencia de nueve punzones en la naveta B de Sa Marina de Sa Punta [fig. (5)11, 1], en Sant Llorenç (Rosselló 1989) y de una veintena en las de Canyamel, que permanecen inéditos. También se hallaron punzones, sin precisar su número, en la Naveta Ponent d’Hospitalet (Pons 1999), en diversas estructuras de es Figueral de Son Real (Rosselló y Camps 1972) o en el Conjunto Arquitectónico II de Els Closos
Sin embargo, hay algunos tipos que documentamos ampliamente en los contextos de hábitat y, sin embargo, no están presentes en los contextos funerarios, o su presencia es mínima. Entre estos tipos, que parecen concentrarse principalmente en contextos de hábitat, podemos destacar a las formas más grandes cuya función es de almacenaje como los tipos 1, 2, 4 y 5. Respecto a la localización de las cerámicas en el espacio funerario de los yacimientos, podemos observar que, tanto en Son Matge (Waldren y Rosselló 1973; Waldren
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Autores del presente epígrafe: Caterina Belenguer y Francesc Matas
de Ca’n Gaià (Belenguer y Matas, 2005), donde se han encontrado seis fragmentos de punzones y tres ejemplares completos.
hallada en la Cova des Càrritx (Lull et al. 1999, 347-348), o como el modelo de espátula en hueso que reproduce Eiroa, encuadrado en la industria ósea del neolítico peninsular (Eiroa et al. 1999, 135).
En los yacimientos funerarios, aunque en menor número, los encontramos en la naveta de Biniac-Argentina (Plantalamor 1983, 368), Son Ermità (Gornes et al. 1992) o en las fases finales de las cuevas de Es Mussol y Es Càrritx (Lull et al. 1999).
La función de las espátulas es incierta, pero dado el contexto en el que se encuentran las de Closos de Can Gaià, que aparecieron en un área interpretada como una zona de producción comunal y en la que además aparecieron otros objetos óseos, así como diversos objetos macrolíticos, podrían servir para desarrollar algún tipo de función relacionada con el procesado de alimentos, la cerámica u otras tareas artesanales.
2) Agujas Recordemos que para el Bronce Antiguo tan solo contábamos con la aguja hallada en Es Coll de Sa Batalla (Veny 1968, 344), mientras que para el Bronce Final el registro se amplía discretamente con tres ejemplares: se trata de las dos agujas [fig. (5)11, 5-6] halladas en el yacimiento de habitación de Closos de Can Gaià (Belenguer y Matas, 2005), y del ejemplar de la naveta costera menorquina de Cala Blanca (Juan y Plantalamor, 1997, 93). Mientras que tres de estos cuatro ejemplares presentan una sección circular, una de las agujas de Closos de Can Gaià tiene la sección plana y alargada y una perforación mayor que las demás. Por otra parte, la localizada en Es Coll de Sa Batalla posee el cabezal macizo, sin perforación.
4) Mangos El uso de mangos de hueso para engastar punzones metálicos, que ya describimos para el Bronce Inicial, perdura en esta etapa y podemos localizarlos, aunque con baja frecuencia, en yacimientos, tanto de habitación, como de enterramiento. En yacimientos funerarios del Bronce Final podemos señalar el mango de hueso hallado en la Sala I de Sa Cova des Càrritx (Lull et al., 1999, fig. 3.65, 38), los dos mangos hallados en la Naveta de Binipati Nou (Plantalamor y Sastre, 1991, 167) y otro más hallado en la Naveta de la Cova (Veny 1982), todos ellos en la isla de Menorca. En el yacimiento de habitación de Els Closos de Ca’n Gaià ha aparecido recientemente uno de estos mangos, pero aún resta inédito.
Veny indica para la necrópolis de Cales Coves (Veny 1982, 325-327) la presencia de algunos objetos apuntados a los que denomina agujas, que a diferencia de las descritas hasta ahora tendrían una función, según Veny, de sujeción de los peinados femeninos, si bien no aporta ningún dato objetivo para sustentar dicha información. Estos objetos apuntados miden más de diez centímetros de longitud y sus cabezales, algunos perforados y otros macizos, pueden medir más de dos centímetros de diámetro, circunstancia que imposibilita a estos objetos para la costura, aunque sí podrían tener una función de sujeción, de peinados o vestidos. Más recientemente han sido hallados en la gruta del Càrritx, igualmente asociados a tapones de hueso decorados, como los que describiremos a continuación. De esta forma, los objetos apuntados, interpretados por Veny como agujas, deben asociarse a algún aspecto del ritual funerario relacionado con la tonsura y manipulación de los cabellos.
5) Tapones Los tapones son unos objetos en forma de disco [fig. (5)29] que suelen estar provistos de decoración en una de sus caras. La parte interior presenta un rebaje, que tiene como objeto ayudar a cerrar el recipiente al que se sobreponen herméticamente, mientras que en sus extremos presentan una perforación para pasar un cordón y asegurar un mejor cierre. Su función sería precisamente la de cierre de unos recipientes o estuches cilíndricos, de asta o madera, dentro de los cuales se guardaban los cabellos de los difuntos, dentro del ritual de tonsura. También se han hallado tapones similares de madera de mayor complejidad en Sa Cova des Càrritx (Lull et al. 1999) y finalmente los mismos tapones se encuentran en la necrópolis de la Cova des Pas, cerrando estuches con el cuerpo de cuero (Fullola et al. 2007)
3) Espátulas Las espátulas en el Bronce Final se reducen a los dos ejemplares aparecidos en Closos de Can Gaià (Belenguer y Matas, 2005, 268-269) y al ejemplar que Pons menciona en las navetas de Sa Marina de Sa Punta (Pons 1999). Como ya comentamos en el capítulo dedicado a la industria ósea en el Bronce Antiguo, no existe una producción de tipos estandarizados ni formalmente homogéneos, simplemente todas las piezas responden a la intención de obtener una superficie útil aplanada. Una de las espátulas de Closos muestra un mayor cuidado en su factura, mediante un pulido uniforme de la pieza y un alisamiento en todos los bordes que conserva, formando una sección acabada en cuña, pero el fragmento que conservamos de ella es muy pequeño para saber si podría corresponderse con alguna forma de útil más estandarizada, como por ejemplo la espátula de madera
La matriz de estos objetos nuevamente presenta una difícil determinación, solo es posible reconocer que se elaboraron sobre huesos planos de grandes mamíferos, posiblemente escápulas o costillas (Lull et al. 1999). La parte superior del tapón está frecuentemente decorada con círculos incisos y punto central, motivo cuya presencia en las islas viene observándose desde fines del Calcolítico sobre diversos soportes, como en el capítulo correspondiente ya se indicó; ahora sólo recordaremos que es un esquema decorativo muy frecuente en buena parte del Mediterráneo y Europa central, como ya se explicó también en el capítulo dedicado a la industria ósea en el Calcolítico.
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El conjunto de estas piezas se encontraron en los yacimientos menorquines de Cales Coves (Veny 1982), en Sa Cova des Càrritx (Lull et al., 1999) y Cova des Pas (Fullola et al. 2007), en la naveta de Es Tudons (Pericot 1975), así como en el yacimiento mallorquín de Son Matge (Waldren 1982, fig. 78). En los ámbitos extrainsulares podemos encontrar paralelos de estos tapones de hueso en la zona situada entre los Alpes y los Cárpatos en el Bronce Antiguo (1900-1600 cal ANE) y en el norte de Italia en el Bronce Medio y Final (14001200 cal ANE) (Lull et al. 1999).
Los investigadores de la citada Cova des Càrtitx indican también que en algunos de estos botones han podido observar marcas de desgaste por el uso y que eso demostraría que serían enseres de uso cotidiano que también acompañarían a los difuntos a la tumba, y no sólo objetos fabricados para el ritual mortuorio, como se ha planteado en otras ocasiones. Finalmente señalan que el número de botones recuperados, 182, es muy parejo al número de personas inhumadas en la sala, entorno a doscientas, y que este hecho puede indicar que cada difunto era inhumado con una prenda cerrada por uno de estos botones, usados en vida y reutilizados en los enterramientos (Lull et al. 1999, 242-301). Especulación sugestiva, pero no confirmada, pues el tipo de sudario bien documentado en la contemporánea necrópolis de la Cova des Pas (Fullola et al. 2007) es radicalmente distinto del imaginado por los excavadores del Càrritx.
6) Estuches Cilíndricos Los únicos hallazgos de este tipo de objetos [fig. (5)29] completos son los encontrados en la cueva de Es Càrritx (Lull et al. 1999) y la Cova des Pas (Fullola et al. 2007). Se trata de tubos cilíndricos, sobre asta o madera, cuyos extremos se cierran mediante los tapones de hueso o madera mencionados anteriormente, y que contenían cabellos humanos. Si estos objetos de asta de bóvido se han hallado es por las condiciones de extraordinaria conservación de esta cueva, y es presumible que los mismos tipos de tapones de hueso aparecidos en otros lugares puedan relacionarse también con esta clase de estuches y con los la presencia de los mismos rituales. Su presencia en necrópolis mallorquinas resulta muy rara y solo puede ser mencionado el caso del tapón encontrado en Son Matge (Waldren 1982, fig. 78).
Los botones de perforación en “V” están presentes, por el momento, solamente en dos yacimientos de habitación. En el naviforme de Ca’n Roig Nou se encontró uno (Rosselló 1964/65; Pons 1999), y en els Closos de Ca’n Gaià han aparecido dos más, uno de los cuales, de tipología cónica que aún no ha sido publicado. Finalmente, y para resaltar la vigencia de los botones de perforación simple durante el Bronce Final [fig. (5)11, 7], recordaremos que encontramos con mayor frecuencia los de tendencia rectangular sobre piezas dentarias, como son los de Closos de Can Gaià (Belenguer y Matas, 2005) y el de Son Ermità (Gornés et al. 1992).
7) Botones La tipología de los botones5 tanto de doble perforación simple como los que presentan perforación en “V” [fig. (5)11, 7] es la misma que la descrita para el periodo precedente, aunque se le añade un tipo nuevo: se trata de los botones triangulares de perforación en “V” con el cuerpo central hueco. Esta perforación se corresponde con la cavidad pulpar del colmillo de suido, la matriz usada en este tipo de botones. Este nuevo tipo de botón de perforación en “V” es exclusivo de las Baleares como ya señaló Uscatescu (1992).
8) Ornamentos Se continúan utilizando los colmillos de suido como colgantes o al menos como ofrendas funerarias, tal como lo atestigua la presencia de un colmillo de verraco joven en la Sala I de Es Càrritx sin perforar, y la de “un buen número de ellos” en la cueva natural de enterramiento de Es Forat de Ses Aritges (Lull et al. 1999) y en navetas de enterramiento en Menorca, como Cotaina (Veny 1974) y Sa Cova (Veny 1982 a), ejemplos todos ellos de yacimientos funerarios menorquines del Bronce Final. También se puede aseverar la continuidad en el uso de las plaquitas o cuentas perforadas, halladas en la Naveta de Sa Cova (Veny 1982) o en el hipogeo de Son Oms (Rosselló 1965).
El yacimiento del Bronce Final que mayor número de botones en “V” ha proporcionado, incluyendo los de esta nueva variedad es la Cova des Càrritx, donde, en la Sala I, se han hallado hasta 182 botones. Los autores plantean que quizás en otros yacimientos no se hayan encontrado botones en un mayor número por deficiencias en la metodología de recuperación de los materiales durante la excavación. Ésta efectivamente puede ser una de las causas, pero no la única, pues en la Cova des Pas, donde se tamizó por un sistema hídrico de flotación el 100% del sedimento, no ha aparecido ni uno sólo de estos elementos. La razón puede atribuirse al sistema de envoltura de los cadáveres mediante sudarios atados con cordones. Por lo tanto, deber admitirse que las tradiciones y los usos funerarios influyen en la presencia o ausencia de estos objetos.
9) Objetos no determinados Bajo este título debemos situar para este periodo dos objetos muy diversos. Por una parte en Cales Coves apareció un hueso de bóvido con los extremos cortados y pulidos (Veny 1982, 67) de uso incierto. De igual forma, aunque ya en un contexto de la Edad del Hierro, tenemos otro hueso trabajado y decorado con círculos incisos y punto central, que en parte recuerda al anterior. Apareció en la taula de Trepucó (Murray 1932, lám. 27,6) y fue interpretado como una flauta. Por otra parte, en el conjunto arquitectónico II de Els Closos de Ca’n Gaià apareció un pequeño objeto fusiforme de hueso quemado, cuya matriz podría ser un colmillo de suido, decorado con circulos incisos a lo
5
Recuérdese que esta clase de objetos tiene su arranque durante el campaniforme. A los efectos de sus antecedentes durante el calcolítico y Bronce Antiguo nos remitimos al capítulo correspondiente donde estos objetos fueron estudiados.
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largo de su eje longitudinal, para el cual no hallamos una adscripción clara (Belenguer y Matas 2005, fig. 5f).
como decíamos, las tendencias a la agrupación de botones y ornamentos en unos y de útiles en los otros. De hecho, son las mismas personas las que habitan un yacimiento y se entierran en otro, y es lógico que haya contacto entre los dos ámbitos.
Para concluir, parece claro que podemos encontrar dos tipos de ajuares de industria ósea, los conjuntos depositados en las sepulturas y los conjuntos que aparecen en los yacimientos de habitación. Mientras que en los primeros encontramos sobre todo botones y ornamentos, destacando en gran medida los botones piramidales y triangulares de perforación en “V”, así como los cilindros de asta y las tapaderas de hueso. En los segundos, o contextos de hábitat, se localizan mayoritariamente los útiles necesarios para el trabajo cotidiano: punzones, agujas y espátulas, también en una proporción desigual, ya que mientras los punzones están presentes en un número elevado, ya hemos visto como los demás útiles escasean.
La serie de instrumentos descrita en los epígrafes respectivos del Bronce Antiguo y Final nos muestra un abanico amplio de útiles y ornamentos realizados sobre hueso, aunque su variedad no es muy elevada. Pensamos que en un momento en que el metal está presente, aunque no en grandes cantidades, la industria ósea debería tener un peso mayor y que un repaso exhaustivo de los materiales de excavaciones antiguas, así como el uso de metodologías arqueológicas cuidadosas en el presente ha de incrementar la recuperación de objetos óseos correspondientes a esta etapa de la Prehistoria Balear. A parte de la posible infrarepresentación de la industria del hueso en el registro arqueológico, también debe valorarse el hecho de que la mayoría de instrumentos pudieron estar hechos de materiales perecederos como la madera. Así, en los tipos menos representados como las agujas o las espátulas de hueso, podríamos ver un modelo de los mismos objetos hechos de madera, ya que, contrariamente a los punzones, mucho más representados en el registro arqueológico, no precisan de las características físicas propias del hueso para realizar su función. Precisamente es sobre los punzones y los botones de perforación en “V”, los objetos mejor representados en el periodo estudiado, sobre los que queremos hacer una serie de apreciaciones.
Esta división es clara pero no es estanca, en diversos yacimientos funerarios se han hallado punzones de hueso y mangos para punzones metálicos. Es el caso del punzón del dolmen menorquín de Biniai Nou (Plantalamor y Marquès 2001, 103), o de la Naveta de enterramiento de Biniac-Argentina de la misma isla (Plantalamor y López 1983, 368), o del punzón del hipogeo de Son Oms (Rosselló 1965, 38), ya mencionados anteriormente. Estos punzones podrían formar parte de los objetos de uso personal de algunos de los difuntos; o bien formar parte del ajuar colectivo depositado para el conjunto de los inhumados en la necrópolis, al igual que ocurre con los contenedores cerámicos. Los estudios de Sa Cova des Càrritx han corroborado el desgaste de los punzones (Lull et al. 1999, 301), hecho que indica necesariamente un uso extenso antes de su deposición. También encontramos punzones cerca de entradas de cuevas, como en la cueva del Mussol I (Lull et al. 1999, 83) y en la cueva de Son Oms (Rosselló et al. 1965, 38), sin una asociación clara a un ajuar determinado, y cabe señalar la posibilidad de su uso en algún tipo de trabajo del ritual funerario aprovechando la luz natural, pero no se puede avanzar más en este sentido, ya que estos son sólo dos ejemplos, y en general no podemos disponer de otra información debido a las limitaciones del tratamiento del registro arqueológico en las investigaciones más antiguas. Lo mismo puede decirse para los mangos de hueso que servían para engastar punzones de bronce, no obstante estas piezas deben valorarse junto con el ajuar metálico, por el interés intrínseco de este material, ya que el mango siempre estaría en dependencia del útil metálico.
Hay que hacer una especial mención a los botones con perforación en “V”, sus contextos arqueológicos y su funcionalidad. Se hace evidente que la inmensa mayoría de botones en “V” se han encontrado en contextos funerarios durante el Bronce balear, recordemos que son solo tres los que se han hallado en yacimientos de habitación, tendencia compartida con la realidad peninsular (Uscatescu, 1992). Uscatescu repasa las diferentes posibilidades que han dado diversos autores y plantea la posibilidad de que su función sea el cierre de las mortajas, debido a su frecuencia de aparición en yacimientos funerarios (Uscatescu, 1992), y ya hemos visto cuál es la hipótesis del equipo que realizó la excavación de la Cova del Càrritx y del Mussol de que se usaran como botones en la vida cotidiana y que también acompañaran a los difuntos. A partir de la revisión que hemos realizado vemos cómo las dos hipótesis son válidas y no excluyentes, y quizás las futuras excavaciones de yacimientos de habitación de época del Bronce podrán arrojar más luz sobre esta cuestión.
Así mismo hay dos ejemplos de yacimientos de habitación que registran la presencia de botones en “V”, las navetas de Closos y de Ca’n Roig Nou, como ya hemos mencionado anteriormente. Otro elemento a destacar son las plaquitas decoradas con círculos concéntricos incisos y punto central aparecidas en el Naviforme I de Els Closos de Ca’n Gaià, y la plaquita similar que aún no está publicada de Hospitalet, ya que son los únicos ornamentos, y de una tipología única, que han aparecido en yacimientos de habitación.
Los punzones los encontramos en gran número en los yacimientos de hábitat. La localización y su contexto pueden indicar qué tipos de funciones desempeñarían los mismos. Así encontramos un buen número de los mismos cerca de hogares como son los de Es Figueral de Son Real (Rosselló y Camps 1972, 125-149) y Canyamel (Pons, 1999, 143; Rosselló 1993). El de Canyamel además presenta un conjunto de moluscos asociado a los punzones y al hogar; de esta forma parece que estaríamos ante una función claramente relacionada con el consumo.
De todos modos, la presencia de algunos punzones en yacimientos funerarios y de los botones y ornamentos mencionados en yacimientos de habitación no rompe, 266
Por otra parte los punzones hallados en Els Closos de Can Gaià no aparecen asociados con ningún hogar, sino que se relacionan con un conjunto de áreas de trabajo comunal. Éstos aparecen también en conexión con agujas y espátulas; que los aleja de una función de consumo para relacionarlos con alguna tarea de carácter artesanal, como puede ser el trabajo de la piel, cerámica o el procesado de alimentos.
antropmorfo y otro zooantropomorfo. Muy recientemente se descubrió y excavó otra necróplis, la Cova des Pas (Fullola et al. 2007), en parte contemporánea a las anteriores, que, además de mobiliario funerario de madera ha permitido también conocer otros instrumentos fabricados en cuero y piel como sudarios y estuches respectivamente. El resto de hallazgos de madera se reducen a peines y algunas pequeñas vasijas que se conservaron por estar parcialmente carbonizadas. Los grupos de instrumentos identificados objeto de estudio serán los siguientes:
Un último elemento interesante que cabe destacar es el referente a la naturaleza de los soportes utilizados en la fabricación de los objetos óseos. No obstante, hay que destacar que este análisis debe ser muy limitado debido al bajo porcentaje de objetos óseos en los que se ha podido determinar su matriz, por la gran transformación que la mayor parte de ellos han sufrido en su fabricación. Los soportes óseos, en los objetos que han permitido su identificación, se corresponden con las especies domésticas presentes en los yacimientos del Bronce insular: bóvidos, ovicápridos y suidos. Entre ellos destaca el uso de algunos huesos largos (metápodos mayoritariamente, pero también tibias y radios) de ovicápridos y bóvidos en la fabricación de punzones y de las piezas dentarias, especialmente de suido, en la fabricación de botones, tanto de doble perforación simple como de perforación en “V”. Si ligamos la tradición calcolítica de usar piezas dentarias enteras de suido como colgantes, con el hecho del uso de esta materia prima en algunos botones, y el escaso uso del suido en la fabricación de otros útiles, podemos ver que la selección de unos u otros soportes no es casual. Por una parte responde a factores prácticos, como es el hecho que el hueso más utilizado como soporte para punzones sean los metápodos de herbívoros, tanto metacarpos, como metatarsos, por su configuración anatómica fruto de la fusión longitudinal de dos huesos largos facilitando su corte longitudinal, condición que no reúne el metápodo de suido. Otro factor práctico, en este caso para el uso de piezas dentales en la fabricación de botones, fue la posibilidad de poder usar el esmalte dentario como elemento embellecedor del objeto, al propòrcionarle lustre al anverso. Por otra parte, quizás la reserva de piezas dentales, de las cuales, las que han podido ser identificadas, responden a colmillos o incisivos de suido, para piezas como los botones, y su exclusión de otros útiles, pueda tener algún tipo de significado simbólico.
1) Peines La presencia de peines en el registro arqueológico de las islas es muy escasa, sin duda, debido a las dificultades de conservación que presenta la materia prima más común en su manufactura, que debía de ser la madera. De hecho, los pocos conocidos, durante la Edad del Bronce, o estaban semicarbonizados o en condiciones medioambientales muy excepcionales, como los de la Cova del Càrritx (Lull et al. 1999: 404), lo que en ambos casos ha permitido su conservación. Un antecedente de este instrumento en el registro arqueológico de las islas lo tenemos en el ejemplar con decoración incisa de estelio campaniforme, aparecido en el abrigo de Son Matge, que ya fue estudiado en su momento. Los peines de madera comienzan a localizarse en contextos funerarios, básicamente a partir del Bronce Final, y esto no nos parece una circunstancia baladí, pues el peine es uno de los elementos recurrentes que no faltan entre los símbolos de rango y prestigio de determinados personajes del Bronce Final europeo. Veamos seguidamente los hallazgos baleáricos y sus contextos de referencia. Desde una perspectiva cronológica los peines más antiguos podrían ser los hallados en la necrópolis de la gruta de Can Martorellet (Pons 1999: 132). Se trata de dos ejemplares [fig. (5)13, 1] con el mango calado mediante orificios circulares, uno de ellos con decoración de una banda incisa de circunferencias con punto central en posición superior y otra con el mismo motivo alternando con las perforaciones. La datación directa por radiocarbono (UTC-7860) de uno de estos peines ha proporcionado una fecha que se contiene en el intervalo 1750-1530 BC. En realidad el resultado nos remite a una fecha indeterminada antes de su fabricación6, y, por supuesto, de su deposición; aunque no podemos calcular con exactitud la desviación positiva del efecto “madera vieja”; por algunos casos observados, como uno de los estuches contenedores de cabellos de la necrópolis del Càrritx (Micó 2005, 163), podemos pensar que no sería raro que el objeto fuese unos 200 años más
V.3.3. El instrumental perecedero: madera, cuero, cordelería y cestería No es frecuente que el registro arqueológico no procedente del medio acuático proporcione la oportunidad de conocer instrumentos elaborados en materiales perecederos, salvo que se produzcan excepcionales condiciones de conservación. Esta circunstancia se ha producido en dos grutas funerarias menorquinas [fig. (5)12; (5)29, 8-11] situadas en sendos barrancos excavados por torrentes y una más abierta en un acantilado. La primera de ellas es la conocida gruta del Càrritx, que junto con la de Es Mussol (Lull et al. 1999), han proporcionado un variado conjunto de instrumentos de madera no carbonizada, incluidos dos bustos, uno
6 Pese a que en la publicación original se dice que se trata de ejemplares de hueso (Pons 1999, 126) lo cierto es que están fabricados en madera como puede comprobarse en la vitrina de las salas del Museo de Mallorca, donde se encuentran expuestos. Probablemente se trate (Lull et al. 1999, 353, nota 113) de madera de boj (Buxus baleárica), aunque la determinación es difícil dado su al grado de mineralización.
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joven de lo realmente marcado por el resultado radiocarbónico. En realidad, esta misma necrópolis tiene inhumaciones datadas (KIA-15720) en el intervalo 14101120 BC, por lo tanto, es probable que también el peine de Can Martorellet forme parte de las deposiciones de objetos funerarios marcadores de rango, tan características del Bronce Final, pero desconocidas en las necrópolis del Bronce Antiguo.
(Veny 1982, 162) proporcionó tres ejemplares decorados [fig. (5)13, 3] con líneas incisas horizontales, y uno de ellos con interesantes escotaduras laterales. No es fácil atribuir una cronología precisa a estos peines, aunque es necesario recordar que el hipogeo presenta con toda seguridad varios horizontes de ocupación; uno ya tardío con cerámicas campanienses, sin embargo, también aparecieron cuatro cuchillas de hoja semilunar7 que podrían estar inspirados en los cuchillos itálicos del tipo Leprignano (Bianco Peroni 1976) cuya temporalidad se corresponde con el denominado “orientalizante” de Italia, por lo tanto, tampoco sería raro que los peines hubiesen llegado al hipogeo en esta fase antigua de uso, en los momentos de transición a la Edad del Hierro.
Al margen del interés intrínseco del peine de Can Martorellet, merece la pena recordar su decoración con motivos de circunferencias incisas y punto central. Precisamente sobre peines, este motivo decorativo tiene una amplia representación en yacimientos italianos desde el Bronce Medio al Bronce Final en Módena, Parma y Piacenza (Barge-Mahieu et al. 1991), así como en el Sur de Italia, donde tenemos un buen ejemplo fabricado en marfil en Torre Mordillo (Vagnetti 1999). También en Sicilia encontramos peines con la misma decoración, por ejemplo en la sepultura de una joven de la tumba C de Marcita (Tusa 1999: 308).
Otro yacimiento que ha proporcionado cuatro ejemplares de peines de madera semicarbonizada, carentes de decoración, es Cova Murada [fig. (5)13, 4]. Este yacimiento es una gruta relativamente grande, de trayectoria profunda y sinuosa, muy maltratada por los excavadores clandestinos, abierta en la pared del barranco menorquín de Algendar. Su nombre deriva de un muro de técnica ciclópea que cierra su entrada. Aunque no se ha podido nunca relacionar su construcción con ninguna época concreta de la prehistoria de la isla, es sabido que una de las características típicas de muchas necrópolis del Bronce Final, como Càrritx, Mongofre, Son Mtage y seguramente Cala Pi y Son Maimó en sus orígenes, son los cierres murarios de sus entradas. En una cata realizada por C. Veny (1983), se comprobó efectivamente que la primera sala había servido de necrópolis, y en este contexto encontró los peines, así como también un vaso de madera que luego describiremos. Entre los materiales metálicos figuran espirales de bronce de escaso diámetro y cinta plana, así como tijeras de hierro junto a cuchillas semilunares inspiradas en el tipo Leprignano (Bianco Peroni 1976) que nos podían remitir a un momento de transición o muy inicial de la Edad del Hierro.
No cabe duda que uno de los más interesantes ejemplares de peines es el aparecido en el depósito de objetos ligados a los rituales de tonsura de la Cova del Càrritx (Lull et al. 1999, 351). Tiene forma aparentemente zoomorfa [fig. (5)12, 1] representando probablemente un animal con las alas desplegadas. El hallazgo se produjo en un contexto muy evocador de la función de este tipo de objetos en las necrópolis del Bronce Final; pues más allá de su eventual función cotidiana como elemento de tocador, estaba acompañado de estuches cilíndricos que contenían cabellos, previamente cortados de algunos difuntos, junto con espátulas y vasijas de madera que probablemente formaban el instrumental básico de los rituales de teñido y tonsura de personajes notables enterrados en la necrópolis. La datación (OxA-8263) de los cabellos humanos contenidos en uno de esos estuches del depósito nos indica que el mismo fue amortizado entre 830 y 740 BC.
Resulta de nuevo interesante ver la asociación de los peines a tijeras y cuchillas, lo que podría remitirnos igualmente a rituales relacionados con la tonsura de los cabellos, en una situación similar a la observada en el hipogeo 48 de Calescoves antes examinado.
Estos rituales de tonsura y la deposición de peines seguramente continuaron durante los inicios de la Edad del Hierro [fig. (5)13, 2-4] y encontramos igualmente peines en la necrópolis mallorquina de Son Maimó (Veny 1977). El horizonte de ocupación en el que apareció es cronológicamente mucho más tardío, aunque debemos recordar que esta necrópolis tiene sus orígenes en la última fase del Bronce Final. En Mallorca se conoce también la existencia de otro peine de madera, muy finamente elaborado, asociado a una pequeña vasija de madera [fig. (5)13, 6], que apareció en la necrópolis de La Punta (Cerdà 2002, 59). Indudablemente tiene una cronología mucho más avanzada, pero sin duda representa una tradición que se conservó a lo largo de la Edad del Hierro, ligada a las inhumaciones de personajes de alto rango, pues no olvidemos que en esta necrópolis había individuos enterrados en sarcófagos tauromorfos (Guerrero 1987).
La importancia de estos objetos de tocador, que también aparecen ligados a rituales de exaltación del rango, queda reflejada en su sistemática presencia en muchas de las estelas del Bronce Final de la península Ibérica (Celestino 2001, 163-169; Harrison 2004, 159-160), formando parte, junto con los espejos y navajas, seguramente de un mismo complejo ritual. Aunque los grabados de los peines en las estelas son extremadamente esquemáticos para comparar tipos, parece claro que, al igual que pasa con los espejos, confluyen en el Occidente de la península Ibérica distintas tradiciones. Uno de los mejores ejemplos de peines ligados a inhumaciones de personajes notables lo tenemos en la
También en Menorca los peines de madera seguirán apareciendo en necrópolis más tardías, seguramente como continuación de una tradición que debió arrancar durante la Edad del Bronce. El hipogeo nº 48 de Calescoves
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Este tipo de cuchillas de hierro son muy raras en Mallorca, de hecho sólo se conoce un ejemplar en la necrópolis de Son Bauzà (Frontán 1991).
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tumba monumental de cúpula de la Roça do Casal do Meio (Spindler 1973-74), en Portugal. El extraordinario monumento arquitectónico sólo acogió dos inhumaciones, una de ellas acompañada de un peine de marfil y unas pinzas y la segunda con fibula de doble resorte y también otras pinzas, además de los respectivos ajuares cerámicos.
corrida junto a la boca con decoración reticulada formando rombos, mientras que la tapadera tiene bandas también reticuladas con origen en el cono superior y que, de forma radial, acaban en el borde. Finalmente, haremos mención también de otro vasito de madera carbonizada, asociado igualmente a un peine, aparecido en la necrópolis de la Edad del Hierro de la Punta (Cerdà 2002, 59), pues aunque caen fuera del espectro temporal que se analiza en este libro, parece indudable que constituye una pervivencia del uso de utensilios ligados a rituales funerarios que vienen del Bronce Final.
Los objetos de tocador señalados, así como la fíbula, que debe asociarse a ropa suntuaria, son todos ellos elementos representativos de personajes de estatus social diferenciado, lo que enfatiza con claridad que algunos de los individuos enterrados en Can Martorellet, en la Cova des Càrritx, así como en Cales Coves, pudieron gozar de una posición social elevada con respecto al resto. En la Cova des Pas no se encontraron peines, pero el ritual de tonsura sólo se identificó en cuatro individuos sobre setenta.
3) Paletas y cucharas Asociadas a los vasos de madera [fig. (5)12] y al resto de utensilios relacionados con el tratamiento del cabello, que aparecieron en el depósito de la sala nº 5 de la necrópolis del Càrritx (Lull et al. 1999, 346-349), se hallaron dos cucharas o espátulas, con señales de uso, como pulidos en los extremos distales, por lo que habían sido utilizadas largo tiempo; tal vez para remover y preparar sustancias con la que se trataban después los cabellos. Una de ellas se encontró introducida en el cuenco de madera, por lo que su relación funcional parece segura. Estos objetos que, con toda probabilidad, eran de uso muy frecuente, no tienen paralelos en las islas, sin duda debido a la naturaleza perecedera de la madera, que en el caso de los ejemplares de la cueva Càrritx era madera de brezo.
2) Vasos y boles de madera Algunas necrópolis han permitido recuperar pequeños recipientes fabricados en madera [fig. (5)12, (5)13]; la mayoría carbonizados. En contextos indiscutibles del Bronce Final sólo tenemos los aparecidos en la Cova des Càrritx (Lull et al. 1999, 339-346). Al menos se identificaron dos tipos y fragmentos de otros, todos tallados en madera de boj (Buxus baleárica). El primero de ellos es una taza trococónica con asita vertical, que podría ser una versión de los mismos tipos fabricados en cerámica. Sin embargo, el segundo no tiene parangón en esa producción, pues se trata de tazas asimétricas con un asa robusta y abierta de trayectoria circular ascendente. Todos estos vasos de madera estaban ligados a espátulas, un peine y estuches para los cabellos, por lo que debemos pensar que formaron parte de los utensilios de preparación de los cabellos antes de su tonsura.
4) estuches cilíndricos de madera, asta y cuero Durante mucho tiempo unos discos de hueso con rebaje en el borde y pequeños orificios en lados contrapuestos pasaron por colgantes o adornos; muchos de los cuales estaban decorados con circunferencias simples o concéntricas y punto central. Su relación con las necrópolis parecía una de sus connotaciones características, pero se les suponía un objeto de ornato personal que acompañaba a los difuntos. Son especialmente abundantes en Calescoves (Veny 1982), pero también habían aparecido algunos ejemplares en navetas, como en la de Es Tudons. En Mallorca es un elemento muy raro y sólo se conocía un ejemplar procedente de la necrópolis de Son Matge.
Para el resto de ejemplares no nos movemos con tanta seguridad cronológica y, por los yacimientos de procedencia, podemos pensar que están en el momento de transición a la Edad del Hierro, o ya plenamente en esta fase. Se conocen otros vasitos troncocónicos con asas procedentes de necróplis, que están expuestos en el Museo Municipal de Ciutadella, sin que se conozca su procedencia exacta, aunque es probable que procedan del expolio de la denominada Cova d’Es Grans, también el el barranco d’Algendar. Otro vaso de este tipo, con asa describiendo un círculo completo, al parecer procede del expolio del hipogeo XXI de Calascoves (Gornés y Gual 2000; Plantalamor 1995, 97).
La excavación de la necrópolis de Es Càrritx (Lull et al. 1999, 314-333) permitió aclarar que este tipo de objetos no eran colgantes, sino tapones de estuches cilíndricos que contenían cabellos de algunos personajes inhumados en la gruta. El exhaustivo estudio ya realizado con ocasión de esos hallazgos nos evita extendernos en ello y sólo recordaremos que se trata de instrumentos que constan de tres partes independientes encajadas entre sí [fig. (5)29]: un cuerpo cilíndrico, simple, doble o triple; un tapón con dos perforaciones en el borde, o bien en apéndices sobresalientes del mismo, por los que debía pasar un cordón para cerrarlo y colgarlo. Generalmente el tapón es de hueso. Finalmente, el tercer componente es un disco de madera que sirve de base. Se encaja en el cuerpo y se fija mediante clavijas o pernos tambien de madera.
En este periodo pueden seguramente colocarse los vasos de Cova Murada (Veny 1983), del hipogeo XXI y otro expuesto también en el Museo Diocesano de Ciutadella, asociado a los peines ya descritos. Se trata de ejemplares que reproducen un tipo muy conocido en cerámica, llamado tradicionalmente incensario, consistente [fig. (5)13, 5] en vasos trococónicos con asideros verticales cilíndricos, que están perforados para pasar un cordón, se cierran con una tapadera cónica que presenta igualmente dos protuberancias cilíndricas, igualmente perforadas verticalmente, que coinciden con las del vaso. El ejemplar del Museo Diocesano presenta una banda 269
El cuerpo puede estar fabricado en madera y/o asta de bóvido, en este último caso la forma del cuerno no permite obtener estuches de cuerpo tan regular, aunque el sistema tripartito, de cuerpo, tapón y base, no se altera.
madera encontrados en la sala 3c de la gruta del Mussol (Lull et al. 1999, 91) alcanzan la categoría de elementos únicos en el registro arqueológico de las islas. Suponen, por otro lado un aviso de que tal vez el universo simbólico de las comunidades prehistorias no se desarrolló bajo pautas anicónicas, como generalmente se piensa, sino que seguramete tuvieron su plasmación sobre materiales perecederos, por lo que no se han conservado en condiciones normales.
Finalmente la excavación de la necrópolis de la Cova des Pas ha permitido obtener nueva documentación muy relevante sobre este tipo de instrumentos. Como se sabe, en esta cueva muchas materias orgánicas se conservaron muy bien y esta circunstancia permitió comprobar que el cuerpo de estos estuches también se fabricó en muchas ocasiones con cuero [fig. (5)29, 8]. Esto explicaría la relativa frecuencia con la que aparecen tapones, pero faltan los estuches, salvo que se produzcan excepcionales condicines de conservación como en Càrritx y particularmente en la Cova des Pas.
Igualmente el estudio ya citado nos evitará entrar en detalles y sólo nos limitaremos a una brevísima descripción: - Busto antropomorfo: representa una cabeza humana de aspecto braquicéfalo, de ejecución naturalista que consigue un fuerte realismo en la expresión. La cabeza está ligeramente inclinada hacia arriba en actitud de observar y la boca sutilmente abierta en un gesto implorante o de admiración.
Su función queda clara, a partir de los hallazgos en estas dos últimas necrópolis, y fue la de servir de contenedor a los cabellos tonsurados de algunos de las personas inhumadas. La proporción en que aparecen, con respecto al número de inhumados, sugiere que fue un ritual reservado a determinados personajes.
- Busto zooantropomorfo: simboliza un rostro hierático de forma triangular con los ojos rasgados e inclinados y una boca pequeña ligeramente entreabierta. Sobre la frente arranca una doble cornamenta con cuernos pequeños de forma cónica y sin curvar. Parece claro que la intención fue personificar un ser con atributos mixtos humano-animal.
5) Mobiliario funerario La necrópolis de la Cova des Pas nos ha permitido recuperar, por primera vez en el registro arqueológico de las islas, dos parihuelas completas en condiciones de poder estudiar bien su manufactura. Ambas son de distintos tamaños pues corresponden, en un caso a la parihuela de un adulto [fig. (5)28, 1] y en el segundo a un infantil [fig. (5)28, 2]. El sistema de fabricación difiere en los dos, por lo que deben describirse por separado.
Los bustos fueron encontrados en una posición que sugiere que ambos formaban parte de un mismo discurso iconográfico y simbólico, pues el antropomorfo desde una posición inferior parecía estar observando la figura zooantropomorfa que fue colocada en una repisa rocosa superior.
- Parihuela nº 1: Está formada por dos largas pértigas de sección cirular, que hacen las veces de soportes longitudinales. La parte central para sustentáculo del cadáver está formada por cuatro travesaños aplanados de sección rectangular acabados en uno de sus extremos en un cabezal aplanado de forma circular irregular. Estos travesaños entran por los trépanos o perforaciones rectangulares de las pértigas longitudinales.
7) Cordelería y cestería Por razones obvias, éste es también un campo artesano del que tenemos escasísimas muestras y, que no obstante debió de tener un gran desarrollo si nos atenemos a los paralelos que nos ofrecen todos los estudios etnológicos. Recordemos que el naviforme Alemany (Enseñat 1971) proporciono la impronta sobre arcilla cocida tras el fuego que sufrió el edificio de una estera tejida seguramente con hoja de palmito (Chamaerops humilis); el contexto en el que apareció debe situarse en un momento temprano del Bronce Antiguo. Sin embargo, durante el Bronce Final no tenemos otras muestras de tejidos vegetales que las obtenidas en la necrópolis de la Cova des Pas [fig. (5)27, 7 y (5)29, 11]. En este caso se trata de cintas trenzadas y cuerdas hechas con fibra vegetal que aún están en fase de estudio.
- Parihuela nº 2: Presenta, respecto a la anterior, una vartiante en la unión de las partes. Los travesaños se superponen a las pértigas longitudinales y se fijan mediante pernos o pasadores de madera. Parihuelas fueron también utilizadas en el hipogeo XXI de Calescoves (Gornés et al. 2006), junto a mobiliario funerario de otra clase que no ha podido ser bien identificado, entre otros ataúdes. También había en la Cova des Càrritx, pues algunos artefactos de madera que en su momento no pudieron identificarse (Lull et al. 1999, 410) son exactamente travesaños de parihuelas idénticas a la nº 1 de la Cova des Pas.
V.3.4. Las innovaciones en la producción metalúrgica
6) Bustos
Durante el Bronce final tuvo lugar una innovación en la metalurgia de las comunidades isleñas de extraordinaria magnitud, la cual afectó, tanto a la cantidad de objetos circulantes, como a su variedad, e igualmente a la calidad de los mismos.
Las representaciones antropomorfas y zoomorfas [fig. (5)12] en la prehistoria de las islas son prácticamente desconocidas hasta la segunda Edad del Hierro, cuando básicamente toros, palomas y guerreros armados de lanza y escudo se convierten en los elementos iconográficos más notables de las islas. Por esta razón los dos bustos de
El momento preciso en el que comenzó a producirse este cambio es aún confuso, pero todos los datos permiten 270
apuntar que entre 1400 y 1300 BC el proceso estaba ya asentado. Los instrumentos metálicos que se estudiarán en este capítulo no aparecen nunca en los contextos funerarios de inhumaciones colectivas en hipogeos (Salvà et al. 2002), por lo que tal vez el abandono de estas prácticas funerarias tuvo lugar de forma más o menos sincrónica con los cambios que tienen lugar en los ajuares metálicos. Y seguramente ambas cosas, junto a otras que en este mismo capítulo se analizarán, forman parte de las importantes transformaciones que en todos los órdenes experimentaron las comunidades baleáricas, al menos las mallorquinas y menorquinas, entre 1400/1300 BC y c. 850 BC.
distintos tipos de objetos que lo componían, con los siguientes resultados (Delibes y Fernández-Miranda 1988, 139-167): a) Depósito de Cas Corraler [fig. (5)21, 4] Los valores medios de estaño oscilan entre 14,90% y 16,31%, tanto para los escoplos como para las hachas planas, separándose uno de los escoplos que tiene una presencia de 21,99% de estaño. Los oligoelementos contenidos en todas las piezas tienen también valores similares, lo que, unido a similitud cuantitativa y cualitativa de las aleaciones, junto también a la regularidad tipológica de las piezas, permite suponer un origen común para todo el conjunto, pese a la anomalía que presenta en la elevada cantildad de estaño uno de los Escoplos.
Los cambios observados no sólo atañen a aspectos tecnológicos, estilísticos y de gustos, sino también a la esfera social, pues, como veremos, una gran cantidad de objetos no tienen una función práctica en la esfera de la producción, sino que única y exclusivamente poseen un significado de marcadores de rango, como elementos de ostentación y exaltación de la posición y el rol social de sus poseedores. Es indudable que la deposición y amortización de cuchillos triangulares y punzones en los enterramientos del Bronce Antiguo pudieron tener igualmente algún significado de diferenciación social, pero no cabe duda que ambas categorías de objetos cumplieron también funciones prácticas en la vida cotidiana, cosa que no puede inferirse de la mayoría de los objetos que aparecen durante el Bronce Final, salvo tal vez las hachas, los escoplos y las puntas de lanzas y sus regatones8.
b) Depósito de Lloseta [fig. (5) 21, 1] Igualmente las piezas de este conjunto presentan una gran regularidad en la alección, con bronces de valores medios del 82,28% de cobre y 15,29% de estaño. Las anomalías se presentan en la distinta presencia de plomo, tanto en la espada, como en el machete. En la espada pudo medirse 1,91% en la hoja y 8,22% en la empuñadura. Los investigadores atribuyen esa presencia de plomo en el puño de la espada como una estrategia intencionada para bajar la temperatura de fusión del mismo y, de esta manera, evitar la refundición del extremo proximal de la hoja. En el machete el plomo llega al 3,34% en la composición de la hoja, que vino a sustituir a una buena parte del estaño (10,59%).
Dadas las implicaciones que la metalurgia del Bronce Final tuvo en los procesos de complejidad y jerearquización social, hemos estimado oportuno desplazar el estudio de los tipos de instrumentos, así como sus posibles conexiones con producciones continentales, además de su eventual significación como elementos de prestigio a un capítulo posterior (V.8.), titulado Sistema regional de intercambios y relaciones con el exterior, mientras que en este epígrafe sólo realizaremos un repaso del estado de los conocimientos sobre los aspectos técnicos de esta metalurgia.
El machete puede considerarse una de las piezas más antiguas del conjunto, si tenemos en cuenta que el molde de fundición de una pieza similar estaba amortizado en la naveta de Hospitalet entre 1530 y 1190 BC. Aunque el intervalo resulte impreciso y la muestra de carbón lleve asociada la incertidumbre provocada por las muestras de vida larga, por cronología comparada podemos estimar que la producción de estos machetes puedo situarse hacia 1400/1300 BC. Debe recordarse que así como el estaño es totalmente inexistente en las islas el plomo pudo obtenerse en la misma isla, lo que podría justificar su presencia en esta producción local de machetes, como compensación de la dificultad de obtener estaño.
Sobre esta cuestión es bien conocido el programa de investigación conjunto que cristalizó en el trabajo, hoy por hoy, más completo, de M. Delibes y M. FernándezMiranda (1988), ampliado posteriormente con mayor intensidad a Menorca. En esta segunda fase de la investigación se incorporaría S. Montero, sin embargo, el prematuro fallecimiento de M. Fernández-Miranda, dejó inédito gran parte de trabajo, del cual sólo un avance ha sido recientemente publicado (Montero et al. 2005).
Las radiografías realizadas sobre varios objetos del conjunto de Lloseta proporcionaron datos interesantes sobre la fabricación de estas piezas. Por un lado, pudo documentarse que las varillas que forman el pectoral fueron todas fundidas independientemente en posición vertical, como indican las direcciones de las burbujas gaseosas que se observan (Delibes y Fernández-Miranda 1988, Lám. XIII). Una vez fundidas se doblaban de forma curvada para unirlas todas y sujetarlas a los remates terminales que fueron fundidos sobre dichas varillas.
En el primero de los estudios, entre otras cosas, se perseguía el objetivo de conseguir identificar grupos tecnológicos concretos y las conexiones entre distintos tips de útiles. De esta manera, se observaron las características de cada depósito para intentar determinar las relaciones técnicas quer pudieran existir entre los
Las cintas circulares de bronce con bandas de púas fueron fundidas en moldes bivalvos del que se obtenía una pieza horizontal, que posteriormente se curvaba mediante recalentamientos, como se deduce de las
8 Incomprensiblemente identificados como “bastones de mando” (Veny 1982, 341) o también denominados sin ningún sentido “cabezas de estandartes” (Plantalamor 1995, 93).
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recristalizaciones del bronce. Los taladros de los extremos fueron, por el contrario, ejecutados en frío.
metalurgia, aunque recordemos sobre todo los que tratan un aspecto, tan novedoso y desconocido hasta ahora, como las prácticas de pastoreo trashumante. Así mismo, más adelante dedicaremos un capítulo al estudio de cuestiones tan trascendentales, y sólo de muy reciente comparecencia en la historiografía, como la inclusión de las Baleares en un sistema internacional de intercambios de bienes que tuvo su mayor esplendor durante el Bronce Final; con todo lo que ello implica de intensificación de la producción y gestión de asentamientos especializados para hacer viables esos contactos.
c) Depósito de Es Mitjà Gran [fig. (5)21, 6] Este depósito contiene tambié escoplos y hachas planas como el de Cas Corraler, sin embargo, aquí no se observa la misma homogeneidad en las composiciones de los escoplos que oscilan entre el 18,35% y el 10, 93% de estaño. Mientras que las hachas mantienen composiciones similares con proporciones de 86,98/89,93% de cobre por 8,89/10,88% de estaño.
Sin embargo, otros aspectos de la economía apenas han tenido presencia en los capítulos citados y ello se debe fundamentalmente a una crónica falta de información arqueológica que impide mantener un discurso coherente con el soporte empírico que estas cuestiones requieren. Intentaremos esbozar unas reflexiones a partir de los pocos datos dispersos que en estos momentos tenemos, pues, pese a todo, proporcionan una información que no puede desperdiciarse. La mayor parte de esta documentación procede de contextos propios del Bronce Final, por esta razón los incluimos aquí, no sin advertir que algunas de estas cuestiones serían también válidas para el Bronce Antiguo (o Naviforme I). No es necesario advertir que todo lo que aquí se expone son interpretaciones provisionales, a la espera de que los proyectos de investigación en marcha comiencen a dar resultados.
Por el contrario, los dos brazaletes tienen respectivamente 19,94% y 12,13% de estaño, lo que resulta sorprendente en piezas que no están pensadas para soportar tensiones ni esfuerzos, sino que, por el contrario, son objetos eminentemente suntuarios. Precisamente, esta función, como indican los autores de los análisis, podría explicar su alto contenido de estaño. d) Son Matge [fig. (5)21, 10] El conjunto de objetos de Son Matge es el único claramente asociado a una necrópolis del Bronce Final mallorquina, aunque en ningún caso puede asegurarse que la deposición fue un único acto, sino diferentes y sucesivas aportaciones, por lo tanto, no tiene exactamente el mismo significado que los depósitos de Lloseta o Es Mitjà Gran en los que la amortización se produjo probablemente en un solo acto ritual.
V.4.1. Agricultura, recolección y forrajeo
En cualquier caso tienen interés algunas de las cuestiones técnicas que se señalan en el citado estudio. Entre ellas es de destacar que se observa la misma técnica para insertar la empuñadura en dos piezas diferentes, como son la espada y la cuchilla triangular. De igual forma la composición resulta también muy pareja, con 85,73% de cobre y 13,51 de estaño, lo que también ocurre con el resto de oligoelementos que componen ambas piezas.
Uno de estos aspectos que todavía padece esta carencia de datos es el papel jugado por la agricultura en las sociedades isleñas. Su estudio requiere métodos de excavación muy sofisticados, entre los que no puede faltar el tamizado hídrico de los sedimentos, y programas de análisis de amplio espectro pluridisciplinar, factores que sólo han empezado a desarrollarse en algunos proyectos de investigación de forma muy reciente, la mayoría aún inacabados y, por lo tanto, con los resultado sin publicar, o sólo dados a conocer muy parcialmente.
De todo ello es razonable deducir que ambas piezas pudieron proceder de un mismo centro fundidor. El reciente trabajo realizado para materiales menorquines (Montero et al. 2005) confirma en líneas generales las mismas tendencias tecnológicas observadas para Mallorca. Los autores señalan la escasa presencia durante el Bronce Final de las aleaciones ternarias Cu-Sn-Pb, que se reducen a un 13% de los análisis en los que el plomo está presente en un 2% de la composición. Sólo se observa una importante cantidad de plomo (>20%) en las cuentas bicónicas [fig. (5)19, 8], siendo remarcable algunos casos de colgantes y cuentas bicónicas en las que cobre y estaño alcanzan ambos prácticamente un 50% de la composición, con algún caso (PA5248) en el que el plomo alcanza el 56,68% de la composición.
La documentación más completa sobre la existencia de cultivos de cereales durante la Edad del Bronce en las islas procede de Menorca. Los datos cronológicamente más antiguos los ha proporcionado el hipogeo nº 3 de la necrópolis de S’Alblegall (Arnau et al. 2003) abierto en una de las paredes rocosas del barranco de Trebaluger de Ferreries. En superficie y mezclado con el polvo de marés de la erosión de las paredes, apareció un lecho de vegetales carbonizados con gran cantidad de granos de cereal y otras plantas no cultivadas. Granos de cereal de este yacimiento han sido datados (KIA-16277) por radiocarbono con el resultado de 1520-1400 BC. Por el momento, la interpretación del hallazgo es problemática debido al mal estado de conservación de yacimiento, lo que dificulta un análisis contextual riguroso. Todo hacía pensar que se trata de una necrópolis, pero la segunda datación9 obtenida de restos humanos se aleja
V.4. Algunas cuestiones complementarias sobre economía y subsistencia En otros epígrafes de este volumen se desarrollaron aspectos cruciales relacionados con la economía y la subsistencia de las comunidades isleñas de la Edad del Bronce, como la industria cerámica y ósea, así como la
9
272
KIA-19517: 2440 ±35 BP [760 (95.4%) 400 BC].
considerablemente de la anterior y entra ya en plena Edad del Hierro. La posibilidad de que estemos ante el inicio y final de una necrópolis, en la que la primera datación pudiera corresponder a ofrendas o rituales de fundación no puede descartarse, pero por el momento debe dejarse en suspenso esta interpretación. Lo que ahora interesa es el estudio del cereal.
embargo, la falta de restos de nudos de caña indica que no se introdujeron los tallos. Posiblemente, las espigas y los pequeños arbustos se quemaron conjuntamente. La cebada vestida es un cereal muy robusto que puede crecer incluso bajo condiciones adversas, en este sentido no olvidemos que el depósito de esta cebada se produjo durante uno de los fuertes episodios fríos que afectaron a la Edad del Bronce. Es resistente a la sequía y puede aguantar cierto grado de salinidad, de igual forma es menos propensa a verse afectada por parásitos y hongos que las variantes desnudas. Incluso en suelos no profundos y expuestos al viento puede prosperar sin dificultad. La cebada vestida, el cereal predominante en S’Alblegall, está mejor adaptada a las condiciones adversas para la agricultura, aspecto que debe tenerse en cuenta a la hora de valorar las implicaciones económicas sobre las comunidades prehistóricas, si bien es cierto que la substitución de la cebada desnuda por vestida se produce ya desde el Bronce Antiguo en la Península Ibérica. Se trata, por tanto, de un fenómeno generalizado, independientemente de las condiciones climáticas.
Las muestras analizadas contienen sobre todo restos de cebada, que aparecen en una matriz de ceniza cuyo color varía del negro al gris claro. Los fragmentos de madera sólo se registran de forma aislada. En cambio, sí aparecen restos de ramitas pertenecientes a pequeños arbustos cuyas características son típicas de las lamiáceas del matorral o la maquia. El inventario de especies identificadas es el siguiente:
Hordeum vulgare
Cebada vestida
461
Granos
Hordeum vulgare var. nudum
Cebada desnuda
15
Granos
Hordeum sp.
Cebada silvestre
7
Granos
Triticum cf. dicoccum
seguramente Escanda
1
Grano
Hordeum vulgare
tipo Cebada vestida
51
Segmentos de raquis
Hordeum vulgare
tipo Cebada desnuda
9
Segmentos de raquis
Hordeum sp.
Cebada (cult./silvestre)
43
Segmentos de raquis
Hyoscyamus sp.
Beleño
1
Semilla
cf. Lolium sp.
seguramente Raigrás
1
Grano
Pistacia lentiscus
Lentisco
1
Fragmento de hoja
Las investigaciones arqueobotánicas de los sedimentos de la Cova d´Es Càrritx (Stika 1999), que abarcan un espectro cronológico mucho más amplio, con dataciones comprendidas entre 1450/1400-800 BC, detectaron igualmente la presencia de cereales en forma de granos y raquis de cebada (Hordeum vulgare), así como seguramente escanda (Triticum cf. dicoccum) y avena (Avena sp.). También los análisis de polen de la Cova des Pas, en Menorca, detectan la presencia de cerealia, los estudios están en una fase preliminar (Riera y Miras 2006) y será necesario esperar a su finalización para poder especificar algo más. Esta cueva ha proporcionado una extraordinaria cantidad de macrorrestos vegetales que igualmente están aún en fase de análisis. Finalmente las excavaciones en el yacimiento talayótico de Torralba d’en Salord (Alayor) permitieron descubrir que este poblado se había levantado sobre un asentamiento de la Edad del Bronce. En una cabaña circular, posteriormente destruida por la construcción de un talayot, se localizó un vaso de cerámica que contenía granos carbonizados de cebada (Moffet 1992), en igual cantidad de las variantes denominadas desnuda (Hordeum vulgare var. Nudum) y vestida (Hordeum vulgare), además de otras gramíneas silvestres que seguramente acompañaron a la cebada como “malas hiervas”. La datación de algunos de estos granos de cereal sitúa el uso de esta cabaña entre 1284 y 1021 BC.
Además de los granos enteros de cereal, se encontraron abundantes fragmentos de semillas, trozos de glumas y restos de aristas, también de cebada, que no se contabilizaron. Los granos de este cereal están bien desarrollados y son de gran tamaño, sobre todo si se comparan con los materiales conocidos de la prehistoria del Sudeste y Noreste peninsular (véase Buxó 1997: 97 y ss). La cebada vestida aparece tanto en forma de semillas centrales simétricas, como de abundantes semillas laterales asimétricas. En consecuencia, se trata de cebada vestida de cuatro o seis carreras. En el caso de la cebada desnuda no se ha podido distinguir entre formas de dos o cuatro y seis carreras, ya que sólo algunos granos estaban enteros y bien conservados. En este caso su forma es simétrica.
Es difícil valorar el peso de la agricultura en las estrategias de subsistencia, pues, pese a todo, el cultivo de cereales no parece representar un papel de predominio en las actividades económicas de las comunidades del Bronce balear. Lo indicadores indirectos de actividades agrícolas son muy escasos en el registro arqueológico. Recordemos que las hojas de hoz de sílex tabular, algunos de cuyos análisis de trazas han evidenciado actividades de siega [fig. (3)17], se rarifican durante la Edad del Bronce llegando a desaparecer. Sólo en la naveta Alemany, abandonada en el Bronce Antiguo,
La cebada vestida y la desnuda se han conservado en forma de semillas y restos de trilla, en este caso como segmentos de raquis, glumas y aristas, lo cual hace pensar que en la cueva se depositaron espigas enteras. Sin 273
tenemos una de estas hojas, acompañada de varios molinos de vaivén. En los asentamientos naviforme abandonados durante el Bronce Final no aparece ninguna hoz y los molinos, que tienen otras muchas funciones, además de procesar el cereal para obtener harina, son muy escasos o inexistentes en los ambientes domésticos, cuando lo normal, si la dieta hubiera tenido una fuerte componente en productos derivados del cereal, sería localizar en cada hogar uno o varios ejemplares.
se da por seguro su consumo entre el 7.000 y el 6.000 a.C. por poblaciones mesolíticas y neolíticas del Mediterráneo occidental (Guilaine 1980, 261). También durante el Calcolítico español está documentada su recolección (Arnanz 1988). Sin embargo, el consumo de la uva como fruto silvestre no implica, lógicamente, la producción de vino. Durante la década de los noventa tuvo extraordinaria importancia la documentación de lagares en Benimaquia (Denia), en el Este de la Península Ibérica (Gómez Bellard et al. 1993; 1995), es decir, en contextos ya fuertemente influidos por la colonización fenicia, siglos VII y VI aC, en los que el vino entra en la esfera de los productos de intercambio de bienes de prestigio para las comunidades indígenas (Guerrero 1995). Los restos de vitis de este yacimiento puedan adscribirse a la variedad cultivada (vitis vinífera). Sin embargo, nuevos estudios han cambiado este panorama, pues la presencia de resina vegetal en ánforas sardas, tanto fabricadas a mano como a torno en el poblado nurágico de Sant’Imbenia (Oggiano 2000) se ha asociado a la producción y comercialización de vino sardo durante 950-800 BC (Botto 2004/05), el cual llega a Huelva (Gonzalez de Canales et al. 2004) y Gádir en contextos aún precoloniales o inciales de la presencia fenicia.
Otro aspecto que debe recordarse es la falta de sistemas de almacenamiento, como los silos. Algunas grandes vasijas aparecidas en navetas debían de ser contenedores de líquidos, y en el caso de que hubiesen almacenado cereales no dejan de ser recipientes con escasa capacidad de reserva, para una sola familia, a lo sumo para pocos días. El empleo del arado no está documentado, a pesar de la presencia de algunos bóvidos que pudieron ser empleados como fuerza de trabajo. Tampoco se documenta la existencia en el registro arqueológico de instrumentos agrícolas, aunque éstos pudieron ser de madera, como las layas y bastones de cavar. Todo ello parece sugerir de nuevo una explotación agrícola de subsistencia familiar, con escasa presencia en la esfera de los intercambios regionales, y menos aún en los ultramarinos.
De igual forma han sido localizados en la Cova des Càrritx algunos huesos de aceituna (Olea europea), aunque no puede establecerse con seguridad si se trata de una variante silvestre o cultivada. Se ha señalado que su forma alargada tal vez podría apuntar a un cultivo primitivo del olivo. La mayoría de los restos son de higo (Ficus carica) y de oliva. Algunos de ellos aparecen carbonizados, pero en su mayoría no cumplen esta característica, por lo que el cómputo total de semillas puede haber sido alterado al ser consumidas las no quemadas por pequeños roedores o aves (Stika 1999: 521-531). Entre los restos de frutos pudieron identificarse castaña (Castanea sativa), dátil (Phoenix dactylifera), zarzamoras (Rubus fruticusus s.l.) y probablemente frambuesas (Rubus cf. idaeus).
La excavación de la cueva del Càrritx (Lull et al. 1999) ha proporcionado datos muy relevantes sobre el aprovechamiento, tanto de plantas cultivadas, como de otras silvestres, pero con indudable interés económico para las comunidades menorquinas del Bronce Final y de los inicios de la cultura talayótica. Pero antes de nada es interesante constatar que los estudios de oligoelementos de los restos humanos de esta necrópolis menorquina (Riuhete 2003) parecen indicar que la dieta de esta población, enterrada allí a fines del Bronce y en los inicios de la cultura talayótica, se basaba en el consumo de recursos vegetales de origen muy variado, junto con una ingesta muy significativa de carne y derivados lácteos. Estos análisis parecen sugerir que en la componente vegetal de la dieta no se refleja una explotación agrícola intensiva de cereales, sino una aportación de amplio espectro de elementos comestibles como frutos frescos y secos, bayas, hortalizas, etc., seguramente ligados a una agricultura de subsistencia.
En los análisis de carbones que se han hecho en las islas procedentes de asentamientos naviformes, como Closos de Can Gaià, la presencia de la madera de encina es muy escasa o no comparece (Noguera en preparación), lo que podría indicarnos que la especie se reservaba para otros usos, especialmente para el consumo de las bellotas, cuya importancia económica en muchas comunidades indígenas fue muy relevante, incluso en épocas ya tardías, como nos indica Estrabón (III, 3, 7), quien refiriéndose a los lysitanoí, dice que en las tres cuartas partes del año los montañeses no se nutren sino de bellotas, que, secas y trituradas, se muelen para hacer pan, el cual puede guardarse durante mucho tiempo.
Por esta razón es interesante reseñar los análisis carpológicos de la cueva del Càrritx, pues han detectado la presencia semillas de plantas que, aún en estado silvestre pudieron tener una importante presencia en la dieta humana como parecen sugerir los análisis de oligoelementos citados. Puede señalarse la presencia de semillas de uvas, algunas carbonizadas, además de un tallito de vid, aunque todos los datos métricos apuntan que se trata de una especie silvestre. Igualmente los análisis de polen de la Cova des Pas detectan la presencia de polen de vid. Todo lo cual concuerda con los datos que sobre la vid tenemos para el continente. Merece la pena recordar que pepitas de uvas silvestres han sido identificadas en los palafitos alpinos (Guilaine 1976, 62) y
Un yacimiento imprescindible en cualquier análisis de explotación de recursos vegetales será la necrópolis de Cova des Pas. La cronología de este yacimiento nos indica que comenzó a recibir inhumaciones (KIA-29180) en el intervalo 1220-1010BC, y fue abandonada algo después de 800 BC, por lo tanto, su información es relevante para la última fase del Bronce Final y los 274
inicios de la Edad del Hierro.
momento debe quedar a la espera hasta que acaben los estudios ya iniciados.
Aún faltan muchos análisis por realizar, pero un avance elaborado por Santiago Riera y Yannick Miras nos documenta el depósito de plantas acompañando a los cadáveres, bien sea en los lechos mortuorios una veces, como cubrición de los cadáveres otras, e incluso en forma de ramos en algunas ocasiones; todas esas plantas sin duda eran conocidas y eventualmente aprovechadas para diferentes usos.
Un aspecto escasamente abordado por la investigación arqueológica de las islas es la recolección, uso y procesamiento de plantas con propiedades spicotrópicas. Sólo muy recientemente ha podido identificarse un pequeño ámbito ritual en el que se procesaron grandes cantidades de éfedra (Ephedra fragilis). El contexto arqueológico ha sido identificado en los restos arquitectónicos del Bronce Final de Son Ferrer (Calvo et al. 2005) que se salvaron tras la construcción de un turriforme escalonado. Los restos cerámicos asociados a esta actividad [fig. (5)49], gan vasija, recipiente con asas mediano y copa, sugieren una preparación y un consumo ritualizado de la Ephedra, cuyo principio activo, la efedrina, tiene poderes euforizantes, similares a los que propician las anfetaminas, entre otros, apariencia de claridad mental y supresión de la sensación de cansancio.
Una primera aproximación a partir de los análisis polínicos (Riera y Yannick en preparación) revela que, junto a plantas indudablemente cultivadas, como los cereales, otras fueron igualmente utilizadas tras su recolección, sin que tampoco pueda descartarse el cultivo de algunas de ellas. Entre los casos más claros tenemos: una especie de cannabis (Cannabaceae), coliflor, col o brócoli (Brassica oleraceae), colza (Brassica napus), mostaza (Brassica alba), rábanos (Raphanus sativus) y berros (nasturtium oficinalis). Algunas de las especies citadas, como la colza y alguna variante del nabo pueden proporcionar aceites. Algunas especies de Brassicaceae, como la tinctoria, pudieron ser usadas igualmente para obtener algún tinte.
V.4.2. Explotación forestal Los pocos objetos fabricados en madera que se han conservado en el registro arqueológico de las islas aportan también datos valiosos sobre la explotación de maderas originarias de árboles no cultivados. La mejor colección procede de las cuevas menorquinas del Càrritx y del Musosl (Piqué 1999). La madera de boj es la más utilizada en la fabricación de objetos, todos los vasos fueron tallados a partir de troncos de esta especie. El boj (Buxus cf. balearica) fue también utilizado para teñir de marrón rojizo los cabellos de algunos enterrados en la cueva. Las espátulas fueron obtenidas a partir de madera de brezo (Erica sp.). Mientras que en la cueva del Mussol las tallas antropomorfas fueron fabricadas de acebuche (Olea europaea). Además se han localizado fragmentos de madera de objetos no reconocibles y de ramas aportadas al recinto funerario para diferentes usos que nos amplia la visión de las especies de árboles y arbustos aprovechados en la isla de Menorca, como son el madroño (Arbutus unedo), jaras (Cistus sp.), enebro (Juniperus sp.), algarrobo (Ceratonia siliqua), lentisco (Pistacea lentiscus), pino carrasco (Pinus halepensis), aladierno (Rhamnus alaternus-lycioides), encina (Quercus ilex-cocifera) y roble (Quercus sp. caducifolio). La presencia de microrrestos vegetales de la cueva del Càrritx identificados por H.-P. Stika (1999) es mucho más extensa e incluye una gran variedad de plantas silvestres que podían tener un uso social importante, tanto en la alimentación, como por sus cualidades medicinales.
La determinación de las especies con las que se tejieron las cuerdas, trenzas y otras ligaduras de las mortajas no está concluida, pero es incuestionable que se explotaron especies como el esparto, aunque también se pudieron obtener fibras de una especie de nabo (Camelina sátiva) cuya presencia en la cueva ha podido detectarse a través de los análisis de polen. La existencia de distintas especies de Brassicaceae es en este yacimiento de Cova des Pas muy importante y seguramente fueron utilizadas como alimento, forraje, y para la obtención de aceites, fibras y tintes. Ha sido detectado igualmente la presencia de vid (Vitis vinifera) cuya existencia se había igualmente constatado en la cueva del Càrritx a partir de un tallito y de semillas, algunas carbonizadas. Seguramente no era cultivada, al menos no para la producción de vino, pues esto requiere sistemas complejos y especializados que no han sido jamás detectados en el registro arqueológico. No sabemos si las gentes que inhumaron a sus difuntos en la Cova des Pas conocían las propiedades curativas o farmacológicas de algunas de las plantas, que con toda seguridad fueron recolectadas por ellos, pues los análisis indican que su presencia en el yacimiento no tiene un origen natural, ni han sido aportadas por insectos ni aves. Así, por ejemplo, las Brassicaceae tienen aplicaciones medicinales pues proporcionan terapias antisépticas y cicatrizantes, curan algunas enfermedades de la piel, problemas respiratorios derivados de la tuberculosis y la bronquitis, igualmente tienen aplicaciones antirreumáticas y antifúngicas.
En el hipogeo XXI de Cales Coves, que igualmente tiene dataciones (Gornés et al. 2006) correspondiente al momento de transición hacia la Edad del Hierro, han aparecido restos de mobiliario funerario fabricado con tejo (Taxus baccata). De nuevo el yacimiento de Cova des Pas nos ha permitido recuperar un importante conjunto de maderas, de cuyo estudio (Allué en preparación) sólo podemos adelantar algunos datos, pues no están finalizados. Varias parihuelas estaban fabricadas en pino (Pinus cf.
Queda un importante aspecto de esta necrópolis que aún no ha podido ser abordado, es el estudio de los miles de restos de ramitas de vegetales arbustivos que se localizaron como lechos de muchas inhumaciones. Sin duda será una información muy relevante que por el 275
halepensis), aunque también hay algunas piezas de acebuche (Olea europaea). Otros fragmentos corresponden a objetos fabricados con madera de laurel (Laurus), de aladierno (Rhamnus alaternus/Phyllirea) y de madroño (Arbutus unedo). La mayoría de los cadáveres fueron depositados sobre lechos de ramas de especies arbustivas; el análisis de esta ingente cantidad de macrorrestos vegetales no está finalizada, pero ya puede adelantarse que abundan las especies aromáticas como, por ejemplo, el romero y la lavanda, así como otras plantas de flores llamativas que seguramente acompañaron las ceremonias fúnebres, entre ellas se han identificado restos de ramitas de Clematis, enredadera de bonitas flores, abundante en torrentes y zarzales, tal vez recogida en el mismo barranco de Trebaluger.
destacar las cuevas con muro ciclópeo de cierre, las navetas funerarias de planta alargada y, hacia 1200 BC, los primeros hipogeos de planta sencilla como los del Tipo I de Calascoves; así como la utilización de covachas, más o menos retocadas, como la de Cova d’Es Pas. Todo ello conforma un panorama de enorme complejidad para su correcta interpretación. En Mallorca los hipogeos con entradas en rampa y/o pozo seguido de corredor, al que seguían cámaras alargadas con camarines o nichos, no sólo ya no se excavan, sino que habían dejado de utilizarse a fines del Bronce Antiguo (Naviforme I). Esto es lo que podía deducirse de los ajuares (Salvà et al. 2002). Las primeras dataciones radiocarbónicas (UA-18297 y UA-18291) están efectivamente empezando a confirmar lo que la cronología relativa nos estaba indicando, como ya se ha explicado en el capítulo correspondiente. Sin embargo, junto a los elementos verdaderamente innovadores hay también otros aspectos de continuidad, tanto en los lugares elegidos como cementerios colectivos, e igualmente también en los rituales.
En Mallorca se conocen también importantes colecciones de objetos de madera, sobre todo procedentes de necrópolis, entre los que podemos adscribir a la Edad del Bronce debemos señalar el peine de Can Martorellet, que, al igual que el de Menorca, también estaba fabricado en madera de boj (Buxus cf. balearica). Es mucho el camino que aún queda por recorrer en la investigación sobre las bases de subsistencia de las comunidades de las comunidades del Bronce balear; en este terreno aún estamos en la inicial recopilación de datos, con las esperanzas puestas en los resultados de algunos de los proyectos de investigación no finalizados. Entre ellos merece la pena destacar el que, coordinado por las universidades de Barcelona y de las Islas Baleares, se ha llevado a cabo en la menorquina Cova des Pas, donde una ingente cantidad de cuerdas, fibras vegetales, maderas y macrorrestos de distintas plantas herbáceas y arbustivas, además de polen y fitólitos, está aún en proceso de estudio. Igualmente una importante cantidad de carbones procedentes de las estructuras de combustión del refugio de pastores de Son Gallard y del poblado naviforme de Closos de Can Gaià, está a la espera de que finalicen los análisis que los respectivos especialistas están realizando.
En los próximos epígrafes intentaremos poner en claro todas estas cuestiones, señalando aspectos comunes entre ambas islas, pero también destacando tradiciones propias de cada una de ellas. Lo que vendría a poner de manifiesto que los contactos entre las distintas comunidades baleáricas durante la Edad del Bronce, no impidieron un desarrollo cultural matizadamente distinto en cada una de ellas. Como ya ha ocurrido en otros capítulos, una ausencia crónica en la investigación prehistórica de las Pitiusas nos pone muy difícil la inclusión de estas islas en un discurso general. En contraste con las posibilidades que nos ofrece la documentación obtenida en Mallorca y Menorca, durante la última década para aquellas islas sólo podremos aportar alguna pincelada centrada en las tumbas de Can Sergent. Al menos hoy podemos asegurar que, tanto en Ibiza, como en Formentera, habitaban también grupos humanos, cuya cultura nos resulta aún bastante desconocida, en los momentos en que tienen lugar las primeras navegaciones fenicias a las islas; pues incluso la propia existencia de habitantes había sido puesta en duda por algunos investigadores, como en su momento explicaremos.
V.5. Continuidad y cambio en las prácticas funerarias Muchos de los cambios que se generan en las comunidades baleáricas del Bronce Final (o Naviforme II) conciernen sin ninguna duda a las prácticas funerarias. Se producen innovaciones que afectan a los contenedores o lugares donde se ubican las sepulturas colectivas de estos grupos. En Menorca este fenómeno cobra una especial relevancia tanto por su variedad tipológica como por su número y extensión a lo largo de la isla. A partir de esta fase dejan de construirse dólmenes y excavarse hipogeos de entrada megalítica, así como los hipogeos de planta alargada. Estos últimos se abandonan totalmente hacia 1400 BC. A pesar de todo, se detectan algunas reocupaciones más o menos esporádicas hasta el c. 1000 BC, como ocurre en el caso de Roques Llises. Mientras que los sepulcros circulares de triple paramento son usados intensamente hasta aproximadamente 1300 BC. Por otro lado, a partir de este momento se registra la aparición de nuevos tipos de tumbas, entre las que cabe
V.5.1. Singularidad de las tradiciones funerarias menorquinas 1) Inhumaciones colectivas en cuevas Las cuevas naturales con muro ciclópeo [fig. (5)22-25] constituyen, sin duda, el modelo de tumba más extendido y empleado en Menorca entre el c.1450 y el 900 BC. Este tipo de tumba está carecterizado por la construcción de un muro de técnica ciclópea ante la boca o entrada de una cueva (Cova d’Es Càrritx o Es Forat de Ses Aritges), gruta o abrigo natural, aunque en algunas ocasiones podemos encontrar este muro en el interior de la cueva, lejos de la entrada, como en el caso de Son Mestres de Dalt, en Ferreries [fig. (5)24, 1-3]. Generalmente el muro 276
cuenta con una puerta de acceso de forma rectangular adintelada (Cova d’es Fornet, nº LXXVII de Calascoves), con su umbral de piedra, aunque en algunas ocasiones puede encontrarse una losa perforada –abrigo de Sa Muntanyeta, Ciutadella- y hasta jambas enmarcando la puerta como en el caso de la ya mencionada cueva de Son Mestres de Dalt, en la que dichas jambas están constituidas por dos gruesas estalactitas.
recolocados en el interior de la Sala 1. Así, se constata una tendencia a situarlos junto a las paredes o se colocan en línea, unos junto a otros, en el interior de la fosa, llegando a formar conjuntos de hasta 5 filas. Este interés por el cráneo aparece de la mano junto al rito del corte o tonsura del cabello. Gracias al descubrimiento de un depósito oculto de objetos, en la Sala 5 de la Cova d’Es Càrritx (Lull et al. 1999), conocemos cómo pudo desarrollarse este rito, que se aplicaba sólo a algunas personas10. Depositado el cadáver en el interior de la Sala 1, se procedía al teñido de sus cabellos mediante substancias naturales, como la rubia brava, a partir de la cual se obtienen tinturas rojizas. Una vez teñido el cabello, éste se cortaba en algunos mechones, que se introducían en el interior de unos tubos cilíndricos fabricados en cuerno o madera [fig. (5)29], y que a su vez eran cerrados mediante un complejo sistema de tapas y tapones, que en ocasiones estaban decorados mediante círculos concéntricos. Estos tapones podían estar fabricados sobre hueso o madera de boj, y revelan un sofisticado trabajo artesanal.
El ritual de enterramiento en las cuevas naturales con muro ciclópeo no sufre alteraciones substanciales a lo largo del amplio arco temporal en el que se utilizan este tipo de tumbas. Los cadáveres eran depositados sobre un enlosado de piedra, habilitado al efecto en el interior de la cueva, probablemente envueltos en sus sudarios, para su reposo definitivo. Estamos hablando, por tanto, de inhumaciones primarias. Los individuos enterrados podían ir acompañados de algún objeto personal, como un brazalete de bronce, cuentas bicónicas, etc. Por otro lado, gracias a las excavaciones de la Cova d’Es Càrritx (Lull et al. 1999), sabemos que también se depositaban algunos vasos cerámicos junto a la parte anterior del muro ciclópeo, algunos de los cuales se dejaban boca abajo, o incluso cubriendo otros de menor tamaño.
A algunos individuos se les practicó una delicada operación quirúrgica, la trepanación. Se han documentado casos de trepanación en individuos inhumados tanto en cuevas naturales con muro ciclópeo como en navetas funerarias. Esta operación consistía en perforar un hueso del cráneo de un individuo, mediante diferentes técnicas (abrasión, corte, perforación). En algunas ocasiones se extraía una rodela de hueso, y en la mayoría de veces el individuo sobrevivía a la operación, como lo demuestra la cicatrización del hueso. Seguramente estas complejas operaciones tenían un sentido mágico-religioso, puesto que en ninguno de los casos analizados, la operación se realizó por causas médicas o de salud. El hecho de que esta intervención se practicara a unas pocas personas, parece incidir en la distinción social de éstas respecto al resto de la comunidad. De todo ello parece deducirse que entre el 1000 y el 800 BC, una serie de pácticas rituales, como el teñido y la tonsura de los cabellos, la trepanación y la deposición de cráneos en lugares especiales de las necrópolis, vinen a resaltar la consideración simbólica del cráneo, seguramente como elemento más claramente identificador del individuo.
El extenso estudio antropológico de la Sala 1 de Es Càrritx (Rihuete 2003), ha permitido avanzar más en nuestro conocimiento sobre la organización social de esta fase en Menorca. A pesar de que la Sala 1 fue utilizada entre 1400 y el 800 BC., y por tanto, resulta difícil discernir si los patrones demográficos fueron idénticos a lo largo de todos estos años, creemos de interés reseñar algunos de los datos demográficos que el estudio antropológico ha deparado. Los análisis de paleodieta han confirmado que ésta era proporcional entre vegetales y carne, y que no había diferenciación dietética entre hombres y mujeres. Tampoco existía distinción entre sexos en cuanto a la esperanza de vida, y, según C. Rihuete, la mayoría de patologías no infecciosas parecen vinculadas más bien a la edad, que a la condición socioeconómica de la población. La mortalidad infantil era alta, puesto que el 30% de la población moría antes de alcanzar los 13 años; situándose la época de mayor crisis en la que afectaba a los infantiles de unos dos 2 años, coincidiendo con el destete. La esperanza de vida media se situaba entre los 40 o 45 años, no pudiéndose detectar diferencias de tasas entre sexos, aunque es cierto que había mayor mortalidad femenina durante el ciclo fértil de éstas. Los investigadores de Es Cárritx detectaron un fuerte dimorfismo sexual entre hombres y mujeres, es decir, una diferencia de estaturas en función del sexo. Así, la estatura media de los hombres se situaba entorno a los 1’64 m. mientras que para las mujeres se centraba entorno a los 1’50 m.
Entre los objetos que formaban parte del ajuar funerario depositado en las cuevas naturales con paramento ciclópeo, puede señalarse un variado conjunto de objetos de bronce, hueso, madera y fayenza. Entre los primeros, las agujas, en la Cova d’Es Càrritx, una de ellas reproducía, una espada miniaturizada, muy similar a otra aguja hallada en una urna funeraria danesa de Jutlandia (Kristiansen 2001, 236), los collares o torques, cuentas
Los individuos eran depositados en el interior de la sala 1 probablemente envueltos en un sudario, que los investigadores de Es Càrritx (Lull et al. 1999) creen que iba sujeto mediante un botón triangular de hueso. Junto al cadáver se depositaban algunas ofrendas en el interior de vasos de cerámica, cuyo contenido exacto desconocemos.
10 En fechas ya más tardías, dentro de la Edad del Hierro, un tapón de estuche cilídrico para guardar cabellos apareció en el santuario-taula de Trepucó (Murray 1932, lám. 27,9), lo que podría sugerir que el ritual de tonsura detectado durante el Bronce Final sólo en contextos funerarios, grutas, hipogeos y navetas, se completase con las ofrendas de cabellos en santuarios durante la Edad del Hierro, ritual muy frecuente en las religiones orientales, el cual se transfiere durante la colonización fenicia a las comunidades occidentales, como vemos en los sacerdotes de las estatuillas ibéricas (Blázquez 1983, 94).
Entorno al 1000 BC, se documenta una variación en el ritual de enterramiento, puesto que los cráneos de los difuntos, una vez esqueletizados los cuerpos, son 277
cilíndricas, puntas de lanza y cuchillas triangulares. Entre los objetos de hueso, punzones y botones triangulares, y en madera, todo un repertorio de vasos y utensilios como espátulas, bastoncitos, tubos, etc. Algunos de los objetos que más llamaron la atención fueron un numeroso conjunto de cuentas de fayenza, una pasta de vidrio de color verde-azulado, que probablemente conformaba un tocado o casquete. El análisis de la fayenza determinó que procedía de talleres situados en el norte de Italia o de Suiza (Herderson 1999), por lo que se refuerza todavía más el contacto comercial con centroeuropa, seguramente a través de la vía fluvial del Ródano, como ya hemos señalado en el capítulo correspondiente a las condiciones marinas y derroteros.
Se seleccionaron tres inhumaciones para establecer una primera aproximación a la cronología de la Cova des Pas fueron. La primera de ellas corresponde al individuo nº 1: En el momento del hallazgo del yacimiento afloraba en superficie un fémur y parte de los cabellos de esta inhumación. En la secuencia de enterramientos fue uno de los últimos en ser enterrado, como además parecía indicar su cercanía a la entrada de la necrópolis. La muestra (KIA-29179), consistente en cabellos de la trenza, proporcionó el resultado 830-550 BC La segunda de inhumación seleccionada corresponde al individuo infantil nº 37 depositado sobre una parihuela. La muestra (KIA-29181) se obtuvo de un fragmento de la corteza del travesaño central. Se trata, en cualquier caso, de un elemento fabricado de una rama no muy gruesa, de unos tres cm. de diámetro, sólo rebajada en sus extremos para insertarla en los listones longitudinales y conservando intacta gran parte de la corteza. La inhumación ocupa una posición intermedia en la secuencia de enterramientos, con inhumaciones superpuestas y otras subyacentes. El resultado de esta datación proporcionó una fecha contenida en el intervalo 890-800 BC.
Pero los difuntos no iban sólo acompañados por algunos de sus objetos personales y de vasos conteniendo ofrendas, sino que también se depositaban restos de fauna doméstica –como cabras jóvenes-, depositadas enteras y descuartizadas. La reciente excavación (2005-2006) de la Cova des Pas [fig. (5)26 y (5)27], covacha natural abierta en una pared del barranco de Trebaluger ha venido a completar de forma muy relevante el conocimiento que se tenía de las pácticas funerarias de las comunidades del Bronce Final (Naviforme II) de Menorca. La excelente conservación de las materias orgánicas, incluidos tejidos blandos humanos, como músculos, cartílagos, pulmones, materia cerebral, restos fecales y cabellos, nos permite trazar un panoroma muy preciso de los rituales funerarios de esta comunidad, entre aproximadamente 1200 y 800 BC. Aunque el estudio de este singular yacimiento está aún en sus prolegómenos, pueden adelantarse algunos aspectos que ya se han ido dando a conocer como avances (Fullola et al. 2007) en algunas revistas de información científica.
La tercera inhumación escogida correspondió al individuo adulto nº 47, el cual reposaba sobre la roca base y aparecieron sobre la misma varios enterramientos. Seguramente es uno de los cadáveres más antiguos. Esta datación (KIA-29180) se obtuvo a partir de fibras vegetales recuperadas de la cuerda que pasaba sobre la tibia y ligaba el paquete mortuorio. El resultado de la datación ha sido 1260-1010 BC, constituyendo por el momento la datación más antigua y coherente con la posición en la secuencia estratigráfica de inhumaciones. Las fechas más modernas comienzan a presentar el característico problema de imprecisión del que adolecen las dataciones radiocarbónicas que tocan el periodo aproximado de la Edad del Hierro que transcurre entre el 700 y el 400 BC.
Para tener una visión aproximada que fuese representativa del uso de la necrópolis se optó por datar de la forma más inmediata posible los cadáveres que, en función de su orden en la secuencia estratigráfica, constituyesen un buen diagnóstico del momento final de uso y clausura del cementerio, así como algunos que correspondiesen a las más antiguas deposiciones funerarias, e igualmente alguno más que ocupase una posición intermedia en la secuencia de enterramientos. Las estrategias de selección y recogida de muestras fue establecida directamente por el Dr. Mark Van Strydonck del Institut Royal du Patrimoine Artistique, que se desplazó al yacimiento durante la excavación al efecto de controlar los mejor posible el tratamiento de las mismas durante todo el proceso de análisis.
Sin perjuicio de que las nuevas series de dataciones pendientes de realizar permitan mejorar la secuencia temporal de uso de la necrópolis, podemos adelantar que estamos ante un cementerio característico (Guerrero et al. 2006, 170-197) del final de la Edad del Bronce. Desde una perspectiva cultural podríamos decir que las inhumaciones más antiguas comenzaron a depositarse en Cova des Pas cuando la mayor parte de la comunidades menorquinas vivían aún en poblados de viviendas alargadas (navetas) como las que vemos en el vecino poblado de Son Mecer de Baix [fig. (5)6], mientras que los últimos enterramientos se efectuaron cuando ya la mayoría de la sociedad menorquina habitaba en poblados talayóticos (Guerrero et al. 2002; Guerrero et al. 2006b) característicos de la Edad del Hierro.
A pesar de la ausencia de colágeno en los huesos, a efectos de datación radiocarbónica, afortunadamente todas las inhumaciones conservaban partes de las ligaduras y cuerdas de fibra vegetal que ataban los sudarios con los que se habían empaquetado los cadáveres, por lo tanto, existían buenas reservas de materia orgánica de vida corta como para poder establecer una secuencia de cronología absoluta rigurosa de toda la secuencia funeraria, que era el objetivo fundamental.
Entre los aspectos que atañen al ritual funerario, la información obtenida nos permite reconstruir con bastante aproximación la liturgia del duelo y deposición de los cadáveres. Los difuntos eran colocados sistemáticamente en posición fetal muy forzada y envueltos en sudarios de piel de bóvido. Para mantener 278
estable la postura, se ataban firmemente mediante una ancha cinta trenzada11 de materia vegetal [fig. (5)29, 11], seguramente esparto (la determinación analítica está por concluir), que sujetaba el cuerpo y los brazos a la altura de los hombros, otra fuerte ligadura sujetaba los pies a las caderas y ambas se unían por cuerdas longitudinales que pasaban por la espalda y dorso.
trenza un pasador de madera con anillas de estaño como remate terminal. Esta cuestión nos pone ante la evidencia de distintas tradiciones funerarias entre comunidades vecinas muy próximas. El hallazgo de abundantes restos antropológicos en muy buen estado de conservación nos permitirá estudiar con detalle la reconstrucción de la posición y el orden de los enterramientos, así como el funcionamiento general de la necrópolis (Brothwell, 1987; Duday et al, 1990), hallada en un esta intacto desde su abandono, salvo las alteraciones postdeposicionales que hayan podido ocurrir.
Tras el tamizado hídrico del 100% del sedimento ningún botón con perforación basal en “V” fue localizado en la cueva, lo que vendría a indicarnos que existieron en las comunidades menorquinas distintos usos y costumbres a la hora de amortajar los cadáveres, pues este tipo de botones en la gruta del Càrritx (Lull et al. 1999, 242-301) fue atribuido al sistema de fijar un sudario desaparecido
El estudio12 de la población inhumada en la Cova des Pas está aún sin concluir, aunque pueden adelantarse (Fullola et al. 2007) algunos datos muy provisionales. Han sido identificados un número mínimo de 70 esqueletos, los cuales permiten ya una primera aproximación a la edad y sexo de los enterrados, que resumimos en la siguiente tabla:
El paquete mortuorio era después colocado sobre una camilla o parihuela de madera [fig. (5)28] consistente en dos pértigas largas de sección circular, unidas por travesaños de sección rectangular, uno de cuyos extremos acaba en una cabeza o pomo esferoidal, los cuales atraviesan las pértigas a través de perforaciones rectangulares abiertas en las mismas. El cuerpo amortajado iba fijado con cuerdas a la parihuela hasta su traslado a la cámara mortuoria donde era depositado definitivamente. Los deudos del difunto recuperaban las parihuelas para ser reutilizadas en otras ocasiones, aunque algunas de ellas se abandonaron definitivamente, con el cadáver sobre ellas, lo que nos ha permitido conocer estos detalles. La deposición del cadáver dentro de la cueva recibía también un tratamiento especial. Muchos cuerpos aparecen depositados sobre un lecho de ramas muy finas, en otras ocasiones es una piel de bóvido la que sirve de alfombra al difunto. Aún se está a la espera del resultado de los analisis que determinen las especies vegetales empleadas, aunque no sería raro que fuesen especies arbustivas olorosas, entre otras el romero. Un cadáver abrazaba literalmente un gran ramo de estas materias vegetales (Guerrero et al. 2006 a, 182). Todos los cadáveres recibieron el mismo tratamiento e idéntica liturgia funeraria, sin distinción de sexo ni edad, incluidos los difuntos perinatales. Algunas parihuelas fueron fabricadas a medida para llevar cuerpos de difuntos infantiles.
Femeninos
Indeterm.
Totales
Infantiles
__
__
28
28
Juveniles
1
2
3
6
Adultos
12
7
17
36
Total
13
9
48
70
El grupo cuenta con la presencia indistinta de individuos masculinos y femeninos en prácticamente todas las categorías de edad: infantiles, juveniles y adultos. De los 70 individuos 36 son adultos y 34 subadultos. Diferentes características esqueléticas que ya han podido ser observadas indican que probablemente la mayoría de estos individuos no habrían alcanzado la edad madura. En principio no se ha observado selección de individuos ni trato preferencial de unos sobre otros en el espacio funerario. El total de los restos recuperados corresponden a una población bien representada en el sentido biológico. Por primera vez en el registro arqueológico de las islas, y en gan medida en el continente, se han conservado y se han podido recuperar toda una serie de elementos biológicos humanos de naturaleza no ósea, ademas de los vegetales y animales (pieles de sudarios y tubos de cuero) ya citados.
La única práctica ritual claramente diferenciadora que se pudo observar, a la espera del estudio definitivo, es el rito de tonsura que recibieron tres o cuatro individuos, cuyos cabellos fueron guardados en estuches de cuero con base y tapadera de hueso o madera y deposiados junto a los cadáveres.
El examen macroscópico preliminar de estos elementos biológicos humanos evidencia que podría tratarse de tejidos y órganos. Entre los tejidos hallados algunos son compatibles, tanto por la localización anatómica, como por las características macroscópicas, con estruturas propias del sistema musculo-esquelético (músculos, ligamentos, tendones y cartílagos articulares entre otros). En condiciones favorables estas estruturas son más
Por lo que respecta los ajuares, debe resaltarse la ausencia absoluta de materiales cerámicos, por el contrario, se ha producido el hallazgo de algunos elementos de ornato personal, como los brazaletes y anillos de bronce, así como alguna aguja o pasador de pelo de madera. Los cabellos de los difuntos conservan en ocasiones adornos de estaño puro. Uno de ello conservaba prendida en la 11
Masculinos
12 Investigación coordinada por Assumpció Malgosa, con la participación de Núria Armentano, Thaïs Fadrique, Ignasi Galtés, que además participaron directamente en los trabajos de excavación, del que estas líneas constituyen un avance, que también puede consultarse en Fullola et al. (2007).
El estudio de la cordelería está en ejecución por Carmen Alfaro.
279
suceptibles de sufrir fenómenos de momificación y conservación.
Este tipo de tumbas empezaron a ser construidas a partir del 1400 BC, a tenor de las dataciones de C-14 disponibles (véase tabla correspondiente), aunque su apogeo debemos situarlo entre el 1100 y el 850 BC., momento en el cual se registra un uso intensivo de estas tumbas.
Otras estructuras biológicas identificadas se corresponderían con restos de órganos y tejidos internos, localizados en las cavidades craneales de varios individuos, en las cavidades tórax-abdomen, así como en cavidad pélvica. Igualmente se han encontrado cabellos, en algunos casos adheridos a la bóveda cranena. También uno de los individuos subadultos tenía en la cavidad abdominal restos que muy probablemente corresponden a coprolitos.
La restauración de la naveta de Es Tudons (Pericot 1975, 91) permitió documentar, pese a las innumerables remociones que el monumento había sufrido a lo largo del tiempo, la existencia de numerosas inhumaciones sobre un lecho de guijarros que, cálculos aproximados, sitúan entorno a los 100 individuos. Entre los ajuares funerarios recuperados destacan los botones prismáticos de hueso con perforación en “V” y discos de hueso con circulitos grabados (Pericot 1975, 91); hoy sabemos que constituyen tapones de estuches en los que se guardaban los cabellos tonsurados de algunos individuos notables de la comunidad, como ha puesto muy bien en evidencia la excavación de la cueva del Càrritx (Lull et al. 1999, 311361) y la Cova des Pas (Fullola et al. 2007). La cuestión no es baladí, y nos indicaría que coincidiendo con la última fase de ocupación de esta cueva funeraria otras comunidades se inhuman igualmente en navetas, tal vez con rituales similares en lo que respecta al tratamiento del cráneo.
Restan por estudiar los indicadores de patologías, aunque por las algunas observaciones provisionales sobre restos esqueléticos se han podido detectar algunos indicios de infecciones y patologías dentales de etiología degenerativa y ambiental. Estas últimas relacionadas con actividades ocupacionales o laborales. Se han observado también lesiones de tipo osteoarticulares, relacionadas probablemente con una actividad física continuada y dura, aspecto que igualmente se confirma por las fuertes impresiones e inserciones musculares que presentan los huesos de las extremidades, tanto superiores, como inferiores, la mayoría de los esqueletos adultos. 2) Arquitectura funeraria menorquina
La existencia de una cámara superior ya se había constatado durante la excavación de Es Tudons [fig. (5)31, 4], pero el contexto funerario de ambas cámaras no pudo separarse pues la superior había caído sobre la inferior. Sin embargo, la excavación y restauración de la naveta meridional de Rafal Rubí (Serra y Rosselló 1971) permitió documentar el uso funerario de la cámara alta. Los esqueletos no guardaban una posición articulada, sino que los cráneos aparecían en distintas posturas junto a otros restos en apariencia de osario desordenado. A todas luces, el ritual funerario no es distinto al practicado en las cuevas naturales, en el que se reubicaban cráneos y algunos huesos largos una vez el cadáver había perdido sus tejidos blandos.
Otra de las manifestaciones funerarias de Menorca son las llamadas “navetas funerarias”. Constituyen un tipo de tumbas exclusivas de Menorca (Plantalamor 1991, 169230), por lo que de hecho, se han convertido en uno de los monumentos más emblemáticos de esta isla. Presentan generalmente planta alargada en forma de herradura, como Es Tudons [fig. (5)31], La Cova, Rafal Rubí [fig. (5)30, 3-4] o Binimaimut, aunque también se conocen algunas de planta circular, como Biniac l’Argentina [fig. (5)30, 1-2], Llumena d’es Fasser, o Torralbet, y todas ellas fueron destinadas a prácticas funerarias de inhumaciones colectivas. Sus características arquitectónicas vienen definidas por: entrada adintelada, que da paso a un corto corredor mediante el cual se accede a la cámara a través de una losa perforada mediante un vano de forma rectangular, en la que se le ha practicado un rebaje para alojar una losa de cierre. La cámara es alargada, de ángulos redondeados. En algunas ocasiones, desde el corredor, se abre un conducto en vertical que da acceso a una planta superior (Torre Llisà, Rafal Rubí, Tudons). Desconocemos exactamente cómo sería la terminación de la cubierta de estos edificios, pero para las de planta circular, creemos que pudieron tener forma hemiesférica, mientras que la estructura superior de las navetas de planta alargada pudieron disponer de cubierta en forma ligeramente apuntada. Las similitudes formales, al menos a simple vista, entre las navetas de habitación (naviformes) y algunas navetas funerarias, nos lleva a pensar que durante el Bronce Final la forma general de la vivienda, que había tenido su arranque hacia c. 1700 BC, inspira la arquitectura funeraria produciéndose una dualidad “casas para los vivos” y “casas para los muertos” que no es infrecuente en algunas culturas. Sin embargo, este fenómeno no se produce en Mallorca.
Pese al mal estado de los depósitos funerarios de navetas, podemos concluir que se inhumaban a personas de toda edad y sexo, sin un orden aparente. Generalmente se las enterraba junto a algunos objetos personales –brazaletes de bronce, cuentas bicónicas, punzones-, mientras que en las inmediaciones de la puerta se depositaban vasos cerámicos conteniendo ofrendas, probablemente alimentos o líquidos, siguiendo así, un patrón bastante parecido al que documentamos en las cuevas naturales de enterramiento. Los ajuares localizados en el interior de las navetas funerarias son más bien escasos en número. Generalmente pueden localizarse vasos cerámicos, el más común de tiene un perfil en “S”, y sabemos que en algunas ocasiones fue usado como candil; también se han localizado vasos de perfil troncocónico con asidero en forma de mamelón decorado, cuyo cuerpo aparece decorado a base de incisiones en forma de espina de pez. Entre los objetos de bronce, destacan las “cuentas bicónicas”, unos objetos de función desconocida por el 280
momento, punzones y cuchillas triangulares, mientras que en hueso se han documentado básicamente punzones y botones triangulares con perforación basal en “V”.
1) Continuidad en las necrópolis colectivas en grutas Antes conviene recordar que algunos lugares funerarios del Bronce Antiguo perduraron alcanzando esta fase. Uno de ellos es la gruta de Can Martorellet (Pollença). Ésta que, sin ningún género de dudas, es uno de las más interesantes necrópolis para el conocimiento de las prácticas funerarias durante la Edad del Bronce [fig. (4)5] permanece sin estudiar adecuadamente, sólo pueden aprovecharse algunas notas y referencias incluidas en otros trabajos (Pons, 1999, 123). En su momento ha sido ya citada en este mismo libro, pues los primeros enterramientos tuvieron lugar en el tramo cronológico 2020-1770 BC (Strydonk et al. 2002), continuó en uso a lo largo del Bronce Antiguo, y aún recibió inhumaciones durante el Bronce Final en el intervalo 1400-1120 BC.
Al contemplar sobre un mapa de la isla la dispersión de las navetas funerarias, pueden observarse dos áreas claramente diferenciadas. La primera, muestra una fuerte concentración de navetas funerarias en la zona de Levante, entre Mahón y Alaior. En esta zona se documentan todas las navetas de planta circular, y algunas de planta alargada, y todas ellas se localizan en un área de unos 5 km de diámetro. En la otra zona, en Ciutadella, las navetas funerarias aparecen más dispersas, aunque también tienen una fuerte proximidad tipòlógica entre ellas. La particular ubicación territorial de estos monumentos, podría ponerse en relación con la gestión de tierras, pastos y recursos hidrológicos por determinadas comunidades que, con la construcción de estos edificios funerarios, pudieran vincular estos territorios con sus antepasados y, por lo tanto, reivindicar su propiedad ante otros vecinos o posibles competidores. V.5.2. Prácticas mallorquinas
funerarias
en
las
Se trata de una cueva natural ubicada en la Sierra de Cornavacas, en el municipio de Pollença. La zona de uso funerario era limitada [fig. (4)5], debido a la presencia de una depresión que reducía el espacio útil a unos 6 m. de largo por uno 3 m. de ancho, con pequeños cubículos naturales que también fueron utilizados como espacios funerarios.
comunidades
Todo este ámbito estaba ocupado por inhumaciones asociadas a ajuares cerámicos, instrumentos de industria ósea y metálica. Las limitaciones del espacio hicieron pensar a sus excavadores que se habían producido desplazamientos de cadáveres, con la consecuencia de acumulaciones de ajuares y huesos a modo de osarios. A pesar de ello, en algunas zonas se pudieron identificar inhumaciones con partes del cuerpo en conexión anatómica. Los desplazamientos más significativos parece que afectaron a los cráneos, lo cual tiene connotaciones especiales a las que después nos referiremos.
Antes de entrar directamente en el tema que nos ocupa es necesario recordar que, al igual que ocurre con otros muchos aspectos del Bronce Final (Naviforme II), algunas necrópolis mallorquinas muy conocidas habían venido durante décadas considerándose manifestaciones propias de la cultura talayótica. Este desenfoque de perspectiva cronológica procedía de un error en la lectura de antiguos contextos tenidos por talayóticos, que las nuevas series de dataciones radiocarbónicas (Lull et al. 1999; Guerrero et al. 2002) se han encargado de situar en su lugar correcto; y éste no es otro que el Bronce Final. Esta discusión no la repetiremos aquí, aunque volverá a ser retomada en otro estudio que está en preparación. Por ello sólo una parte resumida de la argumentación será utilizada ahora, pues podría parecer extraño que se estudien en este apartado algunas necrópolis que siempre habían sido citadas y vistas como yacimientos propios de la entidad arqueológica de la primera Edad del Hirro (cultura Talayótica).
El numeroso ajuar cerámico documentado (más de seiscientas piezas) tampoco parecía, a juicio de los excavadores, presentar una distribución coherente y claramente asociada a las inhumaciones. En cualquier caso, se pudieron observar cerámicas en posiciones invertidas y algunos vasos introducidos en otros. La mayoría de contenedores cerámicos eran cuencos hemisféricos, ollas globulares de borde curvado y ollas carenadas, también había cuencos bitroncocónicos, todo ello muy característico entre los ajuares del Bronce Antiguo. Igualmente se recuperaron algunos grandes reciepientes con muñones, que son más propias del Bronce Final [fig. (4)15, 14], lo cual resulta coherente con la datación radiocarbónica más moderna.
La información que tenemos sobre el mundo funerario de esta fase en Mallorca es aún confusa, pues toda procede de antiguas excavaciones que deberán ser revisadas ahora. La situación en Menorca es infinitamente mejor; la excavación de la gran necrópolis de la gruta de “El Càrritx” ya conocida, y la recién excavada de Cova des Pas, ambas vistas anteriormente, han dado un vuelco significativo a la situación y, en gran medida, ahora resultan decisivas para reorientar los estudios del mundo funerario del Bronce Final, no sólo menorquín, sino también mallorquín. Lo procedente será pues focalizar la revisión en algunas de estas necrópolis para después poder cerrar el epígrafe con las conclusiones a que hubiere lugar.
Los utensilios de bronce eran escasos, y estaban compuestos principalmente por puñales triangulares con remaches y punzones de sección cuadrangular. También se hallaron botones de hueso, la mayoría de perfiles cónicos y collares de plaquetas alargadas y peines con decoración con impresiones ovales y perforaciones. Los ajuares metálicos son en conjunto propios del Bronce Antiguo. De algunas de las notas publicadas por los excavadores parece desprenderse la existencia de rituales post-morten 281
en los que se practicó la separación voluntaria de los cráneos del resto del esqueleto para colocarlos en otro lugar. Esta práctica no sería extraña y, de ser así, recogería una antigua tradición mantenida desde el epicampaniforme, pues, como se recordará, estas prácticas eran habituales en las cámaras dolménicas de Aigua Dolça y Son Bauló, así como en la covacha de Son Marroig y se repiten durante el Bronce Final en la cueva menorquina del Càrritx.
momentos de uso distinto del lugar. Una primera fase perteneciente a los momentos finales del calcolítico o epicampaniforme con una cronología relativa que oscilaría entre el c 2000 y 1800 BC. Tras un abandono de casi un milenio el lugar vuelve a utilizarse como necrópolis colectiva del Bronce Final, y con toda probabilidad es en este momento cuando se construye el muro ciclópeo que cierra el lugar. Esta segunda fase estaría representada por los niveles 3 y 4 del horizonte I; la cual ofreció materiales cerámicos y metálicos que se pueden ubicar cronológicamente en los momentos tardíos del Bronce Final y la transición hacia la cultura Talayótica.
Otro aspecto interesante es el hallazgo de peines. Debemos recordar que la presencia de peines, junto a los espejos y otros indicadores de rango, como las espadas, escudos, carros, etc., son muy frecuentes en las estelas (Celestino 2001, 163-169; Harrison 2004, 160), así como en algunas significadas tumbas (Spindler et al. 1973-74) del Bronce Final del SW peninsular. La presencia de este objeto alcanza mucha más relevancia si tenemos en cuenta su presencia en la gruta de “El Càrritx” (Lull et al. 1999, 351), seguramente ligado a ritos de teñido de los cabellos, su posterior tonsura y la custodia de los mismos en tubos.
La disposición de la cerámica se concentraba en una estrecha franja de unos 60 cm. justo en el lindero externo del abrigo. Entre los tipos cerámicos utilizados como ajuares podemos destacar pequeñas vasijas de cuerpos globulares, las cuales pudieron agruparse en función de su capacidad en tres categorías distintas: vasos de 120 a 559 cc., entre 550 y 1999 cc y mayores de 2000 cc. Otros tipos cerámicos recuperados son vasos de cuerpos bitroncocónicos, así como pequeños cuencos troncocónicos, ambos de base plana. Estos tipos de recipientes son conocidos en otras necrópolis, como Son Matge (Rosselló y Waldren 1973) y en la gruta menorquina del Càrritx (Lull et al. 1999). En formatos de mayor tamaño están también presentes en asentamientos de hábitat como en la naveta de Son Oms (Pons 1999) o en Es Figueral de Son Real (Rosselló y Camps, 1972). Las series de dataciones radiocarbónicas de esos yacimientos nos indican que estos tipos cerámicos estuvieron vigentes entre el c. 1300/1200 y el c. 850 BC, es decir, a lo largo del Bronce Final, y durante transición hacia la primera Edad del Hierro (cultura Talayótica). Aunque del Coval den Pep Rave no tenemos dataciones absolutas, parece que esta fase de uso puede situarse con bastante aproximación en este periodo, a juzgar por los ajuares funerarios.
No cabe duda que Can Martorellet no será un yacimiento único y seguramente otras grutas naturales habrán sido igualmente utilizadas como cementerios, sin embargo, la falta de excavaciones en otros yacimientos de similares características aconseja no introducirlos en la discusión hasta tener de ellos datos precisos. 2) Nuevos cementerios en abrigos y covachas con cierre ciclópeo Un tipo de necrópolis que parece generarse durante el Bronce Final son aquellas que se ubican en abrigos rocosos, covachas y otras formaciones geológicas similares de escasa profundidad, pero lo realmente novedoso es la construcción de un muro ciclópeo que cierra el recinto funerario. Son conocidos bastantes de estos yacimientos, aunque aquí sólo trataremos aquellos sobre los que ha habido alguna intervención arqueológica y, por lo tanto, tenemos algunos datos para la reconstrucción de los rituales, así como dataciones absolutas que nos permitan encuadrarlos adecuadamente.
Junto al material cerámico es necesario destacar también el hallazgo de un conjunto de punzones de bronce, que son difíciles de datar con precisión debido a la larga pervivencia formal de estos instrumentos metálicos. Además de los punzones se recuperaron los siguientes objetos: Varias leznas o varillas de bronce como las documentadas en la primera fase funeraria de Son Matge (Rosselló y Waldren 1973). Dos puntas de lanza de enmangue tubular, comparables con las halladas en Son Matge, Son Foradat o S’Olivar Vell (Waldren 1982, Delibes y Fernández Miranda 1988). Todo este conjunto metálico puede datarse entre el c. 1000 y el 900 BC, lo que refuerza la cronología relativa que sugiere la cerámica de este horizonte cultural del Coval den Pep Rave.
La mayoría son necrópolis de nueva planta, o al menos hubo una interrupción del uso funerario, tan largo que no puede suponerse ninguna relación entre ambas fases. Otros yacimientos habían tenido otros usos bien distintos, como establos de montaña para ganados trashumantes, que tras su abandono se acondicionan tiempo después como necrópolis. Veamos los yacimientos que permiten una mejor aproximación al problema: a) Coval den Pep Rave Este yacimiento fue descubierto en 1969 por B. Enseñat (1971). Se trata de una pequeña covacha [fig. (5)23, 4] de apenas 12 m2 ubicada en la margen derecha del torrente del Barranco de Biniaraix (Sóller). Años después se realizó una nueva excavación con el fin de completar el conocimiento de la secuencia estratigráfica y cronológica del yacimiento (Coll 1991) y recientemente ha sido objeto de una nueva revisión (Salvà y Calvo 2007). Esta intervención permitió distinguir con claridad dos
Por lo que respecta a los restos humanos, es necesario recordar la mala conservación del depósito funerario correspondiente a esta fase; aún así se localizó una gran abundancia de fragmentos de huesos humanos. En ningún caso se observó que hubiera conexiones anatómicas. La escasa presencia de falanges y huesos pequeños permitió plantear al excavador la hipótesis de que pudiese tratarse 282
de enterramientos secundarios. Por otro lado, los análisis de F. Gómez Bellard (en Coll 1991:83) sobre los huesos humanos evidencian que éstos sufrieron cremaciones una vez el hueso estaba ya esqueletizado. Según Gómez Bellard se trataría de un rito de inhumación secundaria con prácticas de fuegos rituales o cremaciones parciales en el interior del recinto funerario que afectaron a los huesos ya esqueletizados, cuestión que se aviene bien con los datos que pudieron obtenerse en el abrigo de Son Matge, que seguidamente analizaremos.
fuegos y que contiene muy pocos artefactos. La parte superior de este nivel, muy dura, fue interpretada como un posible suelo. Sobre este nivel se asienta un muro de técnica ciclópea que delimitará el área funeraria, la cual se utilizará a lo largo de los momentos finales de la Edad del Bronce y se seguirá utilizando durante toda la cultura talayótica con los enterramientos en cal hasta la conquista romana del lugar. Las evidencias de fuegos y combustiones en este nivel han sido interpretadas por Waldren (1982:165) como rituales de purificación del espacio previos a la construcción de un muro ciclópeo y al uso de esa zona como espacio funerario.
b) Abrigo de Son Matge Otro yacimiento fundamental para el estudio de las prácticas funerarias de Bronce Final es el conocido abrigo de Son Matge [fig. (5)23, 1-3]. Como se recordará, este sitio arqueológico ha ido compareciendo en casi todos los capítulos de este libro, esto es así por que tuvo una larga ocupación como lugar de estabulación de ganados, refugio de pastores y taller metalúrgico desde principios del tercer milenio BC hasta aproximadamente 1520/1510 BC en que se abandona. Lo que ahora nos interesa es la reocupación del abrigo con fines funerarios tras un cierto tiempo de abandono.
Los niveles 9, 8 y 7 de la cata Este están formados por distintos estratos de carbones y cenizas (niveles 9 y 7) o de tierra rubefactada por la acción del fuego (estrato 8). Sin embargo, creemos, a pesar de la interpretación que hace Waldren (1982), que no podemos hablar de estratos claramente superpuestos, sino más bien de unidades estratigráficas que, si ciertamente se superponen en alguna zona, no lo hacen de forma continua en toda el área excavada.
La excavación del Abrigo de Son Matge (Waldren 1982) se realizó en tres zonas diferentes que se denominaron cata Este, cata Central y cata Oeste. A continuación analizaremos exclusivamente los niveles que se relacionan con el momento cultural que estamos analizando (Bronce Final y transición hacia la Cultura Talayótica). El área funeraria de Son Matge se distribuye a lo largo de unos 138 m2 de la cata Este y la Central, que fueron cerradas al exterior por un muro de paramento ciclópeo en el que se aprovecharon algunos grandes desprendimientos de la visera del abrigo.
Con la cautela que toda revisión crítica requiere, sugerimos que estamos ante una dinámica de uso mucho más compleja. Según las publicaciones citadas, el estrato 9 se caracteriza por una capa de carbones y huesos, algunos de ellos quemados, con un espesor que oscila entre los 10 y los 20 cm. de profundidad. El estrato 8 estaba compuesto por una capa rojiza de unos 7 cm. de profundidad cuyo origen se relaciona con las actividades de combustión, las cuales han rubefactado el sedimento. En este nivel se localizaron la mayor parte de los artefactos relacionados con las inhumaciones. Los cuales se encontraron adosados al muro o insertos en los huecos del paramento interno dejados por los grandes bloques de piedra. En general se trataba de objetos cerámicos, de bronce y de hueso.
A lo largo de la Edad del Hierro el abrigo siguió utilizándose como necrópolis, pero las prácticas funerarias a partir del c. 900/800 BC cambiaron de sentido y se introdujeron las incineraciones parciales y la cal. De este horizonte no nos ocuparemos aquí, pero es necesario advertirlo, por que su existencia alteró y en parte destruyó la ocupación funeraria del Bronce Final, hasta el extremo que en muchos trabajos de investigación ambas se suelen confundir o tratar de forma indiferenciada, pasando desapercibida esta fase funeraria.
Para este mismo horizonte funerario, en la cata central del abrigo de Son Matge, el estrato 8 está formado por un nivel de 10 a 20 cm. de espesor compuesto por huesos humanos y carbones. Este estrato parece ser una continuación de los estratos 9-7 de la cata Este. Los restos humanos localizados en esta área presentaban débiles signos de cremación. Igualmente se identificaron los mismos gestos ya descritos de colocar pequeños vasos cerámicos en el muro de cierre [fig. (5)23, 1]. En esta zona se localizaron pocos objetos de bronce, junto con una figura antropomorfa de terracota (Waldren 1982, fig. 114). Por desgracia, los enterramientos posteriores en cal modificaron y dificultaron mucho el estudio preciso de esta zona.
La más antigua ocupación de Son Matge como cementerio parece caracterizarse por una serie de inhumaciones en conexión anatómica, aunque no se puede negar la existencia de posibles reorganizaciones del espacio funerario y movimientos de los restos esqueletizados y, tal vez, la existencia de otras prácticas como algún tipo de cremación o de purificación con fuego del lugar. Este ritual se documenta en los niveles 97 de la cata Este y en los niveles 9-8 de la cata central, cuya secuencia estratigráfica se describe a continuación:
En esta primera fase funeraria de Son Matge se localizó abundante ajuar, compuesto principalmente por cerámica y por objetos metálicos, aunque por su colocación no aparecía que estuviesen asociados directamente a inhumaciones concretas.
El nivel 10 de la cata Este se estructura a lo largo de un estrato muy compacto y con un espesor que oscila entre los 10 cm. en el cuadro 27’5, hasta los 90 cm. en el extremo este del abrigo. Según Waldren (1982: 165) se trata de un nivel que presenta evidencias de intensos
La cerámica puesta al descubierto fue muy abundante, Waldren (1982: 370) llegó a calcular alrededor de unos 283
850 vasos. Sin embargo, la variedad formal era muy reducida y los tipos de vasijas se repetían una y otra vez. Estos recipientes, que imitan formas domésticas, aunque miniaturizadas, se localizaron a lo largo de la cara interna del muro de cierre, o bien clocadas en los espacios dejados por los grandes bloques de piedra del paramento. En ocasiones, los vasos aparecían apilados unos sobre otros.
espada también se localizó un cuchillo, un brazalete, y una aguja. Como en su momento se discutirá, este depósito puede situarse cronológicamente en los inicios del primer milenio, entre el c. 1000 y el 900 BC. Un segundo conjunto de objetos metálicos se localizó en 1968, también en el estrato 7 (Waldren 1982:380). El depósito incluía una cuchilla de hoja triangular y empuñadura maciza, algunas otras hojas triangulares, que no conservaban empuñadura, dos punzones de bronce con una cabeza globular y una cuchilla. Estas hojas triangulares y las de filo semicircular, normalmente se han relacionado con el trabajo de curtidos de cuero.
Estos tipos cerámicos son frecuentes en necrópolis como la del Coval den Pep Rave, ya analizada, o en la cova del Càrritx (Lull et al. 1999), así como en algunas navetas funerarias menorquinas. Mientras que en formatos grandes están presentes en ambientes domésticos, como vemos en los naviformes de Son Oms (Pons, 1999), Son Mercer de Baix, o en el de Clariana (Plantalamor, 1991), como así mismo en el asentamiento de Es Figueral de Son Real (Rosselló y Camps, 1972). Todo ello nos lleva a concluir que se trata de tipos cerámicos propios de contextos típicos del Bronce Final, que en su horizonte más antiguo ninguno remontaría c 1300-1200 BC, mientras que los más modernos pueden situarse hacia c. 900/850 BC.
De forma aislada entre las grietas de las rocas y en los espacios dejados por las piedras del muro ciclópeo, al igual que vimos con los vasitos cerámicos, también se localizaron otros objetos de bronce, entre los que podemos destacar una punta de lanza de enmangue tubular, que puede también datarse entre el c. 1000 y el 900 BC, así como puntas de flecha triangulares con pedúnculo o con aletas y pedúnculo realizadas a partir de láminas planas. Sin que pueda establecerse, como ya hemos dicho, una relación física directa entre estas deposiciones de bronces y las inhumaciones, lo cierto es que, a diferencia de lo que ocurría con el ajuar cerámico, los metales se van depositando, a veces en concentraciones, otras de manera aislada, en la zona de deposición de las inhumaciones. Entre los materiales metálicos debemos distinguir dos grandes grupos funcionales. Un primer grupo, hace referencia a objetos de ornamento personal, como brazaletes o alambres de bronce enrollado, que según los excavadores podrían formar parte de una especie de torques o brazaletes, y, por otra parte, una serie de objetos, normalmente armamento, que constituyen claros símbolos de ostentación de rango con una gran carga simbólica, como podrían ser la espada con mango macizo de pomo, la punta de lanza de enmangue tubular, o incluso las diferentes puntas de flecha sobre lámina plana. Todo ello, nos podría estar reflejando la existenacia de jerarquización social que se deriva del acceso diferencial a los bienes de prestigio. Esta situación originaba en muchas comunidades del Bronce Final (Kristiansen 2001, 115-124) las deposiciones ostentosas de estos mismos bienes por parte de los miembros de la familia o del linaje, seguramente como reafirmaciones ritualizadas de su poder.
Por lo general los vasitos más pequeños aparecieron agrupados a modo de pequeños depósitos. Por lo que respecta a las inhumaciones, éstas se localizaron principalmente en la zona central de la cata Este del abrigo. El comportamiento de separar la deposición del ajuar cerámico respecto a las inhumaciones se ha observado también en otros yacimientos, como por ejemplo en la necrópolis menorquina de El Càrritx, en donde los vasos pequeños solían ubicarse preferentemente junto a la pared oriental cercana a la entrada o próximos al paramento interno del tramo occidental del muro de cierre. Las ollas medianas se localizaron mayoritariamente en hoyos situados bajo tramos de dicho muro (Lull et al. 1999: 206 y ss). En todos los casos, al igual que ocurre en Son Matge, la ubicación del ajuar cerámico está desligado de la inhumación de un individuo determinado; lo que sugiere que el ajuar cerámico parece estar más relacionado con la liturgia funeraria de carácter colectivo, que con ritos u ofrendas asignadas a un individuo concreto. A diferencia del ajuar cerámico, según la descripción y los planos de los excavadores (Waldren, 1982:379, Rosselló y Waldren, 1973), los objetos de bronce, por el contrario, sí parecen estar dentro de la zona de deposición de las inhumaciones. Sin embargo, en ningún caso, se ha podido establecer una conexión directa entre algún conjunto de objetos metálicos depositados y una inhumación particular. En este sentido, más que hablar de un ajuar directo y relacionado con determinados individuos, deberíamos interpretarlo como depósitos de metales, tal vez amortizaciones de carácter votivo, en un contexto claramente funerario.
Entre los objetos de hueso debemos señalar la presencia de botones prismáticos con perforación basal en “V”, de larga tradición en la prehistoria balear, pues hacen su aparición con el complejo artefactual del campaniforme, desde mediados del tercer milenio BC. En la necrópolis de Son Matge los botones de hueso, tanto los de perforación central, como en V, se localizan exclusivamente en las cotas inferiores del nivel de enterramientos de los estratos 9, 8 y 7 de la cata este, a partir de la cota – 140 cm. Es decir, corresponderían a la fase más antigua de esta necrópolis y desaparecerían en los periodos más modernos de la misma (cota -100 a -120 cm), momentos en donde por cronología relativa, parecen
Una de las concentraciones o depósitos de metales más significativos, es la que al parecer se documentó en el estrato 7, a una cota de 120 cm. Según Waldren (1982), este depósito de bronces estaba compuesto por la empuñadura y el inicio de la hoja de una espada de pomo macizo oval o lenticular con apéndice. Junto a esta 284
situarse la mayor parte de las deposiciones de los objetos de bronce ya citados.
cuales tienen paralelos continentales con fechas mucho más modernas.
Estas observaciones coinciden con los análisis de estos objetos realizados en la necrópolis menorquina de El Càrritx. Fruto de un estudio métrico tipológico, los investigadores (Lull et al. 1999, 254) establecen que, si bien los diferentes tipos pueden perdurar, los botones de pequeño tamaño y los fabricados con colmillo de suido constituyen el grupo predominante en el intervalo cronológico que iría del c. 1400 al 1000-900 BC.
Todo ello ha originado un rechazo radical a considerar esta fecha como representativa del origen de la cultura talayótica (Guerrero 1999 a, 31; Guerrero et al. 2002) y, por extensión, fuertes recelos a considerar toda esta panoplia de objetos de bronce como talayóticos, proponiendo (Salvà et al. 2002; Guerrero 2004 c; 2006 b) una más razonable ubicación contextual y cultural en el último tramo de Bronce Final balear (o Naviforme II).
Para concluir con esta cuestión, en Son Matge, como hemos comentado, los botones parecen corresponderse, por su disposición estratigráfica, con las inhumaciones más antiguas (c. 1400/1300-1200 BC), mientras que los depósitos y ofrendas de bronce deben asociarse al tramo final (1000-850 BC) del horizonte funerario.
Recientemente se han dado a conocer (Micó 2005) una serie de dataciones procedentes del recinto Central, antes de que éste fuese ocupado por la necrópolis. Las muestras procedían de mangos de hueso de punzones metálicos, el conjunto de cinco dataciones, aunque algunas tienen también una alta desviación típica, con el efecto de imprecisión consecuente, se agrupan en los intervalos 1550/1400-1000 BC y 1320-910 BC.
A pesar de lo fragmentario de la información, si aceptamos como válida la hipótesis que relaciona los botones de hueso con algún tipo de prenda que tapaba las inhumaciones, la localización de estos elementos en la zona Este, en los cuadros 36-37, y en la cota más profunda de esta fase funeraria (-140 cm), estos objetos nos marcarían la zona que inicialmente fue utilizada como necrópolis, para después extenderse a otros sectores del abrigo.
Estos resultados vienen a reforzar la propuesta que hacemos en estas páginas y que, en resumidas cuentas, vendría a ser la siguiente: desde el tercer milenio, tal vez algo antes, el abrigo venía siendo usado por pastores que practicaban la trashumancia, uso que se extendería hasta 1600/1500 BC. Tras un impreciso periodo de abandono vuelve a utilizarse como necrópolis característica del Bronce Final, función que ya no pierde, aunque a partir de 900/850 BC y durante el talayótico los rituales dan un giro muy importante, introduciendo la cal como componente básico de los ritos funerarios.
A partir de este momento se desarrollaría la primera fase funeraria de Son Matge, con una secuencia de inhumaciones, probablemente en posición primaria, con importantes remocionaes destinadas a optimizar del espacio funerario, que explicaría las pocas conexiones anatómicas documentadas, este horizonte funerario durará hasta un momento cercano al c. 850-800 BC.
Ahora bien, no toda la superficie del abrigo pasó a convertirse en necrópolis al mismo tiempo. Al menos durante gran parte del Bronce Final (Naviforme II), la zona funeraria se centró en el área Este del abrigo, como parece desprenderse de las dataciones obtenidas en la cata central y que son anteriores al uso de esa zona como recinto funerario. Este hecho nos marca una sorprendente dualidad de funcionamiento del abrigo: posible centro de producción metalúrgica en la zona central y estación funeraria en la zona Este. Esta dualidad la volvemos a encontrar en unas fechas (QL-986) ligeramente posteriores (1130-840 BC) con la ubicación de un horno de cerámica en el área Oeste y el mantenimiento de la zona Este como recinto funerario (Waldren, 1982).
Una vez analizados los materiales arqueológicos relacionados con esta zona funeraria resta por comentar las pocas informaciones disponibles sobre las inhumaciones. La mayor parte de ellas se localizaron en la zona central, tanto de la cata Este, como Central. La presencia de restos articulados entre algunos de los huesos documentados sirvió de base a los excavadores para proponer la existencia de inhumaciones primarias en conexión anatómica que posteriormente sufrirían algún proceso de cremación no lo suficientemente intensa para hablar de rituales de incineración. Este proceso de cremación sería la que habría generado los niveles de cenizas, carbones y tierra rubefactada que caracterizan los niveles 9, 8 y 7 de la cata este y los correspondientes 9 y 8 de la cata central.
En un momento difícil de precisar, aunque, a la luz de la cronología relativa proporcionada por los materiales arqueológicos, deberíamos situar en torno al c. 1000- 900 BC, observamos un cambio significativo en los depósitos funerarios. En primer lugar, el área de cementerio se agranda incorporando todo el recinto Central. En segundo término, aumenta de manera sensible tanto la cantidad como el tipo de deposiciones de metales.
Para toda esta compleja fase funeraria únicamente se obtuvo una datación radiocarbónica (Y-2667) que adolece de una fuerte imprecisión debido a la alta desviación típica de la edad convencional del C14; por lo tanto, el resultado traducido a años de calendario (17501200 BC) es poco resolutivo para encuadrar adecuadamente este horizonte funerario de Son Matge. Por otro lado, además de impreciso, el extremo alto resulta excesivamente antiguo para asociarlo a la fase de la necrópolis en la que se depositaron los objetos de bronce (lanza de enmangue tubular, cuchillas etc), los
Las dataciones radiocarbónicas más antiguas de la fase funeraria talayótica de Son Matge se sitúan entre el c. 900 y 800 BC, cronología absoluta que resulta coherente con los tipos de ajuares de algunos materiales documentados en los primeros estratos de cal como las espadas y los puñales de antena. Este horizonte funerario talayótico de las inhumaciones e incineraciones con cal corresponde ya 285
a la Edad del Hierro y no será objeto de estudio en este libro.
corresponda a esta época y no a la Edad del Hierro como se había supuesto (Amorós 1974).
Otros muchos yacimientos presentan características muy similares, aunque la información que nos proporcionan es mínima, debido a que no han llegado en condiciones de poder ser estudiados por antiguos expolios, pasamos a realizar un repaso de ellos a título casi de inventario:
La complicada secuencia estratigráfica del yacimiento de Son Maimó se estructura, según las descripciones que de los dos sectores excavados hacen sus autores, en cuatro grandes fases en las que se incluyen los 11 estratos de Maigí (1974) y los 6 de Veny (1977). El nivel más antiguo se asocia a un ritual de inhumación colectiva probablemente en conexión anatómica. Éste sería el que debemos considerar propio del Bronce Final. Mientras que el segundo nivel se correspondería ya con una fase de inhumación en cal, propia de la Edad del Hierro.
c) Covachas-abrigos de Cala Pi Se trata de dos pequeños abrigos con cierre ciclópeo que se abren uno casi frente al otro en sendas paredes del barranco que desemboca en Cala Pi. El más singular de los dos es Cala Pi nº 1 (Guerrero, 1978), se caracteriza principalmente por la presencia de un cierre ciclópeo [fig. (5)25] con un portal adintelado que da acceso a un corredor de planta ligeramente oval, en cuyo tramo final aparece inserta una losa perforada de abertura cuadrangular. Este elemento es único en Mallorca, aunque en Menorca se conoce otro caso de presencia de losa perforada en el cierre ciclópeo del abrigo de Sa Muntanyeta, en Ciutadella.
El tercer nivel estaba compuesto por inhumaciones colectivas en conexión anatómica, muchas de las cuales contenidas en receptáculos funerarios individuales de diferente tipo, entre los que podríamos destacar: las parihuelas, las cajas funerarias descubiertas, cajas funerarias con tapadera, y ataúdes antropomorfos. Un cuarto nivel estaba formado por inhumaciones colectivas, junto a inhumaciones con receptáculos funerarios infantiles (urnas de cerámica), ambos rituales asociados al ritual de enterramiento en cal.
Lo singular de este muro de cierre, frente a otros conocidos, además de la presencia de losa perforada, es la doble técnica empleada en su construcción: mientras que el paramento externo no difiere de lo habitual, levantado con grandes bloques horizontales, el interno está constituido por grandes losas ortotáticas que rememoran las que forman las cámaras de los dólmenes. Delante de este muro de cierre, en una cota ligeramente más baja, se conservan restos de otro muro ciclópeo tal vez pertenecientes a un aterrazado o incluso a un cerramiento más antiguo.
Por encima de estos niveles arqueológicos se documentaba un último nivel compuesto por los bloques de piedras de la cubierta de la cueva caída. El único horizonte funerario que nos interesa aquí es el más antiguo. A grandes rasgos podríamos estructurar este nivel inferior en dos grandes estratos sedimentarios: El primero, más antiguo y profundo, se correspondería con el nivel 11 (Maigi 1974). Este estrato estaría compuesto por un sedimento arcilloso de color amarillento u ocre claro, compacto. El cual, según las descripciones realizadas, parece ser un estrato natural en el que no se hallaron restos arqueológicos. En el segundo estrato, con la misma formación sedimentaria que el anterior, se documentaría ya la presencia de inhumaciones.
Las losas perforadas constituyen en Mallorca un anacronismo durante el Bronce Final, aunque no así en Menorca donde este elemento es común en las navetas funerarias, en cualquier caso son por completo desconocidas asociadas a los cierres ciclópeos de las cuevas, salvo la excepción citada.
Si bien la información disponible para este nivel es muy reducida debido a lo fragmentario de los restos hallados y a las confusas descripciones publicadas, parece que nos encontramos ante un nivel de inhumaciones colectivas probablemente en conexión anatómica si atendemos a la descripción que realiza Veny (1977, 119) para el estrato 6 “recogiéronse varios cráneos muy fragmentados y pudo ser observada la posición de dos individuos muy próximos el uno del otro que aparecían inclinados y plegados con la cabeza situada al oeste”. Sin embargo, a pesar de que se conservaban unas pocas conexiones, la mayoría de los restos humanos de este nivel de inhumaciones aparece muy fragmentado y sin conexiones anatómicas claras.
El suelo del abrigo aparece a roca pelada, por lo que su contextualización cultural es problemática. Un segundo abrigo, igualmente con cierre ciclópeo, se abre en la pared opuesta del torrente. Los únicos elementos que claramente se pueden ubicar en esta fase del Bronce Final son los cierres ciclópeos de ambas necrópolis y, por otro lado, su semejante ubicación con las necrópolis menorquinas en barrancos como las del El Càrritx y Cova des Pas, entre otras muchas. d) Son Maimó (Petra) Es muy posible que esta interesante necrópolis talayótica de la Edad del Hierro fuese originalmente, como intuyó C. Veny (1977, 151), una covacha natural reconvertida posteriormente en cueva artificial con columnas exentas. Es imposible, a partir de la lectura de los datos publicados aclarar si el muro ciclópeo que cerraba la cueva se construyó antes o después de la reconversión de la covacha en hipogeo funerario, aunque a la luz de lo que ahora se conoce sobre las necrópolis del Bronce Final balear, todo permite suponer que efectivamente
En la zona excavada por Amorós, entre este nivel y el siguiente se documentaba una delgada capa de tierra rubefactada de 2-3 cm de grosor que los separaba claramente (Amorós 1974: 145). Por encima de ella aparecen los diferentes niveles de enterramientos con sarcófagos y evidencias de fuegos.
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El análisis de la cultura material asociada a este nivel de inhumaciones, seguramente del Bronce Final, presenta problemas ante la dificultad de asociar de manera clara alguno de los materiales documentados a cada uno de los niveles descritos.
corresponde a una temporalidad limítrofe entre el Bronce Final y la definitiva consolidación de la cultura Talayótica. Recientemente se ha sabido (Van Strydonck 2005; Micó 2005, 382) que este fenómeno ha sido observado también en Son Fornés, donde una falange de una mano apareció en las proximidades del talaiot nº 2. Tampoco pudo identificarse la existencia de una tumba y el conocimiento que aún tenemos de las circunstancias del hallazgo es confuso. Los restos han sido datados (KIA-23147) con un resultado, 900-770 BC, prácticamente idéntico al de Son Mas, lo que podría confirmarnos que las prácticas funerarias consistentes en la inhumación individual en tumba a cielo descubierto estuvieron presentes también durante el Bronce Final, aunque tal vez de forma residual y muy minoritaria.
A grandes rasgos los recipientes cerámicos hallados en el nivel inferior de Son Maimó pueden estructurarse en tres grandes grupos. El primero lo constituyen pequeños vasos, de base plana y cuerpo troncocónico. Variantes parecidas las encontramos en yacimientos como Son Matge y Cárritx. El segundo grupo estaría formado por recipientes más grandes de base plana y cuerpo ovoide vertical. El tercero viene represetado por una única pieza de cuerpo hemisférico, de base plana umbilicada y fondo convexo, con borde divergente curvado y labio redondo con engrosamiento exterior. Todo este conjunto cerámico nos situaría en un momento cronológico 1000-800 BC.
4) Caracterizando las prácticas funerarias del Bronce Final
Se hallaron también dos placas circulares de bronce de 6,5 cm. y 5,8 cm de diámetro. Ambos presentan una decoración a base de 4 círculos concéntricos y un apéndice en el centro. Discos parecidos se han documentado en los yacimientos de Son Matge Cárritx ya citados. Junto a ellos debemos señalar la aparición de ocho puntas de lanza de enmangue tubular, con estrechas aletas y un fuerte nervio cilíndrico. Tipos parecidos se han documentado en el yacimiento de Son Matge, Son Foradat o S’Olivar Vell (Delibes y Fernández Miranda 1988). Por lo tanto, los materiales de bronce de este horizonte pronostican una cronología entre el c. 1000 y el 700 BC, aunque, afinando un poco más, deben señalarse como referentes de estas piezas metálicas las dataciones radiocarbónicas de seis puntas de lanza de la ría de Huelva a partir de los restos de astil conservados en algunas de ellas, que fechan allí estos objetos hacia 950/900 BC (Almagro 1977, 524-525), por lo que parece sugerente situar el horizonte antiguo de Son Maimó no mucho más moderno de c. 900 BC.
De todo lo anteriormente expuesto se deducen algunos rasgos comunes que parecen caracterizar al mundo funerario del Bronce Final (Naviforme II), hasta la transición hacia la Cultura Talayótica: 1.- Por lo que respecta a los espacios funerarios en Mallorca, parece generalizarse la utilización de abrigos rocosos y cuevas naturales, en los que en un momento inicial (c. 1400-1300 BC) se les construyen cerramientos ciclópeos, en algunos casos con portales adintelados que delimitan el espacio funerario. Este tipo de necrópolis tienen su equivalente en Menorca en las contemporáneas necrópolis de Mongofre Nou, El Càrritx, El Forat de Ses Aritges y algunas de las más antiguas covachas de Cales Coves. 2.- El ritual funerario documentado en esta fase del Bronce Final es de inhumación de tipo colectivo. Queda aún pendiente de una contrastación inequívoca, si se trata de inhumaciones secundarias, como podría deducirse de algunos pocos indicios procedentes de Coval den Pep Rave, o de inhumaciones primarias, como puede intuirse en Son Matge y Can Martorellet para Mallorca, o Cárritx, Ses Aritges y Cova des Pas para Menorca. En cualquier caso, se observa una gestión compleja del espacio funerario, con acciones de desplazamiento y amontonamiento tanto de los restos óseos, en especial los cráneos, como del ajuar. Esta tradición funeraria hunde sus raíces como mínimo en las prácticas funerarias del epicampaniforme observadas en las sepulturas dolménicas y en la covacha de Son Marroig, seguramente permanecieron a lo largo del Bronce Antiguo, como parece sugerir la cueva de Son Puig (Waldren 1982, 201202, plano 5a, vol 3) y, por lo que vemos, siguieron vigentes en algunas necrópolis del Bronce Final.
3) ¿Inhumaciones individuales a cielo descubierto? Algunos grupos humanos durante el Bronce Antiguo practicaron una tradición funeraria muy mal identificada en las islas. Se trata de inhumacionae individuales a cielo descubierto (Guerrero et al. 2005), como las cuatro halladas en el abrigo de Son Gallard. La fragilidad de estas estructuras funerarias superficiales seguramente ha contribuido a su complicada conservación y, por lo tanto, a que pasen desapercibidas para la investigación. Durante el Bronce Final (Naviforme II), tumbas como las de Son Gallard son desconocidas en Mallorca. Sin embargo, no puede descartarse por completo su existencia, como parecen indicar algunos indicios; por ejemplo, en la excavación del área circundante al santuario talayótico de Son Mas aparecieron algunos restos humanos, desconectados (comunicación personal de W. Waldren), sin que pudiera identificarse con claridad la existencia de una tumba. La posición estratigráfica parecía indicar que los restos humanos habían sido alterados por la construcción del santuario. La datación radiocarbónica (UtC-4675) de estos restos proporcionó una fecha integrada en el intervalo temporal 900-780 BC, lo que parece evidenciar que la edificación de dicho santuario destruyó una tumba que
No se documenta un tratamiento de deposición individualizado. La cueva o el abrigo natural constituyen un gran contenedor funerario que acoge a individuos sin distinción de sexo y edad. Las ofrendas cerámicas no aparecen ligadas a los individuos, sino al colectivo social. En algunos casos como Son Matge o Coval den Pep Rave, parece observarse algún ritual de cremación de los cadáveres, o algunas prácticas de purificación del espacio 287
con fuego. Como hemos visto en Coval den Pep Rave, parece que este proceso se realizó cuando los cuerpos estaban totalmente esqueletizados.
arriba, con la boca abierta, expresando admiración, o tal vez intentando articular palabra. La segunda talla representa a un ser zooantropomorfo, como nos indican los cuernos cortos y de forma cónica. Tiene ojos rasgados, nariz alargada y chata, mientras que la boca se abre en un rictus horizontal y amplio, y en el mentón parece insinuarse una barba. Todo ello le confiere un semblante hierático, solemne y misterioso. Las tallas fueron datadas mediante análisis de C-14; el busto zooantropomorfo (Beta-110138) proporcionó una fecha contenida en el intervalo 1440-1190 BC, mientras que el antropomorfo (Beta-110137) tuvo un resultado algo más moderno, 1310-980 BC. Sin embargo, al ser ambas muestras de vida larga, los investigadores coinciden en situar el contexto hacia el 1000 BC.
Con el paso del tiempo aparecen indicadores de rango y estatus como nos indican las deposiciones de objetos de bronces con alto contenido simbólico ligado al poder, como pueden ser las espadas, lanzas, las agujas o pasadores y otros objetos metálicos ya señalados. Este proceso se intensifica hacia el 1000 BC y parece ir en aumento hasta los inicios de la cultura talayótica. 3.- Esta tradición de inhumaciones colectivas, así como el uso funerario de estos yacimientos parece finalizar en un momento cercano al c 850 BC. Tanto en Mallorca, como en Menorca, en estas fechas se abandonan muchas de las necrópolis características de esta fase como El Càrritx, Mongofre y Cova des Pas.
El descubrimiento de este santuario supuso abrir una inesperada puerta en el panorama de la investigación del Bronce Final de las Islas, puesto que hasta entonces sólo se disponía de datos escasos y generalmente descontextualizados que señalaran interés de las comunidades del bronce por aspectos religiosos o ideológicos. Entre ellos cabe mencionar la terracota oculada de Son Matge [fig. (5)23, 3] o el falo de piedra localizado en los naviformes de Son Maiol (Rosselló 1968) de cronología muy insegura. Sin embargo, las tallas de la Cova d’Es Mussol han supuesto el hallazgo de un conjunto cerrado y bien contextualizado, lo que permite una mejor aproximación al campo de las creencias y de la ideología de las comunidades baleáricas del Bronce Final.
Lógicamente las trasformaciones que se observan en el mundo funerario al final de la Edad del Bronce constituyen un indicador seguro de los importantes cambios que se venían gestando en las comunidades del Bronce. Parece como si los rituales funerarios que habían venido ejerciendo un fuerte papel en la cohesión de los grupos sociales, estructurados sobre una base parental, pierdan peso, observándose en las primeras centurias del primer milenio, un traslado a nuevos ámbitos de cohesión, esta vez de orden político territorial que se manifiesta en la aparición y proliferación de una arquitectura edilicia o de prestigio como los talaiots y turriformes escalonados y, en definitiva, en torno a un control simbólico y efectivo del territorio de la comunidad (Calvo e.p.) a través de la arquitectura edilicia o de prestigio, distinto del que había sido habitual durante el Bronce Naviforme. Todo ello se produce ya coincidiendo con el inicio de la Edad del Hierro y no corresponde tratarlo en este volumen.
Sin duda, los bustos, junto con los personajes representados en ellos y la propia ubicación de los mismos componen un lenguaje simbólico de inequívoco significado religioso, aunque su lectura comporta mucha dificultad de interpretación. Para empezar, el propio lugar sacro en un acantilado de acceso sumamente difícil, pues necesariamente se debía descender por la pared del acantilado con grave riesgo para la integridad de los visitantes, o bien subir directamente desde el mar, lo que aún resulta más difícil y arriesgado, es ya una ubicación de claro contenido simbólico, como lugar de contacto, o de paso. Una vez en la gruta, las estatuillas se localizaban en uno de los lugares más recónditos y oscuros, sólo iluminado por la luz de las llamas encendidas en las cerámicas que hacían las veces de candil. Con todo ello se conseguía un ambiente mistérico, propicio para ritos secretos e iniciáticos, al que muy pocas personas podrían acceder.
V.6. Las Cuevas santuario de Menorca: la Cova d’Es Mussol En 1997 se produjo otro sensacional hallazgo en la isla de Menorca: la Cova d’Es Mussol (Lull et al. 1999), de la que ya hemos hablado en otros capítulos de este mismo libro. Sin embargo, en este momento del Bronce Final que ahora analizamos, nos interesa una zona concreta de esta cueva, ubicada sobre un acantilado marino y de muy difícil acceso. En la denominada Sala 3, un lugar de acceso angosto y difícil, se localizaron una serie de objetos de madera y cerámica de interés excepcional. En una pequeña sala, de dimensiones muy reducidas, y totalmente sellada mediante unas lajas de piedra, se localizaron los restos de al menos, tres tallas de madera, junto a dos vasos candil que originalmente las iluminaban. De las tres tallas, sólo dos [fig. (5)12, 6-7] permiten identificar la imagen representada. La primera, evoca una figura antropomorfa del tamaño de un puño. Resulta de una expresión viva, tratada con gran realismo; presenta el rostro ligeramente inclinado mirando hacia
El busto zooantropomorfo tal vez evoca un personaje con atributos sobrenaturales, al que acuden algunos humanos para implorar sus dones, como tal vez parece que se quiso indicar con la segunda escultura de rostro humano, con gesto entre implorante y admirado. La colocación de ambos bustos no es baladí; de esta forma, el antropomorfo se situaba en una repisa rocosa a mediana altura, mientras que en una posición claramente inferior y mirándola se colocó el busto masculino.
288
V.7. El Bronce Final precolonización fenicia
en
las
Pitiusas.
La
radiocarbónicas comentaremos.
de
Formentera,
que
seguidamente
La crónica falta de investigaciones arqueológicas centradas en la prehistoria de las Pitiusas afecta, como no podía ser de otra manera, al periodo que ahora nos ocupa. Hasta tal extremo esto es así que durante décadas algunos investigadores (Gómez Bellard y San Nicolás 1988; Gómez Bellard 1995; Vidal 1996, 101) mantuvieron la tesis de un despoblamiento de las islas durante el primer milenio BC, de tal manera que, según estos investigadores, los fenicios habrían encontrado un paraíso desabitado desde el que operar en estos confines del Mediterráneo.
Por lo que respecta a los depósitos de objetos de bronce [fig. (5)21] en las Pitiusas, por seguir con argumentaciones que ya hemos repetido en más de una ocasión, es difícil y artificioso no encontrarles una explicación similar a los otros muchos que durante el Bronce Final se produjeron, tanto en las Baleares (Delibes y Fernández-Miranda 1988), como en el continente (Kristiansen 2001). Ciertamente no se conoce el contexto, pues se trata de hallazgos sin control arqueológico, pero esto mismo pasa con la mayoría de los baleáricos.
El hilo argumental de este planteamiento se sostenía, principalmente, en la errónea creencia de que los asentamientos naviformes de Formentera eran manifestaciones propias del segundo milenio BC, abandonados no después de c. 1250 BC, como en aquel entonces se pensaba que había ocurrido en las Baleares. De esta forma, los numerosos hallazgos de depósitos de objetos metálicos no podían constituir, según estos investigadores, manifestaciones de una población indígena, aunque tal vez demográficamente poco importante, sino de las actividades comerciales de fenicios en los momentos previos a la ocupación de las islas vírgenes.
Durante la colonización fenicia no se conoce un solo caso de amortización, depósito votivo, o simplemente escondrijo de objetos metálicos efectuado por los propios colonos, por lo que resulta difícil admitir que este tipo de práctica, nunca documentada entre los colonos fencios, sólo hubiese tenido lugar en las Pitiusas. Los objetos de bronce de las Pitiusas, al igual que los de las Baleares, especialmente las hachas de apéndices, los encontramos en asentamientos fenicios como, por ejemplo, la Fonteta y otros muchos, pero siempre en el contexto de talleres de fundidores o como reservas de mercancías a la espera de su redistribución. Sin embargo, en la periferia aborigen, entre la que debemos contar el archipiélago balear, las deposiciones votivas, destrucciones rituales o los simples atesoramientos de bienes de prestigio, son estrategias ritualizadas ligadas a la exaltación del rango y consolidación del poder (p.e. Kristiansen 2001, 89) muy extendidas entre las comunidades del Bronce Final.
Estos planteamientos fueron criticados en varias ocasiones (Costa y Benito 2000; Costa y Guerrero 2001; 2002); sin embargo, los errores de antaño, en parte explicables por el estado de la investigación en aquellos años, lejos de servir de reflexión para una revisión actualizada de la prehistoria reciente de las Pitiusas, han terminado por convertirse para algunos en un tópico aun recientemente defendido (Gómez Bellard 2003) contra viento y marea, aunque ni el registro arqueológico, ni el contexto cultural de Europa durante el Bronce Final lo verifiquen.
Con todo, y aún reconociendo que apenas sabemos nada de la entidad arqueológica propia del Bronce Final Pitiuso, los mejores y más sólidos argumentos para sostener que una población indígena habitaba ambas islas en los momentos anteriores, y aún en la fase inicial, del asentamiento fenicio en las islas, procede de las dataciones radiocarbónicas sobre huesos humanos y de fauna doméstica, que ahora pasaremos a comentar.
No volveremos a insistir en aspectos desarrollados en páginas anteriores, y conocidos ya desde hace años (Calvo y Salvà 1997; Lull et al. 1999; Calvo et al. 2001; Salvà et al. 2002), pero debemos recordar que los poblados naviformes siguen habitados hasta 900-850 BC. Lo que en términos de cronología radiocarbónica supone que los encontramos aún en uso, no ya en un momento precolonial, sino con las primeras factorías fenicias occidentales funcionando a pleno rendimiento, como nos indican la extensa serie de dataciones absolutas en contextos fenicios y/o en comunidades aborígenes (Torres 1998; Mederos 2005) que están recibiendo ya productos elaborados en el propio Occidente. En esta misma temporalidad hay que incluir igualmente Cartago (Docter et al. 2005).
Una comunidad humana habitaba la isla de Formentera y estaba gestionando la fortificación costera de Sa Cala (Ramón y Colomar 1999), cuya función se ha relacionado con la red de asentamientos costeros del Bronce Final balear (Guerrero 2006) que integra todas las islas del archipiélago, sobre esta misma cuestión se volvera a insistir en un próximo capítulo. Los materiales cerámicos procedentes de las últimas excavaciones, especialmente las vasijas toneliformes, apuntaban a una cronología paralela a sus equivalentes en las Baleares, que estuvieron en vigor entre c. 1300 y 850 BC. Sin embargo, han sido dos dataciones radiocarbónicas (Van Strydonck et al. 2005) las que han permitido confirmar esta cuestión, más allá de toda duda razonable. Se trata de dos dataciones (KIA-20215 y KIA-20222) obtenidas sobre colágeno de fauna doméstica, ambas afectadas de la imprecisión originada por la trayectoria amesetada de la primera Edad de Hierro. Aún así los intervalos de más alta probabilidad sitúan la primera hacia 810-760 BC y la segunda, prácticamente coincidente con la anterior 810-750 BC.
Lo que resulta también coherente con la primera presencia de objetos fenicios entre las comunidades aborígenes de las Baleares, 900-790 BC, y las primeras tumbas fenicias en Ibiza, 930-800 BC (Fernández y Costa 2004), como desarrollaremos con más detalle en un epígrafe posterior. Por lo tanto, la posibilidad de que el asentamiento formenterense de Cap de Barbaria II estuviese aún ocupado hacia c. 850/800 BC no sólo se hace verosímil, sino altamente probable, a tenor de las modernas dataciones
289
Sin abandonar Formentera, conviene recordar que el asentamiento de naviformes Cap de Barbaria II también tiene otra datación radiocarbónica sobre colágeno de herbívoro13, la cual nos indica una persistencia de gente en el mismo hasta fechas relativamente tardías. Por desgracia está datación sufre un mas alto grado de imprecisión que las anteriores por lo mismos motivos, con un intervalo de probabilidad (al 95.4%) que se extiende entre 760 y 380 BC. Atendiendo a la naturaleza del asentamiento parece altamente improbable que estuviese habitado durante el siglo IV BC, salvo un anómalo caso de pervivencia aborigen, Más extraño aún sería que un campesino púnico tuviese por vivienda un naviforme en esos momentos. Sin embargo, no sería tan extraordinaria una perduración del asentamiento prehistórico en fechas próximas al 760 BC; si tenemos en cuenta que entre 850/800 BC aún había muchos poblados naviformes sin abandonar en las Baleares.
la temporalidad que nos marcan las dataciones de la necrópolis ibicenca. Por todo ello, este pequeño cementerio de Can Sergent no debe considerarse algo fuera de lugar, sobre todo teniendo en cuenta que en la zona geográfica continental con más fácil comunicación con las Pitiusas, son conocidas necrópolis a cielo descubierto del Bronce Final, que conectan también con la primera fase de asentamientos fenicios en la costa. Una de las mejor investigadas es la de Les Moreres de Crevillente (González Prats 2002), si bien es cierto que el ritual aquí es la incineración y no la inhumación. En cualquier caso, la presencia de al menos un individuo incinerado en Can Sergent nos indica que este ritual estuvo también presente entre las tradiciones funerarias de esta necrópolis, cuya entidad verdadera no puede valorarse por la mala conservación del yacimiento. No olvidemos tampoco que los contactos con el área alicantina podemos también intuirlos a través de la producción de hachas de apéndices laterales y, sobre todo, los lingotes de apéndices laterales, que recuerdan por su forma las hachas, pero cuyas láminas son tan delgadas que no pueden ser consideradas ya como verdaderos instrumentos. Uno de cuyos talleres, que se localizaba precisamente en Penya Negra de Crevillent (González Prats 1983: 177), fundió hachas idénticas a las de la Sabina y Can Pere Joan. Han aparecido también en la fase III del asentamiento fenicio de La Fonteta de Alicante (González Prats 1998, González Prats y Ruiz 1999) que se fecha en cronología convencional entre 670 y 635 aC.
Si observamos lo que pasa en la vecina Ibiza por estas mismas fechas, ciertamente apenas tenemos indicadores arqueológicos de una población aborigen con mediana densidad demográfica. Pero no es posible dejar fuera del discurso varias dataciones, técnicamente válidas, sobre huesos humanos, por cierto, ya conocidas en los tiempos de la gestación del mito de las islas deshabitadas. Se recordará que en su momento, en capítulos anteriores, fue analizado el yacimiento cercano a la ciudad de Ibiza conocido como Can Sergent, aquel que durante algún tiempo fue erróneamente identificado como dos sepulcros de corredor. Una vez abandonado, y cuando seguramente ya estaba en ruinas, éstas se utilizaron como pequeño cementerio de tumbas individuales identificándose (González Martín y Lalueza 2000), en número mínimo de individuos, siete varones, una mujer y uno infantil. Entre los restos de Can Sergent se localizó también un cráneo adulto quemado. De esta pequeña comunidad inhumada en Can Sergent se obtuvieron dos dataciones radiocarbónicas sobre muestras de huesos humanos. La primera de ellas proporcionó un intervalo cronológico de 1000-760 BC, mientras que la segunda, algo más moderna, está afectada de la nefanda imprecisión propia de las calibraciones de la Edad del Hiero, pero aún así el resultado 820-390 BC no puede ser despreciado, por razones similares a las expuestas para Cap de Barbaria II.
Sea como fuere, una necrópolis con al menos nueve individuos y dos dataciones radiocarbónicas, técnicamente válidas, que apuntan a la existencia de una pequeña comunidad que vivió entre el 1000 y el 760, tal vez con una perduración indeterminada, no puede ser borrada del mapa de la discusión científica sólo por que no corrobore determinados planteamientos apriorísticos. Por lo tanto, no sólo parece que las Pitiusas estaban habitadas durante el Bronce Final, sino que algunos de sus habitantes pudieron efectivamente convivir con los primeros comerciantes fenicios que les abastecían de los objetos de bronce que después eran atesorados y eventualmente depositados y amortizados ritualmente, como por otro lado parecen corroborar las dataciones radiocarbónicas de las tumbas fenicias del Puig des Molins, antes citadas.
Durante el Bronce Final no se han podido identificar en las Baleares necrópolis de tumbas individuales como las de Can Sergent; sin embargo, algunos indicios nos llevan a pensar que su existencia no fue del todo desconocida, al menos en Mallorca, como ya vimos en su momento. Precisamente la falange humana aparecida en los aledaños del talaiot nº 2 de Son Fornés (Van Strydonck 2005; Micó 2005, 382), aunque la tumba no pudo identificarse, ha sido datada en el intervalo 900-780 BC; y a ella ha venido a unirse igualmente los posibles restos de otra tumba individual arrasada por la construcción del santuario de Son Mas con una datación de 900-780 BC, prácticamente coincidente con la anterior. Por lo tanto, ambas prácticas funerarias mallorquinas son grosso modo coincidentes con
V.8. Sistema regional de intercambios y relaciones con el exterior Este capítulo intenta presentar el estado actual de la investigación14 sobre uno de los aspectos menos tratados en la historiografía de la prehistoria balear: los intercambios durante el Bronce Final (c. 1300-850/800 BC). Puesto recientemente de relieve (Guerrero 2006; 14
13
Algunas ideas sobre esta cuestión fueron ya anticipadas (Guerrero 2000; Salvà 2003) en un momento muy embrionario de los estudios, que las investigaciones posteriores están poco a poco consolidando.
UtC-8320: 2393 ±43BP [750 (95.4%) 380 BC].
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2007) tras la revisión de una serie de yacimientos costeros, algunos conocidos desde antiguo (Guerrero 1981), pero no adecuadamente valorados en su momento.
ejemplo, que los cambios en el equipamiento metálico y la aparición de importantes cantidades de bienes de prestigio y signos inequívocos de rango, como las espadas, espejos, alfileres, pectorales, diademas, etc, se produjo realmente en el seno de las comunidades del Bronce Final, las cuales vivieron un momento de gran esplendor entre el 1300 y el 1000/900 BC.
Algunos de estos asentamientos habían sido relacionados con necrópolis hipogeas en acantilados de la cultura talayótica. De la misma forma que se planteó la posibilidad de que tal vez fuesen asentamientos coloniales o de “indígenas muy aculturizados” (Plantalamor 1991, 569-584; 1991 a). Las primeras campañas de excavación en uno de ellos, Cap de Forma Nou (Plantalamor et al. 1999), han aportado datos interesantes sobre la naturaleza de estos yacimientos, incluida una reveladora serie de dataciones radiocarbónicas (Van Strydonck et al. 2002), aunque el equipo de investigación siguió considerándo como sincrónicas manifestaciones que nada tienen que ver en el tiempo15. Este desenfoque cronológico situaba la primera frecuentación de algunos de estos asentamientos, como Cala Morell, en “época clacolítica”, así como su continuación en época colonial púnica. Aunque, ni lo uno, ni lo otro, ha podido ser contrastado en el registro arqueológico, sino lo contario: unos inicios no anteriores a c. 1400 BC y abandonos generalizados hacia 850 BC. La relación funcional que los autores establecen entre estos elementos costeros y el mítico derrotero señalado por los topónimos griegos terminados en oussa, o “ponte delle isole” (Plantalamor et al. 1999, 112) es inaceptable a la luz de los conocimientos actuales sobre derroteros antiguos (Guerrero 2004; Arnaud 2005), y como así mismo hemos vuelto a refutar extensamente en el capitulo primero dedicado a los condicionamientos biogeográficos.
El origen de una de estas líneas de investigación arranca en realidad de la década de los años ochenta cuando un largo e intenso programa de investigación sobre la colonización púnica de Mallorca (Guerrero 1997), centrado en la excavación de la factoría del islote de Na Guardis, nos obligó a una prospección intensa de toda la costa del Sur y Este de Mallorca, con especial atención a los islotes costeros. Desde un primer momento (Guerrero 1981) se pudieron diferenciar dos periodos distintos en su frecuentación: algunos de ellos, como Na Moltona, en la Colonia de Sant Jordi, sólo proporcionaban hallazgos claramente anteriores a la presencia de comercio clásico en las islas; otros, como Na Galera, en Palma, tenían obvias evidencias de frecuentación prehistórica, aunque también una posterior presencia centrada en el siglo III aC; mientras que, en algún caso, como ocurre en el Illot d’en Sales de Calvià (Guerrero 1989) sólo parecía haber sido utilizado muy puntualmente durante la segunda Guerra Púnica, sin rastro de materiales aborígenes en el mismo, ni tampoco posteriores a este evento histórico. Por lo tanto, claramente podían deducirse dos modelos distintos de uso de los islotes: el primero respondía a una presencia aborigen, que en el estado de la investigación en aquellos años no permitió valorar adecuadamente; el segundo era fruto de una estrategia colonial protagonizada por los púnicos ebusitanos, cuya base central radicaba en el islote de Na Guardis, aunque otros muchos lugares costeros habían sido igualmente acondicionados para facilitar una explotación integral del territorio y la navegación de cabotaje, como en el capítulo correspondiente veremos.
Desde hace unos años estamos llevando a cabo una revisión profunda de este tipo de asentamientos para buscarles un sentido en el contexto de los cambios que se producen en las comunidades isleñas durante el Bronce Final. Aunque el proyecto de investigación no ha finalizado, ha permitido ya elaborar una propuesta de modelo funcional (Guerrero 2006, 2007; Guerrero et al. 2007) ligado a las redes de intercambio local y seguramente regional que tanta importancia tuvieron durante esta fase de la prehistoria. Por extensión, estos nuevos planteamientos han permitido también dar un vuelco radical a la visión que hasta no hace mucho se tenía de las formaciones sociales que durante el segundo milenio habitaron las islas, las cuales fueron generalmente consideradas como un sistema cerrado y autárquico, apenas sin evolución hasta la emergencia de la cultura talayótica.
La bahía de la Colonia de Sant Jordi [fig. (5)43, 1] nos ofrece un magnífico y paradigmático ejemplo de estos dos modelos de uso de la costa y la navegación de cabotaje, los cuales responden también a sistemas e intereses económicos bien distintos. Los islotes de Na Moltona y Na Guardis están muy próximos el uno del otro, por lo tanto, a efectos de cubrir las necesidades náuticas (fondeadero, desembarco, etc.) ambos pueden cumplir exactamente la misma función. ¿A qué motivaciones pudo responder que el primero no fuese utilizado por los navegantes púnicos ebusitanos, como parece evidenciar la ausencia total de cerámicas a torno? ¿Por qué razón el segundo, de menor extensión, fue elegido como lugar donde ubicar una factoría colonial? No importa recordar que geológicamente ambos ha sido con seguridad islotes costeros a lo largo de toda la prehistoria reciente insular, por lo tanto, el acceso a los mismos desde tierra firme presenta idénticas dificultades; igualmente la costa adyacente a los dos es muy similar: arenales de dunas costeras con zonas lacustres próximas, poca profundidad del mar que permite el fácil atraque de barcas y su varado en la playa.
Sin duda, a la correcta ubicación en el tiempo de este relevante fenómeno ha contribuido decisivamente una corrección importante de la cronología sobre los orígenes de la cultura talayótica (Lull et al. 1999; Guerrero et al. 2002; Guerrero 2004 c), de forma que ahora sabemos, por 15
Come già si notò nel II Congresso Internazionale di Studi Fenici e Punici [Plantalamor 1991 a], il modello di impianto costiero di Forma, come tipo di occupazione territoriale, presenta differenti elementi constitutivi: capo costiero, fortificazione, pozzo interno, necropoli vicina, approdo con approvigionamento abbondante di acqua.
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El islote de Na Moltona [fig. (5)43, 1] constituye el vértice marino de un teórico triángulo cuyos otros dos vértices vendrían constituidos por las zonas lacustres de Es tamarells al W. y Estany de Ses Gambes al E., en cuyo interior se localiza el importante poblado de naviformes conocido como Na Mora de S’Avall. La línea costera de este territorio es perfectamente apta para el desembarco, atraque y varado de naves ligeras características de la Edad del Bronce mediterráneo (Guerrero 2004; 2004 a), como alguna de las grabadas en el hipogeo menorquín de la Torre del Ram (Guerrero 2006 a).
costeros costeros, como los islotes, fueron lugares disputados por fenicios y griegos como lugares estratégoicos para los contactos precoloniales con los sículos (Tucídides, 2, 6). Algunos de estos lugares de transación comercial terminaron por convertirse en el embrión de importantes colonias griegas como Isquia, en Italia o Emporion en la costa catalana; al igual que ocurrió con las fenicias de Mozia y Gádir. Otros núcleos costeros iniciales fueron abandonados conforme cristalizaban los asentamientos coloniales que generaron núcleos urbanos y portuarios.
El islote de Na Moltona no resultaba, a primera vista, imprescindible para hacer posible un intercambio costero entre comunidades puramente locales. ¿Qué necesidades había de navegar hasta el islote, para hacer lo mismo que podía realizarse en los arenales de la costa? Seguramente existían dos poderosas razones, una de naturaleza náutica: el islote constituye un buen punto de referencia costera, pues se encuentra frente a una costa muy baja sin otras señalizaciones costeras naturales que los propios islotes y esto es imprescindible para los marinos que realizan una aproximación costera tras una navegación de gran cabotaje.
En la misma Mallorca, a pequeña escala, no falta algún buen ejemplo, como es el caso de Na Guardis (Guerrero 1997). Sin embargo, como nos está indicando la documentación arqueológica, estas prácticas se remontan como poco al Bronce Final. Aunque la presencia de unos intercambios con el exterior, bien establecidos y regulares durante el Bronce Final de las islas, fue ya planteado hace algún tiempo (Guerrero 2000 a; Salvà et al. 2002), lo cierto es que esta cuestión no ha podido ser abordada con suficiente solidez hasta fechas mucho más recientes (Guerrero 2006; 2006 b; 2007) y ello se debe fundamentalmente, por un lado, al avance del conocimiento sobre las comunidades isleñas del Bronce Final que están generando las excavaciones en el asentamiento mallorquín conocido como Closos de Can Gaià (Calvo y Salvà 1999; Salva et al. 2002; Salvà y Hernández e.p.; Fornés et al. e.p.), y, por otro, a un plan de prospección intensiva de la costa de las islas de Mallorca y Menorca, así como de las Pitiusas, que aún no ha finalizado.
La segunda de las razones pudo tener motivaciones de tipo cultural, como es la necesidad de disponer de un lugar de atraque seguro y neutral, en el que puedan parlamentar, negociar y acordar los representantes de dos formaciones sociales distintas, es decir, el navegante foráneo, por un lado, y los traficantes indígenas por el otro. Como el lector sabe, es común en los sistemas de contactos preclásicos la existencia de lugares neutrales dedicados al intercambio; como son las encrucijadas de paso son sitios propicios en el caso de tierras continentales interiores (Ruiz-Gálvez 1995; 1998, 53-56). Sin embargo, en la costa los lugares funcionalmente equivalentes pudieron ser los islotes. Buenos ejemplos no nos faltan.
Por lo tanto, el desarrollo de este capítulo estará lógicamente sujeto en un futuro inmediato a las ampliaciones o rectificaciones propias de una investigación en marcha, si bien es verdad que todos los nuevos datos ya obtenidos, van en la línea de consolidar los tímidos planteamientos iniciales expuestos hace algunos años.
En no pocas ocasiones, como sabemos por las fuentes escritas, estos lugares o “puertos de comercio” quedaban bajo la advocación de deidades reconocidas por ambas partes, garantes de los pactos. En ocasiones, lugares significados de la costa quedaban consagrados mediante la presencia de templarias o se santificaban grutas (Romero 2000; Gómez Bellard y Vidal 2000), en donde habitualmente se realizaban ofrendas votivas, casi siempre relacionadas con temas náuticos.
Las condiciones oceanográficas del medio geográfico que rigen en el mar balear, tanto para la comunicación entre las distintas islas, como para las conexiones con el continente, han sido tratadas en otros trabajos (Guerrero 2004; 2006) y recordadas extensamente en este mismo libro, por lo que ya no será tratado de nuevo. Resulta paradójico, que un aspecto de tanta relevancia, para entender medianamente bien las condiciones y posibilidades de contactos entre las propias islas y de éstas con el exterior, haya sido un tema tan olvidado por la generalidad de los investigadores.
No parece necesario insistir en la bien conocida importancia de los islotes como centros de transación e intercambio entre comunidades muy diferenciadas socialmente: los ejemplos podrían ser numerosos, aunque basta recordar algunos tan significativos como la isla Kerné López Pardo 1992; en prensa) sobre la que los fenicios montaban campamentos (Escilax 112) para mercadear con los libios mauritanos. Al igual ocure con la griega de Citera (Tucídides IV, 53, 3) a la que acudían barcos de Egipto y Libia para desembarcar mercancías. Aún podrían señalarse otros casos (Gras 1999, 27), como Isquia, la palaiapolis de Pitecusa, u otros menores como el islote de Platea, frente a Cirene o Berezan, junto a la costa de la Olbia póntica. Tanto los promontorios
Admitimos que las islas durante el Bronce Final quedaron integradas, de forma más o menos intensa y seguramente desde una posición periférica, en lo que algunos estudiosos acertadamente han concebido como un sistema global en el que se articulan junto a los centros de acumulación las periferias de abstecimiento (Kristiansen 2001, 86-88). En ningún caso debe entenderse esta situación en términos de dependencia directa, sino la inclusión de muchas comunidades aborígenes autónomas 292
en un modelo de intercambio de bienes de prestigio y materias primas a larga distancia, que terminó por crear una comunidad dispersa en la que se compartían algunas formas de pensamiento, valores sociales e ideológicos equivalentes (Kristiansen 2001, 91), todo ello reinterpretado y sicretizado localmente con matices muy variados.
como los pecios, llama la atención la enorme variedad de mercancías perecederas que lo componían (Haldane 1993), juntamente con metales y cerámicas, maderas, marfil, etc. Por lo tanto, nunca el conjunto de materiales abióticos relacionados con el comercio lejano son indicativos del volumen total de los intercambios, ya que los perecederos se manifiestan de forma muy opaca en el registro arqueológico.
Esta premisa nos obliga a comprobar si en el registro arqueológico de las islas se verifican los siguientes indicadores:
Para el análisis del territorio que nos ocupa, muy pobre en afloramientos metalíferos de cobre, e inexistencia total de estaño, la presencia de implementos de bronce, o estaño puro, constituye un indicador incontestable de la existencia de estos intercambios con el exterior. De igual forma ocurre con otros productos que serán mencionados a lo largo de este epígrafe, como son las cuentas de fayenza y el marfil.
1) Existencia inequívoca de los objetos materiales procedentes de dichos contactos comerciales. En un ambiente insular parece relativamente fácil la tarea, pues todas aquellas materias primas exóticas, o los implementos elaborados total o parcialmente a partir de ellas, son indicadores seguros de intercambios ultramarinos.
Dejemos para el final la cuestión de los implementos de bronce, que, por su cantidad y calidad, merecen un tratamiento más detenido y veamos antes otros productos fabricados con materias exóticas.
2) Los productos exóticos no llegan a manos aborígenes sin contrapartidas, por eso será necesario verificar que en el registro arqueológico se constata el correspondiente desarrollo cultural y la capacidad de incrementar la producción, más allá de las necesidades propias para el mantenimiento del grupo doméstico o local.
1) Fayenza La existencia de cuentas de fayenza no fue bien documentada hasta los análisis efectuados por J. Henderson (1999) a partir del hallazgo de collares fabricados con ella en la necrópolis menorquina de la Cova del Càrritx. El contexto arqueológico de esta importante necrópolis menorquina (Lull et al. 1999) ya ha sido comentado con anterioridad; ahora sólo nos interesa recordar que la fecha aproximada de 850/800 BC constituiría la referencia ante quem para la llegada a la isla de estos elementos exóticos de prestigio. Recientemente se ha dado a conocer otro importante conjunto de cuentas de fallenza (Gornés et al. 2006) halladas en el hipogeo nº XXI de Calescoves, sin embargo, este conjunto funerario alargó su uso durante la Edad del Hierro y el expolio al que fue sometido antes de la excavación no permite asociar con garantías el collar a un cadáver concreto. No obstante, a tenor de los contextos menorquines y mallorquines en los que aparecen cuentas de fayenza, particularmente la Cova del Càrritx, es probable que puedan asociarse al horizonte antiguo del hipogeo, datado (KIA-12682) en 830-750 BC.
3) Igualmente deben identificarse arqueológicamente las infraestructuras propias e imprescindibles para hacer viable un comercio lejano, particularmente en forma de asentamientos especialmente destinados a estos menesteres: fondeaderos, referencias costeras, almacenes, contenedores, etc. 4) Ligado con lo anterior, es necesario indagar sobre la existencia de embarcaciones que permitan estos trasiegos. Al menos uno de los agentes del intercambio debe tener capacidad de desarrollar una navegación de gran cabotaje. Lo normal es que ambos dispongan de artilugios náuticos, al menos para el cabotaje, aunque el desarrollo de la tecnología naval sea desigual. 5) Por último, queda pendiente de poder identificar con claridad quiénes fueron los agentes externos involucrados en estos intercambios. Por el momento, la falta de marcadores arqueológicos incontrovertibles, como las cerámicas importadas, no permite resolver esta cuestión en el periodo que va desde c. 1300 a 850/800 BC, a partir de estas fechas serán, como veremos, los fenicios, quienes acabarán ocupando las Pitiusas.
Junto a las cuentas menorquinas de la Cova del Càrritx se analizaron igualmente algunas piezas de Mallorca, conocidas de antiguo, pero cuya verdadera naturaleza había pasado inadvertida. Un conjunto de cuentas de collar de esta naturaleza procede de la necrópolis de Son Maimó (Amorós 1974; Veny 1977); la relación contextual de las piezas de fayenza no está del todo clara por que la cueva siguió utilizándose a lo largo de la Edad del Hierro. Sin embargo, el origen del yacimiento se remonta a fines de la Edad del Bronce, seguramente formando parte de la serie de necrópolis en covachas y abrigos con cierre ciclópeo (Guerrero et al. 2006, 193-194), según hemos razonado más extensamente en un capítulo anterior; por lo tanto, la posibilidad de que estos collares puedan pertenercer al horizonte del Bronce Final es igualmente alta.
V.8.1. El bronce y otros elementos exóticos como indicadores Uno de los soportes claves, en el tema que nos ocupa, para mantener que existieron contactos relativamente fluidos de las islas con otros confines ultramarinos lejanos, es, como habíamos dicho, identificar la presencia de materias primas exóticas o elementos elaborados a partir de ellas. Antes de entrar en la cuestión, es procedente recordar que si observamos los productos objetos del comercio durante la Edad del Bronce en yacimientos bien preservados,
Otra serie de cuentas analizadas en el citado trabajo de J. Henderson, procede de la necrópolis mallorquina de la 293
Cometa des Morts-1 (Veny 1947; 1953) que igualmente tiene una larga ocupación que llega hasta momentos tardíos de la Edad del Hierro. Tampoco aquí las cuentas de fayenza pueden asociarse claramente a ninguna de las fases de ocupación; en consecuencia, de nuevo existe la duda a la hora de atribuir las cuentas de fayenza a los intercambios de bienes de prestigio en la fase de transición a la Edad del Hierro o bien a épocas más tardías, fruto ya del comercio colonial.
muestras extraídas de los bustos de madera encontrados en el mismo contexto y nos proporcionan una cronología, pese a que puedan estar más o menos afectados del efecto “madera vieja”, aproximada de 1000/900 BC. El marfil constituye otra de las materias exóticas característica de los intercambios de productos de prestigio y materias exóticas en los momentos precoloniales y coloniales. Entre 1000 y 900 sabemos que hubo uno o varios talleres radicados en las marismas de Huelva (González de Canales et al. 2004), seguramente con presencia de mercaderes sardos, eubeos y chipriotas, aunque eran mayoría los fenicios de Tiro y los aborígenes tartèsicos.
Recientemente hemos planteado (Guerrero y López Pardo 2006) que existen algunos indicios para pensar que esta necrópolis pudo acoger algún personaje de origen fenicio, como parece indicar la presencia del gallo en la iconografía funeraria del lugar, totalmente agena al universo simbólico aborigen. Por desgracia los datos de la antigua excavación no permiten relacionar en el tiempo ambos fenómenos, pero vale la pena dejar constancia de ello, pues la presencia de agentes extranjeros en los procesos precoloniales integrados en comunidades aborígenes es un fenómeno bien contrastado; recuérdese, sólo a título de ejemplo, los casos de Sant’Imbenia en Cerdeña (Domínguez Monedero 2003; Botto 2004/05), en la Peña Negra de Crevillente (González Prats 1983) o en Huelva (González de Canales et al. 2004), a todos estos casos nos referiremos con mas detalle posteriormente.
Uno de los circuitos de llegada del marfil a las islas pudo estar en las conexiones con el Levante peninsular. En fechas ligeramente posteriores tenemos un documento de excepcional importancia sobre el derrotero que hizo posible la llegada de esta materia prima africana altamente coticiada en los intercambios a larga distancia de todas las épocas. Se trata del barco fenicio hundido, en el lugar denominado Bajo de la Campana de la costa murciana del Mar Menor. El naufragio se produjo en cronología convencional, hacia mediados del s. VII aC, aunque los materiales ánfóricos trasportados por la nave (Guerrero y Roldán 1992: 143-144; Roldán et al. 1995) aparecen en muchos contextos datados por radiocarbono en el horizonte 850 y 750 BC. Entre su cargamento principal figuraba un importante conjunto de defensas de elefante en bruto con inscripciones fenicias (Mederos y Ruiz 2004). La importancia de esta empresa comercial no acaba aquí, pues junto al marfil en bruto transportaba un importante conjunto de lingotes de estaño, algunos de los cuales aparecierpon adheridos a las defensas de elefante, lo que garantiza que formaban parte del mismo cargameto. Hace años, de forma muy acertada a nuestro juicio, la presencia de lingotes de estaño y defensas de elefante fue tomada (López Pardo 1992) como un indicador sólido de que el barco había partido con su carga de un puerto atlántico, seguramente la propia Gadir. La cuestión no es baladí, pues tanto la ruta desde el Golfo de León, como la del S.E, Peninsular, se configuran como las dos vías más claras y seguras de los contactos ultramarinos durante el Bronce Final.
Con todo, el aspecto más importante que debemos remarcar es que los anális realizados por J. Herderson indican que pueden estar fabricadas en talleres continentales de centro Europa, probablemente radicados en Suiza. Esta conexión continental no será la única que encontraremos a lo largo de este capítulo cuando analicemos los paralelos continentales de muchas de las importaciones metálicas. La ruta de llegada a las islas a través de la desembocadura del Ródano, ya ha sido argumentada con anterioridad (Guerrero 2004) y desarrollada en otro capítulo de este libro. Otra cuestión a discutir es quiénes eran los agentes de su difusión marítima; la posibilidad de que hayan sido comerciantes fenicios no puede descartarse, si tenemos en cuenta que hacia el 850/800 BC pudieron estar operando desde Ibiza y conectando esta isla con el Delta del Ebro como nos indica el centro indígena redistribuidor de Aldovesta (Mascort et al. 1991), situado aguas arriba de dicho río. Por los datos disponibles en la actualidad todo parece indicar que la llegada de fayenza a las islas pudo estar protagonizada por agentes fenicios en los momentos del tránsito a la Edad del Hierro, tal vez cuando ya estaban operando desde las bases ebsuitanas.
3) Piezas metálicas La complejidad de este apartado requerirá un doble tratamiento del tema. En primer lugar, analizaremos el intrumental metálico a partir de aspectos funcionales y tipológicos y, en segundo término, examinaremos las agrupaciones en las que se presentan, evaluando la posibilidad de que en algunos casos estemos ante verdaderos depósitos ritualizados como exaltaciones de rango y poder de algunos personajes. No sin antes apuntar algunas reflexiones sobre el comercio de metales ultramarino durante fase de la prehistoria.
2) Marfil Otra de las materias exóticas ligada a los intercambios durante el tránsito entre Bronce Final y la Edad del Hierro en las Baleares es el marfil de elefante [fig. (5)11, 8-9]. La pieza más relevante [fig. (5)11, 9] es un colgante discoidal con decoración grabada hallado en la gruta santuario menorquina de Es Mussol (Lull et al. 1999, 143), asociado un espejo de bronce, otro de los elementos característicos de los bienes suntuarios y marcadores de rango. Las dataciones radiocarbónicas (Beta-110138162619) del yacimiento están obtenidas a partir de
El conjunto de elementos metálicos atribuibles al Bronce Final de las Baleares constituye uno de los indicadores probatorios más seguros y sólidos de que las islas 294
estuvieron plenamente integradas en las cadenas y redes de intercambio de bienes de prestigio que funcionaron tanto por vías continentales, como marinas. Como acabamos de señalar, los probables puntos de conexión debieron estar en el Delta del Ebro, bocas del Ródano y S.E. peninsular. A lo largo de la fase Bronce Antiguo el utillaje de bronce lo constituían instrumentos de factura relativamente simple, estaban fabricadas básicamente con cobre y algunos, como hemos visto, con una pobre aleación de estaño. Por otro lado, la variedad formal de los utensilios metálicos era muy escasa: básicamente cuchillos de hoja triangular, de diferentes tamaños, con remaches para la fijación del mango y leznas o punzones. Tipológicamente tienen una impronta argárica innegable (Salvà et al. 2002). La escasez y pobreza de las aleaciones sugieren unos intercambios de baja intensidad y seguramente una procedencia escasamente variada. Sin embargo, durante el Bronce Final o Naviforme II se produce un cambio muy significativo que da un giro radical al abastecimiento de materias primas en Mallorca y Menorca, sin que en un primer momento afecte a las Pitiusas. El cambio no es sólo perceptible en la cantidad y calidad de materia prima que entre 1300 y 900/850 BC llega a las Baleares, sino también a la variedad de objetos y a la originalidad de algunos.
piezas del cargamento de la nave de Rochelongues son precisamente bien conocidas en las Baleares, como son los torques o brazaletes dentados, las agujas de cabeza esférica, los adornos con cadenetas o las hachas de cubo y puntas de lanza. Rochelongue no es un caso único, actividades metalúrgicas se infieren a partir de la presencia de lingotes de estaño con marcas de extracción en el pecio Kfar Samir (Galili et al. 1986), o de bronce en el caso de la nave Gelidonia (Bass 1967, 52), ambos en el Mediterráneo Oriental. También en el Canal de la Mancha el pecio de Langdon Bay hundido en Dover (Needham y Dean 1987) portaba un cargamento de armas (espadas, hojas de puñal y puntas de lanza), herramientas (hachas de aletas, de talón y de cubo, así como escoplos) y adornos personales (alfileres y pulseras), en gran parte procedentes de talleres franceses, junto a chatarra. También en Moor Sand, Salcombe, cerca de Devon en Gran Bretaña (Muckelroy 1980; 1981) volvió a hundirse otra barca igualmente cargada con armas y herramientas del Bronce Final; lo que nos viene a confirmar efectivamente la regularidad de empresas metalúrgicas por vía marítima. Esta actuación conjunta de artesanos metalúrgicos y comerciantes concuerda con la sistemática presencia de indicadores de actividad metalúrgica en las escalas costeras de las islas. Recuérdese la abundancia de vasijas de reducción o fundición, además de un molde de hacha plana en el fondeadero menorquín de Cala Blanca (Juan y Plantalamor 1997, 95-96 y 152) o el molde de fundición multifacetado [fig. (5)44, 2] aparecido en el islote de Na Galera en Palma (Guerrero 1981; 2004); todo lo cual seguramente facilitó, no sólo la introducción de implementos metálicos ya elaborados, sino también la producción local de modelos que presentan signos de identidad propios de las islas.
Una vez más podemos constatar que las Baleares no quedan al margen de las grandes trasformaciones que se producen en el Mediterráneo, pues grosso modo, este mismo cambio se produce (Pare 2000) en el Egeo entre 1600-1400 BC, en el Sur de Italia hacia 1400-1300 BC y en el SE de la península Ibérica entre 1500 y 1400 BC. La llegada de tanto estaño a las islas es totalmente incompatible con un sistema cerrado, por lo tanto, las comunidades baleáricas no estuvieron al margen, sino integradas en un sistema internacional de intercambios, compartiendo valores comunes con otras culturas contemporáneas, aunque, como explica K. Kristiansen (2001), los mismos se resocialicen y recontextualicen en un ámbito puramente local.
a. Adornos de estaño Los objetos elaborados en estaño puro son extraordinariamente raros; pueden señalarse algunos hallazgos en la Europa nórdica en forma de remaches y cuentas de collar (Primas 2002; 2003), por esta razón no deja de ser sorprendente que sean precisamente las Baleares, y concretamente Menorca, la isla donde se hayan localizado elementos manufacturados con estaño puro, tan raros en la metalurgia mediterránea.
Éste no es sólo un fenómeno comercial de trasiego de mercancías y materias primas, sino también movimientos de personas que trasmiten una serie de gustos y valores a tierras muy lejanas (Kristiansen y Larsson 2006, 116118); entre ellas artesanos metalúrgicos. El registro que nos proporciona la arqueología marina pone en evidencia que comerciantes y marinos viajaron con metalúrgicos en empresas comunes durante el Bronce Final.
El primer hallazgo, tres cuentas de collar alargadas, se produjo en la necrópolis de inhumación colectiva del abrigo rocoso de Mongofre (Montero et al. 2005). Aparecieron en un contexto removido por un antiguo expolio, pero las excavaciones hechas en lo que se conservaba de la necrópolis han proporcionado tres dataciones radiocarbónicas (ver tabla) que nos indican un abandono seguro de la misma antes de c. 800 BC, aunque el uso inicial del cementerio puede remontarse hasta c. 1200 BC.
Precisamente para corroborar esta cuestión tenemos un paradigmático caso en el barco Rochelongues, hundido en Agde, en la costa Oeste de la desembocadura del Ródano (Bouscaras y Huges 1972). En este pecio se hallaron unos 800 kg de metal compuesto por lingotes de estaño, galena en bruto, elementos manufacturados, herramientas especializadas en el trabajo metalúrgico, además de chatarra, rebabas y goterones metálicos para ser refundidos. Los propios investigadores ya consideraron este contexto como perteneciente a “fondeur ambulant qui avait frêté le navire”, para hacerlo funcionar en las escalas previstas del viaje. Algunas
La segunda constatación de elementos de adorno fabricados con estaño puro se ha producido también en Menorca, en la necrópolis de la Cova des Pas (Fullola et al. 2007). Algunos individuos adultos que conservaban 295
trenzas y coletas tenían prendidos en ellas pasadores de pelo de madera, cuyo extremo aparecía decorado con múltiples aritos de estaño. Uno de los individuos [fig. (5)16, 7 y (5)27, 6] que aún conservaba el pasador prendido a la trenza de cabello ha proporcionado una datación absoluta (KIA-29279) con el resultado 830-740 BC. Éste es con toda probabilidad uno de los últimos individuos inhumados en la necrópolis, pero otros más antiguos en la secuencia de enterramientos, aún por datar, también tenían los mismos adornos junto a sus cabellos, por lo tanto es posible que su presencia se iniciase desde 1220-1010 BC que es hasta ahora una de las fechas más antiguas obtenidas en el yacimiento.
sería el único ejemplar hallado en una naveta, aunque la cuestión del arcaísmo es una visisón propia del momento en que se escribió el texto citado, hoy sabemos que estas construcciones permanecían habitadas entre 900 y 850 BC, por lo que el lugar del hallazgo sería acorde con la cronología de estos instrumentos. La espada de Son Foradat [fig. (5)14, 12], según confesión verbal de Amorós (Delibes y FernándezMiranda 1988, 33) fue hallada en un gran poblado destruido, sin que se conozcan las características del mismo. Amorós la consideraba formando parte de un depósito en el que también había un hacha plana, un pectoral de varillas y una punta de lanza tubular. La posibilidad de que puedan localizarse depósitos en los poblados talayóticos o en sus inmediaciones se valorará después.
En el Mediterráneo el estaño se conoce únicamente en forma de materia prima lista para fundir, incluso navegando entre la carga de los barcos para ser utilizada por metalúrgicos que viajaban entre la tripulación (Galili et al. 1986) de los barcos mercantes. Lo que enfatiza aún más que las Baleares durante el Bronce Final, lejos de constituir enclaves aislados, desarrollaron un alto nivel de contactos e intercambios con el exterior y, precisamente, el estaño, o las aleaciones metálicas que lo contienen constituyen uno de los indicadores más firmes para mantener esta tesis.
El ejemplar aparecido en la necrópolis del abrigo rocoso de Son Matge (Waldren 1982, 379-380, fig.118) es la única espada cuyo contexto conocemos con relativo detalle. Ha sido ya analizado en el capítulo correspondiente y ahora no volveremos sobre el asunto, salvo para recordar que es el único ejemplar, junto con los menorquines, que con seguridad forma parte de deposiciones rituales en un contexto funerario, aunque puedan surgir dudas si todas las piezas (espada, pasador de cabeza esférica anilla y cuchilla triangular) formaron parte de una deposición simultánea.
b. Espadas baleáricas Uno de los elementos más característicos y singulares de la panoplia del Bronce Final balear son las espadas. Se conocen trece ejemplares16 bien identificados [fig. (5)14] y algunos restos de hoja que no estudiaremos; sin embargo, lo primero que llama la atención es la descompensada proporción existente entre los hallazgos mallorquines y menorquines, Siempre es muy arriesgado argumentar con motivos ex silentio, pero resulta difícil pensar que todo se deba al mero azar. Que los dos únicos restos incompletos de espada hayan aparecido en una cueva al norte de Ciudadella, comarca geográfica que mantuvo fluidas relaciones con la vecina isla de Mallorca, especialmente durante el Bronce Final, podría resultar indicativo de su eventual procedencia, por mucho que de momento nos movamos en el terreno de las conjeturas, hasta que la investigación proporcione mejores datos.
La espada o machete de Es Mitjà Gran [fig. (5)14, 10] fue hallada conjuntamente con dos escoplos, dos anillas y cinco hachas planas de filo semilunar, en lo que parece ser un depósito. El brevísimo apunte publicado por Colominas (1920) indica que este conjunto de bronces fue hallado al excavar una de las “habitaciones” probablemente adosada a un turriforme (¿talaiot?) que había sido derruido anteriormente. En una reciente visita de prospección realizada para verificar la naturaleza del asentamiento y el lugar del hallazgo de los bronces, hemos podido constatar que el yacimiento de Es Mitjà Gran está lejos de constituir un poblado clásico y se aproxima más a la de un centro ceremonial constituido por dos turriformes escalonados, uno de los cuales17 conserva dos corredores con parte de la cobertura de losas, uno de ellos de trayectoria helicoidal y periférica que debía ascender hasta el piso superior del gran monumento. Entre ambos turriformes se localizan algunos restos arquitectónicos muy destruidos y difíciles de interpretar, entre los cuales se localizó el depósito.
Antes de entrar en otro tipo de análisis convedría hacer un repaso de las circunstancias de los hallazgos, centrado en aquellas sobre las que hay alguna noticia fiable, aunque por desgracia todos, salvo uno, se han producido de forma casual, remociones de yacimientos o excavaciones sin control científico; pese a todo, puede extraerse alguna información aprovechable.
Esta matización tiene su importancia, pues no es descartable que se trate de una amortización ritualizada18
Sobre la espada de Son Oms [fig. (5)14, 6] existe un breve apunte que recoge la siguiente noticia: esta espada fue hallada por Baltasar Clar, (a) “Xin”, dentro de una construcción naviforme lo que confirma el arcaísmo de estas espadas (Cerdà 1971, 423, nota 24). De ser cierta,
17 Esta interesante construcción tiene la apariencia de un falso talaiot en uno de sus laterales, en realidad está formado por forros murarios adosados los unos a los otros, mientras que en el lado contrario presenta una disposición de gran terraza escalonada en la que se sitúan los mencionados corredores. 18 Recordemos que algunas de estas dependecias de reducidísimas dimensiones pudieron tener funcines rituales o ceremoniales. Aunque más tardío, recuerdese que el lugar del hallazgo de las estauillas de bronce y elementos suntuarios de claro significago cultual de Son Favar (Amorós y García Bellido 1947) se produjo en una dependecia adosada a los pies de un turriforme.
16
Una hoja copleta con remaches para la empuñadura que se conservaba en la Universidad de Sevilla es atribuida a un lugar desconocido de las Baleares (Delibes y Fernández-Miranda 1988, 26, fig, 1,7). No la incluimos por que no hemos podido verificar a ciencia cierta la procedencia del hallazgo.
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a los pies de una construcción de prestigio en un centro ceremonial en el momento de su inauguración, en los inicos de la Edad del Hierro. Su situación estratigráfica es obviamente imprecisable a partir de los datos ofrecidos por J. Colominas.
establezca, salvo la proximidad física a la muralla. La deposición había sido alterada por las labores agrícolas, pero los primeros fragmentos en posición primaria aparecieron a una profundidad de entre quince y veinte centímetros de la superficie actual del terreno. La posición relativa en la que aparecieron los dos ejemplares tiene su interés, según los autores del hallazgo, ambas espadas estaban una sobre la otra estrechamente unidas, en una posición difícilmente explicable de no haber sido colocadas juntas e introducidas en un envoltorio o atadas [fig. (5)14, 1]; la que estaba en posición superior aparecía guardada en su correspondiente vaina. En cualquier caso la deposición fue muy superficial, salvo que el terreno haya perdido potencia edáfica. Circunstancia que no resulta asombrosa, pues se repite igualmentre en el importante depósito de espadas de Puertollano (Fernández y Rodríguez 2002), sobre el que volveremos después.
Los dos ejemplares incompletos menorquines fueron hallados en una cueva natural del Barranco de Algairens [fig. (5)14, 13-14], al Norte del Término de Ciutadella (Delibes y Fernández-Miranda 1988, 74). Proceden de una rebusca sobre la que hay pocas certezas; al parecer la cueva era una necrópolis en la que se apreció la existencia de enterramientos en cal. La relación de las espadas con estas prácticas funerarias no se puede asegurar a ciencia cierta, pues también sobre el horizonte correspondiente al Bronce Final de Son Matge se le superpuso una nueva ocupación funeraria con cremaciones y cal. Por ello, que las espadas pudiesen estar afectadas por la cal no es un indicador fiable para fijar la cronología de las mismas. En cualquier caso la tradición de enterramientos en cal comienza en una fecha no lejos del c. 850/800 BC, por lo que tampoco sería imposible que se hubiesen amortizado en los primeros momentos de uso de la misma.
Ningún indicador cronológico fue localizado en la recuperación, por lo que no tenemos datos objetivos para fechar el hallazgo. De las propuestas realizadas por los autores del hallazgo, la primera (Y-2667) estuvo basada en la comparación con la antigua datación de Son Matge (Aguiló et al. 1979), erróneamente atribuida a la espada, que proporcionaba una fecha incluida en el intervalo 1750-1200 BC. En la segunda publicación (Carreras 2001), fue acertadamente rebajada hasta c. 791 BC. Sin embargo, la datación que de nuevo se toma como referente es la proporcionada a partir de madera quemada20, posiblemente perteneciente a una viga de una construcción adosada al talaiot del poblado, Talaies de Can Jordi, a extramuros del cual se produjo el hallazgo. Esta nueva propuesta cronológica para las espadas sigue teniendo problemas para ser aceptada. En primer lugar, la relación con el vecino poblado no puede establecerse de forma directa, por lo tanto la datación no es un referente para la espada, sino que pertenece a un contexto que le es ajeno por completo. En segundo término, no se ha tenido en cuenta el más que seguro efecto “madera vieja” acumulado en un elemento constructivo como una viga. Aunque es obvio que la deposición pudo efectuarse en fecha muy posterior a la fundición de las piezas, pensamos que una fecha entre 900 y 800 BC para este tipo de actos rituales debe ser la más acorde con el desarrollo de los acontecimientos que caraterizaron el Bronce Final de las islas.
El hallazgo del ejemplar procedente del núcleo urbano de Ses Salines, localizado al construir un edificio en la calle Vidal nº 3, ha sido atribuido a una tumba (Rosselló 1979, fig. desplegable nº 12). Es, efectivamente, la versión que hemos podido recoger a partir de alguna entrevista con vecinos del lugar. Es una lástima que no haya podido verificarse el contexto de esta espada. La cual fue depositada guardada en su vaina. La posibilidad de que acompañase a un personaje enterrado en una tumba individual no es en absoluto descabellado, pues sabemos que algunas tumbas individuales, aunque destruidas, han sido documentadas en Son Mas y en Son Fornés, ambas subyacentes a las construcciones de la Edad del Hierro, como ya se explicó en el capítulo correspondiente a las prácticas funerarias del Bronce Final. Recordemos que ambas tumbas se fechan en un intervalo que va del 900 al 770 BC, por lo tanto estas prácticas funerarias no estarían lejos de la eventual cronología de la espada. Debemos extendernos algo más en el hallazgo de las dos espadas de Can Jordi [fig. (5)14, 1-3], pues constituye el único caso del que tenemos una aceptable descripción (Aguiló et al. 1979; Carreras 2001), aunque es de lamentar que la meritoria labor de los aficionados locales, que durante muchos días estuvieron trabajando en la recuperación, no fuese acompañada de una intervención arqueológica rigurosa.
Por lo que respecta a los aspectos formales del conjunto de espadas baleáricas del Bronce Final, si exceptuamos el ejemplar de Mitjà Gran, todas constituyen elementos que difícilmente pueden ser interpretados como instrumentos de ataque o defensa, su longitud y peso las convertirían en armas escasamente operativas. Seguramente parece más acertado interpretarlas como armas de parada, panolia relacionada con la ostentación de rango y prestigio del personaje que pudo tener acceso a ellas. Es uno de los elementos recurrentes en la simbología del guerrero aristócrata que aparece en casi todas las estelas del Bronce Final del S.W. peninsular (Celestino 2001,
Por los datos dados a conocer en las publicaciones citadas, ambas espadas19 aparecieron a unos once metros del recinto amurallado, pero en el exterior del poblado de la Edad del Hierro conocido como Talies de Can Jordi. La relación con el mismo no puede acreditarse a ciencia cierta, pues no hay ningún dato arqueológico que la 19
En la misma publicación se cita el hallazgo en las proximidades de otra espada en la década de los años 40, de la que no se tienen más detalles ni se conoce el paradero.
20
297
¿Lab.?: 2580 ±30 BP [820-590 BC].
102-105; Harrison 2004, 134-138). En este sentido, las espadas baleáricas son como armas mucho menos operativas que sus contemporáneas de la Ría de Huelva y, por lo tanto, queda aún más enfatizado su valor simbólico ligado al poder.
trasmisión de estos elementos de prestigio, aunque queda pendiente de identificar con mayor precsión el centro productor que pudo fundirlas o, al menos, servir de inspiración. Las características de algunos hallazgos apunta a la posibilidad de que las espadas hayan sido objeto de amortizaciones rituales, el caso de Can Jordi es el ejemplo más claro, aunque no es descartable que tenga el mismo significado el de Ses Salines. La posibilidad de que ambos reivindicasen vías o zonas de paso privativo de alguna élite local no debería descartarse, pues no parece casual que ambos sitios sean zonas interiores, aunque bien comunicadas con fondeaderos y referencias costeras bien identificadas. La de Ses Salines se ubica en la retrotierra del importante punto de atraque del islote de Na Moltona, mientras que la de Can Jordi, está próxima a la costa donde se ubican los promontorios costeros con calas para el fondeo conocido como Cala S’Almunia.
Desde un punto de vista formal todas, salvo la de Mitjà Gran, siguen un tipo de espada larga y hoja ancha, con nervadura central, que se inserta en una empuñadura metálica con pomo macizo de forma lenticular. En unos casos, los menos, el pomo se remata con botón central de forma esférica. Algunas como las de Ses Salines y la superior de Can Jordi conservaban los refuerzos de bronce de una funda seguramente de cuero. La presencia de este remate en forma de botón esférico en el pomo sirvió como criterio para establecer que las espadas con este elemento podían ser más antiguas que las que carecían del mismo (Delibes y FernándezMiranda 1988, 96). A esta opinión contribuyó a darle verosimilitud la antigua datación radiocarbónica (Y2667), atribuida erróneamente al ejemplar de Son Matge. Los hallazgos posteriores no han permitido verificar que el referido botón esférico pueda realmente ser tenido en cuenta como un indicador seguro de antigüedad, aunque no es menos cierto que los contextos en los que han aparecido las espadas baleáricas son lo suficientemente confusos como para poder descartar por completo este planteamiento.
Estas estrategias de los poderes locales emergentes en las sociedades del Bronce Final para reivindicar derechos de paso en cruces de caminos, estuarios y lugares estratégicos en los contactos con otras comunidades ha sido muy bien argumentado por Mª L. Ruiz-Gálvez (1995; 1998; 53-55) y nos parece innecesario insistir en los mismos argumentos. Pese a todo, no pasaremos por alto uno de los depósitos continentales de bronces que más se parecen al mallorquín de Can Jordi. Se trata del hallazgo de Puertollano (Fernández y Rodríguez 2002) que estaba formado por trece espadas completas sin empuñadura, restos de otras y cuatro dagas. Salvo el número de elementos, incluso el timpo de deposición recuerda de forma muy estrecha el de Can Jordi. Las espadas fueron colocadas a muy poca profundidad de la superficie en un acto de colocación ritual desconectada de todo elemento arquitectónico y a cielo descubierto; el acto votivo tuvo lugar en un punto de paso estratégico aún en la actualidad y en una zona de importancia minera indudable, con cañadas de trashumancia que pasan próximas al lugar.
Las de pomo macizo sin botón terminal y marcada nervadura central en la hoja tienen extraordinario parecido con las del depósito de Huelva que conservan las empuñaduras (Almagro Basch 1940; Ruiz-Gálvez 1995, cat. nº 1-2), relación que ya ha sido puesta de relieve en estudios anteriores (Fernández-Miranda 1978, 210), e igualmente con el ejemplar aparecido en Alconetar, hallada casualmente en la orilla del río Tajo (Almagro Basch 1940; Almagro Gorbea 1977, 68; Meijide 1988). Tampoco están lejos del ejemplar sardo aparecido en el depósito de Siniscola, Nuoro (Lilliu 1966, 449-450; Coffyn 1985, 146). Pese al riesgo que supone buscar paralelos en representaciones tan esquemáticas como las que aparecen en las estelas de guerrero del S.W. peninsular, puede señalarse la presencia en ellas de tres grupos básicos (Celestino 2001, 104; Harrison 2004, 135): uno de ellos, de una hoja muy ancha y sin pomo, seguramente responderían mejor a la categoría de machetes; en los dos siguientes encontramos (Harrison 2004, c17 y c70), por un lado, las espadas con pomo y, por otro, las que carecen de botón Terminal.
Otra espada que podría haber formado parte de depósito ritualizado sería las de Son Foradat, los datos que se tienen son poco precisos (Delibes y Fernández-Miranda 1988, 33), pero la descripción que del mismo hizo Luis Amorós, fundador del Museo de Artà, donde hoy se guarda el conjunto de piezas, correspondería a un depósito compuesto por la mencionada espada, un pectoral de varillas, una punta de lanza de enmangue tubular y un hacha plana de filo curvo, así como tal vez un brazalete en espiral. Todo apunta que igualmente estamos ante un depósito a cielo abierto en el solar de un antiguo “poblado” destruido, lo que recuerda las circunstancias del hallazgo de Ses Talaies de Can Jordi.
Por el momento son desconocidos en las Baleares moldes de fundición correspondientes a espadas, por lo tanto, queda sin aclarar si estamos ante una producción local inspirada en modelos continentales, tal vez atlánticos, con ciertos toques de originalidad, o son simplemente fruto de los intercambios con grupos continentales no del todo bien identificados, pues los ejemplares baleáricos presentan diferencias notables con los tipos más frecuentes en grupo Vénat (Coffin et al. 1981, 84-89) o los ejemplares sardos de Monte S’Idda (Tarramelli 1921). Tanto la ruta del Ródano a Baleares como la del S.E. peninsular ya señaladas podían estar en las vías de
Las circunstancias que rodearon el hallazgo de la espada de Lloseta son extraordinariamente confusas. Parece que fue localizado cuando en 1898 unos obreros demolían unos “muros antiguos” (Delibes y Fernández-Miranda 1988, 36). Pese a todo, la posibilidad de que igualmente contituya un depósito ritual, como generalmente es admitido, nos parece bastante alta, pues recoge piezas claramente diacrónicas, lo que suele ser habitual en 298
muchos depósitos. La espada estaba acompañada de un “espejo”, un pectoral de varillas curvas; las tres piezas pueden considerarse grosso modo contemporáneas. Otras, como una varilla acabada en dos piezas en forma de carrete, elemento que muchos consideran una brida, aunque esta función es más que dudosa, junto con una diadema o cintillo, que después estudiaremos, tienen una cronología más dudosa y, finalmente, el conocido como “machete tipo Lloseta” podría ser mucho más antiguo como después se argumentará.
del universo simbólico, lo que acenturía el arcaísmo del arquetipo de Lloseta. Otro tipo de elemento con mucha dificultad para ser identificado en Occidente es un determinado tipo de daga de hoja triangular que acaba en un estragulamiento pronunciado en su extremo proximal, a partir del cual se desarrolla una lengüega con tres perforaciones, tabién en disposición triangular, para albergar los roblones. Se conocen dos ejemplares, uno hallado en Son Gomeset [fig. (5)15, 1] de Menorca a fines del siglo XIX en un contexto desconocido (Delibes y Fernandez-Miranda 1988, 78) y hoy en pareadero desconocido.
Para concluir con la cuestión de las espadas, debemos recordar que sólo hay noticias confusas de un hallazgo en un hábitat naviforme. El resto ha aparecido en contextos que sugieren la existencia de algún tipo de amortización ritualizada, aunque su significado e interpretación pueda ser objeto de discusión. Todos ellos nos marcan el momento final de usos de estas espadas y, por los datos examinados antes, así como de los paralelos continentales señalados, podemos concluir que las espadas baleáricas pudieron estar en uso entre c. el 1000 y el 850 BC.
El segundo ejemplar fue hallado en la gruta mallorquina conocida como Cova des Moro (Calvo et al. 2001, 14-16) en muy buen estado de conservación [fig. (5)15, 2], lo que ha permitido una buena observación tras lo procesos de limpieza y restauración. Conservaba aún los tres remaches insertos en sus respectivos orificios. Al igual que el ejemplar menorquín, presenta una decoración incisa angular en el tercio superior de la hoja, igual en ambas caras.
A falta de dataciones absolutas directamente asociadas a cada uno de los tipos de espada, podrían ser válidos los criterios de cronología relativa que apuntaron en su estudio G. Delibes y M. Fernández-Miranda (1988, 9399) y según el cual los ejemplares de hojas planas serían los más primitivos de la serie; a los cuales seguirían las hojas con marcado nervio central, especialmente la de Lloseta que tiene gran parecido, como ya se ha dicho, con las de empuñadura maciza con pomo de Huelva y Alconetar. La serie más tardía estaría repesentada por la espada de Mitjà Gran, de tamaño reducido, casi un machete, con fuerte estangulamiento en el extremo proximal de la hoja podría considerarse el ejemplar más moderno de la serie.
Fue hallado en un sitio de la cueva que sólo cabe pensar en una ofrenda votiva. Se colocó a gran altura sobre una pared de la gruta y bien introducido en un espacio muy estrecho entre dos cortinas de espeleotemas, de tal forma que sólo cabía en posición tumbada reposando sobre un filo, requiriendo su extracción del concurso de unas largas pinzas. Todas estas circunstancias eliminan toda posibilidad de olvido por descuido y mucho menos que estuviese en una posición habitual de uso, lo que remarca claramente una deposición intencionada en un lugar oscuro y oculto, que no puede interpretarse de otra manera que no sea una amortización ritual. Ningún otro objeto acompañaba la daga, que originalmente debió tener su respectiva empuñadura, tal vez madera, como parecía indicar la materia polvorienta oscura que cubría la oquedad.
c. Machetes, dagas y cuchillas Desde antiguo es conocido (Fernádez-Miranda 1978, 8993; Delibes y Fernández-Miranda 1988, 36-39) un ejemplar [fig. (5)15, 6] cuyo lugar de hallazgo, Lloseta, ha terminado por dar nombre a esta clase de machetes que no tiene parangón fuera de Mallorca. Su inclusión, dentro de un posible depósito ritual, acompañado de otros instrumentos con cronología mucho más tardía no ayudó nada a su datación inicial. Sin embargo, la localización de un molde de fundición de este mismo tipo de machete (Rosselló 1987), de tamaño algo más reducido, amortizado en la solera de un hogar con plataforma de la naveta Oeste del poblado de Hospitalet, fortaleció la tesis de una cronología alta, dentro del Bronce Final, para esta clase de arma de indudable producción local.
Su datación es problemática sin otros elementos de juicio que la propia daga. Sólo el acto mismo de la ofrenda podría ser un indicio para poder incluirlo en el Bronce Final, que es cuando este tipo de prácticas rituales se observan en la isla. El registro arqueológico de la gruta (Calvo et al. 2001), aunque revuelto, durante época almohade, tiene su ocupación más intensa precisamente durante el Bronce Final, a juzgar por los hallazgos cerámicos. Este tipo de daga no tiene paralelos en entre el instrumental metálico de Occidente, sólo los puñales de lengüeta de Porto de Mós (Fernández García 1997) y los de Vénat (Coffin y Mohen 1981, 92-93) se le aproximan en alguna medida, pero en ningún caso se trata de la misma producción. Es posible que se trate de un producto de importación oriental.
Recordemos que este tipo de estructuras de combustión no son conocidas antes de c. 1300 BC; por lo tanto el molde, ya en desuso, en el momento de la construcción de este hogar debía por fuerza ser anterior a 1190 BC, límite más moderno del intercvalo de calibración. El molde puede indicarnos que se fabricaban piezas de distintas dimensiones, pero también la miniaturización del arquetipo [fig. (5)15, 8] podría sugerir que el arma como tal había caído en desuso, pasando a formar parte
En este conjunto de instrumentos [fig. (5)15, 3-5] podemos incluir también una serie de grandes y anchas cuchillas de forma triangular. El ejemplar más completo y mejor conservado procede del horizonte funerario del Bronce Final del abrigo de Son Matge (Waldren 1982; Rosselló y 299
Waldren 1973). Contexto del que formó parte como ofrenda, tal vez amortización ritual, aunque no puede asegurarse que formase, juntamente con la espada, aguja de cabeza esférica, brazalete y punta de lanza una deposición simultánea. Es el único ejemplar que conserva un largo mango metálico con pomo terminal [fig. (5)15, 3] que recuerda mucho a las empuñaduras de las espadas, pues en el mismo abrigo se encontró otro ejemplar (Rosselló y Waldren 1973) con lengüeta para engastar el mango, pero sin empuñadura metálica.
seguramente contemporáneo de la espada y de la hoja triangular con mango metálico. La posterior fase de la necrópolis con cremaciones e inhumaciones en cal no se inicia hasta c. 850/800 BC, por lo que debemos adscribir estas deposiciones de objetos metálicos a una fecha indeterminada aunque anterior. La presencia de alfileres italianos con cabezas esféricas y extremo proximal con decoración incisa, como en las tumbas 1/94 y 1/95 (De Marinis 2005) datadas a fines de la Edad del Bronce y transición a la Edad del Hierro Italiana, nos permite suponer una cronología21 pareja para el ejemplar de Son Matge.
Al menos la cuchilla triangular de Son Matge correspondería, como hemos dicho, a este horizonte cronológico pues resulta evidente, sobre todo a partir de los numerosos hallazgos de Calescoves (Veny 1982), que su producción continuó a lo largo de la Edad del Hierro, aunque las hojas se tornan de forma más semicircular que triangular, conviviendo con otras cuchillas de hierro en forma de creciente lunar y mango en un extremo, tal vez inspirados en los cuchillos itálicos del tipo Leprignano (Bianco Peroni 1976), los cuales son característicos de la fase denominada orientalizante italiano, datada en cronología convencional hacia el s. VII aC.
El tercer de los ejemplares conocidos procede de Son Pizà, hallado en circunstancias confusas, en un lugar tenido por poblado talayótico. Sin embargo, ya hemos visto en casos anteriores que pese a su cercanía física, e incluso su localización en el interior de poblados de la Edad del Hierro, la contemporaneidad entre los elementos metálicos y el hábitat casi nunca se verifica y tampoco han podido hallarse en un contexto primigenio de uso. El ejemplar de Son Pizà apareció conjuntamente con otros elementos de claro significado suntuario como tres pectorales de varillas de sección cilíndrica, lo que apuntaría a una deposición o escondrijo ritualizado.
d. Pasadores o alfileres
Es posible que en Menorca, donde estos pasadores son muy raros, contemos con la presencia de una variante de cabeza bicónica [fig. (5)16, 4]. El ejemplar apareció entre los ajuares de la naveta funeraria de Binipatí Nou (Plantalamor y Sastre 1991). Las dataciones radiocarbónicas de este complejo funerario (ver tabla de dataciones) nos indica que su uso se inició en el intervalo 1310-900 BC y fue abandonada antes del 800 BC, lo que encaja perfectamente con la temporalidad que podemos adjudicar a los ejemplares mallorquines.
Uno de los elementos indiscutiblemente muy representativos del conjunto de objetos de bronce ligados a la ostentación y prestigio de determinados personajes fueron los pasadores o alfileres [fig. (5)16, 1-6], generalalmente denominados agujas. Su función es ambivalente, pues tanto pudieron servir como adornos de peinados, según hemos tenido ocasión de verificar en la Cova des Pas, aunque en este caso era de madera guarnida con aritos de estaño (Fullola et al. 2007; Guerrero 2007), aunque también podían utilizarse como engarces para la sujeción de capas o ropa suntuaria, a modo de fíbulas. Tres son los tipos de pasadores conocidos en las Baleares: a) De cabeza esférica, algunas huecas; b) Con la cabeza provista de triple moldura; c) Reproducción de espada miniaturizada.
Desde hace bastante tiempo se ha venido sugiriendo (Delibes y Fernández Miranda 1988: 170-173) la existencia de relaciones con el Bronce Final centroeuropeo para justificar el origen de muchos de los prototipos de estos los alfileres baleáricos de cabeza hueca. Compartimos esta opinión, aunque el área geográfica es sin duda más amplia, además del extraordinario conjunto suizo de Arbon-Bleiche (Hochuli 1996, fig. 5, a-b), son también conocidos otros similares en Dinamarcal, Wessex y Anatolia (Kristiansen y Larsson 2006, 118). Algún alfiler parecido lo encontramos también en el conocido depósito de Vénat (Coffyn et al. 1981, 22) y con cabeza más aplanada entre el conjunto de la Ría de Huelva (Ruiz-Gálvez 1995, 250).
Sin duda, la más abundante es la serie de cabeza esférica y hueca [fig. (5)16, 1-3], de la que pasaremos a examinar brevemente las circunstancias de sus hallazgos y contextos. El pasador de Capocorp Vell fue hallado, según Colominas (1915-20, 567), en el turriforme con cámara en forma de “U”. Tal vel el monumento fue ya amortizado en una época temprana del primera Edad del Hierro (Guerrero et al. 2006b), pues Colominas (1920) señala la presencia de gran cantidad de cenizas y huellas de calcinación en el paramento interno que aún hoy son visibles e igualmente la puerta fue tapiada al construir otro elemento arquitectónico similar pegado a la fachada del incendiado. Junto al pasador apareció también una punta de lanza de enmangue tubular, un escoplo y un brazalete (Delibes y FernándezMiranda 1988, 23); elementos que, sobre todo la aguja, son propios del Bronce Final, por lo que seguramente perduraron algún tiempo en uso hasta que finalmente fueron amortizados en este turriforme.
La vía de llegada a las islas de este tipo, y seguramente de los que estudiaremos después, pudo ser muy bien la que partiendo de la zona costera del Golfo de León, donde estos pasadores son bien conocidos (Guilaine 1972, 239), y particularmente de las bocas del Ródano, deriva hacia Cataluña y las Baleares. Un buen indicador lo tenemos en el barco de Rochelongues (Bouscaras y Huges 1972) naufragado en esta ruta, entre cuyo enorme cargamento 21 Pueden resultar una buena referencia las dataciones absolutas obtenidas en las cabañas de 2, 3 y 6 de Satricum y en la de Fidene, con lo que nos moveríamos en una horquilla temporal entre 950 y 800 BC (De Marinis 2005).
Otro pasador idéntico, del que sólo se conserva la cabeza esférica procede del horizonte funerario antiguo de Son Matge (Delibes y Fernández-Miranda 1988, 45), 300
de bronces y chatarra viajaban algunos alfileres de cabeza esférica.
también otro tipo de espada miniaturizada del Bronce Final norteuropeo. La similitud entre ambos ejemplares seguramente radica en la circunsatancia comentada y es posible que estemos simplemente ante una cuestión de convergencia formal, sin otro tipo de relación.
Un segundo tipo de pasador o alfiler que llega a las islas es el de cabeza con triple moldura [fig. (5)16, 5], conocido sólo a partir del ejemplar hallado en la zona central del abrigo de Son Matge (Waldren 1979), donde aparecen materiales diacrónicos, por lo tanto, no puede determinarse una cronología concreta para este alfiler a partir de los propios datos de la excavación, siendo necesario recurrir a la información que propòrcionan los ejemplares continentales.
e. Cintas circulares de bronce con bandas de púas Otro de los instrumentos metálicos que no encuentra paralelos entre la metalurgia del bronce europeo continental, ni insular, son las denominadas diademas mallorquinas [fig. (5)18]. Se trata de gruesas y anchas cintas de bronce que se presentan dobladas en forma subcircular y sin cerrar, perdiendo ligeramente anchura hacia los extremos, los cuales acaban sistemáticamente en sendos pares de orificios, que deberían servir para ajustar la cinta metálica mediante cordones o correas tensadas y anudadas. Todos los ejemplares conocidos presentan profusa decoración en relieve formada por varias líneas de púas cónicas paralelas en el frente y poco a poco convergentes hacia los extremos sin llegar a ellos. La fase convergente de la trayectoria queda remarcada por líneas en relieve. Sólo uno de los ejemplares conocidos no está decorado con púas, sino sólo con las líneas excisas citadas.
Pasadores muy similares al de Son Matge, bien con triple moldura simple o la variante conocida como “de cabeza vasiforme” son bien conocidos en la zona continental del Laguedoc, lo que constituye un dato importante a la hora de poder indagar sobre la eventual ruta de llegada a las Baleares. Uno de los ejemplares más parecido lo tenemos en la Grotte de la Madeleine (Roudil 1972, fig. 36), en el Languedoc oriental, donde convive asociado a otro de cabeza esférica. Aunque también son conocidos en el Languedoc occidental conviviendo con los “vasiformes” (Guilaine 1972, fig. 77 y 124). Mientras que en el Bronce final del Atlántico su presencia es mucho más discreta, con ejemplares, tanto con cabeza triplemente moldurada, como de la variante “vasiforme” (Coffyn et al. 1981, fig. 22 y 27) en las producciones ligadas a Vénat.
Tradicionalmente han sido identificadas como cinturones (Rosselló 1979, 149; Fernández-Miranda 1978, 92; Delibes y Fernández-Miranda 1988, 127); bien es verdad que con reservas y apuntando también la posibilidad de que fuesen diademas. Si examinamos las medidas de todos los ejemplares conservados, cuyos diámetros oscilan entre los veinte y treinta centímetros, la estrecha abertura y la poca flexibilidad de la pieza, que no dispone de ninguna articulación22, es fácil llegar a la conclusión de que debería haberse descartado desde un principio la denominación de cinturón, en cuyo diámetro muy a duras penas cabría el abdomen de un adulto y aún habría extraordinaria dificultad para pasar el torso por tan estrecha abertura en un instrumento de nula flexibilidad.
Italia registra un importante número de ejemplares, especialmente “vasiformes” desde el Final de la Edad del Bronce y primera Edad del Hierro. La importante presencia de alfileres o pasadores en esos contextos, con mútiples variantes (Caranchi 1975) y cronologías particulares, en cuya discusión (Pare 1998; Peroni y Vanzetti 2005) no vamos a entrar, permite suponer que uno de los focos importantes de producción y expansión de estos objetos estuvo en la Italia septentrional y trasalpina.
Tampoco la función de diadema parece del todo convincente. Si examinamos este tipo de abalorios conocidos durante el Bronce Final peninsular (Almagro Gorbea 1977, 17-61), básicamente áureos, son livianos y multiarticulados para poderlos ajustar con facilidad a la frente, muy lejos de las piezas mallorquinas rígidas y pesadas, formadas por una ancha y gruesa cinta de bronce.
El último tipo de alfiler que ha sido conocido en Baleares procede de la necrópolis de la Cova des Càrritx (Lull et al. 1999, 214-215). La buena información de los contextos y la cronología de este yacimiento permiten asegurar que estamos ante un instrumento que no traspasó la frontera temporal de 850/800 BC. Se trata de una interesante clase de este conjunto de objetos por una doble razón; en primer lugar, parece reproducir [fig. (5)16, 6] una espada de empuñadura metálica y pomo de forma miniaturizada, y, en segundo, es un tipo de alfiler muy poco frecuente en los contextos continentales donde otros tipos de estos instrumentos son producidos y circulan de forma abundante. Su ausencia entre las producciones itálicas y nortealpinas de alfileres de cabeza polimoldurada y “vasiforme” ya comentadas, hace muy difícil que se pueda relacionar el ejemplar menorquín con estos centros de fabricación. Tampoco es conocido en la región costera del Lenguedoc.
No hay nada, ni parecido, en los conjuntos más notables de implementos de bronces de las comunidades continentales, como tampoco en las insulares centromediterráneas; lo que dificulta en extremo encontrar alguna correspondencia exterior a las islas. Que todas las piezas conocidas en Occidente se concetren en la isla de Mallorca proporciona al conjunto una originalidad e importancia extraordinaria, sin que, por otro lado, podamos tener garantías de que realmente se trate de una creación y producción estrictamente local, pues igualmente carecemos de moldes de fundición u otros indicios probatorios de que no se trata de elementos importados.
Es interesante señalar que en el Norte de Europa, concretamente en Jutlandia, Dinamarca (Kristiansen 2001, 236), encontramos un alfiler similar al localizado en la gruta del Càrritx, el cual posiblemente imita
22
El perfil con fuertes aristas en los bordes y la decoración en relieve hacen aún mucho más difícil flexionar y abrir estos elementos para colocarlos en el cuerpo de una persona.
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Si en Occidente estamos huérfanos de documentación para poder intentar una interpretación funcional de estos objetos, en Oriente tenemos algunas pistas basadas en la iconografía que pueden resultarnos muy utiles. Un determinado tipo de tocado, gorro o casco con penacho de plumas [fig. (5)18, 10-14] fue muy frecuentemente utilizado por etnias ubicadas en la costa cananea meridional. Son los territorios (Gaza, Escalón, Ashdod, Jaffa, Eqron) donde según las fuentes bíblicas (Josué 19, 24-29; Jueces 1, 31-32) y otras como el Onomasticon de Amenope (Dothan y Dothan 1992, 250) o el relato del viaje del egipcio Unamón (Aubet 1994, 305-309) sitúan a los peleset o filisteos y a los denyen y tjeker desde el Bronce Final hasta los inicios de la Edad del Hierro como comunidades perfectamente diferenciadas de sus vecinos cananeos e israelitas. El registro arqueológico ha identificado de forma indubitable, al menos, a los peleset (Dothan 1982; Dothan y Dothan 1992). Las fuentes iconográficas nos muestran que entre la indumentaria guerrera de este pueblo figuraba habitualmente un determinado tipo de casco o gorro, seguramente de cuero, que acababa en un penacho de plumas, el cual se encajaba en la cabeza del guerrero mediante un cintillo o diadema, decorada con púas, por debajo de la cual se aprecia un cubre nuca y, finalmente, se sujetaba mediante un barboquejo.
como ya se ha dicho. Esta paradoja podría tener explicación admitiendo que los elementos metálicos del Bronce Final mallorquín recogieron la idea, aúnque traspasada al universo simbólico en metal, sin ninguna finalidad práctica, salvo la de prestigio y marcador de rango, ámbito en el que ya no importa el tamaño ni el peso, al igual que pasa con otros instrumentos miniaturizados o “gigantizados”, como en parte ocurrió con algunas espadas y hachas. Otra cuestión sería indagar sobre la posible vía de llegada a las islas y los agentes protagonistas de los arquetipos. Las fuentes iconográficas citadas son todas mucho más arcaicas que los instrumentos mallorquines estudiados. Debe recordarse que la identidad cultural del pueblo peleset quedó oscurecida a fines del segundo milenio y principios del siguiente por la fenicia. Sin embargo, sus gentes acompañaron a los mercaderes y artesanos fenicios en sus viajes a Occidente y dejaron, aunque sutiles, algunas huellas inconfundibles de su paso por estos confines. Entre ellas podemos citar un sarcófago miniaturizado en la necrópolis sarda Neapolis de Oristano (Bartoloni 1997). Su datación es problemática, pero sin duda debe relacionarse con las primeras incursiones fenicias en Cerdeña hacia 1000-900 BC, en términos de cronología radiocarbónica. Entre la flota naval que acompañaba a Jerjes, cincuenta naves eran tripuladas por los licios, de quienes Herodoto (7, 92) nos dice que llevaban colgados de los hombros pieles de cabra y en la cabeza, bonetes coronados de plumas. Por lo tanto los tocados guerreros en forma de gorros con plumas, y seguramente cintillos con remaches, siguieron usándose varios siglos después de que los peleset actuasen en el Delta del Nilo.
Es precisamente esta especie de remate del gorro, o diadema peleset, lo que debe retener nuestra atención [fig. (5)18, 19-14], pues en todos los documentos iconográficos disponibles, como por ejemplo, los relieves de Medinet Abú (Nelson 1943), los sarcófagos de la importante necrópolis filistea de Beth-Shean (Dothan 1982), e igualmente el guerrero de la arqueta de Enkomi (Walters 1900, lám. 1, fig. 19), o en el sello de igual procedencia (Sandars 2005, 210), vemos con toda claridad que la base del casco está formada por una cinta que presenta adornos similares a los mallorquines, incluso en lo concerniente a la decoración en relieve: esferas, conos y prismas.
Recordemos también que estos gorros ornamentados con penachos de plumas, aunque muy raros, son conocidos en la estatuaria de bronce nurágica (Liliu 1966, 99-100). Otra fuente interesante de la presencia de filisteos entre los colonos fenicios es la onomástica, como podría ser el caso de una referencia al rey de la ciudad filistea de Eqron (Lipinski 1986) aparecida en una inscripción precochura sobre un ánfora hallada en el yacimiento malagueño de Gadalhorce. En principio no existiría ninguna incongruencia en aceptar la hipótesis de una llegada a las islas de estos modelos de gorros entre 950 y 800 BC, aunque sigue resultando enigmático por qué razón su uso no se documenta igualmente en zonas geográficas con fuerte incidencia de marinos y comerciantes venidos de las costas siriocananeas a la península Ibérica.
Es más que probable que bajo estas indumentarias efectivamente debamos también incluir a otros pueblos vecinos que utilizaron los mismos atuendos guerreros, como los denyen y tjeker (Sandars 2005). En cualquier caso lo que nos parece relevante es la posible pista que todos ellos nos proporcionan, tanto para identificar una posible área de la que pudo partir esta influencia, como para poder interpretar de una forma más racional la eventual función de estas cintas circulares de bronce mallorquinas. Paradójicamente tampoco conocemos estas diademas metálicas en contextos arqueológicos orientales, lo que sugeriría que el arquetipo original pudo ser un remate de cuero con remaches metálicos, más fácil de coser a los otros elementos del gorro y también de ajustar a la cabeza. De aceptar esta hipótesis interpretativa, cabría preguntarse por qué en la isla se habrían reproducido en pesadas piezas de metal, lo que las hace muy poco prácticas, algunas incluso con unos diámetros que resultan demasiado grandes para la cabeza y excesivamente pequeños para colocarlas en el torso,
Las circunstancias en las que se produjeron los hallazgos de las piezas mallorquinas resultan poco esclarecedoras. Un mínimo de cinco piezas fueron encontradas en yacimiento de la posesión Son Vaquer d’en Ribera, tal vez una cueva, pero nada es seguro al respecto. El único ejemplar que llegó a formar parte de un conjunto que podríamos definir como depósito [fig. (5)21, 1] o amortización ritualizada es el de Lloseta (Delibes y Fernández-Miranda 1988, 40), cuyas condiciones de hallazgo fueron descritas a próposito de la espada, que igualmente formaba parte de este conjunto. En cualquier 302
caso, el carácter escasamente funcional de estos objetos nos obliga a pensar en una función eminentemente de prestigio y ostentación.
Aunque no podamos establecer una conexión directa, debemos señalar también la presencia de pectorales de aspecto parecido en el antiguo Egipto. Un bajorrelieve [fig. (5)17,12] de la tumba de Mereruka de Saqqara (Pardey 2004) podemos ver artesanos metalúrgicos fabricando pectorales de varillas muy similares, mientras que la estatua del faraón Amenenhet III, en Medinet El Fayum [fig. (5)17, 13], porta en el pecho uno de estos pectorales.
f. Pectorales de varillas curvas Otro de los elementos muy característicos del conjunto de objetos metálicos suntuarios del Bronce Final balear son los denominados pectorales. Se trata de piezas [fig. (5)17] formadas por una serie de varillas de sección cilíndrica curvadas en forma de creciente lunar que se unen en los extremos de forma convergente, embutidas en un elemento de sujeción de forma prismática aplanada o ligeramente cónica. Son más frecuentes en Mallorca que en Menorca, donde se conoce un sólo ejemplar [fig. (5)17, 8] depositado en una colección privada.
Por lo que respecta a las circunstancias de los hallazgos, es de lamentar que ninguno haya aparecido en una excavacón regular, por lo tanto, los contextos en los que fueron hallados son también muy confusos. Los tres ejemplares [fig. (5)17, 5, 6 y 7 y (5)21, 8] del eventual depósito de Son Pizà (Delibes y Fernández-Miranda 1988, 51-54) aparecieron asociados a un pasador o alfiler de cabeza hueca esférica y a una cuchilla en forma de punta de flecha laminar. El ejemplar [fig. (5)17, 9 y (5)21, 1] del depósito de Lloseta apareció (Delibes y Fernández-Miranda 1988, 36-39) acompañado de la espada tipo “Alconetar”, un espejo, una diadema, un elemento asimilado a una brida y al conocido machete. Igualmente el de Son Foradat estaba acompañado de otra de las espadas baleáricas, una punta de lanza y un hacha plana de filo curvo (Delibes y Fernández-Miranda 1988, 33-35). No hace muchos años un nuevo lote de pectorales [fig. (5)17,1-3] y una diadema [fig. (5)18, 3 y 6] fueron encontrados en Mallorca en circunstancias poco claras, y se encuentran expuestos en las vitrinas del Museo de Mallorca. Por lo que respecta al hallazgo menorquín [fig. (5)17, 8], nada cierto ni aprovechable se sabe.
Exclusivo hasta el momento es un ejemplar de gran pectoral en forma de tronco de cono, localizado en Algaiarens (Gornés et al. 2001), formado por varillas tubulares horizontales, del que colgarían una serie de varillas circulares con remate plano, cuya morfología recuerda mucho a los pequeños pectorales de placa documentados, por ejemplo, en Es Càrritx y Calescovespero que por tamaño y morfología debemos situarlo entre los pectorales de varillas curvas. Estamos ante un elemento con el que igualmente tenemos dificultad para encontrar paralelos exactos. Recogiendo planteamientos de antiguos estudios (Bosch Gimpera y Colominas 1935; Almagro 1962), tanto FernándezMiranda (1978, 211), como éste conjuntamente con G. Delibes (1988, 123) años después, propusieron, aunque con ciertas reservas, que estosd pectorales de varillas podrían estar inspirados en los halskragen norteuropeos. Precisamente uno de los mejores paralelos formales [fig. (5)17, 11] de estos pectorales baleáricos lo tenemos en dos ejemplares bálticos (Pydyn 2000, 226).
Su inclusión dentro los elementos metálicos de prestigio del Bronce Final balear nos parecen hoy incuestionables, aunque las circunstancias de los hallazgos no nos permitan afinar mucho más, parece claro que convivieron con las espadas, las diademas y los espejos, todo lo cual podría sugerir una cronología entre el 1000 y el 850 BC.
Hoy no veríamos tan extraordinario que los arquetipos nórdicos hayan podido transferirse hacia el Mediterráneo siguiendo las cuencas de los grandes ríos, con salida por el Ródano para el caso que nos interesa, en definitiva es el mismo mecanismo planteado (Pydyn 2000) para su difusión hacia el Este europeo, por el que terminan llegando hasta orillas del Caspio los elementos metálicos suntuarios del Báltico, en cualquier caso no sería más complicada la llegada a las Baleares que al Caspio.
g. “Espejos” Uno de los instrumentos igualmente característicos entre los bronces de las Baleares de esta fase prehistórica son los denominados tradicionalmente espejos [fig. (5)16, 811]. El número de ejemplares conocidos, por el momento, se muestra equilibrado, con dos en cada una de las islas mayores. Todos están constituidos por una placa circular con mango rectangular, que acaba a veces en una placa adicional perforada como en el ejemplar de Son Julià [fig. (5)16, 10] y el de Lloseta [fig. (5)16, 8]. Los menorquines carecen de este elemento y el mango acaba en forma de “T” invertida con los brazos [fig. (5)16, 9 y 11] ligeramente arqueados.
Seguramente resulta oportuno recordar los complejos itinerarios que pueden seguir los elementos metálicos de prestigio, tal y como nos describe en un conocido pasaje el historiador Herodoto23 (IV, 33 y 36).
El hallazgo en la cueva santuario menorquina de Es Mussol (Lull et al. 1999, 121-124 y 142) de un ejemplar con decoración incisa en forma de espina que recorre todo el perímetro del instrumento, además de cruzar en forma radial la cara anterior, ha hecho razonablemente dudar sobre la función real de estos supuestos espejos.
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Dicen que ciertas ofrendas envueltas en rastrojo llegan de los hiperbóreos a los escitas, y de los escitas las toman unos tras otros los pueblos vecinos, las transportan al Adriático, que es el punto más remoto hacia Poniente, y de allí son dirigidas al Mediodía, siendo los dodoneos los primeros griegos que las reciben; desde ellos bajan al golfo de Malis y pasan a Eubea, y de ciudad en ciudad las envían hasta Caristo; desde aquí, dejando de lado a Andro, los caristios las llevan a Teno, y los tenios a Delo. De este modo dicen que llegan a Delo las ofrendas (Herodoto, IV, 33). En el caso de las armas codiciadas es significativo también lo siguiente: Baste lo dicho acerca de los hiperbóreos, pues no cuento el cuento de Ábaris, quien dicen era
hiperbóreo, y de cómo llevó la saeta por toda la tierra sin probar bocado (Herodoto, IV, 36).
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Este ejemplar menorquín presenta en la cara posterior, en el punto de unión de la placa circular con el mango, una pestaña vertical perforada transversalmente y otras dos en el extremo distal del mismo, pero en este caso perforadas verticalmente. Tanto las perforaciones en los ejemplares mallorquines, como las pestañas descritas, parecen indicar que estas piezas estaban concebidas para ser fijadas a un elemento de cuero o madera.
Bronce Final (950-850 BC) tanto en Huelva (González de Canales et al. 2004), como en los niveles fundacionales de Gádir (Córdoba y Ruiz Mata 2005). Por lo tanto, los espejos en las estelas de jefes guerreros, o protoaristócratas aborígenes constituyen uno de los más característicos elementos entre los marcadores de prestigio de estos personajes de elevado rango. Sin embargo, la abundancia de representaciones del instrumento, contrasta a la vez con una escasa, por no decir nula, documentación directa de los mismos en dicho entorno geográfico.
El ejemplar de Son Julià [fig. (5)16, 10] fue hallado en la gran naveta doble excavada por Colominas (1915-20, 562), por lo tanto constituye uno de los pocos objetos suntuarios hallado en un claro contexto de habitación del Bronce Final. Las formas cerámicas que lo acompañaban sugieren un contexto tardío propio del 850-800 BC. El segundo de los ejemplares mallorquines [fig. (5)16, 8] formaba parte del ya citado depósito de Lloseta, el cual contenía a todas luces elementos bastante diacrónicos, con lo que dificulta asignarle una edad precisa. El espejo menorquín recuperado en una cueva del barranco d’Algendar [fig. (5)16, 9] no ofrece ninguna seguridad, por lo que respecta a las circuntancias del hallazgo (Delibes y Ferenández-Miranda 1988, 68).
h. Torques dentados, brazaletes y otros abalorios Los torques no constituyen una clase de elementos suficientemente representados en la metalistería del Bronce Final balear, a diferencia de lo que ocurre en la continental. Uno de los prototipos que con seguridad sabemos que se fabricó en las islas es el dentado, pues un molde de fundición apareció en la naveta de Can Roig Nou [fig. (5)19, 1] asociado a un contexto cerámico característico del 900-800 BC (Pons 1998, 153). Mientras que en Menorca [fig. (5)19, 2] ha sido recientemente dado a conocer (Gornés et al. 2006) un ejemplar de este tipo de torque metálico en el hipogeo XXI de Calescoves. El contexto estaba ya revuelto cuando se excavó, pero las primeras inhumaciones comenzaron a llegar entre 830 y 750 BC.
Sin duda alguna, es el ejemplar [fig. (5)16, 11] hallado en el contexto cultual inalterado de la gruta menorquina de Es Mussol (Lull et al. 1999) el que permite tener datos precisos sobre estos objetos. En primer lugar, parace formar parte de una serie de ofrendas o deposiciones en el lugar sacro, no necesariamente simultáneas, auque sí próximas las unas a las otras. Junto con el espejo aparecieron un buril, una espátula, una hoja triangular o pequeña cuchilla, un botón coniforme, el fragmento distal de una punta de lanza y un disco de marfil. Todos estos objetos tenían como denominador común que fueron depositados en zonas recónditas, ocultas y de difícil acceso, con una clara voluntad de amortización ritualizada. La cronología absoluta (Beta-110139) del lugar nos indica que la gruta perdió su función antes del 890 BC, lo que constituye la única referencia cronológica clara para este tipo de objetos, aunque no contradice, sino que confirma la datación propuesta para el ejemplar de Son Julià.
Junto a los dentados, hay que señalar la presencia de torques [fig. (5)19, 3-4] de sección circular (Lull et al. 1999, 216-217), cuya simpleza de ejecución no permite mucho juego a la hora de rastrear contactos externos, pues son elementos muy abundantes en muchas comunidades continentales. Son conocidos algunos con varias vueltas en espiral [fig. (5)19, 6], como el aparecido en Son Foradat y Binimel·la (Delibes y FernándezMiranda 1988, 34 y 71). Más recientemente hemos tenido ocasión de recuperar anillos espiraliformes de bronce en la Cova des Pas. Los paralelos continentales de los torques dentados son muy abundantes y están bien representados en el depósito de Vénat (Coffin et al. 1981; Coffin 1985, 108). Sin embargo, nos resultan más sugestivos los centros de producción del Mediodía francés y la difusión de estos torques en el Golfo de León (Guilaine 1972, 348), donde también hay talleres fundidores que producen este tipo de objetos, como el localizado en Montpellier (Arnal et al. 1972). Otros ejemplares idénticos los encontramos así mismo en el depósito de bronces de Carcassone datados en los inicios de la Edad del Hierro (Coffin y Mohen 1968). Recordemos que el Golfo de León y Cataluña constituyen las zonas continentales con mejores posibilidades de contacto con las islas y parece oportuno pensar que la ruta de introducción de estos torques en las islas haya sido la que une las mismas con el Ródano. De nuevo, un buen indicador para confirmarnos este derrotero de llegada podemos recurrir al naufragio del barco de Rochelongues (Bouscaras y Huges 1972) donde encontramos estos torques juto a pasadores de cabeza esférica y hachas de cubo, elementos todos ellos bien representados en las Baleares.
Su origen es incierto, aunque se ha sugerido su relación con los espejos del nurágico sardo (Lull et al. 1999: 124), como el de la gruta de Pirosu-Su Benatzu (Lilliu 1987: 157-158), datado entre 820 y 730, en cronología convencional aC, sin embargo, los sistemas de fijación de los baleáricos nada tienen que ver con los sardos, cuyos característicos mangos calados los apartan netamente de los espejos conocidos en Baleares. Es posible que estemos ante dos versiones de una mismas idea que desde Oriente (Harrison 2004, 151-158) llega a Occidente a través de diferentes intermediarios, y finalmente convergen en el Extremo Occidente, donde conviven muy diversos estilos, entre ellos los de mango calado (Celestino 2001, 165), como vemos en las estelas del Bronce Final de SW de la península Ibérica. En cualquier caso la presencia en el S.O. de la península Ibérica de espejos con mangos calados sardos entra dentro de la más absoluta normalidad si tenemos en cuenta la importante presencia de cerámicas nurágicas del 304
Otro buen indicio de la eventual ruta de llegada a las islas la tenemos en el asentamiento de Aldovesta (Mascort et al. 1991: lám.44) en un contexto con ánforas fenicias R1/ T-10111 (c. 650-575 en cronología convencional aC) y ebusitanas arcaicas, con lo que tal vez podríamos identificar a los fenicios asentados Ibiza como uno de los agentes introductores.
forma de carrete. La cinta va provista de dos anillas semicirculares soldadas respectivamente a distancias regulares de los carretes terminales. De nuevo nos encontramos ante una denominación tradicional que no se corresponde con la realidad funcional del objeto. En primer lugar recordemos que los équidos no están presentes en el registro arqueofaunístico de la Edad del Bronce de las islas, por lo que resultaría extraoridinario que bridas metálicas estuvieses documentadas a partir de los tres hallazgos mallorquines: una pieza incompleta de Vaquer d’en Rivera [fig. (5)19, 15); el ejemplar que formaba parte del depósito de Lloseta [fig. (5)19, 17] y uno más en el depósito de Es Corralàs de Son Bou [fig. (5)19, 16].
También tienen presencia en Ordinacciu, Córcega, (Guilaine 1986), sin embargo, la conexión directa con las Baleares de los ejemplares sardos nos parece muy problemática, por las razones ya expuestas al estudiar las condiciones oceanográficas. La existencia de objetos similares en Cerdeña y Baleares, siempre que tengan paralelos y centros de producción en el Golfo de León, puede explicarse mejor por una cuestión de convergencia en el origen y no tanto por un traspaso directo entre las islas.
Coincidimos con G. Delibes y M. Fernández-Miranda (1988, 130-131) en considerar estos objetos, desconocidos en la broncística continental, como posibles elementos de adorno pensados para ser colgados por las anillas insertas en la cinta, como un objeto más ligado a la ostentación y el rango de determinados personajes.
Los brazaletes de bronce, de sección oval, circular o triangular, constituyen una clase de abalorio que está presente con cierta regularidad en contextos funerarios del Bronce Final. Están bien documentados en las necrópolis menorquinas de la Cova del Càrritx (Lull et al. 1999, 228-229) y del Pas (Fullola et al. 2007), mientras que en Mallorca están también presentes en los contextos fuerarios antiguos del abrigo de Son Matge (Delibes y Fernández-Miranda 1988, 45). Son piezas con escaso valor como indicadores cronológicos por sí solas, pues siguen estando presente en necrópolis de la Edad del Hierro, como en Calescoves (Veny 1982).
j. Hachas, azuelas y escoplos Constituyen ambos conjuntos de materiales los únicos verdaderamente ligados a tareas productivas, aunque al igual que los anteriores muchos acaben incorporándose a los depósitos rituales. En este sentido tiene interés señalar que el conjunto de Cas Corraler de Mallorca [fig. (5)20, 12-13 y (5)21, 4] sólo estaba compuesto por escoplos y hachas planas de filo curvo, aunque también eran abundantes en el de Mitja Gran con cinco ejemplares (Delibes y Fernández-Miranda 1988, 48). En algunos trabajos de cantería, como ocurre en los retoques de la entrada a la necrópolis de Con des Pas se utilizaron escoplos, aproximadamente con el mismo tamaño de la punta.
Es necesario señalar que Menorca registra una elevada presencia de adornos corporales desconocidos o muy poco frecuentes en Mallorca. Entre ellos debe señalarse la existencia de placas cuadradas o rectangulares com motivos en relieve y varillas colgantes [fig. (5)19, 7], como las que también vemos en la necrópolis de la Cova des Càrritx (Lull et al. 1999, 355). Es de destacar, por su gran tamaño y varios kilos de peso de metal, el ejemplar hallado en Font de Sa Teula, Algairens, Ciutadella (Gornés y Gual 2001, 188).
Algunas hachas planas fueron fundidas en las islas como nos indica el molde de Ses Tavernes de Ciutadella [fig. (5)19, 14], hallado en un poblado de la Edad del Hierro (De Nicolàs y Sánchez 1985; Delibes y FernándezMiranda 1988, 81). Sin embargo, ejemplares más estrechos y de filo prácticamente recto se estaban ya fundiendo en la escala costera de Cala Blanca (Juan y Plantalamor, 1997, 152), donde fue hallado un molde de esta clase junto con un buen número de vasijas de reducción o fundición.
Otro elemento metálico frecuente en las necrópolis menorquinas, pero desconocido en las de Mallorca son las cuentas bicónicas de bronce [fig. (5)19, 8] asociadas a los mismos contextos funerarios citados, así como, por ejemplo, en las navetas funerarias de Es Tudons (Plantalamor 1991, 214) o Binipati Nou (Plantalamor y Sastre 1991).
Pudieron ser empleadas en carpintería como azuelas para desbastar y rebajar la madera. En la nave cananea de Gelidonya, hundida hacia 1170 BC24, entre el instrumental de carpintería (Bass 1967, 99) figuran este tipo de hoja de azuela. Su función y la manera de utilizar este tipo de instrumentos en los barcos lo tenemos perfectamente ilustrado (Landström 1970,102-103) en bajorrelieves egipcios de Saqqara.
Menorca nos ha proporcionado igualmente un pendiente de plata [fig. (5)19, 5] aparecido en el hipogeo XXI de Calescoves (Gornés et al. 2006), seguramente fabricado en talleres fenicos occidentales (Montero et al. 2005). El hipogeo cuenta con una datación radiocarbónica (KIA12682) cuyo resultado 830-750 BC podría estar en consonancia con este tipo de joya.
Las hachas de cubo constituyen uno de los objetos bien representados en los momentos de transición del Bronce
i. “Bridas” Este es el nombre por el que se viene conociendo un determinado tipo de objeto [fig. (5)19, 15-17] formado por una larga cinta metálica reforzada en los bordes y rematadas en sus extremos por una pieza bicónica en
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Datación obtenida (Manning & Weninger 1992) a partir de ramas del abarrote 2970 ±50 BP [1320BC (90.2%) 1020BC], no se ha publicado la identificación del laboratorio.
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Final a la Edad del Hierro. Sus prototipos son bien conocidos en las producciones de bronce continental (Coffin et al. 1981). Si examinamos las áreas geográficas de producción y gran concentración de este tipo de hachas (Huth 2000), no cabe duda que destacan como principales el área costera del Norte de Francia, la zona atlàntica de la península Ibérica y el Golfo de León. Se habían sugerido (Delibes y Fernández Miranda 1988: 170-173) relaciones con el Bronce Final centroeuropeo para las hachas de cubo. Sin embargo, resulta sugerente pensar que la zona costera entre la Catalunya Norte y el Ródano sea probablemente el foco más importante a tener en cuenta para el estudio de los ejemplares de Baleares, como sugiere el taller de fundidor localizado en Montpellier (Arnal et al. 1972) donde este tipo de hacha se estaba fabricando.
del SE peninsular y su hinterland. La producción de hachas de apéndices laterales, como las Can Pere Joan y el ejemplar de la Sabina, está bien documentada en la región alicantina, sobre todo en Penya Negra de Crevillent (González Prats 1983; 1993), en un horizonte datado por radiocarbono que podía extenderse entre 940 y 770 BC. De más interés, si cabe, es la presencia de moldes de fundición de estos elementos metálicos en la fase III del asentamiento fenicio de La Fonteta de Alicante (González Prats 1998) que se fecha entre 670 y 635 en cronología convencional aC. También es necesario señalar que hachas de bronce planas con apéndices laterales fueron igualmente fabricadas por las comunidades indígenas de las otras islas, como lo indican los moldes de fundición hallados en los poblados de Torelló (Plantalamor 1991: 192) y Biniparratxet o Biniparratx Petit25 (Guerrero et al. 2007 b), lo que parece reforzar la idea de una fuerte influencia de la metalurgia fenicia de la costa del SE peninsular.
De nuevo el barco hundido en Agde, en la costa Oeste de la desembocadura del Ródano (Bouscaras y Huges 1972) nos indica que, efectivamente, estos objetos viajaban con destino a Catalunya en navegación de cabotaje o hacia el Sur en gran cabotaje, pudiendo alcanzar entonces las islas. También las tenemos en Cerdeña bien representadas en el depósito Monte Sa Idda (Tarramelli 1921; Giardino 1995, 207-212).
k. Puntas de lanza y flecha Las puntas de lanza de enmangue tubular suelen constituir otro de los elementos comunes entre las deposiciones funerarias del Bronce Final isleño. Se pueden distinguir dos variantes fundamentales: por un lado, la de forma claramente triangular [fig. (5)19, 9] y las foliáceas [fig. (5), 19, 10] de aletas más o menos alargadas. Estas últimas están dentro de los esquemas habituales y comunes de lanzas continentales del Bronce Final (Coffin et al. 1981; Coffin 1985), encontrándose muy bien fechadas en la Ría de Huelva c. 950/900 BC (Ruiz-Gálvez 1995); mientras que las primeras de aletas triangulares son muy poco frecuentes en esos contextos.
Pese a todo, su producción directa se introdujo igualmente en las islas, como nos garantiza el molde de fundición [fig. (5)19, 11] de Torelló (Plantalamor 1995, fig. 45), aunque ya corresponde a la Edad del Hierro. Sin embargo, hacia el 950 BC la situación comenzó a cambiar y la presencia fenicia en Huelva pudo intervenir también abriendo una uneva ruta de llegada de estos prototipos, los cuales siguen estando presentes durante la Edad del Hierro. Las hachas de talón constituyen uno de los tipos bien representados entre las producciones de hachas del continente durante el Bronce Final (Coffin 1985), con presencia igualmente en Cerdeña, como vemos en el depósito Monte Sa Idda (Tarramelli 1921; Giardino 1995, 207-212), sin embargo, su presencia sólo se ha detectado hasta el momento en las Pitiusas. Formaron parte del deposito [fig. (5)21, 15] de Can Mariano Gallet de Formentera (Delibes y Fernández-Miranda 1988, 88). Sin que podamos encontrar una explicación razonable para esta exclusiva presencia, salvo que debamos tener en cuenta que las conexiones más fáciles de las Pitiusas con el continente son a través de Denia y, por lo tanto obedece a otra dinámica de contactos con el exterior diferente a las Baleares.
Las puntas de flecha no son precisamente un instrumento bien representado entre los instrumentos metálicos del Bronce Final de las islas, como tampoco lo eran en la fase anterior, por eso vale la pena mencionar el hallazgo de una punta de alerones y pedúnculo engrosado [fig. (5)19, 11] hallada en la cueva Vernissa (Veny 1968, 294), gruta natural que había sido utilizada como hipogeo durante el Bronce Antiguo. Tal vez por esa razón fue datada hacia 1600 aC. (Rosselló, 1974) en cronología convencional no radiocarbónica. Ciertamente este hipogeo tiene materiales muy antiguos que arrancan del epicampaniforme, aunque algunos de los pequeños vasos troncocónicos con asidero podrían ser atribuibles al Bronce Final, en perfecta sincronía con la punta de flecha. Por otro lado, no es infrecuente que antiguas necrópolis sean utilizadas en fases mucho más tardías de manera esporádica, como nos indican las dataciones de Son Mulet o Rotana (Gómez Pérez y Rubinos 2005), lo que explicaría la presencia de algunos pocos objetos que no se corresponden con la fase de uso primigenio del yacimiento funerario.
Las hachas de bronce planas con apéndices laterales, así como las de cubo, fueron también fabricadas por las comunidades indígenas de las Baleares, como lo indican los moldes de fundición hallados en los poblados de Torelló (Plantalamor 1991:192) y Biniparratx (Guerrero et al. 2007).
Este tipo de puntas son características del Bronce tardío continental y su particularidad es precisamente tener el pedúnculo engrosado (Briard y Mohen 1983, 101) como
Para las Pitiusas, como ya se ha señalado en anteriores ocasiones (Costa y Guerrero 2002; Guerrero et al. 2002) el origen de las hachas de talón y de apéndices laterales (tal vez hachas-lingotes) halladas en las Pitiusas [fig. (5)21, 1316], sin descartar totalmente que alguna pudiera ser de producción insular, puede localizarse en la región costera
25 Los moldes no han sido aún publicados y sólo el contexto de los hallazgo puede ser consultado en el trabajo citado.
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ocurre en el ejemplar de Cova Vernissa. Nos interesa constatar que estas puntas están presentes en contextos del Golfo de León (Guilaine 1972), como en Cayla-I de Mailhac, en Saint-Paul de Fenouillet, en los Pireneos orientales, y el la gruta de la Valette en Aude (Guilaine 1987).
foráneas en las islas, portadoras, no sólo de nuevas técnicas, sino también de gustos y valores sociales que los aborígenes terminaron por emular, aunque reinterpretados. La imprescindible reorganización de las estructuras de poder indígena para afrontar el control de los intercambios ultramarinos se nos escapan en su verdadera dimensión, pero a buen seguro que fueron notables a juzgar por la red de escalas, fondeaderos y referencias costeras que estudiaremos en el epígrafe siguiente, cuya gestión implica un nivel de centralización y jerarquización no detectado anteriormente en la prehistoria de las islas.
De nuevo la presencia de estas puntas de flecha con pedúnculo engrosado entre los materiales que cargaba la barca de Rochelongues (Bouscaras y Huges, 1972) constituye un buen indicador de los tráficos entre las bocas del Ródano y las islas, aunque, evidentemente, el destino final de la nave nos resulte desconocido. Sin embargo, es necesario remarcar que muchos de los objetos que encontramos entre su cargamento, como los torques dentados, los colgantes con cadenetas y las hachas de cubo, los encontramos en Cataluña, como ocurre en el centro redistribuidor indígena de Aldovesta (Mascort et al. 1991), aunque también en Menorca y Mallorca.
Si recordamos las categorías de objetos de metal (espejos, pectorales, diademas, tocados, espadas de parada, alfileres de cabello o para vestimenta suntuaria) típicos de esta fase, y exceptuamos los escoplos y las hachas y azuelas, ninguno tiene carácter utilitario en la esfera de la producción, sino en la de las relaciones de poder. Estas formaciones sociales, en las que el control por el acceso a los bienes de prestigio constituye una de las piezas claves sobre las que se articulan las relaciones de poder, generan necesariamente un incremento notable de la producción, mucho más allá de las necesidades básicas del grupo familiar, para dedicarlas a contrapartidas con las que hacer frente a los pagos de los bienes de prestigio que llegan del exterior.
Incluimos en este apartado un determinado tipo de punta triangular de carácter laminar [fig. (5)19, 12-14) muy característica en algunos contextos funerarios de las islas. Su apariencia puede inducir a error, pues lejos de tratarse de una punta de flecha, el mayor desgaste de uno de los filos que se observa en algunos ejemplares permite indicar que sirvieron como elemento cortante y no como armadura de flecha. Los autores de la excavación de la cueva menorquina del Càrritx (Lull et al. 1999, 141) sugieren un uso como cuchillas de afeitar o para cortar cabellos en los ritos de tonsura. Seguramente pudo ser así por el contexto en el que se encontraron, pero esta específica función no puede identificarse a partir de las trazas de uso, como se señala en el referido estudio.
Sin embargo, la verdadera naturaleza de la contrapartida indígena se nos muestra aún relativamente opaca y será en este camino por el que deberán transitar los mejores esfuerzos investigadores en los años venideros. Pese a que las hipótesis de trabajo tendrán un fuerte peso en la redacción de este epígrafe, debemos someter a discusión algunos datos que comienzan a consolidarse en la medida que progresan las investigaciones. Intentaremos verificar si en el registro arqueológico que media entre c. 1300 y 900/850 BC existen indicadores más o menos evidentes y señales claras de una intensificación de la producción con la que hacer frente a estas relaciones de intercambio intenso y regular.
Este mismo tipo de puntas o cuchillas están presentes en los horizontes funerarios del abrigo de Son Matge (Rosselló y Waldren 1973) correspondientes al Bronce Final, algunas mostrando igualmente un desgaste diferencial de ambos filos. V.8.2. La contrapartida aborigen
El único poblado naviforme que está siendo investigado de forma rigurosa y exhaustiva, bajo la dirección de B. Salvà, M. Calvo y J. Fornés, y en el que se están excavando, no sólo los elementos arquitectónicos singulares, sino también todo el solar que ocupa el asentamiento, es el conocido como Closos de Can Gaià (Calvo y Salvà 1999; 2002). Como el lector recordará, en este asentamiento además de la excavación de las viviendas (naviforme nº 1 y 2), se está poniendo al descubierto desde hace varias campañas una importante área de producción comunal que ya fue descrita, por lo que no volveremos sobre ello. Sin embargo, lo que nos interesa consignar ahora es que hacia 1350 BC se constatan cambios muy sustanciales en el asentamiento, los cuales pueden, efectivamente, relacionarse con una intensificación relevante de la producción en esta comunidad. Es precisamente hacia estas fechas cuando comienza a funcionar este complejo de estructuras relacionadas con trabajos comunales, que incluyen varias
Los epígrafes anteriores tenían como finalidad básica dejar clara la evidencia de que la llegada de instrumentos y materias primas metálicas a las islas durante el Bronce Final alcanzó altas cotas en cuanto a cantidad y calidad; esta realidad seguramente no tuvo parangón en ninguna otra época de la prehistoria. Esta intensidad y regularidad de los intercambios no habría podido producirse sin una importante respuesta indígena que comportase un aumento considerable de la producción comunal en calidad de contrapartidas, bajo fórmulas de interacción entre comunidades desiguales que serán discutidas en otro lugar. Tampoco es posible olvidar que no estamos sólo ante la entrada de materias primas y productos exóticos elaborados, sino frente a una verdadera revolución en las técnicas metalúrgicas indígenas y la adopción de prototipos, algunos readaptados y reconvertidos al gusto indígena. Esta situación se hace difícilmente explicable sin aceptar la presencia de gentes 307
dependencias y el gran depósito o almacén alargado y estrecho, ya descrito en su momento.
que fuese un elemento imprescindible en las viviendas. De no ser así, deberían responder a especiales necesidades de trasformación de algún producto en el ámbito familiar, con el objetivo de incorporarlo como excedente al de la comunidad local. Con independencia de que al mismo tiempo cubriesen las necesidades culinarias cotidianas de la familia.
Algunos indicios proporcionados por los primeros análisis de fauna, parecen sugerir que podríamos estar ante el procesado de productos derivados de la ganadería, como una de las principales tareas productivas. Si a ello añadimos la extensión, no menos de 400 m2, e importancia de este conjunto de dependencias, podríamos concluir que la producción debía exceder las necesidades del consumo doméstico interno de la propia comunidad.
Desconocemos qué productos pudieron ser procesados en estas grandes plataformas o parrillas, pues nunca se han realizado análisis especializados de restos ni de trazas, que seguramente debían contener las arcillas refractarias [fig. (5)5, 1] que recubren las plataformas de las parrillas. La extraordinaria magnitud de estas estructuras, en comparación con las que aparecen en otras viviendas naviformes, hace pensar que estuviesen destinadas a la preparación de alguna mercancía, por el momento no identificada, aunque dadas las características de la plataforma o parrilla podría pensarse que en su elaboración intervenían tareas de ahumado o tostado.
Los estudios arqueofaunísticos, que vienen realizando M. Noguera, F. Matas y C. Belenguer (en preparación), detectan durante el Bronce Final una preponderancia de sacrificio de bóvidos jóvenes, a diferencia de lo que ocurría durante las fases antiguas en las que todos los restos corresponden a individuos muy viejos. Falta aún mucha cantidad de restos osteológicos por analizar y es prematuro cerrar conclusiones, sin embargo, si estas primeras impresiones se confirmasen, podríamos estar ante cambios importantes en la explotación ganadera dirigidos a intensificar la producción de carne.
Debe remarcarse que en ningún caso estamos ante estructuras indispensables para el mantenimiento de la unidad familiar; de ser así las localizaríamos en todas las viviendas naviformes y la evidencia arqueológica no verifica que no todas los grupos familiares se dotaron de estas estructuras. Por otro lado, este tipo de hogares aún no han podido ser identificados en Menorca, donde los mismos tienen dimensiones discretas y están carentes de las plataformas citadas, como vemos en las navetas de Clariana (Plantalamor 1991, 21). Todo ello sugiere que en ciertos poblados mallorquines, como Hospitalet, Canyamel o Son Oms, entre los conocidos, algunas familias estaban involucradas en estrategias destinadas a intensificar la producción.
Es necesario tener en cuenta que entre los cargamentos de barcos y empresas comerciales del Bronce Final figuran, entre otras variadas mercancías de índole perecedera (Haldane 1993), las pieles. Una buena referencia la tenemos en la empresa comercial encargada al funcionario del templo de Amon en Fenicia, Unamón (Aubet 1994, 307), que entre otros productos debía cargar en su nave 500 pieles de vacuno. Tal vez la importancia de esta especie como elemento imprescindible en los intercambios de prestigio, que ya debío de comenzar en el Bronce Final, hiciese que poco después se incorporase al universo simbólico con ofrendas cárnicas y tal vez ágapes funerarios, como se ha documentado en el hipogeo XXI de Calescoves (Gornés y Gual 2006), donde estos rituales comienzan a detectarse hacia 800-700 BC, según nos indican las dataciones radiocarbónicas directas sobre vertebras caudales de bos taurus, de las que se llegaron a recuperar 897 vértebras, frente a 46 de ovicaprino. Recordemos también que los sudarios que envolvían las inhumaciones de la Cova des Pas estaban fabricados con pieles de bóvidos.
Otro de los indicadores del registro arqueológico, probablemente uno de los más evidentes, que nos llevan a pensar que las comunidades del Bronce Final balear incrementaron notablemente la producción de bienes destinados a los intercambios a escala interinsular y seguramente a los ultramarinos que les abastecían de metales y otras materias primas es la presencia de envases destinados al transporte. Las grandes vasijas para el almacenamiento de agua y otros productos para el consumo doméstico, e incluso para guardar determinadas cantidades de excedentes para los intercambios locales con las comunidades vecinas, así como otras porciones con las que afrontar los compromisos sociales, como las dotes matrimoniales, ofrendas funerarias, etc., son comunes en el registro arqueológico de los asentamientos domésticos de la Edad del Bronce.
En su momento ya se estudiaron las grandes estructuras de combustión, hogar con gran plataforma oval asociada [fig. (5)1; (5)2 y (5)5] de las que se dotaron algunas unidades domésticas naviformes. Se recordará que todas las dataciones radiocarbónicas analizadas en su momento nos indican que ninguno de estos equipamientos fue anterior a c. 1300, ni tampoco posterior a 950/800 BC. Es, por lo tanto, una de las innovaciones fundamentales que los grupos familiares mallorquines de esta fase incorporaron a sus hogares. La pregunta pertinente que debemos hacernos es si estos hogares eran necesarios para la subsistencia y la reproducción exclusivamente familiar.
Grandes contenedores, aunque de distinto tipo, fueron también frecuentes durante el calcolítico y los tenemos bien documentados en Ca Na Cotxera y otros yacimientos contemporáneos. Y, como es lógico, no desaparecerán durante la Edad del Hierro, aunque serán sustituidos por nuevas formas como las grandes ollas con mamelones, generalmente denominadas “pitoides”. Todos estos grandes contenedores domésticos, en todas las épocas, están dotados de una gran estabilidad, es decir tienen
Parece que no fue así. Muchas navetas mallorquinas de habitación carecen de estos equipamientos y sólo presentan hogares convencionales, mientras que en Menorca son desconocidos; por lo que no puede pensarse 308
amplias bases planas y, una vez llenos, se mantienen en equilibrio sin dificultad. Decir esto puede parecer una obviedad inútil, pero es necesario remarcarlo por que esta elemental condición física no se cumple siempre26 en los contenedores toneliformes que ahora pasaremos a estudiar.
vez estos toneles pudieron envasar ofrendas perecederas de semisólidos, o sólidos como la carne. Prácticas rituales con ofrendas de raciones de carne, que representan habitualmente un individuo joven y otro adulto, sin que presenten trazas de haber sido consumidos, se documentaron en la gruta menorquina de Es Mussol (Lull et al. 1999, 86), que con toda claridad fue un lugar de culto durante el Bronce Naviforme. También aquí se localizó al menos un tonel (Lull et al. 1999, 102).
Cuando los envases están destinados al transporte requieren condiciones especiales, no digamos si además éste se hace por mar, aunque sea en pequeñas barcas para el transporte costero y de cabotaje, que en definitiva es el mejor medio para trasladar cantidades importantes de mercancías o grandes pesos de un lugar a otro de la misma isla.
Sin embargo, donde aparecen concentraciones verdaderamente significativas de estos toneles, como luego veremos, es en las escalas costeras con buenos fondeaderos, incluidos los islotes, a los cuales resulta indispensable, como es obvio, llegar en barca. Esta cuestión sera analizada en el epígrafe siguiente.
Coincidiendo con los momentos más antiguos del área de transformación puesta al descubierto en el poblado de Closos de Can Gaià (Salvà et al. 2002; Oliver 2005), hace acto de presencia en el equipamiento cerámico de las comunidades del Bronce Final un determinado tipo de envase de aspecto toneliforme [fig. (5)9a, 1 y (5)10, 1] caracterizado por un cuerpo cilíndrico, de entre 50 y 70 cm. de altura, sin cuello y una boca de un diámetro que oscila entre los 25 y los 35 cm.; próximos al borde se le practican unos entalles o depresiones, que en ocasiones son sustituidas por protuberancias paralelas, las cuales, con toda seguridad, debían servir para que no resbalasen las ligaduras que debían fijar una tapadera, probablemente de piel. Los pocos ejemplares que se conocen completos presentan un fondo más o menos esferoidal que no facilita su estabilidad vertical. Aspecto impropio si se tratarse de un contenedor de uso exclusivamente doméstico. Sin embargo, al igual que ocurre con muchas ánforas fenicias, esta forma de la base facilita su estabilidad sobre suelos de arena, como el que disponen los fondeaderos o escalas que después se estudiarán, e igualmente este fondo asienta muy bien sobre el abarrote que habitualmente se pone cubriendo las sentinas de las barcas.
Sobre el contenido de estos envases aún se está a la espera de los análisis de trazas y residuos, aunque la misma forma del envase nos proporciona algunas pistas muy útiles sobre las ventajas e inconvenientes de la misma frente a determinados tipos de contenidos. Por la forma de la boca [fig. (5)9a, 1 y (5)10, 1], extraordinariamente ancha, en muchos casos el diámetro máximo coincide con la boca, podemos descartar que se trate de líquidos. Por el contrario, este diámetro es muy apropiado para los recipientes que envasan sólidos o semisólidos, como grandes trozos de carne o pescado en salazón. Un paralelo funcional muy útil lo tenemos en las ánforas de salsamenta gaditanas (Bernal 2004) de época púnica tardía, que también tienen formas cilíndricas y bocas con igual diámetro que el cuerpo. El trasporte de carne envasada en cerámica no está bien documentado durante la prehistoria, sin embargo, tenemos una evidencia arqueológica más tardía muy elocuente en el pecio de Coltellazo (Parker 1992: 151), hundido en Cerdeña hacia principios del s. VI en cronología convencional aC, con un cargamento de ánforas púnicosardas, en cuyo interior había numerosos restos de huesos de oveja, cabra y bóvido con marcas de troceado. Por todo ello, a partir de los paralelos funcionales que hemos señalado, y a la espera de análisis más resolutivos sobre el contenido, es sugerente pensar que pudieron envasar carne en conserva; lo que por otro lado resultaría también muy acorde con los datos que está proporcionando el conjunto de estructuras de transformación de Closos de Can Gaià. Tal vez los grandes hogares con plataforma-parrilla pudieron también estar ligados a estas mismas tareas de procesado, cuyo paso siguiente sería el envasado en los toneles y finalmente su transporte hasta las escalas costeras que seguidamente veremos.
Se conocen durante el Bronce Final distintos grandes envases cerámicos de uso doméstico, pero ninguno tiene esta forma, y todos ellos disponen, a diferencia de los toneles, de amplias bases planas que garantizan su estabilidad sobre suelos lisos y duros. Los envases toneliformes están bien documentados en distintas estructuras domésticas naviformes, aunque su número no suele sobrepasar la media docena como máximo, cantidad razonable de una reserva de alimentos propia de una familia extensa. También aparecen en una cantidad anormalmente alta en la gruta “Cova des Moro” (Calvo et al. 2001 a) cuyo acceso no es fácil si se va cargado con estos grandes envases, sin embargo, en este caso podría estar justificada su presencia por el probable uso cultual de este lugar durante el Bronce Final, a lo que también apunta el depósito votivo de la daga de bronce ya estudiada. Tal
Este tipo de envases toneliformes no es conocido en contextos anteriores a c. 1300 BC, pero tampoco en los posteriores a c. 850/800 BC, esta coincidencia cronológica con la vigencia de uso de las escalas costeras, que a continuación estudiaremos sugiere una relación muy estrecha con el fenómeno que estamos intentado de analizar. A todas luces parece que estamos ante el contenedor propio para envasar una de las mercancías que protagonizaron los intercambios comerciales durante el Bronce Final (Naviforme II). Su manufactura aborigen
26 El único ejemplar completo que sirve de prototipo para estudiar este contenedor (Pons 1998, 155) tiene errores en el dibujo de la base, que pueden detectarse cuando observamos una foto del mismo [fig. (5)10, 1] aunque efectivamente puedieron existir toneles con bases algo más planas.
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deja igualmente pocas dudas de que su contenido constituyó una de las contrapartidas que compensaron la llegada del estaño o el bronce, así como de otros de los productos exóticos ya señalados.
aproximación, o aún más para identificar con seguridad el lugar de fondeo. Esta importancia, que las fuentes literarias se encargaron de remarcar, viene enfatizada por la erección de construcciones de distinto tipo, pero siempre muy visibles desde el mar, y casi siempre incorporando un sistema de señalización nocturno mediante el fuego.
V.8.3. Red de escalas, fondeaderos y referencias costeras27
La naturaleza y forma de estas construcciones puede ser muy variada, pero la función siempre es la misma que acabamos de recordar. En la antigüedad clásica los ejemplos más frecuentes fueron templos (Semple 1927) sobre promontorios que se alzan prácticamente al borde de los acantilados. Los fenicios hicieron otro tanto, y así, al finalizar sus exploraciones costeras que los llevan hasta Huelva (Onuba) y Cádiz (Gadir), antes de la fundación de las colonias, señalaron los hitos costeros levantando altares “con fuegos”, torres y columnas (Estrabón III, 5, 6), remarcando el propio Estrabón la naturaleza de dichos lugares: ya fueran aquellas pequeñas islas de que hemos hablado, ya los promontorios… Como en el capítulo primero ya se dijo, menos frecuente es la identificación de algunos promontorios mediante la erección de tumbas monumentales, túmulos o turriformes, de lo que tenemos una buena descripción en la Odisea (XXIV, 80); de la que podemos volver a recordar el énfasis que Homero hace de la señalización de la costa: de tal manera que fuese de lejos visible en el mar…
En el capítulo primero, se desarrolló un epígrafe titulado Reconocimiento de la costa y referencias visuales en el cual se puso de relieve la importancia que para las navegaciones antiguas, y aún para las modernas, tienen determinados lugares costeros, como los promontorios. Se analizaron, a título de ejemplos, diversas fuentes literarias, iconográficas y arqueológicas que nos documentan esta cuestión en la protohistoria europea y particularmente mediterránea, ahora ya no insistiremos en ello. Debemos centrar el estudio en el caso específico de las Baleares, donde este fenómeno alcanzó durante el Bronce Final una extraordinaria importancia, tanto por el número como por la riqueza arqueológica que muchos de ellos aún conservan. Aunque a día de hoy puede presentarse ya una interpretación bastante coherente de la función que cumplieron estos asentamientos costeros, la investigación completa está lejos de haber concluido, aunque la validez predictiva del modelo se ha mostrado eficaz, aún quedan algunos asentamientos visitados que no serán mencionados en este estudio hasta que no verifiquemos definitivamente su función y su cronología.
La necesidad de iluminar mediante fuegos importantes hitos costeros como ayuda a la navegación fue utilizada en el Mediterráneo preclásico, recordemos los fuegos que se encendieron en la costa de Troya: Recoged, además, muchos troncos, para que durante toda la noche hasta la aurora nacida de la bruma, hagamos arder numerosas hogueras, y llegue su resplandor hasta el cielo…tantos eran los fuegos que, encendidos por los troyanos, aparecían entre las naves y las corrientes del Janto delante de Ilión (Iliada VIII, 510, 560).
El valor de la documentación arqueológica de esta serie de sitios es muy desigual, debido a que pocos han sido excavados y la información, en la mayoría de los casos, procede de prospecciones superficiales, del análisis de la configuración costera y de su eventual papel en una navegación de cabotaje. Hoy es posible mantener con relativa seguridad que la red de escalas y promontorios costeros tuvo un ámbito regional que englobaba todo el archipiélago, incluidas las Pitiusas, sin embargo, es en las Baleares donde la solidez del modelo parece incuestionable.
Veamos la materialización de este fenómeno durante el Bronce Final balear con la descripción y valoración arqueológica de los que hasta el momento se han podido identificar. Desde un punto de vista geográficopaisajístico y náutico son asentamientos ubicados sobre espigones acantilados que sobresalen sobre la línea de costa, con un control visual extraordinario del horizonte marino, los cuales resguardan en ocasiones pequeñas calitas, que eventualmente podían servir de embarcaderos o varaderos. Sobre estos promontorios se levantan construcciones ciclópeas de distinto signo, pero con un claro aspecto de fortificación del lugar en algunos de ellos.
Esta red de asentamientos costeros [fig. (5)32] debe agruparse en dos categorías claramente diferenciadas, aunque en algunos casos aparecen combinadas, y desde luego todos forman parte de un mismo complejo funcional. En la primera de ellas tendríamos los promontorios o referencias costeras; y en la segunda las escalas para el fondeo, bien en islotes o en embarcaderos directamente sobre playas pequeñas (calas) y resguardadas.
a. Costa de Menorca
1) Promontorios o referencias costeras
La costa de Menorca es en su mayor parte muy acantilada, combinando los promontorios costeros, que constituyen en su mayoría los puntos terminales de agrestes barrancos excavados por los torrentes, con calas muy abrigadas, que constituyen excelentes fondeaderos y varaderos. Sin embargo, esta característica geológica, que constituye una magnífica configuración para conseguir abrigo a las naves, presenta una dificultad que no es
Ya se explicó la trascendencia que en la navegación de cabotaje tiene poder identificar sin atisbo de duda las referencias costeras que constituyen puntos clave de la singladura, ya sea para orientarse durante el trayecto de 27 Por V.M. Guerrero, revisión ampliada de textos publicados (2006 y 2007).
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despreciable: desde unas millas mar adentro resulta muy difícil distinguir el punto de entrada al fondeadero, lo que dificulta en extremo saber dónde debe iniciarse la difícil maniobra de aproximación. Ésta y no otra seguramente es la causa que explicaría la presencia de construcciones ciclópeas en los promontorios que sirven de protección a la entrada de los fondeaderos que eventualmente fueron utilizados durante la protohistoria y la antigüedad.
que pudieran venir de la zona continental catalana. En esta ruta, que es la principal vía de conexión marina de las Baleares con el continente (Guerrero 2004), las barcas que navegasen hacía las islas para enfilar el canal Mallorca-Menorca, o se dirigiesen directamente a esta última isla con fuertes vientos tramontanos, cierzos o mistrales, les resultaría muy difícil el cabotaje, tanto por esta costa como por la occidental. La mejor decisión que debería adoptar un marino en estas circunstancias es buscar abrigo y esperar que amainen los vientos, entonces Cala Morell ofrece un buen fondeadero, en la desembocadura de un torrente, que, además de protección, permitía hacer aguada hasta poder proseguir en navegación de cabotaje hasta Cala Blanca; teniendo como referencia intrermedia Pop Mosquer. Desde Cala Blanca ya es más fácil el cabotaje hasta las escalas costeras del Sur, a sotavento de los temporales tramontanos.
Se ha querido ver en la combinación de promontorios fortificados, junto a necrópolis en los acantilados, un característico “modelo de ocupación teritorial” propio de Menorca (Plantalamor 1991; 1991 a; Plantalamor et al. 1999), sin tener en cuenta que ambas ocupaciones son por completo diacrónicas, como las dataciones radiocarbónicas han corroborado (Van Strydonck et al. 2002), y obedecen a procesos culturales distintos y distantes en el tiempo. Las ensenadas correspondientes a los puertos de Maó y Ciutadella contituyen sin duda los lugares más abrigados de la isla y con toda probabilidad debieron albergar instalaciones similares a las que se estudian en este epígrafe. Una prospección exhaustiva de la costa Norte del puerto de Maó, única que aún tiene algunos puntos sin urbanizar, resultó infructuosa. El uso militar intensivo de todo este tramo de costa y las propias instalaciones militares, ubicadas en los sitios más estratégicos, han desfigurado el entorno y, si hubo algunos elementos arqueológicos costeros, hoy no se conservan. Otro tanto ha ocurrido en el puerto de Ciutadella.
En el punto más prominente se encuentra un zócalo ciclópeo (Joan y Plantalamor 1996) de lo que pudo ser una estructura en forma de torre, hoy arrasada y ocupada por una construcción moderna. No sería descartable que constituyese un elemento para iluminación a modo de protofaro. No se dispone de ningún indicador de cronología absoluta y las cerámicas recogidas en la exploración superficial, cuando se elaboró la planimetría del yacimiento, son poco resolutivas. En cualquier caso, el pretendido encuadre calcolítico (Joan y Plantalamor 1996; Plantalamor et al. 1999) está carente del más mínimo fundamento.
- Cala Morell
Como en el capítulo primero ya habíamos dicho, el promontorio de Cala Morell tiene una extraordinaria similitud con el de Oropesa la Vella, en la costa de Castellón (Aguilella y Gusi 2004). Seguramente ambos tuvieron un papel muy importante en la navegación de cabotaje, no sólo como puntos de control, sino también, y principalmente, como ayuda a la navegación en todas sus facetas de aproximación a la costa y fondeo, sin descartar la de protofaros para auxilio de la navegación costera tras la caída del sol y nocturna. Oropesa la Vella debió estar aún en funcionamiento cuando se produce la primera expansión del comercio fenicio28 por el levante peninsular, como indica la presencia de algunas cerámicas, entre ellas algunas de raigambre inconfundible como los cuencos trípodes (Vives-Ferrándiz 2005, 134135).
El espigón costero de Cala Morell [fig. (5)34] se localiza en la costa Norte de Menorca. Sin embargo, no debió de constituir un elemento aislado, pues a sus pies dispone de un abrigado fondeadero en el que desemboca un torrente que puede proporcionar agua dulce. Seguramente esta privilegiada configuración incentivó la creación de un asentamiento mucho más complejo que en otros casos. Puede distinguirse (Joan y Plantalamor 1996) un muro de trayectoria sinuosa que corre aproximadamente paralelo al acantilado oriental. Adosadas al mismo pudieron identificarse hasta cinco construcciones de planta de herradura, parecidass a las navetas de habitación, aunque de menor tamaño. Al Oeste de dicho muro y de las construcciones citadas, se observan varios conjuntos de unidades similares adosadas las unas a las otras, formando conjuntos dobles y, tal vez, alguno triple.
- Pop Mosquer (Torre del Ram)
Los autores del trabajo planimétrico señalan la existencia de una depresión doble en forma de “8”, tal vez repicada artificialmente en la roca, que identifican como una pequeña balsa o depósito de agua. En cualquier caso, el torrente que desemboca a pocos metros del asentamiento proporcionaba agua sin ningún problema a los ocupanates del mismo y a los eventuales visitantes que usasen el fondeadero.
Este espigón costero constituye uno de los mejores ejemplos de señalización de la costa como ayuda a la navegación de cabotaje. Este litoral [fig. (5)36] es totalmente acantilado e inaccesible en un largo tramo del 28 Oropesa La Vella cuenta con una larga serie de dataciones radiocarbónicas (Gusi y Olaria 1994), sin embargo, todas están obtenidas a partir de muestras de carbón, por lo que sólo deben ser tenidas en cuenta como referencias post quem, además presentan una fuerte imprecisión derivada de las altas desviaciones típicas de la edad convencional del C14. Aún así parece claro que es un yacimiento activo desde el Bronce Antiguo y Medio hasta los momentos iniciales de la presencia fenicia en Occidente (ver tabla).
El promontorio y fondeadero de Cala Morell tiene escasa utilidad en las conexiones Mallorca-Menorca, pues la costa norte de Menorca no necesita ser navegada con este fin. Sin embargo, alcanza pleno sentido para las travesías 311
mismo; por lo tanto, las naves no podían recalar en un lugar tan abrupto, continuamente azotado por los vientos tramontanos y con rompiente peligrosísima.
la entrada del naviforme construido sobre Pos Mosquer se conserva un muro en forma de creciente lunar abierto hacia el mar y orientado, al igual que la puerta del naviforme, hacia Mallorca, cuyo diámetro no supera los dos metros. La función del mismo resulta una incógnita sin excavarlo, pero resulta sugerente pensar que podía servir para abrigar el fuego de una hoguera con función de señal luminosa para las barcas que se aproximasen después de la caída del sol.
La configuración topográfica del lugar y la dificultad de acceso desde tierra sugieren que la construcción sólo pudo servir de refugio a un pequeño retén de personas durante las funciones de control náutico, difícilmente aquí podría vivir una familia en una cresta rocosa sin apenas espacio exterior donde moverse. Es uno de los puntos costeros desde donde mejor se controlan visualmente las conexiones marinas entre Mallorca y Menorca. Recordemos que el fondeadero de Illot des Porros en Mallorca y Cala Blanca en Menorca son dos escalas costeras, arqueológicamente contrastadas, que están geográficamente una frente a la otra, con el canal de por medio que podía cruzarse (Guerrero 2006) en una singladura de unas diez u once horas de duración a unos tres nudos de velocidad media.
Tal vez la misma estructura de combustión del edificio naviforme, desproporcionadamente grande para la superficie de la cámara y deplazado hacia la misma entrada [fig. (5)36, 5-8], pudo constituir también un verdadero elemento de señalización luminosa. - Cap de Forma El lugar conocido como Cap de Forma, Caparrot de Forma o Es Castellàs de Forma, es un promontorio costero [fig. (5)35] muy similar a los que jalonan la costa meridional de Menorca. Su acceso desde el mar es muy difícil y sólo es posible hacerlo por la vía terrestre, la cual fue cerrada por un recinto fortificado, con aspecto de murallón desde el exterior y con construcciones en el interior de uso impreciso.
La importancia de este promontorio para la navegación queda bien patente en la presencia de dos construcciones, tal vez una tercera, que pese a lo agreste e incómodo del lugar, fueron levantadas en el único espacio relativamente llano disponible. La más grande [fig. (5)36, 5-6] tiene planta naviforme y fue excavada clandestinamente hace años. En su interior se localizó un magnífico hogar de planta oval [fig. (5)36, 7-8] delimitado por losas hincadas verticalmente y una base también de losas, en las que aún se aprecian señales de termoalteración. Este hogar es similar al que vemos en muchas estructuras naviformes menorquinas, y es especialmente parecido al de los naviformes de Clariana (Plantalamor 1991: 21). Una datación radiocarbónica obtenida a partir de un hueso de herbívoro nos garantiza que esta construcción estuvo en uso al menos entre 1420 y 1120 BC.
Es el único asentamiento de este tipo que ha sido objeto de un programa de excavación continuado (Plantalamor et al. 1999), aunque la información que del mismo tenemos es muy incompleta, pues nos falta una delimitación clara de las dependencias interiores y sus respectivos contextos para poder valorar adecuadamente sus funciones. Procedente de los áreas excavadas se cuenta con una serie de cuatro dataciones radiocarbónicas (Van Strydonck et al. 2002) de extraordinaria importancia (ver tabla C14) para encuadrar con bastante seguridad la cronología de esta red de asentamientos. Cap de Forma tendría un límite post quem para los inicios de su actividad hacia 1260 BC y un cese de la misma sobre 850/820 BC. Sin embargo, no se han publicado los contextos arqueológicos asociados a cada una de dichas dataciones. Entre las cerámicas están presentes los característicos toneles cilíndricos de labio engrosado y sección triangular propios de esta fase [fig. (5)35, 5]. Su cantidad es moderada, aunque esto viene siendo normal en los promontorios, lo que es una consecuencia lógica de la dificultad de acceso desde el mar, mientras que son muy abundantes en los fondeaderos, donde las transaciones se podían llevar a cabo con normalidad efectuando el trasiego de mercancías con mayor facilidad.
Una persona simplemente sentada en la puerta de la construcción mayor puede divisar perfectamente la bahía mallorquina de Alcudia y la costa del levante mallorquín donde se localiza S’Almunia. Sin embargo, las condiciones de la costa en este lugar dejan claro, como hemos dicho, que ni el destino, ni tampoco el punto de partida, podría haber sido nunca Pop Mosquer, sino el fondeadero de Cala Blanca que se encuentra a muy poca distancia hacia el Sur en la misma línea de costa y que después analizaremos ¿Qué finalidad podrían tener dos puntos costeros tan próximos? A nuestro juicio, sólo es posible entender su función como referencia y “protofaro” de aviso, frente a la costa de Mallorca, la cual se divisa desde la puerta de la construcción existente. El objetivo no podía ser señalar un punto de fondeo, sino avisar de la peligrosidad de este tramo costero y, a la vez, orientar al navegante en la derrota correcta para enfilar el fondeadero de Cala Blanca.
Desde el promontorio puede, en buenas condiciones, divisarse la costa de Mallorca y, a su vez, la construcción ciclópea, aunque no se asienta sobre el punto culminante resalta y es muy visible desde el mar [fig. (5)35, 2] en navegación de cabotaje, tanto en derrota E-O, como a la inversa.
Este último es un buen fondeadero y punto de escala, pero tiene mucha dificultad para ser divisado desde el mar, sobre todo tras la caída del sol, ya que la costa aquí es muy baja y queda oculto por varias plataformas rocosas costeras; mientras que un fuego encendido sobre Pop Mosquer puede divisarse sin dificultad varias millas mar adentro viniendo desde Mallorca, pasado el cual, Cala Blanca es ya más fácilmente localizable. Próximo a
- Calescoves Uno de los los lugares más seguros para el fondeo en la costa meridional de Menorca es Calescoves [fig. (5)37], 312
que está constituido por un doble y seguro fondeadero formado por la covergencia de dos torrentes [fig. (5)37, 1] que desembocan en el mismo lugar. Es, por lo tanto, un verdadero puerto natural, que fue uno de los puntos de entrada de mercancías más importantes durante la segunda Edad del Hierro (Belén y Fernández-Miranda 1979).
difícil de distinguir navegando varias millas mar adentro, por lo que la entrada a este fondeadero requería una señalización bien destacada en uno de los dos promontorios de entrada. Las excavaciones submarinas en el fondeadero recuperaron restos de grandes vasijas de factura indígena (Belén y Fernández-Miranda 1979, 93-96) que resultan insuficientes para proporcionar un indicador cronológico seguro, aunque algunos fragmentos serían compatibles con cronologías del Bronce Final y transición a la Edad del Hierro. La inclusión de este fondeadero en la red de escalas y referencias costeras se hace a título de hipótesis a confirmar en un futuro, pues desde un punto de vista funcional, constituyendo un punto clave e intermedio en el cabotaje de la costa meridional de Menorca, resultaría muy difícil que no hubiese sido utilizado durante el Bronce Final.
El promontorio que resguarda la entrada al fondeadero por el Oeste tiene una cumbre amesetada que fue cerrada por una larga muralla ciclópea [fig. (5)37, 1 y 3-6] con trayectoria en ángulo recto. Alberga un espacio muy grande en el que no se aprecia la existencia de otras construcciones, ni ruinas. En el interior del recinto se encuentra un pozo de factura prehistórica (Plantalamor 1991, fig. 339), que conserva en la actualidad 45 escalones, pemitiendo un descenso de unos 13 m. hasta donde aparece cegado. La relación entre el pozo y la cuestión náutica analizada parece irrelevante, pues los marinos podían abastecerse de los torrentes que desembocan en la cala.
- Llucalari En la desembocadura del barranco de Llucalari se eleva un promontorio [fig. (5)32] que separa un pequeño fondero de la única playa de gran longitud de Menorca, Son Bou. En la cumbre del espigón, muy castigada por el intento de urbanizarlo quedan restos de construcciones ciclópeas (Plantalamor 1991 a). Aunque el yacimiento repite un patrón de asentamiento conocido, queda pendiente de efectuar un reconocimiento detenido.
Sin embargo, fondeaderos tan excelentes y protegidos como el de Calescoves presentaban a veces dificultades de acceso extraordinarias debido a la escasa capacidad de maniobra en corto de las naves antiguas, lo que hacía peligrosísima la entrada a estas calas29. Seguramente resulta oportuna como ilustración una descripción de la Odisea (X, 85-90), que recuerda mucho las difíciles entradas desde el mar que presentan algunas calas del Sur de Menorca:
- Macarella y Macarelleta En un paraje litoral en el que se abren dos playas una de ella, la más occidental, denominada Macarelleta [fig. (5)38] se encuentra protegida por otro espigón costero similar a los ya descritos. Sobre la cumbre del mismo se ha señalado la existencia (Plantalamor 1991; 1991 a) de un asentamiento similar a los anteriores, aunque aún no hemos tenido ocasión de verificarlo. En cualquier caso el lugar debió de constituir un fondeadero utilizado por los marinos durante la protohistoria y la antigüedad, como parece enfatizarlo varias muestras de iconografía náutica (Guerrero 2006) localizadas en la pared del barranco.
Penetramos sin más por el cómodo puerto; una roca en escarpa continua lo ciñe de un lado y de otro con remates en dos promontorios que dan frente a frente y que forman su boca: delgado canal los divide. En condiciones de mala mar la aproximación y la entrada al fondeadero puede convertirse en mortal, tal y como nos describe Herodoto (6, 44): Se levantó mientras navegaban [cruzando la bocana] un viento Norte fuerte e invencible que les maltrató en extremo y arrojo gran número de naves contra [los acantilados] el Atos… estrellados contra las peñas30…
b. Costa de Mallorca El litoral de Mallorca se presenta más variado que el menorquín alternando tramos acantilados con pequeñas calas y promontorios, similares a los menorquines, en la costa de levantina de la isla. En este mismo tramo costero se abren ensenadas portuarias prácticamente cerradas, como la de Portocolom. Ésta concretamente pudo constituir un excelente fondeadero y varadero desde el que pudieron salir mercancías elaboradas en el poblado de Closos de Can Gaià, que está en sus inmediaciones. La orilla de este excepcional puerto natural está por completo urbanizada y es estéril hoy día a efectos arqueológicos, sin embargo, los trabajos de draga del mismo han obligado a llevar un control arqueológico estricto de los trabajos y se han podido recuperar elementos cerámicos a mano característicos de esta fase (35% de piezas) que están en estudio, entre los cuales los toneles están bien representados en este conjunto de hallazgos cerámicos (Salvà 2007 a); lo que demuestra fehacientemente la importancia de estos fondeaderos aún
La valoración del fondeadero de Calescoves resulta problemática, pues al interior de este recinto murado no puede accederse desde el fondeadero por tener sus límites acantilados, cerrando la muralla el único paso viable. Este tramo de costa es muy acantilado con entradas a los barrancos todas ellas muy similares [fig. (5)37, 2] y 29 Un caso excelentemente contrastado por la arqueología es el de la nave mercante romana Cabrera III (Bost et al. 1992), la cual, seguramente queriéndose proteger en el puerto de un vendaval de tramontana, una mala maniobra la hizo derivar hacia las rocas contra las que se golpeó, abriéndose un gran boquete en la aleta de babor. 30 La experiencia no fue valdía, como nos recuerda el mismo Herodoto (6, 95), pues en la siguiente expedición con barcos cargados de caballos siguió otro rumbo: Desde allí [Jonia] no siguieron su rumbo costeando la tierra firme, en derechura hacia el Helesponto y Tracia, sino que salieron de Samo y tomaron la derrota por el mar Icario, pasando entre las islas: a mi parecer, por el gran temor de doblar el Atos, ya que el año anterior, llevando su rumbo por allí, habían sufrido un gran desastre…
313
durante el Bronce Final de la isla.
proporcionaba un puerto natural resguardado para las naves de mayor porte, junto a una albufera navegable para barcas más ligeras.
- Cala S’Almunia En la costa mallorquina el promontorio costero que mayor similitud alcanza con los analizados en Menorca es el de S’Almunia en la costa de Santanyi [fig. (5)33], el cual cierra y protege la pequeña calita conocida como Caló des Moro y el embarcadero de Es Maquer, donde aún se varan y protegen durante los meses de mala mar pequeñas embarcaciones. En la ladera de acceso desde tierra y en la cima pueden distinguirse construcciones ciclópeas, algunas con aspecto defensivo, que sigue un patrón muy similar al que se observa en las laderas del Puig de Sa Morisca. En la actualidad todo el conjunto está muy enmascarado por la vegetación y las construcciones de la cima apenas pueden identificarse a partir de la hilada base. Pudieron recogerse en superficie muestras de cerámica que identifican claramente la ocupación del lugar durante esta época. El acceso desde el mar no es posible y la subida desde el istmo que lo une a la costa no deja de ser dificultosa, seguramente por ello no encontramos toneles, los cuales aparecen sólo en cantidades importantes en los fondeaderos, pero no tienen presencia significativa en los promontorios.
Las condiciones del entorno eran sin duda inmejorables para que el lugar terminara por convertirse en un punto de encuentro e intercambio, muy similar al de la bahía de la Colonia de Sant Jordi, donde se sitúan los islotes de Na Moltona y Na Guardis, que sirvieron respectivamente como escala para intercambios durante el Bronce Final, el primero de ellos y factoría púnica bastante más tarde el segundo. Tanto es así, que en los inicios de la Edad del Hierro (900/700 BC) el lugar se fortifica con nuevas construcciones y se establece un grupo humano a los pies de la colina. De forma que, según los datos disponibles hasta el presente, es la primera comunidad que comienza a recibir visitas de comerciantes fenicios justo en lo momentos de la fundación de Ebusus, y tal vez algo antes. El valor estratégico del lugar para la navegación y las comunicaciones queda enfatizado por la ocupación del mismo en época almohade que reutilizaron la torre nº tres [fig. (5)48, 2-3] seguramente como lugar de vigía, control y señales, adosándole unas dependencias de apoyo.
La importancia de esta referencia visual para la navegación de cabotaje por la costa levantina de la isla queda bien enfatizada en el hecho de que aún se identifiquen en un mapa [fig. (5)32 recuadro] otomano del siglo XV (Werner 2004) y que aún se siga señalando em los derroteros modernos (HIM 2003, 99).
La ocupación de la Edad del Hierro ha enmascarado los elementos constructivos usados durante el Bronce Final. Algunos elementos arquitectónicos, como los murallones que cierran la ladera, obedecen al mismo esquema organizativo que los vistos en el promontorio de S’Almunia, por lo que es posible que algunos de estos elementos precediesen a la compleja fortificación que se levanta en la cumbre durante la Edad del Hierro. En cualquier caso, los indicadores más seguros los tenemos en el paleosuelo que quedó sellado con la construcción del castellum talayótico. Entre ellos podemos señalar algunos elementos cerámicos como una olla carenada de borde exvasado [fig. (5)48, 4], y una pesa de telar [fig. (5)48, 5] entre otros. Algunas dataciones radiocarbónicas (KIA-17998 y KIA-17979) obtenidas de colágeno de herbívoros procedentes de este paleosuelo corroboran que el lugar estaba ocupado entre 1320 y 1120 BC, siguió estándolo hasta c. 970/900 BC.
- Puig de Sa Morisca El sitio del Puig de Sa Morisca [fig. (5)48] constituye un caso algo especial dentro del esquema que estamos analizando. Debemos recordar que hasta ahora era conocido sustancialmente por la fase de ocupación que se inicia en la Edad del Hierro (Quintana 1999; Guerrero et al. 2002; Guerrero y Calvo 2003), pero las últimas campañas de excavación y la ampliación de la serie de dataciones radiocarbónicas ha revelado que, al menos, la cumbre de la colina, que albergó durante la Edad del Hierro varias torres defensivas, estaba siendo frecuentada durante el Bronce Final.
Una tercera datació (KIA-19981), igualmente conseguida sobre fauna, ha proporcionado una edad contenida en el intervalo 900-790 BC, resulta muy significativa, pues puede asociarse a la presencia de una punta fenicia con arpón [fig. (5)48, 6]. Esta datación constituye un excelente indicador, por varias razones. En primer lugar, es la fecha más moderna del paleosuelo y, en consecuencia, post quem del complejo constructivo de la Edad del Hierro. En segundo término, constituye un buen signo de identidad de los agentes que con bastante seguridad provocaron el colapso de toda esta red de escalas costeras y referencias de navegación. Precisamente uno de los pocos, tal vez el único, que se conservó activo fue el Puig de Sas Morisca. Desde entonces constituyó un importante lugar de intercambio precolonial hasta el s. IV aC en que definitivamente se funda la factoría púnica de Na Guardis (Guererro 1997).
Desde una perspectiva geográfica es necesario aclarar que no estamos frente a un promontorio o morro costero, sino ante una elevación de perfil muy singular [fig. (5)48, 1] que la hace fácilmente distinguible mar a dentro, como hemos tenido ocasión de comprobar navegando a varias millas de distancia. Naturalmente esta cumbre no es el único hito que podría servir de referencia visual, pero sí es el que señala perfectamente que a sus pies se abre un fondeadero natural, Sa Caleta, formado por la desembocadura de un torrente y que, además, está a la entrada de una amplia ensenada antiguamente inundada y navegable hasta aproximadamente el s. I aC en que la colmatación producida por un segundo torrente terminó por formar la actual playa de Santa Ponça, rompiendo definitivamente la conexión del mar exterior con la albufera. Por lo tanto, combinaba perfectamente la función de hito para la navegación y, además, 314
c. Costa de Ibiza-Formentera
del s. VII aC.
Conviene tener presente que con toda probabilidad estas islas permanecían aún unidas entre sí durante la prehistoria (Schultz 1997), pues sólo de esta forma alcanzaría cierta lógica la disposición de algunos promontorios en el Sur de la isla. Fijar la fecha es difícil incluso de forma aproximada, en cualquier caso el paso de naves por el estrechos que separa Ibiza de Formentera (Es Freus) sería altamente peligroso y todo hace pensar que se evitaría en la medida de lo posible. Recordemos para ello las recomendaciones de Flavio Vegecio en su obra Epitoma rei militaris (IV, 43) para evitar los peligros a causa de los escollos que emergen del agua.
- Sa Cala (Formentera) Un esquema de asentamiento similar lo encontramos en los acantilados de Sa Cala en Formentera [fig. (5)40, 16], afortunadamenmte mejor conservados. Durante 1997 y 1998 se realizó una limitada intervención arqueológica (Ramón y Colomar 1999) cuyos resultados son de gran interés. Pudo delimitarse correctamente la fortificación conocida de antiguo (Ramón 1985, 64) verificándose que el muro cierra el acantilado, corriendo paralelo al mismo a unos 12/15 m. al interior. Su trayectoria es aproximadamente recta y paralela al acantilado, con indicios de que circundaba un espacio rectangular, sin que pueda identificarse la existencia de otras construcciones en el interior. Se accede al espacio intramuros por dos estrechos portales reforzados por sendas torretas, de la que sólo se conserva en condiciones de poder ser estudiada una de ellas. El recinto parece proteger el acceso a la única vía natural de acceso que tienen las cuevas que se encuentran en el acantilado.
Las prospecciones en las Pitiusas se encuentran en un estadio más embrionario, aunque pueden señalarse los siguientes sitios costeros [fig. (5)32]: - Illa Murada (Ibiza) Se encuentra situado en la costa Norte de Ibiza próximo a la cala y fondeadero de Sant Miquel. Pudo constituir una importante referencia de aproximación a un lugar muy apto para utilizar como varadero [fig. (5)39], que disponía además de agua potable. En el centro de esta pequeña y recortada bahía se encuentra un islote en una situación muy estratégica, pero está totalmente ocupado por una lujosa villa, lo que impide cualquier prospección del lugar.
El material cerámico recuperado (Ramón y Colomar 1999) es altamente interesante, si tenemos en cuenta que no estamos sobrados de hallazgos procedentes de excavaciones bien controladas. En general son grandes recipientes con bocas de grandes diámetros, entre los cuales aparecen vasijas toneliformes [fig. (5)40, 3], siguiendo una forma similar a las baleáricas, aunque con diferencias formales evidentes, pero que seguramente puidieron cumplir una función similar.
En la actualidad este antiguo promontorio se encuentra separado de la costa al haber colapsado el estrecho istmo que lo unía a la isla. Por ello tiene ahora un aspecto de islote muy abrupto y acantilado cuyo acceso es sumamente difícil. El espacio conservado tiene una forma amesetada y conserva los restos de una gran muralla ciclópea que circunda casi por completo el espacio llano del islote, siguiendo la línea de acantilados. Está previsto realizar una prospección superficial que permita un dignóstico más detallado del yacimiento, aunque su configuración se ajusta a la norma habitual de los asentamientos sobre promontorios que ya hemos analizado.
Sa Cala tiene dos dataciones radiocarbónicas (Van Strydonck et al. 2005) asociadas al momento de abandono. Ambas proporcionan unas fechas coincidentes (KIA-20222 y KIA-20215) que pueden situarse entre c. 810 y 740 BC. Lo que permite pronosticar que el abandono pudo ser algo posterior, pero muy cercano al cese de la actividad sobre el S’Illot des Porros en Mallorca y al cese de la actividad sobre el Cap de Forma en Menorca, momento en que los fenicios frecuentaban ya las Pitiusas. - Cap des Llibrel (Ibiza)
- Punta des Jondal (Ibiza)
Este importante y amplio promontorio costero a cuyo abrigo queda Cala Llonga, la cual pudo constituir un buen fondeadero con agua potable en las proximidades. Sobre una de las laderas se ubica el poblado prehistórico de cabañas circulares que se conoce como Puig de ses Torretes, habitado desde la segunda mitad del tercer milenio BC.
Otro de los promontorios costeros desde antiguo conocido (Ramón 1985, 65) es el denominado Punta des Jondal [fig. (5)40, 7], unido a la isla por un estrecho istmo que la erosión está desmoronando de forma visible y rápida, por lo que en poco tiempo tendrá un aspecto similar al de Illa Murada. Sobre este promontorio se levanta un muro en el límite acantilado del Este, de una longitud aproximada de unos 300 m., adaptado tambien a la topografía del terreno con una trayectoria ligeramente curvada. Su técnica de construcción es ciclópea con una disposición ligeramente ataludada y compuesto por losas en disposición horizontal. En algunos tramos conserva una altura de 1,5 m. aproximadamente. En el espacio interno delimitado por el muro se pudieron recoger fragmentos cerámicos muy erosionados que pueden ser atribuidos a la Edad del Bronce Pitiuso, aunque también se identificaron fenicios
No se ha podido determinar si en el borde próximo al acantilado, al igual que en los anteriores había alguna construcción ciclópea prehistórica, pues en el lugar más estratégico, con mejor visibilidad del mar y de la costa adyacente, pero al mismo tiempo el punto culminante más visible desde el mar, se levantó en época púnica un santuario (Ramón 1987-88) y otras edificaciones anexas, además de una cisterna. Es un elmento costero tan importante que seguramente las instalaciones templarias continuaron en época clásica una función de control de la navegación de cabotaje que pudo tener su origen desde la 315
Edad del Bronce. En definitiva, el templo cumplía las clasicas y conocidas funciones de ayuda a la navegación que ya han sido señaladas con anterioridad.
Bronce baleárico. Tanto los poblados, como las navetas asiladas, se localizan no menos de dos o tres km tierra adentro. Buenos ejemplos serían los poblados de Na Mora de Sa Vall en Ses Salines e incluso Closos de Can Gaià o naveta Alemany, y a pesar de lo cual pueden cosiderarse ubicaciones próximas a la costa. Los únicos elementos de planta naviforme próximos a la línea de agua conocidos serían los del espigón de Cala Morell y el ubicado sobre el promontorio de Pop Mosquer, que ya hemos analizado. Por lo tanto, la consideración de naveta clásica para Cala Blanca debería revisarse y abandonarse, como aconsejan, tanto su forma arquitectónica, como su ubicación.
2) Escalas de fondeo y/o embarcaderos para intercambios Un segundo tipo de asentamientos ligados a esta red de redistribución costera del Bronce Final balear [fig. (5)32] son los ubicados en costa baja con embarcadero y/o playa. Seguramente irán identificándose muchos más en la medida que avancen las prospecciones que se están llevando a cabo, pero los conocidos hasta el momento no dejan lugar a dudas que su misión y su propia razón de ser no era otra que servir de punto de escala, en ocasiones con estructuras arquitectónicas que podían servir de almacén y refugio.
Hace tiempo que venimos señalando (Guerrero 2000 a; Salvà et al. 2002; Guerrero 2006; Guerrero et al. 2007) que estamos ante las estructuras arquitectónicas de un fondeadero, tal vez con función de refugio y almacén durante la temporada de intercambios, especialmente con la isla de Mallorca, que permanetemente se divisa desde el portal [fig. (5)41, 2]. Es también uno de los puntos costeros estratégicamente más cercanos a la base mallorquina de Illot des Porros, que seguidamente se analizará.
Recordemos, no obstante, la condición mixta de algunos asentamientos costeros estudiados en el anterior apartado, como podrían ser los casos de Cala Morell, Cales Coves y particularmente Puig de Sa Morisca. Ahora sólo se tratan aquellos cuya función de escala y fondeadero parece su única y principal virtualidad. a. Costa de Menorca En Menorca la fórmula del islote costero es sustituida por el empleo de las protegidas ensenadas al abrigo de los promontorios modelados por las desembocaduras de los torrentes que discurren por los barrancos característicos de la mitad meridional de la isla. Los embarcaderos de Llucalari, Macarella, Cales Coves, en la costa Sur, junto a Cala Morell, en el litoral Norte, combinan la posibilidad de escala y embarcadero con la de promontorio costero fortificado que cierra y controla todo el sistema.
Seguramente por esta razón Cala Blanca ya era una escala costera anterior al Bronce Final, como nos indica la riqueza arqueológica del paleosuelo sobre el que se construyó el edicio cuyas ruinas vemos hoy. Algunos restos arquitectónicos muy alterados parecen a todas luces subyacentes también a la construcción ciclópea del Bronce Final. Seguramente a estos contactos correspondientes al Bronce Antiguo, que tal vez se remonten al epicampaniforme, respondan otros dos asentamientos costeros localizados también en el litoral mallorquín de Colonia de Sant Pere y S’Estanyol de Artà en la bahía mallorquina de Alcudia, aunque por el momento no tenemos elementos diagnósticos definitivos. De lo que no cabe duda es que Cala Blanca no se levantó, ni mucho menos sobre un suelo virgen.
- Cala Blanca Tradicionalmente este yacimiento viene considerándose como una naveta de habitación típica (Joan y Plantalamor 1997; Lull et al. 1999) y aún más, como uno de los indicadores más seguros de los inicios de la arquitectura cicléopea naviforme (Lull et al., 42-43; 2004, 139). A nuestro juicio sobre esta cuestión existen algunos desenfoques que nos gustaría remarcar antes de entrar en la cuestión central.
De los trabajos de excavación de Cala Blanca disponemos de dos dataciones radiocarbónicas; sobre la más antigua (IRPA-1123), que nos remite al un intervalo temporal 1690-1510 BC, planean sobre ella serías dudas de que corresponda verdaderamente el edificio que sirvió de almacén durante el Bronce Final, por las razones ya expuestas. En realidad los mismos autores de la excavación terminan por reconocer (Juan y Plantalamor 1997,15) que no lograron identificar la interfacies que separaba la ocupación antigua de la correspondiente al Bronce Final31.
Ciertamente, el edificio final de Cala Blanca [fig. (5)41] fue construido con técnica ciclópea propia de las navetas, sin embargo, son dos simples muros paralelos que vienen a morir en la roca, adosándose a un ligero escarpe rocoso. Faltan elementos estruturales tan importantes como el ábside y otros complementarios como los que fueron descritos en el capítulo correspondiente al estudio de las navetas de habitación.
La segunda de las dataciones (IRPA-1124) proporciona un intervalo, 1450-1250 BC, más acorde con los comienzos del proceso que estamos analizando. Aunque carecemos de otras dataciones absolutas para fijar el momento de abandono, los materiales más modernos
Aún así, esto sería poco relevante si lo comparamos con su ubicación espacial y el entorno en el que se encuentra, ambos factores son extraordinariamente atípicos. La construcción se levantó sobre la propia playa a escasos metros de la orilla, es posible incluso que su proximidad al agua fuese mayor en algunas de las oscilaciones holocénicas del vivel del mar (Larcombe et al. 1995). Por lo tanto, es una ubicación estrictamente ligada a la utilización del mar. Este patrón de asentamiento es por completo ajeno a los lugares de hábitat clásicos del
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Denominada por dichos investigadores Talayótico IA, aunque, paradójicamente, cuando señalan como paralelos contextos con similar registro cerámico (Juan y Plantalamor 1997, 163) todos corresponden a navetas y ni uno sólo a elementos talayóticos.
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recuperados en las excavaciones sugieren que éste ocurrió de forma paralela al s’Illot des Porros.
cronológicamente este tipo de lugares costeros. Sobre el mismo se han podido identificar una serie de construcciones [fig. (5)42, 2-3], en parte arrasadas por la necrópolis que durante la Edad del Hierro (Postalayótico) se le superpuso. Aún así han proporcionado una importante cantidad de restos arqueológicos atribuibles al Bronce Final, entre los que destaca una gran cantidad de toneles y restos de fauna; todo lo cual está aún en estudio por J. Hernández y B. Salvà, pero deja a las claras la función del lugar.
Los materiales arqueológicos recuperados en las excavaciones resultan muy reveladores de la verdadera función del edificio de Cala Blanca. El número mínimo de envases toneliformes localizados en Cala Blanca [fig. (5)41, 4], tanto en el interior, como en los dos metros circundantes a la construcción, se aproximan al centenar, por lo que no parece exagerado considerar que pudo cumplir la función de escala costera como almacén destinado a albergar mercancías para los intercambios ultramarinos. Igualmente en sus inmediaciones debió de funcionar un taller al aire libre para fundir la materia prima, por la que seguramente eran intercambiados los toneles y su contenido, como parece sugerir la importante cantidad de vasijas [fig. (5)41, 5] con adherencias escoriáceas (Juan y Plantalamor 1997:152, 96) encontradas durante la excavación, y en el mismo sentido apunta un molde de fundición [fig. (5)41, 6] de hachas planas (Juan y Plantalamor 1997: 152).
En estos momentos se dispone ya de una buena serie de dataciones radiocarbónicas (ver tabla), todas obtenidas sobre colágeno de herbívoro (Van Strydonck et al. 2002: 40-41), que nos indican que este fondeadero comenzó a ser utilizado (KIA-11868) como lugar de intercambio entre 1440 y 1260 BC, temporalidad por completo coincidente con la que consideramos propia del almacén de Cala Blanca. El cese de la actividad en esta escala costera (KIA-11244) se sitúa entre el 1000 y 830 BC, no detectándose nueva frecuentación del lugar hasta que se convierte en necrópolis.
La identidad tipológica y técnica entre los toneles de Cala Blanca y los mallorquines, entre ellos lógicamente los de s’Illot des Porros, es perfecta, lo que con toda probabilidad es un buen indicador de que los trasiegos de estos materiales entre un extremo y otro del canal fueron muy fluidos y constantes. No deja de ser extraordinariamente sintomático que una persona, incluso sentada, desde el mismo portal de Cala Blanca [fig. (5)41, 2], divise perfectamente la costa mallorquina la mayoría de los días; la misma en la que se ubica la escala costera de S’Illot des Porros. La navegación entre Cala Blanca (Menorca) y S’Illot des Porros (Mallorca) y se realiza por tanto sin perder de vista el punto de partida y divisando la costa de destino durante todo el trayecto.
- Islote de Na Moltona Na Moltona [fig. (5)43] fue una isla costera a lo largo de toda la prehistoria, su separación de la costa se produjo en un momento indeterminado del Postglacial, pero con toda probabilidad era ya un islote costero durante la prehistoria reciente. Ésta no es una cuestión baladí, pues cuando los aborígenes, que seguramente habitaban el poblado de naviformes inmediato a la costa conocido como Na Mora de s’Avall, deciden utilizarlo como fondeadero y levantan sobre el mismo algunas estructuras, lo hacen teniendo alternativas, al menos igual de buenas, en la costa firme. Para los intercambios entre comunidades insulares esta escala costera resultaba por completo innecesaria.
b. Costa de Mallorca En el caso de Mallorca, sin descartar que puedan identificarse otros en tierra firme, los embarcaderos y lugares para la transacción de mercancías identificados de forma más clara se ubican sobre islotes costeros, lo que sin ningún género de dudas enfatiza la importancia de la componente naval y marina de este tipo de intercambios. La posibilidad de que los islotes de s’Illot des Porros y, menos probablemente Na Galera, estuviesen unidos a tierra firme es altamente probable, lo que no disminuye su naturaleza de punto costero estratégico.
La ubicación de esta escala y fondeadero, en un lugar físicamente separado de la costa firme, seguramente resaltaba también, las condiciones de neutralidad que deben reunir los lugares de intercambio a los que acuden agentes en condiciones de desigualdad, propias de las relaciones que se establecieron entre los llamados (Kistiansen 2001, 83-88) centros de acumulación y periferias de abastecimiento. Na Moltona ha proporcionado un volumen considerable de restos cerámicos [fig. (5)43, 2 y 3] que en su inmensa mayoría son toneles (Guerrero 1981), lo que convierte a este yacimiento en uno de los más importantes puntos de embarque y trasiego de esta mercancía que conocemos hasta ahora en Mallorca. Están ya programadas excavaciones arqueológicas en este lugar, por el momento sólo se han realizado exhaustivas prospecciones de todo el islote que han vuelto a proporcionar una gran cantidad de restos cerámicos, la mayoría toneles que se concentran precisamente en los escarpes arenosos que cierran la ensenada más tranquila y segura para fondear una nave. Además de la importante colección de toneles, se ha podido recuperar un molino de vaivén [fig. (5)43, 4] fabricado en piedra no característica de la zona.
- Illot des Porros Otra de las escalas bien documentadas la tenemos en s’Illot des Porros [fig. (5)42], en la gran bahía Norte (Alcudia) de la isla de Mallorca. De toda la red de embarcaderos costeros mallorquines, éste tiene especial relevancia, pues constituye el lugar más estratégico en las conexiones con Menorca. A poco de salir de la bahía los marinos se encontraban frente por frente con el Pop Mosquer y Cala Blanca en la orilla occidental de Menorca, a mucho menos de una singladura. Las excavaciones realizadas recientemente sobre s’Illot des Porros (Hernández et al 1998) han proporcionado una información muy relevante para encuadrar funcional y 317
- Islote de Na Galera
grosso modo contemporáneo de las activiades en esta red de escalas costeras. Los otros grafitos nos muestran naves de estructura más primitiva o arcaizante, de admitirse que puede tratarse de balsas mejoradas con aparejos (Guerrero 2006) podemos admitir, siguiendo los cálculos de McGrail (2001: 100) que, sin vientos ni corrientes muy desfavorables, podían alcanzar también una velocidad media aproximada entre 3 y 4 nudos, mientras que en condiciones metereológicas adversas en el canal podemos considerar una velocidad media de 1 a 1,5 nudos.
El segundo de los islotes conocidos con esta función es el de Na Galera [fig. (5)44], situado a la entrada de la Bahía de Palma, que, a buen seguro, constituyó otra escala costera, probablemente combinado con la playa inmediata, la cual disponía de un buen embarcadero, hoy convertido en club náutico deportivo. Sobre el mismo se han localizado toneles (Guerrero 1981), que constituyen el verdadero fósil director del fenómeno que estudiamos. También se encontró un interesante molde de fundición (Guerrero 1981; 2004) para pequeños objetos de bronce [fig. (5)44, 2], entre ellos tal vez pequeñas cuentas y aritos o hilos de estaño. La presencia de actividades metalúrgicas es también un elemento muy frecuente en estas escalas, como también veremos en Cala Blanca. Sobre el islote pueden distinguirse también restos de construcciones que seguramente deben tener relación con su función de escala.
A partir de estos datos de las navegaciones experimentales ya comentadas, en la tabla siguiente, hemos propuesto (Guerrero 2006; 2006 b) una serie de tiempos que eventualmente se podían invertir en las travesías que conectan algunas de estas escalas costeras y que ahora volvemos a reproducir en la tabla siguiente: Duración aproximada
Entre los materiales más interesantes encontrados sobre el islote figura un molde de fundición paralelipédico [fig. (5)44, 2] con matrices para fundir varios objetos en tres de sus caras: (cara a) una hoja laminar alargada y plana; un objeto de sección semicilíndrica alargado y acabado en punta semicircular; (cara b) pequeños objetos de vástago corto y circular con cabeza semiesférica invertida; (cara c) objeto laminar alargado imposible de precisar. Hoy pensamos que este molde para fundición de varios objetos puede datarse en la fase de frecuentación del islote propia del Bronce Final, no después de 900-800 BC, tras la cual no registra indicadores de ninguna actividad hasta fines del s. III aC.
Distancia en millas
2 nudos
3 nudos
4 nudos
Sa Cala – S’Almunia
85,85
43 h. 53’
29 h.
21 h. 46’
S’Almunia – Cap de Forma
56,69
28 h. 34’
19 h. 29’
14 h. 17’
Illot des Porros – Cala Blanca
31,3
16 h. 5’
10 h. 43’
8 h. 22’
Trayecto
En la travesía necesaria para unir Mallorca y Menorca desde la bahía de Alcudia, aún en el supuesto más pesimista, en ninguna caso sería necesaria más de una singladura. Si el viaje se realiza entre escalas más lejanas, directo y sin escalas32, entre Cala S’Almunia y, por ejemplo, Cap De Forma, en condiciones poco o nada favorables podrían sobrepasarse una singladura, es decir más de un día completo de navegación, aunque debe tenerse en cuenta la existencia de escalas intermedias, algunas de las cuales es seguro que restan por descubrir; en este sentido sería altamente probable que entre Cala S’Almunia, en el levante de Mallorca, y la costa Norte, como la península de Artà, desde la que ya se divisa la costa menorquina, seguramente debería ubicarse alguna escala de momento por identificar.
Para finalizar la cuestión de esta red regional de asentamientos costeros para los intercambios durante el Bronce Final, no estaría de más hacer alguna mención a los aspectos náuticos que la misma implica, sobre todo una aproximación a las dificultades que habrían de superarse para ponerlos en contacto, lógicamente por vía marítima. Retomando algunas cuestiones sobre el cálculo de la velocidad de las naves ya explicado en uno de los epígrafes del capítulo primero de este libro. No es una tarea fácil estimar correctamente el esfuerzo y el tiempo que debía invertirse en comunicar entre sí estas bases costeras del Bronce Final balear. Por ello hemos propuesto varias posibilidades alternativas, pues sin conocer exactamente el tipo de barcos y su capacidad de maniobra es muy difícil establecer una única solución, cuando, además, la duración del trayecto es muy dependiente del estado de la superficie del mar, que puede oscilar entre mar llana y marejada.
El viaje se presenta más complejo si se pretende navegar desde Formentera a Mallorca; como difícilmente se podría conseguir una media de 4 nudos, debemos pensar en la necesidad de emplear más de una singladura, y muy probablemente la travesía necesitaría, según el tipo de barca, una escala intermedia, que, según las circunstancias, podría localizarse en el extremo oriental de la isla de Ibiza, una vez pasado el Cap des Llibrell
Recordemos que las propuestas más optimistas (Alvar 1979; Fernández Miranda 1988) estimaban una velocidad media de cuatro nudos para las galeras griegas de propulsión mixta. Tal vez pudieran alcanzarse puntas de esa velocidad, pero la experiencia de navegación práctica con una réplica de la nave Kirenia demostró (Katzev 1990) que la velocidad media no llegó a superar los tres nudos. Esta nave puede considerarse aproximadamente el arquetipo naval del grafito de nave redonda grabada en el hipogeo menorquín de la Torre del Ram (Guerrero 2006),
32 Entre Cala S’Almunia, en el levante de Mallorca, y la costa Norte, como la península de Artà, desde la que ya se divisa la costa menorquina, seguramente falta un punto de escala aún por descubrir, siempre hablando de navegación de cabotaje de barcazas pequeñas, en gran cabotaje y con barcos similares a los nurágicos (Guerrero 2004, a) o el barquiforme nº 3 inciso en el hipogeo menorquín de la Tore del Ram (Guerrero 2006 a), no sería en ningún caso necesaria esta escala.
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encontramos el promontorio del Cap Roig (Ramón 198788), último hito costero relevante, junto a la isla de Tagomago, antes de emprender la travesía a Mallorca. Sobre el mismo se encuentran restos arqueológicos cuyos orígenes desconocemos, aunque siguió siendo un referente para la navegación púnica posterior. El santuario rupestre de Es Cuieram en sus inmediaciones no hace sino enfatizar su valor estratégico, y por ello también simbólico, para la navegación de cabotaje del Cap Roig, Desde aquí puede alcanzarse, según las condiciones del mar, en una sola singladura la bahía de Santa Ponça, donde se puede fondear al pie del Puig de Sa Morisca, o seguir hasta el siguiente embarcadero en el islote de Na Galera, y en algunas horas más de navegación el islote de Na Moltona.
documentos iconográficos y las evidencias indirectas. Por lo que respecta a los primeros la situación de las Baleares no es peor que la de otros ámbitos geográficos, pues ocho grafitos náuticos, en una isla tan pequeña como Menorca, no es en absoluto desdeñable; para valorarlo en términos comparativos recordemos que en toda la fachada atlántica, que va desde Galicia al uadi Draa, ya cerca de cabo Jubi en la costa marroquí, contamos únicamente con siete documentos iconográficos. Y en lo que atañe a la documentación indirecta, nos parece que el importante registro arqueológico relacionado con las escalas y referencias costeras, ya analizado, es de una contundencia tan extraordinaria, que resulta muy difícil seguir negando la existencia de una marina propia para gestionar toda esa red de asentamientos, por mucho que ciertamente no podamos visualizar las embarcaciones como nos gustaría. Por esta razón, resulta de primordial interés estudiar33 las evidencias iconográficas disponibles, todas concentradas en la isla de Menorca.
Es muy posible que estos diferentes grados de dificultad para navegar entre los distintos grupos de islas, Pitiusas y Baleares, se manifiesten en el registro arqueológico; de esta forma, muchos de los toneles encontrados en Menorca, como ya hemos dicho, son idénticos a los mallorquines, no sólo tipológicamente, sino también en los aspectos técnicos. Por el contrario, los toneles de Sa Cala de Formentera (Ramón y Colomar 1999), son sensiblemente distintos a los baleáricos. Sin embargo, aunque no iguales, tienen más parecido formal con los del promontorio costero de Oropesa la Vella (Barrachina y Gusi 2004) que con los baleáricos.
Los barcos que navegan por el Mediterráneo entre c. 1300 y 850 BC realizando grandes travesías, están razonablemente bien conocidos, así como sus capacidades náuticas, desde las aproximaciones que nos permiten tanto la iconografía náutica (Basch 1987), como la arqueología34 (p.e. Bass 1967; Pulak 1988; 1998; Phelps et al. 1999). Sin embargo, las marinas aborígenes, cuyo papel fundamental estuvo precisamente en mantener activas las redes de comercio regional, están mucho peor conocidas, salvo raras excepciones como la chipriota (Westerberg 1983) en Oriente y la nurágica (Bonino 2002; Guerrero 2004 b) en Occidente.
Toda la documentación hasta ahora disponible nos hace pensar que las conexiones entre Mallorca y Menorca fueron durante este periodo constantes y fluidas, mientras que, por el contrario, con las Pitiusas debieron de ser relativamente esporádicas.
Los pocos grafitos conocidos se concentran, como se ha dicho, en la isla de Menorca y no deja de ser significativo que una buena parte de estos conjuntos se sitúen precisamente en los lugares donde funcionaban algunas de las escalas costeras que antes hemos analizado, como es caso del conjunto de la Torre del Ram y el del barranco de Macarella. Todos ellos son conocidos de antiguo (Veny 1976; Guerrero 1992; 1993), aunque a la luz del nuevo estado de la investigación sobe el Bronce Balear han requerido una profunda revisión (Guerrero 2006 a). Veamos los distintos conjuntos:
V.8.4. La cuestión de una marina aborigen El tema desarrollado en el epígrafe anterior inevitablemente nos obliga a interrogarnos sobre la existencia de una marina propia de las comunidades baleáricas. La llegada de productos y materias primas exóticas a las islas puede evidentemente ser, y seguramente lo es, fruto de la presencia de marinos foráneos. Sin embargo, la cuestión es saber si las comunidades insulares fueron meros agentes pasivos, o si, por el contrario, participaron activamente, al menos a escala regional en esta circulación de mercancías.
1) Grabados del hipogeo Torre del Ram Este conjunto está compuesto por tres grafitos náuticos [fig. (5)45] dados a conocer por C. Veny (1976), que publica tanto los dibujos como las fotos. Una revisión directa del panel efectuada en el otoño de 2005 nos ha permitido comprobar la fidelidad de estos dibujos. En ningún caso parecen formar parte de una escena náutica unitaria, sino que los barcos aparecen simplemente
Y todo parece indicar que la finalidad de los asentamientos costeros ya estudiados era dar salida por vía marítima a un excedente de producción, que en la más pesimista de las interpretaciones habría tenido una dimensión regional, es decir, enlazar por mar distintos centros de producción y redistribución dentro de una misma isla y conectando por el canal Bahía de AlcudiaCala Blanca las islas vecinas de Mallorca y Menorca.
33 La cuestión ha sido analizada en un trabajo muy reciente (Guerrero 2006b), sin que se hayan producidos novedades sobre la misma; salvo una mejora notable en el conocimiento de un documento iconográfico que en su momento se detallará. Por esa razón mantenemos el texto básico ya citado.
La investigación de las marinas aborígenes durante la prehistoria cuenta con dos serios inconvenientes: por un lado, con la obvia carencia de documentación escrita, por otro, con la escasez extraordinaria de documentación arqueológica directa, salvo rarísimas excepciones. Las únicas fuentes de aproximación a su estudio son los
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Arqueológicamente sólo tenemos bien documentados con anterioridad a este periodo el cargamento cicládico hundido en la isla de Dokos (Vichos y Papathanassopoulos 1996) y el más tardío de Seytan Deresi, hundido en la costa turca hacia 1600 BC (Bass 1976).
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yuxtapuestos, dos de ellos en una fila y a la misma altura (nº 1 y 3) y en una fila inferior el nº 2), por lo que no puede descartarse que en realidad constituyan un palimpsesto con elementos diacrónicos. Como veremos en su momento, las barcas que aparentan un arcaísmo técnico más acusado son la nº 1 y 2, especialmente la nº 1; mientras que la tercera no desdice en absoluto de las naves de casco redondo de la Edad del Bronce. Aunque no es menos cierto que en tecnología náutica conviven artilugios muy primitivos con las últimas innovaciones; recuérdese a tal efecto los bajorrelieves del palacio de Sargón en korsabad (Graeve 1981), donde en buena armonía vemos balsas de troncos navegando junto a guffas y una birreme
que una comunidad protohistórica haya entrado siglos después en una tumba subterránea de antepasados para plasmar en ella este tipo de representaciones. La ubicación de los grafitos sugiere que fueron ejecutados con la finalidad de ser localizados y vistos sin dificultad por los usuarios del cementerio. En el caso que nos ocupa, nos parece más lógico pensar que los barquiformes estén relacionados con la propia comunidad de los allí enterrados, recordando tal vez una de las actividades relevantes de la misma en su conjunto, o los afanes marineros de algún antepasado a ella perteneciente. En la historia de la iconografía náutica mediterránea no es infrecuente que temas navales se representen en el interior de tumbas hipogeas, como pueden ser los haouanet Kef el-Blida y Magsbaïa (Longerstay 1990) de la costa de Túnez, con toda seguridad en homenaje a la actividad de alguno de los allí enterrados, como bien nos indica una de las pinturas, en la que las honras fúnebres se celebran en la propia cubierta de una nave ligera de la categoría hippos.
Esta cámara funeraria se sitúa a pocos metros de la orilla marina desde la que se divisa permanentemente la costa mallorquina de la Bahía de Alcudia, y se excavó, a medio camino entre el fondeadero de Cala Blanca y el morro costero Porp Mosquer. Estamos ante el único grupo de representaciones náuticas ligadas a una estructura, en este caso funeraria, que al menos permite un referente post quem seguro. Los grabados están ejecutados con trazo poco profundo y muy fino en una de las paredes laterales [fig. (5)45] del hipogeo. Este tipo de tumbas colectivas es característico del Bronce naviforme. No tenemos muchos datos sobre cuándo dejan de abrirse y utilizarse este tipo de cámaras funerarias.
Recordemos de nuevo que este hipogeo se ubica a muy poca distancia de Cala Blanca y Pop Mosquer, dos de las escalas costeras más importantes del occidente de Menorca durante la Edad del Bronce y, con toda seguridad, estas comunidades mantuvieron contactos con la otra orilla del canal, la cual divisaban desde sus propios asentamientos, como ya se ha argumentado. La misma entrada del hipogeo se orienta hacia el mar y se podía divisar Mallorca desde el corredor de entrada al recinto funerario.
El hipogeo de Torre del Ram no estaba sellado, por lo que no puede garantizarse de forma rotunda la absoluta conexión entre los grabados y el uso funerario del lugar. Sin embargo, como veremos, tampoco nada se opone a que pudieran corresponder a la época35 en la que estaba en funcionamiento la red de escalas costeras que hemos analizado anteriormente; dos de ellas, Cala Blanca y Pop Mosquer, eran vecinas de la necrópolis y con toda probabilidad estos centros costeros fueron gestionadas por los mismos grupos familiares que se inhumaron en esta necrópolis, o al menos por sus descendientes inmediatos, pues el hipogeo estaba expoliado de antiguo y desconocemos cuándo es abandonado definitivamente.
1.a) Barquiforme nº 1 Este grafito [fig. (5)45, 4], que tiene una longitud total de 80 cm, representa un artilugio náutico cuyo casco está compuesto por tres trazos prácticamente horizontales, ligeramente convergentes hacia la popa, que no llegan a cerrarla, como tampoco la proa. Dos líneas verticales, rematadas en el extremo superior por otra horizontal, pueden constituir con bastante seguridad los aparejos para guarnir una vela. Se sitúan aproximadamente en el tercio derecho de la representación, lo que permite identificar con claridad la proa, pues los aparejos de propulsión siempre ocupan el centro de la embarcación, o se desplazan ligeramente hacia proa, nunca hacia popa.
La pared derecha del hipogeo, y también parte de la bóveda, aparecen recubiertas de una extraordinaria profusión de grabados lineales en todas las direcciones y combinaciones imaginables, mientras que la pared contraria sólo contiene los barquiformes, dando la impresión de que el panel de los barquiformes fue respetado siempre. La lectura de todo el entramado de grabados resulta muy compleja y no puede descartarse que con un estudio más detenido pueda individualizarse alguno más, sin embargo, tras varios días consecutivos de observación meticulosa no hemos identificado ninguno que indubitablemente pueda considerarse un barquiforme.
En su conjunto este grabado parece apuntar a un tipo de embarcación más próxima a las balsas que a las barcas de quilla y tracas. Las embarcaciones con casco, roda y codaste bien diferenciados, no se representan jamás así en la iconografía náutica. Sin embargo, encontramos buenos paralelos de este canon en artilugios náuticos del género balsas de troncos o bambúes. Pese al esquematismo y la simpleza de los trazos el conjunto de líneas nos rememora extraordinariamente bien la silueta de las jangadas brasileñas (Greenhill 1976: 99; Johnstone 1988; McGrail 2001: 400), los kattumaram de los pescadores tamiles (Kapitän 1986; 1990) o igualmente las balsas de los pescadores de Coromandel. El casco totalmente horizontal, aunque ligeramente levantado en la proa, no puede identificarse con otro tipo náutico que no sea con los citados.
No es frecuente, al menos no conocemos ningún ejemplo, 35 Una primera impresión, publicada hace algunos años (Guerrero 1992), en la que identificábamos estos grafitos con representaciones de naves clásicas debe ser descartada y corregida en el sentido que aquí lo hacemos.
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Los paralelos más próximos de iconografía náutica prehistórica los encontramos en algunos grabados malteses del templo de Tarxien (Woolner 1957). Aquí se han representado básicamente dos tipos de embarcaciones: unos con la proa y popa muy bien diferenciadas y curvadas, que pueden hacer referencia a embarcaciones hechas con juncos, y un segundo tipo en el que los cascos son completamente horizontales y representados por múltiples trazos más o menos paralelos los unos a los otros; categoría que sólo puede hacer referencia a balsas de troncos36, pues los cascos de juncos, si no se curvan en sus extremos, se desmoronan37 al navegar.
desproporción entre eslora y manga que parece querer resaltarse es contraria a la identificación de este grafito con una nave de casco redondo y, por el contrario, sería más propio del concepto balsa, ya discutido con ocasión del barquiforme anterior, o en última instancia de cascos monóxilos mejorados con tablas. Sin embargo, la proa aparece cerrada con un trazo inclinado hacia delante que resulta difícil no identificarlo con una roda, elemento indiscutiblemente relacionado con los barcos de quilla. Aunque también barcas con casco de base monóxila y tablas pueden añadir un postizo (Rausing 1984) equivalente a la roda. Incluso barcas de troncos de cala plana y costados también de troncos pueden presentar esta terminación de la proa, como vemos en las barcas de Lobito Bay de África del S.O. (Greenhill 1976: 96).
Otro buen ejemplo de posible representación de balsa lo tenemos en el barquiforme localizado en el km 12 de la carretera de Ronda a El Burgo, en la provincia de Málaga (Dams 1984). Seguramente rememora una balsa de troncos provista de mástil preparado para acoger una vela, tal vez de esparto, a juzgar por las tiras trasversales con las que se representa este elemento. El tratamiento que se da a esta representación tiene igualmente mucha similitud con la serie de grafitos malteses de Tarxien antes mencionados.
El barquiforme nº 2 de Torre del Ram está provisto de mástil y verga, aparejos de propulsión que pueden ser compartidos indistintamente por diversas categorías de barcas de casco redondo, como también por las balsas ya mencionadas, e igualmente embarcaciones de casco monóxilo (Kapitän 1987; 1998; Hornell 1936; Haddon 1937). En Europa oriental fuentes antiguas (Costantino Porfirogenetico, De Adm. Imp. 9, 80-86) menciona la existencia de monóxilas con velas, mástil y timón (Medas 1997); por lo que tampoco resulta un elemento poco o nada determinante para discernir la categoría de nave que quiso representarse.
Los aparejos identificados en este barquiforme menorquín de Torre del Ram no desentonan en absoluto en esta categoría de embarcaciones. Los dos trazos verticales pueden representar perfectamente las berlingas o perchas afianzadas en babor y estribor para guarnir una vela rectangular. Este tipo de vela y su operatividad fue descrito en el capítulo primero; para no volver a repetir los mismos argumentos sólo recordaremos que está muy bien documentado en las canoas de Liria (Bonet 1995, 424), en una galera del geométrico griego (Morrison y Williams 1968: 31-32, lám. 6) y en las las termas de Neptuno de Ostia (Medas 2007), por lo que respecta a la protohistoria y antigüedad, pero igualmnente tiene muy buena documentación etnográfica (Basch 1987: 109-110).
1.c) Barquiforme nº 3 Es el único grafito [fig. (5)45, 6] que presenta claros elementos relacionables con barcas ligeras de casco redondo. Al igual que el anterior, el casco esta delimitado por tres líneas que convergen en el extremo de la roda y se curvan sin llegar a unirse en el codaste. De nuevo la simpleza de la ejecución caracteriza este barquiforme, sin embargo, las líneas que forman el casco tienen cada una de ellas elementos más fácilmente identificables con la generalidad de las representaciones iconográficas de las barcas de casco redondo. El trazo inferior, horizontal en la zona equivalente a la cala, tiene dos interrupciones en su recorrido: la delantera en carena angular característica de las uniones de la quilla a la roda y la trasera en trayectoria curva, gira resueltamente hacia arriba, para formar un codaste clásico. El trazo superior debe interpretarse como la regala, mientras que la intermedia generalmente representa en la iconografía naval antigua la cinta del casco38 o tablón que lo refuerza de proa a popa por los costados.
De aceptar la naturaleza de balsa para este grabado de la Torre del Ram, por el que sin duda abogamos, tendríamos una magnífica ilustración de sus posibilidades náuticas en las balsas empledas hasta el s. XVI por los indios ecuatorianos de Puerto Viejo (Johnstone 1988: 227), que dibujo en 1572 G. Benzoni. 1.b) Barquiforme nº 2 Este grabado [fig. (5)45, 5] presenta fuertes elementos de contradicción e incertidumbre para aclarar qué tipo de embarcación se pudo querer representar. El extraordinario esquematismo y la simpleza de los trazos no ayudan en absoluto. El casco aparece identificado mediante tres líneas paralelas, de trayectoria ligeramente curva, que se elevan suavemente en la popa. La manifiesta
Al igual que las dos anteriores, la barca aparece también con los aparejos de propulsión: mástil y verga izada en su extremo superior. Inmediatamente debajo de la verga aparece una línea ondulada cuya identificación con una 38 La identificación perfecta de este elemento estructural en las naves no ofrece dudas pues puede ser analizado también a partir de representaciones de bulto redondo como las terracotas y los bronces. Los ejemplos serían interminables, aunque por su claridad pueden citarse los siguientes casos: terracota de Amathus (Metropolitan Museum of Art, New York, nº 74-51-1752), que ha sido estudiada en numerosas ocasiones (Westerberg 1983: 113; Basch 1987: 252-253; Corretti 1988; Guerrero 1998), así como la barca menor de Feddani el Behina (Basch 1987: 398).
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La semejanza de estos grafitos con las barcas cicládicas, suponemos que las de Naxos y Syros, que planteó D. Woolner (1957), a la luz de los estudios modernos de náutica prehistórica (ver p.e. Basch 1987: 7789; Guerrero 2007 b), es por completo insostenible. 37
La fijación de esta curvatura es tan importante que incluso se afianza con cabos y tensores al interior del barco, como vemos en los nilóticos (Resch 1967), o en las que aún continúan fabricándose en el lago Chad.
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vela39 replegada puede aceptarse como buena.
barcas en la prehistoria, sobre todo aquellas en las que el mismo se identifica con una sola línea (Resch 1967). También los aparejos encuentran paralelos muy claros en estos esquemas iconográficos. Hoy pensamos que tampoco es descartable que se haya querido representar una barcaza con casco de tablas; ambas posibilidades deben quedar abiertas pues el esquematismo de la representación naval no permite cerrar la discusión.
A nuestro juicio, no parece que sea difícil interpretar este grafito como la representación de una nave ligera40 de casco redondo equivalente a las que encontramos en uso durante la Edad del Bronce y el Hierro por el Mediterráneo, como pueda ser las micénicas (Basch 1987: 140-154; Wachsmann 1998: 123-161), o bien, más próximas a nuestro contexto geográfico, las nurágicas (Lo Schiavo 2000; Bonino 2002; Guerrero 2004 a) y villanovianas (Bonino 1989; 2002). La roda no es desde luego de tipo egeo y se aproxima mejor a las barcas sin tajamar como las sardas y las villanovianas, así como los hippoi fenicios (Guerrero 1998; en prensa).
La popa aparece rematada con un motivo angular que cabría interpretar como un adorno, sin embargo, también podría constituir la representación de una pieza ahorquillada que observamos en la popa de terracotas del Bronce chipriota (Westerberg 1983: 80-81) y que ha sido interpretada (Basch 1987: 71; Guerrero 2007 b) como el apoyo de un gran remo en forma de pala y con función de timón apoyado en el codaste.
Conocida ya la importante red de asentamientos costeros que funcionaron en las islas entre c. 1300 y 850 BC no hay razón para pensar que estos grafitos no sean contemporáneos de la utilización de la misma. El contexto en el que aparecen no desentona en absoluto con esta apreciación; de igual forma las características náuticas que parecen representar están en consonancia con embarcaciones contemporáneas del Mediterráneo central y occidental. Naves de esta envergadura, no sólo podían conectar perfectamente Mallorca y Menorca, sino afrontar singladuras de gran cabotaje llegando a las costas más accesibles del continente.
Sobre el casco se levanta un mástil, ligeramente desplazado hacia proa, al que convergen una serie de líneas que seguramente debemos interpretar como los brioles cuando la vela está replegada sobre la verga, que en este caso ha desaparecido o no se llegó a representar. Sobre la cubierta aparece un personaje que parece caminar hacia la popa, junto a otros elementos difíciles de identificar, tal vez perchas con función dudosa, una de ellas cruciforme. Con frecuencia la presencia de elementos cruciformes ha servido para descalificar estas representaciones como prehistóricas o al menos para sembrar dudas sobre su antigüedad, sin embargo, estos elementos no son extraños ligados a motivos navales claramente prehistóricos como nos muestran los barquiformes de Borna (García Alén y Peña 1980: 79), o los del dolmen gallego Castaneira 1 de Pontevedra (SheeTwohig 1981: fig. 26).
2) Grafito de N’Abella d’Endins Grabado de motivo barquiforme [fig. (5)46, 5] realizado en una columna de un hipogeo funerario característico de la cultura talayótica (Veny 1976, con bibliografía anterior) situado próximo a la naveta funeraria de Es Tudons. El soporte en el que esta ejecutado nos proporcionaría una referencia post quem que no debería sobrepasar c. el 800 BC.
3) Pintura del barranco de Macarella o Santa Ana
El estudio del mismo que habíamos realizado hace algún tiempo (Guerrero 1992) nos sigue pareciendo aún en gran medida válido. En síntesis, lo considerábamos una posible representación de barca de juncos debido a la forma de creciente lunar que presenta el casco y que está muy próxima al canon de representación de este tipo de
Sobre esta pintura [fig. (5)45, 1] se ha producido una novedad positiva desde la última revisión (Guerrero 2006). Este grafito era conocido igualmente desde antiguo a partir de una reproducción publicada por C. Veny (1976). Sin embargo su localización no fue posible y por lo tanto los estudios hubieron de realizarse sobre dicha reproducción. Recientemente se ha publicado una foto del mismo (González Gozalo y Oliver 2006, 147) que estaba en un catálogo fotográfico de R. Landreth. A partir de ella puede comprobarse que el dibujo antiguo no era un calco, sino una reproducción bastante fiel, pero no exacta. Las divergencias afectan básicamente a la eslora de la embarcación y al perfil del casco, que no tiene en la realidad una forma tan acusada de “creciente lunar”, mientras que los aparejos y el resto de elementos fueron bien interpretados. Ninguno de estos cambios afectan sustancialmente a la interpretación náutica que de este barquiforme habíamos hecho con anterioridad (Guerrero 1992; 1993 a; 2006).
39 Sobre la naturaleza de las velas de algunas comunidades indígenas conviene recordar el empleo de pieles, como nos confirman los datos literarios proporcionados, tanto por Estrabón, como por César: El velamen era, en efecto, de cuero, para resistir la violencia de los vientos, e iba tensado con cadenas en lugar de cabos... (Estrabón 4, 4, 1); En lugar de velas llevaban pieles y badanas delgadas, o por falta de lino, o por ignorar su uso, o lo que parece más cierto, por juzgar que las velas no tendrían aguante contra las tempestades deshechas del Océano y la furia de los vientos... (César Bello Gallico 3, XIII-XIV); para el Sur tenemos igualmente la mención de Avieno (Ora Marítima 218-222) que, refiriéndose a las comunidades costeras de Sagres, nos dice que con las pieles de las cabras que se criaban en la región se fabricaban velas para las naves. Es importante resaltar que este tipo de velas, fabricadas con pieles cosidas, tiene también confirmación arqueológica tras su hallazgo en la nave de Nin hundida entre el III y II aC (Kozlicic 1993: 36), donde varios restos de pieles procedentes del velamen presentaban aún las relingas cosidas.
Este grafito reúne características propias de las representaciones de barcos de juncos, como es el perfil del casco con forma de "creciente lunar", con la proa ligeramente lanzada y la característica popa muy curvada al interior. Recordemos como paralelo de este tipo de casco el grafito romano de Bet She’Arin, en Israel (Johnstone
40 Documentación arqueológica sobre la capacidad de carga de estas pequeñas embarcaciones la tenemos muy bien identificada en el pecio micénico de Point Iria (Phelps et al. 1999), en las barcas de Mazarrón, seguramente de tradición tartésica, con cargamento fenicio gaditano (Negueruela 2004) o en la ya citada nave croata de Nin.
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1988: 58-59) que representa precisamente un mercante de juncos, cuyo casco tiene bastante parecido con el pintado en el barranco de Santa Ana. El tazo es sinuoso y algo inseguro debido a las superficie rugosa e irregular de la roca.
parece excesiva, normalmente la verga tiene una longitud algo superior a la manga. Otra interpretación posible, aunque pensamos que menos probable, sería la de identificar esta línea con un tortor, cabo tensor cuya función es reforzar el casco impidiendo el quebranto o el arrufo del mismo cuando navega con oleaje, en aquellos barcos que carecen de verdadera quilla, lo que vendría a enfatizar la naturaleza de nave de juncos.
El casco de esta pintura barquiforme menorquina aparece delimitado por dos líneas, convergentes hacia proa, que se unen a la altura de la amura, prolongándose unidas en un largo trazo que configura una roda altísima. El remate de la roda se acaba en un trazo que la prolonga horizontalmente, el cual tal vez intenta remedar un akrotérion cuya naturaleaza es imposible identificar. La popa viene representada por las dos líneas citadas, que, sin unirse, forman un codaste curvo y alto. Unos de los elementos más significativos de este grafito son los trazos pretendidamente verticales que jalonan el costado del casco de la nave, pues suele ser el sistema por el que invariablemente se indican siempre en la iconografía naval las ligaduras que mantienen firmes las gruesas "morcillas" de los haces de tallos. Los ejemplos que podrían aducirse en apoyo de esta interpretación son muchos y proceden sobre todo de la iconografía naval egipcia (Landström 1970; McGrail 2001: 21-22), aunque también de la mesopotámica (Graeve 1981), así como igualmente de la hindú (Johnstone 1988: 171-173; McGrail 2001: 251). Algunos de estos trazos se prolongan de forma corta e irregular por debajo de la línea de la cala, lo que aún da mayor verosimilitud a la interpretación de ligaduras.
El grafito carece de elementos objetivos de datación y el soporte ni siquiera nos proporciona un elemento de referencia post quem. No olvidemos que Macarella constituye también un buen fondeadero, con posibilidad de abastecerse de agua dulce, al abrigo de un morro costero, en cuya cima también se localizan construcciones prehistóricas (Plantalamor 1991 a), con toda probabilidad del Bronce Final. En cualquier caso debemos recordar que las barcas de juncos han perdurado y convivido perfectamente hasta nuestros días con sistemas distintos de arquitectura naval. Las islas no estaban carentes de materia prima, sobre todo si recordamos que la extensión de las albuferas era considerablemente mayor de lo que hoy conocemos. La construcción de barcas de juncos se ha conservado hasta épocas muy recientes en el lago Oristano de Cerdeña (Riccardi 1988), así como en Lixus (Cabrera 1938), además de las muy conocidas barcas de juncos del lago Chad, cuyos antecedentes pueden remontarse, como poco, a contextos neolíticos (Lhote 1961), durante el denominado periodo bovidiense.
Sin embargo, estas líneas verticales en el casco no son exclusivas de las barcas de juntos, también las vemos en naves de tablas, pues se trata de una “licencia artística” muy utilizada en la iconografía náutica que podríamos denominar “visión en rayos X”, mediante la cual se representan elementos internos de la arquitectura naval, como las cuadernas, que no deberían verse por el exterior del casco. Código de representación, no exclusivo, pero sí muy utilizado por los artistas del Protogeométrico y Geométrico griego (Basch 1987: 160-161). Algunas terracotas como las procedentes de Asine de y Phylacopi (Basch 1987: 141-142) y sobre todo una de Cnosos (Basch 1987: 160) permiten una buena comprensión de este código visual. Igualmente estos fuertes trazos uniendo la regala con la línea de la cala suelen ser muy frecuentes en las barcas de casco de cuero (p.e. Petersen 1986; Riek y Crumlin-Pedersen 1988, 48 y 133), representando dichos trazos el esqueleto de varillas o traviesas que forman el armazón de la nave, que después se recubre con las pieles embreadas y tensadas. No es fácil que se trate de una barca de piel, pues ésta es una tradición muy rara en el Mediterráneo, al contrario que en el Mar del Norte, donde resulta extraordinariamente frecuente.
4) Grafitos de embarcaciones menores La isla de Menorca ha proporcionado también el hallazgo de algunos grafitos más de temática naval (Veny 1976), aunque su simpleza y falta de elementos significativos no permiten ir más allá que dejar constancia de su existencia. Todos ellos nos remiten a tipos de embarcaciones menores o barcazas, seguramente para actividades ligadas a la subsistencia en zonas lagunarias, albuferas y actividades náuticas costeras. Los problemas de encuadre cronológico aquí son insalvables, aunque nada se opone a que puedan ser representaciones de pequeñas barcas prehistóricas. Son los siguientes: 4.a) Barcaza del barranco de Macarella o Santa Ana Esta representada [fig. (5)46, 2] por una línea curva, ligeramente carenada en el arranque del codaste que tiene trayectoria vertical. Una línea horizontal de proa, que no llega a popa, debe interpretarse como la regala o el límite de la borda. La forma redondeada de la cala nos permitiría deducir que estamos ante una barcaza de tablas de cala redonda, tal vez sin quilla. 4.b) Barca ¿de fondo plano? Del barranco de Macarella o Santa Ana
Esta nave del barranco de Macarella o Santa Ana aparece también aparejada con un mástil que acaba en una cruceta hacia popa y en un trazo circular hacia proa, que tal vez pueda interpretarse como un remedo de la cofa. Bajo los elementos antes citados, una línea gruesa y horizontal une los extremos superiores de proa y popa. Tal vez pueda constituir la verga, sin embargo, su longitud igual a la eslora
En Santa Ana encontramos también un segundo grafito [fig. (5)46, 4] de tema muy probablemente náutico que parece representar una pequeña barcaza de fondo plano. No es fácil hacer una lectura interpretativa de una representación tan esquemática, aunque las fuertes 323
carenas que presentan las uniones de la cala con la roda y el codaste, así como el fondo completamente plano parecen sugerir que el artista quiso enfatizar precisamente esta característica de la barcaza.
A todas luces parece que estamos ante una barca de casco redondo construido con tracas, que tal vez constituya una embarcación de bastante más porte que las dos anteriores, aunque carezca de aparejos de propulsión.
Las barcas de tablas y cala o fondo plano son bien conocidas desde la prehistoria (Wright 1990) para tareas ligadas sobre todo a trabajos de explotación de albuferas y aguas muy poco profundas. Estos tipos de embarcaciones tienen una extraordinaria continuidad en el tiempo apenas sin variaciones técnicas (McGrail 2001: 203). Sin embargo, la gran eslora de estas barcas es una de sus características más significativas, por esta razón el grafito de fondo plano de Santa Ana genera serias dudas a la hora de analizar su verdadera naturaleza, aunque, sin duda, maniobrar en los torrentes menorquines y sus pequeños remansos junto a la desembocadura de los mismos no requiere barcas de gran eslora.
Esta barca de la Trinidad tiene algunos elementos comunes con la barca nº 30 del conjunto prehistórico de Laja Alta41 que convienen señalar: el tratamiento del casco se hace igualmente mediante dos líneas curvas a las que se le añade también un trazo recto sobre la cubierta que, en este caso aparece ligado al resto de la embarcación mediante cortas líneas verticales que no dejan lugar a duda de que estamos ante un elemento de sobrecubierta cuyo significado exacto queda en la oscuridad. La iconografía náutica antigua no dedicó demasiados esfuerzos a las embarcaciones menores, aunque se conocen algunos casos de barcas auxiliares, la mayoría representadas como barcas de apoyo a grandes mercantes. Buenos ejemplos pueden ser las que vemos en algunas de las siguientes escenas: junto a la Nave Europa de Pompeya (Maiuri 1958), en el bajorelieve del Portus Augusti (Basch 1987: 465), en el uadi Draa (Luquet 1973-75), o en Delos (Basch 1987: 373-380), por citar algunos de los más conocidos.
El contexto geográfico [fig. (5)38] que se eligió para realizar este conjunto iconográfico, tanto la pintura, como los grabados, no es en absoluto casual. El tramo final del barranco acaba en dos playitas, Macarella y Macarelleta, que constituyen abrigados fondeaderos, mientras que el torrente, que aquí desemboca, proporciona agua potable para poder repostar las naves. Constituye igualmente el inicio de una ruta de penetración hacia el interior de la isla. El morro o promontorio que cierra y protege las playas está coronado por una fortificación de cráter ciclópeo, ya vista con anterioridad.
Una vez repasado el conjunto anterior de grafitos de temática naval sólo resta recordar que, pese a la dificultad de datarlos con precisión, en conjunto nos parece que obedecen a esquemas de representación de barcas prehistóricas, aunque evidentemente los grafitos menos elaborados y elementales podrían efectivamente representar unas barcazas sin posibilidad de atribución temporal. El conjunto que podemos situar con más seguridad en un contexto de la Edad del Bronce es el representado en el hipogeo de la Torre del Ram. El propio contexto en el que fueron grabados ya resulta un indicador fundamental. Las embarcaciones coloniales griegas, fenicias e incluso romanas, en sus distintas modalidades, galeras, mercantes pesados o ligeros, tienen unos atributos formales que las singularizan de forma muy patente: formas de los cascos, espolones, tajamares y gobernáculas y en ningún caso han sido reproducidos, aunque sea “ingenuamente” en los grafitos analizados. Por todo ello nos inclinamos a pensar que bien puede tratarse de distintos tipos de barcas aborígenes. Muchas de ellas con capacidad sobrada para enlazar en navegación de cabotaje muchas de las escalas costeras esudiadas en este capítulo, aunque también en algún caso, como el barquiforme nº 3 de la Torre del Ram, las costas continentales más inmediatas a las islas.
El patrón de ubicación de estas pinturas es bien conocido por los estudiosos de la iconografía naval. Es muy frecuente que las representaciones navales rupestres se sitúan en puntos culminantes y bien visibles de rutas, en acantilados, fondeaderos, estuarios, etc, frecuentados por las naves; algunos ejemplos, sin ánimos de ser exhaustivos, pueden ser los grafitos de Borna (García Alén y Peña 1980; Dams 1984) y Pedornes (Alonso 1995) en Galicia; en Canarias tendríamos El Cercado en la isla de la Palma (Mederos y Escribano 1997; 2005), el uadi Draa en la costa atlántica Marroquí (Luquet 197375), y el del oasis de Teneida (Basch 1994; 1997) en Egipto, entre una infinidad de casos. También sobre muros de templos como el de Kitión (Wachsmann 1998: 145-148), a donde acuden marinos para implorar protección para las travesías o en acción de gracias por un viaje felizmente realizado. 4.c) Barca de la Trinidad En la cueva de la Trinidad (Veny 1976) se conoce otro grafito [fig. (5)46, 3] de indudable naturaleza naval. Sólo se ha representado el casco que está delimitado por una línea curva seguida de proa a popa, donde se pierde sin acabar de cerrar el casco por la popa. Una segunda línea curva refuerza esta forma del casco, que finalmente se remata con un trazo horizontal y recto para delimitar la regala de la nave. Aún aparece una segunda línea paralela, más corta y desligada por completo de las anteriores que tiene una lectura más difícil, salvo que se haya querido representar algún elemento de sobrecubierta.
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Pese a la ausencia de una datación absoluta y directa de las pinturas de Laja Alta, a tenor de la naturaleza de las embarcaciones, somos de la opinión (Guerrero, en prensa) que se trata de barcos de tradición indígena, anteriores en cualquier caso a la “contaminación” de modelos náuticos introducidos por los fenicios en Occidente. La propuesta que hace Aubert (1999) de relacionar la escena con los acontecimientos de la Segunda Guerra Púnica, a mi parecer, está carente de toda justificación. Como tampoco la tiene fecharlos con posterioridad a la fundación de Karteia, en el 171 aC, y aún más, basarse para ello en la configuración de las popas de algunas estas naves me parece un despropósito, pues son bien conocidas desde el tercer milenio BC. El encuadre cronológico, probablemente más acorde con la realidad sea el de la Edad del Bronce, sugerido hace años por J. Briard (1996).
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V.9. El fin de una época y el cambio de modelo
arquitectónicas de función doméstica, las navetas, sufren reformas, algunas de las cuales seguramente obedecen a un cambio en la organización del espacio familiar (Fornés et al. e.p.; Salvà y Hernández e.p.). Desde sus orígenes las navetas disponían de un amplio portal formado por la aproximación de los muros, sin embargo, en esta fase final un muro cierra las viviendas dejando una estrecha puerta, en otras ocasiones el muro se sitúa retranqueado hacia el interior como en la nevata nº 2 de Closos [fig. (5)3, 4].
En los párrafos introductorios del capítulo habíamos señalado algunos indicadores que nos parecían relevantes para marcar las diferencias sustanciales entre el Bronce Antiguo y el Final en las islas. De igual forma, parece pertinente señalar ahora los que justifican de forma indubitable la entrada en crisis de esta entidad arqueológica y su relativa rápida sustitución por la cultura talayótica, que en términos locales equivale a la primera Edad del Hierro continental.
Este fenómeno no es exclusivo de este asentamiento, puede observarse igualmente en las navetas excavadas en Canyamel (Rosselló 1992, fig. 6), y seguramente en Son Oms, donde también aparecen estos muretes de cierre; en el caso de Son Oms amortizando un alfeizar o banqueta (Rosselló 1979, fig. 43, lám. 14, b). En los asentamientos de nueva planta que aparecen en esta periodo, como veremos en Es Figueral de Son Real, aunque las viendas conservan una forma que rememora la planta de herradura de las navetas, ya ninguna dispone de estos amplios portales; todas las entradas son estrechas, algunas además escalonadas y en la mayoría de los casos la puerta no se sitúa en el frente de fachada, sino en uno de los lados con trayectoria trasversal al eje de la vivienda, reforzando aún más la sensación de seguridad y aislmiento del interior.
Una de las señas más clarificadoras ligada a una ruptura cultural relevante la tenemos en los cambios en la organización territorial de los asentamientos; sobre todo si ello implica el abandono y clausura de importantes poblados que son sustituidos por otros con distinta concepción espacial y estructura interna; así como la aparición de asentamientos de nueva planta que ya no obedecen a los criterios de distribución espacial fijos y característicos de la Edad del Bronce. Éste constituirá uno de los indicadores básicos para localizar el momento y el modo en el que se produce el final de la entidad arqueológica del Bronce Final insular. Sin embargo, no será lo único; el abandono y cese, prácticamente al unísono, de la importante red de asentamientos costeros es una importante señal de que el modelo de intercambios regionales y con el exterior de las comunidades del Bronce Final cesó, generándose una forma distinta de relaciones entre las comunidades de las islas que obedecía a intereses también diferentes.
1) Abandonos de poblados y escalas costeras
¿A que obedeció este cambio sustancial en la disoposición de las entradas y en el régimen de circulación interior-exterior de las viviendas? Aún no estamos en condiciones de poder ofrecer una respuesta clara, sin embargo, muy recientemente se han hecho sugerentes propuestas explicativas sobre estas novedades en la organización del espacio interno de las viviendas en la fase de transición del Bronce Final a la Edad del Hierro (Fornés et al. en prensa; Salvà y Hernàndez en prensa). Según estos investigadores dichos cerramientos en las entradas de los naviformes se relacionarían con cambios en las estructuras familiares de los grupos prehistóricos que tendrían su reflejo en modificaciones del espacio doméstico. Entre ellas se podría destacar una reducción de la visibilidad y la permeabilidad entre el espacio común exterior y el espacio familiar interior, lo que evidenciaría cambios en el concepto de intimidad y en una aparente mayor privacidad de las actividades domésticas que se realizan en el interior de los naviformes. Dichos cambios podrían relacionarse tanto con variaciones en la manera de concebir la familia, que podría iniciar una evolución desde formas extensas a una organización más nuclear. De igual forma pudo producirse, sin que ambos procesos sean excluyentes, una reducción de las actividades que se realizaban dentro del naviforme, en un ámbito estrictamente doméstico y reservado a la esfera familiar.
De nuevo el poblado de Closos de Can Gaià, aunque la documentación está aún en proceso de estudio, nos proporciona datos importantes para valorar esta fase de crisis y se pueden adelantar algunas cuestiones. Las últimas décadas de su existencia sufrió cambios que no pasan desapercibidos, a partir de c. 1000 BC, pero con seguridad entre 900 y 800 BC, las grandes estructuras
De hecho, durante la Edad del Hierro, y a diferencia de lo que ocurría con los poblados de la Edad del Bronce, la diferenciación entre espacio doméstico y espacio social quedará claramente marcada incluso en el tratamiento de los edificios mediante una fuerte segregación arquitectónica, que diferenciará nítidamente los espacios domésticos de los edilicios. En este sentido, es probable
Por último, si junto a todo lo anterior detectamos el abandono de necrópolis muy importantes, que venían utilizándose a lo largo de todo el Bronce Final sin cambios sustanciales en los ritos funerarios, mientras que aparecen otras nuevas con prácticas y tradiciones hasta el momento desconocidas en las islas, el panorama resulta bastante coherente con lo que en arqueología debe considerarse como sustitución cultural. El Bronce Final constituyó un periodo de gran dinamismo en el que se detectan cambios en muchas comunidades que se aceleran hacia 1100/1000 BC. Seguramente las áreas que en estos momentos se están excavando en el poblado de Closos de Can Gaià contribuirán a fijar mejor estos procesos, sin embargo, convendría no confundir los fenómenos evolutivos, más o menos acelerados por importantes que sean, con las rupturas que suponen el fin de una entidad cultural y esto, por los datos disponibles no se produce antes de 900/800 BC V.9.1. Abandonos, sustituciones y asentamientos de nueva planta
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que el inicio de dicho proceso deba tener ya un origen en los señalados cambios que se producen en los naviformes; los mismos que vemos mucho más marcados en Es Figueral de Son Real [fig. (5)47], paso intermedio hacia las nuevas formas de concepción espacial que se consolidarán en los inicios de la Edad del Hierro.
2002) que ahora no vienen al caso, ni tienen nada que ver con el fenómeno que analizamos. Convendría ahora prestar alguna atención a otros abandonos, tal vez más traumáticos, pues supusieron la amortización de las antiguas navetas y la construcción sobre ellas de elementos arquitectónicos de alto contenido simbólico, lo que sin duda enfatiza mejor la ruptura cultural y social que se produjo al inciarse la Edad del Hierro. Veamos algunos muy significativos.
Fue también durante este mismo siglo cuando se abandona definitivamente el poblado de Closos, como nos indican las dataciones más modernas del horizonte final de la naveta, que se sitúa en el intervalo 940-810 BC obtenido (KIA-11229) a partir de un hueso de fauna. La importante zona de producción comunal cuya última fase había permaneceido activa desde 1400-1250 BC, cesó igualmente su actividad de forma simultánea. Dos dataciones (KIA-11239 y KIA-25201) nos confirman esta situación entre 980 y 810 BC, prácticamente coincidente con el abandono de la naveta.
a. Navetas adosadas de Son Oms En su momento ya se hizo mención de este importante asentamiento de la Edad del Bronce, ahora hay que indagar cómo y cuándo fue abandonado. El descubrimiento (Rosselló 1963; 1965) se produjo al desmontar un gran monumento turriforme escalonado con rampa helicoidal. Las dos navetas habían sido aprovechadas como parte del basamento de este monumento ceremonial de la Edad del Hierro. Las fotos de la excavación42 pueden apreciarse restos del ajuar doméstico con una disposición evidenciando que no paso mucho tiempo entre el abandono de la vivienda y su cegamiento para construir el turriforme, tal vez incluso el acto pudo ser simultáneo. Todo lo cual evidencia una amortización y trasferencia brusca entre un lugar de habitación característico de la Edad del Bronce y un elemento de arquitectura edilicia de función religiosa o ritual. Si el cambio se produjo de grado o por la fuerza, así como si la antigua población fue bruscamente sustituida por otra son aspectos que se nos escapan, sin embargo el radical cambio de uso y función no ofrece la más mínima duda.
Entre los fenómenos de abandono algunos resultan altamente significativos. Se trata de los asentamientos costeros que habían jugado un papel crucial en los intercambios del Bronce Final, tanto a escala regional, como en los contactos con el exterior. Sólo disponemos de series de dataciones radiocarbónicas en dos de ellos, sin embargo, resultan altamente reveladoras al tratarse cada uno de ellos de un modelo distinto de utilización de la costa, promontorio y fondeadero o escala. El primero de ellos es el menorquín Cap de Forma Nou, las dataciones (UtC-10077 y UtC-10075) más modernas, y especialmente la segunda que tiene una alta precisión, nos indican que el asentamiento pudo abandonarse entre 980 y 820 BC. No se detecta más actividad hasta que las covachas del acantilado son utilizadas como necrópolis durante la Edad del Hierro, sin que ambas ocupaciones tengan en absoluto nada que ver la una con la otra.
Para fijar el momento en el que se produjo este hecho contamos con una sola datación radiocarbónica (QL-20) que proporcionó una fecha contenida en el intervalo 1310-930 BC. Sin embargo, sobre la misma deben hacerse algunas consideraciones para poder tener una visión más justa del hecho arqueológico que se analiza. En primer lugar adolece de una fuerte imprecisión fruto de una edad convencional del C14 relativamente alta y en segundo lugar sólo puede ser tenida en consideración como referencia post quem, pues es la muestra fue carbón del hogar de la naveta y seguramente está afectada del efecto “madera vieja” en una magnitud no determinada. Por todo ello, es posible admitir que la fecha real de la amortización de esta naveta seguramente no se aleja mucho de c. 900 BC.
En Mallorca la escala y fondeadero, situada en lo que hoy es el Illot des Porros, constituía uno de las mejores bases de conexión entre esta isla y Menorca, especialmente con el fondeadero de Cala Blanca. De la serie de dataciones radioarbónicas, la más moderna (KIA-11244) nos indica que el abandono definitivo puedo producirse entre el 1000 y el 830 BC. Muchos de los materiales cerámicos que se localizan en Illot des Porros se encuentran igualmente en Cala Blanca, por lo que debemos pensar que el fondeadero menorquín tampoco traspasa la fecha c. 900/850 BC. Otro de los asentamientos costeros que seguramente es también abandonado por estas fechas se sitúa en el extremo Sur de Formentera, es el lugar fortificado conocido como Sa Cala. El cese de actividad está fijado ligeramente después a los de Mallorca y Menorca, aproximadamente entre 810 y 740 BC.
b. Asentamiento antiguo de s’Illot El asentamiento de S’Illot es un importante y conocido poblado de la Edad del Hierro (Rosselló y Frey 1966; Frey 1968; Krause 1977; 1978) que se levantó próximo a la costa. Sin embargo, uno de los sectores excavados para mostrar la secuencia estratigráfica del monumento central, un turriforme con cámara cuya planta tiene forma de “U”, evidenció (Frey 1968) que no se había construido sobre suelo virgen, sino que el turriforme, al igual que ocurrió en Son Oms, había aprovechado estructuras
2) Amortización y sustitución de estructuras domésticas por rituales Hemos visto ya cómo el grupo aldeano que habitaba el extenso poblado de Closos lo abandona hacia 850/800 BC, sin que vuelva a detectarse actividad comunal en el mismo nunca más, salvo utilizaciones esporádicas de las ruinas en otras épocas de la historia (Salva, Calvo et al.
42 Algunas expuestas en las salas de prehistoria del Museo de Mallorca en la ciudad de Palma.
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arquitectónicas más antiguas. La naturaleza de las edificacines subyacentes no ha podido aclararse. Su proximidad al mar plantea la posibilidad de que estemos ante otro asentamiento especializado en los intercambios ultrmarinos, pues este patrón de asentamiento es totalmente extraño a los poblados de la Edad del Bronce.
complejo antiguo sólo quedo un pequeño cubículo [fig(5)49, 1], único que ha proporcionado restos cerámicos en posición primaria. Dos dataciones radiocarbónicas (KIA-25202 y KIA-30648) nos indican que la última fase de uso estuvo alrededor del año 1000 BC y no traspasó la fecha 920/910 BC. Este contexto cerrado ha proporcionado datos de gran interés relacionados con las producciones cerámicas del Bronce Final (1120-910 BC), pues aparecen vasos, como la copa y la pequeña olla monoansada y decorada con apliques [fig. (5)49, 2-3], que hasta ahora eran considerados tipos propios de la Edad del Hierro avanzada
Este interesante contexto, del que sólo Otto-Herman Frey publicó una noticia preliminar, proporcionó el hallazgo, entre otros materiales del Bronce Final, una gran vasija carenada y labio exvasado con una decoración incisa por en las producciones completo desconocida43 contemporáneas de las Baleares. El fragmento en cuestión presenta arriba y debajo de la línea de carena amplias metopas con decoración alterna de puntillados, perfectamente alineados, y líneas incisas verticales. La restauración posterior de la pieza, tratada con algún conservante que le ha proporcionado un falso lustre, no permite observar con detalle las características de la arcilla. A falta de un análisis de pastas, sugerimos la posibilidad de que se trate de una pieza fabricada a mano importada, pues esa sintáxis decorativa es por completo desconocida en las producciones insulares del Bronce Final.
Los cuerpos del turriforme, embutidos unos en otros, forman una gran base maciza y escalonada que para su construcción requirió, no sólo bloques constructivos del anterior asentamiento, además de otros nuevos extraídos de la cantera vecina, sino también mucho material de relleno. A estos materiales de composición detrítica se incorporaron restos osteológicos de fauna doméstica procedentes del antiguo asentamiento. La serie de dataciones absolutas obtenida a partir de ellos nos indica (ver tabla) que las obras de construcción se pueden situar en un momento impreciso situado entre 900 y 800 BC.
Este contexto dispone también de una datación radiocarbónica (HV-1716) que, por desgracia adolece tambien de una fuerte imprecisión, 1500-1120 BC y, a la vez, con igual incertidumbre que la de Son Oms, ya que también fue obtenida de un carbón, por lo que el efecto “madera vieja” debe así mismo contemplarse en este caso. La falta de una serie algo más amplia de dataciones para este contexto subyacente al poblado de la Edad del Hierro impide pronunciarse con la seguridad que quisiéramos, pero parace probable que estemos ante un mismo proceso de sustitución de elementos arquitectónicos utilizados durante el Bronce Final en los mometos previos o muy tempranos de la Edad del Hierro.
d. Contexto subyacente al turriforme helicoidal de Pula Pula es igualmente un turriforme que se construye en los albores de la Edad del Hierro sobre un sitio que ya venía utilizándose desde la Edad del Bronce. Del esta antigua ocupación del lugar se dispone de una datación (UP1438) obtenida sobre carbón que proporcionó el resultado 1690-1420 BC. De nuevo es una fecha que sólo debe utilizarse como referencia post quem de magnitud indeterminada. Junto a los muros del turriforme se identificó un contexto cuyo descubridor (Rosselló 1987:424) denominó “porche de Pula” y lo consideró funcionalmente sincrónico con el uso del turriforme. Sin embargo, el conjunto cerámico recuperado responde a formas propias del Bronce Final, especialmente las grandes ollas (tipo 6) carenadas y de labio vuelto [fig. (5)10, 3], por lo que todo hace pensar que este lugar fue abandonado y amortizado en el momento de construir el turriforme, seguramente de la misma manera que los casos documentados en Son Ferrer y S’Illot.
c. Turriforme escalonado de Son Ferrer Son Ferrer es un monumento ritual en forma de torre escalonada, seguramente levantado por la misma comunidad que por esos momentos comenzaba a residir en el poblado del Puig de Sa Morisca, en Santa Ponça. Es, por lo tanto, uno de los tipos arquitectónicos caracteristicos de la edilicia de la Edad del Hierro mallorquina. Sin embargo, la elección del lugar donde fue levantado no fue aleatorio (Calvo et al. 2005); en la base de la pequeña colina había existido un hipogeo funerario del Bronce Antiguo (Calvo et al. 2006); sobre la cúspide y laderas existió un asentamiento que estuvo activo durante el Bronce Final. No lo conocemos muy bien por que fue arrasado cuando se construyó el turriforme, para lo cual se aprovecharon materiales de construcción del asentamiento que había quedado abandonado. De todo el
Aunque un estudio de la excavación nunca se ha llegado a realizar, las fotos de la misma (Rosselló 1979, lám. 13) sugieren que el abandono de este contexto y la construcción del turriforme fue prácticamente simultánea, como parecen indicar las cerámicas completas y el resto de los ajuares aún in situ, en la misma posición, aunque volcados, en la que fueron dejados por sus usuarios. Esta misma situación se repite en el abandono de la naveta de Son Oms. e. Turriforme de Trebaluger Un asentamiento menorquín que presenta una secuencia similar de arrasamiento de un hábitat del Bronce Final y construcción sobre el mismo de arquitectura ritual de la Edad del Hierro [fig. (5)8, 1] lo encontramos en Trebaluger (Gual et al. 1991). Los estudios definitivos de la excavación permanecen sin concluir y, por lo tanto,
43
La cuestión de las cerámicas no aborígenes durante el Bronce Final en las islas no ha sido jamás estudiada, ni siquiera planteado, sin embargo, aunque escasos, hay algunos fragmentos con componentes exógenos hallados en Closos de Can Gaià, alguno más en el paleosuelo de Morisca y el ya citado de S’Illot. A todos ellos debemos añadir la presencia de una vasija con decoración pintada en blanco (Castells et al. 2005) procedente de un contexto poco claro.
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desconocemos las atribuciones artefactuales de las distintas unidades estratigráficas. Sólo una escueta muestra de materiales (Plantalamor y Van Strydonck 1997), sin referencias estratigráficas, ha sido dada a conocer. En este muestreo cerámico encontramos algunos elementos toneliformes y vasijas de labio exvasado que, tanto en Mallorca como en Menorca, son propias de los contextos del Bronce Final.
lejos del 950/900 BC. g. Santa Mónica Sólo disponemos de una brevísima noticia sobre este asentamiento de navetas de habitación (Plantalamor 1991, 28), sobre el que se levantó un poblado de la Edad del Hierro. En sus proximidades (S’Antigot de Santa Mònica) se excavó en 1962 una habitación naviforme de la que tampoco sabemos apenas nada, salvo que entre sus materiales cerámicos había toneles y vasijas de labio exvasado.
La cima de la colina fue convertida en huerto en tiempos modernos, por lo que el registro arqueológico había sufrido muchas alteraciones e intrusiones de materiales originarios de distintas épocas, incluso moderna. Dos dataciones sobre carbón (IRPA-1171 y IRPA-1162) proporcionaron respectivamente los resultados 1430-1250 y 1260-980 BC, que de nuevo, por la naturaleza de la muestra sólo nos indican que el arrasamiento del antiguo hábitat se produjo en un momento indeterminado posterior al más moderno de ambos resultados. Es una lástima que las referencias contextuales de las muestras no se hayan explicado44, pues seguramente estamos ante dos horizontes de ocupación del Bronce Final. En cualquier caso, fechar el proceso que aquí nos interesa adolece igualmente de incertidumbre pues ambas muestras pueden estar afectadas del reiterado efecto “madera vieja”. Pese a todo, propugnamos que en una fecha indeterminada, seguramente próxima al 970 BC, dicha colina fue materialmente forrada con un muro de estructura ciclópea que dio al lugar el aspecto que hoy tiene: un turriforme oblongo característico de las construcciones edilicias de la Edad del Hierro, cuyo remate superior ha desaparecido.
3) Paleosuelos sellados por arquitectura de la Edad del Hierro Pueden resultar igualmente indicativas las dataciones procedentes de distintos paleosuelos que quedaron sellados tras la construcción de otros turriformes de la Edad del Hierro. No nos extenderemos sobre ellos pues de la ocupación de la Edad del Bronce apenas podemos constatar más allá que su existencia. Sin embargo, resultan relevantes para fijar el momento en el que se produce toda esta serie de trasformaciones en los asentamientos que dan lugar a la aparición de los poblados de la Edad del Hierro. Uno de los que ha proporcionado una buena y significativa serie de dataciones radiocarbónicas es el de Biniparratxet o Biniparratx Petit. Las excavaciones realizadas en el turriforme y en su periferia (Gornés et al. 2001; Guerrero et al. 2007) mostraron que, al igual que pasa en otros muchos casos, el poblado no se levantó sobre suelo virgen, algunos fragmentos cerámicos característicos del Bronce Final así lo indicaban, aunque ha sido la serie de dataciones (ver tabla) obtenidas todas sobre colágeno de herbívoro la que nos ha permitido fijar muy bien la referencia post quem para la construcción del turriforme. La más moderna (KIA-15219) proporciona afortunadamente un intervalo muy preciso, el cual nos indica que el suelo quedó sellado entre 900 y 800 BC. Mientras que otra datación procedente ya de un contexto de uso de una habitación adosada al turriforme nos indica que estaba ya en funcionamiento entre 940 y 810 BC; lo que nos indica que la construcción no está lejos de 875/850 BC.
f. Asentamiento antiguo de Torralba Otro conocido caso de asentamiento menorquín de la Edad del Bronce arrasado al construir elementos arquitectónicos de prestigio de la Edad del Hierro lo tenemos en Torralba. En este lugar existía un poblado cuyos orígenes no están claros, pero que ya existía durante el Bronce Antiguo [fig. (5)8, 2], como nos indica una datación radiocarbónica (UtC-1263) semillas de cereal, cuyo resultado fue 1640-1390 BC. El tipo de hábitat no está bien conocido, aunque es de resaltar que se conservase una cabaña circular cuyo patrón constructivo responde al de las habitaciones calcolíticas de poblado mallorquín de Son Oleza. Esta cuestión ya se planteó en su momento y lo que interesa resaltar es que este lugar estaba aún habitado entre 1200 y 900 BC. No sabemos si sufrió un periodo de abandono e inactividad antes de que el lugar fuese elegido de nuevo para la construcción de un poblado de la Edad del Hierro.
Recuérdese que igualmente un suelo de ocupación en la colina fortificada conocida como Puig de Sa Morisca, anterior a la construcción de los elementos de la Edad del Hierro quedó igualmente sellada entre 900 y 700 BC. 4) Nuevos asentamientos con distinta concepción espacial comunal
Sin embargo, una nueva datación sobre carbón (QL-1165) obtenida en una de las estructuras de la Edad del Hierro (Mestres y Nicolàs 1999) nos indica que el asentamiento ya estaba en funcionamiento en el intervalo 980-790 BC. Por lo tanto, podemos pensar que el traspaso de los contextos del Bronce Final a los talayóticos no estuvo
El asentamiento mallorquín, conocido como Figueral de Son Real [fig. (5)47], constituye uno, por ahora el único conocido (Rosselló y Camps 1972), que se fundó en un momento en el que la mayoría de comunidades vivían aún en poblados de navetas, pero alguna había comenzado ya a ensayar un nuevo orden en la organización del espacio comunal. La mayoría de las viviendas responden aún a la forma característica de planta de herradura alargada, pero su monumentalidad ha decaído notablemente y los muros están construidos con
44 La atribución de ambos resultados, al igual que se hace con los de Cala Blanca (Juan y Plantalamor 1997), a distintas fases de la cultura talayótica hace ya mucho tiempo que son insostenibles y no disponen de ningún correlato en el registro arqueológico de dicha entidad cultural.
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aparejos sólo discretamente ciclópeos. Una de ellas es claramente una habitación de planta arriñonada similar a las que poco después veremos en muchos poblados de la Edad del Hierro, entre ellos el de s’Illot ya mencionado con anterioridad.
“normalidad” organizativa característica del Bronce Final? El registro arqueológico proporcionó piezas cerámicas características del Bronce Final insular, como las vasijas carenadas de gran diámetro y labio exvasado, así como algunos toneles cilíndricos, tan abundantes en las escalas y fondeaderos costeros. Sólo disponemos de dos dataciones radiocarbónicas para fijar la fase de actividad de esta comunidad. Ambas proceden del nivel 3 de la cámara del monumento elevado (Rosselló y Camps 1972, 124), que seguramente corresponde al estrato de uso final de esta construcción. Por debajo se localizan dos estratos más de “terra rosa” compacta: el cuatro afectado por el fuego del eventual hogar que funcionó en el superior; por último, el estrato cinco rellena las irregulartidades rocosas; ambos contienen restos cerámicos denominados en su momento “pretalayóticos”, entre los que figura alguna de las vasijas carenadas de labio exvasado ya citadas y algún fragmento de tonel.
El único elemento arquitectónico que aún reproduce con mayor fidelidad esa técnica constructiva es precisamente la edificación central, que parece constituir el eje vertebrador de toda la organización espacial. En efecto, el asentamiento rompe definitivamente con lo que había sido el orden habitual de los poblados de la Edad del Bronce: como se recordará, la organización habitual era una distribución espacial abierta, con las unidades domésticas diseminadas en el solar comunal, disponiendo de amplios espacios entre unos grupos familiares y sus vecinos. Mientras que en Es Figueral todas las viviendas se apiñan y se adosan las unas a las otras y todas se agrupan entorno a un núcleo arquitectónico central en posición elevada, sin que quede espacio disponible entre una vivienda y otra. Los espacios externos de uso privativo de las familias son en la práctica inexistentes.
Volviendo a la cuestión de la cronología absoluta del nivel 3, debemos observar que ambas dataciones proporcionan resultados altamente imprecisos derivados del elevado error estadístico de la edad convencional del radiocarbono. La más antigua (Y-1856) se sitúa entre 1400 y 970 BC, mientras que la más moderna (Y-1857) proporciona un resultado algo más moderno, 1320-910 BC. Por otro lado ambas fueron obtenidas a partir de carbón, con lo que de nuevo nos enfrentamos a la incertidumbre provocada por el efecto de la vida larga de las muestras; por lo tanto, ambos resultados únicamente nos indican un momento anterior, en una magnitud temporal difícil de precisar, del contexto arqueológico que queremos fechar.
La sensación de centro arquitectónico elevado, a modo de “prototurriforme”, se realza debido a que todo el conjunto se lenvantó sobre una loma en cuya cumbre se situó esta construcción absidal de planta triangular. Si comparamos esta organización espacial con la adoptada por el núcleo central del poblado de la Edad del Hierro, ya mencionado, de s’Illot observamos las grandes similitudes que se dan en la concepción espacial de ambos conjuntos. En el poblado de s’Illot, al igual que ocurre en el de Ses Païsses (Hernández y AramburuZabala 2005), el elemento central ha sido ya normalizado en forma de turriforme con función de arquitectura simbólica, mientras que en es Figueral de Son Real este aspecto elevado se consigue levantando una de las construcciones sobre la cumbre de la colina.
Si tenemos en cuenta que desviaciones positivas entre 200 y 350 años han sido observadas en contextos isleños, como por ejemplo en las pilastras de madera del la cámara superior del turriforme de Biniparratxet (Gornés et al. 2001; Guerrero et al. 2007), no sería descabellado pensar que estos márgenes de incertidumbre los tuviésemos también aquí. Por todo ello, parece razonable pensar que la cámara del monumento elevado de Es Figueral de Son Real pudo estar funcionando entre 1000 y 900 BC. Temporalidad que, por otro lado, resulta muy acorde con el proceso que estamos analizando. Muy congruente con esta propuesta resulta la presencia de un aplique cónico de bronce (Roselló y Camps 1972, fig. 30,8) que es frecuente entre los objetos del depósito (o cargamento) de la Ría de Huelva (Coffyn 1985, lám. 21; Ruiz-Gálvez 1995, 241). Como se sabe las dataciones radiocarbónicas de este conjunto (Almagro-Gorbea 1977, 524-525), obtenidas de los astiles de las lanzas nos fijan su cronología hacia 950/900 BC.
Es muy posible que esta construcción de la cumbre tuviera ya un incipiente carácter de segregación arquitectónica, en el sentido de poseer un estatus y una carga simbólica más elevada que el resto. Es la única que dispone de un podium o plataforma aterrazada, claramente ligada a las funciones desarrolladas por esta unidad central. Debemos admitir que la comunidad que habitaba Es Figueral de Son Real inauguraba una organización del espacio comunal por completo inédito durante la Edad del Bronce, cuando todas las unidades familiares gozan de viviendas que apenas conseguimos diferenciar las unas de las otras. Sin embargo, desde los inicios de la Edad del Hierro (cultura talayótica) será una de sus más claras señas de identidad de los asentamientos de hábitat: núcleo central de aspecto turriforme y construcciones adosadas en su periferia de menor entidad arquitectónica.
5) Inicio de un cambio en los modelos de implantación territorial
Todo hace pensar que la comunidad que habitó este asentamiento había roto con los esquemas habituales de relación social entre los distintos grupos familiares, aunque en el estado actual de los conocimientos se nos escapan los detalles de esta cuestión. ¿Cuándo comenzaron algunos grupos a distanciarse de la
Los fenómenos que acabamos de enunciar: abandono de poblados naviformes, amortización y sustitución de elementos domésticos por otros de carácter ritual, así como la presencia de nuevos asentamientos con una concepción espacial radicalmente distinta es la 329
plasmación territorial de profundos cambios en las estructuras económico-sociales. Dentro del marco de dichos cambios se advierte el inicio de un proceso que generará un nuevo patrón de asentamiento y un nuevo esquema de racionalidad espacial. Los cierto es que durante esta fase final únicamente percibimos las primeras manifestaciones de esa evolución, la cual no quedará perfectamente estructurada y plasmada hasta el inicio de la Cultura Talayótica, que será cuando la visualizemos perfectamente en el “paisaje” arqueológico de las islas de Mallorca y Menorca (Guerrero et al. 2006 b). No es el objetivo de este libro entrar en un estudio de estos aspectos referidos a dicha entidad cultural, y por ello no profundizaremos en el análisis del nuevo modelo o esquema territorial resultante.
territorio, por parte de los grupos que las venían utilizando. Dos casos resultan altamente significativos pues han proporcionado una información muy completa de la dinámica de uso de la propia necrópolis y cuenta con buenas series de dataciones radiocarbónicas. La cueva del Càrritx (Lull et al. 1999) ha proporcionado, no sólo dataciones precisas del momento de abandono, sino también buenas pistas sobre las causas. Las dataciones más recientes (ver tabla) nos indican que el abandono general de la necrópolis se produjo en una fecha próxima al c. 800 BC. Sin embargo, algún acontecimiento anormal o una situación de crisis importante acaeció para que el grupo humano que venía utilizando la necrópolis decidiese esconder y proteger un selecto conjunto de elementos de alto contenido simbólico, como eran una serie de contenedores de cabellos humanos procedentes de ritos de tonsura, algunos adornos metálicos, así como vasijas, paletas y un peine; todo ello relacionado con los citados rituales de tonsura. Es sobre este depósito sobre el que convergen algunas de las dataciones más modernas de la necrópolis, indicándonos que el abandono hacia el 800 BC estuvo obligado por algún acontecimiento preocupante.
Aunque, sin ánimos de ser exhaustivo y exclusivamente con la finalidad de ver hacia donde evolucionarán los fenómenos, que observamos en sus inicios durante los momentos finales de la Edad del Bronce, señalaremos aquellos aspectos que definirán los nuevos modelos territoriales, los cuales vendrán a suplantar definitivamente a los existentes durante toda la edad del bronce. Entre los más significativos podemos resaltar los siguientes: - El paso de una organización territorial basada en el binomio poblados/necrópolis propio del Bronce, a un modelo en el cual se da una auténtica eclosión de nuevos tipos arquitectónicos. A diferencia de lo que ocurre durante la Edad del Bronce, la arquitectura de técnica ciclópea abandonará el ámbito doméstico, para concentrarla en el universo de lo social y de lo simbólico, como un mecanismo de exaltación del rango y del poder.
La recientemente excavada Cova des Pas, localizada en la pared del Barranco de Trebaluger, está a a espera de ampliar el número de dataciones absolutas, pero las disponibles (Fullola et al. 2007) nos indican que también esta necrópolis se abandona hacia el 800 BC, pues las dataciones más modernas (ver tabla) corresponden a las últimas deposiciones que sellaban en parte el conjunto funerario. En este caso no se ha detectado nada que nos induzca a pensar en una causa traumática para el abandono. Resulta significativo que los tubos contenedores de cabellos tonsurados permaneciesen junto a los cadáveres a los que eventualmente pudieron pertenecer, cosa que no ocurrió en la cueva del Càrritx, como hemos visto.
- Se pasa de una concepción de espacio abierto, tanto en el territorio como en los poblados, característico de la Edad del Bronce, a una idea compacta y cerrada, con la presencia de poblados amurallados y estrategias de control del territorio mediante la generación de redes visuales entre yacimientos, así como un continuo jalonamiento de estaciones arquitectónicas ubicadas estratégicamente a lo largo del territorio, fuera del ámbito estricto del poblado, cuya función será de tipo ritualceremonial.
El poblado de navetas más próximo a esta necrópolis es el de Son Mercer de Baix, el cual no cuenta con dataciones absolutas que nos permitan contrastar el momento de su abandono, lo cual pudo convertirse en la causa por la que la Cova des Pas dejó de acoger más inhumaciones después de c. 800 BC. Las pocas noticias publicadas sobre los resultados de las excavaciones presentan materiales cerámicos similares a los que encontramos encontramos en los contextos datados entre 1000 y 850 BC.
En definitiva, todo este complejo cambio en la concepción espacial y territorial que vemos ya de manera perfectamente estructurada durante la cultura talayótica, tiene sus primeros ensayos durante la fase final de la Edad del Bronce, que, convencionalmente, venimos definiendo como de transición.
Otras necrópolis menorquinas características del Bronce Final fueron también abandonadas sobre las mismas fechas, como la vecina del Càrritx conocida como el Forat de ses Aritges (Lull et al. 1999) y lo mismo ocurrió con la covacha, igualmente con cierre ciclópeo de Montgofre Nou (Bergadà y De Nicolàs 2005), sin embargo, de ellas no se han publicado los resultados de las excavaciones en detalle como para poder valorar más allá que el momento aproximado de su abandono.
V.9.2. Cambios en las prácticas funerarias Los indicadores sobre la transición del Bronce Final a la Edad del Hierro se muestran bastante más sutiles en el mundo funerario; sin embargo, también puden indicarse algunas señales muy significativas. Por un lado, tendríamos toda una serie de importantes necrópolis clausuradas entre 900 y 800 BC, sin motivo aparente que lo justifique, salvo que podamos relacionarlo con la desaparición o abandono de los poblados, e incluso del
Por las mismas fechas en que son clausuradas las citadas necrópolis, todas ellas en grutas y covachas naturales con 330
cierre ciclópeo, salvo la Cova des Pas que carece de este elemento, se inicia en Menorca la excavación de hipogeos en acantilados marinos y barrancos, que vienen a sustituir a los antiguos contenedores funerarios, ya durante la Primera Edad del Hierro. Una de las más conocidas necrópolis de estas características es la de Cales Coves (Veny 1982) y, dentro de ella, ha sido el hipogeo XXI el que mejor información nos proporciona de este traspaso entre los sistemas antiguos y los que ahora comienzan a proliferar.
la Edad del Hierro (Guerrero et al. 2005). También aquí se construyó un muro de cierre recolocando algunos grandes bloques caídos del la visera del abrigo. Una datación (KIA-23732) obtenida de colágeno de herbívoro, seguramente ligada a estas tareas constructivas proporcionó un resultado de gran precisión, 930-810 BC. Se recogieron y dataron algunas muestras de huesos humanos de los estratos más profundos de las cremaciones, pero carecían de colágeno. En cualquier caso nos parece muy significativa la datación obtenida y todo hace pensar que no se aleja del incio de las primeras deposiciones colectivas de cremaciones con cal.
De este hipogeo disponemos ya de una buena serie de dataciones radiocarbónicas (Gornés et al. 2006) que nos indican un uso del mismo a lo largo de la Edad del Hierro. Sin embargo, aquí nos interesa particularmente la más antigua de ellas (KIA-12682), pues nos proporciona una referencia de gran interés para el momento en el que este tipo de hipogeos en barrancos y acantilados comenzó a utilizarse, lo cual pudo ocurrir entre 830 y 750 BC, en una secuencia temporal que se solapa perfectamente con el abandono de las necrópolis de la Cova des Càrritx, Mongofre y Cova des Pas, así como con el uso final de las navetas funerarias de Menorca.
V.9.3. Nuevo modelo de relaciones exteriores: el contexto mediterráneo En la medida que avanza la investigación, cada vez se muestra más sólida la evidencia de que las comunidades baleáricas del Bronce Final estuvieron integradas, obviamente desde una posición periférica, en los mecanismos de intercambio de bienes de prestigio que caracterizaron las relaciones internacionales entre c. 1400/1300 y 900/800 BC. A lo largo de este tiempo se fueron consolidando redes comerciales locales y regionales a través de las que fluyeron instrumentos de alto valor simbólico desde confines muy lejanos.
Con todo, el hipogeo XXI de Cales Coves ha proporcionado otro dato de extraordinario interés. Entre las piezas suntuarias que acompañaba a alguno de los cadáveres encontramos un pendiente de plata (Gornés et al. 2006, fig. 3,4) cuya técnica de fabricación y la composición mineralógica (Montero et al. 2005) apunta a una fábrica fenicia occidental. El expolio al que había sido sometido el hipogeo antes de la intervención arqueológica no permite asociarlo a ninguna inhumación en concreto, pero estaría muy acorde con la datación más antigua de este conjunto funerario.
Una de estas redes locales, como ya hemos visto, funcionó en las Baleares con un entramado de asentamientos costeros que no había tenido precedentes, ni lo volvió a tener en esa magnitud en tiempos posteriores. Su incidencia a escala regional fuera del archipiélago no puede ser valorada en el estado actual de los conocimientos, pero no cabe duda que esta infraestructura facilitó la llegada a las islas de un volumen muy considerable de elementos metálicos, cuyo valor como marcadores de rango y estatus está fuera de toda duda razonable, además de otros productos exóticos como fayenza y marfil.
En Mallorca la singular necrópolis con cierre ciclópeo del abrigo de Son Matge, cuyas particularidades funerarias ya han sido tratadas en epígrafes anteriores, nos ofrece una visualización del cambio mucho más nítida, pues la fase de inhumaciones correspondiente al bronce final es clausurada con el incio de nuevas prácticas que rompen radicalmente con los rituales antiguos. Los enterramientos de la Edad del Hierro introducen rituales de cremación parcial de los cadáveres y cal. El momento en que esto acontece, como anteriormente ya expusimos, tiene alguna dificultad para ser fijado, pues las dataciones radiocarbónicas que podrían verificarlo proceden de una antigua serie con desviaciones típicas de la edad convencional del radiocarbono muy elevadas, con los consecuentes amplios intervalos temporales como resultado que provocan imprecisiones notables. Por otro lado, muchas están igualmente afectadas por el efecto amesetado de la curva de calibración en su tramo correspondiente a la Edad del Hierro. Pese a todo pueden rendir alguna información complementaria: ninguna sobrepasa en antigüedad la frontera del 850 BC, lo que constituye un dato significativo cuando hemos visto que otros indicadores del cambio se sitúan igualmente entre 900 y 800 BC.
Analizar las causas de su agotamiento y desaparición nos lleva inexorablemente a valorar la situación global de los intercambios ultramarinos en el entorno geográfico más inmediato a las islas, pues, pese a todo, su dependencia de agentes externos fue igualmente manifiesta. El colapso definitivo de todo este entramado puede fijarse en las Baleares con cierta precisión, como ya se ha discutido en el epígrafe anterior, entre 900 y 800 BC. Es evidente que durante la primera mitad del primer milenio BC se produjo una profunda diferenciación entre los procesos históricos de los dos grupos de islas que conforman el archipiélago balear. Ibiza fue colonizada por fenicios occidentales y, a partir de aquí, su trayectoria discurrió por otros derroteros, perdiéndose en poco tiempo todo rastro del sustrato de población aborigen. Esto no ocurrió en las Baleares, pero ello no quiere decir que la nueva situación que se generó en Ibiza tuviese efectos neutros sobre Mallorca y Menorca. Fijar con exactitud cuándo se produce definitivamente esta ruptura en Ibiza es de vital importancia para encarar esta discusión. Es bien sabido que las fuentes literarias nos indican que este hecho se produjo el 654 aC (Diodoro V, 6), pero es necesario computarlo en términos
El abrigo de Son Gallard, después de un largo periodo de inactividad, volvió a ser utilizado como necrópolis con los mismos rituales observados en Son Matge al inicio de 331
homologados a como venimos fechando los procesos de las comunidades aborígenes, para porder establecer las correspondencias con el resto de las islas, es decir, mediante dataciones absolutas calibradas por dendrocronología. Sobre este asunto volveremos más tarde, pues la colonización fenicia de Ibiza forma parte de un entramado de intereses mucho más extenso y complejo, que afecta a todo el proceso de colonización occidental, y será difícil de entender si previamente no analizamos el contexto histórico en el que se produce.
Comparar esta serie cartaginesa con la obtenida para Cerdeña para el Bronce Final y el tránsito a la Edad del Hierro (Rubinos y Ruiz-Gálvez 2003; Torres et al. 2005) encuentra alguna complicación. En primer lugar, por que la inmensa mayoría de dataciones sardas está obtenida a partir de carbón con la incertidumbre que ello genera y, por otro lado, las desviaciones estándar de la edad convencional del radiocarbono son por término general muy elevadas (±90 y pocas bajan de ±50). Las únicas dataciones obtenidas de muestras de vida corta (bellotas) proceden de los inéditos estudios de Mª L. Ferrarese en el nuraga Albucciu, sin embargo han sido descartadas por “falta de sincronía” con el contexto arqueológico asociado. Pese a los problemas de la serie sarda, los autores del estudio estiman que la tradicional datación de inicios del hierro hacia 1020 BC, fijada básicamente por analogías continentales, debería revisarse a la baja y situarse en la primera mitad del siglo X o hacia 950 BC.
Las dataciones radiocarbónicas correspondientes a gran parte del primer milenio BC adolecen de una fuerte imprecisión debido a que la curva de calibración tiene una trayectoria amesetada aproximadamente entre el 700 y el 400 BC. Aunque, por suerte, entre el 1000 y el 800/700 BC ocurre todo lo contrario. Por esta razón las dataciones asociadas a Bronce Final y a los primeros contextos de la Edad del Hierro gozan de una precisión que las hace envidiable para fechas más tardías.
En este horizonte de transición es interesante recordar que algunos investigadores (Domínguez Monedero 2003) han planteado la presencia directa de agentes eubeos y fenicios en algunos asentamintos nurágicos sardos, en un ambiente previo a la implantación fenicia definitiva en la isla, como podía ser el asentamiento fenicio estable de Sant’Antioco en Sulcis. Uno de los ejemplos más significativos lo tenemos en el poblado nurágico de Sant’Imbenia (Bafico et al. 1995; Botto 2004/05); en este asentamiento nurágico se documenta la producción simultánea de ánforas a mano y a torno del mismo tipo (Oggiano 2000) para exportar el vino que encontramos en la fase precolonial de Huelva (González de Canales et al. 2006), así como en los más arcaicos de Gádir (Córdoba y Ruiz Mata 2005), todo lo cual es un relevante indicador de la importancia del mundo indígena antes de la definitiva hegemonia de la presencia fenicia. Esta fase de cooperación en la producción y el comercio entre indígenas sardos y fenicios de Sant’Imbenia está bien fechada por la presencia de un escifo eubeo de semicírculos que puede datarse (en cronología no radiocarbónica) entre fines del s. IX y la primera mitad del VIII aC. La cuestión recuerda al ambiente precolonial de Huelva, al que nos referiremos después, en la que igualmente las élites indígenas no sólo se involucran en la producción, sino que adoptan comportamientos sociales de carácter aristocrático característicos del mundo oriental (Bernardini 2005). Todo parece indicar que este proceso de transición sardo es contemporáneo de la fase Ría de Huelva/Baiôes cuyos momentos finales coinciden con la presencia de las primeras colonias fenicias en Occidente, la fundación de Cartago y en la propia Cerdeña.
Afortunadamente hoy contamos con una numerosa serie de dataciones radiocarbónicas, tanto de contextos aborígenes que registran las primeras importaciones, de indiscutible origen fenicio occidental, como de los propios núcleos coloniales. Algunas de ellas eran ya conocidas hace más de veinte años (Schubart 1983) y muchas fueron recogidas tiempo después en trabajos de síntesis (Aubet 1994, 317-323). Sin embargo, ha sido en fechas muchos más recientes (Torres 1998; Docter et al. 2004; Mederos 2005) cuando a ellas se han sumado otras muchas que permiten valorar adecuadamente la cronología del proceso histórico desde Oriente a Occidente, e introducir todas ellas en la discusión general que afecta al tránsito entre el Bronce Final y los comienzos de la Edad del Hierro. Este fenómeno pivota inexorablemente en el Mediterráneo central y occidental sobre la presencia hegemónica fenicia en los antiguos circuitos de los intercambios regionales del Bronce Final. El reciente estudio realizado con el mismo objetivo para Cerdeña (Rubinos y Ruiz-Gálvez 2003; Torres et al. 2005) es especialmente valioso para nuestro análisis. No es nuestro objetivo hacer una valoración pormenorizada de todas estas series de dataciones absolutas, pero sí es necesario tener en cuenta algunas muy significativas para nuestro propósito; en definitiva, tratamos de argumentar con sólidas evidencias que a fines del segundo milenio BC y sobre todo entre 900 y 800 BC los fenicios, asumen un indudable control hegemónico de los tráficos comerciales a larga distancia en el Mediterráneo. Si observamos la situación en Cartago, la serie de dataciones radiocarbónicas, obtenidas a partir de colágeno de herbívoros y recientemente publicadas (Docter et al. 2004), resulta especialmente interesante, pues nos indica que la ciudad estaba en pleno funcionamiento entre 920 y 800 BC. Aunque la expansión del imperialismo cartaginés tendrá lugar mucho después, no cabe duda que la presencia fenicia en uno de los puntos claves de las navegaciones protohistóricas en el Mediterráneo, el eje Sicilia Cap Bon, estaba a fines del siglo X controlado por los fenicios.
Que sobre un contenedor sardo fabricado a mano hallado en Huelva, al que después no referiremos, aparezca un grafito fenicio, parece ser un indicador importante que nos indicaría la ya aludida presencia de agentes fenicios y sardos en contextos aborígenes en una fase precolonial. El profesor Hetzer, de la Universidad de Haifa, siguiendo criterios paleográficos, sitúa estre grafito entre los siglos XI y X BC (en González de Canales et al. 2004, 133). Aunque a primera vista pueda suponerse esta datación propuesta algo alta para un contexto de c. 900 BC, no 332
debemos olvidar la presencia en la misma Cerdeña de un sarcófago filisteo miniaturizado, en la necrópolis sarda Neapolis de Oristano (Bartoloni 1997). Su datación es problemática, pero sin duda debe relacionarse con las primeras incursiones fenicias en Cerdeña hacia 1000-900 BC, en términos de cronología calibrada (Torres et al. 2005).
850 BC el modelo de intercambio propio del Bronce Final estaba ya periclitado y sustituido por el que impuso la presencia hegemónica fenicia en Occidente. En este brevísismo repaso no podemos olvidar que las dos últimas décadas de investigación han puesto en evidencia que las estrategias colonizadoras promovidas desde la Gádir se extendieron igualmente, tanto a la costa atlántica portuguesa (Arruda 2002), como marroquí, con la ciudad de Lixus (Aranegui 2001) y la factoría de Mogador (Jodin 1966; López Pardo 1992) como ejemplo de un núcleo urbano y una factoría en los límites de la frecuentación fenicia regular de la costa atlántica africana. Las dataciones absolutas de los asentamientos fenicios del Atlantico o de poblaciones aborígenes con importaciones fenicias estan igualmente afectadas de los mismos problemas que ya hemos señalados para otras de la península Ibérica. Tal vez la única (ICEN-926) que podríamos integrar en esta discusión, por estar obtenida a partir de un hueso de fauna es la procedente de Quinta do Almaraz (Arruda 2002, 102-111) con un contexto de abundantes importaciones fenicias fechado entre 920 y 760 BC, el resto de dataciones, aunque son relativamente acordes con el resultado anterior, fueron obtenidas de conchas marinas.
Fijar este mismo proceso en Occidente a partir de las dataciones radiocarbónicas encuentra alguna dificultad derivada de la utilización casi generalizada de muestras de vida larga. Este es el caso del importante asentamiento fenicio de Morro Mezquitilla (Schubart 1983), pese a todo algunas muestras proceden de los talleres metalúrgicos y de niveles antiguos, pero no fundacionales, por lo que no cabe duda que hacia 850/800 BC el asentamiento hacía ya algún tiempo que funcionaba. Sobre Toscanos, otro de los yacimientos claves para este análisis se conocían ya hace tiempo algunas dataciones radiocarbónicas (Schubart y Niemeyer 1969; Schubart y Maass-Lindemann 1984; Aubet 1994), aunque, los resultados adolecen de unas desviaciones estandar tan elevadas (140/120) que proporcionan intervalos altamente imprecisos y escasamente útiles. Sin embargo, con posterioridad se han dado a conocer (Pingel 2004) otras dataciones absolutas, tanto de Toscanos, como de yacimientos próximos al río Vélez, como Alarcón, que permiten comprobar que estos yacimientos se mueven en la misma temporalidad, c. 950-800 BC, que el resto de los citados (ver tabla), cuestión, por otro lado perfectamente previsible a tenor de los materiales cerámicos que ya conocíamos de este yacimiento. Así y todo, algunas dataciones de Alarcón resultan más arcaicas de lo previsible, sin que por el momento pueda discriminarse si se trata de un horizonte prefenicio, cuestión no descartable a tenor de lo documentado en la marisma de Huelva, o ya colonial, salvo que estén afectadas del efecto “madera vieja”, como podría ocurrir, sobre todo, con la muestra (GrN-6829) que es un poste de madera de pino.
Ahora bien, si recurrimos al análisis de las importaciones fenicias y particularmente gaditanas, en muchos poblados de la cuenca del Tajo y del Sado (Arruda 2002; 2005), queda fuera de toda duda que la presencia fencia en Occidente estaba plenamente implatada, y con un carácter indiscutiblemente hegemónico, hacia 850/800 BC. La situación portuguesa no es sólo un mercado receptor de importaciones, sino fruto de la implantación fenicia directa en el Atlántico con fundaciones coloniales de la importancia de Abul (Mayet y Tavares da Silva 1993; 2000). Desde aquí los contactos con el Norte peninsular como Galicia, y con el interior remontando el Tajo, que era navegable más de 200 km., seguramente se iniciaron ya en época temprana de la presencia fenicia (Mederos y Ruiz 2005). De la costa atlántica marroquí no disponemos, por el momento, de dataciones radiocarbónicas; sin embargo, las excavaciones recientes en Lixus (Aranegui 2001; 2005) han documentado los niveles de ocupación fenicia, con materiales cerámicos que confirman una cronología acorde con la de Trayamar, Toscanos o Cerro del Villar. En definitiva, la colonización fenicia estaba implantada también en la costa africana en un horizonte cronológico arcaico, que tentativamente podríamos situar entre 850/800 BC. Sin embargo, la fundación no se realiza sobre tierra ignota, sino previamente frecuentada (López Pardo 2000 a) por los mismos que actuaban en el emporio de Huelva, como nos demuestra la presencia de una espada del tipo Rösnoen del Bronce tardío hispánico (Ruiz-Gálvez 1983) encontrada en el lago Lucus.
No es el objetivo de este libro examinar con detalle la implantación fenicia en el Sur peninsular, sobre la que existe una extensa y conocida bibliografía, pero sí examinaremos los registros arqueológicos, tanto de los yacimientos citados, como otros igualmente relevantes de la costa malagueña, entre los que obviamente no pueden olvidarse Trayamar (Schubart y Niemeyer 1976), Cerro del Villar (Aubet 1997) y Castillo de Doña Blanca (Ruiz Mata 1986; 1995), la costa peninsular al Este del Estrecho estaba plenamente colonizada en las fechas antes señaladas. La incidencia de esta situación sobre el mundo aborigen corre igualmente paralela en el tiempo. Las dataciones radiocarbónicas de estos contextos son ya bien conocidas (Torres 1998; 2004; Mederos 2005), aunque la mayoría adolece de los mismos vicios ya señalados para las procedentes de asentamientos fenicios, salvo alguna rara excepción, como la de Vejer de la Frontera (UBAR-347), obtenida a partir de colágeno de herbívoro y con una fecha contenida en el intervalo 940790 BC; la cual vuelve a confirmar una vez más que c.
Tal vez pueda parecer fuera de lugar este repaso, forzosamente sumario, de la implantación fenicia occidental, pero se pretende con ello fijar, en la medida de lo posible y mediante contextos con cronología absoluta, un momento en el que las redes de intercambio características del Bronce Final habían sido sustituidas 333
totalmente por la hegemonia de la presencia fenicia. Parece innecesario repetir que este cambio de situación está plenamente consolidado en las fechas citadas 850/800 BC. Lo que coincide milimétricamente en las Baleares con el despoblamiento de muchos, si no de la mayoría, de los poblados naviformes habitados durante el Bronce Final y el abandono definitivo de las escalas, fondeaderos y referencias costeras, que habían constituido una de las piezas claves del entramado de intercambio de las poblaciones autóctonas durante casi medio milenio.
grosso modo, coincidentes con lo que observamos en las islas. Era inevitable que unos hallazgos de trasecendencia tan extraordinaria para toda la investigación protohistórica del Mediterráneo sufriesen una revisión, desde la primera que se produjo en forma de recensión crítica, extensísima y acertada, de Mariano Torres (2005), a las recientemente publicadas tras los primeros datos radiocarbónicos, ya citados. A los efectos que en este libro nos interesan conviene retener el análisis del contexto de Huelva realizado por Alfredo Mederos (en prensa), quien, pese a los problemas de contextualización de los hallazgos, propone varias fases de gran interés. Sobre el contexto previo reclama la atención acerca de la presencia de intereses micénicos y chipriotas en Occidente entre 1300 y 950/925 BC, comerciantes que seguramente pudieron introducir las pocas cerámicas a torno micénicas (algunas de la Argólida) navegando hacia el interior por el cauce del río Guadalquivir.
En su momento habíamos señalado que la crisis comenzó a forjarse unas décadas antes y que seguramente la fundación del asentamiento de Es Figueral de Son Real hacia 1100/1000 BC era un claro síntoma del inicio de una nueva situación. Sería congruente con este planteamiento indagar si también en Occidente existen indicadores de un proceso de cambio en sincronía con lo observado en Baleares. En los últimos años se ha producido un hecho, no por esperado, menos trascendente. Unas obras urbanas en Huelva, en lo que antaño fue una marisma, han puesto al descubierto un conjunto numerosísimo de hallazgos correspondientes a una intensa actividad de intercambios inmediatamente anteriores a la fundación de las primeras colonias fenicias en Occidente (González de Canales et al. 2004). Es una lástima que los autores, pese a la buena información que proporcionan las cerámicas importadas, no hayan hecho uso de la cronología absoluta; algunas dataciones radiocarbónicas nos habrían permitido contrastar mejor las correspondencias entre este importante registro arqueológico y contextos aborígenes de tierra adentro o isleños como las Baleares en los que las cerámicas a torno, egeas, chipriotas y fenicias, no formaron parte del “paquete” de intercambios del Bronce Final y transición a la Edad del Hierro.
El análisis detenido de los materiales hallados en Huelva permitiría, desde que los fenicios comienzan a estar presentes en el proceso, tres fases (Mederos en prensa). Un primer desarrollo de este proceso se extendería a través de dos periodos; “Huelva 1-a” entre 1015 y 975 BC; “Huelva 1-b” aproximadamente entre 975-960 BC, mientras que en la segunda fase podría establecerse un primer momento, o “Huelva 2-a”, con una cronología de 930-920 BC y un segundo, “Huelva 2-b”, en el que la hegemonía fenicia es ya manifiesta entre 875 y 825 BC. El tiempo dirá si se consolida esta secuencia evolutiva determinada en esos periodos, los cuales serán de difícil apreciación en otros entornos arquelógicos en los que no se cuenta con tanta cerámica a torno proporcionando fechas tan precisas como en el caso de Huelva, donde su carácter de emporio permitía una llegada fluida y una renovación inmediata de los equipamientos cerámicos de importación. Este fenómeno no se produce en los contextos aborígenes del interior, donde la cerámica fina importada puede jugar un cierto papel de objeto prestigioso y durar en uso más tiempo, impidiendo precisiones cronológicas tan finas.
En el conjunto mencionado de Huelva están presentes piezas griegas correspondientes al Subprotogeométrico III (900-850 aC), como los vasos eubeos-cicládicos con semicírculos pintados colgantes (González de Canales et al. 2004, lám 19), así como del Geométrico Griego II del Ática (800-760 aC). En contextos con cronología absoluta algunas de estas piezas comienzan a estar presentes a fines del siglo X BC (Mederos 2005; Torres 2005).
Indiscutiblemente el porcentaje de materiales fenicios hallados en el emporio de Huelva es superior al de otras procedencias, pero en ningún caso tiene el carácter hegemónico que veremos aproximadamente un siglo después. El conjunto de materiales fenicios se correspondería con el horizonte Hierro II de Israel, que a tenor de la cronología absoluta (Mederos 2005; Torres 2005) podría situarse entre 950 y 925 BC.
Las primeras dataciones absolutas, de excelente calidad y precisión, procedentes de estos contextos (Nijboer y Van der Plicht 2006) parecen indicarnos que, efectivamente, entre 1000 y 820 BC es el intervalo donde debe situarse este emporio que claramente clausura el modelo de intercambios propios del Bronce Final y abre una nueva etapa en la que los fenicios en pocas décadas irán desplazando a otros comerciantes hasta alcanzar una hegemonía absoluta. El proceso es de extraordinario interés, no sólo para Huelva, ni siquiera exclusivamente para el Occidente mediterráneo, sino también para el Mediterráneo central y especialmente para Baleares; archipiélago que tradicionalmente había quedado marginado en la historiografía de estos fenómenos globales, pues nos muestra unos ritmos de cambios,
Con ser importante la presencia fenicia y griega, no es menos relevante constatar la relativa abundancia de cerámica sarda, incluidos los grandes recipientes para el transporte de mercancías como los “vasi a collo”, alguno como ya se ha apuntado con grafito fenicio. Como igualmente lo es la existencia de vasos chipriotas y tal vez algunos villanovianos. Todo este emporio, en el que la presencia de aborígenes tartésicos es también muy importante, configura un 334
panorama de intercambios internacionales en el que confluyen rutas de confines atlánticos, tanto nórdicos, según indica la presencia de ámbar, como africanos, evidenciado por la existencia de talleres de piezas de marfil de elefante y huevos de avestruz; junto a otras que vienen del Mediterráneo central y oriental. Éste es, a nuestro juicio, un ambiente que aún participa de las características del mercadeo multiétnico propio del Bronce Final, aunque los fenicios han comenzado a ser ya pieza fundamental en el mismo. El modelo ha comenzado a cambiar entre c. 950 y 900 BC, pero no cuajará plenamente hasta aproximadamente un siglo después.
Desde hace algún tiempo venimos argumentando (Guerrero 2000; 2004 c; Guerrero et al. 2002; 2007) que la colonización fenicia en Occidente no tuvo efectos neutros sobre la transición a la Edad del Hierro en las Baleares; sobre todo cuando una de las islas del archipiélago, Ibiza, fue colonizada en época temprana. Durante un tiempo la discusión se mantuvo en el ámbito de las hipótesis de trabajo; sin embargo, los nuevos datos que iban generando las excavaciones en el poblado de Sa Morisca (Guerrero y Calvo 2003, Guerrero 2004 c), junto con algunos indicadores arqueológicos nuevos, tanto en Mallorca, como en Menorca (Guerrero et al. 2006 b; Guerrero 2007; Guerrero et al. 2007) ha permitido ir verificando las antiguas propuestas mediante el registro arqueológico y las dataciones radiocarbónicas.
La pretensión de ver (González de Canales et al. 2004) en este complejo ambiente sólo mano fenicia parece excesivamente reduccionista, como igualmente han señalado otros investigadores (Torres 2005), sin contar con los precedentes de eventual presencia micénica y chipriota (Mederos 1996; 1997). Es verdad que los fenicios incluyeron siempre mercancías de terceros en sus fletes comerciales, pero no en la proporción y variedad que observamos en estos momentos en Huelva. Por otro lado, no parece que sea casual que el grueso de mercancías no fenicias correspondan a pueblos como los eubeos y chipriotas con una marina altamente desarrollada en esta misma época (Basch 1987; Westerberg 1983) y con capacidad naval tan sobrada como la de los fenicios. Precisamente la importancia de elementos chipriotas en contextos peninsulares del Bronce Final (Mederos 1996) permite contemplar a marinos y comerciantes chipriotas como protagonistas en este complejo entramado de intercambios.
La ocupación definitiva de la isla de Ibiza por colonos fenicios tuvo lugar, siguiendo la cronología que proporcionan las fuentes literarias (Diodoro Sículo, V, 16, 2-3), en los años 654-653 aC. La documentación arqueológica de los momentos fundacionales, especialmente la más abundante y clara procedente de Sa Caleta (Ramón, 1991; 1994), corroboró que, efectivamente, colonos fenicios emparentados con los asentados en Morro de Mezquitilla, Trayamar, Toscanos, Alarcón, Cerro del Villar y tanto otros en la costa malagueña y gaditana, incluida la propia Gádir, habían fundado una nueva base de operaciones en Ibiza, que en pocos años se tornaría en un centro urbano importante del entramado colonial fenicio de Occidente. Algunos hallazgos anfóricos encontrados en posición secundaria en el propio asentamiento de Sa Caleta (Ramón, 1996) pronosticaban que la frecuentación del lugar pudo iniciarse algunas décadas antes.
Mención aparte merece la presencia sarda, pues sin descartar que el paso de los fenicios por Cerdeña pudo constituir una fuente de dispersión de la cerámica nurágica, no es posible pasar por alto el gran desarrollo de la marina sarda entre c. 1000 y 850 BC, con mercantes de todas las categorías (Guerrero 2004 b) que en nada tenían que envidiar a los fenicios. Este olvido del papel eventualmente ejercido por las marinas aborígenes es uno de los tópicos muy arraigados en muchos investigadores, los cuales no se han detenido nunca a valorar la información directa proporcionada por las propias comunidades protohistóricas. La posibilidad de que este potencial naval fuese puesto al servicio de los intereses comerciales fenicios no es en absoluto descartable, con lo que nos podríamos encontrar una situación contraria a la pretendida por algunos estudiosos, es decir, barcos aborígenes transportando mercancías fenicias. Al efecto, ya hemos llamado la atención en varias ocasiones (Guerrero 2004 b; 2006 b; e.p.) del paradigmático caso de los barcos de Mazarrón, tenidos por fenicios (Negueruela 2004), y efectivamente el cargamento lo es; sin embargo, la arquitectura naval muestra que no es tan seguro que las naves provengan de astilleros fenicios, sino más bien de artesanos carpinteros de occidente.
No tenemos aún dataciones radiocarbónicas para los contextos de Sa Caleta de Ibiza; sin embargo, el grueso de las cerámicas a torno, y especialmente las que puden servir de fósil director para datar la ocupación y uso de este asentamiento, están igualmente presentes en yacimientos en los que ya se ha procedido a datar por radiocarbono los distintos contextos, cuyo repaso hemos hecho en los párrafos anteriores. Por esta razón, y no otra, habíamos sugerido hace ya algún tiempo (Guerrero 2000) que, en términos de cronología radiocarbónica, seguramente la primera presencia fenicia en Ibiza podía situarse aproximadamente hacia 850/800 BC. El tiempo ha terminado por darnos la razón y precisamente sobre esas fechas comienzan a localizarse los primeros objetos de indiscutible origen fenicio en las Baleares. El primero de los hallados fue una punta de flecha con arpón (Guerrero y Calvo 2003, Guerrero 2004) recuperada en el asentamiento aborigen de Sa Morisca [fig. (5)48, 6], cuyo contexto ha sido datado por radiocarbono (KIA-19981) a partir de una muestra de Bos taurus entre 900 y 790 BC. Poco después ha sido dado a conocer un pendiente de plata (Gornés et al. 2006) de muy probable origen fenicio occidental, hallado en el Hipogeo XXI de la necrópolis menorquina de Calescoves [fig. (5)19, 5], el cual podía estar en consonancia con una de las inhumaciones más antiguas, datada (KIA-12682) entre 830 y 750 BC.
No olvidemos, pese a este escueto aunque largo recorrido, que nuestro interés central radica en indagar sobre las casusas y agentes que produjeron el colapso del Bronce Final en las islas y la trasición a la Edad del Hierro con un panorama ya completamente distinto. 335
La dificultad, antes planteada, de contrastar los resultados de dataciones radiocarbónicas procedentes de contextos aborígenes baleáricos con una cronología igualmente absoluta obtenida directamente de la colonia ebusitana, ha dado recientemente un giro radical con la publicación (Fernández y Costa 2004) de las cuatro primeras dataciones radiocarbónicas procedentes de un contexto indiscutiblemente fenicio ebusitano. Todas proceden de tumbas excavadas en la gran necrópolis urbana del Puig des Molins, con ritual y ajuar indubitablemente fenicio. A los efectos que aquí estamos analizando nos interesa especialmente la tumba 2B del sector N.O., pues no está afectada por el efecto de imprecisión que provoca la conocida trayectoria amesetada de la curva de calibración, el resultado (UtC-11186) proporcionó una fecha incluida en el intervalo 930-800 BC, lo que la convierte en la primera datación absoluta directa de un colono fenico ebusitano por completo coincidente con las anteriormente citadas de Cartago, Morro Mezquitilla, Vejer de la Frontera o Quinta do Almaraz, entre otras. La segunda de las dataciones (UtC-11185), que ahora nos interesa, es la correspondiente a la tumba nº1 del mismo sector de la necrópolis; su resultado es más impreciso por el ya citado efecto de la trayectoria plana de la curva de calibración, pero aún así proporciona un fecha contenida en el intervalo 800-520 BC.
al contacto de los fenicios con las islas en momentos precoloniales o de los primeros contactos. La producción de hachas de apéndices laterales como las de la Sabina y Can Pere Joan, y sobretodo los lingotes de apéndices laterales, que recuerdan por su forma las hachas, pero cuyas láminas son tan delgadas que no pueden ser consideradas ya como verdaderos instrumentos, como ya se dijo, está bien documentada en la región alicantina, sobre todo en Peña Negra de Crevillent (González Prats 1983: 177). De más interés, si cabe, es la presencia de moldes de fundición de hachas de apéndices laterales en la fase III del asentamiento fenicio de La Fonteta de Alicante (González Prats 1998, González Prats y Ruiz 1999) que se fecha en cronología convencional entre 670 y 635 aC. Este yacimiento de Peña Negra es particularmente interesante para el proceso que estamos examinando en las Baleares, pues en el horizonte temporal 940-750 BC funcionan talleres metalúrgicos, en los que no es descartable que laborasen artesanos fenicios, que estaban fabricando los implementos de bronce que encontramos en los depósitos de metales de Formentera, de la misma forma que ceramistas fenicios fabricaban en el mismo asentamiento ánforas con marcas precochura y signos alfabéticos semitas (González Prats 1983,228-234), paralelamente a la fabricación de cerámicas a mano. A efectos de analizar los procesos de interacción entre comunidades aborígenes y fenicios en los momentos iniciales de la colonización es de extraordinario interés el fenómeno detectado (González Prats 2005) en esta área costera, tan próxima por mucho motivos a las Pitiusas, consistente en una producción de cerámica fenicia en Peña Negra, mientras que ésta no se detecta en la fase arcaica del propio yacimiento fenicio de La Fonteta sincrónica de la anterior.
En su momento ya se hizo alusión a la necrópolis de Can Sergent (González y Lalueza 2000) ubicada en las proximidades de la actual ciudad de Ibiza, cuyas tumbas se abrieron aprovechando las ruinas de un asentamiento anterior. Las dataciones (BM-1511 y BM-1510) de algunos de los enterrados en ella proporcionaron unos resultados que nos indican su uso entre 980 y c. 700 BC. Las características de la necrópolis, así como los rituales, y, sobre todo, la falta de ajuares característicos de los rituales funerarios fenicios, incluso aquellos de las tumbas fenicias más pobres, sugieren que estamos ante el cementerio de una pequeña comunidad aborigen coetánea y tal vez vecina de los primeros fenicios que, a la sazón, también se enterraban en el Puig des Molins. El número mínimo de individuos identificados fue de siete varones, una mujer y uno infantil, como en su momento se dijo. A pesar de esta eventual constatación de la sincrónica presencia de población fenicia y aborigen, todo parece indicar que hacia el 700 BC la población autóctona había desaparecido, o su proceso de aculturación e integración fue tan rápido que el registro arqueológico no conseguirá ya detectar su presencia.
En esta misma fase, ya citada de La Fonteta, fucionan talleres metalúrgicos que producen hachas de bronce con apéndices laterales, se trabaja el hierro y se beneficia la plata. Algunas de estas hachas pudieron llegar a las Pitiusas, como las que vemos en los depósitos de Formentera (Delibes y Fernández Miranda 1988). Sin embargo, la procedencia de las materias primas metálicas que llegaron a las Baleares durante el Bronce Final no está del todo clara y posiblemente puedan contemplarse varias procedencias. Stos-Gale (1999), que estudió los metales de las cuevas menorquinas de Carritx y Mussol, piensa que los isótopos de plomo de muchos de ellos podrían indicar una procedencia del SW, es decir del área de Huelva, sin embargo, otros investigadores (Montero et al. 2005) no comparten del todo esta opinión y apuntan también al SE como uno de los posibles orígenes de materia prima que llegó a las Baleares, lo que parece concordar mejor con las estrechas correspondencias entre el primer asentamiento ebusitano con su vecino continental más inmediato que es la Fonteta, ya citado.
A esta temporalidad (c. 900-700 BC) y tal vez a esta comunidad aborigen pitiusa habría que adscribir los conocidos depósitos de bronces de Formentera (Delibes y Fernández-Miranda 1988) en los que aparecen hachas de talón y hachas-lingotes con apéndices laterales. La ruta por la que llegaron estas piezas metálicas a las Pitiusas, sin descartar totalmente que alguna pudiera ser de producción local, se sitúa, sobre todo en la región costera del SE peninsular y su hinterland. En su momento Delibes y Fernández-Miranda (1988: 173-174) ya atribuyeron la presencia en las Pitiusas de las hachaslingotes de apéndices a la producción de talleres del SE y
Aún será necesario aumentar la serie de dataciones absolutas de Ibiza para consolidar estos primeros resultados, pero cuando los comparamos con las fechas asociadas a los primeros objetos fenicios hallados en las Baleares, que ya hemos señalado, debemos resaltar la 336
concordancia de todas ellas, con lo que podemos sugerir que los agentes que introdujeron dichos objetos en las otras islas eran los fenicios que poco antes se habían asentado ya en Ibiza. Esta presencia en el archipiélago balear fue una maniobra colonial de segunda generación. Es decir, el establecimiento en Ibiza parace que constituyó más bien una maniobra de los fenicios de Occidente destinada a consolidar unos derroteros comerciales con el S.E. peninsular, en combinación con el nucleo fenicio de La Fonteta (González Prats 1998; González Prats y Ruiz 1999), así como con el Delta del Ebro y Golfo de León; donde asentamientos como Aldovesta (Mascort et al. 1991) o Sant Jaume de Alcanar (García et al. 2004) evidencian una importante relación comercial con los asentamientos fenicios del Sur peninsular, entre los que más o menos discretamente comienzan también a intervenir poco después los ebusitanos, como podemos verificar por la presencia de ánforas ya fabricadas en la isla (Mascort et al. 1991, 28). Si observamos la dispersión de ánforas cartaginesas (Docter 1999) en la fase anterior a la fundación ebusitana y la comparamos con la situación posterior [fig. (1)7] podemos visualizar con mucha claridad la importancia que tuvo la fundación de Ibiza en las estrategias globales fenicias de su colonización occidental.
matrimoniales u ofrendas en celebraciones de resonancia social como las funerarias o los ritos de paso. Toda la compleja broncística que hemos analizado con anterioridad era igualmente contemplada como elementos característicos de la cultura talayótica, por lo que servía para enfatizar aún más, juntamente con la arquitectura de prestigio (básicamente de aspecto turriforme), el extraordinario salto en la complejidad y jerearquización social que parecía haberse producido con los inicios de la cultura talayótica, a diferecia de la pobre metalurgia pretalayótica. No es nuestra intención hacer aquí un balance historiográfico de esta situación, que había venido sustentándose en un erróneo enfoque de la cronología de estos procesos, originado por una pésima contextualización, y por lo tanto nula representatividad, de varias dataciones radiocarbónicas. Una crítica a esta concepción obsoleta ya fue realizada con anterioridad (Lull et al. 1999; Guerrero et al. 2002; Guerrero 2004 c), sin embargo, pensamos que no está demás recordarla muy brevemente, pues constituye la clave de los nuevos enfoques que se han generado con posterioridad. La primera de estas fechas (Y-2667) procede del abrigo de Son Matge, como se recordará fue obtenida a partir de una muestra de carbón que proporcionó la datación de 1250 aC (1750-1200 BC) y se asoció en las primeras publicaciones a la ocupación funeraria talayótica del abrigo de Son Matge (Rosselló y Waldren 1973; Fernández-Miranda y Waldren 1979). Una de estas inhumaciones iría acompañada de la conocida espada de pomo macizo, brazalete y pasador (Waldren 1982: 380), mientras que otros objetos de bronce, igualmente muy significativos, como varias cuchillas de curtidor de hoja triangular, una de ellas también con mango del mismo metal, aparecieron a poca distancia.
En este actual estado de los conocimientos ya no parece arriesgado concluir que los inicios de la Edad del Hierro en Baleares, lo que en términos locales identificamos con cultura talayótica, corren paralelos a la consolidación plena del fenómeno colonial fenicio en Occidente y en particular con su presencia inicial en Ibiza, todo ello cristalizó hacia 850/800 BC. Sin embargo, la situación de crisis del Bronce Final se inicia las décadas precedentes, seguro hacia el 900 BC, y tal vez algo antes, hacia el 1000 BC, como nos indicaría la fundación de Es Figueral de Son Real y el posible retroceso de la producción de toneles, que parece detectarse hacia esas fechas, aunque todavía queda mucho por aclarar en lo concerniente a esta fase de transición.
La segunda de las dataciones (UP-1438) 1690-1420 BC se asoció45 (Rosselló 1979:191) al abandono de una construcción turriforme, que hoy sabemos que son propias de la primera Edad del Hierro. Ambas desdibujaron de tal forma el horizonte cronológico de un Bronce Final, con registro arqueológico equivalente al continental, que no resulta raro la ausencia de las islas en trabajos de síntesis más recientes y representativos (RuizGálvez 1998; 2001; Kristiansen 2001; Harding 2003) de la Edad del Bronce europea y mediterránea.
V.10. Complejidad y jerarquización social durante el Bronce final Durante varias décadas la historiografía prehistórica de las islas utilizó en su discurso conceptos como jeraquización social, rango o prestigio. Sin embargo, eran aplicados exclusivamente a las formaciones sociales que emergieron durante la Edad del Hierro, localmente conocida desde antiguo como “cultura talayótica”, mientras que las entidades arqueológicas anteriores se englobaron bajo el ambiguo concepto de “pretalayótico”, que, a efectos de entidad arqueológica, era concebida como la generada por grupos sociales muy escasamente jerarquizados y de baja complejidad organizativa. Su estructura económica era entendida como un sistema productivo doméstico, con escasa generación de excedentes, poco más allá que lo necesario para la subsistencia del grupo familiar y la atención a los compromisos sociales básicos, como dones
Pese a los graves problemas de representatividad arqueológica, estas dos dataciones terminaron por convertirse en una especie de mito referencial que debía de marcar necesariamente el inicio de la cultura talayótica, de forma que otros contextos excavados con 45
El grave error de atribución contextual es muy manifiesto, pues una vez se atribuyó a la cámara superior del turriforme (Rosselló 1979:191) y en otra a la base (Rosselló 1987); seguramente un paleosuelo sobre el que se levantó el complejo de la Edad del Hierro. Sobre este mismo monumento existe otra datación absoluta sobre carbón de la cámara superior: BM-1998: 2645 ±40 BP [900 (95.4%) 770 BC], cuyo resultado se muestra mucho más acorde con las secuencias propias de los inicios de la Edad del Hiero en la isla.
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posterioridad serían tenidos por talayóticos si coincidían o bajaban de esta frontera cronológica y pretalayóticos si se situaban en un horizonte cronológico anterior. Hoy sabemos, como ya ha sido argumentado antes con mayor detalle, que el registro arqueológico ligado a la arquitectura turriforme, característica de la Edad del Hierro, no es posible documentarlo antes de 900 BC y aún así con esfuerzos.
Cerdeña y Sicilia son casos que deben considerarse casi semicontinentales por su extensión. En estas grandes islas aborígenes y fenicios convivieron largo tiempo, como podemos ver con los nurágicos en Sant’Imbenia (Bafico 1995; Oggiano 2000), o los sículos en el caso de Sicilia (Domínguez Monedero 1989). Este proceso no se produjo en las Baleares, o al menos no se ocasionó de la misma manera y con los mismos indicadores. Ello debería obligarnos a buscar las causas de por qué razón a pocos kilómetros tierra adentro de los asentamientos coloniales continentales las comunidades aborígenes reaccionaron de forma tan distinta a como lo hicieron las baleáricas. La investigación futura, una vez situados todos estos procesos en su verdadera relación de sincronía, tendrá mucho que decir al respecto. Por el momento podemos apuntar, como rasgo más significativo, que el proceso colonial fenicio se produjo en las Baleares sobre un territorio discontinuo, en el que la población aborigen de las Pitiusas desapareció o se integró de forma muy rápida, con lo que se originó una separación del componente humano entre las islas muy nítida: fenicios en las islas occidentales del archipiélago y aborígenes en las orientales.
De esta forma, y desde aproximadamente la última década, se ha podido comenzar a estudiar el periodo que media entre aproximadamente 1400/1300 BC y el inicio de la Edad del Hierro, sin el pesado lastre que desenfocó e impidió establecer comparaciones e identificar correspondencias entre las comunidades isleñas y sus contemporaneas continentales. Efectivamente durante este periodo se generaron los importantes procesos de cambio social hacia una mayor complejidad y jerarquización social a los que hemos hecho referencia, lo que ocurre es que los protagonizaron comunidades típicas de la Edad del Bronce, como igualmente ocurrió en el continente o en Cerdeña entre el c. 1000/900 y 800 BC. A diferencia de lo que se había pensado hasta ahora, este proceso de cambio en la formación social de las comunidades de las Baleares no podía ligarse a la aparición de la arquitectura edilicia, social o de prestigio de aspecto turriforme, cuya eclosión no tuvo lugar antes de c. 900 BC y seguramente su momento de apogeo debe situarse entre 850 y 700 BC. Esto ya ocurrió en plena Edad del Hierro y en el marco de una verdadera reorganización territorial (Guerrero et al. 2006 b), que abocará a la desaparición de los antiguos núcleos habitados naviformes y a la consolidación de una nueva concepción del espacio y de la organización comunal del hábitat.
Esta peculiar situación de discontinuidad territorial, que nunca se dio en el continete, no impidió los contactos entra ambas comunidades, colonos y aborígenes baleáricos, como evidencian algunos hallazgos mallorquines y menorquines que pueden situarse en el horizonte temporal 900-750 BC. Sin embargo, sí hubo un trato diferencial con respecto a la trasferencia de mercancías coloniales hacia el mundo indígena. El “paquete” de intercambio típicamente colonial característico del continente, así como de las grandes islas, Córcega y Sicilia: ánforas y cerámicas finas, no se detecta en las Baleares hasta mucho más tarde, aproximadamente s. V y sobre todo el IV aC. (Guerrero 1997; 1998; 1999) El horizonte de intercambios que medió entre c. 900/800 y c. 500 BC, estuvo al parecer, centrado aún casi exclusivamente en bienes de pestigio: metales y abalorios de fayenza y marfil.
Hace años nos habíamos planteado, como hipótesis de trabajo (Guerrero 1999 a; 2000; Guerrero et al. 2002), que la inexistencia de elementos culturales semejantes a los talayóticos en las Pitiusas podía deberse al asentamiento de colonos fenicios en estas islas. Hoy definitivamente podemos asegurar que las Pitiusas no conocen un desarrollo de la Edad del Hierro equivalente al de las otras islas, por que la cultura aborigen del Bronce Final fue bruscamente suplantada por una presencia de colonos fenicios, los cuales generan en las islas menores una formación estatal de carácter plenamente urbana, en el sentido que empleamos el término cuando hablamos de la polis mediterránea de la antigüedad.
Por el momento, sólo podemos consignar este dato del registro arqueológico, mientras que se nos escapan las causas de este trato diferencial, pues no olvidemos que los propios mercaderes ebusitanos, al mismo tiempo que tuvieron este comportamiento en las Baleares, estaban exportando ánforas ya fabricadas en la propia Ebusus al Delta del Ebro; el yacimiento que mejor ilustra esta situación es sin duda el centro receptor y redistribuidor indígena de Aldovesta (Mascort et al. 1991).
Esto ocurrió, según los nuevos análisis de cronología absoluta ya citados, tanto con datos de las otras islas, como de la propia Ibiza, entre 900 y 800 BC. Formando parte de un proceso global que también afectó a la costa atlántica portuguesa y africana hasta Lixus y Mogador, el área del Estrecho de Gibraltar, la costa Sur de Andalucía, así como la costa tunecina, con Cartago como emporio central. En estos territorios se generó una intensa interacción cultural que condujo a las élites indígenas a unos sistemas de “emulación” de los poderes coloniales (Aubet 2005) que generó el fenómeno que se conoce en la historiografía como orientalizante. Las islas de
De todo lo expuesto en epígrafes anteriores podemos concluir que la importante llegada de metales durante el Bronce Final a las Baleares, en forma de materia prima y/o elementos manufacturados a las islas, no pudo producirse en un sistema cerrado y autárquico, como antaño se pensaba, sino, muy al contrario, en el seno de una sociedad abierta al exterior, que mantuvo relaciones de intercambio intensas y regulares, integrándose en las redes regionales y locales que operaban en el Mediterráneo central y occidental, seguramente de una forma activa y no como mera receptora pasiva de bienes. 338
La evidencia más elocuente de esta participación directa de las comunidades baleáricas es la importante red de asentamientos costeros cuya gestión es incuestionablemente aborigen.
una situación de predominio sobre los demás se nos escapa por el momento. Uno de los mecanismos clásicos es la extensión de alianzas con otros grupos, tal vez mediante acuerdos matrimoniales.
Es necesario preguntarse ahora si esta situación hubiera sido posible en una sociedad en la que no se hubiese producido un salto cualitativo hacia formas de organización política más estratificadas y con poderes más centralizados. Las escalas y promontorios costeros pueden estar próximos a determinados núcleos de hábitat naviforme, pero no tenían ningún sentido práctico ni fuciónal sin estar conectadas e integradas en un sistema global de gestión que haciese eficaz y eficiente todo el conjunto. Y éste, como mínimo, implicó la coordinación perfecta y duradera de este entramado comercial entre Mallorca y Menorca, y con toda probabilidad las Pitiusas. Para algunos investigadores (Kristinasen 2001, 76) este contexto implica una forma arcaica de “organización estatal”, a caballo entre la jefatura y el estado plenamente desarrollado”. Estas formaciones sociales tienen rasgos que comparten con las estatales, aunque carecen de instituciones burocráticas desarrolladas.
En un marco geográfico en el que la característica territorial es su discontinuidad, aquellas comunidades que estuviesen en condiciones de armar y movilizar embarcaciones, como las que hemos visto representadas en los grafitos del hipogeo de Torre del Ram, sin duda estaban en una posición privilegiada para controlar la red de asentamientos costeros y, por extensión, mejor situadas para entablar contactos con los agentes proveedores de metales y otros objetos suntuarios. Las alianzas entre los poderes mejor situados en este entramado de Mallorca y Menorca debieron resultar imprescindibles para articular las conexiones entre ambas islas y especialmente las que controlaban más directamente las escalas, fondeaderos y lugares de intercambio de Illot des Porros, en Mallorca y Cala Blanca en Menorca. Una de las notas carcacterísticas del cojunto de objetos metálicos de las Baleares es la importancia numérica y de calidad de los objetos exclusivamente suntuarios, sin ninguna utilidad práctica, más allá de la ostentación. La posesión de instrumentos relacionados con la producción, como las hachas, azuelas y escoplos, pueden tener además funciones como marcadores de rango y poder de quien las posee, pero no cabe duda que las espadas, pectorales, espejos, alfileres, “diademas”, las llamadas “bridas”, etc, enfatizan como ninguna otra cosa los aspectos suntuarios y la finalidad de reforzar el poder y carisma de los personajes que podían adquirirlas o hacérselas fundir en las mismas islas bajo encargo.
Ha sido Kristiansen (2001, 77-83) quien ha propuesto una serie de rasgos característicos de este tipo de estados arcaicos, que define como “descentralizados”. Nos parece oportuno recordarlos aquí, pues en buena parte tienen aspectos comunes con los observados en las comunidades del Bronce Final de las islas. Según K. Kristiansen, son los siguientes: a) La producción para la subsistencia está descentralizada, con aldeas o poblados dispersos en el paisaje; b) El gobierno se ejerce a través de jefes vasallos locales y regionales que también se encargan de reclutar guerreros y naves en época de guerra (aquí podríamos añadir que también en empresas comerciales de ámbito extracomunitario); c) Las ciudades están ausentes. En cambio, es posible encontrar comunidades mercantiles o puertos de comercio controlados por el gobierno central.
La presencia de conjuntos metálicos, como los de Lloseta, Son Foradat, Mitjà Gran, Talaies de Can Jordi, en Mallorca o los de Can Mariano Gallet, La Savina o Can Pere Joan en Formentera, forman parte de un trasunto común que forma parte del consumo y amortización de bienes suntuarios de naturaleza metálica en actos ritualizados para la exaltación de poder de determinados personajes o linajes. En Menorca estas deposiciones votivas parece que estuvieron más ligadas a las prácticas funerarias y las grutas santuario, aunque tampoco son desconocidas en Mallorca, como ocurrió en la necrópolis del abrigo rocoso de Son Matge.
No resulta ocioso recordar que en este tipo de entidades arqueológicas y etnológicas, junto a la obtención de un beneficio de tipo económico, está presente siempre la voluntad de producir, y reproducir, relaciones sociales que combinan solidaridad y dependencia (Godelier 1998: 150). Por lo tanto, sería altamente improbable que estos intercambios tuviesen un efecto neutro en la esfera de lo social y en las manifestaciones de poder, dependencia y cambio en la esfera ideológica.
Con el funcionamiento y control de esta red de intercambios no sólo llegaron materias primas y productos suntuarios exóticos, sino también personas que trasmitieron ideas y valores, quienes abocaron a algunos poderes locales a emular comportamientos típicos de los jefes de comunidades continentales, seguramente reinterpretados y sincretizados, pero muy significativos, como fueron los que dieron lugar a los depósitos ritualizados y la amortización de bienes de prestigio en necrópolis, grutas santuarios y, tal vez, también en lugares simbólicos a cielo abierto, como pudo ocurrir con las espadas de Can Jordi y otros hallazgos de conjuntos metálicos cuyas circuntancias no están tan claras.
El registro arqueológico de las Baleares durante el Bronce Final parece responder a lo que se ha venido denominando (p.e. Frankenstein 1997) economías de bienes de prestigio, en las que el poder radica en el control de los intercambios y el acceso diferencial a determinados objetos que sirven de ostentación del rango. La competencia de los líderes locales o comunales por el acceso a estos bienes aboca inevitablemente a que sólo unos pocos jefes de clanes o linajes, los mejor situados o los más poderosos, pueden generar la acumulación de excedente necesario para intervenir en los mecanismos que permiten la llegada a las islas de estos bienes suntuarios (Frankenstein 1997, 236). Los procesos y estrategias por los que algunos jefes pudieron conseguir 339
Decoración de útiles, armas
Depósito de herencia, riqueza permanente
como a la Europa continental del Bronce Final, a través de rutas terrestres que aprovecharon las grandes vías fluviales, una de las cuales, el Ródano, se convirtió en crucial para la conexión balear, debido a la circulación de las corrientes ciclónicas existentes entre el Golfo de León y las islas.
Reciclaje
Depósito de chatarra
Depósito de almacenamiento temporal, reserva
Depósito para intercambio y venta
Uso
¿Cuándo se produjeron estas amortizaciones ritualizadas? ¿Ocurrieron en cualquier momento del transcurso del Bronce Final o se concentraron en unas épocas determinadas? Ésta no es una cuestión baladí, pues se ha apuntado con razón (Kristiansen 2001, 121) que la deposiciones tienden a concentrarse en momentos de tensión social, como un mecanismo de legitimar el orden existente y la autoridad de quien lo impone. Uno de los depósitos de bronce más significativos de las Baleares es el de Lloseta (Delibes y Fernández-Miranda 1988, 3640), en el que a todas luces fueron amortizados objetos cuya fabricación no fue contemporánea y, por lo tanto, habían sido durante un buen tiempo atesorados y exhibidos, hasta que por circunstancias desconocidas fueron juntados y depositados en un solo acto. El machete pudo ser uno de los objetos más antiguos del conjunto, que a tenor de los moldes de fundición de Hospitalet, su fabricación pudo estar cercana al 1200 BC, mientras que otros como la espada tipo Alconetar o el espejo estarían próximos de c. 850 BC.
Gastado
Desecho, abandono Votivo Perdido Saqueo
Regalo, tributo
Tumba
Circulación de metales y métodos de deposición o desecho en la Edad del Bronce (Kristiansen 2001, 124)
El resto de objetos que formaron parte de otros conjuntos metálicos conocidos no parecen tener tanta dispersión temporal y, aunque no tenemos datos de cronología absoluta, grosso modo parecen contentrarse a lo largo de la centuria y media que transcurre entre c. 950 y 800 BC. En resumen, podríamos concluir que en esta temporalidad pudieron producirse trastornos sociales que obligaron a los poderes locales o regionales a reafirmar su autoridad mediantes rituales de amortización.
Esta situación se aviene mal con el mero contacto comercial, aunque sea intenso y regular, mediante los sistemas de comercio silencioso o no presencial (López Pardo 2000 b), bien ejemplificado en el relato de Herodoto (IV, 196), en el cual se nos describe un peculiar modo de intercambio de mercancías en las costas africanas, sin que los agentes directos entren en contacto físico en ningún momento. Ni siquiera las fórmulas más directas, como las tenidas entre los fenicios de la factoría de Kerné y los libios (Pseudo Escílax 112) de la costa occidental africana, producen efectos de aculturación relevantes más allá de algunos gestos de emulación. Sin embargo, la adopción de comportamientos sociales, como los observados en las Baleares, serían más acordes con aquellos modelos que implican alianzas exteriores más estrechas y continuadas, en las que no deberían excluirse fórmulas matrimoniales mixtas con los agentes exteriorers que posibilitaban los intercambios, generando obligaciones mutuas y seguramente relaciones de dependencia.
De ser así el registro arqueológico general debería mostrar algunas pruebas de esta época combulsa. Algunas posibles evidencias ya fueron señaladas en el epígrafe titulado “Abandonos, sustituciones y asentamientos de nueva planta” y el que mejor ejemplifica esta situación es el conocido como Es Figueral de Son Real, ya examinado. Es el caso más claro en el que se observa que una comunidad había roto con los esquemas tradicionales de organización espacial conocidos durante la Edad del Bronce de las islas. Es el cambio de uso y de gestión del territorio uno de los mejores indicadores de mutación social. En Es Figueral de Son Real esto ocurrió entre entre 1000 y 900 BC y poco tiempo después la comunidad abandonó definitivamente el lugar.
En ningún caso estamos, por lo que respecta a la llegada de bronce, marfil y fayenza, ante una relación de intercambios entre iguales, sino frente a comerciantes y marinos que controlan redes de intercambio a larga distancia. Aunque no conozcamos bien su identidad es bien posible que estuviesen al servicio, directa o indirectamente, de los denominados centros de acumulación (Kristiansen 2001, 86). Las Baleares no fueron atractivas por su pobreza en metales, pero de alguna manera estuvieron integradas, de forma más o menos periférica, en aquel sistema internacional de intercambios, que caracterizó, tanto al Mediterráneo,
El caso de los depósitos de Ibiza-Formentera resultan igualmente muy ilustrativos (Costa y Fernández 1992; Costa y Guerrero 2002), pues los objetos depositados, aún teniendo distintas cronologías, todos se concentran entre c. 950 y 800 BC. En este intervalo temporal los fenicios estaban ya visitando aquellas islas y, seguramente, esta nueva situación trastocó las antiguas alianzas ya establecidas desde hacía siglos. Las frecuentaciones de los viajes de los mercaderes fenicios no se limitaron a las Pitiusas, sino que también sus merodeos e intentos de establecer nuevas relaciones de 340
intercambio se extendieron a las otras islas, donde, en este intervalo temporal, comenzamos a detectar la llegada de algunos objetos inconfundiblemente fenicios.
de materias primas desde los núcleos productores a los centros de consumo y acumulación, a cambio fundamentalmente de bienes de prestigio. La presencia de minerales de cobre en las islas era extraordinariamente pobre en comparación con Cerdeña o con los centros productores continentrales de Occidente, mientras que el estaño es por completo inexistente en las Baleares.
La flecha con arpón encontrada en el Puig de Sa Morisca está ligeramente torcida, como claro indicio de que fue disparada y no regalada, al igual que ocurre con otras muchas de las localizadas en las tierras cercanas a lo que más tarde sería la acrópolis fenicia ebusitana (Elayi y Planas 1995, 256), podría ser un indicio de que los primeros no fueron tan pacíficos como se había venido estipulando, o al menos combinaron el sistema del regalo (don y contradón) con la coherción. Situación que pudo propiciar la lógica combulsión entre los jefes que vieron peligrar las antiguas alianzas establecidas de antaño. Poco después las escalas costeras fueron abandonándose en un corto intervalo de tiempo, seguramente coincidiendo con la definitiva presencia de fenicios en Ibiza.
El extendido mito de su posición estratégica en las rutas comerciales mediterráneas es un tópico historiográfico que no se sostiene a partir de análisis especializados sobre las condiciones oceanográficas del mar balear, según hemos tenido oportunidad de analizar en otras ocasiones (Guerrero 2004; 2006; 2007; Medas 2005), así como en el capítulo correspondiente de este mismo libro. Sin duda, el acceso a las islas era viable y lo superaron grupos humanos en condiciones navales paleotécnicas, pero no constituyen una escala necesaria en la ruta hasta occidente, ni tampoco para el regreso; había, por lo tanto, que tener la voluntad manifiesta de llegar a ellas y la travesía entraña riesgos que deben ser compensados para que valga la pena afrontarlos.
Hacia 850/800 BC la situación se tornó irreversible los poblados naviformes se abandonaron y los patrones de organización territorial, los criterios de ubicación de los asentamientos y la propia configuración y ordenación del espacio comunal cambiaron radicalmente. El espacio doméstico, la casa, también fue concebida bajo otros patrones de distribución espacial. Toda esta profunda transformación del paisaje arqueológico balear se produjo coincidiendo con los inicios de la primera Edad del Hierro, que en las islas denominamos cultura talayótica.
Si los metales isleños no pudieron nunca constituir un atractivo para los marinos que protagonizaron las conexiones entre las redes comerciales atlánticas y mediterráneas durante el Bronce Final ¿Qué otros incentivos podrían haber encontrado en las Baleares? Todos los que podamos intuir en el registro arqueológico de las islas, como pieles, carnes procesadas, sal, etc., eran fácilmente asequibles, y en cantidades notables, en las escalas costeras continetales de la navegación de cabotaje y gran cabotaje, sin necesidad de afrontar los riesgos inherentes a una travesía tan compleja hasta las Baleares. La pérdida de tiempo que representa llegar y fondear en las islas durante un periplo comercial no es tampoco un factor despreciable para desincentivar una travesía hasta las islas; salvo que se tuviese una necesidad imperiosa, o una recompensa sustanciosa, es difícil que se afrontase sin más una venida a estos confines.
La formación social de carácter tribal, propia de las comunidades con bajo grado de complejidad y jerarquización, comenzó a desaparecer hacia 1300 BC, dando paso a formaciones jerarquizadas, más centralizadas y complejas, basadas en la economía de bienes de prestigio. Por lo tanto, los mecanismos de exaltación del rango y del poder se generaron durante el Bronce Final. La cultura talayótica puede considerarse, no la iniciadora de estos procesos, sino su continuadora, aunque las fórmulas de manifestación del prestigio y ostentación cambiaron radicalmente; pasaron de estar basadas fundamentalmente en la posesión y exhibición de objetos suntuarios a la segregación arquitectónica.
Los objetos metálicos, y seguramente otros bienes de prestigio más difícilmente identificables en el registro arqueológico, nos indican que las comunidades aborígenes baleáricas compartieron con las continentales, a las que en alguna medida emularon, valores sociales como la manifestación de rango y poder a través de la ostentación de objetos de prestigio. Cuando está situación se consolidó, mediante el control de los mecanismos sociales y políticos de los intercambios ¿Cómo se incentivó la venida y adquisición de objetos metálicos suntuarios y/o materia prima valiosa?
Durante la Edad del Hierro será la arquitectura ciclópea de aspecto turriforme, en sus más variadas manifestaciones, la que concitará estas funciones de confirmación y justificación del poder (Guerrero 1999 a; Guerrero et al. 2006 b). Pero estos mecanismos, y el registro arqueológico que lo acompaña, ya no será objeto de estudio en este libro. Llegados a este punto, nos parece obligada una ineludible reflexión final que, dado el estado actual de los conocimientos, nos llevará a plantear más interrogantes que respuestas. Sin duda, intentar dar solución a ellos será un reto que no podrá esquivar la investigación futura. Un correcto planteamiento de los problemas, aunque inicialmente parezcan irresolubles, es el primer paso para encauzar su correcta resolución.
Otra posibilidad no debe ser descartada, y genera una nueva pregunta: ¿Fueron los mismos aborígenes los que salieron en su búsqueda a los centros de manufactura y redistribución continentales? La respuesta queda para una investigación futura, aunque pensamos que los primeros pasos están dados. Sea como fuere, deberá partirse de una evidencia incuestionable: sólo Menorca concentra ocho documentos iconográficos de temática naval, mientras que desde el Ródano hasta la costa malagueña no se conoce ninguno y en la fachada
Las islas constituyen un entorno escasamente productivo en los bienes que fueron vitales para su integración en un “sistema mundo”, como el que hizo posible la circulación 341
atlántica, desde Galicia hasta la costa sahariana, contando el conjunto interior de Laja Alta, tenemos cuatro. Si a ello añadimos que tres de los grafitos menorquines, incluidos en el conjunto del hipogeo de la Edad del Bronce de la Torre del Ram, representan tres arquetipos de concepción naval distintos, con dos sistemas diferentes de propulsión, será necesario reconocer que las comunidades baleáricas conocieron sistemas de navegación complejos y posiblemente tuvieron tanta, o más, capacidad como las que se les supone a otros grupos continentales a los que la investigación les viene adjudicando cierto protagonismo en las redes ultramarinas de intercambio, sin que los mismas hayan generado ningún documento directo de temática naval; excepción hecha de los nurágicos y villanovianos. La red de escalas y referencias costeras, estudiada en este mismo libro, es otro tipo de documentación que camina en la misma dirección y refuerza la impresión de que estamos ante una formación social, que, lejos de jugar un mero rol pasivo en los mecanismos de los intercambios, fue copartícipe activa en las redes de transferencia comercial que estuvieron activas entre c. 1300 y 900/850 BC.
342
Dataciones radiocarbónicas más significativas citadas en el texto 1. Contextos de hábitat Lab. nº
Edad C14 BP
Cal. BC, OxCal v3.10 (Intervalo de mayor probabilidad)
Naturaleza muestra
UBAR-390
3140 ±60
1530 (95.4%) 1260
Carbón
UBAR-389 UBAR-388
3110 ±50 3070 ±50
1500 (95.4%) 1260 1450 (95.4%) 1190
Carbón Carbón
IRPA-1172
3070 ±40
1430 (92.9%) 1250
Hueso fauna
KIA-20069
2890 ±25
1200 (95.4%) 990
Hueso fauna
UBAR-387
3060 ±50
1440 (94.4%) 1190
Hueso fauna
QL-20
2920 ±60
1310 (95.4%) 930
Carbón
UtC-7109 UtC-7114 UtC-7050 UtC-7112 UtC-7113 UtC-9019 UtC-4859 UtC-7110 UtC-9020 UtC-7111 UtC-7108 UtC-7107
3100 ±35 3090±40 3030±70 3030±70 2990±35 2960±40 2930±35 2930±35 2900±45 2880±40 2865±35 2805±35
1440 (95.4%) 1260 1450 (95.4%) 1260 1440 (95.4%) 1050 1440 (95.4%) 1050 1380 (95.4%) 1110 1320 (95.4%) 1030 1260 (95.4%) 1010 1260 (95.4%) 1010 1220 (89.4%) 970 1210 (95.4%) 920 1130 (94.3%) 920 1050 (90.5%) 890
Hueso fauna Hueso fauna Hueso fauna Hueso fauna Hueso fauna Hueso fauna Hueso fauna Hueso fauna Hueso fauna Hueso fauna Hueso fauna Hueso fauna
Yacimiento. Observaciones
1.1. Poblados:
KIA-11231 UTC-8145 KIA-11242 UTC-8144 UTC-8146 KIA-11232 UtC-8141 KIA-11229
2960 ±25 2926 ±44 2890 ±35 2876 ±39 2865 ±41 2790 ±40 2775 ±41 2740 ±30
1290 (95.4%) 1050 1290 (95.4%) 990 1210 (93.8%) 970 1210 (95.4%) 920 1200 (95.4%) 910 1040 (95.4%) 830 1020 (95.4%) 820 940 (92.7%) 810
Hueso fauna Carbón Hueso fauna Carbón Carbón Hueso fauna Carbón Hueso fauna
KIA-11233 KIA-11241 KIA-11239 KIA-25208 KIA-25201
3065 ±35 3040 ±25 2650 ±25 3050 ±35 2745 ±30
1420 (94.1%) 1250 1400 (91.2%) 1250 845 (93.6%) 790 1420 (95.4%) 1210 980 (95.4%) 810
Hueso fauna Hueso fauna Hueso fauna Hueso fauna Hueso fauna
HAR-3490
3070 ±50
1450 (95.4%) 1190
Hueso fauna
IRPA-1041
2970 ±55
1380 (95.4%) 1020
Carbón
UtC-4731
2960 ±35
1310 (95.4%) 1050
Hueso fauna
UtC-4575
2950 ±35
1300 (95.4%) 1040
Hueso fauna
UtC-4363
2950 ±25
1270 (95.4%) 1050
Carbón
QL-1531
2910 ±40
1260 (95.4%) 980
Carbón
IRPA-1043
2910 ±50
1270 (93.3%) 970
Hueso fauna
343
Mallorca, Hospitalet Naviforme Ponent, con hogar de plataforma. Menorca, Clariana, Conjunto naviforme triple. Menorca, Sa Creu den Ramis, Maó. Naviforme, Contexto no publicado. Mallorca, Canyamel, estructura naviforme doble Mallorca, Son Oms, Carbones del hogar del naviforme. Mallorca, Son Baduia. Contextos sin publicar
Mallorca, Closos de Can Gaià Naviforme 1 UE-9, Nivel 3b UE-36 UE-36, Nivel 5a UE-39 UE-36 UE-34, Nivel 3 UE-9 UE-34, Nivel 3 Área de producción comunal Estructura rectangular IIA, UE-26 Estructura rectangular IIA, UE-32 Estructura rectangular IIA, UE-18 UE-152, cuadro 7-1, Nº conjunto 131 Estructura de combustión localizada en la zona de trabajo comunal. UE-152, Cuadro 7-1 Mallorca, Ferrandell-Oleza Hueso de fauna aparecido en una refuerzo de la entrada de la cerca del poblado. Paleosuelo sobre el que se levanta el talaiot nº 1 Paleosuelo sobre el que se levanta el talaiot nº 1 Paleosuelo sobre el que se levanta el talaiot nº 1, bajo la entrada. Paleosuelo sobre el que se levanta el talaiot nº 1, bajo la entrada. Paleosuelo sobre el que se levanta el talaiot nº 1 Paleosuelo preexistente localizado en
UTC-1155
2810 ±70
1200 (95.4%) 810
Hueso fauna
IRPA-813
2830 ±100
1270 (95.4%) 800
Carbón
UP-1438
3260 ±60
HV-1716
3080 ±75
1500 (95.4%) 1120
Carbón
IRPA-1171
3065 ±40
1430 (92.1%) 1250
Carbón
QL-1433
3030 ±70
1440 (95.4%) 1050
HAR-2908B
3020 ±60
1420 (95.4%) 1050
Semillas cereal Hueso fauna
HAR-2908A
2970 ±70
1400 (95.4%) 1000
Carbón
1200 (95.4%) 900
Semillas cereal
BM-1697
2860 ±45
1690 (95.4%) 1420
Carbón
KIA-15221
2825 ±25
1050 (95.4%) 910
Hueso fauna
KIA-15222
2775 ±40
1020 (95.4%) 820
Hueso fauna
KIA-15228
2765 ±30
1000 (95.4%) 830
Hueso fauna
KIA-15220
2735 ±25
930 (95.4%) 810
Hueso fauna
KIA-15219
2685 ±30
900 (95.4%) 800
Hueso fauna
las grietas del suelo rocoso sobre el que se construye el talaiot nº 4 Estructura adosada al talaiot 4 Contexto 033; anterior a estructura 002, fase 1. Seguramente paleosuelo anterior a la construcción Paleosuelo sobre el que se levanta el talaiot nº 1 Mallorca, Pula Contexto anterior a la construcción de un turriforme helicoidal de la Edad del Hierro. Posible efecto “madera vieja” Mallorca, S’Illot Corte XIV. Nivel de base, bajo nivel 8 Inferior del turriforme central (Z= -5 m.). Posible efecto “madera vieja” Menorca, Trebaluger Hábitat en estructura no naviforme. Menorca, Torralba Estructura subyacente al talaiot Exterior de la cabaña circular. Estructura subyacente al talaiot. Zona central del interior de la cabaña subyacente al talaiot. Muchas discrepancias en la bibliografía sobre la naturaleza de la muestra Exterior de la estructura subyacente al talaiot. Carbón de un momento de uso y/o de amortización de la cabaña oval. Nivelación de la superficie para la construcción del talaiot. Cuadrante CO, grano carbonizado de la estructura central Menorca, Biniparratxet Sector D. UE 206. Sedimento que rellena grietas rocosas subyacentes a los muros del turriforme. Sector D. UE 206. Sedimento que rellena grietas rocosas subyacentes a los muros del turriforme. UE-30. Sobre roca y subyacente a un enlosado. Ante quem de la construcción del turriforme. Sector D. UE 206. Sedimento que rellena grietas rocosas subyacentes a los muros del talaiot. Sector D. UE 205. Sedimento que rellena grietas rocosas subyacentes a los muros del turriforme.
1.2. Cuevas y abrigos: CAMS-7240
3070 ±100
1550 (95.4%) 1000
Hueso fauna
CAMS-7075
3060 ±100
1550 (95.4%) 1000
Hueso fauna
CAMS-7246
2980 ±70
1400 (95.4%) 1010
Hueso fauna
CAMS-7245
2910 ±70
1320 (95.4%) 910
Hueso fauna
CAMS-7239
2910 ±70
1320 (95.4%) 910
Hueso fauna
CAMS-7238
2830 ±120
1400 (95.4%) 750
Hueso fauna
QL-986
2820 ±50
1130 (95.4%) 840
Carbón
344
Mallorca, Son Matge Recinto Central, nicho en roca, mango de punzón metálico Recinto central, nicho en roca, mango de punzón metálico. Recinto central, nicho en roca, mango de punzón metálico. Recinto central, nicho en roca, mango de punzón metálico Recinto central, nicho en roca, mango de punzón metálico Nicho en la roca. Mango de punzón metálico. Contexto no bien especificado, al parecer asociado a una estructura para la cocción de cerámica.
1.3. Asentamientos costeros 1.3.1. Promontorios Lab. nº
Edad C14 BP
Cal. BC, OxCal v3.10 (Intervalo de mayor probabilidad)
Naturaleza muestra
UBAR-426
3020 ±50
1410 (95.4%) 1120
Hueso fauna
UtC-10076 KIA-21224 UtC-10077 UtC-10075
2930 ±35 2915 ±30 2815 ±45 2755 ±30
1260 (95.4%) 1010 1220 (93.5%) 1010 1120 (95.4%) 840 980 (95.4%) 820
Hueso fauna Hueso fauna Hueso fauna Hueso fauna
KIA-20222 KIA-20215
2560 ±25 2565 ±25
810 (68.7%) 740 810 (74.8%) 740
Hueso fauna Hueso fauna
Yacimiento. Observaciones Menorca, Pop Mosquer (Torre del Ram). Contexto no publicado. Menorca, Cap de Forma Nou
Formentera, Sa Cala
1.3.2. Fondeaderos, escalas y lugares de intercambio IRPA-1124
3100 ±40
1450 (95.4%) 1260
Hueso fauna
KIA-11868
3100 ±35
1440 (95.4%) 1260
Hueso fauna
KIA-11246 KIA-11243 KIA-11244
3040 ±30 2975 ±25 2765 ±30
1410 (95.4%) 1210 1310 (95.4%) 1120 1000 (95.4%) 830
Hueso fauna Hueso fauna Hueso fauna
KIA-17998
2985 ±25
1320 (95.4%) 1120
KIA-17979
2885 ±25
1160 (93.7%) 970
Hueso fauna
KIA-33825
2845 ±30
1120 (95.4%) 920
Hueso fauna
KIA-17980
2835 ±35
1120 (95.4%) 900
Hueso fauna
Cal. BC, OxCal v3.10 (Intervalo de mayor probabilidad)
Naturaleza muestra
Menorca, playa de Cala Blanca, uso de la estructura como almacén. Mallorca, Illot des Porros Estructuras anteriores a la necrópolis, con materiales cerámicos típicos del Bronce Final, gran cantidad de toneles.
Mallorca, Puig de La Morisca UE-57, paleosuelo subyacente a la torre nº 1 UE-70, Grieta en la roca, paleosuelo subyacente a la torre nº 1. UE-30, hueso en el interior de una pequeña grieta de la roca base sellada por la construcción de una torre. UE-51, paleosuelo subyacente a la torre nº 1
2. Contextos funerarios Lab. nº
Edad C14 BP
Yacimiento. Observaciones
2.1. Necrópolis colectivas en abrigos y grutas OXA-10309
3175 ±38
1530 (95.4%) 1380
Hueso humano
OXA-7810
3100 ±40
1450 (95.4%) 1260
Hueso humano
Beta-123758
3070 ±60
1460 (95.4%) 1120
Hueso humano
OXA-7821
3030 ±40
1410 (91.5%) 1190
Beta-123759
3020 ±40
1400 (95.4%) 1120
Beta-123757
2990 ±60
1400 (95.4%) 1040
Beta-123756
2980 ±70
1400 (95.4%) 1010
Hueso humano Hueso humano Hueso humano Hueso humano
OXA-10308
2972 ±38
1320 (93.5%) 1050
OXA-7819
2965±40
1320 (93.9%) 1040
OXA-7235
2935 ±45
1300 (95.4%) 1000
Hueso humano Hueso humano Cabello
345
Menorca, Cova des Càrritx Esqueleto articulado in situ de un hombre de 30-35 años Sala I, nivel I, cuadro 14/15 F/G. Osario colectivo de la sala 1. Cuadro 15M. Astrágalo derecho de mujer adulta. Osario de la sala 1. Cuadro 10Cd. Nivel V. Astrágalo derecho de hombre adulto. Fosa 1. Nivel III. Rampa W Astrágalo de hombre adulto. Osario sala 1. Nivel III, Cuadro 15 A Astrágalo derecho mujer adulta. Osario sala 1. Cuadro 10Cd. Astrágalo mujer adulta. Osario sala 1.Nivel III, Cuadro 15 Gd Cuadro 15Gd. Astrágalo hombre adulto. Sala I, cuadro 7C, Nivel I. Astrágalo de hombre adulto. Osario sala 1. Nivel I, Cuadros 12/13B Esternón hombre adulto 30-35 años. Depósito sala 5. Cabellos humanos
humano Hueso humano Hueso humano Hueso humano
OXA-7811
2915 ±40
1270 (95.4%) 1000
OXA-7803
2875 ±40
1210 (95.4%) 920
Beta-125219
2850 ±50
1210 (95.4%) 890
OXA-7812
2850 ±40
1130 (95.4%) 900
Beta-125218
2840 ±50
1200 (93.4%) 890
Beta-125220
2820 ±50
1130 (95.4%) 840
Cabellos humanos
OXA-7823
2805 ±40
1070 (95.4%) 830
OXA-7888
2710 ±75
1060 (95.4%) 760
OXA-7822
2680 ±40
910 (95.4%) 790
Hueso humano Hueso humano Hueso humano
OXA-5772
2810 ±65
1130 (95.4%) 810
OXA-8263
2585 ±40
830 (67.7%) 740
Hueso humano Hueso humano
Madera (Olea eur.) Cabello humano
Beta-125221
2480 ±50
780 (95.4%) 410
Madera
KIA-29180
2920 ±30
1220 (91.8%) 1010
KIA-29811
2740 ±25
930 (94.2%) 820
KIA-29181
2675 ±30
895 (95.4%) 795
Cuerda (esparto) Hueso humano Corteza
KIA-29179
2585 ±40
830 (67.7%) 740
Cabellos
KIA-29178
2575 ±30
810 (75.3%) 740
Hueso humano
UtC-7854
3090 ±35
1440 (95.4%) 1260
Hueso humano
UtC-7853
3060 ±35
1420 (92.7%) 1250
UtC-7857
2965 ±40
1320 (93.9%) 1040
UtC-7855
2905 ±35
1220 (92.8%) 990
UtC-7852
2875 ±35
1200 (95.4%) 920
Hueso humano Hueso humano Hueso humano Hueso humano
UBAR-416
2830 ±60
1200 (95.4%) 830
Huesos humanos
UBAR-417
2770 ±60
1070 (95.4%) 800
Hueso humano
UBAR-415
2730 ±60
1010 (95.4%) 790
Hueso humano
346
contenidos en el interior de un tubo. Osario sala 1. Cuadro 10D. Nivel IV Astrágalo de mujer adulta. Osario sala 1. Cuadro 15 Cd. Nivel IV Astrágalo de mujer adulta. Osario sala 1. Cuadro 15 Ba, Nivel I Fragmento proximal de fémur izquierdo de alofiso adulto. Osario sala 1. Cuadro 15Cb. Nivel I Astrágalo derecho de mujer adulta. Osario sala 1. Cuadro 15Bc. Nivel I Fragmento proximal fémur izquierdo alofiso adulto. Depósito sala 5. Cabellos humanos contenidos en el contenedor cilíndrico nº3. Fosa 6/7. Nivel IV. Rampa W 6/7 Astrágalo derecho mujer adulta. Fosa 4/5. Nivel IV. Rampa W 4/5 Astrágalo derecho hombre adulto. Fosa 2/3. Nivel IV. Rampa W, 2/3, Cuadro 11K. Astrágalo derecho hombre adulto. Depósito sala 5. Muestra (6b) de contenedor trilobulado. Depósito sala 5. Muestra 6C Cabello humano contenido en contenedor trilobulado. Sala I, Nivel I; Cuadro 14 Cd Fragmento de parihuela de Pinus Alepensis (Objeto XI-VM-33) Menorca, Cova des Pas Ligadura de esparto que ataba los tobillos del individuo nº 47 Individuo nº 47 (muestra7267) Tibia izquierda Fragmento de la corteza del travesaño central de una parihuela pequeña que soportaba un cuerpo infantil (individuo nº 37). Cabellos de la trenza con adornos de estaño del individuo nº 1 Una de las últimas inhumaciones Hueso sin colágeno del individuo nº 1 Menorca, Forat de Ses Artiges Tiene sus inicios a fines del Bronce Antiguo. Nivel IIIb. Cuadro 14. Astrágalo derecho mujer adulta Nivel IIb. Astrágalo derecho hombre adulto. Nivel IVb. Cuadro 36. Astrágalo derecho de hombre adulto. Nivel IV. Cuadro 12. Astrágalo derecho de hombre adulto Nivel II, sobre el muro. Temporal derecho mujer madura Menorca, Mongofre Nou. Cueva natural con cierre ciclópeo. Nivel I, sector C-2 con inhumaciones y ofrendas. Mujer adulta de 30/40 años, primeros enterramientos Nivel I, sector B-3. Inhumaciones y ofrendas. Joven de 12-14 años inhumado en posición fetal. Primeros enterramientos. Nivel funerario. Sedimentos removidos por excavaciones clandestinas. Nivel I, de inhumaciones y ofrendas (Huesos
Beta-110139
2850 ±50
1210 (95.4%) 890
Hueso humano
KIA-15720
3025 ±40
1410 (95.4%) 1120
Hueso humano
Y-2667
3200 ±100
1750 (95.4%) 1200
Carbón
Hueso humano Hueso humano Hueso humano Hueso humano Hueso humano Hueso humano
superficiales) Menorca, Cova des Mussol Sala 1. Inhumación de una mujer sobre repisa rocosa natural Mallorca, Gruta de Can Martorellet Contextos parcialmente publicados, aunque se desconoce la asociación exacta entre dataciones y objetos. Mallorca, Son Matge. Estrato subyacente y ante quem de la espada de pomo. Recinto Este, perfil frontal, Estrato 7, Z= -120 cm.
2.2. Navetas funerarias Menorca, Rafal Rubí KIA-16270
3090 ±30
1430 (94.3%) 1290
KIA-16269
3085 ±25
1430 (95.4%) 1290
KIA-16271
3050 ±30
1410 (92.6%) 1250
KIA-16271
3035 ±30
1410 (95.4%) 1210
KIA-15730
2870 ±30
1130 (95.4%) 930
IRPA-1170
2765 ±40
1010 (95.4%) 820
UA-19716
2905 ±50
1270 (92.9%) 970
Hueso humano
UA-19715
2840 ±50
1200 (93.4%) 890
Hueso humano Hueso humano Hueso humano Hueso humano Hueso humano
Menorca. La Cova Primer metatarso izquierdo. Existe otra datación redundante (UA-19717) sobre un metatarso derecho que no se tiene en cuenta. Menorca, Binipatí Nou
OXA-5815
2900 ±70
1310 (95.4%) 900
OXA-5814
2880 ±65
1270 (95.4%) 890
OXA-5817
2860 ±65
1220 (91.1%) 890
IRPA-1176
2815 ±40
1120 (91.5%) 890
UtC-5536
2825 ±30
1090 (95.4%) 900
UtC-5532
2810 ±35
1060 (91.6%) 890
OXA-5812
2750 ±70
1090 (95.4%) 790
OXA-5816
2770 ±65
1090 (95.4%) 800
Existe otra datación con el mismo número de registro IRPA-1176(b): 2790 ±30 BP [1010 (95.4%) 840]
Hueso humano Hueso humano Hueso humano Hueso humano Menorca, Cotaina
UBAR-424
2860 ±50
1210 (95.4%) 900
IRPA-1046a
2650 ±60
940 (90.5%) 740
IRPA-1179
2820 ±40
1120 (93.7%) 890
IRPA-1181
2780 ±35
1010 (95.4%) 830
IRPA-1178
2740 ±40
980 (95.4%) 800
IRPA-1184
2690 ±40
920 (95.4%) 790
KIA-1182
2720 ±35
930 (95.4%) 800
Hueso humano Hueso humano Menorca, Es Tudons Hueso humano Hueso humano Hueso humano Hueso humano Menorca. Biniac L’Argentina Hueso humano
347
2.3. Perduraciones de uso: Hipogeos-paradólmenes y dólmenes Menorca, Biniai Nou. UtC-7845
2935 ±40
1270 (95.4%) 1010
Hueso humano
KIA-18762
3030 ±40
1410 (91.5%) 1190
KIA-18767
2955 ±30
1290 (95.4%) 1050
KIA-21225
2890 ±25
1200 (95.4%) 990
Hueso humano Hueso humano Hueso humano
Menorca. Roques Llises
3. Contextos de culto Lab. nº
Edad C14 BP
Cal. BC, OxCal v3.10 (Intervalo de mayor probabilidad)
Naturaleza muestra
Beta-110138 Beta-110137
3060 ±50 2930 ±50
1440 (94.4%) 1190 1310 (95.4%) 980
Madera Madera
Beta-162619
2860 ±50
1210 (95.4%) 900
Hueso fauna
348
Yacimiento. Observaciones Menorca, Cova des Mussol Busto zooantropomorfo Busto antropomorfo Mallorca, Cova des Moro. Contexto dudoso con materiales mezclados
BRONCE FINAL – TRANSICIÓN A LA EDAD DEL HIERRO Dataciones radiocarbónicas más significativas citadas en el texto 1. Asentamientos de hábitat Lab. nº
Edad C14 BP
Cal. BC, OxCal v3.10 (Intervalo de mayor probabilidad)
Naturaleza muestra
Y-1856
2960 ±80
1400 (95.4%) 970
Carbón
Y-1857
2920 ±80
1320 (92.1%) 910
Carbón
KIA-25202
2855 ±30
1130 (95.4%) 920
Hueso fauna
KIA-30648
2840 ±30
1120 (95.4%) 910
Hueso fauna
KIA-25585
2835 ±25
1080 (95.4%) 910
Hueso fauna
KIA-25200
2800 ±25
1020 (94.4%) 890
Hueso fauna
KIA-25199
2765 ±25
980 (95.4%) 830
Hueso fauna
KIA-25205
2710 ±30
920 (95.4%) 800
Hueso fauna
KIA-25207
2710 ±35
920 (95.4%) 800
Hueso fauna
IRPA-1162
2910 ±40
1260 (95.4%) 980
Carbón
KIA-19981
2660 ±30
900 (95.4%) 790
Hueso fauna
Yacimiento. Observaciones Mallorca, Figueral de Son Real Procedente de una escombrera del yacimiento. Obtenido en la cámara central o “monumento elevado" Mallorca, Son Ferrer Contextos arrasados al construir el turriforme escalonado de la Edad del Hierro. Sector 13B. UE-67 UE-17: Relacionada con restos de una construcción abandonada en el momento de construcción del túmulo. UE-17: Posiblemente relacionada con restos de una construcción abandonada en el momento de construcción del túmulo. Nivel de relleno de construcción del túmulo en el sector 13B. UE-77 Nivel de relleno de construcción del túmulo en el sector 13B. UE-77 Nivel de relleno de construcción del túmulo en el sector 10B. UE-41 Posibilidad de que provenga del relleno no agotado por la necrópolis. UE-57 Menorca, Trebaluger. Hábitat de estructura no naviforme amortizado para la construcción de un turriforme. Contexto con fragmentos de toneles y otras vasijas de almacenamiento, molinos y fragmentos cerámicos con restos de fundición adheridos Mallorca, Puig de Sa Morisca UE-70. Bos taurus. Molar superior. Contexto ante quem de la fundación del castellum. Se asocia a una punta de flecha fenicia con arpón.
2. Necrópolis 2.1. ¿Tumbas individuales? arrasadas por construcciones de la Edad del Hierro UtC-4675
2655 ±35
900 (95.4%) 780
Hueso humano
KIA-23147
2645 ±35
900 (95.4%) 770
Hueso humano
Mallorca, Son Mas Posible tumba subyacente al santuario de la Edad del Hierro, Cuadro 8J.6(a) Mallorca, Son Fornés Falange medial del 5º dedo de una mano, posible tumba individual
2.2. Inicios primeras necrópolis características de la Edad del Hierro QL-7
2730 ±100
1250 (95.4%) 550
Carbón
KIA-23732
2725 ±30
930 (95.4%) 810
Hueso fauna
KIA-12682
2595 ±30
830 (90.5%) 750
Hueso
349
Mallorca, Son Matge Estrato 9. Asociado a la necrópolis con cremaciones y cal y los primeros objetos de hierro. Mallorca, Son Gallard Probablemente ligada a la construcción del muro de cierre de la necrópolis con cremaciones y cal. Menorca, Cales Coves (Hipogeo 21) Individuo más antiguo de los datados.
humano
Posiblemente asociado a un anillo de plata fenicio
3. Ibiza. Aborígenes y fenicios 3.1. Necrópolis aborigen Can Sergent BM-1511
2670 ±60
980 (95.4%) 760
Hueso humano
BM-1510
2500 ±100
820 (95.4%) 390
Hueso humano
Tumbas individuales en una construcción amortizada. El ritual podría remitirnos a población aborigen. Contexto igual al anterior. Por ello es posible que esté próxima al extremo alto del intervalo
3.2. Ibiza. Necrópolis fenicias UtC-11186
2711 ±38
930 (95.4%) 800
Hueso humano
UtC-11185
2531 ±42
800 (95.4%) 520
Hueso humano
Puig des Molins Excavación sector NO (1983) sepultura subyacente a 2A; ajuar y ritual fenicio Excavación del sector NO (1983), sepultura con ajuar y ritual fenicio
Cronología absoluta de la colonización fenicia tenida en cuenta en el texto Cartago GrN-26091
2710 ±30
920 (95.4%) 800
Hueso fauna (Bos taurus)
GrN-26094
2660 ±30
900 (95.4%) 790
GrN-26090
2650 ±30
900 (95.4%) 780
Hueso fauna (Bos taurus) Hueso fauna (Bos taurus)
GrN-26093
2640 ±50
920 (93.5%) 750
Hueso fauna (Bos taurus)
CSIC-1606
2910 ±27
1210 (95.4%) 1000
Bellotas
R-841B
2760 ±50
1020 (95.4%) 800
Bellotas
R-841Ba
2740 ±50
1000 (95.4%) 800
Bellotas
Contexto con escorias de hierro escifos eubeos, cerámica fenicia de barniz rojo y 14 fragmentos de ánforas nurágicas fabricadas a mano. Cerámicas fenicias de barniz rojo y sardas fabricadas a mano. Cerámicas fenicias de barniz rojo; 30 fragmentos de ánforas fenicias del Estrecho y otras orientales; 6 fragmentos de ánforas nurágicas fabricadas a mano. Entre otras cerámicas, ánforas sardas fabricadas a mano.
Cerdeña Nuraga, Arribiu Suelo de ocupación con cerámicas del Bronce Final Nuraga Albucciu Falta de sincronía con el contexto Falta de sincronía con el contexto. La misma muestra con tratamiento distinto
Mediterráneo occidental Morro Mezquitilla Horizonte fenicio, nivel B-1a, hornos metalúrgicos 3 y 4. Afectada por naturaleza vida larga. Nivel fenicio más antiguo. Fosa VIII
B-4181
3160 ±50
1530 (95.4%) 1310
Carbón
B-4178
2750 ±50
1010 (95.4%) 800
Madera
B-¿?
2640 ±30
850 (93.2%) 770
Desconocida
Nivel fenicio más antiguo
B-4180
2570 ±50
830 (95.4%) 530
Desconocida
GrN-6426
2875 ±35
1200 (95.4%) 920
Desconocida
Horizonte fenicio, nivel B-1a, hornos metalúrgicos 3 y 4. Alarcón Muestra TM 71 C/8
GrN-6829
2855 ±35
1130 (95.4%) 910
Madera
GrN-6828
2790 ±35
1020 (95.4%) 830
Carbón
Muestra TM 71 C/11, postes de madera de pino. Muestra TM 71 C/10
KN-438
2770 ±55
1050 (95.4%) 810
Carbón
Toscanos Muestra TM 67 C/4
350
KN-676
2740 ±60
1020 (95.4%) 790
Carbón
UBAR-347
2690 ±50
940 (94.2%) 790
Hueso
I-?
2770 ±90
1210 (95.4%) 790
Carbón
Muestra TM 71 C/6 Vejar de la Frontera Acinipo Cabaña circular, contexto orientalizante.
Costa del Levante peninsular I-13013
3450 ±90
1980 (95.4%) 1520
Carbón
I-15881 CSIC-345 I-15882
3420 ±100 3210 ±70 3170 ±100
2050 (95.4%) 1450 1670 (92.8%) 1360 1700 (95.4%) 1100
Carbón Carbón Carbón
CSIC-360
2690 ±50
940 (94.2%) 790
Carbón
CSIC-484 CSIC-410
2670 ±50 2580 ±50
930 (95.4%) 770 840 (95.4%) 530
Carbón Carbón
Oropesa la Vella Asentamiento costero sobre un promontorio. 8, Q-VIA [209] Q-XI 4. Q-4 3. Q-IX Peña Negra Estrato IIc del fondo de cabaña del corte 4a, sector Ia Sector II, corte C, Estrato IIC2 Estrato II superior del corte B, taller metalúrgico
Atlántico CSIC-202 CSIC-203 CSIC-207 CSIC-206 CSIC-205 CSIC-204
2830 ±70 2820 ±70 2820 ±70 2820 ±70 2810 ±70 2800 ±70
1210 (95.4%) 820 1210 (95.4%) 820 1210 (95.4%) 820 1210 (95.4%) 820 1200 (95.4%) 810 1130 (95.4%) 800
Madera Madera Madera Madera Madera Madera
GrN-29512
2775 ±25
1000 (95.4%) 840
Hueso
GrN-29511
2745 ±25
940 (92.9%) 820
Hueso
GrN-29513
2740 ±25
930 (94.2%) 820
Hueso
ICEN-918
2750 ±70
1090 (95.4%) 790
Concha
SAC-1368
2690 ±50
940 (94.2%) 790
Concha
SAC-1367
2660 ±60
980 (94.0%) 750
Concha
ICEN-926
2660 ±50
920 (95.4%) 760
Huesos
ICEN-914
2640 ±50
920 (93.5%) 750
Concha
Beta-131488
2650 ±70
980 (84.4%) 730
Carbón
ICEN-532
2640 ±50
920 (93.5%) 750
Carbón
351
Depósito (¿cargamento?) Ría de Huelva Astil de una punta de lanza Astil de una punta de lanza Astil de una punta de lanza Astil de una punta de lanza Astil de una punta de lanza Astil de una punta de lanza Huelva Calle Méndez Nuñez, Plaza de las Monjas
Quinta do Almaraz Contexto orientalizante con una importante cantidad de cerámica fenicia Contexto orientalizante con una importante cantidad de cerámica fenicia Contexto orientalizante con una importante cantidad de cerámica fenicia Contexto orientalizante con una importante cantidad de cerámica fenicia Contexto orientalizante con una importante cantidad de cerámica fenicia Alcáçova de Santarém Muy numerosas importaciones fenicias de todo tipo Muy numerosas importaciones fenicias de todo tipo
Anexo 1 BREVE APROXIMACIÓN AL CONOCIMIENTO DEL YACIMIENTO DE CLOSOS DE CAN GAIÀ (David Javaloyas Molina, Joan Fornés Bisquerra y Bartomeu Salvà Simonet)
5.- Análisis de las transformaciones que darán lugar a la siguiente fase cultural: la fase Talayótica.
El yacimiento de Closos de Ca’n Gaià se encuentra situado en Portocolom (Felanitx, Mallorca), a unos 700 metros de la línea de costa.
Descripción del poblado.
Queda ya documentado en diversas publicaciones desde inicios del siglo XX (Bordoi 1945). En 1967 los Drs. Rosselló-Bordoy y Frey realizaron una campaña de levantamiento planimétrico y fotográfico de la zona a causa de la destrucción parcial que sufrió el yacimiento a consecuencia de la construcción de la carretera S’Horta – Porto Colom en 1965 (Rosselló y Frey 1967).
El yacimiento de Els Closos de Ca’n Gaià es un poblado de navetiformes, nueve de los cuales son aún perfectamente identificables. Aún así parece ser que en la prehistoria las estructuras fueron más numerosas, ya que en la periferia se observan restos de muros de claro origen ciclópeo. La disposición de las estructuras sobre el espacio es dispersa, y con orientaciones similares en cada una de las estructuras [fig. (5)4, 1]. Los conjuntos identificados son los siguientes:
El yacimiento posee ciertas características (amplias dimensiones, buena conservación, fácil acceso,…) que le conferían grandes posibilidades para iniciar una excavación programada con el objetivo de aumentar el conocimiento sobre la prehistoria mallorquina, además de iniciar una posterior dinamización y adecuación para su visita (Juncosa, 2005). Debido a estas características favorables y a otras coyunturas (políticas, económicas, académicas y personales) en el año 1996 el Laboratorio de Prehistoria (Universidad de las Islas Baleares) inicia un proyecto de investigación (Projecte Closos) que persigue diversos objetivos. Estos objetivos son múltiples y variados, y además se han ido transformando, y seguro que lo seguirán haciendo en el futuro, a lo largo del tiempo. En lo que nos atañe aquí presentamos los principales objetivos netamente científicos del proyecto:
1. Área I. Formado por el navetiforme I [fig. (5)3, 2 y 3], excavado durante las campañas de 1996/2000. Es una estructura de planta alargada con una longitud de 16 m. y 7 m de anchura en la fachada. El grosor de los muros oscila entre los 2 y 3 metros mientras que su altura no supera el metro y medio. Están construidos siguiendo la comentada técnica ciclópea tripartita. Los muros exteriores están formados por grandes ortostatos poligonales engastados en seco, en cambio, en la cara interna el paramento presenta una técnica más refinada, con piedras menores y mejor trabajadas. Los bloques están dispuestos directamente sobre la tierra, falcados con pequeñas piedras. Este sistema de falcado era también utilizado para llenar los espacios entre los bloques, proporcionando a toda la estructura una gran consistencia.
1.- Excavación en extensión de un poblado de navetiformes con el fin de conocer el funcionamiento interno, organización espacial y tipologías arquitectónicas.
2. Área II. Grupo de estructuras formado por restos de edificios de diferentes tipologías y técnicas constructivas (figs. 3, 1 y 4). Este conjunto fue dibujado en 1967 por Rosselló Bordoy y Otto Frey. En un principio lo identificaron como un navetiforme simple de 16,30 m. de longitud y 3,20 de ancho, con una cámara de 13,20 m. de largo. Poco tiempo después lo definieron como un edificio que podía ser equivalente a las tombi di giganti de Cerdeña (Rosselló y Frey, 1967). Fruto de los trabajos de limpieza y desescombro previos a la excavación, se replanteó la tipología de las diferentes estructuras incluidas dentro de este conjunto.
2.- Profundizar en los estudios que hacen referencia a los aspectos socioeconómicos e ideológicos de estas comunidades. 3.- Con la excavación del yacimiento se pretende hacer una revisión de la cronología establecida para el periodo Naviforme. Además se pretende anclar cronológicamente los diferentes cambios que sufrió el yacimiento a lo largo del tiempo que estuvo en funcionamiento. Así como aquellos posteriores y que configuraron la fisonomía del yacimiento en el momento en que comienza su estudio. 4.- Estudio del paleoambiente, del entorno inmediato del yacimiento así como de las relaciones de las comunidades con el medio y sobre el uso y la conceptuación que hacen éstas de un medio en particular. Este apartado se fundamenta en la realización de diversas analíticas (fitólitos, sedimentología, palinología, carpología).
3. Área III. Conjunto formado por una estructura de grandes dimensiones. Sus medidas son de 17'50 m. de largo y 20'70 m. de ancho en la fachada. Se ha identificado provisionalmente, ya que este conjunto no se ha 352
comenzado a excavar, como un navetiforme de triple cámara. Gracias a una limpieza superficial realizada en la campaña de 1997 se comprobó que una de las unidades se encuentra en un avanzado estado de destrucción.
Restos de construcciones sin identificar. Se sitúan al N.
4. Área IV.
Una vez presentado el yacimiento abordaremos brevemente las principales intervenciones arqueológicas que se han realizado hasta ahora en el yacimiento.
13. Área XIII. Restos de construcciones sin identificar. Se sitúan al E.
Se trata de un navetiforme aislado de ábside apuntado. Mide 13'40 m. de longitud total y 7'50 m. de ancho en la fachada. Por su parte la cámara, alcanza los 10'25 m longitudinalmente y los 4 m transversalmente. Los muros conservan más de un metro de alto en algunos puntos.
Excavación del Navetiforme I. Ya se han comentado las características esenciales del hábitat naviforme (V.2). La estrategia utilizada en la excavación del Navetiforme I de Closos de Ca’n Gaià tiene, entre otros, dos elementos esenciales. Éstos son, la profunda preocupación por la correcta documentación de las relaciones estratigráficas y por la distribución espacial tanto de los materiales como de los diferentes elementos arquitectónicos que lo conforman. Esta estrategia, es la que ha permitido documentar una serie de características principales, entre las que destacan, la prolongada ocupación en el tiempo y el carácter dinámico de la estructura, concretadas en las diversas y profundas modificaciones que ha sufrido a lo largo del tiempo esta estructura de hábitat (Fornés et alii, e.p.).
5. Área V. Estamos ante un navetiforme de doble cámara con unas dimensiones de 22'50 m. de longitud total y 14 m de ancho en la fachada. Las cámaras tienen una longitud de 12'70 m. y 6'70 de ancho máximo. Este edificio destaca por el excelente estado de conservación en que se encuentra. La altura de los restos superan en algunos puntos los 2 m. A principios de la década de los 90, concretamente en 1991, la construcción de una acequia para llevar agua a un campo de golf destruyó parte de la fachada de la estructura. 6. Área VI. Complejo muy destruido, aunque Rosselló-Bordoy y Frey pudieron identificar los restos de otro navetiforme. Los restos observados por estos investigadores medían 6’10 m de longitud por 9’20 de ancho. En 1990 esta estructura sufrió una destrucción parcial del costado E, lo que nos impide corroborar sus dimensiones.
La generalización de los datos obtenidos mediante la excavación del navetiforme I de Closos a otros navetiformes es complicado, debido tanto a las técnicas de excavación utilizadas, muchas fueron vaciados sin ningún tipo de control, como a la ausencia de publicaciones en profundidad de la gran mayoría de las intervenciones realizadas en navetiformes. Sin embargo, recientemente Salvà (Salvà y Hernández, e.p.) ha evidenciado, mediante el estudio en profundidad de antiguas intervenciones, como los hechos documentados en Closos no son aislados.
7. Área VII. Conjunto poco definido donde se localizan restos de muros que, posiblemente, nos informan sobre la existencia de otros navetiformes. Está prácticamente en ruinas, pero se observa un tell artificial con restos de cerámica indígena, que enmascara los restos de alguna construcción.
Respecto a la cronología de la construcción del navetiforme tenemos serios problemas. Se ha publicado en diversas ocasiones (Hernández et al. 2003, Oliver 2005) que la datación (KIA 11223: 1740-1520 BC; KIA 11221:1770-1620 BC) se situaría en una UE (95) que definiría la primera ocupación. Sin embargo, recientemente hemos expresado nuestras dudas acerca de esta primera interpretación (Fornés et al. e.p.), a causa de diversos problemas de registro.
8. Área VIII. Este conjunto estaba formado por un navetiforme doble que ha desaparecido en la actualidad. Fue destruido en 1959 en el momento en el que se construyó la carretera S’Horta – Portocolom, y que pasa por en medio del yacimiento.
Se han iniciado una serie de estrategias para solventar este problema. En la campaña de 2001 se realizó una cata en el muro del navetiforme con el objetivo de hallar restos que nos permitieran datar con mayor precisión su construcción. Desgraciadamente no se hallaron materiales susceptibles de ser datados absolutamente. Si bien los restos cerámicos hallados, aunque escasos, parecen ser todos arcaicos (Naviforme I). Además, recientemente se han enviado a datar una serie de muestras que, esperamos, nos ayuden a resolver esta importante dificultad.
9. Área IX. Se han documentado una serie de manchas de vegetación de color diferente al resto de vegetación que nos permiten pensar la existencia de otras estructuras en el subsuelo. 10. Área X. Restos prácticamente idénticos a los anteriores. 11. Área XI. Conjunto poco definido en el que se localizan restos de muros. Está prácticamente derruido pero se observa un pequeño tell artificial con restos de cerámica indígena.
Dos son los niveles de ocupación claramente diferenciados que se han podido documentar. El primero estaría formado por la UE 36 (UTC-8145: 1300-1000 BC, UTC-8146: 1220-920 BC y KIA-11242: 1220-990) y
12. Área XII. 353
el segundo lo formarían el conjunto de las UUEE 9 y 35 (1020-830) (UTC-8141: 1020-830, KIA-11231:13101090, UTC 8144: 1020-830) (Oliver 2005).
transversales se ha documentado en otras navetas, (Canyamel, Son Julià, Ca’n Quiam, Es Rafal…). También en esta zona anterior se documenta la presencia de dos elementos fijos nuevos que nos van a permitir profundizar en la determinación de las actividades que aquí se desempeñaban. En primer lugar, tenemos una losa que presenta marcas de uso (puntos de impacto, pulidos, estrías,…) y que se ha interpretado como una mesa relacionada con actividades de procesamiento de animales y otras tareas (Hernández et al., 2003). El segundo elemento trata de un mortero falcado con piedras.
a. Primer nivel de ocupación: UE 36. En este momento la estructuración interna del navetiforme viene definida por una serie de elementos que son los siguientes: En la mitad posterior del eje longitudinal de la estructura se disponen cuatro pilares construidos con piedras superpuestas. Como hipótesis de trabajo se baraja la posibilidad de que fueran parte de la estructura de un altillo que proporcionase más espacio útil al edificio (Calvo et al. 2001; Salvà et al. 2002; Hernández et al. 2003).
El estudio e interpretación de estos dos elementos fijos se complementa con el estudio de los restos faunísticos hallados junto a ellos. Se han identificado actividades relacionadas con actividades de cocina (despiece secundario y consumo), que concuerdan con el tipo de huellas de uso halladas en la mesa. Por su parte, los estudios de la cerámica, si bien están en un estadio muy inicial, nos apuntan hacia el mismo conjunto de actividades. Así pues, todos estos datos nos han llevado a interpretar la presencia de un área de procesado de alimentos en esta zona anterior (Calvo et al. 2001,18; Hernández et al. 2003, Fornés et al. e.p.).
En el interior de la estructura apareció un enlosado ocupando gran parte del eje longitudinal Este. Este enlosado está formado por losas de forma irregular más o menos planas de tamaño pequeño a mediano colocadas sin ningún tipo de argamasa, aunque encajadas y niveladas por una serie de cuñas que le dan un aspecto uniforme y homogéneo. Finalmente, ocupando toda la zona de acceso, exterior a los muros que definen el navetiforme, aparece otro enlosado de características similares. Este tipo de enlosado ya se había documentado anteriormente en otros yacimientos de la isla (S’Hospitalet, Ca’n Roig Nou,…).
En este sentido es necesario remarcar la ausencia de un hogar en el interior del espacio doméstico. Aunque, los estudios microestratigráficos (Bergadá, inédito) apuntan a que ese fuego existía y se hallaba en el exterior de la naveta.
Analizando la distribución tanto de los fragmentos cerámicos como de la fauna, se han documentado dos áreas de deposición principales. Atendiendo a su disposición y naturaleza, así como a la situación de la UE en la secuencia estratigráfica, hemos interpretado estos restos como un palimpsesto resultado de la deposición de elementos debido a las actividades realizadas en esta UE siguiendo los patrones de gestión de desechos vigente en ese momento y a la preparación para realizar la reforma que conllevan las UUEE 9 y 35. Así pues, la compleja naturaleza del registro no nos permite, en la actualidad, profundizar más en las actividades llevadas a cabo en este momento.
Así pues, se observa claramente cómo la estructuración del espacio doméstico en los dos momentos cronológicos diferentes es similar aunque observamos diferencias significativas. Recientemente en Fornés et al. (e.p.), centrándose en el ejemplo de la Naveta I de Closos, se ha interpretado las características del hábitat naviforme y en concreto de su naturaleza dinámica vinculándolas con los aspectos sociales, políticos e ideológicos de los grupos domésticos que los construyeron y que en ellos habitaron. En lo que se refiere a actividades metalúrgicas en esta zona del yacimiento, han aparecido restos de vasijashorno, en concreto dos fragmentos de cerámica localizados en la UE 95 de la Naveta I, todos ellos con adherencias de metal en la parte interna. Los fragmentos son de cerámica lisa y los restos de metal son de bronce. La cronología aún está por dilucidar con absoluta seguridad, aunque probablemente se podría encuadrar entre el 1700 y el 1600 B.C. Otro fragmento se encontró en la UE 54, también con restos de bronce, aunque con una datación indeterminada. Estos fragmentos cerámicos aparecen de forma aislada en el interior o en los alrededores de un espacio doméstico y sin una clara vinculación con alguna posible área de taller.
2. Segundo nivel de ocupación: UE 9-UE 35. La articulación interna del navetiforme en este momento cambia de forma sustancial. En primer lugar, se documenta la desaparición del enlosado lateral interno aunque los tambores de columna van a seguir en funcionamiento. Sin embargo, los principales cambios se realizan en la parte anterior del navetiforme. Vemos como desaparece el enlosado de la entrada y se construye un pequeño muro, construido en piedra pequeña pero siguiendo la misma técnica tripartita (paramento interno-relleno-paramento exterior) que caracterizan a la mayoría muros naviformes. Este muro se dispone transversalmente al muro E justo en la entrada, reduciendo su anchura de los 2,80 m del momento anterior a un metro escaso. Esta reducción de la entrada así como la existencia de diversos muros
Además de los dos niveles de ocupación descritos se han documentado otros elementos de interés. El estudio de la UE 34 (KIA-11229: 990-820 BC; KIA-11232: 1040-840 BC) ha permitido constatar la presencia de abundantes restos de barro, algunos de los cuales todavía conservan 354
improntas de elementos vegetales. Estos restos se han interpretado como la evidencia de que el techo del navetiforme estuvo formado por una cobertura de tipo vegetal con una capa de arcilla para aumentar su impermeabilidad (Calvo et al. 2001:14; Hernández et al. 2003).
En la zona adyacente a esta estructura (conjunto II-A), y extendiéndose hacia el Este, en dirección al conjunto arquitectónico I, se disponen una serie de habitaciones adosadas en batería [fig. (5)4, 2, 3 y 7] (conjuntos II-B, II-C, II-D), de función todavía incierta, aunque parecen relacionadas con actividades domésticas comunitarias.
Como hemos comentado, la excavación de Closos se planteó como una excavación en extensión, superando las limitadas visiones que suponían limitar la zona de excavación al interior de las estructuras de habitación. La acertada elección de esta estrategia queda demostrada con creces con los resultados que proporcionan la excavación de la Estructura II. Además, el estudio del exterior del Navetiforme I, aún en proceso, ha comenzado a proporcionar nuevos datos de relevancia.
La zona II-B queda delimitada por la estructura II-A, un murºo que se le adosa en ángulo recto, y por la carretera que destruyó parte del yacimiento. Su extremo S no presenta delimitación arquitectónica. No se han documentado estructuraciones internas. La zona II-C, de dimensiones menores que la anterior y adosada a ella, presenta un acabado del suelo a base de un empedrado en regular estado de conservación, formado por piedras de pequeño tamaño, y que ocupa toda la estancia, y sobre el que se realizaron diversas tareas, todavía por especificar.
En la campaña de 1998 se documentaron en la zona de la fachada, en una disposición cuadrangular hasta 12 negativos de poste. Éstos se hallan inseridos en la UE 95 por lo que su interpretación es problemática. Dos son las posibilidades que se barajan que formen parte de algún cercado o bien que formen parte de una estructura perecedera anterior.
Los estudios preliminares nos indican que probablemente las actividades realizadas en las zonas II-B y II-C eran diferentes, ya que mientras que en la primera han aparecido una cantidad considerable de morteros de piedra, en la segunda área es donde se concentran la gran mayoría de los molinos de arenisca. En relación a esta diferenciación de utillaje documentado en estas dos estructuras, observamos que mientras que en la zona II-B hay diversidad de herramientas y objetos de hueso, en la estructura II-C han aparecido la gran mayoría de punzones realizados sobre base ósea. Estos datos iniciales, que deberán ser ratificados con los estudios completos de los materiales recuperados en estas dos áreas, nos indican que en cada una de estas dos estancias se llevaban a cabo actividades diferentes.
Por otra parte, en la zona exterior adosada al muro N-W se han documentado los restos de un muro en muy mal estado de conservación, del cual todavía se desconoce su utilidad. Durante la campaña de 2001, una vez finalizada la excavación del interior de la estructura, se consolidó y restauró el edificio, dando por acabados los trabajos de campo en esta zona del yacimiento. Excavación del conjunto arquitectónico II.
El área II-D, de reciente excavación, es la de mayores dimensiones de estas construcciones. En su interior aparece un pequeño muro que separa el espacio en dos ámbitos diferentes. Las actividades llevadas a cabo en esta zona todavía no se conocen, a la espera de los resultados de los diversos estudios iniciados recientemente. Los restos de actividades metalúrgicas en esa zona se definen con el hallazgo de una gota de fundición de un bronce de mucha calidad, y sin elementos minoritarios detectados con un microscopio de barrido, y por tanto muy puro, con un 10% de estaño y un 90% de cobre. Posiblemente esta gota proviene de una fundición de metal ya reducido, y que seguramente o se guardaría para posteriores reciclajes, o se perdió en el proceso posterior a la fundición.
Esta amplia zona del yacimiento todavía está en proceso de excavación y estudio. Hasta el inicio del Projecte Closos y la excavación en extensión del yacimiento, no se había excavado un conjunto arquitectónico similar en otros yacimientos de la misma época en la isla. Por los datos disponibles en estos momentos, parece que toda esta zona no aparece antes del 1400 BC. La estructura más novedosa es una cámara rectangular de más de 4 metros de largo y poco más de 1 metro de anchura, construida a base de una hilada de grandes losas ortostáticas. Este edificio (Calvo et al. 2001:95; Salvà et al. 2002, fig. 48) no se conserva en su totalidad ya que fue parcialmente destruido con la construcción de la carretera en 1965. A simple vista ya se puede apuntar que no nos encontramos ante una construcción destinada a habitación, siendo todavía incierta su utilidad original. Parece ser que el último uso al que se destinó fue el de acumulación de deshechos, en un momento final de ocupación de al menos parte del yacimiento, ya que coincide cronológicamente con el uso final del navetiforme I, y se ha planteado la hipótesis de que originalmente esta estructura funcionase a modo de almacén (Salvà et al. 2002), aunque hasta la finalización de los estudios correspondientes no tendremos una visión más clara y concisa del uso, tal vez más de uno, al que fue destinado.
En las últimas campañas arqueológicas realizadas, ha aparecido parte de una nueva estructura, todavía sin delimitar en su totalidad, y que parece pertenecer a un muro que define un espacio más que a un edificio. Nos encontramos ante una única hilada de piedras de tamaño medio, mal conservadas, y que se disponen casi en línea recta durante unos 30 m. de longitud. En uno de sus extremos se ha documentado un acceso, construido con bloques más grandes, y del que también solo se conserva una hilada. Esta construcción está delimitando una zona, todavía sin definir, hasta que termine la excavación en extensión y se pueda documentar la totalidad de este muro [fig. (5)4, 2 y 6]. Estratigráficamente se ha documentado 355
que este muro es anterior a la estructura II-D, lo que nos podría indicar que en un inicio el yacimiento fue de menores dimensiones y que aproximadamente a partir del s. XIV BC el espacio requerido fue creciendo y nacieron las estructuras que conforman el conjunto arquitectónico II.
BIBLIOGRAFÍA BELENGUER, C.; MATAS, F. (2005), La indústria òssia dels Closos de can Gaià, Mayurqa 30, 263-288. BERGADÀ, M. (inédito), Arqueoestratigrafía y micromorfología de la secuencia de la naveta I dels Closos de Can Gaià (Felanitx, Mallorca)
Asociado a este largo muro, sin función clara hasta el momento, se encontraron fragmentos de una materia vitrificada de color negro intenso. La temperatura a la que este material fue sometido fue muy elevada, ya que transformó la cerámica en este material, con fracturas concoides. El análisis de estos restos mostró que su composición se caracteriza por un alto porcentaje de silicatos con cantidades de cobre, aunque solo en algunos puntos, además de aluminio. El contexto de este material, aún no se ha datado, pero su hallazgo en el interior del muro construido sin lugar a dudas en el Naviforme I (1600-1400 BC), y con material de esta época claramente asociado, nos lleva a pensar en un momento inicial del funcionamiento del yacimiento. En estos momentos no podemos estar seguros del tipo de material del que se trata, aunque sin ninguna duda se debe relacionar con una actividad metalúrgica. Algunos de los fragmentos estudiados parece que podrían tener forma cónica y vacía en el interior. ¿Podríamos estar ante los restos de una tobera? Este aspecto se podría confirmar en posteriores estudios. Lo que parece evidente es que en Closos de Can Gaià, al menos durante el Bronce Antiguo (Naviforme I) se realizaron actividades metalúrgicas. Los materiales localizados hasta el momento confirman una vez más la utilización clara de la vasija-horno en Mallorca. Posiblemente se utilizaron elementos complementarios, como lo demostrarían los fragmentos vitrificados de una posible tobera. Aún así los restos no muestran nada más que desechos de una o más zonas de trabajo, sin poder ligarlos a un espacio o zona concreta, aunque la localización del material hace pensar que la mayoría de las actividades se llevarían a término en un lugar cercano al gran muro que posiblemente delimitaba un amplio espacio del poblado, aún por determinar en el Bronce Antiguo (Naviforme I).
BORDOI OLIVER, M. (1919), Història de Felanitx. Tomo I, Felanitx. BORDOI OLIVER, M. (1945), protohistória felanigense, Felanitx.
Prehistòria
i
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Cerrando este conjunto arquitectónico por su extremo Este, encontramos un navetiforme, de dimensiones similares al conjunto arquitectónico I, y cuya excavación se ha iniciado recientemente. Para terminar, aunque el porcentaje de yacimiento excavado no supera el 10% del total, y la investigación no avanza todo lo rápido que desearíamos, empezamos a intuir ciertos aspectos del funcionamiento interno de la comunidad. Sin duda, éstos deberán ser confirmados o desmentidos a través de la excavación de este y otros yacimientos, además de mediante la revisión de los resultados de las investigaciones anteriores y a través del replanteamiento de los presupuestos teóricos subyacentes.
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A pesar de estas limitaciones, el Projecte Closos es, sin duda, uno de los pilares en los que se fundamentan las recientes interpretaciones del Bronce Balear.
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356
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Índice y créditos de figuras
5: Contenedor decorado con metopas de motivos incisos de S’Ilot, según Frey (1968). 6: Gran contenedor de Son Mercer de Baix, según Plantalamor (1995). Figura (5)11 1: Conjunto de punzones de la naveta de la Punta de Can Amer, según Rosselló (1989). 2: Materiales óseos del Bronce Final en S’Illot, según Frey (1968). 3: Hueso decorado de Trepucó, según Murray (1932). 4: Hueso perforado de Calescoves, según Veny (1982). 5-6: Agujas de Closos de Can Gaià, según Belenguer y Matas (2005). 7: Botones de la cueva del Càrritx, según Lull (et al. 1999) 8: Botón de marfil con perforación en “V” de Es Mussol, según Lull (et al. 1999). 9: Placa de marfil con decoración incisa de Es Mussol, según Lull (et al. 1999). Figura (5)12 1-5: Instrumental de madera de la Cova des Càrritx, según Lull (et al. 1999). 6-7: Bustos de madera de Es Mussol, según Lull (et al. 1999). Figura (5)13 1: Peines perforados y decorados de Can Martorellet, según Pons (1999). 2 y 5: Peines y pequeñas vasijas de madera de Cova Murada, según Veny (1983). 3: Peines de Cales Coves, según Veny (1982). 4: Peines de de Son Maimó, según Veny (1977). 6: Peine y pequeña vasija de madera de La Punta, según Cerdà (2002). 7: Elenco de peines grabados en las estelas del Bronce Final peninsular, según Harrison (2004). 8: Estela de Fuente de Cantos, según Celestino (2001). 9: Estela de Cabeza del Buey, según Celestino (2001). Figura (5)14 1-2: Sección y planta del hallazgo de las espadas de Can Jordi y dibuo de las mismas, según Carreras (2001). 3-14: Espadas de diferentes yacimientos baleáricos citados en el texto, a partir de dibujos de Delibes y Fernández-Miranda (1988) y fotos de V. M. Guerrero. Figura (5)15 1: Daga de Gomeset, según Delibes y Fernández-Miranda (1988). 2: Daga de Cova des Moro, según Calvo (et al. 2001 a) a partir del dibujo de B. Salvà y fotos de V.M. Guerrero. 3-5: Cuchilllas de hoja triangular y semilunar, según dibujos de Delibes y Fernández-Miranda y foto de V.M. Guerrero. 6-8: Machete de Lloseta, molde de fundición de Hospitalet y versión miniaturizada, sobre dibujos de Rosselló y foto de Salvà. Figura (5)16 1-3: Pasadores de cabeza esférica de distintos yacimientos, según dibujos de Delibes y FernándezMiranda (1988). 4: Pasador de cabeza bicónica de Binipatí, según Plantalamor y Sastre (1991). 5: Pasador de cabeza moldurada de Son Matge, según Waldren (1979).
Figura (5)1 1-4: Naveta doble de Canyamel y la estructura de combustión con plataforma de una de ellas, según Rosselló (1993). Figura (5)2 Naveta doble de Son Oms y la estructura de combustión con plataforma, según Rosselló (1993); maqueta del Museo de Bellver sobre foto de V.M. Guerrero. Figura (5)3 1: Áreas I y II del poblado de Closos de Can Gaià, foto J. Fornés. 2-3: Naveta nº 1, foto J. Fornés. 4: Naveta nº 2, foto J. Fornés. Figura (5)4 1: Plano del poblado de Closos de Can Gaià, sobre antiguos planos de O. H. Frey y G. Rosselló (1967) actualizado. 2-7: Áreas de trabajo comunal anexas a la naveta nº 2, según J. Fornés y B. Salvà. Figura (5)5 1-2: Naveta Oeste del poblado de Hospitalet y su estructura de combustión, según Rosselló (1993). Figura (5)6 1: Vista aérea del poblado de Son Mercer de Baix, próximo a la cima del barranco, foto Enciclopedia de Menorca. 2: Plano del poblado, según C. Rita y L. Plantalamor. 3-6: Naveta con cubierta de losas y detalles del interior y del paramento externo, fotos V. M. Guerrero. 7: Estructuras arquitectónicas adosadas a un muro recto, foto V. M. Guerrero. Figura (5)7 Hipogeos de cámara tripartita asociados a elementos arquitectónicos naviformes 1: Navetas e hipogeo de Es Rafal, según Crespí y Amorós (1928/1929) 2: Hipogeo de Sant Jordi, según Alcocer (1941). 3: Navetas dobles e hipogeo de Son Oms, según Rosselló (1979). Figura (5)8 1: Hábitat de Trebalúger amortizado con la construcción de un turriforme oblongo a inicios de la Edad del Hierro, según plano de J.Mª Gual (et al. 1991), fotos V.M. Guerrero. 2: Cabaña de planta circular subyacente a un talaiot circula en Torralba, según plano de M. FernándezMiranda y W. Waldren. Figura (5)9a Tipos cerámicos 1 a 5 a partir de dibujos de distintos autores citados en el texto. Figura (5)9b Tipos cerámicos 6 a 12 a partir de dibujos de distintos autores citados en el texto. Figura (5)10 Grandes contenedores cerámicos característicos del Bronce Final (fotos V. M. Guerrero). 1: Tonel de la naveta Oeste de Hospitalet, foto B. Salvà. 2-4: Vasijas carenadas y borde vuelto de S’Illot, Pula y Hospitalet, fotos B. Salvà y V.M. Guerrero. 358
6: Pasador en forma de espada miniaturizada de la Cova des Càrritx, según Lull (et al. 1999). 7: Pasador de madera con adornos de aros de estaño puro de la Cova des Pas, según Guerrero (2007). 8: Espejo del depósito de Lloseta, según Rosselló (1979). 9: Espejo de Algendar, según dibujo de Delibes y Fernández-Miranda (1988) y foto de J. Mascaró. 10: Espejo procedente de la naveta de Son Julià, según Delibes y Fernández-Miranda (1988). 11: Espejo hallado en Es Mussol, según Lull (et al. 1999). Figura (5)17 1-10: Pectorales de varillas curvas de distintos yacimientos baleáricos, según dibujos de Delibes y Fernández-Miranda (1988) y fotos de V. M. Guerrero. 11: Pectorales bálticos, según Pydyn (2000). 12-13: Elementos de comparación de la tumba de Mereruka de Saqqara y de la estatua del faraón Amenenhet III, según Pardey (2004). Figura (5)18 1-9: “Diademas” de distintos yacimientos, a partir de dibujos de Delibes y Fernández-Miranda (1988) y fotos de V.M. Guerrero. 10-14: Elmentos de comparación a partir de gorros emplumados filisteos, según Sandars (2005) y Dotan (1982). Figura (5)19 Selección de objetos de distintos yacimientos baleáricos a partir de dibujos de los autores citados en el texto y fotos de V. M. Guerrero. Figura (5)20 1-17: Lingote de bronce de Formentera y selección de hachas y escoplos, junto con moldes de fundición de diferentes yacimientos baleáricos, según dibujos (1-9 y 12-13) de Delibes y Fernández-Miranda, Plantalamor (10-11 y 16), De Nicolàs (14) y foto (17) de V. M. Guerrero. Figura (5)21 Principales depósitos de bronces de las Baleares y Pitiusas, sobre dibujos ya citados. 1: Lloseta; 2: Corralàs de Son Bou; 3: Son Foradat; 4: Cas Corraler; 5: Son Vaquer; 6: Mitjà Gran; 7: Can Jordi; 8: Son Pizà; 9: Cova des Moro; 10: Son Matge; 11: Serra Mercadal; 12: Mussol; 13: Can Pere Joan; 14: La Sabina; 15: Mariano Gallet; 16: Sa Bassa Rotja. Figura (5)22 1-2: Necróplis menorquina de Mongofre Nou, según De Nicolàs y Bergadà (2005). 3: Grutas de El Càrritx y el Forat de Ses Aritges, según Lull (et al. 1999). Figura (5)23 1: Sector central del abrigo de Son Matge, con la localización de las deposiciones de cerámicas y bronces, a partir del plano de Rosselló y Waldren (1973). 2: Cierre ciclópeo del abrigo de Son Matge, foto de V. M. Guerrero. 3: Ídolo de terracota de Son Matge, foto V. M. Guerrero. 4-5: Covachas de Pep Rave y Es Saragall, según J. Coll. Figura (5)24 1-3: Necrópolis de Son Mestre de Dalt con muro y portal ciclópeo adintelado (indicado con una flecha) en el interior, sobre plano de M. Trias y fotos de S. Gornés.
4-5: Covacha de Calesvoves nº 77, foto de S. Gornés y plano según Veny (1982). Figura (5)25 1: Detalles de la ubicación en el barranco y cierre ciclópeo con portal adintaleado de la covacha de Cala Pi, fotos V. M. Guerrero. 2: Corredor desde el interior y exterior con losa perforada de Cala Pi, fotos de V. M. Guerrero. 3: Detalle del paramento interno con disposición ortostática de losas, foto de V. M. Guerrero. 4: Plano del yacimiento elaborado por J.A. Encinas. Figura (5)26 Plano con las 70 inhumaciones de la Cova des Pas, según Fullola (et al. 2007), en recuadro ubicación de la cueva en la pared del barranco de Trebalúger. Figura (5)27 1: Planta de la Cova des Pas con las parihuelas, según Guerrero (et al. 2006 a). 2 y 4: Superposición de restos humanos a sus respectivos sudarios y ataduras, composición de X. Esteve. 3 y 5: Posturas habituales de los inhumados en Cova des Pas, fotos V. M. Guerrero. 6: Individuo nº 1 conservando su trenza con un pasador de madera y adornos de estaño, foto V. M. Guerrero. 7: Inhumación con ligaduras en los tobillos, fotos V. M. Guerrero. Figura (5)28 1: Parihuela de adulto de la Cova des Pas y detalles de sus elementos, planta de X. Esteve y fotos de V. M. Guerrero. 2: Parihuela infantil de la Cova des Pas y detalles de sus elementos, planta de X. Esteve y fotos de V. M. Guerrero. Figura (5)29 1-7: Estuches de madera y asta para guardar cabellos humanos de la Cova des Càrritx, según Lull (et al. 1999). 8: Estuche de cuero para guardar cabellos tonsurados de la Cova des Pas, fotos V. M. Guerrero. 9-10: Base de madera y tapones de hueso de estuches de la Cova des Pas, Fotos V. M. Guerrero. 11: Cinta trenzada que amortajaba una inhumación en Cova des Pas, foto V. M. Guerrero. Figura (5)30 1-2: Naveta funeraria de planta circular del conjunto Biniac Argentina, planta de L. PLantalamor y fotos de V. M. Guerrero. 3-4: Naveta funeraria de planta alargada de Rafal Rubí, plano y alzados de L. Plantalamor y fotos de V. M. Guerrero. Figura (5)31 1-2: Naveta funeraria de Es Tudons, plano y alzados de L. Plantalamor y fotos de V. M. Guerrero. 3-4: Interiores de las cámaras inferior y superior con sus respectivas coberturas de losas, fotos de V. M. Guerrero. Figura (5)32 Localización geográfica de los promontorios, escalas y referencias costeras activas durante el Bronce Final, elaboración de V. M. Guerrero, sobre mapas del atlas de las islas Baleares (Conselleria de Cultura 1995). En recuadro, mapa otomano con algunas señalizaciones costeras medievales emtre las que figuran Cala Almunia, publicado por F. Werner (2004). Figura (5)33 359
1-2: Vistas generales de los promontorios de cala Almunia, fotos, V. M. Guerrero. 3-5: Muro en la cumbre y accesos al promontorio cerrados por muros ciclópeos, fotos V. M. Guerrero. Figura (5)34 1-2: Topografía y planos de las construcciones del promontorio de Cala Morell, según Juan y Plantalamor (1996). 3-5: Construcción en la cumbre y vistas generales de Cala Morell, fotos de V. M. Guerrero. Figura (5)35 1: Promontorio fortificado de Cap de Forma Nou, según topografía de Plantalamor (et al. 1999) y vista aérea a partir de Google Earth. 2: Accesos a Cap de Forma desde el mar, fotos de V. M. Guerrero y S. Gornés. 3: Construcciones desde el interior, fotos V. M. Guerrero. 4: Planta y alzado de la fortificación, según Plantalamor (et al. 1999). 5: Vasijas toneliformes de Cap de Forma Nou, según Plantalamor (et al. 1999). Figura (5)36 1-3: Promontorio costero con construcción naviforme (señalizada con flecha), según V. M. Guerrero (2006). 4: La costa de Mallorca divisada desde el interior de la construcción naviforme de Pop Mosquer, foto V. M. Guerrero. 5-8: Detalles de la construcción naviforme Pop Mosquer y de la estructura de combustión, fotos V. M. Guerrero. Figura (5)37 1: Vista aérea de la costa de Calescoves en la que puede apreciarse la trayectoria en ángulo recto (señalado por flecha) de la fortificación ciclópea, sobre foto de Google Earth. 2: Entrada al fondeadero de Calescoves, foto V. M. Guererro. Obsérvese la similitud de todos los promontorios y los accesos a las clas, lo que origina la necesidad de señalizar el acceso al fondeadero mediante torres o fortificaciones y eventualmen te mediante hogueras. 3-6: Vistas generales y detalles de la fortificación de Calescoves, foto V. M. Guerrero. 7: Fondeadero de Cales Coves, foto V. M. Guerrero. Figura (5)38 1-2: Fondeaderos de Macarella y Macarelleta señalizados y controlados por el promontorio fortificado, topografía de L. Plantalamor y foto aérea de Google Earth. Promontorio visto desde el mar en navegación de cabotaje con derrota Oeste/Este, foto de S. Gornés. Figura (5)39 1-3: Antiguo promontorio costero (hoy islote) con muralla ciclópea denominado Illa Murada. Controlaba y señalizaba los accesos al fondeadero con fuente de agua dulce de Sant Miquel de Ibiza, vista aéreas de Google Herat, detalles fotos de V. M. Guerrero. Figura (5)40 1-6: Muralla del acantilado de Sa Cala de la Mola en Formentera, planos y cerámicas según J. Ramón y Colomar (1999), fotos de V. M. Guerrero. 7: Punta de Es Jondal de Ibiza, fotos de B. Salvà y Geoplaneta. Figura (5)41
1-2: Fondeadero de Cala Blanca y costa de Mallorca divisándose desde el interior de la construcción, según Guerrero (2006). 3-6: Planta de la edificación, toneles (4), crisoles (5) y molde de fundición (6), según Juan y Plantalamor (1997). Figura (5)42 1-2: Escala costera del Illot des Porros, fotos V. M. Guerrero. 3-4: Planta de las construcciones en uso durante el Bronce Final y selección de hallazgos cerámicos, según Hernández (et al. 1998). Figura (5)43 1-3: Escala costera del islote de Na Moltona, hallazgos cerámicos y molino de vaivén, fotos y dibujos de V. M. Guerrero. Figura (5)44 Escala costera del islote de Na Galera, foto aérea de Google Earth. Molde de fundición y hallazgos cerámicos, según Guerrero (1981), dibujo del molde publicado por Cerdà (2002). Figura (5)45 1-3: Hipogeo de la Torre del Ram, fotos de V. M. Guerrero, planta y sección de L. Plantalamor. 4-6: Embarcaciones grabadas en el interior, dibujos de C. Veny y fotos de V. M. Guerrero (2006 a). Figura (5)46 1: Pintura en rojo del Barranco de Macarella, dibujo de V. M. Guerrero sobre foto de González Gozalo y Oliver (2006). 2-4: Grafitos de Macarella, según dibujos de C. Veny. 5: Grafito barquiforme de Es Tudons, dibujo de C. Veny. Figura (5)47 Asentamiento de Es Figueral de Son Real, plano y sección de Rosselló y Camps (1972) y fotos de V. M. Guerrero. Figura (4)48 1: Puig de Sa Morisca desde el mar, foto V. M. Guerrero. 2-3: Torre central de la fortificación dominando las entradas del puerto natural de Sa Caleta y la ensenada de Santa Ponça, fotos V. M. Guerrero. 4-5: Materiales de los contextos del Bronce Final, dibujo de L. Crepí y fotos de V. M. Guerrero. 6: Punta de flecha fenicia, dibujo y fotos de V. M. Guerrero. Figura (5)49 1: Contexto ritual de Son Ferrer (en recuadro) amortizado al construir un turriforme escalonado de la Edad del Hierro, planta según M. Calvo (et al. 2005). 2-4: Conjunto cerámico del contexto ritual abandonado in situ tras su amortización, fotos V. M. Guerrero.
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