Perfiles Del Feminismo Iberoamericano

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M a r í a L u is a F e m e n ía s

compiladora

PERFILES DEL FEMINISMO IBEROAMERICANO

CATáLOGOS

Diseño de tapa: Alejandra Cortez Diagramación: Oscenter

Primera edición argentina, diciembre de 2002 © 2002, Catálogos S.R.L. Av. Independencia 1860 1225 - Buenos Aires - Argentina Telefax 5411 4381-5708/5878/4462 E-mail: [email protected] www.catalogosedit.com.ar ISBN 950-895-130-3 Todos los derechos reservados. Prohibida la reproducción total o parcial de esta obra, por cualquier procedimiento (ya sea gráfico, electrónico, óptico, químico, mecánico, fotocopias, etc.) y el almacenamiento o transmisión de sus contenidos en soportes magnéticos, sonoros, visuales o de cualquier otro tipo, sin permiso expreso del editor.

Queda hecho el depósito que marca la ley 11.723 Impreso en Argentina i Printed in Argentina

Presentación Hace unos años, a instancias de Arleen Salles, Directora de la Colección Phiíosophy in Latín America (VIBS-Rodopi) comencé a trabajar en una compilación que habría de publicarse en inglés, con trabajos de teóricas feministas de España y de América Latina. U n poco más tarde y a los efectos de la edición inglesa com enzó a colaborar conm igo Amy Oliver. La recolección de los presentes artículos no fue sencilla y creo que cabe consignar algunos de los inconvenientes que enfrentamos. El primero se vincula con la dificultad de contar con datos actualizados para localizar a potenciales autoras. Logrado esto, los pedidos de trabajos superaban a muchas de las estudiosas, que se vieron obligadas o bien a desistir o bien a solicitar prórroga en la entrega del artículo en cuestión, lo que dilató más de lo estimado en un principió la recepción final de los trabajos. A las colaboradoras puntuales les ofrecemos nuestras disculpas. Como con Arleen Salles creimos importante hacer una convocatoria amplia que incluyera nombres consagrados y nóbeles, esto resultó en un imprevisto filtro que tanto amedrentó como desilusionó a algunas convocadas. Sobre la marcha el perfil de la compilación se fue modificando. Otra dificultad de diversa índole, pero no menor, fue la de las traducciones. Algunos artículos, originariamente escritos en portugués o en inglés, debieron traducirse. Incluso se debió homologar el vocabulario técnico de los que fueron escritos en castellano y, a los efectos de su mejor comprensión en nuestro medio, liberarlos de regionalismos demasiado crípticos para el perfil de nuestro/as potenciales lectores.

Si pensábamos que los mismos artículos a publicarse en la compilación en inglés podrían serlo en castellano, pronto nos dimos cuenta con Arleen y Amy que esto ofrecía algunas dificultades: algunos datos relevantes a los lectores angloparlantes muchas veces carecían de interés por harto sabidos para nosotros; y viceversa, artículos muy centrados en la tradición anglófbna eran irrelevantes en ese medio, pero no en el nuestro. Esto nos llevó a tomar una decisión contraria a nuestro propósito inicial: algunos artículos se publican en ambas compilaciones y otros sólo en inglés o en castellano. Esta decisión generó un cierto trabajo adicional, pues finalmente no se pudo mantener la misma ordenación en ambas publicaciones. H ubo que modificar también las referencias bibliográficas finales, los índices, etc. La última dificultad para la compilación castellana, en la que no ahondaré por archisabida, se sigue de los recientes hechos económicos y políticos, que una vez más desplazaron el cronograma originario. Por esto último pido disculpas a todas las co-autoras, pero descuento su comprensión y su solidaridad. Quiero agradecerles a todas ellas la generosidad de sus aportes y el desinterés de sus colaboraciones. Asimismo, quiero agradecer expresamente a Arleen Salles que confió en mí para esta empresa. A la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad Nacional de La Plata, por su constante apoyo y confianza. A la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires y a mi equipo joven por su espíritu crítico y laborioso. A colegas-amigos por haber leído manuscritos y haberme ayudado con traducciones, regionalismos y paciencia, tal el caso de Patricia Saconi, quien desinteresada­ mente ha colaborado en la traducción de algunos artículos. María Luisa Femenías Buenos Aires, mayo de 2002

Primera Parte Memorias, Problemas y Perspectivas Políticas

ECOS DEL PASADO, VOCES DEL PRESENTE

(U n acercamiento a ideas y objetivos feministas de las cubanas)

Norma Vasallo Barrueta (Universidad de La Habana)

¿Por dónde comenzar? Esta es la primera pregunta que me hago al tratar de abordar las condiciones de vida de las cubanas a través de su historia que la llevaron de alguna mane­ ra a una cierta movilización hacia un cambio, que lamentable­ mente no siempre se produjo. Las primeras cubanas, aquellas que habitaban la isla de Cuba a la llegada de los conquistadores españoles fueron las primeras en esta historia. Según los relatos del padre Las Casas, los primeros po­ bladores españoles no trajeron a sus mujeres a América, bus­ caron entonces la compañía de las mujeres indígenas. Los pa­ dres de las indígenas, con costumbres y ritos de matrimonio diferentes, creían que ellas eran/tomadas como legítimas es­ posas por los españoles, quienes en su mayoría, solo profesa­ ban desprecio hacia los indios porque, entre otras razones, no creían en Cristo, así que las mujeres, tomadas por la fuerza o no, eran consideradas y tratadas por ellos como sirvientas. Lo anterior nos muestra la primera expresión de discri­ minación hacia la mujer en nuestro país; en este caso doble, por su condición de indígena era utilizada como sirvienta y por su condición de m ujer era utilizada como objeto sexual.

La violación y el maltrato a las mujeres constituyó una forma de ultraje a las y los primeros habitantes de Cuba utilizado por los conquistadores en su afán por colonizarnos. Mitos y le­ yendas que se han transmitido por la tradición oral, relatan hechos de rebeldía de las cubanas ante el maltrato del con­ quistador español. La destacada escritora Mirta ’V&ñez, al referirse a estas mujeres señala: Recuérdese que en la danza del Aerito, nuestras antepasadas indígenas llevaban la voz cantante y tenían el derecho a discutir de igual a igual con los hombres de la tribu. No, la cubana no era muy dada a aceptar el señorío del varón y por ende, supo también manifestarse enforma activa contra la autoridad del varón} Posteriormente, con la disminución de la población in­ dígena, aumenta la entrada de negros y negras africanas al país, para ser utilizados como fuerza de trabajo esclava. Los negros y negras se vieron obligados a trabajar largas jornadas diarias, mal alimentados, maltratados físicamente y sin condiciones para el descanso que les permitiera recuperarse del cansancio. A esta situación, la mujer negra, una de nuestras raíces, suma­ ba que era utilizada por los blancos como objeto sexual, a la fuerza o bajo amenaza, es decir, siempre con la presión psico­ lógica del miedo. Tampoco la mujer del colonizador, salvando las diferencias, corrió mejor suerte. Ella, otra de nuestras raí­ ces, se encontraba bajo la fuerte presión de una cultura pa­ triarcal que la relegaba a la condición de esclava del hombre, quien ejercía su poder opresor sobre ella. A principios del Siglo XIX hay una importante influen­ cia del pensamiento Liberal en Cuba y la mujer no es ajena a ella, un ejemplo de ello es Doña María de las Cuevas, de quien el historiador José Antonio Portuondo dijera que marcó una 1Yañez, M. Cubanas a Capítulo, Santiago de Cuba, Oriente, 2000, p. 157.

tradición democrática y revolucionaria a la aristocracia criolla en una época que proscribía la expresión pública de las opinionesfemeninas a los problemas del país} Pero no sólo eran proscritas para las mujeres sus opinio­ nes en público, veamos la concepción que en el siglo XIX pre­ valecía sobre el lugar y las funciones de la mujer en la sociedad y que no solo eran parte de la subjetividad social, sino que además se legitimaban a través de normativas de gobierno. En 1863 el Gobierno Superior de la Isla de Cuba establecía en la Colonia que: La mujer debía conocer y realizar todos los quehaceres domésticos por mucho que las favoreciera la fortuna y después de la observancia de las reglas de la moral, debían ser éstas las ocupaciones más imperiosas de la mujer.3 Con independencia de su dinero, así queda enfatizado, no hay más reino para la mujer que el espacio privado y esto llevaba el sello de las Reglas del Derecho y de la Moral. En octubre 1368, Carlos Manuel de Céspedes se levanta en armas contra la metrópoli española acompañado por sus esclavos a quienes otorgó la libertad. Bullían las ideas independentistas al lado de la naciente conciencia nacional. Seis meses después cuando se celebraba la Asamblea constituyente en Armas, en el poblado de Guaímaro se oyó la voz de una mujer, Ana Betancourt, destacada luchadora por la independencia de Cuba, y he aquí algunas de sus palabras: Ciudadanos: la mujer cubana en el rincón oscuro y tranquilo del hogar espera paciente y resignada esta hora sublime en que una revoluciónjusta rompe su yugo y le desata las alas. Aquí todo era esclavo, la cuna, el color y el sexo. Vosotros queréis destruir la esclavitud de la cuna peleando hasta morir. Habéis destruido la esclavitud del color, emancipando al siervo. ¡Llegó el momento de liberar a la mujer! 4 2 Portuondo, F. Curso de Historia de Cuba. La Habana, Obispo, 1947, p. 47. 3 Idemy p. 45. 4 Citado por Sarabia, N . 1968.

Eran los primeros planteamientos de este tipo que se hacían en el continente; representaban lo más avanzado del pensamiento de la intelectualidad femenina de la época, pero no a la mujer común. Se corresponden estas ideas con las pri­ meras vindicaciones feministas, es decir, después que las eu­ ropeas, las cubanas hacen el reclamo por el reconocimiento de la igualdad con independencia del sexo. Después de ésto algu­ nas mujeres no permanecieron ni tranquilas, ni resignadas, aunque sin dudas ha resultado difícil desatarse las alas. Pienso que el origen del pensamiento femenino cubano debemos buscarlo en esta etapa y que desde su origen aparece asociado a las luchas que en Cuba se libraron por la indepen­ dencia política y económica, primero de España y después de EEUU. Muchas mujeres se destacaron en estas luchas, m u­ chas no fueron reconocidas durante años como lo que fueron, luchadoras, heroínas y se presentaban como madres o esposas. Mucho tenemos que hacer todavía porque ocupen el lugar que les corresponde en nuestra historia. Por solo citar un ejemplo, Mariana Grajales, la madre de los Maceos, así todavía le llamamos; aunque ya hoy se le reco­ noce el papel preponderante que jugó en la formación de la conciencia nacional de sus hijos y en sus ideas independentistas. De ella dijo José Martí: Fáciles son los héroes con tales mujeres. Sin embargo, mucho queda por visibilizar de esta personalidad que tan importante*papel debió desempeñar en la formación ideo­ lógica de sus destacados hijos, más allá del tradicional rol de madre. En 1898 se termina la guerra de independencia; pero se produce la intervención yanqui y a partir de este momento se dan los primeros acontecimientos que luego llevarían al sur­ gim iento del m ovim iento sufragista en C uba y que se enmarcaron en los debates de la Convención Constituyente, donde el Delegado Miguel Gener introdujo la iniciativa del sufragio femenino. Sin embargo esta propuesta no se aprobó y fue necesario esperar tres décadas y luchar intensamente, para

que esto sucediera. Para M.'Vañez, el año de 1898 debe ser toma­ do como punto de giro del discurso femenino en la mujer cubana en clara alusión a la ruptura que se produce, en las letras, en el modelo de mujer frágil que había impuesto el Romanticismo del siglo XIX.5 El siglo XIX significó para las mujeres cubanas que re­ presentaban lo más avanzado del pensamiento femenino, el reconocimiento de la situación de desigualdad en que se en­ contraban y el planteamiento de su transformación como ob­ jetivo a conquistar. Sin embargo, no podemos decir lo mismo de la materialización de esas ideas. Por solo citar un ejemplo, en 1899 la Liga General de los Trabajadores en su Declaración de Principios expone la situación de explotación extrema en que vivía ía mujer cubana especialmente las trabajadoias. De manera que las ideas iban por un lado en el pensamiento de las mujeres y su realidad, decidida por los hombres, iba por otro. En 1902 se otorga formalmente la independencia a Cuba; pero habíamos pasado del estatus de colonia al de neocolonia, no éramos libres de ninguna manera. Se inicia en Cuba un nuevo período político y las mujeres comienzan un discreto movimiento de reclamo de cambios a su situación jurídica caracterizada por la dependencia de una figura masculina que la representara ante cualquier acción legal vinculada a sus pro­ piedades, el comercio o su protección jurídica en sentido ge­ neral. El padre primero y el marido después, decidían lo que era mejor para sus vidas. 3STo fue sino hasta 1917 que se “a prue­ ba la Ley de la Patria Potestad, que vino a cambiar (en la letra porque la realidad se mantuvo) esta situación. La influencia del Feminismo de los Estados Unidos a principios del siglo XX, llegado por la cercanía geográfica y el intercambio con ese 5Yañez, M. Ob. Cit. p 152.

país durante su ocupación a nuestro territorio y los efectos del de la Primera Guerra Mundial en las vidas de las europeas -convocadas a ocupar espacios tradicionalmente masculinosfueron sin dudas importantes elementos que contribuyeron al fortalecimiento y ampliación de las incipientes ideas feminis­ tas en las cubanas de los albores del siglo XX. En el siglo XX se suceden etapas diferentes de luchas políticas y las mujeres no están al margen de todos los movi­ mientos sociales. A partir de 1912 comienza un fuerte movi­ miento sufragista con base de sustentación en organizaciones femeninas que se fueron constituyendo a partir de ese mo­ mento y que terminarían fundiéndose entre 1913 y 1914 en el Partido Nacional Sufragista. Resulta interesante que ya en esta fecha esta organización reclamaba entre otras medidas, la Ley del Divorcio, que fue promulgada en 1918. En ese mismo año se crea el Club Femenino de Cuba, espacio en el que la discu­ sión sobre el Feminismo era uno de sus objetivos. Queda cla­ ro que se inicia con un interés intelectual, lo que da la medida del pensamiento de las mujeres que se involucran en el mis­ mo y que por supuesto no son representativas de todos los sectores de nuestra sociedad. Esta etapa se va superando para dar lugar a un movimiento feminista de búsqueda de mejoras para las cubanas, proceso que contribuyó a la celebración del I y II Congreso de Mujeres en 1923 y 1925 respectivamente, y es la razón por la que se considera a Cuba cuna del feminismo lati­ noamericano La lucha por la igualdad jurídica, el derecho al voto y la transformación de la situación de desigualdad de las mujeres, caracterizan esta época. En 1934, las cubanas obtienen su derecho al voto por medio de un decreto presidencial que queda refrendado en la Constitución de 1940. Allí se recogía que hombres y mujeres eran iguales. Fue una constitución de avanzada para su época, al menos en la letra, porque la realidad no respondía siempre a lo que ella establecía.

A pesar del retraso con que se da el inicio de las ideas y del movimiento feminista en Cuba, la Segunda Ola tiene su expresión casi inmediata en nuestras mujeres, como lo reflejan sus luchas de las prim eras décadas del siglo XX y las publicaciones que al respecto aún se conservan.6 Por solo citar un ejemplo, Camila Henríquez Ureña, el 25 de julio de 1939, pronuncia una conferencia en la Institución Hispano-Cubano de Cultura con el título: “Feminismo”. En ella, hace un recuento de la situación de la mujer desde cuatrocientos años antes de Cristo hasta esa fecha. Me parece interesante citar una reflexión de esta destacada intelectual dominicana que vivió durante muchos años en Cuba y que expresa la condición de la mujer que le era contemporánea y los obstáculos que debían vencerse para su transformación: Cuando la mujer haya logrado su emancipación económica verdadera; cuando haya desaparecido por completo la situación que la obliga a prostituirse en el matrimonio de interés o en la venta pública de sus favores; cuando los prejuicios que pesan sobre su conducta sexual hayan sido destruidos por la decisión de cada mujer de manejar su vida; cuando las mujeres se hayan acostumbrado al ejercicio de la libertad y los varones hayan mejorado su detestable educación sexual; cuando se vivan días de nueva libertad y de paz, y a través de muchos tanteos se halle manera de jijar las nuevas bases de unión entre el hombre y la mujer, entonces se dirán palabras decisivas sobre esta compleja cuestión. Pero nosotros no oiremos esas palabras. La época que nos ha tocado vivires la de derribar barreras, defranquear obstáculos, de demolerpara que se construya luego, en todos los aspectos, la vida de relación entre los seres humanos? 6 Cf. Vasallo, N. “La evolución deí Tema Mujer en Cuba”. Revista Cubana de Psicología. 7Cf. Henríquez Ureña, Camila Estudios y Conferencias, La Habana, Letras cubanas, 1982, p. 570.

Avizoraba Cam ila las dificultades para vencer los obstáculos entonces ya identificados, y lo larga que sería la lucha; pero lo que tal vez no imaginó Fue, que 60 años después, sus palabras tendrían casi la misma frescura que al pronun­ ciarlas. La ley del divorcio y la despenalización del aborto fueron conquistas de la primera mitad del siglo XX en Cuba, aunque son temas de discusión todavía en muchas partes del mundo y objetivos de las luchas de las mujeres en el presente siglo. Todo este movimiento feminista no tuvo una consecuen­ te continuidad en Cuba. En primer lugar, porque aparente™ mente a través de la constitución de 1940, habíamos alcanzado la igualdad de derechos y se necesitó un tiempo para tomar conciencia de que en la práctica no la teníamos. En segundo lugar, según la valoración de luchadoras de ese tiempo, fueron tan duras las dictaduras en el gobierno durante años, que su­ bordinaron sus intereses feministas a la lucha contra el régi­ men imperante: se repetía la historia. ¿Qué significó, enton­ ces, la primera mitad del Siglo XX para la mujer cubana? D i­ gamos que desde el punto de vista jurídico, habíamos alcanza­ do las tres principales conquistas de este siglo: El derecho al voto, el acceso a todos los niveles de educación y al mercado laboral. Pero, en la práctica, a estos dos últimos no se accedió de manera amplia. A lo anterior debemos añadir como otra conquista la Ley del divorcio y la despenalización del aborto, objetivo este último del movimiento feminista contemporá­ neo en muchas partes y controversial tema de discusión. ¿Cómo se expresaron estas conquistas en la práctica? En 1959, cuando comienza a construirse un Proyecto Social Re­ volucionario, a las mujeres como grupo poblacional las carac­ terizaban los altos índices de analfabetismo, la subescolarización, la discriminación de clase, de raza y de género. Ade­ más, la carencia de una legislación que la amparara en todos sus derechos y le propiciara su participación y acceso a la vida pública, de la que se encontraba mayormente excluida. Baste

decir que en 1953 sólo un 17,1% de la fuerza laboral eran mujeres: la mayor parte en la esfera de los servicios, una parte importante como domésticas. La cubana de entonces se en­ contraba en situación de desventaja económica y educacional, lo que la hacia dependiente del hombre y ésto se expresaba en cualquier clase social aunque por supuesto era mucho más crítico en la mujer pobre y más aún en la negra. El año 1959 significó para las mujeres cubanas el inicio de un proceso gradual; pero sostenido, de grandes transfor­ maciones sociales, aquello que el movimiento feminista se propuso después de tomar conciencia de que el derecho al voto por sí solo no produciría las transformaciones necesarias en la vida de las mujeres.8 En Cuba, a diferencia de otros paí­ ses, este proceso surge no como resultado directo de luchas feministas, sino como consecuencia de un movimiento de grandes transformaciones sociales, eje central del Proyecto Social de la Revolución Cubana, en cuyo marco ideológico quedaba claro la lucha contra todas las formas de discrimina­ ción y desigualdad entre las personas, no importaba su condi­ ción de clase, etnia o sexo. El transformar la condición de subordinación a la que estaba relegada la mujer y llevarla fuera del espacio doméstico, al que estaba confinada históricamente, convirtiéndola no sólo en objeto de las transformaciones sociales, sino también en sujeto de ellas mismas, fue un importante objetivo del Pro­ yecto Social de la Revolución Cubana. Sin dudas una de las campañas más importantes de los primero años fue la alfabeti­ zación, de la que se beneficiaron mujeres y varones, no im­ portaba su edad. Por su parte, para dar continuidad y sostener los resultados de la misma, fue fundam ental la erradicación 8Cf. Valcárcel, A. “El techo de cristal. Los obstáculos para la participación de las Mujeres en el Poder Político” Madrid, Instituo de la Mujer, 1994.

del analfabetismo: se extendieron los servicios educacionales gratuitos a todos los lugares del país con igualdad de acceso para niñas y niños y el establecimiento de la enseñanza obliga­ toria hasta el 9no Grado. Hoy el nivel educacional promedio del país es 9no. Grado y no existen diferencias entre mujeres y hombres al respecto. El acceso de las mujeres a los diferentes niveles educaciones, la estimulación a través de los medios de difusión a su mayor participación social y al desempeño de roles tradicionalmente masculinos, influyó en la rápida y sos­ tenida incorporación de las mujeres a las universidades y a ca­ rreras no tradicionalmente femeninas. Actualmente, 2:296.930 personas se encuentran vincu­ ladas a los diferentes niveles de la Educación y de ellos el 50% son mujeres y niñas, cifra que nos es más favorable en la Enseñanza Técnica y Profesional (76%) y en la Educación Supe­ rior (60,2%), de las cuales 66,4% se encuentran en las carreras médicas, el 65% en las Ciencias Naturales y Matemáticas y el 63,9% en las Económicas, por solo citar algunos ejemplos.9 Todo esto permite explicar el lugar privilegiado de la mujer cubana en la estructura ocupacional del país. Desde el punto de vísta laboral, se demandó la presencia femenina en el m un­ do público, se promulgaron leyes que favorecieron el acceso de la mujer al empleo y se perfeccionaron las regulaciones al respecto. Las mujeres cubanas tienen derecho a acceder a cual­ quier puesto de trabajo para el que se encuentre calificada y percibe por ello igual salario que los varones. Otro aspecto que impacto profundamente la vida de las mujeres fue el desarrollo del Sistema Nacional de Salud, con acceso gratuito para ellas y que desde temprano desarrolló Pro­ gramas que la beneficiaron directamente. Su protagonismo en 9 Cf. Perfil Estadístico de la Mujer Cubana en el Umbral del Siglo XXI, O NE, 1999.

la planificación familiar y el derecho a tomar decisiones sobre sus cuerpos han dado una importante independencia a las cu­ banas y han contribuido consecuentemente a la elevación de su autoestima. A lo anterior, se une la promulgación del Código de la Familia que le brinda igualdad de derechos y deberes a hombres mujeres en lo relativo a la familia y la vida domés­ tica- En nuestra constitución se expresa que la mujer tiene derecho al acceso a todos los cargos y empleos del Estado, de la Administración Pública y de la Producción y Prestación de Servicios. La elaboración de leyes que contemplan los dere­ chos fundamentales de la mujer y propenden el ejercicio de la igualdad facilitó la masiva incorporación de las mujeres al ámbito público a través del empleo o de su acceso masivo a la educación y la calificación laboral. Por solo citar un ejemplo, entre 1965 y 1995 la participación de la mujer en la economía nacional se incrementó de un 15% a un 42,3%. Su presencia en esta fuerza de trabajo ha estado marcada por una movilidad ascendiente en la estructura ocupacional que la ha llevado a tener una presencia significativa en las categorías de técnico, tanto de nivel medio como superior, y ello es el resultado del acceso sostenido a los diferentes niveles de la educación del país. Las mujeres cubanas han sido las mayores beneficiadas con éste, uno de los logros más significativos del Proyecto Social de la Revolución Cubana, ellas constituyen el 64% de la fuerza de trabajo calificada del país y con su presencia en la educación superior, contribuirá a sostener e incrementar su participación en esa categoría. En relación con la salud de las cubanas, debemos decir, que el Ministerio de Salud Pública Cubano cuenta con im­ portantes Programas de Salud que privilegian la mujer como el Programa Materno Infantil, con énfasis en la prevención del cáncer de mama y el cérvico uterino, el Programa de Pre­ vención de Enfermedades Crónicas N o Transmisibles y el Programa de Atención al Adulto Mayor. Especial atención tie­

ne la Salud Sexual, considerada como el bienestar derivado del placer físico, sexual y emocional que se logra a través del ejercicio de la autodeterminación en las relaciones sexuales que se establecen. Los temas de importancia en cuanto a la salud sexual y reproductiva incluyen el derecho esencial de la mujer de asu­ mir el control y tomar decisiones en cuanto a su cuerpo y su sexualidad y se reconoce este derecho como básico para su desarrollo. A partir del triunfo revolucionario se crean numerosas instituciones culturales que promueven nuestra cultura y con­ tribuyen a la formación de nuevas generaciones de artistas. A pesar de todo este rescate de la cultura nacional y la asimila­ ción de la \fonguardia de la cultura en el mundo, en la actua­ lidad la mujer no es predominante en el mundo de la cultura. De los artistas reconocidos por la UNEAC, sólo la cuarta par­ te son mujeres.10Constituye éste un espacio más a conquistar. Todo este proceso ha impactado la conciencia femenina y ha hecho surgir cada vez nuevas necesidades que han reque­ rido cambios progresivos en la legislación cubana para hacer realidad la igualdad de oportunidades para la mujer. Sin em ­ bargo, el acceso de las mujeres a puestos de toma de decisio­ nes no se corresponde con el desarrollo por ella alcanzado y a su lugar en la estructura ocupacional del país. Después del triunfo revolucionario, las mujeres dirigentes han llegado a ser casi la tercera parte del total de los dirigentes del país; sin embargo no son dirigentes de primer nivel en su mayor parte. En los organismos de la administración central del Estado, solo tres mujeres ocupan cargos de Ministras y las viceministras han oscilado entre un 5% y un 9% en este período.11En secto­ 10 Vilasís M. Conferencia en la Cátedra de la Mujer, La Habana, Universidad de La Habana, 1997. " Cf. Ob.dt.

res como la Educación y la Salud, mayoritariamente femeni­ nos en la fuerza de trabajo calificada, las mujeres en cargos de dirección ascienden al 52% y 42% respectivamente, cifras sin dudas altas; pero potencialmente mejorables. En la Adminis­ tración de Justicia, en cambio, nos encontramos que el 49% de los jueces y el 61% de los fiscales, son mujeres. En las elec­ ciones generales de 1998, se produjo un incremento en el nú­ mero de mujeres Delegadas a las Asambleas Provinciales (28,6%) así como en el Parlamento (27,6%). Guba se encuen­ tra en primer lugar en América Latina y entre los 12 primeros países del m undo con mayor representatividad femenina en su Parlamento. A pesar de los avances y logros de las mujeres en estas últimas cuatro décadas, se mantiene una importante contra­ dicción: ha avanzado considerablemente en la conquista del ámbito público y en el ejercicio de derechos fundamentales, pero sigue siendo la protagonista principal del ámbito priva­ do. Tiene aún la máxima responsabilidad en la reproducción de la fuerza de trabajo y es aquí donde con más rigor se ha sentido la crisis económica que nos afecta y que en Cuba se ha dado en llamar Período Especial.12 Las mujeres han buscado alternativas económicas que compensen su salario real, se ha producido una movilidad hacia el sector emergente de la Eco­ nomía, de mejores condiciones de trabajo y mayor remunera­ ción económica. Han pasado, en este sector de la economía, a desempeñar puestos de menor calificación del que ellas po­ seían; ven este paso como transitorio hasta tanto las condicio­ nes del país cambien, según estudios que hemos realizado. N o están dispuestas a renunciar definitivamente a la satisfacción personal que se deriva del ejercicio profesional para el cual se calificaron. 12Se refiere ai bloqueo estadounidense.

Lo anterior indica desde mi punto de vista que el desa­ rrollo que como mujer han alcanzado desde el punto de vista subjetivo, no se ha dañado con la crisis y probablemente re­ sulte ya irreversible. En estudios que hemos realizado acerca del impacto de la crisis y las transformaciones económicas en la subjetividad de la mujer, hemos constatado que no conside­ ran que la crisis haya tenido alguna influencia positiva sobre ellas; pero que como resultado de la búsqueda de alternativas para la solución de múltiples problemas de la vida cotidiana que han enfrentado, ahora son más creativas, organizadas y fuertes. Resulta interesante que las mujeres, no importa la ac­ tividad laboral que desempeñen actualmente, tienen una Re­ presentación Social de la mujer como capaz de hacer cual­ quier función en la sociedad, en dependencia del desarrollo de sus capacidades. Esto habla a f^vor del desarrollo de su au­ toestima, proceso que habíamos constatado previamente y que parece no haberse detenido como resultado de la crisis econó­ mica.13 La mujer cubana: aunque sufre la sobrecarga doméstica, multiplicada por las condiciones en que debe desarrollar esas tareas actualmente, se siente parte del ámbito público y no quieren renunciar a él. Su autoestima no se ha dañado y es lo que les ha permitido enfrentar la crisis, poder identificar m o­ mentos de crecimiento personal como consecuencia de ella y construir proyectos personales de vida vinculados en prim er lugar a su superación profesional y laboral.14

13 Cf. Vasallo, N. “Social Subjectivity o f women. A study o f cuban woraen in Diferent Roles and o f diferent Generation” en Cuba in (he Speáal Period. EU, V. Studies iti íhird World Societies, 1997. HCf. Vasallo, N . “La Mujer cubana ante los cambios económicos; impactos en su subjetividad”, en Hacia una mutación de lo social, Zaragoza, Egido, 1999.

El siglo XX sobre todo en su segunda mitad, significó para las cubanas la adquisición de las conquistas esenciales que las feministas habían alcanzado en el mundo, al menos, en el discurso jurídico; pero que en nuestro caso se materializaron en políticas y se instrumentaron para que llegara de forma masiva a todas. Algo aún por alcanzarse en el resto del mundo. Sin embargo aún queda contar con una mayor participación en los espacios de poder, para lo cual es necesario lograr cam­ bios en el espacio privado, sobre todo en lo relativo a una dis­ tribución más justa y equitativa de los roles domésticos y po­ der traspasar el llamado “techo de cristal”, es decir los obstá­ culos no visibles que le impiden su acceso a puestos de toma de decisiones. Y por supuesto, nos queda seguir participando en la trans­ formación de la Cultura Patriarcal de la que las propias muje­ res también somos portadoras y reproductoras a través de la educación y de lo que no siempre somos conscientes, consti­ tuyéndonos en freno de nuestro propio desarrollo.

DIÁLOGO CON ELVIRA LÓPEZ: EDUCACIÓN DE LAS MUJERES, U N CAMINO HACIA UNA SOCIEDAD MÁS JUSTA María C. Spadaro

(IIEGE, Universidad de Buenos Aires) Hacia fines del siglo XIX hay en la clase dirigente argen­ tina una percepción de cambios producidos a partir de la in­ migración, sin lazos de solidaridad y sin una conciencia de ,pertenencia comunitaria. La Facultad de Filosofía y Letras de­ bía formar educadores e investigadores dentro de una orienta­ ción nacional, priorizando en sus estudios sociales, los fenó­ menos argentinos y convirtiéndose en el centro de produc­ ción del movimiento científico y cultural. Por otro lado surge la necesidad en el ambiente intelec­ tual de establecer algún tipo de canon para los trabajos de in­ vestigación que garantice la seriedad, la profesionalidad y el carácter científico de los mismos. En este marco y como res­ puesta a estos requerimientos se funda en 1896 la Facultad de Filosofía y Letras, en el seno de la Universidad de Buenos Ai­ res. En 1896, año de su creación, se matricularon en la Fa­ cultad 29 alumno/as. Entre ellos, Elvira V López, junto con su hermana Ernestina. Formaron parte de la primera promoción de este claustro académico. Ambas recibieron el título de Doc­ toras en Filosofía y Letras en 1901, apenas cinco años después. Si

bien su sola presencia en este claustro es bastante significativa, lo es aún más el tema de investigación. Su tesis doctoral lleva el título de El movimientofeminista y el de su hermana Ernestina, ¿Existe una literatura propiamente americana? El padrino de la tesis de Elvira fue Rodolfo Rivarola, un prestigioso penalista que a partir de 1904 estuvo totalmente a cargo de las cátedras de Etica y Metafísica. En sus programas destaca dos aspectos deí problema moral. Por un lado, aquél que se informa de una máxima moral para juzgar las acciones y, por otro, el que busca la regla moral en la observación de hechos introduciendo a partir de ellos la síntesis de la conducta: la inducción y la deducción. Fue introductor de I. Kant en nuestra Facultad y convirtió los problemas relacionados con la ética en el motivo central de sus cursos. La tesis doctoral de Elvira exige y merece un acercamien­ to cuidadoso, una lectura abierta, una actitud comprensiva y el abandono de estereotipos. López reflexiona acerca de la si­ tuación de las mujeres, del carácter instrumental de la educa­ ción, del sentido de la historia, entre muchos otros temas vi­ gentes en su época (y en la nuestra). Es capaz de decirnos muchas cosas sobre estos conceptos desde el punto de vísta de 1901, y así nos permite reflexionar sobre la comprensión ac­ tual de estos mismos fenómenos, con una perspectiva dife­ rente, causándonos asombro tanto por las diferencias como por las similitudes entre nuestras respectivas miradas. Sus res­ puestas tienen un tono de tranquilidad y confianza, franca­ mente envidiable. Todo lo que aconteció entre ella y nosotros ha alterado la significación de la mayoría de los conceptos, enmarcándolos en una historia en absoluto distinta. Leer a la Dra. Elvira López significa dialogar entre noso­ tras acerca de nuestra propia historia y con nuestra propia his­ toria. Esta práctica de diálogo público, como dice Nancy Fraser, nos permite conformar nuestra propia voz, condición sine qua

non de la búsqueda de reconocimiento y la constitución de la propia identidad como grupo. El presente trabajo no pretende, en primera instancia, ser una investigación sobre una mujer ilustre o excepcional, ni sobre el feminismo a principios de siglo, ni tampoco sobre la situación de la mujer en la Universidad. Es más bien una reflexión sobre nosotras mismas, en tanto que intelectuales del feminismo y que hacemos teoría de género. Pretende ser, básicamente, una reflexión sobre la actividad teórica y, más específicamente, académica que hemos estado llevando a cabo. Luego de un primer acercamiento, fascinante, tanto a la figura como al texto se produce, como dice Seyla Benhabib en un trabajo sobre H. Arendt un diálogo a través del tiempo, lasgene­ raciones y las perspectivas.15 Retomando a Gadamer, Benhabib nos habla de una "fusión de horizontes”, cuya práctica debe guiarnos en el tratamiento de textos del pasado. En mi expe­ riencia con Elvira López, esta fusión de horizontes es un pro­ ceso lento, que no ha terminado, con distintas etapas, niveles de acercamiento y temáticas diversas. Este “diálogo” amistoso siempre descubre ángulos nuevos de ambas situaciones. El ejercicio de esta práctica incluye una dimensión his­ tórica, que le da algo así como espesor a la experiencia que llevamos adelante (sobre todo a la perspectiva filosófica que a veces es demasiado etérea). Mary Nash nos propone pasar de la invisibilidad a la presencia de la mujer en la historia. En este sentido, el primer escollo con que nos encontramos es que apenas hay constancia de la presencia femenina en el proceso histórico; donde no figuran como agentes del cambio. Este es sólo el primero de una larga lista de inconvenientes con que nos topamos al querer recuperar la historia de las mujeres. 15 Benhabib, S. “La paria y su sombra: sobre ía invísibiiidad de las mujeres en la filosofía de Hannah Arendt” RJFP, 1993,2.

Esta invisibilidad nos complica mucho en nuestro trabajo, hasta tal punto las mujeres no figuran como agente del cambio his­ tórico: simplemente no figuran. Requiere un gran esfuerzo encontrar datos personales, porque en primera instancia no fueron registrados. A esto se suma un problema extendido de nuestra sociedad, con su propia historia, algo así como un com­ plejo de Ave Fénix. Quizás nos guste pensar que renacemos continuamente de nuestras cenizas aunque más bien parece que solo conseguimos chamuscarnos seguido. Las investigadoras dentro de la disciplina histórica desa™ rrollan continuamente nuevos marcos conceptuales, renue­ van metodologías, se orientan en la búsqueda de nuevas fuen­ tes y documentaciones que sin duda traerán el replanteamien­ to de las tesis históricas tradicionales a partir de esté nuevo bagaje conceptual y metodológico.16 Con todas las limitaciones de este diálogo, Elvira López, con su sola presencia nos está diciendo y demostrando que la institución de los Estudios de la M ujer es tan antiguo como la Facultad, que las mujeres hemos hecho filosofía desde un co™ mienzo en este marco académico. Y también da cuenta del alto nivel que supo alcanzar desde el principio. Nuestras raí­ ces son profundas y firmes. Al releer la tesis de Elvira López aparecen una cantidad enorme de conexiones, muchas de las cuales nos acercan de manera impensada, mientras que otras nos alejan dramática­ mente. Nos hemos enfrentado con problemas compartidos, tanto históricos como conceptuales. Se pueden rastrear en ella muchas de nuestras preguntas. Pero resulta envidiable del tono de sus respuestas, su tranquilidad y su confianza en el futuro. La tesis de Elvira López tiene, básicamente, un carácter teórico, y de hecho se encuentra con las dificultades propias 16Idem, p. 11.

de un texto de ese tipo. La obra de López es una reflexión teórica, que no dudaríamos en incluir en los Estudios de Teo­ ría de Género, con una marcada dimensión interdisciplinaria. (No olvidemos que toda su reflexión se realiza todavía en una época en que las disciplinas no estaban totalmente estructuradas dentro del marco académico). En cuanto a los temas que nos plantea, ya en la primera página de la tesis de López nos aclara el panorama conflictivo que rodea al feminismo (tanto alrededor del 1900 como del 2000). No falta quien diga que elfeminismo pretende la igualdad de los sexos, lo cual es absurdo si se piensa que igualdad en este caso significa identidad, pero muy justo si se reconoce como expresión de equivalend a f7Vemos que López ya registra el conflicto de sentidos en que puede entenderse la igualdad, y cómo algunos de ellos deben dejarse de lado de manera absoluta. Digamos con Legouvé —agrega más adelante—: nadie pretende asimilar la mujer al hombre; este sería el medio más seguro de esclavizarla, pues un ser colocadofuera de su natural esfera es necesariamente inferior y por consiguiente está avasallado. 18 López registró muy bien hace más de un siglo que la problemática del feminismo gira en torno al concepto de igualdad, pero, al modo de Lorraine Code, considera que la igualdad entre los sexos, que plantea como una meta de una sociedad más justa, sólo puede comprenderse de un modo complejo, conservando algunos significados de la igualdad y rechazando otros.19 17López, E.V. Eí movimientofeminista, Buenos Aires, Imprenta Mariano Moreno, 1901, p.15. !8 ibidem. 19 Code, L. “Simple Equality is not enough” Atistraíasian Jottrnai of Phiíosophy, Suplemento del vol. 64, 1986.

Precisamente el respeto por esa diferencia entre varones y mujeres es el fundamento del reclamo moral que hace el feminismo: Ese movimiento no pretende trastornar el mundo sino introducir mayor equidad en las relaciones sociales y mejorar la suerte de la mujer y el niño. Por eso se ha dicho con razón que elfeminsimo envuelve un problema dejusticia y de humanidad.20Ella misma nos dice, con palabras que parecen estar muy cerca de nuestra épo­ ca, que de lo que se trata es de realizar esta obra de justicia distributiva, casi con cpnceptos rawlsianos.21 El feminismo es una necesidad, un resultadofatal de la ley de la evolución y las crisis económicas del siglo.22 Ella misma es testigo de muchos cambios, que interpreta como pertenecientes a la dinámica de la histo­ ria misma, porque cuando habla de una sociedad más justa remite a la sociedad del futuro: En el siglo que comienza la mujer recorrerá seguramente las jornadas que lefaltan, porque la evolución femenina es irresistible y se manifiesta ya en todas partes, aunque no del mismo modo, ni ha llegado en todos los países a igual altura. López busca mostrar los problemas que trae esta evolución del mo­ vimiento y de las reformas que se imponen para acompañarlo, haciendo un análisis exhaustivo del estado de la cuestión (si­ guiendo e imponiendo a la vez las normas de elaboración de una tesis académica, que en la Facultad se explicitan con pos­ terioridad). Plantea como necesario un análisis teórico serio que permita hacer frente a las dificultades conceptuales que ella detecta con mucha lucidez en ese proceso de evolución. El camino está trazado; sólo hay que saber acompañarlo. Aquí es donde aparece la educación como eje de la estrategia. El tema de la educación ha sido encarado por la mayor parte de las reflexiones de género, de un modo u otro. Las feminis­ 20 Idem, p. 16. 21 Idem, p. 17. 22 Idem. p. 16.

tas han sostenido que ha sido la falta de acceso a la educación formal la mayor causa de perpetuación de desigualdades; o tam­ bién que la educación recibida por las mujeres es la fuente de esa perpetuación; o también que una nueva educación será lo que pueda promover el cambio en esa situación de desigual­ dad. Todavía hay mucho para decir sobre el tema, en tanto la situación más que resolverse se ha desplazado. La desigualdad en la educación se ha trasladado del problema del acceso a la problemática de los contenidos y las metodologías. Lo cierto es que la marcha del progreso se veía en todos los ámbitos. La situación de las mujeres había sido muy desgraciada, pero, de hecho, estaba cambiando positivamente, y nada ni nadie po­ dría frenar ese avance. Cierto es también que-eran años de crisis. Pero la superación de la crisis trae una situación mejor. No había por qué temer. La raza humana estaba mejorando, sin lugar a dudas. Hasta en su dimensión física se observaban en la época cambios positivos, como las leyes de la eugenesia registraban,23 La educación había jugado el papel principal en este avan­ ce destruyendo la ignorancia y con ella la barbarie. Había lle­ vado a la humanidad hasta donde estaba y sería la educación la que convertiría esta nueva crisis en el momento más positivo de la historia. Pero las concepciones que habían servido como marco conceptual hasta el momento, debían ser modificadas. No alcanzan para los nuevos pasos que debía dar la humani­ dad. El espíritu intelectual de principios del siglo XX en Bue­ nos Aires ejercía su función crítica y sin duda la educación se encontraba en el foco de sus reflexiones. Muchos de esos in­ telectuales, como Rodolfo Rivarola, estaban ya imaginando una 23 Se entiende por eugenesia la aplicación de las leyes de la herencia al perfec­ cionamiento de la especie humana.

amplia reforma educativa, dentro de un marco ético, que no se haría esperar. La educación no podría estar atada a políticas partidistas y, en consecuencia, circunstanciales. En todo caso, había de seguir la dirección política de la Historia misma, más allá de los vaivenes históricos. Precisamente los intelectuales, desde su posición crítica, debían esclarecer los grandes linca­ mientos de la educación. Sólo ellos se consideraban capaces de traducir en políticas educativas concretas la dirección que había marcado, de modo irreversible, la historia. Es en este marco de reformas con vistas a un mejoramiento de tipo ético que los movimientos feministas buscan introducir mayor equi­ dad en las nuevas relaciones sociales establecidas: El aumento de la población, los rigores de la lucha por la vida y la crisis matrimonial que se produce en algunos países de Europa, obli­ gan a la mujer a buscarse nuevos horizontes y a no contar mas que con sus propias fuerzas: de aquí ese movimiento que no pretende trastornar el mundo, sino introducir mayor equidad en las relaciones sociales y mejorar la suerte de la mujer y del niño. Por eso se ha dicho con razón que elfeminismo envuelve un problema dejusticia y de humanidad./.../24Puesto que en el estado de la sociedad actual es necesario que la mujer trabaje, hay que facilitarle la tarea abriéndole nuevas vías en vez de ponerle trabas.25 Para Elvira López la educación es el instrumento más importante de cambio que ha movido y mueve la historia. Res­ pecto de la situación de las mujeres y su historia, es además imprescindible y urgente: Si la mayor parte de las mujeres son ineptas, lo cual no es culpa suya sino de la educación que recibieron, hay otras que son capaces de desempeñar con honra y provecho una profesión viril.26 24 Ib ¡áem. 25Idem. p. 99. 26Idem, p. 98.

La primera y más importante función que cumple la edu­ cación es, entonces, moral: El secreto de muchas caídas esta ahí (en lafalta de educación) F Y agrega: La mujer es naturalmente débil, la instrucción es quien debe darlefuerzas; el ejército de las pecadoras se recluta entre las mas igno­ rantes, pues en uno como en otro sexo, es muy raro que a una superior cultura no vaya unida una moralidad también mayor28 Sin educación, la mujer se transforma en una “niña gran­ de” que tampoco resulta buena en sus roles tradicionales.de esposa y madre, por los cambios sociales que se han operado. Además, una mujer instruida contará con mayores rescursos para enfrentar la miseria, que, por otra parte, desencadena tam­ bién debilidad moral: La condición de esposa y madre es accidental /.../ Las jóvenes necesitan recibir una educación tal que les permita revelar susfacultades especiales, y a las que no son ricas, elegir una carrera para ponerse, llegado el caso, al abrigo de la miseria.2* Sólo la educación puede permitirle a la mujer la incor­ poración a lo que hoy llamaríamos “esfera pública”; sólo así el hombre podría aceptarla como a una igual y no si se mantiene en la “frivolidad” de la que nos habla Elvira López, segura­ mente refiriéndose a las mujeres de determinado estrato so­ cial alto, del que ella es particularmente muy crítica. Hoy que todos aspiran a vivir como ciudadanos libres y que la sociedad necesita de la cooperación de todas lasfuerzas sociales, la mujer necesita también extender su esfera de acción. /.../ Como esposa y como 27Idem, p. 71. 28Idem, p. 73. N o olvidemos que a fines del siglo XIX es muy grande la preocu­ pación que hay en Buenos Aires en torno al tema de la prostitución, pues había acarreado problemas en las relaciones internacionales. C£ Guy, D. El sexo peli­ groso, Buenos Aires, Sudamericana, 1991. 29Idem. p. 87.

hija la mujer tienen hoy influencia socialpero no tiene virtudes sociales /.../Su acción y su influencia deben ir más allá. /.../ La mujer debe ser educada de manera que pueda intervenir más eficazmente en beneficio de la sociedad.20 En estos textos, la autora nos está planteando la necesi­ dad de preparar a las mujeres para su participación en esa esfe­ ra pública a la que había permanecido extraña. Las mujeres habían influido en esta esfera (la famosa influencia detrás de bambalinas de la que tanto nos ha hablado Celia Amorós), pero de manera indirecta, por influencia sobre sus maridos, hijos, hermanos o padres. Pero para intervenir desde dentro de la esfera pública hay que seguir reglas diferentes, que ellas deben aprender, a través de la educación. La educación va a permitir­ les formarse en la vitud pública propia de esa esfera pública. (De hecho esta es una práctica que ella misma lleva adelante dentro de los grupos feministas en los que participa activa­ mente, y en su inserción en el campo académico, con su doc­ torado y los numerosos artículos que publicó sobre ética en prestigiosas revistas intelectuales de la época). Para Elvira López es muy importnate el camino en la educación de las mujeres, lo que la lleva a elaborar un esque­ ma de propuesta educativa. Tanto para su propio beneficio como para el beneficio de la sociedad en su conjunto: La refor­ ma de la educaciónfemenina puede transformar, por la acción de las mujeres, la sociedad.31 Pero, ¿cuáles son los cambios que Elvira López, en 1901, pone como fundamentales? En primer lugar, cuando ella ha­ bla de educación se refiere a una educación generalizada y no sólo para las mujeres de las clases privilegiadas. También debe ser radical y abarcar todos los niveles educativos: La reforma que se impone en la educación de las mujeres deberá empezar por las 30Idem. p. 80, 81 y 82. 31 Idem. p. 83.

escuelas primarias de niñas a donde todas concurren32 Pero ella nos habla de “escuelas de niñas” particularmente porque los estu­ dios deben ser específicos para las mujeres, por lo menos en la formación básica. Aquí ya está insinuado el hecho de que no alcanza sólo el acceso a la educación sino que hay que revisar los contenidos mismos, y establecer nuevas curricula, nos seña­ la López en su tesis. Aquí vuelve a aparecer la tensión “igual­ dad-diferencia”, que señalamos anteriormente, y que no pue­ de soslayarse: Seria conveniente que los programas se hiciesen más femeninos.33 La educación debe responder a las posibilidades y a las necesidades reales de las mujeres concretas. Debe in­ cluir, por ejemplo, pedagogía, el arte de educar, para formar el carácter de sus hijos. También debe recibir conocimientos de higiene “esa moral física”. Esto último tiene que ver, segura­ mente, con las políticas promovidas en la época por parte de los que se conocen como médicos higienistas: Otros programas, como el de historia, por ejemplo, deberán también tener ese sellofeme­ nino. La historia que se enseña no menciona para nada a la mujer.34 Este es otro problema que las historiadoras femenistas actua­ les también encaran, como puede verse en la aparición recien­ te de las Historia de las mujeres. Además, Debe dárseles también nociones de derecho < por­ que > no conocen sus derechos35Este es un punto sobre el cual se encuentran trabajando en la actualidad muchas organizacio­ nes gubernamentales y no gubernamentales. Educar a las mu­ jeres en estos conocimientos implica darles un instrumento fundamental para que ellas mismas hagan valer sus derechos en la sociedad. Caso contrario, los mismos pierden su verda­ dero objetivo. 32 Ibtdem. 33 Ibidem. 34 Idem. p. 81. 35Idem. p. 85.

El pensamiento que está expresando Elvira López es bas­ tante diferente a lo que conocemos como pensamiento “utó­ pico”. Ese futuro ideal iba a llegar sin lugar a dudas (repito: por lo menos en el texto de su tesis) devendría real, y era deber de la educación facilitar y acompañar su llegada. Vemos una seguridad “casi” positivista en el progreso, que las crisis políti­ cas sólo podían confirmar. Respecto a la situación de las muje­ res Elvira López nos dice (repito): En él siglo que comienza, la mujer recorrerá seguramente lasjornadas que lefaltan, por que la situa­ ciónfemenina es irresistible y se manifiesta ya en todas partes, aunque no del mismo modo, ni ha llegado en todos los países a igual altura. Hace un recorrido pormenorizado de la situación de las m u­ jeres en las diversas épocas históricas y en los diferentes paí­ ses: pueblos primitivos, antiguos egipcios, germanos, japone­ ses, chinos, musulmanes, etc. Luego en un segundo capítulo analiza la época de los griegos, de los romanos, los primeros siglos del cristianismo, la edad media y la moderna. Además de establecer cierto espíritu enciclopedista, por otra parte ne­ cesario en una tesis de 1901, este recorrido histórico-geográfi­ co resulta el marco imprescindible de la seguridad que ella muestra en la marcha de la humanidad. Su pensamiento está comprendido, así, en el marco de cierta concepción de la His­ toria, una Filosofía de la Historia. El pensamiento de Elvira López no se plantea como “utó­ pico”, si se entiende por “utópico” aquello que no está en nin­ gún lugar. Si “se llama utópico a todo ideal especialmente de la sociedad humana que se supone máximamente deseable, pero que muchas veces se considera inalcanzable” el pensa­ miento de Elvira López en su tesis El movimiento feminista es menos utópico aún.36 En 1911, López escribe un artículo que 36 Según define el Diccionario de Filosofía de J, Ferrater Mora. Madrid, Alianza, 1981.

se publica en la Rei/ista Argentina de Ciencias Políticas. En él plantea que: lajuventud actual debe proponerse ideales generosos y guardarles fidelidad cueste lo que cueste. Hay que cultivar el ideal, no avergonzarse de soñar.., 37 La crítica que se le hace a la utopía debe oponerse a la Realpolitik o política realista. N o puede alcanzar a nuestra pensadora porque ella está pensando precisamente en esa po­ lítica realista. Ella y otros muchos intelectuales de la época buscan elaborar reformas absolutamente concretas y tangibles. Trabajan sobre la constitución real de una sociedad y de un país, para la que Ja Reforma Educativa es un eje central. No están pensando en un modelo utópico, sino en un concreto plan de reformas. U n pensamiento utópico puede crear condiciones para la reforma social y de ese modo se convierte en real, deja de ser utópico. Ahora bien, si comparamos la reflexión de Elvira López con el tono de la que hacemos hoy día, el camino pare­ ce más bien invertido: lo que era tan real para Elvira López ha devenido utópico a los ojos de nuestra generación. López no necesitaba de utopías. La reforma era suficiente. Hoy, a la teo­ ría de género no le alcanza la reforma, sino que necesita preci­ samente de utopías. Luego de leer esta tesis, El movimientofeminista de Elvira López, siento una profunda nostalgia de tanta certeza. Nostal­ gia por la “protección” de una historia contenedora, casi maternal. López podía plantearse una transformación social de acuerdo al potencial implícito en su situación presente. Hoy la historia es un orfanato, muchas veces gris, triste y lleno de basura, sin fecha de salida. Aquí exactamente donde estamos debem os intentar todo. N o hay un paraíso prom etido, enraizado en esta realidad. Nuestro futuro no está “seguro” como el de Elvira López, en su tesis de doctorado. (En reali­ 37 López, E. “Cultivemos el ideal” Revista Argentina de Ciencias Políticas, 1911.

dad tampoco lo estaba el de ella, sólo que en. 1901 no lo sabía, aunque en el artículo que mencionamos parece mostrarse ya menos segura del futuro). Perdimos la garantía de ese andar histórico, unitario, lineal, sólido que crecía como un árbol. El mundo aparecía como un hogar amistoso, aunque no del todo conocido. Hoy nuestra realidad ha perdido continuidad, uni­ dad y seguridad. Este hecho se registra a nivel teórico en la temática recurrente de las posiciones consideradas posmodernas. Nada nos dice hoy cómo será este hogar nuestro ma­ ñana. Parece no haber ningún proceso objetivo, que se pre­ sente como necesario, que la educación deba acompañar, como podía afirmar Elvira López respecto a la situación de las muje­ res. El avance imparable de la historia era, para ella, sostenido, y aún impulsado por la educación. Hoy esa historia ya no exis­ te. Sin embargo, quizás no podamos renunciar totalmente a las utopías. La denuncia de injusticia de una situación social sólo puede hacerse mediante la constatación de un modelo, proyecto o realidad diferente proyectado en el futuro.38 Quizá la utopía no sea sólo aquello que no tiene lugar, sino aquello que aún no se ve, pero que podemos hacer aparecer por nue­ vas resignificaciones, que puedan articularse prefigurando mo­ dos de amistad, solidaridad y buena vida, enfatizando el surgi­ miento de necesidades, relaciones sociales y modos de asocia­ ción nuevos, como dice Benhabib. Aquello que está escondi­ do en nuestro corazón, en nuestras ideas y en nuestras necesi­ dades, más que en modelos normativos.

38 Santa Cruz, M.I. “Actualidad del tema del hombre: los estudios de la mujer” Revista Latinoamericana de Filosofía, vol. XX.2, 1994.

EL FEMINISMO COMPENSATORIO DE CARLOS VAZ FERREIRA Amy A. Oliver

(American University) Cualquier discusión internacional del feminismo en América Latina tiene como tarea combatir el argumento de que el feminismo es una ideología extranjera en la región, importada de Europa o de Estados Unidos de Norteamérica. Cabe recalcar, sin embargo, que América Latina no carece de teorías feministas autóctonas, y que ha habido muchas a. lo largo de su historia* Estas, en parte, son las responsables del hecho de que hoy en día el pensamiento feminista latinoame­ ricano tiene mucho que aportar tanto al discurso feminista global como al de muchas otras regiones. Si comenzamos por el siglo XVII, el pensamiento de Sor Juana Inés de la Cruz (1651-1695) tiene cierta naturaleza que hoy podríamos llamar feminista. En su famosa Repuesta a SorPilotea, al defender de manera tan brillante y potente su derecho a saber y a estudiar, nos defiende al mismo tiempo a todas nosotras. Asi­ mismo, podríamos mencionar a muchas destacadas feminis­ tas a lo largo de los siglos, desde Teresa de la Parra (1889-1936) a Rosario Castellanos (1925-1974). Pero quizá sea de mayor importancia señalar el hecho, menos conocido y tal vez más sorprendente, de que el feminismo en América Latina es una filosofía elaborada no sólo por mujeres sino también por va­ rones. En América Latina feminismo no es, por tanto, una mera ideología nórdica importada sino un desarrollo autóctono.

En la primera mitad del siglo XX, por ejemplo, el filóso­ fo uruguayo Carlos Vaz Ferreira (1872-1958) emprendió un serio estudio sobre el feminismo.39En Montevideo, entre 1914 y 1922, dio una serie de conferencias que más tarde, en 1933, se publicaron bajo el título Sobre feminismo. Si la obra tardó tanto en publicarse, se debió a que el servicio taquigráfico de la Universidad había estado suspendido durante años, pero el libro influyó notablemente en la segunda decada del siglo XX. En Sobre elfeminismo, Vaz Ferreira analiza tres facetas del femi­ nismo: el antifeminismo, “el feminismo de la igualdad” y “el feminismo de compensación”. Vaz Ferreira examina los problemas, los obstáculos y los dilemas de cada posición. Según Vaz Ferreira, el feminismo de igualdad se equivoca al no tomar en cuenta las diferencias materiales entre los sexos, paradigmáticamente, las biológicas. Por eso es partidario de lo que denomina “feminismo de la compensación” en la creencia que la sociedad debe reconocer las diferencias biológicas y compensarle a la mujer “desventa­ jas” tales como el embarazo. Vaz Ferreira propone una teoría feminista moderada desde nuestra perspectiva actual, pero fue bastante radical para su época ya que apoyaba el derecho in­ condicional de las mujeres al divorcio y al voto, y fundamentó varios cambios sociales de tipo feminista en Uruguay y otros países. De hecho, las sufragistas uruguayas ganaron el voto precisamente en 1933.4ÜEn Sobre elfeminismo, Vaz Ferreira co3Í>Carlos Vaz Ferreira, Sobrefeminismo, voJ. 9 de las-Obras de Carlos Vaz Ferreira, Montevideo, Impresora Uruguaya, 1957. Salieron ediciones subsiguientes de Sobre Feminismo en 1945, 1957 y 1963. Como era de esperar, los críticos de Vaz Ferreira han prestado mucha más atención a los otros 18 tomos de sus Obras como Lógica viva, Moral para intelectuales y Fertnentario. 40 Uruguay es el segundo país latinoamericano en otorgar el sufragio después del Ecuador en 1929.

menta incluso el problema del aborto y la injusta costumbre de que las mujeres deban agregar el “de5* con el apellido del marido al casarse. Las reflexiones feministas de V&z Ferreira, entre 1914 y 1922, tienen cierta importancia histórica, porque muestran que el feminismo en América Latina cuenta con una filosofía que lo sustenta desde hace por lo menos unos noventa años. Es decir, en América Latina existen núcleos de pensamiento crítico, agudo y progresista sobre el tema, no sólo en manos de las mujeres, sino también de los varones. Podemos agregar también que el pensamiento feminista de Carlos Vaz Ferreira no tiene la difusión que se merece. En general, Sobre elfeminismo sigue siendo una obra poco difundida y relativamente desco­ nocida en ciertos círculos militantes en los que, sin embargo, priman análisis de origen norteamericano y noreuropeo, so­ bre la condición humana en general y sobre la de la mujer en particular. Por ejemplo, La sujeción de la mujer (The Subjection of Women, 1869) de John Stuart Mili es mucho más conocida que Sobre elfeminismo.41 Con respecto al problema de la justi­ cia, la fecha temprana de Sobre elfeminismo también es signifi­ cativa, ya que las teorías anglosajonas generalmente han omi­ tido la situación de la mujer dentro de la familia, como un problema propio de una teoría de justicia.42John Rawls, por ejemplo, en su conocido libro A Theory ofjustice no incluye ese problema.43 Las teorías de justicia que explícitamente se acer41 Cf. p.e Mili, J.S y Taylor, H. La igualdad de tos sexos, Madrid, Guadarrama, 1973; Camps, V. (comp.) Ensayos sobre la igualdad de los sexos de J. Stuart Mili y H.Taylor MilU Madrid, Mínimo Tránsito, 20001 42 Cf., por ejemplo, Susan Moller Okin,Justke, Gender, and the Family, Basic Books, 1992. 43 Rawls, J. A Theory ofjustice, Boston, Harvard University Press, 1971. Traduc­ ción castellana, Teoría deJusticia, México, F.C.E., 1979 y reeds. Cf. también, Agrá Romero, M.X. J. Rawls: el sentido de ¡aJusticia en una sociedad democrática, Univer­ sidad de Santiago de Compostela, 1985.

can a la problemática familiar no se publican en los Estados Unidos hasta mucho más tarde y son específicamente plan­ teadas por mujeres. Sobre elfeminismo esmn análisis de la situación social de las mujeres “de carne y hueso” frente a la problemática polé­ mica entre “feminismo” y “antifeminismo”. Vaz Ferreira ex­ plica que esos términos feminismo’ y *antifeminismo\ feminista’ y eló a reconocer tales diferencias para poder elaborar una línea en común. Se estableció la necesidad de replantear la relación entre género, clase y etnia, así como la de estructurar un pr9yecto feminista amplio que incluyera a toda la sociedad. En la década de los noventa el movimiento feminista dirige sus estrategias a ampliar la comunicación con las mujeres del campo político y del académico. Para esto se organizan foros de discusión a los que asisten militantes de los partidos, de las organizaciones populares y de las universidades.122 Se organiza la Convención Nacional por la Democracia y se reúnen las precandidatas a la Convención con mujeres del campo académico para discutir sus estrategias en torno a la lucha política. También se planea alcanzar un mayor grado de profesionalidad para poder incidir en el campo político. 122 Los foros organizados por la revista Debate Feminista pretendían establecer “un puente entre el trabajo académico y el político, que contribuya a la investigación y la teoría feministas, dentro y fuera de las instituciones académicas” C f Lamas (199), 1; T Uñón (1997), 63.

En el foro de discusión organizado por Debate Feminista en junio de 1991, titulado ¿De quién, es ía política?, la crisis dé representación de los intereses de las mujeres en la contienda electoral está documentada en el intento por establecer alianzas con las militantes de los partidos políticos y las mujeres de los movimientos populares. Aquí se constata nuevamente la necesidad de elaborar un proyecto orgánico de carácter universal para salir de la esquina particularista y se señala la necesidad de entender a la perspectiva feminista como un paite de la totalidad del planteamiento; jas representantes de los partidos políticos articulan perspectivas de carácter estratégico y dem andan del feminismo un proyecto concreto con perspectivas de implementación claras, así como la aptitud de establecer alianzas con diversos actores sociales independien­ temente de compartir todas sus posiciones.123 Las represen­ tantes de los movimientos de base intentan encontrar una solución al dilema de cómo hacer política con las mujeres de las clases populares,-es decir, cómo articular las demandas del feminismo en el marco de las necesidades económicas y sociales de las mujeres de la base, pero no encuentran ningún eco en la fracción de las feministas autónomas que insisten en poseer el monopolio sobre la definición del feminismo. Partiendo de la diferencia sexual pretenden elaborar un proyecto para “mejorar la posición de las mujeres en el orden social y político exis­ tente” al mismo tiempo que aspiran a construir un orden social

123 Beatriz Paredes, que entonces era gobernadora del Estado de Tlaxcala por el PRI considera que ía Convención Nacional de Mujeres fracasó en sus objetivos por haber reducido la discusión a las divergencias cíe los grupos feministas y no a las plataformas políticas de los partidos (1991,38). Cf. ¿De quién es la política? (1991), 12-15.

nuevo.124 La solución que se ofrece desde este feminismo implica la elaboración de un “contrato social femenino” que permitirá a las mujeres establecer lazos de confianza y reconocer liderazgos en base a la profesionalidad y la competencia. Este debate muestra los obstáculos que se enfrentan para poder insertarse en el campo político y negociar alianzas con los movimientos de base.125 Las posturas conceptuales en torno a la definición de la diferencia sexual y del feminismo, la dificultad de desarrollar posiciones críticas frente^a la cultura política masculina y de abandonar los espacios cerrados de autoafirmación así como la pluralidad de intereses de los grupos feministas y de los partidos políticos que se contradicen, llevan durante la Convención a establecer un consenso mínimo y a dejar de lado la discusión én torno a la democracia de género y al desarrollo de una plataforma política feminista.126 Así, el feminismo autónomo se queda defendiendo propuestas alejadas de la conflictiva social de las mayorías. Como no tiene claridad sobre su propio papel como movimiento social, al intentar dar el salto hacia convertirse en un movimiento político no logra elaborar una posición Coherente y hegemó124 La diferencia sexual es entendida como el elemento estructurante de lo psíquico que es independiente de los procesos sociales y es pensada en base a un determinismo psíquico lacaniano. Esta concepción no permite pensar a lo psíquico como social, cultural, histórico y por lo tanto transformable. El rechazar al factor social como un factor determinante de lo psíquico (Lamas 1994, 18) imposibilita el desarrollo teórico y conceptual de la relación entre el sexo, el género y las clases y entre el sexo, la clase y lo simbólico. Idem, p. 64 y ss. 125N o es de extrañar entonces que justamente en el momento en que las feministas se organizan en la Convención Nacional de Mujeres por la Democracia para participar en las elecciones de la LV Legislatura en 1991 obtengan el peor resultado: sólo 6 mujeres ganan un puesto de los 598 por los que se compite, y de estas 6 sólo 3 mujeres participaron en la Convención. Cf. Lovera (1991), 245-253. !2r>Lovera (1991), 257-258; Bedregal (1991), 259-260.

nica, por lo que su acción se focaliza en ciertos espacios y se orienta cada vez más a la profesionalización y eficiencia dentro de los espacios tradicionales de la política, alejándose de las metas emancipadoras que originalmente había defendido. Si hacemos un balance de los últimos treinta años del movimiento feminista mexicano podemos constatar una serie de avances positivos de gran significación y que son comparables a los éxitos alcanzados por el movimiento feminista a nivel internacional. El feminismo ha adquirido presencia en los espacios públicos y ha podido con esto articular discursivamente sus demandas de género a nivel local, nacional e internacional. Gracias a sus intervenciones en el campo político, a través de reformas legales, proyectos para implementar políticas públicas y trabajo dentro de las O N G ’s ha logrado politizar las cuestiones de género y darles con esto un alto grado de legitimidad, al mismo tiempo que ha contribuido a institu­ cionalizar ciertas formas de autonomía frente al Estado, los partidos políticos y otros actores sociales. También ha trans­ formado el discurso político y cultural alcanzando con esto una aceptación social muy amplia para las políticas de género. A raíz de impulsar el proceso de democratización en los últimos años, ha logrado introducir a la agenda de la democracia la justicia de género así como ampliar los derechos políticos, sociales y civiles de las mujeres. La sociedad ha empezado a reconocer la discri­ minación de las mujeres en las distintas esferas del trabajo, la política, la familia, la cultura y las relaciones entre los géneros como un problema que ya no puede aplazar su solución. A través de la institúcionalización y profesionalización-del movimiento, el feminismo ha adquirido reconocimiento, fuerza y legitimidad a nivel local, regional y transnacional adquiriendo así la capacidad de conformar políticas nacionales y globales apoyándose en la intemacionalización de ías políticas de género y en la institucionalización de los Estudios de Género en las Universidades.

, Por otra parte, la trayectoria seguida por el movimiento feminista en las últimas tres décadas ha generado una serie de problemas que hay que enfrentar críticamente para poder desarrollar perspectivas emancipadoras nuevas. La colaboración de las activistas feministas con los partidos políticos, las instituciones estatales, las O N G ’s y las organizaciones intergubernamentales han repercutido negativamente en la legitimidad de los grupos feministas autónomos, así como en la representatividad del líjovimiento y en su relación con los otros movimientos sociales. La profesionalización de los grupos feministas militantes corrio resultado del {mandamiento de las O N G ’s, la institucioiialización de los estudios de género y la Consolidación en círculos políticos oficiales de activistas que defienden las políticas de género, ha conducido a privilegiar no sólo estrategias y espacios políticos de intervención, que se abocan primordialmente a transformar discursos y representa­ ciones de género, sino también a producir una “tecnocracia de género” que cada vez se especializa más en la implementación de procesos dejando de ládo las estrategias y los espacios que favorecen procesos de concientización, empoderamiento y transformación social y económica.127 El movimiento feminista no ha logrado hasta ahora establecer una mediación entre los intereses prácticos de género de los movimientos sociales y los intereses estratégicos de género que defienden las feministas autónomas. Por eso es que la distancia entre las mujeres de los movimientos de base y las profesionistas del feminismo se ha ido haciendo cada vez más grande y sus conflictos se han vuelto inconciliables. Én este contexto había que preguntar si realmente los intereses prácticos excluyen a los de género o están contrapuestos como ,27 Aivarez (1997), 161; Fischer (2000), 271, Wichterich (2001).

afirman algunas defensoras del feminismo autónomo. A pesar de los grandes logros del feminismo en México este no ha llevado a las mujeres a ocupar puestos de dirigencia ni en los partidos, ni en el Estado, ni en la academia.128 Sigue consta­ tándose una exclusión masiva de las mujeres del campo político estatal a nivel local y nacional, así como una marginación de los procesos de democratización al reducir la competencia feminista a cuestiones exclusivas de género despolitizándolas y convirtiéndolas en herramientas para resolver problemas sociales. Esta tendencia de separar la democracia del género o la política del género se observa cada vez más en las organizaciones internacionales que otorgan fondos a las ONG’s de mujeres o que pretenden apoyar los procesos de democra­ tización a nivel nacional. El movimiento tendría entonces que recuperar el significado de su autonomía y recrear el sentido del feminismo como movimiento social. Esto implicaría constituirse como un actor dentro de la sociedad civil, asumiendo un carácter orgánico para movilizar a las bases y conformar los frentes de protesta frente al Estado neoliberal y a la globalización. La participación política tendría que evitar la marginación de las mujeres de los movimientos populares, así como respetar las formas de organización autónomas de ios diversos feminismos y canalizar la diversidad de intereses hacia una propuesta de género global, sin perder de vísta que tal propuesta, sólo puede ser hegemónica, si esta abierta a una pluralidad de identidades políticas. A nivel teórico y conceptual el feminismo necesita pensar la relación de lo simbólico o cultural con el género pero 128 Aspe Bernal y Palomar Verea (2000), 241 muestran en su análisis sobre representación política y género cómo el porcentaje de legisladoras en la Cámara de Diputados en México sólo ha aumentado de 5.06% a 16.2% entre 1961 y

2000.

partiendo de las condiciones materiales de producción y reproducción de la vida para poder plantear un proyecto crítico de transformación de la sociedad que incluya tanto a las mujeres marginadas como a las de las otras clases sociales.129

m Para una fundamentación filosófica de la relación entre el género, lo simbólico y las condiciones materiales de producción y reproducción de la vida véase Butler ( 1998, 39- 40).

EL FEMINISMO MÚLTIPLE: PRÁCTICAS E IDEAS FEMINISTAS EN AMÉRICA LATINA Francesca Gargallo

(Universidad Nacional Autónoma de México)

La historicidad de las ideas que rigen la actuación del feminismo latinoamericano es de crucial importancia ahora, cuando la aparente homogeneidad del feminismo como mo­ vimiento libertario que enfrentaba el sexismo disparador de la subalternidad de ías mujeres (1970) y como movimiento so­ cial en construcción (1980) ha estallado en una multiplicidad de posiciones políticas sobre la necesidad de un nuevo orden civilizatorio bisexuado o sobre la interlocución de las mujeres con los estados y con las instancias regionales e internaciona­ les.130

130 Durante el tercer coloquio nacional de Filosofía llevado a cabo en Puebla del 3 al 7 de diciembre de 1979, las filosofas mexicanas Eli Bartra y Adriana Valdés afirmaron que elfeminismo es la lucha consciente y organizada de las mujeres contra el

sistema opresor y explotador que vivimos: subvierte todas las esferas posibles, públicas y privadas, de este sistema que no solo es clasista, sino también sexista, racista, que explota y oprime de múltiples maneras a todos los gruposfuera de las esferas de poder. En Graciela Hierro (editora). La Naturaleza Femenina. Tercer Coloquio Nacional de Filosofía,

México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1985, p. 129.

La actual diversidad de posiciones asumida abiertamen­ te desde 1993, en el VI Encuentro Feminista de América Latina y el Caribe, no es, sin embargo, particularmente novedosa en Amé­ rica Latina. Por un lado, todas las corrientes que se explicitaron en El Salvador, aunque enfrentadas en términos éticos y cul­ turales sobre las formas de hacer política de las mujeres, te­ nían la mira puesta en la actuación publica, relegando los ám­ bitos de los afectos, la sexualidad y la corporalidad, como es­ pacios sociales en transformación, a una nueva intimidad pro­ tegida, despolitizada. AUa vez, en las dos décadas anteriores América Latina no había pensado su actuación feminista de manera unívoca: en el Chile desvastado por la dictadura pinochetista, Julieta Kirwood y Margarita Pisano, a mediados de los ochenta, desarrollaron una visión política de la autono­ mía feminista que*se cuajó en el lema “Democracia en el país, en la casa y en la cama”; aún antes, en los setenta, la práctica feminista de la autoconsciencia que llevó a muchas latinoa­ mericanas a reflexionar sobre su identidad femenina, cuestio­ nando el condicionamiento al que fueron sometidas, y asu­ miendo lo colectivo, lo social y lo político implícitos en las dimensiones personales, convivió con prácticas más “militan­ tes”, propias de mujeres de izquierda que nunca salieron de sus partidos, y de progresistas que no pasaron por la autoconsciencia, pero se reivindicaban autónomas con respecto a las organizaciones políticas masculinas y privilegiaban el tra­ bajo con:mujeres de los sectores populares. Como bien dijo la cubana Aralia López en el panel so­ bre “Feminismos y Filosofía”, durante el IX Congreso de la Aso­ ciación Filosófica de México, el feminismo no es un discurso hegemónico, pues tiene tantas corrientes como las que pue­ den surgir de los cuerpos sexuados en la construcción de las individualidades.151El feminismo es el reconocimiento de una subjetividad en proceso, hecha de sis y nos, fluida, que impli­ ca la construcción de formas de socialización y nuevos pactos

culturales entre las mujeres. Aunque según la Dra. López, en América latina, existe una separación entre la militancia femi­ nista y la académica ~lo cual no comparto debido a la relación entre la elaboración de un pensamiento alternativo y las cons­ trucciones de los sujetos femeninos”, al hablar de las subjeti­ vidades que se construyen desde la totalidad de las concepcio­ nes filosóficas del propio ser mujer, estaba afirmando la histori­ cidad de las diferencias feministas en e continente. Desde sus inicios, el feminismo latinoamericano estuvo preocupado por definir límites indefinibles: ¿eran feministas las mujeres de las organizaciones que se reunían al margen (o en las orillas) del movimiento popular urbano, los sindicatos, las agrupaciones campesinas? Acusaciones y retos mutuos fue­ ron lanzados por mujeres contra las mujeres que se negaron a considerar feministas a las organizadas alrededor de los valo­ res familiares (pobladoras, madres de desaparecidos políticos, etc.) y contra aquellas que las consideraron parte de un mo­ vimiento de las mujeres, invisibilizando la radicalidad femi­ nista.

131 Debido a la interlocución entre las feministas y algunos filósofos, éstos han incorporado la teorización acerca de la liberación de las mujeres y io político corporal a la filosofía de la liberación. El doctor Horacio Cerutti, entonces pre­ sidente de la Asociación Filosófica de México, en constante diálogo con femi­ nistas como Ofelia Schutte, Graciela Hierro, Aralia López, Margarita Pisano y yo, organizó en el D i Congreso Nacional de Filosofía, G u anajuato 23-27 de. febrero de 1998, la primera plenaria sobre los aspectos filosóficos de las diferentes co­ rrientes del feminismo latinoamericano. Así mismo organizó por primera vez una plenaria sobre filosofías indígenas. La interlocución es un aspecto de las prácticas filosóficas que debemos estudiar históricamente. Todos los filósofos que han analizado positivamente, desde la antropología filosófica, dialogaban con mujeres cultas, desde Poulain de la Barre con las preciosas, hasta Arturo Andrés Roigy Horacio Cerutti con las feministas latinoamericanas.

Toda esta diatriba ha marcado a tal punto el origen del feminismo latinoamericano contemporáneo, que sus ecos to­ davía permean las ideas acerca del papel de las mujeres en la sociedad y se reviven en la separación reciente entre las femi­ nistas de lo posible, o institucionalizadas, y las feministas au­ tónomas, o utópicas.132 No es sólo por cierta fidelidad a las ideas marxistas que las feministas latinoamericanas han tendi­ do al análisis de clases y al análisis antropológico, para definir la desgarrada identidad de las mujeres conflictuadas por la per­ tenencia a clases, etnias y sistemas valóneos diferentes. La pro­ pia realidad y el inicial conflicto entre las feministas que a prin­ cipios de los setenta se encontraban en la búsqueda de sí mis­

m Desde 1993, la polarización de las diferencias sobre os aspectos éticos de la politica de las mujeres (y de su ¿mandamiento) llevó a un debate sobre la “ver­ dadera” identidad feminista latinoamericana. En él salvador muchas de las fe­ ministas que laboraban en las ÜNGs fueron calificadas de “institucionaliza­ das”, mientras reivindicaban para sí un “feminismo de lo posible”. Las feminis­ tas radicales e independientes se autodenominaron “autónomas”, mientras las demás las definían de “utópicas”. La agresiva editorial de Debate feminista. La escritura de ¡a vida y el sueño de la Política, año 8, vol. 15, México, Abril de 1997, pág. xi, afirmaba para descalificar las posiciones de las feministas autónomas que la utopía es el recurso de los débiles que, cuando no sabe salir del paso, recurren a ella. “El exceso del discurso utópico, agregaba la editorial, liquida la posibilidad de amar lo posible, y sin algo de adhesión a lo posible, de búsqueda de lo posible, no podemos hacer de la política una dimensión humana”. Poco. antes, las autónomas habían expresado: “Se ha tratado de hacernos aparecer descalificando a las mujeres que trabajan dentro del feminismo institucionali­ zado. Lo que sostenemos es que estos lugares se autoproclaman representantes de las mujeres y del movimiento feminista y se constituyen en las expertas de las políticas sobre mujeres. Sostenemos que estas instituciones no son neutras, que pertenecen a un sistema y lo sostienen, y que el dinero pasa a ser entonces un instrumento político” Permanencia Voluntaria en la Utopía. El Feminismo Autó­ nomo en el VII Encuentrofeminista Latinoamericano y del Caribe, Chile, 1996, Méxi­ co, La Correa Feminista, 1997, p. 56.

mas, han originado dicha tendencia. Estas han provocado tam­ bién que el interés de la ética haya sido central para la teoría feminista latinoamericana: la idea de justicia social ha recorri­ do tanto la hermenéutica del derecho como la afirmación de un modo de pensar y de pensarse desde la denuncia de la do­ ble moral sexo-social. Una indignación ética recorre el análi­ sis de cómo la hegemonía masculina proporciona la sanción moral a la dominación masculina sobre las fuerzas físicas, eco­ nómicas e intelectuales, en los escritos de la filósofa mexicana Graciela Hierro.133A la vez, una de las primeras manifestacio­ nes intelectuales de las feministas autónomas fue la organiza­ ción de un seminario sobre ética y feminismo para construir mi

estar en el mundo, mi personal libertad en su relación con la Liberta y la buena vida de mis congéneres humanas.134

De hecho, el feminismo latinoamericano debe ser en­ tendido como proyecto político de las mujeres y como movi­ miento social, a la vez que como teoría capaz de encontrar el sesgo sexista de toda teorización anterior o ajena a ella. Como lo definía en 1987 Julieta Kirwood, Elfeminismo es tanto el desa­

rrollo de su teoría, como su práctica y deben interrela-cionarse. Es im­ posible concebir un cuerpo de conocimientos que sea estrictamente nopráctico. El feminismo es, entonces, un conjunto de conocimientos (o intentos) de y desde las mujeres y comprometido con estas, junto con ser un cuerpo de entendimientos es acción transformadora del mundo.135

133 Hierro, G. Ética y Femiiiismo,México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1985; De la domesticación a ía educación de las mexicanas, México, Fuego Nuevo, 1989; Ética déla Libertad, México, Fuego Nuevo, 1990. 134 Bedregal, X. (Comp.) Ética y Feminismo, México, La Correa feminista, 1994, p. VIIL 135 Kirkwood, J. Feminarios, Santiago de Chile, Documentas, 1987, p.108.

La historia de las ideas feministas latinoamericanas está Jigada al quehacer político de sus autoras: mujeres que han transitado de la revolución mexicana a los nacionalismos, de las dictaduras a las formas de gobierno validadas por eleccio­ nes, pero no democráticas en términos de participación en las decisiones económicas y políticas, y sobre todo de la crítica al liderazgo y las jerarquías de la tradición política masculina136a la “importancia de la integración de las mujeres a la produc­ ción a través de programas de desarrollo para enmendar la po­ breza”137y a los “talleres, de formación de dirigentas”.138 En estos transcursos, la teoría feminista latinoamericana ha creado significaciones distintas, y a veces opuestas, a las de dominación masculina, manteniendo su autonomía de las ideo­ logías de los partidos políticos y de los estados, exigiendo igual­ dad de derecho ..a la expresión del propio ser entre mujeres y hombres, plantéando el libre ejercicio de las sexualidades y la

136Queríamos todo nuevo, queríamos que las relaciones fueran nuevas, las for­ mas de trabajo, las formas de relacionamos, queríamos cambiarlo todo. En: Gabiola, E., Largo, E. y Palestra, S. Una historia necesaria. Mujeres e>i Chiíe: 19731990, Santiago de Chile, 1994, p. 135. 137Murguialday, C. y Vázquez, N. Sobre la escisión vital de algunasfeministas centro­ americanas (ni militantes obedientes ya, ni feministas declaradas todavía), Nicaragua, Mimeo, abril 1992, p. 22. Se trata de dos feministas mexicanas que buscaban abiertamente el liderazgo en Centroamérica a través de una política feminista de lo “posible” dentro de la corriente mayoritaria en la región, el feminismo de los sectores populares. 138Cf, Identidad y Liderazgo. Sistematización de una experiencia deformación de dirigentas. México, Débora ediciones, 1992. El Taller Nacional de Formación de Dirigentas fue organizado por seis organizaciones no gubernamentales, tres de las cuales se definían feministas. Su propósito era ensayarformas de promover la superación per­

sonal y los procesos de organización de las mujeres que luchan por mejorar sus condiciones de vida y las condiciones de ¡a sociedad en su conjunto. Cf. p.3.

crítica a la heterosexualidad normativa.139A la vez, ha sido do­ blemente influida por corrientes feministas y de liberación de las mujeres europeas y estadounidenses, y por la transforma­ ción de estas en instrumentos aptos para explicarse la revisión que estaban —y están- llevando a cabo de las morales sexofóbicas y misóginas en latinoamericanas, mestizas y de los pueblos indoamericanos contemporáneos, morales atravesadas por el catolicismo y la maternidad solitaria, histórica, y actualmente, por la resistencia a la dominación cultural, por la veneración del padre ausente, por el lesbianismo satanizado y por la idea­ lización de valentías femeninas de cuño masculino (las gue­ rrilleras), No obstante, es imprescindible hacer notar que las críticas a los conceptos y categorías feministas europeas y esta­ dounidense han acompañado toda la historia del pensamiento en América Latina, porque es imposible recuperar universales para interpretar sociedades donde no hay unidad política de base. Cada tema que se enfrenta conceptualmente fragmenta las categorías interpretativas por la complejidad de los proble­ mas concretos. La convivencia en el ámbito latinoamericano de una militancia feminista que ha transitado, y constantemente tran­ sita todos los sentidos de una lucha emancipatoria, a la afirma­ !39 Para una historia del discurso feminista en América latina, Cf. Fisher, A.

Feministas Latinoamericanas: las nuevas brujas y sus aquelarres. Tesis de Maestría en

Ciencias de la comunicación. México, Facultad de Ciencias Políticas, UNAM, 1995. Desde la perspectiva del feminismo de los sectores populares, que en los noventa se convirtió en feminismo de lo “posible” de lo “público político”, cf. el proyecto de investigación “Los nuevos derroteros de los feminismos latinoa­ mericanos en la década de los 90. Estrategias y discursos” de la dirigente perua­ na Virginia Vargas, Mimeo, Lima, 1998. Como todos los escritos de esa co­ rriente, el proyecto de Vargas subraya la unidad de las tendencias feministas latinoamericanas, aunque reconoce algunas diferencias.

ción de una esencial diferencia positiva de las mujeres con res­ pecto al mundo de los hombres, a la “teoría de géneros”, con­ frontando tanto las experiencias políticas de la izquierda con algunos de cuyos planteamientos económicos, ecológicos y la­ borales coincide, como los nuevos retos que las políticas in­ ternacionales de fmanciamiento presentan a su autonomía, y de ideas filosóficas feministas que se nutren de los avatares del movimiento, a la vez que de los planteamientos generados en otras regiones del mundo, ha llevado al feminismo latinoame­ ricanos a la urgente^necesidad de buscar en su seno las dife­ rencias vitales que 1¿ componen, sin que ninguna de sus co­ rrientes haya sugerido jamás considerarse un “algo” distinto del feminismo. Cuando, en 1997, la filósofa española Celia Amorós plan­ teó que el feminismo debe entenderse como un proyecto emancipatorió de las mujeres, como un tipo de pensamiento an­ tropológico, moral y político que tiene como su referente la idea raciona­ lista e ilustrada de igualdad entre los sexos, o no puede llamarse feminista, sólo una Corriente estuvo de acuerdo con la prime­ ra afirmación, pero todas rechazaron la conclusión última.140 En América Latina, las mujeres que reivindican su derecho a la igualdad, las que cuestionan el concepto de igualdad por no aceptar el modelo sobre el que construirla, las lesbianas orga­ nizadas, las teólogas, y aún las políticas interesadas exclusiva­ mente en la mejora inmediata de las condicione^ de las muje­ res, todas se definen a sí mismas como feministas, aunque agre­ guen a ese calificativo general subcalificativos.

140 Amorós, C. Tiempo de feminismo. Sobre feminismo, proyecto ilustrado y pos!modernidad. Madrid, Cátedra, 1997, p. 70.

' El nombre no está enjuego, pués. En la década de 1990, las latinoamericanas que asumen una “perspectiva de género” en sus estudios sin asumirse, a la vez, como feministas son pocas y, en la mayoría de los casos, empleadas de agrupaciones sociales ligadas a las iglesias* a los partidos políticos y a algunos sindicatos. En las universidades así como en los colectivos y grupos de mujeres, las feministas pueden o no asumir la cate­ goría “género” para estudiar la propia realidad, pero esta se subsume respectivamente: en la aceptación de un mundo binario ligado dramáticamente a lajerarquización de los sexos en el imaginario y la realidad social, o en el rechazo a una cate** goría que ata a las mujeres al poder ejercido por y desde el colectivo masculino impidiendo una visión femenina de la identidad humana desligada de la competencia o la complementariedad con la construcción masculina del mundo, con los hombres. Actualmente, ninguna corriente feminista latinoameri­ cana considera la “cuestión de género”, o la afirmación de la “diferencia sexual”, o la “política de las mujeres”, o la “crítica a la heterorealidad”, perspectivas ajenas a la teoría general de su movimiento que puedan abarcarse desde fuera del análisis y la defensa de la corporalidad y de la sexualidad; sin embargo, si no coinciden con ellas, las combaten como herejías, como des­ viaciones de un canon que intentan precisar una y otra vez sin lograrlo. Temo que esta actitud no puede ser entendida fuera del contexto económico actual de algunas organizaciones no gu­ bernamentales de mujeres ligadas a la lucha contra la violen­ cia, al derecho a la reproducción libre y escogida, y a la am­ pliación de los derechos humanos de las mujeres. Estos gru­ pos se han nucleado alrededor del pensamiento algunas inte­ lectuales feministas, sobre todo sociólogas, sícólogas y antropólogas, que, según sus propias palabras, convirtieron rápidamente la categoría género “en uno de los cimientos con­

ceptuales” conque construir sus argumentos políticos.141 Así * lograron que las financiadoras internacionales no cuestiona­ sen su representatividad feminista, aunque trabajaran como cualquier grupo asistencialista interesado en el sector femeni­ no de la población. Sin embargo, tanto ellas como las feministas de los gru­ pos autónomos, que no consiguen grandes financiamientos y que pretenden “cambiar la vida, transgrediendo el orden esta­ blecido por lo aberrante del mismo”,542 enuncian sus contra­ dicciones como un problema teórico, pero no intentan una elaboración histórica de las influencias recibidas de su propio transcurso y de las influencias externas, ni de las formas cómo ciertas ideas son aceptadas -aunque provengan de corrientes feministas ajenas a la realidad latinoamericana- para justificar ideológicamente momentos muy circunstanciales. En otras pa­ labras, no analizan las contradicciones presentes en las ideas rectoras de sus prácticas feministas porque tienden a reducir­ las a categorías “calificativas” de la corriente que las utiliza en el discurso político y que rechazan vehementemente o se de­ fienden acráticamente. En la década de los setenta, el feminismo latinoamerica­ no ya tenía historia. Quizás las organizaciones de mujeres en México, en los años treinta, habían exigido del cardenismo el derecho a voto y a la participación política activa; que en Co­ lombia, en 1912, se manifestaron a favor de los derechos civi­ les de la mujer casada; que en Ecuador, en 1928, demandaron

141 Lamas, M. (Comp.) El Género: la construcción cultural dé la diferencia sexua,. México, Porrúa-Programa Universitario de Estudios de Género, 1996, p. 10. 542O p . Cf/., “Permanencia voluntaria en la utopía”, p. 27.

ante la Corte la aplicación de sus derechos políticos;143 que, por 1880, en Brasil conformaron asociaciones de mujeres abo­ licionistas (de la esclavitud), publicaron un periódico franca­ mente feminista, A familia, y propusieron la reforma de su modo de vestir;144 que en Chile, en los sesenta, lucharon por la consecución de sus derechos, poniendo de manifiesto las distintas formas de opresión jurídica, económica y política;143 no tuvieran una conciencia explícita de la necesidad de desconceptualizar lo femenino como naturaleza en la dicoto­ mía mujer-hombre construida por las culturas patriarcales so­ bre y contra su cuerpo sexuado. Sin embargo, ya eran movi­ mientos feministas que reivindicaban transformaciones so­ ciales y políticas tendientes a revertir la opresión, la subordi­ nación y la explotación de las mujeres, con base en una idea de justicia entendida como igualdad de derechos y en una idea nacional que las llevaba a reivindicar personajes de cul­ turas prehispánicas, de la época colonial o de la lucha independentista con quien identificar su importancia femenina. Es interesante, que desde un aspecto no puritano, sino de abne­ gación patriótica, desde los finales del siglo XDÍ las mujeres mexicanas planteaban su igualdad o superioridad ética con respecto a los hombres y, por lo tanto, su derecho a participar en el destino de la nación: en la invasión norteamericana del 1848, ellas eran las que habían dado a sus hijos a la patria, en la invasión francesa, ellas eran las que no se casaban con los sol­ !43 Velazquez Toro, M. (Comp.). Las mujeres en la historia de Colombia, 3. Vol. -1, Bogotá, Norma, 1995, pp. 183-228. Vol. 1, “Mujeres, Historia y política”. 144 Lavrín, A. (Comp.), Las mujeres latinoamericanas.Perspectivas históricas.México, Fondo de Cultura Económica, 1985,. pp. 319-320. 145En 1952 había surgido la Unión de Mujeres de Chile y en 1953 María de la Cruz fue elegida como diputada por Concepción, con el 51% de los votos, por el Partido Femenino Chileno. Gabiola, E. et al. “Una historia necesaria. Muje­ res en Chile: 1973-1990”, Op. Cit, pp. 23-24.

dados de Maximiliano; ellas eran las que no bebían con el ene( migo, no bailaban con él, no imitaban sus costumbres, etc.146 La gran diferencia de las expresiones feministas anterio­ res y el feminismo que empieza a expresarse en la década del 1970 en América Latina es el descubrimiento de las mujeres de su “mismidad”. A la construcción de la mujer como la otra (naturaleza, regalo que intercambian entre sí los hombres, castrada, impura), las mujeres responden encontrando los va­ lores de la humanidad en sí mismas y desenmascarando la cons­ trucción patriarcal dé la superioridad del hombre sobre la mujer y la naturaleza. El fejninismo abandona las tácticas explicati­ vas y fomenta el encuentro entre las mujeres como sujetos, sino de su historia total, sí de su rebelión presente, de su proceso de liberación. En 1950,, a sólo dos años de El Segundo Sexo de Símone de Beauvoir, aloque no conocía, la mexicana Rosario Castella­ nos presentó una tesis de licenciatura en filosofía titulada So­ bre Cultura Femenina, en la que se preguntaba si existen o no mujeres que hacen cultura. Se contestaba de forma irónica, con la ambigüedad propia de una mujer que sabe que va a ser examinada por hombres y por una institución masculina, que las mujeres son creativas en la maternidad o, de lo contrario, hacen cultura. Para liberarse de este determinismo, proponía que escribieran buceando cada vez más profundo en su ser; de 146 El patriotismo femenino no deja de estar inserto en una cultural patriarcal, pero para muchas mujeres fue la primera manifestación de su conciencia polí­ tica. En México, la liberal más vehemente e “indigenista” fue Laureana Wright González, que de 1887 a 1889 dirigió, Las Violetas del Anáhuac, en cuyas páginas censuró la política de Porfirio Díaz y planteó el problema del sufragio femeni­ no, defendiendo la igualdad de ambos sexos. Así mismo hay que revisar los artículos del Album de la 'Mujer, dirigido por la española Concepción Jimeno de Flaquer, y que salió de 1883 a 1890 en la Ciudad de México; y del Correo De Las Señoras, que, en 1875, dirigía el liberal Adrián M. Rico.

lo contrario no harían a un lado las imágenes que de ellas ha construido el hombre, no podrían construirse una imagen pro­ pia. Dos décadas después, en Mujer que sabe latín... afirmaba que la mujer rompe tos modelos que la sociedad le propone y le impone para alcanzar su imagen auténtica y consumarse - y consumirse~ en ella.147Aralia López ha insistido mucho en que Rosario Caste­ llanos pertenecía tanto al ámbito de lafilosofía como al de la litera­ tura, aunque públicamente trascendió más en esta última.148Esto im­ plica que ha sido mucho más leída y que ha influido a muchas más mujeres como poeta y novelista que como pensadora. No obstante, "el gran tema literario de Rosario Castellanos podría designarse como género, etnia y nación.”149Esto es, su pensa­ miento filosófico de cuño feminista influyó en su obra narra­ tiva tanto como sus recuerdos y como su percepción política del valor de la diferencia étnica en la conformación nacional mexicana. Poco después de su muerte, en 1975, se publicó El eterno femenino, donde una de sus personajes afirmaba perentoria: “No basta siquiera descubrir lo que somos. Hay que inventarnos”.130 Una parte importante del feminismo mexicano consideró que esta frase condensaba sus anhelos: se trataba de la tarea de cons­ truir una nueva identidad femenina, diferente de la que había sido edificada por la cultura patriarcal hegemónica. La meto­ dología grupal que utilizaron para inventarse, creando de paso una nueva visión del mundo y del hacer política, fue la autoconsciencia o proceso de significación de la conciencia feme­ nina. 147 Castellanos, R. Mujer que sabe latín...., México, SepSetentas,1973, p.19 148 López, A. “Rosario Castellanos: lo dado y lo creado en una ética de seres humanos y libres”. En: Política y Cultura, N° 6, primavera 1996, México, Uni­ versidad Autónoma de Metropolitana, p. 78. 149Ibidem, p, 79, tS() Castellanos, R. El eterno femenino. México, Fondo de Cultura Económica, 1975, p. 194.

En México, grupos de feministas de autonomía radical, como La Revuelta, así como feministas incapaces de romper su militancia en la izquierda (comunistas y trotzkístas, principal­ mente), y feministas cercanas a la academia, se empezaron a reunir en pequeños grupos para hablan Nombraron sus cuer­ pos, los llenaron de significados a la luz del descubrimiento del valor político de la experiencia vivida, expresaron sus de­ seos, politizaron la sexualidad y criticaron el lenguaje y sus categorías conceptuales. En Chile, la victoria electoral del pro­ yecto socialista de Allende y el posterior golpe de estado, aleja­ ron a las mujeres de la cultura específicamente femenina, “pro­ pia de las mujeres”, que los grupos de autoconsciencia expre­ saban, explicitando la opresión femenina en todos los ámbitos “mixtos”. La participación de numerosas mujeres en la Uni­ dad Popular y, después de 1973, en la resistencia al gobierno militar, sin embargo, llevó a las feministas chilenas a plantear­ se una salida política de sd subordinación y a postularse como “nuevos sujetos sociales”. Entre 1973 y 1976, grupos, colecti­ vos y organizaciones de mujeres dieron pie a un movimiento de defensa de la vida, denuncia de la represión y sobrevivencia física y moral.151 En Brasil, donde convivían feministas libera­ les, mujeres en la militancia de izquierda, decenas de grupos populares de mujeres ligados a los sectores progresistas de la Iglesia católica, un grupo de feministas radicales, blancas, ur­ banas y cultas, empezó a analizar y a hacer política entre ellas partiendo de la que existe una frontera absoluta entre la iden­ tidad política feminista y las prácticas de las mujeres no femi­ nistas. En Argentina, la participación de muchas mujeres en la guerrilla imposibilitó el surgimiento de un feminismo auto151 Gabiola, E. et al. Una Historia necesaria, Op. Cit., p. 63; Palestra, S. “Mujeres en Movimiento. 1973-1979”. Documento de Trabajo. Serie de Estudios Sociales, n 14, Santiago de Chile, FLACSO, septiembre de 1991.

reflexivo, o lo margino por la definición que hicieron las mu­ jeres militantes de la liberación sexual como una contradic­ ción secundaria, una lucha pequeño burguesa, profundamen­ te anturevolucionaria. Sin embargo, la violencia de las tortu­ ras de características sexuales que desplegó la dictadura contra las mujeres militantes llegó a romper la idea de una igualdad entre los sexos en la lucha armada y obligó a muchas mujeres a enfrentar la especificidad de su condición en la sociedad. En Nicaragua, la presencia de un treinta por ciento de mujeres en las filas del ejercito Sandinista de Liberación Nacional tam­ bién dificultó la existencia de otras formas de encuentro entre mujeres, aunque después de la victoria sandinista sobre el ré­ gimen somocista, su historial revolucionario les ofreció una rica experiencia de política emancipativa.152 En Perú, Costa Rica, Colombia y Venezuela a pesar de enfrentar diversas si­ tuaciones políticas y económicas, el feminismo radical se ex­ presó en grupos de autoconsciencia, a la vez que importantes sectores de mujeres se reunían para discutir las problemáticas políticas de su país y manifestar su solidaridad con la lucha de las mujeres en los países en guerra o con gobiernos militares. Una categoría se generalizó para dilucidar el sexismo que fundamenta la cultura dominante, para explicar quién y cómo se había dividido la sociedad en un grupo superior masculino con poder y grupos inferiores oprimidos, el patriarcado. Des­ de el IIo Encuentrofeminista de América Latina y el Caribe, qüe se efectuó en Lima, Perú, en 1982, el patriarcado fue una catego­ 152 Este porcentaje se ha mantenido invariable en todas las organizaciones político-militares centroamericanas y, actualmente, en las filas del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, en Chiapas, México. Responde fundamen­ talmente a que las mujeres armadas se reclutan en su zona de residencia entre aquellas que todavía no han ejercido la maternidad y aquellas que han superado la etapa del maternazgo.

ría con que las feministas latinoamericanas explicaron la reali­ dad entera: éste era el responsable de la heterosexualidad compulsiva, de la represión y la doble moral sexual, de la sub­ ordinación de las mujeres, de la violencia contra las mujeres, de la prohibición del aborto y del maltrato de los niños, amén que de la guerra y las formas de injusticia social, todas ellas construidas sobre el modelo de dominación de los hombres sobre el cuerpo y las voluntades de las mujeres. Con anteriori­ dad, la costarricense Sol Arguedas había presentado una po­ nencia en el Año Internacional de la Mujer, en 1975, en Méxi­ co, titulada “Origen histórico-económico de la servidumbre femenina”, en la que planteaba que la ideología patriarcal se sostuvo durante milenios por haber ejercido el poder de dictar leyes y definir normas, vigilando su cumplimiento y estable­ ciendo las sanciones, sobre la base de una ética que reprimía a las mujeres, a su sexualidad, a su economía y a las característi­ cas femeninas de la sociedad. En los setenta, las feministas eran jóvenes mujeres de veinte años que se alimentaban de sus experiencias en las movilizaciones estudiantiles y de motivaciones autónomas, que reivindicaban las relaciones de amistad y subrayaban la centralidad de la libertad femenina, la solidaridad entre muje­ res y la sexualidad. En los noventa, las feministas tienen/tene­ mos cuarenta y más años. El feminismo latinoamericano fue envejeciendo a la par que sus militantes, que a su vez accedie­ ron tardíamente a la maternidad, cuando se permitieron (o se vieron orilladas a) una tregua en la cuestión de los roles en las parejas heterosexuales.153 1S3 Se trata de una generalización. En Honduras y Boíivia las feministas son, en su mayoría, mujeres de aproximadamente treinta años. Es probable que la inexis­ tencia de un feminismo durante las dictaduras y las represiones de los años setenta, haya significado una entrada tardía de las mujeres a la autoconscíencia o a las políticas reivind¿cativas.

La desantificación de la maternidad en América Latina, convulsionada por las represiones militares y rescatada políti­ camente por las actuaciones de los Comités de Madres de Des­ aparecidas/os, nunca fue tan violenta como en Estados U ni­ dos, donde la maternidad era identificada con la familia pa­ triarcal, eje de la opresión femenina, ni como en las corrientes feministas mamstas europeas para las que la familia era el pri­ mer peldaño de la doble construcción del capitalismo y del patriarcado. No obstante, en los setenta, la maternidad y la supuesta naturalidad de los valores maternales fueron cues­ tionados en América Latina. Muchas madres descubrieron en la autoconsciencia que no habrían ejercido la maternidad de saber que podían evitarla sin dejar de ser mujeres; las jóvenes rechazaron su “destino” de futuras madres; se planteó la sepa­ ración de los conceptos de mujer y de madre y la mexicana Marta Lamas definió las funciones de educadora, alimentadora, cuidadora, o “maternazgo”, como un trabajo que mujeres y hombres pueden asumir por igual; por ello, el estado debe reconocer los derechos laborales de quien lo asuma. La mater­ nidad voluntaria fue uno de los ejes sobre el que giró el movi­ miento feminista. El derecho al aborto fue defendido como un ejercicio de legítima defensa contra el feto devorador del proyecto de vida individual, de la independencia femenina. El cuerpo de la mujer se “desmaternizó”, la función reproductiva y la salud individual se separaron, y los proyectos de vidas se abrieron a una gama enorme de opciones laborales. En 1972, en México, cien mujeres discutieron públicamente al examinar la legislación relacionada con el aborto, los méto­ dos anticonceptivos y el concepto de control de la natalidad. U n año después, el gobierno aceptó en la nueva Ley General de Población que “toda persona tiene derecho de decidir de manera libre, responsable, e informada sobre el número y espaciamiento de sus hijos”. En 1976, el Movimiento Nacio­ nal de Mujeres -que con el Movimiento Feminista integraba

la Coalición de Mujeres Feministas—convocó a las Primeras Jornadas de despenalización del aborto, donde se sostuvo que la interrupción del embarazo era una decisión exclusiva de la mujer y que debía ser libre y gratuita en todas las instituciones de salud publica. En los años siguientes, las feministas mexicanas utilizaron todos los medios simbólicos, por ejem­ plo manifestarse por la maternidad voluntaria el Día de la Madre o vestirse de negro en señal de luto por todas las muje­ res muertas en abortos clandestinos, para defender la volun­ tad de las mujeres contra la imposición de la maternidad des­ de la perspectiva de la reproducción de los hombres y el patriarcado. Entonces la vida política fue sacudida por la irrupción del ámbito privado e íntimo en las movilizaciones callejeras para la liberación del aborto, mientras hoy la vida privada se retrae por la tendencia feminista de insertar a las mujeres en la comunidad política. La política de lo público ha pasado a tran­ quilizar los ámbitos privados, pues al conquistar la representatividad, a ganar cuotas y visibilidad política, las feministas resguardaron su cotidianidad del análisis y recayeron en la fa­ milia como espacio de complementariedad y como refugio. Las no-madres por definición libertaria se han refugiado en la maternidad como último reducto de los afectos. Desde la crisis de los valores colectivos, más que una valoración de ia corporalidad femenina que incluye tanto la reproductividad como la decisión de no reproducirse, hay una tendencia a asumir la maternidad como un derecho a una for­ ma de vida válida para las mujeres, heterosexuales y, última­ mente también las lesbianas, que se inserta en sus quehaceres políticos, filosóficos y de los tiempos de los afectos. Una ten­ dencia ambigua, mezcla de un sentimiento de cansancio hacia el enfrentamiento con los patrones reproductivos de la sexua­ lidad y de una omnipotencia conservadora, la del poder crea­ dor de la gestación, se empezó a elaborar cuando, en la década

de 1982-1992, el conservadurismo político encontró en la pandemia SIDA y en la crisis del sistema soviético sus mejores aliados.154 La irrupción del miedo a la sexualidad entre las y los jóvenes era algo totalmente desconocido a las feministas de los setenta que enfrentaban morales sexuales tradicionales con un desparpajo fecundo, irreverente, deconstructivo de las for­ mas de represión y violencia contra la sexualidad femenina, que no pasaba por la posesión y el control masculino. Las prácticas preventivas del Síndrome de Inmuno Deficiencia Ad­ quirida, el Sexo Seguro, implican un discurso sobre los ries­ gos de la sexualidad que es, a la vez, un discurso machacón, repetitivo, castrante sobre la sexualidad, muchas veces emiti­ do por progenitores y maestros asustados. El placer que pro­ vocaba el estallido de la moral convencional en cada beso y cada abrazo extraniarital ha desaparecido en la normalidad coital de las relaciones entre adolescentes; se ha convertido en una censura de la heterosexualidad experimental y múltiple, que parte importante de las y los jóvenes rechaza. Esta actitud ha orillado a la mayoría de las feministas heterosexuales a la soledad y a una ruptura generacional con las mujeres más jóvenes. Perdida la militancia como espacio 154 La influencia de la idea expresada por Riane Eisler de que los seres humanos, mujeres y hombres, somos adictos al amor y dependemos para la armonía bio­ lógica de nuestro vivir, de la cooperación y la sensualidad, no de la competencia y la lucha, ha llevado a muchas feministas a revalorizar la capacidad reproductiva, amorosa, del vientre materno, de la "sabiduría de la madre”. A pesar de que su texto más difundido: El Cáliz y la Espada, Santiago de Chile, Cuatro Vientos, 1990, plantea una posición ética de no-jerarqutzación sino de vinculación entre los sexos, ha habido una lectura conservadora dei mismo, desde una óptica del poder de las madres, hecha por distintos tipos de mujeres, que ha provocado rechazo hacia la actitud antimaternal de aquellas que quieren vivir su sexuali­ dad de manera laica, no procreativa, libertaria. Este libro ha tenido una enorme difusión en toda América Latina entre 1990 y 1995.

de interacción/creación entre amigas, enfrentan un vacío de relaciones amorosas horizontales que la existencia de hijas o hijos exacerba en lugar de paliar, como si el feminismo les hubiese dado pocas oportunidades al cambio de las relaciones sexo-afectivas. Asimismo, un sector del feminismo que du­ rante dos décadas criticó el consumismo por cercanía a la cul­ tura popular, por ideales políticos o por motivaciones ecologistas, ha accedido hoy al mundo del consumo como for­ ma de desencanto y como rendición a la cultura dominante. ¿Por qué derroteros han pasado el pensamiento y la acción feministas para llegar a esta crisis de las individualidades? Los cambios de las actitudes feministas con respecto al mundo político y social están muy ligados al rechazo que los partidos políticos de izquierda manifestaron siempre hacia la autonomía de las feministas y que, a finales de los setenta, em­ pezaron a ofrecer argumentos a un malestar difuso por la falta de relación con las “otras” mujeres y de acción social. Según la argentina Susana Vidales, el movimiento feminista no incidía en la lucha de las mujeres ni en la sociedad porque la dinámica era “todavía interna”.1^ Como ella, la peruana Virginia \&rgas opinaba que para politizar el malestar de las mujeresfrente a situa­ ciones de vida subordinadas y a arreglos degéneros antidemocráticos, el clima interno que subrayaba confuerza la identidadfeminista en los setenta tuvo que reorientarse en los ochenta hacia la organiza­ ción de su propio espacio para lograr una visibilidad comofuerza autónoma en la sociedad, para tíexigir ser oídas”.'*6

155Vidales, S. “N i madres abnegadas, ni Adelitas” en Críticas de la Economía Politicas. Edición latinoamericana.La mujer: trabajo y política, 14/15, México DF, Edicio­

nes El Caballito, abril-julio 1980, p. 267. 156Vargas, V. “Los nuevos derroteros de los feminismos latinoamericanos en la década de los 90. Estrategias y discursos.” O p.Cít., p. 2.

Los núcleos temáticos sobre los que se articulaba el pen­ samiento feminista de los primeros años resultaron de repen­ te poco atractivos para mujeres que, cada vez más, deseaban permear la cultura entera en su específico reclamo de igualdad jurídica, económica y de oportunidades educativas y políticas. La práctica de la autoconsciencia, como forma de relación en­ tre mujeres, empezó a derivarse en una necesidad de acción social. Algunas feministas que habían definido lo político de la construcción de la intimidad v la privacidad como espacios ajenos al derecho público, centrándolo un conjunto de asun­ tos de interés exclusivamente femenino, y manifestándolo en organizaciones feministas estrictamente autónomas, a princi­ pios de los ochenta empezaron a considerar a los partidos políti­ cos, a las leyes y al Estado como terrenos potencialmente viables para promover cambios en la situación de la mujer.151 El resultado de esta tendencia se tradujo en la reorgani­ zación de los colectivos feministas en grupos de debate públi­ co, en organizaciones que recogían las demandas del movi­ miento de mujeres y que intentaban influenciar sus reivindi­ caciones, en activistas que se sumaron a las actividades a los procesos electorales para presionar que se adoptasen políticas a favor de las mujeres, y en organismos no gubernamentales con un discurso específico sobre la violencia, la salud, los de­ rechos humanos, la legislación y la participación política de las mujeres. Se tradujo, pues, en una confusión entre el espacio de trabajo y la militancia que, lejos de enriquecer el movi­ miento, redujo la dinámica libertaria del feminismo a la pro­ 157 Alvárez, S. “Los feminismos latinoamericanos se globalizan en los noventa: retos para un nuevo m ilenio”, mimeo, 1998; la versión original de este artículo está publicada en Inglés en: Cultures ofPoíittcs/Polh¡es of Culiures:Ret/isioning Latín American Social Moventent. Boulder, Westview Press, 1997, p. 5.

ducción de conocimientos catalogables y homologables a las moderadas propuestas políticas que la tendencia neoliberal de la economía consideraba aptas para la democratización del subcontinente. En este contexto, las feministas latinoamericanas nece­ sitaron descartar las categorías interpretativas que evidenciaban la corporalidad de las propuestas éticas del feminismo, que subrayaban el absurdo de un universalismo construido sobre los hombres como centro del sistema, que denunciaban la imposibilidad de una democracia que no respetara las dife­ rencias sexuales, étnicas y económicas, y que se pensaban des­ de la central feminidad del ser sexuado que las formulaba. La grupalidad de los centros laborales dificultó la cohesión de las integrantes, las aisló en una praxis poco reflexiva y marcó la competitividad, en el marco de las búsquedas de financiamiento, entre mujeres organizadas. Este proceso debe ser valorado por la relativa visibilización y comprensión social de los fenómenos de opresión de las mujeres. La apertura hacia formas de trabajo grupal entre mujeres u sobre problemáticas exclusivamente femeninas, pero con características “comunes” —horarios, jerarquías, salarios, especializaciones, etc.™ facilitó la aceptación por parte de esta­ dos que querían deshacerse de sus responsabilidades sociales que los centros laborales feministas atendieran a las víctimas de violencia» las necesidades de educación sexual, los análisis de la situación de los derechos humanos de las mujeres, e im­ pulsaran los cambios necesarios para su modernización en las leyes y en las políticas públicas. Cada grupo de trabajo abrió un escenario para el des­ pliegue de sus actividades, sin embargo para ocultar la falta de un método de interpretación de la realidad, apeló a la razón, la sensatez, la capacidad investigación de aquellas mujeres que cuestionaban el sesgo patriarcal de la filosofía, las ciencias po­ líticas y la antropología. Una feminista marxista como Marta

Lamas, en 1989, pudo afirmar que si bien existía un “feminis­ mo a ultranza”, la sociedad debía dirigir su mirada hacia “otro feminismo que ha logrado abrirse campo en las universidades, en la política y en muchas otras partes”.158 La categoría con la que el feminismo latinoamericano buscó su ingreso en el saber institucionalizado, para de ahí justificar sus acciones sociales, provino del feminismo estado­ unidense.159Desde 1986, las antropólogas mexicanas empeza­ ron a difundir el texto clásico de Gayle Rubin sobre “Tráfico de mujeres: notas sobre la economía política del sexo” y a plan­ tear la importancia de la categoría de “género”, transliteración degender, para analizar las diferencias aprendidas socialmente entre los sexos.160 Pronto las sociólogas defendieron la catego­ ría de género como una herramienta de análisis que permitía un rigor científico mayor a la omniabarcativa y poco definida categoría de patriarcado y la demasiado sexuada palabra “mujeres”. El género les permitía entender la interacción hom­ Í5SGaleana de Valdés, ¡RSeminario sobre la Participación de la Mujer en la vida Nacio­ nal, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1989, p.3.

159 Hablo aquí de la academia, pero no quiero obviar que todo saber tiende a la institucionalización, pues busca establecer una regla para su comprensión e in­ sertarse eñ un código sim bólico. La construcción de normas, aunque contraculturales, es decir contrarias a las jerarquizaciones dominantes, llega a institucionalizar el deseo, lo encauza, le da pautas para comportarse y por lo tanto lo descorporalíza, buscando su legitimación frente a un saber institucio­ nal de minoría que se vuelve siempre más radical en su rechazo a las diferencias con el pensamiento dominante, y también siempre más cerrado. En otras pala­ bras, aun la mirada del feminismo radical, cuando se asemeja demasiado a la mirada del micropoder de la alternatividad, institucionaliza la rebeldía minori­ taria, construye la institucionalidad de la secta. Cf. Gargallo, F. Institución dentro yfuera del cuerpo, mimeo, ponencia presentada en la Universidad Nacional, San José de Costa Rica, 24 de junio de 1997. Nueva Antropología, Revista de Ciencias Sociales, Voí. VIH, N° 30. “Estudios so­ bre la Mujer: problemas teóricos”, México, Noviembre de 1986.

bres-mujeres en la sociedad, volviendo a imponer la figura mas­ culina a los estudios feministas. Los estudios degénero tienen como objetivo comprender y explicar las relaciones sociales a partir del hecho de que los cuerpos humanos son desiguales y que la mujer tiene una condición subordinada.16* Entre las filósofas, la descorporalización, confundida con la simbolización, de lo sexuado a través de la categoría de género adquirió rasgos metafísicos: trataré de carac­ terizar al cuerpo como ámbito de la diferencia sexual; al espíritu como ámbito de la constitución del género.162 La “perspectiva de género” -aparentemente aceptada por todas las feministas para analizar las formas de simbolización, representación y organización de las relaciones sociales desiguales entre las mujeres y los hombres—permitió que la cooperación internacional impulsara la conformación de redes de grupos de mujeres a nivel latinoamericano, en su afán de juntar propues­ tas acordes a sus ejes de financiamiento. “Género” empezó a significar cada vez más “mujeres” y perspectiva de género se utilizó como perspectiva femenina sobre un determinado tópi­ co. Las redes deslegitimaron, mediante el uso de esta única ca­ tegoría, las diferencias entre feministas y coparon los espacios de reflexión sobre los temas formulados/impuestos por la co­ operación internacional. Asimismo, nuclearon el pasaje, a prin­ cipio de la década de 1990, del feminismo de acción social al feminismo de políticas públicas dentro del ámbito de las insti­ tuciones nacionales e internacionales: luchas por las cuotas en los partidos, cabildos de mujeres, participación en las activida­ des de las Naciones Unidas, obtención de Secretarías u oficinas de la Mujer en la mayoría de los Estados latinoamericanos. K>l de Barbieri, T. “Certezas y malos entendidos sobre la categoría de Género”, en: IID H Serie Estudios de Derechos Humanos , Tomo IV, M éxico, 1996. ir’2 Fort, L. “La liberación de lo sim bólico”. En Hierro, G. (comp.), Filosofía de la Educación y Género, México, Facultad de Filosofía y Letras, U N A M , 1997, p 95.

Las críticas a la categoría de género provinieron de fe­ ministas radicales, autónomas o universitarias, que la utilizaron por un corto tiempo. Sólo la filósofa mexicana Eli Bartra se rebeló desde un principio contra el ocultamiento de la crea­ tividad de las mujeres que el térm ino propiciaba, y siempre se negó a usarlo.163 En lo personal, desde principios de los no­ venta, consideré mucho menos controladora la categoría de diferencia sexual, con su doble acepción de desigualdad pa­ triarcal entre los sexos y de construcción feminista de un m un­ do en que la identidad humana, y su representación simbóli­ ca, se afirman desde la libertad plurisexuada.164Para la peruana Norm a Mogrovejo, la perspectiva de género centra el análisis de la subordinación de la mujer en la construcción binaria va­ rón-m ujer y en la desigualdad social producto de las diferen­ cias entre los cuerpos femenino y masculino. Lo cual lleva al pensamiento feminista a considerar a la figura masculina como modelo de adecuación social y por lo tanto, Umita su análisis a los ámbitos de la heterosexualidad.us 163 Con respecto al arte y al momento creador, para Eli Bartra existen tendencias generales que diferencian lo hecho por hombres de lo realizado por mujeres. Cfr. Bartra, E., Frida Kahío. Mujer, ideología y ¿irte.Barcelona, Icaria, 1994, y Bartra, E. “Por las inmediaciones de la mujer y el retrato fotográfico: Natalia Baquedano y Lucero Gonzáles”, en Política y Cultura. Cultura de las Mujeres, N° 6, Universidad Autónoma Metropolítana-Xochimilco, México, primavera de 1996. 164 Para mi es también fundamental reconocer que en América latina el pensa­ miento feminista está en relación con los pensamientos del mestizaje y que la diferencia sexual le permite la comprensión de las construcciones sexuadas de las mujeres y los hombres en relación con las otras diferencias (culturales, étnicas, de orientación sexual, etc.) y su ocultamiento por la cultura mestiza dominan­ te. Gargallo, F. “La diferencia sexual”, En: Cerutti, H. (coordinador), Dicciona­ rio dei Pensamiento filosófico latinoamericano, México, U N A M , (en prensa). 165 Mogrovejo, N . Un amor que se atrevió a decir su nombre. La lucha de las lesbianas y su relación con los movimientos homosexual y feminista en América Latina. Tesis de doctorado en estudios Latinoamericanos, Facultad de Filosofía y Letras, UNAM , México D.F., octubre, 1998.

No obstante, es en el pensamiento de la feminista chile­ na Margarita Pisano, figura central del pensamiento autóno­ mo que se explícito en 1993 en el Salvador, donde se encuen­ tra la crítica más importante a la categoría, desde la perspectiva de la historia de las feministas. Para Pisano, que fue una de las arquitectas más importantes de la Unidad Popular y que du­ rante los diecisiete años de dictadura pinochetista dirigió la Casa de la M ujer La Morada en un barrio popular de Santiago y abrió una radio feminista, Radio Tierra, el feminismo es una propuesta civilizatoria que nace de la experiencia cíclica del cuerpo sexuado femenino. La acción feminista es una acción política y su teoría, una lógica política de las mujeres que per­ mite analizar cualquier situación del patriarcado y de los ám­ bitos de resistencia y de creación de las mujeres. Su preocupa­ ción permanente por la construcción del movimiento femi­ nista la ha llevado a buscar respuestas a las dificultades que el feminismo latinoamericano va teniendo y que nacen del olvi­ do del cuerpo como “único instrumento con el que tocamos la vida”.166Asimismo, en su pensamiento más reciente hay una insistencia en la necesidad de explicitar todo tipo de diferencia para poder llegar a un diálogo, diferencias políticas para poder negociar, pero también diferencias sexuales asumidas como la totalidad de las concepciones acerca del propio ser sexuado, sin jerarquización, para poder existir. Todavía en 1995, Margarita Pisano escribía acerca de la importancia de la toma de conciencia de la opresión de género para que cada m ujer se descubriera a sí misma y a las demás. N o obstante, afirmaba que si las mujeres se quedaran en el descubrimiento de sí, no alcanzarían a leerse en ia memoria 100 Pisano, M. “....Y todas las alimañas que serpean ia tierra. Derechos Huma­ nos: una construcción cultural”. En: Mujer, violencia y derechos humanos (reflexio­

nes, desafíos y utopías).

de las mujeres que las precedieron: invisibilizan a las mujeres que congran inteligencia y responsabilidad, irreverencia e insolencia, se atre­ vieron a pensar y elaborar utopías, a organizarce y luchar por ellas.167 N o definía qué era la conciencia de género, pero claramente prefería hablar de mujeres al analizar la capacidad de produc­ ción cultural y de ideas del feminismo. Un año después, pro­ bablemente influida por las críticas que a la categoría habían levantado otras feministas radicales no insertas en redes de tra­ bajadoras ni en O N G s (Amalia Fischer, en Brasil; yo en Méxi­ co, Urania Ungo en Panamá, etc.) y por la lectura de la catala­ na María Milagros Rivera Carretas,568Pisano analizaba los avan­ ces que ha significado la instalación de los estudios de género en la Academia, para concluir que han tenido el límite de hacer un estudio sobre la mujer y no sobre el pensamiento crítico construido por las mujeres.169

167 Pisano, M., Deseos (fe cambio o ¿el cambio de ios deseos?, Santiago de Chile, Sandra Lidid Editora, 1995, pp 73-74. !í’8 Sobre todo: María Milagros Rivera Garretas, Nombrar el Mundo en femenino. Barcelona, Icaria, 1994, que ha tenido mucha difusión entre las feministas au­ tónomas latinoamericanas por la crítica que, desde su posición de académica, ejerce sobre los ambientes intelectuales liberales académicos y sus mecanismos de revisión y reforma de la subordinación sociosimbólica de las mujeres. Esta historiadora catalana es además una de las académicas europeas que mayor­ mente toma en consideración la producción teórica del feminismo autónomo latinoamericano, aunque difiera con él sobre ciertos tópicos, por ejemplo sobre la muerte del patriarcado planteada en el Sottosopra Rosso de la librería de las mujeres de Milán y que ha sido muy duramente criticado por Pisano. !(WPisano, M. Un cierto desparpajo, Santiago de Chile, Sandra Lidid Editora, 1996, p. 87.

IGUALES OPORTUNIDADES, RECOMPENSAS INJUSTAS (Constricciones sociales y estrategias de género en estudiantes de Uruguay)

Adriana Marrero

(Universidad de ta República) A finales del año 1996, en el marco de una investigación sobre el bachillerato uruguayo, aplicamos, entre otros instru­ mentos de recolección de información, una encuesta a 339 estudiantes que estaban cursando el último año en este nivel. El cuestionario, autoadm inistrado, estaba compuesto por cuarenta preguntas cerradas, y por una pregunta abierta, que cerraba el formulario invitando a los y las jóvenes a expresar aquello que no hubieran podido hacer a través de los ítems anteriores. N i la investigación, que tenía otros propósitos bien diferentes, ni el análisis de la información pretendían conducir a la formulación o a la contrastación de hipótesis fuertes sobre cuestiones de género. Sin embargo, supusim os desde el comienzo que la variable “sexo” podría explicar en parte o ayudar a discriminar algunas diferencias de opiniones y proyec­ tos. Muy poco sacamos de allí, y abandonamos, muy pronto, la idea de relacionar con el género la mayor parte de los fenómenos que nos proponíamos explorar. Pero algo muy diferente ocurrió al leer lo que los y las estudiantes habían decidido escribir de su puño y letra al final del cuestionario. Las diferencias que comenzamos a percibir entre los temas que preferían tocar las mujeres y los varones, y

entre las formas que elegían para expresar sus ideas, nos pusieron de nuevo tras una pista que ya no pensábamos seguir. Lo interesante de estas diferencias era que se manifestaban, además, en un momento en que las cuestiones de género no eran objeto de reflexión ni de indagación. H ablando simplemente sobre su futuro académico o laboral, sobre sus planes, o sobre su vida cotidiana dentro del liceo, hombres y mujeres mostraban diferencias notorias. Presentaremos aquí estas diferencias, partiendo primero de una breve descripción de la situación de la mujer en Uruguay y de las constricciones y oportunidades estructurales que se le presentan. Uruguay ocupa el lugar N ° 40 del mundo en el índice de desarrollo humano del año 1999.170 Esto lo ubica entre los países de alto desarrollo humano (45 en total), un sólo lugar por debajo de Argentina y seis lugares por debajo de Chile, el otro vecino del Cono Sur. En cuanto a género, las cosas parecen estar todavía un poco mejor: Uruguay sube cuatro lugares, hasta el 36, si atendemos, como lo hace el PN U D ~en su índice de desarrollo relativo al género- a la esperanza de vida al nacer (donde las mujeres superan en 7 años y medio a los hombres), la tasa de alfabetización de adultos, y la tasa bruta de matriculación a todos los niveles de la enseñanza, donde la diferencia a favor de la m ujer supera los siete puntos porcentuales.171 Además, según el censo estudiantil del año 1999, la m atrícula universitaria es predom inantem ente femenina (63% del estudiantado en la Universidad de la República son mujeres, contra el 37% de hombres), y el promedio de años de escolarización es también más elevado entre las mujeres. Sin embargo, los mismos índices del PN U D 170 Los datos pertenecen a 1997. 171 P N U D , “Informe sobre desarrollo humano, 1999” Madrid, Mundi Prensa, 1999, p. 138.

nos muestran otro aspecto, menos luminoso de la misma realidad: Uruguay desciende al lugar 56 cuando se trata del índice de potenciación de género: sólo el 13.7% de todos los puestos gubernamentales, no importando su nivel, están ocupados por mujeres, y el porcentaje baja a menos del 7% en cuanto a escaños parlamentarios. El PBI real per cápita de las mujeres alcanza sólo el 51% del de los hombres. ¿Por qué esa diferencia notoria entre el lugar que ocupa Uruguay en cuanto a “desarrollo relativo al género” y en cuanto a la “potenciación de género”? Los indicadores favorables sobre la situación de género son ya históricos. Nos beneficia una tradición relativamente larga de ejercicio de los derechos de ciudadanía por parte de las mujeres, una temprana obliga­ toriedad de la escolarización y la gratuidad de la enseñanza pública. Nos beneficia también —¿quién puede dudarlo?—la laicidad de un Estado que ha querido modernizarse temprana­ mente, y que, al separar las cuestiones públicas de la vida religiosa, ha contribuido a la erosión de las visiones tradicionales de la mujer como esposa y madre, y ha favorecido su integración al mundo de la escuela y del trabajo remunerado. Para dar algunas fechas, el Estado uruguayo no tiene religión oficial desde la Constitución de 1917, y ya desde antes, a partir de 1913, estaba en vigencia el divorcio por la sola voluntad de la mujer. Pero este proceso, que tiene su máximo impulso en las primeras décadas del siglo XX, se enlenteció primero, y ahora parece estar prácticamente detenido. Las mujeres siguen, ahora más que nunca, asaltando las aulas universitarias en busca de mejor y mayor educación, y hacen todo por integrarse a la vida laboral y profesional. Pero no obtienen ahora lo que sí lograron hace casi un siglo: respuestas de las élites políticas en favor de la igualdad. Sólo recientemente, y probablemente como efecto de la difusión de indicadores de género a nivel mundial, ha comenzado a surgir, tímidamente, y en sectores aislados y minoritarios, la inquietud de favorecer la participación de las

mujeres en la vida política, aumentando voluntariamente su número en las listas de candidatos a cargos públicos. La cuestión de las cuotas no es siquiera tema de debate, como tampoco lo es casi ninguna cuestión que concierna a la mujer* N o es sorprendente: menos del 7% del parlamento nacional está integrado por mujeres, y las uruguayas reciben sólo un tercio de la riqueza que produce el país. Después de tantas décadas de “igualdad de oportunidades”, la desigualdad de las recom­ pensas es más visible que nunca. Según la Encuesta Continua de Hogares del año 1997, la tasa de actividad femenina alcanzaba al 48.5%; la tasa de actividad masculina era del 71.4%. El desempleo afectaba entonces al 11.4% de la mano de obra activa: al 9% de los trabajadores hombres y al 14.7% de las mujeres. En cuanto a ingreso, en térm inos generales, las mujeres percibían el equivalente al 63% del ingreso de los hombres. Examinemos más de cerca esta diferencia, atendiendo a tres variables principales: el nivel educativo de hombres y mujeres, la edad, y la ocupación. Dentro de un contexto general de alta discriminación de ingresos, el nivel educativo no tiene prácticamente inci­ dencia alguna en la equiparación económica entre hombres y mujeres. Por ejemplo, mientras que las mujeres sin instruc­ ción ganan casi el 53% de lo que perciben los hombres que tampoco han recibido instrucción, ese porcentaje apenas va subiendo poco a poco a medida que examinamos los siguien­ tes niveles de educación, hasta alcanzar el máximo del 57.2% para un nivel de “secundaria completa”. Las universitarias per­ ciben el 56.4% de lo que perciben los hombres con su mismo nivel educativo. Como resultado de la culminación de cada una de las etapas de lo que podría considerarse como una tra­ yectoria educativa normal, las mujeres apenas logran superar la mitad de lo que perciben los hombres con idéntico nivel educativo.

Ahora bien. Si decíamos que en promedio ias mujeres perciben el 63% del ingreso de los varones, entonces debe ha­ ber algún tipo de educación que, por brindar ingresos menos inequitativos, logre compensar la diferencia porcentual entre los números globales y la aún mayor discriminación que ob­ servamos en el párrafo anterior. La respuesta es interesante, en la medida en que nos remite a dos tipos de educación muy específicos y habilitantes a credenciales muy mal cotizadas en el mercado de empleo: las titulaciones técnicas y las profesio­ nes docentes. Para estos dos tipos de educación, ias mujeres obtienen ingresos relativamente menos desventajosos: el 60.2% del ingreso masculino en el caso de los estudios técnicos, y el 67.9% del ingreso en profesiones docentes. Para apreciar me­ jor la dimensión de la desigualdad, agreguemos que los pro­ medios generales de ingresos de las personas que —sin impor­ tar su género- han realizado estudios técnicos o docentes, son incluso inferiores a los que perciben los egresados del bachi­ llerato, y en paridad, o aún por debajo del primer ciclo de en­ señanza secundaría. Los casos en los que la discriminación económica en perjuicio de la mujer es menor, son entonces, además, aquellos en los cuales el adicionar años de educación form al con posterioridad al bachillerato, en vez de ir incrementando el ingreso, parece ir en desmedro del ingreso esperado. En otras palabras, las mujeres tienen menos desven­ tajas en aquellas titulaciones con una tasa de retorno de signo negativo. 'Va que estamos considerando las diferencias de ingresos entre géneros, es oportuno echar una breve ojeada a lo que ocurre durante el tránsito vital de los trabajadores. Si lo hace­ mos, es fácil percibir que la distancia de ingresos que separa a hombres y a mujeres, describe una curva divergente, que los va alejando poco a poco a medida que avanzan en edad. Tanto para el caso de los varones como de las mujeres, el momento en que reciben los mayores ingresos, es cuando tienen entre

40 y 49 años de edad. Allí, las mujeres reciben el 58% de lo que perciben sus coetáneos varones. Pero esa diferencia de ingresos varía significativamente con cada uno de los tramos. En las edades más tempranas, en las cuales se realizan las acti­ vidades y se ocupan los puestos menos calificados, la diferen­ cia entre el salario masculino y el femenino no es tan grande. Allí el efecto del género se conjuga con una vaga y generaliza­ da desvalorización de la juventud y con la descualificación de los puestos de trabajo, para dar como resultado la relación más equitativa entre sexos que será posible observar: entre los 20 y los 24 años, las jóvenes mujeres perciben casi el 79% de lo que reciben los varones. En el tramo anterior, de los 14 a los 19, el porcentaje es algo menor (75%). Pero a partir de los 25 años, la brecha de ingresos entre géneros se agranda paulatinamente; entre los 30 y los 39 años, las mujeres reciben el 62.2% de lo que perciben los hombres; entre los 40 y los 49, el 58%; entre los 50 y 59, el 56%, y después de los 60, apenas superan el 50%. Quiere decir que la brecha se agranda precisamente a medida que se van alcanzando las etapas vitales en las cuales las personas esperan asumir puestos de elevada responsabili­ dad. ¿Será esta creciente brecha salarial una expresión num é­ rica del efecto del techo de cristal?172 Tal vez parte de la respuesta esté dada por la diferencia de remuneraciones en aquellas ocupaciones que registran ma­ yores ingresos: las de los profesionales universitarios y altos gerentes. Si recurrimos de nuevo a los datos de la Encuesta de Hogares, y conservamos en mente el porcentaje global del in­ greso femenino, que es del 63% del masculino, podemos lle­ varnos una sorpresa al constatar la dimensión de las diferen­ 172 Para este concepto, ver p.e. Nicolson, P. (comp.) El techo de cristal, Madrid, Narcea.

cias de ingresos que rige en las ocupaciones más cotizadas: las mujeres profesionales y gerentes perciben sólo el 49% del in­ greso masculino. Podrán llegar a obtener sus titulaciones y ejer­ cer sus profesiones e incluso, podrán ocupar cargos gerenciales, pero el precio será percibir menos de la mitad que sus colegas varones. Para tener un nuevo parámetro de comparación que nos permita percibir los efectos que en términos de ingreso ten­ dría en Uruguay, el techo de cristal, basta remitirnos a los in­ gresos de hombres y mujeres en puestos inmediatamente in­ feriores a los de la gerencia: los puestos de oficina. Con esta comparación no queremos sentar el supuesto -demasiado fuer­ te, y sin duda problemático- de que a todos los puestos de gerencia o profesionales se acceda desde puestos de oficina de menor jerarquía. Más bien, lo que deseamos es establecer una comparación entre categorías ocupacionales que pueden ser vistas como colindantes y, en una visión escalafonaria, podrían también ser vistas como sucesivas. Hecha esta salvedad, ahora sí: ocupando cargos administrativos y de oficina en general, incluidos los cargos de jefatura, las mujeres 110 se encuentran tan mal paradas: perciben casi el 72% de lo ganan sus colegas hombres. Al dar el salto hacia arriba, es que pagan el precio. O bien no lo alcanzan, o bien lo que perciben apenas si alcanza para compensar el esfuerzo. En términos generales, la dife­ rencia de ingresos entre las mujeres que ocupan puestos de oficina y aquellas que logran llegar a puestos profesionales o de gerencia, es de apenas 31.1%. ¿Es lo bastante grande como para compensar el esfuerzo adicional que requiere? Veamos lo que ocurre en el caso de los hombres: la diferencia de ingresos entre un oficinista y un profesional o gerente es del 91.6%: una ganancia extra porcentualmente casi tres veces mayor que la que obtienen las mujeres, y eso, partiendo ya de un nivel de ingresos superior. En suma, no sólo les es más fácil llegar a esos cargos -ya que es más frecuente que lo hagan- sino que el

beneficio económico que obtienen por lograrlo, es mucho mayor. Tal vez uno de los aspectos más llamativos del análisis cuantitativo de los resultados de las encuestas que aplicamos, es el hecho de que el “sexo” como variable, resultó muy poco explicativo en términos estadísticos. Tanto las mujeres y los varones provenían de hogares similares, tenían planes no muy diferentes para cuando terminaran el bachillerato, y juzgaban de un modo muy parecido las fortalezas y debilidades de la educación que estaban recibiendo. Si bien en una primera lee» tura de las tablas bivariadas se percibía que las mujeres que estudiaban inglés superaban en más de 13 puntos porcentua» les a los varones, la relación estadística entre ambas variables no resultó lo suficientemente significativa como para que, por sí sola, permitiera algún tipo de inferencia. En contraposición, la práctica de deportes era más frecuente entre los varones que entre sus compañeras mujeres. Yeso parecía ser todo. En definitiva, eran tan débiles las relaciones que encontrábamos, tan poco interesantes en térm inos inferenciales y tan poco sustantivas desde el punto de vista sociológico, que casi aban­ donamos la idea de apoyarnos en las encuestas para encarar un análisis basado en el género. De atenernos a esas respuestas, no hubiera sido difícil afirmar que no hay diferencias signifi­ cativas entre la forma como los adolescentes varones y muje­ res perciben el m undo de la educación, del trabajo, y de pla­ near su futuro; los jóvenes uruguayos estarían siendo sociali­ zados de un modo impecablemente “neutro”. Sin embargo, hubo una pregunta —y una sola- cuyas res­ puestas terminarían por mostrar una pequeña pero significati­ va grieta en la trama del aparente igualitarismo en los procesos de socilización. Por ella se filtraba, finalmente, el peso de una estructura social que presiona hacia diferentes destinos y abre diferentes oportunidades. Y es que, hablando de estructura, no es posible poner el énfasis sólo en sus efectos limitantes. Al

decir de Anthony Giddens, la estructura tiene un carácter dual: constriñe, limitando el repertorio de cursos de acción posibles en una situación dada, pero también señala senderos, oportu­ nidades, resquicios.173 N o sólo habilita los trillados caminos de lo instituido, sino que deja también estrechos senderos que explorar y espacios para la innovación. Por eso es posible el cambio y la resistencia, como veremos. Posicionadas como actoras que no se limitan a padecer la situación, sino que la interpretan y se orientan diestramente en ella, las jóvenes en particular, se muestran hábiles para detectar los pequeños pero significativos espacios que la sociedad parece prometerles. Y es desde la oportunidad de la “agencia”, —de la posibilidad de innovar dentro de espacios estructurales cristalizados o aún en contra de ellos—, y de la aceptación o rechazo de esta opor­ tunidad, que los y las jóvenes terminan por situarse en veredas a veces distintas. Veamos la pregunta y veamos las respuestas. Cuadro N ° 1 En el futuro, y si sólo dependiera de tu voluntad ¿Qué te gustaría ser? (En porcentajes)

LE GUSTARÍA SER Profesional Universitario/a Liberal Docente, Maestro/a, Profesor/a Empíeado/a Público/a o Bancario/a Dedicarse al cuidado del hogar y de sus hiios Artista, Deportista, Artesano/a Empresario/a, Alta Gerencia TOTAL

VARONES 24.4 0.8 0.8 2.5 í 7.6 53.8 36.8

SEXO

MUJERES 47.5 5.4 4.9 2.5 7.4 32.4 63.2

TOTAL 39.0 3.7 3.4 2.5 11.1 40.2 100.0

173 Giddens, A. (1995) La constitución de la sociedad. Bases para una teoría de la estructuración, Buenos Aires, Amorrortu.

La apelación a la simple y sola voluntad tenía como pro­ pósito el hacer olvidar, por un momento al menos, cualquiera de los factores o elementos de carácter racional o estratégico que pudieron haber pesado en el proceso de toma de decisio­ nes sobre el futuro laboral o profesional del propio estudiante. La pregunta debía funcionar como una especie de “varita má­ gica” que convirtiera en respuestas a un frío cuestionario autoadministrado, a los sueños y deseos de los chicos y chicas, por más irrealizables que ellos pudieran ser. ¿Funcionó la varita? Lo que presentamos en el cuadro N°1 es el resultado de una recategorización de las posibles respuestas que podían dar los jóvenes. Se intenta mostrar una distribución que reuniera en seis categorías básicas, diferentes destinos, algunos más fá­ cilmente realizables que otros, y que pueden considerarse como asociados a diferentes estilos de vida, valores y gustos. Para una lectura adecuada, comparemos las filas, renglón a renglón entre sí, a fin de percibir las diferentes respuestas de las muje­ res y los varones. Según el cuadro, las mujeres superan a los varones en su preferencia por las profesiones universitarias (23 puntos por­ centuales de diferencia), por las carreras docentes, tales como el magisterio y los profesorados (sobre los que volveremos lue­ go), y, sorprendentemente, por los empleos de oficina. El men­ guado 5% de preferencias por un empleo de oficina, no debe distraer nuestra atención sobre la naturaleza de la pregunta. Es casi como si Cenicienta hubiera pedido a su hada madrina, como único deseo, el envejecer bajo luces de neón en un em­ pleo de 9 a 5. Los varones, en cambio, aventajan a las mujeres en su preferencia por las actividades empresariales, en parti­ cular las de manejar su propia empresa (más de 21 puntos por­ centuales de diferencia) y por las deportivas y artísticas (más de 10 puntos de diferencia en relación con las mujeres). Sin preocuparse por las expectativas tradicionales de género, va­ rones y mujeres emparejan porcentajes en cuanto a su deseo

de permanecer en casa, cuidando el hogar y ocupándose de los niños. N o es un dato que carezca de interés. Ahora bien ¿cómo deberíamos interpretar estas respues­ tas? A primera vista, se percibe el fenómeno tan largamente diagnosticado en Uruguay, del realismo y pragmatismo de nuestra juventud: la enorme mayoría elige ocupaciones y pro­ fesiones bastante usuales, poco disrruptivas en relación con sus posibilidades reales y sus rutinas cotidianas.174 Si sólo de­ pendiera de su voluntad, (es decir, si no mediaran condiciona­ mientos o determinaciones de ninguna índole) ninguno/a de ellos/as saldría a recorrer el mundo, ninguno/a sería astronau­ ta, ninguno/a aspira a convertirse en magnate de las finanzas, nadie sueña con ganar un premio Nobel. La varita parece ha­ berse oxidado, tal vez por desuso. Sin embargo, las diferencias entre géneros son notorias. Los varones, más que las mujeres, tuvieron en mente el sim­ ple gusto por el disfrute y la diversión. Las actividades más claramente lúdicas, recreativas o expresivas, como las artes y los deportes, fueron preferidas por los varones más que por las mujeres; así como también, dentro de las actividades labora­ les, aquellas que al menos en apariencia, ofrecen mayor liber­ tad. El 44% de los varones desea ser el propietario de su propia empresa, tal vez por evitar cualquier relación de dependencia. Esta, en cambio, no parece ser una preocupación de las muje­ res. Vistas las altas remuneraciones que logran los varones en cargos gerenciales, y suponiendo que vean esa meta como algo, además, posible, no es raro que también aspiren en mayor medida que sus compañeras, a alcanzarlos. ¿Estarán las jóve­ nes mujeres renunciando de antemano a una meta que no sólo les será esquiva, sino que tampoco les reportará ventajas eco­ 174 Rama, G. y Filgueira, C. H. (1991) Losjóvenes uruguayos, esos desconocidos, Mon­ tevideo, Cepa!.

nómicas elevadas? En la misma dirección interpretativa de la búsqueda de posiciones ventajosas y relativamente menos esforzadas por parte de los varones, sería posible plantear la hipótesis de que esos poquísimos jóvenes que optarían por permanecer en el hogar, estén tal vez expresando el rechazo a los rigores del mundo laboral remunerado, más visibles a sus ojos, que los del trabajo doméstico. Sin negarnos, por ello, a considerar la hipótesis de que, simplemente, deseen por fin, cuidar de su hogar y de sus hijos. Por otra parte, son las tam­ bién poquísimas mujeres que se inclinan por el trabajo do­ méstico, las que, precisamente por su menguado número, con­ tribuyen a subrayar el ocaso —al menos dentro de ciertos estra­ tos socioeconómicos—del modelo tradicional de la mujer li­ mitado al rol de esposa y madre. Las manifestaciones textuales de los estudiantes, espon­ táneas y no dirigidas, nos ayudarán a iluminar mejor estas cues­ tiones. Por ahora, nos bastará dejar planteada como hipótesis, la posibilidad de que las profesiones, sean liberales o docentes, y los empleos de oficina, en especial bancarios, a los que a menudo se ingresa por concurso, sean vistas por las jóvenes como los senderos meritocráticos que conducen al logro, den­ tro de una estructura social que constriñe fuertemente hacia la adscripción y hacia la desigualdad entre hombres y mujeres. Tal vez vagamente conscientes de las dificultades que enfren­ tarán en el mundo profesional, académico o laboral en gene­ ral, las jóvenes sueñan para sí reductos donde sean los propios méritos, los propios esfuerzos y las propias capacidades, —más que la espontaneidad, el disfrute o la libertad de acción que parecen desear los varones- los que marquen las diferencias de recom pensas sociales efectivam ente recibidas. La formalización de la normativa profesional o burocrática, la impersonalidad de los reglamentos y los procedimientos en sistemas y organizaciones complejos, las titulaciones y los es­ calafones, podrían ser vistos —antes que como límites a las po­

sibilidades de expansión de las esferas de acción del sujetomás bien como mecanismos protectores ante la discrimina­ ción o la arbitrariedad y como aprovisionadores de dispositi­ vos de medición y premiación del propio mérito, por encima de toda otra diferencia, incluidas lás de género. Tal vez ello implique renunciar a la expresividad, la creatividad, o los más altos ingresos, podrían decir ellas, pero puede asegurar resul­ tados concretos. La alta formalización escalafonaria de algunos sistemas, y la rigidez y parsimonia de sus normativas para el ascenso, como las que rigen en la enseñanza primaria y secundaria, que dicen preferir las mujeres, puede también ser visto como un mecanismo protector frente a las tensiones -y frustracionesque caracterizan a otras carreras académicas y profesionales altamente competitivas. Visto así, las mujeres renunciarían a pelear por buenos lugares en profesiones más cotizadas y pres­ tigiosas, pero a cambio, renuncian también a la tensión deri­ vada de la inseguridad laboral, de la mayor discriminación sa­ larial y de la competencia permanente. Esto cobra mayor plausibilidad si volvemos a los números que examinábamos antes; recordemos que los empleos de oficina, y los docentes, aun­ que mal remunerados, eran los menos desigualitarios en cuanto a ingresos. Todo lo anterior no significa afirmar que las jóvenes per­ ciban en toda su cristalinidad las diferencias de remuneracio­ nes, de oportunidades ocupacionales, de recompensas socia­ les y las inequidades entre géneros que ya hemos descrito más arriba; tampoco implica que sus respuestas reflejen necesaria­ mente la explicitación de largos procesos deliberativos que tomen en cuenta estas cuestiones. M ucho menos significa que esos espacios preferidos por las mujeres efectivamente fun­ cionen, en los hechos, como reductos protectores contra la desigualdad. Más bien, creemos que si insistimos en conside­ rar -junto con Giddens, entre otros—a las personas como par­

ticipantes diestros de la sociedad y como capaces de realizar interpretaciones válidas en contextos situados, no es improba­ ble que las jóvenes se encuentren en condiciones de percibir la dimensión de las dificultades con las que se enfrentan otras mujeres en situaciones similares, y se dispongan a prepararse lo mejor posible para enfrentarlas; y ello, aunque no necesa­ riamente conozcan las raíces ni sepan explicar las causas de dichas dificultades. La información disponible no nos pennite contrastar em­ píricamente dicha hipótesis. Pero sí podemos explorar su plausibilidad a través del análisis de las expresiones de las y los jóvenes. Si las jóvenes sostuvieran una ideología más marcada­ mente meritocrática y orientada al logro, y si además, busca­ ran compensar -~de un modo más o menos consciente—las desventajas sociales y sicológicas derivadas de su condición de mujeres en un espacio público todavía caracterizado por el pre­ dominio masculino, sería esperable encontrar en sus dichos, más autoexigencia, mayor disposición al trabajo y una mejor aceptación del esfuerzo. En otras palabras, si las jóvenes creen que efectivamente se las juzgará y se las recompensará por el esfuerzo que realicen, es más probable que se muestren dis­ puestas a realizar dicho esfuerzo. Y aún más: si creen realmen­ te en la vigencia de los mecanismos meritocráticos, se mostra­ rán también más exigentes con los demás. Explicitemos esto un poco más. En términos generales, y desde una perspectiva típicoideal, la creencia en el logro y en el mérito, empuja al logro y al mérito; mientras que la creencia en la importancia de cualida­ des adscriptivas, tales como el linaje, la superioridad de géne­ ro o la desigualdad racial, invitan a la conformidad con la po­ sición asignada por el sistema de desigualdad vigente. Cuando una estructura desigual basada en cualidades adscriptivas, como el género, por ejemplo, se combina con una ideología mérito-

ciática orientada al logro, ios comportamientos probables son más complejos. Es posible que los individuos o grupos bene­ ficiados por la estructura en base de sus cualidades adscriptivas, tiendan a buscar las acreditaciones formales que les permitan por un lado, competir con los demás grupos en un sistema abierto y a la vez, legitimar el usufructo de las mayores recom­ pensas relativas que garantiza el sistema de desigualdad exis­ tente, Mientras tanto, es probable que los individuos o grupos desfavorecidos —mujeres en nuestro caso—se aferren a los me­ canismos meritocráticos disponibles esperando obtener, no sólo las acreditaciones formales, sino las herramientas que les per­ mitan superar con éxito las condicionantes estructurales ad­ versas. La complejidad del análisis aumentaría mucho si con­ sideráramos además otras fuentes de desigualdad como la cla­ se social o la procedencia étnica. Dado nuestro universo de estudio, relativamente homogéneo por su procedencia, consi­ deraremos a estos factores como constantes o poco relevantes, para centrarnos de lleno en la cuestión del género. Ahora sí, procuremos dar a esta teorización un poco de carnadura em­ pírica. En suma ¿qué dicen las jóvenes cuando hablan? Y so­ bre todo ¿cómo io dicen? Utilizaremos para ello las respuestas escritas por los es­ tudiantes a la última pregunta abierta del cuestionario aplica­ do, que rezaba: ¿Hay algo más que quieras decirnos sobre el bachillerato o tus planes de futuro? De este modo, se invitaba a que los y las jóvenes expresaran libremente y con sus propias palabras, sus opiniones, inquietudes, deseos, y temores. El 49% de los encuestados (167 en total) aceptó la invitación. Mostra­ remos las diferencias entre las manifestaciones de mujeres y hombres sobre dos aspectos de su realidad: primero, en lo que tiene que ver con sus juicios sobre la educación que están re­ cibiendo actualmente; en segundo término, sus proyectos y planes de futuro.

Una de las características más notorias del discurso femenino que recogimos en las aulas, es la insistencia en exigir siem pre más: más nivel, más orden, más higiene, más organización, más puntualidad y asiduidad por parte de los profesores. Examinaremos a continuación ejemplos concretos. Pero para poder interpretarlos correctamente, es preciso tomar en cuenta que su valor no está dado tanto por la frecuencia —que evidentemente tiene su importancia propia- sino por su perti­ nencia en el contexto global de las declaraciones. En este caso, cada una de las piezas textuales cumple la misma función que la de una pequeña pieza dentro de un gran puzzle: tom adapor separado, expresa intereses, deseos o gustos individuales; pero todas juntas, articuladas entre sí en el contexto general, forman una composición diferente, una configuración de sentidos con características propias y de otro nivel. Por ello la frecuencia no* es necesariamente lo que más importa. Al igual que en un puzzle, si de delinear una figura se trata, puede resultar más vital una sola pieza, muy característica, que muchas otras, más frecuentes y parecidas entre sí, que sirven de fondo. Ello no habilita a lá arbitrariedad interpretativa. Las manifestaciones textuales de los y las estudiantes, permiten objetivar el sentido subjetivo de sus actos en el momento de aceptar la invitación a hablar —o a escribir— sobre lo que desea-ran.175 Es esta dimensión objetiva la que examinaremos a continuación: la del lenguaje, la de las palabras que se eligieron, la de los modos de expresión, la de los temas elegidos. Y, como contrapartida, lo que no se dijo, lo que está ausente, lo que se omite.

175 Giddens, A .(1987) Las nuevas reglas del método sociológico, Buenos Aires, Amorrortu.

A) Las mujeres, a diferencia de los varones, se muestran desconformes con el nivel de la formación que reciben. Mos­ tramos a continuación algunos ejemplos de este fenómeno. Los juicios adversos sobre el nivel de la educación provienen, casi sin excepción, de labios femeninos. Y lo que llama la aten­ ción, además, es la forma terminante y clara de expresar su disconformidad. O bien porque consideran que el bachillera­ to no prepara para el ingreso a la universidad, o bien porque se lo considera “un simple pasaje”, es decir, una mera formali­ dad, por ser muy abarcativo, o por otras razones que las jóve­ nes explicitan con claridad, las mujeres expresan su deseo de aprender más y mejor:176 “N o me parece un nivel suficiente para entrar a la facul­ tad la enseñanza que recibimos...” (p4farqu) “El liceo ya no prepara para nada, lo que hace que los años en que pasamos por él se transforme en eso, un simple pasaje, cuando a mi ver debería ser algo más pues al salir del liceo tenemos 12 años de estudios de los cuales obtenemos apenas lo necesario (contando la primaria)” (pSfder) “El bachillerato no tiene un nivel bueno...” (p4fder) “ÜE1 bachillerato es un desastre, el nivel de enseñanza, cada vez es peor!! Sobre mis planes de futuro: el campo labo­ ral cada vez es más limitado y es más difícil trabajar de lo que nos gusta” (p4fder) 176 Cada uno de los textos producidos por los estudiantes están seguidos por un código que brinda información sobre el tipo de liceo, sexo y opción curricular que cursa. La primera letra designa el tipo de liceo: “p” público, HP” privado; el número identifica los Liceos Públicos; cuando son privados se especifica si son laicos (“1”) o confesionales (“c”); la tercera letra designa el género, femenino (“f ”) o masculino (“m ”); el resto de las letras son la abreviatura de las opciones curriculares: agronomía, arquitectura, derecho, economía, ingeniería, medici­ na.

“Tendrían que hacer una enseñanza más sólida, que desde el comienzo te enseñen diferentes materias y continuar con ellas hasta finalizar, de esa manera se terminaría de aprender bien sobre cada materia, y no un poquito de cada cosa, que en definitiva no se aprende mucho. El que mucho abarca poco aprieta. (P4fder) “Creo que la educación en bachillerato ha decaído (tan­ to en instituciones públicas como privadas) en pocos años; hago este juicio porque tengo hermanos más grandes y mismo con mis padres, comparamos y juntos sacamos esa conclusión. Si bien las comparaciones no siempre son válidas, en el tema “educación” creo que es importante, ya que nos estamos pre­ parando para manejar el mundo futuro. Y está en nuestras manos (las de ios jóvenes) tratar de mejorar cada día” (Plfagro) Comparemos ahora eí contenido y el tono de los dichos de las mujeres, con estos otros, mucho más complacientes, que pertenecen a dos jóvenes varones. El nivel se podría mejorar, dicen, pero, en el fondo es bastante satisfactorio. “Desde mi punto de vista, a pesar de todo, de las condi­ ciones que estudiamos, tenemos un buen nivel de enseñanza... que se debe mejorar. La verdad todavía no se que voy a hacer” (p4marqu) “El bachillerato es una buena base de futuro aunque podría mejorar el aspecto educativo, e inclusive integrar las clases y otros liceos con actividades deportivas” (p4mder) B. Las mujeres, más que los hombres, están más dis­ puestas a convertir su disconformidad en exigencias concretas de mayor nivel. N o se trata de simples quejas. Las jóvenes mujeres piden y demandan una educación más adecuada a sus necesidades, y con mayores exigencias. Como veremos, las pro­ puestas no son una exclusividad femenina, pero los varones que proponen una educación más exigente, son más escasos:

“Pienso que sería conveniente que se intensificaran al­ gunos cursos (como los idiomas) mediante una mayor carga horaria y con mejores profesores. Este último aspecto debería ser para todas las materias ya que en muy pocas hay buenos profesores. También deberían agregarse cursos intensivos en computación y otras materias que nos preparen para el futu­ ro.” (Pcfder) “Me parece que hay materias que no van de acuerdo con las diferentes orientaciones. Se debería profundizar más en las otras materias...” (p4fder) “Tendrían que dar más importancia a las materias que te sirvan para estudios universitarios y agregar materias auxilia­ res como computación, contabilidad o dactilografía.” (P4fder) Llama la atención el modo bien articulado como este joven varón, estudiante de ingeniería, expresa sus propuestas para mejorar la educación media: “Tendríamos que tener computación. Una mejor biblio­ teca. Brindar clases de apoyo hacia las materias previas y con dificultad. Tener la cantidad necesaria de materiales para reali­ zar las prácticas de acuerdo a nuestro nivel de estudio.” (p3ming) Otros varones también convierten en propuestas su dis­ conformidad con el bachillerato que están cursando. Pero los énfasis son diferentes, y se alinean junto con los gustos y deseos de los muchachos: el acceso a biblioteca, “el mejor confort” que pide uno, los deportes y los talleres —voluntarios, claro—para facilitar el tránsito hacia el mundo del trabajo, pasan a ocupar el lugar que en el discurso de las mujeres ocupaban las mate­ rias auxiliares, la mayor carga horaria y los cursos intensivos. “Tener acceso libre a la biblioteca sobre libros que se usan en la facultad. Que en el liceo haya un mejor confort” (p4marqu)

“Para mí en el bachillerato debería existir un taller, de carácter voluntario, que nos oriente sobre como conseguir trabajo...” ( plming) “Deberían tener un plan deportivo enfocado a los ba­ chilleratos norteamericanos, con becas y todo” (p4marqu) C. Las mujeres, y no los varones, reclaman una educa­ ción ligada a las necesidades de la vida cotidiana; pero ¿qué es la vida cotidiana? La actualidad, la realidad de la vida, o sim­ plemente la “vida” es algo que no debería quedar al margen de los contenidos curriculares de la educación media, dicen las mujeres. Las manifestaciones que presentamos no son sólo interesantes por la elección de las palabras que se utilizan “ S o ­ lamente la referencia a “la vida” podría dar mucho que decir™ sino sobre todo, por el sentido que dan las jóvenes a estas pa­ labras. U n modo de expresarse que a primera vista podría ser rápidamente caracterizado como “tradicionalmente femeni­ no” e intimista, refiere realmente a cuestiones que pertenecen a distintas esferas de actividad, eventualmente susceptibles de ser articuladas a través de la educación. Según el primero de los casos que veremos, preparar para la “vida” es preparar para el mundo doméstico, pero antes -al menos sintácticamente—para el mundo del trabajo y la pro­ fesión. Ambos mundos conforman, igualmente, el mundo de lo cotidiano, de lo que es “de aplicación diaria”. Esta idea tal vez aparece en forma más clara en la segundo de los textos que citamos. “La realidad de la vida” no consiste, para ella, en nin­ gún misterio ligado a formas más o menos inefables de la ex­ periencia subjetiva. Bien al contrario, “la realidad de la vida” refiere a algo tan público, objetivo y genérico, como “la pobla­ ción y el país”. Que ese es el sentido de sus dichos, lo confir­ ma los términos de comparación que utiliza: “la realidad de la vida de la población” se contrapone luego a lo que no es real, a los “personajes ficticios”, que parecen imaginar los

educadores. Es en el mundo adulto representado por la edu­ cación -que imagina seres irreales—, y no en el juvenil, donde esta chica sitúa la fantasía y la ficción. El tercer ejemplo, muestra el mismo tipo de preocupación: la educación debería incluir “temas de actualidad”. Pero de nuevo, el énfasis no está en la expresividad, sino en la objetividad que pretende para sí, lo que ella explícitamente pide: información. “Que hay materias con muchos temas innecesarios. Y faltarían otras más necesarias para una buena preparación para la vida, ya sea profesionalmente como para el hogar. Es decir que lo que se enseña sea de aplicación diaria.” (Pcfecon) “Las materias del liceo y bachillerato tendrían que estar más adaptadas a la realidad de vida de la población y el país, las personas que hacen los programas educativos no son ajusta­ dos a nosotros sino aparentemente a personajes ficticios, no reales” (Pcfmed) “Desde mi punto de vista tendrían que sacar algunas ma­ terias y poner materias sobre información de la actualidad” (pSfder) Como queda dicho, no creemos que sea plausible soste­ ner, a partir de esta preferencia por los asuntos de la “vida co­ tidiana”, ninguna hipótesis sobre la vigencia de los modelos tradicionales de género. M uy al contrarío, la vida cotidiana incluye tanto la vida doméstica, como la vida profesional y pública, y en un m undo tan conectado, sin duda los temas de actualidad comprenden tanto la realidad inmediata y nacional como cuestiones regionales, internacionales o ambientales globales. Si algo puede extraerse de aquí, es que ellas no piden una educación más específicamente ligada a aspectos concre­ tos de la vida, sino genéricamente vinculada a aspectos y esfe­ ras distintas del accionar cotidiano.

D. Las mujeres exigen mayor organización y control en las instituciones educativas. Los cuatro ejemplos que siguen, pertenecientes a chicas de liceos públicos —donde el funciona­ miento institucional presenta más problemas—ilustran bien las demandas hacia los profesores y el personal liceal. Las jó ­ venes expresan sus juicios adversos de un modo claro, con­ tundente, a veces incluso áspero. Conocen las normas y exi­ gen su cumplimiento; juzgan con severidad a aquellos adultos —los profesores—que en vez de actuar como modelos de com­ portamiento, muestran falta de responsabilidad y de respeto; tienen criterios formados sobre cómo debería funcionar un liceo y no ocultan su desconformidad. Una vez más, desde el punto de vista de las chicas, el m undo adulto y el juvenil pare-, cen haber cambiado sus respectivos lugares. Los irresponsa­ bles, irrespetuosos, desorganizados, faltos de conocimientos y capacidad, son, para ellas, los adultos. “Quisiera que los docentes se tomaran con más seriedad su asistencia y que se hagan cargo de sus horas desde el co­ mienzo de los cursos. Que se respete a los alumnos como no­ sotros a los profesores” (p4fmed) “A mí me gustaría que no hubiera falta de profesores, y mejor organización. Que hubiera deportes incluidos en todos los años y que la enseñanza de los idiomas fuera con organiza­ ción y que sirva para tu futuro (no como ahora)” (p4fmed) “Yo creo que hay una desorganización dentro los insti­ tutos de enseñanza. Tampoco estoy de acuerdo que los profe­ sores no sean egresados y que falten mucho. Los profesores no tienen de repente nociones de pedagogía y no saben mane­ jarse con los alumnos” (p2fmg) “La microexperiencia no me parece un buen sistema educativo. La organización del liceo no es buena. Si bien hay bue­ nos profesores, también existen otros que no están capacita­ dos para enseñar” (p2fder)

E. Las mujeres, más que los hombres, perciben y se quejan de la falta de higiene en los locales liceales. ¿Condi­ cionadas por la socialización de género, o simplemente más exigentes? N o podemos saberlo. Pero a juzgar por el contexto de las demandas, este aspecto parece constituir uno más dentro del panorama general de la actitud crítica y la exigencia, -hacia sí mismas y hacia los demás—que observamos en los ítems anteriores. El no limpiar, el no preocuparse por la higiene de los establecimientos educativos, es también dejar de cumplir con las responsabilidades propias que corresponden a quienes son los encargados de conducir los institutos de enseñanza. Una vez más, los adultos no están cumpliendo con su deber. "...Tendría que haber más higiene en los lugares de es­ tudios” (p4fder) “...Que el lugar de estudio sea más controlado en todos los aspectos como la higiene y el cuidado general, como la colocación de vidrios, etc.” (P4fder) "...También tendría que haber mayor limpieza” (p4fder) “Que limpien más el liceo” (p4fder) “También en los lugares de enseñanza debe existir más limpieza” (p4fder) Mientras las estudiantes mujeres parecen describir un mundo adulto “infantilizado”, —irresponsable, irrespetuoso, sin formación suficiente, desordenado e indiferente a la limpie­ za- y se sitúan a sí mismas en el papel de evaluadoras y censoras maduras, muy diferente es el caso de los varones. Ellos decla­ ran expresamente su inmadurez, se dicen “chicos”, inmaduros, no preparados; muestran abiertamente sus temores ante la di­ ficultad, y subrayan lo costoso del esfuerzo que esperan hacer en el futuro. Se muestran, como veremos, preocupados, des­ validos, desorientados. N o es, sin duda, el mismo tipo de dis­

curso que veíamos en el caso de las mujeres. Procuremos sis­ tematizar estas cuestiones. A) Los varones, y sólo los varones, se sienten muy jóve­ nes o inmaduros. Como decíamos, los varones se perciben a sí mismos como muy jóvenes, inmaduros, no preparados para tomar decisiones o encarar el futuro. A continuación presen­ tamos tres ejemplos de tres varones: El primero se ve, simple­ mente, “muy chico”; el segundo habla de la inmadurez al momento de elegir; el tercero, pide diálogo y compensión, “teniendo en cuenta la edad”. Los tres corresponden a varones de distintas orientaciones (uno cursaba arquitectura, el otro derecho y el tercero medicina), pero todos provienen de cen­ tros privados. Aún en la hipótesis de que los alumnos de este tipo de institutos estén habituados a sentirse más protegidos, y por tanto se perciban a sí mismos como más necesitados de orientación y cuidado, no perdamos de vista que ninguno de estos ejemplos pertenecen a mujeres. La percepción de la in­ madurez estaría más ligada al género que al tipo de institución o al tipo de familia de procedencia. “Que cuando llega el momento de decidir tu futuro sos muy chico y no conocés ni la mitad de opciones que tenés. Veo que los jóvenes viven en la indecisión!!” Plmarq “Sí, creo que se debería implementar un sistema para que el joven tenga más tiempo y madurez para hacer su elec­ ción, con respecto al bachillerato que desea cursar” Plmder “Pienso que se podría ayudar a los jóvenes en el bachi­ llerato, si se Ies comprendiera y conversara de acuerdo a la realidad que vive el país, lo cual es bueno teniendo en cuenta la edad y los problemas que se viven en la misma (...)” (Plmmed) Por último, reparemos en la aparente impersonalidad con la cual los muchachos se refieren a sí mismos: excepto en las primeras frases del primer caso, donde se lee textualmente “sos

muy chico”, “no conocés”, el resto de las referencias a la inma­ durez se realizan en términos impersonales y genéricos: “el joven”, “los jóvenes”. N o cabe duda de que estos varones no se están refiriendo a la totalidad de la juventud; se refieren a sí mismos, porque hablan desde su propia experiencia. ¿Por qué utilizan entonces esta forma de expresión? No podemos saberlo con certeza. Aventuremos que quizás, a los propios varones, ya mayores de edad y a punto de dejar para siempre las aulas liceales, no les sea fácil confesar la propia inmadurez desde la primera persona del singular. B) Sólo los varones se refieren al esfuerzo. Decíamos más arriba que en los análisis de este tipo, algunas veces es más relevante la pertinencia del caso y su rendimiento heurístico, que su frecuencia numérica. Este es uno de esos casos. No encontramos dentro de esta categoría muchos ejemplos de estudiantes que hablan específicamente del esfuerzo de sus emprendimientos, pero los únicos dos que citaremos a conti­ nuación —de varones—son muy reveladores. Uno, porque cons­ tituye una pieza textual bastante extensa, en la cual el joven se detiene a explicar, apelando a su rechazo al esfuerzo que exi­ gía, el emprendimiento, el proceso por el cual, primero eligió y luego descartó una profesión. Finalmente, nos aporta una justificación adicional: el desánimo ante la posible competen­ cia entre eventuales colegas. El segundo caso es interesante, porque elige poner énfasis en el esfuerzo justamente cuando expresa su intención de hacer lo que muchos de sus compañe­ ros y compañeras harán sin queja alguna: estudiar y trabajar al mismo tiempo. Más significativo aún, es que se trata de estu­ dios no demasiado exigentes (una carrera técnica, de corta duración, y no de las más difíciles) y de condiciones de trabajo bastante favorables (el de bancario, relativamente bien pago, con beneficios para estudiantes y con una jornada poco exten­ sa). ¿Será tanto, entonces, el esfuerzo? Leámoslos:

“En un principio me había inclinado por cursar la facultad de medicina, era lo que más me atraía en ese momento. Pero con el tiempo me fui desanimando en base a que me di cuenta del esfuerzo que ello implicaba. Además del tiempo de vida que requería (de 8 a 10 años). De todos modos la medicina no me apasiona lo suficiente como para ocupar 10 años de mi vida en su estudio. Cuenta también el tener conocimiento de que existe actualmente una “superpoblación” de médicos, que no a todos les va muy bien; yo creo que eso fue lo que me desanimó bastante.” (Plmmed) “Considero que el bachillerato lo debes terminar, ya sea para conseguir un trabajito. Mis planes de futuro son entrar a trabajar en un banco y haciendo un esfuerzo enorme recibirme, de administrador de empresas” (pSmecon) Para las mujeres, en cambio, el esfuerzo es un tema que no existe como tal. ¿Acaso hay otro modo de hacer las cosas?, parece decimos su silencio. Sólo a efectos comparativos, vea­ mos la soltura con la que esta joven expresa el deseo de lograr sus ambiciosos ~y variados—propósitos; “Mi fin es ser Aboga­ da, penalista y poder llegar a juez. También me gustaría llegar a ser Fisioterapeuta y una muy buena deportista” (p2fder) Leeremos más declaraciones parecidas más adelante. Prosigamos ahora con los varones. C) Sólo los varones expresan profundo desaliento en re­ lación al futuro. Hay pocas manifestaciones de desorientación, desaliento o desesperanza profundos, y todas pertenecen a los varones. Se los lee desanimados, superados por un futuro in­ cierto, y por circunstancias que les parecen completamente inmanejables. Prestemos atención, al segundo de los ejemplos: el joven no duda en ligar sin más su suerte a la “situación mundial” ¿quién podría manejar tal cosa? Su desaliento pro­ viene de su falta de fe en la educación, y en las posibilidades de bienestar futuro que ella promete, pero también, probable-

mente, de esa percepción de desamparo ante un mundo adul­ to al que aún no se atreven a ingresar. Los dichos en sí, son poco sustantivos; dicen poco sobre cuestiones concretas aun­ que expresan, en su propia vacuidad, una desorientación que se manifiesta hasta en la forma de construcción de las frases, como en el segundo caso. “N o hay muchas posibilidades para lo que me gustaría estudiar” (Pcming) “Si la situación mundial sigue así, los estudios no nos van a servir para nada. Tampoco creo que tengamos mucho futuro si seguimos así” (Plmmed) “Por más que estudie no voy a asegurar mi vida y mi futuro con un título o un trabajo” (Pcmder) Una vez más, y tomando en cuenta las hipótesis que formulábamos antes, com parem os estas palabras con las expresiones de una mujer sobre el mismo asunto: el futuro, la educación y su actitud ante ellos. De nuevo, no hay mucha información concreta, pero tanto el contenido, como la forma, son bien diferentes a las de sus colegas varones: “Pienso que lo básico está en el estudio y que sin este no se llega a nada. Nada más” (Pcfder) A esta altura del análisis parece pertinente plantear una pregunta que, de recibir una respuesta positiva, puede llegar a proyectar una nueva luz sobre los dichos de los estudiantes liceales. ¿No representarán las dudas y el desánimo de los jó­ venes varones fruto de una representación más fiel de la reali­ dad que deberán enfrentar? ¿No será que tras la postura apa­ rentemente tan segura y adulta de las muchachas se esconde una reflexión insuficiente sobre las dificultades, obstáculos e injusticias que les tocará sufrir? ¿No habrá en ellas una espe­ cie de actitud de suficiencia y soberbia ante las condiciones de un mundo adulto que desconocen y subestiman?

Con los datos de los que disponemos ahora mismo, ya sabemos que, en lo referente a las ventajas de género que les espera, los varones no tienen demasiadas razones para sentirse desalentados. El desempleo los afecta menos, los ingresos los beneficiarán más, y tendrán mayores probabilidades de alcan­ zar altos cargos. Aunque es posible que la situación del merca­ do de trabajo juvenil les proporcione suficientes razones para encontrarse desanimados, no parece razonable interpretar aquellas palabras como expresión de una visión más “realista” que la de las mujeres. La diferencia, tal vez, no esté en el he­ cho de que la percepción sobre la realidad sea más o menos ajustada a ella, sino en cómo se reacciona. Así que pasemos a responder las siguientes preguntas, tal vez más interesantes, y en relación con las cuales no hemos presentado hasta el mo­ mento elementos para la interpretación. La lectura de los textos producidos por las mujeres no permiten hablar de falta de reflexión sobre su futuro, sobre las inequidades que subyacen en los distintos sistemas, o sobre las dificultades de su inserción laboral. Es cierto —y a nuestros efectos muy significativo- que, como veremos, la cuestión del género, como instancia problemática, y generadora de desigual­ dad está ausente por completo de sus discursos. Pero otras fuen­ tes de injusticia, tales como las derivadas de la posición socio­ económica, o la procedencia familiar, o la disponibilidad o no de redes sociales como facilitadores en el campo laboral, apa­ recen claramente explicitadas por las mujeres. Leamos algu­ nas de sus consideraciones: “En el ítem 37, si bien creo que el bachillerato debe tener materias de interés general, también se debe especificar y pro­ fundizar en las propias de cada bachillerato. Que es lamentable que aunque estudies mucho, si no tenés o una buena posición económica o conocidos dentro, no podes conseguir un buen trabajo, fundamentalmente en el área donde pretendo trabajar, relaciones internacionales o ciencias políticas” (Pcfder)

“Sí, que la Universidad debería ser más abierta a las po­ sibilidades económicas sin que hubiese pérdida de años por problemas ajenos al alumno” (p4fmed) “Espero que en la Universidad sean justos y que se nos den las mismas oportunidades a todos”. (P3fecon) “lodos deberían tener la posibilidad de tener liceo com­ pleto. Es importante que todos tengan conocimientos y roce social” (plfing) “Sí, me parece que la educación en Uruguay es muy pobre y me parece que está mal que haya tanta diferencia entre un liceo público y un liceo privado en cuanto al nivel” (PIfarq) “Sí, creo que existen demasiadas cosas por mejorar. El estado debe otorgar más recursos a los Institutos de Educa­ ción ya que la educación es la que crea el resto de las profesio­ nes. Sin profesores ni maestros no existirían abogados, escrí­ banos, médicos, etc.” (Plfder) Por supuesto que los varones no están ajenos a las cuestiones de justicia social y a las preocupaciones sobre los efectos sociales de los déficits educativos. Se expresan, y se expresan con claridad. Sólo que lo que eligen para expresarse son, más bien, consignas. Lejos del tono moderado, a veces reflexivo, matizado, a veces simplemente esperanzado de las chicas, los varones eligen para expresarse, aquellas palabras y aquellas frases que bien podrían ser adecuadas para cerrar una pieza oratoria en una asamblea estudiantil. N o me parece estar exagerando, pero dejemos juzgar al lector. “¡Menos reformas y más dinero para la educación!” (plming) “Q ue no se tiren abajo las materias que forman la cultura general de un sujeto. Hay que defender la posibilidad de acceder a una criticidad cada vez mayor. U n pueblo sin educa­ ción es un pueblo desarmado. N O a la reforma reaccionaria y

regresiva, que prefiere computan zara os, antes que enseñar a pensar.” (P4mder) ¿Es mejor una forma de expresarse que ia otra? ¿Acaso es superior, o mejor el modo más moderado, o matizado, de decir cosas a veces similares? N o es éste el momento, ni la disciplina desde la cual discutir esa cuestión. No pretendemos hacerlo; sólo nos limitamos a mostrar una diferencia que tal vez, sea significativa. Vimos antes, la desorientación y el sentim iento de indefensión y desconcierto que expresaban los varones; vimos también que esos no son temas que toquen las mujeres. Si el futuro es, en el mejor de los casos, incierto y hasta amenazante, seria necesario tom ar recaudos para en fren tarlo con probabilidades de éxito. Examinando las palabras de los y las estudiantes, debería se;r posible encontrar, ju n to con la expresión de deseos y de gustos, un conjunto de estrategias, tal vez reductibles a unos pocos tipos, a través de las cuales buscaran conciliar lo deseable con lo posible, y en general, manejar el riesgo en situaciones de incertidum bre. Si los varones se muestran más desvalidos, ¿serán entonces ellos los que procuren prepararse mejor frente a un mundo posiblemente hostil? ¿Buscarán compensar ia inseguridad e inmadurez que perciben en sí mismos, con estrategias que les permitan afrontar con mejores armas y mayor seguridad los riesgos posibles? Lo que encontramos, es justamente, lo contrario. Las mujeres, y no los hombres, son las que tienen mejor delineadas las trayectorias académicas, laborales y hasta personales, en busca de la seguridad y el logro. La creencia en el logro, decíamos más arriba, empuja hacia el tránsito por caminos meritocráticos y hacia la búsqueda de la obtención de metas valiosas concretas y medibles; la creencia en la adscripción, facilita la aceptación de destinos prefijados sobre el supuesto de la vigencia de un ordenamiento que puede ser visto como

más o menos “natural” y difícil de contradecir. Las mujeres, hipotetizábamos antes, se encuentran más orientadas al logro. Y efectivamente, como veremos ahora, eso tiene una expresión concreta en la complejidad de las estrategias académicas y laborales, que cubren diversas posibilidades: pluralidad de carreras académicas, combinación de carreras de corta duración y rendimiento inmediato con carreras de más largo aliento, secuenciación de logros laborales, académicos y familiares, conciliación de carie ras u ocupaciones con vistas al rendimiento económico con actividades expresivas, o la resignación de las propias preferencias en vista a objetivos más instrumentales. Veamos algunas de esas estrategias. A) Combinación de carreras cortas —que permiten un ingreso rápido en el mercado laboral—para encarar luego estu­ dios universitarios. Dos ejemplos para ilustrar esta perspecti­ va. En ios dos casos, se trata de la planficación del futuro en etapas sucesivas: primero, se encara una preparación de corta duración y rápido rendimiento económico, para posteriormen­ te comenzar estudios universitarios. En el segundo de los ca­ sos, se manejan además diferentes alternativas, —aunque la chica tiene claro el campo en el que desea especializarse—a la vez que todo ello se conjuga con un proyecto vital que incluye también la convivencia en pareja. “Mis planes de futuro son ingresar al IPA (Prof. de Quí­ mica) y luego ingresar a la facultad de Química” (plfing). “En el futuro me gustaría hacer una carrera corta para empezar a trabajar y aportar plata. Una vez establecida, seguir estudiando y meterme a la universidad a hacer veterinaria o ciencias biológicas especializándome en zoología. Es decir tra­ bajar para ganar dinero e independizarme económicamente de mi casa para poder irme a vivir con mi novio y seguir estu­ diando a la vez” (Plfmed).

B) Combinación de carreras de carácter más bien ins­ trumental y orientadas al mercado de trabajo, junto a otras carreras o actividades de carácter más bien expresivo. Aquí se percibe con mayor claridad la forma como las mujeres eva­ lúan sus futuras posibilidades laborales, a veces tratando de combinar y otras veces sacrificando sus aspiraciones vocacionales y expresivas en favor de las de carácter más instrumen­ tal. La forma verbal utilizada expresa mucho: una cosa es lo que lajoven va a hacer y va a ser, es decir, el fin concreto que se propone; otra bien distinta es lo que le gustaría. Lo primero se antepone a lo segundo, que queda relegado. Obsérvese, por ejemplo, el siguiente caso. Se trata de una joven que en uno de los ítems de la encuesta responde que cuando sea adulta y si sólo dependiera de su voluntad, sería bailarina; al final del formulario, como comentario, agrega que lo que también le gustaría sería ser profesora de historia, aunque lo que sí va a ser, finalmente, es contadora. La distan­ cia entre lo deseado idealmente y lo efectivamente propuesto no podría ser mayor: lo instrumental-racional prevalece sobre lo expresivo y lo afectivo-vocacional, haciéndolo desaparecer por completo del horizonte de posibilidades de la muchacha, quien efectivamente, sigue la opción “Economía”. “A mí, además de ser contadora que es lo que voy a ha­ cer, me gustaría ser profesora de Historia” (p3fecon) El siguiente caso es tal vez más interesante. Muchos ele­ mentos aparecen aquí presentes, todos formando parte de un proyecto vital donde la profesión como medio de vida se con­ juga con consideraciones morales hacia sí misma y hacia el bienestar de los demás; y ello se armoniza además con el pro­ yecto de desplegar los aspectos expresivos de la personalidad. Nada queda afuera, y cada cosa parece ocupar el lugar que le corresponde: lo instrumental, lo valorativo, lo expresivo, apa­ recen en situación de paridad —prestemos atención a los su­ brayados que utiliza- en la vida proyectada por la muchacha.

“Aspiro a tener un buen trabajo (médico) que sea prove­ choso no sólo para mi bienestar económico y moral, sino tam­ bién que aporte a los demás; y algún tiempo para desarrollar mi creatividad, ya sea en algún instituto o por mi propia cuen­ ta” (p4fmed) Otras mujeres buscan combinar distintas ocupaciones y trayectorias educativas a fin de dar satisfacción tanto a sus ne­ cesidades materiales como a sus gustos e inclinaciones: “Vby a estudiar administración de empresas y me gusta­ ría estudiar teatro para ser una gran actriz” (Plfder) “Mi fin es ser Abogada, penalista y poder llegar a juez. También me gustaría llegar a ser Fisioterapeuta y una muy buena deportista” (p2fder) C) Los proyectos educativos de largo alcance. Tal vez debido, en parte, al escaso o reciente desarrollo que tienen los programas de posgrados en el país, o a la falta de conocimiento de metas ulteriores en la carrera académica, faltan declaracio­ nes sobre este tipo de proyecto. Como hemos tenido oportu­ nidad de examinar en el marco de esta misma investigación, la procedencia familiar condiciona en alto grado el acceso a los diferentes circuitos de información que permiten descubrir las verdaderas opciones que se abren a los y las jóvenes y los condicionamientos que enfrentan. Los hijos y las hijas de per­ sonas alejadas de las profesiones académicas se representan poco y mal la etapa posterior a la obtención ,del primer título. La posibilidad de cursar posgrados y el recurso a las becas como forma de apoyo, no aparece casi nunca en los proyectos de los estudiantes. Hay sólo un caso, de una mujer, quien visualiza la secuenciación de las diferentes formaciones que se propone, en términos de la obtención de acreditaciones grado y de posgrado. Pero por supuesto, a la hora de hablar de posgrados, de nuevo dos.

“Mis planes sobre el futuro se basan en terminar con una buena formación en mis estudios y poder conseguir una beca para hacer un post-grado de literatura y arte dramático” (Plfder) D) Acumulación de distintas formaciones y carreras de distinto tipo. Decididas a no conformarse con una sola titula­ ción u ocupación, algunas jóvenes simplemente expresan, de un modo más o menos desordenado, las distintas actividades que piensan desarrollar. N o hay aquí ni jerarquización, ni secuenciación, ni resignación de una actividad a favor de otra. Hay yuxtaposición y enumeración, y más que de estrategias acabadas, cabría hablar de multiplicidad de proyectos. En el primero de los casos, la muchacha dice que le “gustaría” ser maestra, y además estudiar en una facultad que no existe; o mejor una facultad que son dos: la de Humanidades, y la de Ciencias Sociales. Tal vez no tenga claro adonde debe dirigirse ;^para realizar su inscripción en la Universidad, pero sí es posi­ ble tomar en cuenta su caso como un ejemplo de buena dis­ posición al esfuerzo. El segundo de los casos es también muy interesante. Obsérvese que todas las actividades y ocupaciones que menciona, se encuadran perfectamente en las prescripciones más tradicionales del rol femenino en nuestras sociedades. Pero todas ellas implican algún tipo de logro. Si podemos interpretar sus palabras como parte de un imaginario que se ha formado principalmente a partir de la interiorización de papeles de género, será posible descubrir el logro que implicaría para ella el exitoso desempeño de las actividades que se propone. Recordemos que la estructura, como decíamos antes, no sólo constriñe, sino tam bién m uestra cuáles son los caminos habilitados y las avenidas más seguras y transitadas por donde avanzar hacia el logro de los fines individuales. Si ella ha aprendido bien lo que la sociedad —léase su familia, la escuela

o el cine—le ha enseñado, ¿qué mejor modo de asegurarse el éxito que tratar de acumular todas aquellas actividades que no sólo le están permitidas, sino que le son aconsejadas? La pregunta, así formulada, tiene una respuesta simple: lo será todo: maestra, madre, esposa y además, “secretaria ejecutiva”. “Me gustaría ser maestra y además estudiar en la Facul­ tad de Humanidades y Ciencias Sociales” (p2fder) “Mis planes son: ser Maestra y ser Secretaria ejecutiva y poder llegar a tener una cultura general bastante rica, como para poder superarme cada vez más en la vida y por último casarme y tener una familia” (p4fder) Por último, un varón —el único que piensa desarrollar una pluralidad de actividades—parece encuadrarse bastante bien en la visión que delineábamos sobre las preocupaciones masculinas. Su proyecto, también cabe decirlo, es bastante innovador, y para algunos, puede resultar hasta envidiable. Conjuga, igual que las muchachas, estudios de carácter más instrumental junto con actividades de carácter expresivo; pero admitamos que sus proyectos son bastante fragmentarios, resignan poco y piden mucho: los estudios de computación e inglés que suelen ser vistos como “auxiliares” o complemen­ tarios de estudios de más largo aliento, son los que menciona en primer lugar. Quiere “seguir teatro” pero ¿quiere ser actor? Sabemos el esfuerzo y la dificultad que implicaría, pero él no manifiesta esa intención. Simplemente, quiere trabajar como “animador de fiestas”; la veta lúdica es la que parece predo­ minar. “Pienso hacer estudios como computación, terminar inglés, seguir teatro y trabajar como animador de fiestas” (Pcmder) E) Los refugios: las carreras docentes y la apelación a la vocación. Decíamos antes que las profesiones docentes, junto con los trabajos de oficina, podían ser vistas como reductos

protectores desde dos puntos de vista: primero, como sende­ ros meritocráticos orientados a cierto tipo de logros, tales como la obtención de titulaciones, grados y puestos que, aunque mal remunerados, aseguran una inserción laboral estable y metas claras. En segundo lugar, como refugios frente a las tensiones y posibles frustraciones derivadas de las lógicas altamente com­ petitivas que rigen en otras profesiones. De las manifestaciones de las estudiantes, no surge nin­ guna de estas dos visiones en su estado puro. Pero es posible percibir una rara mezcla de ambas, donde lo que queda subra­ yado es, sin duda, el carácter de la profesión docente como refugio y reducto relativamente apartado de las preocupacio­ nes y ansiedades del mundo. De atender a algunas de las chi­ cas, la esfera de lo docente pertenece a lo extracotidiano. U na especie de aura de desinterés, de despreocupación por lo ma­ terial, de paz y de entrega total, rodea a la persona que es toca­ da por la “vocación” docente. Hay otras cosas más importan­ tes que las que nos preocupan a aquellos que sí estamos insta­ lados en el mundo; y a esas cosas, desean dedicar su vida estas jóvenes “vocacionales”. De algún modo, se refugian del m un­ do, huyendo de él, y recluyéndose en las condiciones de vida casi monacales a las que obligan los actuales sueldos y las con­ diciones de trabajo en las escuelas pobres. Para ello las jóvenes deben, claro, reafirmar sus convicciones, explicitándolas: sa­ ben a lo que renuncian, pero no les importa, porque es su vocación (el primer caso) o porque su verdadero trabajo no es ser maestra sino servir a Dios (como en el segundo), o porque no es posible encontrar en este mundo la pureza y la sinceri­ dad que sólo los niños pueden ofrecer. Veamos, entre muchos otros, tres ejemplos que ilustran bien estas cuestiones: “Y respecto a mi futuro quiero seguir magisterio y no me importa que me paguen poco. Porque es mi vocación” (p4fder);

“Mis planes futuros son poder hacer magisterio, reci­ birme, casarme, tener hijos y trabajar para Dios” (p2fder); “Pienso ser una buena maestra de preescolares, amo los niños ya que sin ellos para mí sería imposible sonreír. Sólo ellos son sinceros y te demuestran cariño sin pedirte nada a cambio” (pSfder). De nuevo, a fin de contar con parám etros para la comparación, contrastemos estas frases con lo que dice un varón, en una anotación al margen del cuestionario. Igualmente atraído por la carrera docente, no se muestra conforme con tener que renunciar, por ella, a niveles norm ales de remuneración: “Quisiera ser docente, (profesor de Historia) y comer” (p4mder) Y los varones ¿qué piensan hacer? En térm inos generales, parece confirmarse nuestra impresión acerca de que los varones están menos preocupados por encontrar cam inos que no sólo aseguren, sino que reaseguren un cierto éxito, como era el caso de las mujeres. Excepto el caso que ya analizamos del joven que esperaba trabajar como animador de fiestas, no hay ningún otro caso de ningún otro varón, que exprese su voluntad de seguir más de una trayectoria educativa. Una carrera universitaria, un título es lo más que ambicionan. Y, recordemos que según el contexto de remuneraciones que revisábamos al inicio del capítulo, tal vez sea todo lo que efectivamente necesiten para alcanzar los más altos retornos económicos y sociales. Ello no es suficiente para librar de las dudas e inse­ guridades a todos los varones. Ya vimos cómo algunos se expre­ saban de un modo que dejaba traslucir desánimo y desorien­ tación. Veremos aquí otro ejemplo de las dudas que asaltan a los varones. Pero otros tienen una actitud distinta: en general, y con menos armas de las que se empeñan en buscar y acumular sus compañeras mujeres, ellos se muestran confiados frente al

futuro. U n título les será suficiente. Pero de nuevo, suficiente ¿para qué? ¿cuáles son los objetivos y expectativas vitales de los varones? Los sistematizaremos y explicaremos brevemente. A) Conseguir trabajo. N i más ni menos. La carrera universitaria es un medio más adecuado para acceder al mercado de empleo que otras preparaciones posibles. Lo interesante del caso de este muchacho son los términos de comparación que emplea: es más fácil trabajar siendo sicólogo que estudiando, simplemente, inglés y computación* En el proceso de deliberación, parte de objetivos poco ambiciosos — conseguir trabajo-, para lo cual se fija primero en los requisitos mínimos —bachillerato, inglés y computación—y los considera no insuficientes, sino inadecuados al futuro mercado de empleo; de allí llega a la conclusión de que es mejor seguir una profesión universitaria. La acumulación de las credenciales no es para él una opción: “Me gustaría hacer sicología, no me importa hacerlo en universidades públicas o privadas. Creo que siendo un profesional tenés más posibilidades de trabajar, que conseguir trabajo sin preparación universitaria. Veo que mucha gente hace computación e inglés, en unos años, las plazas de trabajo, con esa preparación, se agotarán” (pSmder) B) Concretar deseos o actividades postergadas. N o sabe­ mos de qué tipo, aunque no es difícil proponer que se traten de deseos o actividades que no pudieron ser realizadas por limitaciones económicas. En todo caso, la carrera universitaria serviría de pasaporte para la satisfacción de un conjunto indeterminado, y para nosotros desconocido, de necesidades personales. “Me gustaría ser arquitecto alguna vez y hacer todo lo que alguna vez no pude” (p4marqu)

C) Acceder al bienestar material. La profesión o una sim­ ple ocupación, como medio de vida y aún más, como un me­ dio para acceder a “todas las comodidades” o a “un buen nivel económico”, es un propósito expresado por varones. Llama la atención que las mujeres no ambicionen tanto; tal vez porque saben que no dependerá sólo de ellas. Los dos ejemplos que veremos a continuación muestran, al mismo tiempo que el deseo de bienestar económico, una notoria falta de dudas so­ bre las posibilidades de su consecución. En el primero de los casos, se agrega un elemento más. El varón, convencido de su papel tradicional de “hom bre” y “futuro jefe de hogar” se con­ cibe a sí como el “proveedor” que suministra al hogar los me­ dios económicos para la subsistencia. “Recibirme de ingeniero químico, vivir con todas las co­ modidades que se le puedan suministrar a un hogar y tener disponibilidad económica” (plming) “tener comodidades y un buen nivel económico susten­ tado por un buen trabajo y estable” (plming) D) Tener una profesión y disfrutar del hogar. Otros jó ­ venes subrayan otro tipo de concordancia: la necesidad de ar­ monizar las metas de la vida pública -articuladas alrededor de una profesión- y las gratificaciones de la vida privada que gira en torno a la formación de la familia y el cuidado de los hijos. La pieza textual que presenta este muchacho, de no más de 18 años, muestra esta actitud de un modo inmejorable: no sólo desea formar una familia, y tener hijos, sino sobre todo, dis­ frutar “al máximo de ellos”. “Recibirme como contador y poder formar una familia, tener mis hijos y disfrutarlos al máximo” (p2mecon) E) El poder ejercer la propia profesión. Este suele ser un temor recurrente entre los jóvenes en general, en especial cuan­ do se enfrentan al inicio de sus estudios universitarios. Aquí

se presenta un caso que muestra el temor de no poder trabajar en el campo de actividad profesional y que se expresa a través del tan recurrido ejemplo (¿quién sabe si frecuente?) del ^pro­ fesional taxista”: “En mis planes de futuro figura el de trabajar como in­ geniero y no como taxista” (plming) F) Llegar alto. Esto es algo que los varones saben que pueden hacer: llegar alto a través del ejercicio profesional. Dado que las posiciones más prominentes en cada ámbito laboral o académico se encuentran de hecho reservadas a los hombres, el cuán alto se llegue dependerá más del grado de desarrollo del campo laboral de la disciplina o profesión que ejerzan, que del esfuerzo o los méritos propios de los varones. Esto no im­ plica desmerecer la capacidad de los varones que llegan alto; pero sí queremos recordar que la competencia, a veces dura, a la que deberán someterse, está acotada, en los hechos, por el género. Los varones, a partir de cierta altura, sólo compiten entre ellos; las mujeres con igual o mayor talento, ya habrán quedado por el camino. Para estos varones que están seguros de poder llegar alto, el alto desarrollo de su campo de trabajo, es una ventaja adicional. Si se viaja en la cresta de la ola, lo que importa es que ésta sea lo más alta posible. Com o dice un muchacho: “Poder trabajar en lo que me gusta (ingeniería química) y que ésta alcance un desarrollo máximo en el país” (plming) U no de los problemas más serios que enfrenta cualquier sistema educativo, consiste en contrarrestar sus tendencias inerciales hacia la reproducción de la estructura social. Y es lógico que así sea. Al fin de cuentas, la escuela ha sido pensada y diseñada para trasmitir los conocimientos, normas, valores y principios que caracterizan a cada sociedad y la vuelven única. La escuela es una institución, una más entre varias, que pre­

tende enseñar lo que es necesario para vivir en la sociedad; en esta y no en otra, y por eso tiende a la reproducción. Visto en una perspectiva macro, los sistemas sociales tienden hacia su reproducción. Las fuerzas que empujan hacia la normaliza­ ción social, no importa de qué sociedad o grupo se trate, son poderosas y operan a todos los niveles: en el seno de las fami­ lias, dentro de las escuelas si las hay, en la pequeña comunidad aldeana o barrial, en los templos, en los lugares y momentos de trabajo, en las calles y lugares públicos, dentro del grupo de amigos y amigas. Allí y entonces, todos somos socializadores. Como tales, trasmitimos, muchas veces sin querer o sin percatarnos siquiera, los hechos, normas, y valores que hemos venido aprendiendo desde siempre. Además, lo que como socializadores nos empeñamos en trasmitir -p o r menos cons­ ciente que sea el proceso- no es tanto el modo como creemos que la sociedad y las cosas “deben” ser, sino el modo como creemos que “naturalmente” son. Siempre es posible contra­ decir la norma, pero nunca a la propia “naturaleza” de las co­ sas. Si de verdad la sociedad ha hecho bien sus tareas, las per­ sonas crecerán creyendo que la realidad social no es normativa sino simplemente fáctica. Las diferentes prescripciones de ro­ les, una determinada división del trabajo, una forma de orga­ nización familiar, que no son más que productos sociales e históricos, se reducen a hechos naturales, por lo tanto indis­ cutibles y se trasmiten como tales. Así vista, la valoración desigual de los géneros es un ele­ mento más —aunque no un elemento cualquiera—de nuestro universo simbólico, y se trasmite, de generación en genera­ ción, de idéntica manera. La superioridad masculina comien­ za revelándose como un “hecho” en el seno del hogar, y lo sigue siendo, por supuesto, en las escuelas y más tarde, en los lugares de trabajo. Mientras tanto, en nuestras sociedades, los mass-media y demás agentes socializadores, hacen también su parte del trabajo. Como culminación del proceso, las desigual­

dades de recompensas económicas, sociales y políticas, que continuamente favorecen a los hombres, —y que sólo son la expresión práctica de la diferente atribución de valor—ejercen su “efecto demostración” ratificando y contribuyendo a re­ producir la valoración diferencial vigente. El valor diferencial atribuido a cada uno de los géneros anticipa y legitima su suerte en la sociedad. Afortunadamente, las cosas no ocurren exactamente como las hemos descrito. Si la socialización fuera siempre tan perfecta, si las fuerzas estructurales fueran de verdad tan po­ derosas, nuestras sociedades hubieran cambiado muy, muy poco a lo largo de la historia. La estructura aprieta, pero no ahorca. Los sistemas tienden a reproducirse... hasta cierto pun­ to. Aún dentro de constricciones poderosas, la agencia es po­ sible. Siempre ha habido gente que ha sabido detectar fronte­ ras y desafiarlas, cambiando de ese modo, en alguna medida, la estructura misma. Ello es posible, porque la estructura es también, habilitante; permite encontrar caminos, buscar re­ fugios, transitar por rápidas avenidas y abrir nuevos senderos. Los movimientos sociales han sabido hacer actuar esos res­ quicios, a su favor, descubriendo las pequeñas grietas abiertas en la argamasa de la conformidad social y han actuado en ellas, convirtiéndolas finalmente en caminos nuevos, socialmente estatuidos y legitimados, ahora también abiertos a los grupos minoritarios y desvalorizados. Una vez abiertos los caminos, cualquiera puede transitar por ellos. Sólo que, una vez más, la valorización social diferencial empujará a unos, y lastrará a otros. Los lastres pueden ser menos perceptibles, pero no por eso menos operantes. El aparato escolar, decíamos, es parte de todo este meca­ nismo. Durante mucho tiempo la escuela ha formado, y lo sigue haciendo todavía, sin percibir por completo la heteroge­ neidad de mensajes, muchas veces contradictorios, que se es­ conden tras ía intención de trasmitir a las nuevas generaciones

aquello que la sociedad considera lo mejor y los más valioso de sí misma y de su historia. La distinción entre un “currículo manifiesto” escrito en ios planes y programas, y un “currículo oculto” que subyace a ellos a través de los sesgos en la selec­ ción, la omisión, y el silencio, ha ayudado mucho a esclarecer el modo como operan los mecanismos de reproducción den­ tro de las aulas. Todo lo que “vale la pena saberse” se enseña, en la escuela, en clave masculina: la historia, la política, las expresiones artísticas y culturales y hasta las ciencias; pero tam­ bién los modales, las actitudes y los intereses que correspon­ den, “naturalmente”, a cada uno de los sexos y el valor relativo de cada uno de ellos. M ientras tanto, los contenidos curriculares referidos a la igualdad, la justicia y el mérito, vie­ nen a reforzar la creencia en la vigencia real de una igualdad de oportunidades visiblemente expresada en la coeducación, en la gratuidad de la enseñanza y en la obligatoriedad, pero que no se traducirá luego en una igualdad de recompensas. El sistema educativo, que se muestra a sí mismo como la mejor expresión de la igualdad de oportunidades y de la premiación del mérito, ayuda a confirmar tácitamente, a través de sus con­ tenidos y de sus métodos, la certeza de que unos, y no otras merecen por nacimiento, apropiarse de las mejores recom­ pensas que la sociedad puede ofrecer. Conscientes de las oportunidades que les abre la educa­ ción formal y de su derecho a utilizarlas, pero inseguras de sus propias capacidades como resultado de una socialización de género desvalorizados, las mujeres buscan aprovisionarse lo mejor posible para tratar de competir en situación de igual­ dad. Por cierto que no asocian estas inseguridades a su condi­ ción de mujeres; si así fuera, tal vez sus estrategias cambiarían y probablemente, optarían por incorporarse al movimiento feminista. Nada de eso aparece en sus declaraciones. La socia­ lización ha dado resultado, y son ellas mismas, cada una indi­ vidualmente, las que creen que necesitan sobreeducarse para

entrar en una carrera cuyas verdaderas leyes, no conocen del todo. Entonces buscan delinear estrategias complejas, acumu­ lar conocimientos, acreditaciones y títulos; miran a corto y mediano plazo usando diferentes herramientas para enfrentar tanto el futuro inmediato como el más lejano; buscan satisfa­ cer sus necesidades materiales y expresivas, y planean cómo hacerlo. Buscan reaseguros y refugios, sin plantearse la pre­ gunta de por qué sus coetáneos varones no sienten necesitarlos. A punto de entrar en la adultez, las chicas se hacen muchas preguntas sobre las probabilidades de su éxito. Tal vez, sim­ plemente, no se hagan las preguntas apropiadas: “Sí, hay algo que me preocupa. Yo pienso hacer más de una carrera (a lo largo de mi vida), prepararme lo mejor posi­ ble y llegar al punto máximo de estudios en cada una. Pero mucha gente hizo eso y terminó trabajando en cualquier cosa que no era lo que quería. Si me llegara a pasar me frustraría mucho porque entonces ¿prepararse sirve para algo?” (PLfder)

TRAS LAS HUELLAS DE GENERO María Esther Pozo

(Universidad Mayor de San Simón) Desde el análisis del neoliberalismo en América Latina vemos que en la región (Bloque andino) se están produciendo múltiples transformaciones estructurales, sobre todo en la eco­ nomía y es en este marco de democracia y de política que se dieron estas transformaciones, las que paradójicamente pare­ ciera que restringen la libertad, por no ser necesariamente un modelo libertario sino más bien un régimen de acumulación. Por esta razón, creemos que es importante no olvidar que la construcción del conocimiento se da en el horizonte de los países del norte y sur, existiendo una contextualización del poder; y es allí donde debemos desarrollar un pensamiento crítico aprendiendo desde nuestras especiíidades, porque a pesar de las características y condiciones comunes en muchas situaciones, no existe una única estrategia de desarrollo del pensamiento. La perspectiva genérica en el estudio de las sociedades representa también las transformaciones de la sociedad. Des­ de el género se considera el sujeto como constituyente y no como producto cerrado y estático, permitiendo metodológi­ camente conocer las dinámicas constitutivas de los nucleamientos colectivos que pueden ser reconocidos desde el gé­ nero. En Bolivia, el tema de género es incorporado desde me­ diados de los ochenta por las Organizaciones no Guberna­

mentales (en el interior de ellas por mujeres feministas) a pe­ sar de que en gran parte de América Latina se introduce al inicio del ‘75, con el año Internacional de la Mujer. Son los estudios sobre la condición de las mujeres que comienzan a surgir desde el trabajo de mujeres en las O N G ’s para luego invadir espacios académicos a través de la investigación y la elaboración de tesis de licenciatura. El concepto de género ce trabajó desde las O N G ’s para la planificación de proyectos, para el fortalecimiento de organizaciones, la capacitación, el liderazgo y los proyectos productivos, aplicando y desarrollando los conceptos instrumentales de planificación de género de los estudios elaborados por Carolin Mosser.177 Desde las nue­ vas lecturas, se elaboraron e instrumentaron variables y tecno­ logías de género con el fin de planificar. Dentro de la planificación, se utilizaron varias herra­ mientas de género para determinar las necesidades, y especial­ mente cobró importancia para determinar cuáles son las me­ tas y los proyectos de las mujeres. Ellas estaban referidas a la condición y posición de las mujeres, a la naturaleza de la satis­ facción de sus necesidades. Entre las de índole fundamental­ mente práctica, se orientan a la condición cotidiana de las muje­ res y son verificables empíricamente. Se refieren al manteni­ miento de sus familias, así como al acceso al agua, la tierra, la vivienda y el trabajo. Las necesidades estratégicas, por su par­ te, se dirigen a los aspectos estructurales que tienen que ver con la posición, más allá de la clase social, a la que pertenecen. En la sociedad, esta posición es desigual para las mujeres. La categoría de género como herramienta de análisis puso también al descubierto el triple rol de las mujeres, y muestra cómo cumplen el rol reproductivo, productivo y el de gestión 177 Cf. Género eti eí Desarrollo.

comunal. Este último, debería tomarse en cuenta al momento de planificar proyectos de desarrollo de políticas públicas y, en la actualidad, de políticas municipales, donde es muy impor­ tante resignificar el rol de la gestión comunal. Así, se pueden captar adecuadamente las actividades políticas de hombres y mujeres más allá de ámbitos que no sean solamente los propios del espacio privado. Tratar los problemas que surgieron cuando se pasó de la planificación a la investigación de la realidad concreta, nos per­ mite ver cómo se desarrolló la utilización del concepto de gé­ nero y sus consecuencias no siempre positivas. En efecto, muchos instrumentos diseñados para la planificación no ne­ cesariamente respondieron a la lectura de la realidad y en muchos casos carecían de contenido. La realidad rebasaba las categorías sociales utilizadas desde el género y la planificación. Podemos añadir también un fuerte rechazo al concepto de género por considerarlo una imposición de las organizaciones financiadoras de los planes de desarrollo. Por eso fue califica­ do como: ajeno, extranjerizante y colonizador de nuestras rea­ lidades andinas que tienen lógicas diferentes a las realidades occidentales expresadas por el género. Introducir esta catego­ ría teórica fue una tarea difícil que implicó el desafio de mos­ trar que la noción de género justamente se caracteriza por la variabilidad, ya que toda vez que ser hombre o mujer es un constructo cultural, sus definiciones por tanto varían de cul­ tura en cultura, e incluye una multiplicidad de elementos. Existen otros factores que favorecen la aceptación de la cate­ goría de género: por ejemplo, no se trata solamente de un pro­ ducto de la imposición de las financiadoras sino que las muje­ res investigadoras fundamentan sus estudios en ella, ante la insatisfacción de las ciencias sociales contemporáneas y sus instrumentos tradicionales de aproximación a la realidad. Por otro lado, la presencia de mujeres en diferentes ámbitos de la sociedad tanto como en los procesos productivos, en los ám­

bitos de la educación y en la política, está exigiendo que sean tratadas y tomadas en cuenta en las políticas publicas, las re­ formas legales y estatales. Entonces, no sólo son concesiones y modas en las ciencias sociales. En cuanto a las universidades, es muy difícil todavía en» contrar en Bolivia un hilo conductor en los planteamientos epistemológicos de género, ya sea porque existe aún poca re­ flexión filosófica, dentro de la teoría de género, ya sea porque existen pocos trabajos desde el ámbito académico. N o obstan­ te, formularemos una descripción panorámica, para facilitar una idea global de ellos. Partiendo de que el proceso en Boli­ via es parte del proceso que se vivió también en el resto de América Latina, pero con las características específicas del pen­ samiento andino en nuestro caso. La categoría de género y sobre todo el Estudio de las Mujeres ha entrado recientemente a los ámbitos académicos, políticos y de la investigación como una problemática especi­ fica. Anteriormente, la construcción del sujeto y su identidad estaba referida sobre todo al sujeto masculino. La introduc­ ción del tema de género se realiza en primera instancia en los cursos de postgrado de la Universidad, a través de algunas con» frontaciones y de la sensibilización sobre el tema y la situación de las mujeres. La primera institución que inicia el proceso de introducción de la categoría de género en el ámbito académico en Bolivia, en el año 1993, fue el Centro de Estudios Supe­ riores de la Universidad Mayor de San Simón (CESU — UMSS). Originariamente, se trató de una oferta curricular de un curso-crédito “Mujer, Género y Desarrollo”, con una orien­ tación sobre todo económica. Posteriormente, la Universidad de San Andrés de La Paz, hizo lo propio con una orientación en Cultura. El inico de la oferta curricular de los cursos de género estaba dirigida, sobre todo, al trabajo con las O N G s, y a mejorar los recursos humanos que ya estaban trabajando en esas instituciones. Tan es así, que el contenido curricular se

basaba sobre todo en la visibilización de las mujeres en los diferentes espacios de la sociedad, esjpecialmente en lo econó­ mico (procesos productivos) y en el diagnóstico y planifica­ ción de proyectos con mujeres. Dentro de la contextualización del concepto de desarrollo, sus objetivos estaban orientados a contribuir a la discusión y análisis del tema mujer y a analizar el concepto de desarrollo. A partir del año 1995, con el inicio de un Diplomado en “Género y Desarrollo”, se comienza a analizar la construcción teórica de género y no sólo su aplica­ ción sino que este proceso se acompañó con el cuestionamiento de su posible compatibilidad con el concepto de etnia y el de identidad cultural, cruce que se convierte en una necesidad mayor. En 1997, se inicia la Maestría “Género y Desarrollo”, que tiene un carácter curricular más bien dirigido a la defini­ ción conceptual de género desde las Ciencias Sociales, vincu­ lándolo a las conceptualizaciones del poder, el espacio local, la ciudadanía y la política. Si bien la iniciación del proceso de expansión epistemo­ lógica del concepto de género no se dio en el ámbito académi­ co, forma parte, sin duda, del proceso de la Universidad y es ésta la que justamente se preocupa por crear los instrumentos de investigación. Reforzando la teoría desde las categorías con­ ceptuales, comienza no sólo a construir e interpretar sino, fun­ damentalmente, a transformar la realidad. De esta manera, la heterogeneidad de los/as actores/as sociales, las diferentes características de lo urbano y de lo ru­ ral, y entre las etnias existentes, generan la necesidad de bus­ car y crear los vínculos teóricos, sobre todo entrecruzando género y etnia. Estos dos conceptos aprehenden la realidad, desde la noción de oposición teórica que —se dice—enfrenta estos conceptos. Se debe tomar en cuenta que el concepto de género se construye simultáneamente en otras relaciones como es la etnia, la clase y la edad, permitiendo a las formaciones de grupos una continua reformulación del contenido y la natura­

leza de dichas relaciones. En esta coyuntura, la intersección de género y del de etnia va mucho más allá que una mera preocu­ pación académica o un problema semántico, por lo menos no en la medida en que se reconozca tal cruce como designando una categoría social específica, que visibiliza un grupo huma­ no. Hasta ahora “género” ha sido concebido en castellano como designando “clase”, como categoría clasificatoria. Pero no funciona así en la gramática andina, porque son más im­ portantes e influyentes las divisiones entre humano y no-humano y entre animado y no-animado que entre varón y mu­ jer, aunque algunas autoras, como Marcela Lagarde, sostienen que “la primera conciencia es de género /.../ no tenemos una visión del m undo en la que existan seres humanos y luego hombres y mujeres”.178 En todo caso, la discusión no sólo ha quedado reducida a la pertinencia del uso término “género” y en lo extraño que significa en América Latina porque sus orí­ genes son otros. Sin embargo lo que podemos afirmar es que el concepto de género más bien permitió entrar en un debate que renovó el análisis del lugar de las mujeres, con el fin de recuperar más realidades con otras dimensiones, como la iden­ tidad y lo cotidiano, y la necesidad de acción sobre el presente, aunque los géneros sean grupos biosocioculturales construi­ dos históricamente. En cambio, el concepto de etnia remite sobre todo a la continuidad histórica de un pueblo y a su dere­ cho de legitimar un futuro propio, esta diferencia en vez de oponer estos conceptos los complementa. La implementación del concepto de género también ha implicado analizar los conceptos de identidad y de rol en las Ciencias Sociales, destacándose principalmente los aportes pro­ 178 Lagarde, M. “Identidad y Subjetividad Femenina”, en Identidades de Género: Femeiiidad y Masadhitdad, Managua, UCA, 1992.

venientes de disciplinas como la economía, la sociología y la psicología. Dicha conceptualización se abocó a la compren­ sión de procesos, tales como las actividades productivas, el de­ sarrollo personal, la integración y la influencia social y cultu­ ral, lo que le confiere interdisciplinariedad. A partir de la consideración del género, como una cate­ goría de análisis y como elemento de visibilidad de las estruc­ turas subyacentes en ía organización familiar, se permitió un mayor acercamiento a la realidad de la conformación de iden­ tidades. En este sentido, la necesidad de tratar la problemática étnica impulsó el estudio de las identidades de las mujeres cam­ pesinas, el que se enmarca sobre todo en el feminismo de la diferencia.179 O tro aspecto que surge de la confrontación y utilización del concepto de género, es que permitió conceptualizar la in­ dividualización de las personas en las comunidades. La defini­ ción de sujeto, de espacio privado y de lo externo-publico, de la mujer y del varón, en términos comunes, se daría dentro del planteamiento dual entre individuo y sociedad y estaría referido, para nuestro caso, a los intereses diferenciados y a los intereses de la comunidad. Considerar los intereses diferen­ ciados significa considerar sujeto a la mujer no sólo funcio­ nalmente o en la planificación dentro la comunidad, sino en su rol en la organización del poder en el interior de los con­ textos de la sociedad. N o hay que olvidar que la relación suje­ to-objeto cumple una función gnoseológica de apropiación de lo que constituye el objeto mismo de conocimiento, visto desde la dialéctica entre lo subjetivo(interior) y lo externo (realidad). Finalmente, otro aspecto a ser tomado también en cuenta es el desarrollo reciente del movimiento de mujeres, que po­ 57yPozo, M. E. Género y Etnia. La Paz, PROMEC-UMSS-WAC, 1999.

dría ser descrito, en forma general, en dos tipos: el movimien­ to feminista en sí mismo y el conjunto del movimiento social de mujeres.180 Por un lado, están las reivindicaciones feminis­ tas, basadas en el racionalismo ilustrado y en el desarrollo in­ dustrial, con un discurso determinado en tiempo y espacio que ha permitido un desarrollo teórico de propuestas (que no se transformó en un discurstí legítimo sobre todas las muje­ res), cuya reivindicación feminista académica estuvo mucho más ligada a límites históricos y geográficos concretos, aun­ que se auto-reconoce como el discurso que representa a todas las mujeres. Por otro lado, está el movimiento de mujeres po­ pulares ligado a los movimientos sociales generales, donde su identidad está fuertemente mediatizada por la experiencia po­ lítica de los varones y la propia experiencia cotidiana de las mujeres. La irrupción de las mujeres en las situaciones de cri­ sis del país no se da desde el “movimiento de mujeres”, ni desde las académicas feministas, tampoco se da desde las rei­ vindicaciones de género. En todo caso, se hallan subordina­ das, más bien, como nación y en algunos casos como de clase. Gracias a las reivindicaciones de género se toma conciencia de las actividades y prácticas políticas de las mujeres, que recien­ temente desbordaron el marco político formal, aunque siguen siendo una gran minoría.181A diferencia de lo ocurrido en otros países, el inicio de los estudios feministas no resulta de los 180Virginia Vargas menciona, como referencia» el movimiento feminista que se ha desarrollado en relación así mismo (como expresión del movimiento) y el conjunto del movimiento social de mujeres. Cf. Vargas, V “Reflexiones Sobre la construcción del Movimiento Social de Mujeres”, Boletín Americanista , 38, 1991.Barcelona. lKi Cf. Ardaya, G. “Las Relaciones de Género en las organizaciones Políticas y Sindicales”, en Mujeres y Relaciones de Género en la Antropología Latinoamericana . México, 1993; Rapold, D. “Desarrollo, Clase Social y Movilizaciones Femeni­ nas”, en Texto y Pre-texto. Colegio de México, 1994.

movimientos populares de mujeres, con base en la comuni­ dad, sino, sobre todo, en el reflejo de lo que sucedía en los países del norte. Para la reflexión del movimiento de mujeres, es impor­ tante tomar en cuenta la IVo Conferencia Mundial sobre la Mujer de Beijing, ya que buena parte de las representantes del movi­ miento amplio de mujeres impulsó su preparación. Estas m u­ jeres se dieron la tarea de formular políticas de igualdad desde la perspectiva de género y potenciar la reformulación del mar­ co jurídico e institucional del Estado. Se conformó de esta manera la Plataforma de Acción Mundial (PAM), que consis­ te en programas y proyectos concretos, los cuales, a pesar de haber declarado reconocer las variables relativas a clase social, la diversidad cultural, el racismo, la etnia, la contradicción ciu­ dad-campo, no lograron incluir a movimientos importantes organizados por mujeres populares representativos del acon­ tecer nacional, como el movimiento de mujeres cocaleras.182 En el período que va desde 1995 a 1996, el tema central que se discutía con mucha fuerza era el de ciudadanía, pero no se incorporan las reivindicaciones del movimiento de mujeres cocaleras, aún sosteniendo reivindicaciones y propuestas refe­ ridas al ejercicio de ciudadanía, como es el derecho a la sobre­ vivencia. Lo mismo ocurre con las mujeres organizadas en el magisterio o las mujeres gremiales del comercio. Una de las razones para que esto ocurra es que las acciones que propo­ nen, sus objetivos explícitos, y sus logros son evaluados según grillas basadas en el PAM, organismo que no recogió las “de­ mandas específicas” de las mujeres de los sectores populares, sobre todo de los medios rurales. Es decir, no se puede evaluar lo que no se las ha tenido en cuenta. Tal vez esto sea así porque 182 Pozo, M.E., García, J. “Movimientos Sociales y Productores de Coca: Gé­ nero y Violencia en Bolivia” (2001).

reiteradamente sus reivindicaciones han sido vistas como idén­ ticas a las promovidas por la reflexión sobre el concepto de identidad y de género, sin tomar en cuenta las diferencias. Se­ gún algunas autoras, este hecho se explica a partir de que las demandas de las mujeres cocaleras, campesinas y relocaíizadas esta­ ban dirigidas a sectores económicos y políticos, sobre las cuales la Susbsecretaria de Asuntos de Género por definición no podía inmis­ cuirse. Por tanto, no se interpeló a ese sector, mostrando que no se organizaron las demandas de sectores muy representati­ vos. Este hecho, aparentemente, ha sido explicado a partir de la identificación de los orígenes de las movilizaciones. En los hechos muestran la existencia de una brecha abierta entre el movimiento de mujeres, provenientes de las reivindicaciones^ feministas y de las mujeres que representan en mayor número las reivindicaciones sociales. En lugar de propiciar un diálogo entre estos dos sectores, se trabajó desde las O N G s, propi­ ciando una relación didáctica hacia los sectores populares, en algunos casos desde el Estado. Se influyó así sobre cuáles de­ bían ser sus reivindicaciones, articulando demandas que res­ pondieran a estrategias diferentes sobre ciertos hechos socia­ les y la discriminación que sufren las mujeres, lo que visibilizó estrategias de resistencia también diferentes. Al otro extremo podemos encontrar a las feministas ac­ tuando con el “movimiento de mujeres” en al ámbito del Es­ tado, con reivindicaciones legales y poniendo énfasis en la dis­ cusión del discurso legitimador de la discriminación, donde la resolución de sus demandas se da, sobre todo, dentro del mar­ co jurídico, aunque se sostiene también en la redistribución económica dentro del principio de la igualdad.183 183 Barriga M. “De cóm o llegar a un puerto con el mapa equivocado”, en Las Apuestas Inconclusas, El movimiento de Mujeres y la VI Conferencia Mundial de la Mujer, Lima, Flora Tristán, 2000.

S¿ bien pre-Beijing significó una importante moviliza­ ción para visualizar a las mujeres, post-Beijing significó un retroceso en la reflexión académica de la teoría de género. Al no poderse realizar trabajos de investigación y de reflexión pro­ pios, la preocupación se centró sobre todo en temas “bajados” por la Conferencia (que se garantizaban a su vez con fondos internacionales), como la salud reproductiva y la difusión de los Derechos Humanos, ninguno de los cuáles estuvo acom­ pañado de una reflexión filosófica. Esto me lleva a considerar al concepto de género en su tratamiento actual como referido a un conjunto de atributos de individuos, y no como un orde­ nador social para la construcción colectiva e histórica de una identidad femenina diferenciada.

Segunda Parte Lecturas de Filosofía y Feminismo

REPENSANDO EL GÉNERO; TRÁFICO DE TEORÍAS EN LAS AMÉRICAS Claudia de Lima Costa

(Universidad Federal de Santa Catarina) 1. En las conformaciones post-coloniales, debido a la reconfiguración de los conocimientos y el contemporáneo nue­ vo trazado de toda clase de fronteras (geográficas, económicas, políticas, culturales, libidinales etc.), la problemática de la tra­ ducción se ha convertido en una esfera importante —incluso diría, novedosa—del argumento feminista. ¿A través de qué vías (por ejemplo en América) viajan las teorías feministas y sus conceptos fundacionales, y cómo se traducen luego en contextos históricos y geográficos diferentes? ¿Qué mecanis­ mos y técnicas de control, ju n to con otros elem entos contextúales, supervisan el pasaje de las teorías a través de las fronteras geográficas? ¿Qué lecturas reciben las categorías ana­ líticas feministas cuando pasan de un contexto a otro? ¿Qué lugar de la enunciación ocupan los temas feministas (en este caso particular, los académicos) en medio del transito de teo­ rías en el eje Norte-Sur y viceversa? ¿De qué modo la ubica­ ción en determinado género, raza, sexualidad, clase social, ins­ tituciones, etc. condiciona qué teorías (y autores) se traducen y cómo se los interpreta y/o se los hace propios? ¿Quién defi­ ne qué constituye una teoría en primer lugar? Debo aclarar que utilizo de término “traducción” si­ guiendo el desarrollo del concepto realizado por Tejaswini Niranjana’s (1992), es decir, no me refiero a las discusiones

sobre las estrategias internas: los procesos interlingüísticos e intersemióticos dentro del área de estudios de traducción pro» piamente dicha, sino a los debates sobre la traducción cultural más frecuentes en escritos recientes sobre teoría y práctica etnográficas (C f Talal Asad, 1986). Una traducción cultural, como señala Niranjana, no supone que el contexto de ambas lenguas es simétrico, en cambio tiene como premisa la noción de que todo proceso descriptivo, interpretativo y de difusión de ideas y formas de ver el mundo no puede sustraerse a las relaciones de poder y a las asimetrías existentes entre lengua­ jes, regiones y pueblos. Mucho se ha escrito sobre el paso de las teorías a través de diferentes topografías y mediante itinerarios cada vez más complejos.184 Sobre el tráfico de teorías, Mary John (1996) enfatiza dos puntos a considerar. En primer lugar, las teorías que más fácilmente viajan son aquellas articuladas en tan alto nivel de abstracción que toda pregunta sobre el contexto se torna irrelevante (por ejemplo, deconstrucción, postestructuralismo, etc.). En segundo lugar señala que mientras las teo» rías atraviesan los territorios, los lectores locales se apropian de ellas continuamente y las transforman adquiriendo una es­ tructura más complicada que en su origen. Como explica John, las teorías feministas pertenecen a esta categoría, pues se for­ jan en diferentes niveles de abstracción, es decir, utilizan si­ multáneamente varios registros. Como resultado de estos pasajes, el vínculo entre teoría y lugar -el que en muchos casos ha sido siempre un espacio figurado (Grossberg, 1997)—comienza a fracturarse radical­ mente. En el escenario contemporáneo de las identidades frag­ mentadas, las “zonas de contacto” (Pratt, 1992) -en vez de cen­ 184 Cf. Said, 1983; Radhakrishnan, 1996; Caren Kaplan, 1996; índerpal Grewal and Kaplan, 1994. Los datos bibliográficos completos se consignan al final.

tro y periferias—y las epistemologías de frontera, son necesa­ rias para que la crítica feminista pueda examinar detalladamente el proceso de traducción de las teorías y conceptos feministas (por ej. género, experiencia, mujer) con el objeto de desarro­ llar lo que se denomina la habilidad geopolítica o transnacional de leer y escribir aplicada a la articulación de “feminismos trans­ nacionales”.185 Esta tarea requiere la fijación geográfica de las dislocaciones y translaciones continuas de conceptos/teorías feministas, así como el examen de las restricciones que los mecanismos y tecnologías de control, junto con otras fuerzas contextúales, imponen en el tránsito de teorías a través de la frontera. Ideas y conceptos —que nunca son totalmente “pu­ ros” o “nativos”—fluyen en lugares que están ya imbricados con otros lugares y saturados por otras ideas, conceptos y suje­ tos de enunciación, por lo tanto hay que abrir rutas que se relacionen estrechamente a una lógica rizomática: no existe un punto de origen claro ni un destino inequívoco. James Clifford (1992) ya ha señalado que aunque las teorías se en­ cuentran vinculadas con ciertos lugares, éstas deben concebir­ se como una intersección de varios itinerarios que son, a su vez, el resultado de diferentes historias de pertenencia, inmi­ gración y exilio. En el caso específico de las teorías feministas, John (1996) indica que esta tarea se vuelve cada vez más com­ pleja ya que las categorías analíticas feministas se producen no solo en el (des)encuentro de form aciones fem inistas heterogéneas, sino también como respuesta a diferencias de raza, clase, orientación sexual, nacionalidad, lenguaje, tradi­ ción, entre otras. En una aguda discusión sobre feminismo, experiencia y representación, la crítica cultural chilena Nelly Richard (1996) señala que en la división global del trabajo, el tráfico de teorías !85 Cf. Inderpal Grewal y Carne Kaplan, 1994; Friedman, 1998; Spivak, 1992.

hacia y desde los centros metropolitanos y la periferia perma­ nece ligado a un intercambio desigual: mientras el centro aca­ démico teoriza, se espera que la periferia lo provea con estu­ dios de casos. En otras palabras, se limita la periferia al aspecto práctico de la teoría (o considerando otra oposición binaria perversa, se la limita al cuerpo concreto en oposición a la menté abstracta del feminismo metropolitano). Trính M inh-ha cap­ tura vividamente la inscripción de las experiencias de las m u­ jeres del Tercer M undo en el repertorio feminista occidental cuando, reflejando su propia condición de mujer, inmigrante de color en EEU U , dice: Ahora no solamente se me permite mostrarme y hablar, sino que se me alienta a expresar mi diferencia. M i audiencia espera y demanda eso; en caso contrario, la gente sentiría que ha sido defraudada: no he­ mos venido aquí a escuchara un miembro del Tercer Mundo que habla sobre el Primer (?)Mundo. Vinimos a escuchar la voz de la diferencia para que nos traiga de manera verosímil lo que no podemos tener y para que nos saque de la monotonía de lo siempre igual.186 En este contexto de tránsito de teorías y conceptos, la cuestión de la traducción cultural adquiere gran pertinencia pues constituye un espacio único desde el cual encarar un aná­ lisis crítico de la representación, el poder y de las asimetrías entre las lenguas, por un lado, así como para examinar y situar las prácticas de la construcción del sujeto del feminismo, por otro. En su lúcido estudio sobre la traducción en el contexto de la construcción del sujeto colonial, Niranjana (1992) revela enérgicamente hasta qué punto las prácticas de traducción, enraizadas en suposiciones filosóficas occidentales autoritarias acerca de la representación, la realidad y el conocimiento, cons­ piraron para encubrir la violencia presente en la construcción de este sujeto. En el desarrollo de cierto tipo de representa­ 18fl Citado por Bulbeck (1998), p. 207, el énfasis está en el original.

ción de la “otra”, estas prácticas de traducción reforzaron hegemónicamente concepciones de la “otra” (colonizada), consti­ tuyéndola —según las palabras de Said—como un objeto sin historia, y de este modo, perdiendo de vista el hecho de que la “otra” ha sido siempre un efecto histórico de tales prácticas discursivas. Es interesante, como Niranjana señala, que la prác­ tica y la teoría de la traducción surgen de la necesidad de di­ vulgar los Evangelios: “traducir” en castellano significa tanto “traducir” como “convertir”. En lenguajejudicial, curiosamen­ te, el significado de “traducción” es “apropiación indebida”.187 Para Niranjana, entonces, el término “traducción” no puede limitarse simplemente al proceso lingüístico sino que debe ser observado como una problemática situada entre los actos de escribir e interpretar. Teorizar acerca del proceso de la traducción cultural (traducir la traducción) requiere un análi­ sis de las diversas organizaciones económicas en cuyos terri­ torios circula la traducción. Según Spivak (1992), la crítica fe­ minista, para convertirse en traductora de una traducción, debe ir más allá de la lectura profunda del texto que tiene en sus manos y realizar una lectura del texto social, igualmente pro­ funda, prestando especial atención a las relaciones entre lógica textual y retórica, por un lado, y lógica social y retórica, por otro. Debido a que conceptos y valores migran junto con los textos y las teorías, a menudo sucede que un concepto con potencial suficiente como para realizar una ruptura política y epistemológica en un determinado contexto, cuando se en­ cuentra en otro, resulta despolitizado. Miller (1996) dice que esto sucede porque todo concepto conlleva una larga genealo­ 187 Diccionario Portuguese/English, (Antonio Huaiss e Ismael Cardim), Sao Paulo, Editora Record, 1999. En cambio, el Diccionario Etimológico de ¡a lengua Castellana Coraminas vincula “traducción” con “tradición”. Madrid, Gredos, 1998. (N. de la T).

gía y una historia silenciosa que, transpuestas a otras topogra­ fías, pueden producir lecturas inesperadas. Sin embargo, la apertura de la teoría a la traducción es el resultado de la natu­ raleza performativa, no cognitiva, del lenguaje. De acuerdo con Miller, las teorías son formas de hacer cosas con palabras, y una de ellas es la posibilidad de activar diferentes lecturas del texto social. Cuando se introduce una teoría en un nuevo con­ texto, las maneras de interpretación que establecerá pueden transformar radicalmente ese contexto. Entonces, toda traduc­ ción siempre provocará deformaciones: cuando una teoría viaja, desfigura, deforma y transforma la cultura y/o la disciplina qué la recibe. En ese sentido Spivak explica que un traductor, no importa cuán traidor pueda ser, debe esforzarse en ser no sola­ mente un crítico sagaz del terreno del texto original, sino tam­ bién un excelente lector del texto social. ¿Cómo pueden las feministas, críticas sagaces del texto original y excelentes lectoras del texto social, contribuir tanto en el Norte como en el Sur a una práctica de traducción que problematice las narrativas hegemónicas sobre el Otro, sobre el género y sobre el feminismo mismo, haciendo visible las relaciones asimétricas existentes entre las regiones, los lenguajes y las instituciones? En otras palabras, ¿cómo podemos me­ diante el espacio de la traducción pensar y explicar las múlti­ ples fuerzas (raciales, sexuales, económicas) que condicionan las prácticas de la traducción y sus estrategias de control? Francine Masiello (1996), en su notable reflexión sobre la traducción cultural como una entre las muchas tecnologías de los estudios de género y de los juegos discursivos de la Aca­ demia, discute el rol de la crítica feminista como una media­ dora entre las narrativas de género que circulan a lo largo del eje Norte-Sur. Existen testimonios y otras descripciones pro­ ducidas a partir del encuentro etnográfico entre el feminismo académico y la mujer “nativa del Tercer M undo (América La­ tina)”. En su examen de algunas de estas mediadoras cultura-

Ies feministas, Masiello, de manera conmovedora, argumenta que a pesar de sus declaradas buenas intenciones* estas críti­ cas, en sus respectivos trabajos, terminan o bien por reinscribir un cuadro romántico y nostálgico de la valiente/heroica mujer latinoamericana utilizando el repertorio teórico del Norte, o bien por construir América Latina, según ya señalara Richard, como el auténtico cuerpo de la mente abstracta del Norte. Siguiendo el consejo de Richard de buscar las ranuras e intersticios de la teoría metropolitana que podran ser aprovechadas para torcer o desviar a sufavor el paradigma del Otro, Masiello hace una positiva evaluación del trabajo que las mediadoras culturales de Feminaria (Argentina) y de la Revista de Crítica Cultural (Chi­ le), por ejemplo, están realizando para interrumpir los modos de representación que refuerzan las visiones hegemónicas del Otro. Su artículo hace una contribución importante respecto de cómo pensar la traducción como elemento perturbador. Yo me encuentro en estos momentos desarrollando una investi­ gación sobre los modos en que las dos publicaciones académi­ cas feministas más influyentes en Brasil (Revista Estudos Femi­ nistas y Cadernos Pagu) realizan intervenciones/mediaciones en el tráfico de teorías a lo largo de América. Otra forma de ponderar las ganancias y/o pérdidas polí­ ticas del tráfico de teorías dentro del feminismo es observan­ do las migraciones irregulares de una de sus categorías fundacionales: el género. En un trabajo anterior (1998) reflexio­ né sobre los pasajes de la categoría de “experiencia” desde el contexto de la teoría feminista postestructuralista norteameri­ cana al contexto de las mujeres brasileñas sin hogar. Según Mary Hawkesworth (1997), en la vasta literatura de investigaciones sobre género que proliferaron a partir de los años ’80, se puede encontrar múltiples significados y usos del concepto que no siempre fueron claramente articulados. Entonces, por ejemplo, “género” ha sido definido como un atributo de los individuos, una relación interpersonal, un modo

de organización social, una estructura de la conciencia, una psiquis triangular, una ideología internalizada. También se lo ha caracterizado desde el punto de vista de la posición social, los roles sexuales o los estereotipos sexuales; se lo vio como un producto de la atribución, de la socialización y de las prác­ ticas disciplinarias; se lo describió como un efecto del lengua­ je, un modo de percepción y como un rasgo estructural del trabajo, el poder, y la catexis.188 Porque las feministas (occidentales, blancas, hetero­ sexuales, de clase media, etc.) fueron instigadas por la asevera­ ción de Simone de Beauvoir de que la mujer no nace, sino que llega a serlo, estoy haciendo explícito su lugar de enuncia­ ción con el objetivo de subrayar que cuando se evoca a Beauvoir como la que marca una ruptüra epistemológica en las teorías feministas, de hecho se despliega una narrativa feminista eurocéntrica. Antes de Beauvoir, muchas feministas negras (algunas ex esclavas) ya habían deconstruido en sus escritos y conferencias la categoría “m ujer”. En los años sesenta y setenta comenzó un acalorado de­ bate en contra de toda clase de determinismo biológico y a favor del construccionism o social. Com o explícita Linda Nicholson (1999), aí distinguirse entre cuerpos con sexo (as­ pecto biológico) y género (carácter, personalidad, conducta) las feministas constructivistas, si bien aceptaron la premisa de la diferencia biológica fundamental entre los sexos, afirmaban que los diversos contextos sociales confieren distintos signifi­ cados a los “hechos” biológicos. En lo que se denominó la vi­ sión base/superestructura del género, este último concepto se introdujo no para desplazar al sexo sino para completarlo. Para Nicholson, el sexo siguió interpretando el papel clave en la ,ÍWiCf. Hawkesworth (1997), p. 650-1

elaboración del significado de género. En la celebrada formu­ lación de Gayle Rubín “sistema de sexo/género” la biología se convirtió en la base para la construcción de significados socia­ les. En consecuencia, Rubín no cuestionó realmente las cate­ gorías binarias del pensamiento occidental. Para Nicholson, lo mismo puede decirse sobre la idea de un cuerpo sexuado sexualizado (y racializado) : se entendió el género como aque­ llo que las mujeres comparten (dado su sexo), donde los fac­ tores raciales y de clase, entre otros, eran indicativos de lo que diferenciaba a una mujer de otra. A mediados de los años ochenta el paradigma binario sexo/género sufrió num erosos ataques de las feministas lesbianas y de las mujeres de color, que cuestionaron tanto el racismo como el elemento heterosexista implícito en la cate­ goría de género. Audre Lorde fue (junto con otras mujeres de color del Tercer M undo que vivían en EEUU) una de las pri­ meras feministas negras que elaboró una visión multicultural del género basada en la noción de “un sitio de la diferencia”. Discutiendo acerca de los debates feministas sobre la di­ ferencia que tuvieron lugar en EEU U desde finales de los años sesenta y hasta los noventa, Nancy Fraser (1996) identifica tres transiciones teóricas esenciales: en primer lugar, la noción de “diferencia” que se apoya exclusivamente en la “diferencia de género” (que, por ejemplo, abre un hiato radical entre varones y mujeres, y argumenta sobre la primacía de la dominación del género); en los ochenta se pasa a una segunda visión de la diferencia, más elaborada, en tanto que existe no solo entre varones y mujeres sino incluso entre las mujeres mismas (por ejemplo, el foco que emergió primeramente entre las lesbianas, las mujeres de color, y las feministas del Tercer M undo en EEUU, que reaccionaron contra la miopía ampliamente di­ fundida de la mayoría feminista blanca). El tercer foco indi­ vidualizado por Fraser, que tiene lugar actualmente y se cons­ truye a partir del anterior, enfatiza las “múltiples diferencias

cruzadas” de las mujeres entre sí.189 Uno de los principales factores que contribuyeron a la conformación de esta tenden­ cia ha sido el reconocimiento de que el campo social está frac­ turado por múltiples estratos de subordinación (como la raza, la etnia, la clase, la orientación sexual, la edad, la religión etc.) de tal modo que no hay que limitarse a la sola opresión de género. Estos niveles de subordinación o ejes de diferencia están mutuamente imbricados, teniendo cada categoría efec­ tos articuladores en las otras en contextos históricos y geográ­ ficos específicos, y por lo tanto, abren posiciones para que los sujetos las ocupen al tiempo que establecen agendas teóricas y políticas. Esta tercera aproximación amplía significativamente el concepto de género al concebirlo como parte de un conjunto heterogéneo de relaciones móviles, variables y en continua transformación. Coincidiendo con los discursos sobre la diferencia arti­ culados por sujetos ubicados en las periferias de la hegemonía capitalista, patriarcal, racial y sexual, otras feministas, como Judith Butler, Joan Scott, Jane Flax, Denise Riley (para citar solamente unas pocas voces bien conocidas en los círculos aca­ démicos feministas de América Latina), en su intento de evi­ tar una concepción base/superestructura de género, han suge­ rido un lugar epistemológico alternativo desde el cual repen­ sar el género de manera más productiva. Trabajando desde el postestructuralismo y su consideración teórica del lenguaje, estas estudiosas argumentan que género es un saber o discur­ so que constituye el sexo y la diferencia sexual. En síntesis, la visión de Butler explica que el género es una ficción reguladora -o efecto Üngüístico-que establece una falsa unidad entre sexo, género, sexualidad y deseo. Del mismo modo, construye opo­ siciones binarias entre masculino y femenino que resultan in­ compatibles con la gran diversidad humana. En consecuencia, Cf. Praset (\996^. t>. 202.

el género femenino o masculino designa un lugar ontológico inhabitable. Joan Scott (1988), desde la misma perspectiva que Butler (1990), sostiene que la categoría de género es útil porque permite el análisis y la aprehensión de conexiones complejas en­ tre diversas formas de interacción humana. Más que señalar una diferencia (construida) entre los sexos, el género es un modo de representar relaciones de poder y hacer evidentes procesos culturales complejos. Como tal, debe ser compren­ dido como un proceso activo que estructura los múltiples cam­ pos de la vida social cruzada por diferentes vectores de opre­ sión. Siguiendo las huellas del postestructuralismo, Scott sos­ tiene una definición de género como elemento mediador crucial en la relación entre el texto y el contexto, lo simbólico y lo material. Fuera de este marco, la categoría se vacía de todo contenido teórico políticamente significativo. El énfasis de la teoría feminista norteamericana en la di­ ferencia (una respuesta, en el terreno social, a las presiones políticas de las mujeres de color y de las feministas lesbianas de EEUU), junto con la deconstrucción de las categorías de identidad (resultado en el terreno epistemológico del adveni­ miento del postestructuralismo), llevó a muchas académicas feministas norteamericanas a proclamar la desintegración del género a la luz de las fracturas de clase, raza, sexualidad, edad, particularidades históricas y otras diferencias individuales que forman parte de la heteroglosia postmoderna.190 Otras feministas, debatiendo sobre la dispersión tanto de mujer como degenero, criticaron ampliamente lo que consi­ deraban una tendencia peligrosa en los años noventa: la apa­ rición de un “fem inism o sin m ujeres” 197 Hay incluso otras m Cf. ía crítica de Susan Bordo (1990) contra esta posición teórica. 191 C£ Tania Modleski, (1991). También, Amorós (1997).

feministas que enfrentadas a un escenario desolador de cuer­ pos volátiles y categorías analíticas evasivas —en que todo se reduce a representaciones paródicas—reafirman la necesidad de luchar contra la atomización de las diferencias, sostenien­ do una identidad positiva para las mujeres mediante la articu­ lación de las diferencias entre las mujeres con las estructuras de dominación que en primer lugar produjeron aquellas dife­ rencias directa o indirectamente (Seyla Benhabib, 1995). Mientras en la Academia norteamericana se producían estos debates teóricos, las agencias estatales e interguberna­ mentales de América Latina adoptaron ampliamente la cate­ goría de género tanto en sus políticas públicas como en sus programas sociales dirigidos a promover de la “equidad de género”. Cuando Sonia E. Alvarez (1998) analiza las incursio­ nes jfeministas en el Estado durante la apertura política al gé­ nero, argumenta, por ejemplo, que las críticas feministas de la opresión y de la subordinación de las mujeres a menudo se diluyen y se neutralizan en los discursos y en las prácticas de esas instituciones. En palabras de Alvarez, < a> pesar del papel innegable que tuvieron los lobbies feministas locales y globales en pro­ mover normas internacionales de género que indirectamente inspiran los discursos estatales modernos “pro-género," la “incorporación de ia mujer al desarrollo” no siempre se inspira en elfeminismo. La asidua criticafeminista a la subordinación de las mujeres muchas veces se tra­ duce y tergiversa en las prácticas y discursos de Estado. Como me expli­ có una oficial de la Alcaldía de Cali: “ahora la cosa cambió, ya no es aquel feminismo radical de los años setenta, ahora es perspectiva de género. Mientras las agencias estatales e intergubernamentales acogían el género de manera desenvuelta, el Vaticano, durante la preparación de la Conferencia sobre las Mujeres de 1995 en Pekín, temiendo las consecuencias que el uso de ia palabra género pudiera causar —así como la aceptación de la hom o­ sexualidad, la destrucción de la familia (patriarcal) y la disemi­

nación del feminismo—fue orquestando un obstinado ataque al concepto de género, asociándolo a “una siniestra influencia extraña” (Jean Franco, 1998). Su ejemplo es la advertencia del obispo auxiliar de Buenos Aires sobre el uso de la palabra gé­ nero como una construcción puramente cultural separada de lo bioló­ gico /.../< que> nos convertiría en compañeros de viaje delfeminismo radical. ¿Qué posición adoptar en un medio en que las palabras que con más frecuencia se utilizan para referirse al género y la mujer son, por un lado, desestabilización, dislocación y dis­ continuidad y, por el otro, siniestra influencia? ¿Cómo avan­ zar en el proyecto emancipador del feminismo a la luz de la manipulación y la tergiversación de la categoría de género de instituciones tales como el Vaticano y el Estado? En otras pala­ bras, como feminista comprometida en la lucha contra la opre­ sión y la exclusión (ya sea en los movimientos sociales o ense­ ñando lecturas anticanónicas de los textos canónicos en las aulas), ¿cómo se puede hablar sobre diferencia sin indiferen­ cia? ¿Cómo traducir estos candentes interrogantes en otros contextos? Donna Haraway (1991), Teresa de Lauretis (1987), Amy Kaminsky (1993) y Nlarta Lamas (1996), entre muchas otras, han mostrado ya las dificultades que la palabra género enfren­ ta cuando en su viaje al Sur se ubica en el contexto de las len­ guas romances. A pesar de los múltiples significados de la pa­ labra género en pprtugués, su llegada a la Academia Brasileña fue celebrada efusivamente en algunos sectores. No es mi in­ tención aquí dar una detallada cartografía de las rutas de “gé­ nero” en el contexto brasileño. Más bien, ofrezco algunas re­ flexiones sobre los usos y abusos producidos por la traducción de “género” en el escenario brasileño, mostrando las conse­ cuencias políticas de estas prácticas de traducción. U n beneficio importante que se origina en el uso de “gé­ nero” como categoría analítica, una vez asociado a los debates

de tendencia estructuralista y postestructuralista, fue el recha­ zo epistemológico de toda clase de esencialismo asociado a la categoría “m ujer”. Debe notarse, sin embargo, que en el con­ texto de los movimientos de mujeres y de feministas, el reco­ nocimiento de la diferencia —a través del pasaje analítico de M ujer a m ujer- ya se había producido. Decir que el concepto de género introdujo el discurso sobre las diferencias en la teo­ ría feminista es caer en metalepsis. En otras palabras, conside­ rar el surgimiento de los discursos sobre la diferencia como el resultado de la intervención de la teoría feminista en el texto social, implica ignorar el nivel en el que de hecho se encontra­ ban los movimientos de mujeres y de feministas, la catálisis de un nuevo modo de pensar sobre las mujeres y sobre las rela­ ciones de género, y no viceversa. La heteroglosia incipiente en estos movimientos, que refleja sus diferencias internas, ha con­ tribuido desde hace tiempo al cuestionaminto de toda posi­ ción esencialista, especialmente respecto de las nociones vin­ culadas a la naturaleza humana, sea masculina o femenina. N o obstante, el uso de “género” ciertamente permitió a las femi­ nistas comprender y explicar con mayor agudeza complejas y fluidas relaciones y tecnologías de poder. N o obstante, se pro­ dujeron algunos excesos en la traducción y la adopción indiscriminadas de “género”. Si bien afirmar que el “género” es una “influencia si­ niestra” en América Latina es demasiado (todo lo contrario!) no obstante como categoría analítica dejó espacio a movimien­ tos despolitizados. Albertina Costa (1996), en una aguda evaluación del cam­ po de estudios de las mujeres en Brasil, argumenta que las transformaciones sociales radicales que se produjeron bajo go­ biernos autoritarios en los años setenta tuvieron profundas implicaciones en la situación social de las mujeres, y repercu­ tieron en las rígidas estructuras burocráticas del sistema académico.192 En tanto que un número cada vez mayor de estu­

diantes mujeres ingresó a las Ciencias Humanas y Sociales, sus problemas se volvieron centrales a los intereses académi­ cos. Además, las reformas estructurales universitarias, la ex­ pansión de los cursos de graduados y los incentivos guberna­ mentales para la investigación científica (que promovieron la creación de centros de investigación independientes, respal­ dados principalmente por fundaciones internacionales), todo contribuyó de modo significativo a la aparición de proyectos de investigación que daban prioridad a los temas de la mujer. Sin embargo, Costa también explica que, en el contexto más amplio de la modernización económica, la injusticia so­ cial y la represión —y de acuerdo con los entonces predomi­ nantes paradigmas de la teoría de la dependencia, versión lati­ noamericana del marxismo y de la teoría de la modernizaciónlas áreas de investigación privilegiadas fueron las de trabajo, población y desarrollo, que rápidamente se convirtieron el ghetto de las intervenciones feministas.193 De hecho, a la luz de la creciente represión del régimen militar, los debates públicos sobre la emancipación de las mujeres, incipientes en aquel tiempo y que tenían lugar principalmente entre militantes iz­ quierdistas urbanas de clase media, debieron ser momentá­ neamente “pospuestos” y resurgieron en el contexto académi­ co adoptando la forma de interés erudito en los problemas de las mujeres. Esta particular constelación de factores económicos, po­ líticos e históricos ayudaron a conformar un tipo específico de feminismo que, según las palabras de Anette Goldberg (1989), fue “bueno para Brasil”. Como explica Costa (1996): 192 Me refiero a la migración, la urbanización, la expansión de los medios de comunicación masiva, la modernización industrial, el mejoramiento de los estándares y las oportunidades educativos, la disminución de ías tasas de fertili­ dad, entre otras. 193 Cf. Costa (1996), p. 39.

Durante esos años las prioridades de las campañasfueron tener un efecto significativo en la orientación de la investigación que daba prioridad a la diagnosis de inadecuadas condiciones de vida de las mu­ jeres pobres; por un lado, enfatizaban la explicación de la subordina­ ción femenina en tanto que estaba determinada por estructuras socioeconómicas y, por otro, adquirían una connotación marcadamente misionera. Que los Estudios de las Mujeres inicialmente marcaran la tendencia a la intervención social significaba que no surgía una clara separación entre los intereses que etifatizaban la estrategia pública y el desarrollo y aquellas que tendían a la reflexión y el estudio” (p. 39-40). El clarificador estudio de Goldberg sobre la historia del feminismo en Brasil (1989) explica que el feminismo bem com­ portado fue una respuesta, entre otras cosas, al temor generali­ zado a la represión que forzó a ocultarse tanto a los grupos de concienciación como a otros grupos políticos. El ensayo de Goldberg es también una excelente fuente bibliográfica para rastrear la trayectoria del feminismo académico brasileño. En consecuencia, el interés de las investigaciones acadé­ micas en temas de mujeres no estaba comprometido por las reflexiones que se revelaban en los grupos de concienciación, ya que podían efectuar rupturas teóricas y metodológicas vita­ les. Por tanto, manteniendo separado lo público de lo privado (aunque el régimen autoritario estaba permanentemente vio­ lando la fisura entre ambos), no cuestionar directamente la opresión de los hombres sobre las mujeres y dando prioridad a las luchas generales contra la desigualdad y la represión por sobre las luchas específicas de las mujeres, las académicas fe­ ministas pueden haber contribuido sin darse cuenta a mante­ ner invisibles las relaciones de poder que impregnan todas las áreas del tejido social. Además, enfrentaban las presiones de sus propios colegas académicos y de las agencias de investiga­ ción para que adhirieran a los estándares científicos autori­ zados. Considerando todo esto, no es difícil comprender por

qué en sus momentos iniciales el feminismo académico de Brasil no presentó un desafío más cabal al canon científico. En los años ochenta, como explica Goldberg (1989), al­ gunos hechos conformarían fundamentalmente la trayectoria del feminismo académico de Brasil. Durante el debilitamien­ to del autoritarismo, en una suerte de transición, se pudieron articular nuevos movimientos sociales junto con la configuración de nuevos sujetos e identidades políticas. La amnistía política también permitió el retorno del exilio de feministas que habían sido profundamente influenciadas por los movi­ mientos europeos de mujeres. Al retornar a suelo brasileño, establecieron nuevos debates en la agenda feminista sobre las relaciones entre sexo y género, la igualdad y la diferencia, lo público y lo privado y sobre el pluralismo (en tanto valoriza­ ción de la diferencia). Como sugiere Costa (1988), la apari­ ción tardía de temas vinculados a la diferencia en los círculos feministas brasileños se debió a los dilemas que la izquierda tuvo que afrontar ante la dictadura militar. La concertada oposición izquierdista al régimen, escribe Costa, contribuyó grandemente a la disolución de las diferen­ cias y representó un obstáculo para la manifestación de dife­ rentes tendencias autónomas dentro del feminismo. La autonomía, que encendió debates significativos en­ tre las feministas, contribuyó finalmente a la diversificación de los grupos y de las perspectivas feministas. Durante este período, los estudios de las mujeres, como campo, se expan­ dieron y diversificaron para incluir nuevos tópicos de investi­ gación (la sexualidad, el cuerpo, el estudio de la vida cotidiana, los movimientos de mujeres, entre otros) y áreas disciplina­ rias (historia, antropología, literatura, políticas comunicacionales, etc.) Los años ochenta se caracterizaron también por el esta­ blecimiento de muchos núcleos universitarios de investiga­ ción sobre mujeres/género. A finales de los ochenta y bajo la

influencia de debates teóricos de feministas extranjeras, el gé­ nero, como categoría analítica, llegó a reemplazar a la catego­ ría “m ujer”. De acuerdó con Ana Al ice Costa y Cecilia Sardenberg (1994), el desplazamiento de “mujer” por "géne­ ro” ha tenido efectos contradictorios. Por un lado, este cam­ bio conceptual, en principio, brinda a las feministas la oportu­ nidad de dejar el ghetto de estudio de las mujeres para conquistar un nuevo espacio de reflexión a nivel mas amplio —uno que se cruzaría con otras líneas de conocimiento como para incorporar no solo a mujeres sino a la comunidad científica en su to ta lid a d Por otro lado, el uso de la categoría género en muchas instancias introdujo sim­ plemente un cambio de designación y no de contenido: es decir, los estudios continuaron conceptualizando a la mujer como una esencia preexistente sin tomar en cuenta cómo la catego­ ría de género se construye tanto social como relacionalmente. Además, más allá de que no lograron efectivamente derribar los muros divisorios de las disciplinas tradicionales por medio de prácticas más interdisciplinarias, los estudios de género (como opuestos a los estudios de mujeres o feministas) también marcaron una creciente despolitización del feminismo académico que acentuó más la fractura entre “teoría” y “prác­ tica” y, consecuentemente, profundizaron la tensión entre fe­ ministas académicas y activistas. Se debe observar que, en Bra­ sil, debido a la inflexibilidad de la curricula de grado universi­ tario, los estudios de las mujeres se implementaron en la for­ ma “de arriba para abajo”: aparecieron inicialmente en cursos de graduados y se ofrecieron ocasionalmente al nivel de grado para crédito opcional (Costa, 1996). Como escriben Costa y Sanderberg: “Lo/as académico/ as”, al incorporar el concepto de género, lo desperdiciaron en 194Idem, p. 394.

lugar de asimilarlo o de hacerlo más accesible a sectores signi­ ficativos del movimiento de mujeres. Inmediatamente, la ca­ tegoría de género comenzó a utilizarse en reemplazo del tér­ mino “m ujer” en todas las instancias del movimiento: Los sin­ dicatos incorporaron “demandas de género”; los movimien­ tos populares siguieron esta práctica e incluyeron los movi­ mientos de mujeres. Una vez más, las mujeres se volvieron invisibles. En la Academia, este estado de cosas no fue diferente. Muchos de los así llamados estudios de género, no son más que estudios de cuestiones de las mujeres. De igual modo, varios núcleos universitarios y grupos de investigación de aso­ ciaciones profesionales —constituidos con el objetivo de estu­ diar las relaciones de género—permanecen bloqueados en el ghetto de los “estudios de mujeres”: En Brasil /.../para la acade­ mia es masfácil asimilar “estudios de género” que ‘feminismo”, ya que algunos sectores siempre lo identificaron con “defensa” y no con una adecuada empresa científica. Por lo tanto, para un buen número de académicas, los estudios de género eran más atractivos en el sentido de que ellas continuaban Placiendo “estudios de las mujeres” sin correr el riesgo de ser identificadas con el feminismo. Son lo que las activistas feministas han denominado, de manera sarcástica, “lasgenéricas”.'9* En efecto, la búsqueda de rigor científico y de excelen­ cia (según fue definida por los estándares científicos sociales positivistas convencionales) y una orientación hacia los estu­ dios empíricos unidos a la rígida estructura de la Universidad impidió el diálogo entre las eruditas feministas de diferentes disciplinas, obstaculizando considerablemente no solo el de­ sarrollo de prácticas interdisciplinarias y discusiones teóricometodológicas, sino también, y de manera más importante, el 195Idem, p. 395-96.

cuestionamiento del canon científico -una de las facetas fun­ damentales de gran número de feministas eruditas. Según Castro y Lavinas (1992), esta falta de diálogo en sentido epistemológico amplio ha llevado a las feministas eruditas de Brasil a lo que ellas mismas denominan “endogamia intelec­ tual”: sólo se citan entre ellas. Para comprender esta aceptación contextual del género, es importante darse cuenta que el feminismo académico bra­ sileño permanece suspendido en la encrucijada de dos corrientes teóricas diferentes. U n camino nos lleva al estructuralismo francés, con su énfasis en la complementariedad (junto con el ideal de igualdad y la refutación de la diferencia), mientras que el otro nos manda al postestructuralismo norteamerica­ no, con su énfasis en la alteridad y la politización de la diferen­ cia (Lia Machado, 1997). De acuerdo con Machado, el femi­ nismo francés y su puesta en primer plano de la diferencia a través de la deconstrucción no permeó en Francia plenamente el campo de la antropología, la sociología y la historia. Su lu­ gar institucional pelrmaneció en la literatura y los estudios psicoanalíticos. Como señala Machado, en Francia las femi­ nistas que trabajan en el campo de la antropología, la sociolo­ gía y la historia no desafiaron el canon de esas disciplinas, sino que introdujeron a través del feminismo, nuevos asuntos te­ máticos y aproximaciones analíticas. En el contexto de EEUU, por el contrarío, las feministas intervinieron en la Academia de forma mucho más radical, modificando el canon estableci­ do y creando nuevas epistemologías. Uno de los resultados de esta particular combinación de tendencias teóricas que tuvo lugar en el feminismo brasileño en los años ochenta y principios de los noventa es que un gran número de profesionales de las ciencias sociales (en contraste con muchas, sino con la mayoría, de las feministas eruditas de humanidades) abrazó el término “estudios de género” de ma­ nera más entusiasta que sus pares literatas, quienes todavía se

mantenían en el significado “mujer”. El primer grupo perci­ bía el género como un término científicamente más riguroso que “estudios feministas” o “de mujeres”. “Estudios de las mujeres” les parecía demasiado esenciaíista y “estudios femi­ nistas” les sonaba demasiado militante y, por lo tanto, ni obje­ tivo ni sistemático. Esta controversia captura muy bien el he­ cho de que para ponderar cuán satisfactoriamente viaja el gé­ nero, es necesario examinar exhaustivamente las restricciones analíticas e históricas que residen en la articulación de la dife­ rencia (John, 1996). Otra limitación crucial, que analicé en un artículo anterior, es el hecho de que las Universidades brasile­ ñas, se encuentran hasta el día de hoy, entre las instituciones más elitistas y por consiguiente, más blancas. Como Scott misma (1988) expresó, preocupada por la facilidad con que el género había entrado en la Academia, gé­

nero parece ajustarse a la terminología científica de las ciencias sociales y en consecuencia se disocia de las (supuestamente estridentes) políticas delfeminismo. /.. ./N o conlleva una necesaria declaración sobre la des­ igualdad o el poder ni nombra la penosa (y hasta hoy) parte invisible (P- 31)- _

Otra apropiación problemática de género no sólo en el feminismo de Brasil sino también en el latinoamericano, con efectos desfavorables para su campo de estudios -efectos que ya estaban tomando forma en los años noventa- se debe ob­ servar en la excesiva proliferación de estudios sobre la masculinidad. La lógica de la translación, en este caso, opera de la siguiente forma. Dado que “género” es un concepto relacional, se íes confió una pesada carga a las investigadoras aplicadas a develar las perversas operaciones del sistema del. género: es decir, que para estudiar a las mujeres tenían que estudiar tam­ bién a los varones. Actualmente esta tendencia en los estudios de género está plenamente consolidada en la Academia brasi­ leña debido, en especial, a la contribución de agencias guber­ namentales y nacionales e instituciones filantrópicas interna-

dónales. De hecho, la focalización sobre los varones y la mas­ culinidad fue resultado de la necesidad de comprender mejor la participación de los varones en la salud reproductiva de las mujeres y surgió como agenda de investigación de las femi­ nistas en América Latina luego de las conferencias sobre salud reproductiva y sobre violencia en El Cairo (1994), y de la dis­ cusión sobre violencia sexual contra las mujeres en la Confe­ rencia de Pekín (1995).196 Aunque no es en absoluto mi intención aquí condenar en masa los estudids sobre masculinidad en Brasil, considero preocupante, entre otras cosas, que en muchos casos, esos es­ tudios escapen a ía articulación de una perspectiva crítica fe­ minista. Solo para dar un ejemplo inquietante, en una confe­ rencia nacional de mi Universidad sobre estudios de género, escuché una ponencia donde la propuesta de la autora era ana­ lizar 1a percepción de los hombres del aborto. Lo que encuen­ tro incómodo respecto de esta reciente y arrolladora preocu­ pación por los varones y la masculinidad, a pesar de las recien­ tes y agudas observaciones y de ios nuevos interrogantes que aportaron el análisis feminista del género y la sexualidad, es que en tanto carecemos de suficientes informes sobre la per­ cepción de las mujeres del aborto, parece un poco apresurado abandonar las descripciones femeninas de esta experiencia, para dedicamos nosotras mismas a la contemplación de las expe­ riencias de los varones. Como si no fuera suficiente que las mujeres se volvieran género en los años ochenta, temo el he­ cho de que, a partir de los noventa, el género se esté volviendo masculinidad y varones, y este sea otra vez el foco de la aten­ ción analítica. Parece como si hubiéramos terminado en el 196 C£ Teresa Valdes (2000) para el análisis del surgimiento de estudios sobre masculinidad como una de las tres áreas de investigación de las feministas de la región.

punto de partida, en lá prehistoria de los estudios feministas. Como escribió una crítica en EEUU respecto del siempre expansible saber sobre la masculinidad, demasiado a menudo el estudio de la masculinidad parece alcanzarse a costa del es­ tudio de las mujeres, con ía desafortunada implicación de que los problemas sobre las mujeres han perdido interés o son tan familiares que ya no hay que cuestionarlos más. Además, cuan­ do la investigación presta mayor atención a las preocupacio­ nes del género y a la fragilidad de vínculos entre los varones, tiende a ignorar los fuertes lazos entre masculinidad, poder patriarcal y privilegio.197 Adriana Piscitelli (1998), expresa también algo pertur­ bador* Por un lado, la reciente explosión de estudios sobre masculínidad y, por otro, la distancia creciente entre estudios fe­ ministas y estudios de género en el contexto de la Academia brasileña, identifican un vínculo problemático entre la mas­ culinidad y los varones. Como ella escribe, estudiar las masculinidades centrándolas en su asociación con los varones im­ pone limitaciones al análisis desde la perspectiva del género. Pero no se trata solo de eso. Análisis concretos que examinan las relaciones entre masculinidades hegemónicas y subalter­ nas han mostrado los matices de la masculinidad. Pero al mis­ mo tiempo han revelado la falta de un análisis de la compleji­ dad equivalente respecto de las femineidades. Y he aquí lo que considero “perverso”. Consciente, desde una perspectiva relacional, de los riesgos que podría implicar un énfasis en las femineidades —riesgos que han sido exhaustivamente debati­ dos en los círculos feministas—no puedo menos que conside­ rar a ias “ciencias de la masculinidad” un retroceso.198 197 Cf. Adams (2000), p. 467-8. m ldem. p.157.

Pero debo subrayar que ha habido otras apropiaciones de género en el contexto brasileño, políticamente más progre­ sistas. Un buen ejemplo es el estudio de los viajes Norte-Sur del concepto (Thayer, 1999). La autora muestra cómo la mi^gración discursiva de “género” y sus traducciones eclécticas y contextualmente específicas fueron más radicales que las per­ mitidas por la mayoría de los modelos de transmisión NorteSur del continente americano, y por lo tanto iluminaron la diversidad de fuerzas , implicadas en tal dislocación geográfi­ ca.199 La autora hacé evidente cómo estos factores complican infinitamente cualquier movimiento de conceptos y catego­ rías a través de fronteras geográficas, políticas y epistemológicas. Su argumento es que en la instancia de las O N G ’s y las OSS, la migración de género no terminó en traducciones / apropia­ ciones despolitizadas. En el contexto brasileño de las luchas por la democratización, el colectivo de las corporaciones OSS articuló discursivamente el género al concepto de ciudadanía, convirtiéndose pop lo tanto en un instrumento crucial la de­ manda de derechos políticos, en un movimiento que fue des­ de los cuerpos generizados a los cuerpos politizados. Thayer concluye que las barreras económicas y discursivas impiden que las teorías feministas y los conceptos vayan en la dirección opuesta (Sur-Norte). Es forzoso que un movimiento femi­ nista transnacional abra espacios que perm itan mayor horizontalidad y simetría en el flujo global de las teorías, los conceptos y las identidades. ¿Más allá del género? A pesar de que el género es una de las propuestas más importantes de la teoría feminista (Flax, 1990), sigue siendo todavía -pienso- un terreno epistemológico muy frágil; especialmente, dada su historia de traducciones tw Por ejemplo, dada la financiación de instituciones internacionales, los dis­ cursos sobre ciudadanía y derechos.

inadecuadas, en parte condicionadas por factores históricamen­ te contextúales. Norma Alarcon (1990) ya ha criticado el uso de “género” como concepto central. De acuerdo con ella, una explicación de los mecanismos a través de los cuales una se hace mujer debe incluir otros modos de constitución del suje­ to que vayan más allá de la oposición varón / mujer. Por ejem­ plo, en sociedades en las que las asimetrías de raza y clase son principios fundamentales de organización, el hecho de llegar a ser mujer debe también incluir relaciones de oposición con otras mujeres. Esto significa que la categoría misma de mujer, así como las formas en que se construye, debe ser igualmente cuestionada y explicada, y no hay que considerarla sin más el punto de partida del feminismo. A la luz de las controversias sobre el género hasta aquí presentadas, creo que ya es hora de que reconsideremos su legado para apreciar hasta qué punto el concepto todavía per­ manece anclado en un proyecto feminista de transformación. Con toda seguridad, tal reconsideración podría revelar confu­ siones conceptuales que han estorbado sus usos así como los malentendidos sobre las operaciones de poder que lo apunta­ lan. Para atender a los respectivos consejos de Marilyn Strathern (1988) y de Oyeronke Oyewumi (1998) es pertinente hacer una última observación: a menudo, en las metanarrativas eurocéntricas de género sucede que no se tiene en cuenta usual­ mente la evidencia de otros contextos culturales. Por eso, la necesidad de que la crítica feminista sea constantemente re­ flexiva sobre su particular lugar de enunciación. Para abordar las complejidades de la construccion.de los sujetos hasta aquí presentadas, urge que vayamos más allá del análisis del género, en dirección a, siguiendo la sugerencia de Friedman (1998), una cartografía de identidades. Esto requie­ re dos cosas. Primero, conceptual izar la identidad como espa­ cios físicos y discursivos estructurados por operaciones de po­ der. Estos espacios nunca son fijos, consisten en campos en

movimiento. Segundo, abandonar toda visión binaria de la identidad. La noción de una geografía (o cartografía) de las identidades nos permite trazar mejor el mapa de los terrenos geopolíticos constitutivos de las identidades, incluyendo las zonas de contacto fronterizas habitadas por identidades (contemporáneamente) híbridas. Para concluir, de manera tentativa deseo sostener que siguiendo la fluida perspectiva del género (y de la identidad) hasta aquí sugerida, las cuestiones sobre los viajes de las teo­ rías y las traducciones históricas, —así como sobre las media­ ciones culturales—adquieren relevancia teórica y urgencia po­ lítica. Traducción: Patricia Saconi

A VUELTAS CON EL PROBLEMA DE LOS UNIVERSALES. GUILLERMINAS, ROSCELINAS Y ÁBELARDAS Celia Amorós (Universidad Nacional de Educación a Distancia)

El venerable y siempre nuevo problema filosófico de los universales cobra, en relación con los debates teóricos en tor­ no al feminismo, nuevas dimensiones y relevancia.200 Como cabría esperar, a ía hora de decidir cuál es el correlato semántico y el estatuto ontológico y epistemológico -con sus implicacio­ nes éticas y valorativas correspondientes- de términos genéri­ cos tales como “lo femenino”, “lo masculino”, “masculinidad”, “femineidad”, tienden a reproducirse las posiciones clásicas en torno al problema. Esquematizando un tanto las cosas, se po­ 200 Este trabajo en su versión original fue una contribución a una mesa sobre Filosofía Feminista, publicado en las Actas del 2o Congreso Híspano-Mexicano de Filosofía Moral y Política, México-Madrid-CSIC, 1987. Se trata de una reelaboración feminista de un problema tradicional de la filosofía: el status ontológico de los universales. La propuesta, moderadamente nominalista, abreva en las fuentes clásicas. Por consiguiente, no dialoga con posiciones nominalistas más recientes desarrolladas desde puntos de mira postmodernos, que merecen, por cierto, un artículo aparte. Sobre la relación feminismo-postmodernidad, cf. “Feminismo, ilustración y postmodernidad” En: Amorós, C. (Comp.) Historia de la teoría fem inista , Madrid, Dirección Grai. de Ía Mujer-Universidad Complutense de Madrid, 1994; Tiempo de feminismo, Madrid, Cátedra, 1997. Cap. VII; Feminismo y Filosofía, Madrid, Síntesis, 2000.

dría asimilar la posición de la corriente que -podemos conve­ nir a estos efectos que la denominación es cómoda—suele lla­ marse “feminismo de la diferencia” con la que clásicamente ha caracterizado al “realismo de los universales”, en el sentido de que tiende a enfatizar ontológica, epistemológica y ética­ mente el referente extralingüístico de los términos genéricos relacionados con “lo femenino”. O, dicho de otro modo, al decir “lo femenino” o “la femineidad” nos referiríamos a una entidad en sentido fuerte, dotada de una sustantividad, con un peso que trascienda el mero denotar el conjunto de los indivi­ duos pertenecientes al sexo femenino -obviamente, de lo mas­ culino podría decirse otro tanto-. El “nominalismo” -o acti­ tud filosófica consistente en atribuir a la realidad individual todo el peso ¿óntológico y a minimizar, o bien a reducir a un mero expediente pragmático para proceder a la denominación de un conjunto de individuos con algún rasgo en común, el correlato extralingüístico de los términos universales, podría asociarsegrosso modo —pues habría mucho que matizar- con las tendencias del fem inism o llamado de la igualdad. El nominalismo más radical —lo que vendría a ser un Roscelina de Compiégnes en versión feminista- asumiría que decir “la femi­ nidad” o “lo masculino” no son sinoflatus pocis y que solamen­ te hay clases de individuos que se asemejan por su pertenencia al mismo sexo, y eso es todo. Claro está que, desde puntos de vista nofeministas e inclu­ so añtifeministas, se pueden mantener con respecto a la cues­ tión posiciones tanto realistas como nominalistas. Para los pri­ meros, femineidad y masculinidad son esencias, universales in re o categorías ontológicas, y el sistema llamado de sexo-géne­ ro -basado en la atribución de características genéricas esen­ ciales al hecho de pertenecer a un sexo determinado- tiene así su fundamento in re. Se valora positivamente que así sea y se justifica el sistema jerárquico que así se constituye, sobre la base de la hegemonía masculina, adobándolo con la ideología

de la complementariedad. Las posiciones feministas son aquí des­ calificadas por improcedentes, por atentar en la impotencia y el ridículo contra estabilidades esenciales. Los nominalistas nofe­ ministas —pues antifeministas no suelen denominarse- man­ tienen, por su parte, que solamente hay individuos y que los rasgos comunes que se derivan de la pertenencia a un deter­ minado sexo no tienen mayor relevancia ontológica -ni social ni cultural, por tanto™. A ellos les es indiferente ~son así de igualitarios™ que las cargas de responsabilidad, las posiciones de prestigio de las que se desprende un reconocimiento social las desempeñan hombres y mujeres: somos iguales ¿que más da? Ergo, da igual que en el Gobierno y en el Parlamento no haya prácticamente más que hombres y que ellos monopolicen las pautas de la vida pública, social y cultural —es decir, los espacios del reconocimiento, de los sujetos del contrato so­ cial—.201 Para estos nominalistas radicales las actitudes feminis­ tas son descalificadas no tanto por ser inadecuadas como por superfinas: la sociedad de individuos la tenemos ya, por lo visto. Sólo que da la casualidad de que unos parecen ser más indivi­ duos que otros: el sistema sexo-género parece flotar sobre la ca­ sualidad; no hay por qué reconocer la existencia de un sistema de dominación cuyo estatuto ontológico no podría tener bases esenciales, y en lugar de ser feminista se trataría de buscar el atajo -siempre el espejismo de los atajos™ y de ser, simplemen­ te, persona.202

201Sobre la relación feminismo-contractualismo, cf. Pateman, C. El contrato sexual, Barcelona, Anthropos, 1995. 2)2 Cf. Espacio de iguales, espacio de idénticas: notas sobre poder y principio de individua­ ción, Arbor, CXXV11I, 1987, y “Etica y feminismo”, en Guariglia, O. (ed.) Cues­ tiones morales. Enciclopedia Iberoamericana de Filosofía, vol.XIÍ, Madrid, Trotta, 1996.

De este modo, si se cruza el debate -moderno- sobre el feminismo con el —antiguo- sobre el problema de los universa­ les, nos encontramos con que existen posiciones que podría­ mos llamar realistas -(obviamente, en el sentido técnico precisó que tiene el término “realismo” en el contexto del venerable problema de los universales)-feministas, realistas antifeministas (o no feministas, al menos), por una parte; por otra, tendríamos nominalistasfeministas. Pues bien, si se acepta modo este in­ tento de clasificación ¿en qué se diferencian las/los realistas fe­ ministas de las/los réalistas antifeministas? Y otro tanto nos po­ dríamos plantear con respecto a las/los nominalistas. Quizás a la luz de este intento de clasificación, que intenta serlo a la vez de clarificación, se pueda poner de manifiesto que es lo que im­ plica el feminismo desde el punto de vista filosófico y, más específicamente, desde un punto de vista ético. La polémica con los realistas antifeministas quizás no tiene en este contexto demasiado interés. Pocos mantendrían en senti­ do fuerte una posidón cada vez más impresentable en socie­ dad y “en cultura” y a la que se suele contraargumentar en térmi­ nos históricos y sociológicos: la mutabilidad de los contenidos de sus presuntas “esencias” de lo masculino y lo femenino, su plasticidad, etc. etc. Sería tedioso repetirlos aquí. Pero -y no digamos en lo que al feminismo concierne- hay gente para todo, y, como lo han recordado en trabajos recientes Amelia Valcárcel y Raquel Osborne —en su trabajo sobre Simmel-, la fenomenología ha vuelto sobre versiones sofisticadas y ligera­ mente modernizadas a aderezar el eidos de “la mujer”, etc.203 203 Osborne R. “Símmel y la cultura femenina. (Las múltiples lecturas de unos viejos textos)”. En: Osborne, R. Las mujeres en ¡a encrucijada de la sexualidad, Bar­ celona, LaSal, 1989. De Amelia Valcárcel pueden consultarse Sexo y Filosofía. Sobre umujer” y “poder” Barcelona, Anthropos, 1991; La Política de las Mujeres, Madrid, Cátedra, 1997.

Desde el punto de vista ético siempre se podría decir en todo caso que, aun si estos presuntos eiáe tuvieran, efectivamente, bastante que ver con la “natura” -pues en este punto la fenome­ nología, tan antinaturalista en sus orígenes husserlíanos, llega a un curioso contubernio con el biologicismo más trivial-, la razón práctica siempre puede permitirse decir aquello de “pues peor para la natura” —y para las eide tan fenomenológicamente depuradas, de paso-. Y el feminismo despacharía así tranquila­ mente el problema. Por el contrario, la discusión con lo que hemos llamado -a efectos del planteamiento que aquí hemos puesto™ el “fe­ minismo realista” o “realismo feminista” es más interesante, por supuesto, y más compleja. Sin llamarle así, sino bajo la denominación que se le da como una corriente -al menos, para entendernos de entrada—en las polémicas teóricas internas al movimiento: “feminismo de la diferencia”, nos hemos ocu­ pado de dialogar y discutir con esta posición, como también lo ha hecho Amelia Valcárcel, en varias ocasiones y contextos. En cierto modo, tienen en común con el antifeminismo tradicio­ nal el esencialismo, la asunción de características propias de lo femenino, ora poniendo el énfasis en su enraizamiento bioló­ gico, ora en la configuración socio-cultural de una manera de experimentar la relación con el mundo y con la vida que sería específicamente femenina. Se distinguen, claro está, radicalmen­ te del realismo tradicional antifeminsita (pués feministas son, y sólo se podría poner esto en duda desde posiciones sectarias) en su valoración ética, positiva y magnificadora, de tales carac­ terísticas esenciales; de este modo se propone -en los casos más combativos (hay feminismos estoicos, etc.)- un modelo de sociedad alternativo al patriarcal sobre la base de tales valores y se los canoniza en el ámbito del deber ser ; ora contando con que los varones cambien sus estimaciones valorativas y reco­ nozcan -en pie de igualdad, pues el reconocimiento no puede darse nunca sobre otras bases—las excelencias de nuestra dife-

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renda para coexistir con ella en la complementariedad pero sin oprimirla -complementariedad sin jerarquía-; ora propugnan­ do que los hombres se hagan cada vez más femeninos, algo así como una feminización general de la sociedad y de la cultura dándoles a los varones la oportunidad del reciclaje; ora reinvindicando una era de implantación hegemónica de lo fe­ menino frente a y sobre un patriarcado decadente y en vías de extinción, tomando el relevo de la gran crisis civilizatoria. Cabe también acelerar poj vías expeditivas y metonímico-Iiterarias el proceso de extinción del sexo-género hasta ahora hegemónico mediante la liquidación física de los individuos a él perte­ necientes. Atrocidad, sin duda, pero teniendo en cuenta las masacres, los genocidios y los programas habría que rasgarse las vestiduras no píenos, desde luego, pero más quizás tampoco. Sobre la propuesta de marcar ámbitos diferenciados en base a una especie de acuerdo de “tanto monta, monta tanto” para ambos colectivos (parece que de las últimas investigaciones antropológicas se desprende que un equilibrio de este tipo debió regular las sociedades paleolíticas de cazadores-recolectores204: la tendencia rousseauniana a la promoción de los orígenes al deseable deber ser es bastante típica en ciertos sectores ideoló­ gicos del movimiento) habría que hacer algunas observaciones. En primer lugar, que ya no se dan las condiciones ni la necesi­ dad de una forma de división sexual del trabajo para la pro­ ducción de la vida material que pudiera sustentar este eventual equilibrio (digo eventual equilibrio porque, en definitiva, in­ cluso en estas sociedades acéfalas, parece que el poder político que, si no es el poder propiamente dicho, al menos se parece bastante al analogado supremo en materia de poder, se reía204Al mito del matriarcado siguió el llamado “mito del cazador” y ahora parece que le toca el turno al “equilibrio complementario de los orígenes”. Cf. F. Héritier, 1978; N. Taúner y A. Zilhman, 1970, Testart, 1986.

ciona con el control de las armas, etc., lo tenían los varones). La dependencia económica recíproca de la pareja paleolítica -en la medida en que la había- estaba en función del sistema de pres­ taciones recíprocas entre ambos colectivos en cuanto tales, si­ tuación obviamente impensable en nuestras sociedades com­ plejas, en que la división deí trabajo social sigue otras pautas mucho más variopintas, como es bien sabido, y no pasa por el meridiano que separa los sexo-géneros. Lo que, sin embargo, este meridiano sigue marcando en líneas generales es la sepa­ ración de los espacios de lo público y lo privado, espacios que, como lo ha mostrado Cristina Molina, por mucho que sus contenidos hayan podido variar históricamente, se correspon­ den en el del reconocimiento, el de la valoración social, el de lo que.se ve y es expuesto a la luz pública -dicho de otro modo, el espacio de los sujetos del contrato social- y el de lo que se sustrae al reconocimiento público, lo in-significante o nosignificante, lo que no se ve, en suma, y no es valorado socialmente.2íb (Algunos sospechan que en esta esfera se acumulan dosis inmensas de poder paralelo, Hay en ello bastante exage­ ración: lo tienen pocas mujeres, sólo en ciertas etapas de su vida, sólo si se pliegan a ciertas reglas del juego de los roles y sólo en determinados círculos y clases sociales. Y, aún así, con esas “especies” no se compra nada en la otra esfera si no se traducen en la moneda de lo que se reconoce y se cotiza en el espacio público, espacio que definen y controlan, en defi­ nitiva, los varones). Pues bien, hay una propuesta que viene a decir algo así como “hagamos que lo privado sea reconocido del 21,5Cf. Amorós, C. (comp.) Feminismo e ilustración (1988-1992), Madrid, Institu­ to de Investigaciones Feministas-Universidad Complutense de Madrid, 1992; Molina Petit, C. “El feminismo en la crisis del proyecto ilustrado” En: Sistema, 99,1990; y especialmente, Dialécticafeminista déla Ilustración, Madríd-Barcelona, Comunidad de Madrid-Anthropos, 1994, entre otros.

mismo modo que se reconoce lo público”, reivindiquemos el palor de lo privado y tratemos de imponer su re-conocimiento. (El tema del salario del ama de casa, digamos aquí de pasada, vendría a ser el trasunto de esta posición en el plano económi­ co). Cuando, justamente, quien está en el espacio privado ca­ rece de poder para implantar el reconocimiento de nada y, si la iniciativa hubiera de provenir de los pobladores cuasi-monopolizadores del espacio de lo público, sería el primer caso, in­ sólito en la historia, en que el grupo que detenta los valores dominantes se dejarn imponer el reconocimiento de los valo­ res asociados con las prácticas y los símbolos de los domina­ dos. Vendría a ser algo parecido a la típica hipocresía paternalista de cierta derecha tradicional, que canta los ditirambios a las excelencias d^l trabajo manual y lo considera “tan importante y digno” conio el intelectual -aunque pondría el grito en el cielo si lo pagaran igual, pues para eso tiene “él” estudios-, y su “complementario”; hasta llega a reconocer gustosa que es la condición de posibilidad de sus actividades y de su espacio, pero por nada del mundo querría verse en el pellejo de la mucha­ cha de servicio ni del peón de albañil ni asumir una mínima cuota de estas servidumbres para liberar a los otros si se les diera la oportunidad). No nos engañemos: quien tiene el po­ der y puede elegir —¿cómo podría ser de otro modo?—elige la mejor parte, y es en esa parte donde hemos de hacer presión para que se nos ceda nuestro espacio en ella. Se dirá que quizás es la mejor parte social y culturalmente hablando, pero no desde el punto de vista ético, y que, por tanto, es indiferente -de nuevo la adiaphora de los estoicos—el reivindicarla. Pero hay que su­ brayar que lo ético no está (tanto) en una calidad del contenido de ese espacio en sí mismo (a lo mejor también, y quizás en los espacios privilegiados de ia vida social y cultural sea más fácil ser bueno agathos—. O ser malo, quizás, pero al menos sería una opción, y siempre es bueno tener más opciones, aun­ que sea para ser maio). No se trata, pues, tanto del contenido

del espacio en sí como de laformalidad de que sea accesible a todos. Se trata, en definitiva, de que la especie humana deje de ser “ese club tan restringido”, como decía Sartre. Y el estatuto pleno del ser humano ha sido siempre definido desde, por y para el ámbito de lo público. El reino de los fines fue pensado para el ágora, no para el gineceo -y no se cómo desde el gineceo se podría proclamar sin trampa una ciudad de los fines alternativa. Por lo pronto, no es ciudad ni reino. Así, pues, de las tres posibles propuestas que se despren­ den del realismo feminista de los universales -por seguir la ter­ minología que hemos sugerido™, vale la pena discutir con se­ riedad la prim era variante: “igualdad en la diferencia, complementariedad sin opresión” (Que cosmos no oprima a caos, siendo así que la lógica misma de las connotaciones axiológicas marca la jerarquización). No me parece ni política­ mente viable, ni éticamente deseable, ni culturalmente estimu­ lante, pero que puede mantenerse con algún argumento razo­ nable,, con alguna “buena razón”: “lo femenino”, sea cual fuere la tematización ontológica que de ello pueda hacerse, ha de habilitar para sí un lugar cultural digno, si es que las mujeres no queremos perder todo punto de referencia acerca de nues­ tra identidad y ser integradas -en una sórdida homologacióndentro de las pautas de ese mismo patriarcado que tan poco nos entusiasma. N o es que a las que nos llamamos feministas de la igualdad nos guste ser como los varones; simplemente pensamos que seguir siendo mujeres, en la medida en que eso es algo, es lo más fácil del mundo y, por ello precisamente, no vale la pena echarle tensión ética a la cuestión. En cuanto a la propuesta defeminización de la sociedad, ha­ bría que decir que, o bien lo femenino es un universal in re -algo, por tanto, que desde el punto de vista extensional se solape con el conjunto de los individuos del sexo femenino—,en cuyo caso la conversión masculina no parece demasiado viable por definición, o bien es un universal ante rem, pura constelación

connotativa que planea por encima de la extensión de ambos conjuntos de individduos y es susceptible de “realización (en sentido gnóstico) en diferente dosis y medida por los indivi­ duos cualesquiera de ellos indistintamente. (Algo así como la función del Padre-metáfora significante de los lacanianos y la función de Madre-metonímica, que luego resulta no tener nada que ver con los hombres y las mujeres reales y concretas, aun­ que estadísticamente parece ser que los primeros suelen des­ empeñar la primera casi siempre -que es la buena, claro-). El inconveniente del manejo explicativo y polémico de este uni­ versal ante rem es que lleva a conclusiones paradójicas, como la de que la Thatcher no es, en realidad, una mujer -con lo que jamás hay, por definición, contraejemplo posible para la hipóte­ sis de que lo femenino sea una esencia; por la misma regla de tres, Bokassafio es un negro, un calzonazos, no es un hombre, etc. Ciertamente, el uso del lenguaje ordinario en los marcos ideológicos del sistema sexo-género (sus chistes, sus sarcas­ mos, sus comentarjos, etc.) propicia, como su ontología sub­ yacente, este realismo extremo de los universales, en el que viene a resultar que el universal ante rem, el género y su evi­ dencia a priori se impone sobre y contradice la constatación empírica de la pertenencia del individuo al conjunto que, extensionálmente considerado, se supone que le serviría de base. Mujer empírica y mujer simbólica se contraponen así tanto para el lenguaje sexista tradicional como para el feminismo de la diferencia en esta versión del realismo exagerado de los uni­ versales. Serían sus propugnadoras dignas discípulas de Guillermo de Champeaux, con la paradoja de que la diferencia ya no diferenciaría a las mujeres, sino que irradiaría y se difun­ diría sin distinción de sexo entre todos los seres humanos. Cu­ riosamente, pues, este realismo exagerado de los universales referido a los supuestos contenidos esenciales del genérico fe­ menino, al proponer paradójicamente la universalización de la diferencia valorada como “lo bueno” —en lugar de tomarla como

base de una equilibrada compíementarieáad o de una segregación más o menos violenta del colectivo de los varones- viene a converger con el nominalismo. Pues si es indiferente que sean individuos de uno u otro sexó los que realicen las esencias, si resulta que ni la feminidad es patrimonio de las mujeres ni la masculinidad lo es de los hombres, cabe preguntarse á quoi bon seguir hablando entonces de la parte femenina y de la parte masculina de cada cual, cuando se acepta que los referentes se diluyen. Parece como si de aquí se pudiera concluir tranquila­ mente que el problema está liquidado, y vendríamos a encon­ trarnos con los nominalistas no feministas, para quienes esta­ mos ya en una sociedad de individuos (y, si no lo estamos del todo, es porque no nos acabamos de liberar de lastres ancestrales, pero todo es cuestión de dejar tiempo al tiempo). Las nominalistasfeministas, sin embargo, amantes de los paisajes desérticos quineanos, el sobrio telón desfondo de la igualdad, despoblados de problemáticas y enojosas esencias, aceptamos, por una parte, como nominalistas éticas, que sólo deben existir los individuos y que el reino de los fines solamente puede ser realizado en serio y sin trampa sobre la base de la separación . del sistema de género-sexo. La ciudad de los fines se constru­ ye en precario sobre cimientos precívicos como la adjetividad de los gineceos. A título de nominalistas ontológicas -pensamos con Sartre que el nominalismo ético queda desguarnecido sin el apoyo de una posición nominalista ontológica sui-generis, que vamos a matizar enseguida- afirmamos, como Antístenes frente a Platón, que vemos a Guillermina, a Roscelina, a Eloísa y a Abe larda, pero no la feminidad. No obstante, afirmamos a la vez que existe un sistema de dominación masculino-patriarcal, o androcéntrico si se prefiere, que éticamente debemos luchar contra él porque es injusto y que carece de soporte ontológico esencial. Se nos dirá que tampoco las clases socia­ les son categorías ontológicas —al menos desde posiciones no

lukacsianas—y, sin embargo, no cabe duda de que existen. Pero tiene bases socioeconómicas conceptualizadas por el materia­ lismo histórico, bases que, en desacuerdo con las llamadas femi­ nistas materialistas, no creemos -la discusión se saldría de este contexto™ que sean transplantables, ni aun con sus mutatis mutandis, al llamado sistema sexo-género. Puestas así las cosas, venimos a decir con respecto a las esencias aquello de “yo no creo en las brujas, pero haberlas las hay”. Lo cual, en cierto modo, es lo que, desde Abelardo, han dicho los conceptualistas o, si se prefiere llamarlos así, los nominalistas moderados. En el caso que aquí nos ocupa, hablaremos sin duda de constructos ideo­ lógicos, pero no somos tan ingenuas como para creer que un sistema de dominación pueda descansar sólo sobre constructos ideológicos,rpor potentes que éstos sean. U n sistema de do­ minación es un conjunto de practicas y de representaciones sim­ bólicas conscientes e inconscientes que tienen, ejercen y en el que se insertan los individuos de tal manera que, siendo éstos quienes lo nutren áe su sustancia y lo hacen ser —el sistema es constituido-, es el sistema a su vez quien los troquela y confi­ gura de forma que reproduzcan in re unos universales en serie -en el sentido sartreano de totalidades deshilacliadas que no llegan a totalizarse en acto en ninguna parte... Apuntamos aquí -sería imposible en esté espacio desarrollarla- a una teoría que nos gustaría llamar nominalista del patriarcado, inspirada en bue­ na medida en las posiciones del segundo Sartre.206 Se trataría de elaborar los distintos niveles de cohesión totalizadora -con su precario efecto virtual de estabilización ontológica, constante­ mente intentada y nunca lograda—que tienen las prácticas rea­ les —pues el verdadero ens realissimus son las prácticas concretas de individuos de carne y hueso—, prácticas que producen la 206 Cf. “Notas para una teoría nominalista del patriarcado” Asparkta,1992.1.

situación de inferiorización y subordinación en que se encuen­ tra el colectivo de las mujeres. Situación que estas últimas asu­ men en la complicidad y la superación a la vez... En buena me­ dida seguimos siendo objeto de pactos simbólicos, entre..varones, pero estos pactos no suelen tener estatuto de práctica concertada, grupo de fusión, se diría en la jerga de Sartre, sino raras veces en que la hegemonía patriarcal se pone a la defensiva; sólo en algunos casos se llega a ciertas formas de coagulación institucio­ nal -el control del aborto, por ejemplo, como forma de mono­ polio patriarcal de la instancia de reconocimiento, de la legiti­ mación de la vida frente al hecho de darla-; en la mayoría de los casos se trata de prácticas dispersas reguladas por esquemas sim­ bólicos que brotan y son diseñados en el curso de las propias prácticas a las que, a su vez, orientan y modulan. No se trata, pues, de que carezca de entidad el patriarcado como sistema de pactos de reconocimiento entre los varones con sus formas de ejercicio del poder y de la hegemonía, su ideología y sus me­ canismos institucionales: sólo que no se trata de una esencia, ni siquiera en diferentes grados de participación, sino de condicionamientos en serie —reconocimientos en cadena de una identidad especular cuyo núcleo esencial no está, sin embar­ go, localizado en ninguna parte-; de sistema de prácticas objetivadas y grabadas en todos los niveles y las mediaciones so­ ciales y materiales. De este tipo de nominalismo no habría de derivarse necesariamente un individualismo metodológico, sino una concepción de los sistemas de dominación como algo cuya textura ontológica, sólida y liviana a la vez, no inmuniza contra la responsabilidad ética de todos los individuos, opreso­ res y oprimidos en distintos grados y formas, en él implicados. Quizás este intento de establecer estas precisiones pue­ da salir al paso de situaciones muy curiosas y recurrentes en los debates sobre el feminismo con participación de los varo­ nes. Cuando se enteran de que no vamos diretamente contra ellos como personas sino que entramos, todas analíticas, en

una tematización del patriarcado como sistema de dominación, ellos, claro está, también están en contra como el que más, son colaboradores natos de nuestras filas y nadie se da por aludido. Como, evidentemente, nadie es el patriarcado ni un sistema de dominación -caeríamos en un error categorial en el senti­ do ryleano-, todo el mundo se queda tranquilo y parece aqué­ llo de “entre todos la matamos y ella sola se murió”.207 Y, en cuanto a las mujeres, profesamos a veces —hay que ser autocríticas- un feminismo un tanto barroco del horror vacui en donde el expediente de la ontologización -la feminidad como depositaría, de valores y pauta del deber ser—puede ser una coartada para la imaginación ética que pide Victoria Camps. La disolución de las categorías ontológicas se paga al precio de tener que lüibilitar registros éticos en espacios antaño codifica­ dos... Los nominalismos, históricamente son solidarios de los procesos que llama G. Deleuze de descodificación, de liberación de flujos descodificados, La crisis de la sociedad estamental trajo consigo el nominalismo del XIV y la emergencia del protagonismo ético-ontológico del individuo, que se autoac», tualizada construyendo su ser y su norma desde lo que Duns Scoto llamaba la ultima solitude. La descodificación del sistema sexo-género es la más radical de las descodificaciones que ha producido una historia en que la héxis, la tensión ética, se pre­ senta como la última figura del conatus y ocupa todos los espa­ cios problemáticos que Sartre llamaba de descompresión del ser. Radicalizada la héxis, porque el reino de los fines exige una 21,7 Habría que decir: Ud. ciertamente no es el patriarcado. Pero admita que el patriarcado tienen algo que ver con Ud., aunque no sea ni el arquetipo viril que ha analizado Amparo Moreno, ni la quintaesencia del “machismo”, ni un mons­ truo de la misoginia. Cf. Moreno-Sarda, A. El arquetipo viril protagonista de la historia, Barcelona, LaSai, 1986.

forma de reciprocidad en uno de cuyos polos no es tolerable que se instale el ejemplar de un genérico percibido como mo­ dulación tan peculiar de lo humano que no es, en rigor, reco­ nocido como igual. Las diferencias y complementariedades han de serlo de individuos, no de sexos-género. Los individuos son, sin duda, un presupuesto de la ética. Derivar valores de esen­ cias genéricas es incurrir de nuevo en una forma de falacia na­ turalista. Pero mientras hay un sistema que otorga una hege­ monía a un conjunto de individuos sobre otro en función de su sexo, se fabricarán -todo poder es paranoico- delirios esen­ ciales y definiciones de roles genéricos que bloquean el acceso al estatuto pleno de individuo. Así, desde cierto punto de vis­ ta, puede decirse que el nominalismo es la etapa superior delfemi­ nismo si y sólo si el nominalismo reconoce al feminismo como la mediación sine qua non, el trámite que no es posible abreviar sin trampa para construir una sociedad de individuos. Desde otro punto de vista, elfeminismo es la etapa superior del nominalismo en cuanto que sólo el feminismo toma en serio la realización de sus condiciones de posibilidad. Si no hay individuos, dice Javier Muguerza, no hay ética. De acuerdo. Pero sin una ética -y seguramente una ontología feministas—no hay individuos.

FILOSOFÍA FEMINISTA Y UTOPÍA: UNA ALIANZA PODEROSA María Isabel Santa Cruz, Margarita Roulet, Ana María Bach (Universidad de Buenos Aires)

Aunque hoy en nuestro país sería visto como excesiva­ mente reaccionario quien se negara a aceptar el lugar de los estudios feministas en la universidad, la filosofía académica dominante sigue considerando periférico, cuando no superfluo, lo que da a veces en llamar “cuestiones sobre las mujeres”. La institucionalización de este tipo de trabajo intelectual se pro­ duce tardíamente en la Argentina, favorecido por el clima cul­ tural e ideológico que se instala con la recuperación de la demo­ cracia, a partir de 1984. En nuestro caso, el trabajo filosófico, que se ha ido afianzando en los últimos años, aparece más como reflejo de los desarrollos teóricos llevados a cabo en los países centrales que como resultado de las luchas políticas de los movimientos de mujeres. Nuestros análisis dependen así en enorme medida de los que se llevan a cabo en Estados Unidos y en Europa y pretenden insertarse en el campo de los debates feministas contemporáneos, a los que creemos poder contribuir. Nuestra preocupación por plantear una dimensión utópica para feminismo no es nueva. En efecto, en 1991 en un trabajo colaborativo en el que también participaron María Luisa Femenías y Alicia Gianella planteábamos la necesidad de pensar en una sociedad complejamente igualitaria como una estructura no

existente como real pero sí existente como posible, a partir de la noción de objeto virtual de Lefebvre.208 Aunque desconfiamos de los localismos filosóficos, no es casual nuestro sostenido interés por la cuestión de las utopías. En nuestro continente la necesidad de cambios sociales profundos es más acuciante que en los países desarrollados; en consecuencia, como mujeres y como latinoamericanas no podemos renunciar a los ideales políticos que el pensamiento utópico posibilita. En ese sentido, este trabajo apunta en esa dirección: no ofrecemos una forma específica de futuro, proponer un modelo es otra historia. Tradicionalmente se ha planteado un divorcio entre utopía y filosofía debido a que no se ha considerado al pensamiento utópico como filosófico. Sin embargo, cabría pensar si la separación entre utopía y filosofía no responde, más bien, al afán dicotómico que es frecuente en el pensamiento patriarcal y que conduce, muchas veces, a falsos dilemas. Si esto fuera así, valdría la pena examinar más atentamente la relación entre utopía y filosofía con el fin de determinar si un componente utópico puede ser fértil para la teoría feminista. En ese sentido, el objetivo de este trabajo es mostrar que, efectivamente, el pensamiento utópico tiene cabida y vigencia en la filosofía feminista. Creemos que cierta dimensión utópica —a modo de idea reguladora- es un componente necesario en este campo porque, en función de lo que se considera una organización social mejor, es posible tanto la interpretación del pasado y del presente como el impulso de prácticas orientadas a su realización. “Utopía” y “utopismo” son términos polisémicos; en consecuencia, creemos que será de utilidad establecer algunas distinciones en tomo a estos conceptos y a aquellos con los que están vinculados para aclarar en qué sentido sostenemos la dimensión utópica de la teoría feminista. 208Santa Cruz et a!ii, op.cit. Yol. 1.

A. El concepto de utopía es variado y extremadamente complejo. Su complejidad proviene, en buena medida, de que la utopía tiene una historia. Tipo de pensamiento que ha atraído a poetas, filósofos, teóricos sociales, estadistas, arquitectos, sociólogos, teólogos, novelistas, autores de ciencia ficción, sus formas y funciones han variado considerablemente a lo largo del tiempo. Para algunos pueden calificarse de utopías las dei mundo antiguo como la de Hipódamo de Mileto, que Aristóteles transmite en el libro II de la Política, y la República de Platón. Tal vez también las Leyes y la narración de la Atlántida en el Tuneo y en el Critias. Hay quienes van más atrás: utopías son la Edad de Oro y el Paraíso. Pero en sentido estricto la utopía tiene una fecha precisa de nacimiento, 1516, y un padre, Tomás Moro. El descubrió la tierra de Utopía, fue el primero en denominarla y describirla como un lugar más allá de los límites de lo real. An­ tes de la publicación de su obra no existía la palabra y, tal vez, tampoco existiera el concepto, al menos tal como Moro lo forjó. El esquema que introduce Moro se volverá clásico: el autor cuenta lo que le ha narrado un viajero que conoció una tierra inexplorada y le describe en detalle la estructura social de ese país distante y aislado, inexistente e inventado. “Utopía” significa “lugar que no existe”, “no lugar”. Es la isla que no está en ninguna parte, el lugar que no existe en lugar alguno real. Ya en algunos pocos versos preliminares, el poeta de la Utopía de Moro señala la estrecha relación existente entre “utopía” y “eutopía” que significa “el buen lugar”. En los siglos que siguieron este doble aspecto ha estado presente en la literatura utópica que ha hecho uso de lo imaginario para proyectar lo ideal; se trata de vivir en un mundo que no puede ser pero en el cual se desea fervientemente estar.2''9El título exacto de la Utopía de Moro es Libellus vere aureus nec minus salutaris qtiamfestivus de optimo reipublicae statu, deque nova ínsula Utopia. 209 Kumar, p.l.

Con el “de óptimo...” se ponía en correspondencia con una fórmula de moda del Renacimiento. Pero ya no puede hablarse del “mejor estado de la república” bajo las condiciones políticas actuales. Nadie formularía hoy las propuestas de la política en vistas a un óptimo. En el sentido de la obra de Moro, utopía, “ningún lugar”, es la pintura de una sociedad tan disímil de nuestra realidad presente que se vuelve casi inimaginable. En algunas versiones de esta tradición, la utopía es un sueño, un tipo de juego acerca de cómo podríamos vernos a nosotros mismos, o tal vez una inversión literaria de hábitos y roles que, como el ritual del cambio de papeles un día en el año, refuerza el statu quo por el resto del calendario. En efecto, más allá del sentido de la obra de Moro, las palabras “utopía” y “utopismo” han tenido diversos usos que tienen en común la referencia a lo imaginario, a lo ideal o a ambos. Sin embargo, algunas veces las palabras son usadas como términos despectivos y/o vagos que les quita cualquier utilidad genuina. Por ejemplo, una propuesta improbable o ímplausible es condenada como “utópica” tenga o no un contenido idealista. En otro uso relacionado con éste, “utópico” designa lo que es inaceptable por diferente a lo acostumbrado o lo que contiene demandas radicales. De modo similarar, los sueños, las fantasías, las expresiones de ideales privados son llamados “utópicos” como si deseo y utopía fueran sinónimos. En la entrada “Utopías and Utopianism” de la Enciclopedia Edwards, George Kateb señala que, hasta cuando se usan neutralmente, estas palabras tienen un rango de cobertura muy amplio: casi cualquier clase de idealismo -una perspectiva acerca de la buena vida, el enunciado de principios fundamentales, la búsqueda de mayores reformaspuede obtener el título de “utópico”. Más aún, toda descripción literaria de sociedades imaginarias es calificada de “utópica” hasta cuando representen horrores totalitarios o sean especulaciones

futuristas de posibilidades científicas y tecnológicas sin conexión con idealismo alguno. Según el mismo autor; la variedad de usos refleja mucha experiencia histórica y es, a menudo, sintomática de las actitudes predominantes acerca del cambio social en general. No obstante, sugiere reservar “utopía” para la especulación de cualquier forma literaria, concerniente a sociedades y formas de vida ideales, que apunte a la perfección definida por posesiones comunes y no por predilecciones personales. La perfección es concebida como armonía, la armonía de cada hombre consigo mismo y con los que lo rodean. La tradición del pensamiento utópico, en este sentido restringido, está constituida, entonces, por ideas e imágenes de armonía social.210 Con un planteo no muy diferente, Levitas afirma que la utopía ha sido encarada en términos de uno, o más de uno, de estos tres aspectos: forma, contenido y función.211 En el primer y originario significado, lo que distingue a la utopía es, en efecto, su forma literaria. Los enfoques que toman a la forma como característica primaria de la utopía tienden a aceptar que esa forma es la de la ficción literaria, casi “ciencia ficción” en el sentido más amplio del término. Desde esta perspectiva, la utopía es, ante todo una obra de ficción imaginativa en la que, a diferencia de otras obras de ese tipo, el tema central es la sociedad buena. Su rasgo característico es, pues, la elaboración del tema sociopolítico idealizado en el dominio de la ficción narrativa.212 En tal sentido, la utopía no es ni un tratado teórico ni un plan de acción. Su carácter distintivo es el de una forma literaria puesta al servicio del análisis y de la crítica social, rasgo éste que la ha llevado muchas veces a ser desacreditada por los teóricos sociales, 2,0 Kateb, p. 213. 211 Levitas, p. 4-5. 212 Bouchard, p. 38.

tal como antes se señaló- La utopía trata muchas de las mismas cuestiones que la teoría social más convencional, pero en su modo propio, modo que es muy efectivo en tanto enfoca problemas familiares desde un ángulo no familiar y a una luz diferente. Tal vez el modo más corriente de aproximarse a las construcciones utópicas es en términos de sus contenidos. De lo que se trata, según esta perspectiva, es de determinar qué es una utopía, esto es, de identificar cuáles son los componentes temáticos que debe poseer un texto y a qué criterios debe re­ sponder para que se lo considere una utopía. Sí se apela al contenido, se distingue la utopía de otras formas de sociedad ideal, de otros tratamientos de la ciudad buena, como los mitos de una Edad de Oro, las creencias en el milenio que vendrá o la especulación filosófica sobre la ciudad ideal. Es indudable que actúan elementos ficticios en esas modalidades, pero en ninguna de ellas la forma definitoria es, como lo es en la utopía, la ficción narrativa. Aún cuando el rasgo primario de la utopía sea el de la ficción imaginativa y haya una serie de ingredientes identificables en los textos utópicos, la aproximación a la utopía en términos de forma y/o de contenido es restrictiva. Debe reconocerse que otros tipos de pensamiento también pertenecen al canon utópico y es preferible entonces acercarse a la utopía en términos de función. B. Tal como antes señalamos, no puede definirse de modo común a la utopía sólo por su forma literaria. Tampoco por el contenido, porque diferentes utopías presentan contenidos muy diversos y aun opuestos. A falta de unidad temática, debe buscarse la unidad en su función, en su estructura funcional. Para hallar la estructura funcional de la utopía es preciso ir más allá de los contenidos específicos de utopías particulares. Sargisson, que se inclina por un enfoque que privilegia la función, rechaza

enfoques del utopismo que ven la utopía como programa de acción perfecto para el futuro y señala que esta caracterización no es apropiada para el utopismo feminista contemporáneo.213 Argumenta en favor de un utopismo trangresor que prioriza el proceso por sobre el producto e intenta conciliar el utopismo con el postestructuralismo. Ahora bien, si enfocamos la utopía en términos de función, podemos trazar una distinción entre la utopía tal como tradicionalmente se la ha entendido y el “pensamiento utópico” o “utopismo”. Se trata de ver sus rasgos como una “estructura de pensamiento”. Habitualmente se distingue a las diversas utopías, en tanto formas del género literario, del pensamiento utópico o utopismo entendido como pensamiento creativo y crítico que proyecta mundos sociales alternativos que podrían realizar formas mejores de ser basados en principios racionales y morales, o descripciones de la naturaleza humana y su historia, o posibilidades tecno­ lógicas imaginadas. La capacidad imaginativa del pensamiento utópico parte de la crítica de una realidad hostil y busv a proponer la forma de cambiar esas condiciones de existencia como, por ejemplo, la desigualdad social, la explotación económica o la represión sexual. Es difícil separar a la utopía del pensamiento utópico, ya que, en cierto sentido, se implican mutuamente. Sargisson, por ejemplo, los identifica al considerar que las utopías son formas del pensamiento utópico, mientras que pensadores como Bloch y Marcuse distinguen entre utopías abstractas y concretas de acuerdo a cómo juegue en ellas el pensamiento utópico. Mientras las abstractas son producto de sueños, las concretas son las que se basan en una crítica social teórica. Otros autores se refieren a las abstractas como “utopías” con una clara connotación peyorativa, al tiempo que denominan “pensamiento utópico” a las concretas. 2,3 Sargisson, especialmente parte 3.

En las utopías, consideradas como género, se supone que la naturaleza humana es maleable para lo mejor; así, en las utopías clásicas ya mencionadas se conciben comunidades perfectas y en estos casos suele hablarse de eutopías -eu-topos, el buen lugar, el lugar de la felicidad- en el sentido de la obra de Moro que señalamos antes. Pero hay utopías que, aunque compartan la idea de la flexibilidad humana, exhiben una manipulación de los seres humanos para lo peor, en cuyo caso se habla de distopías, lugares de desorden. El pensamiento utópico o utopismo es no sólo el que inspira la producción de utopías sino que juega un papel genuino en relación con el cambio futuro de las condiciones sociales existentes, a partir de la crítica rigurosa de la realidad. Es preciso aclarar que en esta acepción queda excluido el pensamiento de los socialistas utópicos que representan un m om ento precientífico de la sociología. Aunque hay diversas relaciones entre ellas y difícilmente se las pueda tratar en forma aislada, consideremos ahora las características del pensamiento utópico: —es crítico de la realidad social —actúa como motivación para el cambio —es intencional (intenciones relacionadas con la convivencia social) —tiene capacidad imaginativa —sigue un método -e s transgresor En primer término, veamos cómo se entrelazan las dos primeras características, las de crítica y de motivación. El pensamiento utópico es una forma de crítica social que, al proyectar mundos alternativos, ayuda a relativizar el presente y que, al explorar alternativas concretas y posibilidades realizables, puede conducir a cambios y a una mejor organización social.

Así el pensamiento utópico actúa como motivador, como mo­ tor de cambios, ya que al pensar en una mejoría posible del statu quo al tiempo que da sentido al compromiso crítico, también incita a lograr un cambio real en la acción política. Respecto de la tercera característica mencionada, Fue Horkheimer quien concibió a la intencionalidad como nota distintiva del pensamiento utópico. Neussüs, que coincide en la importancia de esta característica, señala que el rasgo definí torio de la intención utópica consiste no en la determi­ nación positiva de lo que se quiere, sino en la negación de lo que no se quiere, que viene dado como consecuencia de la crítica. Distingue entre intención respecto de la forma e intención respecto del contenido: “la intención utópica, en cuanto a su contenido, se manifiesta en concepciones muy diversas sobre un futuro mejor, y formalmente esas concepciones se expresan de maneras muy diversas...” Las imágenes utópicas han cambiado a lo largo de la historia de acuerdo con las necesidades de las sociedades y de los individuos pero mantienen en común la negación crítica de la época existente, con miras a un futuro mejor. Algunos autores distinguen también la intención utópica social de la que corresponde a las personas en tanto individuos. Así entendido, el pensamiento utópico se define como estrategia individual de supervivencia frente a cualquier situación inde­ seable que se plantea desde un medio hostil. Este es el recurso que utiliza, por ejemplo, la protagonista de la película de Woody Alien La rosapúrpura deí Cairo y que también se usa en la literatura. Por su parte, otros autores, como, por ejemplo, Ruyer, consideran que la nota que mejor define al pensamiento utópico no es la intención sino el método utópico, estrechamente relacionado con la imaginación. En efecto, la forma específica­ mente utópica es una experimentación mental de posibilidades en la que interviene la capacidad imaginativa. El método utópico pertenece al campo de la teoría y de la especulación; también, aunque en un sentido no tradicional, consiste no en el cono-

cimiento de lo que existe sino en el ejercicio de un juego de las posibles ampliaciones de la realidad. Ruyer afirma que el método utópico está muy cerca de método hipóte tico-deductivo en lo que hace tanto a la etapa de descubrimiento —aunque es más audaz en la utilización de analogías—como a la forma de experi­ mento mental. Según Ruyer» a partir del método utópico, del experimentar utópico, se alcanza la verdadera utopía cuando este experimentar con posibilidades abre las puertas a un mundo nuevo. Este mundo, aunque sea pequeño ha de ser completo. La utopía alude siempre a una estructura total del mundo, al menos a la totalidad de un mundo social y humano.214 Para este autor, además, la utopía tiene a la vez una función de crítica y una de construcción, y el método utópico permite conseguir el punto de intersección de la dimensión crítica, la fantástica y la científica o constructiva de la utopía. Sin embargo, nos parece necesaria una aclaración: la obra de Ruyer LUtapie et les Utopies es de 1950 y creemos que ese momento tiene que ver con su intento de mostrar que el método utópico es científico y, por lo tanto, lo presenta como una forma del hí p oté tico - ded u c tivo; sin embargo, la suya no se adecúa a las interpretaciones canónicas de este método para las que lo valioso es el contexto de justi­ ficación y no el de descubrimiento. No obstante, resulta intere­ sante postular el carácter metódico del pensamiento utópico ya que permite diferenciarlo de un mero un juego caprichoso. Volviendo a las características enumeradas, es a partir del entrelazamiento de la crítica, la imaginación y el método, que aparece la última nota riiencionada: la transgresión. Es ésta la que diferencia al pensamiento utópico del discurso crítico teórico tradicional, ya sea científico o filosófico. En el pensamiento utópico la transgresión se plantea como norma, porque la com­

prensión profunda de la realidad social se logra por medio de un distanciamiento y de una ruptura del statu quo como conse­ cuencia de la instancia crítica. Ahora bien, según Marín la crítica utópica es ideológica porque no se critica a sí misma. La relación entre utopía e ideología tiene una larga tradición pero antes de abordar su discusión creemos necesario plantear algunas cuestiones adicionales respecto de la vinculación entre utopía y pensamiento utópico.215 C. Cuando hablamos de utopía debemos distinguir en­ tre pensamiento utópico o utopismo y utopías como modelos. El utopismo es una estructura de pensamiento y, en tal sentido, es formal. Es un pensamiento que exige como condición de posibilidad de la interpretación de la realidad presente y como orientadora de prácticas, la presencia de una idea reguladora, de un objeto virtual, no existente como real pero sí existente como posible. U topías com o m odelos son utopías provistas de contenido, descripciones trazadas con mayor o menor detalle de organizaciones, estructuras y relaciones sociales posibles. Para caracterizar al pensamiento utópico, es posible apoyarse en la idea central de “ningún lugar”, de “extraterrito­ rialidad”. Desde ese “ningún lugar” puede echarse una mirada al exterior, a nuestra realidad, que súbitamente parece extraña, que ya no puede darse por descontada. Así el campo de lo posible queda abierto más allá de lo actual; es pues un campo de otras maneras posibles de vivir. Este desarrollo de nuevas perspectivas posibles define la función más importante de la utopía. Los diversos modelos utópicos son los modos en los que repensamos radicalmente la naturaleza de nuestra vida social.

Las utopías como modelos pueden dirigimos hacia formas específicas del futuro. Pero el pensamiento utópico, como estructura, es abierto, no fija cuál sea la naturaleza del futuro, sino que marca una tendencia imaginativa hacia algo radicalmente diferente* Eso tal vez no sea lo mejor ni siquiera mejor que lo presente. Apunta a opciones nuevas, aún no explo­ radas. Al hablar de pensamiento utópico como constitutivo de la teoría filosófica de género, estamos tomando “utopía” no como evasión, sino como crítica a la estructura social presente, armada sobre relaciones de poder que comportan jerarquía y, por lo tanto, discriminación, crítica hecha a la luz de una idea reguladora que representa otra estructura. N o pensam os, pues, en la construcción de una pintura de la mejor de las sociedades posibles. En todo caso, parece si no imposible al menos extremadamente difícil pensar que pueda existir un solo y único mundo que sea el mejor para todos los seres humanos, dada la inmensa complejidad de sus peculiaridades y de sus relaciones. La idea de que hay una sociedad que es para todos la mejor en la cual vivir suena increíble. Y la idea de que si hay una, sabemos lo suficiente como para estar ahora en condiciones de describirla es aún más increíble. Al hablar de pensamiento utópico pensamos más bien en la visión de sociedades posibles imaginables en los cuales fuera deseable vivir. Y en las cuales se elegiría vivir, de preferencia a cualquier otra sociedad imaginable. Al hacer esta caracterización evitamos deliberadamente juicios de valor. No estamos diciendo que una sociedad, por el hecho de que se prefiera vivir en ella, sea necesariamente más buena que aquella otra en la cual no se elegiría vivir. Sólo es más deseable. Podemos imaginar una sociedad posible en la cual vivir, que no necesita contener a cada uno de los que ahora viven en la sociedad real y puede contener seres que nunca han vivido realmente. Podemos imaginar una sociedad en la que las relaciones de género no sean relaciones

jerárquicas, marcadas por el poder. Pero debemos imaginar que en ella quienes la habiten tendrán el derecho de imaginar sociedades posibles y de elegir si prefieren quedarse en aquella en la que atora viven óemigrar de ella. Él pensamiento utópico no consiste en una específica concepción de una sociedad posible sino en la posibilidad de construir utopías, muchas comunidades diversas y divergentes en las cuales las personas lleven diversas y divergentes formas de relaciones sociales. El pensamiento utópico es un marco para las utopías. Esto es, la estructura utópica es una suerte de forma que puede llenarse con diferentes, coexistentes o sucesivos contenidos, que se diseñarán sobre la base de la realidad existente, pero no quedarán atrapados en ella. Como la realidad existente es histórica y contingente, es preciso ensayar e ir corrigiendo los modelos, teniendo siempre presente, como idea reguladora, una sociedad posible, que sea preferible elegir. El pensamiento utópico se caracteriza así por la provisionalidad que poseen sus diversos modelos.216 Cabe aclarar que esto no nos compromete con una idea de progreso. Porque el progreso implica que se avanza hacia algo que es siempre mejor que lo anterior. Y, como ya señalamos, no nos inclinamos por la idea del mejor de los mundos posibles. Si supusiéramos que hay una única clase de realidad que es la mejor para todos, tendríamos el problema de decidir cómo sabemos que ella es la mejor. Se puede decidir que tal modelo es el mejor y este modelo inmediatamente se enfrentará al modelo que otro y otra postule como el mejor. Debería haber un criterio exterior, un patrón de medida que permitiera decidir cuál de ellos es el mejor, una suerte de paradigma platónico. Y, además, supuesto que lo hubiera, deberíamos poder conocerlo. Hay que abandonar, pues, el falso supuesto de que hay una sola clase de sociedad que es la mejor para todos. 216 Nozik, p. 288-300.

Dada la enorme complejidad del hombre -dice Nozile­ sas muchos deseos, aspiraciones, impulsos, talentos, errores, amores, tonterías, dado el espesor de sus niveles, facetas, relaciones entretejidos e interconectados (compárese la delgadez de la descripción del hombre que hace el científico social con la de los novelistas) y dada la complejidad de instituciones y relaciones interpersonales y la complejidad de coordinación de las acciones de muchas personas, es enormemente improbable que, aún si hubiera una sola pauta ideal para la sociedad, se pudiera llegar a ella de esa forma a priori (en relación con el conocimiento presente). Y aun suponiendo que algún gran genio llegara con el plano completo, ¿quién tendría confianza en que funcionaría bien?227 Cuando hablamos de utopía, entonces, distingamos entre utopismo o pensamiento utópico y utopías propiamente dichas, esto es, entre el marco y las comunidades particulares dentro de ese marco. Vivimos en comunidades particulares. En consecuencia, no es ocioso intentar una descripción particular de una comunidad particular. El marco sirve precisamente para permitimos diseñar comunidades particulares. Los diferentes modelos -que no tienen que ser proyectos detallados de la estructura y funcionamiento de una sociedad (los blueprínís contra los que acometía Popper, como veremos más adelante)- son interesantes y necesarios. Son los modos de dar cuerpo a la forma utópica, necesaria a todo movimiento con intenciones transfor­ madoras. Queremos insistir en que la deseabilidad, aunque fuera compartida por todos los seres humanos, no garantiza por sí sola que una sociedad sea moraimente buena. En todo caso garantiza que todos tienen en ella las mismas posibilidades y prerrogativas, que se da una igualdad real, condición de posibili-

dad de una sociedad moralmente buena, pero condición de posibilidad también de que todos sus habitantes tengan —para decirlo con la irónica paradoja de Amelia Valcárcel—idéntico derecho al mal.218 La utopía, a diferencia de la ideología, se distingue particu­ larmente por ser un género declarado: en su autodescripción la utopía se nombra utopía y se sabe utopía. Existen obras que se llaman utopías, como la de Moro, pero ningún autor pretende que lo que está haciendo es ideología. Ya Mannheim en 1929 ligó ideología y utopía. Para Ricoeur, Mannheim es el primero en situar en un marco conceptual común ideología y utopía, a las que describe como formas incongruentes, cada una a su manera, en discrepancia con la realidad actual. Esto pone de relieve su cualidad de representaciones. Pero mientras que la ideología legitima el orden existente, la utopía lo demuele. Ricoeur, como Mannheim, examina los conceptos de ideología y utopía dentro de un solo marco conceptual. Su hipótesis de trabajo es que “la conjunción de estas dos funciones opuestas o complementarias tipifica lo que podría llamarse la imaginación social y cultural”. Ideología y utopía comparten un alto grado de ambigüe­ dad: ambas tienen un aspecto positivo y uno negativo, un papel constructivo y uno destructivo, una dimensión constitutiva y una dimensión patológica. Y en ambas el aspecto patológico aparece antes que el constitutivo, lo cual exige trabajar desde la superficie a la profundidad cuando se quiere desnudar sus estructuras. Ricoeur sostiene que la polaridad entre esos dos aspectos dentro de la utopía y dentro de la ideología puede esclarecerse explorando la polaridad existente entre ideología y utopía. 2,8 Valcárcel, pp. 169-184.

N o pretendemos entrar ahora en el fino análisis que hace Ricoeur de la ideología. Sí interesa, en cambio, tomar algunos puntos de su tratam iento del concepto de utopía que consideramos útiles para esta ocasión, algunos de los cuales coinciden con la caracterización del utopism o señalada anteriormente. Para Ricoeur hay que buscar los rasgos permanentes y positivos de ideología y utopía. Así, distingue tres planos en los que opera la utopía, al igual que la ideología. Primero, si la ideología es deformación, la utopía es fantasía, lo completamente irrealizable. Raya en la locura; es una evasión, ejemplificada por la evasión a la literatura. Segundo, si la ideología es legitimación, la utopía es una alternativa del poder existente. En un tercer plano, así como la mejor función de la ideología es conservar la identidad de una persona o grupo, la mejor función de la utopía es explorar lo posible, las “posibilidades laterales de la realidad”. Como la ideología, la utopía tiene, pues, en una primera mirada, una connotación despectiva: no es sino una especie de sueño social, que en buena medida representa un escapismo a la lógica de la acción. En su nivel más superficial, la utopía es fantasía, locura, evasión, algo completamente irrealizable. Aquí la utopía elimina todas las cuestiones sobre el paso del presente a un futuro; no ofrece ninguna ayuda para determinar cuál sea la difícil senda de la acción o para obrar en esa senda. A menudo se considera como una especie de actitud esquizofrénica frente a la realidad, como modo de escapar a la lógica de la acción por medio de una construcción realizada fuera de la historia. Este es un aspecto patológico de la utopía. Es posible, para Ricoeur, partir de este significado patológico de la utopía y profundizar en ella para llegar a un nivel en el que podamos hallar una función de la utopía compa­ rable a ía función integradora de la ideología. Si de este aspecto superficial pasamos al segundo nivel, la utopía representa un desafío a la autoridad actual. En tal sentido, la utopía intenta

afrontar el problema del poder mismo. Puede ofrecer una alternativa a ese poder o una clase alternativa de poder. Y es la cuestión del poder el punto de intersección de la utopía con la ideología. La utopía constituye una “variación imaginativa sobre el poder”, como sostiene Ricoeur, tanto las ideologías como las utopias se refieren al poder; una ideología es siempre un intento de legitimar el poder, en tanto que la utopía essiempre un intento de reemplazar el poder existente por algo diferente. /.../La utopía se dirige a la realidad; trata de alterar la realidad. La intención de la utopía es seguramente modificar las cosas establecidas/.../ el impulso de la utopía tiende a modificarla realidad. La utopía trabaja para exponer la brecha que se abre entre las pretensiones de la autoridad y las creencias de la ciudadanía en cualquier sistema de legitimidad. El resultado de leer una utopía, afirma Ricoeur, es que ella pone en tela de juicio lo que existe actualmente; hace que el mundo real parezca extraño. Generalmente nos sentimos tentados a declarar que no podemos vivir de manera diferente de como lo hacemos ahora. Pero la utopía introduce ciertas dudas que destruyen lo evidente.219 Según Kumar, la utopía no es sólo un sueño, porque es un sueño que aspira a realizarse.220 Tiene, en consecuencia, un pie en la realidad. Aún cuando la intención de la utopía es demoler la realidad, criticarla, tiene también la intención de mantener una cierta distancia respecto de toda realidad presente, que se manifiesta en su orientación al futuro. Plantea un ideal hacia el que nos vemos impulsados, pero que nunca alcanzamos plenam ente. Esa función sana de la utopía se cum ple precisamente en virtud de la noción de “ningún lugar”. Para estar aquí se debe ser también capaz de estar en ningún lugar.221 21Ricoeur, p. 316. 220Kumar, pp. 1-2. 221 Ricoeur, p. 57.

Quizás una estructura fundamental de la reflexividad que podemos aplicar a nuestros papeles sociales -dice Ricoeur—sea la capacidad de concebir un lugar vacío desde el cual podamos echar una mirada sobre nosotros mismos.222 La meta planteada no es verdaderamente realizable pero tampoco imposible. Una de las conclusiones generales de Ricoeur sobre las utopías que nos parece interesante es que ellas presentan la ambigüedad de pretender que son realizables, pero al mismo tiempo reconocen que son producto de fantasía, algo imposible. La utopía tiene un interesante potencial como instrumento de exploración del posible cambio social. No acepta ni pretende describir las cosas tal como son, sino que las ataca y propone paradigmas opuestos a la realidad constituida. Es opositiva y propositiva, crítica y visión. Opone al proponer. Puede oponerse porque propone. En los horizontes visionarios no se halla solución a los problemas actuales, pero sí al menos herramientas que permiten plantearlos de manera más precisa. Y en tanto meta que atrae es fuente de prácticas. Por un ejercicio de imaginación se produce un apartamiento de la situación vigente insatisfactoria.223 La utopía describe un estado de perfección imposible que, sin embargo y paradójicamente, en un sentido genuino no está más allá del alcance de la humanidad. Está aquí, si bien no ahora. El valor de la utopía radica no en su relación con la práctica presente sino en su relación con un futuro posible y con las prácticas tendientes a lograrlo. Su uso práctico es superar la realidad inmediata para describir una condición cuya clara deseabilidad nos atrae como un imán, si bien, como dijimos, la deseabilidad no implica por sí misma que se trate de una condición moralmente buena para todos.224 Que sea una utopía 222 Idem, p. 57-58. 223 Bouchard, p. 76-78. 224 Kumar, p, 3.

no quiere decir que sea necesariamente una eutopía, en el sentido “de óptimo” en que estas nociones estaban relacionadas en la obra de Moro. La utopía ha estado de moda y ha dejado de estarlo a lo largo de sus quinientos años de existencia. Pero ha tenido no­ table relevancia como forma y como modo de pensar. En nuestro tiempo se han dado fuertes ataques a la utopía, sosteniendo, por ejemplo, que por su modo de proceder y por sus supuestos básicos sobre la naturaleza de la sociedad y de la humanidad puede llevar a la tiranía y al totalitarismo. La utopía ha estado ligada a la idea de progreso, felicidad creciente y fe en la razón, ideas que parece han sido burladas por múltiples acontecimientos del siglo XX. Lo que los antiutopistas creen no es que la utopía sea irrealizable, sino precisamente lo contrario. Y lo que los espanta es la invencible demencia de la humanidad. Así, Popper dice que el utopismo sólo puede salvarse mediante tres presupuestosda creencia platónica en un ideal absoluto e inmutable, que existen métodos racionales para determinar para siempre cuál es el ideal, y cuáles son los mejores medios para su obtención. Sólo esos supuestos podrían revocar la afirmación de que la metodología utópica es completamente estéril. Pero aun Platón y sus más estrechos seguidores admitirían que el primer supuesto no es válido y que no existe ningún método racional para determinar el objetivo último, sino, a lo sumo, alguna de imprecisa intuición. De este modo, la diferencia de opinión entre los ingenieros utopistas, a falta de métodos racionales deberá resolverse no a través de la razón sino de la fuerza, es decir, de la violencia. El pensamiento utópico, añade Popper, está relacionado con el esteticismo, con el deseo de construir un universo mejor y más racional que el nuestro y libre de su fealdad. Consideramos que el planteo de Popper es coherente con su creencia en que el único método racional es el método científico y que sólo interesa el contexto de justificación. Desvaloriza, entonces, todo aquello que tenga que ver con el

contexto de descubrimiento -la “especie de imprecisa intuición” a la que se refiere podría pertenecer a él, es decir, a la esfera de la creatividad, hoy muy revalorizada—y extiende a las ciencias sociales y a la política lo que es propio del estudio de las ciencias naturales lo que, a su vez, lo lleva a rechazar otras formas de pensar como irracionales y a sostener que, por consiguiente, conducen a la violencia. Contrapone la sociedad utópica en tanto cerrada y que conduce a la violencia, a la sociedad abierta, plura­ lista, únicamente basada en la argumentación racional que, al parecer, para Popper puede darse en forma pura, sin contami­ nación con factores irracionales, y que progresa por cambios graduales, nunca revolucionarios. Una actitud antiutópica como la de Popper nació no sólo de una convicción filosófica, sino también de la historia de nuestro siglo. Lo que Popper tiene en mente es la utopía nazi. Pero una cosa es un razonable pesimismo y otra es repudiar sobre esas bases la utopía.225 Otras voces y por otras razones proclaman la "muerte de la utopía”. Sin embargo, la riqueza de sus recursos le da capacidad para sobrevivir y para revivir. Las concepciones utópicas son in­ dispensables en la política que, sin ellas, puede caer en un vacío sin alma, en un mero instrumentalismo sin propósito o visión. Pero esto no significa que haya que tratarlas como programas de acción. Ricoeur, a diferencia de Popper, revaloriza la utopía porque tiene capacidad "para irrumpir a través de la densidad de la realidad” y redescribir la vida. Hay razones para urgir y esperar una renovación de la utopía. En efecto, el pensamiento utópico debe cuidarse de acabar en un cuadro pintado, rígido, después del cual no hay historia, en la que el tiempo queda detenido y todas las cosas deben responder al modelo; es en este sentido 22S Idem, pp. 90-91,

que decíamos que no deben pensarse como programas de acción. Para Ricoeur, la muerte de la utopía significaría la muerte de la sociedad. Una sociedad sin utopía estaría muerta, porque no tendría ningún proyecto, ninguna meta en el futuro. “En una época en que todas las cosas están bloqueadas por los sistemas que han fallado pero que no pueden ser vencidos -tal es mi apreciación pesimista de nuestra época—la utopía representa nuestro recurso. Podrá ser una evasión pero es también el arma de la crítica. Es posible que épocas particulares pidan utopías. Me pregunto si nuestro período actual no será una de esas épocas, pero no deseo profetizar; éste es otro asunto.”226 En este fin de siglo, como afirma Kumar, las formas más vitales de utopismo han de hallarse dentro de los nuevos movimientos sociales que han surgido en respuesta a los nuevos problemas en la sociedad industrial tardía. Principal entre ellos es el feminismo contemporáneo. La fase reciente del movimiento feminista debe mucho de su fuerza conductora a la entrada de las mujeres en el mundo del trabajo en cantidades sin precedente. Han surgido nuevos problemas —relaciones entre hombres y mujeres, crianza de los niños, ordenam iento de la labor doméstica—que han dado lugar a un movimiento para interpretar y ajustarse a los cambios. Las expresiones culturales del movimiento han sido notables por su profundidad e intensi­ dad.227 Buena parte de las utopías feministas son también ecotopías, utopías ecologistas, casi desde Heríand. La dominación masculina se asocia a menudo en esas utopías a los usos explotativos y destructivos de la ciencia y la tecnología. Es tal vez inevitable que la teoría feminista, filosófica o no, se aferre ala utopía. ¿Dónde serían libres e iguales las mujeres sino en un 226 Ricoeur, 316. 227 Kumar, p. 101-102.

lugar que es un no lugar? Ninguna sociedad conocida en la historia les ha concedido igualdad material o simbólica con los varones, como afirma Bouchard; aun la ciencia ficción y las utopías masculinas han tratado la cuestión de la relación entre los sexos de manera regresiva o conservadora. La gran mayoría de los utopistas han ignorado simplemente la cuestión del papel y posición de las mujeres; de ahí que, si la utopía tiene por fin identificar y tratar de resolver los problemas sociales serios, la posición social de las mujeres no constituía, para la mayoría de los utopistas, un problema mayor, puesto que la inferioridad femenina se había vuelto un truismo. Y cuando han abordado ía cuestión, poco han contribuido al mejoramiento de la condición de las mujeres.228 Así pues, al afirmar la necesaria dimensión utópica en la filosofía fem inista, debem os excluir por com pleto un componente que está presente en muchas utopías: el retorno, el olvido de algo pasado y la necesidad de recuperar los orígenes o un “paraíso perdido”. Bn su sentido crítico y transformador de lo real, una utopía, actuando como polo de atracción genera prácticas. Cuando de esto se trata parece que hay una elección política fundamental en las utopías feministas, como observa Marcelle Marini: ¿la acción y el pensamiento feministas son transitorios en el sentido de camino para lograr una sociedad realmente mixta no existente aún en nuestra historia real? ¿O bien se trata de construir una sociedad y una cultura femeninas, paralela a la sociedad y cultura masculinas, con sus reglas de juego propias y pensada como sustituto de las existentes? Esto genera dos actitudes diferentes. En el primer caso se concibe la acción y las instituciones feministas como una mediación necesaria para que algún día las mujeres tengan su papel de

actrices en la escena política y cultural. En el segundo, en cambio, se da por meta el advenimiento de una sociedad en la que lo femenino sea el solo modo de engendramiento, sociedad sexuada separada o bien asexuada, andrógina, por reabsorción de las diferencias. Esas dos utopías, más o menos claramente formuladas, engendran estrategias diferentes en el presente.229 En efecto, la teoría feminista revaloriza el pensamiento utópico, retoma características tradicionales de la utopía pero rechaza las que considera que no coinciden con el estado actual de la teoría o que están histórica y socialmente superadas. El marco en el que se inscribe el concepto de utopía usado por las feministas se deriva, en gran medida, de los estudios acerca de la construcción del significado a través del lenguaje y la construccíón de la subjetividad que se produjeron a partir de los movimientos post-estructuralistas y postmodernistas. Si se comparan las notas características del utopismo con las del pensamiento feminista puede observarse que comparten el carácter transgresor y crítico, crítica que se dirige, en este caso, a la sociedad patriarcal desafiando el sistema jerárquico y las oposiciones bipolares. Ambos comparten también el acento en el papel de la imaginación, es decir el que maneja construcciones hipotéticas parecidas a las de la literatura y hasta a las de la matemática; sin embargo, por ser explícitamente imaginativos, el pensamiento utópico y el feminista así como la literatura, son acusados de no desarrollar la argumentación lógica y racional y quedan, por lo tanto, fuera de la filosofía. Sin embargo, además de coincidencias hay diferencias entre utopía y feminismo. Difieren, por ejemplo, en cuanto al planteamiento de una sociedad perfecta y a la necesidad de la concepción de un plan predeterminado -rasgos comunes a la

utopía—porque la idea de perfección y el establecimiento de planes predeterminados son cerrados y tienden, por una parte, a soluciones esencialistas y, por otra, no permiten cambios ni contramarchas. Por el contrarío, hay pensadoras feministas ya sean filósofas, sociólogas o psicólogas que, al criticar a través del pensamiento utópico, abren nuevos espacios conceptuales que posibilitan proyectos de emancipación. Estas autoras consideran que el planteamiento de utopías puede usarse como otra manera distinta, pero legítima, de hacer teoría. Sostienen, así, otro critero de teorización dado que, este tipo de conceptualización, abandona la estabilidad y la certeza de la búsqueda de conclu­ siones en favor de un enfoque abierto que permita continuas reformulaciones. La perspectiva feminista ve en la crítica utópica un análisis del cambio social entendido como proceso y, en consecuencia, no propone un plan cerrado, se opone al planteamiento de oposiciones binarias que cae en falsos dilemas, pero retiene la diferencia y la imperfección en una oposición más amplia. Creemos que feminismo y utopismo son compatibles porque el feminismo, al nacer como movimiento social, tiene un potencial subversivo radical y, por esta razón, encuentra en el utopismo una posición cómoda para la crítica. Por su parte, la filosofía feminista también se compromete con cambios sociales; en última instancia, su esfuerzo teórico pretende contribuir a cambiar la situación desventajosa de las mujeres; si es así, no puede carecer, tampoco, de una dimensión utópica. En este contexto “utopía” no tiene el significado de un sueño social que se sabe irrealizable, sino de crítica hecha a la luz de un futuro posible que permite el diseño de prácticas. Que la teoría filosófica de género deba ser un pensamiento utópico surge directamente del hecho de que lo que pone en cuestión es el lugar de los seres humanos y las relaciones entre ellos. Este lugar, se lo defina como sea, está inmerso en la vida social. Cambiar o transformar ese lugar supone cambios y trans-

formaciones profundos que tienen que ver con la identidad per­ sonal, elecciones sexuales, ordenam iento de la familia, costumbres de crianza de los niños, patrones educativos. Ese lugar cambiado es todavía un no lugar. Sin embargo, cabe advertir que si bien la utopía como marco, es decir el pensamiento utópico, es un componente necesario y fértil de la teoría filosófica de género, muchos de los modelos en los que se ha corporizado distan de ser atractivos y presentan una pintura rígida de una presunta sociedad buena. Una de las primeras utopías feministas, Hertand publicada en 1915 por Charlotte Perkins Gilman, una feminista norteame­ ricana socialista, pinta una amable sociedad matriarcal en la que los hombres han sido eliminados en una época anterior y las mujeres dan a luz en un acto ecstático de partenogénesis. Sin llegar a tales extremos imaginativos, hay quienes sostienen que si las mujeres pueden acceder a los puestos siempre detentados por los varones, a una plena participación política —y los hombres, a su vez, a la esfera de lo doméstico- la sociedad cambiará para mejor. En este planteo está presente la convicción, sostenida por algunas feministas actuales y parte de las feministas americanas del movimiento de mujeres del siglo XIX, de que la sociedad mejorará con el acceso de las mujeres a la esfera pública en razón de ía inherente virtud de las mujeres, es decir, por su superioridad moral intrínseca respecto de los varones. Es sabido que para algunas autoras que celebran la diferencia, como, por ejemplo, Monique Wittig, las mujeres son intrínsecamente buenas y los varones intrínsecamente malos. No compartimos esta perspectiva —ni, po supuesto, la que subyace a la anterior utopía—porque oculta un nuevo esencialismo biologista: encapsula la creencia de que las mujeres son seres superiores a los hombres, en virtud de su identidad física como mujeres. Por el contrario, hacemos nuestra la afirmación de Hester Eisenstein: Con Nancy Chodorow, creo que las mujeres, como los hombres, son seres socialmente producidos

y pueden cambian Y que con Jane Addams creo que las muje­ res son perfectamente capaces de ser corrompidas por el poder, pero que hasta el presente momento histórico simplemente no se les ha dado la oportunidad.230

POSTMODERNIDAD Y UTOPÍA: EXIGIENDO BASES FEMINISTAS PARA NUEVAS TIERRAS Ofelia Schutte

(University of South Florida at Tampa) Entre los observadores de la posmodernidad existe un sentimiento ampliamente difundido de que la construcción de utopías —utopías teóricas y políticas—es cosa del pasado. Tal vez, la piedra angular del marco teórico antiutópico es el argu­ mento, ofrecido por Lyotard en La condición postmoderna, de que las metanarrativas de emancipación proporcionadas por el discurso de la modernidad (y los proyectos políticos que las acompañaban, como la Revolución Francesa), ya no son más creíbles.23' Ya que el discurso de la utopía comprende una metanarrativa de emancipación, entonces, tal discurso tampo­ co es más creíble. Pero, como señalaré, que los discursos sean o no creíbles tiene mucho que ver con las circunstancias y las necesidades del caso (no precisamente con la tipología de un discurso). Aunque un factor para determinar la credibilidad tiene que ver con la racionalidad (por lo menos para aquellos que usan la razón como prueba de la credibilidad), parece que la racionalidad misma es un concepto diferente. Existe una 231 Jean~Fran$ois Lyotard, The Postmodem Condition: A Reporí on Knowledge , Minneapolis, University o f Minnesota Press, 1984. Hay varias traducciones en castellano.

racionalidad instrumental, formal, pragmática, existencial, crí­ tica, dialéctica, feminista, no occidental, y muchas otras for­ mas de racionalidad para las cuales no hay pruebas de credibi­ lidad que cubran un espectro tan amplio. Existen también los mecanismos de poder, incluyendo el poder institucional y pre­ siones análogas como los medios, la educación, la ley, el dis­ curso científico, las creencias grupales, el empleo de la apro­ bación o del ridículo, etc., en relación a los cuales es útil refor­ zar o cuestionar los parámetros de lo que es creíble y razona­ ble. Además, en situaciones límite hay incluso mecanismos coercitivos, como por ejemplo, el uso de embargos económi­ cos y amenazas de guerra o reclusión, que pueden dirigirse contra gobiernos o personas cuyo modo de pensar o de vivir se considera que pone en peligro la estabilidad del sistema. En verdad, la denuncia de que el discurso utópico ya no es más creíble, o de que las metanarrativas de emancipación han perdido su legitimidad ética y política (por lo menos del modo en que se practicaron desde el siglo XVIII) es proble­ mática si se la emplea como aseveración general aplicable a la totalidad de la especie humana y en todas partes del mundo. Es cierto que para algunos sectores de la sociedad global la incredulidad sobre la emancipación puede tener un sentido cabal. Lyotard ha acertado al mostrar las consecuencias totali­ tarias de algunos de los discursos de emancipación del moder­ nismo. Admito que los discursos de emancipación pueden ser sumamente peligrosos porque son sumamente seductores, dado que invocan ideales e imágenes vinculados con podero­ sos deseos humanos de bienestar, libertad y justicia. A pesar de esto, fomentar el descreimiento en todos los discursos dé emancipación puede ser igualmente peligroso, en la medida que la humanidad debe alcanzar muchas cosas con esfuerzo, antes de que logre establecer una sociedad en que todos pue­ dan prosperar, y antes que consiga respetar la vida de las espe­ cies no humanas y el medio ambiente natural, sin explotarlo

ni derrocharlo. A pesar de su atracción y del peligro latente que hay en ellos, los discursos de emancipación sirven para señalar ideales abandonados y normas críticas cuyo objetivo de renovar prácticas y valores establecidos puede resultar muy importante. En realidad, a pesar de los discursos optimistas de líderes políticos, el hecho concreto es que en el mundo hay mucho sufrimiento, falta de libertad, explotación y discriminación. Por esta razón, no se les puede prohibir a ecologistas, feministas, personas discriminadas por motivos étnicos o raciales y otros que propongan proyectos de emancipación para cambiar los modos de ser concretos de una sociedad y transformar así su realidad generalizada. Algunas de estas propuestas son lo suficientem ente radicales (es decir, lo suficientem ente contrarias a las principales tendencias respecto de los modos de ser y las sostenidas por las estructuras de poder) como para ser consideradas “utópicas” tanto por los que las formulan como por sus adversarios. La tarea racional no consiste en desechar estas propuestas simplemente porque algunos las denominan utópicas, sino más bien en examinar su contenido de racionalidad y aplicabilidad. Hay una diferencia entre responder mecánicamente ante a la calificación de “utópico” y tratar de com prender los detalles específicos de formas alternativas de razonar. Por la misma razón, no se mejora la finalidad del conocimiento al reaccionar mecánicamente (en sentido negativo) contra el térm ino “posm oderno”, y en consecuencia, excluyendo toda buena observación aguda que pueda resultar de esta perspectiva. En otras palabras, ¿puede haber un diálogo entre racionalidades utópicas y posmodemas? ¿No existen racionalidades utópicas de la posmodernídad, así como hubo racionalidades utópicas de la modernidad? Y si así fuera, ¿cómo serían? Expondré estas cuestiones en cuatro partes. Primero, re­ señaré brevemente lo que el pensamiento utópico ha signifi­

cado para Occidente, a partir de ia tradición recibida de ia mo­ dernidad. Luego, comentaré la resistencia de un núcleo de fi­ lósofos izquierdistas latinoamericanos a aceptar una perspec­ tiva posmoderna. A continuación, mencionaré algunas carac­ terísticas del posmodernismo en América Latina y considera­ ré la urgencia de una reflexión hecha en América Latina posmoderna acerca de ia utopía. Finalmente, esbozaré lo que esta reflexión podría significar para una ética y política femi­ nistas. El deseo utópico La noción de utopía comunica la representación imagi­ naria de una situación en la que se concilian la justicia y la felicidad, y donde esta reconciliación se ubica más allá del pla­ no individual, en algún plano interactivo de la comunidad o la vida social. Solo se puede representar la utopía haciendo refe­ rencia a la idea de felicidad, como una clase de situaciones dadas, en que se concreta la promesa última de la felicidad. ¿No es esto lo que el cristianismo buscaba en parte mediante su idea de la vida en el cielo después de la muerte? Sin embar­ go, el pensamiento occidental tradicionalmente ha unido la felicidad a la justicia, cierta noción de acatamiento de lo que es correcto. Por esto parece un poco contradictorio formular una promesa de felicidad dentro de un orden social donde la feli­ cidad misma es arbitraria con quien la disfruta. En este senti­ do entonces, hablar de utopía es invocar una visión ética de cómo deberían ser las cosas para asegurar o proporcionar una feliz condición a los miembros de una sociedad o comunidad utópica. Según el grado de religiosidad que se asocie a la vi­ sión, felicidad puede hacer referencia a la felicidad religiosa o a una concepción secular de bienestar y realización personal. En consecuencia, utopía puede también significar abun­ dancia o riqueza, ya sea que se la conciba en sentido espiritual o material. Pensemos en aquellos sueños de El Dorado, de

encontrar la ciudad del oro, la fuente de la juventud. América, para los conquistadores y colonizadores representaba a menu­ do la tierra prometida, la tierra en que los sueños de los euro­ peos se satisfarían. Fue ciertamente, desde el punto de vista de la ecología, una tierra de extraordinaria abundancia para los primitivos habitantes y migrantes al continente. Hoy, con la brutal destrucción del medio ambiente, la superpoblación y el recalentamiento del planeta, para no mencionar los inenarra­ bles niveles de pobreza y la creciente brecha entre ricos y po­ bres, es difícil, sino imposible, relacionar al continente con la idea de abundancia natural. Otra representación de la abundancia, de la abundancia material, para ser compartida equitativamente por todos los habitantes de la Tierra, parece ser parte de una creencia comu­ nista que, nuevamente, choca con fuerza contra la realidad social. La misma cultura de la modernidad que proporcionaba los ideales de libertad, igualdad y fraternidad nos ha dado un mundo en que, como las desigualdades continúan apareciendo y materializándose, los espacios para la libertad y la “fraternidad” se encuentran irremediablemente fracturados. Ahora las utopías del mercado neoliberal prometen abundancia material solamente si todo el mundo apoya este mercado limi­ tándolo lo menos posible.232 Las utopias de mercado entonces, compiten básicamente con el sueño socialista de igualdad y justicia. Un tipo de posición de acuerdo (dependiendo de cómo se lo vea) surge de los discursos sobre paz y desarrollo produ­ cidos por la O N U . El movimiento internacional de mujeres (uia O N U ) ha proporcionado el triple ideal alternativo de “igualdad, desarrollo [sostenible] y paz”. En ciertos aspectos este objetivo también se presenta altamente utópico, porque 232 Hopenhayn, M. N i Apocalípticos ni Integrados: Aventuras de la Modernidad en América Latina, México, FCE, 1994, p. 272.

en realidad el desarrollo (dado que toma la forma del deseo de lucro siempre en aumento) no parece querer relacionarse con la observación de procedirniéntos ecológicos. La igualdad, de­ bido a la misma forma de capitalismo que rige nuestras socie­ dades, es un concepto fantasma. La paz, dadas la escasez y la competencia para sobrevivir, es difícil de encontrar, y en ulti­ ma instancia se sostiene solo por la fuerza. A principios del siglo XXI, estamos tan lejos de la utopía como yo puedo imaginar. Existe un desafío ético extraordina­ rio ante la humanidad, la que se encuentra en peligro al me­ nos por dos causas: el ávido impulso de continuar tomando de los otros y del medio ambiente mucho más de lo que entrega a ellos, y la necesidad absoluta de sobrevivir en un mundo en que amplios sectores de la población viven en la pobreza y la escasez. La naturaleza es uno de los elementos más vulnera­ bles de estas dos fuerzas reconocibles, porqué no puede de­ fenderse a sí misma de la incursión humana, el derroche, la polución y la creciente destrucción de los habitats de la vida salvaje. El mercado quiere la menor cantidad de regulaciones posible. Todos quieren comprar productos sin pagar por el costo ambiental de su fabricación, uso y descarte. Los indivi­ duos quieren prosperar sin tomar necesariamente la plena res­ ponsabilidad por las consecuencias sociales de sus acciones. Sobrevivir o adquirir se volvieron fuerzas dominantes en nues­ tros códigos sociales. Todavía existen algunas unidades de vida cooperativa, como la familia, la amistad y asociaciones de poco peso. La religión puede ser una fuerza cooperativa, pero parece que donde ofrece los mejores resultados tiene poco poder, mien­ tras que cuando adquiere poder lo hace fomentando un com­ portamiento fanático y extremista. Los movimientos sociales, como los de mujeres, de derechos humanos y movimientos aborígenes, dan cierta esperanza, pero sus efectos pueden ser transitorios y dispersos a menos que haya una fuerza política

mayor que empuje en conjunto muchos proyectos populares. En resumen, la ganancia económica y la necesidad han llega­ do a condicionar la ética y el tipo de responsabilidades sociales que acompañan el ejercicio de la libertad. ¿Qué es la utopía, excepto tal vez el acto de invocar un ideal ético que sea lo suficientemente fuerte como para contener la destrucción que encontramos a nuestro alrededor en todos los niveles? Para expresarlo en términos psicológicos, ¿qué es la utopía, sino el tratar, en palabras de Freud, de contener el impulso de muerte mediante el impulso amoroso o erótico? Y aún así, si tenemos que llamar la atención sobre el uso ilícito del poder que ali­ menta la destrucción, no es suficiente hablar de amor versus agresión. Necesitamos una crítica del patriarcado así como del racismo y de la explotación de clases. Necesitamos una crítica paralela del antropocentrismo y sus efectos devastadores so­ bre el medio ambiente. Desde este punto de vista podemos mirar la posmodernidad y ver qué oportunidades y desafíos nos ofrecen las condiciones actuales. Resistencia a la vuelta del postmodernismo en lafilosofía izquierdista latinoamericana Parte del problem a para analizar la relación entre posmodernidad y racionalidades utópicas en América Latina consiste en que un núm ero de bien conocidos filósofos izquierdistas y pensadores socialistas han adoptado una posición anti-posmoderna, creyendo que la aceptación teórica de una perspectiva posmoderna es incompatible con la construcción de alternativas políticas de izquierda. En un trabajo recien­ temente publicado, el filósofo colombiano Santiago CastroGómez hace referencia a este hecho, que considera perjudicial para una evaluación más abierta de las relaciones entre filosofía, América Latina y posmodernidad. Castro-Gómez señala que, entre otros, Gabriel Vargas Lozano, Adolfo Sánchez Vázquez, Franz Hinkelammert, Pablo Guadarrama y Arturo Andrés

Roig, equiparan posmodernismo con nihilismo (o peor). Mientras que Enrique Dussel, aunque utilizando la palabra “posmoderno” para referirse al concepto filosófico de la libe­ ración, no desecha la visión eurocétrica de la modernidad occi­ dental pues la reemplaza como un nuevo absoluto, problema que lo encierra en una rama del discurso de la modernidad.233 Sea que el filósofo latinoamericano se ubique a sí mismo como opositor del capitalismo, el neoliberalismo y el imperialismo (a través del marxismo desde una perspectiva izquierdista posthegeliana), o intente establecer un nuevo espacio de discurso del oprimido no contaminado por una perspectiva privilegiada, con un nuevo tema de discurso que insiste en el aspecto del bien contra el mal, parece que de todos modos no ha logrado comprender la complejidad del posmodernismo en América Latina. Esta situación entraña, en grado consi» derable, el hecho de que el posmodernismo, tai como se vive y experimenta en América Latina, tiene sus propias caracterís­ ticas, y no se lo puede reducir al neoliberalismo aunque coexista en el tiempo con políticas económicas neoliberales. Recién cuando se es capaz de distinguir el neoliberalismo del posmo­ dernismo, se puede comenzar a formular el marco de la cuestión utópica desde un contexto posmoderno. Postmodernidad en América Latina ¿Pues bien, cuáles son algunas de las características diferenciales del posmodernismo que se pueden encontrar en América Latina? Según Martín Hopenhayn, un especialista en la materia, el blanco de las objeciones de Lyotard son las no­ ciones de sujeto hegeliano y kantiano, Hopenhayn señala que 233 Castro-Gómcz, S. Critica de ía Razón Latinoamericana, Barcelona, Puvíll Libros, 1996, pp. 17-22; 38-40. í

según la percepción de Lyotard las dos metanarrativas que lle­ gan a su fin son la del sujeto de conocimiento cuyo objetivo es la totalización (Hegel), y el sujeto kantiano de la autonomía, que se emancipa cuando alcanza sus propios objetivos (racionales).234 Lo que sucede en un contexto posmoderno, conti­ núa Hopenhayn, es que el conocimiento ya no depende más de un sujeto de conocimiento o de enunciación. El conoci­ miento, por su parte, se convierte en información que circula, produciendo más variantes y configuraciones. El conocimiento se vuelve externo al sujeto y se lo considera como algo que se justifica performativamente a sí mismo, en el complejo conjunto de relaciones que incluye los múltiples juegos del lenguaje.235 Sin embargo, Lyotard critica enérgicamente el crite­ rio de performatividad en la producción y circulación dei co­ nocimiento.236 Quisiera señalar que es un hecho que una vez que el criterio de performatividad se establece, tiende a absor­ ber las críticas que se le formulen y a reafirmarse en sus pro­ pios términos, subordinando al criticismo de tal modo que intensifica la actuación operacional del sistema establecido. Así,: desde una perspectiva descriptiva, estamos frente a un mundo: donde el conocimiento circula como información destinada a aumentar la actuación de un sistema dado. El sujeto de cono­ cimiento pierde fundamento como elemento legitimador, mientras que la atención se centra en los efectos del conocimiento como instrumento de un sistema tendiente a la performa tividad. Si la descripción de Hopenhayn sobre la perdida de au­ toridad del sujeto de conocimiento es precisa y si el peso del argumento se transfiere a los discursos que circulan y prolife234 Hopenhayn, p. 94-102. 235Ibidem, p. 102-111. 236 Lyotard, p. 47-67.

ran, tal vez, entonces, una forma de crear una intersección “positiva” de la cultura latinoamericana con el posmodemismo consiste en maximizar (optimizar) la diversidad presente en América Latina, procurando al mismo tiempo preservar y di­ seminar performativamente las diferencias ya típicas de la re­ gión, mientras que la globalización capitalista introduce nue­ vos juegos de lenguaje y modelos de experiencia. Dado que todavía hay una inestabilidad sistémica en cuanto a cómo asi­ milar las diversas culturas y economías de América Latina en el sistema global, el pensamiento posmoderno ofrece una opor­ tunidad de entrar en contacto con elementos ambiguos o ines­ tables ya existentes, con el objeto de abrir, antes que cerrar, espacios para la creatividad. Hay una lógica que respalda esta estrategia, porque aunque la cultura posmoderna afirma las diferencias, el modo en que algunas formas de pensar y de ser tienden a dirigir el mercado conduce a lo opuesto de la dife­ rencia, es decir, a una mayor homogeneidad. El proyecto capi­ talista que aspira a mercados mayores, mejores y más eficien­ tes, y formas de producción más rápidas y baratas, y a más procedimientos costo-efectivos de producción237, ejerce pre­ sión sobre el factor “diferencia” de la ideología posmoderna y, en una irónica alteración de los valores, produce el efecto con­ trario: la homogeneidad. Los proyectos neoliberales de inte­ gración económica en una economía mundial capitalista con­ servarán el mandato de integrarse precisamente en esta moda­ lidad costo-efectiva. Mientras haya espacio para la inventiva y la imaginación, se hará presión sobre una región capitalista periférica para descartar todas las “racionalidades” regionales que interfieran con las “racionalidades” de mercado globales e 237 La expresión procedimientos costo-efectivos se refiere en la terminonología económico-empresaria a "obtener la mayor cantidad de beneficios realizando la menor inversión posible” (N de la T).

integradoras. En respuesta a este tipo de presión, puede decir­ se que parte de lo que convierte a América Latina en terreno comercial son sus diferencias. Es necesario que la “contrade­ manda” de la racionalidad de la integración no sea el separatis­ mo, sino una fuerte apropiación de las racionalidades posmodernas con el objeto de promover y mejorar la diversi­ dad cultural de la región, incluyendo su herencia autóctona. N o es fácil para nosotros, los latinoamericanistas, adoptar esta estrategia, porque en el pasado la forma en que procuramos afirmar nuestra diferencia fue a través del discurso de la integración regional y continental. Muchos de esos discursos se basaron en la premisa de que América Latina podría ocupar una posición simbólica de “Tercer” en un mundo política­ mente desgarrado por la lucha entre “Occidente” y la ex-URSS y sus aliados. Hoy América Latina tiene que defender sus diferencias especificas de los países capitalistas avanzados, no atendiendo a sus diferencias respecto de las dos superpotencias, sino en términos de la suma total de sus diferencias internas. En otras palabras, la filosofía latinoamericana necesita observar las diferencias internas en la región y decir a Occidente, “quere­ mos que ustedes nos valoren de acuerdo con nuestra diversidad cultural, y en consecuencia que no destruyan nuestros valores”. Como para sustentar un caso, nuestra diversidad cultural debe justificarse performativamente sobre criterios respecto de los cuales tenemos poco que decir, en gran parte. El desafío utópico que, entonces, tengo a la vista es cómo permitir al discurso de la diferencia que nos lleve a alcanzar los mismos los fines para los que antes invocábamos el discurso de la unidad. Dicho de otro modo, debemos unirnos para afirmar nuestras diferencias internas si no queremos ser devorados y asimilados por las fuerzas de un mercado global, extraño e impuesto, que pro­ curan homogeneizar nuestra diversidad. Si no me equivoco, entonces se puede ver que estrate­ gias centradas en la apropiación creativa se manifiestan en dis­

tintas formas del criticismo cultural contemporáneo. Uno de los casos mejor conocidos es la noción de “híbrido” de Néstor García-Candí 111. Se trata de la forma cultural de sensibilidad que surge cuando en la modernidad incompleta de América Latina, se aprende a vivir considerando la “hetorogeneidad multi-temporal” que abarca el lapso de temporalidades preco­ lombina, colonial, moderna y postcolonial.238 He explicado en otro trabajo que la yuxtaposición de diferentes sentidos de tiempo en la vida de los individuos y de los grupos sociales crea una matriz para la comprensión del discurso de los otros radi­ calmente situados, que pueden encontrar dificultades para asi­ milarse a los protocolos discursivos de sectores culturales do­ minantes de un grupo dado de la sociedad.239 En contraste con la noción de heterogeneidad multi-temporal explicada por García-Canclíni (cuya concepción, excep10 por la adaptación de las feministas para explicar asuntos qu^ nos conciernen, no tiene relación con el criticismo social fe­ minista), algunas feministas radicales mexicanas han apelado a un sentido alterno del tiempo -otro tiempo, “el tiempo de las mujeres”- para desafiar el concepto lineal del tiempo, que rige las sociedades masculino-dominantes de Occidente.240Esta corriente de feminismo radical en el movimiento latinoame­ ricano de mujeres define la libertad de las mujeres en térmi­ nos del tiempo, que se libera del intento de seguir con el paso cada vez más veloz de la demanda capitalista de productividad y la consiguiente asimilación de las mujeres al orden sociosimbólico masculino. Por el contrario, la libertad implica el tiempo para imaginar y crear una realidad diferente. Su con­ cepción de un “tiempo de mujeres” —un tiempo para la ale­ gría, la amistad y los seres amados, para las búsquedas creativas, 238García-Canclini, N . Hybrid Cultures: StrategiesforEntering andLeavingModernity, (tra4. Christopher L. Chiappari y Silvia L. López), Minneapolis, University o í Minnesota Press, 1995, pp. 46-47.

la práctica erótica femenina, la construcción de una sociedad en torno a relaciones no opresivas—es distintivamente femi­ nista. Con todo, esta concepción está también enraizada en experiencias distintivamente latinoamericanas de la diferen­ cia puesto que ellas proclaman los sueños de las mujeres para quienes estos ideales constituyen un importante conjunto de valores éticos y políticos explícitamente yuxtapuestos a los valores “neoliberales” impuestos desde afuera.241 Vemos aquí un tipo de racionalidad utópica que surge a partir del exa­ men crítico de la diferencia sexual y su potencial para cam­ biar nuestra visión ética de las relaciones humanas. Esta pers­ 239Schutte, O. “Cultural Alterity: Cross-Cultural Communication and Feminist Theory in North-South Contexts”, Hypatia, 13. 2, 1998, pp. 53-72. 240 Los lectores familiarizados con el ensayo de Julia Kristeva “Women’s Time” pueden notar cierta afinidad entre algunas de las ideas que sigo y los temas que Kristeva trabaja en su ensayo. Sin embargo la publicación de Ximena Bedregal Sáez citada más abajo no menciona a Kristeva y, a diferencia de Kristeva “de hecho evita una aproximación psicoanalítica a la subjetividad femenina”. Espe­ cíficamente Kristeva explicó en 1979, en Francia, que una nueva generación de mujeres cuestionaría el contexto “sacrificial” del orden simbólico-cultural del patriarcado, tratando al mismo tiempo de integrar en sus propias vidas, sin sa­ crificio, sus actividades productivas y materno-reproductivas. En la visión de Kristeva, la demanda de una realización erótica estética, feliz, surge como una característica notable de la comprensión del “tiempo de las mujeres” de la nue­ va generación. Bedregal Sáez es más específica en su criticismo socio-político, al asociar el orden socio-simbólico con las demandas masculinas a largo plazo y las demandas concretas del orden capitalista neoliberal, cuyos efectos combina­ dos hieren ía vida de las mujeres. En esta visión, “tiempo de las mujeres” se convierte en expresión que sintetiza, por un lado, la necesidad de prestar aten­ ción a la diferencia sexual, a las relaciones asimétricas entre las vidas de las mujeres y sus necesidades y los requerimientos del orden socio-simbólico, y por otro, un tipo de resistencia ética y estética a estilos de vida y políticas asocia­ das con la homogeneidad del tiempo lineal. También pueden encontrarse aquí algunas afinidades notables con el feminismo postestructuralista de Luce Irigaray. 241 Cf. Bedregal Sáez, X. “¿Hacia dónde va el Movimiento Feminista?”, La Co­ rrea Feminista 12, 1995, pp. 10-16. La Correa es una publicación mexicana alter­ nativa que defiende una perspectiva feminista utópica como un elemento de su posición política radical.

pectiva se opone a la lógica ¡de la modernidad sin llamarse a sí misma “posmoderna”, ya que puede oponerse a que la conno­ tación de “posmoderna” funcione como simple extensión uni­ forme del tiempo y con una lógica de reglas binarias, que mues­ tre afinidades evidentes con elementos de una perspectiva posmoderna. Pasando al terreno de la crítica literaria y refiriéndonos nuevamente a las construcciones simbólicas de la cultura, Nelly Richard, figura relevante del criticismo cultural posmoderno, defendió una visión de la diferencia al parodiar la supuesta relación de dependencia entre el original y la copia. Su trabajo muestra que si América Latina puede deconstruir su (moder­ no) carácter de “copia” de Europa o EEUU, entonces, la copia misma puede transformarse en elemento creativo y en un movimiento a fin de superar al “original”.242 Hopenhayn ha respaldado la noción de un mestizaje cultural como forma de re-concebir la función utópica del criticismo en América Lati­ na. La tarea de esta aproximación cultural sería “la de negar la negación del otro”.243Entendida de este modo, la tarea consis­ te tanto en aceptar las diferencias internas en América Latina como en aceptamos a nosotros mismos en y a través de nues­ tras diferencias. Castro-Gómez se refiere a algo parecido cuando sugiere que nos dirijamos a un nuevo discurso utópico postmoderno que presuponga un mundo “policéntrico”, desde el punto de vista económico, y un mundo “pluralista”, desde un punto de vista cultural.244En otras palabras, la naturaleza del pensamiento 242 Richard, N . “Cultural Perípheries: Latin America and Postmodernist De-centering”, Beverley, J. Oviedo, J. y Aronna, M. (eds.), The Postmodern De­ bate in Latín America , Durham, Duke University Press, 1995, pp. 219-22. 243 Hopenhayn, pp. 280. 244 Castro-Gómez, pp. 44.

utópico "no puede reducirse a las narrativas unitarias de la modernidad”.245Yo agregaría que necesitamos apropiarnos de lemas posmodernos tales como la performatividad y la dife­ rencia, de tal modo que podamos hacer circular nuevamente la información, transmitiendo nuestras identidades construi­ das críticamente a aquellos que observan América Latina des­ de otros continentes. N o es necesario que lleguemos hasta una teoría completa de la identidad o de la liberación, porque éstas tienden a ser reduccionistas en su moderna búsqueda de ele­ mentos que resuman la imagen de América Latina en la histo­ ria. Más exactamente, estar libres de tal necesidad marca nues­ tra condición posmoderna, y al mismo tiempo, no deseamos quedar limitados a lo que Occidente piensa que es la posmo­ dernidad. Se trata de establecer las prioridades de nuestras di­ ferencias en el contexto de una resistencia contemporánea a los efectos paralizantes de la homogeneización. Para resumir, entonces, yo identificaría en América La­ tina por lo menos cinco características relacionadas con el posmodemismo que fundamentan nuestra tradición de diver­ sidad y diferencia: 1) el mestizaje cultural (Hopenhayn) 2) el carácter multilingüe de la región (nótese que hay que abandonar el concepto de una cultura española dominan­ te para aceptar la existencia de esta característica) 3) la “heterogeneidad multitemporal” (García Canclini) 4) la apropiación paródica y la inversión de los conceptos del original y la copia (Richard) 5) una concepción no binaria de la diversidad cultural abierta a la inclusión (mi propuesta).

245 Ibidem.

Bstos rasgos de la postmodernidad en América Latina se cruzan con aspectos de capitalismo posmoderno global y sus logros dado que el capitalismo busca nuevos mercados, diver­ sificación y diferencia. Sin embargo, la manera en que hemos analizado nuestras diferencias desde una perspectiva latinoa­ mericana también subvierte los aspectos totalizadores del ca­ pitalismo y su indiferencia hacia alternativas políticas radica­ les. Porque el capitalismo global conlleva: 1) la homogeneidad de símbolos culturales dominantes, información, costumbres, modas etc., hasta tal punto que tien­ das de compras, restaurantes, hoteles y otros centros de con­ sumo de los países de la periferia capitalista —como Costa Rica y México- venden los mismos productos que podríamos en­ contrar en Miami o en New York.246 2) un lenguaje dominante, el inglés 3) un tiempo lineal, incluyendo demandas cada vez más rápidas en la productividad y en la realización del trabajo 4) performatividad en sus propios términos (no referida a ios factores de autonomía cultural sino de acuerdo con rela­ ciones de poder dirigidas por el mercado) 5) un concepto unilateral de la diferencia y la diversi­ dad, que tiende a provocar la exclusión antes que ia inclusión de los que no pertenecen a los sectores privilegiados.

lA(> Cf. Camacho, L. “Consumption as a Topic for North-South Dialogue”, Crocker, D. A. & Linden, T. Ethics of Consumption , Lanham, Rowman Se

Littiefield, 1998.

La visibilidad de diferentes condiciones económicas y sociales y la de­ manda de alternativas: horizontes utópicosfeministas Parece que la postmodernidad nos muestra en las me­ trópolis periféricas de Occidente una cara de la realidad social diferente de la que encontramos en Europa o EEUU. En Amé­ rica Latina, las condiciones del capitalismo global, impuestas en países donde la brecha entre ricos y pobres es grande y con­ tinúa ampliándose, crea un conjunto de circunstancias económicas diferente de las de los países capitalistas avanzados. Dado que, si la mentalidad anti-utópica que hemos aprendido de Occidente se caracteriza por poseer lo más que se pueda e in­ vertir en crecimiento para adquirir y acumular más, entonces, esta mentalidad o “narrativa” de crecimiento no se adecúa a las condiciones de aquellos lugares en que la gente tiene poco o nada propio como para empezar. ¿Cómo se puede interesar a una persona en programas que promueven la preservación y el crecimiento de la propiedad individual, cuando ni siquiera tiene propiedad ni forma de adquirirla? En circunstancias de escasez y necesidad, el discurso sobre alternativas a las presen­ tes circunstancias, incluyendo el discurso sobre la negación de aquellas circunstancias, es una opción antipática. Dicho de otro modo, la pobreza y las opresiones percibidas y reales son los factores concretos que demandan alternativas, y para ellos el discurso utópico representa una alternativa radical. Las dificultades reales que las mujeres experimentan con respecto a sus necesidades básicas -sea materiales, intelectuales o emocionales™ contrastan con la retórica pública de la autono­ mía personal la cual, supuestamente, es derecho de todos los ciudadanos. La inconsistencia entre la retórica pública y la si­ tuación real de las mujeres respalda el interés feminista en las racionalidades utópicas alternativas, que se tienden específica­ mente a finalizar con la opresión sexual y social. En este contex­ to, las experiencias de las mujeres y las demandas del movi­ miento feminista merecen especial atención. Como numero­

sas filósofas feministas y pensadoras sociales han observado, las experiencias de las mujeres e incluso la naturaleza de las actividades cotidianas concretas —incluidas las de cuidar a otros y las actividades domésticas—tienen un efecto manifiesto en el tipo y la calidad de las demandas políticas que las mujeres pue­ den organizar para lograr algo en tanto ciudadanas. De hecho, el mismo concepto de ciudadanía se transforma cuando la voz de las mujeres y sus necesidades adquieren prioridad. La politización de las necesidades “privadas” de las mujeres o sus asuntos “domésticos” pueden tener impacto en la noción de justicia. Los temas de género relacionados con el hogar, el es­ pacio doméstico y la independencia de las decisiones que afec­ tan el empleo del tiempo libre de la persona, cuando pasan a través de la conciencia social de las mujeres, pueden extender un horizonte ético, utópico, para el discurso político. Por ejem­ plo, en tiempos de la represión militar, las Madres de Plaza de Mayo, desafiando el poder ilegal del régimen militar, protes­ taban contra la desaparición de sus hijos apelando, como ma­ dres, a su papel de cuidadoras. Invocaban una norma ética, que parecía utópica a la luz de las circunstancias, con el objeti­ vo de denunciar la ilegitimidad de un gobierno ilícito.247 Hoy las feministas latinoamericanas reconocen que la propuesta de que las mujeres alcancen la igualdad ante la ley requiere la postulación de alguna forma de visión utópica, tanto con respecto al tratamiento igualitario para mujeres y varones en la sociedad, como, especialmente, con respecto al tipo de mundo que las mujeres, que se preocupan por la libertad y la justicia, considerarían atractivo para habitar en un sentido cua­ litativo. En este último sentido las racionalidades utópicas déla posmodernidad pueden resultar atractivas para la ética y po­ 247Jelin, E. Women and Social Change in Latin America , (trad. J. Ann Zammit y Marilyn Thom son), London & Geneva, Zed Books & U N R ISD , 1990, pp. 204-205.

lítica feminista. Es claro que, como señala Santa Cruz, dedi­ carse al problema de la subordinación de las mujeres ha sido para la mayor parte de los teóricos modernos de la utopía, como mínimo, un asunto carente de interés o poco afortunado.248 Cabe agregarse que solamente desde una perspectiva ya crítica de la ciudadanía “universal” postulada por la modernidad se puede considerar que un marco político utópico apele a las mujeres. En otras palabras, solo cuando el juicio de la ciuda­ danía dirige su atención al “Otro concreto” -considerando que ese otro concreto puede ser una mujer—filósofas como Seyla Benhabib han tenido éxito al revitalizar la noción del hori­ zonte utópico del pensamiento ético y político, al asociar el pensamiento utópico con prácticas políticas transformativas.249 Los intereses feministas con respecto a la condición social de las mujeres constituyen una forma, no necesariamente res­ trictiva, de abrir el potencial discursivo para que surjan nuevas racionalidades utópicas, dado que el pensar acerca de los otros concretos dirige la atención a los estados vinculados de pobre­ za en la que vive gran número de mujeres, así como a otras opresiones afines, raciales, étnicas etc. Aunque sea fuera de consideraciones políticamente moderadas o radicales, las racionalidades feministas conservan el poder de comprometer nuestra atención ofreciendo modelos alternativos para la acción y organización política. Dada la naturaleza de las construcciones de transición del concepto de ciudadanía, que fueron comúnmente ensayadas como parte de los procesos de democratización en América Latina, las visiones feministas alternativas de una sociedad democrática seguirán desempeñando un papel en las discusiones normativas acerca de la política social. 248 Santa Cruz, M.I. “Feminismo y Utopismo”, Hiparquia 9.1, 1997, p. 48, 249 Benhabib, S. Critique, Norm , and Utopia, N ew York, Columbia Universíty Press, 1986, pp. 327-353.

Conclusiones Para concluir, resumiría mis argumentos señalando que no hemos terminado con las utopías, sino que hemos alcanza­ do una ruptura epistemológica con los discursos de la moder­ nidad que produjeron los viejos conceptos de utopía. Como indica Castro-Gómez, las utopías que en conjunto serán su­ cesivamente abandonadas én América Latina son aquellas que demandan una sociedad ideal basada en la unidad, donde las diferencias desaparecerían, y donde se esperaba que la comu­ nicación entre las personal estuviera libre de relaciones de po­ der.250 Se puede reconocer que el discurso fundacional de una utopía latinoamericana, a la que muchos pensadores apelaron en el pasado, ha llevado ál desencanto, debido a su cualidad totalizadora. Entre otros problemas, en un discurso tal, Amé­ rica Latina es percibida como el “otro absoluto” de la raciona­ lidad Europea, y como depositaría de la semilla de la futura espiritualidad de la humanidad.251 Castro Gómez sugiere que el récord de atrocidades cometidas en nombre de la justicia, no solo en Europa sino en este continente, nos obliga a en­ frentar el hecho que la batalla contra la injusticia puede gene­ rar también nuevas formas de injusticia.252 En esta visión, el discurso utópico debe desplazarse desde un discurso inclina­ do a la integración y el totalitarismo a un discurso culturalmente pluralista articulado alrededor del postulado de un mundo eco­ nómicamente policéntrico. La visión de Castro-Gómez se corresponde con la críti­ ca de Lyotard a las metanarrativas hegeliana y kantiana de la emancipación y con las críticas feministas del discurso utópi­ co moderno. Como una feminista conocedora de las críticas 250 Castro-Gómez, p. 42. 251 Idem , p. 43. 252 Idem, p. 44.

posmodernas afirma, ‘ias soluciones permanentes y universa­ les a problemas diversos y precisos ya no [nos] seducen más”.253 Estas perspectivas posmodernas critican el sueño de un cono­ cimiento absoluto que se realiza a sí mismo en la historia, y el sueño de una iluminada armonía de intereses cuyo objetivo último es la paz perpetua. Cuando estos ideales se alejen, de­ sarrollaremos otros. En vez de celebrar (o de lamentar) el fin de las utopías, es más productivo cuestionar cuáles son hoy los límites de nuestras alternativas políticas. Si la lógica del perío­ do que estamos viviendo está cambiando de “moderna” a “posmodema”, necesitamos aprender esta nueva lógica y este nuevo juego del lenguaje de modo que podamos introducir nuestro conocimiento y experiencia en los nuevos debates. Traducción: Patricia Saconi

253 Rodríguez Bustamante, M. “Nostalgias de Utopía”, Hiparquia 9.1, 1997, p.

UNA MIRADA CRÍTICA SOBRE LA HISTORIA DE LAS MUJERES María Julia Palacios

(Universidad Nacional de Salta) En 1984, Michélle Perrot se preguntaba “¿Es posible una Historia de las mujeres?”254La pregunta resumía los varios interro­ gantes planteados por una nutrida producción historiográfica -originada alrededor de veinte años atrás- sobre las mujeres, sobre “su” historia, “su” cultura, su ausencia u opacada presen­ cia en la historia de la humanidad. Hoy, a poco más de diez años de aquellas reflexiones y a la luz de una producción incrementada de manera sorpren­ dente, lo que hace que ya nadie discuta la presencia de las m u­ jeres como co-agentes de la historia y se reconozca las diversas maneras como ellas han contribuido al desarrollo social, la pregunta cobra otro significado.255 De lo que se trata ahora, y de hecho las historiadoras se lo han planteado recientemente, es de analizar los orígenes de la empresa llevada a cabo, pero más aún, de preguntar por los resultados obtenidos por la His­ toria de las mujeres, no meramente los de la información alcan-

254 Perrot, M. (comp.) ¿Es posible una historia de Ias mujeres? París, Rivages, 1984. Hay traducción parcial en Lima, Centro de la Mujer Peruana “Flora Tristán”. 255 Cf. Anderson Zinsser y Duby-Perrot, Historia dé las mujeres.

zada y el conocimiento producido, sino, de manera particular, cuál ha sido su incidencia en la historia general.236 En tanto filósofas, nuestro interés específico no es anali­ zar el origen histórico e ideológico de la.Historia de las mujeres —lo cual no carece en absoluto de importancia y es algo que tam­ bién debe ser tenido en cuenta para explicar por qué hay Histo­ ria de las mujeres—sino, llevar a cabo una “reflexión de segundo grado sobre las condiciones últimas de inteligibilidad de una disciplina”, al decir de Paul Ricoeur.257 Esto es, indagar acerca de la naturaleza de esta producción historiográfica, preguntar por el estatuto epistemológico de esta historia ¿constituye una renovación teórica?, ¿supone una renovación metodológica? ¿o se trata, simplemente, de una renovación temática? En cualquiera de los casos estas preguntas conducen ine­ vitablemente a otras. Porque, si se trata de una renovación teó­ rica, ¿cuáles son las innovaciones conceptuales, categoriales, analíticas, introducidas en la Historia por la Historia de las mu­ jeres? Si se trata de lo segundo, ¿cuáles son los “nuevos” méto­ dos o los “nuevos” procedimientos, propios de esta historia?; ¿trabaja con “nuevas” fuentes o trabaja con otras categorías de análisis las tradicionales fuentes de la historia?, ¿qué relacio­ nes mantiene con la historia general? Si lo tercero, ¿es sólo un nuevo tema para la vieja historia o hay un “nuevo” objeto de la historia? En síntesis, ¿qué clase de historia es la Historia de las mujeres?, ¿es una historia “diferente”?, ¿es una “nueva” histo­ ria?, ¿es “otra” historia? 256 Cito sólo dos ejemplos: En Argentina, en las IVJomadas Nacionales de Historia de las Mujeres e Historia de género se analizó y discutió los aspectos teóricos y metaodológicos de la Historia de las Mujeres. En los cursos “Nuevos enfoques teóricos y metodológicos I y II” del Programa de doctorado “Mujeres, Género y poder” coordinados por Lola Luna, Mercedes Vilanova y Ma. Luisa del Río, de la Universidad de Barcelona. 257 Cf. Ricoeur, P Historia y narración, (1987), p. 170.

Intentar responder a estas preguntas exige considerar la obra producida, pero también tener en cuenta las perspectivas que ofrece, esto es, el futuro de esta actividad en el terreno de la investigación científica, cuestiones que intentamos abordar aquí. ¿Cuál es el origen de la Historia de las mujeres? La pre­ gunta admite dos respuestas, si pensamos que por “origen” podemos entender: a, las circunstancias históricas que dan lugar a la Historia de tas mujeres, lo que nos remite a cuestiones relativas a dónde, cuándo, quiénes, b. los aspectos teórico-metodológicos relacionados con el desarrollo sufrido por la ciencia histórica, que han posibili­ tado la Historia de las mujeres. En el primer sentido, la pregunta por el origen de la Historia de las mujeres nos remite a los movimientos de mujeres -de manera particular a los de la década del 60 en Europa y EEUU™ y a sus reclamos. Son ya, para el feminismo, los tiem­ pos del reconocimiento de que la formulación de políticas de cambio social que beneficiaran a las mujeres no era posible desde la experiencia individual o colectiva del presente. Era necesario conocer el pasado colectivo, conocer ejemplos his­ tóricos de la lucha de las mujeres, que abonaran la razón de sus demandas. Más importante aún fue el darse cuenta de que la histo­ ria recogía de manera muy opacada la vida y la acción de las mujeres, lo que determinó la fuerte crítica del feminismo a los presupuestos teóricos e ideológicos con los que se escribió la historia, para la que tuvieron un nuevo calificativo: “andrócéntrica” y la exigencia, entonces, de introducir una nueva perspectiva en el análisis histórico. Teniendo en cuenta esto que señalamos, Lidia Knecher dice: “Hay un aspecto en la Historia de las mujeres que la dis­ tingue particularmente de las otras historias y es el hecho de

que, por lo general, ha estado ligada a un movimiento social, es decir, ha sido escrita a partir de convicciones feministas y, si bien es cierto que la mayor parte de la historiografía está influenciada por el contexto político, pocas tuvieron tan es­ trecha relación con un programa de acción y de cambio como el planteado por el movimiento feminista”.258 Esta exigencia de los movimientos de mujeres de nue­ vas perspectivas para la investigación histórica, se enlaza con ese segundo sentido que atribuíamos a “origen”, es decir, el estado de la disciplina histórica al momento de los reclamos específicos de las mujeres. En efecto, no puede desconocerse que también contribu­ yeron fuertemente al desarrollo de la Historia de ías mujeres los cambios introducidos en la historiografía por la Historia Social. El reconocimiento de nuevos objetos (el poder, el cuerpo), de nuevos sujetos (sujetos colectivos: clases, movimientos); su pre­ ocupación por grupos sociales excluidos (negros, indígenas, lúmpenes), o por expresiones culturales diferentes; la incorpo­ ración de nuevas perspectivas de análisis (lo económico y social, no sólo lo político) y de esquemas interpretativos (ia pluralidad de tiempos: larga y corta duración; procesos, estructuras); la re­ lación con otras disciplinas (sociología, antropología, demogra­ fía, lingüística); en fin, la pretensión de una historia total, signi­ ficaron una verdadera renovación de los marcos conceptuales y teóricos, a la par que metodológicos, de la historiografía. En ese marco era posible la inclusión de la problemática de la mujer. En una palabra, la renovación historiográfica producida por la Historia Social al coincidir con las nuevas exigencias de los movimientos feministas, dio paso a la Historia de las mujeres. Si no se tiene en cuenta esta doble fuente no es posible expli­ car su surgimiento. 258 Knecher, L. Respuesta a un cuestionario de investigación.

Pero esto que señalamos todavía no da cuenta de la clase de trabajo histórico que la Historia de las mujeres supone. Lo que se ofrece bajo ese rótulo es diverso y las teorizaciones en torno a su constitución y a su naturaleza son escasas, por lo que no re­ sulta fácil responder a la pregunta ¿qué clase de historia es la Historia de tas mujeres? En “La Historia de las mujeres y la renova­ ción de la historiografía”, Luna se pregunta precisamente, “¿de qué estamos hablando, cuando utilizamos en historia el con­ cepto de género?, ¿de relaciones sociales de género, de una his­ toria de la diferencia sexual, del género femenino y la femini­ dad, o de otras orientaciones teóricas y metodológicas?”.259 Podría pensarse, a partir de lo dicho, que se trató sólo de “poner” mujeres donde antes no había o de, simplemente, in­ corporar en la Historia otros temas —los referidos a las muje­ res™ cosa que buena parte de lo hecho no desmiente. Sin em­ bargo, y por el contrario, la pretensión fue mayor; el interés de tener en cuenta el papel de las mujeres en la dinámica social se fundaba en la necesidad de alcanzar explicaciones más abarcativas, más completas, más esclarecedoras de los proce­ sos de construcción de las sociedades. Este tipo de explicacio­ nes exigía que se prestara atención a las mujeres, pero no tardó en reconocerse que lo que importaba de plañera fundamental era explicitar las diversas modalidades de relación entré los sexos y los modos diferenciados como las diversas situaciones sociales afectan a los individuos según su sexo, lo cual deman­ dó otros esfuerzos en el nivel teórico y metodológico. Por lo tanto, la pregunta por la clase de historia que es la Historia de las mujeres nos lleva al análisis de la producción que se inscribe bajo ese rótulo sin olvidar el proceso y las transfor­ maciones que ésta ha sufrido desde su origen. 259Luna, L. "la Historia de las mujeres y la renovación de la historiografía” en LunaViHarrea!, Historia, género y política, SIMS, Universidad de Barcelona, 1994, p. 22.

Me parece que un buen esquema para el análisis de la Historia de las mujeres lo ofrece la obra de Le Goff y Nora, “Hacer la historia”.260 Los compiladores reunieron allí trabajos en los que diversos autores reflexionaban sobre la renovación teóricometodológica producida en la historiografía contemporánea en las últimas décadas. Los trabajos fueron distribuidos en tres vo­ lúmenes bajo los siguientes títulos: Nuevos problemas (Vol.l), Nuevos enfoques (Vol.2), Nuevos temas (VoL3). Usaré el esquema organizativo de la temática abordada en esa obra -aunque no en el mismo orden—para un análisis de la Historia de las mujeres orien­ tado a intentar responder las varias cuestiones que ella plantea, como lo hemos señalado, pero particularmente, la pregunta de fondo: ¿constituye una renovación historiográfica. La atención prestada por la nueva historia, ía Historia Social, a la vida cotidiana, a la vida privada, a las mentalidades, permitió también la incorporación de temas surgidos de la pro­ testa y de la lucha de las mujeres por su reconocimiento como agentes históricos. Lo primero fue la búsqueda de figuras ex­ traordinarias, que dio lugar a innumerables biografías y, al paso, permitió la renovación de ese particular género historiográfico; le siguió inmediatamente la preocupación por los “espacios” de las mujeres (la familia, el matrimonio, los hijos, el hogar) y las actividades, las prácticas, las tareas, los roles, los rituales de mujeres (la crianza, la educación, el cuidado, la maternidad, la prostitución). Luego, temas más complejos: el cuerpo y la sexualidad femenina; las imágenes, la figura^femenina en los textos literarios, en el arte; los modelos de feminidad, los có­ digos, las normas, las costumbres» la moral, el derecho. Por último, la atención al binomio dominación/opresión en todas las situaciones sociales y la contribución de la política, el dere­ cho, la religión, la ciencia, la filosofía, a la ancestral condición de subordinación y dependencia de las mujeres. 260 Cf. Le Goff, P. Nora, R Hacer la Historia , (1985) 3 vol.

¿Hubo nuevos problemas en la Historia a partir de las propuestas del feminismo? Me parece que no cabe más que una respuesta afirmativa. ¿Qué son sino las discusiones acerca de la pertinencia del uso de conceptos como “opresión”, “de­ pendencia”, “sometimiento”, “subordinación”, “ausencia”, “invisibilidad”, para explicar la “situación” o la “condición” (otro tema de controversia) no ya de individuos, grupos o ch^ ses sociales, sino del colectivo “mujeres”? ¿Y las discusiones acerca de la “naturaleza” femenina o la “cultura” de las muje­ res, que enfrentaron a las feministas no sólo ideológica sino teórica y metodológicamente respecto de la forma de abordar y resolver temas de interés común? ¿No es, acaso, también una problemática nueva para la historiografía, las relaciones de poder entre los sexos? Porque no se trata sólo de detectar el tipo, las formas y la calidad, de las relaciones entre los sexos (a lo que, por otra parte, se redu­ jo buena parte de la Historia de las mujeres) sino de analizar y discutir su incidencia en los procesos sociales. Esto sí significó una novedad, pues esa problemática estuvo ausente o simple­ mente velada tras esa idea de neutralidad histórica, amparada en el genérico “hombre”, que signó el trabajo historiográfico hasta la irrupción del feminismo. Los binomios dominación-opresión, igualdad-desigualdád, salieron de su ya clásico ámbito de aplicación, las clases sociales, para aplicarse a otras parejas de conceptos: varón/mu­ jer, “femenino-masculino”, pensados ahora en una dimensión diferente: la de las relaciones de poder. Esto condujo obliga­ damente a una re lectura del pasado y a una nueva problematización de los fenómenos sociales. Por cierto se trata de una problemática que excede en mucho a la Historiografía pues se da en todas las Ciencias So­ ciales, pero que, sin duda, en aquélla reviste un carácter muy particular porque es la disciplina que puede aportar las eviden­ cias empíricas en las que se sostienen los nuevos problemas.

El enfoque inicial de las primeras investigaciones sobre la situación de las mujeres en la historia, las mostró víctimas de un sistema que las excluyó de la vida político-institucional que, por otra parte, fue el ámbito de interés predominante de la historia por tantos siglos. Ausentes de ese territorio donde se “construía” la historia, las mujeres —la sociedad toda, en realidad-pensaron que no tenían historia. Las investigaciones pos­ teriores -en las que, junto con la crítica feminista, ia inciden­ cia de la Historia Social fue, como hemos dicho ya, decisiva—, derrostraron que las mujeres están ausentes, o con una presenda debilitada o ensombrecida, en el discurso historiográfico, no en la historia vivida. Desde esta nueva perspectiva, por lo tanto, se cuestionó los análisis que se reducían a plantear la situación de las muje­ res como resultado de un sostenido proceso de victimización. La propuesta en este caso, fue la de recoger datos de la partici­ pación de las mujeres —más allá de las exclusiones—y escribir una historia que hiciera visibles a las mujeres, que las recono­ ciera como co-protagonistas y valorara su contribución al pro­ ceso histórico. Mary Nash denomina a esta historia, Historia “contributiva”.261 De ese modo, mucho de lo producido inicialmente bajo el nombre de Historia de las mujeres se enroló en el género “bio­ grafía”. N o hubo, en esa instancia, verdadero cuestionamiento a los fundamentos teóricos de una historia que omitió a las mujeres o que, sencillamente, opacó su participación. Esta his­ toria se ocupó de mujeres destacadas, miembros de las élites, que no podían ser representativas de la experiencia colectiva de las mujeres, pero además, tampoco ahondó en la proble­ mática que el feminismo planteó a las disciplinas sociales, ni aportó elementos que permitieran explicar la situación parti­ 261 Nash, M. Presencia y protagonismo, (1984).

cular de esas mujeres, por qué sobresalieron, cómo pudieron escapar de los condicionamientos sociales restrictivos para su género. En esos trabajos no se abordaron las relaciones de géne­ ro ni, menos aún, el significado de esas relaciones y su peso en la dinámica social* En esta línea se ubican los trabajos que, aunque consideren a colectivos de mujeres, lo hacen desde la idea de que, de lo que se trata, es de “completar” la historia. Susana Bianchi señala además, que está Historia de las mujeres recurrió a las mismas fuentes de información y trabajó con las mismas herramientas conceptuales y metodológicas de la his­ toria que se cuestionaba. “Continúa manteniendo, como la historia tradicional, un marcado carácter institucionalista: si­ gue centrándose, como áreas de su análisis, en los aparatos del Estado, en los partidos políticos, en los sindicatos, en las cues­ tiones públicas, etc.”.262 El verdadero cambio sobrevino a partir de los nuevos interrogantes provinientes de diversas corrientes teóricas en las que se expresó el feminismo (marxismo, estructuralismo, post-estructuralismo, psicoanálisis, teoría crítica) y de la críti­ ca dirigida a los presupuestos teóricos e ideológicos de la his­ toria androcéntrica, que llevó, no sólo a plantear la necesidad de incorporar otras categorías de análisis en la investigación histórica, sino a mostrar la necesidad de una renovación en las prácticas historiográficas, lo que dio lugar a que se hable de una “nueva Historia de las mujeres”,263 Luna dice a este respecto: 262 Bianchi, S. “Historia de las mujeres o mujeres en la historia” En: Reynoso, N . y otros (1992) p. 26. 263 Amparo Moreno planteó con gran agudeza el problema de los presupuestos teóricos e ideológicos de la historia en El arquetipo viril protagonista de la historia, Barcelona, (1986).

De rescatara las mujeres de las sombras, se ha llegado a proponer nue­ vas herramientas teóricas para la explicación, no sólo de su participa­ ción en la historia, sino también de la desigualdad y del cambio social, desde la perspectiva de la diferencia entre los géneros,264 La nueva Historia de las mujeres se presentó como un es­ fuerzo tendiente a superar la visión androcéntrica, hegémonica en la tradición historiográfica. Su primera preocupación fue abarcar la experiencia colectiva de las mujeres y escapar del viejo esquema que llevaba al rescate de las mujeres excepcio­ nales. Se propuso explicitar los mecanismos de reproducción del patriarcado y ofrecer explicaciones de la situación del co­ lectivo de las mujeres. En un primer momento se apeló a los conceptos de opresión y dominación, pero ante un uso esque­ mático, esto es, acrítico y no contextualizado de este esquema, surgió la crítica. Se señaló las dificultades que en esas condi­ ciones ese modelo ofrecía para una explicación satisfactoria de ios complejos procesos de la historia, ya que así no era posible explicar las diferencias existentes en las relaciones entre varo­ nes y mujeres según contextos diferentes (condiciones socio­ económicas, de clase, de culturas, de edades, de etnias, etc.), ni detectar las diferentes situaciones de las mujeres en rela­ ción con ello, ni reconocer las “complicidades” de las mujeres en la construcción del patriarcado. Porque, como dice Gisela Bock “...las mujeres no tienen todas la misma historia”.265 Los nuevos temas y los nuevos problemas introducidos en la historiografía contemporánea por la Historia de las mujeres pusieron al descubierto la insuficiencia de los instrumentos conceptuales con que las Ciencias Sociales —y, por lo tanto, 264 Cf. Luna, L. Ob cit.p. 24. 2Í,SCf, Bock, G. “Historia de las mujeres, historia de! género” en Historia Social, 9, Valencia, 1994, p. 57.

también la Historia—contaban para describir y explicar los pro­ cesos sociales cuando se trataba de no ignorar la intervención de las mujeres. Ello condujo a la elaboración de nuevos con­ ceptos que hicieran posible ese nuevo enfoque que la nueva situación demandaba. Así, “género” surgió como una herra­ mienta útil para el análisis de la diversidad problemática que los estudios sobre mujeres presentaban. Más allá de las indudables dificultades teóricas y empí­ ricas que esta noción ofrece —de la que nos hemos ocupado en otro artículo-, no puede discutirse la importancia de gran par­ te de las investigaciones llevadas a cabo por las científicas so­ ciales que usaron este concepto para el análisis de la realidad social, como tampoco puede discutirse el valor de muchos de los resultados obtenidos.266 La Historia incorporó la noción, la usó muchas veces en sentido descriptivo, pero también hay ejemplos importantes de un uso analítico de “género”, que permitió interesantes ex­ plicaciones de fenómenos históricos.267 La defensa de “géne­ ro” como “categoría útil para el análisis histórico”, la formuló con toda claridad Joan Scott en un conocido artículo 268 Esto tiene que ver con la importante evolución sufrida por el concepto (de una suerte de casi identificación con “m u­ jer”, pasó a significar las relaciones entre los sexos) y el reco­ nocimiento generalizado de la necesidad de entrecruzamiento de esta noción con otras categorías y nociones valiosas para 266 Cf. Palacios, M J. “El género en la encrucijada” en Palacios, M J. (comp.) ¿Historia de las mujeres o historia no-atidrocéntrica? (1997). 267Varios de los artículos incluidos en los volúmenes de Historia de las mujeres de Duby-Perrot o de Anderson-Zinsser, o la compilación ya citada de M. Nash, son buenos ejemplos. 268Scott, J. “El género una categoría útil para el análisis histórico” en CangianoDubois (comps.), De mujer a género (1994).

el análisis de la sociedad; clase, situación socio-económica, raza o etnia, nacionalidad, edad, opción sexual, profesión, etc. La noción de género llevó a repensar antiguas nociones relativas a las relaciones sociales: igualdad, desigualdad, liber­ tad, dependencia, sometimiento, opresión, cultura, naturale­ za, poder. Pero significó, fundamentalmente, una nueva ma­ nera de enfocar las relaciones sociales y, en consecuencia, abrió la posibilidad para nuevas explicaciones de la sociedad y de la historia. Nuevos objetos, nuevos problemas, nuevos enfoques, ¿suponen nuevos métodos? Resulta un tanto difícil responder a esta pregunta en la medida que “método” no tiene un signi­ ficado unívoco. Si por método entendemos una “lógica de la investigación”, habría que responder negativamente, pues, a pesar de algunos planteos de cierto feminismo, no parece que pudiera sostenerse seriamente la tesis de un modo “femeni­ no” de construir el conocimiento científico. Si, en todo caso, nos referimos a procedimientos, técni­ cas y perspectivas particulares para acceder al conocimiento de determinados objetos, la cuestión exige otro análisis. ¿La Historia de las mujeres ha elaborado nuevas y diferen­ tes formas de investigación? Por lo pronto, es posible afirmar que ha trabajado de otra manera, desde otra perspectiva, las tradicionales fuentes de la historia; que las técnicas de la histo­ ria cuantitativa (las de la demografía, particularmente) y los análisis cualitativos (de los discursos —en especial los normati­ vos—y de las representaciones), han producido otros resulta­ dos cuando se incorporó la noción de género para responder a los interrogantes que el feminismo planteó a la historia, pero ¿esto es suficiente para afirmar que la Historia de las mujeres supone una renovación metodológica? En un interesante artículo, Arlette Farge sostiene que el problema teórico que plantea a la Historia de las mujeres la nece­ sidad de reintroducir la dimensión política en la reflexión sobre lo

masculino/femenino (con lo que) se privilegia la noción de público, en la medida que esta noción implica una reflexión sobre lo civil, lo econó­ mico y lo político mismo, sin excluir por eso la importancia de lo priva­ do, es ya una propuesta metodológica.269 En esa misma línea, Lola Luna recalca el interés particu­ lar que reviste la dimensión política del género para una nue­ va Historia de las mujeres?70Escribir una historia que salga de la reiteración de las dicotomías dominación masculina/opresión femenina, mundo público/mundo privado, que llevaron a ofre­ cer interpretaciones pendulares de la participación de las m u­ jeres en la historia: entre la acción protagónica y la posición de víctima, exige, según Luna, una consideración de lo histórico desde una concepción de las relaciones de género como rela­ ciones de poder. Las más recientes investigaciones se orientan precisa­ mente a la consideración del aspecto político de género, como un elemento que permite comprender otras variables sociales que deben tenerse en cuenta y con las que debe entrecruzarse la noción de género (clase, etnia, “cultura de las mujeres”, pro­ fesión, ocupación, opción sexual), para explicar la situación de las mujeres y la naturaleza de las relaciones entre los géne­ ros.271 Para Lola Luna “... el género en tanto elemento de las relaciones de poder es lo que une las diferencias de clase, culturales y étnicas que hay entre todas nosotras.”272La dimen­

269 Farge, A. “La Historia de las mujeres. Cultura y poder de las mujeres: ensayo de historiografía” en Historia Social, 9, 1991, p. 98. 270 Cf. Luna, L. Art.cit. y en “A propósito del género” en Luna, L.-Vilanova (comps.). Desde tas orillas de la política. 271 Com o en los últimos trabajos de Farge, Scott, Luna. 272 Cf. Luna, art.cit.

sión política del género se presenta hoy como el rasgo más rico para el análisis historiográfico, porque, como sostiene Joan Scott: “..fel género es un campo primario en el cual o a través del cual se articula el poder. El género no es simplemente un campo, sino que pareceVhaber sido una manera recurrente y persistente de expresar el poder en occidente, en las tradicio­ nes judeo-cristianas e islámicas.w273 No obstante, no queda claro cuáles serían los procedi­ mientos a seguir, de qué manera esa articulación haría posible una lectura diferente del pasado, porque tampoco hay unani­ midad respecto de lo que debería ser la Historia de las mujeres. Mientras algunas parecen aceptar que ésta sea una historia “pa­ ralela”, como se. desprende de esta frase de Gisela Bock: “El hecho de que la Historia de las mujeres tenga un carácter au­ tónomo y sea distinta de la de los hombres, no quiere decir que sea menos importante ni que plantee simplemente un problema ‘especiar o ‘específicamente femenino’.”274 Signifi­ ca, más bien, que debemos reconocer que la historia general ha Sido hasta el momento específica del varón y la Historia de las mujeres debe considerarse tan general como la del otro sexo. Otras, como S. Bianchi, cuestionan qué ese sea el “lu­ gar” de la Historia de las mujeres y señalan precisamente como una falencia que no haya logrado modificar la historia gene­ ral.275 La opiríión más generalizada entre las investigadoras parece ser la de que no se trata de una historia “especial”; tam­ poco que deba ser un apéndice o mero complemento de la historia general, ni una historia “paralela” ni, menos aún, que debería pretender sustituir a la historia general. Una impor­ 273 Cf. Scott, art.cit., p. 37. 274 Cf. Bock, ob.cit. p. 57. 275 C f Farge, Luna, Pastor, Bianchi, entre otras.

tante y calificada mayoría de investigadoras se inclinan por una forma de hacer Historia de las mujeres inscripta en la Historia Social. Hacer Historia de las mujeres sería hacer Historia Social con perspectiva de género.276Visto de otro ángulo, la Historia Social se ha visto renovada con la incorporación de ios enfo­ ques, de ios conceptos, de nuevas fuentes y nuevas técnicas de análisis, aportados por el feminismo, lo cual debería incorpo­ rarse definitivamente en la práctica historiográfica. Hasta ahí -no más- la renovación de la historiografía producida por la Historia de las mujeres, pues el problema teóri­ co y metodológico que supone la superación de esquemas tra­ dicionales y la elaboración de nuevos modelos de explicación histórica que tengan en cuenta la inserción de las mujeres en la sociedad y su participación en los procesos por los que ésta se construye es una cuestión todavía no resuelta. Al inicio de este artículo nos preguntábamos si la Histo­ ria de las mujeres constituía una renovación de la historiografía. Mostramos en su desarrollo cómo algunos de los temas de los que se ocupa son nuevos para la historia, lo que significó “nue­ vos campos de investigación con estimulantes progresos”; cómo ciertos problemas, que suscitaron discusiones y contro­ versias importantes, fueron introducidos por ella, y cómo la noción de género incorporada al análisis histórico, puede dar lugar a explicaciones más abarcativas del fenómeno histórico. Estamos, pues, en condiciones de preguntarnos ahora si la in­ corporación de nuevos temas, la existencia de nuevos proble­ mas, y el nuevo enfoque que supone el uso analítico de “géne­ ro”, bastan para hacer de la Historia de las mujeres “otra” historia o, más aún, si ello puede ser suficiente para hacer de la historia general una “nueva historia”. 276 Entrevista a R. Pastor.

Hablar de renovación historiográfica puede tener dos sentidos, uno lato, otro restringido. El primero supone pensar en un cambio im portante en el nivel teórico y a nivel metodológico de la historia en su conjunto, tal como lo fue la Historia Social en su momento, que representó una profunda transformación de la historiografía. No parece que pudiéra­ mos afirmar hoy que la Historia de ías mujeres signifique tal cosa para la historia general. Por el contrario, los esfuerzos iniciales por superar la historia androcéntrica no alcanzaron el éxito esperado y según Susana Bianchi, La Historia de las mujeres y la historia "general" son dos historias que marchan por caminos paralelos, sin tocarse, sin cruzarse, sin interrogarse, sin debatir ni plantear conflic­ tos, sin poner en tela dejuicio, conceptos ni categorías de análisis.277 En el segundo sentido, es dable pensar que más que el hecho de la incorporación de nuevos temas o de nuevos pro­ blemas, es el nuevo enfoque propuesto por la Historia de las mujeres, que origina el uso de nuevas fuentes y cierto manejo diferente de fuentes tradicionales —impensable sin ese enfo­ que- lo que sí constituye un cambio importante en la histo­ riografía. Se trata, sin embargo de una renovación restringida porque no obstante la importante producción lograda, los pro­ gresos no han sido tales que permitan pensar en una real inci­ dencia de la Historia de las mujeres en la historia general. En 1994, a diez años de la pregunta de Michélie Perrot acerca de la posibilidad de una Historia de las mujeres, Lola Luna señalaba claramente esta situación: ..Japroducción histórica sobre las mujeres sigue estando lejos de las preocupaciones y debates que hoy día animan la historiografía masculina, porque después de dos décadas de historiografíafeminista en Francia, Inglaterra y EE.UU. y una década en España y América 277 Bianchi, ob.cit, p. 27-8.

Latina, poco se la tiene en cuenta y cuando se hacen referencias a ella, suelen ser marginales....278 Podría decirse tal vez que ésta es una dificultad en cierto sentido no atribuíble a la Historia de las mujeres per se; que, en todo caso, podría atribuirse a la resistencia a estos cambios ori­ ginada en la tradición androcéntrica que hegemonizó la pro­ ducción de conocimiento. Sin embargó, las dificultades más serias provienen realmente de la propia Historia de las mujeres que no ha logrado superar —Jo cual resulta preocupante- cier­ tas “debilidades”, al decir de Arlette Farge, quien, con mucha claridad, las resume así: * wla siempre sensible predilección por el estudio del cuerpo, de la sexualidad, de la maternidad, de la sicología fe­ menina y de las profesiones próximas a una 'naturaleza feme­ nina’”. • “la dialéctica siempre utilizada de la dominación y la opresión que apenas si pasa del enunciado tautológico des­ de el momento en que no intenta analizar por qué mediacio­ nes específicas, en el tiempo y en el espacio, se ejerce esa do­ minación”.279 Refiriéndose a esta cuestión Reyna Pastor hablaba de “banalización” señalando sus riesgos.280En efecto, la aplicación indiscriminada, sin matices, de esta pareja de conceptos, impide el reconocimiento y la captación de la complejidad que ofrecen las relaciones entre los géneros, descuida la intervención de otros factores, constituye un reduccíonismo y no contribuye a brin­ dar explicaciones satisfactorias. En el mismo sentido, Bianchi apunta al hecho de los planteos “poco innovadores y escasa­ mente problemáticos” que ofrece la Historia de las mujeres hoy.28t 278 Cf. Luna, L. ob.cit. p. 21. 279 Cf. Farge, art.cit. p. 80. 28° £ pastor en entrevista. 281 Respuesta a cuestionario.

“una inflación del estudio de los discursos nor­ mativos que apenas tiene en cuenta las prácticas sociales y los modos de resistencia a esos discursos, y que induce a veces a una especie de autofascinación por el sufrimiento.” A esto habría que agregar esa creciente preferencia y mayor preocupación —excesivas, en mi opinión—por el análi­ sis de los discursos y por el estudio de las representaciones que se observa en la actualidad. En las IVoJornadas Nacionales de Historia de las Mujeres y Estudios de Género, las ultimas realiza­ das en la Universidad Nacional de Tucumán, Argentina, casi el 50% de las 130 ponencias presentadas se ocuparon de análi­ sis del discurso o de las representaciones. En mi concepto esta tendencia termina, en algún senti­ do, desplazando el interés originario del feminismo por las condiciones reales de existencia de las mujeres -algo que ha­ bía sido posible también gracias a los enfoques de la Historia Social- constituyendo un serio riesgo. Digo esto porque en la base de los intereses intelectuales estaban ios intereses políti­ cos: cambiar las reglas de juego de la sociedad para revertir la situación ancestral de dependencia de las mujeres. N o parece que esto pudiera lograrse si los análisis se quedan en el ámbito del discurso. • “una ignorancia de la historia del feminismo y de su articulación con la historia política y social”. • “una falta de reflexión metodológica y sobre todo teórica”. Este último punto me parece uno de los más importan­ tes y a él me referiré más adelante. Como se ve, la cuestión que está en la base de toda discusión acerca de la Historia de las mujeres y sobre la que es necesario ahondar para alcanzar ma­ yores precisiones, es la de su estatuto epistemológico. Sin em­ bargo, preguntas como: ¿la Historia de las mujeres se define por el objeto?, ¿se distingue por sus problemáticas?, ¿se diferencia por su metodología?, ¿cómo se relaciona con la historia glo­

bal?, ¿es un capítulo de la historia global?, ¿es una historia “di­ ferente”? ¿en qué consiste, en tal caso, esa diferencia?, ¿qué clase de Historia de las mujeres debería escribirse?, que deberían ser objeto de investigación y de debate, no constituyen todavía un núcleo problemático de interés sustancial para teóricas/os y epistemólogas/os. Frente a esto, A. Farge reclama la necesi­ dad de “ser críticos respecto de las formulaciones mismas de la historiografía de las mujeres .-A282 De todos modos, es posible afirmar que el gran mérito de los estudios llevados a cabo hasta el momento es el de ha­ ber demostrado las insuficiencias de la historia androcéntrica y la consiguiente necesidad de trabajar con nociones como la de género, que permite visualizar las relaciones entre varones y mujeres como un elemento fundamental de la dinámica so-^ cial, insoslayable en la explicación del proceso histórico. Como dice Hebe Clementi, La clave delgénero, precisamente por esta cua­ lidad universal, parece ser una excelente develadora de la maraña histó­ rica que ha envuelto esapresencia importante e indispensable de la mujer en un silencio y una oscuridad que la omisión acentúa.. Está comen­ zando a descubrirse ese tejido espeso que devela la construcción de cada sociedad y el papel de la mujer en cada una de ellas.283 . Los estudios realizados en el marco de la Historia de las mujeres han enriquecido problemática y metodológicamente la historiografía contemporánea: han aportado conceptos y perspectivas de análisis tendientes a lograr una mayor com­ prensión y mejor explicación de las complejas interrelaciones entre varones y mujeres; han permitido tener en cuenta y han contribuido a explicitar las formas específicas de relación en232 Farge, art.cit., p. 82. 2S3 Clementi, H. Migración y discriminación en ¡a construcción social, Leviatán, 1995, pp. 124-5.

tre género y política» y, lo que me parece indiscutible, han lle­ vado al reconocimiento de que la explicación del proceso so­ cial exige la consideración de todos los sujetos implicados en él. Si, como lo señalaba Farge, la Historia de tas mujeres mues­ tra “debilidades” y, según lo expresan muchas, la producción historiográfica sobre las mujeres sigue siendo marginal y —lo que es más preocupante aún- ofrece peligrosos signos de “banalización” y se muestra poco problematizadora, no pode­ mos sino preguntar por su futuro. La falta de unanimidad respecto de qué sea la Historia de las mujeres tiene su correlato en las diferencias manifiestas de opinión sobre su futuro. Así, mientras Susana Bianchi opina que la Historia de las mujeres está en “un callejón sin salida” y ve “negro” el futuro de esta historia, Dora Barrancos lo ve “con mucha salud”.284 ¿En qué pueden basarse opiniones tan con­ trapuestas? Seguramente en la expectativa puesta en la clase de historia que debería escribirse y en una evaluación diferen­ te de las posibilidades que se le reconocen a la Historia de las mujeres para superar sus dificultades. Por cierto, es incuestionable para la historiografía con­ temporánea que “el objeto de la historia no es el individuo sino el 'hecho social en su totalidad’, en todas sus dimensio­ nes humanas, económica, social, política, cultural, espiritual, etc.”285 Esto hace que resulte incomprensible -com o lo ha, mostrado el feminismo- que se pueda considerar satisfacto­ rias las explicaciones que dejan fuera a las mujeres o en las que se las incorpora de forma tangencial. Pero la pregunta es cómo abordar este problema sin caer en la elaboración de una histo­ ria “paralela”, cómo se incorpora en la historiografía esa pers284 Respuesta a cuestionario. 285 Cf. Ricoeur, op.cit.

pectiva teórica y metodológica que haga posible un análisis diferente de los fenómenos históricos, en pos de esa “historia total”. Tal vez por eso Bianchi se pregunta “¿Será que en reali­ dad no existe una Historia de las mujeres?”,286 Apunta, en ese caso, a la Historia de las mujeres como historia “paralela”, y a la pretensión de una historia “diferente” que termina siendo una “parcela” de la historia. En esto parecen coincidir muchas e importantes investigadoras* Si de lo que se trata es de superar el enfoque androcéntrico, esa superación sólo es posible por un enfoque más abarcativo, más extensivo y de mayor profun­ didad de la problemática histórica. N o hay superación si sólo se trata de hacer una historia “paralela”. Ahora bien, una perspectiva teórica superadora deman­ da nuevos procedimientos, nuevas técnicas y produce resulta­ dos diferentes en la aplicación de técnicas ya probadas, por lo que parte del camino a recorrer tiene que ver con un intenso trabajo de elucidación teórica para el logro de precisiones con­ ceptuales y la elaboración de rigurosas categorías de análisis que permitan identificar los problemas significativos y formular con claridad hipótesis de investigación. Es impensable, pues, un desarrollo de la teoría sin un desarrollo simultáneo de la metodología adecuada para cumplir con los propósitos enun­ ciados de la Historia de las mujeres: superar el enfoque androcéntrico y escribir una historia “total”. Por eso, muy agudamente Farge apuntaba como una de­ bilidad de la Historia de las mujeres la falta de reflexión teórica y metodológica. Y aunque la pérdida de interés por las preocu­ paciones metodológicas no es exclusiva de la Historia de las mujeres (hace tiempo que esa actitud aparece en gran parte de la comunidad científica, tal vez como una reacción contra el 286 Respueta a cuestionario.

cientificismo) en ella constituye un verdadero obstáculo para el logro de sus objetivos. Por ese motivo resulta preocupante cierta actitud de algunas historiadoras, reacias a la teorización o simplemente desinteresadas, como lo pudimos constatar en el trasncurso de nuestra investigación. A esto se suma una preocupante tendencia de la histo­ riografía contemporánea a ocuparse del detalle, una “vuelta al acontecimiento” que supone un viraje en sentido inverso al camino emprendido por la Historia Social —a lo cual no escapa la Historia de ías mujeres- y que conspira fuertemente contra ese ideal de historia total. Por todo lo dicho, resulta pertinente para la Historia de las mujeres la advertencia que Liliana de Ríz hacía —hace unos veinte años ya- a las investigaciones sobre América Latina: Tenemos la convicción de que en la actualidad se impone restablecer una aspiración de rigor que no consiste en la simple determinación empírica de un conjunto de relaciones a partir del uso de técnicas de investigación más o menos sofisticadas. Esá aspiración al rigor implica una reflexión en el campo mismo de la teoría, una actitud de ‘vigilancia epistemológica’ que permita despejar el camino de los equívocos metodológicos que im­ piden el avance en la producción de conocimiento sobre la realidad so­ cial287 Esa “vigilancia epistemológica” se presenta como una exigencia de la Historia dé las mujeres si quiere alcanzar la evolu­ ción y el desarrollo teórico y metodológico necesarios para el logro de una transformación de la historiografía, según una nunca desmentida pretensión. De otra manera, ¿cómo se en­ tenderían expresiones acerca de lo que se considera un objeti­ 287 Cf. de Ríz, L. “Algunos problemas teórico-metodológicos en el análisis so­ ciológico y político de América Latina” en Pereyra, C. y otros, Ideología y Cien­ cias Sociales, UNAM , 1978, p. 77.

vo de la Historia de las mujeres, como las que siguen?: “superar la visión androcéntrica”, “explicitar los mecanismos de repro­ ducción del patriarcado”, “abarcar la experiencia colectiva de las mujeres” (Nash); “cuestionar una historiografía que des­ conoce la centralidad de los sujetos en los procesos históricos” (Bianchi); “negar el carácter fijo y permanente de la oposición binaria”, “historizar los términos de la diferencia sexual”, “pres­ tar atención a los sistemas de significados, a los modos de re­ presentación del género en las sociedades, a ía articulación de reglas de ias relaciones sociales y la constitución de significa­ dos de la experiencia” (Scott); “no estudiar la vida de las muje­ res de manera aislada, relacionarla con otros temas históricos como el poder de las ¿deas o las fuerzas que gobiernan los cam­ bios culturales”, “trabajar con ciertas perspectivas que permi­ tan mostrar cómo los resultados de lo analizado contribuyen a la explicación de problemas generales”; “elaborar esquemas interpretativos que permitan dar cuenta de la complejidad de las relaciones entre los sexos, de las modificaciones en el sta­ tus de las mujeres, de los avances y retrocesos de la historia” (Knecher); “propuesta abierta que condena la reificación y el esencíalismo” (Barrancos). Buena parte de las investigadoras muestran actualmen­ te una fuerte preocupación por el riesgo que suponen las in­ terpretaciones esquematizadas y “banales” de la Historia de las mujeres; también coinciden en advertir que el camino más pro­ ductivo para la recuperación de las mujeres en la historia no es el de una historia “paralela”, sino aquel que posibilite una nueva lectura racional del pasado, desde una perspectiva que permita una mirada más abarcativa e integradora sobre el conjunto de la sociedad, sus problemas y sus conflictos. Esto quiere decir, una historia “no androcéntrica” o, como lo expresaba Reyna Pastor, una Historia Social que incluya la perspectiva de géne­ ro.

Tal vez entonces no haya necesidad de una Historia de las mujeres, no al menos en el sentido al que responde mucha de la producción actual. Sí, e indiscutiblemente gracias a la Historia de las mujeresyla de escribir una historia ¿ron las mujeres.

FILOSOFÍA, POLÍTICA Y SEXUALIDAD Alicia H . Puleo (Universidad de Vhlladolid) 1. Las diversas conceptualizaciones de la sexualidad en el pensamiento filosófico occidental no son ajenas a los cambios sociales y políticos producidos en su ámbito. Esta afirmación no tiene nada de nuevo ni de sorprendente desde el punto de vista de una general interrelación entre fenómenos económi­ cos, políticos y culturales, sea cual sea el sentido que se otorgue a la causalidad enjuego entre ellos. Considero, sin embargo, que sólo desde categorías forja­ das por el feminismo puede alumbrarse uno de los aspectos fun­ damentales de la relación anteriormente señalada puesto que la conceptualización de la sexualidad se halla en estrecha relación con la dinámica conflictiva de los colectivos de sexo en las so­ ciedades patriarcales (y, si nos atenemos a los datos de la antro­ pología, no parece haber existido otro tipo de organización so­ cial). El feminismo fue pionero en considerar la sexualidad como una política. Antes de que un pensador tan famoso como Michel Foucault fuera considerado como el principal teórico del carác­ ter construido, histórico y cultural de la sexualidad, las pensa­ doras feministas habían comenzado a indagar por esa vía y lo habían hecho desde una perspectiva que apenas si merece la atención de Foucault: la dominación patriarcal. Y sin embargo, varios años antes que La voíonté de savoir (1976) (primer volu­ men de la Histoire de la sexualité), Sexual Politics (1969) de Kate

Millet sostenía la tesis de la construcción política de la sexuali­ dad. U n análisis de textos literarios contemporáneos le permitía denunciar el funcionamiento de una interesada fusión de Eros y Thanatos como práctica de poder. Los discursos sobre la sexualidad que vamos a analizar aquí forman parte de los procesos modernos de constitución de varones y mujeres y de sus mutuas relaciones. Como podremos constatar, la mayoría incluye prácticas de autodesignación (el filósofo habla como hombre a otros hombres, definiendo la mas­ culinidad compartida) y de heterodesignación (define a las mu­ jeres, reforzando el vínculo entre los pares a través de la compli­ cidad masculina y la determinación del Otro).288 2. Si bien Descartes no había tratado en particular el tema del estatus ontológico de las mujeres, su dualismo y la excelen­ cia que atribuía al intelecto permitían suponer que este último, al ser independiente del cuerpo, era igual en hombres y muje­ res. El sexo era sólo una particularidad contingente que no re­ vestía un carácter fundante, no era un destino ontológico. El dualismo res cogitans-res extensa permitirá el primer despliegue teórico totalmente coherente del feminismo en la obra del car­ tesiano Poulain de la Barre que inicia en el siglo XVII una línea reivindicativa continúa eñ el siglo siguiente con figuras tales como Madame Lambert, Olympe de Gouges o el marqués de Condorcet, entre otras. Este impulso emancípatorio de la Ilus­ tración estará representado un poco más tarde en España por el fraile benedictino Jerónimo Feijoo que en su Defensa de las mu­ jeres {Teatro crítico universal; Tomo I, Discurso XVI) utiliza argu­ mentos similares a los de Poulain de la Barre, afirmando la ígual288 Para una discusión del tratamiento de autodesignación y heterodesignación como formas constitutivas de la dominación de género dentro de una teoría nominalista del patriarcado, Cf. Amorós, C. “Notas para una teoría nominalista del patriarcado” Asparkía. Investigado feminista, 1, 1992. Pp. 41-58.

dad de las facultades intelectuales de ambos sexos, y por Josefa Amar y Borbón en su Discurso sobre la educacvónfisica y moral de las mujeres (1790), tratado que, en su defensa de la necesidad de instruir a las mujeres, coincide en las apreciaciones morales de la marquesa de Lambert, Junto a esta línea de la Ilustración que insiste en la impor­ tancia de las leyes y de la educación en la construcción de lo que hoy llamaríamos “género”, aparece otra, de carácter esencialista y biologicista, que se inicia con el éxito de la obra del médico Pierre Roussel, a mediados del XVIII. El pensamiento ilustrado no podía dejar de interesarse por las relaciones de causalidad que enlazan los estados físicos con los mentales. El materialis­ mo de La Mettrie escandalizó y fue rechazado, pero el desarro­ llo de las ciencias naturales se hará sentir en la reflexión filosó­ fica que, en lo referente al tema de la diferencia de los sexos, pasará del dualismo cartesiano al monismo materialista. Así, dentro de la misma Ilustración, encontramos dos tendencias opuestas: crítica a los estereotipos de género y fundamentación de estos mismos estereotipos en la Naturaleza (previa remodelación para adaptarlos al modelo burgués emergente). Los nuevos conocimientos sobre la Naturaleza legitimarán la antigua asimetría de poder entre los sexos con argumentos re­ novados, elaborados no ya en el lenguaje de la religión sino en el de la “ciencia”. A partir de la Medicina, se desarrolla así un nuevo discurso que sostiene que el género traduce la sexuali­ dad. Esta es concebida como una fuerza misteriosa que rige la conducta de los individuos y, en especial -como era de prever­ la vida de las mujeres. Sin embargo, si exceptuamos el caso del marqués de Sade cuya influencia se hará sentir más tarde, en el siglo XX, cuando es descubierto por los surrealistas, en el terreno de la Filosofía habrá que esperar el advenimiento de la crisis de la razón para que la sexualidad pase a ocupar un lugar privilegiado en la me­ tafísica. Arthur Schopenhauer inaugura esta nueva era cuando

encuentra en la sexualidad la manifestación “pura y sin mezcla” de la \faluntad de Vivir constitutiva del fundamento ontológico. Profundamente influenciados por el desarrollo de las ciencias naturales, el autor de El mundo como Vólüriiátíy corriórepresentación así como Edward von Hartmann, continuador en lo esencial de sus teorías, ven en la mujer a la trampa que la especie le pone al individuo para reproducirse a sí misma, más allá de los intereses y conveniencias racionales del ego masculino que, engañado por la belleza, no alcanza a ver a la futura madre agazapada en cada joven atractiva. Ambos filósofos son fíeles a las teorías mé­ dicas de la época que consideraban a la mujer como un ser de­ terminado por el útero y por su destino de madre. La histerización del cuerpo de las mujeres, su reducción al útero, es, como destacó Foucault, parte de un “dispositivo de sexualidad” por el que las ciencias toman el relevo de la religión y construyen la identidad de los individuos haciendo más eficiente y sutil el control social. Unos mínimos conocimientos biográficos prueban que Schopenhauer reacciona violentamente contra las pretensiones intelectuales de las mujeres, experimentadas en la figura de su misma madre que presidía un salón literario y escribía obras que en su momento tuvieron mayor repercusión que las del hijo. No es la ausencia de referentes femeninos que destaquen por el intelecto lo que genera tales discursos sino justamente su presencia, percibida como amenaza que se cierne sobre el futu­ ro. La inmemorial identificación de mujer y sexualidad se viste con una nueva terminología: Eva y la serpiente, tantas ve­ ces representada con voluptuosas curvas femeninas, reciben aho­ ra el nombre de Voluntad de Vivir. Esta es una fuerza ciega que ocupa el lugar del noúmeno kantiano, es energía universal subya­ cente al mundo fenoménico. Sin embargo, como representante directa de la Voluntad de Vivir, la mujer es considerada menos culpable que el hombre ya que su desarrollo cerebral es menor

y predomina en ella el sistema “ganglionar”. Puede interponer, por lo tanto, menos mediaciones a la ley natural. Su responsabi­ lidad moral en la continuación de la cadena de dolor de los seres vivos no es tan grande como la del hombre. La homosexualidad masculina es interpretada por Schopenhauer como un signo de la menor dependencia del va­ rón respecto al instinto. Se trataría de un error en la elección de objeto que probaría la debilidad de los dictados naturales en el sexo caracterizado por la actividad racional. Toda referencia al lesbianismo es omitida a pesar de ser un tema frecuente de la literatura y pintura eróticas del siglo anterior. Por otro lado, el ascetismo que preconiza frente al horror de la Naturaleza y su eterno ciclo de nacimiento, dolor y muerte no le impide justifi­ car la moral de la doble norma. Así, afirma que la capacidad del hombre de fertilizar a muchas mujeres explica su natural poliga­ mia mientras que el adulterio femenino es inaceptable. La vio­ lación también ha de ser interpretada como estrategia de la Vo­ luntad inconsciente para conseguir sus fines reproductivos. La extraordinaria popularidad que adquirieran finalmen­ te las teorías de Schopenhauer se debe en gran parte al lugar central que otorgaba a la sexualidad en la metafísica y al funda­ mento filosófico concedido a la misoginia. El modelo burgués de mujer-madre encerrada en el hogar y hombre-sostén de la familia adquiría así el rango de Naturaleza: una Naturaleza opre­ sora que limitaba la libertad individual masculina. Si, en el siglo anterior, al hilo de las necesidades demográficas, las mujeres habían sido criticadas por no responder suficientemente al mo­ delo de madre289 y se les había exhortado a oir las voces de la Naturaleza, el pesimismo schopenhaueriano y su público entu­ siasta las desprecia por ser pura Naturaleza. El concepto de double 289 Cf. Badinter, E. Latnour en plus, Histoire de Vamour maíernel (XVJI-XX). París, Flammarion, 1980.

bind desarrollado por la escuela de Palo Alto parece presidir a menudo la dinámica patriarcal. Me gustaría señalar que la recepción española de las ideas de Schopenhauer y Kierkegaard en Miguel de Unamuno care­ ce de la misoginia de estos autores. La Mujer es la Madre pero encarna el ágape, no el eros. En Del sentimiento trágico de la vida (1913) su rasgo fundamental es la compasión. La Doña Inés de su DonJuan es, como destaca en el prólogo el mismo Unamuno, “maternal y virginal”, hermana y madre, redentora. Esta dife­ rencia puede ser debida a múltiples causas, desde personales a filosóficas, pero entre las más relevantes a efectos de nuestro análisis podríamos destacar la influencia del culto católico a la Virgen-Madre como figura mediadora fundamental y la menor fuerza de las reivindicaciones feministas en el sur de Europa a finales del sigloXDCy primera parte del XX, Si el discurso filo­ sófico contemporáneo que identifica mujer y sexualidad surgió como fenómeno reactivo frente a las pretensiones de algunas mujeres ilustradas de universalizar los derechos civiles y políti­ cos y alcanzar el estatuto de individuo autónomo propio de las democracias modernas, es lógico que haya mostrado menor vi­ rulencia donde estas pretensiones eran más débiles. Quizás la tradición de identificación de la mujer con el sexo alcance su mayor elaboración metafísica con Schopenhauer pero con Otto Weininger logra su expresión intelectual más cru­ da y la adhesión de innumerables lectores desde la publicación, a comienzos de nuestro siglo, del célebre libro Sexo y carácter (1902). En él, se continúa afirmando que la sexualidad es sólo un “apéndice” de la vida del hombre. Por ello, éste puede objeti­ varla, hacerla consciente. Muy distinto es el caso de la mujer: “el hombre conoce su sexualidad, la mujer, en cambio, no es cons­ ciente de ella, y de buena fe puede ponerla en duda, porque la mujer no es otra cosa que sexualidad\ porque es la sexualidad misma. La mujer por ser sólo sexual no nota su sexualidad, pues para hacer cualquier observación es necesaria la dualidad, Cosa que es posi­

ble para el hombre, tanto desde el punto de vista psicológico como desde el anatómico, ya que no es únicamente sexual: puede, si así quiere, ponerle límites o dejarla en amplia libertad, es decir, negarla o aceptarla, ser un Don Juan o ser un asceta”.290 Para Weininger, como para la mayoría de los hombres de su época, existían dos tipos de mujer: la madre y la prostituta. Mientras que el objetivo de la primera es tener un hijo y responde a la caracterización general de las mujeres que hacía Schopenhauer, la segunda persigue únicamente el falo. Pero, en el fondo de toda madre, sostiene nuestro autor, siempre hay algo de prosti­ tuta, mientras que la “prostituta absoluta” es un tipo más puro. Entre ambos extremos encontramos la totalidad de las mujeres en diversos grados de combinación de estos elementos. Obser­ vemos la similitud con la teoría de Freud de la búsqueda del pene a través del nacimiento del hijo varón» Apoyándose en Platón, Weininger opone amor a sexualidad. El amor perfecto prescinde de la unión carnal, el acceso sexual a una mujer la degrada a los ojos del hombre. El ascetismo agustiniano dicta su afirmación de que la sexualidad pertenece al “reino de lo in­ mundo”. Dada la caracterización de las mujeres como mera sexua­ lidad, explica el movimiento feminista como un fenómeno bio­ lógico de intersexualidad. Algunas mujeres con rasgos masculi­ nos —y, por lo tanto, con aspiraciones superiores a las demásarrastran en determinados períodos históricos a otras que las imitan. El mismo punto de vista sostiene Henry James en la novela The Bostonians. Es evidente el aire de familia que tiene esta explicación con el “complejo de masculinidad” con el que Freud interpretaba las conductas de mujeres que desafiaban los límites de su género. El interés médico de fin de siglo por los estados intersexuales tiene estrecha relación con la fuerza del 290 Cf. Weininger, O. Sexo y Carácter, Barcelona, Península, p. 99.

;ufragismo en esa época. Así, por ejemplo, el prestigioso rndocrinólogo español Gregorio Marañón apoyó la teoría de la «sexualidad originaria de todo ser humano. Hombre absoluto r mujer absoluta serían tipos inexistentes en la realidad. De nanera similar a la teoría de la bisexualidad freudiana, esta duaidad le permite explicar por la biología la aparición de rasgos y onductas que no corresponden con los modelos de género, lesactivando así su fuerza deslegitimadora del modelo dorm­ íante. La dualidad Eva-María de la religión o madre-prostituta le-Weininger permanecen latentes en la oposición que establee entre “voluptuosidad y maternidad” como energías que se teutralizan mutuamente. Para Marañón, la voluptuosidad es una energía de sentido viriloide y, por tanto, antagónica de la nergía específicamente femenina, que es la aspiración y la fuñ­ ió n maternales”.291 Como para Unamuno, el eterno femenino s esencialmente madre. Afirmará que ni la sensual Carmen ni i intelectual Madame de Warens son propiamente femeninas. Sexualidad y cultura siguen siendo espacios de la libertad masulina. 3. Cuando, más tarde, la sexualidad ya no sea considerada adena que ata el individuo a la especie sino liberación frente al •rden represivo burgués, la figura de la mujer mediadora ad~ [uiere nuevos significados sobre la base de la antigua identiicación de la mujer a la Naturaleza y a la sexualidad. Resulta mposible en estas breves líneas hacer referencia a todos los as­ uetos e implicaciones de tales teorías que he examinado con profundidad en trabajos más extensos 292Me limitaré a difereniar dos vertientes principales de esta conceptualización contes­ 1Marañón, G. La evolución de la sexttalidad y los estados intersexttales, Madrid, 1930, .246. 2 Cf. Puleo, A. Dialéctica de la sexualidad. Género y sexo en la filosofía contemporáea, Madrid, Cátedra, 1992.

tataria de la sexualidad. Por un lado, el surrealismo (en la línea de André Bretón) y la izquierda freudiana con una figura posi­ tiva de la mujer como facilitadora de la revolución gnoseológica y/o social, por otro, el erotismo transgresivo de Georges Bataille que eleva la prostituta a mediadora hacia el Mal concebido como experiencia de soberanía liberadora. Ambas vertientes se mue­ ven dentro de un pensamiento esencialistá de la sexualidad pero poseen importantes diferencias que no son ajenas a sus respec­ tivas opciones políticas. Reich, en la tradición rousseauniana del hombre natural propone el retorno al paraíso perdido, relacio­ nando liberación sexual y liberación política. Algunas pintadas de los estudiantes en las calles de París durante los aconteci­ mientos de mayo del 68 recogerán esta propuesta. Así, por ejem­ plo, se podía leer en los muros de la Sorbona: “Cuanto más hago el amor más ganas tengo de hacer la revolución. Cuanto más hago la revolución, más ganas tengo de hacer el amor”.293 Según Reich, la represión sexual crea las condiciones necesarias para la dominación política. En el principio era el matriarcado, el comunismo primitivo de libertad y felicidad. Desde la antipsiquiatría, David Cooper propone la política del orgasmo para minar la conciencia normal burguesa.294 Lo pulsional es lo auténtico y el yo es una máscara que ha de ser destruida por la potencia orgásmica. El objetivo era crear un hombre nuevo. A diferencia de Reich, Marcuse prefiere situar el matriar­ cado al final de la Historia, cuando la sexualidad polimorfa haya vencido a la tiranía genital o astucia de los poderes establecidos. 293 La revista Partísatis, cuyo ejemplar de octubre-noviembre de 1966 se dedica a Reich, se titula “Sexualité et répression” (32-33, Paris, Masbut) también, “Sexualité et répression II”, July-october, 1972. 204 “La poíitique de í’orgasme” en Verdiglione, A. (comp.) Sexualité et polifique. Documente du Congrés International de psychanalyse, Milán, 25-28 de noviembre, 1975, 10-18 Feltrinelli Ed. 1975.

Acorde con las reflexiones de Adorno y Horkheimer, Marcuse ve en la mujer al sujeto revolucionario pulsional que puede des­ empeñar el papel abandonado por el proletariado /.../ a condi­ ción de que no se contamine ocupando posiciones de poder masculinas como pretendía el feminismo liberal del momen­ to.295En virtud de su exclusión de la civilización, la Mujer, vin­ culada históricamente á la Naturaleza es la única capaz de re­ conciliar al Hombre con ésta y dotar nuevamente al mundo de sentido. En su particular versión de la teoría hegeliana del pro­ greso de la humanidad, el patriarcado y la represión de la sexua­ lidad son el necesario momento de la negación que precede a un futuro lúdico de sublimación no represiva y libertad. Como para el jefe de filas del surrealismo, el futuro es femenino y en él se producirá “el retorno de lo reprimido”. Desde un enfoque muy distinto, Georges Bataille coinci­ de en reconocer cualidades liberadoras a la sexualidad. Pero, ene­ migo de una revolución sexual que terminará con el pudor y las prohibiciones, apuesta por él erotismo transgresivo. Como es evidente, sólo puede haber transgresión cuando hay límites an­ teriormente fijados. El pudor femenino es así la imprescindible barrera que preserva la existencia del placer. Esta oposición del teórico de la transgresión a toda revolución sexual debería ha­ cernos reconsiderar algunas críticas demasiado absolutas a esta última realizadas desde el feminismo. Que la “revolución sexual” se caracterice por su androceñtrismo y signifique, probablemen­ te, una adaptación del siempre metaestable patriarcado no sig­ nifica que las transformaciones sociales que produjo muestren un saldo total y absolutamente negativo para las mujeres. En todo caso, no podemos idealizar las condiciones anteriores.296 Bataille compara la relación heterosexual con un sacrifi­ cio. El erotismo se caracterizaría por su componente tanático 295 Marcuse, H. “Marxismo y fem inism o” en Caías de nuestro tiempo, Barcelona, Icaria, 1976.

gratuito, irreductible a la razón burguesa administradora de lo útil: [la violencia] es deseada como la acción de aquel que desnuda a su víctima, a la que desed y quiere penetrar. El amante produce la disgrega­ ción de la mujer amada como el sacrijicador sangriento realiza la del hombre o animal inmolado. En tas manos del que la asalta, la mujer es desposeída de su ser.Junto con su pudor, pierde esafirme barrera que la separaba de los demás y la hacía impenetrable. Bruscamente, se abre a la violencia deljuego sexual desencadenado en los órganos de la reproduc­ ción, se abre a la violencia impersonal que la desborda desde afuera.297 Considera Bataille que la democracia moderna, respetuosa de los derechos de todos los individuos, termina por anular la so­ beranía de todos y cada uno. N i la mujer que trabaja ni la esposa pueden ser el verdadero objeto femenino de deseo ya que per­ tenecen al mundo de la razón instrumental en el que los sexos comienzan a confundirse. Sólo puede serlo la prostituta, figura imprescindible de la sociedad.298Como destaca Habermas, mien­ tras que para Horkheimer y Adorno la parte oprimida de la naturaleza subjetiva esconde la posibilidad de una “felicidad 296 El significado de las transformaciones sociales de las últimas décadas en toriio a las prácticas sexuales ha sido objeto de una larga y conocida polémica dentro del feminismo. En los seminarios del Instituto de Investigaciones Femi­ nistas de la Universidad Complutense de Madrid hemos tenido ocasión de dialogar con K. Barry y C. Vanee. En España la polémica pro-sexo y antipornógrafas no ha tenido ía misma virulencia. Sus temas han sido tratados por Raquel Osborne en La construcción sexual de la realidad, Madrid, Cátedra, 1993. En cuanto a la idealización de las sociedades tradicionales, que nos han pasado por la “revolución sexual”, he expresado mis reservas en un análisis de Sexo y destino de Germaine Greer, en Puleo, A. “De Marcuse a la sociobiología: la de­ riva de un feminismo no-ilustrado” en Isegoría 6 , 1992. Número coordinado por Amorós, C. Feminismo y ética, Consejo Superior de In /estigaciones Científicas-Instituto de Filosofía, Madrid. 297 Bataille, G. UErotisme, Paris, Ed. du Minuit, 1957, pp. 100-10Í. 298 Bataille, G. Histoire de Veroiisme. Oeuvres completes, Vil , Paris, Gallimard, pp. 122-123.

sin poder”, para Bataille esta naturaleza alcanza su plenitud en la violencia.299De manerafundamentalf la pulsión del hombre sobera­ no hace de él un asesino.300 Por ello, el erotismo, animalidad sagra­ da cuyo núcleo oculto descubriera el marqués de Sade, tendrá un papel fundamental en su propuesta de socialismo libertario como superación de la sociedad burguesa y del comunismo cosificantes. De otra manera, la energía excedente del organis­ mo vivo y de la sociedad se consumiría en la guerra. Nueva­ mente encontramos la mujer en el papel de mediadora, esta vez, como encamación del erotismo, salva a la sociedad de su des­ trucción en un acto de sacrificio sustitutorio. Según Bataille, los espíritus “solidarios” que protestan contra las miserias de la pros­ titución no comprenden que la prostituta es una figura clave de la civilización en tanto receptora de la agresividad, del odio ontológico encerrado en el erotismo. Esta idea no es totalmente nueva, ya el marqués de Sade había afirmado en La phüosophie dans le boudoir que la única forma de neutralizar adecuadamente el despotismo que late en el corazón del hombre es canalizarlo a través de la prostitución para que no perturbe el orden políti­ co. Para Bataille, el hombre es sed de infinito, negación de todos los límites, incluso de aquellos puestos por él mismo, como los tabúes que afectan a la sexualidad. Fascinado, aunque críti­ co, ante el fenómeno del nazismo, preocupado por la debilidad del tejido social atomizado en las democracias europeas -pro­ blema que califica de decadencia de la virilidad, como lo de­ muestra su artículo “El aprendiz de brujo” en el que los térmi­ nos “virilidad” y “viril” se repiten en numerosas ocasiones—exalta la función unificadora de los ritos y los mitos. Su teoría del erotis­ mo transgresivo es, indudablemente, una variante moderna 299 Habermas, J. El discursofilosófico de la modernidad, Madrid, Taurus, 1989. 300 Bataille, G. Annexes. Oeuvres completes, VIII, p. 515.

de los mitos regeneradores del pacto entre varones. La difusión y entusiasta aceptación acrítica en medios intelectuales progresistas de esta teoría del erotismo transgresivo se debe probable­ mente a su exaltación del vínculo intragenérico masculino en un momento en que asistimos al acceso de las mujeres al ante­ riormente vedado espacio público del trabajo asalariado, la cul­ tura y la política. ¿Anticipación filosófica de las fantasías porno­ gráficas de la industria audiovisual actual? 4. Naturaleza, sexualidad y mujer son conceptos que he­ mos encontrado estrechamente enlazados en el pensamiento filosófico examinado. Alternativamente valoradas como Mal y como Bien, estas tres categorías configuran una reelaboración simbólica de las relaciones entre los sexos en un momento en el que éstas se hallan en proceso de cambio en la sociedad, impug­ nadas por las reivindicaciones de igualdad. En el mejor de los casos, incluso el discurso revoluciona­ rio -por ejemplo en W. Reich—se vale de categorías que son el producto de un proceso de reiflcación por el que los sexos son definidos sin tener en cuenta el sistema de relaciones sociales que los constituyen. Las mujeres son pensadas como lo Otro ajeno a la razón instrumental dominadora. Y Marcuse se apre­ sura a pedir la conservación de esta pureza salvadora que ya no es castidad sino liberación de las pulsiones en un contracultural olvido de ese yo burgués autónomo de la Modernidad que las recién llegadas al mundo de lo público —auténticas parvenúesreclaman como un derecho. Para decirlo con conceptos de Celia Amorós, nuevamente las mujeres son “las idénticas” pero ahora con misión soteriológica 301 301 Las mujeres siempre han sido “las idénticas” ~a diferencia de los varones que siempre han constituí-ido entre ellos un "espacio de iguales” en el sentido, no exactamente de ámbitos igualitarios, sino de pares en tanto que varones, en tanto que miembros del genérico que, a título de tal, tiene el poder y en el que, por tanto, se vuelve importante discernir quien es quien. Cf. Amorós, C. Tiempo defeminismo, Madrid, Cátedra, 1997, p. 211.

Mediadoras para el Bien o para el Mal, eslabón de la cade­ na que ata a la especie, redentoras compasivas, Naturaleza ori­ ginaria pura y liberadora o “Naturaleza maldita” que con su sa­ crificio impide la mutua destrucción de los hombres, el ser de las mujeres sigue, en estas conceptualizaciones de la sexualidad, siendo heterodesignado como correlato de la autodesignación masculina. Esta función subsidiaría alcanza su máxima expre­ sión en la teoría de Bataille que es presentada por su autor como proyecto de paz para la sociedad democrática de los iguales. Hoy, el ascetismo schopenhaueriano despierta poco en­ tusiasmo y las perspectivas utópicas de la izquierda freudiana tampoco consiguen demasiados adeptos. En cambio, el erotis­ mo transgresivo de Bataille parece inspirar las representaciones hegemónicas de la sexualidad, lo cual no significa que efectiva­ mente en cada caso las influencie sino que el filósofo supo cap­ tar (y contribuyó a proyectar), en sus grandes líneas, el rumbo de la construcción de la sexualidad en las modernas sociedades de masas. Este rumbo no es el único pero es el dominante. Sólo el pensamiento feminista puede mostrar el componente políti­ co de este discurso de la transgresión que está vinculado a la gran transformación de las relaciones entre los sexos en las de­ mocracias modernas.

ÉTICA DEL PLACER Graciela Hierro

(Universidad Nacional Autónoma de México) quien controla tu placer te controla a ti Lezek Kolakowski

1. En este trabajo deseo emprender la reflexión filosófi­ ca sobre aspectos relevantes de la moral vigente en su versión latinoamericana, utilizando la perspectiva de género, para cri­ ticarla, con base en una ética sexual hedonista, útil para orien­ tar las decisiones morales en el logro del desarrollo personal; entablar relaciones eróticas más placenteras con los demás y contribuir al bienestar social.302 Para iniciar el análisis comienzo por aclarar la perspecti­ va de género que orienta la reflexión, para enseguida referir­ me a la teoría ética que prefiero, y al tipo de lógica de los ar­ gumentos morales que, a mi juicio, constituyen las herramientas teóricas apropiadas para criticar la moralidad, en su versión de la doble moral sexual enfocada en los problemas del amor libre, el divorcio, la homosexualidad, la contracepción, y otros similares. Debo advertir que no ofreceré, en cada caso, mi 302 Q tra versión de este artículo ha sido publicado en: García, M.C. Las nuevas identidades, México, Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, 2002, pp, 59-68.

visión moral de estos problemas; me limitaré a presentar ejem­ plos de crítica, con base en los criterios racionales, para ser utilizados por los agentes morales. Finalmente deseo comentar la ética hedonista con su consideración central de placer como propuesta de vida. Don­ de me muevo en tres niveles del placer sexual, caracterizados como sexualidad, erotismo y placer. 2. No nacemos mujeres ni hombres, la sociedad nos convierte en mujeres u hombres. Los sistemas sexo-género son los conjuntos de prácti­ cas, símbolos, representaciones, normas y valores sociales que las sociedades elaboran a partir de la diferencia sexual anátomofisiológica y que dan sentido a la satisfacción de los impulsos sexuales, a la reproducción de la especie humana, y en gene­ ral, a todas las formas de relación social entre las personas.303 El género que se nos adjudica al nacer, confiere un lugar en la jerarquía social a los seres sexuados. Este lugar da razón de la subordinación del género femenino al masculino, en to­ das las organizaciones sociales conocidas. El género es el sexo socialmente construido. La perspectiva de género esta funda­ mentada en la observación de las diferencias entre ambos gé­ neros, que inciden en la teoría y en la practica, produciendo contradicciones evidentes al escrutinio racional. 3. La ética es, en verdad, la másfácil de todas las ciencias; cosas muy natural, puesto que cada uno tiene la obligación de construirla por sí mismo, de sacar por sí solo, del principio supremo que radica en su corazón, la regla aplicable a cada caso que ocurra... señala Schopenhauer en Los dos problemasfundamentales de la Etica. La ética constituye la reflexión filosófica sobre la moral vivida; es un procedimiento racional que analiza el significado

de los conceptos y determina la validez de las decisiones mo­ rales, es decir, da legitimidad a los juicios con base a la lógica del razonamiento moral. En suma, la Etica es el estudio de la moralidad como la psicología es eí estudio de la conducta in­ dividual y la Sociología de la conducta social o grupal huma­ na. La Etica Filosofía moral constituye la ciencia de la for­ mación de la conciencia moral, el fundamento del “arte de vivir”. La conciencia moral nace cuando por primera se expe­ rimenta el valor de las personas y durante el resto de la vida se está en proceso de formación. Se cuestiona acerca de cuáles acciones respetan ese valor de las personas y cuáles acciones lo vejan. El valor de la persona es su dignidad. Se dice que una es persona “de conciencia” si trata de actuar en una forma acorde con la dignidad propia, y de las demás que se ven afectadas por sus propias decisiones. Las decisiones éticas son personales e intransferibles y nadie puede escapar de elaborar su propia éti­ ca, con menor o mayor conciencia moral y destreza intelec­ tual, para lograr el desarrollo personal y la solidaridad social, tal como afirma Schopenhauer en la cita que inicia este apar­ tado. 4. En la experiencia humana hay un sentido básico de que las cosas no son como debieran ser. Dado que los seres humanos tenemos conciencia moral, podemos reflexionar so­ bre lo que nos sucede y también imaginar mejores alternativas de vida. En relación con el mundo natural y con el mundo so­ cial, nos damos cuenta de lo que nos falta y necesitamos, y de lo que carecemos y nos gustaría tener. Por ejemplo: es mejor no tener frío, hambre, estar en peligro de daño, accidentes y de muerte, sufrir temblores y enfermedades. Por parte de los seres humanos, es mejor estar a salvo de la agresividad y el ataque de otras personas; fuera de los pleitos con la familia o los vecinos. Las dos categorías de bien y mal resultan de la ✓

generalización de la experiencia humana, de lo que se consi­ dera agradable o desagradable. Son el resultado de generalizar las experiencias negativas y positivas como se han vivido a tra­ vés de los tiempos. Se pueden decir que surgen de la memoria de la especie humana , de lo que se considera deseable evitar y de lo que se considera deseable repartir, y como se apuntó más arriba, se formulan en máximas de vida, prescripciones, nor­ mas y leyes para dirigir en sentido general la conducta. Estas son las ideas acerca del bien y el mal en cada país y situación geográfica, varían con las épocas históricas y con los ciclos de vida, al cambiar las situaciones y los conocimientos de las per­ sonas. Nuestras ideas y creencias acerca del bien y del mal se expresan en la ética. 5. La moral o moralidad consiste en todas las formas de comportamiento de conducta que son enseñadas a cada uno de los miembros de una comunidad, con el propósito expreso de que sean cumplidas. Es una institución social en sus oríge™ nes, en sus sanciones, y en sus funciones. Se forma en la vida comunitaria de los seres humanos, en el trato cotidiano surge la necesidad de decidir sobre qué conductas y cuáles evitar, y así, se prescriben las máximas de acción y reglamentos que se aprueban y se sancionan por el grupo. Las normas varían de tiempo a tiempo y de lugar a lugar y constituyen la suma de experiencias de la humanidad. La moralidad cambia de acuer­ do con las localizaciones geográficas, las épocas históricas, las clases sociales, el género y los ciclos de vida. Se ve afectada por la ideología de la época, el clima de opinión y el escenario en que se desarrolla.304 6. La religión Judeo-Cristiana que es la más familiar en nuestra cultura, sostiene la idea de un legislador divino que propone reglas morales. Puede pensarse que las reglas mora­

les deben ser cumplidas para agradar a la divinidad, sin embar­ go, en la visión común de la de la moral cristiana, el legislador divino toma en cuenta el bienestar de sus creaturas. Sin duda la moralidad occidental ha sido influida por la moral judeocristiana, pero a su vez la m oralidad cristiana ha sido influenciada por las moralidades de todos los pueblos que abra­ zaron la cristiandad. No hay fundamento en decir que sin el cristianismo o la religión la moralidad es imposible. Todas las sociedades históricas tienen una moralidad en el sentido de un conjunto de perspectivas de cómo sus miembros deben o no comportarse, tampoco puede suponerse que la moralidad sin religión se deja flotando, sin soporte. También la religión necesita apoyo racional. Sin embargo, es cierto que si declinan las creencias religiosas, se afecta, no la existencia de la morali­ dad, sino el contenido de los códigos morales. 7* El fundamento de la moral sexual es el llamado man­ damiento de la moral sexual de occidente. Es el punto de par­ tida del deber ser en las sociedades cristianas o postcristianas. Este mandato se expresa afirmando que las relaciones sexuales deben ser exclusivamente heterosexuales, y no debe realizarse ninguna actividad sexual fuera de las monogámicas, que por lo menos en la intención, son para toda la vida y buscan la finalidad de procrear. Si fallece uno de los cónyuges, el otro puede volver a casarse. Los esposos no deben ser parientes consanguíneos cercanos. Los matrimonios de padres-madres, hijos-hijas son completamente prohibidos. También hay va­ riaciones en las actitudes acerca del divorcio, aunque se consi­ dera siempre la necesidad de que exista alguna “ofensa” «que legitime la separación, tal como el adulterio, el abandono, la crueldad física y mental y otros afines. La norma moral exclur ye la unión libre, las relaciones homosexuales, el uso de anticonceptivos, el aborto voluntario y la inseminación artifi­ cial. Al considerar la norma anterior, de inmediato, salta a la vista que ha sido ampliamente transgredida, no sólo en lo que

se refiere al comportamiento sexual, sino que también ha sido cuestionada en principio, por la existencia de una doble moral sexual. 8. La moral sexual parece como una y la misma para to­ dos, hombres y mujeres, niños, jóvenes y viejos. Sin embargo, de hecho las normas no se aplican de la misma manera, si se trata, por ejemplo de la conducta de los hombres y mujeres en casos similares; es por ello que se denomina “doble moral” sexual a la consideración asimétrica de las prohibiciones y re­ comendaciones morales. Se trata de una normatividad dife­ rente, más laxa para hombres y más estricta para las mujeres, en las sociedades patriarcales. Dado este doble criterio, por ejemplo, la continencia premarital se refuerza sólo para las mujeres “decentes”, y la prostitución femenina es aceptada, para las “otras”, como medida de prudencia para “salvar” a las que serán madres. Se ha pretendido justificar la normatividad asimétrica aduciendo que es “lo natural”, dada la diferencia entre los sexosgéneros masculino y femenino, en cuanto a la consideración del deseo sexual.305 9. La humanidad ha avanzado en forma espectacular en el camino del control y la superación de los llamados “estados naturales”. Los ha configurado y adaptado a los fines humanos creando así el “hábitat” cultural humano. Sin embargo existen campos de la experiencia humana donde “lo natural” se erige como criterio supremo. Específicamente en el campo de la moralidad sexual “lo natural” se postula como criterio deter­ minante y así se afirma que las normas morales aparecen como surgiendo en forma originaria de “la naturaleza humana”. Se dice que el deseo sexual masculino es incontrolable, “por na­ turaleza”, y que el deseo sexual femenino es más débil, y por

tanto puede ser pospuesto. Sin embargo lo aprobado moral­ mente depende de la interpretación que se levanta de las funcio­ nes biológicas de los sexos, las cuales se erigen como la base de la consideración de “lo natural”. La función reproductiva de la especie hum ana se eleva a marco de referencia para la prescriptividad moral sexual, obviamente por la importancia que reviste para la perpetuación de la especie. En última ins­ tancia, la normatividad moral dependerá del papel que se ad­ judique históricamente respecto de la procreación a cada uno de los géneros que forman la pareja. La historia nos muestra como lo que se considera conducta buena o valorada para los hombres, en general no lo es para las mujeres, como ya lo advertimos antes. Nunca ha sido el comportamiento moral permitido, idéntico para ambos géneros. Esto se legitima en el hecho de que no cumplen ambos la misma función dentro de la procreación. Esta consideración, generalizada a la conducta no genital, hace que en todas las épocas, con matices diversos, aparezca el doble nivel moral que no es únicamente sexual, sino que permea todo el ámbito de la conducta sancionada morálmente. El rasgo principal que distingue la moralidad sexual positiva masculina de la femenina es precisamente la consideración asimétrica del placer orgásmico. Se acepta mo­ ralmente que los hombres ejerciten su sexualidad para obte­ ner placer, no así en el caso de las mujeres. Para estas se da una reglamentación estricta en lo que respecta a la obtención de la gratificación sexual. La explicación inmediata de este hecho, se debe que el placer sexual masculino no trae consigo conse­ cuencias objetivas. El hombre no concibe, en su cuerpo no aparecen muestras visibles de que se ha iniciado el ejercicio de la sexualidad genital. En el cuerpo femenino se ofrecen, de inmediato pruebas objetivas; la pérdida del himen puede cons­ tituir una muestra visible de que se ha iniciado la relación ge­ nital, la cual se convierte en prueba irrefutable en el embara­ zo, cuyo producto es de enorme repercusión social, el nuevo

ser: de allí que el poder patriarcal reglamenté el placer feme­ nino de acuerdo con los intereses hegemónicos que son siem­ pre los masculinos. Lo “natural” para el hombre es gozar de su sexualidad; lo “natural” para la mujer es procrear. La repro­ ducción humana, de interés social, debe ser vigilada y regla­ mentada por la comunidad entera, controlando el placer fe­ menino. La sexualidad masculina puede ser otyeto de elec­ ción personal. Consumándose así la sexualización del poder.306 10. Tal como afirman los estudios llevados a cabo por Michel Foucault (1984)*, la moralidad, a partir del Siglo XDC, está centrada sobre la conducta sexual; paulatinamente se vive la sexualización de la moralidad, es decir, se considera que lo moral se centra en el ámbito de lo sexual y se formula una normatividad estricta para cada género. En nuestro país, se piensa en general, que para las muje­ res se considera moral la mínima actividad sexual fuera del matrimonio. Para los hombres la máxima actividad sexual, antes, durante y después del matrimonio. Como advertimos antes, la doble moral sexual confor­ ma los “ideales” de vida por género. Para las mujeres jóvenes el ideal, sentido de vida y trabajo exclusivo, es el matrimonio. El objetivo primario del matrimonio no es el amor o la com­ pañía de la pareja sino la procreación dentro de una familia. La tarea femenina más valiosa es su dedicación al hogar y ser madresposa.307 En este sentido, el valor personal máximo de la mujer, en tanto joven, se centra en la conservación de la virginidad, por lo menos en apariencia, para aumentar las posibilidades de un buen matrimonio. La joven soltera que hace el amor inde­ pendientemente deí matrimonio, sin perspectiva inmediata de 306 Hierro, G. 1998. 107Hierro, (1990) p. 195.

éste, puede perder seriamente la oportunidad de casarse o por lo menos reduce su viabilidad de acceder a un “buen” matrimonio. Por “buen” matrimonio para la joven se entien­ de la unión con un buen proveedor. El “buen” matrimonio para el joven es la unión con una mujer atractiva, sumisa, bue­ na ama de casa y que desee procrear para formar una familia. El valor masculino -dentro de la moral sexual- más impor­ tante, no es alcanzar el amor, sino demostrar su virilidad, con­ siderada ésta como su capacidad libidinal. Es por ello que la moral masculina considera de suma importancia aprovechar cualquier oportunidad para demostrar la masculinidad. En caso contrario se puede interpretar la conducta en forma negativa, conducente a dudar de su virilidad, y lo que resulta peor, la posibilidad de ser considerado como homosexual. 11. El género (masculino y femenino) constituye el fac­ tor de mayor peso dentro de los elementos que condicionan y conforman la doble moralidad sexual. Las normas se entien­ den en el sentido corriente como las disposiciones que deter­ minan una conducta a seguir calificada de buena o de mala, en' el caso de las normas morales. Generalmente, las normas son del tipo “medio” y “fin”, es decir teleológicas. Eljure, es decir, la formulación expresa de la norma al parecer es la misma para ambos géneros, sin embargo, de facto existe una prescripción no explícita que rige la conducta real “enmascarada”, es decir, lo que de hecho llevan a cabo las personas. La doble moral sexual se produce porque no existe igualdad política entre los géneros femenino y masculino. Se considera al género feme­ nino como diferente y la diferencia se registra como inferiori­ dad, específicamente en todos los espacios que suponen jerar­ quías. Esto se ve como lo “natural”, lo moral, lo prudente, lo conveniente y lo justo, en el ámbito de la familia, de lo laboral, de lo social, lo político y lo religioso. Esta circunstancia es con­ secuencia de las organizaciones patriarcales, modelo de casi todas las instituciones humanas actuales, independientemen­

te del régimen político y económico que presenten en los paí­ ses contemporáneos. La forma de superar la doble moral sexual se alcanza paulatinamente en la medida en que las mujeres luchan por la igualdad ética y política del género. Esto sucede cuando ellas toman conciencia de que la diferencia no signifi­ ca inferioridad y acceden a una educación que favorece la vi­ sión igualitaria, que permite la consideración personal más allá de los papeles biológicos tradicionales de madresposa. El acceso a la cultura, por parte de las mujeres, así como el prestigio personal, permite superar la actitud moral asimétrica. El pro­ blema más grave para las mujeres en su lucha por la igualdad, para alcanzar la superación de la doble moral sexual, es la con­ ciliación de su deseo de maternidad, con el anhelo de desarro­ llo personal y contribución social, puesto que, al acceder las mujeres al mundo del trabajo, siguen siendo responsables casi exclusivas—del cuidado infantil, el trabajo doméstico y los rituales familiares, lo cual le acarrea doble y triple tarea.308 12. El viejo puritano reprimía el sexo y era apasionado, nosotros los nuevos puritanos, liberamos el sexo y reprimimos el amor. (M. Foucault, Historia de la sexualidad, T.l) La sexualidad y su diversidad de elección no es el único tópico de la moralidad, sin embargo es una cuestión que a to­ dos nos atañe de manera muy profunda, y creo que por enci­ ma de todas las demás cuestiones de la conducta, nos permite expresar en la práctica nuestras convicciones morales más pro­ fundas. Porque los individuos como tales, tenemos muy poca influencia sobre lo que sucede en el mundo, sobre todo en materias tan importantes para la salvaguarda de la humanidad, como por ejemplo, la amenaza de guerra nuclear, los desastres ecológicos, los conflictos de generaciones, de géneros, clases y razas, las enfermedades como el cólera y la amenaza del SIDA. Sin embargo, nos toca hacer decisiones acerca de nuestra con­ 308Hierro, G. (1990).

ducta sexual en nuestra vida personal, y si somos maestras o maestros, médicas o médicos, políticas o políticos, también hemos de decidir en nuestra vida pública en todos los casos haciendo uso de nuestra conciencia moral. En este último apar­ tado comentaremos la perspectiva de ia ética sexual hedonista, que a mi juicio me permite orientar las decisiones morales en el logro del desarrollo personal, para entablar relaciones eróti­ cas y contribuir al bienestar social. 13. En su Etica, Spinoza sostuvo que No llamamos a algo bueno porque lo sea sino porque lo deseamos. El objetivo del pre­ sente apartado es identificar el hedonismo con la ética como su lugar, su discurso y propósito. Bajo esta perspectiva el pla­ cer se considera el bien y el mal el displacer, que debe ser dis­ tinguido del sufrimiento. El sufrimiento es materia de la en­ fermedad psíquica y física aliviable por el arte terapéutico (me­ dicina, psicoanálisis, psiquiatría). El mal es el intento fallido de alcanzar el bien y por tanto produce remordimiento. Es el desconocimiento del camino apropiado para alcanzar el pro­ pio placer básicamente por desoír la voz del cuerpo, a que con­ duce el método del cuidado de sí que recomienda Foucault como se apuntó arriba. El cuerpo es el yo profundo, la autointuición: la dimensión ética del “dentro” que da lugar a lá paz consigo mismo/a. La ética del “fuera” es la conciliación con los otros. Más estrecha con los queridos, más sueltas con los ajenos. Salvando la falacia de la omnipotencia que supone ia capacidad del yo para resolver, cambiar el ser y el hacer de los otros. El deber se centra en alcanzar el placer, el placer es sobrevivencia, vitalidad, autenticidad, risa, alegría, sociabili­ dad, erotismo y amor, en suma, todo lo que constituye el bienvivir. El ciclo de vida condiciona ia percepción del placer, es por ello que esta visión ética no propone reglas, sino crite­ rios para orientar nuestras decisiones morales. Como son: la prudencia, la solidaridad, la justicia y la equidad. Todos éstos

permeados por la responsabilidad de sí y de las y los otros. Las reglas sólo son útiles en momentos apurados, cuando no se tiene tiempo para pensar y se actúa obedeciendo a las máximas de conductas que todos poseemos, por ese conocimiento mo­ ral que se nos ha inculcado desde temprana edad. 14. Si analizamos la conducta sexual vemos que la sexua­ lidad,. el erotismo y el amor no son sinónimos. Entrañan ex­ periencias distintas y cumplen funciones diversos. La sexualidad alcanza la consumación y puede terminar en la saciedad. Parece que las actividades puramente genitales no requieren de los afectos, del misterio o de la seducción, más bien de la gimnasia y del éxito de la empresa, que se con­ centra en descubrir a la presa, —sujeto del deseo—instrumentar la estrategia necesaria y liquidar a la víctima. La propaganda — de la hazaña—es parte importante de la sexualidad así concebi­ da. 15. Conviene en primer término separarlo de “porno­ gráfico”. (La pornografía busca producir excitación sexual, uti­ lizando cualquier medio; etimológicamente se relaciona con la prostitución). Alguhos de los elementos sexuales pertene­ cen al erotismo y otros a la pornografía. La pornografía es la descripción de la mecánica corporal del encuentro amoroso. El erotismo es la dirección al sentido estético de tales sensa­ ciones. Está íntimamente unido al placer y requiere de la se­ ducción y de misterio. Se finca en el discurrir lento del deseo, que paulatinamente va encontrando su satisfacción, no nece­ sariamente en la consumación genital. La finalidad del erotis­ mo no es la saciedad, sino la conservación de la emoción. Y abarca infinidad de manifestaciones afectivas y estéticas. En la novela erótica, por ejemplo, pueden no suceder escenas sexua­ les, es el clima erótico el que caracteriza el ambiente. El erotis­ mo es vitalidad, es la liberación de la libido. La integración a la totalidad, el descubrimiento de la belleza, la armonía, el equi­ librio y la pasión de la entrega.

El displacer es el fracaso del placer, que supone la falla del erotismo, y en esta perspectiva ética, el sufrimiento no tie­ ne sentido purificatorio. Sólo se justifica como condición de posibilidad del placer, es decir, lo que se considera “dolor ne­ cesario”, por ejemplo, en el caso de sufrir una operación para alcanzar la salud perdida. Paradigmáticamente el placer mayor es el erotismo y lo estético -en ía relación- se interpreta en su comprensión plena de la sensación más la belleza, con el pre­ dominio de la sensualidad. 16. Nada mejor, para hablar del amor, que comenzar con una cita de Ovidio el maestro del Arte de Amar, del siglo I de nuestra era. Va dirigida al romano, pero sin duda es útil tam­ bién para la y el mexicano, dice: “...el romano que ignore el arte de amar, lea mis versos y, aleccionado con tal lectura, ame”. Al final de las lecciones dirigidas primero a los hombres y lue­ go a las mujeres, ruega que, en agradecimiento por el placer conseguido, ambos afirmen esta sentencia: “Ovidio fue mi pre­ ceptor”. Porque el amar se aprende, y nuestros grandes maes­ tros y maestras han sido, Ovidio, Platón, Diótima, Shakespeare, en tiempos pasados; Erich Fromm, Erica Jung, Colette, y otras/ otros ampliamente conocidas/dos por la literatura amorosa, que es la maestra de la vida. El Amor supone el ejercicio del erotismo, tal como apun­ tamos antes, más el contenido supremo de la afectividad, la preocupación por la/el otra/otro, y el olvido de sí en la entrega mutua. Es sumamente difícil alcanzar, y requiere de afecto, cuidado, responsabilidad, entrega y erotismo. Cuando se vive, constituye el supremo sentido de la existencia. Cuando se pier­ de, se experimenta el duelo más doloroso. El auto-amor guía las decisiones éticas, con prudencia, solidaridad, justicia y equi­ dad. Lo anterior se expresa en la máxima de San Agustín: “Ama y haz lo que quieras”, porque no puedes errar. 17. Hemos recorrido el camino señalado ai inicio del trabajo. Nos referimos a la moralidad vigente, en el ámbito de

lo sexual, todo lo que constituye la “doble moral sexual”. Uti­ lizamos la perspectiva de género que permite elevar la crítica de lá versión asimétrica de la moralidad para los géneros. Ofre­ cimos una visión “a vuelo de pájaro” de la ética, como la filo­ sofía moral para legitimar la moralidad vivida. Y finalmente expresamos algunas ideas acerca de la sexualidad, el erotismo y el amor, fundamento de una Etica sexual hedonista, a nues­ tro juicio, acertada para guiar nuestra conducta sexual. No ofre­ cimos reglas, juicios de valor, prescripciones acerca de la con­ ducta sexual debida, puesto que pensamos que es materia de decisión personal, libremente asumida por las/los sujetos mo­ rales, dado que lo que nos construye como humanos es preci­ samente ser constitutivamente morales. Esto significa que so­ mos seres libres y dignos: Libres, puesto que nos toca actuar y hemos de evaluar nuestra conducta y legitimarla racionalmente, al basar nuestras decisiones en los valores libremente elegi­ dos, apoyados por nuestro conocimiento de la realidad y nues­ tros ideales de vida. Todo lo cual va conformando nuestra pro­ pia dignidad.

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