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Spanish; Castilian Pages 178 Year 2022
Pellicer in progress Segundas lecciones solemnes a la Soledad primera de D. Luis de Góngora y Argote
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CLÁSICOS HISPÁNICOS Nueva época, nº. 27 Directores: Abraham Madroñal (Université de Genève / CSIC, Madrid) Antonio Sánchez Jiménez (Université de Neuchâtel) Consejo científico: Fausta Antonucci (Università di Roma Tre) Anne Cayuela (Université de Grenoble) Santiago Fernández Mosquera (Universidad de Santiago de Compostela) Teresa Ferrer (Universidad de Valencia) Robert Folger (Universität Heidelberg) Jaume Garau (Universitat dels Illes Ballears) Luis Gómez Canseco (Universidad de Huelva) Valle Ojeda Calvo (Università Ca’ Foscari) Victoria Pineda (Universidad de Extremadura) Yolanda Rodríguez Pérez (Universiteit van Amsterdam) Pedro Ruiz Pérez (Universidad de Córdoba) Alexander Samson (University College London) Germán Vega García-Luengos (Universidad de Valladolid) María José Vega Ramos (Universitat Autònoma de Barcelona)
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Pellicer in progress Segundas lecciones solemnes a la Soledad primera de D. Luis de Góngora y Argote Valentín Núñez Rivera Estudio y edición
Iberoamericana – Vervuert Madrid – Frankfurt 2022
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Esta obra se publica con el apoyo de
Proyecto «Vida y escritura II» [PID2019-104069GB-I00] Ministerio de Ciencia e Innovación
Centro de Investigación en Patrimonio Histórico, Cultural y Natural, Departamento de Filología, Universidad de Huelva
Proyecto «Épica y política en el Siglo de Oro» PAIDI, Junta de Andalucía, Unión Europea
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47). Derechos reservados © Iberoamericana, 2022 Amor de Dios, 1 – E-28014 Madrid Tel.: +34 91 429 35 22 - Fax: +34 91 429 53 97 © Vervuert, 2022 Elisabethenstr. 3-9 – D-60594 Frankfurt am Main Tel.: +49 69 597 46 17 - Fax: +49 69 597 87 43 [email protected] www.iberoamericana-vervuert.es ISBN 978-84-9192-270-4 (Iberoamericana) ISBN 978-3-96869-272-2 (Vervuert) ISBN 978-3-96869-273-9 (e-book) Depósito Legal: M-7259-2022 Imagen de cubierta: El rapto de Europa / Fran: Albani pinxit; Iacob: Frey sculp. Romae 1732 Biblioteca Digital Hispánica / Biblioteca Nacional de España Diseño de la cubierta: Rubén Salgueiros Impreso en España Este libro está impreso íntegramente en papel ecológico sin cloro.
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Para Mercedes Blanco, a quien tanto deben estas páginas
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ÍNDICE
Preámbulo........................................................................................................... 11 Estudio 1. De las Lecciones solemnes a las Segundas lecciones. Nuevos asedios críticos a las Soledades.................................................................................. 19 2. Los preliminares de las Lecciones solemnes y la Vida de Góngora............. 29 3. Las Segundas lecciones: de la desmesura y el plagio al tino crítico.......... 47 4. Sobre el estatuto genérico de las Soledades............................................... 59 5. La traza de la fábula: suspensión y bizantinismo....................................... 69 Establecimiento del texto................................................................................. 81 Bibliografía........................................................................................................ 83 Segundas lecciones solemnes a la Soledad primera de D. Luis de Góngora y Argote.................................................................................................................. 95 Imágenes.............................................................................................................. 139 Apéndices. Otros textos de Pellicer 1. Vida de Góngora............................................................................................. 151
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2. Preliminares a las Lecciones solemnes. Dedicatoria a don Fernando de Austria............................................................................................................. 161 3. Prólogo a las Lecciones solemnes................................................................... 165 4. Notas de las Lecciones solemnes a los doce versos comentados en las Segundas lecciones........................................................................................... 175
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PREÁMBULO
Ocho años después de la aparición de las Lecciones solemnes (1630) Pellicer comenzó a redactar unas Segundas lecciones (1638) que dejó manuscritas y muy incompletas, puesto que solo se comentaban los doce primeros versos de la Soledad primera. Acaso la razón de ser de este proyecto, nunca editado ni estudiado, estribara en el menor espacio que le había dedicado al comentario de las Soledades en el libro primero, respecto a la mayor prolijidad para el Polifemo, aparte de que hubiera podido desechar la idea de completar el comentario inicial con un segundo tomo que albergaría los poemas pequeños. Asimismo, contamos con otro opúsculo manuscrito, la Vida de Góngora (1629), que, en principio, iba a incluirse como uno de los preliminares de las Lecciones solemnes, lo que confirma su rango como edición monumental y canonizadora de Góngora, aunque finalmente tampoco pudiera llevarse a cabo, de igual modo que no se llegó a aportar otra pieza liminar, la Defensa del estilo. Ambos paratextos, uno existente y el otro perdido, junto con los demás preliminares de 1630, resultan esenciales para explicar y entender mejor los aportes teóricos de las Segundas lecciones. Por eso, a continuación del texto editado se presentan ahora en este libro, a modo de apéndice, la Vida de don Luis de Góngora, más los preliminares literarios de las Lecciones, con los grabados incluidos. De esta forma se podrán establecerse mejor las relaciones y trasvases interpretativos y polémicos entre los textos. Y es que las Segundas lecciones en su precariedad textual y su limitación exegética solo pueden entenderse cabalmente al abrigo de las Lecciones previas. En líneas generales, aunque con un afán de perfeccionamiento ulterior, este libro recoge el texto editado en red como José Pellicer (1638), Segundas lecciones solemnes, en la Édition digitale et étude de la polémique autour de Góngora / Edición digital y estudio de la polémica gongorina (http://obvil.sorbonne-universite.
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site/corpus/gongora/1638_segundas-lecciones), proyecto dirigido por Mercedes Blanco en la Sorbonne Université, Labex OBVIL.1 Se han adecuado ahora, eso sí, a la presentación impresa algunos aspectos formales relativos a los estilos, homogeneización de referencias y mise en page. Sobre todo, se ha visto aumentado lo relativo a la indagación sobre los preliminares de las Lecciones, en atención a su pertinencia para la exégesis de las Segundas lecciones. Se han añadido, en este sentido, un aparato de imágenes ilustrativas, más los apéndices (1-4), correspondientes a otros textos de Pellicer relacionados. Asimismo, se han reasignado los epígrafes del estudio previo para dotarlo de mayor coherencia, e igualmente, la bibliografía citada se unifica en un único listado alfabético para favorecer la consulta desde las referencias abreviadas. Otros muchos detalles y errores han sido mejorados y corregidos Doy, por supuesto, las más amistosas gracias a Mercedes Blanco, por proponerme inicialmente el trabajo y por la lectura y revisión detenidas del manuscrito original, con su perspicacia acostumbrada. Hago extensivo el agradecimiento a Pedro Conde y Aude Plagnard, quienes asimismo intervinieron en el proceso con sus comentarios y apreciaciones. Todos ellos, además de Jaime Galbarro, siempre atento a mis dudas, han ayudado a conformar y mejorar, desde luego, este estudio y edición, que ahora se presentan renovados.
1 Igualmente,
este estudio se ha ido desarrollando en el ámbito, primero, del proyecto «Vida y escritura I» (FFI2015-63501-P) y, actualmente, en el de «Vida y escritura II: entre historia y ficción en la Edad Moderna» (PID2019-104069GB-I00), ambos dirigidos por Luis Gómez Canseco y cuyo segundo IP soy yo mismo. El proyecto se adscribe, por lo demás, al Centro de Investigación en Patrimonio Histórico, Cultural y Natural de la Universidad de Huelva, del que formo parte.
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ESTUDIO
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Europa, doncella de rarísima hermosura… …esta tercera parte del mundo, que habitamos.
A juzgar por la fecha a que se refiere el propio Pellicer en su manuscrito, en 1638 dejó pergeñado el arranque de lo que proyectaba como una ambiciosa obra que habría de superar, de modo parcial, eso sí, las ya de por sí profusas Lecciones solemnes a las obras de don Luis de Góngora y Argote de 1630,1 un comentario2 que, según su testimonio, le había solicitado el propio Góngora.3 Ceñidas 1 Es decir, José Pellicer, Lecciones solemnes a las obras de don Luis de Góngora y Argote, Píndaro andaluz, Príncipe de los poetas líricos de España. Escribíalas don Joseph Pellicer de Salas y Tovar, señor de la casa de Pellicer, y chronista de los reinos de Castilla dedicadas al serenissimo señor Cardenal Infante don Fernando de Austria (Madrid, En la Imprenta del Reino, a costa de Pedro Coello, 1630 (25 h., 836 cols., 12 h.). Véase Rojo Alique (2010b: 590), que propone las siguientes signaturas («[]4, ¶¶2+3, ¶¶¶2+2, †-†††2+2, A-C2+2, D3+1, E-Y2+2, Z1+3, Aa-Bb2+2, Cc1+3, Dd2+2, Ee-Gg1+3, Hh2+2, Ii1+3, Kk-Zz2+2, Aaa-Hhh2+2, Iii2+3.»; con los errores «R2 por R2, Hh por Hh.») y errores en la numeración de columnas («col. 61 por 59, 62 por 60, 201 por 210, 114 por 214, 264 por 246, 273 por 261, 274 por 262, 279 por 269, 280 por 270, 113 por 313, 369 por 569, 576 por 572, 586 por 580, 97 por 697, 810 por 710, 753 por 767, 754 por 768 (en la segunda serie); repetidos los número de col. 197 y 198; el 2 de 251 invertido, a 472 le falta el 2, a 592 le falta el 2, 638 con el 3 invertido, a 709 le falta el 0; la numeración omite el 725, con lo cual pasa de 724 a 726, luego se repite 727 y desde 728 se pasa a 731; tras 734 se repiten 733 y 734 y luego sigue con 736; tras 737, 739; tras 752 se salta a 767 y sigue ahí la numeración; tras 772 vuelve a aparecer 759 y sigue la numeración»). Existe edición facsímil: Hildesheim/New York, Georg Olms Verlag, 1971. Véase, por ejemplo: http://bdh-rd.bne.es/viewer.vm?id=0000178324&page=1. 4º (BNE 2/14877). Además: http://www.cervantesvirtual.com/nd/ark:/59851/bmcvx0f2 (BNE R/25619). 2 Específicamente, Cruz Casado (2004). Los problemas bibliográficos que entraña este comentario, desde las fechas de redacción y publicación, en gran medida posterior a la petición de licencias, a las diferencias notables en los preliminares de unos ejemplares a otros, ya fueron tratados por Reyes (1918, 1919), pero ahora ha de tenerse en cuenta la imprescindible investigación, expuesta en conferencia inédita, de Galbarro (2015). 3 Véase al respecto el preliminar de las Lecciones solemnes, A los ingenios doctísimos de España […], reproducido completo en el apéndice 3: «La segunda razón por que me entré por el riesgo de comentar a don Luis fue habérselo prometido en vida a él mismo las veces que, deseoso de estudiar en él cuanto ignoraba de él, le comuniqué, y he sido tan fiel observador en cumplirlo que aun él
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ahora a las Soledades, estas Segundas lecciones solemnes a la Soledad primera de D. Luis de Góngora y Argote quedaban atenidas solo a la entrega inicial del poema, a la Soledad primera, mientras que en las columnas 251-252 de la edición de 1630 se lee, como se hace antes y específicamente para El Polifemo, Lecciones solemnes a las Soledades de don Luis de Góngora.4 Desde luego, el comentario que nos ha quedado es bastante exiguo, pergeñado para solo doce versos en total, pero brinda la medida perfecta del nuevo proceder del polígrafo. En efecto, las Segundas lecciones solemnes suponen una explanación y abundamiento, como siempre en Pellicer, respecto a las iniciales, con la aportación de escolios referidos a la naturaleza poética de las Soledades y la polémica en torno a ellas, lo que verdaderamente compete sobre todo a nuestro propósito, pero también mediante el acarreo indiscriminado de datos y fuentes absolutamente peregrinas con respecto a la elucidación de los versos. La distinción, pues, de tales aspectos, ambos presentes en las Segunda lecciones, resulta ser un procedimiento indispensable para calibrar en su sentido recto la aportación crítica de Pellicer, puesto que de los más atinados apuntamientos se pasa sin solución de continuidad a la desmesura pedantesca. Ahora bien, este aparato huero, de enciclopedismos encadenados, define perfectamente el modus operandi del autor y subraya de nuevo la causa para la animadversión generalizada de los críticos de su tiempo. Una inquina que surge, además de por la permanente sospecha de plagio, tal como se detallará después, de la evidente soberbia literaria de Pellicer. De ello da buena prueba el título de la obra, Lecciones solemnes, con el que el autor está definiendo sus comentos en tanto que discursos universitarios del más alto rango y pompa, dentro de la variedad de las posibles disertaciones públicas, es decir, como relecciones o repeticiones, a pesar de no destinarse a la enunciación oral. Sin duda, con este título ampuloso Pellicer pretendía igualarse en importancia crítica e interpretativa con el objeto de estudio. Y es que en la ambiciosa empresa comentadora Pellicer siempre vislumbró un modo de promocionarse como erudito de primer orden, genealogista, historiador, preceptista, multiplicando para ello, viniera o no a cuento, materias y aportes de la más variada lección. No obstante,
rehusó modesto […]». Además: «Yo intenté este comento de las Soledades a instancia de don Luis de Góngora mismo, a quien lo ofrecí» (col. 611). «Para cumplille a él [a Góngora] la palabra y salir de mi obligación, no he tenido pocos sustos ni medianos desvelos, que ocupación no perezosa de un año me ha costado» (col. 612). Asimismo, téngase en cuenta la Vida de don Luis de Góngora escrita por José Pellicer (apéndice 1): «Ofrecí yo en vida a don Luis el comentarle sus obras y aunque él lo rehusó entre la modestia y el agradecimiento, yo he querido cumplir mi obligación y estudiar de camino sus escritos para que, arrimado yo a su fama, consiga por él algún género de opinión» (Oliver 1996: 69). Asimismo, aparte de Oliver (1995b-1996), váyase especialmente para este último texto a Izquierdo (2018b). 4 Véase imagen 8.
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Estudio
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su labor exegética resulta imprescindible en muchos aspectos y constituye el más concienzudo aldabonazo de Góngora como verdadero autor clásico, impreso definitivamente en la edición monumental que le correspondía a su grandeza. De hecho, este proyecto megalómano, elaborado solo en parte, continuó teniendo cabida en los afanes literarios del aragonés, puesto que no solo prometió una segunda parte sino que fue trabajando en redactar nuevos comentos a las Soledades, al juzgar como algo sucintos los ya publicados anteriormente.
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1 DE LAS LECCIONES SOLEMNES A LAS SEGUNDAS LECCIONES. NUEVOS ASEDIOS CRÍTICOS A LAS SOLEDADES
José Pellicer de Ossau y Salas y Tovar (Zaragoza 1602-Madrid, 1679)1 se presenta como uno de los intelectuales más destacados y también más discutidos del siglo xvii. Se formó en la Universidad de Salamanca, donde estudió Cánones y Leyes y ocupó cargos administrativos, además de entrar en contacto con otros literatos de sesgo cultista, como, por ejemplo, Anastasio Pantaleón de Ribera y fray Hortensio Félix Paravicino, lo cual evidencia su vinculación temprana con la nueva estética culta. Desde este punto de vista, la figura de José Pellicer destaca por su papel como editor y comentarista de la poesía de Góngora, con quien, según él, tenía contacto personal. La publicación de las Lecciones solemnes (1630) constituye, sin duda, uno de los jalones clave de la polémica gongorina, cuando canoniza al cordobés como «primer poeta lírico» de España y «clásico moderno», digno de ser analizado con precisión (y desmesura) filológica. Esta obra imponente y excesiva desata una verdadera polémica dentro de la misma polémica,2 puesto que Pellicer rivaliza con los otros comentaristas gongorinos, 1 Véase,
para un repertorio de la bibliografía de Pellicer: http://portal.uc3m.es/portal/page/ portal/inst_lucio_anneo_seneca/bases_datos/bvhe/biblioteca/p_s/jose_pellicer. Para la elaboración de este escueto esbozo biográfico son imprescindibles los datos y detalles aportados por Jerez (2010) y Ponce Cárdenas (2012a), además, por supuesto, de Arco y García (2004: 5-48). 2 Véase la comparativa hecha por Romanos (1998; 2012). Además, Daza Somoano (2014). Sobre ello se abunda más abajo.
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tales como Salcedo Coronel, Díaz de Rivas, Andrés Cuesta o Vázquez Siruela, fundamentalmente por su desmedida operación de plagio, según se comprobará enseguida. En esta misma faceta de filólogo editó, además, las Obras de Anastasio Pantaleón de Ribera (por Joseph Pellicer de Tovar, Madrid, Francisco Martínez, 1634) y, aunque no los editó, redactó un largo prólogo para los Cristales de Helicona (1650) de Salcedo Coronel, tradujo la novela neolatina de corte bizantino Argenis de John Barclay (Argenis y Poliarco. Primera parte, 1626 y Argenis continuada o segunda parte, 1627) y compuso una monografía sobre el Fénix y su historia natural, escrita en veinte y dos exercitaciones, diatribes o capítulos (Madrid, Imprenta del Reino, 1630).3 Tampoco hay que olvidar su faceta de poeta, tal como se muestra en un manuscrito que perteneció a Campomanes.4 Desde el punto de vista profesional los enclaves estelares de su trayectoria lo entrañan sus nombramientos como cronista de Castilla (1629), hecho que le generará enconadas enemistades, como la que mantuvo con Lope de Vega hasta la muerte de este, quedando reflejada en el Laurel de Apolo con otras rimas (Madrid, Juan González, 1630), La Dorotea y el Tomé de Burguillos,5 y también como cronista del reino de Aragón en 1636, concesión anulada dos años después, pero restablecida en forma del cargo de cronista del Reino en 1640, por Felipe IV, que le otorgará diversas prebendas a lo largo de su vida. Este desempeño fundamenta su inmensa labor historiográfica, asimismo muy discutida, por su tendencia a la manipulación de datos, y centrada en cuatro aspectos fundamentalmente: los de genealogista,6 autor de Avisos, libelista y cronista real. El enorme caudal bibliográfico generado por Pellicer, tanto impreso como manuscrito, que resulta poco adecuado recoger aquí, quedó registrado por él mismo en la Biblioteca formada de los libros y obras públicas con el informe de su calidad y servicios.7 Desconocemos la causa por la que Pellicer comenzó este proyecto de las Segunda lecciones al cabo frustrado8 y asimismo los motivos por los que lo aban3 Muchos
y complejos problemas bibliográficos entraña esta publicación, según ha ido descubriendo la crítica, a tenor de una posible edición de 1628. Por ejemplo: Bouza (2014), Tobar Quintanar (2015), además de previamente Reyes (1918) y finalmente la exhaustiva revisión de Galbarro (2015). 4 Véase Oliver (1995a). 5 Véase solo Rozas (1990), de entre la abundante bibliografía, aunque, asimismo, el precedente de Alonso (1955; 1978b). Váyase a Núñez Rivera (2018b) e infra. 6 Para comprobar el alcance de esta faceta, la más importante del autor, resulta imprescindible el catálogo de Arco y García (2004). 7 Editado en Valencia, por Gerónimo Vilagrasa, impresor de la ciudad y de la Santa Inquisición..., 1671-1676. Véase la imagen 12. 8 El texto interrumpido se copia junto con Anales del mundo y otras obras (Epítome de la Historia Universal), ms. BNE 2066, en los ff. 185-204. Véanse Inventario General de Manuscritos
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donó, sin ni siquiera nombrarlo, como hace con todo lo demás que escribió, en su Biblioteca, algo que resulta bastante chocante, cuando sí menciona otros opúsculos que quedaron manuscritos, tales como la Vida de Góngora, por ejemplo,9 que finalmente no se incluyó, según estaba previsto, como preliminar en 1630, tal como se verá ahora. Acaso hubo de ser determinante para su traza la aparición en 1636 de los comentarios de Salcedo Coronel a las Soledades (Soledades…, comentadas por D. García de Salcedo Coronel, Madrid, Imprenta Real, 1636),10 un poema en cuyo comentario Pellicer se había quedado un tanto escueto,11 si se compara con el empeño y envergadura de los escolios al Polifemo, que lo precede en el volumen de las Lecciones.12 Tal vez aprovechaba ahora, considerando que era el momento de subsanarlo, para medirse de nuevo con Salcedo, mediante el acarreo de muchísimos escolios propios y también de otros ajenos. Además, durante los años posteriores a las Lecciones (entre 1633 y 1639) se suceden, como se detallará en breve, las ediciones y comentarios gongorinos de Hoces (Todas las obras… en varios poemas. Recogidos por don Gonzalo de Hoces y Córdoba, natural de la ciudad de Córdoba, Madrid, Alonso Pérez, 1633-34); las Cartas filológicas de Cascales (Murcia, Luis Verós, 1634); Angulo y Pulgar, Epístolas satisfactorias (Blas Martínez Granada, 1635); o la Ilustración y defensa de Salazar Mardones (Ilustración y defensa de la Fábula de Píramo y Tisbe, Madrid, Imprenta Real, 1636).13 Y otro aspecto que se debe tener en cuenta es que a esta abundancia de textos gongorinos impresos pudo unirse como acicate una nueva maniobra de promoción y prestigio después de 1637, año en que Pellicer consigue el puesto de cronista mayor de Aragón. Sin duda, con las Segundas lecciones perseguía sobre todo el distanciamiento y distingo del resto de editores gongorinos, con los cuales resulta evidente la confrontación crí(1959: 485-486) y http://bdh-rd.bne.es/viewer.vm?id=0000042207&page=1. Véanse las imágenes 10-11. Además, nota 37. 9 Véase infra para más detalles sobre el opúsculo, reproducido en el apéndice 1. Especialmente, Oliver (1995b-1996) e Izquierdo (2018b). 10 Salcedo Coronel, en el Polifemo de don Luis de Góngora comentado, afirma: «y muy largamente disputado este y otros lugares en las Lecciones solemnes que hace a las obras de nuestro poeta don José Pellicer de Salas, cuyo florido ingenio va enriqueciendo con loables fatigas nuestra patria» (106v). Y Pellicer, en un posliminar al Polifemo, en las Lecciones solemnes: «Pero en tanto que otros sudaban en esta arena, intenté correrla yo. No entiendo llego primero al palio, aunque salí antes, pero en estudiosas tareas el que acierta madrugó más; al que yerra el trasnochar no se le alaba, y el premio se le debe al seso, no a la prisa, sin que tenga disculpa en lo temprano» (col. 350). 11 Véase Lecciones solemnes: «En esta primera [Soledad] me he contentado con solo dar a entender lo que don Luis quiso decir en muchos trozos…» (cols. 523-524). Es idea desarrollada por Ponce Cárdenas (2012b: 73-74). 12 Jaime Galbarro (2015) considera que inicialmente existirían las Lecciones solo al Polifemo y que luego el proyecto total se expandiría con menores proporciones. 13 Véase el listado de Jammes (1994). Asimismo, Pérez Lasheras (2009).
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tica, no solo por la exhaustividad o prolijidad en las notas concretas, sino por la apología que se hace del estilo de Góngora, al igual que ocurre en algunos de los escolios contemporáneos, como, por ejemplo, lo había hecho Salazar Mardones en su Ilustración y defensa. Téngase en cuenta, a la vez, que en estos años Pellicer redacta al menos dos textos teóricos, que han quedado igualmente manuscritos: el Epílogo de los preceptos del poema heroico, escrito para la Academia de Madrid (1635?-post 1639?)14 y la Idea de la Comedia de Castilla y arte del estilo cómico (ca. 1639-1640),15 reflexiones ambas sobre los modos poéticos y su decoro estilístico, a las que habrá que volver. Así pues, en ese contexto crítico, Pellicer vislumbra el poder dotar a sus nuevas notas de un cuerpo doctrinal del que carecían las Lecciones, y tal como faltaba en todos los comentarios amplios. Ese aparato reflexivo acaso se contuviera completo y organizado en la Defensa del estilo, prometida como preliminar para las Lecciones solemnes, pero que nunca llegó a adjuntarse, a pesar de existir la mención explícita en una portadilla interior,16 que hace las veces de advertencia. Tal vez quedara redactada definitivamente para incorporase en estas Segundas lecciones de 1638. No podemos asegurarlo, en cualquier caso. Aunque, en realidad, aquí también se menciona el escrito como algo ya acabado y a cuya consulta se puede remitir al lector («Pero de esta materia queda bastantemente dicho en la Defensa del estilo»), porque el rastro en 1630 parece una presunción sin fundamento, por más que en la Vida manuscrita, ya citada, lo refiere también: «Dejemos agora el discurrir sobre el estilo, pues luego diremos de él en su defensa».17 Y ya lo había sacado a relucir en El Fénix («[…] yo lo diré en la defensa del estilo que sacaré al principio de mis Lecciones solemnes muy presto…»18), lo que prueba que es un escrito de gran valor para él y en el que está trabajando en ese período. Ahora, sin embargo, parece tenerlo terminado, por lo que resulta, en todo caso, muy extraño que no se conserve un autógrafo del mismo, ni que lo cite Pellicer en su Biblioteca, siendo obra tan importante como había de ser. Entonces, repitamos, con la idea quizá de completar ese texto teórico, y, de seguro, los escolios subsiguientes, Pellicer decide, inmediatamente después de haber aparecido las Lecciones, solicitar a sus amigos los testimonios más importantes 14 Obras
varias, I, ms. BNE 2235, ff. 65-68. Sánchez (1961). previamente en el mismo ms. Véase Sánchez (1961 82-89). Además Porqueras Mayo (1963) y Profeti (1966-1967). 16 Que consigna: Vida y escritos de Don Luis de Góngora. Defensa de su estilo. Véase imagen 6. 17 Izquierdo (2018b). Además, Oliver (1996: 65). De hecho, al margen derecho del título, figura en el ms., al lado del título, una apostilla no dedicada a ser impresa: «Háblese de los quatro estilos». 18 Izquierdo (2018b) y Oliver (1996: 65). 15 Copiado
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de la polémica gongorina, alguno de los cuales desconocía hasta ese momento, entre ellos las respuestas al Antídoto contra la pestilente poesía de las «Soledades». Como ha estudiado Iglesias Feijoo (1983), consta documentación epistolar de que le escribe a Amaya,19 quien le brinda sus apuntes inéditos sobre las Soledades y lo pone en contacto con Francisco Cabrera, para que le pida el Examen del abad de Rute, del que no dispone de copia. Sí había contado, no obstante, en 1630, con el fundacional Discurso apologético de Díaz de Rivas, además de con los materiales de Salcedo y Salazar Mardones, quienes le reprocharon en varias cartas cruzadas el abuso en su utilización plagiaria, tal como estudiaron Reyes (1919) y Alonso (1982a), y se precisará después. Se conserva, por ejemplo, una carta de Amaya dirigida a Pellicer solicitándole que le enviase el Examen del «Antídoto» del abad de Rute, lo cual podría llevarnos a pensar que pudo proporcionarle copia también del texto de su amigo Cabrera: En lo que vuestra merced manda le envíe los demás papeles, procuraré buscarlos y los remitiré. La Apología de don Francisco de Córdoba no la tengo, prestela y quedáronse con ella; quien pienso que la tiene es el padre fray Francisco de Cabrera, de la Orden de San Agustín, que vive en Antequera, que es una persona muy curiosa de estas cosas.20
También sabemos que le fue prestado el manuscrito Defensa de los errores que introduce en las obras de D. Luis de Góngora D. García de Salcedo y Coronel, su comentador. Ms., año 1636 y que se olvidó de devolverlo a su autor.21 Dos ejemplos, en efecto, de cómo manejó comentarios de mano, que tuvo a su disposición. Pues bien, del mismo modo que silenció las ideas de varios autores en 1630, he podido constatar ahora por primera vez que, en el caso de las Segundas lecciones, Pellicer plagió también sin remilgo alguno un testimonio de la polémica que no se había publicado, la Soledad primera del príncipe de los poetas españoles, don Luis de Góngora, ilustrada y defendida,22 atribuida con mucho fundamento a Francisco Cabrera,23 quien, como he dicho, se la hubo de facilitar junto con el Examen. Una obra que en gran medida habría de contener, acaso, muchas de las ideas de Amaya, dada la fluencia epistolar de ambos. A juzgar por el manejo 19 Citado por Ryan (1953: 432). El primero, afirma él, en comentar a Góngora, aunque solo la Primera Soledad. 20 Iglesias Feijoo (1983: 186). 21 Jammes (1994: 702). 22 El texto será citado siempre a partir de la edición de Osuna (2009). Véase además, para el contexto de la polémica en esos años, Osuna (2008). 23 Osuna (2012, 2014).
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indiscriminado de esta «ilustración y defensa» (y nótese el doble esquema, ya visto con Salazar Mardones) me parece que Pellicer ideó sus Segundas lecciones solo para la Soledad primera, con el fin de seguir en todo el material que saqueaba a su antojo, ceñido solo a esa parte inicial. Cronológicamente, como he adelantado ya, estas Lecciones complementarias se sitúan al final de una década de reverdecimiento de la polémica con muchos testimonios en pro y en contra, que arranca con los propios Comentarios de nuestro autor, ya listos en 1628, a juzgar por los paratextos legales de las Lecciones, y los de Salcedo al Polifemo (El Polifemo…, comentado por Don García de Salcedo Coronel, Madrid, Juan González, 1629) y las Soledades (1636) (o mejor, incluso, desde Obras en verso del Homero español Luis de Góngora que recogió Juan López de Vicuña, Madrid, Luis Sánchez, 1627,24 tras la muerte en 1627) y que se continúa luego, entre otros textos, mediante La Dorotea, el Burguillos, Cascales, Angulo25 y, por fin, con el comentario de Salcedo a las Soledades y el de la Tisbe (por Salazar Mardones), poema que Pellicer también había anotado en 1630. Precisamente, en el mismo 1638 aparecen impresas la Égloga fúnebre a don Luis de Góngora de Angulo y Pulgar (Sevilla, 1638)26 y la Defensa de la patria del invencible mártir san Lorenzo (Zaragoza, Hospital Real, 1638) de Andrés de Uztarroz,27 al igual que de un año después las Lusíadas de Luis de Camoens, Príncipe de los poetas de España. Comentadas por Manuel de Faria y Sousa, Madrid, 1639.28 Así pues, algo más de una década de ediciones, comentarios, adhesiones y refutaciones de Góngora, desde la muerte del poeta en 1627 a este año de 1639, en la que Pellicer se sitúa en el centro de ese espacio de relaciones y tensión críticas.29 Y es que podría considerarse que, sobre todo a partir de 1629, en que alcanza el puesto de cronista de Castilla, Pellicer ansía lograr el reconocimiento como filólogo, traductor, comentador de textos y autores, mediante una densidad de propuestas que no se dará en su trayectoria posterior. Así, el periplo se inicia con la traducción de la Argenis y luego, prácticamente a la vez, se van desarrollando las Lecciones y la Fénix, unido al proyecto continuador de las Lecciones, más la edición de Pantaleón de Ribera en 1634. Las Segundas lecciones 24 Moll
(1997). aparecen aquí las ediciones gongorinas sin comento: Todas las obras, 1633 (2); 1634 (2); Delicias del Parnaso, en que se cifran todos los romances liricos, amorosos, burlescos, glosas, y decimas satíricas del regosijo de las musas el prodigioso don Luis de Góngora, Barcelona, Pedro Lacavailería, 1634. Véase Rojo Alique (2010a, 2010b). 26 Cruz Casado (2007). 27 Incluida en el Catálogo de Jammes (1994) para su edición de las Soledades, guía imprescindible para el estudio de la polémica. 28 Asimismo, Pérez Lasheras (2009). Para una valoración conjunta de la polémica son imprescindibles los trabajos de Blanco, especialmente Blanco (2012b, 2013). 29 Véase Núñez Rivera (2018b) para más detalle. 25 Asimismo,
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vendrían entonces a concluir este período filológico inicial, que dará paso a un Pellicer más concentrado en su labor de historiador y genealogista. Hasta donde se me alcanza, fue Alfonso Reyes30 el primero en mencionar la existencia del ms. de la Biblioteca Nacional, donde se encuentra un testimonio del texto, privilegiado puesto que, como veremos, es autógrafo. Hoy se tiene noticia de dos traslados más, dato que corroboraría la circulación manuscrita de estos segundos comentos, siquiera en los círculos intelectuales adeptos al cordobés.31 Este manuscrito, o al menos las Segundas lecciones, es autógrafo de Pellicer, dato que no se aporta en la ficha bibliográfica de la BNE,32 ni tampoco en el Inventario General de Manuscritos (1959), pero que se puede comprobar comparando la letra con algunos manuscritos de la Real Academia de la Historia indiscutiblemente autógrafos.33 Esto le concede, por supuesto, un altísimo valor como testimonio de la obra. Aunque Artigas34 lo cree así, y aunque parece sugerirlo también Oliver,35 este fragmento no es, sin embargo, ni forma parte tampoco, de ese segundo tomo de comentarios que anuncia Pellicer ya en 1630. En esa segunda parte prometida el autor de las Lecciones solemnes se proponía co30 Reyes
(1919: 268). (2015) ha localizado dos copias más, ya citadas: una se encuentra en el fondo mayansiano del Colegio de Corpus Christi de Valencia (Mestre Sanchís [1986-87: 262]; BAHM, 339, pp. 1-43) y el otro manuscrito, en la Biblioteca de la Universidad de Cambridge, ms. Add. 294. 32 El volumen completo se describe como «Obra selecta. 204 f.; 302 x 206 mm. Encuadernación en tafilete verde; hierros dorados en tapas y lomo. Tejuelo: «PELLI / CER / EPITO / ME / DE LA / HIST / VNIVER». En blanco las h. 5v, 12, 45, 145, 184v y 190. «Procedente de la Biblioteca Real». Véase http://catalogo.bne.es/uhtbin/cgisirsi/0/x/0/05?searchdata1=a4978881 y la reproducción facsimilar en BDH: http://bdh-rd.bne.es/viewer.vm?id=0000042207&page=1. 33 Por ejemplo, los Papeles sobre la casa y familia de Avendaño, señores de Urquizu y de Villarreal, de Álava. RAH, ms. 9/146, ff. 2-30, https://bibliotecadigital.rah.es/es/consulta/resultados_ busqueda.do?autor_numcontrol&materia_numcontrol&id=312425&forma=ficha&posicion=1. Véase imagen 13. 34 Artigas (1925 211-212) afirma: «Pellicer, que preparaba un segundo tomo de Lecciones solemnes, sólo escribió el comienzo, que se conserva en la Sección de manuscritos en la Biblioteca Nacional». 35 Oliver (1995b: 55). Dice exactamente: «Se ha solido relacionar con este proyecto la existencia de un fragmento autógrafo titulado Segundas lecciones solemnes A la Soledad Primera» [mss. 2066 de la Biblioteca Nacional de Madrid, ff. 185r-204r], constituido por una reacotación de los dos versos que inician la primera de las Soledades; si así fuese, y dado que este texto se escribía en 1638 [fol. 187v: «corre este año de 1638 en que esto se escrive», Pellicer no habría abandonado su idea de proseguir anotando a Góngora tan temprano como supone Iglesias Feijoo [1983: 191]: «El abandono de sus trabajos gongorinos [de Pellicer] debió de ser temprano, pues no parece que adelantase casi nada en la preparación del tomo II de sus Lecciones. Acaso hastiado por la mala acogida que algunos brindaron a su comentario, decidió dejar el campo libre a otros, que, pese a lo que se ha dicho algunas veces, no llegaron casi nunca a entender tan agudamente como él los versos del cisne andaluz». 31 Galbarro
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mentar los poemas breves de don Luis, líricos, burlescos y satíricos. No sabemos qué pudo ocurrir con esa segunda parte o si solo era un proyecto no cumplido a la postre, pero lo cierto es que existe un testimonio de Salcedo Coronel (en el Comento a los sonetos de 1644, p. 771) donde se refiere a un manuscrito con un comentario pellicerino al soneto «Aljófares risueños de Albïela…» (Carreira 2000: 360, 558-559). Dice así: «Este soneto escribió don Luis en la muerte de una dama portuguesa, que según he visto en el epígrafe de un manuscrito de don Joseph Pellicer…».36 De hecho, como puede comprobarse en el texto editado ahora, una de las particularidades de estas anotaciones posteriores con respecto a las primeras radica en el gran número de citas de los sonetos y de otros fragmentos poéticos de Góngora, aducidos como lugares paralelos y apoyo del comentario y procedentes acaso de sus materiales para el segundo tomo solo ideado. Incluso cita unos versos de El doctor Carlino (II, 9).37 En varios momentos de su libro de 1630, como se ha dicho ya, menciona Pellicer el proyecto de su comentario en dos tomos. Copio el más expresivo de todos,38 sito al final de la última nota a la Tisbe: Con esto, a mi parecer, quedan sosegadas tantas contiendas como sobre este escrúpulo ha habido, y yo he llegado a ver el fin a este Primer tomo de mis Lecciones solemnes a don Luis de Góngora, en el cual, si no se me agradeciere el trabajo que he puesto y el estudio que me cuesta explicar tan difíciles conceptos, frases tan nuevas y estilo tan culto como el de nuestro poeta, no culparé mi cuidado, sino mi fortuna, que es distinta cosa la diligencia del acierto […] Hallarán aquí por lo menos un borrador de noticias los estudiosos de todas facultades […] Procuraré emendallos [los yerros que habré cometido] en el Tomo segundo de mis Lecciones solemnes a todas las demás obras de D Luis de Góngora que publicaré con el favor de Dios muy presto (cols. 834-836).39 36 A
partir de García Jiménez (2014: 295). Asimismo, Jammes (1994: 688). se especificará después en el «Establecimiento del texto», la dedicatoria de las Soledades conforma una sección I en la presente edición, mientras que la Soledad misma supone una sección II. Cada una de ella contiene sus notas correspondientes. 38 Véase en el prólogo a las Lecciones solemnes: «Salen ahora las obras más principales en este primer tomo, para que en el segundo les quede lugar a las menores, si bien varón tan grande como don Luis merecía espíritu más elevado que el mío» (apéndice 3). El deseo de publicar una segunda parte con comentarios a las restantes obras de Góngora lo manifiesta, además, en la dedicatoria al Cardenal Infante. 39 Además, existe una mención también en el prólogo a las Lecciones solemnes a un tomo primero que implica otro segundo: «Entre la mucha que yo tengo bien se me permite decir el trabajo que me ha costado escribir este primer tomo de Lecciones solemnes, porque los autores que he visto son muchos, como puede verificarse luego, las autoridades han sido infinitas y no sacadas de Polianteas, como pretende notarme alguno en mi Fénix, que piensa me sucede a mí lo que a él, pues hay muchos que regulan por sus defectos los que sospechan en otros, o si no el 37 Como
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Y ese empeño en completar la labor comentadora inicial la conocen asimismo algunos de sus amigos. Francisco de Amaya, por ejemplo, en carta de tres de junio de 1630, y en otra algo posterior, le animaba al trabajo y le recomendaba que no se olvidase de incluir la Comedia de Isabela.40 Sin embargo, respecto a las palabras de Pérez de Montalbán en su Para todos, ejemplos morales, humanos y divinos (Madrid, Imprenta del Reino, 1632) de que «tiene para dar a la estampa a la Segunda parte de las Lecciones solemnes a don Luis de Góngora» (f. 284), no se puede saber con certeza si se trata del segundo tomo de las Lecciones solemnes o ya de las Segundas lecciones a las Soledades, aunque parece más probable que se refiera a lo primero. Desde luego, el razonamiento que ha mantenido la crítica (y en algún caso se han confundido los dos empeños acrecentadores) para explicar la no publicación del segundo tomo se basa en la interpretación de una autocensura o inhibición por parte del propio Pellicer, debido a los reproches a las Lecciones primeras e incluso al Fénix.41 Sea como fuere, lo que sí parece claro es que en 1638 sus intereses han cambiado y esa mudanza ha de ir vinculada a la postergación del proyecto inicial, a favor de otro nuevo, representado fragmentariamente por las Segundas lecciones. Pellicer se mueve así desde la edición completa de Góngora a un posicionamiento más decidido en la polémica, que se centra sin duda y sobre todo en las Soledades. De ahí que la ideación del segundo propósito paralice o excluya la consecución del primero.
curioso vaya cotejando los lugares, y por el que hallare le doy licencia para que diga que lo son todos» (apéndice 3). 40 A partir de Iglesias Feijoo (1983: 179-180, 181-182). 41 Galbarro (2015) propone que en un principio el comentario se aplicaba solo al Polifemo y que luego se amplió, razón por la que la extensión de estas notas es muy superior al resto. Ahí estaría también la motivación de explanar las de las Soledades.
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2 LOS PRELIMINARES DE LAS LECCIONES SOLEMNES Y LA VIDA DE GÓNGORA
Para el mejor conocimiento del proyecto editorial de las Lecciones primeras, lo que arroja, asimismo, luz sobre las segundas, resulta fundamental detenerse un tanto en el comentario de dos textos, ideados en principio como preliminares del comento, pero que finalmente no se incluyeron en la edición. El primero, la Vida y escritos de don Luis de Góngora, se conserva manuscrito,1 mientras que el segundo, Defensa de su estilo, que tampoco quedó inserto, no sabemos si se ha perdido o nunca llegó a escribirse, al menos como tal. Así pues, la ausencia de dos documentos tan significativos, junto con el desorden de los preliminares entre unos ejemplares conservados y otros,2 da muestras de las prisas con que 1 Vida
de don Luis de Góngora por José Pellicer de Salas, en Parnaso Español, VII, Obras en prosa y verso; algunos impresos (BNE, ms. 3918), ff. 1-11v. Ediciones: Foulché-Delbosc (1915); Baig Baños (1918); Oliver (1996); Izquierdo (2018b). Véase apéndice 1. 2 Por ejemplo, siguiendo la propuesta de Rojo Alique (2010b): BNE, 2/14877 (BDH), R/12696, R/17344, R/25619. BNF, Tolbiac-Rez-de-jardin-magasin YG-70. BL, 87.c.16. Houghton Library, Harvard University, Houghton *SC6.G5883.S630p. Añádase BNE, 3/34647; Universidad Complutense, Biblioteca Histórica Marqués de Valdecilla, BH FLL 29396. Dice Rojo Alique (2010b: 590) al respecto: «Los ejemplares conservados en la BNE, que son los que he podido cotejar, muestran la existencia de varios estados en la edición. Aparte de la portada se incluye una portadilla (DE / DON IOSEPH PELLICER / DE SALAS Y TOVAR / LECCIONES SOLEMNES / A LAS OBRAS / DE DON LVIS DE GÓNGORA / Y ARGOTE, / CAPELLÁN DE SV MAGESTAD, / RACIONERO / DE LA STA. IGLESIA DE CÓRDOVA) que junto a los grabados genera todo un mundo de posibilidades: presencia de los tres elementos, falta de
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Pellicer quiso que la edición viera la luz, sin esperar a conseguir la licencia para esta última pieza. El esquema de los Preliminares a las Lecciones solemnes, a partir de Galbarro (2015), que ha estudiado el problema, es el siguiente: f. []1: Portadilla: «DE | DON IOSEPH PELLICER | DE SALAS Y TOVAR | LECCIONES SOLEMNES | A LAS OBRAS | DE DON LUIS DE GÓNGO RA […]». f. []1v: Texto en griego y en latín dentro de una orla rectangular de piñetas y el encabezamiento «Aduersus Inuidos Amussos». f. []2: Portada: «LECCIONES | SOLEMNES | A LAS OBRAS | DE DON LVIS DE GÓNGORA Y ARGOTE», con el pie de imprenta y el lema «Summa infelicitas | inuideri à nemine» dentro de una orla de piñetas. f. []2v: Grabado calcográfico con un emblema de Juan de Courbes. Lleva el lema: «Vltrix Invidiae Modestia» y el motivo de dos perros que muerden un erizo. f. []3: Portadilla de la dedicatoria a don Fernando de Austria, que comienza: «Al heroico, real, y cesareo nombre del Serenissimo Principe […] Don Fernando de Austria» y concluye: «[…] y consagra afectuoso estas Lecciones solemnes». f. []3v: Grabado calcográfico del cardenal infante don Fernando de Austria. f. []4: Texto de la dedicatoria que se inicia: «Ser.mo Señor, al real amparo, y a la protección Augusta de V. A. […]» (f. []4r) y concluye: «Su mas humilde criado | Que su Real mano besa, | Don Ioseph Pellicer | de Salas y Tovar» (f. ¶¶2v). El pliego []4v acaba con el reclamo «en», que se corresponde con el inicio del pliego (f. ¶¶1r). f. ¶¶3: «Censura del Padre Frai Iulian Abarca»; «Licencia del Ordinario» y «Censura del Padre Iuan Luis de la Cerda». f. ¶¶3v: «Suma del privilegio»; «Suma de la tassa»; «Erratas» f. ¶¶4: Concluyen la lista de erratas en el primer tercio del recto de la página, firmada por el licenciado Murcia de la Llana. f. ¶¶4v: Grabado calcográfico con un retrato de José Pellicer realizado por Juan de Courbes. El pliego acaba sin reclamo. alguno de ellos, portadilla antes de la portada, después de la portada, etc. Además, es frecuente encontrar ejemplares expurgados, como por ejemplo R/12696 o R/17344».
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f. ¶¶¶1: Comienza la dedicatoria «A los ingenios doctíssimos de España…», que concluye: «perpetua Fama, y posteridad eterna» y el reclamo «índice» (f. ¶¶¶4v). f. †1: Comienza el «Índice de los autores, que don Ioseph Pellicer cita en estas Lecciones solemnes […]», que concluye en el f. †††2v: «Fin del índice de los autores», y sin reclamo. f. †††3: Portadilla con el título: «Vida y escritos de don Luis de Góngora. Defensa de su estilo…». f. †††3v: Grabado calcográfico con un retrato de Luis de Góngora realizado por Juan de Courbes. f. †††4: «Túmulo honorario a la memoria grande, y en lo mortal inmortal de don Luis de Góngora y Argote […]» y el calderón: «D». f. †††4v: Comienza «D.O.M.S. PIIS, AC ERVDITIS MANIBUS» y concluye con el calderón: «vida» f. []: Folio exento «A los letores», que generalmente se ha pegado por el margen interno al folio anterior, y con el vuelto en blanco.
En fin, las razones para el apresuramiento editorial parecen ser variadas. En primer lugar, Pellicer acaso pretendía, según se ha dicho, oponer su comentario al recién aparecido de Salcedo al Polifemo (1629), hecho unido, además, a la edición primeriza de Vicuña (1627). Y luego, por supuesto, deseaba difundir lo antes posible las ofensas veladas a Lope, dispersas por todo el prólogo, como estudió Dámaso Alonso (1978, 1982a).3 Este lo había zaherido a él previamente, desde el Fénix, y sobre todo en El laurel de Apolo, 1630, por su estilo pedantesco y gongorismo poético, y lo seguirá haciendo después, en La Dorotea (Madrid, Imprenta del Reino, 1632) y en las Rimas de Tomé de Burguillos (Núñez Rivera 2018a). Y tampoco se puede olvidar un prurito de erudición, tras haber conseguido la plaza de cronista, a partir de 1629: otro hecho clave para la inquina de Lope. Precisamente, la enunciación editorial de las Rimas de Tomé de Burguillos deberían entenderse, al margen de rivalidades diversas, como una burla general de la relación establecida entre Pellicer, el editor y comentador, y Góngora, el poeta comentado, pero fallecido. Frente a ellos, Lope se erige 3 Núñez
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en editor en broma de un campeón de la poesía burlesca, poeta vivo y llano, representante de la mejor tradición patrimonial, al que edita como antídoto contra Góngora.4 Y es que justo un año antes de su muerte, Lope publicaba (1634) su testamento poético, editando las poesías del heterónimo Tomé de Burguillos, una edición cuya dispositio parece parodiar la monumental edición de Pellicer de 1630. El abundante y complejo aparato proemial incluye, desde luego, una dedicatoria y un prólogo de Lope, el editor burlesco del texto, además de un retrato5, que se asemejan bastante a las vidas preliminares hechas para otros autores en el Siglo de Oro.6 En las Rimas de Tomé de Burguillos, testamento anómalo de la carrera literaria de Lope, este se limita a funcionar como editor, aunque en gran medida abusivo, por el importante papel que se adjudica en el proceso, de un poeta burlesco y además vivo, su heterónimo. Y no realiza una edición cualquiera, sino un libro monumental, que acoge incluso una parodia de la épica con la Gatomaquia, el eje de todo el volumen, porque los poemas menores, los epigramas o fragmentos se organizan en torno a él. Es un poemario burlesco total, como nunca había habido otro en la tradición editorial hispana, por más que en los años precedentes hubieran aparecido algunos relevantes (Núñez Rivera 2010a). Así pues, Tomé de Burguillos se convierte en campeón de la poesía burlesca, con lo que desbanca en esta faceta a Góngora, Marcial español hasta entonces. La poesía clara de Burguillos se esgrime como antídoto del nuevo lenguaje gongorino, de modo soterrado, haciendo uso de una especie de polémica encubierta, como antes se dijo.7 El propio Lope en su faceta de editor se mide burlescamente con los editores de Góngora y sobre todo con Pellicer, con el que está profundamente enfrentado desde 1628, y que además editó, como referimos, a Pantaleón de Ribera en 1631 y 1634. Establece por ello una controversia en segundo grado, pues ataca no solo a Góngora, sino también a su comentador y a la vinculación editorial que se establece entre ellos, especialmente en relación con las Lecciones solemnes. La absoluta genialidad de Lope es que no limita la polémica a sus rivales constantes desde tiempos atrás, sino que, en un ejercicio totalmente original, alude a su propia trayectoria poética, a la dispositio de sus ediciones poéticas, el llamado cancionero lopesco, cuyos rasgos pasa Lope en este libro por el tamiz de la burla y la parodia. Aparte de ataques concretos a Pellicer o Góngora en muchos 4 Todo
lo correspondiente a este respecto se estudia en Núñez Rivera (2018b). 2; Núñez Rivera (2020a: 74). 6 Núñez Rivera (2020a). Véase, asimismo, Cayuela (2012). Además, Núñez Rivera-Díaz Rosales (2018). 7 Núñez Rivera (2010a). Para Lope y la polémica gongorina, véase, por ejemplo, Blanco (2008). Además, Alonso (1978); Carreño (2007). 5 Figura
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poemas del libro, como ha estudiado la crítica,8 esta chanza global por medio de la dispositio se plasma especialmente en el aparato prologal, como no podía ser de otra forma, que aparece constituido por dos aprobaciones (una de Valdivielso y otra de Quevedo), la dedicatoria y el advertimiento, ambas a manos del editor, no otro que Lope de Vega, más dos poemas laudatorios, uno del conde Claros y otro de Salcedo Coronel, y el retrato de Burguillos.9 El centro neurálgico de todo el aparato preliminar lo constituye el «Advertimiento» o prólogo de Lope a la edición, cuyas ideas se corroboran o completan en el resto de las piezas. Este es el paratexto, además, que podemos emparentar con una «Vida de poeta», según se ha comentado ya, y que identificaríamos como una parodia del género.10 Como la relación entre el editor y Burguillos es de amigos, de condiscípulos, y el poeta está vivo, esta sería un a modo de edición consultada, como Pellicer afirma que es la suya de Góngora, principalmente en el prólogo a las Lecciones solemnes (apéndice 3). Para dotar de verosimilitud al heterónimo, como personaje autónomo que es, Lope incorpora el retrato pictórico de Burguillos, en realidad un Lope travestido, y menciona su prehistoria poética, es decir, los veinte poemas religiosos presentados a las justas de san Isidro en 1620-1622 (Núñez Rivera 2018c). En ese remedo de vida preliminar, Lope explica la relación editorial con el poeta: Cuando se fue a Italia el licenciado Tomé de Burguillos, le rogué y importuné que me dejase alguna cosa de las muchas que había escrito [cuando era estudiante] en este género de poesía faceciosa, y solo pude persuadirle a que me diese la «Gatomaquia», poema verdaderamente de aquel estilo singular y notable, como vuestra merced lo podrá experimentar leyéndole. Animado con esto, inquirí y busqué entre los amigos algunas rimas a diferentes sujetos, de suerte que se pudiese hacer, aunque pequeño, este libro que sale a luz como si fuera expósito, por donde conocerá el señor lector cuál es el ingenio, humor y condición de su dueño, y en muchas partes los realces de sus estudios entre las sombras de los donaires, a la traza que el Bosco encubría con figuras ridículas y imperfetas las moralidades filosóficas de sus celebradas pinturas.11
Un proceso que queda manifiesto desde la portada: RIMAS HUMANAS Y DIVINAS, DEL LICENCIADO TOMÉ DE BURGUILLOS, no sacadas de biblioteca ninguna (que en castellano se llama librería) sino de papeles de amigos y 8 Solo
destacaré los trabajos de Rozas (1990a, 1990b). El resto se cita oportunamente en Núñez Rivera (2018b). Para la edición, véase Rozas-Cañas Murillo (2005). Además, Carreño (2002); Cuiñas Gómez (2008). 9 Núñez Rivera (2020a: 74). 10 Es el texto 12 en Núñez Rivera (2020a). 11 Rozas-Cañas Murillo (2005: 114).
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borradores suyos.12 Es decir, que el poema más importante y núcleo de todo el conjunto, la Gatomaquia, una especie de libro dentro del libro, porque dispone de su propia dedicatoria y de un soneto prologal, se lo brindó el propio Burguillos, pero los poemas pequeños, los fragmentos poéticos, los ha ido recopilando de los amigos por medio de material informe, cartapacios, borradores. Esto muestra el absoluto desinterés editorial de Burguillos y, por lo tanto, la indispensable labor del editor Lope en la conformación del volumen, incluidos los epígrafes, teniendo en cuenta además que no dispone de un tomo integri y perfecto, sino de material disperso. Por eso, y con sorna asimismo hacia el Pantaleón de Pellicer, dice que no han sido sacadas de su librería, haciendo una burla con el grecismo biblioteca empleado por Pellicer. Todas estas referencias a la relación editorial, el proceso de edición y recopilación de los textos, la función mediadora del editor, la presunción de su papel en el acto editorial, etc., tal como se trata más abajo, podrían albergar acaso una crítica a los avatares editoriales de la poesía de Góngora, asumidos por él desde los últimos años con preocupación, pero ultimados definitivamente después de muerto. Con respecto ya a la Vida de Góngora, concretamente hay que subrayar que no es un texto que surja de la sola inventiva de Pellicer, porque tiene su origen último en un escrito previo, la Vida de Paravicino, redactado para el manuscrito Chacón (Vida y escritos de D. Luis de Góngora, Obras de D. Luis de Góngora reconocidas y comunicadas con él por D. Antonio Chacón Ponce de León, Señor de Polvoranca, 1628), una biografía bastante más reducida, a causa de lo cual la crítica la ha denominado Vida menor, frente a la de Pellicer, conocida como Vida mayor. Incluso existe una especie de reescritura amplificada con interpolaciones de esta Vida de Paravicino, que se incluyó, esta vez sí, en las ediciones de Hoces de 1633 y 1634, cuando el orador ya había muerto.13 Las relaciones textuales y de autoría existentes entre las tres biografías resultan, desde luego, bastante problemáticas. Frente a las vidas de Paravicino y Pellicer, a la de Hoces se la ha conocido como intermedia. Sin embargo, su moderno editor (Izquierdo 2018c) prefiere considerarla como la Vida de Paravicino con interpolaciones. Sus conclusiones se dirigen hacia la hipótesis de que el autor de esta Vida es también Paravicino (y, no en vano, el título es idéntico: Vida y escritos de don Luis de Góngora), puesto que el estilo y lo esencial de la inventio concuerda con él, aunque sometiéndolo a un proceso de transformación, que, en líneas generales, lo complica estilísticamente, con añadidos y supresiones, que dificultan el sentido, cuando no incurren abiertamente en el error. Se debe descartar, en todo caso, que el autor sea Pelli12 Figura 2, en Núñez Rivera (2020a: 163-164). Véase asimismo la imagen en la BDH: http://bdh-rd.bne.es/viewer.vm?id=0000110541&page=1, pdf. 13 Véase el texto 10 en Núñez Rivera (2020a: 147-151).
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cer, por más que él mismo lo sostenga. Resulta desconcertante, por supuesto, que el propio Pellicer la estime como obra suya en su Biblioteca formada de los libros (f. 18v), mientras que no dice nada de la manuscrita para las Lecciones. Sea ello como fuere, Pellicer pretendía disponer la Vida de Paravicino al frente de su obra, pero, al final, el orador sagrado le hizo desistir de la idea, por miedo a que se le reprochara la participación en un libro teñido por la polémica.14 Y es que hacía poco había sufrido los ataques de Calderón15 y no se atrevía ahora con las burlas de Lope, enemigo acérrimo de Pellicer, como sabemos. Es a causa de esta negativa por lo que Pellicer se ve obligado a pergeñar a finales de 1629 su propio bosquejo biográfico, en sustitución de ese que habría dotado al aparato preliminar de un gran prestigio.16 Esta afirmación, entonces, podría tratarse de una confusión por su parte. Lo que sí parece difícil de dilucidar es si el propio Paravicino obró la permutación, deturpándose el escrito en el proceso de copia, o bien si alguno de los interventores en la edición, acaso el propio Hoces, intentó, por decirlo así, gongorizar la semblanza biográfica. De todas formas, el texto aparece firmado con la suscripción Anonymus Amicus Lubens Scripsit Moerens Posuit («Un amigo anónimo lo escribió con placer y lo depositó (como flores en una tumba) con tristeza»), que se corresponde con las siglas A. A. L. S. M. P., presentes en Chacón, muestra de un deseo de preservación del anonimato. Esta edición de Hoces, con dos reimpresiones en 1633 y otras dos en 1634,17 surge en gran medida como respuesta a la criticada edición de Juan López de Vicuña, publicada en 1627 por el editor de Lope de Vega, Alonso Pérez, que fue retirada por la Inquisición. Por eso también se decidió Chacón a copiar su bello códice en 1628, aunque llevaba casi una década con la idea de publicar a Góngora. En esa edición primera las censuras eclesiásticas de Horio y Pineda (Albisson 2020) fueron muy críticas con el poeta, por lo que la Vida en Hoces podría explicarse como una vindicación, teniendo en cuenta sobre todo que por ahora ninguna de las dos vidas preexistentes se habían publicado. Ahora bien, esta edición de Hoces fue asimismo y ha sido muy cuestionada. Se podría destacar el desprecio del anónimo autor del Escrutinio sobre las impresiones de las obras poéticas de don Luis de Góngora,18 porque se ceba precisamente con la Vida preliminar, a cuyo autor reprueba el olvido de incluir la descripción física del poeta, como solía hacerse 14 Sobre
todos estos preliminares resulta fundamental Izquierdo (2018a). (1995b: 29). 16 Véase Izquierdo (2018a, 2018b y 2018c). 17 Véase sobre todo Moll (1984). Hay ejemplares con el retrato de Góngora (imagen 16) y otros que no lo incorporan, sucediendo lo mismo con las vidas. Véase Marías (2012). Asimismo, Núñez Rivera (2020a: 147-151): para Pellicer, figura 8 (Núñez Rivera 2020a: 80), más el del ms. Chacón, figura 9 (Núñez Rivera 2020a: 81). Véanse aquí imágenes 3 y 14. 18 Guerry (2017). 15 Oliver
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en la composición de una biografía, atacando también la calidad del grabado de los preliminares, obra de Jean de Courbes.19 Pero, además, se burla de él por embrollar los datos biográficos, especialmente en lo tocante a su traslado a la corte. Sea como fuere, la Vida de Góngora de Pellicer no consistiría en un preámbulo de obligatorio cumplimiento, como los otros dos preliminares literarios insertos (dedicatoria y prólogo),20 sino que iría dispuesto con el fin de una premeditada voluntad editorial, adscribiéndose a un género paratextual con amplia tradición clásica y romance, que queda tan solo reservado a los libros de poetas canónicos, como la edición de Garcilaso, por Herrera o el Camoens de Faria e Sousa (1639), por caso, más otros de los que iremos tratando a continuación.21 Por ejemplo, el propio Pellicer, genealogista experto, realizó, como ya se ha adelantado, dos prólogos con amplio contenido biográfico para las ediciones que cuidó de Pantaleón de Ribera, también después de muerto (1631-1634), y los Cristales de Helicona de Salcedo Coronel (Madrid, Diego Díaz de la Carrera, 1650),22 todavía vivo, aparecida en 1650. En este sentido, junto con Tribaldos o Vera y Tassis, autores ambos de dos paratextos biográficos, respectivamente de Hurtado de Mendoza y Figueroa, y de Calderón y Salazar y Torres,23 Pellicer parece especializarse en este tipo de escritura biográfica, ofreciendo un discurso preliminar que condiciona el resto de la textualidad editada. Sobre todo, el texto de la de Pantaleón guarda interesantes paralelos con la Vida de Góngora. El ejercicio de la función editorial y su consideración explícita en el escrito preambular de Pellicer a los versos de Pantaleón de Ribera24 cuya intervención textual se señala desde la portada (Obras… ilustradas por Pellicer / salen a luz de la Biblioteca de Pellicer). Incluso después del corpus poético, el libro se implementa con una «Advertencia» final del librero, donde explica que se añade una «Fábula 19 Véase
Marías (2012); Cayuela (2019). Véase imagen 7. de estos dos paratextos (Vida y Defensa), y de los preceptivos preliminares administrativos, las Lecciones cuentan, como suele ser común en el Siglo de Oro, con una dedicatoria (al Cardenal Infante), más un prólogo (A los ingenios doctísimos de España). Ambos reproducidos en apéndices 2 y 3. Entre los tres textos existentes, y se supone que también ocurriría con el cuarto de la Defensa, se establece una trabazón de ideas comunicantes, centradas en varios presupuestos reiterados en la crítica gongorina. 21 Para el estudio relacionado de estas biografías paratextuales véase Núñez Rivera (2020a: 11-39). Aparte de los autores citados de un modo u otro en este estudio, también obtienen una biografía preliminar Silvestre (Núñez Rivera 2020a: 3, 101-108), Urrea (Núñez Rivera 2020a: 7, 131-138) y Paredes (Núñez Rivera 2020a: 9, 143-146). 22 Véase Ruiz Pérez (2017). 23 En orden, son los siguientes textos en Núñez Rivera (2020a): 6, 129-130; 5, 123-128; 16, 183-188; 18, 189-196. 24 Texto 11 en Núñez Rivera (2020a: 153-162). Véase Balbín Lucas (1942). Se siguen en general los planteamientos del estudio bibliográfico de Ponce Cárdenas (2003: 38-45), que no recoge el paratexto. 20 Aparte
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de Eco» del licenciado Tamayo Salazar, dedicada al propio Pellicer, de modo que se establece un contorno circular con la poderosa presencia del artífice auténtico de la edición, un producto literario del poeta, claro está, pero, al cabo, resultado material del editor. Esta edición adquiere la naturaleza de túmulo honorario o cenotafio en homenaje del amigo muerto prematuramente. Ahora Pellicer, más allá de una posible ejecución en el ordenamiento de los poemas, presume de la manipulación consciente en el entramado elocutivo de los textos. La iniciativa editorial se asume en correspondencia con una serie de predecesores modélicos, cuya labor previa le sirve como sustento legitimador. Pellicer se muestra preciso en la identificación de los numerosos materiales manuscritos de los que ha partido (Vidarte, Velada, Aguiar, Ramírez del Prado), nombrando a sus respectivos poseedores. Él mismo posee un manuscrito textualmente muy autorizado, porque procede del autor. Pero lo que más llama la atención es que Pellicer detalla todas las acciones interventoras en los poemas, de tal forma que se puede concluir que su función editorial rebasa los límites del traslado fiel de los textos, imponiéndoles modificaciones de calado, que podrían definirse como extralimitadas, por más que se base en la autoridad de un manuscrito apógrafo para realizar sus enmiendas ope codicum. Y de nuevo Pellicer, consciente de su osadía como editor abusivo, que repitamos, frente a varios casos de veladas alusiones por parte de otros mediadores, no deja de explicitar, apoyándose reiteradamente en la precedencia de esos previos, proclives a la enmienda y perfeccionamiento subjetivo de los textos, es decir ope ingenii.25 La conclusión exculpatoria de Pellicer se apoya en el deseo de brindar un texto lo más ajustado posible de su autor, que, por desaparecido, no puede restituir sus escritos al modo textual deseable. Por supuesto, la intervención editora de Pellicer, especialmente la tocante a la resta de lecturas a causa de cuestiones morales, ha de ser una consecuencia de la prohibición inquisitorial que pesó sobre la primera edición de 1631, la cual obligó a que se recogieran sus ejemplares. Con los debidos expurgos apareció contrahecha en 1634 (con nueva portada) en paralelo a una segunda edición también de 1634. La vida de Pellicer apareció también en la tercera edición de 1640 (donde los problemas de la censura como en 1634 se recogen en el arranque del texto,26 pero no ya en la cuarta (1648) ni en la de 1670. Igualmente, aunque con menor detenimiento, porque la vida de Salcedo27 (Cristales de Helicona. Segunda parte de las Rimas de don García de Salcedo Coronel, Madrid, Diego Díaz de la Carrera, 1650) se adecua especialmente a los 25 Véase
Núñez Rivera (2020a: 154-155). Núñez Rivera (2020a: 153). 27 Es el texto 13 en Núñez Rivera (2020a: 165-172). 26 Véase
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aspectos genealógicos del caballero,28 se preocupa Pellicer en 1650 por explicar la transmisión poética de los Cristales de Helicona. Y también establece divisiones internas en el escrito, a tenor de sus argumentos sobre el tratamiento de la naturaleza del libro, o bien de la calidad del autor, comentándolas reflexivamente y tomando conciencia del género prologal que está realizando.29 Pellicer no entra en ello, porque esa instancia editorial habría de proceder del autor, pero el criterio distributivo del volumen se articula conforme al trazado más extendido a partir de 1600, dando prioridad a los sonetos, abriendo luego un espacio para otras composiciones endecasílabas y terminando la estructura con los octosílabos. Pero, además, como sugiere el grabado interno, relativo al monte Parnaso, el libro debe de estar influenciado por la reciente edición de Quevedo de 1648, que, junto con el proceso editorial de Góngora, y especialmente en contrapunto a las Lecciones de Pellicer, establece un nuevo modelo editorial a mediados del xvii, que impondrá su criterio simbólico de la adscripción a las Musas como método organizativo de la enunciación impresa. Pero ya se ha dicho que la preeminencia genealógica es el rasgo destacado de este prólogo. El extensísimo árbol genético que construye Pellicer, puesto que, no en vano, es un experimentado genealogista, de la casa Coronel, de la que Salcedo («Ninguna familia floreció allí con más grandeza, más poder, ni más vasallos en los tiempos antiguos que la de Cornel, que, corrompida la voz, llaman Coronel en Castilla […]», Núñez Rivera 2020a: 167) es un digno sucesor, reconocido con dignidades que lo unen a personajes tan importantes como el Cardenal Infante o el duque de Alcalá. De tal forma es abundante aquí el espacio dedicado a la ascendencia aristocrática que el hombre, el poeta, queda prácticamente descentrado o anulado en favor de sus ancestros y el linaje con que se emparenta por vía matrimonial. Los escritos biográficos sobre Pantaleón y Salcedo, como también, por ejemplo, los de Rebolledo, Salazar, Solís e incluso sor Juana,30 mantienen entre sí un rasgo identificativo que los separa del modelo inicial herreriano, perpetuado de una u otra forma por todos los biógrafos posteriores, incluido Aldrete para Quevedo (Núñez Rivera 2020a: 179-182): un esquema de escrito equilibrado y acompasado entre la información relativa a datos autoriales y el encarecimiento de la obra presentada y la trayectoria literaria total. Ahora, sin embargo, en estos casos, la escritura biográfica se muestra descompasada, desequilibrada entre sus partes, sobreabundante en la aportación incontinente de apellidos y árboles nobiliarios, sobre todo, pero también de circunstancias o de lugares visitados. Po-
28 Pedro
Ruiz (2016, 2017b). Rivera (2020a: 165-166). 30 En ese orden, los siguientes textos en Núñez Rivera (2020a: 14, 173-178; 17, 189-196; 18, 197-201; 19, 203-213). 29 Núñez
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dría aventurarse acaso, como explicación de conjunto, que el modelo pellicerino para Góngora (por tres veces reiterado, en un hecho inusual, salvo el doblete para Garcilaso, además de Lope, Quevedo y Faria)31 verboso y amplificatorio, se ve acogido por los editores de después de 1650, quienes lo repiten incluso expandido, tal vez considerando que tal exceso verbal dota de mayor relieve, por su extensión superior, a lo que antes había sido un mero fragmento preambular y ahora se presenta como un brillante ejercicio retórico. El deseo de inclusión de la Vida gongorina denota, en resumidas cuentas, el carácter absolutamente monumental asignado a las Lecciones, como comentario canonizador del mayor poeta de España. Y a la par, supone una forma de otorgar fama póstuma a Góngora, a modo de monumento funerario, con el elogio moral del difunto, teñido a veces de un auténtico empeño hagiográfico. De hecho, le sigue, tras el retrato, un «Túmulo honorario a la memoria grande, y en lo mortal inmortal de don Luis de Góngora y Argote», con un epitafio de Pellicer.32 De forma similar, desde luego, a como lo hizo Herrera con Garcilaso. También, por supuesto, el libro implica la defensa de Góngora, sobre todo de sus Soledades, frente a los detractores y polemistas, que han ido apareciendo desde 1613. Porque, si bien en esta segunda fase impresa de la controversia, tras la muerte de Góngora en 1627, el género del comentario queda más o menos apartado del espíritu polémico, todos los preliminares de 1630 aducidos, con un evidente talante combativo, se sitúan de plano en el centro de la controversia gongorina, de tal modo que recogen algunos de sus temas de discusión, hasta ese momento. Este es el motivo, asimismo, para incorporar la ya mencionada Defensa del estilo junto con las anotaciones posteriores, practicando así un modelo mixto, que se había convertido en recurrente entre los polemistas previos manuscritos, donde se aunaba la apología inicial con las notas exegéticas concretas. Eso mismo ocurre, por ejemplo, en las anotaciones de Manuel Ponce (Silva a las Soledades de don Luis de Góngora, con anotaciones y declaración, y un Discurso sobre la novedad y términos de su estilo, 1613),33 junto con Díaz de Rivas (Anotaciones y defensa y el Discurso apologético, BNE, ms. 3906), Almansa y Mendoza (Advertencias para inteligencia de las Soledades),34 el perdido comentario de Francisco de Amaya, o la anónima Soledad primera ilustrada y defendida, a la que luego volveremos. 31 Para Garcilaso, véanse Herrera (Núñez Rivera 2020a: 2, 97-100) y Tamayo (Núñez Rivera 2020a: 4, 111-122); para Lope, Pacheco (Núñez Rivera 2020a: 8, 139-142) y Burguillos (Núñez Rivera 2020a: 12, 163-164); para Quevedo, Aldrete (15, 179-182), además de Tarsia (Lepe García 2020); para Faria e Sousa, ténganse en cuenta el elogio de Lope, el libro de Moreno Porcel y la versión manuscrita previa, como se estudia en Núñez Rivera (2020b). 32 Véase imagen 7. 33 Azaustre (2015). 34 López Bueno (2018a, 2018b).
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Pero, aunque este ensayo fundamental de la Defensa se ha perdido, los otros tres preliminares se detienen igualmente en exculpar a Góngora de los detractores, eximiéndolo de posibles defectos y vindicando su estilo nuevo y su excelso ingenio.35 En las Lecciones ocurre, por lo demás, un hecho absolutamente novedoso respecto al gongorismo previo: y es que aquí, como se ha anunciado arriba, la polémica alcanza una suerte de segundo grado, porque no se reduce al autor comentado, Góngora, sino que se extiende al comentador, el propio Pellicer, que ya había sido atacado por su prolija erudición y que, a partir de ahora (1630), también va a ser vapuleado por su comentario sin medida. Por primera vez en la polémica tiene lugar el ataque colectivo contra un defensor de Góngora, dando así cuerpo a una especie de controversia suplementaria: todos contra Pellicer, como acuñó Dámaso Alonso (1982a). Aparte de Lope, el enemigo más incisivo y persistente, también lo critican Salcedo Coronel, Cuesta o en el Escrutinio anónimo.36 Así pues, como víctima escarnecida, Pellicer se erige en protagonista de los preliminares, tanto casi como lo es el propio poeta, y para ratificarlo hace estampar su retrato junto con el de Góngora,37 aunque distanciados por varias páginas entre sí.38 Aparte de para la canonización de Góngora, las Lecciones conforman un programa ideado por Pellicer a favor de su prestigio personal, desde su propia perspectiva e intereses, consistente en hacerse con un nombre como filólogo en un momento en que pretende llegar a ser cronista real (1629). Junto con otros elementos relativos a la biografía del escritor, de menor relevancia crítica,39 en la Vida y escritos se debaten varias cuestiones fundamentales 35 Prólogo
en Cruz Casado (2004). Los tres preliminares van en los apéndices 1-3. (2017). 37 En el siglo xvii, con preliminar biográfico del escritor conjuntamente con su retrato contamos con autores, aparte de Góngora, como Rebolledo (Núñez Rivera 2020a: figuras 10 y 11, 82-83), Calderón (Núñez Rivera 2020a: figura 12, 84) y sor Juana (Núñez Rivera 2020a: figura 13, 85). Para Góngora, en concreto, contamos con el de la edición de Hoces, que incluye el mismo retrato que apareció en Pellicer (Núñez Rivera 2020a: figura 8, 80), más el del ms. Chacón (Núñez Rivera 2020a: figura 9, 81). Véanse las imágenes 3, 14 y 16. Subráyese, además, que del modelo velazqueño derivaría seguramente la estampa de Juan de Courbes (1592-ca. 1641), que ilustra, como sabemos, las Lecciones solemnes. Para todos los retratos relacionados con las biografías paratextuales, véase Núñez Rivera (2020a: 70-88). 38 Véanse las imágenes 3 y 7. 39 Véase siempre Izquierdo (2018a, 2018b y 2018c). Pellicer como suele ser recurrente en las biografías (en este sentido resulta altamente ilustrativo el trabajo de Solervicens-Esteve [2019], donde se comparan las vidas seiscentistas de Lope, Góngora, Quevedo y Solís con la de Vicent García, estableciendo así una pauta de rasgos genéricos) no se olvida de encarecer la naturaleza de la formación académica de sus escritores, sobre todo, constatando el período de formación universitaria, como ocurre en Salazar, Pantaleón, Solís o Calderón (Núñez Rivera 2020a: 66). Otro tópico es que los poetas excelentes suscitan la envidia de unos enemigos que nunca llegarán 36 Guerry
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sobre la naturaleza y trayectoria poéticas del cordobés, más la relación del propio Pellicer con este y su obra. De tal manera que estos preliminares añaden un pequeño aparato doctrinal de cierto vuelo teórico, previo a las posteriores anotaciones, atenidas a la literalidad de los versos: unos comentarios que pocas veces tratan de cuestiones generales, aunque sí en alguna ocasión, como en los posliminares con los que cierra su comentario tras finalizar con la anotación de cada uno de los poemas, donde enjuicia de modo global la composición.40 En cuanto a la trayectoria literaria de Góngora, en la Vida se señala de entrada la excelencia poética del cordobés, a causa de su estilo último, nuevo y grande, y también por coincidir con los mejores autores clásicos; y luego se pondera el valor de su propia tarea editorial, legitimada por su amistad con el poeta. Por ejemplo: Supo con elegancia la lengua latina, en que llegó a escribir versos muy de buen aire. Pero en la castellana se adelantó tanto que, en su edad peligrosa, bebió con los equívocos españoles tanta sal a los números latinos, que se hallaron mal contentos muchos a quien su donaire llegó a tocar, entre las burlas del gracejo, con las veras de la ofensa, pues no se detenía en los defectos su estilo, sino que se deslizaba a manchar con los rasgos las personas. Porque los años, el espíritu, el gusto, el desahogo mal podían templar la pluma, o embotarla, cuando el ingenio se cortaba tan agudo, no solo hacia las costumbres generales sino contra particulares defectos con más viveza que Marcial pudiera. Este ardor vehemente, mal advertido en los primeros años, le contristaba en los mayores después y le ponía tan en el disgusto, que casi se rozaba en escrúpulo (apéndice 1).41
Además: Por esto don Luis, llegándole con el nuevo oficio y con la consideración el desengaño de que los asuntos festivos o libres ni decían con el decoro de su profesión, ni el estilo vulgar se ajustaba al estilo a que le llamaba su espíritu, bien hallado con su vocación y juzgando que la opinión que tenía en todas naciones era por obras no dignas por sí solas de genio tanto, por versos donde lo más esencial venía a ser el chiste, el juguete o el equívoco de que es tan capaz la lengua española, quiso aña-
a su altura, por más que se empeñen en emularlos, a causa del éxito literario y el reconocimiento generalizado de los doctos, como con Quevedo o Salazar (Núñez Rivera 2020a: 68). Fundamentales para el amparo y protección de los poetas son los mecenas y patrocinadores que los favorecen, quienes, como se muestra a veces en las dedicatorias, promueven la edición de sus libros poéticos, así también en Lope, Salcedo o Solís (Núñez Rivera 2020a: 68-69) Para una poética de las biografías prologales, véase Núñez Rivera (2020a: 59-70). 40 Como, por ejemplo, el del Polifemo, citado supra. 41 Asimismo, Oliver 1996: 60-69.
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dirse reputación más sólida y fama más elevada buscando un rumbo nuevo para la inmortalidad (apéndice 1).
Pellicer dedica sobre todo un extenso espacio textual a establecer dos etapas claramente divididas en el cordobés. En sus años juveniles se comporta como poeta satírico-burlesco e incluso amoroso, pero más tarde, arrepentido profundamente de sus ataques satíricos cuando se hace sacerdote, acoge el estilo mayor de sus poemas continuados, dando un rumbo nuevo a su musa. Se trata de un argumento ya expuesto por Paravicino, pero bastante amplificado en Pellicer, de modo que incluso inserta, por contrapunto con el cordobés, el proceder deshonesto del Lope religioso («con el decoro de su profesión»). En definitiva, este cambio se cimenta en la adopción de un nuevo estilo, grande y sublime, por la alteza de la elocución, alejado del vulgar de los chistes y juegos. Este rumbo novedoso para la poesía española es objeto a la vez de admiración y de envidia. Y es que la imposibilidad de entendimiento y emulación por parte de los contentos con la llaneza del estilo, los convierte en detractores del ornato formal, profuso por la intensidad de las figuras retóricas. Ahora bien, el propio Pellicer decide posponer por el momento más razonamientos elocutivos, pues, como dice, habrán de tener su acomodo en la Defensa del estilo, que, recordemos, se habría de integrar a continuación. Desde luego, la propuesta de dos estadios creadores consecutivos se convirtió en un lugar crítico reiterado para el itinerario poético de Góngora, de tal manera que quedaba subrayada, especialmente después del Antídoto contra la pestilente poesía de las «Soledades» de Jáuregui, la capacidad burlesca del cordobés, en detrimento de sus dotes como poeta heroico. Así ocurre desde la segunda carta de Pedro de Valencia, pasando por Almansa y Mendoza, hasta llegar, por ejemplo, a Cascales en las Cartas filológicas. Muchos fueron los autores, adeptos y contrarios, que destacaron, como ahora Pellicer, su calidad de nuevo Marcial, o segundo,42 por la desenvoltura y excelente resolución de sus burlas.43 Pero esta dimensión festiva, ya fuera para ensalzarlo o 42 Góngora, como Alcázar, se compara, en efecto, con otro nuevo Marcial, como hace, por ejemplo, Bartolomé Jiménez Patón (1987: 131) en su Elocuencia española en arte (1604): «Luys de Góngora, nuevo marcial Castellano». Y Saavedra Fajardo (1973: 42): «En nuestros tiempos renació un Marcial cordovés en don Luis de Góngora»; Juan de Jáuregui (2002: 79), además, afirma: «[…] cuán bien se le daban las burlas […] que ha escrito Vm. En este mundo donaires de incomparable agudeza». Y Lope de Vega: «las cosas festivas, a que se inclinaba mucho, fueron sus sales no menos celebradas que las de Marcial y mucho más honestas» (La Filomena, 1983: 876-77). 43 Además de, por ejemplo, Vera y Mendoza, Rodrigo Caro, fray Hortensio Félix Paravicino, Martín de Roa, Salas Barbadillo, Suárez de Figueroa o Pedro de Villar. Pellicer, estima sobre todo la faceta burlesca de Pantaleón, de tal modo que queda erigido como uno de los poetas festivos más importantes de su tiempo, en un momento en que precisamente se ha desarrollado en la imprenta esta veta poética. Véase Núñez Rivera (2010b).
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atacarle, rebajaba, en opinión de Pellicer, la imagen canónica y monumental que alberga de su poeta, por lo que, lo disculpa de sus posibles errores satíricos y se limita a publicar los poemas mayores. Eso sí, introduce la Tisbe, por el cariño que siempre le tuvo Góngora al poema. Justamente, el paso de una etapa previa más intrascendente a otra de estilo cabal está vinculado, según Pellicer dice haber oído al propio Góngora, con el magisterio y ejemplo de Paravicino: he aquí el sentido del deseo de inclusión de la Vida redactada por él mismo. Desde luego, uno de los elementos de análisis más relevantes en la Vida se centra en la materialidad de los textos gongorinos y su transmisión. Dice Pellicer, por ejemplo: Quedaron los escritos de este insigne varón con su muerte desamparados y sin quien cuidase de ellos, sujetos a perderse en los originales y a echarse a perder en las copias, y no habiendo querido darlos a la prensa en vida con cuidado, se los estampó, o la enemistad, o la codicia, con prisa, con desaliño, con mentiras y con obras que le adoptó el odio de su nombre. Tan otras salieron de las que eran antes, que llevaron bien sus afectos que se recogiesen de orden justificada y soberana. No faltó, pues, quien, con la afición de amigo y la piedad de noble, tratase de conservarlas, acudiendo al reparo de la opinión de don Luis, que iba desmoronada. Y así, don Antonio Chacón, señor de Polvoranca, caballero de grandes partes, que, con la familiaridad que tuvo con él alcanzó también mano para recogerlas todas habiéndole comunicado lo más retirado de ellas, las copió todas en sutiles vitelas, en bizarros caracteres y en costosas encuadernaciones, en cuatro tomos, las consagró todas al nombre y protección del conde duque de Sanlúcar, para que en su excelentísima y numerosa biblioteca se conserven contra el olvido.44
Y ello con vistas a subrayar el mérito y solvencia de la edición, atenta a la colación de manuscritos, y con enmiendas, como el Brocense y Herrera hicieron con Garcilaso: puesto que Góngora corrige sus versos, sensible a las censuras de los amigos. De tal forma, Pellicer se iguala como editor al testimonio textual más prestigioso, el ms. Chacón, con la idea de oponerse al muy estragado de Vicuña. Ya en el prólogo había dicho que para plantear el libro se apoyó en tres causas: Tres cosas me empeñaron en este comento. La primera ser don Luis de Góngora el mayor poeta de su tiempo en nuestra nación, competidor, sin duda, de los más eminentes en Grecia, Roma, Italia y Francia, y parecerme a mí, y a todos, que en sus obras hallaría bastante campo para descoger mucha erudición, por estar sembradas sus frases de imitaciones griegas y latinas, llenas de fórmulas y ritos de la antigüedad, que es lo queda materia para que pueda lucir el que comenta; y esto cae sobre ser en proporción la cantidad de las obras de don Luis, que no son tantas 44 Véase
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apéndice 1. Asimismo, Izquierdo (2018b), Oliver (1996: 60-69).
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que desaniman, ni tan pocas que congojan, sino un medio que hace dulce el trabajo que se pone en ellas, y la misma fatiga parece que enjuga el sudor, viendo que por ellas llegó a ser tan afamado en el mundo, y que tan pocos escritos le dieron más opinión que a otros muchos tomos de versos, por donde le viene bien lo que Marcial escribe de Persio45 […]. El tercer impulso fue la lástima de ver las Obras de don Luis impresas tan indignamente, acaso por la negociación de algún enemigo suyo, que mal contento de no haberle podido deslucir en vida instó en procurar quitarle la opinión después de muerto, trazando que se estampasen sus obras, que manuscritas se vendían en precio cuantioso, defectuosas, ultrajadas, mentirosas y mal correctas, barajando entre ellas muchas apócrifas y adoptándoselas a don Luis, para que desmereciesen por unas el crédito que había conseguido por otras. Al fin salieron estampadas a luz, tan sembradas de horrores y de tinieblas que, si el mismo don Luis resucitara, las desconociera por suyas (apéndice 1).
Y en la dedicatoria antecedente iba más allá culpando veladamente a Lope46 de haber producido estos errores de forma premeditada.47 Pero, además, en el prólogo a las Lecciones solemnes (o también en la Vida, como se ha citado ahora) consta cómo su edición supone una especie de comentario consultado, dada la familiaridad con el poeta, y a causa de la promesa que él mismo le hizo de llevarlo a término, todo lo cual lo dota de gran legitimidad, como ocurre con Chacón, quien lo trató personalmente: La segunda razón porque me entré por el riesgo de comentar a don Luis fue habérselo prometido en vida a él mismo, las veces que deseoso de estudiar en él cuanto ignoraba de él, le comuniqué, y he sido tan fiel observador en cumplir lo que aun él rehusó modesto, que me expongo a las calumnias de sus enemigos y a los ceños de los míos, y a que parezca mal por él y por mí lo que dicho por otros acaso fuera estudio sumo, acierto grande y erudición mucha, que está muy introducido en todas edades que se mande la envidia, no por el entendimiento, sino por la voluntad, 45 Lo
explica en el prólogo: «por donde le viene bien lo que Marcial escribe de Persio: Saepius in libro memoratur Persius vno Quam leuis in tota Marsus Amazonide. Que fue más nombrado Persio y cobró mayor opinión con sólo un libro que Marso, liviano con muchos volúmenes» (apéndice 3). 46 Esta alusión a Lope, como otras de los preliminares, se confirma con la cita de dos versos del Laurel de Apolo (silva IX) en el prólogo, que se proyecta al resto: «y alguno que debe de sentirlo más, pero no bien, se dejó decir en unos coplones: “Pues se admiran de ver los que bien sienten, / Que a quien escribió ayer, hoy le comenten”» (apéndice 3). 47 Alonso (1982a), Cruz Casado (2004). Véase apéndice 2: «[…] sus obras tan ajadas en la edición pasada de la prensa y no sé si diga la malicia que ya supieron los parciales de Livio interesados en el deshonor de Salustio por usurparle el principado de la Historia romana, sobornando los escribientes, estragar las copias, adulterar los manuscritos y aun quemar mucha parte de sus escritos».
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no por la razón, sino por el antojo, no hacia las obras dignas de estimación, sino hacia las personas que las hacen (apéndice 3).
Este prurito de la íntima relación de amistad entre el editor y su poeta constituye, por lo demás, un tópico que el biógrafo esgrime en su pro. Y así muy amigo de Silvestre lo es Cáceres, o Águila de Paredes, y Hoces de Góngora, además de Vera y Calderón o Salazar, o Goyeneche y Solís; al igual que Pellicer de Pantaleón y Salcedo; Lope se dice condiscípulo universitario de Burguillos. Calleja también ha tratado a sor Juana, y Flórez se presenta como colaborador de Rebolledo (Núñez Rivera 2020a: 51). Todos estos editores tan cercanos al autor apelan, asimismo, a la consulta de testimonios fidedignos, a papeles del escritor o a la verdad de su testimonio directo, para pergeñar su esbozo biográfico, que hemos de considerar entonces como una especie de biografía consultada, o a dar cuerpo al entramado poético. En conclusión, pues, mediante todo este aparato de preliminares, y especialmente en la Vida, Pellicer ansía construirse una imagen como editor y comentarista privilegiado de Góngora, gracias al conocimiento personal, al manejo de textos óptimos y a las dotes de su erudición. Y todo a pesar de su juventud (es un veinteañero entonces), de lo que se jacta igualmente. No obstante, y he aquí la paradoja, Pellicer no había quedado del todo satisfecho con los resultados del comento y se dispuso a remediarlo inmediatamente después de haber publicado las Lecciones, proyectando un ahondamiento en algunos aspectos.
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3 LAS SEGUNDAS LECCIONES: DE LA DESMESURA Y EL PLAGIO AL TINO CRÍTICO
Estas segundas anotaciones que estudiamos aquí están organizadas según el mismo orden y concierto que las de 1630, como era dado esperar en todo caso, puesto que siguen el decurso del poema, por más que en ciertos puntos falten algunos de los elementos, como se irá comprobando en adelante; además, en el ms. de la BNE, al menos, el orden de los escolios queda permutado en su encuadernación, porque los apuntamientos a la dedicatoria sucede a los de la Soledad I.1 Como el propio Pellicer explica su modo de proceder en los preliminares de las Lecciones, lo mejor será reproducir sus palabras: La disposición que he guardado en este comento ha sido poner el texto del poeta, y luego la explicación, o paráfrase para los que no supieren latín, explicando el sentido lo más ajustadamente que yo he sabido. Habré errado en muchas cosas, ¡quién lo duda!, que no ha de estar el acierto de parte de la mortalidad siempre; corríjalas el docto, o apúntelas, y murmúrelas el ignorante, o refútelas. Síguense luego las notas, que es la noticia de los lugares que imitó de poetas, oradores y otros escritores sagrados y profanos don Luis. Aquí se admirará la ignorancia, porque se engaña bisoñamente el que escribió que la admiración era muy estrecha parienta del entendimiento, y que el admirarse argüía ingenio grande (apéndice 3).
1 Véase
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el «Establecimiento del texto».
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En cuanto a su extensión, las Segundas lecciones se ciñen, según ya se ha adelantado, únicamente a los cuatro primeros versos de la dedicatoria y a los ocho iniciales de la Soledad primera. Este sería, en definitiva, el esquema de notas, que quedaría dividido en dos secciones (I y II), la I para la dedicatoria y la II (vv. 1-6; vv. 7-8) para los ocho primeros versos del poema:2 [I] Pasos de un peregrino son errantes cuantos me dictó versos dulce Musa, en soledad confusa perdidos unos, otros inspirados (I, vv. 1-4). [1] pasos [2] de un peregrino [3] errantes [4] cuantos me dictó versos [5] dulce musa [6] en soledad [7] confusa [8] perdidos unos [9] otros inspirados [II] Era del año la estación florida en que el mentido robador de Europa media luna las armas de su frente y el sol todos los rayos de su pelo luciente honor del cielo en campos de zafiro pace estrellas (II, vv. 1-6). cuando el que ministrar la copa a Júpiter mejor, que el garzón de Ida (II, vv. 7-8). [1-5] Era [6] del año [7-13] mentido robador de Europa [14] media luna las armas de su frente [15] y el sol todos los rayos de su pelo [16] luciente honor del cielo [17] en campos de zafiro 2 De este modo la referencia I, v. 1, alude al verso concreto, mientras que I, 1 lo hace a la nota correspondiente, cuya numeración ha sido añadida en esta edición. Los versos II, vv. 7-8, se comentan de modo separado a II, vv. 1-6.
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[18] pace estrellas [19] cuando el que [20-21] ministrar podía la copa
Algo más de la mitad del volumen del texto pertenece a ese grupo de notas superfluas y peregrinas que tanto enfadaban a sus contemporáneos. Exactamente se trata de los escolios II, 2-5 y II, 10-13, los primeros relativos al verbo Era (v. II, 1) y los segundos al robo de Europa (I, v. 2). Para que se compruebe la magnitud del despropósito comentador, las cuatro extensas notas a Era («Y si queremos pasar de lo poético a lo histórico de aquí se originó esta voz era en el modo de contar los años en los antiguos», dice al iniciarlas) se refieren al término en su acepción temporal de edad y así se pasa revista, al dictado acaso de su condición de cronista, a acontecimientos históricos y a su modo de clasificación cronológica según autores y escuelas. Nada que ver, por supuesto, con la forma verbal que viene al caso. En lo que respecta a la anotación de la palabra Europa ocurre algo parecido, puesto que los escolios son relativos a la genealogía, categorizada según los presupuestos anteriores, de la princesa, pero también a la dimensión geográfica del continente al que da nombre y a las casas reinantes en el momento contemporáneo, además de a algunos antecedentes míticos.3 Está claro que aquí quiso Pellicer dejar patentes sus conocimientos de geografía y su pericia genealógica. El procedimiento anotador resulta paralelo con los parámetros empleados ya en la Fénix, coincidente en el momento de redacción, donde también incorpora un índice previo de autores, como en las Lecciones solemnes.4 Las notas se asemejan bastante, por cierto, al catálogo que redactó a cuento del verso del Polifemo «las provincias de Europa son hormigas…» (Carreira 2000: 255, v. 144, 341), como lo fue también el escolio al monstruo de rigor («El monstruo de rigor, la fiera brava…» [Carreira 2000: 255, v. 245, 344], Lecciones solemnes, cols. 203-222),5 notas que fueron ambas ridiculizadas por críticos antiguos y modernos. Véase el dardo satírico de Cuesta, por ejemplo: Fue venturoso D. Luis, o, por mejor decir, nosotros desgraciados, en que no dijese ‘las provincias del mundo son hormigas’, que aquí nos encajara V. M. hasta las 3 Compruébense,
por ejemplo, las notas: «II, [10] Robador] Ninguna fábula celebraron los poetas de uno y otro siglo que no se tuviese su apoyo en la verdad y en la Historia…; [12] Europa] Pasemos el vuelo desde lo genealógico a lo geográfico… [13] Europa]. Los reyes que hoy poseen la Europa y demás potentados menores que hay al tiempo que esto se escribe no será razón que se callen…». 4 Véase imagen 4. 5 Cfr. Lecciones solemnes: «El monstruo de rigor. No puedo dejar de reír todas las veces que me acuerdo de la ensalada mal oleata y pepitoria sin pies ni cabeza que Pellicer hizo de esta palabra monstruo» (col. 464).
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Indias orientales y occidentales. Mas ya que V. M. se puso a describir a Europa, ¿por qué, preciándose tan de griego, se olvidó V. M. de Grecia y solo puso algunas pequeñas partes o –como V. M. dijera– trozos de la provincia que no era la que menos participaba de la fertilidad de Sicilia? En fin, por su descripción de V. M. no sabremos que Grecia está en Europa6.
Todo este material prescindible en cuanto al meollo crítico parece proceder de la consulta de polianteas, enciclopedias, diccionarios y demás obras históricas y mitológicas, además de los comentarios humanísticos en las ediciones contemporáneas de clásicos.7 Se citan algunas de ellas, pero otras fuentes solo se refieren con el nombre del autor o del libro, de tal modo que el apabullante aparato se muestra con visos de científica competencia.8 Téngase en cuenta como prueba de esta desproporción crítica que en las Lecciones solemnes antepuso a los comentarios un Índice de los autores que don José Pellicer cita en estas Lecciones solemnes, divididos en setenta y cuatro clases, que ocupan nada menos que 20 hojas a dos columnas.9 Aparte de este aparato explicativo ajeno a cuestiones de carácter literario, las nuevas Lecciones atingentes a la polémica son las que se refieren a la dedicatoria (I, 1-9, vv. 1-4) y el resto de las dispuestas para el arranque de la Soledad I. Para estos comentos Pellicer parte de sus propias Lecciones, cuando las notas existen, porque, por ejemplo, no las hay para los versos 1-4 de la dedicatoria, sino solo explicación global; pero además aporta sobre ellas muchos lugares paralelos de las obras de Góngora y de otros autores de su tiempo. Asimismo, y lo más importante y revelador ahora, es que, tal como he alcanzado a comprobar, plagia descaradamente un testimonio de la polémica que quedó manuscrito (Soledad primera… ilustrada y defendida), pero que tuvo presente desde algún momento posterior a 1630. Desde luego, ante el incontestable y soterrado seguimiento de la Soledad primera por parte de Pellicer hemos de concluir que tuvo por delante un manuscrito de la obra. Es de ser notado que, precisamente, el único testimonio conocido de ese texto para actualmente en la Biblioteca del Seminario San Carlos de Zaragoza,10 con lo que puede existir alguna relación de Pellicer con este testimonio, aunque no he podido encontrar noticia de ello. 6 Micó
(1985: 439). este sentido, Pellicer, tal como se recoge en Lecciones solemnes, utilizó las ediciones de Virgilio de Juan Luis de la Cerda (1612, 1617, 1619), amigo suyo. 8 Además, II, 7-8: «Siempre nos remite v. m. a los libros que ha oído decir que trataron de ellas, autores a trochi mochi alegados» (Micó 1985: 429) y «Por parecer v. m. que ha visto libros que otros no leen, suele muchas veces alegar autoridades que están en libros muy vulgares y muy antiguos como que son de modernos» ([39] col. 162). Micó (1985: 443). 9 Imagen 4. 10 Con signatura A5, 26 (14458). Osuna (2009: 21). 7 En
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Es más, dado el carácter restrictivo del comentario segundo, referido solo a la Soledad primera, la propuesta de Pellicer, asimismo ceñida al primer poema, adquiere su sentido pleno. Solo abundará en esta Soledad primera porque la fuente silenciada, seguramente no demasiado difundida, ya que se ha hallado un solo testimonio, y puesto que nadie, fuera de Amaya, hace referencia a ella, solo contenía comentarios a esos versos. Por lo demás, este caso comprobado sirve de prueba irrefutable para las repetidas denuncias en el mismo sentido. Los reproches de los demás comentaristas a los despojos y hurtos de Pellicer resultan legión y sobre ellos trataron suficientemente Reyes (1918, 1919) y Dámaso Alonso (1982a), aunque viene al caso reproducir ahora varios de los testimonios, tanto directos como indirectos. Por ejemplo, Salcedo Coronel se despachó a gusto contra él en la introducción a las Soledades (1636), al comentar los versos «Piedra, indigna tiara… de animal tenebroso», etc., en los que generalmente se ha entendido, aunque no sin opiniones divergentes,11 que Góngora alude a la costumbre de los cazadores de colgar en los árboles como trofeo despojos de las reses que mataban: Consta [esta costumbre] del intérprete de Aristófanes in Pluto. No pongo sus palabras, porque las puso antes cierto comentador de estas Soledades, y fuera pagarle la buena obra de haber trasladado de verbo ad verbum todo mi comento al Polifemo queriendo usurparse trabajos tan poco estimados de mí; pero aunque más lo procuró, no pudo cubrir con la ajena piel las propias orejas, pudiendo yo decir por él con Marcial; Quem recitas, meus est, o Fidentine, libellus, Sed male cum recitas íncipit esse tuus (f. 29v).12
Cuesta le escribía en 23 de mayo de 1642 a Uztarroz lo siguiente: […] Pésame que D. Joseph Pellicer se quedase con los papeles que Vmd. Le prestó el año de 1636, con que nos quitó otras muchas alabanzas de D. Luis [de Góngora]; mas no es nuevo en él este de proceder, pues muchos años antes que sacara a luz sus Lecciones solemnes al mismo poeta, me pidió prestadas unas Soledades, que yo tenía muy llenas de márgenes e ilustraciones, y se valió de ellas de modo que apenas ay lugar en sus Lecciones que no sea hijo de mi cuidado y trabajo.13
Y Salazar Mardones, quien hacía burla de su segundo apellido («don Josef de Pelliscar y Tomar») siguiendo el calambur (por Tovar) aireado por Cascales, el 16 de enero de 1644 Mardones le dice a Uztarroz: 11 Véase
Arellano (2014). (1982: 324). 13 Reyes (1918: 278-279). 12 Alonso
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¿No me hurtó todas las notas que trabajé en Salamanca sobre las Soledades de D. Luis de Góngora, y después las imprimió por suyas, acompañándolas con cien mil boberías que son las que ríen aún los cuadros de los bodegones? V. m. preste paciencia, y jamás los libros; a quien se viste cornejamente de plumas ajenas (f. 442).14
Asimismo, existen testimonios indirectos de las quejas de otros comentaristas expoliados. Francisco de Torreblanca Villalpando, por ejemplo, dice en carta a Pellicer que Pedro Díaz de Rivas se dolía de haber sido plagiado: Aquí estuvo ayer Pedro Díaz de Rivas, y le mostré su carta de V. M., y dijo que estaba sentido de que, habiéndole citado otros, Vuestra merced no se acordase de él, habiendo favorecídose de mucho de lo que él ha escrito sobre el Polifemo y las Soledades de don Luis (Carta del 7 de abril de 1631).
Esto es importante, porque aunque no las cita nunca, dispuso de las Anotaciones y defensas a la primera «Soledad» (1615-1624).15 Igualmente, Francisco de Amaya se hizo partícipe del agravio de Salcedo: También me ha dado quejas de vuestra merced el licenciado Pedro Díaz de Rivas, natural de Córdoba, muy gran confidente de don Luis y que escribió sobre el Polifemo, que vuestra merced no le había citado ni acordádose de él; es hombre de buenas letras, y no es malo para amigo. Vuestra merced le honre cuando le encuentre o le viniere ocasión, o le escriba si le pareciere que puede aprovechar para algunos apuntamientos, que conducen muchas veces a mejor discurso (carta a Pellicer, del 30 de julio de 1630).16
A juzgar por todos estos testimonios, en fin, los reparos de Pellicer a la hora de tomar ideas de otros y silenciarlas resultaban nulos, lo cual apoya absolutamente el procedimiento plagiario para las Lecciones de 1638. Nos hemos percatado del seguimiento abusivo de una fuente concreta porque se ha publicado modernamente (Osuna, 2009), pero no podemos llegar a saber el alcance de un proceder del mismo tipo para otras ideas del comentario. En cuanto a la dimensión de lo poéticamente apropiado, las notas a la dedicatoria, que no tenían apoyo alguno de las Lecciones solemnes, puesto que no las hay, se nutren abundantemente de los datos de la Soledad primera… ilustrada y defendida. Por su lado, para el resto de los versos II, 1-8 Pellicer combina, según 14 Alonso
(1982: 323). Feijoo (1983: 188-189). 16 Iglesias Feijoo (1983: 184-185), que edita estas dos cartas, duda de que Pellicer haya saqueado a Díaz de Rivas y piensa que las coincidencias que se pueden notar se deben más bien a las fue antes que utilizaban todos los comentaristas. 15 Iglesias
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los casos, elementos de ambos textos en distinta proporción, más algunas incorporaciones de última hora. Por ejemplo, el arranque de la dedicatoria (vv. 1-4), que en las Lecciones solemnes solo disponía de una Explicación general (apéndice 4), da pie a Pellicer para atender, precisamente, a varios aspectos globales del poema, tales como la funcionalidad de estos versos, el personaje, aludido en el v. 1, el género –este, de modo tangencial, cuando pretende especificar qué musa sea la referida en v. 2–, y sobre todo el título y caracterización de la obra, a partir del término soledad, que aparece en el v. 3. En las Lecciones explica así todo el período («Pasos de un peregrino son errantes / cuantos me dictó versos dulce Musa, / en soledad confusa / perdidos unos, otros inspirados»): Propone don Luis en los cuatro versos primeros todo lo que han de cantar después y cuánto misterio puede haber en sus versos. Pasos dice que son de un peregrino sus números, perdidos en la soledad los pasos, y en la soledad dictados los versos. Grande (o sea estudiosa) temeridad la de proponer un joven arrojado del mar, sin decir quién sea, dónde iba, imitación de Virgilio, que en otras cuatro líneas propuso al principio todo el epílogo de la Eneida (col. 353).
Ahora bien, desafortunadamente, pocos de estos avances hermenéuticos proceden de su cosecha, puesto que aquí, ante la ausencia de presupuestos previos en las Lecciones solemnes, casi todo se toma de la Soledad primera… ilustrada y defendida. Así ocurre con lo relativo a la figura de la proposición I, 1 [pasos], que es plagiado, aunque Pellicer añade al final un lugar paralelo de Erasmo (Commentarius Erasmi in Nucem Ovidii, 1524: no citado en las Lecciones solemnes) y también el argumento suplementario de la dependencia directa de Ovidio, III, 175; además de una expresión coincidente en el soneto gongorino «Descaminado, enfermo, peregrino…». Este recurso de la proposición es, desde luego, característico del poema épico, como señala Pellicer, y por eso se relaciona, por oposición en este caso, con las explicaciones vertidas en la nota I, 4, donde se pronuncia a favor de una concepción lírica del texto, según se tratará abajo. Sin embargo, no procede de la Soledad primera… ilustrada y defendida la precisión sobre el término peregrino [I, 2], relacionada con la posterior e interesante nota II, 19: Así se llama, sin dar de él otras señas, como diremos luego. Tal vez remuda la voz y le nombra joven, extranjero, forastero, huésped, pero nunca con apellido determinado, esperando coyuntura proporcionada para que él mismo descubriese quién era. Solo una vez le define, diciendo de él era: «El que ministrar podía la copa / a Júpiter mejor que el Garzón de Ida».17 17 Véase
Carreira (2000: 264B, vv. 7-8, 366). Para las Soledades se utilizan las siglas A (dedicatoria), B (Soledad I), C (Soledad 2), con objeto de identificar mejor los versos correspondientes.
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Tanto el escolio a errantes (v. 1, «Pasos de un peregrino son errantes…») como el que hace a soledad (v. 3, «en soledad confusa…») le sirven a Pellicer para oponerse, aunque no lo cita por su nombre, sino con el término genérico de críticos, a Jáuregui y su Antídoto, contra el que arremete Cabrera directamente en su obra, plagiada en estos dos lugares. Y es que, Jáuregui había ridiculizado ambos vocablos de las Soledades y Pellicer no duda en defender ahora su estilo, cifrado en el uso de neologismos, y también se afana en desentrañar el verdadero sentido del título. Parece que esta oposición a Jáuregui, fomentada, desde luego, por la lectura de nuevos textos polémicos contra el sevillano, se configura como uno de los rasgos más acusados de estas Segundas lecciones, según se irá comprobando, frente a la menor conciencia crítica de las Lecciones primeras. Aunque abunda en algunas fuentes o lugares paralelos, Pellicer copia casi a la letra los argumentos de Cabrera. El término errante de la nota I, 3 daba pie en la Soledad primera… ilustrada y defendida a un comentario muy polémico contra el Antídoto, como es habitual en esta defensa de las Soledades, hecha precisamente para rebatir el panfleto de Jáuregui, y para ello se menciona a Garcilaso, a propósito de su uso del término desbañar, ya discutido por Herrera (2001: 848-852). Pellicer sigue su fuente oculta casi a la letra, aunque no nombra abiertamente a Jáuregui, como se ha dicho, sino que alude de modo genérico a los críticos, como luego en I, 6, y lo mismo que había sido su costumbre en las Lecciones solemnes. Incorpora al final de la nota, eso sí, una precisión sobre Lambino,18 y sobre todo propone una mayor noticia al respecto en la Defensa del estilo («Pero de esta materia queda bastantemente dicho en la Defensa del estilo»), un preliminar que, recuérdese, debía haber sido incluido en las Lecciones solemnes junto con la Vida de Góngora, pero que no llegó a integrarse y que se ha perdido, lo que deploramos, puesto que habría de contener importantes apreciaciones generales sobre el autor.19 Así lo explica el propio Pellicer en la nota a los lectores, en los preliminares: Yo había dispuesto que se estampase aquí la Vida de Don Luis de Góngora, que tengo escrita, junto con los elogios de varones insignes que hacen en sus escritos mención honrosa de él. No ha podido conseguirse esto, porque fue necesario sacar nueva licencia del Consejo para imprimirla, y siendo forzosa la dilación, era
18 Cfr. : «…Echemos a esta autoridad otra no menor, ni de varón menos célebre, que es Dionisio Lambino, en la Prefación sobre Lucrecio, escrita a Carlos IX, rey de Francia: neque poetam...» (I, 3). 19 Cfr. supra. Existe una portadilla (f. †††3) como testigo de que se habría emplazado ahí, con el título: «Vida y escritos de don Luis de Góngora. Defensa de su estilo…». Además, el f. †††4v comienza «D.O.M.S. PIIS, AC ERVDITIS MANIBUS» y concluye con el calderón: «vida». Véase Galbarro (2015). Váyase a imagen 6.
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cierta la mala obra que se le hacía al librero en detener el despacho del libro. Por esto, y por la priesa que daban los deseosos de él determiné dejar la Vida para el segundo tomo de Lecciones solemnes, donde saldrá con todas las demás obras muy brevemente.20
Sin embargo, para la anotación al vocablo soledad [I, 6] Pellicer recurre muy mucho a las aclaraciones iniciales que hace la Soledad primera… ilustrada y defendida antes de pasar al comentario de la dedicatoria, donde trata del género y título de la silva.21 Lo propone así porque en este punto trasciende desde la explicación del verso «en soledad confusa», al marbete del poema. Aquí también existe una oposición radical al Antídoto (no en vano la Soledad primera… ilustrada y defendida iba contra él), que tampoco se nombra abiertamente: Este es el título que don Luis puso a este poema. Y este también es el que los críticos calumniaron de improprio, diciendo que soledad es tanto como ‘falta de compañía’ y no se dirá estar solo el que tuviere otro consigo, y así, introduciendo en esta obra legiones de serranas y pastores, de entre los cuales nunca sale el peregrino; y habiendo tanta cantidad de pueblos ¿cómo puede llamarse Soledad? Pero entendieron mal el riguroso significado de esta voz soledad, pues no solo denota falta de compañía, pero ‘ausencia’.
Y continúa allegando apoyos sagrados y profanos, antiguos y modernos, ya usados en la fuente de base, por lo que nada aportan, pues, de nuevo. Asimismo, para la nota de confusa [I, 7] se ampara en su manuscrito de trabajo, pero aúna a la premisa básica un paralelo en un pasaje posterior de las propias Soledades. Otra serie de notas apunta asimismo valoraciones y noticias más o menos fragmentarias, pero propias de Pellicer, o al menos no atenidas del todo al texto que está plagiando. Por ejemplo, la nota a Cuantos me dictó versos [I, 4] proviene de su magín, o de otra fuente que desconocemos, con alusión de versos paralelos, como elemento de mayor interés: Dice que cuantos versos contienen estas Soledades son los pasos que dio aquel peregrino y los sucesos que tuvo en ellas. Del modo mismo comienza la Fábula del Polifemo: «Estas que me dictó rimas sonoras / culta sí, aunque bucólica, Talía». 20 Véase imagen 5. A pesar de que no reclama la Vida manuscrita sí afirma en su repertorio bibliográfico ser el autor de la inserta en la edición de Hoces: «Vida de don Luis de Góngora y Argote, Príncipe de los poetas líricos. Imprimiola con sus obras todas don Gonzalo de Hoces y Córdoba, Caballero del orden de Santiago, veinte y cuatro de Córdoba, en la edición que hizo de ellas el año 1634. Después se ha estampado en las demás» (Biblioteca, f. 18v). Véase Izquierdo (2018a). Véase Núñez Rivera (2020a). 21 Osuna (2009: 137-138).
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En el Panegírico al duque de Lerma usó la voz dictamen y aquí el verbo dictar: «Si arrebatado merecí algún día/ tu dictamen, Euterpe, soberano». Véase a Coluccio Pierio, italiano que escribió en lengua latina Del arte del dictar.
Igualmente, las notas I, 8 y I, 9 son propias de Pellicer. La primera [perdidos unos] se hace en consonancia con I, 6 y tiene un sentido comprehensivo del pasaje: [8]. Perdidos unos] Hace relación de los pasos del peregrino, que anduvo errando por campos y selvas; y no se entiende que eran perdidos porque le faltase guía sino porque necesitaba de ella, o porque andaba descaminado, desviado de la que quería y le traía desterrado. Más abajo llama al pie, acertado, por haberse acogido a la protección del duque de Béjar.
La anotación I, 9 [otros inspirados] sí es verdaderamente interesante, porque, aunque trasciende el sentido literal, interpreta el contexto de génesis del poema en el reducto familiar de Córdoba. Para ello se apoya en los Tercetos de 1609: [9]. Otros inspirados] Se entiende de los versos. Da a entender don Luis que escribió este poema en el campo y soledad, y, si es ansí, sería en aquella huerta suya de Córdoba de quien, estando de partida, escribió el año de 1609 en los Tercetos a lo poco que hay que fiar en los favores de los príncipes cortesanos: «Arroyos de mi huerta lisonjeros…». Y añade más abajo: «Oh soledad de la quietud divina…».
Este escenario idílico para la gestación del poema se aduce igualmente en la Vida que redactó, una precisión acaso infundada que Artigas22 repitió tomándola de aquí: Estaba libre de la asistencia a coro y de las Comisiones que con tanta frecuencia le encargaba su Cabildo; iríase a la Huerta de Don Marcos, que llevaba en arriendo de por vida, y en la quietud del campo escribiría El Polifemo y La primera Soledad.
Casi idénticos a los de la Soledad primera… ilustrada y defendida siguen siendo los escolios a los primeros versos de la Soledad I, al menos aquellos referentes al sentido literal. No obstante, aparte de los excesos argumentativos con respecto a la Europa geográfica e histórica [II, 10-13], que prueban su condición de genealogista, Pellicer dedica tres notas encadenadas [II, 7-9] al verso mentido 22 Es, pues, seguro que medió un espacio de tiempo entre la primera y el fragmento de la segunda. Artigas (1925: 129 y 118). Véase ahora la refutación de De Paz (2012), quien señala por primera vez el seguimiento por parte de Artigas de estas Lecciones segundas.
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LAS SEGUNDAS LECCIONES: DE LA DESMESURA Y EL PLAGIO AL TINO CRÍTICO
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robador de Europa, donde procede de modo independiente de la Soledad primera… ilustrada y defendida, bastante parco aquí, y expandiendo los escolios de las Lecciones solemnes.23 Entonces allegaba la mención de Villamediana, pero ahora suma el paralelo de Pantaleón, al que no en vano había editado recientemente, y que no había citado en las Lecciones solemnes:24 Esta fábula escribió Mosco, poeta griego, en su Eidilio segundo y en lengua castellana Anastasio Pantaleón, cuyas obras yo saqué a luz, dedicando este escrito a nuestro famoso don Luis de Góngora; y con no vulgar estilo logró el mismo asunto don Juan de Tassis, conde de Villamediana.
Pero el mayor interés del comento radica en las precisiones a mentido en las notas II, 7-8, todas nuevas e independientes de la fuente innominada:25 [II, 8] mentido robador] Este epíteto de mentido robador está con ventajas al que le da Virgilio cuando llama a Júpiter, Proditor europeus, por la especie que tiene de traición la mentira. Con más cortesía le trata Ovidio, que le atribuye el título de disimulador, Tauro disimulante deum, de donde los príncipes comenzaron a estudiar cautelas y astucias para lograr sus fines y sus intentos. Llevador de Europa, ablandando en algo apellidos tan duros, le dice Séneca en su Hércules furioso, de donde nuestro poeta imitó el lugar entero: qua tepente vere laxatur dies / Tyriae per undas vector Europae nitet. Tan diferentes son los genios de antiguos y de modernos: que el ceño de unos se templa en la modestia de otros.26
En fin, la nota II, 14 se presenta como un perfecto ejemplo de composición híbrida entre las Lecciones solemnes y la Soledad primera… ilustrada y defendida, más nuevos aportes, sobre todo con la suma de lugares paralelos al final. Aunque más atingente al caso y moderada en el aparato, la nota II, 15, que se acerca a los escolios superfluos a Europa, resulta totalmente nueva, pero no se centra en ningún tipo de comentario poético o polémico, sino solo de carácter 23 Hay fuentes que aparecen en las Lecciones solemnes y que ahora no se tienen en cuenta. Al igual ocurre con algunos pasajes: [1] «Virgilio, L.1, G. [Geórgicas, I, 217-218] pinta este tiempo mismo: Candidus auratis aperit dum cornibus annum / Taurus» (col. 364). / [2] «Trata esto Calfurnio Basso in com. Phaen. Arati.; Mosco, griego, Eid. 2, escribió el robo de Europa, de donde imitó su poema de Europa». 24 En II, 17 cita asimismo a Paravicino, que no aparece en las Lecciones solemnes. Otra mención novedosa es la de Luis Paterno (II, 14). 25 Muchos lugares paralelos en II, 9. 26 Aunque Pellicer cita varias veces a Séneca, como el resto de los comentaristas, no podemos estar seguros de que utilizara la extendida edición de Martín Antonio del Río (L. Annaei Senecae Cordubensis poetae gravissimi Tragoedias decem, Amberes, Officina Plantiniana, 1576), puesto que no la recoge en las Lecciones solemnes.
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astrológico, en relación al signo de Tauro. Asimismo, son nuevas las notas siguientes, salvo II, 16. Para II, 17, por el contrario, Pellicer discute una famosa variante del poema, lo que concuerda con su interés por ofrecer (y así lo recalca en las Lecciones solemnes) un texto lo más correcto posible de las Soledades.27 Con el lugar paralelo del Polifemo parece apoyar su propia lección: [II, 17] En campos de zafiro] Otros leen con no menor gala en dehesas azules, airosa perífrasis del cielo. En otra parte, dice Polifemo a Galatea, estancia cuarenta y seis: «Igual en pompa al pájaro que grave / su manto azul de tantos ojos dora / cuantas el celestial zafiro estrellas!».28
La lectura intermedia «en dehesas azules pace estrellas», luego finalmente rechazada, es la que debió de conocer Jáuregui; también la comentó Francisco del Villar, según recoge Cascales en su Cartas filológicas, I, 9.29 En efecto, ha sido muy discutido el cambio, así como su significación.
27 Lo manifiesta Pellicer en la dedicatoria, por ejemplo: «sus obras, tan ajadas en la edición pasada de la Prensa, y no sé si diga la malicia que ya supieron los parciales de Livio interesados en el deshonor de Salustio por usurparle el principado de la Historia romana, sobornando los escribientes, estragar las copias, adulterar los manuscritos y aun quemar mucha parte de sus escritos» (apéndice 2). Igualmente, gracias a una de las cartas de Amaya a nuestro comentarista, sabemos que poseyó y cotejo hasta ocho códices gongorinos (Iglesias Feijoo, 1983: 188); por tanto, no es de extrañar que en sus comentos no falten los momentos de colación y evaluación de múltiples variantes textuales en busca de la exactitud y excelencia, cols. 70-71, 403, 405, 422, 425, 482 o 608. 28 Véase Carreira (2000: 255, vv. 273-275, 345). 29 Véase Jammes (1994: 197-198). Asimismo, Molho (1987). En fin, la nota [II, 18] explana los datos de las Lecciones solemnes, así como sucede en [II, 20], puesto que [II, 21] ni se desarrolla.
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Sin lugar a dudas, la aportación crítica de mayor relieve en estos nuevos comentos de 1638 se emplaza en las notas I, 5 («cuanto me dictó versos dulce Musa…», I, v. 2) y II, 19 («Cuando el que ministrar la copa…», II, v. 7), bastante alejadas espacialmente, pero relacionadas en su propuesta de definición genérica y argumental del poema. Para la nota I, 5 [Dulce musa] Pellicer ha adoptado una postura imitativa más moderada que en las inmediatamente anteriores, porque, aunque coincide en el argumento general con la fuente oculta, desarrolla sus ideas de modo personal. Trata aquí de una de las cuestiones medulares en el debate crítico sobre el poema: esto es, el de su naturaleza genérica, relacionada íntimamente, a su vez, con el diseño narrativo de las Soledades, objeto de la nota al v. 7, de la que trataré por último. Desde el punto de vista genérico, Pellicer se decanta, y eso es lo importante, por el estatuto lírico del poema, por lo que apoya la alusión velada a la musa Calíope, en lugar de a Euterpe, considerando ambas figuras cifra por antonomasia de cada uno de los modos poéticos, el lírico y el heroico. El texto es el siguiente: Algunos sienten que fue Euterpe la que dictó estas Soledades, llevados de que al fin de la dedicatoria al duque de Béjar dice: «Que a tu piedad, Euterpe, agradecida / su canoro dará dulce instrumento». Pero yo dijera que Euterpe más es la que inspira lo heroico que lo lírico y por eso la invocó en el Panegírico al duque de Lerma; y aquí se debe entender que si el duque de Béjar ampara a las Soledades, se le consagrarán panegíricos y elogios significados por Euterpe. Y siento que la musa de quien habla aquí don Luis es Calíope, y que se acordó de Horacio en la Ode cuarta del libro tercero: Descende caelo et dic age tibia / regina longum Calliope melos.
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En primer lugar, pues, considera, para rebatirlo, que existen críticos o comentaristas que se inclinan por la concepción épica o heroica del poema, simbolizada por Euterpe, algo que precisaremos ahora. Esa naturaleza heroica sí resulta evidente, sin embargo, en el caso del Panegírico al duque de Lerma, poema que él asume como la cumbre artística del cordobés, una perspectiva que adelanta los posicionamientos actuales, según puede comprobarse, por ejemplo, en los trabajos de Blanco (2011). Proporciona, igualmente, el significado que entraña la invocación a Euterpe al final de esa dedicatoria o panegírico: «que si el duque de Béjar ampara al Panegírico, se le consagrarán panegíricos y elogios significados por Euterpe».1 La concepción lírica de las Soledades se fundamenta además en la fuente que proporciona, correspondiente a una oda de Horacio (III, 4), poema y poeta líricos por antonomasia. En la fuente silenciada, la Soledad primera… ilustrada y defendida, en unas menciones no recogidas por Pellicer, Cabrera alude a Virgilio para la ausencia del nombre y el epíteto dulce, y a Horacio, deteniéndose en el comentario de dulce como reflejo de la delectación lírica. En las Lecciones solemnes la postura de Pellicer en cuanto a la definición genérica de las Soledades se planteaba de forma más ambigua que ahora. Afirma allí con contundencia que «don Luis nunca escribió poema épico,2 de lo cual no le casa bien el nombre de Homero español que le otorgó la edición adulterada de sus obras» (col. 4), y por eso lo define desde el título como «nuevo Píndaro», campeón de una lírica elevada y grave, aunque no estrictamente épica.3 En el Fénix, «Diatribe III», lo corrobora, asimismo: […] el príncipe de los poetas españoles, nuestro gran cordobés don Luis de Góngora, solo comparable a Píndaro de los griegos, cuyas obras salieron a luz póstumas con nombre del Homero español, título desigual, si no por el genio, por lo escrito, que don Luis jamás escribió poema épico. Solo vagó como Claudiano, igualando a Marcial en las sales (f. 32).
Sin embargo, a pesar de esa generalización excesiva, por poco modulada, considera ahora el Polifemo como un poema heroico, y también entiende así el Panegírico, si bien en 1630 no reparaba con precisión en su faceta genérica. Esta falta de definición matizada tampoco es exclusiva de Pellicer, en cualquier caso, y se advierte, como él mismo subraya, en parte de la crítica previa y aledaña, por causa de la esquiva naturaleza genérica del poema. Incluso, a pesar de su 1 Lecciones
solemnes: «Y agradecida a tanta piedad Euterpe consagra su lira a la piedad del Duque, o la fama al viento, su trompa en su alabanza» (col. 363). 2 En contradicción con lo que sostiene para el Panegírico. 3 Pudiera ser acaso que en esta distinción reflejara la posición de Luis de la Cerda, que no quería que se pusiera al mismo nivel la Eneida y las composiciones encomiásticas.
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conceptuación lírica de las Soledades, Pellicer asume la existencia en él de rasgos propios de la épica, como ha hecho al identificar la proposición virgiliana inicial (nota I, 1), o luego se comprobará en relación con la fábula y estructura del poema (nota II, 19). Parece bastante a propósito, por lo demás, comparar estas consideraciones específicas con la interpretación que Pellicer hace de lo lírico y lo heroico en un texto concomitante cronológicamente, tal como ya he dicho, con este de las Segundas lecciones, la Idea de la Comedia de Castilla (1639), donde encara, con clara influencia herreriana, la oposición desde un punto de vista temático: el de los amores líricos frente a las hazañas guerreras. Cito, pues: En el estilo lírico tienen su lugar los amores, las ternuras, las quejas, satisfacciones, celos, disculpas, agravios, desconfianzas, favores y desprecios, de que constan muchos ramos principales de la comedia. En el heroico tienen su lugar debido las hazañas, las acciones justas y depravadas, las virtudes y vicios…4
En efecto, la dimensión genérica de las Soledades constituye un eje fundamental en la filiación problemática del poema (así decía el abad de Rute en el Examen: «Es fuerza ver primero qué género de Poema es este de las Soledades», Artigas [1925: 424-426]), que, por el desfase entre su materia humilde5 y el estilo grandilocuente, como se encargó de recalcar socarronamente Jáuregui,6 fracturaba el ineludible equilibrio clasicista del decoro. Así pues, teniendo en cuenta ambos niveles de modo conjunto, la clave genérica les resulta ser casi inasequible y a la fuerza oscilante entre lo heroico, lo bucólico y lo lírico, ya, por los rasgos de elevación formal propios de la elocutio, ya a causa de la humildad de los asuntos.7 En este sentido, el crítico gongorino Pedro de Valencia en la redacción inicial de la Carta en censura de sus poesías consideró tempranamente el poema como de naturaleza lírica, si bien incorporando la noción de un lenguaje elevado y grave, maridaje este que será moneda corriente a lo largo de la polémica, desde el propio Góngora en su Carta en respuesta de la que le escribieron:8 4 Sánchez
(1961: 82-89). no para todos, porque el destierro de un príncipe y el tratamiento de la naturaleza, de carácter utópico, podría entrañar una dimensión heroica, o en todo caso grande y noble, como en Lucrecio. 6 Véase infra. 7 Para la cuestión genérica de las Soledades resulta imprescindible el estudio de Roses (1994), más las precisiones de Roses (2007). Asimismo, Romanos (2008). 8 Es decir: «Y agradezca que, por venir su carta con la capa de aviso y amistad, no corto la pluma en estilo satírico, que yo le escarmentara semejantes osadías, y creo que en él fuera tan claro como le he parecido oscuro en el lírico» (Orozco 1973: 180-183). 5 Aunque
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[…] en las materias y poesías más graves en que V. M. ha querido hacer prueba de no mucho tiempo a esta parte, reconozco la misma lozanía y excelencia del ingenio de V. M., que en cualquier género de compostura se levanta sobre todos, y señaladamente en lo lírico de estas Soledades.9
Sin embargo, por las mismas fechas, la anónima Carta de un amigo10 subraya la inconveniencia heroica del poema y apoya su carácter bucólico, a causa de la intervención de la música y la danza: Resta, pues, demos nombre a la Soledad, ya que la excluimos de la épica, y según a mi ver ninguno otro le cuadra como el de bucólica, égloga o pastoral, por la razón arriba dicha de lo imitado.11
Por su parte, el abad de Rute también modula su definición desde el Parecer al Examen del Antídoto, posterior, de entre 1614 y 1615. En el primer texto, aun sin negar el carácter mélico, incorpora, asimismo, el marchamo bucólico,12 pero lo que queda patente es la negación («no puede ser épico, ni la fábula o acción es de héroe o persona ilustre ni acomodado el verso») de un sesgo heroico: [El] poema grave, trágico, heroico u otro semejante que, siendo de su naturaleza ilustres, piden estilo y modo de decir fuera del vulgar […]. Pero un poema, cuando no lírico, de materia humilde, bucólico en lo que descubre hasta ahora, no ha de correr parejas con lo heroico, desdiciendo mucho del decoro que se debe a las personas.13
Antes del Antídoto, asimismo, Manuel Ponce realiza, en su Silva a las Soledades de don Luis de Góngora, con anotaciones y declaración, y un Discurso sobre la novedad y términos de su estilo, una muy interesante definición de los dos poemas mayores, en virtud del desfase contenidista, considerando, eso sí, un nervio heroico en su elocución, aun siendo líricas por esencia (y siempre denomina silva al poema): […] y dicen que carece del natural lenguaje y propiedad de los términos, pues en los que está escrito no se halla igualdad heroica ni dulzura lírica, sino graves acome9 Pérez
López (1988: 60). de un amigo de D. Luis de Góngora en que se da su parecer acerca de las Soledades que le había remetido para que las viese. 11 Castaldo (2016) y Carreira (1998: 242-243). 12 Algo similar encontramos en el Parecer anónimo sobre las Soledades (1613-1614), cuyo autor afirma acerca del género de estas que «ninguno le cuadra como el de bucólica, égloga o pastoral», Carreira (1998a, 243). 13 Elvira (2015). Asimismo, Orozco (1969: 95-145). 10 Carta
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timientos y realces violentados que desfallecen donde más debían sustentarse; y que en el Polifemo y en esta silva ha errado los estilos, porque en aquel, que contenía una acción lírica, no escribió lírico; y en esta, que también lo es, ha escrito versos cuyo nervio es heroico (dedicatoria, ff. 37-37v).14
Esta apreciación de Ponce muestra esa especie de prejuicio épico de los comentaristas antecedentes, que aportan como elemento para su negación, pero al cabo latente, la perceptible vocación heroica del poema. Aunque las Soledades no son poesía heroica en sentido recto o por definición, propenden al estilo magnífico que les es propio y no a la lírica. Estos argumentos confluyen, desde luego, con los de Almansa y Mendoza en las Advertencias para inteligencia de las «Soledades», donde se plantea la oposición entre épica y lírica de un modo, sin embargo, contrario, ya que se incide en la calidad heroica de los asuntos, por más que finalmente su resolución formal sea lírica, ocurriendo lo opuesto en el Polifemo, que es básicamente heroico: Dicen lo primero que ha usado en las Soledades y Polifemo desiguales modos en su composición y que debía el Polifemo ser poesía lírica y las Soledades, heroica. […] Las Soledades por ningún camino podían ser heroicas que dando Horacio modos en su poética que materias se avían de descubrir en verso lírico dijo pinta un delfín el mar, una soledad. Y Aristóteles llamó a las obras sueltas ditirámbicas por indeterminada materia, a quien el arbitrio, del Poeta queda vestirlas del verso que quisiere, y que esta sea una obra suelta, véase que es una silva de varias cosas en la Soledad sucedidas, cuya naturaleza adecuadamente pedía la poesía lírica, para poderse variar el poeta.15
En todas estas calificaciones valorativas aparece, pues, de algún modo el problemático contrapunto del estilo lírico frente al heroico. Pero, como contrapartida, el caso es que Jáuregui se afanó en satirizar tras estos primeros textos preventivos (que de algún modo habría de conocer), la pretendida condición heroica del poema, negando a Góngora la facultad de poeta concertado e invalidando el, para él, quiero y no puedo épico del cordobés. Pero sin adscribirlo tampoco al género de la lírica, puesto que lo que desea es situarlo en un limbo de indefinición: «Su intento aquí fue escribir versos de altísimo lenguaje, grandílocuos, heroicos […] Al cabo de cincuenta que VM ha gastado en las musas líricas y joviales, que se le hubiese pegado tan poquito de las heroicas».16 14 Apud
Azaustre (2015: 83). Asimismo, Alonso (1982b). Bueno (2018a, 2018b) y Orozco Díaz (1969: 199). 16 Rico García (2002: 79). 15 López
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En oposición a Jáuregui, en el Examen del Antídoto, ya mencionado, el abad de Rute, que frente al sevillano recalca las dotes heroicas de Góngora,17 aplica como definición de las Soledades una posibilidad similar a la de Herrera para con el soneto, estrofa, según él, comodín de todas las especies líricas. Se trata de un poema mélico y por eso engloba a todas las modalidades poéticas, de lo épico a lo bucólico. Detengámonos por un momento en las razones del abad. La novedad de esta percepción descansa en llegar a asumir el polimorfismo de una lírica renovada, de modo que el poema puede alcanzar una gran envergadura, plagada de variedad de asuntos y episodios, con la magnificencia de un decir grande y majestuoso, y no reducirse exclusivamente al pequeño espacio de la canción de amor. Esta valiente concepción genérica entraña una adecuación explicativa a la excepcionalidad del poema, a causa de la inexistencia de una preceptiva antigua de lo lírico que dé cuentas de esta posibilidad. Por eso el abad de Rute, aunque apoyándose en la práctica poética de los líricos antiguos, la imbrica con los preceptos renovadores de Minturno, Escalígero o Tasso. A raíz de la crítica de ineptitud gongorina por parte de Jáuregui, el Examen se afana en destacar con contundencia, y lo hace por vez primera sin oponerlo a una heroica desestimada, que las Soledades son poesía lírica: una lírica grave y magnífica, pindárica, como las odas patrióticas de Herrera o las del propio Góngora, escritas con anterioridad. Una lírica extensa y polimórfica, por su fábula variada y continuada en partes. Se trata, en definitiva, de dar carta de naturaleza, mediante un ejercicio arriesgado de especulación poética, a la extravagancia de las Soledades, aunando el concepto de lo sublime, propio del estilo heroico, al de una lírica elevada, cercana a la majestad épica: Es necesario confesar que es Poema que los admite y abraza a todos [los géneros]: cuál sea este, es sin duda el mélico o lírico [...] Qué cosa sea poema mélico nos lo dice Minturno […] Solo podrá escrupulizar el ser más largo este Poema, que los que en género de lírica dejaron los antiguos y no ser de una sola acción, sino de muchas. Pero en lo que toca a dilatarse, bien sabe V. m. que importa poco, pues más y menos no varían la especie. En cuanto a la acción, o fábula bien se pudiera sustentar por una, siendo un viaje de un mancebo náufrago, pero antes queremos que sean muchas y diversas: porque de la diversidad de las acciones nace sin duda el deleite antes que de la unidad […] por no haber autores griegos o latinos que nos hayan dado en particular preceptos del Poema lírico, habremos de recurrir al
17 Véase: «Nuestro don Luis nació antes para heroico que para lírico, dígalo la majestad de sus versos; la agudeza de sus pensamientos; lo exquisito, y nada vulgar de su elocución: pero con su divino natural se acomoda a todo» (Artigas 1925: 446; Mancinelli 2017). Téngase en cuenta Mancinelli (2019).
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ejemplo de los que en él han ganado crédito […] nada de esto desdice de la poesía lírica y menos de este Poema de la fábula no simple, sino varia, y mezclada a modo de Romance, probádose.18
En realidad, consiste en una concepción híbrida, presente, desde luego, en las Soledades, que marida lo lírico con lo heroico, concepto entendido por Tasso como una temática (grande, magnífica, un poema destinado a hablar de cosas graves, que tienen peso e importancia) unida a un estilo levantado, remontado, tan remoto de la lengua y estilo cotidianos y vulgares como sea posible. Un estilo que proviene del maridaje del concepto que el poeta se hace de las cosas y de la elocución que les impone a las palabras. De ello resulta que pueden ser heroicos tanto un poema épico como otro lírico. Lo heroico no es tanto la materia en sí como el concepto que el poeta formula de ella a través de un estilo a propósito. Asimismo, la descalificación de Jáuregui hace mella en Díaz de Rivas. En los Discursos apologéticos por el estilo del «Polifemo» y «Soledades», obras poéticas del Homero de España, D. Luis de Góngora, con muchas más prevenciones que sus predecesores, admite que las Soledades pertenecen al genus grave y magnífico, de estilo espléndido y sublime, conseguido mediante el ornamento e hinchazón de la dicción, pero sin llegar a especificar nunca una naturaleza heroica, aunque sí un carácter épico.19 En una nota marginal dispuesta justo antes de una cita de Tasso, a la que me referiré luego, Díaz de Rivas, aclara, pues: «no quiero yo decir por esto que las Soledades son obra épica».20 Sin embargo, tampoco se conforma con la conceptuación de sesgo bucólico, la cual entrañaría la intelección de un estilo ínfimo, algo que nunca se propuso albergar. Así, las Soledades pertenecen al genus grave y magnífico, entre otras cosas porque su protagonista es un príncipe: Y no es argumento eficaz decir que estas Soledades tratan de campos, chozas y pastores, y que así es Poesía Bucólica y se ha de allanar al estilo ínfimo, como los demás versos bucólicos; porque su principal asunto no es tratar cosas pastoriles,21 sino la peregrinación de un Príncipe, persona grande, su ausencia y afectos dolientes en el destierro, todo lo cual es materia grave y debe tratarse afectuosamente, con el estilo grave y magnífico.22
18 Artigas
(1925: 424-427 y 457), Mancinelli (2017). embargo, tampoco se conforma con la conceptuación de índole bucólica, puesto que entrañaría la intelección de un estilo ínfimo, algo que nunca se propuso albergar el cordobés. 20 Gates (1960: 52). 21 Al margen: «estas materias son circunstancias accidentales al fin principal de la obra». 22 Gates (1960: 51-52). 19 Sin
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Con tales premisas, pues, el poema no puede atenerse a lo bucólico ni a lo lírico sin más, un término que no usa nunca, sino que, en todo caso, encara por su materia una heroica amorosa, la propia de la obra de Heliodoro, como lo admite Tasso, asunto crucial al que volveremos en relación con la trama narrativa. El recurso de esgrimir la calidad del sujeto del argumento parece que consiste en una dignificación del mismo, frente a las descalificaciones de Jáuregui. El autor de la Soledad primera… defendida e ilustrada, acaso Cabrera, en un texto que no reelabora Pellicer, aunque haya debido leerlo, confiesa, asimismo, la problemática definición de las Soledades, que, por rechazo de las otras opciones genéricas, considera ser poema lírico, a pesar de su extensión demasiado larga. Así pues, se trata de una lírica renovada, como la comedia nueva lo es respecto al teatro, de estilo grande y sublime, lo cual casa perfectamente con el acomodo pindárico que hemos dicho ya: Que género de poema sea este no es fácil de averiguar por no ser épico, ni dramático, ni bucólico; pienso es mélico o lírico, conforme a la naturaleza que le dan Escaligero y Minturno, en el libro 5, tomándolo de Horacio en su Arte, sin embargo de que es más largo de lo que sufre lo lírico antiguo, porque, como se ha dicho, el poeta imitando así algo de nuevo; y como las comedias se han alterado y mudado y recibido otra forma, así lo lírico.23
Salcedo, por su lado, si bien define el Polifemo como égloga, no entra en 1636 a discutir el género de las Soledades, pero cuando anota Dulce musa apela a los asuntos propios de las «cosas rústicas y alabanzas de la vida solitaria», de lo cual se puede inferir que las adscribe indirectamente a la modalidad lírica. Francisco del Villar (1636-1638), por el contrario, en los Fragmentos del Compendio Poético no duda en calificar de épicos tanto el Polifemo como las Soledades, y también el Panegírico, del mismo modo que disculpa la oscuridad de estos poemas por considerarla un imperativo de su carácter heroico: Escribió las Soledades, Polifemo, Panegírico y muchas canciones y sonetos, que por lo ilustre de los asuntos, por la pompa del verso y por la alteza del estilo pertenecen a la épica. […] Todas estas leyes guardó nuestro poeta don Luis en las Soledades, Polifemo, Panegírico y otras obras donde cumplió exactamente las obligaciones de lo heroico, con que parece que no nos deja ocasión de dudar y así Pedro Díaz de Rivas en la edición de Madrid le intitula el Homero español.24
23 Osuna (2009: 137-138). Parece tomar como presupuesto al abad de Rute en su Examen del «Antídoto». Véase Artigas (1925: 424-427). 24 Ponce Cárdenas (2015). Parecida a esa idea de que Góngora destacó en todo género de poesía, como mantiene Villar, se muestra la argumentación de Angulo, quien pretende resaltar
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SOBRE EL ESTATUTO GENÉRICO DE LAS SOLEDADES
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Creo que no se puede hallar una adscripción genérica más decidida que esta de Villar, al margen ya de cualquier prejuicio definitorio, pues aúna decididamente la alteza del estilo a lo ilustre de los asuntos. Y una voz más tardía (1645/1648), la de Martín Vázquez Siruela, también recalca sin ambages la calidad heroica de los poemas mayores. En el Discurso sobre el estilo de don Luis de Góngora y carácter legítimo de la poética. Discurso a don García Coronel de Salcedo… (1645 o 1648),25 enfrentó los poemas pequeños limitados a lo líricos con los de amplio aliento circunscritos a lo heroico: Reinó don Luis y tuvo el primado de los ingenios sin envidia, sin competencia, mientras no pasó de los versos líricos de cantidad corta, y así lo confiesan los que mayor oposición [f. 7r.] le han hecho después en el segundo estilo, testificando que si se hubiera quedado en el primero, mereciera estatua en el Parnaso y su fama y nombre volaran sobre las estrellas. Mas como su espíritu fuese tan generoso, no pudiéndose contener en aquellos estrechos márgenes, después de larga y profunda meditación, rompió los canceles que él mismo se había puesto y salió con aquellos partos heroicos que, como admiraron a unos, así en otros causaron notable turbación, viéndose en un punto sacar de las manos esta provincia en que, a su parecer, ellos solos reinaban y, como defendiendo su posesión antigua, volvieron las lenguas y las plumas contra el estilo nuevo de don Luis, desacreditándolo con el vulgo.26
Sacando conclusiones, pues, en este apretado recuento se puede observar que la tradición reivindicativa de las Soledades entiende el poema en tanto que genus lírico (Valencia, abad de Rute [Examen], Ponce, Almansa, Rivas, Cabrera, Salcedo, Angulo), acaso mejor como manifestación de una lírica pindárica, elevada y magnífica, que, claro es, participa de un aliento o espíritu heroico (Ponce, Rivas), pero sin llegar a serlo en su totalidad o por definición preceptiva, como sí arguyen Villar o Vázquez Siruela. En los primeros tiempos, además, se esgrime la alternativa de la poesía bucólica (abad de Rute, Parecer; Parecer anónimo), un género muy proteico, con su propia tradición, pero adscrito generalmente al modo lírico desde el xvi. Eso sí, se caracteriza por una envergadura superior a la de los fragmentos líricos, una extensión que queda aducida como objeción a la lírica. además la eminencia de Góngora como poeta no épico, sino lírico, porque paradigmas de lo lírico son precisamente los poetas latinos con los que Angulo equipara a Góngora: «No, pues, sin fundamento afirmo que D. Luis mereció lo mismo que por el zueco de lo burlesco y satírico, por el coturno en lo lírico y heroico, y algo más, pues tanto se levantó de la tierra en lo material», f. 46 (Daza Somoano 2015: 331; 2018; 2019); Daza-Blanco-Mulas (2019). 25 Martín Vázquez Siruela, Discurso sobre el estilo de don Luis de Góngora y carácter legítimo de la poética. Las notas que critican los errores de Pellicer (posteriores, pues, a 1630) fueron estudiadas por Alonso (1982: 461-467). 26 Yoshida (1995: 96). Texto modernizado.
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Precisamente Mercedes Blanco27 ha dedicado una espléndida monografía a mostrar, sobre todo en los capítulos II a IV, la vocación heroica de las Soledades, presente donde más en el aparato de la elocución y en la constancia de motivos y recursos épicos, pero a la vez el desvío del poema con respecto al canon preceptivo de sesgo aristotélico, una inadecuación relativa especialmente a la inventio de la fábula, desprovista de peripecia heroica, que la autora caracteriza como antinovela. De tal modo las Soledades, y de ahí la problemática ubicación crítica de las mismas, suponen una alternativa ciertamente paradójica del paradigma heroico, una desviación novedosa y original que no encuentra fácil acomodo en los parámetros preceptivos de sus contemporáneos. Volvamos, pues, de nuevo a Pellicer después de este apretado repaso de apreciaciones valorativas. Ante este panorama de definiciones por medio de la negación y el titubeo, la decidida apuesta del cronista por la impronta lírica del poema destaca sin lugar a dudas. Y se basa, me parece, aunque llega a reforzarla incluso, en la propuesta del Examen del de Rute, sobre todo (y de Díaz de Rivas también), al incorporar la posibilidad de una fábula o trama amorosa: una lírica con variedad de argumentos y partes, que brinda una apoyatura teórica, con una mayor amplitud de miras. Y es que ya en la nota preliminar a las Soledades, en 1630, Pellicer asume, cuando todavía no ha manejado el Examen, la extraña y peculiar fusión de las dos pautas tenidas por incompatibles, sobre todo por parte de Jáuregui: la locución de signo majestuoso para el asunto más inútil y peligroso. Dice exactamente Pellicer en el prólogo a las Lecciones: […] halló don Luis (oh cuánto debemos a pensar tan hondo), dos linajes de rumbos que no dejaron senda a la imitación, ni pauta al remedo, y menos rebozo al hurto. El golfo primero fue el de la locución tan fuera de lo común, tan majestuosa, tan realzada, que le pudiéramos llamar el Platón de España, cuyas frases había de hablar Júpiter, si, como fabularon los étnicos, bajara al orbe, o el Plauto de Andalucía, en cuyo lenguaje las musas formaran voz, a poder hablar humanas. El piélago segundo que sondó primero y sulcó después D. Luis fue el de estas Soledades, tomando el asunto más estéril, más escabroso que pudiera encomendalle el odio del que intentará deslustrar o embarazar siquiera su fortuna (col. 352., apéndice 3).
27 Blanco
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A pesar de estos avances interpretativos de Pellicer en 1638, la anotación absolutamente nueva con respecto a las Lecciones solemnes, y al margen de la Soledad primera… ilustrada y defendida, porque en esa fuente no existe, es la nota II, 19 («Cuando el que ministrar la copa / a Júpiter mejor, que el garzón de Ida…»), aunque ello no quiere decir que el autor no utilice algunos argumentos ya contenidos en su obra previa. La perífrasis, así llamada por el mismo Pellicer, con la que el poeta introduce a su personaje, el peregrino, le conduce, además de a aportar paralelos antiguos y modernos sobre su uso, a comentarios sobre la naturaleza del personaje y del poema todo en su configuración general. Especialmente en cuanto al diseño narrativo de raigambre bizantina, parejo además al proyecto de Góngora de extender la traza a cuatro Soledades consecutivas. En 1630 Pellicer explicaba el proyecto inacabado de cuatro Soledades, referentes a las cuatro edades del hombre, y simbolizadas estas por escenarios y acciones ceñidas a cada una de ellas, señalando, al paso, que solo las dos primeras vieron la luz: Aquí feneció don Luis de Góngora la Soledad primera, en que deja pintada la Juventud, a que moralmente atendió, pues su principal intención fue en cuatro Soledades describir las cuatro edades del hombre. En la primera la Juventud, con amores, prados, juegos, bodas y alegrías. En la segunda la Adolescencia, con pescas, cetrerías, navegaciones. En la tercera la Virilidad, con monterías, cazas, prudencia y económica. En la cuarta, la Senectud, y allí política y gobierno. Sacó a luz las dos
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solamente, las cuales yo he procurado hacerlas, no mejores con mis ilustraciones, más fáciles sí, con la explicación (col. 523).
Esta alegoría combinada y de difícil aplicación al poema parece obedecer a un intento por parte del comentarista de dotar a las Soledades de un contenido serio y filosófico, y, por lo tanto, grave y moral, mediante una estructura trascendente. En las Segundas lecciones retoma esta idea principal de las cuatro edades, pero, omitiendo, eso sí, la pauta simbólica de la cuatripartición, se centra ahora en lo indeterminado del nombre, patria y lugar de llegada del peregrino, cuya historia (a tenor del artificio griego del comienzo in medias res, clave para la postergación), él mismo confesará en la segunda Soledad, cuando refiriera que la partida se debe al rechazo de su dama. Así comienza el escolio II, 19: La intención de Don Luis, como se ha dicho, fue ir discurriendo por las cuatro edades del hombre y así introduce a este joven peregrino sin señalarle nombre ni que se le conozca patria, ni dar señas del mar en que padeció la tormenta, ni de la tierra y costa donde fue derrotado, todo con gran invención, novedad y artificio, esperando a que en la tercera o cuarta Soledad él mismo refiriera a alguno de sus huéspedes la relación de su historia, los sucesos de su vida, las causas de su peregrinación, las noticias de su patria, su nombre y viajes, que padeció por espacio de cinco años en mar y en tierra, como él mismo confiesa, ocasionado de desesperación amorosa, diciendo en la Segunda Soledad «Esta, pues, culpa mía…», donde da a entender que por haber emprendido sujeto soberano para dueño y verse desfavorecido de la dama, que tampoco nombra, había dejado con despecho su patria y peregrinando de oriente a poniente cinco años continuos, ya en el mar con el timón, ya con el bordón en la tierra […].
Y nótese que con esta misma parquedad lo había anunciado ya antes que nadie el abad de Rute (Examen), que debía de disponer de información privilegiada: «estas Soledades constan de más de una parte, pues se dividen en cuatro»:1 […] estas Soledades constan de más de una parte, pues se dividen en cuatro; si en la primera, que sola hoy ha salido a luz, este mancebo está por bautizar, tenga v. m. paciencia, que en la segunda o la tercera se le bautizarán y sabrá su nombre; pues Heliodoro en buena parte de su Historia etiópica nos hizo desear los nombres de la doncella y el mancebo, sujetos principales de su Poema, que al fin supimos ser Teágenes y Cariclea. Tras el bautizo le vendrá la habla.2
Las dos principales propuestas sobre el diseño cuaterno global provienen de Díaz de Rivas, aserto previo al de Pellicer en las Lecciones, y de Angulo y Pulgar, 1 Artigas 2 Artigas
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(1925: 405-406), Mancinelli (2017). (1925: 406), Mancinelli (2017).
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posterior a 1630. La de Rivas, acaso la primera referencia explicativa al asunto (Anotaciones y defensas a la Soledad primera, 1615-1624), era divergente, no obstante, a Pellicer en la interpretación, puesto que la hacía depender del distinto escenario de la acción, una propuesta más plausible en todo caso, puesto que se acomoda mejor a la variedad espacial del poema, que, sin embargo, no se presenta de modo tan estanco, mientras que Pellicer acompasaba el diseño poético a las cuatro edades del hombre. Se aduce en la nota 1 a la dedicatoria al duque de Béjar: Dice que el argumento de su obra son los pasos de un Peregrino en la soledad. Este, pues, es el firme tronco de la Fábula, en quien se apoyan las demás circunstancias de ella, a quien intituló Soledades por el lugar donde sucedieron. La primera soledad se intitula la soledad de los campos y las personas que se introducen son pastores; la segunda, la soledad de las riberas; la tercera, la soledad de las selvas; y la cuarta, la soledad del yermo (BNE, ms. 3906, f. 183).3
Por su lado, Angulo y Pulgar en las Epístolas satisfactorias (1635) adjudica equivocadamente a Díaz de Rivas la argumentación de las cuatro edades de Pellicer en las Lecciones, al que sigue, desde luego, al pie de la letra, sin despegarse de la intención alegórica: Y mirando la más dilatada obra que compuso, que llamó Soledades, dice el licenciado Pedro Díaz de Rivas, en el magistral comento que hizo a las dos, que habían de ser cuatro, en similitud de las cuatro edades del hombre y aunque la autoridad de este sujeto por sí y por ser patriota de don Luis con quien comunicó estrechamente, es grande prueba de esto, no la hace menor ver que en la Soledad primera, intitulada De los campos, pinta la juventud con amores, juegos, bodas y alegrías. La segunda (que aún no acabó), llamada De las riberas, trata de la adolescencia, con pescas, músicas y cetrería. La tercera, dice el licenciado Rivas que había de ser de las selvas, y hablar de la virilidad y prudencia con cazas y monterías. Y la cuarta, que había de tratar de la política, pintando un yermo, semejanza propia de la senectud. Según esto, cuanto al objeto material, ya están fuera de triviales estas obras. Y si miramos lo útil de ellas, no solo hallaremos singular doctrina para ser gran poeta el que la imitare, pero en lo moral muchas virtudes y ejemplos graves (f. 43v).4
En cualquier caso, para los escoliastas (Rute, Rivas, Cabrera) el fundamento más evidente en cuanto al suspense lector lo había entrañado la obra de He3 Cito
a través de Daza Somoano (2015: 138). Además, Daza Somoano (2018; 2019); Daza-Blanco-Mulas (2019). 4 Daza Somoano (2015: 139). Asimismo, Daza Somoano (2018; 2019); Daza-Blanco-Mulas (2019), donde además de aportar la edición de las Epístolas, realiza un panorama insuperable de la polémica gongorina hasta 1635.
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liodoro, dechado de la novela griega de aventuras. Por añadidura a este asunto del proyecto global del poema, es preciso analizar otro texto pellicerino poco transitado críticamente en este sentido, pero fundamental en lo que toca a la identificación y modelos de la fábula. En un pasaje precisamente de la Vida de Góngora, que quedó como sabemos manuscrita, el escritor hacía referencia a cómo el cordobés confluía, no tanto que los imitara de visu, con Dion Crisóstomo, Heliodoro y Tacio, entre otros muchos autores clásicos:5 En muchas partes se roza con las oraciones de Aristeneto y Dion Crisóstomo, con lo venusto de Anacreonte, Heliodoro y Aquiles Tacio, no porque a mi juicio los viese, sino porque fue tan grande el natural de don Luis que con él solo pudo igualar los griegos y latinos, pues si los vio para imitarlos, fue mucho, y si no los vio, fue mucho más (apéndice 1).6
Precisamente, la influencia de esos tres autores, y sus varios imitadores en el siglo xvii, sobre la trama, para ellos entonces novelesca, de las Soledades, se ha convertido en uno de los puntos de debate más recurrentes hasta hoy.7 Ya se habían percatado de la huella de Heliodoro el abad de Rute, Díaz de Rivas y Cabrera, como se dirá más abajo, y ahora en las Segundas lecciones Pellicer redondea y precisa sus propios argumentos. Acaso haya sido la poca difusión de este escrito, por más que ya se había publicado la Vida,8 lo que hizo que Lida de Malkiel (1975) no lo conociera, y tampoco Vilanova (1952), según su propio testimonio. La aportación del mismo habría sido fundamental, sin embargo, para su propuesta crítica, cuando la filóloga argentina observó las concomitancias del cordobés con la Historia del cazador de Eubea, inserta en el «Discurso VII» de Dion Crisóstomo. Esta cita de Pellicer muestra, en fin, que ya los contemporáneos se hacían eco de la posible asimilación del griego.9 Aparte de esta mención de Crisóstomo y la cita de Tacio, sobre la que volveremos, el paralelismo evidente para los escoliastas lo había constituido la obra 5 Es de notar también la mención de Aristeneto, epistológrafo amoroso que cita dos veces en las Lecciones solemnes. 6 Izquierdo (2018b). Oliver (1996: 67-68). Lo estudia Ponce (2014). 7 Aunque, como se irá viendo, la identificación entre ambas obras ha sido sostenida en lo antiguo y subrayada en lo moderno, no deja de entrañar importantes reparos en cuanto a la acción (profusa en la bizantina y muy escasa en las Soledades) y su modo narrativo (el recurso de comenzar in medias res proviene de la épica) o el estilo (abigarramiento frente a morosidad). En cualquier caso, como se trata de una solución o estrategia explicativa del texto, asumida igualmente por Pellicer, se desarrolla en adelante, teniendo en cuenta esa naturaleza bizantina como lugar crítico recurrente. 8 Foulché (1915). 9 Abunda sobre el asunto, ofreciendo una interpretación novedosa Blanco (2014).
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de Heliodoro, dechado de la novela griega de aventuras. Así, el abad de Rute insiste en el uso común de la técnica épica del comienzo in medias res, que comenta asimismo Pellicer en el arranque de la nota I, 1910 y en consonancia estructural la suspensión de los detalles del argumento hasta el final del poema. Dice exactamente: […] estas Soledades constan de más de una parte, pues se dividen en cuatro; si en la primera, que sola hoy ha salido a luz, este mancebo está por bautizar, tenga v. m. paciencia, que en la segunda o la tercera se le bautizarán y sabrá su nombre; pues Heliodoro en buena parte de su Historia etiópica nos hizo desear los nombres de la doncella y el mancebo, sujetos principales de su Poema, que al fin supimos ser Teágenes y Cariclea. Tras el bautizo le vendrá la habla.11
Y lo mismo recalca Díaz de Rivas, que, al comentar el principio del poema (Anotaciones y defensas a la primera Soledad), explica el artificio griego y el suspense lector:12 Eruditamente comienza el poeta su narración, porque, según dicen los críticos, el cuento poético ha de comenzar por un caso insigne. Lucano comenzó su Farsalia por la entrada que hizo el César en el Rubicón, con que fue juzgado por enemigo del pueblo romano. Y así nuestro poeta comienza por una tempestad, de que un mozo escapaba en una tabla. Y si el Antídoto condena este modo de dar principio ex abrupto, sepa que con acuerdo tejió así la narración. Y comenzando por una tempestad dejó para el fin de la obra el contar el origen de los amores del peregrino y los demás discursos. Así Virgilio dirigió su obra; y el fin de la narración que Eneas hizo a Dido fue el principio de la obra del poeta. Y Heliodoro en la Historia Etiópica hizo lo mismo. Observaron esto por dos fines. El uno, por no repetir muchas veces una misma cosa. El otro, porque el oyente esté más suspenso y desee más saber enteramente el cuento (ff. 113 r/v).13
Como también subraya un testimonio no traído por ahora a colación para esta lista de autores, al tratarse de un manuscrito, inédito por entonces, precisamente la Soledad primera del príncipe de los poetas españoles, don Luis de Góngora, ilustrada y defendida, pero que, como sabemos, sí usó abusivamente Pellicer para las Segundas Soledades: 10 Véase
el texto, infra: «Todo con gran invención, novedad y artificio, esperando a que en la tercera o cuarta Soledad él mismo refiriera a alguno de sus huéspedes la relación de sus historias, los sucesos de su vida, las causas de su peregrinación, las noticias de su patria, su nombre y viajes». 11 Soledades de don Luis de Góngora contra el autor del «Antídoto», en Artigas (1925: 406). 12 Véase Cruz Casado (1986, 1987, 2009). 13 Daza Somoano (2015: 139; 2018; 2019); Daza-Blanco-Mulas (2019).
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El intento de don Luis fue narrar las peregrinaciones y varios sucesos de un peregrino, cuyos errores, accidentes y peregrinación eligió por asunto para divertirse a otras cosas, a imitación de Homero en la Odisea, en persona de Ulises. Y, aunque es poema anónimo, pues en esta primera Soledad ni le ha dado nombre ni señalado patria, es fácil responder al curioso que las Soledades, que intenta proseguir, no las ha acabado y en cualquiera de las que restan puede darle oportunamente, como lo hizo en la Historia de Etiopía Heliodoro.14
El autor insiste en que las Soledades son un poema inacabado y que, por tanto, las incógnitas relativas al peregrino existen en tanto en cuanto no se dispone de los últimos compases del texto. Esta recurrente excusa de la inconclusión para el aplazamiento de la clausura argumental la expone asimismo Pellicer en la segunda parte de la anotación que analizamos [II, 19], donde, por lo demás, se amplifica la identificación de las Soledades con la épica y la novela griega, hijuela suya al cabo: […] Si acabara Don Luis las Soledades viéramos logrado este intento y quedado informados de quién era el peregrino, imitando a Homero, Virgilio, Heliodoro, Estacio,15 Juan Barclayo y Miguel de Cervantes, no menos que a Luis Camoens y Torcuato Tasso, que todos dilatan ya más ya menos el referir sus héroes sus vidas y acciones, ley que observaron todos los clásicos, por ir suspendiendo la narración y llevar colgada la atención de los leyentes […]. De suerte que, con la esperanza de decir en otra parte el nombre del peregrino, le calló don Luis al principio de estas Soledades, imitando a griegos, latinos, italianos y españoles.16
Sin lugar a dudas, comparada con las otras tres aseveraciones aludidas, este pasaje de Pellicer comporta el más detallado apoyo a la vinculación de la fá14 En principio, puede parecer contradictoria la definición del poema como lírico y la identificación de una trama épica o más particularmente novelesca al modo de los relatos de aventuras amorosas. Sin embargo, la naturaleza del personaje como peregrino de amor (Vilanova 1952) dota al poema de esa característica lírica. No se trata de una épica guerrera sino de una épica amorosa. No consiste en una épica en prosa, sino de una trama novelesca de factura poética. Esta mezcla de géneros habrá de constituir la marca más novedosa de las Soledades. 15 Véase infra nota a [19] Cuando el que]. 16 Vale la pena comparar esta cita con otra de Tirso en su Deleitar aprovechando, donde enfrenta a los autores bizantinos (junto con los novelistas y autores de las caballerías) con su propuesta de novelar a lo santo: «Si tanto se recrea el común gusto con lo peregrino de los cuentos, lo enmarañado de los amores, lo temerario de la valentía, lo ingenioso de las trazas y lo quimérico de las aventuras, ni en cuanto el Bocacio, el Giraldo, el Bandelo y otros escribieron en toscano, Heliodoro en griego, en portugués Fernán Méndez Pinto, Barclayo en Francia, los autores de los Belianises, Febos, Primaleones, Dianas, Guzmanes de Alfarache, Gerardos y Persiles en nuestro castellano, pueden compararse (puesto que todos son patrañas) con los sucesos portentosos, raros y verdaderos de estos tres sujetos» (Tirso de Molina 1994: 9).
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bula de las Soledades con la tradición de la épica primero y de la novela griega después, pero, claro es, al haber permanecido manuscrita e inexplorada, no se ha reparado en ella a la hora de desarrollar esta hipótesis, por lo demás, muy consensuada hoy día, principalmente a partir de los trabajos de Cruz Casado,17 que no la ha aducido tampoco. La clave de la comparación pasa ahora del inicio argumental in medias res a la postergación de lo narrado hasta el final («con la esperanza de decir en otra parte el nombre del peregrino, le calló Don Luis al principio de estas Soledades»), a propósito de conseguir la suspensión del oyente («por ir suspendiendo la narración y llevar colgada la atención de los leyentes»), dilatando el cierre de los acontecimientos hasta el remate de la fábula. Para ello, como señala finalmente el escolio, Pellicer propone la imitación gongorina a partir de griegos, latinos, italianos y españoles, y de tal modo detalla los autores concretos; primero los clásicos, el precursor Homero, y el canónico Virgilio, ya mencionados en otros lugares del texto. Digna de ser recordada es, así, la alusión a Virgilio en las Lecciones solemnes con relación a la temática del náufrago y la tormenta, de la que se desprende una concordancia con la narrativa griega: «Grande (o sea estudiosa) temeridad la de proponer un joven arrojado del mar, sin decir quién sea, dónde iba, imitación de Virgilio, que en otras cuatro líneas propuso al principio todo el epílogo de la Eneida» (col. 353). O también, el apretado resumen que hace de la compositio proteica del poema en la nota inicial a la dedicatoria: «Anduvo don Luis con su espíritu poético examinando cazas y pescas en Opiano; en Claudiano, epitalamios; alabanzas de la soledad en Horacio; tormentas y borrascas en Virgilio; boscajes y selvas en Valerio Flaco; transformaciones fabulosas en Ovidio […]»18 (col. 352). A estos autores primigenios se le añade un poeta contemporáneo, Camoens, también mencionado antes, y siempre referencia indiscutida de la épica hispana, más el nuevo modelo italiano de la épica culta, Torcuato Tasso, dechado evidente del poema heroico con argumento amoroso. Esta consideración de Tasso coincide con el relieve que le otorga Díaz de Rivas en sus Discursos apologéticos, no solo como poeta, sino como teórico de la heroica, comparándolo con Heliodoro: Lo cual [«la peregrinación de un príncipe, persona grande, su ausencia y afectos dolientes en el destierro, todo lo cual es materia grave y debe tratarse afectuosamente, con el estilo grave y magnífico»] confirma Torcuato Tasso, libro Del poema heroico, pues dice que de materia amorosa aún se puede componer épico poema. [...] Así en estas Soledades, si miramos al modo de decir, se ha de reducir al sublime; si a la
17 Por
ejemplo, Cruz Casado (1986, 1887, 2009). Cárdenas (2104) ha estudiado este texto.
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materia, a aquel género de poema de que constaría la Historia etiópica de Heliodoro si se redujera a versos.19
En efecto, en los Discorsi del poema eroico Tasso sostiene que la materia amorosa puede conformarse como fábula épica y propone como ejemplo el relato de Teágenes y Cariclea;20 una equiparación esta entre épica y novela griega que también asumirá López Pinciano, cuando categorice estos textos como verdadera épica en prosa: «he caído en la cuenta que la Historia de Etiopía es un poema muy loado, mas en prosa».21 Tal identificación de la épica con la novela bizantina, en realidad, supone la sanción de una alternativa novedosa al patrón virgiliano, cifrado en un estilo más bajo, puesto que se trata de prosa al cabo, y en un argumento amoroso, que no histórico.22 Y ello es importante. En este aspecto de la mixtura elocutiva y temática reside precisamente el punto de unión entre la identificación de la traza argumental y la reflexión genérica de las Soledades. La armonización de la épica con la narración bizantina se aduce en verdad como sanción de una alternativa novedosa al patrón virgiliano, ajustada a un estilo más bajo, puesto que se trata de prosa en definitiva, y con el desarrollo en un argumento amoroso, que no histórico. Esta épica inédita de asunto amoroso, la peregrinación de amor, se erige en una suerte de opción más abierta al equilibrio y nivelación hacia abajo del rasero estilístico y argumental. Ese es justamente el motivo por el que los defensores de las Soledades descubrieron en tal posibilidad, refrendada por los humanistas, una salida airosa a su definición y adecuación genéricas, puesto que acogía muchos aspectos concomitantes. El poema, por la falta de peripecias y conflictos, pero con la peregrinación abrupta e inconclusa, a causa de amores, entroncaba con una épica recién definida como tal, y divergente del modelo canónico en varios aspectos, aunque atenida a otros de carácter definitorio. Así, la propuesta interpretativa en clave griega se muestra como un cauce inteligente al atolladero especulativo, a veces muy forzado, en el que se encontraban varadas las Soledades. Con su nueva dimensión heroica, una hazaña de amores, la llamada novela griega le sirve como justificación genérica. Junto con Pellicer, sobre todo va a ser Díaz de Rivas quien aduzca, como se vio previamente, una definición genérica de las Soledades a 19 Gates
(1962: 51-52). González Rovira (1994: 338, n. 3): «Concedasi dunque che’1 poema epico si possa formar di soggetto amoroso… o [come] quelli di Teagene e di Cariclea, e di Leucippe e di Clitofonte, che nella medesima lingua furono scrítti per Eliodoro e per Achille Tazio». 21 Véase González Rovira (1994: 340). 22 Dice Pinciano que «en los poemas sin metro, no es necesario el alto lenguaje y peregrino, como lo vemos en Heliodoro y otros; los cuales no fueron muy altos en el lenguaje, ni peregrinos, y especialmente, en la grandeza que del cuerpo se toma» (González Rovira 1994: 340). 20 Apud
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partir de las Etiópicas, aplicándola todavía a la concepción heroica, eso sí. Este poema le permite igualar la peregrinación de un príncipe a la trama del poema y conferirle entonces, mediante el decoro exigible, un estilo grave y magnífico o sublime. La gran novedad es que no se trata de una heroica militar, sino de una épica de amores y afectos. Pero Pellicer, de la mano del abad de Rute y Cabrera, según hemos visto también, avanza todavía un paso más, puesto que trae a colación a Heliodoro, con la finalidad de armonizar el concepto de la fábula amorosa con la lírica (no ya con la heroica), de tal modo que pudieran ensancharse sus límites temáticos y estilísticos. Una lírica narrativa, y valga la paradoja, conformada de partes, o por mixtura de géneros, más amplia y continuada, es decir, una auténtica épica de amores, como el de Heliodoro es un poema de amores en prosa. En este caso, el concepto de lírica resulta ser sobre todo una consideración argumental y no tanto una clase modal o enunciativa. Es célebre, en este sentido, el apretado resumen, ya aducido antes, que hace el autor, en la nota inicial de la dedicatoria a las Soledades, en 1630, de esta compositio proteica, similar, desde luego, a un lienzo de Flandes, como quería el abad de Rute: Anduvo don Luis con su espíritu poético examinando cazas y pescas en Opiano; en Claudiano, epitalamios; alabanzas de la soledad en Horacio; tormentas y borrascas en Virgilio; boscajes y selvas en Valerio Flaco; transformaciones fabulosas en Ovidio […] (col. 352).23
Y en este proceso acumulativo de identificación de modelos, motivos y procedimientos, Pellicer se sitúa como una de las voces más autorizadas y amplias en su planteamiento. En estas segundas notas de Pellicer, junto con los poetas épicos antiguos y modernos, hacen acto de presencia los dos modelos de la ficción griega de aventuras, el recurrente Heliodoro, junto con Aquiles Tacio, representantes ambos de la épica en prosa. De hecho, Pellicer tenía solicitada licencia de impresión en 1628 de la traducción del texto de Tacio, un manuscrito sustraído del estudio, según se refiere en la Biblioteca.24 Desde luego, la mención más sorprendente y novedosa viene, no obstante, a partir de dos contemporáneos de última hora, en realidad posteriores incluso a las Soledades, el escocés Barclay y el mismísimo Cervantes. El primero, autor de la Argenis, había sido traducido y publicado por Pellicer en 1626, una obra de corte bizantino en latín, de 1621, con muchas versiones y ediciones (sin ir más lejos en el mismo año se publicó 23 Véase
apéndice 4. Pellicer: «Historia o épica griega de Leucipe y Clitophonte. Poema jónico. Teníala ya con licencia para imprimirla el año de 1628, que permanece original en poder suyo, habiéndola aprobado don Lorenzo van der Hamen y León a 14 de Marzo de 1628» (f. 152). 24 Dice
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una de Gabriel del Corral25). Barclay nunca pudo ser una fuente de inspiración para Góngora por cuestión de la cronología, si bien la publicación de El Persiles de Cervantes (Los trabajos de Persiles y Sigismunda, historia septentrional, Madrid, Juan de la Cuesta, 1617) podría haber coincidido con la quinta y última fase de redacción del poema.26 Sea como fuere, este paralelismo allegado por Pellicer inicia en definitiva un camino crítico muy transitado en nuestros días, por más que puedan existir incompatibilidades de estructura y sentido:27 el de relacionar las Soledades con las obras bizantinas contemporáneas, como se ha hecho con el Peregrino en su patria28 o incluso con La Galatea.29 En todo caso, ya en el prólogo de las Novelas ejemplares de 1613 Cervantes anuncia que, con su próxima obra, pretende competir con Heliodoro y ese mismo año, en La dama boba, Lope cifra en pocos versos la poética de los textos bizantinos (vv. 285-289). Desde luego, en los años inmediatamente posteriores a la difusión de las Soledades (entre 1615 y 1618) las prensas conocen una verdadera eclosión del género de aventuras, tanto de los textos originales en traducción, como de las obras autóctonas, conformando como nunca en su trayectoria un verdadero género editorial. Ya, para comenzar, de El Persiles se hacen hasta siete ediciones en 1617, otras dos en 1618 y 1619, y luego, varias en la década de 1629. Por su parte, en 1614, 1615 y 1616, aparecen consecutivamente la sexta, séptima y octava reediciones de la versión de las Etiópicas por Mena (Historia etiópica de los amores de Teágenes y Clariclea, añadida la vida del autor, y una tabla de sentencias y cosas notables... compuesta en griego por Heliodoro, traducida de latín en romance por Fernando de Mena, Madrid, Alonso Martin, 1615). En 1615 se imprimen dos reediciones de la Selva de aventuras de Contreras; en 1617 ve la luz la traducción de Tacio a manos de Agreda; en 1618 se reedita El peregrino en su patria, y, en fin, en 1615 y 1618 se completan las dos partes de El español Gerardo de Céspedes y Meneses.30 Cuatro años, pues, de frenética reproduc25 La
prodigiosa historia de los dos amantes Argenis y Poliarco, en prosa y verso... de Juan Barclayo, traducción del latín en romance, Madrid, Juan González 1626. 26 Véase Jammes (1994: 19-20). Por ejemplo, Ehrlicher (2010: 348 ss.) ha estudiado la obra de Cervantes y El Peregrino en su patria de Lope, junto con las Soledades, dentro del concepto de alegorías del extranjero: novelas de peregrinación las unas y viajes hacia los arcanos del lenguaje la última. 27 En cualquier caso, por más extendida que sea la idea, la equiparación de las Soledades con la novela griega no deja de ser problemática, desde el momento en que no existe en el poema un interés por los detalles de la peripecia amorosa pasada, que el peregrino no relata nunca. Es cierto, por lo demás, que la inconclusión del poema dificulta además los términos de comparación. 28 Blanco (2012: 135) ya lo refiere, aunque también lo mencionó Cruz Casado (2009: 32). De modo particular, Trambaioli (2015). 29 Gaylord Randel (1982). 30 Para el desarrollo del género bizantino véanse, por ejemplo, González Rovira (1996); Deffis de Calvo (1999); Marguet (2004).
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ción del esquema bizantino, lo cual parece ser síntoma de la apetencia lectora de este modelo narrativo. Unas expectativas receptoras y una producción editorial parejas que condicionarían, sin duda, la interpretación mediante dicho patrón literario de otros textos más o menos confluyentes. De tal modo debió de ocurrir, asimismo, con los comentaristas de las Soledades, con seguridad lectores de tales obras, que fueron aplicando las pautas novelescas del romance griego para explicar los avatares del peregrino innominado en una solución de compromiso interpretativo que salvaguardaba el decoro épico-lírico. Pues bien, el interés de Pellicer en subrayar este aspecto llega a unas cotas verdaderamente sobresalientes pues parece provenir de su propia consideración y gusto personal: no en vano en una fecha posterior a ese momento álgido señalado, la década de 1620 a 1630, en la que el género bizantino alcanza su auge por la prolijidad de títulos, había traducido, como ya se ha dicho, dos de los dechados de la ficción de origen griego, uno antiguo, el Aquiles Tacio, y en el mismo 1626 apareció la versión de Gabriel de Corral (La prodigiosa historia de los dos amantes Argenis y Poliarco, en prosa y verso... de Juan Barclayo, traducción del latín en romance, Madrid, Juan González 1626), y otro moderno, la Argenis de Barclayo (Argenis, por don Joseph Pellicer de Salas y Tovar, Madrid, Luis Sánchez, 1626). Así que nadie mejor instruido que él, pues, en los entramados bizantinos para desentrañar el engranaje argumental del poema. De tal modo la consideración de las Soledades como formulación concomitante a las obras de aventuras, según se expresa en estas Segundas lecciones, constituye el aporte crítico más pormenorizado y sagaz de cuantos se han venido analizando hasta la fecha, adelantándose en este punto Pellicer a los gongoristas contemporáneos. En fin, un nuevo texto de Pellicer subraya, el conocimiento profundo de la materia bizantina por su parte. Tal como editó José Sánchez,31 el erudito aragonés escribió, como ya se ha dicho, un Epílogo de los preceptos del poema heroico, donde sostiene, al hilo de Tasso y Pinciano, que «hay poemas en prosa, como son Ismenes e Ismenia, Teágenes y Cariclea, Leucipe y Clitofonte, Argenis y Poliarco». A propósito de esta cita, González Rovira (1994: 348, n. 43) comenta que se trata de una de las escasísimas menciones a la novela de Eustacio Macrembolita32, Los amores de Ismenes e Ismenia, lo cual demostraría, por tanto, el amplio espectro de textos que maneja.33 31 Sánchez
(1961: 89-93, 90). Blanco (2014). 33 A pesar de que el manuscrito aporta la fecha de 1625, como recalca Sánchez (1961: 89), el siguiente argumento de Pellicer más bien indicaría que se trata de un error por 1635, habida cuenta de que las Lecciones ya se habían publicado. De hecho, esa es la fecha de la Idea de la Comedia de Castilla, copiada asimismo en el ms. BNE 2235. Y téngase en cuenta, para más inri, que el dardo crítico ha de ir hacia Faria e Sousa, comentarista de Os Lusíadas, de 1639, al que acusa no 32 Véase
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En definitiva, lo más importante de la amplitud de autores convergentes aducidos por Pellicer, desde la clasicidad a la más estricta práctica contemporánea, radica en la evidente conciencia de que las Soledades incorporan un hilo novelesco de naturaleza narrativa, porque su trabazón se sustenta en los mecanismos de la épica, aunque no se trate de un poema épico en estricto sentido, puesto que para él es poema lírico, y de la ficción de aventuras: una traza narrativa forzosamente interrumpida, empero, a causa del inacabamiento del proyecto inicial de Góngora en cuatro secciones. *** Cuando Jammes (1994: 686, n. 111), al tratar de las Lecciones solemnes primigenias, en su imprescindible Catálogo de la polémica, reseña el opúsculo manuscrito de Pellicer hace la siguiente valoración de conjunto: «En 20 hojas de gran tamaño, Pellicer comenta los doce primeros versos de la Soledad primera, con la intención evidente de superarse en erudición, sin conseguir añadir datos de verdadero interés a su comentario impreso». Como se ha analizado arriba, el presupuesto inicial del ilustre gongorista francés cobra todo su sentido, puesto que las Segundas lecciones suponen un más allá en la superación incontrolada y aun estrafalaria de la anotación gongorina. No obstante, y a la vez, todo revuelto, algunos de los atisbos nuevos, no demasiados tampoco, eso sí, añaden e incluso aportan datos y detalles que sirven para iluminar precisamente ciertos de los aspectos más problemáticos y controvertidos sobre las Soledades. Y esos escolios pertinentes son casi todos propios y originales, al menos en lo que se nos alcanza, a pesar de que una gran proporción de los comentos añadidos provienen de una fuente manuscrita, la Soledad primera… ilustrada y defendida, que utilizó a su sabor y sin mención alguna, tal cual era su costumbre. Entre la desmesura y la verborrea descontrolada, a propósito de países, reyes o calendarios, se incorporan apuntes atinados y precisos sobre cuestiones relativas al género o la trama novelesca del poema. Solo por recuperar estos vislumbres valía la pena editar el texto y deslindar sus aspectos.
solo de prolijo, sino de plagiario de sí mismo: «Pues por más que quiera defenderle [a Camoens, que introduce en aquella isla tan deliciosa derrota de la armada portuguesa…] el que le atormenta con prolijísimos y cansados comentarios [Faria e Sousa?], bebiéndose casi la más doctrina de los míos a don Luis de Góngora, llenando para apoyar su portugués planas y errores y delirios sin religión ni método…» (Sánchez 1961: 91). Bien es verdad que el texto de Faria, como todos los suyos, fue difundido por él mismo en forma manuscrita, por lo que cuadraría esa fecha de 1635. Véase para más detalles Núñez Rivera (2018a; 2220b).
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ESTABLECIMIENTO DEL TEXTO
Para la edición del texto de las Segundas lecciones se sigue un criterio básico de modernización, atenido a las normas académicas vigentes y solo limitado por la naturaleza variante de la morfología o fonología de algunas formas propias del siglo xvii. Así pues, el sistema fonológico antiguo se resuelve en sus grafías correspondientes en la actualidad, regularizando las fluctuaciones consonánticas, las grafías cultistas, así como las reduplicaciones y los grupos consonánticos irrelevantes, además de los conglomerados de preposición y artículo. Por el contrario, se mantienen las oscilaciones del vocalismo y de los grupos consonánticos de carácter culto, el empleo de las formas antiguas de los vocablos, la reducción de los grupos cultos, los arcaísmos, la asimilación de la -r del infinitivo, la vacilación en la atribución del artículo femenino o masculino delante de los nombres femeninos que empiezan por vocal, o la y delante de -i inicial de palabra. La puntuación, acentuación y uso de mayúsculas se adecuan al modo actual, salvo que su uso específico constituya un aporte semántico. En fin, resulta necesario precisar varias operaciones textuales de carácter específico. En cuanto a la edición del texto se sigue el ms. 2066 (ff. 185-204, a dos columnas) de la BNE, puesto que se trata de un autógrafo de Pellicer, tal como se señala en el estudio introductorio. Aunque se han localizado dos manuscritos más,1 en este caso son considerados como descriptii, y por ello no intervienen en el proceso de edición. El texto se ha dividido en dos secciones, tal como corresponde a la tradición editorial de las Soledades, Pellicer incluido. La I atiende a los cuatro primeros versos de la dedicatoria y la II, a los ocho primeros 1 El
del fondo mayansiano del Colegio de Corpus Christi de Valencia (BAHM, 339, pp. 1-43) y el de la Biblioteca de la Universidad de Cambridge, ms. Add. 294.
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de la Soledad I, divididos a su vez en dos segmentos (vv. 1-6 y vv. 7-8). En el ms. las notas a I se copian (o se han encuadernado) después de las notas a II. Sin embargo, en esta edición se restituye la disposición correcta, tal como se hace también en el ms. de Cambridge. Asimismo, se han enmendado errores evidentes, señalándolo oportunamente en nota mediante [] y consignado los procesos y marcas textuales, como tachaduras, enmiendas, etc. La compleja divergencia de los topónimos y nombres propios (sobre todo en los extranjeros) con los usos actuales aconseja la anotación de otras posibilidades, por más que no se intervenga finalmente en el texto. Eso sí, solo se editan los ladillos referentes al argumento tratado (ff. 185v-186), insertándolos entre paréntesis (), pero no los que repiten únicamente el nombre de los autores, de lo que resultaría una mera redundancia. Por el contrario, se han restituido los versos comentados, cuando no aparece su traslado, porque el procedimiento de comentario es idéntico al de las Lecciones solemnes, según se explicita en la introducción. Por eso mismo se han dispuesto en nota todos los pasajes relativos a los comentarios de 1630 para los versos referidos (véase asimismo apéndice 4), como también se trasladan en nota los párrafos plagiados de la Soledad primera… ilustrada y defendida, con el fin de que puedan identificarse las concomitancias. Dada la especial naturaleza del texto, que por un lado plagia un comento previo y que por otro incorpora anotaciones absolutamente impertinentes (II, 2-5; 10-13; 15), tal como se analiza en el estudio introductorio, en estos casos segundos no se han anotado referencias a conceptos, autores y obras, que solo se acotan para las notas atingentes a la polémica gongorina (I, 1-9; II, 1, 6, 7-9, 14-22). Eso sí, siempre, en unos casos y en otros, se identifica a un autor y su texto cuando se incorpora una cita concreta del mismo. Aunque se trate de un libro antiguo, el procedimiento de referencia de los textos citados sigue siendo el de autor-año-localización2.
2 Véase
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la nota a la bibliografía.
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SEGUNDAS LECCIONES SOLEMNES A LA SOLEDAD PRIMERA DE D. LUIS DE GÓNGORA Y ARGOTE
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[I]1 Pasos de un peregrino son errantes cuantos me dictó versos dulce Musa, en soledad confusa perdidos unos, otros inspirados.2
Notas3 1 El
texto se copia en los ff. 201-204. En las primeras Lecciones solemnes se identifica esta porción de cuatro versos como: Núm. I, vers. 1. 2 Estos importantes primeros cuatro versos (Carreira 2000: 264A, vv. 1-4, 365), que no se copian en el ms., pero que se restituyen aquí, no tienen «Notas» en las Lecciones solemnes, tal como ocurre con el resto de la dedicatoria, sino solo «Explicación» (apéndice 4), de la que carecen estas Segundas lecciones. En este caso adquieren todo su sentido las nuevas notas. 3 Véase, pues, la «Explicación» general al poema en las Lecciones solemnes, donde Pellicer trata sobre el endecasílabo, añadiendo una aclaración de los cuatro primeros versos (apéndice 4): «De la composición de estos versos mayores, que se introdujo en Castilla en siglo no muy lejos del nuestro dije en el principio del Polifemo: [cols. 2-3]. De la costumbre de los poetas antiguos y de la media y cercana edad en consagrar sus poemas a los príncipes grandes y generosos también hablé con digresión. En esta obra, pues, que don Luis de Góngora, Píndaro eruditísimo cordobés y dignamente príncipe de los poetas líricos españoles, como el insigne Lope Félix de Vega lo es de los cómicos, en esta obra, digo, que intitula Soledades, y con razón, porque ninguna otra poesía podrá hacerlas compañía, sino quedarse atrasada en el mérito y dignidad en el número halló don Luis (o cuanto debemos a pensar tan hondo), dos linajes de rumbos que no dejaron senda a la imitación, ni pauta al remedo, y menos rebozo al hurto. El golfo primero fue el de la locución tan fuera de lo común, tan majestuosa, tan realzada, que le pudiéramos llamar el Platón de España, cuyas frases había de hablar Júpiter si, como fabularon los étnicos bajara al orbe, o el Plauto de Andalucía, en cuyo lenguaje las musas formaran voz, a poder hablar humanas. El piélago segundo que sondó primero y sulcó después D. Luis fue el de estas Soledades, tomando el asunto más estéril, más escabroso que pudiera encomendarle el odio del que intentara deslustrar o embarazar siquiera su fortuna. Anduvo don Luis con su espíritu poético examinando cazas y pescas en Opiano; en Claudiano, epitalamios; alabanzas de la soledad en Horacio; tormentas y borrascas en Virgilio; boscajes y selvas en Valerio Flaco; transformaciones fabulosas en Ovidio, sin que se le pierda rito, ni desatienda ceremonia, tan frecuente en las fórmulas de la
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[1] Pasos]4 Común estilo es de los poetas épicos entrar al principio con la proposición5 de la materia que han de tratar, si bien algunos cuidaron poco de esta armonía. La imitación no es la menos ilustre parte de la poesía y así la proposición, que es decir en pocas palabras todo lo que se ha de cantar después, debe ser conforme a lo que antes de nosotros dejaron establecido grandes maestros, y como enseñaron Virgilio, en la entrada de Geórgicas y Eneida; Ovidio, al comenzar sus Transformaciones; y otros, así griegos como latinos, unos con más y otros con menos palabras. Hesíodo anduvo poco dichoso esparciéndose donde había de ser breve; Lucano muy grave, si ya no lo hizo por el argumento sublime de aquella obra6. Nuestro poeta en cuatro versos encerró mucha promesa con altísima elegancia y decoro, poniendo como en vez de título la proposición, como ya le aconteció a Ovidio, pues habiendo de cantar del Arte de amar, comenzó: «Si quis in hoc populo artem non novit amandi»;7 y en diferentes partes que consideró Erasmo en los comentarios a la Elegía de Nuce.8 Del mismo Ovidio dijera yo Antigüedad, que a perderse en los griegos y latinos se hallaran en las Soledades las noticias. Estas, pues, he tomado yo a mi riesgo a explicar, sacándolas de lo más retirado de la frase, para que se conozca que no se halla vergonzosa la erudición en el idioma de España, antes honrosamente retocada del aliño, más lucida. Propone don Luis en los cuatro versos primeros todo lo que han de cantar después y cuanto misterio puede haber en sus versos. Pasos dice que son de un peregrino sus números, perdidos en la soledad los pasos, y en la soledad dictados los versos grandes (o sea estudiosa) temeridad, la de proponer un joven arrojado del mar, sin decir quién sea, dónde iba, imitación de Virgilio, que en otras cuatro líneas propuso al principio todo el epílogo de la Eneida» (cols. 351-353). 4 El escolio que aparece en la Soledad primera… ilustrada y defendida [I. 1] es el siguiente: «“Pasos de un peregrino”. Es muy ordinario en los poetas poner al principio la proposición de lo que han de tratar, si bien algunos no lo hicieron. Pero es acertada la imitación, poniendo el cuidado que Virgilio en sus Geórgicas y Eneida, Ovidio en sus Metamorphoseos, y otros, así griegos como latinos, con tal que sea en pocas palabras, pues se ha de decir largamente, con afectos y argumentos, en el discurso de la obra; y así, dicen que Hesíodo fue poco dichoso en la proposición de su obra, por haber multiplicado palabras donde las había de acortar, [f. 26r] y Lucano, muy grave, si ya no lo hizo por el argumento. Virgilio, poco cauto, pues dice que trata y escribe primero las armas que el varón, siendo así que trató primero, en los seis libros, el varón y luego las guerras; a Horacio desagradó el otro por haber comenzado con aquel verso: fortunam Priami, etc. [Ars poética, 137] Nuestro poeta, en dos palabras, encerró muchas con elegancia y decoro, poniendo como por título de la obra la proposición, a imitación de Ovidio, en muchas partes, como en el principio de Arte amandi, que dijo: Si quis in hoc populo artem non nouit amandi» (Osuna 2009: 141-142). 5 Proposición. Pinciano define la proposición así: «gran perfección es de la heroica, dice, comenzar por proposición e invocación» (López Pinciano 1973: III, 193). 6 Evidentemente, la Farsalia. 7 Ovidio, Ars amatoria I, 1: «Si quis in hoc artem populo non nouit amandi»; «Si alguno entre mi gente no conoce el arte de amar» (Ovidio 1995: 2). Véase Osuna (2009: 143). 8 Erasmo, Commentarius Erasmi in Nucem Ovidii, ejusdem commentarius in duos himnos Prudentii, Colonia, 1524. Dedicado al hijo de Tomás Moro.
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que estaba tomado todo este verso primero, «Pasos de un peregrino son errante», pues, hablando de Acteón en el tercero de sus Metamorfoseos, dice: «Per nemus ignotum non certis passibus errans».9 Después lo vuelve a repetir don Luis, cuando habla con el duque de Béjar: Déjate un rato hallar del pie acertado que sus errantes pasos ha votado a la real cadena de tu escudo.10
En otra parte lo dijo, no con menos gala; en aquel soneto que escribió el año de 1594 a un caballero que, perdido en una montería, llegó a una quinta donde se enamoró de la hija del dueño de ella: Descaminado, enfermo, peregrino, en tenebrosa noche, con pie incierto, la confusión pisando del desierto, voces en vano dio, pasos sin tino.11
[2]. De un peregrino] Así le llama, sin dar de él otras señas, como diremos luego.12 Tal vez remuda la voz y le nombra joven, extranjero, forastero, huésped,13 pero nunca con apellido determinado, esperando coyuntura proporcionada para que él mismo descubriese quién era14. Solo una vez le define, diciendo de él era: El que ministrar podía la copa a Júpiter mejor que el garzón de Ida.15
[3]. Errante]16 ‘Que andaba vagando de una parte a otra, sin llevar camino 9 Ovidio, Metamorfosis III, 175: «per nemus ignotum non certis passibus errans»; «y errando a la ventura por un bosque que no conoce» (Ovidio 1990: I, 84). Véase Osuna (2009: 143). 10 Es decir, Carreira (2000: 264A, vv. 30-32, 365-366). Véase infra. 11 Véase Carreira (2000: 100, vv. 1-4, 158). 12 Es decir, en II, 19. 13 Sobre todo, se repite su condición de extranjero, tanto en el poema como en las Lecciones solemnes: el estrangero errante (col. 396), aunque también se le dice forastero. 14 Se entiende que en el curso de las partes del poema que faltan, como se dirá luego. 15 Véase Carreira (2000: 264B, vv. 7-8, 366). 16 Soledad primera… ilustrada y defendida [I. 2]: «“Son errantes”: “errar” es lo mismo que andar de aquí allí, vagar, no llevar camino cierto. Reprueba el uso de esta palabra el Antídoto diciendo: “He aquí la palabra errante, tan nueva para nosotros, que raras veces se halla en poeta nuestro, y nunca en Garcilaso” [p. 36]. Poco importa que Garcilaso no la usase, si ella es buena y acomodada para significar la mente del poeta. De mucho peores vemos que están llenas las obras de aquel insigne poeta, como se verá en la Égloga 2, donde usó de esta voz “desbañar”, tan pere-
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cierto’. Reprobaron los críticos17 este participio castellano por nuevo, jamás usado de nadie, diciendo que raras veces se halla en poeta nuestro y nunca en Garcilaso. Es de poca consecuencia que Garcilaso no le usase si es útil y acomodada para explicar la mente del poeta. Mucho peores voces contienen las obras de aquel gran hombre: testigo sea la égloga segunda, donde usó desbañar,18 voz no solo peregrina y extranjera sino desabrida, mas no por eso le vemos reprehendido; fuera de que no es buen argumento que porque Garcilaso no lo dijo no se debe usar. ¡Bien se hubiera adelantado a competir, a igualar y aun a vencer la griega y latina, si los atrevimientos no la hubieran sublimado y las novedades ennoblecido! Desviarse de los modos vulgares de hablar es valentía de la lengua, gala de la pluma, ensanche del estilo y adorno del poema. Lo nuevo y extraordinario no solo trae consigo admiración, pero majestad. Bien lo notó Julio César Escalígero, o de la Escala, en el cuarto libro de su Poética y grina y extranjera como desabrida y, en otras partes, injirió, no una vez, palabras italianas; pero no por eso le reprehendemos, antes vemos que, previniendo este ultraje, Herrera dice así: Podemos usar vocablos nuevos en nuestra lengua, que vive y florece [...] se habla se trata, osó Garci Lasso entremeter en su lengua y plática española muchas voces latinas, italianas y nuevas, y sucediole bien esta osadía; y ¿temeremos nosotros traer al uso y ministerios de ella otras voces extrañas y nuevas, [f. 26v] siendo limpias y propias, significantes y que sin ellas no se declara el sentido con una sola palabra? Apártese este rústico miedo de nuestro ánimo [Herrera 2001: 848]. Y más abajo: Mas porque un autor excelente no use ni se valga de algunas dicciones, no se deben juzgar por no buenas y huidas dél para nunca usarlas, porque otros pueden valerse de ellas y darles estimación en sus escritos. Voces hay en Virgilio que no se hallan en Horacio, y en Horacio que no las conocemos en Catulo, y en este que no las trata Tibulo, y porque no satisfagan a algunos, no son malas e indignas de ser acogidas, que el vino es bueno y hay muchos que lo aborrecen y no está en un escritor toda la lengua ni la puede usar uno solo ni juzgar ni acabar [Herrera 2001: 851-852]. Parece que Herrera nos ha quitado de cuidado de responder al Antídoto, y así hacen muy bien los poetas que, con juicio, se apartan de los modos vulgares de hablar, porque cualquiera voz inusitada hace más grave la ocasión, porque esta admiramos y de la admiración nace la delectación, como notó Demetrio en Pontano y mejor Escalígero: “Licet poetae contra tum leges, tum consuetudines non loqui. Arcessere praeterea voces alias ab illis quae in communi usu sunt. Nihil enim maiorem comparat gratiam quam nouitas”. Todo lo cual sintió antes Aristóteles, hablando que da majestad en la composición: “Illa veneranda et omne prorsus plebeium excludens quae peregrinis utitur etiam vocabulis. Peregrinum voco varietatem linguarum, translationem, extensionem, tum quodcumque a proprio alienum est”» (Osuna 2009: 142-143). 17 Es decir, Jáuregui (2002: 36) en el Antídoto, como se ha precisado previamente. 18 Égloga II, v. 772: «Y no se me da nada que desbañe». Para los comentarios de Herrera en las Anotaciones, Osuna (2009: 142).
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capítulo cuarenta y ocho: «licet poetae contra tum leges tum consuetudine loqui. Arcessere praeterea voces alias, ab illis quae in communi usu sunt. Nihil enim maiorem comparat gratiam quam novitas».19 Echemos a esta autoridad otra no menor, ni de varón menos célebre, que es Dionisio Lambino, en la Prefación sobre Lucrecio, escrita a Carlos IX, rey de Francia:20 «neque poetam imitatorem quendam statuo sed ingenio excelentem, verbis non semper utentem usitatis et popularibus et de medio sumptis, sed interdum et quidem saepius novatis, priscis, longe accersitis».21 Pero de esta materia queda bastantemente dicho en la Defensa del estilo.22 [4]. Cuantos me dictó versos]23 Dice que cuantos versos contienen estas Soledades son los pasos que dio aquel peregrino y los sucesos que tuvo en ellas. Del modo mismo comienza la Fábula del Polifemo:24 Estas que me dictó rimas sonoras culta sí, aunque bucólica, Talía.25
En el Panegírico al duque de Lerma usó la voz dictamen, si aquí el verbo: Si arrebatado merecí algún día tu dictamen, Euterpe, soberano.26
19 Escalígero
(1561: IV, 48, 211). trata de la «Epístola dedicatoria», previa al «Prólogo a los lectores». Véase en Lucrecio (1564: s. p). 21 Es decir: «Y no considero poeta solamente al que imita, sino al varón que destaca por su talento, exaltado de espíritu y casi diría que divino; que no usa siempre palabras comunes, vulgares y tomadas de lo cotidiano, sino, de vez en cuando e incluso muy a menudo, no oídas antes o arcaicas o traídas de idiomas exóticos» (traducción por cortesía de Pedro Conde). 22 Se refiere a Vida y escritos de D. Luis de Góngora. Defensa de su estilo, que estaba, como se ha visto en el estudio previo, destinado a formar parte de los preliminares de las Lecciones solemnes. Este preliminar (Defensa de su estilo), sin embargo, al igual que la Vida (donde se cita incluso antes de darle paso al texto) no se llegó a imprimir, por lo que debe referirse a su estado manuscrito, tal como nos ha llegado la Vida. Véase Izquierdo (2018b). 23 Soledad primera… ilustrada y defendida [I. 3]: «“Cuantos me dictó versos”: Lo mismo que dijo en el Polifemo: “Estas que me dictó rimas sonoras, [f. 27r] / culta sí, aunque bucólica, Talía...”» (Osuna 2009: 143-144). 24 Lecciones solemnes, Polifemo, 1-2, nota a dictó: «Es lo mismo que inspiró, frecuente acción de las musas, que no hablan, sino inspiran. Es imitación de Ovidio, lib. 2, Fast., Tunc mihi Sicelides blandissima carmina dictant; de Ennio in Tyeste; de Horacio, lib. 2, ep. 1 y lib. 1, Serm. Satyr. 4. Repitiolo en la Soledad primera» (col. 7). 25 Carreira (2000: 255, vv. 1-2, 337). 26 Carreira (2000: 313, vv. 1-2, 479). 20 Se
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Véase a Coluccio Pierio,27 italiano que escribió en lengua latina Del arte del dictar.28 [5]. Dulce musa]29 No explicó aquí qué Musa fuese esta o cuál de las nueve. Así Virgilio en el primero de la Eneida: «Musa, mihi causas memora».30 Algunos sienten que fue Euterpe la que dictó estas Soledades, llevados de que al fin de la dedicatoria al duque de Béjar dice: Que a tu piedad, Euterpe, agradecida su canoro dará dulce instrumento.31
Pero yo dijera que Euterpe más es la que inspira lo heroico que lo lírico y por eso la invocó en el Panegírico al duque de Lerma; y aquí se debe entender que si el duque de Béjar32 ampara a las Soledades,33 se le consagrarán panegíricos y elogios significados por Euterpe. Y siento que la musa de quien habla aquí don Luis es Calíope, y que se acordó de Horacio en la Ode cuarta del libro tercero: Descende caelo et dic age tibia regina longum Calliope melos.34
27 Es
decir, Coluccio di Pierio di Salutati. me es posible identificar una obra impresa de Coluccio con ese nombre, aunque los conocimientos retóricos (ars dictaminis) del humanista se plasman en sus epístolas manuscritas. Véase Armando (2012). 29 Soledad primera… ilustrada y defendida [I. 4]: «“Dulce musa” no quiso explicar qué musa, como Virgilio, libro 1, Eneida: Musa, mihi causas memora. Quién sea esta musa podemos decir que Calíope, reina de ellas, como lo dice Horacio, o sea Euterpe, como lo muestra más abajo: “que a tu piedad Euterpe agradecida”, o si no proverbialmente, musa se toma por doctrina, estudio, conocimiento de cosas. Llamola “dulce musa” a imitación de Virgilio, libro 2, Geórgicas: Me vero primum dulces ante omnia Musa, por la dulzura que en sí contiene la poesía, cuyo fin es la delectación, según algunos, si bien otros le dan otro objeto, de que trató eruditamente, como todas las demás cosas, don Francisco de Córdoba en su Didascalia, capítulo 20 [abad de Rute, Didascalia multiplex, 1615]» (Osuna 2009: 144). 30 Virgilio, Eneida I, 8: «Musa, mihi causas memora» (Virgilio 1990: 103); «Dime las causas, Musa» (Virgilio 1997: 139). Véase Osuna (2009: 144). 31 Carreira (2000: 264A, vv. 35-36, 366). Cfr. Lecciones solemnes, Panegírico, I, 1-2, col. 617: «Comienza como debe invocando a Euterpe […] emulando a las trompas (“sonante lira… émula de las trompas su armonía…”)». 32 [Em. duque de Lerma. Acaso se deba la confusión a la mención anterior del duque]. 33 [Em. al Panegírico. Se trata de un lapsus calami por confusión con las Soledades, debido acaso a la aparición del término panegírico antes y después]. 34 Horacio, Odas III, IV, 1-2: «¡Baja, reina Calíope, del cielo / y entona un largo canto a los acordes / de la flauta o lira de Febo» (Horacio 1990: 244-245). 28 No
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Si ya proverbialmente Musa no se toma por ‘doctrina, estudio o conocimiento de las cosas’. [6]. En soledad]35 Este es el título que don Luis puso a este poema. Y este también es el que los críticos36 calumniaron de improprio, diciendo que soledad es tanto como ‘falta de compañía’ y no se dirá estar solo el que tuviere otro consigo, y así, introduciendo en esta obra legiones de serranas y pastores, de entre 35 Soledad
primera… ilustrada y defendida: [En soledad] Soledades: «introducción general sobre el título de Soledades, que sobreinscribió a este poema, insiste riendo el Antídoto y calumniando de impropio dice: Vengamos, pues, a sus Soledades de V. M., en que no admiten [f. 24v] disculpa sus yerros. Y por seguir algún orden, ya que el escrito sea tan desordenado, comenzaremos por su título o inscripción, que hasta en esto erró V. M. llamándole impropiamente Soledades, porque soledades es tanto como falto de compañía, y no se dirá estar solo el que tuviere otro consigo. V. M. introduce en su obra legiones de serranas y pastores de entre los cuales nunca sale aquel pobre mozo naufragante. Donde había tanta vecindad de pueblos y toda aquella caterva que baila y juega, ¿puede llamarse soledad? [pp. 5-7]. Penetró mal el Antídoto el rigoroso significado de esta voz “soledad”, pues no solo denota falta de compañía, pero de gusto y de aquello que queremos bien, como solemos decir “gran soledad me causa una ausencia”. Llamamos “solo” al desamparado, desvalido, al que está en tierra extraña, sin deudos y sin amigos, la mujer a quien se le murió el marido, o a la madre a quien se le murieron los hijos dice que “pasa gran soledad”, y así de otros, aunque acompañados, decimos padecen soledad, conforme a Marcial, que dijo de Ligurino tenía soledad porque todos huían de él: est ingens circa te, Ligurine, solitudo [...]. Cicerón: Aebutius qui Cegeniae viduitate atque solitudine aleretur; y en otro lugar: ut non modo mihi solus esse, sed Roma te profecto solitudo facta videatur. Y llamamos “Nuestra Señora de la Soledad” y “la procesión de la Soledad” por la que tuvo nuestra madre y señora en la muerte y con la muerte de su santísimo hijo, y así, aunque uno esté rodeado y en medio de gente, decimos con propiedad, si le falta lo que desea, que está solo. También se llama soledad todo lo que no es poblado, que decimos campo, conforme aquel lugar tan conocido de Séneca. César: Ciuitatibus maxima laus est habere solitudines. Cicerón llama solitario al rústico que vive en el campo: etiam solitario homini atque in agro vitam agenti [f. 25r]. En el capítulo 8 de San Marcos se dice que había en un despoblado 4 mil personas que concurrieron a oír a nuestros hermanos y, queriéndoles dar de comer, dijeron sus discípulos: quis poterit saturare paribus in solitudine? En este mismo sentido se usurpa en otras partes de la escritura: el padre Mariana, libro 8 de la Historia de España, capítulo 1, dice: “entre seiscientos hombres que se juntaron de propósito, convidados de la soledad del lugar”. De suerte que, no con impropiedad, llamó el poeta Soledades esta obra, pues pudo mirar al náufrago mozo, que, ausente de su amada, lloraba, entre desdichas del naufragio, la grande soledad en que se vía: solo, triste, lloroso y maltratado del mar, errando en despoblados, entre pastores y rústicos, donde la habitación era en una choza o alquería y tal vez la barca de un pescador. Y así, de la amada que le faltaba, cuya ausencia lamentaba, o del lugar donde sucedió (lo que refiere, con propiedad y cultura y no sin ejemplo de antiguos), las intituló Soledades…» (Osuna 2009: 138-140). 36 Referencia al Antídoto de Jáuregui (2002: 5-7).
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los cuales nunca sale el peregrino, y habiendo tanta cantidad de pueblos ¿cómo puede llamarse Soledad? Pero entendieron mal el riguroso significado de esta voz soledad, pues no solo denota falta de compañía, pero ‘ausencia’. Marcial lo dijo en el tercero de sus epigramas: «Ingens est,… Ligurine, solitudo».37 También se llama soledad todo lo que no es poblado y se contiene debajo de campo o término, aunque haya pastores y cuadrillas de gente. Denos la mano Julio César en sus Comentarios de la Guerra de Francia, en el capítulo ochenta y dos del sexto libro: «Civitatibus maxima laus est quam latissimis circum se vastis finibus solitudines habere».38 Claro está que no se entiende allí por los desiertos ni los páramos la voz solitudines, sino por los campos poblados de alquerías y quintas, donde es menos el tráfago y bullicio cortesano. Hombre solitario le pareció a Cicerón el que vivía en el campo: «etiam solitario homini atque in agro vitam agenti»;39 y allí se entiende el rústico, no porque viva desacompañado, sino porque no goza40 de tanta compañía como en las poblaciones; allá lo trae en el segundo de los Oficios.41 Mejor lado nos hace para reconvenir esta censura de poco a propósito el texto sagrado del capítulo octavo de san Marcos Evangelista, pues siguiendo a Cristo, redentor nuestro, mucha gente preguntó a los discípulos si habría con qué darles de comer y respondieron: «quis poterit saturare panibus in solitudine?»42 Y, sin embargo, eran más de cinco mil personas. Lo mismo significa en el capítulo dieciséis del Génesis43 y en el veinte y uno de los Números.44 Y porque en la lengua castellana demos un ejemplar oigamos a Juan de Mariana en el libro octavo, capítulo primero, de la Historia de España, donde dice: «Entre seiscientos hombres que se juntaron de propósito 37 Marcial, Epigramas III, XLIV, 2-3: «Ocurrit tibi nemo quod libenter, / quod, quacumque venis, fuga est et ingens / circa te, Ligurine, solitudo, / quid sit, scire cupis? Nimis poeta es» (Marcial 1993: 218). «Que nadie se topa contigo con gusto, / que por donde vas, hay huida y enorme / soledad a tu alrededor, Ligurino, / ¿por qué eso, quieres saber? Eres demasiado poeta» (Marcial 1997: I, 234). Véase Osuna (2009: 138, n. 303). 38 Pero en realidad, César, De bello Gallico, VI, 23, 1: «Civitatibus maxima laus est quam latissime circum se, vastatis finibus, solitudines habere»; «La mayor gloria para los pueblos es estar rodeados de soledades vastísimas, asolados todos los contornos» (César 1986: 256). Véase Osuna (2009: 139, n. 306). 39 Cicerón, De officiis II, XI, 39: «Ergo etiam solitario homini atque in agro vitam agenti opinio iustitiæ necessaria est» (Cicerón 1994: 85); «Luego también el que vive solo y pasa su vida en el campo necesita tener la fama de hombre justo» (Cicerón 2002: 102). Véase Osuna (2009: 139 y n. 307). 40 [Em. porque goza]. 41 Cicerón, De officiis II, XI, 39. 42 Marcos 8, 4: «sus discípulos le respondieron ¿y cómo podría saciárselos de pan aquí en el desierto?» (Nácar-Colunga 1959: 1092). Véase Osuna (2009: 140). 43 Génesis 18, 5: «y os traeré un bocado de pan y os confortaréis» (Nácar-Colunga 1959: 29). 44 Números 21, 5: «no hay pan ni agua y estamos ya cansados» (Nácar-Colunga 1959: 173).
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convidados de la soledad del lugar».45 De lo dicho consta que propiamente llamó el poeta Soledades a este poema, pues pudo tener el intento para tal inscripción en aquel joven naufragante, ausente de su dama, lloroso y derrotado, que esto le había de causar gran soledad; o atendió a que anduvo errando de un campo en otro, sin poblado, ciudad o habitación populosa, sino una aldea o alquería. O atribúyase a todo junto, que de mucho más es capaz el nombre y el poema. [7]. Confusa]46 Llámala así por el efecto que hace. Veamos lo que escribe más abajo, como explicándolo: Entre espinas crepúsculos pisando riscos que aun igualara mal, volando, veloz e intrépida ala, —menos cansado que confuso— escala.47
Pues siendo tanto el cansancio, según pinta inaccesible la subida, era mayor la confusión, conforme lo terrible de la soledad. Los poetas suelen con mucha razón repartir los epítetos, conforme los efectos y causas. Horacio llamó amarilla a la muerte.48 Séneca y Ovidio, perezoso al frío y fulmíneos a los dientes del jabalí,49 porque queman cuando hieren enojados, en juicio de Julio Pólux en su Onomástico, libro quinto, capítulo doce; y Jenofonte en su Cinegético.50 A la
45 Cfr.
Osuna (2009: 140, n. 309). Afirma Mariana (1601): «Acudió gran número de gente: entre éstos seiscientos hombres nobles de propósito se juntaron, o convidados de la soledad del lugar, comenzaron a consultar y tratar entre sí del remedio de la república y de sacudir la pesada servidumbre de los moros» (Mariana 1950: VIII, 1, 55). 46 Soledad primera… ilustrada y defendida [I. 5]: «“En soledad confusa”: llámala así por el efecto que hace, como Horacio dijo a la muerte “amarilla”. Suelen los poetas dar los epítetos conforme a los efectos y causas, como Séneca y Ovidio, que llamaron al frío “perezoso”, a los dientes del jabalí “fulmíneos”, porque cuando hieren queman, según Pólux y Jenofonte. A la luz da “colores” Séneca, porque, aunque no las tiene, parece tenerlas por descubrirlas apartando las tinieblas». Véase Osuna (2009: 144). 47 Carreira (2000: 264B, vv. 48-51, 367). Las Lecciones solemnes no explican nada al respecto en nota a IX, v. 79 (col. 376). 48 Horacio, Odas I, 4, 13: «pallida Mors æquo pulsat pede pauperum tabernas / regumque turris»; «La pálida muerte tan pronto pisa pobres chozas / como torres reales» (Horacio 1990: 96-97). Véase Osuna (2009: 144). 49 Ovidio, Metamorfosis X, 550: «Fulmen habent acres in aduncis dentibus apri, / impetus est fuluis et uasta leonibus ira, / inuisumque mihi genus est»; «Los impetuosos jabalíes tienen un rayo en sus corvos colmillos, poseen los azafranados leones acometividad y cólera salvaje, y son raza que yo detesto» (Ovidio 1990: II, 195, vv. 550-552). Véase Osuna (2009: 14). 50 Véase supra, Soledad primera… ilustrada y defendida [I. 5]. Es decir, Cinegética o Arte de la caza.
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luz da color el Agamenón de Séneca, diciendo «lucis ignotae metuens colorem»,51 porque descubre los colores y distingue las cosas como son, sacándolas de las tinieblas. [8]. Perdidos unos]52 Hace relación de los pasos del peregrino, que anduvo errando por campos y selvas; y no se entiende que eran perdidos porque le faltase guía sino porque necesitaba de ella,53 o porque andaba descaminado, desviado de la que quería y le traía desterrado. Más abajo llama al pie acertado54 por haberse acogido a la protección del duque de Béjar. [9]. Otros inspirados] Se entiende de los versos. Da a entender don Luis que escribió este poema en el campo y soledad, y, si es así, sería en aquella huerta suya de Córdoba de quien, estando de partida, escribió el año de 1609 en los Tercetos a lo poco que hay que fiar en los favores de los príncipes cortesanos:55 Arroyos de mi huerta lisonjeros (¿lisonjeros?, mal dije, que sois claros), Dios me saque de aquí y me deje veros.
Y añade más abajo ¡Oh soledad de la quietud divina dulce prenda, aunque muda, ciudadana del campo, y de sus ecos convecina sabrosas treguas de la vida urbana, paz del entendimiento, que lambica tanto en discursos la ambición humana! ¿Quién todos sus sentidos no te aplica? Ponme sobre la mula, verás cuánto más que la espuela esta opinión la pica. 56 51 Séneca,
Agamenón IV, 862: «
al temer el color de aquella luz extraña» (Séneca 1980: 190).
52 Soledad primera… ilustrada y defendida [I. 6]: «“Perdidos unos”: perdidos hace relación de
pasos: inspirados, de versos» (Osuna 2009: 145). 53 Parece precisión tautológica. 54 En los versos: «Déjate un rato hallar del pie acertado / que sus errantes pasos ha votado / a la real cadena de tu escudo». Citado ya en I, 1 (pasos). Cfr. de nuevo las Lecciones solemnes, Declaración: «Aquí le pide […] se permita hallar del pie acertado del joven que introduce en sus Soledades, o de sus Soledades mismas, que han votado sus pasos a la cadena que tiene el duque por armas» (col. 357); «Notas», 9. Del pie acertado: «Llama acertado al pie porque se votó a la cadena que el duque tiene por armas» (col. 362). 55 «¡Mal haya el que en señores idolatra…!» (Carreira 2000: 202, vv. 4-6, 274). 56 Carreira (2000: 202, vv. 79-87, 277).
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[II] [vv. 1-6]57 [Soledad primera] Era del año la estación florida en que el mentido robador de Europa (media luna las armas de su frente, y el sol todos los rayos de su pelo), luciente honor del cielo, en campos de zafiro pace estrellas.
5
Notas58 [1]. Era]59 Estilo muy frecuente fue de los historiadores y poetas antiguos,60 así de la escuela sagrada como de la academia profana, comenzar los principios de sus historias y poemas con este verbo era. El sagrado evangelista san Juan comenzó su misterioso Evangelio diciendo: «In principio erat verbum et verbum erat apud Deum et Deus erat verbum»,61 donde se ve tres veces repetido el era. La historia o parábola del pacientísimo Job en el capítulo primero empieza así: «Erat vir in terra Hus».62 Lo mismo se lee en Justino, libro primero de su Historia.63 Ovidio en el primero libro de sus Transformaciones sigue este propio rumbo: 57 El texto ocupa los ff. 185-198v. Por tanto, el arranque de la Soledad I antecede a la dedicatoria en el ms. En las Lecciones solemnes: Núm. V, V. 38. 58 Véase Lecciones solemnes [«Notas»], Explicación: «Comienza D. Luis describiendo la sazón en que sucedió lo que escribe, en el mes de abril, que es cuando el sol está en el signo de Tauro. Entonces comienzan a revivir las flores cuando el mentido robador de Europa, el toro cuyos cuernos son media luna, y el sol los rayos de su pelo (que es tener en su cara el sol), pacía estrellas, en dehesas azules, en el cielo» (col. 364). 59 Soledad primera… ilustrada y defendida [II. 1]: «“Era del año”: esta voz “era” es muy ordinaria en todo género de escritores cuando quieren contar algún suceso o historia. El Santo Evangelio de San Juan, el Libro de Job comienzan por esta palabra. Justino en su primer libro. Ovidio en sus Metamorphoseos. Virgilio, libro 4, Eneida: Nox erat et placidum carpebant fessa soporem Corpora […]. En otra parte, nuestro poeta, hablando de la venida de nuestra Señora a darle la casulla al glorioso san Ildefonso: Era la noche en vez del manto oscuro [...]» (Osuna 2009: 164-165). 60 (Estilo de los antiguos en comenzar obras con este verbo era). A partir de aquí el manuscrito incorpora ladillos explicativos, que se recogen en nota entre paréntesis. 61 San Juan 1, 1: «Al principio era el Verbo, y el Verbo estaba en Dios y el Verbo era Dios» (Nácar-Colunga 1959: 1152). 62 Job I, 1: «Había en tierra de Hus un varón…» (Nácar-Colunga 1959: 592). 63 Marco Juniano Justino, Historiarum Philippicarum libri XLIV.
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Ante mare et terras et quod tegit omnia caelum unus erat toto naturae vultus in orbe.64
Rózase65 en el segundo libro, en la peregrinación de la casa del sol, cuando escribe: «Regia solis erat sublimibus alta columnis».66 Siguiolos el gran Virgilio («Nox erat, et placidum carpebant fessa soporem corpora») en el cuarto libro de su Eneida.67 En otra parte don Luis de Góngora, hablando de la venida de Nuestra Señora a dar la casulla a san Ildefonso,68 dijo: Era la noche en vez del manto oscuro teñido en sombras y en horrores tinto.
Imitole don Juan de Tassis, conde de Villamediana, en la Fábula de Europa, en este tenor: Era la bella juventud del año bella madre de flores y florida sazón de los amores.69
No se le pasó esta erudición al famoso y dulcísimo portugués Luis Camoens, en el canto segundo, estancia setenta y dos de sus elegantísimas Lusíadas:70 64 Ovidio, Metamorfosis I, 5-6: «Antes del mar y de la tierra y del cielo que todo lo cubre en toda la extensión del orbe era solo uno el aspecto que ofrecía la naturaleza» (1990: I, 6). 65 Cuesta se burla del término, que se repite más abajo (se rozó) [II, 9]: «No sé cómo se me acordó agora también otro dichido de v. m. que pone más adelante, adonde para decir que D. Luis de Góngora imitó al Ariosto, dice v. m. que se rozó con él. Para notar que un hombre repite en muchas partes unos mismos versos o pensamientos, decir que se roza vaya con Dios, mas decir que se roza un Poeta con otro, y más italiano, y que si le dieran a escoger quizá dejara a Angélica por [414v] Medoro […]» (Micó 1985: 427-428). 66 Ovidio, Metamorfosis II, 1-2: «El palacio del sol se elevaba sobre altas columnas» (Ovidio 1990: I, 44). 67 Virgilio, Eneida IV, 522: «Era de noche. Los cansados cuerpos disfrutaban la dulzura del sueño» (Virgilio 1997: 256). 68 Carreira (2000: 310, vv. 1-2, 475). 69 Fábula de Europa, vv. 59-61 (Villamediana 1999: 410). 70 Véase Lecciones solemnes: «Era del año, etc. Imitó don Luis en este principio al famoso Luis Camoens, cant. 2, estan. 72, Lusiad. Era no tempo alegre, quando entraba / no roubador de Europa a luz Febeia, / cuando um e outro corno lhe aquentava; Virgilio, L. 1, G. [Geórgicas, I, 217218] pinta este tiempo mismo: Candidus auratis aperit dum cornibus annum / Taurus» (col. 364). Cfr. McGrady (1986). Camoens influye en Lope («Era del año la estación dichosa…», Arcadia) y ambos desde Petrarca («Era il giorno ch’al sol si scoloraro…»).
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Era no tempo alegre, quando entrava no roubador de Europa a luz Febea, cuando un e outro corno lhe aquentava.71
[2] Era] Y si queremos pasar de lo poético a lo histórico, de aquí se originó esta voz era en el modo de contar los años de los antiguos.72 La causa fue esta.73 Concluida la guerra de Macedonia se repartió el imperio romano en el triunvirato tan sedicioso que acuerdan las historias y anales romanos. A Marco Lépido le cupieron la Galia de Narbona y España. A Marco Antonio, lo restante de las Galias. A Octaviano, Italia, África, Cerdeña y Sicilia. Las provincias del Oriente no se repartieron por estar apoderado de ellas Casio y Bruto, matadores de César. Consiguió Octaviano el consulado74 por amenazas de Cornelio Centurión al Senado. Propusiéronse las tablas de la proscripción a los senadores. Fue muerto Cicerón a los setenta y cuatro años de su edad. Murió como filósofo; murió como hombre. Matole Popilión, tribuno,75 a quien por esta hazaña dio Antonio veinte y cinco mil coronados o, como otros suputan, 31.250 joachímicos. La batalla está entre Huberto Goltcio y entre Hosto del número de estas monedas. La cabeza y manos de Cicerón clavadas en el Senado76 hicieron cruento espectáculo. Verres con esta muerte quedó libre,77 habiendo visto la de su acusador. Comenzose la guerra filipense.78 Murieron Bruto y Casio.79 Marco Antonio, detenido en las delicias amorosas de Cleopatra, Tolomea o reina de Egipto,80 olvidó los útiles de la República. Empezó la guerra de Perusia81 Octaviano contra Antonio. Los partos con Labieno acometieron la Siria.82 Virgilio comenzó a escribir sus Églogas.83 Concertáronse Octaviano y Antonio contra Sexto Pompeyo, y Sexto Pompeyo en secreto con Antonio, contra Octaviano.84 Así corrió todo hasta que Octaviano en los nuevos repartimientos quedó señor de España.85 Esto dio motivo para 71 Lusíadas,
II, 72 (Camoens 1639: col. 495). de la voz era en la cuenta de los años de los antiguos). 73 (Repartimiento de las provincias del Imperio y causas del triunvirato). 74 (Consulado de Octaviano). 75 Se trata de Popilio. (Muerte de Cicerón a manos de Popilión, tribuno, por orden de Marco Antonio). 76 (Clavan su cabeza y manos en el Senado). 77 (Libertádole Verres). 78 (Guerra filipense). 79 (Muerte de Bruto y Casio). 80 (Amores de Cleopatra y Marco Antonio). 81 (Guerra de Perusia). 82 (Los partos acometen la Siria). 83 (Comienza Virgilio a escribir sus Églogas). 84 (Conjuraciones de unos príncipes contra otros). 85 (Octaviano señor de España). 72 (Origen
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que comenzase el cuento de sus años,86 desde el año de la Creación del mundo 3933, y antes de la Encarnación del hijo de Dios treinta y ocho. Así lo dice Juliano Pomerio, arzobispo de Toledo,87 en el libro que escribió Contra los judíos en el año 686 de Cristo:88 «Aera inventa est annis 38 ante quam Christus nasceretur et nunc est aera 724».89 Entonces comenzó la era sinódica en las inscripciones de los concilios, historias y anales. Algunos varones doctos sospecharon que se introdujo esta voz Era porque comenzó aquel año el año quinto del principado de Octaviano Augusto César, que se señaló con estas letras A.ER.A, que quiere decir Annus Erat Augusti, como refiere Abraham Bucolcero en su Índice cronológico, añadiendo: «Hae litterae contractae genuerunt vocem aera qua significatur principium usitatae alicuius supputationis annorum dependens ab insigni aliquo eventu».90 Otros sienten que esta voz Era se llamó así de los libros de cuentas, que rozan los gastos y los recibos que entre los romanos se decían eras.91 Algunos, que de la voz latina aes, que significa el metal92 y estos no llevan fundamento. El modo de contar los años por eras93 es quitando treinta y ocho años antes de la venida de Jesucristo, de modo que el año primero de su nacimiento es el treinta y nueve de la era de César Augusto. En España duró mucho esta cuenta de contar por la era de César.94 En Aragón y Cataluña permaneció hasta el reinado de don Pedro el Cuarto; en Castilla y León hasta el de don Juan el Primero; y en Portugal y el Algarve hasta el de don Juan, también el Primero. La causa de haber durado tanto en España95 quieren don Juan, obispo de Girona, en el libro diez96 de las Cosas de España;97 Francisco Tarafa, en el Libro de los reyes de España;98 y Palacios Rubios en el Tratado de las Islas y De la justa retención del reino de Navarra;99 dicen 86 (Principio
de la era). Pomerio no es el mismo autor que el arzobispo de Toledo, pero este lo cita y asume en sus obras, por lo que se les identificó comúnmente. 88 Juliano Pomerio, De Comprobatione aetatis sextae contra Judaeos libri tres, II. apud Dennis Petau, X, LXX (Petavio 1703: 155). 89 [El texto en realidad es este: Era enim inventa est ante triginta et octo annos quam Christus nasceretur]. 90 Véase Bucolcero (1634: 109). 91 (Libros de cuentas de los romanos dichos Eras). 92 (Era dicha de aes, que significa el metal). 93 (Modo de contar por eras). 94 (Uso antiguo en España). 95 (Causa de contar por eras en España). 96 [Em. libro de diez]. 97 [Em. paña. Se trata del Paralipomenon Hispaniae libri decem de Joan Margarit i Pau]. 98 De origine ac rebus gestis regum Hispaniae (1553), de la que hay una traducción al español en 1562 (Origen y hechos de los reyes de España) hecha por Alonso de Santa Cruz. 99 Juan López de Palacios Rubios, Tratado de las Islas (1512). De Justitia et Jure obtentionis ac retentionis regni Navarrae (1504). 87 Juliano
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que España100 usó esta ceremonia agradecida a la honra que hizo a esta grande y belicosa nación de publicar en Tarragona (después de haber domado los cántabros, tan pregonados de invencibles por el lírico poeta Horacio en la Ode sexta del libro segundo, en la Ode octava del libro tercero y en la Ode catorce del libro cuarto, como también en el libro primero en la Epístola a Iccio101) aquel edicto que refiere san Lucas en que fueron empadronados veinte y seis mil y treinta y siete miríadas de todos los vasallos del imperio romano, conforme la suputación de Nicéforo Calixto en el capítulo diecisiete del primer libro de su Historia eclesiástica;102 y dando, según Suidas,103 a cada miríada el número de diez mil, suman doscientos y setenta cuentos y trescientas y setenta mil cabezas de familias, que eran solamente las que se matriculaban en este encartamiento. Y a esto fue el presidente Quirino a Judea, para poner en escrito la pechería y hacienda de los vecinos de aquella provincia y que pagasen cada uno un didracmo, que valía dos dracmas, y cada una, treinta y seis maravedís de los nuestros. Lo primero escriben Josefo, hebreo, en el libro dieciocho, capítulo quinto, de sus Antigüedades judaicas, y Juan Zonaras, griego, en el tomo primero de sus Anales. Y lo segundo averigua don Diego de Covarrubias en el capítulo segundo de la Colación de las monedas;104 y añade Guillermo Budeo, en el libro quinto De asse,105 que de estos didracmos, de a dos reales y un cuarto, fueron los treinta dineros en que Judas vendió a nuestro Redentor, que estaban acuñados por la haz con un rostro entero y por el reverso un ramo. Y estirando más hacia lo político este escritor la materia de la matriculación, dice que en este censo de Augusto se describieron todos los hombres de veinte años arriba, no tan solo para que pagasen el tributo, sino para saber, como nota Juan Tritemio en el libro primero del Compendio de los anales,106 qué gente podía sacar de todo el Imperio para alistarla si se ofreciese contra Franco, rey de los sicambros y los alemanes, sajones y turingios, que se conjuraron contra Roma. Para esto dicen publicó Augusto César el edicto en España. Y don Juan, obispo de Gerona, escribe que en los anales romanos se hallaba el edicto original y que su data era en Tarragona. Y por esto quieren se haya usado en ella que los escribanos públicos por lisonja contaban las fechas de sus
100 [Em.
dicen España]. decir, Odas, II, 6, 2; III, 8, 21-22; IV, 14, 41-42. Además Epístola, I, 12, 26. 102 Nicéforo Calixto, por ejemplo, en la edición, Ecclesiasticae historiae libri decem et octo, Basilea, Ioanis Oporini, 1553. 103 Véase [II, 21]. 104 Diego de Covarrubias, Veterum numismatum Collatio (De re monetaria), 1556. 105 Guglielmus Budaeus o Guillaume Budé, De asse et partibus eius libri quinque, Venezia, Aldo Manuzio, Eredi & Andrea Torresano, 1522. 106 Johannes Trithemius (conocido como Johann von Heidenberg), Opera historica, Frankfort, 1601. 101 Es
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escrituras por la era de César, notando Guillermo Durando, en el libro último de su Racional,107 que ninguna nación perdió tan tarde este estilo como la española. Pero, si acaso fue verdad que Tarragona fue cómplice principal de esta lisonja ceremonial, cuando no por esto, por haber Augusto César tomado en ella su octavo y nono consulado, conforme se lee en Suetonio Tranquilo, en el capítulo veinte y seis de la Vida de aquel príncipe,108 también lo es que Tarragona fue la primer ciudad de España que comenzó a romper aquella aduladora costumbre, pues don Berenguel, su arzobispo, ordenó el año de mil ciento y ochenta que en lugar de la era del César se escribiese el año del Nacimiento de Nuestro Redentor. El rey don Pedro el Cuarto de Aragón mandó lo mismo en las Cortes de Valencia el año de mil trescientos y cincuenta y ocho. Don Juan el Primero de Castilla estableció lo propio en las Cortes de Segovia el de mil trescientos y ochenta y tres. El rey don Juan, Primero también de Portugal, promulgó la ordenanza sobredicha con igual prohibición el de mil cuatrocientos y quince. [3] Era] Algunos dijeron que los años de la era y del edicto de Augusto César corrían parejos. Fúndanse en que el edicto y las indicciones109 sean una cosa misma. Es menester saber que, por haber alcanzado Augusto grandes victorias en el mes de agosto, le ennobleció con su nombre, instituyendo en Roma sus juegos gímnicos y gladiatorios a imitación de los olimpíacos de Grecia, que se hacían en el equinoccio del otoño a veinticinco de setiembre, para que anduviesen pareados unos y otros. Entonces el año cuarenta de su imperio, soberbio Augusto con su potencia, mandó que le reconociesen por señor con nuevo estilo el año primero de la olimpíada ciento y noventa y cuatro, que es el año de la Creación 3967, y cuatro antes del Nacimiento de Jesucristo. Para esto publicó las indicciones, que suena mandamiento o pregón compulsivo, conforme enseñan Juan Estoflerino en su Calendario,110 en la proposición tercera y letra F; y Anselmo en el libro segundo, en el capítulo veintitrés, de La imagen del mundo.111 Es la indicción el espacio de quince años, que hacen tres lustros. Y para saber qué año corre de indicción se añaden cuatro a los del nacimiento del Redentor. Y así, si queremos averiguar qué indicción corre este año de 1638, en que esto se escribe, hallaremos seis de indic107 Guillermo
Durando, Rationale Diuinorum Officiorum, Lugduni, apud haeredes Iacobi Iunctae, 1568. 108 En Vida de los doce césares, libro II. 109 Indicciones: ‘Ciclo de quince años introducido por Constantino en 312 que, aunque anteriormente había sido un plazo fiscal, se convirtió en un modo de contar regularmente los años y se usó tanto en Occidente como en el Imperio bizantino hasta tiempos modernos’ (DRAE). 110 Juan Estoflerino, Calendarium romanum magnum, Tubingae, Ex inclyta Tubingae Academia, 1518. 111 Anselmo, De imago mundi, Basileae, Johannes Amerbach, ca. 1497.
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ción, porque repartiendo los quinces desde el Nacimiento de Cristo, vemos que el de 1635 se cumplieron ciento y nueve quinces, que son otras tantas indicciones, y agora, añadiendo tres años a los del Nacimiento y dos cumplidos, hacen seis de indicción, y va corriendo el séptimo, con que tenemos la indicción sabida de este año de 1638. Pero, a mi parecer, la era y la indicción no son iguales, porque la indicción la señala el venerable Beda112 el año de 2961, el último de la olimpíada ciento y noventa y tres, un año antes de nuestro cómputo, por el otoño, que son, de su opinión, cuatro años antes del Nacimiento del Salvador, y de la mía tres. Pero la era comenzó treinta y ocho años antes de su Encarnación, y así no puede ser igual el cómputo de la indicción y de la era. Demás de que Onofrio Panvino113 deduce de los fastos griegos el origen de las indicciones desde la victoria que alcanzó Constantino el Grande del tirano Mejencio, a veinticuatro de setiembre del año de la Encarnación trescientos y doce, que fue el de la Creación, 4282. Dale también quince años, y de ahí se originó el ejemplo de los soldados que, habiendo servido quince años, podían dejar la guerra si querían, y si no, los aumentaban con muchos honores. Llamose también distribución, y así Paladio, tratando De los hechos de san Juan Crisóstomo,114 dice que en la distribución trece vinieron a Constantinopla los obispos de Asia. Esto mismo significa fusión en el rescripto del emperador Honorio, donde perdona las deudas contraídas hasta el principio de la fusión quinta. Y significar lo mismo que indicción se colige claro en el título de las indulgencias, y de allí lo trae Juan Luis de la Cerda, en el número octavo de los Adversarios o Borradores sagrados,115 en el capítulo ciento y cincuenta y uno. [4] Era]. Pero, averiguando más hondamente el origen de la voz Era, me parece seguir la profunda erudición del padre fray Juan de Pineda, que en el libro décimo y capítulo doce de su Monarquía eclesiástica,116 conformándose con la razón de Josef de la Escala o Escalígero, en su libro cuarto y quinto de la Emendación de los tiempos,117 dice que la era no habla con Augusto, ni lo del edicto era causa de lisonjear y dar gracias y honra (como significa la computación de la era, pues con el edicto los despechaba), mas habla con Julio César, cuyo año y calendario se recibió en España, que fue solemne beneficio; y porque se debió recibir aquel 112 Pellicer nombra cuatro veces al venerable Beda. Véase infra, donde aporta una cita textual.
113 O también, Giacomo Panvinio. Por ejemplo, La Cronologia Ecclesiastica del reuer. P. F. Onofrio Panvinio Veronese, Frate Eremitano di Santo Agostino, Venecia, Bernardo Basa y Barezzo Barezzi, 1592. 114 Paladio, Diálogo sobre la vida de san Juan Crisóstomo. 115 Juan Luis de la Cerda, Adversaria sacra opus varium, Lyon, Prost, 1626, LVI, 8, 369. 116 fray Juan de Pineda, Los treinta libros de la Monarquía eclesiástica o Historia universal del mundo, Zaragoza, 1576. Se refiere a III, X, XII, iii. En la ed. de Salamanca, Juan Fernández: p. 26. Muchas de las referencias de Pellicer provienen de este libro en V tomos. 117 Joseph Justus Scaliger (hijo de Julius Caesar Scaliger), De emendatione temporum, 1583.
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que fue sexto o séptimo de la publicación del tal año corregido, y porque la palabra Era es usurpada como número para contar dende alguna cosa notable y provechosa, como la era de Nabucodonosor, de Alexandre, de Diocleciano o del rey don Alonso, que son computaciones astrológicas, y como la corrección del año sea de muy apurada astronomía, por eso los españoles la llamaron era de Julio César, que es contar desde el año en que recibieron el año corregido por Julio César, que fue el quinto año del imperio de Augusto. Yo estimo por gran razón esta, porque habla en propios términos usados en materias y computaciones de años astrológicos y para memoria de agradecimiento. Y para esto cita a la margen a Blas Ortiz, en el capítulo tercero de la Descripción del templo toledano;118 a Alonso de Villegas en sus Flores de santos119; Juan Vaseo en su Crónica;120 Juan Ginés de Sepúlveda;121 junto con Andrés Resende.122 [5] Era] Y porque andemos algún paso más de los que otros han dado,123 me parece decir aquí algo de la era de Diocleciano, a quien la adulación quiso hacer la misma adoración que a Julio César o a Augusto. Comenzó su era, que por largos días gobernó la cuenta, así de católicos como de gentiles, en el año doscientos y ochenta y cinco de la Encarnación, que fue de la Creación el 4255. Fundo yo mi cómputo en siete razones, calificadas de otros tantos grandes autores que la llevan, cuyas opiniones se apoyan de esta suerte:
1. El venerable Beda junta el año de la Encarnación 532, en que Dionisio el pequeño escribió los círculos pascuales, con el 248 de Diocleciano, de suerte que añadiendo 248 a los 284 hacen 532. 2. Eusebio124 acomoda el año antioqueno de 331 con el 19 de Diocleciano. Luego el primero de Diocleciano será del antioqueno el 333, con que, quitados 48, que son los que precedió la era antioquena al Nacimiento 118 Blas
Ortiz, Summi Templi Toletani Descriptio, 1549, III. de Villegas Selvago, Flos sanctorum. Primera parte, Toledo, Diego de Ayala, 1578 y Flos sanctorum nuevo y historia general de la vida y hechos de Jesu Christo y de todos los santos de que reza y haze fiesta la Iglesia Catholica, Zaragoza, Domingo de Protonariis, 1580. 120 Vasaeus, Chronici rerum memorabilium Hispaniae, Salamanca, Juan de Junta, 1552. 121 Podría referirse a alguna de estas obras: De rebus hispanorum gestis ad Novum Orbem Mexicumque (De orbe novo), De rebus gestis Caroli V (1556), De rebus gestis Philippi II (1564). No las cita Pineda. 122 Andrés Resende, quizá en De Antiquitatibus Lusitaniae libri quattuor, Évora, 1593. No la cita Pineda. 123 Podría tratarse de una referencia solapada y por competencia a la anotación de Salcedo en 1636, mucho más escueta y ceñida a lo poético. 124 En ninguna de las cinco veces que Pellicer trae a colación a Eusebio, obispo de Cesarea, menciona la obra a la que se refiere, aunque esta debe de ser la Crónica o Historia universal, que trata principalmente de la cronología de los acontecimientos históricos. 119 Alonso
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de Cristo, será el primero de Diocleciano el 285 de Cristo, que es argumento irrefragable. 3. San Ambrosio, en la Epístola ochenta y tres del libro décimo125, pone la luna catorce al día catorce del mes Farmuth a cinco de los idus de abril, día domingo, al año 93 de Diocleciano, que concurre con el de Cristo en el 377. Celebraron este año los cristianos la Pascua en día domingo, a 21 del mes Farmuth, que es a 14 y no a 15 de las calendas de mayo, como lo enseñan las tablas dionisíacas en Beda, a las cuales cuadran puntualísimamente las anotaciones de Ambrosio de la festividad de la Pascua el año de Diocleciano de 76 y de 89, que son de Cristo a los 360 y 373. 4. San Epifanio en el Ancorato126 confronta el año 90 de Diocleciano con el 10 de Valentiniano en la indicción segunda. Este es el año de Cristo 374, en que concurren la indicción segunda, el consulado tercero de Graciano y cumplido el décimo de Valentiniano. 5. Evagrio en el capítulo veintinueve del libro tercero de su Historia127 escribe que murió el emperador Zenón en el año de Diocleciano de 207, que es el de Cristo 491, y que Anastasio, su sucesor, falleció en el año antioqueno de 566, que es de Cristo 518, habiendo superado 27 y tres meses, los cuales, añadidos al de 491 de Cristo, cae la muerte de Anastasio en el 518 de Cristo y en el antioqueno 566. 6. Sócrates en el libro primero, capítulo segundo, de su Historia128, carea el principio del Imperio de Constantino el Grande con la Olimpiada 271, comenzada; este es en Eusebio el año cuarto de la persecución de los cristianos que comenzó el 19 de Diocleciano. Contando los años por las olimpiadas viene a concurrir el primero de Diocleciano con el cuarto de la olimpiada 265, que es el de Cristo 285. 7. Hermano Contracto en su Cronicón129, en el año en que murieron Numeriano y Carino, emperadores, dice que hasta allí, según la suputación de Dionisio, se cuentan desde la Encarnación 284. El siguiente de 285 hace el primero de Diocleciano, y añade que los griegos empezaron desde él sus círculos pascuales, que llamaron decennovales. 125 En efecto, son diez los libros de epístolas de Ambrosio de Milán, que aúnan más de noventa cartas, publicadas desde 1490 y con una edición por parte de Erasmo en 1527. 126 Ancoratus (‘el hombre bien anclado o seguro’), tratado contra el arrianismo. 127 Evagrio Escolástico o Evagrio de Epifanía, Historia eclesiástica. 128 Sócrates Escolástico, también llamado Sócrates de Constantinopla, Historia eclesiástica. 129 Hermann von Richenau, Chronicon, compilado con otras obras manuscritas por Johannes Sichard, Chronica eruditissimorum auctorum, Basilea, 1529.
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En estas razones fundamos el comienzo de la era de Diocleciano desde el año de 285, porque este César comenzó a imperar el de 284, aun viviendo Carino. Pero no decidimos si el principio de la suputación de los años de Diocleciano se ha de referir a las calendas de enero, en que fue nombrado cónsul segunda vez y desde donde los romanos señalaban su año. Esto lo dejamos al juicio de los doctos. Porque es creíble que Diocleciano no alteraría la costumbre de Roma: antes introdujo la misma forma de cuenta en los egipcios vencidos por él, si bien las tablas de rey don Alfonso el Sabio comienzan la época de Diocleciano desde el día de agosto, el año de Cristo 284. Duró este modo de contar por la era de Diocleciano hasta el año 532 de la Encarnación, que fue el de la Creación 4202, en que Dionisio el pequeño, abad de Roma, comenzó la suputación que usó después la Iglesia desde el Nacimiento de Cristo, empezando de aquí sus ciclos pascuales o decennovales a 22 de marzo el de 248 de Diocleciano, después del consulado de Lampadio y Orestes, no queriendo computar desde aquel impío príncipe, sino desde el principio de nuestra Redención, en memoria del comienzo de nuestra esperanza y causa de la reparación de los mortales. Oigamos lo que dice el venerable Beda a este propósito: «Primus Dionysii cyclus incipit a 22 die martii anno 248 Diocleciani a nato Christo 532 post consulatum Lampadii et Orestis, quos ciclos noluit Dionysius ab impii Diocletiani annis computare sed maluit ab Incarnatione Christi seriem annorum praenotare propter notitiam exordi spei nostrae et causam reparationis humanae».130 Este ciclo pascual es el que llamamos131 áureo número, escrito en el cuarto año del pontificado de Félix Cuarto, aunque varían algo Víctor, obispo uticense, y Mariano Escoto.132 [6] del año] Antes de entrar a decir del año como hoy es, me parece no despropósito discurrir algo de los años de los antiguos y del modo que tenían en contarlos, «quorum magnitudo adeo diversa tam gentibus observata quam auctoribus tradita est», como en su Día natal escribe el doctísimo Censorino133 a Quinto Cerelio.134 Los caldeos en sus disciplinas y antigüedad tenían meses por años, aunque en lo demás contaban por años. Así lo leo en los Equívocos de Jenofonte: 130 Aunque no he podido identificar la cita exacta, del mismo tema en parecidos términos trata Beda en De ratione computi, XVII, De continentia decemnovennalis: «Sed Dionysius secundus abbas Romanus, utriusque linguae peritus, Graece et Latine cyclos scribens paschales, noluit eos ab impii principis annis computare. Sed magis eligens ab incarnatione Domini nostri Jesu Christi annorum seriem praenotare, unius singulis annis augmento in maius proficientes propter notitiam exordii spei nostrae, et causam reparationis humanae» (Migne 1850: 90, 0593D). 131 [Em. llamos]. 132 Marianus Scotus, monje irlandés del siglo xi, glosador de la Biblia. La Chronica ad Euangelii ueritatem, fue editada por primera vez en Basel, Jacobus Parcus, 1559. 133 Censorino, De die natali liber, 18, 1. Véase Censorino (1843: 80). 134 [Em. Cerelo].
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«E contra Chaldei, cum in antiquitate disciplinarum suarum utantur menstruo, in caeteris semper solarem se intelligere fatentur».135 Consta lo primero del epitafio que Semíramis puso grabado en una136 columna en el sepulcro o monumento de Nino Jove, su marido, dicho en las letras sagradas Asur, y en las profanas Júpiter Asirio y Hércules babilónico, monarca tercero de Babilonia, hijo de Belo y de Rea, nieto de Nembrod, muerto por su mujer Semíramis, año de la Creación 1958, antes de la Encarnación 2011. El epitafio dice así: Mihi pater Jupiter Belus Avus Saturnus Babilonicus Proavus Saturnus Etiops Abavus Saturnus Egyptius Atavus caelus Phoenix Ogyges
Belo Nembrod Chus Cham Noe
Ab Ogyge ad meum avum sol lustravit suum orbem semel137 ac trities et centies; ab avo ad patrem sexies et quinquagies; a patre ad me bis et sexagies. Columnam, templum, statuam Ioui Belo Socero et matri Rheae In hoc Olimpo Semiramisdicavi.138
Constaba este monumento, conforme escribe Diodoro Siciliano, en el libro segundo y en los tres primeros capítulos de su Biblioteca,139 de nueve estadios de alto y diez de ancho. Junto a él sucedió la tragedia de Píramo y Tisbe, si creemos a Ovidio en el cuarto de sus Transformaciones:140 neve sit errandum lato spatiantibus arvo, conveniant ad busta Nini lateantque sub umbra arboris: arbor ibi niveis uberrima pomis ardua morus erat, gelido contermina fonti.
135 El Liber de aequivocis es otra de las falsificaciones de Annio de Viterbo (1512). Véase el texto en Tiraqueau (1549: 77v). 136 [Em. un]. 137 [Em. sol orbem suum circum lustravit semel]. 138 Véase el texto en Pezel (1610: 13). En efecto, la fuente primigenia pasa por ser los Equívocos de Jenofonte (Schotti 1687: VII, 560). 139 Diodoro de Sicilia o Sículo, Biblioteca histórica. 140 Ovidio, Metamorfosis IV, 87-90: «Y para evitar el riesgo de extraviarse en su marcha por los anchos campos, reunirse junto al sepulcro de Nino y ocultarse a la sombra del árbol. Un árbol había allí cuajado de frutos blancos como la nieve, un erguido moral, situado en las proximidades de un frío manantial» (Ovidio 1990: I, 126).
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Y más adelante dice de Tisbe: «Pervenit ad tumulum dictaque sub arbore sedit»,141 lo cual no ignoró nuestro don Luis de Góngora en el Romance de Píramo y Tisbe, cuando en la copla ochenta y cinco escribe que Tisbe:142 A los estragos143 se acoge de aquel antiguo reducto, noble ya edificio, agora jurisdicción de Vertumno.
Lo cual dejó pautado Juan144 Henninges de Luneburg en el tomo primero de su Teatro genealógico, hablando de Nino el primero: «Ad Nini primi monumentum factam putat Ovidius tragediam Pyrami et Thisbes Babiloniorum».145 [7] mentido robador de Europa]146 Bien sabido es en la erudición mitológica que Júpiter, enamorado de Europa, se transformó en toro para robarla. Esta fábula escribió Mosco, poeta griego, en su Eidilio segundo,147 y en lengua castellana Anastasio Pantaleón, cuyas obras yo saqué a luz, dedicando este escrito a nuestro famoso don Luis de Góngora;148 y con no vulgar estilo logró el mismo asunto don Juan de Tassis, conde de Villamediana.149 [8] mentido robador]150 Este epíteto de mentido robador está con ventajas al que 141 Ovidio,
Metamorfosis IV, 95: «Llega a la tumba y se sienta bajo el árbol convenido» (Ovidio 1990: I, 126). 142 Carreira (2000: 317, vv. 341-344). En Lecciones solemnes, col. 813, se explica el seguimiento de Ovidio en el pasaje. 143 La variante general es portillos. También se lee estragos en las Lecciones solemnes, como en Salazar Mardones, 3v. Carreira (1998: III, 399) acepta portillos y señala 17 lecturas de estragos. 144 [Pero, en realidad, Jerónimo. No se enmienda por ser error cultural]. 145 Véase Henninges de Lüneburg (1598: 134). 146 Lecciones solemnes: «mentido robador de Europa. Bien sabido es que Júpiter enamorado de Europa se transformó en toro para robarla. Imitó don Luis a Séneca in Herc. fur.: qua tepente vere laxatur dies / Tyriae per undas vector Europae nitet. Ovidio epis. Phaed. le llamó mentido, así: Tauro dissimulante deum. Virgilio le dijo Proditor europeus. Trata esto Calfurnio Basso in com. Phaen. Arati.; Mosco, griego, Eid. 2, escribió el robo de Europa, de donde imitó su poema de Europa. El conde de Villamediana de esta Europa quiere que se diga así la 3ª part.» (col. 364). Las abreviaturas relativas a Calfurnio Basso de Arato se refieren a Commentari sopra i Fenomeni di Arato. 147 Titulado Europa. Véase infra [II, 14]. 148 Fábula de Europa dedicada a D. Luis de Góngora, príncipe de los poetas castellanos, «Logre famosa osadía…» (Pantaleón de Ribera 1634, ff. 10-14v.). 149 Véase el pasaje de Pellicer, supra. Se trata de la Fábula de Europa (Villamediana 1999). 150 Soledad primera… ilustrada y defendida [II. 2]: «“En que el mentido”, por el mes de abril entra el Sol en el signo de Tauro, como lo da a entender Virgilio, libro 1, Geórgicas: candidus auratis aperit cum cornibus annum Taurus [...], donde aquella palabra aperit denota el mes de abril,
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le da Virgilio cuando llama a Júpiter «Proditor Europeus»151 por la especie que tiene de traición la mentira. Con más cortesía le trata Ovidio, que le atribuye el título de disimulador, «Tauro dissimulante deum»,152 de donde los príncipes comenzaron a estudiar cautelas y astucias para lograr sus fines y sus intentos. Llevador de Europa, ablandando en algo apellidos tan duros, le dice Séneca en su Hércules furioso, de donde nuestro poeta imitó el lugar entero: qua tepente vere laxatur dies Tyriae per undas vector Europae nitet.153
Tan diferentes son los genios de antiguos y de modernos, que el ceño de unos se templa en la modestia de otros. [9] Mentido] Quiere decir ‘disfrazado, escondido, transformado’. Es frase que usa don Luis con gran primor y no con mucha frecuencia. Más abajo en esta Soledad misma dijo de los árboles que trajeron del bosque para enramar la aldea: Estos árboles, pues, ve la mañana mentir florestas y emular vïales, cuantos muró de líquidos cristales agricultura urbana.154
En el soneto a la suerte que don Antonio Dávila y Toledo, Marqués de Velada y san Román, grande de España, hizo el año de 1623 en la plaza de Madrid,155 se rozó don Luis así: Con razón, gloria excelsa de Velada, te admira Europa, tanto que, celoso y nuestro Séneca, a quien parece imitó don Luis: [f. 35v] qua tepente vere laxatur diee / Tyris per vndas vector Europe nitet [...]. Véase Higinio, libro 2, Astronomicon, capítulo de Tauro; Ovidio, libro 4, Fastorum, con sus intérpretes Paulo Marso y Constantino Fanense» (Osuna 2009: 165-166). 151 ‘El que engañó a Europa’. En realidad, no es un texto virgiliano, sino el primer verso de un epigrama que se incluye en el aparato de, por ejemplo, la edición de Virgilio (1581: 635). Es el poema 616 de los Epigrammata, XI, Signa coelestia, De signis, del poeta ficticio Hilasius (II, v. 1): «Proditor est Helles et proditor Europaeus». 152 Ovidio, Heroidas IV, 56 (Fedra a Hipólito): «disimulándose bajo toro el dios» (Ovidio 1994: 51). 153 Séneca, Hercules furens, vv. 8-9: «por donde con la llegada de la primavera se dilata el día, brilla el que transportó a la tiria Europa a través de las olas» (Séneca 1987: I, 121). Véase Osuna (2009: 165). 154 Carreira (2000: 264B, vv. 701-704, 384). 155 Al marqués de Velada, herido de un toro que mató luego a cuchilladas (Carreira 2000: 386, vv. 1-4, 582).
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su robador mentido, pisa el coso, piel este día, forma no alterada.
En el Panegírico que escribió a don Francisco Gómez de Sandoval y Rojas, duque de Lerma, usa de la propia locución, como se lee en la estancia nueve: Tal vez la fiera que mintió el amante de Europa, con rejón luciente agita.156
En la jornada segunda de aquel festivo fragmento y comedia del Doctor Carlino lo repite: Lasciva envidia le consume el pecho al decano inmortal del alto coro que por manchar un casto y otro lecho fingió ser cisne ya, mintió ser toro.157
De Marte, transformado en jabalí para matar a Adonis, lo volvió a decir en el soneto a don Felipe Cuarto el Grande, rey de las Españas, en una montería que hizo el año de 1621, orillas del Manzanares, en que mató un jabalí:158 En un hijo del Céfiro la espera garzón real, vibrando un fresno duro, de quien aun no estará Marte seguro, mintiendo cerdas en su quinta esfera.159
En la Soledad segunda oímos cantar al pescador Micón a Cloris en este tenor: Menos dio al bosque ñudos que yo al mar el que a un dios hizo valiente mentir cerdas, celoso espumar diente.160 156 Carreira
(2000: 313, vv. 65-66, 481). Lecciones solemnes, col. 624: «Continúa con las ocupaciones del duque don Luis: unas veces lidiaba con el rejón toros, en cuya piel se disfrazó Júpiter». 157 Comedia del Doctor Carlino, Gerardo a Lucrecia, en acto II, vv. 1247-1250 (Góngora 1633: f. 225). Carreira (2000: II, 235). 158 De un jabalí que mató en el pardo el rey. 159 Carreira (2000: 357, vv. 5-8, 556-557). 160 Carreira (2000: 264C, vv. 581-583, 411). La Explicación en Lecciones solemnes es la siguiente: «…y en cuanto a sus haciendas, puso menos lazos, menos ñudos en el bosque, que en
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Hallamos calificado este modo de hablar en los poetas antiguos. Ovidio en el quinto de sus Transformaciones dice de Júpiter: Et se mentitis superas celasse figuris.161
En la carta de Hermione la vuelve a usar: Non ego fluminei referam mendacia cygni.162
Claudiano, en el primer libro Contra Eutropio, hablando de Semíramis en traje de varón: Seu prima Semiramis astu Assyrii mentita virum.163
De que podemos colegir que, aun en los términos más vulgares, habló don Luis con grandes imitaciones y fundamentos, lográndolas felicísimamente. [10] Robador]164 Ninguna fábula celebraron los poetas de uno y otro siglo que no tuviese su apoyo en la verdad y en la Historia. Esta de Europa y de su robo fue bien sabida. El caso pasó así: Nembrod, llamado Saturno de Babilonia, dejó tres hijos. El mayor fue Belo, o Júpiter babilónico, monarca segundo de los asirios, el tercero Hunor, fundador de la casa y reino de Hungría, de quien hasta hoy han sucedido sus reyes. El segundo fue Cres, que reinó en Creta y fue quien fingieron había escondido a Jove en el monte Liceo y en cuyo tiempo fueron los ideos dáctilos, diez en número, y los curetes, nueve, cuyas fabulosas narraciones se leen en Diodoro Sículo, en el quinto libro, capítulo quince, de su Biblioteca;165 en Plinio, libro séptimo, capítulo cincuenta y seis, de su Historia natural; y en el mar redes, Adonis, que hizo a Marte mentir cerdas, transformándose en jabalí y con su diente celoso darle la muerte» (col. 579). 161 Ovidio, Metamorfosis V, 326: «y que los dioses se ocultaron tomando falsas apariencias» (Ovidio 1990: I, 174). 162 Ovidio, Heroidas VIII, 67 (Hermíone a Oreste): «No voy a recordar la impostura del cisne fluvial» (Ovidio 1994: 83). 163 Claudiano, Contra Eutropio I, 339-340: «ya si Semíramis fingiéndose con astucia hombre para los asirios» (Claudiano 1993: II, 24). 164 Soledad primera… ilustrada y defendida [II. 3]: «Robador de Europa»: fue Europa hija de Agenor y hermana de Cadino [Cadmo], de cuya hermosura se aficionó tanto Júpiter que se convirtió en un blanco toro para poderla gozar, y después lo trasladó en el signo de Tauro; fábula es muy conocida» (Osuna 2009: 166). 165 Diodoro Sículo, Biblioteca histórica. Trata de Europa en libros IV a VI.
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Estrabón, en el libro diez de su Geografía. Hijo de Cres, que dio nombre a Creta, fue Talo, su rey segundo. De este nació Vulcano, que poseyó aquella corona en tercer lugar y de quien hace mención Pausanias en sus Árcadas,166 por autoridad de Cinetón,167 poeta. De Vulcano nació Radamanto Primero, que fue cuarto rey de Creta, ilustrando aquella isla con leyes y ciudades, conforme acuerda Estrabón, en el lugar arriba dicho. Una de sus leyes cita Apolodoro en el libro segundo de sus Fábulas: «qui manibus iniustis irritantem punierit insons esto»,168 disculpando al que mata provocado. Hijo suyo fue Milino, rey quinto, que fue absoluto señor de aquellos mares y murió a manos del grande Oro líbico el año de la Creación del mundo 2230, y antes de la Encarnación 1741, como acuerda Beroso en sus Antigüedades caldaicas169. Tuvo Milino por hijo a Meliseo, sexto rey de Creta, que fue el primer idólatra que allí sacrificó a sus falsos dioses, introduciendo nuevos ritos y ceremonias, conforme Lactancio Firmiano170 refiere. Este procreó a Cidón, séptimo rey en Creta, contemporáneo de Cécrope, rey de los atenienses, año de 2412 de la Creación, y antes de la Encarnación 1559. Fueron sus hermanas Amaltea, de quien fingen las fábulas crio a Jove en la cueva Dictea, y fue mujer de Hammón Cornígero, y Melisa, sacerdotisa de Cibeles. Tuvo Cidón por hijo a Apteras, que se llama Ánax171 y Saturno de Creta. Vivió por los años de la Creación 2467, antes de la Encarnación 1503. En sus Acayas172 le llama Pausanias hijo de la Tierra y que puso nombre a la provincia Anactoria. Juan Annio de Viterbo, comentando a Fabio Pintor,173 le da los atributos de injustísimo y de impiísimo. En su mujer Gortina dejó dos hijos: Lápitas, que fue rey de Creta, nueve en número, a quien algunos atribuyen el robo de Europa; pero por autoridad de Apolodoro se sabe que el robador fue Asterión, su hermano, que le sucedió en la corona, y fue llamado Júpiter de Creta y Tauro. Esto dio motivo para que los poetas fingiesen que Júpiter, convertido en toro, robó a Europa, hija de Agénor, rey de Fenicia, en quien tuvo tres hijos: Minos Primero, Sarpedón Primero y Radamanto Segundo, que pleitearon entre sí por la corona de Creta y tuvieron fecundísima sucesión de hijos y nietos, que dieron no menor motivo para fábulas que sus abuelos, como ya diremos en otros lugares. 166 Pausanias,
Descripción de Grecia, libro VIII, Arcadia. de Esparta o Cinetón de Lacedemonia. 168 Biblioteca mitológica, II. Véase Apolodoro (1599: 83). 169 Ha de ser la falsificación (Pseudo-Beroso) de Annio de Viterbo, Defloratio caldaica, en los Commentaria super opera diversorum auctorum de antiquitatibus, 1498. 170 Lactancio Firmiano, De opificio dei. 171 O también Anacte. 172 Pausanias, Descripción de Grecia, libro VII. 173 Se trata de una castellanización de Quinto Fabio Píctor. 167 Cinetón
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[11] De Europa] Ya que hemos escrito la línea de Asterión, Tauro o Júpiter de Creta, será bien que digamos la de Europa, cuyo decantado robo hoy se conserva, dando nombre a la tercer parte del mundo. Su ascendencia es esta y con ella daremos luz a algunas mitologías. Tres años después del Diluvio universal, que fue el de la Creación 1657 y antes de la Encarnación, 2314, nació Inoco, hijo de Noé y de su mujer, Titea. Diole su padre la tierra de Ethán, donde los hijos de Jafet edificaron a Heliópolis. Fue grande adivino y astrólogo, consejero de Nembrod en la fábrica de la Torre; hijo suyo fue Cosdrón,174 de quien nació Subsyrsadebeth, padre de Ínaco, rey primero de los argivos. Apolodoro llama a este príncipe hijo del Océano y Tetis, en el libro segundo.175 Pasó desde Heliópolis con gruesas colonias al Peloponeso, que hoy es la Morea, donde comenzó aquel potentísimo reino, año de la Creación 2813, y antes de la Encarnación 1858, según el cómputo de Eusebio, obispo de Cesarea. Allí dio Ínaco nombre a un río, conforme acuerdan Pausanias, en sus Corintíadas;176 Estrabón, en el sexto de su Geografía; Estéfano, en su Libro de ciudades;177 Julio Solino, en el capítulo trece de sus Memorables;178 Pomponio Mela, en el segundo libro de su Situación del orbe.179 Casó Ínaco con Melia, o Melisa, según Homero en la Ilíada, nueve, y Apolodoro, en el libro segundo,180 de cuyo matrimonio nació Foroneo, aquel gran rey y legislador que compuso las leyes y sentencias en verso. Falleció el año de 2218 de la Creación, y antes de la Encarnación 1753. Pausanias le da por mujer a Cerden; Apolodoro, a Laódice; Higino,181 a Cinna. De una de estas nació Apis, rey tercero de los argivos, de quien el Peloponeso se llamó Apia, conforme Homero, a quien sigue Teócrito. Por tirano le mataron Telxión y Telquines, el año de la Creación 2253, antes de la Encarnación 1718. Car, su hermano, dio nombre a Caria, Espartano, a Esparta, conforme Plinio, Pausanias y Eusebio.182 Egialeo le sucedió en el reino. De su hermana Nicobe se continuó la línea de Foroneo, su padre, en el Peloponeso. Esta casó con Panopto, gran príncipe, como escribe el Escoliador de Homero, de quien nació Argos, quinto rey de los argivos, de quien tomaron
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otra forma, Cedrón. otras veces, Apolodoro, Fábulas II. 176 Pausanias, Descripción de Grecia, libro II. 177 Stephanus Byzantinus, De urbibus. 178 Cayo Julio Solino, Polyhistor o Collectanea rerum memorabilium thesaurus locupletissimus: Colección de hechos memorables o el erudito. 179 Pomponio Mela (Pomponii Melæ), De situ orbis libros tres, Basilea, apud Mich. Isingrinium, 1543, libro I, cap. V. 180 Apolodoro, Fábulas II. 181 Genealogía de Higino conocida por todos a partir de la Biblioteca mitológica del PseudoApolodoro. Pausanias y Apolodoro, nombrados supra. 182 Los tres citados supra. 175 Como
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nombre y denominación sus pueblos183. De este rey escribe así san Agustín en el libro dieciocho, capítulo sexto, de su Ciudad de Dios: «Regnante Argo suis uti coepit frugibus Graecia et habere segetes in agricultura, delatis aliunde seminibus. Argus namque post obitum deus haberi coepit templo et sacrificiis honoratus».184 En su mujer Evadne tuvo a Forbante, rey sexto de los argivos, aunque san Agustín le hace hijo de Piraso, mas no lo fue, sino hermano y sucesor en el reino. Ocupó a Rodas, según Pausanias, año de 2388 de la Creación, y de la Encarnación 1585; bien que Diodoro Sículo entiende esta conquista por otro Forbante, de Tesalia. Fue su hijo Triofas,185 séptimo rey, que en Oreasia, su mujer, tuvo a Jaso, rey octavo y sucesor de su padre, aunque Eusebio le omite, porque los años de su reinado se incluyen en los de su padre. De su nombre se llamaron jásidas los argivos. Fue su hija Ío, destinada para sacerdotisa de Juno, robada por Fénix y llevada a Egipto, donde la llamaron Isis en memoria de la gran esposa de Osiris. Allí casó con Telégono, hijo tercero de Oro el grande, dicho Busiris, rey décimo de Egipto, el primero de la segunda familia de sus reyes, y de Termuta, hija de Amenophes segundo, llamado de Josefo Hebreo186 Amenoptes, rey o faraón de Egipto, el último de su familia y el que publicó el edicto de matar los hijos de los hebreos, y en cuyo reinado nació Moisés, año de la Creación 2373, y antes de la Encarnación 1598, y a los tres meses fue echado en las aguas del Nilo y hallado por esta madre de Telégono, llamada Termut, aunque Jorge Cedreno en su Compendio187 la llama Mutida y Farea, que por esta piedad que tuvo con Moisés permitió Dios que reinase en el trono de su padre y continuase la genealogía del grande Osiris, su séptimo abuelo. En esta princesa dice Josefo, escribiendo Contra Apión,188 gramático, que tuvo a Rator, padre de Chencris, que Cornelio Tácito189 llama Bocor,190 rey o faraón trece de Egipto, que persiguiendo el pueblo de Dios, que sacó Moisés de sus manos, murió en el mar Bermejo con todo su ejército, año de la Creación 2454, antes de la Encarnación 1517. Telégono, hijo tercero de Oro y de Termut, casó, como queda dicho, con Ío, princesa de los argivos, en quien tuvo a Épafo, que sucedió a su padre en la herencia que tenía en Egipto y casó con Menfis, en cuyo honor edificó la gran ciudad de este nombre, año de la Creación, 2473, y antes de la Encarnación.191 De este matrimonio se procrearon Belo, que 183 Es
referencia a Ilíada, I, 30. civitate Dei libri XXII, 18, 6 (Agustín 1825: 173). 185 O sea, Tríopas. 186 [Se observa tachadura]. Véase supra para otra referencia al autor. 187 Jorge Cedreno, Compendium historiarum. 188 Paulo Josefo, In Apionem o Sobre la Antigüedad de los judíos. 189 Cornelio Tácito, Annalium ab excessu divi Augusti libri. 190 Es decir, Bokkoris. 191 [Aparece año tachado]. 184 De
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quedó en Egipto, cuya posteridad se llamó Bélidas,192 y Agénor, que pasó a lo que después se llamó Europa. Los poetas le hacen hijo de Neptuno y Libia. Llegó a Fenicia, donde estableció su reino y fundó a Sidón y a Tiro, o según el sentir de los griegos y juicio de Quinto Curcio,193 ocupó estas ciudades por los años de la Creación 2500, y antes de la Encarnación 1471. De Argiopa, su segunda mujer, que Jorge Cedreno llama Tiro, nacieron Fénix,194 Cadmo y otros,195 y Europa, doncella de rarísima hermosura, a quien robó Asterión Tauro, rey de Creta; y así, tanto por esto como porque la nave en que fue robada traía por insignia un toro, fingieron que Júpiter se transformó para robarla en este bruto. Los fenicios la ofrecieron templos, altares y sacrificios con el nombre de Astarté, que es la diosa siria, y Astaroth, en las sagradas letras. [12] Europa] Pasemos el vuelo desde lo genealógico a lo geográfico. Veremos cómo por este insigne robo le quedó el nombre a esta tercera parte del mundo, que habitamos. En esta sentencia contestan196 todos los historiadores y poetas que han florecido desde aquel siglo a este. Cómo se197 terminase esta bellísima porción del Universo al oriente, por la parte que se junta con la Asia, han ignorado muchos, porque los que han dicho que la divide el río Tanais han puesto con error su origen en los montes Rifeos, no lejos del océano Sarmático por la parte que los baña el río Petzora. Otros, que pusieron por lindero entre la Europa y la Asia el istmo que está entre los mares Póntico y Caspio, o de Sala o Bacú,198 se persuadieron vanamente que el mar Caspio era golfo del océano septentrional, en aquella región donde desagua la vastísima boca del río Obio,199 por pertenecer toda la costa del septentrión desde el occidente al oriente a la Sarmacia y ser esta provincia parte de la Europa. Y así, para fijar el término de estas dos partes del mundo, corran las líneas por el mar Egeo, el Helesponto, Propóntido, Bósforo Tracio, Ponto Euxino, Bósforo Cimerio y la laguna Meotis,200 que son sucesivamente lo que llamamos Archipiélago, Brazo de san Jorge, mar de Mármol, estrecho de Constantinopla, mar Negro o Mayor, Boca de san Juan y mar de Azabache, junto con las primeras aguas del Tanais, que se llama Don, hasta venir al lugar de Tula, desde donde se ha de tirar la 192 Es
decir, Bélides. Curcio, Historiae Alexandri Magni Macedonis. 194 [Intercalado]. 195 [Intercalado]. 196 Es decir, son contestes, o con testimonios concordantes. 197 [Añadido]. 198 [Añadido]. 199 O también Obi. 200 O sea, Meótida, Meótide o Meótides. 193 Quinto
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línea hasta la más cercana ribera del Obio y desde aquí el Obio mismo hasta el océano. Así Filipo Cluverio en su Introducción a la Geografía,201 libro primero y segundo, y así Pedro Bercio en el Breviario de la Tierra.202 Al mediodía tiene por términos la Europa el mar Interno, el estrecho de Gibraltar y el mar de Atlante. Al occidente, el mar de Atlante mismo, y por el septentrión, el mar Hiperbóreo o septentrional. Su mayor longitud es desde el promontorio Sacro de España, llamado cabo de san Vicente, hasta la boca del río Obio, 900 millas alemanas. Su latitud mayor se extiende desde el Ténaro, promontorio o cabo del Peloponeso o la Morea, hasta el promontorio Rutubas203 de Scritofinia, dicho Noortkyn,204 con 550 millas alemanas. Dividiose antiguamente la Europa en varias gentes y naciones, cuyos nombres más conocidos fueron España, Galia, Germania, Vindelecia, Retia, Italia, Nórico, Panonia, Ilírico, Epiro, Grecia, Macedonia, Tracia, Mesia, Dacia y Sarmacia. Sus Islas mayores son Bretaña, Hibernia y Tule, en el océano; en el mar Interno, las Baleares, Sicilia, Cerdeña, Córcega, Creta, Eubea y otras menores sin número. Hoy se divide en varios reinos y principados. Los reinos principales son España, Francia, Inglaterra, Escocia, Irlanda, Noruega, Suecia, Dinamarca, Germania, que es lo que llamamos Imperio, Polonia, Bohemia, Hungría, Esclavonia, Croacia, Dalmacia, Serbia, Bosnia, Bulgaria, Tartaria menor o Precopense, Nápoles, Sicilia, Cerdeña, Córcega, Mallorca y Menorca; un archiducado, que es el de Austria; tres grandes ducados, Moscovia, Lituania y Toscana; ducados y principados infinitos en Alemania, Italia y Flandes. [13] Europa]. Los reyes que hoy poseen la Europa y demás potentados menores que hay al tiempo que esto se escribe no será razón que se callen. La silla pontifical ocupa Urbano octavo, pontífice máximo, y con ella los estados y patrimonio de la Iglesia. La corona de Alemania y su imperial investidura, Ferdinando Tercero, y en número el trece que de la augustísima casa de Austria fue llamado al Imperio. Obedécenle además de esto las dos Austrias, los reinos de Alemania, Hungría, Bohemia, Dalmacia, Croacia, Esclavonia, Bosnia, Serbia, Galicia,205 Vlodomiria206, Cumania y Bulgaria. Es duque de Borgoña, Brabante, Estiria,
201 Filipo
Cluverio, Introductio in Universam Geographiam tam veterem quàm novam, libri Lyon, Ex officina Elzeviriana, 1629. Pellicer sigue principalmente esta fuente, extendidísima, para su despliegue geográfico en adelante. 202 Pedro Bercio Cestio es una autoridad para Antonio de León Pinelo (Epítome de la biblioteca oriental i occidental, nautica i geográfica, Madrid, Juan González, 1629, pp. 159, 169, 183), por más que no cite esa obra. 203 O también Rubeas. 204 El cabo Nordkinn, en Noruega, el punto más septentrional de la Europa continental. 205 Es decir, Galitzia. 206 Podría ser variante de Volinia o Lodomeria. vi,
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Carintia, Carniola, Luceleburg, Witemberg y de la inferior y superior Silesia; príncipe de Suebia, marqués del sacro Romano Imperio, Burgaw,207 Moravia superior e inferior, Lusacia; conde de Habsburg, Tirol, Friuli, Gibusio208 y Goricia; Landgrave de Alsacia, de la Marca y Tergest,209 señor de Puerto Naón y Salins. Está casado con doña María de Austria, Infante de España. El arzobispado electoral de Maguncia, Anselmo Casimiro Wambold de Umstadt; el de Colonia, Ferdinando de Baviera; el de Tréveris, Felipe Cristóbal de Soetern; el electorado de Sajonia posee Juan George; el de Brandemburgo, George Guillermo; y el Palatinado, Maximiliano Primero, duque de Baviera, que tiene por mujer a Mariana Augusta, archiduquesa de Austria. Las Españas, estados de Flandes, Galia, Bélgica, ambas Sicilias, reinos de Cerdeña, Mallorca y Menorca, estados de Milán, Final210 y Clavesana, don Felipe Cuarto el grande, monarca el mayor y mejor del orbe, unido en dulcísimo lazo con doña Isabel de Borbón, hija de Francia. En Francia reina Luis Trece, dicho el Justo, con madama Ana Mauricia de Austria, Infante de España. En Inglaterra, Escocia, Irlanda y la Gran Bretaña, Carlos Stuard, primero de este nombre, con Henrieta María de Borbón, hija de Francia. En Tirol, el archiduque Ferdinando; en Dinamarca y Noruega, Cristerno Quinto con Carlota Amalia211 de Sajonia. En Polonia, Moldavia, Podolia, Lituania y Prusia, Wladislao Sigismundo Cuarto con Cecilia Renata Augusta, archiduquesa de Austria. En Suecia Cristina Primera, por casar. En Transilvania, George Ragetski de Felsowadatz.212 En Moscovia y Rusia, el gran Zar Michael Federovitz. En la Tartaria Precopense, Gran Cam213 Galga. Emperador de los turcos, Amurates Cuarto. Los estados de Italia reconocen diversos príncipes: la Lorena y Barr214 a Carlos IV, casado con la duquesa Nicolasa María; Francisco Jacinto, la Saboya y Piemonte, en la tutela de Cristina de Borbón, hija de Francia, su madre; Mantua y Monferrato, a Gonzaga,215 en la tutela también de María Gonzaga, su madre. La Toscana, Florencia y Siena, a Ferdinando Segundo de Médicis, casado con doña Vitoria de La Rovere, princesa de Urbino; Parma y Placencia, a Eduardo Farnesio, segundo de este nombre, casado con Dorotea Sofía del Palatinado-Neoburgo;216 Módena y Rezo a don Alfonso de Este, cuya
207 Ha
de ser Burgovia. trata de Kiburgo. 209 Forma latina de Trieste. 210 Finale. 211 [Espacio en blanco. Ha de ser Carlota Amalia, que se restituye]. 212 O sea, Rákóczi de Felsővadász. 213 O sea, Gran Khan. 214 O Barrois. 215 [Espacio en blanco]. 216 [Espacio en blanco. Se trata de Dorotea Sofía del Palatinado-Neoburgo]. 208 Se
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mujer es Margarita Farnesia. La señoría de Venecia gobierna217 su duque.218 La de Génova, el Dux;219 la de Lucca;220 los grisones y esguízaros, por sus leyes. Estos son los príncipes en quien está repartida Europa. [14] Media luna las armas de su frente]221 ‘Son los cuernos del toro hechos forma de media Luna’. Así le pinta Claudiano en el primero de su Robo de Proserpina;222 y Estacio, en el Sexto de su Tebaida, dijo:223 «Lunati fronte iuvenci»;224 mas antes que todos, Mosco: «sicut orbes lunae cornutae».225 El dulcísimo Horacio en la segunda Ode del libro cuarto usa de esta galana perífrasis: Me tener solvet vitulus relicta matre, qui largis iuvenescit herbis in mea vota, fronte curvatos imitatus ignes tertium Lunae referentis ortum.226 217 [Espacio
en blanco. Se implementa el término ope ingenii]. 1635 lo era Francesco Erizzo. 219 [Espacio en blanco. Se trata de Giovanni Stefano Doria, hasta julio de 1635, y luego de G. Francesco Brignole Sale]. 220 [Espacio en blanco]. 221 Soledad primera… ilustrada y defendida [II. 4]: «“Media luna las armas de su frente”, porque los cuernos hacen en los toros forma de media luna, como él mismo dijo elegantemente en la Segunda Soledad: novillo tierno / (de bien nacido cuerno / mal lunada la frente) [...]. Que fue imitación de Estacio, libro 6, Thebaida: lunati fronti iuuenci; y de Horacio, libro 4, oda 2: me tener soluet vitulus, relicta / matre / fronte curuatos imitatus ignes / tertium lunae referentis ortum [...]. / De donde Sinesio dijo que la luna tiene la cara de Toro, y Paterno, libro 1: I rai de argento la cornuta fronte» (Osuna 2009: 166-167). Por su parte, Lecciones solemnes aduce: «Media luna las armas de su frente. Los cuernos en forma de media luna. Mosco: sicut orbes lunae cornutae. Píntale así Claudiano, lib. I de rapt.; Estacio, li. 6, Theb.» (col. 364). 222 Claudiano, De raptu Proserpinæ. 223 [Tachado y añadido]. 224 Papinio Estacio VI, 267: «centum ibi nigrantes, armenti robora, tauros / lenta mole trahunt; idem numerusque colorque / matribus et nondum lunatis fronte iuvencis» (Estacio 2001: 207, vv. 265-267). «Entran al fin cien toros en la plaza, / Negros, y en mil manadas escogidos, / Y con cien vacas de la misma traza / Cien novillos también aun no crecidos; / Luego haciendo el vulgo grande plaza, / Bueyes de dos en dos al yugo unidos, / Simulacros de príncipes traían, / Que eran de bronce y vivos parecían» (Estacio 1888: I, 310). Véase Osuna (2009: 166). 225 Mosco, Idilio II, 88 (1778: 239). 226 Horacio, Odas IV, 2, 54-58: «me tener solvet vitulus, relicta / matre qui largis iuvenescit herbis / in mea vota, / fronte curvatos imitatus ignis / tertium lunæ referentis ortum»; «a mí un joven novillo bastará / que destestado entre la yerba crezca / para mi ofrenda / y cuya frente la encendida curva / imite de la luna al tercer orto» (Horacio 1990: 326-327, vv. 54-58). Véase Osuna (2009: 167). 218 En
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Por esto Sinesio, obispo de Cirene, dijo que la luna tiene semblante y rostro de toro. Tal fue la alusión de Luis Paterno en su libro primero: I rai de argento e la cornuta fronte,227
que lo tomó de Séneca en su Hipólito, en el acto segundo:228 sic te lucidi vultus ferant et nube rupta cornibus puris eas.
Repítese don Luis en la Segunda Soledad: Novillo tierno de bien nacido cuerno, mal lunada la frente, retrógrado cedió en desigual lucha a duro toro aun contra el viento armado.229
dijo:
En la letra y romance a doña Elvira de Córdoba, hija del señor de Zuheros,230 ¿Qué buscades los vaqueros? Una, ay, novilleja, una que hiere con media luna y mata con dos luceros.231
[15] Y el sol todos los rayos de su pelo]232 Porque a esta sazón estaba el sol en el signo de Tauro y en su casa, y así tenía envestido todo el pelo de sus rayos. El signo de Tauro es el segundo del Zodiaco. Llámase así aquel círculo mayor que está 227 Paterno (1561: I, 136). «Come spuntando il sole dal orizonte… e tira indietro la gelata luna
/ I rai de argento [e] la cornuta fronte». 228 Séneca, Fedra, 418-419: «¡Así aparezca tu rostro luminoso y salgas tras romper las nubes con tus cuernos puros!» (Séneca 1980: 46). 229 Carreira (2000: 264C, vv. 17-21, 396). Véase Lecciones solemnes: «Usa luego D. L. de una comparación para significar el modo con que el arroyo impelido por los embates del mar ceja atrás. Del modo mismo (dice) que un novillo eral (de dos años) lidiando con un toro feroz, ya hecho, cedió retirándose (eso es retrógrado), así el torrente resiste al mar, obedeciéndole, retirándose» (col. 525). 230 Lisonjea a doña Elvira de Córdoba, hija del Señor de Zuheros: «¡Cuántos silbos, cuántas voces…». 231 Carreira (2000: 263, vv. 9-12, 361). 232 Soledad primera… ilustrada y defendida [II. 4]: «Del Sol todos los rayos»: o porque era a mediodía, como consta de lo que dijo abajo, como antes había dicho «media luna las. armas de su
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oblicuo entre los polos del mundo, tocando por una parte el Trópico estival, que es el principio de Cancro, y en otra el hiemal, que es el de Capricornio, cortando en medio al Ecuador, de quien es cortado también a los principios de los signos Ariete233 y Libra. Este Zodiaco se divide en doce partes, que se llaman signos, y así el latino le dice signifer y el griego ζωδιακός, ἁπὸ τῶν ζώδιων, que son los animales que se fingen en él, cuyos nombres comprehendió en dos versos Ausonio, que el primero contiene los septentrionales, y los australes el segundo:234 Sunt Aries, Taurus, Gemini, Cancer, Leo, Virgo, Libraque, Scorpius, Arcitenens, Caper, Amphora, Pisces.
A cada signo de estos se le dan treinta grados, que computados llenan los 360 en que se distribuye todo el orbe de la Tierra. Es, como he dicho, el signo de Tauro el segundo del Zodiaco y en este lugar le cuentan Higinio, en el libro segundo de su Astronomía;235 Ovidio, en el cuarto de sus Fastos, y allí sus intérpretes Paulo Marso y Constancio Fanense.236 Pero, a mi ver, mejor que todos, Juan Goselino, en su Historia de las imágenes celestes, le define por estas palabras, que lo comprehenden todo: «Taurus secundum signorum ordinem Arieti succedit eique aversus est et medietate sui posteriore caret. Per humeros enim sectus est, quibus posteriora Arietis crura et cauda annexa sunt. Eius autem collum laevo Persei pedi subiicitur. Item cornu eius dextrum pedi Agitatoris dextro, caput autem Tauri in Geminorum signo fere totum collocatur. In collo eius prope humeros septem parvae stellae uno propemodum fasce continentur quibus Pleiades nomen inditum est: quae etiam Vergiliae et Atlantides a quibusdam vocitantur. In fronte eius quatuor lucida stellae et una fulgentissima ita disponuntur ut figuram (V) Romani referre videantur: quae etiam Hyades vel Succulae nominantur. Harum autem maxima oculus Tauri Palilicium et Aldebaram dicitur. Pariter in capite Tauri sunt aliae lucidae stellae, videlicet, una in extremo cornu australi, item in extremo cornu septentrionali alia quae etiam communis est dextro Heniochi pedi. Hic Taurus in summa duas et triginta stellas habet, quarum una est primae magnitudinis, septem tertiae, undecim quartae, tredecim quintae et una sextae. Atque mediat cum tertia decade signi Tauri et cum prima et secunda decadibus signi Geminorum».237 No me parece puede haber más ajustada descripción del signo de Tauro. frente» por ser a la mitad del mes o, si no, porque el Sol es- [f. 36r] taba todo en el signo de Tauro y así tenía envestido el pelo de sus rayos» (Osuna 2009: 167). 233 Aries. 234 Atribuido antiguamente a Ausonio, pero en realidad de Prisciano (1869: 679, 139). 235 Higinio, Astronomicon, capítulo De Tauro, libro 2, 445. 236 Jacopo Costanzo Fanense. 237 Es decir, Goselino (1577: 16-17).
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[16] Luciente honor del cielo]238 Fingieron los poetas que Júpiter, en premio de haberle servido en empeño de tanta consecuencia y gusto suyo como robar a Europa, le trasladó al cielo, honrándole con el título de signo, después del Ariete, que es el vellocino. Y por razón de las treinta y dos estrellas luminosas que contiene su figura le llama luciente honor del cielo, apellido que da Horacio a la luna, frase original donde la bebió nuestro poeta: Phoebe silvarumque potens Diana, lucidum caeli decus.239
Virgilio en el libro nueve de su obra grande240 trata con semejante veneración a Iris, llamándola decus coeli.241 También Ovidio en sus Transformaciones, libro primero: honor coeli.242 Séneca el trágico en su Hipólito a la luna la honra con tal atributo: O clarum coelis sidus et noctis decus.243
[17] En campos de zafiro] Otros leen con no menor gala en dehesas azules,244 airosa perífrasis del cielo. En otra parte, dice Polifemo a Galatea, estancia cuarenta y seis: 238 Soledad primera… ilustrada y defendida [II. 5]: «“Luciente honor”: es original frasis de Horacio in Carmine seculari, Post epod: Phoebe siluarumque potens Diana, lucidum coeli decus [...]. Virgilio, libro 9: Iri decus coeli; Ovidio, libro 1, Methamorfosis: honor coeli; Séneca in Hipolitus, acto 2, a la luna: O clarum coelis sidus et noctis decus». Véase Osuna (2009: 167-168). 239 Horacio, Carmen Secular 1-2: «Phoebe silvarumque potens Diana, / lucidum cæli decus»; «¡Oh, Febo y Diana que los bosques rige, / luces del cielo» (Horacio 1990: 376-377). Véase Osuna (2009: 167). 240 Eneida. 241 Virgilio, Eneida IX, 18: «Phoebe silvarumque potens Diana, / lucidum cæli decus» (Virgilio 1990: 306); «Iris, gala del cielo» (Virgilio 1997: 408). Véase Osuna (2009: 167). 242 Ovidio, Metamorfosis I, 194, 192-195: «Sunt mihi semidei, sunt rustica numina, Nymphæ / Faunique Satyrique et monticolæ Silvani, / quos quoniam cæli nondum dignamur honore, / quas dedimus, certe terras habitare sinamus!»; «Tengo yo semidioses, tengo divinidades campestres, Ninfas, Faunos, Sátiros y Silvanos que habitan los montes; puesto que a ellos todavía no les he concedido el honor de residir en el cielo, permitámosle al menos habitar la tierra que sí les di» (Ovidio 1990: I, 14). 243 Soledad primera… ilustrada y defendida: «Séneca in Hipolitus, acto 2 «O clarum que coeli sidus et noctis daecus». Es decir, Séneca, Phædra, v. 410: «o magna siluas inter et lucos dea, / clarumquecæli sidus et noctis daecus» (Séneca 1986: 179); «¡Oh, diosa, grande en medio de las selvas y los bosques sagrados, brillante astro del cielo y ornato de la noche!» (Séneca 1980: II, 46). Véase Osuna (2009: 168). 244 Véase Molho (1987). Cfr. Jammes (1994: 194 ss.).
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¡Igual en pompa al pájaro que grave su manto azul de tantos ojos dora cuantas el celestial zafiro estrellas!245
Y en el soneto a la capilla de Nuestra Señora del Sagrario de Toledo, que para entierro suyo reedificó el cardenal arzobispo don Bernardo de Rojas y Sandoval el año de 1615,246 dice, aludiendo a las armas de los Rojas, que son cinco estrellas azules en campo de oro: De los que a un campo de oro cinco estrellas dejando azules, con mejores plantas en campo azul, estrellas pisan de oro.247
Llamar campos de zafiro a los cielos don Luis no es maravilla, cuando Teodoreto dijo en el Cántico quinto que el zafiro solamente era de la color del cielo: «solum sapphirum obtinere coeli speciem et colorem».248 A esto mira el sagrado texto del Éxodo en el capítulo veinte y cuatro, cuando dijo: «Et viderunt Deum Israel, et sub pedibus eius quasi opus lapidis sapphirini et quasi ipsum caelum, cum serenum est»;249 no porque el cielo tenga color alguno, sino que por la reverberación parece ser azul. Esto dio motivo para que el mayor varón de nuestra España, fray Hortensio Félix de Paravicino, dijere en aquella prodigiosa comedia de El Cielo de amor vengado250 en persona de Felicio: Espíritus que aunque míos mayores eran que yo hasta tomar me empeñaron a los cielos la razón.
245 Carreira (2000: 255, vv. 273-275, 345). Véase Lecciones solemnes, Explicación: «[…] igual
en pompa al pavón, que si él borda su pluma de ojos más que tiene estrellas el cielo […]» (col. 288). Y Lecciones solemnes, col. 295: «cuantas el celestial zafiro estrellas!: parece que el pavón tiene en su pluma azul tantos ojos como el cielo estrellas. Sobre si el cielo tenga color y sea zafíreo hay grande batalla. Yo dijera que si el cielo tiene color es de zafir». 246 De la capilla de Nuestra Señora del Sagrario, de la Santa Iglesia de Toledo, entierro del cardenal Sandoval: «Esta que admiras fábrica, esta prima…». 247 Carreira (2000: 307, vv. 12-14, 471). 248 Véase Teodoreto (1563: 46v). 249 Éxodo 24, 10: «Y vieron al Dios de Israel. Bajo sus pies había como un pavimento de baldosas de zafiros brillantes como el mismo cielo» (Nácar-Colunga 1959: 97). 250 O La Gridonia, en Obras póstumas, divinas y humanas de don Felix de Arteaga, Alcalá, 1650 (2ª ed.), ff. 121-189.
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Consulte verdades suyas sobre la vana color de esas mentiras azules, cansancio nuestro o ficción. 251
[18] pace estrellas]252 Habiendo dicho que estaba el toro en campos de zafiro, con mucha propiedad prosigue que pace y se alimenta de estrellas, por las treinta y dos de que consta el signo de Tauro. Esta metáfora gallarda y frase dulcísima usó Virgilio en el primero de su Eneida:253 «Polus dum sidera pascet». Los filósofos antiguos creían que los signos y las estrellas se alimentaban con sustento como los humanos, como parece en Séneca y consta del segundo libro de sus Cuestiones naturales; en Cicerón, en el segundo de la Naturaleza de los dioses;254 y antes en Aristóteles, en el segundo de sus Meteoros.255 Con este motivo se dejó decir Anacreón que el sol bebía en el mar.256 Y no desdice de tal sentencia Plinio, en el capítulo sesenta y ocho del libro segundo, cuando afirma que el océano alimenta y repasta las estrellas («Occeanus… sidera ipsa tot et tantae magnitudinis pascens»),257 que por esto Séneca, en el Hércules Furioso, y Ovidio, en sus Transformaciones, llaman rebaño el de las estrellas.258 Más cristianamente que todos Sinesio, en el Himno sexto, atribuye a Dios el pasto de los astros:259 «Et siderum greges semper pascis».260 Sin otros muchos clásicos que usaron tal modo de decir. 251 Paravicino,
El Cielo de amor vengado, vv. 140-147 (Paravicino 2009: 43). solemnes: «pace estrellas. Metáfora gallarda y frase que usó Virgilio, lib. I, Aen.: Polus dum sidera pascet. Los filósofos antiguos creían que los signos y las estrellas se alimentaban. Séneca, lib. 2, Nat. qq. Así Anacreón dijo que el sol bebía en el mar. Y le asiente Plinio: Occeanus… siderat ipsa tot et tantae magnitudinis pascens. Por lo cual Séneca, in Furens, llama rebaño a las estrellas y Ovidio, lib. 2, Metamorf.; Sinesio, Himn. 6, hablando de Dios: Astrorum greges semper pascis. Véanse Aristóteles, lib. 2, Meteor. y Cicerón, lib. 2, De nat. Deor.» (cols. 364-365). 253 Virgilio, Eneida I, 608: «mientras las sombras giren por las laderas de los montes y el cielo siga apacentando estrellas» (Virgilio 1997: 159). 254 Sobre la naturaleza de los dioses. 255 Meteorológicos o Meteorología; Meteorologica o Meteora. 256 [Espacio en blanco]. 257 Plinio, Historia Natural II, 68, 171: «Occeanus… qui toto circumdatus medio, et omnes ceteras fundens recipiensque aquas, et quicquid exit in nubes ac siderat ipsa tot et tantae magnitudinis pascens» (Plinio 1996: 192). Es decir: «sirve de alimento a las nubes y a los propios astros, que son tantos y de un tamaño tan grande» (Plinio 1995: 425). 258 Véase la explicación de Lecciones, supra. 259 En Himnos (Sinesio 1839: 156). 260 [Em. Astrorum greges semper pascis]. 252 Lecciones
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[III] [vv. 7-8] Cuando el que ministrar la copa a Júpiter mejor, que el garzón de Ida.261
Explicación262 Era el mes de abril cuando un joven, más gallardo, más bello y más bizarro que Ganimedes (de quien fingió la Antigüedad que por hermoso fue arrebatado al cielo a servir la copa a Júpiter), lleno de las tres mayores infelicidades que pueden acontecer a un mortal, que son naufragio en el mar, desdén de la dama y ausencia de lo querido, se quejaba con lágrimas y suspiros al mar, no por verse maltratado de la tormenta, sino por mirarse desdeñado, malquerido y ausente. A cuyas dulces quejas enternecido el mar y piadoso con sus gemidos, usó con el peregrino la fineza misma que con Arión, de quien se dice que, arrojado al mar, le sacó un delfín a salvamento. Notas [19] Cuando el que] La intención de don Luis, como se ha dicho,263 fue ir discurriendo por las cuatro edades del hombre, y así introduce a este joven peregrino sin señalarle nombre ni que se le conozca patria, ni dar señas del mar en que padeció la tormenta, ni de la tierra y costa donde fue derrotado, todo con gran invención, novedad y artificio, esperando a que en la tercera o cuarta Soledad264 261 El texto se copia en los ff. 198v-200v. Lecciones solemnes: «Núm. VI, V. 44: [hasta] fio y su vida a un leño» (58). 262 Cfr. Lecciones solemnes, Núm. VI, vers. 44: «Era el mes de abril, cuando un joven gallardo, hermoso más que Ganimedes y que por mejores títulos podía servir a Júpiter de copero, lleno de infelicidades, del naufragio, del desdén de su dama, y de la ausencia, muy enamorado se quejaba al mar, no por verse maltratado de la tormenta, sino por mirarse desdeñado, malquerido y ausente. A cuyas dulces quejas enternecido el mar y piadoso con sus gemidos, usó con el forastero la fineza misma que con Arión, pues le sirvió una tabla del navío de delfín, que sacó a la orilla al inadvertido mancebo, que se fió en el mar a más ondas que hay arenas en Libia, y su vida a un leño, a un navío» (cols. 365-366). 263 Véase el comentario final de Lecciones solemnes, que se especifica en la nota siguiente. 264 Cfr. el remate del comentario a las Soledad I en las Lecciones solemnes: «Aquí feneció don Luis de Góngora la Soledad primera, en que deja pintada la Juventud, a que moralmente atendió, pues su principal intención fue en cuatro Soledades describir las cuatro edades del hombre. En la primera la Juventud, con amores, prados, juegos, bodas y alegrías. En la segunda la Adolescencia, con pescas, cetrerías, navegaciones. En la tercera la Virilidad, con monterías, cazas, prudencia y económica. En la
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él mismo refiriera a alguno de sus huéspedes la relación de su historia, los sucesos de su vida, las causas de su peregrinación, las noticias de su patria, su nombre y viajes, que padeció por espacio de cinco años en mar y en tierra, como él mismo confiesa, ocasionado de desesperación amorosa, diciendo en la Segunda Soledad: Esta, pues, culpa mía el timón alternar menos seguro, y el báculo más duro un lustro ha hecho a mi dudosa mano, solicitando en vano las alas sepultar de mi osadía donde el Sol nace o donde muere el día.265
Donde da a entender que por haber emprendido sujeto soberano para dueño y verse desfavorecido de la dama, que tampoco nombra, había dejado con despecho su patria y peregrinando de oriente a poniente cinco años continuos, ya en el mar con el timón, ya con el bordón en la tierra. Si acabara don Luis las Soledades viéramos logrado este intento y quedado informados de quién era el peregrino, imitando a Homero, Virgilio, Heliodoro, Estacio,266 Juan Barclayo267 y Miguel de Cervantes, no menos que a Luis Camoens y Torcuato Tasso, que todos dilatan ya más, ya menos el referir sus héroes sus vidas y acciones, ley que observaron todos los clásicos, por ir suspendiendo la narración y llevar colgada la atención de los leyentes. Solo para darle reputación al sujeto de su poema y mezclar entre la lástima de su naufragio la lástima de sus sucesos y desdichas le hace bellísimo más que Ganimedes, diciendo: Cuando el que ministrar podía la copa a Júpiter mejor que el garzón de Ida.268
Pues no hay cosa que más mueva a compasión que ver una beldad desdichada y un buen arte poco feliz.269 Valiose para no nombrarle del definirle por una pecuarta, la Senectud, y allí política y gobierno. Sacó a luz las dos solamente, las cuales yo he procurado hacellas, no mejores con mis ilustraciones, más fáciles sí, con la explicación» (cols. 523-524). 265 Carreira (2000: 264C, vv. 144-150, 399). 266 Por ejemplo, Quevedo, y no solo él, siempre escribe Aquiles Estacio, en lugar de Tacio. Véanse los casos en CORDE (http://corpus.rae.es/cgi-bin/crpsrvEx.dll). 267 Pellicer tradujo la Argenis de John Barclay, como sabemos, que se publicó en 1626. 268 Carreira (2000: 264C, vv. 7-8, 395). 269 Insiste Pellicer en la admiración causada en el lector por la trama de la ficción bizantina, que entre otros procedimientos, atendidos en la introducción, se debe a la gran belleza del protagonista. Lo estudia Cruz Casado (1986: 66-67).
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rífrasis270 que dice más que el nombre, pues cuando le nombrara solamente no se podía deducir el mérito, si no añadiera otro informe. Virgilio empezando su Eneida entra en este tenor, Yo aquel: «Ille ego qui quondam gracili modulatus avena».271 Así, poco adelante, don Luis, cuando se despidió de los cabreros que le albergaron la noche sucesiva al naufragio, dice: Agradecido, pues, el peregrino deja el albergue, y sale acompañado de quien le lleva…272
Sin decir el nombre del cabrero, poco antes, describiendo el cabrón, no quiso nombrarle sino definirle: El que de cabras fue dos veces ciento esposo casi un lustro —cuyo diente no perdonó a racimo
273
Así Virgilio antes de nombrar a Eneas deja dicho al principio: Arma virumque cano Troiae qui primus ab oris Italiam, fato profugus, Laviniaque venit.274
Y Luis de Camoens, después de haber hablado con el rey don Sebastián, absolutamente sin saberse quién eran: Ia no largo Oceano navegabam as inquietas ondas apartando.275
270 Otro
procedimiento poético que define Pellicer mediante fuentes clásicas y, lo más interesante, a partir de lugares paralelos de Góngora. 271 Virgilio, Eneida I, [1]: «Yo soy aquel que modulé otro tiempo canciones pastoriles» (Virgilio 1997: 139). 272 Carreira (2000: 264C, vv. 182-184, 400). Lecciones solemnes: «sin interés. de quien lo lleva… [donde levantado]» (col. 403). 273 Carreira (2000: 264C, vv. 153-155, 399). Lecciones solemnes no perdonó a racimo…: «[aun en la frente] El segundo plato que le pusieron al forastero fue un trozo de cecina, hecha de cecina de un cabrón que había sido esposo casi cinco años de doscientas cabras […]» (col. 397). 274 Virgilio, Eneida I, 1-2: «Y ahora canto las armas horrendas del dios Marte y al héroe que forzado al destierro por el hado fue el primero que desde la ribera de Troya arribó a Italia y a las playas lavinias» (Virgilio 1997: 139). 275 I, Est. 19, 1-2 (https://books.google.es/books?id=z4MEFscdMIoC).
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De suerte que, con la esperanza de decir en otra parte el nombre del peregrino, le calló don Luis al principio de estas Soledades, imitando a griegos, latinos, italianos y españoles.276 [20] Ministrar podía la copa]277 Es imitación de Ovidio en el décimo de sus Transformaciones: Abripit Iliadem qui nunc quoque pocula miscet invitaque Iovi nectar Iunone ministrat.278
Niega este caso como inverosímil Cicerón, en el primero de sus Tusculanas,279 si bien usa de la frase de ministrar: «Nec Homerum audio qui Ganimedem a diis raptum ait propter formam ut Iovi pocula ministraret». En el soneto que escribió don Luis a la infelice muerte de don Alonso de Guzmán, hijo del duque de Medina Sidonia, el año de 1619, a la violencia de un rayo, tocó esta fábula así: Tonante monseñor, ¿de cuándo acá fulminas jovenetos? Yo no sé cuánta pluma ensillaste para el que sirviéndote la copa aun hoy está.280
Que es lo de Ovidio en la Epístola quince: Qui nunc cum diis potando nectare miscet aquas.281
[21]. La copa] Fue invención de Tericles corinto, que vivía por los años de la Creación 3555, y antes de la Encarnación 416, en tiempo de Aristófanes, cómi276 De
la importancia de los comentarios en esta nota se trata en la introducción. solemnes: «Ministrar la copa. Es frase de Cicerón, lib. I, Tuscul., en el caso mismo: Nec Homerum audio qui Ganimedem a diis raptum ait propter formam ut Iovi pocula ministraret» (col. 366). 278 Ovidio, Metamorfosis X, 159-160; «Y en el acto, batiendo el aire con falsas alas, rapta al Ilíada, que aún ahora mezcla las bebidas y sirve el néctar a Júpiter contra la voluntad de Juno» (Ovidio 1990: II, 179). 279 Véase supra. Cfr. Cicerón, Tusculanas, I, 25, 65: «Ni doy crédito a Homero que cuenta que Ganimedes, debido a su belleza, fue raptado por Júpiter para servir la bebida a Júpiter» (Cicerón 2005: 158). 280 Carreira (2000: 322, vv. 1-4, 516). 281 Pero Ovidio, Heroidas XVI, 198 (Paris a Helena): «el que ahora mezcla con agua el néctar que van a beber los dioses» (Ovidio 1994: 143). No se restituye, puesto podría ser error cultural. 277 Lecciones
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co, y Sócrates, filósofo. Este formó un vaso o copa de terebinto, como enseñan Ateneo en el libro once de sus Cenas;282 y Teofrastro en el de las Plantas;283 y así los griegos llaman a los vasos θηρίκλεους, tericleos, según Suidas en su Lexicón; y consta de la sentencia de Teopompo, que dejó escrito: «Thericlis filius Calix».284 [22] A Júpiter].285
282 Ateneo
de Náucratis, Deipnosofistas (El banquete de los eruditos). De historia plantarum, Historia de las plantas. 284 Véase Suidas (1564: col. 458). 285 Como modo de completar el texto explicativo que falta, véase Soledad primera… ilustrada y defendida [III.1]: «A Júpiter mejor»: este garzón de Ida fue Ganimedes, hijo de Troe o de Laomedonte, rey de Troya; arrebatole un águila desde el monte de Ida estando cazando, y lo llevó al cielo para que le sirviese la copa a Júpiter, que estaba aficionado a su buen talle. Véanse los comentadores de Virgilio en el libro 1, Eneida, en aquel verso: et rapti Ganimedis honores; Sánchez y Claudio Minois en la emblema 4 de Alciato, libro 1, epigrama 6, Marcial. Allá hace Luciano un diálogo donde introduce a Juno pidiéndole celos a Júpiter por querer tanto a Ganimedes. No me alargo mucho en estas fábulas, porque afecto brevedad en lo que está dicho en tantos libros de romance y latín» (Osuna 2009: 168). En Lecciones solemnes plantea Pellicer: «2. Garzón de Ida. Robó a Ganimedes de orden de Júpiter una águila, según Ovidio, lib. 10, Met. Y Virgilio, lib. 5 AEneid. O Júpiter, conforme Plauto in Menach. Estacio lib. I Theb. Homero, Iliad. 20. Apolonio lib. 3. Véanse Estrabón y Ateneo lib. 13. Suidas cuenta diferente esta fábula, como P. Orosio, li. I, cap. 12, por tradición de Fanocles poeta. Llámale Garzón de Ida porque cazaba Ganimedes en este monte de Frigia altísimo cuando le robaron, así Horacio, lib. 3, od. 2. Y Herodiano in Comod. Aunque según Pausanias in Phocic. Loca condensa arboribus veteribus cognominasse Idas» (col. 366). 283 Teofrasto,
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Imagen 1. José Pellicer, Lecciones solemnes a las obras de don Luis de Góngora y Argote BNE (2/14877)
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Imagen 2. Vida de don Luis de Góngora por José Pellicer de Salas
Imagen 3. Lecciones solemnes, prólogo
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Imágenes
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Imagen 4. Lecciones solemnes, índice de autores
Imagen 5. Lecciones solemnes, índice de autores
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Imagen 6. Lecciones solemnes, portadilla de Vida y escritos
Imagen 7. Lecciones solemnes, «Túmulo honorario»
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Imágenes
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Imagen 8. Lecciones solemnes, notas a las Soledades
Imagen 9. Vida de don Luis de Góngora
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Imagen 10. Segundas lecciones solemnes a la Soledad primera de D. Luis de Góngora y Argote (1)
Imagen 11. Segundas lecciones solemnes a la Soledad primera de D. Luis de Góngora y Argote (2)
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Imágenes
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Imagen 12. Biblioteca formada de los libros y obras públicas
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Imagen 13. RAH, Papeles sobre la casa y familia de Avendaño
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Imágenes
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Imagen 14. Retrato de Góngora, ms. Chacón, 1628
Imagen 15. Juan de Courbes, «Retrato de Luis de Góngora», estampa calcográfica, publicada en José Pellicer de Salas y Tovar, Lecciones solemnes a las obras de don Luis de Góngora y Argote, Madrid, 1630.
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Imagen 16. En algunos ejemplares (p. e. BNE, U/1904) de la edición de Hoces, 1633
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APÉNDICES OTROS TEXTOS DE PELLICER
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Apéndice 1 VIDA DE GÓNGORA
Vida de don Luis de Góngora por José Pellicer de Salas1 Para decir de tan excelente varón y referir sus alabanzas, quisiera exceder en elocuencia a todos los oradores griegos y romanos y hallarme en altura tanta que pudiera mi pluma eternizar la memoria de un ingenio que vivió para decoro, reputación y honor de su patria. Porque si alguna vez eché menos la gravedad del estilo y la alteza de la locución es ahora, para cifrar en breves razones y en sucinta relación cuanto he podido alcanzar de don Luis de Góngora. Nació jueves once de julio, año de mil quinientos y sesenta y uno, en Córdoba, ciudad populosa, antigua y príncipe de la Andalucía, cuyo clima felicísimo, con generoso tesón y porfía noble, en todos siglos está enseñado a llevar grandes espíritus y los mayores del orbe todo. Nacieron Séneca, Lucano primero; Juan de Mena después; don Luis ahora, en quien apuró lo más generoso y acendrado de su constelación estudiosa, tanto que para ser famoso este pueblo dichoso, todos le sobran, solo este hijo le bastaba, que ni la amenidad de su sitio, la fertilidad de sus campos, la excelencia de sus edificios y la nobleza de sus ciudadanos la darán tanto renombre como él, pues de la grandeza de Esmirna, ciudad principal, delicia de la Asia y patria de Homero, solo el nombre de Homero sabemos. 1 En Parnaso Español, VII, Obras en prosa y verso; algunos impresos (BNE, ms. 3918, ff. 1-11v.). Se sigue la edición de Izquierdo (2018b), asumiendo sus adecuaciones textuales. Véase además: Oliver (1996: 60-69). También, Foulché-Delbosc (1915); Baig Baños (1918). Se añade en nota la procedencia de los sonetos gongorinos.
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Fue su padre don Francisco de Argote (hijo segundo de la casa que hoy posee don Diego Leonardo de Argote, del hábito de Santiago), corregidor de muchas ciudades de España y de esta villa de Madrid, corte de reyes, madre de santos, de pontífices, de monarcas y de ingenios. Sus antecesores, según acuerdan las historias, fueron de aquellos nobilísimos conquistadores de Córdoba con el rey Fernando el Santo, de cuyo valor dura hoy la tradición en la torre que llaman de Los Argotes. Tuvo por madre a doña Leonor de Góngora, igual en la sangre a su marido, y por su virtud y dotes naturales, dignísima de tanto hijo. De modo que por ambos lados fue don Luis de familia ilustre y de lo más noble de su ciudad , en que se verifica que no hace estorbo para la eminencia la nobleza, antes la realza y la da lucimiento mayor. Pasó en casa de sus padres los años de la niñez, con la educación decorosa que puede presumirse de quien tiene pundonor y comodidad, descogiendo entre la medianía de los bienes de la fortuna la excelencia de los de naturaleza que poseía. Desatendió siempre, según oigo decir a sus contemporáneos, las travesuras de rapaz, tanto que admiraba ver que empezase a vivir a la luz del seso mucho más temprano de lo que podía esperarse de pocos años. No todas veces se adelantan las esperanzas, muchas tardan, si bien es necesario para adelante, pues va haciendo lugar para edad más crecida el que en la temprana da muestras de que ha de ser grande. Muchas premisas de lo que fue después se dejaron sospechar entonces, que por no malograrlas, sus padres le enviaron a que cultivase su natural dulcísimo, aunque verde. Quince años cumplía cuando comenzó a amanecer entre la doctrina, el ingenio, en Salamanca, Atenas insigne de España. Llevose el aplauso y los ojos de la admiración y la envidia, haciendo a don Luis más bien visto que a muchos, y más singular que a todos la nobleza, la gala, el lucimiento y el ingenio que, desahogándose, empezó con el donaire, por el despejo, pasándose de lo bizarro a mostrar, entre lo picante, lo agudo. Conque fue adquiriendo el título de primero entre catorce mil ingenios que se describían o matriculaban en aquella escuela entonces. La mudanza de tierra, la destemplanza fría de aquel suelo, los distraimientos a que se incitan los mozos llevados del apetito y del ejemplo le negociaron una enfermedad rigurosa, de que se halló tres días en los umbrales de la muerte, sin habla. La edad briosa y el regalo, mediando la Providencia divina, le volvieron a la salud antigua y, habiendo convalecido, celebró su mal en aquel sazonadísimo soneto que dice: Muerto me lloró el Tormes en su orilla, en un parasismal sueño profundo, en cuanto don Apolo el rubicundo tres veces sus caballos desensilla Fue mi resurrección la maravilla que de Lázaro fue la vuelta al mundo,
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de suerte que ya soy otro segundo Lazarillo de Tormes en Castilla. Entré a servir a un ciego, que me envía, sin alma vivo, y en un dulce fuego, que ceniza hará la vida mía. ¡Oh qué dichoso que sería yo luego, si a Lazarillo le imitase un día en la venganza que tomó del ciego!2
Estos versos hacía en aquella edad, y así no me maravillo que no se diese del todo a la atención de los derechos, que era la facultad a que le inclinaban sus padres, porque obedeciendo a su natural, se dejó arrastrar dulcemente de lo sabroso de la erudición y de lo festivo de las Musas, que en años tan tiernos parece que le criaron como a Hesíodo, o que nació en su regazo, como ya se decía de Sidonio Apolinar. Con este dulce divertimiento mal pudo granjear nombre de estudioso ni de estudiante, pero él trocaba gustoso estos títulos al de poeta erudito, el mayor de los de su tiempo, con que comenzó a ser mirado con admiración y aclamado con respeto. Supo con elegancia la lengua latina, en que llegó a escribir versos muy de buen aire. Pero en la castellana se adelantó tanto que, en su edad peligrosa, bebió con los equívocos españoles tanta sal a los números latinos, que se hallaron mal contentos muchos a quien su donaire llegó a tocar, entre las burlas del gracejo, con las veras de la ofensa, pues no se detenía en los defectos su estilo, sino que se deslizaba a manchar con los rasgos las personas. Porque los años, el espíritu, el gusto, el desahogo mal podían templar la pluma, o embotarla, cuando el ingenio se cortaba tan agudo, no solo hacia las costumbres generales sino contra particulares defectos con más viveza que Marcial pudiera. Este ardor vehemente, mal advertido en los primeros años, le contristaba en los mayores después y le ponía tan en el disgusto, que casi se rozaba en escrúpulo. Decía que el alivio que les quedaba a los lastimados de la sátira era advertir que siempre los consonantes se visten de la mentira, y para ella nunca se anda en pesquisa de la verdad, sino del donaire que venga al propósito, o cuanto más de parte de la malicia o de la risa saliere, es más bien vista y recibida mejor. Que no sé qué dulzura o atracción tiene el escuchar decir mal de otros, que nos suenan mejor los vituperios que los elogios, las calumnias que las alabanzas. Doliose don Luis cuando vio, enseñado de la cordura, el daño que causó con sus burlas en la mocedad, y entre el desabrimiento que le hacía haber deslucido a muchos, topó fácilmente con el escarmiento, que redujo a enmienda, moderando en sus mayores años el natural que corrió precipitado en los menores. Templole el arrepentimiento en la vejez aquellos verdores de la juventud, viviendo siempre con miedo de la residencia que había de dar a Dios el día último de su 2 Carreira
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vida, y lo que más le congojaba era no poder restituir con el dolor lo que desdoró con la pluma. De esto se lamentaba pesaroso, y así en su conversación y pláticas familiares, se hallaron honrados de su boca con grandes alabanzas cuantos se dieron por ofendidos de sus musas, culpándose a sí propio y desmintiendo sus versos mismos. Los que escribió amorosos fueron siempre de otra intención y a asuntos que amigos y poderosos le encomendaban, pues desde el día que se ordenó de sacerdote comunicó con tanto recato y con atención tan modesta las musas que no imaginó en cosa que tocase a indecencia; antes trató con tanto respeto su dignidad como quien cada día celebraba a Dios y le consagraba. Ejemplar que deben seguir los sacerdotes todos, atendiendo a no hacer sagrado de su ministerio mismo, ni inmunidad del sacerdocio, para desde allí atreverse a acciones que sin este privilegio soberano a que se debe tan profunda veneración, no osaran intentarlas. Pues es inmodestia grande y desatención irreligiosa durar en el odio y, a título del carácter divinamente impreso, desmandarse a la sátira el que debe cuidar de la edificación de los fieles. Por esto don Luis, llegándole con el nuevo oficio y con la consideración el desengaño de que los asuntos festivos o libres ni decían con el decoro de su profesión, ni el estilo vulgar se ajustaba al estilo a que le llamaba su espíritu, bien hallado con su vocación y juzgando que la opinión que tenía en todas naciones era por obras no dignas por sí solas de genio tanto, por versos donde lo más esencial venía a ser el chiste, el juguete o el equívoco de que es tan capaz la lengua española, quiso añadirse reputación más sólida y fama más elevada buscando un rumbo nuevo para la inmortalidad. Hallole felicísimamente, porque según él confesaba públicamente, estudió la cultura en aquel peregrino ingenio, padre de la elocuencia de España, maestro sin duda de los maestros de ella, orador perfecto de nuestra edad, fray Hortensio Félix Paravicino que, entonces como ahora, era asombro y ornamento de su nación. Decía don Luis que la atención con que oía sus oraciones evangélicas o sermones en el púlpito, la frecuencia con que asistía en su celda y la conformidad del ingenio, le despertaron a que aspirase a la alteza del lenguaje y grandeza de su estilo, y para esta verdad cotejaba los versos que escribió los veinte años antes de su muerte, hallando diferencia bien considerable en los antecedentes. Llenas ya de este furor sublime las ideas, capaces de ardor tanto, intentó el poema del Polifemo. Escribiole, diole a luz con tanta admiración de los eruditos como envidia de los ignorantes. Fue esta de las novedades que escandalizó a los que, contentos con la llaneza del estilo en que se hacían lugar, llevaron mal que se introdujese lo que no habían de saber imitar, a quien escribió don Luis así: Pisó las calles de Madrid el fiero monóculo galán de Galatea y, cual suele tejer bárbara aldea soga de gozques contra forasteros, rígido un bachiller, otro severo,
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crítica turba al fin, si no pigmea, su diente afila y su veneno emplea en el disforme cíclope cabrero. A pesar del lucero de su frente, le hacen obscuro, y él, en dos razones que en dos truenos libró de su occidente, «Si quieren —respondió— los pedantones luz nueva en hemisferio diferente, den su memorïal a mis calzones».3
Escribió después la Soledad primera y, apenas la publicó, cuando padeció semejante invasión que el Polifemo, acusándole de oscuro los que no le entendían. Respondió a los que no lo entendían con el desprecio, con la risa, pero mejor en otro soneto, sin género de duda grande: Con poca luz y menos disciplina al voto de un muy crítico y muy lego, salió en Madrid la Soledad, y luego a palacio con lento pie camina. La puerta le cerró de la Latina quien duerme en español y sueña en griego, pedante gofo, que, de pasión ciego, la suya reza, y calla la divina. Del viento es el pendón pompa ligera, no hay paso concedido a mayor gloria, ni voz que no la acusen de extranjera. Gastando, pues, en tanto la memoria, ajena invidia, más que propia cera, por el Carmen la lleva a la Victoria.4
Del modo mismo se portaron sus émulos con la Soledad segunda, reprehendiendo el estilo, las metáforas, las alusiones y demás tropos de que usa con frecuencia don Luis, que se desahogó de las calumnias en otro soneto no menor y más grave: Restituye a tu mudo horror divino, amiga Soledad, el pie sagrado, que captiva lisonja es, del poblado, en breves hierros pájaro ladino.
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Prudente cónsul, de las selvas dino, de impedimentos busca, desatado, tu claustro verde, en valle profanado de fiera menos que de peregrino. ¡Cuán dulcemente de la encina vieja tórtola viuda al mismo bosque incierto apacibles desvíos aconseja! Endeche el siempre amado esposo muerto con voz doliente, que tan sorda oreja tiene la soledad como el desierto.5
Dejemos ahora el discurrir sobre el estilo, pues luego diremos de él en su defensa, y pasemos a las medras que don Luis tuvo y a los aumentos que alcanzó, pues no obstante que fue el mayor hombre de España en su tiempo, se halló tan atrasado en las comodidades, que parece que la Fortuna, en odio de la Naturaleza, quería tenerle ajado en la necesidad y hacerle que gastase de la paciencia y del sufrimiento cuanto le faltaba de sus bienes, pues en su patria, Córdoba, nunca pudo conseguir más valimiento con la dicha que ser racionero de su iglesia, estrecho puesto para caballero tan calificado y tan lucido ingenio. No se desmandaba en tanta apretura al despecho, pues una de las mayores circunstancias que le constituían por varón singular fue la tolerancia con que padecía verse desmedrado sin alterarse, desconfiando de merecer aun los puestos que tenía y contentándose con ver que sus amigos se lastimasen de la cortedad de su suerte. Vino a la corte a instancia de grandes señores que afectaron su comunicación pero no su utilidad, quedándose las finezas en la familiaridad sola sin acertar a ser aumentos. De esto se querella más de una vez en sus escritos, pues estorbándole la parte más preciosa de esta vida y la alhaja de más estimación, que es el tiempo, los poderosos que le asistían se hacían afuera de todo cuanto era provecho suyo, y cierto que es la pensión más penosa que tiene un entendido haber de hacer servil el talento, el ingenio y la erudición a disposición de los príncipes, que los manejan no más de para crédito o entretenimiento, sin cuidar del acrecentamiento de lo que estiman. Nadie más bien visto que don Luis de Góngora, más bien admitido, más buscado de los mayores en calidad y en letras. Y con todo este valimiento todo cuanto pudo conseguir en la monarquía pasada, con la inclinación que don Rodrigo Calderón, en lo más encumbrado de su privanza, le tuvo, y con la gracia que halló en el duque de Lerma, fue la merced de capellán de honor de la Majestad Católica del señor rey Felipe tercero, el Piadoso. Y en esta, de la generosidad prudente del conde duque de Sanlúcar, el favor de dos hábitos de Santiago para dos sobrinos suyos. Aunque, si no le acor5 Carreira
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tara los pasos la muerte, hallara en la incomparable benignidad de este príncipe un desquite grande de las fortunas pasadas, por ser de su natural inclinado a favorecer los hombres de tantos méritos. Vivió en esta corte once años, adulado de la esperanza dulce que tiene atareados a los más pretendientes, muy oficioso en las sumisiones, cortesías y demás ceremonias vanas que ha inventado la necesidad y admitido la elevación ambiciosa de los ministros que, embarazados en esta adoración, no encuentran con el despacho, pues en cada expediente que se concluyen pierden muchos feligreses que los idolatran. Adoleció al fin muy de peligro a sazón que sus amigos estaban ausentes, asistiendo al rey nuestro señor Felipe Cuarto, el Grande, que Dios guarde, en la jornada que hizo a Aragón. Si bien por la solicitud de alguno que lo supo ser, cuidó de su salud la Reina Nuestra Señora, que viva felices años, enviándole médicos y regalos, dando ejemplar con su esclarecido, piadoso y caritativo ánimo, en que estudien los monarcas el modo de acariciar a los beneméritos, que son las joyas más preciosas de una república. Algo, aunque mal convalecido, deseó retirarse a su natural, que maltratado de la dolencia que se le atrevió a la cabeza, en los intervalos o intercadencias del mal, conocía que para caminar jornada que no vuelve a repetirse y al fin para morir, era necesario más sosiego que el de la corte, donde aún a morir no se acierta despacio. Quiso desviarse de los tumultos y estorbos cortesanos, casi adivinando morir, como había temido, en el año climatérico, se trasladó a Córdoba para que le diese piadoso monumento el pueblo mismo que le sirvió de cuna. No padeció el juicio, como se divulgó, aunque enfermó de la cabeza, que en la memoria fue donde hizo presa el achaque, embargándole al alma aquella potencia tan esencial para quien se mira cerca de desatarse de la cárcel penosa del cuerpo y desamparar esta porción frágil de tierra. Restituyósela la soberana Providencia cuando más la había menester, junto con el conocimiento de que se iba faltando, para que no le cogiese desprevenido el golpe que esperaba. Y así, habiendo cumplido con las obligaciones de católico cristiano y reconocido que iba a dar residencia al Juez Supremo de los más leves y más menudos pensamientos, protestando que moría en la obediencia de la Iglesia, nuestra madre, pidiendo y recibiendo los sacramentos, rindió el espíritu a su Hacedor el segundo día de Pentecostés, lunes, a veinticuatro de mayo de mil y seiscientos y veintisiete, habiendo vivido sesenta y cinco años, diez meses y trece días; brevísimo curso de tiempo y corto siglo para varón tan grande. Gran día fue este para la envidia de sus émulos y costoso para el cariño de sus amigos; aquellos se gozaron en su muerte y estos se entristecieron, celebrándose a un tiempo exequias y regocijos. Enterráronle en la santa iglesia de Córdoba, en la capilla de los Góngoras, sin poner epitafio sobre su sepultura. Pero mucha inscripción es el silencio y, a quien sirve de sepulcro todo el orbe, su mismo nombre es el más capaz epitafio.
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Fue don Luis de proporcionada estatura, ni grande ni pequeña. El rostro aguileño, la frente espaciosa, que tiraba a calvo, los ojos grandes, la nariz corva y afilada, la color morena algo, la barba decente, y en todo con señales de hombre insigne. El semblante era afable, cortés y apacible; su conversación afable, suave y gustosa. Su modestia fue, en gran manera, igual a su ingenio, que mezclada con la suavidad de sus costumbres, con la integridad de su ánimo, la festividad de su trato, le hacían amado y querido entre los hombres de mayor opinión. Amaba los ingenios y se alegraba con ellos tanto, que comunicándole yo algunas puerilidades mías, se las hacía repetir muchas veces diciendo que le remozaban. Fue docilísimo y se reducía con facilidad a enmendar lo que le censuraban. Jamás harbó soneto ni apresuró obra alguna: no contentándose con una y otra lima, hacía que pasase por la censura rígida de sus amigos de quien tenía satisfacción. Era muy aficionado a Virgilio, Claudiano y Horacio. Estaba no mal en los principios de las ciencias, de modo que la vez que en sus escritos se ofrece a hablar de alguna, se ve que no estaba mal alumbrado en los fundamentos. La erudición que alcanzó no fue muy honda, pero fue la bastante para que sus obras no carezcan de los ritos, fórmulas, costumbres y ceremonias de los antiguos en lo místico, alegórico, ritual y mitológico. Hállanse en las locuciones de don Luis muchas imitaciones de Eurípides, Calímaco, Apolonio Rodio, Nonio Panopolitano, Quinto Calabro, Homero, Museo y demás poetas griegos. En muchas partes se roza con las oraciones de Aristéneto y Dion Crisóstomo, con lo venusto de Anacreonte, Heliodoro y Aquiles Tacio, no porque a mi juicio los viese, sino porque fue tan grande el natural de don Luis, que con él solo pudo igualar los griegos y latinos, pues, si los vio para imitarlos, fue mucho, y si no los vio, fue mucho más. Quedaron los escritos de este insigne varón con su muerte desamparados y sin quien cuidase de ellos, sujetos a perderse en los originales y a echarse a perder en las copias, y no habiendo querido darlos a la prensa en vida con cuidado, se los estampó, o la enemistad, o la codicia, con prisa, con desaliño, con mentiras y con obras que le adoptó el odio de su nombre. Tan otras salieron de las que eran antes, que llevaron bien sus afectos que se recogiesen de orden justificada y soberana. No faltó, pues, quien, con la afición de amigo y la piedad de noble, tratase de conservarlas, acudiendo al reparo de la opinión de don Luis, que iba desmoronada. Y así, don Antonio Chacón, señor de Polvoranca, caballero de grandes partes, que, con la familiaridad que tuvo con él alcanzó también mano para recogerlas todas habiéndole comunicado lo más retirado de ellas, las copió todas en sutiles vitelas, en bizarros caracteres y en costosas encuadernaciones, en cuatro tomos, las consagró todas al nombre y protección del conde duque de Sanlúcar, para que en su excelentísima y numerosa biblioteca se conserven contra el olvido, mejor que las de Homero en la preciosa caja del otro príncipe, para que las halle la posteridad veneradas y, entre el polvo docto,
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las respeten los siglos venideros. Escribió para estos volúmenes su vida, grande y religiosa pluma, con título de prefación, donde cumplió con la profesión de amigo legalmente, dictando también para su retrato aquella estancia que va en el que yo estampo en este libro, sin querer declarar su nombre. Ambas cosas deseé yo imprimir, pero no pude conseguir de su modestia si no es la una, y esa con dificultad no poca. Ofrecí yo, en vida, a don Luis, el comentarle sus obras, y aunque él lo rehusó, entre la modestia y el agradecimiento, yo he querido cumplir mi obligación y estudiar de camino sus escritos para que, arrimado a su fama, consiga por él algún género de opinión. Salen ahora las obras más principales en este primer tomo, para que en el segundo les quede lugar a las menores, si bien varón tan grande como don Luis merecía espíritu más elevado que el mío. Y no entiendan sus enemigos que ha muerto, pues en sus obras vive inmortal contra el tiempo, y a pesar de las envidias ha de durar su memoria eterna contra el tesón de los años y la porfía de los siglos, que en cuanto el mundo permaneciere, ha de estar constante el nombre heroico de don Luis de Góngora. Y a cuya memoria eterna, y a cuyas cenizas doctas, triste y piadosamente, don Joseph Pellicer de Salas y Tovar escribió este epitafio para que sirva en su monumento.
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Apéndice 2 PRELIMINARES A LAS LECCIONES SOLEMNES. DEDICATORIA A DON FERNANDO DE AUSTRIA
Al
heroico, real y cesáreo nombre del
Serenísimo Príncipe,
augustísi-
mo mecenas, soberano protector de las ciencias, padre de la república literaria, amparo, asilo y columna de los estudiosos, don
Fernando de Roma, administrador perpetuo del arzobispado de Toledo, Primado de las Españas, gran canciller de Castilla y León y prior de Ocrato, don Joseph Pellicer de Salas y Tovar inscribe humilde y consagra afectuoso estas Lecciones solemnes6 Austria,
infante de
España,
cardenal de la santa iglesia de
Al real amparo y a la protección augusta de V. A. van mis Lecciones solemnes al Polifemo, Soledades, Panegírico7 y Tisbe de aquel varón tan grande, que negoció con sus obras ser el mayor de su siglo, que con esto digo que es don Luis de Góngora. De toda autoridad soberana de V. A. necesitan, que si bien los escritos de este insigne hombre tienen ganado el aplauso general (no el común) en todos, podrá ser que los desayude mi insuficiencia y los haya maleado mi ignorancia 6 Lecciones
solemnes, ff. []4- ¶¶1]. Sin edición moderna. Este texto va precedido de: f. []3: Portadilla de la dedicatoria a don Fernando de Austria, que comienza: «Al heroico, real, y cesáreo nombre del Serenissimo Principe […] Don Fernando de Austria» y concluye: «[…] y consagra afectuoso estas Lecciones Solemnes»; f. []3v: Grabado calcográfico del cardenal infante don Fernando de Austria. Se consignan correcciones textuales en nota, así como en el apéndice 3: 7 [Panegíricos].
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o desentendiéndolos o interpretándolos a diferente luz de la que su autor quiso dalles. Riesgo es que le han padecido los más de los antiguos en poder de sus comentadores, pero también sucede que el escolio o la paráfrase les haya adelantado el conceto y dado significación más honda al pensamiento, despertando misterio más delicado en lo que se dijo más acaso. Por este lado mío ya parece que empeño a V. A. en mi defensa, llámese en la majestad así el hacer sombra a mis desaciertos y disculpa a mis yerros. La parte de don Luis no quiero justificalla tanto que no haya menester amparo de por sí, porque tuvo en vida este príncipe de los poetas líricos de España muchos enemigos (aunque está muy en duda si lo son los envidiosos) que irritados de genio tan más allá de todos, que pudo y supo mejorar el idioma castellano, enseñando rumbo, entre la novedad misma, docto y grave, con la imitación de griegos y latinos, conspiraron contra él y echando la culpa al estilo (bien admitido de todos y mal imitado de muchos) de cuanto los cansaba su ingenio, se dio por ofendida la calumnia, se agravó la envidia y confederadas con la ignorancia, como tan parienta suya, intentaron hacerle guerra, que resistió prudente, venció humilde, porque despreció modesto; grande hazaña de la cordura, estar entre ignorancias, envidias y calumnias bien hallada la modestia. No se deshizo de sus émulos aun muriendo, que hay rencores de calidad tal, que no contentos con lo obstinado de durar lo que una vida, se estiende su tesón hasta después de las cenizas y es dicha aparte topar enemigos nobles, que aunque los sucesos los empeñe en el odio su misma sangre parece que los arrastra hasta el perdón; desdichado del que tuviere enemigos sin obligaciones que no saben sino ahondar en la ojeriza, pues con estos aprovechan poco para librarse de ellos al morir, si quedan expuestos a la venganza en el mundo tan vivo el nombre y tan eterna la memoria. Este nombre y esta memoria de D. Luis es lo que mueve solicitar el favor de V. A. porque temo ha de hacer tanta indignación en sus contrarios, que ya que no puedan poner un borrón de tantos como escriben en su fama intentarán vengarse en mí, por haber tomado por mi cuenta el comentar sus obras y, aunque con pluma defectuosa, añadídole algún pedazo de posteridad, que arrimado a sus méritos y abrigado a la púrpura sagrada y cesárea de V. A. hará bulto de mucho. Con esto me parece veo concitados sus poco afectos heredándole cuantos ceños ocasionó su estilo y fuera tolerable esta como desgracia, si como en los émulos le hubiera sucedido que el ingenio pero hallarme con ellos y sin él solo podrá desquitarlo verme a los reales pies de V. A., cuya grandeza hará respeto para que dejen reposar quietos los polvos eruditos de aquel insigne varón y a mí me permitirán más desahogo para acabar de publicar sus obras tan ajadas y no sé si diga la malicia que ya supieron los parciales de Livio interesados en el deshonor de Salustio por usurparle el principado de la Historia romana, sobornando los escribientes, estragar las copias, adulterar los manuscritos y aun quemar mucha parte de sus escritos. Pero fue inútil diligen-
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cia, pues los pocos fragmentos que quedaron de Salustio son y fueron en aquella y en esta edad más venerados que las dilatadas Décadas de Livio, que nunca madrugó al acierto lo mucho y siempre llega más temprano lo bueno aunque sea poco, o si no véase en Marcial el ejemplo entre Persio y Marso: aquel con solo un libro engrandecido y este con muchos desestimado de los doctos, que son los que hacen opinión, que el aplauso del vulgo bien puede tal vez dar nombre pero reputación nunca. Todos los siglos tienen unos resabios, príncipe serenísimo, en todos pleitearon las ignorancias con los méritos en todos se compitió el laurel o con la ciencia o con la maña; ya estamos hechos a que le gane Ulises con el ardid y le pierda Telamonio con el valor. No fue mucho que con semejantes estratagemas saliesen las obras de don Luis de Góngora impresas tan indignamente, con tantos errores y aun sin nombre, pero sabrán volver por sí ellas mismas copiadas de más fieles originales y granjear el laurel a su dueño tan justamente merecido, que no permitirá V. A. que se le tiranice la envidia ni alcance la negociación de otro lo que se debe solo al merecimiento suyo. Don Luis por sí bien digno es de honor tanto, esto bien me lo confesarán los desinteresados pues por el amparo de V. A. que tiene seguro, ¿qué mérito no se le añadirá? Solo en mi puede peligrar cuanto merece, porque confieso sin afectación y sin estirar la modestia hacia la arrogancia mi insuficiencia y mis pocas letras tanto que aun empinándome sobre la humildad no podré alcanzar a la disculpa de haber intentado comentar sus obras, con que viene a ser fuerza que V. A. me supla con su grandeza cuanto le falta a mi pluma, para que me largue en la censura cuanto ha de limarme la calumnia, que hace pundonor de que los legos (así nos llama a los de capa y espada, acaso porque hay muchos que lo leen todo) manejen los libros y traten de materias estudiosas y más si lo lego cae sobre lo mozo, como si no pudiesen trocar oficios los años y los trajes o no fuese posible estar muy dueño de la cordura el bozo, cuando se ven ignoradas del seso las canas. Esta paradoja vemos experimentada ventajosamente en V. A. pues en tan tierna edad tiene abreviada madurez, prudencia, acierto y discreción tanta, que se halla corrida la lisonja viendo a V. A. incapaz de adulación y conociendo que le vienen cortos cuantos encarecimientos supo enseñar para otros príncipes la mentira en el estudio de la conveniencia. Y es tanto más esta verdad cuanto ha menester valerse V. A. menos de su augustísima sangre, pues el natural parece fue elección de V. A. y no contingencia de la dicha en su felicísimo nacimiento, pero no se habían de entender con V. A. los fueros plebeyos de la Fortuna, pues aun antes de nacer V. A. estaba acechando los aciertos de sus soberanos progenitores, cuidadosa de cómo le sacaría perfecto, copiándole de tan cesáreas ideas para ajustar el poder con el deseo. ¡Mas, qué mucho si sospechaba próvida en V. A. tantos méritos cuantos admira la veneración ya que no pueda numerarlos la diligencia, examinarlos el cuidado, ni aun alabarlos el silencio, que es el mayor encarecedor
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de todos! Porque si miramos a V. A. a la luz de quién es, le hallamos hijo de aquel santo y glorioso rey Filipo el Piadoso y de la preciosa y esclarecida Margarita, nieto de Filipo el Prudente, bisnieto de Carlos Quinto el Invicto y hermano del mayor monarca de la tierra, Filipo Cuarto el Grande, que es el supremo valimiento que V. A. tuvo con la naturaleza, donde se verifica que apadrinó su nacimiento de V. A. constelación sobrenatural, le sirvió grande felicidad de cuna y le fajó las mantillas reales la ventura poco achacosa. Si consideramos a V. A. hacia su dignidad purpúrea, le veneramos príncipe sagrado de la Iglesia universal, superior en oficio a todos los reyes de la Tierra, consejero del Pontífice sumo. Vemos a V. A. prelado vigilante de Toledo, sucesor de san Elpidio, su primer Arzobispo, Primado de España y acaso del mundo en esto: puesta tan dignamente la mitra que coronó las soberanas sienes de Eugenios, Julianos, Ferrandos, Ildefonsos y Eulogios y otros santísimos y evangélicos varones que ocuparon la silla de Toledo antes. Si atendemos a V. A. por la parte de su divino ingenio le conocemos grande igual, admirable y con todas las circunstancias que constituyen un príncipe entendido. Experimentamos en V. A. la singular afición a las letras, la estimación que hace de los estudios, el tiempo que gasta en ellos, el gusto que tiene con la comunicación de hombres doctos, los ratos que deben a V. A. los libros, virtud rara en tan gran señor, que emplee horas usurpadas al ocio en la filosofía, la matemática, la humanidad, la gramática de lenguas forasteras y demás artes liberales, que parece se deja llevar V. A. del aforismo de Séneca: «que el ocio sin estudios es muerte y el sepulcro de un hombre aún vivo». ¿Qué posteridad, pues, no alcanzará V. A. con tan virtuosos ejercicios en los siglos que están más lejos de este, si aún en este tiene ya V. A. ganadas tantas lenguas a la Fama que publiquen los elogios de V. A.? Entre tantos como pregona encontré yo con los pocos que refiero, no supe más, embarazado en tantos. Perdónelos V. A. por lo majestuoso de a quién van dichos, lo grosero que llevarán de pluma tan humilde como la mía, que a príncipe tan puesto en lo divino que acierta a ser tan humano será lisonja pedirle que ampare como es, aunque yo desmerezca como soy. Que, pues todos hallan a medida de su necesidad protección en V. A., no dudo le tendré yo igual, que fuera hacer contingente lo que siempre V. A. obra como forzoso, siendo tan dueño de sus virtudes, que solamente el acierto depende de su voluntad y sus acciones son solos sus deseos. Honre V. A. la fortuna que comienzo a tener desde hoy, pues el temor que me hace mi desconfianza me le desvanece la humanidad afable de V. A. y me asegura que espere todos los demás favores, como de protector de los estudios, para cuyo amparo guarde Dios la real persona de V. A. los años que merece, que serán infinitos, si bien menos de los que desea a V. A. Su más humilde criado, que su real mano besa. Don Joseph Pellicer de Salas y Tovar
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Apéndice 3 PRÓLOGO A LAS LECCIONES SOLEMNES
A los ingenios doctísimos de España, beneméritos de la erudición latina, don Joseph Pellicer de Salas S.P.D.O.8 Comentar al mayor poeta de nuestra nación la menor pluma de ella parece que dice arrogancia y que suena a presunción, ¡oh grande y erudito teatro español!, pues es dar a entender que yo solo he alcanzado lo que todos confiesan que dificultan; y estoy tan lejos de tropezar en la confianza, que llego a pedir disculpa, entre la temeridad de haber intentado este asunto, de los errores de mi pluma y de los yerros de la prensa. Mucho intento ha sido, yo lo confieso, siendo el primero que me hago la acusación, por tomar los puestos a la malicia, cuando quiera ponerme este cargo; pero tengo en la misma culpa disfrazada la 8 Lecciones solemnes, ff. ¶¶¶1-¶¶¶4v. Véase Cruz Casado (2004). Además en línea: http://www. uco.es/investigacion/proyectos/silem/buscador/visualizar-resaltado.php?filtro=POL0454.1630. PELLICER,.//desc[@type=%27difControversy%27%20and%20@subtype=%27printed%27]. Antecede en el f. ¶¶4v: Grabado calcográfico con un retrato de José Pellicer realizado por Juan de Courbes (imagen 15). Al texto le siguen los preliminares: f. †1: Comienza el «Índice de los autores, que don Ioseph Pellicer cita en estas Lecciones solemnes […]», que concluye en el f. †††2v: «Fin del índice de los autores», y sin reclamo; f. †††3: Portadilla con el título: «Vida y escritos de don Luis de Góngora. Defensa de su estilo…»; f. †††3v: Grabado calcográfico con un retrato de Luis de Góngora realizado por Juan de Courbes; f. †††4: «Túmulo honorario a la memoria grande, y en lo mortal inmortal de don Luis de Góngora y Argote […]» y el calderón: «D»; f. †††4v: Comienza «D.O.M.S. PIIS, AC ERVDITIS MANIBUS» y concluye con el calderón: «vida». Se añaden en nota los ladillos que corresponden a Pellicer.
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satisfacción, que solo tanta insuficiencia como la mía podía atreverse a tanta cultura como la de don Luis de Góngora, pues en mis años viene a ser decente el atrevimiento, porque tiene la poca edad el perdón muy cerca de los descuidos y se suple de la mocedad lo que falta de estudio, admitiéndole por verdor la puerilidad. Esta salida me enseña Quintiliano, dándome licencia para que no desdeñe el fruto de los estudios, aunque no esté maduro, que no implica lo verde para lo dulce: «Fructum studiorum viridem, et adhuc dulcem promi decet, dum et venia, et spes est, et paratus fauor, et autere non deceset, et si quid desit operi supplet aetas, et si qua dicta sunt iuuenister, pro indole accipiuntur».9 Con tal fiador me parece camino seguro, porque si erré voy a la censura con disculpa, si acerté, consigo más de buen aire a la alabanza. Además de que la juventud tiene andada para el seso la parte de la desconfianza, y va con más tino costeando las dificultades, hasta encontrar con la prudencia, que es la vejez más segura, y no se llamará anciano el que ha vivido mucho, sino el que ha sabido vivir más, que este género de canas no corre por cuenta de los años, porque está a cargo del seso. Paradoja es de la sabiduría eterna: «Senectus venerabilis est, non diuturna, neque annorum numero computata, cani autem sunt sensus hominis».10 Bien conocida la tuvo Ovidio cuando escarneció a un viejo de setenta y cinco años, tan maldiciente, tan murmurador y tan libre, que le obligó a decir que sólo su necedad y su locura estorbaba que le tuviesen por viejo: Stultitia est, quae te non finit esse senem.11
Porque cuando la vejez cae sobre soberbia, arrogancia, presunción, ignorancia y desvanecimiento, es caduquez insolente y locura desenfrenada. Y así Job, dechado de paciencia, excluye a la vejez del juicio y a la ancianidad del seso: «Non sunt longae ut sapientes, nec senes intelligunt iudicium».12 No está vinculada la sabiduría a los que han vivido muchos años, ni está bien hallada la prudencia con las canas todas veces; fuera de que los aciertos en un mayor no son agradecidos, porque parecen más de la experiencia que del juicio, más de la edad que de la atención; y las medianías en los pocos años no solo dicen cuidado presente, sino esperanza futura, y se van haciendo bien vistos para adelante. Cicerón lo dijo a Marco Bruto: «Sunt enim omnia sicuti Adolescentis, non tam re et maturitate, quem spe et expectationes laudati. Ab hac indole, iam illa matura».13 Allá 9 Quintil.,
lib. 12., cap. 6. cap. 4. 11 Ovid., lib. Fast. 1. 12 Job, c. 32. 13 Cicer. in Orat. 10 Sapient.,
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Platón en su Fedro14 hizo más estimación de la juventud erudita de Isócrates que de la vejez confiada de Lisias, porque la miraba entre la esperanza mayor y luce el acierto más cuando hay menos obligación a tenelle. Todo este período mira a que se me sobrelleven los delitos que hubiere contraído en estas Lecciones solemnes, y esto se lo deben los doctos a sí mismos, que los ignorantes ya sé que están desobligados de todo lo que mirare a bien intencionado, pues aun a ser corteses no aciertan; y yo estoy ya tan enseñado a sus groserías que no extrañaré que intenten deslucir este libro, como lo han solicitado con otros cuatro que he publicado, haciendo tanto caudal de ellos la malicia o la ignorancia, todo es uno, que ninguno se escapó de censura tan de mal aire que llegó a ser murmuración apasionada, calumnia libre y despejadísima insolencia, pues lo que debía ser invectiva erudita contra los escritos pasó a ser indigna sátira contra el dueño de ellos. De modo que podré decir con David: «Saepe expugnauerunt meae iuuentute meae», que desde mis primeros años comenzó a maltratarme la sinrazón, la envidia y la ignorancia; pero también diré: «Etenim non potuerunt mihi», que no han podido hacerme flaquear, ni descaecer, pues en vez de encogerme, me animo a sacar este comento a luz, y tras él, si vivo, otros trabajos que tengo entre la lima y la estampa. Muchos han extrañado que yo tratase de comentar un poeta español que vivió ayer, que le conocimos todos, y alguno que debe de sentirlo más, pero no bien, se dejó decir en unos coplones: Pues se admiran de ver los que bien sienten, Que a quien escribió ayer, hoy le comenten.
Pero respóndese a esto que por esto mismo, porque escribió ayer: que si le dejaran pasar muchos años, fuera más difícil, y le sucediera lo que a todos los antiguos. Además de que no fue este inconveniente bastante para que Cornuto dejase de comentar las obras de Persio, su discípulo, haciéndole su maestro mismo este honor. ¿Desmereció Alciato por moderno los comentos de Claudio Minoe, Francisco Sánchez, Brocense, y Diego López a sus Emblemas? ¿Alejandro de Alejandro no tuvo por comentador a Andrés Tiraquelo y Juan Rosino a Tomás Dempstero? ¿En Francia, Guillermo Salustio, señor de Bartas, y Pedro Ronsardo, apenas muertos cuando fueron comentados15 por Gabriel Lermeo y Marco Antonio Mureto? ¿En Italia no comentó Alberico Rosat I. C. las Comedias de Dante Alígero? ¿Alejandro Vellutello16 las Obras de Francisco Petrarca? ¿En el Orlando de Ludovico Ariosto no hizo muchas diligencias y enmiendas Jerónimo 14 Plat.
in Phaedr. comentados]. 16 [Vetuleyo]. 15 [cuando
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Rusceli? ¿En Torcuato Tasso, Camilo Camili y Filipo Paruta? Jerónimo Vida, Ángelo Policiano, Bautista Mantuano y Michael Verino apenas murieron cuando los comentaron muchos. En España comentó a Mingo Revulgo Fernando del Pulgar; a Juan de Mena, el Comendador Griego y el Brocense; a Garcilaso, Fernando de Herrera, el Brocense y don Tomás Tamayo; a Álvar Gómez, Alejo de Venegas, todos varones grandes y dignos de eterna memoria, que no desdeñaron el comentar las obras de otros, aunque fuesen modernos; y yo estimo más errar con ellos que acertar con la envidia. Tres cosas me empeñaron en este comento. La primera ser don Luis de Góngora el mayor poeta de su tiempo en nuestra nación, competidor, sin duda, de los más eminentes en Grecia, Roma, Italia y Francia, y parecerme a mí, y a todos, que en sus obras hallaría bastante campo para descoger mucha erudición, por estar sembradas sus frases de imitaciones griegas y latinas, llenas de fórmulas y ritos de la antigüedad, que es lo queda materia para que pueda lucir el que comenta; y esto cae sobre ser en proporción la cantidad de las obras de don Luis, que no son tantas que desaniman, ni tan pocas que congojan, sino un medio que hace dulce el trabajo que se pone en ellas, y la misma fatiga parece que enjuga el sudor, viendo que por ellas llegó a ser tan afamado en el mundo, y que tan pocos escritos le dieron más opinión que a otros muchos tomos de versos, por donde le viene bien lo que Marcial escribe de Persio: Saepius in libro memoratur Persius vno Quam leuis in tota Marsus Amazonide.17
Que fue más nombrado Persio y cobró mayor opinión con sólo un libro que Marso, liviano con muchos volúmenes; que no importa escribir versos y más versos para alcanzar el laurel, que llegará más presto lo poco si es bueno, porque lo mucho más embaraza que ayuda. Hace alusión a esto un epigrama de Adán Sibero Chemnicense, poeta alemán, cuyo lema es de Laura poetica, que escribió contra uno muy preciado de que dictaba muchos versos al correr de la pluma, sin hermosura y sin imitación de los antiguos, y pretendía por ello que Apolo le laurease: Tercentum pede stant facis Philautus Vno carmina, nec satis venusta, Nec vlla veterum emulatione; Ad laudem putat et sibi Poeta Deesse nil nisi Laurum Apollinarem,
17 Marcial,
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lib. 4, Epig. 29.
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Stultus qui fierit putet Poetam Ligni frodibus vllius, Poetam Non Laurus, sua sed facit camoena.18
La segunda razón porque me entré por el riesgo de comentar a don Luis fue habérselo prometido en vida a él mismo, las veces que deseoso de estudiar en él cuanto ignoraba de él, le comuniqué. Y he sido tan fiel observador en cumplir lo que aun él rehusó modesto, que me expongo a las calumnias de sus enemigos, a los ceños de los míos, y a que parezca mal por él y por mí lo que dicho por otros acaso fuera estudio sumo, acierto grande y erudición mucha, que está muy introducido en todas edades que se mande la envidia, no por el entendimiento, sino por la voluntad, no por la razón, sino por el antojo, no hacia las obras dignas de estimación, sino hacia las personas que las hacen; sentencia es de Veleyo Paterculo: «Familiare est hominibus, omnia sivi ignoscere, nihil aliis remitere, et invidiam rereum non ad causan, sed ad volumtatem, personasque dirigere».19 No me ha sido embarazo este como miedo para que yo deje de cumplir mi oferta, porque sé que al fin desesperada la malicia de congojarme, ha de buscar materia más fácil en que hacer presa, porque la emulación que alienta los ingenios y los encamina a la envidia en topando con la modestia con dificultad prosigue. ¡Oh, cómo me consuela el príncipe de los cómicos antiguos, Plauto, en su Truculento, que tiene por mayor la felicidad de ser envidiado de los enemigos que envidiarlos! Porque hacerme pesar entre mis defectos las fortunas ajenas es desdicha, confesando que son los envidiosos pobres y ricos los envidiados: Mauelim mihi Inimicos inuidere, quam me inimicis meis, Nam inuidere aliis bene esse, tibi male esse, miseria est: Qui inuident, egent, illi, quibus inuidetur, rem habent.20
La mayor hazaña y la mayor erudición de la vida es saber negociar envidias y la mayor dicha de todas es no envidiar a nadie, pero hay muchos que blasonan de no envidiar, y si le tomasen su dicho al pensamiento y juramento al alma, confesaría como el otro necio: «Summa felicitas inuidere nemini», que era mucha felicidad no envidiar a nadie, pero que no se ajustaba lo interior con las apariencias, ni decía el entendimiento lo que el labio, que hay palabras que salen en público sin que sepa el corazón de ellas, y no conviene todas veces lo cándido del pecho con lo escuro de la intención.
18 Adam.
Siber. Part. 6, Delitiae German., fol. 187. lib. 2. Histor, cap. 30. 20 Plaut., act. 4, scen. 2. 19 Vellei.,
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El tercer impulso fue la lástima de ver las Obras de don Luis impresas tan indignamente, acaso por la negociación de algún enemigo suyo, que mal contento de no haberle podido deslucir en vida instó en procurar quitarle la opinión después de muerto, trazando que se estampasen sus obras, que manuscritas se vendían en precio cuantioso, defectuosas, ultrajadas, mentirosas y mal correctas, barajando entre ellas muchas apócrifas y adoptándoselas a don Luis, para que desmereciesen por unas el crédito que había conseguido por otras. Al fin salieron estampadas a luz, tan sembradas de horrores y de tinieblas que, si el mismo don Luis resucitara, las desconociera por suyas, como de Ausonio dijo Joseph Scalígero.21 Salieron también sin nombre, dando ocasión para que por libro anónimo se recogiesen por edictos, que todo esto sabe causar la envidia y la malicia cuando compite con el ardid en vez de mérito, y con la estratagema en lugar de suficiencia. ¡Oh grande resplandor de la virtud, que ciega los ojos al conocimiento, para que deslumbrada la calumnia choque colérica con la verdad y se estrelle con la razón! Rara cosa que no invidiemos al romano, que nos haga congoja ver florecer al flamenco en las letras, que admiremos al francés docto, que veneremos lo lejos de cualquier extranjero, y que guardemos los desprecios, las iras, los odios y los ceños para nuestros españoles. ¿Que nos merezca la cercanía desestimación y alabanzas lo forastero? Queja es que la dio primero que yo san Zenón, obispo de Verona: «Non enim Aegyptio inuidet Scytha, aut Britanno Indus aemulatur, sed vnusquisque gentis suae hominibus, et contribulibus inuidet; et non ignotis quibusque, sed vicinis et proximis ac familiaribus suis, imo vero his, qui vel artificii eiusdem vel officii, vel operis existunt».22 Que esté el estudioso desvelándose para sacar un trabajo a los ojos de los doctos, y que esté el mal intencionado acechando, para cargarle de calumnias, no más de porque es obra de su enemigo, sin averiguarle más defectos, gran congoja puede hacer, y más si el tal maldiciente saliese alabado sin merecerlo en el mismo libro, pero los tales más se indignan con los beneficios. Murmurador despejado y atrevido, que te estás abrasando en la envidia, si yo acierto, en vano me calumnias; si voy errado, ¿por qué no me tienes lástima? «Si vero fallitur Adolescens, frustra inuidetis erranti, non inuidia, sed miseratione dignus est, qui illuditur», dice san Zenón hablando de Josef, perseguido de sus hermanos: que siempre los de este nombre traen consigo el azar de ser molestados de la envidia, bien que las detracciones les han servido siempre de retocar con golpes de lucimiento su modestia. Entre la mucha que yo tengo bien se me permite decir el trabajo que me ha costado escribir este primer tomo de Lecciones solemnes, porque los autores que he visto son muchos, como puede verificarse luego, las autoridades han sido infinitas y no sacadas de polianteas, como pretende notarme alguno en 21 Scaliger. 22 B.
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in Epist. Zen., Serm. de Liuor.
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mi Fénix, que piensa me sucede a mí lo que a él, pues hay muchos que regulan por sus defectos los que sospechan en otros, o si no el curioso vaya cotejando los lugares, y por el que hallare le doy licencia para que diga que lo son todos. La disposición que he guardado en este comento ha sido poner el texto del poeta, y luego la explicación, o paráfrase para los que no supieren latín, explicando el sentido lo más ajustadamente que yo he sabido. Habré errado en muchas cosas, ¡quién lo duda!, que no ha de estar el acierto de parte de la mortalidad siempre; corríjalas el docto, o apúntelas, y murmúrelas el ignorante, o refútelas. Síguense luego las notas, que es la noticia de los lugares que imitó de poetas, oradores y otros escritores sagrados y profanos don Luis. Aquí se admirará la ignorancia, porque se engaña bisoñamente el que escribió que la admiración era muy estrecha parienta del entendimiento, y que el admirarse argüía ingenio grande. Yo estoy tan lejos de conceder este desatino que tengo por loco al que lo defiende; y añado que solamente es ignorante el que se admira y que es pedazo de felicidad no admirarse. Los que han estado mal con el estilo de don Luis, ¿qué causa dan para ello? No otra sino que se haya desviado del camino vulgar, como quien se aparta de la humildad y llaneza de una vega y procura abrir senda en lo más fragoso de una montaña. Entró la emulación a incitar los ingenios con la novedad, encendioles la envidia y la admiración, procuraron imitarle, no pudieron; caducó el deseo con la esperanza y, dejando de seguir lo que no podían alcanzar, se quedaron entre la vulgaridad, acompañados de la admiración y la envidia. Mejor lo dijo que yo Paterculo: «Alit aemulatis ingenia: et nunc inuidia, nunc Admiratio incitationem accendit: naturaque quod summo studio petitum est, accendit in summum: difficilisque in perfecto mora est, naturaliter quod procedere non potest, recidit et ut primo ad consequendos, quos priores ducimus, ac endimur, ita vbi aut praeterari, aut aquaricos posse desperauimus, studium cum spe fenescit, et quod assequi non potest, esse definit et velut occupatam relinquens materiam quaerit nouam, praeteritque eo, in quo emmere non possumus, aliquid in quo mitamur, conquirimus».23 Véase aquí como junto la envidia y la admiración, porque está tan lejos la admiración de parecerse al entendimiento, que dijo Aristóteles: «Qui vero dubitat et admiratur, putat se ignorare».24 El que duda y se admira es evidente que está confesando su ignorancia. El que se admira de que don Luis pudiese hallar nuevo rumbo para las musas es ignorante, y no se vale, ni sabe aprovecharse de la admiración para discurrir cómo pudo, confesándome con Aristóteles que de la admiración nació la filosofía. «Propter admirationem enim et nunc, et primo coeprunt homines philosophari»,25 porque estaban en los primeros siglos los 23 Vellei,
lib. I, Hist. cap. 17. lib. I, Metaphys. 25 Arist. ubi supra. 24 Arist.,
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hombres tan rudos que todo era confusión, todo ignorancia. Comenzó en estas sombras a amanecer al alma a la luz de la razón y, desahogándose la más noble potencia suya, dio el entendimiento el primer paso a la admiración, y desde allí en el deseo de investigar las causas a lo más oculto de la naturaleza. Dudó cómo eran las cosas, después de haberlas admirado, y descogiendo el discurso casi topó entre la especulación de todas la verdad de muchas. No han querido admitir este ejemplo los que no han sabido imitar a don Luis, sino que se han pasado desde lo imposible de la imitación a la facilidad del desprecio, desestimándole los que no saben imitarle. También sucedía este delito en el siglo de Cicerón, que él lo conoció primero: «Nunc enim tantum quisque laudat, quantum se posse sperat imitari».26 De modo que pretenden disculpar su ignorancia con el descrédito ajeno, rara pensión del acierto, pues en no errando uno con todos, en desviándose de lo vulgar y en hallando otro viaje para la fama, luego se hace mal visto, y ha de ser la singularidad desatino. ¡Oh, cuán religiosamente dijo esto mismo san Cromacio, obispo de Aquileya! «Non est dubium, quia bono facto comes set semper inuidia. Nam vbi coeperis a mundanis et erroneis hominibus discrepare, statim persecutiones oriuntur: necesse est surgant odia, aemulatio laceret».27 Infelicidad grande haber de errar con los más, para ser bienquisto con los muchos. ¡Y que haya de estar lo mejor medroso de salir en público, embarazado en lo raro, por no topar con el odio y con la emulación! Que es evidente el salir ajados los atentos cuando rehúsan el concurrir con los ignorantes, haciéndose afuera del error. Sintiolo así Juan Majencio, respondiendo a Hormisda[s], pontífice sumo: «Hinc denique eos, quos ad sui erroris dedecus inclinare nequiuerint, irreligiosos, superbos, et inuidos accusare non metuunt, cum haec de illis potius integro, et yero adseuerentur iudicio, qui erroris tenebris delectantur, nonne illis qui fixit permanent in veritate vestigiis».28 Estaba la poesía castellana convalecida apenas de Juan de Mena y halagada de la blandura de Garcilaso; iba arribando en don Diego de Mendoza, Francisco de Figueroa y Fernando de Herrera; entretúvose mejorada en los dos insignes Leonardos de Argensola, hasta que se cobró en Góngora, que la puso en perfección, llenando de espíritu generoso la capacidad de los genios españoles; y aun no falta algún idiota que se admire de ver cuán aumentada y florida está el arte de escribir versos en España, como si España en todos siglos no hubiera criado ingenios que han pasmado los tiempos, pues a pesar de ellos mismos ha vivido su nombre, que el tenerlos ahora no es comenzar, sino proseguir. Bárbaro 26 Cic.,
Ad M. Brut. Chrom., De Octo Beatitud. 28 Maxent., in Respons. ad Hormisdam. 27 B.
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y torpe admirador de la poesía de España, ¿quién dio a Roma a Marcial, Séneca, Lucano, Silio Itálico, Idacio Claro, san Dámaso y Prudencio, poetas insignes? ¿Ves cómo te admiras de ignorante y te sucede lo que Aristóteles dice en sus Morales Nicomachios?: «Qui autem ignorantia conscii sibi ipsis sunt, eos admirantur, qui magnum quid, ac supra vires suas referunt».29 Más le debemos a Jonás, obispo de Orleans,30 que a estos que blasonan que nacieron et vrbi, et orbi, para su patria y para el mundo, y se inscriben, ¡qué locura!, no alumnos de las musas, sino padres de ellas. Así, contra Claudio, obispo de Tours: «Dissertissimos viros, et eloquentissimos, atque Catholica et Apostolica Fidei inuictissimos defensores, Hispaniam protulisse, manifestum est». Pues, si esto se decía de España casi ochocientos años ha, ¿por qué ha de hacer novedad que prosiga ahora en criar ingenios que alentados de las musas de Góngora asombren el mundo y, siguiendo aquel estilo grande, sean rayos de elocuencia, como de Grecia cantó Aristófanes, que no esté seguro de ellos, ni aun el laurel si le hallan puesto en sienes indignas? ¿Por qué, cuál hombre hay tan de mal gusto, que teniendo cerca los manjares delicados coma de los groseros? Así Tulio: «Quae est autem in Hominibus tanta peruersitas, ut inuentis frugibus, glande vescantur?».31 Solamente los que se ahítan de lo bueno, de lo suave y de lo dulce, gustan de lo tosco, de lo inculto y de lo vulgar, que estos, por no confesar la bondad de aquello, perseveran en la maldad de esto, gustando más de porfiar en su tema, como villanos locos, que reducirse como nobles dóciles, vicio acusado ya por san Vigilio mártir, obispo de Trento, Contra Euthyches.32 Estos no me hacen congojan que me calumnien, solo de lástima, y por lo que me debo yo y les importa a ellos, estimara que se pasara la candidez exterior del pecho de alguno a vivir en la intención, que a mí me enseña a perdonar enemigos sola mi modestia, pues en ella misma hallo yo la venganza, como lo doy a entender en el erizo encogido y los perros, fuera de que es imposible que no sea gran venganza el desprecio de las injurias, y más con quien ni puede ni quitar reputación ni dalla, porque: Si del tener honor el darle viene, Ninguno puede dar lo que no tiene.
Vosotros sí, ingenios de España, podéis dar mucho y, quedándoos con más, dejarme a mí honrado y agradecido para que os desee perpetua fama y posteridad eterna.
29 Arist.,
lib. I, cap.4 lib. I, De adora. imagin 31 Cicer., Orator. 32 B. Vigil., lib. I. cont. Euthych. 30 Ion.,
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Apéndice 4 NOTAS DE LAS LECCIONES SOLEMNES A LOS DOCE VERSOS COMENTADOS EN LAS SEGUNDAS LECCIONES
Lecciones solemnes a las Soledades de don Luis de Góngora. Escribíalas D. Joseph Pellicer de Salas y Tovar33 Dedicatoria Num. I. vers. 1 Pasos de un peregrino son errantes cuantos me dictó versos dulce Musa, en soledad confusa perdidos unos, otros inspirados.
Explicación De la composición de estos versos mayores, que se introdujo en Castilla en siglo no muy lejos del nuestro dije en el principio del Polifemo. De la costumbre de los poetas antiguos y de la media y cercana edad en consagrar sus poemas a los príncipes grandes y generosos también hablé con digresión. En esta obra, pues, 33 Sin
edición moderna. En las notas al texto de las Segundas lecciones se reproducen estos pasajes en su lugar correspondiente.
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que don Luis de Góngora, Píndaro eruditísimo cordobés y dignamente príncipe de los poetas líricos españoles, como el insigne Lope Félix de Vega lo es de los cómicos, en esta obra, digo, que intitula Soledades, y con razón, porque ninguna otra poesía podrá hacerlas compañía, sino quedarse atrasada en el mérito y dignidad en el número halló don Luis (o cuanto debemos a pensar tan hondo), dos linajes de rumbos que no dejaron senda a la imitación, ni pauta al remedo, y menos rebozo al hurto. El golfo primero fue el de la locución tan fuera de lo común, tan majestuosa, tan realzada, que le pudiéramos llamar el Platón de España, cuyas frases había de hablar Júpiter si, como fabularon los étnicos bajara al orbe, o el Plauto de Andalucía, en cuyo lenguaje las musas formaran voz, a poder hablar humanas. El piélago segundo que sondó primero y sulcó después D. Luis fue el de estas Soledades, tomando el asunto más estéril, más escabroso que pudiera encomendalle el odio del que intentara deslustrar o embarazar siquiera su fortuna. Anduvo don Luis con su espíritu poético examinando cazas y pescas en Opiano; en Claudiano, epitalamios; alabanzas de la soledad en Horacio; tormentas y borrascas en Virgilio; boscajes y selvas en Valerio Flaco; transformaciones fabulosas en Ovidio, sin que se le pierda rito, ni desatienda ceremonia, tan frecuente en las fórmulas de la Antigüedad, que a perderse en los griegos y latinos se hallaran en las Soledades las noticias. Estas, pues, he tomado yo a mi riesgo a explicar, sacándolas de lo más retirado de la frase, para que se conozca que no se halla vergonzosa la erudición en el idioma de España, antes honrosamente retocada del aliño, más lucida. Propone don Luis en los cuatro versos primeros todo lo que han de cantar después y cuanto misterio puede haber en sus versos. Pasos dice que son de un peregrino sus números, perdidos en la soledad los pasos, y en la soledad dictados los versos grandes (o sea estudiosa) temeridad, la de proponer un joven arrojado del mar, sin decir quién sea, dónde iba, imitación de Virgilio, que en otras cuatro líneas propuso al principio todo el epílogo de la Eneida.34 […] Soledad I Num. V. V. Era del año la estación florida en que el mentido robador de Europa 34 Lecciones
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(media luna las armas de su frente, y el sol todos los rayos de su pelo), luciente honor del cielo, en campos de zafiro pace estrellas.
Explicación Comienza D. Luis describiendo la sazón en que sucedió lo que escribe, en el mes de abril, que es cuando el sol está en el signo de Tauro. Entonces comienzan a revivir las flores cuando el mentido robador de Europa, el toro cuyos cuernos son media luna, y el sol los rayos de su pelo (que es tener en su cara el sol), pacía estrellas, en dehesas azules, en el cielo. Notas 1. Era del año, etc. Imitó D. L. en este principio al famoso Luis Camoens, cant. 2, estan. 72, Lusiad. Era no tempo alegre, quando entraba / no roubador de Europa a luz Febeia, / cuando um e outro corno lhe aquentava; Virgilio, L. 1, G. pinta este tiempo mismo: Candidus auratis aperit dum cornibus annum / Taurus. 2. Mentido robador de Europa. Bien sabido es que Júpiter enamorado de Europa se transformó en toro para robarla. Imitó don Luis a Séneca in Herc. fur.: qua tepente vere laxatur dies / Tyriae per undas vector Europae nitet. Ovidio epis. Phaed. le llamó mentido, así: Tauro dissimulante deum. Virgilio le dijo Proditor europeus. Trata esto Calfurnio Basso in com. Phaen. Arati.; Mosco, griego, Eid. 2, escribió el robo de Europa, de donde imitó su poema de Europa. El conde de Villamediana de esta Europa quiere que se diga así la 3 part. 3. Media luna las armas de su frente. Los cuernos en forma de media luna. Mosco: sicut orbes lunae cornutae. Píntale así Claudiano, lib. I De rapt.; Estacio, li. 6. Theb. 4. Pace estrellas. Metáfora gallarda y frase que usó Virgilio, lib. I, Aen.: Polus dum sidera pascet. Los filósofos antiguos creían que los signos y las estrellas se alimentaban. Séneca, lib. 2. Nat. qq. Así Anacreón dijo que el sol bebía en el mar. Y le asiente Plinio: Occeanus… siderat ipsa tot et tantae magnitudinis pascens. Por lo cual Séneca, in Furens, llama rebaño a las estrellas y Ovidio, lib. 2, Metamorf.; Sinesio, Himn. 6, hablando de Dios: Astrorum greges semper pascis. Véanse Aristóteles lib. 2, Meteor. y Cicerón lib. 2, De nat. Deor.
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Num. VI. V. 44 Cuando el que ministrar la copa a Júpiter mejor, que el garzón de Ida
Explicación Era el mes de abril, cuando un joven gallardo, hermoso más que Ganimedes y que por mejores títulos podía servir a Júpiter de copero, lleno de infelicidades, del naufragio, del desdén de su dama, y de la ausencia, muy enamorado se quejaba al mar, no por verse maltratado de la tormenta, sino por mirarse desdeñado, malquerido y ausente. A cuyas dulces quejas enternecido el mar y piadoso con sus gemidos, usó con el forastero la fineza misma que con Arión, pues le sirvió una tabla del navío de delfín, que sacó a la orilla al inadvertido mancebo, que se fio en el mar a más ondas que hay arenas en Libia, y su vida a un leño, a un navío Notas Ministrar la copa. Es frase de Cicerón, lib. I, Tuscul., en el caso mismo: Nec Homerum audio qui Ganimedem a diis raptum ait propter formam ut Iovi pocula ministraret. Garzón de Ida. Robó a Ganimedes de orden de Júpiter una águila según Ovidio, lib. 10 Met. Y Virgilio, lib. 5 AEneid. O Júpiter, conforme Plauto in Meneach. Estacio, lib. 1, Theb. Homero, Illiad. 20. Apolonio, lib. 3. Véanse Estrabón y Ateneo, lib. 13. Suidas cuenta diferente esta fábula, como P. Orosio, li. 1, cap. 12, por tradición de Fanocles poeta. Llámale garzón de Ida, porque cazaba Ganimedes en este monte de Frigia, altísimo, cuando le robaron, así Horacio, lib. 3, od. 2. Y Herodiano in Conmod. Aunque según Pausanias in Phocic.: Loca condensa arboribus veteribus cognominasse Idas.35
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