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Spanish Pages [50]
Zoe de la Torriente Brau
PAPELES DE FAMILIA
Compilación, presentación y notas Elizabet Rodríguez e Idania Trujillo
Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau La Habana, 2006
Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau Ediciones La Memoria Director: Víctor Casaus Coordinadora: María Santucho Editora jefa: Xenia Reloba Jefe de diseño: Héctor Villaverde
Edición: Idania Trujillo de la Paz Diseño de cubierta: Héctor Villaverde Emplane computarizado: Raúl Hernández Ortega Impresión: Editorial Linotipia Bolívar y Cía. S. en C. Bogotá, D.C. - Colombia
© Sobre la presente edición: Ediciones La Memoria Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau, 2006
ISBN: 959-7135-52-3
Ediciones La Memoria Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau Calle de la Muralla Nº 63, La Habana Vieja, Ciudad de La Habana, Cuba E-mail: [email protected] www.centropablo.cult.cu
Realengo para la memoria
Las Ediciones La Memoria del Centro Pablo inician, con este cuaderno de Zoe de la Torriente Brau, una nueva colección, Realengo, que toma su nombre de la formidable serie periodística que publicó el cronista en el periódico Ahora en 1934. Se trata de una manera más de rendir homenaje a Pablo de la Torriente Brau en este año 2006, cuando coinciden aniversarios señalados de su vida y de su muerte en combate en España, mientras defendía la República agredida y luchaba contra el naciente fascismo. Por otra parte, el título de la colección alude a los realengos, espacios que quedaban entre las porciones circulares de tierra que se entregaban a sus futuros dueños en el período colonial. La Colección Realengo está dedicada a publicar textos breves, que no han ocupado lugar en nuestras colecciones habituales, o a reunir, de forma rápida, trabajos que necesitan una reedición urgente. Nos alegra y nos honra que el primer cuaderno de esta colección incluya artículos escritos por Zoe de la Torriente Brau sobre su hermano entrañable. El trabajo del Centro Pablo dirigido a preservar la memoria del cronista está inspirado en esa labor paciente y fiel que Zoe realizó, junto a su mamá primero y a sus hermanas después, para conservar los papeles, fotos y objetos de Pablo. El proyecto de este cuaderno creció, incluyendo otros documentos e imágenes, hasta convertirse en pequeño libro, gracias a la labor intensa que realizaron sus compiladoras, Idania Trujillo y Elizabet Rodríguez, apasionadas investigadoras del tema pabliano. Dedicamos también su publicación, en este año del 105 aniversario del nacimiento de Pablo y del 70 de su muerte en Majadahonda, a Ruth de la Torriente Brau, quien nos sugirió la idea de publicar los textos de Zoe y nos acompaña, desde el cariño y la participación, en todas las acciones culturales de nuestro Centro.
Víctor Casaus
A modo de presentación Con la publicación de Zoe de la Torriente Brau. Papeles de familia, el Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau inicia una nueva Colección, Realengo. Este primer libro nos ofrece la oportunidad de conocer una parte de la impresionante información documental que la familia de la Torriente Brau y en especial, Zoe, en delicada y paciente labor, reunieron y guardaron durante más de setenta años. Aquí aparecen dos semblanzas escritas por Zoe sobre su hermano Pablo, con quien compartió juegos y travesuras infantiles, y, luego, en la juventud, afanes e ideales revolucionarios. Se incluyen también una pequeña muestra de la correspondencia, hasta ahora inédita, entre Zoe y varios amigos y familiares, una breve cronología, una entrevista a Ruth, la hermana menor de los Torriente Brau, que cuenta aspectos poco conocidos sobre la personalidad de Zoe, singular mujer que —en opinión de la Dra. Miriam Rodríguez, profesora de la Facultad de Comunicación Social de la Universidad de La Habana—, «halló tiempo, energías, y el valor necesario, para las más diversas, intensas y hasta dispares labores: dio clases particulares de matemática, estudió italiano y francés, prestó servicios en la Cruz Roja Nacional como primer teniente, se recibió de Farmacia y Bibliotecología, fue secretaria de renombrados profesionales, y montó y dirigió un taller de encuadernación de libros […].» No fue Zoe persona dispuesta a ganarse fáciles elogios. Desde pequeña aprendió de su abuelo, el historiador y periodista puertorriqueño, Salvador Brau Asensio, que «A los hijos se les debe dar antes que pan, vergüenza». Como sus hermanos Güiqui y Pablo, nació en Borinquen, en julio de 1903. Siempre se sintió cubana y puertorriqueña. Amó la justicia y la libertad. Aplaudió la actitud de Pablo cuando, en una ocasión, al realizar el examen de Gramática para ingresar a la Escuela Naval, le preguntaron: «¿Qué diferencia existe entre la palabra senador escrita con s o escrita con c?» escribe esta nota marginal: «En Cuba, senador es sinónimo de “botellero”». Tenía sólo dos años de nacida cuando viaja por primera vez a Cuba, a La Habana. Tiempo después recorrería con su hermano Pablo las empinadas calles de Santiago, arrastrando a su perro León, el fiel e inseparable compañero de travesuras, al que muchas veces llevarían, como un príncipe, en el carretón de vuelta a casa. Al referirse a Pablo señala: «Yo fui su inseparable compañera de juegos y estudios. Nos llamaban en casa “los camaradas”». Tal vez por eso y por el profundo amor que sentía por su hermano, como expresa Miriam Rodríguez en las palabras de presentación al folleto Pablo de la Torriente Brau: «No dejó nunca Zoe abandonada por esas otras faenas, la de recoger, ordenar y sintetizar absolutamente todo cuanto se produjo y conoció en torno a Pablo […].» Gracias a su labor de bibliógrafa acuciosa y celosa guardiana de la papelería de su hermano, el Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau conserva en su Fondo de la Familia, más de veinte álbumes que recogen imágenes, cartas, manuscritos, dedicatorias, recortes de prensa, apuntes, que forman parte de la historia de los Torriente Brau, en especial, de Nene, como cariño-samente le decían a Pablo. Esta compilación es, también, hija de la amistad y la pasión que distinguen la labor del Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau. Muchas personas —el poeta Víctor Casaus, su director; la propia Ruth de la Torriente Brau que, a sus 92 años, mantiene frescos en su memoria detalles y recuerdos de su hermana; Miriam Rodríguez, que facilitó documentación, y María de Lourdes de la Sota (Yuya) que apoyó en la búsqueda de fotos y cartas—han servido al empeño de rescatar para la memoria esta imagen de Zoe que se nos devela auténtica y transparente, incapaz de dejar suelto un dato e imprecisa una anotación; tierna y, al mismo tiempo, intransigente frente a la injusticia. Estos papeles de familia permiten adentrarnos en los territorios de la memoria y los recuerdos de Zoe de la Torriente Brau. Llevan también las huellas tremen-damente hermosas de la pasión, el humor y la manera irreverente con que esta mujer vivió su existencia y supo corresponder a quien murió «con el sol español puesto en la cara/ y el de Cuba en los huesos».
Idania Trujillo y Elizabet Rodríguez Ciudad de La Habana, enero de 2006
ZOE Y PABLO
Pablo de la Torriente Brau* Pablo de la Torriente Brau nació en San Juan de Puerto Rico el 12 de diciembre de 1901, en la calle General O’Donell número 6, frente a la Plazoleta de Cristóbal Colón, que embellece la estatua del famoso almirante. En esta casa, habitada por nuestra familia, radicaba el Colegio Centro Docente de la Unión IberoAmericana, fundado y dirigido por nuestro padre, Félix de la Torriente Garrido. Nuestro padre, hijo de cubano y cubano él por sus sentimientos, había nacido en España, en la casa solariega de los Torriente, en Hermosa, Santander. Fue traído a Cuba a la edad de cinco años. Hizo sus primeros estudios en los Escolapios de Guanabacoa. Se graduó de bachiller en el antiguo Instituto de La Habana y tras dos años de estudiar las carreras de Derecho y Filosofía y Letras en la Universidad de La Habana, pasó a concluirlas y licenciarse en la Universidad Central de Madrid. En 1898 fue a Puerto Rico como secretario del último gobernador español de aquella isla, capitán general González Muñoz, el cual falleció repentinamente al día siguiente de su llegada a San Juan. Por carta de presentación que llevaba Torriente de su gran amigo, el insigne jurisconsulto cubano don Rafael María de Labra, dirigida a don Salvador Brau Asensio, secretario del Partido Autonomista, historiador, sociólogo, poeta y hombre de moral acrisolada, fue introducido por este a la sociedad puertorriqueña y desempeñó diversos cargos, como el de catedrático de Geografía, Historia y Latín del Instituto Civil de San Juan. Un año después, Félix de la Torriente contraía matrimonio con Graciela Brau de Zuzuarregui, la hija predilecta de Salvador Brau, periodista de pluma insobornable que al ser compelido a escoger entre combatir por la prensa los desmanes y arbitrariedades del gobierno del general Romualdo Palacio, que en 1887 implantara en Puerto Rico el temido «componte», o continuar en el desempeño del cargo de cajero de la Intendencia, entregó las llaves del tesoro con esta frase: «A los hijos se les debe dar antes que pan, vergüenza», la cual retrata al hombre de principios incorruptibles y bien arraigadas convicciones. Se dedicó entonces Brau a combatir más reciamente al gobierno desde su periódico El Clamor del País hasta el cese de aquella situación intolerable. Muy pequeño aún, Pablo hizo su primer viaje a España llevado por nuestro padre, al morir allí nuestro abuelo paterno, el ingeniero Francisco de la Torriente Hernández. Los comentarios que oyó Pablo de este viaje y lo que le decían de aquella nación, impresionó vivamente su imaginación. Siempre anheló volver a España. Nunca pudimos sospechar que lo haría otra vez para dejar su sangre generosa regada en el suelo español, en la lucha de aquel pueblo y de toda la humanidad por el derecho a vivir libre. De Santander viene Pablo a La Habana, donde papá va a desempeñar el cargo de inspector pedagógico de esta provincia, a la vez que a ejercer el periodismo. Es la época del presidente Tomás Estrada Palma. Pablo asiste a la escuela del profesor Lima, en la Quinta de los Molinos, y se inicia ya en el aprendizaje de la lectura en La Edad de Oro de Martí, en un ejemplar que le dedica su abuelo Salvador Brau. Este acababa de recibirlo con una expresiva dedicatoria de Gonzalo de Quesada, el hijo espiritual de Martí, y se apresura a enviarlo a su nieto, aconsejándole que inspire sus ideales patrios en la obra del Apóstol, puesto que como Martí, él también será cubano. * Esta semblanza ha sido publicada por varias editoriales cubanas: La Habana, Universidad de La Habana. Instituto Julio Antonio Mella. Comisión de Extensión Universitaria 1972; Editorial Pablo de la Torriente. La Habana. 1995; Evocación de Pablo de la Torriente Brau. Editorial Letras Cubanas, La Habana, Cuba. 1997. Compilación: Raysa Portal. Prólogo. Víctor Casaus; Pablo: 100 años después. Palabras de Pablo. Ediciones La Memoria. Centro CulturalPablo de la Torriente Brau, La Habana, 2001. Este texto ha sido revisado para la presente edición.
Tras la reelección impopular de Estrada Palma y la sublevación en los montes de sus adversarios políticos, se produce en Cuba la segunda y funesta intervención norteamericana. Papá es separado de sus cargos. Esto, unido a la gravedad de nuestro abuelo materno, hace que la familia se separe, cuando apenas acaba de reunirse. Pasamos a Puerto Rico mamá, Pablo, Graciela y yo, todos nacidos en San Juan. Papá irá a la provincia oriental de Cuba, como profesor de los Colegios Internacionales de El Cristo. En este poblado, tres años después, se reunirá de nuevo la familia, instalándose definitivamente en la sociedad cubana en diciembre de 1909, justamente cuando Pablo acaba de cumplir ocho años. Más tarde nacerán en Santiago de Cuba nuestras otras dos hermanas, Lía y Ruth. En Puerto Rico se inicia la formación del carácter y la orientación moral de Pablo, a la sombra del abuelo materno, de principios austeros, patriota prestigioso. Mamá, con su austeridad y estoicismo, sabrá complementarla cabalmente. Ha tenido Pablo la suerte de heredar de Salvador Brau talento, virtudes morales y aficiones literarias y artísticas, así como los caracteres somáticos que le darán en el futuro prestancia física por su complexión atlética, andar ágil, ojos negrísimos, perfil correcto y cabellera oscura ondulada. Nuestra madre sabe aprovechar este privilegio y llena el alma de su hijo de la gran admiración que ella siente por su ilustre padre, para que su ejemplo le sirva como norma de conducta en la vida. Ya desde entonces tiene Pablo una gran ambición: ser marinero, llegar a almirante, dirigir una gran escuadra, ir a Puerto Rico y echar de allí a los norteamericanos que sojuzgan la patria. Así lo expresó en su primer artículo periodístico, cuando solo tenía nueve años, publicado en El Ateneísta, revista escolar de los alumnos del bachillerato, en los Colegios Internacionales de El Cristo. Sin duda alguna que estas manifestaciones tempranas de antimperialismo y las posteriores de verdadero internacionalista revolucionario, arrancan de nuestro ancestro y de las características de nuestro hogar: padres con arraigados conceptos patrióticos y profundos sentimientos antinorteamericanos. Repetidamente oíamos a nuestra madre decir que su abuelo Bartolomé Brau, pintor catalán, vino a Puerto Rico desde Barcelona perseguido por manifestar sus ideas liberales en su ciudad natal, en tiempos del despotismo. Su otro abuelo, Agustín de Zuzuarregui, y su tío abuelo, Carlos Asensio, venezolanos de origen guipuzcuano, pelearon bravamente al grito de «guerra o muerte» lanzado por el libertador de Colombia en 1811. A esto añadía papá que su bisabuelo, Vicente de la Torriente, había sido héroe de la guerra de independencia española. Al tomar el puente Vitoria, en Navarra, fortificado y defendido por un número superior de enemigos, quedó inutilizado del brazo izquierdo. Todos estos relatos exaltaron la prodigiosa imaginación de Pablo y despertaron en él afán de aventuras y luchas por la libertad y la defensa de la justicia social. Además, nuestras primeras lecturas políticas las hicimos en el Pica-Pica, semanario satírico y puertorriqueño hasta la médula. Fundado y dirigido por nuestro tío, Luis Brau de Zuzuarregui, durante treinta y cuatro años combatió la injerencia norteamericana en nuestra isla y fustigó implacablemente a los «portorriqueños», sometidos a los yanquis para convertirse en parias en su propia patria. Sin embargo, el Pablo adulto, de espíritu rebelde, audaz, de regocijado humorismo, impetuoso, violento, revolucionario, fue un niño tranquilo, taciturno, a veces melancólico, muy dado a la lectura y con ansias de verdad y justicia. Por aquella época, sin saber nosotros que existía la filosofía, nos interesábamos por la solución de los problemas sociales. Con sus reflexiones me llevó al anticlericalismo; nuestro padre [también] era ateo. Para él, la familia necesitaba estar unida por la sangre y la fraternidad del espíritu, sentir por un mismo ideal. Ya se vislumbraba al futuro comunista. Desde muy pequeña fui su gran admiradora; tuve la intuición de adivinar en él a un gran hombre. Asistimos a los Colegios Internacionales de El Cristo en 1910. Los Reyes Magos nos habían traído un carro pequeño, lo atábamos a un perro de Terranova y el buen León —como le decíamos— nos llevaba a la escuela. Al regreso, Nene —así llamamos siempre a Pablo sus padres y hermanas— decidía: «Ya el perro trabajó, ahora le toca disfrutar a él», y así entre los dos arrastrábamos el carro, con el perro dentro hasta la casa. Desde aquel entonces apodamos en casa a Pablo, Don Quijote. Pasamos a Santiago de Cuba. En 1913 fundó allí papá el Colegio Cuba, incorporado al instituto de la ciudad. En las paredes de las aulas del colegio quedaron impresas las primeras manifestaciones pictóricas y literarias de Pablo: batallas navales, cabezas de guerreros, etcétera, todo cuanto iba impresionándole en el estudio de la historia y, con esto, estrofas y sonetos relacionados con aquellos hechos. Mucho antes de empezar los estudios del bachillerato, por indicación de mamá, nos leía en voz alta a nuestra hermana Graciela y a mí —mientras hacíamos labores de aguja— los libros que ella nos escogía: El Quijote, en un ejemplar en miniatura que conservamos, cuya lectura interrumpía con escandalosas carcajadas, Víctor Hugo, Dumas, Verne; luego, cuanto libro caía en sus manos. En 1915 hizo su ingreso al bachillerato en el Instituto de Santiago de Cuba, donde cursó los tres primeros años, graduándose de bachiller en el Instituto de La Habana años después. Tenía gran indecisión en la carrera por seguir: la medicina no le gustaba, el derecho —tal como lo veía ejercer en el bufete del
doctor Fernando Ortiz— no le interesaba; las matemáticas no le entusiasmaban. Así, ya interesado en las luchas políticas de la nación contra la tiranía sangrienta de Machado, se matriculó en la Universidad de La Habana en la carrera de Ciencias Políticas, Sociales y Económicas, pero debido a su gran actividad revolucionaria de aquellos tiempos no la pudo cursar. En diciembre de 1919 nos trasladamos a La Habana. Pablo se niega a continuar sus estudios, pues quiere trabajar; y en enero de 1920 acompaña, como delineante, a nuestro amigo y antiguo profesor de matemáticas del Colegio Cuba, el ingeniero José María Carbonell, que va a Sabanazo, en Oriente, donde se va a fomentar un ingenio. Pablo tiene allí la oportunidad de conocer de cerca el penoso vivir del campesinado cubano: su lucha cruenta contra la miseria, contra la ignorancia, sin esperanzas de un futuro mejor. Al regresar a La Habana empieza a trabajar en el diario El Nuevo Mundo y en la revista El Veterano, ambas publicaciones dirigidas por el coronel del Ejército Libertador José Camejo Payents. Recibe de sueldo $ 1.00 diario que entrega a nuestra madre, diciéndole: «Yo no necesito dinero. No tengo vicios». ¡No los tendrá jamás! Un buen día, con su gran humor de siempre, me entrega un ejemplar de El Nuevo Mundo: «Léetelo, para poder decir que tengo un lector. No es justo que yo sea redactor, cobrador, repartidor y el único lector de mis trabajos». En esta época enseña a leer a Lía y da clases de historia de Cuba a Ruth. Fue un hijo y hermano ejemplar. Poco después va a trabajar en la comisión de adeudos del Ministerio de Hacienda. Gana $170.00 mensuales, sueldo fabuloso para su edad; pero el trabajo es poco y a los dos meses renuncia al cargo. «Soy —dice— demasiado joven para ser tan desvergonzado que acepte una botella». En 1922 se abre una convocatoria para ingresar a la Escuela Naval. Todos en casa creemos llegada la gran oportunidad de Pablo, ¡al fin podrá realizar su más grande anhelo! Asiste a las pruebas, va en primer lugar en todos los exámenes, pero en el último, en el de gramática, una humorada suya cambia el curso de los hechos. Hay una pregunta que dice: «¿Qué diferencia existe entre la palabra senador escrita con s o escrita con c?» Contesta correctamente, pero antes de entregar el examen pone una nota marginal. «En Cuba, senador es sinónimo de botellero». Esto le cuesta la anulación del examen y la renuncia a su gran aspiración; lo que después de bien pensado alegra a toda la familia que lo considera incapaz de soportar una disciplina militar. En 1923 Pablo, que es un magnífico mecanógrafo y taquígrafo, va a trabajar en el bufete OrtizGiménez-Lanier-Barceló. Trabaja todo el día por solo $ 80.00 al mes, a las órdenes del doctor Barceló. Pero pronto pasa a secretario del doctor Fernando Ortiz, en sustitución de Rubén Martínez Villena, que acaba de graduarse de abogado. Hay una gran comunidad de ideas y afinidades entre ambos jóvenes, y rápidamente anudan una profunda amistad. Rubén es poeta. Sorprende a Pablo, que en ratos libres escribe cuentos. Lee «El héroe». Le gusta mucho y se lo da a José Antonio Fernández de Castro, que lo publica en el suplemento dominical del Diario de la Marina en 1929. Desde 1923 Rubén anda unido a Julio Antonio Mella —el gran líder estudiantil— en trajines revolucionarios. En 1925, un grupo de jóvenes inquietos, guiados por Rubén, escogen el bufete del doctor Ortiz como sede de actividades antimachadistas. El país vive una situación caótica. Mella, como protesta por la arbitraria prisión de que es víctima, decide declararse en huelga de hambre en la Quinta de Dependientes. Pablo da su contribución económica para cubrir los gastos que representa sacar a Mella — casi agónico— del país, ya en libertad por la acción de las masas y después de la espectacular entrevista de Rubén y Machado, en la que Rubén lanza su lapidaria frase de «es un asno con garras». Además se encarga, en su carácter de mecanógrafo, de la redacción y ordenación de gran parte del material relacionado con este acontecimiento trascendental. Por esta época Pablo frecuenta Pro-Arte Musical, es un gran aficionado de la buena música. No se pierde un concierto, ni la actuación de los grandes artistas del mundo que son traídos del extranjero por esta institución. Es también un gran entusiasta del ajedrez. Pablo siempre fue amante de los deportes. Desde muchacho hacía toda clase de ejercicios: caminaba mucho, jugaba a la pelota en el Colegio Cuba y, en La Habana, acostumbraba a alquilar un bote en el muellecito del Templete con otros amigos, y remaba incansablemente para conocer todos los rincones de la bahía, y muchas veces salía mar afuera. Además, practicaba el método Strongfort: durante tres días de cada mes dormía en el suelo y tomaba por único alimento tres vasos de agua. Así logró un desarrollo corporal notable y armonioso. Fue miembro del equipo de fútbol americano del Club Atlético de Cuba, y se distinguió siempre por su actuación en la línea de choque, por su entusiasmo y decisión. Participó en distintas competencias. De aquella época hay una anécdota muy interesante. En 1928 su club fue a la ciudad de Atlanta, en Estados Unidos, para celebrar un encuentro de fútbol con el equipo local. Pablo, al comprobar que su equipo iba a perder con los norteamericanos por conocer estos mejor el juego y tener más experiencia, se
lanzaba con ímpetu contra la línea enemiga, a riesgo de recibir un golpe serio. Cuando le preguntaron por qué hacía aquello, contestó: «¡Ya que vamos a perder con los yanquis, quiero salvar el honor de Cuba a cabezazos!». En el Club Atlético conoció al doctor Gonzalo Mazas Garbayo, médico, poeta y cuentista, que también formaba parte del equipo de fútbol. Con Gonzalo trabó una entrañable amistad. Un día en que hablaban de literatura, Pablo le mostró su cuento «El héroe», que Gonzalo encontró muy bueno y lo felicitó. Unos días más tarde lo invitó a figurar en un libro de cuentos que se proponía publicar. En febrero de 1930 se terminó de imprimir el libro, que apareció en las vidrieras de todas las librerías de La Habana con un sugestivo título: Batey. El título fue idea de Gonzalo; el dibujo de la portada, un ingenio en blanco, rojo y negro, obra de Pablo. Su prosa originalísima, fuerte, vigorosa, llena de humorismo deportivo y agudeza, sorprende a la crítica cubana y extranjera que lo acoge con grandes elogios. Es esta una zafra agridulce de narraciones, en las que va unida una exuberante imaginación a la preocupación por grandes problemas sociales que dejaron huella en el alma de Pablo, durante su corta convivencia con la pobreza, el olvido y la agonía del campesinado cubano, en el indómito Oriente, y en la de Gonzalo, tanto en su estancia en Cruces, Las Villas —su pueblo natal—, como en el ejercicio de su profesión de médico. Con su estilo peculiar y su ironía sana, Pablo, desde su Batey, empezará a introducir una nueva tónica en las letras cubanas. En julio de 1930 Pablo contrajo matrimonio con Teresa [Teté] Casuso Morín, a quien había conocido durante su estancia en Sabanazo. En septiembre de 1930, el malestar de todo el pueblo es ostensible, pero hace falta unificar el espíritu de lucha contra la tiranía machadista. Esa oportunidad la proporciona el sabio y prestigioso anciano Enrique José Varona, con sus declaraciones históricas publicadas en El País donde ataca al régimen de Machado y enjuicia a los estudiantes que se despreocupan por las cosas de la vida cívica de la patria. Ya un grupo de intelectuales cubanos, encabezados por el doctor Ortiz, y entre los cuales se encontraban Juan Marinello, Pablo, Raúl Roa y otros, estaban organizando un homenaje a Varona, que se celebraría el día 3 de octubre con motivo del cincuentenario de su primera clase de filosofía. El 30 de septiembre de ese año, invitado por Roa, acude Pablo, bien temprano, a la Universidad de La Habana, desde donde partiría una manifestación hasta la casa de Varona. Pero la colina universitaria amanece rodeada de policías, «manchada de azul», como dijera Pablo. Otros de a caballo recorren las calles próximas. ¡El ambiente es de tragedia! Los estudiantes desisten de la manifestación a la casa de Varona. Hay una nueva consigna: ir al parque Eloy Alfaro y de allí ¡a Palacio! Sergio Velázquez anima con una arenga. Por todas partes salen jóvenes dispuestos a todo. Alpízar toca un clarín, Armando Feito despliega una bandera cubana. Pepelín Leyva y Rafael Trejo tiran piedras a la policía y sale la manifestación con gritos de «¡Muera Machado!» «¡Abajo el tirano!». Van sin armas de fuego, pero cuentan con los puños de Pepelín Leyva y de Pablo. Según frase de Roa: «Policía que tocan, policía que cae». Hay una gran gritería y lucha cuerpo a cuerpo entre estudiantes y policías. Suenan disparos de armas de fuego. Pablo cae desplomado sobre el suelo. Él cree que lo han herido de un balazo. Sólo cuando ve a Rafael Trejo a su lado, desfalleciente, es que piensa que el disparo ha sido para otro. Trejo muere en el Hospital de Emergencias, al amanecer del día siguiente. Isidro Figueroa, obrero, es herido de bala en un hombro. Pablo ha recibido una herida de ocho centímetros en la cabeza, que le produjo el policía Reine con un club. La pérdida de sangre es enorme; esta herida lo retendrá un mes en el hospital. Una vez en la calle, la lucha es más intensa. El 3 de enero de 1931 se reúne el Directorio Estudiantil — Raúl Roa, Juan Antonio Rubio Padilla, Roberto Lago, Carlos Prío, Carlos Manuel Fuertes Blandino, Félix Alpízar, Ramón (Mongo) Miyar y otros más— en casa del periodista de ideas republicanas Rafael Suárez Solís. Un grupo de miembros del Directorio ha decidido constituir el Ala Izquierda Estudiantil (AIE), y van a presentar su tesis a los demás. El AIE planteaba que había que vincular la lucha contra Machado a la lucha contra el imperialismo de Estados Unidos, que era el que imponía a este tirano. Pero los últimos en llegar a la reunión han sido seguidos por la policía y todos los estudiantes son sorprendidos, presos e internados en el Castillo del Príncipe. Cuando son liberados, Pablo escribe sus «105 días preso», un reportaje magnífico, palpitante, de estilo fácil, descripción amena y de gran contenido revolucionario, que aparece publicado en El Mundo, en doce artículos. La cárcel sólo ha logrado reafirmar sus propósitos revolucionarios. Escribe para Línea, periódico universitario, órgano del AIE. Toma parte en hechos de calle. Se reúne con otros compañeros y conspiran. A mediados de 1931, estando escondidos él y Raúl Roa en casa de José Zacarías Tallet, alguien da el soplo y son sorprendidos por el teniente Calvo, que los detiene. Y aquí otra anécdota de Pablo, digna de contarse, pues pinta su carácter, su fino humor, aun en los momentos más difíciles. «Mira —le dice a Calvo—, estoy terminando un artículo para Carteles, si lo termino me pagarán diez pesos». Sin esperar la contestación, se sienta a la maquinilla y sigue tecleando su trabajo. Los policías lo miran, se miran entre
ellos y acaban por sonreír y esperar. Cuando Pablo sale preso con la policía le grita a Tallet: «¡Cuando Quilez te pague los diez pesos me los mandas para la cárcel!». Esta vez son internados en el Presidio Modelo de Isla de Pinos y como Pablo estima que es una prisión injusta, decide no gastar ni en barbero ni en ropas. Se deja crecer el cabello y la barba hasta la cintura, iniciando así el uso de las barbas revolucionarias, como también había sido el precursor de la boina revolucionaria en el Castillo del Príncipe. En presidio, Pablo y Gabriel Barceló traducen del inglés al español el Materialismo histórico de Bujarín. Trabaja la madera, y con una maestría que a todos llama la atención, hace pulsos, cortapapeles, etcétera. Da clases de astro-nomía a los compañeros y mantiene todo el tiempo, inquebrantables, su optimismo y buen humor; goza de magnífica salud y hace ejercicios para conservarse «¡en forma!», como dice con frecuencia. En mayo de 1932 sale para el exilio. Proyecta ir a España, pero en Nueva York se encuentra con otros exiliados cubanos y decide quedarse en esa ciudad, donde para poder vivir realiza trabajos muy duros: friega platos, vende helados por las calles caminando más de trescientas cuadras diarias, carga sacos de millo, que pesan mucho más que él. Y aún le queda tiempo para fundar con otros compañeros revolucionarios el Club Julio Antonio Mella. Tras el derrocamiento de la dictadura de Machado, el 12 de agosto de 1933, Pablo retorna del exilio. Toma parte en todas las acciones importantes. La Universidad se convierte en uno de los principales centros de actividades políticas de la nación. En las asambleas generales estudiantiles se debatían los más diversos problemas relacionados con el gobierno y sus opositores, pero entre todas estas asambleas las más importantes de este período eran las depuradoras, en las que se analizaba la conducta de los profesores y su vinculación o no con la tiranía. Pablo participaba en las mismas en una doble función: como estudiante, con todas sus prerrogativas de voz y voto, y como periodista. Sus crónicas en el periódico Ahora, que describen estas asambleas, son fuentes documentales vivas para el estudio de este período del movimiento estudiantil. Según han afirmado los actores y estudiosos de esta etapa revolucionaria, no sólo son de una veracidad inigualada, sino que han salvado para la posteridad una de las acciones de mayor significación para todo el movimiento estudiantil y docente del país. Pablo fue uno de los artífices del más rico anecdotario que registran las disputas políticas estudiantiles; lamentablemente, algunas sólo permanecen en el recuerdo de sus amigos. Parco de palabra, construía la frase más afilada, la que dejaba caer en el momento preciso para hacer tornar en favor de las izquierdas el rumbo del debate. El primero en llegar, se sentaba indistintamente en el flanco derecho o izquierdo del anfiteatro. Con un cuaderno y un lápiz en la mano seguía con atención el curso de la controversia. No pedía la palabra, sino interrumpía para hacer una aclaración o un comentario, e inmediatamente se hacía el silencio para escucharlo. Era, junto con Gabriel Barceló, Pepe Elías Borges, Eddy Chibás y otros, muy respetado y querido, por su historia y su gran coraje revolucionario. Pablo denuncia los crímenes de Castells en el Presidio Modelo con extraordinaria valentía. En cambio, no acepta el nombramiento que se le ofrece de director del presidio de Isla de Pinos. Estima, y así lo dice: «No debe dejarse la dirección de un presidio a la bondad o maldad de un hombre. Debe ser nombrada una comisión de médicos, psicólogos, alienistas, abogados, maestros, etcétera, para que pueda ser estudiado desde todos los ángulos y pueda llegar a trasformarse el presidio, de escuela del crimen, en verdadero centro de rehabilitación social». Además, advierte: «¡No me ofrezcan puesto! ¡No he ido a la revolución como mercenario para lucrar!». A Machado lo ha sucedido Carlos M. de Céspedes y su gobierno anodino. El 4 de septiembre del mismo año se producía una rebelión militar. Surge la Pentarquía, Ramón Grau San Martín, de triste recordación para Cuba, se hace cargo del poder. Los grandes periódicos habaneros habían dejado de publicarse. El 10 de Octubre, conmemoración del Grito de Yara, aparecía un nuevo diario, Ahora, que trata de orientarse al nuevo orden revolucionario. Entre sus redactores figura Pablo de la Torriente Brau. Un día llega a la redacción, y de inmediato se sienta a la maquinilla y empieza a producir reportajes, crónicas humorísticas, biografías, textos de divulgación científica, artículos de proyección revolucionaria, relatos de aventuras, entrevistas a artistas, frases irónicas para los cintillos y pies de las caricaturas, trabajos históricos y editoriales; también publicó «La isla de los 500 asesinatos», sus memorias de Isla de Pinos. Y hasta el director de Ahora se sorprende de verlo rendir día a día su trabajo, como sólo podría hacerlo el que lleva muchos años en esta tarea. Todos se preguntan: «¿Dónde aprendió Pablo este oficio de periodista que realiza con maestría?». La respuesta es sencilla: Pablo es un periodista nato, genuino, como lo fue su abuelo Salvador Brau, que en Puerto Rico sorprendió también a sus ilustres contemporáneos —en los tiempos más difíciles de la colonia— que lo llamaron «maestro de periodistas», y, como Pablo, tampoco frecuentó ninguna escuela de periodismo.
Pablo hace un periodismo muy personal. Muchas veces crea el hecho, lo reporta y luego toma parte activa en él. Un día va a la Universidad, reúne a un grupo de estudiantes, y les dice que al día siguiente aparecerá en Ahora un reportaje suyo. Los hechos tendrán que producirse en ese día y ellos deberán tomar parte. Se trata de dar una tángana en el parque Albear, con gritos de «¡Abajo Batista y el imperialismo!», y romper una vidriera de la librería La Moderna Poesía. Los estudiantes van con él a realizar lo acordado, pero al darse cuenta Pablo de que la vidriera no ha sido rota, recoge una piedra del suelo y la tira. Al escándalo acude la policía y él mismo informa de los acontecimientos e indica en dirección contraria por donde han huido los estudiantes. Los hechos se han producido tal y como él lo ha redactado en Ahora. Cuando Ahora informa sobre el asesinato de Ivo Fernández, Pablo logra de Reynaldo Balmaseda, único superviviente de la tragedia, el autógrafo acusador. Se entera de la persecución que sufren los campesinos del Realengo 18 y allá va. Primera vez que a aquellos hombres se les acerca un intelectual con verdadero interés humano, que se preocupa por sus terribles problemas, dispuesto como periodista a dar a conocer las grandes explotaciones de que habían sido víctimas, la ignorancia y el olvido en que habían vivido; y en artículos vibrantes, acusadores, publicó estos hechos en Ahora. Consiguió un año de tregua para los realenguistas y la creación de tres aulas en aquel lugar, donde con más de mil niños no existía ninguna. «Realengo 18» sirvió de fuente de inspiración militar a nuestra Revolución, según expresión del Comandante Fidel Castro al escritor y periodista francés Régis Debray, que aparece en el libro ¿Revolución en la revolución? Pablo escribe en Ahora desde octubre de 1933 hasta marzo de 1935: desde el gobierno reformista y heterogéneo de Grau San Martín hasta la fracasada huelga de marzo de 1935, que colma de desaliento a toda la ciudadanía. Las cárceles están llenas. La persecución policial continúa. Pablo, amenazado al negar Balmaseda su declaración, tiene que abandonar el país. Por segunda vez al exilio, otra vez a Nueva York. Vive por un tiempo en casa de la madre de Carlos Aponte, el compañero de Augusto César Sandino que muere asesinado junto a Antonio Guiteras en El Morrillo. En Nueva York vuelve al trabajo rudo: carga bandejas, friega platos. Se reúne con otros revolucionarios: Gustavo Aldereguía, Roa. Fundan ORCA —el nombre se le ocurre a Pablo—, la Organización Revolucionaria Cubana Antimperialista. Pablo es el secretario de la organización y edita una revista de bolsillo llamada Frente Único, que entra clandestinamente en Cuba. La vida le es dura allí y el ambiente desagradable; pero por el momento no puede hacer otra cosa. No puede volver a Cuba. Piensa ir a Puerto Rico, pero estima que en aquellos momentos es como quedarse en Nueva York. No gana lo suficiente para distracciones; no puede ir ni al cine, su espectáculo favorito. En una carta familiar nos dice, siempre con su buen humor: El deporte que más practico es el de caminar, porque es el que menos cuesta. No he podido ir al Polo Ground que está a dos cuadras de casa. Sin duda, estos americanos tienen razón cuando dicen aquello de time is money. Porque si yo hubiera tenido el money hubiera conseguido el time.
Toma parte en mítines, reuniones, demostraciones de calle; colabora en periódicos de Estados Unidos, Ecuador, Venezuela, Chile, México y Argentina. Va un día a la exposición del pintor Antonio Gattorno y redacta un brillante artículo que titula «Guajiros en Nueva York», publicado en la revista Bohemia, de La Habana, en junio de 1936. Enviado este artículo por Berta Arocena al concurso Justo de Lara, que concede uno de los más grandes premios periodísticos de Cuba, el reconocimiento le es otorgado como homenaje póstumo a los dos meses de su muerte. El 18 de julio de 1936 estalla la insurrección militar en España. Pablo va a un mitin en Union Square en favor de la causa de la República Española. Y allí le irrumpe en la mente la idea de ir a España. De inmediato hace gestiones para trasladarse. Consigue credenciales como corresponsal de la revista New Masses de Nueva York, del periódico El Nacional de México y de El Machete, órgano del Partido Comunista Mexicano. Ya no tendrá sosiego hasta que pueda marchar a España. Escribe: He tenido una idea maravillosa: me voy a España, a la revolución española. […]. ¿Cómo no se me ocurrió antes la idea? […]. Acaso, estaré allí, cuando Mussolini y Hitler, no pudiendo sostenerse más se lancen a la guerra y vendrá entonces la batalla definitiva entre oprimidos y opresores... ¡Y asistiré de todos modos al gran triunfo de la Revolución!…
El día 1º de septiembre, en el «Ile de France», parte de Nueva York. Es el primer hispanoamericano que atraviesa el Atlántico para ir a la revolución española, y quedará allá como un símbolo de la solidaridad humana entre América y España.
Desembarca en El Havre. Asiste en Bruselas al Congreso de la Paz. Se queda una semana en París. De allí pasa a Barcelona, y el 24 de septiembre llega a Madrid, al Madrid heroico del «No pasarán». Ya ha enviado cartas, crónicas y reportajes desde París y Barcelona. Va a vivir la guerra española para aprender en ella y luego ser útil a Cuba, porque sabe que la única manera de librar a Cuba de las dictaduras y del imperialismo yanqui, única causa de nuestros males, será la lucha armada. Trabaja sin descanso. Recorre las calles, interroga a las gentes, toma notas, conoce a Alberti y a Bergamín. Va a ver a su amigo José María Chacón y Calvo. Entrevista al general Álvarez del Vayo, que le propone la publicación de su libro Presidio Modelo. Entrevista a Menéndez Pidal y a Gregorio Marañón. Conoce al general Julio Mangada. Se encuentra con Lino Novás Calvo, Policarpo Candón y Suárez Solís. Todavía actúa como periodista. Va a la Sierra de Guadarrama, asiste a las asambleas de los milicianos, polemiza con el enemigo. Y allí recibe su bautismo de fuego. Escribe sin cesar artículos y reportajes que envía a las revistas que representa. Se encuentra con el pintor español Gabriel García Maroto y se autodenominan comisarios políticos. Más tarde son nombrados por el general Julio Álvarez del Vayo. Pablo es enviado a la brigada que integran agricultores de Extramadura y Castilla, comandada por Valentín González, El Campesino, el que más tarde traicionaría a la revolución. Con tal cargo, Pablo va con los valientes milicianos a la Sierra, al norte de Madrid. Y como en todos los hechos y actuaciones de su vida, su entusiasmo, su alegría de vivir lo impulsarán a la lucha en primera fila. Y su optimismo en el triunfo le hará escribir en una de sus últimas crónicas: «Sin dudas, venceremos». Fue un comisario cabal, como requería la importancia del cargo. Contribuyó a la cohesión, eficiencia y capacidad del batallón revolucionario. Era el primero en el asalto y el último en el despliegue. Como dijo el periódico Claridad de Madrid, comentando su muerte: «Pablo era el comisario que necesitaban los luchadores para conservar su puesto sin vacilar, sin dejarse ganar por titubeos». Al mismo tiempo, se preocupaba por levantar el nivel cultural de la tropa: elije maestros, descubre al poeta Miguel Hernández y lo nombra jefe del Departamento de Cultura, y crea Al Ataque, periódico de la brigada. Proporciona actos de distracción y cultura a los milicianos. El tiempo pasa y la defensa de Madrid se hace cada vez más difícil. Queipo del Llano anuncia que dentro de pocas horas tomará café en la Puerta del Sol. Millares de madrileños se incorporan a las milicias republicanas. Pablo, que no era hombre para contemplar una guerra sin tomar parte en ella, deja la pluma, y se incorpora también al ejército popular. Y mientras ayuda a la liberación del pueblo español, peleando por todos los desposeídos del mundo, pero con el corazón y el pensamiento puestos en Cuba, en la revolución cubana, el 19 de diciembre de 1936, defendiendo el Estado Mayor del 109 Batallón de la 7ª División, atacados por el de Regulares de Ceuta No. 132, tras la gran artillería, destrozado el corazón por una bala fascista, cae como un héroe en el Cerro de Madajahonda, con su uniforme del ejército de las milicias populares y como un comisario político. Tres días permanece tendido sobre la nieve en campo enemigo hasta que es rescatado su cadáver. A su lado, Pepito, el niño de trece años, huérfano por las balas fascistas y que Pablo había adoptado en Alcalá de Henares, también había muerto. El 23 de diciembre, en una ceremonia impresionante, es enterrado en el cementerio de Chamartin de la Rosa, muy próximo a Madrid. En su pecho ensangrentado, en nombre del pueblo español y de su legítimo gobierno, se le imponen las insignias de capitán de milicias muerto en campaña. Embalsamado y en caja de bronce, es trasladado a principios de 1937 por Lelio Álvarez, cubano de la brigada de El Campesino, a la ciudad de Barcelona. Esperando ser trasladado a México, se le hacen guardias de honor en el Club Cubano Julio Antonio Mella, en la Ciudad Condal. Pero el traslado no es posible y se depositan sus restos en el nicho No. 3772 del cementerio de Montjuic, en Barcelona. Terminada la guerra, vencido el pago de los derechos del nicho, en septiembre de 1939, fueron trasladados sus restos mortales, junto a los de otros que también murieron peleando por la libertad, a una fosa próxima al nicho, donde esperan el momento oportuno para su regreso definitivo a Cuba. Nos queda el recuerdo de su vida limpia, generosa, de profundísima humanidad, y también el ejemplo de su obra de revolucionario honesto y valiente, del internacionalista convencido que murió peleando por una sociedad humana más justa, más digna y mejor: la sociedad comunista.
Mis recuerdos de Pablo en Santiago de Cuba*
Procedentes de San Juan de Puerto Rico, a bordo del vapor «Julia», de la Compañía Herrera, desembarcamos en el puerto de Santiago de Cuba, nuestra madre, Graciela Brau de Zuzuarregui, Pablo, Graciela y yo, en las Navidades de 1909, justamente cuando Pablo acababa de cumplir ocho años de edad. Éramos los únicos niños pasajeros y además, por la amistad de nuestra familia materna con el capitán Vaca, un simpático y avezado marino andaluz, fuimos tratados con tanta complacencia que nos adueñamos del barco, disfrutando de un viaje maravilloso. Pablo, que sentía una atracción extraordinaria por el mar y los buques, ya había atravesado dos veces el Atlántico, cuando apenas contaba dos años, con motivo de su primer viaje a España debido a la muerte del abuelo cubano, el ingeniero Francisco de la Torriente Hernández. Este viaje lo hacía sentirse importante y aseguraba que recordaba todo lo que había visto en aquel país. Ahora repasábamos por tercera vez el Mar Caribe. En Santiago de Cuba nos esperaba nuestro padre, Félix de la Torriente Garrido, y de inmediato nos trasladamos al poblado de El Cristo, donde él ejercía a la sazón como profesor en los Colegios Internacionales, muy afamados en toda la provincia oriental. En este Colegio fundó papá, aunque con carácter privado, la primera Escuela Normal de Cuba, que dio magníficos profesores, quienes luego dieron validez oficial a sus estudios. Recuerdo a Caridad Caballero, quien vive aún en Santiago y que fue maestra en el Colegio Cuba, cuando lo fundó papá años después en esa ciudad. Asimismo, instituyó para los alumnos de los Internacionales el Ateneo Escolar y la revista El Ateneísta, escrita exclusivamente por los propios alumnos. La repulsa patente de nuestro hogar puertorriqueño al invasor norteamericano, que había tomado nuestra isla borinqueña como botín de guerra a la terminación de la Guerra Hispano-Cubano-Americana, había calado profundamente en Pablo desde sus primeros años. Era nuestro abuelo Salvador Brau Asensio: poeta, dramaturgo, sociólogo, ensayista, periodista, político e historiador, y por encima de todo, un hombre de profundas convicciones, de moral incorruptible; un símbolo de dignidad y honestidad del pueblo puertorriqueño. En los tiempos más difíciles de la Colonia, compelido a anteponer la integridad de sus principios a las necesidades de la subsistencia de su numerosa familia, entregó al gobierno las llaves del tesoro —desempeñaba el cargo de cajero de la Tesorería General de Hacienda— con su frase: «A los hijos debe de dárseles, antes que pan, vergüenza». Y continuó combatiendo, desde las columnas de El Clamor del País, los desmanes y arbitrariedades del gobierno, con su pluma de maestro de polemistas, hasta conseguir la destitución del Gobernador General de la Isla, ordenada desde la Metrópoli. *Torriente Brau, Zoe de la. «Mis recuerdos de Pablo en Santiago de Cuba». Revista Santiago. No 23. pp. 25-46; septiembre 1976. Fondo de la familia. En ella aparece una nota en la página 25, con letra de Zoe, que dice: «A petición de Enrique López del Consejo de Redacción». Este texto ha sido revisado especialmente para esta edición.
Al ocurrir la intervención americana en la Isla, en 1898, los funcionarios españoles y puertorriqueños abandonaron sus puestos, arrasando con muchas oficinas públicas. Los interventores sólo encontraron en su puesto a Salvador Brau, restituido a su cargo al ser depuesto el Gobernador por el gobierno español. Sorprendidos, al preguntarle por qué permanecía allí, respondió: «Custodio la recaudación, miles de pesos españoles». Entonces exclamó el interventor asombrado: «Esta es la única oficina donde hemos encontrado dinero, pero no es nuestro». «Mío tampoco —se apresuró a decir Salvador Brau—, y no puedo llevarlo a mi casa». Ya Pablo había aprendido a leer en un ejemplar de La Edad de Oro —edición de 1905— regalo del abuelo, con bella dedicatoria, orientándolo hacia los ideales patrios de Martí, haciéndole la advertencia que él, Pablo, como el Apóstol de las libertades cubanas, llegaría también a ser cubano. Por estas razones, Pablo se sentía tan orgulloso de ser nieto de Salvador Brau y tan martiano —no admitía discusión— porque había aprendido a leer en La Edad de Oro. En El Ateneísta y en su segundo número, dejó Pablo de manifiesto, en el que quisiéramos llamar su primer trabajo periodístico, sus sentimientos antimperialistas, su repulsa a los intrusos, prometiéndose a sí mismo llegar a ser almirante y desalojar con su escuadra a los yankees de Puerto Rico. Tenía entonces nueve años.
Vivimos casi dos años en El Cristo. Siempre recordará Pablo, en sus cuentos y artículos, esta época feliz de su vida: la salida todas las tardes a la carretera, a ver el paso del tren central, los paseos en coche hasta Santiago, el Guaninicún, el río donde tirábamos a León, el perro de aguas que nos llevaba al colegio, tirando de un carro grande. A León lo envenenaron y Pablo, tan comilón, estuvo dos días sin probar bocado llorando a su perro, nuestro mejor amigo. Pablo amaba tanto a los perros, por su lealtad, como detestaba a los gatos por traicioneros. De El Cristo pasamos a Holguín, iba papá a fundar el Instituto Holguín, con gran matrícula de niños de distintos pueblos de la provincia, lo cual nos dio la oportunidad de conocer aquellos lugares, cuando en las vacaciones acompañábamos a papá a llevar a algunos alumnos a sus casas. Mamá, Graciela y yo fuimos a residir a Santiago; mientras papá, con Pablo de acompañante —siempre en peregrinación fundando centros docentes como Santa Teresa conventos, según sus propias palabras— pasó a fundar el Instituto de Bayamo, en la casa donde nació el Padre de la Patria. Todo este andar, desde temprano, fue ocasión propicia a Pablo para adentrarse en el sentir y pensar del pueblo de Oriente. Más de cincuenta años dedicó papá, Licenciado en Filosofía y Letras de la Universidad Central de Madrid, a la enseñanza en España, Cuba y Puerto Rico, donde fue director propietario, en la ciudad de San Juan, del colegio Centro Docente de la Unión Ibero-Americana, en la calle General O’Donell No. 6, frente a la Plaza de Colón, con la estatua del Almirante. En esta casa nació Pablo el 12 de diciembre de 1901. El lugar lo recordará humorísticamente en la introducción de su libro de cuentos Batey. Desde muy pequeña yo había sentido gran predilección y admiración por mi hermano Nene —así llamamos siempre a Pablo, sus padres y hermanas—, siempre estábamos juntos; en casa nos decían «los camaradas». A pesar de su carácter: callado, meditativo, tranquilo, en contraste con el mío, nos aunábamos perfectamente. Sabía Pablo tanto, en comparación con otros niños de su propia edad, era tan inteligente, tan honesto, sus contestaciones tan seguras, que me despejaba todas las dudas. Hacíamos competencias de memoria. Todos los días se aprendía una página de un diccionario pequeño que me repetía haciendo gala de su extraordinaria retentiva, que le permitió llegar a repetir un soneto sin un solo error, con sólo oírlo tres veces. Discutíamos sobre infinidad de materias: Geografía, Historia, Literatura, en las que siempre me aventajaba; no así en Matemática, que era mi fuerte. Conocía mucho de Mitología y Astronomía, temas a los que lo inclinaba mamá, de los que ella era tan conocedora. También comentábamos sobre problemas religiosos y hasta filosóficos y económico-sociales, sin sospechar aún lo complejo e importante de estas cuestiones. Era que a Pablo ya le inquietaban estos asuntos vitales como si fuera una persona mayor. Aprendí con él a manejar el diccionario y también a rechazar la falsedad de la Iglesia, y a sentir antipatía por los yankees imperialistas. Por esta época, ya en Santiago, donde nacieron nuestras hermanas cubanas, Lía y Ruth, mamá, que tantas labores preciosas nos hacía: casas de muñecas, estuches, encajes, etcétera, necesitaba con frecuencia materiales de trabajo y nos enviaba, a mí, para escogerlos y comprarlos, y a Nene para que me acompañara y cuidara. Nos daba dinero para el tranvía, para que regresáramos lo antes posible. Apenas doblábamos la esquina —vivíamos entonces en la calle de las Enramadas, a media cuadra de la Plaza de Marte— Pablo me proponía gastarnos el dinero del viaje en guineos y hacer la diligencia a pie, asegurándome que nos íbamos a divertir más. Sucedía que yo comía un solo guineo, y él los restantes, siete u ocho, sentados en el quicio de alguna puerta. Luego, cogidos de la mano, echábamos a correr para ganar el tiempo perdido. Hacíamos las compras o íbamos al correo a enviar algún cable a Puerto Rico. A veces se trataba de recoger algún paquete en la Aduana, que nos enviaba el abuelo o nuestra tía María Brau; o ir a recoger alguna medicina en la farmacia «El Comercio», de don Prisciliano Espinosa, buen amigo de papá, que siempre nos obsequiaba caramelos y pastillas de altea. Pero antes de regresar era indispensable para Pablo bajar a la Marina, donde se extasiaba en la contemplación de los barcos, viéndolos entrar y salir por el puerto de Santiago. Trabajo nos costaba apartarnos de aquel lugar. Posiblemente, con su prodigiosa fantasía, ya se imaginaba dirigiendo su gran escuadra hacia Puerto Rico para liberar a nuestra Isla. Al regreso, subiendo las empinadas cuestas de Santiago, a todo correr, con aquel calor sofocante, siempre llegábamos tarde y yo, generalmente con fiebre —estaba aún en la convalecencia del sarampión— y ante el regaño de mamá y la amenaza de que no saldríamos más solos, le dábamos la misma explicación, que no le satisfacía: «Como éramos muchachos, los dependientes nos despachaban los últimos». Pero Pablo se sentiría feliz de haber contemplado la bella bahía de Santiago, llena de buques, y pasaría el resto de la tarde en su diversión favorita de entonces: echar tablitas de las cajas de guayaba, buques imaginarios, en un depósito grande lleno de agua y hacerlas chocar unas contra otras hasta destruir y hundir en estas, sus batallas navales, a los buques-tablitas de la escuadra enemiga.
Una vez fuimos a casa de una costurera para recoger un traje que le estaba haciendo a Pablo. Al probárselo por última vez —Nene estaba muy grueso— por más esfuerzo que hacía la señora, no lograba entallarle la chaqueta. No pudiendo más, exclamó: «¡Este niño es cachicambiao!». Aquello me pareció ofensivo para Pablo. No conocíamos aún los provincialismos orientales, y muy alterada le dije: «Yo no sé qué insulto le ha dicho usted a mi hermano, pero podemos asegurarle que nosotros somos personas decentes. Me parece que usted no sabe coser. Mi mamá lo hubiera hecho perfecto». Y cogiendo la ropa, nos fuimos sin despedirnos. Al llegar a casa y enterarnos por Severina que la señora le había dicho contrahecho a Pablo, mi indignación fue mayor. Pero para Pablo, de carácter bonachón, aquello fue sólo motivo de risa. A pesar del amago de mamá de no permitirnos salir solos por no regresar a tiempo, continuamos haciéndole los recados hasta que un día, guiados por la afición de Pablo por los perros, corrimos detrás de unos muy grandes y bellos y jugando con ellos fuimos a parar a un callejón por los muelles, donde todas las ventanas de las casas tenían cortinitas blancas. No era un lugar apropiado al parecer… De inmediato una amiga le dijo a Severina, la niñera de Lía y Ruth, que había visto a los hijos de doña Graciela por aquella calle jugando con unos perros. Con el consiguiente regaño de mamá a Pablo, terminaron definitivamente nuestras correrías por el querido Santiago, que tan felices nos hacían y tan gratos recuerdos nos dejaban. Comentando estos hechos, años más tarde, Pablo decía: «En aquella época, los muchachos éramos muchachos, muchachos». Severina Portuondo, hija de esclavos africanos y ella también nacida esclava, era ahijada del Marqués de Portuondo, lo que tenía a mucho orgullo. Estuvo en nuestra casa todos los años que vivimos en Santiago. Nos adoraba y mamá la quería como a un familiar muy allegado. Cuando asistía a los bailes de la Tumba Francesa, mamá la engalanaba con sus mejores joyas. Nos cuidaba y nos quería como a sus hijos blancos, como ella nos decía. Aprovechando papá un 7 de diciembre, que no había clases en el colegio, fuimos los cinco hermanos con él y Severina a la catedral para bautizar a Lía y a Ruth. Pablo iba en representación de los tíos de Puerto Rico, que eran los padrinos. La buena de Severina, muy preocupada, al llegar a la casa le decía a mamá: doña Graciela, estas niñas van a ser herejes, porque Felín (Pablo) y Zoe no han hecho más que burlarse del cura. Yo intenté alfabetizar a Severina, cuando tenía ocho años, pero siempre terminábamos las clases peleando, no progresaba, ya era mayor y además, pretendía que aprendiera como yo, en los libros de versos de Campoamor. A menudo acompañábamos a Severina cuando iba a la tienda de víveres a hacer las compras, lo que aprove-chábamos para pedir la ñapa de sal y especialmente la de azúcar, que almacenábamos en latas de galleta para jugar a los comerciantes; pero esto nos duraba poco tiempo, en cuanto discutíamos, decidíamos separarnos del negocio. Pablo proponía dividir las ganancias, comiéndonos el azúcar, con lo que él llevaba siempre la mejor parte, pues a cucharadas, como si estuviera tomando sopa, acababa en un momento con toda la mercancía. Pablo nunca creyó en los Reyes Magos. En Santiago era él quien nos compraba los juguetes para ese día, tan ansiado por los niños. Un año yo pedí unos patines y me trajeron una muñeca (tenía varias). Al verme muy disgustada, me mostró una carta diciéndome con ironía: «Mira, el Rey Melchor te dejó esto, parece que él es americano, y, como tú eres puertorriqueña, te escribió en inglés, te la voy a leer: Dice que eres una niña desobediente, muy majadera, que te subes en los árboles —lo que hacía mandada por él, que era poco ágil, para coger ciruelas— y que si para el año entrante te portas mejor te traerá los patines». Yo estaba tan furiosa que le quité la carta de las manos y la rompí, sin mirarla, por lo que no vi su letra, que hubiera reconocido. Un rato después, reflexionando, le pregunté: «¿Si tú no sabes inglés, como puedes traducirlo? ¡Para algo estoy estudiando! —me respondió. Además, es muy fácil, porque la carta está escrita para que pueda leerla un niño». A veces me decía: «¿Recuerdas qué tomadura de pelo te di con la carta en inglés del Rey Mago?». Había copiado una página de un libro de lectura de ese idioma, aprovechándose para censurarme. Pablo había aprendido a leer en La Habana, a los cuatro años, y desde entonces fue un lector insaciable. Mamá estimuló mucho este afán pues, mientras Graciela y yo hacíamos labores, él, por su indicación, se sentaba a nuestro lado a leernos los libros que ella escogía. De este modo —decía mamá— Nene no está ocioso y los tres aprenden algo útil. Recuerdo que no tendría yo nueve años cumplidos cuando nos leyó El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, a grandes carcajadas, gozando hondamente la fantasía del famoso personaje. Aún conservo el ejemplar, edición microscópica ilustrada de 1909, en que inició la lectura de esta obra, que tantas veces releyó y de cuyo protagonista era émulo. Luego nos leería Los Miserables, de Víctor Hugo, obras de Dumas, de Verne, etcétera. Más tarde, en las horas de estudio, en el Colegio Cuba, escondería los libros de Salgari, que le apasionaban, dentro de la Geografía de Parrilla y ya después, cuanto libro cayera en sus manos.
En el año 1914 fundó papá el Colegio Cuba, en la calle Santa Rita baja No. 18 (hoy Diego Palacios No. 163) entre Padre Pico y Callejón de Rotondo, con un magnífico cuadro de profesores, de gran cultura y experimentados pedagogos. En la casa situada enfrente de la nuestra, vivía el notable y temido profesor de Matemáticas del Instituto de Santiago, Faustino Manduley, padre de Marcio, el joven revolucionario asesinado en el Machadato. El curso anterior, Pablo había asistido como alumno a la escuela pública —cuyo director era el profesor Villalón—en la cual recibió premio por su conducta y aplicación. La proximidad del Colegio Cuba a la Loma del Intendente —donde estaba el Instituto de Segunda Enseñanza de Santiago— nos permitía ir todas las tardes a correr patines y velocípedos por la cuesta, lo que Pablo aprovechaba para admirar la bahía y las naves. Por aquel entonces, Santiago de Cuba carecía de acueducto y para evitar epidemias, Sanidad repartía guayacones para echar en los depósitos de agua; estos pececitos se comían las larvas de los mosquitos. En una ocasión, los alumnos mayores le propusieron a Pablo, tan glotón, comprarle una barra de guayaba de dos libras si se la comía además de cinco guayacones, en la seguridad de que Pablo perdería la apuesta y pagaría la caja de guayaba. Con gran sorpresa de todos los compañeros, Pablo la ganó. Él decía que los guayacones lo inmunizaban. Lo cierto es que siempre mantuvo una fortaleza corporal tan extraordinaria como la de su espíritu. Papá, que era un caminador incansable, organizaba excursiones a pie, con profesores y alumnos, todos los domingos hacia las afueras de Santiago. Unas veces íbamos al Castillo del Morro, que entonces, sin carreteras, resultaba un lugar distante y difícil de andar, otras al Fortín del Viso, a la Loma de San Juan, también a Aguadores, más lejos aún. Cuando iba mamá, llevábamos una carretilla; también los pequeños a ratos subíamos a ella para descansar. Salíamos al amanecer, almorzábamos en el lugar; la comida se llevaba preparada. Por la tarde los muchachos formaban dos novenas y jugaban béisbol, dirigidos por papá, que era un apasionado de este deporte. Regresábamos a Santiago al oscurecer. A Pablo le entusiasmaban todos los deportes, entonces, sobre todo, el béisbol, jugaba el short-stop. En La Habana prefirió el fútbol, formando parte del equipo del Club Atlético de Cuba, conocido por el «Glorioso anaranjado», donde se distinguió por su entusiasmo y acción. En una excursión a Aguadores, se encontró Pablo una bala de cañón español y queriendo conservarla como recuerdo de ese día y de la guerra, se le ocurrió, sin decirlo a nadie, esconderla en el fondo de la lata grande, preparada para llevar los enseres de cocina. Todos se sorprendían, no podían explicarse el peso excesivo de la lata, mayor al regreso, llevando menos cosas. Todos, pasándola unos a otros, fueron cargándola hasta llegar al colegio. Descubierta la broma, Pablo tuvo que esconderse por la indignación de todos los compañeros. Pronto la casa de Santa Rita resultó pequeña para el colegio y nos mudamos para San Juan Nepomuceno y Santa Lucía (hoy Corona y Castillo Duany). La casa tenía un largo corredor por la calle Nepomuceno, ya desaparecido. La misma era propiedad de los doctores Luis y Rafael Espín. Al igual que la de Santa Rita, tenía un patio y traspatio enormes, con árboles frutales maravillosos de higos, ciruelas y guayabas, entre otros. En esta casa, en 1915, hizo su ingreso al bachillerato. Aunque el Colegio Cuba estaba incorporado al instituto de la ciudad, quiso papá que Pablo fuera alumno oficial del instituto, donde cursó hasta el 3er. año. Terminó el bachillerato años más tarde en el Instituto de La Habana. Matriculado en la Universidad de La Habana, en la carrera de Ciencias Políticas, Sociales y Económicas, no pudo cursarla por su dedicación de entonces a la lucha revolucionaria, que lo llevó a la persecución, prisión, exilio, y hasta su muerte heroica en España, combatiendo por los oprimidos del mundo. Era la hora de la clase del doctor Robira, profesor de Geografía, que Pablo aprovechaba para irse a la Marina, hasta que, informado papá de estas ausencias a clases, se le acabaron las huidas, teniendo que conformarse con la vista de la bahía que se le ofrecía desde la Loma del Intendente. La educación en nuestro hogar era muy severa. Un día, se acercó Pablo a mamá, muy inquieto — estábamos recién llegados de Santiago— para decirle que un niño le había mentado la madre. La respuesta de ella fue: «Ningún hombre de honor permite que le ofendan a su madre; que sea la última vez que me dices tal cosa. Cuando vuelva a sucederte actúa como corresponde y ven a decirme qué hiciste». Pablo se quedó un momento pensando y diciendo: «¡Ya sé!», salió. Un rato después llegó a casa un señor, con un niño de la mano, llorando, buscaba a papá, indignado porque Pablo había estropeado a su hijo. Llamó papá a Pablo para preguntarle. «Me mentó la madre» contestó él. «Muy bien hecho —le dijo papá— la próxima vez le das más duro. Y usted señor, eduque mejor a su hijo, enséñelo a respetar, porque no va a ser esta la última vez que lo van a abofetear. Y hemos terminado». El señor se fue sin poder decir una palabra más, y con seguridad sin comprender nada. Es por eso que Pablo joven, en La Habana, con frecuencia saldrá en defensa de la mujer vejada en el cine o el tranvía, del niño golpeado por mayores, aunque no fueran sus familiares, dándose el gusto de
llevar a la estación de policía al insolente o abusador y hacerle pagar multa por su atrevimiento, después de haber recibido unos buenos golpes de sus fuertes puños. Tenía Pablo catorce años y creció de manera tan precipitada, transformándose su físico, de bajito y grueso en alto y delgado, que tuvo que vestirse pantalón largo; entonces esto era un acontecimiento en la familia: el muchacho se convertía en hombre. De los profesores del Colegio Cuba recuerdo a M. Lorien (creo que era haitiano) educado en París, hablaba once idiomas, entre ellos el chino; José María Carbonell Zarragoitía, ingeniero, poeta, gran conocedor de la buena música, ajedrecista notable, gran matemático, inventó una grúa, y a pesar de su vasta cultura, de una modestia extraordinaria; Senén Rendueles, cultísimo, profesor de francés y matemáticas; Mr. Story, profesor de inglés; Don Antonio Vallejo, modelo de pulcritud, con su hermosa cabellera y barba color de plata, inspiraba gran respeto, presumía de autodidacta, había aprendido por sí mismo francés e inglés, era un magnífico retratista, y sobre todo, un notable profesor de Matemática. Como premio a nuestro buen comportamiento en clases, nos permitía decirle seis o más cantidades de seis u ocho cifras, que ya habíamos anotado, y apenas terminábamos de pronunciar la última cantidad, don Antonio nos estaba dando el total de la suma correctamente, por cálculo mental; don Juan Mir, mallorquín, muy buen profesor de todas las asignaturas de primaria. Otro profesor que siempre he recordado, un joven que estudiaba la carrera de Derecho por la libre, en la Universidad de La Habana, era tan capaz enseñando la ciencia de los números, que los alumnos más reacios a ella con él aprendían y hasta se entu-siasmaban con la materia: se llamaba Adalberto Me-néndez. Ya siendo Pablo adulto, Rendueles y Carbonell se hicieron grandes amigos suyos, llegando a veces a solicitar el consejo del antiguo discípulo. De los alumnos recuerdo a los hermanos Dumois, de Banes, que cursaban los dos últimos años de bachillerato; se divertían mucho oyéndonos discutir y pelear a Pablo y a mí y picando su amor propio propiciaban estos momentos; Limonta, Grimany, Carlos Grave de Peralta, tan inteligente, los Padrón, Jorge Colás —creo que fue el primer alumno matriculado en el Colegio Cuba— él y sus dos hermanos, muy queridos por papá, Pepe Carbonell, muy adicto a Pablo, Julio Sánchez, de memoria extraordinaria, los Jiménez, los Quiroz, Ángel Leyva, José Elías Borges, el médico revolucionario asesinado cuando el conflicto de las Quintas Regionales con la clase médica; los Maceiras y tantos otros. Leyva era hijo de un rico hacendado de Puerto Padre; su papá lo visitaba cada dos o tres meses y le dejaba bastante dinero para sus extras. Invariablemente en esas fechas invitaba a Pablo a tomar helado. Se sentaban los dos en el quicio de la puerta del colegio por el callejón y esperaban al heladero, que paraba el carrito frente a ellos. Comprando barquillo a barquillo, terminaban con todo el helado que el vendedor traía, el que esperaba pacientemente, sabedor de que tenía toda la mercancía vendida. Papá, gran entusiasta de la escuela al campo, trató de crearla en Cuba. El 7 de junio de 1916 publicó en El Cubano Libre de Santiago de Cuba una carta abierta, dirigida a don Emilio Bacardí, exponiendo su proyecto y pidiéndole cooperación para la realización de lo que él llamó “La Escuela del Porvenir”; justamente una escuela semejante a la Vocacional Lenin, donde el niño y la niña —todas las escuelas creadas por él fueron mixtas— recibirían instrucción general, cultivarían el campo, aprenderían artes y oficios y harían deportes. A don Emilio le pareció magnífico el proyecto y le prometió la ayuda necesaria; pero, la casa y el terreno próximos a Loma Quintero, propiedad del Consejo Provincial, que le habían ofrecido en arrendamiento, fueron inesperadamente adjudicados en subasta y el proyecto no pudo llevarse a cabo. ¡Eran los tiempos de la politiquería! ¡Qué feliz se hubiera sentido al saber que su ideal ha sido realizado por nuestra Revolución socialista! En 1917, por igual motivo —falta de espacio por aumento en la matrícula de alumnos— se trasladó de nuevo el colegio para San Jerónimo y San Bartolomé (hoy Sánchez Echevarría y General Bandera), una casa muy espaciosa —demolida hace algunos años— donde había estado el Colegio de don Lolo García, profesor prestigioso, fallecido poco antes. En las paredes de esta casa dejó Pablo gran cantidad de dibujos: cabezas de guerreros, batallas campales y navales y hasta poemas. A medida que se adentraba en el estudio de la Historia y la Literatura, plasmaba sus impresiones. Pablo fue un apasionado de todas las bellas artes, gran aficionado de la música clásica. De niño aprendió solfeo con mamá y se recreaba oyéndola tocar el piano. En La Habana fue socio fundador de Pro-Arte Musical. Asistía a todos los conciertos y actuaciones de todos los artistas famosos que esa institución traía del extranjero. Los colegios privados más conocidos por aquella época en Santiago eran el de don Juan Portuondo, el Juan Bautista Sagarra de don Luis Buch, el de doña Concha Caignet, la Academia de María Caro, notable pedagoga, y el Cuba de papá.
El Colegio de don Luis [María Buch Rodríguez] convocó a un certamen entre los alumnos de las escuelas privadas, en el que ofrecía un primer premio con medalla de oro y un segundo premio con medalla de plata, a los alumnos que presentaran los trabajos manuales más originales. Al otorgar los premios se pretendió dar la medalla de oro a un alumno del propio colegio de don Luis Buch, que había presentado una réplica pequeña del edifico del colegio, bellamente trabajado, pero en el que no había originalidad de ningún tipo. Pablo había presentado una cerradura grande de madera, inventada por él, para los portones de las casas de Santiago, cuyas llaves tenían más de una cuarta de largo. En este trabajo de Pablo sí había originalidad y probada eficacia. Presentada la protesta correspondiente, el tribunal que otorgaba los premios acordó suprimir el primer premio y otorgar dos segundos premios, con medalla de plata, a Pablo y al niño que presentó la réplica del edificio. El Diploma de Pablo lo conservo a nombre de Félix, pues su nombre era Pablo Félix, y también a veces le decíamos Felín. Al ingresar en el instituto, hizo valer su primer nombre de Pablo, que usó siempre en su vida pública y revolucionaria. En esta casa de San Jerónimo tenía el colegio un magnífico Museo de Historia Natural y aparatos para las clases de Física y Química, regalo a papá de su muy querido y buen amigo el doctor Ambrosio Grillo Portuondo, médico notable, excelente persona, verdadero médico socialista, que atendía a los alumnos del Colegio Cuba. El doctor Grillo escribió para el Colegio Cuba un himno atlético que cantábamos todos los viernes, con música de Gustavo Rogel. Los sentimientos antimperialistas de Pablo fueron afirmándose, primero por papá, antiyankee, quien no quiso volver a Puerto Rico, porque no soportaba la presencia allí de los norteamericanos; luego, porque todas las semanas recibía mamá el Pica-Pica, semanario satírico, independiente en política y puertorriqueño hasta la médula, dirigido por su hermano Luis Brau, desde el cual estuvo combatiendo la intromisión norteamericana en Puerto Rico y a los nativos que por mejorar su condición económica se les sometieron indignamente, desde 1908 hasta su muerte, ocurrida en San Juan en 1942. Dado su estilo de periodismo, tío Luis tenía que salir siempre a la calle con un estoque. Estas fueron nuestras primeras lecturas de carácter político, que mantenían a Pablo al tanto de los aconteci-mientos importantes de aquel país y que arraigaron aún más sus convicciones antimperialistas. Los alumnos de los colegios incorporados iban todos los años a examinarse al Instituto de Santiago; pero en mayo de 1919 se enteró papá que los catedráticos del Instituto estaban examinando a los alumnos de los Jesuitas en su propio colegio, frente a la Plaza Aguilera, negándose a proceder de igual modo con los colegios laicos. El motivo, dicho por un catedrático vecino nuestro, era que en el Colegio de Dolores, como llamaban al colegio de los Jesuitas, terminados los exámenes, el rector, muy amablemente, le entregaba a cada catedrático examinador un sobre cerrado que contenía un obsequio, lo cual no podían esperar de ningún director de los colegios laicos. Sin perder tiempo papá envío una carta a La Habana, al licenciado Manuel Fernández Guevara, su gran amigo desde la infancia, anticlerical y senador de la República, informándole del caso. Rápidamente y por telegrama, se ordenó desde La Habana, por la Secretaría de Educación, que sólo podrían ir los catedráticos del instituto a examinar a los colegios incorporados que estuviesen situados a más de once kilómetros del local del instituto. Los alumnos del Dolores terminaron ese año sus exámenes en el instituto, y finalizó aquella situación de privilegio para el colegio religioso. El director del instituto era el doctor José Antonio Ortiz, médico, dueño de la Clínica Los Ángeles, el famoso Pepe Ñico, calambuco y mezquino. Su venganza no tardó. En su carácter de director, fungió de presidente del tribunal de inglés, asignatura que faltaba por examinar a los alumnos del Colegio Cuba, y que no era por cierto a la que mayor importancia daba el instituto. Nos hizo el examen él solo, sobre obras de Shakespeare, como si nos hubiéramos ido a graduar en literatura inglesa y suspendió a todos los alumnos de nuestro colegio, con gran disgusto de los otros dos profesores, personas decentes, pero que no tuvieron coraje ni civismo para protestar de esta arbitrariedad. Pablo había terminado el tercer año del bachillerato y pensando papá que pronto ingresaría en la Universidad, vendió el colegio y nos trasladamos para La Habana, en diciembre de 1919, donde de inmediato abrió otro colegio en un lugar céntrico de esta ciudad. Pablo ya había expresado su deseo de trabajar y estudiar por la libre. Aprovechando la proposición de Carbonell —nuestro antiguo profesor y amigo muy querido— para que lo acompañara como ayudante de delineante en los trabajos de fomentar un ingenio en Sabanazo, en enero de 1920 regresa Pablo a la provincia de Oriente, donde permaneció varios meses, teniendo ocasión de conocer de cerca la vida mísera del campesinado cubano. Más tarde trasladaría a su libro de cuentos Batey —escrito en colaboración con su amigo fraternal, Gonzalo Mazas Garbayo— sus preocupaciones sobre los problemas sociales allí vividos. Batey fue
acogido con grandes elogios por la crítica nacional y extranjera, por su fuerza imaginativa, estilo peculiar y humorismo sano. Al regresar a la capital pasaría por Santiago para avivar sus recuerdos de su querida ciudad y abrazar a nuestra Severina, que recibiría una de las emociones más grandes de su vida. En La Habana, enseña a leer a Lía, da clases de Historia a Ruth, hace crítica a las pinturas de Graciela y me trae ejemplares de El Nuevo Mundo —periódico donde trabaja, dirigido por el Coronel del Ejército Mambí José Camejo Payents— para que conozca su labor que incluye una biografía del General Emilio Núñez. Comentamos sobre los estudios y sobre los libros interesantes que con frecuencia me regala y me escribe dedicatorias y poemas humorísticos. Es un hijo y hermano preocupado y cariñoso. Entrega a mamá cuanto gana, él no tiene vicios, dice: «No necesito dinero». En 1922 se le presenta la oportunidad de ingresar en la Escuela Naval, de realizar sus sueños de llegar a ser almirante, pero su buen humor, característica sobresaliente suya, lo impedirá. […] La familia se siente feliz con este fracaso, comprende que Pablo no hubiera soportado una disciplina militar, en una institución que apoyaba a un gobierno inmoral, sometido al imperialismo yankee. Ingresa como taquígrafo en el bufete de Giménez-Ortiz-Barceló, pasando rápidamente a secretario del doctor Fernando Ortiz, sustituyendo a Rubén Martínez Villena, graduado recientemente de abogado, a quien le une una entrañable amistad. Aunque desde 1923 Pablo está unido a Rubén, en interés de la nación —ya en crisis— que la tiranía machadista llevará a una caótica situación, es el 30 de septiembre de 1930 cuando se le conoce públicamente por sus actividades contra la dictadura de Machado. Presentado por Rubén a Raúl Roa —que llegaría a ser su mejor amigo, según carta suya a mamá, desde presidio— este lo invita a que concurra a la colina universitaria para tomar parte en la manifestación que los estudiantes han organizado a casa de Enrique José Varona. En este acto de calle y en esta fecha, que marca una nueva etapa en la lucha insurrecta contra el imperialismo y los gobiernos oligárquicos, surge el mártir; cae muerto por un balazo el estudiante Rafael Trejo y Pablo recibe su bautismo de sangre, herido gravemente por un toletazo en la cabeza, que lo obliga a permanecer un mes en el Hospital de Emergencias. De allí, al Castillo del Príncipe. La lucha contra Machado toma caracteres nacionales. A la salida de la prisión, Pablo relatará sus «105 días preso» en El Mundo, reportaje real, de estilo fácil, humano y gran fuerza revolucionaria, que demuestra la calidad del gran periodista que llegaría a ser. Por sus actuaciones revolucionarias, antes de un año volverá a la cárcel, esta vez al Presidio Modelo de Isla de Pinos, donde permanecerá casi dos años, hasta su salida para el exilio. Se dirige a España, pero se queda en New York. A la caída del «asno con garras», regresa a Cuba. Toma parte activa en las asambleas universitarias, como estudiante y periodista. La Universidad se convierte en uno de los lugares de mayor actividad política del país. Asiste a estas reuniones, e informa por la prensa con estilo tan veraz, que quedan sus artículos como testimonios indispensables para el estudio del movimiento estudiantil y de la nación. En octubre de 1933 volverá Pablo a Santiago. Sale de La Habana justamente el día que llegan los restos de Mella de México. Asiste como delegado del Ala Izquierda Estudiantil para organizar la celebración de la Primera Conferencia Nacional de esta organización, de la cual surgirá la convocatoria para el Congreso Estudiantil, que será el primero que se celebre después del efectuado por Mella. Queda constancia de esta visita en Adelante, periódico de Santiago, en cuya redacción es atendido por José Antonio Portuondo. En 1934 ingresa en el periódico Ahora, donde dejará en poco más de un año innumerables artículos, sobre diversos temas, siempre al servicio de la Revolución, informando la verdad, denunciando injusticias, combatiendo los males sociales. Allí aparecen sus vibrantes trabajos sobre «La isla de los 500 asesinatos» —su denuncia del Presidio Modelo—, artículos recordando a sus compañeros asesinados en la lucha contra la tiranía, sus formidables trabajos sobre Chicola, denunciando a los Falla Gutiérrez en su explotación de derechos de los pescadores, y «Realengo 18», que sirvió de fuente de inspiración militar a nuestra revolución socialista. Queriendo conocer la verdad de la amenaza de desalojo de las tierras que se hacía a los montunos del Realengo 18, va a ese lugar, convive varios días —igual que hizo en Chicola— con los campesinos, para traer al periódico y al conocimiento de toda Cuba sus acusaciones de la explotación de que eran víctimas y el abandono criminal en que vivían por parte de las esferas gubernamentales. Por su labor tenaz se dio un año de tregua a los campesinos del Realengo y se crearon tres aulas para una población de más de mil niños, donde no existía ninguna. A su regreso a La Habana, desde Guantánamo, pasará de nuevo y por ultima vez por Santiago. Se despedirá, sin sospecharlo, de la ciudad de sus «infinitos recuerdos de infancia». Anticipándose a la burda promesa del gobierno de Mendieta, de enviar a Santiago varios de sus secretarios de despacho para tratar de resolver los graves problemas que confrontaba la ciudad en
educación, obras públicas y sanidad, publicó en Ahora, los días 7 y 8 de febrero de 1935, su emocionante artículo «Santiago de Cuba», donde describe a la vez la belleza de la ciudad, denuncia su abandono y miseria y da también la solución a sus males. Al llegar la anunciada comisión a Santiago, el día 9, el recibimiento del pueblo estuvo a la altura que merecía la comisión ministerial. Con el fracaso de la huelga de marzo de 1935, aconsejado por sus compañeros, va al exilio, otra vez a New York. Sigue actuando, convencido de que no habrá cambio completo posible en el gobierno de Cuba, sin la contienda insurreccional. En España se produce la traición al gobierno de la República, el 18 de julio de 1936. Le asalta la idea de ir a España. Consigue credenciales como corresponsal de varios periódicos comunistas. Cuando la defensa de Madrid es más peligrosa, deja la pluma y se incorpora a las valientes milicias y con júbilo combatirá en primera fila. El 19 de diciembre de 1936, de frío intenso en Madrid, cae atravesado el corazón por una bala fascista, defendiendo el derecho de toda la humanidad a una vida más digna, con el pensamiento y el corazón puestos en la Revolución Cubana. Queda su sangre generosa en el Cerro de Majadahonda. Junto a él, Pepito, el niño huérfano por las balas fascistas, que había amparado para traer a Cuba, cae también. En el campo enemigo permanece tres días su cadáver, hasta que, rescatado, es enterrado en el humilde cementerio de Chamartín de la Rosa, próximo a Madrid, donde en ceremonia impresionante, se le imponen en su pecho ensangrentado las insignias de Capitán de milicia muerto en campaña. Días después, con el propósito de llevar su cadáver a México, es trasladado a Barcelona; y en el cementerio de Montjuic, en la Ciudad Condal, espera el momento propicio para ser traído a Cuba. Nos queda el recuerdo de su vida limpia, de su profunda humanidad, de su valor y dignidad de combatiente internacionalista que ofrendó su vida alegremente en defensa de los derechos inalienables del hombre, con convicción plena del triunfo de la Revolución, como expresó en una de sus últimas crónicas: «Sin duda, Venceremos». La Habana, 5 de septiembre de 1976
Gratitud inmensa*
Señores Miembros del Gobierno de la República Española en el exilio. Señores Miembros de la Asociación de Ex-Combatientes Antifascistas Revolucionarios. Grandemente emocionada quiero expresar en nombre de mis familiares todos, y en el mío propio, nuestra más profunda gratitud por este homenaje espontáneo y sincero que el Gobierno de la República Española en el exilio y la Asociación de Ex-Combatientes Antifascistas Revolucionarios rinden esta noche, simbólicamente, en la persona de nuestra madre, a la memoria inolvidable de nuestro hermano Pablo. Fácil es comprender la honda significación de este acto solemne. Para ustedes, jóvenes ex-combatientes que fuisteis a exponer vuestras vidas combatiendo al lado de las heroicas milicias españolas, respondiendo sinceramente a vuestras convicciones por amar tanto la libertad y la justicia, en el recuerdo de vuestros compañeros caídos, asesinados por las hordas fascistas, veis la frustración a [sic] vuestros más nobles empeños por la implantación de un mundo de justicia y equidad. Para vosotros, exiliados españoles, que os acoge esta la más hospitalaria de las tierras, con amor de patria, tal vez este acto represente aun más dolorosa significación. Os recuerda el tiempo, ese compás de espera que se hace interminable, para que regreséis a vuestros hogares, a vuestra España, que españoles desnaturalizados mancillaron; entronizando en ella la más cruel de las dictaduras. Desgobierno que falsas democracias alentando el fantasma de la guerra pretende perpetuar, ayudando a sostener en el poder al ente despreciable de Francisco Franco.
Porque compartimos vuestros sentimientos, porque anhelamos la libertad del suelo español, ahora doblemente sagrado para nosotras, y porque ansiamos un mundo mejor para la humanidad, y tenemos fe en que ese día llegará, os repito, nuestra emoción es muy honda, nuestra gratitud inmensa.
Palabras de Zoe en el homenaje a Pablo de la Torriente Brau transmitidas por RHC, desde el Anfiteatro Municipal de La Habana, la noche del 2 de mayo de 1949, en el acto organizado por la Asociación de Ex-Combatientes Antifascistas Revolucionarios.
ZOE POR RUTH
Un pedazo de magia colgada de un hilo*
Desde el balcón de su apartamento en Calle Línea, a escasos metros del malecón habanero, Ruth de la Torriente Brau contempla la tarde como si sus ojos viajaran deprisa y quisieran captar el último instante del crepúsculo, la luz que cae, apuñalando las horas, sobre las difusas siluetas de las casas antiguas y modernas del Vedado, sobre los ruidos de la ciudad que van a morir al mar. El mar, un misterio que siempre ha rondado la vida de los Torriente Brau, un puente de agua e historia entre las islas de Cuba y Puerto Rico, «como de un pájaro las dos alas». Y las bahías de La Habana y de Santiago de Cuba donde iban, de pequeños, los hermanos mayores, Pablo y Zoe —y sobre todo, Pablo— a deleitarse con el ir y venir de los barcos. Ahora el mar es un puerto de entrada a los recuerdos, una añoranza salpicada de frutas tropicales, canela, mermelada de guayaba, coquito rayado y queso. La espuma de las olas se ha detenido momentáneamente. Un pliego de viejos papelitos bordados e imágenes sepia viaja sobre los contornos de la memoria; hay fotos, apuntes, cuadernos, libros... Confluencia de caminos y ventana abierta a todos los paisajes es esta casa donde la silueta de una mujer camina por el largo pasillo, entra en la habitación, enciende la lámpara y pronuncia una palabra, un nombre. Zoe y Pablo ruedan calle abajo y Santiago es una ola de chiquillos abejoneando sobre el muelle. Hay vendedores de periódicos, una conga callejera, una mulata que disimula el escote, un perro famélico. Una niña rubia trenza una palomita de papel y en unos segundos el ave sube rápidamente. Su trepada es apenas un sueño, un pedazo de magia colgada de un hilo… Entrevistas inéditas realizadas por las compiladoras de este libro a Ruth de la Torriente Brau sobre su hermana Zoe: octubre de 1996, abril de 1997 y diciembre de 2005.
¿Dicen que Zoe no se llamaba Zoe? Lo de su nombre fue una tragedia. Bautizada como María Magdalena Zoe Rosalina, siempre quiso que la llamaran Zoe. Cuando estudiaba si no escribían Zoe en los diplomas no los aceptaba. Zoe y Pablo eran muy unidos y de pequeños hacían maldades juntos… Papá viajó con Nene para España a ver a mi abuela. Nene tendría año y pico. Cuando regresaron fueron para La Habana. Ya Nene tenía casi cuatro años. Mamá había viajado de Puerto Rico con Güiqui y con Zoe, y en La Habana se encontraron todos. Zoe tendría entonces dos años y pico. Pablo y ella se llevaban casi dos años. Un día papá los puso juntos en la misma cuna para que se relacionaran mientras mamá hacía las labores de la casa. Pasaron como dos horas y no se sentía nada, había un silencio tan grande en el cuarto que mamá fue a ver lo que pasaba y se los encontró a los dos en la cuna de lo más entretenidos. Nene le cortaba un mechón de pelo a Zoe y ella le cortaba otro a él. No supo cómo habían logrado hacerse de aquellas tijeras. Realmente así fue como ambos se conocieron porque cuando Pablo fue para España con papá, Zoe estaba recién nacida. Aquel incidente tan entretenido para ellos fue su primer acercamiento como hermanos. Así empezaron a quererse y fueron muy unidos toda la vida. Se compenetraban mucho. Eran muy inteligentes, estudiosos; además se compensaban uno al otro porque Nene era muy tranquilo, silencioso mientras Zoe era todo lo contrario. ¿Cómo influyeron en ustedes, especialmente en Zoe, su mamá, el abuelo y los tíos puertorriqueños? Mi mamá tuvo una influencia muy grande sobre mis hermanos mayores, Zoe, Pablo y Güiqui, que vivieron en Puerto Rico. En esa época vivían con mi abuelo Papador, con los tíos. Mamá los sentaba a los tres a su alrededor. A mis hermanas las ponía a bordar o a tejer y a Pablo le daba un libro para que leyera. Mamá adoraba a su padre. Se pasaba la vida hablando de él y de lo que hizo como periodista y por defender a su país y eso nos lo transmitió a todos. En casa recibíamos el Pica-Pica, de corte satírico costumbrista, que editaba mi tío Luis. A Pablo y a Zoe le encantaban aquellas caricaturas. ¿Por qué le decían Papador a Salvador Brau? Supongo que para abreviarle el nombre, como se llamaba Salvador, en vez de decirle abuelo, Zoe, Güiqui y Pablo lo llamaban Papador. Probablemente fue Zoe la primera en llamar al abuelo de esa forma. A mi abuela Encarnación, ellos le decían Mamachona. Esos motes se les quedaron para toda la vida. Zoe siempre se sintió cubana, pero también puertorriqueña. Ese doble sentimiento fue común para toda la familia no sólo por mi mamá y el abuelo sino porque de aquella isla eran Güiqui, Pablo y Zoe. Pablo pintó un retrato de mi abuelo que estaba en el cuarto de Zoe, en la cabecera de su cama. Un día ella decidió enviárselo a la familia de Puerto Rico junto con una colección de libros del abuelo que ella había encuadernado. Zoe siempre quiso que aquel retrato de mi abuelo, hecho por Pablo, se conservara en Puerto Rico, en el museo de Cabo Rojo, donde se guardan diversos objetos de los próceres de la libertad de ese país. Abuelo era un hombre muy alto, delgado. Tenía un carácter recto pero era también muy amable con sus nietos. De origen humilde, su formación fue autodidacta. Trabajó en una imprenta y luego comenzó a escribir, publicó poesías… El gobierno puertorriqueño lo envió al Archivo de Indias en Sevilla, España, para que escribiera la historia de Puerto Rico. En aquella ciudad española vivió durante varios años con su familia. Contaba mi mamá y Zoe que para escribir ese libro —que llegaría a ser el texto fundamental de historia de la isla borinqueña— consultó y revisó cientos de volúmenes. Zoe y Pablo iban juntos al correo a recibir y llevar las cartas y los paquetes que enviaban mi abuelo y tíos desde Puerto Rico. Papador ejerció una enorme influencia en mis hermanos y en sus ideas de libertad, independencia, honradez y justicia. Mamá era la hija predilecta de mi abuelo. Ella nos transmitió el cariño que siempre sintió por su padre. Dense cuenta que desde jovencita vivió alejada de su familia, porque en Cuba no tenía a nadie, excepto a su esposo y a nosotros que éramos sus niños. Su vida la dedicó a hablarnos de su familia, de sus padres. Nos enseñó también a amar a Puerto Rico. ¿Cómo era Zoe, su carácter, dicen que siempre fue una rebelde? Zoe era terrible. Todo lo contrario de Nene. Los alumnos de papá en el Colegio Cuba los echaban a pelear. Dice Zoe que Nene en esa época era un poco gordito, muy callado, muy silencioso; se pasaba la vida leyendo mientras ella era la campeona en hacer maldades. Tenía una memoria fabulosa. Yo, por el contrario, soy el reverso de la medalla.
Recuerdo que siempre le preguntaba: «¿Zoe, te acuerdas de tal cosa?»; y al momento me respondía. Era muy acuciosa y no se le olvidaba ningún detalle. Durante años se dedicó a construir el árbol genealógico de toda la familia. Para eso se carteaba con familiares de España, de Puerto Rico y así localizó como a setenticinco parientes. Siempre fue muy independiente. Iba sola a matricularse en las escuelas. Tenía seis años cuando regresó de Puerto Rico por segunda ocasión. Sentía delirio por mi abuelo y mi abuelo por ella. Le escribía casi todos los días, le daba cuentas de todas las cosas. Era muy gracioso porque también le contaba sobre los regaños y penitencias que mis padres le imponían por sus maldades. Papador, por su parte, le escribía poesías y versos en las postales y le mandaba un peso en las cartas. Papá por donde quiera que pasó dejó fundada una escuela y un team de pelota. Zoe era asidua visitante de las aulas de la escuela de papá, ella asistía como oyente y aprendía horrores, tenía una facilidad tremenda para las matemáticas. Muchos estudiantes de la escuela de papá tenían bicicleta. Ella le decía: «Si me prestas la bicicleta, te pongo un bistec de más en la comida». Cuando se acercaba la hora de la cena, iba disparada a ayudar a Severina, la nana que nos crió a Lía y a mí, a servir la comida de los que eran alumnos internos. A los que le habían prestado la bicicleta, les ponía en el plato un bistec, arriba el arroz y los frijoles y luego el otro bistec de premio; pero era tan mala que al que incumplía su petición le escupía la comida. ¡Era terrible, terrible! Se pasaba la vida con las piernas o los brazos rotos. Cierta vez Nene quería hacer un cajón y había unas maderas en el techo del convento que quedaba al fondo del colegio, entonces le dijo: «Zoe, encarámate allá arriba y tírame esas tablas». En un santiamén se trepó en el techo y una a una le tiró todas las tablas que necesitaba Nene. Tendría entonces como ocho años. Cuando mamá se enteró le dijo que se había convertido en una ladrona y como estaba en los días de hacer la primera comunión tenía que confesárselo al cura. Incluso, para asustarla, le aseguró que si no se lo contaba al cura en el momento de tomar la hostia, podía pasarle alguna cosa mala. Pero Nene, para contentarla, le dijo: «No hagas caso a lo de la hostia que eso es mentira». Zoe fue a confesarse. Cuando regresó, mamá le preguntó: «¿Te confesaste por fin, hija?». Zoe respondió afirmativamente. Al verla tan tranquila, continuó indagando mamá: «¿Qué le dijiste al cura?». A lo que Zoe respondió sin ningún alarde: «Se lo dije todo, que era muy malcriada, que hacía maldades…». Dísele mamá: «Ah, pero no le dijo al cura que usted era una ladrona». Y respondió Zoe: «¡Ah, no! Él no me lo preguntó». (Risas). Un día mamá le encomendó a Nene que acompañara a matricular a sus hermanas al Colegio de Señoritas de Angelita Ramírez, en Santiago de Cuba. Pero le advirtió: «Tú no digas nada, deja que sean ellas mismas las que se matriculen para que aprendan a defenderse». Güiqui, que tenía un carácter muy dócil, matriculó sin ningún contratiempo; pero cuando le tocó el turno a Zoe, la persona que hacía esos trámites le pregunta por su nombre completo. Ella le responde: «Zoe de la Torriente Brau». «Ah, si, Zoe de la Torriente». Y al ver que omite el Brau. Le pregunta: «¿Usted no sabe quién es Salvador Brau?» Ante la respuesta negativa, le dice molesta a Pablo: «Nene, vámonos de esta escuela que aquí no aprenderemos nada, esta señora no sabe quién es Papador». Ella tenía delirio con mamá. En una época le dio por coleccionar estampitas, de esas que venían en las cajas de caramelos. Tenía muchísimas. Un día, en el aula las juntó todas para mostrárselas a sus compañeras; pero la maestra la sorprendió y se las quitó. Zoe se puso de acuerdo con las muchachitas para recoger algunos borradores de las aulas. Cuando la profesora dio la espalda para escribir en la pizarra, Zoe dio la voz: «Uno, dos y tres» y se los lanzaron. Imagínate, de inmediato la directora fue a darle las quejas a papá y le pidió, de favor, que sacara a Zoe de la escuela. ¿Usted y sus hermanos fueron bautizados? Sí, mi hermana Güiqui y Pablo fueron mis padrinos. Severina, que trabajaba en nuestra casa en Santiago de Cuba, que era de la Tumba Francesa, a quien queríamos mucho, le insistía siempre a mí madre para que nos bautizara, no quería que fuéramos unos herejes y por eso nos llevó a bautizar. ¿Y qué estudios realizó Zoe después que la familia se estableció, definitivamente, en La Habana? Concluyó el bachillerato en el Instituto de Segunda Enseñanza de La Habana y luego estudió Farmacia. Hubiera querido graduarse de médico pero en aquella época era muy difícil. A pesar de todo tuvo suerte porque un tío nuestro, Fernando Loynaz de la Torriente, le pagó la carrera. Cuando se graduó el tío había perdido todo y ella le entregó su primer sueldo. También aprendió mecanografía de forma autodidacta. Cuando Zoe se graduó de Farmacia, Pablo le regaló un libro de autógrafo, le dijo que cuando lo llenara se lo iba a dibujar. Tiene muchas firmas importantes, entre ellas la de Bonifacio Byrne. Era muy notable en las matemáticas y también en las letras. Papá le decía que era una enciclopedia viviente.
Por otra parte, en Zoe se combinaban dos cualidades: la inteligencia intelectual y las habilidades manuales. Tejía y bordaba y, además, aprendió a hacer macramé y el encaje inglés. Cuando vino para La Habana sufrió cierto cambio. Es curioso cómo ella, que siempre fue tan independiente y maldita de niña y adolescente en Santiago, cuando llegó a La Habana se volvió completamente tímida, si salía, Lía o yo teníamos que acompañarla. Claro, cuando comenzó a estudiar y a relacionarse era tremenda, muy decidida, una cualidad que la acompañó toda su vida, en sus trabajos y en sus ideales. Cuentan que Zoe tenía mucho apego por una comadrita que cuando niña maltrataba y luego, cuidaba como una reliquia. La familia tenía un silloncito, una comadrita como se le decía antes, que ya sobrepasó los doscientos años. Mamá siempre la colocaba frente a una ventana y Zoe de niña venía y se tiraba en ella. Papá le corría con un palo por toda la casa para que no lo volviera a hacer. Desde hace unos años la comadrita está en España, se la regalamos a la hija de nuestra prima que también se llama Zoe para su hija María Zoe. Es una pieza de un inestimable valor para nosotros porque perteneció a la familia desde el siglo XIX. Mamá siempre le ponía en el respaldar un tapete bordado a cruz con una especie de castillo. Zoe y Pablo amaban los animales. ¿Tenía Zoe particular predilección por alguno? Le encantaban los gatos. Por cierto que Nene le escribió un poema a su gato Moña: Plegaria a Dios en la gravedad de mi gato “Moña” ¡Señor! Soy una virgen pálida que ora con fervor ante tu altar, piadoso acoge mi cálida plegaria y siempre te he de amar. ¡Señor! ¡Señor! Yo tengo un gato que si es cojo y anda como un pato eso mismo lo hace más hermoso el pobre está enfermito de una cruel dolencia y a ti acudo en mi dolor. ¡Señor! Yo tengo conmigo mis padres y cuatro hermanos y a más tengo una abuela bajo cielos lejanos. Y si a alguno de ellos prefieres en cambio del enfermito accedo aunque tú no lo creas, pues ninguno me importa ni un bledo ni un pito, pero si eres cruel y cobarde y en mi dolor te recreas y consientes que pierda al enfermo sabe que te odio sincera y deseo que te parta un mal rayo. La Habana, 1921 ¿Qué contaba Zoe acerca de la amistad del abuelo Salvador Brau con Gonzalo de Quesada? Siempre le escuché comentar a Zoe que Gonzalo de Quesada tenía una estimación muy grande por mi abuelo. La Edad de Oro, el libro que José Martí escribió para los niños, tiene una dedicatoria escrita de puño y letra por Gonzalo de Quesada para mi abuelo. Papador se lo envió a Nene, cuando este todavía era un niño. Por esa razón Pablo dijo que aprendió a leer en ese libro. Zoe guardó durante mucho tiempo el ejemplar. En una ocasión se lo prestó a alguien que nunca se lo devolvió. Ella se pasó toda la vida lamentándolo. Era la prueba de la amistad que unió a mi abuelo con Gonzalo de Quesada, el hijo predilecto de Martí.
En la trepada, el papalote se detiene sobre la bulliciosa avenida. La tarde languidece y las miradas sucumben ante la estampida de la luz. La calle ha quedado huérfana de ruidos. Adentro, una sinfonía de recuerdos descorre el telón y Zoe camina, silenciosa, hacia la noche…
CORRESPONDENCIA
De don Salvador Brau* Santurce, 23 de marzo de 1912.
Mi queridísima Zoe, nietecita de mi alma. Con qué gusto recibí ayer tu carta; cómo que me hicieron tanto bien tus letras y tus cariños, que después de dos semanas en que no podía levantarme, he salido hoy a la sala, y en un sillón te escribo. ¿Conque te pilló una fiebre de 41 grados? ¡Ay, qué infame fiebre! Y pobrecita mi niña, sufriendo, sin que Papaol pudiese darle besos y monedas, y contarle cuentos bonitos para alegrarla. Por eso he estado yo tan malo, sin adivinar que mi querendona estaba sufriendo, pero pensando en cómo estarías tú y tu mamá y tus hermanitos. Pero en fin, ya estás mejor. Ahora cuídate, porque debes estar buena para ayudar a tu mamá y distraerle sus penas con tus besos. Ya que yo no puedo sentir que ella los aproveche. Dile que me alegraré se vaya a Cuba [Santiago de Cuba], pues tu papá no puede abandonar el Colegio, que necesita atención personal. Y ella después de una temporada en Cuba, con otro clima y otra gente, se volverá a Holguín repuesta del todo. Tu papá debe hacer un sacrificio para evitarse consecuencias. Me gustó mucho que eligieras el beso, porque me prueba que los quieres de veras, ahora cuando te vuelva a escribir yo te mandaré la recompensa. Esta vez está Paol «bruja», y ya sabes que si no hubiera venido tu carta a alegrarme no salgo de esta cama, que odio. Yo quisiera ponerme mejor para ir a verte, pero eso no puede ser. Y como yo no puedo vivir sin saber de ti, sígueme escribiendo, y ríete de los que se molestan, sobre todo de Don Felín [Pablo], a quien voy a tirar de las orejas, porque a mí hay que quererme de verdad. Le di a Tití tu carta, pero ella no puede contestarte. Trabaja muchísimo y para desgracia se enfermó Miguel y ha tenido que guardar cama, pero ya está mejor. Concluyo mandándote un canasto de besos. Repártelos con Doña Gracielita que no sé por qué no me escribe. Y para ti el corazón del viejito.
Papador Fondo privado de la Familia Torriente Brau.
De Eduardo R. Chibás*
Habana, octubre 14 de 1933.
A los compañeros miembros de la Comisión Depuradora de Hacienda. Compañeros: Les recuerdo muy especialmente a las Srtas. Lía de la Torriente y Zoe de la Torriente, hermanas de nuestro camarada Pablo de la Torriente, el perpetuo presidiario, rogándoles que se esfuercen por facilitarles a estas muchachas una oportunidad de servir a la revolución desde esa Secretaría con el mismo entusiasmo con que su familia toda sirvió en tiempos de Machado.
Cordialmente,
Eduardo. R. Chibás* * Fondo documental Pablo de la Torriente Brau. Fondo de la Familia. Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau. Aparece al margen de la carta una nota manuscrita de Zoe que dice: «Agradecimos a Chibás su espontánea y generosa recomendación, pero no la utilizamos». ** Abogado y político cubano (1907-1951). Forma parte de la protesta estudiantil por la libertad de Julio A. Mella. Integra el Directorio Estudiantil Universitario (DEU). Fundador del Partido del Pueblo Cubano (Ortodoxo).
De Jorge Quintana* Miami, mayo 8 de 1935. Dra. Zoe de la Torriente En La Habana. Mi querida y buena amiga: Al llegar a esta ciudad hube de enterarme de cómo la reacción se ensañó contigo, arrebatándote la posición que con más derecho que muchos poseías. Es la mayor injusticia que pueden haber cometido. Contra ti no podían haber formulado otra acusación que la de que eres hermana de Pablo. Pero eso es más que suficiente para que los bárbaros te despojaran de tu plaza. No está lejano el día en que la justicia resplandezca de nuevo y los bribones que tan ladinamente te han tratado, paguen muy caro sus traiciones. Para ese día te prometo hacer de mi parte todo lo que humanamente pueda porque vuelvas al hospital. Tú eres de lo mejor que allí podía existir. Tu decencia los abrumaba. Nos sentiremos muy orgullosos de que en sonada la hora de las reivindicaciones, aceptes volver. Créemelo sinceramente. Saludos a tu familia y recibe con estas letras un fuerte apretón de manos de quien os admira sinceramente, Jorge Quintana*
879 S.W 3 rd. Street. Pto. 18. Miami, Florida. Fondo documental Pablo de la Torriente Brau. Fondo de la Familia. Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau. En carta a su mamá, Pablo, desde su exilio neoyorquino, hace referencia a este hecho: «[…] Luego he sabido que dejaron cesante a Zoe por comunista» [...]». Veáse, carta a Graciela Brau de Zuzuarregui, 8 de abril 1935, en Cartas Cruzadas. La Habana, Ediciones La Memoria, Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau, 2004, p. 40.
Periodista y bibliógrafo cubano (1910-?). En 1949 ingresa en el Archivo Nacional para encargarse de los trabajos de investigación histórica. Entre 1959 y 1960 fue director de esa institución.
De Gonzalo Mazas Garbayo* MEDIALUNA, 24 DIC, [1936]. 6. p.m. SRTAS. TORRIENTE CONSULADO TREINTITRES, HABANA. ESPERO NO SE CONFIRME TRISTE NOTICIA. AFECTOS. GONZALO* * 7. 10 p.m.
Fondo documental Pablo de la Torriente Brau. Fondo de la Familia. Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau. **Médico y escritor cubano (1904-1978). En 1930 publicó el libro de cuentos Batey, escrito a cuatro manos con Pablo. Fue amigo de la familia Torriente Brau.
De Esther Rosell de Carbonell*
Stgo. de Cuba, 24-Dic-1936.
Mi queridísima Zoe: No habrían ustedes llegado a esa cuando la noticia de que habían matado a Torriente corría por toda la ciudad, y por consiguiente, tres o más personas se dispusieron a dármela. Yo no la creí al principio, pero según oigo me temo que sea verdad y eso me tiene como tú has de suponer. Hazme el favor de escribirme y decirme qué es lo que hay sobre tan terrible asunto. Yo no lo quiero creer.
Las abraza Esther* *
Fondo documental Pablo de la Torriente Brau. Fondo de la Familia. Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau. Esposa del ingeniero José María Carbonell Zarragoitía, amigo de la familia Torriente Brau y con quien Pablo trabajó varios meses como auxiliar de delineante en Sabanazo, localidad de la zona oriental de Cuba.
Stgo. de Cuba, 28-Dic-1936.
Queridísima Zoe:
Ante la realidad de la catástrofe, diremos impotentes: ¿qué vamos a hacer? ¡Conformarnos! Eso había de suceder, no ha debido ni sorprendernos, porque Torriente exponía demasiado su vida siempre. Yo recuerdo —¡cuántas veces!— haberle reconvenido en ese sentido, a lo que él siempre me contestaba que todo era preferible a morir de reumatismo en su cama. ¡Qué vamos a hacer! Tu pobre madre es a la que yo considero ahora: ¡tan digna de mejor suerte! No la he olvidado un momento en estos días, sintiendo no estar allá con ustedes para acompañarlas en estos tristes momentos. Calculando la llegada de Uds. Zoe, ¡qué horror! Dile a Graciela que haga esta suya, que más adelante le escribiré en particular. Que tenga conformidad, que después de todo, de todos los males que acechan a nuestros hijos en este mundo, la muerte es el menos malo. Escríbeme y sabes que es nuestro este duelo también, y aunque a distancia está con ustedes.
Esther
De Severo, esposo de una de las primas* [San Vicente de la Barquera, Santander, España] 20-5-37. Querida prima Zoe: He tardado en contestarte, perdóname. Soy perezoso para escribir, y en momentos tan tristes por los que estamos pasando, a causa de esta maldita guerra, la pereza se siente por todo. Sólo hay un pensamiento: la guerra. Nunca pudimos pensar que esta tragedia os pudiera alcanzar a vosotros tan de cerca. Por los periódicos nos enteramos de la muerte de tu hermano. Sabíamos que había venido a Madrid, por carta que escribió a Panchito, y aunque en la prensa no figuraba más que el apellido, como coincidían este y el cargo que desempeñaba, no dudamos fuera él quien tan triste fin tuvo. Os harías cargo de la impresión que nos produjo, y de la pena que sentiremos por él y vosotros. Creo haber recibido noticias de tu tía que escribió desde S. Vicente hace tiempo. Por si no hubieras recibido carta de ella, te daré las noticias más salientes de toda la familia. Tu tía, está ahora en Navajeda, con la mujer de Loy, que ha tenido una hija. Están bien. Pablito en Hermosa, con su mujer e hijos. Sin novedad. Panchito en Hermosa, con su mujer. Se casaron a primeros de año. Bien. Fiuca, los pequeños y yo, perfectamente. Renée, en esta con nosotros. También bien. Eloy, incorporado a un regimiento de artillería en Astu-rias. Está muy bien, de habilitado. Susín, incorporado a un batallón de infantería, en Arija, hasta que vino enfermo. Ahora está en Penagos, de convalecencia, con su mujer y suegros. Se casó poco antes que Panchito. Tiene un buen destino en su batallón, pues está de topógrafo. Escríbenos, contándonos cosas vuestras, pues ya que tal vez no lleguemos nunca a conocernos personalmente, por lo menos, que sea por carta. Bien poca cosa es, pero es algo. Abrazos.
Severo Fondo documental Pablo de la Torriente Brau. Fondo de la Familia. Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau.
De su tía Sofía* Hermosa, 26-1-40. Querida sobrinita Zoe: Pasado mañana debe salir para esa el «Comillas», y no quiero vaya a esa sin llevar noticias nuestras. Panchito ha recibido cartas tuyas y el regalo para su hijita. Panchito con la nena en el brazo le habla de ti, le cuenta mil cosas, le dice que eres muy guapa y muy buena y que él quiere sea la chiquitina como tú, muy lista; la nena lo escucha, se pone muy contenta y se ríe. Todos leemos tus cartas con mucho gusto y cree que todos también te queremos muchísimo. Los amigos de Cuba sólo han estado aquí una vez. Dicen mis hijos que son muy simpáticos. Cuando yo vine de S. Vicente fue Loy a decirles que ya estaba yo aquí. Le dijeron vendrían a verme pero no lo han hecho. Hace como un mes los encontramos en la calle en Santander y parece están muy disgustados con tanto frío y preparando sus cosas para volver a esa lo antes posible. Nosotros con todo esto muy contrariados, pues deseamos muchísimo distribuir estos bienes. Nuestro deseo es hacer dos lotes y sortearlos para saber cada uno lo que es suyo, pero creemos que con estos Sres. no vamos a hacer nada, ya veréis que pensáis, no olvidéis que nosotros deseamos muchísimo, pero muchísimo tenerlo arreglado y que consideramos fácil de hacer. A la capilla y la casa, que se nos hundieron cuando el temblor de tierra, se les han echado los tejados pero por dentro no se ha hecho nada, mil dificultades para los materiales y de obreros y horrores de precios en todo, y para colmo de cosas desagradables, se nos han caído tabiques en esta casa que vivimos en la parte de las escaleras, todo a consecuencia del temblor de tierra y esperamos se nos sigan cayendo más. Fiuca y familia hace mucho viven en Bilbao. Están contentos. Neé siempre con ellos. Suso con su mujercita y nena en Pamplona están muy contentos. Loy, María y un niño de 4 años que tienen, están aquí desde que licenciaron su quinta. Ya me diréis si durante la guerra recibisteis varias cartas y postales mías, pues varias veces os dije por donde andaban mis hijos. En un periódico de Santander leí lo del pobre Nene. Había escrito una postal a mi pobre Pablito (N.P) diciéndole estaba en España y de otro salto vendría a Hermosa. Estábamos contentísimos pensando tenerle en casa ¡qué horror, Zoe, qué horror! Ya Pancho te contará. Yo no puedo hablar de la horrible y espantosa guerra pasada. Te seguiría escribiendo más pero en este momento no puede ser. Ya lo haré otro día. Un abrazo a papá y a mamá y muchos besos para tus hermanitas y para ti. Sofía* Fondo documental Pablo de la Torriente Brau. Fondo de la Familia. Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau. Tía de Zoe. En la carta aparece una nota manuscrita de Zoe que dice: «Pablo de la Torriente Velarde, [nacido en San Vicente de la Barquera, Santander (1900-1937)] nuestro primo hermano, fue muerto (nunca se encontró su cadáver ni se supo en qué forma lo mataron) cuando triunfaron los tropas de Franco y tomaron Santander. Él combatía en un frente de izquierdas de Asturias. Su hermano Francisco, Eloy y Jesús, combatieron en frentes de las izquierdas por Burgos, Navajeda y Asturias.»
De José María Carbonell* Sept-11-1951.
Mi querida familia Torriente Brau: Zoe: Recibí tu postal (muy bonita, por cierto) y si antes no te contesté fue porque quería mandarte el dibujito que te prometí, de mi patio. Todavía no te lo he hecho porque he estado muy ocupado; pero te lo haré pronto.
Quiero darte las gracias por los regalitos que me hiciste. El cenicero me ha encantado. No te digo más que creo que voy a aprender a fumar para usarlo. Lo tengo sobre mi chifforrover, para que lo usen mis amigos cuando vienen a visitar mi estudio. El almanaque también es precioso. Lo conservaré. Por aquí anduvo El Campesino. Supongo que habrá ido a conocer a la familia de Pablo. ¿No han hablado ustedes con él? Yo no pude verlo personalmente; pero lo oí por radio, donde después de su discurso contra los comunistas, recordó a Pablo con verdadera y honda emoción. Citó varios nombres de revolucionarios y guerrilleros republicanos, pero de Pablo habló largamente. Dice que el pueblo español conserva sus restos en urna de bronce para entregarlos al pueblo cubano cuando llegue la ocasión. Tuvo frases muy bellas. Dijo que la pluma de Pablo hacía mayores estragos que toda una batería de artillería; y que fue determinante en el abastecimiento de víveres y municiones que fluían a España de los países de habla castellana; pero que Pablo estuvo siempre ansioso, desde que pisó suelo español, de cambiar esa pluma maravillosa por el fusil… (Cuando vuelva El Campesino no se me irá sin hablarme personalmente de Pablo). ¿Van a menudo a Acapulco Beach? Bueno, Zoe, ¿cuándo vienen ustedes por acá? Yo las esperaba para La Caridad. Todavía no aparece la trigueña… Las quiere siempre José María Carbonell Recuerdos a toda la familia, a Raulito, a Hilda, a Rosa… Fondo documental Pablo de la Torriente Brau. Fondo de la Familia. Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau.
Al general Alberto Bayo* Habana, 26 de febrero de 1959. General Alberto Bayo,* * Campamento Libertad, Marianao. Distinguido General: Informada por la prensa de La Habana, de que ha sido constituido el “Comité por la reconquista de la libertad en España”, me apresuro a enviarle en estas líneas, en nombre de mi madre Graciela Brau, viuda de Torriente, de mis hermanas Graciela, Lía y Ruth, y en el mío propio, nuestra más decidida adhesión a ese Comité y a ofrecer nuestra cooperación entusiasta al mismo en todo cuanto pueda ser beneficioso a la causa de la libertad del pueblo español. Aprovecho la oportunidad para ofrecer a usted, nuestra consideración y simpatía. Dra. Zoe de la Torriente Brau s/c Línea 951, Apto .1, Vedado, Habana. * Fondo documental Pablo de la Torriente Brau. Fondo de la Familia. Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau. * *Militar español que en la guerra civil alcanza el grado d e t eniente coron el. Exi liado en México, en la década del 50, funge como ins tructor de los exp edicionarios del Granma. Pablo hace referencia a él en «E l Partido Socialista Unificado de Cataluña», crónica escrita en los días de la contiendaespañola.
Del general Alberto Bayo * La Habana, 4 de marzo de 1959. Dra. Zoe de la Torriente Brau Calle Línea, 951, apto 1. Vedado. Ciudad [de La Habana] Distinguida doctora: Es para mí de verdadera satisfacción contestar a su atenta carta fechada el 26 del ppdo mes de febrero, en la que una vez más da una prueba de la gran devoción que siente la familia de la Torriente por la libertad. Muchas y muchas gracias por sus generosos ofrecimientos, expresados con bellísimas palabras. Le suplico se digne hacer presente mi respetuoso saludo a su adorada mamá, Sra. Graciela Brau, Vda. de la Torriente y también a sus queridas hermanas Graciela, Lía y Ruth. Los hombres de la República Española no olvidarán nunca al valiente y heroico comandante Pablo de la Torriente Brau, que con su ejemplar conducta ofrendó su joven vida por la libertad, luchando bravamente contra las fuerzas de la tiranía internacional. Puede tener la seguridad de que su gentil adhesión será tenida en cuenta en momento oportuno. Aprovecho la ocasión de ofrecerme de vd. atto, su. s,s. q, b, s, p. Alberto Bayo Giroud Fondo documental Pablo de la Torriente Brau. Fondo de la Familia. Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau.
De Dolores Ibárruri, Pasionaria* La Habana y enero de 1964. A Lía y Zoe de la Torriente Queridas:
Perdonadme por no haber sabido hallar unos momentos libres para saludaros. Os escribo estas líneas, y os abrazo ya con un pie en el estribo, en mi viaje de retorno.
Vuestra, cordialmente
Dolores Ibárruri * * * Fondo documental Pablo de la Torriente Brau. Fondo de la Familia. Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau. En esta misiva aparece una pequeña nota manuscrita por Zoe sobre Pasionaria que dice: «Tuvimos el gusto de abrazarla en Moscú en septiembre de 1976». ** Dirigente comunista española y luchadora antifascista, nacida en Vizcaya (1895-1989). Despliega una titánica actividad política a favor de la causa republicana que se expresa en discursos, visitas a los frentes de combate, viajes de propaganda, labor de agitación tanto dentro como fuera de España, en los años de la guerra civil (1936-39).
De Nicolás Guillén * Sep-26-68. Cra. Zoe de la Torriente Mi estimada amiga: Revolviendo el otro día en una librería capitalina, di con el libro adjunto, que me parece es de su papá de usted. Se lo mando por intermedio de Loló, a quien hablé de este asunto, pidiéndole la dirección de ustedes. Que estén todas bien son los deseos de su aftmo. amigo y Co.,
Nicolás Guillén* * * Fondo documental Pablo de la Torriente Brau. Fondo de la Familia. Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau. ** Poeta Nacional de Cuba y amigo de la familia Torriente Brau (1902-1989). Contemporáneo de Pablo. Participó en el Congreso de Intelectuales Antifascistas, celebrado en Valencia, España, en 1937. Fue presidente de la UNEAC desde 1961 hasta el momento de su muerte.
De Manuel Guillot* Sancti Spíritus, 29 de septiembre de 1975. A Zoe de la Torriente Brau. Mi querida compañera y amiga: El sábado por la tarde llegó el libro que me ofreciste de tu hermano, de nuestro hermano, el inolvidable Pablo. Mi nietecita Hanoi lo recibió de manos del cartero y me lo llevó al cuarto donde me encontraba, muy ufana me dijo: «Mira lo que te mandan». Mucho te agradezco este presente para mí tan valioso y sobre todo con tan cariñosa dedicatoria, «con afecto y emoción». De la misma forma lo he tenido en las manos y lo he ojeado. Y me ha gustado mucho, además, tu responsabilidad, tu formalidad, en hacer realidad el presente ofrecido y con prontitud admirable. No podría ser de otra manera de una Torriente Brau. Este libro Hombres de la Revolución no lo conocía, es una buena recopilación de los múltiples trabajos de Pablo, como periodista y revolucionario, que, como bien dice la introducción: «[…] pretende ayudar al lector a buscar más hondo y orgánicamente en él (Pablo), a conocer mejor su pensamiento y su maduración, que tanto pueden decirnos cuando una vida es ejemplar […]». Yo tengo Pluma en ristre y todas las demás ediciones de trabajos de Pablo, publicadas por nuestro gobierno revolucionario. Me gustó la presentación, en fin, el regalo para mí es de un gran valor, de mucha estimación, y, te repito, sobre todo porque será de doble motivo de aprecio, por Pablo, mi compañero entrañable, y por ti, que me lo obsequias con tanto cariño. El libro de que les hablé, cuando estuvieron ustedes acá, sobre algunas crónicas de Pablo muy interesantes en relación con la depuración universitaria es de Niurka Pérez Rojas y tiene como título El movimiento estudiantil universitario de 1934 a 1940. Pero todas las crónicas que copia aparecen en Hombres de la Revolución. De todos modos sería interesante que lo buscaras. No se me ha borrado de la memoria el encuentro con ustedes aquí, en Sancti Spíritus, tan de sorpresa. Los compañeros del partido regional a los que les conté vuestra visita relámpago, se lamentaron no haber podido conocerlas y atenderlas; recuerdo a la muchacha de Campechuela, y a la abuela tan enérgica y simpática. Seguro que pronto las volveremos a ver. Y más nada por ahora. Te reitero, querida Zoe, mi profundo agradecimiento. Cuando vaya por La Habana iré enseguida a verlas. Salúdame a Lía y a Ruth. Para todas el afecto de mi familia y el mío. Para ti un fuerte abrazo. Manuel Guillot Fondo documental Pablo de la Torriente Brau. Fondo de la Familia. Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau.
EL ÁLBUM DE ZOE
El álbum de Zoe
Aparecen aquí las palabras que amigos, profesores y familiares le dedicaron a Zoe en un cuaderno de autógrafos en cuyas páginas escribió en 1932: «Maestro, compañero, amigo: imprime a estas páginas un pensamiento grande, noble, que hable mucho de ti. No trates de halagarme con elogios personales, sé no los merezco, y al juzgarte poco sincero, perdería para mí el entusiasmo de este recuerdo». Diez años después volvería Zoe a escribir: Este libro significa algo muy hondo para mí. Obsequio de mi hermano Nene [Pablo] al finalizar mis estudios en la Universidad de La Habana para que recogiera en sus páginas los autógrafos de “mis muy ilustres profesores” y le reservara la hoja final para él hacer un resumen crítico. Poco después caía en España por defender los derechos de la humanidad… y quedaba mi álbum sin la nota de humorismo chispeante de su iniciador. Como compensación, esos trazos de su perfil en la página inicial de nuestra hermana Ruth, copia del retrato que el cariño y el entusiasmo le hicieran exclamar: «¡con esta corbata y este retrato seré famoso!». Va pasando el tiempo, su corbata se conserva en el Museo de Periodistas de La Habana, su retrato adorna salones, aulas, todo en homenaje a su vida generosa, su profecía se cumple, ¡pero falta él, que era lo esencial!
José Zacarías Tallet Alérgico a toda suerte de álbumes, no puedo negarme a figurar en el de la amante hermana del hombre extraordinario que fue para mí más que un amigo, un hermano querido también. Honda huella dejó en mí la personalidad humanísima de Pablo y por tanto un recuerdo imborrable. Unido a ese recuerdo pasé mi nombre a este libro de autógrafos de quien lo cultiva piadosamente con el doble motivo de una afinidad natural y una honda comprensión. Mayo 12/49. Pablo de la Torriente Garrido [Tío de Zoe] El vivo retrato Es joven de gran talento hermosa, elegante y fina, tiene gracia y sentimiento Escribiendo es un portento ¡Basta! Zoe mi sobrina.
Hermosa. España. 20 julio 1931. Miguel Uriarte Farmacéutica: Procura vivir cuanto más lejos te sea posible de todo lo que huela a medicina y menjunjes. La botica no es lugar adecuado para que vivan las flores. La Habana, 20 de julio 1928. Mercedes Pinto de Rojo Un apellido glorioso obliga mucho, y en el de ustedes está enraizado el espíritu revolucionario de Cuba y las esperanzas de la España libre… 1941. El Padre Mendiola Mi admiración y cariño para ti en Cristo y en memoria de aquel gran amigo, tu hermano Pablo, por quien Cuba debería sentirse orgullosa. 8/22/51. Raúl Roa García En este álbum de autógrafos que te regaló Pablo palpita, como en una urna, el alegre recuerdo de su vida limpia y generosa y el dolor inconsolable de su gloriosa caída. Conocí a Pablo en el bufete de Fernando Ortiz las vís-peras del 30 de septiembre de 1930. De inmediato nos ligó el afecto y la simpatía recíprocas. Juntos afrontamos la persecución, la cárcel y el destierro. Y juntos soñamos con un mundo más bello, más libre y más justo. Al di-plomarse heroicamente en Majadahonda, era mi mejor amigo. Aún se me estruja el corazón al evocarlo. Honrado me siento al estampar mi firma en estas páginas tuyas ofrendadas a Pablo. 1949. Carlos Grave de Peralta Para la diminuta amiguita rubia que discurre como un rayito de Sol entre frascos de mortales drogas, vitrinas laqueadas, probetas inverosímiles, estas líneas en su álbum: Un recuerdo del que la ama como una hermanita, porque jamás tendrá un cariño como el suyo… Habana 31. Julio 1929. Fernando Ortiz Son estos días sin sol, pero realumbrarán con sus más vitales rayos. ¿No ve ya la nueva aurora y sus rubores? Habana. Enero 21, 1936. Genaro Artiles Dicen que no hay placer comparable al del investigador ante un hallazgo científico. Pero ¿y el del profesor que descubre un discípulo entre sus alumnos? Creo que la alumna Zoe de la Torriente proporciona a su profesor de Biblioteconomía este placer superior. La Habana, 5 de febrero de 1940.
Emilio Roig de Leuchsenring Pablo de la Torriente Brau pertenece ya a la historia, no sólo de Cuba, sino también de los más altos y nobles empeños humanos por el advenimiento de un mundo nuevo de libertad, justicia, igualdad y fraternidad. Gloriosamente se inmoló por esos ideales. ¡Bendito sea su nombre y reverenciada su memoria por los siglos de los siglos! ¡Qué mayor orgullo en su vida puede tener usted, mi estimada amiga Zoe, que ser hermana de Pablo y llevar honrosamente su apellido!
Abril 26/48.
Juan Marinello Muy querida Zoe: Tuve el privilegio como sabes de convivir seis meses con Pablo en la misma habitación del Presidio Modelo de Isla de Pinos. Día a día, al amanecer y al anochecer toqué la clara grandeza, la profunda sabiduría humana de tu hermano. Aquel contacto me ha iluminado después en mis luchas y sueños. Me durará mientras viva. Te quiero, las quiero mucho. La Habana, 1975. Victor Casaus Cuánto cariño entre estas letras, cuánto amor para Pablo, para la familia de la Torriente Brau, cuántos recuerdos hermosos que Zoe ha guardado a través de los años. La amistad que nos han regalado, a través de la vida y la obra de Pablo, es alegría mayor en mi vida y aliento fértil para mi trabajo. Gracias. Y mucho amor para ti, para ustedes que tanto lo merecen. Mayo 20, de 1996.
BREVE CRONOLOGÍA
Breve cronología de la vida y obra de Zoe de la Torriente Brau (1904-1996) 1900. Noviembre 24. Nace Graciela, hermana mayor de Zoe y primogénita de la familia Torriente Brau en San Juan, Puerto Rico. 1901. Diciembre 12. Nace Pablo Félix Alejandro Salvador de la Torriente Brau en San Juan, Puerto Rico, único hermano varón de Zoe. 1903. Julio 5. A las doce del mediodía de ese domingo nace María Magdalena Zoe Rosalina de la Torriente Brau en San Juan, Puerto Rico, en la calle O’Donell No. 6. Hija de don Félix de la Torriente y Garrido (natural de Santander, España) y doña Graciela Brau de Zuzuarregui (natural de Puerto Rico). 1903. El niño Pablo realiza su primer viaje. Va con su padre a Santander, España, donde conoce a la familia paterna.
1905. Diciembre. Zoe viaja con su madre y su hermana Güiqui de Puerto Rico a La Habana para reunirse con don Félix y Pablo que regresan de España a Cuba. Cuentan que fue en esos momentos que Zoe y Pablo realmente se conocieron. 1906. Regresa a Puerto Rico con la madre, Pablo y Güiqui. Félix, el padre, permanece en La Habana. 1906-1909. En Puerto Rico recibe la formación y orientación moral, a la sombra del abuelo materno, don Salvador Brau, hombre de principios austeros, patriota prestigioso. 1909. Regresa a Cuba la familia Torriente Brau para unirse al padre. Se encuentran en El Cristo, provincia de Oriente. 1912. Mayo 25. Nace su hermana Lía en Santiago de Cuba. 1913. La familia Torriente Brau se establece en Santiago de Cuba. Don Félix funda el Colegio Cuba; Zoe y sus hermanos estudian allí. Junio 17. Nace Ruth, la más pequeña de los Torriente Brau, también en Santiago de Cuba. 1913 a 1919. Realiza sus estudios primarios y en el Instituto de Segunda Enseñanza de Santiago de Cuba cursa los primeros años del bachillerato, que con posterioridad culmina en La Habana. En el Oriente cubano estudió en varias escuelas, entre ellas: Instituto de Holguín, Colegio Cuba, Colegio de Señoritas de Angelita Ramírez, Colegio de Concha Caignet. 1919. Se traslada a La Habana junto a sus padres y hermanos. Culmina el bachillerato en el Instituto de Segunda Enseñanza de La Habana. 1921. Escribe el trabajo de oposición «Mariano José de Larra» que obtuvo el Primer Premio de Literatura Castellana en el Instituto de La Habana. 1926. Concluye sus estudios de Farmacia. Trabaja en varias farmacias, en una casa de socorros, en el hospital de maternidad de la calle Línea, en una clínica privada y en el Hospital de Emergencias Freyre de Andrade. 1929. Enero. Nene le regala Estela, de Camilo Flammarión. Como era su costumbre, hace anotaciones en el libro, escribe los datos del autor y en la página 284 señala: «Este libro deseo conservarlo toda mi vida». 1930. Septiembre 30. Ocurre la tángana que protagonizaron los estudiantes y en la que Pablo es herido. Con la incorporación de su hermano a la lucha contra Machado —por la que guarda prisión y tiene que exiliarse—, Zoe y la familia sufren ante tal situación. 1933. Agosto. Es derrotada la dictadura de Machado. Su hermano Pablo retorna del exilio neoyorquino pocos días después. 1935. La dejan cesante en el Hospital de Emergencias bajo la acusación de comunista y fomentadora de huelgas. Abril 8. Desde el exilio en New York Pablo le escribe a su madre: «Querida Mamá: Me fui de allá huyendo, y llevaba ya huyendo un buen tiempo. Por poco uno de esos días voy a casa. Pero hice bien en no oír. Y no vi a nadie. Sólo a Teté. He pasado malos días aquí; pero no porque no tenga casa ni cama, sino por las preocupaciones y por la pesadumbre de la derrota de allá. Luego he sabido que dejaron cesante a Zoe por comunista […]».
Realiza la traducción del francés del folleto del insigne puertorriqueño Ramón Emeterio Betances. Durante dos años presta servicios en la Cruz Roja Nacional, donde obtiene el grado de primer teniente. 1936. Julio. Estalla la guerra en España, a la que su hermano Pablo se incorpora como corresponsal de guerra. En el mes de noviembre, ante la grave situación creada por el asedio fascista a la capital, Pablo decide hacerse comisario político en una unidad de las fuerzas republicanas. El 18 de diciembre cae combatiendo en el frente de Madrid, en Majadahonda. El día 19 rescatan su cadáver, que es enterrado en el cementerio de Chamartín de la Rosa. Diciembre. Zoe viaja a Santiago de Cuba a visitar a sus amistades de esa ciudad, al llegar a La Habana el día 24, recibe la noticia de la muerte de Pablo. Conoce que el cadáver de Pablo, embalsamado, es enviado a Barcelona, con el objetivo de que sus amigos lo embarquen hacia México, pero finalmente queda en un nicho del cementerio de Montjuic. Al finalizar la guerra, sus restos son trasladados a una fosa común, donde todavía se encuentran. Zoe compiló toda la información respecto a estos entierros, así como al lugar donde es posible se encuentren los restos de su hermano. 1937-1947. Ante la situación crítica que atravesaba el país, se ve en la necesidad de realizar diversos trabajos como secretaria de importadores extranjeros, con el médico veterinario Francisco Etchegoyen; en el bufete del Dr. Manuel Márquez Sterling; con el ingeniero José M. Carbonell. Monta, además, un taller de encuadernación; da clases particulares de matemática… A la vez realiza estudios de italiano y francés, asiste al curso de biblioteconomía que imparte el profesor Genaro Artiles, archivero bibliotecario del Ateneo de Madrid, junto con Ángel Augier, María Benítez, Emilio Roig de Leuchsenring, María Villar Buceta, María Teresa Freyre, entre otros. 1940. Se publica la primera edición de la novela inconclusa Aventuras del soldado desconocido cubano de Pablo, editada por La Verónica, La Habana. Zoe la conserva junto a otros libros de Pablo. 1942. Se casa con el puertorriqueño Bartolomé R. Brau. Según aparece en la prensa fueron sus testigos Cosme de la Torriente, Gonzalo Mazas, Francisco Etchegoyen, entre otros. 1945. Abril 10. Muere en La Habana su padre, el ilustre pedagogo don Félix de la Torriente y Garrido quien consagró su vida a la enseñanza. Había nacido el 18 de mayo de 1866. 1947. Comienza a trabajar en el Ministerio de Educación y luego pasa a la Biblioteca Nacional; allí participa en la reorganización de sus fondos y en la reedición de la revista de esa institución. 1948. Publica «Origen del teatro español» en la revista Talía. 1949. Realiza la transcripción al español moderno de La Brevísima del Padre de las Casas. Mayo. Pronuncia unas palabras en el homenaje a Pablo efectuado la noche del día 2 en el Anfiteatro Municipal y que fueron transmitidas por RHC. Este acto fue organizado por la Asociación de ExCombatientes Antifascistas Revolucionarios.
Propone públicamente que la Biblioteca Nacional lleve el nombre de Gonzalo de Quesada, idea que dio origen a una importante polémica en la prensa de la época en la que intervienen a su favor relevantes intelectuales cubanos hasta que el patronato desestimó la propuesta. Se mantiene trabajando en la Biblioteca Nacional hasta 1963. Durante esos años recopila todos los documentos que se publican sobre su hermano Pablo de la Torriente Brau. 1950. Traduce del francés Viaje de Scaldado, relato recogido por “El Antillano”, pseudónimo del prestigioso médico y patriota puertorriqueño Ramón Emeterio Betances. 1959. Durante los primeros meses de la Revolución, junto a funcionarios del Tribunal de Cuentas, imparte un curso de Archivología a un grupo de empleados que se graduaron en el Archivo Nacional. 1961. Agosto 22. Fallece doña Graciela Brau Zuzuarregui, la madre de los Torriente Brau. Había nacido en San Juan, Puerto Rico, el 31 de julio de 1875. 1963. En la revista de la Biblioteca Nacional escribe varios artículos entre los que se encuentran: «La Biblioteca Nacional», «El Generalísimo Máximo Gómez en las guerras de independencia de 1868 y 1895», «Bosquejo histórico sobre el uso de las ilustraciones en los libros» y «Archivología general». En esa institución organizó y recibió diferentes cursos. También en ese año, comienza a trabajar en el Museo de Ciencias Médicas y Naturales de Cuba Carlos J. Finlay, donde organiza los fondos bibliográficos y el museo de la Academia de Ciencias de Cuba. A solicitud del Dr. José López Sánchez, amigo de Pablo y de la familia, trabaja, durante tres años, en la bibliografía y el Índice analítico de los anales de la Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales de La Habana (1864-1858). Elaboró la bibliografía del Dr. Jorge Leroy Cassá, introductor de las estadísticas médicas en Cuba. 1966. Publica una valiosa colección de tesis cubanas desarrolladas en las universidades de La Habana, España y Francia, que aparecen en la revista Finlay. 1970. Como consecuencia del continuo trabajo con libros antiguos, opacos y gastados, enferma de la vista y es necesario operarla, razón que la lleva a pedir la jubilación. 1971. Junto a sus hermanas trabaja en el CDR No. 8, Gabriel Barceló, de la Zona 13 en el Vedado. Allí se dedica a actualizar el registro, es tesorera y la familia se convierte en más destacada de esa organización durante cuatro años. Participan en la Tribuna por los festejos del 26 de Julio. 1980. Continúa su labor de compiladora y organizadora de todos los documentos de la familia Torriente Brau. Establece correspondencia con los familiares que viven en Puerto Rico y España. Guarda e identifica todos los recortes de prensa, fotos, documentos de su hermano Pablo; realiza anotaciones y corrige errores en los libros publicados de las obras de Pablo. Todos estos documentos, compilados por ella y su hermana Ruth, son archivados en más de veinte álbumes que hoy forman parte del Fondo Documental Pablo de la Torriente Brau del Centro que lleva su nombre. 1988. Diciembre 7. Muere su hermana Graciela, en Ciudad de La Habana. 1996. Se funda el Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau. Entre los miembros de su Comité Asesor se encuentran Zoe y Ruth de la Torriente Brau. 1996. Septiembre 26. Fallece en Ciudad de La Habana, a la edad de 92 años.
Septiembre 27. Es sepultada en el cementerio de Colón en la bóveda que guarda los restos de sus padres y hermanas. Precisamente en esos momentos se estaba realizando el Coloquio sobre la Guerra Civil Española, primera actividad pública organizada por el Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau, en el que su director Víctor Casaus expresó al referirse a Zoe: «Dio muestras, en aquellos años y en los años posteriores, hasta hoy y hasta su enfermedad, su gravedad y su muerte, de un amor y una pasión por la vida y la obra de su hermano que la llevó a reunir una impresionante información sobre esa obra y esa vida». 2000. Se publica Pablo: la infancia, los recuerdos, de Zoe y Ruth de la Torriente Brau. Ediciones La Memoria, Colección Coloquios y testimonios, Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau. 2001. Diciembre. Se incluye «Pablo de la Torriente Brau», semblanza escrita por Zoe en Pablo: 100 años después. Ediciones La Memoria, del Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau. 2003. Abril 14. Nombran Zoe y Pablo de la Torriente Brau a la Biblioteca de la Facultad de Comunicación de la Universidad de La Habana. Ruth, la única hermana viva de Zoe y Pablo, al destacar la significación del hecho expresa: «Así se rinde homenaje a dos hermanos que trabajaron sin descanso por la Revolución y la cultura cubana».
OTROS PAPELES…
Acta de nacimiento de Zoe de la Torriente Brau.
Fragmento de una carta de Don Salvador Brau a su nieta Zoe, marzo de 1912. Fondo privado de la Familia Torriente Brau.
Poemas de Salvador Brau A Zoe Nievecita bullidora, que tiene oro en el pelo; palomita arrulladora de mis tristezas consuelo. ¿Sabes tú lo que recitas? —¡Versos! De alto ingenio flores, cual tú, bellas y exquisitas por su aroma y sus primores. De esas flores, Zoe querida este libro es casi un cesto que te brindo en despedida. —¿Me vas a dejar? —¡Muy presto! —¿Por qué? —Porque del vivir fuerza es la ley acatar que manda el viejo a dormir. —¿Y a los niños? —¡A luchar! —¿A luchar? —Junto a un pantano que no enlodará tu pie si te llevan de la mano recato, bondad y fe. Para evitarte congojas con un beso esta advertencia del libro pongo en las hojas, del abuelo es pobre herencia. Mas si mañana ya lejos de las pueriles primicias te hacen falta mis consejos, o no encuentras mis caricias, con impulso diligente busca el beso en el montón que en él hallarás latente con mi labio el corazón. Salvador Brau. San Juan, Puerto Rico. 1908.
Hay que ser Rosa A Gracielita y Zoe El clavel la gracia extrema, en la violeta fragancia, la camelia es elegancia y el lirio cándido emblema. Mas la belleza suprema sólo en la rosa has de ver, la rica esencia el poder unge sus curvas divinas, ciñe a su recato espinas y, aun seca, logra valer. Salvador Brau. Hojas caídas. San Juan, Puerto Rico. 1909.
Carnet de la Cruz Roja Cubana (1941), en la que Zoe llegó a obtener el grado de primer teniente.
«11 de enero». En El Imparcial. Diario ilustrado de Puerto Rico. San Juan, Puerto Rico, miércoles 13 de enero de 1943.
«11 de enero» (Fragmentos)
Este día debería ser, para el pueblo puertorriqueño, de júbilo inmenso, de gran recordación; por rara y feliz coincidencia, en este día y con solo tres años de diferencia: 1839-1842, vinieron al mundo dos niños, que pasándole tiempo, habrían de ser, por sus talentos y culturas extraordinarias y por sus ideas amplias y generosas, dedicadas siempre al engrandecimiento de su patria; dos de los más grandes próceres de Puerto Rico. Estas fechas y estos nombres, deben ser siempre símbolos de orientación de la conciencia pública de nuestro país, manteniendo vivas en ellas, las llamas del amor patrio, que tanto dignifica a los pueblos. Eugenio María de Hostos, que pasara la mayor parte de su vida en tierras extrañas, ayudando […], a la conquista de la libertad de otros pueblos, más concientes, libertad que tanto ansiara para el suyo propio, será en el día de hoy, como todos los años, recordado y venerada su memoria, por los pueblos de Santo Domingo, Perú y Cuba, en tanto que en su suelo natal, no ha sido ni siquiera mencionado. Salvador Brau, que en la época difícil del temido gobierno del general Palacios […] se dedicaba a combatir, con su pluma, punzante, de extraordinario polemista, al gobierno, hasta conseguir con la ayuda de un cubano tan ilustre, como Rafael María de Labra, Diputado a Cortes en Madrid, la destitución cablegráfica del mencionado general Palacios, devolviendo con ello, a la sociedad de Puerto Rico, la tranquilidad que tanto que tanto ansiaba. El día 5 de noviembre pasado, en que cumplieron años de su desaparición de la tierra y mientras en El Mundo de La Habana, Cuba, y por una notable y conocida escritora española: Mercedes Pinto, en una interesante crónica, era honrada su memoria, en su patria que tanto amara, no era ni siquiera nombrado en el calendario histórico al primer historiador de Puerto Rico. En una fecha de tan gran significación para mí […], no quiero dejar de dedicar un recuerdo a la memoria de estos insignes hombres, cuyas vidas ejemplares, debieran servir de norma a todos los hombres de la tierra. Pero no será este homenaje que deseo rendirles, hacer extensas biografías […]. Yo deseo recordarlos, haciendo un llamamiento a la intelectualidad puertorriqueña, para advertirles: que sólo son dignos los pueblos que saben respetarse a sí mismos y que para ello es necesario que respetemos nuestro glorioso pasado, en la memoria de esos grandes apósteles de nuestra patria [Puerto Rico], que como los ya mencionados Betances y de Diego y tantos otros, agotaron sus vidas laborando por su patria y no merecen el más doloroso de los olvidos, sino el agradecimiento y la veneración de su pueblo. Dra. Zoe de la Torriente Brau.
«Pro Biblioteca Nacional “Gonzalo de Quesada”». En El País, La Habana, 21 de mayo de 1949.
«Una plausible iniciativa de Zoe de la Torriente Brau». Fausto Martínez Carbonell. En Germinal. Revista de artes, ciencias y literatura. 15 de junio, de 1949.
«Una plausible iniciativa de Zoe de la Torriente Brau»
La doctora Zoe de la Torriente Brau, dedicada hoy con fervor a los estudios bibliotecarios, ha lanzado la idea de honrar la memoria de Gonzalo de Quesada bautizando con su nombre ilustre a la hoy Biblioteca Nacional, así como de seleccionar otros nombres de positivos valores de nuestras letras para darles nombre a cada una de las salas de la biblioteca. Aplaudimos la iniciativa por dos razones: la primera es que nos parece muy justo rescatar del olvido a Gonzalo de Quesada, incansable recopilador de las obras de Martí, entre otras cosas también meritorias; la segunda es que con los nombres ilustres en las salas vendrán las conmemoraciones, y así la biblioteca estará más presente en nosotros. Fausto Martínez Carbonell.
La Brevísima de Fray Bartolomé de las Casas
NOTA EXPLICATIVA* Hace varios años tuve el privilegio de tener en mis manos la “Brevísima Relación de la Destrucción de las Indias”, (edición príncipe que se encuentra en la Biblioteca Nacional), la célebre obra de Fray Bartolomé de las Casas o Casaus, el apasionado defensor de los indios, con la cual ya me sentía familiarizada a través de la Historia de Salvador Brau, mi abuelo, quien comisionado por su Gobierno, permaneció casi un lustro en Sevilla, España, desentrañando más de 40 mil polvorientos legajos en el monumental Archivo General de Indias, para legar a su idolatrado “Borinquen”, la más genuina y auténtica historia que posee, y en cuyas páginas por el constante estudio de su investigación crítica e histórica, alcancé las nociones del Arte de la Paleografía, que me ha permitido hacer esta transcripción. Emocionada por el hallazgo de esta obra, que tanta curiosidad sentía por ver, impelida por mi amor por los libros y el entusiasmo que despertó en mí, por el trabajo de las bibliotecas, mi estimado profesor de Bibliotecología, el Dr. Genaro Artiles, prestigioso ex archivero-bibliotecario del Ayuntamiento de Madrid, emprendí la meticulosa labor de transcribir al español moderno. Pero es ahora, al vivir la patria el momento histórico más trascendental y digno de su existencia, por considerarse interesante y provechosa su divulgación para las nuevas generaciones cubanas, para los futuros investigadores, cuando se le da publicidad a este trabajo, que el realizarlo me ha proporcionado tan íntima satisfacción. Zoe de la Torriente Brau. La Habana, 1960.
Certificado de nacionalidad cubana, fotocopia del original. 1953.
ÍNDICE
Realengo para la memoria / V A modo de presentación / 7 Zoe y Pablo Pablo de la Torriente Brau / 13 Mis recuerdos de Pablo en Santiago de Cuba / 33 Gratitud inmensa / 54 Zoe por Ruth Un pedazo de magia colgada de un hilo / 59 Correspondencia De don Salvador Brau / 71 De Eduardo R. Chibás / 73 De Jorge Quintana / 74 De Gonzalo Mazas Garbayo / 76 De Esther Rosell de Carbonell / 77 y 78 De Severo, esposo de una de las primas / 79 De su tía Sofía / 81 De José María Carbonell / 83 Al general Alberto Bayo / 85 Del general Alberto Bayo / 86 De Dolores Ibárruri, Pasionaria / 87 De Nicolás Guillén / 88 De Manuel Guillot / 89 El álbum de Zoe / 91 Breve cronología / 99 Otros papeles… Acta de nacimiento (Fotocopia) / 113 Fragmento de una carta enviada a Zoe por su abuelo Salvador Brau (Fotocopia) / 114 Poemas de Salvador Brau / 115 Carnet de la Cruz Roja Cubana (Fotocopia) / 117 «11 de Enero» (Fotocopia y fragmentos) / 118 «Pro Biblioteca Nacional Gonzalo de Quesada» (Fotocopia) / 121 «Una plausible iniciativa de Zoe de la Torriente Brau» (Fotocopia y reproducción) / 122 La Brevísima de Fray Bartolomé de las Casas. Nota explicativa / 124 Certificado de nacionalidad cubana (Fotocopia) / 126