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Spanish; Castilian Pages 230 [228] Year 2020
Oswald Spengler Moctezuma. Un drama (1897) Edición y estudio introductorio de Anke Birkenmaier Traducción de Manuel Cuesta
Oswald Spengler
Moctezuma. Un drama (1897) Edición y estudio introductorio Anke Birkenmaier Traducción Manuel Cuesta
Iberoamericana - Vervuert - 2020
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Contenido
I. Introducción. Versiones de Moctezuma. México en la imaginación 9 histórica del siglo xix . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1. La interpretación spengleriana de la figura histórica de Moctezuma . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 10 2. El horizonte de lecturas de Spengler hacia 1897 . . . . . . . . . . . 16 3. Guiones del colonialismo. El interés por la conquista de México en los Estados Unidos y en Alemania . . . . . . . . . . . . . . . . . 19 4. Ruinas, jeroglíficos y lo sublime. El redescubrimiento de México en la imagen . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 29 5. Spengler el literato. Esbozos de dramas y el concepto de lo trágico . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 45 6. México en La decadencia de Occidente . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 51 7. Spengler en Latinoamérica . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 61 8. Spengler hoy . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 68 II. Criterios de edición . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 71 III. Sobre la lengua . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 73 IV. Bibliografía . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 75 1. Fuentes primarias. Oswald Spengler . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 75 2. Literatura secundaria . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 76 V. Nota del traductor . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 85 VI. Oswald Spengler, Moctezuma. Un drama . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Primer acto . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Primera escena . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Segundo acto . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Segunda escena . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Tercera escena . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
87 91 91 105 105 115
Tercer acto . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Cuarta escena . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Quinta escena . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Cuarto acto . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Sexta escena . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Séptima escena . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Quinto acto . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Octava escena . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Novena escena . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Décima escena . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
122 122 143 160 160 183 193 193 214 220
VII. Agradecimientos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 227
I. Introducción. Versiones de Moctezuma. México en la imaginación histórica del siglo xix
El filósofo de la cultura Oswald Spengler se hizo, en la década de 1920, mundialmente famoso por la publicación de su obra en dos volúmenes La decadencia de Occidente (1918 y 1922), en la cual no solo profetizaba el inminente ocaso de la civilización europea occidental, sino que exigía una radical reorientación de los historiadores respecto a la lógica de la historia: más allá del saber fáctico y en dirección al análisis crítico de patrones recurrentes. El concepto spengleriano de una «morfología de las culturas» se inspiraba de la morfología goethiana de las plantas al estipular que toda cultura del mundo iba siguiendo un ritmo propio «fatal» de crecimiento y declive. Su panorama histórico tenía, no obstante, llamativas lagunas. El autor anunciaba en su introducción la indagación de ocho culturas —junto a la Antigüedad y a Occidente, India, Babilonia, China, Egipto, Arabia y el México prehispánico— las cuales habrían seguido el mismo ciclo de crecimiento y decadencia1; pero, en lo sucesivo, dejó México casi del todo sin tocar. En el segundo volumen de su obra, dedicó tan solo unas cuatro páginas a la cultura mexicana, describiéndola como una trágica excepción a su regla de crecimiento y declive naturales de las culturas: Esta cultura es el único ejemplo de una muerte violenta. No falleció por decaimiento, no fue ni estorbada ni reprimida en su desarrollo. Murió asesinada en la plenitud de su evolución, destruida como una flor que un transeúnte decapita con su vara. […] Lo más terrible de este espectáculo es que ni siquiera fue tal destrucción una necesidad para la cultura de Occidente. La realizaron de modo privado unos cuantos aventureros, sin que nadie en Alemania, Inglaterra y Francia sospechase lo que en América sucedía. Esta
1 Inicialmente, Spengler entendía por «Occidente» la cultura de la Europa occidental, pero esta definición la revisó, como señala Felken (61), probablemente a raíz de la entrada de los Estados Unidos en la Primera Guerra Mundial y del ascenso de dicho país a potencia mundial. En la versión reelaborada de 1922 se habla, así, de la cultura «europeo-occidental-americana» de Occidente.
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es la mejor prueba de que la historia humana carece de sentido. Solo en los ciclos vitales de las culturas particulares hay una significación profunda. Pero las relaciones entre unas y otras no tienen significación; son puramente accidentales (Spengler, La decadencia de Occidente II, 63).
Los titubeos de Spengler para incluir en su teoría de la cultura al hemisferio americano pueden achacarse a que los estudios precolombinos estaban, en la Alemania de comienzos del siglo xx, menos asentados que, por ejemplo, el orientalismo y la filología clásica, de modo que Spengler tenía más fácil trabajar sobre la Antigüedad y sobre el ámbito árabe, chino o indio. Pero el silencio público de Spengler sobre las culturas americanas antiguas antes y después de la publicación de La decadencia de Occidente puede indicar algo más, según mi parecer: cierta conciencia de Spengler de lo problemático que resultaban las culturas americanas antiguas en su esquema global de la historia. ¿Qué debe, pues, significar que, entre los escritos inéditos de juventud de Spengler, se encuentre un drama en cinco actos sobre el tlatoani azteca Moctezuma? Como mínimo, quiere decir que Spengler se interesó pronto en su vida por la conquista de México a manos del español, antes aun de poder informarse sobre otras culturas extraeuropeas. Si más tarde no se ocupó de dicha conquista sino de pasada, alguna buena razón debió de haber. Hasta se puede especular si la existencia de la ópera prima Moctezuma no apunta a que la historia de México constituye no solo una excepción en la teoría de Spengler sobre las culturas del mundo, sino el primer sillar de la misma. 1. La interpretación Moctezuma
spengleriana de la figura histórica de
La figura histórica de Moctezuma Xocoyotzin ha fascinado tanto a los historiadores como a los escritores, poetas, artistas y compositores desde que llegaran a Europa las primeras noticias sobre el tlatoani de los aztecas. Demasiado sorprendente era la idea de un imperio desconocido hasta entonces por los europeos, el cual se habría desplomado con la llegada de un grupo relativamente pequeño de soldados españoles. ¿Cómo no echarle la culpa al «señor» de aquel imperio, el tlatoani Moctezuma, de cuyos tesoros los españoles enviaron muestras significativas? Una exposición sobre Moctezuma en el British Museum de Londres (2009), sin embargo, muestra lo poco que se sabe hasta hoy día sobre el entorno vital del soberano azteca. Han sido reconstruidos los objetos de su vivienda, la infraestructura de la ciudad y de la jerarquía social en la misma reinante, pero nada se conoce del entorno personal y de las circunstancias de su muerte. Según los editores del catálogo
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de la muestra, las muchas imágenes y juicios sobre Moctezuma, fluctuantes a lo largo de los últimos quinientos años, revelarían más sobre los propios historiógrafos y biógrafos del gobernante que sobre el conocimiento real sobre su persona (McEwan y López Luján, 23). En efecto, los protagonistas y testigos mismos del encuentro español con Moctezuma, Hernán Cortés y el soldado Bernal Díaz del Castillo, establecieron en sus historias escritas un patrón poderoso que sugería que el líder azteca había sido demasiado conciliador con ellos. En su famosa Segunda carta de relación al rey español Carlos I, publicada por primera vez en 1522, Cortés describe la secuencia que habría llevado a la rendición de Moctezuma: la marcha de los españoles hasta la capital, Tenochtitlán, a pesar de varios intentos de mantenerlos alejados, así como el encuentro allí habido con Moctezuma. Describe detalladamente la imponente grandeza y pompa de la ciudad, y refiere cómo, rápidamente, aprisiona en su propio palacio a Moctezuma valiéndose de un pretexto; cómo entonces lo lleva al campamento de los españoles y allí lo tiene custodiado varios meses. Según Cortés, cuando por fin los aztecas se rebelan contra los españoles durante una breve ausencia suya, Moctezuma aparece ante ellos y los exhorta a un armisticio, ante lo que su propia gente lo apedrea de tal forma que muere al poco. Lo cual lleva a la calamitosa retirada de los españoles de la capital durante la llamada «Noche Triste». Estos sucesos fueron, en lo esencial, confirmados por Bernal Díaz en su Historia verdadera de la conquista de la Nueva España (1584). Por su parte, los relatos de los informantes nahuas que contaron su versión de los hechos, unos cincuenta años más tarde, al padre franciscano Bernardino de Sahagún, quien la relató en su Historia general de las cosas de la Nueva España, la cual se hizo conocida a partir del siglo xix, hablan del asesinato de Moctezuma a manos de los españoles, pero confirman la recepción amistosa de estos en Tenochtitlán por parte de Moctezuma, explicándola en términos similares a Cortés y a Bernal Díaz, esto es, en la existencia de una serie de profecías que vaticinaban el retorno de Quetzalcóatl para reclamar su reino. Moctezuma, según este relato, habría confundido a Cortés con el mítico Quetzalcóatl. Aún aceptando la parcialidad del relato de Cortés, los historiadores han aceptado la mayoría de los elementos de este relato por la persuasiva lógica que presentaba a los españoles como superiores a los aztecas en su tecnología de guerra y hasta en su capacidad para la traducción y la comunicación2.
2 Según Inga Clendinnen (24-25), el imperio azteca había consistido de un sistema más bien laxo de relaciones feudales entre los aztecas y las ciudades Estado a ellos sometidas; un sistema, por tanto, en el que la mayoría de los aliados, en realidad,
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Recién en 2018, sin embargo, el historiador Matthew Restall hizo un intento de reconstrucción radical, basado en una lectura sintética de gran cantidad de escritos y testimonios indígenas y españoles surgidos a lo largo del siglo xx, que permite entrever otra secuencia de eventos que los presentados por Cortés. Según Restall, el imperio azteca bajo Moctezuma habría controlado a los españoles hasta muy avanzada su expedición. Habría seguido sus pasos desde el comienzo, y los habría invitado a entrar en Tenochtitlán a propósito, como lo había hecho con otros competidores en Mesoamérica, para impresionarlos con la riqueza y grandeza de su capital y luego, una vez allí, «coleccionarlos», es decir, incorporarlos a su séquito, albergándolos muy cerca de su vivienda, como también de su jardín zoológico. Moctezuma nunca se rindió, según Restall, sino que habría muerto muy probablemente a mano de los españoles, junto a los demás líderes de la Triple Alianza azteca. Esos asesinatos colectivos habrían ocurrido porque los españoles estaban luchando desesperadamente por poder retirarse de Tenochtitlán, en una guerra que finalmente había estallado durante la fiesta de Tóxcatl (Restall, 193-228). En su drama Moctezuma, el joven Spengler presenta una versión de la historia de Moctezuma que es sorprendentemente irreverente con la narrativa tradicional de los hechos y no tan lejana de la de Restall. Según su interpretación (la cual ya anuncia lo que vimos en La decadencia de Occidente), los españoles solo tuvieron éxito porque Cortés supo, como taimado aventurero, inducir a Moctezuma a creer que los españoles volverían a marcharse por su propia voluntad. Moctezuma, por otra parte, aparece en el drama como un monarca ilustrado que escucha a sus consejeros y que no discrepa de ellos sino allí donde se trata de las leyes del honor y la hospitalidad, que para él son inquebrantables. Para convencer a sus lectores, el drama de Spengler omite varios momentos importantes que sí habían aparecido en los relatos históricos y ficticios disponibles en su momento, como veremos abajo. Para empezar, el Moctezuma de Spengler no menciona a los intérpretes que mediaban en las negociaciones entre españoles y aztecas. En el drama, Cortés y Moctezuma se hablan en directo y entienden los propósitos e intentos comunicativos del otro perfectamente, sin la mediación de los famosos intérpretes Malintzin o «Marina»
estaban deseosos de sublevarse, con ayuda de los españoles, contra las exigencias tributarias de los aztecas. En cuanto a la supuesta habilidad en la comunicación de los españoles, según el crítico semiótico Tzvetan Todorov, en su libro controversial La conquista de América, la conciencia misionera católica de los españoles los habría preparado mejor para el choque con otra cultura y lengua.
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y Jerónimo de Aguilar, mencionados ya en la carta de Cortés. En vez de ello, Marina está reducida en el drama spengleriano a ser una esclava de Cortés, enamorada de él sin ser correspondida y traidora de su pueblo. En cuanto a la cosmovisión y religión aztecas, el drama descarta la idea planteada por Cortés y Bernal Díaz de que los aztecas habrían confundido a Cortés con su soberano divino retornado y subraya, en cambio, la sagacidad con que Moctezuma se percata, con relativa rapidez, de que los españoles representan un sistema de poder creado para la expansión y el enriquecimiento (cf. Spengler, Moctezuma, II, 2)3. El horror de los sacrificios humanos de los aztecas, tan frecuente en otros relatos del siglo xix en particular, aquí se omite, y la destrucción de los ídolos del Templo Mayor por los españoles, frecuentemente mencionada en otros relatos, se convierte en un pretexto para arruinar la reputación de Moctezuma, ya que los españoles pretenden que Moctezuma haya aceptado tal destrucción, cuando se había opuesto férreamente a ella (Moctezuma, IV, 6). Finalmente, en el drama, la matanza perpetrada por Pedro de Alvarado durante la fiesta de Tóxcatl no se menciona, aunque sí es durante la ausencia de Cortés —que tuvo que marchar a Veracruz— cuando los aztecas se organizan bajo el liderazgo de Cuitláhuac para comenzar su rebelión, la cual produce el caos entre los españoles y, finalmente, su huida de Tenochtitlán (cf. Moctezuma, IV, 7). Es decir, Spengler descarta de su drama la idea de un conflicto de culturas e interpreta el encuentro de Cortés y Moctezuma en un sentido político, como una confrontación entre dos imperios, la cual revela un enfrentamiento de pueblos soberanos en el marco del derecho internacional más que un asunto de estrategia militar o de superioridad cultural. Este argumento político determina la manera como se presenta la figura de Moctezuma en el drama: como un soberano exitoso, consciente tanto de su pasado como también de su responsabilidad hacia sus súbditos. Por tanto, Spengler no pierde tiempo con la famosa escena de la entrada de Cortés y sus tropas en Tenochtitlán, y su recepción pública por parte de Moctezuma (también Restall le quita importancia a ese encuentro, por más que haya fascinado a generaciones de historiadores y lectores)4. En vez de ello, Moctezuma recibe
3 En la carta de Cortés, Moctezuma menciona en su primera entrevista con él la leyenda según la cual su propio pueblo era extranjero en México y había recibido el vaticinio de que su señor regresaría un día desde el Este (cf. Cortés, Cartas de relación, 210-211). 4 Según Restall, el primer encuentro entre Cortés y Moctezuma tuvo tanta importancia simbólica por haber sido combinado con la rendición enigmática de Moctezuma ante los españoles: «At the heart of that oft-appropriated narrative is an imagined moment—Montezuma’s surrender to Cortés—that has persisted and proliferated in print
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a Cortés en su propia vivienda, dejando claro su autoridad sobre él. El Moctezuma de Spengler tampoco se rinde a la razón de los españoles en ningún momento. Su captura se efectúa mediante una trampa, y no sin mediar resistencia. De ahí, el drama se convierte en un juego de equivocaciones, en el cual los aztecas asumen que Moctezuma se ha rendido por su propia voluntad hasta que Cuitláhuac, su hijo y nuevo líder, logra hablar con él e incita los aztecas a rebelarse para salvarle. El segundo momento equívoco decisivo ocurre cuando Moctezuma es persuadido por Cortés de hablarle a su gente para convencerles de que es se debe evitar una masacre y tener compasión de los españoles, dejándoles salir de Tenochtitlán. La escena de la lapidación de Moctezuma por los aztecas (Moctezuma, V, 9) y de su muerte pocos días después ya corresponde de nuevo al guion establecido sobre el tlatoani por Cortés y sus seguidores. El drama de Spengler simplifica así la secuencia de los eventos para hacer hincapié en la dimensión trágica de la caída de Moctezuma, de soberano virtuoso y omnipotente a hombre moribundo y solitario, y en las diferencias personales entre él y Cortés. Las razones de esta caída se discuten en varios momentos, empezando con el primer monólogo de Moctezuma (III, 4), en el que se pregunta sobre su libre albedrío frente al destino: «“No es, del hòmbre destino, arbitrio suyo”» / Créese aquel libre y sirve, en vez, al caso. / También dèbe ceder al cual el rey». A ello se añade, siguiendo el modelo de la tragedia clásica, la cuestión del error fatal (o hamartia), al presentarse Moctezuma no como alguien débil, sino demasiado condescendiente en su trato con Cortés. Al cuestionar la narrativa cortesiana sobre la conquista de México, Spengler adopta una perspectiva que conocemos bien hoy en día. Como escribe el historiador inglés John Elliott, para Cortés era crucial poder convencer al rey español de que Moctezuma se había sometido voluntariamente. Se habría aprovechado por ello de la leyenda del retorno del soberano blanco del Este, la cual bien pudo existir, pero no necesariamente fue clave en la conducta de Moctezuma («Cortés, Velázquez and Charles V», xxviii). También Anthony Pagden considera que el lenguaje de Cortés, quien escribía que los aztecas se habían sometido al rey español en calidad de «vasallos», era estratégico, al aludir a la idea de translatio imperii, la cual sugería a Carlos V que, gracias a la conquista de México, él era ahora, como Carlomagno, dominus totius orbis («Introduction», lvi). Hugh Thomas piensa, en cambio, que, al menos, ciertos indicios de docilidad tuvo que dar Moctezuma ya en la primera conversación porque, de lo contrario, relatos posteriores de testigos presen-
and paint not because it happened, but because so many people for so many different reasons believed it happened or needed it to be so» (When Montezuma Met Cortés, 71).
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ciales habrían contradicho el de Cortés (393). En el momento de la escritura del Moctezuma de Spengler, en 1897, sin embargo, tal punto de vista era poco común, dada la preponderancia de los relatos de Cortés y Bernal Díaz en el imaginario común, como veremos. A lo largo de todo el drama de Spengler se pone de relieve la ilegitimidad de las pretensiones de los españoles respecto al dominio sobre el reino azteca. Dicho dominio está, es cierto, justificado exteriormente por el mandamiento de convertir al cristianismo a los paganos; la codicia de Cortés y de su tropa prevalece, no obstante, en todos los aspectos. Aquí Spengler coincide, de hecho, con la presentación del propio Cortés, quien no solo describe en detalle la riqueza de la capital azteca, sino que una y otra vez vuelve a hablar de cómo busca procurar oro y otras riquezas a sus soldados y a la Corona española. Al enfocarse en las ganancias materiales de los españoles y representar, además, a Cortés como hombre de escasa fe (Moctezuma, III, 5), Spengler sugiere que verdaderamente no podía haber una justificación política de la conquista de México. El proceder de Spengler consiste en rellenar dramáticamente los momentos de los que no había noticia en la tradición historiográfica; especialmente las conversaciones y los acontecimientos que a Moctezuma atañen. En su descripción del aprisionamiento de Moctezuma, por ejemplo, Cortés deja claro que la acusación de que Moctezuma hubiese sido el instigador de un atentado junto a Veracruz, había sido un pretexto. Cortés se salta la discusión propiamente dicha y remite a que Moctezuma se habría avenido, tras algún tira y afloja, a acompañar a los españoles (Cartas de relación, 213-216). En Spengler, por el contrario, el prendimiento de Moctezuma se prepara dramáticamente mediante las conversaciones de ambos protagonistas con sus aliados (Moctezuma, III, 3-4). Igualmente en otro momento, Moctezuma se opone en un largo parlamento al propósito de los españoles de convertir al catolicismo a los aztecas, y pide respeto para su religión (Moctezuma, IV, 6), cosa no mencionada en las fuentes españolas. Claramente, la versión de los hechos de Spengler toma partido por Moctezuma, al darle la palabra donde Cortés elude hacerlo, dotándole de palabra y razón cuando Cortés o Bernal Díaz no lo habían hecho. Hay, asimismo, algunas acciones secundarias libremente inventadas en el drama de Spengler. Entre ellas, ya mencionamos la historia de Marina, la cual en el drama ha sido salvada por Cortés de una casa en llamas y, estando enamorada de él sin esperanza de ser correspondida, más tarde es apuñalada por un «cacique» azteca celoso (Moctezuma, IV, 6-7). Todo ello contradice la referidísima biografía de Malintzin, según la cual esta fue entregada a los españoles junto a otras mujeres, y no solo se convirtió en intérprete de Cortés, sino que tuvo de él un hijo (Martín Cortés). Ese triángulo amoroso
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tiene el efecto dramático, sin embargo, de subrayar la igualdad entre aztecas y españoles, como también de culpar a Cortés por su falta de sentimiento por ella y luego, a Marina, por su falta de «patriotismo» hacia los aztecas. Spengler introduce también en su drama un conflicto padre-hijo no documentado históricamente, al convertir a Cuitláhuac en vástago y heredero de Moctezuma pese a que, en realidad, era hermano. Dicho conflicto le permite acrecentar el efecto melodramático de varios pasajes: cuando Moctezuma recibe a Cortés contra el consejo del hijo y otros caciques (Moctezuma, I, 2); cuando rechaza matar a Cortés justo antes de ser, a su vez, capturado (Moctezuma, III, 4); y durante la soledad en su cautiverio, cuando ha sido abandonado por su propio hijo, especialmente en el momento de su muerte. Finalmente, Cacama, quien aparece como otro «sobrino» de Moctezuma en Bernal Díaz, es en Spengler un octogenario consejero de Moctezuma, imitando la figura del sabio anciano tan popular en la mitología clásica. La exposición de Spengler de la conquista de México presenta, por tanto, cambios y realces que, a pesar de no siempre ser realistas desde un punto de vista histórico, reflejan un juicio maduro y bastante consistente con su obra posterior, a pesar de que el autor contaba solo con 17 años cuando escribió su ópera prima. Queda clara su tesis de que Moctezuma fue una víctima de su sentido del honor, y de que no fueron ni su superstición ni sus titubeos —como Cortés sugiere en su carta— lo que hizo posible la victoria española. Moctezuma ofrece, así, a pesar de algunos excesos melodramáticos, una interesante perspectiva sobre la significación que el relato de la conquista de México puede haber alcanzado para la trayectoria intelectual de Spengler e, incluso más allá, en la Alemania de finales del siglo xix. 2. El
horizonte de lecturas de
Spengler
hacia
1897
El interés del joven Spengler por la conquista de México era llamativo, dado el ambiente en el que creció. Al ser su padre empleado de la oficina de correos, en la década de 1890 Spengler vivía con su familia en Halle, ciudad mediana en el estado de Sajonia-Anhalt, donde acudía al colegio de la prestigiosa fundación pietista Francke para recibir una educación, sobre todo, en letras clásicas y teología. El temario de esta escuela es muy poco probable que incluyera el estudio de la historia de México5. Sin embargo, incluso en el
5 En 1896, el último año del bachillerato de Spengler, las materias eran latín, griego, hebreo, un poco de francés e inglés, alemán, matemáticas, historia con geografía, y
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ambiente provinciano de esta ciudad, el tema de México y Moctezuma pudo haber adquirido cierta presencia. A lo largo de los años del declive del imperio español y de la expansión de otros imperios, tales como el inglés, estadounidense y, finalmente, el alemán, el antiguo México se había convertido para muchos en un tema fascinante. El número de descripciones de viajes, relatos y libros juveniles sobre la conquista de México, así como de nuevas traducciones de los textos de la época, se disparó a partir del siglo xix6. La autora de uno de los resúmenes en alemán de la conquista de México podía citar, así, para 1865 una larga lista de fuentes en tres idiomas: Algo se ha conseguido en el trabajo sobre México […] Valga lo que sigue para hacerse una idea de lo alcanzado. La excelente obra de William Prescott History of the Conquest of Mexico supone la base del primer volumen de nuestro libro. Nos servimos, además, de las Vues des cordillères de A. von Humboldt, de la Historia verdadera de la conquista de Nueva España del bravo Bernal Díaz, del notable trabajo del Dr. Peschel Das Zeitalter der Entdeckungen y, por último, de las investigaciones —más antiguas— del padre Clavijero, así como de las más recientes del abate Brasseur et al. Respecto a lo que historiadores de los propios siglos xvi y xvii sacan a la luz, de eso Prescott ya se ha ocupado de tal modo en su clásico libro, que nosotros a las fuentes más antiguas del mismo no hemos vuelto (Armin/Krebs, vii).
En la fundación Francke de Halle habrían estado disponibles, según el catálogo de la biblioteca, la mencionada obra del Dr. Peschel y, de Humboldt, su Umrisse von Vulkanen y Geognostische und physikalische Erinnerungen, junto al relato de viaje de Hermann Hoffmann California, Nevada, und México. Wanderungen eines Polytechnikers (1871), la novela histórica en tres tomos de Carl Franz van der Velde Die Eroberung von Mexico (1830), las traducciones al alemán de dos volúmenes ilustrados de ruinas mayas por John L. Stephens, una narración en alemán que sigue el relato de Bernal Díaz del Castillo, y la traducción al alemán, he-
educación física. En las clases de historia se enseñaba, según informa el plan de estudios (cf. Becher), «historia del pueblo alemán hasta 1648, tomando en cuenta los acontecimientos esenciales de la historia no alemana»; en las de alemán se leía a Lutero, las Odas de Klopstock, la Minna von Barnhelm, el Natán el Sabio y el Laocoonte de Lessing, y la Ifigenia de Goethe. La conquista de México por Hernán Cortés se mencionaría, si acaso, a propósito del reinado de Carlos V y de la casa de Habsburgo. 6 Rubén Gallo habla de una «aztecomanía» en escritores alemanes y franceses de los siglos xix y xx tales como Gerhart Hauptmann, Eduard Stucken, Walter Benjamin y Georges Bataille.
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cha por nada menos que Friedrich Schiller, de la History of America del escocés William Robertson7. En la biblioteca de la Universidad de Halle, la cual el joven Spengler empezó a utilizar clandestinamente en el invierno de 18961897, habría tenido acceso a la traducción alemana de la obra de referencia del jesuita mexicano Francisco Javier Clavijero Geschichte von Mexico (1789), a las nuevamente traducidas tres cartas de relación de Hernán Cortés, Drei Berichte des General-Kapitäns von Neu-Spanien Don Fernando Cortes an Kaiser Karl V. (1834), a las Denkwürdigkeiten des Hauptmanns Bernal Diaz [sic] del Castillo (1843-44), a la Geschichte der Eroberung von Mexiko (1834) de Antonio de Solís, y a la monumental Historia de la conquista de México del americano William H. Prescott, traducido al alemán como Geschichte der Eroberung von Mexico (1845). También en la literatura, el teatro y la ópera, Spengler —quien a decir de su biógrafo, Anton Koktanek, era un ferviente aficionado al teatro— habría podido inspirarse en relatos sobre México. Por ejemplo, Carl Heinrich Graun, compositor de palacio de Federico II de Prusia, había compuesto una ópera barroca titulada Montezuma (1755), cuyo libreto había sido escrito por el propio rey. A comienzos del siglo xix, además, se había hecho popular una ópera de Gaspare Spontini, Fernand Cortez ou La conquête du Mexique8. También, el popular dramaturgo Ernst August Klingemann había escrito un melodrama en cinco actos, Ferdinand Cortez, oder: die Eroberung von Mexiko. De Heinrich Heine existe su conocido poema «Vitzliputzli» (1851). Todas estas obras se sitúan en el ámbito de las fantasías exóticas sobre el mundo allende de Europa que existían en la Alemania «precolonial», entre 1770 y 1870, estudiadas por Susanne Zantop en su libro Colonial Fantasies. No sabemos cómo ni cuándo exactamente se habría encontrado Spengler con su materia. A decir de Koktanek (45), nuestro autor leyó en los años de Halle, ante todo, literatura alemana, francesa, rusa y escandinava, descu-
7 Los dos libros de John L. Stephens, Incidents of Travel in Central America, Chiapas and Yucatan (1841) e Incidents of Travel in Yucatan (1843) fueron traducidos al alemán como Reiseerlebnisse in Centralamerika, Chiapas und Yucatan (1854) y Begebenheiten auf einer Reise in Yucatan (1853), respectivamente. La narración alemana de Bernal Díaz se titula Die Entdeckung und Eroberung von Mexiko, nach des Bernal Diaz del Castillo gleichzeitiger Erzählung (1848), con una segunda edición en 1865. La Historia de Robertson se había publicado en inglés en 1877 y fue editada el mismo año en traducción alemana como Die Geschichte von America. La información sobre los fondos de las bibliotecas de la fundación Francke en la década de 1890 se la debo a Britta Klosterberg, directora de la biblioteca (correo electrónico personal del 5 de agosto de 2010), así como a la amable ayuda de la bibliotecaria Anke Mies. 8 Hinz habla de hasta veinte óperas sobre Moctezuma y analiza de forma detallada una ópera de Antonio Vivaldi y la de Graun.
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briendo luego en lecturas clandestinas la crítica de la religión y el darwinismo. Según dijo él mismo: Recuerdo con total nitidez aquellas tardes que pasaba clandestinamente, […] como alumno de tertia [sc. classis], en la biblioteca de la universidad. El primer libro fue la Vida de Jesús de Renan. Experimentaba entonces una dicha demasiado hermosa como para poderla compartir. Me sentía crecer alas, un país nuevo: sabía que yo mismo podía ser algo allí. Conservo todavía una serie de cuadernos que llené de apuntes. Leía a Bauer, a De Wette, a Haeckel, volviendo siempre a penetrar en un país de ensueño una vez que ya las clases de por la mañana me habían repugnado suficientemente (en Koktanek, 50).
Vemos aquí cómo debe haber crecido a lo largo de estos años de vida escolar el escepticismo del joven Spengler hacia la religión, tan literalmente interpretada, sin duda, por el pietismo enseñado en la fundación Francke. La Vie de Jésus de Ernest Renan (1863) había resultado pionera en su época al reconstruir la vida de Jesús desde un punto de vista histórico. Luego, el teólogo Wilhelm Martin Leberecht de Wette era conocido por su aproximación independiente a la exégesis bíblica. Por su parte, el zoólogo y darwinista Ernst Haeckel se hizo famoso con sus obras sobre biología marina, especialmente con sus libros Generelle Morphologie («Morfología general», 1866) y Natürliche Schöpfungsgeschichte («Historia natural de la creación», 1868). Muy poco se ve aquí del historiador-filósofo posterior que iba a ser Spengler, aunque sí, quizás, cierto ansia de rebelión y un deseo por distanciarse de la educación recibida. También podemos especular que quizás haya sido el hecho de que la conquista de México oficialmente fue justificada por el deseo misionero de llevar el cristianismo a otras orillas, el que haya hecho que Spengler se interese por ese temario y no por la India, país recorrido por Haeckel, o por la Patagonia de Darwin. 3. Guiones
del colonialismo.
xico en los
Estados Unidos
El
y en
interés por la conquista de
Mé-
Alemania
Vale la pena tener en mente que la última década del siglo xix en Alemania constituye los años «fundadores» (Gründerjahre) del imperio alemán, recién creado en 1871; es decir, años de creciente prosperidad para la clase media de la cual Spengler formaba parte. Fueron años, además, caracterizados por el intento del joven emperador Guillermo II por expandir sus posesiones coloniales, en competencia con los imperios de ultramar inglés y francés en África y Asia. El «reparto de África», es decir, la colonización completa
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del continente en menos de dos décadas por las potencias europeas —entre ellas, también Alemania— creaba nuevos mercados para los europeos, pero a costa de graves abusos sobre la población autóctona, incrementando además las tensiones entre las propias naciones europeas. En ese contexto, la experiencia del imperio español en América podía ofrecer lecciones importantes. Especialmente, el guion de la historia de Moctezuma fungía de pantalla de proyección para las esperanzas y los miedos que a la colonización exitosa y a la destrucción de culturas existentes se asociaban. El concepto de guion lo tomo de la estudiosa de la performance Diana Taylor, quien, en un capítulo de su libro The Archive and the Repertoire, interpreta el encuentro de Colón con los «indios» de las Antillas, según este lo describió en su carta a los reyes, como una escena primigenia del descubrimiento, la cual sigue siendo retocada, desde entonces, en infinitas variaciones, en relatos de viajes, novelas, en la historiografía y en el periodismo, siempre y cuando alguna de las llamadas culturas «primitivas» coincide con civilizaciones modernas. Según Taylor, el «guion de la conquista» es el siguiente: a los indígenas se los construye como sujetos deficitarios que no poseen cuanto los españoles sí —escritura, ropa, lenguaje, armas, fe—, y que están agradecidos por lo que les traen estos. Esta acción se construye para un público que en parte está presente —es decir, los españoles que acompañaban a Colón, entre los cuales había un escribano—, y que en parte mira desde fuera; es decir: los reyes españoles o los lectores. Para Taylor, en este guion interactivo, el «descubridor» pretende entender al otro, pero lo describe como mero negativo del observador9. De manera similar, podemos hablar en el caso de la historia de Moctezuma narrada por Cortés y Bernal Díaz de un guion que incluye tanto a los protagonistas como al público lector. Ese «guion colonial» diverge, sin embargo, en puntos decisivos del guion de la conquista esbozado por Taylor en su lectura del relato de Colón. Por una parte, Cortés puede apoyarse en más informaciones directas que Colón gracias a dos traductores del náhuatl y el maya, Malintzin y Jerónimo de Aguilar. Sobre todo, se confronta, en el caso de los aztecas y sus ciudades (o altepetl), con una cultura sedentaria, mucho más comparable a la de los españoles. De ahí que su relato tenga que apoyarse en toda una secuencia de escenas, siempre para justificar la guerra contra otra civilización que, de otra manera, podría ser interpretada como acto criminal: el sometimiento formal y público de Moctezuma desde un co-
9 Véase mi ensayo «Scenarios of Colonialism and Culture. Oswald Spengler’s Latin America» para una discusión más extensa sobre este tema.
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mienzo al dominio del rey español, la rebelión de los aztecas, el apresamiento de Moctezuma por Cortés como autodefensa, el ruego de un Moctezuma «débil» a los aztecas para que depongan las armas y el subsiguiente ultraje y ataque de estos a Moctezuma; por último, la muerte melancólica de este, la retirada de los españoles y la posterior conquista definitiva de la capital. También el público es ahora otro. Ya no hay un solo escribano, sino, al menos, dos: el de los españoles y el de los aztecas, el cual, en los relatos de Cortés y Bernal Díaz, «pinta» los acontecimientos y se los entrega a Moctezuma. En consonancia con lo cual, en el guion colonial de México hay desde el principio al menos dos versiones de los hechos: la española y la de los aztecas. El asombro ante el Otro que en Colón tanto prevalecía, se convierte, en el caso de la conquista de México, en asombro por la riqueza del «imperio» azteca y de ahí, en la necesidad de mostrarse religiosa, militar o culturalmente superior a la otra civilización. También, como hemos dicho, Colón y Cortés sitúan su acción en otro marco legal. Mientras que Colón podía tomar posesión de las islas del Caribe porque estaban pobladas por pueblos de vida nómada «carentes de Estado», en el caso de los aztecas, se planteaba la cuestión de la conquista legítima de una cultura urbana bien organizada. Para esos casos, la bula Inter caetera (1493) del papa Alejandro VI establecía que la conquista de territorios también podía justificarse en caso de existir un Estado que tenía que ser convertido a la fe cristiana10. Podemos sospechar que de ahí surge, en el siglo xix, el especial interés de los lectores en Alemania, Inglaterra, Francia y los Estados Unidos por el guion colonial de México cuando estos países inician su propia colonización de nuevos territorios en África y el Pacífico usando narrativas similares sobre su «derecho» a hacerlo, aunque ya sin la excusa de la religión. Desde los primeros relatos en el siglo xvi, el guion colonial de la conquista de México fue discutido, eso sí, entre historiadores y teólogos españoles, mas no tanto en el ámbito europeo11. Como ha argumentado John Elliott, el descubrimiento y la conquista de América por parte de los europeos tuvieron, durante siglos, un «efecto incierto»: el mundo que se abrió a los
10 Para Jürgen Osterhammel (34-35), la primera fase de la formación de colonias de la historia moderna empieza con el establecimiento del sistema colonial mexicano (1520-1570), puesto que aquí es donde por vez primera se construye una administración territorial colonial, y las colonias ya no son bases comerciales, sino asentamientos estables. 11 Véase, por ejemplo, el famoso Debate de Valladolid (1550-1551) entre fray Bartolomé de Las Casas y Juan Ginés de Sepúlveda sobre lo que constituía una guerra justa, discutido por Rolena Adorno en su libro Polemics of Possession.
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colonizadores españoles era demasiado nuevo como para que historiadores, teólogos y filósofos lo pudiesen asimilar. De ahí que, todavía en la década de 1790 se discutía sobre la naturaleza supuestamente «inferior» o «superior» de América, como puso de manifiesto Antonello Gerbi en su Disputa del Nuevo Mundo (1955). Pero, ya acabando el siglo xviii, aparecieron nuevas obras que refutaban los prejuicios sobre la supuesta falta de historia mexicana surgidos en los últimos años de la colonización española. La Historia antigua de México (1779), publicada primero en italiano y luego en traducción alemana e inglesa por el jesuita mexicano Francisco Javier Clavijero, unía relatos orales con la consulta de fuentes y códices para dar una descripción detallada, aunque a menudo poco fiable, de la cultura azteca previa a la llegada de los españoles. En segundo lugar, la History of America (1777-1796) en diez volúmenes de William Robertson consideraba a los aztecas y mayas inferiores a los europeos, ya que suponía que no tenían ni hierro ni bronce ni ganadería ni escritura (¡!), pero así y todo los tomaba no por culturas primitivas, sino avanzadas12. Finalmente, con la independencia de la mayoría de los estados latinoamericanos a comienzos del siglo xix, y con la apertura de los mismos a viajeros europeos —el primero, entre ellos, el prusiano Alexander von Humboldt—, creció el interés científico por Latinoamérica, aumentando el interés por nuevas interpretaciones de la conquista de México. Humboldt había recorrido Suramérica entre 1799 y 1804 y rechazó en varios relatos de viaje definitivamente las especulaciones de algunos filósofos ilustrados sobre la falta de historia y la monstruosidad del nuevo continente13. Especialmente su obra Vues des cordillères et monumens [sic] des peuples indigènes de l’Amérique (1810-1813) combinaba por primera vez magníficas descripciones de la naturaleza con imágenes de antiguos códices mayas, calendarios, objetos artísticos, monumentos y ruinas de México. Tales imágenes daban una impresión totalmente nueva de la complejidad y antigüedad de las culturas precolombinas, a las que el propio Humboldt comparaba con el arte clásico griego (Humboldt, Ansichten der Kordilleren, 3-17)14. Las dramáticas evocaciones y descripciones humboldtianas de la naturaleza y las culturas de
12 Véase el capítulo de Detering (106-134) sobre la History of America de William Robertson en el contexto de la Ilustración. 13 Para lo que sigue, me baso en el análisis de Ottmar Ette (213-258) sobre el llamado debate berlinés en torno al filósofo De Pauw, debate que, con el artículo del abate Raynal en la Encyclopédie de Diderot, tuvo un amplio eco. Como Ette muestra, Humboldt se refiere a dicho debate en su Vues des cordillères. 14 Cito conforme a la hermosa primera edición alemana de Humboldt, Ansichten der Kordilleren.
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América dirigieron el interés de los lectores, tanto legos como científicos, hacia la historia de un México que, de repente, se erigía en rival de la cultura española, como antes lo habrían sido los griegos y romanos antiguos. La atención a las antiguas culturas americanas se plasmó también en novelas históricas y de aventuras, en piezas teatrales, en nuevas traducciones tanto de las crónicas de los conquistadores como de testimonios tempranos, y en relatos de viajes. Es, en efecto, llamativo cuántas fuentes españolas sobre la conquista de México se tradujeron a partir de 1750; un auténtico boom de publicaciones alemanas da comienzo, sin embargo, hacia 1850. Las Cartas de relación de Hernán Cortés al rey de España, por ejemplo, habían sido traducidas al alemán por primera vez en 1550 y no volvieron a editarse hasta 1779. En ese año, en cambio, J. J. Stapfer sacó una nueva edición con dos impresores a la vez (en Berna y en Heidelberg) y luego, en 1834, Carl Wilhelm Koppe volvió a traducirlas parcialmente, acompañadas de notas15. En cuanto a la famosa obra de Bernal Díaz del Castillo, no se tradujo al alemán hasta 1838, con una segunda «edición aumentada» en 1843; y en 1865, se publicó de ella, a su vez, una reelaboración dirigida a la «juventud alemana»16. La Historia de la conquista de México de Antonio de Solís y Rivadeneyra (1684) fue traducida al alemán por vez primera en 1750-1751, y vuelta a publicar en nueva traducción en 1838. También los dos relatos de viaje del americano John L. Stephens por las ruinas de las ciudades mayas de Yucatán y América Central se tradujeron al alemán inmediatamente tras su aparición en 1854, como vimos. Las historias escritas por los americanos William H. Prescott sobre las conquistas de México y el Perú, y de Washington Irving sobre la vida de Cristóbal Colón aparecieron entre 1828 y 1848 en traducción alemana17. En todas estas obras se encuentran versiones de Moctezuma las cuales, siempre siguiendo un guion colonial, privilegiaban ora a Moctezuma, ora a Cortés, describiendo la cultura de los aztecas y de los pueblos vecinos con mayor o menor detalle. A continuación, quisiera presentar dos relatos decimonónicos de la conquista de México que muestran cuán amplio margen había para interpretar la figura de Moctezuma, sea de modo crítico, sea de modo enaltecedor. Se trata, por un lado, de la novela histórica de Carl Franz van der Velde Die Eroberung von Mexico (1830); y, por otro, de la historia épica de
15 Cf. Cortés, Drei Berichte; id., Briefe des Ferdinand Cortes. 16 Véase Bernal Díaz, Denkwürdigkeiten des Hauptmanns Bernal Diaz; id., Die Entdeckung und Eroberung von Mexiko. 17 Véase Irving, Geschichte des Lebens und der Reisen des Christoph’s Columbus (1828); Prescott, Geschichte der Eroberung von Mexico (1845); Prescott, Geschichte der Eroberung von Peru (1848).
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William H. Prescott History of the Conquest of Mexico (1843). Aunque a primera vista no parecen tener mucho que ver la una con la otra, ambas alcanzaron gran popularidad en la Alemania de la segunda mitad del siglo xix. También vale la pena comparar los contextos nacionales de Alemania y los Estados Unidos en cuanto a las ambiciones políticas proyectadas sobre el mismo guion de la conquista de México. Carl Franz van der Velde, aunque fuera en su época el autor más popular de novelas históricas, apodado el «Walter Scott de Alemania», hoy está prácticamente olvidado. En su momento fue prolífico y un auténtico bestseller: de los veintiocho volúmenes de sus obras completas salieron hasta 1862 siete ediciones; en los diez primeros años de su aparición sus libros alcanzaron un grado de popularidad que, a decir de Matthey (132), igualaba al de las obras de Schiller. Al contrario que este, sin embargo, Velde aprovechaba información histórica para construir figuras y escenas algo repetitivas y estereotipadas, lo que sitúa su producción en la categoría de literatura de fórmula. Die Eroberung von Mexico es el único de sus veintiocho volúmenes dedicado a una civilización no europea. Fue la primera novela histórica alemana sobre México y para el público lector burgués, probablemente el relato más en boga sobre el tema18. Velde no citaba fuentes, trabajaba con diálogos sencillos y con una moral ilustrada. No obstante, logró establecer para su público los elementos esenciales del drama que, tras él, otros volverían a poner en escena. La novela vive del contraste entre cuatro figuras: el audaz héroe Cortés, su joven compañero Juan Velázquez de León, el tiránico gobernador de Cuba Diego Velázquez (tío de Juan) y, luego, Moctezuma. El conflicto ético-moral está colocado, con Velde, en la persona de Velázquez de León, quien sigue en calidad de consejero a Cortés, pensando que este quiere convertir al cristianismo a los aztecas. Se desengaña, sin embargo, cuando presencia su proceder brutal y su cálculo estratégico. Moctezuma, por su parte, aparece como un tirano que vive en la opulencia con un ejército de sirvientes, pero que, debido a su supersticiosa fe en el regreso de Quetzalcóatl, no es capaz de tomar una decisión propia y acaba sometiéndose con todo su pueblo a los españoles (Velde, Die Eroberung von Mexico, 134). Juan resume que «esta nación es ya demasiado culta, tiene demasiadas necesidades artificiales, está demasiado
18 En el año 1818, Carl Curths había publicado un relato sobre la conquista de México, pero no tuvo, que yo sepa, más que una única edición. En lo que a temas españoles y americanos concernía, August von Kotzebue, autor dilecto de Spengler, había dramatizado dos veces la historia colonial española, en Die Sonnenkönigin (1796) y en Die Spanier in Peru (1791).
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mal gobernada como para poder resistir mucho tiempo, por no hablar del respeto que nuestro saber superior y nuestras armas les han inspirado» (ibid., 144). El problema de la conversión y del aprendizaje de una nueva cultura pasa a ser central en la tercera parte de la novela, que es de libre invención. Juan queda como prisionero de los aztecas tras la retirada de los españoles de Tenochtitlán. Se enamora de Anacoana (sic!), hija del rey, y se casa con ella por el rito «pagano». No obstante, tras la reconquista de Tenochtitlán por parte de los españoles, y poco después de expresar Cortés dudas sobre la conveniencia de un matrimonio con una pagana —aun estando ya bautizada—, Anacoana se suicida afligida por la muerte voluntaria de su padre. Esas muertes sugieren, de manera poco velada, lo inasimilable que es la cultura azteca a la de los españoles. Una serie de adaptaciones de Velde continuaron en Alemania en esta línea de interpretación popular, según la cual los aztecas habrían sido poco menos que demasiado «avanzados» en su civilización para poder imponerse a los españoles. Podemos sospechar que, al igual que la sugerencia de Humboldt, el modelo prevalente para pensar el «imperio azteca» eran los imperios griegos y romanos; hacía falta poca imaginación para añadir a ello la idea de un imperio azteca «en decadencia», sobre el cual el imperio español, en tanto «joven» habría prevalecido. Así, el libro para adolescentes de W. O. von Horn, Die Eroberung von Mexico durch Hernando Cortés (1864) insiste en el heroísmo de Cortés contrastándolo con un Moctezuma que se presenta como un déspota interiormente débil que ha de ser eliminado por Cortés para poder convertir al cristianismo a la población. Franz Hoffmann, en otro libro para adolescentes que cita a Velde en el subtítulo y la introducción, Die Eroberung von Mexiko (1879), sitúa la historia de la conquista de México en el contexto de la expansión imperial de España y expresa su admiración hacia esta época: «La vida de los caballeros de aquel tiempo era, en efecto, poesía vuelta realidad, y el relato de sus vivencias en el Nuevo Mundo colma una de las más notables páginas de la historia humana» (III). Mientras que Humboldt insiste en la contemplación del mundo por él descubierto, en Velde y sus seguidores, se convierten en el punto central de las cavilaciones cuestiones relativas al colonialismo; referentes, por tanto, a si debe justificarse la anexión de un Estado por parte de otro cuando el reino conquistado está gobernado por un déspota y unas prácticas religiosas «paganas» o inhumanas. La versión popular de Velde de la conquista de México, por tanto, incluso cuando criticaba a Cortés por su propio comportamiento, seguía un guion de interpretación inspirado a la vez por la idea ilustrada de los derechos humanos universales, y por la antigua idea de la translatio imperii que parecía justificar la colonización de imperios considerados decadentes.
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La Historia de la conquista de México de Prescott (1843), al contrario de la de Velde, fue el resultado de una investigación de gran vuelo. Apoyada en un grupo de historiadores españoles que, desde finales del siglo xviii, habían vuelto a tener acceso a los escritos de los primeros años de la colonización, sintetizó toda la documentación disponible por mucho tiempo19. Junto a George Ticknor, primer profesor de literatura española en la Universidad de Harvard, y al escritor Washington Irving, Prescott había de reescribir la historia de Latinoamérica desde los Estados Unidos con una autoridad y un brío épico que seguirían impresionando a los lectores del siglo xx. Vale la pena demorarse en el momento en que los tres escritores empezaron a estudiar la historia de Latinoamérica. Sabemos que, ya en 1823, los Estados Unidos habían formalizado, con la llamada Doctrina Monroe, su interés por mantener las entonces nuevas naciones latinoamericanas libres de influencias europeas e implícitamente expandir su propia influencia entre ellas; ya se había logrado, a ese efecto, la independencia del estado de Texas de México en 1836. Por otra parte, Prescott y sus amigos eran de la idea, según Iván Jaksic, que los Estados Unidos debían concentrarse en consolidar sus propios ideales de libertad del individuo y de unidad de la nación, y en vivir conforme a la ética de los puritanos; no expandir, en cambio, su territorio a regiones que ya habían sido estados soberanos antes de la colonización española. De ahí que los historiadores americanos asociaban con el estudio de la colonización española, según Jaksic, una reivindicación crítica para con su propio país. La obra de Prescott ofrece un cuadro histórico de gran complejidad, donde no hay un claro vencedor. Sin embargo, aún ahí se nota que Prescott tiene sus ideas sobre el imperialismo, y también que sigue, a pesar suyo quizás, ciertos prejuicios culturalistas. Lee la historia de la conquista de México como un drama entre dos grandes potencias en el cual los españoles inicialmente quedaron como espectaculares vencedores, pero a la larga contribuyeron al declive de su país. De ahí que pone gran énfasis en hablar del heroísmo de lo que para él es solo la primera parte de este drama, la conquista de México por Cortés. Prescott está lleno de elogios a la inteligencia y el talento estratégico de Cortés, superior a Moctezuma en tanto figura
19 Según Prescott, los historiadores españoles Juan Bautista Muñoz, José de Vargas Ponce y Martín Fernández de Navarrete, quienes tenían libre acceso a los archivos nacionales, al Archivo de Indias de Sevilla y a otras bibliotecas, le habrían facilitado el acceso a unos ocho mil folios de fuentes inéditas que Robertson o Antonio de Solís no habrían tenido a su disposición (Prescott, History of the Conquest of Mexico, 3-5).
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trágica que destaca por encima de su propia cultura y se pierde en su desgarro interior. De hecho, Prescott habla de Moctezuma como de un «bárbaro occidental» que tiembla ante los «hijos de Oriente» (los españoles). La cultura azteca, para Prescott, puede ser mejor comparada a la de los tártaros, cultivados, pero solo vana y pomposamente (Prescott, History of the Conquest of Mexico, 435). En tanto soberano, Moctezuma, sin embargo, se distingue de sus predecesores por sus inclinaciones religiosas y más bien intelectuales, aunque de manera ambigua: Even this, however, was an advance in refinement, compared with the rude manners of the earlier Aztecs. The change may, doubtless, be referred in some degree to the personal influence of Montezuma. In his younger days, he had tempered the fierce habits of the soldier with the milder profession of religion. In later life, he had withdrawn himself still more from the brutalizing occupations of war, and his manners acquired a refinement tinctured, it may be added, with an effeminacy, unknown to his martial predecessors (ibid.).
El tener un carácter «afinado» y hasta «afeminado» hace de Moctezuma una personalidad compleja que, si bien tiene experiencia bélica, por otra parte también tiene atributos intelectuales que se salen del esquema del guerrero, señalando a la vez cierta debilidad. Esta ambigüedad de la persona de Moctezuma se perfila a todo lo largo de la historia de Prescott. El apresamiento de Moctezuma por parte de Cortés, Prescott lo interpreta como producto del miedo de aquel a la muerte y como una reacción emocional desproporcionada. No obstante, en la escena, omitida por Spengler pero narrada con lujo de detalle por Prescott, del sometimiento formal de Moctezuma a la majestad del rey español, el historiador americano encuentra algo admirable en el soberano azteca: «There was something deeply touching in the ceremony by which an independent and absolute monarch, in obedience less to the dictates of fear than of conscience, thus relinquished his hereditary rights in favor of an unknown and mysterious power» (History of the Conquest of Mexico, 481). Frente a ese énfasis en la conciencia de Moctezuma, es para Prescott la pasión excesiva de los demás aztecas la que los lleva a atacarle: «The swollen tide of their passions swept away all the barriers of ancient reverence, and, taking a new direction, descended on the head of the unfortunate monarch, so far degenerated from his warlike ancestors» (ibid., 563). Prescott interpreta así momentos clave de la biografía de Moctezuma de forma muy distinta a Velde, estilando al tlatoani como un héroe romántico trágico que se sitúa por encima de sus contemporáneos y se gana, como señor soberano, el respeto de los españoles. Cortés y Moctezuma se con-
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vierten, para Prescott, en antagonistas a la misma altura, aun cuando las culturas que representan no lo son. El derecho de los españoles de invadir al imperio azteca, por tanto, es asumido como natural, y su victoria tiene que ver para Prescott no tanto con que el momento del imperio azteca ya haya pasado, sino con que los aztecas nunca habrían llegado a ser del todo una alta cultura. Podemos ver un reflejo de la gran recepción de la obra de Prescott en Alemania en el hecho que los relatos populares y eruditos de la conquista de México siguen, a partir de la segunda mitad del siglo xix, la línea por él establecida. El libro juvenil de Carl Goehring Cortez. Die Eroberung von Mexiko (1866) se centra por completo en la vida de Cortés, y representa a Moctezuma como figura solemne y enigmática. En otro libro para la juventud, Das alte und das neue Mexico (1865), editado por Th. Armin, se señala a Prescott como principal fuente. El libro arranca, muy en la línea de este, con una descripción de la cultura azteca antes de empezar a hablar de Cortés y su expedición de conquista. También aquí se describe a Moctezuma como monarca solemne. La mencionada obra de Oscar Peschel Geschichte des Zeitalters der Entdeckungen (1858) incluso pasa por alto la historia de la conquista por parte de Cortés en su capítulo sobre México, comentando que la misma ya ha sido expuesta por Prescott de una forma «que va a desalentar a cualquier continuador durante mucho tiempo» (Peschel, 541). Si comparamos el Moctezuma de Spengler con las obras de Velde y de Prescott, resulta que Spengler adopta, como Velde, una perspectiva crítica hacia Cortés, pero que en su apreciación de Moctezuma como soberano con conciencia se acerca más a Prescott. Se aleja de los dos, sin embargo, en su crítica generalizada de la conquista de México, la cual lo lleva a abandonar del todo la idea de una sumisión de Moctezuma a los españoles, explorada con gran efecto en ambos, Velde y Prescott. Irónicamente, el drama de Spengler acaba teniendo más afinidad con el poema «Vitzliputzli» (1851) de Heinrich Heine, epítome de una lectura crítica del colonialismo, que con los autores que más directamente habrían informado sus lecturas: Lleva en la testa laureles Y, en sus botas, relumbrantes Espuelas de oro sin ser Él héroe ni caballero. Capitán bandido fue Que en el libro de la gloria Con bellaco puño puso Nombre bellaco: Cortés.
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4. Ruinas, jeroglíficos México en la imagen
y lo sublime.
El
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redescubrimiento de
A pesar de las afirmaciones posteriores de Spengler en relación a la falta de documentación sobre el antiguo México, vimos que hubo un verdadero redescubrimiento de México en el siglo xix. Ese fenómeno se revela, además de por los relatos sobre la conquista, también en el interés erudito por las «antigüedades mexicanas» representadas en múltiples libros ilustrados, de los cuales varios habrían estado al alcance del joven Spengler. Los autores de tales libros eran, en su mayoría, diplomáticos o eclesiásticos, aficionados a la arqueología sin previo conocimiento de la historia de América, dados, por lo tanto, a alentar una imaginación viva, hasta tal punto que la representación visual de monumentos mayas y aztecas puede haber inspirado teorías a veces estrafalarias sobre el pasado histórico. Así, el escritor americano John L. Stephens, quien llegó a América Central en función de diplomático de los Estados Unidos, incluía en su libro Incidents of Travel in Central America, Chiapas and Yucatan (1841) ilustraciones de monumentos y edificios prehispánicos por Frederick Catherwood que superaban en precisión a todo lo hasta entonces realizado. El texto, sin embargo, describía los monumentos y las ruinas de ciudades encontrados como parte de una gran civilización «americana» originariamente llegada del norte. Tachaba al dominio colonial de los españoles de ignorante y a los habitantes de la Centroamérica y el México de entonces como gente atrasada, amenazada por la extinción. A los mayas que habían poblado aquellas antiguas ciudades, Stephens los veía como una alta cultura que se había desarrollado independientemente en América, y que era comparable a las altas culturas de Egipto o Grecia. Como resume R. Tripp Evans, a juicio de Stephens, no hacía falta sino un gobierno inteligente y una buena educación para «despertar» a las poblaciones que entonces vivían en Centroamérica y México, y reencaminarlas a su «antigua grandeza» (Evans, 44-87). Stephens, de hecho, había viajado por Europa y Egipto antes de recorrer Mesoamérica, y había obtenido un primer éxito con su obra Incidents of Travel in Egypt, Arabia, Petrea and the Holy Land (1837). Las obras de Stephens fueron traducidas al alemán y publicadas con las ilustraciones de Catherwood, con más de un popular autor alemán dejándose inspirar por ellos. En las ilustraciones de libros alemanes se mezclaban, de modo generalizado, ya elementos de la cultura maya y azteca con la de medio oriente, dando lugar a un exótico universo gráfico de culturas no europeas. Al igual que las representaciones europeas de Egipto en la primera mitad del siglo xix, Mé-
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xico se percibía como un país con un grandioso pasado, explotado luego por los españoles y ahora, necesitado de ayuda20. A muchos europeos, los paralelismos entre la cultura maya y la egipcia les habrán parecido obvios, debido por un lado a la semejanza visual entre las pirámides egipcias y las mesoamericanas, y por otro, a la enigmática escritura jeroglífica de los mayas, que a Alexander von Humboldt ya le había dado pie a especulaciones sobre una posible afinidad con los jeroglíficos egipcios21. Aquellos paralelismos visuales llevaron a Stephens a considerar los monumentos de los mayas como «obras de arte» y, por tanto, manifestaciones de una cultura avanzada. Así escribe Stephens sobre su visita a Copán: The sight of this unexpected monument put at rest at once and forever, in our minds, all uncertainty in regard to the character of American antiquities, and gave us the assurance that the objects we were in search of were interesting, not only as the remains of an unknown people, but as works of art, proving, like newly-discovered historical records, that the people who once occupied the Continent of America were not savages. With an interest perhaps stronger than we had ever felt in wandering among the ruins of Egypt, we followed our guide, who, sometimes missing his way, with a constant and vigorous use of his machete, conducted us through the thick forest, among half-buried fragments, to fourteen monuments of the same character and appearance, some with more elegant designs, and some in workmanship equal to the fine monuments of the Egyptians (102-103).
20 Edward Said, en su famoso libro Orientalism, presenta un argumento similar sobre el discurso científico sobre el Oriente en Francia, Inglaterra y Alemania con el trasfondo de la campaña de Napoleón en Egipto. Para estudios sobre el orientalismo alemán, se pueden consultar los libros de Suzanne Marchand y Sabine Mangold. Una actualización del argumento de Said sobre el orientalismo francés se encuentra en los ensayos de Markus Messling («Bury him?» y «Representation and Power»). 21 Sobre la sorprendente longevidad de la teoría de una conexión entre las culturas egipcias y mayas, véase el capítulo de Robert Wauchope «Elephants and Ethnologists. Egypt in America» (7-28), donde se estudia a Augustus Le Plongeon, Lewis Spence, G. Elliott Smith y William J. Perry. Como hemos visto, también Prescott, como buen conocedor de las obras de Stephens, comparaba a Moctezuma y a los aztecas con Oriente, en su caso, con los tártaros. Aun así, sin embargo, los monumentos y la escritura mayas y aztecas le recuerdan por momentos a Egipto. Por ejemplo, escribe sobre un muro del Templo Mayor de Tenochtitlán que estaba ornado con relieves de serpientes que «this emblem was a common one in the sacred sculpture of Anahuac, as well as of Egypt» (History of the Conquest of Mexico, 443).
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Las ciudades mesoamericanas en ruinas representaban, para Stephens y Catherwood, obras de arte de una belleza sublime, no clásica; cosa que se mostraba ante todo en la monumentalidad de los edificios descritos, pero también en la extraña sinuosidad de los frisos y frescos figurativos de los mayas (cf. ilustración 1). A ello se añadía el énfasis de Catherwood en que se trataba de ciudades en ruinas, cuyos monumentos y edificios solía pintar como templos-monte medio cubiertos de selva (cf. ilustraciones 2 y 3). Stephens y Catherwood conjuraban, así, una cultura que, en su evocación de una belleza monumental cercana a la muerte y no obstante reconocible, tenía que responder al espíritu romántico de la época (cf. ilustración 4). El explorador y fotógrafo francés Désiré Charnay, fascinado por las ruinas mayas que llegó a visitar con una expedición francesa entre 1857-1861, también adoptó una mirada francesa algo condescendiente sobre los habitantes mayas de aquellos lugares. Su relato de viaje Cités et ruines américaines (1863), el primer libro ilustrado con fotografías, afirmó las teorías del arquitecto francés Viollet-Le-Duc, cuyo largo ensayo de análisis pictórico precedía en el libro al de Charnay, y quien pensaba que los monumentos arquitectónicos siempre expresaban el espíritu y las técnicas de las «razas» humanas que las habían construido. Según Viollet-Le-Duc, los monumentos antiguos de México claramente eran resultado de la mezcla entre razas blancas venidas del norte y la población local indígena, de origen asiático, dando lugar a una alta cultura propia (Viollet-Le-Duc en Charnay, 8-10). Publicado en 1863, el año de la segunda intervención francesa en México, ese libro representaba de nuevo a las tierras mayas como llenas de un esplendor pasado, pero en un ruinoso presente. Otra teoría sobre posibles conexiones entre la cultura grecolatina, del antiguo Egipto y de los mayas proviene del abate Charles-Étienne Brasseur de Bourbourg, quien, en su Monuments anciens du Mexique (Palenque, et autres ruines de l’ancienne civilisation du Mexique), de 1866, ricamente ilustrado por Jean-Frédéric Waldeck, especulaba que los mayas descendían de los toltecas, los cuales por su parte serían los supervivientes de la sumergida Atlántida, una desaparecida masa de tierra que se habría extendido de Norteamérica a África. Según Brasseur de Bourbourg, esto explicaría la similitud de la arquitectura maya con la de griegos y egipcios, e implicaría que el intercambio y la continuación de culturas se habían producido de oeste a este y no, como anteriormente se asumía, al revés. Brasseur de Bourbourg publicó, por lo demás, importantes documentos sobre los mayas, como el texto maya quiché Popol Vuh, y también la Relación de las cosas de Yucatán de Diego de Landa. Los relatos alemanes de la conquista de México recurrían, de manera parecida, a Oriente, pero sin la connotación peyorativa presente en Stephens y otros. Las ilustraciones idealizan sobre todo la antigua civilización de mayas
Ilustración 1 Frederick Catherwood (1799-1854), «Mayan stele from Copan», litografía, en John Lloyd Stephens, Incidents of Travel in Central America, Chiapas and Yucatan, New York, 1842. Fotografía de Carola Seifert. Bildarchiv Preussischer Kulturbesitz / Art Resource, NY.
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Ilustración 2 Frederick Catherwood (1799-1854), «Temple (Casa nº 1) at Palenque», litografía, en John Lloyd Stephens, Incidents of Travel in Central America, Chiapas and Yucatan, New York, 1842. Fotografía de Carola Seifert. Bildarchiv Preussischer Kulturbesitz / Art Resource, NY.
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Ilustración 3 Frederick Catherwood (1799-1854), «Palace at Palenque», litografía, en John Lloyd Stephens, Incidents of Travel in Central America, Chiapas and Yucatan, New York, 1842. Fotografía de Carola Seifert. Bildarchiv Preussischer Kulturbesitz / Art Resource, NY.
Ilustración 4 Frederick Catherwood (1799-1854), «Mayan stele T from Copan», litografía, en John Lloyd Stephens, Incidents of Travel in Central America, Chiapas and Yucatan, New York, 1842. Fotografía de Carola Seifert. Bildarchiv Preussischer Kulturbesitz / Art Resource, NY.
Ilustración 5 «Götzenbild in Copan», en Carl Goehring, Cortez. Die Eroberung von Mexico, Leipzig, 1886. Fotografía de Carola Seifert. Bildarchiv Preussischer Kulturbesitz / Art Resource, NY.
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Ilustración 6 Vista de la ciudad maya de Uxmal, Yucatán, en Carl Goehring, Cortez. Die Eroberung von Mexico, Leipzig, 1886. Fotografía de Carola Seifert. Bildarchiv Preussischer Kulturbesitz / Art Resource, NY.
Ilustración 7 Frontispicio de Th. Armin, Das alte Mexiko oder die Eroberung von Neuspanien, Leipzig, 1865. Fotografía de Carola Seifert. Bildarchiv Preussischer Kulturbesitz / Art Resource, NY.
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Ilustración 8 «Die Üppigkeit der Vegetation. Der Wald von Palenque», en Th. Armin, Das alte Mexiko oder die Eroberung von Neuspanien, Leipzig, 1865. Fotografía de Carola Seifert. Bildarchiv Preussischer Kulturbesitz / Art Resource, NY.
Ilustración 9 «Thron Montezumas», en Franz Hoffmann, Die Eroberung von Mexiko, Stuttgart, 1879. Fotografía de Carola Seifert. Bildarchiv Preussischer Kulturbesitz / Art Resource, NY.
Ilustración 10 Portada de Franz Hoffmann, Die Eroberung von Mexiko, Stuttgart, 1879. Fotografía de Carola Seifert. Bildarchiv Preussischer Kulturbesitz / Art Resource, NY.
Ilustración 11 «Prozession», en Franz Hoffmann, Die Eroberung von Mexiko, Stuttgart, 1879. Fotografía de Carola Seifert. Bildarchiv Preussischer Kulturbesitz / Art Resource, NY.
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y aztecas, mientras que en el texto la actuación de los españoles se critica acerbamente. Valgan tres ejemplos. El libro de Goehring, Cortez. Die Eroberung von Mexico, copia las ilustraciones de Catherwood añadiendo comentarios didácticos del autor, los cuales guían la atención del lector hacia la destreza artística de aztecas y mayas, haciendo notar lo poco que queda de monumentos mayas en Centroamérica debido a la furia destructora de los españoles. Así, al hablar de los ídolos del Templo Mayor de Tenochtitlán, entonces desaparecidos, Goehring se vale de una estela maya de Copán que Catherwood había dibujado (cf. ilustración 5) para explicar a sus lectores juveniles: Los españoles destruyeron allí todos los ídolos, de modo que no habríamos recibido noción alguna de la forma artística de estas imágenes de no haber quedado, en las partes más meridionales del imperio mexicano, algunas de estas insólitas imágenes entre las ruinas de los templos destruidos y de no haberlas descubierto, en la época más temprana, ávidos estudiosos de lo antiguo. Os muestro, queridos niños, un tal ídolo conforme el mismo se halló, bastante bien conservado, en las ruinas de Copán, en la actual República de Guatemala. Admiráis en él ciertamente no menos el espíritu creativo que la pericia artística de aquellos indios a quienes los españoles por rudos salvajes tenían o, al menos, como a tales trataban (Goehring, 153).
En una escena posterior —cuando refiere la toma y destrucción de Tenochtitlán— compara la ciudad destruida ni más ni menos que con Roma (cf. ilustración 6): Nada queda allí del magnífico templo doble ya, ningún palacio azteca, ningún teocali. Solamente en las provincias meridionales del país permanecen todavía, en ruinas, algunos de tales templos dobles sobre montañas artificiales, y nos dan al menos una vaga idea de aquel famoso y gran templo doble de Tenochtitlán. Os muestro, queridos lectores, aquí en la imagen un tal templo doble como lo admira, todavía hoy, el viajero en Uxmal, en la península de Yucatán. Veis en seguida que también las casas que hay al fondo pertenecieron al teocali, y del conjunto de la edificación se desprende que, a dichas casas, habían de sumarse otras. Reparemos, sin embargo, en que el templo que en la imagen vemos se encontraba en una provincia mexicana remota. Cuánto más magnífico no sería el del admirado palacio, que de entre todos los teocalis de América sobresalía como, de entre las iglesias cristianas europeas, la basílica de San Pedro en Roma (Goehring, 272)22.
22 También sobre la «ciudad divina» de Copán escribe Goehring (315) que debió de ser «una especie de Roma».
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La nostalgia romántica por las ruinas se asocia aquí a la comparación entre dos metrópolis que eran capitales al mismo tiempo religiosas y terrenas (Roma y Tenochtitlán). Goehring compara incluso el oficio divino de los aztecas con el de los antiguos alemanes, descartando por completo la espinosa cuestión de los sacrificios humanos: «Aquí el oficio divino parece haber sido otro que en las tierras del norte, pues las ruinas contienen incontables ídolos exentos que permiten suponer una liturgia en los bosques como el que, por ejemplo, entre los antiguos alemanes fue corriente» (313). Goehring hace, por tanto, cuanto puede por acercar la cultura de los antiguos aztecas y mayas a sus jóvenes lectores alemanes. También las ilustraciones de Das alte Mexiko de Armin sugieren una imagen del todo positiva de la cultura azteca. Moctezuma aparece, en Armin, pintado como un soberano en toga romana que trata con mucho respecto a Cortés (cf. ilustración 7). Las imágenes del paisaje son, en cambio, las de una naturaleza exuberante en la que el hombre parece perdido, la cual está llena de grandes cactus, volcanes y otros elementos amenazadores (cf. ilustración 8). Los súbditos de Moctezuma son ora indios ataviados nomás con guayucos, ora nobles que llevan coronas, un contraste que al autor no parece chocarle. En Die Eroberung von Mexiko de Hoffmann, las reminiscencias egipcias vuelven a ser más claras. Una imagen muestra a Moctezuma subido a una elevación semejante a una pirámide (cf. ilustración 9). Está rodeado por una multitud de súbditos morenos en trajes que recuerdan al antiguo Egipto. Algunos nobles están sentados incluso en una alfombra oriental. La cabeza de Moctezuma en la cubierta del libro no tiene, en cambio, nada de oriental: está rodeado de un decorado neoclásico rojo-dorado (cf. ilustración 10). Aquellas alusiones mezcladas —ora a la antigüedad egipcia, ora a la romana, ora a los paisajes románticos— conforman una fascinación especial con lo que se puede llamar el sublime mexicano. Sus elementos típicos serían en el ámbito visual las multitudes humanas; la estatura elevada del propio soberano, que se antoja ya romano, ya egipcio; el contraste entre la infinita variedad y enormidad de la naturaleza; y la monumentalidad de las ciudades y templos (cf. ilustración 11). A diferencia de la novela temprana de Velde y de la influyente epopeya histórica de Prescott, las ilustraciones de estos conocidos relatos de viajes tanto como de los relatos populares alemanes de Goehring, Armin y Hoffmann hacen aparecer los monumentos mayas, y por extensión los aztecas, como testimonios de altas culturas semejantes a la vez con Roma y con los egipcios, pero tanto más fascinantes por la historia de su destrucción, y la falta de conocimiento que hay sobre ellas. México se asocia a ideas de po-
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der y grandeza ilimitados, pero a la misma vez aparece como un país cuya cultura y cuyo paisaje resultan indescifrables, como los jeroglíficos mayas mismos lo eran. De ahí que, por antonomasia, el que se convierte en su héroe es Moctezuma, el soberano trágico, no Cortés. Tal habría sido el panorama de literatura frente al cual Spengler escribió su tragedia juvenil. Aun si no podemos determinar con certeza sus lecturas individuales, queda claro que entre la literatura alemana popular y juvenil del momento y las descripciones e historias más serias de México, el drama de Spengler se insertaba en un zeitgeist donde la admiración por las «altas culturas» del pasado se mezclaba con cierto ansia frente al colonialismo, en tanto experiencia relativamente nueva en Alemania en aquel momento. Aún veinticinco años después, podemos confirmar que aquel horizonte intelectual se había expandido, pero en el fondo había cambiado poco. 5. Spengler
el literato.
Esbozos
de dramas y el concepto de lo
trágico
Podemos rastrear cierta evolución de las ideas de Spengler sobre México después de 1897 gracias a los fragmentos y apuntes que dejó a su muerte, y que forman parte hoy en día de su legado conservado en la Bayerische Staatsbibliothek de Múnich. Vale la pena recapitular brevemente la biografía personal de Spengler, para entender mejor el contexto de tales fragmentos, desconectados en su mayoría de La decadencia de Occidente. Después de su graduación por la fundación Francke, Spengler estudió Filosofía y otras materias sin mucho éxito, terminando con un doctorado sobre Heráclito en 1904, y se empleó como maestro de colegio. En 1911, heredó una pequeña fortuna, la cual le permitió mudarse a Múnich y retirarse de la vida laboral. Allí iba a residir hasta su muerte en 1936. Fue entonces, a partir de 1911, cuando empezó a escribir La decadencia de Occidente, terminando el primer volumen alrededor de 1914, aunque no pudo publicarse si no hasta 1918, al terminar la Primera Guerra Mundial. Ahora bien, lo que sorprende de los fragmentos del legado de Spengler relacionados con la figura de Moctezuma es su número relativamente grande (son 153 en total los fragmentos que llevan «Montezuma» en su título, algunos de ellos de varias páginas de longitud) y el hecho de que hayan sido escritos a lo largo de muchos años. Pueden adscribirse a tres fases cronológicas distintas de la vida de Spengler, la mayor parte de ellos siendo de la época anterior a La decadencia de Occidente, cuando Spengler tenía en marcha
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una serie de proyectos literarios23. Unos pocos fragmentos sobre Moctezuma han de ubicarse, sin embargo, incluso en la década de 1930. Esos fragmentos dan fe, primero, de inclinaciones literarias que lo hicieron esbozar piezas teatrales, siempre relacionadas a grandes figuras históricas o a imperios posibles incluso después de haber alcanzado fama como historiador y filósofo24, y segundo, del interés continuado de Spengler por la historia mexicana, aunque haya sido una historia más imaginada que estudiada. El expediente de fragmentos de la época entre 1896 y 1897 fija varios núcleos dramáticos ya mencionados: el conflicto padre-hijo entre Moctezuma y Cuitláhuac, históricamente no documentado; el idealismo de Moctezuma, rehusando la noción de que se enfrenta a un aventurero; la idea de la trágica equivocación de un Moctezuma obsesionado por el pensamiento de que todo está predeterminado25. En los fragmentos tempranos queda clara, además, la crítica del autor a los españoles, así como a Moctezuma: «La violenta pasión de Moctezuma y la de Cortés combaten trágicamente. Al cabo muere uno, el otro huye con la fortuna destrozada. Cortés quiere someter, explotar; Moctezuma quiere europeizar, pero termina con su pueblo, advierte demasiado tarde su error, cuán mala es Europa» (Legado de Spengler, N11-68). Moctezuma aparece como protagonista cosmopolita, trágico por ser, a la vez, «griego» y «germánico»: «Los españoles son una banda tosca, codiciosa, pía, mezquina; solo Sandoval no. Los aztecas son de una idealidad griega, de una valentía germánica, son francos, amigos del honor, valerosos, quizás con un sentido del honor exagerado; una religión
23 Para esta división cronológica tripartita me baso en la biografía spengleriana de Koktanek, así como en algunas alusiones a autores y textos datables y, más tarde, a figuras políticas como Adolf Hitler y Joseph Goebbels. En la Bayerische Staatsbibliothek los fragmentos sobre Moctezuma se encuentran, además, divididos en tres carpetas: la carpeta D5 de la caja 65 contiene, a mi juicio, los fragmentos de la época muniquesa temprana; la N11 de la caja 68, los fragmentos de juventud (ca. 1896-1897); y el apartado 64 del archivador 51, los esbozos de dramas de la década de 1930, entre ellos un fragmento sobre Moctezuma. 24 De la década de 1890 se han conservado, en el legado de Spengler, fragmentos de dramas a propósito de César, Sócrates y Tiberio, una pieza titulada Malstrom que transcurría en Noruega, y, por último, dos bosquejos en prosa: Afrikasien y Großdeutschland. En Afrikasien describe los ochenta y cinco años de historia del reino imaginario de Africasia, que, fundado por un conquistador, une las fuerzas de África y Asia para establecer relaciones comerciales con Alemania; en Großdeutschland reflexiona sobre el reordenamiento de Europa (véase también Koktanek, 30-36). 25 Para una discusión más detallada de los fragmentos tempranos sobre Moctezuma encontrados en el legado de Spengler, véase mi artículo «Scenarios of Colonialism».
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sublime. Los tlaxcaltecas son parecidos a los aztecas. Ambos creen en un espíritu del mundo (Weltgeist), también en unos dioses inferiores; sacrificaban a personas» (Legado de Spengler, N11-34). De los años muniqueses, antes de que Spengler empezase a escribir La decadencia de Occidente, hay un voluminoso expediente según el cual estaba trabajando en una trilogía de dramas: Tiberius, Herostrat y Montezuma26. Los tres protagonistas —Tiberio, emperador romano en tiempos de Jesús; el griego Heróstrato, que prendió fuego al templo de Artemisa por ansia de fama, y Moctezuma— tendrían en común el hecho de ser figuras de una época de decadencia, héroes póstumos, por así decirlo, que se sitúan al final de una cultura. Spengler escribe, por ejemplo, lo siguiente sobre los tres dramas que proyectaba: Totalmente espiritualizado. Los solitarios, póstumos: el sacerdote, el pensador, el pintor. Conversaciones sobre todas las cimas. El claustro en el sol matutino, donde llora. La conversación vespertina junto a la chimenea. El carnaval, taller entre máscaras y vino, mortalmente triste. Sobre ellos pesa el destino violento de haber nacido demasiado tarde. En el parque abandonado. Una tragedia completamente nueva cuya «acción» consiste en el despliegue: se van conociendo, platican en arduas noches en las que el fuego de la chimenea se enfría, y así ha de hacérseles clara la desesperanza. Hasta que, finalmente, sucumben a los monstruos: resignación (sacerdote), suicidio (pintor), locura (pensador). Tres destinos gigantes. Un tipo de tratamiento escénico completamente nuevo. Potentes escenas de tragedia italiana (Legado de Spengler, D5-230).
Moctezuma, Heróstrato y Tiberio son protagonistas trágicos, pero su tragedia ya no resulta de un error (hamartia) del individuo, como sucede todavía en el drama spengleriano, sino, como en otros pasajes comenta Spengler, de sus destinos; del avance, por tanto, de una constelación de oposiciones que ineludiblemente desembocarán en la catástrofe. Spengler desarrolla más esa idea de lo trágico respecto a Moctezuma:
26 Son ocho los fragmentos del legado de Spengler sobre el tema: «Tiberius, Herostrat, Montezuma» (D5-185); «Zu den Dramen (Montezuma, Herostrat)» (D5-230); «Tiberius oder Montezuma» (D5-231); «Die Drei» (D5-232); «Herostrat … Montezuma» (D5-238); «Für den Herostrat und alle anderen Dramen» (D5-226); «Tiberius, Montezuma, Herostrat» (D5-118); y «Herostrat und Montezuma» (D5-149).
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Fundamentos de lo trágico. Él expía por todos, por el egoísmo de los ancestros, de la aristocracia, de los sacerdotes, del pueblo; todos ellos sufren, pero él es la única víctima en el altar. Se trata de una cadena de errores, paso a paso, aprovechada por Cortés. Todos estos errores tienen motivos nobles: grandeza genuina, dignidad, clemencia, en parte una búsqueda de noblesse e «hidalguía». En resumen: un tipo del «noble» que sucumbe al «ingenioso» […] lo trágico del pueblo: antes habían solamente disfrutado de la vida (véase nuestra democracia); ninguna sustancia interior. Cuando es demasiado tarde, fanatismo ciego. Era, por tanto, culpa suya (Legado de Spengler, D5-A32)27.
Moctezuma es, comparado con los dramas sobre Heróstrato y Tiberio, por así decir, el arquetipo en el que este sentido supra-individual de lo trágico se encarna de manera más contundente: Esta poderosa materia puede crecer hasta convertirse en una tragedia de la humanidad. Aquí regresan tiempos primigenios; dos culturas colisionan, sangre a raudales, aniquilación. Un odio del hermano, del hijo, del enemigo nacional, de los oprimidos (tlaxcaltecas), que llega a lo gigantesco. Figuras salvajes, Cacama a modo de Napoleón con circunstancias adversas, los tlaxcaltecas (levantamiento de esclavos), los españoles (Catilina, fanáticos). Agarra a todos un frenesí, la desdichada ciudad se hunde en ruinas, cientos de miles de cadáveres infestan el aire. Un aquelarre. Partiendo de la gigantesca exposición, correr hacia delante en golpes vertiginosos. Muchos conflictos: aztecas-españoles, Cortés-Sandoval, Cacama-Moctezuma, tlaxcaltecas. Las cuatro personas benignas: el viejo Cacama, el dulce Tehuas y el rey, Moctezuma, se van a pique; pero también el indómito Cuitláhuac cae tras asesinar al hermano y al padre. El terrible Cuitláhuac, que en nadie confía, taciturnísimo, odiador, como Yago, que a los dos bandos quiere aniquilar para llegar al objetivo. Arquitectura del drama: la única de mis piezas cuya fábula ha de ser rica como una alfombra, y estar artificiosamente tejida; numerosos personajes y actos, dispuestos del modo más fino. ¡Fuga! (Legado de Spengler, D5-217.)
La tragedia de Moctezuma se establece en términos puramente humanos, no culturales. La reflexión de Spengler sobre la tragedia es guiada por sus modelos dramáticos, por Shakespeare ante todo, más que por la teoría dramática de un Hebbel o un Hegel. Escribe que «hasta ahora he procedido
27 Para otros fragmentos del legado de Spengler que repiten esta concepción de lo trágico como fatídico, cf. D5-29 y D5-50.
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de manera demasiado teórica, y he querido formular conflictos “internos” porque de ellos habla la estética. Fuera todo eso. Shakespeare (leer a Wolff)28 toma el camino adecuado. Él toma la fábula como un pedazo de historia universal y, al hombre, simplemente como realidad dada; elabora, según eso, una pieza eficaz. La hondura es inmanente» (Legado de Spengler, D5185). Así y todo, meditando sobre Moctezuma vuelve a construir su filosofía de la cultura: El sentimiento místico de infinitud de los españoles: conquistar el cielo y el mundo con la espada, mediante misión, Inquisición, guerra. Este rasgo fáustico lo han de llevar los españoles. Y lo trágico es que la bella cultura azteca cae víctima de este afán fáustico, un azar en el sentido monstruoso. Cf. Meyer, «Versuchung des Pescara», p. 200, donde se habla de Cortés (Legado de Spengler, D5-10)29.
Aquí Spengler está asociando por primera vez —años antes de aparecer La decadencia de Occidente— la cultura occidental de los españoles con el anhelo «fáustico» del infinito. A los aztecas los acerca, en cambio, a los griegos clásicos por su supuesta propensión a lo «bello». Esta concepción de lo trágico, bien puede tener que ver con Nietzsche; pero no con el Nietzsche del Nacimiento de la tragedia, sino con el de la Voluntad de poder: «Todos tienen la voluntad de poder. Cortés (ansia de tiranía, el conquistador), Sandoval (el decadente, reflexivo), los españoles (corsarios), Moctezuma (el genio). Los caciques (varios…), los aztecas (pacíficos, sin afán). Los europeos tienen la supremacía, Moctezuma sabe eso, lucha con desesperación» (Legado de Spengler, D5-19). Los fragmentos insisten ora en la elaboración del vitalismo amoral de diversas figuras, ora en grandes constelaciones de historia universal que arrastran consigo al individuo30. La noción spengleriana del declive se asociaba así tanto con el
28 Cf. Max Josef Wolff, quien, en 1907, había publicado su biografía Shakespeare con la editorial Beck. 29 Conrad Ferdinand Meyer había publicado el mencionado relato en 1887. 30 Como Spengler escribe en un pasaje posterior: «Nada de moral. Terminar con los poderosos, apremiantes acontecimientos de esta, eso no hace sino poner de relieve la grandeza del suceder histórico en modo puro, sin propósito: pura realidad. Situaciones potentísimas sacadas a la luz; nada de culpa, Nemesis [sic], etc.» (Legado de Spengler, D5-118). Luego, no obstante, se recuerda a sí mismo que «el drama de Shakespeare no tiene nada que ver con la historia. Puramente humano; es decir, que también en circunstancias totalmente distintas podría transcurrir. El entorno es contingente. La historia es antipoética. Antonio y Cleopatra no trata de la “caída de la República”, sino de
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auge de los imperios como con la extinción del individualismo, representado en el arte y la literatura. Con referencia a su propia época, Spengler escribió más tarde en un libro de reflexiones personales: «Mi vida, una típica trayectoria de época de transición. La “cultura”, una última bocanada de aire antes de extinguirse, en torno a 1900, a consecuencia de la evolución tardía de sociedad, metrópoli, imperio. Consecuencia de la fundación del imperio. Nietzsche fue eternamente un romántico, Wagner también» (Spengler, Ich beneide jeden, der lebt, 15). Es llamativo, sin embargo, que en los años previos a la Primera Guerra Mundial, esta reflexión se desarrollara en sus variaciones literarias sobre figuras históricas, entre las que destaca Moctezuma31. Podríamos aventurar así que el conflicto que Spengler no pudo resolver en sus borradores dramáticos, el que quizás lo hiciera pasarse de la literatura a la filosofía de la historia, residía en su interpretación contradictoria de lo trágico: ¿tenían la culpa las contradicciones internas del protagonista, o la fatalidad del encuentro histórico de grandes potencias o de culturas? En La decadencia de Occidente el autor llevó a cabo una reorientación radical. El heroico protagonista retrocedía ahora frente a la historia universal; ya no era decisivo el individuo, sino la dinámica de crecimiento de cada cultura. En palabras del dramaturgo Rolf Hochhuth (224), «semejantes azares [como Napoleón o Hitler], que solamente retrasan o aceleran, no tienen, para Spengler, mayor repercusión que un accidente ferroviario o al nacimiento de un tercer hijo en la biografía de un individuo». Así, al no encontrar en la literatura un «tapiz» lo suficientemente rico, Spengler habría optado por escribir su historia mundial. El tercer grupo de fragmentos sobre Moctezuma y otros dramas procede de la década de 1930. De esta época se han conservado, ante todo, apuntes sobre Tiberio que vuelven sobre el concepto de tragedia. Tiberius se presenta ahora como la tragedia de un hombre que comienza lleno de esperanza y termina en el «asco», como la «lucha del gran individuo contra el destino» (Legado de Spengler, D3-4; D3-6). Aquí, el careo ya no se produce entre culturas, sino entre un emperador y su pueblo. Los fragmentos relati-
la lucha de un hombre por la posesión. En lugar de un imperio mundial, podría ser cuestión también de una hacienda o de una capital» (ibid., D5-120). 31 En varios fragmentos Spengler aguza ulteriormente el Moctezuma con un conflicto padre-hijo en el que el hijo sospecha que el padre lo quiere matar (Legado de Spengler, D5-224; D5-228). Introduce también un amor entre Moctezuma y Marina (ibid., D5-196), y refuerza la contradicción interna de Sandoval, que pasa de cínico a amigo de Moctezuma y termina suicidándose (ibid., D5-78).
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vos a Tiberio se encuentran, de hecho, junto a otros dedicados a un drama sobre Jesús; allí, un Pilatos cargado de virtud prusiana tiene que decidir sobre un Jesús que nada sabe del Imperio romano (Legado de Spengler, D3-9; D3-14; D3-19). El tema de Spengler ha pasado ahora a ser, más en general, el de las «épocas de declive». Tal es el caso también con el único fragmento sobre Moctezuma de la década de 1930: «La figura de Marina. El odio por amor, y sacrificarse manteniendo al amado alejado de uno; con fingida indiferencia, para no arrastrarlo. Otro tanto la profunda figura de Nastasia (Dostoyevski, El idiota, tercera parte)» (Legado de Spengler, D324). El acento cae sobre la figura de la víctima resignada, ya no sobre la cuestión de la culpa. El volver sobre cuestiones de individualidad y carácter, poniendo de relieve el autosacrificio de Marina que Spengler había esbozado en su drama tres décadas atrás, puede leerse quizás en clave autobiográfica: como expresión de la resignación del propio Spengler durante los años de su aislamiento político y personal, años en los que fue ignorado por la prensa y por todas las instancias oficiales del Tercer Reich por su rechazo a los gestos de invitación por parte de Hitler de incorporarse al nacionalsocialismo. Es significativo que en tales circunstancias la atención de Spengler se haya tornado de vuelta a la literatura. Cabe suponer que, aquello para lo que en La decadencia de Occidente tampoco había encontrado solución —el problema de la relación entre individuo e historia universal—, en sus fragmentos dramáticos volviera a plantearlo. 6. México
en
La decadencia de Occidente
La decadencia de Occidente se convirtió en seguida en un bestseller internacional, traducido rápidamente al inglés, español y a otros idiomas. En Latinoamérica, el libro encontró lectores devotos, como veremos más tarde, y de allí también surgió una amistad que sostuvo, a partir de los años veinte, el interés de Spengler por la historia latinoamericana. Empezó así: en 1921, el estudiante de Derecho Werner Deiters se encontró con Spengler por primera vez y le escribió en una carta a su tía Leonore Deiters-Quesada lo siguiente, que por su candidez merece ser reproducido en extenso32:
32 La toma de contacto, por cierto, no fue casual: La escritora y periodista alemana Leonore Deiters se había casado en 1917 con el sociólogo y diplomático argentino Ernesto Quesada y se había trasladado con él a Buenos Aires. Allí, los dos habían leído
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Le hablé del seminario del tío Ernesto, y finalmente llegué al tema de que el tío Ernesto se ocupa especialmente de las culturas de Suramérica. Metí el dedo en la llaga, pues Oswald Spengler le pidió al tío Ernesto referencias bibliográficas. Lamentó el escaso interés al respecto en Alemania, y las muy imperfectas obras. La sección de la Weltgeschichte de Helmholtz sería, por ejemplo, completamente inservible y, todo lo que hay escrito, de carácter diletante y estilo gacetillero33. Especialmente no pudo tratar de mayas e incas, ya que carecía de cualquier base. El segundo volumen de su obra estaría a la mitad del proceso de impresión, y allí sí habría dicho algunas cosas. Pide referencias de obras en inglés o francés —español no entiende— que traten cada cultura en modo básico y científico. Además, en los últimos diez años se habrían llevado a cabo excavaciones sobre las que allí unos ingleses habrían publicado con grandes carpetas de imágenes, a lo que él no tendría acceso. Ante mi pregunta de si los aztecas, los incas, etc., ya estaban en la fase de civilización, bosquejó una imagen fantástica, impresionante, de su investigación hasta la fecha; le llevó casi media hora. He aquí la quintaesencia: que aztecas y mayas e incas equivalen… ¡a romanos y helenos! Los mayas habrían tenido metrópolis en Yucatán. Ciudades con entre trescientos y cuatrocientos mil habitantes. Al respecto se habría investigado poco. Sobre las murallas y los palacios habría mucho humus con árboles de trescientos años y, así, todo estaría desmoronándose poco a poco, toda vez que las raíces andarían descoyuntando y dispersando los muros. Un inglés habría dibujado, hace cien años, todavía grandes estatuas realistas. Estas también estarían hoy perdidas. Este realismo apuntaría a situaciones tardías análogas a la plástica griega de época helenística. Que después de todo se haya conservado todavía tanto, aun si oculto en el barniz de la jungla, se debería a la rápida extinción de los mayas […] Las otras culturas que el tío Ernesto menciona en su carta, él no las conoce en absoluto y está muy mal informado sobre los incas. Escribo esto con tanto detalle para poder indicar al tío Ernesto qué literatura debe aportar para ayudar a Spengler.
Spengler parece estar preparado para la pregunta sugerida por el sociólogo argentino Ernesto Quesada («el tío Ernesto») sobre el papel de las culturas latinoamericanas en el primer volumen de La decadencia de Occidente y responde hábilmente remitiéndose a las «imperfectas obras» en Alemania sobre el
fascinados La decadencia de Occidente, y Ernesto Quesada dio en la Universidad de La Plata un curso sobre la sociología de Spengler, aun antes de traducirse al español su obra. A Werner Deiters, su tía le había encargado entablar contacto con el filósofo en Múnich. 33 Aquí Werner Deiters probablemente se equivoque de nombre. Del físico alemán Hermann von Helmholtz no hay ninguna obra titulada Weltgeschichte. En La decadencia de Occidente, por el contrario, Spengler se refiere varias veces a la Weltgeschichte (14 vols.) de Leopold von Ranke, contemporáneo de Helmholtz.
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tema34. Con la referencia a grandes excavaciones en los últimos diez años, Spengler tal vez esté aludiendo a las de Manuel Gamio en Teotihuacán y a las de Uxmal y Palenque; las carpetas de imágenes de unos ingleses, probablemente se refieran a la obra del diplomático británico Alfred Maudslay, quien en 1902 había publicado su Biologia Centrali-Americana, obra que, en cinco volúmenes y ricamente ilustrada, contenía numerosas imágenes de ruinas mayas. En cuanto al dibujante inglés de grandes estatuas realistas, acaso se tratara del susodicho Frederick Catherwood, quien, como vimos, también había insistido en el frondoso y precario estado de dichas ruinas. En el curso ulterior de la conversación referida por Werner Deiters, Spengler da a entender que no conoce ni estima los documentos de «indios bautizados», con lo que podría estar refiriéndose a los testimonios recogidos por fray Bernardino de Sahagún o a la obra del Inca Garcilaso de la Vega Comentarios reales de los Incas (1609). En 1921, Spengler era consciente, por tanto, de las limitaciones de su conocimiento sobre las culturas de los mayas y aztecas, revelando como sus fuentes principales para la escritura de La decadencia de Occidente varios relatos de viaje y estudios arqueológicos. En efecto, en La decadencia de Occidente Spengler había asumido una actitud coherente, aunque minimalista, cara a México. El «giro copernicano» de su historia mundial consistía, como subrayaba en su introducción, en desviar la mirada de la historiografía eurocéntrica para llevarla a la consideración de todas las grandes culturas, incluida la «mexicana» (La decadencia de Occidente, I,21). Sin embargo, en su segundo volumen, como vimos, México aparece como una «trágica excepción» a la teoría spengleriana de las culturas del mundo. De esta manera, Spengler volvía a su postura, ya en el Moctezuma planteada, de que los aztecas habían sucumbido a una desafortunada concatenación de circunstancias. Los detalles de esta constelación son, sin embargo, otros. No
34 Dando seguimiento a la conversación con Werner Deiters, Spengler escribe en una carta personal a Ernesto Quesada, que le hacían falta más lecturas sobre México: «De la conversación deduzco que ha echado usted de menos en mi libro [La decadencia de Occidente] el tratamiento de las grandes culturas americanas. La mexicana se tocará, sin embargo, varias veces en el segundo volumen. Por el contrario, para las culturas suramericanas no me ha sido posible hacerme con un material lo bastante aprovechable. Hay una serie de trabajos mayoritariamente populares sobre la artesanía y la situación social, pero su contenido se me antoja dudoso. Sobre la historia propiamente dicha de esta cultura, apenas si conozco nada relevante. Con la cultura mexicana, la situación no es sustancialmente mejor. En América supongo que al menos algunas obras valiosas habrá sobre historia, política y arte (con las necesarias ilustraciones), pero estarán escritas en parte en español, lengua que yo no entiendo, y en cualquier caso no hay nada de eso en nuestras bibliotecas» (Carta de Oswald Spengler a Ernesto Quesada desde Múnich, 6 de julio de 1921, Correspondencia).
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se menciona, en efecto, ni a Moctezuma ni a Cortés, sino a las propias culturas como agentes. Ya no es la buena fe de Moctezuma la responsable de la ruina de los aztecas, sino la superior tecnología bélica de los españoles. Con ello también se ha desplazado el sentido spengleriano de lo trágico. En lugar de tragedia hay solamente ironía trágica, tanto en el azar del encuentro entre españoles y aztecas como en el desarrollo de las culturas en general: No es posible predecir si va o no a surgir un gran hombre, ni qué va a emprender ni si sus empresas van a tener o no un éxito afortunado. Nadie sabe si una evolución, que se inicia poderosa, va a realizar, efectivamente, su curva perfecta, como le ocurre a la nobleza romana, o si va a perecer víctima de la fatalidad como los Hohenstaufen y toda la cultura maya.Y lo mismo sucede, a pesar de toda la ciencia natural, al sino de una especie de plantas o de animales en la historia de la tierra; más aún: lo mismo le sucede al sino de la tierra y de los sistemas solares y de las vías lácteas (La decadencia de Occidente, I, 135).
Este argumento responde a la tesis de Charles Darwin sobre el desarrollo de plantas y animales, la que explica como principio decisivo la victoria continuada de la especie más fuerte sobre la más débil. Para Spengler se trata, por el contrario, no tanto de herencia y adaptación, sino de una «lógica orgánica de los hechos vitales» (ibid., 148). De todos modos, en las pocas páginas que dedica a México en el segundo volumen de su obra, Spengler muestra que ha expandido su conocimiento sobre las culturas mesoamericanas. Todo su esfuerzo se dirige ahora a mostrar una evolución consistente que lleva desde la cultura maya a la nahua, y luego, al imperio organizado por los aztecas; es decir, le interesa demostrar una continuidad política y cultural que atraviesa los siglos, similar a las culturas clásicas y occidentales. La evolución de los estados mayas seguiría a la de los estados helenos: partiendo de una época temprana que habría de verse en Copán, Tikal y Chichén Itzá, el Naranjo y Ceibal, pasando por una época de esplendor con los edificios de Chichén Itzá, Palenque y Piedras Negras — que se corresponderían con el gótico tardío o el Renacimiento europeo—, y llegando a una época tardía con Champutún o con una «metrópoli» como Uxmal y con las «grandes ciudades» Labná, Mayapán, Chacmultún y, una vez más, Chichén Itzá. Los pueblos nahuas «romanos» habrían conquistado luego, viniendo desde el norte, a los mayas, a los que serían superiores políticamente, pero no artística e intelectualmente. Al término de esta época se situaría una gran revolución, concluida con la destrucción de Mayapán en 1190, tras la cual las potencias nahuas «romanas» habrían interferido en las circunstancias de los mayas definitivamente, al fin de lo cual habría sobrevenido el estadio último, el de la «civilización», a la que cabría comparar
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con el imperialismo occidental, caracterizada por el hecho de que diversos pueblos pugnan por la supremacía militar. Finalmente, escribe Spengler, los aztecas se habrían expandido desde el norte, para fundar en 1325 Tenochtitlán y comenzar, a partir de 1400, una «expansión militar de gran estilo» (La decadencia de Occidente, II, 63-64). Las culturas americanas representaban para Spengler un reto mayor, pues la destrucción perpetrada por los españoles había hecho imposible, según él, asegurar una cronología básica ni siquiera: «Se hizo imposible para siempre un conocimiento cierto del mundo mexicano, aun en los más generales rasgos de su historia. Sucesos del tamaño de las Cruzadas y de la Reforma han caído en el olvido sin dejar rastro» (La decadencia de Occidente, II, 64). Spengler esperaba que su método de una morfología comparada permitiría reconstruir una imagen más completa de lo que fue la cultura mesoamericana, haciendo irreverentes comparaciones entre culturas del mundo que parten de la idea de que los momentos del «ciclo vital» de cada cultura se pueden reconocer en sus expresiones formales, expresiones que van desde la arquitectura, las artes y la literatura, hasta los modos de vida diarios. Esas comparaciones aparecen de forma dispersa a lo largo de La decadencia de Occidente: la única mención de Moctezuma en dicha obra se halla, así, en una sección en la que se discuten la ropa y los medios expresivos de las «altas civilizaciones» (La decadencia de Occidente, II, 118). En otro momento, al hablar del carácter «ornamental» propio de la época temprana de las culturas, Spengler menciona las superficies planas de los mayas (ibid., I, 187). En su capítulo sobre ciudades y pueblos, compara Uxmal, Tezcuco y Tenochtitlán con el Madrid del siglo xvii y con el París y el Londres del xviii (ibid., II, 89). En cuanto a las religiones, Spengler aproxima a los aztecas a los egipcios al hablar de las prácticas religiosas aztecas como una religión de felahs (o sea, campesinos), diferente de las prácticas mayas (ibid., II, 280). Compara, finalmente, a los mexicanos con los romanos al discutir el cultivo de la jurisprudencia, rasgo distintivo de las altas culturas, según él (ibid., II, 54). A pesar de las dificultades cronológicas y conceptuales que presentan, las culturas maya y azteca sirvieron, no obstante, a Spengler de piedras de toque para abordar su revisión de la historia mundial: El esquema de la Antigüedad, la Edad Media y la Edad Moderna, tal como el siglo xix lo ha comprendido, contenía tan solo una selección de relaciones palpables. Pero la acción que ya hoy empiezan a ejercer sobre nosotros las historias primitivas de China y de México, es una acción de índole más sutil y espiritual. En esas historias hallamos experiencias de las últimas necesidades que residen en toda vida. El espectáculo de otros ciclos vitales nos adoctrina
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sobre nosotros mismos, nos enseña lo que somos, lo que tenemos que ser, lo que hemos de ser. Tal es la gran escuela de nuestro futuro (ibid., II, 40).
Puede que Spengler no terminase de acertar con los períodos distintos de la cultura mexicana en su morfología cultural. Lo cierto es que la consideraba, junto a la cultura china temprana, ni más ni menos que una «escuela del futuro». ***** La amistad de Spengler con los Quesada se formó realmente después de la publicación del segundo volumen de La decadencia de Occidente. El diplomático y profesor de Sociología argentino Ernesto Quesada había reunido, con más de ochenta y dos mil volúmenes, una de las bibliotecas privadas más valiosas de Latinoamérica y estaba entonces en las mejores condiciones para asistir a Spengler en sus intereses por las culturas americanas35. Desde el primer encuentro de Spengler con Quesada y su esposa alemana Leonore en 1922, se fraguó una amistad cálida que había de durar hasta el final de sus años. La rica correspondencia entre ellos, disponible en el Instituto Ibero-Americano de Berlín, permite ver cómo y en qué medida, Spengler desarrolló sus ideas sobre Latinoamérica en las décadas de 1920 y 1930. Ernesto Quesada se convirtió, por su parte, en uno de los más activos difusores del pensamiento de Spengler en Argentina y más allá. Con ayuda del matrimonio Quesada, Spengler se fue enfrentando, en los años posteriores a la publicación de La decadencia de Occidente, cada vez más a cuestiones relativas a la historia temprana de las Américas y el Pacífico36. Terminó publicando, en un homenaje a Ernesto Quesada, un breve ensayo sobre la antigüedad de las culturas americanas, tocando por fin un tema que, en La decadencia de Occidente, había evitado: el del contacto entre culturas y concretamente entre las culturas americanas antiguas y las del ámbito del Pacífico. Sin embargo, aun allí se choca con lo que para él es el problema fundamental de una cronología:
35 Quesada acabó por legar su biblioteca al Estado prusiano en 1929, la cual se convirtió en el fondo base del Ibero-Amerikanisches Institut de Berlín. 36 A una petición de materiales sobre la isla de Pascua, Deiters-Quesada responde con el envío de una extensa bibliografía desde Santiago de Chile, y con la recomendación de incluir en su estudio las culturas tolteca, maya y aimara. Cf. cartas de Deiters-Quesada del 24 de julio de 1924 y del 26 de junio del mismo año (Correspondencia).
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El problema más arduo en la investigación de las culturas americanas antiguas es el de su cronología absoluta. Sin esta fijación del curso de la historia conforme a ritmo y duración, cuyo signo externo no es sino el cómputo de años, no hay un auténtico saber histórico. Tenemos que tratar de llegar siempre a hacer revivir, ante nuestros ojos, la historia sumergida de estos hombres y estados con sus acontecimientos, hechos y personalidades líderes, en la sucesión natural de las generaciones que asumen y representan la evolución. Y esta evolución de las culturas americanas no es cosa aislada, sino que de algún modo constituye un elemento de la historia universal, en la que el acontecer de las diversas culturas está entretejido en el espacio y en el tiempo (Spengler, «Das Alter der amerikanischen Kulturen», 95).
Spengler cita las culturas de la América noroccidental tales como los haida, tlingit y tsimshian; luego, a los zapotecas del oeste de México, a los chorotegas de Nicaragua, y, más al sur, a los nazcas y otros (ibid., 99) en sus análisis de afinidades formales entre objetos y prácticas, inspirándose ante todo en la obra de Konrad Theodor Preuss Monumentale vorgeschichtliche Kunst (1929). Como en La decadencia de Occidente, rechaza la historia de las lenguas como modelo, comentando con cierta altanería: «Y en lo que a la lengua se refiere, los filólogos se olvidan demasiado fácilmente de que aquello que en un sitio tenemos en un momento dado, en modo alguno atestigua lo que allí hubiera anteriormente. Hoy todas las tribus americanas hablan, naturalmente, “indio”; pero ¿cómo hablaron aquellos inmigrantes —en caso de que emigraran por mar— a su llegada?» (ibid.). En ese artículo, como también en otro proyecto de un libro dejado inconcluso, y publicado póstumamente, se perfila la creciente preocupación de Spengler por una dinámica cronológicamente unitaria en su morfología cultural37. En la correspondencia con los Quesada se ve cómo ese anhelo filosófico podía chocar contra el conocimiento algo más fundamentado de historia latinoamericana de los Quesada. Así, en su respuesta al bosquejo
37 El libro fue publicado por Koktanek en 1965 como Urfragen. Entwurf einer Frühgeschichte der Menschheit («Primeras preguntas. Esbozo de una temprana historia de la humanidad»). Spengler entendía este libro, que finalmente no pudo terminar, como una obra unificadora en la que reflexionaría sobre los orígenes ya no tan solo de las altas culturas, sino de la humanidad como tal. Lo que en él ocupaba a Spengler era la cambiante relación entre el yo y el mundo, así como la proporcionalidad con que las culturas se habrían desarrollado desde la interacción entre categorías como saber y fe, lenguaje y pensamiento, movimiento y sentido del tiempo, alma y cuerpo, planta y animal, hombre y destino. Sobre los diversos bosquejos de la obra, puede verse la provechosa introducción de Koktanek a Urfragen.
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de libro enviado por Spengler38, Leonor Deiters-Quesada alaba su crítica de la subdivisión europea tradicional de la Prehistoria en Edad de Piedra, Edad del Bronce y Edad del Hierro. Sin embargo, expone dudas sobre la idea fija de Spengler de que todas las culturas se atenían a un lapso de vida y decadencia de aproximadamente mil años, y escribe, con referencia a un viaje suyo reciente al Perú: Sobre la cuestión de la antigüedad, o bien de las duraciones de las épocas dentro del «devenir humano» y de las sucesivas culturas, aquí viene el signo de interrogación. Usted las establece en milenios. ¿Es necesario? He vuelto a ver ahora cuán extraordinariamente se tambalean todos nuestros parámetros ya dentro de aquello que es ya en el sentido más patente cultura y que ofrece, por consiguiente, asideros. En tanto que la piedra de Rosetta falte, todo esto es un andar a ciegas… A lo que se añade lo siguiente. Que las épocas de esplendor de las culturas son relativamente breves y calculables, salta a la vista. Los entretantos, sin embargo, el barbecho, son, como la duración del estadio primitivo, de todo punto incalculables39.
A lo cual Spengler contesta: En cuanto al Perú, que cada vez va cobrando más importancia para mí, por carta apenas puedo expresarme. Pero la otra reflexión que hace usted, la de si habría que darle una gran relevancia al número de milenios, puede refutarse en seguida. Precisamente ahí está todo el misterio de la historia superior. Es decisivo si algo así precisa de milenios, o si es indistinto cuáles lapsos temporales haya entre los diversos apogeos o derrumbes; o si, por ejemplo, todo el desarrollo «neolítico» nórdico tiene lugar mientras, en Egipto, la construcción de pirámides evolucionaba, llegaba a su plenitud y, finalmente, degeneraba. El hecho, por dar un caso, de que en el Perú se produzca una transformación en el mismo siglo en que el islam conquista el ámbito de la navegación monzónica, o el hecho de que el desarrollo del calendario mexicano comience cuando el indio ha sido concluido, y de que este a su vez continúe el desarrollo del babilónico, todo eso no le da, a la imagen global de la evolución humana, sino la rigurosa unidad y cohesión interna. En realidad, ha sido así: todo lo que hoy llevan a cabo como etnología, prehistoria e historia universal diversas disciplinas, se refiere a un potente fenómeno que se concentra en unos pocos de milenios y que, desde unos lentos inicios, lleva sin respiro hasta los gigantescos embates tempestuosos de las culturas finales, cada vez más rápido y siempre en es-
38 Carta de Spengler del 21 de febrero de 1926 (Correspondencia). 39 Carta de Deiters-Quesada del 16 de mayo de 1926 (Correspondencia).
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trecha ligazón interna. Hacia aproximadamente 6000 a.C. comenzaron las primeras grandes religiones; hacia 3000 a.C., las primeras grandes ciudades; hacia 2000 a.C. tenemos ya los primeros campos de ruinas de culturas pasadas; hacia 1200, media tierra está cubierta de tales ruinas ya40.
Las razones de Spengler para insistir en un número simétrico de años son, como vemos, de índole estética, más que histórica. A la vez, muestra cierta inquietud con respecto a la temprana historia del Perú, y su posible importancia para su historia universal. De esta misma época son, de hecho, los planes de Spengler de viajar a Latinoamérica, los cuales finalmente se frustraron41. En los años siguientes solicita información sobre el Perú y los calendarios de los mayas42. El intercambio con los Deiters-Quesada claramente animó a Spengler en varios sentidos; ambos fueron, gracias a sus relatos de viajes por América y a las referencias bibliográficas que le facilitaron, fuentes de información imprescindibles sobre las culturas prehispánicas, las cuales, a su vez, le inspiraron nuevas reflexiones y proyectos para consolidar su esquema de una historia universal. A la vez, el intercambio intelectual con ellos, puede haber inspirado a Spengler para articular sus ideas desde una perspectiva diferente, más distanciada de Europa y de la Alemania contemporánea, pero sin llegar a producir una secuela a La decadencia de Occidente, ni mucho menos.
40 Carta de Spengler del 30 de septiembre de 1926 (Correspondencia). 41 En carta del 30 de septiembre de 1926 a Deiters-Quesada, Spengler escribe para anunciar la conclusión de un libro y sigue: «luego, sin embargo, realmente quiero emprender un largo viaje, para lo cual apelo a las experiencias de usted. Lo que aquí se ha acumulado en cartas, en revistas ilustradas y en libros que, desgraciadamente, están escritos en español, me hace sentir envidia por la libertad interior que usted tiene. Ese es para mí el verdadero obstáculo. No logro resolverme a dejar mis trabajos durante un año o más» (Correspondencia). Spengler efectivamente recibió dos invitaciones oficiales a visitar Argentina y México, pero declinó ambas, una del Ministerio de Educación en México, trasmitida por Antonio Caso a través de los Quesada, y otra de la legación alemana en Buenos Aires. Cf. al respecto las cartas de Deiters-Quesada a Spengler del 13 de febrero de 1928, y la del 25 de agosto de 1930 (Correspondencia con Ernesto Quesada). 42 Carta del 30 de septiembre de 1926 (Correspondencia). Sobre los calendarios, Spengler lee varias publicaciones de Hermann Beyer, profesor de cultura mesoamericana en Tulane University (Nueva Orleans). Recibe asimismo indicaciones de Deiters-Quesada sobre posibles conexiones entre los jeroglíficos mayas y el lenguaje visual peruano (cf. carta del 13 de mayo de 1931).
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Los críticos de Spengler han puesto de relieve con frecuencia precisamente los errores de detalle en que el autor incurre en la presentación de diversas culturas. Especialmente se le ha reprochado una exposición y un aislamiento de las culturas demasiado esquemáticas, y que no tomaban en cuenta los contactos con otras culturas. Incluso un amigo de Spengler, el historiador de la Antigüedad Eduard Meyer, criticaba en La decadencia de Occidente su falta de atención a la cuestión de la difusión de culturas: Se acredita aquí —y otro tanto rige para todas las áreas de la historia del mundo—, en oposición a Spengler, el concepto de esfera cultural. Las culturas autóctonas surgen primero de manera natural y en zonas estrictamente delimitadas; desde ahí irradian, sin embargo, hacia las regiones vecinas: expanden su territorio y entran, dando y recibiendo, unas con otras en contacto, por lo que pueden crecer hasta convertirse en ámbitos que no dejan de aumentar (Meyer, 23).
La teoría de la esfera o campo cultural (Kulturkreis), que en Alemania había sido desarrollada ante todo por el africanista Leo Frobenius, a Spengler le sería familiarísima43. Si no se refiere a ella, como tampoco al concepto análogo del americano Alfred Kroeber de culture area, eso solo puede tener que ver con la diferencia de su método, que se concebía, en sentido hegeliano, como una filosofía histórica en términos puramente espirituales, rehusando entrar en diálogo con las teorías antropológicas de su momento44. Como después de él Arnold Toynbee, Spengler insistió en que la evolución de las culturas no estaría determinada por el entorno geográfico o físico, sino que seguiría su propia dinámica interna45. Tal dirección de su pensamiento se confirma en
43 Spengler y Frobenius se conocieron personalmente a través de los Quesada (carta de Deiters-Quesada del Domingo de Resurrección de 1922, en Correspondencia). En 1920, Frobenius fundó un instituto para la morfología cultural al que Spengler dio mucho apoyo. Posteriormente, sin embargo, se enemistó con él. 44 En su ensayo sobre «El origen de la cultura africana» (1898), Frobenius defendía la idea de la existencia de esferas culturales (Kulturkreise) que irradiaban sus innovaciones a través de la difusión o de invasiones de zonas vecinas. Por el contrario, la teoría de Kroeber de culture areas, afín al particularismo histórico anticipado por Franz Boas, estudiaba culturas individuales como conjuntos coherentes. Subdividía las culturas ante todo geográficamente, conforme a un entorno unitario y una actividad humana homogénea, partiendo de la base de que todos los grupos humanos eran igualmente capaces de innovaciones técnicas o de otro tipo, según sus circunstancias económicas y políticas. 45 Felken ve en ello, ante todo, la afinidad de Spengler con Nietzsche: «En la filosofía de la historia de Spengler, la conciencia del individuo se deriva, como al principio mostrábamos, del alma de la cultura en que este nació. La definición nietzscheana
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las publicaciones y la correspondencia de Spengler posteriores a La decadencia de Occidente. Sus dificultades de reconciliar lo que aprende sobre la historia de las Américas con su esquema morfológico son testimonio de las dificultades que tuvo para expandir tal esquema hacia la historia temprana de la humanidad. También podemos reconocer más nítidamente el carácter esencialmente estético de la reflexión spengleriana, más empeñada en el análisis formal de los monumentos y objetos de arte y en el diseño de su gran edificio conceptual que en la consulta sistemática de documentos. Como gran ensayista, Spengler supo diseñar una original perspectiva sobre la historia universal y hasta sobre el lugar de América dentro de ella. Como historiador, sin embargo, estuvo limitado, para empezar, por su falta de conocimiento del español, en el caso de la historia latinoamericana, y luego, también, por rehusar entrar en contacto con el conocimiento especializado de los historiadores, antropólogos y otros del ámbito académico. 7. Spengler
en
Latinoamérica
Spengler, si bien poco se ocupó en su obra de Latinoamérica, era un autor muy leído allí. En 1923, la editorial de la Revista de Occidente lanzó, en edición del filósofo José Ortega y Gasset, la traducción española de La decadencia de Occidente, de gran éxito entre intelectuales y escritores españoles y latinoamericanos. Aquel era el primer año de publicación de la Revista de Occidente, y la misión de la obra de Spengler concordaba a la perfección con la de esta publicación. En la declaración programática del primer número de su revista (julio de 1923), Ortega y Gasset se proponía satisfacer la curiosidad del lector culto hispanoamericano y español interesado tanto por la estética, ciencia y política, como por lo que llamaba «el vasto germinar de la vida». Como decía su título, la revista buscaba establecer, además, una mayor relación entre los asuntos españoles y los de un «Occidente», por cierto, no muy bien definido (cf. Ortega y Gasset, «Propósitos»). En los años siguientes, la revista realizaría una aportación decisiva a la difusión, en el ámbito hispanohablante, de la filosofía alemana de la cultura, publicando traducciones españolas de artículos así como, a través de su editorial, de una serie de monografías de Leo Frobenius, Georg Simmel, Johan Huizinga, Wilhelm Worringer y Heinrich Wölfflin, Hegel, Kant, Fichte y Schopenhauer.
de cultura como “unidad de estilo artístico en todas las expresiones de la vida de un pueblo”, aquí funge a todas luces de padrino» (62).
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El éxito latinoamericano de la filosofía alemana de la cultura de Spengler y otros puede haberse debido justamente a los criterios de análisis formal que se aplicaban tanto a las culturas «occidentales» como a las «no-occidentales», por encima de las viejas jerarquías y divisiones culturales. Tanto Worringer, en su libro Formprobleme der Gotik —traducido en la Revista de Occidente con el título La esencia del estilo gótico (1925)—, como Frobenius en su Der schwarze Dekameron (El Decamerón negro, 1925), echaban mano de criterios interpretativos universales en la lectura del arte y la literatura de África, el ámbito mediterráneo o el norte de Europa. A través de la Revista de Occidente entró también, en España y en Hispanoamérica, el término de «realismo mágico», a través de la traducción al español del artículo de Franz Roh sobre «Nach Expressionismus: Magischer Realismus» («Post-expresionismo: realismo mágico»)46. La reflexión sobre la historia cultural comparativa coincidió con un interés renovado —a ambos lados del Atlántico— por Latinoamérica en cuanto ámbito cultural propio. En la década de 1920, los intelectuales hispanoamericanos se apartaron cada vez más del hispanismo para escribir novelas, ensayos y poemarios regionales, explorando el folklore local, eso sí, en diálogo con las vanguardias internacionales. Volvieron a leer las historias coloniales y lo que había de documentación sobre las culturas prehispánicas. Aquellos años del americanismo fueron también la época del auge de la antropología y sus disciplinas vecinas, la arqueología y la paleontología en Latinoamérica, donde nuevas excavaciones en el Perú, la Argentina, Colombia, Haití y México, sacaban a la luz la riqueza de las culturas precolombinas. Se fundaron museos e institutos para procurar organizar el interés por las antiguas culturas, así como presentárselas a un gran público47. Cuando en la década de 1930, en Europa se anunciaba la Segunda Guerra Mundial, cada vez más latinoamericanos regresaban a sus países convencidos de que la «cultura europeo-occidental» andaba, en efecto, cercana a su ruina. Se insinuaba la esperanza de que a Latinoamérica le correspondiera un ciclo cultural propio que había de seguir al europeo. Spengler se convirtió en el catalizador de este nuevo pensamiento. Ernesto Quesada, quien ya en 1921 dictara un curso sobre la «sociología relativista» de Spengler en la Universidad de La Plata como hemos
46 Roberto González Echevarría, en su Alejo Carpentier. El peregrino en su patria, rastrea la influencia de la Revista de Occidente en América Latina. Ha estudiado en particular la historia temprana del concepto del realismo mágico de Franz Roh, antes de que fuera revertido en la idea de lo real maravilloso expuesta por Carpentier en su famoso prólogo a El reino de este mundo (173-176). 47 Sobre los años del americanismo y el auge de la antropología cultural en Latinoamérica, véase mi libro The Specter of Races. Anthropology and Literature between the Wars.
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visto, fue el primer difusor de Spengler en la Argentina. En años sucesivos publicó numerosos artículos y libros sobre él, en total más de mil páginas, que ayudaron a establecer la fama de Spengler en Hispanoamérica48. Sobre todo, Quesada le dio crédito a Spengler por analizar el ámbito cultural europeo ya no de manera universalista, sino históricamente. Para usar las palabras hiperbólicas de Quesada, el «relativismo sociológico» de Spengler era tan importante como la teoría de la relatividad de Albert Einstein, al haber ambos revolucionado ideas de dirección en el espacio y el tiempo en cuanto unidades no absolutas (Quesada, Una nueva doctrina sociológica, 15). En cuanto a su metodología, Quesada elogiaba la intuición spengleriana de analizar la cultura atendiendo a símbolos y no a datos históricos, contrastando su «método intuitivo» con el evolucionismo de Herbert Spencer, como también con el idealismo de Immanuel Kant («La significación de Spengler»). Le seguía incluso en su estricta periodización de las altas culturas en ciclos de en torno a mil años. En lo que a su pensamiento sobre Latinoamérica se refiere, sin embargo, Quesada tomaba distancia de Spengler. Mientras que este, en su libro, había señalado a Rusia como una posible cultura de pronto ascenso o desarrollo futuro, para Quesada, tal potencial estaba mejor representado en América Latina (Quesada, «Der kommende Kulturkreis»). Según él, la población indígena de Latinoamérica había de «despertar» pronto de lo que llamaba su letargo y volver a convertirse en una gran cultura. Junto a la obra de Quesada se publicó una cantidad considerable de monografías en Uruguay, Perú, Argentina y Chile, la mayoría de ellas exégesis de la filosofía de Spengler49. En Chile, toda una generación de historiadores conservadores se sirvió de él, según Cristián Gazmuri, para crear un «paradigma pretérito» según el cual Chile habría sido, al comienzo de su independencia, aguerrido y heroico, pero en el siglo xx se habría ador-
48 Estas son las publicaciones de Quesada sobre Spengler: su libro de más de 600 páginas, Una nueva doctrina sociológica: la teoría relativista Spengleriana (1921); también se publicó su serie de conferencias en la Universidad de La Plata, titulada La sociología relativista spengleriana. Curso dado en el año académico de 1921 (1921). Como consta en el legado de Quesada en el Instituto Ibero-Americano de Berlín, este presentó conferencias sobre Spengler en las universidades de Córdoba (Argentina), La Paz (Bolivia) y Guayaquil (Ecuador), además de publicar numerosos artículos en revistas. 49 Véanse las monografías de Enrique Martínez Paz, El derecho en la obra de Osvaldo Spengler (1924), Alfredo Franceschi, «La concepción matemática de Spengler» (1926), Aquiles B. Oribe, Comentarios a la doctrina de Spengler (1928) y Antonio Astete Abrill, Una perspectiva en la filosofía de Spengler (1955), entre otras.
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milado y se habría convertido en una sociedad decadente. En cuanto al público lector general, el historiador Mario Góngora comentaba, en 1981, que el impacto de este autor habría sido «difuso pero inmenso» y «una de las grandes vivencias intelectuales del público cultivado durante las décadas del 1930 y del 1940» («Centenario de Spengler» 341). También entre los escritores latinoamericanos se ve la influencia de las ideas de Spengler. Valgan como ejemplo tres de ellos: Jorge Luis Borges, Antonio S. Pedreira y Alejo Carpentier. En Borges, encontramos referencias a Spengler especialmente en sus ensayos tempranos que versaban sobre el paisaje y la historia argentina50. En «La pampa y el suburbio son dioses», publicado en 1926 en El tamaño de mi esperanza, asocia, por ejemplo, la famosa llanura central del país con los arrabales porteños, llamando a ambos «tótems» de la Argentina y citando a Spengler y Graebner al respecto. Se refiere con ello a un capítulo del segundo volumen de La decadencia de Occidente donde el autor define, apartándose de los conceptos tradicionales de raza y pueblo, el mecanismo del tótem y el tabú como «último sentido de la existencia y la vigilia, del sino y la causalidad, de la raza y el idioma del tiempo y el espacio […]» (La decadencia de Occidente, II, 102). Este concepto spengleriano de «raza» ligado al paisaje en un sentido espiritual más que biológico, Borges lo utiliza para hablar de aquello que en términos spenglerianos sería el «alma» de Argentina, es decir, para estilizar tanto la pampa argentina como el arrabal en figuras de la nación. También en «La tierra cárdena», su reseña de la novela de viajes de William Henry Hudson The Purple Land publicada en la misma colección, Borges critica el supuesto afán simbólico de los alemanes para expresar su preferencia por la capacidad inglesa de asimilar y convertir en propias formas extranjeras de ser, mencionando de pasada el segundo volumen de La decadencia de Occidente51. Luego, en un tercer ensayo titulado «La fruición literaria» (1928), Borges menciona a Spengler como gran analista de la historia antigua, el cual habría entendido el especial pathos de dicha historia cara a la moderna. Ya cuando publica su nota necrológica sobre Spengler en
50 Una lista completa de referencias a Spengler en los textos de Borges se puede encontrar en la «Finder’s Guide» del sitio web del Borges Center, dirigido por Daniel Balderston en la Universidad de Pittsburgh (www.borges.pitt.edu). Agradezco a Alfred MacAdam el haberme llamado la atención sobre las muchas referencias del joven Borges a Spengler. 51 Por cierto, para la versión revisada de aquella reseña, publicada con el título «Sobre The Purple Land» en Otras inquisiciones (1952), Borges había eliminado la referencia a «los alemanes» y a Spengler.
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la revista femenina El Hogar (1936), el único texto explícitamente a él dedicado, Borges se ha distanciado del filósofo, caracterizándolo de manera un tanto irónica como «ilustre arquitecto germánico de universos dialécticos» y colocándolo en una fila dispar de poetas y pensadores tales como Alberto Magno, Meister Eckhart, Leibniz, Kant, Herder, Novalis y Hegel; ante todo, lo llama un gran estilista. Pocos años después, Borges vuelve sobre Spengler ya en un tono más grave, en el contexto del nazismo. En su ensayo «El tiempo circular» (Historia de la eternidad), argumenta ahora que Spengler había sido el filósofo del retorno de lo mismo y que, si en efecto el tiempo pueda repetirse una y otra vez de manera casi idéntica entonces también podría ser la historia de un único hombre la historia universal, presentando la ambición totalizadora de Spengler ahora como paradójica y hasta risible. En su reseña de Monkey, una novela china de Wu Cheng’en, Borges asocia a Spengler de nuevo con el ansia de infinito y se burla de él por su eurocentrismo a pesar suyo. Aunque Spengler habría atribuido la intuición de un tiempo y un espacio infinitos al carácter «fáustico» de la cultura europeo-occidental, aquella no se encontraría óptimamente representada en el drama de Goethe, sino más bien en el poema cosmológico antiguo De rerum natura y en la mencionada novela china (ibid., 253). Finalmente, en su cuento «Deutsches Requiem» (1949), poco antes de la ejecución por crímenes de guerra del nazi Otto Dietrich zur Linde, el personaje describe las lecturas de Nietzsche y Spengler hacia 1927 como acontecimientos decisivos en su vida, y justifica la tortura del prisionero judío David Jerusalén diciendo que su muerte y la suya propia solo habrían sido pasos en la marcha inexorable del mundo hacia su final. (Borges, «Deutsches Requiem», 577). Aquello que de la filosofía de Spengler habría en un principio fascinado al propio Borges —vale decir, la reflexión sobre el anhelo de infinito y la ambición totalizadora de su pensamiento—, se ha convertido ahora en un rasgo del nazismo. En su obra posterior, Borges ya no menciona a Spengler sino de pasada, como a uno de los muchos creadores de sistemas filosóficos fantásticos. En las figuraciones, tan típicas de Borges, de mundos que anhelan la infinitud o la totalidad de algo, el fin del tiempo o la memoria de todo lo que ocurrió, se pueden ver ecos de la visión histórica de Spengler, como también en su enfoque en la historia universal, por supuesto. Sin embargo, las obsesiones spenglerianas se han convertido en Borges en fabulaciones, ya no aspiran a representar el curso de la historia como tal. En Puerto Rico, isla anexionada en 1898 por los Estados Unidos, y convertida en 1947 en «estado libre asociado», surgió en 1934 el ensayo Insularismo de Antonio S. Pedreira sobre la cultura de los puertorriqueños,
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influido en diversos sentidos por Spengler52. Para empezar, el tono «intuitivo» de su ensayo se asemeja al de Spengler hasta en su lenguaje: «Voy buscando, intuitivamente, la significación oculta de los hechos que marcan la trayectoria recorrida por nuestra vida de pueblo» (21). También su pesimismo cultural se perfila en términos spenglerianos. Pedreira diagnostica que «Tuvimos nacimiento y crecimiento, pero no renacimiento. Salimos de una trasplantación y nos metimos en otra sin acabar de diseñar nuestro ademán, que no hemos perdido por completo, pero que se encuentra transeúnte en el momento histórico en que vivimos» (ibid., 25). Así, en Puerto Rico las diversas ‘razas’ no se habrían mezclado felizmente, como fue el caso en otros países, ni tampoco el clima tropical habría ejercido ninguna influencia positiva sobre los puertorriqueños. La mejora de tan conflictiva personalidad, la espera Pedreira de la juventud de Puerto Rico, la cual habría de empezar a creer en sí misma y a volverse activa. La creatividad es la consigna de Pedreira, consigna que él contrapone a la sociedad de consumo anglosajona: los puertorriqueños deberían volverse activos, tanto cultural como políticamente; deberían empezar a producir su propio arte, su propia música y su propia literatura. Pedreira recurre, por tanto, a la idea spengleriana de morfología cultural; pero lo hace de manera sumamente ecléctica. Su definición de aquello que conforma una cultura utiliza, por ejemplo, el concepto de alma, pero no cita a este autor sino a Ludwig Pfandl y a Carl Justi. Se sirve, sobre todo de la definición spengleriana de la cultura como estado espiritual para dar realce al potencial de Puerto Rico frente a la civilización estadounidense, puramente tecnológica, según él, haciéndose eco del arielismo de José Enrique Rodó. Ante todo, Pedreira no comparte el determinismo de Spengler, según el cual Puerto Rico, en tanto que colonia de los Estados Unidos, no tendría oportunidad de afirmarse como cultura autónoma. Así, el nacionalismo cultural de Pedreira se apropia de la filosofía de Spengler para reclamar el mismo «ciclo vital» para su país como para otros, a pesar de la falta de interés, por parte de Spengler, por los países caribeños. El cubano Alejo Carpentier, por su parte, en su famoso prólogo sobre lo «real maravilloso» publicado en El reino de este mundo (1949), asegura que en Latinoamérica aguarda una cultura que, debido a su paisaje y a la presencia «fáustica» de indios y negros y a las mitologías de los mismos, está mucho más viva que la europea («Prólogo», 15-16), tomando prestado la noción
52 Para un análisis detallado de Pedreira con relación a Spengler, véanse también los ensayos de Trinidad Barrera y Aníbal González.
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de lo «fáustico» de Spengler, por supuesto. Mientras que la literatura de la vanguardia europea sería doctrinaria y seguiría recetas estériles, los mismos fenómenos estéticos estarían, en Latinoamérica, vitalmente ligados a los mitos y a la historia latinoamericanos. La fuerza de la cultura latinoamericana frente a la europea reposa, para Carpentier, en el carácter colectivo de su fe en una realidad propia y distinta. Postula, en ese prólogo a la primera novela de su ciclo americano, que Latinoamérica tiene un carácter distintivo que no está, como todavía en Pedreira, en estado latente, sino que se desvela cual epifanía al observador. Aún más tarde, cuando ya se ocupa menos del concepto de lo real maravilloso, la huella spengleriana se ve en novelas posteriores de Carpentier como Los pasos perdidos (1953) o El siglo de las luces (1962), donde la naturaleza aparece como un repertorio prácticamente inagotable de formas que constantemente son comparadas con otras europeas53. Considerándolos juntos, podemos decir que tanto Borges como Pedreira y Carpentier recibieron impulsos importantes de sus lecturas de Spengler a la hora de desarrollar sus ideas sobre la cultura latinoamericana, sea en el ámbito nacional o trasnacional. Fuera el concepto spengleriano de cultura determinada por sus formas de expresión o la idea del anhelo «fáustico» de infinidad de la cultura occidental, y por extensión de la latinoamericana; fuera más generalmente la idea de que las culturas son entidades espirituales, capaces de desarrollarse en base a la creatividad artística del ser humano; o fuera su aproximación comparativa a las culturas del mundo. Lo cierto es que los tres escritores aprecian en Spengler una nueva manera de escribir la historia mundial de forma ensayística, desde el pensamiento, y le siguen en su empeño sintético por una crítica del conocimiento eurocéntrico. Eso no significa que le hayan seguido en cuanto al contenido de lo que dice sobre culturas individuales ni en sus intentos de reescribir la cronología de la historia mundial, por no hablar de la caracterización spengleriana del México prehispánico, la cual ninguno de ellos menciona. Sin embargo, el relativismo cultural spengleriano, podemos decir, encontró entre estos escritores, por su estilo polémico, un eco mucho más fértil que, por ejemplo, los ensayos del antropólogo Franz Boas de la misma época sobre relativismo cultural. En la medida en que estos escritores lograron sentar un horizonte americano más allá de lo nacional para la literatura latinoamericana de su generación, podemos decir que Spengler efectivamente tuvo un impacto difuso pero inmenso, aun cuando las huellas de su impronta se perdieran rápidamente en el discurso latinoamericano.
53 Véase mi artículo «Eras del barroco. Spengler en El siglo de las luces de Alejo Carpentier» para un análisis del empleo de formas spenglerianas en las dos novelas de Carpentier.
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Según el escritor alemán Botho Strauß, en Spengler «nada tiene sentido salvo el tono, salvo la forma». Y, en efecto, Spengler escribía —y era percibido— ante todo como un crítico de la cultura que no se dejaba encasillar ni en la academia ni en la filosofía54. Fue un provocador, aunque no, por suerte, un visionario. El trágico esquema spengleriano de los aztecas como caso excepcional de una cultura que fue aniquilada antes de su tiempo por un grupo de conquistadores españoles es, como sabemos, una ficción, si bien progresista en su crítica del colonialismo español. Lo que llama la atención, sin embargo, es la consistencia con la cual Spengler, desde su juventud, cuestionaba la idea del colonialismo moderno, el cual, como vimos, comparaba a veces con el imperialismo «clásico» griego y romano, sin quedar del todo satisfecho. En ese sentido, el escenario del colonialismo dibujado por Spengler en su drama sobre el encuentro entre Moctezuma y Cortés fue acertado en su potencial crítico no solo hacia la España imperial, sino también hacia las aspiraciones imperiales de la Alemania de su época. Por otra parte, vimos también el limitado horizonte y eurocentrismo, a pesar suyo, de Spengler a la hora de familiarizarse más con la historia latinoamericana. Aunque Spengler mismo se haya guardado de llevar más lejos su crítica del colonialismo, reconforta la idea de que muchos intelectuales y escritores latinoamericanos a su vez se hayan apropiado de Spengler para convertirlo, de un profeta de la decadencia, en el vate del americanismo. En el ámbito de los estudios literarios y culturales, el interés por la obra de Spengler ha continuado vivo, con una creciente bibliografía secundaria y tres congresos internacionales a él dedicados solo en la última década. Así, la figura de Spengler ha sido contextualizada ampliamente y se ha visto en particular que su recepción internacional, por supuesto, iba mucho más allá de América Latina55. Eso, por no mencionar toda una corriente de historia
54 Para una tipología de la crítica de la cultura, y para la ubicación de Spengler en la misma, véase la excelente obra panorámica de Bollenbeck. 55 En cuanto a monografías sobre Spengler, véanse especialmente las de Gilbert Merlio, Domenico Conte y Barbara Besslich. El congreso «Tektonik der Systeme. Neulektüren von Oswald Spengler», tuvo lugar en Lovaina, Bélgica, del 15 al 17 de diciembre de 2009 (). El congreso «Spengler aujourd’hui. La réception continuée de Oswald Spengler», organizado por Gilbert Merlio, tuvo lugar del 17 al 19 de marzo de 2011 en París. Un artículo de Hermann Baer sobre la reedición italiana de La decadencia de Occidente apunta a la renovada recepción internacional de Spengler. Cabe mencionar también la fundación reciente de la
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universal, cuyo más importante representante habría sido Arnold Toynbee en su Study of History (1934-1961). Hasta podríamos contar en la línea de los que han pensado la macro-historia en términos de grandes ciclos culturales al profesor de Ciencias Políticas Samuel Huntington, con su controversial libro The Clash of Civilizations and the Remaking of World Order (1996), el cual continúa hablando de ocho grandes civilizaciones contemporáneas que serían la occidental, la «latinoamericana», la islámica, la china, la hindú, la ortodoxa, la japonesa y (quizás) la africana. Tales teorías hoy en día, aunque hayan recibido cierta atención en el ámbito de los estudios internacionales, han sido ampliamente criticadas por basarse en modelos sobrepasados de culturas homogéneas y fijas56. Esta introducción ha sido un intento no más para completar lo que sabemos sobre la trayectoria intelectual de Oswald Spengler. También trata de ofrecer un contexto para la versión particular que Spengler escogió dramatizar de Moctezuma Xocoyotzin, no para elucidar u ofuscar los eventos mismos sucedidos en México, sino para llamar la atención, una vez más, sobre las ramificaciones simbólicas que llegaron a tener para el público lector a lo largo de los siglos, y para un lector alemán en particular.
Oswald Spengler Society for the Study of Humanity and World History, la cual celebró su primer congreso en 2018 (). 56 Yo empezaría tal crítica citando a antropólogos de la década de 1940, los cuales estudiaron las zonas de contacto y las culturas híbridas que resultaron de la colonización de amplias partes del mundo, entre ellos Melville Herskovits y Fernando Ortiz, y luego continuaría citando aproximaciones más recientes a una historia mundial como la de Serge Gruzinski.
II. Criterios de edición
La transcripción de Montezuma. Ein Trauerspiel se realizó sobre la copia del manuscrito de sesenta y dos hojas —escritas por ambas caras— conservado en el legado de Oswald Spengler en la Bayerische Staatsbibliothek (BSB Ana 533) y disponible en su colección digital. A decir del biógrafo de Spengler Anton Mirko Koktanek, fue el propio Oswald Spengler quien, en 1897 —a los diecisiete años—, sacó una copia en limpio del manuscrito (Oswald Spengler in seiner Zeit, 46). Se lo envió a su tío Albert Steude, director del Hoftheater de Kassel, pero este se lo devolvió sin ningún comentario. En cuanto al propio manuscrito, apenas si lleva correcciones; solo algunas pocas notas al margen se encuentran a lápiz en la última parte del texto, las cuales se reproducen aquí como notas al pie de página. El texto y las notas al margen están escritos en caligrafía Sütterlin, la más común en la época (no constaba ninguna copia mecanografiada en el legado, como fue el caso del resto de los fragmentos inéditos de Spengler); la escritura de las notas al margen presenta rasgos diferentes, que posiblemente sean los de la caligrafía del mismo Spengler en años posteriores. En el texto mismo se han corregido algunas pocas erratas. Las notas a pie de página contienen aclaraciones sobre la manera de escribir nombres y lugares, así como indicaciones sobre fuentes historiográficas cuando Spengler se refiere a sucesos históricos documentados. Se basan en las fuentes que Spengler probablemente tuviera a su disposición: las Cartas de relación de Hernán Cortés, la Historia verdadera de Bernal Díaz del Castillo, la Historia general de fray Bernardino de Sahagún, y la Historia de la conquista de México de Antonio de Solís.
III. Sobre la lengua
La terminología empleada en la introducción anda a caballo entre el uso de Spengler y el hoy habitual. Se habla, así, tanto en la introducción como en el texto del drama de «aztecas», cuando nos referimos a la población encontrada por los españoles en Tenochtitlán, por más que las personas que los españoles allí encontraron no se dieran a sí mismos tal nombre. El concepto de «aztecas», históricamente incorrecto, se generalizó a partir de William H. Prescott. Si «México» se refiere, en Spengler, a la capital de los aztecas sobre la cual fue edificada la actual Ciudad de México, en la introducción se la llama «Tenochtitlán», el nombre más corriente para la urbe antes de su destrucción.
IV. Bibliografía
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primarias.
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Anke Birkenmaier
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V. Nota
del traductor
El texto alemán de Spengler está en verso. Lo forman, concretamente, Blankverse: versos sin rima y compuestos por cinco yambos más otra sílaba —por fuerza átona— facultativa, o bien no una sino dos sílabas adicionales si hay cierre esdrújulo. O sea, que es una especie de endecasílabo blanco. A endecasílabo blanco está sujeta la presente traducción. A endecasílabo blanco «común», vale decir, de acentos obligados en las sílabas décima y sexta. (Acento secundario en la octava.) Poniendo tildes a las palabras me he permitido anomalías frente a las normas ortográficas al uso cuando he creído útil, de cara a una lectura correcta —el verso sujeto a metro no se lee o no está hecho para leerse como la prosa—, hacer más evidente o desambiguar —según el caso— dado un verso específico el lugar para mi gusto óptimo de los acentos métricos anteriores a la sexta sílaba1. (A tal fin me he servido del acento tipográfico grave.) También me he desviado de la ortografía acostumbrada, por idéntico motivo —utilidad de cara a una adecuada lectura del verso—, ya en cualquier punto de este si había formas verbales que, con un pronombre personal enclítico, en condiciones normales se acentúan como esdrújulas. Cuando el acento métrico caía en la última sílaba, he acentuado tales formas verbales como agudas, e.g. «dímelo» en «¿Tiènes aun [sic] más deseos? Dimeló»2. Algunos versos donde vi complicado o contraproducente aclarar, de entre varias posibles, la lectura métrica a mi juicio mejor, quedaron en tal
1 Diría que han caído siempre (i) en la sílaba primera y en la cuarta, (ii) en la sílaba segunda y en la cuarta, o (iii) únicamente en la sílaba tercera. 2 A la palabra «aun» le he puesto o no la tilde, en efecto, mirando siempre si hay hiato o diptongo, no si se puede reemplazar por «todavía» o por «incluso», igual que he escrito por ejemplo —si por el mismo motivo convenía— «dél» o «della» utilizando, de hècho, también para los hiatos entre palabras el susodicho acento tipográfico grave. Igualmente me he permitido un «nós» pronombre personal latinizante en oposición al «nos» proclítico o enclítico normal dativo o acusativo, mientras que el «vos» análogo —en el sentido, por tanto, no de «tú» sino de «ustedes» o «vosotros»— no precisaba de tilde diacrítica, como sí en cambio quise dársela, el par de veces que lo usé, a ese garcilasiano «cósa» pronombre interrogativo italianizante de «¿Cósa pùdo bastar a tal cruëza?».
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Nota del traductor
sentido ambiguos y tampoco pasa nada. (Ya elegirá el intérprete consciente cómo acentuarlos.) Quede claro, por si acaso, que, lejos de proponer ningún «sistema», me he limitado a porfiar en un anhelo utópico —según parece, secular— en un terreno donde las cosas no han cambiado esencialmente3. Llegado un punto asumí, ya con independencia de esta manera atípica de acentuar tendente a hacer más obvia la lectura métrica, conmigo mismo el compromiso de que el texto fuese, como su autor adolescente quería —cf. «Criterios de edición»—, representable. Atendí mucho a sinalefas y cesuras procurando hacer un verso que, con toda la tensión y el barroquismo, pudiera decirse en la escena sin sudar demasiado: con la tranquilidad de quien se come una manzana o se fuma un puro4. He reflejado, por lo demás, cuan fielmente he podido los encabalgamientos nivelando, sin embargo, conscientemente tanto taras métricas como asonancias. Eventuales fallos en la artesanía no serían, así pues, deliberado reflejo del modelo sino faltas mías nuevas de atención, oficio o sensibilidad. Y ya está, pues, como dijo el poeta, buey la lengua tremendo me pisó.
3 «“Quien consiga reproducir con la mano lo que su boca articule, ése es un auténtico escriba”; esta máxima la dejó escrita sobre arcilla un sumerio hace unos 4.000 años, y con ella nos legó de manera anónima la verdadera esencia de la escritura», cf. Steven Roger Fischer, Breve historia del lenguaje, trad. de Paloma Tejada Caller, Madrid: Alianza Editorial, 2003, p. 109. 4 Me imagino una puesta en escena, con toquecillos posmodernos graciosos como a los que se presta La venganza de don Mendo y multitud de leitmotivs que son acciones cotidianas, procaces, violentas o absurdas paralelas al verso que se dice —cuyo sentido ¿sabotean?, ¿frivolizan?, ¿tergiversan?, ¿transfiguran?—, en 2020 en Ciudad de México. Sería acaso una manera alternativa de enfrentarse a la «Memoria Histórica» [sic].
VI. Oswald Spengler, Moctezuma. Un drama
Moctezuma. Un drama
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Personajes Moctezuma, emperador de México entre 1502 y 1520 Cuitláhuac, su hijo1 Cacama, consejero del emperador, un anciano octogenario2 Tehuas, un joven cacique3 Hernán Cortés, conquistador de México Aguilar, un fraile, confesor de Cortés4 Sandoval, León y Alvarado, capitanes del ejército de Cortés5 José y Francisco, soldados españoles Marina, una azteca, espía al servicio de los españoles6
1 También llamado Cuitlahuatzin. Cortés lo menciona como señor de Iztapalapa y hermano de Moctezuma. Tras la muerte de Moctezuma, fue elegido tlatoani, pero murió de viruela a los ocho días (Cortés, Cartas de relación, 305). En Bernal Díaz aparece como «pariente cercano» de Moctezuma. 2 Tlatoani del antiguo reino de los chichimecas en Culhuacán o Culúa (Coyoacán). Con su capital Tetzcuco (también Tezcuco o Texcoco), este señorío formaba, junto con México/Tenochtitlán y Tacuba/Tlacopán, la Triple Alianza del valle de México (Cortés, Cartas de Relación, 225). Según Bernal Díaz, Cacama era sobrino de Moctezuma. En Solís (Historia, 179) son sobrinos de Moctezuma tanto Cacama como Cuitláhuac, quienes, de hecho, acompañan a Moctezuma cuando por vez primera saluda a Cortés. 3 Quizás el nombre esté tomado del «Tendile» que Cortés y Bernal Díaz mencionan, un emisario de Moctezuma. En Sahagún, «Tentlil» forma parte de los cinco primeros mensajeros que visitan a Cortés. También Solís (Historia, 70-73) menciona a un general «Teutile» que visita a Cortés en San Juan de Ulúa junto con el gobernador Pilpatoe. En Velde aparece «Teuctli», un cacique de los chichimecas que luchó bajo los tlaxcaltecas (1, 168), y un «Teoteuctli», sumo sacerdote de Tenochtitlán (2, 17). 4 Jerónimo de Aguilar, fraile franciscano español que naufragó en una expedición y fue hecho prisionero por una tribu maya. Aprendió el idioma y sirvió de intérprete a Cortés después de su rescate en Cozumel (Bernal Díaz). No se sabe que fuese el confesor de Cortés. Según Bernal Díaz, los clérigos de la expedición fueron Bartolomé de Olmedo y Juan Díaz. 5 Gonzalo de Sandoval fue uno de los oficiales de más confianza de Cortés en la conquista de Tenochtitlán. Juan Velázquez de León fue miembro de la expedición de Cortés a Tenochtitlán; era sobrino de Diego Velázquez de Cuéllar, gobernador de Cuba. Pedro de Alvarado fue otro miembro de la expedición de Cortés; se lo responsabiliza de la masacre en el Templo Mayor, tras la que los aztecas se rebelaron, determinando la desastrosa retirada de los españoles de la ciudad. 6 También conocida como Malinche. Hija de caciques de Copainalá, de niña había sido vendida a mercaderes de Tabasco, donde creció. Hablaba náhuatl y maya, y sirvió a Cortés de intérprete. También tuvo un hijo de él, Martín Cortés.
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Oswald Spengler
Caciques (nobles aztecas) Criados de Moctezuma Mensajeros y soldados de españoles y aztecas
La primera escena transcurre en Veracruz. Las otras, en México, la capital de Moctezuma7.
7 «México» es como Bernal Díaz y Solís suelen llamar a la capital de los aztecas, hoy Ciudad de México. Cortés hablaba de «Temixtitán», de donde salió el hoy más común «Tenochtitlán». El nombre habitual entre los aztecas probablemente fuera «Tenustitlán México» (Delgado Gómez en Cortés, Cartas de relación, 160).
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Moctezuma. Un drama
Primer
acto.
Primera
escena
Campamento de los españoles en Veracruz. La acción transcurre en la tienda de Hernán Cortés. Cortés. Entra Aguilar.
Aguilar
Los legados, señor, de Moctezuma esperan tu respuesta. Hoy prometiste enviarlos de vuelta.
Cortés
Bien, que pasen.
Aguilar (tras una pausa) ¿Te mantienes aún en tu designio? ¿Va a ser tòda advertencia, pues, en vano? Cortés
Yo no tèmo al peligro que me amaga.
Aguilar
¡Cortés!
Cortés Aguilar
Cortés
Aguilar
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Dìme. ¡Tu orgullo deja ya! ¡Haznos càso una vez nomás a todos! No càbe tu deseo de con esta cuadrilla a Moctezuma deponer: al siempre invicto al cual, con solo un gesto, de centenas de miles sigue hueste.
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Yo puèdo, con mis hombres, bien tranquilo batalla presentar. ¡No a los aztecas!
Cortés
Sòlo unos pocos son, pero españoles. Vàle por mil salvajes cada cual.
Aguilar
Tú puèdes, con astucias, lograr mucho; no vàn a entender esto. Con las armas, victoria en campo abierto no es posible.
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Cortés
Oswald Spengler
No has vìsto tú el combate con salvajes ni sabes del horror de nuestros medios. Cuando en èste viaje nuestra flota delante de una ìsla fondeó para ir a buscar agua, pude ver de qué somos capaces. Desde entonces, ya crèo en nuestra invencibilidad. En grandes multitudes corre el pueblo a la playa, es cercada nuestra tropa en sus masas, salvaje alzose grito de victoria; hete aquí que hubo un disparo, y, ahuyentados en espantoso miedo, se esfumaron y no quedó ninguno: las armas les cayeron de las manos8. Va rápido mi tropa a la ciudad. La resistencia cede y, sin moverse, dejose matar todo, hombre y mujer. Botín los españoles saqueaban, era en tòdas las calles fuego ya. Un hecho vive aún en mi memoria. Cual demonios mataban en las casas; fémina grita amparo, y entro al punto por nube de pavesas en la estancia colocando a la medio muerta a salvo. Marìna era tal hembra, que hoy nos sigue9.
Aguilar
Abre mejor los ojos. Las ciudades mira con calles, templos y palacios. Mira a tan rico pueblo, el cual decir que es salvàje ¿es discreto? ¡Tente un poco!
Cortés
También piènsa que, apenas atracamos, legados ya mandonos Moctezuma.
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8 Bernal Díaz menciona que, durante la lucha por la provincia de Tabasco, Cortés habría disparado su mayor cañón por sobre las cabezas del grupo de los caciques. El efecto habría sido espantoso y los habría llenado de miedo y horror. 9 Según Bernal Díaz, Marina (Malintzin) sería una de las veinte mujeres que la gente de Tabasco regaló a los españoles, version de la cual Spengler difiere aquí.
Moctezuma. Un drama
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Tenía miedo el rey por nuestro arribo, vaticinado por leyenda antigua10. Aguilar
¿Qué leyènda? ¿Has podido saber cuál?
Cortés
En tiempo inmemorial, al mar del Este su buen diòs con recado andado habría de que, un día, del Este él retornaba trayendo eterna dicha a los aztecas.
Aguilar
¿Moctezuma cree, pues, que somos él?
Cortés
Lo creía. Cuando desengañose, impídele el orgullo acometernos y envía un emisario y otro más y de vuelta nos quiere mandar ora con ruegos, ora duro. Mas resulta que yo insìsto en hacerle una visita a México en persona. Finalmente depone su exigencia, los legados conceden lo que pido; así lo agarra el miedo. Yo a tan débiles e infirmes reyes me los avío.
Aguilar
¡No es tan fácil! ¿«Débil» dìces? Entérate mejor. Cuando entienda el asunto, yo te digo que su audacia arrojada has de advertir. Pregunta en la ciudad, porque a ninguno a luchar contra él verás dispuesto. Que te cuenten cómo esta tierra antaño al imperio tremendo él sometió.
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10 En Cortés leemos (Cartas de relación, 204) que habría habido un coloquio con doce emisarios que saludaron a los españoles y les pidieron que no siguieran hasta Tenochtitlán. Según Bernal Díaz, este coloquio con los legados de Moctezuma tuvo lugar en San Juan de Ulúa. Los legados habrían mencionado que las profecías hablaban de un pueblo que, llegado del Este, tomaría el poder en el país. En Sahagún se menciona que los legados habrían creído tener ante sí a Quetzalcóatl, su soberano mítico.
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Oswald Spengler
Siguen tòdos temiendo al joven héroe y antójaseme oscuro el horizonte. Cortés
Aguilar
Aguilar, sirves solo para cura. Me ablandas a los hombres con tu miedo. ¡Da gràcias si aconséjote cautela! Si al monarca en sus redes le caéis, entonces vais perdidos.
Cortés ¡Mil demonios! He con èstos paganos de acabar. Así en la capital me encuentre, tengo yà la mitad ganada. Los aztecas se hacen al nuevo òrden en seguida. Aguilar
Cortés
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No, nò los menosprecies. Todo el pueblo nos odia y no se dignan, los legados, en su orgullo a tratarse con nosotros. Como grandes de España se comportan cada verbo midiendo hoscos y fríos. Un pueblo así de bravo luchará.
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Lo cuàl no es un problema, padre. El día que, encadenados y entre latigazos, 95 sus minas de oro trabajarnos deban y traiga espada y fuego perspectiva de pronta punición, sosegaranse. A tratar con salvajes he aprendido. Ya bàsta. Llamamé a mis españoles 100 y haz que vèngan también los emisarios. Ni un titubeo más. Venga, espabílate y ocúltales tu miedo a los soldados. (Sale Aguilar.) ¡Corderillo! Si su apreciada vida guardar de sobresaltos buscan todos (paseándose), 105 yo tùve que esperar mi vida entera por ver llegado al fin este momento. Y ya estàndo ante mí victoria a tiro, ¿mi objetivo olvidar? ¿Amedrentado
Moctezuma. Un drama
ante el rey arredrarme? Tal ¡jamás! ¡Jamás mientras yo viva! ¿Este hermosísimo país con sus tesoros haber visto y luego abandonar para sus míseras vìdas, ya en entredicho, preservar? Pues son míos: no tienen salvación. Con sus gentes, a mí van a servirme; y con oro del rey me compro yo sus vidas y su amor y su coraje. Debería dudar de mi poder. ¿Debería dudar de mi poder? Jamás tàl. Adelante. Da igual cómo. Apocado el destino no va a verme.
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Queda en pie meditabundo. Entran los capitanes españoles. Siguen los cinco legados de los aztecas, Cacama en el centro. Se presentan ante Cortés11. Cortés
Cacama
¡Sed, oh nòbles caciques, bienvenidos! Esperamos a regia legacía dar oído, y os quiero contestar. Conociendo hace poco Moctezuma que eran hòmbres en las lejanas costas blancos desembarcados, él leyenda creyó de nuestro pueblo al fin cumplida. Engañose: al país nuestro arribaban fuereños. Mandó el rey embajadores que a vuelta los instaran, toda vez que ley vièja nos veta a forasteros las fronteras cerrar cual a enemigos. Mas tú, que irte sin más no deseabas, de saludar en su ciudad mismísima a Moctezuma venia nos pediste. No viòla aún fuereño, pero va su corazón a abrirse a tu deseo. Oye, puès: se te va a satisfacer.
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11 Una conversación con Cacama tiene lugar, en Bernal Díaz, poco antes de Iztapalapa, pero no según Cortés.
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La ciudad al fuereño aguarda huésped de ignoto pueblo y va a llevarte incólume a tal ciudad la paz del soberano. Cortés
Cacama
Al gran rèy, que tan fuertemente a mí me obliga en breve tiempo a gratitud, quiero reconocido yo mostrarme. No obstànte has de hacer voto de dos normas cumplirle. De otro modo…
Cortés Cacama
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¡Lo que él quiera!
Ya habièndo visto México, tendrás que pensar en tu vuelta y que alegrarte de que nadie pudiérate temer. Si quédase el fuereño mucho tiempo, trae discòrdia y desgracia y, por lo tanto, la estancia vuestra habrá de durar poco y el país dejaréis seguidamente.
Cortés
Pocos días nomás, estar pensábamos. A fin que en mi palabra confiéis, os juro que…
Cacama
Señor, no es necesario. Lo has dìcho y te creemos, pues un hombre su palabra no quiebra. Tal la fama que siempre hemos tenido los aztecas. Y cree en la lealtad vuestra Moctezuma. Le es fìrme juramento el verbo tuyo.
Cortés
Se lo he dìcho y tal he de mantener.
Cacama
Moctezuma otra cosa ha de pediros. En templos no podéis entrar sacrales y habéis de respetar a nuestros dioses, pues estamos de nuestra fe contentos. La vuestra respetamos esperando que vos la suya al pueblo no impidáis.
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Aguilar
Mas ¿qué dìces? ¿Permitirás, Cortés, la santa Iglesia nuestra a estos gentiles mancharla con sus ídolos?
Cortés
Tú tente.
Cacama (tranquilo) Os pedimos nomás lo que es justicia. Sabemos que vosotros, españoles, ya en òtras tierras a otros obligasteis a adorar y rezar a vuestro dios. Con rabia y con dolor hemos oído que aún así lo hacéis. Aquí, en la costa, testigos encontramos de hechos tales. Muchos en nuestra urbe fueron quienes al rèy, vuestro exterminio aconsejaron. No quìso hacerlo así, mas nuestros templos él los protegerá. Vosotros solos fe ajèna mancillando os deshonráis. Aguilar
¿Son, pagàno insolente, chanzas estas?
Sandoval
Ya cállate, Aguilar. ¿No van sus canas de tus maledicencias a ampararlo?
Aguilar
¿Es que quières…?
Cortés Cacama
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Silencio ya, Aguilar. Mi embajada es cumplida. Si la nueva que yo a mi soberano he de traerle no es tan gràta como él se lo atendía, no es cùlpa, desde luego, señor, tuya. Tu gente, empero, no me recibió según cuadraba. Ese hombre temerario que, cubierta la espalda, al extranjero anciano que no puede castigarlo tan duramente insulta, él es culpable. Enturbia el amigable trato sombra, pues Moctezuma estima a sus legados y no sùfre su afrenta sin castigo.
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Oswald Spengler
León
La amenaza del rey se nos da un bledo. No conoce española espada aún.
Un cacique
¡Yà altanería mucha soportamos! Chanzas vuèstras, sin duda hemos sufrido. Mas ¡ay de ti, bribón, si a Moctezuma injurias! Pues no somos suplicantes. Nosotros decidimos. Vuestra vida pende de nuestro arbitrio. Si lo bueno del mismo no apreciáis, podemos nós cambiar mièntes y la amistad romper. Vuestras armas no asustan. Si vosotros así lo preferís, pues haya guerra.
León
Cortés
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¡Cuán briòsos salvajes, pardiez!
Cortés Basta. Sòn bajo amparo mío los legados. ¡Pobre de aquel que aún alborotare! Cacama
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Ves que, tus españoles, no así piensan. Eres lìbre de la amistad quebrar. No quièro soportar esto más tiempo. O dásenos distinto trato o hày en adelante guerra. Soy anciano, mas no tànto que tema vuestro embate. Tuve en veìnte batallas parte yo y ni una fue perdida. ¿Queréis lucha? Decidlo. No sois vos aquellos hombres el cùyo acero a mí me asuste. Fiel a mi rey serví siempre, así que exijo que nunca en mi presencia ni reproche ni insulto se le lance impertinente. Anciano venerable, yo lamento que marches ofendido; mas tú viste que nò fue culpa mía. Ten tu cólera. Aquello que a nós pide Moctezuma, prometo tal hacer, pues su amistad nuestra vida en país extraño guarda.
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Moctezuma. Un drama
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Si me haces el favor, no le refieras lo que tanto ofendiérate. Cacama ¡Cortés! Ès, la sinceridad, la honra del hombre. Yo no miento. Lo que es aquí acaecido, sabralo Moctezuma. Designome confianza la cual merecer quiero. No he de omitir ni disimular nada. Cortés
Cacama
Disculpa a los soldados, si es que aquí callar cuando cuadraba no han sabido. Confío en que has de verlos comportarse.
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Voìme. Venid, caciques. Nuestro rey aguarda. Salen los legados.
Cortés
Marcha en cólera. ¿Acaso no pudisteis ni siquiera tantico así teneros? ¿Os gusta acrecentarles la ventaja? Habéis de lamentarlo si otra vez con sandeces mi plan amenazáis.
Aguilar
¿Sufrir dèbo que, en nuestro campamento, insulte un extranjero a nuestra Iglesia?
Sandoval
No la ha injuriado él. Lo has hecho tú.
Cortés
¡Con tal puèblo luchar! No lo creía. Mas hoy sí. Tan tranquila confianza en sus fuerzas, delata su poder. Si al rèy cada persona acá se aferra cual este regio anciano, ¿cómo puedo, cómo he de esperar yo tan solo a uno ganarme de sus fieles? Aymé, todos sòn nuestros enemigos. ¡Me engañaba! Hízoseme, de lejos, fácil lucha. Escollos que no vi, vienen de frente con la amenaza de la muerte agora.
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Oswald Spengler
Alvarado
Son vànos pensamientos. Recomponte. En tanto espada y fuerza yo posea, no cùro del peligro que me amaga.
Cortés
Así has sìdo, Alvarado, siempre tú. Pero no, pues palabra debí darle de regresar al tiro. ¡Sin ganancia! Mi vida toda en vano así sería: mi afán encontraría presto fin. ¡No lo soporto! Despreciado, pobre, la existencia pasar del labrador que un año y otro en pos de reja va: diariamente el mismo tedio tenue. Y habrá el rèy, de otro modo, prestamente de, con su ingente ejército, aplastarnos. Y otros conquistadores ni aun vestigio siquiera encontrarán de nuestras tumbas.
Aguilar
Hogaño temes tú: cuando ya es tarde. Mas nuestras advertencias desdeñabas.
Cortés
Todo jugueme a ùna. Llegué al punto que avante solamente seguir puedo aun sièndo que un abismo ante mí hubiere. Velázquez estorbar mi empeño quiso: esta tièrra anhelaba él someter, y victoria envidiábame y botín. Con tretas llegué acá, mas a fe mía que él seguìr me habrá hècho con sus tropas. Marcho contra enemigos y, a la espalda, aprietan otros ya. Si aún lucháremos, si no me obedecieren aun aztecas y arribaren sus naves, tendré sólo que elegir entre muerte y sumisión o bien de mano azteca o de española. (Entra Marina.) Sacrílega fue cosa en tal estado, incauto colocarme. Ahora ya manera de salir con bien veo.
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Moctezuma. Un drama
Marina
Mas ¿qué dìces, Cortés? No puede ser. ¿Qué sería de todos si tú tiemblas? Si tú muères, yo a nadie más tendría a quien encomendarme nunca. Debes tu afán desempeñar.
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Sandoval Caray, Marina. ¿Tan rápido la patria ya olvidaste? Marina Sandoval Marina
¿Cuál pàtria? A ti esta tierra te alumbró. Yo pàtria ya no tengo. Como esclava sabe que, siendo aun joven, me vendieron. ¿Cómo iba yo a quererla? Me es ajena cual todas. Mas tú a mí, Cortés, salvásteme de a fuego perecer: mi vida es tuya. Con mi aviso yo puedo respaldarte. Piensa que sé su lengua, sus costumbres; sus planes conocer, no me es difícil. Yo quièro hacerlo todo por tu causa. Tú tiènes que vencer.
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Cortés ¿Eso deseas? Solo puède ayudarme azar propicio. Marina Cortés Marina
¿No otra còsa? Más nada queda ya. He escuchado a menudo vuestros planes y téngolos rumiados. Partís siempre de que a todo el país combatiréis. Sé por mi juventud —cuando era justo el audaz Moctezuma el soberano— cómo formó su reino. A toda tribu desde el ùn mar al otro sojuzgó. La fama de invencible desarmaba a pueblos aun lejanos. Ya más nadie
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Cortés
Oswald Spengler
a oponerse a su espada se atrevía Semeja, así, tremendo su poder; mas es frágil constructo que cualquiera, sabiendo sus flaquezas, compromete. En Tlaxcala y en cuantas tierras otras habéis en el camino de encontraros, están a pesar suyo en servidumbre. Ofreced, amigables, libertad. A vos sucumbirán. Seréis, pues, fuertes. Temblarán los aztecas por el miedo.
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Es mòdo de salir. Gracias, Marina. La victoria me muestras.
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Sandoval No te olvides de aquello que recién has prometido. Cortés
¿Todos èsos tesoros crees que voy a ver nomás? ¿Para eso aquí llegamos? ¡Serán míos!
Sandoval
El soberano cree la palabra que diste. En ti confía. ¿Su lealtad a tal punto va a humillarte? No es ésta cosa hidalga. Si tú piensas que tus armas victoria te aseguran, llama entònces de vuelta a los legados y la tù enemistad declaralés. Si nò es algo loable, sí lo es noble: no abusàr de la fe de Moctezuma. Veneran la franqueza aun los salvajes y nos despreciarán. ¿Habrán acaso de echar en cara a nós, cristianos, honra?
Cortés
¿Qué otra còsa? Me enfrento a un enemigo que debo aniquilar antes que el otro por retaguardia llegue. No hay opción. No es buèno al corazón oírle siempre. Es, virtùd, un infructuoso campo que, a quien sólo a él atiende, no hace rico.
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Moctezuma. Un drama
¿Arduamente obtenida fama, premio, poder regalaré a enemigo hostil de modo que sin más quedarse pueda lo que sangre costonos y sudor? Yo mejòr al botín le prendo fuego. Con el barco que el mì botín oculta, àntes me hundo en el mar que no rendirme. Alvarado
Buena esperanza tengo y, si venciere, ciertamente a la Iglesia daré gracias. Yo en México, sobre de templos ruinas, sobre ídolos caídos una iglesia galana erigiré. En cuanto al botín, tendrán los santos parte. Los aztecas los pienso convertir y, con el éxito, prometo romería a Tierra Santa. ¿Dará, pàdre, consentimiento el cielo a aquestas mis demandas?
Aguilar Tu promesa fiel cùmple y su favor no faltará. Alvarado
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¡Bàsta, voto al diablo, de memeces! ¡Hablamos de salvajes!
Aguilar Si triunfo, señor, a ti incumbiese, no te olvides de obligación cristiana. A ti la Iglesia te exime de tu voto si los templos, los ídolos derribas y, a paganos, constriñes a bautizo. Si demoras, la gloria a ti los santos te la niegan. Cortés
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Buenas palabras dices.
Sandoval Yo victoria no quièro si deshonra conllevare. León
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¡Yà hay decisión al fin! Vuestra polémica jamás acabasé. Yo he envejecido
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Oswald Spengler
luchando y no con tal palabrería. ¡Habrá sàco! ¡Alegraos, españoles! León
¡Y riña, que mi acero ya se aburre!
Cortés (se levanta) ¡Seguidme y que el valor jamás os falte! Será còsa, el peligro, así ligera y botín y victoria abundará. ¡No quièro acoquinados! ¡Adelante! Cae el telón.
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Moctezuma. Un drama
Segundo
acto.
Segunda
escena
Una gran sala en el palacio de Moctezuma en México. A la izquierda un pórtico tenido por columnas, a la derecha el trono, al fondo una puerta. Moctezuma, en el real trono, rodeado por muchos caciques y demás séquito. Un criado (entra y se postra ante el trono) Monarca victorioso, haga la suerte tu dulce señoría duradera; propicios, como siempre, los tus hechos. (Se levanta.) Llegaron, mi señor, los españoles. Dejaron ya detrás de sí los diques, y al palacio con pompa se aproximan. ¿Quieres que de inmediato te los traigan? Moctezuma
Aquí espèro.12 (Sale el criado.) Caciques, escuchadme. Tienen los españoles el mi amparo estando en la ciudad. La tal promesa cumplir dèbo. Si están delante vais a esconder la ojeriza que en su contra arde en vòs. La cual puedo comprender. También sòn, lo sabéis, mis enemigos; y no se les conceden muchos días. Pero hospitalidad respetarase. Cordiales recibidlos.
Cacama Moctezuma, tienes poder aún de decidir. Piènsa mientras hay tiempo. La primera vez que, de los fuereños, nós oímos, erraron hondamente nuestros cores.
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12 Prácticamente todos los que han narrado la conquista de México, incluyendo a Cortés y a Bernal Díaz, han descrito la escena del encuentro entre Moctezuma y Cortés como un encuentro público, en una plaza o calle llevando a los españoles a Tenochtitlán. Es llamativo que Spengler prefiera colocar la escena en el «palacio» mismo de Moctezuma.
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Oswald Spengler
Creíste, como todos, tú en prodigio. Leyenda misteriosa todavía no es cumplìda; lo cual sabemos todos. Impidionos la tal creencia a tiempo echàr fuera a enemigos. Tú juraste sus vidas preservar; leal les fuiste. ¿Fue a càmbio el español también leal? Seguíale a este pueblo ya una fama que a todo cor fue pánico: peores que viles salteadores ellos son. Mostráronse, de dicha fama, dignos. Atiende a los lamentos de tus súbditos que viejos, hembras, niños muertos vieron. Cuantos pueblos por ti son sojuzgados, se aliaron con ellos: su potencia —amenazante ya— crece a lo ingente. ¡Libéranos de tales asesinos! Es ròto el juramento, estás ahora de trabas eximido. Di a los tuyos de requerir espada y, al ejército, de entrada a la ciudad no dejar franca. Moctezuma
Cacama
Yo a èllos por mi honor asegureles acceso a la ciudad y tú cerraste personalmente el pacto. El cual si rompen, deber mío de rey conozco y voy a hacer que también rija para el malo. En tus manos la suerte está del pueblo. Sigue avìso de anciano sabedor. Que magnanimidad tu deber sumo —curarte de los tuyos— no oscurezca.
Moctezuma
¿En la fuerza del pueblo no confías? A mí estos extranjeros no me asustan.
Tehuas
Desprecia su intención, no su potencia.
Moctezuma
Aun mèdio mundo habiendo conquistado, están aquí indefensos. Si, cobarde,
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Moctezuma. Un drama
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a mis huéspedes yo los asesino, siempre desdeñareme en el futuro. Tehuas
Cacama
Estos fuereños eran, al llegar, cuadrilla miserable; pero el tiempo fueles propicio y hanlo aprovechado. Con tropeles se han hecho siempre en alza y altaneros te imponen a lo último aquello que, rogando, no podían. No están aún aquí. Tienes aún margen para alejarlos. Guerra anuncien trompas por cada calle, que tu pueblo feliz socorrerá a su rey. Con rabia ve la llegada, ha mucho, de españoles. Guerra desean ellos: no yo solo. Así lo pienso yo. Sé bien que monta más que el discurso de otros mi palabra. En honra encanecí: ten mi cabeza por prenda si te induje a perdición. A enemigos la expuse veces mil y a morir soy dispuesto si faltare. Alcé mi voz denantes por la paz; guerra ahòra con todos clamo.
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Moctezuma ¿Guerra? ¿Un viejo octogenario? ¿Todavía tira en tì moza fiebre luchadora? Cacama
Por causa del país, de edad no curo. En tanto que obedézcanme mis miembros, del lado tuyo en verbo y hechos soy.
Moctezuma
Tu aviso es intachable y, sin embargo, no puedo yo olvidar y, al que confía, burlarlo. Tú, Cuitláhuac, hijo mío, càllas. Hazme saber la opinión tuya.
Cuitláhuac
Valgan àrmas, oh padre. No demores ulteriormente, que ocasión escapa.
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Oswald Spengler
Llega el caudillo presto. ¡Da mandato! ¡Dime que a los aztecas lleve a pugna! Tehuas
Pliégate, Moctezuma, a la presión. Es del puèblo, luchar, afán unánime.
Cacama
Nadie con españoles paz desea.
Tehuas
Es guèrra orgullo azteca. Estamos todos a èlla consagrados. Secundad, oh caciques, mi ruego. Vos también queréis lùcha. ¡Da venia, gran señor! ¡Haya guèrra!
Todos los caciques
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¡Sí! ¡Guerra! ¡Guerra! ¡Avante!
Moctezuma (se levanta) ¡Aztecas despistados! Este joven os hizo obligación olvidar presto. Pues yo màndo, y a vos toca obediencia. Tal es lèy, y tal es vuestro deber. Ès, hospitalidad, de pueblo hidalgo sacral uso. ¿Lo vais a profanar? Yo desèo ante todo honor sin tacha. Tal quìse desde joven y confío en tal fàma dejaros. Defenderla contra cualquiera es mi deseo agora. Me hago càrgo y, los males que vinieren, expiarelos, por todos, yo con gusto. Tehuas
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¿Y si en llamas los templos se derrumban, si son los ancestrales sitios ruinas, si a dichosos aztecas, tan potentes otrora, mata de estas hordas furia; si, en fin, mujer y niño en su cabaña, azteca moribundo y hombre hambriento a tì maldicenté que la miseria vanamente causado hubieres, vas endurecido a soportar reproches? (Moctezuma calla estremecido.) Mi osadía perdona, Moctezuma.
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Moctezuma. Un drama
Ofenderte no quise, pero mira: tú amástenos y todo bien hiciste y nò van a olvidarlo nunca aztecas; mas da al puèblo la ansiada libertad de el propio hogar con armas proteger. ¡Oh sèndas del futuro misteriosas! Mal pálpito me da español ejército… Si aun puèdes socorrer, esto no olvides. (Moctezuma calla hundido en pensamientos.) Cuitláhuac
Atiende al ruego, padre. Su discurso13 es buèno y cierto. La honra que nos ata a eventual palabra y aprisiona, la hònra es brillo fútil que tan solo a otros cegar debiera y desviar vista de lo que es de verdad y hay por debajo. No a catástrofe sígasla cual ciego. Mejores cosas hay. Depón aquella por la patria14, a la cual amparo debes. Èlla no vale tanto que discurras inmolarle la dicha de los tuyos. Tu vera dignidad, nadie la toca. Refrena, pues, orgullo y muestra espada aun si hubièra, palabra, de impedírtelo. Yò, si a enemigo franco lealtad tengo, no conòzco para el rufián promesa. Cosa sàcra, no quiero que lo guarde. Sus mismos medios uso.
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Moctezuma Pues yo no. No puèdo, torva vía, artero andar. Cacama
Un hàdo llevaté presto al abismo y el sentido te ciega. Temo ahora, òh Moctezuma, un no dichoso fin.
13 Leo, en lugar de «Deine», «Seine». [N. del T.] 14 En el original alemán, es «Heimat», el lugar donde está la casa.
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Cuitláhuac
Oswald Spengler
De asesino me tachen, que, así y todo, si me es dàdo alcanzar con ello el bien, prònto a reputación sufrir soy mala. Tàl para mí mejor que, virtud propia, con dè los míos ruina asegurarme. (Suena música bélica a lo lejos, va acercándose cada vez más.) Es ahòra. Decídete por mí.
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Un criado (entra presuroso) Soy de pàrte de Hernán Cortés venido, el cual entrada ruega. Cuitláhuac ¡Moctezuma! (Pausa larga, sigue acercándose la música.) Moctezuma (tras larga reflexión, firme) Que pase. Sale el criado. Movimiento entre los aztecas. Se interrumpe la música, y entran los españoles. Avanzan Cortés, Aguilar y Sandoval. Otros quedan en segundo término. Los caciques retroceden sombríos y hostiles15. Cortés
Moctezuma
Traigo de gratitud, ante tu trono, lleno mi corazón, oh rey magnánimo. Soy sólo pocas lunas en tu reino, mas córrome debido a tu bondad; la cual, exuberante dispensóseme. Verte en persona en México yo quise y dio tu gracia oídos a mi súplica. Me brindas protección y como rey —jamás tal yo pensé— soy recibido. Fui de rìcos presentes ya colmado, antes de ver a aquel que, así de noble, tanto diòme. ¿Podría agradeceros?
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Bienvenidos a México, foráneos de todos conocidos por la fama. De audaces marineros ya sabíamos
15 Según Cortés y Bernal Díaz, este coloquio entre Cortés y Moctezuma tuvo lugar en el cuartel de los españoles.
Moctezuma. Un drama
Cortés
Moctezuma
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rendidas a los cuales, islas eran; pòcos al poder cùyo resistían. Ninguno antes que a vos aquí hemos visto. No quìse yo negaros el deseo y acepté que vinierais. Mas un poco nomás, en la ciudad podéis estar. En que luego marchéis contentos fío. Dime entònces, Cortés, también tus planes. ¿De cuál tièrra venís, vos españoles? ¿Por qué caùsa surcáis sin tregua océanos?16
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Existe allende el mar un gran país pujante, rico, invicto, poderoso. Reìna en el cual un rey que al mundo rige. Jamás acuéstase en su imperio el sol. Los pueblos sus vasallos son de todas las islas que se ven de vuestra playa. Oyó mucho de ti, rey nobilísimo, y dijo…
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¿También quiere a nós tener? ¿No sáciase tu rey nunca de gloria? Direte, comandante, lo que pienso. Yo sabía hace mucho que, vosotros, aquí vuestro interés buscáis nomás. No se os hàce el país vuestro bastante. No va èste, no obstante, a sucumbiros. He de estorbarlo yo.
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16 En Bernal Díaz y Cortés, Moctezuma reconoce la majestad de los españoles, pues cree que representan a un soberano retornado del Este. Solís anda muy cerca de la versión de Spengler al presentar a un Moctezuma que ya en su primera conversación se sitúa, como monarca ilustrado, al mismo nivel que Cortés. Moctezuma muestra su brazo desnudo como prueba de que los rumores sobre su divinidad no tienen fundamento, como tampoco los relativos a su despotismo y su tremendo imperio. Igual de poco creería en los rumores sobre los españoles, sobre la divinidad de los mismos, sobre su dominio del reino animal y del rayo, sobre su arrogancia y su codicia. Luego Solís explica también que Moctezuma habría entendido que los caballos de los españoles serían animales y las armas de fuego, una especie de flecha y arco. Sin embargo, según Solís Moctezuma reconoce la majestad del rey español, pensando que es descendiente de Quetzalcóatl (Historia, 182).
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Oswald Spengler
Cortés Perdón, monarca. No es tàl mi cometido: no a tal vine. ¿Cómo iba con mi ejército a hacer tal? Tehuas
Os disteis buena priesa en reforzarlo…
Moctezuma
No quièro yo ocultaros, españoles, lo què, en aquesta tierra, de vos piensan. Sòn sobre vos llegadas quejas muchas, y yo vòz de mi pueblo no deseo dejar caer sin más. Inicialmente, arribados sabiendo que vos érades armados, con cañones, no amistosos —cual si hostil guerra contra nos trujeseis—, entonces agarró cuidado a muchos de vuèstra mala fama y me advertían de aniquilaros antes que dañaseis. Tal no hìce, sino que os protegí. Seríais, de otra forma, ya esqueletos. Pudiera en esta hora arrepentirme, pues ¿cuándo disteis gracias?
Cortés Moctezuma
Moctezuma
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Soberano…
Aquí están los caciques, quienes vieran con sus ojos al homicidio y fuego vuèstro, por vil dinero, aquí extenderse. ¿Las vidas me debéis y a tlaxcaltecas a guerra en contra mía concitasteis? ¿Venganza no temisteis?
Cortés
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Mi señor…
Yo quìse la amistad. ¡Vos desdeñásteisla! Hostiles somos ya, pues fe rompisteis; y niégaseos ahora mi bondad. Sabe que cumpliré lo prometido por más que así de indignos os mostréis. Sin riesgo volveréis pero, en lo próximo, ninguno de los vuestros gracia espere,
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Moctezuma. Un drama
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pues nò sois acreedores. Cortés Dura crítica aquesta que me infliges, mas verás que solo lo parece. Te lo explico. Moctezuma
¿Todavía dirás, Cortés, mentira?
Cortés
¿Cuáles plànes audaces nos reprochan? ¿Es riesgo esta cuadrilla a tu potencia? No piènso que la temas; sin embargo dèbo, de que esté bien, siempre cuidarme. Guardar dèbo, cual jefe, yo sus vidas. Fue en defènsa, cuando tiré de espada.
Moctezuma
No lo fuè. Y humillando estás mi nombre. Si yo ordèno que a vos no se os ofenda, del peor enemigo estáis seguros. Respondo de los míos. Son leales.
Cacama
Más hòndo yo en el vuèstro cor he visto que aquestos. Yo en el campo vuestro estuve. Tú allí palabra a mí solemne diste de templos respetar y esta promesa quebrasteis. No voy más a refrenar cuál juìcio de vos tengo. Os conocía ha mùcho y, que rufianes sois, sabíalo.
Aguilar
Tampoco yo, señor, callarme quiero…
Moctezuma
Bastante tengo oído. Y os conozco. Y he de saber, de vos, yo defenderme. Morada se os dará. Quedaos allí en tanto que volváis. Prohíbo a vos en templos penetrar. Muerto ha de ser aquel que tal hiciere. Cuanto he dicho cosa segura os es. Más no queráis. Castigo les daré a los tlaxcaltecas dejando nuestra tierra vuestras naves. Mas ni a ùno tolero acá en la urbe.
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He de reconocer que no hemos hecho aquello que esperabas. Tu clemencia —magna sin duda ès— vergüenza danos. Debo, no obstante, un ruego aventurar: deja a los tlaxcaltecas.
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Moctezuma No. Se marchan. Traidores son que muerte han de tener. Cortés
Sònnos, de nuestra vida, ellos garantes.
Moctezuma
Vànse.
Cortés
Pero ¿por qué temerlos tú?
Moctezuma
Hoy dèjan la ciudad. Tal es mi arbitrio.
Sandoval
¿Puèdo, Cortés, hablar por nuestra escolta? Dejamos, en la costa, nós vigías y, durante la marcha, puestos muchos. Siempre amenaza muerte en tierra hostil. A dichos hombres estos tlaxcaltecas guárdanlos. No defensa a nós retires sola de tantos bravos que lo cierto es que sòn indefensos totalmente. También protegerías tú a los únicos que, siempre, fiel prestáronte servicio.
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Moctezuma (tras una pausa) Quédense, pues, aquí. Tal os otorgo. No obstànte, en el futuro mi mandato mejor observaréis. Cortés
¡Oh Moctezuma! Quisiera, si es posible, agradecértelo; y, todo lo que quieras, cumpliré. Dèja en nueva alianza que tu diestra yo estrèche, que tamaño bien me hìzo.
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Moctezuma va al encuentro de Cortés y le tiende la mano. Cae el telón.
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Moctezuma. Un drama
Segundo
acto.
Tercera
escena
En el campamento de los españoles en México. La sala de un gran templo. A la izquierda lleva, un pórtico tenido por columnas, al patio. Al fondo hay una puerta.Todo el espacio es lúgubre y sombrío. Solo hay unos candiles en los muros. Sandoval y Alvarado.
Alvarado
¿Supiste alguna cosa de Cortés? Tortúrame esta calma. ¡Dià tras día en muros encerrado estarse quieto!
Sandoval
No por mùcho será ya la tortura, pues no ha de postergarse más la vuelta.
Alvarado
¿Irnos de aquí sin lucha?
Sandoval Sed alegres de la paz que hasta hoy hubo. No concibo, hermano, que claméis muerte y pillaje. Ya tòdo lo posible el rey os dio. Ha dejado sin pena el sacrilegio y en México cual príncipes tratonos. Brindonos este templo, en que seguros de todo ataque estamos. ¿Tal no es nada? Alvarado
Sandoval
Una siniestra gruta sorda y lúgubre rondada por difuntos a los cuales por ídolos mataron. A españoles espanta aqueste olor. Ronda el demonio. Temo por la salud de mi alma y creo gentil tèmplo a cristiano no ser lícito. Comienzan ya a quejarse los soldados. Ellos que se esperaban gran botín y tan solo fatiga y pena encuentran… ¡Cuán desagradecidos! Ricos son. ¿Fue caudìllo jamás por enemigo obsequiado tan noble y ricamente cual nós por Moctezuma?
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Oswald Spengler
Alvarado Cortés sabes que dio a los hombres todo a fin de tropa calma tener aquí. Nomás nosotros, que el trabajo mayor siempre teníamos, sin nada nos iremos en las manos. Sandoval
Jefes sòmos. Tampoco cuadranós con ansia tras del oro siempre andar.
Alvarado
¿No te quières hacer aquí tú rico?
Sandoval
Gloria anhelaba yo de audaz guerrero. No sabía que rapiñar tocaba. Botín yo no deseo, premio sucio de vuestros homicidios…
Alvarado Mas ¿qué dices? Poder hacerse rico, ¿lo censuras? ¿Por qué, si no, viene uno a aquestas tierras? A Cortés cuantos siguen españoles, lo hacen, sin excepción, por el botín. Sandoval
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¿Victoria aún esperas?
Alvarado
¿Pues tú no?
Sandoval
La esperanza hace tiempo que dejé.
Alvarado
Encuentra, nuestro jefe, siempre modo.
Sandoval
Su ingenio acaba aquí.
Alvarado ¿Lo crees realmente? No piènsa en retirada aún. ¿No sabes que está a los tlaxcaltecas reforzando? En medios no repara. Aquestos días andaba silencioso y pensativo. Tan pronto a nós del brete sacar pueda, haralo. Lo sé cierto.
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Moctezuma. Un drama
Aguilar (entra presuroso) ¿No sabéis lo que este mensajero recién trujo? Sandoval
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¿Cuál mensajero dices?
Aguilar y hablaba con Cortés.
Acá estaba
Alvarado ¡Dicha no trae! El jefe, ¿dónde está? Aguilar Alvarado
Vilo aquí ha poco.
Vamos, que acaso esté donde los hombres. Alvarado y Aguilar salen por el pórtico.
Sandoval (dolorosamente conmovido, caviloso) Hière este brutal uso a mi conciencia. Acúsame, pues tengo también culpa. Fue lìbre como vine; ora arrepiéntome y es tàrde ya. Yo a ti, Dios celestial, perdón pìdo, que las crueldades estas no sòn mi voluntad. Me han seducido e, ingenuo, en red sacrílega caí. ¿Al noble, excelso rey, también yo habré de engañarlo y llevarlo a ruina? ¡No! No sòy como los otros. Salvaguarda, protege al alma mía de ese acto que quiere cometer Cortés. (Entra Cortés, Sandoval lo advierte y se levanta sobresaltado.) ¡Ya viene! Cortés (agitado) ¡Acá tòdos! Sandoval
Señor, el tu semblante asústame. ¿Qué dijo el mensajero?
Cortés
¡Ve y llámame a los otros! (Sale Sandoval.)
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Oswald Spengler
Ya hay designio. El futuro dormía en sombra ambigua mas yà no hay elección. Solo una senda al blànco llevamé. La voy a andar. Pues, si cùlpa no tiene Moctezuma, parécelo y de tal voy a servirme17. ¡Ventàja es, orgulloso rey, hoy mía! (Paseándose.) Es, yà pensar en ello, cosa osada y a tòdo atrevomé. Quiero a obediencia forzarle, ya que en él confía el pueblo. No está contento el cual de que a nosotros tànto él proteja, pero el poder suyo tiene un escudo firme en los aztecas: bravos, el mando dél han de guardarlo. Yo empèro atrevereme, ¿o voy a huir tirando lo obtenido por la borda? Es medròsa traición al cor lo tal cual nunca realizola un hombre. Vanme duros a reprochar toda mi vida. Conciencia inculparame hasta lo último pecado en que, a sabiendas, yo incurriera. ¿Y eso a soportar voy? Aunque, si acaso voìme y poder y gloria y botín dejo… ¿[Y], por pèga que dáseme un ardite, la propicia ocasión dejar correr? Si mis hombres, de tal, provecho sacan, traidor no les seré. Palabras de otros no puèden afectarme. Si venciere, con sonoro loor calla reproche. Nò me abandones, pues, suerte, en la lucha. Servísteme ya fiel: sigue a mi lado.
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17 En una escaramuza entre guerreros de Nautla, capitaneados por su señor Cuauhpopoca, y los españoles de la cercana Veracruz, habían caído varios de estos entre los que estaba Juan de Escalante, comandante de la guarnición. La idea de sacar de este suceso un pretexto para apresar a Moctezuma, deriva del relato del propio Cortés. Bernal Díaz dice, por el contrario, que la idea de encerrar a Moctezuma en su propio palacio habría sido de varios oficiales y soldados. La connivencia o incluso instigación de Moctezuma cara al ataque de Cuauhpopoca no fue aclarada.
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Llegan los capitanes españoles. Alvarado
¿Qué ha ocurrìdo? Cambiado se te ve. ¿Por qué el gesto de horror del mensajero?
Cortés
Viene de Veracruz y…
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Aguilar ¡Virgen santa! Velázquez arribó. Ya son perdidos… Cortés
No, pàdre. No tan negra está la cosa. El fuerte que en la costa edificáramos, ha sido acometido por aztecas. Los cuales, por la noche, a nuestros muros treparon. Mas primero, por fortuna, de a durmientes caerles muerte y fuego, notaron la amenaza los vigías. Hubo en la oscuridad, por la muralla, combate cruel —mandábalo un cacique— y al fin vencimos nós con gran trabajo. Èra entre los caídos Escalante, quien, bravo, comandara hasta lo último.
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León
¡Tàles los frutos son de tu clemencia, que el descaro acrecienta de estas gentes!
Aguilar
Combinolo, en efecto, Moctezuma. Tal ès, de estos paganos, la lealtad.
Sandoval
No piènso yo, Aguilar, que él haya sido. Tu idea nunca fue de, a otras personas, horrible incriminar culpa sin causa. Porque él pagano ès, ¿su voto rompe? Al cor sùyo, no hay muchos comparables.
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Cortés
Informa el caballero que el cacique no habría ido de grado. Los aztecas por todo su país nos aborrecen y aquesto despertó tremendo júbilo. Vio en tòdas las de invidia llenas caras del pueblo, el manifiesto sù triunfo.
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Sandoval
Cortés
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Y eso no es lo más malo. Nuestra estima está tocada a fondo. Antes aún temor de nuestras armas fabulosas teníalos a raya. No hubo pocos que pòr invulnerables nos tuvieron. Hòy la pequeña tropa nos venció. Es caùto ya respeto abandonado. Temo que quieran pronto hacer aquí igual que allá. Dareme yo más priesa y he de frustrar su golpe con el mío. Sabéis por qué al país venidos somos. En tanto que a este pueblo su rey mande, no puède aquel cumplir nuestros preceptos. Èste el poder conoce y lo va a usar. En manos nuestras caiga, pues, que entonces nuèstro será el país.
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Sandoval Cortés, deliras. ¿Construyes sobre tal tus esperanzas? ¿Crees que, teniendo tú ya el poder dél, va también ciego el pueblo a ti a entregársete? Cortés
No puède ya moverse, cuando cae.
Sandoval
Vas a hacèrlo. Conozco tu insistencia. Llegó de renegar de él la hòra y de armas agarrar. Añadir quieres un nuevo sacrilegio así al antiguo. No olvides que te lo hube yo anunciado. Tarde verás cuán justo yo a ti dábate aviso.
Cortés
Yo soy hijo de Fortuna y puedo aventurarme más que el resto. Nada el camino a mí cegome aún. Velázquez no siguiome: mandarame sus jácaros estando yo al seguro. Y dame aquí también, azar propicio,
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ocasión de asentar un buen fortín. Ya pòco tiempo habéis de ser prudentes, ya fatìga y cuidados se os acaban: no frùstran contingencias ya mi plan. Bàsta que al rey yo tenga en mi poder, y tòdo es ya liviano, amigos. Luego fuèra se irán cuidados. Calma vida haranos olvidar trabajos arduos. Salen. Cae el telón.
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Tercer
acto.
Cuarta
escena
Palacio de Moctezuma, como en la segunda escena.
Moctezuma (solo) Exige el español una entrevista que cree, por este asalto, necesaria. Pregunto: ¿no era yo quien manda aquí? ¿Ha tòdo este fuereño de intentar? Séquito ha mucho adviérteme. Me advierten hijo y puèblo. No quise yo escucharles. Súbita muestrasé, de ruina próxima, vaga silueta agora ante los ojos. Y aquello que ocultele a mis amigos, róbame calmo aplomo, toda vez que a fuereños no solo porque plúgome cual reyes recibí. Sorda impresión no yà, desde aquel día, abandonome. Ruìna amenazamé. Cuál es no entiendo mas nótola, pues sabedores nuncios sièmpre adelantansé a destinos grandes. Doy vuèltas de contino a qué me empuja: no pùde ni punirlos ni hostigarlos y es cièrto que cual todos odiolós. Verbo que advierte antiguo, en mi cor suena: «No es, del hòmbre destino, arbitrio suyo». Créese aquel libre y sirve, en vez, al caso. También dèbe ceder al cual el rey. Es el cùrso del hombre, por los siglos, sujeto a inexorables duras normas. Sólo lo inevitable acaecerá y, habiéndose querido aun lo mejor, impónese el destino y hay catástrofe. Espíritu del bien, que amàsnos siempre, que el gòzo distenós de que olvidemos dolores que no puedes evitarnos —pues rígete el destino igual que al hombre—, ruégote en estas dudas de mi alma: si mi lote es después de una regencia que fortuna a mi pueblo trajo —yo
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amelo siempre a èste y lo serví—, si debo en la vejez ser hecho añicos, un gòzo sacamé del manantial que eterno para el hombre haces que fluya. ¡Qué hermòso es la grandeza esperanzado desear o, mejor, llevar a efecto! Lo cual pùde y, los pueblos míos todos, gràndes conmigo hiciéronse y felices. Si a tal pòne la ruina agora término, dame gloriosa muerte en el combate así como que a mí recuerden vástagos llenos de amor y estima y, al destino mío, no nieguenlé una queda lágrima. (Queda, caviloso, en pie; de repente se arranca.) ¿Dó el mì sentido vuela? ¿Amaga daño? Firme sìgo. ¿Debiera cambiar mientes? ¿Caùto ponerme a salvo de catástrofe? ¿Mostrar a los fuereños cósa son? Cuitláhuac (entra) Los del reìno caciques congregáronse. Te ruego que esta vez les des oído. También los españoles ya llegaron. Moctezuma
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¡La vieja canción es! ¡Lamento eterno! ¡Hà de tener su fin cuando estén fuera! Pronto aparecerá el momento.
Cuitláhuac ¡Padre! Queda aflicción tortúrate ya larga. Surcada está tu frente de inquietud. Moctezuma
La del rey, hijo mío, tú la ignoras.
Cuitláhuac
Yo sé lo que tú al alma mía ha mucho pretendes ocultar. Estás cambiado. ¿He brècha yo de abrir en tu misterio? Son yà desde el otoño acá españoles y buscan aun quedarse. Que a enemigos expulses piden todos. Que tú mismo comprendes que has errado al fin confiesa.
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Moctezuma
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Decidime nomás cual convenía: conforme al corazón.
Cuitláhuac ¡Que es orgulloso! Oh pàdre, eres señor: el tù mandato trae dìcha y perdición de enteras gentes. ¡Jamás al corazón solo consultes! Provecho de esa gran masa la cual a ti fiando mira, ha de regir: rèy que con corazón reina no es grande. Que arribasen fuereños fue desdicha, así como que sombra al amor cubra que te une con tu pueblo. ¡Muestralé que a españoles al fin tus dientes sacas! ¡Expulsa a los odiados! Antes eras ídolo de tu pueblo. ¡Guardaló! ¡No dèbas decir pronto que lo fuiste! Moctezuma
Duéleme, de tu boca tal oír.
Cuitláhuac
Es amòr, a decirlo quien me obliga. El pueblo odia al extraño y debe ver que obsequios les otorgues y su afrenta —ejercida con más y más audacia— les dejes sin punir. Yo sé y conozco que muéstrase ya enfado abiertamente e inquieto me figuro lo que adentro piensan respecto a ti.
Moctezuma De tal no curo. Siempre españoles fuéronme enemigos y tan làrgo amparelos no de grado. No tèmo habladurías de unos pocos. Tengo en el pueblo yo mi gran fortín. Cuitláhuac
¡El cuàl derrumbasé sin confianza! Hàn sido pueblo siempre, los aztecas, bravo que tú a victoria acostumbraste. No innàto pundonor la de españoles sorna tolerará y, si tú la sufres
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tranquilo, creen que el miedo sea la causa de que una altanería así padezcas. Moctezuma
Cuitláhuac
Moctezuma
¿Òsan pensar lo tal? A fe que puedo, voy de hècho a mostrar que no me asusto. Que alguna razón tienen, reconoce. Nàdie ya, sino tú, respeta el vínculo. El cuàl nunca a enemigos importó. ¡Resuélvete y reniega ya de él! Hemos yà, por demora, mucho errado. ¡Todavía el desastre no alimentes!
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No obstànte, prometí que…
Cuitláhuac ¿Y el peligro? Inquietante rumor circula en torno: que traman, españoles, un ataque. De ahí que vengan hoy a verte aquí. Yo no puèdo decirte si es verdad. Mas libra de tamaña ruina a México. Moctezuma (consternado, aparte) ¿Ha, puès, de ser así? ¿Va mi intuición a cumplirse tan rápido? ¿Es posible? (A Cuitláhuac, inquieto.) ¿Dónde oíste, hijo mío, tal noticia? Cuitláhuac
Corre por cada calle. ¡La creen todos!
Moctezuma
Yo no piènso…
Cuitláhuac
¿Qué esperas de Cortés?
Moctezuma
Resístome a temerle. Amenazarme no puède y, sabedor de su flaqueza, no tàl cometerá. Mejor aguardo y, cuàndo de verdad algo ande urdiendo, entonces lo desarmo. Si yo fuere libre de mi promesa, ¡ay de Cortés!
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Cuitláhuac
Moctezuma
Cuitláhuac
Oswald Spengler
Mas ¿por qué has de esperar el primer golpe? Dejaron los fuereños de ser débiles después de a cuantos pueblos ya vasallos nuèstros ganaronsé. Piensàlo y dime qué impídete a su plan adelantarte. Hònra me impide a mí, que aun si con causa y aplaudiéndome todos tal acción, un rèy nunca obraría así, debido a que el nombre sin mancha de su gente él protège. Si yo mato a Cortés, fuère culpable o no, sería igual un vil asesinato y yo me niego. Respóndeme en conciencia, mi Cuitláhuac, pues tú sucederasme en este trono: ¿has de sacrificar honra de grado enemigos porque ello al pueblo quite?
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Yo, pàdre, a fe que sí.
Moctezuma Cuitláhuac
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¿Èso tú harías?
No soy màlo. Y escucho a mi conciencia. Mas honra llaman muchos a una nada: a un concepto del que se envuelve un hombre ocultando su auténtica simpleza. El oscuro hombrecillo adocenado que sólo nace y muere y que, después, su existencia concluye con olvido, hònra nomás él tiene que lo ensalce. Piérdela y se convierte en muerto en vida. Mundo sòn de hombrecillos las palabras.
Moctezuma
Ensalza ante sí mismo al hombre hònra.
Cuitláhuac
La cadena es la cual que, al pensamiento, por estrechas, holladas sendas guía. A en còntra del deseo obrar constriñe: a andar directamente a perdición. El gentío, cuya mirada es corta,
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sigue a la hònra ciego; mas nosotros nò para un tal camino hechos estamos ajeno —ya pisado— aún seguir. Las reglas que ellos se hacen, no son reglas nuèstras. Vergüenza grande se me antoja a esta efìgie de plana estupidez debèr sumo de rey sacrificar: al ídolo que cómpranse los necios —a esa hònra de bobería vástago— el bien de los vasallos ofrecerle. Moctezuma
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Tócame a mí el sentido de palabras. Nùnca así viera yo lo que, inmutable, rigiome desde joven. Pero dime: ¿puèdo en ti confiar?
Cuitláhuac ¡Oh, padre! ¡Cierto! Déjate conducir: cede al impulso que yo en los rasgos tuyos leo nobles. ¿El país que españoles lo devasten quieres porque te impide castigarlos costumbre? Sé muy bien que prometiste sus vidas preservar, pero recuerda igual la obligación dellos contigo. Jamás conseguirás dellos respeto si a palabras agárraste medroso que ellos desde el comienzo desdeñaran. Moctezuma
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También eso es verdad.
Cuitláhuac El tiempo muda. No puède el rey atarse para siempre: debe guardar al pueblo de catástrofes. No es, màrcha de natura, equilibrada: acércase el azar bajo mil formas y, al designio del rey, en torno cerca. Pues con antelación saber no es dado cómo ha de obrar un hombre en el futuro: tòdo haceló un instante ver distinto. La palabra que atábate a españoles,
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ya suéltala y atiende al claro riesgo. Moctezuma
Débote salvación. Me sacas tú del abismo que había de engullirme. Yà el deber mío entiendo y habrá, hòy, Cortés mi voluntad de oír.
Cuitláhuac Tal sea. He aquí a los españoles. Ya los veo. Muéstrales tu rigor. (Sale.) Moctezuma Así lo haré. Libre sòy ya del fardo de pesares que era en mi corazón. Sientòme agora ùno conmigo mismo. El mi destino no me es llegado aún. Lejos nomás la testa suya horrífica se alzaba. Fuerte como antes soy. Voluntad sólida tengo la cual me fue siempre de ayuda. Son días aun joviales ante mí y al futuro mirar puedo con calma.
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Entran los caciques y se colocan al flanco del trono. Luego sigue Cortés con los españoles, quienes se quedan parados ante Moctezuma.
Moctezuma (frío) Hernán Cortés, tú me has pedido venia de que otra vez te òiga. Cortés ¡Noble rey! Por gracia tuya acá somos venidos y hallamos protección. Con nós, fuereños, pacto amical cerraste y a los huéspedes —sacros en todo pueblo— amparo diste. Hemos nosotros bien guardado el pacto y nùnca hizosenós el deber duro. Nò fue del lado vuestro empero así. (Indignación entre los aztecas.) Aztecas, disculpad si acaso un hombre
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que cuidarse de tantas vidas debe, tampoco, si peligros ve, se calla. Violencia no buscamos, toda vez que vétanos lo tal la amistad vuestra. Tehuas
Dicho asunto…
Tehuas
Sábese ya muy bien. Se evidenció.
Cortés
Cautela es tal nomás, los tlaxcaltecas…
Moctezuma
Verase esto después. Explica ahora qué te tràe nuevamente ante mi trono.
Cortés
Llegome un mensajero ha pocos días con nuevas de mi tropa en Veracruz. Asaltolos allá, siendo de noche, tropèl más numeroso y el cacique guio personalmente aquel ataque. Tiénense aún los míos, mas murieron muchos y, de resultas de tal éxito, muévese todo a guerra por doquier. ¡Deber soportar esto! ¡Y de tu gente! ¡Han quebrantado así hospitalidad! No fuìste tú y, quizá, ni lo supiste. Ruégote, gran monarca, no permitas que hagan de tu designio tal escarnio. (Fuerte enojo entre los aztecas.)
Cortés
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No os vèta a tlaxcaltecas, a fe mía —que el acuerdo impedíaos reforzar—, doblar secretamente. (Murmullo entre los aztecas.)
Cortés (apurado)
Moctezuma
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Verbos audaces dices, que me asombran tanto más cuanto menos ciertos son. De fuereños, Cortés, jamás yo òigo lenguaje. ¡Y así me haces tal reproche!
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Oswald Spengler
Es ofènsa el, por un rumor vacío, reprendernos. Mas vos tenéis la fuerza… Moctezuma
Cortés
Moctezuma
E injustamente usámosla, tú dices. Yà demasiado grande es la arrogancia: ha de tener su fin. Oíd, caciques, qué se concede ahora a los fuereños. Sé, también yo, qué cosa ocurrió allá y he de decir verdad sin más ambages. Soportose por orden mía tanto que al pueblo provocarais insolentes: mi palabra quebrar yo no quería. Mas en templos entrando ya españoles saqueando y, con manos codiciosas, con dones de devotos arramblando, estallaron ya aztecas en la rabia y dieron su cabal venganza al hecho. Llamas, a tal, traición, Cortés; mas sabes la culpa de esta cosa quién la lleva.
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Yo confièso que no somos sin culpa. No obstànte, si la sangre queda impune, ni siquiera aquí estamos en seguro.
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Muerte sería el tal castigo. ¡Basta! Contáis con el mi amparo estando aquí. Tièmpo no os queda más. Mañana vais de esta ùrbe a partir hacia la costa y nò van a estorbaros el camino.
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Aguilar
Queda por hablar mucho. No nos fuerces ya a regrèso.
Cacama
Decidnos de una vez para qué sois acá vos arribados. Buscáis sièmpre de acá seguir razones. Nadie confía en vos.
Tehuas Andad atentos. Con su espada el azteca dice: «Vete». (Fuerte aprobación.)
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Moctezuma. Un drama
Moctezuma
Veis que no quiere nadie vuestra estancia. Idos y no turbéis ya la paz nuestra.
Cortés
No puèdo, Moctezuma. (Fuerte escándalo entre los caciques; exclamaciones de odio.)
Moctezuma ¡Callaté! No càmbio mi designio: vos marcháis. Voy en èsto de nuevo a complaceros: pueden los tlaxcaltecas ir con vos. Su pena ya tendrán, por sediciosos, no estàndo vos ya aquí. Cortés
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Pero monarca…
Cacama
Nàda, desde que sois acá, escuchamos de vos sino tan solo sacrilegios. Nadie es acá que a vos desprecio hòndo no os tenga y no aborrézcaos. Un hombre merece que con sacro jurar juega desprecio.
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Aguilar
Mas tal cosa no ha lugar. Hay hònra en nós.
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Tehuas
Ya no nos engañáis.
Alvarado y Aguilar Quisiéramos jurar que… Muchos caciques (Se hace un penoso silencio.)
¡Vos mentís!
Cortés (se levanta) No ayùda proseguir acá el litigio. Cólera hay en la corte, mas yo tengo un asunto importante que exponerte el cual puedes oír tan solo tú. Por dicha causa vine. Da mandato que déjennos a solas un instante.
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Moctezuma (se levanta a su vez, los caciques se acercan) No tèngo yo secretos con los príncipes. Aquello que quisieres, dilo ahora. Es èsta tu vez última ante mí. León (a Cortés)
Cède, si es que te tiene miedo el rey.
Moctezuma (soliviantado) ¿Tal òsas tú, rufián? En contra mía blasfemar sentiréis que ¡no es sin coste! Príncipes, quede yo con ellos solo. ¿Miedo pensáis que tengo a estos bergantes? Han de temblar los cuales. Salid. ¡Ya! Y haced que los aztecas todos oigan que dejan la ciudad los españoles. (Todos los aztecas abandonan la sala.) Cortés
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Siendo con mi señor ya retornando, si ante el tròno el evento de mi empresa dìgo y la tù respuesta, no podría sin nada allá llegar, pues…
Moctezuma Sí, ya he visto que es costùmbre en España la del pecho emoción expresarla en oro siempre. Vuestras mànos llené por eso.
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Cortés Todo cuanto dionos la magna bondad tuya, díselo a los soldados yo y tal vez… Moctezuma
Nò he de regatear. Me desagrada. Todo podéis tener cuanto queráis. ¿Tiènes aun más deseos? Dimeló.
Cortés (tras pensárselo) Mi rey guía, con su potente arbitrio, gentes de medio mundo. Igual aquí su cetro grandemente ya se impone. Cuando supo que, en la lejana costa, ignoto gran país el cual…
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Moctezuma. Un drama
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Moctezuma Abrevia y ahorra todas esas frases fútiles. Cortés
Nò por trabar contigo la amistad mandome. No la quiere. (Moctezuma se sulfura.) ¡Mas escucha! Príncipes son de Europa sus vasallos y nàdie a orden del rey osa oponerse. Yo sòy el portador de sus deseos y son èstos contar con tu obediencia18.
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Moctezuma (se levanta) ¡Èsto ya es demasiado! ¡No lo sufro! ¡Déjame! ¡Marchad ya! Cortés Piensa, no obstante, que es pacíficamente que lo pide. No despièrtes su cólera, pues él su ejército enviaría y, las sus armas, nunca enemigo alguno resistiolas.
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Moctezuma
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Yo a nàdie he de temer en campo abierto y espérolo tranquilo. Sin embargo quiero que al rey ignoto tú le digas que acá yo soy el rey y que me opongo. Muestre, si se le antoja, el poder suyo. Mande sus tropas, pues, pero que sepa que no ha de regresar un hombre vivo. ¿Qué os da derecho a vos, gentes de Europa, a irrumpir en las tierras de otros pueblos que a vos no molestaron? Fuerza y fraude usando y, sin piedad y crueles siempre, llegáis vòs y, creencias de otros hombres, injuriáis y la vuestra hacéis valer.
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18 Un juramento formal de lealtad para con el rey español por parte de Moctezuma está documentado en Cortés, Bernal Díaz y Solís (Historia, 233-238). También William Prescott da mucho énfasis a esta escena. Spengler optó, manifiestamente, por no incluir en su relato este suceso, históricamente más bien inverosímil.
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Oswald Spengler
¿Es mejòr que el dios nuestro, vuestro dios? ¿No tenèmos derechos aquí acaso? Pueblos que libres son, esclavizáis: al vil provecho vuestro han de servir y, a quien pìde justicia, ejecutaislo. Tirasteis nuestra dicha por el suelo para haceros, con sus escombros, ricos. Tal glòria es la del pueblo blanco y nunca sèpa más de vosotros: no os llamé. Contentaos con la patria que es la vuestra y, acá en èsta, dejadnos ser con paz. No invàdo a vuestro pueblo yo y ser libre déjole. Dejad, pues, a aztecas vos. Cortés
Cuanto has dìcho, sabralo nuestro rey, quien por tàles palabras va a ofenderse. Te he advertido: serás tú responsable. Vengo al primero ahora de mis ruegos. Puede que hayamos nós, los españoles, culpa de la masacre; mas tu tropa hala también. Les doy yo, pues, castigo a mis hombres culpables; tú a los tuyos. Aquel príncipe azteca desleal…
Moctezuma
¡À ese soy yo quien dice si se pune! Vòs no tenéis derechos en mi reino.
Cortés
No porfía me lleva aquí a insistir: es honòr militar el que me empuja. Hònra no tengo más si muerte a bravos cuyo sino de la mi mano pende dejo que los agarre y no los vengo. (Sagaz.) De honra dijeronmé que tú curabas. ¿Tal no es cièrto?
Moctezuma
Mi corazón has visto. No he de ocultarte más ya la verdad. Es, el hòmbre que acusas, en la ùrbe. Puede justificarse ante vosotros.
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Moctezuma. Un drama
Cortés
Sèa también oída, pues, la parte òtra. Vengan también los españoles.
Moctezuma
Odio los subterfugios. Dime claro cuál mèta es que vosotros perseguís. Derecho y ley os es pretexto siempre óptimo para a mí sacarme prórroga.
Cortés
Moctezuma
Hònda es la causa que hay, puesto que ves tú mìsmo que, marcharme, yo no puedo. ¿Ès menester más causas indagar? Ya dòblemente amparo me es preciso: nò ante las armas veo ya defensa las cuales amenázannos en torno. Diome hasta ahora abrigo arbitrio tuyo: ora mostrose que este ya no vale furia para estorbar de multitud. Jùsta es en tal apremio pretensión de que tú, por la vida de mis hombres, des prènda suficiente: no palabras. ¡Tàl gratitud hay, pues, por mi bondad! ¡Por que tòdo y aun demasiado os diese! Nunca de vuestra suerte sois contentos e, insaciables y sin ningún pudor, cogéis siempre con manos avarientas. Vòs controlar queréis el reino mío. ¡Sé ya cuál es el plan!
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Cortés No es por codicia. Ès por necesidad que he de insistir. Moctezuma
Viene, lo que rogarse debería, exigido. ¡Olvidáis quién es el rey!
Cortés
Dime si vas a darnos o no amparo.
Moctezuma
Voy a olvidar de nuevo lo anterior. Doite el cobijo mío, pues no van muerte de forastero a reprocharme.
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Oswald Spengler
Òrden yo doy que a vos nada se os haga y mano no hay que a espada se aproxime. Cortés (tranquilo y seguro) Ruégote, en tanto amparo precisemos —pues tú sòlo, con la autoridad tuya, al pueblo nos lo puedes contener—, que avales nuestras vidas tú en persona. En el que es mi cuartel conservarás séquito y pompa toda de monarca. Danos seguridad, allá quedándote. Moctezuma
¡Canallas desleales! ¡Pueblo vil! Vosotros, zafios siervos que mi fe con engaño y astucia habéis ganado, ¿exigencia traéis de que yo mismo —un gran rèy— a bandidos forasteros me entregue, de que a mí vos me apreséis? ¿Tal osáis, y estáis vivos por mi gracia? Acabose. Es por siempre roto ahora el pacto de amistad. Huid aprisa.
Cortés (frío)
Engáñaste, señor. Y no me ofendes. No alcánzame el reproche al corazón.
Moctezuma
Agora vais, por la tamaña culpa, a pagar. Muerte habéis de tener todos.
Cortés
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No entiendes, si es que crees que está el asunto yà como a lo primero. Tu flaqueza —llámala como quieras— le otorgó vigor ante tu pueblo a nuestra imagen. Tu amenaza, ya puedo desdeñar: no sòy ya el impotente hombre extranjero sin fuerza ni derechos. Si tu gente te sigue, a mí me teme. Pueblos mil sònme ya sucumbidos. Reconoce que puedo a mis deseos darles énfasis. ¿Òsas, villano, en esta casa mía realmente amenazarme? Monstruoso
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es èsto y un castigo habrá terrible. Lìbre soy ya de todo juramento. Nàda atamé ya, pues. (Va hacia la puerta.) ¡Conocereisme! ¡Aztecas! Cortés (lo sigue)
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Ven aquí. No macanees. No olvides que estás solo: en nuestras manos.
Moctezuma (tira de espada) ¡Oh míseros! ¿En tal cobarde y ruin fòrma vais a prenderme? ¡Fuera! ¡Atrás! He de abatir a todo aquel que quiera mano ponerme encima. Cortés Ères ya preso.
Deja el arma.
Moctezuma
¡Nunca rendireme! ¡Ni un pàso más, cobardes, os he dicho!
Cortés
¡Dígote que te rindas!
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¡Eso nunca!
León (se ha colocado tras el rey) ¡Basta de titubeos! Mas ¿qué hacéis? 1330 ¡Es cuestión de agarrar a este salvaje! (Lo acometen todos, se defiende y mata a un enemigo; al cabo lo reducen.) Un español
¡Échalo al suelo y átalo!
Otro
¡Demonios!
Moctezuma (quiere herirse) ¡He de morir así! Aguilar
¡Coged su acero!
Cortés (con mala baba) ¿Quieres, con la tu muerte, salvar honra? Por esta el pueblo tuyo nos vendiste. Es tàrde y es agora el poder mío
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Oswald Spengler
y es tu cùlpa y la de ese honor que tienes. Cálmate, pues, querido rey. Ya cálmate. Moctezuma (roto, tras un largo silencio) Èsta mi espada ten. Llevadme entonces. (Arroja la espada.) Tarde se ha hècho y viene punición. Hízome ambición fútil olvidarme y esta venganza fueme merecida. Hasta siempre, lugar de mis ancestros: nunca podré volver a defraudaros. Alvarado
¡Rápido! ¡Pueden ya venir los príncipes!
Aguilar
¡Oh Diòs! ¿Qué va a pasar?
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León (que ha ido hacia el pórtico) ¡Marchad! ¡Corred! Ya llègan. Hemos presto de salir. Moctezuma
Cortés
Españoles, oídme. Y tú, Cortés. Si múevete mi ruina y gran desgracia, no niègues esta súplica y, que yo voy prèso, no le digas a mi gente: diles que es libremente que te sigo. Nunca mentira yo en mi vida dije; mas si ahora lo que es verdad supieran, muérome yo ante aztecas del oprobio.
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Así sèa y ¡andad! ¡Ocasión urge! Salen. Se oye el alboroto de la multitud. Al poco entran —por el pórtico— Cuitláhuac,Tehuas y otros caciques.
Un cacique
¡Traición! ¡Vendidos somos!
Otro Tehuas
¡No doy crédito!
¿Quién sàlva al país nuestro, si él nos falta? Desde la puerta trasera entran, corriendo, Cacama y otros.
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Moctezuma. Un drama
Muchos (a la vez) ¿Qué fuè lo que ocurrió? ¡Decid! Otros (siguen) ¡Catástrofe! ¡Sàngre fue derramada! ¿Quién matolo? Tehuas
1340
Cosa terrible os digo: es preso el rey. (Espanto general.)
Cacama (retrocede estremecido) ¡Oh pòbre señor mío! ¡Tal no es cierto! Otro
¡No hay tàl!
Otro
¡Chanzas son eso!
Otro españoles consigo.
Se lo llevan
Otro Defendiose. Uno de tales perros yace acá.
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Otros (a la vez) ¡Aymé! Cacama
Mas ¿liberarlo no pudisteis? ¡Cobardes! Él, por vos, su ser daría ¿y vos lo abandonáis? (A Cuitláhuac.) ¿Y tú, su hìjo? (Cuitláhuac queda parado inmóvil.)
Tehuas
Prèso no es hecho el rey. Lo que pasó fue que él quìso dejarnos e ir con ellos.
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Muchos (confusamente) ¡Mientes! ¡Tal no es verdad! ¡Él no hizo tal! Tehuas
Fui yò contra españoles y él a calma llamó, diciendomé que iba de grado.
Cacama (trémulo) ¿Èso de mi rey dices? ¡Mentiroso! Un cacique
Dice verdad. De grado es como fue.
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Oswald Spengler
Cacama
¡Hubiera muerto acá! ¡Jamás rendirse!
Otro
¡Nùnca pudierasé olvidar así!
Otro
No mostrábase, empero, ya tan fuerte.
Otro
Cierto, pues tuvo miedo ante españoles.
Otros (a la vez) ¡Hanos abandonado! ¡Ay, pues, de nós! Cuitláhuac (reprimiendo la excitación con voz terrible) ¡Callad tòdos! ¡Oíd! El padre mío ès quien nos traicionó. Dejonos ora a merced de enemigos: en sus manos. Vieja libertad nuestra solo salva lucha. Tal es la senda. El enemigo es fuèrte y precisamos comandante.
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Muchos (a la vez) ¿Quién và a guiarnos, pues? ¡No es Moctezuma! Cacama
Sòlo a él lo quiere el pueblo. Mandó siempre y, sin él, nadie quiere ya luchar.
Otros
¡Mándanos tú, Cuitláhuac, bravo príncipe!
Cuitláhuac
Vergüenza he de borrar la cual, con él, profunda penetró en el pueblo entero. Nunca jamás rindiose, nunca, azteca.
Cacama
Tócate, pues, a ti el paterno trono. Hazte de ancestros digno. ¡Danos guía!
Todos
¡Hémoste confianza! ¡Guianós!
Cacama
De acuerdo pero, lucha si se empezare, es muerto Moctezuma y no olvidéis lo que hizo por nosotros él antaño.
Algunos
¡Òra nos traicionó!
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Moctezuma. Un drama
Otros
¡Valga, pues, lucha!
Un cacique
¡Todos, si no luchamos, moriríamos!
Cuitláhuac
Yo vòy a comandaros. Hasta el último hombre por libertad guardar usemos. Con codicia nuestros tesoros miran: quieren con nuestra dicha y con creencias santas de nuestros padres terminar. Lo más valioso acechan. ¿Seguireisme?
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Todos (fascinados) ¡Llévanos donde quieras! ¡Te seguimos! Cuitláhuac
Cacama
Òra no es conveniente ataque abierto conforme cuadra a aztecas, pues mi padre hanlo como rehén; al cual yo àmo y odiar tampoco puedo cual traidor. Ha de seguir con vida. Las astucias con què los españoles subyugáronnos, hànnos ya de salvar. Torcidas sendas, nuèstras agora son. Entre las sombras sucias del fraude hallemos libertad.
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Tampoco al pueblo de esto informaremos. Sabríalo también el enemigo.
Cuitláhuac (muestra su espada) ¿Sois pròntos a caer por el país y a morir si hace falta? Todos (alegres)
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¡Sí! ¡Lo somos!
Tehuas
¡Nadie en apuro a patria se sustraiga!
Cuitláhuac
Espadas, pues, mostrad… ¡y prometed! (Alzan todos las espadas.) Por Dios, el cual en vida de natura en relámpago que estallando cae y en lucha de elementos fuerte impera, por Dios, quien lleve a bien nuestra venganza, cual leales aztecas juréis ora:
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Oswald Spengler
traicioneros y astutos españoles que, insolentes, nuestros derechos pisan, queremos combatir a vida o muerte, a patria libertad restituyendo. Dìcha turbaronnós ellos y paz, y a los dioses también han injuriado: venganza debe ya sobrevenirles. Pacto ninguno valga entre nosotros y èllos: todo medio valganós. En noche oscura, con veneno y daga —y aun con òro y argucias y discursos—, quiero que de la Tierra los borréis. Ni el más vil ya recurso pospondrase muerto hasta ver caído al fin al último. Maldito aquel que aún de paz dijere quede, y aquel que hablare aún de tregua. Ès demasiado ya lo padecido. Ningún cuartel va a haber y, si victoria trujérenos ansiada libertad, altares van del nuèstro dios guerrero a abundar de la sangre de esos hombres. Por la patria querida, pues, aztecas, ¡dad juramento eterno! Todos Cuitláhuac
¡Lo juramos!
¡Muerte a quien olvidare qué juró! Cae el telón.
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Moctezuma. Un drama
Tercer
acto.
Quinta
escena
En el campamento de los españoles en México, como en la tercera escena. Es de noche.
José
Francisco
¿Cuándo llegará el jefe? Reina afuera noche cerrada ya, y aquí hace fresco. Dùro es montar la noche entera guardia. Nunca contento estás.
José Como si en cárcel somos acá metidos y salir siquiera un paso es dado, pues la gente presto nos mataría. Esta quietud háceme largo el tiempo e insufrible. Francisco
Gràcias dale a Cortés porque te hizo rico tan sin esfuerzo. Tengo yo todo un botín de oro ya juntado.
José
Puede. Tuvo fortuna y es ahora càsi ya un rey y rico cual ninguno. Pláceme, pues, por él. También me gusta al jefe ver finalmente contento.
Francisco
José
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Cierto. Primero estaba tan sombrío… Y dello el beneficio nuestro pende. (Silencio.) Mas ¿qué espèra a venir acá Cortés? ¡Cómo han de molestarse los de Cuba mi saco de oro lleno al ver! Pues todos hacíanme, al momento de irnos, befa. Vòy cual obispo ya a poder vivir: esclavos procurarme y azotarlos puedo y beber, jugar y maldiciones echar y nada hacer. ¡Por san Francisco! ¡Vida menuda he yo de comenzar! No alégreste tan presto, que tú sabes
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Francisco
Oswald Spengler
que así èra, cual tú, contento Pedro hasta que, haciendo guardia, él se esfumó. Hiciéronlo, en efecto, preso aztecas y lo sacrificaron. Ni un ratico somos, ante esa chusma, ya en seguro.
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Dime, José, ¿no oíste un cuchucheo? Anda, ve a ver allá en lo oscuro, allá. De nuevo tal oí. ¡Capaz que hòy vengan a asesinarnos! ¡Virgen santa!
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José (va hacia el pórtico y echa un vistazo) Cálmate, que es el viento de la noche que ramas contra el muro hace que suenen. Francisco
Métesme siempre miedo con la historia. ¡Pobre Pèdro! Pero es que a fe que inquieta esta guardia. Si acaso a Moctezuma fuesen a liberar…
José
De tal curamos. Me da pèna, pues desde que cogímoslo anda desesperado: nada come y no dice palabra.
Francisco
José
¡Es un lunático! Ódiolo. Cuando quísole Aguilar dar bautìsmo, él apenas si mirolo. Y cuando convertirlo a la fe quiso, él de piès a cabeza con desdén midiolo y dio la espalda. ¡A nuestro clérigo! Nàda quería yo con él, mas hete aquí que preguntome, estando a solas, de su hìjo si alguna cosa supe. Yò no le contestaba: el comandante prohibiolo. Pero, como suplicaba, díjele al fin las cosas que sabía. Diome, puès, un regalo y se marchó; lloraba, me parece. El jefe nuestro
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Moctezuma. Un drama
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mira cada doblón antes de dárnoslo, y este me dio a mí más de lo debido. Téngole yo cariño. Es solo pena que a la fe no conviértase. Francisco Por tal lo peor yo deséole. ¡Granuja! ¡Devoto confesor así ofender! José
¡Mas él debió sufrir tanto infortunio! Cuando hizo el jefe que lo encadenásemos —fue duro y yo jamás lo habría hecho—, no abrió la boca nunca y solo yo sùpe qué padecía.
Francisco José Francisco José
Francisco José
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¿Eras tú allí? Hube de vigilarle. Cuenta, pues. En el patio ya lista estaba aquella pira en la que el cacique moriría el cual fue que en la costa acometionos19. 1505 Diósele, pues, condena y arrancósele dorada insignia. ¡Hubiéralo yo visto! Llama Cortés tras ello a Moctezuma y dícele que aun tiene mucho orgullo y que él và con castigo a temperarlo. Y en tanto que el cacique ardiera allá, mandó que, encadenado, el rey lo viese. Lívido pusosé y atar dejose
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19 Según Cortés y Bernal Díaz, Quahpopoca, su hijo y otros quince guerreros fueron quemados públicamente en la hoguera. A Moctezuma, que presenció la quema, lo encadenaron para la ocasión.
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Oswald Spengler
mudo y sereno; el cuerpo le temblaba no obstànte y casi lágrimas salíanle. Nùnca vi así sufrir. Cuando, después, fue el fuègo ya extinguido, quedó él libre. Càsi ya más no ha hablado. Vile un día cerca de la ventana y fueme imagen aquélla una tan triste y tan tremenda, que a fe que estremecime. (Llaman fuerte a la puerta.)
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Francisco ¡Cortés vino! Salen y abren. Entran Cortés y los capitanes españoles. Cortés
No es còsa buena aquesta. Cambiar debe. Traedme a Moctezuma acá, soldados. (Salen José y Francisco.)
Aguilar
Mas ¿qué quières de él en esta noche? Dél no precisas tú.
León
Darle no quieras
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idea de que sí. Cortés
Sandoval
¿Comandáis vos? Con fuerza ya y dulzura lo intenté. La sentencia de muerte no dio frutos y hállase en torno solo resistencia. Vannos prònto a tachar de pusilánimes. Dices, Cortés, verdad.
Cortés Pondrele término. Así no hay perspectiva. Un error hondo hame guiado mal. Odio del pueblo no tùve en cuenta cuando coloquele en cárcel e hice, yo, papel de rey. Sandoval
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Húbetelo advertido. Ya es pasado y nò puedes volver. No lograrás mostrar que fue de balde el crimen.
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Moctezuma. Un drama
Cortés Nada más se me ocurre. En caso de ir Velázquez hòy a enviar sus naves, es peor que cuando era el poder de Moctezuma. Voy a dejarlo libre: otra vez reine. Su orgullo ya en la cárcel ablandose y và a ser a deseos nuestros dúctil. Nò olvidarase el pueblo que fue él quien a ruina tamaña abrió la puerta. Alvarado
Mas si déjaslo libre, muertos somos.
Cortés
No habrá tàl, porque incluso en su palacio va a verse aislado igual que en este nuestro: táchalo de traidor su propio hìjo. Ha menester de nós para reinar. Doble seguro es eso.
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Aguilar Y no te olvides tampoco de dar gracias, que ya es tiempo tu voto de cumplir con nuestra Iglesia. Viéneslo retardando… Cortés
Harelo agora.
Aguilar
Mándale, pues, al rey que nos transmita el gran tèmplo del dios guerrero suyo.20 Luzca de su más alta almena cruz, magnífica la urbe dominando.
Alvarado
Tàl solo es menester para que ingente haya por el país todo revuelta.
Aguilar
Nò me parece a mí que hay tal peligro. Y ¿no habría, Cortés, él de pagar? Ricos tesoros tiene y, los guerreros…
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20 La escena de la toma del Templo Mayor por los españoles se describe en Bernal Díaz.
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Oswald Spengler
Sandoval (serio) Tan fácil no se me hace a mí el negocio. Penden nomás de un hilo nuestras vidas. Vais a atizar así la rebelión que a nós ha de tragar. Cortés Tal no ha de haber: seranos, de la paz, el rey garante. Eso que acá me trujo, va el monarca a hacérmelo ganar. Sandoval ¡Cortés! ¡Cortés! ¿Tan solo tu provecho aquí te buscas y a nada de más alto aspiras? ¿Fin nunca mejor que gloria aventurera tuviste y, de oro ajeno, hacerte rico? ¿Hízosete lo noble tan extraño? Tuve, Cortés, deseo siempre quedo de que tú al alma mía te acercases. Viendo yo este país, a mí doliome de puesto subalterno maldición. Desde aquellas montañas contemplábamos aqueste valle, imagen más hermosa que la cuàl dios no hiciera; aquestas silvas que en verde oscuro envuelven a las cumbres; la abundancia de flores y de frutos, los velos plateados de cascadas: el lago azul sereno que al hechizo dorado de esta ùrbe era el cimiento. Tocando, pues, mi àlma tal imagen, conociendo, tras ello, a los aztecas —que nobles cual la imagen resultaron—, tùve yo envidia a aquel que el edén este pudiera gobernar y, en lo más hondo, la idèa vinomé de que un pecado valdría poseerlo. Pero no: no mía iba a ser una perla tal. Diósete a ti esa dicha: has de cuidarla. Cortés
Mi amigo, desatinas. ¿Y el provecho? Sólo riqueza y gloria yo procuro.
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Moctezuma. Un drama
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Otra còsa no quiero. León Aguilar
Muy bien dices.
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Oigo que Moctezuma viene. ¡Mira! Entran, por la puerta trasera, soldados españoles con antorchas. Sigue Moctezuma, altivo pero pálido y triste.
Moctezuma (tras largo silencio) Hasme llamar mandado. Cortés ¡Moctezuma Tièmpo ha que no te veo. Acerbo odio guárdame el corazón tuyo ofendido. Ora lamentar debo que, el aciago día aquèl, yo tan duro castigárate. Tal hùbo, pero lo pasado olvida. Tiéndote, pues, mi mano y conciliémonos. (Moctezuma calla.) ¿Silencio altivo guardas? ¿Distraes ojos? ¿Niegas tan bruscamente mi amistad?
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Moctezuma (frío y despectivo) La frialdad de aquel hierro que apresome, hame la amistad tuya hecho entender. Cortés
Merezco tal reproche, ciertamente: te he engañado. Mas piensa, por favor, que amenaza a menudo al hombre fuerza a acciones que, en conciencia, él censurara. Quisiera reparar lo que te hìce.
Moctezuma (frío) Conózcote y no puedes ya burlarme. Quieres, también ahora, darme embauco. No siènte lo que dices tu cor férreo. Cortés
¿No quières conciliarte? ¿La acción nunca vasme que hice forzado a perdonar? No habíate creído tan ingrato.
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Oswald Spengler
Moctezuma (dominándose a duras penas) ¿Forzado tú viniste a mi país? ¿Forzado fue que tú traición hicísteme y a hierros sujetásteme? Codicia fue aquèllo y mezquindad.
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Cortés Disculparete si diote a ti amargor fortuna adversa. Mìra cuán desde el cor esto te digo. Eres desde hoy ya libre: vuelve al pueblo que espérate; regresa al trono tuyo. Doite seguridad mía por víctima fiando en la nobleza tuya a todos.
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Moctezuma
León
¿No agárrate, hombre indigno, a ti pudor de tal ofrenda? ¿Aún has de insultarme? Tròno robastemé y ¿quieres agora cual regalo, cordial, a mí ofrecérmelo? Amigo fui yo siempre a vos y pago vuèstro fue acometerme con astucias. Habeisme encadenado. ¡Soy el rey! Deshonrado por siempre estoy. Jamás, ya nùnca podré el reino dirigir. Si no quières, lunático, tal queda; mas atento a ofendernos. ¿Me has oído? Tú a nós estás ligado: no lo olvides. Aqueste país es tu sola patria.
Moctezuma (con dignidad) Española a enemigo es también práctica inerme escarnecer y, su desdicha, dársela a recordar. Padecimientos tuve en mi vida muchos; igual voy todo lo que hados traigan yo a sufrir. No os pìdo amparo y, si es que me expulsáis afuera, yo el coraje encontraré de aislado perecer. No quiero ayuda. Cortés
¡Oh, vàmos, Moctezuma! No obedecen tus súbditos y todo a pique vase.
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Moctezuma. Un drama
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Sòlo tú sabes cómo domeñarlos. A todos mal, si no, nos amenaza. Moctezuma
¡Amistosa tras máscara esto había! ¡Miedo ante este mi pueblo!
Aguilar ¡Dejaló! 1660 ¿Acaso has de rogarle? Hay una cosa que aún tienes que darnos y la cual no puède retrasarse. Manda, oh rey, que el templo del dios vuestro de la guerra désenos; prometímoslo al dios nuestro. 1665 Hémosle, por victoria, de dar gracias. Moctezuma
Nunca jamás lo haré, pues vuestros dioses son màlos: mirad cómo os conducís. Vosotros…
Aguilar
¡Tiembla, infiel, ante el castigo! ¿Pira yà de cacique te olvidaste? Dígote, de ese ejemplo, que te acuerdes.
Moctezuma
¡Hacedlo y profanad lo más sagrado! No puède ya evitarse, mas sabed que habreislo de pagar.
Cortés Tú eres fiador. Sàngre, si vengansé, correrá tuya. Moctezuma
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Está bièn, terminad conmigo ya: a edificio es de crimen buena cúpula. Nùnca cosecharéis, no obstante, el fruto de todo el mal que acá vos cometisteis. No el vuèstro yugo más sufrirá el pueblo: hase de sublevar en gran revuelta así como toquéis cosa que es sacra. Debo en tamaña lucha yo morirme, pues heme sin poder: un hombre roto. Mas siempre es con aztecas mi cariño.
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Oswald Spengler
Cortés
Ya vèo. Serás siempre con custodia y, apenas a tus verbos hechos sigan, mueres. Todos agora acompañadme. El sol sàle.
Moctezuma
¡Marchad, almas malditas! Yo júrote, Cortés —por ese albor—, que el sol que los desmanes vuestros ve ¡venganza nuestra igual va a iluminar!
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Salen los españoles. Poco a poco va entrando, por el pórtico de columnas, claror del día.
Moctezuma (queda un rato de pie, como pasmado) Soy sòlo en mi dolor: sin nadie. ¡Solo! ¿Cuánto desdicha aún soportar debo? ¡Así al sòrdo pesar dejado hubiesen él mìsmo consumirse! Mejor fuérame. Heridas desgarráronme: engañosa imagen despertaron de esperanza de aquella libertad que es ya escondida. Árdeme el desespero en mi interior: de nuèvo agarramé sentir horrífico del hado este innombrable mío mísero. (Se sienta en un banco, largo silencio.) Que sòy libre de culpa, no es verdad: en exceso ambición a mí empujome y a todo yo atrevime por mi causa. Mas tal cùlpa, cayendo la pagué. La tan trìste existencia mía sufro no culpàble: no tanto merecí. ¿Cometí yo aquel acto porque quise? Colocome el destino en falsa senda e impeliome hasta no haber ya retorno. Hame lanzado entonces a lo incierto y héchome ha sucumbir. ¡Era mi vida! Quien dice que obra libre el hombre, miente: no es còsa, nuestro arbitrio, controlable. ¡Cuánta merece el ser humano lástima!
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Moctezuma. Un drama
En sordo y no querido anhelo tumbos da hacia el bièn y hacia el mal y precipítase a ruina y, ello todo, involuntario. Y los grandes, por libre enaltecidos mirada y fuerte espíritu, nonada mas ciénaga de mísero pesar o eterna maldición del creador ven; a la cuàl, ni el más grande se sustrae. Oh Dios sànto, si no supiera yo que a oscuras fuerzas debes obediencia —impónensete a ti también si quieren—, odiárate; (Vuelve a levantarse.) mas no puedes salvarnos. Débil asaz es vida en esta lucha. ¿Cósa es el hombre acá en el ancho mundo? Bote que en peña está de hostil océano. Fatídica tormenta ondas agita y estréllalas, aullando, contra rocas. No vàle aquí timón: ora naufrague o sálvese, decide el azar ciego. Del cual ònda, también a mí engullome. Mi barco aguas surcó por el sol claras en brillo de jovial suerte, mas furia vínoseme después de tempestad y náufrago me vi. Cuanto yo tuve, esme quedado atrás. Corona, reino y honòr quitaronmé. Hällòme solo. ¡Òh si un amigo hubiese el cual ahora en esta horrible calma consolárame! Atroz le es, soledad, socio al dolor y yo quedeme solo en la ancha Tierra…
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Toma asiento. Con las últimas palabras ha entrado, silencioso, Sandoval.Va hacia Moctezuma y le pone la mano en el hombro.
Sandoval
¿Solo, pobre infeliz? Tal no es el caso. Ámate amigo al cual no conocías.
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Oswald Spengler
Moctezuma
¿Hàte Cortés mandado a persuadirme?
Sandoval
Yo siènto, Moctezuma, el dolor tuyo. No puèdo más callar. Ya más no puedo verte sufrir y, qué siento, ocultar.
Moctezuma
No sé si he de creerte. Entre vosotros ¿hay veramente un alma con sentido?
Sandoval
He soportado mucho. Yo hostilmente acá vìne y debía al comandante obediencia. Jamás con sus acciones era mi corazón. Cuando te vi, ya entònces te admiré y, por tu dolor, sentí quedo pesar. Te lo oculté y también de españoles escondilo. Puèda esta hora, pues, a nuestros cores hermanarlos por toda nuestra vida.
Moctezuma
Oh amìgo, yo agradézcote el que tú en esta oscura hòra mi dolencia mitigues. ¡Aun me queda en este mundo ùno en quien confiar! ¿Cómo dar gracias? ¿Llámaste Sandoval? Así te dicen. ¡Oh, Sandoval, sé amigo! ¡No me dejes!
Sandoval
Muéstrate agora fuerte y dolor lleva. Tienes corazón bravo. ¡Tente entero!
Moctezuma
Tú desdecir podrías las palabras que, tan dùras y frías, mi catástrofe delante a mí me han puesto…
Sandoval Fue espantoso. Nùnca yo de Cortés diré en descargo. Una bestia. No en tal tengàsme a mí. Moctezuma
Todo, por más que duela, he de sufrirlo; mas hay àlgo muy dentro de mi cor. Pàdre no siendo tú, no te figuras
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Moctezuma. Un drama
cómo al único hijo, al amadísimo, estase alma paterna atada siempre. Trono ocupando, amigo yo buscábame el cual me comprendiera, al cual en horas turbias mi corazón yo revelase. Allá en la excelsa regia soledad —donde en torno es legión de aduladores—, quiérese más que nunca un alma amiga. Un hijo tuve al cual, a fe que amaba: joven, pero ya altivo; un vero príncipe. Lo veo aquí: los suyos nobles rasgos; noble como su rostro su sentido. Nada con él jamás enemistárame. Solo Cortés tal pudo: confundiolo. Fuile pintado yo como traidor. Fue con nègra sospecha, aquel plan pérfido, del mío ir alejando el cor de él. Lo cuàl fue conseguido. La su patria21 él la amàba y, a mí traidor creyéndome, nada conmigo quiso —de odio lleno— por amor a los míos rechazándome. Helo querido tanto. Dél yo èra prendido, de mi àlma en cada pálpito. (Rompiendo a llorar.) ¡Y ora despreciamé! ¡Debe de odiarme! Mi vástago perdí. Sandoval
Moctezuma
¡Mi pobre amigo! No llòres, porque todo va a cambiar. Piènsa más bien en otra mejor época donde eras aun feliz. Las horas dulces vividas sonle al hombre estrellas buenas. Busca consuelo, pues, en lo pretérito: vuelva a vivir en ti tu juventud. Siéntate, Sandoval, cerca de mí. De mis tiempos de joven contarete:
21 Leo, en lugar de «eine», «seine». [N. del T.]
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imágenes joviales ya remotas, de nuevo en la memoria despertáronse. Jamás yo al padre mío conocile: de la corte discretamente aparte, crecí con los aztecas de aquel sitio en un trato amigable y cotidiano. No eran contentos siempre y, a menudo, oí secretas quejas por mi padre. Lúgubre sombra existe en toda vida: yo aprendí cuánto sufre el pueblo siendo que olvídeselo el rey. Fueron asaz los pobres invadidos por sus jácaros y eran la ley y el orden sin tutela. Muèrto fue, pues, mi padre —nunca quísele: tiránico veíalo en mi alma—, e híceme rey. Cayole, de improviso, a mi arbitrio el destino de los pueblos. A expiar lo que el padre hiciera púseme y pude conseguirlo. Mi afán fue feliz sièndo, reinar sobre felices. Todo exultante estando y ensalzándome, mis hados cual divinos se me hacían. Sandoval
¡Cièrto que eras feliz! ¡Cómo te envidio! ¡Òh si el divino mando a mí tocáreme!
Moctezuma
Nàda negabamé el destino entonces. Iba a la guerra y era ya, victoria, mía por siempre y nunca hube infortunio. Cada pueblo, mi nombre ya temíalo. Era, mi sobrenombre, el Siempre Invicto. Reino creé cual no lo hiciera ancestro. Supe con la clemencia yo a mis súbditos ganármelos. Ya nada precisaba. Llegó, puès, maldición que a grandes sigue: mimado por la suerte, que a gustar ya dìchas terrenales tantas diérame, híceme como aquellos. En el trono olvídanse de súbditos los reyes: la corona a sí mismos sacrifícanse.
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Orgullo y ambición, virtud azteca son pròpia de hasta el último paisano. Fueme asignada gloria; sin mesura no obstànte proseguí el estéril fin hasta que, honra, demonio a mí volvióseme. Por qué yo era el monarca, lo olvidé: más que el bièn de los míos, fue mi fama. Eran, mis hados, tales; mas no vilos. Yo quería a mi pueblo y lo di en víctima a anhelos. Y el castigo tengo acá: me odian, pues me olvidé yo del amor. Sandoval
Moctezuma
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Hanse de arrepentir. Equivocáronse. Es pruèba esto de Dios para, soberbia, sacarla del cor tuyo.
Moctezuma No, no es eso. ¿Cómo iba a torturarnos Dios? ¿No sabe que al destino jamás resiste un hombre? Y esperanza no quédame: desaire hácenme y no me olvidan la catástrofe. Busqué morir. Oprobio he soportado por prestarles, a aztecas, más servicio: aun espèro, rogando fervoroso, lo peor evitar que se produzca. Aunque es en vano todo. Ya nos quita el templo donde nós siempre rezáramos: lo sacro que nos fue de tal consuelo. Sandoval
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Nò pierdas la esperanza: aquesta fe sostendrate en desdicha. Ya vendrá el día en que se os dé sacral venganza. A nosotros, no cábenos buen fin. Lo sé y es calmamente como aguardo ìr por vuestro castigo yo a morirme. Es futùro, ante vos, lleno de luz. ¡El futuro! Desgracia es, ciertamente, tras ùn tupido velo que se oculte. El cual vèlo si levantar pudiérase,
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Oswald Spengler
vendríase uno al suelo estremecido. Un futuro se acerca, sí: ventéolo. Los templos consumiendo fuego atroz, humo nègro de chozas levantándose, sièndo saqueada patria, los aztecas a la silva salvaje huyendo lánzanse libertad y fe sacra —su bien último— queriendo rescatar. Cuando, después, cual siervos arar deben vuestros campos y entre látigos a ese dios sombrío al cuàl vos adoráis se les conmina, èso ya es nuestro fin: grito terrible colma jovial campiña en que viviéramos. Acusan, del país valientes vástagos, transidos, en de amigos sepulturas, ante ruinas dispersas de su patria, a aquel que, con la suya ambición fútil, produjo por orgullo esta hecatombe. Vuéltose ha el nombre mío en maldición y a niños que preguntan dicesé: «Fue el hòmbre que la dicha nuestra hundionos». (Se cobija en el pecho de Sandoval.) Sandoval
1895
1900
1905
No has de desesperar. ¡Ten fuerza, amigo!
Moctezuma (tras un poco, incorporándose) Quiero tenerla. Ya no pensarelo. Diome en mi soledad, la imagen esta, grande tormento siempre. He de olvidarla. Mi vida acaba presto. Está bien claro. Sandoval
Tú vàs a ser feliz.
Moctezuma
¿Feliz? Ya nunca. Ha tièmpo que la dicha a mí acabóseme. Sólo venganza anhelo ver aún. E igual que sale el sol, ha de venir.
Sandoval
1890
Y yo muèro.
1910
1915
Moctezuma. Un drama
Moctezuma
Tú, amigo, a fe que no. Tènga yo vida y tú no dejarasme. Los otros españoles mereciéronlo. Revancha va a aplastarlos tremebunda. Morir dèben, pues su designio pérfido, su sìno empujalós bajo las aguas. Tras tormenta, tendré también yo paz. Cae el telón.
159
1920
160
Oswald Spengler
Cuarto
acto.
Sexta
escena
En el campamento de los españoles en México, como en la tercera escena.
Moctezuma (solo) Acércase otro año ya el estío y, flor de primavera, ardor abrasa. Yo no vìlo: nomás me lo contaron. Para mí, ya estaciones detuviéronse desdè que entre estos muros estoy preso. Hállase ya bien lejos vieja vida. Càsi no pienso en ella: habitueme a aquesta. Cualquier cosa sufre el hombre. Ès de mi fama el templo destruido. Lo cual yà no me duele y, cuando muera, nàda tras de mí dejo sino oprobio. «Cuando muera», en efecto, que en la muerte continuamente pienso. Antes no hacíalo: cuando era aún dichoso. Mi febril sentido imagen turbia teje y álzase pálida parca allá. ¿La de esperanzas llena y alegre vida hallar su término? Es èsto algo terrible y, sin embargo, mièdo no puede darme, pues ¿qué trae? El alma, libre, vuela: se disipa cual humo leve en viento. ¡Eterna paz! ¡Afuera, a la gran nada dirigirse! Tìra de mí un tranquilo, oscuro anhelo. ¿He de vèr otra vez la primavera? No crèo, y es con calma que lo asumo. ¿De ser lìbre otra vez y poderoso entregarse a engañosa ensoñación? ¡No ha nùnca más, aquello, de volver! Si cubriérente el sol nubes un día, aquel regresará: tendrás su luz. Mas, a mí, sol ninguno ya me alumbra. Sèa, pues a alegría he renunciado. A mi patria, no obstante, la espantosa cùlpa yo he de expiarle. Empero soy en prisión vigilándome enemigos
1925
1930
1935
1940
1945
1950
1955
Moctezuma. Un drama
y odiado por los míos propios súbditos. Atado está mi brazo. ¡Dadme espada y libertad de vuelta! Estoy sediento de lucha y a venganza sacra débome. La cuàl de lo adeudado nos resarce y, al alma, del salvaje aullido suéltala el cuàl dentro propágase voraz buscando una salida. Es el desquite el único aire puro para el hombre: su más propio sentir. ¡Ay de Cortés! (Entra Cortés; Moctezuma lo nota.) He aquí de nuevo al cual; cuyos hipócritas, arteros ojos más no ver quisiera. (Se vuelve de mala gana.) Cortés
¿Guárdasme aún rencor? ¿La vista apartas? ¿Tal desprècio merezco yo de ti? No quiérote yo mal: malinterprétasme. Somos, a tus deseos, siempre abiertos.
Moctezuma
¿Hete pedido acaso gracia yo?
Cortés
No desdèñes la ayuda nuestra. ¿Tienes amparo fuera de este que te brindo?
Moctezuma
Téngolo. Vos habéis, con felonía, podido de mi pueblo a mí alejarme; mas creemé que, un amor que duró tanto, no podeìslo del todo ahogar y él solo de vòs protegemé y vuestros cuchillos. Ni una hòra, si no, vivo siguiera entre tales amigos.
Cortés qué somos para ti. Moctezuma
Cortés
161
1960
1965
1970
1975
1980
Tú no ves
No soy tu siervo. De tì yo no preciso y sé sufrir. Mas sería suprema dicha tuya
1985
162
Oswald Spengler
con tu pueblo volver en buena paz: con tu hìjo otra vez en buenos términos. Duélete, admitirás, separación. Moctezuma
Dime clàro qué cosa acá te trujo. Noto, por tus palabras, que tamaño motìvo llevaté a amistad fingirme.
Cortés
Que amenácenos siempre el pueblo es cosa ya insufrìble. Y a ti también detéstante. Un cambio nos vendría bien a todos y, de pàz alcanzar, manera hàila.
Moctezuma
Cortés, a confianza no conmínase. No quière el pueblo paz: puedo entenderlo. Yo a tàl los empujé violentamente. Nunca verán en vos a gente amiga.
Cortés
Pero hay làzo más fuerte que violencia: el cariño del pueblo, bien atárselo.
Moctezuma
¿Por qué vienes a mí? Soy tu enemigo.
Cortés
Hasme de socorrer para ganárnoslos. Conviénete también a ti.
1990
1995
2000
Moctezuma (orgulloso) ¿Tú crees que, hallándome en apuros, quizás obre sin honor porque rica es la ganancia? Si tal còsa pensaste, erraste hondísimo. Jamás va a mí, desdicha, a rebajarme.
2005
Cortés
2010
Sabes que convertir quiero a tu pueblo. Juré hacèrlo y ahora he de cumplir. Es fè cristiana al pueblo tuyo odiosa porque él no la conoce; mas si un célebre varón da ejemplo, síguenle los otros. Ya tú la religión nuestra aprendiste. Hágaste tú el primero, pues, cristiano.
2015
Moctezuma. Un drama
Moctezuma
Tèngo ya visto mucho y la lección tan solo acrecentó mi reticencia. Nunca conmigo cuentes.
Cortés Piensa bien. En siendo todos ya juntos por vínculo de fe, desaparece luego el odio. Libertad y conciliación son tuyas. ¿Estás lìsto a pagar el dicho precio? Moctezuma
163
¡Cállate, miserable! El que no sientes oprobio oculta al menos a los hombres. Despreciable es aquel que religión depone suya y otra nueva abraza. No tiène corazón. Yo antes morir que en traidor convertirme del dios mío. Mas mil veces maldito aquel resulte que el sù sagrado dios a otros robar y fe imponerles busque cual vosotros. Dio al hombre la natura omnicreadora —no puède los motivos secretísimos él vèrles a las cosas— las deidades. En fiducia infantil asigna a estas aquel la propiedad buena o maléfica, y aquello que a él le escapa, los porqués —que él sólo ve en efectos—, son los dioses. Ay de vòs si cruelmente conturbaisles su mundo y solo el vuestro respetáis: si echaisle mano al pecho de otras gentes la sù querida fe de allí arrancándoles poniendo a vuestro dios sombrío a cambio. Tan nòble no será, Cortés, tu credo, si a hacer èso os obliga con tal ímpetu.
Cortés
Cièga es, la vuestra fe, superstición. El cristiano es quien reza al dios auténtico.
Moctezuma
¡Oh déjateme ya de tu fe oscura!
Cortés
Ella sòla, victoria y dicha otorga.
2020
2025
2030
2035
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2045
2050
164
Moctezuma
Oswald Spengler
¡Dicha! Tu dicha mísera no envidio. Vil y medrosamente vos vivís: la fe vuèstra, cualquier placer proscribe. Al cielo no podéis con confianza mirar en que ese horrible dios gobierna el cual calamidades os envía y arranca sin piedad a hijos de madre y a marido de esposa por probaros. En el mundo, cual muertos sois. El rezo —el siniestro cantar— repelús dame y huelen vuestros templos como a moho. Son lugàres de horror turbios y sórdidos en los que la alegría, el libre espíritu, a un fosco ser supremo le ofrendáis. ¡Es tan buèna la Tierra! El cielo mira que la azul catedral allá corona; la laguna que a la ciudad refleja, los bosques verde-oscuro en derredor: las palmeras que el tierno viento mueve. Mira arròyos alegres y las flores, los saludos de Dios al alma humana, los de nieve cubiertos altos picos que tiñen con su rojo los crepúsculos. Al mùndo hace, tu fe, valle de lágrimas: dichas os envenena, os vuelve furos. De esta risueña imagen de natura, sòlo quedarán fuera los cristianos. Gozo evitar, pensar en penitencias… De esta jovial belleza disfrutar con alma noble, abierta: eso es la fe. Son los días felices, cierto, pocos. Si destino a vos toca y trae pesares, desdeñar no podeislo dignamente, pues vuèstro dios huraño lo envió. ¿Vuestra cùlpa podéis borrar o el sino podéis que os amenaza desviarlo? No podéis, mas el ser de arriba os pune. Perdonàr vos debeisle todo al prójimo. Os dio debilidad y, si falláis, el amor no conoce ni la gracia:
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Moctezuma. Un drama
yerros inexorable os tiene en cuenta y castigo inmisericorde exige. ¿Cómo iba a contentaros vuestra vida? Y, muriendo, dejáis atrás penurias en tanto que tormento eterno aguárdaos. Lo cuàl os lleva a ser crueles y rudos: más cruèles que el destino que os tocó. Con razón a la Tierra maldecís. ¡Dichoso aquel que vive en regocijo! Cortés
Moctezuma
Oìgo nomás un necio ofuscamiento: discurso del demonio. Tú, pagano, no así de descarado a mi fe injuries. Me es sagràda: victoria y botín diome. Al dios dèbo que concediome gloria èstas almas gentiles procurarle. ¿Así al diòs del amor servir queréis: sin amor, dondequiera que arribáredes, de cores destruyendo santuarios? Vos cristiànos, a madre arrancáis vástago, al cual de su inocente fe priváis: del prójimo, al dios vuestro ofrendáis dicha. Sin gozo vive, pues, el niño ahora, ya que al lóbrego altar vos le impelisteis; y lágrimas derrama en noche queda. Llora por sus antiguos, buenos dioses; los cuales derribásteisle. Y un alma hidalga no le quita a otro su fe.
Cortés
Tus dislates ahórrate. Lo haremos.
Moctezuma
¡De aztecas ten felices compasión! No cuádrales a èllos cristianismo. Pueblo es alegre que hácele contento ofrendas a su dios y que en ingenua y abierta forma goza con el mundo: no sàbe de expiación ni penitencia. Tristes y acerbos ellos volveríanse el credo vuestro oscuro de abrazar.
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Cortés
Oswald Spengler
Nàda vas a impedir. Darán más tarde a nós gràcias, que paraíso ignoto y bienaventuranza eterna abrímosles. Tu búrlaste: mantente en tu pecado, y arde en el fuego eterno para siempre.
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Moctezuma Pièdra es tu corazón: humano afecto en tu pecho salvaje no hubo nunca. Apiádate, Cortés. A aquel suplico e imploro el cual a mí todo robome (se arrodilla ante Cortés): 2135 el cual en indecible ruina púsome. Jamás una tal cosa yo pensara: deberme ante enemigo arrodillar. No estòy por mí rogándote: clemencia ten y dèja a mi pueblo en su fe antigua. 2140 Sus tàn queridos dioses, no les quites: a esta gènte, mejor su dicha déjale. (Cortés sigue impasible; Moctezuma se levanta.) Ya cállome: de balde todo fue. Si mi ruego, en efecto, no tocárete, morir en la fe vieja al menos déjanos 2145 antes que a ese dios vero lo aceptásemos el cual, cruento, enteros pueblos borra: ofrenda monstruosa hecha en su honor. Mandato cumple, pues, y cual paganos muramos: sin la bienaventuranza 2150 eterna mas con nuestros viejos dioses. Cortés
¡Nunca cederás, pues!
Moctezuma
¡Jamás harelo! Mas recuerda que aún hay en la Tierra Providencia. La cual alcanzarate. (Sale.)
Cortés
Desdeñaste entenderte con nosotros: la màno nuestra amiga no quisiste. Mísero sigue, pues, hasta tu muerte mas nunca a mí des culpa, que tu arbitrio la tuvo y tu ridícula porfía.
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Moctezuma. Un drama
Cùlpa tienes, de todo, solo tú.
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Mientras Moctezuma sale por la puerta trasera, entran por el pórtico los españoles. Alvarado
¿Haslo logrado al fin? Pardiez, ya veo…
Cortés
También esta salida me es cerrada.
León
Mas no entiendo por qué se lo has pedido. Le conoces.
Cortés
Y es mísero truhán. Tòdo probé. Con ruego, amenazando intentelo. Y aun dile mil razones. Tòdo le es indistinto.
Aguilar Cortés
Cortés
¿Y ahora qué?
Eso me digo yo: desengañeme. Tànto con este plan yo prometíame… Él èra el hombre el cual a estos salvajes no dìgo conciliar, pero tenérnoslos a raya habrià podido en tanto nós lo nuestro asegurásemos.
León
2165
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Veo guerra.
Ójala y no llegara a tal la cosa, mas témome que no ha de tardar mucho. El rey nomás me ha vuelto a confirmar mi mal presagio. Todo anda orientándose a darnos la puntilla y aquel templo págase caro: tal vez con la vida.
Sandoval
El favor de los santos, a tal trújonos.
Cortés
Nada, si calma sigue habiendo en urbe, danos peligro cierto; mas tengamos prestos para defensa los recursos.
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2180
168
Oswald Spengler
Confío, Sandoval, en tu buen juicio: este sìtio conviérteme en fortín. De garitas proveelo y de cañones: dispón tòdo para la resistencia. Sandoval
Así haràse.
Un soldado (entra) Cortés
Cuitláhuac
2185
Señor, el rey Cuitláhuac.
Que venga. (Sale el soldado.) ¡Cristo santo! ¡Bendición! Si no pùde lograrlo con el padre, harelo con el hijo, quien en lides de engaño no es tan ducho cual nosotros. ¡Viéneme al lazo el joven pajarillo! Dàdo que hice promesa, Hernán Cortés, de informarte de cómo está mi pueblo, soy venìdo a cumplir la tal palabra. Apréstase el país y todos van a la lucha entusiastas que os incumbe. Reìna en la ùrbe entera aún quietud. Defensa más te vale que dispongas.
Aguilar
Mas ¿no càbe impedirlo? ¿No podrías imponerle a tu pueblo que sosiéguese?
Cuitláhuac
Le falta la cabeza: Moctezuma.
Cortés
Admiro tu lealtad. No obstante, dime: ¿modo acàso pudiera haber seguro sangrienta decisión de que evitárase? Sería tremebunda.
Cuitláhuac
Dicho modo… Tiéneslo tú contigo: Moctezuma.
Cortés
¡Demonios! ¡Moctezuma nuevamente!
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2195
2200
2205
Moctezuma. Un drama
Cuitláhuac
Es mi pàdre…
Cortés
Olvidelo. Perdón pido si hete ofendido acaso.
169
2210
Aguilar (apremiante) Mas, Cuitláhuac, ¿quién de violencia ampáranos agora? No càta, pueblo en armas, ningún límite. Cuitláhuac
Cortés
No càbe ya impedir que tal suceda; lo peor, sin embargo, he de evitaros. Doy mi vìda por prenda. Mientras ronde muerte a vòs, yo en el fuerte vuestro quédome: seré, de vuestras vidas, yo garante. ¿Harás èso?
Cuitláhuac
Dispuesto a hacerlo estoy.
Cortés
Yo quédote obligado, buen Cuitláhuac. Tamaña bonhomía no atendíame. (Va llegando, desde fuera, un alboroto cada vez mayor.)
Sandoval
Excédesnos, gran príncipe, en bondad.
Cortés
Hospedaje hallarás sin duda honroso cuanto aqueste cuartel nuestro permítalo. Quisiera, Sandoval… (El jaleo sigue haciéndose más grande.)
Aguilar León
¿Oís qué escándalo?
Tropèl anda formándose.
Cortés Id a ver qué còsa está ocurriendo. Aguilar Cortés
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¡Id! ¡Vàmos!
¡Cosa aciaga!
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2225
170
Oswald Spengler
Alvarado y León se disponen a ir, pero entra a la carrera desde el patio un mensajero al cual siguen —también corriendo— soldados. Todos (a la vez)
Mas ¿qué pasa? ¿Qué acontece?
Mensajero (resolloso) Acabose, señor: tus enemigos… León
¿Cómo?
Mensajero
Los de Velázquez son aquí.
2230
Cortés (reculando) ¿Españoles? ¡Oh Dios! Sandoval
¿Cuándo llegaron?
Mensajero
Fue de nòche y es un tremendo ejército. Son cièntos: con caballos y cañones22. (Cortés queda mudo del espanto.)
Aguilar
¡Oh màdre del Señor auxiliadora!
Cortés
¿Cuántos dìces? Y ¿quién es que los guía?
Mensajero
Narváez lleva el mando, cuyas naves anclas con calma echaron: su potencia ningún lugar dejaba a oposición. Hubimos de entregarnos y leyéronnos escrito de Velázquez conminándonos a yà no obedecerte más por ser tú traidòr, fugitivo y bandolero que no habría de huir a su castigo: proscrito en adelante te declara. De hècho sentenciote ya a morir y lo mismo a quien fiel te siga espérale.
2235
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22 Pánfilo de Narváez fue enviado por Diego de Velázquez para asumir el mando de la expedición a México, pues Cortés había actuado en contra de las órdenes de este. Narváez fue vencido, sin embargo, en un ataque nocturno y la mayor parte de sus aproximadamente novecientos soldados se pasaron con Cortés.
171
Moctezuma. Un drama
Debió, la exigua tropa de la costa, rendirse; mas primero a mí enviáronme a darte la noticia. Ellos desean leales serte. Yo hasta aquí he corrido por salvajes caminos a anunciártelo. Aguilar
¡Oh sálvanos!
Alvarado Cortés
¡Oh el lindo botín nuestro! ¿Han màrcha ya emprendido?
Mensajero Victoria ven segura. Cortés
Tal no aún.
¿Y los aztecas?
Mensajero
Aguardan, pues confían en ser libres gracias a la matanza entre nosotros.
Cortés
¡Negro destino mío! ¡Suerte odiosa! Estando yo al seguro no venía, y agora que hay temor, va y tiene el perro que azuzarme a sus bravos en la nuca. (A Cuitláhuac, que hasta ahora escuchaba en silencio.) Cosa màla, Cuitláhuac: ya has oído qué espantòso. Mas tú ¿respaldarasme? ¿Protección garantízasme en la ùrbe?
Cuitláhuac
2250
2255
2260
Tàl y como te he dicho.
Cortés Pues ya es algo: lo único que tengo. Los aztecas ¡hanme de dar amparo ante españoles! Marina (entrando con gran premura) ¡Tráigote, comandante, nuevas! Cortés ¿Nuevo infortunio aún?
¿Cuáles?
2265
172
Oswald Spengler
Marina Mas ¿qué hubo aquí? Tièmblas, pálido estás. Por favor dime qué ocùrre. Cortés Marina
No preguntes. Dime tú. Mas algo horrible ha habido: puedo verlo. Oh nòble señor mío…
Cortés (pateando el piso) Marina
2270
¡No impaciéntesme!
En riesgo está, señor, tu propia vida. Tòdos para esta noche conjuráronse: caciques, sacerdotes, pueblo —todos— juntos a lucha irán y a daros muerte. Y es èse quien comanda (señalando a Cuitláhuac).
Cortés (Se desmaya.)
2275
¡Santo Cristo!
Marina (chillando) ¡Se muere! (Se le echa encima, y los españoles se arremolinan en torno horrorizados; Cuitláhuac los mira socarrón.) Sandoval
¡Pobre hòmbre!
Marina
¡Dadle ayuda! Mas ¿qué còsa pasó?
Alvarado Marina
¿Revive ya?
¡No en àscuas me tengáis, pues que os he dicho que aquí hubo una desgracia!
Sandoval Somos, sí, perdidos. Arribó español ejército y búscanos. Cortés es sentenciado. Marina
¡Aymé!
2280
Moctezuma. Un drama
Cortés (vuelve en sí) Marina
¡Sin lloriqueos, voto a Dios!
Señor, no te me mueras. ¡Salvaté! Dime, protector mío, cómo ayúdete. ¡Te doy, Cortés, mi vida!
Cortés (iracundo) Sandoval
Marina
173
2285
¡Horror de féminas!
Ya es tàrde. De haber todo conducídose según yo aconsejábate, estaríamos seguros y sin miedo de Velázquez.
2290
¡No es cièrto! Si Cortés su idea hubiera puéstola él solo en práctica, tuviéralos. Por darnos confianza va a morirse.
Cortés (arremetiendo a Cuitláhuac) Cutláhuac, vas ahora a defenderte. ¡Ères ya descubierto! Cuitláhuac (orgulloso y sarcástico) ¿Así agradécesme? ¿Porque esta atolondrada a mí me injurie, lo que dije olvidaste? Vas, Cortés, a hacer como tú quieras: asesíname. ¿De veras crees que yo te me sería de este modo entregado si engañárate? Cortés
Pues dame algún aval por tu palabra.
Cuitláhuac
¿No bástate ella sola?
2295
2300
Cortés El viento llévala. Promesas, muchas veces se incumplieron. Cuitláhuac
Razón tiènes. Solemnemente juro por mi hònra, españoles —soy leal—, que nada hostil yo tramo.
Marina León
¡No créasle!
¡Mentiroso!
2305
174
Oswald Spengler
Aguilar
¡Es traidor!
Cuitláhuac
¿En tal altura en España al solemne voto tiénese?
Tehuas (entra)
Quisiera ver al rey. ¡Oh, mi señor! Os buscan por doquier.
Cuitláhuac
¿Por qué viniste?
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Tehuas (tras pensárselo) No sabían dónde eras e inquietáronse. Cuitláhuac
He de quedarme aquí por mis amigos. Corren sus vidas riesgo y yo protéjolas. El día que este escándalo se aplaque, con vos vuèlvo.
Tehuas
Los príncipes querrían que en lugar de tu padre a sacrificios tú asistieras.
Cuitláhuac
Sospechas alzaríanse. No vòy fuera de aquí a poner mis pies. Mi oficio, desempéñelo otro príncipe. (Cuitláhuac se vuelve hacia los españoles, Tehuas habla a escondidas con Marina.)
Cortés
Ya crèo en tu lealtad, mi buen Cuitláhuac. Tú mìsmo, por aval, a ti te pones.
Cuitláhuac
Puedes hacer conmigo lo que plázcate.
Cortés
¡Amigos, atención! Solo presteza puede salvarnos ya. Nuestro fortín no entrègo y hallomé dispuesto a todo. Voìle a Narváez rápido al encuentro, pues quiero sorprenderlo, que sus tropas son más pero el engaño y el temor de ignota tierra danos la ventaja. Alvarado, tendrás en lugar mío
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Moctezuma. Un drama
acá el màndo: eres bravo combatiente. Y darate consejo Sandoval. Nomás puedo dejar algunos hombres. Defendeos, que huir es complicado… Válganos, noble príncipe, tu ayuda. Cuitláhuac Cortés
2335
Tal sèa. Yo esto nunca he de olvidártelo.
Marina (dirigiéndose a Cortés) ¡Nò quieras, por favor, aquí dejarme! ¡Yo sígote y lo hàgo aunque me muera! Cortés
Nos eres, en la marcha, solo obstáculo.
Marina
Yo quédome si tú lo mandas, solo que… ¡Ay llévame contigo y acompáñete! No vòy a molestaros.
Cortés
No es posible. Déjola, Sandoval, en tu custodia. Españoles, seguidme. ¡Formad filas! A los hombres direles qué ocurrió. Presto, pues emprendemos hoy la marcha.
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Salen todos.Tehuas le hace un gesto a Cuitláhuac, y ambos se quedan. Cuitláhuac
Tehuas
Escucha bien: a media noche os voy a todos a encontrar en el gran templo. Pasadizo secreto hasta allí guíame. (Abre una puerta secreta frente al pórtico.) Azàr fuenos propicio. Cortés debe hoy partìr, toda vez que es a la costa español arribado nuevo ejército en busca de Cortés. Y ahora márchate: no es bueno si nos ven hablando juntos. Allí viène Marina. Ganarela para esta nuestra lucha. Es del país y la patria no habrásele olvidado.
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Cuitláhuac
Tehuas
Oswald Spengler
Mas cuídate de èlla: ama a Cortés y traición nos haría si ayudárele. Te digo que es tremenda y que a españoles recién ha revelado nuestro plan.
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Gran desprecio, sin duda, lo cual cáusame; mas tengo que intentarlo, pues su patria por amor nadie puede así olvidársela. Adiós.
Cuitláhuac
A media noche encontrarémonos.
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Sale Cuitláhuac por la puerta trasera. Entra Marina por la izquierda.
Marina
¿Querías algo hablarme?
Tehuas Y nò te ha de pesar. Marina Tehuas
Sí, Marina.
Pues ¿qué me traes?
Marina, que tu patria es esta tierra: que andas con enemigos que saquéanla. ¿Jamás dentro de ti nostalgia, anhelo íntimo de la patria te arrastró?
Marina
Càsi ni conocila y no pensábalo.
Tehuas
¡No puède de la patria uno olvidarse!
Marina
Yo no tèngo: de padre carecía y era ausènte mi madre al ser yo moza. Como esclava crecí en país extraño.
Tehuas
No obstànte, no podrás negar tu origen: nò al corazón le quieras reprimir el sacro sentimiento que a los seres con el lugar natal mantiene en vínculo. Déjame que te advierta: hay tiempo aún.
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Moctezuma. Un drama
Traición hacia la patria: ¿existe culpa acaso más siniestra que lo tal? Por la patria a quien muere, toca fama y bendición de un pueblo agradecido. Maldición general recae, empero, a quien vuélvese hostil en sacral guerra. Anatema es su nombre y el desdén con sus hijos acaba y sus mayores: incluso el asesino lo rehúye. Marina
Yo vuèstra ya no soy: este español campamento es cobijo y patria mía. Salvome el comandante de morir. No puèdo yo pagarle la gran deuda, mas él ingrata nunca llamarame.
Tehuas
¿Puedes, por tanto, al magno Moctezuma —hombre noble— olvidar en su infortunio?
Marina
¿A ese que repudiasteis? ¿Por qué amáralo?
Tehuas
Erró pero, lo que él hiciera otrora, nadie lo va a olvidar, porque él supuso el buen duènde del pueblo y, su desgracia —que nò fue merecida—, conmovionos. ¡Fue tu rèy! ¿Con desprecio has de mirarlo?
Marina
Como todos vosotros, me es ajeno.
Tehuas
Mas no puède, no puede ser verdad. ¿Vas del làdo a quedarte en el cual reina perjurio, asesinato, mal y fraude? Tu cor pùro no cabe, en su inocencia, que ande con estos hombres: tal no cabe. ¡Sigue a tu pueblo, el cual te está más próximo! Tú puèdes a la patria ser de auxilio.
Marina
Átanme acá deber y corazón. Si nada más tuvieres que decirme, marcha.
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Tehuas
Oswald Spengler
¡Maldita seas, oh traidora! Tampoco tú a venganza vas a huir. Aunque dasme, chamaca, más bien lástima: penar la mejor parte de tu vida es tu sino. No tienes ningún alma en la que confiar, que estimar puedas.
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Marina
El hombre que salvome, valemé.
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Tehuas
¡Oh mísera! Al amor tú no conoces: lo más bèllo de aquesta vida efímera. En esos hombres ásperos no habita. Tan joven, tan hermosa y que jamás, jamás vayas de amor a saber tú…
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Marina
No sòy como tú piensas de infeliz. Yo quièro a Hernán Cortés.
Tehuas Marina
Tehuas Marina Tehuas
¿A Cortés quieres?
Quiérolo igual que os odio, ya que hacerle buscáis guèrra. Mas, mientras viva yo, será, de vuestros golpes, en seguro. Mírasme horrorizado. ¿Qué te ocurre? ¿Le quieres? Yo, por él, mi vida entrego. No es posible. Tu cor endurecido no sàbe qué es amar.
Marina A él pertenécele23 mi vida, la cual él salvome antaño. Tehuas
2430
No càbe que tú esperes, pobre esclava, al gran conquistador tenerlo nunca.
23 Leo, en lugar de «Ihr», «Ihm». [N. del T.]
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Moctezuma. Un drama
Marina
Tehuas
Marina
Vèo lo tal muy claro y mi propósito es sólo dél poder estarme cerca: pender de sus miradas. Cuando él márchese —a España cuando él vuelva victorioso—, su mano la va a dar a otra mujer y a mí me va a olvidar. Debo quedarme, el gozo sepultando: ser del árbol de la vida, yo ajada joven hoja. ¿Mas él merece acaso tal renuncia? ¿Hate jamás querido o en tus labios un beso colocó? Tú eres consciente que él hàte despreciado como al resto. Vive para sí mismo: va a lo suyo. ¡Ay mísera de mí! No concedióseme tener, igual que òtros, yo fortuna: no quísome a mí nadie de verdad. No tùve padres yo, ninguna amiga: voy sòla por la vida y sin amor. Disfrutan otras gentes su existencia y lloro en queda noche yo mi sino, el cual cualquiera dicha arrebatome. Amo yò sin respuesta ni esperanza.
Tehuas
Marina, que tú llores no soporto. Quiérete un corazón: su amor es firme. A españoles, que tiéntante, ya olvídalos. Ven con mi corazón: protegerete.
Marina
Mas ¿qué impùlso te agarra?
Tehuas Sí, Marina. Yà no me callo más: yo a ti te quiero. Joven corazón puro ten por dádiva. ¡Sé mía! Marina Tehuas
¡Atrás! ¡Estamos enfrentados! Salvaje bando deja en el cual tú esclava solo fuiste y sé mi esposa.
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Marina
Oswald Spengler
A aquel que me salvó soy fiel.
Tehuas ¡Escúchame! 2470 No hay yà sin ti el vivir para qué sea. Marina
¡Tamaña heroicidad! ¡Menudo príncipe!
Tehuas
De amor hechizo nunca conocí. Agora sé qué ès: mi reciedumbre derrítese y no puedo ya dejarte.
Marina
¿Tú líder de tu pueblo quieres ser?
Tehuas
Yo yà a mi corazón no lo controlo.
Marina
¿No puèdes, pues, dejarme en absoluto? Tan fuerte si es tu amor y tan enérgico, tu pueblo deja y ríndete a españoles y soy tùya.
Tehuas
¿A mi pueblo traicionar? ¿Yo, Marina?
Marina
Prométeme solemne ir sièmpre tú a Cortés a protegérmelo, y yo creeré que siempre tú querrasme.
Tehuas
Eso traición sería…
Marina
No seríalo. Nomás me advertirías si hay un riesgo.
Tehuas
Tú quières, oh taimada, seducirme…
Marina
¡Vete!
Tehuas Marina
Marina… No me hables de amor.
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Moctezuma. Un drama
Tehuas
Marina, es imposible tu exigencia…
Marina
¡Fuera de aquí, inconstante! Tú mentísteme diciendo no poder vivir sin mí.
Tehuas
¡Oh cruel, el corazón no me tritures!
Marina
No quièro verte más.
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Tehuas Y ¿qué otra cosa? Sìgo fiel a mi pueblo. Marcho, pues. Adiós, Marina. Marina Tehuas
Mírame. No puedes. ¡Demontres! ¿Cómo salgo de la duda? Oh diòses, ¿tirareisme de este apuro? ¿Hago al país traición y soile al rey ahora cual canalla? ¡Tal jamás! Me voy, debo marchar. Adiós, Marina. Retiéneme la patria.
Marina
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Y yo te òdio.
Tehuas
Aymé, ya no lo aguanto. Tú me arrastras del deber para echarme a perdición.
Marina
Tèhuas, ¿quieres acaso abandonarme?
Tehuas
¡Oh, piérdeme esta voz! Ya soy vencido. Perdóneme, la patria, aquesta culpa. Yo al àlma no creé la cual me mueve y agora en traidor tórname. ¡Acabose! Marina, yo te sigo.
Marina Estás mintiéndome. No créote que un príncipe tan bravo se olvide de su patria así sin más.
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Tehuas
Oswald Spengler
¿Desdígome? Traidor no soy aún: nomás hònra me dio la espada mía y el su amìgo llamome a mí Cuitláhuac. ¡Aymé! Desaparece amistad vieja: ya nò, lo que tan caro fueme, ésmelo. Arrástrame hacia ti destino oscuro: célame mi deber. Mas ¿qué otra cosa? Entre estos brazos tuyos, yo me olvide si aztecas me tacharen de traidor. Marina, tú eres mía. ¡Amada fémina!
Marina
Soy tùya, mas que no se entere nadie. Prométemelo, Tehuas, si es que me amas. Desdicha nos traería lo contrario.
Tehuas
Yo, por el amor tuyo, todo harelo. Ya eres mía, mujer: mujer carísima.
Marina
Agora separémonos. La noche va a unìrnos y va a dar, con su misterio, cobijo a nuestro amor.
Tehuas ¡Aymé, Marina! ¿Mi dicha juvenil dejar tan rápido? Escápame, del alma, paz por siempre: conciència robamé, de culpa grávida, cualquier vera alegría. Nunca quieras, Marina, abandonarme: solo a ti y a los tùs ojos viendo, yo me hàllo lìbre ya de esta carga. ¡Oh amor mío! Vamos, puès, si ha de ser. Adiós. Marina Adiós. Y que selle este beso nuestro vínculo. Se abrazan. Cae el telón.
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Moctezuma. Un drama
Cuarto
acto.
Séptima
escena
En el campamento de los españoles en México, como en la tercera escena. Alvarado y Sandoval.
Alvarado
Ninguna nueva aún del comandante… Yà no sé qué pensar: hace semanas que no hay ràstro de él. Ni un mensajero ha vuelto con noticias. ¿Tú qué crees?
Sandoval
Yo dìgo que unos días más y es cosa de ser sacrificados por aztecas.
Alvarado
Ùn sacrilegio tal, yo he de impedirlo.
Sandoval
Pues oponte a su ataque: con los hombres irrumpe en la ciudad. Ya ves qué fácil.
Alvarado
Mas tú sabes que no irán a la lucha. Atacan desde el alba y los soldados día y nòche vigilan en los muros. Están hechos un trapo. La obediencia terminose. Suspiran por morirse.
Sandoval
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Ha mùcho que este fin yo preveía. Y en parte es culpa tuya.
Alvarado ¡Sandoval! Todos culpaisme a mí porque yo mando: que os ayude exigís y todo puédalo. ¡En màl hora asumí la jefatura! Sandoval
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La cuàl no te mereces. Ni Cortés. Sangre queréis los dos: sangre y más nada. Yo a menùdo afeábaos crueldades: mostrele que el amor gana más rápido a un pueblo, y la fiducia, que la fuerza. No escuchásteisme y este es el efecto. Ora que sin salida al fin quedasteis, mi opinión desdeñada ¿ya os conviene?
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Oswald Spengler
Alvarado
¡Justamènte ese auxilio de ti espero!
Sandoval
¿Y quién tiène la culpa de que ahora los aztecas desprecien nuestro honor? También a estos salvajes los indigna cómo embaucó Cortés al soberano.
2570
Alvarado
Mas reprochas lo que era menester. De grado no lo hìzo: era forzoso a fin de así respeto procurarse.
Sandoval
Mas agora se ve que equivocábase. No obstante, proseguís en tal camino: 2575 Marina algo te cuenta de traidores y a los nobles del pueblo tú te atraes y los matas. ¿Te crees que el homicidio que sufrieron sin juicio aquellos hombres calma al puèblo? ¡Redóblale la rabia!24 2580
Alvarado
Fue un error. Me falló la compostura. Era desconcertante el que, de súbito, tan grande y grave riesgo revelárame.
Sandoval
¿Y qué fue de mi aviso? ¿Lo seguiste? Estoy hàrto de incómodo agorero seros a ti y al otro. Se acabó.
Alvarado
Ànda, no te me vayas, que yo solo… Cuanto ocurre, me deja perplejísimo…
Sandoval
¿Mi aviso llevaranse aún los aires?
Alvarado
Tòdo cuanto me digas, voy a hacer. Sacamé, por favor, de este mal paso.
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24 Según Cortés, Pedro de Alvarado quedó a cargo de vigilar Tenochtitlán durante su ausencia en Veracruz para enfrentarse a Pánfilo de Narváez. Alvarado entonces habría aprovechado una fiesta religiosa en el Templo Mayor —la fiesta de Tóxcatl— para apresar y asesinar a los líderes aztecas, sospechando que planeaban un ataque contra los españoles (Cortés, Cartas de relación, 267).
Moctezuma. Un drama
Sandoval
No càbe agora más que resistencia. Mas atento, te digo, al joven príncipe: se lo has fiado, todo, tú a Cuitláhuac. ¿Piensas que el orgulloso hijo del rey no anhèla, si engañásteislo, venganza? Átatelo bien corto: en su carácter un empuje hay tremendo y, su mesura, habilmènte esconder su interior sábenos.
Alvarado
Que él sèa prisionero, yo no quíselo. Cortés nos ordenó, cuando marchose, vigilarlo y a mí ¿por qué iba a odiarme?
Sandoval
¿Tan deprisa te piensas tú que olvídase?
Alvarado
Diome consejos puestos en razón. Mas dime, Sandoval: si aquestos muros no bríndannos ya amparo, no podríamos abrirnos tal vez paso hasta Cortés?
Sandoval
Deja tàl pensamiento. Es imposible.
Alvarado
Si de noche quizá fuga intentáremos…
Sandoval
Guàrdan todos los diques: no hay manera. No hay dùda que, en las calles, muerte halláramos.
Alvarado
Hemos, por tanto, aquí de defendernos: víctima no seré yo de sus dioses. Acá quedo.
Sandoval
Y allí tu amigo viene. Ándate con cuidado. Atàlo corto. Sale. Entra Cuitláhuac.
Cuitláhuac
Alvarado, ¿eres tú? ¡Pardiez! Tu cara dice tòdo. ¿Qué fue de tu alegría?
Alvarado
Acabose.
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Cuitláhuac
Oswald Spengler
¿Sois presa del desánimo? Hombres contigo aún tienes los cuales por sus vidas, valientes lucharán.
Alvarado
Tòdo se va ya a pique: están cansados. Hoy y mañana puede que aguantemos. Más no càbe.
Cuitláhuac
Mas dime: ¿es que tus hombres niéganse a combatir?
Alvarado ¿Qué puedo hacer? Día y nòche luchar deben sin pausa, sin comida, sin sueño. Y agotáronse. Hànse ya derrumbado en sorda rabia y en la muerte el final ven del suplicio. No puèdes tú saber qué inquietud cógeme: estoy desamparado en la tormenta. Nàda sé de Cortés. Cuitláhuac Alvarado
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¿Y qué plan tienes? ¿También nos dejas tú?
Cuitláhuac Me quedo y dígote que más vale que astucia aquí valor. Alvarado
¿Que aún van los aztecas tú dirías su ataque a interrumpir? Solo una noche de sueño y de reposo a los soldados fuerzas restituiríales.
Cuitláhuac No sé. Preso teneisme aún. No obstante sabe que, si tregua de noche tú les pides, ellos cèjan hasta que, de mañana, tú mìsmo les ataques. Así hacemos. Alvarado
¿Y podría pedir tal tregua ahora?
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Moctezuma. Un drama
Cuitláhuac
Clàro.
Alvarado
Pues se la pido. (Vuelve sobre sus pasos.) Mas un hombre mando a Cortés aún. Ojalá encuéntrelo. (Sale.)
Cuitláhuac (al centinela de la puerta) ¡Eh, guàrdia! ¿Sabes tú dónde está el rey? Ve y llámalo, que quiero hablarle un poco. (Sale el guardia.) Màrcha todo rodado. (A los criados aztecas, que hasta ahora estaban en el patio.) ¡Vos! ¡Venid! Tú vète de inmediato con los príncipes. Un hombre envían hoy los españoles en busca de Cortés. Cuando esté oscuro hásele de prender. Toda cautela pongan y no permitan que se escurra. Primer criado
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Harase, gran señor. (Sale por la puerta secreta.)
Cuitláhuac (al segundo criado) A ti te ordeno que vayas a Cacama y que le digas que hoy trègua van a dar estos soldados retomando la lucha de mañana. Pueden, las tropas nuestras, descansar; lo cuàl sé que precisan. También dile que flaquea el coraje de estas gentes y que mucho no han ya de resistírsenos. Apúrate, que va a volver el guardia. (Sale el criado; queda solo.) Sois, españoles, míos. No sabéis que hospedáis con vosotros a enemigo. A la patria privar de mí queríais y el más hondo deseo estáis cumpliéndome. Cual suelen los bejucos por los troncos ahogándolos liarse, así mi plan
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Oswald Spengler
os lleva inexorable hacia la muerte. Fáltanos solo un hombre en esta lucha y agora debo dar un arduo paso. ¡Mi padre! Miedo agárrame diciéndolo: tamaño yo guardele siempre amor. Haber debido verle traicionándonos… No puède, el corazón, a tal dar crédito. Tú fuìste para mí en mi juventud modelo luminoso y yo imitábate: el dios del cielo mío, tú lo fuiste. Arrancásteme entonces, de repente, del sueño candoroso de estos años: la fe en la virtud tuya me quitaste. ¡Oh pàdre, fuiste cruel! Jugando el joven con la imagen aún de su futuro —de vida amarga y dura aun no sabiendo—, viose de golpe al mundo ya expelido proceloso, y sin guía hubo de hallar camino que al paterno fuese trono. Eso me hiciste y fue la coyuntura quien hizo que asumiese yo tu herencia: nò como, fascinado, yo soñé —tu gran labor vital llevando a término—, mas otra vez aquello comenzando que tú diste a enemigos. Debería odiarte igual que quísete, mas yo… ¡No puèdo! ¡Yo te quiero igual que àntes! Siento, por lo que sufres, nomás lástima: caída de tan alto, me conmueve. Fue antàño, el mundo, tuyo; mas agora debes la vida a gracia de enemigos. Acá viène, con carga de inquietudes. Surca el pesar su rostro. ¡Pobre padre! Tu flaqueza debiste así expiarla…
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Entra Moctezuma por la puerta trasera. Hijo y padre quedan, frente a frente, un buen rato en silencio. Moctezuma
Ha tièmpo que no he visto yo a mi vástago: del cor paterno hùye, que dél pende.
Moctezuma. Un drama
Lo tuve en la bonanza, mas resulta que volviéndose el viejo un infeliz sòlo quedó también: dejolo el pueblo y, su hìjo al que amaba, igual maldíjolo. Agora el dicho hìjo al padre llama. ¿Querrá acàso, de verlo, deleitarse? Cuitláhuac
Injùsto eres conmigo, pues que tuve lugar que abandonaste que ocuparlo.
Moctezuma
Ingrato fuiste tú, que a anciano padre colérico hostigaste y que su trono soberbio te arrogaste y que el deber filial te has olvidado.
Cuitláhuac No olvidémelo. Marchándote tú fue como rompimos. Moctezuma
Tú obràste mal conmigo: cosa injusta fue insultàrme sin causa y reprenderme. Hijo mío, el rencor ora enterremos: aquello que no va a cambiar, olvida. Ruégote que olvidemos, oh mi vástago. Yo quièro a ti quererte.
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Cuitláhuac Me desgarras. La patria, ¿cómo olvido qué sufrió? Moctezuma
Cuitláhuac
Moctezuma
Yo en cruèl soledad túvete a menudo rencor, mas ora ya no te lo tengo. Fue el sìno quien puniome: ya perdóname. ¿Podría, aunque quisiera, hacer tal cosa? Mancilló el enemigo a las deidades y al puèblo, e hizosé con el poder. ¿Maneras no tenías de evitarlo? Tú abrísteme los ojos aquel día. Era tarde: mi suerte estaba echada. No me prìves aún de tu cariño:
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Oswald Spengler
te lo ruego. Las cosas que me obligáronme terribles a sufrir los españoles, compensan todo mal que yo os hiciera. Deja de mencionar ya lo espantoso y vuelve a ser mi hìjo igual que fuístelo. Mùcho quizás no viva: el enemigo quién sàbe si mi muerte haya acordado. Sòlo no hagas que muera: quedaté. Fue sòlo como tuve que marcharme: la lengua de la patria jamás oígola en esta sorda cárcel. Sòlo estaba ¿y he sòlo de esperar también el fin? ¡Oh quédate! ¡No en tales manos déjesme! Cuitláhuac
¡Con ellos vives, no con los aztecas! ¿Cómo pudiste hacerme tú algo así? Debo soportar ora que a mi padre —al cuàl tanto yo quise— traidor digan.
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Moctezuma (dolido) ¿Pudiste tal llamarme? ¡Dios del cielo! ¿Por qué hacesmé sufrir este destino? Cuitláhuac
Moctezuma
Padre, no puedo yo verdad callármela aun siéndole espantosa al corazón. Tùya nomás fue culpa si españoles templo de nuestro dios han saqueado e hicieron, en palacios, latrocinio. ¡Tente! Ya es demasiado. ¿Tal aprecio ès el que me debéis? ¡Dejàme solo! ¡Vete como los otros y maldíceme! Cumplid vuestro desquite desalmado y a manos dadme inerme de enemigo. Pronto llegará el día en el cual muerte le ponga a la miseria mía un término y puedan ya españoles mi cadáver a la calle arrojároslo con befa. Ha de calmarse entonces vuestro òdio y, en el reino donde una vez mi nombre tuvo de cada boca bendición,
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Moctezuma. Un drama
podréis negarle al muerto sepultura. Más tàrde, mi inocencia entenderéis. (Quiere irse.) Cuitláhuac
¡Oh nò te vayas, padre, mas retorna! Todo perdonarémostelo: todo. Sigue, el antiguo amor, hacia ti vivo. De su rey tiene un gran anhelo el pueblo y el duelo ya quisiera superarlo. Hàse ya de olvidar si, la corona, a Cortés tú le dieras.
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Moctezuma Mas ¿qué dices? ¿Tamaña cosa crees? ¿Que yo tal haga? Cuitláhuac
Asústasme. ¿No hicístelo?
Moctezuma ¡Hiciéronme calumnia!
¡Dios válgame!
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Cuitláhuac ¡Cielos! ¡No! Cosa tremenda intuyo. Explicaté. Moctezuma
¿Dúdaslo todavía?
Cuitláhuac
¿Mas no tuya fue òrden de que al dios cristiano el templo nuestro se le entregase?
Moctezuma Cuitláhuac
Moctezuma
¡Yo negueme!
Hanse con fraude, pues, entrometido ellos entre nosotros y discordia han para su ventaja aprovechado… Barruntábame yo un engaño horrible. No entiendo que de grado tú siguieras a enemigos, dejando libre el trono. Forzáronme: prendiéronme con trampa. Y todas las crueldades que en mi encierro hube de soportar, son cosa impúdica.
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Oswald Spengler
Cuitláhuac (temblando de cólera) Y van a ser vengadas. ¡Pobre padre! ¿Hasnos de perdonar que te dejáramos? ¿La afrenta que el error nuestro causó? Moctezuma
No hay cùlpa en vos y todo perdonose. ¿Vàn los aztecas otra vez a amarme?
Cuitláhuac
Venganza con denuedo han de tomar.
Moctezuma
Soy, puès, otra vez vuestro. Ven, Cuitláhuac, a mis brazos. ¡Oh vástago querido! (Se abrazan.)
Cuitláhuac
Advertíame a mí voz interior. Tu culpa no podía yo creérmela. Ha tòdo agora ya de componerse: prònto va el invasor a estar copado y tú lìbre y reinando como otrora.
Moctezuma
Mas no huyo de la cárcel, pues hareisme libre de modo noble con triunfo. Resérvome, con todo, la venganza: yo aplasto a ese Cortés con mis aztecas. Nùnca fui yo vencido y hoy también guiarelos, contra el malo, hasta victoria. Ya quièto mucho estúveme y al fin llámame libertad. ¡Tiembla, Cortés! Cae el telón.
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Moctezuma. Un drama
Quinto
acto.
Octava
escena
En el campamento de los españoles en México, como en la tercera escena.
Cuitláhuac (solo) Que Cortés haya vuelto es increíble: nunca jamás pensé que regresara. Aciago es este azar: todos los planes háyanse en amenaza, pues habríamos hoy asaltado el fuerte y ya triunfado. Llegó el caudillo acá con nuevo ejército triunfante cual si hubiésenos vencido.
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Moctezuma (entra) ¿Supístelo? Cuitláhuac Moctezuma
Lo sé. Cortés se adentra ya en la ùrbe y le salen, jubilosos, al encuentro los hombres que esperábanlo. Tres vèces más potente es ya su tropa.
Cuitláhuac
¡Dioses!
Moctezuma
Por españoles me enteré. Aquellos que a Cortés prender debían, resulta que dejaron de acatar, al saber que el país botín daríales, las órdenes de quienes comandaban pasándose en manada con Cortés. No vínole enemigo, mas refuerzos que síguenlo encantados.
Cuitláhuac Moctezuma
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¡Maldición!
¿Y qué destino agora nos espera? Hay guèrra declarada. Paz no cabe en modo alguno ya, pues el caudillo fuèrte otra vez se ve y desquite busca.
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Cuitláhuac
Moctezuma Cuitláhuac
Oswald Spengler
No hallaràlo. Si a lucha yo di inicio, he de acabarla bien: seremos libres. No dígase palabra sobre paz. Raudos debemos ora y desenvueltos atacando, final traer feliz. Lùcha cesó de súbito. La ùrbe quedose silenciosa. ¿Por qué fue? Díjeles a mis últimos sirvientes que fueran con sigilo entre la masa. Hice que retiráranse y las calles despejen y la mì señal atiendan. Còsa es la cual osada, al no haber otro que lleve ya noticias.
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Moctezuma Pero dime: ¿por qué no te vas tú con nuestro pueblo? Cuitláhuac
Vigila el pasadizo el enemigo. Èra entre los aztecas un traidor.
Moctezuma
¡Oh Diòs! ¡Es imposible!
Cuitláhuac Va a dolerle el día que lo agarre, pues que pudo los planes arruinar. Porque a fe mía que cambiáralo todo un emisario… Hase de obrar así: los españoles exhaustos son de andar; si aprovecháremos agora la ocasión, victoria es nuestra. Dèbo, no obstante, acá languidecer… Vásenos, entre tanto, el caro tiempo. Moctezuma
Ansío yo victoria como nunca desdè que me hallo preso. Ayer soñaba —anoche— que tú estabas a mi lado y «Padre», me decías, «ya eres libre. Diole tu pueblo fin a tu penuria». Lo cual me da alegría y te aseguro que hoy viénenos triunfo y libertad.
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Moctezuma. Un drama
Cuitláhuac
Reencuentro bien dichoso con tu gente después de apartamiento a ti te espera.
Moctezuma
¿Quieren vengar aquello que infligióseme?
Cuitláhuac
Su grito es: «¡Moctezuma!».
Moctezuma ¡Madre mía! Hàse, por tanto, todo recompuesto. He de vèrlos. Inquiétame, no obstante, dicha vuèlta, pues tantos infortunios fuéronnos acaecidos, que no olvídanse. Cuitláhuac
Moctezuma
Apenas sepa el pueblo qué pasó, su antiguo amor al punto restitúyese. Mas siéntese algazara de españoles: mìra, llega Cortés con el ejército. (Se oye la marcha y el júbilo de las tropas que llegan.)
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Combate va a haber duro. Son columnas de hombres pertrechadísimos.
Cuitláhuac Yo mírolo tan serio con su séquito y, con todo, no lèo en esos rasgos la victoria. Moctezuma
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No quièro verle más. Me voy de aquí. Sale. Cuitláhuac observa a los españoles, que se van desplegando por el patio del templo.
Cuitláhuac
Soberbio, ve seguro su triunfo: pasa revista altivo y a caballo. Es el último día suyo acá. ¿Piensas que todo estaba decidido? Yerras, porque te acecha aquí la muerte. Nùnca ya muchedumbre va a salvarte: mayòr es la que anhela la venganza. Y hay sìtio para todas vuestras tumbas.
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Oswald Spengler
Tras un poco, entra Cortés con su séquito. Cortés
Vèngo a darte las gracias, caro príncipe. Has dàdo con frecuencia buen consejo a los míos, estando ausente yo.
Cuitláhuac
Tal èra mi deber. Comprometime.
Cortés
Esto, no obstante, dime: ¿a qué se debe? Nàdie cuando accedíamos veíase. Están muertas las calles y quietud reìna extrañante en esta gran ciudad.
Cuitláhuac
Ándanse disponiendo a un nuevo asalto. Victoria era segura, mas viniste y haslos desengañado. Es esperable que, apurados, de nuevo os acometan. Será ahòra la lucha sin cuartel.
Cortés
Eres fièl y me das a saber todo…
León
¡No le crèas!
Cortés
Confesarete, empero, que ahora es imposible resistir. La alegría de haber vencido es rápido pasada cuando he visto este percal. Pìntan feas las cosas. Todos hállanse exhaustos y ni modo que hoy combatan. En ti fío, mi príncipe, y suplícote: irás donde tu pueblo y…
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Aguilar ¡Dios bendito! ¿Has de creer a aquel que tú engañaste? Alvarado
Puédesle confiar todo sin duda. Siempre me fue leal.
Cuitláhuac
¿Me marcho, pues?
2920
Moctezuma. Un drama
Sandoval
Te digo, comandante, que razones.
Cortés
Nàda hay que razonar, porque la muerte…
León
Muerte no estás dando si lo envías.
Cortés
¡Quiero creerlo y no os entrometáis! Ve, amìgo, y paz combíname, por Dios. Di aquèllo que quisieres. Paz combíname. (Sale Cuitláhuac.)
Aguilar
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No vàs a verlo más, que el enemigo peor que tienes es.
Sandoval Cortés
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Tal es verdad. Le creo, aunque sería cosa astuta òra atacar aztecas: cuando sábelo él tòdo. Su mejor opción, tal fuera. Sòlo que es un salvaje y, por lo tanto, que tal hàga no pienso. (Entra Tehuas.)
León
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Pues espérate.
Cortés
Mas hete aquí otro azteca. ¿Quién es ese?
Sandoval
Es Tèhuas, que se hìzo, por amor, traidor hacia su pueblo y vive aquí.
Cortés
¿Y qué apórtanos uno? De este lío a fè que yo no sé cómo tirémonos. Botín buscan nomás mis mercenarios. Por èso es que me siguen y por eso desertaron del jefe al que debíanse: con oro solamente se les gana. Tesoros no hay acá: fatiga y lucha y muerte y noche blanca temblorosa acá espera y yo témome, señores, que abandónenme igual que con el otro
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Oswald Spengler
si palabra que diles no cumpliere. Y deben, los sitiados, de haber ido a inquietármelos ya con lloriqueos. Velòz propagasé siempre el desánimo. No fuème nunca, paz, tan necesaria. Aguilar
Tomemos el botín y nos vayamos, las vidas preservando de tal forma.
León
Si se puede.
Marina
¿Tan cerca está el morir? Vuelvo a tenerte agora y ¿crees que van por siempre a arrebatárteme? Que sepas que yo no sobrevívote. ¡No muéraste!
Cortés
¡Señor, no lo soporto! ¡Eres muy cursi! ¡Déjame, por favor, tranquilo un poco!
Marina
¡Nunca jamás yo piérdate, Cortés! (A los capitanes.) ¿Qué hacéis acá parados vos, cobardes? ¿Qué fuè del valor vuestro y vuestro acero?
Aguilar
A usarlo no ha lugar.
Alvarado Marina
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No hay perspectivas.
Oh clàro, vos habláis con grande pompa y a la hòra del hecho ¿dónde estáis? Tranquilos y que vengan los aztecas a matar a Cortés sin que hagáis nada. Mezquinos valentones: tal sois vos. Fémina, yo, distinta; pues mi patria, mi pueblo helos dejado yo por él. ¡Combátoles! Y a vos está humillándoos mujer ¿y no avergüénzaos? (Saca su daga.) Si al jefe, que cuídase de vos y os hizo ricos,
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Moctezuma. Un drama
si al jefe amaislo igual que yo, luchad su vida preservando con las vuestras. León
¿Miedo tenéis acaso y a españoles los ha de superar flaca mujer? ¡Luchad y no busquéis paz con el pueblo!
Alvarado
Mas deben reposar hoy los soldados.
León
¿Haranlo también ellos?
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Cortés Si no hiciérenlo, debemos nós huir de aquestos muros o bien hacia la patria o a la tumba; sabe el cièlo. Vos dad gracias a Dios si acá no nos llegare el fin a todos.
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Marina
2985
Y, si tòdos muriérense, da igual: nomás, Cortés, tú importas. ¡Pusilánimes! Él tòdo os dio cuando era todavía con fortùna y, agora que no tiénela, ¿no osáis la vida suya noble y magna protegerla? ¡Yo quédome contigo!
Cortés
Españoles, perdidos aun no estamos. Puede que el enemigo guarde tregua.
Marina
Júrote, mi señor, que, si tú caes, yo sígote. Sin ti, vivir no quiero.
Cortés
Marìna, sé que siempre me eres fiel. Vamos, puès, españoles, con la tropa: tòdo para el combate quede a punto.
2990
2995
Salen todos excepto Tehuas, que ha escuchado con vehemente dolor. Detiene a Marina. Tehuas (con desesperación) Matamé el desespero ya, Marina: paz no puèdo encontrar y, mi conciencia, dame, de mi cobarde crimen, culpa.
2300
200
Oswald Spengler
Por sacra libertad lucha mi gente y yo hela abandonado. ¡Traicionela! Todo sacrifiquete cuanto es caro: amigos, honra, dicha, fama y patria. No el príncipe de antaño soy ya rico, mas apátrida y pobre igual que tú. Amada, seme fiel: no me abandones ahora que de sí me expulsa el mundo. ¡Cómo quisiera tal! Insoportables ideas me torturan y desgárranme el alma con sus párpados terribles25. ¿Quières darle a Cortés la vida tuya? ¿Tal ès el galardón de mi amor ciego? No puèdes, pues agora pertenécesme: pasaste a ser, con toda tu alma, mía. Deja a ese comandante: es mi enemigo.
2305
2310
2315
Marina
Gratitud le será mi vida toda.
Tehuas
Yo te dì en sacrificio cuanto tuve.
Marina
Él, de su propia vida, no curó.
Tehuas
Yo dìte más, pues nada ya importome: llevé a ruìna a los míos yo por ti. Sangre corrió de mil hombres los cuales a libertad de patria consagráronse. Cayeron, por mi amor, como sus víctimas: su espíritu me sigue y no me deja y maldíceme siempre de venganza. Destruyose mi vida, el cor royóseme de cuánto me remuerde si estoy solo. Nomás tú ya me quedas: ¿me abandonas?
2320
Mi objetivo alcancé y agora dígote que yò quiero a Cortés y a ti te òdio.
2330
Marina
2325
25 ¿Habría que leer, en vez de «Lidern», i.e. «párpados», «Liedern», i.e. «cánticos»? [N. del T.]
Moctezuma. Un drama
201
Tehuas (retrocediendo) ¡Marina! Marina
Tehuas
Marina
Ya no voy a silenciarlo: en mis redes, oh príncipe, caíste. Queriendo yo salvarlo y en apuros la ciudad preservarle, te seduje. Yo muérome… ¡Àymé, querida patria! Te olvidé y fui capaz de profanarte… ¡Horrible seducción! ¡Artera víbora! ¡Llevásteme derecho tú a mi culpa! ¡En vano derramé sangre de amigos! ¡En vano cosa horrenda aconteció!
2335
2340
Salvole al comandante su poder.
Tehuas (fuera de sí) ¿Te burlas, pues, de mí? No en estas horas negras provoques a un desesperado. La venganza a mi àlma busca. Cuídate que no conmigo engúllate. Marina ¡Fuera de aquí, traidor!
2345
¡Detente!
Tehuas ¡Maldita sea! Debiera atravesarte, fementida, y no puèdo si veo el rostro tuyo. ¡Atrás! Mano asesina no provoques… Marina
No témote.
Tehuas
Marina, yo un traidor volvime; mas agora bien pudiera también ser asesino…
Marina No podrías. Uno que así a la patria abandonola, tampoco cumplirá bravata fútil. Príncipe, eres un flojo y como fémina tal dígote, pues de otro modo hubieses actuado y no estado aquí.
2350
2355
202
Oswald Spengler
Tehuas ¡Ya basta! (Va oyéndose un ruido cada vez mayor.) Quiere la madre Tierra un sacrificio (lánguido) en venganza y yo ofrézcome por víctima. Nègro dios de la muerte estame al flanco y mano lleva a daga. Cumplasé lo que ha tièmpo iniciaron mis acciones. Mas tú no has de morir: yo te perdono. Marina, ante la muerte reconcíliate. Marina
Tehuas (la abate)
2365
¿Oíste? ¡Al victorioso vitorean! ¡Es mi òbra! ¡Soy yo quien lo salvó! Acá debe reinar, como yo quiero. ¡Verelo al fin feliz!
Tehuas (saca la daga temblando de cólera) Marina
2360
¡No lo verás!
Mas ¿qué hàces? ¡Ya muérete, traidora!
2370
Marina (muriéndose) ¡Adiós, Cortés! Mantuve mi palabra… Tehuas
La he matado… ¡Dios mío! ¡Maté al ángel! (Queda en pie, en mudo espanto, ante el cuerpo. El jaleo se va haciendo cada vez más fuerte.) Contìgo mueresé mi vida alegre: cadáver al que otrora amé tantísimo, envíame la dicha ya a la tumba. 2375 Agotose la vida. Mas ¡dejadme! Quiere, sàngre de amigos, ya justicia… ¡Dejadme digo, sombras de difuntos! Ya vòy con vos: tendréis vuestro desquite. Ahora tengo horror ante este sitio. 2380 Ya viene el enemigo. Adiós, Marina. (Se postra, llorando, junto al cuerpo. Se oye a muchos hombres acercarse.) Perdóname, querida mía. Adiós. Da un respingo y sale disparado por la puerta secreta. En ese preciso instante irrumpen Cortés, Sandoval y Aguilar con otros españoles.
Moctezuma. Un drama
Sandoval
¡Traiciónanos!
Aguilar
¡Oh perro mentiroso! ¡Húbetelo advertido!
Sandoval
203
Mas ¿qué es esto? ¿Mataron a Marina?
Cortés
Ya muriose… No púdome salvar. Llevaosla rápido. Cubridla, por favor. No puedo verla. (Se la llevan.)
2385
Sandoval (reprobador) ¿Tàl despedida das a quien te amaba? Aguilar
¡Oh sácanos de aquí!
Cortés ¡Vete al demonio! ¿Salvaros puedo yo? ¿Y el enemigo? A Cuitláhuac rogadle: solo a él. Yo agòra nada puedo. Si me hubiérades a tiempo del traidor este avisado, él yà no viviría. Sandoval
Cortés
Mas murió Marina y ya nos viene encima el fin. Tú màndas. Busca, pues, una salida. ¿Qué impórtame ya nada? Morid todos matándome primero, pues mi afán, mi fama, mi riqueza desmorónase. Soldados, ayudadme, ¡soy el jefe!
Varios españoles No olvídesnos tampoco tú… Cortés ¡Por Cristo! ¡Defendeos y no lloriqueéis! Yo nada quiero más. Todo acabóseme. Sandoval
¡Conmínote a deber de comandante!
2390
2395
2400
204
Oswald Spengler
No olvìdes que a la guarda de sus vidas hállaste tú obligado. Tus banderas siguen, tu fama cuidan. ¿Vas tú agora en ùn tamaño aprieto a abandonarlos?
2405
Entran corriendo Alvarado y otros. Alvarado
No càbe ya, Cortés, más resistencia. Hienden los enemigos y Cuitláhuac va sièmpre a su cabeza y con gran cólera arrójase el primero. Si no guíasnos tú mìsmo, vase presto a pique todo.
2410
Otro (entrando) ¡Son muèrtos los vigías! ¡Todos ellos! ¡Sin guardias son los muros! Cortés Sandoval, 2415 ve y lùcha desde el techo. Lanzareisles las piedras y con ello aplastarémoslos. Van llegando cada vez más. Otro
¡Subieron ya a los muros! ¡Dios nos valga!
Aguilar (temblando de miedo) ¿Hay modo de escapar? Cortés ¡Venid conmigo! No cabe ya quedarse acá. ¡Seguidme! Hemos de retirarnos. A los hombres juntad y disponed para salida. León nos cubrirá la retaguardia. Otro
Hiciéronlo ya preso los aztecas y a sus diòses ya diéronlo por víctima. (Espanto general.)
Aguilar
¡Oh cièlos!
Cortés
Todo estase derrumbando. Sòlo queda un camino. ¡Venid ya!
2420
2425
Moctezuma. Un drama
205
Lleguemos, combatiendo, hasta el gran templo. El cual protegeranos y allá encuéntranse mis hombres más valientes. Otro ¡Mas ya es tarde! Conquistaron ya el templo y ya matáronlos. (Cortés queda parado en horror mudo; todos gritan.) Otro
Aguilar
Gallardos defendíanse y, de súbito, irrumpe con sus hombres aquel Tehuas por la puerta y, en lucha enfurecida, llega al tècho, que allá los españoles debieron recular desesperados. Fueron bastante rato aún en pie. Agarra aquel a dos y «¡Redimime!» gritando, precipítase al abismo. Los aztecas atacan, pues, más recio y van los españoles, poco a poco, sièndo arrojados todos a la muerte.
2430
2435
2440
¡Es terrìble!
Alvarado
Cortés ¿qué cosa hacemos?
Otro (entrando a la carrera) ¡Luchan contra nosotros tlaxcaltecas! Sandoval
Muramos, pues, luchando.
Aguilar (lloriqueando) Otro
¡Morir no!
¡No quièro que al altar me sacrifiquen! ¡Èso ya es demasiado!
Sandoval ¡Callaté! ¿Españoles no sois? ¿Lloriqueáis? Seguidme. Pelearemos por salir. Alvarado (lento y lánguido) Toca morirse agora. (Irrumpe un escándalo tremendo.)
2445
206
Oswald Spengler
Aguilar (chillando y agarrándose a Cortés) Virgen Santa! ¡No déjesme morir! ¡Cortés, auxilio!
2450
Cortés (estremecido) ¡Oh Diòs, no mueramé, porque me iría derecho yo al infierno por mis culpas! Otros (confusamente) ¡Por Crìsto! ¡Ayudanós! ¡Danòs socorro! ¡Moriremos! Cortés (consternado) ¡Oh madre del Altísimo! ¡No muérame en pecado yo mortal! ¡Libérame! Sandoval
¿Tú agora en el fin piensas? ¿Hácesle caso al cor tan solo agora? Ruega clemencia al cielo: implora gracia. Mira la vida tuya de pecado.
2455
2460
Cortés (cae de rodillas, con voz suplicante) Ayúdame, María: salvamé de muerte traicionera, que de averno sòmbras aguardanmé por mis acciones. No puedo ni rezar: dame tu ayuda. (Todos se arrodillan llenos de miedo —excepto Sandoval— mientras fuera arrecia el ruido de la lucha.) Sandoval
No dístele en tu vida a tu conciencia oído tú jamás. Injusto fuiste. Oro y poder nomás apetecías. Trajiste aquí a españoles y tu mal expíanlo: su sangre en ti recaiga. Trataste a Moctezuma en modo vil y artero. ¿Vas a osar al juez de arriba acabando tu vida presentarte? ¡Ay de tì! Pues allá reina justicia. No và a caer tu crimen en olvido. Quédante pocas horas. Pide a Dios tus actos con su gracia que perdone.
Cortés (rompiendo a llorar de miedo) Ayúdame, María: si salváresme, tres cìrios te prometo. ¡Salvamé!
2465
2470
2475
Moctezuma. Un drama
Ya nò voy a pecar, sino que voy ya tòdo el mal que hìce a enderezarlo. ¡No déjesme que muera en mi vileza! Hállanse los soldados, por mi causa, de muerte amenazados: defraudelos. Engañé a los aztecas a menudo. Tengo en las manos sangre. ¡Salvamé! Madre del Señor nuestro, ¡salvamé! Te ofrezco cinco cirios: no permitas que vaya yo al infierno. No me olvido que falté, por codicia, al voto que hícete… Apiádate: por Dios que he de cumplir. ¡Diez cìrios han de arder ante tu altar! ¡Sé buèna! ¡Muestranós la salvación! (Fuerte estrépito, y gritos de triunfo de los aztecas.) ¡Socòrro! ¡Salvamé! ¡Tienes que hacerlo! ¡No puèdo aquí morir! Todos Sandoval
2485
2490
2495
¡No ha lugar!
Sandoval ¿Salvaros no anheláis? Cortés Alvarado
2480
¡Dios santo, ayúdanos!
¡No os deìs ya por vencidos! ¡Sed valientes! Debemos escapar: dejadlo todo26. Salgamos combatiendo: yo os guiaré. ¡Seguidme!
Algunos
207
¡Cortés! ¡Señores!
Marchad. Yo quédome.
Si tú flaqueas, somos ya perdidos.
Sandoval (saca su espada) ¡No hay tièmpo ya! Quien quiera aún salvarse, ya sígame: saldremos combatiendo.
26 Leo, en lugar de «lass», «lasst». [N. del T.]
2500
208
Oswald Spengler
Muchos (confusamente) ¡Yo nò! ¡Tampoco yo! ¡No hay perspectivas! Sandoval
¡Cobardes!
Cortés
¡Que me ayude Moctezuma!
Aguilar
Has àntes liberado ya a su hìjo ¿y habrá también el padre de acabarnos?
Cortés
No puède ya empeorar mucho las cosas.
Sandoval
¿Vàna va a ser, también hoy, mi advertencia? Clama por él su pueblo: no libéresle. Incierto el desenlace sigue aún. ¿Pretendes resolverlo en favor suyo?
Cortés
2510
Yo vòy a liberarlo. Dejará que huyamos y así quédese el botín si guarda nuestras vidas.
Sandoval (cáustico) Buen remate a guerra tan gloriosa. Hè aquí un jefe que hace a su vida ofrenda de su honor. Cortés
2505
2515
¡No quièro ir al infierno! ¡Que lo traigan! Salen algunos. Quedan en silencio mientras se oye el ruido de la lucha y gritos de «¡Viva Moctezuma!».
Un español (tras una pausa) Se acercan los aztecas. Aguilar (tras una pausa) ¡No dèjes que caigamos!
¡Oh Cortés!
Cortés no responde.Vuelven a quedar en silencio. Alvarado
Ya ni modo.
Moctezuma (entra) Mudáronse las tornas. Los aztecas ròndan ya la victoria y sois perdidos.
2520
Moctezuma. Un drama
209
¿Quieres vengarte en mí? Pues aquí estoy. Cortés
No quièro yo tu vida. Y has ganado. Doite la libertad. Ve de regreso con tu puèblo y sé dueño del país. Tan sòlo cuidaté de que respétennos…
Moctezuma
Yo a tì ya la venganza te predije. Déjole andar su curso. Lo mereces.
Cortés
Tu vástago fue quien nos engañó. Mandele con encargo de hacer paz y llama a los aztecas y los lanza en mi còntra. Yo tal vengar podría, pues eres en mis manos. No lo haré mas pídote que, a cambio, tú bien obres.
Moctezuma
Él sòlo respondió a vuestros ultrajes. ¿Qué puèdo hacer?
Cortés Moctezuma
2535
Ve allí y la paz arregla.
Mas ¿por qué causa?
Nàda de mí tú esperes.
Cortés Te lo imploro. Pende ahòra de instantes nuestra vida. A ti sòlo darate oído el pueblo. Déjanos escapar… Moctezuma
2530
Jamás tal cosa haré.
Cortés Moctezuma
2525
Ruegas en vano. No harèlo. Y asesíname si quieres. Ves que ando desarmado. Vamos, mátame. No espères que, por bien del invasor, contenga yo a mi gente cuando busca la espada con justicia.
2540
2545
210
Oswald Spengler
Cortés ¡Por la Virgen! ¡Óyeme y ten piedad de estos mis hombres! Vanos, la multitud, a masacrar. Moctezuma
Conozco mi deber.
Cortés
Senos amigo…
Moctezuma
¡No quieras la amistad invocar tú! Tus hechos amistosos, no recuérdesme.
Cortés
Devuélvote las tierras conquistadas. Devuélvote el botín. ¡Mas salvanós!
Alvarado
¡Oh Crìsto! ¡Los tesoros!
Moctezuma
2550
¿Me coaccionas?
Cortés
Hazlo por tu interés, que, si cayéremos, caerás primero tú.
Moctezuma
Ya lo sabía y no tèmo a la muerte. Llegue, pues.
Alvarado
¡No impórtale mandarnos a morir!
2555
Cortés (enfático) Prométote solemne y sacramente… Moctezuma
¡Sacra y solemnemente estás mintiendo! Viéndote a salvo, olvidas qué juraste.
Cortés
Juro que yo jamás a aquesta tierra con guerras volveré: libres quedáis. Y si nò conmoviéreste, no olvides que sangran los aztecas por tu culpa: mil muèrtos yacen ya, mas nuestra espada a cientos te aseguro que aun liquida. ¿A tu ansia de desquite sacrifícaslos? ¿No tiènes compasión ni de tus súbditos?
2560
2565
Moctezuma. Un drama
Moctezuma
Tú bùscas que te salve la clemencia. La sangre derramada no te importa. Es la hora de tu muerte.
Cortés Moctezuma
Aguilar
211
2570
¡Moctezuma!
Fuè por vuestras calumnias que mi pueblo odiome, mas agora conciliáronse. ¿Fue acàso a su lealtad, lo que yo hìce, una afrenta? ¿Sin brío he de mostrarme viendo a aztècas caer por mí de grado? ¿Culpa que me achacaron, haré cierta? ¡Nunca jamás! Si el pueblo aún escúchate, demúestralo y detén la cruel batalla.
Moctezuma (para sí) ¿Cómo he de rechazar un tal aviso? Solo muèrte ya y ruina ven mis ojos y ninguna salida más se ofrece… (Ahora a los otros.) Soy enemigo acérrimo. ¿Dejaisme mis tropas que comande contra vos? ¿Acaso no tembláis por mi desquite? Hállome aún aquí. Matadme agora. Alvarado
Morir no es menester, mas respetarnos.
Aguilar
Sufre la gente tuya. Solo apiádate…
Cortés
De paz y de perdón no quieres nada. Quédate, pues, aquí: mira la lucha. Españoles, seguidme: pelearemos. Cara la vida nuestra va a costar. Matad tòdo: matad a hombre y a fémina. Pegàd fuego a las casas. ¡Todo arruínese! Culpable es Moctezuma solamente. No quìso él otra cosa.
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2580
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212
Oswald Spengler
Moctezuma ¡Santo Dios! ¿Morìr dejo a mi pueblo? ¿Le arrebato victoria traicioneramente así? ¡Sacárame la muerte de esta duda! Cortés
Quédate, rey, que, a mí, tú no me engañas. No quédaste porque ames a los tuyos: tiénete acá metido el puro pánico.
Moctezuma
¿Tal bròma va a gastarme a mí el destino? Tendría yo la culpa en tal masacre y, si quiero de nuevo paz buscar, piérdome ante los míos —que echaríanme de sí como a un maldito y con escarnio— y su muerte, aun así, no evitaría. ¡A tal haber llegado es espantoso! Salvarte, pueblo mío —si pudiese—, valdría dar la vida. Pero ¿puedo?
Sandoval (le toma la mano) Yo sé, gran soberano, lo que sufres. Amigo tuyo soy, así que avísote que no elijas la paz mas que muramos. Paguemos por innúmeros horrores. Moctezuma
2605
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¿Darete, amigo, muerte?
Sandoval Moctezuma
2600
Tal no cuenta.
¿Dejaré a mis aztecas que los maten? Para siempre tendré que huir si hòy hablare yo de paz ante su furia. Mas harèlo con gusto por su bien. Los amo. Diles siempre protección ¿y ahòra dejaré de hacer igual? (Queda parado indeciso.)
2620
Sandoval (enfático) ¡Luchen por libertad! ¡Quedàte aquí! ¡Tendrá victoria el pueblo y, tú, corona! 2625 (Se oye un fuerte clamor de guerra, y gritos de «¡Viva Moctezuma!».)
Moctezuma. Un drama
Cortés
Piensas hablar por boca del bellaco? Deja, con su poder, que se consuele. Llámanos ya la muerte: recibámosla. Hagámosle el honor de esta su ùrbe incendiarla. Será un buen monumento al fin nuestro: la antorcha funeraria. Muramos, pues, así como vivimos y, gritos de dolor, la misa sean. Reina, monarca, en pueblo de cadáveres. Sacàd fuera la espada y ¡destrozádmelos! Les vais a…
Moctezuma (desesperado)
¡Ya está bien! Les voy a hablar.
Hace retroceder a los circunstantes y corre afuera. Cae el telón.
213
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214
Oswald Spengler
Quinto
acto.
Novena
escena
Una plaza ante el templo que sirve de cuartel a los españoles. Al fondo sobresale una plataforma; una puerta da acceso a la misma. Asalto encarnizado de los aztecas contra el templo, que los españoles defienden. En primer término, Cacama y otros caciques.
Un cacique
Es nuèstra ya victoria, que no pueden ha tièmpo ya aguantar. Desesperada cuadrilla son que apenas si resiste.
Cacama
Sienten agora cólera de dioses, los cuàles vengansé del sacrilegio que su templo atreviose a profanar.
Otro
Y siguen avanzando y hoy seremos del país nuevamente soberanos.
Otro
Yo aún no me lo creo. A fe que ha mucho que tiénenle alejado de nosotros.
2640
2645
Cuitláhuac (se les une) También aquí vencemos… ¡Regocíjome! Felices ya va a vernos este sol y al padre mío libre. Cacama ¡Gran jornada! Pude por mor de patria nuevamente emplear vieja espada igual que otrora. Llevome el padre a mí de Moctezuma a batalla y salvele yo la vida. Todavía recuerdo aquella época… Cuitláhuac
Debémoste, valiente anciano, tanto… Ères, para los jóvenes, modelo. ¿Siguen con buen coraje los aztecas?
Cacama
No puedes figurarte: hasta el final empújalos la cólera y, al hombre que hablara de calmarse, mataríanlo. ¡Miràd cómo acometen!
2650
2655
2660
Moctezuma. Un drama
215
Cuitláhuac ¡Vive Dios! A fe que no permiten que deténganlos… (A los aztecas, que poco a poco van llenando la escena entera y ya se ponen armaduras.) ¡Avante aztecas! ¡Tienen preso al rey! ¡Vengad a nuestros dioses! ¡Muera España! Aztecas (a la vez) ¡Muera y que viva siempre Moctezuma!
2665
Cuitláhuac (a los caciques) Pudiera estar agora en nuestras filas… Duéleme grandemente que esté preso. Cacama
Sàbe lo cual el pueblo y bien le quiere.
Otro
¡Dios mío! ¡Cómo van!
Otro Los españoles no aguàntan ya más tiempo. Cuitláhuac Pues hoy mismo habrá al anochecer fiesta triunfal y van, los prisioneros, los altares con sangre a humedecer. Aztecas (avanzando en rabiosa lucha)
2670
¡Avante, aztecas!
La puerta se tambalea. Gritos de victoria. Los españoles huyen de los muros. Un cacique
¡Válgame Dios, qué lucha! ¡Cómo atacan! Los caciques avanzan también. La puerta cede. Lucha desesperada. Los aztecas penetran.
Aztecas
¡Victoria! ¡Muerte a todos!
Cacama
Mas ¿qué ocurre?
2675
216
Oswald Spengler
En la plataforma aparece Moctezuma en atuendo regio, conducido por dos criados.Tras él, Cortés y los españoles27. Aztecas (fascinados) ¡Mirad! ¡Es Moctezuma! ¡Somos libres! Moctezuma hace un gesto. Todos bajan las armas y guardan un silencio reverencial. Moctezuma (tras una pausa) Ya os vuèlvo al fin a ver, aztecas míos, que un amàrgo destino separábanos. Distancia me fue dura y fuelo a vos: sufristeis, de fuereños, vos el yugo; yo aislàdo tuve y lejos de vosotros que, impotènte, mirar vuestra desdicha. Èra, con mis deseos y esperanzas, yo sièmpre a vuestro lado. En otros tiempos mejores os guiaba hacia la lucha y a menùdo a victoria. Debí hogaño dejaros defender solos la patria. Aztecas, vos antaño me quisisteis y doliòme separación muchísimo. Agora que soy libre, a vos reintégrome y mi dìcha será la dicha vuestra.
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Todos (a la vez) ¡Que viva Moctezuma! ¡Viva el rey! Moctezuma
Sois vòs a quienes debo libertad. En modo alguno habéis llevado ociosos cadenas extranjeras, ni apocados:
2695
27 El discurso de Moctezuma a los aztecas y el hecho de que estos hiriesen a Moctezuma, así como la muerte de este poco después, están narrados en Bernal Díaz y en Cortés. La escena aparece, adornada, también en Solís, quien presenta a Moctezuma como un soberano que actúa en perfecta consonancia con Cortés, pero al que el «pueblo» simple no alcanza a comprender (Historia, 282-286). Las circunstancias de su muerte son controvertidas: en la crónica de Sahagún se refiere cómo los cadáveres de Moctezuma y otro son arrojados desde el templo, y se sugiere que fueron los españoles quienes lo asesinaron; Cortés y Bernal Díaz afirman, en cambio, que Moctezuma murió porque, tras ser herido, no quiso dejar que su propia gente lo curase (Cortés, Cartas de relación, 272-273).
Moctezuma. Un drama
cuantò esperar podía, habéis cumplido. De ancestros uso altivo vos siguiendo los cuàles dieronnós fuerza y bravura —la herencia de los cuales fue el valor—, alzasteis sin caudillo vuestras armas por propia iniciativa y, santuarios, nomás con sacro orgullo defendisteis con vuestros propios medios, y es loable. Tèngo satisfacción por vos tremenda: hónrame haber podido acá reinar. (Regocijo de los aztecas.) En mi apùro, vos no me abandonasteis. Conozco al pueblo mío: bravo y fiel igual que sus montañas es su pecho. Y sabéis que, cobarde, yo no fui: que no rendime nunca yo a españoles. Lìbre sabéis que, yo si hubiera vístome, hallárame luchando entre vosotros: alejados nos tuvo suerte adversa. Paz reconciliaranos. Lo acaecido al olvido no irá, ni lo que hicisteis. (Tras una pausa.) Mas ora que Fortuna a vos sonríe y Victoria, acordaos de mi suerte. Hoy tócale a este hòmbre, a aquel mañana, y ¡ay de quien no sintiere compasión! Tocome un día a mí: hòy a estos pobres. Fuèron acá potentes y gloriábanse y aquello ya perdieron que tenían. Murieron los mejores. Los que quedan temieron por sus vidas. Son caprichos tàles los del destino, al cual temed: pudiera, cualquier día, a vos tocar. Se trata de enemigos, mas pensadlo.
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Aztecas (a la vez, enojados) ¡Mueran los invasores! ¡Mueran todos! Moctezuma
Aztecas, es segura ya victoria que nadie os quitará. Los españoles sòn hondamente hundidos y su fama
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Oswald Spengler
antigua ya perdieron. Me dan lástima. (Descontento en la multitud.) Sed nòbles como fueron los ancestros: la fuerza que este instante a vos coloca en las manos, no uséis sangrientamente. Al triunfo, la gracia, no mancíllalo. (Enojo creciente.)
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Aztecas (a la vez) ¿Por qué retroceder? ¡Muerte a enemigos! Moctezuma
Orgullo vos tenéis, del pueblo ornato. Y no toleraréis que nadie a vos, del gozo de victoria si exultáis, a indulgencia os conmine y a mesura. Ahoga, a compasión, en vos triunfo.
2740
Aztecas (cada vez más enojados, confusamente) ¿Qué dice el rey? ¡Tal cosa es cobardía! ¡Hémoslos de vencer! ¡Muerte a españoles! Moctezuma (continuamente interrumpido por el creciente enojo) Yo el llànto de enemigos también siento. Mi pecho conoció pronto infortunio y hago, al dolor ajeno, también mío. También èllos merecen compasión, oh aztècas, y también por ellos pésame. ¿Y cuántos moriréis antes que a todos hasta el último hayaisles dado muerte? ¿Cósa queréis logar? ¡Guardad la sangre! ¡Guardad las vuestras vidas! ¡Son preciosas!
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Aztecas (indignados) ¡No impórtannos! ¡Luchemos! ¡Libertad! Moctezuma (alza la mano, se hace un silencio, continúa con un aplomo forzado) No vaìs a recular. Son mis palabras de balde con vosotros. ¡Dadme oído! Sois lìbres y enemigo no hay que atrévase acá ya con su ejército a venir. Os habla el soberano. ¡Obedeced! Vencisteis, libres sois: estad contentos.
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Moctezuma. Un drama
219
Cállense ya las armas y que marchen enemìgos y al fin en paz vivamos. (Fuertes gritos de cólera.) Todos (a la vez) ¿Òsa decir lo tal? ¡Traidor volviose! ¡Ése no es nuestro rey! ¡Matemosló! (Le arrojan cascos y armas; Moctezuma se desploma.) Cuitláhuac (gritando) ¡Mi padre! ¡No lo hagáis! ¡No tiene culpa! (Sale corriendo; espanto general.) Diversas voces
2765
¡Oh diòses! ¡Lo matamos! Mas ¿qué hicimos? Todos se dispersan horrorizados. Los españoles se llevan a Moctezuma. Cae el telón28.
28 Nota al margen: «Cuitláhuac —solo, horrorizado— murmura: “Muerto, muerto…”».
220
Oswald Spengler
Quinto Acto. Décima
escena
Oscura estancia abovedada —iluminada por antorchas— en el campamento de los españoles. Moctezuma inconsciente sobre un lecho y, a su lado, algunos criados aztecas. Al fondo, varios españoles. De tanto en tanto se oye el ruido de la lucha.
Primer criado
Descansa muy tranquilo. Dulcemente desátase en la nada su alma noble.
Segundo criado Muérese el señor mío, que tan bueno fue sièmpre con nosotros. Poder tuvo mas muere así de mísero. Yo diera la propia vida mía por salvarle. José
Vale mejor así. Si recobrárese y hallárenlo, igualmente moriría.
Primer criado
Lo cuàl no mereció.
José Yo lo lamento aun sièndo su enemigo.
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Segundo criado Llegarán. Dios quièra que no alcancen a atraparlo… Sandoval (entra presuroso) ¿Qué pàsa? ¿Recobrose? ¡Dios bendito! Se muere… Segundo criado Sandoval
Ya vivir no deseaba. Te creo. De su gente un tal ultraje, a tan mísera vida ha de dar término.
Segundo criado Trajímoslo hasta acá ya con las vendas. No era mortal la herida. Se durmió mas, luego, finalmente volvió en sí. Mironos fijamente y se diría que hubiese ya olvidado todo el mal.
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Moctezuma. Un drama
De súbito, no obstante, recordolo en todo su terror: tiró con cólera las vendas de la herida y lanzó gritos de no querer vivir tras la jornada en la cuàl lapidáralo su pueblo. Agotado, de nuevo desmayose y no pàsa, con ello, más trabajos. Ya se muère. Sandoval (le toma las manos)
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¡Òh pobre señor mío!
José
¿Arriba cómo van? ¿Hay perspectivas?
Sandoval
Tus hados son terribles cual ningunos. Es mísera la vida bajo el sol a extremos indecibles y que asustan, mas lò que tú sufriste es tanta cosa que lágrimas de sangre cuadraríanle. Lo noble en este mundo obtiene el rédito de escarnio y mezquindad. Así se paga. ¿En ente conductor ha de creerse si todo echan por tierra los azares? El mundo, ¿no avergüenza a quien creáralo? Se me hace hasta tu muerte cosa buena, yà que te liberó de un tal vivir. Mas duéleme, pues fuiste el gran amigo que yo tùve: tú fuísteme un hermano. Marchas y quedo agora otra vez solo: nadie comprenderá jamás mi pérdida. Mas muerte no sepáranos: mis días estarán al recuerdo tuyo atentos si es que hoy no te siguiera, igual muriéndome.
José
¿No quèda perspectiva de escapar?
Sandoval
Afectó al enemigo aqueste asunto. Andan acoquinados desde entonces.
Moctezuma (se despierta y mira a su alrededor) Mas ¿quiénes sois vosotros? ¿Es que habéis acaso de matarme? ¡No hace falta!
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Oswald Spengler
Sandoval
Amigo tuyo soy.
Moctezuma
Perdilos todos… ¡Oh cièlos, Sandoval! Tú me quisiste después que el pueblo mío me dejó. Aguarda acá mi muerte. No permitas que irrumpan los aztecas.
Sandoval
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Tú no mueres.
Moctezuma
Cierto que estoy muriéndome. Y se acercan y vienen a por mí. Llegó la hòra.
Sandoval
No viènen.
Moctezuma
Tú, mi amigo, no me engañes. Dime lo que es verdad. ¿Llegarán presto?
Sandoval (serio) Nàda te ocultaré. Y habremos ambos prònto de, para siempre, despedirnos. Moctezuma
¿Déjasme también tú? ¿Veré también mi amigo, sin morirme yo, que parta? Hállome solo y fui tan rico un día…
Sandoval
Vuèlan así los sueños. La existencia del hombre piensa que es bastante oscura.
Moctezuma
Esperanzas… Creíme yo la historia de que dìcha vendríanos del Este y llegome el destino desde allá. Catástrofe en los barcos vuestros vínome.
Sandoval
Lo cuàl en la otra vida pagaremos. Y eso nos da consuelo en el dolor.
Moctezuma
¿La fè te da realmente tal auxilio?29
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29 Nota al margen: «Mahoma. Él sabía mejor qué es una catástrofe. Yo siempre le he rezado e él. Él tenía razón».
Moctezuma. Un drama
Sandoval
A creèr me enseñaron desde joven.
Moctezuma
No es la muèrte, así pues, para vosotros èsa disolución que el vivir pide: es inìcio de más penalidades. Mas disuélvese todo con la muerte, lo cual hàce que tanto la queramos30. Tras este padecer, por siempre en calma en la nada perderse y en la paz: así la muerte al alma la libera.
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Cortés ha entrado con su armadura puesta y la espada en la mano. Habla con los españoles y se dirige luego a Moctezuma. Cortés (con voz apagada) Hemos de retirarnos, Moctezuma. Despídome de ti y, el mal que hiciérate, laméntolo. Perdona mi injusticia y quede yo tranquilo, ahora que voime. También yo un desdichado voy a ser. Dígote, pues, adiós. (Moctezuma lo mira fijamente.) ¿No me perdonas? Tèngo ya mi castigo: no te venges de aquello que los cielos ya cobráronme… Moctezuma (lenta y terriblemente) Que solo y moribundo quede dejas prèsa de mis verdugos: es tu estilo. Tú obràste, Hernán Cortés, siempre en tal modo. (Incorporándose, con voz potente.) Mas no piènses que habrase de olvidar. Màrchas de aquí maldito y va la diosa del desquìte a cumplirle a uno que muérese en tì su último ruego. Seguirate la imagen de aquel hombre que a codicia tuya sacrificaste y tu sosiego turbarate y traerate las crueldades
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30 Nota al margen: «Sandoval, ayúdame, quiero ir con mi pueblo». Siguen dos líneas ilegibles.
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Oswald Spengler
que hiciste y tu perjurio a la memoria y, a la muèrte, sin paz hará que llegues31.
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Cortés (asustado) Por Diòs, no me maldigas… Mi conciencia… Un soldado (entra presuroso) ¡Aprisa, que regresa el enemigo! ¡Vàmos o impedirán la retirada! Cortés
Moctezuma…
Moctezuma (duro)
¡Ya déjame!32 (Vuelve a tumbarse.)
Soldado
¡Señor! 2875 Estamos en tus manos. (Cortés no responde; el soldado insiste.) Danos órdenes.
Cortés (se recompone) Disponme bien las tropas, Alvarado. Carguemos por la puerta y encontremos camino hasta los diques. Yo conduzco el centro. Sandoval, tú nos proteges la espalda. Te encomiendo cosa fea.
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Salen todos los españoles excepto Sandoval. Sandoval (siguiéndolos con la mirada) Os sigo. Moctezuma
Ya se van… ¡Hombres infames! ¡Cièlos! ¡Están ya aquí! ¡Dejadme! ¡Atrás!
Sandoval
Mas ¿qué dìces? No hay nadie.
31 Nota al margen: «C. Digámonos adiós, oh Moctezuma. / Yo muero, muero acá. / Juego de títeres. / Acábase». 32 Nota al margen: «Recé, así, también en la Meca un día. / El destino. / S. Mira a todos. / M. Sálvate, Sandoval. / S. … ¿Y para qué se vive? / ¿Qué es la vida? Yo solo he … / Nada, nada en absoluto».
Moctezuma. Un drama
Moctezuma ¡No abandónesme! No déjesme acá solo… ¡Ya aproxímanse! Sandoval
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No hay nàdie, Moctezuma: vuelve en ti. No puèdo ya quedarme.
Moctezuma
¿Te me marchas?
Un soldado (entra) ¡Por Cristo, Sandoval! Todos te esperan. Ábrense paso ya los compañeros. Cortarán la columna si demoras. Sandoval
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¿Quién viène? ¡Calmaté!
Moctezuma (se incorpora y mira, confundido, a su alrededor) ¿Por qué vinisteis? Àrmas no es menester, que ya me muero. Vástago, ¿tú me matas? ¿Cuál agravio yo fícete? ¡Marchad! ¡No os acerquéis! ¿Quién eres tú, asqueroso? ¡Dios! ¡Cortés! ¿Viniste tú a matarme? Y otros llegan… Y aun òtros… ¿Qué queréis? Aztecas, ¡no! Callados no quedéis: decidme àlgo… Oprímeme el silencio… ¡Mas dejadme! ¡Ya viènen! ¡Ya llegaron, Sandoval! (Lo último lo ha dicho gritando.) Sandoval
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Debemos despedirnos. Hasta siempre… Se abrazan largamente. Sale Sandoval, quedan nomás los dos criados. Se oye un fuerte estruendo de lucha.
Moctezuma (vuelve a incorporarse) Lléganos el final: ya no resisto. Vosotros, mis leales, que en desgracia seguísteisme, escuchad el mì deseo: paterna bendición dadle a mi vástago. Le quiero hasta la muerte y no olvideisle decir que ojalá y tenga un gran reinado. Deséole que ingente sea su dicha y que un fìn como el mío nunca téngalo.
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Oswald Spengler
Hareisle también una petición: de ancestros que me entierre en vieja tumba acá en la capital junto a mi gente, a la cuàl tanto amé y por la cual muero. Mas no supieron verlo y me maldicen… Amargo hace el dolor al postrer día. Culpable yo no soy. Mas prometédmelo: las manos dadme, muérome, ¿lo haréis?
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Criados (llorando) Haremos, soberano, cuanto ordenas. Moctezuma
Hacedlo, pues. No duelen ya las llagas… Han yà de ser felices tras sufrir… Mas yò no lo veré… Se liberaron… Felices, sí, felices… Mas me òdian… Decidles que lo hìce sin querer… No quìse yo ultrajar… Serán felices…
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Muere. Los criados se inclinan, llorando, sobre él. La puerta se abre de golpe y entra Cuitláhuac con los aztecas. Cuitláhuac
¡Pàdre, ya hay libertad! ¡Y perdonáronte! ¡De nuevo ya te quieren!
Todos
¡Viva el rey!
Primer criado (se incorpora y se yergue) Ès demasiado tarde. Cae el telón.
Fin
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VI. Agradecimientos
La edición de este libro se debe a varias personas e instituciones. Katia Chornik encontró en 2008, en el legado de Oswald Spengler, el manuscrito Montezuma. Ein Trauerspiel y llamó mi atención sobre él. Mi padre, Willy Birkenmaier, se tomó el fatigoso y minucioso trabajo de transcribir al ordenador la caligrafía Sütterlin en que estaba escrito el manuscrito. Sin él me habría sido imposible descifrar ese texto. Ottmar Ette, catedrático en la Universität Potsdam, se interesó en seguida por el proyecto de una edición y estuvo dispuesto a apoyarlo y publicarlo como parte de su serie «Mimesis» con la editorial De Gruyter. La Alexander von Humboldt-Stiftung hizo posible, mediante una beca, mi semestre de investigación como visitante en la cátedra de Ottmar Ette durante 2010. Agradezco a la editorial De Gruyter, y en particular a la doctora Ulrike Krauss, el haber publicado ese manuscrito en el alemán original y luego, haber dado el generoso permiso para traducirlo al español. Con Rebecca Aschenberg, de la editorial Iberoamericana Vervuert, estoy muy en deuda por su continua paciencia y atención para llevar a cabo la publicación de la traducción española en la citada editorial. Mis pensamientos siempre van hacia Klaus Vervuert, gran editor e hispanista, quien me invitó a volver a su editorial con este proyecto, pero no pudo verlo acabado. Finalmente, a Manuel Cuesta, el traductor, mis agradecimientos por tan atenta y tan poética traducción. En mi trabajo de archivo he recibido apoyo del personal de la Bayerische Staatsbibliothek, así como del Ibero-Amerikanisches Institut de Berlín y del centro de estudios de la fundación Francke, en Halle. Entre los estudiosos de Spengler agradezco la correspondencia con Detlef Felken. En marzo de 2011 tuve la fortuna, gracias a la mediación de Tristan Coignard, de poder participar en el congreso sobre Oswald Spengler que Gilbert Merlio organizó en París en la Maison Heinrich Heine. Agradezco a Gilbert Merlio, Domenico Conte, Markus Ophälders y Barbara Besslich las valiosas indicaciones que durante el congreso me hicieron. Más recientemente, he podido aprovechar un sabático de la Universidad de Indiana para la preparación de esta edición en español. Al Instituto de Estudios Latinoamericanos (ILAS) en la Universidad de Londres gracias por haberme recibido como profesora visitante en la primavera de 2020.
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Anke Birkenmaier
Last but not least, mi familia, mis padres Christa y Willy, mi esposo Román y el pequeño Leo me han acompañado en todas las peripecias de este trabajo, y les agradezco su fe en mí siempre, el amor y el sentido de humor.