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Spanish Pages [410] Year 2016
Mi casa de los dioses
© J. M. Briceño Guerrero. 1ª edición, Vicerrectorado Académico ULA, 2002. 1ª edición, Fundación Editorial El perro y la rana, 2016. © Asociación Civil Maestro J. M. Briceño Guerrero. © José Gregorio Vásquez y Miguel Ángel Rodríguez (Compiladores). © Fotograf ía de portada: Gerard Uzcátegui. Centro Simón Bolívar Torre Norte, El Silencio Piso 21, Caracas-Venezuela. Telfs: 0212- 7688300 / 0212-7688399 Correos electrónicos [email protected] [email protected] Páginas web www.elperroylarana.gob.ve www.mincultura.gob.ve Redes sociales Facebook: Editorial perro rana Twitter: @perroyranalibro Diseño de la colección: Jorlenys Bernal / Carlos Zerpa Edición al cuidado de: José Zambrano Corrección: Daniela Moreno Diagramación: Hernán Rivera Hecho el Depósito de Ley lf: dc2017000252 isbn: 978-980-14-3677-5
Mi casa de los dioses
J. M. Briceño Guerrero
Aforemas
c o l e c c i ó n Heterodoxia
El pensamiento rebelde fue considerado herejía por la ortodoxia. Heterodoxia (hetero=varios, doxa=opinión) es una categoría para el pensamiento creativo y transformador, en pos de lo original y en rebeldía contra el pensamiento único. Invocando la pluralidad del pensamiento y la sana disertación de las ideas, nace esta colección a la cual concurren ensayos y textos de reflexión en las ciencias de lo humano, de lo animado y de lo inanimado, abarcando temas que van desde la reflexión filosófica, pasando por la matemática y la f ísica, hasta la crítica literaria, cultural y demás expresiones del pensamiento. Heterodoxia recoge todos aquellos textos de carácter ensayístico y reflexivo. La colección está conformada por cuatro series que tejen la historia de los distintos discursos del pensamiento: de lo canónico a lo emergente, de lo universal a lo particular, de la formalidad a la heterodoxia:
Clásicos incluye obras claves de la tradición del pensamiento humano, abarcando la filosof ía occidental, oriental y nuestramericana. Crítica emergente incorpora textos y ejercicios reflexivos que se gestan en nuestra contemporaneidad. Abarca todos aquellos ensayos teóricos del pensamiento actual.
Aforemas
se mueve entre el aforismo filosófico y lo poético, el objeto literario y el objeto reflexivo para articularlos desde un espacio alterno. La crítica literaria, el ensayo poético y los discursos híbridos encuentran un lugar para su expresión. Teoremas abre un portal para la reflexión sobre el universo, el mundo, lo material, lo inanimado. El discurso matemático, f ísico, biológico, químico y demás visiones de las ciencias materiales concurrirán en esta serie para mostrar sus tendencias.
Nota a la edición La Fundación Editorial El perro y la rana presenta esta compilación de trabajos del maestro José Manuel Briceño Guerrero (Jonuel Brigue) preparada por Miguel Ángel Rodríguez Lorenzo y José Gregorio Vásquez. Esta casa editorial ha agregado un cuerpo de notas que no estaban en los trabajos originales, porque no estaban pensados como investigaciones académicas sino que como constatará el lector, muchos son lecturas, conferencias o artículos de prensa. Las notas que se incluyen tienen dos funciones didácticas; en primer lugar, indicar el origen de los diferentes escritos del autor, fueron preparadas por los compiladores; y en segundo lugar, orientar a los jóvenes lectores para una mejor comprensión de ciertos detalles filológicos; no pretenden ser tampoco exhaustivos análisis que harían más difícil la lectura. Por tratarse de trabajos de diferentes épocas, el autor fue cambiando de estilos y explorando géneros de escritura. Hemos intentado conservar ciertas sutilezas en el uso de mayúsculas y cursivas, pero también hemos tratado de unificar otros criterios tipográficos que de ninguna manera intervienen en el contenido.
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Presentación Para entrar en Mi casa de los dioses
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…Hay cosas que no hacen ruido y me parecen más importantes: el nacimiento de un poema, la caída de la lluvia, el murmullo del río, el hecho de que dos personas se encuentran y sientan una afinidad y puedan ser amigos. J. M. Briceño Guerrero
La especial significación de esta obra del profesor José Manuel Briceño Guerrero, tal y como él mismo indicó, en la nota de dos párrafos que escribió para su primera edición en 2002, radica, por una parte, en que al componer la reunión en un solo libro de sus “trabajos dispersos” se ayudaría a “investigadores y aficionados” en su búsqueda y a comprender su pensamiento y obra literaria. Por otra parte, su valor también se halla en el hecho de que constituye una clara muestra de su definitivo objetivo como intelectual y profesor de muchas generaciones de jóvenes estudiantes, señalado claramente en otra parte de la conversación que encabeza como epígrafe estas líneas previas a la nueva edición de Mi casa de los 1
En conversación con Miguel Montoya Salas, “El desvío de la mirada”, en Azul, N.os 23 y 24, Mérida, mayo-junio 1983, p. 6. (Nota de los compiladores.)
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José Manuel Briceño Guerrero
dioses: “… yo hago recordar que también somos hombres, y también es realidad la tierra y las estrellas, también es realidad el dolor, el hecho de ser (...) Lo que propicio es que se dirija la atención hacia otros aspectos de la realidad.” El alcance de tal meta, como señaló en ese diálogo de 1983 y lo reiteró en 2002 al conversar con el periodista Pablo Villamizar para el diario El Nacional, lo hizo posible a través de una estrategia que denominó el desvío de la mirada, la cual consistía en distanciarse de “los acontecimientos de interés inmediato”, del “ruido que tiende a suprimir los otros mundos.”, de la “obsesión por un solo aspecto de la realidad.”, para entonces poder “mirar alrededor de mí y dentro de mí mismo.” y dejar la mente libre “para comprender el alma del mundo.”2 Esa estrategia y ese objetivo se hallan reflejados en las páginas de esta obra, en la cual se recogen distintas invitaciones, hechas en ocasiones, momentos y lugares diversos, a desviar la mirada del “primer plano de lo cotidiano” sin rehuirlo ni negarlo; sino dirigiéndola hacia otros aspectos de la realidad de tanto o mayor interés: el origen de la ciencia occidental, el teatro, la pintura, la enseñanza, los inicios del don de la palabra, la singularidad, una y diversa, del ser latinoamericano, la tríplice manifestación de su pensamiento, la significación trascendente de la obra de Andrés Bello y el Libertador Simón Bolívar, los fundamentos legitimantes del poder, la trascendencia, de mujeres, hombres, instituciones y ciudades, expuesta en la dimensión excepcional del discurso de orden, la conferencia o la ponencia; la admiración y la esperanza expuestas en artículos, notas y reseñas publicadas en periódicos y capítulos de libros de que en las distintas formas de la creatividad cultural está el futuro de venezolanos y latinoamericanos y su respeto entusiasta por los creadores en la palabra conocidos y 2
Pablo Villamizar, “José Manuel Briceño Guerrero recomienda desviar la mirada de lo inmediato. El hombre debe dejar su mente libre para comprender el alma del mundo”, en El Nacional, Caracas, 17 de marzo 2002, p. C/8. (N. de los comp.)
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noveles a quienes nunca se negaba a leerlos, comentarlos y escribirles las notas prologales o hacer la presentación de sus trabajos cuando alcanzaban la edición. Mi casa de los dioses reúne así parte muy significativa de la obra de pensamiento y de las reflexiones sobre literatura que el profesor Briceño hiciera a lo largo de 50 años. Reunir estos trabajos nos ha permitido volver a encontrar en los textos breves y en las conferencias, así como en otros escritos desconocidos hasta ahora u olvidados porque fueron publicados en distintos lugares y formas, ideas fundamentales, diríamos esenciales que el profesor puso en el tapete de la reflexión sobre la vida, el pensamiento, la tradición, la muerte, la literatura, la música, el teatro y la poesía: la palabra viva que nos hace y nos respira.
Miguel Ángel Rodríguez L. José Gregorio Vásquez C.
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Los cuarenta y un trabajos incluidos en la primera edición (Mérida: Universidad de Los Andes/Vicerrectorado Académico, 2002) también lo están en esta; pero se ha incorporando un grupo de textos hasta ahora desconocidos y no ubicados entonces. Escritos que tienen el poder singular de un horizonte de pensamiento que brindó la posibilidad a sus lectores de aprender a leer el mundo y lo que somos leyéndonos a nosotros mismos. Todos ellos desembocan, igualmente ahora, en su primer libro: ¿Qué es la Filosofía?, en el cual, ya desde 1962, cuando se produjo su edición inicial, quedaron plasmadas las líneas seminales de la obra, el pensamiento y la acción que desplegó durante más de medio siglo, las cuales se podrían sintetizar en su apasionada entrega a comprender y enseñar.
Qué es la Filosofía 3 Introducción Además de sufrir una gran desorientación vocacional, profesional, política, social, artística y hasta sentimental los venezolanos estamos desorientados fundamentalmente en lo que respecta a nuestro propio ser. El estudio de la Filosofía está necesariamente ligado a la totalidad de la problemática humana; por eso nos conduce tarde o temprano a reflexionar sobre nuestro ser y a buscar el sentido que el pensamiento filosófico mismo pueda tener entre nosotros. Este trabajo, aunque sugiere algunas hipótesis, no ofrece soluciones; se justifica como intento de plantear el problema de la Filosof ía en Venezuela y de iniciar un diálogo al hacer más notoria la desorientación. 3
Libro publicado por Publicaciones del Departamento de Orientación Profesional y Vocacional de la Universidad de Los Andes, Mérida-Venezuela, p. 37, 1962. Reeditado por Ediciones Puerta del Sol, Mérida-Venezuela, 1999, 2000 y 2002. Publicado por el Centro Editorial La Castalia, Mérida-Venezuela, 2007. Fundación Buría, Barquisimeto, Venezuela, 2013. Publicado por El perro y la rana, Ministerio del Poder Popular para la Cultura, Caracas, 2009 y 2015. (El aparato de notas al pie que sigue a incluyendo esta fue agregado en esta edición de El perro y la rana, no pertenecen al autor, fueron agregadas con intenciones simplemente didácticas.)
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En la primera parte describe a grandes rasgos la condición humana y la cultura, como horizonte necesario del problema a tratar; en la segunda traza un perfil de la Filosof ía dentro de esa perspectiva; en la tercera enfoca directamente el tema en base a la preparación realizada en las dos primeras partes. Dada la naturaleza de la serie de publicaciones en que este trabajo aparece, hemos prescindido de todo aparato técnico académico. J.M.B.G. Mérida, mayo de 1962
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La Filosofía y Nosotros
i La filosofía es posibilidad, actividad y producto del hombre. Para señalar sus caracteres específicos es necesario considerar previamente la condición humana en su conjunto, ya que los diferentes aspectos de esta se sostienen y definen mutuamente constituyendo un sistema, en el cual cada parte solo tiene individualidad y sentido por sus relaciones de interdependencia con las demás. Una comparación, no poco simplista, del hombre con los demás entes nos aclara, por contraste, su condición. Mientras los minerales obedecen leyes físicas ineludibles, los vegetales tienen un ciclo vital perfectamente determinado y los animales están ligados a su mundo circundante por relaciones de interacción casi invariables, gracias a los automatismos del instinto, el hombre, aunque en su aspecto físico-biológico comparte con ellos la misma servidumbre a leyes naturales, se distingue por un alto grado de indeterminación en lo que se refiere a su conducta. No dispone de mecanismos instintivos que le aseguren la supervivencia, o ellos no son, al menos, suficientes para asegurarla. No es como las golondrinas, que encuentran sin brújulas ni mapas los lugares que buscan. El proverbio nuestro “Nadie nace aprendido” describe perfectamente esta situación. En efecto, el hombre necesita adquirir
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por aprendizaje lo que no le es dado por nacimiento. De aquí la necesidad absoluta que tiene de vivir en sociedad y compartir la cultura que es transmitida de las generaciones adultas a las generaciones en formación mediante el proceso educativo. Cada hombre es portador, transmisor y, a veces, creador de cultura. Por cultura entendemos aquí no el refinamiento de las costumbres, el intelecto y los sentimientos por su depuración y pulimento de acuerdo con criterios y fines ético-estéticos; sino todo lo que el hombre ha creado y su actividad creadora, cultura culturante y cultura culturada. En el concepto de cultura incluimos la técnica, la religión y los mitos, la moralidad y el derecho, el arte. La técnica incluye métodos de adquisición: caza, cría, pesca, agricultura, minería; medios y procedimientos de fabricación: alimentación, vestido, habitación, armamento, medicinas; etc., varía cuantitativa y cualitativamente según las sociedades, pero conserva el mismo sentido y cumple las mismas funciones. Creencias y mitos sobre el más allá, el destino del hombre, etc., acompañados de dogmas, tabúes y ritos son también parte de la cultura. La existencia del hombre en sociedad está sometida siempre a reglas de comportamiento, sobre todo a prohibiciones, encaminadas al mantenimiento de un orden, sin el cual no puede haber comunidad, pero que no es dado naturalmente, sino que tiene que ser creado y mantenido por el hombre. Cuando esas reglas se precisan y aclaran, con el objeto de organizar conscientemente la vida social, se convierten en Derecho, que puede ser el derecho consuetudinario o el derecho escrito de las leyes y códigos. Las creaciones culturales, ya descritas a grandes rasgos, llevan implícita, en mayor o menor grado, la realización de valores propiamente estéticos. Estos pueden desligarse de todo fin ritual, mágico o técnico y conducir a la creación de obras puramente artísticas.
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Las diferentes formas culturales –instrumentos de cocina y modo de comer, canciones de cuna y vasos ornamentales, fiestas profanas y ritos sagrados, el cultivo del rosal y la fabricación de venenos, conocimientos sobre la lluvia y trato de animales domésticos, pornografía catártica y constituciones– están sostenidas y son llevadas por una visión del mundo y de la vida, concepciones sobre el sentido de la totalidad y el puesto del hombre en ella, valores. Dicho más radicalmente: la condición humana conlleva, como estructura específica, una comprensión del ser y del no ser, del todo y la nada, del mundo y del hombre, del sentido de la vida. Sobre esa comprensión descansa la posibilidad misma de la cultura. Esa comprensión orienta la conciencia –el darse cuenta– cuya esencia y manifestación es el lenguaje, espejo viviente del universo. La cultura, que constituye un todo supraindividual, posee dinamismo propio y tiende a perpetuarse por tradición, mediante una especie de inercia, logrando períodos más o menos largos de equilibrio; pero está siempre expuesta a cambios traumáticos y épocas de crisis, provenientes de contradicciones internas, inventos revolucionarios, agresiones externas o catástrofes naturales. Y, aun sin todos esos inconvenientes, cambia perceptiblemente en cada generación porque su dimensión es el tiempo, su modo de ser el devenir. La finitud y la precariedad de la cultura son reflejo de la finitud y precariedad del hombre. La cultura está siempre expuesta a ser desarticulada, desmantelada, destruida; el hombre a quedarse a solas con su libertad y su radical angustia. Pero aun al que le ha tocado en heredad una cultura en estabilidad relativa y, por lo tanto, puede engañarse con respecto a su propia condición, no deja de ocurrirle tarde o temprano, por las frustraciones inevitables de la vida individual, o por una sensibilidad muy aguzada, o por una gran capacidad de asombro, no deja de ocurrirle, alguna vez, que tenga el tremebundo confrontamiento consigo mismo y vea, cuando menos al destello fugaz de una intuición momentánea, la contingencia de su absurda existencia,
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acechada continuamente por todo género de peligros, condenada a dejar de ser, finita. La condición humana es fundamentalmente incómoda porque requiere incesantes esfuerzos conscientes, trabajos y preocupaciones que nunca conducen a la seguridad definitiva. “Las zorras tienen cavernas, y las aves del cielo nidos; mas el hijo del hombre no tiene donde recueste su cabeza”. Por eso los dos mitos cardinales de la condición humana son el paraíso perdido y la utopía: hubo un tiempo en que la humanidad vivió armoniosamente, la felicidad era posesión de todos, no existían ni la miseria ni la enfermedad ni la injusticia ni la angustia; o la humanidad alcanzará esa armonía por la llegada de un salvador o como culminación de un proceso histórico ineluctable o debe alcanzarla por sus propios esfuerzos. Nostalgia del insecto o anhelo de divinización; las abejas y los inmortales no tiene problemas sociales. Los dos grandes mitos son uno: híbrido horrendo de arcángel y serpiente, el hombre está humillado por haber caído de un previo encumbramiento o por no haberlo alcanzado todavía. Cada individuo, cada pueblo intuye y formula, con mayor o menor claridad, el gran mito. Dicho en otra forma: concibe ideales y valores ante los cuales la realidad vivida queda ensombrecida. De aquí el impulso hacia nuevas formas y el proyecto. El hombre es un hacedor de proyectos, los cuales están siempre expuestos a la frustración. Lo que da sentido al quehacer humano, orientando y sosteniendo los proyectos, es el conjunto de cosas que se consideran dignas de ser buscadas, conquistadas o preservadas, realizadas: los valores. Valores son la verdad, la comodidad, la justicia, el poder, la salud, la belleza, el orden, la seguridad, el placer, el honor, la gloria, etc. Tanto en los individuos como en las comunidades predominan unos valores sobre otros formando una jerarquía. Frecuentemente hay conflictos entre los valores; a veces crisis general seguida de reorganización; casi nunca –aunque quizá más a menudo de lo que se cree– un completo nihilismo axiológico con vocación de caos y de muerte.
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A medida que crece y se integra a la vida colectiva mediante la educación –espontánea o sistemática–, el hombre hereda los bienes y valores de la cultura a que pertenece. Es asombroso observar cuán poco originales somos, casi todo lo que tenemos nos ha sido dado: cada individuo “formado” se parece a un tipo, cae bajo un tipo categorial, para el cual había heredado las condiciones biopsíquicas y el molde cultural correspondientes; parece como si la educación no consistiera más que en aprender un papel, un conjunto de roles, para tomar parte en una gran labor teatral donde pocas veces es necesario improvisar y cuyo sentido está dado por el juego de los valores transitorios de la cultura. Los conflictos del individuo, cuando no provienen de crisis de desarrollo o dificultades de adaptación, son reflejo de conflictos intra o interculturales; pocas veces tienen su origen en la dolorosa actividad creadora del espíritu en lucha con la materia. Pero esa ilusión teatral se explica por la ya señalada tendencia de la cultura a perpetuarse mediante una especie de inercia (la tradición); es posible solo en largos períodos de relativa estabilidad; se desvanece al considerar que todas las formas culturales son creación del hombre, finitas como él, como él destructibles; el ser humano puede verse en cualquier momento ante un teatro caído, abandonado a su indeterminación, en ejercicio ineludible de su libertad creadora. Pobre de él si se había convertido en actor mecanizado o marioneta. De todas maneras, cualquiera que sea ese estado de la cultura –naciente, en plenitud de realización formal, feneciente– el hombre vive siempre en un mundo cultural y quizá lo que llamamos universo no sea sino, en un sentido más profundo, obra arquitectónica del hombre, verbo humano objetivado en el seno de la tiniebla primordial y el misterio. Pero la cultura no es homogénea. Pasa con ella lo que pasa con el lenguaje: el lenguaje es prerrogativa del hombre en general, pero se nos presenta siempre en la pluralidad de los idiomas.
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ii ¿Cómo ubicamos la filosofía en el horizonte de lo expuesto? ¿Qué lugar ocupa en este contexto? Distinguimos tres conceptos
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No cabe duda que los pueblos son distintos y su peculiar idiosincrasia limita en gran parte las posibilidades de manifestación formal. Esa idiosincrasia señala las direcciones de desarrollo y contiene en potencia las formas que se actualizan en el transcurso del tiempo. Desde esta perspectiva puede comprobarse que ha habido culturas acabadas, culturas que han agotado, por decirlo así, sus potencialidades. Un análisis estructural de los idiomas o lenguas nos muestra con gran claridad que, antes de toda reflexión teórica, ya tienen los pueblos o comunidades lingüísticas una concepción articulada del mundo y de la vida. Dicha concepción anuncia en cierto modo cuáles van a ser las líneas de desarrollo del pueblo en cuestión. La cultura dentro de la cual se “forma” un individuo determina en alto grado su estilo de vida, marca para siempre su quehacer, modela su sensibilidad y su actitud valorativa, da un aire característico a su pensar. El individuo, por su parte, puede ser factor importante en el devenir cultural; está en condiciones para ello debido al intrincamiento de determinación y libertad tan característico de la condición humana, pero los auténticos creadores de formas culturales son pocos. Además, la aparición de esas formas ocurre en el ámbito de la comunidad y de una manera que no es clara y conscientemente intencional; la acción del individuo se mueve en un horizonte cultural ya dado. Es como si pudiera hablarse de creación colectiva, de los pueblos como entidades personoides.
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de filosofía: 1) filosofía como dýnamis4 , 2) filosofía como enérgeia5 , 3) filosofía como ergon. El uso que se da aquí a estas palabras griegas no coincide con el que de ellas hace Aristóteles; las empleamos como recurso lingüístico para dar énfasis a la distinción conceptual que intentamos. 1) Hemos visto que la condición humana se caracteriza por cierta indeterminación fundamental, manifestada en la necesaria creación de la cultura, y que esta presupone siempre visión del mundo, concepción de la vida, ideas o creencias sobre el puesto del hombre en el universo y el papel que está llamado a desempeñar. Aunque no se conviertan en objeto de una toma de consciencia problematizante, estos supuestos sostienen y orientan las manifestaciones culturales y hallan su expresión en los diferentes aspectos de la lengua. Así como la lengua sirve de medio para la comunicación y, como medio, es más eficiente cuanto más transparente sea; pero está constituida por un vocabulario (expresión de las representaciones y conceptos de la comunidad), un sistema fonético y un sistema formal (espejos del modus cogitandi6 colectivo) que no se pueden poner en cuestión, en el habla cotidiana, sin entorpecer la función comunicativa. Así la cultura es medio de supervivencia y realización para el hombre, que la crea, la vive, la utiliza, la transmite; pero conlleva, como principio y fundamento, los supuestos 4
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El vocablo , una de esas “palabras acordes”, a decir de García Bacca, puede traducirse de múltiples maneras: poder, fuerza, capacidad, talento, significación, ser. Viene de la forma verbal , que se traduce como poder, ser capaz, tener facultad, ser elevado al cuadrado. (Esta nota y las que siguen son del equipo de El perro y la rana) Esta palabra (energía actividad poder) está emparentada con el verbo (ser eficaz o activo, obrar; producir), y también con el vocablo (que trabaja, vigoroso, en servicio), pues es acción, hecho, actividad, trabajo, quehacer, asunto. Si, como decía Parménides, hay una identidad entre Ser, Pensar y Decir; la “manera de pensar” (traducción de modus cogitandi) de una persona es idéntica a su forma de actuar y a su discurso.
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ya anotados, que no se convierten necesariamente en objeto de estudio, sino que más bien tienden a permanecer ocultos. A estos supuestos que sostienen y orientan la cultura, a estos supuestos que configuran las estructuras de la lengua, a estos supuestos que solo son posibles dada la condición humana y la comprensión de la totalidad en ella implícita, a estos supuestos que tienden a operar en secreto llamamos filosofía como dynamis, y más estrictamente a la comprensión de donde surgen. La filosofía como dynamis es universalmente humana: todos los pueblos tienen visión del mundo, concepción de la vida, ideas o creencias sobre el puesto del hombre en el universo y el papel que está llamado a desempeñar, enraizadas en la comprensión con-dicha o con-dada en el hecho de ser hombre, en la con-dicción o con-dación humana. (Séanos permitido este juego derivativo). 2) Todos los supuestos de la cultura son estructuraciones de la comprensión primordial, pero no son permanentes y declinan con mayor o menor rapidez para dar paso a nuevas estructuraciones, podríamos decir a nuevos mundos. Esta su transitoriedad se debe en última instancia a que existen en el tiempo. Cuando declinan, la situación es propicia para una toma de consciencia que descubre su problematicidad. Semejante toma de consciencia no es espontánea porque la intención y la atención del hombre están generalmente dirigidas hacia el llamado mundo exterior y ocupadas en quehaceres culturales; de allí que se facilite más en épocas críticas, pero otros motivos pueden provocarla: el miedo a la muerte, el asombro, el encantamiento producido por el esplendor de las cosas, la angustia vital, el hastío y la cuita existencial. Esta toma de consciencia, que problematiza lo hasta entonces inadvertido por obvio, puede conducir a una reflexión crítica que se enfrenta a los problemas descubiertos y trata de darles una solución inteligible, orientada hacia una interpretación coherente de la totalidad, interpretación que se problematiza a sí misma y trata de justificarse racionalmente.
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El que así reflexiona pretende remontarse a los primeros principios y opera en forma conceptual. Habrá triunfado si logra darse una explicación razonante, autofundamentante de la totalidad, acompañada por las instrucciones correspondientes sobre la forma adecuada de conducirse, o, por la prueba de la infundamentabilidad de tales instrucciones. Sin embargo, en el transcurso de esa reflexión total fundamental y final no deja de haber supuestos más profundos que pasan inadvertidos y que corresponden a prejuicios, a decisiones previas, de los cuales el reflexionante por no darse cuenta no se “da cuenta”, de manera que puede tener la ilusión de haber alcanzado su meta cuando en realidad se encuentra muy lejos de ella. Es más, sabemos que la reflexión racional parte necesariamente de supuestos irreductibles, se mueve dentro de límites ya dados. He aquí la finitud de la reflexión racional. Cuando el problematizador radical de lo obvio y de sí mismo inicia auténticamente la actitud y actividad reflexivas, se lanza ipso facto in medias res7; todas las cuestiones, por su estrecha relación e interdependencia, forman una sola: sin embargo es posible y, por razones metodológicas, conveniente distinguir aspectos en ese todo sistemático. Distinguimos tres. Podrían distinguirse más o menos; pero ninguna de las divisiones aspectales que se pueden proponer es absolutamente necesaria; todas subllevan inevitablemente una decisión, en último análisis irracional, sobre el criterio distinguidor. Distinguimos pues, tres, siguiendo aproximadamente la acentuación que se observa en la historia de la filosofía: a) reflexión sobre el ser, b) reflexión sobre el conocimiento, c) reflexión sobre el valor.
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Accionar inmediatamente en medio del asunto. Es propio de la filosofía empezar el asunto en un punto donde al parecer ya está bastante avanzado. Extendiendo este concepto, es común descubrirse, o darse cuenta de algo, cuando ya se está allí. La vida enseña que las cosas empiezan a veces de golpe, y no como sería “lógico” por orden o sucesión.
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a) Se trata de un intento racional de concebir la totalidad de lo que es y el significado de ser. Implica este intento una renuncia previa a toda ayuda sobrehumana, concíbase esta como se quiera, por ejemplo como una revelación divina; implica, además, complementariamente, la decisión previa de apoyarse en el poder de la razón y operar de manera conceptual, es decir, utilizando solo recursos humanos. El pensamiento científico, que consiste en dividir la realidad llamada exterior en campos bien delimitados para estudiarlos de acuerdo con un método preciso, sobre supuestos aceptados e indiscutidos, persiguiendo un saber sistemático con posibilidad de plena realización –el pensamiento científico es una derivación y degradación del pensamiento filosófico y solo puede surgir y desarrollarse sobre bases puestas por la filosofía–. La idea, por ejemplo, de que el universo es un todo coherente, gobernado por leyes accesibles al entendimiento humano –supuesto imprescindible de la investigación científica– tiene su origen en el pensamiento filosófico y es solo posible cuando este se sobrepone al pensamiento mítico. b) El poder de la razón misma se ha problematizado y el conocimiento de la totalidad se ha puesto en tela de juicio al volverse el pensador sobre sí mismo, escindiendo sujeto y objeto, para preguntarse sobre la esencia del conocimiento, su origen, su extensión, sus tipos y, sobre todo, su validez: concepto y garantía de la verdad. En un principio, los esfuerzos encaminados a concebir la totalidad racionalmente se hicieron sobre un supuesto indiscutido, pero formulado desde muy temprano en la historia de la filosofía. Parménides escribió en forma lapidaria: “lo mismo es pensar y ser”. La estructura del ser y la de la razón son la misma. Aunque sin justificación, había allí, en semilla o en botón, una teoría del conocimiento. Pero no pasó mucho tiempo sin que el problema se convirtiera explícitamente en objeto de la reflexión que, después de múltiples ensayos, culminó en el monumental trabajo de Inmanuel Kant.
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De la “revolución copernicana” que este hombre produjo en el filosofar, con su tratamiento del problema gnoseológico8 , no se ha recuperado todavía el pensamiento filosófico: los más grandes pensadores actuales viven a la sombra de Kant. No está de más apuntar que la ciencia, por su propia existencia, plantea problemas gnoseológicos, no en cuanto a su desarrollo interno o a su progreso ya que puede encarar sus dificultades y crisis inmanentes con los recursos de que dispone, sino en una dimensión diferente: la de sus fundamentos. Cada ciencia recibe de regalo el principio, el objeto, el método; pero la filosofía que tiene que buscar siempre su propio principio y cuyos métodos y objeto son problemáticos, investiga, en ocasión de las ciencias, sin negar la validez que estas tienen dentro de sus respectivos límites, sus condiciones de posibilidad, las razones que permiten su existencia y la sostienen. ¿No son acaso las ciencias creación del hombre? La filosofía yendo al origen, estudia el hecho del surgimiento de la ciencia y las condiciones que, en última instancia, lo posibilitan en el mundo del hombre. c) El mundo del hombre está estructurado valorativamente. Su arquitectura está configurada por el sistema de valores predominante. Este determina el grado de importancia que se da a cada actividad, la atención preferencial que se dedica a unos objetos sobre otros e, incluso, la visión misma de los entes. Cada cultura y dentro de ella cada época, es ciega para ciertos aspectos de la llamada realidad exterior y, en cambio, muy vidente para otros. El estudio del vocabulario, la morfología y la sintaxis de las diferentes lenguas muestra este hecho con asombrosa claridad. Pero cada cultura tiene, bajo todos los cambios en su estructura valoral exteriorizada, un fundamento valoral menos mutable que no puede destruirse sin producir el derrumbe de todo el 8
Esta denominación se le da a toda teoría que se produce en torno al tema del conocimiento, al acto de conocer. Es parte de la terminología técnica que ayuda a estudiar la filosofía de un determinado autor, o un sistema de pensamiento.
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edificio cultural, cuyas formas desarticuladas e individuos pasan a ser, en el mejor de los casos, material bruto en el desarrollo de culturas vivientes. La reflexión filosófica, como tercer aspecto dentro de la triple división que hemos escogido, se dirige hacia el valor, lo tematiza, lo problematiza, toma consciencia de su orden jerarquizado, trata de descubrir su naturaleza, de determinar su modo de ser distinguiéndolo de los entes cósicos. Desde esta perspectiva se presentan tremendos problemas: ¿Hasta qué punto dependen los conocimientos –y la teoría misma del conocimiento– de valores subyacentes a la actividad cognoscitiva? ¿Hasta qué punto está la concepción filosófica de la totalidad, del ente y del sentido de ser denominada por valores previamente dados, en inadvertida vigencia? ¿No están las ciencias sustentadas y dirigidas por un valor supremo –la verdad– cuya naturaleza es problemática? ¿No parte la filosofía misma de una valoración del intelecto, de la razón, de lo conceptual, no se ha dado acaso en un ámbito cultural definido? Pero también se puede preguntar en dirección contraria: ¿No afecta el conocimiento la vigencia y hasta la validez de los valores relativizándolos? ¿No ha destruido ya muchos? O: La comprensión originaria del ser, la luz natural neutra ¿no será previa a los valores? ¿No dará la interpretación primigenia y absurda de esa comprensión las estructuras básicas sobre las cuales encuentran los valores su posibilidad de existencia? O: ¿Hay valores ya dados en la desnuda condición humana, o son secundarios en orden de fundamentación, creados? ¿Es el valor una posibilidad de necesaria, pero variable realización? ¿Hay una jerarquía absoluta de valores? A esta reflexión crítica sobre el ser, el conocimiento y el valor –empresa teórica, conceptual, dirigida hacia la totalidad, buscadora de su propio principio, problematizadora de lo obvio–; a esta reflexión crítica en su actualidad, en su act-ividad, mientras sucede, mientras pone en movimiento al ser del meditador a esta
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reflexión crítica, en esta forma concebida llamamos filosofía como enérgeia o filosofar. 3) Ahora bien, la filosofía como enérgeia conduce generalmente a la producción de obras filosóficas. Los pensadores han ensayado respuestas a sus propias preguntas, soluciones a sus problemas teóricos y los han comunicado de viva voz o por escrito. Esas respuestas y soluciones tienden a articularse dentro de un todo coherente, dentro de un sistema de pensamiento. Perduran pasando por tradición de maestro a discípulo y adquieren cierta estructura cósica, son semejantes a objetos fabricados, a productos técnicos. Los que adoptan un sistema filosófico suelen organizarse en escuelas que tienen por objeto el estudio, perfeccionamiento y difusión de aquel. Los integrantes de una escuela encuentran en el sistema que propugnan una estructuración racional de su concepción del mundo y de la vida y de su actitud ante ellos. Cumple pues el sistema una función estructuradora y orientadora del pensamiento y de la acción, además de proporcionar un esquema teórico dentro del cual se puede ubicar simplificándola y distorsionándola, toda la experiencia. Un sistema filosófico puede degradarse aun más: puede simplificarse y aplanarse para lograr una divulgación más amplia y fácil y convertirse en expresión y justificación de los intereses y valores de una clase social determinada, y servir como arma para conservar privilegios o para destruirlos, en las luchas intraculturales. A los productos del filosofar, a los sistemas de pensamiento, con su carácter de artefacto y su tendencia a sufrir degradaciones progresivas –refugio contra la intemperie existencial del hombre, organización de los contenidos de la consciencia desmitificada para mantener el equilibrio psíquico, arma intelectual de grupo–; a los productos del filosofar, pues, llamamos filosofía como ergon o filosofías y, en sus degradaciones más bajas, ideologías.
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Momentos que descubre el filósofo René Descartes, cuando se descubre en su “pienso, por tanto existo”. Primero describe que ese “pienso” lo emite una cosa que piensa (res cogitans), luego cabe reconocer que esa cosa se vale de un estado físico, mudable, flexible, algo que se “extiende” (res extensa) en el espacio.
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La filosofía como ergon tiene como perspectiva el poder ser utilizada como instrumento, manejada como cosa en el quehacer cultural. Pero no solo los sistemas son producto del filosofar. La reflexión crítica ya considerada inventa métodos, maneras de tratar los problemas; métodos y maneras que pueden adquirir cierta rigidez ajena a la filosofía como enérgeia, sobre todo cuando se usan de segunda, tercera o cuarta mano. Son los modelos de filosofar; a ellos los incluimos también en la filosofía como ergon. Sin embargo la forma más sutil en que se presenta la filosofía como ergon es el estilo que caracteriza a la tradición filosófica desde sus comienzos. Ejemplo: se ha estilado siempre tratar el problema de la totalidad mediante divisiones topológicas, agotar el todo mediante su repartición en los departamentos de un esquema fundamental; así nos encontramos con mundo visible-mundo inteligible, materia-forma, cosa en sí-fenómeno, res cogitans-res extensa9, sujeto-objeto, etc. A esta división conceptual se agrega la búsqueda de un ente supremo, ente de los entes, ente originario que sirva de coronación a una jerarquía arquitectónica de la totalidad intelectualmente reconstruida. La filosofía como enérgeia, el filosofar, surge dentro de una tradición caracterizada por un estilo, modelos y sistemas, surge dentro de la filosofía como ergon. Un amplio conocimiento de la tradición, sin filosofar, además de ser necesariamente superficial, no pasa de ser árida erudición. Un filosofar que ignora la tradición es diletantismo: no logra la buscada relación directa con los problemas porque se encuentra bajo el imperio de la tradición, tanto más fuerte por cuanto opera secretamente desde la lengua, mundo que nos toca en heredad donde se han sedimentado los pensamientos más altos gastándose y banalizándose. Sin embargo, es
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interesante lo que resulta del diletantismo unido a la genialidad como en el caso de Federico Nietzsche, quien si bien estaba en muchos aspectos por debajo del nivel ya alcanzado en la tradición, se elevó sobre ella en ciertos puntos a alturas quizá no logradas todavía por el pensamiento contemporáneo. Deprimente es, en cambio, la erudición unida a la mediocridad como en el caso de tantos profesores e historiadores de la filosofía; pero su función como conservadores de la tradición no es de despreciar. De manera pues, que el filosofar (filosofía como enérgeia), se apoya en la tradición (filosofía como ergon) y se manifiesta como diálogo. Pero en ese diálogo el ergon al ser representado en su origen, conduce a la primitiva enérgeia que lo produjo y que es la misma del filosofante, del nuevo interlocutor en el siempre renovado decir-contradecir-condecir actual y lúcido. Solo que es muy difícil, por no decir imposible, “desergonizar” la tradición completamente; su poder tiene como vimos, formas sutilísimas de vivir inadvertidamente. He aquí un aspecto de la finitud del pensador. Ahora bien, lo que hemos descrito bajo los títulos: “filosofía como enérgeia” y “filosofía como ergon” no es universalmente humano. Se trata de posibilidades humanas realizadas solo en el ámbito de una cultura: la occidental. En efecto, el filosofar es una creación de los griegos, la tradición filosófica comenzó en Grecia; luego se extendió por toda la Europa occidental, cuya cultura está marcada indeleblemente por el espíritu griego. En todo el esplendor de su florecimiento diverso y diferenciado, la llamada cultura occidental despide una fragancia helénica; atravesando el tiempo, sus raíces más vitales se nutren en el suelo de Atenas, y tienen aire ático sus creaciones más altas, como peloponésico estruendo sus más hondas caídas. Si nos viéramos obligados a resumir en una sola palabra el destino de Occidente, diríamos “Filosofía”. Un ejemplo: fue la concepción filosófica griega de la totalidad como universo gobernado por leyes, accesible al entendimiento humano, inteligible, lo que posibilitó el surgimiento de las ciencias y su
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prometéica aplicación. Los griegos son responsables de ese signo tremendo y ambiguo que marca a la Era Atómica. Cuando al comienzo de este trabajo enumeramos los aspectos de la cultura en general no pretendíamos ser exhaustivos; sin embargo, la omisión de los aspectos filosofía y ciencia fue intencional. La filosofía y las ciencias son griegas. La técnica, dondequiera que se presente, supone prescripciones, recetas que, contempladas desde otra perspectiva, se convierten en fórmulas científicas, teoremas, leyes; pero esa otra perspectiva apenas entrevista por otros pueblos, fue abierta amplia y definitivamente por los griegos con su valoración del saber y del comprender como fines. La gran civilización técnica, que tiende actualmente, por diversos medios, a imponerse sobre todo el globo terráqueo, no es concebible sin el desarrollo de las ciencias puras, nacidas en Grecia, alimentadas y llevadas adelante por la cultura occidental. Poniendo ahora las cosas en su puesto hemos de decir: la cultura occidental no es el camino necesario de la humanidad. Grandes pueblos han vivido durante milenios sin filosofía y sin ciencia porque han realizado otras posibilidades humanas más cónsonas con su idiosincrasia y con su peculiar interpretación del sentido de ser. Una noción muy difundida de cultura en general la presenta como creación universalmente válida que tiene un centro generador móvil; se la compara, haciendo gala de pésimo gusto, con una antorcha que va pasando de la mano de un pueblo a la de otro; se mueve de oriente hacia occidente, nos dicen, como el sol; cada pueblo hace “contribuciones” más o menos importantes; algunos están a la vanguardia, otros se han quedado rezagados; existen pueblos “primitivos” que tienen por fuerza que civilizarse con la ayuda de sus hermanos mayores, y otros aun “subdesarrollados” que han de multiplicar sus esfuerzos para participar plenamente de los bienes y valores creados por Occidente, los únicos que pueden sacar a la humanidad de la “barbarie” para conducirla a su más alto destino.
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No es difícil desenmascarar esta noción como sutil ideología occidentalizante erizada de juicios de valor. Sin esos juicios de valor ¿cómo se podría despreciar la cultura de los guahibos, la de los hotentotes, la de los esquimales, la de los motilones? ¿No son ellos también seres humanos que han inventado su forma de vida, sus palabras de terror, combate y esperanza, su danza de inestable equilibrio entre el ser y la nada, su cultura? ¿De dónde surge esa desmedida arrogancia que lleva a la cultura occidental a convertirse en juez y emperatriz de todas las demás? La expansión de la cultura occidental se debe a contradicciones internas y a su espíritu fáustico y se apoya en el poderío técnico logrado, sobre todo después del renacimiento. Abusando de sus deletéreos artefactos y en olímpico desprecio de los valores de otros pueblos, los occidentales han destruido sin titubear; no hay lugar donde hayan entrado sin desmantelar no solo las formas exteriores de las culturas no europeas, sino y sobre todo su arquitectura interna hecha de materiales sagrados. Las culturas no europeas han sido derrotadas debido a su inferioridad técnica y a su deslumbramiento ante los grandes juguetes mecánicos de Occidente –abalorios modernos que los llevan a olvidar sus valores más altos. La única esperanza de los pueblos así derrotados consiste en tratar de conseguir que su derrota sea completa y definitiva. Nos explicamos: con sus templos profanados, sus dioses pisoteados, su quehacer tradicional desarticulado, su concepción del mundo dislocada por implacables invasores, los pueblos “subdesarrollados”, para librarse de la esclavitud, tienen que adoptar las formas culturales de sus opresores, usar sus armas materiales e ideológicas, aprender su ciencia y su técnica, emplear sus métodos de organización social. En caso de triunfo (independencia político-económica, autodeterminación), la derrota cultural no podría ser mayor: transformación completa de acuerdo con patrones extraños a su idiosincrasia, renuncia a sus rumbos creadores más auténticos, enajenación de sí mismos. Para vencer los pueblos colonialistas e
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iii Y ahora llegamos a un punto en que podemos formular con sentido una pregunta muy importante: ¿Pertenece nuestra patria, Venezuela, a la cultura occidental? De la respuesta a esta pregunta depende nuestra relación con la filosofía, con la única tradición filosófica del mundo, la occidental. Guillermo Morón dio a esa pregunta, en una de sus obras, la siguiente formulación: “¿Venimos de los griegos?”; formulación concisa, desafiante, plena de sugerencias. Respondemos: Venezuela (podríamos decir Latinoamérica) está emparentada con la cultura occidental y descendemos de los griegos por línea bastarda. Somos un pueblo mestizo de cultura sincrética, surgida del encuentro traumático de tres tradiciones: la occidental, la india y la negra. Triunfó la occidental. La india y
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imperialistas de Occidente, es necesario dejarse derrotar por su cultura. Entre las cosas que les toca aprender, importándola como ergon (pero en la esperanza de ejercerla un día como enérgeia) a semejanza de sus amos y enemigos, está la filosofía, nervio central y destino de Occidente. Repitamos que la cultura occidental no es el camino que aguarda a toda la humanidad, al cual se llega por determinismo intrínseco, sino la posibilidad humana realizada por Europa. Si hoy nos vemos ante la universalización de lo occidental, ello se debe a la fuerza expansiva y gran poderío técnico de esa cultura. Porque la filosofía como dynamis no conduce necesariamente a la filosofía como enérgeia. La filosofía como dynamis es también arte como dynamis, religión como dynamis, mito como dynamis y puede conducir a formas no filosóficas de enérgeia en la reflexión sobre la totalidad. Los mismos motivos existenciales que conducen a la filosofía, pueden conducir a otras manifestaciones, y ¿quién sabe si la condición humana no puede abrirse a horizontes hasta ahora desconocidos?
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la negra fueron desmanteladas, desarticuladas, humilladas. Todas nuestras instituciones son creación de la cultura occidental; hablamos una lengua europea. Pero ese triunfo es más superficial de lo que pudiera creerse: las formas culturales que tenemos no han calado profundamente en el material humano que intentan configurar. Distinguimos, pues, por una parte, formas culturales europeas más o menos modificadas, y, por la otra, el material humano mestizo. Las formas culturales europeas fueron creadas por los pueblos occidentales en el transcurso de largos siglos de experiencia; desarrolladas y afirmadas en el enfrentamiento con sus propios problemas, son la manera peculiar en que esos pueblos han ido resolviendo sus problemas vitales. Entre nosotros tienen un afincamiento parcial, nos quedan flojas o apretadas; no son nuestras a pesar del bastardo parentesco que nos une a sus creadores. El material humano no es de por sí totalmente amorfo, antes por el contrario está estructurado aquí y allá por restos fragmentarios de culturas no europeas; ni pasivo: lo arriman fuerzas creadoras que tienden a constituir y expresar la idiosincrasia mestiza, pero que no lo logran porque se encuentran oprimidas, inhibidas, enceguecidas por las formas europeas imperantes. Esa nuestra idiosincrasia mestiza, que no ha podido manifestarse positivamente en la creación de formas culturales propias, se manifiesta, sin embargo, negativamente, de múltiples maneras como oposición, obstáculo y entorpecimiento de las instituciones que nos rigen. Así tenemos: en el trabajo, el “manguareo”; en la educación sistemática, la “paja” o el “caletrazo” mal digerido de manuales por parte de los profesores, el “apuntismo” y el “vivalapepismo” por parte de los estudiantes; en la vida social, la “mamadera de gallo”; en la producción literaria y artística, el “facilismo” (los signos de un estilo literario y un lenguaje plástico propios se encuentran, pero hay que buscarlos mucho); en la política, el “bochinche”, el “caudillismo”, el “golpismo”; en las posiciones de
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responsabilidad el “paterrolismo” y el “guabineo”; en la lucha por el mejoramiento personal, el “pájarobravismo”, el “compadrazgo” y la “rebatiña”; en la religión, el “ensalme”, la “pava”, la “mavita”, el “cierre”, los “muñecos” y las “lamparitas”; etc., etc. Es evidente, por otra parte, que en los proyectos, quehaceres y opiniones predominan la emoción sobre el pensamiento, la magia sobre la razón, el mito sobre la historia, la corazonada sobre el cálculo frío. Es asombroso lo que puede revelar la observación atenta de la arquitectura y la decoración interna en los diferentes medios sociales de nuestro país. La arquitectura, concreción de todos los aspectos de la cultura y camino hacia ellos, no ha sido utilizada hasta ahora como medio de autocomprensión nacional. Un estudio de la lengua española en Venezuela, que fuera más allá de lo pintoresco y se dirigiera lúcidamente a los cambios fonéticos y sobre todo sintácticos, mostraría la presencia de factores que no pueden explicarse recurriendo solamente a las condiciones generales del cambio lingüístico intracultural. Un sistema simbólico como la lengua, usado por un pueblo que no lo creó y que por lo tanto no encuentra expresada en él su idiosincrasia, experimenta cambios peculiarmente sutiles, especialmente cuando recursos artificiales como la escritura y los medios modernos de difusión oral, mantienen aparentemente su integridad. Tal es el caso del idioma español en Venezuela (podríamos decir en Latinoamérica); pero los estudios hasta ahora emprendidos son miopes; más allá de la colección de “americanismos”, los pasos dados son tímidos y cortos porque les ha faltado una hipótesis de trabajo de gran aliento. Ahora preguntamos: si esas oscuras fuerzas creadoras, que constituyen lo más auténtico de nuestro ser y que no han podido manifestarse sino negativamente, tuvieran libre campo de acción, fueran liberadas de la red de estructuras formales que las ocultan y oprimen ¿a dónde conducirían? ¿qué nuevas formas generarían? ¿a qué cultura insospechada darían nacimiento? Es de imaginar que entonces pelearíamos combates íntima y auténticamente nuestros,
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con total compromiso, en ejercicio de nuestra originaria libertad, con la más genuina autonomía existencial. Pero cualquier respuesta a estas preguntas es ociosa, ya que, por las razones anotadas para los pueblos no occidentales, reforzadas en nuestro caso por el parentesco señalado y por la no estructuración autónoma de nuestra idiosincrasia, todas las actividades conscientes de la nación están dirigidas hacia el logro de la plena vigencia de las formas de vida y valores creados por la cultura occidental. En efecto, la gestión de los gobiernos, los programas de los partidos políticos, la aspiración formulada de la “gente bien” –a pesar de las profundas diferencias con respecto a método– tienden a la realización de una vida larga, saludable y cómoda para todos; al desarrollo ilimitado de las ciencias y de la técnica para conocer bien el medio físico-biológico-histórico-psíquico y dirigirlo racionalmente poniéndolo “al servicio del hombre”; al refinamiento del espíritu mediante el cultivo de las artes, las letras y el pensamiento europeos; etc. Poner en duda la suprema jerarquía de este ideal significaría desafiar la ira de los dioses, poseer una absurda vocación de martirio o estar irremediablemente loco. ¿Quién podría u osaría en nuestro país oponerse, por principio a la erradicación de las enfermedades y de la ignorancia; a la industrialización; a la introducción del logos, de la ratio, del cálculo, de la planificación en la agricultura y la cría, en la construcción de viviendas, en la producción de bienes de consumo; a la transformación de nuestra mentalidad mágica en una mentalidad lógica? Los estadistas, los políticos, los economistas, los maestros y profesores, con mayor o menor buena fe y acierto, están embarcados en esta empresa. Los divide, en el fondo, la diferente interpretación de la propiedad y de la libertad, diferencia que refleja el conflicto actual entre las grandes potencias. ¿No se consagra definitivamente un intelectual, un artista, un investigador científico si sus obras son aceptadas y admiradas en Europa como “contribuciones originales” en el campo respectivo?
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¿Y no debería ser su aspiración mínima estar “al día” con los movimientos europeos en la rama del hacer cultural a que se dedica? Ante semejante estado de cosas, la filosofía en Venezuela puede concebirse de varias maneras: a) Como una de las tantas cosas y actividades que importamos como ergon, en el deseo esperanzado de practicarla un día como enérgeia para llegar al más alto nivel de la cultura occidental, esta no nos es extraña: su participación en nuestro surgimiento como pueblo y como república ha sido de la máxima importancia. La adquisición de la tradición filosófica europea y el intento de desarrollarla entre nosotros son deberes inaplazables, porque de lo contrario nos moveríamos en un diletantismo intelectual vergonzoso que no nos dejaría ocupar puesto alguno en la mesa donde dialogan los grandes pensadores de la cultura buena y verdadera. Tenemos escuela de filosofía en las facultades de Humanidades de Caracas y Maracaibo; en el bachillerato humanístico la materia filosofía se explica durante un año; en otras escuelas y facultades no deja de haber de vez en cuando un curso de introducción a la filosofía o historia de las ideas. Ilustres españoles han sacrificado su vida en el noble empeño de enseñárnosla. Si hoy en día imitamos en forma balbuciente al último filósofo que haga “bulla” en Europa o nos concentramos en el estudio de algún grande del pasado, con ostentación y aires de profundidad, llegará el día en que tengamos contacto directo con el espíritu de esa tradición y podamos encarnarlo. b1) Debe enseñarse una sola filosofía (ergon) la que ha sido diseñada para conducir al hombre a su completa liberación; la que en conocimiento de las leyes que rigen la historia puede predecir el porvenir; la que hace consciente a cada quien del momento histórico en que le ha tocado vivir y le señala su papel; la que se apoya en el desarrollo de las ciencias apoyándolo a su vez; la única que tiene la historia a su favor. La verdad sobre el mundo y el hombre se conoce ya, solo hace falta difundirla, predicarla. Cualquier falla que se crea o se quiera ver en su luminosa estructura, depende
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del lente interesado con que se mira. Cualquier falla auténtica será pulida, corregida, dejada atrás, pues no se trata de una anquilosada estructura dogmática, sino de un sistema orgánico en perpetuo movimiento dialéctico; solo las leyes fundamentales, máxima conquista del intelecto humano, permanecen inalterables, porque son las leyes de desarrollo de la realidad misma. b2) Debe enseñarse una sola filosofía (ergon) la que es antesala de la fe y, por lo tanto, de la salvación del alma; la que, en conocimiento de la revelación divina, es capaz de orientar a cada hombre durante su tránsito por la tierra y prepararlo para la eternidad; la que, sin negar la razón, la transciende por el amor; la única que tiene a dios de su parte. La verdad sobre el mundo y el hombre se conoce ya, la revelación ha sido explicada y estructurada racionalmente sobre bases sagradas; solo hace falta predicarla, difundirla, vivirla. Aunque el reino del hombre no es de este mundo, se puede y se debe remediar lo que es remediable, la injusticia social, la miseria; pero no por la violencia, sino por la comprensión y el amor. Existe ya una doctrina clara y bien articulada para lograr este fin. (b3), (b4), (b5), (b6), etc. c) La filosofía –y todo lo que “por allí humea”– es cosa abstrusa que no sirve sino para complicarse la vida. d) Sin despreciar la tradición filosófica europea –hemos dedicado y dedicaremos largos años a su estudio; donde quiera que se filosofe auténticamente habrá de recorrer el pensador sus laberínticos caminos, sufrir sus aporías–; sin menospreciar la estremecedora potencia de las ideologías como artefacto de combate en las luchas intraculturales que producen el cambio, impulsadas por tremendas contradicciones y en rumbo hacia ideales inciertos y cambiantes –los grupos, clases, pueblos en pugna, tienen el derecho y la necesidad de forjarse armas ideológicas–; sin escarnecer al hombre que nace, crece, se reproduce y muere de acuerdo con los patrones culturales que lo “formaron”, jamás poniéndolos en tela de juicio, asomándose nunca a sus propios abismos –ser hombre es de por sí ya bastante difícil como para agregarle adrede los
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problemas de la reflexión filosófica; los muchos aceptan la parte que les toca, se enardecen en su puesto de combate o se encogen bajo los golpes, saborean su mendrugo de amor y pagan puntualmente su cuota de dolor a la vida, no reintrogrediendo intencional y explícitamente su situación–; sin agredir, en suma, ninguna de esas concepciones y actitudes, dejándolas vivir en su plano, distanciándolas como dados, consideramos que es posible y urgente para los que en nuestro país se aplican a la reflexión filosófica romper la enajenación involucrada en el hecho de instalarse totalmente en cualquiera de ellas, buscar nuestros estratos más profundos y, en aceptación de lo que somos como pueblo, emprender la interpretación de nosotros mismos. Más acá de los conflictos intraculturales, más acá de la tradición europea, más acá de las formas indias y negras que en extraño sincretismo conviven con las occidentales, más acá de la cultura que no hemos inventado, está nuestra idiosincrasia de pueblo, la concreción singular de lo humano en esta tierra nuestra. Pero más acá aun, aquí mismo, centro primigenio, nuestra libertad y nuestra finitud irremediables. Hemos alienado nuestra radical libertad, por eso las oscuras fuerzas creadoras de nuestro pueblo no pueden manifestarse sino negativamente. A un enfrentamiento de nuestra libertad consigo misma solo podemos venir por un camino de regreso que atraviese lúcidamente todos los estratos hasta llegar aquí. Al rechazar y condenar las manifestaciones negativas de nuestra idiosincrasia –oscura y pertinaz defensa en que fulgura la sangre fecunda de dioses mestizos degollados– no hacemos sino enajenarnos más y más. Para que pueda surgir un filosofar venezolano o un filosofar en Venezuela, una reflexión genuinamente nuestra dirigida a la totalidad, interpretadora del ser y la nada, del conocimiento y del valor, para saber o hacer nuestro destino, para decir nuestro ser y ser nuestro decir tenemos que emprender un largo viaje hacia nosotros mismos.
La madre de las ciencias
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Para curarnos en salud aclaramos inmediatamente que el título de este artículo no expresa ninguna animadversión hacia las ciencias y que no se ha puesto con el propósito de ofenderlas. Los estudios del profesor Rosenblat han demostrado que la progenitora, en Venezuela no puede mentarse impunemente si se usa la palabra que aparece en el título. Sin embargo, no nos pareció adecuado escribir “la mamá de las ciencias” porque esta variante infantil, en este caso, implicaría superioridad y autoridad, mientras que nosotros, en lo que sigue nos referiremos a la suerte que pueda correr, o hacernos correr, cierta analogía aparentemente muy divulgada. A la pregunta escrita ¿qué es la filosofía?, la mayoría de los alumnos de un curso de Humanidades respondió: “la filosofía es la madre de las ciencias”. En un interrogatorio oral hecho posteriormente comprobamos que daban a esa respuesta un sentido histórico: los primeros filósofos se ocuparon de temas que hoy en día son objeto de las ciencias; estas fueron creciendo, como hijas, hasta llegar a independizarse de la madre, constituyéndose en disciplinas autónomas con campos de 10 En Paideia (Revista de la Escuela de Educación), Mérida, Universidad de Los Andes, Año I, Nº 1, mayo, 1963; pp. 7-10.
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estudio bien delimitados y métodos propios adaptados a sus necesidades específicas; siguiendo tal modelo sociomorfo o bioformo de pensamiento, explicaron que algunas ciencias son más viejas y otras más jóvenes: estas últimas tienen todavía problemas para asegurar su existencia independiente. Reafirmaron el carácter maternal de la filosofía con respecto a las ciencias con otro argumento: la investigación científica se hizo posible porque los filósofos se sobrepusieron al pensamiento mítico y mágico característico de las “sociedades primitivas” y desarrollaron el pensamiento lógico y racional característico de las “sociedades adelantadas”; dejaron de concebir el mundo como campo de batalla de los dioses y los fenómenos de la naturaleza como efectos de la voluntad antropomorfa de seres invisibles y caprichosos, accesibles al sacrificio y la plegaria; comenzaron a pensar en el universo como un todo organizado y coherente sostenido y gobernado por leyes impersonales, las mismas que rigen el pensamiento humano; consideraron que era posible conocer el mundo y orientarse en él racionalmente, sin recurrir a potencias sobrehumanas. En el curso del diálogo –el interrogatorio se había convertido en diálogo– expresaron con claridad que sin esa actitud, adoptada progresivamente por los primeros filósofos, ni siquiera se habría soñado con la ciencia. Sin abandonar la analogía familiar, se preguntó por el estado de la anciana madre después de tan largos y dolorosos partos. ¿Está todavía muy conservada a pesar de los largos siglos de existencia? ¿Mantiene incólume su ímpetu primitivo? ¿Chochea? ¿Pasea sus veleidades seniles entre las poderosas hijas? ¿Ha... muerto? Una cosa pareció cierta a la mayoría de los estudiantes: no ha muerto. Porque –argumentaron– se enseña como materia obligatoria en los liceos, colegios y universidades de todas las “naciones cultas”; además ha encontrado en cada generación muy ilustres representantes; los grandes filósofos vivos de la actualidad son ampliamente conocidos, por lo menos de nombre, Heidegger, Jaspers, Sartre, Marcel, Rusell. A esta argumentación podría responderse que el
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hecho de ser enseñada oficialmente no prueba por sí solo que esté viva, pues también estudiamos la cultura del antiguo Egipto ha tiempo fenecida y la incipiente técnica de los pueblos primitivos ya completamente superada; los ilustres representantes podrían ser personas de gran curiosidad arqueológica o psicópatas engrandecidos por una cierta morbosidad colectiva surgida de desequilibrios político-económicos. Pero el diálogo no fue en esta dirección sino que gravitó hacia otro problema: ¿qué papel, qué misión, qué objeto le corresponde a la madre en cuestión después del crecimiento y madurez de las hijas? Varias soluciones fueron propuestas. Orientadora; pero bastó imaginarse el deslucido papel que haría un filósofo “orientando” a un químico, a un físico, a un topólogo, a un neurólogo, etc., a cada uno y a todos en sus respectivas especialidades, para rechazar esa posibilidad. Sintetizadora de los resultados de las ciencias; pero esa función no parece haber sido tomada en serio por los grandes filósofos actuales; esfuerzos académicos en ese sentido se realizan en diversas universidades, sin embargo mal podría llamarse a los que a ello se dedican filósofos en el sentido más estricto de la palabra. Directora de grupos sociales en sus luchas; pero tal función corresponde más bien a las ideologías que son armas teóricas de combate en las contiendas intraculturales. Confidente y consejera cuando aqueja a las ciencias una crisis de fundamentos; en otras palabras ancilla scientiarum como en otra época ancilla theologiae; sobre esta pretendida función de la filosofía podría decirse lo mismo que sobre la anterior. Consoladora de los hombres en este “valle de lágrimas”; no cabe duda de que cumple a veces esa función, aunque menos bien que la religión, pero no puede decirse que ahí esté su esencia y su justificación, a menos de creer en ciertas formas aberrantes de la posición psicoanalítica. A algunos, influidos sin duda por muy difundidos manuales, se les ocurrió decir que la madre de las ciencias personifica la sabiduría o cuando menos el amor a la sabiduría. Interrogados sobre el sentido de la palabra sabiduría explicaron que se refería a la
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habilidad para conducirse en la vida y resolver acertadamente los múltiples problemas prácticos que plantea la condición bio-psicosocial del hombre. Después de una breve discusión se convencieron de que tal habilidad puede lograrse en la medida de lo posible sin recurrir a la filosofía; que esta, según lo muestra la historia, puede contribuir más bien a profundizar y agravar esos problemas destruyendo el equilibrio ingenuo de la simple adaptación cultural; que aunque a veces la filosofía se haya movido en esa dirección, no puede considerarse esa tendencia como determinante y fundamental en una respuesta a la pregunta inicial, pues semejante definición sería por una parte demasiado amplia, (Incluiría temas que no son filosóficos), por otra parte demasiado estrecha (excluiría muchos aspectos de la filosofía). Cuando se hubo considerado una serie de temas pretendidamente filosóficos y se hubo demostrado que caían dentro del campo de la teología o de alguna ciencia particular, alguien insinuó (¡Oh, la analogía!) que si las ciencias tenían madre era lógico pensar que tuviesen padre y sugirió que tal padre era el amor al poder, al dominio sobre la naturaleza. Del matrimonio, pues, o concubinato entre el amor al poder y la filosofía habrían nacido las ciencias. Otro, guiado por la fuerza de la analogía y recurriendo a una terminología muy divulgada, creyó observar en las ciencias un poderoso complejo de Electra que las impulsaba a repudiar a la madre y enamorarse del padre, logrando incluso uniones incestuosas que habrían dado origen a la pavorosa técnica moderna. A partir de este momento comenzaron a aparecerle a la filosofía, abuelos, tíos, sobrinos, suegras, y cuñados, los cuales produjeron una hilaridad general. Cuando esta se hubo calmado un poco, un estudiante taciturno recordó a todos que no habíamos respondido a la pregunta inicial y produjo un silencio cargado de inquietud al formularla nuevamente: ¿qué es la filosofía? Como nadie osó esta vez romper el silencio, el mismo estudiante hizo la siguiente triple proposición: renunciemos por los momentos a una definición y comencemos por considerar los
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problemas llamados filosóficos. Dejemos de lado todas las analogías, símiles, comparaciones, metáforas, parábolas, y procedamos en forma conceptual tratando de precisar el significado de los términos que usemos. Leamos las obras de los grandes filósofos sin intermediarios porque sospecho que los manuales, resúmenes, cuadros sinópticos que hemos consultado hasta ahora, no han hecho sino confundirnos. La triple proposición fue aprobada y eso es lo que estamos haciendo, con humildad, como un viajero que intenta orientarse en un país desconocido, pero que en cierto modo le pertenece, recorriéndolo en todas direcciones y hablando con los que ya lo han explorado, fundado o inventado. ¿No habrá mapas? ¿Carreteras? ¿Vehículos? ¿Guías? ¡Ah, la analogía! La segunda parte de la proposición aprobada va a ser la más difícil de poner en práctica, pues es posible que, sin darnos cuenta, en vez de hablar con la madre de las ciencias, nos ocupemos de otras hijas suyas más accesibles que ella misma y las ciencias.
Las dos libertades
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Para Carmen Rivera M.
Si es cierto que en nombre de la libertad se han perpetrado muchos crímenes y en su nombre también se han elevado congéneres nuestros, por su heroísmo, a planos mitológicos, resulta extraño a primera vista que cualquiera se vea en aprietos si alguien le pregunta: ¿qué es la libertad? Tal vez se deba esa dificultad a que la pregunta es griega y el griego nos resulta chino. En otras palabras, esa pregunta corresponde a una actitud cuyo fundamento axiológico fue formulado por el hombre más impertinentemente preguntón del que tengamos noticia, Sócrates, cuando dijo: “una vida no examinada no es digna de ser vivida”. Sabemos que Nietzsche comprendió a Sócrates con la clarividencia del odio y que lo rechazó junto con toda su red sutil de interrogantes. Nietzsche prefería la espontaneidad vital no examinada y la exaltación dionisíaca de valores biológicos; para él, la humanidad es una cuerda tendida entre el mono y el superhombre, y su tránsito no es empresa intelectual, como 11 En Paideia (Revista de la Escuela de Educación), Mérida, Universidad de Los Andes, Año I, Nº 2 y 3, junio-julio, 1963; pp. 13-16.
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la aclaración de conceptos y el descubrimiento o construcción de metacosmos ideológicos, sino aventura de supremo peligro, riesgo mortal en que se compromete íntegramente la cordura y los huesos; “Amo a los que no pueden vivir sino como extinguiéndose”, canta Zaratustra, “porque solo ellos llegan al otro lado”. Sospechamos, sin embargo, que no es la lectura de Nietzsche ni exaltación dionisíaca alguna lo que, al intentar responder a la pregunta ¿qué es la libertad?, nos hace tartamudear (en el griego de Sócrates, bárbaros quiere decir tartamudo). ¿Cuál será, entonces, la causa de este trastorno expresivo? ¿Será acaso que nuestra vida intelectual transcurre en un estado crepuscular, más semejante al sueño que a la vigilia? ¿Tendremos a la vez disgusto por el ejercicio del pensamiento y miedo por lo que la consideración de esa pregunta pueda revelarnos? Abandonemos la introspección porque podría ser una forma disimulada de sacarle el cuerpo al problema, e intentemos responder aunque no sea sino con un tartamudeo por igual indigno del maestro de Platón y de cualquier aspirante a superhombre. La libertad es el poder de escoger entre diversas posibilidades. De los entes conocidos, uno, el hombre, no está determinado por leyes inexorables; pero no el hombre en cuanto objeto físico-biológico, sino el hombre en cuanto sujeto moral. Cada momento es una encrucijada, con cada decisión el hombre va tejiendo, enredando o desenredando la trama de su vida. En este sentido, todo hombre por el solo hecho de ser hombre es libre. Siempre escoge entre dos, varias o muchas posibilidades y siempre tiene para cada acto por lo menos dos, aunque no sean sino la de obrar o no obrar. Tal concepto de la libertad implica que la conducta del hombre es impredecible, que no podemos saber de antemano lo que alguien va a hacer porque no hay manera de calcular, de prever la posibilidad por la cual se va a decidir. La decisión pertenece a su intimidad, a su personal ejercicio de la libertad, y esa intimidad es impenetrable.
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Sin embargo, basta observar la conducta de los hombres para darse cuenta de que no hay tal. Basta estudiar una persona con cuidado para saber lo que hará en las diversas situaciones que puedan presentársele. A partir de estudios estadísticos es incluso posible predecir con un alto grado de probabilidad la conducta de todo un pueblo. Se puede ir más lejos y afirmar que todos nuestros actos están determinados por causas ajenas a nosotros mismos en tanto que sujetos morales: el buen o mal funcionamiento del organismo resulta en buen o mal humor que determina el tono y las palabras con que hablamos; convicciones no examinadas que nos fueron inculcadas en la infancia o que hemos adquirido accidentalmente en el curso de experiencias no comprendidas, determinan nuestros juicios de valor; lecturas o discursos que nos han impresionado hipnóticamente determinan nuestras opiniones sobre problemas que nunca hemos estudiado debidamente; cualquier demagogo o cualquier “vivo” puede manejarnos y uncirnos a carros que no son nuestros. Un argumento más poderoso: si los hombres no fueran predecibles y por lo tanto determinados, no podría existir ninguna sociedad humana; en efecto, la relación social se basa en “contar con” ciertas actitudes y ciertos actos de los demás y con cierta coherencia y consecuencia en esas actitudes y actos. Cuando se considera la fuerza vigente de los patrones culturales y se piensa en la mecánica casi maquinal de las inter-relaciones sociales basadas en intereses vitales, económicos, políticos, afectivos, militares, etc., surge la idea de que cada hombre es instrumento, rueda o resorte, de mecanismos superiores. El hombre nos resulta homérico: campo de batalla en que se disputan los dioses. Él no piensa, él no siente, él no hace nada; en él surgen pensamientos y sentimientos de los cuales él no es responsable, de él surgen acciones, gestos, palabras. Es un sonámbulo que obedece órdenes impersonales dictadas por las circunstancias, es un fantasma arrastrado y vapuleado por vientos caóticos, un robot manejado por operarios locos y pugnaces.
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Entonces, ¿dónde está la libertad? Es ahora cuando tendríamos que hablar de una libertad segunda que podríamos definir como el poder de ser causa. Una libertad que no se limita al poder teórico de escoger entre diversas posibilidades, sino que implica el poder actuar conscientemente en base a una voluntad verdadera que no es patrimonio natural del hombre. Una voluntad que ha de ser conquistada en la más lúcida vigilia, una voluntad de hombre despierto. Tendido entre el ser y el deber ser, entre el sueño y la vigilia, entre el automatismo y el acto conscientemente decidido y efectuado, el hombre ha de crearse una dignidad que no tiene en su estado natural. Pero estas reflexiones sobre las dos libertades, ¿no estarán viciadas por una confusión de planos, por una radical obscuridad conceptual? ¿No será un tartamudeo de bárbaro deslumbrado por la luz ática y conmovido por el impulso obscuro de atavismos germánicos? ¿No será conveniente consultar el asunto más detenidamente con Platón y con Nietzsche? 1963
El teatro No (I)
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Para desalentar a los escandeadores de consignas que pudieran ver en el título de este artículo una nueva y para tranquilizar a los amantes del teatro que pudieran presentir un ataque, aclaramos ante todo que “El Teatro No” en forma alguna debe interpretarse como “¡el-tea-tro-no!”. “No” es el nombre que designa una forma del teatro japonés. En el Japón, actualmente, pueden distinguirse cuatro tipos principales de espectáculo teatral: el No, cuyo repertorio se remonta a los siglos catorce y quince de nuestra era; el yoruri, o teatro de títeres, cultivado y ennoblecido por los mejores dramaturgos japoneses del dieciocho y el diecinueve; el kabuki, o teatro popular imperante desde el diecisiete hasta principios del veinte; y el drama moderno, independiente ya de la influencia occidental que le dio origen. Una vez ubicado el tema, muchos dejarán de leer el artículo: “¡un tema de historia de la literatura! Como si no bastara el pajonal que le hacen tragar a uno en el bachillerato y con el agravante de que se trata de una literatura extraña, crecida en un país tan diferente y tan lejano; pero sobre todo ahora, cuando otros temas, 12 En Paideia (Revista de la Escuela de Educación), Mérida, Universidad de Los Andes, Año I, Nº 4, octubre, 1963; pp. 71-73.
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de palpitante actualidad, cortejan nuestra atención con modales neolíticos”. No creemos, sin embargo, que esa actitud sea general. Primero, porque el éxito de los profesores de literatura nunca es total, siempre quedan algunos interesados en esa materia. Y segundo, porque hay diferentes tipos de hombres en su posición con respecto a la “palpitante actualidad”. A algunos les place sumergirse plenamente en las aguas siempre turbias del presente; otros deambulan sin cesar por los innumerables mundos del mito, del pasado, del futuro ficticio, del arte, de la ensoñación. Son casos extremos. Por una parte es cierto que ningún hombre de hueso y sangre, vivo, puede liberarse de su hic et nunc; pero por la otra, no es menos cierto que la especie humana no puede soportar mucha realidad... (Eliot, Four Quartets) y que en nuestra constitución interviene en grande proporción un ingrediente llamado sueño (we are such stuff as dreams are made of, and our little life is rounded with sleep.13 Shakespeare, The Tempest, Acto 4, Escena I). En este horizonte y bajo esta iluminación, los hombres se distinguen por su preferencia vocacional, por el grado de fuerza de su tendencia hacia un extremo o el otro; pero ninguno de esos dos elementos, realidad y sueño, puede ser excluido. El teatro nace y muere sobre ese filo de navaja que sirve de campo de aparición a todas las formas simbólicas. Es, por una parte, realidad sensorialmente perceptible, y, por la otra, mundo de sentido y significación. Además del escenario, con su decoración y sus luces, y de los actores con sus gestos, ademanes, sonidos articulados, maquillajes o máscaras, el teatro nos presenta, además, un todo dinámico de carácter no sensorial, estructurado estéticamente y que va del (análogo) mimético de lo real hasta la creación pura, según los giros de esa agónica danza del símbolo sobre el filo de la navaja ser-sentido.
13 “Estamos hechos de la misma sustancia de la que están hechos los sueños, y nuestra corta vida está envuelta por un adormecimiento” (T. del E.).
Mi casa de los dioses
1963
14 “Música de diversión del macaco”, “monerías”, “música de placer”, denotaba una especie de circo de calle, con juglares y acrobacias; el término llegó a denotar también un “oficio que no es serio”; todo esto se contrapone al posterior refinamiento del No.
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Por lo tanto, a nadie puede ser extraño el teatro en general, símbolo de su propia vida y de su propia danza existencial, ni tampoco el teatro de un país desconocido y remoto, a menos de negar la unidad del género humano. La existencia y virtudes del teatro No comenzaron a ser conocidas y divulgadas en Occidente en la primera mitad de este siglo, debido a la poderosa influencia que ejercieron sobre escritores de la talla de Paul Claudel, T. S. Eliot, W. B. Yeats, Ezra Pound, y en gran parte mediante las excelentes traducciones de Arthur Waley. La palabra No, en japonés, quiere decir talento, de manera que el teatro es concebido como una exhibición del talento. Y mucho talento se requiere para escribir y representar esas piezas maravillosas en que se combinan canto, danza y música instrumental, sostenidas por una trama unificante. Sarugaku14 , el nombre anterior del No, traiciona su origen secular; pero la influencia del Zen, no deja nunca de estar presente, y en algunas piezas y épocas es predominante. En los siglos catorce y quince, el No alcanzó con Kanami Kiyotsugu y su hijo Seami Motokiyo un esplendor aún no superado. (En próximo artículo describiremos la estructura de una pieza No, los recursos estilísticos como el kakekotoba, las técnicas de escenificación, el comportamiento de los actores y el sentido cultural y filosófico que penetra en el Japón la actividad teatral).
El teatro No (II)
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A mediados del siglo xiv, la forma dramática llamada sarugaku (música monesca) constituida por la presentación de canto, danza y música, animadamente combinadas, se convierte definitivamente en lo que hoy conocemos como el No, gracias a la introducción de una trama que confiere carácter unitario y estructura sistemática a los diversos elementos. En la fijación de la forma No intervinieron dos geniales dramaturgos: Kiyotsugu (1333-1384) y Motokiyo (1363-1444), padre e hijo. La primera visita al teatro No del espectador occidental no familiarizado con la cultura japonesa, se caracteriza por la sorpresa progresivamente creciente de que el espectáculo dura seis horas y contiene cinco piezas. No es una ilusión del espectador, desquiciado por novedades exóticas; contiene, en efecto, siempre cinco piezas, pero esas cinco piezas, además de constituir unidades gramáticas independientes, se articulan en un orden de conjunto que los siglos no han podido alterar. Cada pieza tiene un centro de gravedad invariable.
15 En Paideia (Revista de la Escuela de Educación), Mérida, Universidad de Los Andes, Año I, Nº 5, enero, 1964; pp. 77-79.
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La primera se ocupa de los dioses; la segunda, de un guerrero; la tercera, de una mujer; la cuarta, de un loco, y la quinta, de los diablos (rogamos al lector dominar suspicacia y no ver en el orden de los temas un recuento de las etapas básicas del amor). Las cinco piezas forman un todo, una especie de superobra cuyo clímax es la que trata de una mujer. Quien escribe para el teatro No, no necesita escribir cinco piezas, una basta; si es aceptada entra al repertorio en una de las cinco categorías y se combina con otras que pueden ser de otros autores para formar el programa completo. Como a cierta parte del público pareció pesado y largo el programa serio, cuando no trágico, de cinco piezas seguidas, se instituyó, para aligerarlo, la costumbre de intercalar otras piezas, además de las reglamentarias, a saber: farsas entre una y otra de carácter cómico para burlarse de las serias. No ha sido estudiado, que sepamos, el efecto psíquico que semejante técnica de contrastes prolongados tiene sobre las multitudes. ¿Será un apaciguamiento por catarsis o por cansancio o por ambos? ¿O estamos ante un rasgo del psiquismo japonés cuya explicación no puede producirse a través de nuestras categorías mentales? ¿Podrá haber un programa no completo, un público que da expresión ruidosa a su hastío cuando en una película la cámara se detiene más de medio minuto en un paisaje? Cada pieza No tiene un protagonista, bailarín principal, y su ayudante el deuteragonista; los demás personajes no hacen que el número total pase de cinco. Los diálogos y el texto en general son brevísimos, de manera que la duración media de una hora para cada pieza se alcanza por medio de la danza y el canto que son tan importantes como los diálogos en el teatro No. Los actores usan máscaras, como en el teatro griego, y su confección dio lugar a una de las principales artes del Japón. Ha florecido durante siglos una valiosa artesanía productora de máscaras y trajes suntuosos, lo cual testimonia de la importancia dada a los efectos visuales del teatro. El escenario, semejante a un templo, es
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de madera pulida, con techo propio y está conectado con la sala donde se visten los actores por un alto pasadizo donde los personajes se presentan al decir las primeras palabras de su papel. El público rodea el escenario por tres lados. La escenografía es impresionista y simple, en contraste con las máscaras y los trajes. La música acentúa la palabra hablada sin pasar al primer plano. En los momentos de suspenso intervienen flautas y tambores para aumentar la tensión. Tiene coros como el teatro griego; pero la función del coro es reemplazar al protagonista recitando su parte cuando este se encuentra en plena danza y no puede hablar con efectividad. Nuestro próximo artículo versará sobre la técnica literaria y el fundamento ideológico del teatro No. 1963 [ 59 ]
A propósito de Alviárez
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Un tachirense joven, artista adolescente, con humildad y mansedumbre que no logra ocultar el incendio interior de los ojos, como pidiendo perdón a los soberbios vacíos por el hecho de tener talento y ejercitarlo esplendorosamente, expuso una muestra de su pintura en el edificio central de nuestra universidad con motivo de la semana de la Aetula. Ante algunos de sus cuadros, apretados cosmos húmedos aún y calientes con la humedad y el calor del ansioso vientre mental que los concibió y parió, gran parte del público se preguntó y preguntó a los demás: “¿qué es eso?”. “¿Qué es eso?” Tal interrogante podría ser la expresión verbal de un asombro infantil ante lo nuevo y bello, la manifestación confusa de una emoción estética que trata de encontrarse a sí misma, salir del deslumbramiento inicial que producen ciertas obras de arte. En ese caso la contemplación reiterada podría quizás abrir la sensibilidad al despliegue del mundo autónomo que es cada cuadro de Alviárez. “¿Qué es eso?” Tal interrogante, además, podría exteriorizar una inquietud intelectual, la voluntad de comprender, de desentrañar 16 En Paideia (Revista de la Escuela de Educación), Mérida, Universidad de Los Andes, Año I, Nº 6, mayo, 1964; pp. 19-22.
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racionalmente el misterio que arde en toda creación artística. En ese caso significaría el comienzo de un análisis crítico, de una incursión en la teoría del arte bajo el estímulo de obras concretas y con la intención de regresar a estas para darles una explicación individual, si es posible exhaustiva, a partir de construcciones conceptuales omniabarcantes. Eso significaría, aun cuando no trascendiese, su fase incoativa de vago cavilar. “¿Qué es eso?” Tal interrogante, sin embargo, podría ser síntoma de una frustración: Vamos a las exposiciones de pintura con el objeto de ver cuadros bellos, pero esos cuadros bellos deben representar algo que sea inmediatamente comprensible, verbigracia, paisajes por los cuales sienta uno ganas de pasearse con su amada o hacer excursiones con sus compañeros; retratos de mujeres cuya piel y formas sean incitación a la lujuria; frutas y manjares que despierten el apetito; iglesias, plazas, calles, caminos, personas y animales conocidos que nos produzcan el goce de reconocerlos y verlos sublimados y en cierto modo perpetuados por el arte; escenas de la vida social en las cuales el pintor denuncie la injusticia, el dolor, la miseria, el atraso a fin de que la sensibilidad social se agudice de manera que comprenda y sienta la necesidad de luchar por un mundo mejor dando mate a las fuerzas que se oponen al progreso de la humanidad. Vamos a las exposiciones de pintura con el objeto, pues, de ver todo eso y, de acuerdo con nuestros intereses fundamentales preferimos unas representaciones a otras: paisajes, desnudos, escenas o naturalezas muertas. Tenemos dos criterios para juzgar la pintura: el uno, material: nos gustan los cuadros que representan entes o escenas y sugieren ideas que coinciden con nuestras inclinaciones, pasiones, ideales, deseos, concepciones del mundo; el otro, formal: nos parece bueno un cuadro en la medida en que lo anteriormente dicho, en el criterio material, ha sido logrado con claridad y belleza; así admiramos el parecido con el modelo, el buen uso de los colores, la distribución adecuada de los volúmenes. Un cuadro es una obra de arte cuando, gracias al cumplimiento de
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las condiciones materiales y formales exigidas por nuestros dos criterios, produce en el público, y especialmente en nosotros, las sensaciones, los sentimientos, las ideas y las inclinaciones activas que nosotros queremos que produzca. Ahora bien, henos aquí frente a unos cuadros extravagantes: ¿Qué quiere decir un caótico laberinto de escaleras y telas de araña y figuras fantasmales? ¿Por qué se llama “La Maestra” un cuadro que representa un camisón largo de campana, parado en medio de la noche, de espaldas a un camino que se pierde en la sombra después de pasar por un arco en que están dibujadas las letras A, B, C? ¿Puede llamarse obra de arte a una tabla rectangular sobre la cual se han clavado con clavos largos, unos tubos de pintura vacíos, unos pedazos de paleta vieja y otros objetos de difícil definición? ¿Y en todo caso, por qué las cabezas de esos clavos se encuentran unidas las unas a las otras por alambres viejos? ¿Por qué habiendo en Venezuela tela para caballete, telas baratas que se pueden preparar con almidón y cartones de tamaño y tipos diversos, por qué habiendo paredes, pinta este pintor pintoresco sobre una toalla que el común de los mortales usa para secarse después del baño? ¿Y ese cuadro tan raro de un camino recto que pasa al lado de una casa desvencijada en cuyas ventanas hay grandes agujas de tejer, pasa y es sustituido por otro camino también recto que parece volver a empezar y corre la misma suerte a manos de un tercero; y esos colores de los caminos, diferentes para cada uno y diferentes sobre todo del color de los caminos verdaderos? ¿Qué quiere decir ese pintor? “¿Qué es eso?”. Ante tamaña frustración, las diferentes reacciones no tardan en aparecer: agresión, racionalización, regresión, sustitución, dispersión. Efectuamos una encuesta discreta, no científica por cierto, entre los que fueron a ver la exposición con el objeto de dilucidar el significado de la pregunta “¿qué es eso?”. Algunos declararon prudentemente que no podían emitir juicio alguno porque no habían consultado todavía a su director de consciencia artística: se referían a alguna autoridad local o a la página de arte de algún
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diario capitalino. Otros señalaron algún cuadro de los “comprensibles” indicando que les había gustado por el color. Los de más allá hicieron chistes de mal gusto. Una jovencita solitaria poseída por la insólita concepción de que la cabeza de una muchacha no es solo para lucir peinados o aparecer despeinada en los sueños de los adolescentes, expresó su deseo de alcanzar algún día cierta madurez de la sensibilidad artística que le permitiera ejercer la autonomía del juicio estético; concebía tal autonomía como la posibilidad de pararse frente a un cuadro y relacionarse con él en forma inmediata, sin intermediarios, es decir, sin recurrir a teorías, exigencias de grupos o autoridades; pensaba llegar a esa madurez mediante el estudio de la historia del arte, ejercicios personales de pintura y la búsqueda de la autenticidad en las propias reacciones, por encima de las corrientes de opinión, los criterios establecidos, las modas y todo lo que es heterónomo en la valoración; expresó también, provocando las sonrisas burlonas de algunos de sus compañeros autosuficientes y arrogantes, que quizá la experiencia estética no consistía en un comprender como función intelectual, en un traducir conceptual, sino que implicaba más bien una participación total de la personalidad como en el juego de azar y en el amor. “Esta pavita tiene cucarachas en la cabeza”, murmuró uno de los presentes. Y al observarla allí un poco confundida y desvalida se nos pareció a una posible creación de Alviarez: “Niña despertando entre sonámbulos”. Volvimos a ver la exposición y nos pareció oír un mensaje enigmático que pugnaba por surgir de abismos oníricos hacia la plena lucidez, con la voz de quien ha visto un más allá real y trata de inventar el lenguaje que le permita comunicarlo. Observamos entonces que la luz de los cuadros de Alviárez no procede de ningún foco ubicable, espacialmente ubicable. Los ilumina algo así como el resplandor lejano de un incendio intemporal, escondido tal vez, que la humildad y la mansedumbre del atuendo y del ademán no logran ocultar.
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En ocasión de Alviárez cuán deseable un diálogo sobre arte orientado por la interrogante confusa pero desafiante de gran parte del público: “¿qué es eso?”. 1964
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El maestro y el amor
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He oído a muchos maestros afirmar que los escolares deben superarse a sí mismos y no unos a otros; que, si bien la rivalidad por los primeros puestos sirve de estímulo, trae generalmente como consecuencia el “acomplejamiento” de los menos aptos. Esta consecuencia, dicen, es indeseable porque anula llenando de resentimientos, temores, sentimientos de insuficiencia; y es evitable e innecesaria, porque cada educando tiene actitudes, aptitudes e intereses que, adecuadamente desarrollados, le convierten en miembro útil y feliz de la comunidad. A los mismos maestros he oído decir que la escuela debe preparar para la dura vida. Los he oído quejarse a veces de que la escuela, en su forma actual no cumple esa función. Por una parte desean los maestros una escuela maternal que atienda individualmente a los educandos; por la otra aspiran a preparar para la vida. La contradicción es evidente, porque la vida no es maternal y los hombres sí tratan de superarse los unos a los otros –no siempre sin deslealtad– en una lucha donde triunfan los más fuertes, los más aptos, mientras los débiles se ven relegados a 17 En Paideia (Revista de la Escuela de Educación), Mérida, Universidad de Los Andes, Año I, Nº 5, enero, 1964; pp. 41- 43.
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obscuros submundos alejados de los centros de poder, comodidad y prestigio. Para colmo de males, la organización social de muchos países permite que los que triunfen sean los más fuertes y los más aptos en intrigas, politiquerías, prevaricación y engaño. Se impone reflexionar sobre las relaciones entre escuela y sociedad. Todos dirán que eso es elemental y se considerarán sabios en ese aspecto. Sin embargo, reflexionando, otra vez, con frescura, desde el principio, el problema se aclara esquemáticamente como conjunto de posibilidades del deber ser de la especie humana en cualquiera de sus configuraciones locales o en su totalidad. Para que la escuela llegue a ser lo que debe ser, la sociedad tiene que cambiar; para que la sociedad llegue a ser lo que debe ser, la escuela, como formadora de las nuevas generaciones, tiene que cambiar. Henos aquí ante un círculo vicioso que nos llevaría a creer en la perennidad del anhelo frustrado, en el lamento infinito sin posibilidad de redención. Pero el círculo es ilusorio; en efecto, la sociedad y la escuela cambian, las formas culturales padecen metamorfosis incesante. ¿Por qué? ¿Hacia dónde? Apenas podemos presentir o desear una humanidad futura lúcida y unificada. Extrañas fuerzas, parecidas a la savia de los árboles y no a mecanismo alguno, circulan por el cuerpo social, lo alimentan en visceral intimidad y lo hacen desarrollarse, romper la angustia de las crisis, brotar hacia la plenitud buscada ya desde la seminalidad de los días iniciales, en el despertar de los grandes orígenes. Lo que podemos ver y prever es poco: enrevesadas tramas del presente enredadas con tramas más abscónditas, borrosas siluetas del porvenir vagamente iluminadas por la esperanza. El deber ser concebido como sociedad futura describible ahora, es un espejismo de la mente para dar sentido y justificación al trabajo y al dolor de los hombres en trance de devenir. No queremos decir que el trabajo y el dolor no tengan sentido, sino que la meta es desconocida. Cuando el germen rompe el cascarón de
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la semilla, no puede conocer la rosa; es la rosa en deber ser, es la rosa en impulso sin luz hacia la luz. Los fuegos fatuos llamados utopías no son sino proyecciones de una escondida urgencia, el reflejo mental del aguijón infatigable que dispara a la humanidad hacia sí misma. Nadie tiene razón con argumentos teóricos. La razón es instrumental. Después de que el maestro, desde el kindergarten hasta la universidad, domina la materia de su enseñanza y está entrenado en las técnicas que a la sazón haya aprendido o inventando, son inútiles –cuando no entorpecedoras– las doctrinas. Solo es importante el amor. El amor como dedicación alegre al servicio, confiere clarividencia, limitada, claro está, pero suficiente. Si la trama del universo es demasiado complicada para la mente de un hombre, si sus alfabetos máximos han de ser “ardorosamente postergados” (Escalante), la trama y el alfabeto del deber inmediato se hacen evidentes en el goce de servir. En Leningrado o en Chicago, en Tombuctú o en Cuenca, en Nagasaki o Palmarito, lo que hace avanzar a la humanidad hacia sí misma no son las ideologías transitorias, sino el trabajo y el dolor cotidiano de los que siembran su anhelo con amor en el vientre obscuro de la tierra. Que las muchas pedagogías, metodologías, psicologías, disquisiciones esquemáticas, fichamientos, estadísticas, discusiones sobre escuela y sociedad, con toda su importancia instrumental, no impidan al maestro escuchar el fluir de la gran savia, ni le hagan olvidar que el rosal extiende sus brazos ciegos hacia el sol por amor a la ignorada rosa.
El orígen del lenguaje Exploración mitológica del tema 18
Ante todo, una leyenda maquiritare: En aquella época Uanádi, hijo del Sol y máximo héroe cultural, tenía la intención de crear los hombres para poblar la Tierra, en donde tan solo vivían entonces los animales. Hizo a tal objeto una esfera milagrosa, hecha de piedra, la cual estaba repleta de gente diminuta todavía no nacida; desde dentro se oían sus gritos, sus conversaciones, sus cantos y sus bailes. Esta bola maravillosa se llamaba Fehánna.
Tres niveles observamos en esta leyenda: el del sol, el del hijo del sol y el terrestre. La creación del hombre es obra del hijo, quien no tiene inconveniente en pasar de la intención al acto, pero trae primero a la existencia una especie de protohumanidad encerrada en una esfera de piedra. Por obra y gracia del hijo del sol, la esfera solar se ve repetida analógicamente en la esfera de lo humano. Ningún símbolo tan adecuado como ese de la Fehánna para expresar el carácter unitario de la cultura. Todo está encerrado 18 En Actual, Nº 2, Mérida, Universidad de Los Andes, mayo-agosto, 1968; pp. 178-186.
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simultáneamente en ella: grito, lenguaje, canto y danza. Nos recuerda inmediatamente las esferas habitadas de Jerónimo Bosch y, con fuerza arquetípica, evoca las formas iniciales de la vida: semilla, óvulo, grano de polen. El lenguaje, como el grito, la canción y el baile, es consubstancial con la condición humana y el todo se encuentra incluido en un todo mayor que lo trasciende. El mito reconoce la esfera de lo humano, completa en sí misma –la Fehánna es la más perfecta de las formas geométricas–; pero reconoce al mismo tiempo su limitación y la posibilidad de trascender. El mismo mito es un acto trascendente, abandona la inmanencia esférica de lo humano para intuir su origen en la voluntad de una divinidad solar que, al ser concebida de manera antropomorfa, plantea la aporía genésica: es un maquiritare quien sueña este mito desde la bola maravillosa de su cultura y lo cuenta con recursos lingüísticos maquiritares enmarcados en la Weltanschauung de su pueblo. No está en desventaja con respecto a Parménides o Kant en cuanto a la profundidad de la intuición y los supera en belleza con esta pequeña joya literaria. Gran parte de la más profunda especulación occidental sobre el origen del lenguaje no dice mucho más de lo que dice este mito, solo que utiliza recursos creados por la mentalidad occidental y adaptados a ella. Mito de los Abaluyia de Kavirondo: Habiendo creado el sol y dándole el poder de resplandecer, se preguntó a sí mismo (Dios): “¿Para quién brillará el sol?”. Esto llevó a Dios a la decisión de crear al primer hombre. Creen los Vugusu que el primer hombre se llamaba Mwambu. Como Dios lo había creado de manera que pudiera hablar y ver, necesitaba alguien con quien pudiese hablar. En consecuencia Dios creó la primera mujer, llamada Sela, quien estaba destinada a ser la consorte de Mwambu.
Este mito contiene dos intuiciones fundamentales; la una postula la necesidad del sujeto para la constitución del objeto, su
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correlato; es la misma que hizo exclamar a Zaratustra, después de diez años de meditación y soledad: “¡Oh, tú, Gran Astro! ¿Qué sería de tu dicha si te faltasen aquellos a quienes alumbras?”19; sabemos el papel especial, indispensable del lenguaje en esta relación. La segunda intuición se refiere a la capacidad lingüística como condición previa a la comunicación humana; no surge aquella de esta sino que al contrario esta es impuesta por aquella. Significativamente, solo dos atributos de Mwambu, el primer hombre, se mencionan: ver y hablar, áisthesis20 y lógos21. Iguales atributos se asignan al hombre en otro mito africano:
Obsérvese que la adquisición de las habilidades técnicas es posterior al don de la palabra.
19 Friedrich Nietzsche. Así habló Zaratustra . Prólogo de Zatatustra, 1 (Versión del autor). 20 , según el contexto, puede traducirse como sensación, percepción, conocimiento, sentido. Puede significar incluso cierto nivel de consciencia. Viene de un verbo que puede significar tanto percibir con la inteligencia como por los sentidos. De este vocablo nos llega el término estética. 21 , se puede traducir de múltiples maneras, como palabra, dicho, orden, discurso, negociación, razón, pensamiento, concepto, entre otras.
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Habiendo puesto en orden el universo y creado, en el curso de sus viajes, la vegetación de los yermos, así como los animales, Mawu formó los primeros seres humanos con arcilla y agua... El hombre, creado de esta suerte, tenía que recibir la instrucción de los dioses. Cuando el orden de la creación se relaciona con la semana dahomeyana de cuatro días, se dice que el mundo fue puesto en orden y que el hombre fue formado el día ajaxi; al día siguiente, mioxi, la obra fue interrumpida, pero apareció Gu, quien había de ser el agente de la civilización. Al tercer día, odokwi, al hombre le fue dada la vista, el don de la palabra y el conocimiento del mundo exterior; y al último día, zobodo, le fueron dadas las habilidades técnicas.
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Más complicados y de mayor elaboración, los relatos antropogónicos del Popol Vuh expresan intuiciones de sumo interés sobre el origen del lenguaje en la génesis del hombre: … Entonces los dioses se juntaron otra vez y trataron acerca de la creación de nuevas gentes, las cuales serían de carne, hueso e inteligencia. Se dieron prisa para hacer esto porque todo debía estar concluido antes de que amaneciera. Por esta razón, cuando vieron que en el horizonte comenzaron a notarse vagas y tenues luces, dijeron: —Esta es la hora propicia para bendecir la comida de los seres que pronto poblarán estas regiones. Y así lo hicieron. Bendijeron la comida que estaba regada en el regazo de aquellos parajes. Después dijeron oraciones cuya resonancia fue esparciéndose sobre la faz de lo creado como ráfaga de alhucema que llenó de buenos aromas al aire. No hubo ser visible que no recibiera su influjo. Este sentimiento fue como parte del origen de la carne del hombre…22
El lenguaje se nos aparece como atributo de los dioses, anterior a la creación del hombre, con una resonancia capaz de influir sobre todas las cosas existentes y hasta de formar parte de la génesis de la carne del hombre, como instrumento y material antropogónico. Después de esta singular bendición, cuando las mazorcas de maíz morado y blanco estuvieron ya crecidas y maduras, ... los dioses labraron la naturaleza de dichos seres. Con la masa amarilla y la masa blanca formaron y moldearon la carne del tronco, de los brazos y de las piernas. Cuatro gentes de razón no más fueron primeramente creadas así. Luego que estuvieron hechos los cuerpos y quedaron completos y torneados sus miembros y dieron 22 Popol Vuh: Las antiguas historias del Quiché. FCE. México. 1984. Trad. Emilio Abreu Gómez. s/p. (N. del E.).
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muestras de tener movimientos apropiados, se les requirió para que pensaran, hablaran, vieran, sintieran, caminaran y palparan lo que existía y se agitaba cerca de ellos. Pronto mostraron la inteligencia de que estaban dotados, porque, en efecto, como cosa natural que salió de sus espíritus, entendieron y supieron cuál era la realidad que los rodeaba... Tuvieron poder para mirar lo que no había nacido ni era revelado. Dieron señales de que poseían sabiduría, la cual con solo querer, la comunicaron al cogollo de las plantas, al tronco de los árboles, a la entraña de las piedras y a la hoguera enterrada en la oquedad de las montañas. Estos seres fueron Balam Quitzé, Balam Acab, Mahucutah e Iquí Balam.23
23 Idem.
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Con mayor plasticidad que el Génesis bíblico, el Popol Vuh nos presenta a los divinos alfareros trabajando para moldear y formar la parte física del hombre con masa de maíz, alimento fundamental de los indios y símbolo de todo alimento terrestre. Terminado el trabajo de alfarería, los dioses confieren al autómata (las figuras podían moverse) atributos humanos: pensar, hablar, ver, sentir, caminar, palpar, es decir, lógos, áisthesis, praxis, es decir, pensamiento y lenguaje, percepción sensorial, acción deliberada. Obsérvese el orden, primero lógos (pensamiento y lenguaje), después lo demás, como si postulara la primacía del verbo, su carácter de condición previa para la posibilidad de toda manifestación humana. Además, la condición humana implica el poder de aproximarse cognoscitivamente a la realidad (como cosa natural que salió de sus espíritus, entendieron y supieron cuál era la realidad que los rodeaba), no solo en lo que respecta al mundo sensible, sino también en lo que concierne al mundo inteligible, al aspecto de la realidad que solo se descubre al intelecto (Tuvieron poder para mirar lo que no había nacido ni era revelado). También está el hombre capacitado para intervenir en los órdenes de lo real y, desde su comprensión, de acuerdo con sus intereses, mediante
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su voluntad activa, organizar y cambiar para convertir en mundo suyo al universo cargándolo de valores afectivos, interpretándolo, transformándolo en sistema comprensible. Todo ello de manera espontánea, en virtud del querer natural (“Dieron señales de que poseían sabiduría, la cual con solo querer, la comunicaron al cogollo de las plantas, al tronco de los árboles, a la entraña de las piedras y a la hoguera enterrada en la oquedad de las montañas”). Cuando los dioses presenciaron el nacimiento de estos seres llamaron al primero y le dijeron: —Habla y dinos por ti y por los demás que te acompañan: ¿qué ideas tienes de los sentimientos que te animan? ¿Es bueno y airoso tu modo de andar? ¿Ejercitas con gracia tu mirada? ¿Es justo y claro el lenguaje que usas? ¿En toda ocasión lo recuerdas bien? ¿Entiendes lo que aquí se dice y se sugiere?... Al oír estas palabras los nuevos seres vieron que eran cabales sus sentidos y quisieron mostrar su agradecimiento. Para mostrarlo, Balam Quitzé habló, a nombre de los demás, de esta manera: —Nos habéis dado la existencia; por ella sabemos lo que sabemos y somos lo que somos; por ella hablamos y caminamos y conocemos lo que está en nosotros y fuera de nosotros...24
Esta mítica conversación con los dioses describe el surgimiento de la autoobservación y la reflexión, acompañadas de crítica en función de valores estéticos, éticos y lógicos, para culminar en una aceptación agradecida de la condición humana, en una lúcida conciliación con la propia existencia, en un gozoso ejercicio de la función cognoscitiva. La mención especial del lenguaje, en pie de igualdad con el ser, el saber y el actuar, nos sume en asombro ante la poderosa intuición de los creadores de este mito, quienes comprendieron y reconocieron tan admirablemente el puesto esencial y central del lenguaje en el mundo del hombre. 24 Idem.
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Pero ha de saberse que los dioses no vieron con agrado las consideraciones que de su propio saber hicieron, con tanta franqueza los nuevos seres. Por eso los dioses conversaron entre sí: —Ellos comprenden –dijeron– lo que es grande y lo que es pequeño y saben la causa de esta diferencia. Pensemos en las consecuencias que puede tener este hecho en el ejercicio de la vida. La energía de esa lucidez ha de ser nociva... Es preciso limitar sus facultades. Así disminuirá su orgullo... Si los abandonamos y llegan a tener hijos, estos, sin duda, percibirán más que sus abuelos y habrá un momento en que entiendan lo mismo que los propios dioses... Estamos a tiempo para evitar este peligro, que será fatal para el orden fecundo de la creación.25
25 Idem. 26 Idem.
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Luego durmieron a los cuatro machos y crearon a las hembras; al despertar los machos y al verlas, “para distinguirlas les pusieron nombres apropiados, los cuales eran de mucho encanto. Cada nombre evocaba la imagen de la lluvia según las estaciones”26 . Luego estos seres engendraron a otros con quienes se empezó a poblar la tierra. La reflexión excesiva practicada por un individuo cualquiera lo aleja necesariamente del hacer cotidiano. La división del trabajo permite que ese alejamiento de unos cuantos sea compensado por la labor de los otros; estos pueden proteger a aquellos y satisfacer sus necesidades materiales. Pero la dedicación colectiva al ejercicio reflexivo, la energía de esa lucidez, es necesariamente perjudicial para el ejercicio de la vida y fatal para el orden fecundo de la creación. Por eso, las leyes económicas de la vida, los dioses, para garantizar el florecimiento y reproducción de la humanidad, ponen en juego otras fuerzas que inclinan hacia la generación, la familia, la vida social, el progreso, la inmersión en los quehaceres propios del hombre como ente entre los entes de su mundo. Estas fuerzas están simbolizadas en el mito por las hembras, cuyos nombres, de
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origen humano, evocan la imagen de la lluvia según las estaciones, de la lluvia que alude a las oportunidades que la naturaleza fecunda ofrece al esfuerzo creador del hombre para heredar la tierra, para no ser en ella un exiliado, prisionero del cuerpo. Las comunidades demasiado interesadas en la reflexión, con desprecio del mundo exterior y sus tareas, han terminado en la miseria, en teorías de destierro fundamental del hombre y en ilusiones metafísicas. Al acercarnos a este mito sin arrogancia cientificista, encontramos en él una Weltanschauung completa, coherente, profunda, sabia y hermosa con un lenguaje a la altura de su originaria función hermenéutica de la existencia. Levi-Strauss refiere un gracioso cuento terreno sobre el origen del lenguaje: Cuando hubo sacado a los hombres de las entrañas de la tierra, el demiurgo Orekajuvakai quiso hacerlos hablar. Les ordenó ponerse en fila, uno tras otro, y llamó al lobito para que los hiciera reír: el lobo hizo toda clase de monerías [sic], se mordió la cola, pero en vano. Entonces Orekajuvakai hizo venir al sapito rojo, quien divirtió a todo el mundo con su manera cómica de caminar. La tercera vez que pasó a lo largo de la fila, los hombres comenzaron a hablar y a reír a carcajadas. [Baldus 3, p. 219].27
El demiurgo Orekajuvakai no da por terminado al hombre mientras no lo haya hecho hablar, lo cual logra mediante una confrontación entre hombres y animales. Además de señalar la necesidad del lenguaje para la existencia del hombre como tal, este cuento terreno destaca un factor importante: la risa. Sabemos que la risa figura entre las expresiones características y exclusivas del hombre, y esta relación entre risa y lenguaje no es arbitraria ni accidental. Según Plessner, la risa es genéticamente anterior al 27 Claude Levi-Strauss. The raw and the Cooked. Mytholoiques. Volume 1. The University of Chicago Press, p. 123.
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28 Dick Edgar Ibarra Grasso. Cosmogonía y mitología indígena americana. Editorial Kier, Buenos Aires, 1997, p. 155. 29 Idem. 30 Marthe L. Canfield. Literatura hispanoamericana: historia y antología. Tomo I, Hoepli, Milán, 2009, p. 83.
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lenguaje y según Alverdes prepara para la comprensión lingüística. En el libro de Singh y Zingg sobre niños lobos (Wolf-children), se cuentan hechos que acercan a la realidad las supuestas fantasías de Kipling en este punto; en ellos nos interesa señalar que los niños carentes de lenguaje por falta de contacto humano tampoco pueden reír. En las formas apáticas de la oligofrenia, los pacientes, que no llegan al lenguaje, son incapaces de reír. En el poema cosmogónico y antropogónico de los guaraníes, el lenguaje es asunto de primerísima importancia nada menos que para el creador mismo: “El Creador, utilizando su vara insignia de la que hizo brotar llamas y tenue neblina, creó el lenguaje”28 . En la siguiente oración, que es una enumeración casi exhaustiva de los aspectos principales de la cultura (lenguaje, organización social, arte y religión), describe al lenguaje como esencia de lo humano y asienta su primacía sobre las demás formas culturales: “Este lenguaje, futura esencia del alma enviada a los hombres, participa de su divinidad, crea después el amor al prójimo y los himnos sagrados”29. Al constituir la esencia del alma y participar al mismo tiempo de la divinidad, el verbo es el mediador entre dios y los hombres; este hecho se ve reforzado por la creación de divinidades que le sirven de depositario: “Para formar un ser en el cual depositar el lenguaje, la divinidad, el amor y los cantos sagrados, crea a los cuatro dioses que no tienen ombligo y a sus respectivas consortes, que en el futuro enviarán a la tierra el alma de los hombres”30. Más adelante reitera, con atención especial y exclusiva, el origen divino del lenguaje: “Habiéndose erguido, de la sabiduría contenida en su propia divinidad, y en virtud de su sabiduría creadora,
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creó nuestro Padre el fundamento del lenguaje humano, e hizo que formara parte de su propia divinidad”31. En seguida afirma con singular énfasis que el verbo es anterior al mundo sensible y al conocimiento: “Antes de existir la tierra, en medio de las tinieblas primigenias, antes de tenerse conocimiento de las cosas, creó aquello que sería el fundamento del lenguaje humano e hizo el verdadero Primer Padre Ñamandu que formara parte de su propia divinidad”32 . Sabemos que el mundo sensible, tal como existe para el hombre, está mediatizado por el lenguaje, que el conocimiento tiene una estructura lingüística, contiene una interpretación de la experiencia y sostiene parámetros axiológicos que guían el juicio y la acción dentro de coordenadas proyectadas por la condición humana. En este sentido es importante anotar que, en los mitos, no es infrecuente la concepción del caos primigenio como un estado prelingüístico de lo real; así por ejemplo, en el Enuma Elish33 , grandiosa composición mítica aparecida en Mesopotamia hacia la primera mitad del segundo milenio antes de Cristo, se describe el caos acuático anterior al orden cósmico como un período “Cuando al cielo arriba no se le había puesto nombre, ni el nombre de la tierra firme abajo se había pensado... cuando ningún dios había aparecido ni había sido nombrado con nombre”. Del caos surgen dos dioses y el mito dice de ellos: “Lahmu y Lahamu aparecieron y fueron nombrados”. El mito guaraní se refiere luego a la motivación y al propósito que presidieron la creación del hombre: “Habiendo creado, en su soledad, el fundamento del lenguaje humano; habiendo creado, en su soledad, una pequeña porción de amor; habiendo creado, en su soledad, un corto himno sagrado, reflexionó profundamente sobre a quién hacer partícipe del fundamento del lenguaje humano; sobre a quién hacer partícipe del pequeño amor; sobre a 31 Ibidem, p. 80. 32 Ibidem. p. 86. 33 George Smith. The Chaldean account of Genesis. Londres, 1876.
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34 Rubén Bareiro Saguier, y L. Cadogan. (1980). Literatura guaraní del Paraguay (Vol. 70). Fundacion Biblioteca Ayacucho, p. 14. 35 Idem.
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quién hacer partícipe de las series de palabras que componían el himno sagrado”34 . Es indudable que la necesidad de comunicación, tanto en menesteres técnicos como en amor y religión, es cosa del lenguaje; el hombre solo puede vivir en comunidad portadora y creadora de cultura. Por eso, en el mito, la tensión estilística y semántica, creada por los párrafos que acabamos de citar, se libera del siguiente modo: “Habiendo reflexionado profundamente, de la sabiduría contenida en su propia divinidad, y en virtud de su sabiduría creadora, creó a los Ñamandu de corazón valeroso, los creó simultáneamente con el reflejo de su sabiduría (el sol)”35 . No otra es la intuición de Platón cuando afirma que el sol tiene en el mundo sensible puesto análogo al que ocupa, en el mundo inteligible, la idea del bien, fundamento del lógos. Después de la destrucción de la primera tierra (¿una civilización? ¿un tipo de cultura?), “inspiró a los verdaderos padres de las palabras almas el himno sagrado para que lo enviaran a la tierra”. Un himno sagrado, una inspiración unitaria sirve de fundamento a la vida de los nuevos hombres y mujeres. “... Después de estas cosas, dijo a Jakaira Ru Ete: bien, tú vigilarás la fuente de la neblina que engendra las palabras inspiradas. Aquello que yo concebí en mi soledad, haz que lo vigilen tus hijos los Jakaira de corazón grande. En virtud de ello que se llamen Dueños de la neblina de las palabras inspiradas”. Esta definición del hombre no es menos exacta que la griega y sí más bella; el lenguaje es origen y actualidad de toda cultura, y el hombre su dueño, administrador y guardián. Un prejuicio positivista, que encontró su primera y más célebre formulación en la “ley” de los tres estadios de Comte, impidió, durante mucho tiempo, ver en el mito otra cosa que formas superadas de concebir y expresar la vida, manifestaciones ingenuas de una humanidad infantil. Un prejuicio teológico –leider auch
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Theologie!36–, producto de siglos de incesante teodicea para hacer a la religión romana racionalmente aceptable, cerró casi por completo la posibilidad de comprender lo que dios, divinidad y divino significaban en el habla y en la vida de los pueblos no occidentales. Un prejuicio psicoanalítico, más reciente que los otros y relacionado genéticamente con ellos, interpretó al mito como mensaje del subconsciente o inconsciente individual o colectivo con sus temores ancestrales, instintos tanatofílicos, pasiones biológicas reprimidas y hasta enredos familiares. Un prejuicio cultural, alimentado por la arrogancia del poder que la superioridad técnica dio a Occidente en el mundo, menosprecia al mito como balbuceo incoherente de la mentalidad prelógica de pueblos “primitivos”. Contra todos esos prejuicios, afirmamos un principio hermenéutico que puede formularse de la siguiente manera: los autores de los mitos no eran menos capaces de reflexión que los filósofos y científicos occidentales, ni la ejercieron con menor intensidad o resultados menos valederos; al contrario, alcanzaron niveles que la investigación europea apenas comienza a sospechar. Mientras se les mire desde afuera y desde arriba, condescendientemente, su verdadero valor permanecerá oculto. El método correcto consiste en profundizar e intensificar la propia reflexión central; cuando se llega al grado de lucidez que ellos lograron, el mito se hace transparente y se revela como creación poética de intención comunicativa, que utilizó los medios expresivos disponibles, medios diferentes de los nuestros porque diferentes eran sus circunstancias y diferente el estilo con que los manejó, medios eficientes porque establecieron ámbito de comunidad y vencieron la íntima alienación, llaga secreta de los adoradores del progreso y de la técnica. A esta comprensión puede seguir un intento de traducción, solo que esta no será accesible a los que no hayan reflexionado tan auténticamente como los autores de los mitos. 36 “Por desgracia, la Teología”. En Johann Wolfgang von Goethe. Fausto. Cap. 4. [Todas las traducciones al pie, y los comentarios filológicos, son del editor (José Zambrano)].
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Los hombres, en un principio, no hablaban: tenían su grito, al igual que los toros tenían el suyo; al igual que los leones, que las gallinas, que los pájaros. Una vez, una bruja alcanzó a ver, en el medio de su fuego, a un diablito pequeño; velozmente lo apretó con una gran piedra; apagó el fuego, cavó una fosa circular y la llenó de agua para que su enemigo no pudiera escapar. Chillaba el diablillo,
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Es evidente que, para utilizar este principio hermenéutico y servirse de este método, es necesario respetar a los hombres que inventaron los mitos, sentir la participación común en la condición humana y cobrar conciencia de la igualdad y solidaridad ante el misterio. Esto es difícil para la mentalidad occidental, volcada en actitud instrumentalizante hacia el manejo pragmático del mundo. Al escribir todo esto hemos pensado especialmente en los mitos cosmogónicos y antropogónicos y en el puesto que en ellos ocupa el origen del lenguaje. El muestreo mitológico que hemos sometido a examen nos entrega los siguientes resultados: El lenguaje es de origen divino (no es un invento, es un don), participó en la formación del hombre (sin lenguaje no hay hombre), participa en la constitución del mundo (las cosas comienzan a ser cuando son nombradas y su coherencia es la coherencia del sistema sígnico), está por lo menos en pie de igualdad con los demás rasgos específicos del hombre, existe independientemente del hombre pero este es su guardián y administrador. El orden jerárquico es: a) divinidad, b) lenguaje, c) hombre en el mundo. El lenguaje es mediador entre hombre y dios, hombre y hombre, hombre y mundo porque es común a todos; el lenguaje es la garantía única de comunicación. La contaminación que resulta de la interacción cultural hace que los mitos pierdan altura, profundidad y coherencia. Consideremos, en este sentido, el pintoresco cuento siguiente, que tiene origen mestizo y carácter sincrético: en él el lenguaje aparece como el rescate pagado por un diablejo, para salvar su vida y recobrar su libertad, a la mujer que lo atrapó con invencible magia e intención asesina:
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amenazante; la vieja, sorda, afilaba la punta de un hueso para ensartarlo. Chillaba más el diablillo: la vieja le mostraba la punta que iba quedando fina como su dedo. Volvió a gritar y a amenazar el prisionero. La vieja le hizo cosquillas con la punta de su hueso, en la parte que sobresalía de la piedra. Así siguieron largo rato hasta que la mujer terminó su tarea. Siguió implacable bajo los insultos hasta que cayó la noche y recordó que su marido volvería, que debía cocinarle y que no tenía fuego. Miró al diablo de reojo y el diablo la miró a ella amenazante. Apurada y nerviosa, tomó su hueso y le hizo un tajo en el cuero a su enemigo. Como este se vio perdido, le dijo que le hacía un trato: si ella lo liberaba le daría un don. La vieja pidió una prueba: los chillidos del diablejo se convirtieron en palabras. La vieja oía asombrada. Luego ella misma empezó a hablar. Liberó a su cautivo y el pacto se mantuvo.
Este delicioso cuento postula absurdamente la existencia de una sociedad humana ya organizada, con división del trabajo y adelanto técnico, pero sin lenguaje. La superficialidad de la intuición se pone de manifiesto cuando el cuento nos presenta a la vieja en diálogo con el diablejo antes de haber adquirido el don del lenguaje. Lejos estamos de la alta dignidad reflexiva que pone de manifiesto el Popol Vuh cuando, después de describir el caos inmóvil, silencioso y obscuro, afirma: “Entonces vino la Palabra”. Lejos estamos de la estela rota que se encuentra ahora en el Museo Británico, donde un Faraón, hacia el año 700 antes de Cristo, copió el antiguo mito de sus ancestros sobre el dios Ptah (pensamiento y lenguaje), quien concibió, creó y dirige a todos los dioses, hombres, animales y demás seres vivientes, quien con el pensamiento de su corazón y el mandato de su lengua dio origen a todo lo corpóreo y a todo lo psíquico y a todas las cualidades de las cosas y a su ordenamiento y armonía. Muy lejos, ciertamente, de aquel texto que recogió Preuss entre los indios Uitotos: “En el principio la Palabra dio origen al Padre”, texto que coincide y concuerda con los pasajes iniciales del Evangelio según San Juan.
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Sin embargo, el cuento de la vieja bruja y el diablejo contiene la aporía circular en que termina la intentio recta de la ciencia al enfocar el problema del origen del lenguaje. El enfoque científico ocupa la segunda parte de este trabajo. 1968
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El lenguaje ejerce un poderoso hechizo sobre el pensamiento. La existencia de un término hace creer en la existencia de una realidad a la cual sirve de nombre. Para cada palabra una cosa, para cada cosa una palabra. El plano de la realidad y el plano del lenguaje parecen superponerse en una relación de correspondencia: a cosas sustantivos, a acciones verbos, a estados de cosas y acontecimientos oraciones, a vínculos entre cosas y entre estados de cosas y entre acontecimientos preposiciones y conjunciones, a cualidades de las cosas y de las acciones adjetivos y adverbios... al mundo y a las leyes del acontecer, morfología y sintaxis; al universo real el universo del lenguaje. Entre ambos planos se sitúa, como intermediario análogo, el plano mental: imágenes, conceptos, juicios, encadenamiento de juicios... el universo del pensamiento. Tres planos paralelos y coincidentes entre los cuales se mueve soberanamente la conciencia humana. La luz de cada plano ilumina a los otros dos; el que percibe claramente, piensa claramente; el que piensa claramente, habla claramente; y lo mismo permutando los términos. 37 En Anuario de Estudios Latinoamericanos, Nº 2, México, Centro de Estudios Latinoamericanos, 1969; pp. 161-168. En 2014 fue publicado como parte del libro El alma común de las Américas editado por Fundecem, Mérida.
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Este primer efecto, simétricamente trifoliado, del hechizo retrocede hasta casi desvanecerse cuando lo observamos lúcidamente. La dificultad práctica de separar esos tres planos, la independencia que cada uno adquiere en los casos en que la separación es posible –las vastas zonas desconocidas de la realidad, lo inefable, la ficción, la fantasía, las glosomorfías lúdicas y las inconscientes e involuntarias–, las comprobaciones de la lingüística comparada sobre la pluralidad y diversidad de los idiomas del mundo en cuanto a estructura gramatical y forma interna, la tan amplia y profundamente estudiada participación del lenguaje en la formación del “mundo objetivo”, son hechos que, junto con muchos otros, deberían bastar para hacer desaparecer la creencia ingenua en una correspondencia del lenguaje con la realidad. Sin embargo, el desenmascaramiento teórico de la problemática que se oculta tras tan ingenuo simplismo no impide que en la vida cotidiana sucumbamos, tanto a nivel individual como a nivel colectivo, ante el hechizo de las palabras, sobre todo cuando este se encuentra potenciado por el uso oficial y la millonaria reiteración de los medios de comunicación de masas. No es pues ocioso, a menos de utilizar este vocablo en su noble sentido etimológico, el investigar las grandes palabras de que nos servimos con frecuencia, para averiguar a qué corresponden exactamente, para asegurarnos de que no son meros fantasmas verbales al servicio de sistemas de enajenación. En este sentido, se justifica la pregunta ¿existe Latinoamérica? aunque parezca impertinente a quienes se niegan a radicalizar su pensamiento mediante la problematización de lo aparentemente obvio y prefieren actuar sobre supuestos no analizados. Es interesante observar que la palabra Latinoamérica surge bajo la óptica y en el sistema lingüístico de los países imperialistas durante el presente siglo. Su significado es claro: Latinoamérica es la parte subdesarrollada del continente americano; su función dentro de la economía mundial consiste en suministrar materias primas a los países industrializados y consumir sus productos manufacturados. Empresas capitalistas establecen en ella
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instalaciones para la extracción de las materias primas, agencias para la venta de los productos manufacturados y, en algunos casos, sucursales de fábricas disfrazadas de industria nacional para aprovechar la mano de obra barata. En este horizonte, la respuesta a la pregunta es fácil y puede darse inmediatamente: sí existe esa parte subdesarrollada del continente americano, sí existe Latinoamérica como zona neocolonial y sí cumple la función indicada dentro de la economía mundial. Dar una respuesta inmediata es tarea menos fácil cuando consideramos los significados que la palabra tiene en el uso lingüístico de los habitantes de la parte subdesarrollada del continente americano. Cuando estos dicen Latinoamérica parecen referirse a un ente unitario identificable y definible por características intrínsecas. Pocas veces llegan a formular esas características y cuando lo hacen casi nunca se molestan en fundamentar sus afirmaciones, como si no fuera necesario, como si fuera tan evidente la unidad de Latinoamérica que el insistir sobre ella resultara perogrullesco. ¿Tienen razón o han sucumbido ante el hechizo de la palabra? ¿Tienen un significado propio para esa palabra o no han hecho sino someterse a la óptica imperialista adoptando su uso lingüístico y adornándolo, para hacerlo leve en sus implicaciones, con un fantasma semántico consolador? Conviene examinar más de cerca esta cuestión y por aspectos antes de lanzarse a una respuesta global. ¿La unidad a la que se alude será acaso geográfica? Es indudable que no. Los Andes, las costas, las vastas llanuras, las intrincadas selvas tropicales, los desiertos, son regiones muy disímiles no solo por sus rasgos particulares, sino también en cuanto a la influencia que ejercen sobre los grupos humanos que las habitan. Además, el mismo tipo de región varía según la latitud y la longitud. Compárense según su cercanía al ecuador, a los trópicos o al círculo polar antártico, compárense las costas del Atlántico con las del Pacífico, las del Caribe con las de Chile, etcétera.
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Si se trata de una referencia geográfica simplemente ubicatoria en términos muy generales y negativo: Si no es Asia, no es África, resulta insuficiente para sugerir identidad y unidad pues las varias regiones de Latinoamérica se diferencian tanto entre sí como se parecen a regiones similares de otros continentes. Geográficamente, pues, nos queda solo el gran marco formado por los confines del Continente Americano con sus islas desde la Patagonia hasta el Río Grande. Para que esto constituya una entidad unitaria a la cual nos sintamos pertenecer como a una especie de gran patria, falta mucho, muchísimo más. ¿A qué se refieren entonces los habitantes de la parte subdesarrollada del Continente Americano cuando dicen Latinoamérica? No es infrecuente oír hablar de una comunidad de orígenes: todos descendemos de íberos, indios y negros. Esta engañosa simplificación surge de la ignorancia y se sostiene gracias al hechizo del lenguaje. En primer lugar, eso de íberos se nos parte en españoles y portugueses, lo de españoles se disgrega en andaluces, vascos, castellanos, catalanes... Es más, los conquistadores y colonizadores íberos no solo eran diferentes en cuanto a la región de origen sino también en cuanto al momento de su venida ¿o afirma alguien que eran iguales los de 1492 a los de 1592 y estos a los de 1692 y estos a los de 1792? ¿Es que no cambian la mentalidad de un pueblo las experiencias históricas de siglos? ¿Y las tendencias separatistas que aún hoy se advierten en algunas provincias españolas son artificiales y arbitrarias? Por otra parte, la palabra indios, surgida del error de los descubridores al creer que habían llegado a la India por el occidente, hace errar aún en nuestros días a media humanidad con la idea falsa de que los habitantes de América constituían una unidad étnica o cultural o de ambos tipos. Nada más alejado de la realidad. Étnicamente, los onas eran tan diferentes de los incas, como los japoneses de los griegos, los caribes tan diferentes de los aztecas como los chinos de los ibos, los bororá tan diferentes de los mayas como los ingleses de los árabes... En cuanto a la cultura se sabe lo
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suficiente para poder afirmar de manera rotunda y categórica que no había unidad cultural. La organización social iba desde los clanes nómadas hasta los imperios, con los más diversos sistemas de parentesco; el atuendo personal desde la desnudez hasta el complicado esplendor de túnicas, tocados y calzado; la religión desde las creencias sin teología hasta el más elaborado monoteísmo; el arte desde la carencia paleolítica incluso de cerámica hasta la arquitectura colosal con pinturas murales; el comercio desde el simple trueque personal hasta el intercambio organizado en mercados con uso de moneda; la economía desde la recolección, la caza y la pesca hasta la organización nacional y la planificación regional... pero lo que mejor puede ilustrarnos sobre la heterogeneidad cultural de los “indios” es el hecho de que en la América precolombina se hablaban unas 1.230 lenguas de familias tan disímiles como en el Viejo Mundo la sinotibetana y la bantú; aún actualmente hay tribus indígenas que viven a pocos kilómetros las unas de las otras y hablan lenguas totalmente diferentes. Finalmente, los llamados tan unitariamente “esclavos negros” pertenecían a grupos étnicos y culturales tan diversos que en muchos casos lo único que tenían en común era el ser esclavos. Esta breve consideración de los orígenes nos hace ver que fueron los más heterogéneos de que se tenga noticia en la historia de la humanidad. ¿Qué quieren decir, entonces, los que dicen Latinoamérica pensando en algo que no es pura y simplemente la parte subdesarrollada del continente americano? Latinoamérica se caracteriza –afirman algunos– por un nuevo tipo de hombre, el mestizo, surgido de la mezcla étnica y cultural; las diferentes razas y culturas se fundieron para producir un hombre nuevo con una idiosincrasia nueva, una nueva raza, la raza cósmica, prototipo de la humanidad futura. Este dislate proviene de la falta de información y de la ilusión de unidad que crean las palabras. En primer lugar, hay todavía gran número de aborígenes, millones, que no se han mezclado. En segundo lugar hay países enteros, los del Cono Sur, formados de población
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blanca europea, países donde el mestizaje ha sido insignificante y en ningún caso da el tono nacional ni determina el aspecto de la población. En tercer lugar, las vastas regiones de mestizaje difieren profundamente unas de otras según las características de los que intervinieron en la mezcla y la proporción en la cual intervinieron; así, en algunas regiones la mezcla fue entre negros y blancos, en otras entre blancos e indios, en otras entre indios y negros, en otras entre los tres, siempre en proporciones diversas y siempre, recordemos, con las profundas diferencias que se ocultan tras las denominaciones “blanco”, “negro”, “indio”, de tal manera que sería necesario hablar, si en ello se insiste, de muchos nuevos tipos de hombre, de muchos tipos de mestizo. En cuarto lugar, se encuentran por todas partes collages étnico-culturales: aldeas de japoneses, alemanes, italianos; colonias agrícolas extranjeras que conservan las tradiciones de su país de origen y se aíslan del resto de la población; “campos” petroleros; villes champignons surgidas en torno a minas; barrios de inmigrantes en las grandes ciudades, y en todo caso lo que llaman “colonias” en algunos sitios, la francesa, la hebrea, la árabe, la inglesa... La pretendida existencia de la raza cósmica, la unidad del mestizo se desmorona ante el más ligero análisis; no es una realidad, es una creencia errónea. ¿Dónde hemos de buscar, entonces, la unidad de Latinoamérica? La guerra de independencia, la gesta emancipadora unificó – dicen otros– a toda Latinoamérica en la voluntad común de libertad y soberanía. Mito sobre mito. En la mayoría de los casos la tal gesta fue dirigida por los criollos contra la burocracia peninsular que detentaba el poder político y no implicó casi nunca cambios notables en el status de las demás clases; además ni en el hecho de ser empresa de los criollos fue homogénea ni homogeneizante: en México coincidió con movimientos sociales verticales, el Perú fue “liberado” por tropas extranjeras, en el Brasil no hubo guerra...; en general no se trató sino de una secuela automática de la decadencia, derrota y desmembramiento de los imperios ibéricos;
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las colonias francesas (con excepción de Haití), inglesas y holandesas no se movieron. ¿Dónde hemos de buscar entonces, ¡oh! dónde, la unidad de Latinoamérica? Ha sobrado quien afirme que la unidad latinoamericana está dada por la religión y la lengua comunes. En cuanto a la religión, bajo el nombre de catolicismo se pretende identificar a los más dispares sincretismos. En cuanto a la lengua, olvidan que en la parte del continente llamada Latinoamérica se hablan varias lenguas, puesto que incluye a los países hispánicos, al Brasil y a Las Antillas y Guayanas, inglesas, francesas y holandesas. Por este lado tampoco encontramos unidad; nos veríamos obligados a partir el concepto y distinguir entre una América hispánica de discutible unidad, el Brasil, la Guayana, y Antillas británicas, la Guayana y Antillas holandesas, la Guayana y Antillas francesas, con cinco lenguas y multitud de cultos sincréticos, sin contar los millones de aborígenes que todavía hablan sus lenguas y practican sus religiones. Algunos optimistas delirantes han hablado de una unidad de conciencia, la conciencia justamente de constituir una unidad. Nada más ridículo. La mayor parte de la población de Latinoamérica es ignorante hasta el analfabetismo y no sabe ni siquiera que la tierra es un planeta en el cual hay continentes y que América es uno de ellos; las noticias de satélites artificiales y astronautas no hacen sino enriquecer las mitologías locales. Millones de habitantes de Latinoamérica solo tienen conciencia de la miseria, del hambre, de la enfermedad, de la opresión, de las catástrofes telúricas. Mientras más se busca unidad, más se encuentra heterogeneidad. Heterogeneidad que penetra destructivamente aun la conciencia de cada hombre, heterogeneidad que se multiplica e intrinca con la llegada constante y creciente de nuevas influencias inconciliables y dispersivas. Todo esto se traduce en inquietud e inseguridad, en migraciones internas, en un hervir borbotante de tendencias contradictorias y polivalentes, en movimientos
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políticos amorfos, en violencia ciega. Esto sí es general, de manera que llegamos a la paradójica comprensión de que la unidad de Latinoamérica está en su heterogeneidad, en su diversidad irreductible a todos los niveles. Esto no es, sin embargo, lo que quieren decir los que usan la palabra Latinoamérica para referirse a un ente unitario identificable y definible por características intrínsecas. Al no encontrar tal ente en la parte del mundo que lleva ese nombre y al observar, no obstante, el perseverante empleo de la palabra con ese significado, es forzoso hacer un intento de interpretación por otro lado: tal vez no se nombra así a un ente real, sino a un ente posible, imaginable, deseado o presentido. En otras palabras: ¿no será la unidad latinoamericana un proyecto que tiende a comprometer la voluntad de los latinoamericanos? En lo que respecta a una parte de Latinoamérica, la de habla española o Hispanoamérica, Bolívar concibió un proyecto de unificación y una corriente de pensamiento bolivariano aún viva lo sostienen aún y algunos de sus corifeos lo han ampliado para abarcar también al Brasil. Esta corriente es utópica en la medida en que pretende apoyarse sobre una supuesta unidad cultural ya existente y obsoleta en la medida en que excluye por definición amplios sectores del territorio latinoamericano y de su población. Además, por lo general ha perdido contacto con la problemática actual y ha caído en la sospecha de servir a los intereses imperialistas. En lo que tiene de positivo será probablemente absorbida por la otra corriente más amplia y de proyecto más completo. El proyecto que se incuba en la mente de los que usan la palabra Latinoamérica, con significado distinto al que tiene en labios imperiales, implica una búsqueda de identidad y una búsqueda de existencia unitaria. ¿Cómo es posible que dentro de tan heterogénea heterogeneidad, dentro de tan cambiante y varia diversidad, haya surgido ese proyecto de unidad, esa búsqueda de identidad y de existencia unitaria? Considérese que el proyecto es antinatural en la medida en
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que se opone a las tendencias localistas, las cuales se fundamentan en poderosas razones culturales, étnicas, históricas, geográficas, nacionalistas, lingüísticas... No hay nada, por ejemplo, en la mentalidad de un argentino promedio, que lo incline a desear junto con los haitianos un ente unitario; es más, a muchos les molesta que los clasifiquen dentro de zonas, prefieren pensarse nacionalistamente como nación de glorioso destino independiente. Reconózcase que tal proyecto no podía surgir de las idiosincrasias locales; la patria de Bolívar se separó alegremente de la Gran Colombia tan pronto como pudo; las potencias imperialistas encontraron quienes los ayudaron a inventar el Uruguay y Panamá; Perú y Ecuador han estado dispuestos a pelearse por unas leguas de desierto, Centroamérica insiste en ser un mosaico de nacionalidades; en el interior de los países de gran territorio ha habido tendencias separatistas... ¿De dónde surgió entonces ese proyecto? ¡Y baste ya de raza, religión, lengua, origen, destino mesiánico! Ha ido surgiendo poco a poco, se ha ido incubando, como reacción y por oposición a otro proyecto, el proyecto que se esconde en el nombre. En efecto, aunque es durante el presente siglo cuando se generaliza el uso de la denominación Latinoamérica, el término (l’Amérique latine) ya había sido acuñado en la sexta década del siglo xix por los ideólogos del Second Empire quienes estaban empeñados en justificar la expansión capitalista de Francia con un panlatinismo ad hoc. La latinidad (sic) de esta región daba derecho a Francia para servirse de ella como fuente de materias primas y como mercado con el pretexto de defenderlo del expansionismo anglosajón. Nos bautizaron, a pesar de nuestra diversidad, con un nombre único para manejarnos mejor conceptual y prácticamente de acuerdo con sus intereses, y fracasaron después de la desgraciada intervención en México. Pero el nombre y la intención quedaron para ser llevados a la práctica por otra potencia imperialista que se sirvió de otros pretextos ideológicos: América para los americanos, defensa del continente contra el colonialismo europeo y,
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actualmente, defensa del continente contra el expansionismo comunista conculcador de la libertad. Al ir descubriendo poco a poco que son víctimas de una misma opresión, los latinoamericanos más esclarecidos comienzan a romper la enajenación ideológica, el hechizo mental que los imperios lanzan sobre los oprimidos, comienzan a saberse solidarios y a buscar la unidad del combate, la unidad que germina en las luchas comunes de liberación. Las potencias imperialistas “inventaron” (sentido o’gormaniano38) a Latinoamérica y se han servido de su invención con pingües beneficios; pero he aquí que los latinoamericanos, al calor de las luchas de liberación, comienzan a fundirse desde su heterogeneidad, comienzan a constituir una unidad, a elaborar su identidad, comienzan a “inventarse” a sí mismos pero con un signo contrario al que les dieron, oponiendo a la servidumbre ingenua la voluntad de independencia. Los latinoamericanos, con óptica propia, comienzan a crear un ente unitario definible e identificable por características intrínsecas, un ente al cual pueda referirse la palabra Latinoamérica cuando ellos la usen. Por los momentos se refiere al anhelo y a sus incipientes manifestaciones. Sin embargo, ese nacionalismo genésico de Latinoamérica no debe hacer olvidar que su lucha es compartida por pueblos de otros continentes que se encuentran en condiciones similares, de manera que lo que se está fraguando actualmente en este proceso mundial de desenajenación, unificación y liberación, desborda los intereses particulares de Latinoamérica y apunta hacia la unidad consciente de la especie humana, hacia la constitución de la identidad del hombre. 1969
38 Referencia al filósofo Edmundo O’Gorman.
Elogio a la ciudad
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El alcalde me ha ordenado pronunciar un discurso de elogio a la ciudad. De ahí que mi discurso sea un discurso de orden. Pero cumplo con gusto porque su orden encuentra en mi orden interior profundas resonancias armónicas. En efecto, me ha expuesto el alcalde su deseo de que los merideños no sean simples habitantes de la ciudad sino ciudadanos, es decir participantes conscientes de la vida de la ciudad; quiere que se sientan responsables de lo que pasa en ella y ejerzan su derecho a intervenir en los asuntos públicos, no como quien lucha contra una exterioridad hostil, sino como quien se ocupa de lo que le es propio. Semejante deseo del alcalde va en contra del tipo de relación entre individuo y Estado impuesto por la modernidad. El aparato del Estado, los mecanismos de la administración pública, los funcionamientos del gobierno se han alejado tanto de la voluntad y el sentimiento del individuo que este los vive como a un golem inhumano, sobrehumano, al cual hay que acercarse o bien de rodillas o bien en pie de guerra con heroísmo suicida. Para los más hábiles 39 Discurso de Orden con motivo del 421º aniversario de la fundación de la ciudad de Mérida, en el Concejo Municipal del Distrito Libertador del Estado Mérida, el 09 de octubre de 1979, Mérida, Imprenta Oficial, 1979, p. 15.
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y habilidosos no es un golem sino un olimpo ilegítimo, accesible por los caminos de la violencia o de la demagogia. ¿Logrará el alcalde alterar ese tipo de relación entre persona y poder público en lo que respecta a Mérida? No sé. Pero su intención está tan cerca de mi corazón que la apoyaría aun cuando supiera que iba a fracasar, pues para mí Mérida no es solo una ciudad hermosa en la cual habito con deleite, Mérida es mi ciudad. Y cuando digo mi ciudad, no quiero decir propiedad y privilegio: Mérida no es propiedad de nadie aunque muchos pretendan ser sus dueños, en diferentes campos, con títulos diversos, todos falsos. Quiero decir pertenencia porque cuando pregunto por el lugar geográfico, geométrico, radical nutritivo, emocional de mi existencia la respuesta es Mérida. El Concejo Municipal, el único concejo que se escribe con c –esa distinción ortográfica me asombró cuando niño– tradición antigua y veneranda, expresión a corta distancia de la voluntad de los vecinos, de los ciudadanos, el único concejo con esa distinción colectiva que, me asombra ahora, ¿logrará desgolemizar? No sé. Pero parece querer intentarlo. Con motivo del aniversario de Mérida vuelve su atención hacia la vida cultural de la ciudad, hacia las actividades de creación artística y ha establecido tres premios municipales. Uno de literatura, otro de artes plásticas y el tercero de música. A través del Concejo Municipal la ciudad tomará conciencia de sus valores y los reconocerá. Los primeros premios ya han sido discernidos. El de literatura al Dr. Alfonso Cuesta y Cuesta entre otras razones, por haber dado renombre internacional a la ciudad. De esto último soy yo testigo: hace exactamente ocho años paseaba yo distraído por las grandes avenidas de Moscú en el frío creciente del otoño, cuando me llamó la atención una palabra caliente en un afiche publicitario de una gigantesca librería; la palabra en cirílico, era Mérida; me detuve a leerlo: anunciaba la venta de un libro llamado Los Hijos de un eminente escritor residenciado en
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40 Los libros tienen su destino.
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Mérida. No sabiendo si era Mérida de España, Mérida de México o Mérida de Venezuela entré a indagar y cuando ubiqué entre los incontables mostradores el que ofrecía el libro en cuestión me abrí paso entre el numeroso público y leí el afiche más detallado donde se nombraba el autor: Alfonso Cuesta y Cuesta, residenciado en Mérida, Venezuela. Lo compré después de hacer una larga cola. Fue el primer libro de autor hispanoamericano que leí en lengua rusa, lengua que acoge dignamente la aquilatada y castigada prosa narrativa de nuestro escritor. A mi regreso obsequié el libro al Dr. Cuesta, quien se sorprendió más que yo pues no conocía la existencia de esa versión. Los libros del Dr. Cuesta y Cuesta son hijos adultos que aprenden lenguas extranjeras, traspasan fronteras por su cuenta, sin permiso y ni siquiera le envían derechos de autor. Habent sua fata libelli40 . Él que no se queja. Mérida se regocija y lo premia. Pero yo veo en este premio un reconocimiento que sobrepasa al Dr. Cuesta y Cuesta. A través de él, la ciudad reconoce a otros eminentes ecuatorianos que la han honrado y servido con su presencia y trabajo de ciudadanos ejemplares. Pido a mis amigos ecuatorianos de Mérida que me permitan nombrar solo a dos ya muertos: el insigne poeta César Dávila Andrade que entendió como nadie el esoterismo de la Sierra Nevada y al joven actor Dimitri Proaño que pasó por Mérida y por la vida como una estrella fugaz y nos dejó a todos los que lo conocimos una extraña palabra indescifrable y enigmática escrita para siempre en el alma. Pero hay más en este premio. A través de él la ciudad proclama sutilmente, para el buen entendedor, su aceptación y acogida de los muchos inmigrantes de otros países latinoamericanos que han hecho pacto con ella y le han entregado su vida y sus talentos y le han revelado sus tesoros, como ese titiritero genial a quien no hace falta llamar por nombre, ese titiritero que aprendió a oír con los niños y nos ha enseñado a oír como los niños.
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El premio de artes plásticas a Viscarret sorprende. Es como si se premiara a la Plaza Bolívar o al amanecer encapotado de La Pedregosa, presto a estallar en sol y pájaros. Porque Viscarret no es un acontecimiento en Mérida. Es parte integrante de Mérida como el agua y las piedras. Que captó, dicen, la luz del paisaje merideño y el alma de su gente. No es cierto. Él rompió las distancias. Él es parte de la luz y del alma de Mérida. Pero también el premio a Viscarret tiene una dimensión segunda. Es el primer plano de un cuadro cuyo fondo es la apertura íntima de Mérida a los inmigrantes de más allá del Atlántico. Mérida dice que los acepta y quiere que se integren a ella como Viscarret. Vienen ya hechos –artesanos y científicos– vienen formados en el oficio de vivir y se dan a Mérida, pertenecen a Mérida. Ya tienen voz en el Concejo Municipal, la voz fraternal y conciliadora de Artidoro Radomile, esa figura quijotesca ya trasplantada exitosamente a suelo merideño. Quiero mencionar a otra persona, a una mujer portadora de la más fina educación y de las más acendradas tradiciones de la Santa Rusia quien, después de una infancia feliz conoció los horrores de la guerra, del exilio, de las epidemias en la vieja Europa y encontró en Mérida una patria profunda donde ha florecido su creatividad pictórica. De ella puede decirse que captó la luz de la gente y el alma del paisaje. Me refiero a Ieliena Bladimirovna Romanovich rebautizada en Mérida como Micaela por razones obvias. El premio a Viscarret ilumina indirectamente a Micaela y a los ilustres europeos que ella de alguna manera representa y unifica en su persona. Lo dicho hasta aquí pareciera señalar a Mérida como una ciudad que se alimenta de afluentes exteriores con la buena suerte de recibir excelentes aportes. El premio de música llama nuestra atención sobre el aspecto autóctono y cordial. Ha sido otorgado al maestro José Rafael Rivas. Yo opino que el nivel cultural de un pueblo se mide por el tratamiento que da a sus músicos. En Venezuela siempre ha sido difícil ser músico excepto para los pocos
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que disponen por cuna de seguridades permanentes. Y sin embargo la cultura musical autóctona es extensa e intensa. Hay más cuatros en Venezuela que violines en Francia. Pero el músico profesional tiene que vivir a pulso en un medio que no respeta suficientemente el arte. Se llega a extremos que hacen sentir la profesión de músico como una forma de mendicidad. En semejantes circunstancias cobra perfiles heroicos la figura de los músicos que han puesto su vocación por encima de la adversidad. Yo siempre me quito la cachucha cuando veo al maestro Rivas, y cuando pienso en él, y el reconocimiento de hoy me parece mínimo en una ciudad que a estas alturas todavía no tiene orquesta. Sin embargo, este gesto del Concejo Municipal, de crear un premio de música y de otorgar el primero al maestro Rivas me parece ¿será demasiado optimista? La señal de un cambio favorable de actitud, vale decir, de una elevación del nivel cultural. ¿Se habrá comenzado a comprender la tarea colosal de ser artista en Venezuela? Colosal no solo en su aspecto material sino sobre todo en el desafío terrible a la creatividad bajo influencias disímiles y contradictorias que ahogan la propia canción, ella misma difícil de integrar y producir. ¿Habrá comenzado Mérida a través de su Concejo Municipal un proceso de revaloración de sus aspectos? Yo así lo deseo. ¿Pero hay en todo esto que he dicho un elogio a la ciudad o un elogio al Concejo y a su alcalde en tanto que expresiones de los altos intereses de la ciudad? No sé. En todo caso, no quiero elogiar a Mérida comparándola con odaliscas y sultanas. A pesar del renacimiento islámico no me parece adecuado ese lenguaje. No sabría a quién poner de sultán; el gorro del pico Bolívar es blanco y la conducta de Mérida nunca ha sido sumisa ni dócil con los dominadores. Tampoco la veo como pubescente doncella esquiva y tensa a la espera de un caballero azul, dueño desde siempre de su secreto ardor. Los últimos jinetes que circulan de vez en cuando por la ciudad tienen graves problemas con el tránsito cuantioso y acezante de los vehículos de motor. Y no es que yo no haya sentido el lado amoroso cósmico
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de la ciudad. Recuerdo mi azoro y confusión de un día de octubre o noviembre de 1964, en el patio de la Normal Alberto Carnevali, rodeado de alumnas, cuando a media mañana vi al sol adolescente que arrancaba con impaciencia los últimos girones de neblina de los flancos de Mérida y ponía al descubierto el meneo sensual de las espigas de Yaraguá. He sido testigo involuntario de las intrigas y tejemanejes y secreteos de la lluvia, aliada de todos los Calixtos vegetales. Varias veces me ha rozado las orejas y se ha enredado en mi barba, el obsceno viento nocturno cargado de polen. No ignoro que los insectos y los pájaros son órganos venéreos, ni que el murciélago le sirve al maitín para hacer llegar su simienta a las orquestas indefensas de la ceiba joven. Yo también he visto. Sé. Pero ante esos dramas eróticos de la naturaleza me siento como el niño que despierta en la noche y se levanta en silencio y sorprende sin quererlo la agitación insospechada en el dormitorio de los padres. No puedo elogiar a Mérida en el sentido de un requiebro. Sería incestuoso y sacrílego. Para elogiar a Mérida adecuadamente es necesario conocerla, para conocerla es necesario abrirse paso entre los decires sobre ella y acercársele. Acerquémonos arrancando y desgarrando imágenes. En los años sesenta circuló profusamente entre los visitantes de Mérida la idea de que nuestra ciudad era la corteza, la tapa de otra Mérida subterránea, oculta, de que en la gobernación, la catedral y el rectorado había túneles secretos y que a las nueve de la noche los dirigentes de la ciudad superficial descendían a la ciudad entrañable para discutir y decidir los asuntos públicos y entregarse de paso a otras actividades no necesariamente ligadas al bien público, pero liberadas de reproche. Yo puedo dar fe de un solo fenómeno ligado tal vez a esa extraña idea: lo que se dice en la plaza Bolívar a metro y medio de las gradas que conducen a la esquina norte se oye en un pozo de piedra que se encuentra situado en el extremo del paseo de los escritores frente al Colegio La Salle. Cualquiera puede repetir la experiencia. Abrigo la esperanza de que el alcalde, mi amigo, me
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inicie alguna vez en ese misterio, si existe, y me deje ver esa ciudad nocturna, poderosa y libertina, perdón, liberada. Otra imagen muy difundida es la que presenta a Mérida como ciudad de la godarria y del tronco carcomido. Nunca he entendido completamente este espinoso asunto; a veces da la impresión de que se reprocha a ilustres familias de Mérida el tener ancestros preclaros y tradición. Ningún reproche podría ser más injusto que este; el desarrollo desigual de las virtudes ciudadanas conduce a desigualdades de herencia. A los que no son herederos, en vez del odio estéril, les queda el privilegio conquistable de ser ancestros. Por lo que respecta a Don Tulio Febres Cordero ¿cómo no admitir que es honra y gloria de Mérida? Es necesario ser un atleta de la mezquindad para no reconocer que es más alto que nosotros, que no hemos crecido todavía lo suficiente como para juzgarlo. Yo acepto su grandeza y me siento favorecido por su sombra. Lo nombro en representación de la pléyade de hombres eminentes que son legítimo orgullo de la ciudad. El árbol del tronco supuestamente carcomido no ha dejado pasar ninguna estación sin generar frutos envidiables y envidiados. Otra imagen presenta a Mérida como ciudad fanática, obscurantista, supersticiosa, intolerante de otras creencias. Si se le reprocha el tener y practicar religión, el reproche es anacrónico: los prejuicios dieciochescos han sido analizados y desvirtuados y el positivismo ateo anda hace tiempo de capa caída en el mundo del intelecto. Si se le reprocha el molestar, obstaculizar y pretender la aniquilación de toda creencia y práctica, religiosa o no, desaprobada por la Iglesia católica, cabe preguntarse cómo conciliar ese reproche con el siguiente hecho: en Mérida trabajan activamente sin sufrir persecución: Numerosas iglesias evangélicas, de diversas denominaciones, La iglesia de los santos de los últimos días, Los testigos de Jehová, La Resp.: Log.: “Derechos Humanos” Nº 162 , Los Caballeros del Águila y del Pelícano,
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El Capítulo “Rafael Dalmau” de la Antigua y Mística Orden Rosa Cruz, Una cátedra de la Escuela Magnético Espiritual de la Comuna Universal, La Gran Fraternidad Universal del Acuario en sus líneas solar y lunar, Susila Budi Darma, organización Subud del maestro indonesio BAPAK, Una escuela del cuarto camino, Un grupo teosófico de línea Rudolf Steiner, Otras organizaciones que no oso nombrar, porque me sobrecoge un escalofrío de pavor, y todas las agrupaciones políticas del país. Otra imagen presenta a Mérida como ciudad turística y estudiantil. Esta imagen es la menos simpática. No por el turismo, aunque prefiero la palabra peregrinaje. En compañía de Don José Ignacio Varela, Don Pedro Nicolás Tablante Garrido y Elías Francisco Rad Rached recorrí a pie muchas veces todos los alrededores de Mérida y nada he conocido en el mundo que pueda comparársele. El ingeniero Luis Alfonso Rodríguez Torres me mostró desde el camino de El Morro, desde la carretera a La Azulita y desde el Valle del Chama viniendo de Lagunillas tres soberbias perspectivas de la ciudad. Antonio Dagnino y Aníbal Gutiérrez me enseñaron a ver y vivir El Valle Grande y El Vallecito que conocí buscando a Ernesto Jerez Valero, el poeta de Mérida. La Pedregosa pudiera conquistar el mundo. Lo de estudiantil tampoco me choca; al contrario, es mi ambiente profesional de trabajo y nada me resulta más grato que la cercanía de los buenos estudiantes. Pero los que dicen Mérida, ciudad turística y estudiantil, lo dicen por lo general con un tono de propaganda comercial como si Mérida fuera un producto a promocionar en la sociedad de consumo sobre una ética algedónica. Perdón. Me resulta cuesta arriba concebir así a Mérida.
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Otra imagen presenta a Mérida como la princesa de las patas sucias. En agresivo contraste la presenta sentada sobre su trono aluvional con los barrios pobres y sufrientes al borde de sus ríos y quebradas, presa quizá irreversible de la contaminación ambiental, la enfermedad, la miseria, la delincuencia que suben ya hacia las partes más nobles de su cuerpo. No comparto las corrientes de pensamiento reduccionista que definen todo por lo económico y creen haber entendido la realidad social toda cuando aplican ciertos esquemas de análisis economicista. Pero hay un aspecto fundamental de orden económico y no dudo de que este Concejo Municipal tenga interés en contribuir a lavar los pies de la princesa aunque para ello deba incomodarla y tal vez transformarla. Puedo ahora formular la pregunta que hubiera querido hacer desde un principio: ¿cuál es la imagen científica de Mérida? La respuesta es: se está formando y hasta tal punto se ha avanzado en esta dirección que ya no es posible diletar impunemente. Ya no se puede afirmar cualquier cosa alegremente. Hay en Mérida distinguidos representantes de las ciencias humanas en estudio serio de la región. ¿Cómo podría yo entregarme al ejercicio ilegal de la sociología después de conocer a José Ernesto Torres? ¿Con qué cara saludaría a Asdrúbal Baptista si me pusiera a pontificar en economía política? ¿Qué reflexiones psicosociales puedo hacer sin Oswaldo Romero García y su impresionante tecnología de investigación? Ciencia regional tiene ya rostro dinámico, inteligente, emprendedor, se llama John William Páez. Ya hay en Mérida un número crítico de científicos capaz de llegar a formar la imagen científica integral de nuestra ciudad. Piénsese en Carlos Domingo, César Briceño, Charles Páez, José Vicente Scorza, Bernardo Mommer, Jacqueline Clarac de Briceño, David Roncayolo, Luis Gerardo Gabaldón y me duele no continuar esta lista. Sin contar la pujante generación de relevo que se está formando ahora y los múltiples trabajos de investigación que
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auspicia el Consejo de Desarrollo Científico y Humanístico bajo la dirección luminosa de Rafael Chuecos Poggioli. Si todos esos esfuerzos se coordinan, y se coordinarán, la ciudad tendrá su imagen científica integral que tanta falta hace para orientar la acción. Mientras tanto yo escojo acercarme a Mérida por un camino que no me es extraño. Un camino apreciado por los sabios, tolerado por los menos sabios y escarnecido solo por los tontos. El camino del mito. Nuestros ancestros prehispánicos nos hablan de una guerra en el cielo, en la Vía Láctea, y la caída a la Sierra Nevada de ángeles o dioses vencidos en un combate sideral. Fueron bajando por El Valle del Chama hasta Lagunillas y se identificaron en su descenso con las rocas y el agua. La divinidad masculina con las rocas, la femenina con las aguas. Su signo es el arco iris; sus efectos benéficos o maléficos según la conducta de los hombres. El arco y el arca. Extrañamente moderno este mito en nuestra época de astronautas y ovnis y ciencia ficción. Una forma degradada y prestigiosa del mito, llamada historia científica, refiere que unos capitanes y soldados españoles fundaron en Lagunillas, sin permiso de sus superiores, una ciudad que luego volvieron a fundar también sin autorización en La Parroquia y luego por tercera vez sin orden superior en la meseta que hoy habitamos nosotros. Sorprende ese recorrido de los capitanes rebeldes, inversamente análogo al de los dioses vencidos. Recorrido que hoy se prolonga en el teleférico como si buscara de nuevo la Vía Láctea. Una tercera tradición, de origen obscuro, afirma que el planeta Tierra es un ser vivo con centros psíquicos y que en Mérida en un punto preciso de la columna vertebral andina hay un centro psíquico de la Tierra, un chacra de muchos pétalos que se está abriendo en tomas sucesivas de conciencia y poder. Fue él quien atrajo e incorporó a los dioses vencidos, fue él quien atrajo y embelesó a los capitanes rebeldes, él quien había concentrado culturas
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indígenas, él quien alentó a los que cortaron la mano del Tirano Aguirre, él quien apoyó al Libertador, él quien dirigió el Acontecer de Mérida que nos narra en un libro deleitable nuestro alcalde. Ese centro telúrico nos atrajo y nos retuvo antes de que pudiéramos comprender por qué. Trajo a Cuesta y Cuesta y a Viscarret, a Micaela y a Dávila Andrade, a Radomile y a María Rosa Alonso, a Lípolis. Alimentó al maestro Rivas y a todo el linaje de músicos heroicos. Nos enfrenta o nos alía. Nos une o nos separa, nos aísla o nos mezcla. En Mérida vivimos, nos movemos y tenemos nuestro devenir. Mérida no surgió de la búsqueda de El Dorado. Ni es lugar de pasaje, ni encrucijada, ni trampolín. Mérida es llegadero. Llegadero para una prueba tremebunda. Estamos sometidos a procesos metabólicos de una entidad superior de orden telúrico. Merideños: estamos sometidos a procesos metabólicos de una entidad superior de orden telúrico. Los que juegan con las letras de las palabras descubren rápidamente un anagrama de Mérida que resulta de poner la cuarta letra en segundo lugar: si siguieran el juego tendrían que agregar inmediatamente i madre, anagrama que resulta de poner la i en primer lugar antes de la m y leer las cuatro restantes letras al revés: luego encontrarían mediar, medirá y dirame, de todo lo cual resulta que al mediar Mérida medirá mi vida con sus metros y dirame mi talla y mi destino y en la bifurcación de su metabolismo me asignará una salida escatológica o su seno maternal. El centro telúrico de Mérida constituye su identidad esencial y tiende a convertirla en capital de sí misma, por eso Mérida está lejos de todos los centros que pudieran ser capital para ella; por eso los merideños por nacimiento o por vocación (llamado) fracasaremos en la medida en que tengamos nuestro centro de gravedad en otra parte o seamos pseudocéfalos para reaccionar ante estímulos exteriores solamente, y triunfaremos en la medida en que tengamos nuestro centro de gravedad en nosotros mismos.
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Forte, en grito, como los que temen no ser oídos, yo diría que es necesario fundar ya en Mérida un movimiento separatista y reclamar la autonomía total. Piano, entre amigos atentos y comprensivos, yo digo que Mérida debe asumir su identidad, aceptar su diferencia, crear su propio rostro, ser cabeza de sí misma. Comulgar con el centro psíquico telúrico de Mérida y ver con claridad las iniciativas a tomar es un proceso sagrado que se facilita en la medida en que las autoridades no sean un golem mecánico manejador de hombres opacos, ni la ciudad un laberinto consumista, ni sus habitantes prisioneros temerosos, sino más bien –como Ud. lo quiere Sr. Alcalde– una compleja unidad de múltiples determinaciones ampliamente comunicadas donde la voluntad colectiva se eleve en sus dirigentes a centro de consciencia, decisión e iniciativa. Mérida de los dioses vencidos y de los capitanes rebeldes. Mérida repudiadora de la pseudocefalia. Mérida de las viejas y nobles tradiciones asediada por las novedades del siglo. Mérida de los inmigrantes fecundos. Mérida enterrada en Mérida y germinando a Mérida. Aquí, en la bifurcación de tu metabolismo, aspiramos a ser dignos de tu maternidad, de pasar a tu circulación telúrica y por eso hemos decidido que nuestro elogio deje de ser puramente verbal para ser también y sobre todo un ejercicio cotidiano de autenticidad. 1979
Sobre Pm – Jesús y Claveslesbia De repente, nos encontramos ante un poeta inesperado y sorprendente. Se destaca contra un horizonte de mediocridad. En efecto, la actividad poética venezolana se ha caracterizado, en las tres últimas décadas, por la repetición supersticiosa de fórmulas gastadas, a las cuales se atribuye obsesivamente poder comunicativo e impresivo; de nada vale el fracaso, la repetición encuentra en sí misma su justificación y crea en el falso poeta la ilusión de la belleza, cuando no de la grandeza profética. PseudoRimbauds en canoa cruzan la miasmática laguna de nuestras letras actuales, creyéndose barcos ebrios en el océano. Esto en cuanto a lo mejorcito, para no ocuparnos de los que entiende la poesía como discurso mitinesco en las líneas desiguales que llaman versos en su crasa ignorancia. La actividad poética venezolana de las últimas tres décadas se ha caracterizado también por la creencia en que un poeta se hace poeta cuando se promociona, mediante contubernios políticos y amistades etílicas, hasta hacerse aceptar en el Papel Literario de El Nacional. En este ambiente de inconsciencia, pequeñez y rapiña, aparece Clavelesbia. Clavel, flor heráldica de canciones sentimentales, y Lesbia, esa palabra de tantas asociaciones clásicas, nos hacen temer
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otra muestra de la mediocridad anterior, la de los años treinta y cuarenta. Pero ya la unión de las dos palabras en Clavelesbia introduce un factor combinatorio desconcertante, obliga a cambiar la actitud ordinaria ante el lenguaje; al menos produce un pequeño choque contra lo habitual y prepara levemente la lectura del poemario. Lo leemos. Primera sorpresa: no es un poemario, sino un poema. Una vivencia trivial parece sostenerlo, una vivencia acerca de una mujer y una flor. Una de esas vivencias, sin embargo, en que el universo entero se contrae y concentra en una imagen, aniquilando todo lo demás: una de esas vivencias en que el tiempo olvida sus éxtasis y se ovilla para convertirse en cifra fugaz de la eternidad. El poema dice la vivencia-trivial en la historia de la humanidad, pero excepcional, rara y poderosa en la vida de cada hombre. El poema dice la vivencia, pero la vivencia lo desborda. El poema se sabe, empero, dueño de una profundidad capaz de contener la vivencia en plenitud, adaptándose minuciosamente a todos sus pormenores, dando cuerpo a sus más sutiles matices y prestando caja de resonancia a sus cambiantes vibraciones. El poeta, por tanto, no escribe otro poema; deja al primero cambiarse, desarticularse, invertirse, torcerse, enrevesarse, abrirse, subir, bajar, girar, saltar, acariciar, deja que el silencio lo seleccione, deja que variaciones de intensidad tonal lo hagan flexible y vulnerable, deja que reagrupamientos insospechados de las palabras pasen la prueba del absurdo y muestren, victoriosamente, nuevos perfiles de sentido. El universo y el tiempo de un inquieto ovillo de palabras triviales, nucleadas por una vivencia trivial, esencial, poderosa. El lector entra en la vivencia nunca agotada, pero descubre un poema inagotable como ella, y de sorpresa en sorpresa, de descubrimiento en descubrimiento, cae al fin en la sorpresa última; a la vivencia trivial y poderosa de una mujer con flor, se alía la vivencia insólita de un poema que al decirla la desplaza sin destruirla, porque la asimila sin restos. La vivencia trivial y poderosa de una mujer con flor sirvió al lector para llegar a la vivencia de un poema
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que no es solo instrumento expresivo, sino entidad autónoma él mismo, solo parcialmente alimentado por el esplendor de aquella noche de fiesta en que Lesbia, con un clavel entre los senos, sacó al poeta de su cotidianidad y le redujo el universo y el tiempo a un ovillo palpitante, cifra fugaz de la eternidad. Saludamos en Pm-Jesús a un poeta que tal vez cumpla en nuestro medio y en nuestras letras la antigua profecía: “Ha de llegar un día en que se cantarán nuevos himnos”. Saludamos también, a través de él, más allá de él, a la Escuela de Poesía de Caracas, su escuela, única fuerza nueva, de auténtica vitalidad liberadora, en el mortecino horizonte literario que nos oprime. Mérida, primero de noviembre de 1980
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La estrategia cultural de Bello
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No he terminado de conocer a Bello. Comencé a conocerlo en la escuela unitaria de una aldea del estado Barinas, donde el maestro nos hacia estudiar gramática por Bello y nos obligó a aprender de memoria largos fragmentos de un poema gigantesco llamado “Silva a la agricultura de la zona tórrida”, ese que arranca con una formulación intensamente erótica de las relaciones entre el sol y la tierra, saludando a esta en su zona de más libidinosa fecundidad. ¡Salve, fecunda zona, que al sol enamorado circunscribes el vago curso, y cuanto ser se anima en cada vario clima, acariciada de su luz concibes!
Yo no estaba en edad de apreciar el esplendor pagano de esa lujuria cósmica.
41 Discurso pronunciado en el paraninfo de la Universidad de Los Andes en acto académico en ocasión del bicentenario de Don Andrés Bello, publicado en Frontera, Mérida, 08-12-1981, p. 5.
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Pasaba después el poema a describir muchos frutos, algunos conocidos por mí, otros no; me impresionaban la forma de adivinanza, la torsión de las frases, el uso de palabras completamente ajenas al habla de mis padres y maestros. No mencionaba al naranjo, ni al mango, ni al guayabo, ni al anón, ni al tamarindo, ni al mirto, ni al níspero, ni al lechoso, ni al guanábano, ni al limón, ni al cemeruco. Yo no entendía que se trataba de un muestreo entre cuyos criterios figuraba, además de la caricia del sol, el sudor agrícola de los esclavos de entonces. Y como aún los frutos conocidos por mí que mencionaba, aparecían bajo una luz extraña, comencé a sentir una distancia abismal entre la vida ordinaria y la poesía. Yo era un niño campesino; estudiar significaba abandonar lo que me era familiar para trasladarme a un ámbito verbal con otras vivencias y otras leyes. El veguero se quedaba en el campo; el niño educado se muda a la palabra. Continuaba el poema con un largo alegato en verso a favor de la vida dedicada a las faenas agrícolas y en contra de la vida en las ciudades. La grandeza de nuestras repúblicas solo puede crecer en los campos, cuya influencia saludable es tan propicia al desarrollo de las virtudes, como el ambiente urbano al crecimiento de los vicios. Sin embargo, el maestro nos explicó que Bello había pasado la mayor parte de su larga vida en Londres y en Santiago de Chile, ciudades, alejado totalmente de las labores agrícolas y por fuera de esa “zona fecunda que circunscribe al sol enamorado el vago curso”. Se confirmaba así para mí la distancia abismal entre la vida y la palabra. Por otra parte, en mi casa, mis padres se desvivían por mudarse a una ciudad donde hubiera un liceo, para que yo pudiera continuar mis estudios. En una ciudad con liceo, Barquisimeto, vi un retrato de Bello. Se lo representaba sentado, adusto, severo, serio, en la mano izquierda sostenía un pergamino medio enrollado, la derecha parecía haber dejado momentáneamente una pluma de escribir que reposaba sobre una mesa; una extraña casaca negra y una ancha corbata, negra también, dejaban ver un triangulo de
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camisa blanca sobre el cual se destacaba una especie de medalla colgada del cuello; tenía la cara de un hombre maduro un tanto mofletuda, los inconfundibles ojos de sagitario y una calvicie vergonzante. Detrás de él, una cortina arrugada no lograba ocultar estantes repletos de libros y un escritorio. Absorto estaba yo ante el retrato, cuando el profesor de castellano y director del liceo me dijo: “Ese es Andrés Bello, el humanista más grande de América, hombre de talla universal”. Comencé un acercamiento más adulto a Bello. Humanista. Conocía las lenguas y las literaturas clásicas del mundo occidental, conocía las lenguas y literaturas modernas de Europa. Conocía también la historia y las creaciones de los pueblos no occidentales. Se familiarizó con las búsquedas del pensamiento filosófico mediante la disciplina del estudio y el ejercicio auténtico de la razón, sostenidos por genuino interés en los temas centrales con que la condición humana inquieta a los hombres más lúcidos. Procuró con éxito crear objetos verbales plenos de significación y esplendentes de valores artísticos. Con todos esos méritos y logros, con esa depurada manera de ser hombre y con su descomunal capacidad de trabajo, se puso al servicio de las nuevas repúblicas americanas como maestro. Asumió la novedad de América y creyó que nuestras naciones podían y debían alcanzar la madurez creadora que les permitiera convivir en pie de igualdad con las demás naciones cultas del planeta. Entre la ignorancia de sus discípulos y el saber europeo, clásico y moderno, construyó él solo toda clase de puentes mediante traducciones, compilaciones, adaptaciones, interpretaciones. Intervino en la vida pública y en la política, pero desde su nivel de universitario, no mediante intrigas, conspiraciones, adoctrinamiento partidista, demagogia y otros juegos de poder, sino mediante el ofrecimiento de sus saberes y su creatividad sobre las aporías de la sociedad humana en general y de las sociedades americanas en particular. Una pregunta me ha asediado con más fuerza mientras
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mejor he conocido a Bello: ¿Por qué un hombre de tantos y tales merecimientos está muerto? Su cadáver ha sido fragmentado en estatuas, retratos, estudios eruditos, abrumadoras ediciones críticas de sus obras completas, celebraciones, homenajes, discusiones de orden, simposios, foros, entrevistas a expertos, mesas redondas. Lápidas con su nombre muestran su tumba en escuelas, liceos, calles, bibliotecas, plazas, expendios de alimentos, clubes deportivos. Está muerto, sin duda. Estaría vivo, aunque no tuviera estatuas ni se recordara su nombre, si su semilla hubiera fructificado en América, si lo que dio sentido a su vida y a su obra diera sentido también a América, aunque el sentido se hubiera transformado y alejado de él. Si su elevada lucidez fuera la lucidez de una parte apreciable por lo menos de la intelectualidad de América. Pero está muerto; los homenajes, reconocimientos y cultos son gestos apotropeicos para tenerlo a distancia no en cuanto a lo que hizo sino en cuanto a lo que significó y pudiera significar. ¿Qué ha sucedido? Por lo general un hombre así no muere, pasa a la circulación vital de su pueblo, se incorpora con o sin nombre a la sangre de las nuevas generaciones, brota en las búsquedas de los adolescentes, afina y sutiliza el oído de las doncellas, irradia en la luz de los ojos estudiosos, fortalece las asentaderas y los codos del letrado, revoca el nombre de la muerte y hace ilusorio el tiempo. ¿Qué ha sucedido? Esa es la cuestión que intento desentrañar. En vida de Bello se formaron las repúblicas americanas. La lengua castellana imperaba sobre el continente, donde una realidad social nueva se regía con instituciones europeas. Bello vio la necesidad de que lengua e instituciones aceptaran la novedad de América y se adaptaran a ella para no destruirla y sin destruirse ellas mismas. Los cambios necesarios para facilitar la manifestación, el desarrollo y la expresión de lo nuevo y diferente eran cambios lícitos presentes en la lógica implícita de transformaciones simbólicas posibles inherentes a la lengua castellana y a las instituciones
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42 Un impulso de perseverar en su ser.
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europeas, de tal manera que podía hacerse justicia a lo nuevo sin romper el continuum América-Europa. No ignoraba Bello que había en América multitud de naciones no europeas. Tampoco ignoraba el conatus sese preservandi42 que las hacía renuentes al sacrificio de la identidad. Sabía además que los pardos eran semicultos: habiendo perdido ya la integridad de su abolorio indoafricano, no había accedido todavía a la plena participación en la cultura hispanoamericana. Era claro para él que los criollos debían cargar con la responsabilidad de dirigir creadoramente las nuevas repúblicas hacia la integración cultural, pues de ellos era la coherencia, de ellos la palabra, de ellos el poder, de ellos la iniciativa. Porque sabía todo eso y porque era un gran estratega cultural asumió su tarea histórica y señaló el camino a seguir: la lengua castellana debía aceptar cambios, pero sin fragmentarse en dialectos. Las instituciones europeas debían aceptar cambios, pero sin violencias ni precipitaciones que pusieran en peligro su coherencia y las fragmentaran en múltiples códigos aislantes. Modelo lingüístico: el habla de la gente culta. Modelo institucional: el comportamiento de la gente culta informado por una jurisprudencia concientemente elaborada en atención a las peculiaridades de la realidad social americana. Gente culta eran los criollos letrados. Indios, negros y pardos continuarían así la paideia occidentalizante que los había trabajado durante la Colonia, pero intensificada en un clima de independencia política y libertad civil propicio a su elevación cultural. Conociendo el estado mental de la época, no creo que nadie hubiera podido formular entonces ninguna estrategia más prudente, ni más cónsona con la imagen que se tenía de las circunstancias socioculturales de Hispanoamérica y con lo que se respetaba axiológicamente.
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Tan coherente y tan adecuada era esa estrategia, que los dirigentes de Hispanoamérica no hicieron más que tratar de instrumentarla y los hombres ilustres posteriores a él se limitaron a tomar su puesto en la lucha. Con Andrés Bello llega a su punto culminante, a su acmé, el discurso mantuano. ¿Qué ha pasado desde entonces? La tarea resultó abrumadora para los criollos. Durante la Guerra de Independencia se habían desangrado, diezmado y debilitado. Durante la Colonia, su dependencia de los centros metropolitanos de decisión y creación les había impedido formar sus propios centros. Al comenzar la vida republicana, reclamados por tareas inmediatas y urgentes, no lograron formar centros de conocimiento y pensamiento. Bello era una golondrina que no hacía verano. Hasta hoy en día, quien quiera formarse seriamente en cualquier disciplina científica o humanística tiene que ir a Europa. Sus universidades hasta la fecha no han desarrollado departamento respetable de filología clásica. Cosa grave. Un país perteneciente a la cultura occidental está descabezado si no mantiene un contacto vivo con sus fuentes originarias en las lenguas y literaturas del Lacio y de la Hélade. Por otra parte, la paidea colonial sobre las poblaciones no europeas de América y sobre los pardos había sido milagrosa, pero insuficiente. Milagrosa: pocos españoles transmitieron su lengua y su cultura a poblaciones inmensamente superiores en número. Consideremos solo el caso de la ciudad de Mérida, donde estamos hoy hablando en castellano: para 1564 había 43 encomenderos con 30.755 indios encomendados. Casi dos siglos más tarde, en 1761, 20 años antes del nacimiento de Bello, Mérida tenía solo 400 vecinos y toda la provincia 1430, mientras en 1579 Vásquez Espinosa contaba 100.000 indios tributarios. Milagroso el hecho sin antecedente conocido en la historia de la humanidad en que tantos fueron translinguados sin retorno por tan pocos, translinguados y transculturados.
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Pero insuficiente para la formación de repúblicas integradas. Sobrevivía lo no occidental semidigerido por la lengua y las instituciones de España. Los semicultos pardos envalentonados por su participación en la Guerra de Independencia y favorecidos por los desequilibrios subsiguientes, comenzaron el asalto al poder, más atentos al ascenso socioeconómico y político que a los valores de la cultura criolla. Procuran tomar los puestos de comando de instituciones que no comprenden y las palancas de gobierno del Estado. Ha habido dictadores y presidentes ignaros, gobernadores que no pueden hilvanar un discurso, ministros con mala ortografía, generales dequeístas y oseístas. El castellano es hablado por grandes sectores de la población como lengua extranjera mal aprendida por adultos y trasmitida así a sus descendientes. Como si la propia debilidad y el asedio incesante de los multiplicados pardos no fuera suficiente desgracia, los criollos tienen que atender otro frente: el que les ha abierto la Europa segunda industrialista de tendencia epistemocrática y tecnocrática por vía capitalista y por vía socialista. ¿Qué sentido puede tener Andrés Bello en semejantes condiciones excepto el de ser incorporado a la relación sadomasoquista que se establece entre alumnos díscolos y maestros enajenados en institutos cuya finalidad real y única es el ascenso de los pardos? ¿O la estrategia de Bello sigue vigente? Suele ocurrir que los milicianos no conozcan la estrategia ni hayan visto nunca al general; por eso se hacen ideas falsas de la batalla y agredirían al general si lo encontraran sin las insignias de su rango confundiéndolo con un enemigo. Somos acaso milicianos neocriollos de Bello sin saberlo. Pero veamos la cuestión desde el punto de vista de lo que se ha dado en llamar el pueblo. Cuando las degradadas élites sean barridas definitivamente y se instaure el poder de un pueblo semiculto, ¿creará este una cultura nueva? Es probable. Será necesario. ¿Sobre qué bases? ¿Con el auxilio de alguna potencia fraternal? ¿Cuál es la estrategia cultural que nos conviene ahora? Con la excusa de lo
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urgente posponemos siempre lo fundamental. Pero alguien tiene que ponerse al margen de la tropelía para estudiar y pensar. Ese trabajo les toca a las universidades o por lo menos a algún sector de ellas. Bello estudió y pensó sin participar en el cuerpo a cuerpo de la revolución y se puso al servicio de las nuevas naciones. ¿Fracasó? ¿Es su ejemplo despreciable? ¿Debemos rechazar el metamensaje de su vida más allá de su obra? Quizás sí. Pero nos toca crear y mantener un nivel de reflexión por encima de los afanes cotidianos. Nuestro destino está ligado al destino de nuestra lengua y de nuestras instituciones y aún más profundamente a lo que es nuestro, pero no está expresado en esa lengua ni en esas instituciones. ¿Podremos cambiarlas para hacerlas realmente nuestras sin destruirlas? ¿Podremos cambiarlas sin hacerlas primero plenamente nuestras? El hombre adusto del retrato vio todo esto y sentado, con su casaca negra y su ancha corbata negra, su triángulo blanco y su medalla, entre sus libros y papeles, el rostro un tanto mofletudo y la calva vergonzante atravesando el abismo que media entre la vida y la palabra, desde sus poderosos ojos de sagitario parece decirnos: “Yo hice lo que hice y ustedes, ¿qué están haciendo?”. Yo por mi parte quiero terminar en el mismo tono pagano del inicio de la Silva, pero sin poesía diciendo: Que la zona fecunda de la tierra que hay en nosotros circunscriba el vago curso al sol enamorado que hay en nosotros para ver si somos capaces de concebir y parir frutos que sean para nuestro momento y nuestras circunstancias lo que los de Bello fueron para la América republicana en su aurora... Mientras eso no ocurra no habremos conocido bien ni honrado dignamente al gran humanista de América. Ese es el reto. Y no acepta regateo. 1981
Los inquietantes cuadros de Geraldine Saldate
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La exposición fue en Mérida. Hace ya varios meses. En Santa María. Una exposición colectiva. Nos inquietaron los cuadros de Geraldine Saldate. No pocas personas, muy diferentes unas de otras, artistas algunas, expresaron la misma inquietud, sin poder explicarla. ¿Por qué no nos limitamos a admirar esos cuadros, a codiciar su posesión para repetir el goce estético? ¿Por qué no nos limitamos a disfrutar el enriquecimiento secreto que nos produce toda obra de arte bien lograda? ¿De dónde esa inquietud extraña? La escogencia de los colores –es cierto– y su reducción son insólitas. Se tiene la impresión de que la pintora usa solo dos colores: uno frío, ampliamente variado en matices que van desde la más concentrada intensidad hasta el borde de la desaparición, pasando por gradaciones y degradaciones en masas ya cerradas, ya dispersas, estrechamente juntas o flojamente distanciadas, con perfiles casi siempre ambiguos; y otro cálido, en matices claramente diferenciados, de 43 En Azul (órgano divulgativo de la Universidad de Los Andes), Mérida, Rectorado de la Universidad de Los Andes, Talleres Gráficos Universitarios, Nº 6, octubre, 1981; pp. 30-31. [Reseña-síntesis del folleto escrito por J. M. Briceño Guerrero para la exposición de Geraldine Saldate en la Galería La Otra Banda de la Universidad de Los Andes].
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contrastes precisos entre sí y sobre el fondo frío. El vientre del mar se diría, y, en él, antiguos caracoles esplendorosos, confirmados en su esencia por el respeto de los siglos. Pero no es ese manejo del color, técnicamente audaz y admirable, lo inquietante. La bien lograda artesanía tiende más bien a contagiarnos con la placidez de su universo equilibrado. ¿Será entonces el mar? ¿La oscuridad de los orígenes acuáticos de la vida? ¿El miedo a las sombrías vastedades que parieron voraces monstruos, ancestros remotos y terribles de nuestro linaje, cuyo recuerdo es mejor reprimir para no alborotar a sus vicarios en el océano interior de nuestra psiquis? La imaginación creadora de los griegos –tan importante en la cultura occidental– pobló el mar de divinidades. Pensamos en la dulce Tetis y en el tormentoso Poseidón que atormentó a Ulises infatigablemente y destruyó con nefasta violencia el carro y los caballos de Hipólito y a Hipólito. Pensamos en tritones y nereidas. Pensamos en aquel toro blanco que salió de las olas e indujo en adulterio a la reina Pasífae con la ayuda técnica del discreto y eficiente Dédalo. Pensamos también en la Atlántida de Platón. Pero ninguna de estas asociaciones alcanza a inquietarnos. Más bien nos tranquilizan y regocijan: la psicología profunda, la investigación oceanográfica y las películas del Commadant Cousteau han desmitificado el mar; el mundo mitológico se ha convertido en ámbito de un refinado y alegre turismo intelectual. Tampoco proviene la inquietud de que cada cuadro sea una especie de Rorschach unilateral y sublime donde se aglomeran los traumas inconscientes del espectador. Aunque algo de eso hay, el ambiente submarino o nocturno está logrado con una delicadeza óptica tan agradable al sentido que más bien apacigua esos asedios y amella esos mordiscos. Además, el esplendor incoercible de los caracoles y la tersura de la imagen femenina bastarían para mantener la atención en la delectación sensorial. Por otra parte, el goce intelectual de explorar la estructura laberíntica originada por el complejo devenir de los colores con sus ramificaciones, enmotamientos,
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reflejos, convólvulos, meandros, grumos, volutas, alvéolos, resacas, arremolinamientos, fibrilaciones, enmarañaduras, ondas, burbujas, cumulaciones y flameos, en unitaria majestad, constituiría, como ejercicio formal, una barrera adicional contra el afloramiento de lo subliminal individual. No. No es del nivel psíquico de donde proviene la inquietud, aunque lo comprometa por ser inquietud. Volvemos, pues, al punto de partida: ¿por qué son inquietantes los cuadros de Geraldine? No hemos avanzado nada, pero hemos logrado, por decirlo de alguna manera, un avance negativo: sabemos de dónde no proviene la inquietud. No proviene de ninguna manipulación técnico-pictórica, ni de las asociaciones que activa en la imaginación el contenido pictórico, ni de su poder evocatorio sobre los continentes sumergidos del alma. Nos conmueve esta inquietud sui generis, pero no reside en la emoción, la provoca desde afuera por resonancia como efecto secundario. A los que no cultivan la autenticidad en su encuentro con el arte, a los que se sacuden las inquietudes sin analizarlas, a los instalados en la superficie por miedo a la verdad, a los muchos pudiera fatigar esta investigación por parecerles demasiado prolongada y tal vez ociosa. No así al lector sensitivo que ha visto o pudiera ver, en plena conciencia y autoconciencia, los cuadros de Geraldine. Para este continuamos la investigación, para este solo, sobre todo al considerar que las siguientes reflexiones molestarán a los muchos, cuyo paladar grosero no percibe sino majadería en la sutileza. Los inquietantes cuadros de Geraldine no son inquietos. Ni la más mínima inquietud los habita. En ellos todo movimiento se ha contraído a su estado de más íntima latencia. Vemos las formas hieráticas del movimiento en el equilibrio supremo de la quietud, traspasadas de paz solemne; el sosiego anida en ellas calmadamente como en la miel. No hay temblor alguno en la frondosidad nemorosa, ni viaja el brillo de los refulgentes caracoles, sus reflejos son simultáneas apariciones que no revelan origen, como si las creara y rigiera una armonía preestablecida. La figura femenina
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no está detenida por un corte en el movimiento, a la manera de una instantánea fotográfica: no hay un corte en el tiempo, sino un cese del tiempo o una rasgadura que pone al descubierto un asana de lo real. ¿Será la quietud de esos cuadros (percepción obscura al principio, percepción clara y distinta luego) lo que inquieta? De ninguna manera. Pone en evidencia, tal vez por contraste, una inquietud ya existente en nosotros; nos hace caer en cuenta de un cierto género de agitación nuestra que sin ella nunca advertiríamos, sin ella, sin esa quietud sui generis. Son inquietantes, pues, los cuadros de Geraldine; pero no porque generan inquietud, sino porque la revelan. Instalados ahora en esa inquietud, mirémoslos de nuevo desde ella. Liberados de la función que les habíamos atribuido erróneamente, se alzan ante nosotros en una plenitud cósmica que nos sume en una nueva perplejidad; cada uno es lleno, completo en sí mismo, y sin embargo, se vuelve transparente porque remite a un más allá de sí mismo. ¿A cuál más allá? En un primer momento, cada uno remite a los otros. Entonces nos amanece la sorprendente compresión de que no son varios cuadros, sino variaciones de un solo cuadro. ¿Y cuál es el cuadro originario, primigenio, al cual todos remiten con su transparencia? Pedimos ver todos los otros cuadros de la pintora, los que no han sido expuestos y encontramos nuevas variaciones inquietantes del cuadro originario, pero no a este. Repasamos los cuadros ajenos que pudieran haberla “influido”. Empresa esta irrealizable exhaustivamente, nos permite empero, de repente, comprender la verdad: son variaciones de un cuadro que la pintora todavía no ha pintado. ¿Lo que hace pintora a Geraldine es, entonces, el intento de pintar un cuadro del cual no ha logrado hasta ahora sino aproximaciones? ¿Lleva en su intimidad la pintora un cuadro primigenio y su obra es la dispersión de una búsqueda expresiva, el resultado de ensayos sucesivos por desplegar sobre la tela del caballete una urgencia estética originaria, todavía insatisfecha?
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Eso podría ser cierto para una observación superficial y apresurada, impaciente por concluir, dispuesta a transarse con una ilusión de compresión para rehuir la tensión del esfuerzo y ocultar la impotencia inquisitiva en formulaciones retóricamente plausibles. Cada cuadro está bien logrado. Ha alcanzado su plenitud. No es una aproximación. Ni la copia imperfecta de un modelo. Ni la búsqueda de un ancestro secreto. Es precisamente gracias a su perfección individual y desde ella, con la perspectiva de su variación, como cada cuadro remite al cuadro primigenio. Solo que el cuadro originario no es de carácter plástico. Geraldine no lo ha pintado todavía porque no lo pintará jamás. No podría pintarlo nunca bajo ninguna circunstancia porque no es un cuadro. Es el vacío limitado que suministra espacio, centro, frontera, sostén a la dispersión de las variaciones y las llena de sentido. Al intuir ese vacío circunscrito, lugar de los cuadros, imposible sin los cuadros, cuadros sin él imposibles a su vez, intuimos también algo más, algo de escalofriante efecto: ese vacío está también más acá de la inquietud, es su ámbito, la sostiene aunque no sería sin ella. La inquietud ante los cuadros de Geraldine ¿es la inquietud del devenir?, ¿es el mismísimo devenir inquieto de nuestra existencia revelado por el vacío donde se aloja?, ¿tienen esos cuadros la virtud de remitir al vacío donde se alojan en vez de ocultarlo, para remitirnos también –silencio espejo del silencio– a la morada intemporal del tiempo? Fascinados por el abismo, los volvemos a contemplar. Rebosan de belleza, dolor y misterio, mientras parecen querer rebozar la belleza, el dolor y el misterio. En esa tensión arco y cuerda –logran una resonancia intensa, sostenida y discreta, ajena a toda estridencia. Su música es suave como un pianissimo de viola con sordina. Belleza contenida –no quieren deslumbrar; los perfiles más agudamente definidos en el esplendor de los caracoles, aun ellos desdeñan la violencia y la moderan y mitigan en lo que tiene de inevitable.
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Misterio manso –no quieren amenazar; las formas marinas más vagamente indefinidas, con todo lo que puedan sugerir en espantos acechantes y pavorosos peligros, no inspiran miedo, como si las paralizara y desvirtuara en su potencial de terror algo más fundamental que los riesgos insondables de la disolución y la tiniebla. Dolor sosegado –la figura femenina que habita los cuadros no piden compasión ni consuelo, ni contagia sufrimiento alguno. Rostro o máscara, altivamente triste, serenamente triste. Habiendo asumido el dolor de los umbrales últimos, conocidos por ella sola, preside ecuánime sobre el fin y el comienzo. ¿Es la ambigua princesa del devenir? ¿O hierofante? Coagula et solve. Su variable silueta se acerca o se aleja. Se espesa y define hasta la poderosa y dulce mirada sin ojos, o se dispersa y desdibuja hasta la irrealidad fantasmal. Gobierna la identidad precisa de los caracoles y las esencias díscolas, esquivas de la penumbra submarina. Regia, soberana, solemne, hermosa, triste, con la tristeza iluminada de quien no puede ya ser engañado por nadie ni por nada, ni no quiere engañar, la princesa ha asumido también el hechizo genésico de los umbrales últimos con sabia altivez, sin avaricia de goce. En su mundo talesiano, talásico, la ambigua princesa del devenir parece decir: “agua eres y en agua te convertirás, pero puedes dejar un caracol”. ¿Un caracol? Obra de arte del mar. Lo fluctuante e inestable, lo cambiante y delicuescente engendra lo firme y decidido, petrifica la ley de su caducidad y de su orto, fija su palabra inhumana en una arquitectura inamovible donde resuena toda la música anterior a la música, como si la voluntad del devenir aspirara a la creación de esencias inmortales. Desde el centro tranquilo de nuestra inquietud, la ambigua princesa del devenir parece murmurar a la inquietud: “eres un mar, ¿dónde están tus caracoles?”. Rostro o máscara, la princesa del sentido del devenir parece murmurar, parece decir desde su
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corazón vacío: “No, no morirás. Serás como los dioses por obra del arte, por la obra de arte”. Nucella Lamelosa Gmelin, Pirámide de Kéops, Bhagavad Gita, Afrivoluta Pringlei, Ilíada, Catedral de Chartres, Dama de Elche, Voluta Morrisi, Machu Pichu, El arte de la fuga, Popol Vuh, Taj Mahal, Conus Milne Edwardsi, Piedra de Atures, A las Parcas, Popule meus, La divina comedia... Pero en un cuadro donde no hay caracol, la princesa del sentido del devenir, parsimoniosa y sibilina, entre espectrales crespones, parece agregar (solve): “también los caracoles revertiránse en agua”, y tal vez muy pasito (coagula): “retornará del agua todo caracol”, mientras vagos y ambiguos reflejos cálidos del ausente caracol aureolan aquí y allá las protoformas frías de la penumbra. Parece decir, parece murmurar, parece agregar. Pero no habla. No es ella la que habla. ¿Quién habla, entonces? ¿Es el torbellino rumoroso y nemoroso aprisionado en los caracoles, y libre, pero disuelto, en el cuadro donde no hay caracol? Heridos por una sobriedad glacial y definitiva, comprendemos: en ella, en la doliente, misteriosa y bella princesa, no hay sino su silencio, origen inmóvil y fin indiferente de todas las voces, corazón de las palabras, el mismo silencio que habita nuestra inquietud, silencio espejo del silencio, silencio implacable, silencio insobornable, silencio inhumano y prohibido, silencio vacío de los hierofantes.
Regalo insólito e inesperado
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Este libro es un regalo generoso. Frutos vivos y maduros en una cesta tejida a mano con disciplina y con amor. Frutos muy singulares y valiosos porque no han sido recogidos al azar de las circunstancias accidentales de la vida, ni son silvestres. Carne de los frutos: La vasta formación que maneja, articula y organiza la autora soberanamente. Adquirir, asimilar y dominar tal volumen de información es, sin duda, magno trabajo de muchos años en que con frecuencia –lo adivinamos– las diferentes fuentes parecían no coincidir las unas con las otras e internamente cada una presentaba incoherencias casi insuperables; así suele ocurrir al que osa aprender el millonario lenguaje de los símbolos sagrados y su plural manifestación en tradiciones diversas según las condiciones de los pueblos, la época histórica y los niveles semánticos que sirvieron de vehículo al mensaje uno. Juego de los frutos: Esa ambrosía llamada comprensión que se destila dulce a partir de líquidos amargos, que se trasmuta esplendorosa desde plúmbeas tinieblas, que renace en pimpollo cuando se pudre la corteza de sueño cotidiano que la protege
44 Comentario al libro El sexo y la muerte de Fantina Iribarren. Edición de autor, 1982.
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encarcelándola; comprensión que nunca jamás puede surgir sin esfuerzo consciente y deliberado. Cesta tejida con disciplina y amor: El estilo de la autora, tan claro, tan didáctico, tan desvanecedor de confusiones, tan inequívoco, tan audazmente contrario a la tradición iniciática, esta acostumbra a esconder sus mensajes en tupido laberinto emblemático donde se pierde el buscador; la autora, en cambio, ofrece un plano del laberinto con letreros en las encrucijadas para guiar al viajero hacia el centro de sí mismo. En tan gentil y primorosa cesta están los frutos de regalo. Regalo peligroso, sin embargo. No lo acepte el lector que estima sus rutinas más que la aventura, ni el que prefiere la ilusoria seguridad de sus prejuicios a la insegura búsqueda de la verdad, ni el que se aferra a su pequeña lujuria por miedo al hierofante. El Amor y la Muerte se trenzan en cópula apasionada. ¿Cuál amor? ¿Qué muerte? ¿A quién generan en su idilio? El lector se verá tentado a participar en las respuestas ofrecidas por este libro tan intensamente erótico. Regalo generoso y peligroso. Frutos vivos y maduros en cesta tejida a mano con disciplina y amor. Frutos de conocimiento y comprensión en el plano, artísticamente tejido, de un laberinto. Sí, gracias, sí. Mérida, 1982, unos días antes de Semana Santa.
Los tres discursos de fondo del pensamiento americano
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Tres grandes discursos de fondo gobiernan el pensamiento americano. Así lo muestran la historia de las ideas, la observación del devenir político y el examen de la creatividad artística. Por una parte, el discurso europeo segundo, importado desde fines del siglo xviii, estructurado mediante el uso de la razón segunda y sus resultados en ciencia y técnica, animado por la posibilidad del cambio social deliberado y planificado hacia la vigencia de los derechos humanos para la totalidad de la población, expresado tanto en el texto de las constituciones como en los programas de acción política de los partidos y las concepciones científicas del hombre con su secuela de manipulación colectiva, potenciado verbalmente con el auge teórico de los diversos positivismos, tecnocracias y socialismo con su alboroto doctrinario en movimientos civiles o militares o paramilitares de declarada intención revolucionaria. Sus palabras claves en el siglo pasado fueron modernidad y progreso. Su palabra clave en nuestro tiempo es desarrollo. Ese 45 En Boletín Antropológico, Nº 4, Mérida, Centro de Investigaciones del Museo Arqueológico Gonzalo Rincón Gutiérrez, Universidad de Los Andes, noviembrediciembre, 1983; pp. 61 y 62.
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discurso sirve de pantalla de proyección para aspiraciones ciertas de grandes sectores de la población y del psiquismo colectivo, pero también sirve de vehículo ideológico para la intervención de las grandes potencias políticas e industriales del mundo en esa área y es, en parte, resultado de esa intervención: solo en parte, pues responde también, poderosamente, a la identificación americana con la Europa segunda. Por otra parte, el discurso cristiano-hispánico o discurso mantuano heredado de la España imperial, en su versión americana característica de los criollos y del sistema colonial español. Este discurso afirma, en lo espiritual, la trascendencia del hombre, su pertenencia parcial a un mundo de valores metacósmicos, su comunicación con lo divino a través de la Santa Madre Iglesia Católica Apostólica y Romana, su ambigua lucha entre los intereses transitorios y la salvación eterna, entre su precaria ciudadela terrestre y el firme palacio de múltiples mansiones celestiales. Pero en lo material está ligado a un sistema social de nobleza heredada, jerarquía y privilegio que en América encontró justificación teórica como paideia y en la práctica solo dejó como vía de ascenso socioeconómico la remota y ardua del blanqueamiento racial y la occidentalización cultural a través del mestizaje y la educación, doble vía simultánea de lentitud exasperante, sembrada de obstáculos legales y prejuicios escalonados. Pero si el acceso a la igualdad con los criollos quedaba, en la práctica, cerrado para las grandes mayorías, el discurso en cambio se afianzó durante los siglos de Colonia y pervive con fuerza silenciosa en el período republicano hasta nuestros días, estructurando las aspiraciones y ambiciones en torno a la búsqueda personal y familiar o clánica de privilegio, noble ociosidad, filiación y no mérito, sobre relaciones señoriales de lealtad y protección, gracia y no función, territorio con peaje y no servicio oficial aun en los niveles limítrofes del poder. Supervivencia del ethos mantuano en mil formas nuevas y extendidas a toda la población.
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En tercer lugar el discurso salvaje; albacea de la herida producida en las culturas precolombinas de América por la derrota a manos de los conquistadores y en las culturas africanas por el pasivo traslado a América en esclavitud, albacea también de los resentimientos producidos en los pardos por la relegación a larguísimo plazo de sus anhelos de superación. Pero portador igualmente de la nostalgia por formas de vida no europeas no occidentales, conservador de horizontes culturales aparentemente cerrados por la imposición de Europa en América. Para este discurso tanto lo occidental hispánico como la Europa segunda son ajenos y extraños, estratificaciones de la opresión, representantes de una alteridad inadmisible en cuyo seno sobrevive en sumisión aparente, rebeldía ocasional, astucia permanente y oscura nostalgia. Estos tres discursos de fondo están presentes en todo americano aunque con diferente intensidad según los estratos sociales, los lugares, los niveles del psiquismo, las edades y los momentos del día. El discurso europeo segundo gobierna sobre todo las declaraciones oficiales, los pensamientos y palabras que expresan concepciones sobre el universo y la sociedad, proyectos de gobierno de mandatarios y partidos, doctrinas y programas de los revolucionarios. El discurso mantuano gobierna sobre todo la conducta individual y las relaciones de filiación, así como el sentido de dignidad, honor, grandeza y felicidad. El discurso salvaje se asienta en la más íntima afectividad y relativiza a los otros dos poniéndose de manifiesto en el sentido del humor, en la embriaguez y en un cierto desprecio secreto por todo lo que se piensa, se dice y se hace, tanto así, que la amistad más auténtica no está basada en el compartir de ideales o de intereses, sino en la comunión con un sutil oprobio, sentido como inherente a la condición de americano. Es fácil ver que estos tres discursos se interpenetran, se parasitan, se obstaculizan mutuamente en un combate trágico donde
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no existe la victoria y producen para América dos consecuencias lamentables en grado sumo. La primera de orden práctico: ninguno de los tres discursos logra gobernar la vida pública hasta el punto de poder dirigirla hacia formas coherentes y exitosas de organización, pero cada uno es suficientemente fuerte para frustrar a los otros dos, y los tres son mutuamente inconciliables e irreconciliables. Entre tanto, las circunstancias internacionales del mundo tienden, por una parte, a reforzar el discurso europeo segundo y prestan altavoz al clamor de desarrollo acelerado hacia un orden racional segundo apoyado por la ciencia y la técnica, pero el discurso mantuano se esconde detrás del discurso europeo segundo y negocia su continuidad con intereses de las grandes potencias beneficiadas por ese estado de cosas, mientras el discurso salvaje corroe todos los proyectos y se lamenta complacido. La otra consecuencia es de orden teórico: no se logra formar centros permanentes de pensamiento, de conocimiento y de reflexión. Los investigadores y pensadores de América o bien se identifican con la Europa segunda de tal manera que su trabajo se convierte en agencia local de centros ubicados en poderosos países exteriores al área, o bien se consumen en actividades políticas gobernadas por el discurso mantuano, o bien ceden al impulso poético verbalista del discurso salvaje. Los esfuerzos científicos de las universidades se desvirtúan en intrigas mantuanas; las anacrónicas intrigas mantuanas no logran hacer contacto con lo real extraclásico más allá de lo necesario para sobrevivir, un cierto nihilismo caotizante impide la continuidad de los esfuerzos, y el conjunto de la situación aleja al americano de la toma de conciencia integral de sí mismo, de su realidad social, de su puesto en el mundo, de tal manera que mucho menos se enfrenta nunca auténticamente a los problemas que el universo en general, la condición humana en general plantean al hombre despierto. Ante este panorama de discursos en guerra sin victoria, solo queda, en la perspectiva del presente, el escalofrío estético
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catártico que produce la contemplación de una tragedia, y, en la perspectiva del futuro, el genocidio tecnocrático o la esperanza de una catástrofe planetaria que permita comenzar de nuevo algún antiguo juego. 1983
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Recuerdo y respeto para el héroe nacional
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Señores: Cuando supe que yo había sido propuesto como orador de orden para este acto en representación de la Universidad de Los Andes y del resto de las universidades del país, me sentí muy honrado. “Por iniciativa de los rectores de las universidades nacionales”, rezaba la comunicación oficial, “se ha convenido celebrar, en este año Bicentenario del Natalicio de El Libertador, varios actos de carácter nacional que testimonien el recuerdo y respeto de los universitarios por el héroe nacional”. “Entre los actos”, agregaba, “habrá de celebrarse una sesión en el Palacio de las Academias en Caracas, el 24 de junio en horas de la noche, con motivo de cumplirse un aniversario más de la Promulgación de las Constituciones Republicanas mediante la cual el Libertador creó la Universidad Autónoma y Republicana de Venezuela”. Acepté complacido y abrumado por la ocasión de hablar ante personas tan distinguidas, sobre un tema tan importante, en el 46 Discurso pronunciado en el Palacio de las Academias el 24 de junio de 1983, con motivo del Homenaje de las Universidades al Libertador en el Bicentenario de su natalicio, Mérida, Ediciones AZUL, Rectorado, Universidad de Los Andes, julio, 1983; pp. 19 En 2011 publicado por la Universidad Nacional Experimental del Yaracuy UNEY.
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lugar olímpico de la intelectualidad venezolana. Releí los Estatutos Republicanos de la Universidad Central de Venezuela sancionados por Simón Bolívar el 24 de junio de 1827, recogidos por Ildefonso Leal, ciento cincuenta años más tarde y publicados por la Universidad Central de Venezuela en junio de 1977 para celebrar el sesquicentenario de su existencia republicana. No podía escapárseme que el 24 de junio es también aniversario de una gran victoria militar de Simón Bolívar y cómo olvidar que San Juan Bautista, patrono del día, esconde a los dioses paganos del solsticio estival. Todo esto, en un año de Cléones y Alantopoles, me ofrecía fáciles ventajas retóricas para exaltar la figura del Padre de la Patria en sus innegables méritos militares y civiles; haciendo valer su pensamiento y su obra en lo que tienen de radical y de actual para nosotros los de hoy; dejando resonar largamente su verbo de admonición para alimentar la esperanza de días mejores en que, gracias al coordinado esfuerzo colectivo, llegara a ser fuente de orgullo para nosotros la nación venezolana, digna hija de tan digno padre; destacando, en fin, el papel protagónico de la Universidad Autónoma en tan magna tarea, mientras ponía en evidencia la referencia astronómica de la fecha como parámetro cósmico. Podía, sin duda, declinar esas ventajas retóricas, no muy cónsonas por cierto con la dignidad académica, y transformar mi discurso en una especie de ensayo erudito sobre las ideas del Libertador en materia cultural, rastreando sus orígenes y poniendo de manifiesto al mismo tiempo su originalidad, para colgar un nuevo retrato suyo, hecho de palabras, en este recinto, continuando así una tradición iniciada por la Universidad Central de Venezuela al poner un retrato de Su Excelencia en la Sala de Sesiones del Claustro, como primera resolución después de la promulgación de los estatutos. Pero me pregunté si yo quería prolongar el linaje insigne, multitudinario de los retratistas del Libertador, callando lo que sé. Yo había aceptado decir este discurso, complacido y abrumado por el honor. Ahora me preguntaba si no corría peligro de
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hundirme en el deshonor y la vergüenza, ante mis dioses, contribuyendo indirectamente a mantener mentiras convencionales por timidez en el ejercicio de la libertad de palabra. Decidí entonces que manifestaría respeto al Libertador y a mis oyentes diciendo la verdad. Guíeme Tucídides, el testigo por antonomasia, el escrutador y paradigmático atestiguador del devenir humano. En su b, XLIII pone Tucídides en boca de Pericles las siguientes palabras: ’Aνδρῶν γὰρ ἐπιφανῶν πᾶσα γῆ τάφος, καὶ οὐ στηλῶν μόνον ἐν τῇ οἰκείᾳ σημαίνει ἐπιγραφή, ἀλλὰ καὶ ἐν τῇ μὴ προσηκούσῃ ἄγραφος μνήμη παρ’ ἑκάστῳ τῆς γνώμης μᾶλλον ἢ τοῦ ἔργου ἐνδιαιτᾶται.47
47 Tucidides, Historia de la Guerra del Peloponeso, Libro 2, Cap. 43. “La Tierra entera es la tumba de los hombres ilustres, y no sólo en su patria la inscripción se indica en las estelas, sino que incluso en cada persona pervive un recuerdo no escrito, un recuerdo que está más en los sentimientos que en la realidad de una tumba”.
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(Paso a interpretar esta cita como quien interpreta una escritura sagrada porque Tucídides, cuando habla del hombre, no emite conjeturas, sino que pone en verbo para siempre su visión clara y verdadera de la condición humana. Despliego y explico la coherencia sintética de su prosa ática en forma analítica por medio de enunciados distintos:) 1. Existen hombres excepcionales (extraordinarios, sobresalientes, superiores) reconocibles porque su conducta comunica con profundos intereses de sus pueblos y de la humanidad toda al par que interviene poderosamente en las circunstancias inmediatas. 2. No quedan enterrados en sus tumbas, sino sembrados en toda la tierra. 3. Su existencia es señalada oficialmente por medio de un culto expresado en inscripciones sobre piedra, estatuas, homenajes, ceremonias cíclicamente repetidas, coronas de flores y de palabras, gestos ritualizados.
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4. Su existencia, por otra parte, habita sin señalización en cada uno, como presencia innominada más cercana a su corazón que a sus actos. Sus actos, hechuras y hazañas, fueron el empalme entre su corazón, conectado con el corazón colectivo, y las circunstancias históricas donde actuó. El alto centro de pensamiento y afectividad, llamado aquí corazón, origen de conocimientos ciertos y voluntad eficiente, producirá, si está vivo, nuevos actos – hechuras y hazañas– para enfrentar las nuevas circunstancias históricas. Veamos a Bolívar y a Venezuela a la luz de Tucídides: 1. Simón Bolívar fue sin duda un hombre excepcional. Comprendió el puesto de América en el mundo y logró cohesionar durante unos tres lustros los discursos heterogéneos del pueblo para conducir un movimiento de liberación política que nos hizo pasar de colonias a repúblicas como parte de un movimiento planetario hacia la dignidad y la autonomía del género humano en sus diversas variantes culturales. 2. No quedó enterrado en su tumba, sino sembrado en toda la tierra. Su nombre y su obra son recordados con admiración y agradecimiento mucho más allá de su país natal por hombres de otras patrias y de otras lenguas, que se inspiran en él. 3. Su existencia es señalada, recordada, alabada, adorada por un culto oficial que llega a su fortissimo durante este año bicentenario de su natalicio al cual pertenecen este acto y este discurso. 4. Su existencia habita sin señalización en cada uno de nosotros como presencia innominada más cerca de su corazón que de sus actos. En todos –aunque en algunos de manera muy débil– alienta el anhelo de plenitud, “de libertad y de gloria” como diría él. Colectivamente, tal como pudo verlo Augusto Mijares, hay un estrato del psiquismo nacional donde germinan de manera silvestre las virtudes humanizantes sin las cuales ningún país llega a ninguna parte.
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Y sin embargo, me veo obligado a decir algo que no es contradictorio con lo anterior, pero sí paradójico y menesteroso de explicación, no solo en el discurso sino también y sobre todo en la realidad. Yo no he estudiado en vano, yo no he vivido en vano, yo no he tratado de comprender a mi país en vano. Yo sé que Simón Bolívar no es el Padre de la Patria. Yo sé también que Venezuela no es una patria. Este país pertenece a una región del mundo que dejó de ser colonia española gracias a la gesta emancipadora encabezada por Bolívar; pero se constituyó como Estado separado en contra del pensamiento y la voluntad de Bolívar, en contra de todo lo que Bolívar significó para sí mismo, en contra del corazón de Bolívar. Venezuela por no ser más colonia española da testimonio de la gran victoria de Bolívar, pero por ser Estado separado de la Gran Colombia da testimonio del gran fracaso de Bolívar. Su propia victoria militar, más que su enfermedad y su muerte lo hicieron fracasar como organizador de estados, porque los heterogéneos discursos que logró cohesionar para la primera tarea, al dispersarse de nuevo sin el freno español y sin el suyo, solo válido en guerra, condujeron a la multiplicidad caótica que hoy nos impide pronunciar palabras salidas del corazón colectivo, palabras que él sí oyó y dijo, pero nosotros no queremos oír, hipnotizados por pequeños poderes. Nacida traumáticamente de la fragmentación de un gran sueño, Venezuela es un ámbito geográfico y administrativo. Los despojos territoriales nunca le han dolido realmente porque no es el cuerpo de una patria, sus límites son imprecisos y negociables como propiedades materiales no irrigadas por sangre común, no inervadas por un sistema vivo. Dentro de ese ámbito geográfico y administrativo hay muchas patrias pequeñas, amados terruños alimenticios que no llegan a configurar un todo orgánico, yuxtapuestos, imbricados, superpuestos, interpenetrados se continúan más allá de las fronteras sin sentirlas.
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Tal situación en sí misma no entraña una desgracia irremediable y tal vez no es una desgracia. Muchas patrias han comenzado siendo conglomerados de pequeñas patrias recíprocamente hostiles. Otras han comenzado como fragmentos de un todo despedazado. Lo múltiple y diverso puede articularse en una totalidad de sentido donde las partes conservan individualidad autonómica o se van fundiendo en unidad superior donde quedan superadas y conservadas. La culpa edípica puede asumirse conscientemente transformándola en responsabilidad adulta. El hombre es músico y puede componer estados polifónicos; tendrá que componerlos. Ese estado de cosas no es nuestro problema fundamental. Cuando nos observamos a la luz de Tucídides, vemos claramente la fractura, el quiebre radical de nuestro país. A saber: la discontinuidad escenificada históricamente por nosotros entre los enunciados tercero y cuarto vistos en el despliegue y explicación de la frase puesta por Tucídides en boca de Pericles. El culto oficial a Bolívar, característico y definitorio del estado republicano, no guarda continuidad con la presencia innominada de Bolívar en nosotros más cerca de su corazón que de sus actos. El poder político venezolano, después del corto lapso de estupor que siguió al parricidio, recuperó el cadáver de Bolívar y lo hizo objeto de un culto supersticioso que encubre el terror de su resurrección y garantiza su muerte separándolo de la tierra donde podría germinar. La presencia viva e innominada de Bolívar, común a las muchas patrias pequeñas, permanece en estado embrionario, porque no tiene acceso a la toma de decisiones, no tiene respiradero político. El culto a Bolívar es una fachada; el poder político se asumió como reparto y rapiña, erigido sobre el desvencijado aparato institucional de la colonia española, apuntalado por instituciones emprestadas a la Europa segunda. Se afianzó e hizo escuela un linaje hasnamousiano48 de hombres de presa que solo 48 Gurdjieff aludía con el nombre Hasnamous a un tipo de persona que vive bien solo a costa de la infelicidad de los demás.
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conocen la pandilla como forma de organización y la astucia como virtud suprema. He sufrido cincuenta años de historia de Venezuela; para comprenderlos he tenido que ir más allá de la rimbombante y hueca retórica de los militares convertidos en déspotas, más allá del asqueroso parloteo de los demagogos, más allá de los planteamientos ideológicos precariamente legitimadores de los poderosos y de los aspirantes al poder. Siempre he visto el deseo de servir a la formación de la patria atropellado por intereses egoístas, pero renaciendo siempre. Todo el que quiere servir a un propósito común encuentra que su vida es una aventura individual en un mundo caótico. Me limito a los últimos cincuenta años por la cercanía vivencial y no puramente académica. Dos circunstancias los han caracterizado: el sostenido crecimiento demográfico y el acelerado aumento simultáneo de los recursos fiscales. Ante esas dos circunstancias hubiera podido esperarse de parte de los dirigentes del país una acción creadora de cultura, prosperidad y patria. Por una parte, una gran población mestiza descendiente de esclavos negros, indios derrotados y blancos de orilla, en pésimas condiciones de vida, habitada por un anhelo legítimo y ciego de superación; por otra parte, grupos privilegiados constituidos por descendientes de mantuanos, neocriollos y arrivés del caudillismo militar, que no sintieron nunca a los otros como integrantes de la misma patria porque no hay noción de patria. ¿Cómo hubiera podido esperarse de ellos una acción creadora que fuera más allá de sus intereses de grupo concebidos con ojo de ratón? Claro está que concebidos con ojos de águila y en contexto mundial los hubieran llevado a intentar por lo menos la formación de un Estado respetable con ciudadanos capacitados para vivir y no solo sobrevivir. No ocurrió así; no ha habido constructores de patria ni estadistas. Pero como el sostenido crecimiento demográfico potenciaba la peligrosidad social del legítimo y ciego anhelo de superación, mientras el acelerado aumento simultáneo de los recursos fiscales, remota herencia tectónica validada por la civilización industrial,
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posibilitaba la movilidad vertical y horizontal, y permitía aliviar, disminuir, engañar, postergar la peligrosidad social de los pobres, se perpetuaron y afianzaron las reglas del abyecto juego político que nos hizo nacer como ámbito territorial y administrativo que no como patria. Sobre los caudillos militares fueron prevaleciendo caudillos civiles, más aptos, en las nuevas circunstancias, para el reparto entre los que lograran movilizarse verticalmente por medio de partidos constituidos ad hoc, encargados de enseñar a círculos más amplios las reglas del juego, garantizar su cumplimiento y premiar según ellas a las pandillas más aptas en el manejo de la violencia y la astucia. Como, además, en el mundo actual circulan ideas por todas partes, se procedió al encubrimiento ideológico de esa situación de hecho con doctrinas de valor estrictamente retórico, pastiches verbales, cacareo de progreso, desarrollo, planificación, revolución como ritual manipulatorio. Para entender este acontecer no hace falta utilizar categorías específicamente humanas; bastan las mismas que se utilizan para entender etológicamente la conducta de poblaciones de peces o de insectos. Y quizás es demasiado, tal vez bastarían también las leyes de la hidráulica. Un hombre se hace hombre cuando construye dentro de sí mismo un nivel de reflexión que le permite volverse consciente del destino, es decir, de lo que en él es condicionamiento biológico y cultural para elevarse al ejercicio de su libertad y de su creatividad. Un país se hace patria cuando construye dentro de sí centros autónomos de autoconocimiento y autocomprensión que iluminen sus centros de acción para integrarse asumiéndose en plenitud, orientarse en el universo y dirigir deliberadamente su conducta; así, esta será no la resultante mecánica de una combinatoria subhumana de fuerzas históricas, sino el producto de decisiones enraizadas en un ámbito de valores espirituales, es decir, propiamente humanos.
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La patria germinal habita en ese nivel del psiquismo colectivo donde anida la presencia innominada de Bolívar, más de su corazón que de sus actos pasados, pero no puede desarrollarse porque el ámbito de su despliegue –la actividad política, el manejo de los asuntos públicos– está ocupado por el culto oficial a Bolívar, un culto rigurosamente farisaico, que no guarda ninguna relación de continuidad con el nivel fundamental, no lo expresa, no lo prolonga, no es su manifestación auténtica, más bien lo oprime y lo pasma permitiéndole participar solo en la medida en que puede corromperlo y desvirtuarlo mediante la siniestra pedagogía del abyecto juego. En todas las esferas de nuestra vida pública puede observarse y señalarse esta discontinuidad, pero hay una que nos concierne a los aquí presentes de manera cordial y capital. En el mundo actual, ¿cuáles son los centros de conocimientos, reflexión y autocomprensión que iluminan al Estado y al pueblo? Sin duda aquellos donde se cultivan las ciencias y las humanidades. Entre nosotros, ¿qué institución se encarga de ese cultivo? La universidad primariamente, se supone. ¿Qué ha pasado con la universidad? Durante los últimos veinticinco años, para limitarnos a lo vivencial, dos circunstancias han influido sobre ella: el sostenido crecimiento de la matrícula estudiantil y el aumento gigantista de los recursos financieros. ¿Qué ha hecho ante esa situación? Adaptarse pasivamente a la mecanicidad del Estado. Ha sido canal selectivo para el ascenso socioeconómico, sus símbolos habilitan para una mayor participación en el reparto. Ha sido efebofrura, su ámbito contiene, retiene y entretiene a jóvenes que en su gran mayoría no obtendrán patente porque la movilidad vertical no es ilimitada ni mucho menos. Ha sido sinecura para la ociosidad estéril. Ha sido retaguardia logística y centro de reclutamiento en aventuras políticas, paramilitares y hasta hamponiles. Ha sido campo de entrenamiento para los cachorros del sistema. Ha sido fuente de financiamiento para clientelas partidistas. La habitan sectas dogmáticas antiintelectuales, roscas burocráticas, gremios
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insaciables, clubes políticos, asociaciones de compadres, cofradías de borrachos –su nombre es legión– la parasitan golosamente, en disputa, la empujan en todas direcciones y ella se agita como un pelele sin ritmo ni concierto. Nadie toma decisiones, las decisiones son la resultante mecánica de las fuerzas en juego a través de una inextinguible polisinodia laberíntica donde se diluye homeopáticamente toda responsabilidad. ¿Qué hay de los centros de conocimiento y reflexión? ¿Qué pasa con las ciencias y las humanidades? Se les rinde un culto verbal rigurosamente farisaico. Los pocos que se dedican a esas actividades exóticas, extravagantes y ridículas quedan ipso facto al margen de todo lo que cuenta como importante, expuestos a cualquier desmán en cualquier momento a menos que se acostumbren a hacer ejercicios de humillación ante pequeños déspotas engreídos, se hundan en la clandestinidad o libren una continua guerra defensiva que los desgasta y los amarga disminuyendo su capacidad creadora. Increíble todo esto tal vez para un observador externo, o por lo menos exagerado. ¿Cómo puede una institución alejarse tanto de su esencia sin que la disonancia la destruya? Aquí es cuando entra a actuar la ideología en su función amortiguadora de la contradicción y encubridora de la fractura. El derecho al estudio. La universidad reflejo del país. La protección al indigente. La autonomía garantiza la libertad mental y el desarrollo de una actitud crítica. La revolución. Pero ya ni esos mecanismos de autojustificación hacen mucha falta, porque la mayoría de los universitarios ha olvidado o nunca supo lo que es universidad. Sin embargo, un hecho milagroso de observar en la vida universitaria nos cura de todo pesimismo radical: en medio de ese océano de circunstancias adversas hay una micronesia de humanistas y científicos que, exiliados en su propia casa de estudios, mantienen en lo individual las virtudes y las prácticas correspondientes a la esencia de la universidad.
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En resumen, nuestra relación con Bolívar representa, simboliza y encarna la situación histórica de nuestro país en todas sus esferas, incluyendo la esfera universitaria. Por una parte, un ámbito donde germinan tercamente las virtudes humanizantes y formadoras de patria. Allí late y sueña nuestro futuro vigor. Por otra parte, oprimiendo al anterior, un ámbito político, administrativo, burocrático, estatal, caracterizado por la inconsciencia de su destino, es decir, por la inconsciencia de su propia mecanicidad, ciego y sordo a las posibilidades de la libertad creadora. Allí se agita y patalea un reiterado fracaso incapaz de reconocerse como tal, demasiado envilecido moralmente como para avergonzarse y retirarse, pero suficientemente fuerte como para continuar su triste espectáculo. El primer ámbito es morada de Bolívar en el sentido del cuarto enunciado que hemos desentrañado de la frase puesta por Tucídides en boca de Pericles. El segundo ámbito es sede de un acontecer mecánico que no se reconoce a sí mismo, porque se enmascara en pronunciamientos farisaicos cuya falsedad no alcanza a ver; esa es la morada de Bolívar en el sentido del tercer enunciado, pero tan carcomida y precaria en Venezuela que no puede albergar adecuadamente el recuerdo del héroe aunque lo alimente con incesantes estatuas, coronas, discursos, títulos, homenajes, ceremonias. Más bien ha hecho de él un alma en pena, que se presenta en las sesiones mediumnímicas de los cultos mágicos-religiosos del pueblo como un espíritu neurasténico, impaciente, desequilibrado, que tose lastimosamente y grita órdenes absurdas. Pudiera pensarse que la variante venezolana de la tragedia, inherente según los griegos a la condición humana, está en esa ruptura, en esa discontinuidad, en esa separación entre la heterogénea nobleza del pueblo y la actuación de los poderes públicos. Pero no se pensaría correctamente, porque lo característico de la tragedia no es solo su desgracia y su dolor, sino también y sobre todo su inevitabilidad. Y la situación de Venezuela en general y de su universidad en particular tiene remedio.
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Recordemos los dos primeros enunciados: 1. Existen hombres excepcionales reconocibles, porque su conducta comunica con profundos intereses de su pueblos y de la humanidad toda al par que interviene poderosamente en las circunstancias inmediatas. El manejo de los asuntos públicos requiere de hombres excepcionales. Si no somos tales, adiestrémonos en el arte de reconocerlos para apoyarlos y seguirlos; si parecen o pretenden serlo sin serlo, que nuestro desprecio sea manifiesto, en escala nacional y en escala institucional. 2. No quedan enterrados en sus tumbas, sino sembrados en toda la tierra. Sepan nuestros dirigentes y su abigarrada progenie que el ocupar altas magistraturas no salva de la mediocridad ni de la muerte. No es un nombre en una lista de gobernantes ni un retrato en una galería de directores lo que puede dar sentido a una vida estéril e intrascendente. Más bien ponen de manifiesto su vacuidad. La tierra no puede hacer germinar lo que no es semilla. Un corazón vacío no puede hacer acto de presencia junto al corazón del pueblo. Es preferible el anonimato de los humildes que se convierten en humus alimenticio para las virtudes humanizantes donde se esconde y sueña el futuro vigor de la patria. Se convino celebrar este acto para testimoniar “el recuerdo y respeto de los universitarios por el héroe nacional”. Recuerdo y respeto, he comprendido estas dos palabras etimológicamente. Recordar viene de cor, cordis, corazón; significa volver a traer algo o alguien al corazón, desplazar de nuevo el corazón hacia algo o alguien; una operación del afecto. Respeto viene de respicio, respixi, respectus; significa mirar hacia atrás, hacia adentro; volver a mirar, considerar, referirse a, respectar; una operación del intelecto. Esta ha sido mi manera de expresar recuerdo y respeto por el héroe nacional. He preferido un discurso testimonial a un discurso epidíctico. Lo he hecho con ira y lucidez, como lanzando una pedrada contra el enemigo más fuerte, último recurso
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para no cubrirme de deshonor y de vergüenza ante mis dioses. Si, además, he logrado expresar algún estrato del intrincado psiquismo universitario, no a mí corresponde juzgar, si no a la conciencia de mis pares, perturbada como la mía por Cleones y Alantopoles. Termino repitiendo la frase de Tucídides, esta vez, empero, como responso a Bolívar en la lengua que dio origen y esencia a universidades y academias: ’Aνδρῶν γὰρ ἐπιφανῶν πᾶσα γῆ τάφος, καὶ οὐ στηλῶν μόνον ἐν τῇ οἰκείᾳ σημαίνει ἐπιγραφή, ἀλλὰ καὶ ἐν τῇ μὴ προσηκούσῃ ἄγραφος μνήμη παρ’ ἑκάστῳ τῆς γνώμης μᾶλλον ἢ τοῦ ἔργου ἐνδιαιτᾶται. 49 1983 [ 149 ]
49 “La Tierra entera es la tumba de los hombres ilustres, y no sólo en su patria la inscripción se indica en las estelas, sino que incluso en cada persona pervive un recuerdo no escrito, un recuerdo que está más en los sentimientos que en la realidad de una tumba.” Tucídides. Historia de la Guerra del Peloponeso, Libro 2, Cap. 43: Discurso fúnebre de Perícles.
Die Oelfrage y el discurso secreto
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La propiedad total del subsuelo ha convertido al Estado venezolano en receptor único de la renta petrolera y en su distribuidor omnímodo. El notable economista alemán Bernard Mommer, máximo y óptimo conocedor de esta cuestión, me ha preguntado qué efectos ha tenido la condición de rentista en el sistema de actitudes y discursos prepetroleros de nuestro país. Abordo el tema de manera apretada y esquemática en los estrechos límites de este artículo. Entre los pardos, la tendencia centrípeta hacia la condición de mantuano se ha acelerado por facilitación. La política partidista y las universidades, multiplicadas, se concentran en un sola de las funciones que tenían anteriormente: el ascenso socioeconómico. Puestos públicos elevados y diplomas universitarios se han convertido en títulos de nobleza, gracias al sacar, sinecuras, prebendas... que permiten ser importante e inútil cuando no abiertamente dañino. Pero como la condición de mantuano, además del privilegio y el 50 En El Nacional (Papel Literario), Caracas, 20-04-1984; p. 6. Die Oelfrage, Mérida, Venezuela, octubre 1982, libro en que el economista alemán Bernard Mommer expone los resultados de doce años de investigación sobre la cuestión petrolera en nuestro país. [También escrito Die Ölfrage, significa literalmente el problema del petróleo].
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derecho al ocio, incluye la posesión de virtudes como la dignidad, el respeto a sí mismo, la práctica religiosa, la honorabilidad, el sosiego, la distinción en el trato y la elegancia discreta, los neomantuanos, carentes de todas ellas, resultan falsos mantuanos, nuevos ricos presuntuosos, ignorantes de su propia inautenticidad e ilegitimidad por falta de una iniciación correcta, necesariamente lenta en la deseada condición de criollo. Por su parte, la actitud de identificación con la Europa segunda y el discurso europeo segundo se ha intensificado tanto que el dinero consagrado a la educación científica de toda la población y a los congresos científicos supera las cantidades consagradas por los países europeos al mismo fin, todo ello coronado por un programa original, mundialmente famoso, de estímulo a la inteligencia. Los más recientes inventos, procedimientos y productos de la tecnología europea segunda han sido importados y utilizados en todas las ramas de la actividad pública y privada. Pero esos insumos y consumos de ninguna manera han contribuido a la formación de centros de trabajo creador, ni siquiera al fomento de la actitud científica. Hasta ahora solo tenemos fachadas de centros de investigación donde, en el mejor de los casos, algún europeo segundo auténtico agoniza maltratado, en exilio, mientras los otros utilizan los emblemas de la ciencia como armas mágicas para hacerse valer en la lucha por mayores rentas y privilegios. En el lugar de la vocación de verdad característica de la ciencia está la vanidad de los pardos en ascenso con su incesante intriga por pequeños poderes, siempre dispuesta a pasar a puestos políticos con abandono real del trabajo científico y mantenimiento ritual de las denominaciones académicas. Desde otro lado, el discurso salvaje ha llegado al tope de su fortissimo. Indisciplina, criminalidad, irresponsabilidad, desorden general, afirmación de la chabacanería desde las más altas instancias políticas, impunidad, son notas habituales de nuestra cotidianeidad. Pero esa plenitud de manifestación es solo parcial: los valiosísimos contenidos subversivos y creadores del discurso
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salvaje, los que tienen que ver con la conservación de tradiciones no occidentales y con la apertura de nuevas formas de convivencia aptas para un futuro vigor no participan del fortissimo. Nos encontramos ante un discurso salvaje envilecido, subvencionado, subsidiado para que oculte en su trivialización los manejos de astutos pardos empeñados en ser mantuanos, incapaces de siquiera comprender el colonial sistema de aspiraciones que los mueve. Sin embargo, aunque todo este desbarajuste es, de hecho, un efecto de la condición de Estado rentista, no es un efecto necesario. La misma coyuntura podía haber tenido otros efectos si los dirigentes del país hubieran sido diferentes; pero todos son de la escuela de Carujo. Simón Bolívar, Andrés Bello y Simón Rodríguez no hicieron escuela en Venezuela. Murieron en el exilio y viven actualmente en el exilio, mientras se toman las más severas medidas para evitar por todos los medios su regreso, erigiéndoles reiteradas estatuas apotropeicas. Porque no hay estadistas, el devenir del país seguirá su curso obedeciendo leyes subhumanas de orden hidráulico. Queda, como reserva de un futuro vigor, el estrato de la vida colectiva que Augusto Mijares comenzó a ver poco antes de que la ceguera, la muerte y el olvido lo aniquilaran, ese estrato donde se mantienen tenazmente los saberes de supervivencia y las virtudes humanizantes, pero ya el hocico nefasto de intelectuales estériles y artistas fracasados ha comenzado a husmearlo y se ha propuesto la sucia tarea de “rescatarlo”, es decir, de convertirlo en espectáculo, en objetos con precio, en capital demagógico. Aquí está la verdadera frontera del combate entre los tres grandes discursos que gobiernan la vida nacional, por una parte, y, por la otra, un discurso secreto que albergará el futuro vigor en la medida en que se mantenga secreto, secreto como la savia y la sangre. A diferencia del que es excretado del subsuelo por tubos metálicos.
Homenaje a Micaela
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Atravesó guerras, revoluciones, hambres, pestilencias, prisiones, dictaduras. Asimiló, por afinidad, lo poco que las culturas tienen de aspiración y anhelo. Sufrió cuanto ellas suelen tener de hostil y cruel. A pesar de que su sensibilidad la predisponía para todos los quebrantos, participó en el espectáculo del mundo, sin que este la destruyera porque prefirió comprender antes que ser comprendida y amar le pareció más bien aventurada cosa que ser amada. Un destino alienante la separó de quienes hubieran podido acompañarla siempre; le arrebató implacable todo cuanto pudiera proporcionarle el goce familiar y descansado de los apegos permanentes y le ofreció solo el rescoldo fugaz de las amistades pasajeras. Pero ella tenía amor aun para la soledad y la fecundó con su incesante voluntad de creación artística. Alguna obscura vocación, que otros también hemos oído, la atrajo hasta la ciudad colocada sobre un monte y obscuramente comprendió que toda su vida había sido preparación y prueba para un contacto sobrehumano. Con facilidad aprendió el lenguaje de las montañas y las nubes. Sintió 51 En el folleto “Micaela. Exposición Colectiva. Homenaje a Micaela”, Mérida, Museo de Arte Moderno, octubre, 1986; p. 1 (Es la presentación del folleto y la exposición colectiva).
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íntimamente las radiaciones de ese poderoso centro magnético, de ese chacra ubicado en la columna vertebral de América y de la humanidad futura, y se convirtió en traductora plástica de sus mensajes telúricos. En sus inesperadas acuarelas, inesperadas en un mundo de vacío formalismo, se expresa así el trasfondo eslavo con toda su poderosa plenitud sentimental e imaginativa. En ella afloran los contenidos más sutiles de la cultura, profundas intuiciones teosóficas, y la madurez de una vida intensa. Pero es la revelación de Los Andes, el descubrimiento y expresión de lo que ellos no quieren ya más esconder y derraman a través de su mediumnidad para el futuro, lo que confiere a estas acuarelas el misterioso encanto de las voces que resuenan siempre en nuestro interior, derrotando nuestra capacidad para interpretarlas racionalmente. La encontramos ante el altar de picos que traza en el signo de Acuarius sobre el cielo, entregada a ritos de contemplación que desdeñan el aparato de las religiones oficiales, nada tienen que ver con teologías, y penetran en resplandor de lucidez las más humildes actividades cotidianas, el aquí y ahora, desde esa otra dimensión que irrumpe en el tiempo y lo ilumina de eternidad. 1986
Filosofía y poesía en concavidad de horizontes
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El último libro de Elizabeth Schön, Concavidad de horizontes: conca: cuenca, cuenco, concha marina; concavidad, resultado de cavar en compañía. Horizonte: límite último, separación extrema, frontera circular formando cuenco para todo lo que puede contener la cuenca del ojo. Concavidad de horizontes, copas de todas las miradas posibles en cuanto exploran lo dado por el ser, lanzadas desde el cristal puro y vacío de ningún comienzo; sabiduría del más allá que se revierte sobre su propio origen y se tranquiliza en la paz sencilla de la verdad. Hasta aquí algo de la resonancia de los nombres. Lo presento ahora en cuanto objeto: libro de 176 páginas; portada, contraportada según diseño de Catherine Goalard; editado por la Dirección de Cultura de la UCV, en la serie Poesía; impreso en junio de 1986, en la Imprenta Universitaria de la UCV, P. V. P. 55; dedicado a Ernesto Mayz Vallenilla y con prólogo del agraciado filósofo mismo; dividido en cinco partes. Los poemas de las cuatro últimas partes no llevan título, los dieciséis poemas de la primera parte se 52 (Poemario de Elizabeth Shön, dedicado a Ernesto Mayz Vallenilla, Caracas, UCV, 1986), en El Nacional, Caracas, 25-04-1987, p. C-2.
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llaman ¿Dónde el amor?, La calma, La prudencia, La paciencia, La debilidad, La mansedumbre, La astucia, La voracidad, La falsedad, La vanidad, La paz, El pensamiento, El poder. El último poema de la primera parte, El poder, está dedicado a Ernesto Mayz Vallenilla como todo el libro, pero este especialmente en relación con su libro El dominio del poder. Dice así:
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Poder es cacería. Cacería es presa moribunda, animal para conservar: trofeo que no siempre abastece la necesidad amorosa de los hombres. La cacería ofrece su alimento a cada habitante del mundo: espacio, albergue, comunicación, fruto. Pero el corazón no cesa de exigir porque la presa es distancia de horizonte, óvalo de tierra, círculo del sueño.
Los arpones del pensar se enfilan, se tienden hacia ella. Cacería por el cielo, el agua, la tierra y luego, más poder, más cielo, más tierra, más inmensidad. No concluye. Poder sobre lo remoto y lo cercano. Sobre la extensión y la miseria. Sobre la plenitud y el anhelo. Sobre el amor y la dulzura. Sobre la justicia y el equilibrio. La luna aposenta en las manos. Saturno resplandece en las avenidas. Pero el pájaro y el árbol pierden la libertad. Oculto, yace lo ínsito, insistente. Poder.
Y como si lo fuese todo y nadie fuera capaz de sentir la redondez terrestre y menos conservar la voz dulce de cada noche y cada despertar.
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Solo que las redes lanzadas para retener la cacería están llenas con grandes huecos. La cacería puede traspasar la red y desaparecer en lo infinitamente igual, en lo infinitamente único de lo único por cazar: el Ser. Trataré ahora de presentarlo por dentro como objeto artístico y filosófico desde dos vertientes. Sírvame de transición el poema que acabo de leer. Primera vertiente: desde la antigüedad clásica hasta nuestros días grandes pensadores, en el linaje de los filósofos, sintieron la necesidad de dialogar con los poetas como si los poetas llegaran por otros medios a las aporías de los filósofos y convirtieran la perplejidad fundamental del asombro en trance creador. Heidegger dedicó asiduamente los últimos años de su vida a ese diálogo. Por otra parte, muchos de los más notables poetas de la tradición occidental han sido muy versados en la problemática filosófica y recibieron de esta una poderosa ejercitación en la claridad intelectual que les limpió la mente de las vulgares y falsas confusiones que caracterizan al poetastro, para llevarlos a las confusiones radicales y auténticas en que nos sume la condición humana inicialmente cuando es descubierta desde la lucidez autoconsciente. Bergson por su lado propugnó y practicó el recurso al lenguaje poético como salida del filósofo hacia sí mismo, hacia los otros y hacia el ser. Además algunos filósofos han sido poetas de primera magnitud, Heráclito, por ejemplo, Xenófanes, Platón y Nietzsche. Elizabeth Schön, cultivando desde su más temprana juventud las disciplinas filosóficas y manteniendo todo el tiempo ese cultivo con lealtad y acribia, pero desplegando en su creatividad un quehacer poético pulcro, es sin duda en nuestra historia literaria la primera en elevarse al punto de encuentro de la filosofía y la poesía. De esa altura se derraman estos poemas desnudos, para los cuales la vestidura sería impúdica. Segunda vertiente: esquematizando diré ante todo que nuestra relación ordinaria con el lenguaje hace de él un mediador que nos
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entrega un mundo codificado por el sistema de patrones culturales. De alguna manera el lenguaje sustituye al mundo y crea un ámbito artificial adecuado para los juegos culturales del hombre. Pero el poeta y el filósofo escapan a esas redes y llegan a las cosas mismas en su revelación preverbal, en su evidencia, en su alétheia53 . Entonces se produce inevitablemente, por necesidad, un pavoroso conflicto: quedarse sin palabras es casi abandonar la condición humana para convertirse en un Dios o una bestia. La palabra es esencial para el hombre. No puede concebir ni concebirse sin palabras. Pero el lenguaje ordinario no es apto para contener la alétheia. Crear un lenguaje solo comprensible para su creador es el más cruel encierro de la esquizofrenia. ¿Qué hacer entonces? Los filósofos crean un metalenguaje que tiene como metalenguaje al habla cotidiana y logran la auténtica comunicación entre los que cultivan sus disciplinas. Los poetas tienen que recrear el lenguaje ordinario para que, sin dejar de ser lenguaje accesible a todos, contenga la belleza de las cosas mismas y remita a la luz preverbal de la alétheia. Elizabeth Schön utiliza las formas más simples del lenguaje ordinario y las palabras más corrientes, de tal manera que en ellas esplende la belleza de una sabiduría fundamental. Su recurso creador no altera el léxico ni la sintaxis ni la morfología. Tampoco los aumenta, más bien los limita, los empobrece, los desnuda. Así los vuelve humildes, transparentes para la luz del ser y les confiere una dignidad muy superior a la que tienen normalmente como portadores de configuraciones culturales transitorias provisionales, precarias, inauténticas. ¿Cómo logra ese acto de taumaturgia alquímica? Me detengo y me callo ante ese misterio. Solo diré que si yo nunca hubiera leído nada de Elizabeth Schön, una sola línea de este poemario bastaría para reconocerla como belleza esplendente protegida en la casa de nuestro señor el verbo. Leo esa línea para terminar y deseo que quede abierta 53
: verdad, sinceridad, realidad.
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para siempre la concavidad de horizontes que ella ofrece a nuestro corazón. “La presencia del amor sin abalorios ni recursos jamás es astuta ni voraz”. 1987
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Dos aguas vivas y un solo cauce
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Viola violín violáceo violación violencia. Ponen los niños a estudiar violín desde muy pequeños, los obligan, los premian, los castigan. Cuando llegan a grandes lo abandonan para defender su integridad, su derecho a la vida. O quedan convertidos en monstruos. Los violines largos del otoño hieren mi corazón con una languidez monótona. Yo había trabajado en Mérida hace muchos años como profesor de violín. Después triunfé mundialmente y me convertí en virtuoso internacional. Todos los años toco en las más grandes y cultas capitales del mundo. Pero no he olvidado a Mérida. Siempre vuelvo a dar conciertos y cada vez que vengo venía el cura de Jají a pedirme le tocara en la iglesia. Al fin accedí. Cuando llegué al pueblito con mi smoking, mi corbatica y mi Stradivarius, un domingo en la mañana, el cura me estaba esperando con dos campesinos alpargatudos y ensombrerados, un hilo de chimó les salía de la comisura de los labios y bajaba lento por la barbilla mal afeitada de la arrugada cara. Estos son los músicos que lo van a acompañar, dijo el cura. ¿Qué va a tocar?, quisieron saber ellos. Pues repasé 54 Texto publicado en el libro conmemorativo del II Festival de violines de Tovar, estado Mérida,1989.
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las partitas para violín solo de Juan Sebastián Bach, no les quedó más remedio que decir: “¿Las par... qué? ¿De Juan Sebastián qué? Bueno usted arranca y nosotros lo seguimos”. Yo allí parado; esos alpargatudos detrás de mí con esos instrumentos de ínfima calidad y destartalados; los arcos eran arcos por la fuerza de la palabra. Menos mal que no había testigos incómodos, ni fotógrafos, ni nadie estaba grabando. Arranqué pues. Cuando oigo detrás de mí –casi me quedo paralizado– una segunda voz y una tercera que en nada quebrantaban la armonía, más bien agregaban a la pieza una dimensión inesperada, grata, feliz. Yo no soy capaz de hacer eso y soy number one en el mundo. ¿Hubo algún error en mi formación? Vielero vielista violero violinista, violonero fiddler geiger. Después de hacer una interpretación magistral del concierto de Brahms para violín, el maestro José Francisco del Castillo, el mejor violinista que hemos tenido, privilegio de nuestra generación poder oírlo, técnica y musicalidad en sumo grado, nobleza y profundidad de alma que rechazó el oficio de virtuoso internacional para formar violinistas, José Francisco del Castillo, amoroso maestro, dijo al profesor Fulgencio Hernández, cuando este hubo acompañado algunas piezas que nunca había oído antes: “Admiro y envidio su talento armónico.” El profesor respondió: “yo por mi parte admiro y envidio la excelente formación que usted tiene, además del talento”. Ay Neckar Ay Rin Ay Mar del Norte. Cosas más grandes quisiste tú también, pero el amor nos doblega a todos. Por mi pueblo pasaron unos saltimbanquis y dejaron olvidado un violín. Las músicas acordadas que tañían. Yo nunca había visto nada parecido, pero adiviné que era para tocar. Me lo puse en la boca del estómago y comencé a darle con el arco pisándole las cuerdas en el pescuezo. Saqué el himno nacional, “Los pollitos”, saqué “Tres ovejas en una cañada”, “Al árbol debemos” y “Niño lindo”. Ese muchachito tiene sentido para la música, me mandaron a Rubio. Aprendí las notas, aprendí a encaramarme el violín en el hombro contra la vena arteria, aprendí cambios de posición de la mano izquierda y
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vibrato, aprendí los secretos del arco; a los quince años me querían mandar para Bélgica con una beca. No puedo ir, mi abuelita está grave, ella me crió, no quiero dejarla morir sola; pero embuste, es que tenía una novia. Mi papá era abogado, cuando vio que a mí lo que me gustaba era el violín, dijo: “Para qué trabajo yo”, me sacó de la escuela y me mandó a Nueva York a estudiar con Galamian; allí me quedé hasta que el maestro dijo: “No tengo nada más que enseñarte”. Espero decir lo mismo algún día a mis discípulos. Mi papá subió conmigo la cuesta del río Turbio y me llevó a la escuela de música, “Este muchacho no quiere servir para nada, que se vuelva músico que ese es oficio de vagos”. “Escoja instrumento, ¿le gusta el violín? ¿En eso se puede sacar todo?” “Sí. Sí”. Después fui a Francia. Soy primer violín y he sido director de orquesta. Sí serví para algo. El general Gómez me dio una beca. Le toqué a CAP con un violín remendado y él ordenó que me dieran uno nuevo. Escójalo usted. Fíjese bien, el violín es una mujercita estilizada y el arco un falo transfigurado que le hace cosquillas. No, el arco es un arco y el violín es una flecha transfigurada para tumbar a los ángeles. Usted tiene una vulva en la frente y usted tiene ganas de matar; el violín, lo que es, es un instrumento perfecto, no se le puede agregar nada ni quitar nada después de Stradivarius. Stradivarius Amatti y Guarnerio tenían sus talleres en la misma calle del pueblito. Amatti puso un letrero “Aquí se hacen los mejores violines de Italia”; Guarnerio puso un letrero “Aquí se hacen los mejores violines del mundo”; Stradivarius puso un letrero “Aquí se hacen los mejores violines de esta calle”. El violín es demasiado agudo y muy estridente, para tocarle a gente de sensibilidad obtusa; la viola es más noble, para tocar en espacios pequeños a gente distinguida; el violín es una viola putiada. Yo le llevé mi violín a un lutier de la Rue de Rome en París para que le corrigiera el defecto que le impedía dar un sonido bello. A los tres días me lo devolvió. Este violín no tiene ningún defecto, no le falta nada; aunque a decir verdad y a juzgar por el amo sí le
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falta algo: le falta violinista. Pero el maestro del Castillo me dijo el violinista puede hacerse. Sol re la mi, cuatro cuerdas, cuatro arcángeles, cuatro puntos cardinales, cuatro evangelistas. Cuatro humores, cuatro vientos. Los trastes están en el oído del músico. El arco es de pernambuco y cola de caballo, la tabla de abajo y los armazones son de haya o arce, la tabla de arriba es de abeto o cedro y aguantan doce kilos de presión. En Mérida hacen violines de fresno como las lanzas de La Ilíada. Mi violín es un violín de Ingres. Rimbaud dijo: cuando esos hombres levantan el brazo, es el infierno. Hay violinistas de violín olfativo; cuando levantan el brazo un olor estridente asalta al compañero. La música extremada por vuestra sabia mano gobernada. Que soy la oveja perdida. Don Manuel, perdone que se lo diga, pero usted algún día va a morir y entonces quién va a tocar violín en las paraduras. Usted tiene diez hijos, por qué no le enseña a alguno de ellos. “Perdone, doctor, pero nadie se vuelve violinista porque el papá sea violinista y lo enseñe”. Cómo no, se han visto muchos casos, los Marchán, Juan Martínez es una potencia musical que se ejerce ante todo por vía familiar, la familia Bach... “Perdone otra vez, doctor, eso será en otros países; en La Pedregosa aprende el que quiere aprender; tiene que venirle de nación y tiene que aprender en secreto; la primera vez que toca es porque ya sabe”. Pero ¿cómo aprende sin maestro? Aprende por el sentido; el sentido lo va enseñando. Si no tiene sentido nadie se lo puede dar y si lo tiene no necesita maestro. Cato Havas, la excelsa violinista húngara, oyó a un gitano tocar un violín de sonido angelical. “¿Qué se fiso aquel trovar?” “Obra perdida de un gran lutier”, pensó y gastó una gran suma de dinero para comprárselo al astuto gitano que subía y subía el precio. Examinado por expertos en París, el violín resultó ser de serie, de ínfima calidad y en mal estado. ¿De dónde le venía el sonido al gitano? La señora Havas abandonó los conciertos y montó una clínica para aliviar las neurosis de los virtuosos y los terrores inconscientes que los acosan. Los virtuosos que conocí envidian a los violineros y lamentan no poder compartir la
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música del pueblo. Un niño sin talento en Berlín puede llegar a una pericia técnica respetable gracias a los buenos maestros y las buenas escuelas; si triunfa en grande, termina con suerte en la clínica de la señora Havas. En cambio, la selección de un violinero en La Pedregosa es, en algún sentido, darwiniana. Vocación poderosa, talento desnudo, disciplina autoimpuesta. Además, el violinero está más ligado a la religión, a la embriaguez y a la muerte que al arte como espectáculo o como recurso pedagógico de la educación sistemática. Querer “rescatarlo” es hacerle violencia. Dos aguas vivas que al mezclarse y contaminarse y enfermarse mutuamente conducen quizá a un futuro vigor de integración. ¿Quién cree eso? “Yo sí.” “Yo no.” Alma de cedro como el templo de Salomón. Ven del Líbano. Viola violín violáceo violación violencia. 1989 [ 167 ]
La legitimidad del poder
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Babele [1919]
Uno sciame si copula nel sangue G. Ungaretti [ 169 ]
Legitimidad es la cualidad que tiene el poder cuando es ejercido por derecho divino y por mandato divino. Si esplende esta cualidad, los gobernantes conocen con absoluta claridad su misión, poseen las virtudes necesarias para sus tareas y disponen de los medios para cumplirlas, mientras los gobernados comprenden y sienten, sin dudas de ninguna especie, la autoridad sobrehumana de los gobernantes, su justicia inequívoca y su infalibilidad, al par que prestan con entusiasmo su colaboración y obedecen de todo corazón las decisiones emanadas del poder. Los gobernantes conocen con absoluta claridad su misión porque Dios, al escogerlos, les revela sus designios desde el torbellino de la consciencia iluminada, y, en la actividad cotidiana, les indica 55 En Legitimidad y Sociedad (Edición e introducción: Luis Gerardo Gabaldón), Caracas, Alfadil-Universidad de Los Andes, colección Trópicos, Nº 19, 1989; pp. 17-21.
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por visiones y sueños cuál camino tomar en cada encrucijada. Poseen las virtudes necesarias para sus tareas porque la Fuente de toda Virtud brota en ellos por los canales convenientes en forma de energías y carismas capaces de vigorizarlos para la acción oportuna. Disponen de los medios para cumplirlas porque trabajan para Alguien que es dueño de todos los recursos y los provee en la medida en que van siendo requeridos. Está escrito que, si el Señor no construye la casa, en vano se afanan los edificadores. Los gobernados comprenden y sienten, sin dudas de ninguna especie, la autoridad sobrehumana de los gobernantes; la comprenden no de manera discursiva, sino por la receptividad de la razón intuitiva para los mensajes de lo divino que la supera y la incluye; la sienten porque asienten y consienten en su afectividad mandatos aliados a su anhelo por un rayo de Tiniebla; sin dudas de ninguna especie, pues no se trata de un cálculo de probabilidades, ni de apuestas en un juego de azar, sino del manifestarse un instinto de salvación dirigido certeramente hacia la obscura meta. Comprenden y sienten sin dudas de ninguna especie la justicia inequívoca de la autoridad sobrehumana porque justicia del poder legítimo no es un suum quique56 definido a partir de esquemas, sistemas y criterios discursivamente comprensibles, antes bien es suum quique misterioso e inescrutable sin orillas para la disidencia o el disentir. Comprenden y sienten, sin dudas de ninguna especie, la infalibilidad de la autoridad sobrehumana porque lo sobrehumano, en este contexto, se identifica con lo divino que a su vez es concebido como bueno en grado sumo, todopoderoso, eterno y perfecto. Prestan con entusiasmo su colaboración, es decir, actúan auténticamente, desde sí mismos, sin compulsión externa, en virtud de una armonía entre lo sagrado y digno del individuo con lo sagrado y digno del sentido supraindividual de 56 “A cada quien lo suyo”, “A cada quien lo que lo corresponde”, rememora la idea dada en los Diálogos de Platón sobre la justicia. En Marco Tulio Cicerón (106 A.E.C. -43 A.E.C.): “Iustitia suum quique distribuit.” (De Natura Deorum, III, 38.).
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la existencia; por ende, al obedecer de todo corazón las decisiones emanadas del poder, se obedecen a sí mismos, coincidiendo la orden superior con el impulso espontáneo y profundo de cada uno. Si esplende la legitimidad en el poder, su autoridad irradia majestad, honor, belleza en límpida y pulcra respetabilidad con la alegría sosegada de lo sano y firme. Además, no necesita ubicar permanentemente su centro de decisión y comando en un solo individuo o en una familia sola; cualquier hombre puede ser oriente para ese sol y desde cada nueva ubicación, según sople la voluntad de Dios, se articulará en armonía musical la conducta individual y colectiva siguiendo patrones de coherencia sucesiva y diversa, sin conflicto y sin envidia. Pero si no hay Dios porque nunca lo hubo o porque ha muerto; o si existe pero no gobierna los asuntos humanos porque ha abandonado a los hombres, entregándolos a la abominable libertad de actuar en ignorancia bajo la presión incesante de la necesidad y el deseo; en suma si Dios está ausente, entonces ningún poder es legítimo porque no puede ser justo, ni puede contar con el asentimiento de todos los gobernados ya que ninguna concepción humana de la justicia es obligante para todos los hombres, enferma como está de relatividad perspectívica, y ningún asentimiento es permanente, enfermo como está de veleidad por falta de raíces en lo eterno. En ausencia de Dios ningún poder humano es legítimo, excepto el del sabio, el del hombre divinizado por la ciencia; pero en este caso se trata de una legitimidad secundaria, restringida a círculos pequeños donde la diferencia en el nivel de conocimiento confiere autoridad e impone obediencia si logra establecerse una relación de amor y respeto para suprimir la odiosa libertad y la odiosa servidumbre, como ocurre a veces en el círculo de la familia, en el círculo de los maestros y en el gobierno de pequeñas etnias monárquicas. Se forma un cuerpo protegido que tiene a la intemperie solo la cabeza. Tal legitimidad intrahumana, aunque
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secundaria e inestable, presenta un parentesco de afinidad y analogía parcial con la primaria y propiamente dicha. Queda una forma terciaria de legitimidad: la que el poder se da a sí mismo mediante la legitimación. En el panorama de las organizaciones sociales de nuestros días y en el panorama de las organizaciones sociales conocidas por noticia histórica, el poder tiene que afincarse en sí mismo, en su fuerza impositiva y esta dura mientras puede imponerse, lo cual da lugar a la sucesión de poderes en una lucha continua entre aspirantes. Pero tal lucha y tal sucesión están acotadas y signadas por la estructura de Estado sobre la cual se manifiestan y de la cual obtienen su legitimación. La estructura del Estado, como sistema de instituciones corroboradas por la duración multigeneracional, ofrece el marco legitimante para los cambios superficiales de poder porque es, a su vez, un poder más profundo y más largo que se arraiga en los códigos de la cultura desplegados, afinados y confirmados históricamente a partir de orígenes oscuros en el tiempo, pero aclarables tal vez mediante la exploración de los fundamentos de la condición humana. Los códigos de la cultura, en efecto, presentan un sistema unitario de elementos escogidos entre las posibilidades permitidas por la condición humana, mientras las reglas de conducta individual y colectiva, con elementos escogidos de similar manera, se asemejan –fenómeno extraño e inquietante– a la morfología y a la sintaxis respectivamente. La estratificación esquemática Gobierno-Estado-Cultura-Condición humana, como método, nos permite ver al discurso explícito de legitimación que acompaña con frecuencia al poder en su ejercicio político como superficial, tanto así que en muchos casos resulta superfluo, puede obviarse y se obvia, excepto en círculos obsesionados por la discursividad partidista. Nos permite ver, además, al discurso legitimador del sistema institucional de un Estado como ciego para sus orígenes axiológicos en el seno de una cultura y, por ende, al servicio ideológico de valores culturales tácitos, de tal manera que, en el mejor de los casos, al desenmascarar “ideologías”,
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57 Contemplar algo “bajo el aspecto de la eternidad”, “bajo la perspectiva de la eternidad”. Frase utilizada por el filósofo Baruch de Spinoza.
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ideologiza órdenes silenciosas de la matriz cultural racionalizándolas, conceptualizándolas y verbalizándolas. La visión permitida por este método de estratificación nos lleva al nivel más profundo de la cultura. Aquí se encuentran los discursos penúltimos. Al interrogarlos sobre su legitimidad responden con conatos de legitimación que se fundan en la majestad de la tradición milenaria, en los bienes que proporcionan al hombre, en la convicción que los hace parecer justos, en la fe de antiguos sabios, en la ilusión de identidad engendrada por la repetición. Conatos todos incapaces de contener el asedio de argumentos relativistas provenientes de la historia y de la antropología. Quedan, como refugios, el racismo, el evolucionismo social unidireccional, el progresismo, el destino manifiesto, la apelación a situaciones de hecho con su conatus sese preservandi. Refugios bien precarios en el momento de una justificación sub specie aeternitatis57 ante la razón imparcial que solo puede suministrar imperativos hipotéticos fundados en valores transracionales que informan diferentemente a las diferentes culturas. Al descender al cuarto estrato para buscar los fundamentos de la legitimación del poder en la condición humana, encontramos que esta tiene como centro el lenguaje, centro despedazado en lenguas, como fragmentado por alguna catástrofe babélica, pero de virtualidad mentable. Lenguas capaces cada una de articular las representaciones de sus hablantes en un tejido de ficticia coherencia, donde se urden y traman la sabiduría y la locura, generando un dudoso y cambiante sentido de corrección que comunica su ambigüedad a todas las organizaciones de los hombres. El lenguaje, centro de la condición humana, está, además, dividido en su esencia por una división abisalmente más importante que la división en lenguas: la diferencia trascendental entre todo lo que pueda saberse con él o de él y la naturaleza del habla que
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crea todos los ámbitos posibles de revelación, pero mantiene su origen en la obscuridad y el misterio de tal manera que no puede ni siquiera nombrarse a sí misma sin desvirtuarse y falsearse; ella, que irradia lo poco o mucho de sentido intrahumano que hay en cada cosa, no puede oblicuarse lo suficiente, en su finitud y por su finitud, para saber de dónde viene. Ahora bien, todo discurso de legitimación ha de hacerse con el lenguaje y en una lengua, y se trata de un discurso que no concierne solo a la facticidad periférica iluminada por el habla, sino también al hablante mismo como integrante, también en su nivel no fáctico, de la sociedad cuyo poder ha de ser legitimado. De ahí la tendencia a manejar lo no fáctico como si fuera fáctico, cediendo a la tentación manipulatoria, para intentar otra y otra vez la reconstrucción de la torre fulminada. Como todo poder humano sobre lo humano es usurpado –por castigo, por necesidad o por ambición–, el discurso legitimador de tal poder es por fuerza de mala fe y se emparenta fraternalmente con el diseño de técnicas psicosociales, comerciales, políticas, administrativas, educativas e ideológicas, aptas para manipular; con el estudio de los recursos que logran el asentimiento y consentimiento y evitan el resentimiento y los malos presentimientos, pero sin llegar al sentimiento de lo legítimo. Sin suprimir ese temblor lastimoso que hace estremecer permanentemente los precarios fundamentos de todo poder del hombre sobre el hombre. Todo ello en la orfandad y la intemperie, en el desamparo por la ausencia de Dios. Super flumina Babylonis...58 1989
58 Salmo 137, “Por los ríos de Babilonia”.
Combate en los trigales
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Vincent van Gogh, van Gogh el que vence, Vicente de Gogh, Bangó, Fangó, Fango, Gogó. Loco era dicen, arranques de violencia le daban, oreja se cortó, a un amigo querido quiso convertir en sol cuello cortado, en depresiones abismales se hundía, temblor estilizado es su técnica, 200 francos por La Viña Roja única plata que hizo, único amor compartido varios meses viviendo con una prostituta sucia enferma y preñada, en un manicomio estuvo recluido, se pegó un tiro en el pecho a los 37 años y tardó dos días para morir. Querido Teo: tengo 22 años, todavía no he descubierto mi vocación, no sé que algún día voy a ser pintor. Úrsula me dio calabazas, pelié con todos mis protectores, me botaron del trabajo. Tengo muchas preguntas y ninguna respuesta. Tengo varios meses pensando en esta frase de Renán: Para hacer algo en el mundo hay que morir a sí mismo; el hombre no nació para ser feliz; nació para hacer grandes obras, para alcanzar la nobleza de ser útil, para salir así de la mediocridad y la vulgaridad. Teo querido: en mí no hay nada claro y definido. Soy un torbellino de posibilidades. Quiero ser digno de la idea que yo me haga 59 En Frontera (sección Amanecer Literario. Vértice), Mérida, 29-07, 1990; p. 6B.
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de mí mismo, del ideal que me proponga, pero no sé qué idea hacerme ni qué ideal proponerme. Después de angustias religiosas y devaneos místicos, a los 27 años, descubrió su vocación. Decidió ser pintor y vivir de la pintura. Logró lo primero con creces. En solo diez años mil cuadros inmortales. Tempestad vegetal sus girasoles. Dostoievski sobre tela sus autorretratos. Hora inicial de la conflagración heraclitiana sus paisajes. Duda estremecida fe trémula del creyente sus iglesias. Pero vivió de su hermano Teo, fe firme. Recién casado murió Teo de la muerte de su hermano, como los amantes en las fábulas. Siempre estudió. Quería instruirse. Como otros luchan contra la injusticia, él luchó contra la locura. Cuando ganaba pintaba, cuando perdía no sabía nada. Querido Teo: yo estaba pintando un campo de trigo; luz deslumbrante en los ojos, amarillo terrible en la paleta; de repente vi un segador, encarnizado diablo. Nosotros, el trigo, la muerte, el segador. Locura, heraldo negro de mi muerte, si lo venzo la venzo. En mi trabajo arriesgo mi vida; en él mi razón ha naufragado a medias. Tablero de ajedrez, alternancia de escaques negros y amarillos. Locura o clara lucidez. Perdió. Ganó. Un solo verano concedido y un otoño. Con la mediocridad pagamos la comodidad y el placer. Una vez fue como los dioses. Nada más hace falta. La tristeza durará toda la vida, alcanzó a decir. Pero no había nacido para ser feliz. Nací para hacer grandes obras para ser útil a los demás y así superar la vulgaridad. Amaré pues fielmente lo que es digno de ser amado; no gastaré mi emoción en cosas insignificantes frívolas y ligeras; buscaré siempre la luz; pelearé contra el segador de los trigales. Bangó, Fangó, Fango, Vicente, Vincent: a cien años de tu sangre te saludamos con agradecimiento y con vergüenza. 1990
Maracaibo ¿Qué tengo yo contigo?
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No conozco mi origen. Desde que puedo recordar, estoy aquí, acostado boca arriba sobre mi caparazón, lisa y estremecida la barriga, sin patas, a la merced del sol y de los vientos, ladeada la monstruosa cabeza con el pico rapaz sorbiendo limón, occipucio prominente, coronilla puyuda, fontanelas abiertas. Yo venía del Apure y no había visto el mar. Tú no eres más que el Apure y eres menos que el mar. Marcito, mar chucuto. Balsa vi y usé, bongo enorme y plano amarrado con cable y polea a otro cable, bongo con acera, un bonguero lo mueve clavando una pértiga en el fondo del río y caminando por la acera; balsa endeble, el río se la lleva cuando le da la gana. Pero tú tienes ferry, barco bobo, capón, amarrado a su vaivén por el miedo a los mares verdaderos. Eres muy bolsa, no quiero que me gustes. Busco el mar; como el Apure. Maracaibo city. Estuario de Maracaibo. Cuenca de Maracaibo. El estuario está constituido por cuatros zonas hidráulica y ecológicamente interdependientes: el lago propiamente dicho con un espejo 60 En Visiones del Zulia, Caracas, Oscar Todtmann editores, sin fecha de impresión indicada; pp. 25-46. (texto en castellano) y 47 y 48 (Versión al inglés por Usha Bali). En 2014 fue publicado como parte del libro El alma común de las Américas, editado por Fundecem, Mérida.
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de agua de doce mil cuatrocientos kilómetros cuadrados; el estrecho, de cuatrocientos ochenta kilómetros cuadrados; la bahía, de seiscientos cuarenta kilómetros cuadrados; el golfo, de doce mil ochocientos kilómetros cuadrados, pero como parte del estuario solo deben considerarse las fontanelas San Carlos-Zapara y CañoneraCañonerita, y el área del golfo que las rodea. En el espejo del lago podría bañarse cómodamente la sagrada Creta (8.259 km2) con todo y laberinto, con todo y Minotauro, con todo y Dédalo y Teseo y Ariadna y Minos y Pasifae. Ningún pico en el fondo de la bañera le puyaría el trasero. Mil quinientas cuadras en dirección norte sur (entre los 9º00’ y 10º30’ de latitud norte). Mil cien cuadras en su parte más ancha en dirección oeste este (entre los 71º00’ y 72º20’ de longitud oeste). Profundidad media, veinticinco metros aproximadamente, un cuarto de cuadra; profundidad máxima, treintidós metros frente a La Ceiba; no llega al treintitrés masónico, como sí llegan muchos maracuchos. Las aguas más salinas y más frías en el fondo, menos salinas y más calientes hacia la superficie. Con esos baños se le quitarían a la sagrada Creta los temblores y los terrores; no hay aquí toro subterráneo mugiendo ni toro fatídico de brillo seductor. Oiría los bramidos inocentes del ganado a su espalda si se bañara mirando al norte. Desde que puedo recordar, tengo en el medio de la barriga, en lo profundo, pegado a mi caparazón, un plexo cónico que anualmente se me pone chiquito como si quisiera desaparecer y anualmente se me pone grande como si quisiera emerger. En él, intento guardar la sal que se me mete por el martirizado cuello. En torno a él giran mis emociones contra las agujas del reloj, porque quisieran remontar el tiempo hasta la madre que las conformó y aprisionó. Dentro de él digiero los sabores y saberes que me penetran por los costados ápodos, el fundillo sin cola, la temblorosa piel desnuda y las abiertas fontanelas. Los digiero y les doy vuelta, incesantemente, con el absurdo deseo de dar forma firme a mi líquida sabiduría de borracho.
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¿Qué tengo yo contigo? ¿Nos hemos visto antes? ¿Por qué me parece que somos familia? De bolsa no soy familia. El pescuezo tiene cuatrocientas cuadras de largo y el ancho varía entre sesenta y ciento setenta cuadras. La profundidad media es de diez metros con un solo patrón de corrientes superficiales. La cabeza, la bahía de El Tablazo, cabeza de ave de rapiña, plana y llana y deforme por el tablazo que le dieron, tiene doscientas setenta cuadras promedio este oeste y doscientas cuarenta promedio norte sur; profundidad media: ¡tres metros! y doce patrones de corrientes superficiales; quedó atolondrada y turulata, viendo estrellitas y le brotaron chichones. El golfo, de Venezuela en discusión, se le mete por las fontanelas; pero las fontanelas regurgitan. Dragando y dragando, dragaron un canal de navegación de mil cuadras de largo y trece metros de hondo para conectar el golfo con el lago y el lago con el golfo, y siguen dragando para mantener lo estragado. Mira, acabo. Eyaculo anualmente un promedio de cuarenta por diez a la nueve metros cúbicos. Pero, como el mismo conducto me sirve de cloaca y de esófago, estoy siempre atragantado: las mareas del golfo se propagan hasta el extremo de mi barriga, pero se me enfotan en la cabeza por los doce patrones de corrientes, de tal manera que se produce un desfasamiento de unas tres horas entre las mareas en la fontanela principal San Carlos-Zapara y los caudales del guargüero; al cambiar la marea, la corriente se invierte, pero, debido al retardo de tres horas, cuando la marea baja yo trago y cuando sube yo vomito. Rima a Baco. Si alguien se ajusta un midepasos electrónico en las piernas y los pies, conectado a una computadora de bolsillo, y se pone a caminar desde Sinamaica bordeando el estuario y le da la vuelta completa al lago y llega hasta el río Matícora, leerá en la pantallita que ha recorrido mil ciento cincuenta y cinco kilómetros; y si tenía un dispositivo adicional para ir marcando los tipos de costa, descubrirá que más de la mitad son de costa cenagosa, y que otro trecho, equivalente a más de la mitad de esa más que mitad, es de pantanos estuarinos, de costa anegadiza y de playa arenosa en tres tajadas casi iguales, y que
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otro trecho, equivalente a un poco menos de la mitad de una de esas tres tajadas, es de médanos. Y si marcó en el dispositivo adicional las costas urbanizadas, verá que comprenden doscientos cuarenta y un kilómetros. Si el esfuerzo de tan larga caminata no le reduce la capacidad de observación ni la agilidad de anotación, sabrá que hay doscientos quince kilómetros de manglares, ciento dos kilómetros de otras embriofitas, ciento treinta y cuatro kilómetros y medio de palmeras o cocoteros y doscientos sesenta y siete de otra vegetación arbórea. A mí abarcó. Del pescuezo hacia abajo soy todo barriga, pero en la parte alta izquierda, del pecho pudiera decirse, debajo de mi hombro izquierdo caído, ven mi corazón los pilotos de aviones y los astronautas desde sus satélites artificiales, y la luna y el sol y las estrellas. Yo lo sé en mí. No como bomba, que para eso me valgo de otros recursos, sino como afloración masiva de algas verdiazules. Y en él me preparo para una nueva vida si me sigue molestando ese chacra postizo que se me ha pegado en el lado derecho del pescuezo. Ese chacra postizo, venenoso, que en cuarenta años me ha hecho envejecer mil siglos. Una nueva vida para mí preparo y una muerte antigua para él y su prole; pues tiene hijos de su misma calaña, sobre todo en mi costado izquierdo, que están matando junto con él a mis hijas Chlorophyta y Chrysophyta, pero no pueden con Cyanophyta, la de mi corazón, y su guedeja de Anacystis. Ingrato; yo le di todo; criaba amo. En secreto, por lo profundo del pescuezo y de la cabeza, yo recibo agua salobre del golfo y la utilizo para formar y mantener el plexo cónico que tengo en el fondo de la barriga, mi plexo solar, mi plexo digestivo. Allí atrapo las materias extrañas a mi equilibrio vital, las transmuto, las asimilo, las digiero. En público, por todos lados, pero especialmente por donde estaría mi pata derecha trasera si la tuviera, recibo agua insípida, agua que ha sido tenue vapor, leve nube, nívea nieve, miríada de gotas en el viento; agua que conoce la furia de los rayos, agua que genera torrentes montañosos y ellos bajan, adolescentes,
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carajiando los cerros hasta aquietarse adultos y llegar a mí mascando el agua, chochos, caminado a tientas por lagunas, ciénagas, marismas y pantanos. Por ellos sé de las alturas y de sus moradores y del sobaco de Los Andes. Oí, caramba. Agua insípida, agua que ha visitado el cielo; yo la pongo a girar en mi barriga contra las agujas del reloj, en torno al plexo cónico, buscando el origen de mis emociones, y la purifico de inmundicias terrestres y antrópicas, la asimilo a mi pureza. Cuando ella prevalece sobre la salobre, en esas pocas semanas, los cientos de miles de microbios del chacra postizo hacen fiestas. Pero mayores informaciones me da el agua del golfo, conectada sin solución de continuidad con todos los mares del mundo, mares donde van a parar todos los ríos, derechos a su acabar y consumir. Por ella conozco la forma de la tierra, su esplendor, sus sufrimientos, la magnitud del cáncer que la aqueja. Oí, caramba. Por metástasis vino a pegárseme este chacra postizo. Mi cabeza ya plana y llana y horadada por el tablazo procesa todas esas informaciones; por eso es turulata, atolondrada, y tiene doce patrones típicos de corrientes superficiales. Cabeza machucada de ave que fuera de rapiña, y sorbe ahora limón por su pico inofensivo. Desde que puedo recordar, siempre he recibido inmundicias de los ríos, de las plantas, de los animales, de los hombres, de las minas, de los peos y excrementos blandos de la tierra, pero yo sé limpiarme: advección, esparcimiento, evaporación, disolución, emulsificación, dispersión, autooxidación, biodegradación, hundimiento-sedimentación, volatilización, expulsión hacia el golfo, y quedo tan campante. Pero, en los últimos tiempos, hombres de otras latitudes han desarrollado una civilización que no puede vivir sin los peos y excrementos blandos de la tierra. Debajo de mí, la tierra está podrida de antiquísimos banquetes colosales, no digeridos, no expulsados, tiene las mayúsculas tripas repletas hasta reventar de materias fecales y gases malolientes, con mezquina salida en menes, sin ano conveniente. Como consecuencia, heme aquí acribillado de perforaciones, atravesado de tuberías, surcado
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por tanqueros. Llévatelo todo. Ojalá se lo llevaran todo, pero se les derrama en mi barriga. Y de pasada han hecho crecer ese chacra postizo pegado a la derecha de mi cuello, ese chacra cagón que me derrama en el gañote millones de toneladas de excremento y desechos industriales y basura. Y sus hijitos que no se le quedan atrás. Sé limpiarme, pero con tanta inmundicia no puedo. Sin embargo, no moriré. No tengo patas para irme, ni brazo para quitármelos de encima. Pero mi corazón verdeazul me instruye: no es impotente mi rabia, no envejezco para morir, sino para pasar a otro equilibrio vital no apto para hombres. Mi rabia es victoriosa. Coma rabia, sucio chacra postizo. En última instancia el problema es suyo. No mío. Y suyo también, civilización coprófaga y coprógena, incapaz de administrar energía sin destruir su propio medio ambiente vital. Coma rabia ud. también. ¿Qué tengo yo contigo? ¿Por qué me atraes? No quiero que me gustes. Vengo del Apure, como él busco al mar. ¿Por qué me detengo en tus márgenes a contemplarte? ¿Por qué te miro embelesado, estúpido, desde este ferry cobarde y destartalado y sucio? El Apure, río franco y amoroso, recoge a sus hermanos más pequeños y se mete con ellos en el seno de su hermano mayor, el Orinoco, para ir al Atlántico y perder identidad hasta que el viento impuro lo lleve de nuevo a las montañas; acepta el eterno retorno de lo idéntico, dice sí a los ciclos simples de la vida y de la muerte. Pero tú recoges a tus ríos, a los grandes, a los medianos, a los más chicos y los pones a girar con perversa lujuria en torno a tu plexo salobre, mar fingido, y complicas los ciclos de la vida y de la muerte; construyes una biocámara enrevesada, un extraño alambique, como si quisieras generar y conservar contra natura una sabiduría propia tuya estructurada en torbellino de borracho, mira a Baco, maya cobra; corroes como mar las obras de los hombres, teredo, a broma caí. Y esa culebra, recta en el estrecho, enrollada en la bahía, saliendo al golfo, con doble curso, boa marica atragantada. El golfo mismo es una mediación retardando la llegada a mar abierto. Y el Caribe mismo, mar interno, plagado de islas
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de barlovento y sotavento y de ciclones y de praderas de sargazo ayuda también a retener la eyaculación liberadora. ¿Quieres acaso construir mediante ese enfoscamiento alquímico una identidad sublimada que te permita pensar como los hombres, compartir su mundo parasitario, abandonar la inocencia de las aguas? Yo apartaba los ojos para no ver más tu vientre malsano, pero amor cabía en mi pecho. Ya cuando niño, llanero del llano adentro, en las noches sin luna, me fascinaba y asustaba tu colosal cocuyo, luciérnaga frenética. ¿Qué tengo yo contigo? ¿Será que yo tampoco quiero ir directamente al mar? ¿Será que yo también pongo a girar las aguas de mi vida en torno a un núcleo salobre para construir una pequeña sabiduría pretenciosa? ¿Enredo yo las aguas en mi cabeza machucada con la ilusión de burlar los ciclos de la muerte? Solo palabras. Mi boca ara en el mar. Por la connivencia y contigüidad de las aguas, sé mucho del mundo. Las aguas se comunican las unas a las otras todos sus saberes y sabores. A través de las corrientes profundas, a través de las olas infatigables, a través del millonario lenguaje sonoro que los hombres no entienden, sisibuteo siseante. Además, comparten información por la comunión inmóvil en la esencia única común a todas. Sé mucho de mi forma por el contacto con la tierra de mi caparazón invertido, por el contacto con los bordes que me ciñen de diversas maneras. Me sé boca arriba como si alguien me hubiera dado un tablazo en la cabeza y me hubiera volteado y me hubiera cortado las patas para que yo no pudiera desplazarme. ¿Un cazador olvidadizo? ¿Por qué así me dejaste y no tomas el robo que robaste? Sé de mis cercanías mías, ampliaciones de mi cuerpo, sé de mi casa propia, por los mensajes de los ríos, y la lluvia. Sé mucho por la íntima complicidad de las aguas. Pero siempre quise verme desde afuera, desde un elemento extraño a mí; quise transcenderme, conocerme desde una alteridad más extraña que la alteridad de la tierra y el viento. Después de todo, la tierra y el viento son mi hermana y mi hermano; en cierto modo forman
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parte de mi constitución a pesar de la diferencia, debido a la diferencia. Quise verme desde el ojo vacío e instantáneo de la luz, transcendiendo yo mi naturaleza, volviéndome luz yo mismo, por lo menos en parte suficiente para ese fin. Y lo logré. En esa parte de mi cuerpo donde debió estar mi pata trasera derecha si la hubiera tenido, ay de mí, quelonio ápodo con rapaz cabeza machucada, en esa parte fui invadido por la tierra que depositan sin cesar mis grandes afluentes, pero de tal manera que yo también la invadía; así se formó una región tierra-agua abajo, agua-aire en el cielo y una chispa poderosa reventó en el espacio, y yo me transmuté en fugaz fogonazo, me volví fuego fugaz. No pude mantenerme de manera continua como era mi deseo, pero logré revivir para morir de nuevo a los pocos instantes; renací, volví a morir, volví a nacer y mi consciencia exaltada a luz se convirtió en intermitente y poderoso fogonazo, en mediodías efímeros, y me vi. Me vi con ojos pavorosos míos, parpadeantes de terror y de furia inexorable. De día me los devora el ojo invencible del sol; pero de noche, mientras más oscura mejor, yo soy, para mí mismo y mis alrededores, sol tembloroso y discontinuo, sol inmortal por ráfagas, y vulnero y asusto la noche con fulgurantes fogonazos. El lago es centro de una cuenca hidrográfica de ochenta y nueve mil setecientos cincuenta y seis kilómetros cuadrados, ubicada entre los 8º22’ y 11º51’ de latitud norte y entre los 70º30’ y 73º24’ de longitud oeste, que incluye todo el estado Zulia, gran parte de los estados Táchira, Mérida y Trujillo, trece mil ciento tres kilómetros cuadrados de territorio colombiano en la subcuenca del río Catatumbo. La parte venezolana es el 85,4% del total de la cuenca y el 8,4% del territorio nacional. La cuenca está enmarcada en el sur y el sureste por la cordillera de Los Andes, en el oeste y nordeste por la sierra de Perijá, en el este por las estribaciones de la serranía de Coro. La cuenca es una amplia fosa de hundimiento, geológicamente joven; sus elementos son parte de sistemas orogenéticos continentales aún no totalmente estabilizados. La pendiente desde las cumbres
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hasta el lago es de relieve montañoso que se vuelve quebrado en alturas inferiores a los trescientos metros y luego plano en extensas planicies aluviales con frecuentes áreas cenagosas. Limón, Socuy, Matícora: las pesadillas de la muerte son peores que los dolores de la vida. Palmar, Apón, Aponcito, Yasa, Tocuco, Negro, Santa Ana, Aricuaisa, Lora, Oro, Bravo, Catatumbo, Socuavo, Tarra, Zulia, Pamplonita, Táchira, Escalante, Chama, Guaruríes, Motatán, Misoa, Machango, Pueblo Viejo, ríos del lago, ¡qué trabajo para llegar no a la muerte, sino a girar en torno a un cono salobre, plexo digestivo, y salir por eructos vergonzantes hacia una cabeza cloaca y hacia un golfo triste! Largo el estrecho y engañoso; se parece a Juan Parao, el del caballo jerrao con el casquillo al revés, pa’ que lo busquen pa’ un lado cuando pal’ otro se jué; de navegarlo, los marinos cretenses hubieran puesto a sus barcos velas submarinas, para aprovechar las corrientes profundas. Esa herradura montañosa, abierta hacia el norte, pertenece toda a la cordillera de los Andes, pues la sierra de Perijá y la serranía de Coro son ramales de la misma. Pero es una herradura choreta, pues se tuerce hacia el suroeste hasta la depresión del Táchira, rellenada por sedimentos terciarios. Esta depresión se encuentra en el sobaco de la bifurcación andina que va por un lado a la cordillera oriental de Colombia-sierra de Perijá con rumbo norte, y por otro lado a Los Andes venezolanos con rumbo noreste. El lado menos alto de la herradura choreta es la serranía de Coro; su relieve es más bajo, sus pendientes menos fuertes, no se eleva más arriba de los mil novecientos metros sobre el nivel del mar. Por ahí y por más al norte entran en la cuenca los vientos alisios que generalmente soplan desde noviembre hasta abril. La sierra de Perijá, en cambio, alcanza una altura de tres mil cuatrocientos metros y el área que se encuentra en la cuenca es de ocho mil cuatrocientos kilómetros cuadrados, de difícil acceso por las fuertes pendientes. Los vientos alisios tienen dificultad para subirla y cogen rumbo hacia el sur bordeándola. Pero por ahí se encuentran con la abrupta cordillera de Los Andes, abrupta y
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elevada, que llega hasta los cincos mil metros de altura y tiene un área de dieciséis mil kilómetros cuadrados en la cuenca del lago. Los alisios soplan entonces hacia el noreste, luego hacia el norte dando lugar a una circulación ciclónica dentro del perímetro de la cuenca, en sentido contrario a las agujas del reloj. La embestida de los ríos y la fuerza de Coriolis colaboran. Pero soy yo quien dirige todo eso para lograr la rotación del agua en mi barriga en torno a mi plexo salobre, mi cono digestivo. Los vientos locales resultan del calentamiento desigual de las masas de tierra y agua durante el día. La tierra responde más rápido que el agua a las caricias del sol; el aire del lago sopla hacia las playas de día para refrescarlas. Pero de noche el agua, de lenta lujuria, se mantiene caliente y el aire de las playas sopla hacia el lago para refrescarla. Los amores del sol son perversos. La herradura choreta no solo obstaculiza el desplazamiento de las masas de aire y las obliga a circular en el interior de la cuenca; también las obliga a escalar sus abruptas laderas y ellas, que llegan ya calentadas por el lúbrico sol, se condensan y se derraman bramando en frecuentes aguaceros cuando se enfrían al ascender o chocan con masas de aire frío en las frígidas cumbres. Climax interruptus. Brama, cayó. Tan represiva la herradura choreta; ni el sol puede con ella. Cómo seré de terrible que aun ahora me asusto a veces yo mismo cuando veo mis reflejos en la laguna Mirador, en la Ocla, en la Maneti, en la Estrella, en Lagunetas, en la ciénaga de Juan Manuel de Aguas Claras, en los múltiples y tortuosos ríos que huyen fruncidos de terror, y en mi barriga misma, espejo de agua convertido en mar de llamaradas. Cómo no se van a asustar los otros, aunque la costumbre les amelle el pavor. Desde hace milenios observo y examino mi cuenca toda; me doy cuenta de todo lo que allí sucede; pero mi vista alcanza hasta el mar que está al norte y también me asomo por encima de la cerca en herradura y miro lejos en todas direcciones. Me ven desde las llanuras del oeste y del este, me ven desde el sur y especialmente
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desde el sureste, desde más allá de los grandes ríos donde me pierdo en una selva colosal: si me ves eres visto por mí. Leo tu pensamiento, pero tú no puedes leer el mío. Llego hasta donde llega mi luz; mi luz es mi consciencia trascendente, mi consciencia elevada a una dimensión inicialmente ajena, a un elemento diferente de mí, por origen. Tú que has venido a visitarme desde un gran río, más grande que los míos, en las llanuras del sureste, tú que has venido a visitarme con sentimientos encontrados y pensamientos contradictorios, tú que desde niño te interesas por mí sin comprender tu corazón, tú que me hablas sin sospechar que te escucho, oí caramba, no creas que no te he visto. Si pusieras cuidado sabrías de mi dolor y de mi queja y de mi rabia altiva contra muchos representantes de tu raza, y tal vez te aliarías conmigo que soy monstruoso y único contra ellos, que son tus congéneres. Mi destino me ha hecho grande y lúcido, capaz de inmensa sabiduría, largamente longevo, pero me ha negado los medios de defensa y agresión ante enemigos externos. Cualquier insecto está mejor armado que yo. Durante un tiempo desmesurado que no me ocupé de meter en calendarios, no hubo hombres en mi cuenca. Un buen día comenzaron a llegar desde el noroeste y poblaron mi oeste, mi sur y mi este; cultivadores de la tierra. Otros llegaron del noreste y poblaron mi norte; pastores o pescadores; o a mi cabra, o a mi barca. Se integraron a mi vida, fui feliz. Más tarde vinieron otros, cubiertos de armadura, con caballos, desapacibles y violentos, fundadores de ciudades; conquistaron, mataron o esclavizaron a los anteriores y terminaron formando con ellos un solo pueblo. Un solo pueblo, pero con predominio del que llegó de último. Los anteriores sobrevivieron dentro del vencedor por mestizaje. El vencedor cambió; no pudo asimilarlos completamente; ellos conservaron en su seno una identidad disfrazada; él impuso su lengua y sus instituciones, pero ellos las reinterpretan y las ejercen desde sus propias tradiciones dando lugar a una estratificación de creencias y conductas,
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a una nueva manera de ser no homogeneizada aún, que a veces se revuelve cuando los apellidos amanecen atravesados. Un solo pueblo. Pero los que no sobrevivieron dentro del vencedor por mestizaje, sino que resistieron desde afuera, han estado sufriendo una lenta agonía a manos de guerreros, misioneros, colonos, enfermedades del vencedor, hacendados, guerrilleros, el IAN, los políticos. Un solo pueblo. Pero los que no sobrevivieron dentro del vencedor por mestizaje, ni resistieron desde afuera, sino que lograron una cierta forma de convivencia, conservando mal que bien su lengua y sus instituciones, se encuentran en condiciones de inferioridad y dependencia luchando una lucha sorda en que llevan todas las de perder, aunque mantienen su presencia inconfundible y hacen valer abiertamente su diferencia, su exterioridad con respecto al vencedor mestizado. Todo esto ha sido casi inofensivo para mí. He sido casi feliz. No es algo que yo no pueda manejar. Además, durante varios siglos he gozado de un gracioso espectáculo que me ha hecho sentirme superior en inteligencia a los hombres: Los vencedores, más o menos mestizados con los vencidos y con negros esclavos que trajeron de allende el mar, se fueron estableciendo en las planicies, en el pie de monte, en los valles altos y en las mesetas de mi cuenca, al mismo tiempo que fundaban puertos sobre mis bordes y muy especialmente el que se volvió chacra postizo. Comenzaron a producir y siguieron produciendo con admirable aplicación no solo lo que les hacía falta para su sustento sino también mercaderías exportables. Conozco los nombres de los centros de producción o de acopio o de ambas actividades. San Cristóbal, San Antonio del Táchira, La Grita, Bailadores, Mérida, Ejido, Trujillo, Perijá, La Guajira, Cúcuta, San Faustino y, desde el otro lado de la herradura, pero no lejos, Barquisimeto, Tocuyo, Carora, Coro, Barinas. Algunos nombres de puertos se me han grabado en la memoria: Gibraltar, Palmarito, La Ceiba, Santa Rosa, Los Cachos,
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Bobures, Lagunillas, Cabimas, Altagracia, Moporo, Tomoporo, Bachaquero y el que no quiero recordar. Los nombres de las mercaderías zumbaban reiteradamente, como abejas, por el aire de la cuenca y me hacían cosquillas en la barriga: tabaco, azúcar, mieles, panelas y dulces, cacao, añil, café. Cacao, tabaco, caña de azúcar. Cacao, panelas, azúcar, tabaco, maíz, trigo, legumbres. Cacao, caña de azúcar, panelas, algodón, tabaco, maíz, yuca. Cacao, papelones, mieles, tabaco, trigo, ganado vacuno, caballar, mular y ovino. Caña de azúcar, papelones, cacao, maíz. Azúcar blanca y morena, cacao, trigo, ganado menor, lana, legumbres, cueros curtidos. Cacao, cordobanes, azúcar blanca y morena, papelones, ganado menor. Azúcar blanca y morena, cordobanes, suelas, tejidos de lana, trigo, harina de trigo. Lana, cordobanes, burros, mulas, palo de Brasil, grana silvestre, cera negra, hamacas, pita. Ganado mayor, menor, mulas, sal, cueros, palo brasil, tasajo. Tabaco, azúcar, mieles, ganado. Maderas, ganado mular, yeguas, queso, carne. Mulas, ganado, caballos, burros, palo brasil, cueros, sebo, carne, sal. Cacao, añil. No como ni uso nada de eso. Lo miro como gallina que mira sal. Todo eso llegaba al puerto que no quiero nombrar y de allí era enviado en barcos no sé hacia dónde. Por el mismo puerto innombrable recibían mercaderías extranjeras que eran enviadas por los otros puertos hacia los centros de producción y acopio que he nombrado. Nada más sencillo: producción, transporte, ganancia, exportación, importación, la felicidad para hombres trabajadores protegidos por mi fértil cuenca. Pero no. Surgieron diferencias. Primero las naturales entre productores y comerciantes, entre ciudades de la serranía y puertos, entre lugares frescos o fríos y lugares calientes o candentes. Aquellos encontraban a estos parlanchines, agitados, procaces. Estos encontraban a aquellos reticentes, bobos, pretenciosos. Aquellos estimaban el orden, estos la aventura; aquellos la meditación, estos el movimiento; aquellos el tres por cuatro, estos el seis
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por ocho. Pero se complementaban y necesitaban mutuamente. Coincidencia y armonía de los opuestos en el plano económico. Surgieron también rivalidades políticas. El centro de poder se desplazaba de la sierra al puerto innominable y viceversa, o todos o en parte caían bajo centros de poder que estaban allende la herradura hacia el este o hacia el oeste. ¡Qué nación autónoma, autárquica, completa y poderosa hubiera sido la de mi cuenca si hubiera logrado integrarse! ¡Qué hermosa sería si lograra integrarse bajo mi protección! Soy sede que ni mandada hacer para una gran nación. Pero mis habitantes, los de arriba y los de abajo, se han estado zahiriendo y ofendiendo y satirizando, mientras otros los dominan. No sé de qué asombrarme más, si de su estupidez o de su malicia. Aunque pienso a veces que su malicia es una forma de estupidez. No han sabido correlacionar sus intereses, gastan su ingenio en agredirse, tal vez ni se han dado cuenta de su pertenencia a un nicho ecológico y geopolítico común. Un muchacho del lago fue a una escuela de la sierra, todos los compañeros le pegaban; iba marcao. Pero también iba marcao el andino que bajó a estudiar en el puerto. Esas diferencias, aun manteniéndose y acentuándose, no hubieran impedido la conformación de una unidad estadal superior, energetizada por antagonismos armonizados en complementariedad. Gracioso espectáculo. Amor cabía en mí para todos. Yo era feliz. Pero los intereses de una civilización que no puede vivir sin los peos y el excremento blando de la tierra trajeron como consecuencia que yo esté acribillado ahora por más de cinco mil pozos productores y atravesado por más de veinte mil kilómetros de tuberías sublacustres, peorras, mionas y cagonas; trajeron como consecuencia que se arruinaran los centros productores de las alturas; trajeron como consecuencia que se agigantara ese chacra postizo y me esté asfixiando y me ponga la argolla del esclavo; trajeron como consecuencia que, por ganar tierras de pastoreo para dar de comer a tanta gente, se haya talado masivamente mi lujuriosa selva; esta es la región del país donde la intervención antrópica ha
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sido más amplia y más destructiva; trajeron como consecuencia que, a pesar de sacarme más de millón y medio de barriles diarios, tres cuartas partes de la producción nacional, yo tenga más de la mitad de mi población humana en pobreza crítica; trajeron como consecuencia que yo esté en vías de pasar a otro equilibrio vital no apto para hombres, así me lo ha dicho mi corazón verdeazul. El espectáculo ya no es gracioso. Cambio ara. No soy feliz. Acíbar amo, pero no tanto. Una noche de estas voy a apagar mi ojo relampagueante para no ver más tanta estupidez. Con un poco de inteligencia y de virtud todo pudo ser diferente. Da rabia. Coma rabia mía esa civilización que no sabe administrar energía sin destruir su medio ambiente. Si tú me oyeras, niño candoroso de afectos encontrados, tal vez no fuera demasiado tarde. El lago es una bolsa muy bolsa, no puede producir grandes inundaciones, ni trombas ni géiseres, ni siquiera marejadas, no pasa de marullos; si pensara no podría pensar más que bolserías. La primera vez lo visité, yo iba con un colportor, Euro, que se detenía en todos los pueblitos para vender biblias baratas de la Sociedad Bíblica. Tenga cuidado en el ferry para que no se le caiga la muleta por la borda. ¿Por qué, si el petróleo es una gran riqueza, la gente es aquí tan pobre? No supo Euro explicarme. Yo iba a pasar vacaciones casa de un tío maracucho, Hipolimnio, que en un viaje al llano se enamoró de mi tía Orosia, predestinada por el nombre a terminar en Maracaibo. Él tenía un puesto de mercancía seca en el mercado y un eficientísimo socio llamado Epilimnio. Qué cantidad de cosas diversas, y se confundían con las de las otras tiendas, qué gentío, qué algarabía, por qué hablarán tan duro, y esas palabrotas. Más bien que te sientes en este rinconcito y pongas las muletas debajo de la armadura. La casa de habitación era alta, sombría y fresca; en el patio central los árboles y las plantas ornamentales no dejaban ver el cielo. El patio de atrás daba a la playa. Mi prima Anabáena, la mayor, y su hermana Anacystis me ayudaban a entrar en el agua tibia y agradable; una boya indicaba hasta donde podríamos meternos,
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boya: marca. Unas vecinas pequeñas, las Foraminíferas, nos acompañaban; estaban entusiasmadas con sus estudios de escuela primaria y hablaban siempre de fechas. Nadie se burló de mí. A mi primo Fitoplancton le daban permiso para sacarme a pasear, pero sin ir muy lejos. Nosotros lo llevamos después por todas partes en la camioneta. Y me llevaron. Capitán chico, Santa Rosa de Agua, Santa Rosa de Tierra, Punta Santa Lucía, El Empedrao, El Saladillo. Conocí las cuatro reinas de la ciudad: Bárbara y Concha, Chingua y Lucía; cuatro caras de Roma, la gran ramera del Apocalipsis, comentó mi tío que era evangélico: ¿no serán más bien cuatro caras de Pulowi?, dijo Epilimnio que era espiritista. El Teatro Baralt. La plaza donde Udón Pérez se pregunta a cuál de los dos bares va a entrar. La aduana, los depósitos de los muelles, las casas comerciales extranjeras. El hotel donde se hospedó Carlos Gardel. La casa donde se edita La Estrella de la Mañana. Julio Moros. Asdrúbal Ríos. Germán Núñez Bríñez. El Hotel del Lago. Los Belloso. Numa P. León. Almacén de los Steinvorth. Almacén de los Dall’Orso. La Zulianita, Atlantes de Mármol de Leiderman Hermanos. Casa Mac Gregor, Casa de la Capitulación. Palacio de las Águilas. Villa Adriana. Villa Atlántida. Conocí un patiquín encorbatao, Oscar Guail, con pañuelito de tres picos en el bolsillo del corazón; era maracaibense. Conocí a Mílmero Urdaneta, dueño de una gran tienda importadora de casimires ingleses; era marabino. Mi tío Hipolimnio era maracucho, y yo, si seguía yendo y me gustaba, me iba a volver maracaibero. Quiero conocer a Alejandro Fuenmayor porque aprendía sus libros de memoria. Qué molleja, sobrino, ¿y no quiere conocer también a los Barboza de la Torre? Esa gente no es clientela mía. Me llevaron a Sinamaica. Palafitos. Pescadores. Añú o paraujanos. No confundir con los wayuú o guajiros, esos son pastores y comerciantes muy peligrosos, el que les echa una vaina se las paga. Tío, vamonós que me duelen las piernas.
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Las Foraminíferas sabían todo al caletre. El primer español que entró al lago fue Alonso de Ojeda en 1499, siete años después del descubrimiento de América; lo acompañaban Américo Vespucio quien no sabía para entonces que su nombre iba a ser inmortal y Juan de la Cosa, sin malos pensamientos. Alonso volvió en 1502 y en 1505. Le gustó la cosa. Coquibacoa. La ciudad fue fundada tres veces. Primero la fundó Ambrosio Tododedo, gobernador alemán de Venezuela, en el sitio de los Haticos, en 1529, con el nombre de Nuestra Señora de la Laguna. Kuruvinda. Don Gonzalo Fernández de Oviedo y Valdez la bautizó Villa de Maracaibo. Hasta el nombre le ha dado Maracaibo a Venezuela, sin mucha reciprocidad. La Ranchería. Alonso Pacheco la refundó en 1569 a media legua de La Ranchería en una salina. Ciudad Rodrigo. El Saladillo. El Capitán Pedro Maldonado la rerefundó en 1574 entre las dos bahías pequeñas de Punta Arrieta, con el nombre de Nueva Zamora. ¡Y yo que soy del estado Zamora! Para afianzar el tráfico comercial del Nuevo Reino de Granada con el Caribe. El empedrao de Santa Lucía. No dio resultado. El único tráfico comercial que se ha afianzado por ese lado con el Nuevo Reino de Granada es el contrabando guajiro. ¡Qué caletreras esas Foraminíferas! Pero cómo hago yo para saber si todo eso es verdad o embuste. Una vez salí solo. Fui lejos. Me cansé mucho. Me senté en un banco de una plaza triangular. De un lado estaba una iglesia. Del otro una escuela maracaibense. Pero pasaron unos muchachos maracuchos y me dijeron: Ayúdame-a-ser-útil, tullío, güebo frío, metete la muleta por la jeta. La muleta es pa’tu viejeta, les respondí. Íbamos a pelear, pero en eso llegó mi primo Fitoplancton que me andaba buscando y los dispersó: los voy a llevar a peos hasta El Portachuelo. Otra vez me quedé solo mucho tiempo en la playa oyendo el levísimo murmullo de las leves olas y me fue pareciendo que hablaban y que yo podía entenderlas. Yo estaba lelo, como entre
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dormido y despierto y me pareció que el lago era un ser vivo, animado, capaz de sentimientos y de pensamientos, una gran bestia inteligente y triste, un enorme monstruo melancólico, tullido, eternamente acostado bajo el sol, sin patas ni muletas, rumiando soledades. Me pareció que me hablaba a mí, que entendía lo que yo pensaba sobre él y que me quería decir algo en el leve susurro de sus aguas. Me asusté mucho: ¡Mamá! ¡Tía! ¡Tía Orosia! Recuerdo la época de los piratas. ¡Qué tiempos aquellos! Sus ágiles bajeles se me metían por las fontanelas, me atravesaban la cabeza con movimientos nerviosos, saqueaban y quemaban la ciudad que ahora prefiero no mencionar, me atravesaban hacia el sur cosquillándome la barriga. Sus nombres como cigarrones, sus voces de mando como avispas. Heinrich Gerhardt. William Jackson. Jean Manuel Nam. Montbaas. François David Nau. Miguel el Vascongado. Henry Morgan, Frank Grammont. A sangre y fuego en la ciudad todavía no aciaga para mí. A sangre y fuego en Gibraltar. Órdenes de maniobra. Maldiciones. Fuego disperso de mosquetes y arcabuces. Disparos de cañón. Mástiles quebrados. Muertos pensativos flotando blandamente. Sangre en las algas. Un buque. Tres buques. Once buques. Mil soldados. Botín. Prisioneros. Rescate. Treinta mil duros. Batalla naval. ¿Piratas o filibusteros o bucaneros o corsarios? De noche mi agua los sentía fondeados victoriosos, balanceándose gallardamente, y mi ojo parpadeante veía marineros ebrios en la playa, hartazgo y lujuria en la quebrada tiniebla. Gracioso espectáculo para mí. Ejercicio de supervivencia para mis habitantes. Unos niños de pecho inofensivos en comparación con los que vinieron después mascando chicle, olorosos a talco menen, con teodolitos, planos, taladros, autoridad oficial, dólares. Quién no viera, pa’no verte. Nitrógenos y fósforo. O mi baraca, o mi acabar. Rima acabó. Me fui. Volví. Siempre con Euro. Itinerario de colportor. No es prudente que ese muchacho viaje solo. Comíamos y dormíamos en casas muy humildes donde le daban hospedaje porque era
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evangélico. Conocí la infinita fraternidad de los pobres, y su sentido del humor, más grande que la miseria y que la enfermedad y que la muerte. Durante varios años pasé las vacaciones escolares casa de mi tío Hipolimnio y mi tía Orosia y mis primas Anabáena y Anacystis y mi primo Fitoplancton. Me fui volviendo medio maracaibero. Los muchachos maracuchos de la calle más bien se hicieron amigos míos cuando me acostumbré a no ponerme bravo porque me llamaran Polio o Muletica en vez de Cabir. Aprendí a orientarme: 5 de Julio, Bella Vista, Cecilio Acosta, Doctor Portillo, El Milagro, Las Delicias, Allá Abajo, Iglesia El Redentor, El Hipódromo, El Zoológico, Estadio Alejandro Borges, Gavilanes, Pastora, Centauro, Luis Aparicio, Vía El Moján, Atracadero del Ferry, La Cieguita. El señor Epilimnio me llevó a La Cañada en piragua. No hubo marullos. Café con plátano verde asao, pollo en coco, carne en coco, chivo en coco, pescao en coco, iguana en coco, mandocas. Vía Perijá. María Coba amó a Cabir. Amaba rico. Uno apartaba las algas para beber el agua del lago. Se dejaban las puertas de la calle abiertas de noche cuando hacía mucho calor. Los mancebos. Hay detalles que a las mujeres se les pasan y a los maricos no. Los ojitos de Lucía parecen dos paraparas y el reflejo de su cara parece la luz del día. Urdaneta. Finol. González. Dempaire. Esteva. Paz. Ortega. Rincón. Fuenmayor. Montilla. Belloso. Atencio. Fernández. Cardozo. Aparicio. Villalobos. García. Portillo. Ríos. Villasmil. Barboza. Naveda. Perozo. Bravo. Blanco. Bracho. Los laberintos de la sangre. El lienzo de Penélope en Creta. Creta bañándose en el lago para curarse los temblores y terrores vacunos. San Benito comprendió que yo me estaba muriendo y en mi corazón metió a La Chinita sonriendo. Las Foraminíferas se hicieron famosas en la escuela y en todo el vecindario por su prodigiosa memoria de fechas y acontecimientos históricos; pero al pasar al bachillerato abandonaron la historia y comenzaron a interesarse apasionadamente por una materia que
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no figuraba en el pénsum: la geología. Se caletriaban unos libros del papá y se los recitaban a quien quisiera oír. Ellas decían que eso también era historia, pero sobre acontecimientos más dilatados que duraban millones de siglos. Nadie les creía, pero las buscaban con mucho respeto cada vez que nacía un niño para que recitaran sus caletrazos. El barrio se llenó de Cámbricos, Devónicos, Oligocenos, Cretáceos Superiores, Carboníferos, Cuaternarios, Silúricos y Pérmicos. Yo le pregunté una vez a la mayor, turbado por las transformaciones epirogenéticas y orogenéticas de su cuerpo y por las transgresiones y regresiones de su afectividad (Maracaibo, ¿qué tengo yo contigo?), le pregunté si había alguna conexión geológica entre la cuenca terciaria Maracaibo-Falcón y la cuenca terciaria Barinas-Apure. Me miró con picardía. Vai pues. Sintió la actividad ígnea y el metamorfismo de mis palabras. Esas dos cuencas, Cabir, formaban parte del gran geosinclinal septentrional andino que se extendía desde Venezuela hasta el Perú. Comenzó a formarse a principios del Mesozoico debido a un hundimiento diferencial de un ancha zona, limitada al sureste por el escudo Guayano-Brasilero y su prominencia fálica en los macizos ígneo-metamórficos del arco de El Baúl; y al noroeste por la región fronteriza Guajira-Paraguaná. Esas dos regiones fueron muy poco afectadas por orogénesis después del Paleozoico; constituyeron elementos positivos durante el Mesozoico y el Terciario; pero la zona intermedia fue de máxima orogénesis. Muy movido el geosinclinal durante el Mesozoico. Levantamientos, hundimientos, sedimentaciones y erosiones con cambios litológicos continuos, transgresiones, regresiones. Pero hacia el fin del Eoceno, hace menos de setenta millones de años, ayer, una pronunciada perturbación orogenética comenzó a dividir el geosinclinal septentrional andino en varias cuencas de sedimentación que estuvieron interconectadas en ciertas épocas del Terciario superior. En la región de Mérida se inició un levantamiento que produjo una serie de fallas escalonadas y estructuras de pilares y fosas.
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La Foraminífera mayor habló de areniscas y arcillas epineríticas, y de lutitas y calizas infraneríticas, de faces litológicas y trampas estratigráficas. La gente anotaba. Durante todo el Terciario continuaron las perturbaciones orogenéticas, olvidé los detalles, con un período de intenso diastrofismo en el Plioceno superior, hasta que, ya entrada la era Cuaternaria, en las postrimerías del Pleistoceno, hace apenas un millón de años, tuvieron lugar los últimos disturbios orogenéticos regionales que rejuvenecieron y levantaron la sierra de Mérida hasta su posición actual, confirmando la separación entre la cuenca de Maracaibo y la cuenca Apure-Barinas. Entendí con dolor: la Foraminífera mayor me daba calabazas; entre ellas y yo se había interpuesto Perucho, ese guate pereque, ese condenado gocho que desde hacía días estaba merodeando por la cuadra y le hablaba por la ventana. Ante sus ojos, el que yo sepa cien poemas de memoria no compensa mi defecto físico. De acuerdo con la geología –le pregunté–, ¿es posible que en edades futuras se hundan Los Andes y vuelva a formarse un geosinclinal sin separación entre Maracaibo y el Apure? Tuvo que decir que sí. Los andinos siempre miran atentamente el lago para ver si distinguen la cara de Juan Vicente Gómez, El Bagre. Pero ya era fin de septiembre. Comenzaban las clases. Euro, viento del este, me vino a buscar. Durante el regreso nos agarró el cordonazo de San Francisco. Pasé muchos años sin volver, en países lejanos. Cuando llegaba agosto me entraba una nostalgia gastronómica, barriga de camposanto, morcón roto, bolsa, hicotea boca arriba, y soñaba con el hervido cruzado res-gallina, con el de armadillo, con el de bocachica. Mondongo en el mercado: si no lo suda, no lo pague. Dos iguales. Uno y uno. Bollos pelones. Funche de avío. Arepas de yuca con queso. Pámpano-lisa-boca-chica-armadillopalometa-róbalo-corvina-bagre frito. Toruno en coco. Palomitavenado-matacán-cochino e monte-iguana en coco. Conservas de leche-conservas de plátano maduro-hicacos-limonzón en almíbar-calabazate-huevos chimbos-majarete-manjar-arroz con leche
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me quiero casar. Un complet pommes frites. Wienerschnitzel. Gulasch. Schisch quebab. Taramá. Ein Stück Sacher-torte, bitte. Chile con carne. Cheese cake. Tortellini. Borsch. Lumpias, Chop suey. Quipe nai. Cuando vuelva me voy a desquitar. En el subsuelo de Creta muge un dios que la hace temblar. En las playas de Creta merodea un dios que la enamora con sus cuernos dorados. En el centro de Creta brama un hombre-dios, becerro encarcelado por la madre en un cono ciclónico. Creta, báñate en el lago mirando hacia el norte. Detrás de ti y a tu lado izquierdo escucharás más de tres millones de bramidos. Detrás de ti y a tu lado derecho verdean los cultivos. Pon tu centro ciclónico en el cono salobre. Ordena a Dédalo que se ponga al servicio del hombre-dios liberado. Tu progenie mestiza asombrará la tierra y la iluminará. Cuando regresé después de muchos años, ya era Maracaibo city. Puente chucuto, dogal en el pescuezo del lago. Con solo transgredir un umbral se pasaba del invierno al verano o del verano al invierno. Las Pulgas. El Saladillo, transtocado; mis tíos, nevados; Anabáena, cancerosa; Anacystis, rozagante y lozana; la Foraminífera mayor y Perucho me presentaron a Safo, a Minos, a Pasifae y al pequeño Pericles. Fitoplancton se consumía en una oficina. Las eras geológicas se habían vuelto más largas. La memoria prodigiosa se había trasladado a la Grecia antigua, mitad historia, mitad mito. Conocí las élites sutiles de la ciudad. Le pedí al señor Epilimnio que me llevara a La Cañada en piragua. Me acordé de cuando él me llevaba cargado por la planchada hasta el baño, no fuera a trabárseme la muleta en los intersticios de las tablas y esperaba que yo me hubiera bañado y me volvía a traer. Llévame a La Cañada en piragua. No quería. Ya casi no se usa. No hace buen tiempo. Es peligroso. Insistí. A mitad de trayecto, negros nubarrones, el agua comenzó a agitarse. Marcito, mar chucuto, pero capaz de grandes arrecheras. Deje que se me desarrolle esta arrechera. El lago gentil hecho una furia. Te lo dije, Cabir. Se apagó y se ahogó el motor fueraborda. Quedamos a merced del marullo. La muleta, de fresno como las
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lanzas de la Ilíada, con empuñadura de marfil como la torre de Penélope, mi muleta preferida, comprada en un bazar de Estambul, mi muleta mía de Polio Muletica se cayó al agua y se hundió para siempre. Y ahí sí es verdad que me entró el pánico. Esa piragua a la deriva, desprevenida paloma derribada por la tormenta, con un piloto anciano y un pasajero lisiado, impotentes los dos en el marullo, muy bien podía hacer agua, voltearse, hundirse. Entre mis temores no figuraba morir ahogado y menos en un lago bolsa. Pero de repente creí oír lamentos y gemidos, como si la gran bestia líquida desde lo profundo clamara, desde su corazón herido que regurgitaba allá lejos floraciones amargas de algas verde azules, bajo su hombro izquierdo caído. Comprendí su rabia y su dolor, y no fui distinto del niño que se asustaba mirando los delirios de fuego sobre el Catatumbo, ni del que se aterró en una playa tranquila y llamó a la mamá y a la tía Orosia. Pero en mi interior hubo un salto de consciencia. Viéndome allí desvalido en esa piragua zozobrante, no sentí más el miedo de la muerte, me sentí pariente de esa gran bestia milenaria y no me importó lo que pudiera pasarme: había visto en un destello la hermandad de todos los seres, y el poder verla me daba la sensación de estar elevado por encima de un niño que se duerme cansado de llorar. Sobrevivimos. Vueltos a nacer, visitamos La Cañada. Cabir amó a María Coba, y regresamos por carro, más peligroso que en piragua. Por primera vez entraba yo a la ciudad por tierra. Antes de entrar, ya entraba. Penetrábamos en un cuerpo invisible, nos hundíamos en una presencia poderosa. Nos paramos en Las Pulgas. Colgado del brazo de Epilimnio y cojeando, compré un bastón nudoso de membrillo. ¿Cuál es el animal que camina en tres patas a mediodía? Pagué sin regatear. Maracaibo city. solo puede hablar contigo el que ha hablado con el lago. Le leí el pensamiento: muy rico o muy pendejo. Yo hablé con el lago. Me hizo una rebaja no pedida y me formuló un deseo no esperado: que tengáis siempre aquél
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como este. Epilimnio, vamos a dar unas vueltas por ahí en carro. ¡Qué molleja! ¿No te bastó el marullo? Maracaibo city. Más de tres cuartas partes de la producción nacional de petróleo. Roca miaba. Más del sesenta por ciento de la producción nacional de leche. Brama, cayó. Diecinueve millones de kilos de producción pesquera, ahora en bajada. Oh, barca mía. Connubio con todos los países del mundo. Abrió cama. Ciudad de los excesos te llaman, y no puedo contradecirlos porque hipérbole y litote extrema son tus formas normales de expresión. Ciudad formada de pedazos heterogéneos no armonizados, es la descripción que hacen de ti tus detractores. ¿Cómo hago para defenderte? Yo mismo he caminado por una avenida tuya mirando las vitrinas lujosas de cosmopolitas boutiques y de repente la calle cesa y hay un terreno baldío con arbustos espinosos y chivos, y más allá sigue la calle aldeana de hace un siglo. Cómo, si veo lado a lado edificaciones coloniales españolas, antillanas, neoclásicas, Bauhaus, Manhattan. Cómo, si frente a una fábrica donde operarios uniformados manejan máquinas del siglo veintiuno, hay una bodeguita donde venden funche relleno de hicotea. Si frente a la Basílica una elegante señora vestida de blanco, con sombrero blanco de alas anchas, conduce a su bebé en un carrito blanco, mientras a su lado un heladero harapiento toca su campanita, tres rapazuelos torean los carros y un distinguido caballero de corbata y leontina se atusa los bigotes. Me dicen que eres inconsciente e incapaz de velar por tu propio bien, y tengo que quedarme callado. Ante mis ojos los pasantes quiebran y arrancan los arbolitos que el Concejo Municipal siembra en las avenidas y botan desperdicios en cualquier parte, mientras tus ciudadanos poderosos no logran salvar el lago ni detener la intervención destructiva sobre bosques, ríos, indios. Me dicen que eres grosera, vulgar, sin refinamiento, y yo bajo la cabeza. Los vendedores de ropa íntima en el mercado se ponen un blúmer rojo y negro en la cabeza para protegerse del sol o en
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el cuello para que no se les ensucie la camisa y, cuando pasa una muchacha bonita, se lo restregan en la cara, en los sobacos, en la entrepierna mientras producen con la boca ruidos de lamer, chupar, sorber, gimiendo mamacita, mamacita. Cuando una mujer va a pasear o hacer diligencia por ciertos barrios, tiene que salir con la vaselina puesta y regresa a la casa en cuatro patas. Ud. tiene la capacidad y yo la firmeza. Parir es como cagar un coco. Ay, china, quién fuera tachón pa pegarse a tus tachiras. Las mujeres están siempre halándose la liguita de las pantaletas y los hombres se acomodan en público el bulto de la bragueta. Suelen dejarse al aire la barriga cervecera que no les permite verse el pipí. Ponen en el carro un retrato de los hijos con un letrero, papá no corras, al cual nunca hacen caso. Los del avión siniestrado no quedaron ni pa’ diablito. En el carrito por puesto leen en voz alta el periódico y lo comentan jocosamente, sin conocer a los otros pasajeros. Se ponen sobrenombres crueles, polio muletica, para sentirse en confianza y aceptar los defectos de los otros. Yo doy el chiquito para no salir preñada. Habiendo soportado todo eso, me yergo apoyado en mi bastón de membrillo y doy el frente a tus detractores, Maracaibo city, y les digo: Muerden la mano que les da de comer. Sus excesos verbales son propios del que está haciendo trabajo duro y sucio para generar alimentos a partir de materias indigeribles, del que tiene que bregar para transmutar y dar. La ven heterogénea porque ven su proceso digestivo sin comprenderlo. Le ha tocado digerir el mundo. La han atragantado con pedazos de culturas disímiles y ella los está asimilando. Uds. son incapaces de verla a ella, que terminará por imponer la unidad de su espíritu a toda esa diversidad. Miren bien. Es cierto lo que han visto pero no han visto hondo. Es irrespetuosa de arbolitos porque desprecia las medidas pequeñas, exteriores, ornamentales; porque sabe la grandeza real que está gestando. Miren bien y verán ciudadanos infatigables que
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relevarán a los ahora poderosos. Miren bien y verán el aumento de conocimientos y virtud en las nuevas generaciones, pero con reciedumbre. No es ni será una ciudad blandengue, sentadita, muy arregladita, en su ventanita, viendo pasar los posibles pretendientes. Pero nunca cupo tanto candor en unos ojos. La vulgaridad que los ofende es afirmación de libertad y autonomía. Es ruda autenticidad. A partir de ella y solo a partir de ella pueden desarrollarse refinamientos genuinos y no copias ni adornos postizos. Acérquense a sus intelectuales, científicos y artistas. Están al día en todo lo que se hace en el mundo; comprenden, valoran y respetan; pero no son imitadores; tienen rostro propio, se nutren de su propia tierra y de su propia sangre. Tienen su centro de gravedad en sí mismos. Maracaibo city, heterogénea, vulgar, caótica, alegre, creadora, orgullosa de estar viva y peleando, original, poderosa, auténtica, te he comprendido y te amo. Lamento no ser de los tuyos. Adiós. Pero maracaibero vuelve. Hasta la vista. 1991
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A partir del descubrimiento de América por Cristóbal Colón, Europa comenzó a expandirse hacia estas tierras. Encontró un nuevo ámbito geográfico hacia donde crecer. Pero estas tierras no estaban deshabitadas. Vivían aquí unos pueblos bárbaros que no conocían la civilización, ni mucho menos el corazón de la civilización: la religión verdadera. Entonces los europeos se propusieron evangelizar a estos salvajes y se trajeron de África a otros hombres no menos salvajes para hacerlos disfrutar los supremos beneficios de la fe cristiana. Este año, 1992, esa labor misionera cumple cinco siglos. Pero no ha terminado. Mucho se ha logrado, es cierto: este es un continente cristiano donde florece la civilización europea (el adjetivo es redundante) y donde se hablan lenguas europeas. Sin embargo, los salvajes, por lo menos en parte, se han mostrado reacios a aceptar la generosa oferta europea. No solo quedan todavía grupos humanos hundidos en sus supersticiones ancestrales y en sus costumbres primitivas. También 61 En Correo de Los Andes (Suplemento Correo Cultural), Mérida, 18-10-1992; p. 1. En 2014 fue publicado como parte del libro El alma común de las Américas editado por Fundecem, Mérida.
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entre los aparentemente civilizados se conservan creencias y usos precristianos disimulados bajo las palabras y las instituciones que han adoptado. No se sabe si por estupidez congénita o por taimada resistencia; lo cierto es que persisten en sus antiguos errores con diferentes grados de intensidad y deliberación. Por otra parte, debemos señalar y destacar un hecho de capital importancia: no todos los europeos que vinieron a América eran cristianos puros, como no lo son los que han seguido viniendo. Los de España y Portugal eran cristianos puros; pero los del norte de Europa habían caído en la herejía protestante. Así tenemos, por un lado, la América sajona y, por otro lado, la región llamada Latinoamérica. Esta última, agraciada con la fe verdadera, limpia y pura de la “santa Iglesia católica, apostólica y romana”, además de sufrir internamente la resistencia de sus salvajes, se ve confrontada con la policéfala invasión de sectas evangélicas incansablemente proselitistas provenientes del norte. Según ciertas estadísticas están logrando ya una conversión por minuto en nuestra América Latina. Como si todo esto fuera poco, a partir de la Revolución francesa y de la Revolución industrial, otras sectas, de carácter político y social sobre todo, con el sello de la modernidad y los heterogéneos nombres de socialismo, libre empresa, naturismo, hedonismo, ateísmo, revolución ya, tráfico de drogas, nos invaden agresivamente trayendo confusión a la grey del Señor. No terminan aquí las dificultades. Del Lejano Oriente, desde hace varias décadas, han comenzado a llegar diversas formas de budismo, taoísmo, hinduismo, tantrismo, sufismo, bahaísmo, además de cultos sacrílegos a hombres mortales como el que se le rinde a un tal Sai Baba, o al obeso gurú Maharayi. Algunas de esas sectas se enmascaran con técnicas terapéuticas o artes marciales y todas se ven favorecidas por la nefasta libertad de cultos y la desatinada educación laica. Hasta los mahometanos quieren hacer mezquitas en nuestras tierras, ¿olvidaron acaso al Cid y a Carlomagno y a Rolando y a la Reina Isabel?
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No olvidemos nosotros tampoco que los pérfidos judíos, asesinos de Cristo, cuando fueron expulsados de España y Portugal, vinieron en no pequeño número a América como marranos y han osado continuar sus prácticas religiosas, ciegos para la luz del Redentor. Digámoslo claramente. No solo no ha terminado la evangelización después de quinientos años. Se enfrenta a nuevos obstáculos. Hacen falta, por lo tanto, nuevas cruzadas y nuevas inquisiciones, pero de otro género. Es urgente tomar las riendas del poder político, del poder económico, del poder militar, de la educación pública, de los medios de comunicación de masas, de la policía. Que todos esos réprobos, que todos esos sectarios sientan el olor a chamusquina de las santas hogueras. Firmes y adelante, huestes de la fe, sin temor alguno que Jesús nos ve”. Todas estas cosas me las dijo un loco recluido en el hospital psiquiátrico de Barquisimeto. Creo que además de loco es un poco obtuso. No me parece que haya comprendido con prístina claridad el sentido profundo del evangelio.
El hechizo de la tijereta
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Tres puntas tiene Charles Páez. Una hacia la ciencia y la tecnología. Por ella ha hecho estudios académicos terminales hasta llegar a la frontera de la investigación en ingeniería electrónica. Con ella penetra en lo desconocido y lo desea junto con sus pares del mundo entero. Otra hacia las humanidades. Por ella ha cultivado desde muchacho, sin pausa, la historia, las letras y la filosofía. Con ella ha compartido la búsqueda de los pensadores y artistas de todos los tiempos. Otra hacia la política como intento de participar en los asuntos públicos al servicio de causas profundamente pensadas y sentidas. Por ella militó adolescente en una noble empresa aplastada por el terror de sus mayores. Con ella mordió el polvo y saborea la amargura del outsider en una universidad sin imaginación, en un país sin estadistas. Tres puntas tiene Charles Páez. Tres puntas de un triángulo equilátero horizontal. Pero su corazón se elevó desde el centro y construyó una cuarta punta de tres vértices y de tres aristas para formar el tetraedro simbólico de Platón. La metáfora del hombre 62 “Tres puntas tiene Charles Páez”, en El Vigilante, Mérida, 14-02-1992; p. 9.
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que convierte en sabiduría los conocimientos, los pensamientos y sinsabores del vivir auténtico. En sabiduría y en poder. Un poder de otro género, distinto del buscado y conquistado por las almas mezquinas. Sabiduría y poder para gobernar armoniosamente la propia vida y para irradiar estímulos hacia los gérmenes de verdad, perfección y justicia que habitan en los jóvenes. Abierto a lo humano universal, atento a las luchas de la humanidad actual con observación participante, tiene su sede en Mérida. Mérida desde la Sierra Nevada hasta Barinas y hasta el Lago de Maracaibo; por la Sierra Nevada hasta Táchira y Trujillo, en redondo hacia todos los caminos del mundo. Mérida, donde es gloria vivir y consuelo morir. Mérida con su forma ruda y extraña de ser maternal, con su ternura tosca de madre sin afeites ni modales postizos. Quiso cantarla. Pero Mérida es multifacética, polisémica, plurivalente, pletórica de esplendores diversos cuya unidad originaria es inefable. ¿Cómo cantarla? Canta, oh musa, la dispersión de la belleza y su luz única, yo envuelto y traspasado por ella, turbado te lo pido. La punta científica de Charles Páez exploró los discursos precisos de la geología, de la botánica, de la zoología, de la potamología y la hidráulica, de la edafología, de la meteorología y de la geodesia en todo lo que saben decir acerca de Mérida. De tal estudio podía surgir un tratado científico interdisciplinario. No un canto. La punta humanística de Charles Páez reunió y amplió sus conocimientos de historia regional, repasó los letrados, artistas y pensadores locales, se sumergió en la cultura popular, desveló los trabajos de las ciencias sociales. De tal estudio podía surgir un ensayo tal vez luminoso. No un canto. La punta política de Charles Páez revivió sus propias luchas, las comprensiones y visiones que el poder partidista dominante excluye de su praxis, los anhelos del pueblo confundido y desorientado por demagogos, la riqueza millonaria de posibilidades que bulle en las virtudes de los campesinos y ciudadanos. De tal
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estudio podía surgir un discurso político capaz tal vez de encender apagadas hogueras. No un canto. Desde su corazón elevado a cuarta punta de tetraedro vio el panorama. Por cualquiera de las tres puntas anteriores, la mirada era parcial, y aun combinando el trabajo de las tres, quedaría por fuera su vida íntima familiar que, sin embargo, estaba entretejida con todo eso. Quedaría por fuera también su intimidad secreta que, sin embargo, se comunicaba por mil arterias y venas con la intimidad telúrica de Mérida. Más quedaría por fuera su yo cogitante, epifenómeno tal vez de la unidad inefable. Aporía. Perplejidad de canto paralizado. Pero entonces apareció la tijereta. Tijera pequeña. Doble zarcillo de las vidas. Cortapicos. Manera de golpear el balón haciendo un movimiento con las dos piernas, Charles Páez futbolista, parecido al hecho con unas tijeras al manejarlas. Decir tijeretas, porfiar tercamente. Tijeretas han de ser. Ave migratoria con la cola y las alas en forma de tijera, pico plano cortante. Viene de muy lejos, vuela hacia muy lejos; pero al pasar por Mérida recorta la velocidad, gobernada por una fuerza centrípeta, corta una trayectoria lenta en espiral expansiva oeste, norte, este, sur, oeste, Mucubají, Lagunillas, Timotes, Pedraza, San Cristóbal y acorta camino hacia Bogotá. ¿Qué fuerza misteriosa atrapa así su vuelo y la hace tijeretear de esa manera? Hace siglos algunos indios comprendieron una intuición extrañable. Supieron quién hacía el signo y lo siguieron, lentamente. Marcaron su camino con petroglifos, poemas indelebles. Allá lejos en el lugar marcado, se sembraron y florecieron en canciones de oro. Al correr de los años regresaron de nuevo como guías para los fundadores de ciudades. Al correr de los tiempos regresaron de nuevo con la antorcha comunera que nadie podrá extinguir. Al correr de los años regresaron con Bolívar y en el centro de la espiral proclamaron por boca de ese solo heraldo la palabra libertad.
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Mientras tanto, la tijereta sigue cortando su ruta, sigue cortando los tiempos, sigue dando testimonio de un germen intemporal que genera el signo del destino. El soñador sueña el sentido de la espiral desde las flores de oro de los páramos, oro de carne y savia. El despierto quiere llegar al germen. El tetraedro de Charles Páez se envolvió en la espiral, rompió las propias estructuras, abolió los límites de disciplinas y géneros, se hizo blando para los impulsos germinales, aceptó el despliegue de la diversidad multifacética, polisémica, plurivalente, abrigada en la unidad inefable, hasta convertirse en este canto que Mérida se canta a sí misma por su voz encantada.
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El alma común de las Américas
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Yo hablo en voz muy baja, por eso tengo que usar este micrófono, si no, no me oyen. Yo, reconozco y, ¡agradezco! la señal de estimación que me hacen por venir a oírme, pudiendo hacer muchas otras cosas, tal vez más interesantes en esta misma hora... A menos que alguno de ustedes se haya equivocado, creyendo que es alguna presentación de planchas o algo así... de modo que les recuerdo que esta es una conferencia para exponer ciertas ideas sobre América y no hay nada que ganar probablemente aquí. Estoy hablando en situación físicamente incómoda porque esta mesita y esta silla fueron puestas así de urgencia a última hora y además estoy... además del nerviosismo que me produce siempre hablar en público... porque tengo dos hojas de puerta que están sostenidas precariamente sobre unos papeles... si se sueltan, me dan un golpe a mí... ahora, estoy calculando que el golpe me lo darían en el hombro, de modo que no sería un golpe mortal... pueden soltarse... 63 Transcripción de la conferencia y respuesta a tres de las preguntas que se hicieron, en Boletín Antropológico, Nº 24, Mérida, Centro de Investigaciones del Museo Arqueológico “Gonzalo Rincón Gutiérrez”, Universidad de Los Andes, enero-abril, 1992; pp. 7-19. En 2014 fue publicado como parte del libro El alma común de las Américas editado por Fundecem, Mérida.
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Voy a hablar con mucho cuidadito, sin accionar, porque si acciono voy a tocarlas y al tocarlas me pegan... Quizás sea eso simbólico: que yo deba hablar sobre América en estas condiciones... El tema de mi conferencia es “El alma común de las Américas”... Yo había pensado inicialmente escribir la conferencia, y muchas veces he leído conferencias escritas con anterioridad, pero hay algo en una conferencia que es diferente de un artículo y es la posibilidad de comunicación directa con el oyente... De modo que voy a hacerlo más bien ayudado sobre la base de una chuleta que traje para una exposición, así, improvisada... y dando ocasión al final de que pueda haber preguntas, objeciones, críticas... Fíjense que eso del “alma común de las Américas”, yo digo “las Américas”, porque ese plural está inspirado, por una parte, por la geografía, donde se dice “América del Norte”, “América del Centro” y “América del Sur”; también tiene que ver con la cultura, donde se dice “América Latina”, “Angloamérica”... esas distinciones, en cuanto a “América Latina” que fue una designación inventada por los franceses cuando tenían interés en tener poder político y militar sobre América en época de Maximiliano... Se distingue “Iberoamérica“... en dos partes: “Luso-América“ e “Hispano-América“... estando nosotros en “Hispano-América”... hay un problema con el “Caribe”... no hallan como llamarlo y para incluir el Caribe “Latinoamérica y el Caribe”... debido a su complejidad tiene ese nombre separado. Y también por unos asuntos lingüísticos se dice “América de habla inglesa”, “América de habla española”, “América de habla portuguesa”... Y también hay una pluralidad en la designación de América... de origen como... histórico, podría decirse y se la llama, “América precolombina”... lo cual en cierto modo es como... un absurdo... porque antes de Colón no había “América”... Aunque la designación de “América” está ligada a un geógrafo italiano... habiendo triunfado ese nombre en América; cuando se dicen “las Américas”, América del Norte, América del Sur... hay un plural ahí... ese plural me resulta interesante... pero detrás de
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ese plural hay un singular: “América”... es decir: el nombre común a las tres Américas, el de “América”. Yo mismo, en mis estudios, y los estudios que he leído, hago (y hacen) énfasis en las diferencias de América y una de las diferencias más notorias, observadas y expuestas esas diferencias, es la que hay entre Norte-América, particularmente los Estados Unidos de América y la América Latina, nombre este francés que por fin ha triunfado e impuesto y se dice “Latinoamérica”... ¿no?... Cuando uno dice “americano” en Europa se entiende que es de los Estados Unidos de América; para que sepan que uno es de Suramérica, hay que decir que es de la América del Sur, “suramericano”... y a mí me parece que es comprensible que haya esa cantidad de diferencias... Sin embargo, yo no voy a centrar mi exposición sobre las diferencias, sino sobre las semejanzas, sobre la igualdad... el tema me es extraño a mí mismo, que también estoy acostumbrado a ver las diferencias... pero me ha sorprendido, en los últimos años, el enorme parecido... yo pudiera decir: la igualdad que hay entre los Estados Unidos de América, capital Washington, y nosotros... y me ha sorprendido porque contradice lo que nosotros vemos que es una enorme diferencia, además, diferencia de interés... en fin... para hacer más comprensible lo que yo quiero expresar, voy a decir lo que yo entiendo por semejanza y por diferencia. Yo creo que, en los asuntos humanos, todos los hombres somos iguales, en cuanto a que pertenecemos a la especie humana; entonces, todas las características de la especie humana están presentes en cada individuo, cualquiera que sea su cultura, cualquiera que sea la época histórica... hay que partir de una especie de unidad de la especie humana, en todas sus características, presentes en todo hombre... El extremo opuesto de esa unidad específica y esa igualdad en que todos los hombres son iguales porque comparten las características de la especie, está el individuo... ahora... un individuo tiene todas las características de la especie, más lo que él haya desarrollado en su individualidad; esto es característico de la especie humana... y en esto se diferencia de las demás especies conocidas... característico
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esto, que un individuo puede diferenciarse mucho de otro y puede hacer cosas inesperadas... un caballo no llega a diferenciarse muchísimo de otro caballo... Schopenhauer decía que el gato que maullaba sobre el techo de la casa en que él estaba, era el mismo gato que maullaba en Egipto... es decir, no llega a haber un apartamiento... una novedad... una acumulación de rasgos distintos de los que son comunes a la especie en los animales... en cambio en el hombre sí, es evidente para todos nosotros que el desarrollo de una individualidad, por encima de las características universales y comunes a la especie, puede ser gigantesco... tengo la experiencia de conocer personas geniales, muy creativas, o personas sumamente originales en su manera de comportarse... El filósofo danés Kierkegaard decía que en el hombre el individuo tiene primacía sobre la especie y en los animales la especie tiene primacía sobre el individuo... es decir, que cada individuo en una especie es un ejemplar de la especie... un ejemplo, un caso particular, muy parecido a los demás, mientras que en el hombre el individuo alcanza una diferencia tan grande que, según él, en la especie humana el individuo tiene primacía sobre las características que son comunes con todos. Ahora bien, entre lo que es la especie, común a todos los hombres y lo que es la diferencia individual, lograda a veces en forma espectacular por ciertos ejemplares de la especie humana, hay una gama de semejanzas y diferencias, por ejemplo: las que son dadas por la cultura, es decir, además de las características comunes con todos los hombres de la especie humana, una persona tiene las características comunes de las que han sido educadas en un mismo ámbito cultural, o en una misma época histórica, eso también es común... El asunto está, entonces, en qué nivel se sitúa uno cuando va a hablar de la igualdad o de la diferencia entre hombres o entre naciones o entre partes del mundo o entre culturas, en qué nivel va a poner uno aquello... si lo pone en el nivel de la especie humana tiene que retroceder, ante la posibilidad de abarcar diferencias, todos nosotros somos iguales... si lo pone en el nivel del individuo tiene que retroceder ante la idea de ir a decir que todos
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los hombres son iguales, al contrario, habría que decir que cada individuo es diferente, que cada hombre es algo único, irrepetible, singular... ahora... si se pone en el nivel de la cultura... entonces habría la similitud de pertenecer a una cultura y, especialmente, de hablar una lengua determinada... y dentro de ese ámbito, entonces, señalar diferencias... las diferencias entre los Estados Unidos de América, el Canadá, el Caribe, la Argentina y todos los países que ocupan este continente... esas diferencias, sin duda que son enormes cuando se plantean en el nivel de la cultura, el nivel político y sobre todo en el nivel de las relaciones que, entre nosotros, han sido dolorosas, sobre todo con los Estados Unidos de América... Hay una aversión justificada, justificada en primer lugar por una especie de resentimiento... cuando Humboldt estuvo en América y visitó América del Sur y América del Norte vio que estos países que, hoy, se llaman “Latinoamérica”, eran mucho más cultos y refinados que unas factorías que encontró en Norteamérica... y al cabo de un siglo: el desarrollo poderoso de la industria, de la economía, de la milicia americanas hizo que estos países quedaran en condiciones de inferioridad con respecto a ellos y que pudieran ser manipulados y controlados por ellos; además de que hubo una expansión territorial de los Estados Unidos hacia el sur que tomó parte de México, parte de las Antillas, literalmente, con ejércitos y luego una conquista, por otros medios, de los territorios que están más al sur... y esto justifica, pues, esta especie de resentimiento con respecto a ese país, más atrasado que nosotros hace siglo y medio, que se volvió una potencia mucho más fuerte que nosotros y de gran impacto mundial... mientras que nosotros pertenecemos a una cosa llamada “Tercer Mundo”, que es... con seguridad... inferior... Por otra parte ha habido agravios directos... hay también motivos de defensa, porque continúa una actitud, por parte de los Estados Unidos, de penetración y de dominio... con cualquier pretexto... de modo que nosotros somos como... pertenecientes a los Estados Unidos... y nuestra dignidad en general y nuestra dignidad histórica... la forma en que comprendemos nuestros intereses...
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hace que tengamos, justificadamente una aversión a los Estados Unidos y que estemos de alguna manera, en guerra, contra los Estados Unidos. Dicho esto, quiero decir que esas diferencias son de carácter histórico, desdeñables, transitorias... importantes... pero no esenciales... son superficiales. Habría que tratar de buscar, en un nivel más profundo, lo que hace que los Estados Unidos de América y el Canadá, que parecen tan distintos a nosotros, sin embargo y pese a ello, pueda yo mostrar la identidad, pudiera yo decir, quizá exagerando un poco la cosa con esa palabra, pero justificándome también con que pertenece al lenguaje corriente y que cuando una persona es muy parecida a otra dicen que es “idéntico”... mentira, no es idéntico, pero, es tan parecido que, para enfatizarlo, dicen que es “idéntico”... bueno... con esa limitación digo yo que los americanos del norte son “idénticos” a nosotros, como quien tiene un hermano gemelo. Y paso entonces a considerar esta similitud... Entonces, mi “alma común”... yo tendría que decir un poco sobre esa palabra “alma” ¿no?... la palabra en latín, que debió pasar al español y pasó parcialmente, “ánima”, para designar la parte emocional y afectiva del hombre y de la especie humana y del universo, porque había también el “Anima Mundi” el “Alma del Mundo”, que decían en la Edad Media siguiendo influjos de Platón... Ahora... “Alma”... no decimos “Anima” sino “Alma”... esa “Alma”... claro, debe interpretarse como una derivación de “Anima”... sin embargo la palabra “Alma” existe en latín y significa “nutricia”, lo que nutre, lo que alimenta. La palabra “alma” está ligada con la palabra “alumno”: “el que es alimentado por otro”... intelectualmente en el caso de los estudios... y el que es alimentado por una nodriza, por ejemplo; de modo que el “alma común” de América, etimológicamente sería lo que alimenta la totalidad de América en ese nivel de lo... afectivo y emocional. Pero claro, sabemos que todos los contenidos del hombre tienen expresión en el ámbito de lo emocional.
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Entonces voy a señalar siete rasgos... en que... ¡todos! los habitantes de América son idénticos: Primero: en que el estrato dominante, en todos los países de América, es criollo... esto no tiene excepción... “criollo” quiere decir que ha nacido la gente en América, pero tiene ancestros extranjeros... y más concretamente europeos... entonces: “criollo” quiere decir que los ancestros son europeos, pero que la persona, en particular, nació o se crió en América o desciende de europeos mudados y quedados aquí... Entonces, el estrato dominante, que gobierna, que ocupa los puestos importantes en la política, en el comercio, en la guerra, es criollo... Ahora, eso de decir que es criollo, ya plantea algo extraordinariamente importante: ser criollo significa ya una enormidad. Basta haber vivido años en Europa para darse cuenta con claridad de lo que uno antes no había notado, de qué significa ser criollo. Ser criollo significa “estar apartado de un origen”, “haber venido a menos” por haberse apartado de ese origen... Tanto así que un pensador, Murena, dice: que el Pecado Original de América y lo que causa su dolor es que está gobernada... poseída... por hombres que abandonaron Europa y se vinieron... abandonaron sus centros de creatividad y hay, por lo tanto, en todo criollo como una especie de nostalgia del origen... y respeto por los lugares de origen... y una cierta incapacidad para crear con independencia del origen... de modo que está reducido como a estar buscando la manera de “estar al día” con lo que se hace en los países de origen, que ha dado lugar a una gran cantidad de fenómenos que yo he estudiado durante muchos años con mucho cuidado y atención, delicadeza y perseverancia... ¡Me alabo yo mismo! que he dicho eso... de verdad lo he hecho... Entonces hay una serie de características del criollo que tiene que ver con su posición con el resto de los países... la relación con la misma Europa de los criollos de América es algo común, tiene características similares... Viviendo yo en los Estados Unidos me sorprendí de la identidad de las relaciones con Europa... Entonces... es una cosa como que nosotros venimos de un origen noble, pero estamos
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por debajo de ese origen, aunque estamos relacionados con ese origen... a diferencia de otra gente que habita en este continente... que serían los negros, los indios y los mestizos... Entonces, no quisiera yo prolongar mucho, aunque el tema me apasiona... ¿cuáles son las consecuencias que tiene para la vida intelectual, artística, política... el hecho de ser criollos y que el estrato dominante de América sea el de los criollos? ¡Bueno!... Segunda característica: que hay una relación con culturas aborígenes... Esa gente que vino de Europa entró en relación, de diversas maneras, con culturas que ya estaban aquí, que si las exterminaban, que si las penetraban, que si las destruían, que si se combinaban con ellas... pero sin duda alguna esa relación marca a todos los habitantes del continente americano... el hecho de que haya unas culturas anteriores a la venida de esos europeos y que esas culturas estén ahí y algunas estén vivas y presentes a través de sus representantes, sus portadores y de su gente y otras están presentes a través del mestizaje... están presentes a través del mestizaje cultural... están presentes a través de la influencia que tienen sus símbolos sobre el alma colectiva... esa relación con algo anterior de América que, de alguna manera, fue injustamente maltratado, despreciado, dominado, destruido... pero no completamente porque la conquista allí... hay como... como un remordimiento... como un problema sin resolver... y fíjense que ahora, con una actitud criolla... las actitudes criollas son de Europa Segunda y Europa Primera... el criollo se identifica con la Ilustración o con las costumbres propias de diferentes países de Europa, tradicionales... Entonces... ese “criollismo” tiene que ver con la Ilustración o con la tradición y en ciertas partes de América predomina una relación con la Ilustración y en otras una relación con la tradición, pero en ambas están presentes ambas relaciones del criollo con Europa... Entonces ahora nos encontramos con que nosotros estamos celebrando quinientos años de la evangelización, ahí se muestra ya decididamente, que... no está hablando América al decirse esas palabras... está hablando un estrato, un sector, un grupo de
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intereses y... claro, no puede reunirse a toda la América bajo la celebración de “Cinco Siglos de Evangelización”... esos “Cinco Siglos” pueden verse de manera muy diferente... hubiera habido formas más inteligentes de definir esos “Quinientos Años”... de encuentro de culturas, de posibilidades, de cosas nuevas... no trato más eso... Repito entonces el segundo rasgo común a toda la gente que vive en América... desde el Canadá hasta la Patagonia... una relación con culturas autóctonas de América y... siempre traumática... y que ha dejado una desazón, una cuestión no resuelta... Tercer punto común a toda América, aun en los lugares donde no se vea aparentemente... es una relación con África, por haberse traído muchos millones de africanos como esclavos... que por aquí fue así... que por allá fue de otra manera... pero ahí está, trabada, una relación con africanos que fueron traídos como esclavos... que se arregla, que se compone... que si mestizaje... que participación no pública, que no... que diferencia... que negritud... que nos vamos... que nos quedamos... pero ahí está, clavada, inevitablemente, una relación ¡no resuelta!... a pesar de que han pasado estos cinco siglos y que ha habido mestizaje y cambios de posición y todo eso... ahí está aquello, común a toda América... esa relación con África, una relación traumática también y que permanece, permanece allí... de manera ¡indisimulable! Luego, como cuarto rasgo común a toda América, el “Alma Común de las Américas”, que incluye a todos los países de América... es el mestizaje étnico y el mestizaje cultural fracasados... No ha habido en América un mestizaje que produzca un “nuevo tipo humano”... ni una nueva cultura... sino que la relación entre las diferentes culturas, o un mestizaje étnico... digamos, que se casen los negros con blancos, indios con negros... todo el asunto del mestizaje... no ha dado un tipo humano nuevo, no ha producido una cultura nueva, no ha producido valores nuevos... ha quedado en un estado de mutuo antagonismo de los diferentes elementos... de modo que puede decirse que, sea ya por estratificación de diferentes factores culturales o por diferenciación en un punto y en
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otro... en todo caso ha habido un fracaso del mestizaje, ha habido un mestizaje fracasado, tanto étnica como culturalmente... Eso es común a toda América. Quinto punto: la falta de Estado. En América no hay Estado... tengo que explicar esto, porque comprendo que debe ser sorprendente, puesto que todos estos países son... “Estados”... Entonces tengo que definir y explicar por qué digo yo eso, que no hay Estado: yo entiendo por “Estado” la configuración, en instituciones de un modo de ser colectivo... eso entiendo por “Estado”. Un pueblo que se desarrolla, tiene ciertas características, experiencias históricas, tiene... sobre todo, creación artística... y es decisivo eso en el desarrollo de un pueblo y poco a poco va configurando estructuras y organizaciones, que se llaman “Estado”... Pero en América no hay Estado en ese sentido, sino que hay una estructuración, parecida al Estado, pero que no corresponde al desarrollo de estos pueblos, sino que representa a otros pueblos de otra parte; por ejemplo de Europa... o una aspiración a cierta manera de “ser pueblos”... y esas estructuraciones, que llaman Estado, del quehacer colectivo, dejan por fuera a la mayoría de la población de todos estos países, incluyendo los Estados Unidos de América. Todo lo que se ve como “Sistema de Instituciones” está representando una parte, mas no la totalidad, lo cual crea una especie de ghettos, porque las estructuras oficiales no representan a la gente... aunque ustedes crean que en Estados Unidos sí... en Estados Unidos hay una cosa que se llama: “WASP” (White-Anglo-Saxon-Protestant) y el conjunto de instituciones tiene que ver con eso, de modo que más de la mitad de la población está fuera de eso... hay una enorme cantidad de población de origen negro, de origen indio, de origen latinoamericano; no asimilada dentro de eso, en situaciones de no pertenecer... entonces tiene que confrontarse como alguien dominado, peleando contra eso... y en América, en algunos países, en Venezuela por ejemplo, las estructuras del Estado de ninguna manera corresponden a una forma de ser colectiva... solo hay la representación parcial de nuestro ser.
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En esto está también lo de la “corrupción” que es tenido por esencial y de una importancia política y económica, es algo que debería justificar una revolución violenta... pero no es un fenómeno esencial... en una exposición sobre la corrupción estaba presente el profesor Gianfranco Spavieri y dijo que todo lo que estaban diciendo ahí se practicaba en Italia, y con las mismas características, y en mayor grado, y sin embargo, Italia es un país que ha logrado enorme prosperidad en los últimos tiempos, después que estaba “pidiendo limosna” después de la guerra; en la miseria conocí yo a Italia y hoy es un país enorme, próspero y, a pesar de todos esos fenómenos de corrupción, ha alcanzado la prosperidad... decía el profesor Spavieri, con razón... Pero debe haber otra razón... ¿cuál será?... es posible que sea que en Italia sí hay Estado, en Italia sí hay una especie de configuración institucional que representa a la totalidad del pueblo italiano, de tal manera que se sienta pertenecer a eso y no sienta que son estructuras hostiles. Ligado con ese quinto punto... el sexto punto es la presencia de un discurso salvaje... Entiendo por discurso salvaje una oposición, sorda, continua y astuta a cualquier plan que se haga del orden colectivo y... responde ese discurso salvaje, en su parte mental, en la medida en que se conjuga, y esa conducta salvaje en la medida en que se manifiesta en acto, corresponde al darse cuenta de que la eticidad colectiva no existe, o sea, que el supuesto Estado no es ningún Estado, sino un aparato opresor, diferente, que no representa los intereses comunes de la gente, sino que deja siempre a la mayoría de la población por fuera. Es un aparato que es... asaltado, tomado por asalto... apropiado por asalto democrático por grupos que no tienen ni la menor idea de lo que significa la eticidad colectiva. Ese discurso salvaje se manifiesta en una oposición a la eficiencia; y el hecho de que los Estados Unidos de América hayan progresado mucho en su tecnología... pudiera hacer creer que allá no existe ese discurso. Sí existe, poderosamente... enorme... lo que pasa es que el otro discurso sigue dominando y este queda como
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discurso en oposición... Él surge continuamente en toda clase de movimientos... en el campo del arte... en la literatura... artes plásticas... y también en el campo de la política y luego en actitudes personales... Para mencionar un solo movimiento de esos: el “movimiento hippie”... y además los movimientos de orden musical y artístico, en la medida en que se han podido manifestar, son contrarios a la organización dominante del Estado... contrarios y opuestos; de manera que hay un enorme fermento de rebeldía... y es más amenazante para el sistema norteamericano que todos los países del mundo que se aliaran contra él... es más peligroso para él que nosotros... es la propia resistencia interna, el propio discurso salvaje... Entre nosotros el discurso salvaje tiene tales características que uno, prácticamente, no puede hacer nada... cualquier empresa que se inicie... no llega lejos porque hay una oposición a la misma... ¿Por qué hay una oposición?... Porque es una empresa de embuste, por no representar los intereses de la mayoría... puede marchar, caminar durante cinco años, diez años, durante quince años, durante treinta años... pero no creo que alcance más allá de una generación, nunca en América... porque no representa a la gente... Cuando la esperanza le haya dado cierto valor... la marcha de los acontecimientos demuestra que eso no es así... y continúa, mientras tanto, actuando ese discurso salvaje. Y como séptimo punto, común a toda América, en mi manera de ver las cosas, es una esperanza y una ilusión de novedad, siempre ha habido eso. La esperanza de que, dadas todas estas condiciones, de las cuales yo he hablado, pueda surgir en América... algo nuevo... y que América encuentre soluciones que son convenientes para el mundo, porque el mundo ¡todo!... ya no visto por países separados que tienen Estado o no tienen Estado, visto en general, es parecido a América, o sea: tienen unos sectores dominantes que no representan a la mayoría de la humanidad y hay una pluralidad, una heterogeneidad cultural y un mestizaje frustrado...
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muchas cosas características, no esa de los criollos que es muy característica, especialmente de América... Y esa esperanza de novedad se convierte a veces en una ilusión de novedad, o sea... la creencia de haber inventado algo nuevo, o de estar inventando algo nuevo, cuando en realidad lo que se está haciendo es algo característico del primer orden (¿el de la Europa Primera?) que tiene que ver con Europa... en todo caso... ¿cómo será eso? Para darles un ejemplo... porque puede ser que no entiendan esto... estaba estudiando... estaba trabajando... en un postgrado... un profesor de Mérida... notable... distinguido, un científico... en la Universidad de Princeton, de Estados Unidos, una de las universidades más notables... él tenía varios años que iba, volvía a Mérida, iba a trabajar allá y notó, en el curso del tiempo, que no había relevo, los profesores eran eminentes profesores que habían venido de Alemania, de Francia, de Inglaterra y no había relevo, se formaba gente allí, se profesionalizaban y se iban a trabajar en las industrias, en el comercio... entonces él le preguntó al Rector... le dijo: “mire, Doctor, yo me he fijado que aquí estos profesores, alemanes, franceses, italianos, ingleses, están así como envejeciendo... se irán a jubilar pronto... o a morir y no veo el relevo”... y el Rector le respondió inmediatamente: “el relevo está ahorita allá, en París, en Berlín, en Londres, en Roma, están estudiando allá”... “¿cómo va a ser?... ¿ustedes mandaron estudiantes?”... “No, están estudiando allá por su cuenta, cuando esta gente se vaya a jubilar nosotros mandamos unas comisiones allá... gente joven, esos profesores les dan ofrecimientos de trabajo que no pueden rechazar... de modo que sustituimos las élites científicas con los propios europeos nuevos que volvemos a traer... no necesitamos formar aquí gente especial”... Esta es una actitud completamente de criollo, es decir, el asunto viene de Europa... ¡Es curioso eso! Cuando uno ve que hay tantos inventos y tantas cosas en los Estados Unidos, tiende a creer que hay algo nuevo... y no hay... y nosotros, por ejemplo, también tendemos a creer que hay algo nuevo... en arte... literatura, cosas así... nos ilusionamos... Ese es el efecto con cosas como “el
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barroco” en la literatura latinoamericana, el “realismo mágico”... cosas así... No ha habido en América, salvo indicios de algo... una cuestión verdaderamente nueva. ¿Por qué?, porque nosotros somos, por una parte, criollos, con todos sus problemas; por otra parte, somos autóctonos de América, con todo lo que eso significa, también somos africanos, aunque no vemos siempre esa tendencia... Tenemos en nuestra alma común un mestizaje frustrado, no tenemos Estado que nos represente y... lo que nos queda es un discurso salvaje y una actitud de obstrucción, interrumpida a veces por la esperanza, por la ilusión de novedad... Esto es lo que pienso decir... si me quieren preguntar algo... me gustaría mucho responder o... dialogar sobre eso. (Véase nota final).
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Respuesta a la primera pregunta: Lo común de nosotros es la... heterogeneidad... o sea, que.... lo común del alma americana es que no hay alma común... hay una contradicción de cosas, claro, existe la esperanza de que de ahí podría salir una cultura nueva, por ejemplo, grandes creaciones, yo así... ¡lo espero! también y a veces me ilusiono, pero, de hecho, no hay nada de eso...
Respuesta a la segunda pregunta: Hay muchas cosas que no sé, pero, una, yo la sé... En primer lugar te digo que no... nada es inevitable en tanto ser humano, ha sido inevitable que algo se produzca, pero no es necesario que continúe así, las cosas siempre pueden cambiarse, sin duda alguna... Yo sé que no es por vía de los planes que hasta ahora han hecho las ideologías políticas, los partidos políticos, los militares de América y los industriales, que por ahí no es la salida... Y esa cosa de las raíces indígenas que nos encontramos aquí en el Museo de Arqueología, yo... personalmente pienso que debe ser estimulada y buscada en
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El discurso político de América es la continuación de esta pluralidad, de esta heterogeneidad... deja por fuera más de la mitad, es terrible ¿no?, no hay una cosa que sea representación común de todos. Ahora, en mi observación y en mi estudio de la historia universal, hasta donde he podido observar en los muchos años que he vivido ya... yo veo que el asunto es por el lado del arte... De modo que si de alguien puede esperarse eso (pero no en el sentido de estársele imponiendo con un: ¡apúrese, pues, haga eso!) es de los escritores, poetas, de los artistas plásticos, de los músicos... su creatividad con otros instrumentos, por ejemplo: en el cine, todo
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su parte profunda, entrañable de nuestro ser. El identificarse con esas raíces, como para tener un proyecto basado en ellas dejaría por fuera... aquella parte de nosotros... ¡enorme! que vino de Europa y que forma parte, entrañable de nuestro ser... Volverse uno europeo completo, restaurar el orden también deja por fuera a los indios, a los negros; o sea que yo... personalmente, pienso, que aquí la salida no está en manos de los políticos ni de los economistas... sino de los artistas... pienso eso con enorme claridad, para mí es absolutamente claro que Grecia es hija de Homero, que la Italia que nosotros conocemos ahora es hija de Dante y que la Alemania que nosotros conocemos es hija de Lutero, de Goethe y de los escritores que empezaron a escribir en un idioma común... Yo veo que es solamente el artista, el artista plástico o el artista de la palabra o el músico, el que puede llegar a una cosa nueva, a una síntesis nueva, a una nueva formulación... El reflejo de una identidad americana en formas de Estado, de una eticidad... Entonces, el gran peso aquí recae sobre los artistas, a través de un trabajo artístico, que no puede ser planificado, favorecido ni estimulado, que no puede ser esperado, como quien espera un Mesías, sino que él... no sé, hay un misterio en eso, yo creo que en el arte hay un misterio y que en ese misterio está la clave incomprensible... de una posible identidad futura de América...
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lo que esté a su disposición en el cine, en cuestiones de electrónica... es decir, el uso de todos los materiales que estén a su disposición, pero que el trabajo es difícil ¡no! .. Y si de mí dependiera, yo favorecería el trabajo de los artistas, en todos los campos... y eso no porque yo crea que favorecerlos daría resultado, podrían burocratizarse y quedarse también... Alguien que protege a los artistas los convierte en una cosa así de tener sueldo fijo y cosas de esas... y no porque yo crea que el arte necesariamente es hijo del dolor, pero es visto que los grandes artistas como que son capaces de producir en condiciones muy incómodas... Dante escribió La Divina Comedia arrimado, en casas de amigos, en sitios... viviendo pobremente en pensiones... no digo yo que sea necesario que eso sea así, pero lo que digo es que, el solo hecho de que los artistas tengan garantizada su comodidad... en cuanto a no preocuparse por los problemas económicos, no garantiza que vayan a hacer grandes obras de arte... puede salir una cosa así como el “Realismo socialista” o eso... En nosotros no conduciría a nada firme... El Realismo socialista dejaría por fuera las esculturas de los indios que son... no correspondientes al tamaño de la figura humana, sino aplanaditas... Cuando querían ayudar a una señora que hacía cerámica en La Mesa de los Indios, le llevaron el Canon de Policleto para que corrigiera esas estatuillas así, achataditas y anchitas, para que viera ¿no?, que el tamaño del cuerpo humano debe ser siete veces la cabeza... la distancia entre el nacimiento del pelo y el nacimiento de la nariz debe ser de igual tamaño de la nariz y ese igual también es la distancia entre las fosas nasales y el mentón, cosas así... se lo llevó el director de Corpoandes... y le llevó un horno que podía graduar la temperatura para que no siguiera quemando esas estatuillas, amontonándoles leña encima y quemando esa leña durante tres días; porque... las piezas quedaban irregularmente cocidas... ¿ah?. O sea que, hay, en los planes que se hacen de ayudar a los artistas cosas muy parecidas a esa, ¿no?... y el arte no puede existir
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sin libertad y esa libertad tiene que ser ilimitada... no debe haber ningún tipo de exigencia, entonces, creo yo, que le convendría, quizá, al arte, ser rebelde... no formar parte de ningún Conac, ni de ningún Inciba, no depender de eso... aunque también comprendo que tienen que utilizar esos recursos, sobre todo en ciertas formas de arte que... de ninguna manera podrían hacerse sin grandes contribuciones económicas, como el cine, muy caro está... Y ahora la pintura está carísima, ¿no?.. basta preguntar cuánto cuesta un tubo de pintura... ¿no? Yo digo eso es porque yo estoy más cerca de los que escriben y... uno en última instancia se puede conformar con una resma de papel... y hasta pueda conseguirla ya imprimida y escribir por el dorso, de papel ya utilizado, un lápiz, un bolígrafo... que... necesita menos, pero todos los demás artistas sí necesitan muchísimos recursos.
No veo cómo... cada una de esas cosas obstaculizan la otra... la herencia europea es contraria a la herencia indígena... no... se combina... no veo yo como pudiera combinarse, además no ha habido intento serio de combinar eso y los resultados de la mezcla espontánea creo que han fracasado, no... no ha habido... ha habido ciertos resultados, ciertas manifestaciones, pero no así... que dé lugar a una eticidad... a que haya unas estructuras estatales, representativas, o sea, que sean frutos del ser colectivo... sino un... aparato ahí montado así, que representa intereses de una parte... y también de una parte extraña a nosotros además. Puede ser que gran parte de lo que esté representado ahí sea... ¡ajeno a la totalidad! de todos estos ingredientes de América... pero... no es que sea yo pesimista, sino que veo que la situación es difícil y que es bueno verla, ¿no?... no es bueno engañarse... verla con toda su plenitud... yo he tratado de analizar eso desde muchos puntos de vista, por ejemplo... no es que me esté haciendo una “cuña”, para eso no es necesario hacer “cuñas”, puedo decirlo abiertamente que he analizado eso en Europa
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Respuesta de la tercera pregunta:
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y América en el pensar mantuano, por ejemplo; esas relaciones del criollo con la metrópoli.
Bolívar fue a España y compró unos zapatos que solo podían ponerse los que tuvieran el título de Conde, unos zapatos con un espejito... y lo arrestaron... porque en su problema, él quería parecer Conde ahí, como los españoles... pero así están los intelectuales creyéndose franceses, ingleses, italianos... y luego viene una cosa de tipo popular también, hay sectores de América que quieren ser más europeos que los europeos... es espantoso, es notable aquello... especialmente en los extremos del continente, en el extremo sur y en el extremo norte, el Canadá, es espantoso, pavoroso... ¿no?... tiene una cosa que choca a nosotros, que estamos en el medio y que tenemos lo mismo, pero... de otra manera, así como más mitigada, digamos, como mejor humor, ¿no?, en tomar tan en serio el asunto. 1992
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Et j’ai joué de bons tours a la folie. Rimbaud
El autor Quien lea este libro tendrá que medirse con la inteligencia de Rangel Crazut, su autor. Tarea fácil, en apariencia, porque el autor finge limitarse a entregar unos manuscritos recibidos de Ángel Cruz el 8 de enero de 1977, y porque el lector pudiera contentarse con la lectura superficial, entretenida y amena, de unas cartas y un ensayo de Ángel Hinkend, abuelo de Ángel Cruz, escritos en Churuguara, estado Falcón, entre 1920 y 1925. Tarea difícil, en realidad, porque la inteligencia del autor se despliega en varios niveles que van desde la concepción psicoanalítica del hombre y en particular del niño hasta la más intrincada antropología filosófica, pasando por una fenomenología despiadada de la condición humana. La secuencia de las cartas y el ensayo complementario conmueven, sin escape posible, estratos fundamentales de la mente del lector y lo obligan a la reflexión, y estratos 64 Prólogo al libro Cartas a Melanie Klein de Ángel Hinked, Caracas, Fundación Editorial Universitaria de Venezuela, 1992; pp. 7-17.
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profundos de su estructura afectiva que ponen en peligro los asientos de su equilibrio psíquico. Difícil en verdad, tras la cuidada prosa –parodia a veces sutil, a menudo exacerbada del estilo científico– acechan la sátira, la ironía, el sarcasmo; a la vuelta de una frase inocente puede mordernos sin amago la burla más cruel; un adjetivo inusitado revela el doble sentido de afirmaciones que antes parecían simples; la seriedad de convicciones generalmente compartidas estalla en carcajadas al ser destruida por una comprensión más alta. Sin embargo, algo omnipresente en el libro impide que el lector se sienta maltratado, rechazado, despreciado, vejado: el humor chispeante del autor, humor alegre y saludable que puede ser siempre compartido con deleite y produce amistoso interés por conocer el pensamiento de fondo bajo los juegos del ingenio. Tarea dificilísima, sobre todo si se considera que el autor es de esas personas que, según el dicho popular, vienen o ya han regresado cuando uno va. Esta característica pudo haberle causado graves problemas con los demás y, sobre todo, consigo mismo. Necesariamente ha vivido y vive entre personas, por lo general, menos veloces que él. Pudo ser presa de la arrogancia, el hastío y los conflictos generados por el resentimiento de los otros. Pero encontró una salida: la actitud lúdica; juega como buen prestidigitador con objetos mentales y verbales considerados preciosos, sin quebrarlos nunca de verdad y sí solo relativizándolos y ayudando a quitarles la falsa gravedad. Pudo encontrar esa salida porque tiene, además de las virtudes dianoéticas, otras virtudes, las de la calidad humana, y sabe reconocerlas y estimarlas en los demás por encima de la opacidad retórica. Conoce como nadie el valor de la amistad y, como nadie, es generoso. Hacer frente a su inteligencia es tarea difícil, pero grata.
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La historia y los personajes El autor de las Cartas a Melanie Klein y los equinoccios concomitantes es, según la ficción de Crazut, Ángel Hinkend. Era extranjero; tal vez austríaco o alemán, quizá holandés. Vivió en Churuguara, estado Falcón, donde asombró a los aldeanos con sus muchos saberes y destrezas. Fungió de médico, físico, químico y filósofo. Hablaba con fluidez las principales lenguas de la Europa occidental. Fue importante en el acontecer de Churuguara y de las ciudades circunvecinas. Murió en condiciones extrañas. Lo encontraron muerto en el fondo de un barranco y no se supo si por accidente o por homicidio. Su hija Angelina Hinkend de Cruz sintió siempre por él gran respeto y admiración; lo amó con veneración. Fue ella quien conservó sus manuscritos y al morir en 1956, los legó a su hijo Ángel Cruz, quien no los entendió, pero los consideró importantes y se los dio a Crazut en 1977, antes de irse a Centroamérica, donde temía o esperaba morir. Quiso que solo la noticia cierta de su muerte autorizara a Crazut para publicarlos. Ángel Cruz recibió versiones contradictorias sobre la vida de Ángel Hinkend, su abuelo, a quien no conoció personalmente: su madre Angelina se lo presentaba como sabio y filántropo, mientras que su padre le contaba una historia muy diferente. Según su propio yerno, Ángel Hinkend como médico, físico, químico y filósofo no pasaba de ser un vulgar charlatán que explotaba la ignorancia y la ingenuidad de los aldeanos. No vino a Churuguara por filantropía, sino por encargo de la Casa Blohm de Ciudad Bolívar, con el objeto de buscar en la Sierra del estado Falcón las ruinas de un pueblo llamado Hitoua, donde Ambrosio Alfinger había enterrado una inmensa fortuna de esmeraldas. Acaso, lo mataron tratando de arrancarle el secreto de las esmeraldas. Ángel Cruz era tan poco instruido que vino a saber quién era Melanie Klein en 1961 cuando ella murió y los periódicos reseñaron su vida y su obra. De ahí sacó que las cartas debían ser importantes.
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De la lectura de las cartas mismas surge una imagen inesperada y asombrosa de Ángel Hinkend. Leyendo entre líneas se ve que tuvo una participación destacada en el movimiento psicoanalítico de principios de siglo y que conoció personalmente a sus más distinguidos representantes comenzando por Freud, el maestro. Trata a Melanie Klein en términos cordiales y hasta cariñosos, pero como quien se dirige a una compañera de inferior jerarquía científica; se permite instruirla y darle consejos, y le comunica como a una discípula los resultados de sus propias investigaciones. No explica por qué abandonó los círculos académicos de Europa, ni por qué escogió a Churuguara como residencia, una aldea tan ajena a la ciencia y tan amiga de la violencia. Sobre lo primero, sin embargo, puede conjeturarse que quiso distanciarse físicamente y no solo mentalmente del maestro. Las críticas más agudas y certeras que se han hecho a Freud están en estas cartas, críticas a Freud como científico y como persona. Sobre lo segundo, acaso quiso el estímulo del peligro para sus reflexiones: nadie puede vivir en Churuguara y no sentir el acecho continuo de la muerte cruenta generadora de lucidez.
Las ideas De muy rico en ideas, de opulento, pudiera calificarse este libro. Cuando se le relee con atención, se descubre, además, una arquitectura teórica de impecable coherencia. No solo muchas ideas contiene, sino que las tiene articuladas en torno a una concepción central que las ilumina a todas unitariamente; tanto así, que en una tercera lectura aparecen como el despliegue floral de un esperma único en el óvulo de la palabra hasta la plenitud de la obra. No quiero robar al lector el placer de descubrir por sí mismo esa concepción central. Tampoco quiero hacer un resumen o una esquematización de esas ideas, como ciertos críticos que pretenden hacer innecesaria la lectura del libro repitiéndolo en forma abreviada. De todos modos, tal empresa es imposible en este caso: las ideas forman un tejido orgánico, un encaje vivo, de tal manera
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que al separarlas y reordenarlas con cualquier método de análisis y síntesis que no reproduzca el mismo orden que ellas tienen en el texto, equivaldría a despedazar un organismo para comprenderlo, empresa absurda. Por otra parte, para respetarlo debidamente habría que copiarlo exactamente, y esa es tarea de la imprenta. En cambio, sí es posible y conveniente dar algunas señales sobre el contenido e insinuar alguna interpretación para aguzar el apetito del lector, pero como quien habla a alguien de un amigo para provocar el deseo de conocerlo. Esa tarea sí me compete y voy a tratar de cumplirla. Se mantiene el respeto por Freud como descubridor de un continente nuevo para la investigación científica, pero se cuestionan algunas de sus tesis fundamentales y muchas de sus conclusiones. Además, según Hinkend, fracasó como persona porque la embriaguez del éxito deseado los apartó de sus búsquedas fundamentales y lo hizo derivar hacia los sórdidos negocios del prestigio. Se mantiene un vivo interés por los trabajos de Melanie Klein debido, sobre todo, a su concentración en el niño. Digo sobre todo porque la lectura atenta de las cartas revela que Hinkend no sentía mucho respeto ni por las tesis ni por los métodos de Melanie Klein, sino por sus temas, los relativos a la afectividad y la conducta del niño. Las rigurosas investigaciones del propio Hinkend, llevadas a cabo en los más refinados centros académicos de Europa y en Churuguara, ponen al niño como encrucijada de todas las claves antropológicas, pero no como lugar de traumas y complejos heterónomos, no como víctima de ambivalencias internas y maltratos externos, sino como lugar prístino y traslúcido para la comprensión del ser humano como morbus naturae incurable. Sobre esa base propone a Melanie abandonar la terapia a favor de la pedagogía. El tono de las cartas es amistoso, a veces hasta cariñoso con respecto a Melanie, aunque siempre condescendiente. Con respecto al psicoanálisis, es en cambio erístico, controversial y polémico, pero sin salirse de su ámbito. El autor logra con sutil ironía o con
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brutal sarcasmo dejar en claro sus diferencias. Sin embargo, en las cartas donde informa detalladamente sobre algunas de sus investigaciones, el tono está gobernado por la más pura acribia científica. Todas las cartas en su conjunto son una preparación para la segunda parte del libro, el ensayo titulado “Los equinoccios concomitantes”, donde despliega su concepción central. Las cartas son heurísticas, en ellas puede seguirse el decurso de sus búsquedas y de sus hallazgos. En ellas es, a veces, confidencial y parece esperar de Melanie una comprensión femenina, ¿de amante?, al par que menciona a Karl, compañero de ella, sin hostilidad. El ensayo, en cambio, es una exposición sistemática. Como he dicho, no voy a exponer el contenido del ensayo; pero sí quiero referirme a una actitud del autor que me impresionó mucho. Se trata de su actitud, tal como yo creí comprenderla, ante la locura. No me refiero a los trastornos psíquicos de origen orgánico patológico como tumores cerebrales, por ejemplo, sino a la locura tal como ha sido tematizada por los historiadores de la psiquiatría, por la antipsiquiatría y por la etnopsiquiatría como rama de la antropología cultural. El autor parece considerar la salud mental o la normalidad psíquica como codificación colectiva, cultural –histórica y sociológicamente explicable, fundada en imperativos biológicos–, de un estado patológico natural característico del ser humano en su esencia. De acuerdo con eso, loco es aquel en quien esa codificación se ha roto; loco es aquel que ha salido del refugio de su cultura para sentir en plenitud y al desnudo la condición humana. Tal paso a la intemperie genera una angustia insoportable que va desde el desasosiego hasta la desesperación. Los síntomas todos de la demencia pueden explicarse como defensas diversas, algunas codificadas culturalmente por tanto aprendibles, contra la intemperie humana en su estado puro y originario; dado que el retorno a la normalidad es problemático, es en extremo difícil fingir no haber vivenciado lo que se ha evidenciado; pero cada locura es una forma de intentarlo.
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En contraste con el loco, algunos hombres sí son capaces de soportar tanta realidad y pueden jugar con la locura sirviéndose del humor y de la risa, tal vez también de una forma de amor desconocida por los “sanos”. Hinkend es uno de estos.
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El estilo Lo que más sorprende en el estilo de Hinkend es el uso inmoderado de palabras extrañas. Digo de Hinkend porque el estilo también es fingido por Crazut para adaptarlo al personaje y a sus temas; en otras obras ha fingido otros estilos. Digo palabras extrañas para referirme por una parte a los términos técnicos del psicoanálisis en sus diversas variantes, pues, aunque algunos se han vulgarizado, muchos pertenecen a la jerga secreta de los psicoanalistas profesionales. Pero, por otra parte y de manera muy especial, me refiero a los términos técnicos de un género de investigación que no ha llegado ni al gran público ni a los especialistas. El autor tuvo acceso, sin duda, a una bibliografía prohibida. Nadie ignora que numerosos e importantes trabajos científicos han sido retirados de la circulación o nunca fueron publicados porque contradicen peligrosamente la ideología dominante o porque se sirven de métodos y recursos inaceptables para los prejuicios morales de la época. Suele ocurrir también que sean acaparados por grupos de poder económico o político o militar en vistas a la manipulación colectiva. Hinkend tuvo acceso a esa bibliografía prohibida, en el campo de su interés. Pero con justificable prudencia se empeña en ocultar sus fuentes refiriendo ciertos conocimientos ambiguamente a obras de escasa circulación, sobre todo en lo que respecta a ciertos artilugios tecnológicos. Construye, además, él mismo términos técnicos de difícil etimología como si quisiera desanimar al lector superficial o poco culto. Parece tener en la mira a lectores sutiles ya comprometidos en búsquedas similares a la suya. Todo eso da a su estilo un sesgo criptográfico de singular encanto literario.
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Sin embargo, esos obstáculos verbales, puestos allí deliberadamente para desafiar la inteligencia del lector o exigidos por la necesidad terminológica de la ciencia, no impiden la captación de la concepción central y de su despliegue en la opulenta florescencia de las ideas y temas particulares.
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El decurso de los períodos, con irreprochable sindéresis, acompaña en férrea disciplina a la marcha del pensamiento; aún en los lugares más escabrosos del discurso mantiene la claridad sintáctica ajena al anacoluto.
Rangel Crazut Hinkend Una cosa es segura: nos encontramos ante la sabiduría de un hombre que no ha vivido en vano para los intereses del espíritu. La heterogeneidad de lo vivido ha sufrido un proceso alquímico que la ha transmutado en quinta esencia asimilable, alimenticia para la razón, donde el mercurio del humor atenúa los antiguos venenos de la humana condición. Declaro que es un esplendoroso regalo, un gesto más de generosidad por parte de quien ha sabido darse pródigamente. El poder de la ficción por poco nos hace olvidar que el libro lo escribió Rangel Crazut. Pero el nombre del personaje principal, Hinkend, nos hace recordar que a Crazut lo llaman “El cojo” por un defecto físico, y Hinkend significa cojo. Lo de Ángel no sabemos si es autoconocimiento o narcisismo. Será que se concibe a sí mismo como un ángel cojuelo que curiosea inocentemente en los repliegues del alma infantil y en los laberintos del adulto. En todo caso, sus amigos y sus detractores, cuando hablan de él, recuerdan el juicio de la sabiduría popular: no hay cojo bueno, donde bueno sugiere ingenuo, tonto, bobo, connotaciones que no complacían a Alonso Quijano el bueno. 1992
La situación cultural y la autoconsciencia de Latinoamérica y el Caribe 65
No hablaré de economía, ni de política, ni mucho menos de economía política, sino de la situación cultural de Latinoamérica y el Caribe, porque una red sutil de antagonismos culturales envuelve, penetra y sobredetermina tanto las relaciones políticas y económicas de nuestra región como la incoherente y sombría autoconsciencia que se manifiesta en sus expresiones intelectuales y artísticas; incoherente y sombría cuando se la mira desde la pasión de unidad de la razón. Y esto en mayor medida, con más tensa intensidad y con más intrincada complejidad que en cualquier otra región del mundo actual. Los componentes culturales europeos, indígenas y africanos –ya cada uno múltiple de entrada– se repartieron, combinaron y 65 Clase magistral inédita dictada en la inauguración del programa de Maestría en Literatura Latinoamericana y del Caribe en la Universidad de Los Andes-Táchira, Venezuela, el día 18 de noviembre de 1991. Publicado en el libro: Comunicación, integración y cultura en América Latina. Compilado por Bernardo Enrique Flores Ortega y Raquel Álvarez de Flores. Primera Edición, 2005. Consejo de Desarrollo Científico, Humanístico y Tecnológico (CDCHT). Universidad de Los Andes, Grupo “Comunicación, Desarrollo e Integración”, Universidad de Los Andes-Táchira, “Dr. Pedro Rincón Gutiérrez”; en 2014 fue publicado como parte del libro El alma común de las Américas, editado por Fundecem, Mérida.
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configuraron de manera tan diversa que el resultado actual está caracterizado por la heterogeneidad. Heterogeneidad horizontal: en la vasta extensión territorial las diferencias se despliegan no como variantes de una cultura, sino por el grado de participación en la mezcla de culturas distintas en su esencia. Heterogeneidad vertical: no hubo síntesis, sino estratificación de formas culturales en insegura simbiosis donde cada una pugna por preservar su identidad y todas se deforman las unas a las otras. Heterogeneidad íntima: la consciencia individual y la consciencia colectiva desplazan fácil y frecuentemente sus centros de valoración; en consecuencia, el mismo estado de cosas, cual una anamorfosis, ofrece a la vista una imagen deforme y confusa o regular y acabada según la actitud que se adopta al cambiar de identificación cultural. La cultura oficial es la europea occidental cristiana con su no terminada lucha entre la Europa primera y la Europa segunda, aunque entre nosotros con un predominio claro de la Europa primera, porque a esta correspondió fundar y constituir lo que ahora son estados latinoamericanos y del Caribe, en la medida en que son estados. Llamo Europa segunda a la surgida de la Revolución francesa, de la Revolución industrial, de la Revolución electrónica, de la Ilustración con su desacralización de las relaciones humanas y el creciente desarrollo de la actitud cientificotecnológica con sus mecanismos de manipulación. Llamo Europa primera a la tradicional, anterior a la segunda, pero no completamente superada. La cultura europea occidental cristiana, al establecerse en América, produjo en sus portadores el sentimiento semiinconsciente de haber venido a menos, de ser menos. El alejamiento geográfico de los centros originarios y de sus fuentes de creatividad los empobreció, en efecto, espiritualmente con respecto a las metrópolis. Los cambios de estas no podían ser seguidos desde tan lejos sino con retardo y con disminución de calidad. Los controles culturales debilitados por la distancia y las nuevas experiencias con las novedades naturales y humanas del nuevo mundo deformaron no poco los patrones de conducta y dieron lugar a una cultura
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occidental cristiana de segunda, la criolla, con graves consecuencias para la autoestima. Por otra parte, la nueva situación abría horizontes esplendorosos, la posibilidad de crear nuevas formas de vida, más ricas y poderosas que las europeas y en todo caso autónomas, inervadas e irrigadas desde nuevos centros de creatividad. Esto último no ha ocurrido sino de manera embrionaria y conativa, tal vez abortiva; pero la posibilidad se mantiene abierta mientras predomina el deseo de identificarse con Europa y alcanzar su altura. Tal situación ambigua ha producido una actitud ambivalente con respecto a lo nuevo de América: estimación y desprecio, alternativamente, por lo insostenible de la simultaneidad. Tal actitud ambivalente, de estimación y desprecio, se puede observar también con respecto a lo diferenciado de los nuevos países en relación con Europa. Las culturas indígenas de América, derrotadas y desarticuladas por la invasión europea, no perecieron. Mantuvieron en diferente medida su identidad, desde la supervivencia separada con diversos grados de penetración hasta la aparente desaparición en el mestizaje cultural donde sobreviven, sin embargo, como estratos superficialmente mimetizados, como patrones de conducta alternativos, como falso folklore, como niveles profundos del alma colectiva; pugnan por no morir y ofrecen una resistencia soterrada, astuta, lábil, incesante a la cultura criolla tiñéndola de colores no europeos, desviándola de sus objetivos. Al mismo tiempo, seducidas por el prestigio y el poder del dominador, tienden a identificarse con él, a occidentalizarse, a abandonar para siempre sus tradiciones, y esa ambivalencia las debilita más que la esclavitud. Los representantes de las culturas africanas, separados de ellas con trauma, desarraigados, entremezclados por la servidumbre, despojados de toda soberanía y autonomía, lograron sin embargo conservar actitudes, palabras, inclinaciones artísticas y algunos dioses tenaces vestidos con harapos de mito y rito, girones de
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memoria que buscan restaurar su esplendor desgarrado. Al mismo tiempo, aprovechando los vientos verbales de igualitarismo y democracia, procuran alcanzar mejores condiciones socioeconómicas dentro de la cultura criolla mientras esta les presenta una oposición interminable apenas disimulada por el discurso agujereado de los derechos humanos. Los inmigrantes asiáticos contribuyen en la complicación del estado de cosas que estamos describiendo. Todas estas presencias culturales, o grupos de presencias, se han interpenetrado hasta tal punto que, paradójicamente, las regiones donde no hay negros están llenas de negros, las regiones donde no hay indios están llenas de indios, las regiones donde no hay criollos están llenas de criollos, las regiones donde yo no estoy están llenas de mi alma y mi alma está llena de todas ellas. Aun los enclaves puros son impuros. En común tenemos todos el origen remoto; también los indios son inmigrantes en América. Pero no tenemos Ítaca. Estamos lejos de Ur y lejos de la tierra prometida, leprosos de esperanza fallida, corroídos de nostalgia imprecisa. La unidad es la pasión de la razón, dijo Kant. Nosotros somos racionales. Pero la autoconsciencia latinoamericana y del Caribe no logra constituirse de manera unitaria. Está quebrada, se despedaza en identificaciones parciales que dejan por fuera gran parte de la propia realidad, no logra aprehenderse a sí misma en plenitud, se dispersa en visiones fragmentarias. La autoconsciencia latinoamericana y del Caribe es comparable a una mujer poliándrica que mantiene relación erótica ambivalente y sadomasoquista con tres amantes distintos, de tal manera que sucesivamente ama a cada uno y desprecia a los otros dos, ama a dos y odia al tercero, odia simultáneamente a los tres, pero no puede amar ardientemente a los tres juntos. Los amantes están dentro de ella; el sexo es la garganta; lo presta con pasión y por capricho para la cópula reversa que genera, reproduciendo o creando, nuestra heterogénea literatura.
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En este enredo tremebundo con ribetes de pesadilla dantesca que Jerónimo Bosch hubiera pintado con acierto, las ciencias sociales de la Europa segunda, especialmente la antropología cultural, han recogido valiosa información, digna de la más atenta atención, a pesar de que el método científico mismo contiene prejuicios etnocéntricos difíciles de erradicar y a pesar de que sus resultados se presten para la intervención manipulatoria de orden político económico e ideológico por parte de las grandes potencias. En la aclaración de esta problemática, tiene también gran importancia el estudio de las manifestaciones artísticas en general. Digo esto de parte de quien quiere comprender y no simplemente dejarse arrastrar por las fuerzas inconscientes de diversos orígenes que gobiernan la conducta no liberadamente reflexiva. Esta compresión no puede salir del discurso oficial donde campea una actitud superficial irresponsable gobernada por intereses imperiales. De lo que se trata no es de afianzar ni divulgarle discurso oficial para cumplir sus fines, sino de encontrar la estructuración real y las tendencias que puedan conducir desde la heterogeneidad caótica hacia una forma de autonomía y soberanía que permita el despliegue de esas estructuras y tendencias en la coherencia de lo múltiple conquistada a partir de la diversidad y sin suprimirla. Lo que rechazamos es la imposición de moldes foráneos sobre una realidad cultural que tiene derecho a crear sus formas propias de integración. La artesanía, la arquitectura, las artes plásticas, la danza y la música, en la medida en que pertenecen a la cultura popular, son expresiones auténticas de una autoconciencia en formación. Tan importante como ellas es la tradición oral de las culturas dominadas o sus restos presentes en la cultura popular y las nuevas creaciones dentro de esta. Pero como está presente con fuerza imperiosa la cultura oficial acogotada ella misma por moldes foráneos y quiere reservarse para sí sola el nombre de cultura, debemos aceptar que es parte también y muy vigorosa de nuestra situación cultural y tendrá
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efecto tremendo tanto en nuestro desarrollo futuro como en la comprensión plena que buscamos. Debemos y podemos lograr que el ámbito académico, centro de conocimiento y pensamiento, no quede limitado al tipo de actividad teórica propiciado por el discurso dominante, sino que se abra para considerar la heterogénea realidad cultural que nos caracteriza y busque la plenitud de la autoconsciencia de modo que la erótica mujer poliándrica deje de ser ambivalente, caprichosamente cambiante, sadomasoquista, y se convierta más bien en una latitud amplia, tibia y maternal donde pueda encontrar aire respirable la totalidad de nuestro ser con sus antagonismos y contradicciones en su tambaleante peregrinaje hacia la luz. En el ámbito artístico como expresión de la autoconsciencia, ocupa puesto especial la danza, sobre todo cuando se libera de la música y da salida libre a impulsos interiores disímiles y enrevesados que busquen y encuentren alguna forma de coherencia orientados por valoraciones estéticas propias, creadoras de su propia música. Ocupa la danza ese puesto especial porque mientras el artesano, el arquitecto, el artista plástico, el músico, trabajan con materiales naturales o artificiales inconscientes, el bailarín trabaja con su propio cuerpo, el objeto más cercano a la consciencia entre todos los objetos del mundo. Mientras aquellos imponen a materiales exteriores el gesto del espíritu, el bailarín gestualiza en la materia viva de su cuerpo los más sutiles y secretos movimientos de la interioridad, cuando el cuerpo se libera de los afanes ordinarios y obedece a lo oculto caótico que al esplender en acto se estructura, se organiza, se objetiva en espejo viviente del recóndito drama. Pero en la expresión de la autoconsciencia ocupan puesto aparte, singular y terrible, agonal y trágico, las artes de la palabra. Singular, porque el artista de la palabra utiliza un material ya habitado por el espíritu, más, creado por el espíritu, más aún, utiliza al espíritu mismo en una de sus manifestaciones, pues tiene su punto de partida en parte del lenguaje ordinario donde dormitan los
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sistemas arquetipales del ser colectivo, de la comunidad. Terrible, porque la palabra común, al ser despertada por el artista, abandona la región más trasparente del habla y desencadena tres terrores implacables: el terror de la voz sola, el terror de la cosa sola y el terror de sí mismo; asediado por la locura, la muerte y la angustia trabaja el verdadero artista de la palabra. Agonal, porque han de luchar sin tregua contra la palabra misma envilecida por la rutina, los ripios, los sonsonetes, la mecanicidad, las supersticiones estéticas, los latiguillos, la expectativa de los necios y la resistencia sorda de los muchos que se niegan a abandonar la región más transparente. Trágico, porque en el mejor de los casos, cuando florece en plenitud la gran obra, las corroe y debilita un no sé qué que quedan balbuciendo, y al final las derrota el gran silencio cisverbal, guardián de lo inefable. A pesar de tan incómodo puesto y gracias a él, las artes de la palabra son expresión privilegiada de la autoconsciencia. A las artes en general no se las puede planificar, no se les puede fijar metas sin agredirlas y desvirtuarlas. Pero solo de ellas cabe esperar la integración real de nuestros múltiples y diversos componentes culturales, la integración de nuestra herencia. Mientras tanto las ciencias sociales generan un tipo de conocimiento ambiguo en su destino. Por una parte, siendo un conocimiento de orden conceptual puede desembocar en manipulación tecnológica de cualquier signo con el triste resultado de manejar como objetos las consciencias desde una racionalidad ajena a las profundidades abisales de la subjetividad creadora, empobreciendo y aherrojando la sagrada libertad del espíritu. Pero, por otra parte, puede iluminar lo iluminable con esa luz y generar el espacio que facilite no la síntesis de los elementos sino la creación nueva donde quede amparada la diversidad en la coherencia de una autoconsciencia plena. Mientras tanto, las gestiones políticas y económicas, actuando como actúan en la superficie más superficial de nuestro mundo, pudieran no hacer otra cosa que administrar la mecanicidad de lo
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determinado y degradar lo degradado, a menos que desde lo profundo surgieran hasta esa superficie esos raros artistas de la gestión pública que merecen el nombre de estadistas porque no se limitan a lo personal inmediato, sino que se amplían a lo colectivo presente y se tienden hacia el futuro y la posteridad iluminados por el sol negro que habita en el fondo del pueblo y por el sol blanco de la razón universal. La consciencia académica enfocada hacia nuestra realidad produce el conocimiento científico necesario para el desarrollo pleno de nuestra autoconsciencia, conocimiento necesario, indispensable, pero no suficiente: lo aqueja una ceguera congénita para lo singular y único. Pero cuando la consciencia académica se orienta además hacia nuestro arte en general, y en particular hacia nuestra heterogénea literatura, está más cerca de alcanzar la plena autoconsciencia, porque esta puede amanecer en el mundo frío del intelecto solo después de haberse generado en la caliente y sanguínea dimensión de las artes. La vigilia, la espera y la moratoria ad indefinitum de la consciencia académica enfocada hacia nuestra heterogénea literatura está representada por los centros de investigación y reflexión dedicados a ese propósito. Pero ha faltado un centro integrado donde los equipos de trabajo hayan vencido las barreras lingüísticas. En Latinoamérica se habla español, portugués y numerosas lenguas indígenas, algunas con millones de hablantes; en el Caribe y las Guayanas, inglés, francés, holandés, patois y papiamento. Todo esto sin contar las minorías de origen extracontinental, hablantes de otras lenguas. En todas ellas ha habido y hay y habrá artistas de la palabra. Ha faltado un centro integrado cuyos equipos de trabajo hayan vencido la barrera criolla que consiste en atender solo a las manifestaciones literarias del importante estrato criollo, el estrato dominante. Aun haciendo violencia a la etimología de la palabra literatura es necesario prestar atención a las tradiciones orales, so
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pena de excluir expresiones legítimas de nuestra realidad cultural que tienen derecho a participar en la formación de la autoconsciencia plena. La barrera criolla tiende a prolongar la separación y la fragmentación con sus ridículos pujos exclusivistas e imperiales. Ha faltado un centro integrado con equipos de trabajo capaces de superar la barrera epistemológica europeizante que consiste en aplicar mecánicamente las modas metodológicas de Europa en este campo y adoptar sus prejuicios. Es necesario inventar nuevos métodos y nuevos paradigmas porque el objeto de estudio así lo requiere en ocasiones. Si nuestra heterogénea literatura no puede ser aprehendida adecuadamente por los aparatos teóricos disponibles, peor para los aparatos teóricos; no se hicieron para ser servidos sino para servir. He querido decir con énfasis que la situación cultural de Latinoamérica y del Caribe está caracterizada por la heterogeneidad y muy lejos de la integración. He querido decir con énfasis que, paralelamente, la autoconsciencia de Latinoamérica y del Caribe se encuentra en pedazos, disímiles, mutuamente excluyentes. He querido decir con énfasis que la integración en ambos niveles es cosa de artistas y que la consciencia universitaria en la medida en que está dirigida a la autocomprensión teórica, hace bien en dirigir su atención a las manifestaciones artísticas de nuestra región, y en particular a la literatura, pero de tal manera que no se acuartele en enfoques parciales de pretensión hegemónica.
Discurso de bienvenida a don Camilo José Cela
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Señores: Cuando me llegó la noticia de la visita de Camilo José Cela y la encomienda de presentarlo y saludarlo, yo estaba leyendo con mis alumnos de Letras Clásicas la trigésima y última oda del tercer Libro de Odas de Quintus Horatius Flaccus. No quise desestimar ese sincronismo –pudiera ser verdad la secreta relación mántica entre hechos diversos pero simultáneos– y me puse a examinar y considerar el posible parentesco entre la oda y Cela. La oda, de metro asclepiadeo, comienza así: Exegi monumentum aere perennius, regalique situ Pyramidum altius, quod non imber edax, non Aquilo impotens possit diruere, aut innumerabilis annorum series et fuga temporum.
En la traducción, traidora como todas, de Román Torner Soler: 66 Discurso pronunciado en la antigua Casa de los Gobernadores del estado Mérida, el día 2 de julio de 1993). En Cuadernos. Cátedra libre ULA-2000, Mérida, 1993; pp. 4-10.
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Acabé un monumento más perenne que el bronce y más alto que las pirámides por reyes levantadas, que ni la lluvia roedora ni el Aquilón violento demoler podrán, ni la serie innumerable de los años, ni el curso fugitivo de los tiempos.
Recordé ente otros émulos a Ovidio en el final de las Metamorfosis: Iamque opus exegi, quod nec Iovis ira nec ignis Nec poterit ferrum nec edax abolere vetustas.
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…y al sublime mulato moscovita:
Y me pregunté si convenía a Cela decir tal enormidad. No me cupo la menor duda. La obra de Cela, majestuosa en cantidad y calidad, sobrevivirá a los reconocimientos, homenajes y premios actuales, que tan fácilmente se vuelven formas de olvido, resistirá la acción de Hieropas, porque transmuta los venenos crudos y crueles de la vida, aceptados en su máxima virulencia, con la alquimia del arte, arte presidido por un género extraño de ternura, de tal manera que lo terrible llega a ser fuente de gozosa afirmación vital.
La oda continua: non omnis moriar multaque pars mei vitabit Libitinam; usque ego postera crescam laude recens, dum Capitolium scandet cum tacita virgine Pontifex.
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No moriré yo todo y de mí, gran parte esquivará a la diosa de la Muerte; remozado siempre creceré en la fama de los venideros, mientras el pontífice suba al Capitolio con la Vestal silente.
dicar, qua violens obstrepit Aufidus et qua pauper aquae Daunus agrestium regnavit populorum, ex humili potens, princeps aeolium carmen ad Italos deduxisse modos. Celebrado seré allí donde el raudo Áufido rueda ruidoso, y el sediento Dauno señoreó pueblos agrestes como el primero que, triunfando de mi humilde origen, adapté el verso eolio al metro itálico.
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Aquí no se trata ya de la permanencia de la obra sino de la inmortalidad del autor. Convertida su alma en obra artística, el poeta cree poder vivir literalmente y rejuvenecerse en la fama de los venideros, fama viene de fēmí “hablar”, por tanto, en el habla de los venideros, es decir, de las generaciones futuras. Mientras el pontífice máximo suba al Capitolio en silencio con la primera vestal: las vestales eran las sacerdotisas de Vesta, diosa del hogar doméstico; esto es una metonimia, por tanto, mientras haya instituciones, vida humana socialmente organizada. Resumiendo: viviré en la lengua mientras haya cultura. Concediendo que sea posible convertir el alma en verbo con preservación en él de la consciencia individual hasta el punto de poder decir “quien toca este libro me toca a mí” sin metáfora, ¿convendría a Cela decir esa segunda enormidad? Respondo conmovido por la respuesta: no menos que a Horacio; leyendo a Cela, yo he tocado el alma poderosa de un hombre capaz de enfrentarse a Libitina en esos términos. Pero la oda de pies asclepiadeos sigue caminando:
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Celebrado seré, literalmente, seré dicho, nombrado, señalado por la palabra. Aquí la referencia es espacial: será celebrado en Venusa, su lugar natal, en Apulia donde corre el río Áufido y donde en otros tiempos reinó un tal Dauno sobre pueblos agrestes. Manteniendo la analogía impuesta por el sincronismo, diremos que Cela será celebrado en España. Ebro, Tajo, Mino, Duero, Guadiana, Guadalquivir, ríos de España, qué trabajo ir a la mar, a morir. Pero en España gobernaron unos reyes en cuyos dominios no se ponía el sol, incluían a nuestra Mérida y sus ríos estrepitosos, sincrónicamente desbordados con la llegada de Cela: Chama, Mucujún, Albarregas, Milla, Pedregosa, Mucuy. Esos dominios son ahora gobernados por la lengua española y los riega el río verbal de Cela que se ha desbordado hacia otras lenguas. La tercera enormidad dicha por Horacio se ha cumplido ya con creces en Cela. Aquel porque pudo cantar en latín con los metros líricos de Grecia; este porque como artista de la palabra recuperó para las letras castellanas un continente de la lengua española rechazado por la pudibundez y el tabú, y porque tradujo a escritura indeleble su implacable percepción de la vida humana y en particular de un aspecto de esa vida hasta entonces exiliado por el buen decir y por el bello decir. Ex humili potens. Triunfando de mi origen humilde.
Todos tenemos nuestro origen en el humus de la lengua materna, en él vivimos, nos movemos y somos, no hacemos más que revolcarnos y repetir; pero algunos logran modelarlo en ánfora para contener los vinos del espíritu. Horacio uno de ellos. Con nosotros hoy otro. La oda termina diciendo a la musa con suprema irreverencia: sume superbiam quaesitam meritis et mihi Delphica
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lauro cinge volens, Melpomene, comam. Tolera, Melpómene, esta arrogancia mía ganada con mis méritos y, de grado, ciñe mis sienes con el laurel de Apolo.
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Me ha parecido siempre, en la misma línea de pensamiento, una maravilla el poema de Hölderlin a las parcas donde se consuela de la muerte si le es dado crear: einmal wär ich wie Götter, und mehr bedarfs nicht67. También Shakespeare aspiró a esa inmortalidad y ofrece al amado en un soneto compartirla con él: So long as men can breathe, or eyes can see,
67 En el poema “A las parcas”: “como los dioses viví, y no necesito más nada.”
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Sobre la enormidad de los méritos de Cela y sobre la enormidad de sus irreverencias no hace falta de momento ningún otro comentario mío. Cuando terminé de explorar la sincronía entre la llegada de Camilo José Cela y la oda de Horacio, me sentí insatisfecho. Algo había en todo eso de incongruente e inaceptable, casi disparatado. Una diferencia radical pugnaba por manifestarse. Y no es que yo no viera la raigambre platónica de Horacio. Todo amor como amor de la inmortalidad que pugna por manifestarse a través de los hijos y, en su forma elevada, a través de la obra, la gran obra engendrada a partir de una intuición profunda. Resuenan en mí las ultimas palabras de Diotima referidas por Sócrates en el Simposio:
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So long lives this, and this gives life to thee.68
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Pero yo veo en todos ellos y en el propio Platón una incapacidad para el disfrute de la vida, un cierto tipo de relación conflictiva con la muerte, un intento de vencer a Libitina a punta de poemas, narraciones, ensayos filosóficos, impacto en las generaciones futuras. Yo no encuentro ninguna de esas actitudes por ninguna parte en la obra de Cela, sino más bien una aceptación voraz y omnívora de toda la experiencia vital en todas sus manifestaciones, incluyendo la muerte. Una actitud cercana a la de Homero, más sabio que todos nosotros, cuando hace decir a Aquiles respondiendo a Odiseo que lo elogia en el más allá:
(Odisea, XI, 488-491)
Y la de Nietzsche como Ja-Sager aunque haya un eterno retorno de lo idéntico. Habiendo percibido esa radical diferencia entre Cela y Horacio, decido olvidar aunque sea por poco tiempo a la pelona, esa gris esposa inevitable de todo hombre, y recordar a la catira, la iluminada por el sol, la querida, para acoger y celebrar la presencia viva aquí y ahora de Camilo José Cela y decirle sin ambages: lo recibimos como corresponde a su grandeza, es decir, según los cuarteles, con envidia, con rencor, con admiración, con asombro, con cariño, pero de ninguna manera con indiferencia y le agradecemos de todo corazón el impacto vitalizante que su visita nos produce. 1993
68 “Mientras haya hombre alguno que pueda respirar, u ojos que puedan ver / Así pervivirá todo esto y os dará vida”. Soneto XVIII.
Retrato de una dama en prístino jardín
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A Loki Schmidt En Mérida, rumbo al Jardín Botánico, la vi. Conmovida por florecillas silvestres que la mirada común desprecia. La atención capturada por minúsculas maravillas vegetales, como una niña que juega por primera vez con las palabras de la tierra tropical. Aquella de más allá, la amarilla, con cinco pétalos; esta, de hojas carnosas y desnudas; la otra, de impúdicos pistilos; y tú, blanco lirio desconocido sobre la elegancia del tallo, ¿por qué te alzas tan arrogantemente y me llamas?, ¿qué me quieres decir?; y tú, orquídea insospechada, ¿en qué alambiques destilaste los laberintos de cristal y de fuego donde escondes y exhibes los amargos placeres del amor? Y a ti, maceta policéfala, ¿quién te dio potestad para que encarcelaras los sueños del crepúsculo?, ¿contra quién desenvaina tu compañero sus espadas de jade? Campanadas de sol me enlazan desde el prado, ¿quieren que me quede cantando para siempre los himnos inagotables de la vida? Respirando hechizos silvestres caminaba hacia el Jardín Botánico. Erguida y grácil. Sin encogimiento y sin arrogancia. De
69 En Diario El Vigilante, Mérida, 14-10-1993. p. 7.
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Hamburgo había venido. Dos horticultores y un botánico expertos la escoltaban. En Hamburgo nació, poco después de terminada la Primera Guerra Mundial. Sufrió largamente todos los males que la carne hereda, potenciados por el devenir histórico de su país en el siglo xx; la inflación, la depresión, la agitación política, el nazismo, los horrores de la Segunda Guerra Mundial, la postguerra, los ingentes esfuerzos de la reconstrucción, la ocupación por ejércitos extranjeros triunfantes, la división de la patria en dos mitades. Dos pasiones fieles la han acompañado siempre: biología y música. Ella a su vez ha acompañado fielmente, como esposa y colaboradora, a uno de los estadistas más notables del mundo actual; en su compañía ha tenido trato personal con todos los reyes, presidentes, dictadores, autoridades religiosas, jefes supremos de ejércitos y potentados económicos de la tierra contemporáneos suyos. Su corazón, capaz de enfrentarse, sereno, a los más álgidos problemas de la cúspide política, tiembla de emoción ante un brote de magnolia. Entre araguaneyes, bucares, fresnos, ceibas, la vi. Señora, y usted ¿qué busca por estas tierras floridas, tan lejos de su morada? Con los ojos llenos de jazmines, y crisantemos en la voz, me respondió pensamientos fragantes. Vine a firmar un convenio de colaboración e intercambio de personal entre el Jardín Botánico de Hamburgo y el Jardín Botánico de Mérida para completar un cuadrilátero científico cuyos otros dos ángulos son el Jardín Botánico de San Petersburgo en Rusia y el Jardín Botánico de Jerusalén en Israel. Miré por una ventana. El rector la recibió y el decano de las Ciencias y dos ministros de Estado y el doctísimo Ricardi, fundador del jardín nuestro, con su pupilo Gaviria. Muchos grandes profesores y diligentes alumnos la miraban y escuchaban. Después de firmar papeles visitaron el herbario, Ricardi de Cicerone, y una planta inauguraron de purificación de las aguas en un terreno que Eldrys consiguió para el jardín.
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En un descuido de todos me la llevé a un cafetal y no sin cierto reproche le dije: Señora mía, ¿por qué tanto protocolo si todo el estado Mérida es un jardín natural? La naturaleza es un tesoro que no todos los hombres reconocen como tal, ni conocen, ni saben apreciar. Por eso ha sido víctima de grandes despojos y matanzas que ponen en peligro la propia vida humana. Un jardín botánico concentra, ilustra, expande y difunde el conocimiento científico de la naturaleza. Así puede disolver la ignorancia y desarrollar la sensibilidad. Al cultivarlo, cultivamos el alma del pueblo junto con la nuestra. Me está dando una lección y yo ya no soy alumno. Esto no es solo, ni originariamente, un trabajo escuetamente científico. A mí me mueve más el amor por la belleza y por la vida. No es el deber desnudo lo que impulsa sino también y más fuertemente el placer que siento con todo esto. Voy a dedicar todo el tiempo restante de mi visita a disfrutar el contacto directo con la vegetación y la gente de esta tierra, que antes de venir ya amaba y ahora queda ligada a mí con vínculo entrañable. Ahora sí nos entendemos. Le di un grano de café y una flor de guayacán. Conmigo cuente señora. Yo conozco los caminos de los montes y los valles, conozco las estaciones y las cuevas de refugio. Siéntase en casa segura. La vinieron a buscar y yo me quedé contento bajo naranjos cargados. Auf Wiedersehen, meine Dame.
Discurso de instalación de la Academia de Mérida
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Señores: Ha nacido la Academia de Mérida. Suenan campanas de júbilo en el corazón de los merideños despiertos. Pájaros de fuego y sueño levantan vuelo hacia el futuro. Fiesta de néctar y ambrosía en los labios de los que saben bendecir. Después de los proyectos, los anhelos, las discusiones, los malentendidos, la desconfianza, el escepticismo y los dolores de parto, ha nacido la Academia de Mérida. Tiene existencia: se le ha dado personalidad jurídica, membresía, sede, patrimonio. Tiene esencia: se le ha dado definición, estructura, leyes de funcionamiento, finalidad. La recién nacida encarnará, coordinará, potenciará ciertos actos de estímulo y gobierno cultural indispensables en nuestra ciudad crecida ya y diversificada en las disciplinas más altas del espíritu humano, actos que hasta ahora habían sido solo conativos o esporádicos y dispersos. La Academia de Mérida acaba de nacer, es nueva, estrena vida. Sin embargo es vieja, muy antigua. Su propio nombre revela el linaje y la carga genética. Nos remite a tiempos legendarios de la Grecia arcaica cuando no había todavía separación entre los dioses y los hombres. Denme licencia el rigor científico de los 70 Publicado en 1993 en el Boletín de la Academia de Mérida.
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distinguidos académicos aquí presentes y el sentido práctico de los eficientes organizadores para remontarme a esos tiempos lejanos, tan lejanos que anidan en el misterio de nuestra propia sangre, y para explorar en acercamiento cratílico moderado, alegórico restringido, el origen remoto de la que hoy renace entre nosotros y con justicia celebramos. Al igual que sus significados, la palabra academia está ligada íntimamente, con intimidad libidinosa, a la vida de una mujer bella, la mujer cuyo rostro hizo zarpar mil naves. En efecto, es historia sagrada, es mito, que Helena, la hija de Leda y el Cisne olímpico, dotada de nefasta belleza, fue codiciada y cortejada por más de cien héroes. Se sabe que casó con el rubio Menelao; raptada por Paris, le dio a este cinco hijos y la guerra de Troya y la muerte; después de nupcias de una sola noche con Déifobo lo entregó a su esposo triunfante durante la reconciliación, vivió feliz como reina de Esparta, recibió la inmortalidad en las islas de los Bienaventurados, donde traicionando de nuevo a su esposo se casó con Aquiles en la isla Blanca y le dio un hijo alado, Euforión, fulminado por Zeus. Los ancianos de Troya, Príamo a la cabeza, juzgaron que una sola sonrisa suya justificaba diez años de matanza. Se sabe que, según otra versión, Helena de Troya era un “androide”, mientras la verdadera permanecía fiel y esperaba en Egipto y fue siempre leal a Menelao, nombre que significa “pueblo de la mente”. Lo que no se sabe comúnmente es que cuando ella estaba en el primer esplendor de su belleza y era virgen, la raptó Teseo el vencedor del Minotauro, el que abandonó a Ariadna. La raptó y se la llevó al Ática donde tuvo de ella una hija, Ifigenia como la de Agamenón, luego la dejó escondida mientras viajaba al Hades. Entonces los hermanos de Helena, los Dióscuros, gemelos ellos, Cástor el mortal y Pólux el inmortal, vinieron a rescatarla. Los ayudó en esa operación Hecádemos, llamado más tarde Acádemos quien averiguó dónde estaba escondida y reveló el sitio a los Dióscuros. Ese Hecádemos, más tarde Acádemos, es a veces identificado con Ejemos o Ejédemos, rey de Arcadia, tierra de la
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inocencia y de la dicha, donde sin embargo “también estoy yo”, dijo la muerte. Analizando las posibles raíces de Hecádemos, Acádemos, Ejemos, nos encontramos con que podrían significar curación o remedio del pueblo, tribu lejana, gente voluntaria, sostén; reuniendo esas ideas, tendríamos gente que va lejos voluntariamente para encontrar remedio, o el que se esfuerza libremente por conseguir la curación del pueblo. Los mitos son poliédricos y se han prestado a numerosas interpretaciones según la clave utilizada. Pero una de sus facetas más importantes es la expresión de contenidos profundos del alma colectiva que se nos presentan como un tejido de imágenes, palabras, relatos; tejido complejo y multívoco preñado de sentidos enigmáticos. Si vemos en Helena, como ya se vio en la Antigüedad Clásica, el símbolo de la ciencia y la sabiduría, pues los griegos tendían a identificar el bien, la verdad y la belleza en concepción unitaria, entonces el enrevesado mito de Helena se eriza de incitaciones hermenéuticas. Las imágenes y las etimologías de los nombres de personas y lugares calzan en un patrón de conjunto. El relato entrega mensajes. Aquí puede leerse un discurso coherente sobre el conocimiento y sus relaciones con el bien del pueblo, pero también con el poder político, el poder militar, el poder religioso y la traición reiterada de grado o forzada al legítimo esposo, el pueblo de la mente, y sobre el trabajo de rescate en particular de Acádemos. Dejo de lado esta fascinante lectura donde se encuentran las categorías fundamentales de la actual sociología de la ciencia, para señalar un solo hecho relacionado con ese mito, un hecho asombroso de todo asombro: ese Acádemos fue el héroe epónimo de un pequeño territorio situado al noroeste de Atenas, muy cerca de la ciudad protegida por Atenea diosa de la sabiduría, y en ese pequeño territorio fundó su escuela un maestro cuya doctrina antropológica central proclama que el alma humana es infirme porque está enferma y que su enfermedad es la ignorancia y que el remedio es la ciencia. También señaló la forma más elevada de ignorancia, a saber, la ignorancia de la
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ignorancia, el no tener consciencia de la ignorancia, y esa consciencia es conditio sine qua non para la investigación. El pequeño territorio llamado Academía, o mejor Academia, por su héroe epónimo Acádemos estaba situado a seis estadios del Dipylon, la puerta mayor de Atenas hacia el noroeste, y la ruta hacia él atravesaba la parte exterior del Kerámeikos, el barrio de los artesanos. Desde mucho antes del nacimiento de Platón se encontraba allí un santuario de Atenea rodeado de amplio témenos o patio sagrado. En el témenos se erguían los doce olivos sagrados llamados moríai, uno de ellos había sido obtenido por acodamiento del olivo plantado por la propia Atenea en la acrópolis cabe el Erectéion. Zeus Morios los protegía y por eso en su advocación de Zeus Kataibates (Zeus Descendente) tenía un altar junto a ellos. También había allí culto y templo para Prometeo el que entregó a los hombres el fuego de los dioses. Justo a la entrada del pequeño territorio había un pedestal antiguo con imágenes grabadas de Prometeo y Hefesto dios de la tecnología. Servía como punto de partida para las carreras de antorchas durante las lampadodromías. Los altares de las musas, de Hermes y de Heracles nos recuerdan que allí se encontraba uno de los tres grandes gimnasios de Atenas. Debió ya existir en tiempo de los Pisistratidas pues en su entrada había una estatua y un altar de Eros con dedicatoria de Jarmos, miembro de esa familia. La inscripción decía en dístico elegíaco:
¡Oh Amor, dios de tantos y tan variados ardides, Jarmos te construyó este altar en los sombreados aleros del gimnasio.
Además, la Academia, ese pequeño territorio fue el primer modelo famoso de un parque público. En tiempos de Cimón se
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cavaron acequias y se logró que hubiera un opulento césped y umbrosos y frescos bosquecillos de plátanos, álamos blancos y olmos. Las acogedoras alamedas invitaban al paseo y la conversación reposada. A Platón le gustó el sitio y era allí donde se reunía con sus discípulos para hacer sus exposiciones, sus lecturas y sus diálogos fecundos. Tanto le gustó que al regresar de su primer malhadado viaje a Sicilia compró un terreno aledaño al parque y con su propio pecunio hizo levantar una edificación que contenía entre otras dependencias un salón de clase (exedra) y un Muséion, Templo a las nueve musas: a las inspiradoras hijas del Poder Supremo y la Memoria: Clío musa de la historia, Euterpe de la música, Talía de la comedia, Melpómene de la tragedia, Terpsícore de la danza, Erato de la elegía, Polimnia de la poesía lírica, Urania de la astronomía y Calíope de la elocuencia. Tanto le gustó que fijó allí su residencia a pesar de que tenía casa en Atenas. Allí murió y allí fue enterrado. Allí celebraron sus discípulos durante diez siglos la fecha de su nacimiento cada año el día 7 del mes Targuelion hasta que el emperador Justiniano el año 529, en nombre del cristianismo, disolvió la escuela y confiscó sus bienes. Desde un principio la escuela se llamó Academia por el parque público que en cierto modo le servía de campus. Allí se formó, con antecedente pitagórico, lo que podríamos tal vez llamar el código genético de todas las instituciones posteriores dedicadas a la búsqueda del conocimiento, a su transmisión de maestro a discípulo, a su difusión y a su aplicación, en Europa y en las demás partes del mundo hasta donde ha llegado la influencia europea. Esto es válido para el liceo de Aristóteles y su descendencia medieval; a este respecto se cuenta que cuando comenzaron las disidencias y tal vez los agravios de Aristóteles, el maestro dijo con filosófica ecuanimidad: Aristóteles nos agrede como los potrillos que dan coces a la madre. Es válido para la escuela de Alejandría y demás escuelas del helenismo.
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Se sabe además que algunos académicos después de la cristiana disolución de la escuela la reconstituyeron en Constantinopla donde funcionó hasta el año 1453 cuando esa ciudad fue tomada por los turcos. Entonces los académicos bajo la dirección de Pleton, maestro a la sazón, se trasladaron a Florencia donde fueron acogidos por Cosimo de Medici y Marsilio Ficino. Desde entonces hasta nuestros días ha continuado sin interrupción el empeño por encontrar a Helena bajo la égida de aquel Hecádemos que no la buscó para violarla sino para curar al pueblo. ¿Pero cómo era la Academia en sí misma? Era polifacética. Distingo siete aspectos o facetas sin conferir jerarquía a la enumeración. 1. Era una especie de cofradía cuasi religiosa donde se trataban temas relacionados con los cultos mistéricos de Grecia y donde se estudiaban doctrinas sobre el hombre y el universo, temas y doctrinas en parte confiadas a la escritura y por lo tanto públicas, en parte de estricta comunicación oral, iniciática podríamos decir, y por lo tanto secretas. Este aspecto es dominante en ciertas asociaciones académicas que han existido hasta hoy en el mundo occidental. 2. Lugar de encuentro periódico para sabios y artistas con el objeto de comunicarse mutuamente sus pensamientos y los resultados de su trabajo, sometiéndolos así a consideración, discusión y crítica entre iguales. Así puede colegirse de los diálogos de Platón y de otras fuentes. Este aspecto es dominante en diversas academias actuales frecuentemente con especialización por disciplinas. También es dominante en todos los congresos académicos. 3. Centro de investigación multidisciplinaria. Se sabe que en la Academia de Platón se hicieron los primeros estudios sistemáticos en las materias que hoy ocupan a las ciencias naturales y a las ciencias sociales. Es notable, por otra parte, la importancia dada por Platón a las ciencias formales. Su escuela tenía un letrero que decía:
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71 También citado: . En un comentario de Elías, el neoplatónico del S. VI, a las Categorías de Aristóteles. Briceño Guerrero, siendo fiel al sentido original, habla de matemáticas en general incluyendo a la geometría.
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Tres palabras que me veo obligado a traducir con diez. “No entre aquí nadie si no es versado en matemáticas”. Se entiende la importancia de las matemáticas en el quehacer metodológico de las ciencias, pero había algo más, la concepción pitagórica del número como esencia de todas las cosas, y algo más todavía, lo que se ha estado haciendo con particular empeño en tiempos modernos en el límite extremo de las matemáticas con la lógica pura: la fundamentación a priori de todas las ciencias. Este aspecto es dominante en las universidades dignas de ese nombre y en todos los demás institutos de estudios superiores. 4. Centro de enseñanza y aprendizaje en el más alto nivel. Este aspecto, esencial porque sin él no habría continuidad de la empresa académica en el fluir de las generaciones, es codominante en todos los centros de investigación y dominante único en las escuelas dedicadas a la formación de profesionales en actividades totalmente codificadas y cerradas. Así existen academias militares, academias de corte y costura, academias de artes culinarias, academias de equitación y esgrima, etc. 5. Foro donde podía juzgarse con autoridad la producción científica y artística de los contemporáneos. Este aspecto ha sido dominante en muchas academias modernas. Por desgracia, y para su propio desprestigio, algunas de estas suelen encasillarse en rígidos paradigmas y criterios dogmáticos que les han impedido reconocer lo bueno nuevo si no se ajusta a sus esclerosadas exigencias. 6. Fuente continua de estímulo, fomento y animación para todos los que tienen vocación y talento para las tareas académicas. Este aspecto fue de gran trascendencia en la Antigüedad clásica y hoy en urgente necesidad. Es dominante en nuestro medio
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para el Conac, el Conicit, los CDCHT, las casas de cultura, los ateneos, etc. 7. Casa espiritual segura para los que dedicaron su vida, con fruto bueno y visible, a las ciencias y a las artes. Señores, ante la cuna de esta recién nacida Academia de Mérida aún con olores obstétricos, me pregunto cuáles son los rasgos de su abuela griega dominantes en ella o para mantener la otra metáfora cuáles son los genes dominantes dentro del gran código de acuerdo con su esencia y respondo sin vacilar: el segundo, el quinto, el sexto y el séptimo. Agradezco la oportunidad que he tenido de mostrar someramente el lugar, las circunstancias, los actores del origen remoto de la Academia y la persistencia de sus rasgos esenciales en el retoño actual. Para terminar quiero dar mi sentida felicitación a la triple causa eficiente de este nacimiento tan digno de Mérida: Fundacite, la Gobernación del Estado Mérida y el Consejo Universitario, así como a sus personeros aquí presentes. Ellos han erigido en los sombreados aleros de la antigua Casa de los Gobernadores un altar al Eros helénico de tan múltiples y sutiles recursos. 1993
Noche loba
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Dos palabras aisladas. Una al lado de la otra. Sin preposición. Pero su cercanía no es casual. ¿Qué lazo las une? ¿Semejanza? ¿Identidad? ¿Oposición? ¿Sucesión? ¿Causalidad? ¿Origen común? ¿Afinidad electiva? ¿Enemistad? ¿Amor? ¿Algún parentesco fonético en alguna lengua primitiva y sagrada, perdida para la memoria, pero latente en el intento de crear con la voz? Me subyugan los poderes del tácito lazo que las une. La noche, gran bestia cruel, astucia deslizante, sanguinaria ternura, ciega fiera devorada por su propia voracidad, objeto de terror y compasión. La loba, acontecimiento astronómico, cíclica renovación de la sombra, diastólica afirmación después de cada encogimiento sistólico ante el deslumbrante cazador. Pero la noche terrestre, la noche intermitente, remite a la noche originaria, a la noche primigenia, a la neutralidad del vacío que es anterior simultánea posterior a la eclosión polar de los universos; no, más aún, extraña al tiempo. Remite a la que es firme sin interrupción y sin esfuerzo. 72 En Judith Valecillos, Noche. Loba (Poemas). Mérida: Talleres Gráficos de la Universidad de Los Andes, 1995, pp. 5-7.
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La loba, por su parte, remite a la violencia cosmogónica, al inagotable impulso genésico del devenir, al insaciable amor de ser. Ferocidad autoerótica, autofágica, autopórica. En el jardín del edén estuvo y era el jardín del edén; toda piedra preciosa fue su vestidura; entre piedras de fuego caminaba. Grillos respira y girasoles y galaxias. Noche igual no ser. Loba igual ser. Con respecto a esta aparente oposición, los sabios de la Antigüedad védica nos legaron una comprensión: en la nada duerme el ser; en el ser duerme la nada; son simultáneos y equivalentes; en la nada despierta el ser; en el ser despierta la nada. El vacío es la joya; la joya es el vacío. Confrontada con semejante revelación, la consciencia individual retrocede hacia su propio misterio y, desde ese ahí disparado desde ningún comienzo, pregunta ¿por qué hay algo y no más bien solamente nada? Pero ¿de dónde viene esta pregunta? Nada, ser, consciencia: he ahí el triángulo enigmático, la delirante puerta del abismo, ya ante la noche y la loba buscando en el fondo roto, en la carencia de fundamento, buscando al dios deseado, inquiriendo, requiriendo “Noche. Loba: ¿Quién remueve tus entrañas de pedrería silenciosa?” Mérida, abril 1994.
Verdades juradas
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Cuando leí estos cuentos por primera vez, yo había ya pasado varios años estudiando la historia de las formas literarias de Occidente, desde la cuenca del Mediterráneo oriental hasta la cuenca del Caribe, desde eso que se ha convenido en llamar Antigüedad clásica hasta la postmodernidad, pasando por la Edad Media, el Renacimiento, la época racionalista, el romanticismo, el modernismo y las numerosas búsquedas formales de nuestro siglo a la zaga de Joyce y Kafka. También había superado ya el encasillamiento de esas periodizaciones convencionales de otras redes clasificatorias. Largamente había reclamado mi atención el cuento como género literario bien delimitado; largamente me había ocupado la empresa teórica de traducir a palabra y concepto la clave de su encanto, pues había comprendido que su gracia, su logro específico, no depende de ninguno de los contenidos diegéticos, más bien, si se aísla, puede resultar dibujable, bailable, tarareable. Cuando leí estos cuentos por primera vez, yo había recién acabado de dar los castigos finales a mi estimado ensayo sobre la esencia del cuento, donde abandonando los enfoques diacrónicos 73 En Carmela Garípoli, Verdades juradas [Cuentos]. Mérida: Ediciones Mucuglifo, 1995, pp. 5-7.
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y sincrónicos había creído elevarme hasta una visión permansiva y abstracta capaz no solo de identificar el quid decisivo en cada caso particular, sino también de posibilitar el diseño de un método eficiente para escribir cuentos excelentes en cantidades industriales. Incluso se me había ocurrido la idea de fundar una escuela de cuentistas con mercado seguro para sus egresados en la industria del entretenimiento, una de las más prósperas y crecientes en el mundo actual, con sus brillantes medios, radio, cine, televisión, periódicos, revistas literarias, suplementos dominicales, casas de edición, direcciones de cultura, y con acceso a los premios con que se suele estimular la creatividad; una escuela muy superior a las que ya existen para los mismos fines, pero sin el parapeto teóricocientífico ni los recursos metodológicos necesarios para posterior uso en la elaboración de programas fructíferos de computación. Cuando leí estos cuentos por primera vez, mi mirada estaba presidia por una “vaga astronomía de pistolas inconcretas”. Inmediatamente quise poner en juego toda mi erudición, proceder a cuidadosos análisis, llegar a conclusiones precisas sobre la anatomía y la fisiología de esos objetos con señalamiento de los puntos neurálgicos y del centro de comando unitario que les daba coherencia y sentido. Pero en el curso de la lectura se me olvidó esa tarea y me puso involuntaria e imperceptiblemente a disfrutarlos como cualquier hijo de vecina. Al terminar me sentí culpable de haber traicionado mi actitud teorética. ¿Qué es esto?, me dije con el autoreproche blando de quien ha cometido un pecado agradable y quisiera repetirlo, ¿soy yo acaso un lector ingenuo y no un lector crítico? ¿Es que por ventura de nada me han servido los estudios y los pensamientos? ¿No tengo nada que decir sobre el estilo, el ritmo del relato, las influencias, los espasmos dramáticos, la acumulación de tensiones y su descarga, el estremecimiento estético producido por los vuelcos inesperados, la súbita apertura de dimensiones alegóricas? La verdad es que estos cuentos se burlan impunemente de mi actitud científica, no se dejan atrapar en mis redes conceptuales, no sirven para la industria del entretenimiento, no ejemplifican
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ninguna teoría literaria, no ilustran ninguna ideología política, no dan expresión a metafísica alguna, no instruyen peristaltismo catártico, ni siquiera me acompañan en mi queja sobre el dolor dl mundo. Pero son encantadores, nuevos como el amanecer y, al inhibir mi predicamento analítico, me abren las puertas de un día radiante, como una caracola de corazón vacío. Los leo ahora por cuarta vez, me dejo llevar por ellos sin vergüenza, con la inocencia gozosa de los que ya no creen en el pecado. Rompí mi ensayo y regalé mis libros. Mérida, abril 1994.
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Cuatro puertas tiene la casa de los dioses: el sueño, el trance, la pasión y la angustia. Si yo tuviera solo percepción e instinto, sería feliz; los animales son ateos. Pero mi casa mía de razón, construida por mí mismo, pinche arquitecto, tiene tres defectos. El primero, que es precaria; me veo forzado a repararla continuamente; a veces se me cae y debo recomenzar la construcción. El segundo, que mi luz es mezquina; no me alcanza para ver los rincones, los pequeños agujeros, las hendijas y rendijas, las junturas y las suturas; en consecuencia me invaden arañas, musarañas, hormigas, ratones, mariposas nocturnas de gran tamaño, sabandijas que no logro identificar, hasta culebras. El tercero y principal, que está situado muy cerca de la casa de los dioses, eso no puedo evitarlo, yo no escogí el lugar; poderosos y dañinos vecinos, salen cuando les da la gana, devastan mi huerto, desordenan mi redil, conmueven cimientos, derriban muros, la mayoría de las veces ni me doy cuenta en el momento, creo actuar yo mismo. 74 En “Suplemento Bajo Palabra”, Nº 100, de El Diario de Caracas, Caracas, 05-061994; p. 3.
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Pero yo también –debo confesarlo– les invado la casa. Sin intención, es cierto, espontáneamente; actúo así por naturaleza; pero a veces a propósito: quiero conocerlos, quiero descubrir las claves de su poder y si es posible hurtarlas para conciliármelos o vencerlos. Hasta ahora no parecen haber advertido mi exploración furtiva. Procedo con máxima prudencia y mi insignificancia me protege. Así he logrado averiguar algunas cosas. En la puerta del sueño ladra un dios perro, pero nunca intenta detenerme. Tan pronto como entro, caigo deslizándome por un escarpado tobogán. Llego al ocaso, tierra negra, campo sin luz. Sombras amenazantes. Horrísono fragor de titanes prisioneros. Ambiguas voces proféticas. Memoria más allá de la memoria. Islas de tiniebla donde muertos felices dialogan en paz. Ríos de gemido, lagos de dolor, diosas desnudas que siempre tienen los pies húmedos prodigan la muerte con la izquierda y regatean la inmortalidad con la derecha. Pálidamente fosforece el rey en su trono y mira con desgano el grano de granada de la esposa. Es entonces cuando se apodera de mí el espanto y corro cuesta arriba, trepo quebrándome las uñas. En la salida, el perro, de cincuenta cabezas sí me ataca. Despierto gritando sudoroso, recordando confusas historias imposibles. Nunca puedo mirar los ojos de nadie sin cruzar el umbral de esa puerta. En la puerta del trance vuela un dios garza. Este siempre me favoreció, aunque no sé por qué. Yo acepto su favor, qué remedio, todos son más fuertes que yo, pero con desconfianza y temor. Me monta sobre su cuello, me enceguece para que se me abran los oídos y me pasea por un ámbito de formas abstractas inestables que van desde complejas estructuras musicales hasta el fugaz chillido de las ratas. Guerra de conceptos en tropel o en formación militar. Doble espada. Asedio de fortificaciones metafísicas. Y las siniestras ideas, aves devoradoras de hombres. Es la región del este donde agudas sílfides danzan para contrarrestar la gravedad de los silfos. A veces el dios garza me concede la visión de lo pasado, de lo futuro, de lo ausente con todo lo que tiene siempre de terrible y
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me acerca al límite extremo de su mundo: el umbral de la locura. Devuélveme, pájaro divino, a la estrechez de mi casa, a la solidez de mi día. No puedo sobrevivir en la transparencia engañosa, aterrado por silbidos de flecha, por zumbidos de arco. No esté yo al alcance del que hiere de lejos. En mis afanes cotidianos hasta una pluma de escribir me hace temblar. En la puerta del norte nada un dios foca. Pequeño y torpe nada sobre la cola del inmenso dios líquido, del dios lleno de dioses, del dios borracho en cuyo cuerpo fermentan las estrellas. Yo bebí de ese dios frío y conocí fuentes, manas, manantiales y ríos subterráneos, torrentes, cataratas, trombas, mareas, marejadas, resacas, géiseres, ríos verticales, corrientes de la profundidad, la guerra infinita de los deltas. Violencia fría. Los lagos, lagunas, marismas, pantanos y esteros son torbellinos dormidos, violencia soñadora. Toda pasión es fría, la embriaguez desamparo. Pequeña y torpe dios foca, ayúdame a vomitar y no me dejes entrar de nuevo por tu puerta. Sufro de hidrofobia, me escondo de la lluvia, inyéctame suero fisiológico. En la puerta del fuego nadie aparece. Ante mí se extiende una llanura ilimitada. Arena candente azotada por pequeños meteoros disparados en ráfagas desde un cielo deslumbrante, blanco de plata fundida. Yo mismo, convertido en llama, deambulo despavorido por un paisaje que es igual en todas direcciones excepto cuando las ráfagas arrecian. No siento frío ni calor. ¿Es el aliento de algún dios ígneo que respira sobre mí? Pero no percibo ninguna presencia, ni humana, ni animal, ni divina. Como no hay placer, ni dolor, ni amenaza, ni peligro alguno a la vista, me tranquilizo y me quedo quieto. Solo desolación. Sol solo de la soledad. No puedo ni quiero moverme. Eternidad atroz de la luz en la luz. Si algo añoro vagamente es el soplo de un viento que me apague. De regreso, entre las sabandijas familiares de mi casa, ya no cocino, ni fumo. Medito largamente y comienzo a comprender, tal vez a recordar. Las puertas de los dioses están en los linderos cuadrados de mi casa. He construido mi precaria morada en un
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terreno situado justamente en el centro de la casa de los dioses. ¿Me habré yo refugiado en el pequeño patio central de mi propia casa –¿mi prisión?– enajenando los espacios más insoportables de insoportable laberinto? Y si es así, ¿quién me encerró, por qué, de dónde soy? Creo recordar: un demiurgo malvado edificó este infierno para mí. Yo no tengo miedo. No tengo nada que perder. Aceptaré los dioses de mi casa total, asumiré mi reino, me volveré poderoso, cuádruplemente poderoso para enfrentarme al demiurgo malvado, si me encerró es que no pudo suprimirme, y desafiarlo a combate abierto. Pero una extraña comprensión se abre paso en mí: el demiurgo me necesita, solo yo puedo redimirlo. Me lleno de soberbia al cobrar consciencia de mis poderes olvidados. He vencido parte del olvido, pero me falta mucho todavía. Reúno mi valor para un esfuerzo supremo y veo: yo soy el demiurgo malvado. Resolución: gobernaré los dioses de mi casa y con ellos y con la casa total convertida en nave espacial me elevaré hasta mi vagamente recordado padre y lo obligaré a responderme una pregunta.
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Latinoamerica
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Pienso que el carácter ceremonial que tiene esta introducción del Seminario no permite entrar en asuntos que tengan un carácter polémico, por ejemplo, las profundas críticas que yo tengo que hacerles al Cendes y al Cepsal. Por lo tanto, voy a dirigir mi intervención en otro sentido, que es el de tratar de presentar lo que yo veo como el fondo sociocultural de Latinoamérica en general y de Venezuela en particular, fondo que considero no ha sido tomado en cuenta debidamente ni por los políticos, ni por los investigadores en Ciencias Sociales. Voy a hacer una aproximación a Latinoamérica desde tres puntos diferentes. Voy a hacer, primero, una aproximación desde lo más íntimo; en seguida, una aproximación desde lo más lejano y, en tercer lugar, una aproximación desde lo más doloroso.
75 Clase magistral. Publicada en Revista Venezolana de Ciencia Política. Cepsal, Centro de Estudios Políticos y Sociales de América Latina, Universidad de Los Andes, Facultad de Ciencias Jurídicas y Políticas. Nueva Etapa. Nº 10, mayo-agosto, 1995. En 2014 fue publicado como parte del libro El alma común de las Américas, editado por Fundecem, Mérida.
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Desde lo más íntimo Cuando era adolescente –hace muchísimos años–, me interesó profundamente el conocimiento de mí mismo. Yo fui de ese tipo de jóvenes que consideran importante que uno se conozca a sí mismo. Y que le hacen caso al oráculo de Delfos que dijo: “Conócete a ti mismo”, y consideran que eso es importante. Yo, entonces, me di a esa tarea. Y, para mi gran sorpresa –después de estar mucho tiempo en ese plan– descubrí que las cosas más íntimas mías, mi yo, no era unitario, o sea, que yo no era una persona sola, sino como que estaba dividido internamente –¡No vayan a creer que era un caso esquizofrénico!–; creo que más bien era un caso normal y comparable a todo el mundo, es decir, que cuando decía “yo”, no era uno solo, siempre, el que decía “yo”. Había varios que se arrogaban ese pronombre, “yo”. Y, como si tomaran el poder entre un número difícil de precisar de “yoes”. Esos “yoes” a su vez representaban pasiones, tendencias, instintos, aspiraciones, temores, angustias, característica, todo eso, de mi propia persona. Luego, paso yo, en la profundización de ese examen de mí mismo, y de ver esa pluralidad de “yoes” que me componían, a reconocer que era difícil gobernar, que era también difícil (poniéndome yo como observador de esa pluralidad y organizador de ella) instaurar un sistema que permitiera la participación jerárquica de todas en reconocimiento de su importancia y nunca tuve la aspiración tiránica de suprimir alguno de esos “yoes”, sino más bien, de organizarlos. Pasando el tiempo, descubro que ninguno de esos “yoes” me pertenecía en absoluto, que todo lo que llamaba “yo” no era la propiedad de una entidad separada, sino que todos y cada uno representaban fuerzas que estaban presentes en la sociedad donde me había criado, que es Venezuela. Crecí como niño en los Llanos de Venezuela y como adolescente en Barquisimeto. Esta toma de consciencia de que todas esas cosas no eran mías, incluso lo estrictamente orgánico y biológico de mí, lo instintivo
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no era universalmente humano, sino que ya estaba asumido por mí de manera enseñada, dictada en el proceso de socialización y aculturación. Esta toma de consciencia se me hizo más fuerte porque siendo muy joven tuve que vivir en países extranjeros que no pertenecen al ámbito latinoamericano y, entonces, vi que los demás también me percibían como latinoamericano, no me percibían como un hombre igual a ellos, o sea, que es como si un hombre universalmente humano existiera como un nivel básico de todos los hombres, pero, por encima de ese nivel, se configura y se perfila una particularidad que depende de las condiciones socioculturales de la formación de la persona. Y fue evidente para mí al encontrarme con gentes de otras lenguas y otras culturas, que yo pertenecía a este ámbito latinoamericano y me pareció que debería entonces estudiar a Latinoamérica, es decir, que lo que yo estaba viendo en mí, cuando quería conocerme a mí mismo, era un retrato pequeño, difícil de descifrar, de algo que estaba escrito en letras grandes en los países de eso que se llama, o que llamaban los franceses del siglo pasado “Latinoamérica”, porque antes esto no se llamaba Latinoamérica. Se llamaba “América” y, a nosotros, los españoles nos llamaban “los americanos” o “los indianos”. Cuando yo fui a estudiar en los años 50 a Austria y Alemania a mí me decían Südamerikanish; no me decían Lateinamerikanish. Ese Lateinamerikanish ahora se ha impuesto y se usa oficialmente en las Naciones Unidas, con una pequeña variante que dice “Latinoamérica y el Caribe” porque resultaba difícil explicar ese asunto de la pluralidad de culturas que hay en el Caribe. Sin embargo, esa palabra “Latinoamérica” deja por fuera la cultura prehispánica de América. Me pareció también que no bastaba la reflexión psicológica, ni la reflexión filosófica, sino que había que auxiliarse con médicos, con historiadores y con antropólogos. Lo de los médicos lo digo porque no me fue difícil darme cuenta, en mi adolescencia, de que muchos pensamientos míos provenían de dificultades en la salud. O, por lo menos, que la adopción, el acercamiento a ciertos
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pensamientos era producido por cuestiones de origen orgánico. Tanto en cuanto a la salud, dificultades de salud, cosas pequeñas en apariencia como estreñimiento, mala digestión, podían hacer que yo me acercara y sintiera como más evidentes ciertas ideas; y estados de exaltación orgánica también, por encontrarme en buena salud, con buen ejercicio de los miembros del cuerpo me hacían que aceptara otras, por lo que me pareció que era importante para un filósofo tener relaciones con un médico, en el sentido de que pueda pensar con mayor libertad y no ser dirigido en su pensamiento por cuestiones de carácter orgánico, que en todo caso deberían ser corregidas. Lo de los antropólogos me fue extraordinariamente interesante porque se ocupan siempre de culturas diversas. Y los historiadores, es realmente fundamental. Con esto de los historiadores paso a la segunda parte de mi exposición que es un acercamiento a nuestra región cultural que se llama Latinoamérica desde lo más amplio que yo pueda.
Desde lo más lejano Desde lo más amplio que yo pueda, ubico como fenómeno a Latinoamérica en general y a Venezuela en particular dentro de un fenómeno universalmente humano que cada día me parece más importante y menos considerado, que es la migración. Si yo tuviera que darle un nombre al hombre, no diría eso de que puede aplicarse también a sociedades de insectos, y tampoco eso de homo faber, ni todas esas cosas que se han inventado. Yo diría más bien que es un homo migrans, es decir, que lo característico del hombre para mí como cosa central es que migra. Hasta donde se sabe, el hombre surgió, la hominización se produjo en África y, desde allí, el hombre ha migrado a todas partes del mundo. América, en particular, es un continente de inmigrantes, porque aquí no hubo hominización, vinieron los indios como inmigrantes y luego vinieron los europeos como inmigrantes. Por eso
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me parece que tiene hondas resonancias ese poema de Gerbasi que se llama “Mi padre, el inmigrante” y que lo pone en los extremos: “venimos de la noche y hacia la noche vamos” y, en ese intermedio, tendríamos que examinar el problema de la migración. En la historia y prehistoria de la humanidad veo dos momentos particularmente importantes: uno es la segunda parte del segundo milenio antes de Cristo, y el otro, la segunda parte del segundo milenio después de Cristo. De acuerdo con lo que sabemos por los arqueólogos, en el segundo milenio antes de Cristo y especialmente en su segunda mitad hubo grandes migraciones indoeuropeas que dieron lugar, en la India, a la cultura sánscrita; en Persia, a la cultura persa: en Grecia, a la cultura griega, en Italia, a la cultura latina. Son hechos muy importantes que se produjeron, sobre todo, en la segunda parte del segundo milenio antes de Cristo. Esos desplazamientos de hombres deberíamos recordarlos. Nosotros somos descendientes de hombres que han migrado mucho a pie, por mar, por caballo, y últimamente, también por el aire. Y en estos momentos se están produciendo sobre la tierra grandes migraciones. Hay grandes cantidades de familias que se están desplazando de un lugar a otro en condiciones de gran miseria, en algunos casos, y de gran dolor. La migración importante en la segunda mitad del segundo milenio después de Cristo, o sea desde el siglo xv hasta nuestros días, yo creo que el fenómeno más importante que ha ocurrido allí no es la guerra atómica ni nada de eso. Es la migración europea, el hecho de que los europeos comenzaron a migrar en masa, por millones a todas partes del mundo y de manera conflictiva y dominante. Así, por ejemplo, desde comienzos del siglo xvi hubo desplazamientos de poblaciones europeas hacia América, sin contar con que también fueron hacia otras partes del mundo, pero, vamos a considerar hacia América y ese fue un movimiento dominante. Sabemos, al estudiar las migraciones de pueblos, que se produce siempre una relación curiosa, extraña, que no termina de estudiarse a fondo, entre los que se quedan en la metrópolis
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y los que viven en las colonias. Entre los atenienses y los colonos griegos del mar Negro o los colonos de Esparta en el sur de Italia o en Sicilia, había unas relaciones curiosas que, en parte, eran de dependencia y, en parte, eran de rebeldía, y había cuestiones de tipo legal sobre las fiestas religiosas que tenían que cumplirse. Generalmente, los que se van, se encuentran como lejos de los lugares donde están los centros de creatividad y tienen una relación de dependencia con respecto a lo que se hace en la metrópolis: los europeos que vinieron a América, tanto a América del Norte como del Sur, mantuvieron y mantienen hasta hoy en día esa relación de dependencia. Los centros de creatividad están en la metrópolis, es decir, en el país madre y de ahí es de donde pueden recibir las indicaciones sobre lo que hay que hacer. Se produce un sistema de repetición y de imitación, una sensación de ser como “de segunda”, de no tener una plenitud de lo humano, sino que es una especie de relación como de protegido-protector, de hijo a padre. Y las guerras de independencia no modificaron esta situación. Una característica fundamental de América, en general, y, en particular, de Latinoamérica y, más en particular, de Venezuela es, sin duda, esta dependencia. Y esta dependencia es explicable y creo que también razonable porque una vez que un pueblo migra, pueden pasar varias cosas. Una es que cree una cultura nueva al mezclarse con otros pueblos que están ahí. Por ejemplo, los indoeuropeos de la primera invasión indoeuropea a Grecia encontraron una civilización talasocrática en Creta y, en combinación con ella, fundaron el imperio creto-micénico de donde vienen los aqueos de los cuales habla Homero. Esta cultura es distinta de la que ellos traían, diferente, como diferente fue la que se produjo cuando hubo la segunda ola migratoria indoeuropea, la que dio lugar a Esparta y a los dorios. En la llegada a América de los europeos hubo más bien una tendencia a continuar a Europa en América, obteniendo ciertas ventajas de tipo europeo, de aspiraciones de tipo europeo, de tal manera que el contacto con los habitantes inmigrantes anteriores,
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Desde lo más doloroso Una cosa triste y lamentable ocurrida en América, y nos tocaría a nosotros hacer algo por eso y no lo hacemos, es que en ese contacto de los europeos con América, se formó un sistema de esclavización, de destrucción de las culturas que estaban antes en América y de esclavización de sus integrantes, además de haber provocado una inmigración pasiva de esclavos de África. Y
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los indios, no dio lugar, y creo que no va a dar lugar a una cultura nueva. Y también hay la tendencia a devolverse, a que lo que sí ha cambiado no siga cambiando, sino que se produzca un retorno a la madre; hay algo así de “vuelta a la madre” en toda América. Y esto ha significado una gravísima dificultad para entender estas cosas. La Europa misma en América se dividió en dos. Una división europea se mudó para América, porque los españoles y los primeros habitantes de América del Norte y los portugueses también en Brasil tenían una manera de ver las cosas, una cultura europea de tipo distinto a la que comenzó a formarse con la Revolución francesa, en el campo político, y la Revolución industrial, en el campo económico. Este cambio tan grande y tan tremendo que Europa no ha superado todavía pone al descubierto esa división entre un tipo de cultura que podríamos llamar europea uno, europea primera, y un tipo de cultura europea segunda, que tiene que ver con el discurso de “las luces”, de la Ilustración, la ciencia y la tecnología, el progreso y, habría que incluir allí, el socialismo y las diferentes formas de planificación de la vida colectiva, lo cual es muy diferente a las tradiciones ya desacralizadas que tenían los primeros pobladores de América venidos de Europa y los pobladores de América anteriores, es decir, los aborígenes de América. Por ahí habría dos discursos europeos en América en conflicto que serían, el discurso de “las luces” y el discurso de los señores. Esto del discurso de los señores me lleva a mí a la tercera y última parte de mi exposición: el acercamiento a América.
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esa relación amo-esclavo por parte de los europeos en América no ha sido resuelta. Aun cuando en el siglo pasado, por influencia de la Europa segunda, por el discurso de “las luces”, hubo la supresión formal de la esclavitud, la esclavitud no cesó. Yo tengo suficiente edad para haber visto que los que antes eran esclavos en las haciendas y luego pasaron a ser libres, pasaron a una situación peor que la que tenían cuando eran esclavos, porque pasaron a la dependencia de un salario pequeñísimo, que nunca alcanzaba para sus necesidades y que los hacía estar vendidos a los dueños de la hacienda por generaciones, pues lo hijos heredaban las deudas de los padres. Los movimientos políticos que ha habido para remediar esa situación me parece que no han logrado nada en absoluto; quiero decir esta idea con mayor claridad para que no se crea que es una estridencia mía. Arquitectónicamente puede verse esto muy fácilmente. En la época de la colonia, ¿qué veía alguien que vivía en América? Veía la casa de los señores y las barracas de los esclavos, una hacienda, una casa colonial como conocemos que son y, cerca de ahí, una barracas donde vivían los esclavos y se criaban los niños como perritos, como animales, y estaban a la merced del señor. Pasan todos estos siglos y llegamos al año 1995. ¿Qué vemos nosotros al mirar? Vemos las casas de los señores y las barracas de los esclavos. Yo no veo diferencia, yo creo que las condiciones son peores. Hay una urbanización donde viven los señores y, al lado, siempre hay algo que es equivalente a las barracas de los esclavos. Creo que un estudio de historia de la arquitectura podría detectar una línea que va desde la barraca de los esclavos hasta la construcción de los ranchos. Luego, este hecho real, tangible, visible, está acompañado por un hecho interno, psíquico, que es que nosotros estamos acostumbrados a sentirnos internamente como señores o como esclavos. Y luego hay en la gente que toma el poder –habría que hacer una reflexión más profunda sobre el poder, no sobre los mecanismos de poder, habría que hacer una reflexión sobre qué es el poder y para
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qué sirve además de para satisfacer a pequeños yoes internos, viles y mezquinos, incapaces de reconocer a los otros que hay en ellos mismos y mucho menos a los que hay por fuera– en Venezuela, en cualquier nivel que lo tomen, que se comportan como amos y tratan a los demás como esclavos. Y los demás se sienten también como esclavos y se comportan como tales. Así yo he observado que los que toman el poder respetan a los otros que están en el mismo juego político, pero no a aquellos que se supone que van a representar. De tal manera que el juego democrático ha sido una farsa engañosa para los otros que siguen siendo esclavos; ¿cómo se explica que después de treinta y cinco años de democracia siga habiendo la misma situación de separación tremenda, dolorosa, vergonzosa, entre una urbanización y un barrio? Yo, profesor universitario, pertenezco a un nivel económico, que me permitió hacer una casa. ¿Y qué hay detrás de mi casa? Un barrio, ¿eso solo? ¿Y cómo es ese barrio? Bueno, como las casas de los esclavos. ¿Qué hace la gente que vive ahí? Consigue trabajo para cortarme a mí la grama y a los demás profesores le trabajan en la cocina a la señora. Y otra cosa que he observado con asombro es que personas que tienen una ideología igualitaria y hasta revolucionaria no sienten ninguna contradicción de tener en la casa una sirvienta mal pagada y mal tratada y disgustarse porque la señora dice que quiere tener el domingo libre. Eso lo he visto yo en personas que incluso están peleando a favor de una revolución social. ¿Por qué pasa eso? Porque hay trastiendas psíquicas no analizadas. Alguien toma el poder con una ideología de la Europa segunda, de “las luces”, pero detrás está la vieja ideología española de los señores, de los que mandan. Entonces la ideología le está sirviendo solo como manera de ascender socialmente y llegar a ser señor él también, y mi vida ha sido larga como para ver que a grandes luchadores políticos que quieren hacer la revolución, la lucha política les ha servido para ascender económicamente y socialmente y convertirse en señores y tener esclavos.
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Creo que, aun cuando pudiera parecer fuerte eso de “esclavos”, si se piensa en la palabra como una condición de inferioridad y de necesidad de servicio para poder sobrevivir, se podría aceptar, no pensándolo como esclavo en el sentido de que tenga cadenas amarradas a los pies, pero hay otras cadenas y otras dificultades. Veo que en los liderazgos ha habido un discurso europeo segundo, un discurso de la Ilustración, de “las luces” y, en la práctica, se mantiene dentro de los propios dirigentes otro discurso, secreto, tal vez inconsciente. ¿Qué le queda entonces a los esclavos? Les queda un discurso salvaje. Y yo entiendo por discurso no un proceso verbal ni siquiera un proceso intelectual, además que la palabra “discurso” no tiene nada que ver con la palabra “palabra” ni con la palabra verbo, ni con la palabra hablar. Discurso tiene que ver con currere, dis-currere, como una forma de moverse rápidamente por aquí, por allá. Entonces yo llamo discurso no solo los pensamientos y las palabras, lo que está formulado verbalmente, sino el estilo de actuación, los actos y, más profundamente que los actos, los sentimientos y las valoraciones. Hay un nivel profundo en el que las valoraciones son de la Europa primera, son de la España inicial, son de los señores, de los amos y siguen siendo. Y, luego, hay otro discurso que es europeo segundo, que es el que adoptaron los libertadores, por lo menos en forma verbal, y luego tenemos ese discurso salvaje, creo que en nosotros mismos, en nuestra interioridad, nuestra intimidad están presentes esos discursos, esas maneras de sentir y de comportarse y en un mismo día es posible que nosotros pasemos de un discurso de señor a un discurso salvaje o al discurso europeo segundo. El más verbalizado es el europeo segundo; el europeo primero queda allí un poco sin decirse y el otro queda dirigiendo acciones de tipo destructivo que son las únicas que puede hacer. Entonces, ¿cómo es posible que ese discurso salvaje, de donde podría salir de parte de los vencidos y de los oprimidos una actividad de cambio, esté reducido por vía oficial y con la complicidad de los que se dicen de izquierda? Esto, debo decirlo, está reduciendo
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lo que pueden hacer o a una violencia caótica y criminal o a la más oscura superstición. O sea que se está fomentando entre la gente más miserable, más perseguida y más sufrida estas dos cosas: o la violencia inútil, cruel, o la superstición religiosa más obscura y obscurantista. Al reflexionar sobre liderazgo y sobre poder y sobre la posibilidad de que un liderazgo hasta ahora existente en Venezuela sea sustituido por otro, yo insistiría en que hay una sordera, una sordera especialmente característica del Cendes y del Cepsal y de todas las instituciones que se ocupan de esta investigación. El que disiente es considerado enemigo en un primer momento; en un segundo momento es considerado malvado y, en un tercer momento, es considerado delendo, es decir, que debe ser destruido. Hay una dificultad para aceptar al otro, hay una dificultad para el diálogo, asumen una ideología cualquiera y se ponen ciegos a cualquier otro pensamiento, a cualquier cosa que se les muestre si está fuera de los parámetros de esa ideología fanáticamente asumida. No creo que sea bueno, para la ciencia, para el conocimiento ni para la formación de un nuevo liderazgo, que haya ese encierro, ese cierre en el seno de una ideología o de una actitud que puede ser también una superstición metodológica, una arrogancia cientificista y que no haya campo, no haya oído, para las otras cosas que deben ser oídas. Que no haya diálogo sino el interés de borrar a todo lo que sea diferente. Sugeriría entonces como conclusión, como deseo, que este simposio tuviera suficiente amplitud para no encerrarse en supersticiones metodológicas y en ideologías.
Logias Pitagóricas
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En Venezuela, el Estado –el sistema oficial de instituciones públicas– es totalmente ajeno y extraño a la Psique colectiva. No que Él no La gobierne suficientemente, ni que no La haya conformado en alguna medida a su imagen y semejanza. Pero ni Él es exteriorización formal de las estructuras creadas por Ella en Su devenir histórico; ni Ella se ha dejado penetrar y articular por Él como para formar pareja fecunda. Además, Él no empreña porque es heterogéneo, es incoherente en sí mismo como el monstruo de Frankenstein; y Ella solo podría ser fértil en connubio incestuoso con el hijo partenogenético de sus entrañas. Él procura construir algún género de virilidad eficiente automedicándose vitaminas y afrodisíacos de origen científico y sometiéndose a intervenciones quirúrgicas recomendadas por la tecnología foránea; Ella lo voltea, sin frutos, con fantasmas del multivario pasado, con supersticiones y terrores ancestrales, con los míseros héroes evacuados por la industria televisiva, y se consuela a menudo con ese falo de madera perfumada que Le venden las doctrinas soteriológicas. Él la maltrata interminablemente, sin darse cuenta, con su abrazo abrasador, dogal de hielo burocrático 76 En El Nacional (Edición 52 aniversario) Caracas, 03 de agosto de 1995. P. 4.
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(los fuegos del infierno son fríos); pero Ella ha logrado exudar una especie de cataplasma proteico, plástico, pegajoso y caliente que alivia, mitiga y amortigua los rigores del coito.
Las visiones Hasta tal punto se ha agudizado en las últimas décadas esa alienación crónica entre la Psique colectiva y el Estado, alienación constitutiva, que la mayoría de los venezolanos intuye al Estado, aunque no pueda conceptuar ni verbalizar esa intuición, intuye al Estado como una especie de monstruosa alter natura, como si el Estado fuera parte de las cosas no humanas del universo y no dependiera, por tanto, de la voluntad de los hombres. En consecuencia, la mayoría de los venezolanos se comporta ante el Estado como ante los fenómenos atmosféricos y telúricos, y ante las condiciones geográficas, clima, relieve, flora, fauna. Con una significativa diferencia y terrible: mientras la naturaleza está emparentada con el hombre y presenta ritmos, regularidades, continuidad, ofreciendo siempre la posibilidad de relacionarse con ella de manera racional y afectiva; el Estado, en cambio, es un ensamblaje destartalado de máquinas de diversos tiempos y países, máquinas cortadas de su origen humano e interconectadas con perversa racionalidad, máquinas de movimientos espasmódicos y epilépticos, máquinas que exigen de sus choferes una conducta demencial. El fracaso monumental de la ciencias económicas y sociales del país para comprender tal estado de cosas y el fracaso resonante de los políticos para cambiarlos, ese doble fracaso ha entregado el imaginario colectivo a visiones apocalípticas y escatológicas de raigambre mítica, y le ha impuesto el recurso a artes adivinatorias y prácticas apotropeicas, rameras de la angustia. Los más inteligentes dejan fluir el pensamiento analógico con intención catártica, y generan visiones de otro tipo. Así, el doctor Manuel Oropeza, experto en manicomios, visualiza a Venezuela como un gigantesco asilo para enfermos mentales, financiado por
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la renta petrolera, donde predominan en altísimo porcentaje los maniacodepresivos, polarizados los unos en la fase maniaca (esos son los dirigentes en todas las actividades públicas y privadas), y polarizados los otros, los más, en la fase depresiva con ingredientes paranoides; aquí y allá pequeños círculos de autistas catatónicos; en el aire, el tartamudeo idioléctico de esquizofrénicos tranquilos, y en cualquier momento el asalto de los locos de hambre.
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Escondrijos y refugios del vigor Los pocos que en atroz sobriedad han cobrado consciencia de esta situación comprenden la irremediable impotencia en que se encuentran para intervenir eficazmente en los asuntos públicos, sienten su vida como una aventura individual en un mundo caótico y se entregan a largas y fatigantes sesiones de autoflagelación. Sin embargo –este es sin duda el fenómeno más dignificativo de la Venezuela actual– en todos los campos de la vida nacional, los pocos cuerdos han dado la espalda a los maniacos, depresivos, esquizofrénicos, han guardado el látigo y se están organizando en pequeños grupos, cual espontáneas logias pitagóricas, para comprender y hacer lo que esté al alcance de sus posibilidades y les incumba por ubicación y vocación. Muchos son grupúsculos semisecretos y todos deben mantener ese bajo perfil. ¿Se constelarán en organizaciones futuras poderosas? ¿Lograrán desmantelar las máquinas de la monstruosa alter natura? ¿Partearán las partenogénesis de la Psique? ¿Criarán sabiamente al venidero cónyuge incestuoso? Tal vez sí. O no. En todo caso no es prudente turbarlos con investigaciones de “esa cosa horrible que llaman sociología”, como no es prudente desenterrar las semillas para ver si están germinando.
Mirando la vida
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Vibra entre mis manos un texto encantador. Se llama Mirando la vida. Lo escribió Garabet Ibrãileanu (1871-1936), quien dirigió en Rumania, su patria, la importante revista literaria Viata Romaneasca durante 27 años. Lo tradujo al español Eduardo Briese. Consta de segmentos cortos; numerados del 1 al 211; el más largo, en mucho, más largo que cualquiera de los demás, tiene 122 palabras en la traducción; el más corto 7. Cada segmento es completo, cerrado, independiente, autónomo y puede ser leído por separado. No hay un eslabonamiento secuencial; pero en el conjunto se pone de manifiesto y brilla un discurso incisivo, penetrante, ingenioso sobre la condición humana. Lo preside una mirada implacable, fiel solo a su propia lucidez y decidida a no aceptar compromisos de ninguna especie. Este discurso de fondo sobre la condición humana tiene como temas preferidos el conocimiento y la inteligencia, la moral y el interés, las mujeres y la muerte. Tratando de descubrir la clave de su encanto, nos preguntamos si acaso contiene una representación exacta, científica pudiera 77 Prólogo al libro Mirando la vida de G. Ibrãileanu. Universidad de Los Andes, Vicerrectorado Académico, Consejo de Publicaciones, Mérida, 1995; pp. 7-13.
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decirse, de la vida humana y nos enseña, por fin, quiénes somos. Nos vemos obligados a responder negativamente: algunos juicios generalizan observaciones particulares de manera inaceptable en buena lógica; otros tienen un sesgo deformante producido tal vez por amargas frustraciones del autor; no faltan los que son válidos solo en las circunstancias histórico-culturales de su vida; dos o tres son falsos. Pero a veces el valor de un texto no proviene de su concordancia con lo real, sino de su coherencia interna; puede tratarse de una hermosa estructura conceptual, seductora por su impecable ajuste, por su “terrible simetría”, por el acuerdo unitario de las partes. ¿Es ese el caso en el texto de Ibrãileanu? Por segunda vez nos vemos forzados a responder negativamente: el autor afirma que la conducta humana está predeterminada por fuerzas desconocidas, con lo cual niega la libertad; pero da consejos sobre la mejor manera de comportarse, con lo cual supone que el hombre es libre para dirigir sus actos. Habla con la seguridad de quien conoce a ciencia cierta verdades fundamentales; pero proclama que nos rodea la más tenebrosa ignorancia y que lo máximo de nuestro conocimiento es comparable al salto de una rana que quisiera darle la vuelta al planeta. Parece estimar la consciencia, la reflexión, los valores morales; pero su cinismo no conoce límites y recomienda comportarse como un chimpancé. Sin embargo, ya terminé la tercera lectura y me sigue gustando, tanto así que he aprendido de memoria, sin proponérmelo, muchas de sus formulaciones. ¿Dónde está la clave de su encanto? Ahora veo claro: está precisamente en esa mezcla de sabiduría y locura, de razón y sinrazón, tan característica del hombre auténtico que no se engaña a sí mismo; en el estímulo para liberarnos de la pedantería y la arrogancia en que tan a menudo caen la ciencia y la filosofía; en el aflojamiento de tensiones y crispaciones provocadas por la sobrevaloración de nosotros mismos y por el espíritu de seriedad que nos hace sufrir inútilmente por causas en apariencia importantes, pero en verdad ridículas si se las mira con humildad.
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Su estilo es en verdad un estilo: punzón agudo. Cada segmento de su texto nos puya como una aguja de acupuntura y, como esta, deshace los nudos que detienen el fluir de la energía psíquica. Los prejuicios se disuelven. Nos vemos obligados a repensar nuestras creencias, a considerar nuestras actitudes estereotipadas, a repreguntarnos las preguntas que teníamos por respondidas. El efecto es saludable: saltamos por el cosquilleo o por el leve dolor, nos despertamos de la modorra dogmática, nos frotamos los ojos del espíritu y es grato sentir ese estímulo vitalizante. Desde el punto de vista literario, los 211 segmentos de este texto encantador oscilan entre el aforismo y el epigrama, y se mueven muy cerca de las máximas. Los primeros aforismos conocidos son los de Hipócrates. Recordamos el primero: “La vida es corta, el arte largo, la ocasión súbita y arriesgada, la experiencia engañosa, el juicio difícil. No solo el médico, también el paciente, sus familiares y los instrumentos deben estar listos para hacer lo necesario”. Hipócrates amonedó en aforismos todo lo que sabía de medicina. En 1066 hizo lo mismo Joannes de Meditano; en 1709 Hermann Boerhaave hizo otro tanto. Después se pasó a las exposiciones sistemáticas en tratados académicos. Sobre la condición humana no se ha llegado a esto último; es comprensible que Garabet Ibrãileanu se incline con frecuencia hacia el aforismo. Los griegos inventaron el epigrama: inscripción grabada en un monumento. Desde la antología griega: verso breve y meduloso, a menudo sorprendente, sobre cuestiones de moral. Por extensión cualquier sentencia llamativa que pretenda expresar una verdad de manera sucinta y percutiente. Catulo comenzó el epigrama latino; Marcial le dio forma final en 1500 versos mordaces y a menudo indecentes. Desde entonces no ha cesado este género. Lo cultivaron entre muchos otros Marot, Ben Johnson, La Rochefoucauld, La Bruyère, Voltaire, Dryden, Pope, Swift, Coleridge, Goethe, Wilde, Shaw. Un cierto cinismo lo preside a menudo: reconoce precio a las cosas, pero no valor; y una cierta amargura: quisiera que hubiera
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valores morales auténticos. Garabet Ibrãileanu se inclina hacia el epigrama; es comprensible, porque blasfema, contra la hipocresía oficializada y la desnuda con fulgurantes comprensiones. La máxima aconseja. Ibrãileanu, con paradójica ternura quiere ayudarnos a vivir. Gracias. Creo que lo logra. Vibra entre mis manos un texto encantador. Se llama Mirando la vida. Quiero que mis amigos miren la vida con Garabet y piensen en Rumania, ese país hermano que tanto ha creado para los apetitos del espíritu.
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El cuerpo es templo
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A petición del gran amigo Luis Gerardo Gabaldón, egregio científico social y poeta, escribo estas líneas a manera de prólogo para este su primer poemario publicado. Las escribo también con una intención que ahora callo, pero revelaré al final. “El cuerpo es templo del Espíritu Santo” –reza la Sagrada Escritura. Ahora bien, podría pensarse que el Espíritu Santo oficia en su templo de manera diferenciada según las partes: cerebro, aparato digestivo, aparato circulatorio, piel, linfa, órganos de los sentidos... y que la respiración, por ejemplo, la asimilación de los alimentos, la sudoración, el secreto trajín de las glándulas endocrinas, son operaciones sagradas del Espíritu encaminadas al mantenimiento de la vida orgánica y a la realización, por ese medio, el cuerpo, de fines superiores, más importantes que la vida misma. No otra cosa debieron pensar los sacerdotes egipcios. Es fama que construían sus templos siguiendo las estructuras de un cuerpo humano acostado en posiciones diversas: boca arriba, boca abajo, de lado, con las extremidades recogidas o extendidas según los lugares de Egipto donde los edificaban. Egipto mismo concebido 78 Prólogo al libro Susurros y gemidos. Poemas para mujeres de Luis Gerardo Gabaldón. Universidad de Los Andes, Consejo de Publicaciones, Mérida, 1995; pp. 7-13.
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como un cuerpo humano que mira hacia el cielo con la cabeza hacia el norte y el sol naciente a la izquierda. Por otra parte, en otro ámbito histórico y cultural, nadie ignora que las catedrales góticas, dedicadas todas a Nuestra Señora, siguen el mismo modelo. Los feligreses entran desde occidente por los pies; en el centro de la nave central, un laberinto simula el dédalo intestinal estilizándolo; el sacerdote dice misa en el lugar del corazón mirando hacia el oriente; en torno al cerebro un deambulatorio da paso a múltiples capillas y a la cámara del tesoro, la más oriental; dos torres como senos sublimados o quizás como piernas levantadas y una aguja fálica coronan la construcción. “El cuerpo es templo del Espíritu Santo reza la Sagrada Escritura. Pudiera pensarse también que el Espíritu Santo oficia en su templo de manera diferenciada según las edades. La niñez, la adolescencia, la juventud, la madurez y la senectud no son vehículo igual para las palabras, las emociones, los pensamientos, los actos y los conflictos que exaltan y desgastan, ennoblecen o envilecen y enferman al cuerpo. Sin olvidar las relaciones cruzadas; los ancianos viven una segunda infancia; los adultos experimentan ternuras y dicen palabras propias de impúberes; las niñas en la primera comunión se adornan con plantas fanerógamas y portan un cirio cuyo simbolismo yónico y lingámico ignoran... “El cuerpo es templo del Espíritu Santo” –reza la escritura sagrada. Podría pensarse, ¿por qué no?, que el Espíritu Santo oficia en su templo de manera diferenciada según el género y el número, es decir, según que el cuerpo sea de hombre o de mujer y según que esté solo o en cópula con otro u otros. De los amantes dice Platón que si un dios les preguntara lo que más desean, responderían que desean fundirse en uno y que aceptarían cualquier forma impensable de cirugía unificadora. Según el mito puesto por Platón79 en boca de Aristófanes, el cuerpo del ser humano era inicialmente cuerpo de pareja; esa completud los volvió arrogantes 79 Cfr. El Banquete.
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hasta el punto de querer tomar el cielo por asalto. Un acto divino de atroz cirugía separadora los partió en dos, con amenaza de partirlos de nuevo si persistían en su arrogancia; desde entonces cada mitad busca, despavorida, su otra mitad con infinito afán; la probabilidad de equivocación es altísima y cada error renueva la pavura del originario corte primitivo, pero los reiterados fracasos no logran extinguir la llama del anhelo que inexorablemente busca reconstruir la unidad desgarrada. En otro mito cuenta Platón que las almas, antes de cada encarnación, participan en una difícil procesión que tiene por objeto llegar a un lugar hiperuranio para ver lo verdaderamente real: las ideas. En ese empeño forman parte del séquito de algún dios. Las que estuvieron en el séquito de Afrodita sienten durante su vida terrena un más intenso ardor en la búsqueda erótica; nada les interesa más que el cuerpo ajeno y los placeres de la carne. Estos mitos platónicos, mientras intentan explicar, logran describir la misteriosa situación de los amantes, lo cual tal vez era su verdadero propósito. Situación misteriosa en efecto, pues si fuera pura presión endocrina, se podría resolver con la masturbación manual o vaginal; si fuera solo instinto o genio de la especie, bastaría la reproducción; si fuera nada más intercambio en la mecánica social, se limitaría a negociaciones matrimoniales; si no fuera otra cosa que lujuria, se satisfaría con la pericia científica y la habilidad técnica de expertos en placer. Pero no. Es un agua que multiplica la sed. Todas las experiencias en esa misteriosa situación, aun las mejores, dejan a sus actores en sutil y dolorosa perplejidad por un extraño –no sé qué que quedan balbuciendo. Es como si a porf ía se buscara alguna ilusoria coincidencia de los opuestos, una dudosa palíntonos, armonía, un equilibrio para siempre inestable, un esquivo paraíso mil veces conquistado, mil veces perdido y mil y una veces codiciado. Umbral agónico y agonal. Pitágoras, inventor de la palabra filósofo y quizás de la filosofía, enseñó que el número es la esencia del todo y de todas las cosas. Cuando le preguntaron cuál es el número del universo mismo,
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dicen que dijo: “El dos”. De acuerdo con eso el mundo existe por polarización de una neutralidad, previa o simultánea. La tradición hermética de la época alejandrina enseñó que el hombre es microcosmos, una miniatura del macrocosmos, el universo en pequeño con correspondencia biunívoca de las partes. Si entendemos al hombre como pareja aristofánica partida en dos, entonces el hombre representa en nuestra escala la tensión cosmogónica de la dualidad. Si tal tensión continúa, persiste el universo. Si cesa, perece el universo. Pero el número de los amantes perfectos es el tres. La consciencia de la separación dual se eleva a un tercer punto y construye el triángulo equilátero de la consciencia divina. El umbral de salida hacia arriba. Los místicos, de quienes se dice, y dicen ellos mismos, que tienen un saber no sabiendo y un entender no entendiendo acerca del hombre y el universo y Dios y todo y nada, suelen recurrir, cuando son poetas, a la experiencia erótica como metáfora. Pero ¿qué tal si la experiencia mística es metáfora de la experiencia erótica perfecta in spe? Los grandes amadores, cuando son poetas, transmutan y subliman en el alambique del lenguaje lo que de otra manera fermentaría por ahí en rojeces amargas y turpitudes embriagantes. En el éxtasis amoroso de los cuerpos hay a la vez unión y dolorosa tensión de dualidad. Pero ¿quién desea de todo corazón la neutralidad de lo eternamente unitario. “El cuerpo es templo del Espíritu Santo” –reza la Sagrada Escritura. Bella y verdadera frase. Sin embargo, en nuestra cultura estamos sometidos a dos presiones opuestas de índole malsana que nos impiden comprender y no nos dejan vivir, ¡ay de mí, infelice!, los misterios del amor. Por una parte, se nos ha inculcado durante siglos que todo lo relacionado con el cuerpo, y especialmente con el sexo, es pecaminoso, sucio y vergonzoso, de tal manera que cuando somos sumisos, racionalizamos la sumisión en moralidades represivas y perversiones religiosas, y cuando no lo somos, algo nos queda en sentimientos de culpa. Por otra parte, nos bombardean continuamente con incitaciones sexuales de la
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Mérida 1995, bajo el signo de Libra
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más grosera calaña, sexo al servicio del comercio, de la política, del narcotráfico y de atroces tantrismos, de tal manera que los incautos suelen entregarse a las formas infrahumanas del sexo, rompiendo los más bellos códigos de dignidad, honor y buen gusto. De no ser por esas dos presiones malsanas, yo podría decir sin peligro: El Espíritu Santo es la fuerza divina que actúa en los cuerpos carnales para engendrar la palabra de salvación. No es por accidente que el Espíritu Santo es simbolizado por una paloma, pájaro de Afrodita. No es por accidente que los órganos sexuales del hombre y la mujer tienen nombres de pájaros. Algo ha de volar. El Espíritu Santo engendra al Salvador en una virgen. La Virgen es la pareja que logra resistir a la represión religiosa y a la pornografía. El Salvador es el Verbo. El Verbo que se hizo carne y habitó entre nosotros, pero las tinieblas no lo comprendieron. El Salvador es el poema, la obra de arte que se gesta en la intimidad de la carne, en los cuerpos que se aman fecundados por el Espíritu Santo. He escrito estas líneas a manera de prólogo para el primer poemario publicado del gran amigo y egregio científico social y poeta erótico. Las he escrito también con la intención de familiarizar al lector con algunas consideraciones que intentan adentrarse en el sentido de la experiencia erótica y en el origen de la poesía amorosa, a fin de que este bello poemario no enajene a lectores desprevenidos impidiéndoles el goce de encontrarse consigo mismos.
Discurso de los Derechos Universales y prácticas de la dominación
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La pregunta ¿quiénes somos? pregunta por nuestra identidad, por la continuidad de rasgos que nos permite reconocernos y ser reconocidos, pregunta por la repetición de actos y situaciones que garantizan la continuidad de rasgos distintivos dentro del universo todo. Somos mortales capaces de lenguaje, de ciencia y técnica desde la diferencia transcendental. Esto nos separa por una parte de lo sobrehumano, de dioses reales o posibles, y, por otra parte, de la naturaleza subhumana ante la cual no es infrecuente que nos comportemos como dioses. Esto indica el puesto de los seres humanos en el universo. Pero la pregunta ¿quiénes somos? pregunta también y con urgencia por los rasgos continuos que nos permiten reconocernos y ser reconocidos como parte de la humanidad, por las situaciones y actos repetidos que nos garantizan la continuidad de rasgos distintivos como grupo humano ante otros grupos humanos. 80 Conferencia dictada en “Les Deuxièmes rencontres philosophiques de l’Unesco, Qui Sommes-Nous?” París, marzo de 1996, titulada: “Le discours des droits universels et les pratiques de la domination”.
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La respuesta a la pregunta por la identidad es tan importante que si faltara nos hundiríamos en la locura. En este campo, a falta de verdad cualquier ilusión es buena. Los dos extremos de la pregunta son: ¿quiénes somos como humanidad? y ¿quién soy como individuo? Entre esos dos extremos todo un abanico: la familia, el linaje, la región, el pueblo, la cultura, la religión, la nación, la raza. La pregunta por la identidad en cualquier varilla interna del abanico contiene, en primer lugar, una referencia al pasado. Equivale a preguntar: ¿de dónde vinimos?, ¿qué actos nos fundaron?, ¿qué experiencias nos marcaron? Identidad en este sentido es afirmación y repetición del pasado. Quiero considerar el caso de Latinoamérica, hacer la pregunta por la identidad de los Latinoamericanos ¿quiénes somos los latinoamericanos? En América no hubo hominización que sepamos. Surgimos del encuentro traumático de inmigrantes. Los indios llegaron primero y se instalaron subdivididos en múltiples etnias y culturas con diferentes logros sociales, compitiendo y luchando los unos contra los otros. Después vinieron los de origen ibérico y los conquistaron. Traían consigo en migración pasiva a millones de esclavos africanos. Mestizaje étnico, mestizaje cultural, con predominio ibérico. Varía según los lugares el grado de participación de los tres componentes. Tres siglos de mestizaje con predominio ibérico, predominio político, militar, económico, administrativo. Me canso de repetir este hecho, lo del mestizaje, tan bien conocido y tan mal comprendido. Descendemos de indios vencidos, despojados, humillados, de africanos esclavizados, comprados y vendidos como bestias, de vencedores ibéricos, dominadores que impusieron su civilización como la única buena, y su religión como la única verdadera. Pero he aquí que en la vuelta del siglo xviii al xix hubo muchos cambios en Europa. Los vencedores ibéricos fueron vencidos, su territorio ocupado, su honor pisoteado, sus flotas y ejércitos destruidos. Su imperio despedazado y liquidado en el curso del siglo xix. Descendemos, pues, de indios vencidos,
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de africanos vencidos, de ibéricos vencidos. Heredamos derrotas, fracasos, catástrofes. Después de la independencia, como repúblicas, no hemos logrado ninguno de los fines que nos hemos propuesto expresamente, no hemos podido disminuir, mucho menos suprimir, la ignorancia, la miseria, las endemias, la injusticia; en algunas regiones esos males más bien han aumentado. Sin embargo, algo formidable y maravilloso había ocurrido en el mundo de las ideas de Occidente en la vuelta del siglo xviii al xix: el discurso de las luces, el movimiento de la Ilustración, había producido el discurso de los derechos humanos. Los derechos universales del hombre. Los derechos del hombre universal. Cualquiera que haya sido nuestro origen, tenemos derechos inalienables por el solo hecho de ser hombres. Mestizos de tres pueblos vencidos, herederos de desastres, actores de reiterados fracasos, somos hombres, tenemos por lo tanto acceso a la razón segunda con sus hijas la ciencia y la tecnología, podemos construir un mundo futuro y fundamentar nuestra identidad no en el pasado ni en sus secuelas, sino en el esfuerzo presente hacia el progreso, el orden, la prosperidad, la salud en libertad, igualdad y fraternidad. En ese esfuerzo los pueblos más adelantados son hermanos mayores. Tal discurso comenzó a gobernar los programas de acción de los partidos, de las dictaduras y de las guerrillas; y los gobierna hasta hoy en día, cuando nos aproximamos a un cambio de discurso. Pero en el acontecer real dos hechos demostraron que se trataba de una ilusión. Primero: Los pueblos mas adelantados, los hermanos mayores, no extendieron en realidad los derechos supuestamente universales a los hermanos menores. Mas bien los oprimieron con prácticas de dominación que no corresponden al discurso de las luces, sino que surgen de otro discurso cuasisecreto que puede resumirse en: El pueblo más fuerte tiene derecho a dominar al más débil y obligarlo a trabajar según los intereses del más fuerte. El discurso de los derechos universales del hombre quedaba como
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fachada y la discrepancia entre los dos se explicaba como esfuerzo civilizador del más fuerte que obligaba a prácticas educativas en vistas a cerrar la brecha del atraso con trabajos más duros por parte del más débil. Algo parecido había ocurrido en el siglo xvi español. A algún descubridor le pareció bien llevar indios a España y venderlos como esclavos y así lo hizo. La reina Isabel la Católica deshizo el negocio y en codicilo agregado a su testamento en 1506, a apenas l4 años del descubrimiento, declaró que los indios eran vasallos libres de la corona. Ginés de Sepúlveda escribió que los indios eran irracionales; pero Antonio de Montesinos, el primer domingo de Adviento de 1511 desencadenó un movimiento a favor de los indios que culminó en las ordenanzas de Burgos y de Valladolid. Los teólogos y filósofos, consejeros del rey, dictaminaron a favor de los indios. Pero como los indios hablaban lenguas bárbaras y cultivaban religiones paganas, se justificaron las prácticas de dominación y la supresión de los derechos con el argumento de que eran menores de edad y el servicio a los amos les daba ocasión de llegar a la mayoría de edad aprendiendo las formas correctas de comportarse y adoptando la religión verdadera. Segundo: En el interior de nuestros propios países, las clases poderosas mantuvieron el discurso de los dominadores ibéricos y, en general, los que ascendían también lo mantenían. Oficialmente decían y dicen el discurso de las luces reforzado por el discurso cristiano del amor al prójimo; pero quasi secreto los guiaba, los guía el afán de dominio y privilegio. Tal vez nunca nadie ha tomado en serio la declaración universal de derechos humanos a no ser como fachada y disimulo ante una opinión pública verbalmente partidaria de tal declaración, pero dispuesta a aceptar el regateo de humanidad. Me siento obligado agregar lo siguiente: la población mestiza de Latinoamérica ha desarrollado una sensibilidad nueva y está llena, preñada, de una latencia creadora muy poderosa. Su origen y sus experiencias han dado a esa población la capacidad para crear
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una cultura nueva, pero necesitaría tiempo y espacio, lo cual no es posible, porque el modo de producción industrial, el desarrollo de empresas transnacionales, la mundialización de las finanzas, la generalización de los medios de información, la globalización de la economía tienden a homogeneizar las formas de vida de nuestro planeta sobre la base del consumo y la simplificación de la condición humana por superficial hedonismo de las satisfacciones. Ante esa opresión grosera y sutil a la vez, las fuerzas más nobles y profundas, más auténticas y genuinas solo pueden manifestarse en forma destructiva como saboteo quasi suicida del proceso uniformante, como resistencia astuta, como voluntaria confusión bajo la hipócrita aquiescencia. A este fenómeno he llamado Discurso Salvaje “Existir es ser diferente. Soy porque soy diferente. Soy diferente luego existo. Quieren borrarme, amasarme, con el cristianismo, con la industria y el progreso, con el socialismo, con la ciencia y la tecnología, con los derechos humanos, con las ciencias sociales, con la Coca-Cola y Juan Sebastián Bach. NO”. Este discurso está alimentado también por antiguos y nuevos resentimientos. Quizás también por algo oscuro, indecible y maligno de la condición humana cuya existencia no nos atrevemos a reconocer. ¿Quiénes somos los Latinoamericanos? Tres discursos se enredan en respuesta: el discurso de las luces que incluye la declaración de los derechos universales del hombre, el discurso de los dominadores, el discurso salvaje. Para terminar quiero decir que la situación actual del mundo no es, en esencia, muy diferente de la latinoamericana. Ante la pregunta ¿Quiénes somos? se enredan tres respuestas. La que se identifica con la razón segunda, el progreso científico y tecnológico, los proyectos de mundo feliz con respeto a los derechos humanos. Segundo: la que se identifica en cada pueblo con su propia tradición que incluye elementos irracionales totalmente incompatibles con el discurso de la Ilustración. Tercero: La que vehicula resentimientos y rechazos, resistencias contra el orden establecido, obscuras y malignas pulsiones de muerte. Varían los
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énfasis. Basta considerar que aun en los países del primer mundo los dominadores oprimen en sus propios pueblos valores y formas de vida tradicionales.
Identidad y cultura popular
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Veo en la compulsión a la repetición (Wiederholungszwang la llamó Freud) una manifestación extrema, patológica tal vez, de la necesidad de autoreconocimiento y reconocimiento por parte de los otros. La necesidad de ver en el yo y en el nosotros continuidad, permanencia, unidad bajo la discontinuidad, impermanencia y multiplicidad del devenir, la necesidad de identidad es tan poderosa y urgente que puede recurrir a medidas drásticas para garantizar el autorreconocimiento y el reconocimiento de los otros. Esto es comprensible si pensamos que la alternativa es la locura. La identidad de la especie no basta. El énfasis en lo universal desestima las diferencias individuales y en la noche de lo universal todos los gatos son pardos, como podríamos decir parafraseando a Hegel. No es la humanidad ante los dioses reales o ficticios, ni ante la naturaleza subhumana lo que puede responder satisfactoriamente la pregunta ¿quién soy? o ¿quiénes somos? La pregunta por la identidad pide señalamiento de diferencias, de caracteres propios ante otros hombres o ante otros grupos humanos. 81 En Imagen. Consejo Nacional de la Cultura Conac. Caracas, enero, 1997. Nº 100-119. Homenaje. pp. 14-15. En 2014 fue publicado como parte del libro El alma común de las Américas editado por Fundecem, Mérida.
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Veo en nuestra sociedad una cultura dominante y la supervivencia de culturas dominadas que persisten no solo por fragmentos, sino también en el esquema fantasmal de una totalidad virtual que se actualiza en facetas, algunas permanentemente visibles, otras intermitentes, otras esporádicas, pero todas aprovechando resquicios, fisuras y grietas de la hegemonía. Esa supervivencia de culturas dominadas en alianza con formas abandonadas de la cultura dominante y en fornicación adúltera con la propia cultura dominante es lo que entiendo por cultura popular.
Veo que en esa heterogeneidad de la cultura popular se pone de manifiesto una heterogeneidad insostenible de identidades incompatibles. Se pone de manifiesto también, como revulsivo implacable, la necesidad de lograr una autoconcepción unitaria que armonice, integre y jerarquice los contenidos disímiles para producir una identidad coherente. La pasión de la razón es la unidad, dijo Kant. La pasión de la identidad es la coherencia, digo yo. Veo, por tanto, que es el ámbito de la cultura popular donde además de la conservación de lo dominado o desechado heterogéneo se opera la creación de una identidad nueva que incorpora también a la cultura dominante curándole los pujos de universalidad abstracta para que forme parte de una individualidad cultural concreta capaz de enfrentarse a las otras del mundo con rostro propio. El rostro propio de sus creaciones artísticas, testimonios autoconscientes de un quien auténtico.
Veo como cultura dominante en nuestros días la cultura de la razón segunda. Entiendo por razón segunda no la mera facultad racional presente en todo hombre, sino la forma que la razón revistió en Occidente al tomar consciencia de sí, desde los griegos hasta la Ilustración, y al engendrar la ciencia y la tecnología. La cultura
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dominante resulta insatisfactoria cuando intenta constituir identidad. Sus tendencias actuales: el modo de producción industrial, el desarrollo de las firmas transnacionales, la mundialización de las finanzas, del mercado y de la información, propenden a homogeneizar las formas de vida del planeta sobre las bases del consumo y la simplificación de la condición humana. Sus tendencias actuales propenden más bien, pues, a despojar a los grupos humanos de su identidad, disolviéndola en una humanidad abstracta, artificial, gobernada por los mecanismos del sistema económico actual. Mucho menos podría ayudar a constituir identidad.
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No veo cómo la cultura popular va a lograr lo que yo espero de ella. Pero lo espero con fe irracional. Sé, además, que el arte es impredecible e inmensamente poderoso. [ 309 ]
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Bibliograf ía
Bastidas, Luis. (1994). “El San Benito de Timotes, o cómo un ritual de origen prehispánico incorpora hoy elementos de la modernidad después de haber incorporado al catolicismo”, en: Boletín Antropológico, ULA, Mérida (32). Clarac, Jacqueline. (1981). Dioses en exilio (Representaciones y prácticas simbólicas en la cordillera de Mérida). Caracas: Fundarte. ______________ .(1992). La enfermedad como lenguaje en Venezuela, Partes III, IV y V, Mérida: CDCHT-ULA y Consejo de Publicaciones-ULA. ______________. (1996). “El animal fabuloso en la arqueología y la etnología de Mérida y Colombia”, en: Anuario, Fac. de Humanidades, ULA, Mérida (en prensa). ______________. (1996). “Les représentations du corps, de l’espace et du cosmos dans la Cordillère de Mérida, Venezuela”, en: Social Anthropology (Rev. de la Comunidad Europea) (en proceso de publicación). Eliade, Mircea. (1951). Le mythe de l’éternel retour. París: Gallimard. ____________. (1970). La nostalgie des origines. París: Gallimard. Rojas, Belkis. (1989). “La concepción del indio en la cordillera de Mérida”, en: Boletín Antropológico, ULA, Mérida, (17). ____________. (1994). “La fiesta de Santa Rita convierte en mito la realidad”, en: Revista Bigott, Caracas, (31). Schwartz, Fernand. “La pensée d’Eliade, un itinéraire á travers les structures du sacré”, en: Mircea Eliade. Dialogues avec le sacré (coll. Homo Religiosus), De. NADP, París. 1996
Mestizaje
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Dado el mestizaje étnico, universal y apasionado, desde tres focos de pureza (o impureza homogeneizada) hasta la total ausencia, pasando por todos los grados cuantitativos de participación en una mezcla que exhibe sobre el territorio todas las combinaciones posibles; dado el mestizaje cultural, evidente en mil sincretismos, pero sobre todo en laberínticas estratificaciones; dada la multiformidad de los encuentros, entre la lucha a muerte y la ternura, y de las convivencias, entre el amor hipócrita y el odio sublimado; dada la inteligencia creadora, hubiera podido esperarse en América el nacimiento de un tipo nuevo de hombre, el florecer de una cultura nueva, el brillo de un paradigma nuevo, capaz de asumir y conservar superando todos los factores en juego, capaz de conducir la heterogeneidad hacia la coherencia, pero no ha sido así; el devenir de América nunca ha apuntado de verdad verdad en esa dirección; América es el extremo occidente de Occidente, su frontera occidental en expansión.
82 En El Nacional (Papel Literario), Caracas, 07-11-1997. p. 4. En 2014 fue publicado como parte del libro El alma común de las Américas editado por Fundecem, Mérida.
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El mestizaje en América es un proceso digestivo de Occidente para asimilar pueblos, culturas, territorios inicialmente extraños. Un proceso digestivo bastante dispéptico que tiende inexorablemente al fortalecimiento y engrandecimiento del paradigma occidental. América es bolo alimenticio convirtiéndose por alambiques digestivos en carne viva de Occidente. Lo no asimilable será defecado, ya se está convirtiendo en doloroso bolo fecal, parasitoso y pestilente. Cuando este proceso termine, cuando el mestizaje no sea ya sino el recuerdo de un banquete, solo quedará de lo extraño un matiz, una mueca coqueta en el hermoso rostro remozado de Europa.
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Algo sobre el amor y la feminidad
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Solo a retazos es lícito hablar sobre este tema: los retos son muy grandes. Masculino –y– femenino está más cerca de macho –y– hembra que de hombre –y– mujer. Este último par es a menudo ambiguo y tornátil. El útero ya combatió por la especie. Combatió contra inundaciones y terremotos, contra epidemias y guerras, contra el amor al peligro y la gloria, contra el fanatismo y la sabiduría, contra la estupidez de los políticos, contra el helado rigor de la ciencia. Triunfó. Seis mil millones de individuos y el rancho ardiendo. Ahora busca y encuentra otras tareas. ¡Muy machistas, temblad! Mahoma dijo: la mujer fue hecha de una costilla; la costilla es un hueso curvo; si tratas de enderezarlo, se quiebra. Sé paciente con la mujer. Pero yo le pregunto a Mahoma: ¿Cómo pudiste olvidar la arcilla roja? Los niveles del amor son siete, en orden ascendente: 1. Atracción orgánica, vital, vegetal, animal. Esplendor en la hierba. Y mineral, pues mueve al sol y a las demás estrellas. 83 En Quinto Día. [1er aniversario] Caracas, 10-10-1997. p. 61.
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2. Enganche emocional. ¡Ay, Francesca! 3. La amistad cultivada como un jardín. ¡Cuánto te debemos, Epicuro! 4. El intercambio libidinoso de ideas y pensamientos teniendo, por arriba, la verdad, y, alrededor, las tareas libremente escogidas y compartidas.
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Me callo los otros tres; pero adelanto que ninguno de ellos tiene que ver con la codificación de los afectos que cada cultura hace, ni con los patrones de conducta adquiridos en cada sociedad. De un nivel a otro es más difícil subir que bajar; fácil encerrarse en uno de ellos. Pero tú debes aprender a subir y bajar, separando lo sutil de lo espeso. Las vocales eróticas: O: La mujer cerrada y sola. Soy la redondez del mundo, sin mí no puede haber Dios, papas y cardenales sí; pero pontífices no. I: El hombre solo y frío. U: La mujer abierta. E: El hombre penetrando en la mujer abierta. A: La pareja perfecta. Media mujer erguida y el hombre entero se inclinan el uno hacia el otro para no caer y morir. Se sostienen formando un ángulo que apunta hacia el cielo. Forman techo, casa; el piso de arriba para Dios; el de abajo para el mundo; se separan uniéndose a la altura del plexo solar, con un vínculo que nadie puede comprender; ni siquiera ellos mismos.
En Barquisimeto, el 48, en la escuela mixta de Casta J. Riera, quien según Don Chío no era ni casta ni Riera (le dejó la J.), una enviada de Madame Blavatsky, hojeando la revista Alas, una enviada bella como la luna llena de Safo y deslumbrante como el hermano mayor de Francisco, nos dijo a nosotros, unos muchachos facinerosos de mugrosa mollera, nos dijo: la humanidad es un pájaro que vuela con dos alas, la una masculina, la otra femenina; la femenina ha estado
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hasta ahora disminuida en su impulso por sutiles amarres; por eso el pájaro no ha hecho más que volar en círculos mezquinos. Yo vengo a anunciar que a partir de hoy, el ala femenina comienza a romper sus amarres. Cuando vosotros seáis viejos, y espero que limpios, las mujeres habrán invadido todos los campos antes reservados a los hombres, y el año 2020, ojalá viváis para entonces, el pájaro volará hacia su meta verdadera con dos alas de igual fuerza. Os anuncio la Nueva Era. Las siete palabras de la feminidad (no coinciden con los siete niveles del amor):
Si quieres ser coherente, renuncia a comprender. Y a la visconversa. 1997
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1. A que no me alcanzas. 2. Quédate sumiso y obediente a mis pies, esclavo. 3. Sé un bebecito, que te voy a cuidar. 4. ¿Dónde podrás esconderte que no te alcance mi venganza? 5. Tengo dos puertas. Te abro la del infierno. Abre tú la del cielo. 6. Sin mí no puedes crear. Trátame bien. 7. Los que saben dicen Ella cuando piensan en Dios.
Entre letras blandas y letras duras
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En la luna nueva que hoy se acerca al plenilunio, cuando yo estaba por escribir esta conferencia, vi en sueños al Bafometo de los templarios. Se parecía a los arcanos mayores del Tarot de Marsella. En el brazo izquierdo, dirigido hacia la tierra, tenía escrita la palabra Coagula. En el brazo derecho, dirigido hacia el cielo, tenía escrita la palabra Solve. En Venezuela, por lo general, al considerar la universidad, se toma en cuenta su papel en la formación de profesionales. Nada más justo. Esa es la responsabilidad que la universidad ha asumido ante el Estado y ante el pueblo. Esa es la justificación de su existencia como institución sostenida con fondos del tesoro público. La nación tiene derecho a juzgarla según la calidad, el decurso y los resultados de esa función profesionalizante. Intentar legitimarse en otros términos y sobre otras bases es un procedimiento de mala fe. Ni la universidad ha ofrecido otra cosa hasta ahora ni nadie le ha pedido otra cosa. Todo joven que en ella se inscribe busca obtener un título para integrarse al –así llamado en grosero lenguaje economicista– mercado de trabajo. Esa es también la expectativa de sus padres, demás familiares, amigos y vecinos. 84 En Hoy Viernes. Periódico de la Universidad de Los Andes, Mérida, abril, 1998, p. 4.
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La recompensa esperada, y en gran medida cumplida, explica el acrecentado aflujo de estudiantes. En Venezuela, por lo general, al considerar la universidad, no es frecuente en cambio plantear en serio las siguientes preguntas. Primero: ¿se agota el sentido de la universidad en la profesionalización, de tal manera que las demás actividades que realiza o pudiera realizar están en función de ese servicio público? Con otra formulación ¿qué sería, o sería algo, la universidad si no se le hubiera encomendado formar profesionales o ella no aceptara esa misión? Segundo: el trabajo actual de la universidad ¿no podría ser realizado de manera más ágil, más eficiente y menos costosa por otras instancias ya existentes o creables ad hoc? Suele responderse a lo segundo que las profesiones modernas, las que el país necesita, tienen como fundamento las ciencias y las humanidades. No podrían formarse profesionales competentes si el centro de formación no fuera centro de conocimientos y reflexión, pues los profesionales aplican a los problemas de su campo de acción resultados logrados en el empeño académico, empeño caracterizado por la investigación y la invención. Aun cuando la formación de profesionales se concibiera como entrenamiento y adiestramiento para tareas concretas del quehacer colectivo, no sería buena si se basara en logros de segunda mano, superados ya y repetidos con gesto automático carente de su sentido dinámico originario. Además, solo la existencia de centros de conocimientos y reflexión, caracterizados por la investigación y la invención posibilita el llegar comprensivamente a las condiciones sociales de donde surge la presión por profesionales y el intervenir adecuado, de orden académico, en la solución de problemas. Pasemos por alto el carácter farisáico de estas afirmaciones en boca de muchos dirigentes universitarios a quienes mueven otros resortes. Pongamos entre paréntesis nuestra realidad universitaria donde fuerzas no académicas han tomado el poder y la gobiernan en función de intereses ajenos a la institución. Consideremos solo lo significado en la respuesta a la segunda interrogante.
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De esa respuesta resulta que la formación de profesionales es función de la universidad en sus relaciones con el Estado y con el pueblo, y que para efectuarla debidamente se apoya en haceres que le son propios y le dan derecho a asumirla desde una dignidad y una legitimidad que no pueden ser contestadas ni competidas por otras instancias, a menos que esas otras instancias practicaran los mismos haceres, pero en tal caso serían también universidades y solo quedaría una pelea denominacional. El pasar por alto el paréntesis y la atención a la respuesta de la segunda interrogante nos permiten evadir discusiones subalternas y acercarnos a la primera interrogante. Una respuesta se ha asomado ya: la universidad tiene haceres que le son propios, una intimidad funcional, una esencia constituyente, una individualidad, en suma, una identidad que la faculta, entre otras cosas, para formar profesionales, pero no es la formación de profesionales lo que la define intrínsecamente y podría ser sin ella, así como un compositor puede montar una escuela de música por requerimiento del Estado o por propia iniciativa, pero no es eso lo que lo hace compositor, sino el componer. ¿Y cuáles son esos haceres que sí definen a la universidad? ¿Será posible que algún universitario los ignore? Hundidos en el apremio de una docencia precipitada, acogotados por la masificación, confundidos por las fuerzas no académicas que gobiernan la universidad, ¿habrán cortado los universitarios el vínculo que los une a su esencia?, ¿o será que por circunstancias históricas y sociales la universidad venezolana, sin una dirigencia esclarecida, sin defensores, ha admitido en su seno mayoritariamente a personas de otras vocaciones y otras aspiraciones extrañas a lo académico, a las cuales convendrían mejor otras regiones del quehacer colectivo? Dejemos también de lado y entre paréntesis todas estas preguntas porque ellas esperan todavía el estudio que las responda y porque están por fuera de nuestro propósito en esta exposición aunque la asedian.
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Todas, excepto la primera: ¿cuáles son esos haceres que sí definen a la universidad? Ulises se lo dijo a Dante, en el Infierno, desde una llama, al referir su arenga del último viaje:
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Considerate la vostra semenza fatti non foste a viver come bruti, ma per seguir virtute e canoscenza [Inferno, canto XXVI, m 118-120]85
Son los haceres que se engendran cuando la “pequeña vigilia de nuestros sentidos” está gobernada por la voluntad de saber, cuando lo que se busca es ciencia y consciencia, conocimiento y comprensión. Dos direcciones tiene esa búsqueda. Una hacia los entes que hacen frente en el mundo. Otra hacia el hombre mismo que los enfrenta como anthropós. Un camino, hodós, tiene esa búsqueda, y una manera de caminar, méthodos, la disciplina de la palabra, un rigor en su manejo que llega a construir lenguajes técnicos o artísticos según las necesidades de la búsqueda. Requerido por el compromiso de servir al Estado y al pueblo, no olvide el universitario su identidad, el fondo desde el cual puede ser útil. Partido en la pluralidad de disciplinas, especializaciones, ramas, escuelas, facultades, departamentos, pluralidad ordenada por la distribución vocacional de tareas parciales en la gran tarea única, no olvide el universitario la unidad de donde proviene y hacia donde revierte su esfuerzo. Lo que caracteriza a la universidad es sí-ver-unidad. Nuestra unidad se despliega trinitariamente en tres haceres: historia, letras, filosofía. Tres aspectos de lo mismo y fuente de 85 Consideren su simiente / no fueron hechos para vivir como brutos / sino para lograr virtud y conocimiento.
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cualquier otra división, distribución, clasificación surgida en el devenir universitario según los avatares del devenir en general. Historia: esta palabra nombra corrientemente al devenir en general, sobre todo en su éxtasis pasado, y en particular al devenir humano. También nombra a la memoria, estudio y ciencia de ese devenir. Pero este uso corriente restringe el significado etimológico. La palabra historia proviene de la raíz id- que se encuentra en: “eídos-oida” del griego, en veda del sánscrito y video del latín; designa todo intento de conocer, toda indagación de lo que está ante los ojos o puede ponerse ante los ojos como objeto de investigación. Designa también el testimonio acerca de esa búsqueda y sus resultados. La uso aquí etimológicamente para abarcar las ciencias de la naturaleza y las ciencias de la cultura. Filosofía: escojo entre la multitud de significados el que corresponde a mi intención significativa: armonía con el todo desde el centro de sentido que en ningún caso puede ponerse ante los ojos y desde el cual surge toda posibilidad de fundamentación unitaria para las ciencias, toda comprensión de los valores y toda sabiduría de la vida. Letras: el lenguaje es el camino del hombre en general y las lenguas son los modos de caminar de las culturas; las letras son el camino del universitario en particular y el método es su manera de caminar. Desde la filosofía, las letras avanzan indagatoriamente hacia los entes que hacen frente en el mundo y, al avanzar, se solidifican en método. Métodos heurísticos que son configuraciones inquisitivas de la palabra; aún los instrumentos de laboratorio y los aparatos de observación son hipóstasis metódicas del verbo. Métodos etiológicos que persiguen la inteligibilidad de las relaciones entre fenómenos mediante dispositivos logoicos. Métodos sistemáticos que organizan en un todo coherente los conocimientos adquiridos bajo la égida de modelos teóricos,
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teorías y paradigmas, capaces, además de orientar y optimizar el esfuerzo heurístico, así como de generar estructuras etiológicas. Por otra parte, en la filosofía misma, las letras se solidifican en los filosofemas que nos entrega la tradición, en las escuelas de pensamiento, en los estilos de raciocinio, en la pluralidad de enfoques e instalaciones desarrollados con sutileza y rigor por novecientas generaciones de filósofos. Por otra parte, en fin, las letras se solidifican a través de un hacer autónomo que, no estando al servicio de la historia ni de la filosofía en cuanto oficios especializados, es historia y filosofía como literatura, como poesía, ámbito donde se resguarda la gestualidad plena y libre del hombre en su integridad. En la universidad, las letras se vuelven hacia sí mismas como obra realizada y se solidifican en filología, hacía sí mismas como medio y se solidifican en lingüística. Henos aquí, con todo esto, en el reino de las letras duras. Unas más duras que otras según el sentir de sus cultivadores o de sus detractores en un clima dominado por la aspiración a la dureza infrangible. También se solidifican las letras universitarias en el discurso conductual interno y en el discurso que gobierna las relaciones de la institución con el Estado y con el pueblo. El Bafometo apuntaba hacia la tierra con el brazo izquierdo donde estaba escrita la palabra Coagula. La universidad está consolidada, solidificada, endurecida, paralizada en batracomiomaquias, coagulada en coágulos que muchas veces ni siquiera son sus propios coágulos. Pero el otro brazo del Bafometo estaba alzado y tenía escrita la palabra Solve. El endurecimiento de las letras es altamente saludable para los fines específicos de la universidad en la realización de su esencia. Pero todos sabemos que los métodos más útiles heurísticos, etiológicos y sistemáticos entraban, a la larga, en la propia marcha que los originó, amenazando con convertirla en gesto hierático.
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86 Creta. 1911-1996.
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Sabemos que ello termina en crisis de fundamentos, en sustitución de paradigmas y teorías, en renovación de enfoques, en replanteamiento de propósitos. Lo que sirvió de medio para la visión se convierte en objeto de visión nueva y de revisión. Es la hora de las letras blandas, las poderosas, las capaces de engendrar. Esa hora suena para cada ciencia, para cada teoría, para cada filosofema, para cada estilo. Esa hora suena también para los discursos conductual interno y relacional externo. Está sonando para esos dos discursos de la universidad venezolana, endurecido el interno por la batracomiomaquia, endurecido el externo por el intercambio servidumbre-presupuesto. Durante un ciclo completo de Saturno se han estado coagulando esas letras. Basta. El brazo alzado del Bafometo dice Solve. No es legítimo que la universidad sirva al Estado porque la universidad, en su esencia, no es un órgano ni un instrumento del Estado. La universidad, en su esencia, proviene del fondo último de la condición humana con igual originariedad que el Estado. La voluntad de saber no es menos radical que la necesidad de organizarse, ni depende de ella, sino que se constela con ella manteniendo su propia especificidad. De potencia a potencia deben ser las relaciones entre Estado y universidad, no de amo a esclavo. Pero en la práctica son y serán de amo a esclavo –aunque el esclavo sea díscolo, renuente y rebelde– mientras la universidad no se afinque en su propia esencia. Porque se ha asumido, primariamente, como instancia de profesionalización, se ha convertido en órgano del Estado y los universitarios se han vuelto, en no pequeña medida, burócratas cansados, empleados públicos enajenados y sindicaleros, impacientes de jubilación. Con palabras de Odiseo Elitis86: “¿Qué quieres, qué buscas, dónde está la señal que se te cayó de las manos?”.
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Se ha asumido también como instrumento del cambio social –ilusión persistente y feroz de la universidad latinoamericana– para ser instrumento de potencias afianzadoras y acrecentadoras de la injusticia. La universidad no es instrumento de tal cambio ni de ningún otro, porque, en su esencia, no es instrumento, sino sujeto agente de una sublevación muchos más audaz y ambiciosa que la de los héroes políticos, tal vez trágica, la sublevación contra el destino que nos hizo ignorantes y débiles. La universidad sirve al cambio social desde su propio centro por irradiación, no porque se agote en luchas seculares. Se ha asumido además como educadora del pueblo. ¡Qué arrogante! ¡Cuánta ignorancia de sus limitaciones! Como si el pueblo supiera menos que ella. ¿De dónde vendrá esa sobrevaloración nunca cuestionada del tipo de conocimiento producido por ella? ¿Será de la industria acrecentada, de la tecnología militar? ¿Cuándo se verá que esas son perversiones del hacer universitario impulsadas por fuerzas externas? ¿Pueden llamarse todavía universitarios los que están entregados a tan nefastos errores? La universidad es, sin duda, ámbito de una paideia. Pero al ponerse al servicio de la civilización industrial no la comunica al pueblo, sino que lo envilece y contribuye a destruir sus valores, pues otros intereses gobiernan el proceso, no los propios de la universidad, ni los del pueblo. Lo que se llama oficialmente educación es amaestramiento hasnamousiano, condicionamiento para la deshumanización. Además, puede mecanizarse y automatizarse. No necesita de la relación erótica maestro-discípulo. La paideia clásica universitaria procura el despertar, el aumento de consciencia, el asumir la libertad por el camino de las letras. Letras que se solidifican en método y se disuelven en luz, letras que se endurecen porque sin endurecerse no pueden actuar y que se ablandan porque sin ablandarse no pueden actuar. La universidad es la casa del letrado y del escriba buscador de virtute e canoscenza a través de las letras. Si a alguno le parece mezquina esta condición, poco importante, sin glamour, puede
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que tenga vocación de estadista, o de héroe militar, o de redentor; que la ejerza en el sitio donde pueda demostrar su talento y medirse con la tarea admirada y deseada. No llene esta modesta casa de vanas palabras, porque podríamos creer que sustituye el combate real por un combate ficticio en lugar protegido. La casa del letrado está invadida por potencias surgidas de otras áreas de la condición social del hombre. El escriba en nosotros está asediado por potencias surgidas de otras áreas de la condición humana individual. El intento de esclavizar al letrado y al escriba es peligroso para la dignidad del hombre en general porque mediatiza y tiende a suprimir la posibilidad de visión unitaria y de acción creadora integral y lúcida, porque es intento titánico de mantener en fragmentos el cuerpo sagrado de Dionisio. Pero es intento condenado al fracaso, porque el letrado y el escriba, en la sociedad y en nosotros, salvaguardan su identidad. En el peor de los casos encuentran refugio último en las cavernas que bostezan frente al desierto y desde allí regresan, transfigurados en profetas y visiones, cuando se alza el brazo derecho del Bafometo enfurecido.
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El conquistador español vino con su mujer. Compañía difícil de explicar: en la escuela nos enseñaron que los conquistadores habían dejado a sus amigas, amantes, concubinas, esposas en Europa, y se habían venido rueda libre. Se comprende: la exploración y conquista del Nuevo Mundo no era tarea para mujeres; por lo menos no para mujeres tal como estaban educadas en ese entonces. Sin embargo, la leyenda afirma que ese conquistador en particular sí vino con su mujer, lusitana ella por cierto. Ya en América, vinieron desde la Ciudad Madre, desde Nuestra Señora de la Pura y Limpia Concepción de El Tocuyo. Exploraron el piedemonte oriental de Los Andes, donde los ríos descienden malhumorados injuriando y golpeando los cerros con gran gorgoteo, a borbollones, para tranquilizarse en tierra llana, para profundizar y potenciar su impulso, para invadir e inundar las indefensas orillas en las diástoles pluviales. Los soldados respetaban a la mujer del jefe porque lo respetaban a él.
87 Textos al libro Visión de Portuguesa. Con fotos de Hernán (Chino) Rivero. Gobernación del estado Portuguesa. Caracas, 1999.
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Quien seduce a una mujer casada, o se deja seducir por ella, irrespeta solo al esposo. Los furiosos soldados sabían que tal conducta no podía ser impune. Amaban y temían al superior por derecho de fuerza y de inteligencia. Luis de Camõens viajaba, sufría y escribía mientras esta mujer de su raza, esta lusíada, miraba desde sus grandes ojos verdes el Nuevo Mundo que se desnudaba ante su alma. Veía hacia el oeste los picos, sabios ancianos, jueces permisivos. Hacia el este la tierra acostada, deslizándose con lujuria, buscando en vano el horizonte. Veía al altísimo cielo deslumbrando y calentando con su gran luminaria, o reventando y rezongando herido por la ira todopoderosa del relámpago, o contando misterios y piedras de colores en el aura de la luminaria menor. Veía esa vastedad tan distinta de su tierra natal y se perdía en ella. Pero se reencontraba en la aceptación de la extrañeza. Me asombro, pero no me enajeno: también yo pertenezco a la naturaleza y soy extraña. Vio al araguaney que en la fiebre del orgasmo se desnuda de hojas para ser solo flor de amarillo intenso y fruto fálico de alado semen. Vio el recto fuste y la redonda copa de la caoba, sus melíferas flores, sus frutos que reclaman sol para transformarlo en madera preciosa. Vio el paranoico jabillo siempre a la defensiva, evitó su tronco espinoso y el veneno de sus hojas, de su látex y de sus semillas. Vio el erecto jobo y disfrutó sus drupas amarillas de pulpa ácida y sabor agradable. Descansó bajo la copa grande ancha y tendida del samán, sentada contra su torcido fuste, mirando el escroto lineal de sus semillas. Vio al musicalísimo cedro, que, como único, convierte su fruto en flor de madera.
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En la vega de los ríos y cerca de los pantanos vio al apamate de espectacular floración creador de mariposas vegetales lanzadas hacia lo lejos con lujuria. Espanto y susto le causaron con su prestigio antiguo, con su terror sagrado, la cascabel, la coral, la cuatronarices, la mapanare, la tragavenado y la anfisbena ciega, la morrona. Asombro y regocijo los inquietos y bulliciosos monos, caricatura de hombre. Curiosidad y maravilla algunos animales de la fauna silvestre: el chigüire, ratón gigante de truncado hocico y ojos retraídos, gran nadador; la rechoncha lapa de nocturnas andanzas y compleja madriguera que a veces roba al cachicamo; el picure, casi conejo diurno de monstruosos dedos y largas cerdas que para sobrevivir se inmoviliza, corre laberínticamente o se encueva; la tímida y solitaria danta de larguísima gestación, parto lentísimo y contacto sobrehumano; el venado caramerudo que se quita la cornamenta cuando entra en período de fertilidad y que ha sobrevivido, nadie sabe cómo, a la destrucción de los bosques y a la incesante cacería; el cachicamo con su aspecto de caballero feudal o máquina de asalto en las guerras antiguas, con sus patas delanteras de cuatro garras para construir profundas galerías que la lapa le robará tal vez, con su orina de marcar territorios como los perros; la perezosa iguana, lagarto generoso que reparte sus huevos en el mes de febrero; el tigre que arde en las selvas de la noche, que tiene escritas en la piel las leyes de la muerte, que irradia por sus bellos y terroríficos ojos los mensajes ciertos del destino. Placer y alegría sensual el pato silbador, güirirí cariblanco, gran zambullidor, paradigmático señuelo para atrapar al gavilán; el pato real de cara verrugosa; la paloma sabanera de veloz vuelo bajo sin miedo a espinares y cardonales; el zamuro, augusto planeador y limpiador de los campos; la garza, pedazo de amanecer arrancado a mundos perfectos de otra dimensión... Y lo más importante, conoció hombres, personas, seres humanos, gente autóctona con habla, hábito, color, comida, gobiernos desconocidos en Europa. Algo en ella se ablandó, los ojos verdes
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se nublaron de oro. ¿Previó acaso el mestizaje futuro? ¿presintió el palpitar de una cultura por nacer? ¿preescuchó nuevos cantos? Lo cierto es que tomó el polo de la misericordia cuando los conquistadores y frailes tomaron el polo del rigor, espada y cruz, dos formas de la misma violencia. Apenas pudo sofrenar la incontinencia de los guerreros y la furia evangelizadora de los frailes; pero se consolaba pensando que en el vientre de las indias violadas y en la mente de los convertidos por la fuerza se gestaba un pueblo mestizo capaz de crear formas más humanas de humanidad. Esos indígenas que temían a los caballos habían estado talando y quemando bosques durante siglos para hacer conucos y, de esa manera, involuntariamente, habían abierto llanuras. Los imaginó a caballo, miedo domado, pastoreando ganados que ella haría venir de España en los próximos barcos. Imaginó potros, yeguas, burros, mulas entre el bramar mantrámico de las vacas y el llamado infantil de los becerros. Imaginó grandes cuencos rebosantes del líquido perlino de la consorte del toro, como diría algún culterano. Imaginó grandes sementeras de cereales traídos de Europa para complementar el maíz, y muchas otras plantaciones generadoras de prosperidad. Todos le decían “La portuguesa” por cariño, como hoy en día decimos “La cumanesa” o “La gringa”. Ella se acostumbró a que la llamaran así; percibía el respeto y el afecto encerrados en esa denominación y comenzó a pensar en sí misma como “La portuguesa” y olvidó su nombre de pila cuando comenzaron las fiebres al borde de ese gran río desconocido donde decidió establecerse. Soñaba despierta y deliraba, pero en su delirio solo había visiones de futuro mestizo y próspero. La llamada al gran río desconocido significó para ella un encuentro consigo misma. En primer lugar, el río mismo le resultó familiar, ya visto, y no por el parecido con los ríos de su tierra, sino
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por la correspondencia entre el palpitar externo de su corriente y el palpitar interno de su intimidad. Misterio de amor. Un indio aprendió de ella a no temerles a los caballos y a montarlos. De él aprendió ella a confiar en las largas canoas delgadas y a manejarlas. Intercambiaron caballo por canoa, cabalgar por navegar, trote por desliz, gripe por malaria. Su vida y la del río se unieron. No sabía nadie entonces que ese río recoge la casi totalidad de las corrientes de agua de la región y las lleva en su seno al Apure, al Orinoco, al Atlántico. No supo nadie el nombre indígena del gran río, o lo olvidaron, todos lo llamaron el río de “La portuguesa”. No supo nadie que ese nombre se extendería a toda la región, eclipsando los nombres prehispánicos, los nombres de la vieja España, los nombres de héroes, los nombres de santos, los nombres de caudillos. Triunfó el cariño por una mujer. Triunfo raro. Así, el estado Portuguesa es el único estado de Venezuela con nombre de mujer. En consecuencia tal vez, ha sido estado de inmigrantes, de gente que viene de otra parte, a veces de muy lejos y no siempre del mundo hispánico. Gente que viene a enriquecerlo. Por cierto, desde un principio hubo inmigrantes portugueses laboriosos y honestos, creadores de prosperidad, sin protagonismo político. Los nombres de lugares han engendrado un paisaje toponímico mestizo: Apure, Agua Blanca, San Rafael de Onoto, Esteller, Píritu, Goanagoanare, Córdoba, Papelón, Boconoíto, Guanarito, La Trinidad, La Capilla, Ospino, Aparición, Hacarygua, Payara, Pimpinela, Biscucuy, Concepción, Paraíso, Chabasquén, San Rafael de Palo Alzado, Villa Bruzual, Turén, Canelones, La Misión, Nueva Florida, Santa Rosalía, Santa Cruz, Virgen de Coromoto. Nombres que se pueden leer como leyendo un poema; lo mismo que los nombres de los ríos, además de La Portuguesa, Guanare, Las
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Marías, Morador, Ospino, Guache, Acarigua, Sarare, Chabasquén, Tucupido, Boconó... Encontraron la canoa vacía río abajo. Algunos pensaron que se ahogó al bañarse cerca de un remolino, o que le dio un calambre, o que se deshizo y se integró al agua, al viento, a la tierra, al fuego de la región. Todos sintieron el vacío de su ausencia y la nostalgia. Esto explica quizás, por lo menos en parte, la frecuencia con que los habitantes del estado ven vírgenes surgiendo de los ríos, de la corteza de los árboles, del carbón de las quemas, de las nubes, de los sueños. Fue valiente. Se adelantó en cuatro siglos a los movimientos de liberación femenina. Fue rebelde. No se adaptó a lo que se esperaba de ella como mujer e hizo obra social de comunicación entre los sectores humanos, oponiéndose sutilmente a los intereses de trono y altar. Rebeldía y valor tuvo siempre el estado de La Portuguesa; son testigos de su carácter policéfalo que se manifiesta en haber cambiado de capital cuatro veces, tiene actualmente varias capitales según el punto de vista; y algunas fechas memorables en la historia reciente: diciembre 5 de 1813 el sol de Araure dio un triunfo grande a los patriotas de Bolívar; septiembre 1 de 1866 afirmación de identidad y autonomía como estado; mayo 7 de 1929, el general José Rafael Gabaldón y un grupo de combatientes enfrentaron las tropas del Gobierno nacional en las calles de Espíritu Santo del Valle de Goanagoanare, lugar de gaviotas, tierra entre dos ríos; septiembre de 1952 vio la rebeldía de campesinos alzados, aniquilada en la famosa masacre de Turén. La comunicación social fue siempre estimada. Baste pensar que, habiendo llegado la primera imprenta a Guanare a fines de 1824, ya el 9 de enero de 1825 apareció el primer periódico La Aurora de Apure, seguido en el curso del siglo XIX por Bandera Blanca en 1827, El Guanareño y El Llanero Libre, en 1830; El Sol de Abril, en 1870; El Guanareño Ilustrado, en 1874; El Sol de Occidente, en 1888; La Concordia, en 1890; La Regeneración de
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Zamora, en 1894; El Elector y La Época, en 1895; El Correo del Estado Portuguesa, en 1899. Actualmente leemos El Periódico de Occidente, El Regional y La Hora, en Guanare; Última Hora, en Acarigua. Y como radiodifusoras: Radio Mundial 960, Onda 1.030 y Radio Estelar, en Guanare; Radio Acarigua, en Acarigua, Radio Turén, en Turén; Radio Portuguesa, en Araure. También en 1825 se fundó el primer Colegio Nacional del país en un convento franciscano del siglo XVII, donde ahora tiene sede un vicerrectorado de la Universidad Experimental de Los Llanos Ezequiel Zamora. En la región hay núcleos de la Facultad de Agronomía de la Universidad Central de Venezuela, de la Universidad Experimental Simón Rodríguez y de la Universidad Nacional Abierta. También el Instituto de Tecnología del Estado Portuguesa. Para la difusión cultural el estímulo a la creatividad en el estado de La Portuguesa encontramos el Ateneo Popular de Guanare y las Casas de la Cultura de Guanare, Acarigua, Boconoíto, Ospino, Píritu y Turén. Y la tribu indestructible de los poetas y artistas, la cadena de Homero, la cadena de Policleto, la cadena de Frinis y Timoteo. Y la tribu de los artesanos que, si colapsara la civilización tecnológica actual, garantizaría la supervivencia de la humanidad. El estado de “La portuguesa” tiene una superficie total aproximada de millón y medio de hectáreas, de las cuales el 55% es particularmente apto para la agricultura, el 35% es más propicio para la actividad pecuaria y forestal, y el 10% restante tiene función conservacionista y protectora. Ha estado creciendo en las últimas décadas la actividad agroindustrial. Como visitante, como amigo, como llanero he sido testigo estético, no participante, de la gigantesca actividad agropecuaria e industrial, y, como testigo participante, de la actividad cultural. Pero mi condición de testigo estético ha sido potenciada y cualitativamente mejorada por la mediación de unas dos mil fotografías recogidas por el ojo y el lente de Hernán Rivero, insigne
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artista de la cámara. Me ha revelado insospechados momentos y matices de los cultivos, de la cría, de la industria y del escenario natural donde se insertan. De esas dos mil unas cuantas (selectas de difícil selección porque todas son buenas) aparecen en este libro que privilegiará a quien lo tenga en sus manos ante ojos sensibles a la belleza. Conductor de tractores: corta la tierra con delicadeza porque estás horadando el cuerpo sagrado y fértil de “La portuguesa”. Cosechador: corta con suavidad para no maltratar los nervios generosos de La Portuguesa. Ordeñador: ordeña con cariño porque todas las ubres son los senos multiplicados de “La portuguesa”. Y tú que te detienes a contemplar el paisaje, ¿no sientes un estremecimiento erótico y un leve fuego bajo la piel?
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Ciencias-Humanidades
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Dedicado a Horacio López Guédez
La investigación en Humanidades difiere dimensionalmente de la investigación científica. Mientras esta busca el aumento del conocimiento en áreas específicas, aquella busca desentrañar el sentido de la vida humana. Las Ciencias se sirven del método heurístico, etiológico y sistemático, desarrollado y afirmado, en la época moderna, desde Galileo hasta nuestros días. Las Humanidades se sirven del estilo hermenéutico, filológico y dialógico practicado, en la época moderna, a partir de Erasmo de Rotterdam. Las Humanidades se han desarrollado como Filosofía, Letras e Historia sobre las tres vertientes de lo humano dadas por los pensamientos, las palabras y los hechos de los hombres, todo en dimensión de sentido unitario. Sin embargo, a pesar de esta diferencia fundamental, las Ciencias no están desconectadas de las Humanidades porque 88 En Presente y Pasado. Revista de Historia. Escuela de Historia de la Facultad de Humanidades y Educación de la Universidad de Los Andes. Año V, Nº 9, MéridaVenezuela, enero-junio 2000. pp. 190-192.
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su devenir transcurre en un ámbito de sentido que las alberga, las define y las orienta sin convertirse jamás en su objeto; ni las Humanidades están separadas de las Ciencias porque la información que las nutre puede provenir, y proviene, en gran parte, del trabajo científico, sin convertirse jamás en su finalidad. El científico se encuentra, en los límites y en las bases de sus actividades, con cuestiones netamente humanísticas; el humanista se encuentra necesitado de información científica no solo en cuanto a los resultados de la investigación sobre el universo y la sociedad, sino también en cuanto a su propia inserción en el diálogo que lo hace humanista. De ahí que con frecuencia el científico se doble en humanista sin confundir las dimensiones y el humanista en científico, especialmente en aquellas áreas que posibilitan el acceso a la propia tradición humanística y en las que tratan los aspectos de lo humano susceptibles de ser manejados con el método científico. La universidad es la casa de las Ciencias y de las Humanidades. El desarrollo de esas actividades es su esencia, aunque se comprometa legítimamente en funciones sociales como la profesionalización, la pedagogía y la tecnología, funciones que le dan proyección colectiva y demuestran su utilidad práctica; pero que la destruyen si sustituyen su esencia en vez de surgir de ella. Es vital cuestión de supervivencia para la universidad el fomento de la investigación en Ciencias y Humanidades. Para la buena marcha de esa actividad, el apoyo institucional debe discernir entre la indagación científica y la humanística, pues la primera busca conocimientos y la segunda desentrañamiento de sentido. La primera debe servirse del método científico, ubicarse en la frontera de lo ya hecho, demostrar su validez ante la comunidad científica, medirse en la prueba de lo real. La segunda debe insertarse en el discurso teórico de sus disciplinas y ceñirse al rigor de sus métodos específicos que en cada caso deben ser formulados, pues el estilo indagatorio de las Humanidades es plural, polisémico y controversial.
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Conviene evitar el error de confundir Humanidades con las Facultades de Humanidades; estas últimas son en Venezuela destartalados pedagógicos y base logística del quehacer partidista donde agonizan exiliados gérmenes del Humanismo. 2000
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El pensamiento Europeo-Latinoamericano. Reflejos y problematizaciones
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Yo me pongo a pensar que siendo América Latina una prolongación de Europa, como posiblemente lo creen algunos estudiosos, entonces, todas las cosas europeas son cultivadas aquí, y una de esas cosas europeas, desde la época de los griegos, desde Pitágoras que inventó la palabra “filósofo”, es la filosofía. Por lo tanto, a nosotros también nos concernía el estudio de la Filosofía y teníamos derecho a estudiarla por pertenecer a la cultura occidental, aun cuando fuera en esa frontera alejada de los centros de creatividad europeos. Entonces, ¿cómo asumí yo eso? Yo observé que yo mismo me interesaba, desde la infancia, por temas que son considerados filosóficos. Entonces, decidí estudiar filosofía, y estudié filosofía en Europa mismo para estar dentro de esa cultura a la cual nosotros pertenecíamos, y me pareció que era importante hacerlo de 89 Esta conferencia fue presentada en forma oral en 2001 en el Primer Congreso Internacional sobre Pensamiento Europeo Latino Americano. Publicado en la Revista de Filosofía Logoi. UCAB, Caracas, Nº 4. La transcripción de la grabación fue hecha por Magaly Miliani. Publicada recientemente en El alma común de las Américas. Mérida, Fundecem, 2014. Compilación hecha por Miguel Ángel Rodríguez y José Gregorio Vásquez.
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manera seria y disciplinada, por lo tanto, aprendí griego y latín, y aprendí alemán y otras lenguas europeas en las que ha habido expresión de pensamiento filosófico como el francés y el inglés. Bueno, en eso estuve yo, y después de haber hecho eso y haber pasado por las disciplinas del doctorado, comencé a pensar que todos mis estudios de filosofía eran una especie de entrenamiento para pensar... y que lo que me tocaba a mí no era repasar y enseñar las construcciones filosóficas hechas en Europa, sino utilizar el entrenamiento obtenido mediante esa disciplina para ponerme yo mismo a pensar... pensarme a mí mismo, pensar mi situación en el mundo, y pensar a mi gente y a mi pueblo de este “extremo occidente”. Sin embargo, no pasó mucho tiempo sin que me diera cuenta de que en ese “extremo occidente” había factores, elementos, circunstancias que no son europeas, que proceden de otras dimensiones. Luego, me di cuenta, con respecto al ejercicio del intelecto, que fácilmente el intelecto hace construcciones conceptuales y se aísla, de modo que la construcción conceptual muy coherente puede dejar por fuera aquello mismo que quería comprender y se satisface con su propia coherencia. Y me acordé de un fuego que describe Dante en La Divina Comedia. Él describe un fuego que no iluminaba nada, que solo se iluminaba a sí mismo. Entonces, muchas construcciones conceptuales son como ese fuego que ilumina su propia coherencia, pero no pasa hacia los objetos exteriores a los cuales se supone que iba a hacer comprensibles. Entonces, me pareció que el intelecto, si se deja a su propio trabajo, puede terminar en una coherencia ilusoria y en construcciones conceptuales alejadas de la realidad. Me pareció que yo debía prestar atención a otras potencias de mí mismo, además del intelecto..... voy a decirlo como lo tenía escrito... ...Me di cuenta que había potencias en mí más fuertes que el intelecto, porque este propicia una coherencia ilusoria. Preferí las otras potencias, buscando una coherencia más profunda, más incluyente, más auténtica. Decidí que si algo —entiendo por “algo”
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una intuición, el instinto, el miedo, la duda, el deseo, el amor— contradice la coherencia del discurso, debo darle la palabra a ese algo. Si algo desafía la coherencia de la razón, hay que darle la razón (con el doble sentido paradójico que tiene esa expresión en castellano) y si algo turba la firmeza de la mano, hay que darle la mano. ¿De dónde me venía a mí esa especie de “abertura” o de apertura hacia otras dimensiones de mí mismo que hacían que hubiera un cierto irrespeto ambiguo del intelecto? (porque había un irrespeto, pero de un intelecto superficial, en busca de una comprensión más profunda que también sería a la larga intelectual, pero rompiéndose, rasgándose, para dar paso a una comprensión más auténtica y más profunda como he dicho). Me pareció que eso pudiera venir de la historia de nosotros, los pueblos de América Latina. Es de considerar que España y Portugal (nuestros ancestros europeos) vinieron a América en momentos en que acababa de culminar una guerra de exclusión. Entonces, después de varios siglos de combate para excluir y dejar por fuera a los mahometanos y a los judíos, y luego de expulsarlos físicamente de España, o sea, en ese momento en que triunfaba una actitud excluyente, destructiva de lo que es diferente, vinieron nuestros ancestros europeos de España y Portugal a América. De modo que ha continuado habiendo entre nosotros —a pesar de la Europa Segunda, la Revolución francesa, la Ilustración, a pesar de la Modernidad— algo de esa actitud excluyente, dominante. Hay en América, hasta hoy en día, una política de combatir las sectas (entendiendo por secta cualquier grupo, organización o ideología que no sea católica, apostólica y romana). Es la misma actitud que dictó la guerra española contra los árabes y que dictó la expulsión de los judíos de España. Es algo tremendamente importante y, quizás, muchas de las peleas que se forman entre nosotros es por una actitud de exclusión, de rechazo del que es distinto, del que es extraño. Y aunque hay algo de universal en eso, entre nosotros es mucho más fuerte. Es interesante observar que esa Europa que vino a América, lo que es hoy América Latina y el Caribe, vino con los excluidos por
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dentro, es decir, los excluidos estaban reprimidos, pero había, en esos mismos españoles que vinieron, mucho de aquello que habían expulsado, o sea que, habían incorporado a su propia mente actitudes y elementos culturales que eran musulmanes y que eran judíos. Y, por otra parte, desde el punto de vista externo también, por ejemplo, vinieron a América gran cantidad de judíos... vinieron en forma subrepticia, porque como estaba prohibido ser judío, tenían que venir como marranos, como falsos conversos, ocultándose. Eso dio lugar a que hubiera también ese doblez en la formación de nosotros. Un doblez de exclusión. El excluido tenía que fingir pertenecer al grupo dominante, y una vez llegados a América se formó una segunda exclusión, que es la exclusión de los aborígenes de América. De modo que los indios, en sus múltiples culturas, fueron excluidos, y solo podían ser aceptados mediante una incorporación forzada a la cultura europea en esa versión, y en caso de no adaptarse a eso lo mejor era perecer. Tenían que ser asimilados por la fuerza. Lo mismo pasó con los esclavos negros, pero esa asimilación no se produjo completamente. Es una asimilación a medias y continuaba habiendo otras culturas. Entonces a mí, en el extremo occidente de Europa, quizás se me formó esa apertura, ese deseo de abrirme a un más allá, a algo que estuviera más allá de los esquemas del pensamiento occidental, para aceptar, en mi mente y en mi intelecto, los elementos no europeos de América que de alguna manera estaban allí presentes. Entonces, en vez de convertirme en un autor de monografías sobre conceptos (por ejemplo, sobre el concepto de physis en la cultura occidental), sobre historia y ese tipo de trabajos que yo aprendí a hacer, me pareció que yo debía pensar mi situación y pensar a América. Y de allí venía entonces esa apertura hacia lo que no se adaptara inicialmente a las construcciones conceptuales de mi intelecto, y vino a resultar que yo le diera cabida a esas cosas que son diferentes. Una cosa curiosa que yo debo decir sobre Latinoamérica, es que Latinoamérica está más adelantada en su comprensión del mundo y de sí misma en el nivel de los analfabetas. Está mucho
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más adelantada que en el nivel de los universitarios. Por ejemplo, las religiones populares de Latinoamérica son religiones aglutinantes, incluyentes, que toman en cuenta todos los elementos. En Venezuela, en particular, hay una religión de la gente sencilla, analfabeta, campesina, marginal, que es la de María Lionza. Y en esa religión se da cabida al pensamiento y a los símbolos del pensamiento occidental y a las religiones occidentales europeas, pero, al mismo tiempo, se da cabida a todo lo que hay todavía de indígena y a todo lo que hay de africano. Es curiosísima esa amplitud. Yo pienso que en el mundo del pensamiento latinoamericano tendría que ocurrir algo que fuera paralelo a lo que ha ocurrido con la religiosidad popular, o sea, que en vez de estar afincándose en lo que es estrictamente europeo, ampliar eso mismo europeo —beneficiando también a Europa de esa manera— con los elementos, actitudes, factores, y supervivencias no europeas de América y también con sus formas mestizas, mezcladas. ¿Cómo se manifestó esa especie de apertura que yo produje en mí mismo para que el pensamiento latinoamericano se acercara a su propia realidad? Me pareció que, en primer lugar, lo que he dicho: una aceptación de lo no-europeo de América. Aceptar que eso está ahí y no avergonzarse como ocurre con frecuencia, y no disimularlo, y no ocultarlo. En segundo lugar, la búsqueda de una coherencia incluyente, aun cuando resultara sumamente difícil combinar mitos indígenas y africanos con el pensamiento de Platón y Aristóteles, o con Kant y Heidegger, sin embargo, intentar eso. Que hubiera una coherencia incluyente, que no dejara por fuera, como pata-en-elsuelo, como sinvergüenza, como analfabetas, como inferiores, a la gente que tenía otros contenidos y que, sin embargo, son gente, son humanos y están en nosotros, son parte de nosotros mismos; y al ser parte de nosotros mismos son parte de Europa, porque nosotros somos, si entendí lo que creo que dijo Alain Rouquie, el “extremo occidente de Europa”. Como tercer punto me pareció que debía producirse una disolución de las fronteras entre los géneros:
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—¿Ud. está haciendo un ensayo filosófico o Ud. está haciendo un poema? ¿Ud. está haciendo literatura o está haciendo un tratado científico? ¿Qué es lo que Ud. está haciendo? Entonces uno dice, — “Arroz con mango”, yo estoy mezclando todo eso ahí.... — ¡Pero eso no tiene sentido! Pues sí, yo creo que eso es lo que sí tiene sentido en América. Porque es, por lo menos, el inicio de un pensamiento incluyente que no deje por fuera, que no desprecie, que no maltrate a aquellos que no pertenecen a esa coherencia inicial. Como cuarto punto: tener un respeto especial por la creación artística del pueblo y, particularmente, del pueblo analfabeta, porque yo creo que allí se está produciendo un movimiento hacia la síntesis de tantos elementos heterogéneos que componen a Latinoamérica. Una observación, dejarse influir, observar, ponerse atento a esa producción tanto verbal como pictórica de los analfabetas y de los campesinos, de la gente marginada, de los pobres, y luego, con un movimiento distinto a ese que acabo de decir, como quinto punto, una tolerancia hacia un espacio de entendimiento, de diálogo y coexistencia pacífica entre diferentes que se mantienen diferentes. Hay, por una parte, que observar esa síntesis que la creación artística produciría y que se produce mejor desde un fundamento popular —porque no hay ese prurito de ser europeo puro, de lavarse lo latinoamericano para volverse europeo puro, cosa que es una de las tendencias que tenemos nosotros— y, por otra parte, hay que crear un espacio en el que puedan coexistir y dialogar cosas diferentes que no pueden dejar de ser diferentes, es decir, que no se pueden sintetizar. Ese cuento de tesis, antítesis y síntesis... eso no es cierto. Hay contradicciones, antagonismos en la condición humana, en la historia, en el universo, que no pueden ser sintetizados... unas sí, pero otras no. Y esas que no son sintetizables son lo trágico. Crear un espacio para lo trágico, pero que eso trágico se resolviera en el diálogo, en la aceptación del otro, en la aceptación del que es diferente, de lo que es diferente, y por ejemplo, podría producirse
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una fecundación mutua, sobre la base de la aceptación, de la coexistencia de lo que es diferente y no puede dejar de ser diferente. Ayer, hablando con el profesor Haïm Zafrani, con esa fuente de bondad que es él, de sosiego y de profundidad mental y filosófica, recordaba él, basándose en un poema de Aragón, que hubo en otros tiempos, por ejemplo, entre musulmanes, judíos y cristianos, coexistencia. Actualmente hay una guerra que parece sin solución entre árabes y judíos pero, debemos recordar que hubo una época en que eso no fue así. El poema que él recordaba de Aragón dice así: “Lo que fue puede volver a ser si no olvidamos...” Y a mí me parece que debemos recordar los espacios de coherencia manteniendo la diferencia, los espacios de coexistencia pacífica, los espacios de entendimiento con el mantenimiento de las diferencias... porque si no olvidamos, lo que fue, puede volver a ser…”. [ 345 ]
Integración de la región Caribe
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La hipótesis fundamental de este artículo es que ya hay de hecho integración en la región que se ha convenido en llamar Caribe, aunque quizás otros nombres fueran más adecuados, pero predominó, no sin razón, la deslumbrante presencia de ese mare nostrum americano y, tal vez, el recuerdo de los que se creían ser los detentadores únicos de la condición humana. Es práctica inveterada de los filósofos, a cuya tribu pertenezco, la de definir los términos principales que van a usar en una exposición. Entiendo por integración el interrelacionamiento de elementos inicialmente dispares y dispersos de tal manera que el resultado presenta características unitarias sin que las partes pierdan individualidad gracias a ciertos factores aglutinantes que forman un ámbito de estrecha participación con grados diversos de asimilación, hasta un punto en que el conjunto adquiere rostro 90 Presentado como Ponencia en el Simposio “Integración regional en América Latina y el Caribe: entre el regionalismo abierto y la globalización”, en el Congreso Foro Mundial: X Congreso de la Federación Internacional de Estudios sobre América Latina y el Caribe (X Fifalc), realizado en Moscú, del 25 al 29 de junio de 2001. Publicado en Boletín Antropológico, Nº 54, Centro de Investigaciones del Museo Arqueológico “Gonzalo Rincón Gutiérrez”, Universidad de Los Andes, enero-abril, 2002; pp. 535- 542. En 2014 fue publicado como parte del libro El alma común de las Américas editado por Fundecem, Mérida.
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propio y capacidad de expresión y diálogo. Conviene aclarar que la unidad en la diversidad (epluribus unum) no aplana los elementos, sino que más bien los complejiza y enriquece de tal manera que su presencia individual, si así lo quiere el análisis, es mucho más poderosa y significativa que cuando existían separadamente. Paso a considerar los factores aglutinantes que catalizan y, hasta pudiera decirse, generan la integración, al crear un ámbito común en cuyo seno la comunicación se vuelve inevitable.
I. Factores geográficos 1.- El mar La gente que está continuamente en contacto con el mar desarrolla rasgos de sensibilidad, costumbres sensoriales, maneras de expresarse, actitudes emocionales, propensiones pasionales, preferencias sexuales, sentido rítmico muy diferentes de la gente que vive en la tundra, en los límites del desierto, en las cercanías de los polos, en las montañas, en la estepa o en las llanuras. En nuestro caso, además, se trata de un mar cerrado con cadenas de islas grandísimas, grandes, medianas, pequeñas, pequeñísimas y fértiles islotes, con distancias fáciles de vencer por vía directa o por el arco de los empalmes indirecto cuando se dispone solo de embarcaciones pequeñas. Conocida es además la doble embriaguez de ese mar, la que resiente, mar cara de ron, cara de borracho, y la que produce, pregúntele a Saint-John Perse.
2.- El clima La temperatura siempre cálida facilita y alivia los cuidados de la vestimenta. No es necesario pasar varios meses del año envuelto en varios kilos de ropaje incómodo, como sí es el caso entre los que viven sobre el mar del Norte, el estrecho de Magallanes o las costas de Terranova. Tampoco es necesario construir casas muy sólidas ni impasibles a la brisa. Piénsese en un niño en las costas del Báltico en época de invierno y otro en la costa de la Martinica para la misma época. Cuántos recuerdos diferentes;
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en cambio todos los que pasan su infancia en el Caribe tienen los mismos recuerdos en cuanto a sensaciones corporales, lo cual influye sin la menor duda sobre la forma de percibir el mundo, sobre la Weltanschauung con el refuerzo adicional de la vida adulta. Un fondo común físico-orgánico para todos los caribeños; cosa no despreciable si se toma en cuenta la base físico-orgánica del mundo afectivo e intelectual, sobre todo en los armónicos del sentir y del pensar aun desde antes de su separación, cuando eran un solo tronco vivencial.
4.- Flora y fauna El imaginario de todo caribeño está penetrado y densamente poblado por las múltiples y variadas formas de la vegetación que con polícroma lujuria invaden los más íntimos repliegues de la sensibilidad auxiliados por ese sol “como para locos” que a veces acentúa los más ínfimos detalles de las plantas y animales, y a veces los anega y los convierte en esteros de luz para Armando Reverón. Todo caribeño, blanco, mulato o negro, libanés o culí, comparte con todo caribeño la embriaguez recurrente de insectos, pájaros, peces, flores, aromas y sabores de la naturaleza. Todo eso sin contar las ebriedades derivadas por industria humana de plantas como café, caña de azúcar tabaco...
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3.- La meteorología Común a todos los caribeños es la experiencia de los ciclos de la lluvia y de los vientos, y muy en particular el espanto de los ciclones con nombre de mujer y la erótica perversa de sus coletazos. Común también el conocer los desmanes de la tierra y el agua, el recordarlos y el temerlos. ¿Quién que es caribeño no ha sufrido la violencia salvaje, la belleza mortal de los huracanes? ¿Quién que es caribeño no lleva en la memoria y en la respiración la marca temblorosa de esos días aciagos cuando la mansa brisa maternal se convirtió en demonio implacable? Por esa marca nos reconocemos aunque no hablemos de ello, aunque ni siquiera digamos la palabra.
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II. Factores históricos No pretendo contar la historia del Caribe ni siquiera en forma extremadamente resumida y somera, pues tal tarea desborda los límites de este artículo y es innecesaria para sus fines. Baste hacer énfasis en ciertos rasgos de ella que, al ser comunes para todos los pobladores de la región, contribuyen a constituir el ámbito común que ha estimulado desde siempre el proceso de integración. En primer lugar, debe observarse que todos los habitantes del área han venido de lejos; no hubo, hasta donde sabemos, hominización en América; las poblaciones precolombinas llegaron hasta allí después de larguísimos desplazamientos, lo mismo puede decirse de los colonos que llegaron después del descubrimiento a partir de Colón; esto es válido para todos lo habitantes de América, pero en el Caribe los asentamientos eran necesariamente próximos los unos a los otros y esa proximidad propiciaba, es más, obligaba a enfrentamientos de carácter pacífico comercial de intercambio o bélico guerrero con relaciones cambiantes de dominación y servidumbre, todo lo cual conduce al conocimiento mutuo, a la circulación de costumbres y valores, a la integración. En segundo lugar, debe observarse que los pobladores de la región proceden de orígenes étnicos y culturales diferentes en extremo, de tal manera que las relaciones de todo tipo implicaban, exigían gigantescos esfuerzos de comprensión y tolerancia aunque se cortaran nudos gordianos con espada feroz; implicaban y exigían, implican y exigen, el reconocimiento de diversidad y similitud; implicaban e implican, exigían y exigen integración. En tercer lugar, la esclavitud. La multimillonaria migración pasiva de africanos encontró punto de llegada, punto de uso y punto de distribución en el Caribe, de tal manera que este se convirtió en el escenario por excelencia y por antonomasia del tráfico de esclavos, y ya sabemos, gracias a Hegel, que la dialéctica del amo y del esclavo conduce necesariamente a la disolución misma de esos roles, a la disolución pacífica o violenta de eso antagonismos,
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III. Factores artísticos En este punto no es posible ni siquiera señalar rasgos particulares, pues el desarrollo de la música, de la poesía, del baile, de la pintura, del arreglo floral y de la vestimenta se han caracterizado por una creatividad desbordada que supera con creces la de otras áreas culturales en el mismo terreno y que presenta la particularidad de ser aceptada inmediatamente por todo el Caribe. Baste señalar como ejemplo que la invención del merengue equivale en su ámbito cultural al de la Crítica de la Razón Pura en el suyo, y
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al desplazamiento de los nudos del conflicto, y, agreguemos, a la integración. En cuarto lugar, el imperialismo. La cambiante hegemonía de potencias europeas sobre diversas partes del área, seguida por la creciente influencia de los Estados Unidos de América con el desplazamiento de su frontera hacia el sur y su cada vez mayor intervención, sobre todo después de la guerra hispanoamericana, todo esto ha creado un estado de cosas comandando desde lejos, una teledependencia —si usamos esa palabra centauro—, de tal manera que todos los países del área se ven abocados a una subordinación común ya sea que la acepten o la rechacen, y al compartir esa desgracia han caminado también por esa vía dolorosa hacia la integración. En quinto lugar, el mestizaje acompañado de laberíntica transculturación. Los pocos núcleos de raza “pura” que todavía quedan son erosionados continuamente por el sexo; se avanza así una integración aún más estrecha que la ya existente con la separación de los “puros”, pues aún estos comparten ya su imaginario y su afectividad con los “impuros” a despecho de su orgullo de raza superior. En sexto lugar, el devenir de esos pueblos en su relación con la naturaleza ha producido tres factores de integración que tienden a integrar al resto de la humanidad, los ha producido no porque sean originales suyos, sino porque les ha puesto su sello indeleble; ellos son el café, el tabaco y el ron; sin comentario.
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así como en el Caribe se encuentran pequeños grupos estudiando trabajosamente a Kant, así en Europa se encuentran pequeños grupos aprendiendo torpemente a bailar el merengue. Pero lo que nos interesa sobre todo en este punto es señalar que las creaciones artísticas locales se difunden inmediatamente por toda el área y constituyen un poderoso factor de integración. Lo creado por uno es compartido jubilosamente por todos.
IV. Factores lingüísticos Español, inglés, francés, holandés, árabe y hindi son lenguas vivas en el Caribe, cada una de ellas con un acento particular caribeño aun en hablantes supuestamente “puros”, acento que es inmediatamente reconocido por las poblaciones de donde proceden esos hablantes. Se hablan además el creole y el papiamento, creaciones locales de gran interés para el lingüista. Pero lo que cabe señalar aquí es la comunicación que se logra entre todas esas lenguas; ninguna es lingua franca en todas partes del área, pero en todas se logran compromisos de comunicación que no fallan y contribuyen a la integración cultural y económica, pues en este último orden se producen intercambios espontáneos de carácter informal que una integración en libertad política haría extensos y fecundos. V. Factores religiosos Si distinguimos entre institución religiosa, religión y religiosidad, debemos decir que aun cuando hay varias religiones de origen europeo, africano, americano y extremo-oriental y aunque algunas de esas religiones estén representadas por instituciones religiosas organizadas y conectadas con otras áreas del mundo, sin embargo se ha desarrollado una religiosidad difusa que no puede definirse como sincretismo. Sincretismo hay en el nivel de las religiones, pero nos referimos a una actitud religiosa un tanto panteísta, supersticiosa, fraternal y gozosa que no puede descomponerse en elementos ajenos reestructurados, sino que tiene una fuerza propia
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unitaria y poderosa, y es esa religiosidad difusa la que proporciona el caldo de cultivo más importante para la integración emocional y sentimental. Esto amerita consideración separada y exige tratamiento amplio y profundo más allá de lo que este espacio nos permite; pero valga por los momentos el simple señalamiento a la espera de apropiada exposición y demostración en otro lugar.
Conclusión Según lo expuesto, es evidente que ya existe integración en el área caribeña, pero se trata de una integración incompleta porque el territorio está dividido en sectores de poder económico y político dependientes de potencias exteriores al área. Priva el interés de esas potencias sobre el interés local de intercambios locales fecundos y capaces de engendrar autónomamente relaciones con el exterior desde toma de decisión autónoma. Hemos llamado a ese estado de cosas teledependencia, palabra centauro fea como aquello que designa. No vemos cómo ese estado de cosas pueda cambiar hacia un integración completa, a menos que el proceso de globalización aniegue y niegue el papel hegemónico de las grandes potencias y dé lugar a una auténtica fluidez de intercambios que apunte hacia
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VI. Factores gastronómicos Hemos llegado al punto culminante de este artículo, culminante por su posición y por su importancia. La esencia de la identidad caribeña, la concreción de todo lo dicho anteriormente y de todo lo que no pudo ser dicho está aquí, el fundamento de la integración ya lograda y de la que falta por lograr está en el surgimiento de una cocina original, la creación de un arte culinario difícilmente separable de lo que hemos llamado religiosidad difusa. Quienes estudian el Caribe con la pretensión de llegar a resultados importantes con recursos científicos e intelectuales solamente están condenados al fracaso mientras no bailen, beban y coman en compañía de caribeños auténticos y desenfadados. El Caribe no entrega su ser a seres abstractos.
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una integración de toda la humanidad. Esto parece utópico y el proceso de globalización tal vez no esté en manos de nadie; pero una gran cantidad de imponderables en escala mundial hace campo a la esperanza, esperanza pequeña, pero esperanza al fin, no otra cosa queda a la impotencia del hombre.
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Dos mujeres y una maravilla sola
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Mientras más pienso en ella, mientras más la leo, más me convenzo de que Emily escogió la reclusión en un solo sitio. Puso a distancia lo político: en sus muchas cartas apenas hay alguna referencia indirecta a la guerra de secesión que incendiaba a su país. Puso a distancia la institución religiosa de su familia: no hizo profesión de fe. Puso a distancia la vida social: no fue nunca fiestera. Puso a distancia el trato carnal con hombres: amó de lejos, acarició con dedos postales. Puso a distancia a las demás mujeres: no tuvo compinches ni practicó sisibuteo alguno. Llegó al extremo –dicen– de hablar por la puerta semiabierta de su cuarto sin ver al interlocutor. Nada la obligaba a esa conducta. Nadie la hostilizaba. Se aisló, creo, para relacionarse más auténticamente con el mundo, con los demás, consigo misma. Evadió el contacto superficial. Se relacionó en lo profundo con los autores de la Biblia, con Shakespeare, con Dickens, con Emerson, con Hawthorn, con Melville… Se relacionó en lo profundo con cuantos quieran acercarse a sus poemas. 91 Prólogo escrito bajo el heterónimo Jonuel Brigue al libro de Emily Dickinson. Los sótanos del alma. Mérida, Universidad de Los Andes, CDCHT y Ediciones El otro el mismo, 2002. Traducción, ensayo y comentarios de Anna Maria Leoni, publicado en 2 tomos, uno dedicado a su vida y la poesía, y el otro a su correspondencia.
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Relación espiritual no ligada al éxito publicitario: solo siete de sus 1775 poemas fueron publicados en vida suya, y sin mucha resonancia. Sí, escribió 1775 poemas y logró hacer que se conservaran. Era amiga del lejano a su espacio y a su tiempo; era amiga del próximo al fuego creador de su alma. Su vida íntima es compleja y está tejida de paradojas. En su aislamiento escribió cartas apasionadas, conoció la amistad y sufrió duelos terribles. Era secreta y expansiva, seria y burlona, discreta y deslenguada. Vivía entre lo visible y lo invisible, entre la palabra y el silencio, entre Dios y los poetas, entre la familiaridad de lo cotidiano y la fulguración de lo místico. 1775 poemas. Sobre el amor, la naturaleza, el yo, la muerte, la eternidad… Dísticos, paisajes, escenas bíblicas, elegías, apóstrofes. Su estilo breve, conciso, descriptivo, su métrica derivada de himnos evangélicos, pero libre, irregular, impredecible hacen pensar en la transmisión de una gnosis. En el sentido más clásico del término gnosis: un conocimiento de origen sobrehumano, divino. Pero lo más asombroso, original y admirable de su poesía, para mí, es el manejo del lenguaje. Sabemos de la seducción que ejerce el lenguaje sobre el sentimiento, el pensamiento y la percepción. Encierra al sujeto en un mundo convencional, protector de lo colectivo, garante de comunicación, pero limitante. El artista trasgrede las estructuras de ese mundo, va más allá. Si es artista de la palabra, tiene que combatir de muchas maneras, con el lenguaje, contra el lenguaje. Emily osó descoyuntar las oraciones, alterar las funciones semánticas, confundir los esquemas sintácticos. Todo poeta, para crear y comunicarse, logra lo extraordinario con los medios ordinarios del lenguaje. Ella fue más audaz: alteró los medios. Por los quiebres asomaron prístinos significados, como la luz entra a una prisión obscura cuando se derriban las paredes a golpes de mandarria. Y tan inofensiva que se ve con esos ojitos de yo no fui, color de jerez que el visitante deja en la copa. La visitaban ángeles machos. Supo ser tiernamente violenta, violentamente delicada. Se
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le puede imputar culpa en las destrucciones creadoras de Ezra Pound y de James Joyce. Para los lectores de habla española estuvo ella inaccesible. Algunos estudios. Traducciones parciales y mediocres. Hasta que se ocupó del asunto Anna Maria Leoni. Inteligente y bella mujer en cuerpo y alma. Italiana de nacimiento y formación, es doctora en literatura inglesa con trastienda de estudios clásicos avanzados. Venezolana por decisión personal, ha puesto sus inmensos talentos y méritos académicos al servicio de la Universidad de Los Andes de Mérida, Venezuela, donde fundó y dirigió la Escuela de Idiomas, una tacita de plata. Su vocación y su sensibilidad han sostenido su disciplina. Se ha dedicado al estudio riguroso de autores antiguos y modernos en la lengua materna de cada uno. En ese camino se encontró con Emily Dickinson como si se hubiera encontrado consigo misma. La afinidad es asombrosa. Da la impresión de haber sido predestinada para dar a conocer a Emily en el mundo de habla española. Asumió la tarea de traducir su obra, informar sobre su vida, comentar sus textos. Esto es mucho. No basta saber inglés y español a perfección como ella efectivamente sabe. No basta conocer la literatura inglesa y tener tras de sí muchos años de estudio y reflexión sobre la literatura como expresión privilegiada de la condición humana, como ella efectivamente conoce y tiene. No basta conocer a Emily Dickinson a fondo, como ella efectivamente la conoce. Hay un problema especialmente difícil para quien se decide, como ella, a traducir a Emily Dickinson. Como hemos dicho, la poetiza americana recreó la lengua inglesa. ¿Cómo hacer para decirla en español? ¿Cómo enseñarle la lengua de los romances, de Quevedo y Góngora, de Cervantes y Calderón, de Machado y García Lorca, de los pueblos de Hispanoamérica para que ella las deshaga y las rehaga a su imagen y semejanza?
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Anna Maria Leoni aceptó ese reto a consciencia de su magnitud; le tembló el alma, pero no le tembló el pulso ni la cabeza. Aquí está su gran regalo para los hijos de la lengua española. ¡Gracias Anna Maria!
Matisse y Latinoamérica
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Recuento aquí los pasos de una investigación y sus resultados. Cumplí las reglas de la etiqueta universitaria, pero en el origen de la búsqueda estuvo una intuición obscura: la relación esencial entre Matisse y Latinoamérica. En mi adolescencia barquisimetana, cuando entré en contacto con el arte universal, gracias al profesor de Educación Artística, Reyes García, en el liceo Lisandro Alvarado, gracias también a la Escuela de Bellas Artes y a la Biblioteca Pública, sin olvidar el diario El Nacional cuyo suplemento semanal publicaba fotografías de cuadros recientes de pintores europeos, cuando descubrí pues la maravilla del arte, tuve una revelación. Cuando digo arte me refiero a las artes plásticas, pero también a la música. Fue la época del maestro Medina, profesor italiano de canto; de Guuido Hauser, filósofo doblado en comerciante de discos y aparatos de sonido; de Doralisa Giménez de Medina con su escuela de piano; del maestro Carrillo, compositor y virtuoso de la mandolina; de los hermanos Gómez, cantantes insignes; de la pequeña Mavare, orquesta regional; de Paul Freund, pianista ciego… 92 Publicado en Boletín Antropológico. Universidad de Los Andes, Nº 57, enero-abril, 2003. pp. 85-78.
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La revelación: Una obra de arte no es un signo, es una realidad autónoma; no remite a otra cosa, es completa en sí misma. Tal revelación fue progresiva; no se dio como un relámpago, sino como un amanecer; tardó años en alcanzar precisión conceptual. Matisse no me interesó especialmente. Mis pintores favoritos eran Mondrian y Kandinsky, cuyas pinturas, las del primero geométricas, las del segundo sin sujeción a esquemas, no representaban objetos del mundo, creaban mundos. Cada cuadro una mónada. Mis compañeros y profesores me señalaban que, en general, las obras de arte representan escenas históricas o religiosas, son retratos o paisajes, son alegorías de ideas o sentimientos. Si se suprimían las obras que no correspondieran a mi definición, la historia del arte se reduciría a un puñado de pintores abstractos y a los arabescos y grecos. Me señalaban también que la música era vehículo de emociones, ideas, recuerdos, incitaciones, relatos. Si se suprimían las obras musicales que no correspondieran a mi definición, nos quedaríamos sin música. Yo contra argumentaba que las obras de pintura figurativa y de música programática, eran obras de arte no en virtud de lo que representaban o vehiculaban, sino por su carácter de mundos autónomos. Lo representado en ellas o vehiculado por ellas podía ser expresado por medios no artísticos. Distinguí entre obras de arte puro, mis preferidas, y obras de arte en servidumbre. En las segundas, era posible señalar lo que las distinguía como arte y eso nunca era el contenido. Extremismos de la adolescencia, tal vez. Estando así las cosas con respecto al arte, comencé desde entonces, paralelamente, a interesarme por la situación cultural de Latinoamérica. Me asombraba el fracaso de los políticos en lograr lo que se proponían: modernidad, progreso, prosperidad, educación de nuestros pueblos. Mucho estudio de muchos años, desde la filosofía, desde la antropología cultural, desde la historia, desde la lingüística…
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Escribí ensayos para dar cuenta de mis investigaciones, ensayos que culminaron en El laberinto de los tres minotauros. En eso estaba cuando comenzó a llamarme la atención Matisse, sobre todo desde que viví al lado de la capilla concebida, construida y decorada por él en Vence. No era cosa de pensamiento discursivo, ni de análisis de observaciones, ni de ejercicios de comparación. Yo intuía obscuramente que entre Henri Matisse y Latinoamérica había una relación esencial. No desprecio las intuiciones. Sé que a menudo corresponden a una percepción directa por parte de una potencia cognoscitiva, no bien conocida, o son el resultado de complejos procesos lógicos inconscientes. En consecuencia, puse manos a la obra y diseñé una investigación para convertir la obscura intuición en conocimiento lúcido, claro y distinto, o para descartarla como musaraña de la fantasía. Matisse nació el último día de 1869, en una aldea francesa del norte, en vísperas de una gran derrota militar de Francia. Abandonó los estudios de derecho para estudiar pintura y conoció las limitaciones económicas frecuentes entre artistas. Sufrió de gravísimas enfermedades y fue sometido a peligrosas intervenciones quirúrgicas. Las mujeres no le duraban mucho. Le tocaron las dos guerras mundiales del siglo XX. Conoció el desprecio y la gloria. Fue fiel a la pintura y a la amistad. Produjo mucho en trabajo incansable y murió en Niza a los ochenta y cuatro años bien vividos. La trayectoria de su vida no muestra analogía con la historia de Latinoamérica. Nada especial. Los hombres nos parecemos unos a otros y a todos los pueblos. En alguna medida. Pero no hay analogía específica entre la biografía de Matisse y la historiografía de Latinoamérica. Todos los hombres y todos los pueblos pagan el pan con el sudor de la frente -también los ricos sufren- y la tierra les da cardos y espinas. No hay por ahí nada que justifique y aclare la obscura intuición.
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Antes de seguir, debo aclarar que cuando publiqué El laberinto de los tres minotauros y cuando coetáneamente aumentó mi interés por Matisse, yo estaba bajo el impacto de una observación y la esperanza generada por una idea. La observación: En Latinoamérica habían fracasado las dictaduras, la democracia, las guerrillas, el socialismo, la religión, el positivismo, el elogio teórico del mestizaje, el liberalismo, el indigenismo, la negritud, el culto de los héroes… y ese monumental fracaso tendía a eternizarse por las razones expuestas en El laberinto de los tres minotauros. La observación incluía, por otra parte y en contraste, la rica producción en el campo de la música y de la poesía. En Latinoamérica se generaron y se siguen generando formas de canto y danza, ritmos que han logrado aceptación mundial. Latinoamérica es la región del mundo donde el interés por la poesía es más intenso y generalizado; al lado de algunos autores de valor universal, hay una continua producción de versos, relatos, novelas, chistes, juegos de palabras, discursos; cuando se abre un concurso literario, el jurado se ve abrumado por la cantidad de participantes. También había yo observado que a menudo, en la historia de los pueblos, la gran obra de arte precedía y anticipaba, tal vez impulsaba el desarrollo político, social, económico y también artístico. La Ilíada fue anterior al milagro helénico. La Divina Comedia fue anterior a la unificación política y social de Italia. La traducción de la Biblia por Lutero fue anterior a la consolidación de un estado alemán antes disperso en dialectos y tribus. Se me ocurrió pensar que si Dante hubiera sido catalán, Cataluña sería una nación soberana. Hay judíos porque hay Antiguo Testamento: Toráh, profetas, y escritos poéticos, históricos, sapienciales. En Latinoamérica vivimos a la sombra y a la luz de la poesía medieval española, del Siglo de Oro y de la literatura europea moderna; pero en tanto que naciones nuevas, no tenemos todavía obras que nos estabilicen y nos definan, aunque esto podría ser lo que Fernando Báez llama “el mito de la gran obra”, el primero de los cuatro mitos que persisten
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atrayendo a los escritores venezolanos, según este autor (los otros son “el mito de la internacionalización”, “el mito del apoyo” y “el mito del prestigio”): “El primero de los mitos destinados a castrar es el mito de la gran obra, que no es más que el producto de la notabilísima falta de entusiasmo por lo que se crea nacionalmente. A diario se discute (con imparcialidad de café) que como no hemos tenido un Borges, obviamente tendrá que sobrevenir otro muy pronto. Y la más inocente publicación dispara las angustias. Desesperadamente, todo, según este esquema, pareciera reducirse a la promoción de un libro lo suficientemente decente como para poder convertir a su genial demiurgo en ‘maestro’”
(Báez, 2002: 12).
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La idea: En fin, la observación múltiple, aquí escuetamente descrita, había dado lugar a la idea de una salida hacia un futuro coherente mediante el arte, por obra y gracia del arte. Nuestra realidad es caótica, el arte es cosmos. Nuestras fuerzas vitales se entusiasman solo con la creación artística. Debes producir chispas y soplar. Sopla, sopla buscando la gran hoguera. Me puse a considerar si esta idea esperanzadora explicaba la intuición obscura de relación esencial entre Matisse y Latinoamérica. Por una parte, es de observar que Matisse estudió en academia; aprendió a dibujar y a pintar con maestros; aceptó los instrumentos usuales: paleta, pincel, caballete, tubos de pintura, telas, arreglos de naturaleza muerta, modelos vivos. Es más, durante varios años estuvo en el Louvre copiando las obras de grandes artistas allí conservadas; hasta vivió de ese trabajo. Hizo escultura con los recursos operativos transmitidos por las escuelas y con los materiales aceptados por generaciones. Aprendió todas las técnicas de reproducción practicadas en su tiempo para multiplicar la obra una vez creada. Gerenció su trabajo y administró sus ganancias con las virtudes que le enseñaron sus padres en su infancia de Le Cateau Cambrésis.
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Yo vi en todo esto la presencia lozana y poderosa de la tradición francesa y europea occidental en asuntos de arte. Vivió como cumpliendo con el papel que la historia de Europa asigna a los artistas. Allí estaba la razón primera, la Europa primera que también se ha manifestado con tanta fuerza en Latinoamérica. Observemos, sin embargo, por otra parte: Aunque Matisse decía a sus discípulos «quien quiera ser pintor debe cortarse la lengua para tener que decir todo con pinceles», él mismo no cumplió su precepto. Fue locuaz y, por fortuna, elocuente. Todo el tiempo intentó, y muchas veces logró, pasar a un nivel conceptual y verbal sus experiencias de hombre y de pintor, sus conocimientos técnicos, sus descubrimientos sobre los efectos físicos y psíquicos de las combinaciones de color y de los rasgos más simples del dibujo. Opinó que da gusto sobre la historia del arte y sobre los demás pintores. No escribió tratados. En realidad escribió poco para la imprenta; pero su innumerable correspondencia con amigos, sus respuestas a incontables entrevistas, sus opiniones orales anotadas, conservadas y publicadas por sus interlocutores, dan lugar a una especie de corpus matissianum que pudiera expandirse y organizarse en sistema como tratado de estética. Lo que me interesó no fue ese virtual tratado de estética, sino la búsqueda tenaz, incansable de dar cuenta y razón de su vida, de su obra y del arte en general. Desde que Sócrates dijo “la vida no analizada no es digna de ser vivida” y seguramente también desde antes, se desencadenó una investigación sobre la estructura de lo real y nada parece detenerla. No bastaba ser valiente; era necesario poder pensar y decir qué es el valor. No bastaba bailar era necesario ver, comprender y decir todos los procesos orgánicos y mentales que hacen posible el baile. Luego, diseñar acciones basadas en ese conocimiento claro y distinto, capaz de dar razón de sí mismo y comprobarse en la práctica. Ciencia y tecnología científica. Lo que yo he llamado la
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razón segunda en acción, la Europa segunda en conflicto con tradiciones obscuras, incapaces de cumplir las exigencias del intelecto. Matisse se da cuenta de lo que ocurre cuando se hace una obra de arte. Se da cuenta del efecto de las relaciones de colores entre sí y con las formas. Luego inventa maneras de aplicar ese conocimiento en la creación artística. Inventa, por ejemplo, dibujar con tijeras: recorta papeles o cartulinas coloreadas y las pega en los espacios de la obra. Razón contra tradición. Eso es lo que en escala de países y de la humanidad entera tratan de hacer las revoluciones. Lo que intentó la Revolución francesa, lo que ha estado haciendo la Revolución industrial, la revolución en el manejo electrónico de la información. Con todos los conflictos que trae el oponerse a obscuros valores de la tradición que, no por obscuros y por no analizados o por no analizables, no dejan de ser poderosos, y quizás esencialmente indestructibles por afianzarse en la estructura de la condición humana. Razón contra tradición. Ilustración contra ignorancia. Ese conflicto marca poderosamente la historia en Latinoamérica. La planificación racional del estado, obstaculizada por intereses inveterados y costumbres sagradas. Por otra parte, la tercera después de tradición y razón segunda, observemos la presencia inconfundible del discurso salvaje en Matisse. Pero recordemos primero el contexto sociohistórico. Se había producido un quiebre en todos los sectores de la vida en la Europa occidental. Las conmociones de trono y altar producidas por la Revolución francesa. El cambio brusco de la actividad económica debido a los inventos. La alteración violenta de las relaciones de poder entre estados ocasionada por las guerras napoleónicas. La servidumbre de las artes plásticas a la representación se volvió innecesaria con el invento de la fotografía. Las artes así manumitidas y las artes cimarronas se desplazaron a saltos hacia su propia esencia. Quien visita en el Louvre las obras del siglo XVIII y las de la primera mitad del XIX, aproximadamente, y luego va al
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Musée d’Art Moderne en el Centro Pompidou siente que pasa de un mundo a otro mundo. Lo mismo quien, en el Musée d’Orsay, pasa de la planta baja hasta el último piso. Matisse fue parte de ese quiebre, de esa violencia y de la consecuente búsqueda. Muy joven todavía encabezó el movimiento fovista para trabajar con colores puros. Rechazó el impresionismo porque esa escuela se centraba en el objeto instantáneo creado por la luz; consideró que el objeto podía producir una emoción, y que el pintor debía pintar esa emoción con colores, reduciendo el dibujo a rasgos fundamentales y simples, pasó toda su vida de pintor ante objetos emocionantes: paisajes, sillones, ventanas, pájaros, naturalezas muertas, vestidos, sombreros… pero sobre todo ante modelos desnudas, con perversa emoción, y no porque hubiera llegado a la feliz edad de la impotencia, como decía de sí mismo Delacroix anciano, sino porque despertaban su potencia creadora. Por cierto, una de las modelos se amarró los senos y se vistió de severos perifollos al convertirse en monja; entonces Matisse hizo la capilla de Vence, obra que esconde mal un erotismo larvado y fetichista. No solo abrió su espíritu a las pulsiones irracionales de su inconsciente. Abrió su espíritu y el espíritu de Europa al discurso salvaje del mundo. Me explico. Para los europeos lo no occidental era cosa de salvajes, de primitivos y, en el mejor de los casos, eran manifestaciones de la etapa infantil de la humanidad. En el peor de los casos, eran demostración de inferioridad racial. Matisse fue el primero en reconocer el arte de África como arte en plenitud. Luego se interesó también por los íconos bizantinos, por las miniaturas persas, por la caligrafía árabe de textos sagrados, por la estatuaria religiosa de la India, por los pintores de China, del Japón, por los anónimos artistas de la América precolombina y por los de Oceanía. Se interesó también por el arte popular ingenuo. No estuvo solo en tal empresa. Grandes artistas de Europa en esa época tuvieron ojos respetuosos y admirativos para lo no europeo. Y para lo no racional, ni primero ni segundo, en la
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propia Europa, como se manifiesta en el poderoso movimiento surrealista. La obscura intuición parecía aclararse: En Matisse se presentan los tres discursos característicos de la vida latinoamericana. Dentro de su conflictividad Matisse generó grandes obras de arte que no eran ni aplicación de la tradición a temas nuevos con inercia repetitiva, ni una mera combinatoria cosmopoyética de elementos heterogéneos como lo quiere la razón segunda, ni el desbordamiento de pulsiones incomprensibles que mediumnizan al artista. Tampoco eran un compromiso entre esas tres fuerzas. Mucho talento y una larga voluntad de trabajo desde un centro vocacional incoercible. Algo análogo podría predecirse en el devenir creativo de Latinoamérica. Pero eso no es ninguna obscura intuición. Es una intuición superficial. Además, la analogía es muy genérica. Casi de cualquier artista puede decirse en esencia lo mismo. Y de casi cualquier país. Lo específico de Latinoamérica queda por fuera. Nuestra heterogeneidad es íntima y cordial, innata, forma parte de nuestro origen, es constitutiva de nuestra esencia. No es algo que se va encontrando en el camino de la vida. Se puede esperar y desear nuestra salida hacia un futuro coherente por vía del arte. Es altamente probable; pero no sabemos el día ni la hora; no podemos organizarla ni facilitarla; nos es imposible predecir sus características, excepto en analogías superficiales. La obscura intuición, tan prometedora, resultó ser una musaraña. Moraleja: Si no se investiga ni se piensa con claridad, seguiremos viviendo con la cabeza llena de musarañas aunque no tengamos ni ratones ni arañas en la casa y aunque el connubio de esas alimañas sea imposible y, por supuesto, infecundo.
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Bibliograf ía BÁEZ, Fernando (2002). La ortodoxia de los herejes, Ediciones Solar, Col. Ensayo, Mérida. BRICEÑO GUERRERO, J.M. (1999). El laberinto de los tres minotauros, Monte Ávila Editores, Caracas.
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Recuerdos de infancia sobre la obra de Rómulo Gallegos
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Siempre me ha molestado escribir una conferencia para después leerla ante un público. Sé que hay una diferencia abismal entre escribir para ser leído y hablar para ser oído. Es una diferencia de la forma interna del lenguaje y hay otra diferencia en las descargas de adrenalina. La emoción que se siente durante la escritura no está influida por la presencia directa de los oyentes. Sería preferible escribir un artículo sobre el tema y luego hablar libremente sobre el mismo tomando conciencia de las reacciones de los presentes y tomando en cuenta la impresión que nos producen en cuanto a preparación e interés. Escribir en solitaria, para después leer lo escrito ante un auditorio, es comportarse como esos amantes nerviosos que, antes de visitar a la novia, se masturban para entrar luego al juego erótico compartido sin prisa ni impaciencia, con maestría serena.
93 Conferencia pronunciada el 2 de agosto de 2004, en el acto central de la celebración del 120 aniversario del natalicio de Rómulo Gallegos. Publicada en la Revista Actualidades, Nº 12, enero-junio 2005 del Celarg, Caracas, Venezuela.
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Sin embargo escribo para leer; pero con la esperanza de ser interrumpido, interrogado, refutado, criticado, rechazado, amado, según los cuarteles. Comienzo por el escenario de lo recordado: casa materna en Palmarito, Apure, casa de zinc en la Ciudad de Nutrias, casa de palma en Sabaneta de Barinas, la quinta del padre en la entrada de Barinas, la casa en Barinas que se quemó una noche hasta las fundaciones, la casa de los Villafañe, mis tíos, en el centro de Barinas. Mi mamá tenía la costumbre de leer en voz alta con sus amigas, en la sala, turnándose. Mi papá también leía en voz alta, pero solo, encerrado en la biblioteca. Yo quería aprender a cocinar, también a coser, tejer, bordar y calar. Pero me lo prohibieron, me prohibieron incluso entrar a la cocina. Los hombres son de la calle, andan a caballo, tienen revólver, beben aguardiente, comen chimó y puede darse que peleen a cuchillo o con machetes. Los hombres ganan plata en la calle, mantienen la familia y la defienden. Lo de la calle me dio miedo. Entre la cocina prohibida y la calle temida, descubrí que tenía acceso ilimitado a los libros con lectura siempre audible. Yo aprendí a leer en silencio después de grande. Cuando mi papá no estaba, la biblioteca era un sitio permitido, pero no obligado. La biblioteca se convirtió en mi santuario. Mis primeras lecturas fueron, ante todo, el libro primario de Mantilla y los libros de la escuela, por lo general, especie de enciclopedias que contenían todas las materias de estudio. Simultáneamente, leía la Biblia con la dirección materna. Mi mamá era evangélica en pueblos católicos y dirigía un culto familiar que incluía aprendizaje del texto áureo los domingos. Leí solo La Ilíada, La Divina Comedia, el Fausto, el Quijote, sin entender nada o casi nada. Por ejemplo, de La Ilíada me impresionó un guerrero joven, fuerte y bello a quien el velo de la muerte cubrió los ojos sin que él supiera que iba a morir, y un adivino que no adivinó el lanzazo asesino y cayó pesadamente con la cien atravesada por el bronce enemigo.
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Las lecturas de las mujeres eran larguísimas novelas francesas y rusas, y yo las escuchaba sentado en una sillita pequeña al borde de los ríos de ensoñación mientras mis hermanos jugaban en el patio o en la calle. Las lecturas solitarias de mi papá eran en la biblioteca a puerta cerrada y yo las escuchaba sentado en el suelo fuera del umbral. Las palabras no me llegaban con claridad ni al oído ni al entendimiento y yo me adormecía con las inflexiones de la voz. Pero una tarde pasó algo extraordinario: mi papá leyó en la sala con mi mamá y las vecinas. Había traído un libro y se dirigió a mí. Hasta entonces me dejaban oír sin prestarme atención. Pero esa tarde se dirigió a mí: “Ese libro tiene tu edad, fue publicado cuando tú naciste. Nació conmigo.” Desde las primeras palabras el impacto fue tremendo. Bongo, Arauca, Barracas, no el Sena, el Ródano, la Loire, el Rin. No el Don, el Volga, el Vístula. Sino el Arauca. Bongo, Barrancas, cosas de mi entorno, tan familiares, al aparecer mencionados en un libro, adquirían singular encanto y una cierta extrañeza. Hasta entonces se revestía de inesperado prestigio y cuando volvía a la normalidad se erguía aureolado de majestuosa dignidad. Me puse a imaginar textos donde aparecieran las alpargatas, las manos de cambur, la chicha, el hervido de gallina, los mamones, los báquiros. Pienso en el caso de la muchacha ciega y sordomuda a quien la maestra derramó agua sobre la cabeza mientras le digitaba el signo de agua sobre el dorso de la mano. Cuando comprendió la relación entre cosa y signo, el paso de lo real a lo sígnico, se agitó en extremo y comenzó a agarrar cosas mientras ofrecía a la maestra el dorso de la mano. Yo había comprendido el paso desde lo familiar hasta el nivel de la escritura, y, con gran agitación, quería experimentar. Otro lado del impacto fue el sonido, la sonoridad, la resonancia. Era el mismo lenguaje de mis padres y de mis maestros; pero
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elevado a un ámbito de musicalidad que me vibraba en la nuca, la garganta y los brazos. Yo había sido oyente pasivo de los libros anteriores gozando las delicuescencias de la imaginación; pero ahora, por primera vez, pedía repetición de pasajes y llegué a la audacia de solicitar leer yo mismo. Los libros anteriores eran también de grandes escritores. Pienso que no sentí algo similar porque eran libros traducidos y la traducción por lo general, entre otras flaquezas, surge de torpeza sonora. Esto y mucho más viví y aprendí en la lectura de ese libro; pero no lo que oí después como adulto: el positivismo, el nativismo, el modernismo, el activismo político. El goce de la lectura era superior a los significados. Un edificio fonético ese libro, una casa de guitarras, no un simple medio de comunicación. Si negar la vehiculación de significados, ni los resultados del análisis estilístico; sin negar la transmisión de ideas, ideología, pasión, yo prefiero la sabiduría de la infancia, más fuerte que la del adulto y admiro a un profesor de literatura de Mérida que en vez de dar clase pone a leer los textos en voz alta y su único comentario ocasional es “¡vea eso, vea eso, estupendo, estupendo!”. Con la llegada de unos primos de mayor edad y las demás obras del mismo autor, mis hermanos todos y los niños del vecindario se sumaron a las lecturas ya sin dirección de los adultos y comenzó un juego que consistía en asignar a cada niño el nombre de un personaje para ver si calzaba bien; pasábamos así casi al teatro. A mí me toco, recuerdo, el nombre de Chuachuaima y, mezclando las obras, me tocó alternar con los personajes de otros libros. Aprendíamos de memoria algunos parlamentos de nuestro personaje. Los alterábamos y procedíamos a caóticos diálogos y discusiones en medio de gran hilaridad y desorden. No pretendo que estas experiencias infantiles se vuelvan ejemplares; espero, sin embargo, que no se desprecie esta relación involuntaria del escritor con los niños, en un tiempo y una región de pleno subdesarrollo, sin televisión, ni cine.
El escándalo de la Filosofía
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Me dijeron por teléfono que querían que yo hiciera aquí una conversación, una charla sobre filosofía y me dijeron que era un grupo de profesores que se reunía aquí a comer paella y a beber aguardiente y que de pasada les gustaba escuchar a alguien que los entretuviera con un discurso distinto al ordinario, con una pajita fina. Entonces, yo he venido a hacer eso. Cuando preguntaron el nombre de la charla sugerí El escándalo de la filosof ía con el objeto de que tuviera un cierto atractivo con el título. En realidad, ese título El escándalo de la filosof ía tiene su origen en Alemania; en los diccionarios de filosofía alemanes que yo leía cuando estudiaba en Viena, una de las entradas decía: escándalo de la filosofía. Cuando yo leí esa entrada decía que muchas personas opinan que la filosofía es una disciplina escandalosa porque cómo es posible que teniendo ya veintiséis siglos de ejercicio ininterrumpido hasta la fecha no se haya podido responder las preguntas que grandes hombres se plantearon. Ese el escándalo que dicen de la filosofía. Yo pienso que ese escándalo de la filosofía se debe a que no hay una comprensión de lo que es la filosofía por parte de los que 94 Conversatorio en La Chistorra, tasca restaurant. Mérida, Venezuela. Miércoles 03 de diciembre de 2008.
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hacen esa crítica, porque la filosofía no tiene por objeto responder preguntas sino hacer preguntas. Y tanto es así, que tan pronto como hay alguna respuesta dada por ellos mismos a sus preguntas, inmediatamente la ponen en tela de juicio, de tal manera, que una definición que se ha dado de la filosofía es que es una actividad que consiste en quitar continuamente el piso donde se está parado, de modo que si alguien hace una definición de la filosofía viene otro filósofo y demuestra que esa definición está errada, es una especie de no conclusión. Lo contrario sería un dogmatismo (aunque ha habido dogmatismos de origen filosófico). En la naturaleza misma de la filosofía no está propugnar una doctrina infalible que tenga que ser aprobada por todo el mundo y que deba ser defendida a capa y a espada, hay una cierta apertura siempre a la discusión. Algunas preguntas de la filosofía ya pasaron. La primera pregunta de la filosofía de la cual se tiene noticia es del siglo VI en una parte de la Grecia de aquel entonces. Entre aquellos hombres, estaba uno llamado Tales, recordado porque predijo un eclipse y le dio el dato a un general del ejército y el General le anunció al ejército enemigo que él iba a detener el sol y a oscurecerlo, el otro se rio y atacó y empezó a ver que el sol efectivamente se ocultaba, se asustó y se rindió). Se recuerda de él que le gustaban mucho las estrellas y caminaba de noche mirándolas; un día cayó en un pozo, en un barrial horrible y una muchacha de servicio esclava que estaba por ahí se burló de él porque, siendo capaz de mirar cosas lejanas, no veía lo que estaba cerca y se caía. Pareciera que el filósofo no es capaz de entenderse con cosas cercanas. Incluyendo, el más grande filósofo, Platón, que se metió a tratar de gobernar utilizando unas teorías que tenía sobre el gobierno y salió con las tablas en la cabeza. Lo mismo le pasó a Heidegger, cuentan que después que salió todo maltrecho y con mala fama, un amigo lo encontró y le dijo: Martín ¿ya estás de regreso de Siracusa? (Siracusa es la ciudad donde fue Platón a tratar de gobernar). Pero la pregunta que se formuló en el siglo vi y nadie se la había formulado antes, eso hay que reconocerlo, es: ¿de qué están hechas
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95 Según el contexto podía significar en griego antiguo: amar con afecto de amistad, querer con amor puro; pero también besarse con alguien o amar sexualmente; podía traducirse también como asistir, cuidar, buscar, anhelar, perseguir y ambicionar. Briceño Guerrero amplía su desarrollo filológico mostrando el matiz predominante a lo largo de la historia.
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todas las cosas del mundo?, ¿están hechas de un solo material que se diversifica? ¿O están hechas de varios materiales que se combinan? Esa pregunta no se la había hecho nadie en la historia conocida de la Humanidad, ¿de qué está hecho el mundo? y se referían al mundo material y, entonces, no había investigación científica, se trabajaba con suposiciones; ¿será que está hecho de un material invisible que se va modificando y da lugar a las cosas diferentes?, ¿pero qué es lo hace que una cosa sea diferente de otra?, ¿por qué ese material del universo no se mantiene siempre igual? De modo que se preguntaba de una vez por el origen de la multiplicidad y también tenía una cosa que ver con la unidad, esa multiplicidad del mundo se fundamentaba en una sola cosa o, por lo menos, en un punto pequeño de cosas, ahí surgió la idea de la unidad y esto me hace que considere necesario hablar de esta palabra, la palabra filosofía es una palabra tardía. Un filósofo de la misma época llamado Pitágoras inventó la palabra filósofo y es curioso que se sepa quién la inventó y cuándo. La inventó Pitágoras y fue en el siglo V a. C., y la palabra filósofo no significa el que ama la sabiduría; ese es un significado tardío, el significado inicial es un verbo: phileo95 , que posteriormente significó amar y después significó besar y hoy en día significa solamente besar en griego moderno. Ese era un término de la música, el verbo philei en término de la música significaba acordar un instrumento con otro o acordar una cantante con el instrumento que lo está acompañando, como uno continuamente entre músicos ve eso que le dice: dame el La y toca el La … está más alto, más bajo, eso es lo que significa philei: acordar, poner de acuerdo, armonizar dos voces distintas, la voz del instrumento con 3 o 4 diferentes y la de un cantante con el instrumento que lo está acompañando, ese es
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el origen de la palabra. La segunda parte, la palabra sophia96 que no se usaba, sino sophon97, que sería to sophon, eso significaba no la sabiduría, eso significaba: todas las cosas son una. Filósofo es el que está en armonía con el hecho de que todas las cosas son una. Tiene que ver con un prejuicio filosófico quizás, de otro orden, tal vez científico; el que tiene que ver con la búsqueda de la unidad dentro de la diversidad, que está en armonía con el hecho de que todas las cosas son una sola, esa persona es filósofo. Siglos más tarde, la palabra filosofía empezó a significar amistad con la filosofía, cariño con la filosofía y un filósofo sería alguien que no es sabio, pero que le gustaría ser sabio; este es un significado tardío. Entonces es muy curioso ese significado inicial porque tiene que ver también con lo que ha pasado con las preguntas. Esa pregunta: ¿cómo está constituido el mundo o si no será en ultima instancia una sola cosa, si no habrá una sola ley que gobierne todo eso? Eso después pasó poco a poco a un terreno que no siguió siendo primariamente de la filosofía sino de la ciencia. Hasta la época actual siempre se mantiene esa cuestión de cuáles son los constituyentes últimos del Universo y hasta hoy en día uno sabe que la física cuántica y todas las investigaciones relativas a eso y los aceleradores de partículas tienen que ver con una búsqueda por conocer la constitución última del Universo. Y claro que surgen las mismas preguntas que existían en esa época; ¿cómo se pasa de unas partículas a la constitución de las cosas que constituyen el 96
puede traducirse como habilidad, experiencia, destreza, prudencia, sagacidad, ciencia, erudición, saber; entre otras acepciones. 97 En su forma de adjetivo podía ser masculino, femenino o neutro. Los neutros al agregársele un artículo determinado (partícula gramatical), para volverlos sustantivos, ampliaban los matices semánticos, pues dejaban la idea de “cosas” y “conjunto de cosas”, como en el caso de (que quedaba luego con su artículo como “todas las cosas que son” o incluso “el patrimonio”) o (todo, todas las cosas). significaba hábil, prudente, diestro, experto, sabio, sutil, profundo, oscuro o recóndito. Briceño Guerrero incluso apunta a un término más antiguo, que si se compara con otras lenguas y otras culturas da una idea original del sabio y el adivino.
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mundo y luego también del ser humano? Entonces esto que se preguntó en aquella época se deslizó hacia la investigación científica. De modo que para hablar de eso ya no es competencia del filósofo, eso ya queda en manos de científicos, de astrofísicos, de físicos, teóricos, químicos, geólogos. La otra pregunta es si eso que pasa con la materia y sus transformaciones se produce por una combinatoria entre esos elementos mismos o si hay una fuerza de otro orden no material que controla y determina esas transformaciones; el primero que formuló eso fue Anaxágoras: una especie de inteligencia no material, gobernaba la formación de las cosas del mundo y su transformación. Luego, en esa misma época, algunos griegos que viajaban, como Herodoto vieron que otros pueblos tenían otras costumbres y otras nociones de la justicia, de la belleza, del bien, entonces surgió la pregunta de por qué eso es así, la pregunta primera tuvo respuestas etnocéntricas, nosotros somos los que tenemos la forma correcta de comportarnos y la comprensión correcta de la belleza y del bien y sabemos cuál es el bien supremo y nuestras formas son las buenas, los otros son unos pueblos atrasados o estúpidos y la prueba de que son estúpidos es que no saben hablar griego. Entonces todos los extranjeros se llamaban bárbaros y la palabra bárbaro quiere decir tartamudo, refiriéndose a aquellos que tenían dificultad para hablar griego porque tenían un defecto en las cuerdas vocales, en la garganta, en la boca, esa es una primera respuesta y, fíjense, que eso no ha cambiado mucho porque hay pueblos que por haberse desarrollado tecnológicamente piensan que los demás pueblos son subdesarrollados porque son tontos o estúpidos o que deben ser gobernados porque son inferiores. Pero también surgió otra idea en la misma época, la idea de que entonces las normas morales y los criterios estéticos son relativos. Dependen de la historia de cada pueblo y cada pueblo se forma sus propias ideas y no hay principios universales o ley universal de lo que es bueno, de lo que es bello, de lo que es feo, de lo que es justo y de lo es injusto.
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Todas esas cosas son el comienzo de unas preguntas. A partir de ahí se han desarrollado muchas cosas, no sé la etnografía que es la descripción de pueblos diferentes del propio pueblo, la etnología que tiene que ver con teoría, con todo eso y la antropología que tiene que ver con una consideración general, qué podrían decir en general de esto. Lo mismo pasó con el asunto de los idiomas ¿cuál es el origen del lenguaje? y ¿cuál es el origen de la multiplicidad de lenguas?, ¿por qué hay muchas lenguas en vez de haber una sola?, ¿de dónde procede eso? Luego eso se desliza también hacia la investigación científica, pero fíjense que de todas las cosas que he mencionado hasta ahora ha habido grandes progresos en la investigación científica, pero no se ha llegado a respuestas últimas. De modo que la filosofía es una generadora de problemas que da lugar a grandes progresos, pero que no garantiza que se llegue a una conclusión verdadera. ¿Cómo se tratan esas cuestiones?, ¿cuál es el bien supremo?, ¿qué es lo que todo el mundo busca?, ¿qué es la felicidad? La verdad es que ese asunto queda también como tema de una investigación posterior, pero no se ve que se llegue claramente a una cosa definitiva. De modo que si hay escándalo de no haber encontrado la respuesta, pues es un escándalo permanente que no se ve suprimido totalmente ni siquiera por la investigación científica posterior y que ya se sale de lo estrictamente filosófico. Entonces, quedaba también el origen de las especies y surgió la primera teoría de evolución; la gente cree que fue Darwin quien inventó eso, aunque ya en el siglo V a. C. había gente que decía que seres acuáticos se iban saliendo del agua y se formaban anfibio. Había surgido, por lo menos, la idea. Ahora, se pasaría a un mundo científico ya para tratar de ver cómo sostener con otros argumentos esa teoría de la evolución y no creo que haya una respuesta decisiva, siempre es tema de discusión. Esa preguntadera ha dado lugar a grandes investigaciones, pero no lugar a una respuesta definitiva.
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Además que hay algo fundamental y terrible en la filosofía, que es seguir preguntando, no darse por satisfecho con las respuestas hasta llegar uno a pensar que es más importante la pregunta que la respuesta porque la respuesta acalla la pregunta sin responderla y conduce al dogmatismo. Entonces ese asunto del escándalo de la filosofía se puede seguir manteniendo. Esas cosas de la religión están en conflicto con la filosofía porque las religiones se basan en una revelación divina, cosas admitidas por dioses o por seres sobrehumanos y la filosofía trata de trabajar siempre con sus propios recursos y aun cuando hay filósofos que han hecho teología, es teología sin fundamentarse en ninguna revelación sino, por ejemplo, tratar de demostrar la existencia de Dios. El último hombre en la historia de Europa que conoció todas las ciencias y que no solamente las conoció todas, sino que hizo contribuciones nuevas, personales en cada una de ellas fue un filósofo alemán llamado Leibniz, ese hombre cuando tenía seis años y los demás niños estaban jugando al escondite, a la gallina ciega y al árbol, se paseaba solo por un bosque preguntándose quién tenía razón entre la tradición de la biblia hebrea y la ideas de los filósofos griegos, y hacía eso ya habiendo aprendido a esa edad hebreo clásico y griego antiguo, ese hombre era genial. ¿Qué hacía ese hombre? Ese hombre demostró que este mundo en que vivimos es el mejor de los mundos posibles –una cosa curiosísima– fíjense el razonamiento y fíjense que es razonamiento falso, equivocado. Sin embargo, era un hombre que era lo último que se podía en lógica, y un hombre sumamente inteligente; solía decir: primero, parte del principio de que Dios existe, lo puede todo y es completamente bueno. Entonces si hubiera un mundo mejor que este, si se pudiera concebir un mundo mejor que este en que vivimos, Dios lo hubiera concebido, él hubiera sabido que existe esa posibilidad porque es omnisapiente y como es bueno lo hubiera deseado y como es omnipotente lo hubiera hecho. Ahora, el que hizo fue este, por lo tanto, este es el más bello y el mejor de
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todos los mundos posibles. A un filósofo francés llamado Voltaire le pareció ridículo eso y escribió un libro llamado Cándido donde aparece un maestro con un discípulo y le explica esa teoría y viajan por el mundo y tienen grandes desgracias, les pasa de todo, los maltratan, los apalean, los sodomizan y estando en Brasil después de muchas desgracias llegan a una especie de pradera y hay unas patillas y están muertos de hambre, entonces con un cuchillito, que él tenía, abre la patilla y aquello era una maravilla, una cosa deliciosa, comerse una patilla teniendo hambre y sed, entonces el maestro le dice al discípulo: Cándido, fíjate este es el mejor de los mundos posibles: si no hubiéramos pasado por todas esas desgracias, no estaríamos disfrutando ahora esta patilla. Sin embargo, Leibniz formuló que existe y ha habido muchos años de demostraciones de la existencia de Dios, el hecho de que se esté demostrando mucho la existencia de Dios quiere decir que la gente no cree en eso, que es un juego intelectual. Ahora, el argumento más corto que hay sobre la existencia de Dios es el de Leibniz, Leibniz dijo: ¿por qué hay algo en vez de no haber nada? Si hay algo es que hay una presencia especial de algo distinto de la nada que hace que existan las cosas; el Universo, llamemos a eso Dios. Entonces, Dios sería lo que hace que haya algo en vez de no haber nada, me parece curiosísimo el argumento. También él inventó una fórmula lógica que decía: no hay nada que no tenga una razón de existir, no hay nada que no pueda surgir así bruscamente, todo tiene que tener una razón de ser, esa razón de ser es investigable. Bueno, cuento todas esas cosas y podría contar muchas más para dar a entender claramente que ese asunto de la filosofía es un estímulo poderoso para el pensamiento, para la investigación científica, pero no es algo que nos proporcione respuestas firmes, lo que proporciona es el pensamiento intelectual o una familiarización con los problemas. Ahora, hay un punto central de la filosofía que es lo relativo a la conciencia. Ya en la época de Leibniz se sostenía que la conciencia es un epifenómeno de procesos cerebrales. Entonces, Leibniz
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decía que si uno se imagina un cerebro humano del tamaño de un molino y se mete en el molino y observa lo que pasa allí mientras la persona tiene una percepción, entonces él ve cambios fisicoquímicos y eléctricos que se producen, pero no ve la percepción. Por ejemplo, si el hombre está viendo una casa y él está viendo lo que pasa en el cerebro, porque no ve bien una casa, pero en cambio ve unos cambios neurofisiológicos a la imagen de una casa ¿cómo se pasa de algo que está hecho a una comprensión de lo que ha sido dicho? ¿Cómo se explica eso? Actualmente, hay gente que ingenuamente piensa que se resuelve el problema diciendo que los procesos cerebrales están ligados a la percepción, pero ¿cómo se hace para que de unos movimientos de partículas se produzca la comprensión de algo que alguien está diciendo o la visión de un objeto exterior sin la percepción y la comprensión? Hay una teoría de la visión que algunos físicos y biólogos han tratado de retomar es la que formuló Kerdel; la percepción visual, por ejemplo, no viene de, sino que sale más bien, una proyección. O sea, esta cuestión es sumamente curiosa solamente el estudio de la percepción demuestra que las preguntas no han sido respondidas de manera final. Entonces, lo que la filosofía ha hecho es descubrir, diseñar problemas, pero no hay ninguna teoría que sea inatacable, es decir, que la condición del hombre es de falta de firmeza. Ahora ¿qué es la conciencia?, ¿qué es la conciencia del hombre?, la conciencia es un epifenómeno. Lo que único que se puede decir de la conciencia es que siempre está dirigida a algo y entonces ese algo, a lo que está dirigida, es cualquier cosa y sobre eso, hacia lo cual se dirige el rayo de la conciencia, sobre eso se puede hacer conocimiento, se puede hacer ciencia, pero qué tal si se dirige la atención hacia sí mismo, entonces no se puede. Cómo será esto de terrible que un filósofo, muy famoso y respetado, llamado Enmanuel Kant, en La Crítica de la Razón Pura, dice que la naturaleza de la razón humana está constituida de tal manera, que está obligada a preguntarse ciertas cosas, por ejemplo,
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a preguntarse cuál es el origen del universo, hacia dónde conducen todas las cosas, si la historia genera un sismo; eso es que es la razón, su propia constitución la obliga a preguntarse eso y su propia constitución le impide responder esas preguntas, no tiene como responderlas. De allí viene la particularidad de estudiar los límites de la razón. Fíjate, por ejemplo, la toma de conciencia de lo difícil que es llegar a la verdad, al conocimiento verdadero, tareas pues de la filosofía. Cómo se puede llegar a un conocimiento firme verdadero. Un inglés llamado Francis Bacon, dijo que había cuatro “ídolos” para decir mejor ideas, imágenes sagradas que no dejan que uno pueda llegar a conocer acertadamente nada, es una especie de escepticismo. Fíjense lo que él dice: esos ídolos –que tienen nombres en Latín– uno se llama idola theatri, los ídolos de la silla, de la cátedra, no los ídolos del teatro, sino los ídolos del que está en posición de poder, alguien está en poder en una Universidad, en un Estado, su posición de autoridad hace que lo que él diga sea considerado como verdadero, entonces el que piensa distinto a eso queda por fuera. Entonces, un gran científico, una autoridad que va realmente más allá de lo que realmente tiene derecho de afirmar, es un fenómeno como de ampliación, él tiene derecho a hablar de lo que personalmente conoce, pero como es muy bueno y muy serio la gente piensa que también puede saber cuál es el mejor equipo de fútbol que hay en Europa, que la sabiduría se extiende a otros terrenos, le creen cosas que no están en su poder saber y las que sí sabe entonces no se le discuten porque está en una posición de gran autoridad. De modo que eso que es idola theatri, impide conocer por qué además uno respeta esa gente, respeta al papá de uno, respeta al obispo, respeta al Papa. Entonces ese respeto hace que uno tienda a creer lo que el otro dice y eso que dice pudiera no ser cierto, pudiera haberse equivocado esa persona y, en general sí se equivoca, de modo que la infalibilidad del Papa sería discutible, eso se llaman los ídolos de la silla y siempre hay una silla, alguien en posición de poder, de poder político, de poder científico, poder
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académico, es una autoridad, hay que respetar lo que dice, pero pudiera equivocarse. Ahora, los otros ídolos, los segundos llamados idola fori que quiere decir los ídolos del mercado, fori es la plaza pública, pero como la plaza de la Universidad y los mercados, tanto en griego como en latín, quieren decir mercado. En el intercambio de bienes, de ideas, así como en el mercado principal de Mérida se aceptan unos billetes de bolívares fuertes y todavía aceptan unos billetes de bolívares débiles. Así también hay ideas que pasan fácilmente y son aceptadas, pero es un mercado de ideas, un mercado de creencias; hay ideas que pasan y esas ideas tienden a ultimarlo a uno y uno las cree y eso es impedimento también para llegar a la verdad. El tercer grupo de ídolos se llama idola specus que se llamaría a los ídolos de la caverna, specus es una cueva, una spelunca, el ídolo de la caverna es lo que viene de la experiencia personal de uno, su propia infancia, su herencia, la educación que ha tenido cuando pequeño, las experiencias, el medio ambiente donde se ha criado, todo eso le ha formado una serie de ideas que pudiéramos decir: prejuicio, eso lo llamaría él los ídolos de la caverna, además una forma de trauma, entiende el dolor, entiende el resentimiento y todo eso puede influir en que no se llegue a conocer. El cuarto ídolo, lo llamaba él idola tribus, que son los prejuicios que vienen con el hecho de que nosotros pertenecemos a la comunidad, a la condición humana y eso si es verdad que son “ fregaos”, porque quizás uno pudiera combatir idola theatri, idola fori, idola specus con un buen psicoanálisis, pero cómo hacemos como los ídolos specus si dependen de la propia condición humana, entonces allí es donde entrar a actuar el filósofo Enmanuel Kant que en la Crítica de la Razón Pura dice que lo que hay que estudiar es la estructura de la razón, cuáles son las precondiciones de conocimiento que tenemos. Yo pretendía darles ideas a algunos de ustedes si es que no las tenían, pero probablemente las tenían, de que ese asunto de la filosofía sigue siendo de alguna manera escandalosa, pero es un escándalo inevitable porque como ustedes ven a partir de lo que acabo de explicar es difícil y apasionante y bello.
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Sesión de preguntas Público: Yo quiero saber si hay nuevas preguntas, si los filósofos contemporáneos se siguen haciendo además de las mismas preguntas de los tiempos antiguos, nuevas preguntas de nuevas realidades. Dr. José Manuel Briceño Guerrero: Las mismísimas. Público: ¿No hay nuevas? ¿Ninguna? Dr. José Manuel Briceño Guerrero: Nada, nada. Las preguntas no es porque uno quiera, es que ellas son las que lo torturan a uno (...) no más que uno las siente y son como un tábano y le pican a uno para que sigas trabajando en eso. Público: Yo siempre he tenido la curiosidad porque cuando uno piensa en los filósofos, uno como que piensa –desde el punto de vista del físico– que los filósofos están arrinconados (...) Entonces si ustedes se preguntan toda la vida qué son los constituyentes de la materia y yo les contesto “Bueno, hasta aquí son estos: esta computadora está hecha de átomos”, ahora hay que ver qué son los constituyentes de los átomos, siguen preguntándose más cosas, pero te estoy empujando hacia un rincón donde te estoy restringiendo hasta donde puedes llegar, algunas de esas preguntas las hemos contestado. ¿Ustedes no se sienten como más arrinconados por las otras ciencias? Dr. José Manuel Briceño Guerrero: El filósofo se siente favorecido porque es una investigación antigua, inicial, fundacional de la filosofía que los científicos han desarrollado, pero los propios científicos reconocen que (...) y conozco un caso particular, para hablar de un tema, solo del tema de la percepción desde un punto de vista de la cuántica es lo que integra al ojo, entonces cuando yo estudio la realidad, la estudio con la vista, pero la vista interiormente también es un proceso cuántico, donde yo hago el corte de aquí para allá hago mil cortes, de aquí para allá yo estoy examinando los procesos (...), pero el propio mío no lo voy a examinar y si lo examinas qué pasa, entonces se produce eso que el (...) y que ha habido progresos indudablemente, continúa habiendo un problema. O sea, “las grandes
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preguntas” no es cosa de los filósofos y los científicos, es quizás lo que dice Kant que el hombre, el ser humano, es desde el punto de vista del conocimiento un personaje trágico, como en la tragedia griega que está siempre luchando como los personajes, luchando con los dioses, luchando contra el destino, contra la ignorancia, contra el no saber. Lo que dice Rubén Darío en su poema:
Hasta hoy no ha pasado ni un solo día sin que el mundo occidental y en las demás partes del mundo incluidas, no haya continuado esa investigación y en estos momentos que estamos nosotros hablando aquí, en alguna parte hay científicos estudiando todas estas cosas y hay filósofos pensando estas cosas. O sea que hay una actividad continua y hay una especie de no se sabe en eso, es un personaje admirable el ser humano que está luchando contra la ignorancia y de manera automática, lo que pasa es que a veces se forman dogmatismo y fanatismos, pero cualquiera de ellos sabiendo preguntarse se descubre que no es definitivo, que puede ampliarse más. Público: ¿Qué influye en que la filosofía occidental sea diferente a la filosofía oriental? Dr. José Manuel Briceño Guerrero: Bueno, ese tema que usted dice es interesantísimo. La filosofía oriental es sumamente interesante, pero fíjense, voy a contarles una cosa. Cuando yo estaba en bachillerato y estaba estudiando con gran interés, el cuerpo humano
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Dichoso el árbol, que es apenas sensitivo, –y más la piedra dura, porque esa ya no siente, pues no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo, ni mayor pesadumbre que la vida consciente. Ser y no saber nada, y ser sin rumbo cierto, y el temor de haber sido y un futuro terror... Y el espanto seguro de estar mañana muerto, y sufrir por la vida y por la sombra y por lo que no conocemos y apenas sospechamos, y la carne que tienta con sus frescos racimos, y la tumba que aguarda con sus fúnebres ramos, ¡y no saber adónde vamos, ni de dónde venimos!...
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me interesó mucho. Entonces los huesos, el sistema nervioso, el cerebro, todo eso me apasionaba y entonces conseguí un libro sobre medicina china. Yo inicialmente quería ser médico, entonces le pedí permiso a un cirujano allá en Barquisimeto para ir al quirófano a ver las operaciones, para ver cómo es el ser humano por dentro y todo eso. Pero cayó en mis manos el libro de medicina china, entonces es cuando yo veo que en el cuerpo humano está la silueta del cuerpo humano, y en el cuerpo humano se ven unas rayas verticales y otros cortes horizontales, los meridianos, los paralelos, unos puntos de encuentro y entonces hay una energía que circula y no hablaba nada de ningún aparato, lo que decía era de unos puntos que son puntos de corazón, puntos de hígado, entonces con unas agujitas se puyan; y si le van a hacer una operación a una persona en un diente y el médico aquí le inyecta una cosa de anestesia para que no le duela y resulta que en China le ponen una agujita en una costilla y se le cura también el dolor, entonces es como si el propio cuerpo humano pudiese ser visto de maneras tan diferentes, para poner ese ejemplo. En esa misma época del bachillerato en el liceo Lisandro Alvarado en Barquisimeto era una época en que los estudiantes, no sé, pensaban mucho, pensábamos mucho, cayó en mis manos un libro de filosofía hindú y, entonces lo mismo, el cuerpo humano me interesaba y aparecía la silueta del cuerpo humano y entonces había unos chakras, siete chakras principales, pero había chakras en las manos, en los pies, en las rodillas, en las orejas, en los dedos y los siete principales, un chakra que estaba en la base de la columna vertebral, otro que estaba en la barriga y otro que estaba en el plexo solar, el corazón, la garganta, el entrecejo y uno arriba. Entonces resulta que las cosas se resolvían era de esa manera y había un chinito que era médico en Barquisimeto y uno le preguntaba: “Mire que me duele la cabeza”, y él decía es que el hueco del corazón se le subió a la cabeza, “hay que quitárselo”, y hacía cosas que no tenían nada que ver con las cosas que hacía; y los hindúes también tienen otras.
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Entonces, fíjense que aquí hay algo muy interesante: es que el universo entero, el hombre en particular, y todas las cosas, pudieran verse de manera distinta como les ha visto el mundo occidental, es decir, ¿o será que ellos son atrasados? A mí me dijo el profesor de Biología de 4° año (...) “es que esa gente son atrasados todavía, necesitan estudiar y aprender...” Y resulta que en algunos años me encuentro yo una cosa en la Organización Mundial de la Salud (OMSA), en que dice que a los brujos, los acupunturistas, todo eso, el médico en la “Universidad occidental” debe respetarlos y prestarles atención porque se podía aprender de ellos y enseñarles a ellos. De modo que sería posible que se produjera una colaboración también, en vez de estar pensando que los otros son atrasados. Incluso, la Organización Mundial de la Salud acabó con esa cosa de que había los médicos y los brujos, y los brujos eran una gente engañadora, estúpida que actuaba de mala fe, que resulta que esas yerbas pueden tener algún significado. Ha cambiado completamente. Se volvió a pensar en una colaboración entre la medicina china y la medicina hindú y la medicina occidental, para poner el caso de la medicina, pero podía pensarse también la concepción del ser humano, de los sentimientos y la concepción de la sociedad en la historia, pudiera llegarse a una visión digamos como resultado de un encuentro de esas diferentes posiciones. Además, tampoco hoy en día se considera despreciable lo que piensan los indios de América, los indios yanomami, por ejemplo, no se puede despreciar lo que ellos piensen sobre la salud, el ser humano, porque es como si tuvieran una visión distinta de algo que se deja ver de muchas maneras, de la manera occidental no es la única y tampoco es la única válida, entonces habría que ver cómo pueden compaginarse todas esas cosas. Ahora bien, yo estuve en China varios meses, y tuve ocasión de visitar el médico, y son muy distintos en la Universidad de Pekín. Fui al Hospital de Pekín, busqué, y dije que yo quería verme porque sufría de alta tensión y tomaba una pastilla, y no la encontraba en la farmacia, qué podía hacer, y le dije a la doctora que yo había oído
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decir que había unos tés de hierbas en China que ayudan a controlar la tensión y entonces ella me dijo de una vez: “Mire, mejor será que consigamos esas pastillas”. Entonces me averiguó dónde podía conseguir esas pastillitas. Público: Kant resumió el quehacer filosófico en una pregunta: ¿qué es el hombre?, ¿cuál sería su respuesta a esta pregunta? Dr. José Manuel Briceño Guerrero: En realidad resumió en tres preguntas: ¿qué puedo yo saber?, ¿qué debo yo hacer? y ¿cuál era la otra, Carlos? Profesor Carlos Lantieri: ¿qué me cabe esperar? Dr. José Manuel Briceño Guerrero: Ajá, ¿qué puedo yo esperar? Entonces la resumió ¿qué es el hombre? Preguntó eso, y entonces la respuesta de él tiene que ver con la única forma de llegar a un conocimiento científico: estudiando las características de la razón misma, porque la razón en sí misma, como está constituida en el hombre, mediatiza; todos los demás conocimientos se pueden adquirir, esa es la idea. Entonces la respuesta, si puede llamarse así, la investigación de él tiene que ver con ese estudio y pensaba que había que abandonar las respuestas que son producidas por la imaginación, porque la imaginación, la llamaba Teresa, la llamaba la loca de la casa. Entonces aún científicamente puede uno dejarse guiar mucho por la imaginación, hay una cosa positiva, útil, pero hay que controlarla porque si se desboca produce trastornos. Público: dos cuestiones: ante la interrogante sobre las preguntas nuevas que pudiera plantearse la filosofía, usted respondió que prácticamente eran las mismas desde hace mucho tiempo. Eso pasa con muchas formas artísticas y, en particular, con la literatura. En la literatura puede haber muchos géneros, pero actualmente son los mismos temas que se planteaban, son contados, o sea prácticamente los mismos. La pregunta es en qué momento , –es un poco histórica– ¿en qué momento se separa la filosofía de la ciencia? Usted ha mencionado mucho a Kant, en esa época a finales del siglo XVIII él conocía la ciencia de su época, no hizo contribuciones, pero conocía la ciencia, ¿en qué momento rompe la filosofía con la ciencia?
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¿Qué fenómeno o qué hecho histórico implicó, conllevó, esa ruptura entre ciencia y filosofía? Esa es una pregunta, la otra tiene que ver con la pregunta sobre filosofía oriental, no sé si estaré equivocado, pero la filosofía occidental se basa generalmente en un concepto prácticamente único, de una respuesta prácticamente única dada por las religiones que son monoteístas; las religiones orientales y/ o incluso los indígenas son un poco más amplias en el sentido de que abarcan varias verdades, tienen un concepto de dualidad, pueden haber diferentes interpretaciones, eso corresponde con muchas culturas indígenas, con las culturas aztecas, con la cultura maya y con algunas culturas orientales. ¿Ese concepto de tener diferentes interpretaciones es lo que marca la diferencia entre lo que es oriental y occidental? Dr. José Manuel Briceño Guerrero: Bueno, la primera pregunta, ¿qué es ese asunto que usted dice? Primera vez que oigo eso, la filosofía nunca ha roto con la ciencia, la filosofía es la búsqueda inicial, global que luego se va extendiendo hacia la investigación y hacia la ciencia, pero fíjese que hay unas ciencias mismas que están buscando integrarse ellas mismas. Entonces esa integración es una forma filosófica buscando la unidad como el filósofo que está en armonía con la unidad, con que todo es uno. No, no al contrario y otra cosa que le voy a decir es que toda ciencia, sin excepción tiene un límite con la filosofía. Cómo será que yo hace veinticinco años abrí un seminario que se llamaba “Posgrado lento” y era para jóvenes investigadores científicos que quisieran ver o porque ya habían visto ese punto en que la ciencia pasa a otro nivel que no es ya el científico, sino el de preguntas más amplias que es el de la filosofía. Yo conocí allí gente muy distinguida de la Facultad de Ciencias y de la Facultad de Medicina, que, me acuerdo muchísimo, me ayudaba a ponerme al día en el conocimiento científico, pero yo los ayudé a ellos a ponerse en lo antiguo, en la conexión que hay en las preguntas que están en el límite superior de la investigación científica y que los sobrepasa porque ya no se pueden tratar con el mismo método científico. No, no habido ese rompimiento.
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Ahora, con la filosofía oriental la gente se sorprendería mucho de que, por ejemplo, el budismo sea ateo, se sorprendería muchísimo, y el taoísmo es ateo, no se concibe que haya un Dios personal que haya hecho el mundo, sino la idea de que el mundo siempre ha existido como pensaba Aristóteles y, que dentro del mundo haya debilidades, demonios, males, y que la naturaleza siempre ha existido; y en ese punto hay una cosa curiosísima de inmensa importancia para toda la humanidad, y es que la idea de que Dios hizo al mundo crea en nosotros la idea de que el mundo es un artefacto tecnológico, es un objeto fabricado para después manejarlo como se maneja cualquier objeto fabricado, y luego para fabricar cosas, entonces no hay ningún respeto por la naturaleza y eso conduce al enorme desgaste y mal tratamiento que ha habido de los animales y de las plantas y del medio ambiente; que es eso, que se siente que es un objeto. Yo recuerdo a un jesuita que me decía a mí que los perros no sufren, que el grito del perro cuando le quiebran una pata es una reacción completamente mecánica, podría ser, o sea, eso tiene de esa herencia de la religión de nosotros, del cristianismo (...) sigue habiendo cosas fundamentales. Que el mundo es un artefacto, eso entre los chinos no, la naturaleza es como una madre, como una persona y la relación con la naturaleza es de cariño y aquí la naturaleza es para ser manejada. ¿Qué decía Aristóteles? Aristóteles decía que el asombro viene cuando uno no entiende algo, pero cuando uno averigua como es que aquello se produce, no hay más asombro, entonces uno sabe como funciona y podría intervenirlo o podría hacer un objeto parecido a ese. O sea, que la idea de manipulación de la naturaleza es muy fuerte entre nosotros y en Oriente menos, pero Oriente ha sido penetrado por Occidente después de la invasión de la India por Inglaterra; y en China que hubo ocho potencias extranjeras que ocupaban a China a mediados del siglo XX. Público: Los chinos estaban cambiando el paisaje y haciendo enormes canales y también la muralla, muchos antes de eso... son grandes transformadores de paisaje.
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Dr. José Manuel Briceño Guerrero: Sí, es cierto, pero una cosa es que fueran transformadores amorosamente (...) pero ahora sí están contaminando la naturaleza. Público: En la misma tónica de lo que mencionó el amigo sobre la ruptura, entre comillas, entre ciencia y filosofía, yo le solicitaría, pues si se puede (...) que hablen a favor o en contra de que la ciencia y la investigación tecnológica sea o no, para que digamos: “el hombre de esta época piensa tal cosa”. Dr. José Manuel Briceño Guerrero: Esa pregunta de la relación de la ciencia con el poder, fíjense, que los que protegían a Leonardo Da Vinci para que no lo mataran porque hacía disecciones de cadáveres, lo protegían para que él los ayudara a hacer maquinarias de guerra y gran parte de la investigación científica es financiada por intereses políticos y económicos, esa es la cosa, es un problema grave. La investigación científica en general en su relación con el poder, lo mismo pasa con el arte, la relación del arte con el poder, el poder político, económico, apoya el arte, pero porque lo quiere utilizar (...) y es un problema de orden filosófico: ¿qué es el hombre? y ¿por qué actuamos así? Bueno, espero que no se hayan fastidiado, además que deben tener hambre ya.
Muy lejos, muy cerca
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Cuando comencé a ocuparme de la poesía de Chiti Matya, supe que me adentraba en lo extraño. Un poeta de las antípodas; su tierra no podía estar más lejos de la mía, distancia máxima, doce horas de diferencia; medio día para él media noche para mí. Yo desconocía hasta el nombre de su nación, los Yi, tuve que buscar alguna información por internet. Me adentré en lo extraño. Nada humano debería serme extraño, es verdad, pero las referencias en su poesía a lo no humano ¿en qué medida humanizaba lo no humano lo milagroso de la palabra? Guiado por sus versos, me adentré en su país natal: altas montañas, valles profundos, ríos violentos y fríos, altiplanicies, animales, árboles, arbustos, yerbas. Todo muy exótico para mí que nací y fui criado en llanura sin límites al lado de un río profundo, ancho, perezoso y caliente. Pero el amor de Chiti Matya por su país natal me acercaba paradójicamente a Mérida, región montañosa de Venezuela donde he vivido muchos años. 98 Prólogo al libro Tiempo. Traducción del chino al español de la poesía de Chiti Matya. Publicado por Centro Editorial La Castalia, 2008; y en 2011 en coedición Centro Editorial La Castalia, Fundación Editorial El perro y la rana del Ministerio del Poder Popular para la Cultura de Venezuela.
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Guiado por sus versos, me adentré en su gente: leyendas sobre dioses, ancestros y fantasmas; instrumentos musicales, especialmente el kouxian, el mabu y el kaxiezhuoer (¿podré oírlos alguna vez?); ritos de sacrificio y ritos funerarios, casi vi y escuché a Bimo; costumbres encantadoras: soñé que después del festival de las antorchas y después del intercambio de faldas, yo di a la mujer que amaba una bufanda y que meses más tarde esperé bajo mi yima erbo que mis familiares rescataran a mi novia del celo de los familiares de ella; ropa que no logro imaginar y comida que tendría que comer. Ya estaba yo sintiendo la cosa menos extraña. Guiado por sus versos, me adentré en su vida personal: infancia Yi, de padre Yi y madre Yi, pero con un aya Han, mujer extraordinaria de muchas experiencias, mucha fuerza y mucha ternura, especie de mujer mentor; la participación en luchas sociales; los estudios y los viajes en China. Pero también su relación con el mundo en general: con la literatura y los poetas de otros países; con los paisajes lejanos y con esas ciudades de concreto armado y acero que lo partían en dos mitades. Como punto fuerte me impresionó el desarrollo de su sentimiento y de su pensamiento con respecto a los grandes temas de nuestra época en escala mundial: su escándalo ante la violencia y la agresión armada; su rechazo de la discriminación, la exclusión, la explotación del hombre por el hombre, la injusticia; su deseo intenso de paz; su creencia en la igualdad de todos los seres humanos; su convicción de que todos los seres vivos tienen alma y aun tal vez las piedras, los ríos, las montañas, las nubes, el aire, el fuego, el agua, la tierra toda. Guiado por sus versos, subí al monte Daliang, busqué una colina y me acosté sobre el suelo para escuchar la voz de mis heterogéneos ancestros españoles, indígenas, africanos, y me pareció que los ancestros de él se comunicaban con los míos por alguna red secreta de túneles en el interior de la tierra. A estas alturas ya no quedaba mucha extrañeza, pero sí una ausencia: en Latinoamérica y quizás en todo el mundo occidental se espera de un poeta que cante el cuerpo de la mujer amada,
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celebre los placeres y lamente los dolores del amor, al mismo tiempo que haga sentir la presencia solemne de la muerte, y recurra a la amistad del vino, sublime aliado inmortal de los mortales. Pero descubrí que todos esos temas están cubiertos en su poesía y me impresionó especialmente el poema dedicado “A una muchacha de Butuo”; me hizo recordar El cantar de los cantares que es de Salomón, también a Anacreonte, a Catulo, a los trovadores y a los monjes libertinos de la Edad Media francesa, a Ronsard, a Pablo Neruda... Como si todo eso fuera poco acercamiento, una cercanía más íntima salió a la luz: Chiti Matya lleva por dentro el mismo drama de los poetas latinoamericanos. Hablan una lengua que no corresponde a su corazón y a sus costumbres. Me explico. En Latinoamérica se habla español en los antiguos territorios españoles y portugués en el territorio que fue de Portugal. También se habla, en el Caribe, inglés, holandés, francés. Pero hay también inmensos territorios de hablantes bilingües debido a la persistencia de lenguas y culturas indígenas. Hay incluso regiones donde solo se habla una lengua indígena. La experiencia europea y africana en Latinoamérica potenciada por el mestizaje étnico y cultural ha ido formando una sensibilidad nueva que no encuentra expresión adecuada en los esquemas de las lenguas europeas. No ha habido formación de dialectos, excepto por el patois o créol y el papiamento. El poeta latinoamericano tiene que educar la lengua europea que habla para poder abrir cauce a su sensibilidad tan diferente de la europea. La formación de dialectos -que sería una salida– está impedida por la época actual que tiende más bien a globalizar y uniformizar. Entonces lo propio de Latinoamérica se expresa en la música del habla y especialmente en la música de la poesía. Me gustaría saber suficiente chino para reconocer la música íntima de la poesía de Chiti Matya, tendría que oírlo decir sus propios versos y compararlo con la lectura de ellos por un pequinés.
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Mientras tanto, de muy lejos he llegado muy cerca, tan cerca que podría llamar a Chiti Matya un poeta latinoamericano o mejor dicho de la humanidad toda. Porque hay una lengua sagrada del alma que no encuentra expresión en ninguna lengua histórica.
Fértil estiércol La Compañía Nacional de Teatro, bajo la dirección de Eduardo Gil, nos sorprendió hace pocos meses con su admirable intento de producir el maridaje fecundo de lo cosmopolita con lo aldeano. Logrado ese intento con la obra “Neonato de fuego”, la Compañía se propone ahora, pasar a las tablas, en Mérida, el discurso teórico de Platón en El Libro VII de La República, utilizando solo recursos escénicos. En ese discurso, Platón compara la condición humana, en cuanto al conocimiento, con una caverna en donde hombres prisioneros solo pueden ver las sombras proyectadas en la pared del fondo por los que pasan frente a la entrada de la caverna. Los prisioneros están aherrojados y no pueden volverse para ver el mundo exterior. Por eso no pueden percibir directamente la fuente de la luz. Uno de ellos logra liberarse y salir. Ve por primera vez –después del deslumbramiento inicial– el mundo real, ese mundo del cual solo tenía, hasta entonces, imágenes fragmentarias y sombrías. Regresa para contar su descubrimiento a los compañeros de prisión; pero ellos no le creen, lo tildan de loco y, ante su insistencia, lo agreden.
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Por cierto, al regresar, sufre un segundo deslumbramiento antes de rehabituarse al ámbito de la caverna. Para realizar su propósito, la Compañía Nacional de Teatro ha dividido la alegoría en tres partes: Primero, la que describe la caverna; segundo, la que cuenta la experiencia del prisionero liberado; y tercero, la que narra su triste experiencia al regresar. La caverna es nuestro mundo tal como lo conocemos, gobernado por condicionamientos y prejuicios. La Compañía Nacional de Teatro, con Eduardo Gil a la cabeza, está por presentar la primera parte en Mérida. La caverna ha sido sustituida por un barrizal donde hombres presos del barro sufren su destino y sueñan a veces –tal vez un niño– con otros mundos –tal vez el real. Viven en barro, lodo, porquería, sombra, confusión, pesadilla, pero pueden sembrar, ¡fértil estiércol! Quizás alguno de ellos logre salir hacía lo real. Trabaja creativamente en esta obra Gabriel Torres, gran actor de inagotable creatividad, acompañado del genial baterista Jorge Espinoza, y los integrantes del grupo que el año pasado hizo a Platón bailar en Mérida con la obra “Andrógino”, eco nuestro del discurso de Aristófanes en El Banquete. El Grupo de la Compañía Nacional de Teatro está enriquecido con la participación de otros jóvenes artistas. Podemos contar con un maravilloso espectáculo de altísima calidad. 2014
Índice Nota a la edición 11 Para entrar en Mi casa de los dioses 13 Qué es la Filosof ía 17 La madre de las ciencias 43 Las dos libertades 49 El teatro No (I) 53 El teatro No (II) 57 A propósito de Alviárez 61 El maestro y el amor 67 El orígen del lenguaje. Exploración mitológica del tema 71 Unidad y diversidad de latinoamérica 87 Elogio a la ciudad 97 Sobre Pm – Jesús y Claveslesbia 109 La estrategia cultural de Bello 113 Los inquietantes cuadros de Geraldine Saldate 121 Regalo insólito e inesperado 129 Los tres discursos de fondo del pensamiento americano 131 Recuerdo y respeto para el héroe nacional 137 Die Oelfrage y el discurso secreto 151 Homenaje a Micaela 155 Filosof ía y poesía en Concavidad de horizontes 157 Dos aguas vivas y un solo cauce 163 La legitimidad del poder 169 Combate en los trigales 175 Maracaibo ¿Qué tengo yo contigo? 177 La evangelización, la inconclusa 203 El hechizo de la tijereta 207 El alma común de las Américas 211 Cartas a Melanie Klein 229 La situación cultural y la autoconsciencia de Latinoamérica y el Caribe 237
Discurso de bienvenida a don Camilo José Cela 247 Retrato de una dama en prístino jardín 253 Discurso de instalación de la Academia de Mérida 257 Noche loba 265 Verdades juradas 267 Mi casa de los dioses 271 Latinoamerica 275 Logias Pitagóricas 287 Mirando la vida 291 El cuerpo es templo 295 Discurso de los Derechos Universales y prácticas de la dominación 301 Identidad y cultura popular 307 Mestizaje 311 Algo sobre el amor y la feminidad 313 Entre letras blandas y letras duras 317 Visión de Portuguesa 327 Ciencias-Humanidades 335 El pensamiento Europeo-Latinoamericano. Reflejos y problematizaciones 339 Integración de la región Caribe 347 Dos mujeres y una maravilla sola 355 Matisse y Latinoamérica 359 Recuerdos de infancia sobre la obra de Rómulo Gallegos 369 El escándalo de la Filosof ía 373 Muy lejos, muy cerca 393 Fértil estiércol 397
Edición digital febrero de 2017 Caracas - Venezuela.