María Francisca de Isla y Losada (1734-1808) : una conexión literaria en la Compostela de la Ilustración: Una conexión literaria en la Compostela de la Ilustración 8400086082, 9788400086084


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ÍNDICE
PRIMERA PARTE
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APÉNDICE
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María Francisca de Isla y Losada (1734-1808) : una conexión literaria en la Compostela de la Ilustración: Una conexión literaria en la Compostela de la Ilustración
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ANEJOS DE CUADERNOS DE ESTUDIOS GALLEGOS I

CSIC

CONSEJO SUPERIOR DE INVESTIGACIONES CIENTÍFICAS XUNTA DE GALICIA INSTITUTO DE ESTUDIOS GALLEGOS «PADRE SARMIENTO»

MARÍA FRANCISCA DE ISLA Y LOSADA (1734-1808) Una conexión literaria en la Compostela de la Ilustración

(Introducción de Ramón Otero Pedrayo) D. Domingo Fontán y su mapa de Galicia. 1946. II Eladio Leiros. El deambulatorio de la Catedral de Orense. 1948. III Fr. Mateo del Alama y Fr. Justo Pérez Urbel (Transcrito). Viaje a Galicia de Fray Martín Sarmiento (1754-1755). 1950. IV D. Pedro González de Ulloa. Descripción de los estados de la casa de Monterrey en Galicia. 1950. V Jesús Carro García (Códice gallego del siglo XU). Crónica de Santa María de Iría. 1951. VI María Luisa Caturla. Un pintor gallego en la corte de Felipe IV “Antonio Puga”. 1952. VII Ramón Otero Pedrayo. El Doctor Varela de Montes. Médico humanista compostelano del siglo XIX. 1952. VIII P. Aureliano Pardo Villar. Los dominicos en Santiago (apuntes históricos). 1953. IX José Manuel Pita Andrade. La construcción de la catedral de Orense. 1954. X Jesús Carro García. Estudios jacobeos (Arca marmórica, cripta, oratorio o confesión, sepulcro y cuerpo del apóstol. 1954. XI Antonio Fraguas Fraguas. Historia del Colegio de Fonseca. 1956. XII Antonio Fraguas Fraguas. Los Colegiales de Fonseca. 1958. XIII Jesús Taboada. Monterrey. 1960. XIV José Luis Pensado Tomé. Fragmentos de un “livro de Tristán” galaico-portugués. 1962. XV Fermín Bouza-Brey Trillo. El señorío de Villagarcía desde su fundación hasta su marquesado (1461-1655) XVI Ramón López Caneda. Prisciliano. Su pensamiento y su problema histórico. 1966. XVII Carlos Martínez-Barbeito. Impresos gallegos de los siglos XVI, XVII y XVIII. 1970. XVIII Antonio Mejide Pardo. La invasión gallega de Galicia en 1719. 1970. XIX Nieves de Hoyos-Sancho. El traje regional de Galicia. 1971. XX Claude Bedat. El escultor de Felipe de Castro. 1971. XXI José Ramón y Fernández Oxea y Manuel Fabeiro Gómez. Escudos de Noya. 1972. XXII Benito Varela Jácome. Estructuras novelísticas de Emilia Pardo Bazán. 1973. XXIII Ángel Rodríguez González. O Tumbo Vermello de Don Lope de Mendoza. 1995. XXIV María José Portela Silva y José García Oro. La Iglesia y la ciudad de Lugo en la Baja Edad Media. 1997. XXV Concepción Fontenla San Juan. Restauración e historia del arte en Galicia. 1997. XXVI Baldomero Cores Trasmonte. Os Senadores da Universidade de Santiago. 1998. XXVII Adolfo de Abel Vilela. A pompa funeral e festiva como exaltación do poder. O ceremonial en Lugo. 1999. XXVIII Enrique Cal Pardo. Episcopologio Mindoniense. 2002. XXIX Mercedes Vázquez Bertomeu. La hacienda arzobispal compostelana. Libros de Recaudación (1481-83 y 1486-91). 2002. XXX María Rosa Saurín de la Iglesia. Antonio, Francisco y Benigno de la Iglesia. Una biografía intelectual. 2003. XXXI Manuel Fernández Rodríguez. Toronium. Aproximación a la historia de una tierra medieval. 2004. XXXII José Leonardo Lemos Montante. “Obra viva” de Ángel Amor Rubial. 2004. XXXIII José Antonio Vázquez Vilanova. Clero y sociedad en la Compostela del siglo XIX. 2004. XXXIV José Couselo Bouzas. Galicia artística en el siglo XVIII y primer tercio del XIX. 2004. XXXV César Olivera Serrano. Beatriz de Portugal. La pugna dinástica AvísTrastámara. 2005. XXXVI Ana María Carballeira Debasa. Galicia y los gallegos en las fuentes árabes medievales. 2007. XXXVII Carme Hermida Gulías. O Diccionario del dialecto gallego de Luís Aguirre del Río. 2007. XXXVIII Carlos García Cortés. María Francisca de Isla y Losada (17341808). 2007.

MARÍA FRANCISCA DE ISLA Y LOSADA (1734-1808) Una conexión literaria en la Compostela de la Ilustración

CARLOS GARCÍA CORTÉS

CUADERNOS DE ESTUDIOS GALLEGOS ANEXO XXXVIII

ISBN: 978-84-00-08608-4

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INSTITUTO DE ESTUDIOS GALLEGOS “PADRE SARMIENTO”

CUADERNOS DE ESTUDIOS GALLEGOS Director Eduardo Pardo de Guevara y Valdés

Secretario Isidro García Tato

Comité Editorial Felipe Criado Boado (IEGPS - CSIC) César Olivera Serrano (IH - CSIC) César Parcero Oubiña (IEGPS - CSIC) José María Cardesín Díaz, (Univ. de A Coruña) Pegerto Saavedra Fernández (Univ. de Santiago de Compostela) Marco Virgilio García Quintela (Univ. de Santiago de Compostela) Antón Pazos Rodríguez (IEGPS - CSIC) Gabriel Quiroga Barros (ARG - A Coruña)

Comité Asesor Alfonso Franco Silva (Univ. de Cádiz) Rafael Sánchez Saus (Univ. de Cádiz) Francisco Singul Singul (Univ. de Santiago de Compostela) Vicente Ángel Álvarez Palenzuela (Univ. Autónoma Madrid) Fernando López Alsina (Univ. de Santiago de Compostela) Ermelindo Portela Silva (Univ. de Santiago de Compostela) Consuelo Naranjo Orovio (IH - CSIC) José Augusto de Sotto Maior Pizarro (Univ. Porto) Antón Pazos Rodríguez (IEGPS - CSIC) César Olivera Serrano (IH - CSIC) Alberto Valín Fernández (Univ. Vigo) Pedro López Barja (Univ. Santiago de Compostela) Ángel Sicart Giménez (Univ. Santiago de Compostela) Paolo Caucci von Saucken (Univ. Peruggia)

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CONSEJO SUPERIOR DE INVESTIGACIONES CIENTÍFICAS XUNTA DE GALICIA INSTITUTO DE ESTUDIOS GALLEGOS “PADRE SARMIENTO”

MARÍA FRANCISCA DE ISLA Y LOSADA (1734-1808) Una conexión literaria en la Compostela de la Ilustración

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Reservados todos los derechos por la legislación en materia de Propiedad Intelectual. Ni la totalidad ni parte de este libro, incluido el diseño de la cubierta, puede reproducirse, almacenarse o transmitirse en manera alguna por medio ya sea electrónico, químico, óptico, informático, de grabación o de fotocopia, sin permiso previo por escrito de la editorial. Las noticias, asertos y opiniones contenidos en esta obra son de la exclusiva responsabilidad del autor o autores. La editorial, por su parte, sólo se hace responsable del interés científico de sus publicaciones.

Catálogo general de publicaciones oficiales http://www.060.es

MINISTERIO DE EDUCACIÓN Y CIENCIA

CONSEJO SUPERIOR DE INVESTIGACIONES CIENTÍFICAS

© CSIC © Carlos García Cortés NIPO: 653-07-118-6 ISBN: 978-84-00-08608-4 Depósito Legal: M-54374-2007 Imprime: Estilo Estugraf Impresores, S.L. Pol. Ind. Los Huertecillos - nave 13 - 28350 CIEMPOZUELOS (Madrid) Impreso en España. Printed in Spain

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ÍNDICE Páginas PRÓLOGO Eduardo Pardo de Guevara y Valdés ................................................................................................. 11

SIGLAS Y ABREVIATURAS ............................................................................................................ 15 INTRODUCCIÓN GENERAL ........................................................................................................... 19 1. Objetivos y planteamiento general de la obra ......................................................................... 24 2. Fuentes utilizadas ...................................................................................................................... 27 2.1. Fuentes documentales e impresas ..................................................................................... 27 2.2. Fuentes bibliográficas ....................................................................................................... 30 a) Escritos generales ........................................................................................................ 30 b) Escritos históricos........................................................................................................ 32 c) Escritos literarios ......................................................................................................... 35 d) Monografías................................................................................................................. 37 3. Plan de la obra........................................................................................................................... 38

PRIMERA PARTE: ESTUDIO BIOGRÁFICO............................................................................. 41 CAPÍTULO I. ORIGEN Y GENEALOGÍA ....................................................................................... 47 1. Origen y nacimiento de María Francisca de Isla ...................................................................... 48 2. Ascendencia paterna ................................................................................................................. 52 3. Ascendencia materna ................................................................................................................ 60 4. La Compostela del siglo XVIII................................................................................................. 63 CAPÍTULO II. LA FAMILIA ISLA-LOSADA .................................................................................. 69 1. El matrimonio Isla-Losada........................................................................................................ 70 2. Los hijos de la familia Isla-Losada........................................................................................... 75 2.1. María Josefa Antonia Joaquina Manuela Vicenta............................................................. 76 2.2. José Joaquín ...................................................................................................................... 77 2.3. Joaquín José Francisco Ignacio......................................................................................... 79 2.4. Ramón José Miguel Antonio ............................................................................................ 80 2.5. Josefa Joaquina Manuela María....................................................................................... 81

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2.6. María Francisca Josefa Rosa Rita Benita ......................................................................... 82 2.7. María Isabel....................................................................................................................... 83 2.8. Juan Manuel Bernardo Domingo José de la Visitación ................................................... 86 2.9. Antolina Cándida Rosalía ................................................................................................. 87 3. María Francisca de Isla y su familia......................................................................................... 89 CAPÍTULO III. EL P. ISLA Y COMPOSTELA................................................................................. 95 1. Bio-bibliografía del P. Isla ........................................................................................................ 96 1.1. Síntesis biográfica ............................................................................................................. 97 1.2. Bibliografía propia .......................................................................................................... 100 2. Estadías gallegas y especial actuación en Santiago................................................................ 105 2.1. Primeras presencias (1719-1724).................................................................................... 105 2.2. Destino en la residencia de Santiago (1732-1738) ......................................................... 108 2.3. Destino en la residencia de Pontevedra (1760-1767) ..................................................... 113 3. Relaciones familiares y sociales de Compostela .................................................................... 117 3.1. La familia compostelana ................................................................................................. 117 3.2. Amistades compostelanas ............................................................................................... 122 CAPÍTULO IV. LA ETAPA DE LA PLENITUD: VIDA SOCIAL, LITERARIA Y MATRIMONIAL ........................................................................................................................... 129 1. Vida social............................................................................................................................... 131 2. Proyección literaria ................................................................................................................. 135 3. Matrimonio con Nicolás de Ayala........................................................................................... 141 CAPÍTULO V. LA ETAPA DE LA MADUREZ: VIUDEDAD Y OCASO, MUERTE Y MEMORIA ................................................................................................................... 153 1. En la madurez de la vida......................................................................................................... 154 2. Ocaso y fallecimiento ............................................................................................................. 160 3. Memoria póstuma ................................................................................................................... 165

SEGUNDA PARTE: LA OBRA LITERARIA .............................................................................. 169 CAPÍTULO VI. VOCACIÓN INTELECTUAL Y OBRA LITERARIA ......................................... 175 1. Vocación intelectual y literaria................................................................................................ 176 2. Contextos de la vocación isleña.............................................................................................. 182 3. Influencias literarias del Cura de Fruime................................................................................ 186 CAPÍTULO VII. CONEXIONES LITERARIAS EN LA COMPOSTELA DEL SIGLO XVIII ....... 197 1. La Compostela cultural del siglo XVIII ................................................................................. 198 2. Relaciones con Diego Antonio Cernadas................................................................................ 202 2.1. Origen y términos de la relación..................................................................................... 203 2.2. Escritos de Cernadas a María Francisca ......................................................................... 209 2.3. Escritos de María Francisca a Cernadas ......................................................................... 212 3. Relaciones con Francisco Alejandro Bocanegra..................................................................... 217

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CAPÍTULO VIII. POEMARIO ......................................................................................................... 225 1. En la órbita de la poesía lírica del XVIII................................................................................ 227 2. Muestras del poemario isleño ................................................................................................. 231 3. Despedida de Lidia y Armido (1770) ..................................................................................... 233 4. Décima al arzobispo Bocanegra (1772).................................................................................. 236 5. Soneto al arzobispo Bocanegra (1772) ................................................................................... 240 6. Romance al Cura de Fruime (1775)........................................................................................ 242 CAPÍTULO IX. EPISTOLARIO....................................................................................................... 247 1. Las cartas y el epistolario del P. Isla....................................................................................... 249 2. El epistolario de María Francisca de Isla................................................................................ 253 3. Cartas publicadas de María Francisca .................................................................................... 260 CAPÍTULO X. EDITORA DEL P. ISLA .......................................................................................... 271 1. Heredera literaria del P. Isla.................................................................................................... 273 2. Escritos del P. Isla editados póstumamente ............................................................................ 277 2.1. Traducción del “Arte de encomendarse a Dios”, de A. F. Bellati (1783) ...................... 278 2.2. Traducción de las “Reflexiones cristianas sobre las grandes verdades de fe”, de C. Judde (1785) .......................................................................................................... 281 2.3. Cartas familiares (1785-1790) ........................................................................................ 281 2.4. Sermones (1792-1793) .................................................................................................... 284 2.5. Rebusco de obras literarias (1797).................................................................................. 285 3. Intentos fallidos de publicaciones póstumas........................................................................... 286 3.1. Colección de dichos y hechos singulares........................................................................ 286 3.2. Reedición del Fray Gerundio de Campazas.................................................................... 287 3.3. Traducción del epistolario de J. A. Costantini ................................................................ 289 4. La biografía del P. Isla, de José Ignacio de Salas (1803) ....................................................... 290

APÉNDICE. DESPEDIDA DE LIDIA Y ARMIDO ..................................................................... 293

FUENTES UTILIZADAS ................................................................................................................. 335 1. Fuentes documentales ............................................................................................................. 339 2. Fuentes bibliográficas ............................................................................................................. 343 ÍNDICES DE TEXTOS REPRODUCIDOS .................................................................................... 349 1. Índice de documentos biográficos. ......................................................................................... 353 2. Índice de textos de María Francisca de Isla............................................................................ 354 3. Índice de cartas del P. Isla....................................................................................................... 354 4. Índice de textos del Cura de Fruime....................................................................................... 355

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n la segunda mitad del siglo XVIII, la ciudad de Santiago de Compostela no era sólo la sede metropolitana de una de las iglesias de mayor solera de España y la cabeza visible del extenso dominio señorial que ejercían sus titulares. En realidad, la pequeña pero monumental urbe compostelana se distinguía entre todas las del viejo reino de Galicia por otros muchos perfíles singulares. En ella, por ejemplo, tenían su morada un buen número de estirpes históricas, entre ellas una de las más ricas e influyentes de Galicia: la que se timbraba con el título condal de Altamira, que señoreaba numerosas propiedades en el entorno compostelano. Y en este espacio urbano se acogían, asimismo, una serie de importantes instituciones -algunas con jurisdicción propia- de tipo eclesiástico y civil, militar, judicial, administrativo y cultural; entre ellas, como es natural, la Universidad, con sus acreditadas facultades y colegios mayores, a la cual también estaban vinculadas los centros de seis famosas órdenes religiosas. En este singular marco espacial y cronológico floreció la protagonista de este estudio biográfico, doña Mª Francisca de Isla y Losada, hermana del jesuita Padre Isla, el famoso autor del no menos famoso Fray Gerundio de Campazas. Esta mujer genial, de rica personalidad y espíritu abierto a las grandes inquietudes de la época, se educó a la sombra del palacio de los condes de Altamira, de cuyos estados gallegos era alcalde mayor su propio padre, manteniendo contacto desde muy joven con los círculos culturales y literarios de la ciudad, lo que le permitió conocer las nuevas corrientes ilustradas, que se introducían a través de las aulas universitarias y darían sus mejores frutos a finales del siglo. Sin embargo, su esplendorosa personalidad ha pasado desapercibida hasta fechas muy recientes, probablemente a causa de la pérdida de sus escritos, si bien ha comenzado a ser recuperado por los historiadores de la literatura, tanto del ámbito local gallego como del propiamente español. De ahí, pues, la oportunidad del esfuerzo emprendido por el autor, el sacerdote Carlos García Cortés (La Coruña, 1935), que es doctor en Teología por la universidad pontificia de Salamanca (1978) y profesor emérito —tras muchos años de docencia— de esta y otras materias en el Instituto Teológico Compostelano y en el Instituto Superior de Ciencias Religiosas de Santiago. En él cabe reconocer, por otra parte, una dilatada experiencia como investigador y publicista, con más de dos

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centenares de artículos y colaboraciones, así como una veintena de opúsculos y libros. Entre estos últimos destaco, como ejemplos ilustrativos, los estudios biográficos que ha dedicado en estos últimos años a Diego Cernadas de Castro, el famoso cura de Fruime (2002), Pedro Antonio Sánchez Vaamonde (2003) o Lucas Labrada Romero (2004). A las mencionadas cabe añadir todavía su reciente estudio sobre un arzobispo compostelano, el cardenal García Cuesta, arzobispo de Santiago (2006) o su todavía más reciente aportación al abadologio de la Real e Insigne Colegiata coruñesa de Santa María del Campo (2007). En la línea de sus estudios sobre algunos ilustrados gallegos se sitúa, justamente, el presente volumen, que es fruto de una cuidada investigación. La obra, como ya se ha anticipado, se centra en la Compostela que pasaba del ocaso barroco a las luces de la Ilustración y, particularmente, en la existencia y la obra singulares de Mª Francisca de Isla, lo que permite al autor propiciar el encuentro de una sociedad imbuida aún por las estructuras sociales y religiosas del Antiguo Régimen, con un universo ideológico y cultural que pugnaba por abrirse a las nuevas corrientes definitorias de nuestro siglo XIX. El estudio histórico, documentado y crítico, fiel a los datos y riguroso en su interpretación, ofrece en su primera parte una completa biografía del personaje, lo que se completa adecuadamente en la segunda con un exhaustivo análisis de su producción literaria. En esta última –conviene anticiparlo–, el autor ofrece algunos de los escritos inéditos de Mª. Francisca de Isla, extraídos por él de fondos documentales no explorados hasta hoy, y acierta incluso en ahondar en sus conexiones escritas con algunos de los autores ya mencionados, precisando el alcance de algunas parcelas menos conocidas, como la labor de Mª Francisca de Isla en la edición de una gran parte de la obra de su célebre hermano o la influencia que tuvo en el famoso epistolario isleño. El planteamiento de este doble propósito, el histórico-biográfico de una parte y el crítico-literario de otra, justifica sobradamente una investigación como la abordada aquí por el profesor García Cortés. Por eso mismo, su materialización en una obra de carácter monográfico, tal cual se presenta en este volumen, merecía también que fuera acogida dentro de la serie de Anejos de Cuadernos de Estudios Gallegos, en la confianza de su utilidad para los estudiosos de la historia literaria de Galicia y, más específicamente, de la época compostelana a que se remite, pues en ella queda magníficamente rescatada la trayectoria y obra de Mª Francisca de Isla y Losada, una autora poco conocida, pero no de importancia menor. Eduardo Pardo de Guevara y Valdés Director

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Aguilar Piñal, Bibliografía siglo XVIII................. F. Aguilar Piñal, Bibliografía de autores españoles del siglo XVIII, IV, Madrid 1986. AHDS .................................................................... Archivo Histórico Diocesano, Santiago. AHN ...................................................................... Archivo Histórico Nacional, Madrid. AHUS .................................................................... Archivo Histórico Universitario, Santiago. BRAG ................................................................... Boletín de la Real Academia Gallega (A Coruña, 1906-1980). BXUSdC ............................................................... Biblioteca Xeral da Universidade de Santiago de Compostela. Cabeza de León, Historia de la Universidad ....... S. Cabeza de León, Historia de la Universidad de Santiago de Compostela, Santiago 1945-1947, 3 vols. CEG ....................................................................... Cuadernos de Estudios Gallegos (Santiago 1944ss.). Cernadas y Castro, Obras completas ................... Obras en prosa y verso del Cura de Fruime D. Diego Antonio Cernadas y Castro, Madrid 1778-1781, 7 vols. Couceiro, Diccionario .......................................... A. Couceiro Freijomil, Diccionario bio-bibliográfico de escritores gallegos, Santiago 1951-1954, 3 vols. DHEE .................................................................... Diccionario de Historia Eclesiástica de España, Dirs. Q. Aldea, T. Marín, J. Vives, Madrid 1972-1987, 5 vols. Eguía, La predilecta hermana ................................. C. Eguía, La predilecta hermana del P. Isla y sus cartas inéditas, Humanidades, VII (1955) 255-268. Enciclopedia Espasa ............................................. Diccionario Enciclopédico Ilustrado Europeo-Americano, Espasa, Madrid-Barcelona 1910ss. 70 vols. y apénds. Fernández, La defensora de Fray Gerundio ....... L. Fernández, María Francisca de Isla y Losada, defensora a ultranza de “Fray Gerundio”, Liceo Franciscano, XXVIII (1975) 263-269.

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Filgueira Valverde, Dona Maruxiña ..................... X. Filgueira Valverde, Dona Maruxiña Isla Losada, musa dos “ilustrados” de Galicia, en Terceiro adral, Sada 1984, 69-75. FLPS ...................................................................... Fondo Libros Parroquiales Sacramentales (del AHDS). García Cortés, O Cura de Fruíme ......................... C. García Cortés, O Cura de Fruíme Diego Antonio Cernadas e Castro (1702-1777), Santiago 2002. GEG ....................................................................... Gran Enciclopedia Gallega, Gijón-Santiago 1974-2003, 30 vols. y apénds. LicFr. ..................................................................... Liceo Franciscano (Santiago, 1948ss). Madoz, Diccionario .............................................. P. Madoz, Diccionario Geográfico-Estadístico-Histórico de España y sus posesiones de Ultramar, Madrid 1845-1850, 16 vols. Martínez Barbeito, Romance en gallego ............. C. Martínez Barbeito, Doña María Francisca de Isla y su romance en gallego al Cura de Fruime, BRAG, XXVIII (1957) 17-36. Miñano, Diccionario ............................................. S. de Miñano, Diccionario Geográfico-Estadístico de España y Portugal, Madrid 18261829, 11 vols. Monlau, Obras P. Isla .......................................... P. F. Monlau, Obras escogidas del P. José Francisco de Isla, Madrid 1850. Ms., Mss ................................................................ Manuscrito, manuscritos. Murguía, Diccionario de escritores ..................... M. Murguía, Diccionario de escritores gallegos, Vigo 1862. Pérez de Castro, Recuerdos y cartas .................... J. L. Pérez de Castro, Recuerdos y cartas de Doña María Francisca de Isla en su solar de Asturias, CEG, XV (1960) 239-247. Salas, Compendio histórico .................................. J. I. de Salas, Compendio Historico de la Vida, Caracter Moral y Literario del celebre P. Josef Francisco de Isla, Madrid 1803. Serrano Sanz, Apuntes para una biblioteca ......... M. Serrano y Sanz, Apuntes para una biblioteca de escritoras españolas desde 1401 al 1833, I, Madrid 1903. SFdS ...................................................................... San Félix de Solovio (Parroquia de), Santiago de Compostela. SPN ....................................................................... Serie Protocolos Notariales (del AHUS). USdC ..................................................................... Universidad de Santiago de Compostela.

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Algunos jesuitas, compañeros de Orden de su hermano José Francisco de Isla, la bautizaron de joven como la Perla gallega; el famoso vate Diego Antonio Cernadas, conocido como el Cura de Fruime, la cantó en sus versos como Filis y le puso de sobrenombre la Musa compostelana, por haber loado poéticamente al arzobispo Bocanegra; éste le encargó a veces corregir sus pastorales y aceptó que le criticara sus sermones; y algunos biógrafos modernos la consideran la predilecta hermana del famoso autor de Fray Gerundio, además de revalorizar su función como editora póstuma de sus inéditos. Pero, ¿quién era en verdad María Francisca de Isla y Losada? ¿Qué tenía su vida de destacable, cuyo era su genio, cuál la obra literaria que le había hecho disfrutar en vida de “ruidosa fama”, en expresión del crítico Monlau? Pocos, y no siempre bien informados, han sido los autores que nos transmitieron los rasgos fundamentales de su biografía, exigua en datos y tacaña de referencias, y nulos los escritos suyos que nos aportaron o citaron, fuera de la afirmación repetida por todos de haber sido destruidos por ella misma. Algunos estudiosos de la literatura gallega ubican a María Francisca de Isla entre la elite de las mujeres que cultivaron las letras en el siglo XVIII y citan su nombre junto a los de Ana Moscoso de Prado, María Teresa Caamaño, María Santos Miranda, María Antonia de Jesús, a monxiña do Penedo, de quien era amiga... Hace un siglo, y fue ésta la primera vez, Serrano Sanz la incluyó en su biblioteca de escritoras españolas y documentó su tarea editorial, pero hubo de reconocer que su obra poética se había destruido o perdido. En los últimos años, con todo, se la ha incorporado a las antologías de autores gallegos gracias a un poema suyo –descubierto y publicado por Martínez Barbeito en 1957– escrito en nuestra lengua y dedicado al Cura de Fruime. Si no fuera por las Cartas familiares que ella misma recopiló y publicó póstumamente a nombre del P. Isla, su hermano mayor y maestro literario, apenas cono-

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ceríamos el interior de su espíritu ilustrado y poético, portador de grandes afectos y nobles pasiones. Pese a lo cual, la persona de María Francisca ha quedado a menudo oculta por la fama del controvertido personaje y de otros personajes de su entorno, a cuya sombra vivió. Leyendo algunos de los escritos que tratan de ella, da la impresión de que su existencia sólo tuvo valor por haberla vivido junto a ellos, que la referenciaron en sus famosas obras literarias, o a lo más –como dice Filgueira Valverde– por haber sido la musa de ciertos ilustrados gallegos. A casi dos siglos de la muerte de esta renombrada hermana del P. Isla, su memoria ha llegado hasta nosotros en alas de una difusa fama, desvanecida por el tiempo y enmarcada en unos pocos datos biográficos, sin apenas muestras de una obra literaria que justifique esa fama. En la ciudad donde nació y vivió la mayor parte de su existencia, donde murió y fue sepultada, ninguna placa señala los lugares en que habitó, ninguna tumba recuerda su memoria –ni siquiera su acta de defunción ha sido localizada–, ninguna muestra iconográfica nos ha transmitido su figura. Si hemos de hacer caso a su amante hermano, en una carta que le escribió desde el destierro de Bolonia pocos años antes de morir, un artista jesuita amigo de ambos habría reproducido fielmente su rostro en el de una imagen de la Virgen Dolorosa, que había tallado para una parroquia de aquella comarca, único testimonio que quedaría de cómo era ella. Pocas huellas y mínima memoria, pues, para hacer pasar a las aulas de nuestro Parnaso la herencia personal, moral y literaria de una mujer que cultivó y puso en obra sus grandes valores humanos y espirituales, que sobresalió en los círculos culturales de la Compostela dieciochesca, y de cuya pluma surgieron muchas creaciones que merecían haberse conservado. Huellas y memoria que hoy debieran ser suficientes para rescatar del pasado los elementos fundamentales de su existencia, para poner de relieve la calidad de su espíritu, para recuperar del olvido las pruebas de su genio y actuación literarios. Se cimentaría con ellas el edificio de una fama merecida y propia, a la sombra de nadie más que de sus personales obras, junto a otros que sí la alcanzaron porque ella estaba allí en aquel tiempo, que era el de todos. Si puede ser verdad el dicho, despojándolo de su sabor machista, que afirma haber una gran mujer detrás de cada gran hombre, quizás en nuestro caso se pueda decir que hubo una gran mujer al lado –no detrás ni a la sombra– de tres grandes hombres: Diego Antonio Cernadas (1702-1777), José Francisco de Isla (1703-1781) y Francisco Alejandro Bocanegra (1709-1782). Así permiten darlo a entender las referencias a ella que se encuentran en las obras literarias de los tres y las recíprocas expresiones de su relación con cada uno de ellos que aparecen en los pocos escritos conservados de María Francisca de Isla. Eso lo podemos afirmar aquí con toda convicción, tras realizar la investigación que nos ha permitido elaborar esta

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monografía, anticipándonos a la exposición de sus resultados que hacemos en diversos capítulos. En efecto, además de la acción editora que su hermana llevó a cabo de gran parte de la obra inédita del P. Isla (lo cual contribuyó a reivindicar la persona e incrementar la fama de éste), ha quedado en el epistolario familiar del ilustre jesuita el reflejo de la multitud de temas que intercambió con ella, pues las cartas dirigidas a María Francisca suman no menos de dos centenares. A su vez, en la edición póstuma de las obras completas del Cura de Fruime, realizada inmediatamente de morir por sus amigos de la Corte –y cuya biografía, colocada al frente del volumen segundo, se atribuye hoy a María Francisca–, figuran nada menos que ocho poemas dedicados a ella nominalmente o bajo el sobrenombre de Filis; y en nuestra investigación sobre los inéditos de Cernadas, hemos localizado otras doce pequeñas piezas poéticas con la misma denominación, lo que refuerza notablemente nuestras afirmaciones. Recíprocamente, en los escritos de Cernadas aparecen a veces las huellas de otros de la Musa compostelana, a los que hace referencia o da respuesta. Uno de ellos, afortunadamente, ha sido recuperado por Martínez Barbeito, el ya citado Romance en gallego al Cura de Fruime. Respecto a su relación con el arzobispo Bocanegra, que dirigió la diócesis compostelana sus diez últimos años de vida (1772-82), debemos decir que se remontaba al menos una década atrás, cuando era aún obispo de Guadix y Baza, según aparece en el epistolario isleño, que testimonia haberle corregido María Francisca algunas cartas pastorales. Correspondientes a su etapa arzobispal en Santiago, hemos podido recuperar un par de poemas inéditos de nuestra escritora y ciertas referencias al sermonario del ilustre prelado, además de algunos escritos anónimos contra esa relación literaria mantenida entre ambos. La figura con que se nos presenta hoy María Francisca de Isla, después de nuestra investigación, confirma y en cierto modo sobrepasa la que intuíamos antes de llevarla a cabo por los indicios que habían quedado en las fuentes y bibliografía anteriores. La comprobación positiva –aunque no todo lo amplia que podría haber sido, de disponerse de más y mejores muestras de su obra– nos pone ante un personaje relevante del mundo cultural compostelano de su tiempo, más destacable aún por la desventaja con que las mujeres podían actuar entonces en ese medio. Y, al mismo tiempo, un personaje cuya apariencia nunca pudo ocultar la rica personalidad que lo sustentaba, permitiéndonos descubrir hoy una inédita riqueza interior que revaloriza el mundo de sus ideas y saberes, de sus intuiciones y pasiones. Por otra parte, los pocos restos conservados de su obra literaria, ubican a María Francisca sin ninguna duda entre los seguidores de dos modalidades muy cultivadas

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en nuestro país durante la segunda mitad del siglo XVIII: la poesía lírica, denominada con diversa nomenclatura –nos gusta la expresión actual, unificadora de las distintas corrientes del momento, de poesía ilustrada1– y el género epistolar, del cual –además de su hermano el P. Isla– hay en la moderna literatura española cualificados cultivadores, como los hermanos Argensola, Gaspar Melchor de Jovellanos, Leandro Fernández de Moratín... Será en la primera modalidad donde algunos autores encuentren, siguiendo el texto del citado romance en gallego, ciertas expresiones que parecen preludiar la lírica romántica de Rosalía Castro. Todos esos elementos han sido los que, en definitiva, nos motivaron para redactar –a partir de los resultados y datos novedosos obtenidos en la investigación, pese a no ser todos los deseados– una monografía dedicada a María Francisca de Isla y Losada, hasta hace poco considerada un personaje menor de las letras gallegas de la época ilustrada. Se trataría con ello de recuperar históricamente la biografía de una mujer, notable por distintas razones, y reubicarla con nuevas perspectivas en el espacio público de nuestra literatura, realizando también una valoración más completa de su obra en el contexto cultural gallego del siglo XVIII, no sobrado por cierto de figuras y realizaciones.

1. OBJETIVOS Y PLANTEAMIENTO GENERAL DE LA OBRA Motivados por lo dicho anteriormente y decididos a iniciar una investigación lo más completa posible sobre María Francisca de Isla y Losada, nos pusimos a la obra activando los procedimientos usuales en los estudios de tipo histórico. Desde informarnos sobre la bibliografía directa e indirecta publicada sobre el tema, acceder a ella, seleccionarla y extraer los elementos más interesantes a nuestro propósito; hasta localizar y consultar las fuentes primarias, tanto documentales como impresas, de donde procedían las informaciones ya manejadas, indagando en ellas datos más o menos novedosos y ampliando la búsqueda a otros no conocidos. Y una vez reunido el material previo, desde comprobar, contrastar y analizar los elementos acopiados, hasta completar sus carencias y lagunas mediante nuevas fuentes, consultadas generalmente en archivos y bibliotecas especializadas. Ya desde los inicios de la investigación, se nos evidenciaron algunos hechos negativos y ciertas carencias para llevarla adelante con fluidez: 1 Cf. al respecto, por ejemplo, J. Checa Beltrán, Poesía lírica y teoría poética del siglo XVIII, en J. Checa, J. A. Ríos, I. Vallejo, La poesía del siglo XVIII, Madrid 1992, 61-63.

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— Las referencias directas publicadas sobre nuestro personaje eran más bien pocas, coincidentes en algunos elementos generales y específicos, pero con bastantes lagunas en sus contenidos tanto biográficos como literarios. — Las fuentes documentales e impresas, que los distintos autores citaban como utilizadas para sus estudios, eran exiguas y en bastantes casos no asequibles en directo para nosotros. — Por otra parte, había bastantes referencias menores sobre la bio-bibliografía de María Francisca de Isla en obras generales, así como en publicaciones históricas y literarias de ese nivel, que dependían más o menos de las mismas fuentes, pero faltaban casi totalmente los estudios completos, así como los contrastados o críticos de carácter monográfico. — Eran muy raros los escritos de nuestra autora que habían salido a la luz hasta el momento, lo que limitaba grandemente la base real para un estudio directo de su obra, que se perfilaba como uno de nuestros principales propósitos. — El cúmulo de elementos tanto biográficos como literarios, aportados hasta ahora por la bibliografía, resultaba a todas luces incompleto para elaborar una monografía de cierta entidad. A lo más, el personaje aparecía a la sombra de otros (por ejemplo, el P. Isla o el Cura de Fruime) que le daban sólo un realce indirecto. — Se nos imponía como algo necesario completar los trabajos previos, al menos en las limitaciones que presentaban, y ampliar luego la banda de temas a investigar, con la búsqueda de nuevas fuentes directas e indirectas así como de la bibliografía complementaria, para acceder a los entornos personales y familiares, sociales, culturales y literarios de la biografiada, menos conocidos e incluso ignorados. Consecuencia de todo ello fue que la investigación resultó laboriosa y lenta, tardando en localizar elementos y datos que nos pudiesen aportar originalidad o al menos algunas novedades en el resultado final. Porque si ya la biografía de la autora presentaba lagunas importantes, que podrían cubrirse más o menos tras una búsqueda sistemática, el estudio de su obra escrita apenas lograría superar el nivel referencial, hipotético o indirecto, si no se localizaban nuevas muestras de su actividad literaria. Sobre este segundo elemento, además, los juicios de los biógrafos oscilaban en una gama tan diversa, como por ejemplo, el de uno de los primeros (“Nada absolutamente perdió el Parnaso castellano con haberse entregado al fuego las frias y asaz mal rimadas inspiraciones de la hermana del Padre Isla”: Monlau) y el de otro de los últimos (“Redactaba con clara e coidada pulcritude, bo estilo e dominio de expre-

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sión”, además de adelantarse a la lírica romántica de Rosalía “cunha mistura de ironía e tristura”: Filgueira Valverde). Todo lo cual contribuyó a que nuestro propósito general madurase con lentitud, para no marcarle a nuestro trabajo unos objetivos irrealizables o pretender sólo unos resultados limitados que no llegaran a interesar al lector medio y decepcionaran al estudioso o al especialista. En último extremo nos impusimos una tarea realista, sin renunciar a una meta ambiciosa: desarrollar la biografía total del personaje de la forma más completa posible, y rendir cuenta de la obra literaria que había llevado a cabo, evaluándola desde muestras suficientes y/o referencias seguras. Deberíamos ante todo superar la limitación y aun la carencia de elementos documentales primarios que presentaban muchos de los escritos sobre María Francisca de Isla, así como la poca relevancia con que casi siempre la mostraban, a la sombra de su famoso hermano o de otros personajes compostelanos de su tiempo. Además, eran indudables las lagunas o vacíos que padecía la biografía aportada durante siglo y medio, y muy pocos los ejemplares de su pluma que nos sirvieran de base real para juzgar su obra literaria. Quizás esto fue lo que nos ayudó a encarar la tarea como un reto en lo personal y en lo científico. Se imponía rescatar del silencio ignorante de más de dos siglos la existencia de una mujer sin duda excepcional, pero tan sólo mostrada en sus aspectos más aparentes, cuya riqueza interna estimábamos que estaba aún casi por descubrir; y acceder a lo hondo de su vocación literaria a través de las muestras que todavía quedasen de ella o de testimonios contrastados que nos la evidenciasen. Por todo ello, el objetivo fundamental que orientó nuestra tarea investigadora y luego la redacción de esta monografía fue muy claro: comprobar rigurosamente todos los datos biográficos ofrecidos por los escritos precedentes, contrastando y rectificando cuanto en ellos descubriéramos de inexacto o errado, para ampliarlos y completarlos en lo posible; buscar con método, en los fondos donde previsiblemente se pudieran hallar, nuevos elementos de una historia personal y de una obra escrita en que había demasiadas lagunas informativas y vacíos documentales. Para llevarlo a cabo nos propusimos utilizar dos vías generales: la investigación histórica rigurosa, basada ante todo en fuentes documentales e impresas; y el estudio expresamente literario de la obra isleña a que pudiéramos acceder, tanto de carácter textual y lingüístico como crítico e interpretativo. Las metodologías a usar serían, respectivamente, las propias de las ciencias históricas y filológicas, con sus procedimientos habituales. El resultado obtenido desde tales objetivos y mediante el recorrido de dichas trayectorias debía desembocar en una obra con dos partes bien diferenciadas:

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— La primera, concebida para exponer de forma progresiva y sincrónica la biografía de María Francisca de Isla y Losada, dentro del espacio (especialmente la ciudad de Compostela, incidentalmente otros puntos de Galicia y la Corte) y del tiempo (años 1734-1808) en que transcurrió, tematizando algunos contenidos especialmente relevantes en su existencia, por ejemplo la vida cultural compostelana del siglo XVIII o la bio-bibliografía del P. Isla. — La segunda, referida expresamente a la obra literaria de nuestra autora –limitada en el manejo de ejemplares directos, evidenciada su riqueza indirectamente, por ejemplo en su actuación editorial–, para considerarla detenidamente en sus variantes formales y estudiarla en sus planteamientos, contenidos, elementos intrínsecos..., con espíritu literario y crítico.

2. FUENTES UTILIZADAS Este apartado tiene como finalidad informar al lector de manera general sobre las fuentes que hemos usado para elaborar la obra. Viene a ser un anticipo, sin entrar en demasiados detalles, de los fondos documentales y publicaciones donde nuestro escrito ha tomado sus referencias principales, en cierto modo el aval científico de sus contenidos y su respaldo metodológico. Para el mejor seguimiento de la información, ordenamos las fuentes en dos secciones, presentándolas con criterio tanto temático como cronológico. 2.1. Fuentes documentales e impresas Recogemos principalmente las fuentes referidas de forma directa e inmediata a nuestro personaje y sus entornos, esto es, documentación y bibliografía originados dentro de los límites de su espacio biográfico (1734-1808) o en relación próxima con él. Se trata por ello de fuentes primarias, en algunos casos de contenido original e incluso inédito, que se nos han evidenciado como necesarias para desarrollar los espacios históricos de la obra, sobre todo en su primera parte. La primera y obligada referencia es a las fuentes documentales, no muy abundantes en una obra de este tipo, ofreciendo una información global sobre las instituciones que las custodian y los fondos utilizados, sin entrar en datos específicos, que se reservan para las citas a pie de página. Abrimos la información refiriéndonos a la documentación depositada en tres archivos compostelanos, que ha sido además la mayormente utilizada. Del Archivo

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Histórico Diocesano hemos usado abundantemente el Fondo de Libros Parroquiales, en especial los de las parroquias santiaguesas de San Félix de Solovio y San Benito del Campo; de su Fondo General consultamos algunas piezas de la serie Sagradas Órdenes. Con respecto a la documentación del Archivo Histórico Universitario hacemos notar también su frecuente uso, en especial de tres series: Protocolos Notariales (sobre todo, testamentos y contratos), Libros de Archivo (matrículas y actas del claustro) y Serie Histórica (matrículas y docencias). De la Biblioteca Xeral de la universidad compostelana, hemos acudido a su Fondo de Manuscritos para utilizar los coleccionados a nombre del Cura de Fruime, del que ofrecemos varios poemas inéditos, entre ellos algunos de nuestra biografiada. Un segundo bloque de fondos documentales, usado con cierta frecuencia, se encuentra depositado en cinco archivos de carácter nacional, la mayoría con sede en Madrid. Destacamos ante todo el Archivo Histórico Nacional, del que usamos legajos de sus Series Consejos y Consejo de Castilla, con documentación generada por la publicación póstuma de obras del P. Isla, solicitada por su hermana María Francisca. De la Real Academia de la Historia hemos usado, con la misma finalidad, piezas de la Serie Censuras y del Fondo de Manuscritos de su Biblioteca, lo que nos ha permitido ofrecer otro inédito de nuestra autora. En el Archivo General de Simancas, Fondo de Gracia y Justicia, se encuentra también documentación de nuestra biografiada para publicar escritos del P. Isla. Del Fondo de Manuscritos de la Biblioteca Nacional procede el texto literario más extenso de la Musa Compostela, que ofrecemos por primera vez íntegramente al lector. Y en la Biblioteca del Palacio Real se conservan algunos manuscritos de la época estudiantil del P. Isla. Un tercer bloque de fondos documentales utilizados, tan sólo de forma esporádica y casi referencial, se encuentra en depósitos de distintas instituciones: el testamento ológrafo del P. Isla, por el que nombraba heredera de sus manuscritos a María Francisca, en el Archivio Notariale Distrettuale de Bologna; un texto epistolar de nuestra autora, en el Fondo de Manuscritos del British Museum londinense; el Diario del destierro de los jesuitas españoles, elaborado por el P. Luengo y depositado actualmente en el Archivo Histórico de Loyla, de la Compañía de Jesús; y en el Archivo parroquial de Osorno (Palencia), actas sacramentales de la familia Isla. Con respecto a las fuentes impresas en la época de la biografiada, nos ceñimos a las publicadas dentro de su arco cronológico o que estén directamente relacionadas con su entorno social y cultural. Nos referimos primeramente a las publicaciones cuya autoría corresponde o le es atribuida a María Francisca de Isla, subrayando una vez más que la mayoría de sus

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escritos fueron destruidos por ella misma y/o han quedado inéditos. Son fundamentalmente dos: la biografía del Cura de Fruime, que va al frente del volumen segundo de sus obras completas, actualmente atribuida a ella2; y la biografía del P. Isla, aparecida a nombre del presbítero José Ignacio de Salas (seudónimo del jesuita P. Tolrá), gran parte de cuyos contenidos se debe a informes recibidos de María Francisca o están redactados por ella misma3. Por su inmediata relación con la vida y obra de María Francisca de Isla, hay que reseñar aquí algunas obras de su hermano José Francisco mayormente consultadas y citadas en ésta: las Cartas familiares4 y el Sermonario5, publicadas póstumamente por nuestra autora; hemos utilizado muy especialmente la edición de las obras isleñas seleccionadas por Monlau6. Anexo a ellas debe figurar el magnífico estudio de Gaudeau sobre el P. Isla y su Fray Gerundio de Campazas, tesis doctoral en letras de su autor7. La relación personal y literaria que mantuvieron con María Francisca dos personajes del mundo cultural compostelano del siglo XVIII, nos obliga a citar también sus publicaciones, en las cuales se encuentran alusiones y referencias a nuestra escritora. Se trata del famoso cura de Fruime, Diego Antonio Cernadas y Castro, a la edición póstuma de cuyas obras aparece vinculada8, y del arzobispo compostelano Francisco Alejandro Bocanegra Xivaja, con quien le unía amistad desde su etapa episcopal en Guadix y Baza9. Para no ampliar en exceso el abanico de las fuentes impresas contemporáneas a María Francisca de Isla, completamos la relación con otras publicaciones utilizadas, expresivas del entorno cultural en que ella estuvo biográficamente ubicada: la revista Mercurio Histórico y Político, que en 1773 dio cuenta de una impresionante prueba a que se sometió la Musa Compostelana, dictando simultáneamente doce cartas

Prólogo, en Obras en prosa y verso del Cura de Fruime, II, Madrid 1778, VII-XXI. J. I. de Salas, Compendio Historico de la Vida, Caracter Moral y Literario del celebre P. Josef Francisco de Isla, con la noticia analítica de todos sus escritos, Madrid 1803. 4 J. F. de Isla, Cartas familiares... á su hermana María Francisca de Isla y Losada y á su cuñado D. Nicolas de Ayala, Madrid 1785-1786, 4 vols. 5 J. F. de Isla, Sermones Morales, Madrid 1792, 2 vols.; Sermones Panegíricos, Madrid 1792-1793, 4 vols. 6 J. F. de Isla, Obras escogidas. Con una noticia de su vida y escritos, por P. F. Monlau, Madrid 1850 (B. de A. E., XV). 7 B. Gaudeau, Les prêcheurs burlesques en Espagne au XVIIIe siècle, Paris 1891. 8 Obras en prosa y verso del Cura de Fruime, Madrid 1778-1781, 7 vols. 9 Sermones del Ilmo. Sr. D. Francisco Bocanegra y Xivaja, Madrid 1772-1780, 4 vols. 2 3

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a otros tantos secretarios10; y las obras de dos conocidos ilustrados gallegos, el canónigo Sánchez Vaamonde (fundador de la Sociedad Económica compostelana y de la biblioteca del Consulado del Mar coruñés)11 y Lucas Labrada (secretario de dicho Consulado, autor de destacadas obras sobre temas económicos de la época)12.

2.2. Fuentes bibliográficas La bibliografía directa generada durante dos siglos sobre María Francisca es, desgraciadamente, poco abundante. Completada con otra que trata de nuestra autora de forma indirecta, colateral o complementaria, ha constituido durante nuestra investigación una base muy importante para la elaboración de esta obra, tanto por su aporte de nuevos contenidos y localización de fuentes primarias como en el plano informativo y referencial. Por esa razón, anticipamos aquí una panorámica general de las publicaciones consultadas y citadas a lo largo de la obra, cuyo detalle aparece en las numerosas citas que la jalonan, distribuyéndolas en varios apartados temáticos.

a) Escritos generales Relacionamos aquí una serie de publicaciones de variado contenido (enciclopedias, diccionarios, guías, obras generales y temáticas), en las que se da cabida a María Francisca de Isla y Losada desde diversas perspectivas (informativa, divulgadora, referencial), completando entre todas el cuadro de sus contenidos biográficos. A ellas añadimos otras de la misma índole que, sin tratar directamente del personaje, lo hacen sobre su entorno personal, familiar, social o cultural. Las obras de carácter general que más hemos usado se reducen a estas dos: la conocida popularmente como Enciclopedia Espasa, de ámbito universal en todos los sentidos13; y la Gran Enciclopedia Gallega, universal en su tratamiento de temas, 10 Mercurio Historico y Politico. Que contiene el estado presente de la Europa, lo sucedido en todas las Cortes, los intereses de los Príncipes, y generalmente todo lo mas curioso, Imprenta Real de la Gaceta, Madrid, tomo 3º, Año 1773. 11 P. A. Sánchez Vaamonde, Memoria sobre la policía y régimen de los abastos de la Ciudad de Santiago, Madrid 1806. 12 J. L. Labrada, Descripcion económica del Reyno de Galicia, Ferrol 1804. 13 Diccionario Enciclopédico Ilustrado Europeo-Americano, Espasa, Barcelona-Madrid 1910ss., 70 vols., apénds. y suplems. anuales.

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pero reducidos al ámbito gallego, que se está reeditando en nuestro idioma y poniendo al día14. En ellas se encuentran numerosas aportaciones de todo tipo, algunas de las cuales hemos utilizado en distintos capítulos de la obra. Relacionamos ahora cronológicamente las principales referencias directas a María Francisca de Isla que figuran en estas y otras obras generales. La primera que hemos localizado se encuentra en unas extensas notas a pie de página, dentro de la biografía del P. Isla desarrollada por Monlau en la edición de sus obras selectas15. Pocos años después, con evidente inspiración en ella, Murguía desarrolla una amplia nota sobre nuestra escritora al pie del artículo dedicado a Diego Antonio Cernadas en su diccionario de escritores16; lo mismo se puede decir de la referencia a María Francisca que aparece en la guía compostelana de Moreno Astray17. En su biblioteca de escritoras Serrano Sanz nos brinda un buen resumen bio-bibliográfico de esta autora, completado con interesantes referencias documentales de su labor como editora póstuma del P. Isla18. En el discurso de ingreso en la Real Academia Española de González Besada, entre la serie de grandes mujeres gallegas que considera, María Francisca de Isla ocupa un espacio destacado, aunque se limita a repetir lo aportado por la bibliografía anterior, incluidos sus errores19. Metidos ya en el siglo XX destacamos otras colaboraciones de obras generales sobre nuestro personaje. Sintética y elemental es la desarrollada por autor anónimo en la Enciclopedia Espasa, que presenta algunos datos equivocados20. La guía compostelana de Isidoro Millán dedica a la Musa un par de páginas de ajustados contenidos21. Lo mismo se puede decir del diccionario bio-bibliográfico de Couceiro Freijomil, que apenas avanza novedades sobre los escritos anteriores22, así como del diccionario divulgativo de personajes gallegos de Lanza Álvarez, que parecen haber

14 Gran Enciclopedia Gallega, S. Cañada, ed./Gran Enciclopedia Gallega, Gijón/Santiago 19742003, 30 vols. y apénds. 15 Monlau, Obras P. Isla, Noticia de la vida y obras del P. Isla, XVI-XVII y XXI-XXII. 16 Murguía, Diccionario de escritores, Vigo 1862, 158-160, nota al pie. 17 F. Moreno Astray, El viagero en la Ciudad de Santiago, Santiago 1865, 380-381. 18 M. Serrano y Sanz, Apuntes para una biblioteca de escritoras españolas desde 1401 al 1833, I, Madrid 1903, 536-541. 19 A. González Besada, Discursos leídos ante la Real Academia Española..., Madrid 1916, 17 y 53-54, nota 11. 20 S. a., María Francisca de Isla y Losada, en Enciclopedia Espasa, XXVIII, 2075. 21 I. Millán, A la sombra del Apóstol. Once siglos de vida compostelana, Santiago 1938, 380-381, nota 1. 22 Couceiro, Diccionario, II, 246-247.

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bebido en fuentes comunes23. Las últimas aportaciones incorporan ya contenidos y datos producto de las investigaciones más recientes, como es el caso de Chao Espina en la Gran Enciclopedia Gallega24, y el de Freixeiro Mato-Tato Fontaíña en una historia de la literatura gallega25. Tendríamos que sumar a ellos una serie de escritos biográficos y bibliográficos sobre el P. Isla, que suelen ofrecer referencias directas o indirectas sobre su hermana María Francisca, pero nos limitamos a enumerar los nombres de sus autores y las fechas de publicación: Salas (1803), Monlau (1850), P. B. (1856), Gaudeau (1891), Moro Velasco (1903), Enciclopedia Espasa (1926), Eguía Ruiz (1932), Alonso Cortés (1936), Bravo Guarida (1949), García Abad (1958), Sebold (1960), Fernández Martín (1972), Martínez de la Escalera (1981), Vilanova Rodríguez (1987) y Jiménez González (1999).

b) Escritos históricos Buen número de publicaciones históricas (usamos este término en su más amplio sentido) nos han ayudado a situar a nuestro personaje en las coordenadas del espacio y el tiempo donde le tocó vivir, considerándolo desde las diversas perspectivas que nos permiten definirlo mejor. Comenzando por las obras más generales, referenciamos los diccionarios de esta especialidad que más usamos a lo largo de la obra: el de Miñano, superado hoy en sus contenidos, informaciones y datos, pero todavía útil para conocer casi coetáneamente el entorno geosocial en que vivió nuestra biografiada26; el de Madoz, más ajustado en sus referencias y documentado en sus contenidos históricos27; y el Diccionario de Historia Eclesiástica de España, cuyo título define bien sus contenidos, elaborado con la colaboración de numerosos autores, varios de cuyos artículos nos han sido de utilidad28.

F. Lanza Álvarez, Dos mil nombres gallegos, Buenos Aires 1953, 154. E. Chao Espina, María Francisca Isla y Losada, en GEG, XVIII, 73. 25 X. R. Freixeiro Mato – L. Tato Fontaíña, Francisca de Isla Losada, en A. Ansede Estraviz e C. Sánchez Iglesias (dirs.), Historia da Literatura Galega, I, Vigo 1996, 224. 26 S. de Miñano, Diccionario Geográfico-Estadístico de España y Portugal, Madrid 1826-1829, 11 vols. 27 P. Madoz,, Diccionario Geográfico-Estadístico-Histórico de España y sus posesiones de Ultramar, Madrid 1845-1850, 16 vols. 28 Diccionario de Historia Eclesiástica de España. Dir. por Q. Aldea, T. Marín y J. Vives, Madrid 1972-1987, 5 vols. 23 24

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Algunas publicaciones de ámbito gallego, a veces tan sólo local, nos han ayudado a concretar el cronos de nuestro personaje, sobre todo en su entorno humano. La obra de García Oro y Portela Silva es un magnífico estudio de la Casa de Altamira, a la que estuvo vinculado como intendente general de sus estados en Galicia el padre de María Francisca, lo cual explica su nacimiento, estancia y actuación en la ciudad compostelana29; algunas muestras de esta gestión paterna se pueden localizar en el archivo del monasterio benedictino de San Payo, gracias al catálogo elaborado por Buján Rodríguez30. La colección de notas históricas de Pérez Costanti nos permitió acceder a diversos episodios ocurridos en la Compostela de la época31, bien completada por algunos estudios sectoriales del mismo ámbito, debidos a Barreiro Mallón32 y Eiras Roel33. Algunas puntuales relaciones que presenta la biografía de nuestra autora con ciertas localidades gallegas, aparecen referenciadas en la historia de la ciudad coruñesa de Barreiro Fernández34 y la de Contreras sobre el santuario de las Ermitas35. Para el ámbito de la historia eclesiástica, en el que nuestra biografiada estuvo directa o indirectamente implicada, hemos manejado dos tipos de obras. En primer lugar las que desarrollan las historias generales y episcopologios de las diócesis gallegas. Empecemos por citar la de Rodríguez Pazos, muy útil para documentar con fondos de archivos romanos las designaciones y pontificados de los obispos gallegos durante los siglos XVI-XIX36. Algunas historias de la Iglesia compostelana nos han servido para concretar las referencias en ese ámbito: así, las memorias del cardenal Hoyo sobre la situación de esta diócesis en el siglo XVII37; la completa historia de López Ferreiro, insuperada en algunos aspectos pero precisando ya ser con-

29 J. García Oro y Mª J. Portela Silva, La Casa de Altamira durante el Renacimiento. Estudio introductorio y Colección Diplomática, Santiago 2003. 30 Mª M. Buján Rodríguez, Catálogo archivístico del Monasterio de Benedictinas de San Payo de Ante-Altares, Santiago de Compostela, Santiago 1996. 31 C. Pérez Costanti, Notas viejas galicianas, Vigo 1925-1926, 3 vols. 32 B. Barreiro Mallón, Las clases urbanas en Santiago en el siglo XVIII: definición de un estilo de vida y de pensamiento, en A. Eiras Roel (dir.), La historia social de Galicia en sus fuentes de protocolos, Santiago 1981, 449-494. 33 A. Eiras Roel, Las élites urbanas de una ciudad tradicional. Santiago de Compostela a mediados del siglo XVIII, en A. Eiras Roel (ed.), Actas del II Coloquio de Metodología Aplicada, I, Santiago 1984, 117-139. 34 J. R. Barreiro Fernández, Historia de la ciudad de La Coruña, La Coruña 1986. 35 M. Contreras, Historia del celebre santuario de Nuestra Señora de las Hermitas, Salamanca 21798. 36 M. R(odríguez) Pazos, El episcopado gallego a la luz de documentos romanos, Madrid 1946, 3 vols. 37 J. del Hoyo, Memorias del arzobispado de Santiago. Ed. Á. Rodríguez González y B. Varela Jácome, Santiago s. d. (1950?).

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cluida38; y el episcopologio compostelano de Cebrián Franco, valioso a nivel divulgativo informador39. Respecto a la diócesis mindoniense, el episcopologio realizado por Cal Pardo supera a todos los publicados previamente y es un indispensable instrumento de consulta40. Por las buenas referencias que ofrecen sobre los estudios universitarios en Santiago durante el siglo XVIII, especialmente los que se impartían en el colegio de los jesuitas –en cuyo entorno se movió la familia Isla–, hemos utilizado diversas obras históricas relativas a ese ámbito. La de Cabeza de León, sistemática y documentada, es pródiga en informaciones y referencias tanto institucionales como personales41; mientras que la dirigida por Barreiro Fernández, además de ello, desarrolla ciertos contenidos con carácter sistemático y diacrónico42; el artículo de Rivera es una buena y sintética historia de esta universidad43. Para conocer la historia de los colegios jesuíticos de Galicia, con especial tratamiento del de Santiago y su proyección universitaria, es esencial consultar la obra de Rivera Vázquez44. Hemos utilizado también, para completar el estudio biográfico y familiar del personaje, algunos escritos de contenido genealógico: la conocida obra de Crespo del Pozo sobre blasones y linajes gallegos45; la de Avilés, sobre los de ámbito asturiano, en cuya tierra tienen los Isla sus raíces46; y los artículos de Seijas Vázquez en la Gran Enciclopedia Gallega sobre los apellidos de la biografiada47. Por las conexiones que tienen con el tema histórico, además de los citados diccionarios de Miñano y Madoz, hemos debido utilizar algunas obras específicamente geográficas, que nos han ayudado a referenciar adecuadamente el topos de los orígenes familiares y personales de María Francisca de Isla. Dos escritos lo sitúan 38 A. López Ferreiro, Historia de la Santa A. M. Iglesia de Santiago de Compostela, Santiago 1898-1909, 11 vols. 39 J. J. Cebrián Franco, Obispos de Iria y Arzobispos de Santiago de Compostela; Santiago 1997. 40 E. Cal Pardo, Episcopologio Mindoniense, Mondoñedo-Ferrol 2003. 41 S. Cabeza de León, Historia de la Universidad de Santiago de Compostela, Santiago 1945-1947, 3 vols. 42 X. R. Barreiro Fernández (coord.), Historia da Universidade de Santiago de Compostela, I, Santiago 1998. 43 R. Rivera, Universidades. Santiago de Compostela, en DHEE, IV, 2642-2644. 44 E. Rivera Vázquez, Galicia y los jesuitas. Sus colegios y enseñanza en los siglos XVI al XVIII, La Coruña 1989. 45 J. S. Crespo del Pozo, Blasones y Linajes de Galicia, Madrid 21982-1985, 5 vols. 46 T. de Avilés, Armas y linajes de Asturias y antigüedades del Principado, Oviedo 1956. 47 E. Seijas Vázquez, Isla, Losada y Osorio, respectivamente en GEG, XVIII, 72-73; XIX, 180; y XXIII, 145.

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en un plano general: el de Mansilla sobre geografía eclesiástica de la época48, y el de Río Barja sobre la distribución jurisdiccional de Galicia en el siglo XVIII49. La obra dirigida por Bellmunt y Canella, sobre la geografía e historia de Asturias, facilita una buena información relativa el espacio solar de los Isla en Colunga50. Y varios artículos anónimos de la Enciclopedia Espasa51 y de la Gran Enciclopedia Gallega52 sitúan correctamente los espacios familiares de los Isla y los Losada.

c) Escritos literarios Como no podía ser de otro modo, tratándose de elaborar la biografía de una escritora, hemos consultado una serie de obras de contenido literario total o parcial, que nos han servido para enmarcar a María Francisca de Isla dentro de este campo y evaluar sus aportaciones al mismo. Reduciéndonos a los títulos más manejados o representativos, los agrupamos según diversos conceptos. Reseñamos primeramente las obras de carácter general, referidas al ámbito literario español. De entre las historias globales de nuestra literatura, seleccionamos dos representativas de sendas tendencias interpretativas: la de Valbuena Prat, tradicional y preferentemente expositiva53; y la de Alborg, de intencionalidad más crítica54. Asimismo generales, pero limitadas a la literatura española del siglo XVIII, hemos usado algunas obras referidas a la poesía de este siglo: la dirigida por Checa Beltrán y otros55, y la realizada por Joaquín Arce56, además de los volúmenes sobre los líricos de esa época publicados por Cueto en la Biblioteca de Autores Españoles57; así como la realizada por Sebold con espíritu crítico sobre el romanticismo español58. D. Mansilla, Geografía eclesiástica, en DHEE, II, 983-1015. F. X. Río Barja, Cartografía xurisdiccional de Galicia no século XVIII, Santiago 1990. 50 F. Canella, Colunga, en O. Bellmunt Traver y F. Canella Secades (dirs.), Asturias. Su historia y monumentos, III, Gijón 1900, 485-487. 51 S. a., Colunga, Santiago de Gobiendes y San Lorenzo de Trives, respectivamente en Enciclopedia Espasa, XIV, 434; LIV, 302; y LIII, 842. 52 S. a., San Mamede de Trives, en GEG, XXIX, 157. 53 Á. Valbuena Prat, Historia de la literatura española, II, Madrid 21957. 54 J. L. Alborg, Historia de la literatura española, III, Madrid 1972. 55 J. Checa, J. A. Ríos, I. Vallejo, La poesía del siglo XVIII, Madrid 1992. 56 J. Arce, La poesía del siglo ilustrado, Madrid 1981. 57 L. A. de Cueto, Poetas líricos del siglo XVIII, Madrid 1871-1901, 3 vols. (B. de A. E., LXI, LXIII y LXVII). 58 R. P. Sebold, Trayectoria del romanticismo español, Barcelona 1983. 48 49

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Cerramos el bloque con dos obras importantes de contenido bibliográfico: la de Aguilar Piñal, sobre las publicaciones españolas del XVIII, de carácter exhaustivo59; y la de Uriarte, sobre la bibliografía seudónima y anónima de autores jesuitas60. El hecho de ser gallega nuestra autora y de haber aparecido, entre la exigua obra suya que se conserva, un poema en gallego, explica por qué hemos consultado algunas obras de historia literaria y bio-bibliografía de autores de nuestra tierra. Además de dos diccionarios clásicos de escritores gallegos –el de Murguía (1862), inconcluso, y el de Couceiro Freijomil (1952-54), en tres volúmenes–, de los que ya hemos tratado anteriormente, nos hemos servido de algunas historias de la literatura gallega que se refieren a nuestra autora: la de Fernández del Riego, de desarrollo tradicional61; la de Tarrío Varela, elaborada desde una perspectiva crítica62; la colaboración de Freixeiro Mato y Tato Fontaíña en la historia literaria dirigida por Ansede Estraviz y Sánchez Iglesias, así como la inclusión completa de su poema al Cura de Fruime en la antología realizada por el citado Freixeiro, que complementa esta historia de la literatura63; por último, en la escolma poética recopilada por Álvarez Blázquez, se incluye también el texto del poema gallego de María Francisca de Isla64. Ciertos autores gallegos, además, elaboraron piezas poéticas dirigidas a la Musa y/o a su entorno cultural. Es el caso de Diego Antonio Cernadas, conocido en el mundo de las letras como el primer cura de Fruime, de cuyas obras completas utilizamos la edición póstuma65, además de dos estudios completos sobre su biografía y obra literaria (Rivas Troitiño66 y García Cortés67) o específicamente sobre sus escritos líricos en gallego (Pardo de Neyra)68. También referenciamos la edición póstuma F. Aguilar Piñal, Bibliografía de autores españoles del siglo XVIII, IV, Madrid 1986. E. de Uriarte, Catálogo razonado de obras anónimas y seudónimas de autores de la Compañía de Jesús, pertenecientes á la antigua asistencia española, III, Madrid 1906. 61 F. Fernández del Riego, Historia da Literatura, Vigo 1984. 62 A. Tarrío Varela, Literatura galega. Aportacións a unha Historia crítica, Vigo 1994. 63 X. R. Freixeiro Mato e L. Tato Fontaíña, Os séculos escuros e a Ilustración Galega, en A. Ansede Estraviz e C. Sánchez Iglesias (dirs.), Historia da literatura galega, I, Vigo 1996, fascículo 7; X. R. Freixeiro Mato, Os séculos escuros e a Ilustración galega. Antoloxía; Vigo 1996, 169-172. 64 X. Mª Álvarez Blázquez, Escolma de poesía galega, II. A poesía dos séculos XIV a XVIII, Vigo 1959. 65 Obras en prosa y verso del Cura de Fruime, Madrid 1778-81, 7 vols. 66 J. M. Rivas Troitiño, Diego Antonio Zernadas y Castro, un precursor del galleguismo, Santiago 1977. 67 C. García Cortés, O Cura de Fruíme, Diego Antonio Cernadas e Castro (1702-1777), Santiago de Compostela 2002. 68 X. Pardo de Neyra, O labor lírico do ilustrado Cura de Fruíme. Textos galegos de Zernadas y Castro, Santiago 2002. 59 60

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del poemario de Antonio Francisco de Castro, el segundo cura literario de Fruime, sucesor del primero en el cargo parroquial69. Por la relación que tuvo nuestra escritora con otras literatas de su tiempo y por el valor que representa su obra femenina en un mundo cultural entonces mayoritariamente masculino, como era el de la Compostela dieciochesca, reseñamos finalmente algunos escritos que subrayan ese matiz. Además de la citada obra de Serrano Sanz sobre escritoras españolas, entre las que incluye a María Francisca70, indicamos dos artículos sobre las escritoras románticas: el de Kirkpatrick, que considera lo femenino como una tradición de este movimiento literario71; y el de Navas Ruiz, que se centra en el feminismo de la obra poética de Mª Josefa Massanés72.

d) Monografías Cerramos este apartado, que presenta panorámicamente las fuentes documentales y bibliográficas usadas en nuestra investigación, con una especial referencia a los escritos elaborados con carácter monográfico sobre distintos elementos de la biografía y de la obra literaria de María Francisca de Isla y Losada. Pocos en número, han supuesto sin embargo una importante ayuda en nuestro trabajo previo, tanto por las aportaciones novedosas que ofrecen –superando las de los escritos biográficos anteriores e incluso posteriores a ellos– como por las pistas que nos facilitaron para el uso y ampliación de las escasas fuentes primarias disponibles hasta entonces. Constancio Eguía, destacado especialista en temas isleños, justifica el título con que María Francisca ha sido calificada por ciertos autores como la predilecta hermana del P. Isla. Tras resumir los principales elementos de su común genealogía y familia paterna, fomentadores de aquella profunda relación fraternal y literaria que los unió a ambos en vida, se detiene en la labor realizada por ella para dar a conocer la obra inédita del sabio jesuita, así como en el epistolario con que correspondió a sus conocidas Cartas familiares73. A. F. de Castro, Poesías, Orense 1841. M. Serrano y Sanz, Apuntes para una biblioteca de escritoras españolas desde 1401 al 1833, I, Madrid 1903. 71 S. Kirkpatrick, A tradición feminina da poesía romántica, Unión Libre, n. I (1996) 27-36. 72 R. Navas Ruiz, Discurso feminista y voz femenina: las poesías de María Josefa Massanés, en M. Mayoral (coord..), Escritoras románticas españolas, Madrid 1990, 177-195. 73 C. Eguía, La predilecta hermana del P. Eguía y sus cartas inéditas, Humanidades, VII, n. 14 (1955) 255-268. 69 70

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El académico coruñés Martínez Barbeito logró localizar en la Real Academia de la Historia, entre los fondos documentales del legado de Cornide, el texto de un poema escrito en gallego por Mª Francisca de Isla para el Cura de Fruime. Ambientando su publicación, desarrolló un ilustrado articulo para situar a la Musa Compostelana como figura destacada entre las mujeres literatas que florecieron en Galicia los últimos siglos, evaluando luego las características y contenidos de dicho poema74. Como fruto de una investigación in situ, Pérez de Castro nos brinda un interesante escrito sobre los orígenes asturianos de la escritora compostelana y su casa solar en Colunga, donde se conservan libros y documentos de la época del P. Isla, de cuyo fondo da a conocer el texto de dos cartas de María Francisca intercambiadas con otras de su pariente José Joaquín de Isla Mones, que llegaría a ser un notable abogado y político muy querido en su pueblo75. Otro especialista isleño, el P. Luis Fernández, desarrolla un documentado estudio sobre la labor de María Francisca de Isla como editora póstuma de algunos inéditos de su hermano y sus intentos para reivindicar su memoria publicando de nuevo el Fray Gerundio, incluido injustamente en el Índice de libros prohibidos, aunque no llegó a conseguirlo por la oposición de los censores76. El polígrafo y académico pontevedrés Filgueira Valverde incluye, en una obra recopiladora de textos de conferencias y escritos menores suyos, un artículo de carácter informativo sobre la vida y obra de nuestro personaje, en el cual, junto a los elementos más conocidos de su bio-bibliografía, aporta algunos datos novedosos y hace una llamada reivindicativa de su memoria77.

3. PLAN DE LA OBRA Antes de cerrar la introducción general, recordamos al lector que el objetivo fundamental de esta monografía es desarrollar la biografía histórica de María Francisca de Isla y Losada (1734-1808) y considerar a fondo su vocación literaria, expresada C. Martínez Barbeito, Doña María Francisca de Isla y Losada y su romance en gallego al Cura de Fruime, BRAG, XXVIII, nn. 321/326 (1957) 17-36. 75 J. L. Pérez de Castro, Recuerdos y cartas de Doña María Francisca de Isla en su solar de Asturias, Cuadernos de Estudios Gallegos, XV, n. 45 (1960) 239-247. 76 L. Fernández, María Francisca de Isla y Losada, defensora a ultranza de “Fray Gerundio”, Liceo Franciscano, XXVIII (1975) 263-269. 77 X. Filgueira Valverde, Dona Maruxiña Isla Losada, musa dos “ilustrados” de Galicia, en Terceiro adral, Sada 1984, 69-75. 74

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principalmente en sus escritos y actuaciones editoriales, encuadrándolas en el panorama gallego de un siglo ilustrado como el XVIII. Ese doble e inseparable elemento, el personal y el literario, condiciona tanto la estructura como los contenidos de la obra, que mantiene siempre su carácter histórico en el sentido general ya explicitado. Desde ese supuesto, y tras esta introducción, la monografía se articula en dos partes bien diferenciadas, desarrollándose en un total de diez capítulos, un apéndice documental y la relación completa de fuentes utilizadas. La primera parte tiene como contenido la trayectoria biográfica seguida por María Francisca de Isla, en un itinerario cronológicamente progresivo a lo largo de cinco capítulos. El primero considera y documenta detalladamente su origen genealógico y su entorno familiar. El segundo ahonda en el estudio de la familia Isla-Losada, la relación entre sus miembros y la situación de María Francisca dentro de ella. El capítulo tercero presenta sintéticamente la bio-bibliografía del P. Isla, sus estancias en Compostela y las influencias ejercidas en su hermana. El capítulo cuarto se extiende sobre la etapa adulta de la biografiada: su vida social, cultural y literaria, así como su matrimonio con Nicolás de Ayala. Y el capítulo quinto considera la etapa definitiva de su vida: viudedad, tareas editoriales, fallecimiento y memoria histórica. La segunda parte, prescindiendo del detallado y documentado tratamiento histórico de la primera, aunque sin perder ese carácter, desarrolla un estudio extensivo de la obra literaria de María Francisca de Isla, situada en las corrientes de su época y dentro del contexto cultural compostelano, a lo largo de los cinco capítulos siguientes. El sexto considera los términos de la vocación intelectual y cultural del personaje, así como las influencias literarias recibidas en el entorno ilustrado de la ciudad del Apóstol. El capítulo séptimo entrama las conexiones literarias de la Compostela del siglo XVIII, donde María Francisca desarrolló una serie de importantes relaciones de esta índole, especialmente con el Cura de Fruime y el arzobispo Bocanegra. El capítulo octavo inicia el estudio de las variantes literarias frecuentadas por nuestro personaje y se dedica específicamente a su obra poética, aportándose varios inéditos de la autora, debidamente contextuados y valorados. El capítulo noveno considera la producción epistolar de María Francisca de Isla, con especial detención en algunos ejemplares ya publicados anteriormente. El capítulo décimo documenta y detalla la obra editorial llevada a cabo personalmente por ella, como heredera literaria del P. Isla, gracias a la cual se publicaron bastantes de sus escritos inéditos y su primera biografía histórica-literaria, así como algunos intentos fallidos sobre el particular. Completan la obra, para facilitar su uso al lector interesado y al investigador, tres destacables elementos: el apéndice documental, que introduce con un breve estudio

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y ofrece publicado por primera vez el texto del poema original de nuestra autora, Despedida de Lidia y Armido; una ordenada relación de todas las fuentes utilizadas en la composición de la obra, distribuidas en dos apartados: Fuentes documentales y Bibliografía; y los Índices de textos reproducidos (especialmente de Mª Francisca, P. Isla y Cura de Fruime).

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Esta primera parte de la obra tiene un carácter netamente histórico, tanto por sus contenidos y exposición diacrónica como por su metodología, basada ante todo en una investigación primaria de fuentes. Trata por ello de ofrecer al lector los elementos más destacados del currículo biográfico de María Francisca de Isla y Losada entre las dos fechas que lo delimitan: 1734 y 1808. Como ya se ha dicho en la introducción general, nuestro personaje no ha gozado hasta el momento de estudios sistemáticos sobre su persona y su obra literaria, ni de buenas monografías sobre elementos concretos de las mismas. A lo más, se le han dedicado en el último siglo y medio diversas colaboraciones en obras generales (enciclopedias, diccionarios, historias) y algunos artículos de carácter monográfico, amén de referencias casi siempre breves en escritos de contenido cultural, literario o histórico; por extensión, se suele tratar de ella en obras y estudios relativos al P. Isla. Esa carencia de una bibliografía específica, desarrollada de forma sistemática y totalitaria, ha marcado desde su comienzo el desarrollo de nuestra investigación, obligándonos a partir de cero en muchos casos; en otros, sólo con elementales o incompletas referencias, hemos tenido que comprobarlas, contrastarlas y a menudo completarlas con diversos elementos directos e indirectos. Nuestro caso no ha sido el de emprender un estudio biográfico que contara con antecedentes documentales bien señalizados, ni con apoyos bibliográficos que ya hubieran recorrido el itinerario vital de nuestra literata con detenimiento. Ha tenido por ello que ser elaborado paso a paso, como se levanta un edificio planta a planta desde los cimientos. Lo más claro que teníamos en nuestro proyecto era el objetivo de elaborar un estudio serio que desembocara en una biografía total de María Francisca de Isla y Losada. Y lo que más nos urgía a realizarlo era el deseo de recuperar para la historia de nuestro país una figura que había sido famosa en la Compostela de su tiempo, pero que la desaparición de su obra literaria y la desmemoria que acecha siempre a la sociedad con el paso de los años la habían desmontado de la galería del Parnaso gallego.

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Antes de comenzar la investigación, sabíamos bien que ese objetivo era difícil de cubrir, pues el personaje a biografiar no era de los ubicados en la primera fila de nuestros famosos; y de su persona, muy poco nos había transmitido la bibliografía precedente, casi siempre a la sombra de una figura tan relevante de las letras como fue su hermano mayor el P. Isla. Nos tuvimos por ello que poner a la obra con la idea de roturar un camino poco transitado hasta ahora, intuyendo que el resultado –aun cuando pudiera ser novedoso– sería siempre incompleto; pero que, en todo caso, valía la pena emprenderlo aunque sólo fuese como estímulo para los estudiosos e incitación a que lo recorrieran otros investigadores con mejores planteamientos. Por esas razones, el relato biográfico que pretendimos cubrir desde una investigación totalizadora no siempre ha resultado completo ni equilibrado, mucho menos exhaustivo. Nos hemos tenido que enfrentar a vacíos más o menos globales, ignorancia de fuentes, carencias materiales en las existentes... con más frecuencia de la deseada. Al final, nos han resultado diversos espacios con menos contenidos que los programados, lagunas y vacíos que apenas pudimos rellenar, inclusive varios sin comprobación documental alguna. Con todo, es posiblemente el resultado esperable de un propósito demasiado ambicioso, como lo era nuestro proyecto de elaborar una biografía total del personaje, empresa que –además– contaba con pocos precedentes y aun esos incompletos, digámoslo en nuestro descargo. Precisamente porque contábamos con ello, no nos hemos eximido de utilizar ninguno de los elementos precisos para practicar la investigación planificada, si cabe con mayor exigencia por las limitadas fuentes a que pudimos tener acceso, tanto de fondos documentales como bibliográficos. Pese a esto, ambas líneas de investigación se nos mostraron, en definitiva, útiles para trasvasar los resultados del estudio al relato biográfico que el lector tiene en las manos. Otra cosa será si el producto final es lo suficientemente completo para justificar la publicación de esta obra, que –lo repetimos– se presenta como un primer intento de biografía total de María Francisca de Isla. En eso tiene el lector la palabra. A nosotros sólo nos queda invitarle ahora a meterse con decisión en el texto de esta primera parte, cuyos contenidos anticipamos de seguida. El resultado de la investigación practicada, en su doble línea documental y bibliográfica, nos ha llevado a redactar esta parte de la obra como una biografía histórica, si no total como pretendíamos, al menos cronológicamente progresiva y sin grandes lagunas, congruentemente conexionada a lo largo de cinco capítulos. El primero trata de presentar las raíces humanas y sociales de María Francisca de Isla y Losada, documentando el lugar y el tiempo de su nacimiento, la Com-

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postela de terciado el siglo XVIII; se introduce también en la historia genealógica de la progenie familiar y en el espacio social que, por su pertenencia a la misma, hubo de ocupar. El capítulo segundo se refiere a la familia de la carne y de la sangre, de la cual formó parte María Francisca, como sexto vástago de los nueve del matrimonio constituido por José Isla de la Torre y su segunda esposa (de la primera sólo había tenido uno, el más tarde famoso P. Isla), Rosa María de Losada y Osorio, describiendo elementalmente las respectivas biografías y sus relaciones a lo largo del tiempo. El tercer capítulo introduce una cuña necesaria en el relato biográfico del personaje, dada la profunda relación que mantuvo y la positiva influencia recibida de su hermano el P. Isla, cuya bio-bibliografía se considera con cierto detalle, sobre todo en lo relativo a sus tres estancias gallegas por espacio de dieciséis años. El capítulo cuarto sitúa al lector en la etapa de la plenitud existencial de María Francisca de Isla, a partir de su matrimonio con Nicolás de Ayala (que duró entre sus veinte y cuarenta años de edad), considerando las principales proyecciones de su vida en ese tiempo, sobre todo la familiar, la social y la literaria. Y el capítulo quinto considera –con muy pocas fuentes para su estudio, hay que reconocerlo- el tiempo de la madurez en la existencia de María Francisca de Isla, afectada especialmente por las muertes de su esposo (1774) y de su hermano jesuita (1781), pero activa por el compromiso testamentario de publicar la obra inédita del P. Isla, lo que logró antes de morir en Santiago el año 1808. Hemos declarado más arriba que el estudio biográfico de esta primera parte se intentaba ceñir al terreno histórico, y eso es lo que se refleja fundamentalmente en el contenido de sus cinco capítulos. Las escasas fuentes existentes y la bibliografía usada nos han limitado a hacer tan sólo eso y ni siquiera lo hemos conseguido siempre. Reflejar otras proyecciones de la rica personalidad de María Francisca de Isla, fuera de las que tuvieron carácter público o documentable (familiar, social, cultural), así como las relativas al campo literario (a que dedicamos la parte segunda), no nos ha sido posible más que limitadamente. Con todo, en distintos espacios de la obra, se apuntan ciertas dimensiones de la vida interna del personaje, que pueden permitir al lector acercarse a él para perfilar su carácter, esbozar su ideología, entrever su personalidad moral y espiritual, quizás para percibir mejor que todo ello la enorme fuera de su afectividad... En todo caso, ha sido determinante para realizarlo el testimonio excepcional del epistolario isleño (se conservan más de doscientas cartas del P. Isla a su hermana), que se ha convertido para nosotros en una fuente de primer orden para poder elaborar esta biografía.

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CAPÍTULO I ORIGEN Y GENEALOGÍA El relato biográfico de cualquier personaje ha de comenzar, inevitablemente, por historiar sus orígenes, determinar el tiempo preciso en que su existencia echó a andar y fijar con exactitud el espacio geográfico donde se produjo el evento. Son las primeras coordenadas que marcan la existencia de una persona, ligándola con una referencia imborrable a un cronos y a un topos determinados, una señal de identidad que la acompañará hasta el final de la misma, en que otra doble signatura espaciotiempo cuantificará la duración del trayecto recorrido. Con todo, el ser humano es mucho más que la historia vivida entre dos cronologías, y una biografía algo muy diferente al relato lineal de los hechos ocurridos en el intermedio, por muy documentados que se presenten. Una antropología de signo dinámico –al menos desde ciertas perspectivas, como la cultural, la filosófica o la teológica–, ofrecerá otras proyecciones que ayuden a interpretar la existencia de esa persona, ser presente en la historia, pero también capaz de continuarla y trascenderla en más de un sentido. Cualquier consideración relacional del hombre lo presentará, sin duda, vinculado a un espacio y a un tiempo, heredero de una tradición telúrica, biológica, social, que lo anteproyecta en la historia..., y asimismo anticipador de una nueva dimensión de su humanidad, que no sólo es presente sino también esperanza y escatología. Por estas razones, el relato biográfico de María Francisca de Isla y Losada se abre necesariamente con la investigación de sus orígenes humanos, documentando elementalmente el trayecto genealógico que la había precedido, y ambientando el espacio geográfico, humano y social donde transcurrieron sus primeros recorridos. Cuando cerremos el último capítulo de su existencia histórica, intentaremos también destacar las aportaciones permanentes de su vida, la herencia legada al futuro por su

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obra humana, en sus proyecciones más creativas y capaces de trascender sus propios límites. Historia como documentación de su memoria humana y biografía como interpretación de su existencia. En consecuencia, este primer capítulo se ocupa de probar y ambientar la entrada en la historia de nuestro personaje y de facilitar el acceso a las raíces que la vinculaban –desde un espacio y un tiempo bien determinados– con una herencia biológica, así como con una tradición geohumana y social. Con esta finalidad general se desarrolla en cuatro apartados. El apartado primero demuestra, desde un estudio documentado y crítico, el nacimiento de María Francisca de Isla y Losada a los comienzos del mes de octubre de 1734 en la ciudad de Santiago, con toda probabilidad en el palacio de los condes de Altamira, donde su padre residía como alcalde mayor de sus estados en el reino de Galicia. El segundo apartado se refiere a la ascendencia paterna de nuestra biografiada, informando brevemente sobre la historia de los Isla y sus representantes más cualificados, para extenderse después en la de su progenitor, José Isla Pis de la Torre. El tercer apartado presenta asimismo la ascendencia materna de la biografiada, en este caso de forma más resumida, a la espera de completarla en el capítulo II con las referencias de su madre, Rosa Mª de Losada Osorio y Buelta, cuando se historie la composición y trayectorias de la familia Isla-Losada. Y el apartado cuarto ofrece la descripción del espacio geográfico y social donde María Francisca de Isla nació, creció, maduró y vivió la mayor parte de su existencia: la Compostela de los dos últimos tercios del siglo XVIII, ciudad donde confluían jurisdicciones, movimientos y realidades humanas muy diversos, entre los que se fraguó su futura personalidad.

1. ORIGEN Y NACIMIENTO DE MARÍA FRANCISCA DE ISLA Ente los biógrafos directos e indirectos de nuestro personaje hay unanimidad absoluta al ubicar su nacimiento en la ciudad de Santiago de Compostela y asignarle como padres a José Isla de la Torre y Rosa María de Losada. Se da también una concordancia genérica sobre la fecha de su venida al mundo, pero a la hora de concretarla aparecen entre unos y otros ligeras discrepancias que llegan a presentar variantes de un año en el punto de arranque de su biografía. Por mantener el rigor histórico que hemos declarado en la introducción general como característica de nuestro estudio, queremos fijar con exactitud este primer dato

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de la cronología de María Francisca, desechando aquellas afirmaciones que sean imprecisas o erradas. Los escritos biográficos relacionados más arriba como referencias principales de nuestra investigación, muestran divergencias sobre la fecha en cuestión, reducibles fundamentalmente a tres. Las exponemos y contrastamos de forma breve, considerándolas por orden cronológico, hasta desembocar en la que consideramos más acertada. Un grupo numeroso de autores, que coincide con los primeros biógrafos en el tiempo y llega hasta otros más recientes, sitúa la fecha del nacimiento de nuestra escritora en el año 1735, sin precisar más. Da la impresión de que el dato, aportado por los autores más antiguos, fue aceptado sin ninguna crítica por los consiguientes hasta transmitirse de forma generalizada. Desde la imprecisa afirmación del diccionario de Murguía (1862), que suponía nacida a nuestra biografiada “por los años de 1735”, seguida a la letra por Moreno Astray en su guía de la ciudad compostelana (1865), la referencia de ese año figura inmutada en otras obras generales de las primeras décadas del siglo XX: la biblioteca histórica de escritoras españolas de Serrano y Sanz (1903), el discurso de recepción en la Real Academia Española de González Besada (1916) y la anónima colaboración en la Enciclopedia Espasa (1926). Superada la mitad de este siglo, cuando distintos autores ya habían precisado más el dato, aún seguían algunos repitiendo el registrado por Murguía: Couceiro Freijomil (1952) y Lanza Álvarez (1953) en sus respectivos diccionarios, e incluso el artículo especializado de Pérez de Castro (1960). Un segundo grupo de biógrafos más recientes, autores de obras generales o de escritos específicos sobre el personaje, indican como fecha de su nacimiento en Santiago el año 1734, sin otras precisiones. Es el caso de Martínez Barbeito (1957), la antología de poesía gallega de Álvarez Blázquez (1959), el artículo de Chao Espina en la Gran Enciclopedia Gallega (década de 1980), el estudio crítico de Tarrío Varela (1994) y la colaboración de Freixeiro Mato y Tato Fontaíña en la historia de la literatura gallega de A Nosa Terra (1996). Un tercer grupo de biógrafos, inicialmente de varias décadas atrás y con ellos la mayoría de autores u obras generales de la actualidad, precisan al máximo el dato biográfico inicial de la Musa Compostelana. Creemos que los primeros en sustentar y documentar esta afirmación fueron Fernández (1975), que lo fijó en el mes de octubre de 1734, y Eguía (1955), que asignó su bautismo al día 5 de este mes. La investigación que hemos realizado al respecto, de cuyo resultado damos cuenta seguidamente, demuestra la total veracidad del dato, ante cuya realidad los autores actuales no pueden hacer otra cosa que admitirlo, quizás con la mínima precisión que nosotros le vamos a señalar.

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Algunos de los fondos documentales que usamos para investigar los contenidos de este capítulo pertenecen a la parroquia compostelana de San Félix de Solovio, cuyos libros sacramentales de la época están depositados en el Archivo Histórico Diocesano. En ellos nos fue sencillo localizar el dato aportado por Eguía y comprobar su exactitud. Teniendo en cuenta su alto valor biográfico y la base que ha prestado al desarrollo posterior de nuestra investigación, transcribimos el texto íntegro de la correspondiente partida bautismal: “En cinco de Octubre de mill sete cientos y treinta y quatro yo d.n Domingo Antonio Bolaño Theniente Cura de las parroquiales Iglesias de s.n Feliz de Solovio, y s.ta Maria Salome por el D.or d.n Francisco Manuel de la Huerta y Vega Cura propio de dhas parroquias Baptize, y puse los s.tos oleos a una niña, a quien puse nombre Maria Francisca Josepha Rosa Rita Benita, hija lex.ma de d.n Joseph de Isla Alcalde de los Estados de el Exmô Conde de Altamira, y de D.a Rosa de Losada su muger vez.os de la dha de s.n Feliz, fueron sus padrinos el P.e M.o Joseph de Isla de la Compañía de Jhs y D.a Josepha Marin de Villa Salgueyro vez.a tambien de la dha parroquia de s.n Feliz advertiles parentesco, y mas obligación, y para que conste lo firmo con dho Cura ut supra = (Firmados:) Dor Dn fran.co Man. de la Huerta Domingo Antonio Bolaño”1. El documento aporta escueta e irrefutablemente la filiación de la bautizada, cuyos padres estaban perfectamente identificados, según se verá en la prueba documental que ofrecemos en otro apartado, pero en esa época no se hacían constar aún los nombres de los abuelos paternos y maternos. Nada dice tampoco de la fecha de nacimiento de la nueva cristiana –raramente se recogía entonces este dato en las actas–, aunque la praxis común era la de bautizar cuanto antes, normalmente en la misma fecha o en los días inmediatos al nacimiento. Hacemos notar que el bautismo había sido celebrado por el teniente cura (vicario parroquial, en la terminología hoy vigente) de San Félix, alterando la costumbre de la familia Isla-Losada con sus otros hijos, que fueron siempre bautizados por eclesiásticos relevantes del cabildo compostelano o por propios parientes. La razón es evidente: ostentaba el padrinazgo de María Francisca su medio hermano, el P. AHDS: FLPS, SFdS, Libro de asientos de Baptizados de la Parroquia de s.n fins de Solovio, año de 1707, que en los registros de este Archivo se cataloga como Libro n. 7, Bautizados 1707-1768, fol. 143, con esta nota marginal: “M.a Fran.ca Josepha h. de d.n Joseph de Isla”. 1

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Isla, que ejercía entonces la docencia superior en el colegio jesuítico de la ciudad, y la normativa litúrgica prohibía ser padrino a quien oficiaba la ceremonia. Para determinar el lugar del nacimiento, que según el uso de entonces era el domicilio de los padres, debemos acudir a la única referencia que aparece sobre el particular en la citada acta: “vez.os de la dha parroquia de s.n Feliz”. Anticipamos aquí lo que ampliaremos en el capítulo II, al tratar de la familia Isla-Losada: dicho domicilio era el palacio de los condes de Altamira, donde José Isla disponía de una bien acomodada vivienda, que estaba próximo a la iglesia de San Félix de Solovio en la zona ocupada hoy por el mercado de San Agustín, el cual fue demolido a finales del siglo XIX. Según la prueba documental que hemos aducido, podemos confirmar con total seguridad las afirmaciones de los biógrafos mejor informados: María Francisca de Isla y Losada había venido al mundo en la zona alta de la urbe compostelana, llamada del Castro, en los primeros días de octubre de 1734, recibiendo el bautismo en la iglesia parroquial de San Félix de Solovio el día 5 de dicho mes, acto en el que estuvo apadrinada por su hermano paterno José Francisco de Isla Rojo, entonces joven sacerdote y maestro de artes de la Compañía de Jesús, y por Josefa Marín de Villa Salgueiro, persona probablemente vinculada al entorno de la Casa de Altamira. El padrinazgo del P. Isla había de ser ejercido efectivamente hasta la edad adulta de María Francisca, a la que siempre profesó un cariño especial. Basta leer las Cartas familiares que le escribió el sabio jesuita (la publicación póstuma de las mismas ofrece ejemplares correspondientes a los años 1755-1781) para descubrir sin dificultad ese sentimiento, que se evidencia desde los encabezamientos hasta las despedidas: “Hija mía”, “Amada Mariquita mía”...; “Tu amante hermano”, “Tu amante Pepe, mi amada Maruja”, amén de este rebuscado comienzo: “Hermanita mía, hijita mía, gitanita mía, cuernito mía, y todos los acabados en ita y en ito”2. La ya citada bibliografía de carácter biográfico ofrece también una serie de informaciones sobre la familia en cuyo seno había nacido nuestro personaje, que nos han servido como primera vía de acceso a interesantes datos ulteriores. Los autores coinciden en afirmar, de entrada, que María Francisca era la sexta de nueve hijos “de don José de Isla Pis de la Torre, alcalde mayor y superintendente del estado de Altamira en el reino de Galicia... y de doña María Rosa de Losada y Buelta de la casa vincular de San Lorenzo de Trives”3. Y, después, amplían el dato informando que era Monlau, Obras P. Isla, Cartas familiares, n. XXI (Villagarcía de Campos, 21-III-1755), pp. 434-435. Resume muy bien la información este breve texto de Fernández, La defensora de Fray Gerundio, Lic Fr, XXVIII (1975) 263. 2 3

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medio hermana del famoso literato P. Isla, hijo único del primer matrimonio de José de Isla con Ambrosia de Rojo y Cordido. Fijadas, pues, inicialmente –y creemos que con toda certeza– las principales referencias geográficas, cronológicas y familiares de nuestra biografiada, nos quedaba por descubrir en lo posible las raíces que la habían vinculado por origen a un lugar y un tiempo determinados, así como las que por herencia biológica la integraban en unas determinadas corrientes humanas. Entendemos que toda persona, irrepetible en muchos de sus rasgos fundamentales y responsable última de las actuaciones procedentes de su propia libertad, aparece también definida –no sabemos con qué fuerza y en qué proporciones– por unos componentes de carácter geohistórico, vinculados al espacio donde nace y al medio en que vive, así como por otros relacionados con “la carne y la sangre” de que procede biológicamente, como parte de una cadena genealógica antecedente. Acercarnos con espíritu observador y crítico a las informaciones que nos permitieran situar al personaje correctamente dentro de esos ámbitos telúricos, sociales y familiares, conformadores de su existencia sobre todo en los años iniciales, nos parecía necesario para poder desarrollar de forma adecuada al relato biográfico que pretendíamos. Esa es la razón que nos movió –una vez documentados con certeza su origen y fecha de nacimiento– a completar los contenidos de este primer capítulo con los apartados que siguen inmediatamente a éste.

2. ASCENDENCIA PATERNA La documentada afirmación del origen compostelano de María Francisca de Isla y Losada, ofrecida en el apartado anterior, no deja ninguna duda sobre su filiación, como sexto vástago del matrimonio formado por José Isla de la Torre y Rosa María de Losada. En consecuencia, intentamos ahora establecer de la forma más asequible al lector las líneas genealógicas fundamentales de nuestra biografiada por su rama paterna, aduciendo las necesarias referencias documentales y bibliográficas. Fijamos en primer lugar los datos vinculares y familiares relativos al padre de María Francisca, afortunadamente bien conocidos desde hace tiempo gracias a los escritos sobre el origen del famoso literato P. Isla. Su nombre completo era José de Isla Pis de la Torre y había recibido el bautismo en la parroquia asturiana de Santiago de Gobiendes el 24 de enero de 1680. El acta de la celebración evidencia también que era hijo de Domingo de Isla y Covián y Catalina Pis de la Torre, ano-

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tando que había nacido el mismo día en términos de dicha feligresía, perteneciente al concejo de Colunga en el principado de Asturias4. El apellido Isla está bien estudiado por los genealogistas y ello nos permite resumir sus principales informaciones. Según éstas, los Isla tenían un origen cántabro, radicado inicialmente en la localidad de Santoña, que pasaron pronto a Asturias y muy posteriormente a diversos puntos de Galicia por razón de negocios5. Con todo, la mayoría de los estudios se refiere a los Isla cuya casa solar se encuentra en el barrio de Loroñe,de la citada parroquia de Santiago de Gobiendes en el municipio de Colunga. Con ayuda de la bibliografía general más cercana a la época que estudiamos –preferimos la generada en el siglo XIX y a comienzos del XX, pues la del XVIII es escasa y menos precisa–, vamos a describir someramente la zona de origen de los Isla en cuestión. El concejo asturiano de Colunga comprende un territorio que desciende desde el monte Cualmayo, a través de fértiles campiñas, hasta los límites del concejo de Caravia, extendiéndose a lo largo de una franja costera limitada por el Cantábrico, donde está el puerto de Lastres. Tiene una constitución orográfica bastante variada, apta para la agricultura más diversificada y sin grandes alturas, entre las que destaca el monte Suebe, espacio tradicional de extracción de minerales valiosos. Está formado por una docena de parroquias, de las cuales las más directamente relacionadas con nuestro relato son: San Cristóbal el real de Colunga, donde se ubica la capitalidad municipal, cercana al río del mismo nombre; Santiago de Gobiendes, a la que pertenece la casa solar de nuestros biografiados; y Santa María de Isla, frontera a la anterior, de clara referencia patronímica. A principios del siglo XIX el concejo colungano tenía un censo de algo más del millar de vecinos y unos 4.500 habitantes; a mitad del mismo había subido hasta los mil seiscientos vecinos y 6.500 habitantes, los cuales se situaban en la primera década del XX en torno a los 7.6006. La parroquia de Santiago de Gobiendes pertenecía al arciprestazgo de Colunga, en la diócesis de Oviedo, y estaba formada por tres lugares: Gobiendes, Coceña y Loroñe o Loroñi. Sus límites aparecían marcados así: por el N. la parroquia de Santa María de la Isla, por el S. el monte Suebe, por el E. el concejo de Caravia y por el O. la parroquia de Santa Úrsula de Carrandí. A mediados del siglo XIX llegaba a los doscientos vecinos y 710 habitantes, siendo precisamente la localidad de Loroñe la más

Aporta el texto del acta bautismal R. M(oro) Velasco, El centenario del P. Isla, Razón y Fe, II, tomo V (1903) 468, nota 2. 5 Cf. E. Seijas Vázquez, Isla, en GEG, XVIII, 72-73. 6 Cf. Colunga, en Miñano, Diccionario, III, Madrid 1826, 144; Colunga, en Madoz, Diccionario, VI, Madrid 1847, 536; s.a., Colunga, en Enciclopedia Espasa, XIV, 434. 4

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estabilizada demográficamente, pues si a principios de dicho siglo sumaba 340 habitantes, los mismos tenía a comienzos del XX7. La iglesia parroquial de Gobiendes, originada en una donación de Ordoño II a la diócesis ovetense en el siglo X, es un hermoso templo bizantino, sobre cuya puerta lateral una placa de mármol hace memoria del origen de los Isla en aquella zona, así como del famoso jesuita autor del Fray Gerundio; en el barrio de Loroñe se conserva aún la casona solar de su nombre8. La inmediata parroquia de Santa María de la Isla, abierta a la costa cantábrica, estaba formada por tres núcleos de población: la Isla, con su magnífica playa, Bueña y Covián, dos de ellos con las indicadas referencias patronímicas a nuestros biografiados; su población total, por las fechas antecitadas, apenas superaba los dos centenares de habitantes9. El origen de la casa solariega de Loroñe parece remontarse al año 1259, en que habría sido fundada por Pedro Analso, conde de Babía y Tineo, a uno de cuyos descendientes, Alfonso de Isla, armó caballero Alfonso XI en 1316 por el valor demostrado en diversas acciones bélicas. En los siglos siguientes sus ramificaciones familiares se extendieron por dentro y fuera del principado, desempeñando algunos de sus miembros importantes cargos civiles y militares10. Los Isla obtuvieron distintos certificados de hidalguía, aunque los autores se detienen especialmente en las pruebas de nobleza acreditadas ante la corona por José Isla Pis de la Torre en el año 1729, mientras residía por razón de su cargo en Santa Eulalia de Cira, perteneciente al municipio pontevedrés de Silleda. Las armas concedidas en virtud de dichos expedientes tienen cuatro variantes principales, y la más referenciada ofrece un escudo partido, cuya mitad derecha representa unas ondas turbias, en campo de plata, mientras que la izquierda exhibe tres flores de lis, de oro, en campo de sinople11. Al parecer, la primera mitad hace referencia al cercano mar de la casa solar de Loroñe, y la segunda a las armas reales francesas que un Isla había conseguido cuando servía al rey de este país12.

7 Cf. Gobiendes, Santiago de, en Miñano, Diccionario, IV, Madrid 1826, 321-322; Loroñi, en Id., V, Madrid 1826, 256; Goviendes, Santiago de, en Madoz, Diccionario, VIII, Madrid 1847, 453; s.a., Santiago de Gobiendes, en Enciclopedia Espasa, LIV, 302. 8 Cf. F. Canella, Colunga, en O. Bellmunt Traver y F. Canella Secades (dirs.), Asturias. Su historia y monumentos..., III, Gijón 1900, 485-486. 9 Cf. Isla, Santa María de la, en Miñano, Diccionario, V, Madrid 1826, 67; Isla del Moral, Santa María de la, en Madoz, Diccionario, IX, Madrid 1847, 459. 10 Cf. R. M(oro) Velasco, art. cit., Razón y Fe, II, tomo V (1903) 469, nota 1. 11 Cf. J. S. Crespo del Pozo, Blasones y Linajes de Galicia, III, Madrid 21983, 125-126. 12 Cf. T. de Avilés, Armas y linajes de Asturias y antigüedades del Principado, Oviedo 1956, 129.

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La genealogía inmediata de los Isla, hasta llegar al padre de nuestra biografiada, ha sido estudiada por los especialistas. A comienzos del siglo XVII, Alonso de Isla Casado (bisabuelo de María Francisca) contrajo matrimonio con María Suero Pérez, de quien nació Domingo de Isla Casado (abuelo de la misma), el cual casó en primeras nupcias con Catalina Gallego –por donde se extendió una rama de los Isla que aquí no nos interesa seguir– y en segundas nupcias con Catalina Pis de la Torre. De este matrimonio nació el José de Isla Pis de la Torre, padre de nuestra literata, del cual estamos tratando13. Sentada elementalmente la genealogía paterna del personaje, acreditada con declaraciones de hidalguía y nobleza en distintas épocas, nos centramos ahora en la historia personal de José de Isla. La profunda relación de María Francisca con su padre y la influencia recibida de él en varias áreas de su vida nos han movido a detenernos en su biografía, para diseñar la cual ofrecen buenas informaciones los citados escritos genealógicos, además de otras fuentes. Como ya se dijo, José Isla Pis de la Torre había nacido en el lugar de Loroñe, parroquia de Santiago de Gobiendes, en el municipio asturiano de Colunga, el 24 de enero de 1680; sin embargo, los biógrafos no aportan ningún dato específico sobre su niñez y adolescencia. Tan sólo indican que, desde muy joven, siendo ya regidor perpetuo de Colunga, además de alférez mayor y alcalde de la Hermandad de Hijosdalgo, se vinculó a cargos de la máxima confianza del conde de Altamira, y que en 1703 era ya administrador de algunos de sus estados, lo que le obligó a residir en la localidad leonesa de Vidanes, próxima a Valderas. Los biógrafos tampoco informan nada sobre la celebración del primer matrimonio de José de Isla, con Ambrosia Rojo y Cordido, que debió tener lugar durante el año 1702. Según la partida de bautismo publicada por Moro Velasco, ésta había nacido en la villa palentina de Osorno el 2 de diciembre de 1663 y recibido el bautismo solemne en la misma dieciséis días después14. El documento evidencia que Ambrosia era dieciséis años mayor que su esposo y que, al tiempo de la boda, contaba treinta y ocho años de edad, mientras aquél tenía sólo veintidós. Es muy probable, por ello, que el matrimonio hubiera sido consecuencia de un acuerdo entre dos familias nobles para favorecer sus mutuos intereses. El primogénito y único hijo de la familia Isla-Rojo fue el archiconocido literato jesuita P. José Francisco de Isla, nacido en la citada localidad leonesa de Vidanes el Cf. Pérez de Castro, Recuerdos y cartas, CEG, XV, n. 45 (1960) 239-247, especialmente 239-240. Cf. Archivo Parroquial de Nuestra Señora de la Asunción de Osorno: Libro de bautizados y confirmados de 1663-1722, fol. 4; cit. R. M(oro) Velasco, art. cit., Razón y Fe, II, tomo V (1903) 468, nota 2. 13 14

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25 de abril de 1703, en cuya parroquia de Santa Inés sería bautizado diez días después. La carrera de José Isla de la Torre al servicio de la Casa de Altamira le hizo escalar progresivamente cargos relevantes y honores públicos. En octubre de 1716 fue nombrado corregidor de la ciudad de Astorga, alcaide de su fortaleza y juez de aquel término, con capacidad de nombramientos merinales y mando sobre fuerzas militares y ciudadanas. En el año 1719 se hizo presente José Isla en Santiago de Compostela, a donde había ascendido como alcaide mayor y superintendente de los Estados de Altamira en Galicia, con facultades en el foro de la justicia y de la hacienda, así como regidor perpetuo de la ciudad. En el año 1724 era designado también juez de los Hijosdalgo del condado de Santa Marta de Ortigueira. Permítasenos una breve referencia sobre la Casa de Altamira, a cuyo servicio medró grandemente José Isla de la Torre. Bien documentado desde el siglo XIV el asentamiento de sus titulares a la sombra de la Iglesia compostelana, cuya historia está atravesada desde entonces por la presencia y actuaciones de los Moscoso y Osorio que ostentaron su estirpe, estos llegaron a convertirse en los señores más poderosos del territorio, con especial predilección por la Mahía y un sólido establecimiento en la urbe jacobea. Desde finales del siglo XVI el estado de Altamira tuvo perfectamente organizada su estructura administrativa y fiscal, que aseguraba tanto la supremacía económica como social de la Casa entre la aristocracia gallega. Esa compleja estructura contaba desde dicho siglo con una jerarquizada oficialía, en la cual abundaban hidalgos y letrados, que ejercía sus funciones en los distintos niveles de la misma y las gestionaba eficazmente. Sin entrar en el detalle de sus variedades tributarias, enumeramos simplemente las zonas y localidades sobre las que ejercían su jurisdicción los Altamira: Corcubión, Nemancos, Camariñas, Bueu, Laxe, Trasmonte y Xiebre, Nemenzo y Verdía, Queixas, Abeancos, Labacolla, Montaos del Conde, Boén y Mens, As Encrobas y Val de Barcia, Cira, A Mahía, Barcala, Traba y Cereixo, la “provincia” de Vimianzo, así como distintas parroquias dispersas por el arzobispado compostelano y otras jurisdicciones más distantes en el obispado de Lugo e incluso en Asturias (por ejemplo, Navia y Burón)15. La capital compostelana fue el escenario donde el padre de nuestro personaje se asentó definitivamente durante cuatro décadas, hasta su muerte a comienzos de 1762. En ella centró el ejercicio de sus crecientes responsabilidades, hasta llegar a Cf. J. García Oro - Mª J. Portela Silva, La Casa de Altamira durante el Renacimiento. Estudio introductorio y Colección Diplomática, Santiago 2003, especialmente pp. 9-15 y 65-67. 15

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integrarse en la sociedad de aquella ciudad provinciana de clara impronta clerical, estableciendo allí su segunda y numerosa familia, donde llegó a tener una influencia decisiva en su hija María Francisca. Nos ha quedado un interesante testimonio documental de las actividades de José Isla como superintendente de la Casa de Altamira, durante esa larga etapa, entre el material depositado en el archivo del monasterio compostelano de benedictinas de San Payo. Del más de un millar de documentos que componen el Fondo del Condado de Altamira, hemos seleccionado una docena de piezas generadas entre los años 1719 y 1753, donde se evidencian actuaciones puntuales y continuadas del personaje. Sirvan algunas a título de ejemplos: Comunicación del conde de Altamira a Isla sobre la invasión de los ingleses (8-XI-1719); El arzobispo de Santiago a Isla sobre la hacanea y los 700 reales que había de abonar por ella (22-VIII y 14-IX-1726)16; Carta de la marquesa de Astorga sobre dependencia con el marqués de Montesacro (21-X-1729); Bienes del dominio de Altamira que gozan los herederos de Isla y de los que fundó el vínculo, según facultad real del 15-III-1739; Consulta de Isla a varios señores de su jurisdicción sobre laudemios, derechos que se debían pagar a quien daba posesiones y tierras a enfiteusis (23-III-1753); Defensa de la conducta de Isla, acusado de irregularidades administrativas, emitida por el contador del Estado de Altamira y satisfacciones dadas por el propio Conde (26-XII-1753)17. Ambrosia de Rojo y Cordido, la primera esposa de José Isla de la Torre, acabó sus días en Compostela a los sesenta años de edad, sin haber tenido más hijos que el famoso jesuita. Enferma de gravedad desde algún tiempo atrás, había suscrito en su lecho del palacio de Altamira un poder notarial con fecha 21 de septiembre de 1723, en el que –tras la acostumbrada profesión de fe– disponía: 1) Su cadáver debía llevar el hábito de San Francisco y enterrarse en la iglesia compostelana de la Compañía de Jesús, donde su hijo era religioso; 2) Ha dado poder absoluto a su marido para que realice en su nombre su manda testamentaria, con cuyo fin lo nombra ahora En virtud de una concordia firmada en 1554, como pago de un feudo, el conde de Altamira debía enviar al arzobispo compostelano, cada fiesta del Apóstol, una jaca ensillada, con su gualdrapa, guarniciones y jaeces, que era devuelta tras su uso, abonando por ello 700 reales. Hemos localizado una carta de pago al Conde por ese concepto, fechada el 25-VII-1724; cf. AHUS: SPN, Notario Simón Rodríguez, Protocolo 3.659: Año 1724, fol. 140. 17 Cf. Mª M. Buján Rodríguez, Catálogo archivístico del Monasterio de Benedictinas de San Payo de Ante-Altares, Santiago de Compostela, Santiago 1996; Fondo del Condado de Altamira, pp. 381-445. Los documentos citados corresponden, respectivamente, a los catalogados en los nn. 136, 356, 141, 150, 156 y 157-158-159; cf. otros documentos en cuya trama participa Isla: nn. 137, 143, 149 y 155. 16

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su albacea y testamentario; 3) Nombra a su marido heredero universal, revocando cualquier disposición suya anterior18. Antes de transcurrir seis meses, Ambrosia de Rojo dejaba de existir en el palacio de Altamira, recibiendo sepultura el 4 de marzo de 1724 en la capilla del colegio de los jesuitas. De los datos relativos a sus últimos momentos y de las peculiaridades del entierro informa la correspondiente acta parroquial: “En quatro de Marzo Año de mill settecientos y veintte y quatro se dio sepultura en el colegio de la Compañia de Jesus de esta Ciudad a D.ª Ambrosia Rojo Natural de la Villa de Osorno, Obispado de Palencia, y Muger de D.n Joseph Isla de la Torre, Alcalde Maior del Exm.º Señor Conde de Altamira, y natural del lugar de Loroñe Conzejo de Colunga, en el Principado de Asturias, reciuio los Santos Sacramentos de Penitencia Eucharistía y el de la extrema uncion fallecio no hizo Testamento, pero otorgò poder por delante Simon r.s Escriuano de Numero uno de los dos de el Illm.º Cabildo del Señor Santiago de esta Ciudad.asistieron a su entierro diez y ocho sacerdotes por auer mandado de palabra la enterrasen como Pobre y la llebasen los mas desnudos, y les dieran a cada uno su vestido como se egecutò. Cuio poder lo dio a su Marido dho D.n Joseph de Isla a su voluntad. Y para que conste lo firmo en dho dia, mes y año ut supra. (Firmado:) Francisco de Pazos y Rossende”19. Ocho días después del entierro de su esposa, José Isla hacía ante el citado notario Simón Rodríguez una declaración confirmando el poder recibido de ella para aplicar sus últimas voluntades. Tras recordar las disposiciones que hemos resumido más arriba, las concretó en los siguientes puntos: 1) Declaro que Ambrosia Rojo vivió y murió como verdadera cristiana el 3 de marzo de 1724, siendo sepultada al día siguiente en el Colegio de la Compañía amortajada con el hábito de San Francisco, llevada por cuatro pobres y con asistencia de 18 sacerdotes, sin ninguna pompa de las acostumbradas para los nobles. 2) Que no hubo ofrendas en ese día ni para el resto del año, y que las cuatro comunidades religiosas celebraron vigilias de difuntos pero no asistieron a las

18 AHUS: SPN, Notario Simón Rodríguez, Protocolo 3.658: Año 1723, fol. 334: “Poder de Dª Ambrosia Roxos a Dn Joseph Isla su mardo para testar”. 19 AHDS: FLPS, SFdS, Libro n. 17, Difuntos 1716-1777, fol. 30v., con esta nota marginal: “Entierro de Doña Ambrosia Rojo”.

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funciones de entierro, aunque tocaron sus campanas y recibieron igual limosna que si asistieran. 3) Se dio vestido completo a los cuatro pobres, disponiéndose limosnas y misas como ella había mandado en vida, así como las habituales limosnas a la Casa de Jerusalén y Redención de Cautivos. 4) Considérese esta declaración como testamento y última voluntad de Ambrosia Rojo, de cuyo matrimonio sólo hubimos un hijo, el H. José Francisco de Isla, religioso de la Compañía de Jesús20. Viudo a los 44 años, José de Isla deseó sin duda rehacer su vida afectiva y familiar con un nuevo matrimonio, al cual le moverían también razones de índole social y económica, como en el primero. Eligió en este caso a una dama de noble familia y bastante más joven que él, Rosa María de Losada y Osorio, con la que contrajo matrimonio en torno al año 1725 y de la cual llegó a tener nueve hijos en los trece años siguientes. De esta segunda esposa y su genealogía nos ocupamos en el apartado inmediato; de la familia constituida con ella, hijos habidos, biografías respectivas, etc., lo haremos con detalle en el capítulo II. José Isla de la Torre continuó en el ejercicio de sus importantes cargos en la Casa de Altamira durante varias décadas, estableciéndose definitivamente en Compostela, pese a las ausencias y breves estancias que sus obligaciones le imponían en distintos puntos de Galicia. En el año 1729, durante una de éstas, inició en una parroquia del municipio pontevedrés de Silleda el aludido expediente para sus pruebas de nobleza, que se fallaría positivamente en la real chancillería de Valladolid. Por el texto del testamento que Rosa María de Losada otorgó en febrero de 1757 (lo resumimos y comentamos en el capítulo II), nos enteramos de que ella y su marido habían suscrito en dos ocasiones sendos documentos de vinculación de bienes a favor de su hijo mayor e hijas solteras, excluyendo a dos varones religiosos y a nuestra María Francisca, por habérsele aportado una generosa dote para su matrimonio: la primera en junio de 1750 y la segunda en diciembre de 1754, en ambos casos ante el notario compostelano Pedro Villasalgueiro. Consultados los fondos notariales del Archivo Histórico Universitario, hemos comprobado que del citado escribano sólo se conservan los del año 1725, lo cual nos ha impedido enterarnos de los contenidos de dichas vinculaciones.

AHUS: SPN, Notario Simón Rodríguez, Protocolo 3.659: Año 1724, fols. 43-44: “Testamto de Dª Ambrosia Rojo y Cordido / Mugr de Dn joseph Isla de la torre”. 20

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José Isla de la Torre sobrevivió también a su segunda esposa, que debió fallecer poco después de la expresada fecha de su testamento, aunque no lo hemos podido documentar. Por su parte, él redactó sin duda su testamento definitivo en la última etapa de su vida –quizás entre los años 1757 y 1762, lo que no excluye otro tiempo previo–, pero desgraciadamente tampoco lo hemos localizado, privándonos con ello de conocer las disposiciones respecto a sus bienes y propiedades. Y aunque el acta de defunción, que vamos a reproducir de inmediato, afirma que lo había registrado ante el escribano real Juan García Vaamonde, al no indicar fecha alguna, nuestra búsqueda entre los fondos de sus protocolos relativos a varios años ha resultado infructuosa. Cerramos este apartado con el fallecimiento de José Isla de la Torre, cuya fecha exacta –18 de febrero de 1762, al menos el año– ha sido apuntada por varios de los escritos biográficos utilizados, lo cual nos facilitó localizar el acta del óbito en el correspondiente libro de la parroquia compostelana de San Félix. El documento dice así: “En diez, y ocho de Febrero de mill siete cientos, y sesenta y dos se dio sepultura en el Colegio de la Compañia de Jesus al cuerpo cadaver de D.n Joseph Isla de la Thore (sic) marido q.e fue de D.ª Rosa Losada vecinos de la Parroquia de San Felix de Solovio de esta Ciudad de Santiago, recivio los Santos Sacramentos de Penitencia, Eucaristia, y Extremauncion, hizo testamento p.r delante Juan Garcia Vaamonde ssn.º de su Majestad vecino de esta ciudad, no dejo fundacion ni legato alguno, y para que coste (sic) lo firmo ut supra = (Firmado:) Domingo Antonio Bolaño”21.

3. ASCENDENCIA MATERNA Aunque sea más brevemente que el desarrollado respecto a José de Isla, por el menor protagonismo público que ostentó esta rama familiar en la vida social de Compostela, dedicamos otro apartado a la ascendencia materna de María Francisca de Isla y Losada. Según se expuso más arriba, José Isla de la Torre –tras enviudar de Ambrosia Rojo y Cordido en marzo de 1724– contrajo un segundo matrimonio por los finales del año 1725 o comienzos de 1726 con Rosa María de Losada y Osorio, hija de 21 AHDS: FLPS, SFdS, Libro n. 17 cit., fol 192v., con esta nota marginal: “D.n Joseph Isla de la Thorre. Actos”.

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Cristóbal de Losada Osorio y María Buelta de Velasco, cuya casa vincular se hallaba en la parroquia orensana de San Lorenzo de Trives. Al no ser necesario por la naturaleza de esta monografía y, además, no poder acceder en directo a los fondos documentales precisos para un detallado estudio genealógico, nos limitamos a dejar constancia aquí de las referencias fundamentales sobre la ascendencia de nuestra biografiada por parte de su madre. Eso no quiere decir, como parecen insinuar alguno de los escritos biográficos manejados, que la Musa Compostelana presentara por la rama materna un relieve genealógico menor que por la paterna. Al contrario, podemos afirmar que Rosa María de Losada Osorio y Buelta ostentaba, sobre todo por su ascendencia paterna, una directa vinculación con linajes de noble y antigua estirpe implantados en Galicia. Por ello, aunque sea de forma compendiada, señalamos las referencias principales sobre sus apellidos paternos, que pueden bastar para nuestro objetivo y servir de primera información al lector interesado, el cual podrá profundizar por su cuenta en la misma usando la bibliografía especializada. El linaje de los Losada era originario del valle lucense de Queiruga, desde donde se había extendido a Valdeorrras y tierra de Trives; posteriormente entroncó con las principales familias gallegas, por ejemplo con los condes de Maceda, vizcondes de Fefiñanes. Los nobiliarios recogen sus múltiples pruebas de nobleza en órdenes militares, Chancillería, Marina Real, etc., y registran los Losadas del siglo XIX con otros títulos mayores22. Crespo del Pozo cataloga las piedras solares y escudos de armas más notables de este linaje que existen en distintos puntos de Galicia, detallando sus cuatro variantes fundamentales. Destaca sobre todas una de gules, con una losa de su color, y debajo de ella seis lagartos de sinople, tres de cada lado23. Las ramas y casas gallegas de los Losada son numerosas, tanto las autónomas como las enlazadas con otras bien conocidas (los Andrade, Feijoo, Quiroga, Ribadeneira, Sarmiento, Sotomayor...), pero aquí nos interesan especialmente los de la Casa de Regueiro, en San Lorenzo de Trives, y los Losada Quiroga de varias localidades lucenses24. En la biografía de nuestra poetisa se anotarán relaciones con algunos personajes de este linaje, emparentados en uno u otro grado con su madre, los cuales aparecen en determinados documentos a lo largo de toda esta obra. Es el caso, entre otros, del Cf. E. Seijas Vázquez, Losada, en GEG, XIX, 180. Cf. J. S. Crespo del Pozo, Blasones y Linajes de Galicia, I, Madrid 21982, 345-346. 24 Cf. J. S. Crespo del Pozo, o.c., III, Madrid 21983, 222-240; sobre la Casa de Regueiro, en 233234; y sobre la de Losada Quiroga, en 238. 22 23

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P. Luis de Losada (1681-1748), natural del ayuntamiento lucense de Quiroga, uno de los mejores filósofos de la Compañía de Jesús en esa época y profesor de teología en Salamanca, donde tuvo como alumno al P. Isla, más tarde su amigo personal y literario25; el P. Salvador Osorio, asistente de la Compañía de Jesús para España y las Indias26; y José Francisco Losada Quiroga, originario de Trives, canónigo compostelano y más tarde obispo de Mondoñedo (1762-79)27. Por su parte, el linaje de los Osorio procedía de los tiempos de la Reconquista, habiéndose extendido por toda la Península, incluido Portugal; son numerosas las pruebas de naturaleza con que cuenta y algunos de sus miembros llegaron a ostentar valiosos títulos nobiliarios, como los condes de Trastámara (siglo XVI) y los marqueses de Torremejía (siglo XVIII). Entre las diversas variantes que existen, sus armas más representativas muestran, en campo de plata, dos lobos pasantes, de gules, y bordura de gules, con ocho aspas de plata; otra, más simple, presenta en campo de gules un puente de plata28. Crespo del Pozo relaciona una serie de escudos en casas y propiedades de distintos puntos de Galicia, entre las que sobresalen las de los marqueses de Astorga. Las ramas familiares de este linaje se extienden por toda la región, destacando desde principios del siglo XVII los Osorio de Alvarado (Baleira-Lugo) y los Osorio Nieto de Paz, que pasaron a tierras americanas; también señala las armas de familias nobiliarias gallegas, vinculadas total o parcialmente con los Osorio29. El titular del condado de Altamira (que unía en sí otros importantes títulos: marqués de Astorga, duque de Sessa y de Medina de las Torres...) era entonces Vicente Joaquín Osorio de Moscoso y Guzmán, cuyo primer apellido sugiere un posible parentesco con la segunda esposa del intendente general de sus estados en Galicia. Creemos que lo dicho es suficiente, de momento, para introducir al lector en el panorama de la ascendencia materna de María Francisca de Isla y Losada. Tendre-

25 Cf., por ejemplo, Couceiro, Diccionario, II, 341-342; J. L. Cortina, Luis de Losada, SI, en DHEE, II, Madrid 1972, 1348-1352. 26 El P. Isla fue quien informó a María Francisca, con motivo de una estancia oficial del P. Osorio a finales de 1757 en Villagarcía de Campos, de los rumores que por allí corrían sobre su inminente designación como asistente general de la Compañía; rumores que le confirmaba con otra carta enviada seis meses después desde el mismo Colegio. Cf. Monlau, Obras P. Isla, Cartas familiares, nn. CXIV (30-XII-1757) y CXLVII (23-VI-1758), pp. 466 y 480-481, respectivamente. 27 Cf. Couceiro, Diccionario, II, 341; con todo detalle, E. Cal Pardo, Episcopologio Mindoniense, Mondoñedo-Ferrol 2003, 789-806. 28 Cf. E. Seijas Vázquez, Osorio, en GEG, XXIII, 145. 29 Cf. J. S. Crespo del Pozo, o.c., I, Madrid 21982, 368; IV, Madrid 1985, 63-67.

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mos ocasión de adentrarnos más en él cuando nos ocupemos con detalle de su familia compostelana en el capítulo II.

4. LA COMPOSTELA DEL SIGLO XVIII El espacio geográfico y la comunidad social donde alguien nace y crece, se educa y relaciona, en definitiva donde vive, es uno de los elementos más influyentes en el desarrollo de su personalidad y marca –en proporciones imposibles de cuantificar– las direcciones futuras de su existencia adulta. Eso que los sociólogos conocen como el entorno geohumano y social de una persona puede llegar a ser determinante de las orientaciones de su vida relacional, familiar, profesional, religiosa... Por eso es tan importante para el biógrafo situar adecuadamente al personaje que trata de estudiar en las coordenadas del espacio y el tiempo en que forjó su personalidad, recrear como historiador lo mejor posible el cronos y el topos en que ese complejo proceso tuvo lugar, o al menos se verificó preferentemente. Aunque de padres no compostelanos, María Francisca de Isla y Losada nació y vivió hasta la edad adulta en la ciudad del Apóstol. En ella se educó, adquirió amistades, se integró socialmente, practicó la vida católica, se abrió a la vocación literaria y alcanzó la fama en este campo. Perteneciente a una familia bien situada en las altas esferas, participó activamente de los eventos culturales y sociales, religiosos y políticos que afectaron a la capital compostelana, especialmente durante los dos últimos tercios del siglo XVIII. En ella cultivó familiarmente una sana vida afectiva, contrajo matrimonio, asistió a la muerte de sus padres y enviudó, entabló sus mejores relaciones humanas y las más duraderas amistades. Tan sólo tras la muerte de su predilecto hermano el P. Isla, en 1781, vivió largas temporadas en la Corte, tanto por razones de salud como por gestionar inmediatamente los difíciles permisos para publicar las obras inéditas del sabio jesuita. Podemos decir, pues, que Santiago de Compostela fue el escenario que enmarcó gran parte de la existencia de nuestra biografiada, donde se construyó la red de relaciones humanas y afectivas que la habían de sustentar tanto social como culturalmente, el espacio histórico en que ha quedado identificada definitivamente como la Musa Compostelana. Santiago era, durante la época de que estamos tratando, una de las primeras referencias del reino de Galicia en todos los campos. Dividido el territorio de esta región en más de quinientas jurisdicciones y ciento cincuenta cotos, sus principales núcleos de población se concentraban en siete ciudades (las capitales de provincia) y noven-

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ta y cinco villas, sumando a finales del siglo XVIII más de un millón doscientos mil habitantes30. La mayoría de su extensión geográfica (casi 29.500 km2) estaba en manos del señorío secular, que ejercía jurisdicción sobre el sesenta por ciento de sus feligresías (las tres casas nobiliarias que la tenían mayoritariamente eran las de los condes de Lemos, Altamira y Monterrey –en las provincias de Lugo, Santiago y Orense, respectivamente–, sobre unos totales de 386, 195 y 193 feligresias), otro veinte por ciento eran de señorío episcopal (con sus cotas más altas en las provincias de Santiago y Mondoñedo), y las restantes eran de señorío realengo y eclesiástico31. Concretados a la provincia de Santiago, la más extensa y poblada de Galicia, destacaba en ella el elevado porcentaje de territorio bajo señorío arzobispal, que se ejercía sobre el 51% de las feligresías (460 en total, pertenecientes a 35 jurisdicciones), seguido por el señorío secular con un 41% (destacaba entre todos el del Conde de Altamira, ejercido sobre 195 feligresías) y, a mucha distancia, por los señoríos eclesiástico (6%) y realengo (2%), hasta completar las más de ochocientas feligresías comprendidas en su territorio. La estadística sobre éste reflejaba en su conjunto unos datos hoy bien comprobados: 101 jurisdicciones, 27 cotos, 1 ciudad, 27 villas, 6.910,165 km2 de extensión, 396.312 habitantes y un 57,3% de densidad poblacional32. En la ciudad de Santiago de Compostela se concentraban una serie de jurisdicciones, así como de instituciones civiles, eclesiásticas, militares, judiciales, administrativas y culturales, que hacían de ella un referente principal y en ciertas áreas destacado de toda Galicia. Única sede arzobispal de la región, con doce diócesis dependientes de ella incluso en León, Castilla y Extremadura, algún tiempo sede de la capitanía general y de la real audiencia de Galicia, capital de provincia y de partido judicial, así como de municipio y de jurisdicción, era la única población que ostentaba el título de ciudad en toda la provincia. Aunque se cuenta con algunas obras generales que describen a finales del siglo XVIII esas distintas realidades33, estimamos que lo hacen con datos más precisos otras publicadas en las primeras décadas del XIX, a partir de las cuales ofrecemos las siguientes informaciones. La capital compostelana era la ciudad más céntrica de las provincias gallegas, la mejor comunicada con todas ellas y las principales poblaciones de allende su territorio, pues distaba 10 leguas de Coruña y Betanzos, 13 de Ferrol, 15 de Lugo y 16

Cf. J. L. Labrada, Descripcion económica del Reyno de Galicia, Ferrol 1804, especialmente el apéndice I, Población del reino de Galicia en 1797, pp. 205-211. 31 Cf. F. X. Río Barja, Cartografía xurisdiccional de Galicia no século XVIII, Santiago 1990, 12-14. 32 Cf. F. X. Río Barja, o.c., Santiago 1990, 19. 33 Cf., por ejemplo, J. L. Labrada, o.c., Ferrol 1804, 40-73. 30

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de Tuy, así como 35 de Braga, 55 de León y 102 de Madrid. Situada a seis leguas de la costa y a algo menos de las rías de Noya y Arosa, se hallaba edificada ante las faldas del monte Pedroso (716 m. de altitud), a dos millas de la cordillera que divide las aguas del Ulla de las del Tambre, entre la confluencia de los ríos Sar y Sarela, y a otras dos del hermoso valle de la Mahía. Con todo, la ciudad del Apóstol no se encuentra en la zona más hermosa y despejada del entorno, como podría estarlo si la hubieran desplazado hacia el SO. Desde la actual situación su espacio visual no alcanza un radio de más de una legua, problema agravado por estar su centro hundido al pie de un elevado castro. La cercanía del Tambre y el cierre de los montes de Viso y Santa Marina por el E. contribuyen a que su clima sea muy húmedo, con inviernos largos y lluviosos34. El partido judicial de Santiago comprendía, además del municipio de la ciudad y entorno compostelanos, los de Boqueijón, Conjo, Enfesta y Vedra, que totalizaban unos 8.400 vecinos con casi 40.000 habitantes, de los cuales correspondían al de Santiago más de 5.000 vecinos y unos 25.000 habitantes. Esta población se mantendría más o menos estabilizada a lo largo del siglo XIX, haciendo que la ciudad –incluso después de perder la capitalidad provincial en la reducción administrativa del año 1833– fuese la más poblada de Galicia, hasta ser superada en el primer censo oficial español de 1857 por la ciudad coruñesa, que alcanzó entonces los 27.000 habitantes35. Por otra parte, en tiempos de nuestra biografiada, la capital compostelana –además de ser sede de las jurisdicciones referenciadas más arriba– estaba complementada por otra serie de instituciones que aseguraban el buen servicio de sus ciudadanos: Universidad (con un espectacular crecimiento tras incorporar los edificios y enseñanzas de la Compañía de Jesús, expulsada en 1767, y aplicar los nuevos planes de estudios de Campomanes en 1772), cuatro colegios mayores, tres cuarteles militares, diversos hospitales (de enfermos, peregrinos, contagiosos, ancianos), intendencia de policía, servicios de correos, administración de rentas (en la que ostentaba un alto cargo Nicolás de Ayala, el marido de María Francisca de Isla), etc.36. Especial importancia revestía entonces Santiago como cabeza de las principales instituciones eclesiásticas de Galicia, potenciadoras de la proyección espiritual de sus habitantes, que le afectaría muy directamente a la familia Isla-Losada, tanto por

Cf. Miñano, Diccionario, VIII, Madrid 1827, 130-134. Cf. J. R. Barreiro Fernández, Historia de la ciudad de La Coruña, La Coruña 1986, 279-281. 36 Cf. para todo lo precedente, además de la citada obra de Miñano, la de Madoz, Diccionario, XIII, Madrid 1849, 815-825. 34 35

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sus prácticas de vida cristiana como por la pertenencia de tres de sus miembros a importantes órdenes religiosas. Recordemos que en Compostela estaba radicada desde el siglo XII la capital del arzobispado, cuyas sufragáneas era las otras diócesis gallegas (Mondoñedo, Lugo, Tuy y Orense), además de cinco castellano-leonesas (Astorga, Zamora, Salamanca, Ciudad Rodrigo y Ávila) y tres extremeñas (Plasencia, Coria y Badajoz), como consecuencia de antiguas situaciones originadas en la Reconquista, que no se modificarían hasta el Concordato de 1851. La propia diócesis compostelana era la más extensa y poblada de las gallegas, se hallaba distribuida en 33 arciprestazgos con más de 1.100 parroquias, además de tener jurisdicción sobre vicarías de Zamora y León, así como en parroquias del territorio de las diócesis lucense y mindoniense. El arzobispo de Santiago, que ostentaba el primer cargo eclesiástico de Galicia, asumía también la jurisdicción civil sobre distintas villas, puertos, poblaciones y cotos de toda la región, siendo ante todo “señor de la ciudad y arzobispado de Santiago”, lo cual explica que el arzobispo Rajoy Losada construyera en pleno siglo XVIII el soberbio palacio consistorial frente a la catedral jacobea37. Acorde con las principales instituciones que tenían cualificada presencia en ella, la vida social de Compostela estaba marcada especialmente por algunos estamentos: — El eclesiástico, con cientos de clérigos al servicio de sus quince parroquias y cien capillas, así como una de las catedrales de mayor culto de España, que contaba con una nómina de casi doscientos prebendados entre dignidades, canónigos, racioneros, capellanes, confesores y músicos38. El alto clero estaba también muy presente en los medios universitarios y culturales de la ciudad, sobre todo por medio de miembros destacados de las grandes órdenes religiosas incorporadas a la docencia: benedictinos, franciscanos, dominicos, jesuitas, mercedarios y agustinos. — El nobiliario, pues la urbe y su entorno eran residencia más o menos permanente, o espacio de actuación, de los miembros de algunas de las casas titulares más destacadas entre la nobleza gallega y castellana. Recordemos que el padre de nuestra biografiada residió en el palacio de los condes de Altamira

37 La organización general y jurisdicciones existentes en la diócesis compostelana, vigentes desde siglos atrás, está perfectamente descrita a comienzos del siglo XVII por J. del Hoyo, Memorias del arzobispado de Santiago. Edición de Á. Rodríguez González y B. Varela Jácome, Santiago s.d. (1950?); sobre Santiago de Compostela, cf. pp. 40-147. 38 Cf. Guia del Estado Eclesiástico Seglar y Regular de España, Madrid 1801, 115-120.

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–algunos de los cuales están sepultados en la iglesia conventual de Santo Domingo– en virtud de su cargo de alcalde general de sus estados en Galicia, y ello le permitió tanto a él como a su familia relacionarse con el personal de las más elevadas clases sociales. — El universitario y cultural, que durante el siglo XVIII experimentó un impresionante auge en dos direcciones: la ampliación de cursos y carreras universitarias, en especial de carácter científico, con nuevos edificios e instalaciones (por ejemplo, la biblioteca, nutrida con los fondos procedentes de los clausurados colegios jesuíticos de Galicia); y la creciente presencia de las nuevas corrientes ilustradas en los medios culturales y reformistas, que llevó a crear distintas instituciones de este carácter (academias, escuelas especializadas, museos...), entre las que destaca la Real Sociedad Económica de Amigos del País (1784), debida sobre todo a dos canónigos y profesores universitarios, Antonio Páramo Somoza y Pedro Antonio Sánchez Vaamonde. María Francisca de Isla, presente en la vida social compostelana desde mediado el siglo XVIII, participó directamente de las corrientes que la transitaban en aquella época, así como de las ideologías de sus protagonistas, con quienes compartió inquietudes sociales, afanes culturales y experiencias literarias, que la hicieron ser conocida como la perla gallega y la musa compostelana. A esas importantes proyecciones públicas, vividas a fondo en ciertas etapas de su estadía compostelana, nos referiremos con detalle en el capítulo IV. Lo dicho hasta aquí baste, de momento, para ambientar la información sobre sus raíces genealógicas, geográficas e históricas en la ciudad del Apóstol.

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CAPÍTULO II LA FAMILIA ISLA-LOSADA Una vez documentado con exactitud el origen de nuestra poetisa y expuestas las líneas genealógicas básicas de sus antecesores, objetivos del capítulo anterior, le corresponde a éste centrarse en el estudio de la familia de que formó parte directa y activamente hasta la celebración de su matrimonio, cuando estaba a punto de cumplir los veinte años de edad. Entendíamos que el conocimiento serio de la realidad familiar, enmarcada en el ambiente social de que formaba parte, así como de los principios directrices, línea educativa, estilo de sus relaciones, etc., que más o menos directamente orientaban su trayectoria interna y externa, era fundamental para poner las bases de este relato biográfico. El estudio a fondo de esa realidad nos ha permitido formar una idea necesaria del espacio primario de tipo humano donde María Francisca de Isla desarrolló las más duraderas raíces de su personalidad, probablemente donde emergieron ya con fuerza aquellas líneas que luego definieron su existencia en el campo afectivo y relacional, cultural y literario. Tal conocimiento se nos vino a manifestar como imprescindible para la elaboración de una obra biográfica como ésta, facilitándonos en buena parte el acceso al interior del personaje. El espacio familiar fue, sin duda, el que mejor fundamentó la dimensión afectiva de ciertos proyectos y decisiones que determinaron la existencia de María Francisca, sobre todo en su tramo final. Por ejemplo, la profunda y permanente relación que la vinculó con el P. Isla, su hermano mayor y padrino, la motivó a realizar una laboriosa y difícil gestión para publicar póstumamente algunas de sus obras inéditas, así como su correspondencia, biografía y otros escritos propios que reivindicaran su memoria.

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Dentro de su familia, la Musa Compostelana recibió también la base cultural y la formación específica que más tarde le permitieron ser una persona activamente presente en la vida ilustrada de la ciudad, con una proyección literaria que la ha hecho pasar a la posteridad como uno de los miembros más destacados del Parnaso femenino de su época. El conjunto de razones expuestas anteriormente nos motivaron para realizar una cuidadosa investigación cuyo principal resultado es la elaboración de este capítulo, que se desarrolla en tres apartados. El primero de ellos documenta, en la medida de lo posible, el segundo matrimonio de José Isla de la Torre con Rosa María de Losada y Osorio, extendiéndose en la biografía de esta última, así como en la descripción del entorno familiar que ambos llegaron a constituir. El segundo apartado se centra en los datos obtenidos de la investigación sobre los hijos de la familia Isla-Losada, nueve en total, entre los cuales María Francisca ocupaba el sexto lugar, ofreciendo también algunas referencias biográficas sobre cada uno de ellos. Y el tercer apartado intenta presentar el complejo mundo de las relaciones fraternales y familiares en que se movió nuestro personaje, sobre todo durante su edad juvenil, aunque también lo considera a lo largo de su existencia dentro y fuera de la ciudad compostelana.

1. EL MATRIMONIO ISLA-LOSADA Como se ha documentado en el capítulo anterior, el primer matrimonio de José Isla de la Torre, contraído a los veintidós años de edad con Ambrosia de Rojo y Cordido, quedó truncado por la muerte de ésta, ocurrida en el palacio compostelano del conde de Altamira el 3 de marzo de 1724. Con cuarenta y cuatro años recién cumplidos y el único hijo de su matrimonio, José Francisco, ya entonces religioso de la Compañía de Jesús, el poderoso alcaide general de los estados de Altamira en el reino de Galicia debió considerar muy pronto la conveniencia de un nuevo matrimonio, tanto para rehacer su vida familiar como para buscar descendencia a su progenie. Pese a nuestros esfuerzos por localizar la constancia documental del segundo matrimonio de José Isla, no hemos podido encontrarla en los libros sacramentales de las parroquias compostelanas por la época en que estimábamos se debió contraer (años 1724-1726). Eso nos llevó a concluir que la boda tuvo que celebrarse fuera

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de la capital jacobea, con toda probabilidad en la localidad donde la novia estaba domiciliada, atendiendo a las costumbres de la época. En este supuesto, el abanico de posibilidades se extendía hasta términos imposibles de abarcar, lo que nos hizo prescindir inicialmente de una búsqueda muy laboriosa, cuyos resultados –aún llegando a ser positivos– no serían especialmente importantes para nuestro objetivo. Lo que sí hemos comprobado es que José Isla de la Torre y su nueva esposa, Rosa María de Losada y Osorio, residían ya a mediados del año 1726 en el palacio de los condes de Altamira. Esta hoy desaparecida edificación de la parte alta de la ciudad compostelana, en la tradicional zona del Castro, ocupaba el espacio en que se alza actualmente el mercado de San Agustín, contiguo a la iglesia parroquial de San Félix de Solovio, para entrar en la cual los condes y el personal de su casa tenían puerta propia, disponiendo además de una tribuna reservada para asistir a los actos de culto. La antecitada carencia de la documentación matrimonial en los archivos de nuestro entorno, nos ha impedido disponer de una buena información biográfica sobre Rosa María de Losada, habiendo tenido que conseguirla indirectamente a partir de ciertos documentos relativos a su persona. Gracias a ellos sabemos que la madre de nuestra biografiada era natural de la parroquia de San Lorenzo de Trives, pequeña feligresía aneja a la de San Mamed de Trives, en el ayuntamiento orensano de Puebla de Trives, diócesis de Astorga. Esta agrupación humana, asentada en un valle de clima suave, se halla formada por unas cincuenta viviendas, cuya población estaba entonces por los doscientos habitantes y hoy no supera los trescientos1. Por los datos que luego se expondrán, podemos deducir que la segunda esposa del alcaide Isla de la Torre era más joven que él (tuvo nueve hijos hasta finales de 1738, lo cual permite suponerla nacida en los años finales del siglo XVII, casi dos décadas menor que aquél) y mucho más joven que su primera esposa, la cual le llevaba dieciséis años y sólo le dio un hijo, el más tarde famoso P. Isla. Extrapolando los contenidos de algunos documentos utilizados en nuestra investigación, vamos a ofrecer ahora diversos datos relativos a Rosa María de Losada, que componen un poco su casi desconocida biografía. En primer lugar consignamos su nombre completo y filiación, con los que figura por ejemplo en su testamento: Rosa María de Losada Osorio Buelta y Velasco, hija de Cristóbal de Losada Osorio y de María Buelta de Velasco, vecinos que habían sido de San Lorenzo de Trives, en la provincia de Orense y obispado de Astorga. Estos datos iniciales nos han permiCf. San Lorenzo de Trives, en Madoz, Diccionario, XV, Madrid 1849, 155; s.a., San Lorenzo de Trives, en Enciclopedia Espasa, LIII, 842; s.a., San Mamede de Trives, en GEG, XXIX, 157. 1

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tido extendernos en su genealogía nobiliaria, especialmente por parte de los Losada y los Osorio, para cuyos detalles remitimos al capítulo I. En segundo lugar afirmamos el casi seguro entronque, en una rama lateral que no podemos precisar, de Rosa María de Losada y Osorio con el linaje de los condes de Altamira –el titular contemporáneo a ella era Vicente Joaquín Osorio de Moscoso–, lo cual nos sugiere una posible gestión del Conde para pactar el segundo matrimonio del alcaide mayor de sus estados con su imprecisada parienta, que residía en una de las zonas tradicionales de establecimiento de los Osorio, el ayuntamiento orensano de Trives. Como ya se indicó más arriba, aunque no hemos localizado la prueba documental del matrimonio de José Isla de la Torre con Rosa María de Losada, estimamos que bien pudiera haberse celebrado en San Lorenzo de Trives, lugar de origen y domicilio de ésta, con toda probabilidad en los años 1725 ó 1726. Después de dar a luz nueve hijos, entre enero de 1727 y septiembre de 1738 (nos referiremos a ellos con detalle en el apartado siguiente), el matrimonio Isla-Losada se mantuvo aún unos veinte años más, hasta la muerte de José Isla de la Torre, en febrero de 1762, a quien sobreviviría su esposa tan sólo cuatro meses. Por el testamento que ésta otorgó el 18 de febrero de 1757, sabemos que José Isla y Rosa María de Losada habían firmado el 6 de junio de 1750 un protocolo de vinculación mutua de sus bienes, que pasarían a sus hijos tras la muerte del último de ambos, ratificando ese documento en otro del 23 de diciembre de 1754, por el que asignaban a cada uno de sus hijos no religiosos y a sus hijas solteras 30.000 reales. El citado testamento de Rosa María de Losada Osorio Buelta y Velasco se firmó en el palacio de los condes de Altamira el 18 de febrero de 1757 y se encuentra archivado entre los fondos del notario compostelano Juan García Vaamonde correspondientes a ese año. Por el interés que presenta para la información relativa a la familia de nuestra biografiada, resumimos sus contenidos en los siete puntos siguientes: 1) Ofrece su alma a Dios creador y redentor, y quiere ser enterrada en la iglesia de San Agustín, bajo la bóveda propia de sus patronos y fundadores los condes de Altamira, amortajada con los hábitos de San Francisco y de la Virgen del Carmen. Asistan al entierro y honras 24 sacerdotes y los frailes de las comunidades de Santo Domingo, San Agustín, San Francisco y San Lorenzo, tras celebrarle funeral con vigilia en sus conventos; el funeral solemne tendrá lugar únicamente en el de San Agustín. Dispone también la celebración de 600 misas rezadas, que no se toquen las campanas de la catedral ni asista la Cofradía de la Concepción.

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2) Declara tener por hijos suyos y de su marido a: José Joaquín, casado con Ana Tomasa Santayana; Mª Francisca, casada con Nicolás Jacinto de Ayala; P. Fr. Joaquín José, de la Orden de San Benito; P. Ramón José, de la Compañía de Jesús; Mª Isabel y Antonina Cándida, solteras, que viven en el domicilio familiar. 3) Reparte por mitad entre las dos hijas últimas varias imágenes, cuadros, láminas, espejos, ropas de vestir y de cama, así como cubertería, para corresponderles por el cariño con que la cuidan en su larga enfermedad de gota. 4) Nombra como albaceas testamentarios a su marido, a su pariente el canónigo Juan de Prado y a su yerno Ayala, a los que concede poder por junto y por separado. 5) Manifiesta los contenidos –expuestos más arriba– de los documentos de vinculación de bienes, que otorgó con su marido en las citadas fechas de 1750 y 1754, ratificando como herederos universales a sus hijos José Joaquín, Mª Isabel y Antolina. 6) Manifiesta que a su hija Mª Francisca ya le dio toda la dote posible para el matrimonio, dejándole sólo su bendición. 7) Dispone las limosnas habituales a la Casa Santa de Jerusalén y a la Redención de Cautivos, así como que al párroco de San Félix se le den 50 reales en vez de los acostumbrados carnero y cántaro de vino, disponiendo también repartir entre las dos hijas solteras sus doce taburetes de estrado2. No hemos podido documentar el fallecimiento de Rosa María Losada en los libros de difuntos de las parroquias compostelanas, a partir de la citada fecha de su testamento (18-II-1757), en los años siguientes, pese a nuestra detallada búsqueda. Tal laguna documental podría indicar que había fallecido fuera de la ciudad del Apóstol y sido enterrada en lugar desconocido, pero esto se contradice con su disposición testamentaria de recibir sepultura en la iglesia de San Agustín, entre los sepulcros de sus parientes los condes de Altamira, lo cual obligaría a registrar su óbito en el libro de la correspondiente parroquia compostelana, donde ciertamente no figura. Este dato negativo se nos resistía a una interpretación congruente hasta que encontramos luz para ello en la correspondencia del P. Isla. Efectivamente, en una carta dirigida a su amigo F. Alejandro Bocanegra, obispo de Guadix y Baza (Pontevedra, 9-VIII-1762), Isla le agradecía la celebración de nueve misas por el eterno descanso de su madrastra, lo que suponía su fallecimiento 2 AHUS: SPN, Notario Juan García Vaamonde, Protocolo 5.163: Año 1757, fols. 17-18: “Testamento de D.ª Rosa Maria de Lossada”.

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poco antes, aunque en la correspondencia previa nada se menciona al respecto3. Con todo, la referencia nos hizo buscar el dato exacto en otros fondos epistolares, hasta que lo localizamos en una carta del P. Isla a José Domingo de Gortázar (Pontevedra, 19-VII-1762), donde afirmaba: “El dia 9 del pasado enterraron a mi madrastra, a quien amaba y de quien era amado como si fuera madre”4. Así, pues, Rosa María Losada había fallecido cuatro meses después que José Isla de la Torre, pero el hecho no está registrado en los libros de difuntos de ninguna parroquia compostelana. Con respecto a la vida interna de la familia Isla-Losada, poco podemos deducir siguiendo la documentación utilizada para nuestro estudio y nada se trasluce en la bibliografía que trata del personaje. Esta carencia inicial de informaciones nos permite tan sólo exponer unas consideraciones generales sobre el entorno inmediato o el ambiente en que vivió María Francisca de Isla durante sus años infantiles y juveniles, hasta la fecha de su matrimonio con Nicolás de Ayala (1754). La posición social de José Isla de la Torre en una pequeña capital de provincia como Santiago debía ser relevante, a la sombra de sus importantes funciones en la Casa de Altamira y avalado por su nobiliaria genealogía de segundo rango. Esa situación entre los altos estratos sociales de la ciudad jacobea, en los que posteriormente se introduciría nuestra biografiada y donde comenzaría a patentizar sus cualidades literarias, hubo de tener sin duda unas proyecciones específicas hacia el interior de su familia. Entendemos que hay sobre todo dos elementos importantes, los cuales llegarían a ser relevantes en la vida de María Francisca de Isla con el paso de los años, que se fraguaron inicialmente en el ámbito familiar. El primero de ellos es la dimensión religiosa y moral, tan presente en la biografía de nuestro personaje, adquirida ciertamente en el entorno familiar y más en concreto de su madre. Baste constatar, en el texto de las actas sacramentales que se reproducen en el apartado siguiente, la presencia de eclesiásticos cualificados oficiando o apadrinando las diversas celebraciones, los unos parientes por la rama materna y los otros pertenecientes al cabildo compostelano, sin duda por razón de las privilegiadas relaciones paternas. El segundo elemento a destacar es la formación y la base cultural adquirida por nuestra literata dentro de su familia, tanto la procedente de miembros de la misma, como sobre todo la recibida de ayos y maestros contratados con esa finalidad, como era común entonces entre las personas de su clase social. Cf. Monlau, Obras P. Isla, Cartas escritas á varios sugetos, n. CXVIII, pp. 596-597. C. Pérez Picón, El P. Isla, vascófilo, Epistolario Gortázar-Montiano, carta 58: Miscelánea Comillas, n. 43 (1965) 482-483. 3 4

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Una y otra proyección de la destacada clase social a que pertenecía la familia del personaje se evidenciaron en más de un miembro de la misma. Es el caso, respecto a la dimensión religiosa, de sus hermanos los gemelos Joaquín José y Ramón José, incorporados desde su primera juventud a Órdenes tan clásicas como los benedictinos y jesuitas, respectivamente. Y, en lo tocante a la formación cultural y literaria, además de la evidencia que presenta en la biografía de María Francisca de Isla, dejó también su impronta en algún poema compuesto por su hermano mayor José Joaquín y en las piezas oratorias del benedictino Joaquín José, como pondremos de relieve en el apartado siguiente.

2. LOS HIJOS DE LA FAMILIA ISLA-LOSADA Los biógrafos de María Francisca de Isla no se ocupan de este tema o tratan en general y de forma muy somera de su familia, con referencias globales a sus padres y hermanos, en las que apenas aparecen precisiones5. Sin embargo, espigando entre los escritos de este carácter, hemos hallado algunos que le dedican más espacio al contenido de que tratamos en este apartado, ofreciendo incluso ciertos datos originales orientadores de nuestra posterior investigación. Pérez de Castro especifica los hijos del segundo matrimonio de José Isla por su nombre, aunque sólo enumera seis, dato que demostraremos de inmediato estar incompleto6. Eguía dedica un breve apartado a los hermanos del autor de Fray Gerundio y especifica –suponemos que a partir de fondos documentales, pues no lo dice– sus nombres, fechas de nacimiento y ciertos datos biográficos de todos ellos, algunos errados pese a todo7. Con mínimas variantes Martínez Barbeito reproduce el anterior cuadro familiar e incurre en sus mismos errores, lo cual nos induce a pensar que utilizó los datos aportados por Eguía sin más comprobaciones8. Teniendo como base las aportaciones de los autores antecitados, nuestra investigación se orientó a comprobar, corregir o ampliar los datos ofrecidos por ellos, usando los fondos documentales oportunos y la bibliografía que nos permitiera completar los contenidos de este apartado. 5 Cf. por ejemplo, Fernández, La defensora de Fray Gerundio, Lic Fr, XXVIII (1975) 264: “María Francisca, la sexta de nueve hermanos sólo de padre que vinieron después del jesuita autor del Fray Gerundio”. 6 Cf. Pérez de Castro, Recuerdos y Cartas, CEG, XV (1960) 241. 7 Cf. Eguía, La predilecta hermana, Humanidades, VII (1955) 255-256. 8 Cf. Martínez Barbeito, Romance en gallego, BRAG, XXVIII, nn. 321/326 (1957) 24.

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Los libros sacramentales de la parroquia compostelana de San Félix de Solovio, en la que estuvo siempre domiciliada la familia de nuestra escritora, nos han servido fundamentalmente de base documental para trazar el cuadro biográfico de los –efectivamente– nueve hijos habidos en el matrimonio de José Isla y Rosa María de Losada. Los consideramos sucesivamente por orden cronológico de nacimiento.

2.1. María Josefa Antonia Joaquina Manuela Vicenta La primogénita de la familia Isla-Losada recibió el bautismo en la iglesia parroquial de San Félix de Solovio (este dato local se repetirá en sus hermanos posteriores) el 16 de enero de 1727, siendo su padrino el contador mayor de los estados del conde de Altamira, José Rodríguez de Ulloa. Suponemos que, según el uso de la época de bautizar cuanto antes a los recién nacidos, su venida al mundo habría tenido lugar el mismo día o alguno de los inmediatamente anteriores. La correspondiente acta bautismal dice así: “En diez y seys de henero de el año de mill sette çientos y veynte y siette yo franco Suarez de Castro theniente Cura de las parroquias de san feliz de solouio y sta Mª Salome de esta Ciudad de sto pr el Dor dn franco M1 de la Huerta y Vega Cura propio de ellas y en su ausencia Baptizze y puse los stos oleos en la dha de san feliz a una niña hija legma y de legmo matrimonio de Dn Joseph de Ysla de la Torre, y de Dª Rosa Mª de Losada su mugr, pusele nre Mª Josepha, Antonia, Joaquina, Manuela, Vicenta, fue su padrino Dn Joseph rz de ulloa todos vos de esta parroquia y palazio de su exª el ssor Conde de Altamira, adverti parentesco y mas obligazion y lo firmo ut supra = (Firmado:) franco Suarez de Castro”9. Desgraciadamente este primer fruto de la familia Isla-Losada no llegó a madurar, pues fallecía un mes después de cumplir los dos años de edad, siendo enterrada en la citada iglesia de San Félix, justo al día inmediato de haber nacido el segundo hijo de la familia. Eguía y Martínez Barbeito recogen el dato de manera inexacta, al afirmar que María Josefa murió siendo adolescente. 9 AHDS: FLPS, SFdS, Libro n. 7, Bautizados 1707-1768, fol. 98v., con esta nota marginal: “Mª Josepha h. de D.n Joseph de Isla”.

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He aquí el texto de la correspondiente acta de defunción: “En diez y siete de febrero de mill siete cientos y veinte y nuebe se dio sepultura en la Capilla mayor de s.n Feliz a una niña hija de d.n Joseph Isla de la Torre y para que conste lo firmo ut supra = (Firmado:) D.r D.n fran.co Man.l de la Huerta y Vega”10.

2.2. José Joaquín Como ya se apuntó, el segundo vástago de la familia Isla-Losada vino al mundo y/o recibió el bautismo en la parroquia de San Félix el 16 de Febrero de 1729, siendo apadrinado por el canónigo compostelano Juan García Abelló, recién designado obispo de Oviedo, cuya diócesis regiría entre 1730 y 1739. Ofició la ceremonia el P. Salvador Osorio, asistente de la Compañía de Jesús para España y las Indias, con quien estaba emparentada Rosa María de Losada y Osorio. Dice así la detallada acta que documentó el hecho: “En diez y seis de febrero de mill siete cientos y veinte y nueve el P.e Salvador Ossorio de la Compañia de Jhs de licencia de mi el D.or D.n Francisco Manuel de la Huerta y Vega Cura propio de las parroquiales Iglesias de s.n Feliz de Solovio y s.ta Maria Salome de esta Ciu.d de Santiago baptizò, y puso los s.tos oleos en la referida de s.n Feliz a un niño a quien puso nombre Joseph Joachin hijo lex.mo de D.n Joseph Isla de la Torre Alcalde mayor de los estados de el ex.mo señor Conde de Altamira natural de la parroquia de Santiago de Goviendes Concejo de Colunga en el Obispado de Oviedo, y de D.ª Rosa Losada y Ossorio su muger natural de s.n Lorenzo de Trives en el Obispado de Astorga, y vez.os de esta dha Ciu.d y parroquia referida de s.n Feliz fue su padrino el Ill.mo s.or D.n Juan Avello Canonigo Penitenciario de la s.ta Iglesia de esta dha Ciud.d y obispo electo de el Obispado de Oviedo, advirtió parentesco y mas obligaz.on y firmo con dho cura ut supra = (Firmado:) D.r D.n fran.co Man.l de la Huerta y Vega / Jhs. Salvador Osorio”11. 10 AHDS: FLPS, SFdS, Libro n. 17, Difuntos 1716-1777, fol. 46v., con estas notas marginales: “Párvulo de d.n Joseph Isla” y “sep.ª 7 r.es”. 11 AHDS: FLPS, SFdS, Libro n. 7 cit., fol. 108, con esta nota marginal: “Joseph Joachin h. de D.n Joseph Isla de la Torre”.

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Diversa documentación y bibliografía nos permiten trazar a grandes rasgos el relato biográfico de José Joaquín de Isla. Así, sabemos que en el año 1753 había contraído matrimonio con Ana Tomasa de Santayana y Sopuerta; y en el testamento otorgado por su madre en 1757 se establece que pasarían a él como primer heredero los vínculos de los Islas y Losadas, además de sus bienes, excepto las legítimas de sus hermanas entonces solteras. Pérez Costanti ha recogido un episodio de la vida compostelana en que aparece José Joaquín directamente implicado. En las elecciones de 1761 para procurador síndico general, que se celebraban en el ayuntamiento cada primero de año, resultó nombrado el marqués de Astariz, al parecer por influencia de los regidores. Cuando la procesión cívica lo fue a buscar a su casa para conducirlo a tomar posesión, los partidarios de Isla –cuya candidatura al cargo había resultado derrotada– promovieron un alboroto fenomenal y apedrearon las ventanas del concejo, provocando incluso en él un pequeño incendio. La denuncia del hecho acabó en varias detenciones y condenas, e incluso multas para los regidores por la dudosa legitimidad de la elección, penas que fueron recurridas y prolongaron el pleito varios años12. Este hecho y su secuela legal motivaron la intervención del P. Isla ante uno de los jueces, que era conocido suyo, ofreciéndole una información objetiva y veraz sobre su hermanastro13. Posteriormente José Joaquín se trasladó a la Corte para tratar de reorientar su vida en nuevas direcciones, valiéndose de apoyos familiares, pero allí se pierde su pista biográfica. Casualmente hemos localizado, entre los manuscritos inéditos del Cura de Fruime –nos ocuparemos de ellos extensamente en un capítulo de la segunda parte–, un testimonio de la actividad literaria de este hermano de la Musa Compostela. Al parecer, quizás para solicitar algún favor, había enviado durante su estancia en Madrid un regalo acompañado de un poema a Catalina Garimberti, esposa de Vicente Mónez, ambos muy amigos del citado Cura. Conocedora de la buena relación que éste mantenía con la familia Isla, la dama le había encargado que respondiera en su nombre a José Joaquín, lo que Cernadas hizo enviándole un poema formado por diez décimas14.

12 Cf. C. Pérez Costanti, Una elección de procurador general de Santiago, en 1761, en Notas viejas galicianas, II, Vigo 1926, 269-275. 13 Cf. Monlau, Obras P. Isla, Cartas escritas á varios sugetos, n. CXVIII (Pontevedra, 25-V-1764), pp. 601-602. 14 Cf. BXUSdC: Ms. 631, Décimas y Romances del Cura Fruyme, vol. 1º, poemas nn. 24 y 25 según el orden de encuadernación.

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2.3. Joaquín José Francisco Ignacio Como si la naturaleza quisiera compensar a los Isla-Losada de la pérdida de su hija María Josefa, al año siguiente de su muerte vinieron a la vida dos hijos gemelos. Aunque el acta bautismal es conjunta para ambos, como se verá de inmediato, individualizamos el tratamiento biográfico de cada uno de ellos para seguirlos en sus propios itinerarios. El primero de los dos hijos alumbrados fue Joaquín José, que recibió el bautismo el día uno de septiembre de 1730 y estuvo apadrinado por el jesuita P. Adrián Croze. He aquí el texto de la referida acta: “En primero de septiembre de el año de mill siete cientos y treinta yo D.n Pedro Antonio Valcarce Theniente cura de las parroquiales Iglesias de s.n Feliz de Solovio, y s.ta Maria Salome de esta Ciu.d de Santiago por el D.or D.n Francisco Manuel de la Huerta y Vega Cura propio de dhas parroquias baptize y puse los s.tos oleos a dos niños hijos lex.mos de D.n Joseph Isla de la Torre regidor de esta dha Ciu.d Alcalde Mayor de el estado de Altamira, y natural de la parroquia de Santiago de Goviendes en el principado de Asturias, y de D.ª Rosa Maria de Losada Buelta su lex.ma muger y natural de s.n Lorenzo de Tribes Obispado de Astorga: al primero niño que nacio se le puso nombre Joachin Joseph Francisco Ignacio fue su padrino el R.mo P.e Adrian Croze de la Compañía de Jhs: al segundo se le puso nombre Ramon Joseph Miguel Antonio fue su padrino D.n Joseph Rodríguez de Ulloa Contador mayor del dho estado de Altamira advertiles el parentesco, y mas obligacion a dhos padrinos y para que conste lo firmo con dho Cura el dia mes y año ut supra = (Firmados:) D.r D.n fran.co Manl de la Huerta y Vega / Pedro Antº Valcarze”15. Los biógrafos del P. Isla y de su hermana María Francisca anotan que Joaquín José ingresó en la orden benedictina, llegando a ser con el tiempo un conocido predicador de la misma, datos que hemos podido contrastar en algunos extremos. Está fuera de duda su pertenencia a la Orden de San Benito, pero su nombre no figura entre los que profesaron por entonces en cualquiera de sus monasterios en Galicia: Lorenzana, Samos, San Martín Pinario de Compostela, Celanova, Ribas de AHDS: FLPS, SFdS, Libro n. 7 cit., fol. 116, con esta nota marginal: “Joachin Joseph etc. y Ramon Joseph etc. hijos de D.n Joseph Isla de la Torre”. 15

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Sil, Poyo, Lérez y Tenorio16, lo que nos lleva a suponer que debió hacerlo en alguno de los pertenecientes a tierras de Castilla. Apoyan este supuesto las noticias que lo presentan ejerciendo el oficio de predicador en los monasterios burgaleses de Oña y Cardeña, de cuya actividad han quedado algunas muestras impresas: Sermon panegirico-moral, que en obsequio del Glorioso Patriarca San Josef y por comision del Ilmo. Señor Arzobispo de Burgos, predicó en la Iglesia Parroquial de San Lorenzo de aquella Ciudad, en el dia primero de Mayo de este presente año... Nicolás Villagordo, Salamanca 1775; Oracion panegírica a María Santíssima del Rosario en accion de gracias por los beneficios recibidos... Vda. e Hijos de Santander, Madrid 179017. Nuestras referencias sobre este tercer hijo de los Isla-Losada se acaban aquí, pues no hemos podido documentar ningún otro dato sobre el mismo. Sin embargo, tanto acerca de él como de su hermano gemelo hay diversas referencias en el epistolario del P. Isla, para cuyo detalle remitimos al capítulo III.

2.4. Ramón José Miguel Antonio El segundo de los gemelos nacidos en el mismo parto recibió también el bautismo el primero de septiembre de 1730, que le fue administrado igualmente por el teniente cura de la parroquia de San Félix, Pedro Antonio Valcarce, siendo su padrino José Rodríguez de Ulloa, contador mayor de los estados de Altamira, que ya lo había sido de su difunta hermana María Josefa. Tanto Ramón José como su hermano gemelo Joaquín José recibieron el sacramento de la confirmación en su parroquia de origen, el 27 de abril de 1732, que les había sido administrado por el arzobispo José del Yermo Santibáñez, estando apadrinada la numerosa tanda de infantes por el “D.or D.n Manuel Calbelo Juez hordinario y de Apelaciones de esta Ciu.d y Arzobispado”. El acto quedó inequívocamente documentado con esta escueta inscripción, entre la larga lista de confirmados: “Ramon Joseph, y Joseph Joachin hijos de Dn Joseph Isla, y de Dª Rosa Losada”18. 16 E. Zaragoza Pascual ha documentado certeramente los profesos de estos monasterios en una serie de artículos publicados en Estudios Mindonienses entre 1990 y 1992. 17 Cf. Aguilar Piñal, Bibliografía siglo XVIII, IV, Madrid 1986, nn. 4608 y 4609. 18 AHDS: FLPS, SFdS, Libro n. 7 cit., fol. 123v.-126v.; la citada referencia, en el fol. 125v.

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Notemos acerca de las confirmaciones, que estas son las dos únicas que hemos podido documentar de los nueve hijos que tuvieron los Isla-Losada. En el libro de bautismos usado para registrarlas, correspondientes a los años 1727-1747, solamente figuran tres tandas de confirmaciones (en los años 1732, 1744 y 1747) y ellos son los únicos que aparecen. Eso no quiere decir que los otros siete no hubieran recibido oportunamente este sacramento, y es muy probable que lo hubieran hecho en cualquiera de las frecuente tandas que para los niños de la ciudad compostelana celebraban los arzobispos y obispos auxiliares en distintas iglesias. Los citados biógrafos afirman que Ramón José se hizo también religioso en edad juvenil, aunque en este caso lo fue de la Compañía de Jesús –quizás por influencia de su hermanastro el P. Isla– y llegó a ser un jesuita de vivo ingenio, que falleció el 26 de julio de 1765 en Segovia, poco antes de cumplir los 35 años, víctima del contagio.

2.5. Josefa Joaquina Manuela María Un nuevo vástago se vino a sumar a la familia Isla-Losada en 1732, aunque tuvo una existencia muy efímera y no llegó a completar su primer año de existencia. Algunos de los mencionados biógrafos (Eguía, Martínez Barbeito) yerran en este último dato, pues la dan como muerta “de niña”. Josefa Joaquina fue bautizada el 23 de mayo de 1732 por el teniente cura de la parroquia de San Félix de Solovio, estando apadrinada por el canónigo Manuel de Yanguas, que pertenecía al cabildo compostelano desde el año 1701. La correspondiente acta dice así: “En veinte y tres de Mayo de mill siete cientos y treinta y dos yo D.n Domingo Antonio Bolaño Theniente Cura de las parroquiales Iglesias de s.n feliz de Solovio y s.ta Maria Salome por el D.or D.n Francisco Manuel de la Huerta y Vega Cura propio de dhas parroquias baptize y puse los s.tos oleos a una niña, a quien puse nombre Josepha Joachina Manuela Maria hija lex.ma de D.n Joseph Isla Alcalde mayor de los estados del Ex.mo Conde de Altamira y de D.ª Rosa Losada su muger vez.os de la dha de s.n feliz, fue su padrino D.n Manuel de Yanguas Canonigo en la s.ta Iglesia de esta Ciu.d de Santiago advertile parentesco, y mas obligación, y para que conste lo firmo ut supra = (Firmados:) D.r D.n fran.co Man.l de la Huerta y Vega / Domingo Antonio Bolaño”19. AHDS: FLPS, SFdS, Libro n. 7 cit., fol. 127, con esta nota marginal: “Josepha Joachina h. de D.n Joseph de Isla”. 19

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Como ya se dijo, la existencia de esta niña fue muy breve, pues antes de cumplir los nueve meses fallecía y era enterrada en la iglesia del colegio de los jesuitas, al que estaba adscrito por entonces el P. Isla. Aunque en el acta de defunción no figura por su nombre, sin ninguna duda se refiere a Josefa Joaquina, única posible entre los hijos de José Isla, y dice así: “En diez y ocho de febrero de mill sietecientos y treinta y tres se dio sepultura en el colegio de la Compañía de Jhs de esta Ciu.d de Santiago, a una niña parbula hija de d.n Joseph de Isla Alcalde mayor de los estados de Altamira y para que conste lo firmo ut supra = (Firmado:) D.r D.n fran.co Man.l de la Huerta y Vega”20.

2.6. María Francisca Josefa Rosa Rita Benita La Musa Compostelana, nuestra biografiada, fue el sexto vástago de la familia Isla-Losada y recibió también las aguas bautismales en la iglesia parroquial de San Félix de Solovio, contando con el padrinazgo de su hermanastro el P. José Francisco de Isla, entonces docente en el colegio jesuítico de Santiago. Este doble vínculo que unió fuertemente a ambos hermanos marcaría profundamente la existencia de uno y otro, emparejando asimismo sus destinos literarios. Como de los principales elementos biográficos de nuestro personaje nos ocupamos documentada y ampliamente en otros capítulos, aquí nos limitamos a señalar sus principales hitos: — 5 de octubre de 1734: bautismo en la parroquia compostelana de San Félix. — 12 de septiembre de 1754: matrimonio con Nicolás de Ayala en la catedral jacobea, oficiado por su pariente el canónigo José Francisco Losada Quiroga. — 4 de octubre de 1774: fallecimiento de Nicolás de Ayala en Santiago, y comienzo de la larga viudedad de María Francisca. — Mayo de 1808: Muerte y probable enterramiento de nuestra biografiada –hechos no documentados– en la iglesia compostelana de la Compañía de Jesús.

20 AHDS: FLPS, SFdS, Libro n. 17 cit., fol. 59v., con esta nota marginal. “Parb.º h. de d.n Joseph de Isla”.

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2.7. María Isabel El siguiente miembro de la familia Isla-Losada vino al mundo el 2 de julio de 1736 (es el único de los nueve hermanos de quien consta en el acta la fecha de nacimiento) y recibió el bautismo tres días después en la parroquia de San Félix. Ofició la ceremonia el rector del colegio de los jesuitas, P. Juan de Salinas, y apadrinó a la nueva cristiana el regidor compostelano Andrés de la Torre. He aquí el texto de la correspondiente acta bautismal: “En cinco de Jullio de mill siete cientos, y treinta y seis Yo el P.e Juan de Salinas retor del collegio de la Compañia de Jesus de esta Ciudad de Santiago de Lizencia de D.n Domingo Antonio Bolaño, Theniente Cura de las Parroquiales iglesias de san felix de solouio, y santa Maria Salomè por el D.r D.n Fran.co Man.l de la Huerta y Vega cura propio de dhas Parroquiales iglesias, Baptizè, y puse los sancto (sic) oleos a una niña que naciò el dia dos de este dho mes a las onze de la noche â quien puse nombre Maria, Ysauel, hija lexitima de D.n Joseph de Isla Alcalde de los Estados, del Excelentísimo, Conde de Altamira, y de D.ª Rosa Losada, su muger vezinos de la referida parroq.ª de San felix, fue su padrino D.n Andres de la Torre regidor, y vezino de dha Ciudad, advertile Parentesco, y mas obligaccion y para que conste lo firmo con dho Theni.e Cura, ut supra = (Firmados:) Jhs Juan de Salinas Ror / Domingo Antonio Bolaño”21. Los biógrafos del P. Isla y de su hermana María Francisca, así como la correspondencia entre ambos, ofrecen algunas referencias de interés sobre María Isabel de Isla, que resumimos para el lector con el apoyo de diversa documentación y bibliografía. María Isabel contrajo matrimonio canónico por poderes con Antonio Ortiz Pedrosa –que se los había otorgado a Nicolás de Ayala,, el marido de nuestra María Francisca– el 24 de agosto de 1762. Notemos la reciente orfandad de la desposada, pues a la muerte en el mes de febrero de su padre, se había venido a sumar la de su madre cuatro meses después. La reproducción de la extensa acta, que detalla todos los pasos legales dados para la celebración, nos exime de más informaciones sobre el particular:

21 AHDS: FLPS, SFdS, Libro n. 7 cit., fol. 153v., con esta nota marginal: “M.ª Isauel, H. de d.n Joseph de Isla”.

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“En catorze de (tachado: Nobiembre) Octubre de mil setez.os y sesenta y dos se me entregò una certificación dada p.r el D.or D.n Francisco de Hebia y Ayala del gremio, y claustro de la Universida (sic) de Santiº como p.r poderes otorgados del Señor D.n Antonio de Ortiz, y Pedrosa natural de la Villa de Balderas Obispado de Leon, hijo lexitimo de D.n Joseph Ortiz de Salinas, y de D.ª Isabel Ana de Pedrosa, y Elicendo, vecinos de la Villa de Pedrosa, al que se amonestó en dicha Villa de Balderas, y se halla aprobada en autentica forma p.r los Prouisores de aquella Diócesis de Leon sed (sic) Vacante, y con poder especial, que ha otorgado â D.n Nicolas de Ayala, p.ª que en su nombre, y haciendo sus veces pudiese contraher matrimonio con D.ª Maria Isabel de Isla, su fecha de doze de Agosto de mil setzos y sesenta y dos el que se halla aprobado en autentica forma, hija lexitima de D.n Joseph de Isla de la Torre y de D.ª Maria Rosa de Losada, y Ossorio vezinos, que fueron de la Parroquia de S.n Feliz de Solouio, Alcalde mayor de los estados de Altamira de que fueron testigos D.n Juan de Prado Arcidiano de Cornado dignidad de la Santa, y Apostolica Iglesia de Santi.º y canonigo de ella, y D.n Juan Antonio de Ayala administrador de la Renta del tabaco, y Regidor perpetuo de la Villa de Cangas de Tineo Principado de Asturias, y D.n Juan Manuel Arias tambien Regidor de la misma Villa, quienes aseguraron no tener ningun impedimento los contrahentes, para contraher el matrimonio el que se celebrò con todas las ceremonias que manda N.ra Santa Madre Iglesia, todo lo que certifico, y juro, in verbo sacerdotis Santiago, y Agosto veinte y quatro de mil setizientos y sesenta y dos = D.or D.n Francisco de Hebia, y Ayala = Y â continuacion del memorial presentado p.r D.ª Isabel (entre renglones: Mª) de Isla, y Losada, y D.n Antonio Ortiz de Pedrosa presentado al Ill.mo señor Arzobispo, y señor de esta Ciud y Arzobispado, quien le dispensò en las publicatas de las tres amonestaciones, seg.n consta del decreto, que â continuacion del memorial presentado p.r ellos es como sigue: Lestroue Agosto veinte y uno de mil setezos y sesenta y dos S. Y = atendiendo a lo que se nos representa, y a las distinguidas circunstancias de los señores D.n Antonio Ortiz de Pedrosa vecino de la Villa de Balderas Reyno de Leon, y de D.ª Maria Isabel de Isla, y Losada vecina de nuestra Ciud de Santiago ya que estamos ciertos de no hallarse con impedimento alguno, y el dicho D.n Antonio Ortiz hauer acreditado su libertad ante su Ordinario de que nos exhibiò testimonio, p.r lo que â nos toca, y quanto â la dicha D.ª Maria Isabel de Isla dispensamos en las tres amonestaciones, que manda el Santo Concilio de Trento, y damos facultad al Cura de la Parroquia donde es vecina, ô qualquiera Presbitero de este Arzobispado p.ª que asista al Matrimonio, que desean contraher dichos señores sin perjuicio del dere-

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cho Parroquial y mandamos al Cura a quien toca que precedida certificacion del Presbítero, que asistiere al expresado Matrimonio, ponga en el libro de casados de su Parroquia la partida correspondiente con insercion de este decreto, y en tiempo debido les dè las bendiciones de la Iglesia = Bartolome Arzobispo de Santiago = Por manda del Arzobispo mi señor = D.n Bernardino de Prado, y Ulloa, secretario = Y en veinte y quatro = A cuio matrimonio asistio el D.or D.n Francisco de Hebia, y Ayala segun consta de su certificacion dada y decreto de S. Y. el Señor Arzobispo de esta Ciu.d y Arzobispado, de que fueron testigos D.n Juan de Prado Arzidiano de Cornado, D.n Juan Antonio de Ayala, y D.n Juan Manuel Arias vez.os de esta Ciud contenidos en dha Partida, como mas bien consta de los papeles, y decretos que delante mí exhibieron el dia referido catorze de Octubre de (entre renglones: este) presente mes y año = Y en veinte y quatro de dhô mes y año les belè, y di las mas bendiciones de la Iglesia de que certifico y firmo como Cura que soy de las Ig.las Parroquiales de S.n Feliz de Solouio, y Santa Maria Salome de la Ciud de Santiago = testado Noviembre = no vª = Octubre entre renglones = vª = entre renglones = este = vª = (Firmado:) Domingo Antonio Bolaño”22. Resumiendo el largo texto precedente, he aquí la síntesis de los documentos que lo componen: Poder de Ortiz Pedrosa a Ayala para que se casara en su nombre (12-VIII1762); Dispensa de amonestaciones y autorización al sacerdote para asistir al matrimonio (21-VIII-1762); Certificado de la celebración por el sacerdote asistente, Dr. Francisco Hebia (24-VIII-1762); Inscripción del matrimonio en el libro de casados de San Félix, previa exhibición de dichos certificados (14-X-1762); Velaciones (24-X-1762). En la correspondencia del P. Isla se encuentran algunas curiosas alusiones a su cuñado Antonio Ortiz de Pedrosa. Así, en una carta enviada desde Santiago el 17 de octubre de 1762 le llama “mi nuevo cuñadito, sobrino y yerno”, pues sus hermanas eran como hijas para él; y en otra, remitida desde Pontevedra el 9 de octubre de 1763, se refería a Ortiz –retenido en Astorga por enfermedad– como a su “querido sobrino Antonio el casto”23. Dichas cartas y las citadas fuentes bibliográficas informan que el matrimonio de María Isabel con Antonio Ortiz de Pedrosa, mayorazgo de su casa y cuya familia 22 AHDS: FLPS, SFdS, Libro n. 14, Casados 1724-1796, fols. 116-117, con esta nota marginal: “Dn Antº Ortiz y Dª ysabel de ysla se casaron”. 23 Cf. Monlau, Obras P. Isla, Cartas escritas á varios sugetos, nn. CXI y CXVII, pp. 595 y 601, respectivamente.

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estaba emparentada con la suya, fue concertado a raíz de morir sus padres como salida a su difícil situación, pasando a residir al domicilio de su marido en la localidad leonesa de Valderas24. De este matrimonio tuvo dos hijos (José Joaquín y María Teresa), enviudando en torno al año 1770, pero ya no regresó a Compostela, donde sólo permanecía su hermana María Francisca viuda. En aquella villa leonesa contrajo luego su segundo matrimonio con Manuel Alonso de Murlanes, perdiéndose documentalmente su pista a partir de entonces.

2.8 Juan Manuel Bernardo Domingo José de la Visitación El último hijo varón de la familia Isla-Losada tuvo también una existencia efímera, como sus hermanas antecedentes María Josefa y Josefa Joaquina, pues falleció apenas cumplidos los trece meses de vida. Los citados biógrafos –Eguía, Martínez Barbeito– sólo indican genéricamente que murió siendo niño. Juan Manuel fue bautizado el 4 de julio de 1737 en la parroquia de San Félix, oficiando la ceremonia José Antonio Goiri, canónigo penitenciario de la catedral compostelana desde tres años antes, y siendo sus padrinos el racionero de dicha catedral Juan de Yanguas y la señora María Antonia Gil Gutiérrez. La detallada acta que lo certifica dice así: “En quatro de Jullio de el año de mil siete cientos, y treinta, y siete yo el Doctor d.n Joseph Goire, Canonigo Penitenciario en la Santa Iglesia de el Señor Santiago de esta Ciu.d de lizencia de d.n Domingo Antonio Bolaño Theniente Cura de las Parroquiales, iglesias de san felix de Solouio, y Santa Maria Salomè; baptizè solemnemente, y puse los santos oléos á un niño, que puse nombre, Juan Manuel Bernardo Domingo Joseph de la Vissitacion; Hijo lexitimo, de d.n Joseph de Isla, y de D.ª Rosa Lossada su Muger; fueron sus Padrinos D.n Juan de Yanguas Racionero Prevendado en dicha s.ta iglesia, y D.ª Maria Antonia Gil Gutierrez, todos vecinos de esta dicha Ciudad, y para que conste lo firmo con dicho theniente Cura ut supra = (Firmados:) D.n Joseph Ant.º de Goiri / Domingo Antonio Bolaño”25. 24 Cf. especialmente C. Pérez Picón, El P. Isla, vascófilo, Epistolario Gortázar-Montiano, cartas nn. 59 (Pontevedra, 11-VIII-1762) y 62 (Santiago, 23-X-1762): Miscelánea Comillas, n. 43 (1965) pp. 484 y 489-490, respectivamente. 25 AHDS: FLPS, SFdS, Libro n. 7 cit., fol. 159v., con esta nota marginal: “Ju.º Man.l hijo de D.n Joseph de Isla”.

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El segundo documento que avala la biografía de Juan Manuel es el acta de defunción que acredita su entierro, el 17 de agosto de 1738, en la citada iglesia parroquial: “En diez y siete de agosto del año de mil setecientos treinta y ocho, se diò sepultura de ocho reales dentro de la Iglesia Parroquial de san felix de Solovio de esta Ciud a un niño Parvulo hijo de dn Joseph de Isla, y de Dª Rosa Losada su muger, vezinos de dha Parroquia, y para qe conste lo firmo ut supra = (Firmado:) Domingo Antonio Bolaño”26.

2.9. Antolina Cándida Rosalía La serie de vástagos de la familia Isla-Losada se cerraba definitivamente, casi doce años después de haberse iniciado, con Antolina (no Antonina, como figura en el acta de su bautismo, celebrado el día de San Antolín) Cándida, acerca de la cual disponemos también de algunas fuentes documentales y bibliográficas. La benjamina de la saga recibió el bautismo –como todos sus hermanos antecedentes– en la parroquia de San Félix de Solovio el 4 de septiembre de 1738, oficiado por el teniente cura de la misma y fue su padrino el canónigo compostelano Manuel de Yanguas, que ya lo había sido de su difunta hermana Josefa Joaquina seis años atrás. El acta correspondiente está redactada en los siguientes términos: “En quatro de septiembre año de mil siete cientos y treinta y ocho yo Dn Domingo Antonio Bolaño Theniente Cura de las Iglesias Parroquiales de s.n felix de Solovio, y Santa Maria Salome de esta ciu.d de Santiago, Baptize solemnemente, y puse los sanctos Oleos a una niña que puse nombre Antonina Candida Rosalea hija lexitima de Dn Joseph Isla de la Torre Alcalde Mayor de el estado de Altamira, y de Dª Rosa Maria de Losada su muger vezos de dha Parroquia de sn felix fue su Padrino Dn Manuel de Yanguas Canonigo de la S.ta Iglesia del S.r Santiago de esta Ciu.d advertile el parentesco spiritual y mas obligacion y para que conste lo firmo ut supra = (Firmado:) Domingo Antonio Bolaño”27.

AHDS: FLPS, SFdS, Libro n. 17 cit., fol. 82, con estas notas marginales: “Párvulo h. de d.n Joseph de Isla” y “Sepª 8 r.s”. 27 AHDS: FLPS, SFdS, Libro n. 7 cit., fol. 167v., con esta nota marginal: “Antonina h. de dn Joseph Isla”. 26

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En el testamento dispuesto por su madre en febrero de 1757, figuran Antolina y su hermana María Isabel –que contaban 19 y 21 años de edad, respectivamente– como solteras convivientes en el domicilio familiar, a cada una de las cuales legaba diversos muebles, enseres, ropas y cubertería por el cariño con que la cuidaban en su larga enfermedad, habiendo dispuesto con su marido tres años atrás un documento de vinculación de bienes en que, además, les transmitirían a cada una 30.000 reales de legítima, a su muerte28. En el epistolario del P. Isla hay numerosas muestras del cariño que profesaba a Antolina, para quien enviaba continuamente saludos o escritos en la correspondencia con María Francisca. Ese amor se mostró especialmente solícito a partir de los primeros meses de 1758, en que la grave enfermedad que les afectó a ella y a su hermana Isabel hizo temer por sus vidas; recuperadas finalmente, Antolina quedó tullida, poco antes de cumplir los veinte años29. Desde entonces las preocupaciones y referencias a ella aparecen a menudo en la correspondencia isleña. Sumado a ello, la decadente salud de sus padres hizo trasladarse a Compostela al P. Isla en los últimos meses de 1760 para atenderlos en lo posible. Y, a vista de que la situación se prolongaba, solicitó un destino próximo para seguir cumpliendo con su obligación familiar, siendo trasladado a la residencia de Pontevedra en marzo de 1761, donde permaneció asignado hasta la expulsión de los jesuitas en 1767. Durante esta etapa sus viajes a Santiago fueron constantes y su preocupación por los asuntos familiares se incrementó a raíz de la muerte de sus padres (febrero y junio de 1762), tomando sobre sí la responsabilidad de gestionar la herencia de sus hermanas solteras y disponer su matrimonio (así lo hizo, en el caso de Isabel, como ya se dijo). Antolina hubo de pasar al domicilio y cuidado de su hermana casada María Francisca, que la acogió fraternalmente pese a estar ella entonces seriamente enferma. Antolina hubo de pasar en esa situación tres años, bajo la constante preocupación del P. Isla, que temía por la vida de María Francisca: “... en lo natural puede vivir muy poco... / La tullidita, que está en su compañía, quedará desamparada siempre que ella falte; y si yo me desviara, no tendría a quien volver sus ojos”; por eso, permanecía en Pontevedra, “quedándome a la vista de estas pobres muchachas para consolarlas y asistirlas en lo poco que ya me puede restar de vida”30. Afortunadamente María

Cf. AHUS: SPN, Notario Juan García Vaamonde, Protocolo 5.163: Año 1757, fols. 17-18. Cf. Monlau, Obras P. Isla, Cartas familiares, especialmente las nn. CXXII, CXXIV, CXXX y CXXXV, enviadas desde Villagarcía de Campos en marzo y abril de 1758. 30 C. Pérez Picón, El P. Isla, vascófilo, Epistolario Gortázar-Montiano, carta 62 (Santiago 23-X-1762): Miscelánea Comillas, n. 43 (1965) 489-490. 28 29

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Francisca se repuso de sus dolencias y Antolina –según los biógrafos isleños– recobró milagrosamente la salud el día que cumplía los veinticinco años. Efectivamente, en la conocida historia del santuario orensano de las Ermitas, publicada por Contreras en 1798, se narra uno de los milagros ocurridos allí, en la persona de “Antonia Candida de Ylla”, sin duda la hija última de los Isla-Losada. Gravemente enferma e impedida desde hacía cinco años, se hizo llevar al santuario de la Virgen de las Ermitas el día de su santo, 4 de septiembre de 1763; puesta bajo su manto, recobró la salud y se celebró públicamente el milagro, quedándole tan sólo una secuela visible en su mano. El autor añade que casó luego con Antonio Robleda y Abeúnza, oficial agregado en Monterrey, vecino de la Rúa de Valdeorras, y que seguía viviendo allí al publicarse la obra31. Se sabe también que, desde su matrimonio en 1771, siguió habitando hasta el fin de sus días en la citada localidad orensana.

3. MARÍA FRANCISCA DE ISLA Y SU FAMILIA El objetivo de este apartado es sencillo y, aparentemente, de fácil realización: determinar las relaciones de María Francisca con su familia “ de la carne y de la sangre” –padres y hermanos, sobre todo–, ilustrándolas a ser posible con el relato de situaciones y episodios vividos en ese ámbito. Desgraciadamente la documentación y bibliografía manejadas en nuestra investigación apenas ofrecen más que unas leves referencias sobre el tema, al que sólo nos han permitido acceder de manera indirecta y casi siempre superficial. María Francisca de Isla vivió en el domicilio paterno, el palacio compostelano de los condes de Altamira –donde tenía una espléndida vivienda José de Isla, como alcaide general de sus estados en Galicia–, hasta que contrajo matrimonio con Nicolás de Ayala en septiembre de 1754, unos días antes de cumplir los veinte años de edad. Pese a carecer de testimonios de primera mano sobre el particular, podemos asegurar la buena armonía y el amor que caracterizó siempre la relación de nuestra biografiada con sus padres y hermanas, pues fue de hecho la hija mayor de la familia y la primera de ellas que se casó. Nos ha quedado un precioso testimonio de esa unión (Villagarcía de Campos, 24-I-1755), cuatro meses después de haberse casado, que la pone graciosamente de relieve: 31 Cf. M. Contreras, Historia del celebre santuario de Nuestra Señora de las Ermitas, situado en las montañas que baña el río Bibe y en tierra del Bollo, Reino de Galicia y Obispado de Astorga, Salamanca 21798, 457-458.

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“El mimo que todas teneis de estar junticas es hereditario, pues me aseguran que cuando tu marido te sacó de casa para llevarte á la suya, á Madre y á Antolina hubo de costar muy cara esta terrible separación (...) A la verdad, vivir distantes unas de otras mas de cuarenta pasos, y no verse á lo sumo mas que de 24 en 24 horas, dóyselo al mas denodado”32. Las otras hijas del matrimonio Isla-Losada nacidas antes que María Francisca (María Josefa en 1727 y Josefa Joaquina en 1732) fallecieron en sus dos primeros años de existencia. Y las posteriores a ella (María Isabel, nacida en 1736, y Antolina Cándida en 1738) acompañarían hasta los últimos días a sus padres en el domicilio familiar. Tras su matrimonio con Ayala, nuestra biografiada siguió compartiendo la misma relación de hija y hermana con los suyos, pues al residir en Santiago los visitaba asiduamente. Por esa razón pudo participar directamente en los acontecimientos luctuosos (muerte de sus padres) y felices (bodas de María Isabel y Antolina Cándida) de los suyos. Un dato documentado nos permite establecer de forma indirecta el espacio preeminente que ocupaba María Francisca en el corazón de sus padres. En el testamento otorgado por Rosa María de Losada el 18 de febrero de 1757, por el cual disponía de sus propios bienes a favor de sus hijos José Joaquín (casado), María Isabel y Antolina (aún solteras), justificaba no legarle nada a María Francisca por haberle entregado ya en efectivo la más generosa dote, al tiempo de contraer matrimonio con Nicolás de Ayala33. Nuestra biografiada continuó, pues, vinculada directa e inmediatamente a la casa familiar durante ocho años, tras casarse con Ayala. Mantuvo la relación con sus padres hasta sus respectivos fallecimientos (el de José de Isla ocurrido en febrero de 1762 y el de Rosa María de Losada en junio del mismo año) y, por extensión, con sus hermanas solteras María Isabel y Antolina Cándida, que compartían con ellos el domicilio. Esa activa relación experimentó importantes cambios a raíz de la citada muerte de sus padres, pues parece lógico pensar que poco después de ellas se debió desmontar su vivienda en el palacio de los Altamira, para que se alojara en ella el nuevo alcaide mayor de sus estados. De hecho, a María Isabel se le concertó rápidamente el matrimonio con un pariente y dejaría de habitar en Compostela desde agosto de 1762 (dos meses después de morir su madre), cuando contrajo matrimonio con 32 33

Monlau, Obras P. Isla, Cartas familiares, n. V, p. 425. Cf. AHUS: SPN, Notario Juan García Vaamonde, Protocolo 5.163. Año 1757, fol. 18.

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Antonio Ortiz de Pedrosa, trasladándose a la localidad leonesa donde éste tenía domicilio. La buena relación entre ambas hermanas, María Francisca y María Isabel, se puso de relieve de forma efectiva con ocasión del matrimonio de esta última. Debido a la rapidez del acuerdo matrimonial y a la ausencia del novio, la boda hubo de celebrarse por poderes, haciéndolo en nombre de éste Nicolás de Ayala, el marido de nuestra escritora. La correspondencia del P. Isla evidencia las buenas relaciones que mantuvieron posteriormente con María Isabel y el nuevo cuñado Antonio Ortiz, tanto el sabio jesuita como la Musa compostelana y su marido. Respecto a las relaciones de María Francisca con Antolina Cándida, el último vástago de los Isla-Losada, poco más podemos añadir a lo expuesto en el apartado anterior, habida cuenta de las pocas referencias que tenemos sobre ella. Retomando lo que dijimos entonces y el relato ofrecido por Contreras, sobre la milagrosa recuperación de su salud en el santuario de las Ermitas, en septiembre de 1763, parece congruente suponer, dado que vivía desde la muerte de sus padres con María Francisca –en aquellas circunstancias era la única familiar directa que tenía en Compostela y que podía ayudarla en su deficiente estado de salud–, la más que probable presencia de nuestra escritora en el episodio milagroso. Con sus hermanos varones no parece haber tenido María Francisca unas relaciones tan directas y continuadas. Aparte la convivencia familiar con los mayores (José Joaquín, cinco años mayor y casado el año anterior a ella; los gemelos Joaquín José y Ramón José, que le llevaban cuatro años e ingresaron en religión a los inicios de su juventud), limitada por las costumbres de la época, y la efímera presencia familiar de Juan Manuel (que sólo vivió trece meses) coincidiendo con el tercer y cuarto años de vida de María Francisca, las relaciones fraternales más directas fueron las ya dichas con sus hermanas, a excepción de las mantenidas esporádica y epistolarmente con sus hermanos frailes. Quizás el testimonio más emocionante de la honda relación existente entre los hermanos Isla se encuentra en la primera carta (de las que conocemos publicadas) remitida por el P. Isla a María Francisca desde que se hallaba desterrado en Bolonia, cuatro años después de su expulsión de España. Fechada el 19 de julio de 1771, contestaba a la suya de un mes antes y le decía que gracias al Conde de Aranda estaba informado de la marcha de la familia: “Nicolás quedaba casi civilmente muerto; que Maria Isabel há dos años que está viuda; que murieron tambien su suegro y su cuñada; que José Joaquin y su mujer se mantienen en Salamanca; que Antolina se casó; que Fray

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Joaquin está de predicador de gracia en su monasterio de Oña; y que tú estás sitiada y consumida de trabajos”34. Consideración aparte merece el trato especial y la íntima relación fraternal que nuestra biografiada mantuvo con su hermanastro y padrino el P. Isla, favorecida tanto por su estancia de varios años en el colegio jesuítico de Santiago –durante la edad juvenil de María Francisca– como por su compartida afición literaria, que los mantendría unidos hasta la muerte del autor del Fray Gerundio y, después de ella, la impulsaría para publicar muchos de sus escritos inéditos. Tan cualificada relación, que marcaría profundamente la existencia de nuestra escritora, es objeto de una detallada consideración en el siguiente capítulo. No queremos cerrar este apartado sin tratar, aunque sea de manera elemental, las relaciones que mantuvo nuestro personaje con otros miembros de su familia tanto paterna como materna, de los que se tienen algunas referencias. Hemos dejado constancia más arriba de algunos parientes próximos (tíos, primos) de su madre, que se cruzaron indirectamente en momentos puntuales de su biografía con María Francisca. Así, el jesuita P. Salvador Osorio, que celebró el bautismo de su hermano José Joaquín; y el canónigo compostelano José Francisco Losada Quiroga, más tarde obispo de Mondoñedo, que ofició su boda con Nicolás de Ayala en la catedral del Apóstol. Respecto a la familia de su padre, Pérez de Castro ofrece unas interesantes referencias, en su ya citado artículo, sobre las relaciones epistolares que mantuvo con un familiar lateral de José de Isla Pis de la Torre. Se trata del joven José Joaquín de Isla y Mones, que se aconsejaba por los años 1799-1800 sobre la elección de carrera y trabajo con su ya anciana parienta María Francisca de Isla, entonces residente en Madrid por razones de salud. A través del texto de dos cartas enviadas por ella y el borrador conservado de una de él, se evidencia la buena relación que existía en la familia, si bien los tratamientos y expresiones guardaban la formal distancia que entonces se utilizaba: “Muy Sr mio y de mi mar estiman”, “My muy estimada sra de mi mayor respeto”, “Pido a Dios gue su vida ms as en compª de sus Padres como lo desea su mas afª segª servidora Q. S. M. B.”35 En definitiva, entendemos que nuestra biografiada creció durante su infancia y juventud muy integrada afectivamente dentro de su familia directa, especialmente con sus padres y hermanas. Durante el tiempo de su matrimonio con Nicolás de 34 35

Monlau, Obras P. Isla, Cartas familiares, n. CCLXIV, p. 523. Pérez de Castro, Recuerdos y cartas, CEG, XV (1960) 239-247, específicamente pp. 243-246.

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Ayala –que duró veinte años, hasta la muerte de éste en octubre de 1774–, del cual no tuvo hijos, mantuvo activamente la relación con sus padres mientras vivieron y con sus hermanas hasta que se casaron. Después de ello los encuentros fueron más distantes y esporádicos, manteniendo sobre todo el trato de forma epistolar con sus hermanos casados y religiosos. Sin embargo, se fortaleció progresivamente la relación que ejercitó de forma continua con su hermanastro, el P. Isla, de cuyo recuerdo activo disfrutó incluso después de su muerte en Bolonia el año 1781.

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CAPÍTULO III EL P. ISLA Y COMPOSTELA Aunque el lector pueda pensar que introducir en el relato biográfico de la Musa Compostelana un capítulo dedicado por entero a su hermano José Francisco, el famoso y controvertido autor del Fray Gerundio de Campazas, quizás represente una distracción respecto al desarrollo sincrónico que estamos siguiendo, hemos de decirle que no es así. La biografía de María Francisca de Isla es difícilmente concebible –al menos la biografía literaria y editorial que da sentido fundamental a esta obra– sin aquella relación permanente, prolongada en el tiempo y fundamentada en el afecto que mantuvo con su hermano y padrino. Hasta tal punto que la proyección alcanzada por su figura humana fuera del acotado reducto de la capital compostelana, donde vivió la mayor parte de su existencia, no hubiera sido posible sin esa relación y todo lo que ella le comportó. Incluimos aquí la permanente influencia que el P. Isla tuvo al interior de la familia Isla-Losada y del matrimonio Ayala-Isla, su activa pertenencia a los círculos culturales y sociales de la ciudad del Apóstol, las acusadas amistades que le surgieron en ella y perduraron a lo largo de su vida. Muy especialmente las de dos eclesiásticos que, junto con el propio Isla, iban a ejercer un influjo decisivo en la vocación literaria de María Francisca: el arzobispo Bocanegra y el Cura de Fruime. Cuando el sabio jesuita, anciano y decrépito en su destierro italiano, mantenía pese a todas las dificultades la correspondencia con su predilecta hermana, para informarla de su triste situación y de sus inconcusos proyectos literarios, no dejaba de apelar a la memoria afectiva, trayendo al presente relaciones y amistades compostelanas surgidas dos y tres décadas atrás. Sus diversas estadías jesuíticas en Santiago habían marcado tan profundamente su existencia, que llegaron a convertirse en un inevitable polo referencial hasta el fin de sus días.

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Y así, allá en la lejana Bolonia –de donde nunca retornaría ya–, el P. Isla levantaba con sus comunicaciones a María Francisca la torre de control de sus grandes amores, sentimientos y proyectos; convertía a la hermana menor en la confidente de su hondo dolor de amigo tras la muerte de su marido y de su agradecimiento de hermano, amado casi como un padre hasta las últimas consecuencias; le comunicaba sus proyectos literarios y la hacía testamentaria de su obra inédita, para que la llevase a la imprenta tras su muerte; la constituía en una viviente estafeta de correos, que recibía de los amigos y distribuía entre ellos las cartas y saludos que fluían continuamente de la pluma del desterrado jesuita. Es por ello que se imponía, para encajar adecuadamente la biografía de nuestra literata compostelana en sus distintos contextos, que dedicáramos dentro de ella un espacio a la vida y a la obra escrita del P. Isla. Este capítulo se desarrolla, por tal razón, encadenadamente a lo largo de tres apartados. El primero presenta de forma sintética una biografía fundamental del P. Isla, completada por el elenco de sus principales producciones literarias, tanto las publicadas en vida como después. El segundo apartado se detiene en las tres estadías de Isla como jesuita en Galicia, con especial actuación en Compostela: estudiante de artes, profesor y operario en el colegio compostelano, y operario en la residencia de Pontevedra. El tercer apartado considera con cierto detenimiento el entramado de relaciones humanas, sociales y literarias que unió afectivamente al sabio jesuita con la ciudad del Apóstol, especialmente a su familia y a sus amigos.

1. BIO-BIBLIOGRAFÍA DEL P. ISLA Intentar aportar a estas alturas algo novedoso a la superestudiada biografía del autor del Fray Gerundio de Campazas, además de ser tarea de especialistas –que todavía, de vez en cuando, nos ofrecen datos y precisiones desconocidos–, resultaría innecesario en una obra como ésta, centrada en otro personaje, aunque su íntima relación con el P. Isla había de ser determinante para ciertas dimensiones de su existencia. Otro tanto se podría decir sobre la producción literaria de este autor, fecundo hasta extremos aún no determinados, a cuyas publicaciones conocidas o atribuidas se suman con frecuencia otras que dan a conocer inéditos, sacados a la luz por la permanente investigación de que es objeto su obra. Ante ello, la razón fundamental de este apartado es ofrecer al lector, de forma sintética y divulgadora, los principales contenidos de la biografía y de la obra escrita del sabio jesuita.

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Más de dos siglos de bibliografía general y especializada se ha ocupado de José Francisco de Isla como jesuita, profesor, predicador, autor religioso, literato diversificado..., hasta generarse cientos de escritos en todos los idiomas sobre las distintas facetas de su destacada personalidad. Con la ya indicada intención divulgadora, nos hemos atenido para elaborar nuestro relato tan sólo a algunas obras fundamentales y a ciertos escritos recientes que aseguran fiabilidad en los contenidos y consulta fácil al interesado1.

1.1. Síntesis biográfica Está hoy bien probado documentalmente que José Francisco de Isla y Rojo había nacido en el pequeño pueblo leonés de Vidanes el 25 de abril de 1703, siendo bautizado el inmediato día 5 de mayo en la parroquial de Santa Inés de dicha localidad, cercana a la villa de Valderas. Miembro de dos familias de noble linaje, era hijo de José Isla Pis de la Torre, destinado desde muy joven al servicio administrativo y hacendístico de la Casa de Altamira, y de Ambrosia Rojo Cordido, sobre cuyos orígenes, genealogías y recorridos biográficos respectivos nos hemos extendido en el capítulo I2. Las sucesivas y crecientes responsabilidades de su padre obligaron a José Francisco a distintos cambios de residencia, aunque su posición social le permitió también realizar muy pronto los estudios de latinidad, humanidades e iniciación a la filosofía, logrando graduarse de bachiller a los once años. Tras un tiempo de indecisión para elegir estado y probar su vocación religiosa, decidió a los dieciséis años ingresar en la Compañía de Jesús, haciéndolo el 29 de abril de 1719 en el colegio compostelano, justo cuando su padre acababa de instalarse en Santiago como alcai-

1 Cf. J. I. de Salas, Compendio Historico de la Vida, Carácter Moral y Literario del celebre P. Josef Francisco de Isla, con la noticia analítica de todos sus escritos, Madrid 1803; P. B., José Francisco de Isla, en Biografía Eclesiástica Completa, X, Madrid-Barcelona 1856, 400-420; P. F. Monlau, Obras escogidas del P. Isla. Con una noticia de su vida y escritos, Madrid 1850, 21876; s. a., José Francisco de Isla, en Enciclopedia Espasa, XXVIII, Barcelona 1926, 2073-2075; A. García Abad, Correcciones y nuevos datos sobre la biografía del P. Isla (1703-1781), Revista de Literatura, XXXV (1958) 39-55; L. Fernández, José Francisco de Isla, SJ, en DHEE, II, Madrid 1972, 1214-1216; A. Vilanova Rodríguez, José Francisco de Isla y Rojo, en GEG, XVIII, 73. 2 El interesado puede completar este tema con bibliografía específica, por ejemplo, N. Alonso Cortés, Datos genealógicos del P. Isla, Boletín de la Real Academia Española, XXIII (1936) 211-224; M. Bravo Guarida, Genealogía del P. Isla, Archivos Leoneses, III (1949) 6-38.

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de mayor y superintendente de los estados de Altamira en Galicia. Este hecho iba a ser providencial, pues vincularía al personaje con la ciudad jacobea, desarrollando en ella una continua relación familiar, especialmente con su hermana María Francisca –la predilecta de los nueve hijos del segundo matrimonio de su padre–, para el resto de su vida. Tras la entrada de José Francisco en la Compañía de Jesús, fue enviado a realizar el noviciado en la localidad vallisoletana de Villagarcía de Campos durante el bienio 1719-21. A su término, se le destinó a cursar los estudios filosóficos en el colegio jesuítico de Compostela (1721-24), durante cuya etapa se incorporó al estado clerical, como probaremos en el apartado siguiente. Pasó luego a estudiar la teología en el Real Colegio del Espíritu Santo, de Salamanca, donde tuvo como maestro al ilustre filósofo y escritor P. Luis Losada (1681-1748), emparentado con su madrastra Rosa María de Losada, con el cual le uniría en adelante una gran amistad personal y literaria. Dichos estudios le ocuparon hasta el año 1728, en que la Compañía dio por terminada su formación. Esta etapa está perfectamente estudiada por los biógrafos, a partir de la documentación universitaria de Salamanca, gracias a la cual se puede detallar el currículo académico de Isla; además, durante ella, recibió la ordenación sacerdotal (octubre de 1727). A partir de entonces se abrió para el joven P. Isla una importante y movida etapa de su vida, donde destaca la actuación como docente en diversos colegios jesuíticos, la mayoría integrados en las universidades reales. Sus actividades ministeriales se iniciaron como profesor de humanidades en Medina del Campo durante el curso 1728-29, mientras que el de 1729-30 lo pasó en Valladolid dedicado a su formación espiritual para realizar la tercera probación, explicando luego materias filosóficas durante dos años en el colegio de Segovia. En el verano de 1732 pasó destinado a la residencia de Santiago para impartir también clases de filosofía en la facultad de artes, labor que desempeñó por espacio de tres cursos. Se mantuvo luego en la residencia compostelana, donde actuó como operario hasta 1738. Este mismo año se abrió otra amplia y decisiva etapa en el ministerio del P. Isla, que se extendería doce años, durante la cual desempeñó algunos cargos al servicio de distintas residencias y colegios de la Compañía. De nuevo enseñó en el colegio de Segovia, fue lector de teología en Pamplona, se integró muy bien en San Sebastián (donde creó duraderas amistades, como revela la correspondencia editada en 1965 por Pérez Picón), siendo luego destinado a Valladolid y Salamanca, ejercitándose con gran entrega en la predicación según los principios afirmados en su genial obra del Fray Gerundio, durísima parodia para criticar las formas culteranas de la

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oratoria de su tiempo. En 1754 se retiró voluntariamente a Villagarcía de Campos, donde se dedicó preferentemente a la labor literaria, que realizó durante seis años con extraordinaria fecundidad. La última etapa del P. Isla como jesuita en España se ubica entre los años 1760, en que fue destinado al colegio de Pontevedra (las razones familiares, que exponemos con detalle en otro apartado, fueron la causa primera del traslado, aunque también pesaron otras a la hora de alejarlo de Castilla, entre ellas la polvareda levantada por la publicación del Fray Gerundio), y 1767, en cuyo mes de mayo hubo de partir al destierro como consecuencia de la expulsión de todos los religiosos de la Compañía decretada por el rey Carlos III. Un centenar de jesuitas de los colegios de Galicia fueron concentrados en el de La Coruña –la actual iglesia parroquial de San Jorge– y desde allí conducidos en barco a Ferrol para integrarse a los setecientos que habían sido conducidos por mar desde todas las villas del Cantábrico. Pese a haber podido conseguir una exención, por su delicado estado de salud, el P. Isla quiso participar de la suerte de sus hermanos de religión. Hacinados en dos barcos de guerra, la expedición fue conducida bajo vigilancia durante dos meses, sumándose a otras tres de las restantes provincias españolas y conducidos a los estados pontificios, hasta arribar al puerto de Civitavecchia. Sin embargo, el Papa se negó en principio a darles entrada en sus estados –por presión de diversos monarcas, especialmente el español–, asignándoles como destino la isla de Córcega, adscrita al dominio de la república de Génova. Allí permanecieron durante un año, hasta que el Papa admitió y distribuyó por todos sus estados de la península itálica los casi tres millares de jesuitas españoles, asignándoles a los de la provincia de Castilla –el P. Isla entre ellos– la zona de Bolonia. Como consecuencia de la expulsión de Carlos III, durante los años 1767 a 1781, transcurrió la etapa final de la biografía del P. Isla, sin duda la más triste de su existencia, que hubo de sobrellevar viejo y enfermo. Habría que sumar a ello la tristeza inmensa que le produjo la extinción definitiva de la Compañía de Jesús, decretada por el papa Clemente XIV en julio de 1773, que lo dejó desarraigado de su patria y familia humana, así como de su orden religiosa, cuyo restablecimiento cuatro décadas más tarde ya no llegaría a ver. Este tiempo definitivo lo pudo sobrellevar José Francisco de Isla gracias al apoyo humano y a la ayuda económica que le prestaron personas cristianas de la ciudad de Bolonia, entre las que debe destacarse la especial protección prestada por la familia Todeschi, en cuyas residencias pasó la mayor parte del tiempo, siendo también honrado por nobles y literatos que admiraban su obra escrita. Menores y espaciados fueron los auxilios que le llegaban de su familia en Compostela, por las dificultades

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económicas que padecía desde la muerte de sus padres y de su cuñado Ayala3, así como los escasos recursos que él se procuraba ejerciendo su ministerio (de forma esporádica, dada su deteriorada salud) y traduciendo algunos escritos al castellano. En esa larga etapa nunca dejó las actividades literarias, redactando preferentemente libros y traducciones de otros que vindicaban la actuación de la Compañía de Jesús ante las autoridades pontificias y monárquicas. El mejor testimonio que ha quedado de esa “miserable etapa de su vida”, como él mismo la define, es la correspondencia dirigida por el P. Isla a su hermana María Francisca y a su cuñado Ayala –hasta su muerte en octubre de 1774–, cada vez más espaciada en los últimos años. Sin embargo, la retomó como adivinando su final en el definitivo año de 1781, cuya última carta a su hermana fue firmada el 21 de octubre, diez días antes de su óbito, para el cual se preparó “con mucha piedad y devocion”, produciéndose en la madrugada del 2 de noviembre, Día de los fieles difuntos. Aunque en otro apartado tratamos con detalle de este tema, adelantamos aquí que Isla designó a María Francisca heredera de sus escasos bienes, nombrándola especialmente “madre de sus hijos pequeños” (sus escritos inéditos). Firmó el testamento ológrafo en Bolonia el 29 de abril de 1780, pero no lo consignó notarialmente hasta el 26 de octubre de 1781, una semana antes de morir. Eguía ha localizado el documento correspondiente, prestando a los interesados en la temática isleña el buen servicio de su publicación4.

1.2. Bibliografía propia Hemos dejado para el final del apartado la relación, que intentamos ordenar según sus principales contenidos, de la abundante bibliografía producida por el P. Isla desde sus años juveniles hasta el fin de sus días. Sabemos que, en buena proporción, sus escritos quedaron inéditos a su muerte (su hermana María Francisca, como se verá en un capítulo específico, consiguió publicarlos en parte póstumamen3 Con todo, hay que destacar diversos envíos de elevadas cantidades de dinero que María Francisca le pudo hacer llegar: 2.000 reales en febrero de 1774, una letra por 2.400 reales en el verano de 1778 y otros 2.000 reales en julio de 1779. Cf., respectivamente, Monlau, Obras P. Isla, Cartas familiares, nn. CCLXVIII (Budrio, 22-II-1774), CCLXXXI a CCLXXXVI (Bolonia, 11-IV a 20-VIII-1778) y CCXCIII a CCXCIV (Bolonia, 6- VII a 5-VIII-1779). 4 Cf. C. Eguía Ruiz, Postrimerías y muerte del Padre Isla en Bolonia, Razón y Fe, XXXII, tomo C, n. 430 (1932) 305-321; XXXIII, tomo CI, n. 432 (1933) 41-61.

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te) y otros se hallan perdidos o dispersos, por cuya razón se producen de vez en cuando hallazgos y publicaciones de esos inéditos. Como el mejor complemento de la biografía del personaje, ofrecemos ahora los principales títulos de la obra isleña, encuadrados cronológicamente según sus contenidos más característicos, ambientando en lo posible los objetivos y circunstancias de cada publicación. Los distribuimos por esa razón en cinco apartados. a) Publicaciones juveniles. Los biógrafos de Isla se refieren a los escritos que compuso desde su época de estudiante, especialmente en Salamanca, aunque en su mayor parte permanecieron inéditos o se publicaron muy tardíamente, cuando no se perdieron5. Se referencia como primera publicación del P. Isla, bajo el seudónimo de Joachin Federico Issalps, la Carta de un Residente en la Corte de Madrid para otro residente en la Corte de Roma... sobre las muertes inmediatas... del Marqués de Astorga, Conde de Altamira y... del Duque de Nájera (Madrid 1725). Su maestro el P. Losada le había pedido que colaborara con él para redactar un escrito epigramático con motivo de la canonización de San Luis Gonzaga, que se celebró públicamente en Salamanca a fines de junio de 1727. Años más tarde, en una carta a su hermana María Francisca, Isla le decía que él había compuesto en prosa la segunda parte del escrito publicado con el título de La juventud triunfante (Salamanca 1727)6. Incluimos en este apartado un escrito posterior, aunque de similares características, compuesto por encargo de la Diputación foral de Navarra durante su época de profesor en Pamplona, con motivo del advenimiento al trono de Fernando VI (Fernando II de Navarra) en 1746. Fue la primera obra que se publicó con su nombre: Triunfo del amor, y de la lealtad. Dia grande de Navarra (Zaragoza 1746, Madrid 21747), obra en prosa con poemas intercalados. b) Obras satíricas. Sin duda los escritos de este género fueron los que dieron a Isla la mayor fama de literato en vida, acarreándole también grandes disgustos, enemistades y persecuciones. Probablemente por influjo del P. Losada, que la proyectó Cf. J. Martínez de la Escalera, Primeros escritos del P. Isla (1721-31) y un catálogo de sus obras (1774), Miscelánea Comillas, nn. 74/75 (1981) 149-181. 6 Monlau, Obras P. Isla, Cartas familiares, n. CCCXVI (Bolonia, 21-X-1781, su última carta, fechada once días antes de morir), p. 552: “Pregúntasme qué parte tuve en el libro La juventud triunfante. Respóndote que casi la mitad de él. Desde que comienza la segunda parte de las fiestas que hicieron los jóvenes teólogos á los dos santicos, y comienza el párrafo de esta manera: “Este dia (según el burrillo mitológico...)” hasta el fin del libro, toda la prosa es mia, como tambien el acto de San Luis Gonzaga”. 5

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aunque nunca llegó a redactarla, Isla ideó escribir una parodia para criticar las formas oratorias culteranas que se habían impuesto a muchos predicadores. En su voluntario retiro de Villagarcía redactó en forma de novela la Historia del famoso predicador Fray Gerundio de Campazas, alias Zotes (G. Ramirez, Madrid 1758), que publicó a nombre del clérigo Francisco Lobón de Salazar. El éxito fue inmediato y la primera edición se agotó en tres días, levantando una tremenda polvareda entre ciertos estamentos clericales y religiosos, así como fueron numerosas las adhesiones recibidas. Se consiguió que la obra fuera prohibida por la Inquisición y puesta en el Índice de libros prohibidos en 1760. La segunda parte se publicó clandestinamente, en principio al parecer en Francia; la edición conocida se presenta con este pie de imprenta: En Campazas, á costa de los herederos de Fray Gerundio, 1770. Una especie de tercera parte es la edición póstuma de la Coleccion de varias piezas relativas a la obra del Fray Gerundio de Campazas (En Campazas, 1787), serie de cartas, opúsculos y memoriales a favor de la obra. Desde entonces son incontables las ediciones hechas del Fray Gerundio, sobre el que se han publicado numerosos estudios, así como versiones al francés, inglés, italiano y alemán. Otra profesión que mereció la crítica del P. Isla y la sátira de su lenguaje fue la médica, a la que dedicó más de un sermón y diversos escritos menores. Destaca entre ellos la publicación póstuma Coleccion de papeles crítico-apologéticos (Madrid 1788), formada por escritos de juventud y otros de dudosa autoría isleña, especialmente los compuestos contra el Dr. Aquenza y el bachiller Torres, en defensa del P. Feijoo; y las Cartas de Juan de la Encina (Madrid 21784), seudónimo para el caso, escritas contra un libro del Dr. Carmona acerca de la curación de los sabañones7. c) Obras de contenido religioso. Sin ser el capítulo más notable de la producción isleña, también se han producido en él pérdidas de destacados originales. Aunque su edición se hizo póstumamente, María Francisca pudo reunir más de un centenar de piezas oratorias del P. Isla, que dispuso en dos series: los Sermones morales (Ibarra, Madrid 1792, 2 vols.) y los Sermones panegíricos (Ibarra, Madrid 1792-93, 4 vols.), que recogen sus predicaciones desde el primer año de sacerdocio hasta sus tiempos de residencia en Villagarcía de Campos (1729-1754). El propio Isla afirma que había

En un sermón pronunciado por Isla en Santiago la cuaresma del año 1763 aludía a la falta de preparación e impericia de ciertos médicos “que disparan receta sobre receta, medicamento sobre medicamento,... el primero que se les ocurre la fantasía, y sofocan al pobre enfermo, que muere quizá aun mas de apoplejía de remedios que de replecion de males”: L. Sánchez Granjel, La medicina española del siglo XVIII, Salamanca 1979, 83-84. 7

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coleccionado los sermones cuaresmales de varias campañas, pero el manuscrito nunca pudo ser hallado. De enorme interés, por su carácter vindicativo de la Compañía de Jesús, fue el escrito que elaboró durante su primer año de destierro en Córcega, con ánimo de hacerlo llegar a las más altas instancias, pero la situación de la Orden no lo hizo posible, publicándose por vez primera un siglo después: Memorial en nombre de las cuatro provincias de España de la Compañía de Jesús, desterradas del Reino, á S. M. Católica el Rey Don Carlos III (Madrid 1882). De entre los varios estudios que se han hecho de esta obra, queremos destacar uno reciente, debido a Giménez López, que considera la obra isleña como una auténtica y documentada Historia de la expulsión de los jesuitas8. d) Traducciones. Otra importante faceta de la personalidad del P. Isla, que evidencia además su gran cultura, es la serie de obras que tradujo y/o adaptó al castellano tanto de idiomas clásicos como actuales, algunas por razón docente o puramente literaria, otras para contribuir a su subsistencia9. A los veinte años comenzó a traducir una obra de su admirado obispo de Nimes, Mons. Fléchier, logrando una buena versión libre aunque a veces poco matizada: El héroe español. Historia del Emperador Theodosio el Grande (A. Balvás, Madrid 1731), en 2 vols. De su época docente son otras conocidas versiones suyas. Así, el Compendio de la Historia de España, escrita en francés por el P. Duchesne, que completó con notas críticas (Madrid 1750, 2 vols.), el manual más usado en las escuelas españolas durante mucho tiempo y del que se hicieron varias ediciones. Con destino a sus alumnos tradujo las obras de Cicerón De Senectute y De Amicitia (Villagarcía de Campos 1760), y pasó al verso las Sátiras latinas de Lucio Sectano, escritas por el P. Cordara. La versión cumbre de esta etapa es sin duda el Año Cristiano, del jesuita francés P. Croiset (Madrid 1753-67), en 11 vols., muy usada por el clero de la época. La etapa del destierro fue pródiga en traducciones del P. Isla, a menudo por razones prácticas. La versión de la obra del P. Bellati, Arte de encomendarse a Dios, comenzada durante el año 1776 y concluida en 1780, la hizo como regalo para su hermana y se publicó póstumamente (Madrid 1783). Otra gran obra que tradujo y 8 P. Isla, Historia de la expulsión de los jesuitas. Edición, estudio histórico y notas de E. Giménez López. Instituto de Cultura Juan Gil-Albert, Alicante 1999. 9 Cf. E. Giménez López, Isla traductor, en el Estudio introductorio a la citada obra del P. Isla, Alicante 1999, 10-27.

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resultó muy divulgada fue Reflexiones cristianas sobre las grandes verdades de la fe y sobre los principales misterios de la Pasion de N. S. Jesucristo (Ibarra, Madrid 1785), versión abreviada del Retiro Espiritual del jesuita P. C. Judde. Pero, sin duda, la traducción/adaptación más conocida –aunque, según los especialistas, no muy buena– son las Aventuras de Gil Blas de Santillana, robadas á España y adoptadas en Francia por Monsieur Le Sage, restituidas á su patria y á su lengua nativa por un español celoso, que no sufre se burlen de su nacion, cuya versión hizo Isla para ayudar a un caballero español económicamente y que ya estaba concluida a mediados de 1780. Sus primeras ediciones, en cuatro volúmenes, salieron en Valencia (1783-84) y Madrid (1787-88). Pese a lo que el subtítulo sugiere, la obra no fue plagiada por Lesage, sino que este tomó como base para redactarla diversos elementos de novelas y comedias españolas de la época clásica. Otras traducciones, tanto de la época juvenil como del destierro, quedaron inéditas y/o se perdieron, especialmente las de algunas obras y folletos vindicativos de la Compañía de Jesús, que denunciaban las conjuras para conseguir su supresión. e) Epistolario. Son varios los centenares de cartas del P. Isla que se han publicado hasta hoy y se sabe de bastantes otras conservadas por particulares e instituciones, que permanecen inéditas. Aunque él no las había escrito para darlas a la luz, otros lo han hecho posteriormente por la gran riqueza que aportan en cuanto a contenidos, datos, elementos biográficos e históricos, etc. Ciertos críticos consideran el epistolario como lo más característico de su obra e incluso su producción de mejor calidad literaria. La primera publicista del epistolario isleño fue su hermana María Francisca, que editó cuatro volúmenes con más de doscientas cartas dirigidas a ella y a su marido, Cartas familiares (Consejo de Indias, Madrid 1785; M. González, Madrid 1786), completados con otros dos volúmenes de Cartas particulares escritas á varios sugetos (M. González, Madrid 1789; Ibarra, Madrid 1790). Una segunda edición de los seis volúmenes se realizó en Madrid, 1790-94. En la edición de las Obras escogidas del P. Isla, realizada por P. F. Monlau (Ribadeneyra, Madrid 1850, vol. XV de la Biblioteca de Autores Españoles) se amplía notablemente el epistolario anterior: las Cartas familiares llegan a 316, las Cartas a varios sujetos suman 139, y se facilitan en apéndice otras 44 procedentes de diversas publicaciones, lo que da un total de 499 cartas. De este volumen se han hecho sucesivas reediciones, destacando la realizada por J. Mª Reyero (León 1903), que hace una breve biografía del P. Isla y recuenta sus obras, ordena cronológicamente el epistolario, y lo aumenta en 21 ejemplares, sacados de otras publicaciones e inéditos.

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El P. Luis Fernández Martín ha publicado Cartas inéditas del P. Isla (Razón y Fe, Madrid 1957), aportando 358 nuevas epístolas del sabio jesuita; y C. Pérez Picón, en su estudio El P. Isla, vascófilo (1964-65), facilita el texto de otras 107 cartas, conservadas en dos archivos privados del país vasco10. Todo ello ha contribuido a que, actualmente, el epistolario publicado del P. Isla se eleve hasta casi el millar de piezas diversas, cifra verdaderamente espectacular. Eso sin contar otra serie de cartas del autor que aparecen, individualizadamente, en diversas obras y opúsculos suyos, aparte las numerosas inéditas que se conservan dispersas.

2. ESTADÍAS GALLEGAS Y ESPECIAL ACTUACIÓN EN SANTIAGO Cualquier biografía de José Francisco de Isla ha de reservar, necesariamente, un capítulo para detallar sus sucesivas presencias –que suman dieciséis años de duración– en tierras gallegas y de manera particular en la capital compostelana. Con mayor o menor detenimiento, los autores que se han ocupado biográficamente del famoso literato jesuita tratan de sus estancias y actuaciones ministeriales por varios puntos de Galicia, en especial las que tuvieron como escenario la ciudad del Apóstol. Contamos por ello con diversos apoyos bibliográficos para desarrollar este apartado, aunque los hemos debido completar con otras publicaciones indirectas y algunos fondos documentales poco o nada utilizados sobre el particular. Aun a riesgo de simplificar el tratamiento del tema, vamos a parcializar los contenidos del apartado según su orden cronológico, considerándolos en torno a tres etapas bien contrastadas.

2.1. Primeras presencias (1719-1724) Globalizando los datos de que disponemos, podemos decir que la ciudad jacobea llegó a ser una importante referencia en la biografía del personaje, pues –además de otras razones– en ella tuvieron lugar el nacimiento y los primeros pasos de su vocación jesuítica. Frente a las divergencias que algunos relatos biográficos presentan sobre el particular, hoy está bien documentado que José Francisco de Isla entró a la Compañía C. Pérez Picón, El P. Isla, vascófilo. Un epistolario inédito, Miscelánea Comillas, n. 42 (1964) 183-301; n. 43 (1965) 342-505. 10

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de Jesús, en el colegio compostelano de la Orden, el 29 de abril de 1719. El hecho era en cierto modo circunstancial, pues coincidía casi en el tiempo con la designación de José Isla de la Torre como superintendente general de los estados de la casa de Altamira en Galicia, por cuya razón la familia Isla-Rojo se acababa de instalar en el palacio compostelano de los Condes, residencia de dicho cargo. La primera relación institucional de José Francisco con la Compañía de Jesús tuvo lugar, por lo tanto, en la residencia y colegio de la ciudad jacobea, escenario posterior de otras estancias del controvertido jesuita. Inicialmente, sin embargo, fue tan sólo el lugar receptor del joven postulante, que poco después era enviado desde allí al famoso colegio de Villagarcía de Campos, para seguir el exigente currículo del noviciado jesuítico durante dos años. Al término de esta etapa, que el candidato superó plenamente, los superiores planificaron sus estudios universitarios, a seguir antes de la ordenación sacerdotal y el ejercicio de su ministerio religioso, los cuales se referían fundamentalmente a dos áreas: la filosófica y la teológica, que debían ocuparlo no menos de siete años según los planes de la Orden en aquella época. Con el fin de realizar los estudios de artes o filosofía, José Francisco de Isla fue enviado al colegio jesuita de Compostela, donde cursó los tres años del primer ciclo. Creemos que en esta decisión pudieron pesar, aparte las razones internas de la propia Compañía, otras dos estrechamente vinculadas entre sí: el hecho de estar domiciliada su familia en la ciudad del Apóstol y la más que probable influencia del poderoso superintendente de los Altamira para tener cerca a su único hijo. Los cursos de artes explicados en el colegio de la Compañía de Jesús de Santiago tenían una larga tradición11. Tras varias tentativas en el siglo XVI, se habían estabilizado durante todo el XVII, a lo largo del cual mantuvieron en la cátedra un profesor que explicaba correlativamente los cursos del trienio artístico, los cuales –al no ser impartidos en la Universidad– no habilitaban para recibir títulos académicos, aunque no era raro alcanzarlos con ciertas estratagemas. En el año 1697, después de diversas denuncias y reclamaciones ante el claustro, los jesuitas consiguieron –al igual que los dominicos– situar en la universidad dos profesores de artes para explicarlas a diario de forma libre y gratuita, manteniendo además en su colegio el curso rotatorio que tenían con anterioridad. Eso conllevó una alta cualificación de los estudios filosóficos en Santiago y fomentó una sana Para la síntesis que se ofrece a continuación, seguimos preferentemente a: E. Rivera Vázquez, Galicia y los jesuitas. Sus colegios y enseñanza en los siglos XVI a XVIII, La Coruña 1989, 252-265; y X. R. Barreiro (coord..), Historia da Universidade de Santiago de Compostela, I, Santiago 1998, 219-221. 11

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competencia dentro de la universidad. De hecho, el trienio de artes del colegio jesuítico compostelano se convirtió en uno de los principales de la Orden en España, al que se destinaban sus mejores profesores, manteniéndose esta tónica hasta la expulsión de la Compañía en 1767. A ese ciclo que seguían preferentemente los estudiantes jesuitas de la provincia de Castilla la Vieja –además de otros, clérigos y seglares–, fue destinado José Francisco de Isla en 1721, cuando contaba dieciocho años de edad; y, según todas las referencias de que disponemos, los frecuentó con aprovechamiento durante sus tres cursos de duración hasta concluirlos. La bibliografía ya referenciada, y alguna otra, informan de que el ciclo de Artes estaba constituido entonces, tanto en la sede universitaria del colegio de San Jerónimo como en las de los religiosos, por tres cursos: el de Súmulas, el de Lógica y el de Metafísica, durante el último de los cuales se podía aspirar ya al bachillerato, título exigido normalmente para seguir luego las carreras de teología y leyes12. Desgraciadamente la documentación de esa época que se conserva en el Archivo Histórico de la universidad compostelana está muy incompleta y nos es imposible seguir a través de ella el currículo filosófico de Isla. Así, el libro de matrículas correspondiente a los años 1696-1748, que recoge las de las facultades de artes, teología, medicina y cánones-leyes, ofrece unas detalladas relaciones de alumnos de esa época, pero las de los matriculados en los cursos de artes correspondientes a los años 1718-1739 faltan totalmente, con lo que nuestra investigación al respecto resultó frustrada13. Las clases del ciclo artístico impartidas en el colegio de la Compañía de Jesús fueron muy concurridas a lo largo del siglo XVIII por la razón apuntada, contando con profesores variados y competentes. Normalmente estos eran cambiados al concluir el trienio durante el cual explicaban todas las materias del ciclo, aunque a veces se encargaba a alguno repetir sus cursos. Tal fue el caso del P. José Hermida, natural de la localidad orensana de Lebosende, que explicó excepcionalmente tres trienios completos de filosofía en 1714-17, 1717-20 y 1720-2314. Podemos afirmar por ello, sin ninguna duda, que Isla asistió a sus clases los dos primeros cursos de su estancia en Santiago (1721-23), pero ignoramos con quién lo hizo en el tercero (1723-24).

12 Cf. Cabeza de León, Historia de la Universidad, III, Santiago 1946, 113-115; X. R. Barreiro (coord.), o.c., I, Santiago 1998, 177-178. 13 Cf. AHUS: Serie Libros de Archivo, A. 232: Matrículas años 1696-1748, Artes, fols. 1-71, donde se puede comprobar tal carencia. 14 Cf. E. Rivera Vázquez, o.c., 497-498.

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Estos son, prácticamente, todos los datos que podemos ofrecer sobre los estudios filosóficos de nuestro personaje en la ciudad jacobea. Sin embargo, a mayores de los datos aportados por los biógrafos, queremos informar al lector sobre uno que estimamos inédito, localizado en nuestra investigación documental y que se refiere a la entrada de José Francisco de Isla en el estado clerical. Efectivamente, en el registro general de las ordenaciones oficiadas por el arzobispo Miguel Herrero Esgueva, durante su pontificado compostelano (1723-27), consta que había celebrado en el oratorio de su palacio órdenes menores especiales –con fecha 28 de diciembre de 1723- para trece hermanos jesuitas, estudiantes artistas del colegio de Santiago, colacionándoles la tonsura clerical y las cuatro órdenes menores (ostiariado, acolitado, lectorado y exorcistado), entre cuya relación aparece claramente el nombre del “H.º Joseph de Isla”15. Digamos, para concluir el apartado, que en esta etapa de su vida compostelana, cuando tenía 21 años de edad, José Francisco perdió a su madre, fallecida el 3 de marzo de 1724 y enterrada en la iglesia del colegio de la Compañía de Jesús, como hemos documentado ya en el capítulo I. Y, asimismo, que Aguilar Piñal reseña dos manuscritos originales de Isla correspondientes a esta época, que se conservan en la biblioteca del Palacio Real: una locución, con motivo de ser recibido en Compostela el nuevo arzobispo, Miguel Herrero Esgueva (1723-27); y un coloquio compuesto para exámenes públicos celebrados en dicha ciudad16.

2.2. Destino en la residencia de Santiago (1732-1738) Tras su primera estancia en Compostela y ocho años por distintos puntos de España (estudiante de teología en Salamanca, preparación a la tercera probación jesuítica en Valladolid, profesor de humanidades en Medina del Campo y de filosofía en Segovia), Isla era destinado de nuevo a Santiago –ya sacerdote– para ejercer distintos ministerios al servicio de su Orden. Sospechamos, también en este caso, que el destino del joven jesuita a la ciudad del Apóstol, aparte los motivos internos de los superiores provinciales, pudo estar influido por la posición social de su padre y su nueva situación familiar. 15 AHDS: Fondo General, 1.37, Sagradas Órdenes, Leg. 584: Libro I de matrículas y dimisorias, 1716-1745, fol. 125v. 16 Biblioteca del Palacio Real, Madrid: Leg. II-1392, (n. 21), y (n. 13, pp. 261-266), respectivamente; cit. por Aguilar Piñal, Bibliografía siglo XVIII, IV, Madrid 1986, nn. 4221 y 4231.

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En efecto, durante esa ausencia de ocho años, José Isla de la Torre había contraído nuevo matrimonio, en este caso con Rosa María de Losada y Osorio, una dama mucho más joven que él y posiblemente de edad muy próxima a la de José Francisco, que en el futuro la trataría siempre respetuosamente como “madre” y con igual cariño que a sus medios hermanos y hermanas. En dicha etapa habían comenzado a nacer los primeros hijos del nuevo matrimonio: María Josefa (16-I-1727, que fallecería el 17-II-1729); José Joaquín (16-II1729), el “cabeza loca” al que tanto tuvo que ayudar el P. Isla; los gemelos Joaquín José y Ramón José (1-IX-1730), que llegarían a ser miembros de las Órdenes benedictina y jesuítica, respectivamente; y Josefa Joaquina (23-V-1732), que fallecería nueve meses después, estando ya Isla en Santiago. Dicha ausencia de ocho años no le había impedido, sin embargo, trasladarse a la ciudad compostelana en algunas ocasiones por razón ministerial, lo que sin duda le permitiría interesantes encuentros familiares. Así, hemos localizados dos sermones que predicó, uno en la iglesia del colegio jesuítico cuando se estaba instalando el retablo mayor, en el año 1729; y otro, el sermón del Mandato del año 1731 en la catedral compostelana17. Durante su segunda estadía compostelana como jesuita, José Francisco de Isla iba a coincidir con el nacimiento de sus restantes hermanastros: María Francisca (5-X-1734), que llegaría a ser sin ninguna duda su predilecta y en cierto modo su musa póstuma, de la cual fue padrino de bautismo18; María Isabel (2-VII-1736), cuyo primer matrimonio había de pactar con un pariente leonés poco después de la muerte de sus padres; José Manuel (4-VII-1737), fallecido trece meses más tarde; y Antolina Cándida (4-IX-1738), por la que sentía especial amor, sobre todo después de haber quedado tullida como consecuencia de una enfermedad a los veinte años. Aunque los apoyos documentales y bibliográficos para detallar esta etapa ministerial del joven Isla en Santiago tampoco abundan –por las mismas razones carenciales del apartado anterior–, los biógrafos están concordes en asignarle el sexenio 1732-38; según algunos, destinado todo él a la docencia filosófica en el colegio19,

17 Cf., respectivamente, J. F. de Isla, Sermones panegíricos, III, Madrid 1792, 15-33; y Sermones morales, I, Madrid 1792, 65-77. 18 Años más tarde Isla evocaba este acto en una carta dirigida a la propia María Francisca: “... ántes de que te viese en pelota entre mis uñas berraqueando sobre la pila bautismal, y apartando con las manos y con los pies el agua del sacramento”: Monlau, Obras P. Isla, Cartas familiares, n. VII (Villagarcía de Campos, 31-I-1755), p. 426. 19 Así, Cabeza de León, Historia de la Universidad, I, Santiago 1945, XII; X. R. Barreiro (coord..), o.c., I, Santiago 1998, 221, que lo destaca por su labor docente y posteriores obras literarias.

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según otros un trienio a la enseñanza y otro al ministerio jesuítico. Esta última opinión parece la más fundada, como evidencia Rivera en su citada obra, que le documenta alguna destacada actuación20. Gasalla y Saavedra estiman que los textos filosóficos del P. Losada –profesor de Isla en Salamanca y luego gran amigo suyo– Institutiones Dialecticae (Salamanca 1721) y Cursus Philosophici (Salamanca 1724, 3 vols.), original seguidor de Santo Tomás de Aquino y primer representante de la filosofía suareciana, que fue gran erudito e innovador en la enseñanza de materias filosóficas, fueron introducidos en Compostela y usados en la universidad hasta la expulsión de los jesuitas gracias al P. Isla, que los promovió desde su cátedra21. Uno de los escasos testimonios que han quedado de la docencia ejercida por José Francisco en los cursos de artes del colegio jesuítico, se encuentra en un libro de claustros de la universidad compostelana. En la junta claustral celebrada el 17 de marzo de 1734 se presentaba una solicitud de cuatro alumnos de nuestro personaje, reclamando que los había expulsado de clase por recibir pasantías de un profesor teólogo y no les permitía volver; ante ello se resolvió que dos claustrales fuesen a hablar con el rector del colegio de la Compañía, para recordarle que sólo él tenía tales atribuciones y que el P. Isla debía admitirlos al aula. La lectura en directo del acta de la reunión es suficientemente expresiva: “En este Claustro se ha visto una pettizion de Dn Gaspar Maldonado Dn Caettano y Dn Joseph Montenegro, y Dn franco Moreira en la que representtan que allandose el dia veintte y cinco de Febrero proximo pasado en el Colexio de la compañía de Jhs de estta ciud y Cathedra en que suele leer el Pe Joseph Isla Mrº de Philosofia para efectto de escriuir sus tareas como cursantes en aquella facultad, dho Pe los hauia expelido de ella y qe lo mismo hauia executado el dia veinte y seis de dho mes con ellos mesmos, sin tener otro motiuo mas que el de que hera su pasante Dn Berndo Suarez profesor Theologo, y que no se hauian subtraido de ello como el se lo hauia ynsignuado en que no pudieron complazerle porque de horden de sus Padres estauan subordinados a la educazon de aquel pasante, y dos de ellos anidan en su casa y compañía y toda esta representazion la acreditaron con un testimonio auttentico de que hicieron exiuizion, lo que zedia en descredito si no”. Cf. E. Rivera Vázquez, o.c., 498 y 509. P. L. Gasalla – P. Saavedra, As reformas de Carlos III, en X. R. Barreiro (coord.), o.c., I, Santiago 1998, 380-381. 20 21

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A vista de ello, el claustro resolvía que fuesen a hablar con el rector del colegio jesuítico los maestros Fr. Andrés de Mata y Fr. Ruperto Taboada para recordarle el procedimiento establecido, entendiendo que el P. Isla había hecho una expulsión formal y no definitiva, ante lo cual el acuerdo concluía así: “Y respecto considera el Claustro que los referidos estudiantes estan basttantemte adbertidos de su obligazion el Pe Isla les admitta en la cathedra y si no correspondieren a esta ve(ni)gnidad experimentaran en otros trmos el escarmiento para exemplo de los demas”22. Ante el texto aducido, entendemos que el incidente debió quedar zanjado en la forma que apuntaba el claustro y que los cuatro alumnos se reintegrarían al curso del P. Isla, pues el tema no vuelve a aparecer en las consecutivas actas claustrales. Una prueba, bien significativa por cierto, de la actividad ministerial desempeñada por el joven jesuita durante su segunda estadía en Compostela, son los sermones que predicó en diversos templos de la ciudad. Pese a corresponder a su primera etapa de vida sacerdotal, en que aún practicaba una oratoria sagrada de contenidos y formas no depurados (llegaría a su madurez en la década siguiente, con un abundante sermonario desarrollado en diversos puntos de España), se evidencia ya en los textos que se conservan –publicados por su hermana póstumamente– algunos de los elementos diferenciadores de aquella otra oratoria criticada acerbamente en su Fray Gerundio de Campazas. Por simplificar su enumeración y detalle, nos contentamos con relacionar anualmente los sermones que el P. Isla predicó en Santiago durante toda esta etapa, tomándolos de dicha publicación23. Del año 1732, cuando se incorporó a su destino docente en el colegio de Santiago (posiblemente lo hizo ya a finales del verano), se conserva tan sólo el texto del Sermon á la fiesta del Rosario á nuestra Señora del Pilar, predicado sin duda en el mes de octubre, aunque no consta la iglesia en que tuvo lugar24. Del año 1733 se nos han conservado las siguientes piezas: el sermón de San José, predicado ante el cabildo en el altar de la Preñada (Virgen de la O); el sermón de las 22 AHUS: Serie Libros de Archivo, A. 131: Libro 21 de claustros, 1731-1737, fols. 198v.-199v., con este sumario marginal: “Petizon de unos cursantes en Philosofia por donde se quexan de qe el Pe Isla les ha expelido de la cátedra. / Resoluiose que los Rmos Pes Mros Mata y Tauoada pasen al colexio de la compª y de parte de la Vniversidad representen al Pe Ror de el, lo que en este asiento se les preuiene”. 23 Nos referimos a los Sermones morales, Madrid 1792, vols. I y II; y Sermones panegíricos, Madrid 1792-93, vols. III, IV, V y VI. 24 Cf. Sermones panegíricos, III, 78-108.

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cuarenta horas, práctica reparadora en los inicios de la cuaresma, en no sabemos qué iglesia; el sermón de la corrección fraterna, a los miembros de la Inquisición de Santiago, probablemente en la capilla del desaparecido palacio de esta institución; la novena a la Virgen de la Soledad, en la parroquia de Santa María Salomé (ocho temas de la Pasión de Cristo); el sermón del día de la Soledad, en dicha iglesia; el sermón de la octava del Santísimo Sacramento, en la catedral; y el sermón del Sacramento en la parroquia de Santa Salomé25. Del año 1734 se han publicado cuatro piezas oratorias: un discurso o plática sobre el concepto de la auténtica santidad; el sermón de la Pasión, pronunciado durante la Semana Santa en no sabemos qué templo; el sermón en la octava del Santísimo Sacramento, desarrollado en la catedral ante el obispo de Lugo, que había venido para presentar la ofrenda real al Apóstol; y el sermón del Rosario, también en la catedral, ante el altar de la Virgen de Covadonga, el domingo XXI después de Pentecostés26. Otros cuatro sermones del P. Isla se conservan de los pronunciados en Santiago durante el año 1735: el discurso sobre el modo de oír la palabra de Dios, del que ignoramos dónde y ante quién se pronunció; el sermón de la fiesta de San Ignacio, probablemente en la iglesia de la Compañía de Jesús; y dos sermones predicados en la catedral los domingos primero (sobre el juicio final) y tercero (sobre el conocimiento propio) del adviento27. El año 1736 debió ser muy prolífico para el P. Isla en el orden predicatorio, pues se incluye el texto de quince intervenciones suyas en tres volúmenes del sermonario, las cuales reseñamos por orden cronológico. Primeramente, una serie de sermones en fiestas litúrgicas dedicadas a los misterios de Cristo y a las solemnidades de algunos santos: los del Nacimiento del Hijo de Dios, de la Epifanía y de la Purificación de la Virgen, todos en la catedral; el de San José, en lugar desconocido; los de la Ascensión, Trinidad, domingo infraoctava del Corpus y San Mateo, en la catedral; los de San Francisco Javier y la Concepción de Nuestra Señora, en la iglesia del colegio jesuítico. Después, una serie de exposiciones doctrinales sobre el séptimo mandamiento, que se prolongaron hasta los comienzos del año siguiente: las

25 Cf. respectivamente: Sermones panegíricos, III, 132-151; Sermones morales, I, 119-145; 146-164, 165-223, 223-243; Sermones panegíricos, III, 152-183, 183-202. 26 Cf. respectivamente: Sermones morales, I, 243-279, 279-306; Sermones panegíricos, III, 203-230, 231-258. 27 Cf. respectivamente: Sermones morales, I, 306-344; Sermones panegíricos, III, 259-295; Sermones morales, I, 344-371, 371-392.

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cuatro primeras en los domingos de cuaresma y la quinta sin fecha, todas en lugar desconocido28. El año 1737 parece haber sido muy poco prolífico para el P. Isla, comparándolo con el anterior, pues el sermonario sólo recoge el texto de cuatro intervenciones suyas: las tres últimas exposiciones doctrinales sobre el séptimo mandamiento, en fechas y lugar desconocidos; y el sermón de la dominica in Albis, en la catedral29. Finalmente, del año 1738 nos ofrece el sermonario seis intervenciones del P. Isla en Compostela: cuatro sermones cuaresmales (quincuagésima, ciego de nacimiento y dos en los Ejercicios de las cuarenta horas), pronunciados en la catedral, así como dos pláticas, sobre el pecado venial y la mentira, respectivamente30. En resumen, de las 102 piezas oratorias recogidas en el sermonario isleño, 43 fueron predicadas en Santiago (dos en fechas anteriores y las otras 41, detalladas previamente, durante la estadía del P. Isla en la ciudad compostelana que estamos comentando).

2.3. Destino en la residencia de Pontevedra (1760-1767) Doce años tardó en regresar a Galicia el P. Isla después del referido sexenio de servicios en el colegio de Santiago. Durante esa larga etapa desarrolló una múltiple actividad ministerial y literaria en diversos colegios y residencias de la Compañía de Jesús: docente en el colegio de Segovia, lector de teología en el de Pamplona, operario en San Sebastián, luego en Valladolid y Salamanca, finalmente en Villagarcía de Campos (1754-60), donde a petición propia se le dedicó a la actividad literaria y editorial, con una notable producción, entre la que destaca la controvertida Historia del famoso predicador Fray Gerundio de Campazas, a quien Isla debió principalmente la fama de que gozó y las contradicciones que sufrió el resto de su vida. Con todo, durante esa etapa, se le ha documentado al P. Isla una estancia de seis meses en varias localidades gallegas entre abril y septiembre de 1755, a donde se trasladó desde Villagarcía de Campos31. Sin estar clara la causa de esa prolongada 28 Cf. respectivamente: Sermones panegíricos, III, 295-309, 310-330, 331-353, 354-371, 371-395; IV, 1-23, 23-45, 45-67, 67-102, 103-126; Sermones morales; II, 1-36, 36-68, 69-107, 107-142 y 143-181. 29 Cf. respectivamente: Sermones morales, II, 181-224, 225-264, 264-301; Sermones panegíricos, IV, 127-136. 30 Cf. respectivamente: Sermones morales, II, 302-323, 346-364, 324-346; Sermones panegíricos, IV, 137-176; Sermones morales, II, 364-378 y 378-411. 31 Cf. E. Rivera Vázquez, o.c., 509.

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presencia por estas tierras –Rivera apunta las “locuras” de uno de sus hermanos, que le obligarían a intentar solucionarlas–, la correspondencia con María Francisca y su marido Nicolás Ayala testimonia efectivamente su paso por Esteiro, Goyanes y La Coruña, en circunstancias que no explicitan las razones de su viaje32. Nuevamente parece ser que los motivos familiares pesaron grandemente a la hora de decidir el tercer destino de José Francisco en tierras gallegas, esta vez con una estancia inicial de varios meses en Santiago y, desde marzo de 1761, en el colegio de Pontevedra, compaginándola con frecuentes viajes y cortas estancias en la ciudad compostelana. Afortunadamente la publicación de las Cartas familiares del P. Isla nos permite entrar en los motivos de este viaje y de su posterior destino en Pontevedra. Al parecer, durante el mes de agosto de 1760, nuestro jesuita estaba informado de lo mal que iban la salud de sus padres (él ya muy anciano, ella gravemente enferma desde tiempo atrás) y los negocios familiares, complicado todo con la alocada conducta de su hermano Joaquín. Eso le debió mover a solicitar permiso de sus superiores para ir a Santiago y tratar de solucionar la situación, abandonando durante un tiempo su dorado retiro en Villagarcía. A mediados de septiembre le comunicaba desde Compostela a María Francisca –ausente de la ciudad por razón de la cura de baños– que los había encontrado a todos más o menos bien, a excepción de Antolina, que se hallaba “muriendo y resucitando, pero siempre la misma”33. La correspondencia siguiente muestra a Isla establecido en Santiago durante las semanas inmediatas, visitando de continuo a la familia y relacionándose con antiguos conocidos suyos y amistades de María Francisca, pero se interrumpe a partir de mediado octubre, al regresar su hermana. El 25 de marzo de 1761 se reanuda el carteo del P. Isla con María Francisca, comunicándole que se había aposentado ya en su nuevo destino de Pontevedra y empezado a recibir la visita de algunas amigas suyas. Toda la correspondencia enviada desde esa fecha hasta el 17 de diciembre del mismo año (23 cartas firmadas en Pontevedra y dirigidas todas a nuestra poetisa) resulta un valioso testimonio de sus actividades en la ciudad del Lérez y de su honda preocupación por los asuntos familiares34. Luego el epistolario se interrumpe totalmente y nada se sabrá de su última estancia en Galicia por las Cartas familiares, que ya no se reanudarán hasta siete años después desde Italia, en principio de forma esporádica y luego, tras su defini32 Cf. Monlau, Obras P. Isla, Cartas familiares, especialmente las cartas a María Francisca, nn. XXIX, XXXII, XXXIV, XXXVI y XXXIX, pp. 436, 437-438, 438, 439 y 440, respectivamente. 33 Monlau, Obras P. Isla, Cartas familiares, n. CCXXXV (Santiago, 17-IX-1760), p. 512. 34 Cf. Monlau; Obras P. Isla, Cartas familiares, nn. CCXXXVIII a CCLX, pp. 513-522.

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tivo asentamiento en Bolonia, de manera más regular a partir de mediado el año 1771 hasta su fallecimiento en 1781. Algunos autores sospechan que el destino del P. Isla en Pontevedra, además de las indudables razones familiares que ampliaremos en el apartado siguiente, fue dispuesto por sus superiores para alejarle de tierras castellanas. Allí la Inquisición había comenzado a estrechar el cerco en torno a su persona por dos motivos principales: la publicación del primer volumen del Fray Gerundio (Madrid 1758), prohibido por el Santo Tribunal al año siguiente e incluido en el Índice de libros prohibidos en 1760; y varias denuncias presentadas por solicitación a mujeres, que nunca prosperarían35. Lo cierto es que José Francisco de Isla ya no abandonaría su destino de Pontevedra hasta abril de 1767, cuando Carlos III decretó la expulsión de los jesuitas de todos sus dominios. Esos seis años, durante los cuales ejerció el ministerio en la ciudad del Lérez –con los desplazamientos a Santiago, de que hablaremos–, iban a ser en definitiva su última estancia en Galicia y en España, pues desde julio de 1767 permanecería ya en el destierro italiano hasta su muerte, ocurrida en Bolonia el 2 de noviembre de 1781. Poco sabemos, sin embargo, de ese sexenio de la biografía del P. Isla con sede en la capital pontevedresa, salvo informaciones genéricas que describen su ministerio como operario de la residencia jesuítica, consultor de conciencias y confesor, predicador ocasional y que no ejerció la docencia en todo ese tiempo. Dedicado por vocación a labores culturales y literarias, no publicó nada en esta etapa, sin duda escarmentado por las contradicciones sufridas a causa del Fray Gerundio, pero se sabe que trabajaba en la composición de su segunda parte, que saldría en edición clandestina algunos años después (Campazas 1770). Algunos autores pontevedreses nos han dejado detalles de la estancia del P. Isla en la capital del Lérez, redactados en base de algunas referencias documentales o bibliográficas y ambientados coherentemente con testimonios de su presencia en la residencia jesuítica36. Su gran biblioteca privada, tras el destierro, fue traspasada a la de la universidad compostelana, y su nutrido archivo documental desapareció a raíz de la expulsión, pese a haberlo confiado a ciertas personas, siendo inútiles sus intentos de localizarlo desde Bolonia, como se evidencia en varias cartas enviadas desde allí a su hermana37. Cf., por ejemplo, M. de la Pinta Llorente, Humanismo e Inquisición, I, Madrid 1979, 33-56. Cf. F. J. Sánchez Cantón, La celda del P. Isla en el Colegio de la Compañía de Pontevedra y Segunda sobre la celda pontevedresa del P. Isla, El Museo de Pontevedra, XXV (1971) 169-172 y 173-175; J. Filgueira Valverde, El P. Isla en Galicia, en El Padre Isla. Su vida, su obra, su tiempo, Instituto Fray Bernardino de Sahagún, León 1983. 37 Cf. especialmente Monlau, Obras P. Isla, Cartas familiares, n. CCCIII (Bolonia, 21-I-1781), p. 546. 35 36

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Aunque tenga sólo una relación indirecta con esta etapa de la biografía isleña, queremos ofrecer aquí un pequeño fruto de nuestra investigación en los fondos del archivo histórico universitario. Se trata de la matriculación en los cursos de artes impartidos por el P. Miguel Castaños, lector provincial de los mismos en el colegio de Santiago, de un estudiante llamado Juan Antonio Isla. La coincidencia del apellido nos hizo sospechar un probable parentesco con nuestro personaje, sobre todo al constatar que era nativo de Goviendes, el pueblo de origen de su padre José Isla Pis de la Torre. La documentación que aducimos seguidamente muestra que era un alumno poco brillante, repetidor del primer curso de artes seguido anteriormente con los dominicos, habiéndose pasado al colegio de los jesuitas quizás por recomendación del P. Isla, residente entonces en Santiago por la enfermedad de sus padres. Entre la relación de alumnos matriculados en primero de artes para el curso 1760-61, con el citado P. Castaños, figura éste: “D.n Juan Antonio Isla natural de Santiago de Goviendes Diocesis de Oviedo de hedad de 15 años estudio el primer curso el año antezedente en la escuela Thom.ta y buelve a dar principio en este”38. La inscripción precedente nos hizo revisar las matrículas del primero de artes del colegio dominico en el curso anterior, explicado por el P. Francisco Fernández, entre cuyos inscritos figura efectivamente: “D.n Juan Antonio Isla natural de Santiago de Goviendes Diocesis de Oviedo de hedad de 14 años”39. Comprobado el dato antecedente, retomamos el currículo de dicho alumno y verificamos que figura también matriculado en el segundo de artes del colegio jesuita para el curso 1761-62, con el citado P. Castaños, aunque lo hacía fuera de plazo con permiso del rector de la universidad: “ Dn Juan Antonio Isla en virtd de mandato de el Sr Rector, diocesano de Oviedo”40.

AHUS: Serie Histórica, Leg. 212: Matrícula 1754-1767, Cuad. “Nº 11, Matricula 1760”, fol. 10. AHUS: Serie Histórica, Leg. 212 cit., Cuad. “Nº 10, Matricula 1759”, fol. 3v. 40 AHUS: Serie Histórica, Leg, 212 cit., Cuad. “Nº 12, Matricula 1761”, fol. 15. 38 39

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3. RELACIONES FAMILIARES Y SOCIALES DE COMPOSTELA Unas veces fortuitamente, otras como fruto de su decisión personal y con toda consciencia, el P. Isla vinculó buena parte de su existencia a la ciudad compostelana. Sin ser gallego de origen ni de sangre, acabó siéndolo social y afectivamente, pues Santiago –a partir de su ingreso en la Compañía de Jesús el mes de abril de 1719– se convirtió en una permanente referencia de su vida hasta los últimos momentos. En cierto modo, la ciudad del Apóstol llegó a ser una fuerza centrípeta a la que el sabio jesuita necesitaba remitirse, no sólo en los grandes momentos de su itinerario existencial sino también para mantener su actividad humana y espiritual, sacerdotal y jesuítica, literaria y publicista. De sus setenta y ocho años largos de vida, José Francisco de Isla fue sesenta y dos miembro de la Compañía de Jesús –la pertenencia institucional y religiosa más duradera de ella–; ese mismo tiempo estuvo vinculado a la tierra y a la ciudad donde su familia de la carne se estableció de forma definitiva, y cuyos nuevos miembros (unos más que otros, ciertamente) llegaron a ser el sostén afectivo más firme de su existencia, sobre todo en los duros catorce años del destierro. El P. Isla quedó ligado así, la mayor parte de su vida, a muy diversas personas compostelanas –familiares, amigos, conocidos– que constituyeron el entramado afectivo más fuerte de ella, reforzado por unas relaciones directas durante los dieciséis años que estuvo destinado en estas tierras. También, en cierto modo, su futuro cultural quedó pendiente –tras designarla testamentariamente su heredera literaria– de la actuación de María Francisca de Isla, una compostelana que contribuyó de forma decisiva a afianzar su fama en el parnaso español y a hacer universal su obra escrita. Para considerar en detalle esa serie de relaciones humanas que el P. Isla mantuvo con numerosas personas del entorno compostelano, vamos a utilizar fundamentalmente dos tipos de fuentes: el amplio epistolario que conocemos del propio José Francisco de Isla (un tercio del mismo son cartas dirigidas a su hermana María Francisca y a su cuñado Ayala) y alguna bibliografía más o menos específica sobre la temática. Para encuadrar mejor los contenidos del apartado, lo parcializamos en dos secciones.

3.1. La familia compostelana Vista a posteriori, sorprende la enorme calidad humana que se dio en la relación entre el P. Isla y la familia surgida del segundo matrimonio de su padre. Hijo único de José Isla y Ambrosia Rojo, muerta ésta cuando el joven jesuita contaba sólo vein-

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tiún años y se hallaba ya vinculado a su Orden en la época de mayor fervor religioso, parecía previsible que concentrara en su trabajo dentro de ella toda la fuerza de su afectividad, máxime cuando las relaciones con su padre no eran fluidas debido al fuerte carácter de éste, como se desprende de la correspondencia publicada. Sin embargo, a raíz de su destino en el colegio compostelano (años 1732-38), cuando José Francisco conoció en directo a su madrastra y nuevos hermanos –del nacimiento de los cuatro últimos fue testigo–, se crearon entre ellos unos lazos tan firmes que ya nunca se desharían. Este hecho es puesto de relieve por varios de los escritos biográficos utilizados para elaborar esta obra41 y nos da pie para desarrollar lo que sigue. La serie de Cartas familiares testimonia el amor que Isla mantenía con su familia años después de su estancia en el colegio de Santiago. Además de los cariñosos encabezamientos y despedidas a María Francisca y Nicolás Ayala, no lo son menos las frases dirigidas al resto de ella: “A madre y á mis dos chusquillas, Mariquita Isabel y Antolina, darás un millon de memorias tiernas”, además de los expresos saludos que enviaba siempre para ellas o cartas personales para que se las hicieran llegar; curiosamente, nunca hay particulares saludos o correspondencia para su padre42. Especialmente afectivo se muestra Isla con su familia con ocasión de distintas enfermedades que aquejaron a sus miembros. Así, respecto a su madrastra, manifiesta lo mucho que le afectan “los dolores que afligen á madre con tanta porfía”; y en un duro invierno, cuando todos estuvieron enfermos de una u otra gravedad, incluida Rosa María Losada que los cuidaba, afirmaba: “Es visible la asistencia particular de Dios con esta señora en premio de su genio angelical y de su heroica paciencia”43. Respecto a sus hermanas menores, Isabel y Antolina, que convivían en la casa paterna, no era menos su cariño ordinario y preocupación por sus dolencias. Esos sentimientos se extremaron al final del invierno de 1758, en que las dos llegaron a estar tan gravemente enfermas que se temió por su vida; finalmente lo superaron, pero Antolina quedaría baldada de resultas de la dolencia44. A partir de entonces se sucederían especiales saludos y cartas propias para Antolina.

41 Cf. especialmente: Eguía, La predilecta hermana, Humanidades, VII (1955) 256-257; Pérez de Castro, Recuerdos y cartas, CEG, XV (1960) 240-241; Fernández, La defensora de Fray Gerundio, LicFr, XXVIII (1975) 263-264. 42 Cf. Monlau, Obras P. Isla, Cartas familiares, nn. XXXVI (24-VIII-1755), XLII (14-XI-1755), LV (19-III-1756), LVI (20-III-1756), etc. 43 Cf. Monlau, Obras P. Isla, Cartas familiares, nn. XXIII (28-III-1755) y CXX (23-II-1758). 44 Cf. Monlau, Obras P. Isla, Cartas familiares, nn. CXX (23-II-1758), CXXII (3-III-1758), CXXIV (10-III-1758), CXXVII (24-III-1758, CXXIX (30-III-1758, CXXXIII (14-IV-1758), CXXXV (21-IV-1758), etc.

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Una prueba real del gran cariño que Isla profesaba a su familia fue el permiso para residir una temporada en Santiago que solicitó al agravarse la salud de sus padres, a finales del año 1760; al no solucionarse la situación, trajo como consecuencia su destino oficial en la residencia de Pontevedra en la primavera de 1761. De esa etapa intermedia (agosto 1760-marzo 1761) apenas hay correspondencia, pues la relación directa en la casa paterna la hacía innecesaria; y la que se reanudó por escrito desde la ciudad del Lérez a lo largo de todo el año 1761 trata de otros temas de interés mutuo, pero no familiares, pues la salud del anciano matrimonio hacía viajar con asiduidad al ya maduro Isla a Compostela. Esa es la razón de que las cartas intercambiadas no reflejen las muertes de José Isla y Rosa María Losada en 1762, aunque han quedado importantes rastros de esos hechos en otras secciones del epistolario isleño. A comienzos del año 1761 escribía Isla desde Santiago a su amigo Alejandro Bocanegra, entonces obispo de Guadix y Baza, comunicándole que se hallaba en la mansión compostelana para cuidar de sus “ancianos padres”; y en otras varias cartas le daba noticias de una situación que se deterioraba y había causado ya la muerte de José Isla en febrero de 1762. Sin otras comunicaciones sobre el particular, una nueva carta fechada el 9 de agosto siguiente agradecía a Bocanegra los sufragios de nueve misas celebradas por el alma de su “madre” Rosa María Losada, facilitándonos así un dato que ignorábamos documentalmente45. El epistolario vasco del P. Isla complementa y amplía los datos anteriores. En carta a José Domingo de Gortázar, enviada desde Pontevedra el 23 de marzo de 1761, le comunicaba su destino en la residencia jesuítica de esta ciudad para hallarse cerca de la familia, dada su difícil situación: el padre estaba muy achacoso, María Francisca delicada de salud, Antolina tullida y el hermano mayor de ellas, que las podía ayudar, “loco y aturdido”. En sendas cartas escritas desde la ciudad del Lérez, el 23 de abril y 21 de mayo de 1762, comunicaba a Gortázar la muerte de su padre, la triste situación de sus hermanas solteras, con la madre muy enferma y todas sin arrimo, así como sus esfuerzos por arreglar en La Coruña y Santiago las disputas testamentarias surgidas a raíz de ello46. Otros dos emocionantes escritos de Isla a Gortázar ofrecen el dato exacto de la muerte de su madrastra y de la dramática situación de su familia compostelana. La 45 Cf. Monlau, Obras P. Isla, Cartas escritas á varios sugetos, especialmente carta n. CIX (9-VIII-1762), p. 594. 46 C. Pérez Picón, El P. Isla, vascófilo, Epistolario Gortázar-Montiano, cartas nn. 43, 56 y 57: Miscelánea Comillas, n. 43 (1965) 455-456, 477-480 y 480-482, respectivamente.

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primera, suscrita en Pontevedra el 19 de julio de 1762, tras condolerse de una desgracia familiar del destinatario, añadía: “A mi también me han cabido mis golpes y no pequeños sobre los ya recibidos. El dia 9 del pasado enterraron a mi madrastra, a quien amaba y de quien era amado como si fuera madre; y el diez me presenté en Santiago para consuelo de aquellas pobres huérfanas, dos de las cuales están sin estado; y una de ellas, que es la menor, incapaz de alguno por tullidita y por accidentada, cargando ahora sobre mi el peso de su cuidado, que no me oprime poco, porque la irregularidad de su hermano mayor, más sirve de sobrecarga de todos, que para alivio de ninguno”. Y el 11 del siguiente mes de agosto le informaba de que la situación de sus hermanas solteras sólo se podría arreglar casándolas ventajosamente. En el caso de Antolina, eso era imposible debido a su estado de invalidez; y en el de Isabel, se había concertado su boda con un pariente mayorazgo de Valderas, a donde pasaría a residir47. Debemos referirnos también a los hermanos varones del P. Isla, sobre los cuales se encuentran en su epistolario algunas (no tantas como sobre las hermanas) referencias, además de otras comunes a nivel familiar. Comencemos por los dos hermanos gemelos, Joaquín y Ramón, que en su edad juvenil se decidieron por seguir la vida religiosa, el primero en la orden benedictina y el segundo en la jesuítica. Acerca de este último se encuentran mayores referencias en el epistolario isleño, quizás por ser hermanos de religión además de sangre. Así, el 28 de mayor de 1756, comunicaba a María Francisca que Ramoncito llevaba siete meses enfermo en Villargarcía, sin poder celebrar misa ni comulgar, a causa de los continuos vómitos. Pocos días después era testigo de su mejoría y de la esperanza que tenía el enfermo de trasladarse a Santiago para reponerse allí una temporada. Y el 18 de junio inmediato le informaba de que Ramón empezaba ese viaje con buen tiempo, confiando en que llegara felizmente a casa48. Sobre Fray Joaquín encontramos también algunas alusiones en la correspondencia familiar: una crítica a sus obrillas escritas, que Isla enviaba a María Francisca (abril de 1759), una comunicación acerca de que estaba enfermo (mayo de 1760) y la respuesta a una carta de María Francisca quien le decía, de paso hacia Carril para reunir47 C. Pérez Picón, o.c., Epistolario Gortázar-Montiano, cartas nn. 58 y 59: Miscelánea Comillas, n. 43 (1965) 482-483 y 484, respectivamente. 48 Cf. Monlau, Obras P. Isla, Cartas familiares, nn. LXII, LXIII, LXIV y LXV, pp. 450-451.

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se con su marido, que pensaba parar en Padrón para oír predicar a su hermano (junio de 1760)49. Tras su destierro a Italia, muerto ya Ramón prematuramente, el P. Isla siguió ofreciendo noticias de su intercambio epistolar con Fr. Joaquín: su destino como predicador oficial en el monasterio de Oña (julio de 1771); informado por él de la muerte de su cuñado Ayala (diciembre de 1774 y marzo de 1775), así como de la mejoría de salud de María Francisca, seriamente enferma (noviembre de 1775)50. Sobre el mayor de los hermanos Isla-Losada, José Joaquín, hemos localizado también en el epistolario precisas referencias, a menudo peyorativas, que muestran la preocupación del P. Isla debido a su irregular conducta y a la poca cabeza para hacer frente a ciertas situaciones familiares. Esto ya se había puesto de relieve en citas anteriores, especialmente a raíz de la muerte de sus padres, así como en el correspondiente apartado del capítulo II. Un sonado caso, con motivo de la elección de procurador síndico general celebrada en el ayuntamiento de Santiago en enero de 1761, había llevado a José Joaquín a un complicado proceso judicial y al P. Isla a una serie de acciones, incluso a interceder por él ante un juez (mayo de 1764). En una carta dirigida al H. Sáez, encargado de la Procura provincial de Castilla (Pontevedra, 31-III-1766), le informaba de que había concluido el proceso contra él tras pronunciarse “a su favor la sentencia mas decorosa y mas completa que se ha visto en aquel tribunal”51. Después de estos sucesos parece que José Joaquín se trasladó a Salamanca para rehacer allí su vida (carta desde Bolonia, 19-VII-1771), pasando posteriormente a residir a Madrid. Siete años después (Bolonia, 6-XII-1778), el P. Isla se enteraba por María Francisca de que la esposa de Joaquín, Ana Tomasa, se había venido con ella desde la Corte para Santiago, donde le había cedido como vivienda una casa de su propiedad, alabándola por ello52. Para no alargar indefinidamente este relato de las relaciones epistolares de José Francisco con su familia, queremos cerrarlo con unas breves referencias a dos parientes de María Francisca por parte de su madre, Rosa María de Losada y Osorio, de los cuales ya hemos tratado en el capítulo anterior: el P. Salvador Osorio, de la Compañía de Jesús; y el canónigo José Francisco Losada Quiroga, luego obispo de Mondoñedo. 49 Cf. Monlau, Obras P. Isla, Cartas familiares, nn. CLXXXII, CCXVIII y CCXXVI, pp. 494, 506 y 509, respectivamente. 50 Cf. Monlau, Obras P. Isla, Cartas familiares, nn. CCLXIV, CCLXX, CCLXXI y CCLXXII, pp. 523, 527 y 528, respectivamente. 51 Cf. respectivamente: Monlau, Obras P. Isla, Cartas escritas á varios sugetos, n. CXVIII, pp. 601-602; C. Pérez Picón, o.c., Miscelánea Comillas, n. 42 (1964) 297. 52 Cf. Monlau, Obras P. Isla, Cartas familiares, nn. CCLXIV y CCLXXXVIII, pp. 523 y 538.

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Sobre el primero de ellos se encuentran algunas alusiones en la correspondencia del P. Isla con su hermana: el P. Osorio llegó de visita a Villagarcía de Campos, donde se rumoreaba que iría destinado a Roma como asistente general de España e Indias (diciembre de 1757), noticia que se confirmaba efectivamente algunos meses después (junio de 1758)53. Sobre el obispo Losada Quiroga –por cierto, uno de los más proclives a la expulsión de la Compañía– hacemos tan sólo una cita, tomada de la carta enviada a María Francisca desde Bolonia (5-VIII-1779), que vale más que todos los comentarios: “En la Gaceta de Madrid del 16 de julio leí la muerte de tu pariente Monseñor de Mondoñedo, y en ella el breve, pero bello, elogio de aquel digno prelado. Estos obispos son los que honran las familias; pero los que no tuvieron de obispos mas que el título, el sombrero verde y el hábito pavonaceo, á lo sumo solo sirven para que sus retratos adornen las paredes”54.

3.2. Amistades compostelanas Esta sección de enunciado tan genérico intenta presentar el entramado de relaciones humanas que emerge de la biografía del P. Isla y tiene como espacio referencial la capital compostelana. Se trata de un conjunto variopinto de personas de diversa procedencia social, bien originarias de la ciudad del Apóstol, bien habitantes de ella en alguna etapa de su vida, con las cuales mantuvo contactos –generalmente en directo y/o también epistolarmente– el contradictorio autor del Fray Gerundio de Campazas. Probablemente sería tarea imposible identificar a todas las personas domiciliadas en Compostela, de cuya relación con Isla hay alguna constancia –por ejemplo, en su epistolario conocido o en el texto de su abundosa producción escrita–, pero sí hay un cierto número de ellas sobre las cuales tenemos suficientes datos para asegurar que existió esa relación. Unas eran amistades surgidas del trato personal, sea por pertenencia familiar (personas del entorno social de los Isla-Losada), sea por razón del estamento eclesiástico de que formaban parte (religiosos de diversas Órdenes, canónigos, clérigos), y también del mundo cultural o literario en que coincidían por afición (profesores universitarios, contertulios, escritores).

53 54

Cf. Monlau, Obras P. Isla, Cartas familiares, nn. CXIII, XCIX y CXLVII, pp. 466 y 480-481. Monlau, Obras P. Isla, Cartas familiares, n. CCXCIV, p. 542.

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Algunas de esas relaciones humanas del P. Isla, por distintas razones, acabaron convirtiéndose en amistades permanentes y creando unos vínculos que duraron hasta el fin de su vida, de las cuales han quedado suficientes testimonios escritos. De dos de esas personas nos vamos a ocupar ahora especialmente –y con amplitud en otros capítulos–, porque en la ciudad compostelana se acabó de fraguar una relación humana tan profunda que –ausente de ella por fidelidad a la Compañía de Jesús, incluida su expulsión de suelo español– se prolongaría allí en la persona de su predilecta hermana María Francisca y epistolarmente con él. Nos referimos a Diego Antonio Cernadas y Castro (1702-1777), conocido literariamente como el Cura de Fruime, y a Francisco Alejandro Bocanegra Xivaja (1709-1782), obispo de GuadixBaza (1758-73) y arzobispo de Santiago (1773-82), con cuyas biografías coincidió casi cronológicamente la del P. Isla (1703-81). Sin pretender detallar los extremos de la amistad de José Francisco de Isla con esos dos personajes, para no reincidir en otra serie de referencias que se hacen de ambos a lo largo de esta obra, nos vamos a detener tan sólo en algunos episodios de esa relación, donde se pone de relieve la calidad humana que los unía. Casi siempre aparecerá en el relato, como de fondo, la persona de María Francisca de Isla, que hace de nexo de unión entre uno y otro. Nos referimos en primer lugar al tiempo en que surgió la relación entre Isla y Cernadas, que ubicamos al final de la primera estadía de aquél en Compostela, gracias a un episodio ocurrido entre ambos muchos años más tarde. La pista del hecho a que nos referimos nos la dio una carta enviada por el P. Isla a María Francisca desde su destierro en Bolonia el 30 de abril de 1779, donde le decía haberse informado por la Gaceta de la publicación del tercer volumen de las obras póstumas de Cernadas, en el que se recogían los textos de dos cartas confidenciales cruzadas entre ellos años atrás, con motivo de una polémica teórica sobre la vida monástica; lamentaba la inclusión en la obra de textos privados entre amigos, y rogaba a su hermana le enviase copia de las mismas55. Consultado en directo el citado volumen de las obras del Cura de Fruime, localizamos las cartas intercambiadas entre ambos personajes. El motivo de ellas habían sido unas décimas escritas por Cernadas contra un monje que deseaba le llamasen judío antes que fraile, argumentándole más jocosa que teológicamente. Leído el poema por el P. Isla, había enviado una carta al Cura desde Villagarcía de Campos (24-II-1758) precisando y corrigiéndole algunas de sus afirmaciones, aunque le declaraba la “estre-

55

Cf. Monlau, Obras P. Isla, Cartas familiares, n. CCXCII, p. 540.

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cha, verdadera y antiquísima amistad, que á Vmd. profeso”. El Cura de Fruime le contestaba de seguida con una prolija y puntillosa misiva, aunque sin ánimo polémico por tratarse de “un amigo añejo y rancio (como V. R. lo es mio)”, y destacando en la despedida esta afirmación: “De cualquier suerte yo deseo que V. R. me tenga, como treinta y tres años ha, por su finísimo servidor y amigo de corazon, que B. S. M.”56 Esta correspondencia sitúa, pues, el origen de la amistad entre Isla y Cernadas en torno a los años 1724-25, posiblemente hacia el final de los estudios filosóficos del primero en Santiago, cuando el Cura de Fruime cursaba ya teología en la universidad57. Sin reincidir en otros puntos de contacto entre ambos personajes, que se relatan en diversos apartados de esta obra, queremos dejar aquí constancia de un escrito que subraya la amistad que profesaba Cernadas al P. Isla. Y lo hacemos tomando pie inicialmente en una carta enviada por éste a su hermana desde Villagarcía el 18 de enero de 1759, donde la informaba sobre sus contactos con Cernadas por causa de los ataques recibidos tras la publicación del Fray Gerundio en 1758. El tema se completa con otra carta firmada el 1º de junio siguiente, en la que Isla respondía a María Francisca que él no era el autor de unos Circunloquios recién publicados en defensa suya y de su obra, sino otro religioso de la misma provincia conocido de su marido Ayala58. Ambas cartas se refieren a un polémico escrito titulado Folio volante sobre la vida del famoso Fray Gerundio de Campazas, publicado en Viena a finales de 1758 y dividido en dos Circunloquios, que replicaban duramente a los reparos puestos contra la obra del P. Isla. Atribuido a diversos autores –los críticos y el P. Isla descartaron su propia autoría–, ha ido ganando terreno con el tiempo la atribución del mismo a Cernadas, lo cual sería del todo congruente con la antigua amistad que profesaba a José Francisco. En otra obra nuestra hemos justificado esta opinión con una serie de razones que nos parecen probatorias59. Con respecto al arzobispo Bocanegra, a mayores de lo que decimos sobre él en un capítulo de la segunda parte, queremos ofrecer aquí unos apuntes basados en varias muestras del epistolario del P. Isla, sobre el origen y desarrollo de la amistad que existió entre ambos durante muchos años, de la cual participó también María Francisca.

Cernadas y Castro, Obras completas, III, Madrid 1779: décimas al monje (pp. 1-6); carta del P. Isla (pp. 11-17: la frase citada en p.11); y carta del Cura de Fruime (pp. 17-75: las frases citadas, en pp. 21 y 75). 57 Cf. García Cortés, O Cura de Fruíme, Santiago 2002, 72-74. 58 Cf. Monlau, Obras P. Isla, Cartas familiares, nn. CLXXVIII y CLXXXVI, pp. 492 y 494-495. 59 Cf. García Cortés, O Cura de Fruíme, Santiago 2002, 151-154. 56

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Lo cierto es que carecemos de referencias documentadas acerca de cuándo y cómo se produjo el nacimiento de esa relación, que nos parece llegó a ser muy honda aunque guardando las distancias que imponía el cargo episcopal de Bocanegra. Dadas las distintas geografías en que se movieron ambos personajes, sospechamos que tal relación pudo surgir a distancia y con ocasión de algún asunto eclesiástico común; quizás incluso por la simpatía del prelado –buen orador y con ideas actuales sobre la predicación, como muestra la edición de sus sermones– hacia las renovadas ideas sobre este tema que sustentaba Isla al ridiculizar los excesos oratorios de los Gerundios de su época. Esto situaría el origen de su amistad en torno a los años 1759-60. Las primeras evidencias de esa amistad aparecen en algunas cartas del P. Isla a Bocanegra a partir del verano de 1762. El 9 de agosto escribía desde Pontevedra al obispo guadicense para agradecerle las misas celebradas por el eterno descanso de su madrastra, fallecida dos meses atrás, y aprovechaba para llamarle respetuosamente la atención por los exagerados elogios hechos a su hermana, que había censurado ciertos escritos del obispo con bastante ligereza. El siguiente 17 de octubre le remitía otra carta desde Santiago, prometiéndole enjuiciar la pastoral que estaba a punto de publicar, una vez la hubiera recibido y estuviese repuesto de la enfermedad que entonces le afectaba. El envío del documento episcopal se debió demorar, pues no encontramos ninguna alusión al tema hasta otra carta enviada por Isla a Bocanegra desde Pontevedra el 27 de febrero de 1763, en la que afirmaba: “Luego que la recibi, la devoré, sin acertar á dejarla de las manos; no me salió de ellas hasta que encontré con la última letra, y fue, cierto, mucho mas apriesa de lo que quisiera. Mi dictamen se reduce á pocas palabras. Es lo mas precioso que he leido en la linea, dentro de los términos de España”60. El P. Isla y el obispo Bocanegra no pudieron coincidir en Santiago cuando éste se trasladó a la ciudad del Apóstol como arzobispo de la diócesis compostelana, pues aquél hacía ya casi seis años que se hallaba desterrado en Italia a causa de la expulsión de los jesuitas. Pero, desde la lejanía, el viejo escritor y el famoso prelado se mantuvieron unidos a través de la Musa Compostelana, como lo evidencia el epistolario con María Francisca, hasta que la muerte los llevó a ambos con una diferencia de cinco meses. Cv. Monlau, Obras P. Isla; Cartas escritas á varios sugetos, nn. CIX, CXI y CXII, pp. 594, 595 y 596-597, respectivamente. 60

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Un seudónimo clave con el que Isla denomina a Bocanegra (lo pudimos interpretar por el contexto de las cartas) era el del “Capellán del Apóstol” y gracias a él nos enteramos de algunos curiosos episodios. Así, en una carta a María Francisca desde Budrio (16-III-1775), le comunicaba haber recibido una importante ayuda económica del Capellán, que le había venido muy bien para aliviar su situación. En otra misiva escrita en Bolonia (14-III-1777) Isla decía a su hermana que el Capellán se encontraba en Madrid por causa de una pastoral, lo cual parecía indicar que Bocanegra se lo había participado previamente. Y en una tercera carta a María Francisca (Bolonia, Corpus de 1777) le recomendaba a un clérigo, hermano de un jesuita amigo, para que intercediera ante el Capellán del Apóstol y le concediese alguna prebenda61. Otra serie de amistades y relaciones humanas con personas residentes en Santiago se pone asimismo de relieve en la correspondencia del P. Isla, aunque todas parecen tener menor contenido y duración que las dos comentadas anteriormente. No es raro, sin embargo, descubrir en los escritos de referencia episodios de interés por el desterrado jesuita y de generosidad con él, así como rasgos de gran calidad humana en ellos. Por parcializar de alguna manera ese conjunto de amistades compostelanas, nos referimos en primer lugar a los clérigos y religiosos con los que Isla y su hermana estuvieron relacionados: el agustino P. Ocampo, gran predicador; el jesuita P. Calderón, que sería un buen confesor de María Francisca; el jesuita P. Mourín, desterrado también en Italia, con cuya hermana Francisca mantenían muy buenas relaciones los hermanos Isla; y otro innominado jesuita, que había bautizado a María Francisca con el sobrenombre de la Perla Gallega62. Sin embargo, es con mucho el personal femenino quien más figura en la correspondencia del P. Isla con su hermana, en buena parte amigas y conocidas suyas, de las cuales es probable que hubiera sido confesor o consejero espiritual, ministerio muy practicado entonces por los jesuitas. Con todo, de entre la larga nómina de mujeres que aparecen en los escritos isleños, vamos a detenernos tan sólo –y ello mínimamente– en aquellas que lo hacen reiteradamente. Aunque sólo figure en el texto de unas pocas cartas, queremos subrayar el nombre de María Teresa Caamaño, en cuya relación humana y literaria estuvieron implicados 61 Cf. Monlau, Obras P. Isla, Cartas familiares, nn. CCLXXI, CCLXXVII y CCLXXVIII, pp. 527, 532 y 532-533. 62 Cf., respectivamente, Monlau, Obras P. Isla, Cartas familiares, nn. CLI (14-VII-1758), CCIII (12-X-1759), CCLXXVI (28-II-1777), CCXI y CCXII (21 y 28-I-1760).

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tanto los hermanos Isla como el Cura de Fruime63. Persona culta y de fácil pluma, se había casado muy joven con el coronel Lacy del acuartelamiento compostelano; era una gran admiradora de la Perla Gallega y mereció las alabanzas tanto del P. Isla, que le llamaba la bella solitaria, como del cura Cernadas, que le dedicó algún poema64. Queremos destacar también, en otro sentido, las referencias a varias damas compostelanas de apellido Gayoso, probablemente hermanas o primas (María Teresa, María Ignacia, Josefa), que figuran en la correspondencia del P. Isla, tanto la suscrita desde Pontevedra como desde Bolonia65. El epistolario isleño referencia asimismo otros nombres de damas, unas compostelanas y otras pontevedresas, pertenecientes al entorno social de los Islas, con las que se evidencian relaciones de distinta índole y duración: María Francisca Mourín, Rosa Freire, Juana Tomasa, Nicolasa Marín, Joaquina Caamaño, María Josefa Vivero y un largo etcétera66. Cerramos el apartado con otra nómina, mucho más breve, de nombres masculinos, que aparecen esporádicamente en distintas etapas de la correspondencia isleña: un pariente de María Francisca por la rama materna, apellidado Carantoña, que había contraído matrimonio con la condesita de Medina; los Figueroa de Pontevedra; el Sr. Ramírez Portocarrero, que tenía una buena relación con el matrimonio Ayala-Isla; un Manuel Mosquera, a quien el desterrado jesuita enviaba saludos cordiales recordando su antigua amistad y de quien quedaba muy agradecido por su donativo de cien reales67.

63 Cf., por ejemplo, Monlau, Obras P. Isla, Cartas familiares, nn. XLV (2-I-1756), XLVIII (16-I-1756) y CLXVII (24-XI-1758). 64 M. Murguía, Diccionario de escritores, Vigo 1862, 157, que le dedica un buen párrafo; cf. también Couceiro, Diccionario, I, 181. 65 Cf. Monlau, Obras P. Isla, Cartas familiares, nn. CCXXXVIII (25-III-1761), CCLVI (23-X-1761) y CCCVII (24-VI-1781). 66 Cf., respectivamente, Monlau, Obras P. Isla, Cartas familiares, nn. CCXXXVI (IX-1760) y CCLXXV (27-XII-1776); XLV (2-I-1756) y CCLXXV (27-XII-1776), LVI (20-III-1756); LI (13-II-1756); y CCLXXV (27-XII-1776). 67 Cf., respectivamente, Monlau, Obras P. Isla, Cartas familiares, nn. LX (14-V-1756); CCXXXVIII (25-III-1761); CCLXXV (27-XII-1776) y CCLXXIX (30-VI-1777), en la que se lamenta de su mal estado de salud; y CCLXXX (14-III-1778).

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CAPÍTULO IV LA ETAPA DE LA PLENITUD VIDA SOCIAL, LITERARIA Y MATRIMONIAL Este nuevo capítulo se refiere a una amplia e imprecisa etapa –imprecisa en cuanto a sus contenidos, pues las fuentes documentales y bibliográficas disponibles para su consideración son pocas y cronológicamente descompensadas– de la biografía de María Francisca de Isla y Losada, que abarca en torno a tres décadas. Está poco determinada en su inicio por falta de datos contrastados, lo que nos hace ubicarla genéricamente en torno a los años 1750-51, cuando nuestro personaje cumplía los dieciséis/diecisiete años, edad en que se solía dar entrada a las jóvenes en el mundo adulto, dentro de la sociedad compostelana de su época. Y está documentada en su término por la muerte de su admirado hermano en Bolonia (noviembre de 1781), siete años después de la de su marido (octubre de 1774), que había dado paso ya para ella a una nueva situación humana, familiar y social, a la que dedicaremos el siguiente capítulo. En el intermedio de ambas fechas, unos treinta años habitando casi continuamente en Compostela –salvo cortas ausencias por vacaciones o tomando los baños de mar por prescripción médica, además de algunas estancias en la Corte–, inmersa en su vida social, cultural y religiosa de capital provinciana, participando en ella con el limitado protagonismo que se permitía a las mujeres, pero destacando en una sociedad marcadamente masculinista gracias a los altos valores de inteligencia y creatividad literaria que definían su personalidad. Esta es la etapa en que María Francisca de Isla contrajo matrimonio con Nicolás de Ayala, el hombre que la ayudó a hacerse activamente presente en aquel mundo tan controlado, a quien llegó a amar apasionadamente y de quien buscó con denuedo el

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fruto de los hijos que nunca llegaron. Quizás esta carencia, que la marcó sobre todo en los primeros años de vida matrimonial, le trajo como no buscada consecuencia la libertad y la dedicación a otras tareas sociales y culturales, para las que siempre fue apoyada por su marido en directo, y a distancia –con la insistencia del continuo carteo– por su hermano José Francisco, su director de conciencia y apoyo espiritual, su maestro literario y crítico de su obra, de quien estaba orgullosa y por quien se sabía amada incondicionalmente, que además la nombraría heredera de los hijos nacidos de su pluma. Es esta también la etapa de la madurez cultural de María Francisca, durante la cual fue decantando una abundante producción literaria –que, desgraciadamente, destruyó ella misma en su casi totalidad, por un malentendido sentido de humildad e infravaloración–, de la cual tan sólo hemos logrado localizar algunos testimonios indirectos y huellas imprecisas en los escritos de otras personas, además de recuperar desde sus incógnitos depósitos muy pocas muestras de diverso valor, fruto de una meticulosa investigación. Es este, por último, el tiempo de sus grandes amores y dolores familiares como adulta: la invalidez de su hermana pequeña Antolina; la equivocada orientación de la vida de su hermano José Joaquín y su fracaso matrimonial; el doloroso declive y la muerte de sus padres en el mismo año 1762; el rápido arreglo del matrimonio de su hermana Isabel con un pariente leonés y el traslado de la tullida Antolina a su propia casa para atenderla, como consecuencias de dichas muertes; el prematuro fallecimiento de su hermano Ramón, joven y prometedor jesuita, a los 35 años; el injusto destierro de José Francisco, a causa de la expulsión jesuita de los dominios españoles; la compensación de la milagrosa curación de Antolina y su posterior matrimonio; la muerte de Nicolás de Ayala, después de algunos años en que “quedaba casi civilmente muerto”; y, en fin, la de su hermano el P. Isla en la tristeza del destierro italiano. Es también el tiempo de las dolencias físicas –sospechamos que también sicológicas–, superadas en parte por los médicos del cuerpo y en parte por el apoyo afectivo y espiritual de su maestro, así como de sus valoradas actividades literarias. Al final de esta etapa, con cuarenta y siete años recién cumplidos, María Francisca se enfrentaba a un oscuro destino, en el orden humano y social, sin sospechar que su gran tarea al servicio de la causa literaria y del patrimonio cultural que le iba a legar el P. Isla, le llegaría como una honrosa herencia a la muerte de éste en Bolonia. Reunimos, pues, en este capítulo los frutos de una investigación –difícil por las carencias que presentó– relativa a las citadas tres décadas (1750/51-1781) de la exis-

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tencia de nuestra biografiada. Con el fin de sistematizar sus contenidos, los parcializamos sincrónicamente a lo largo de tres apartados. El primero se refiere a la vida social del personaje en esta etapa, centrándose especialmente en sus relaciones con distintas personas, así como en sus actividades dentro de los medios humanos y culturales de la Compostela de aquel tiempo. El apartado segundo considera genéricamente lo que será el objeto de toda la segunda parte de la obra: el nacimiento y desarrollo de la vocación literaria de María Francisca de Isla a lo largo de la etapa, cuyo final coincide con la madurez de la misma. Y el apartado tercero se extiende sobre el matrimonio de María Francisca con Nicolás de Ayala, detallando diversos elementos de su vida interna y documentando los principales acontecimientos de sus veinte años de duración.

1. VIDA SOCIAL Las rígidas normas sociales y religiosas de la Compostela dieciochesca no admitían apenas la autonomía de las mujeres, fuera de los controlados límites que les imponían la familia paterna y, en su momento, el matrimonio. Sujeta a la formación propia y a las estrictas costumbres familiares de la época, durante la infancia y la adolescencia, una mujer daba su primer gran paso de afirmación personal cuando –dependiendo de su clase social– era introducida en el mundo adulto mediante los acostumbrados ritos de paso (puesta de largo, presentación en sociedad, etc.) o ingresaba en el mercado laboral con la práctica de un trabajo propio de su sexo. El paso definitivo en su restringido campo de libertades lo alcanzaba al contraer matrimonio y formar una familia propia, de la que –en todo caso– era cabeza el marido. El tránsito de la sujeción paterna a la conyugal suponía, con todo, una mayor cuota de autonomía y responsabilidad, la capacidad de tomar ciertas decisiones y el ejercicio de una autoridad doméstica. A nivel social, la mujer casada tenía entrada en los estamentos y amistades del marido, adquiría relaciones con otras familias y grupos humanos, era admitida en los círculos femeninos o mixtos de distinto carácter (religioso, cultural, caritativo, lúdico)... Quizás la única actividad en la cual se la consideraba con su propio nivel de competencia y expresión era la artística, prevalentemente en su proyección literaria y limitada a unos géneros específicos, la cual se consideraba un patrimonio del espíritu humano y por ello en cierto modo inalienable. De hecho, los movimientos femi-

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nistas del siglo XIX vieron en las tareas literarias una de las principales actividades que permitirían acceder a la mujer a mayores niveles de liberación personal y social1. Nada nos aportan los biógrafos sobre las dos primeras décadas de la vida de María Francisca de Isla, prácticamente toda la etapa previa a su matrimonio con Nicolás de Ayala. Tan sólo describen, sin apenas detalles, su integración en la vida social y cultural de la ciudad compostelana, en su entramado de relaciones humanas y pertenencia a grupos de inquietud intelectual o literaria, una vez tuvo posibilidad de acceder a ellos como acompañante de su marido. E incluso apuntan la solidez de su presencia allí, el propio valer con que se afirmaba en esos medios, o el protagonismo que llegó a tener en ciertos círculos locales del mundo cultural. Pero nada sabemos, y mucho menos documentalmente, del proceso y de los pasos previos que le facilitaron aquel nivel de peso social y de fama literaria con que la presentan en su edad adulta. Hemos debido suplir, por lo tanto, esa carencia de datos con informaciones indirectas y con referencias de tiempos posteriores, en todo caso extrapolables a la época de que tratamos. La consideración de que gozaba la familia de José Isla de la Torre, consecuencia tanto de su origen nobiliario como del cargo de superintendente general de la Casa de Altamira en Galicia, la situaba en los estamentos más selectos de la vida social compostelana. Eso nos lleva a suponerle para sus hijos la educación general acorde con ella y una formación específica propia para los varones (José Joaquín, Joaquín y Ramón), como existía otra para las mujeres (María Francisca, Isabel y Antolina), posiblemente a cargo de preceptores y ayos particulares, que debió realizarse durante la década de 1730 y parte de la de 1740. En el caso de los varones esa etapa familiar daba paso pronto a la enseñanza de las humanidades, casi siempre a cargo de clérigos en el domicilio familiar y/o, en su última fase, en escuelas de gramática, como la tan afamada que regían los jesuitas2. En el de las mujeres se mantenía la formación específica (religiosa, moral, social, cultural) en el ámbito doméstico, lo que en cierta medida les permitía una mayor libertad en el acceso a los elementos culturales (estudios literarios, idiomas clásicos o modernos, etc.). Aunque sea a modo de ejemplo, permítasenos citar aquí la traducción desde

1 Cf. a este respecto, como simples ejemplos de una nutrida bibliografía sobre el particular: R. Navas Ruiz, Discurso feminista y voz femenina: las poesías de María Josefa Massanés, en M. Mayoral (coord..), Escritoras románticas españolas, Madrid 1990, 177-195; S. Kirkpatrick, A tradición feminina da poesía romántica, Unión Libre, n. 1 (1996) 27-36. 2 Cf. sobre la organización y contenido de sus estudios E. Rivera Vázquez, Galicia y los jesuitas, La Coruña 1989, 247-252.

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el francés del Breve y devoto exercicio de un Christiano para oir Misa con devocion, y consagrar á Dios las principales acciones de cada día (Ibarra, Madrid 1777), realizada cuando tenía siete años por María Josefa de Hermida Maldonado y Marín, hija del político gallego Ramón de Hermida Maldonado y de María Nicolasa Marín, ésta amiga de nuestra María Francisca, que aparece en la correspondencia isleña3. Además de ese informalizado currículo de formación humanística, social y cultural, hemos de suponerle a nuestra biografiada una inteligencia natural –que más tarde se evidenció en alto grado– para asimilar bien sus contenidos y una inquietud para extenderse en ellos y explorar nuevos horizontes, contando probablemente con una positiva permisividad paterna. ¿De dónde, si no, le hubiera venido aquella formación escolástica (causa próxima y remota, objeto propio e inmediato, etc.) con que argumentaba, cuanto tenía 24 años de edad, a un jesuita tan formado como el P. Isla, que se veía obligado a reconocerle: “Esto es demasiada metafísica para mi entendimiento de boton gordo, y solo te diré que, aunque tú discurras con mayor inteligencia, no me negarás que yo juzgo con mas solidez”?4 ¿O, también, aquella facilidad con que había juzgado algunos escritos del obispo Bocanegra, de contenido bíblico, teológico y pastoral, cuando aún no tenía 28 años?5. Esos simples ejemplos nos permiten suponer legítimamente que, cuando María Francisca fue introducida en la vida social compostelana –eso se solía hacer a partir de los dieciséis años, para situarse en el mundo de las relaciones familiares y sociales con vistas al matrimonio–, contaba con un acerbo cultural e incluso especializado que no debía ser común entre las mujeres. Y ello, pese a las afirmaciones de una publicación madrileña que, al ocuparse precisamente del nivel cultural de María Francisca en el año 1773 (aduciremos los textos oportunos al completo, en el apartado siguiente), estimaba que no era “tan Freqüente, como lo es en Santiago, encontrar Damas de grandes talentos, que se explican y escriben con felicidad”6. Esta presumible presencia de nuestra biografiada en los círculos sociales de la ciudad jacobea, en torno a los años 1750-51, la sitúa por tanto en la condición de las jóvenes de su tiempo y edad, frecuentando los espacios habituales para la relación humana: reuniones familiares, celebraciones religiosas, fiestas de las amistades, círculos femeninos, etc. Su correspondencia de pocos años después con el P. Isla hace emerger una serie de nombres de ese entorno, que sin duda formaban parte del Cf. Monlau, Obras P. Isla, Cartas familiares, n. LXVI (Villagarcía, 20-III-1756), p. 447. Monlau, Obras P. Isla, Cartas familiares, n. CCIX (Villagarcía, 7-I-1760), p. 502. 5 Cf. Monlau, Obras P. Isla, Cartas escritas á varios sugetos, n. CIX (Pontevedra, 9-VIII-1762), p. 594. 6 Mercurio Historico y Político, Madrid 1773, tomo III, p. 165. 3 4

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entramado de sus relaciones sociales de entonces: Juana Tomasa y María Teresa Gayoso, Joaquinita Caamaño, la marquesita de Santa Cruz –recién estrenada como madre–, además de la ya citada Nicolasa Marín7. Algunos años después la correspondencia isleña amplía la nómina de amistades femeninas: María Francisca Mourín y Rosita Freire, acerca de las cuales mantuvo una pequeña polémica con su hermano José Francisco; los Figueroa y los Villamenazar, de Pontevedra; las hermanas María Ignacia y María Teresa Gayoso...8. Habría incluso que ampliar las referencias hasta la última etapa del destierro del P. Isla en Italia, en donde se muestra la relación del anciano jesuita con antiguas amistades compostelanas, durante la cual aparece María Francisca como mediadora entre unas y otro: las reincidentes Juana Tomasa y Rosa Freire, María Josefa Vivero, los señores Ramírez Portocarrero y Urrutia, las viudas de Mourín y de Antonio del Sello, etc9. Ese peso social de María Francisca de Isla en los ámbitos compostelanos de su tiempo se vio indudablemente favorecido por su temprano matrimonio con Nicolás de Ayala, hombre mucho mayor que ella y bien establecido en Santiago por su alto cargo en la delegación provincial de Hacienda. Eso le hubo de prestar mayor autonomía personal tanto en sus relaciones humanas como para su presencia en los espacios sociales y culturales, donde indudablemente destacó muy pronto. Uno de los títulos con que se la conoció luego en esos medios, la Perla gallega, parece que le fue impuesto por un jesuita relacionado con ellos que, tras ausentarse de la ciudad, seguía pidiéndole al P. Isla noticias de la Perla por los inicios del año 176010. Note el lector que cuando ese sobrenombre tenía ya una cierta notoriedad, al menos en los círculos compostelanos, su usuaria acababa de cumplir los veinticinco años de edad. Martínez Barbeito estima que, en estos primeros tiempos de su madurez social, María Francisca frecuentaba ya los grupos y tertulias donde se fraguarían sus amistades duraderas con damas de la alta sociedad, canónigos y clérigos destacados, intelectuales y conocidos literatos, a quienes “iba conociendo año tras año en las veladas, entre encopetadas y familiares, de los salones compostelanos, en que se tomaba chocolate, se jugaba a prendas y charadas, se hacía algún experimento de física recreativa y se discutían arduos puntos de erudición o bien la conveniencia y riesgos de tal

Cf. Monlau, Obras P. Isla, Cartas familiares, nn. XLV (2-I-1756), LI (3-II-1756) y LXII (28-V-1756). Cf. Monlau, Obras P. Isla, Cartas familiares, respectivamente nn. CCXXXVI y CCXXXVII (24-IX y 1-X-1760); CCXXXVIII (25-III-1761) y CCLVI (23-X-1761). 9 Cf. Monlau, Obras P. Isla, Cartas familiares, nn. CCLXXV (27-XII-1776) y CCCVI (24-VI-1781). 10 Cf. Monlau, Obras P. Isla, Cartas familiares, nn. CCIX, CCXI y CCXIII (Villagarcía, 7-I, 21-I y 11-II-1760), pp. 502-504. 7 8

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o cual reforma sobre el cuerpo del país”11. El sabio académico avanza también –creemos que con excesiva imaginación literaria– sus relaciones con personas concretas de dichos medios sociales y culturales, con las que María Francisca debió haber tenido relación. Quizás algunas de ellas se hubieran dado, en el campo literario, como pondremos de relieve en el siguiente apartado. La madurez social que evidenciaba nuestra biografiada desde una edad tan temprana era, probablemente, expresión de una educación familiar y de una diversificada formación cultural que la habían habilitado para estar presente en esos medios humanos con un peso poco común a su edad. No descartamos en ella una influencia de su hermano mayor y padrino, el P. Isla, ejercida desde la distancia y respetuosa con su libertad, pero acusada en ciertas proyecciones de su personalidad –por ejemplo, la literaria–, como pone de relieve la tantas veces aludida correspondencia familiar. Un par de ejemplos lo muestran netamente: en el año 1756 el P. Isla declaraba espontáneamente la costumbre de escribir a su hermana todas las semanas, aparte las alusiones y encargos que para ella había en la correspondencia con su cuñado Ayala; todas las cartas que hay publicadas del año 1761 (son exactamente 23), escritas en la residencia jesuítica de Pontevedra, van dirigidas a María Francisca, a pesar de que el autor visitaba continuamente la casa familiar de los Isla en Compostela, para seguir de cerca la evolución de la salud de sus padres, y eso le permitía tener intercambios frecuentes con su hermana. Cerramos aquí este primer apartado de un capítulo que trata de mostrar al lector el desarrollo de un importante tramo de la biografía de María Francisca de Isla, poco conocido y nada documentado, ubicado sobre todo entre sus veinte y cuarenta años de edad.

2. PROYECCIÓN LITERARIA Dentro de la biografía de nuestro personaje, y específicamente sobre la etapa cronológica que estamos considerando, hemos localizado bastantes referencias en los autores que se ocupan de ella, la mayoría relativas a su proyección literaria. Más o menos directamente suponen que éste es el tiempo de su madurez como escritora y, sin suficientes datos para contrastarlo, todos parecen dar por buenas las afirmaciones del P. Monlau, uno de los primeros y más detallados biógrafos del P. Isla, así como primer editor de una selección de sus principales obras. 11

Cf. Martínez Barbeito, Romance en gallego, BRAG, XXVIII, nn. 321/326 (1957) 25-26.

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El citado Monlau afirma que María Francisca de Isla se había relacionado y mantenido correspondencia con varios escritores y personajes distinguidos, habiendo sido muy amiga de Sor María Tomasa de Jesús, carmelita descalza de Santiago con fama de escritora y poetisa, al igual que ella. A esa fama debía María Francisca el haber sido distinguida por la Academia de Bellas Letras de Oporto, que la incorporó al catálogo de sus socios. Después de asegurar que ella misma había destruido la mayor parte de sus poemas –pese a lo cual, un destacado bibliófilo le había facilitado leer algunas muestras, que consideraba de poca calidad–, el autor afirmaba que la hermana del famoso jesuita gozó en su tiempo de ruidosa fama, concluyendo que “tenia singular talento, y debe ocupar una página gloriosa en la historia literaria de su sexo”. Para apoyar su opinión, daba como referencia un texto publicado en el Mercurio de diciembre de 1773, donde se certificaba un difícil ejercicio de atención múltiple de María Francisca, dictando ocho cartas de diversos temas al mismo tiempo. Concluía Monlau asegurando que este raro caso de atención múltiple se había dado pocas veces en la historia, entre ellas las de César y Voltaire12. Casi todas las obras generales y biografías posteriores, al tratar de nuestra escritora, hacen referencias explícitas o tácitas a estas afirmaciones de Monlau, incluidos los escritos más recientes, que no citamos por brevedad; algunos de ellos añaden a lo dicho su relación con determinadas figuras literarias de su tiempo, famosas en el entorno gallego: María Teresa Caamaño, el arzobispo Bocanegra, o el Cura de Fruime13. Martínez Barbeito amplía hipotéticamente el círculo de estas personas a canónigos e ilustrados del entorno compostelano: Cornide, Sánchez Vaamonde, Riobóo Seijas, Páramo Somoza..., con algunos de los cuales creemos que María Francisca tuvo pocas posibilidades de relacionarse14. La referencia mayoritaria de los biógrafos al texto del Mercurio de 1773 (sospechamos que, en muchos casos, se hace no del original sino tomándolo de algún autor precedente) nos hizo acudir directamente a los ejemplares de la revista de ese año, donde localizamos no uno sino dos textos complementarios sobre el mismo tema. El primero de ellos figura en el número del mes de octubre, sección Noticias de España, y dice así: Cf. Monlau, Obras P. Isla, Biografía del P. Isla, pp. XVI-XVII. Cf. Murguía, Diccionario de escritores, Vigo 1862, 159; F. Moreno Astray, El viagero en la Ciudad de Santiago, Santiago 1865, 381; Serrano Sanz, Apuntes para una biblioteca, I, Madrid 1903, 537; A. González Besada, Discursos leídos ante la Real Academia Española, Madrid 1916, nota al pie pp. 53-54; Couceiro, Diccionario, II, 247; F. Lanza Álvarez, Dos mil nombres gallegos, Buenos Aires 1953, 154; E. Chao Espina, en GEG, XVIII, 73; etc. 14 Cf. Martínez Barbeito, Romance en gallego, BRAG, XXVIII (1957) 25-26. 12 13

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“Doña María Francisca de Isla y Losada, Señora de la primera distincion del Reino de Galicia, vecina de la Ciudad de Santiago, hermana del conocido Escritor Isla, y muger de D. Nicolás de Ayala, Administrador general de las Aduanas del mismo Reino, posee una rara habilidad, que por redundar en honor de su Pátria y de su sexo, merece llegar á noticia del Publico. Aquella Dama, que compone con perfeccion en todo genero de metro Castellano, se ha hecho célebre por la particularidad de dictar á un mismo tiempo ocho cartas sobre diferentes asuntos á ocho Amanuenses, con tal facilidad, que aun dictando, no por periodos, sino por palabras sueltas, jamas se detiene mas que el preciso tiempo en que se le repite la ultima de ellas. Nunca se turba, ni equivoca, aunque procuren distraher su atención hablando de otras materias, á cuya contestación no se niega. El estilo de sus cartas es arreglado, puro y correcto¸ y por la prontitud con que nota, se infiere que podria dictar á mayor número de personas. De todo esto dan fe, despues de repetidas experiencias, no solo los mismos que la han llevado la pluma, sino tambien otros muchos sugetos mui fidedignos, pudiendo certificarse de la verdad del hecho quantos en aquel Pueblo lo deseen. Esta singular habilidad se admirará mas en qualquiera otra Ciudad en que no sea tan freqüente, como lo es en la de Santiago, encontrar Damas de grandes talentos, que se explican y escriben con felicidad, no menos en su lengua nativa, que en la Castellana”15. La segunda referencia complementa el texto anterior con este otro publicado en la misma revista en diciembre de 1773: “En el Mercurio del mes de Octubre próximo pasado habrá leído el Público que Doña María Francisca de Isla y Losada, Dama que reside en Santiago de Galicia, posee el particular talento de dictar á un tiempo ocho cartas sobre ocho diversos asuntos. Ahora añadimos, para que crezca la admiracion que debe causar este raro esfuerzo de la retentiva y del ingenio, que por Certificacion autorizada de un Alcalde, un Escribano y once testigos consta, que dicha Señora ha dictado á un mismo tiempo doce cartas á otros tantos sugetos. En todas ellas se nota facilidad de estilo, coordinación en los pensamientos, y en cada una total independencia de asuntos. Su autora las dictó sin dexar de contestar á los que la ablaron, y aún se distraxo como cosa de dos minutos

15

Mercurio Historico y Politico..., Madrid 1773, tomo III, pp. 164-165.

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á saludar, y cumplimentar á algunas de ellas que entraron en la sala despues de empezadas las cartas”16. Destacamos, como expresiones de la positiva valoración literaria de nuestra escritora, estos párrafos de los textos precedentes que son suficientemente valorativos: “Aquella Dama, que compone con perfeccion, en todo genero de metro Castellano, se ha hecho célebre...”; “El estilo de sus cartas es arreglado, puro y correcto”; “Se nota en todas ellas facilidad de estilo, coordinación en los pensamientos”. Filgueira Valverde, sin decir de dónde toma la información ni ofrecer referencias documentales, afirma que se conservan dos ejemplares del acta notarial que certifica el hecho del dictado múltiple realizado por María Francisca en 1773: una, en la Real Academia de la Historia, y otra –enviada entonces a Campomanes–, en la Fundación Universitaria Española17. Es evidente, pues, que al final de la etapa que comentamos, la fama literaria de María Francisca era notoria en el entorno compostelano y quizás más allá de él. Ciertamente el P. Isla la conocía, le complacía y la difundía todo lo posible, como aparece en algunas de sus cartas de años atrás. Así, por ejemplo, en una que le enviaba a su hermana desde Villagarcía el 20 de marzo de 1756 (tenía ella menos de 22 años), la reconvenía: “Hasta ahora no has sabido dar á luz mas que buenas seguidillas y décimas, según aseguran los que las vieron; que yo, como no las alcancé en esta vida, no puedo dar noticia de ellas, sino que sea por fe”18. Cinco años más tarde enjuiciaba un escrito que le había enviado María Francisca y, pese a las frases aparentemente despegadas con que lo hacía, no podía ocultar su admiración por la obra de su discípula: “Por tu bella esquela voy creyendo que he de sacar en ti una valiente discípula... Perdona el agravio que te hice por tenerte por mas ruda de lo que eres. Engañome el deseo de tu aprovechamiento; pero al fin confieso ya que no eres del todo negada”19. Y desde su destierro en Bolonia, a donde había llegado la fama de María Francisca, el P. Isla le comunicaba que muchas damas ilustradas de aquella ciudad deseaban conocerla y la invitaban a pasar allí una temporada, animándola él a hacerlo20. Adelantamos aquí una información (trataremos extensamente de ello en un capítulo de la segunda parte) para apoyar lo que estamos diciendo: los pocos textos lite-

Mercurio Historico y Político..., Madrid 1773, tomo III, p. 348. Cf. Filgueira Valverde, Dona Maruxiña, en Terceiro adral, Sada 1984, 72. 18 Monlau, Obras P. Isla, Cartas familiares, n. LVI, p. 447. 19 Monlau, Obras P. Isla, Cartas familiares, n. CCXXXIX (Pontevedra, 27-III-1761), p. 514. 20 Cf. Monlau, Obras P. Isla, Cartas familiares, n. CCLXXVII (Bolonia, 14-III-1777), p. 532. 16 17

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rarios que hemos conseguido localizar de nuestra biografiada, mayormente inéditos, están escritos todos hacia el final de esta etapa que consideramos: entre los años 1770 y 1777. El dato viene a confirmar que, por entonces, María Francisca había alcanzado ya un importante nivel literario, tanto en cantidad como en calidad, y que le era públicamente reconocido. Otro elemento ponderativo de esa fama literaria, que casi todos los biógrafos destacan, son los apelativos de la Perla gallega y la Musa compostelana con que María Francisca de Isla era conocida dentro y fuera de la ciudad jacobea y con los cuales se la citaba en diversas publicaciones, aunque ninguno detalla en cuáles. Ciertamente sus biógrafos más antiguos (Monlau, Murguía, Moreno Astray) los recogen ya y eso puede ser expresión de que representaban bien al personaje. Sin pretender aportar nada definitivo sobre el particular, ofrecemos al lector unas referencias bibliográficas, contemporáneas a nuestra autora, donde se la cita con esos apelativos. Respecto a la Perla gallega, lo hemos localizado por primera vez en una serie de cartas enviadas por el P. Isla desde Villagarcía a comienzos de 1760, cuando María Francisca no había cumplido aún los 26 años. El 7 de enero sacaba a colación el sobrenombre, que le era dado por un conocido de ambos, entonces ausente de Compostela. Dos semanas después, a preguntas de ella en su carta de respuesta –sin duda intrigada, pero orgullosa del apelativo–, le respondía: “No quiero decirte quién es el sugeto que me lisonjea con llamarte la Perla Gallega y lo demás”. Al cabo de otra semana, le filtraba que era un jesuita muy apreciador de sus valores literarios y que siempre le preguntaba por ella. Posiblemente estas respuestas provocaron el desasosiego de María Francisca, que debió rogar a su hermano no favoreciera el uso de ese apelativo, pues éste le respondía algunos días después: “En hora menguada dije lo de la Perla Gallega, pues me veo privado por culpa mia de que lisonjeen mi gusto con la frecuente conmemoracion de la persona á quien mas amo”21. Respecto al sobrenombre de la Musa compostelana, con el que más comúnmente se conoció a María Francisca de Isla, nos es desconocida otra referencia anterior a una que hemos localizado, de avanzada la década de 1770, que vamos a comentar de seguida. Es casi seguro que el apelativo procediera de bastantes años atrás, pues define la actividad literaria que nuestro personaje desarrollaba desde entonces; y, asimismo, expresa bien el papel inspirador que tuvo en vida y póstumamente respecto a la obra escrita del P. Isla.

21

Monlau, Obras P. Isla, Cartas familiares, nn. CCIX a CCXIII (7-I a 11-II-1760), pp. 502-504.

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La referencia a que acabamos de aludir se encuentra en un poema elaborado por el Cura de Fruime, en respuesta a un amigo que le había enviado diversos escritos alabando un sermón predicado por el arzobispo Bocanegra en la fiesta de la Inmaculada, entre los cuales se hallaba una décima compuesta por María Francisca. El poema cernadiano (150 versos distribuidos en quince décimas) se refiere al escrito de nuestra poetisa, a la cual identifica por el apelativo y –en nota– por su nombre completo, y la compara con otra musa de un conocido orador portugués. Tras conocer que los poemas elogiosos tributados al arzobispo compostelano le eran muy debidos, destaca uno entre ellos: “... Los elogios que le han dado, todos debidos le son; y lo es mas en mi atencion ver en ellos empleada de una pluma delicada la sublime elevacion. Si la musa Mexicana á un Vieyra elogios dió, á un Bocanegra ensalzó la musa Compostelana:* no sé si esta a aquella gana; mas por todas mis premisas, son conseqüencias precisas que haya para los loores de dos tales Oradores dos semejantes Poetisas22. Para concluir el desarrollo de este apartado y simplificando mucho sus contenidos, hemos de decir que nuestra biografiada, introducida desde muy joven en los círculos culturales y literarios de la ciudad compostelana, se inició de inmediato como escritora. Las referencias y muestras que se conservan de sus escritos, a partir de muy avanzada la década de 1750, son suficientes para afirmar en ella una producción literaria tanto en prosa como en verso, que se fue decantando progre22 Cernadas y Castro, Obras completas, II, Madrid 1778, n. LXVIII: Décimas “Los papeles recibí”, pp. 322-327; el texto citado, en pp. 322-323, con esta nota al pie: *“Mi Señora Doña María Francisca de Isla y Losada”.

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sivamente desde escritos sencillos, cortos y ocasionales hasta otros más elaborados y extensos. En ese marco de actividad literaria fueron muy importantes las relaciones que mantuvo María Francisca con personas de ese mundillo, especialmente con algunas –integrantes de su círculo de amistades con el tiempo– que llegaron a ser su principal referente y estímulo, cuando no sus maestros y destinatarios. Algunos nombres emergen con fuerza propia, tanto de mujeres (la carmelita Sor Mª Antonia de Jesús –mal llamada por algunos Mª Tomasa de Jesús–, conocida como la “Monjita del Penedo” por su origen cuntiense; María Teresa Caamaño, notable traductora y escritora, de la que acabó siendo buena amiga) como varones (destacamos especialmente los tres de los cuales fue en alguna medida epicentro: el P. Isla, el Cura de Fruime y el arzobispo Bocanegra). Consideramos suficiente con lo dicho para darle contenido específicamente literario, hablando en general, a esta extensa etapa de tres décadas en la biografía de nuestro personaje. El tratamiento específico que exige su temática va a ser el objeto de la segunda parte de la obra, en la que consideraremos los referentes esenciales de la vocación literaria de María Francisca y sus principales proyecciones en los campos de la poética, el género epistolar y la labor editorial póstuma de la obra de su hermano.

3. MATRIMONIO CON NICOLÁS DE AYALA La mayoría de los biógrafos de María Francisca de Isla apenas se refieren a este tema, y tan sólo algunos –sobre todo los autores de monografías– tratan de forma más o menos escueta de su matrimonio con Nicolás de Ayala, estimando que se mantuvo durante unos veinte años, hasta la muerte de éste en 1774. Así, Murguía, Pérez de Castro, Eguía, Fernández y Chao Espina, en más de un caso con datos errados23. Quizás la fuente que aporta mayor cantidad de referencias internas a la vida familiar de María Francisca y Nicolás, sean las Cartas familiares del P. Isla, que superan los tres centenares y van dirigidas a ambos esposos durante el período 1755-1781. A priori estimábamos que el tiempo de convivencia matrimonial de nuestra escritora, la veintena comprendida entre 1754 y 1774 (durante la cual afianzó su vinculación con el mundo literario compostelano, tanto por el trato con sus figuras más 23 Cf. Murguía, Diccionario de escritores, Vigo 1862, 158; Pérez de Castro, Recuerdos y cartas, CEG, XV (1960) 241; Eguía, La predilecta hermana, Humanidades, VII (1955) 259; Fernández, La defensora de Fray Gerundio, LicFr, XXVIII (1975) 263; E. Chao Espina, en GEG, XVIII, 73.

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destacadas como por la composición de sus principales escritos), merecía una investigación que documentara bien esa etapa de su vida. Los resultados de la misma son el principal contenido de este apartado y se ofrecen al lector en un orden cronológico progresivo. El primer dato contrastado que hemos conseguido al respecto (el cual corrige o precisa el aportado generalmente por los biógrafos) se refiere al matrimonio canónico de Nicolás de Ayala y María Francisca de Isla, celebrado el 12 de septiembre de 1754 ante el canónigo compostelano José Francisco Losada Quiroga, autorizado por decreto del arzobispo Bartolomé Rajoy. Aunque no se conservan los expedientes matrimoniales de esa época en el archivo parroquial correspondiente y el acta de la celebración que se mandó copiar en el libro de casados de la parroquia de San Félix no indica dónde tuvo lugar la boda, probablemente lo fue en la catedral compostelana, en la que dicho canónigo –familiar de la contrayente por su rama materna– ejercía el oficio de magistral. La reproducción del acta parroquial ofrece datos de todo interés, como el lector puede comprobar siguiendo su texto literal: “Certifico io d.n Domingo Ant.º Bolaño Cura y R.or propio de las Ig.las parroq.es de s.n Felix de Solovio, y s.ta Maria Salome de esta Ciu.d de Sant.º, en como oi dia tr.ª del mes de nov.re de mil setez.os y cinq.ta y q.to se me exibio una certifica.on dada por d.n Jph fran.co Lossada y Quiroga Can.º Magistral de la s.ta Ig.la de Sant.º, y su tenor es como se sigue = Certifico io d.n Joseph franco Lossada, y Quiroga Canonigo Mag.l de la S.ta Ap.ca y Metrop.na Ig.la de Sant.º, como en el dia doce del mes de Sept.re del año mil seteci.os y cinq.ta y quatro en virtud del Decreto anteced.e de Ill.mo señor d.n B.me de Rajoi, y Losada Arzobpo. y Señor de esta Ciu.d despachado en la s.ta Visita de la Villa de Muros, su fha en el dia nueve de dho mes, asisti al matrim.º q.e por palabras de presente y mutuos consentim.tos contrajeron en dho dia doce, es a saber d.n Nicolas de Ayala vecino de esta Ciu.d, hijo lex.mo de d.n Ju.º Ant.º de Ayala, y Dª Maria Patricia Prieto de Quiros, q.e lo fueron de la Ciu.d de Oviedo; y d.ª Maria fran.ca Isla, y Losada, hija leg.ma de d.n Joseph Isla de la Torre, y d.ª Rosa Maria Losada, y Ossorio, vezinos de la referida Ciu.d de Sant.º, haviendoles prim.º recivido el juram.to de libert.d en forma, y segun en dho decreto se previene. De cuio matrim.º fueron test.os d.n Juan Fran.co de Prado, y Ulloa Canonigo y Arcediano de Cornado en esta S.ta Ig.la: D.n Ant.º de Piña Hidalgo Administr.or gr.al de rentas del tabaco en este Reino,

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y el R.mo P. Fr. Joseph Granda de la Religión de s.n Benito, y p.ª q.e conste, y se ejecute lo mandado por el Ill.mo Señor Arzobpo., y a fin de que al Cura de la Parroquia le conste, y lo anote en el libro de Casados, doy la pres.te a continua.on del referido Desp.º: Sant.º y Sept.re doce de mil setez.os cinq.ta y quatro = Dn Joseph Francisco Lossada y Quiroga = Cuia Certifica.on me entregaron dho dia de atrás p.ª asentarles en el libro de Casados, y Velados, y en este dia les vele, y di las mas bendi.ones de la Ig.la de que fueron test.os dn Joseph Isla de la Torre, d.n Domingo de Nieves, y d.n fran.co de Hiebra todos vez.os de esta Ciu.d; cuia certificacion, y resp.º volvieron a recoger p.ª su resguardo, y p.ª que conste lo firmo dho dia, mes y año ut retro = (Firmado:) Domingo Antonio Bolaño”24. Contaba, pues, María Francisca de Isla a la hora de contraer matrimonio casi veinte años, edad muy propia para tomar estado en aquella época, y probablemente lo hizo más como fruto de un acuerdo familiar que de unas relaciones previas que le ayudaran a decidirlo espontáneamente. Su esposo, bastante mayor que ella –no hemos podido determinar exactamente su edad–, se hallaba desde hacía algún tiempo bien introducido en los círculos sociales de Compostela, frecuentados también por nuestra escritora, no pudiendo descartarse por ello un conocimiento anterior y una relación entre ambos ajenos a la intención matrimonial. Los documentos manejados nos permiten conocer algunos datos biográficos de Nicolás de Ayala. Natural de Oviedo, era hijo de Juan Antonio de Ayala y María Patricia Prieto de Quirós, avecindados en la capital del Principado, y se había trasladado a Santiago en virtud de su cargo como administrador de Rentas Generales del reino de Galicia, tesorero de ellas y de la Renta del Tabaco; en la documentación se le titula también “del Consejo de S.M.”, tratamiento probablemente debido a su alto cargo de funcionario. Gracias principalmente a las Cartas familiares del P. Isla, “escritas á su hermana María Francisca de Isla y Losada y á su cuñado D. Nicolás de Ayala”, podemos informarnos de la marcha del matrimonio y penetrar en la interioridad de su nueva forma de vida desde sus comienzos y a lo largo de sus veinte años de duración. Sobre todo en una primera etapa, Isla estuvo pendiente de la llegada de un hijo a la nueva familia: “Alégrame haciéndome tío”, le escribía a María Francisca en AHDS: FLPS, SFdS, Libro n. 14, Casados 1724-1796, fols. 93v.-94v., con esta nota marginal: “D. Nicolas de Ayala, y D.ª M.ª fran.ca Isla, y Los.da se cas.n y Vel.n”. 24

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marzo de 1755, apenas seis meses luego de celebrada la boda; y ocho meses más tarde insistía: “El P. Ramiro me preguntó... si estabas preñada: respondile que le avisaria cuando se casase el primer hijo ó hija que tuvieses, pues entonces era señal cierta de que por lo ménos lo habias estado”; la misma ansia evidencia esta simpática despedida de otra misiva enviada medio año después: “Esparrama recuerdos, dame preceptos, regálame con sobrinos, y vive siglos de siglos. Tu fino Pp. Mi Maruja”. Los fallidos intentos de tener descendencia debieron provocar la preocupación de los hermanos Isla, como parece desprenderse del texto de una carta de dos años después, en la que el sabio jesuita respondía a las consultas matrimoniales hechas por María Francisca25. La falta de los hijos, que nunca llegaron, parece que fue asumida por el matrimonio (al menos, el epistolario isleño no revela ningún conflicto al respecto) y permitió encauzar las energías de la joven María Francisca hacia otras actividades de la vida social y cultural, como ya hemos visto. De hecho, su amor por Nicolás pareció hacerse más fuerte y vehemente, hasta el punto de que el P. Isla le aconsejó que lo controlara. Seis años después de celebrado el matrimonio, con ocasión de viajar desde Santiago a Carril, para reunirse con Nicolás que hacía cura de baños, José Francisco decía a su hermana: “Si pudieras hacer paces con tu imaginacion y si fuera posible que templases la vehemencia de tu amor por Nicolas...”. Y mes y medio después, con motivo de otro viaje con el mismo objeto (éste con la disculpa de pasar por Padrón, para oír predicar a su hermano Ramón, antes de allegarse a Carril), le insistía: “Tengo por cierto que nada te perjudica tanto como la vehemencia del amor que profesas á tu marido, dejando en este particular sin uso tu despejadisima razon”26. Las buenas relaciones del P. Isla con su hermana se incrementaron a partir de su matrimonio y se extendieron de hecho a su cuñado Nicolás, como aparece de continuo en la correspondencia familiar. Como simples ejemplos del gran afecto que se profesaban –a veces más expresivos que otras manifestaciones espectaculares–, nos referimos a regalos domésticos que se hacían por una y otra parte: un bastón de noble empuñadura, que el humilde jesuita no se atrevería a usar en público; en cambio, la llegada de unos barrilitos conteniendo dulcerías de cabello de ángel, era recibido con alborozo; por su parte, José Francisco mandaba a su cuñado cuatro docenas de quesos de Villalón y, tras una estancia en Zaragoza “predicando cuaresmas”,

Cf. Monlau, Obras P. Isla, Cartas familiares, nn. XIX (14-III-1755), XLI (7-XI-1755), LX (14-V-1756) y CIX (18-XI-1757). 26 Monlau, Obras P. Isla, Cartas familiares, nn. CCXVIII (1-V-1760) y CCXXVI (15-VI-1760), pp. 506 y 509, respectivamente. 25

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enviaba como regalo para el matrimonio una lámina de la Concepción y dos imágenes de la Virgen del Pilar27. El tema de la mala salud y enfermedades diversas es recurrente en la correspondencia de Isla con su hermana y cuñado, pareciendo a veces las cartas partes médicos de las dolencias de todos. Las de María Francisca semejan a veces tener origen psicológico, y las de Nicolás evidencian la progresiva decadencia física de un hombre mayor a quien sentaba mal el húmedo clima compostelano; el P. Isla aparece también como un enfermo crónico y con achaques. Registramos, en un elemental sumario, una serie de cartas del P. Isla sobre el particular, que registran el itinerario médico de su hermana: diversas dolencias de María Francisca (febrero de 1757), que se va recobrando tras una larga convalecencia (junio de 1757), aconseja a María Francisca los polvos de Aix así como los baños de mar (junio de 1757), alegría por el éxito del veraneo para su recuperación total (septiembre de 1757), la terapia de los baños sigue siendo muy buena para María Francisca tres años después (septiembre de 1760), etc.28. Las dolencias de Nicolás eran más serias y se fueron agravando con el tiempo, debido sin duda a su edad. De hecho, ya en septiembre de 1757, buscaba le concedieran el traslado a otra ciudad más saludable, sin perder su rango funcionarial; y al mismo tiempo Isla hizo una gestión para que fuese destinado a la Corte, que en principio iba por buen camino, pero no concluyó positivamente29. El buen jesuita no se desanimó ante este fracaso y tres años después lo intentaba de nuevo escribiendo a un señor anónimo que Ayala “está decadente” y rogándole intercediera ante Hacienda para que lo trasladaran de Santiago30. El vacío de correspondencia que hay en el epistolario isleño, entre los años 1761 y 1768, nos impide acceder al estado de salud del matrimonio Ayala-Isla durante ese período; pero en la primera carta de la colección, que figura dirigida a María Francisca desde el destierro de Bolonia en julio de 1771, Isla refleja las malas noticias sobre la salud de ambos que había recibido por intermedio del conde de Aranda: “Nicolás quedaba casi civilmente muerto (¿Jubilado de su cargo por incapacidad?)... y que tú estás sitiada y consumida de trabajos”31. Desde la lejanía del exilio en Italia

27 Cf. Monlau, Obras P. Isla, Cartas familiares, nn. I (10-I-1755), XLIV (26-XII-1755), LV (19-III1756) y XCVIII (24-VI-1757). 28 Cf. Monlau, Obras P. Isla, Cartas familiares, nn. LXXIX, XCII, XCVI, CI y CCXXXVI. 29 Cf. Monlau, Obras P. Isla, Cartas familiares, nn. CCII (21-IX-1759) y CCV (19-X-1759). 30 Cf. Monlau, Obras P. Isla, Cartas á varios sugetos, n. CVIII (17-III-1762) pp. 593-594. 31 Monlau, Obras P. Isla, Cartas familiares, n. CCLXIV, p. 523.

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todavía se hacía patente la preocupación del anciano jesuita por la salud de su cuñado, cuyos viajes a Ferrol para recibir terapias le aconsejaba insistentemente en noviembre de 1771 y enero de 1772; sin embargo, tres meses después, respondiendo a María Francisca que le había comunicado un retroceso serio en la salud de su marido, Isla expresaba su temor –pese a haberle dicho ella: “prosigue felizmente”– de que no hubiera recuperado el movimiento de la mano derecha, pues llevaba tiempo sin recibir carta suya32. La relación literaria que unía al Cura de Fruime con María Francisca de Isla, de la que han quedado diversas muestras poéticas y que acabó convirtiéndose en una buena amistad, se extendió también a su marido Nicolás de Ayala. Aun siendo pocos los testimonios escritos de que disponemos sobre el particular, queremos referirnos aquí especialmente a dos poemas inéditos (un capítulo de la segunda parte trata con detalle de todo ello) que Cernadas envió a la Musa Compostelana y manifiestan con claridad dicha relación: las décimas “Filis: un susto vehemente” (tras un grave accidente de salud padecido por Ayala), y el romance “Los Dias de tu Consorte” (expresándole sus deseos de que Nicolás estuviera mejorado de las dolencias que padecía, en el día de su santo)33. Otra serie de pruebas que ponen de evidencia ciertos momentos críticos en el estado de salud de Ayala, son los tres instrumentos notariales que suscribió con carácter testamentario en los siete últimos años de su vida. El primero fue redactado el 8 de junio de 1767 en su domicilio de la Rúa Nueva, términos de la parroquia compostelana de Santa María Salomé, cuando estaba superando una grave enfermedad sufrida anteriormente. Tras la habitual confesión de fe, Ayala establecía una serie de disposiciones, que resumimos en los ocho puntos siguientes: 1º) Establece que, a su muerte, sea amortajado con el hábito de San Francisco y enterrado en la iglesia parroquial de Salomé (capilla de la Soledad), donde también desea ser velado. En su entierro, honras fúnebres y cabo de año asistirán las cuatro comunidades religiosas de la ciudad y la Cofradía de la Concepción, con ofrenda plena y todas las misas posibles, además de las 600 que encargaba celebrar a las citadas comunidades. Cuantifica las mandas forzosas a la Cruzada, Redención de Cautivos y Hospital Real. 32 Cf. Monlau, Obras P. Isla, Cartas familiares, nn. CCLXV (5-XI-1771) CCLXVI (18-I-1772) y CCLXVII (18-IV-1772). 33 BXUSdC: Ms. 631, Décimas y Romances del Cura Fruyme, vol. 1º, fols. 191-192 y 193-194, respectivamente.

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2º) Establece completar sueldos a sus servidores y que su esposa los obsequie prudentemente con ropas y objetos. 3º) Declara que estaba asistiendo a su sobrino Pedro Manuel con 300 ducados anuales; si a su muerte estaba aún sin acomodar, que su esposa le ayude buenamente pero sin obligación establecida. 4º) Declara que está al día en los cargos de su dependencia; pero si, a su muerte, tuviera alguno pendiente, establece que se satisfaga de su herencia, sin intervenir la justicia. 5º) De sus gananciales, que estima entre 50 y 60.000 reales, deducidos los 30.000 de la dote de su esposa (que le pertenecen a ella), deja 6.000 a cada uno de sus tres hermanos: Juan Antonio, María Clara y Josefa Rosa, todos casados, o a sus herederos. Si hubiera nuevos gananciales, deducidos los expresados 30.000 reales de su esposa, deberán repartirse en tercios iguales entre los dichos hermanos. 6º) Declara tener dos casas en La Coruña, que rentúan al año 1.500 reales, dejando a su esposa como usufructuaria y, al morir ésta, a tercias entre sus tres hermanos. También posee algunas acciones, cuyas ganancias reparte de igual modo. 7º) Nombra como sus cumplidores y albaceas a su esposa, M. España, su cuñado José Joaquín de Isla, D. A. del Río y J. A. Moreno, secretario del contador del Conde de Altamira. 8º) Designa como única y universal heredera de sus bienes a su esposa34. Probablemente una nueva crisis de su salud y también un cambio de situación económica de Ayala le movieron a redactar otro testamento, que firmó el 18 de abril de 1771 en su nuevo domicilio de la plaza del Campo, parroquia de San Benito, ante el mismo notario José Antonio de Neira, con cláusulas muy semejantes al otro, respecto del cual anotamos algunas novedades o variantes: Desea ser enterrado en la Quintana de Muertos y velado en la parroquia de San Benito; Dígase durante un año por su alma Misa con responso todos los domingos; Su esposa fue dotada por su difunto padre con 40.000 reales (30.000 en efectivo y 10.000 en alhajas), describiendo éstas como bienes presentes; Hará oportunamente una relación de deudas y deudores actuales; Nombra como albaceas a su esposa, F. Ramírez Portocarrero, M. España, su cuñado José Joaquín de Isla y J. A. Moreno, AHUS: SPN, Notario José Antonio de Neira, Santiago, Leg. 5.281, Año 1767, fols. 30-33: “Testamento de D.n Nicolàs de Ayala”. 34

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quienes deben cuidar especialmente de que se le abone a su esposa la viudedad del Montepío (siete mil reales al año); Nombra heredera universal a su esposa, revocando el testamento anterior35. Pocos días antes de su muerte, sin duda motivado por la conciencia de su fatal situación, Nicolás de Ayala modificó todavía algunas disposiciones económicas de su anterior testamento, redactando un codicilo el 1º de octubre de 1774 ante el notario Pedro de la Peña, que presenta las siguientes variantes sobre aquél: Declara que, debido a haberse metido en obras en una casa del Picho de la Cerca, se le han agotado todos los caudales que poseía en efectivo; por lo cual no puede hacer las mandas y legados que había establecido anteriormente, ni siquiera para los funerales detallados en su último testamento. Por todo ello, deja la organización de su entierro y actos fúnebres al arbitrio de su esposa, a la que revalida como única heredera universal, con el encargo de liquidar todas sus deudas. Mantiene como albaceas a los señalados, excepto a su cuñado José Joaquín, ausente de la ciudad, que reside ahora en Salamanca36. El codicilo testamentario a que nos acabamos de referir vino a ser el inevitable prólogo de la muerte de Nicolás de Ayala, que tuvo lugar en su citado domicilio de la plaza del Campo (hoy plaza de Cervantes) el inmediato día 4 de octubre de 1774, siendo velado en la iglesia parroquial de San Benito y enterrado en la Quintana de Muertos al día siguiente, según detalla la correspondiente acta parroquial: “En Cinco de Octubre, de mil, setezientos, setenta, y quatro; se dio sepultura en la Quintana de Muertos, de la S.ta App.ca Iglesia de S.or Santi.º â d.n Nicolas de Ayala, Admin.or grâl de Aduanas de este R.no, y Tesorero de R.tas generales, Marido q.e era de d.ª M.ª Francisca de Isla, y Losada, vez.º de esta Parroq.ª de S.n Benito del Campo; fue administrado de todos los S.tos Sacram.tos, hizo testamento por ante Josef Antonio de Neira, ss.no de num.ro y cavildo compostelano, ahora difunto, en el dia diez y ocho de Abril, del año pasado de mil, setez.tos, setenta, y uno, por el q.e señala la referida sepult.ra y nombra por sus Cumplidores â dha d.ª Maria Fran.ca de Isla, su muger, â d.n Fran.co Ramirez Portocarrero, Admin.or grâl de la R.l Renta del Tabaco de este R.no, â d.n Man.l de España de igual empleo en las R.tas Provinz.s, y â d.n Domingo del Rio, 35 AHUS: SPN, Notario José Antonio de Neira, Santiago, Leg. 5.285, Año 1771, fols. 8-10: “Testamento de d.n Nicolas de Ayala”. 36 AHUS: SPN, Notario Pedro de la Peña, Santiago, Leg. 5.393, Año 1774, fols. 30-31: “Codizilio del s.or d.n Nicolas de Ayala”.

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Contador de los Estados de el Ex.mo S.or Conde de Altamira, y por heredera â la referida su Muger; tamb.n hizo codicilo por ante d.n Pedro de la Peña, ss.no de S. M., y de Aiuntam.to de esta Ciu.d en primero del pres.te mes, y año, referente al testam.to, y lo firmo yo el R.or en Santi.º dho dia, mes y año, de arriba: (Firmado:) d.n Ambrosio de Fonseca y Patiño”37. No sabemos documentalmente el eco que la muerte de Nicolás de Ayala provocó en el entorno familiar y social de María Francisca de Isla. Suponemos que hubo de ser amplio y gratificante para ella, teniendo en cuenta el entramado de relaciones que mantenía en Compostela, en otras localidades de Galicia e incluso en la Corte. Pero sí hemos podido recoger diversos testimonios escritos de gran valor humano, algunos inéditos, procedentes de dos personas muy próximas afectivamente al difunto y a su viuda: el P. Isla y el Cura de Fruime. Respecto al P. Isla, tres hermosas cartas enviadas a su hermana desde el destierro de Bolonia ponen de relieve el profundo amor que sentía por ella y por Nicolás, así como la vivencia espiritual que tenía en aquellas circunstancias e intentaba transmitir a María Francisca. La primera de ellas, escrita el 29 de diciembre de 1774 (casi tres meses después de ocurrir el óbito), se disculpaba por la tardanza en enterarse de la triste noticia, que inicialmente le llegó como un rumor y más tarde se confirmó por una carta de su hermano Fr. Joaquín. El recio y hondo texto de la misiva nos ahorra comentarios: “Hija, hermana y señora mia: Tarde llegan á mi noticia tus trabajos, y tarde llegan á tus trabajos mis consuelos. Pero estos, ¿de qué sirven? Los únicos que confortan son los del cielo. Estos creo que los habrás tenido muy prontos y muy eficaces. Asi me lo prometen tu religion, tu piedad y tus talentos. Para nuestro amado Nicolás se acabaron ya las miserias de esta vida. No solo piadosa sino prudentísimamente se debe esperar que goza ó está seguro de gozar la felicidad de la eterna, reflexionando cómo vivió la mayor parte de la temporal. Fiel á Dios, ejemplar al mundo, amado de todos é imitado de muy pocos. Cinco años de una muerte civil se los habrá tomado en cuenta la divina Misericordia, en satisfaccion de los defectos que lleva consigo nuestra miserable humanidad. Envidio su suerte, compadezco la tuya, haciéndome 37 AHDS: FLPS, San Benito del Campo, Santiago, Libro n. 10, Difuntos 1724-1839, fol. 131v., con esta nota: “D.n Nicolas de Ayala, sep.ra en la Quintana de Muertos; Hicieronsele las Honrras, y cavo de año, en esta Parroq.l Iglesia, en la q.e estuvo expuesto el Cadaver, pagò p.r razon de ello, y p.r Candeleros â la Fabrica diez y seis reales (Rúbrica)”.

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cargo de las consecuencias que necesariamente se siguen á esta falta. Pero aquí de tu corazon, aquí de tu grande espíritu, ó por mejor decir, aquí de tu religion. Hállaste en el lance en que has de mostrar que eres filósofa, cristiana y estóica á la evangélica. No hay otra filosofía, ni otro verdadero estoicismo que el del Evangelio. Este es el que únicamente nos hace superiores á todas las desgracias humanas: fuera de él solo verbosidad, magníficas palabras, grande aparato de sentencias, y nada mas. Un mes há que llegó á mis oídos esta noticia, por una voz esparcida en Bolonia. No la desprecié para acudir prontamente al alivio del difunto, por los sufragios propios y ajenos; porque cada correo la estaba temiendo desde el primer insulto del accidente; pero vivia con alguna debil esperanza de que fuese incierta, mientras no la tuviese yo directamente, hasta que ayer me la confirmó Fray Joaquin en su carta con fecha de 21 de noviembre. Sea Dios bendito por todo”38. El siguiente 16 de marzo de 1775 Isla retomaba el tema en otra carta a María Francisca, donde le comunicaba sus temores por el rumor llegado hasta allí que la daba a ella también por muerta, aunque nuevamente Fray Joaquín le había asegurado que no era cierto. En aquellas circunstancias recomendaba a su hermana hacer un nuevo recurso a Dios, que nos asiste siempre en los momentos difíciles, recordándole que “te dotó de un corazon tan grande como tu entendimiento”. La siguiente carta a María Francisca salía de la pluma de Isla el 29 de noviembre de 1775 y la animaba de nuevo en su situación, sobre todo después de enterarse por Fr. Joaquín que estaba mejorando del decaimiento que le había sobrevenido tras la muerte de su marido39. También el Cura de Fruime dejó patente testimonio de su amistad con María Francisca de Isla, con motivo del fallecimiento de Nicolás de Ayala, como lo evidencian tres poemas dirigidos a la Musa compostelana que hemos hallado entre sus escritos inéditos, en los cuales se refiere a ella con el nombre poético de Filis. Como en el capítulo de la parte segunda que dedicamos a la relación entre Cernadas y María Francisca ofrecemos el texto completo de dichos poemas, nos contentamos aquí con enumerarlos simplemente: los sonetos “Quisiera, noble Filis, consolarte” y “Por el orden comun, Filis, pudiera”, así como las décimas “Faltote tu Nicolas”, que es un auténtico escrito de pésame40. Monlau, Obras P. Isla, Cartas familiares, n. CCLXX, p. 527. Cf. Monlau, Obras P. Isla, Cartas familiares, nn. CCLXXI y CCLXXII, pp. 527 y 528. 40 Cf. BXUSdC: Ms. 631, Décimas y Romances del Cura Fruyme, vol. 1º, fols. 135, 135v. y 135v.136, respectivamente. 38 39

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Los transcritos documentos de celebración de la boda (12-IX-1754) y defunción (4-X-1774) de Nicolás de Ayala prueban que su matrimonio con María Francisca duró exactamente veinte años y veintidós días. En estos datos coinciden fundamentalmente todos los biógrafos, de manera especial los más recientes, aunque algunos presentan ligeras variantes. Así, Martínez Barbeito fecha la boda “en 1754 o 1755”; Eguía da como muerto a Ayala en el año 1775; y Fernández los considera casados “durante más de veinte años”, al igual que Pérez de Castro41. Tras la muerte de su esposo, María Francisca de Isla –que cumplía los cuarenta años de edad justamente el día del entierro de Nicolás– viviría como viuda el resto de su existencia, otros treinta y cuatro años más. Larga etapa de orfandad afectiva y autonomía personal, al mismo tiempo, que no fue para nuestra biografiada un tiempo inútil o de inactividad, pues durante esos años había de desarrollar buena parte de su actividad literaria; y, después de morir el P. Isla en 1781, iba a realizar la gran tarea editorial que daría a conocer póstumamente su obra inédita.

41 Martínez Barbeito, Romance en gallego, BRAG, XXVIII (1957) 25; Eguía, La predilecta hermana, Humanidades, VII (1955) 259; Fernández, La defensora de Fray Gerundio, LicFr, XXVIII (1975) 263; Pérez de Castro, Recuerdos y cartas, CEG, XV (1960) 241.

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CAPÍTULO V LA ETAPA DE LA MADUREZ VIUDEDAD Y OCASO, MUERTE Y MEMORIA El fallecimiento de Nicolás de Ayala, en octubre de 1774, abrió para María Francisca de Isla una inédita faz de su existencia, una amplia etapa de signo vital muy distinto a las anteriores. Joven aún –cumplía los cuarenta años el mismo día que su marido era enterrado en la Quintana–, sin hijos de su matrimonio y muertos ya sus padres, se enfrentaba con un enorme vacío afectivo a las más de tres décadas de vida que la separaban todavía de su término. Ese tramo final de su existencia no estuvo, en absoluto, vacío de actuaciones ni carente de sentido para María Francisca, viniendo a resultar quizás la etapa más operativa de su vida. Al principio de ella intensificó la relación epistolar con su hermano José Francisco, desterrado en Bolonia –donde fallecería siete años después, en noviembre de 1781–, con quien reafirmó y fortaleció si cabe más los fuertes lazos de amor que siempre les habían unido. La correspondencia publicada en el epistolario del afamado literato jesuita es testigo excepcional de esta madura relación entre ambos hermanos, anticipando ya la fidelidad y constancia con que nuestra biografiada publicaría la obra pendiente del controvertido P. Isla, además de intentar reivindicar su memoria de las acusaciones vertidas contra él por causa del Fray Gerundio. Más de un cuarto de siglo separó las muertes de los dos hermanos Isla, y a todo ese espacio de tiempo se enfrentó María Francisca con la acumulada reserva del sentimiento que los había unido en vida y que la siguió trascendiendo, al cual añadía una grande y cultivada inteligencia así como la tenacidad del carácter, que compartía con el docto jesuita; sumados a ellas, el valor moral de unos inagotables sentimientos, una enorme fuerza de voluntad y grandeza de ánimo, con las que logró superar las flaquezas de su enfermiza constitución.

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Esta última etapa de la existencia de nuestra autora puso de relieve, entre otras cosas, sus propios valores humanos, la autonomía de su obra literaria y la importancia de un trabajo editorial que logró completar la publicación de los escritos isleños con un buen número de inéditos. Si durante mucho tiempo los biógrafos situaron la figura de María Francisca de Isla a la sombra de la persona y la obra de su hermano, quizás haya llegado el momento de afirmar que éste también realizó parte de su existencia y de su actividad literaria a la sombra intelectual y afectiva de su “predilecta hermana”. Con estas perspectivas de fondo, el capítulo se desarrolla en tres apartados, de contenido más temático que cronológico. El primero sitúa a nuestra biografiada en la época de su madurez vital, no sólo a nivel biológico, sino sobre todo intelectual, afectivo y relacional, integrada en los medios sociales donde realizó su actividad humana. El apartado segundo considera especialmente el tiempo del declive biológico de María Francisca, sobre todo en su último decenio de vida, cerrándose con la noticia de su muerte en Compostela –hecho indocumentado hasta hoy– en el año 1808. Y el tercer apartado presenta para el lector, sobre todo el interesado especialmente en la figura del personaje, un a modo de memorial de los espacios urbanos y literarios que ofrecen hoy referencias seguras de su paso por la historia de nuestro país y de su lugar dentro de ella.

1. EN LA MADUREZ DE LA VIDA María Francisca de Isla y Losada vio marcadas las grandes etapas de su existencia por importantes acontecimientos afectivos, que determinaron sucesivamente su rumbo hacia nuevas situaciones vitales e inéditos espacios de su personalidad. Su matrimonio con Nicolás de Ayala, celebrado antes de cumplir los veinte años, la abrió de golpe al mundo de los adultos con sus responsabilidades domésticas y conyugales, con una proyección social diferente que la movió a tener presencias desconocidas hasta entonces en el mundo intelectual y cultural. Quizás la maternidad tan deseada y nunca ejercida en la carne la motivó especialmente para buscarla por las vías de la inteligencia y del espíritu: “Tú... hasta ahora no has sabido dar á luz mas que buenas seguidillas y décimas muy robustas, según aseguran los que las vieron”, la motejaba el P. Isla a los dos años de haberse casado. Maternidad literaria, que no por ello resultaba menos responsable cuando no dolorosa, le decía en confidencia el entonces discutido autor del Fray Gerundio: “¿De que te sirve el tener hijos, si eres

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tan desgraciada con los tuyos como yo lo he sido con los mios? Ya ves como anda por ese mundo de Dios este hijito de mis entrañas que acabo de dar á luz”1. Sin embargo, el matrimonio no había cortado del todo el cordón umbilical de María Francisca con el domicilio paterno del palacio de Altamira. De los seis hijos del matrimonio Isla-Losada que habían superado la infancia, los varones lo habían abandonado al llegar a la edad juvenil: José Joaquín al casarse un año antes que ella, Joaquín y Ramón tras ingresar en la vida religiosa con muy poca diferencia de tiempo. El nido materno se mantuvo, sin embargo, con la presencia de las dos hermanas menores, Isabel y Antolina, a las que María Francisca se sumaba varias veces por semana, sobre todo después de la invalidez sufrida por la segunda (abril de 1758) y de la imparable decadencia física de los padres (verano de 1760), que obligó al P. Isla a trasladarse desde Villagarcía de Campos y a estar a su disposición en el cercano destino de Pontevedra, el último de su vida jesuítica antes de la expulsión de 1767. Esa situación de referencia familiar se mantuvo para María Francisca después de su boda en 1754, hasta la muerte de José Isla y Rosa María Losada (en febrero y junio de 1762), tiempo en que se quebró de alguna manera, comenzando a diluirse con la apresurada boda de Isabel y la recepción en su casa de la inválida Antolina. Sin embargo, la presencia inmediata de la hermana menor –curada milagrosamente un año después– y la cercanía del P. Isla en la ciudad del Lérez contribuyeron a mantener durante algunos años más aquella referencia familiar que tanto necesitaba nuestra escritora. El posterior matrimonio de Antolina y el destierro del P. Isla consumaron definitivamente la disolución de la familia original y abrieron una honda sima afectiva en su existencia. Se puede decir que el último golpe a la estabilidad familiar de María Francisca de Isla se lo dio la muerte de Nicolás de Ayala en octubre de 1774. Para entonces su centro nuclear familiar había dejado ya de estar radicado en Compostela: sus hermanos José Joaquín, Isabel y Antolina estaban casados y residiendo fuera de la ciudad jacobea; de sus hermanos religiosos, Ramón había muerto prematuramente, Joaquín se hallaba en un distante destino y José Francisco en el destierro italiano, sin esperanzas de regreso. Empezaba entonces para ella una etapa de viudedad, de menor bonanza económica y de soledad afectiva, que le iba a pasar factura en su salud física y sicológica, para paliar lo cual –al menos en parte– comenzarían sus viajes y estancias en la Corte. Sin ninguna duda la fuerza afectiva, especialmente activa en su entorno familiar compostelano (con sus diversas proyecciones paterna, fraterna y conyugal), iba a resultar uno de los elementos más definitorios de la personalidad de nuestra biograMonlau, Obras P. Isla, Cartas familiares, nn. LVI (20-III-1756) y CXXXVII (12-V-1758), pp. 447 y 476, respectivamente. 1

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fiada así como de su proyección literaria. Al irle faltando en el tiempo esa serie de apoyos afectivos, tanto su personalidad como su proyección resultaron progresivamente dañados y corrieron el riesgo de empequeñecerse, justo cuando María Francisca había llegado a la madurez biológica, en plena cuarentena de su vida. Creemos, sin embargo, que aquel mismo elemento definitorio de su existencia le iba a prestar el equilibrio necesario para superar la nueva situación, constituyéndose en la dinámica movilizadora de las mejores energías de su persona hacia una actividad que, en definitiva, resultó para ella plenificante y salvadora. Nos referimos al sólido e indestructible amor que la unió con su hermano José Francisco, tanto en la presencia como en la distancia, e incluso tras su muerte en Bolonia a finales de 1781. Algunos testimonios, seleccionados de la correspondencia isleña, ponen de relieve ese vital sentimiento que ligó a los hermanos Isla. En una carta de intercambio sobre temas literarios, enviada desde Villagarcía de Campos el 10 de noviembre de 1758 (tenía, pues, María Francisca tan sólo 24 años), el P. Isla le confesaba lo mucho que valoraba su obra literaria y los juicios que ella emitía sobre la suya, concluyendo: “¿Quieres que te diga una verdad? Mas aprecio tu aprobacion que la de todo el mundo entero, porque mas te amo á ti que á todo el mundo junto. Como mis trabajos contribuyan para aliviarte un breve rato, no quiero otro premio por ellos; y esto no va en el estilo poético, sino en el idioma del corazon. Mal harás en no creerlo, y peor en creerlo y no corresponderme”2. Algo más de un año después, a raíz de haberle pedido María Francisca que no fomentara ni divulgara por medio de otras personas su sobrenombre de la Perla Gallega, el sabio jesuita reconocía pesaroso: “En hora menguada dije lo de la Perla Gallega, pues me veo privado por culpa mia de que lisonjeen mi gusto con la frecuente conmemoracion de la persona á quien mas amo”3. Pero, sobre todos, queremos destacar el testimonio que nos ha quedado –escrito un año y medio antes de su muerte– del anciano jesuita desde el destierro de Bolonia, una excepcional declaración del amor que le unía a su hermana, hasta extremos que casi entraba en conflicto con su vida religiosa: “Amada hija, hermana y señora mia: Para que pudieras comprender hasta dónde llegaba mi cuidado, mi dolor, mi inquietud y mi sobresalto, viendo que se iban pasando tres meses sin el único consuelo que me ha quedado en esta miserable vida, era menester que te fuese posible hacer cabal concepto de la 2 3

Monlau, Obras P. Isla, Cartas familiares, n. CLXII, p. 487. Monlau, Obras P. Isla, Cartas familiares, n. CCXIII (Villagarcía, 11-II-1760), p. 504.

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grandeza y vehemencia de mi amor. Esta es tal, que sin embargo de esforzarme cuanto puedo á que sea sin perjuicio del derecho que tiene Dios á ser el único dueño de todo mi corazon, de toda mi alma y de todas mis entrañas, dudo muchas veces (y temo que con sobrado fundamento) si tú, sin culpa tuya y por pura miseria mia, llegas á usurparle gran parte de lo que es suyo. En este caso me consuelo con que yo solo seré el culpado, y te pido que con tus oraciones me ayudes á suplicarle que modere mis excesos, y no permita que los límites de la naturaleza lleguen jamas á confundirse con los de la religion”4. Las sucesivas muertes de sus padres (1762), de su hermano Ramón (1765) y, sobre todo, de su esposo Nicolás de Ayala (1774), fueron agudizando las enfermedades que padecía María Francisca y generándole depresiones sicológicas (nos extenderemos sobre ellas en el apartado siguiente), a todas las cuales hubo de buscar remedios. Uno de ellos fue sin duda viajar a la Corte, pues al parecer el clima seco de la capital española le sentaba mucho mejor que las lluvias y humedades de Compostela. De hecho, en la correspondencia isleña, han quedado referenciadas dos estancias de nuestra biografiada en Madrid, posiblemente las primicias de otras varias que se sucederían tras la muerte del P. Isla, motivadas tanto por razones de salud como para gestionar la publicación de diversos escritos inéditos del sabio jesuita. Pero ocupémonos de las dos mencionadas. La primera debió tener lugar durante buena parte del año 1778, aunque el esporádico carteo del P. Isla no nos permite precisarla en meses y días. Se sabe, sin embargo, que en ese tiempo María Francisca se había entrevistado con el influyente eclesiástico compostelano Manuel Ventura Figueroa, comisario general de la bula de Cruzada y patriarca de las Indias Occidentales, buscando conseguir un envío más fluido de correspondencia y ayudas materiales para su desterrado hermano. Una serie de cartas desde Bolonia, respuesta a otras enviadas por ella desde la Corte, nos hacen saber que María Francisca deseaba terminar su estancia allí y regresar ya a Santiago, durante el mes de julio, pero los fuertes calores que se presentaban la habían obligado a desistir de ello hasta septiembre, aunque durante este mes todavía se hallaba en Madrid. A finales de octubre el P. Isla acusaba recibo de una carta suya, enviada a punto de partir rumbo a Santiago, con la intención de desviarse a Salamanca para visitar a su hermano José Joaquín5. Monlau, Obras P. Isla, Cartas familiares, n. CCXCVII (Bolonia, 12-III-1780), p. 542. Cf. Monlau, Obras P. Isla, Cartas familiares, nn. CCLXXXII (1-VII-1778), CCLXXXIII (30-VII1778), CCLXXXIV (5-VIII-1778), CCLXXXVI (20-VIII-1778) y CCLXXXVII (28-X-1778). 4 5

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La siguiente carta de la serie está fechada en Bolonia el 6 de diciembre de 1778 y por ella nos enteramos del regreso de María Francisca a Santiago, habiendo traído consigo a su cuñada Ana Tomasa, que estaba deseosa de quedarse a vivir en Compostela, lo cual da a entender que había serios problemas en el matrimonio, cuyos dos hijos estaban ya emancipados. El P. Isla alababa que su hermana hubiera cedido a la cuñada una casa de su propiedad, portándose con ella mejor que a la recíproca; y reconocía que, ante eso, lo único que podía hacer era “sujetar á tus superiores luces, gobernadas siempre de tu juicio y tu prudencia, los mas vehementes afectos de mi corazon”6. De la segunda estancia de María Francisca en la Corte han quedado menos testimonios en la correspondencia isleña, suficientes sin embargo para afirmar que se hallaba en Madrid hacia mediados de 1780. En una primera carta le comunicaba que había recibido la suya por intermedio de un sobrino de ambos, que prestaba sus servicios en la corte española de Parma, enterándonos a la vez de que la Musa compostelana se hallaba domiciliada en la calle de Atocha, próxima al santuario de Loreto. En la siguiente comunicación el P. Isla informaba a su hermana de una de las traducciones que había realizado últimamente, la del epistolario de Costantini, pidiéndole recogiera en su nombre los manuscritos de dicha obra depositados en Madrid7. Desgraciadamente, de las estancias posteriores en la Corte no es posible enterarse por la correspondencia del P. Isla, debido al fallecimiento de este sabio jesuita en noviembre de 1781, por cuya razón hemos tenido que documentarlas más genérica e indirectamente mediante otras fuentes. Pero, de todas ellas, trataremos por extenso en un capítulo de la segunda parte, cuando consideremos las gestiones realizadas por María Francisca para llevar a la imprenta la obra inédita de su hermano, razón principal de sus estancias madrileñas a lo largo de las décadas de 1780 y 1790. A mayores de ello, nuestra biografiada seguía teniendo como morada habitual la ciudad compostelana, con sus instituciones dominantes y sus sistemas de vida, y como mundillo aquellos medios sociales en que siempre se había movido, con sus corporaciones y círculos profesionales, intelectuales, culturales. Sin embargo, ya en la década de 1780 habían desaparecido buena parte de las personas que la llegaron a motivar seriamente en su actividad literaria: Sor María Antonia de Jesús, la monjita del Penedo (+ 1760), el Cura de Fruime, Cernadas y Castro (+ 1777), el P. Isla (+ 1781), el arzobispo Bocanegra (+ 1782)... De hecho, ninguna de las muestras que hemos localizado de su obra poética son ya de esta época, sino de la década ante6 7

Monlau, Obras P. Isla, Cartas familiares, n. CCLXXXVIII, p. 538. Cf. Monlau, Obras P. Isla, Cartas familiares, nn. CCXCIV (8-VI-1780) y CCC (26-VI-1780).

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rior, lo que parece apoyar una opinión sobre el abandono de esa forma de actividad literaria por parte de María Francisca y su orientación hacia otras, principalmente la editorial, por no anticipar aquí –más que como referencia– la inspiración y/o redacción de las varias partes que constituyen la biografía del P. Isla, publicada en Madrid el año 1803 a nombre de José Ignacio de Salas, seudónimo del P. Tolrá, gran amigo del biografiado y de su hermana. Pocas e indirectas son las informaciones que los biógrafos aportan sobre esta etapa de la existencia de María Francisca de Isla, referidas concretamente a sus relaciones en el entorno compostelano. Alguno se refiere de manera general a su amistad con María Teresa Caamaño, persona de notable formación científica y práctica literaria, que en una primera etapa no había congeniado con la Musa Compostelana, quizás por una comprensible celotipia. Otros mencionan globalmente su relación con personas implicadas en el movimiento ilustrado, que por entonces había creado sus primeras instituciones en Compostela, como la Sociedad Económica de Amigos del País (1784), en concreto con sus dos principales co-fundadores, los canónigos Páramo Somoza (1731-86) y Sánchez Vaamonde (1749-1806). Martínez Barbeito cita expresamente al ilustrado coruñés, José Cornide Saavedra (1734-1803), que había frecuentado en Santiago y en la Corte los mismos círculos que María Francisca, en cuyo domicilio madrileño se compuso el epitafio de su tumba “probablemente por ella misma, o por lo menos bajo su inspiración o colaboración”8. Quizás una de las últimas y más gratificantes relaciones que mantuvo María Francisca de Isla fue con el P. Juan Bautista Tolrá, a quien nos acabamos de referir. Relacionados desde su primera estancia en Galicia (años 1763-67), cuando estuvo destinado sucesivamente en los colegios de Santiago y La Coruña, lo trató entonces por la buena amistad que tenía con el P. Isla y mantuvo con él la relación en los difíciles años del destierro en Italia. A principios de siglo pudo regresar a España y, debido a su longevidad (murió en Madrid el año 1830), llevó a cabo diversas actuaciones a favor de la Compañía de Jesús, por ejemplo publicaciones como el Memorial de los ex-jesuitas españoles á S. M. el Congreso de la Nacion en sus Cortes generales de Cadiz (Santiago 1812). La biografía del P. Isla, que publicó bajo el seudónimo de J. I. de Salas, fue producto de su vieja amistad con María Francisca –recuperada por el trato en directo tras su regreso– y de sus informaciones sobre el particular, cuando no de partes enteras redactadas por ella misma, como expondremos en su momento9. Martínez Barbeito. Romance en gallego, BRAG, XVIII (1957) 28. Sobre el P. Tolrá, cf. Couceiro, Diccionario, III, 410; E. Rivera Vázquez, Galicia y los jesuitas, La Coruña 1989, 509-510. 8 9

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Ciertamente el mundillo familiar y amical del que nuestra biografiada había formado parte durante sus años de casada (1754-74), se había ido desmoronando a causa de las muertes, matrimonios, traslados de domicilio, rupturas de la relación... Mantenía en la distancia el contacto epistolar con sus hermanos: José Joaquín en Salamanca, Isabel –casada ya segunda vez– en la localidad leonesa de Valderas y Antolina en la orensana de la Rúa de Valdeorras; también con su hermano el benedictino Fr. Joaquín, notable predicador y publicista del género oratorio, suponemos que siguiendo la corriente renovadora del P. Isla. Y en la cercanía compostelana, durante las temporadas que no estaba en la Corte, relacionándose con distintas amistades femeninas de sus años felices (Rosa Freire, Josefa Gayoso...), algunas ya viudas como ella (así, las de P. Mourín y A. del Sello). Nuestra biografiada había llegado, pues, a la madurez de la vida con la satisfacción de haber cumplido un testamento a favor de los escritos y del buen nombre de su hermano, bien relacionada en la distancia con su dispersa familia, y presente en los medios sociales compostelanos que la habían aupado a la fama literaria en otros tiempos. Superadas en parte sus limitaciones físicas con la energía espiritual y sicológica de su recia personalidad, humanizada siempre por la afectividad que la había impulsado en sus actuaciones, María Francisca de Isla se disponía confiadamente a recorrer el último tramo de su existencia.

2. OCASO Y FALLECIMIENTO Muy poco, y documentalmente nada, sabemos sobre los últimos tiempos de la existencia de María Francisca de Isla y Losada, una etapa sobre la cual los biógrafos parecen ignorarlo todo. Pensamos que, tal vez, su edad y mala salud la hubieran retraído en esos años de la vida social, impidiéndole también participar en las actividades literario-publicistas que la habían ocupado hasta comienzos del siglo XIX, a causa de lo cual no habrían quedado testimonios suficientes para reconstruir ese tiempo final de su biografía. Las últimas fechas referenciales que podemos aducir en esta etapa son los años 1797 y 1803, que se corresponden respectivamente con las gestiones realizadas ante las autoridades de la Corte para lograr la reedición del Fray Gerundio y publicar la biografía del P. Isla firmada por Salas. Los memoriales y solicitudes suscritos entonces por María Francisca, que aduciremos en su momento, son las pruebas documentales que se pueden considerar como el último testimonio histórico de sus actuaciones literarias.

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La única pista que hemos hallado entre los biógrafos recientes, sobre su situación personal durante esta etapa, se encuentra en el tan citado artículo de Martínez Barbeito, que pese a ser muy genérico, da ciertas referencias concretas: “Miope, enferma de mil y un achaques, solitaria en su larga viudedad..., supo conservar vivo el ingenio, despierta la curiosidad, entero el carácter, jovial el temple y fervoroso el corazón hasta su muerte”10. Entre esas afirmaciones vagarosas hay, sin embargo, una muy real y documentada –la de sus numerosas enfermedades– que nos da pie para hacer un matizado comentario. Nos hemos ocupado ya, en otros espacios de la obra, de la larga secuela de enfermedades y dolencias que parece haber formado parte de la biografía de María Francisca de Isla desde sus años juveniles. Ello nos hace pensar que ese deficiente estado de salud pudo deberse a una situación más o menos permanente de origen genético, de la cual podrían ser pruebas una serie de datos que afectaron igualmente a sus hermanos: la muerte, en sus dos primeros años de vida, de María Josefa (1727-29), Josefa Joaquina (1732-33) y Juan Manuel (1737-38); el fallecimiento en plena juventud del jesuita Ramón (1730-65), cuyas graves dolencias aparecen referenciadas en la correspondencia del P. Isla; la mala salud de sus hermanas Isabel y Antolina, de las que conocemos varios episodios graves, a consecuencia de uno de los cuales la menor quedó tullida a los veinte años de edad. En ese largo historial de enferma que acompañó a María Francisca, pese a la continua superación que lograba gracias a los recursos afectivos y sicológicos de que ya hemos hablado, hubo dos hechos que generaron directamente en ella sendas situaciones de carácter depresivo: la carencia de hijos en su vida matrimonial de veinte años de duración y la muerte de Nicolás de Ayala que puso fin a la misma en 1774, cuando acababa de cumplir los cuarenta años. De las consecuencias de este último hecho se hace eco en los tiempos inmediatos la intermitente correspondencia que el P. Isla mantenía con su hermana desde Bolonia, en la que se refleja su evolución y su mejoría11. Dos años más tarde parecía que María Francisca había superado aquella situación depresiva, por lo que el P. Isla le hizo una inusitada proposición, sin duda para consolidar su mejoría y gozarse con la presencia de su hermana en el ya largo destierro. Poniendo como pretexto que la condesa Pallavacini, en cuyo palacio estaba acogido el anciano jesuita, deseaba invitarla a viajar allí para conocerla, a causa de su fama literaria que corría por la culta ciudad boloñesa, le trasladaba en su nombre Martínez Barbeito, Romance en gallego, BRAG, XXVIII (1957) 31. Cf. especialmente Monlau, Obras P. Isla, Cartas familiares, nn. CCLXXI (16-III-1775) y CCLXXII (29-XI-1775). 10 11

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tal propuesta y la subrayaba con esta estimulante afirmación: “Muchas de las principales damas de esta ciudad desean verte”. Pese a la halagadora propuesta, la Musa Compostelana no emprendió tan largo viaje; quizás no se debió sentir con fuerzas para ello, o quizás se lo impidiera su mala salud, como se atisba en una carta de dos meses después, donde su hermano le aconsejaba resignación ante los “males físicos y morales” que Dios le enviaba12. Algunas otras cartas de la época del destierro se refieren asimismo a las dolencias que aquejaban a María Francisca. Así, una en la que el P. Isla se refería a las convulsiones que la obligaban a escribirle por mano de otra persona; o aquella en la que el sabio jesuita le aconsejaba que visitara a sus amigas de distintas localidades gallegas, pensando quizás que eso sería una buena terapia sicológica para mejorar su situación13. Un excepcional relato dejado por la propia María Francisca sobre su estado de salud, nos ha quedado reflejado con todo detalle en el poema gallego que envió al Cura de Fruime, datado probablemente en febrero de 1775 (remitimos al capítulo VIII de la segunda parte, donde se estudia con detalle), en el que se evidencia su situación física y síquica cuatro meses después de la muerte de su marido. A través de sus versos, un tanto desmañados a veces, se refleja claramente la situación a que nos referimos: “Deixame estàr à meu cabo layandome do meu mal, que abofè llas farto teño, gracias a Deus, que mo dà! Dòncheme tànto as sofràxes ô Peito, è aìnda màis, que de dia, nin de nòite eu nunca podo acougàr Teño moitos calafrios, a quentura ben detràs, receo, si hè ò mal catìbo Dios che m’arrede de tàl. (...) Cf. Monlau, Obras P. Isla, Cartas familiares, nn. CCLXXVII (14-III-1777) y CCLXXVIII (Corpus de 1777). 13 Cf. Monlau, Obras P. Isla, Cartas familiares, nn. CCLXXIX (30-VI-1777) y CCLXXXVIII (6-XII-1778). 12

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Estouche feita un Cadabre, e às vagoas dos ollos càn à cantos me ben no Leyto: ay miña Virgen da Paz! (...) Polo fio d’unha roca ò estagamo se me bay, é cortafeira coideiche que acababa de finar. (...) Santiago, Febreiro doce Ay! que non sey que me dà, que me esfraquezo de todo, è non podo vafexàr”14. Para no alargar indefinidamente el relato de las dolencias que acompañaron a nuestra biografiada la mayor parte de su existencia, concluyamos afirmando que nunca fueron bastantes para hacerla desistir de sus propósitos reivindicativos del P. Isla –como lo demostró con las distintas publicaciones de sus inéditos que llevó a cabo–, ni para estragar aquellas notables cualidades intelectuales y morales que la habían hecho ganarse la estima de sus contemporáneos dentro y fuera de Compostela. Pero, en definitiva, esa situación de enferma crónica debió irse agravando con el paso de los años hasta hacerse definitiva y conducirla a la muerte en el año 1808. Hacemos esta afirmación de forma tan genérica y sin precisiones, tomándola de sus biógrafos, porque su comprobación y documentación se ha resistido tenazmente a los prolongados intentos que hemos realizado desde varios frentes de investigación. Pocas, y totalmente carentes de pruebas, son las afirmaciones que las obras generales y escritos biográficos ofrecen sobre la muerte de María Francisca de Isla y Losada, dándonos la impresión de que unos y otros las toman de escritos anteriores sin comprobación alguna. Algunos se concretan simplemente a datar los límites cronológicos de su biografía (1734-1808); otros precisan vagamente que su muerte tuvo lugar en Santiago de Compostela el año 1808, a mayores de Murguía, que supone fue enterrada en la iglesia parroquial de Santa María de Salomé, pues vivía en la casa de la esquina siguiente a ella. Unos pocos precisan este último dato, localizando su 14

Biblioteca de la Real Academia de la Historia, Madrid: Fondo José Cornide, Ms. 9/3894, n. 35.

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domicilio en la Rúa Nueva, esquina frontera a la iglesia de Santa Salomé por la misma mano15. La parva cosecha de datos se cierra con el que ofrecen Filgueira Valverde y Rivera Vázquez, afirmando que María Francisca murió en el año 1808 y fue enterrada ante el altar de la Concepción, de la antigua iglesia compostelana de la Compañía16. Ninguno de ellos referencia de dónde han tomado los indicados datos. Retrotrayéndonos en el tiempo, encontramos que el primero en afirmar la muerte de María Francisca en Santiago el año 1808 fue Monlau (Madrid, 1850), y sospechamos que los restantes autores tomaron de él la afirmación, añadiéndose luego sucesivamente las mínimas precisiones indicadas. Pero lo cierto es que, pese a nuestros esfuerzos, no hemos podido comprobar ese dato fundamental ni en los censos municipales de Santiago (de los cuales no hay fondos anteriores al año 1819) ni en los libros parroquiales de difuntos de todas las parroquias compostelanas, incluidos los del Hospital Real y Santa María de Conxo, todos los cuales revisamos escrupulosamente en un arco cronológico suficiente. Esta carencia documental se impone crudamente a todas las interpretaciones que se puedan hacer del hecho (fallecimiento fuera de Santiago, olvido de redactar el acta de defunción, destrucción de la misma –no se evidencias vacíos o lagunas en los libros parroquiales, que lo justificaran–, etc.), el cual por otra parte no es absolutamente inhabitual en la documentación parroquial de la época. Sirva como ejemplo de ello el caso de la misma madre de nuestra biografiada, Rosa María de Losada y Osorio, de la cual sabemos por referencias contemporáneas que había fallecido en Compostela el 9 de junio de 1762, y cuya acta de defunción tampoco se ha podido localizar en los archivos parroquiales. Ante ello, únicamente nos queda afirmar que, si son ciertas las citadas afirmaciones de los biógrafos –y no tenemos razones suficientes para negarlas–, María Francisca de Isla y Losada nació y murió en la ciudad del Apóstol, habiendo alcanzado una edad que oscila entre los setenta y tres y los setenta y cuatro años, dependiendo de la fecha exacta en que se hubiera producido el óbito. Sólo nos queda esperar que algún investigador más informado o afortunado pueda documentar el último dato histórico de la biografía de nuestro personaje, para que se pueda precisar certeramente esta referencia definitiva de su existencia humana.

Cf. Murguía, Diccionario de escritores, Vigo 1862, 160; E. Moreno Astray, El viagero en la Ciudad de Santiago, Santiago 1865, 381; Martínez Barbeito, Romance en gallego, BRAG, XXVIII (1957) 31; Eguía, La predilecta hermana, Humanidades, VII (1955) 259. 16 Cf. Filgueira Valverde, Dona Maruxiña, en Terceiro adral, Sada 1984, 75; E. Rivera Vázquez, Galicia y los jesuitas, La Coruña 1989, 509, nota 30. 15

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3. MEMORIA PÓSTUMA María Francisca de Isla y Losada no es uno de esos personajes de primera fila que figuran siempre en las historias de cualquier comunidad por su valer general, o por sus actuaciones en alguna de las ramas científicas, culturales, sociales, profesionales..., que le prestan valor público y duradero a las personas. Su nombre aparece raramente en las obras generales de ámbito español, y sólo se puede localizar con cierta parsimonia entre las referidas a Galicia, normalmente de forma escueta o con tratamiento restringido. Pocas monografías se han ocupado hasta hoy de estudiar su persona y su obra cultural de manera científica y documentada; la mayoría, además, considerándola a la sombra de la prestigiosa figura del P. Isla, o relacionada con otros personajes eclesiásticos, intelectuales y literarios de su entorno espacio-temporal. Para el investigador y el estudioso de esas áreas la Musa Compostelana no les es desconocida e incluso están informados de su tarea literaria y editorial; la persona de cultura media interesada en su figura, bastante hace si consulta alguna enciclopedia o diccionario donde recabar sus datos biográficos fundamentales; y para quien no tenga una mayor formación histórica o literaria, nuestra María Francisca pasará desapercibida entre el sinnúmero de personajes mayores y menores que pueblan el panorama cultural gallego en la época de la Ilustración. Con todo, los estudiosos de la vida pública y social de la Compostela de esa época –sin duda la ciudad gallega más representativa entonces por su nivel intelectual, científico o cultural–, se encontrarán con el nombre de nuestra biografiada referenciado por diversos motivos, tanto en una obra de contenido general, como en un diccionario de escritores e incluso en una guía local. Pero quien intente profundizar en esa primera información, o localizar el referente público del personaje, se encontrará de entrada con el muro del silencio. Ninguna plaza o rúa de la urbe compostelana lleva su nombre; ninguna placa, de las muchas que señalan edificios de su casco antiguo, identifica la casa donde nació, vivió o murió la ilustre escritora; no hay lápida con un epitafio que la recuerde en ninguno de los lugares de enterramiento –especialmente los interiores de las iglesias– de su tiempo. Asimismo, ninguno de los museos de la ciudad mostrará su busto o su retrato; tampoco los libros y revistas publicados entonces por las afamadas prensas compostelanas ofrecerán al interesado los trazos de su figura; la iconografía ignorará los rasgos de su rostro. Confiamos por ello que esta monografía pueda haber contribuido en alguna medida a contrastar las informaciones y conclusiones que sitúan adecuadamente al personaje en un tiempo y un espacio, ubicándolo en las coordenadas humanas y

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sociales dentro de las que llevó a cabo su actuación de valor público. Esa es la pretensión que el historiador ha tenido para llevar a cabo sus investigaciones y transvasarlas sobre todo en la primera parte del escrito. Pero esperamos también que sirva al lector para adentrarse en el conocimiento de la persona de María Francisca de Isla, tanto en el ámbito de sus afectos y relaciones humanas, como en el de sus proyectos y actividades, mostrando los rasgos internos de su personalidad, su talla moral, su compromiso con la sociedad y la calidad de su obra cultural. Esa es, asimismo, la pretensión del biógrafo, realizada a través del estudio de su obra literaria y publicista, a las que se dedica totalmente la segunda parte de la obra. Desgraciadamente no hemos podido localizar esos documentos, o testimonios, o referencias que ayudan a poner rostro al personaje, a situarlo en el espacio urbano que conserva las invisibles huellas de su paso por la historia de un tiempo y por la vida de una ciudad, a identificar esa tumba –mucho más que restos humanos o polvo biológico– que marca el último dato de su biografía. Esta es la razón inmediata que nos ha motivado, para cerrar el último capítulo de la primera parte de la obra, a desarrollar un simple catálogo que ofrezca al lector interesado una serie de referencias seguras del personaje estudiado, un a modo de memorial que destaque las huellas del paso por el tiempo y el espacio de una persona con rostro propio y valores autónomos, llamada María Francisca de Isla y Losada, quien ha dejado su impronta –aunque sea tenue y humilde– en la historia de la Galicia ilustrada y en las milenarias piedras de la ciudad del Apóstol. El primer elemento referencial que queremos destacar es el espacio urbano en donde transcurrió buena parte de la existencia de nuestra biografiada, en la urbe antigua de Compostela, que ofrece al lector la memoria silenciosa de su tránsito por la vida: la casa paterna, el antiguo palacio de los conde de Altamira, junto al torreón del Picho de la Cerca, desaparecido bien adelante el siglo XIX y ocupado actualmente por la llamada Plaza de Abastos; la inmediata iglesia parroquial de San Félix de Solovio, donde recibieron el bautismo todos los miembros de la familia IslaLosada; la iglesia catedral, espacio en el que María Francisca hubo de participar en numerosas celebraciones y donde había contraído matrimonio; la plaza del Campo –hoy de Cervantes–, donde vivió la última etapa de su vida matrimonial y murió su marido; la sencilla casa número 25 de la Rúa Nueva, donde vivió sus años finales y en que los biógrafos la dan como fallecida, una típica construcción del siglo XVIII, con soportal y tres plantas, esquina a la travesía de Salomé y frontera por esta calle al lateral derecho de la iglesia parroquial del mismo nombre; y la grandiosa iglesia de la Universidad, en su tiempo de la Compañía de Jesús, donde al parecer recibió sepultura.

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El segundo elemento referencial en que queremos fijarnos es el testimonio literario de y sobre nuestra escritora. En primer lugar, las publicaciones que llevan su nombre: por ejemplo, el Compendio histórico de la vida, carácter moral y literario del célebre P. Josef Francisco de Isla, con la noticia analítica de todos sus escritos. Compilado por D. Josef Ignacio de Salas, presbítero. Dalo á luz D.ª María Francisca de Isla y Losada, hermana del mismo P. Isla (Madrid 1803), así como algunas otras a las cuales nos referiremos por extenso en la segunda parte. Después, los poemas que son de su indudable autoría, estudiados con detalle en el capítulo VII, todos inéditos hasta ahora, menos el romance dedicado al Cura de Fruime, que se publicó por primera vez en 1957. Y por último, los que se pueden considerar mejores escritos biográficos del personaje, mencionados tantas veces a lo largo de esta obra, en especial algunas cortas monografías sobre determinados elementos de su vida, como son los artículos de Eguía, Martínez Barbeito, Pérez de Castro y Luis Fernández. Conexo con el anterior, pero de acceso más restringido, es un tercer elemento referencial de primera importancia, que ha constituido la mejor base de nuestra investigación y en el cual nos apoyamos para ofrecer las informaciones más novedosas de esta obra: los fondos documentales que testimonian hechos y acontecimientos, actuaciones y fechas especiales de la biografía de María Francisca de Isla. Depositados en diversos archivos, cuyos contenidos se detallan en el apartado final de Fuentes, queremos destacar aquí aquellos que por la cantidad y calidad de sus fondos nos han sido más útiles: dos Archivos Históricos, el Diocesano y el Universitario, ambos en Santiago de Compostela; y tres bibliotecas, la General de la universidad compostelana, así como la Nacional y la de la Real Academia de la Historia, ambas en Madrid. A ellos hay que añadir, no como fuente documental, sino impresa, el amplísimo epistolario del P. Isla, con sus sucesivas adiciones. Vamos a cerrar este apartado, último del último capítulo de la primera parte de la obra, con una interesante referencia, no original pero sí altamente anecdótica, a modo de un set ball, macht ball literario. Pese a haber afirmado anteriormente que no había quedado memoria iconográfica de María Francisca de Isla, el P. Luis Fernández –destacado investigador epistolográfico del P. Isla– nos ha transmitido, en el texto de una de las cartas que publicó del erudito autor de Fray Gerundio, su afirmación de que existía una hermosa réplica de la Musa Compostelana17. En efecto, el 10 de junio de 1770, el ilustre desterrado escribía a su hermana desde Crespelano, villa situada a tres leguas de Bolonia, y le comunicaba que el P. Gutiérrez –jesuita a quien ella había tra-

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Cf. Fernández, La defensora de Fray Gerundio, LicFr, XXVIII (1975) 269.

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tado mucho en Santiago– había plasmado su rostro en una imagen mariana de la Dolorosa, venerada en la parroquia de dicha localidad. He aquí sus palabras: “El retrato tuyo le sacó muy al natural Vicente Gutierrez en una estatua ó imagen de la Virgen de los Dolores, que fabricó de bello estuco y queda ya colocada en la parroquia de este castillo (asi se llaman aqui las villas o pueblos de campaña) para perpetua memoria. En el se apacientan mis ojos y mi corazon, hasta que nos veamos en la verdadera patria nuestra, sin peligro de separarnos jamás”18.

J. F. de Isla, Cartas inéditas. Introducción y edición por el P. L. Fernández Martín, Madrid 1957, carta n. 300, p. 319. 18

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Si la primera parte de la obra tiene, sobre todo, un carácter histórico, documental, probatorio de los hechos que enmarcan cronológicamente la biografía del personaje, esta segunda es primordialmente testimonial, expresiva del impulso motivador de gran parte de su existencia, como un élan vital que la orientó por los caminos de la cultura y de las letras. Una y otra parte se completan, aunque no se exijan. Podrían haberse desarrollado como dos monografías independientes, pero se han planificado en la forma actual para estudiar –desde perspectivas diversas– la proyección histórica que ha dejado de su paso por la existencia una persona llamada María Francisca de Isla y Losada. De cualquier vida humana quedan siempre, tras haber recorrido su trayecto biográfico, distintos rastros que permiten al historiador recuperarla desde el futuro, e incluso inmortalizarla si esos rastros presentan de ella un testimonio novedoso, aleccionador, universal. Algunos se refieren a sus actuaciones, a su obra personal y comunitaria a favor de la familia humana y de la cual quedan –siempre que sea cualitativamente válida– raíces que la vinculan al pasado, ramificaciones y vástagos que la proyectan al futuro. Otros perviven en el tiempo gracias al vehículo del espíritu humano en los términos de su pensamiento formulado ideológicamente, en los conceptos de la ciencia con que ha logrado expresar el sentido del mundo, en la lectura trascendente –quizás metahistórica o mística– que ha sabido hacer de la Vida y de toda vida, en las palabras escritas con que tradujo estéticamente la realidad cotidiana que para la mayoría de los hombres es trivial o insignificante. La existencia histórica y la obra literaria de María Francisca de Isla han dejado, para suerte de las generaciones posteriores, rastros suficientes que nos permiten deducir de ellas testimonios de carácter permanente, valores universales, lecciones actuales. Es por ello que la primera y la segunda parte de esta obra, con todo lo que cada una ofrece con carácter autónomo, se presentan interrelacionadas e incluso como complementarias. Eso explica, por ejemplo, las frecuentes referencias cruzadas que aparecen a lo largo de todo el escrito, o la numeración seguida de los capítulos que lo desarrollan, mostrando su unidad de fondo.

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Esta segunda parte está dedicada, pues, fundamentalmente a la obra literaria realizada por María Francisca de Isla, como testimonio que nos ha quedado de su espíritu creador, expresado en palabras y acciones siempre definitorias, a menudo preñadas de sentido y belleza. Sin abandonar los contenidos y la metodología históricos propios de la primera parte, que siguen siendo precisos para encuadrarla adecuadamente, esta segunda se dedica sobre todo a poner de relieve los caracteres de lo que hemos denominado vocación humana de nuestro personaje, las cualidades y valencias de su personalidad proyectada por las vías culturales y literarias. María Francisca tenía verdadera pasión –este era un rasgo sobresaliente de su patrimonio espiritual, determinado en gran medida afectivamente– por las letras, tanto por las publicaciones de cualquier tipo, cuyos contenidos incorporaba a su acerbo con avidez y espíritu crítico, como por los escritos surgidos de su propia pluma, expresión de un innato genio literario, de su sentido observador de la vida, de su sentimiento religioso o estético, afectivo o amical. Era una persona para quien la palabra (pensada o sentida, expresada con la boca o con la pluma) era un elemento imprescindible de su existencia; más aún, un elemento del que la belleza era parte constitutiva. Quizás, como le ocurría a su amigo y maestro el Cura de Fruime, la poesía era el modo más directo que tenía para comunicar sus ideas y convicciones, sus sentimientos y experiencias. En todo caso, la palabra escrita era la forma de expresión que mejor representaba el universo espiritual de María Francisca de Isla. Porque si la palabra se eleva a menudo hasta lo sublime, su expresión escrita tiene siempre algo de divino. Ella es la que hermana, mucho más de lo que se cree, al profeta y al orador, al místico y al vate. Por ello los antiguos creían que esas palabras cualificadas tenían vida propia después de ser emitidas, proclamadas o escritas, como “la palabra que sale de la boca de Dios y nunca regresa vacía a él” (Isaías 55, 11). Quizás por eso las obras escritas para publicarse tienen siempre una pretensión de inmortalidad, que sólo las auténticamente valiosas alcanzan, consiguiendo con ello situar a sus autores en las primeras filas del Parnaso universal. María Francisca de Isla no ha sido ubicada, hasta ahora, entre los inmortales de la literatura ni siquiera –por su pequeña estatura– ha logrado emerger entre las figuras de nuestro parnaso local. La mayoría de sus palabras escritas, quizás las más valiosas, fueron víctimas de su propia exigencia y humildad; las que han llegado hasta nosotros son en buena parte escritos de carácter personal o circunstancial, nunca realizados con intención de hacerse públicos; sus mayores éxitos editoriales llevan el nombre de su hermano jesuita, o se esconden bajo un seudónimo, o simplemente aparecen sin firma. Parece como si sus mejores palabras, las que alcanza-

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ron lo sublime y lo divino, nunca se hubieran pronunciado o, tras hacerlo, fueran autocensuradas y silenciadas para que el futuro las ignorase, o quizás para no hacerle sombra a las del P. Isla, a quien amaba por encima de los frutos de su propio espíritu “hasta más allá de la muerte”, como “tu más apasionada hermana”. Lo cierto es que la escasa obra conocida de nuestra autora apenas la hace ser más que mencionada por los especialistas de nuestra literatura dieciochesca. Los pocos que tratan expresamente de ella la sitúan siempre en un plano menor, con frecuencia a la sombra de su famoso hermano jesuita, parte de cuya obra publicó póstumamente, o como correctora de los escritos pastorales del arzobispo Bocanegra, o como la musa del Cura de Fruime, que la cantaba poéticamente con el nombre de Filis. Lo más que llegan a afirmar es que compuso numerosas poesías y redactó un extenso epistolario, la mayoría de cuyos ejemplares resultaron destruidos o perdidos. Y, sin embargo, ha trascendido hasta hoy el espíritu de una vocación literaria que definió la existencia de nuestra biografiada, más allá de la desaparición de su obra o por encima de la calidad de algunas de sus piezas conservadas. En efecto, ciertos estudiosos y críticos isleños han hecho notar ya hace tiempo que María Francisca era “tan hábil y tan instruida, que podría escribir casi tantos libros como su hermano” (M. Luengo), o que “redactaba con clara e coidada pulcritude” (X. Filgueira Valverde), o que “su fama llevaba camino de asimilarse a la que después con gran excelencia lograron una Rosalía de Castro, o una Concepción Arenal” (C. Eguía). Todo ello nos ha hecho planear esta segunda parte con un doble objetivo: poner de relieve las cualidades y proyecciones de la vocación literaria de María Francisca de Isla, y dar a conocer las muestras de la misma que han llegado hasta nosotros, como elemento indispensable para una valoración completa de su obra. Con esa finalidad nuestra investigación se movió también en un doble terreno: la detallada consulta de la bibliografía general y específica que hay sobre nuestra autora, completada con la lectura directa de sus escritos conservados, y la búsqueda de inéditos en las instituciones y fondos donde pudiera presumirse su conservación. El resultado de ambas líneas de trabajo, si no brillante o novedoso en su conjunto, creemos que tiene elementos de interés, ciertas novedades en la interpretación y valoración de su obra e influencias, incluso la aportación de algunos inéditos de su autoría, que pasarán así a incrementar la escasa producción conocida hasta hoy de María Francisca de Isla. Desde esos presupuestos y resultados de investigación, la segunda parte se desarrolla en cinco capítulos –numerados como continuación de los otros cinco que conforman la primera parte–, los cuales a su vez se parcializan en diversos apartados y subapartados.

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El capítulo sexto pretende presentar al lector el universo interno de la biografiada, considerando genéricamente su vocación intelectual y cultural, así como los contextos en que nació y se desarrolló, además de notar ciertas influencias personales que pudo haber recibido en ese terreno. El capítulo séptimo describe el marco cultural de la Compostela del siglo XVIII en que María Francisca de Isla alimentó y ejerció su vocación literaria, así como las conexiones que mantuvo con destacadas personalidades de aquel entorno, especialmente el Cura de Fruime, el arzobispo Bocanegra y su propio hermano el P. Isla. El capítulo octavo empieza a diferenciar la producción literaria de nuestra autora, fijándose específicamente en su obra poética, encuadrada en la órbita de la lírica del XVIII y de la cual se ofrecen cuatro muestras, tres de ellas inéditas y la cuarta –ya publicada anteriormente– en lengua gallega. El capítulo noveno continúa la consideración de la obra escrita de María Francisca, centrándose en su producción epistolar, la cual –pese a haber desaparecido mayormente– nos es conocida por el reflejo que ha quedado de ella en el epistolario isleño y por la publicación de varios ejemplares de su correspondencia familiar, realizada por determinados autores. Y el capítulo décimo considera una importante proyección literaria de nuestro personaje, como editora de distintos escritos del P. Isla, que llevó a cabo mediante un tenaz trabajo ante las autoridades de la monarquía, para que se conociera la parte inédita de la obra isleña y se vindicara la fama de un autor marcado por la polémica y el destierro.

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CAPITULO VI VOCACIÓN INTELECTUAL Y OBRA LITERARIA Aunque los biógrafos apenas hayan podido aportar pruebas prácticas de la actividad literaria de María Francisca de Isla y Losada, todos afirman la importancia que alcanzó dentro de este campo –en una u otra medida de calidad– entre sus contemporáneos. Más aún, en las obras generales (enciclopedias, diccionarios, etc.) donde aparece considerada, siempre se la define con un nivel de relevancia superior al común, especialmente en referencia a las mujeres. Sin ser determinantes de ese nivel, nuestro personaje ha pasado a la bibliografía general con dos sobrenombres, procedentes al parecer de su entorno social y cultural, que expresan su elevada calificación: la Perla gallega y la Musa compostelana. Curiosamente, tanto los testimonios coetáneos como los más recientes no han concretado las razones o méritos de esas designaciones, sin duda merecidas. Porque incluso uno de sus más exigentes críticos, como es el caso de Monlau, que consideraba no haberse perdido nada valioso con la quema de “sus frias y asaz mal rimadas inspiraciones”, convenía en que “tenia singular talento, y debe ocupar una página gloriosa en la historia literaria de su sexo”1. Con todo, la proyección literaria no es la única que nos permite definir la rica personalidad de María Francisca de Isla, pues ésta parece haberse expresado también en otros campos del pensamiento y de la ciencia, como la teología, la filosofía escolástica o el dominio del latín clásico. Por no mencionar aquí otros elementos de esa personalidad, que ponemos de evidencia en ciertos apartados de la obra, como son una clara inteligencia, la agudeza de su ingenio, la fuerte y rica afectividad o la recia espiritualidad de su vida cristiana, muy al estilo jesuítico.

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Monlau, Obras P. Isla, Noticia de la vida y obra del P. Isla, XVI-XVII, nota 1.

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Con María Francisca de Isla nos encontramos ante un típico ejemplo de vocación cultural, en el más amplio sentido de la expresión, que orientó su existencia en unas determinadas direcciones de vida y de actuación. Eso no le restó fuerza a otras dimensiones de su personalidad, con las cuales esa vocación se hizo compatible e incluso se favoreció: la familiar (fortalecida, en el caso del P. Isla, por sus mutuas actividades literarias), la conyugal (implicando a Nicolás de Ayala en la práctica epistolaria con el docto jesuita y otras personalidades), la social (multiplicando relaciones humanas y ahondando amistades, sobre todo con damas de su entorno cultural), etc. Este primer capítulo de la segunda parte abre el estudio sectorial de la biografía del personaje en su dimensión intelectual y proyección literaria. A modo de un considerando general, previo a los contenidos específicos de los capítulos siguientes, se desarrolla en tres apartados. El primero sitúa en el plano de la vida de María Francisca de Isla los principales elementos que delinean su vocación literaria: la educación abierta que recibió antes de los veinte años, su medio social y las relaciones que mantuvo dentro de él, la dirección magistral que aceptó del P. Isla y la constituyó en discípula avanzada, su presencia y actividad en los círculos culturales compostelanos. El segundo apartado precisa los diversos contextos en que arraigó y creció esa vocación literaria, asumida como un ejercicio de libertad y realizada como expresión de unas cualidades humanas voluntariamente actuadas, conjugadas con la asunción –consciente o inconsciente– de una serie de influencias personales. Y el tercer apartado se concreta en las influencias literarias recibidas del Cura de Fruime por María Francisca, no porque hayan sido las más fuertes o efectivas sino porque de ellas nos ha quedado un buen número de muestras.

1. VOCACIÓN INTELECTUAL Y LITERARIA En el capítulo II hicimos ya algunas referencias a la formación recibida por María Francisca de Isla en el ámbito doméstico, según los usos de la época, directamente de sus padres y especialmente por medio de ayas y educadores. Entendemos también que ese delimitado espacio educativo debió ser trascendido por ella con mucho, a la vista de los testimonios que se aducirán, hacia ámbitos a los que las mujeres apenas se habían incorporado, como las materias humanísticas, culturales y científicas, consideradas en general. Sospechamos que tal apertura, además de las cualidades humanas que hacían al personaje proclive a esas áreas del saber, pudo haberle sido propiciada por ciertas

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influencias recibidas en la infancia y en la adolescencia. Una de ellas, indudable pero documentalmente indemostrada, debió ser la de su madre, Rosa María de Losada y Osorio, mujer de origen noble y grandes cualidades todavía en sus últimos años, como pone de relieve la correspondencia del P. Isla, que destacaba en ella “su genio angelical y su heroica paciencia”2. Asimismo, también desde los años que residió en Santiago y posteriormente desde la distancia, lo fue la de su hermano José Francisco, que probablemente reforzó la ejercida por Rosa Mª de Losada, con la cual mantuvo continua correspondencia, pues la amaba y era amado por ella como una verdadera madre. Esa educación de base recibida por María Francisca durante sus primeros años y ampliada permisivamente fuera del marco habitual, hubo de concretarse mediante el estudio, la lectura y el intercambio personal en distintas áreas del saber cultural y científico de que más adelante daría muestras. Sin tener pruebas de ello, nos parece congruente afirmar tales líneas de formación, principalmente a partir de la relación con personas destacadas de la clerecía (además de su hermano el P. Isla, sus tíos el P. Osorio y el canónigo Losada Quiroga, y otros citados ya en su momento), de la vida religiosa (la tantas veces mencionada carmelita María Antonia de Jesús y las monjas de la Compañía de María, cercanas a su domicilio) y, sobre todo, de su entorno social (una serie de varones y mujeres que destacaron contemporáneamente en la ciudad jacobea). Algunos de los biógrafos y autores citados concretan sus referencias a María Francisca de Isla, ubicándola en el espacio cultural de otras damas compostelanas y gallegas, con las cuales pudo sin duda participar de unos saberes poco comunes a las mujeres de su tiempo. Entre ellas destacamos a: María Teresa Caamaño, literata de fama, además de versada en música, historia y materias científicas, que aparece en varias cartas del P. Isla; Ana María Moscoso de Prado, autora de un romance dedicado al P. Feijoo, que mereció de éste una aguda respuesta; las traductoras de obras espirituales María Josefa de Hermida Maldonado Marín y María Antonia Varela de Castro, etc.3 Con todo, la formación de que parece hacer gala nuestro personaje no se circunscribió al campo cultural o literario, sino que se extendió a otras áreas especializadas como la teología y la filosofía, o a saberes prácticos como el dominio de la lengua latina, en los cuales evidenció una formación o influencia clerical. Si a ello unimos sus innatas cualidades de genio e inteligencia, podemos entender el consejo que le daba su maestro el P. Isla para moderarlas: Monlau, Obras P. Isla, Cartas familiares, n. CXX (Villagarcía, 23-II-1758), p. 468. Cf. A. González Besada, Discursos leídos ante la Real Academia Española, Madrid 1916, 17; Martínez Barbeito, Romance en gallego, BRAG, XXVIII, nn. 321/326 (1957) 18-22. 2 3

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“Informóme dicho Padre (se refería al P. José Martínez, amigo de ambos)... de esa fatal viveza de tu genio, que es el mayor enemigo de ella. Creeme, hija mía, que con la gracia de Dios no es imposible moderarla; hablo de experimentado, pues he adolecido de ese achaque tanto como el que más; y aunque no he sanado de todo de él, le reconozco muy corregido. Replicarásme que para eso son mis años muchos mas; responderete que tambien tu inteligencia es mucho mayor”4. Encontramos varias referencias a lo que acabamos de apuntar en una serie de cartas del P. Isla a María Francisca, enviadas todas en una etapa que ella contaba tan sólo entre veinticuatro y veinticinco años. Escribiéndole desde Villagarcía de Campos en el verano de 1758, la felicitaba por lo bien que había interpretado las frases en latín que figuraban en otra correspondencia anterior. Año y medio después lo volvía a hacer, en este caso por haberle argumentado al estilo escolástico (causa remota, objeto inmediato, etc.), expresándole que tal procedimiento “es demasiada metafísica para mi entendimiento de boton gordo”, pero endosándole que “aunque tú discurras con mayor delicadeza..., yo juzgo con mas solidez”5. Queremos destacar también una misiva del P. Isla suscrita en noviembre de 1758 como respuesta a otra de su hermana, la cual había enjuiciado con gran criterio dos cartas suyas dirigidas en plan literario a dos personajes contemporáneos, que él identificaba como el Abogado y el Capuchino. Le decía entonces Isla que, en el caso de llegarse a publicar ambas, irían precedidas de la suya, pues ésta no era de calidad inferior a la de Ana Le-Febre, esposa de André Dacier, traductor de las obras de Plutarco, a las que había acompañado. Y sin querer halagarla demasiado para no fomentar su vanidad, no se resistía a declararle: “No serías tú inferior á ella si hubieses logrado su educacion; porque los talentos nada deben á los suyos ni á los de cuantas celebra el Maestro Feijoó, despues de otros muchos que trataron el mismo asunto”6. Con todo, el epistolario evidencia que el P. Isla tenía mucho que ver en el ejercicio de los saberes que mostraba María Francisca, supuestas naturalmente sus grandes cualidades. Porque la influencia recibida del docto jesuita, sin duda desde temprana edad, aparece en las cartas, más que patente, innegablemente. Desde las primeras muestras de la correspondencia publicada, que se inicia con el año 1755 (contaba entonces la Musa compostelana veinte años y estaba recién casada), es visible la Monlau, Obras P. Isla, Cartas familiares, n. CXCIX (Villagarcía, 7-IX-1759), pp. 498-499. Monlau, Obras P. Isla, Cartas familiares, nn. CLIII (4-VIII-1758) y CCIX (7-I-1760), pp. 482-483 y 502-503, respectivamente. 6 Monlau, Obras P. Isla, Cartas familiares, n. CLXII (Villagarcía, 10-XI-1758), p. 487. 4 5

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identificación que se daba entre ambos, como de maestro y discípula que se admiraban mutuamente, patentizándose en despedidas como esta: “Tu Padre Maestro. Mi reverendísima discípula y señora mia”. Admiración que, seis años después, se seguían mostrando y que el P. Isla reconocía, orgulloso de las dotes de su discípula: “Por tu bella esquela voy creyendo que he de sacar en ti una valiente discípula... Perdona el agravio que te hice por tenerte por mas ruda de lo que eres. Engañome el deseo de tu aprovechamiento; pero al fin confieso ya que no eres del todo negada”7. Este positivo juicio del P. Isla sobre las cualidades y valores de su hermana se mantuvo hasta el fin de sus días: “¿Quieres que te diga una verdad...? Mas aprecio tu aprobación que la de todo el mundo entero”; y por ello, siguió consultándola siempre sobre sus escritos y traducciones, especialmente durante la etapa final de su destierro, en cuya correspondencia se muestra con creces ese sentimiento del maestro hacia la discípula predilecta. Sin embargo, sus juicios aparecen atemperados a menudo por la preocupación de que María Francisca no se deformara moralmente por la vanidad o el engreimiento de su valer y saber. Una de las últimas cartas que le dirigió, un par de meses antes de morir, la corregía por afirmar en la última suya que la fama de que disfrutaba era sólo por rebote de la de él; declarándole que tal estima de la gente era “únicamente de tu mérito, del cual á solo Dios debes estar agradecida, correspondiéndole de manera que seas mas celebrada por tus costumbres que por tus talentos”8. Esa formación abierta con que creció María Francisca de Isla y las grandes cualidades intelectuales con que la aplicó a distintas facetas de su vida, se expresaron de manera especial en el campo literario. Y ello también, lo afirmamos una vez más, desde temprana edad. No decimos con esto que la suya fuera una vocación literaria precoz, pero sí juvenil, como se evidencia también por el carteo mantenido con su hermano en los años iniciales de su veintena. El primer testimonio que hemos encontrado sobre el tema en la correspondencia isleña se remonta a enero de 1756 y se debe al Cura de Fruime (en esa fecha ya los hermanos Isla y él mantenían una trabada amistad), quien afirmaba haber recibido de María Francisca unas bellas cantáridas, que quizás hubieran sido escritas en gallego por el tono de su carta. Dejemos hablar al P. Isla: 7 Monlau, Obras P. Isla, Cartas familiares, nn. XI (14-II-1755) y CCXXXIX (27-III-1761), pp. 427 y 514, respectivamente. 8 Monlau, Obras P. Isla, Cartas familiares, n. CCCXIII (9-IX-1781), p. 551.

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“Escríbeme el abad de Fruime lo siguiente: ‘De mi señora su hermana tuve estos dias unas bellas cantáridas que me aburraron (busque vuestra merced la voz en el Tesauro da porta faxeira si no la entiende). Bien empleado sea en mí, que, debiendo hacer el papel de barba, me meto á gracioso; pero júrolle por estas que si Dios me deixa vivir ha de haber torna vira, é Xan fouciño’. Hasta aquí el Abad; ignoro la alusion y la ignoraré hasta que tú me la expliques”9. Un mes después, y posiblemente como consecuencia de la carta anterior, el P. Isla escribía a su hermana dándose por enterado de las seguidillas que le había enviado el Cura de Fruime y del borrador de las compuestas por ella, con las cuales le pensaba corresponder. Ejerciendo su oficio de maestro literario, José Francisco introducía en estas últimas algunas correcciones, lo que nos ha permitido conocer parcialmente un poema de nuestra escritora, que comentaremos en un próximo capítulo. Al mes siguiente, el docto jesuita reprochaba irónicamente a su hermana que, después de dos años y medio casada, no había sabido dar a luz un hijo sino tan sólo unas “buenas seguidillas y décimas muy rollizas, según aseguran los que las vieron”. Le advertía, con todo, un par de años más tarde –cuando sufría ya fuertes contradicciones por la publicación del Fray Gerundio– que los hijos literarios producían también grandes sufrimientos: “¿De qué te ha de servir el tener hijos, si eres tan desgraciada con los tuyos como yo lo he sido con los mios? Ya ves como anda por ese mundo de Dios este hijito de mis entrañas que acabo de dar á luz”10. Esa temprana vocación literaria de María Francisca de Isla le acarreó como consecuencia, también desde su edad juvenil, los tan reiterados sobrenombres de la Perla gallega y la Musa compostelana, recogidos posteriormente por todos sus biógrafos. Entendemos, sin embargo, que ambos procedían de su época veinteañera a la que nos estamos refiriendo y que su origen se gestó en el entorno clerical de Compostela. Por ello, aunque este tema se trata con extensión en otros apartados de la obra, queremos referirnos también a él aquí para completar éste. La primera vez que encontramos la expresión Perla Gallega aplicada a María Francisca es en una carta del P. Isla suscrita en Villagarcía de Campos a principios del año 1760, cuando ella contaba veinticinco años de edad. Probablemente el apelativo había motivado la autosatisfacción de la escritora y también su curiosidad, pues las tres cartas que ambos hermanos se intercambiaron en el término de un mes Monlau, Obras P. Isla, Cartas familiares, n. XLVIII (Villagarcía, 16-I-1756), p. 444. Cf. Monlau, Obras P. Isla, Cartas familiares, nn. LII (21-II-1756), LVI (20-III-1756) y CXXXVII (12-V-1758), pp. 446, 447 y 476, respectivamente. 9

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sacaban el tema a relucir. Aun sin conocer el texto de las de María Francisca, los del jesuita son bien explícitos. Así, la negativa a informarle de quién había sido el autor del sobrenombre: “No quiero decirte quién es el sugeto que me lisonjea con llamarte la Perla Gallega y lo demas”; el levantamiento parcial del misterio, al comunicarle que era un jesuita al que ella había conocido en otro tiempo; y la lamentación por haberle prometido que no fomentaría el uso de tal expresión ni permitiría que la utilizaran ante él: “En hora menguada dije lo de la Perla Gallega, pues me veo privado por culpa mia de que lisonjeen mi gusto”11. Respecto al sobrenombre por el cual fue más conocida literariamente María Francisca de Isla, la Musa Compostelana, no tenemos referencias tan tempranas, aunque sospechamos debió haberse originado en el mismo contexto y por la misma época. En todo caso, el Cura de Fruime lo testimonia en un poema compuesto hacia 1776, dando la impresión de que aplicaba a la poetisa un título que venía de más atrás. El motivo del escrito era un sermón mariano predicado por el arzobispo compostelano, que le había valido el aplauso de muchas personas incluso mediante cartas y poemas, uno de ellos debido a María Francisca en la forma literaria de una décima. El Cura de Fruime se hacía eco del múltiple y merecido elogio que había recibido el arzobispo Bocanegra por su sermón y lo comparaba al famoso predicador portugués Vieira, cantado también por otra conocida Musa, dejándonos esta expresiva décima sobre el particular: “Si la Musa Mexicana á un Vieyra elogios dió, á un Bocanegra ensalzó la Musa Compostelana*: no sé si esta á aquella gana; mas por todas mis premisas, son conseqüencias precisas que haya para los loores de dos tales Oradores dos semejantes Poetisas”12.

11 Cf. Monlau, Obras P. Isla, Cartas familiares, nn. CCIX, CCXI, CCXII y CCXIII (7-I a 11-II-1760), pp. 502-504. 12 Cernadas y Castro, Obras completas, II, Madrid 1778, 323, con esta nota: *“Mi señora Doña Maria Francisca de Isla y Losada”.

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2. CONTEXTOS DE LA VOCACIÓN ISLEÑA Por lo que sabemos de ella, María Francisca de Isla parece haber sido una persona de clara vocación cultural y literaria. Entendemos aquí el término vocación en sentido amplio, como una orientación primordial de la existencia en una dirección determinada, bien de carácter intelectual o profesional, aficional o artística, estado de vida o proyección humanizada. Esa trayectoria general por donde discurre la historia de una persona, como su más neta definición (por supuesto que también se dan o pueden dar en ella otras dimensiones íntimas y sociales, familiares o relacionales, religiosas, políticas..., que contribuyen a definirla), es casi siempre producto de una serie de cualidades innatas, incorporaciones de su medio geo-humano-social, educación, influjos personales y, en último término, de elecciones y decisiones desde la propia libertad. Pues lo que está claro es que la vida o la obra de cualquier ser humano nunca parte de cero, ni está absolutamente determinada. Se dan siempre en él, por una parte, raíces que lo vinculan a una tierra, una sociedad, una herencia biológica, una cultura..., de las que nunca podrá prescindir en alguna medida. Esas raíces casi siempre se alimentan en unos contextos familiares, humanos, educativos, religiosos, que contribuyen al crecimiento y desarrollo de la personalidad en ciertas direcciones. Luego maduran y se expresan, se logran o malogran en las estructuras sociales inmediatas, que les prestan ambiente, clima, caldo de cultivo, relación humana..., contribuyen a darle apoyo afectivo o desestima, aceptación o repulsa. En cierta proporción –imposible de cuantificar, pero siempre real–, la hechura final de una persona y el acabado de su actuación humana (podríamos decir, su biografía total), son un producto de distintas herencias y contextos, estructuras y ambientes, cualidades humanas y relaciones personales, moderados por sucesivos ejercicios de libertad y de las propias responsabilidades. Por ello, a veces, los desajustes observados entre personas de similares características y contextos, que llegan a resultados finales muy dispares, resultan imposibles de explicar o se deben sólo a sutiles diferencias de criterio en la elección de una amistad, aceptación de una influencia, ejercicio de una pasión humana, toma de una decisión o asunción de una responsabilidad. Tantas veces el futuro de una persona depende, en definitiva, de haber acertado o no en la elección de una carrera, el criterio para constituir una familia, el círculo de amistades en que se integró, la práctica de un hobby o la proyección de un compromiso social Intentar recuperar, a la distancia de dos siglos y medio, los diversos contextos en que creció, maduró y se realizó la personalidad de María Francisca de Isla, donde se fraguó su vocación –en el sentido expresado–, puede ser probablemente una tarea irrealizable. Pero aproximarnos a ello todo lo posible, desde los limitados instru-

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mentos de que disponemos, no es sino un reto más de los varios a que hemos debido hacer frente para elaborar esta monografía. Es por ello que vamos a intentar mostrar al lector la tierra donde enraizó y el caldo de cultivo en que creció la vocación literaria de la Musa compostelana. En principio hay que situar al personaje en la Compostela de mediado el siglo XVIII, sobre la que hay tantas referencias a lo largo de esta obra. Una ciudad a la que se podría definir entonces como clerical, universitaria e ilustrada, si nos atenemos a sus más fuertes influjos sociales, pero que arrastraba también toda la problemática y las limitaciones que le imponía ser la capital más poblada de Galicia y proporcionalmente con menos cobertura productiva, como describía certeramente el ilustrado Sánchez Vaamonde en una de sus más conocidas memorias13. Esa urbe tan específica fue mucho más que el lugar geográfico en que discurrió la mayor parte de la existencia de María Francisca. Podemos decir que llegó a constituirse en el centro referencial de su vida familiar y afectiva, social y cultural, cuando no en el punto de encuentro de sus grandes relaciones humanas, culturales e intelectuales, que determinaron en definitiva su orientación vocacional. Las pocas muestras que tenemos de su actividad literaria, aterrizan siempre en personas y sucesos del entorno compostelano. Otro importante contexto, donde se realizó generosamente esa proyección vocacional de su existencia, fue el medio social al que María Francisca perteneció por familia. De origen nobiliario por ambos progenitores, procedentes de conocidos solares radicados en Colunga (Asturias) y Trives (Orense), pero asentados durante varias décadas en Compostela, se integraron pronto en el ambiente social que les correspondía, dentro del cual se movió siempre María Francisca y donde se acabó de establecer a raíz de su matrimonio con Nicolás de Ayala. Ya hemos dicho la decisiva influencia que ese medio supuso para el desarrollo de su vocación literaria, suministrándole relaciones oportunas con intelectuales, clérigos y damas de esa orientación, así como su proyección en los ambientes paralelos de otras ciudades, como Pontevedra, La Coruña e incluso Madrid. Sin olvidar las conexiones que mantuvo con sus familiares de tierras asturianas, valdeorresas y leonesas. Su vida matrimonial, aparte la dimensión familiar y afectiva que aportó a la vida de nuestra escritora, le facilitó nuevas relaciones humanas y sociales, así como una mayor libertad de movimientos y de actuación. La carencia de hijos, la avanzada edad y mala salud de su marido, le permitieron mantener frecuentemente una existencia autónoma dentro de sus círculos amicales y culturales, que sin duda favoreció aqueCf. P. A. Sánchez Vaamonde, Memoria sobre la policía y régimen de los abastos de la Ciudad de Santiago, Sancha, Madrid 1806. 13

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lla vocación. También su matrimonio fue ocasión para una continua relación literaria del P. Isla con María Francisca y con Ayala, un fruto literario del que desconocemos la parte aportada por nuestra escritora, sin duda nutrida e interesante. Esta correspondencia testimonia también la práctica de una terapia termal y de cambio de ambientes que puso en obra con cierta frecuencia el matrimonio Ayala-Isla, conjunta o separadamente, por consejo médico. Práctica que, en alguna medida, afectó a un desarrollo más saludable de la personalidad de nuestra musa, como se refleja en alguna correspondencia inédita, cuyo texto aducimos como ilustración del tema. En una carta dirigida por María Francisca al P. Isla a comienzos de octubre de 1771, que conocemos gracias a la investigación epistolográfica del P. Eguía, le decía entre otras cosas: “Como Ayala quedó de su accidente con una hipocondría que lo devora, lo mandaron los Físicos salir al Ferrol, por si, mudando de objetos y aires, conseguía algun alivio, pues aunque conocen que subsistiendo la causa no pueden cesar los efectos, pretextando tal cual caso extraordinario, se valen de este efugio para huir del cuerpo a la dificultad de curar males semejantes. Fuimos (por eso no respondí antes) y volvimos con felicidad, y á esto se reduce el beneficio que experimentó y no ha sido poco, según las lamentables circunstancias en que se halla mi pobre enfermo que te abraza de corazon. / Yo continúo en la mayor angustia sin el mas minimo consuelo, pero con la firme esperanza de lograrlo algun dia, pues el Señor aunque aprieta no ahoga”. Un par de meses después María Francisca retomaba el contacto con el desterrado en Bolonia, en un hermoso intercambio fraterno, afirmando sobre Ayala: “Mi enfermo que con el viaje logró conocido alivio, te abraza de corazon, como los demás hermanos”; y afirmaba luego: “Yo te admiro y envidio, pero no puedo imitarte, y así cada dia se me hacen mas duras mis penas”, para despedirse con este habitual colofón: “Manda y vive muchos años, como te desea tu mas amante hermana, que será tuya hasta mas allá de la muerte, / María Francisca”14. El ambiente católico en que fue educada y creció María Francisca de Isla, orientó sin duda su personalidad en esta doble línea: una religiosidad tradicional en la práctica moral y piadosa, acorde con la que estaba entonces vigente en la ciudad compostelana, sustentada por las personas de su entorno (por ejemplo, su tío el canónigo Losada Quiroga, o el arzobispo Bocanegra Xivaja, con quien se relacionaba desde su 14

Eguía, La predilecta hermana, Humanidades, VII (1955) 267 y 268.

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etapa de prelado guadicense); y una espiritualidad tanto ideológica como ascética de corte jesuítico, fomentada por su constante relación con los jesuitas de la familia (su tío el P. Osorio y sus hermanos José Francisco y Ramón) y la habitual dirección de conciencia con confesores de la Compañía de Jesús. Son innumerables las pruebas que nos han quedado de esa vida religiosa de nuestra escritora, hondamente directiva de su pensamiento y proyección literaria, en el epistolario conocido del P. Isla. Las completamos con este párrafo de una de las cartas publicadas por Eguía, suscrita el 4 de diciembre de 1771, buena síntesis de lo afirmado anteriormente: “Me complazo mucho en verte con espíritu de verdadero soldado de Jesucristo, padecer los trabajos con alegría, sin desear consuelos, pues a la verdad los de esta vida son aparentes. Este desengaño, con una buena conciencia, hacen vivir con tranquilidad en cualquier parte, y como de todas hay la misma distancia á nuestra Patria, sólo debemos suspirar por ella y caminar por la senda que nos señaló nuestro Divino Salvador, llevando gustosos su cruz, que aunque alguna vez se nos haga pesada, no será extraño, pues, él mismo dijo que la carne era flaca”15. El análisis pormenorizado de la obra literaria que conocemos de María Francisca –la detallamos en varios capítulos de esta segunda parte–, nos exime de detenernos aquí para tratar del contexto cultural en que se desarrolló su vocación literaria. Indiquemos tan sólo, para completar este apartado con equilibrio, que se evidencia en ella la línea de formación humanística y clásica de los jesuitas, así como la formalidad neoclásica vigente entonces en el mundo literario español. En este último elemento muestra más de una coincidencia con un coetáneo suyo, compostelano también y clérigo literario, que sucedió al Cura de Fruime en su cargo parroquial, Antonio Francisco de Castro, quien curiosamente cantó en uno de sus poemas a una amiga de María Francisca, Mariquilla Hermida Marín, por el primor con que tocaba la clave16. Deberíamos tratar también aquí de las influencias que nuestra biografiada recibió en su vocación literaria de personas bien conocidas de su entorno compostelano. Nos hemos referido ya a ciertas personalidades del mundo intelectual y cultural con quienes se relacionó; y en el próximo capítulo consideraremos especialmente las del P. Isla, el cura de Fruime y el arzobispo Bocanegra, a partir de las huellas que de ella han quedado en sus respectivas obras literarias. Pero debemos cerrar ya con esta 15 16

Eguía, La predilecta hermana, Humanidades, VII (1955) 268. Cf. A. F. de Castro Poesías, Orense 1841, 16-17.

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referencia general el contenido del apartado, anticipando al lector que el próximo –tercero y último del capítulo– lo dedicamos a considerar con cierto detalle una influencia literaria de la que han quedado pruebas patentes, como fue la de Diego Antonio Cernadas, el primer cura literato de Fruime.

3. INFLUENCIAS LITERARIAS DEL CURA DE FRUIME Especialmente en los dos siguientes capítulos, esperamos demostrar de sobra la continuada y progresiva relación literaria que se dio entre Diego Antonio Cernadas y María Francisca de Isla durante más de dos décadas. Relación que acabó convirtiéndose en una gran amistad personal y de la cual han quedado numerosas huellas literarias, sobre todo en la obra del Cura de Fruime. Esa larga relación entre ambos arrancó del tiempo en que María Francisca estaba recién casada y se asentaba en los círculos culturales de Santiago. No es infundado suponer, por ello, que el ya maduro y laureado vate de Fruime ejerciera una positiva influencia en la joven poetisa que entonces se iniciaba por los caminos literarios. Aun sin tener pruebas documentadas de esta influencia, estimamos que se puede deducir legítimamente de la obra del propio Cernadas, que dedicó a la Musa compostelana una veintena de poemas, sumados los de la edición póstuma de sus obras y algunos inéditos conservados en archivos compostelanos. Antes de considerar estas pruebas de la relación literaria entre Cernadas y la Isla, digamos que corresponden fundamentalmente a dos tipos de contenidos, expresados poéticamente: muestras de amistad, que conllevaban normalmente intercambio de escritos y regalos; y ciertas expresiones de esa amistad, a la moda neoclásica, en un lenguaje a menudo cortesano y amoroso, usual entonces como licencia poética, pero que a nivel personal y social mantenía maneras mucho más formales. Ambos elementos son bien patentes en los poemas del Cura de Fruime y se evidencian también en los pocos ejemplares conservados de María Francisca, que pueden considerarse réplicas de la discípula dirigidas al maestro: por ejemplo, el romance que le escribió en lengua gallega, de evidente influencia cernadiana. Vamos a detenernos seguidamente en el texto de algunos poemas del Cura de Fruime, dedicados y/o dirigidos a nuestra escritora bajo el nombre poético de Filis, donde se expresan uno y otro contenido, de los cuales se pueden deducir indirectamente las influencias del viejo maestro en su aventajada discípula, cuyas muestras poéticas se consideran ampliamente en el capítulo VIII. Allí podremos patentizar en la práctica la proporción de tales influencias.

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Si nos atuviéramos tan sólo a la letra de los aludidos poemas –los cuales exponemos y comentamos seguidamente, así como los transcritos en el siguiente capítulo– que Cernadas dirigió en distintas ocasiones a María Francisca, quizás coincidiríamos con algunos biógrafos en considerarlos como escritos cortesanos, incluso de contenido amoroso-platónico, al uso de la poesía galante en boga por los salones de las clases altas de la ciudad jacobea. Véanse, por ejemplo, algunas estrofas entresacadas de dichos poemas. En la glosa a las redondillas “Como tengo el corazon / sin los cuidados de amar”, Cernadas la inicia con esta décima de claro contenido amoroso: “Filis, mi ley amorosa de ninguna es excedida porque ella es la mas rendida, como tú la mas hermosa: tiene mi llama fogosa con su causa proporcion; y así, quien de mi pasion saber quilates procura, sabrá, en viendo tu hermosura, cómo tengo el corazon”. Sin embargo, un amor de tan absoluta apariencia está moderado –en el mismo poema– por el “entendimiento” y la “pureza”: “Parece encarecimiento; mas mi amor á tu beldad, sobre acto de voluntad, lo es tambien de entendimiento; es cordura el rendimiento, que le paga á la belleza sus tributos con pureza; mas si sale de este quicio, solo en quien no tiene juicio toda locura es fineza”17. 17

Cernadas y Castro, Obras completas, II, Madrid 1778, 259 y 260-261.

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La cualidad del amor que Cernadas profesaba a María Francisca, y en la que sin duda era correspondido, se empieza a explicitar en otros poemas, hasta su total clarificación. Inicialmente, en el romance “Acabarás de una vez / mi Filis de despenarme”, la expresa como un afecto del corazón, que a veces ni siquiera se trasluce: “Pues sin que sea preciso darte exteriores señales, aun antes de ver el humo, conoces que el incienso arde. En esto puedes estár sin recelo de engañarte: pues te amo, aunque yo lo digo, y te amo, aunque yo lo calle. Con el fuego de mi amor mi silencio veces hace de ceniza, que lo esconde, á fin de que mas se guarde. Extracto del corazon es el espíritu amante, que te ofrezco, y no conviene que por la boca se exhale. Y así te amo todo el año, sin que, por no molestarte, en el Abril te aleluye, ni en Diciembre te aguinalde”18. Con todo, por encima de las palabras galantes, bien se deja ver que ese sentimiento es amistad y preocupación por la salud de la persona querida, como se evidencia en la primera décima del poema que comienza así: “El gozo, Filis hermosa, que en amarte experimento, se me trueca en descontento, al ver que eres mi Penosa: de tu salud trabajosa, 18

Cernadas y Castro, Obras completas, IV, Madrid 1779, 323-324.

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la fatal constitucion me traspasa el corazon, con que siento lastimado la compasion por un lado, y por otro mi pasion”19. Este sentimiento trasluce toda su honda dimensión en los mejores deseos –personales y familiares– del poeta para la amiga compostelana, expresados en el romance “De que de ti me olvidé / me acusas, discreta Filis,”: “¿No amo tu vida? Es constante: ¿Y tu salud? Es visible: ¿Tu prosperidad? Lo mismo: ¿Amo algo mas en mí? Nihil. Luego como á mí te quiero, y algo mas, que á ser factible, quisiera verte de España Grande, como eres sublime. Y que para mas consuelo te debiesen noble origen un primogénito hermoso, y algunos mas benjamines”20. La explicación sobre la naturaleza del amor de Cernadas hacia María Francisca se aclara, creemos que de forma definitiva, en el romance que comienza precisamente con estos versos: “¿No sería bueno, Filis, que me dexases quererte, sin que la razon de amarte pierda con enloquecerme? Si emplearse mis sentidos en tu amor, Filis, no pueden, porque amor, que mira, gusta, oye, y toca, bien no huele: 19 20

Cernadas y Castro, Obras completas, IV, Madrid 1779, 316. Cernadas y Castro, Obras completas, IV, Madrid 1779, 318.

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Quiero decir, Filis mia, si el amor, que me mereces, todo es alma, y tan del todo, que nada de cuerpo tiene: Si la memoria me ocupas, si la voluntad me enciendes, ¿no me dexarás siquiera el entendimiento indemne?”21. Podemos, pues, afirmar que la relación mantenida entre el Cura de Fruime y la Musa Compostelana fue de carácter literario en sus expresiones –incluidas las más galantes y amorosas– y de una sana amistad en su ejercicio, llena de finezas y mutuo respeto: por parte de María Francisca, hacia un sacerdote benemérito y mucho mayor que ella; y por parte de Cernadas, hacia una dama casada, a cuyo esposo le unió también una sincera amistad, como pondremos pronto de manifiesto. En realidad, se utilizaban entonces en los poemas de este tipo conceptos amorosos propios de la lírica, como uno de los usuales recursos poéticos de la moda neoclásica, que Cernadas dedicaba a la joven hermana del P. Isla agradeciéndole sus obsequios de amistad y los donativos para el culto mariano de Fruime22. Entre los poemas manuscritos de Cernadas –en su mayoría inéditos, quizás porque son de menos calidad literaria que los publicados– hay algunos dirigidos a María Francisca de Isla, en los que se evidencian diversos episodios o peculiaridades de la relación que existía entre ambos. Varios de los escritos son breves composiciones de circunstancias, elaborados para agradecer regalos y obsequios de cocina casera, que Cernadas enviaba acompañando sus cartas a la dama compostelana y, a veces también, correspondiéndole con otros agasajos. Así, las décimas rematadas con una seguidilla, que comienzan con estos versos: “A la dignacion de honrarme, mas que pude prometerme, añades, Filis, hacerme el favor de regalarme:”23.

Cernadas y Castro, Obras completas, IV, Madrid 1779, 329. Se extiende en el tema B. Varela Jácome, Historia de la Literatura Gallega, Santiago 1951, 149-150. 23 BXUSdC: Ms. 631: Décimas y Romances del Cura Fruyme, vol. 1º, fols. 189-190. 21 22

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De la misma especie son unas décimas que, tras una introducción en prosa, desarrolló el Cura de Fruime y envió a María Francisca, agradeciéndole doce ladrillos de chocolate que le acababan de llegar de su parte, y que comienzan con estos versos: “Señora con el socorro que tu piedad me destina...”24. De mayor calidad literaria, sin llegar a buenas, son dos décimas que Cernadas remitió a su amiga tras recibir su regalo de exquisitas castañas de chocolate, al que acompañaba la carta cuyo final reproducimos en el capítulo siguiente. El “goloso agradecimiento” aparece escrito en el resto de la hoja en blanco, tras el remate de la citada carta, lo cual nos hace suponer que se trata del borrador del poema que le enviaría en un folio distinto: “Assi que vi tus extrañas franquezas, de gozo lleno dixe: Chocolate? Bueno! Y seis libras deel? Castañas! sin menear las pestañas se alegraron las niñetas de ver las dulzuras prietas, y el gusto, como le toca luego empezò con la boca a tocar las castañetas. Al baile saliò el hornillo en caliente, y sin tardanza, y diò, metido en la danza, sus vueltas el Molinillo: con este sonsonetillo tuve una alegria suma, y puedo decir en suma, que a un mismo compas andaba a caerseme la baba, y a embocarseme la espuma”25. 24 25

BXUSdC: Ms. 631 cit., vol. 2º, fols. 46v.-47v. BXUSdC: Ms. 631 cit., vol. 2º, fol. 58.

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En otra ocasión, además del acostumbrado poema de agradecimiento, Cernadas envió a Filis una fuente con un bizcocho, regalo a su vez de una monja amiga. La décima con que se lo remitió se desarrolla así: “De una Monja a la lisonja le hè debido ese mimito, en que es lo mas exquisito no ser bizcocho de Monja: aunque mi afecto se esponja al recivir tal presente cedertelo a ti es corriente, que como de arido peco, por no parecer tan seco, quiero ofrecerte esa fuente”26. Esa buena relación del poeta de Fruime con la musa de Compostela se extendió al consorte de María Francisca, el asturiano Nicolás de Ayala, al que aquél se refiere o a quien se dirige en algunos de sus escritos. Encontramos una primera referencia a Nicolás, entre los poemas de Cernadas publicados póstumamente, en el romance “¿Con qué no ha de haber remedio, / Filis, para acomodarte”. Tras reconocer las buenas dotes de que estaba adornada, le dice a María Francisca: “Tú vive con ese vivo genio, que Dios quiso darte, en los expedientes pronta, en los dones abundante, En los pensamientos noble, en las obras admirable, en los trabajos conforme, y animosa en los afanes”; y a continuación se refiere a su marido, que debía haber tenido recientemente una caída en su salud, encomendándole:

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BXUSdC: Ms. 631 cit., vol. 1º, fol. 188.

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“Vive, para que tu Ayala con tu compañía amable en sus males se consuele, de sus quiebras se restaure. Mientras yo con la noticia de que del pasado ataque á menos va el riesgo, pido á Dios, que del todo calme”27. Mucho más explícitas son las décimas enviadas –junto con una carta fechada el primero de abril ¿de qué año?– a la poetisa compostelana, con ocasión de un grave accidente de la salud de Ayala, las cuales comienzan: “Filis: un susto vehemente me ha venido acompañando de tu Ayala contemplando el peligroso accidente”28. De otro cariz, en un poema lleno de afecto hacia Nicolás de Ayala con motivo de su santo (6 de diciembre), son los versos que Cernadas le dirigía a María Francisca, desarrollando un romance de más de un centenar de rimas que comienza y termina así: “Los Dias de tu Consorte son hoi, mas si quantos dias... ................. vuestro siervo el de las rasas encias”29. Pero, sin duda alguna, donde más se evidencian los sentimientos del Cura de Fruime hacia María Francisca y Nicolás, es en una serie de tres poemas compuestos inmediatamente tras la muerte de éste, en octubre de 1774, con expresiones de la más honda amistad y condolencia.

Cernadas y Castro, Obras completas, IV, Madrid 1779, 341-432. BXUSdC: Ms. 631 cit., vol. 1º, fols. 191-192. 29 BXUSdC: Ms. 631 cit., vol. 1º, fols. 193-194. 27 28

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El primer poema, indatado, es un soneto dirigido a “Mi Sª Dª Maria Fran.ca de Isla”, resultando una hermosa afirmación del distinto –pero igualado en intensidad– amor que ambos profesaban al extinto: “Quisiera, noble Filis, consolarte de tu pena en el grave sentimiento, mas me hace falta a mi, quando lo intento, eso mismo que yo me holgara darte. De tu dolor me toca tanta parte, que, sin hacer desaire a tu tormento, sino llego a excederte en lo que siento, me sobre la razon para igualarte. Tu perdiste en Ayala un fino Esposo: Yo en El perdi un Amigo distinguido: no sè qual es dolor mas riguroso; Pero sè que en mi entrambos se han unido, porque siente mi pecho lastimoso lo que perdiste tu, y lo que hè perdido”30. El segundo es otro soneto expresamente dirigido a la amiga en aquel duro trance, valorando sus virtudes humanas y cristianas ante tan difícil situación: “Por el orden comun, Filis pudiera persuadirme á que fuese inconsolable el infausto dolor inexplicable, que hoy te aflige, sino te conociera. Mas mi fiel atencion, que considera de tus prendas el cumulo admirable, vé, que es tu corazon, como inmutable roca del mar ante borrasca fiera. No atribuio por esta circunstancia a insensibilidad tu resistencia, que eso al merito dice repugnancia: Pero fio tu alivio en tal violencia de tu conformidad a la constancia, y a la sabia instruccion de tu Prudencia”31. 30 31

BXUSdC: Ms. 631 cit., vol. 1º, fol. 135. BXUSdC: Ms. 631 cit., vol. 1º, fol. 135v.

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El tercer poema son unas décimas con que Cernadas transmitía a María Francisca una profunda reflexión espiritual, invitándola a afrontar con entereza cristiana su nuevo estado de vida: “Faltote tu Nicolás: falta grande! ya lo vèo mas en ella tambien creo, que a ti no te faltarás: buscate a ti, y hallarás mucho alivio en tu desvelo, pues para tener consuelo seguro, no es menester mas titulo, que saber (recibir todo) del Cielo32. Apostolico consejo, dignisimo de observarse, es que el alma despojarse procure del hombre viejo: de que sientas, no me quexo, mas de este consejo en pòs, juzgo (hablando entre los dos) no es bien que llanto te cueste, quedar sin hombre, quando este se dexó quedar con Dios. Sin fines interesados con las almas se desposa Dios, mas tambien por Esposa quiere la de màs estados: estàn bien calificados los que hasta aquí gozado hàs, mas tanto aumento les dàs, que hoy sin exageracion de Dios en la estimacion subiste un estado màs”. 32 Hemos reconstruido hipotéticamente el texto que va entre paréntesis, pues el espacio que ocupaba en el Ms. está mordido por la encuadernación del volumen, con la consiguiente desaparición del texto original.

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El poema se completa con una breve y sencilla carta, que no puede ser más expresiva de los sentimientos de Cernadas hacia María Francisca: “Sª mui de mi respeto: sirvase Vm admitir estas sencillas, ò simples expresiones de mi condolencia en su pena, que es la que me corresponde por la ley con que me precio de ser El mas reconocido, y mas afecto capn de Vm (Firmado:) Diego Antº Zernadas Fruime 24 de Octe de 1774”33.

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BXUSdC: Ms. 631 cit., vol. 1º, fols. 135v.-136.

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CAPÍTULO VII CONEXIONES LITERARIAS EN LA COMPOSTELA DEL SIGLO XVIII La ciudad de Compostela fue un elemento fundamental en el origen y crecimiento de la vocación literaria de nuestro personaje. No sólo como espacio topográfico en que había venido a la existencia y en el cual habitó la mayor parte de ella, sino sobre todo como contexto donde se nutrió del caldo de cultivo necesario para realizar las diversas proyecciones de su personalidad. Allí se integró socialmente en los estamentos a que pertenecía por familia, se incorporó a los círculos culturales e intelectuales en los que más tarde llegaría a sobresalir, desarrolló una actividad literaria propulsora de la fama por la cual sus coetáneos la conocieron como la Musa compostelana. Aquella primera urbe de Galicia en el último tercio del siglo XVIII vino a resultar, en fin, el medio geográfico y espiritual, ideológico y científico donde nuestra biografiada fraguó su ser individualizado y comunitario, descubrió su compromiso social, proyectó sus inquietudes humanitarias. Así, la ciudad del Apóstol fue de hecho el motor de la vocación personal con que se realizó la vida de María Francisca de Isla, el centro de sus actuaciones y –durante sus estancias lejos de ella– la referencia a la cual necesitaba acudir para tomar las fuerzas necesarias, sobre todo en sus últimas décadas de vida, con las que mantener sus compromisos editoriales. De alguna manera nuestra escritora asumió allí el talante que ha dimanado de esta mágica ciudad, precisamente a partir de aquella época, cuando se completó su famosa plaza del Obradoiro, delimitada por los cuatro emblemáticos edificios que definían sus cuatro actividades más características: la catedral (el mundo de la religión, lo clerical), el palacio de Rajoy (el ámbito de la política, el gobierno de la ciudad), el hospital real (la experiencia de la peregrinación, la sanidad) y el colegio de San Jerónimo (el área de la ciencia y el saber universitario), todas ellas creadas-promovidas-dirigidas aún entonces teocráticamente por la Iglesia.

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Ese privilegiado espacio-tiempo que fue la Compostela dieciochesca para María Francisca de Isla, nos va a servir en este capítulo –casi de forma paradigmática– para ubicar contextualmente su vocación literaria. En él se situarán, además de sus raíces y contextos sociales, los elementos educativos, culturales, y sobre todo el entramado de las relaciones humanas que resultaron más influyentes en esa orientación de su existencia. Pero, al mismo tiempo, la urbe jacobea era también entonces el tablero de ajedrez de una cultura española-gallega, allí sintetizada y recreada, donde nuestra autora jugó una original partida literaria a cuatro bandas, de la cual las otras tres fueron piezas tan cualificadas como el P. Isla (1703-81), el Cura de Fruime (1702-77) y el arzobispo Bocanegra (1709-82). Aunque de una generación posterior a los tres, María Francisca vino a ser –desde más de una perspectiva– la conexión interna entre todos ellos, su discreta musa particular, el necesario pretexto para muchos de sus escritos, que en otro caso no hubieran visto la luz. Ese conjunto de relaciones humanas y literarias, sumadas a la obra poética que desde muy joven fue produciendo María Francisca de Isla, pudieron sin duda favorecer aquella fama que la acompañó muy pronto y produjo –entre otros frutos– su inscripción como socia de la Academia de Bellas Letras de Oporto, que testimonian los escritos biográficos a partir del de Monlau. Este planteamiento estructural del capítulo, necesario para una correcta intelección de la vocación y de la obra isleña, nos ha movido a desarrollarlo en tres apartados. El primero presenta desde un plano general la Compostela de la segunda mitad del siglo XVIII, en cuyo contexto cultural creció y se definió la vocación literaria de María Francisca de Isla, mostrando los ambientes y círculos en los cuales se alimentó, así como los grupos humanos que más influyeron en ella. El segundo apartado considera concretamente la relación literaria que unió a nuestra biografiada con Diego Antonio Cernadas, más conocido como el Cura de Fruime, en cuya obra escrita –tanto publicada como inédita– han quedado numerosas pruebas de dicha relación, en todo caso fructífera para ambas partes. Y el tercer apartado considera una relación semejante, mantenida durante casi tres décadas, entre nuestra escritora y el arzobispo Francisco Alejandro Bocanegra, de la que se conservan también algunas pruebas literarias en la obra de ambos.

1. LA COMPOSTELA CULTURAL DEL SIGLO XVIII Durante el último tercio del siglo XVIII, época en la que María Francisca de Isla alcanzó la cresta de la ola de su actividad cultural y literaria, la ciudad del Apóstol era

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la capital de las siete provincias gallegas que contaba con mayor censo poblacional, alrededor de los dieciséis mil habitantes. Además de las instituciones de poder comunes a las siete, en Santiago tenían su sede otras que le prestaban una relevancia especial, configurándola con unas características propias dentro de la sociedad finisecular. La primera de ellas era el arzobispado compostelano, cuyo poder jurisdiccional se extendía a una provincia eclesiástica formada por trece diócesis, no sólo de Galicia (Santiago, Lugo, Mondoñedo, Orense, Tuy), sino en el interior de Castilla (Astorga, Zamora, Salamanca, Ciudad Rodrigo, Ávila) y hasta Extremadura (Plasencia, Coria, Badajoz)1. Pero, además del cargo arzobispal, el titular de la sede jacobea ostentaba personalmente otros de carácter público y político que le conferían una gran importancia social: capellán y canciller real, notario mayor del reino de León, señor de la ciudad y jurisdicción compostelanas. Eso hizo que el cargo estuviese en siglos anteriores vinculado a poderosas familias de la nobleza castellana y gallega (caso de los Fonseca y los Sarmiento), aunque durante el XVIII ya hubieran accedido a él prelados con una buena carrera eclesiástica. Tal fue el caso de la mayoría de los diez arzobispos que tuvo la diócesis compostelana durante ese siglo, incluidos los tres de origen gallego: Cayetano Gil Taboada (1745-51), Bartolomé Rajoy Losada (1751-72) y Sebastián Malvar Pinto (1783-95)2. Otra institución que había medrado imparablemente, desde su fundación a principios del siglo XVI por obra del tercer arzobispo Fonseca, era la universidad real, que en el último tercio del XVIII había reforzado su estructura interna (Plan de estudios de 1772, con nuevas carreras) y aumentado sus instalaciones docentes (incorporación de los edificios de la expulsada Compañía de Jesús y constitución de una gran biblioteca con las procedentes de todos sus colegios en Galicia)3. Aunque dependiente, por constituciones, del cabildo compostelano para el ejercicio de algunas funciones y el nombramiento de ciertos cargos, el claustro había ganado una notoria autonomía, dando paso en esta época a textos académicos y profesores que habían asumido las modernas corrientes ilustradas, lo cual planteaba la adopción de nuevos criterios ante la ciencia, el arte, la cultura o la educación, para superar las tradicionales concepciones del pensamiento y el saber, la política y la religión. Como consecuencia de todo ello, ciertos estamentos que en otras ciudades gallegas eran entonces preponderantes (nobleza, milicia, funcionariado real, oligarquía), Cf. D. Mansilla, Geografía eclesiástica, en DHEE, II, Madrid 1972, 1010. Cf. J. J. Cebrián Franco, Obispos de Iria y Arzobispos de Santiago de Compostela, Santiago 1997, 227-258. 3 Cf. R. Rivera, Universidades. Santiago de Compostela, en DHEE, IV, Madrid 1975, 2643. 1 2

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en Compostela tenían presencia social y poder fáctico mucho menores4. De hecho, el señorío eclesiástico propiciaba una acusada actuación e influencia clerical en todos los órdenes de la vida social; y el auge de la institución universitaria había dado paso a una intelectualidad creciente que se imponía al monopolio que las minorías culturales habían tenido tradicionalmente en la ciudad5. Sin dejar de pertenecer a un estamento nobiliario y de integrar los medios literarios en los que había crecido y llegado a la adultez, María Francisca de Isla acusaría también las influencias de los dos estamentos antecitados, merced a las relaciones que mantuvo con personalidades del alto clero y de los grupos intelectuales del momento. Aunque es difícil concretar el tipo de relaciones mantenidas y de influencias recibidas, por falta de fuentes sobre el particular, debemos reiterar aquí la hipótesis insinuada en otros espacios de la obra acerca de su integración en ciertos medios donde desarrolló una notoria actuación cultural (por ejemplo, la literaria Academia Compostelana, fundada en la misma década que ella nació), así como su relación con personas de notable presencia e influencia (como fueron los ilustrados canónigos Páramo Somoza y Sánchez Vaamonde, o el coruñés Cornide Saavedra, todos de indudable peso en la ciudad jacobea). Hay que reafirmar también las influencias que nuestra biografiada recibió de los altos medios eclesiásticos, dadas las relaciones que mantenía con ellos, tanto entre el clero capitular y beneficial de la ciudad como entre los miembros de las órdenes religiosas, sobre todo las presentes en la vida universitaria con sus colegios y cátedras (dominicos, franciscanos, benedictinos, agustinos, mercedarios y jesuitas) o destacadas en los ámbitos tradicionales de la práctica católica (directores espirituales, predicadores, etc.), con bastantes de los cuales coincidía también en los círculos literarios. Sin duda tuvo mucho que ver en estas relaciones la amistad que el P. Isla mantuvo con muchos de ellos desde su etapa como profesor universitario en Santiago (1732-38) y sobre todo durante su destino en la residencia de Pontevedra (1760-67), con frecuentes visitas y estancias en la ciudad jacobea, antes de ser desterrado a Italia. Parecen probar nuestro supuesto las relaciones literarias y humanas que María Francisca mantuvo largo tiempo con el Cura de Fruime y el arzobispo Bocanegra, a

Cf. A. Eiras Roel, Las élites urbanas de una ciudad tradicional. Santiago de Compostela a mediados del siglo XVIII, en Actas del II Coloquio de Metodología Aplicada. La documentación notarial y la historia, I, Santiago 1984, 117-139. 5 Cf. B. Barreiro Mallón, Las clases urbanas en Santiago en el siglo XVIII: definición de un estilo de vida y de pensamiento, en A. Eiras Roel (dir.), La historia social de Galicia en sus fuentes de protocolos, Santiago 1981, 449-494. 4

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las cuales dedicamos los dos apartados siguientes. Algunas otras, constatables sólo genéricamente, son también mencionables aquí, como es el caso del canónigo Rioboo Seijas, el clérigo Antonio Francisco de Castro –conocido como el segundo cura literato de Fruime– o la poetisa María Teresa Caamaño, por no citar sino ejemplos comprobados. Además de los influjos recibidos de tales medios y personas, que no se pueden descartar por las pruebas literarias que quedan de los mismos, la condición femenina de nuestro personaje –con todas las limitaciones que comportaba entonces– le conllevaba un especial respeto, por desarrollar una actividad poco frecuentada entre su sexo, incluso entre damas de gran peso social, algunas con frecuentes referencias en los escritos de los literatos locales (caso de Diego Antonio Cernadas), pero muy pocas protagonistas de una obra propia. Afirmamos esto para poder decir, sin dudas, que María Francisca generó a su vez un círculo propio de influencias en este campo, cuyas proporciones sólo podemos determinar parcialmente a causa de haberse perdido la mayor parte de su obra. Incluso nos atrevemos a emitir una teoría, que consideramos congruente, sobre el papel más o menos relevante que pudo haber tenido (influencias indirectas, labor de estímulo e inspiración, etc.) en la obra de sus maestros literarios. Papel que se evidenció en vida de algunos y se ejercitó luego, en las ediciones póstumas de los escritos del P. Isla y del Cura de Fruime, como demostraremos en otros capítulos. En definitiva, la Compostela cultural del último tramo del siglo XVIII fue el espacio propio del crecer intelectual y del quehacer literario de nuestra biografiada, en cuyo entramado social se urdió su mundo de relaciones humanas, de lo cual quedó un reflejo nítido tanto en su obra escrita como en la de otros personajes de su entorno. De alguna manera María Francisca de Isla y Losada puede ser definida como un referente de aquel mundo –a caballo entre el Barroco crepuscular y la naciente Ilustración–, no quizás como un astro relevante al que todos pudieran admirar, sino como un punto humano de confluencias y relaciones por donde pasaba ineludiblemente la actuación y los escritos de otros miembros más rutilantes del Parnaso gallego. Tenemos por cierto que a nuestra Musa se le puede asignar, con todo merecimiento, haber ejercido el papel de conexión literaria –no la única, pero sí notoria– en el medio cultural compostelano de su tiempo. Lo mismo que hoy no sería posible conocer gran parte de la obra del genial autor de Fray Gerundio, que María Francisca hizo llegar al público tras la muerte del P. Isla, podemos decir también que sus propios escritos y actuaciones dejaron huella en los de otros personajes de su universo literario. Por no citar sino un ejemplo, en la obra publicada de Bocanegra Xivaja, algunas de cuyas pastorales corrigió ella

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cuando era obispo de Guadix, o cuyo sermón de la Inmaculada contribuyó a divulgar mediante un poema, siendo ya arzobispo de Santiago. Cuál fuera el peso real que la actuación personal y la obra literaria de esta mujer tuvo en una ciudad y durante una época en que abundaron los personajes de las artes y las ciencias, los mantenedores del antiguo régimen y los corifeos del movimiento que pretendía una nueva ilustración social, es muy difícil de precisar. Quizás nunca llegue a poderse cuantificar, por falta de fuentes que aporten los elementos precisos para ello y de suficientes testimonios literarios que lo faciliten. No descartamos, con todo, que pueda hacerse en el futuro. Éste siempre nos puede ofrecer la sorpresa de una novedosa investigación o el hallazgo documental que hasta ahora apenas se ha producido. Lo que sí parece claro es que María Francisca de Isla ya no puede ser considerada como un personaje menor, tan sólo notorio por estar al socaire de otros más famosos: la perla gallega de su época, la musa compostelana de ciertos escritores, o la predilecta hermana del P. Isla. Lo que sabemos de ella nos permite afirmar sin ambages la fuerza de su personalidad, la originalidad y el valor de su producción escrita, la tenaz eficacia que mostró para reivindicar la persona y la obra de su hermano. Quizás sólo podamos repetir ahora –con renovada convicción y el propósito de mantener nuestra investigación abierta en el futuro inmediato– lo que el P. Monlau afirmó siglo y medio atrás: “Fuerza será convenir en que la hermana del P. Isla tenia singular talento, y debe ocupar una página gloriosa en la historia literaria de su sexo”6.

2. RELACIONES CON DIEGO ANTONIO CERNADAS Casi todos los biógrafos de María Francisca de Isla destacan la buena relación que llegó a mantener con el famoso literato Diego Antonio Cernadas y Castro (1702-77), más conocido como el Cura de Fruime por haber ejercido durante casi medio siglo el ministerio pastoral en la humilde parroquia de San Martín de Fruime, hoy en el ayuntamiento coruñés de Lousame. Esa dedicada actividad sacerdotal, que le había ganado el aprecio general de sus feligreses, nunca le impidió cultivar fecundamente el campo de las letras, alcanzando en vida la mayor fama, la cual –según algunos autores– era debida no tanto a la calidad de su obra literaria, buena parte de la cual no supera la mediocridad, sino a la bondad de su actuación pastoral.

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Monlau, Obras P. Isla, Noticia de la vida y obras del P. Isla, XVII, nota 1.

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Lo notorio de la amistad entre ambos literatos compostelanos y la universalidad con que ha quedado testimoniada tal relación, tanto en los escritos generales y biográficos como en los propios de uno y otra, nos han movido a desarrollar este apartado con cierta extensión –aportando incluso algunos inéditos del Cura de Fruime–, distribuyendo sus contenidos en tres subapartados.

2.1. Origen y términos de la relación Desde que los amigos de Cernadas, especialmente los que residían en la Corte, recopilaron gran parte de sus escritos dispersos –algunos publicados, pero la mayoría inéditos– y lograron su edición póstuma7, el público tuvo la prueba de la afinidad literaria que había existido entre la Isla y el Cura de Fruime, gracias a diversos poemas dedicados a ella que aparecen en varios volúmenes de dicha edición. Los términos de esa relación entre ambos escritores eran, sin embargo, notorios y bien conocidos en los ambientes culturales de la ciudad compostelana, manteniéndose durante más de dos décadas dentro de los entonces acotados límites de la amistad, hasta la muerte del Cura de Fruime en marzo de 1777. La publicación póstuma de la obra cernadiana contribuyó, sin duda, a universalizar dicha relación y a hacerla presente en casi todos los escritos biográficos de los dos personajes. Todo ello no pudo evitar, sin embargo, la interpretación malévola o al menos interesada que algunos –contemporánea y posteriormente– hicieron de tal amistad y de su testimonio literario, sobre todo en su aspecto formal. Casi un siglo después de los hechos, Murguía ponía de relieve las relaciones personales y literarias que el Cura de Fruime había mantenido en vida con unos ochenta personajes, varones y mujeres, principalmente compostelanos y gallegos, así como algunos residentes en la Corte y otras poblaciones del reino (nobles, prelados, clérigos, escritores, intelectuales, militares...), entre ellos algunas conocidas damas (Josefa Biempica, María Teresa Caamaño, Rosa Gil, Josefa Cayetana Pardo, etc.), siendo muy extenso el espacio dedicado a su relación con María Francisca y manteniéndola por encima de toda torcida interpretación8. Esa tónica es la que han seguido en general posteriormente casi todos los escritos biográficos, que la ponen de 7 Cf. Obras en prosa y verso del Cura de Fruime D. Diego Antonio Cernadas y Castro, natural de Santiago de Galicia. Por D. Joachin de Ibarra, Impresor de Cámara de S. M., Madrid 1778-1781, 7 vols. 8 Cf. Murguía, Diccionario de escritores, Vigo 1862, 154-161. De dichos personajes trata en una extensísima nota al pie de las pp. 157-161 (sobre María Francisca de Isla, pp. 158-160).

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relieve con total naturalidad y remiten a los poemas compuestos por Cernadas para la Musa Compostelana. A fin de circunstanciar lo mejor posible el tema que se desarrolla en este apartado, ofrecemos seguidamente una sucinta biografía del famoso clérigo literato, redactada con ayuda de algunos escritos de este carácter, en especial los publicados más recientemente, que suman a los datos aportados por una amplia bibliografía de más de un siglo los hallazgos de las últimas investigaciones9. Nació Diego Antonio Cernadas y Castro en la compostelana rúa del Franco y recibió el bautismo en la iglesia parroquial de San Fructuoso –ubicada entonces en una capilla de la catedral jacobea– el 18 de marzo de 1702, dato que hemos documentado sin ninguna duda, invalidando así el aportado por la mayoría de sus biógrafos, que lo sitúan en marzo de 1698. Hijo del secretario general de la universidad de Santiago, dispuso de medios para formarse humanísticamente a fondo en el colegio de los jesuitas, cursó luego sucesivamente los estudios universitarios de artes (filosofía) y teología en el Colegio de Fonseca, obteniendo el grado de bachiller en ambas facultades. Vocacionado a la vida sacerdotal, ingresó en la clerecía mediante el rito de la tonsura y las órdenes menores cuando cursaba aún las humanidades y contaba doce años de edad, manteniéndose en esa situación inicial –que no comportaba especiales obligaciones clericales– durante los 13/15 años en que probablemente siguió y amplió los estudios universitarios. A su conclusión, decidió llevar hasta el fin su vocación sacerdotal y recibir las órdenes mayores: subdiaconado, diaconado y presbiterado (sacerdote). Para ello, según las leyes eclesiásticas de entonces, que buscaban proteger económicamente al clero en una época de mínima seguridad social, debía tener un patrimonio económico suficiente o un cargo que asegurase su “congrua sustentación”. Con ese fin se presentó al concurso para provisión de parroquias vacantes celebrado en el año 1731, aprobándolo con buena calificación, lo cual le permitió solicitar la de San Martín de Fruime, en el ayuntamiento de Lousame, de la que se posesionó en julio del mismo año. Con este respaldo pudo solicitar las órdenes mayores al arzobispo de Santiago, José del Yermo Santibáñez (1728-37), recibiéndolas todas entre el 21 y el 26 de

Cf. Couceiro, Diccionario, I, 277-278; A. Marco López, Cernadas y Castro, Diego Antonio, en GEG, VI, 135; F. Fernández del Riego, Historia da Literatura, Vigo 1984, 50-51; J. M. Rivas Troitiño, Diego Antonio Zernadas y Castro, un precursor del galleguismo, Santiago 1977; X. Pardo de Neyra, O labor lírico do ilustrado Cura de Fruíme, Santiago 2002; C. García Cortés, O Cura de Fruíme, Diego Antonio Cernadas e Castro (1702-1777), Santiago 2002. 9

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diciembre de 1731. Dos o tres meses después se incorporó al servicio parroquial de aquella humilde feligresía rural, del que nunca se separaría ya hasta su muerte, ocurrida cuarenta y cinco años después. Persona de inagotable vena literaria, Cernadas compaginó el pastoreo de su pequeña parroquia, distante unos 25 km de Santiago, con su enorme facilidad para escribir en prosa y verso. Esto se completaba con una gran capacidad para relacionarse con numerosas personas del mundo cultural y publicar sus escritos en modestas ediciones locales (a partir de 1745 y hasta sus últimos tiempos), lo cual le hizo gozar de gran fama ya en vida. Pero eso no le impidió dedicarse con toda entrega a su ministerio sacerdotal, desarrollado fecundamente en una extensa área pastoral, promoviendo desinteresadamente la vida social y espiritual de sus feligreses, a la vez que extendía por toda Galicia los cultos en honor de la Dolorosa, cuyos textos escribía personalmente en verso cada año. Aunque parte de su obra fue publicada en modestas ediciones de las que apenas quedan ejemplares y otra parte quedó inédita, la citada edición póstuma recopiló en siete volúmenes más de trescientos escritos suyos en prosa y verso (éstos suman 57.000), que han hecho perdurar hasta hoy su fama, basada no tanto en su valía literaria cuanto en la calidad de su vida personal y sacerdotal. Superando las restricciones de su época, escribió también en gallego y eso le ha merecido el respeto de las generaciones actuales. Pese a su exigua producción en nuestro idioma, se han recuperado últimamente algunos de sus inéditos y eso nos ha permitido incluir en la citada obra nuestra una veintena de sus poemas en lengua gallega10. Diego Antonio Cernadas falleció al frente de la parroquia el 30 de marzo de 1777 y fue sepultado en la capilla de la Dolorosa, dentro de la iglesia de San Martín de Fruime, a los pies de la imagen de quien había sido un piadoso propagador de su devoción. Una lápida colocada recientemente ofrece al visitante el resumen de su vida singular, admirable por tantos conceptos. Tras este resumen biográfico del literato Cura de Fruime, que estimamos necesario para situar correctamente el contenido del apartado, pasamos a plantear una cuestión que los biógrafos apenas han considerado hasta hoy: ¿Cuándo y cómo se inició la relación literaria entre Diego Antonio Cernadas y María Francisca de Isla? Los autores que se ocupan del tema ponen de relieve la producción poética del Cura de Fruime dedicada a la Musa Compostelana, a la cual cantaba preferentemente bajo el nombre de Filis, y suponen que por parte de ésta se produjo una respues-

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Cf. C. García Cortés, o.c., 205-263.

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ta literaria semejante, aunque no se conserve ningún ejemplar de la misma; pero apenas ofrecen alguna pista que nos indique cuándo se inició la prolongada relación que unió a ambos personajes y en qué términos se desarrolló. Parece congruente que esta relación se hubiera iniciado en alguna de las instituciones frecuentadas entonces por los asiduos de círculos y academias, donde se ponían en común saberes y producciones literarias, en las cuales participaban personas vinculadas a la cultura, clérigos ilustrados y damas de alta sociedad. Pese a ejercer el ministerio en una humilde parroquia rural, Cernadas no olvidaba sus orígenes compostelanos, así como sus vínculos familiares y relaciones con los amigos de la ciudad del Apóstol, a la que acudía con cierta asiduidad, siendo muy posible que hubiera conocido a la poetisa en alguno de esos espacios culturales, especialmente tras el matrimonio de nuestra biografiada. Por lo que luego se dirá, esto pudo haber tenido lugar hacia finales de la década de 1750, cuando María Francisca contaba en torno a los veinticinco años y se asentaba en los círculos literarios, mientras que el párroco de Fruime era ya un vate famoso cercano a los sesenta años de edad. Es muy probable también que en el comienzo de esa relación hubiera mediado el P. Isla, dada su estadía durante algunos años y su frecuente actuación ministerial en la ciudad jacobea, donde trabó una buena relación con Cernadas –facilitada por la pertenencia de ambos al estamento clerical–, que se prolongaría hasta el fin de sus días11. Para no reiterar testimonios literarios de esa amistad, que se aducen en otro capítulo, baste recoger aquí las sentidas palabras con que Isla escribía a su hermana María Francisca desde su destierro de Bolonia, el día del Corpus de 1777, respondiendo a una carta suya en que le comunicaba el reciente fallecimiento de varios amigos, entre ellos el párroco literato, a los cuales encomendaba en sus oraciones: “Lo mismo haré con mi buen amigo Fruime, y con el exemplar Palomino, acreedores uno y otro á mi estimacion y á mis sufragios”12. La primera prueba documentada que hemos podido localizar de la relación literaria entre María Francisca y Cernadas se remonta a los inicios de 1756, cuando nuestra poetisa contaba sólo veintiún años de edad y se hallaba casada desde hacía

De lo antigua que era la amistad entre el Cura de Fruime y el P. Isla da noticia una carta enviada por éste desde Villagarcía a aquél, en febrero de 1758, interviniendo en una polémica sobre la vida religiosa, donde afirmaba que su relación era añeja. Cf. Cernadas y Castro, Obras completas, III, Madrid 1779, 10-17. 12 J. F. de Isla, Cartas familiares, IV, Madrid 1786, carta n. CLXVIII, p. 120. 11

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poco más de uno. Se trata de una carta enviada por su hermano José Francisco de Isla desde Villagarcía de Campos el 21 de febrero de 1756, respondiendo a la remitida por ella poco antes, en la cual le adjuntaba copia de unas seguidillas que le había compuesto el Cura de Fruime y otras con que ella le contestaba. La respuesta del P. Isla, además de permitirnos conocer algunos versos de un poema hoy perdido de María Francisca, parece confirmar nuestro supuesto de que él había mediado en la relación entre ambos literatos y la seguía favoreciendo. El texto en cuestión dice así: “Volví á leer las seguidillas de Fruime y las tuyas. Ambas están muy buenas; pero el segundo pié de la vuelta de tu primera, “porque en tí es tan viejo”, estaría mejor ó mas corriente, diciendo: “Porque es en tí tan viejo”. Asimismo es menester huir de comenzar el pié con vocal, cuando el antecedente acaba con la misma, como en tu segunda: No puedes deber gracia A mi cariño; porque, elidiéndose una vocal con otra, queda defectuoso el segundo pié, ó se hace dura la pronunciacion; y así parece que estaría mejor: No puedes deber gracia, Diego, al cariño, Pues todo el que te tengo Te es muy debido. Estos leves defectillos puede ser que no lo sean sino en la aprension de mi demasiada delicadeza, ó en el ansia de que todas tus cosas sean las mas perfectas”13. Este testimonio fraternal evidencia que, ya entonces, existía un mutuo flujo literario entre ambos vates compostelanos, surgido probablemente no hacía mucho tiempo, el cual se prolongaría hasta el fin de la existencia de Cernadas en 1777, lo que nos permite asegurar que la citada relación se mantuvo activa durante más de dos décadas, se fortaleció y amplió, hasta el punto de convertirse en una buena amistad con la poetisa compostelana, que se extendió también a Nicolás de Ayala, su marido, y a otras personas de su entorno social. Sí podemos afirmar, por los testimonios escritos de que disponemos –tanto publicados como inéditos, mayoritarios en todo caso los dejados por Cernadas, pues los de María Francisca han desaparecido en su casi totalidad–, que esa relación entre 13

Monlau, Obras P. Isla, Cartas familiares, n. LII, pp. 445-446.

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los dos escritores compostelanos no se limitó al ámbito literario sino que acabó siendo una cordial relación personal. En este campo se multiplicaron las ocasiones que provocaban escritos de una y otra parte, tanto en prosa como en verso (solemnidades públicas, conmemoraciones familiares, celebraciones onomásticas, etc.), que solían adjuntarse a distintos obsequios, como golosinas, tabaco, postres... También, probablemente, acompañando al envío de los folletos anuales que el Cura componía para solicitar de los devotos limosnas destinadas a propagar la novena que se celebraba en Fruime para honra de la Virgen de los Dolores, a la cual asistían personas de la zona y aún de otras localidades gallegas. Ofrecemos como ejemplo de esa buena relación personal una décima –de no mucha calidad literaria, todo sea dicho– enviada por Diego Antonio a María Francisca con un pequeño obsequio, agradeciéndole el envío de su carruaje a la posada donde se reponía de un achaque, probablemente para que lo llevase al médico en alguna población próxima (¿Noya, Santiago?). Como se encuentra entre los inéditos del Cura de Fruime, ofrecemos a la curiosidad del lector la referida décima, rematada con la breve nota en prosa que la acompañaba: “Mi Sª D.ª Mª Franca de Isla. Mi gente acaso recela, sabiendo que un Pauper soi; que en una posada estoi, y me embiò la carabela: todo es rustica bucela de platos nada exquisitos, solo para tus malitos algo de sustancia adquiero, y con ese achaque quiero hacerte unos pucheritos. Sirvase Vm dissimu(lar) mis llanezas por lo que tienen de sinceras, y af(ec)tuosas, pues no me tomaria esa licencia, sino tu(vie)se el honor de ser El mas rendido y respetuo(so) Capn de Vm (Firmado:) Diego”14.

BXUSdC: Ms. 631, Décimas y Romances del Cura Fruyme, vol. 1º, fol. 187. Los textos entre paréntesis completan hipotéticamente el original destruido por la encuadernación del volumen. 14

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Personalizada la relación y afianzada con la amistad, el trato de Cernadas se extendió hasta el círculo familiar y social de María Francisca, cuajando en nuevas amistades que completaban la relación primera. Un ejemplo a destacar en este sentido es el intercambio humano que se estableció entre el Cura de Fruime y Nicolás de Ayala, como se evidencia en distintos escritos referidos al marido de la Isla: celebraciones onomásticas, enfermedades y, especialmente, tras su muerte en 1774. Basten estos versos finales de un soneto, que publicamos íntegro en otro capítulo, para testimoniar los delicados sentimientos de Cernadas al fallecer Nicolás: “Tu perdiste en Ayala un fino Esposo: Yo en El perdi un Amigo distinguido: no sè qual es dolor mas riguroso; Pero sè que en mi entrambos se han unido, porque siente mi pecho lastimoso lo que perdiste tu, y lo que hè perdido”15.

2.2. Escritos de Cernadas a María Francisca Entendíamos que la mejor manera de presentar al lector los contenidos y particularidades de la mencionada relación cultural, que acabó en una amistad fielmente cultivada, entre Diego Antonio Cernadas y nuestra biografiada –de la que, al menos en distintos momentos, participó activamente el P. Isla16–, era localizar primeramente los escritos dedicados y/o enviados por el Cura de Fruime a su amiga compostelana, reproducir algunas de sus estrofas más significativas y comentarlos en el sentido que aquí nos interesa. Los editores póstumos de las obras de Cernadas han publicado diversos poemas que éste dirigió a María Francisca de Isla –denominada siempre literariamente Filis– en distintas ocasiones y algunos otros en los que trata de ella directa o indirectamente. Por nuestra parte, hemos localizado también otros escritos de la misma intencio-

BXUSdC: Ms. 631 cit., vol. 1º, fol. 135. Una muestra de esa amistad ha quedado en Cernadas y Castro, Obras completas, III, Madrid 1779, 6-75. Con motivo de una nota escrita por Cernadas contra el poema de un monje que prefería ser llamado judío antes que fraile (pp. 6-10), el P. Isla había enviado al Cura una carta en febrero de 1758 (pp. 10-17), a la que este contestó con un largo escrito en prosa manteniendo y matizando sus posiciones sobre el tema (pp. 17-75). 15 16

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nalidad entre los inéditos del Cura de Fruime, lo que nos permite completar los contenidos de este capítulo con nuevos elementos de la relación entra ambos poetas. El bloque principal de esta clase de escritos incluidos en las obras completas del Cura es un grupo de siete poemas, ubicados por los editores consecutivamente, los cuales están dedicados expresamente el primero A mi Señora Doña María Francisca de Isla y los restantes A la misma. Suman entre todos casi un millar de versos y se desglosan así: Romance “Meses há, Filis discreta,” (180 versos); Décimas “El gozo, Filis hermosa,” (40 versos); Romance “De que de tí me olvidé” (152 versos); Romance “Acabarás de una vez” (200 versos); Romance “¿No sería bueno, Filis,” (132 versos); Décimas “Aunque de tu discrecion,” (80 versos); Romance “¿Con qué no ha de haber remedio,” (212 versos)17. Cinco de los citados poemas se desarrollan en la tradicional modalidad española del romance (composición en versos octosílabos, sólo los pares rimados de forma asonante), sumando 876 versos, y los otros dos en décimas (series de diez versos de arte menor, octosílabos y de rima consonante según la secuencia a-b-b-a-a-c-c-d-dc), que a su vez suman 120 versos, alcanzando el total del bloque los 996 versos. En otro volumen póstumo de las obras de Cernadas se incluye un poema muy de su estilo –como especifica la breve introducción en prosa, se trata de una “Amante expresion, ceñida a los términos del decoro”–, glosando dos redondillas de tema amoroso a lo largo de ocho décimas (80 versos con la rima ya indicada), que comienza “Filis, mi ley amorosa”, y cada una de las cuales concluye sucesivamente con el texto de los ocho versos que componen ambas redondillas18. La similitud de contenidos y las referencias a Filis en el texto nos inclinan a pensar que el poema iba dirigido a nuestra literata compostelana. Entre la obra publicada de Cernadas, hay que referirse también a las décimas “Los papeles recibí” (quince estrofas con un total de 150 versos en la mencionada rima), compuestas para un amigo por haberle remitido “algunos papeles, que habían salido en Santiago en elogio del Sermon de su Ilustrísima, de la Concepcion”. En el cuerpo del escrito el Cura de Fruime se refiere expresamente a “Mi señora Doña 17 Cf. Cernadas y Castro, Obras completas, IV, Madrid 1779, pp. 310-315, 316-317, 317-322, 322328, 329-333, 333-336 y 336-342, respectivamente. 18 Cf. Cernadas y Castro, Obras completas, II, Madrid 1778, 258-261.

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Maria Francisca de Isla y Losada”, como autora de un poema dedicado al arzobispo Francisco Alejandro Bocanegra Xivaja (1773-1782) con motivo de su citado sermón, y a la cual valora muy positivamente, juicio que no era compartido por el médico Bedoya, algunos de cuyos escritos sobre el particular comenta y ridiculiza19. En los volúmenes manuscritos de poemas atribuidos al Cura de Fruime –la mayoría de los cuales, ciertamente, son de su autoría–, patrimonio de la biblioteca general de la universidad compostelana, hemos localizado también otro buen número de escritos dirigidos por Cernadas a María Francisca o a Filis, los cuales evidencian una mayor relación personal y familiar que los citados anteriormente. Antes de meternos a su estudio interno, los relacionamos de manera general para información del lector, describiéndolos someramente. En el primero de los citados volúmenes hay dos bloques de escritos (decimos esto porque, en ambos casos, se encuentran recopilados consecutivamente) con dichos contenidos. Los que aparecen en primer lugar son diez poemas en torno a María Francisca de Isla, aunque siete de ellos son obras suyas o comentarios sobre ellas –de las cuales tratamos con amplitud en otro capítulo–, por lo que prescindimos de referenciarlos aquí, detallando tan sólo los tres dirigidos expresamente a ella por el Cura de Fruime: Soneto “Quisiera, noble Filis, consolarte” (14 versos); Soneto “Por el orden comun, Filis pudiera” (14 versos); Décimas “Faltote tu Nicolas:” (30 versos)20. Dentro del mismo volumen, otro bloque de escritos cernadianos dirigidos a María Francisca está formado por seis poemas, recopilados también consecutivamente, cuya relación es la siguiente: Décima “Mi gente acaso recela” (10 versos); Décima “De una Monja a la lisonja” (10 versos); Décimas “A la dignacion de honrarme” (87 versos); Décimas “Filis: un susto vehemente” (40 versos); Romance “Los Dias de tu Consorte” (108 versos); Romance “Debesme, Filis discreta,” (40 versos)21. Cf. Cernadas y Castro, Obras completas, II, Madrid 1778, 322-327. Cf. BXUSdC: Ms 631 cit., vol. 1º, fols. 135, 135v y 135v.-136, respectivamente. 21 Cf. BXUSdC: Ms 631 cit., vol. 1º, fols. 187, 188, 189-190, 191-192, 193-194 y 195-196, respectivamente. 19 20

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Hemos localizado asimismo, esta vez en el volumen segundo de los citados manuscritos cernadianos, otros tres poemas dispersos que tienen como destinataria a María Francisca de Isla. He aquí su detalle: Romance “Grande como el Mar se dice” (96 versos); Décimas “Señora con el socorro” (40 versos); Décimas “Assi que vi sus extrañas” (20 versos)22. El total de versos desarrollados por Diego Antonio Cernadas en los doce poemas anteriormente enumerados –y, entendemos, que también inéditos– es de 549 y se corresponden con las siguientes formas poéticas: siete décimas (con estrofas de diez versos octosílabos de arte menor y rima consonante: a-b-b-a-a-c-c-d-d-c), tres romances (de versos octosílabos, con los pares de rima asonante) y dos sonetos (estrofas de catorce versos de arte mayor y rima consonante, formadas por dos cuartetos con la misma rima: A-B-B-A, y dos tercetos con rimas alternadas y diferentes: C-DC-D-C-D). Resumiendo los contenidos de este subapartado, parece evidente y continua la relación literaria que existió entre nuestra biografiada y el Cura de Fruime, el cual compuso para ella al menos la citada veintena de poemas, unos incluidos en la edición póstuma de sus obras y otros localizados por nosotros entre sus inéditos. Se trata en su mayor parte de un conjunto de escritos de circunstancias y de corto desarrollo en general, que suman unos mil setecientos versos, compuestos en algunas de las variedades poéticas más usadas por Diego Antonio Cernadas y Castro: décimas, romances y sonetos.

2.3. Escritos de María Francisca a Cernadas Este subapartado trata de presentar el movimiento recíproco de la amistad literaria de nuestra poetisa con el Cura de Fruime, aunque necesariamente deba ser menos explícito que el anterior, dada la mínima parte que se ha podido recuperar de la producción literaria de María Francisca de Isla. En los referidos poemas de Cernadas emergen esporádicamente alusiones a los escritos –en prosa o en verso– que le habían sido enviados por la Musa Compostelana

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Cf. BXUSdC: Ms 631 cit., vol. 2º, fols. 5, 46v.-47 y 58, respectivamente.

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con uno u otro motivo, escritos que por desgracia no han llegado a nosotros o sólo se conservan mínimamente. En el romance que comienza “Meses há, Filis discreta, / que una respuesta te debo:”, el párroco de Fruime confiesa la deuda contraída con María Francisca por no contestar a sus escritos (¿cartas, poemas, ambas cosas?) y solicita su perdón con estos versos: “Por eso, Filis, ahora, aunque á tu costa me enmiendo, y á coplas ando contigo, perdóname tú, si peco”. Pasa luego Cernadas a dar razón de su silencio, debido sobre todo a las protestas de la dama por los elogios hechos anteriormente a sus escritos, argumentándole que no pretendía fomentar con ellos su orgullo, sino que los emitía en gracia a las virtudes y valores recibidos de Dios, siempre a agradecer, por lo que continuaría haciéndolo igual que ella hacía respecto de él. En los versos de Cernadas se entrevé la calidad literaria con que María Francisca le había replicado: “Si penitentes suspiros clausúlas en dulces versos: si sentimientos piadosos elevas con tus conceptos: si le sirve a tus discursos tu erudicion de ornamentos, eso sí, Filis, que todo la gracia fue quien lo ha hecho”23. La cultura y arte literario que María Francisca de Isla debía manifestar en sus escritos al Cura de Fruime se traslucen en el poema que comienza “De que de ti me olvidé / me acusas discreta Filis”, compuesto en la década de 1770 para agradecerle el envío de unos dulces caseros elaborados por ella:

23 Cernadas y Castro, Obras completas, IV, Madrid 1779, 310-315; los versos citados, en pp. 311 y 314.

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“Tú eres joven, yo vegete: yo soy topo, tú eres lince: tú eres culta, yo soy tosco: yo soy broma, tú eres Filis. Tú en ese campo de estrellas vives, yo en tierra de Espines: dirélo en una palabra, tú allá en Santiago, yo en Fruime”24. En otro romance del mismo tono, “Acabarás de una vez, / mi Filis de despenarme”, Cernadas se lamenta de lo mucho que le habían tardado los agasajos de María Francisca, aunque al fin se vio compensado por el recibo de un escrito suyo acompañando las habituales golosinas. Sin embargo, luego de su lectura, se lamentaba de que el texto viniese en prosa y no en verso: “Quando veis aquí (¡qué gusto!) Jueves Santo por la tarde traxo, librado en tu letra, mi alivio todo, mi Parte. Vila, y antes de leerla, besé tu firma al instante, queriendo, como mis ojos, mis labios saborearse. (...) Eché de menos las flores, que del Parnaso en el Parque coger tu gran discrecion sabe, para coronarse. Y aunque son sin ese adorno tus favores muy amables, un no sé qué mas de finos les dá el ponerse galanes. Aunque en la prosa se expliquen bien los afectos, no obstante se entiende el amor mas bien con las familiaridades. (...) 24

Cernadas y Castro, Obras completas, IV, Madrid 1779, 317-322; los versos citados, en p. 321.

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Mas pues no quisiste, fiat, que en fin, como quiera, placet, que es lo mismo que decirte que estoy contento en romance25. Un último ejemplo sobre el particular, tomado del romance “¿Con qué no ha de haber remedio, / Filis, para acomodarte”, en que Cernadas alaba las dotes poéticas de María Francisca, sin duda puestas de relieve en un poema que había acompañado el obsequio recibido de unas castañas rebozadas de azúcar y chocolate: “¿Con qué no has de permitirme ver de tu ingenio las artes, sin poner estudio en que vea que son liberales? ¿Con qué nunca de tu Musa los primores me repartes, sin que traigan sus delicias regalos por consonantes? (...) ¿Pero qué gran necedad es la mia en admirarme, como si fuesen en ti las franquezas novedades? Siempre fué, Filis, así, que para mí nunca sabe tomar la pluma tu numen sin muchos rasgos de Dante”26. Los ejemplos anteriores son evidencias –indirectas, sin duda– del intercambio literario que se daba de manera más o menos habitual entre María Francisca de Isla y el Cura de Fruime. Desgraciadamente los originales de nuestra poetisa no han llegado hasta nosotros, fuera de las mínimas muestras a que nos vamos a referir, y eso nos priva de hacer apenas comentarios sobre sus contenidos y calidad.

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Cernadas y Castro, Obras completas, IV, Madrid 1779, 322-328; el texto citado, en pp. 326-327. Cernadas y Castro, Obras completas, IV, Madrid 1779, 336-342; el texto citado, en pp. 336-337.

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Aparte los escritos en prosa y verso originales de la Musa Compostelana, de que tratamos ampliamente en otros capítulos, queremos aducir aquí el texto parcial de una carta dirigida por María Francisca a Cernadas en febrero de 1762. Se ha conservado gracias a ocupar la parte superior de una hoja de papel, que el Cura reutilizó –en la mayor parte, que estaba en blanco– para escribir dos décimas de agradecimiento a su amiga por la carta y las golosinas de chocolate que la acompañaban. El texto que se conserva de nuestra escritora dice así: “q.e â el, si es el efecto, como el afecto, con q.e se lo da a Vm su mas segura y afecta servidora q.e s. m. B. (Firmado:) Maria Franca de Isla Sant.º Febrero 1.º de 1762 S.r D.n Diego Ant.º Zernadas y Castro”27. El breve texto de la Isla evidencia el respetuoso y formal trato que mantenía con Cernadas en esa primera etapa de su relación, al margen de la confianza y tuteo utilizados en el lenguaje literario, licencias que no se permitían fuera del mismo, como se puede ver por el uso de los saludos y tratamientos: “Vm” (Vuestra merced), “q.e s. m. B.” (que su mano besa), “su mas segura y afecta servidora”... Pero, sin duda, la mejor prueba –y también, prácticamente, la única hasta ahora– que poseemos de la relación literaria entre ambos personajes, es un poema bastante extenso que nuestra biografiada dirigió al Cura de Fruime, revalorizado además por estar escrito en el gallego coloquial utilizado entonces, y probablemente estimulada a ello por el uso que hacía Cernadas del idioma materno en algunos de sus escritos28. El poema a que nos referimos, y del cual tratamos ampliamente en otro capítulo, es el romance que comienza “Ôu mèu Crego? Sei q’qués, / que eu vote a lengua â paseàr?”29. Pese a no sumar el centenar de versos y a su mediocre calidad, es muy expresivo de las buenas relaciones y mutuos sentimientos de amistad que se daban entre ambos literatos, en una situación de reciente viudedad y mala salud de María Francisca, que sin embargo muestra su preocupación por Cernadas, a quien cita en Santiago para cuando pase el invierno: “Virás acò meu Dieguiño / cando ó tempo milloràr / (...) Deus vos garde bó é san”. BXUSdC: Ms. 631 cit., vol. 2º, fol. 58. Hemos publicado una interesante colección de poemas gallegos de este clérigo literato en nuestra obra O Cura de Fruíme, Diego Antonio Cernadas e Castro (1702-1777), Santiago 2002, 221-263. 29 Seguimos la versión publicada por Martínez Barbeito, Romance en gallego, BRAG, XXVIII, nn. 321/326 (1957) 35-36. 27 28

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Subrayamos algunas expresiones que manifiestan claramente los sentimientos de la Musa Compostelana: “Q’èu anque ben vòs quero / coma si fordes rapàz”; “Sospeito, polo que vejo / non qués a miña amistà, / fas ben mais es com’así / outra com’ela n’achàs”; “Ay Jesus! Miña joiña!”; “Tamen bay ese tabaque / meu velliño, pois fungàs / que cada grao de èl gorenta, / con eso as fremas sairàn”. Es muy probable que el romance fuera contestado por Cernadas con las ya citadas décimas “El gozo, Filis hermosa”, expresivas de los mismos y recíprocos sentimientos hacia María Francisca, en particular por su especial situación, que se pone de relieve en sus oraciones a la Dolorosa de Fruime y en estas inequívocas muestras de amistad: “Maravíllame tambien, ver que cuidas liberal, quando lo pasas tan mal, de que yo lo pase bien: quando esto mis ojos ven, de ternura me los llena amor con la mayor pena; pues otra alguna no iguala á la de verte tan mala, siendo para mí tan buena. Si te me mueres, querida, temo el mismo trance fuerte, porque con tu buena muerte, perderé mi buena vida:”30.

3. RELACIONES CON FRANCISCO ALEJANDRO BOCANEGRA Como remate de este capítulo, desarrollamos un apartado sobre la relación que nuestra escritora mantuvo durante dos décadas con este destacado personaje eclesiástico de su época, de la cual han quedado diversos textos literarios que la testimonian, algunos de ellos considerados con detenimiento en el siguiente capítulo. Algunas de las biografías utilizadas ponen de relieve esa relación literaria que unió a María Francisca con Francisco A. Bocanegra Xivaja (1709-1782), que llega-

30

Cernadas y Castro, Obras completas, IV, Madrid 1779, 316.

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ría a ser arzobispo de Compostela los últimos diez años de su vida. Baste como ejemplo el breve texto –posteriormente reproducido o comentado por otros autores– dejado por Murguía sobre el particular, que nos parece suficientemente ilustrativo: “Su correspondencia literaria fué grande, sosteniéndola con varios escritores, entre ellos con el cura de Fruime, y sobre todo con el obispo de Guadix y Baza, don Francisco Alejandro Bocanegra, mas tarde arzobispo de Santiago, el cual, tiempo antes de pasar á este arzobispado, consultaba con ella sus pastorales y sermones, conformándose con su censura, pues la consideraba ilustradísima”31. Una breve información biográfica sobre el personaje, resumida de los episcopologios más usuales, facilita las referencias fundamentales para circunstanciar en lo posible la indicada relación que nuestra poetisa mantuvo con él32. Nacido en la villa granadina de Santa Cruz el 10 de mayo de 1709, Bocanegra cursó los estudios filosóficos y teológicos en las universidades de Salamanca y Granada, donde se graduó de licenciado en las dos facultades, y de doctor también en ambas disciplinas en la de Ávila. En pocos años llegó a ostentar cargos eclesiásticos de relieve, como la canonjía penitenciaria de Coria y la dignidad de arcediano de Almería, en cuyo desempeño le alcanzó su primer nombramiento episcopal. Propuesto por Fernando VI para obispo de Guadix y Baza el 6 de noviembre de 1757, el papa Benedicto XIV lo confirmó como tal en el consistorio del siguiente 19 de diciembre y recibió la consagración episcopal el 2 de abril de 1758 en el monasterio madrileño de las Salesas. Dirigió luego la diócesis guadicense durante quince años. Vacante la sede compostelana por fallecimiento del arzobispo Bartolomé Rajoy Losada (1751-1772), el rey Carlos III propuso a Bocanegra para cubrir el cargo con fecha 27 de octubre de 1772, siendo confirmado por Clemente XIV en el consistorio del 8 de marzo de 1773. Tras tomar posesión de la diócesis por poderes, el inmediato 15 de abril, diversas vicisitudes –sobre todo cuestiones protocolarias con el concejo compostelano– le hicieron retrasar su llegada a la ciudad jacobea, donde hizo la entrada solemne a principios del siguiente mes de diciembre. El arzobispo Bocanegra no destacó en el campo del gobierno diocesano ni de las realizaciones prácticas con intervenciones sonadas, como su antecesor el arzobispo Murguía, Diccionario de escritores, Vigo 1862, 158. Cf. A. López Ferreiro, Historia de la Santa A. M. Iglesia de Santiago de Compostela, XI, Santiago 1909, 7-40; M. R(odríguez) Pazos, El episcopado gallego a la luz de documentos romanos, I, Madrid 1946, 297-305; J. J. Cebrián Franco, Obispos de Iria y Arzobispos de Santiago de Compostela, Santiago 1997, 250-252. 31 32

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Rajoy, pero sí como prelado de gran formación teológica y cualificada oratoria, de cuyas actividades han quedado como testimonio varios volúmenes con los textos de sus pastorales y sermonario33. A comienzos del año 1781 se vio afectado por una grave enfermedad, de la que fue a reponerse al pazo de Lestrove, construido por un antecesor en el cargo para residencia arzobispal de verano, de donde nunca regresó ya a la capital jacobea, falleciendo allí el 16 de abril de 1782. Persona sumamente caritativa, murió pobre y eso generó problemas por parte de los colectores de espolios, habiendo de ser enterrado en la catedral compostelana tras correr por cuenta del cabildo el gasto de sus funerales. Cómo llegaron a trabar relación María Francisca de Isla y el arzobispo Bocanegra Xivaja, la una en Compostela y el otro en las lejanas tierras andaluzas, es algo que los biógrafos no aclaran sino que simplemente constatan. Nuestra convicción, basada en lo que se dirá de inmediato, es que se realizó por mediación del P. Isla –quien debió tratar al prelado guadicense por razón de sus actuaciones jesuíticas–, y que ambos personajes no llegaron a conocerse personalmente hasta después de instalarse el segundo en el palacio arzobispal de Santiago, por los finales del año 1773, a punto de entrar nuestra poetisa en la cuarentena. La pista más importante que tenemos para mantener la afirmación anterior son algunos escritos redactados por los hermanos Isla en el verano de 1762, los cuales ponen de manifiesto la relación que existía ya entonces entre la musa compostelana y el obispo de Guadix-Baza. Según Eguía, en una carta enviada por María Francisca a Bocanegra el 4 de agosto de 1752 (entendemos que, por errata, se puso 1752 en vez de 1762, pues entonces la Isla tenía sólo 18 años y el eclesiástico no era aún obispo), aquélla emitía su opinión sobre un panegírico que él había compuesto para honrar a San Felipe Neri34. El 9 de agosto de 1762, el entonces más que famoso P. Isla enviaba desde Pontevedra una carta al obispo de Guadix para agradecerle las misas celebradas por el eterno descanso de su recién fallecida madre, planteándole después otro tema. Con gran respeto, llamaba la atención al prelado por los excesivos elogios que había tributado a su hermana, a raíz de censurarle ésta algunos escritos suyos a petición propia, y disculpaba su impetuosidad juvenil por haberse metido “de topeton en las 33 Cf. Sermones del Ilustrísimo Señor D. Francisco Alexandro Bocanegra y Xivaja..., Joachin Ibarra (vols. I-II) y Blas Roman (vols. III-IV), Madrid 1772-1780. 34 British Museum, London: Additional 20.792, fol. 47; cit. por Eguía, La predilecta hermana, Humanidades, VII (1955) 260.

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reglas de la oratoria sagrada, en antilogias y en el manejo de la Escritura, como si hubiera andado á la escuela con Moisés, con los profetas y con los cuatro evangelistas”35. Poco después, el 17 de octubre del mismo año, escribiéndole desde Santiago, el P. Isla prometía al prelado guadicense enjuiciar el texto de una pastoral suya próxima a publicarse, que le había remitido con tal fin, y que lo haría después de consultarlo con su hermana. Con todo, debía esperar a que superase “una terrible fluxion que muchos dias há está padeciendo la pobre Maria Francisca... que la atormenta con acerbísimos dolores universales”; entonces lo harían con toda complacencia, ya que “puedo responder de su singular reconocimiento, pues sé muy bien que no sabe ya respirar, ni aun suspirar, sino por su obispo boca de oro, que así llama con mas verdad que respeto á usía ilustrísima”36. Aunque no hayamos localizado otros testimonios epistolares ni literarios de la relación entre ambos personajes, no dudamos que ésta debió mantenerse en la distancia, alentada sin duda por el omnipresente P. Isla. En todo caso, los que aducimos seguidamente aseguran el incremento de dichas relaciones a partir de la designación de Bocanegra como arzobispo de Compostela, a finales del año 1772, con cuyo motivo le había compuesto ella varios poemas gratulatorios. El literato Cura de Fruime nos dejó en una de sus producciones literarias, publicadas póstumamente, una directa referencia a los elogios que María Francisca había escrito en varias ocasiones del arzobispo Bocanegra Xivaja, así como a una décima compuesta en su honor –podría haber sido la que se reproduce en el capítulo siguiente, u otra que desconocemos–, la cual había motivado respuesta también poética por parte de un galeno compostelano. Se trata del poema cernadiano que comienza “Los papeles recibí” y va precedido de esta explicativa información: “Respuesta á un amigo, que le remitió al Autor algunos papeles, que habian salido en Santiago en elogio del Sermon de su Ilustrísima, de la Concepcion”37. La ocasión inmediata del poema habían sido, pues, las copias recibidas por Cernadas de diversos escritos laudatorios de un sermón pronunciado por el arzobispo Bocanegra un día de la Inmaculada Concepción. Después de revisar las publicaciones del Monlau, Obras P. Isla, Cartas á varios sugetos, n. CIX, p. 594. Monlau, Obras P. Isla, Cartas á varios sugetos, n. CXI, p. 595. 37 Cernadas y Castro, Obras completas, II, Madrid 1778, 322-327. 35 36

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prelado compostelano, creemos se trata del sermón predicado el 8 de diciembre de 177638, que al ser divulgado por la imprenta, provocó tales escritos de alabanza. Con tal motivo Cernadas reconocía en su citado poema: “Con razon de mi Prelado se aplaude el Sermon discreto, porque él siempre fue sugeto digno de ser predicado”. Y, desde esa afirmación básica, lo comparaba con Vieira –famoso jesuita, misionero y predicador en tierras americanas, natural de Lisboa (1608-1697)–, pues ambos oradores habían contado con poetisas que los ensalzaran: “Si la musa Mexicana á un Vieyra elogios dió, á un Bocanegra ensalzó la musa Compostelana*: no sé si esta á aquella gana; mas por todas mis premisas, son conseqüencias precisas que haya para los loores de dos tales Oradores dos semejantes Poetisas. En el rumbo que siguió de la eloqüencia en el mar, puerto agradable encontrar en una Isla logró: los saludos recibió de ella con arte y fineza; pero me causa tristeza, que con importuno empleo se fuese en el tirotéo meter cierta buena Pieza”. Cf. F. A. Bocanegra Xibaja, Sermon de la Purísima Concepcion de Nuestra Señora…, Ignacio Aguayo, Santiago 1776; también en Sermones, III, Madrid 1780, 1-71. 38

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Los últimos versos aluden a la intromisión hecha en el tema por un vate local, de poca categoría literaria a lo que parece, el cual había mal glosado la aludida décima de María Francisca de Isla, quizás para atraerse el favor del arzobispo literato, al que ya había dedicado unas glosas poéticas anteriormente. El Cura de Fruime dejó como testimonio de la cuestión estas dos estrofas de su citado poema: “La Isla en su afectuosa décima, su elogio dió tan propio y claro, que no necesitaba de glosa: pero una musa enfadosa en dársela se metió**: diez quintillas le entonó; mas todas por tal compás, que solo cantó de mas lo que no xacareó. Por andar, como otra vez, con quintillas á la quinta, se conoce por la pinta quién fue el Autor de estas diez: por hablar con sencillez, y sin discurso siniestro, segun en eso está diestro, el Glosador ordinario de este nuevo decenario, ha sido el del Padre nuestro***”39. Estos son, en definitiva, los principales indicios y testimonios documentales que aseguran una relación literaria y personal entre María Francisca de Isla y el arzobispo Bocanegra Xivaja, muy probablemente iniciada y sostenida en sus comienzos por la mediación del P. Isla. Esta relación debió estrecharse a partir de finales del año 1773, en que el prelado andaluz empezó a vivir en Compostela, manteniéndose probablemente en un nivel personal hasta la muerte del arzobispo en abril de 1782, tras 39 Cernadas y Castro, Obras completas, II, Madrid 1778, 322-324. En notas al pie van estos textos: *“Mi Señora Doña Maria Francisca de Isla y Losada”; **“El Médico Bedoya glosó la Décima de la Señora Isla”; ***“El mismo Bedoya compuso antes un Padre nuestro glosado al Ilustrísimo”.

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sobrevivir a su amigo jesuita poco más de cinco meses, ya que el P. Isla había fallecido en el destierro de Bolonia el 2 de noviembre de 1781. De hecho, en la correspondencia mantenida por el P. Isla con su hermana desde esta ciudad hay varias alusiones a la amistad que les seguía uniendo a los tres por entonces. Así, en una carta escrita el mes de marzo de 1775 le comunicaba que acababa de llegarle una importante ayuda económica del Capellán del Apóstol, sobrenombre que sin ninguna duda aplicaba a Bocanegra, por el contexto de este y otros escritos. Dos años después Isla informaba a María Francisca que, según noticias recién llegadas desde la Corte, el Capellán se hallaba allí por causa de una pastoral que acababa de publicar. Y tres meses después le recomendaba a un abate necesitado, hermano de un jesuita amigo, para que intercediera ante el Capellán con el fin de que le otorgase alguna prebenda40.

Monlau, Obras P. Isla, Cartas familiares, nn. CCLXXI (16-III-1775), CCLXXVII (14-III-1777) y CCLXXVIII (V-1777), pp. 527, 532 y 533, respectivamente. 40

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CAPÍTULO VIII POEMARIO Comenzamos a desarrollar en este capítulo el estudio pormenorizado de la obra literaria de María Francisca de Isla, y lo hacemos refiriéndonos a la modalidad con que ha sido principalmente definida por los biógrafos y escritos que se ocupan de ella: la poesía. Uno de los títulos con que nuestra biografiada ha pasado a la posteridad, la Musa Compostelana, le fue aplicado por el literato Cura de Fruime, Diego Antonio Cernadas y Castro, cuando ella compuso en verso la alabanza del arzobispo compostelano Bocanegra Xivaja: “Á un Bocanegra ensalzó / la Musa Compostelana*”. El prelado orador había encontrado en María Francisca, según Cernadas, la poetisa que acertó a cantar finamente su elocuencia mediante una décima famosa, a la cual nos referiremos en este mismo capítulo: “En el rumbo que siguió de la eloqüencia en el mar, puerto agradable encontrar en una Isla logró: los saludos recibió de ella con arte y fineza; (...) La Isla en su afectuosa décima, su elogio dió tan propio y claro, que no necesitaba de glosa”1. 1 Cernadas y Castro, Obras completas, II, Madrid 1778, 322-327. Los textos citados, en p. 323, con esta nota identificativa de la Musa Compostelana: *“Mi Señora Doña Maria Francisca de Isla y Losada”.

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Con esa fama de buena poetisa fue tratada posteriormente por los biógrafos y estudiosos de la literatura, a pesar de no haberse conservado ejemplares de sus poemas. Todos repetían, en general, un dato transmitido sin referencia ni crítica alguna: que antes de morir había quemado su producción escrita, de la cual apenas se lograran salvar unos pocos ejemplares repartidos previamente, aunque ilocalizados e inéditos. De nuestra investigación del tema, hemos podido concluir que el dato había sido aportado en principio por Monlau, el editor póstumo de las obras selectas del P. Isla (1850), a quien siguieron algunos autores gallegos que lo generalizaron en nuestros medios culturales: así, Murguía (1862) y Moreno Astray (1865)2. Ciertos críticos apuntaron que en la correspondencia intercambiada por el P. Isla con su hermana María Francisca –que ésta publicó póstumamente (1785-86)– se podían encontrar diversas referencias a la obra poética de nuestra autora, e incluso muestras de algunos versos que el sabio jesuita le había corregido. Muchos años después (1957) Martínez Barbeito localizó y publicó un corto poema en gallego (96 versos) de la Musa Compostelana, hasta aquella fecha inédito, lo que permitió incluirlo a partir de entonces en las antologías literarias. Por nuestra parte, ofrecemos también en el cuerpo de esta obra otros tres poemas inéditos, hallados durante nuestra investigación (que suman 1.104 versos), cerrándose con ellos de momento el poemario conocido de nuestra poetisa. Tomando como base este conjunto de elementos, hemos redactado los contenidos del presente capítulo, que se distribuyen sucesivamente en seis apartados. El primero sitúa la obra poética de María Francisca de Isla en las coordenadas de la lírica española del siglo XVIII, detalla las muestras de la misma que nos son conocidas y presenta sus contenidos de manera global. El segundo apartado presenta la panorámica general de la obra poética de nuestra escritora, tanto la insinuada en la correspondencia del P. Isla con su hermana, como un sumario de los pocos poemas de su autoría conocidos en la actualidad. El tercer apartado se refiere al escrito poético más extenso de los conservados, que tienen como autora a María Francisca de Isla, la inédita Despedida de Lidia y Armido, datada en el año 1770. El apartado cuarto hace lo mismo con una décima compuesta por la Musa compostelana hacia finales del año 1772, mediante la cual se congratulaba por el nombramiento de Francisco Alejandro Bocanegra como arzobispo compostelano.

Cf. respectivamente: Monlau, Obras P. Isla, Madrid 1850, XVI; Murguía, Diccionario de escritores, Vigo 1862, 158; F. Moreno Astray, El viagero en la Ciudad de Santiago, Santiago 1865, 381. 2

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El apartado quinto presenta otro poema, en este caso un soneto, elaborado por María Francisca con el mismo motivo y por las mismas fechas, que se explaya sobre las grandes cualidades del nominado, buen conocido suyo desde su época de obispo de Guadix. Y el sexto apartado transcribe íntegro y comenta un romance en gallego, dedicado por María Francisca al Cura de Fruime, incuestionable prueba de la gran amistad que les unió a ambos durante más de dos décadas.

1. EN LA ÓRBITA DE LA POESÍA LÍRICA DEL XVIII Prácticamente todas las publicaciones que se ocupan por una u otra razón de nuestro personaje, hacen notar las altas cualidades literarias que la adornaban y la destacan como una de las mujeres más ilustres de su tiempo en este campo, especialmente dentro de la sociedad gallega. Con todo, debido a la carencia de muestras de su obra poética, bastantes autores tienden a considerar que sus dotes le permitieron sobresalir más por sus trabajos publicistas y escritos en prosa que por sus composiciones en verso. Pese a ello, ninguno de los biógrafos de María Francisca de Isla deja de referirse a su práctica poética, que ubican dentro de la corriente lírica de su época, aunque muy pocos aportan pruebas o al menos alusiones directas a la misma.. En general, las publicaciones de este tipo que hemos manejado agotan sus alusiones a la obra poética de nuestra escritora con expresiones tan globales que nada desvelan de sus contenidos y características: “Produjo una notable obra literaria”, “Desarrolló con esmero la poesía”, “Cultivó... como en jardín florido, las flores más propias y delicadas del vergel de la poesía”, etc.3 Incluso las antologías históricas de la producción literaria se limitan a referenciar su obra, simplemente como Poesías perdidas, o a incluir tan sólo el texto de un romance dirigido al Cura de Fruime, única muestra de sus poemas que se había localizado recientemente4. Ciertos autores, también de forma genérica, se decantan por valorar su producción poética como de baja calidad literaria5, ateniéndose al juicio negativo que hace ya siglo Cf. Muguía, Diccionario de escritores, Vigo 1862, 158, en nota al pie; Fernández, La defensora de Fray Gerundio, Lic Fr, XXVIII (1975) 264; Eguía, La predilecta hermana, Humanidades, VII (1955) 259. 4 Cf. como ejemplo de una y otra práctica: Serrano Sanz, Apuntes para una biblioteca, I, Madrid 1903, 541; X. Mª Álvarez Blázquez, Escolma de poesía galega, II, Vigo 1959, 304-306. 5 Así, Martínez Barbeito, Romance en gallego, BRAG, XXVIII, nn. 321/326 (1957) 32. 3

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y medio había hecho de la misma Monlau, del cual nos vamos a ocupar de inmediato. Revisadas con cierta atención las referencias de este tipo que se hacen sobre la obra poética de María Francisca de Isla, hemos de concluir que todas están basadas, directa o indirectamente, en la valoración que le mereció a Monlau mediado el siglo XIX. En la amplia introducción de carácter bio-bibliográfico que ofrece el editor de las obras escogidas del P. Isla, hay diversas alusiones a su hermana María Francisca, algunas muy interesantes, supuesta la “ruidosa fama” de que disfrutó en los círculos culturales de Compostela. Sin embargo, destaca entre ellas una, a la que aluden diversos biógrafos y en la que se basan las citados juicios negativos, todo lo cual nos mueve a reproducirla literalmente: “Poco ántes de su muerte destruyó la mayor parte de las poesías que había compuesto. Nosotros hemos debido á la amabilidad del Señor Don Enrique C. Landrin, hijo, bibliófilo distinguido, el gusto de ver algunas de las Poesías de la Señora de Isla, que se salvaron de las llamas; consisten casi todas en cuartetas, décimas y otros poemitas menores sobre asuntos insignificantes; y, á juzgar por lo que hemos visto, si en materias literarias ántes importa ser justos que galantes, diremos con llaneza que nada absolutamente perdió el Parnaso castellano con haberse entregado al fuego las frias y asaz mal rimadas inspiraciones de la hermana del Padre Isla”6. Poco más podríamos decir nosotros al respecto, siglo y medio después del severo juicio emitido por Monlau y seguido posteriormente por otros autores sin mayor crítica. Sin embargo, algunas muestras de la poesía de María Francisca recogidas en la correspondencia de su hermano José Francisco y los positivos juicios emitidos por éste sobre el particular –con toda la parcialidad que el gran amor profesado a su ahijada pudiera inclinarle a tener–, obligan al historiador y al crítico literario a tenerlos en cuenta. Si a ello sumamos el hallazgo del mencionado poema inédito por parte de Martínez Barbeito, que lo publicó inicialmente en 1957, la posibilidad de usar en la valoración una muestra real de la obra isleña amplía notablemente los elementos de juicio. Los especialistas podrían encontrar, pues, en esta primera obra conocida de nuestra literata la base para establecer nuevos criterios valorativos de su producción poética, aunque apenas los han emitido fuera del campo puramente lingüístico. Qui-

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zás hayan considerado la muestra insuficiente para avanzar en un juicio de mayor globalidad. El conjunto de escritos de la Musa compostelana, que se ofrecen a la atención del lector en distintos espacios de esta obra, nos permite anticipar algunos comentarios para superar las reiteraciones y tópicos con que los autores se expresan –salvo algunas excepciones– sobre la poesía de nuestra biografiada. En todo caso, si son o no acertados podrá comprobarlo el interesado mediante la lectura en directo de sus escritos, pero la base real sobre la que los sustentamos es incuestionable. Su obra poética conocida se inscribe dentro de las corrientes literarias del siglo XVIII, que intentaban sustraerse del influjo francés y recuperar el gusto nacional, especialmente tras publicarse la Poética de Luzán (1737)7. Con todo, la lírica desarrollada a lo largo de ese siglo obedeció a diversos estilos y situaciones, corrientes culturales y demandas literarias: postbarroco, clasicismo, rococó, poesía ilustrada, prerromanticismo y neoclasicismo8. Especialmente durante el reinado de Carlos III, brillarán figuras cuya obra corresponde a esas variantes poéticas (como los Moratín, Cadalso, los componentes de las apellidadas Escuela salmantina y sevillana...), entre las que destaca la tétrada formada por Meléndez Valdés, el gran lírico del siglo, Jovellanos, Forner y Vaca de Guzmán9. Todo eso al margen de las citadas nomenclaturas con que se distinguen las diversas corrientes, que algunos críticos actuales intentan eliminar, empleando únicamente el término general de poesía ilustrada para referirse a las obras líricas de la segunda mitad del XVIII10. Descendiendo a la obra poética de María Francisca de Isla, hay que constatar el silencio que la mayoría de los autores guardan sobre ella, sin ninguna duda por los motivos ya apuntados. Digamos, con todo, que la conocida obra de Cueto sobre la lírica del siglo XVIII aporta una valoración poco positiva de los escritos poéticos del Cura de Fruime, así como la calificación de “poeta rastrero” que le merecen los versos del P. Isla11, uno y otro indudables maestros –o al menos inspiradores– de nuestra escritora en la redacción de sus versos de tendencia neoclásica y en el uso de sus

Cf. J. L. Alborg, Historia de la literatura española, III. Siglo XVIII, Madrid 1972, 256-291. Cf. J. Arce, La poesía del siglo ilustrado, Madrid 1981, 7-31 y 420-431. 9 Remitimos únicamente a un par de manuales clásicos en el mundo académico: Á. Valbuena Prat, Historia de la literatura española, III, Barcelona 21957, 119-148; J. L. Alborg, o.c., III, 365-534. 10 Así, R. Froldi, ¿Literatura prerromántica o literatura ilustrada?, en II Simposio sobre el P. Feijoo y su siglo, II, Oviedo 1983, 477-482. 11 Cf. L. A. de Cueto, Poetas líricos del siglo XVIII, Madrid 1901, pp. CII y CXXIX, respectivamente. 7 8

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formas líricas. Es probable que la baja calidad literaria que muestran en ocasiones los escritos poéticos de uno y otro maestro, se hubiera transferido a los de su discípula, justificando así el poco favorable juicio que le merecieron a Monlau aquellos poemas que pudo leer, salvados de las llamas a las cuales fueran condenados por su autora, “casi todos cuartetas, décimas y otros poemitas menores sobre asuntos insignificantes”12. La distinta temática de las cuatro citadas composiciones de María Francisca –únicas de que disponemos– condicionan, dentro de su estilo lírico, las formas y modalidades poéticas con que la expresan, todas ellas del género a que nos estamos refiriendo. Así, los poemas escritos para celebrar el nombramiento de Bocanegra como arzobispo de la sede compostelana, que tienen un carácter laudatorio de corte epigramático, adoptan las solemnes formalidades del soneto y la décima, que se prestan para expresar contenidos de cierta prestancia y grandiosidad. Por su parte, el poema en gallego dedicado al Cura de Fruime, de carácter amigable y contenido más cotidiano, eligió la forma tradicional del romance octosílabo, que se habilita mejor para el relato de las relaciones humanas. A su vez, la Despedida de Lidia y Armido, que no va dirigida a una persona en particular, pretende ser un poema amoroso que relata las relaciones entre dos personajes de ficción y se desarrolla en octavas reales, estrofas de factura pretenciosa muy usadas en la poesía cortesana, que podrían embellecer unos contenidos de poca originalidad. Ofrecer al lector, partiendo de estos únicos poemas conservados de nuestra autora, una valoración matizada de su obra poética y encuadrarla en alguno de los estilos o variantes de la lírica del XVIII a que nos hemos referido más arriba, nos parece difícil si se quiere precisar la cualificación. Pero, en todo caso, sí podemos ubicar los dos poemas dedicados al arzobispo Bocanegra y la Despedida de Lidia y Armido dentro de la corriente que muchos autores siguen definiendo como poesía neoclásica; y el romance dedicado al Cura de Fruime, dentro del denominado prerromanticismo o primer romanticismo, que anticipa este movimiento a la década de 177013. Esta última adscripción está patrocinada por Filgueira Valverde, quien considera el poema en gallego como claramente prerromántico y adelantándose a Rosalía de Castro, tanto por el uso consciente del habla popular y la mezcla de ironía-tristeza, como por el complejo de “eterna enferma” que exhibe su autora14.

Monlau, Obras P. Isla, Madrid 1850, XVI. Cf., por ejemplo, R. P. Sebold, Trayectoria del romanticismo español, Barcelona 1983, 126-136. 14 Cf. Filgueira Valverde, Dona Maruxiña, en Terceiro adral, Sada 1984, 73-74. 12 13

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2. MUESTRAS DEL POEMARIO ISLEÑO Aparte los contados poemas de que trataremos en otros apartados de este capítulo, todo lo sabido sobre la producción literaria de María Francisca de Isla y Losada es poco más que referencial. Por ello, vamos a tratar de completarlo con algunos testimonios de su obra escrita conservados en la correspondencia del P. Isla, que confirman en general lo dicho en el apartado anterior. Las referencias más antiguas de que disponemos sobre el particular se encuentran en el epistolario isleño de 1756, cuando nuestra biografiada contaba sólo veintiún años de edad. Una de ellas, que aparece en la carta dirigida por el docto jesuita a su hermana el 20 de marzo, es del mismo tipo genérico que la ya citada de Monlau (“consisten casi todas en cuartetas, décimas y otros poemitas menores”) y dice así: “Hasta ahora no has sabido dar á luz mas que buenas seguidillas y décimas muy rollizas, según aseguran los que las vieron”15. Un par de meses antes el P. Isla le había comunicado, también desde el colegio de Villagarcía de Campos, que acababa de recibir carta de su común amigo el Cura de Fruime (ya hemos reproducido todo el párrafo en el capítulo anterior, por lo cual nos dispensamos de repetirlo), en la cual le decía: “De mi señora su hermana tuve estos dias unas bellas cantáridas que me aburraron”, afirmación explícita de su calidad literaria, superior a los versos del propio clérigo. Y algunos días después, desde el mismo colegio, el insigne autor escribía de nuevo a María Francisca tras leer las seguidillas intercambiadas entre ella y Cernadas, corrigiendo algunos versos de las de su hermana en la forma siguiente, lo que nos ha permitido conocer parcialmente su texto: “No puedes deber gracia, Diego, al cariño, Pues todo el que yo te tengo Te es muy debido”16. Consideramos suficientes las referencias aducidas para llevar al ánimo del lector la certeza de que María Francisca había iniciado su producción poética en los años

15 16

Monlau, Obras P. Isla, Cartas familiares, n. LVI, p. 447. Monlau, Obras P. Isla, Cartas familiares, nn. XLVIII y LII, pp. 444 y 446, respectivamente.

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jóvenes, recién casada, y que ésta correspondía al género lírico entonces muy extendido, tanto en los contenidos como en las formas. A mayores de ellas, la única muestra completa que se conocía hasta ahora de la producción poética de la Musa Compostelana, era el poema gallego dirigido por nuestra autora al Cura de Fruime en 1775 y publicado inicialmente –con un buen estudio sobre el mismo– por Martínez-Barbeito en al año 1957, que después se ha recogido en varias antologías poéticas gallegas. Se trata de un romance de 96 versos y es un hermoso testimonio de la amistad que unía a María Francisca de Isla con Cernadas, del que nos ocupamos con detalle en este mismo capítulo. Nuestra investigación documental sobre posibles escritos desconocidos de la poetisa, que hemos mantenido durante años, nos ha reportado hasta ahora escasos resultados. Con todo, ese trabajo produjo el fruto de localizar algunos inéditos y ello, sumado a las exiguas muestras que se poseían de la obra isleña, nos permite ofrecer al lector nuevos elementos –objetivos, reales, bien identificados– a la hora de estudiar en detalle y hacer una valoración crítica de su poemario. Por esta razón, informamos sintéticamente de tres inéditos cuya autoría isleña nos parece indudable, los cuales –sumados al citado hallazgo de Martínez Barbeito– nos permitirán establecer en los apartados siguientes un estudio de base real y algunos criterios evaluativos de la lírica de María Francisca de Isla. Son los siguientes, presentados por orden cronológico: — Un extenso poema de 1.080 versos, que se desarrolla en 135 octavas reales, titulado Despedida de Lidia y Armido, cuyo manuscrito (sin duda una copia del original y cuyo amanuense no es el autor) aparece rematado con esta expresa nota de autoría y fecha de composición: “Es de mi S.ra D.ª M.ª F.ca de la Ysla, y Losada. Año de 1770”. — Una décima (10 versos de arte menor) compuesta con ocasión de haber sido propuesto por Carlos III para ocupar el cargo vacante de arzobispo compostelano, Francisco Alejandro Bocanegra Xivaja. Aunque la presentación se había producido a finales de octubre de 1772, el elegido no fue confirmado hasta marzo de 1773, lo que sitúa su posible fecha de composición hacia finales del año 1772. La introducción con que la ofrece el documento original es bien expresiva: “Luego que llegó la noticia de que el Rey havia dado al Ill.mo Bocanegra este Arzobispado, Dª Maria Fran.ca de Isla compuso la siguiente Decima q.e anda impresa”. — Un soneto (14 versos de arte mayor) elaborado en las mismas circunstancias que la décima anterior, lo cual nos obliga a datarlo también a finales de 1772.

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El escrito toma como referencia otro soneto del Cura de Fruime, escrito tras la muerte del arzobispo Rajoy en el anterior mes de julio, y utiliza sus mismas palabras finales para la consonancia, haciendo con ese marco formal una loa del nuevo prelado compostelano. También en este caso la identificación es patente: “Este soneto dio motivo a que mi Sª Dª Fran.ca de Isla, vali(endose) de sus propias Consonantes hiciese el siguiente en obsequio del Ill.mo Bocanegra, Arzobispo electo de Santiago”. Sumados los versos de estos tres poemas a los 96 del romance publicado por Martínez Barbeito, resulta un total de 1.200 versos, cifra ciertamente exigua en una producción poética, pero sí suficientemente significativa para poder realizar un nuevo estudio de la poesía isleña. El análisis circunstanciado de estos tres inéditos (fuentes, autoría, contenidos, elementos destacables, etc.) se desarrolla en otros espacios de la obra, lo que nos exime de anticiparlos aquí.

3. DESPEDIDA DE LIDIA Y ARMIDO (1770) De los tres poemas inéditos de María Francisca de Isla que ofrecemos al interés del lector, el primero es este extenso canto lírico, tanto por su fecha de composición (contaba entonces su autora treinta y cinco años de edad) como por el elevado número de versos que lo componen17. Comencemos por decir que, dadas sus características formales y sobre todo su inusual longitud, el poema no se presta a ser reproducido íntegramente en este apartado mas bien breve –cosa que sí haremos con los dos siguientes, de pocos versos–, por cuya razón le dedicamos al final de la obra un apéndice que lo recoge en su totalidad, además de introducir su lectura con unas notas de carácter literario y técnico. En su estructura formal este poema isleño se desarrolla usando la modalidad de octavas reales, estrofas formadas por ocho versos de arte mayor (endecasílabos) que siguen esta rima consonante: A-B-A-B-A-B-C-C. Como está formado por 135 estrofas, la suma total de sus versos se eleva a 1.080, exactamente el noventa por ciento de la producción poética que conocemos de María Francisca de Isla como autora.

17 El original se encuentra depositado en la Biblioteca Nacional, Madrid: Ms. 22.058, Despedida de Lidia y Armido, escrito p.r la S.ra de Isla, 22 fols. por ambas caras.

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En cuanto a sus contenidos, digamos que el título de la obra es muy indicativo de los mismos. La Despedida de Lidia y Armido es una encadenada serie de estrofas que expresan la despedida de estos dos amantes, a causa de partirse él para la guerra, consecuencia de una decisión que le ha llevado a preferir las empresas bélicas –buscando encumbrarse en la carrera de las armas– al amor de Lidia. El poema expresa el gozo de amar y el dolor de una mujer que sufre, o casi muere, por verse preterida. Y, aunque se subtitula Canto heroico, sólo una mínima parte del poema lo es por temática y expresión, ya que tanto los contenidos como la formalidad de las estrofas responden al género lírico de la poesía neoclásica. La trama desarrolla el tema resumido anteriormente con ritmo irregular, preferentemente moroso y reiterativo, careciendo a menudo de esa fuerza interna que presta emoción a un canto de este género. A ello contribuye sin duda que, con frecuencia, las estrofas se desenvuelven de manera artificiosa, resultando repetitivas, sin mucha riqueza en las rimas, que abusan sobre todo de terminaciones rebuscadas cuando no pobres (formas participiales y adjetivas), así como el empleo de muletillas para cuadrar los versos (ya, pues, oh, bien, etc.). A veces da la impresión de que la autora alarga innecesariamente el desarrollo del argumento o de un contenido que no daba más de sí, recargándose de expresiones y acentos reiteradamente amorosos, con vueltas y revueltas a los mismos elementos, que por ello no son siempre fáciles de interpretar. La elaboración del poema se corresponde con un período de relativa madurez literaria de María Francisca de Isla, que contaba en ese momento treinta y seis años de edad y llevaba más de quince casada con Nicolás de Ayala. Era el tiempo en que su relación literaria con el Cura de Fruime la había favorecido notablemente y su fama era reconocida en los círculos culturales de Compostela; pero le faltaba, también, la presencia inspiradora y la mano correctora de su hermano José Francisco, desterrado en Italia tras la expulsión de los jesuitas decretada por Carlos III en 1767. Todo ello puede justificar, al menos en parte, la poco depurada calidad general de un poema, al que sin duda le haría falta una corrección a fondo en sus contenidos, extensión, ritmo de la trama, formalidad de las estrofas, etc. Lo decimos, por supuesto, teniendo en cuenta las temáticas y variedades poéticas de la época, especialmente en el contexto gallego, poco pródigo en literatos de calidad, dependientes casi siempre de las formalidades neoclásicas de los poetas de la escuela salmantina. El lector ha de hacer, por esa razón, el esfuerzo de situar esta obra en sus coordenadas precisas y valorar lo que tiene de positivo en su tiempo, con cuyo fin le remitimos al apéndice para consultar en directo el texto del poema.

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Con todo, nos permitimos reproducir aquí algunas estrofas destacables (las hemos seleccionado sin criterios especiales, por lo que es posible encontrar otras mejores), con el ánimo de motivar a una lectura del conjunto, que en su neoclásica formalidad no ofrece quizás muchos alicientes para un lector exigente. La estrofa 2 tiene un fuerte sentido interno, describe la acción con dinamismo (la escuadra, con su inminente partida, pone en marcha el mecanismo de todo el poema) y su factura externa nos parece lograda: Gemia ya el metal, ya resonava en los ecos del viento repetido orrisono tambor, que redoblava el son, el eco de la mano herido: Animoso el soldado se embarcava: despedia el Amante enternecido: formando ya en las liquidas espumas, vosques las Naves, y Jardin las plumas. La estrofa 8, de neto contenido amoroso y cierta carga lírica, expresa el dolor de Lidia al no poder impedir la partida de su amado a la guerra: Pena Lidia; y lo mas que â ella maltrata, es la poca esperanza de su ruego: entre suspiros, lagrimas desata occeanos de nieve, otras de fuego. Son sus ojos, dos golfos que dilata el fuego en llanto, quando el llanto en fuego: siendo aun en ellos, discretos los pesares, que eclypsan soles, porque nazen mares. Quizás la estrofa 11 subraya aún más el tono lírico y logra un acertado juego de palabras, cuyo contraste de expresiones da este bello resultado: Que poco dura un bien! que mal segura una esperanza su verdor retira! Ay caduco plazer, falsa ventura! Ay sombra vana, flor, dulze mentira! Jazmín, que en quanto naze, solo dura!

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Rosa, que apenas abre, quando espira! Pues â el sol madrugando, con sol arde, â el Alva hechizo, lastima a la tarde. Para no multiplicar ejemplos, concluimos con la estrofa 135, con la cual se cierra el poema y de alguna manera resume toda su temática: Hermosura gentil, que tanto amaste, que por sin vida amar, la vida diste: y tanto por tu bien te desvelaste, que perdido tu bien, tu te perdiste. Este amor, de que tanto te pagaste; este amor, a quien firme obedeciste: te eterniza en el templo de la fama, donde siempre bien vive, quien bien ama.18

4. DÉCIMA AL ARZOBISPO BOCANEGRA (1772) En el capítulo anterior nos hemos extendido sobre la relación literaria, y más tarde amistosa, que unió durante casi tres décadas a María Francisca de Isla con el arzobispo compostelano Francisco Alejandro Bocanegra Xivaja (1772-82), ya desde sus tiempos de obispo de Guadix y Baza. Aducíamos también allí diversas pruebas epistolares de esa relación, aludiendo asimismo a las afirmaciones de ciertos biógrafos que la suponían autora de algunos poemas en honor de dicho prelado. Nuestra investigación en búsqueda de escritos isleños que se hubieran salvado de la quema decretada por su autora no obtuvo, como hemos indicado anteriormente, muchos frutos. Entre los pocos logrados, hemos de destacar uno que nos permitió desarrollar éste y el siguiente apartado, además de ofrecer al lector escritos inéditos y contenidos novedosos debidos a la pluma de la escritora compostelana. Nos referimos en concreto a una pequeña serie de poemas incluidos entre la colección de manuscritos atribuidos al Cura de Fruime (inéditos en su mayoría), que se custodia en la Biblioteca Xeral de la Universidad de Santiago. Como se podrá comprobar de inmediato, dichos poemas –que deben su autoría a diversas personas–

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Cf. Biblioteca Nacional, Madrid: Ms. 22.058 cit., fols. 1, 2-2v., 3 y 22, respectivamente.

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tienen una directa relación con ciertos escritos de Diego Antonio Cernadas y eso justifica la inclusión entre sus originales. Un primer bloque de poesías se desarrolla en torno a una décima compuesta por nuestra escritora, con motivo de haber sido propuesto Bocanegra por el Rey para cubrir la vacante del arzobispado de Santiago, cuyo escrito circuló al parecer impreso por los ambientes compostelanos, aunque no se ha localizado ningún ejemplar del mismo. Afortunadamente la copia incluida entre los manuscritos de Cernadas, nos permite conocer el texto de uno de los pocos poemas de nuestra autora que se conservan, compuesto en el tiempo inmediatamente posterior a la citada propuesta arzobispal. Sabemos que el Rey la había presentado a finales de octubre de 1772, aunque el Papa no la confirmó hasta cinco meses después, pero entonces las noticias de este carácter eran del dominio público desde que se producía la propuesta real, lo que sitúa la posible datación del poema hacia finales del año 1772. La décima en cuestión es un corto poema de diez versos (octosílabos de rima consonante: a-b-b-a-a-c-c-d-d-c), que se congratula por el nombramiento para la diócesis compostelana de un prelado de grandes cualidades espirituales y pastorales, sin duda bien conocidas de quien había compuesto el escrito. Su ocasión y autoría constan expresamente en la breve introducción en prosa que lo precede, cuya inconfundible caligrafía es de la mano de Cernadas, como la mayoría de los escritos coleccionados en el volumen citado. Dicen así introducción y poema: “Luego que llegó la noticia de que el Rey havia dado al Ill.mo S.or Bocanegra este Arzobispado, Dª Maria Fran.ca de Isla compuso la siguiente Decima q.e anda impresa. O feliz Arzobispado! pues te hà concedido el Rey, en premio de tu gran Ley, un tan insigne Prelado: á Boca-negra te hà dado, el mas perfecto Orador, Noble, recto sin rigor, Docto, Afable, Limosnero: en fin Padre verdadero, y un vigilante Pastor”19. 19

BXUSdC: Ms. 631, Décimas y Romances del Cura Fruyme, vol. 1º, fols. 137v.-138.

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El poema de María Francisca, al circular impreso como se dice, debió tener bastante difusión y suscitar opiniones encontradas. El mismo Cura de Fruime copió de su propia mano tres contestaciones al escrito de nuestra biografiada, que se conservan también entre sus inéditos. Las tres réplicas poéticas se encuentran consecutivamente a continuación de la que acabamos de reproducir y todas se desarrollan, también, en forma de décimas. Una nota aclaratoria de Cernadas, puesta al margen, advierte al posible lector: “No es de Fruime esta resp.ta ni lo consigte a ella”. La primera de ellas va precedida de esta identificación: “Decima en respuesta” y se desarrolla utilizando las mismas palabras consonantes, finales de cada verso, que el poema de María Francisca, aunque su contenido es una clara toma de posición contra ella y el mismo arzobispo Bocanegra. Su texto dice así: “O feliz Arzobispado! si te libertara el Rey de una que vive sin Ley, sin verguenza, y sin Prelado: bastantes luzes le hà dado un cierto buen Orador, diciendola que en rigor San Lino es el Limosnero Boca-negro verdadero de esta oveja sin Pastor”20. El segundo poema de réplica –Cernadas hace notar antes de su texto: “Otra de otro Author”– va directamente contra María Francisca de Isla, siendo algunos de sus versos de tono ofensivo, como se puede ver: “Doña Francisca Maria una copla de diez pies hizo á Boca-negra, que es tanto de ella, como mia: por reglas de Compañia hecha sus quentas la tal, mas le han de salir muy mal, por que si vè Boca-negra 20

BXUSdC: Ms. 631 cit, vol. 1º, fol. 138.

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su cara de Cabra, y suegra, la volverà al tras-corral”21. La tercera de las décimas conservadas va precedida de esta simple nota: “Otra decima”, y a su término lleva esta otra: “Es letra del muchacho”, que Cernadas puso de su mano en otros poemas de la colección copiados con distinta caligrafía a la suya, aludiendo sin duda a los manuscritos por un joven. El contenido es claramente contrario y despectivo tanto de su autora (la “loca muger de Ayala”) como del arzobispo Bocanegra (“uno de la ciencia media”, alusivo a su formación teológica, lo que nos sugiere un posible autor clérigo). El texto dice así: “A todos causa dolor Compostela tu tragedia, que uno de la ciencia media venga á ser tu Superior: mas no es esto lo peor, por que la cosa mas mala es, segun ella propala, que trate esa Negra-boca con una Muger tan loca como la Muger de Ayala”22. Todos estos poemas contra María Francisca de Isla fueron probablemente, producto de personas envidiosas procedentes del entorno social y clerical en que se movía la poetisa compostelana, dolidas quizás de la categoría literaria de esta dama que triunfaba en una ciudad de cultura marcadamente masculinista. Sin que el texto aducido, dada su breve extensión y mínimos contenidos, nos permita una valoración ajustada de la calidad literaria de su autora, evidencia una correcta técnica formal y sobre todo un conocimiento interno del personaje, más allá de la acostumbrada alabanza típica de los poemas gratulatorios. Algunos de los epítetos con que lo describe se adecuan a los datos que los historiadores ofrecen sobre Bocanega: “perfecto orador” (sus varios volúmenes de sermones lo prueban), “docto” (no sólo por la titulación doctoral, sino por su saber teológico, seguidor de la teoría jesuítica de la “ciencia media”), “limosnero” (dato destacado por sus biógrafos). 21 22

BXUSdC: Ms. 631 cit, vol. 1º, fol. 138. BXUSdC: Ms. 631 cit, vol. 1º, fol. 138.

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5. SONETO AL ARZOBISPO BOCANEGRA (1772) La ya mencionada relación, largamente mantenida, entre María Francisca y el arzobispo Bocanegra hubo de dejar sin duda numerosas pruebas literarias y epistolares, de las que desgraciadamente han llegado muy pocas hasta nosotros. El P. Isla y Diego Antonio Cernadas nos han transmitidos referencias y alusiones puntuales a algunas de ellas, permitiéndonos también conocer los sobrenombres con que habían bautizado a ambos: el Capellán del Apóstol y la Musa Compostelana. La investigación de que dimos cuenta en el apartado anterior, además del escrito isleño (y las tres décimas contestatarias del mismo) allí reproducido, nos ha permitido también acceder a otro poema de nuestra escritora conservado entre los manuscritos inéditos del Cura de Fruime, que se custodian en la Biblioteca Xeral de la universidad compostelana. En efecto, inmediatamente antes de las décimas transcritas en el apartado previo (la de María Francisca y las tres anónimas de réplica), dos sonetos de lograda factura nos permiten conocer sendas muestras poéticas debidas a la Musa Compostelana y al Cura de Fruime. El primero de los poemas fue compuesto por Cernadas tras el fallecimiento del arzobispo Bartolomé Rajoy Losada, sucedido el 17 de julio de 1772, y está encabezada así: “Soneto que a la muerte del Ill.mo Señor Rajoy compuso el Señor Abad de Fruime”, desarrollándose como sigue: “Llora, Galicia, llora Patria amada, de tan fiero, y fatal dolor herida, y publiquelo en llanto convertida. la sangre por tus ojos derramada. De tu amado Rajoy acompañada te hallabas felizmente engrandecida, mas oy sin el aliento de su vida una orfandad padezes duplicada. En el un Hijo grande te diò el Cielo: de un Padre en el hallaste amparo fixo: hijo, y Padre perdiste; que desvelo! mas templese tu pena, pues colixo, basta para tu honor, y tu consuelo el haber sido Madre de tal hijo”23. 23

BXUSdC: Ms. 631 cit, vol. 1º, fol. 137.

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El segundo de los poemas fue elaborado por nuestra poetisa, sin duda pocos meses después del anterior, al tenerse noticia de que Bocanegra había sido propuesto por el Rey (lo hizo el siguiente 27 de octubre) para ocupar la vacante arzobispal de Compostela. Usando una técnica entonces bastante común, la Isla eligió la misma forma poética para su escrito (un soneto) y se forzó a utilizar la mismas palabras finales de los catorce versos como consonantes de su composición. El resultado, que va precedido de una nota identificativa, se desarrolla así: “Este soneto dio motivo a que mi Sª Dª Fran.ca de Isla, vali(endose) de sus propias Consonantes hiciese el siguiente en obsequio del Ill.mo S.or Bocanegra, Arzobispo electo de Santiago. Soneto Canta Galicia, canta Patria amada, pues cuando estabas de dolor herida, tu pena ves en gozo convertida, y la alegria en todos derramada. De Bocanegra seràs acompañada con su Ciencia, y Virtud engrandecida, si sigues el exemplo de su vida haràs asi tu gloria duplicada. En el un Padre grande te dà el Cielo, en el encontraràs amparo fixo, ama a los pobres, que cuida con desvelo: y asi tu pena cese, pues colixo que si un hijo le falta à tu consuelo, llena este Padre la falta de un tal hijo”24. También este bello poema de nuestra biografiada obtuvo respuesta anónima y maledicente, en forma de otro soneto que usa las mismas consonantes para la rima, aunque es de inferior categoría literaria. El escrito, de veladas alusiones a los dos hermanos Isla, concluye invitando a María Francisca a concebir un hijo antes que inútiles poemas, y se desenvuelve así: 24 BXUSdC: Ms. 631 cit, vol. 1º, fols. 137-137v. Hemos reconstruido el texto de la introducción, que va entre paréntesis, de manera hipotética, pues ha desaparecido en el original por causa de la encuadernación del volumen, que mordió lo escrito al borde del folio.

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“Llora infeliz Muger, que eres amada de los que tienen la caveza herida, y en figura de Cabra convertida anda por precipicios derramada: De tu Porto-carrero acompañada, no presumas que estàs engrandecida, pues todos en su vida, y en tu vida miran una locura duplicada: Si pusieras tus miras en el Cielo, y en la tierra tuvieras punto fixo, fuera la rueca todo tu desvelo. De estas y otras premisas yo colixo que mejor fuera para tu consuelo volver à las Ermitas por un hijo”25. Como en el caso de la décima transcrita y comentada en el apartado anterior, el soneto produjo esta malévola réplica (es posible que otras, desconocidas por nosotros, la acompañaran), probablemente por las razones allí apuntadas. En todo caso, nada empaña la calidad del poema de nuestra autora ni el correcto tratamiento del personaje cantado, cuyas auténticas cualidades vuelve a poner de relieve: ciencia, virtud, amor a los pobres, etc.

6. ROMANCE AL CURA DE FRUIME (1775) Cerramos este capítulo con un apartado que considera el único poema publicado hasta ahora bajo la indudable autoría de María Francisca de Isla, compuesto poco después de enviudar y cuando acababa de entrar en la cuarentena. Aunque su composición se remonta el entorno del año 1775, la obra permaneció inédita durante casi dos siglos hasta que un conocido académico coruñés la descubrió y ofreció al público. Comencemos diciendo que algunos autores (así, Álvarez Blázquez, Chao Espina y Freixeiro Mato) estiman que, entre la producción poética perdida de María Francisca de Isla, había una parte redactada en gallego. Al no aportar pruebas literarias ni razones de peso para confirmarlo, entendemos que su afirmación se basa

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BXUSdC: Ms. 631 cit, vol. 1º, fol.137v.

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exclusivamente en el poema a que nos estamos refiriendo, de casi cien versos, que Martínez Barbeito localizó en el archivo de una institución nacional y publicó por primera vez en 1957. Se trata de un romance escrito en gallego bastante correcto del último tercio del siglo XVIII y está dirigido por nuestra poetisa a su amigo el Cura de Fruime26. Este relativamente corto poema, una de las pocas muestras conservadas del arte literario de María Francisca, no mereció inicialmente una valoración positiva por parte de su editor, que lo consideró un “romance pedestre”; pero matizaba que, al estar escrito en gallego, “es todo lo castizo que podía ser cuando no había textos literarios a mano y era preciso aprenderlo del pueblo hablante”27. Álvarez Blázquez, que lo incluyó poco después en su antología poética gallega, estimaba que era “de esguía faitura irónica, e tamén dunha fonda e simpática carga humán”; mientras que Chao Espina lo considera, dentro de su tono festivo e irónico, atractivo y de un aceptable nivel en la utilización expresiva del idioma gallego28. Por su parte, Freixeiro Mato se limita a reproducirlo en su antología29. Nosotros opinamos que el romance, aparte su discutible calidad lingüística y literaria, parece ser un escrito de respuesta a otro anterior compuesto por Cernadas también en lengua gallega, que el conocido literato y párroco rural usaba con soltura y con cierta asiduidad en una época de desprestigio público de nuestro idioma, el cual posiblemente lo había aprendido en el uso coloquial con sus feligreses de Fruime. El poema de que estamos tratando, cuya autoría por parte de María Francisca de Isla parece indubidable, ha sido reproducido después en algunos escritos de diverso carácter –por ejemplo, en la citada antología de Álvarez Blázquez30–, pero se ha hecho siempre a partir del texto aportado inicialmente por Martínez Barbeito. Consultado en directo el manuscrito original, hemos notado en él ciertas diferencias menores respecto al de la citada primera edición (algunos vocablos dispares, la grafía de distintos términos, los signos de puntuación, etc.), lo cual nos ha motivado a reproducirlo íntegramente con total fidelidad al documento archivado, así como a desarrollar después un breve comentario sobre sus elementos más destacados.

C. Martínez Barbeito, Doña María Francisca de Isla y su romance en gallego al Cura de Fruime, BRAG, XXVIII, nn. 321/326 (1957) 17-36. 27 C. Martínez Barbeito, art. cit., 33-35. 28 X. Mª Álvarez Blázquez, Escolma de poesía galega, II, Vigo 1959, 304; E. Chao Espina, María Francisca Isla y Losada, en GEG, XVIII, 73. 29 X. R. Freixeiro Mato, Os séculos escuros e a Ilustración galega. Antoloxía, Vigo 1996, 169-172. 30 X. Mª Álvarez Blázquez, Escolma de poesía galega, II, Vigo 1959, 304-306. 26

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El documento original se custodia en la Biblioteca de la Real Academia de la Historia y pertenece a los fondos procedentes de un legado del ilustrado coruñés José Cornide. El texto está escrito en unas sencillas cuartillas por ambas caras y va precedido de otra cuartilla en blanco, donde sólo figura la referencia que se cita al pie y esta escueta nota: “En dialecto gallego”31. Dada su corta extensión (tan sólo 96 versos) y por ser el único testimonio literario, publicado hasta hoy, de la amistad que unía a María Francisca de Isla con Diego Antonio Cernadas, lo reproducimos íntegro con el título que figura en el original: “Romanze escrito p.r mi S.ra D.ª Maria Fran.ca de Isla y Losada al S.or Abad de Fruime Ôu mèu Crego? Sei q’qués, que eu vote a lengua â paseàr? Catao ben, e despois non che pese, ò que àgora fás. Se contra toda concencia pensache de min tàn màl e estou queixòsa, ¿por que non me has ti de aloumiñar? Seique hè por que aló non vòlva á vèrbos de Balandran? ai da puja! q’a terriña èvós para cubizár. An que me trataches bèn s’a vesita non pagàs dou ò Demo pè ala poño nin me lembro de vòs màis. Q’èu, anque ben vós quero coma si fordes rapàz tamen vos esquenzerei como dea en enteimàr.

Dime algùnha còusa dòce como habes doito, é catá, que si asi no no fazedes, me escatimo, é velo hàs. Ven sabèdes, vaiche bòa! como estas cousas se fàn, è madia tendes, senon eu eime de encabujar. Sospeito, polo que vejo non qués a miña amistà, fas ben mais es com’así outra com’ela n’achàs. Deixame estàr à meu cabo layandome do meu mal, que abofè llas farto teño, gracias a Deus, que mo dà! Dòncheme tànto as sofràxes ô Peito, è aínda màis, que de dia, nin de nòite eu nunca podo acougàr.

Biblioteca de la Real Academia de la Historia, Madrid: Ms. 9/3894, n. 35, 4 cuartillas por ambas caras, la primera sólo con la aludida inscripción en el anverso. 31

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Teño moitos calafrios, a quentura ben detràs, receo, se hè ò mal catìbo, Dios che m’arrede de tàl. Soi mentes en Deus do Céo, agarimo podo achàr, pois cuitadiña de min, já non teño Pay, nin Nay! Estouche feita un Cadabre, e às vagoas dos ollos cán à cantos me ben no Leyto: ay miña Virgen da Paz! Se d’esta non dòu de costas vos ofrezo dir alâ (pois coàs dores relouco) por si remedio me dàs. Polo fio d’unha roca ó estagamo se me bay, é cortafeira coideiche que acababa de finar. Aunque à prea non hè grande si cà si, ò Sacristan disque à pestàna do figado se lle hiba alegrando já. Ô conto hè, si enturra n’eso Deus me libre das suas más, que anque eu non queira, na coba de chantarme heche capàz.

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Ahí vay esa esmoliña prá Virxen à empregà que che lla dou de boa mentes, cantè quen poidera mais! Eu só unha probe viuda mal pocado de min! aÿ! que esta remembranza sò me fay decote choràr. Nos Señora ben sabe ó tamaño de este màl, pois con oubilo na Igrèxa (soi mentes) ó sinteu xà. Tamen bay ese tabaque meu velliño, pois fungàs que cada grao de èl gorenta, con eso as fremas sairàn. Virás acò meu Dieguiño cando ò tempo milloràr, porqe si escorrega a Besta è esbarrufàs, ala bay. Ay Jesús! miña joiña! non fàlemos nesto mais, que dá grima sò pensalo, Deus vos garde bó é san. Santiago, Febreiro doce Ay! que non sey que me dà, que me esfraquezo de todo, e non podo vafexàr”.

Personalmente nos sentimos más concordes con el juicio de Martínez Barbeito que con el de los otros autores citados, respecto a la inspiración y a la calidad literaria del poema isleño, aunque lo matizamos por la dificultad que había entonces de escribir en gallego. Por otra parte, su tono es amigable y el tratamiento muy espontáneo, lo cual facilita las expresiones coloquiales del idioma popular que aparecen a lo largo de todo el escrito. Ello nos mueve a ser menos exigentes con este poema, que se presenta casi como una carta de amigo a amigo, donde importa más el contenido que la expresión literaria.

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El tema es, realmente, la afirmación de la amistad entre ambos poetas y del deseo de verse cuanto antes, expresado mediante la intención de María Francisca de volver a Fruime (se escribió en los últimos tiempos de la vida de Cernadas, cuando la edad y los achaques apenas le permitían salir de su parroquia), aunque sus habituales dolencias se lo impedían entonces por haberse agravado. Prometía, sin embargo, hacerlo tan pronto se aliviara y entretanto enviaba una limosna para los cultos de la Virgen (un mes antes de celebrarse la afamada novena de la Dolorosa), a fin de ser favorecida por su mediación. Como ya se dijo, el poema es un romance (en versos octosílabos, de rima asonante los pares), desarrollado en veinticuatro estrofas cuartetas, y se remata con la fecha del 12 de febrero, sin precisar de qué año. La alusión previa a la viudedad de la autora (que lo era desde octubre de 1774), reduce el arco cronológico de su composición a los años 1775-1777 (en marzo de este último fallecería Cernadas), moviéndonos a situarlo más hacia la primera que hacia la última una alusión del texto que se nos antoja próxima al acontecimiento: “Eu só unha probe viuda / mal pocado de min! aÿ! / que esta remembranza só / me fay de cote chorar”. Cerramos aquí este capítulo dedicado en general a la obra poética de nuestra autora y, en concreto, a las cuatro únicas muestras de que disponemos hasta hoy para juzgar sobre la calidad de la misma. Con el fin de facilitar al lector esta tarea, le hemos ofrecido el texto de los cuatro poemas (la Despedida de Lidia y Armido se publica en apéndice, por las razones ya apuntadas), ambientándolos en cada caso con unas breves notas, para no restar libertad al juicio personal de cada uno.

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CAPÍTULO IX EPISTOLARIO El epistolar es un sistema de comunicación humana tan antiguo como la escritura. A su vez, los epistolarios constituyen un género dentro de la expresión literaria que sucesivos autores han ido perfeccionando desde las épocas clásicas hasta la actualidad, como una de las más difíciles variantes del arte de escribir, tanto en prosa como en verso. Si el filósofo, el ideólogo, el científico, el novelista... utilizan las distintas modalidades de la prosa para expresar su discurso intelectual o su creación literaria sobre un tema; si el artista, el poeta, quizás el místico... se valen de las combinaciones rímicas del verso para comunicar mediante la belleza de las palabras su pasión estética; el escritor de cartas, sobre todo las dirigidas de persona a persona, las utiliza generalmente como vehículo de sus sentimientos y opiniones más directas. Con todo, es evidente que las colecciones epistolares más conocidas, en especial aquellas que han sido publicadas, ofrecen al lector numerosas variantes de intencionalidades y contenidos. Se encuentra en ellas desde cartas escritas literariamente, con la finalidad fundamental de ir a la imprenta, para hacer públicas las ideas, opiniones o experiencias de su autor, hasta las que –sin contar con el consentimiento de éste– han sido editadas por los receptores o por coleccionistas posteriores; desde cartas de carácter abierto y contenido público, preferentemente transmisoras de conceptos e informaciones (caso de un Cicerón o un Sagasta, de un Rousseau y un Platón, de Locke y de Canovas del Castillo), hasta otras de carácter privado o intimista, expresivas de los diversos sentimientos o de los afectos más hondos (como son las que comunican la profunda experiencia religiosa de un San Agustín o un Pascal, la honda preocupación social de Madame de Sevigné, o la correspondencia

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amorosa –cuando no erótica– mantenida entre Pérez Galdós y la Pardo Bazán, eso sí con la calidad literaria que los define a ambos). Hay epistolarios cuya aceptación pública estaría limitada de principio por el particularismo de sus contenidos, reducidos al ámbito de unas relaciones humanas poco originales o interesantes; otros sin embargo, aun desarrollándose en el mismo ámbito, lo trascienden por la calidad de sus sentimientos o por una acertada descripción de las situaciones humanas, sociales, políticas..., que despiertan la admiración del lector. Esto puede explicar el éxito de epistolarios literariamente tan diversos como los de Catón, Plinio, San Jerónimo, Merimée o Chesterfield. Como se verá a lo largo de este capítulo, María Francisca de Isla ha sido autora probablemente de un epistolario bastante prolijo en ejemplares escritos, aunque poco diversificado en destinatarios. Un epistolario por desgracia desaparecido en su mayor parte, siguiendo el destino de toda su obra literaria, y que debió ser vehículo excepcional de sus relaciones familiares, amicales, sociales y culturales. También, por las muestras que han llegado hasta nosotros, un epistolario de notable riqueza, que presenta una cierta semejanza con el de su hermano José Francisco de Isla –sin duda su principal destinatario y de cuya influencia literaria ya hemos tratado–, en cualquier caso al margen de toda intencionalidad editorial. El estilo directo, la soltura del vocabulario y el gracejo de expresión que muestran las cartas de María Francisca, no estaban reñidos con la calidad interna que les prestaban su cultura y experiencia literaria. Esas cualidades fueron, sin duda, las que movieron al P. Luengo –historiador de la Compañía de Jesús en el exilio y biógrafo de los últimos tiempos del P. Isla– a dejarnos de ella este valioso juicio: “La conocí en Santiago de Galicia... y es señora tan hábil y tan instruida, que podria escribir casi tantos libros como su hermano”1. Todo ello nos mueve a desarrollar un capítulo sobre el epistolario de María Francisca de Isla, sin forzar el tema, y a pesar de conservarse pocas muestras del mismo. Con esta finalidad, procederemos progresivamente a lo largo de tres apartados. El primero retoma la consideración del P. Isla, un elemento personal y literario permanente en toda la obra, en este caso desde su abundosa aportación epistolar, que

1 Archivo Histórico de Loyola, Azpeitia: Diario de la Expulsion de los Jesuitas de los Dominios del Rey de España, 1767-1814, XV, fols. 571ss. La edición y estudio crítico de este extensísimo Diario ha empezado a ser hecha por Inmaculada Fernández Arrillaga, que ha publicado ya los volúmenes correspondientes a los años 1767-1768 y 1798. Cf. M. Luengo, Memoria de un exilio. Diario de la expulsión de los jesuitas de los dominios del rey de España (1767-1768), Alicante 2002; Id., El regreso de un jesuita desterrado. Viaje del P. Luengo desde Bolonia a Nava del Rey (1798), Alicante 2004.

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muestra las fluidas interrelaciones escritas mantenidas por ambos hermanos durante casi tres décadas. El segundo apartado trata de recuperar –no tanto en la letra cuanto en los contenidos– el epistolario escrito por María Francisca, del que han quedado numerosas huellas y permanente reflejo en el de su hermano, especialmente en los volúmenes de las Cartas familiares. Y el apartado tercero se refiere específicamente a las cartas que se conservan, íntegras o parcialmente, debidas a la pluma de María Francisca de Isla, estudiando en detalle los pocos ejemplares publicados hasta ahora y contextualizándolos adecuadamente.

1. LAS CARTAS Y EL EPISTOLARIO DEL P. ISLA Una vez más a lo largo de esta obra hemos de volver, casi inevitablemente, a referirnos al P. Isla por su interrelación literaria con nuestra biografiada. En este caso por razón de su epistolario, en el que ella estuvo directamente implicada como destinataria, como inspiradora de muchos de sus escritos de este género y –tras su muerte– como su recolectora y editora. La epistolografía española tiene en el P. José Francisco de Isla uno de los autores más prolíferos de la especialidad. Si nos atenemos a los ejemplares publicados o localizados de que se dispone en la actualidad y los sumamos a las previsiones hechas por los especialistas de la obra isleña, es muy posible que la suma total de cartas escritas por el famoso y controvertido literato durante medio siglo de su vida jesuítica alcance varios millares. La permanente descubierta de ejemplares inéditos de epístolas suscritas por su mano, que se encuentran depositadas en instituciones públicas y fondos particulares, sacadas a la luz por obra de los investigadores, avala esa previsión. Confirmemos la hipótesis con un simple ejemplo, tomado de un texto epistolar del propio autor, durante una época en que solía escribir semanalmente a su hermana y/o a su cuñado. En la carta enviada a María Francisca desde Villagarcía de Campos el 12 de mayo de 1758, Isla le decía entre otras cosas que aquella semana llevaba escritas ya cuarenta y dos cartas2. Si hubiese mantenido teóricamente ese ritmo epistolar durante todo un año, el autor habría superado con creces los dos millares de cartas. Ciñéndonos exclusivamente al epistolario isleño publicado hasta la actualidad, en concreto el conocido gracias a diversas ediciones colectivas, recordemos las principales aportaciones hechas al mismo: 2

Cf. Monlau, Obras P. Isla, Cartas familiares, n. CXXXVII, p. 476.

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— La edición póstuma realizada por su hermana María Francisca bajo el título de Cartas familiares (Madrid 1785-1790), en seis volúmenes, los cuatro primeros formados por las cartas enviadas a ella misma y/o a su marido, en número de 206, y los otros dos con cartas escritas a varios sujetos, en número de 138, lo que elevaba entonces el total a 344 cartas distintas. — La edición de las obras isleñas hecha por Felipe Monlau como Obras escogidas del P. José Francisco de Isla (Madrid 1850), ampliaba el epistolario anterior en estos términos: 316 cartas familiares, 139 cartas a varios sujetos y 44 tomadas de algunos de sus escritos, lo que elevaba el total a 499 ejemplares diversos. — Con motivo del 2º centenario del P. Isla, José Mª Reyero hizo una nueva edición de las Cartas familiares (León 1903), ordenando cronológicamente las 499 cartas antecitadas, a las que añadió otras 21 procedentes de diversas publicaciones e inéditos del autor. — Uno de los principales especialistas de la obra isleña, el P. Luis Fernández Martín, nos ha deparado bajo el título de Cartas inéditas del P. Isla (Madrid 1957) un certero estudio introductorio sobre el autor y su práctica de este género literario, así como el texto de 358 nuevas epístolas del sabio jesuita. — La edición hecha por C. Pérez Picón de las cartas isleñas conservadas en dos fondos privados donostiarras, bajo el título de El P. Isla, vascófilo (Miscelánea Comillas, 1964-1965), aporta 107 nuevas muestras epistolares procedentes de la pluma de nuestro escritor. Sumando tan sólo estas ediciones colectivas de cartas isleñas, el epistolario del sabio jesuita se aproxima al millar de ejemplares distintos. Habría que añadir a ellos los publicados individualmente o en corto número por revistas especializadas, los inéditos localizados por diversos estudiosos, las referencias autorizadas a cartas suyas que aparecen en escritos propios y ajenos..., para concluir con lo que dijimos más arriba: José Francisco de Isla ha sido autor de uno de los más extensos epistolarios de la literatura española. Él mismo, sin pretenderlo (¿o quizás, inconscientemente, pese a no enunciarlo de forma explícita, deseándolo en el fondo?), nos dejó en una de sus cartas –ofrecemos en el capítulo siguiente el texto completo y un comentario al mismo–, expresado de forma negativa, el juicio que hubiera querido le hiciesen sobre sus epístolas: más elocuentes que las de Cicerón, más sentenciosas que las de Séneca, más eruditas que las de Lipsio, más discretas que las de Balzac, más juiciosas que las de Palavicino, más elegantes que las de San Jerónimo, más dulces que las de San Bernardo, más

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tiernas que las de San Francisco de Sales, más místicas y caseras que las de Santa Teresa de Jesús, más espirituales que las del P. Colombier3. El P. Isla fue persona convencida del valor de la comunicación epistolar, reforzada más aún su convicción por la práctica jesuítica de mantener en el terreno pastoral firmes relaciones personales. Un somero examen de las cartas publicadas evidencia el extenso abanico de personas con las que mantuvo contacto durante más de tres décadas: familiares, amigos íntimos y situacionales, antiguos o nuevos, religiosos y eclesiásticos, conocidos eventuales; relaciones que procedían del afecto o del respeto, del trato social o cultural, del trabajo pastoral, de la pertenencia a la Compañía de Jesús... Da la impresión de que su existencia estaba sostenida por un diversificado y al mismo tiempo fuerte entramado de relaciones humanas, muchas de ellas ejercitadas durante largo tiempo, como aparece de forma especial en la correspondencia de los catorce últimos años de vida, desde su destierro en Italia. Cartas que evidencian también el alto nivel de información que mantenía sobre las cuestiones eclesiales y españolas, en especial las tocantes a la orden jesuítica, el interés con que seguía los asuntos familiares y amicales, las publicaciones en general y las tocantes a sus aficiones literarias en particular. Desde ese planteamiento epistolar general, que muestra todo un mundo de conexiones personales mantenido continuamente por el P. Isla, se puede entender mejor la honda, progresiva y enriquecedora relación que mantuvo con su hermana María Francisca, el eco continuo que tuvo en sus vidas y el reflejo literario que nos ha quedado de ella en la correspondencia intercambiada por ambos, la de él en buena parte conocida gracias a las citadas ediciones, la de ella desgraciadamente perdida en su mayoría. Pero, bien mediante el texto escrito directo, bien por el reflejo epistolar que dejaron, los contenidos de esa excepcional relación fraterna han llegado hasta nosotros como un testimonio de primera magnitud, permitiéndonos reconstruir un espacio existencial de nuestra biografiada que de otro modo hubiera quedado inédito. No es por ello casual que, a lo largo de toda esta obra, se haga un recurso constante y habitual al epistolario del P. Isla, el cual refleja con suma fidelidad tanto el entorno íntimo (personal –biológico, espiritual, cultural, literario–, matrimonial, familiar) como el social (amistades, relaciones humanas) y cultural (intelectual, literario)... de nuestra escritora, convirtiéndose de facto en una de las fuentes fundamentales para su estudio biográfico. A su vez, la correspondencia tan largamente mantenida entre los hermanos Isla muestra –a falta de los originales suscritos por María Francisca, en el reflejo que de 3 Cf. Monlau, Obras P. Isla, Cartas escritas á varios sugetos, n. XVII (Salamanca, 11-X-1752), pp. 563-564.

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ellos quedó registrado en el epistolario del jesuita– las incidencias e incluso los influjos ejercidos por la hermana menor en la trayectoria vital del famoso literato. Difíciles de cuantificar en ciertos campos donde José Francisco tenía su propia competencia (en lo intelectual y cultural, en el arte literario, etc.), se evidencia mejor en otros, también importantes de su existencia (apoyo afectivo, ampliación del círculo de amistades, ayuda moral y material –sobre todo durante el tiempo del destierro–, estímulo para continuar su obra literaria), por no reiterar aquí su impagable labor como recolectora y editora póstuma de los escritos isleños inéditos, sobre la que nos extenderemos en el capítulo siguiente. Nos atrevemos incluso a decir que ciertos aspectos de la rica personalidad del P. Isla, que conformaron su estilo literario y epistolar, parecen influenciados positivamente por su relación personal y escrita con María Francisca. Podemos destacar, en este sentido, una humanización notable de sus afectos –anteriormente constreñidos por la rígida formación jesuítica– o la agudización del sentido irónico, cuando no ocurrente y gracioso, de sus expresiones –moderadas también por su estado religioso–, que se evidencian por ejemplo cuando comenzaba a remontar la cincuentena e iniciaba la larga serie epistolar con su recién casada hermana. Entresacamos, por ello, de la correspondencia del año 1755 una serie de expresiones que lo ponen de relieve con llamativas expresiones: “Misionerísima mía”, “Tu amante Lanazas, Yo. Mi tú, ella y usted”, “Poderosísima y poltronísima Señora”, “Madama mía”, “Besa los pies de su merced su más humilde tacon. Mi señora Doña Tú”, “Ahijadísima”, etc., por no reiterar los ya conocidos por habituales: “Mariquita mía”, “Marimica”, “Hijuela mía”, etc4. Como conclusión podemos decir que –en una proporción obviamente desconocida e incalculable– el epistolario publicado del P. Isla está condicionado por la (en su mayor parte perdida) correspondencia de María Francisca. Esa carencia no nos impide, con todo, reconstruir de forma genérica ciertos contenidos de ésta, no sólo en cuanto a la temática reflejada o a las personas relacionadas, sino incluso sobre la trayectoria personal, literaria e incluso espiritual del P. Isla. Un simple ejemplo, otra vez, pone de relieve lo que acabamos de afirmar: el epistolario de los años 1758 y 1759 permite seguir con bastante detalle el impacto y las reacciones suscitadas inicialmente por la publicación del Fray Gerundio, tema que debió estar constantemente animado por el interés de María Francisca5.

Cf. Monlau, Obras P. Isla, Cartas familiares, nn. I, V, VII, IX, XIV, XXIX, XXXII, etc. Cf. Monlau, Obras P. Isla, Cartas familiares, nn. CXXVII, CXXIX, CXXXVII, CXXXIX (afirma, sorprendentemente, que el Nuncio había enviado la obra al Papa y que este la leyó con agrado), CLXXVIII, CLXXXVI, etc. 4 5

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Nada más decimos aquí sobre esta materia, para no anticipar o reiterar lo que desarrollamos con detalle en los dos siguiente apartados.

2. EL EPISTOLARIO DE MARÍA FRANCISCA DE ISLA Pese a las pocas muestras que se conservan de la correspondencia suscrita por María Francisca de Isla, el epistolario desarrollado por su hermano nos permite afirmar que también la Musa compostelana debió ser un prolífica practicante del género epistolar, en el que incluso se le puede observar algunas características comunes con el literato jesuita. Como fuente fundamental para recuperar los textos epistolares propios de nuestra escritora –unos pocos y parciales, gracias a las citas que se hacen de ellos; y la mayoría, por el reflejo o la réplica que han dejado–, hay que considerar en primer lugar las Cartas familiares que conocemos publicadas, especialmente las de la edición realizada por Monlau6; en menor número las publicadas en otras recolecciones donde se menciona esporádicamente a María Francisca, aún sin ser la destinataria. Refiriéndonos, pues, a la citada edición de las cartas familiares, destacamos algunos datos que interesan aquí de forma particular. De las 316 epístolas isleñas que componen esta colección, 197 van dirigidas a María Francisca de Isla, la mayoría en respuesta a las suyas, y las otras 119 a su marido Nicolás de Ayala (en las que, con cierta frecuencia, se alude a María Francisca y a su correspondencia). Para que el lector tenga ante sí el detalle global de las cartas enviadas por el P. Isla a nuestra escritora, le ofrecemos esta sencilla proyección ordenada anualmente: Cartas escritas desde España 1755 1756 1757 1758 1759 1760 1761

22 20 14 29 16 20 23

(Villagarcía, Esteiro, Goyanes, Coruña, Astorga) (Villagarcía) (Villagarcía, Zaragoza) (Villagarcía) (Villagarcía) (Villagarcía, Santiago, León) (Pontevedra)

6 Cf. Monlau, Obras P. Isla, Cartas familiares, nn. I (Villagarcía de Campos, 10-I-1755) a CCCXVI (Bolonia, 21-X-1781), pp. 424-552.

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En total, 144 cartas. De los años 1762-1767 no se incluye ninguna carta en el epistolario. Cartas escritas desde Italia De los años 1767-1770 hay en el epistolario tan sólo dos cartas, dirigidas a Ayala, y ninguna a María Francisca. 1771 1772 1773 1774 1775 1776 1777 1778 1779 1780 1781

2 2 – 3 2 3 4 9 8 6 14

(Bolonia) (Bolonia) (Bolonia, Budrio) (Bolonia, Budrio) (Bolonia) (Bolonia) (Bolonia) (Bolonia) (Bolonia) (Bolonia)

En total, 53 cartas. Sobre el vacío epistolar que aparece, correspondiente a los años 1762-1767, debemos decir que se compensa en parte con la correspondencia recolectada como Cartas escritas por el P. Isla á varios sujetos, que recoge 21 muestras escritas durante su estancia pontevedresa (16 en Pontevedra, 4 en Santiago y 1 en Villagarcía de Campos), enviadas a diversos familiares y amistades (su hermana María Isabel, su sobrino Antonio, el obispo Bocanegra, los PP. Sánchez y Rozas, Juan de Santander), así como a otras personas con quienes se relacionaba (Langlet, Messeguer Arrufat, Próspero L. M. y algunas anónimas), en las que no faltas alusiones a María Francisca, algunas muy directas7. Resumiendo por orden numérico descendente, he aquí los lugares donde el P. Isla escribió las 197 cartas a María Francisca:

7 Cf. Monlau, Obras P. Isla, Cartas escritas á varios sugetos, nn. CV (10-I-1761) a CXXV (22-I1767), pp. 592-607.

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Villagarcía de Campos (Valladolid) ............................ 110 Bolonia (Italia) ............................................................. 50 Pontevedra ..................................................................... 23 Budrio (Bolonia).............................................................. 3 Goyanes (Coruña)............................................................ 3 Santiago de Compostela .................................................. 3 Esteiro (Coruña) .............................................................. 1 La Coruña ........................................................................ 1 Astorga............................................................................. 1 León ................................................................................. 1 Zaragoza .......................................................................... 1 Total ............................................................................. 197 cartas Este epistolario isleño se compone, cronológicamente hablando, de dos bloques bien diferenciados de escritos: — Las 144 cartas enviadas a María Francisca en los años 1755-1761, de un total de 260, desde distintos puntos de España (110 desde Villagarcía de Campos, 31 desde poblaciones gallegas y 3 desde otras ciudades españolas). En ellas predominan, como contenido, las relaciones familiares y sociales, así como información sobre las variadas actividades isleñas. No figura ninguna más, durante los años 1762 hasta mayo de 1767, que corresponden a la etapa pontevedresa del P. Isla, probablemente por pérdida o destrucción de las mismas; al menos María Francisca no pudo contar con ejemplares de esa etapa para la edición póstuma de las cartas familiares. — Las 53 escritas desde el destierro italiano (1767-1781), de un total de 56 (las otras 3 van dirigidas a Nicolás de Ayala), fueron remitidas desde Bolonia y Budrio. Se trata de una correspondencia mucho más esporádica, que tardó en iniciarse por las dificultades del destierro, y aumentó notablemente en los últimos cuatro años de vida del autor, ganando también en confidencias personales y hondura de juicios. Este encuadre general nos sirve de entrada a un intento de presentar globalmente los contenidos de la correspondencia intercambiada por María Francisca con su hermano durante esa amplia etapa de los años 1755-1781. Intento que prescinde voluntariamente de recorrer con detalle el epistolario isleño y citar los textos de cartas de

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nuestra literata reproducidos en él, que sólo serían retazos inconexos y con poca referencia temática. A modo de ejemplo sobre el particular, ofrecemos seguidamente un párrafo de la epístola escrita por José Francisco de Isla a su hermana cuatro meses antes de morir, respondiendo a dos cartas que ella le había enviado casi seguidas: “En la primera me dices el gran desconsuelo que experimentas cuando te faltan las mias, nada inferior al que padezco yo cuando se me retardan las tuyas; pero con la diferencia de que yo encuentro voces para explicar con enerjía mi dolor, y tú no las hallas correspondientes para explicar los sentimientos de tu amante corazon. No, querida mia: no te hagas á ti tanta injusticia, ni á mi tan demasiada merced”8. Resumir los grandes temas tratados por María Francisca en la correspondencia con su hermano y padrino, superando el nivel de mera generalidad y elemental valoración, no es tarea fácil por la prolijidad y variedades que presenta el epistolario isleño, en cuyo texto nos basamos para intentarlo ahora de manera expresa. Un tema primario, sin duda prioritario y redundante en el epistolario de la primera etapa, es el familiar. Los años 1755-61 se corresponden con la época de recién casada de María Francisca (las cartas evidencian el amor que ésta profesaba a Nicolás, a veces excesivamente apasionado, que su hermano le invitaba a moderar, y el deseo de tener hijos), de las continuas enfermedades que aquejaban a las tres hermanas Isla Losada (destaca la grave tullidez sufrida durante años por Antolina) y del tiempo final de vida de sus padres (cuyo “parte médico” enviaba continuamente al P. Isla, gracias a lo cual éste consiguió ser destinado a Pontevedra, donde permaneció después de la muerte de ambos en 1762, para casar a sus hermanas solteras y arreglar la situación económica de la familia). En el capítulo II nos hemos extendido en contenidos y citas sobre este tema, que entendemos era planteado casi siempre por nuestra biografiada, muy apegada aún a la casa y a los asuntos familiares incluso tras su matrimonio; y ello da al epistolario de esta etapa, por su tratamiento primario y directo, un sabor original. Pero también en las cartas de la etapa final, pese al distanciamiento del tema, no decae ese mutuo interés por la familia y sus propias personas. Cuando la decadencia física de él y la cortedad de vista de ella dificultaban mucho el escribirse, llegaron al acuerdo de hacerlo cada quince días para intercambiar “con mayor frecuencia nuestra fe de

8

Monlau, Obras P. Isla, Cartas familiares, n. CCCVII (Bolonia, 24-VI-1781), p. 548.

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vida”; hasta el punto de pedirle el P. Isla a María Francisca que, si no podía hacer más a causa de sus achaques, le escribiera “un solo renglón que sirva de fe de vida, y eso bastará para mi mayor aliento”9. Una variante personalizada de la temática anterior, sin duda también iniciativa de nuestra biografiada, fueron numerosos intercambios confidenciales, que se referían a ella misma. Unos eran sólo de contenido sanitario (con proyección tanto biológica como sicológica), otros de carácter cultural y literario (en cuyos campos se adentraba con decisión nuestra autora, fruto de sus grandes cualidades y de los estímulos que le prestaba su maestro), algunos en fin de cariz espiritual y moral (se nota en los textos la recia dirección jesuítica que seguía la conciencia de María Francisca). Las cartas isleñas evidencian con facilidad que la joven hermana del sabio jesuita planteaba las cuestiones de forma directa, con seriedad y hondura, llegando en ocasiones a la argumentación intelectual y teológica: “Dices egregiamente. Es de fe que la verdadera fe ha de durar hasta el fin de los siglos; pero no lo es en qué nacion ha de permanecer... Debemos... pedir al Señor constantemente que nos mantenga donde no se pierda jamas”10. Esta línea de comunicación entre ambos personajes se consolidaría con el paso de los años, prolongándose en confidencias mutuas hasta los últimos días de la existencia de José Francisco, como él mismo escribía trabajosamente pocos días antes de morir: “Estoy tan léjos de querer llevarte ventajas en todo, como de concederte que yo te las lleve en el entendimiento ni que tú me las hagas en el amor. Démonos ambos por buenos; pero bajo el supuesto de que yo te envidio muchas cosas, y en mí ninguna hay que no sea digna de compasion”11. Del intercambio literario entre uno y otra han quedado numerosas muestras epistolares, como se pone de relieve en varios capítulos de esta obra. La curiosidad de María Francisca en el tema parece haber sido permanente en ambas direcciones: ansiando ser informada de los escritos (originales o traducciones) producidos por su hermano, y enviándole muestras de los suyos propios para que se los evaluara y corrigiera. Fue este un motivo de permanente intercambio, del cual han quedado distintas pruebas en la correspondencia del P. Isla, donde a menudo aparecen respuestas a cuestiones planteadas incansablemente por María Francisca. Permítasenos una

Cf. Monlau, Obras P. Isla, Cartas familiares, nn. CCCVII (Bolonia, 24-VI-1781) y CCCX (Bolonia, 29-VII-1781), pp. 548 y 550, respectivamente. 10 Cf. Monlau, Obras P. Isla, Cartas familiares, n. CCCXIV (Bolonia, 16-IX-1781), p. 551. 11 Cf. Monlau, Obras P. Isla, Cartas familiares, CCCXV (Bolonia, 7-X-1781), p. 552. 9

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referencia a la última carta escrita por el desterrado jesuita a su hermana, diez días antes de morir, respondiéndole cuál había sido su participación como autor en la obra La juventud triunfante: “Desde que comienza la segunda parte... hasta el fin del libro, toda la prosa es mia, como tambien el acto de San Luis Gonzaga”12. Sin embargo, hacemos notar la mayor extensión que el P. Isla dedicó en el epistolario a su propia producción literaria, nos parece que por dos razones evidentes: el gran número de sus escritos, respaldados por la fama que los acompañaba; y la modestia de María Francisca, en parte fruto de la menor calidad de su obra, que la movía a mantenerla reservada. En efecto, sobre el primero abundan textos epistolares relativos a las obras isleñas, como el Fray Gerundio de Campazas, las cartas intercambiadas con el Cura de Fruime, las traducciones del Arte de encomendarse a Dios, del Gil Blas de Santillana o del epistolario de Costantini. Mientras que, sobre la segunda, aparecen tan sólo esporádicas alusiones a sus seguidillas, décimas y cantáridas, o a los juicios críticos que emitía acerca de algunas pastorales y sermones del arzobispo Bocanegra, o a algunos escritos menores dirigidos a personas determinadas. Un sencillo ejemplo de esto se encuentra en una de las últimas cartas del P. Isla, cuando comunicaba a su hermana lo bien que una comunidad de monjas había acogido un escrito suyo: “Leí á las sorinas de Santa Maria Egipciaca el capitulo de la tuya que habla con ellas. No es ponderable cuánto lo agradecieron y ménos lo mucho que me encargaron te dijese de su parte. Es una comunidad de ángeles”13. También emergen en la correspondencia isleña, aunque de forma esporádica, referencias a la problemática general tanto de ámbito español como eclesial, que nos permiten deducir el nivel de interés y preocupación que tenían los hermanos Isla por los temas políticos, sociales, religiosos... Así, se encuentran en el epistolario insinuadas alusiones a la cuestión italiana, en una etapa prenacionalista, cuando gran parte del territorio era del dominio pontificio, español, austríaco. Igualmente, ciertas referencias al poder temporal del Papa (sobre todo en relación con la expulsión jesuita, pero también como cabeza suprema de la Iglesia Católica, por ejemplo, declarando cismáticos a los holandeses seguidores del arzobispo de Utrecht y del obispo de Hamelen)14, a la corte española en Parma (donde trabajaba un sobrino suyo), a la universidad de Bolonia (en la que cursaban doctoraCf. Monlau, Obras P. Isla, Cartas familiares, n. CCCXVI (Bolonia, 21-X-1781), p. 552. Cf. Monlau, Obras P. Isla, Cartas familiares, n. CCCVII (Bolonia, 24-VI-1781), p. 548. 14 Cf. Monlau, Obras P. Isla, Cartas familiares, n. CCLXXXIV (Bolonia, 5-VIII-1778), p. 536. 12 13

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dos ciertos eclesiásticos conocidos –como Felipe Gil Taboada, Lorenzo Fz. Cueto o el canónigo ovetense Jacinto Miranda–, que les llevaban y traían cartas, noticias, confidencias), aparte de un apenas entrevisto mundo de intrigas en torno a la extinguida Compañía de Jesús y sus miembros expulsados. Encontramos así reflejada una situación política de ciertos países europeos, que el P. Isla había considerado con detalle en un Mercurio publicado el año 1758, que se reeditó póstumamente15. La temática social se contempla veladamente, casi siempre reducida a los estamentos en que los Isla estaban instalados; aunque a veces hay alusiones directas a las clases más humildes, como es el caso de los terribles terremotos sufridos en Italia durante el verano de 1781, que les afectaron gravemente con muertes y ruinas16. Sin embargo, la tónica general de su interés se movía en los ambientes de la nobleza de segundo orden y el alto funcionariado, en que la familia Isla estaba integrada, con frecuentes alusiones a amistades y relaciones de ese entorno, acerca del cual ambos hermanos se preguntaban, informaban, mandaban y recibían saludos, correspondencia, etc. El mundo eclesiástico aparece también, desde esa perspectiva, concretado en torno a varios centros de interés: Compostela (relatando distintas actuaciones del arzobispo Bocanegra, alguna tan comentada como la condena de un profesor universitario por exponer doctrinas heréticas; otras veces sobre personajes del cabildo y alto clero, algunos de ellos miembros de la familia Isla), Madrid (alusiones a personas relacionadas con la Compañía de Jesús o con ediciones de obras isleñas), Italia (referencias a ex-miembros de la Compañía, abates, familiares de conocidos mutuos)17. Cerramos aquí esta visión de los temas que parecen haber sido el centro de los intereses de nuestra biografiada, dando contenido a buena parte de la correspondencia con su hermano, según hemos detectado más o menos intensamente en el epistolario isleño. Todo lo dicho nos lleva a concluir que María Francisca era una persona sensibilizada por la situación y problemática tanto personal y familiar, como social y religiosa de su entorno humano, en quien se integraban también preocupaciones de más amplia proyección social, política y eclesial. El reflejo directo que ha quedado de todo ello en las doscientas cartas que el ilustrado jesuita le dirigió –en respuesta a otras tantas, más o menos, suscritas por ella–, aseguran una permanente 15 Cf. Mercurio general de Europa, lista de sucesos varios, y finiquito de largas y enredadas cuentas. Año de 1758. Primera y Segunda Parte. Escrito por el P. Josef Francisco de Isla, de la extinguida Compañia de Jesus. En Madrid, en la Oficina de Pantaleon Aznar, 1784, 147 pp. en 8º. 16 Cf. Monlau, Obras P. Isla, Cartas familiares, especialmente las nn. CCCVIII a CCCXIII (Bolonia, 8-VII a 9-IX-1781), pp. 548-551. 17 Cf., por ejemplo, Monlau, Obras P. Isla, Cartas familiares, nn. CCLXXVI y CCLXXVII (Bolonia, 28-II y 14-III-1777), pp. 531-532.

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sensibilidad personal y literaria de nuestro personaje ante esas pulsiones y dimensiones de su ambiente existencial.

3. CARTAS PUBLICADAS DE MARÍA FRANCISCA Como en otros capítulos de esta segunda parte, la consideración específica de las cartas debidas a nuestra autora está reducida al estudio de los contados ejemplares que se conservan. Sospechamos por ello que, de la misma manera que sus poemas habían sido condenados al fuego por ella misma, sus escritos en prosa –y concretamente sus epístolas– pudieron haber sufrido un veredicto similar, al menos los ejemplares que ella hubiera logrado controlar (las conservadas por su hermano jesuita, las de sus amistades y relaciones sociales). La humildad del juicio que tenía sobre el valor de su propia obra; la comparación con la del P. Isla, a la cual consideraba muy superior; el deseo de no hacer la más mínima sombra a las Cartas familiares que ella misma había editado con tanto cuidado..., pueden ser razones congruentes para explicar este vacío de muestras de una proyección tan importante de su vocación literaria, sin duda prolíficamente ejercida. Eso, sin mencionar los ejemplares que sin duda conservaba su hermano de antes de la expulsión y que debieron desaparecer junto con sus manuscritos y papeles al ser trasladado violentamente desde su residencia en la ciudad de Pontevedra18. Quizás por estas razones, aunque casi todos los escritos biográficos se refieren a la actividad epistolar de María Francisca, muy pocos consideran su obra de este género y valoran las cualidades que la adornan. Hay por ello que rebuscar entre la bibliografía especializada para encontrar algunos autores que traten esta cuestión con cierta originalidad. Los que reseñamos seguidamente nos han prestado una buena ayuda para elaborar el texto del apartado. Destaca las cualidades literarias que evidencian las cartas de María Francisca el tantas veces citado artículo de Martínez Barbeito, el cual afirma también que “no deseó ser más que la hermana del padre Isla y a los escritos del insigne jesuita consagró todos sus desvelos”19. Por su parte, Filgueira Valverde estima que redactaba con clara y cuidadosa pulcritud, con buen estilo y dominio de la expresión, entendiendo que por ello ciertos amigos le enviaban a corregir sus escritos20. Pérez de Pese a ello, el P. Isla tuvo tiempo para disponer de algunos de sus manuscritos, así como de destruir muchas cartas propias y ajenas: Cf. Salas, Compendio Histórico, Madrid 1803, 251-252. 19 Martínez-Barbeito, Romance en gallego, BRAG, XXVIII, nn. 321/326 (1957) 31. 20 Cf. Filgueira Valverde, Dona Maruxiña Isla, en Terceiro adral, Sada 1984, 71. 18

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Castro (nos referimos con más detalle a su artículo en este mismo apartado) valora en las cartas de María Francisca, “por encima del mérito literario de su elogiada prosa epistolar”, la autoridad moral y el certero contenido de sus consejos21. Resaltamos especialmente el escrito de Constancio Eguía, utilizado profusamente en este y en otros apartados, que al referirse a las cartas de que nos ocuparemos de inmediato, las considera como las “más expresivas, por decirlo así, del jesuitismo de esta insigne gallega”. Entiende este autor que tanto en el P. Isla como en su hermana se daban unas cualidades naturales comunes para la práctica literaria, por la cual “no le iba muy a la zaga nuestra escritora, ya en la facilidad y tersura de los giros, ya en el dejo acariciador de sus finas expresiones, ya finalmente en la nitidez y perspicuidad de los conceptos, la cual es, a mi entender, la dote más preciada de María Francisca”22. Y es precisamente Eguía el que más autorizado está para emitir esta clase de juicios, por ser quien manejó y estudió el mayor número de ejemplares del episolario de nuestra escritora. Pero, vayamos ya a la consideración de las pocas muestras que conocemos de cartas escritas por la Musa Compostelana, sobre todo las que se han hecho públicas en escritos especializados, así como del entorno biográfico y contexto epistolar en que se produjeron. Cronológicamente el primer autor que aportó algunas muestras del epistolario de nuestra escritora fue M. B. Gaudeau, un jesuita francés nacido en 1854, teólogo y profesor tanto en centros públicos como de su Orden, que lo llegó a ser en la universidad gregoriana de Roma y en el instituto católico de París. El año 1890 se había doctorado en letras con dos tesis sobre literatura española: la primera de ellas es un estudio crítico sobre la obra del P. Isla, especialmente el Fray Gerundio, y se publicó con el título de Les prêcheurs burlesques en Espagne au XVIIIe siècle. Étude sur le P. Isla (Paris 1891); y la segunda, un trabajo similar sobre la vida y obra de Pedro Juan de Perpignan23. En su estudio sobre el P. Isla, Gaudeau ofrece algunos textos –completos o parciales– de cartas escritas por María Francisca, como la remitida a su hermano a finales de 1778, aceptando la herencia literaria que le había hecho de sus manuscritos, de la cual tratamos con amplitud en el capítulo siguiente. Como hemos indicado más arriba, el autor que mejor se ha ocupado del epistolario de nuestra escritora es el P. Eguía, que había realizado una excelente investigación para localizar en los archivos jesuíticos españoles cartas inéditas de su autoría. Pérez de Castro, Recuerdos y cartas, CEG, XV (1960) 247. Eguía, La predilecta hermana, Humanidades, VII (1955) 265-266. 23 Cf. s.a., Mario Bernardo Gaudeau, en Enciclopedia Espasa, XXV, 1063. 21 22

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En un fondo documental procedente del colegio estadounidense de Woodstock, utilizado ya parcialmente por Gaudeau, había logrado individualizar diecinueve ejemplares suyos de fechas bastante consecutivas, el texto de cuyas dos primeras se incluye en el artículo a que nos estamos refiriendo24. Su inmediata muerte impidió a Eguía realizar el proyecto que tenía de publicar esta pequeña colección epistolar, completada con el texto de las minutas escritas de mano del P. Isla al dorso de seis de las cartas, lo que hubiera completado también el epistolario isleño conocido. Las dos cartas publicadas por Eguía, únicas que aparecieron en el artículo citado, están escritas por María Francisca en Santiago de Compostela a finales de 1771, poco después de haber podido reanudar una correspondencia más o menos continua –aunque muy espaciada en las fechas por las dificultades del correo– con su hermano desterrado en Bolonia. Ambas son respuestas a otras tantas que le había enviado el P. Isla y deben considerarse integradas en el epistolario isleño de la primera época del destierro, cuyo contenido es fundamentalmente familiar y amical. Si las cartas en cuestión (las 19 aludidas) son, como parece insinuar Eguía, fruto del intercambio con las del exilado jesuita a partir del año 1771, debemos notar que las Cartas familiares publicadas de esa etapa contienen siempre referencias a las recibidas de María Francisca, por lo cual podrían encuadrarse globalmente en el período 1771-7825. Pasamos ya a considerar brevemente, en sus contenidos y en el contexto del epistolario isleño, las dos cartas publicadas por Eguía. La primera está datada el 1º de octubre de 1771 y es contestación a la enviada por su hermano el 19 de julio anterior (que, a su vez, respondía a una de María Francisca del mes inmediato), dándose por enterado del informe que ella le había presentado sobre los miembros de la familia Isla Losada, al tiempo que le daba cuenta del estado de sus conocidos, desterrados o residentes en Italia: “Todos están buenos, y aun mejor que estaban en España”26. La carta de María Francisca a que nos referimos está enmarcada entre vivas expresiones de amor fraternal: “Amado hermano de mi vida”... “Hasta mas allá de la muerte seré tu mas apasionada hermana”. En ella, con mucha soltura de estilo y redacción, daba cuenta al P. Isla del estado de su marido, que había quedado “de su accidente con una hipocondría que lo devora”, lo cual les había obligado a pasar una temporada en Ferrol por consejo médico y eso le produjo algún alivio dentro de “las

Cf. Eguía, La predilecta hermana, Humanidades, VII (1955) 267 y 268, respectivamente. Si se consideran consecutivamente 19 cartas del P. Isla, intercambiadas con otras tantas de su hermana, corresponderían a las Cartas familiares nn. CCLXIV a CCLXXXII, según la edición de Monlau, Obras P. Isla, pp. 523-535. 26 Cf. Monlau, Obras P. Isla, Cartas familiares, n. CCLXIV, pp. 523-524. 24 25

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lamentables circunstancias en que se halla mi pobre enfermo que te abraza de corazón”. La situación le afectaba también a ella seriamente, hallándose “en la mayor angustia sin el más mínimo consuelo, pero con la firme esperanza de lograrlo algún día, pues el Señor aunque aprieta no ahoga”. Daba cuenta finalmente de los saludos enviados por Isla para sus hermanos y amigos compostelanos, y de los que estos le devolvían: “Los hermanos se mantienen sin novedad en sus destinos, corresponden finísimos á tus expresiones”... “Los amigos están buenos y te dan memorias, como yo a los de por allá, en cuya compañía te deseo las mayores felicidades”. La segunda carta de María Francisca, cuyo texto publica Eguía, está fechada en Santiago el 4 de diciembre de 1771 y es contestación a la enviada por su hermano desde Bolonia el previo día 5 de noviembre, que era la réplica inmediata a la de María Francisca comentada anteriormente. En ella el docto jesuita le reñía cariñosamente por no haber escrito desde Ferrol para informarle cuanto antes del estado de salud de Ayala, pero se alegraba de la tardanza pues así habría comprobado que estaba vivo, pese a algunos rumores que le daban por muerto dos meses atrás. Esperaba también que su cuñado, a la vista de sus dolencias, encarase con decisión lo más importante, cual es el destino definitivo del hombre, y no le pasara como a él, cuya aparente buena salud le engañaba de su verdadero estado: “pero confío en Dios, que no me engañará; porque setecientos noventa y seis meses que llevo ya vividos, son una apostema que se burla de toda aparente robustez”. Concluía dando saludos de los conocidos residentes en Italia y mandando recuerdos para los de Compostela27. A esta misiva contestaba María Francisca con la segunda carta a que nos referimos, alegrándose del buen estado vital que evidenciaba el excelente humor del desterrado jesuita, pese a haber sido dado por muerto, rumor que había llegado a ella antes de su carta. Y se alegraba de su espíritu “de verdadero soldado de Cristo, de padecer los trabajos con valentía, sin desear consuelos, pues a la verdad los de esta vida con aparentes. Este desengaño, con una buena conciencia, hacen vivir con tranquilidad en cualquier parte”. Proseguía María Francisca informándole de la leve mejoría de Ayala, que “te abraza de corazón, como los demás hermanos. Los amigos te corresponden respectivamente... Yo te admiro y envidio, pero no puedo imitarte, y así cada día se me hacen más duras mis penas”. Concluía el escrito mandando recuerdos para los conocidos de allá y le pedía noticias del desterrado P. Mourín, despidiéndose con el mismo cariño de siempre: “tu más amante hermana que será tuya hasta más allá de la muerte”.

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Monlau, Obras P. Isla, Cartas familiares, n. CCLXV, p. 524.

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La carta fue respondida por el P. Isla con fecha 18 de enero de 1772, día de San Antón, patrono de las bestias de carga: “Tengo para mí que por este título es protector mío muy particular”. Informaba luego de la buena salud de que seguía disfrutando, apuntando irónicamente una posible causa: “Las berzas de Bolonia (que es el plato principal de nuestra comida) me saben mejor que los capones de Pontevedra”; y otra más espiritual: ahora vivía la virtud de la pobreza, que antes “no la tuve por madre, sino por madrastra”. Seguidamente le informaba de la buena salud del P. Mourín, así como la del P. Barreiro, rogándole lo comunicara a sus respectivas hermanas. Con fina ironía y enorme cariño le decía que había dado con gusto los nueve reales que le cobraban por cada carta llegada de España y “por cualquiera de las tuyas daría yo... nueve mil, si fuera dueño de ellos”28. Pese a ser dos ejemplares tan sólo, ambas cartas se encuadran en un conjunto más amplio, lo que nos permite conocer sus respuestas y su contexto tanto inmediato como posterior dentro del epistolario isleño. Se corresponden a una época de madurez literaria de nuestra escritora y, pese a lo dramático de las circunstancias familiares en que vivía entonces, nos permiten apreciar la calidad de su prosa, la riqueza de sus expresiones y, en algunos casos, la hondura de sus reflexiones. Cronológicamente hay una posible carta de María Francisca, de la que correspondería ocuparnos aquí pues está escrita en el año 1778, antes de las aportadas por Pérez de Castro –fechadas dos décadas después– sobre las cuales trataremos a continuación. Nos referimos a la biografía de autor anónimo que, a modo de prólogo, encabeza el volumen segundo de las obras completas del Cura de Fruime, publicado al año siguiente de su muerte29. El editor justifica la edición del volumen en el éxito obtenido por el primero, y la inclusión del prólogo en el deseo del público por conocer datos verídicos de la vida de Cernadas, a cuyo efecto se lo había encargado a una persona residente entonces en la Corte que le conocía bien. Esta cumplió el encargo y le remitió la biografía como contenido de una carta, fechada en Madrid el 4 de julio de 1778, que el editor decidió publicar a la letra para que no perdiese nada de su “gracia y naturalidad”. Esta biografía, de cuyos contenidos no procede tratar aquí, facilita datos muy ajustados sobre el Cura de Fruime y algunos (por ejemplo, sus predicaciones finales, últimos tiempos, fallecimiento y honras fúnebres) muestran la relación cercana que su autor tenía con él, además de la buena información que había acopiado con tal fin. Dejemos hablar a ese anónimo autor en el primer párrafo de su carta: 28 29

Monlau, Obras P. Isla, Cartas familiares, n. CCLXVI, pp. 524-525. Cf. Prólogo, en Cernadas y Castro, Obras completas, II, Madrid 1778, VII-XXI.

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“Muy Señor mio de mi mayor consideración: Una larga y grave enfermedad que he sufrido, fue la causa de no cumplir antes con el precepto de Vm. y mi deseo de servirle, enviándole, como lo executo ahora, un extracto de la vida de nuestro Cura de Fruime, para que Vm. (...) haga brillar los rasgos de esta pintura, que sale de mi mano llena de sombras, y por lo mismo poco parecida al original, aunque arreglada á la verdad; porque ademas de lo que yo he podido observar (...), he procurado informarme de sugetos, que han sido fieles testigos de sus acciones”30. Algunos autores recientes estiman que esta carta biográfica pudo ser redactada por María Francisca, que residía entonces en la Corte a causa de su quebrantada salud (así lo consigna la correspondencia del P. Isla con ella por aquellas fechas), aduciendo algunas razones en este sentido. Filgueira Valverde las sintetiza y refuerza con el texto de una carta dirigida a su hermana desde Bolonia el 30 de junio de 1778, contestando a la última suya, en la que le enviaba “una breve noticia historiada de la vida de nuestro buen Cura de Fruime”, la cual le parecía estar “escrita con limpieza, con naturalidad y con verdad. Su verdadero carácter está expresado a maravilla”; le argüía, sin embargo, que era demasiado prolija su defensa de Galicia, pues las injurias que a ésta le hacían algunas personas eran propias de ignorantes y groseros, que no merecían respuesta. A todas estas razones, con las que estamos de acuerdo, añadimos otra de orden interno, cual es la declaración del editor de las obras de Cernadas, que parece retratar a María Francisca cuando habla del autor de la biografía: “La persona, á quien se deben estas noticias, no gusta de que se manifieste su nombre; y no hay razon para dexar de complacerla. Vá su misma carta al pie de la letra, por no quitarle nada de la gracia y naturalidad con que está escrita”31. Sin ser un especialista en la materia, entendemos que el estilo general y las características de redacción de la biografía presentan suficientes concordancias con las exhibidas por nuestra autora en otras muestras de su epistolario, así como en el cariño con que trata “de la vida de nuestro Cura de Fruime”. Además de ello, la habitual Prólogo, en Cernadas y Castro, Obras completas, II, p. VIII. Filgueira Valverde, Dona Maruxiña Isla, en Terceiro adral, Sada 1984, 72-73; Prólogo, en Cernadas y Castro, Obras completas, II, p. VII. 30 31

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y modesta autoestimación que ella tenía de sus propios escritos parece traslucirse en frases como esta: “... haga brillar (Vm.) los rasgos de esta pintura, que sale de mi mano llena de sombras, y por lo mismo poco parecida al original, aunque arreglada á la verdad”. Los párrafos anteriores se clarifican con el texto de otra carta dirigida a su hermano por María Francisca, recién llegada a Santiago desde la Corte, que lleva fecha 27 de noviembre de 1778. En ella le decía que “apenas entré en Galicia, me volvió con mucha fuerza el dolor de cabeza, de que estuve libre en Madrid (...), haciéndome pasar las noches en claro, y excitándome otra vez los sudores que me debilitan mucho, y por eso no me dilataré en contestación de tus dos apreciables de tres y veintiocho del pasado”. Esta carta a que alude, del 28-X-1778, de la cual nos ocuparemos con detalle en el próximo capítulo, es aquella en que el ilustre desterrado de Bolonia nombraba a nuestra biografiada heredera de sus “hijos literarios”, lo cual agradecía ella con ésta, considerándose por ello “más rica que Creso”. Y añadía este párrafo directamente referido a la cuestión que nos ocupa: “Incluyo copia de la vida de Fruime, y espero tu censura rigurosa y desapasionada”32. Así, pues, a una carta –hoy ilocalizada o perdida– enviada al P. Isla por María Francisca hacia los inicios del mes de junio de 1778, en la que le adjuntaba la biografía de Cernadas de que estamos tratando, el jesuita le había respondido el 30 de junio poniendo algunos reparos a dicho relato. Es posible por ello que, antes de entregarlo al editor madrileño de los escritos del Cura de Fruime –cosa que hizo el inmediato mes de julio–, ella hubiera corregido más de un punto haciendo caso a su hermano. Eso explicaría que, con la carta de la cual estamos ocupándonos y reproduciendo diversos párrafos, nuestra escritora le volviera a remitir “copia de la vida de Fruime” pasada al editor, para que la conociese en su nueva versión, la que hoy conocemos como prólogo del segundo volumen de las obras completas de Cernadas. Pérez de Castro, en su documentado artículo sobre los orígenes asturianos y la casa solar de los Isla en el concejo de Colunga, sitúa a María Francisca en aquel contexto familiar y espacio geográfico, con los cuales se relacionó en distintas ocasiones a lo largo de su vida. Entre la documentación y publicaciones de la época isleña que allí custodian los actuales descendientes, se conservan algunos papeles de con32 Cf. B. Gaudeau, Les prêcheurs burlesques en Espagne au XVIIIe siècle, Paris 1891, 554. Publica la carta en castellano J. Mª Reyero, Cartas familiares del P. José Francisco de Isla, León 1903, 740-741.

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tenido genealógico –que muestran las vinculaciones del P. Isla y su hermana con esa rama familiar– y dos cartas de nuestra biografiada escritas en los años finales del siglo XVIII. Quizás la parte más interesante –para nosotros lo es, ciertamente– del estudio de Pérez de Castro sea la publicación de esas dos muestras singulares del epistolario de María Francisca, no sólo por el valor documental que representan sino porque nos permite conocer sus características literarias y los rasgos personales del personaje. Sin limitarnos a reproducir aquí ambos textos, lo cual nada nuevo aportaría al excelente trabajo de Pérez de Castro, permítasenos reproducir algunos párrafos, comentar sus contenidos y contrastarlos con ciertos apartados de nuestra obra33. Las cartas forman parte, sin ninguna duda, de un ciclo epistolar durante el cual se intercambiaron diversas misivas –no sabemos cuántas– entre María Francisca y su pariente José Joaquín de Isla y Mones, al menos durante los siete meses que mediaron entre el 11 de septiembre de 1799 y el 15 de abril de 1800. La primera de nuestra autora está datada el 23 de septiembre de 1799 y es respuesta a la enviada doce días antes por José Joaquín, quien –con motivo de responder a otra anterior de su sexagenaria parienta, de contenido familiar y tema económico– le pedía consejo en una importante circunstancia de su vida, cuando se planteaba su futuro profesional y el tomar estado. La respuesta de María Francisca, pese a su aparente formalidad –que debía ser habitual entonces, incluso entre familiares, sobre todo por la gran diferencia de edad que había entre ambos–, demuestra la cercanía y cariño con que había sido escrita, además de un gran sentido común al aconsejar sobre los dos puntos propuestos por el joven Isla. Sobre el tema de “recivirse de Abogado”, para lo cual contaba José Joaquín con los estudios previos exigidos, María Francisca era claramente favorable: “porque es Carrera de estiman y en la que se puede hacer fortuna”, además de que en ella “se interesa la conciencia y el onor”. Sobre la propuesta que le habían hecho para casarse con una mujer que “le lleba a Vm ms años, qe no es hermosa y qe no tiene dote ni qn se lo pueda dar”, le aconsejaba no determinarse a ello sin verla previamente, tratar con ella y aconsejarse de personas doctas y experimentadas: “Mire Vm que el Estado es pr toda la vida, y qe no llevándose la Cruz entre los dos, pª aligerarla con el amor reciproco será insoportable”, pues de una buena elección “pende la eterna desdicha o felicidad, qe le deseo a Vm muy de corazon”.

33 El texto de una y otra carta los reproduce al completo Pérez de Castro, Recuerdos y cartas, CEG, XV (1960) 243-244 y 246, respectivamente.

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A esta sentida carta contestó el joven José Joaquín, aunque no sabemos en qué términos, como tampoco lo que le respondió María Francisca –quizás anteriormente hubo otros escritos, pero al menos el 18 de enero de 1800–, como se infiere del borrador que se conserva de la carta dirigida a su parienta el siguiente 12 de febrero. En ella le agradecía el afecto que le demostraba, especialmente en el tema matrimonial, al que accedería con un buen respaldo económico y profesional, y respecto al cual se hallaba ya muy inclinado, a sabiendas de que debía esperar unos años para poder consolidar su futuro como abogado. Le informaba también de su situación como estudiante de ambos derechos (civil y canónico), así como de los pasos y costos para lograr las graduaciones. En esa doble duda vital de José Joaquín, para resolver su futuro profesional y matrimonial, volvió a intervenir sensatamente nuestra biografiada, a tenor de lo que escribía a su joven pariente el 15 de abril de 1800, que es el texto de la segunda carta publicada por Pérez de Castro. A preguntas de su pariente sobre la carrera, María Francisca se pronunciaba claramente a favor del estudio jurídico por todos sus pasos y no por la vía rápida extraordinaria con examen global, porque “un estudio abreviado carece de los solidos fundamtos que se deben tener pª responder con conocimto en tantas preguntas como le havian de hacer”. Y en cuanto a servir en la secretaría del Conde de Altamira –posibilidad expuesta por el joven–, se lo desaconsejaba por la baja retribución asignada a ello y el freno que supondría para su carrera de leyes. Acerca de tomar estado con la mujer antecitada, nuestra escritora le daba cuenta de los informes allegados, que la presentaban como diez años mayor que él, “y pª asegurar la sucesión qe es lo que importa, no da tantas treguas como Vm quiere”. Sin oponerse a ese matrimonio, María Francisca se inclinaba a una consulta con el capellán de la condesa de Torrepalma: “no me opongo a ello por qe no quiero estorbar los progresos qe puedan hacer por ese medio”. Al parecer, los consejos de nuestra escritora cayeron en buena tierra, pues José Joaquín de Isla siguió los estudios en la universidad de Oviedo hasta graduarse, siendo recibido como abogado de los Reales Consejos en 1802, y más tarde contrajo matrimonio con su paisana Úrsula de Cobián, según informa en su artículo Pérez de Castro34. Digamos por último que estos dos ejemplares del epistolario de María Francisca corresponden a la etapa final de su vida, ya en lo avanzado de la sexentena, y evi-

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Cf. Pérez de Castro, Recuerdos y cartas, CEG, XV (1960) 246-247.

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dencian muy poco las cualidades literarias de que había hecho gala dos o tres décadas atrás. Además de las limitaciones físicas que padecía entonces (residía en Madrid por razones editoriales y de salud), el objeto familiar de las cartas no se prestaba a mayores alardes en su redacción, para no superar el tono grave que las cuestiones planteadas por su pariente requerían. Eso nos ha privado, sin duda, de disfrutar de aquel estilo ágil y gracia de las expresiones que la habían caracterizado en etapas anteriores.

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CAPÍTULO X EDITORA DEL P. ISLA No parece que al P. Isla le repugnara publicar lo que escribía; más aún, a veces parecía que lo buscaba con más afán del que se podría esperar de la humildad de un religioso. Y, sin embargo, buena parte de la producción isleña –entre ella la más valorada por los críticos– se publicó anónima y seudónimamente en vida suya, o tan sólo tras su muerte a finales del año 1781. El primer volumen de la Historia del famoso predicador Fray Gerundio de Campazas, alias Zotes salió a la luz en 1758, por cierto a nombre del párroco Francisco Lobón de Salazar, y ahí comenzaron las contradicciones que había de sufrir su autor, procedentes sobre todo de los medios eclesiásticos afectados por sus críticas, que no cejaron hasta ver la obra incluida en el Índice de libros prohibidos. Por otra parte, tras la expulsión de los jesuitas en 1767, el P. Isla padeció el mismo rigor que los miembros de su Orden para publicar escritos en España, especialmente los vindicativos de la Compañía de Jesús, debiendo contentarse a menudo con traducir al castellano obras famosas editadas en otros idiomas, a las cuales alcanzaba también con frecuencia el veto a que estaba sometido. Entre los escritores especializados es hoy voz común que buen número de las publicaciones debidas al P. Isla, como autor o traductor, llegaron a editarse gracias a la gestión –en muchos casos persistente y tenaz– de su hermana María Francisca, que había aceptado un encargo testamentario del sabio jesuita en tal sentido, sumando a ello el propósito de reivindicar su memoria personal y su obra literaria. Esta directa implicación de nuestra biografiada en la publicación póstuma de diversos escritos de su hermano había tenido base, efectivamente, en el testamento dispuesto por el P. Isla unos días antes de morir, como demostró documentadamen-

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te en su momento el P. Eguía Ruiz1. Disposición muy meditada por el sabio jesuita, que se la había anticipado a su hermana con su acostumbrado gracejo tres años antes de morir, y que sin duda ésta había aceptado también muy meditadamente, como una prueba más de aquel entrañable amor que los unía a ambos, acerca del cual era muy difícil decidir “quién venció en aquella generosa lucha de cariño”, en estimación del biógrafo Monlau. Toda esa labor de carácter póstumo realizada por María Francisca de Isla es el objeto de estudio de este capítulo, y no como algo apendicular o secundario en su biografía literaria. No dudamos en afirmar que, probablemente, ésta haya sido la más importante tarea llevada a cabo por nuestra escritora en ese campo, la que tuvo mayor proyección histórica y por la cual su nombre ha quedado unido indisolublemente al del P. Isla en las portadas de varias obras suyas. Pero, al mismo tiempo, queremos precisar nuestra afirmación sobre esa importancia: quizás no lo sea tanto por su valor literario propio, sino sobre todo por la nobleza de su propósito y la calidad moral de sus decisiones, que no fueron otras sino recuperar para la imprenta la obra escrita de su hermano y reivindicar su fama. Por lo dicho, este capítulo trata de considerar de la forma más probatoria posible toda la actuación editorial llevada a cabo –en el sentido dicho– por María Francisca de Isla acerca de la obra escrita que tuvo por autor a su hermano. Para ello se estructura en cuatro apartados. El primero intenta probar genéricamente, de forma documental y fáctica, que nuestra biografiada había recibido una encomienda testamentaria del P. Isla sobre sus escritos inéditos, en virtud de la cual llevaría a cabo la posterior labor editora de una parte importante de su obra literaria. El segundo apartado da cuenta de las publicaciones póstumas de inéditos isleños realizadas gracias a la actuación de María Francisca, documentándose básicamente la tramitación de esas ediciones, que salieron siempre bajo la autoría del P. Isla. El tercer apartado informa, también documentadamente, de algunos intentos infructuosos de publicar escritos isleños, pretendidos por la Musa compostelana. Y el cuarto apartado se detiene en la que sin duda fue la primera biografía del P. Isla, elaborada con carácter extenso y publicada el año 1803 por el presbítero Salas, seudónimo de un conocido autor jesuita, perteneciente al círculo de amistades de nuestra literata, que fue su verdadera inductora y autora.

Cf. C. Eguía Ruiz, Postrimerías y muerte del Padre Isla en Bolonia. Su testamento ológrafo, Razón y Fe, XXXII, tomo C, n. 430, (1932) 305-321; XXXIII, tomo CI, n. 432 (1933) 41-61. 1

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1. HEREDERA LITERARIA DEL P. ISLA Como hemos afirmado ya, María Francisca de Isla y Losada fue la pertinaz gestora de la publicación póstuma de diversas obras –originales o traducidas– que su hermano había dejado inéditas a la hora de su muerte, en parte a causa de las medidas restrictivas aplicadas contra la Compañía de Jesús o contra él. En otros casos realizó la función de recopiladora y editora de escritos suyos dispersos, publicados en ediciones menores y agotadas ya. Como resultado de sus actuaciones, el cuerpo literario isleño resultó notablemente incrementado en las dos décadas siguientes a la muerte del famoso jesuita, cuando aún vivían parte de los testigos y coetáneos del autor, que podían responder de la autenticidad de tales obras. Los biógrafos y autores especializados están concordes en vincular esa afortunada labor editora de María Francisca a la voluntad de su hermano, que la habría nombrado heredera de todos sus manuscritos; ella, por su parte, además de recibir en depósito ese tesoro literario, se obligaría con todas sus fuerzas a publicarlo, extendiendo también sus gestiones a otros escritos isleños del pasado. Esa tesonera voluntad de nuestra biografiada, fruto del gran amor que sentía por su hermano mayor y maestro, probablemente haya salvado de su desaparición para la posteridad más de una obra del literato jesuita. Quizás el primer autor que se ocupó con cierto detalle de este tema fue Monlau, quien, en su estudio biográfico del P. Isla, dejó un encendido elogio de los amorosos cuidados que la Musa compostelana había brindado siempre a su hermano, especialmente durante su etapa de desterrado: “La hermana del P. Isla fue realmente siempre su solícita y amorosa Carixena. Ella cuidó constantemente de que no le faltase la debida asistencia, así en España como en Italia; y ella fue quien, tierna y solícita, cuidó tambien á los hijos del testador, sacándolos del oscuro rincón donde los dejó su padre, y dándolos á la luz pública para gloria de España y deleite de los aficionados á las bellas letras”2. Que el P. Isla hubiera designado genéricamente heredera de sus inéditos a María Francisca no es puesto hoy en duda por ningún autor, sobre todo desde que hace setenta años Eguía Ruiz publicó el hasta entonces desconocido testamento del ilus-

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Monlau, Obras P. Isla, Noticia de la vida y obras del P. Isla, XXI.

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tre desterrado, formalizado en Bolonia pocos días antes de morir, como detallamos más adelante. Sin embargo, antes de tal publicación, una cuidadosa lectura del epistolario isleño (publicado póstumamente, como es sabido, por nuestra autora) había descubierto ya pruebas de la voluntad del P. Isla en tal sentido unos tres años antes de morir. Efectivamente, en una carta enviada a su hermana desde Bolonia el 28 de octubre de 1778 –incluida ya en la primera edición del epistolario–, José Francisco de Isla le comunicaba con su habitual donaire la intención de nombrarla heredera de sus hijos literarios. Del escrito, que vale la pena leer en su totalidad, entresacamos los párrafos más elocuentes: “Tengo ya dispuesto mi testamento, y en él te dexo un legado muy parecido al que Eudamides de Corintho dexó á Carixênes y Aresto, dos finísimos amigos suyos”. La informaba luego de que a uno le había encargado, tras su muerte, cuidar a su madre, y al otro casar a su hija, añadiendo: “Yo no tengo madre, pero tengo hijos, aunque tan pobres, que si tú no cuidas de ellos se pudrirán de hambre en un rincon. Esta es la única herencia que te puedo dexar, bien seguro que no serás ménos generosa que Carixênes: el qual casó á la hija de Eudamides el mismo dia que casó á la suya, y la dió igual dote que á ella. El célebre pintor Provisin consagró esta accion á la posteridad con su delicado pincel. No faltará otro pincel que consagre tambien la tuya á la misma. Tenía Eudamides bien conocidos á los amigos á quienes confiaba aquellas prendas, y yo no tengo menos conocida la hermana á quien confío las mias”3. Esa genérica disposición del P. Isla, de legar a su hermana sus “pobres hijos” literarios, nada aclara sobre cuántos y cuáles eran estos. Y la cuestión no se resolvió en la correspondencia posterior, donde no la volvió a mencionar, fuera de una breve alusión en la carta dirigida al año siguiente a un desconocido destinatario, a quien trataba de “Excelentísimo señor”, comunicándole que entonces se hallaba en su poder uno solo de sus manuscritos, ambigua expresión que podría incluso referirse al conjunto de su obra inédita4.

Cartas familiares del P. Joseph Francisco de Isla, escritas á su hermana Doña Maria Francisca de Isla y Losada, y á su cuñado D. Nicolás de Ayala, IV, M. Gonzalez, Madrid 1786, carta n. CLXXVII, pp. 165-170. En la edición de Monlau, Cartas familiares, n. CCLXXXVII, p. 537. 4 Cf. Monlau, Obras P. Isla, Cartas escritas á varios sugetos, n. CXXXV (Bolonia, 10-VIII-1779), p. 612. 3

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Hemos de decir, por ello, que el tema no se puede aclarar suficientemente si no se recurre a dos elementos posteriores, uno como testimonio documental y el otro como prueba fáctica: el texto testamentario del propio P. Isla y la actuación póstuma de María Francisca en el terreno editorial. Con respecto al testamento del desterrado jesuita, estamos en disposición de comprobar documentalmente las ambiguas intenciones expresadas en su citada carta de octubre de 1778. Gracias a la continuada investigación de los críticos de la obra del P. Isla, sabemos ya que aquel genérico propósito a favor de María Francisca tardó año y medio en concretarse por escrito, cuando redactó su testamento ológrafo con fecha 29 de abril de 1780. Con toda seguridad, en las fechas inmediatas debió comunicar a su hermana los contenidos del mismo o al menos los extremos que la afectaban, pero no ha quedado rastro de ello en el epistolario conocido actualmente. Sí se ha conservado, por fortuna, una carta con que María Francisca agradecía desde Compostela a su hermano el honroso encargo que le hacía, carta publicada un siglo después por Gaudeau en su difundida obra y hoy un valioso testimonio –si bien todavía genérico– de la última voluntad del famoso escritor: “Acepto sin beneficio de inventario la herencia que me dejas en tu testamento, y con que me creo más rica que Creso, y pondré en ejecución la manda sin que por eso me resulte la gloria de los dos amigos de Eudamides, pues la de éstos estaba ligada á la acción, y en mí es consecuencia de la gloria que resulta”5. El testamento ológrafo del P. Isla, que ya era totalmente válido desde su redacción, permaneció en poder de su otorgante durante año y medio sin registrarlo notarialmente. La afortunada investigación llevada a cabo por Eguía Ruiz, en el Archivo General de Protocolos de Bolonia, nos permite disponer del texto “escrito todo de mi propio puño y firmado con mi nombre” de dicho testamento, avalado por ocho testigos y sellado por el notario boloñés Giovanni Antonio Lodi el 26 de octubre de 1781, seis días antes de la muerte del testador6.

B. Gaudeau, Les prêcheurs burlesques en Espagne au XVIIIe siècle, Paris 1891, 554. Citamos por el texto castellano que aporta J. Mª Reyero en su edición de las Cartas familiares del P. José Francisco de Isla, León 1903, 741. 6 Archivio Notariale Distrettuale, Bologna: Atti del notaio G. A. Lodi, di Bologna, Aperitio et publicatio Testamenti olim Illmi. Dni. Abbatis Josephi Francisci d’Isla, 2-XI-1781; texto en C. Eguía Ruiz, art. cit., Razón y Fe, XXXIII, n. 432 (1933) 57-61. 5

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El testamento del P. Isla, redactado por él mismo año y medio antes de morir, da cuenta en efecto de la madura decisión tomada entonces respecto a sus últimas voluntades, que el grave empeoramiento de la salud en sus últimos días le debió convencer para protocolizarlo ante notario y disponer su apertura pública tras su muerte. Esta disposición se cumplió el mismo día del óbito, 2 de noviembre de 1781, ante dos servidores del conde Todeschi, en cuya mansión estaba acogido el sabio jesuita y donde el evento tuvo lugar, tras haber recibido con toda consciencia y gran devoción los últimos sacramentos. Conocido ahora el documento testamental, gracias a su publicación por Eguía Ruiz, se puede comprobar la imprecisa descripción de sus escritos inéditos que el P. Isla incluía en su legado. Permítasenos por ello resumir sucintamente sus contenidos y detenernos en la parte que nos interesa aquí. Tras las acostumbradas profesiones de fe y deseos de expresar con todo el juicio sus últimas voluntades, el desterrado jesuita las consignaba en siete disposiciones: 1ª) Encomendaba su alma a la misericordia de Dios y a la intercesión de la Virgen María. 2ª) Entregaba su cuerpo a la tierra, para ser sepultado en la parroquia donde muriese, y disponía se le celebraran cuarenta misas de cuerpo presente. 3ª) Si a su muerte dejaba deudas, especialmente de médicos y boticarios, se pagaran antes de todo. 4ª) “Item declaro haber hecho donacion inter vivos causa mortis de todos mis papeles y manuscritos, encuadernados o no, a mi gran amigo y bienhechor el señor Manuel Urgullu e Iturnieta”, cuando este residía en Cádiz, quien la había aceptado a condición de que el autor quedara libre para “hacer la misma donacion á cualquier otro”. Dado que, después de ello, dicho señor había sido destinado a Hamburgo como cónsul español y llevaba mucho tiempo sin saber de él, ignorando si aún vivía o no, añadía a dicha disposición: “Sustituyo por heredera de todos los sobredichos papeles y manuscritos á mi querida hermana, Ahijada y Señora Doña Maria Francisca de Isla y Losada, habitante en la Corte de Madrid, á quien se deberán dirigir por mano de mi caro sobrino D. Alonso Fernandez de Heredia, Comisario Ordenador al servicio del Regio Infante Duque de Parma. Y en caso de que dicha mi Señora hermana falleciere antes que yo, sustituyo por heredero de los tales Papeles y manuscritos al mismo sobrino mio D. Alonso Fernandez de Heredia”.

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5ª) Con la misma clase de donación inter vivos legaba su reloj de faltriquera a Magdalena Politani, por los buenos servicios que le había prestado durante su residencia en Budrio, reservándose el uso de por vida. 6ª) Declaraba heredera universal de todas sus pertenencias, en el momento de su muerte, a la condesa Laura Todeschi, “mi benignísima hospedadora”, como humilde muestra de su inexpresable gratitud. 7ª) A su servidor Paulino, por la gran fidelidad profesada, le permitía disponer de todo lo que gustase de su guardarropa. Por último, firmaba todo de su mano en la indicada fecha del 29 de abril de 1780, designando a los condes de Todeschi comisarios para su ejecución. Como puede verse, la disposición relativa a la donación de sus “papeles y manuscritos” a María Francisca seguía siendo indeterminada, ignorándose por ello a cuántos y cuáles se refería en concreto. Es más, observamos una curiosa coincidencia cronológica entre el testamento y una carta enviada por Isla a su hermana dos semanas antes de redactarlo, comunicándole que estaba enterado de la cesión de su librería –que había dejado en la residencia de Pontevedra al tiempo de la expulsión jesuítica– a la universidad de Santiago, pero ignoraba qué había sido de sus “papeles”, depositados también allí7. ¿Se refería acaso a escritos propios e inéditos que pudieran ser afectados por la disposición testamentaria? De hecho, algunos investigadores han intentado seguir la pista a esa clase de escritos, procedentes de la pluma del P. Isla8. El segundo elemento necesario para probar la extensión del legado hecho por el P. Isla a su hermana es de carácter fáctico y, en definitiva, más probativo del hecho. Se trata de la acción recopiladora y editorial llevada a cabo por ella en las dos décadas siguientes a la muerte del jesuita, que expresa con el valor irrefutable de los hechos el detalle de las obras recibidas o encomendadas a su tutela. Este será precisamente el contenido de los apartados siguientes.

2. ESCRITOS DEL P. ISLA EDITADOS PÓSTUMAMENTE Los autores especializados han dejado una serie de referencias sobre las actuaciones realizadas por María Francisca de Isla, tras la muerte de su hermano, para Cf. Monlau, Obras P. Isla, Cartas familiares, n. CCCIV (Bolonia, 15-IV-1781), p. 547. Cf., por ejemplo, R. Ezquerra Abadía, Obras y papeles perdidos del P. Isla, en VV. AA., Estudios dedicados a Menéndez Pidal, VII, Madrid 1957, 417-446. 7 8

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cumplir el encargo testamentario de que cuidase de sus hijos literarios. De hecho se ha conseguido documentar un cierto número de gestiones –unas completadas positivamente, otras infructuosas– llevadas a cabo por la Musa compostelana durante dos decenios (1783-1803), gracias a las cuales se llegaron a publicar póstumamente diversos escritos (originales o traducciones) compuestos por el desterrado jesuita, quien los llegó a enviar o dejó dispuesto se enviaran a su hermana. Asimismo consta de otras actuaciones realizadas por ella, en la misma línea, que quizás se motivaban genéricamente en aquel encargo testamentario, pero eran producto de su propia iniciativa. Todas ellas estaban encaminadas a recopilar escritos isleños, dispersos o en ediciones ya agotadas, para publicarlos de nuevo, e incluso algunas se orientaban a reivindicar la memoria del P. Isla, por ejemplo para conseguir revocar la prohibición inquisitorial y poder reeditar en España el Fray Gerundio. Dado que los principales autores han documentado ya todas las tentativas –concluidas o no positivamente– con fondos depositados en archivos nacionales, nos limitamos a indicar aquí las citas oportunas sin volver a entrar en sus contenidos documentales, pues el carácter no especializado de esta obra lo hace innecesario.

2.1. Traducción del “Arte de encomendarse a Dios”, de A. F. Bellati (1783) Dice Serrano Sanz que María Francisca de Isla obtuvo licencia en 1783 –aunque no aporta ninguna prueba documental de ello– para publicar el Arte de encomendarse a Dios, obra original del jesuita P. Antonio Francisco Bellati, editada en Padua el año 1732, cuya traducción al castellano había realizado el P. Isla9; por su parte, el bibliógrafo Aguilar Piñal referencia el expediente que contiene la documentación generada para la gestión10. Sobre esta interesante obra y su traducción al español aparecen diversas referencias en el epistolario isleño dirigido a María Francisca. La primera alusión a ella se encuentra en una carta firmada en Bolonia el 18 de abril de 1776, incluida ya en la primera edición de la correspondencia familiar, donde le confesaba:

Cf. Serrano Sanz, Apuntes para una biblioteca, I, Madrid 1903, 537. AHN: Consejos, Leg. 5547 (69); cit. por Aguilar Piñal, Bibliografía siglo XVIII, IV, Madrid 1986, n. 4.383. 9

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“Entre las traducciones emprendí precisamente para enviártela la de una obrita intitulada Arte de encomendarse á Dios, la cosa mayor, la mas discreta y mas solida que he leido en el asunto. Te la remitiré por la via de Cadiz en la primera ocasion segura que se ofrezca”11. Tres años después la traducción estaba concluida, con toda fidelidad al original, a falta tan sólo del prólogo que Isla pensaba redactar12. Por esta razón reaparece el tema en la correspondencia isleña, al anunciarle el desterrado jesuita a su hermana el envío de la traducción del libro de Bellati por medio del canónigo ovetense Miranda, amigo suyo que se estaba graduando en la universidad de Bolonia: “Miranda te entregará un libro ascético intitulado Arte de encomendarse a Dios traducido por mi precisamente por respeto tuyo. No he leido cosa mas eficaz, mejor parlada ni que mas aliente mi corazon pusilámine. Si tú fueres del mismo parecer (como no lo dudo), y si hallases algun librero que le quiera imprimir á costa suya, no lo hagas hasta darme aviso; porque en ese caso permitiré que se estampe en mi nombre, y al frente una carta mia para tí, que sirva de dedicatoria y de prólogo, con algunas advertencias que juzgo muy necesarias para ocurrir á los críticos reparos que se pueden oponer. Con este antídoto no dudo que será uno de los libros mas provechosos que se hayan visto en la nacion, singularmente para personas piadosas, de entendimiento y discrecion; que para los vulgares es pasto demasiado delicado”13. El envío del manuscrito desde Bolonia, a través del prebendado ovetense, debió tardar bastante tiempo en llegar a su destinataria. Finalmente, en carta remitida por el P. Isla a su hermana seis meses después de la anterior, le acusaba recibo a una suya reciente que le comunicaba haber recibido la traducción de la obra de Bellati14. Todavía cinco meses más tarde el desterrado jesuita remitía a María Francisca tres escritos que debían preceder a la edición española del libro de Bellati: una carta, dirigida a ella misma, como le había anunciado; una carta del P. Bellati al también

11 Cartas familiares del P. Joseph Francisco de Isla..., IV, Madrid 1786, carta n. CLXI, pp. 75-83; el texto citado, en p. 80. 12 Cf. J. I. de Salas, Compendio Histórico, Madrid 1803, 175. 13 Monlau, Obras P. Isla, Cartas familiares, n. CCXCII (Bolonia, 14-VI-1779), p. 540. 14 Cf. Monlau, Obras P. Isla, Cartas familiares, n. CCXCVI (Bolonia, 17-XII-1779), p. 542.

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jesuita P. Mazarrosa, comentando la obra; y una introducción del mismo autor, a modo de prólogo15. Curiosamente, en su Introducción a las obras del P. Isla, Monlau da a conocer una carta –cuyo texto no incluyó en el epistolario familiar– que éste había enviado a María Francisca el 8 de abril de 1781 (cuatro semanas antes que la última citada), recordando cómo había llegado a sus manos la obrita del P. Bellati y su propósito de traducirla para corresponder a los muchos favores de su hermana, esperando que la publicase para bien de muchos lectores, con cuyo fin le adjuntaba los tres escritos antedichos como su mejor presentación y recomendación. Nos parece este un texto redundante con la ya referida carta, la cual probablemente fuera una primera versión de la misma, enviada para asegurar su recepción, dados los inseguros caminos de la correspondencia desde Italia. Por esta razón, la reproducimos en la parte que interesa: “Luego que devoré, aun mas que leí, aquel libro incomparable (tanto me hechizó) resolví traducirlo á nuestro idioma nativo, sin otro fin que hacerte un regalo, el mas estimable a tu natural piedad”. Al no poder agradecerle de otro modo sus muchos regalos, “quise á lo menos darte este tal cual testimonio de que tengo muy presentes tus beneficios, y de que deseo corresponderlos en lo que puedo y mas se conforma con tu religioso gusto. / Si formas de este escrito el alto concepto que han formado de él los mayores hombres de Italia, no dudo harás lo posible para que se comunique á toda nuestra nación el importantísimo fruto que puede hacer en toda ella. Quizá no se haya publicado hasta ahora cosa mas oportuna, mas enérjica, ni sólida, para alentar á los mas grandes pecadores”16. La traducción de la obra de Bellati, remitida por el P. Isla a María Francisca para su posible publicación ocho meses antes de fallecer, no parece se pueda considerar uno de los inéditos a que este aludía en su legado testamentario. Sin embargo, es posible interpretar que le afectaba en sentido amplio, toda vez que el testamento ológrafo estaba firmado ya un año antes de haber escrito dichas cartas. Y, de hecho, fue la primera publicación isleña póstuma que nuestra biografiada gestionó ante las autoridades reales, saliendo a la luz dos años después de la muerte de su hermano17.

Cf. Monlau, Obras P. Isla, Cartas familiares, n. CCCV (Bolonia, 6-V-1781), p. 547. Monlau, Obras P. Isla, Noticia de la vida y obras del P. Isla, XXV. 17 Arte de encomendarse a Dios, o sea virtudes de la Oracion. Por el P. Antonio Francisco Bellati. Traducido de italiano en español por el abate D. Josef Francisco de Isla. Joachin Ibarra, Madrid 1783, XL+218 pp. 15 16

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2.2. Traducción de las “Reflexiones cristianas sobre las grandes verdades de fe”, de C. Judde (1785) Serrano Sanz informa de que María Francisca había gestionado en Madrid las licencias para publicar la versión castellana, hecha por el P. Isla, del Retiro espiritual escrito por el jesuita francés Claude Judde, las cuales se le concedieron tras haber emitido su parecer favorable Alonso Camacho, vicario eclesiástico del arzobispado toledano en la Corte, el 27 de agosto de 178418. En la correspondencia familiar de los hermanos Isla no hemos encontrado ninguna referencia a esta obra ni a su traducción, lo cual nos sugiere que pudo haber sido un trabajo realizado en la época más inmediata a su muerte. Esto nos permitiría incluirlo entre los manuscritos que el deportado jesuita le había encargado publicar a María Francisca en su legado testamentario, con todas las cautelas que la falta de pruebas escritas impone a esta opinión. El hecho es que la obra se publicó en virtud de dicha licencia, debiendo señalarse que la versión del P. Isla abrevia la edición original de Judde, además de cambiarle el título por el de Reflexiones chistianas sobre las grandes verdades de fe y sobre los principales misterios de la Pasion de Nuestro Señor Jesu-Christo19. Según referencia en su obra catalográfica Aguilar Piñal, el manuscrito original de la traducción, autógrafo del P. Isla, se conserva en la Biblioteca Nacional20.

2.3. Cartas familiares (1785-1790) Por más de un concepto esta es sin duda la mejor publicación póstuma, puesta bajo la autoría del P. Isla, que llevó a cabo su hermana María Francisca. Y entendemos que, en este caso, rebasó generosamente el encargo testamentario del literato jesuita, realizando la edición de dos centenares de ejemplares del epistolario isleño, tras llevar a cabo una recolección –y, posiblemente, selección– de las cartas que les había enviado a ella misma y a su marido durante veintisiete años. Por otra parte, esta obra presenta una característica especial entre todas las escritas y/o publicadas del P. Isla: que no fue redactada como un cuerpo único, con ánimo de 18 AHN: Consejos, Leg. 5548 (39), cit. por Serrano Sanz, Apuntes para una biblioteca, I, Madrid 1903, 537; Aguilar Piñal, Bibliografía siglo XVIII, IV, Madrid 1986, n. 4.391. 19 La editó asimismo Joachin Ibarra, Madrid 1785, XVI+440 pp. 20 Biblioteca Nacional, Madrid: Ms. 8536, 309 ff., cit. por Aguilar Piñal, o.c., IV, Madrid 1986, n. 4.245.

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ser editada, sino que procede de la correspondencia familiar entre dos hermanos muy unidos, escrita en la más diversas épocas y circunstancias. Quizás, por ello, algunos críticos estiman que el género epistolar es el más prototípico de la producción isleña. Hay que decir, ante todo, que el P. Isla no deseaba ver publicadas sus cartas, sobre todo si tenían carácter familiar o privado. Esto se lo afirmó tajantemente a unos amigos salmantinos, que habían recopilado algunas recibidas de él “por si el tiempo puede hacerles la justicia de imprimirlas”. Vale la pena reproducir la ingeniosa, y al mismo tiempo firme, respuesta del jesuita ante tal propuesta, justamente cuando se hallaba en su época de plenitud literaria: “Aunque mis cartas fuesen mas elocuentes que las de Ciceron, mas sentenciosas que las de Séneca, mas eruditas que las de Justo Lipsio, mas sonadas que las de Voiture, mas discretas que las de Balzac, mas juiciosas que las del cardenal Palavicino, mas graciosas y mas embusteras que las del ilustrísimo Guevara, mas almidonadas que las de Don Antonio de Solis, mas lánguidas y mas afectadas que las de Mayans, mas elegantes que las de San Jerónimo, mas dulces que las de San Bernardo, mas tiernas que las de San Francisco de Sales, mas místicas y mas caseras que las de Santa Teresa, mas duras que las del Padre Nieremberg, y mas espirituales que las del Padre Colombier: digo que, aunque fueran todo esto y mucho mas, tendría que sentir si las viera de molde. Dejemos este punto, y no hay que pensar en el”21. María Francisca presentó durante el año 1784 varias solicitudes para que le autorizaran publicar la correspondencia familiar del P. Isla, obteniendo primeramente la aprobación de la Real Academia de la Historia22; se conservan también los expedientes generados con motivo de la autorización23. La primera edición de la obra apareció en cuatro volúmenes de tamaño bolsillo (en 8º) bajo el título de Cartas familiares del P. Joseph Francisco de Isla, escritas á su hermana Doña Maria Francisca de Isla y Losada, y á su cuñado D. Nicolás de Ayala: vols. I-III, Impr. del Consejo de Indias, Madrid 1785; vol. IV, Impr. Manuel Gonzalez, Madrid 1786.

Monlau, Obras P. Isla, Cartas escritas á varios sugetos, n. XVII (Salamanca, 11-X-1752), pp. 563-564. 22 AHN: Consejo de Castilla, Impresiones, Legs. 25 y 33, cit. por Serrano Sanz, Apuntes para una biblioteca, I, Madrid 1903, 537. 23 AHN: Consejos, Leg. 5548 (67), cit. por Aguilar Piñal, o.c., IV, Madrid 1986, n. 4.394. 21

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Por extensión se suelen incluir otros dos volúmenes epistolares en este bloque de Cartas familiares, como si fuesen el quinto y sexto de las mismas, aunque fueron publicadas como Cartas escritas á varios sugetos: vol. V, Impr. Manuel Gonzalez, Madrid 1789; vol. VI, Viuda de Ibarra, Madrid 1790. Respecto a esta edición, hay que decir que María Francisca había solicitado al Real Consejo en 1787 su licencia para la impresión, por medio de Antonio de Parga, y desde allí se pidió su informe a la Real Academia de la Historia24, la cual lo emitió positivamente por Antonio Tomás Sánchez, que consideraba las cartas “muy dignas de leerse por las gracias del estilo y de los pensamientos”25 . La segunda edición de los seis volúmenes se realizó por la Viuda de Ibarra, Madrid 1789-1794. Se conservan también los expedientes con las licencias, solicitadas asimismo por nuestra autora26. Aunque no se declara abiertamente, el texto dirigido Al publico, al frente del primer volumen, parece escrito por María Francisca. En él se afirma que las Cartas se publicaban “con el solo objeto de que puedan ser útiles para la instruccion de la juventud” y que, al tomar esta resolución, había “procedido no solo con acuerdo sinó con persuasiones de hombre sabios; y asi merezco disculpa si parece apasionada, porque la amistad disminuye, y aun oculta los defectos del amigo. Aunque las cartas tengan algunos, que no dexarán de hallar los críticos, como no fueron escritas para darse á la prensa, deben suplirse... Estoy procurando recoger otras á distintos sugetos, que por la variedad de asuntos podrán ser mas instructivas, y mas agradable su lectura... en la seguridad de que son obras legítimas de dicho autor, baxo cuyo nombre se ha impreso alguna que no lo es, ni adoptaria si viviera”27. En un capítulo previo nos hemos referido con detalle al epistolario isleño, por lo que ahora tan sólo recordamos que se han hecho del mismo diversas y ampliadas reediciones, siendo las más conocidas: la del P. F. Monlau, dentro del volumen de Obras escogidas del P. Isla (Rivadeneyra, Madrid 1850: Biblioteca de Autores Españoles, XV), que aumenta en más de un centenar las cartas familiares; las Cartas familiares y escogidas del P. Isla (Barcelona 1884: Biblioteca Española Clásica); y las Cartas familiares del P. José Francisco de Isla, editadas por J. Mª Reyero (León 1903).

AHN: Consejo de Castilla, Impresiones, Legs. 33 y 35, cit. por Serrano Sanz, Apuntes para una biblioteca, I, Madrid 1903, 537. 25 Real Academia de la Historia, Madrid: Censuras, Leg. 89, n. 42, cit. por Eguía, La predilecta hermana, Humanidades, VII (1955) 262. 26 AHN: Consejos, Leg. 5560 (24 y 26), cit. por Aguilar Piñal, o.c., IV, Madrid 1986, n. 4.395. 27 J. F. de Isla, Cartas familiares, I, Madrid 1785, 2 pp. s.n. 24

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2.4. Sermones (1792-1793) La dilatada experiencia pastoral del P. Isla como orador sagrado, en sus distintas modalidades, ha quedado parcialmente recogida en las publicaciones realizadas por su hermana María Francisca, quien con esta actuación probablemente salvó de su desaparición muchas de estas piezas oratorias. También en este caso el sermonario publicado por nuestra biografiada no obedeció a un propósito de su autor, que no parece haber dispuesto nunca los manuscritos para ir a la imprenta, sino que los conservó en su redacción original, como suelen hacer los oradores (para no reiterarse, para inspirarse en otros de tema semejante, etc.). Podría ser que, al menos una parte de esos originales, perteneciera al fondo de “papeles y manuscritos” legados testamentariamente a María Francisca por su hermano. De hecho, cuando contaba 48 años de edad y una abundante práctica en este campo, el docto jesuita dejaba patente su pensamiento sobre el particular en una carta enviada a un amigo, adjuntándole un sermón suyo que aquél le había pedido con intención de publicarlo. A esto último se había negado tajantemente el P. Isla, “porque tengo el mayor miedo del mundo á dar a luz este género de obras, hasta que esté mas desterrada la barbarie del gusto español en esta determinada materia”. Añadía luego que, aunque la crítica al género iba ganando terreno, era mucho el que tenía aún el enemigo “y para desalojarle es menester combatirle mas de propósito y con mayores fuerzas, como lo tenía pensado aquel hombre grande que se nos murió dos años há”, en clara referencia al P. Losada, cuyo propósito manifestaba tener él la voluntad de cumplir cuando le relevasen de su oficio de predicador28. Sin duda que el P. Isla maduraba ya por entonces la redacción del Fray Gerundio, que fue su tarea preferente en los años inmediatos hasta su publicación en 1758. Al pretender esta obra ser una visión satírica, y un tanto quijotesca29, de las barrocas prácticas oratorias de su tiempo, nuestro autor debía considerar suficiente esta exposición por contraste de su pensamiento oratorio e innecesaria la publicación de las piezas predicadas por él. Tras recopilar un importante número (en torno al centenar) de intervenciones orales de su hermano –sermones, homilías, pláticas, instrucciones...–, correspondientes a sus tres primeras décadas como jesuita, María Francisca de Isla gestionó Monlau, Obras P. Isla, Cartas escritas á varios sugetos, n. IX (Valladolid, 10-III-1751), p. 557. La expresión sale ya en una carta de Isla a un anónimo comunicante, que le pedía escribiera un don Quijote para predicadores: cf. Monlau, Obras P. Isla, Cartas escritas á varios sugetos, n. XIV (Salamanca, 20-IX-1752), p. 561. 28 29

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ante el Real Consejo la publicación del sermonario, consiguiendo las licencias oportunas en al año 179230. Como resultado de esas gestiones, salieron a la luz seis volúmenes de sermones del P. Isla, distribuidos en dos series: Sermones Morales y Sermones Panegíricos31. En el prólogo del volumen primero se declara que Isla era conocido por los preceptos que dio para ejercer bien el oficio de predicador, pero no como practicante de tal oficio; por tal razón se daba a conocer entonces, tomando originales de sus sermones, que él repugnaba de publicar, aunque los conservó sin corregir, lo cual se refleja en algunos errores del texto que se señalan al lector de esta edición.

2.5. Rebusco de obras literarias (1797) Entre los títulos póstumos de la producción isleña se incluye también un Rebusco de las obras literarias, así en prosa como en verso, del P. Joseph Francisco de Isla, de la extinguida Compañía de Jesús, editado por Pantaleón Aznar en Madrid el año 1790. Es una recolección de diversos escritos, algunos publicados ya y otros inéditos, de diversos temas y estilos, algunos de los cuales han sido considerados apócrifos por los críticos, incluida la propia María Francisca en la que se considera segunda edición de la obra, a la cual nos referiremos enseguida. Lo cierto es que nuestra biografiada, según documentada referencia de Serrano Sanz, había gestionado ya en 1789 las licencias para editar un nuevo volumen de Epístolas familiares del P. Isla y, aunque se informó favorablemente a finales de dicho año, los permisos oficiales no se concedieron hasta el 22 de agosto y 23 de septiembre (éste autorizaba a publicar un segundo volumen) de 179432. En 1797 salían a la luz en la misma imprenta de Pantaleón Aznar los dos volúmenes autorizados, aunque con el antiguo título de Rebusco de las obras literarias del P. Isla, a cargo de su hermana, que quizás los quería presentar como una edición auténtica de escritos isleños, pero eso no borró totalmente las sospechas de ser apócrifos algunos de ellos. El prólogo informa de que “se han entresacado... de algunos libros y manuscritos que algunos curiosos han conservado... porque en todos sobre-

AHN: Consejos, Leg. 5558 (18), cit. por Aguilar Piñal, o.c., IV, Madrid 1986, n. 4.511. Sermones Morales, Viuda de Ibarra, Madrid 1792, vols. I y II; Sermones Panegíricos, Viuda de Ibarra, Madrid 1792-1793, vols. III, IV, V y VI. 32 AHN: Consejo de Castilla, Matrícula de Impresiones, Legs. 33 y 35, cit. por Serrano Sanz, Apuntes para una biblioteca, I, Madrid 1903, 537. 30 31

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sale aquella gracia, chiste y sal, que dice bien á todos los paladares, y por lo mismo... merecerán siempre un singular aprecio”. El volumen primero contiene algunos escritos críticos (p. ej., sobre el P. Feijoo o el Cura de Fruime), así como numerosas cartas apologéticas, satíricas y críticas. Y el segundo, cartas a varios sujetos, dedicatorias de distintas obras de Isla, poemas, traducción de epigramas, etc. Más de medio siglo después Felipe Monlau, en su edición de las obras escogidas del P. Isla, incluía entre el epistolario del autor –además de dos series de cartas, familiares y a varios sujetos– una tercera serie de 44 epístolas, suscritas entre 1744 y 1758, sacadas del Rebusco y puestas bajo la autoría del literato jesuita33.

3. INTENTOS FALLIDOS DE PUBLICACIONES PÓSTUMAS Además de los éxitos publicistas logrados por María Francisca de Isla, en orden a la edición póstuma de algunos escritos de su hermano, la bibliografía específica da cuenta de otros intentos realizados por la Musa compostelana con el mismo objeto, si bien no llegaron a alcanzar un positivo resultado. Sin embargo, forman parte también de la tarea que nuestra biografiada se había autoimpuesto para cumplir –con generosidad, por cierto– la voluntad testamentaria del literato jesuita, y merecen por ello que quede aquí la constancia oportuna. Dos son, principalmente, los intentos editoriales realizados con dicha finalidad, de los cuales se encuentran referencias, y de ellos nos vamos a ocupar documentalmente enseguida, apuntando también un tercero que estimamos podría haber realizado María Francisca en la misma línea.

3.1. Colección de dichos y hechos singulares Los autores que se han ocupado del tema más específicamente dejaron distintas referencias de los intentos realizados por María Francisca para publicar esta obra isleña, basándose en los estudios realizados por ellos sobre documentación depositada en el Archivo Histórico Nacional34.

Cf. Monlau, Obras P. Isla, Apéndice a las cartas, pp. 617-630. AHN: Consejo de Castilla, Impresiones, Leg. 31: cit. por Serrano Sanz, Apuntes para una biblioteca, I, Madrid 1903, 537-538; Eguía, La predilecta hermana, Humanidades, VII (1955) 262. 33 34

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En efecto, este importante centro documental conserva la solicitud presentada por nuestra escritora ante el Consejo de Castilla, el 18 de mayo de 1790, en la cual se declara “vecina de esta Corte” y “pide licencia para imprimir el libro que compuso mi hermano el P. José Francisco titulado Colección de dichos y hechos singulares”. La instancia fue enviada de inmediato al agustino Fr. Agustín Centeno, quien con fecha 14 de junio siguiente emitía un dictamen totalmente negativo, considerando que la obra era inconveniente e inútil para la instrucción del público. Ante esa negativa, María Francisca insistió en sus propósitos y, mediante su procurador Blas Antonio Alcolado, presentó al Consejo un alegato a favor de la obra isleña, al tiempo que rebatía el dictamen del P. Centeno, incluso con alusiones personales. Remitido el nuevo escrito al censor, éste respondió el 25 de enero de 1791 en el mismo sentido negativo, ante lo cual el Consejo de Castilla se reiteró en la prohibición de publicar el libro, según lo había dispuesto en junio del año anterior35. Además de las citas parciales de dicha documentación que aduce Serrano Sanz en su obra, remitimos a la Biblioteca de la orden agustina elaborada por el P. De Santiago Vela que, en el espacio dedicado a la bio-bibliografía del aludido P. Centeno, se ocupa de los informes que había emitido sobre este episodio36. Esto es, en síntesis, lo que podemos decir de una obra isleña, que probablemente no estaría preparada por su autor para ser publicada unitariamente, sino que –según parece por lo aducido– pudiera deberse a la recolección realizada por María Francisca, con propósito editorial, de una serie de escritos menores del P. isla, dispersos y en parte inéditos, así como de otros acerca de él y de su obra literaria.

3.2. Reedición del Fray Gerundio de Campazas Los autores especializados han dejado también algunas referencias genéricas sobre los intentos de María Francisca por reeditar en España la obra que más fama había dado al P. Isla y la que más contradicciones le acarreó, procedentes en su mayor parte del interior de las instituciones eclesiásticas (obispos, órdenes religiosas, etc). Recordemos que el volumen primero del Fray Gerundio había salido a la luz en 1758 y fue incluido en el Índice de libros prohibidos dos años después; que el segundo volumen se editó clandestinamente en el extranjero el año 1770 y, aunAHN: Consejos, Leg. 5556 (5), cit. por Aguilar Piñal, o.c., IV, Madrid 1986, n. 4.310. Cf. G. de Santiago Vela, Ensayo de una Biblioteca Ibero-Americana de la Orden de San Agustín, I, Madrid 1913, 690-704, concretamente en p. 699. 35 36

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que fue prohibido en España, no llegó a ir al Índice; y la Colección de varias piezas relativas a la obra del Fray Gerundio (Madrid 1787), que pasa por su volumen tercero, ha sido considerada por los críticos –al menos parcialmente– como apócrifa. Las alusiones que aparecen en ciertos escritos sobre la intención de María Francisca de Isla para reivindicar la memoria de su hermano, mediante la reedición española de una obra que no había sido propiamente condenada, pues no incurría en los abusos por los cuales se dictaba la condena, han sido concretadas en un reciente escrito del P. Luis Fernández37. En efecto, este especialista en temática isleña ha localizado en el Archivo General de Simancas la documentación generada por los intentos de la poetisa compostelana, publicándola en su parte esencial y arrojando una luz definitiva sobre el particular38. En un extenso memorial al rey Carlos IV, firmado en Madrid el 9 de marzo de 1797, María Francisca de Isla intentaba demostrar que la obra del Fray Gerundio no contenía nada malo contra la Iglesia ni el Estado, basándose en que el Consejo concedía con facilidad licencia para leerla, lo que no haría en caso contrario; añadía luego que era reeditada continuamente en el extranjero, con prefacios verdaderamente perversos; y que la razón central de la condena era el abuso de las Escrituras, que no se hacía directamente sino que se criticaba en la obra isleña. Por todo ello, concluía solicitando del Rey la revisión del tema por parte de la Inquisición, con el fin de lograr una reedición auténtica de la obra a cargo de quien era “heredera y hermana del autor”. El memorial fue remitido al Inquisidor General, que era el arzobispo de Toledo cardenal Francisco Antonio de Lorenzana, para que considerase si procedía revocarse la prohibición y “en caso necesario, dando audiencia a la citada doña Maria Francisca, para determinar sobre el asunto, dejando expedita para el uso publico dicha obra”. El citado cardenal firmó el pase del documento al Consejo Supremo de la Inquisición, donde se decidió darle cumplimiento. Sin embargo, más de dos meses después y a vista de que nada se había decidido sobre el particular, María Francisca remitía a Carlos IV un segundo memorial, firmado también Madrid el 26 de mayo de 1797, afirmando que el tema no había sido despachado y a ella le daban “solamente respuestas ambiguas y confusas de las que no se puede inferir las causas de la detencion”. Un año después, como el asunto seguía sin resolverse, nuestra escritora remitía una copia del primer memorial al secretario de Estado y Despacho Universal, con una carta L. Fernández, María Francisca de Isla y Losada, defensora a ultranza de “Fray Gerundio”, Liceo Franciscano, XXVIII (1975) 263-269. 38 Cf. Archivo General de Simancas: Gracia y Justicia, Leg. 1233. 37

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personal firmada en Madrid el 15 de mayo de 1798, suplicándole que se dignara “protegerla y darle curso con toda eficacia, dispensandome el honor de instruirse de ella por si mismo”. Lo único que consiguió este nuevo recurso fue que se enviara de orden del Rey al nuevo inquisidor general, el arzobispo de Burgos, una copia del citado memorial. En definitiva, estos son los documentos que se conservan actualmente sobre el tema, ignorándose si se generaron otros y en qué sentido. Lo que parece claro es que la Inquisición española no levantó las prohibiciones que pesaban sobre el Fray Gerundio, y la obra isleña no pudo ser reeditada como consecuencia de estos intentos de su hermana.

3.3. Traducción del epistolario de J. A. Costantini Coincidiendo con la época en que el P. Isla redactó su testamento, por el cual designaba a María Francisca heredera de sus manuscritos inéditos, aparece en el epistolario familiar una referencia precisa a otra de las traducciones realizadas por el desterrado jesuita anteriormente. Tal referencia se encuentra en la carta, firmada en Bolonia el 26 de junio de 1780 y dirigida a su hermana que residía entonces en la Corte, rogándole recogiera allí el manuscrito de su traducción del epistolario de Costantini. He aquí el texto que nos interesa: “Nada me importará que las cartas de Costantini se impriman ó no se impriman. Lo que deseo es que recojas tú los manuscritos, como se lo tengo escrito al que los tiene. La obra es absolutamente buena, aunque no todas las cartas son iguales; porque eso no puede ser en materias tan distintas. Si ni la traduccion ni el original lograran ahí el mayor aprecio, será porque aquella sea floja y porque este dice muchas verdades que amargan á las damas de la moda, las cuales dan ahí el tono á todo género de gustos, siendo el siglo presente el siglo de las mujeres”39. Parece que el P. Isla, recién llegado al exilio y residiendo aún en la isla de Córcega, había leído los primeros volúmenes de la edición original del epistolario de Costantini y, tanto le había gustado, que decidió traducirlo al español, tanto para

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Monlau, Obras P. Isla, Cartas familiares, n. CCC, pp. 544-545.

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ocupar su tiempo y practicarse en el idioma toscano como para utilidad del público –si llegara a editarse– por su moralidad, erudición y gracejo40. Que Isla deseaba su publicación está claro, pues incluso preparó el envío del manuscrito a España, firmado con el seudónimo de Un presbítero desocupado, práctica muy de su uso y, en este caso, reivindicativo de la función sacerdotal que no le permitían ejercer, según afirma Luengo en su diario del destierro41. La pretensión del P. Isla quedó frustrada, pues inesperadamente el epistolario de Costantini comenzó a salir al público en versión española, realizada por Antonio Reguart, a partir del año 1775 hasta completar sus doce volúmenes42. Y, aunque el P. Isla no pareció tomarlo a mal, pues afirmaba que la labor de traducción le había resultado entretenida y útil para aprender el idioma, se mostraba sin embargo muy satisfecho de ella, estimando que había mejorado notablemente la edición toscana; según él, algunos españoles que habían leído su traducción consideraban que “valía mas la copia que el original”43. Lo cierto es que, aún en junio de 1780, el anciano jesuita requería de su hermana –como se ha visto en la antecitada carta– que recuperase su manuscrito de versión castellana de la obra de Costantini. ¿Albergaba, quizás, alguna esperanza de publicarlo, pese a la traducción de Reguart? Nada hemos podido averiguar documentalmente sobre este tema, que en todo caso recogemos como uno de los intentos frustrados de dar a luz ciertos escritos suyos.

4. LA BIOGRAFÍA DEL P. ISLA, DE JOSÉ IGNACIO DE SALAS (1803) Una de las primeras, y también de las más completas, biografías del P. Isla es la que apareció a nombre del presbítero Salas veintidós años después de haber fallecido en Bolonia el literato jesuita: Compendio Histórico de la Vida, Caracter Moral y Literario del celebre P. Joseph Francisco de Isla, con la noticia analítica de todos sus escritos. Compilado por D. Joseph Ignacio de Salas, Presbítero. Dalo á luz D.ª Maria Cf. Salas, Compendio Histórico, Madrid 1803, 117-118. Cf. Archivo Histórico de Loyola, Azpeitia: Diario de la Expulsion de los Jesuitas de los Dominios del Rey de España, 1767-1814, XV, fol. 607. 42 Cartas criticas sobre varias questiones eruditas, cientificas, physicas, y morales, a la moda, y al gusto del presente siglo, escritas en idioma toscano por el Abogado Josef Antonio Costantini: tradúcelas al castellano Don Antonio Reguart, En Madrid, en la Imprenta de Andrés Ramirez, 1775-1778, 12 vols. en 8º. 43 J. F. de Isla, Cartas inéditas, Madrid 1957, 346. 40 41

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Francisca de Isla y Losada, hermana del mismo P. Isla. Y lo dedica al público. Por la Viuda de Joaquin Ibarra, Madrid MDCCCIII, XI+348 pp. La expresa referencia a la función editorial de María Francisca de Isla en esta obra no agota –por lo que diremos de inmediato– la participación activa y cualificada que tuvo en su elaboración. Nos atrevemos a afirmar que la edición del escrito fue programada, documentada y asesorada directamente por nuestra escritora, como una muestra más (en cierto modo, la definitiva) de su propósito de reivindicar la persona y la obra de su hermano. Propósito que, en buena medida, fue logrado tras la aparición del Compendio, sobre todo a partir de la restauración de la Compañía de Jesús por Pío VII en 1814. Dos años después, Fernando VII autorizaba la vuelta a España de los jesuitas desterrados en Italia, poco más de un centenar de supervivientes de los casi tres millares que habían sido expulsados cuarenta y siete años atrás44. La directa participación de María Francisca en la elaboración del Compendio aparece claramente de dos tipos de pruebas. El primero es la documentación generada al solicitar las licencias para editar la obra, suscrita en Madrid los primeros meses del año 1803. La solicitud inicial, indatada, de Felipe Santiago Gallo a nombre de María Francisca de Isla, “pide licencia para imprimir la obra que ha compuesto titulada Vida del P. José Francisco de Isla”, y más adelante afirma que ella “la ha compuesto ayudada de uno de sus amigos” (refiriéndose sin duda al Salas que figura en la portada como autor). El informe de Fr. Lorenzo García (fechado el 18-III-1803) la consideraba obra “util y necesaria para el honor del P. Isla”, al igual que el emitido el 10-V-1803 por Juan Bautista de Ezpeleta; en consecuencia de ellos, el Consejo concedía la licencia para su impresión el 14 de mayo de 180345. El segundo tipo de pruebas se encuentra en el texto de la propia publicación, específicamente en los dos apartados que preceden a la biografía del P. Isla: el Proemio y la Nota al público, de los cuales se declara autora María Francisca. Entresacamos estos párrafos del primero: “Encargué el desempeño (de la biografía) á uno de los amigos que le trató algunos años y se hallaba instruido de las noticias oportunas, parte adquiridas experimentalmente por sí mismo, parte por las que le comuniqué, recibidas tambien de testigos oculares é informes inmediatos y veridicos (...) En ella se echarán de menos los atractivos del estilo, que faltan á quien la escribe y Cf. R. García Villoslada, Jesuitas, en DHEE, II, Madrid 1972, 1231-1237, especialmente p. 1236. AHN: Consejo de Castilla, Matrícula de Impresiones, Leg. 41, cit. por Serrano Sanz, Apuntes para una biblioteca, I, Madrid 1903, 539-540. 44 45

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sobran á aquel de quien se trata” (Esto no lo diría de quien figura como autor, el presbítero Salas, sino la propia María Francisca de sí misma). Parece, pues, suficientemente probado que el Compendio fue producto de una estrecha colaboración entre dos autores: la Musa compostelana, que –además de su directo y próximo conocimiento de muchos de los datos– había recopilado elementos biográficos y testimonios de otras personas implicadas, pudiendo incluso haber redactado partes del relato, todo lo cual la afirma como autora principal46; y el denominado presbítero José Ignacio de Salas, que dispuso los materiales allegados por María Francisca, sumándolos a los conseguidos por él mismo, estructurando y redactando toda la obra con pluma maestra, lo que lo convierte en autor asociado. Quien fuera el mencionado Salas ha sido dilucidado ya en el mismo siglo XIX por los críticos, tanto jesuitas como independientes (por ejemplo, Juan Antonio Hartzenbusch o Marcelino Menéndez Pelayo), que lo han considerado un seudónimo del jesuita Juan José Tolrá, bien conocido en los ambientes culturales compostelanos y perteneciente al círculo de amistades de María Francisca47. Y ya entre los autores del siglo XX, desde la acreditada obra crítica del P. Uriarte48 hasta los más recientes especialistas isleños49, es unánime la atribución de la autoría del Compendio –en el sentido indicado– al P. Tolrá.

46 Serrano Sanz, Apuntes para una biblioteca, I, Madrid 1903, 539, afirma que María Francisca “tuvo parte no pequeña en la redacción de este libro”. 47 Cf. E. Rivera Vázquez, Galicia y los jesuitas. Sus colegios y enseñanzas en los siglos XVI al XVIII, La Coruña 1989, 509-510. 48 Cf. E. de Uriarte, Catálogo razonado de obras anónimas y seudónimas de autores de la Compañía de Jesús, pertenecientes á la antigua asistencia española, III, Madrid 1906, 94-96. 49 Por no citar sino a los que más hemos usado, cf. Eguía, La predilecta hermana, Humanidades, VII (1955) 263-264; Fernández, La defensora de Fray Gerundio, LicFr, XXVIII (1975) 265.

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De la corta producción poética de nuestra autora que ha sido localizada y/o reproducida hasta el momento, es éste sin ninguna duda el poema de mayor extensión. Como, por la investigación realizada sobre el particular, entendemos que está todavía inédito y no hemos hallado referencias a él en la bibliografía consultada, nos pareció de interés ofrecérselo íntegro al lector, como una muestra significativa de la producción literaria de María Francisca de Isla. Este criterio de novedad fue el que en definitiva nos movió a ello, más que el valor propio de la obra en sí, cuya calidad poética –según hemos justificado en otro capítulo– deja bastante que desear. Por otra parte, nos resultaba sorprendente que, entre la copiosa bibliografía dedicada a la ilustre escritora compostelana –al menos la utilizada en nuestra investigación–, ninguno de los autores mencionase este poema, ciertamente el más dilatado de cuantos se han asignado a su autoría hasta ahora. Máxime teniendo en cuenta que la obra se encuentra debidamente catalogada en uno de los principales elencos de la producción literaria española del siglo XVIII. En efecto, la conocida –y varias veces citada en nuestro escrito– obra bibliográfica de Aguilar Piñal recoge, entre las publicaciones propias del P. Isla, distintas referencias a su hermana María Francisca (como editora y/o co-autora de las mismas), a quien asigna también la autoría de una Despedida de Lida y Armido. Canto heroico, cuyo manuscrito referencia como depositado en la Biblioteca Nacional1. La consulta de los fondos manuscritos depositados en dicha Biblioteca nos evidenció que la referencia de Aguilar Piñal era totalmente correcta, pues allí se encuentra en efecto el citado escrito de nuestra autora2. Filgueira Valverde, que no indica de dónde toma el dato, afirma que el manuscrito había sido adquirido recientemente por la Biblioteca Nacional, dando el hecho como ocurrido en Londres3. Aguilar Piñal, Bibliografía del siglo XVIII, IV, Madrid 1986, n. 4.610. Biblioteca Nacional , Madrid: Ms. 22.058, Despedida de Lidia y Armido, escrito p.r la S.ra de Isla, 22 fols. 3 CF. Filgueira Valverde, Dona Maruxiña, en Terceiro adral, Sada 1948, 73. 1 2

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La pieza documental es un pequeño folleto de veintidós páginas numeradas y manuscritas por ambas caras, de tamaño cuartilla (20 x 14 cm), encuadernada con una cubierta de dibujo coloreado en la que figura un texto escrito –sólo parcialmente legible por mor de dicho dibujo– al que nos referiremos de inmediato. Por lo que puede deducirse, parece ser una copia remitida a un canónigo compostelano, a cuya biblioteca debió quedar incorporada (si es suyo el borroso ex libris del mencionado texto), y en la cual figuran posteriores identificaciones de propiedad o depósito. Como se dijo, esa portada delantera presenta al exterior lo que parece ser el texto de una carta, precedida de la acostumbrada señal de la cruz (+) y un par de palabras ilegibles, con el siguiente texto, en parte borroso y por ello no totalmente descifrado: + (Ilegible) Para mas Juan Antonio Garcia Sta metropolitana yglesia Muy Señor mio, y mi Dueño, me alegrare que estas quatro letras le hallen con la perfecta salud que yo para mi deseo la mia vuena a Dios grs. En quanto a lo que usted dice e dicho lo que havia (ilegible: ninguna?) que hayga para (ilegible) en nombre de D.n Juan An.to Cisneros (rúbrica). La misma portada delantera presenta, en su interior, diversas referencias de propiedad y depósito bibliotecario, de diferentes épocas y caligrafías: así, “49/obd Sala nº 31”, “R. 3588”, “Mss. 22058”, además de la huella en tinta del sello de un probable ex libris, con un león rampante y el nombre de su presumible propietario, ilegible por lo borroso, seguido de la cifra 2501. Un breve texto, suscrito por otra mano, expresa el título y autor del poema: “Despedida de Lidia y Armido / escrito p.r la S.ra de Isla”. La portada posterior, formada del mismo pliego de la anterior y por tanto dibujada y coloreada como ella, lleva en su exterior el que parece ser nombre del destinatario de la carta antes transcrita, aunque no está bien legible: “P(adre?) Lavandeyra / Antonio / Domingo”; la parte interior va en blanco. El contenido material del ms. se encabeza con este título en mayúsculas: “DESPEDIDA DE LIDIA, Y AR= / MIDO. / CANTO HEROYCO”, que da paso a un poema desarrollado en 135 octavas reales, teóricamente 1.080 versos, pero en realidad sólo 1.078, pues el copista omitió los dos últimos de la estrofa 124. Recordemos que las octavas reales son estrofas de arte mayor, formadas por versos endecasíla-

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bos de rima consonante, los seis primeros alternadamente y los dos últimos pareados con una tercera rima: A-B-A-B-A-B-C-C. Cada una de las estrofas va precedida de su numeración consecutiva y se inicia con una mayúscula capital de ordinaria factura, estando escritas por la misma mano con una caligrafía poco elegante pero en general legible, aunque bastantes palabras nos exigieron un esfuerzo de identificación y no hemos podido descifrar algunas. El manuscrito se cierra con un cuadro en cuyo interior va escrito este texto identificativo: “ES DE MI S.ra D.ª M.ª / F.ca DE LA YSLA, / Y LOSADA. / AÑO DE / 1770”. Al habernos ocupado con cierto detalle de este poema en el capítulo II de la segunda parte, nos eximimos de tratar aquí de su temática, contenidos, formas de expresión, etc., así como de ofrecer una valoración de la obra, todo lo cual se ha hecho ya en el citado espacio, integrado en un estudio más global.

(fol. 1)

DESPEDIDA DE LIDIA, Y AR= MIDO. CANTO HEROYCO. Era el tiempo en que palido retrata sus ardores el Sol en thetis fria: quando la noche huye, ô se desata de entre las sombras, porque naze el dia. Entonzes, que la espuma como plata en el Pièlago inmenso se extendia, y que el viento, en las aguas que agitava, ondas batia, si la vela inchaba.

(fol. 1v.)

2. Gemia ya el metal, ya resonava en los ecos del viento repetido orrisono tambor, que redoblava el son, el eco de la mano herido: Animoso el soldado se embarcava: despedia el Amante enternecido: formando ya en las liquidas espumas, vosques las Naves, y Jardin las plumas.

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3. Solo Armido, no osaba no partirse porque fuera de si, no save parte: Armido, en quien nacieron para unirse con naturales gracias, valór, y arte. En quien junto el amor à competirse gallardias de Adonis, y de Marte: animo, discrecion sin artificio, decente aseo, y talle sin un vicio. 4. Armido, aquel Armido, que zeloso el mismo Marte Dios, largo destierra: y a quien violenta ley de lo brioso derecho ûsurpa, Amor de Patria, y tierra. Que como es guerra amor, brazo imperioso de una guerra, lo alista en otra guerra, donde si en parte el alma le reparte asiste en ambas, en la que deja y parte.

(fol. 2)

5. Amaba; mas eran sus amores altas prendas de Lidia, que por vellas, en ellas las estrellas, y las flores aprendian a ser flores, y estrellas. Les excedia tanto en sus ardores, que â pesar de estas, y â pesar de aquellas mas vezes, que en sus numeros, y azentos, trocaronse en sus almas, sus alientos. 6. Despedirse de Lidia, a quien dejava, era forzoso â Armido, pues partia: ausentarse sin verla, no se osava: verla, y luego ausentarse, no podia. En su valor, la muerte rezelava: en su aficion, un otra presentia:

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pero amor, que le animaba el Pecho fuerte, una muerte vencia, en otra Muerte. 7. Parte en fin a buscar el bien, que adora y como en su cuidado, Lidia asiste, llora Lidia, lo que su Armido llora que hasta en unir la pena, amor consiste. Mas ay! que golpes sentiras aora, ô Lidia sin ventura, ô Lidia triste, quando juntando amor dos homicidas, haga en dos muertes, el cambio de dos vidas!

(fol. 2v.)

8. Pena Lidia; y lo mas que â ella maltrata, es la poca esperanza de su ruego: entre suspiros, lagrimas desata occeanos de nieve, otras de fuego. Son sus ojos, dos golfos que dilata el fuego en llanto, quando el llanto en fuego: siendo aun en ellos, discretos los pesares, que eclypsan soles, porque nazen mares. 9. Asi padeze Lidia; quando Armido entra a su vista, mas que nunca ayroso: que en retratar el bien, que es ya perdido, siempre el deseo peca de embidioso. Lecciones a el Abril en lo florido puede dar, como a el Sol en lo lustroso: en el culpan, en fin, su poco aviso, por flor Adonis, por crystal Narciso. 10. Llega â Lidia â sus brazos, donde embuelta, entre un sollozo blando, un ay ardiente, la voz en muda queja al Pecho buelta,

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donde interpreta, quanto el Pecho siente. Los ojos ablan, quando de ellos suelta pedazos de alma, en liquida corriente: porque los prestan, desde sus retiros, razon las ansias, vozes los supiros.

(fol. 3)

11. Que poco dura un bien! que mal segura una esperanza su verdor retira! Ay caduco plazer, falsa ventura! Ay sombra vana, flor, dulze mentira! Jazmin, que en quanto naze, solo dura! Rosa, que apenas abre, quando espira! Pues â el sol madrugando, con sol arde, â el Alva hechizo, lastima a la tarde. 12. Quien te dijera, Armido lastimado, quando a Lidia gozabas con sosiego, y entre favores del propicio hado, con la misma fortuna tenias fuego. Quien te dijera entonzes, que este estado te guardaba tu Amor, ese Dios ciego? Ô Armido, como hallaste en sus favores, flores â amanezer, y acavar flores! 13. Asi callaba Armido en mudo espanto, y desatado en nieve, en fuego ardia: Mas ay! que altos requiebros en su llanto, amor formaba, y Lidia percevia. Durate vrebe espacio el dulze encanto: necesitaba para mucho el dia, dejando a Lidia en dilubios de agua, trajo a la lengua, lo que la pena fragua.

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(fol. 3v.)

14. A Dios luz de mis ojos, Lidia mia: quedate en hora buena mi adorada: llegose el tiempo, en que el amor tenia, una muerte, a dos vidas reservada. Del cielo decretado ya venia quando te ame (sí Lidia) esta jornada: vengose amor, crueles las estrellas, emulo de ellas fui, tu embidia de ellas. 15. No llores, Lidia, no, de hado enemigo las leyes duras, que en mi amor relevo: porque te quedas, quedo yo contigo; porque me voy, conmigo yo te llebo. A tu dolor mi alma a dar me obligo, pues que partir sin ella bien me atrevo: mas no, que contra amor procedo, ê infiero llebo mil almas, pues mil vezes muero. 16. Ahora conoceras, si firme ha sido tu Armido, ô Lidia; respecto q^ el haora, perdiendose a si mismo, aun perdido, no save no, perder lo que te adora. Ni yo me llebo mas, que mi sentido, que por saver matarme me enamora: que es bien que sea, ya que Amor lo ordena, como autor de la culpa, el de la pena.

(fol. 4)

17. En mil partes, ô Lidia, el desengaño siento de mi dolor, que no descansa; pues si en tu corazon me alcanza un daño, otro en mi corazon tambien me alcanza. En ese, sufro tormento de un engaño; padezco en este dolor de una esperanza;

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mas es bien, que en mil partes me condene, porque ame en ellas, porque en ellas pene. 18. Me atormenta la muerte, y no me mata, porque nada en mi vive, si padeze: Y aunque haora de matarme trata, como me ve sin mi, lo desvanece. Y asi es, Lidia, quien tanto me maltrata, mi dolor, porque el suyo no pareze: y el dolor de partir me trahe de suerte, que Muertes sufro, sin sentir la Muerte. 19. Acuerda, Lidia mia, esta fiereza, tan solo por quererte, padecida: acuerda, que al perder yo tu velleza, por no perder tu amor, guardo mi vida. Y a Dios, señora, que la noche espesa aproxima las horas de partida: Ay Lidia mia, si a Amor vives sugeta, dame tus brazos, y tu alma azeta.

(fol. 4v.)

20. Dice Armido: mas Lidia, que no debe un amoroso alivio, al dulze ruego, cobra en sus ojos derretida nieve, veve en su voca suspirando fuego. Habla ya, ya no osa, ya se atreve: comienza dando un ay, mas para luego: hasta que viendo detiene ya su muerte, hablando a Armido, le dice de esta suerte. 21. Espera un poco, cruel, y a tu retrato lleba en el corazon, que por ti parte: mas si a mi corazon has sido ingrato,

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que nuebo corazon puedo yo darte? Quedese en lo que dejas de varato fiado en que por tuyo, pena aparte: mas ve, que si al dolor ya no resiste, es porque es mio, y saver siempre es triste. 22. Espera un poco, espera amado ausente: y si quieres matarme en la conquista, por lo que ausencia tuya, mi alma siente, mejor victoria alcanzará tu vista. No tengas miedo, no, que al rayo ardiente de tus ojos crueles, me resista: si ya no quieres que de mi se arguya de mi dureza, en la dureza tuya.

(fol. 5)

23. Espera, sabre yo quien te arrebata de entre mis brazos, aunque seas violento; daras, pues no me dejas por ingrata, ese alivio siquiera a mi tormento. Padezca quejas, quien agravios trata: rompase de una vez el sufrimiento: conozca el mundo, ingrato, pues me dejas, siempre de agravios nazen muchas quejas. 24. Si ilustre sangre, que en tu pecho mora, en guerra su valor mostrar pretende: como intentas matar a quien te adora, por ir solo â matar â quien te ofende? Es infamia a la espada venzedora al rendido matar; detente, atiende: Mas ay! no hagas mi vida tanto alarde, que parezcas valiente, y seas cobarde.

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25. En la defensa de mi alma desvalida, muestra valor gallardo un pecho fuerte: y asi, ingrato, si estimas tu mi vida, que cuesta tu valor la mia, advierte. Bien puedes detener, bien, tu partida, si quieres detener llegue mi muerte: y pues tu pecho mi triste voz no siente, eres ingrato; mas no, no eres valiente.

(fol. 5v.)

26. No es valor no, el entrar acompañado, a la vatalla contra el enemigo: Ola, cruel, adonde vas armado, que acompañado vas, pues voy contigo? Con dos vidas dos almas animado, el peligro te impide, y yo testigo, porque a pesar asi de arma homicida, asegure tu vida, con mi vida. 27. Si entre altos riesgos, bas buscando gloria, y quieres con tu honor, la fama diga: no huyas Armido no de mi; haz memoria, es fuerza el deshonor, tu accion consiga. Creditos buscas; celebre victoria aseguro en mi Amor, si el tuyo obliga; mas en vano (ay de mi!) digo mi queja, que ya pospuesta al yerro, tu fee deja. 28. Deja tirano el fin de esta conquista: y si quieres matar con mas violencia, no mates al contrario con tu vista, mas facil es matarle con tu ausencia. No pueda tanto el daño, a que te alista de tu pecho cruel la resistencia;

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que ella mas puede con discurso errante ser tu enemigo, que tu el ser Amante.

(fol. 6)

29. No presumas, cruel, de ser valiente, si tienes presuncion de ser ingrato: que si tu trato mata duramente, escusado es el yerro, con tu trato. Sobra la lanza, sobra el plomo ardiente, donde puedas matar con tu retrato: pero no basta, no, para este hecho, pues en tu pecho, faltara mi pecho. 30. Si el furor de la Guerra, por dejarme buscar quisiste ingratamente duro: espera, no te bayas; con matarme, de uno, y otro trabajo me aseguro. Podras asi, ofendiendome obligarme: Y yo que alta guerra sufro como muro, hare, que a Marte, que tu gusto encierra, falte al peligro, pero no â la Guerra. 31. Trofeos insignes tienes en mi muerte, pues que sugeto tienes a mi pecho: y si en mi pecho esta tu pecho fuerte, dos pechos venzes, en aqueste hecho. Mas ô, que en vano, quejase mi suerte: si por ver tu valor, mal, no desecho, quando tu pecho es tal, que a mi gemido, ni por ser vencedor, sera vencido.

(fol. 6v.)

32. Que triunfos tu procuras, que victorias que no pueda mi pecho asegurarte? Vas a la guerra buscando estrañas glorias,

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dejas las glorias, que pudiera darte, solicitas en sangre altas memorias, dejando a Venus, por seguir a Marte: y a mi gusto, tu riesgo siempre opuesto, amas tu riesgo, y mi disgusto en esto. 33. Porque en mi pecho te reservas vivo, no temas al rebato de otra guerra: ve, que la guerra a mi pecho altivo al tiempo que mi mal, tu mal encierra. Mas ay! que juzge, ingrato fugitivo, que si el dolor, que al pecho se destierra la muerte dura, no, no basta darme, en el te matara, para matarme. 34. Quien puede, ô negarte esta victoria, que en mi daño, cruel, tanto dilatas, q.do por asombrarme en tu memoria, con ojos hieres, con azero matas? Mas no, que hallo en tus ojos tanta gloria, que aun en los golpes, que con yerro tratas, temo que has de frustrar tanta conquista, quando al que mates, animes con tu vista.

(fol. 7)

35. Si a mi pecho dos vidas no contara, de tu agudo puñal no hay miedo, que huya, yo misma tu rigor solicitara por dar trofeos â la fama tuya. Esta muerte, la vida en el hallara, quando hallara la muerte, por ser tuya: mas en vano deseo, el golpe hierro; que donde mata â Angustias, sobre yerro.

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36. Si te hace aumentar, cruel, tu pecho, y lo vas â saciar en tu enemigo: buelve atrás, no prosigas; mejor hecho sera por no partir, serlo contigo. Ô si verte deseas satisfecho, no te vengues con otro, si con migo: que ay mucho entre los dos, si es que te infama con el que te aborreze, y quien te ama. 37. Mas ay que embidio yo de aquel la muerte, que â yerro provar quiso el golpe duro; pues piadoso cruel, tu brazo fuerte, su pena acaba, y yo ni la figuro. Puedes ser mas cruel, que en darme muerte? pues dame a mi la muerte, que aseguro que repartido el golpe en el mitad, sea menos dolor, mas crueldad.

(fol. 7v.)

38. Bien se, que en ti es accion de valentia hir buscando la guerra que apeteces: no por ser mas cruel tu tirania, si por ser mas cruel, siendo mas vezes. La vida que me dejas te desvia, de morir, y con ella me aborrezes; Ô quanto, ô quanto en mi tu daño ordena que dure viva, porque dure â pena! 39. Bien se, que entre el rigor de las brabezas, con que matan tus golpes tan violentos, mil vidas me quitaran las fierezas, si mil vidas tuvieran mis alientos. Y asi, aquesta vida, que desprecias cometiendo al tropel de mis tormentos,

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solo porque me maten mas constantes, mi vida aumenta muchas por instantes. 40. Si es odio el que te ausenta de mis brazos, porque en la posesion de ellos te cansas: no te bayas, Armido, que en sus lazos, yo te prometo muchas esperanzas. No te cueste mi daño tantos pasos, que a ti mismo te alcanzen tus venganzas: tenme odio en hora buena; mas impio, sienta menos tu riesgo, daño mio.

(fol. 8)

41. Si mi vida te aborreze tanto, que â campaña estrangera te destierra: sintiendo mas el riesgo de mi llanto, que sienta el peligro de una guerra: escucha de mi amor el nuevo espanto: que sospechando el mal, que alla se encierra, muriendo ya a manos de mi suerte, mas temo en ti sospecha, que en mi muerte. 42. A tanto por tu vista amor dilato, que bastando â arrestarme otros amores, de ti mismo terzera fuera, ingrato, porque tubieras gusto en mis favores. Lograria el alivio de tu trato, con este ardid, pesando a tus rigores; que era, en fin, si dolor, menos vehemente, muriese yo ofendida, que tu ausente. 43. Si esto no obstase, para que tu altivo, a vista de mis ojos te detengas: yo me hire al desierto mas esquivo,

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con fieras gemire, quejare â penas. Y quando â mis dolores compasivo no hubiese un tronco, en intrincadas breñas; siquiera te veran mis amarguras, con fieras libres, y en las peñas duras. 44. Si el interes te lleba â extraños clymas; y solo por riqueza te aventuras: buelve atrás; que en el bien, que desestimas, mas riquezas tendras, que tu procuras. Esa ambicion del oro, con que animas a tantas esperanzas mal seguras, no te preocupe, no, que yo aseguro, a una incierta ventura, un bien seguro. (fol. 8v.)

45. Yo te dare (si acaso no mentias quando mas lisonjero te mostrabas) el oro, que en cabellos tu medias, la aljofar, que en mis dientes tu mirabas. Si ser grandes riquezas conocias las perfecciones, que entonces me notabas; buelve atrás; que yo hare que las poseas, y que dueño del todo de ellas seas. 46. Mas si volver atrás, â darme vida, ya no es posible, mi querido ausente: porque del todo, amor no nos divida que te siga a lo menos, me consiente. Mal puedes estorvarme mi partida, aun quando me aborrezcas duramente: pues que te he de obligar, yendo contigo; si a huir de mi, a huir del enemigo.

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47. No temas, que no tenga valentia: que me venzan temores, ô desmayos: que amor brioso, tiene balentia, usa saetas, y dispara rayos. Haran mis ojos, con gentil porfia a matar, en los tuyos, sus disparos: y ganare al contrario yo la palma, si su alma, no es, como tu alma.

(fol. 9)

48. Me veras por el campo andar segura sin que el riesgo me cause algun cuidado: como quien â pesar de su blandura, lleba su pecho, de tu pecho armado. Entre el riesgo, y furor de guerra dura, mi pecho de dos vidas animado, mostrara en la vatalla la porfia; venze la tuya, mas pelea la mia. 49. Servira de defensa alli mi pecho, sin que a tu pecho agrave esta defensa: pues sirviendo estará muy satisfecho, haciendo cual de bronze resistencia. Hara inutil el golpe a mi despecho, quando venga con mayor violencia; pues aunque al pecho caben de mil suertes, hondas heridas; ya no caben muertes. 50. Mostrare, que mi pecho te acompaña quando con la dureza yo resista, qualquiera golpe de yerro, ô furia estraña, que no sea el impulso de tu vista. Gentil asombro seas de la campaña con dos vidas entrando en la conquista:

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Lidia tendra, no obstante, a suerte suya, perder su vida, por lograr la tuya.

(fol. 9v.)

51. Si el enemigo, con su yerro agudo, te quisiese ofender vilmente fuerte: te valdras de mi pecho por escudo, y aventaras tu vida de la muerte. Y si no, obstante, mas azero pudo mas que ella, a fuerza de contraria suerte; no temas de la herida la agonia, que si el golpe es a ti, la pena es mia. 52. Mas como en la dureza nada iguala a tu pecho; prosigue el marcio fuego: veras, que el fuego de odio no señala en quien no señalo de amor el fuego. Que espada, ô lanza, que montante, ô vala venzera el pecho, que no venza el ruego. mas ay! si venzera, si amor destierra, que es Hijo el Dios de amor, del Dios de guerra. 53. Si entre el rigor de guerra mal seguro, acaso de tu pecho, ingrato Armido, ô duro pedernal, ô marmol duro de tu sangre, ô carmin viere teñido: yo rompere el pecho, que aventuro la nevada prisión, y al tuyo unido, a pesar de mi dardo, ô de su suerte, tendremos una vida, y una muerte. 54. Tu erido, y yo llorosa, un dulce encanto seremos del furor, a tu despecho: yo, extinguiendo tu sangre con mi llanto;

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tu, apagando mi llanto, con tu pecho. Ô quando nuestra suerte pueda tanto, que la muerte en nosotros logre el lecho: moriremos de un ay, que amor confirme; tu al yerro, yo al dolor, tu cruel, yo firme.

(fol. 10)

55. Aqui al amor saltea nueva pena: a Lidia triste; â cuyos ojos luego pedazos de alma en crystalina vena embia el corazon desecho en fuego: quando Armido, que el ansia lo enagena, teme peligros en mi dulze ruego; después que nectar veve en sus alientos, ablando asi, comienza estos acentos. 56. Deten ô Lidia las lagrimas, no llores: y si intentas asi acabar mi vida, reserva para entonces los dolores, mas justos mucho, que ahora en la partida. Deja mi bien las ansias, los temores, para quien no te juzgue tan sentida: no cueste a quien viere tu crueldad, muerte el rigor, y muerte la piedad. 57. Yo parto, mas si parto es porque el brio del valor de mi sangre asi lo ordena: Yo con partir, ô Lidia, te envio un descredito a trueco de una pena. Yo parto â hazer lisonja al alvedrio: con que rigor ausencia me condena. Voy a probar, ô Lidia, te merezco: si a la que amo, es igual lo que padezco.

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(fol. 10v.)

58. No me lleba el deseo, no, a la guerra: porque como la guerra en que me veo el desearte a ti mi bien encierra, no cave ya otra guerra en mi deseo. Basta Lidia el dolor que me destierra, para querer la paz, que no poseo: y después de verte, era accion perdida, ir a quitar la vida, sin la vida. 59. La crueldad no obliga a que me ausente, que esto sobre ser culpa, era castigo: quando por ser cruel â estraña gente, fuera en dejarte mas cruel conmigo. A mas, que bien pudiera sed ardiente de matar, conducirme al enemigo, por ser el quitar vidas en conquista, copiar tus ojos, e imitar tu vista. 60. No es odio, ni menos se ha cansado de gozar tus favores mi sentido: porque esta en el el gusto tan trocado, que con deseo solo esta savido. Con otra, amor! pararme aqui has provado: si es otra Lidia, acepto este partido: con tanto, que a favor de acciones nobles, porque yo doble amor, tu Lidias dobles. 61. No busco los despojos de Victoria, interesado en glorias de Ventura: que quien te lleba, ô Lidia, en la memoria, que procura, si lleba qual procura? Mas soy yo despojo de tu gloria esta contenta, Lidia, esta segura:

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que mil despojos te dare rendidos por darte en mil despojos mil Armidos. 62. Si otra cosa me obliga a que me ausente, mas que el querer servirte acreditado; de qualquier lanza aguda, ôjala ardiente veas mi pecho, ô Lidia, traspasado. Un rayo, un Basilisco, una serpiente, muestre en mi su furor ejecutado: y â vista de otro, que en tu pecho more, mas me aborrezcas, quando mas te adore. 63. Acuerda Lidia: : : mar aqui de Marte confuso estruendo multiplica luego: rompe los cielos de una, y otra parte, el viento trompas, del metal el fuego. Armido ya se queda, ya se parte: Lidia, suelta la voz, ya calla luego: llega a los brazos Lidia, si es que pueda; ba al Armido; parte, y Lidia queda. 64. De la Parra corta, Alamo altivo rustico Peñasco, asiento no constante: enamorado el Brio, ardor lascivo: simple Avecilla, a su casto amante: la fuente alegre, aljofar fugitivo: el blando viento, su discurso errante: su Zentro el mar, la tierra su bramido: todo es poco: esto es mas; a Lidia Armido.

(fol. 11v.)

65. Tal Lidia â superar, alli rendida entre los brazos de Armido, no se atreve a dar la alma, ya de amor sentida,

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por no de Armido dar la sombre leve. Cuidadosa a su rostro huye la vida: cubre sus flores condensada nieve: y solo en ella son clausula de pena, desmayado el Jazmín, muerta Azucena. 66. Esta sin vida Lidia, y esta hermosa: aun asi mata, sin vida, y sin sentido: porque entre quantas vidas quita ayrosa, vusca, para vivir, la de su Armido. Mas, como, Naturaleza cuidadosa, â Armido igual no dio; siendo el perdido, se cansa en vano Lidia, en vano quiere: que en quantas Vidas quita, en tantas muere. 67. Como quando en un Prado, arroyo breve derretidos crystales trueca en Plata, porque el Diciembre los vistio de nieve, con candida traicion, el los desata: Ô como quando en la Zeniza leve la llama oculta pareze, y se dilata: Lidia asi, en su dolor embuelta, se enciende en fuego, y su llanto suelta.

(fol. 12)

68. De alta porcion de sombra a las Estrellas al nocturno farol en paso abria, y al favor de la noche, otras mas vellas la desmayada Lidia descubria. Sin favor estas, y sin luz aquellas, llorando estan en liquida porfia, ver que Lidia, a su pesar ordene, que viva el cuerpo, porque el cuerpo pene.

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69. Quien dira ahora lo que tu sentiste quando alla en la alta noche en ti tornaste, y en sus brazos hallando sombra triste, ô Lidia, en ellos â Armido no lo hallaste. Qual fue la pena con que al Cielo heriste, qual fue el exceso con que tu aumentaste, en tu voz, en tu pecho, y en tu aliento, fuego, a fuego; agua, a agua; y viento al viento. 70. Dice: o tu que en esta Noche obscura, ya viste profanados de fiereza, en ondas de oro, en campos de blancura, trofeos de amor, despojos de Velleza. Dice: que viste embidia la hermosura con que se autorizo Naturaleza: despedir en quejas, privar en los dolores, de pompa luces, de lisonja flores. 71. Dice: pues tantas vezes repetido del dulce Amante, diste el blando aliento: quantas el Corazon partio rendido tras dulces ecos, que llebava el viento. Dice: ô Noche cruel, y si el sentido alli perdiste de puro sentimiento, mas no lo digas: digalo la fama: juzguelo quien mas pena, quien mas ama. (fol. 12v.)

72. Ya en vozes de Metal se despedían del Puerto amado los Leños nadadores; y en Lidia los dolores mas crecian, quanto mas vida dara a los dolores. Lagrimas y suspiros solo se oian: porque del largo mar de sus rigores,

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competian con Ondas, y con tiros, la agua en sus ojos, el fuego en sus suspiros. 73. Altamente asi â Armido condenando los despojos del triste Pensamiento: porque lleve su vida el viento blando, la vida, Lidia, entrega al blando viento. Hasta que arrebatada, al mar buscando sale â dar dulze alivio a su tormento: pisando entre el temor, y negra Pena, la triste Playa, y solitaria Arena. 74. Dormia el tiempo: la Noche reposaba: Callava el cielo: la tierra enmudecia: todo, un medroso asombro sepultava: todo, un temor obscuro confundia: solo con Lidia, que el dolor mataba, solo con Lidia, que el llanto la rendia, turbando el agua su confuso aliento, lloraba el Mar, y suspiraba el Viento. ( fol. 13)

75. Vuelve Lidia los ojos a su pena: y ausente â Armido, descubriendo luego, riegan sus ojos la menuda Arena, no deja espuma, que no queme en fuego. Fragua su Pecho, â incendios la condena: en el fulmina amor, sus rayos ciego: buelbe en zenizas, con notable espanto, los supiros al viento, al mar el llanto. 76. Qual sobre verde ramo, desmayado pequeño Paxarillo, cuya vida amedrenta la voz de esposo amado

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que escucha presa de Paxaro homicida: Antes de ahora voz de Orfeo al Prado, interprete de Abril, rosa florida, porque en divorcios mira sus requiebros, suspende, encoje las Alas, y sus quiebros. 77. Tal Lidia, viendo ya su bien perdido: mirando el mar, en sus dolores siente no, que se ausente, como ingrato, Armido, mas que ingrato, no la oyga como ausente. Llora, gime, suspira sin sentido: rompe la pena, su labio balvuciente: firme, no obstante muerta â un homicida, el dolor da âlta voz, y al mal la vida.

(fol. 13v.)

78. A donde vas, cruel, ingrato a donde? dice apenas llorando: y ya su aliento que en los ecos del viento le responde en llantos, y ayes ba trocando el viento. Adonde vas Armido, ô quien te esconde a los extremos de mi gran tormento? llebame, ingrato, las lagrimas, las quejas, pues que sin ti, sin mi tambien me dejas. 79. Quien te niega a mis ojos dulce Ausente? Quien te oculta a mi Alma, ingrato Amante? No es el Agua, pues corre tan frequente: no es el viento, pues sopla tan constante: ô si el agua, parando su corriente, y el viento junto, me oyera un breve instante? Mas no, no, que aprende de tu trato, a correr libre, y huyr el viento ingrato.

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80. El agua corre, mas corre presumida: sopla el viento, mas sopla desvelado: ella, porque en si, lleba mi vida; el, porque en si, conduce mi cuidado. Mas ni el agua te esconde, y ba sentida: mas ni el viento te oculta, y ba turbado: que ya en tus ojos, y mios el tormento, te hallara en agua, te encontrara en viento.

(fol. 14)

81. Mas pues tus aguas corren sin firmeza: pues que soplan los vientos sin constancia: puede en ellas, oirme tu dureza: puede en ellos, hallarte mi ignorancia. Mas ay! que las multiplico en la tristeza. Mas ay! que aumento los vientos con el ansia. y sin jamas hallarte mi deseo, mudanzas hallo, ê inconstancias veo. 82. Esa agua, que corriendo siempre asiste: ese viento, que sopla, y es presente tan solo porque lloro siempre es triste, porque suspiro se repite ardiente. Ô sombra de firmeza! En que consiste el amor que te adora, ingrato ausente, que por ser sombra, si, de mis pesares son constantes los vientos, y los mares? 83. En aguas no te alcanza el largo llanto: ni en los vientos te halla el triste aliento: tan solo porque va como en encanto, mi alma en agua, y mi vida en viento. Mas si mi alma, y vida fuiste en quanto lisonjas me fingio tu Pensamiento;

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como huyes aora (ay homicida!) de tu alma misma, de tu misma Vida? 84. Porque suspiro, y lloro un desencanto me das de tu rigor, a vista suya, huyes de tu alma, y vida; mas que daño te hizo, la que llamaste siempre tuya? siento un dolor amargo muy estraño al ver que el corazon de infiel te arguya: padezco ausente; te amo, y muero firme; y tu, huyendo de ti bas, por huirme. (fol. 14v.)

85. Si huyes de mi alma, y vida, porque dura: la ausencia no es remedio; pues precisa, a que en el llanto quede mas segura, porque es la pena, quien siempre se eterniza. De muerte no huye, quien morir procura: ni el dolor deja, quien en el te avisa; que mas muere en huyr, pues se condena, a amar la vida, por sentir la pena. 86. Ô del mayor rigor, amargo espanto! Ô de mi triste pena, alto tormento! que en las aguas no te halle el triste llanto? que no te hallen mis ayes en el viento? Mas como ya mi pena puede tanto, que junto en un tormento, otro tormento: para que huyas mas, mi dolor fragua, ayude el viento, al viento; el agua, al agua. 87. Huye el viento en mis ayes de la llama: de mis llantos, el agua, que son fuego: porque arde el Viento, porque amor inflama,

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el llanto, y sus suspiros a mi ruego. Mas si no ama el viento, mas si el Agua no ama, bien huye de mi daño; yo lo apruebo: pues pueden solo mis lagrimas, y alientos, quemar las aguas, y abrasar los vientos.

(fol. 15)

88. A quanto llega, ingrato, lo que adoro: pues juntando un veneno, a otro veneno, venze al mar que navegas, el que lloro; venze al fuego, que finges, el que peno, contener a mi pena un tal decoro que un mar abrasa asta el ondo seno; en llanto, y ayes, no obstante, que derramo, venze al fuego en que peno, el fuego en que amo. 89. Mas huya el Viento, y robe mi sosiego: mas corra el Agua, y llebe mi cuidado: pues que por agua, es felize luego: pues que por viento, logra tanto estado. Mas ay! ô de mi suerte engaño ciego! que aun desecho en agua, y viento el hado, no me deja gozar (ô que tormento!) lo que el agua, por agua, por viento el Viento. 90. Huya el Agua, y retrate su presteza: sople el viento, y eternize su mudanza: huya, y robe mi bien su ligereza: sople, y llebe mi alma, y mi esperanza. Vera el mundo, qual fue la tu firmeza: vera el mundo, qual fue la mi constancia: pues lleba, y roba con turbado aliento, la Agua tu fee, y mi esperanza el Viento.

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91. Mas ay! suspenda el Viento el curso errante: la agua detenga la liquida corriente: si te sigue, y no te ha de ser constante: si te busca, y no te ha de ser presente. Que es poco un Mar, en quien padeze Amante: un viento es poco, en quien suspira Ausente. Diganlo bien mis lagrimas, pesares, si doblo Vientos, si repito Mares.

(fol. 15v.)

92. Corra el agua veloz, lo mismo el Viento desaguese, pues, en viento y agua: quanto no puede suspirando aliento, quanto no puede al dolor la fragua. Padezca incendios el humedo elemento, pues que en el fuego mi corazon desagua; buelvan las Naos mis suspiros roncos, en carbon velas, en zenizas troncos. 93. Mas mi cruel tristeza puede tanto, que rezelo, a pesar del sufrimiento, haga los troncos, naden en su llanto, haga a las Velas, huyan con el Viento. Diga el tormento, admirese el espanto, que puede amor en mi, mas que el torm.to pues llega a desear, aun en tu trato, por ser mas firme, seas mas ingrato. 94. Huye tirano, que el huyr osado del Alma, que te guarda do tenia; de pena fruto es, rigor del hado: mudanza tuya, mas firmeza mia. Castigandome a mi, vas castigado, que ser tu mismo yo asi combenia;

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pues jamas pagaras tan cruda pena si mi mismo valor no te condena.

(fol. 16)

95. A ambos el viento, y agua nos reparte: mas eres tan cruel, como yo firme: pues quando a mi me dejo, por buscarte, tu ingrato a mi me dejas, por huirme. Mi alma llebas, que conmigo parte, mas no es mucho no, no, de mi partirme: que como ya a tu gusto me acomodo, contigo huyo, porque huyas todo. 96. Quando apagas tu fuego en Viento, y agua, para que no se apague el que sustento, lloro, y suspiro; porque a viva fragua mi pecho el agua estinga, abrase el viento. Mas como asi el dolor no se desagua ô de tu fuego ingrato sufrimiento! que porque doblen solo mis pesares puede contigo un mar, mas que dos mares. 97. El agua huya, llebese la llama, si es que alguna oculto tu pecho fuerte: que asi solo tu pecho el mio inflama, a el agua, y viento estimare la Muerte. Oh ingrato: aun ausente mira te ama mi corazon; que con costar su muerte ingratitudes tuyas, sigue el trato, por verte mas amante, ô mas ingrato. 98. Mas temo que en las Ondas, y en mi Pecho con un extremo a otro correspondas; templando en tu Persona mi despecho,

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el amor de mi Pecho entre las ondas. Vivira mi cuidado satisfecho, quando, bien te aparezcas, ô te escondas alla siendo tu en agua, yo aca en fuego, sol siempre en ondas, fenix siempre en fuego.

(fol. 16v.)

99. Si al ver el mar, y viento esa Velleza, save tomar a su favor bonanza: de agradecida solo a tal fineza, concede al mar, y viento mi esperanza. Ay! que te olbidas de tu gran nobleza, pues en mi amor tu tienes tal mudanza: y tomara con gusto por partido, por verte noble, verte agradecido. 100. Mas ô troncos crueles, ô ingratas velas! parad en agua, ô viento el curso fuerte: que a quien es desdichada por cautelas, la Vida ofende, lisonjea la Muerte. Mas ay! que han decretado las Estrellas, que el mismo, que aborreze ya mi suerte me de Muerte, pues soy su aborrecida, sin saver quando es Muerte, ô quando es Vida. 101. Parad, digo otra vez, a mis pesares: escuchad por un poco, a mis tormentos: luego mis ojos os daran mas Mares, mi alma luego aumentara los Vientos. Y aunque parezcan fuegos singulares, O! no dejeis de oir mis sentimientos, porque troncos, y Velas sin sentido seguros van, pues va seguro Armido.

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102. Mas es tal la dureza, aunque infama su pecho Armido; que oyran mi ruego antes las Velas, sentiran la llama; los troncos antes sentiran el fuego. O pena nunca yda, de quien ama! que mas obra en un tronco mi amor ciego, que supiros, y llantos, que dilato en Corazon cruel, en Pecho ingrato. 103. Parad con todo â oyrme espacio vreve: que en fin, tanto temor, ya no es cautela: y quien presidios tiene entre la nieve, en si, alientos de fuego: mal rezela. Parad: que quien â Armido a ver se atreve los ojos libres con que amor asuela: si entre zenizas palidas se inflama, que teme al fuego ni a su ardiente llama? 104. Parad: que quando atenta le gozaba, tan libre de otro fuego me sentia: que todo ardor por nieve reputaba; porque en solo su fuego arder savia. Pero por si el temor de suerte brava, haze abrais a sus llamas ancha via: de mis incendios yo os dare la muestra, prendiendo fuego a la dureza vuestra. 105. Mas huyd, huy(d) donde ese ingrato, en agua, y fuego espire como espiro: pues no le rinde el llanto, que desato: pues no le venze el fuego, que suspiro. Seguro hira llebando el falso trato porque lloro, y padezco mi retiro:

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No morira la Muerte en sus rigores; gastó, agotó las penas, y dolores. (fol. 17v.)

106. Partid contentos, y partid dichosos: partid seguros, sin temer castigo: que en quanto hubiere llantos dolorosos las tempestades estaran conmigo. Sera alivio a mis ojos lastimosos, ver, que por vuestro bien, mi mal prosigo: pues os escuso en la ansia, que sustento las furias de Agua, las coleras del Viento. 107. Partid con el agua, y Viento en que me exalo: para Lastre, mi pecho os aseguro: pues que bronze al sufrir, al bronze igualo, pues piedra al padecer, soy fuerte Muro. Mas no, que otro llebais, al que no igualo; no esta piedra tan firme; el bronze duro: digalo, el no moverlo en su retiro, el agua, que lloro; el viento, que suspiro. 108. Yreis seguro para tanto hecho: mas cuidado, no os falte vigilancia: que aunque de piedra, y bronze halleis su pecho, si en la dureza lo es, no en la constancia. Podra suplir, no obstante a mi despecho, como firme sin duda a vuestra instancia: que si en esa dureza, ha de afligirme, en ella, este cruel, save ser firme.

(fol. 18)

109. Os seguirá mi alma con un ruego, ya en sollozos deshecha, ya en suspiros: uniendo el viento, ministrando el fuego,

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a vuestras velas, como â vuestros tiros. Podra ser, mi desaogo luego lisonjee ese ingrato en sus retiros: que pues me matan, le daran contento mi corazon en fuego, mi alma en viento. 110. Si el alma triste, el corazon turbado siente los tiros, y encontrar las Velas, como, como sera, que desvelado no huya de estos, y no deje aquellas? luego en las tristes ansias de mi hado a pesar os vere de otras cautelas; salvo, si conociere en tu entereza iguala tu dureza, â su dureza. 111. Mas ô tu mas cruel, que Ondas, y Vientos! pues quando ellos, a vista de mis daños, a tus gustos sugetan sus alientos tu huyes de mi gusto en tus engaños. O! si pudieran ya mis sentimientos en mis brazos hallar los desengaños: Ô dando vida, â vida, muerte, â muerte, que dichosa seria de esta suerte!

(fol. 18v.)

112. Advierte ingrato, si padecer deseo que por estar a males repetida, perder la vida, en lo que embidio veo y en lo que siento igual, pierdo la Vida. Mas ay! que en mi dolor un nuebo creo quando advierto el dolor de esta partida, que a el alma menos fuerte, que la llama la ocupa en penas, y nunca en lo que ama.

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113. Mas quien podra creer el desengaño de que quede sin ti, si estoi conmigo: no te ausentastes no; que por tu daño era preciso partiera yo contigo. Mas no; porque me basta el duro engaño de que en mi pecho estas, dulce enemigo: para que asi asistiendo a toda parte, no me sepa dejar, por no dejarte. 114. Mira ausente cruel como prefiero tenerte ausente, aunque estes esquivo; que si en la falta de esa vista muero, en un engaño de esa sombra vivo. No obstante tanta ofensa, persevero siempre fina, mas nunca compasibo el mal, mayor que el bien en mi dispensa sombra, ô engaño que de vista ofensa.

(fol. 19)

115. Mas no que duplicando mi disgusto en mis penas yo misma solicito el fin extremo de morir con gusto, o de morir con gusto resucito; la cruda Parca ya no causa susto al corazon por muertes, que repito; pues que no hallando vida, obra de suerte, que no teniendo a quien, mata a la muerte. 116. De un desengaño tal ya de mi suerte, viendo el alto rigor de esta partida, que si no llega ausencia a darme muerte es porque me da tu sombra vida: jamas aquella acabara por fuerte, lo que esta ha de durar, por repetida;

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mas o prodigio que mi pecho asombra matar la vista, y animar la sombra! 117. Vivo penando, y vivo de matarme, por no perder la vida en la partida; mas si vida no puede amor quitarme como podra el dolor quitar mi Vida? Mirad quanto he llegado â atormentarme, que viviendo, y muriendo desvalida, aun no save mi tormento esquibo el modo porque muero, o porque vivo.

(fol. 19v.)

118. Mas ay de mi! que ausente de qn amo como hallare yo alivio a mi tormento, si hasta las quejas, y ayes que derramo rotas del ayre, las confunde el viento? reciveme a pesar de que me inflamo o zentro vil del humedo elemento! mas no, que dira amor, que penas fragua devio morir el fuego con el agua. 119. Las sombras tristes en mi llanto invoco: las leves ondas con mi fuego inflamo: con mis sollozos las estrellas toco: con mis suspiros los peñascos llamo. Al cielo ingrato con razon provoco: las Arenas con lastimas infamo: Mas ay! mas ay! no escuchan mis anhelos sombras, peñascos, arenas, ondas, cielos. 120. O tu que ya a mis vozes te retiras haciendo en mi de tu furor ensayos! armense contra ti en el viento iras,

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en mar las ondas, en campaña rayos. El Puerto amado, porque tanto aspiras cueste tu vida con tantos desmayos, que parezca, que en el cielo ha hecho este contra tu pecho el mismo pecho.

(fol. 20)

121. Hado enemigo, cruel estrella impia, porque no gozes de mi amor ingrato arrebate en tu pecho, el alma mia; que no merezco no, tu duro trato. Vengueme de el una furiosa Arpia: No dure, no tu vida un vrebe rato; porque no tengas no, de aquesa suerte mi muerte para alivio de tu muerte. 122. Mas no, pio cielo, no agua serena tenga sosiego el Viento, el mar bonanza: que si dura mi vida, si mi pena, dura en ella tambien la mi esperanza. Goza el Puerto, cruel, que amor ordena iguale a la crueldad tambien mi ansia; que â vista del rigor de verte vivo, yo sere mas cruel, tu mas esquivo. 123. Mas cielos, cuyas luces viste el dia: crystales, cuyo mar encrespa el Viento: sed, pues de Vos mi bien se fia fieles testigos aqui de mi tormento. Oid de estos suspiros la porfia: de estos desdenes, notad el sufrimiento: Mas como Vos lo hareis, si aquese ingrato tiene en el Cielo, y en el Mar el trato?

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124. Mas si guardais de Armido la hermosura: mas si teneis de Armido la inconstancia: no me admiro que os falte la blandura en vuestro extremo para oir mi ansia: me admira solo que viva en la figura de este cruel mis males con constancia (faltan en la copia usada los dos últimos versos pareados, de rima diversa a los previos). 125. Cielos, Estrellas, Peñascos, Ondas, Vientos que retratais mi bien, que (sobrescrito: ois mi) daño doleos del rigor de mis tormentos con la imagen no mas de un desengaño. Para penar dad Vida a mis alientos imitareis al vivo a ese tirano: que pues su gusto ya mi muerte ordena, en mi quien menos muere, es quien mas pena. 126. Mas ay! que si â pesar de esta firmeza buscas ingrato en mi mejor victoria: ya que ves, que me mata la dureza de tristes ansias, de pasada gloria. Mas no importa me mate esa fineza, que amor renovara en mi la memoria; viendo que en el rigor, que me condena, busco mas Vida, por sufrir mas pena. 127. Ya recive, cruel, mi triste vida: mi corazon recive, amado ingrato: pues quanto mas zercana su partida, dilato llegue tu pesar, dilato. Yo no siento morir, pero afligida veo que es fruto, de adorar tu trato:

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(fol. 21)

siento si que eras mio, y que sin verte, muriendo (ay triste!) tengo de perderte. 128. Yo muero, ingrato mio, y muero ausente: dice Lidia; y turbado el suave aliento; entre suspiros tristes, dulcemente rompe el Cielo, mueve al Ayre, ablanda el Viento. Muero, vuelve a decir, muero paciente: porque me mata ese rigor violento. de que vas: : : mas aqui ya sin sentido, yendo â decir armado, dijo Armido. 129. Cae de repente, con la voz turbada, quasi difunta: el gusto amortecido: la nieve de su rostro, desmayada: ya el nacar de la voca desmentido. Sin movimiento, el alma se ve atada: el brio en las acciones ya perdido: del rostro solo, la color serena, da muestras de que vive, en lo que pena. 130. Qual en zenizas de purpura olorosa, de si misma vellisima sangria espina entre fragancias muerta Rosa, a dolencias de un sol, al mal de un dia: Y en desmayos de nacar lastimosa, alientos de ambar roba pompa fria: despidiendo en ardor de su tesoro por vocas de carmin, suspiros de oro.

(fol. 21v.)

131. Tal Lidia desmayada, tal sin vida la ley de su tormento no resiste: y en ella la tristeza tan valida,

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embidia la hermosura de ver triste. La muerte esta turbada, esta corrida, de ver quan vella, quan hermosa asiste: quando en su rostro a dos trofeos ufana, mata por Vella, y mata por tirana. 132. Ô flor de pompa ilustre despojada! Ô obscura sombra, de cielo desmentido! Ô Rosa, en sus verdores desmayada! Ô Arroyo, en su crystal obscurecido! Ô puesto Sol de admiracion! O lastimada! Ô triste Lidia! que rigor ha sido, Ô que puede eclipsar esas Estrellas, Vellas con luces, y sin luces Vellas? 133. Que pena se atrevio al Cielo brillante: de aquese rostro, donde la ventura, las manos dando al discreto Amante, paz hizo entre la muerte, y la hermosura? Quien el sol desmayo? Quien de ese Atlante rindio la nieve, declino la altura? Ô tirana pension de un pensamiento! por que se llama amor, lo que es tormento?

(fol. 22)

134. Amaba Lidia: por eso se aventura, rompiendo el priviliegio â la Velleza: que el dolor, que en la ofensa se asegura, no al desolvido le deve; a la fineza, sobra en Lidia el amor, mas no ventura: la muerte en ella, no es rigor, firmeza; pues muere solo por fee de hallar rendida para mas largo amor, mas larga Vida.

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135. Hermosura gentil, que tanto amaste, que por sin vida amar, la vida diste: y tanto por tu bien te desvelaste, que perdido tu bien, tu te perdiste. Este amor, de que tanto te pagaste; este amor, a quien firme obedeciste: te eterniza en el templo de la fama, donde siempre bien vive, quien bien ama.

ES DE MI S.ra D.ª Mª. F.ca DE LA YSLA, Y LOSADA. AÑO DE 1770.

(fol. 22v.)

(tachado:) (tachado:)

(Los siguientes versos están escritos con otra caligrafía y son, quizás, parte de un poema de tema similar; en todo caso, de autor ignorado:) Ya la muerte con ansias apetezco Yà vengar mi triste suerte me prevengo un sangriento punal serà el instrumento que dè fin a las angustias que padezco Quien creyera al verme en tanta Gloria llena de ambición, y soberbia loca Ya no quiero ver jama el claro dia

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Pese a no ser muy abundantes, dado el carácter monográfico de la obra, hemos utilizado en torno a centenar y medio de fuentes, unas documentales y otras bibliográficas. Las referencias directas e indirectas a las mismas se recogen en 466 notas a pie de página, en bastantes casos con citas literales dentro del cuerpo de la obra, como se puede comprobar en el Índice de textos reproducidos. Para facilitar al lector la rápida comprobación de las fuentes citadas, que se encuentran dispersas por los distintos capítulos, las presentamos ordenadamente con sus datos esenciales, distribuidas en dos apartados.

1. FUENTES DOCUMENTALES Estructuradas por archivos y, dentro de cada uno, por fondos, secciones, series, legajos, etc., según sus propios catálogos. Hemos usado 33 fuentes documentales, depositadas en 13 archivos, a las cuales se hacen 102 referencias en las notas a pie de página.

2. FUENTES BIBLIOGRÁFICAS Se ordenan alfabéticamente según los apellidos de los autores, hasta un total de 136 entradas, correspondientes a publicaciones (obras generales, colectivas e individuales, folletos y artículos) de los siglos XVIII-XXI, de las cuales se hacen 667 referencias en las notas a pie de página.

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1. FUENTES DOCUMENTALES ARCHIVIO NOTARIALE DISTRETTUALE, BOLOGNA (ITALIA) Atti del Notaio G. A. Lodi, di Bologna Aperitio et publicatio Testamenti olim Illmi. Dni. Abbatis Josephi Francisci d’Isla, 2 nov. 1781

ARCHIVO GENERAL DE SIMANCAS Gracia y Justicia Leg. 1233 (1797, Intentos de reedición del Fray Gerundio)

ARCHIVO HISTÓRICO DIOCESANO, SANTIAGO DE COMPOSTELA Fondo General 1.37. Serie Sagradas Órdenes: Leg. 584, Libro I de matrículas y dimisorias 1716-1745. Fondo Libros Parroquiales Sacramentales Santiago de Compostela, San Félix de Solovio: 7, Bautizados 1707-1768 14, Casados 1724-1796 17, Difuntos 1716-1777 Santiago de Compostela, San Benito del Campo: 10, Difuntos 1724-1839

ARCHIVO HISTÓRICO NACIONAL, MADRID Consejos Leg. 5548 (39), Permiso edición de la obra de C. Judde, traducida por el P. Isla Leg. 5548 (67), Expedientes edición de Cartas familiares

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Leg. 5558 (18), Expedientes publicación de Sermones del P. Isla Leg. 5560 (24 y 26), Licencias 2ª edición de Cartas familiares Consejo de Castilla, Matrícula de impresiones Legs. 25 y 33, Solicitudes edición de las Cartas familiares (1784) Legs. 33 y 35, Solicitudes edición de las Cartas á varios sugetos (1787) Legs. 33 y 35, Solicitudes edición del Rebusco de obras literarias del P. Isla (1794) Leg. 41, Expediente para editar la biografía del P. Isla, por J. I. de Salas (1803)

ARCHIVO HISTÓRICO DE LOYOLA, AZPEITIA (GUIPÚZCOA) M. Luengo, Diario de la Expulsion de los Jesuitas de los Dominios del Rey de España, obra Ms en 62 vols. (1767-1814)

ARCHIVO HISTÓRICO UNIVERSITARIO, SANTIAGO DE COMPOSTELA Serie Libros de Archivo A-131, Libro n. 21 de claustros, 1731-1737 A-232, Matrículas 1696-1748 Serie Histórica Leg. 212, Matrículas 1754-1767 Serie Protocolos Notariales Prot. 3.658, Notario Simón Rodríguez, Año 1723 Prot. 3.659, Notario Simón Rodríguez, Año 1724

ARCHIVO PARROQUIAL DE OSORNO (PALENCIA) Libro 1º de bautizados y confirmados, 1663-1722

BIBLIOTECA NACIONAL, MADRID Manuscritos 22.058, Despedida de Lidia y Armido, escrita por la Sra de Isla

BIBLIOTECA DEL PALACIO REAL, MADRID Leg. II-1392, nn. 13 y 21, Mss del P. Isla en Compostela

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BIBLIOTECA DE LA REAL ACADEMIA DE LA HISTORIA, MADRID Manuscritos Legado José Cornide: Ms. 9/3894, n. 35, Romance de María Francisca de Isla al Cura de Fruime

BIBLIOTECA XERAL DA UNIVERSIDADE DE SANTIAGO DE COMPOSTELA Fondo Manuscritos Ms 631, Décimas y Romances del Cura Fruyme, 2 vols.

BRITISH MUSEUM, LONDON (INGLATERRA) Manuscritos Additional 20.792, fol. 47, Carta de Mª Francisca de Isla (1762)

REAL ACADEMIA DE LA HISTORIA, MADRID Censuras Leg. 89, n. 42, Censura para imprimir las Cartas del P. Isla (1787)

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2. FUENTES BIBLIOGRÁFICAS AGUILAR PIÑAL, F., Bibliografía de autores españoles del siglo XVIII, IV, C. S. I. C, Madrid 1986. ALBORG, J. L., Historia de la literatura española, III. Siglo XVIII, Gredos, Madrid 1972. ALONSO CORTÉS, N., Datos genealógicos del P. Isla, Boletín de la Real Academia Española, XXIII (1936) 211-224. ÁLVAREZ BLÁZQUEZ, X. Mª, Escolma de poesía galega, II. A poesía dos séculos XIV a XVIII (13541830), Galaxia, Vigo 1959. ANÓNIMO, Colunga, en Enciclopedia Espasa, XIV, 434. ID., Gaudeau, M. B., en Enciclopedia Espasa, XXV, 1063. ID., Gobiendes, Santiago de, en Enciclopedia Espasa, LIV, 302. ID., Isla, José Francisco de, en Enciclopedia Espasa, XXVIII, 2073-2075. ID., Isla y Losada, María Francisca de, en Enciclopedia Espasa, XXVIII, 2075. ID., Prólogo, en Obras en prosa y verso del Cura de Fruime, II, Madrid 1788, VII-XXI. ID., Trives, San Lorenzo de, en Enciclopedia Espasa, LIII, 842. ID., Trives, San Mamede de, en GEG, XXIX, 157. ANSEDE ESTRAVIZ, A. (y otro) (dirs.), Historia da Literatura Galega, I, AS-PG/A Nosa Terra, Vigo 1996. ARCE, J., La poesía del siglo ilustrado, Alhambra, Madrid 1981. AVILÉS, T. de, Armas y linajes de Asturias y antigüedades del Principado, Graf. Summa, Oviedo 1956. BARREIRO FERNÁNDEZ, J. R., Historia de la ciudad de La Coruña, La Voz de Galicia, La Coruña 1986. ID. (coord..), Historia da Universidade de Santiago de Compostela, I. Das orixes ó seculo XIX, Universidade de Santiago de Compostela, Santiago 1998. BARREIRO MALLÓN, B., Las clases urbanas en Santiago en el siglo XVIII: definición de un estilo de vida y de pensamiento, en A. Eiras Roel (dir.), La historia social de Galicia en sus fuentes de protocolos, Santiago 1981, 449-494. BELLATI, A. F., Arte de encomendarse á Dios, ó sea, Virtudes de la oracion. Trad. de J. F. de Isla, J. Ibarra, Madrid 1783. BOCANEGRA Y XIVAJA, F. A., Sermones, vols. I y II, J. Ibarra, Madrid 1772; vols. III y IV, B. Roman, Madrid 1780. ID., Sermon de la Purísima Concepcion de Nuestra Señora, I. Aguayo, Santiago 1776. BRAVO GUARIDA, M., Genealogía del P. Isla, Archivos Leoneses, III (1949) 6-38. BUJÁN RODRÍGUEZ, Mª M., Catálogo archivístico del Monasterio de Benedictinas de San Payo de AnteAltares, Santiago de Compostela, Consorcio de Santiago de Compostela, Santiago 1996. CABEZA DE LEÓN, S., Historia de la Universidad de Santiago de Compostela, Instituto P. Sarmiento de Estudios Gallegos, Santiago 1945-1947, 3 vols. CAL PARDO, E., Episcopologio Mindoniense, Publicaciones de Estudios Mindonienses, MondoñedoFerrol 2003.

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ID., Cartas inéditas. Edición e introducción por el P. L. Fernández Martín, Razón y Fe, Madrid 1957. ID., Historia de la expulsión de los jesuitas. Edición, estudio histórico y notas de E. Giménez López, Instituto de Cultura Juan Gil-Albert, Alicante 1999. ISLA Y LOSADA, MARÍA FRANCISCA DE: Cf. detalle de sus escritos publicados, inéditos, atribuidos y editados por ella, en la segunda parte de la obra, capítulos VIII, IX y X. JUDDE, C., Reflexiones cristianas sobre las grandes verdades de fe y sobre los principales misterios de la Pasion de Nuestro Señor Jesu-Christo, Trad. de J. F. de Isla, J. Ibarra, Madrid 1785. KIRKPATRICK, S., A tradición feminina da poesía romántica, Unión Libre, n. 1 (1996) 27-36. LABRADA, J. L., Descripcion económica del Reyno de Galicia, L. J. Riesgo Montero, Ferrol 1804. LANZA ÁLVAREZ, F., Dos mil nombres gallegos, Centro Gallego, Buenos Aires 1953. LÓPEZ FERREIRO, A., Historia de la Santa A. M. Iglesia de Santiago de Compostela, Seminario C. Central, Santiago 1898-1909, 11 vols. LUENGO, M., Memoria de un exilio. Diario de la expulsión de los jesuitas de los dominios del rey de España (1767-1768). Estudio y edición de I. Fernández Arrillaga, Universidad de Alicante 2002. ID., El retorno de un jesuita desterrado. Viaje del P. Luengo desde Bolonia a Nava del Rey (1798). Estudio y edición de I. Fernández Arrillaga, Universidad de Alicante, Alicante 2004. MADOZ, P., Diccionario Geográfico-Estadístico-Histórico de España y sus posesiones de Ultramar, Establ. Tipográfico-Literario Universal, Madrid 1845-1850, 16 vols. MANSILLA, D., Geografía eclesiástica, en DHEE, II, 983-1015. MARCO LÓPEZ, A., Cernadas y Castro, Diego Antonio, en GEG, VI, 135. MARTÍNEZ-BARBEITO, C., Doña María Francisca de Isla y su romance en gallego al Cura de Fruime, BRAG, XXVIII, nn. 321/326 (1957) 17-36. MARTÍNEZ DE LA ESCALERA, J., Primeros escritos del P. Isla (1721-31) y un catálogo de sus obras (1774), Miscelánea Comillas, nn. 74/75 (1981) 149-181. Mercurio Histórico y Politico, Que contiene el estado presente de la Europa, lo sucedido en todas las Cortes, los intereses de los Príncipes, y generalmente todo lo mas curioso, Imprenta Real de la Gaceta, Madrid, tomo 3º, Año 1773. MILLÁN, I., A la sombra del Apóstol. Once siglos de vida compostelana, El Eco Franciscano, Santiago 1938. MIÑANO, S. de, Diccionario Geográfico-Estadístico de España y Portugal, Impr. Pierart-Peralta, Madrid 1826-1829, 11 vols. MONLAU, P. F., Vida y obras del P. Isla, en J. F. de Isla, Obras escogidas, M. Rivadeneyra, Madrid 1850, I-XXXVII. MORENO ASTRAY, F., El viagero en la Ciudad de Santiago, Tip. de J. M. Paredes, Santiago 1865. M(ORO) VELASCO, R., El centenario del P. Isla, Razón y Fe, II, tomo V (1903) 462-472. MURGUÍA, M., Diccionario de escritores gallegos, J. Compañel, Vigo 1862. NAVAS RUIZ, R., Discurso feminista y voz femenina: las poesías de María Josefa Massanés, en M. Mayoral (coord..), Escritoras románticas españolas, Fundación Banco Exterior, Madrid 1990, 177-195.. PARDO DE NEYRA, X., O labor lírico do ilustrado Cura de Fruíme. Textos galegos de Zernadas y Castro, Eds. Laiovento, Santiago 2002. P. B., P. José Francisco de Isla, en Biografía Eclesiástica Completa, X, A. Gomez Fuentenebro, MadridBarcelona 1856, 400-420. PÉREZ DE CASTRO, J. L., Recuerdos y cartas de Doña María Francisca de Isla en su solar de Asturias, Cuadernos de Estudios Gallegos, XV, n. 45 (1960) 239-247. PÉREZ COSTANTI, P., Una elección de procurador general de Santiago, en 1761, en Notas viejas galicianas, II, Ed. Sindicatos Católicos, Vigo 1926, 269-275.

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Con el fin de que el lector pueda localizar, o consultar alguno de los numerosos textos documentales y bibliográficos que se reproducen en el cuerpo de la obra, hemos elaborado unos índices que sistematizan los elementos de consulta. Un componente importante de la obra es la cita literal de documentos y publicaciones que consideramos fuentes principales de la misma. Dependiendo de su distinto valor, se reproducen más de un centenar de esos textos, parcial o totalmente, algunos en más de una ocasión. Por razón de homogeneidad, los textos se registran distribuidos en cuatro índices según su origen y distribuidos en general cronológicamente: Documentación biográfica ........................... Textos de Mª Francisca de Isla .................... Cartas del P. Isla ........................................... Escritos del Cura de Fruime ........................

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1. ÍNDICE DE DOCUMENTOS BIOGRÁFICOS ...................................................................... 353 1. 2. 3. 4. 5. 6. 7. 8. 9. 10. 11. 12. 13. 14. 15. 16. 17. 18. 19. 20. 21. 22. 23. 24. 25. 26.

Ordenación de menores de José Francisco de Isla y Rojo (28-XII-1723) ................................. 108 Acta de defunción de Ambrosia de Rojo y Cordido (4-III-1724)................................................. 58 Acta bautismal de María Josefa de Isla Losada (16-I-1727) ........................................................ 76 Acta bautismal de José Joaquín de Isla Losada (16-II-1729) ....................................................... 77 Acta de defunción de María Josefa de Isla Losada (17-II-1729).................................................. 77 Acta bautismal de los gemelos Joaquín José y Ramón José de Isla Losada (1-IX-1730)............ 79 Confirmación de dichos gemelos (27-IV-1732) ............................................................................ 80 Acta bautismal de Josefa Joaquina de Isla Losada (23-V-1732)................................................... 81 Acta de defunción de Josefa Joaquina de Isla Losada (18-II-1733) ............................................. 82 Acta del claustro de la universidad de Santiago, recogiendo protesta de estudiantes contra el P. Isla (17-III-1734) ............................................................................................... 110-111 Acta bautismal de María Francisca de Isla Losada (5-X-1734).................................................... 50 Acta bautismal de María Isabel de Isla Losada (5-VII-1736)....................................................... 83 Acta bautismal de Juan Manuel de Isla Losada (4-VII-1737) ...................................................... 86 Acta de defunción de José Manuel de Isla Losada (17-VIII-1738) .............................................. 87 Acta bautismal de Antolina Cándida de Isla Losada (4-IX-1738) ................................................ 87 Acta matrimonial de Nicolás de Ayala y María Francisca de Isla (12-IX-1754) ................ 142-143 Matrículas de Juan Antonio Isla en la universidad de Santiago (1760-1762)............................. 116 Acta de defunción de José Isla de la Torre (18-II-1762)............................................................... 60 Acta matrimonial de Antonio Ortiz de Pedrosa e Isabel de Isla (24-VIII-1762) .................... 84-85 Extracto del primer testamento de Nicolás de Ayala (8-VII-1767) ..................................... 146-147 Extracto del segundo testamento de Nicolás de Ayala (18-IV-1771) .................................. 147-148 Crónica del dictado simultáneo de varias cartas por María Francisca de Isla (X-1773) ............ 137 Crónica del dictado simultáneo de otras cartas por María Francisca de Isla (XII-1773).... 137-138 Extracto del codicilo testamental de Nicolás de Ayala (1-X-1774) ............................................ 148 Acta de defunción de Nicolás de Ayala (5-X-1774) ............................................................ 148-149 Testamento ológrafo del P. Isla (29-IV-1780) ...................................................................... 276-277

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2. ÍNDICE DE TEXTOS DE MARÍA FRANCISCA DE ISLA .................................................. 354 1. 2. 3. 4. 5. 6. 7. 8. 9. 10. 11. 12. 13. 14. 15. 16. 17. 18.

Seguidillas al Cura de Fruime (II-1756) ............................................................................. 207, 231 Carta al Cura de Fruíme (1-II-1762) ........................................................................................... 216 Despedida de Lidia y Armido (1770) ................................................................... 235-236, 297-334 Carta al P. Isla (1-X-1771) ........................................................................................... 184, 262-263 Carta al P. Isla (4-XII-1771)........................................................................................ 184, 185, 263 Décima al arzobispo Bocanegra (1772) ...................................................................................... 237 Soneto al arzobispo Bocanegra (1772)........................................................................................ 241 Romance en gallego al Cura de Fruime (12-II-1775). ................................. 162-163, 217, 244-245 Carta-Prólogo a las Obras completas del Cura de Fruime (4-VII-1778).................................... 265 Carta al P. Isla (27-XI-1778) ....................................................................................................... 266 Carta al P. Isla (post IV-1780) ..................................................................................................... 275 Nota al público, en la 1ª edición de las Cartas familiares del P. Isla (Madrid 1785) ................ 283 Solicitud al Consejo de Castilla para editar la obra del P. Isla, Colección de dichos y hechos singulares (18-V-1790)................................................................................................. 287 Memorial al rey Carlos IV para lograr la reedición del Fray Gerundio de Campazas, del P. Isla (26-V-1797)................................................................................................................. 288 Carta a José Joaquín de Isla y Mones (23-IX-1799)................................................................... 267 Carta a José Joaquín de Isla y Mones (15-IV-1800) ................................................................... 268 Solicitud al Consejo de Castilla para editar la biografía del P. Isla, redactada por J. I. de Salas (II-1803) ................................................................................................................. 291 Proemio, en J. I. de Salas, Compendio Historico de la Vida, Caracter Moral y Literario del celebre P. Josef Francisco de Isla (Madrid 1803) ......................................... 291-292

3. ÍNDICE DE CARTAS DEL P. ISLA.......................................................................................... 354 1. 2. 3. 4. 5. 6. 7. 8. 9. 10. 11. 12. 13. 14. 15. 16. 17.

A un amigo (Valladolid, 10-III-1751).......................................................................................... 284 A unos amigos salmantinos (Salamanca, 11-X-1752)................................................................. 282 A María Francisca (Villagarcía de Campos (24-I-1755)............................................................... 90 A María Francisca (Villagarcía, 31-I-1755) ................................................................................ 109 A María Francisca (Villagarcía, 14-III-1755).............................................................................. 144 A María Francisca (Villagarcía, 21-III-1755)................................................................................ 51 A María Francisca (Villagarcía, 7-XI-1755) ............................................................................... 144 A María Francisca (Villagarcía, 16-I-1756) ................................................................................ 180 A María Francisca (Villagarcía, 21-II-1756)....................................................................... 180, 207 A María Francisca (Villagarcía, 20-III-1756) ..................................................... 138, 155, 180, 231 A María Francisca (Villagarcía, 14-V-1756) ............................................................................... 144 A María Francisca (Villagarcía, 23-II-1758) ............................................................................... 177 A María Francisca (Villagarcía, 12-V-1758) ....................................................................... 155, 180 A María Francisca (Villagarcía, 10-XI-1758) ............................................................................. 156 A María Francisca (Villagarcía, 7-IX-1759) ............................................................................... 178 A María Francisca (Villagarcía, 7-I-1760) .................................................................. 133, 139, 178 A María Francisca (Villagarcía, 21-I-1760) ........................................................................ 139, 181

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18. 19. 20. 21. 22. 23, 24. 25. 26. 27. 28. 29. 30. 31. 32. 33. 34. 35. 36. 37. 38. 39. 40. 41. 42. 43. 44. 45. 46. 47. 48. 49.

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A María Francisca (Villagarcía, 11-II-1760) ....................................................................... 139, 156 A María Francisca (León, 1-V-1760) .......................................................................................... 144 A María Francisca (Villagarcía, 15-VI-1760) ............................................................................. 144 A María Francisca (Santiago, 17-IX-1760) ................................................................................. 114 A María Francisca (Pontevedra, 27-III-1761) ..................................................................... 138, 179 A José Domingo de Gortázar (Pontevedra, 19-VII-1762) .......................................................... 120 Al obispo Bocanegra (Pontevedra, 9-VIII-1762)................................................................. 219-220 Al obispo Bocanegra (Santiago, 17-X-1762) .............................................................................. 220 Al obispo Bocanegra (Pontevedra, 27-II-1763) .......................................................................... 125 A María Francisca (Crespelano-Bolonia, 10-VI-1770 ................................................................ 168 A María Francisca (Bolonia, 19-VII-1771) ..................................................................... 91-92, 145 A María Francisca (Bolonia, 5-XI-1771) .................................................................................... 263 A María Francisca (Bolonia, 18-I-1772) ..................................................................................... 264 A María Francisca (Bolonia, 29-XII-1774).......................................................................... 149-150 A María Francisca (Budrio, 16-III-1775) .................................................................................... 150 A María Francisca (Bolonia, 18-IV-1776)................................................................................... 279 A María Francisca (Bolonia, 14-III-1777) .................................................................................. 162 A María Francisca (Bolonia, Corpus 1777) ................................................................................ 206 A María Francisca (Bolonia, 30-VI-1778) .................................................................................. 265 A María Francisca (Bolonia, 28-X-1778) ........................................................................... 266, 274 A María Francisca (Bolonia, 6-XII-1778) ................................................................................... 158 A María Francisca (Bolonia, 14-VI-1779) .................................................................................. 279 A María Francisca (Bolonia, 5-VIII-1779).................................................................................. 122 A María Francisca (Bolonia, 12-III-1780) ........................................................................... 156-157 A María Francisca (Bolonia, 26-VI-1780) .................................................................................. 289 A María Francisca (Bolonia, 8-IV-1781)..................................................................................... 280 A María Francisca (Bolonia, 24-VI-1781) ........................................................................... 256-258 A María Francisca (Bolonia, 29-VII-1781) ................................................................................. 257 A María Francisca (Bolonia, 9-IX-1781) .................................................................................... 179 A María Francisca (Bolonia, 16-IX-1781) .................................................................................. 257 A María Francisca (Bolonia, 17-X-1781).................................................................................... 257 A María Francisca (Bolonia, 21-X-1781).................................................................................... 258

4. ÍNDICE DE TEXTOS DEL CURA DE FRUIME.................................................................... 355 1. 2. 3. 4. 5. 6. 7. 8. 9.

Soneto “Quisiera, noble Filis, consolarte” .......................................................................... 194, 209 Soneto “Por el orden común, Filis, pudiera”............................................................................... 194 Décimas “Faltote tu Nicolás” ...................................................................................................... 195 Carta a María Francisca de Isla (24-X-1774).............................................................................. 196 Soneto “Llora, Galicia, llora Patria amada” ................................................................................ 240 Décima “Mi gente acaso recela” ................................................................................................. 208 Décimas “De una Monja a la lisonja” ......................................................................................... 192 Décimas “A la dignacion de honrarme” ...................................................................................... 190 Décimas “Filis: un susto vehemente”.......................................................................................... 193

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CARLOS GARCÍA CORTÉS

10. 11. 12. 13. 14. 15. 16. 17. 18. 19. 20. 21.

Romance “Los Dias de tu Consorte”........................................................................................... 193 Décimas “Filis, mi ley amorosa”................................................................................................. 187 Décimas “Señora con el socorro”................................................................................................ 191 Décimas “Assi que vi tus entrañas” ............................................................................................ 191 Décimas “Los papeles recibí”.............................................................. 140, 181, 220, 221-222, 225 Carta al P. Isla (III-1758) ............................................................................................................. 124 Romance “Meses há, Filis discreta”............................................................................................ 213 Décimas “El gozo, Filis hermosa” ............................................................................... 188-189, 217 Romance “De que de ti me olvidé”..................................................................................... 189, 214 Romance “Acabarás de una vez” ................................................................................. 188, 214-215 Romance “¿No sería bueno, Filis” ....................................................................................... 189-190 Romance “¿Con que no ha de haber remedio”............................................................ 192-193, 215

MARIA FRANCISCA DE ISLA

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Esta obra se terminó de imprimir en el mes de diciembre de 2007, a las puertas del año en que se cumple el II centenario de la muerte de M.ª Francisca de Isla y Losada

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ANEJOS DE CUADERNOS DE ESTUDIOS GALLEGOS I

CSIC

CONSEJO SUPERIOR DE INVESTIGACIONES CIENTÍFICAS XUNTA DE GALICIA INSTITUTO DE ESTUDIOS GALLEGOS «PADRE SARMIENTO»

MARÍA FRANCISCA DE ISLA Y LOSADA (1734-1808) Una conexión literaria en la Compostela de la Ilustración

(Introducción de Ramón Otero Pedrayo) D. Domingo Fontán y su mapa de Galicia. 1946. II Eladio Leiros. El deambulatorio de la Catedral de Orense. 1948. III Fr. Mateo del Alama y Fr. Justo Pérez Urbel (Transcrito). Viaje a Galicia de Fray Martín Sarmiento (1754-1755). 1950. IV D. Pedro González de Ulloa. Descripción de los estados de la casa de Monterrey en Galicia. 1950. V Jesús Carro García (Códice gallego del siglo XU). Crónica de Santa María de Iría. 1951. VI María Luisa Caturla. Un pintor gallego en la corte de Felipe IV “Antonio Puga”. 1952. VII Ramón Otero Pedrayo. El Doctor Varela de Montes. Médico humanista compostelano del siglo XIX. 1952. VIII P. Aureliano Pardo Villar. Los dominicos en Santiago (apuntes históricos). 1953. IX José Manuel Pita Andrade. La construcción de la catedral de Orense. 1954. X Jesús Carro García. Estudios jacobeos (Arca marmórica, cripta, oratorio o confesión, sepulcro y cuerpo del apóstol. 1954. XI Antonio Fraguas Fraguas. Historia del Colegio de Fonseca. 1956. XII Antonio Fraguas Fraguas. Los Colegiales de Fonseca. 1958. XIII Jesús Taboada. Monterrey. 1960. XIV José Luis Pensado Tomé. Fragmentos de un “livro de Tristán” galaico-portugués. 1962. XV Fermín Bouza-Brey Trillo. El señorío de Villagarcía desde su fundación hasta su marquesado (1461-1655) XVI Ramón López Caneda. Prisciliano. Su pensamiento y su problema histórico. 1966. XVII Carlos Martínez-Barbeito. Impresos gallegos de los siglos XVI, XVII y XVIII. 1970. XVIII Antonio Mejide Pardo. La invasión gallega de Galicia en 1719. 1970. XIX Nieves de Hoyos-Sancho. El traje regional de Galicia. 1971. XX Claude Bedat. El escultor de Felipe de Castro. 1971. XXI José Ramón y Fernández Oxea y Manuel Fabeiro Gómez. Escudos de Noya. 1972. XXII Benito Varela Jácome. Estructuras novelísticas de Emilia Pardo Bazán. 1973. XXIII Ángel Rodríguez González. O Tumbo Vermello de Don Lope de Mendoza. 1995. XXIV María José Portela Silva y José García Oro. La Iglesia y la ciudad de Lugo en la Baja Edad Media. 1997. XXV Concepción Fontenla San Juan. Restauración e historia del arte en Galicia. 1997. XXVI Baldomero Cores Trasmonte. Os Senadores da Universidade de Santiago. 1998. XXVII Adolfo de Abel Vilela. A pompa funeral e festiva como exaltación do poder. O ceremonial en Lugo. 1999. XXVIII Enrique Cal Pardo. Episcopologio Mindoniense. 2002. XXIX Mercedes Vázquez Bertomeu. La hacienda arzobispal compostelana. Libros de Recaudación (1481-83 y 1486-91). 2002. XXX María Rosa Saurín de la Iglesia. Antonio, Francisco y Benigno de la Iglesia. Una biografía intelectual. 2003. XXXI Manuel Fernández Rodríguez. Toronium. Aproximación a la historia de una tierra medieval. 2004. XXXII José Leonardo Lemos Montante. “Obra viva” de Ángel Amor Rubial. 2004. XXXIII José Antonio Vázquez Vilanova. Clero y sociedad en la Compostela del siglo XIX. 2004. XXXIV José Couselo Bouzas. Galicia artística en el siglo XVIII y primer tercio del XIX. 2004. XXXV César Olivera Serrano. Beatriz de Portugal. La pugna dinástica AvísTrastámara. 2005. XXXVI Ana María Carballeira Debasa. Galicia y los gallegos en las fuentes árabes medievales. 2007. XXXVII Carme Hermida Gulías. O Diccionario del dialecto gallego de Luís Aguirre del Río. 2007. XXXVIII Carlos García Cortés. María Francisca de Isla y Losada (17341808). 2007.

MARÍA FRANCISCA DE ISLA Y LOSADA (1734-1808) Una conexión literaria en la Compostela de la Ilustración

CARLOS GARCÍA CORTÉS

CUADERNOS DE ESTUDIOS GALLEGOS ANEXO XXXVIII

ISBN: 978-84-00-08608-4

MINISTERIO DE EDUCACIÓN Y CIENCIA

2007

MADRID MMVII