Los secretos del franquismo : España en papeles desclasificados espionaje norteamericano 1934 transicion 9788496642270, 8496642275


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Spanish; Castilian Pages [364] Year 2007

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Los secretos del franquismo : España en papeles desclasificados espionaje norteamericano 1934 transicion
 9788496642270, 8496642275

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Los secretos del franquismo España en los papeles desclasificados del espionaje norteamericano desde 1934 hasta la transición

Eduardo Martín de Pozuelo

Los secretos del franquismo España en los papeles desclasificados del espionaje norteamericano desde ig34 hasta la transición

librosdevanguardia

©2007, Eduardo Martín de Pozuelo ©De esta edición: La Vanguardia Ediciones, s.a. Diagonal, 477,7a planta 08036 Barcelona Primera edición, marzo 2007 Reservados todos los derechos. Ninguna parte de esta publicación puede ser repro­ ducida, almacenada o transmitida por nin­ gún medio sin permiso del editor ISBN-13:978-84-96642-27-0 Depósito legal: B-11929-2007 Diseño y portada: Pablo Martín [Gráfica) Edición: Toni Merigó Maquetación: Olga Hernández índice de nombres: Javier Tobías Impreso por: Cayfosa-Quebecor

índice

Prólogo 13

Capitulo 1

La intervención nazi en los preparativos de la sublevación de 1936 23 Música de Wagner para tres nazis que cambiaron la historia 26 La siniestra vida secreta de Hans Hellermann 30 La ayuda al ‘alzamiento* contada por alemanes 36 Sofindus y las pesetas alemanas 42 Las rebajas de los vencidos 43 Capitulo 2

Los hechos que sorprendieron a Estados Unidos 49 ‘Top Secret 842’: España, trabaja para la Gestapo 52 Las cartas que delataron a Franco 56 ¡Primero conquiste Gibraltar! 59 Franco temió por Canarias 65 Hendaya: España entrará en guerra 67 El ‘Generalísimo’ se sintió derrotado 72 Hitler se enojó con Franco 73 El doble juego del ‘Caudillo’ 78 Objetivo Gibraltar 79

Capítulo 3

Mussolini, el amigo italiano 83 Una carta para ‘Il Duce’ y una furgoneta para su chofer 86 Memorias al volante 90 El autoengafto de Mussolini 93 El misterioso tesoro oculto en España 96 Epilogo en el siglo XXI101 Capítulo 4

Kriegsorganitation Spanien: nazis en España durante la II Guerra Mundial 105 La aventura del agente alemán Walther Giese 108 Destino España 111 Un espía nazi en la central de Telefónica 114 Normandia, el aviso español que no escucharon 115 Arnold, el mensajero del Reich 116 Una bella condesa en la red de Arnold 122 Captura e intento de suicidio de un gran espía 124 La doble vida del arquitecto Fizia 126 Tolerancia franquistay “desnazificación” 128 Capítulos

La guerra secreta que Franco ocultó 131 ¡Sabotaje! 134 El secreto del Olterra 137 Españoles ejecutados en Gibraltar 140 El caso del ‘señor A’ 142 Falangistas al servicio de Alemania 144 La red exterior de Falange 148

México: extorsión a los ricos 150 El despliegue de espías nazis en Estados Unidos 152 La misteriosa conexión española de Nueva York 156 Armenteros, Companys y el dinero falangista para América 161 Capítulo 6

La extraordinaria aventura del cónsul francés de Zaragoza 165 La caída del Reich o las reuniones secretas de Zaragoza 168 “Puede que Hitler se vaya a Japón” 172 Armas imposibles para el IV Reich 176 Ahora mandan las grandes empresas (Krupp, Siemens...) 179 Baviera, centro del neo nazismo 182 Se acabó ¡Heil Hitler!, nace ¡88! 186 ‘Tod oder Spanien’: Muerte o España. Hacia el IV Reich 187 Capítulo 7

Cuando Franco se hizo amigo de Estados Unidos 191 El verano que cambió de bando 194 Franco en la órbita aliada 200 El error de Filipinas 203 Salvoconductos españoles para los judíos húngaros 204 La otra cara de la moneda: la versión de Hans Kroll 206 El mensaje clave que lo cambió todo 209 El largo y tortuoso camino hacia Rota y Torrejón 213 Capítulo 8

Franquismo y religión 221 El desencuentro Franco - Eisenhower 224

La odisea de los protestantes 229 El Vaticano no se oponía 236 El informe que desnudó a la Iglesia española 240 La otra cara de la Iglesia: curas de la Resistencia 247 La irrupción del Opus Dei 251 El Vaticano vio a la España del Opus “fuera de onda” 254 Capítulo9

Donjuán contra Franco: la restauración que no pudo ser 257 Franco quería ser regente y que donjuán se hiciera falangista 260 Que Franco ceda el poder 265 Un feroz duelo por correspondencia 270 La hoja de ruta de donjuán 283 R ep rim en d a al co n d e de R o m a n o n es 286 Capítulo 10

El camino desconocido a la transición 289 Franco también era mortal 292 El instructor de kárate de Juan Carlos, enlace con la Casa Blanca 298 Don Juan o ju an Carlos 301 Los detalles de la sucesión sólo para oídos americanos 305 Carrero, la peor elección 307 El servicio de espionaje de Carrero que vigiló a su propio gobierno 314 Objetivo de Estados Unidos: intimidar a España 318 Kissinger en Madrid el día del asesinato de Carrero 321 Arias Navarro, más de lo mismo 327 Una propuesta de renuncia a cambio de dinero 329

Capítulo i l

Memoria gráfica 335 Fotografías 337 Documentos 347

índice de nombres 3 5 3

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Este libro tiene su precedente en una serie de reportajes publicados en La Vanguardia entre 2005 y 2006, basados en documentos secretos desclasifi­ cados por Estados Unidos. Sin embargo, esta obra no es la recopilación de aquel trabajo que sería galardonado con el Premio Internacional de Periodismo Rey de España en su edición de 2006. De hecho, las diferencias entre aquellos reportajes y el libro son sustanciales y se descubren desde el primer capítulo al comprobar que se relatan hechos que no fueron inclui­ dos en la serie publicada en el diario. Así, mientras el lector de La Vanguardia se topó con una sucesión de noti­ cias históricas aisladas que permitían vislumbrar la cara oculta del fran­ quismo, con esta nueva indagación nos adentramos en las inconfesables posiciones políticas de Franco, desde la preparación del levantamiento del 18 de julio de 1936, cuando ya tenía contactos con los nazis, hasta las cla­ ves inexplicadas de su sucesión y los acontecimientos velados que prece­ dieron a su muerte, todo ellos a través de las fuentes documentales origi­ nales y de desconocidos detalles concretos.

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Es decir, aunque el libro que tiene en sus manos contiene elementos comunes con aquellas informaciones periodísticas publicadas en La Vanguardia, su resultado es fruto de una nueva indagación documental que permite observar el desarrollo del franquismo desde el ángulo que Franco siempre quiso ocultar. Por ejemplo, su extraordinaria implica­ ción furtiva con el eje que fue virando en apoyo hacia los aliados a medi­ da que los ejércitos de Hitler eran derrotados, para acabar dejándose querer por Estados Unidos, bajo cuyo manto protector permanecería en el poder toda su larga vida. El lector encontrará en esta obra personas, datos y hechos observados casi con lupa tal como lo hicieron en su día los servicios de inteligencia aliados, empeñados en descubrirlo que en España se quería esconder. Pero nadie debe llamarse a engaño. Este es un libro de historias y no de Historia, con mayúscula, pues creo que a los periodistas nos corresponde la crónica de la parte y a los historiadores el análisis del todo. Así lo he interpretado y con ese espíritu de cronista del detalle me he adentrado en unos docu­ mentos de diversa procedencia, obtenidos y archivados por Estados Unidos, y que conciernen a un periodo de tiempo que va desde 1934 hasta 1975, o lo que es lo mismo: desde los antecedentes del franquismo hasta la muerte de su valedor, Francisco Franco. No se me escapa que los documentos áftalizados tienden a ofrecer una interpretación de los acontecimientos con sesgo norteamericano pues no en vano fueron escritos por funcionarios de los Estados Unidos. Sin embargo, hay excepciones tan sustanciales que creo que equilibran la balanza. Son los informes alemanes sobre España hallados en Berlín por los aliados al final de la II Guerra Mundial, la correspondencia de Franco con Hitler y Mussolini, igualmente hallada en la capital alemana o los dossiers que el servicio secreto del Reino Unido elaboró en su día sobre episodios inconfesables y desconocidos de colaboracionismo franquista

P r ó lo g o

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pro nazi. También compensan el punto de vista americano, las notas confidenciales sobre España que los nuncios papales destinados en la capitales europeas inmersas en la II Guerra Mundial enviaron al Vaticano hacia 1944 y 1945, los documentos españoles conseguidos por los espías aliados e incluso los recuerdos del chofer de Mussolini, nunca revelados y que perfilan el lado hum ano del Duce y en cierta forma tam­ bién del Generalísimo. Todos esos elementos desamericanizan un relato procedente de Estados Unidos y nos adentran en el pormenor de un fran­ quismo que el dictador español quiso hermético y que queda al descubierto en esta obra. Así, a través del detalle, del dato aportado por un espía o de la biografía de los agentes nazis apostados en España, a menudo individuos de escaso éxito subidos a la ola de su régimen y a la ruina de su descalabro, se obtie­ nen claves que permiten saber lo que ocurrió en los bajos del Estado donde conectaron Franco, Hitler y Mussolini, sus ministros, sus fuerzas de seguridad, sus servicios secretos y hasta los últimos espías e informadores. Del mismo modo hemos podido conocer los pormenores de cuestiones que van desde el enfrentamiento entre don Juan y el dictador hasta la peculiar personalidad de Franco, un personaje que se sobrevaloró sin rubor y que, salvo en contadas ocasiones, logró salirse con la suya. Llegados aquí debería resultar evidente que detrás de este libro se ha recorrido un largo camino de trabajo que comenzó en 2004, primero con mi idea de indagar en Washington los US. National Archives & Records Adm inistration, NARA (Archivos N acionales y Adm inistración de Documentos de los Estados Unidos de América) y luego con la elabora­ ción de un método para rastrear con lógica periodística en un lugar que guarda tantos documentos que puestos uno junto a otro darían 57 vuel­ tas a la Tierra, como les gusta explicar en NARA. Más concretamente, los americanos almacenan 10 mil millones de expedientes de papel, 30

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millones de fotografías y casi tres millones de mapas, todo ello deposita­ do en una treintena de edificios por todo el país. Un tesoro histórico que desborda por su magnitud. Allí almacenan documentos originales que van desde la época de la independencia de Estados Unidos (siglo XVIII) hasta la actualidad. Ese colosal almacén histórico guarda miles de docu­ mentos que un día fueron secretos pero que ahora ya son de acceso público. La mayoría de estos documentos proceden de la administración de Estados Unidos, en especial de su presidencia, de su diplomacia, de sus fuerzas armadas, de sus servicios de espionaje y contraespionaje, y de los departamentos dedicados a la seguridad del Estado, como, por ejemplo, del FBI. Pero además, en los NARA se conservan todas las notas, informes, expedientes, etcétera, que los funcionarios y agentes adscritos a los departamentos enunciados han conseguido a lo largo del tiempo, de modo que albergan documentos de gran interés que se refie­ ren a todos los países del mundo, por remotos que sean. En este capítulo debemos incluirlos 70.000 rollos de película que alojan, microfilmados, los miles documentos que el NSDAP, es decir el partido nazi, guardó en Berlín desde 1920 hasta 1945. Desconozco qué proporción de documentos españoles o sobre España se hallan guardados en los NARA, pero puedo decir que sólo el consulado de Estados Unidos en Barcelona ha generado miles de papeles, en realidad cientos de cajas repletas de originales, que engrosan sus estanterías, lo mismo que ha sucedido a partir de todos los consulados americanos habidos en España y no digamos de la enorme producción documental procedente de su embajada en Madrid. Y a todo ello habría que añadirlos documentos producidos por todo el mundo que por los más diversos motivos se refieren a España. Un buen ejemplo de lo dicho es la montaña de documentación de las fuerzas armadas de Estados Unidos relacionada con las bases españolas, o la otra barbaridad de papeles que los america­ nos capturaron a los alemanes y que estaban relacionados con España.

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En la búsqueda en Estados Unidos, tanto en NARA como en los llamados archivos presidenciales, en los que no encontramos nada de gran inte­ rés, fue pieza clave Mario Cereghino, habilísimo rastreador documental en lengua inglesa, nacido en Italia pero casi brasileño y muy buen cono­ cedor de España, al que conocí gracias a los reportajes sobre la mafia que escribí hace años desde Palermo, Sicilia. Con Mario preparé una lista de más de cien key words (palabras clave o llave, tales como Franco, Hitler, Lequerica, Carrero, Himmler, etcétera) que sirvieron de herra­ mienta inicial para sumergirse en la base de datos de los mencionados archivos por los que nos movimos con mentalidad de periodista; es decir, en busca de hechos que pudieran tratarse como noticia aunque hubieran ocurrido hace décadas. La pericia de Mario y la ayuda de los funcionarios de los NARA permitieron descubrir datos relativos a España que buscados por sus índices nunca habríamos encontrado. Por citar un ejemplo, varios de los memorandos sobre Luis Carrero Blanco, el presidente de gobierno español asesinado por ETA, aparecieron ojeando en los dossiers relativos a la política en Oriente Medio del secretario de Estado de la era Nixon, Heniy Kissinger. O bien, varias de las referencias a los contactos personales entre Franco y los delegados nazis en el norte de África y España se hallaban en informes sobre la trama empresarial nazi montada en España. Y es que los america­ nos almacenan tantos documentos que ni pueden escanearlos para per­ mitir el acceso informático, ni sus excelentes índices son suficientes para desvelar todo lo que guardan. A quel trabajo de cam po en E stados U nidos im pulsad o por La Vanguardia se dividió en dos fases. La primera de ellas produjo una maleta de papeles que tuvo que viajar a Barcelona facturada como exce­ so de equipaje. La segunda, dio como resultado una cantidad todavía mayor de documentos que, por prudencia, hicim os llegar gradualmente

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a Barcelona a través de un servicio de m ensajería internacional. Terminada la participación de Mario Cereghino, vinieron semanas de lectura y de clasificación de los documentos con criterios temáticos y cronológicos hasta perfilar el contenido de los reportajes y luego de este libro, después de una nueva lectura y revisión de toda la base documen­ tal traída a Barcelona, incluidos nuevos documentos que no habían podido ser revisados. Debo subrayar que en la fase de edición de los reportajes se incorporó al proyecto Iñaki Ellakuría, gran periodista que se convertiría en imprescindible para la ejecución de la serie publicada en La Vanguardia. Tras este prólogo el lector se adentrará en intrigas concretas que poco a poco configuran un puzzle que tal vez proyecte la verdadera imagen de nuestra historia con Franco. Debo avisar que no todo lo que se reprodu­ ce está enteramente explicado ni razonado, simplemente porque a menudo faltan o no supe hallar los documentos que propiciaron los encontrados o aquéllos que les siguieron como respuesta. He evitado la interpretación de muchos detalles, lo que suele exigir una posición general sobre lo verdadero o falso en cada periodo histórico, pero sí puedo afirmar que todo lo que aparece en este libro es lo que puede leer­ se en los documentos que fueron secretos hasta hace poco (de 1970 a 2005 aproximadamente) aunque algunos que relatan hechos relativa­ mente recientes como la muerte de Franco y la transición aún no han sido totalmente desclasificados, es decir, que todavía contienen datos que permanecen secretos y que aparecen censurados. Sin embargo, es cierto que a veces una frase, un dato o una insinuación deslizada en medio de un largo informe, descubre hechos que invitan a la reflexión. Un ejemplo: ¿desde cuando hablaba Franco con el nazi citado en el apartado del 8 de septiembre de 1936 del informe alemán sobre ayu­ das a España del que se habla en el primer capítulo de este libro?

Prólogo

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En fin, tal vez la idea que mejor exprese lo que sigue es que se trata de una crónica del franquismo vista a través de sus espías o quizás de algo un poco más perverso: la historia oculta de España que Estados Unidos cono­ ció y usó en su interés.

Eduardo Martín de Pozuelo

La intervención nazi en los preparativos de la sublevación de 1936

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La intervención nazi en los preparativos de la sublevación

de 1936

El primer contacto entre Francisco Franco y el canciller alemán Adolf Hitler fue epistolar, simultáneo a la rebelión militar contra la República que inició la guerra civil española. Sin embargo, tanto Franco como Otros sublevados conectaron con el nazismo antes del levantamiento militar en una desconocida relación que sitúa a representantes clandes­ tinos de Hitler en España en la preparación del alzamiento nacional. Esta oculta conexión dejó huella en las fuentes documentales alemanas incautadas por los aliados al final de la II Guerra Mundial. La mayoría de los documentos alemanes que tratan de este asunto indican que en julio de 1936 -probablemente el día 20 o tal vez un poco antes- Hitler recibió en mano una carta de Franco que constituye la prime­ ra comunicación conocida entre ambos dictadores. En ella, el joven gene­ ral español solicitaba ayuda para la empresa golpista en la que se había embarcado y que culminaría tres años después con la derrota de la II República y con el nacimiento de un régimen autocràtico que duraría cua­ renta años. Sin embargo, hay testimonios de jerarcas nazis que sitúan este contacto en 1935, una fecha tan temprana que, de ser cierta, daría un giro

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a la historia de nuestro país al colocar a Franco en la órbita del nazismo mucho antes de lo supuesto. Sin embargo, el jerarca alemán que situó la conexión entre Hitlery Franco en 1935 debió confundirse de fechas. Muy probablemente atribuyó a la carta la misma datación de unas conexiones hasta ahora desconocidas entre el nazismo clandestino instalado en España desde 1934 y algunos de los españoles que se rebelaron contra la República. Unos encuentros de los que apenas hay datos, pero que permi­ ten pensar, en contra de lo aceptado convencionalmente, que el nazismo alentó y preparó la sublevación del 18 de julio de 1936. Luego Hitler, mientras asistía a un festival wagneriano, recibiría el mensaje citado de Franco. Los mensajeros fueron los jefes del partido nazi en Marruecos, que intercedieron por el general español, el cual siempre contaría con la total colaboración del partido nazi oculto en la España republicana. La complicidad germana lograda por Franco trajo como consecuencia que Alemania enviase inmediatamente ayuda a los sublevados, evitando -según descripción de los propios nazis- que las fuerzas de Franco queda­ ran paralizadas al poco del levantamiento o lo que es lo mismo que los nacionales perdieran la guerra nada más haberla comenzado. La interpretación nazi de la ayuda a España y la precisión germánica de los datos permitieron posteriormente a los aliados conocer a las empresas y personas del potentísimo aparato político, de guerra y de inteligencia ale­ mán instalado en España durante la II Guerra Mundial. Un montaje que pivotó en tomo a la Sociedad Hispano-Marroquí de Transportes, conocida como Hisma, y luego alrededor de la Sociedad Financiera Industrial o Sofíndus, un nombre que es sinónimo de nazismo en España.

Música de Wagner para tres nazis que cambiaron la historia A mediados de 1936, antes de iniciarse la guerra civil española, Franco era un jovencísimo general sin gran proyección internacional mientras que

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La intervención nazi en los preparativos de la sublevación de 1936

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Adolf Hitler ya era un personaje público universal, impulsor de una ideolo­ gía que crecía con la misma intensidad con que daba que hablar en la prensa mundial. La distancia entre ambos personajes era tan abismal, que hubiera sido lógico que una carta del general español remitida al canciller alemán fuera contestada de trámite por un ayudante de Adolf Hitler. Pero no fue así. Dos responsables del partido nazi en Marruecos con los que Franco se relacionó antes de la rebelión del 18 de julio de 1936 entregaron a Hitler una carta de Franco en la que le pedía auxilio para su aventura golpista. La misiva surtió efecto y Adolf Hitler intervino personalmente en el conflicto español. Un año antes, en 1935, y en Barcelona, otro alemán, habilísimo jefe clandestino del nazismo en España, ya había conectado con la insurrección. Esos tres nazis interfirieron decisivamente en el curso de nuestra histo­ ria. Uno, el citado jefe clandestino del nazismo en España, fue Hans Hellermann, que articuló secretamente el nazismo peninsular desde 1934, enlazando la España de tiempos de la República con el tremendo aparato militar que el III Reich instalaría en nuestro país durante de la n Guerra Mundial. Otro fue Johannes Bemhardt, jefe local del partido en Tetuán, artífice de gran parte del montaje empresarial nazi en España y el hombre que en 1935 conoció a Franco en el norte de África. Y el tercero fue Adolf Langenheim, el jefe del partido nazi en Marruecos, también conoci­ do de Franco y que Bemhardt utilizó como correa de transmisión para que el primer mensaje de Franco pidiendo ayuda a sus planes de guerra fuera atendido por Adolf Hitler. Hay varios documentos alemanes que narran esta primera comunica­ ción entre Franco y Hitler. Los servicios de inteligencia de Estados Unidos se ocuparon de agruparlos al final de la II Guerra Mundial cuando trataron de averiguar qué había sucedido exactamente entre la España de Franco y la Alemania de Hitler. Entre esos fondos documentales cabe destacar un dossier, realizado el 22 de octubre de 1945 por la embajada de Estados Unidos en Madrid, en el que se incluyeron profusión de datos hallados en

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los registros a empresas e instituciones nazis de Alemania y España. Este dossier fue remitido a Washington como Despacho secreto 1055 y en él se encuentra la versión alemana sobre cómo y cuándo comenzó la relación personal entre Hitler y Franco. Este es su relato: En verano de 1936 Francisco Franco rogó ajohannes Bernhardt y Adolf Langenheim, dos dirigentes nazis destinados en Marruecos a los que ya conocía, que una carta suya llegara hasta el Führer de la forma más rápida posible. El nivel jerárquico de ambos alemanes dentro del partido nacionalsocialista no les permitió acceder directamen­ te al Führer, de tal suerte que acudieron a Ernst Wilhelm Bohle, su supe­ rior, un destacadísimo jefe nazi entre cuyas iniciativas se incluye el desa­ rrollo del partido nacionalsocialista en América, especialmente en México. Con la carta en sus manos, Bohle vaciló, debido a que Franco era un desconocido, pero tras meditarlo un tiempo, entregó la misiva al Führer en una fecha difícil de determinar con exactitud por falta de acuer­ do en la documentación alemana. En concreto, un funcionario de la orga­ nización del partido nazi en el exterior dejó escrito que la entrega del mensaje se produjo el 21 de julio de 1936, pero otro fijó el hecho cuatro días más tarde. Sin embargo, en un tercer informe alemán, que por cierto es extraordinariamente preciso sobre las ayudas materiales enviadas a Franco al comienzo de la Guerra Civil, se afirma que los portadores del mensaje a Alemania estaban con Franco en Marruecos el 21 de julio de 1936 y que viajaron a Alemania el 22, únicamente para formalizar la crea­ ción de unas empresas por las que se canalizaría la ayuda nazi al alza­ miento nacional. Es decir, según este último informe, los nazis que enla­ zaron con Hitler estaban junto a Franco en el mismo instante en que se produjo la rebelión y sólo acudieron a Alemania para ultimar detalles sobre un apoyo a los franquistas que necesariamente tenían que haber acordado antes. En lo que todas las fuentes alemanas están de acuerdo es que la entrega de la epístola de Franco a Hitler se produjo en Bayreuth, donde el canciller

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Pilar Prim o de Rivera quiso un tren Los docum entos alem anes relatan un curioso episodio protagonizado por el destacado nazi E m st W ilhelm Bohle y por Pilar Prim o de Rivera, hija del dictador Miguel Primo de Rivera, herm ana del fundador de Fa­ lange y entonces “líder de las m ujeres españolas”, en palabras textuales de los servicios de inteligencia am ericanos. En 1943, Pilar Primo de Rivera acudió a Alem ania en visita oficial. La fundadora de la Sección Fem enina viajó acom pañada de “sus líderes departam entales fem eni­ n os” y “con la aprobación del Jefe del Estado español”. Al term inar la visi­ ta, Pilar Primo de Rivera pidió a Bohle que le diesen una copia del “tren de auxilio de Baviera, con vagón con cine y teatro", por que deseaba “por encim a de todo” desarrollar un program a de propaganda política y tam ­ bién de salud e higiene por las provincias españolas. Los am ericanos no aclararon si le fue regalado el tren.

había acudido con ocasión del célebre festival Richard Wagner. También coinciden en que tras la lectura del mensaje, Hitler, su ministro del aire Hermann Góring y el de la guerra Wemer Von Blomberg, todos presentes en Bayreuth, acordaron ayudar a Franco e involucrarse en su causa tanto por simpatía hacia sus planteamientos anticomunistas como para utilizar el conflicto español como un laboratorio para mejorar las técnicas de los ejércitos alemanes, según consta explícitamente en la documentación ale­ mana guardada en Estados Unidos. . Sin embargo, hay otra fuente que ubica el episodio de la carta un año antes. Es el conde Siegfried von Roedem, político alemán, hombre de esta­ do de los tiempos del kaiser Guillermo II, ministro de finanzas de 1916 a 1918, que acabaría abrazando el ideario nazi, lo que no impidió que fuese declarado ciudadano de honor de Bergen a su muerte en 1954. El testimo­ nio de Von Roedem figura en el “Anexo n.^ 2” del Despacho n.s 1055 y en realidad se trata de la traducción al inglés de un informe que el propio conde Von Roedem escribió acerca de la Germán Auslandorganisation, es decir de la Organización del III Reich de Asuntos Exteriores (AO). Pues bien, Von Roedem sostuvo que el Reich tenía “con el generalísimo Franco y con el movimiento de Falange una relación especialmente buena e inclu­ so cordial” que procedía del apoyo solicitado por Franco a Adolf Hitler “en

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1935» cuando el general Franco era comandante general del norte de Áfri­ ca y pretendía trasladar sus tropas marroquíes hacia la península Ibérica. Fue entonces cuando envió a través del Ortsgruppenleiter de Tetuán, es decir del jefe local de la AO en Tetuán, Johannes Bemhardt, la carta a Hitler, con el ruego de que ésta llegara a las manos del Führer de la forma más rápida posible...”. Con estas revelaciones Von Roedem coincidió con lo aportado por la fílente citada anteriormente -el informe del 22 de octu­ bre de 1945 redactado por la embajada americana en Madrid- aunque lo dató un año antes, en 1935. Este relato tiene el valor que le confiera la calidad de la fuente (Von Roedem), a la que los americanos dieron gran trascendencia para su estu­ dio sobre Franco y el nazismo. Sin embargo, la lectura reposada de su informe sugiere que a Von Roedem le traicionó la memoria y que mezcló hechos y personajes. Es decir, probablemente confundió ciertas misiones favorables a la sublevación contra la II República realizadas por “el jefe nazi de toda España” en 1935, Hans Hellermann, con el acuerdo de ayuda cerrado en la ciudad de Bayreuth en julio de 1936. Pero, independiente­ mente de que los contactos de Franco con el nazismo se produjeran antes de la sublevación, es una obviedad histórica que el canciller alemán apos­ tó por Franco, al que arropó con unos intrigantes personajes nazis que históricamente han pasado inadvertidos. Uno de ellos fue el citado Hans Hellermann.

La siniestra vida secreta de Hans Hellermann Hans Hellermann fue en España un poder paralelo y secreto de los nazis entre 1934 y 1945; un hombre que obedeció órdenes directas de Berlín y cuya misión fue tan importante que no dio cuenta de sus actos ni a su propio embajador en Madrid. Su impactante trayectoria, reconstruida por los norteamericanos el 29 de diciembre de 1945 con el fin de evaluar penalmente su participación en el III Reich, es en esencia el relato del

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La intervención nazi en los preparativos de la sublevación de 1936

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E m st W ilhelm Bohle y la AO, el partido fuera de Alemania En 1931 se fundó el A usländsabteilung o Departam ento para el Extran­ jero del NSDAP, una sección en el partido que guiaba ideológicam ente a los afiliados que vivían fuera de Alem ania. A partir de marzo de 1933 este departam ento fue dirigido por Ernst W ilhelm Bohle, alem án nacido en Inglaterra que fue el hom bre que en ju lio de 1936 entregó a Hitler el pri­ m er m ensaje de Franco. En febrero de 1934 el organism o pasó a denom i­ narse A uslandsorganisation (AO) u O rganización para el Extranjero. Luego, en abril de 1935, la AO dejó de ser un departam ento del NSDAP. Entonces, Bohle, ascendió a Gauleiter, jefe político de una región, y a com ienzos de 1937 Hitler le n om bró Jefe de la AO en Berlín, alcanzado así un altísim o rango en la jerarquía del Estado alemán.

desembarco clandestino nazi en España del que se benefició la subleva­ ción del 18 de julio de 1936. “H ellerm ann nació el 26 de diciem bre de 1909 en Schwelm, Westfalia”, arranca el informe biográfico del funcionario americano que averiguó que había estudiado en una escuela popular para, más tarde, tra­ bajar en una firma denominada Schmidt & Co., de su localidad natal. En ella estuvo poco tiempo hasta que, hacia 1930, se quedó sin trabajo. Entonces intentó convertirse en viajantey en agente comercial, pero fraca­ só. En esa época había simpatizado con el ideario de Hitler hasta el punto que en 1929 se afilió al Partido Obrero Alemán Nacional Socialista (NSDAP), recibiendo el carnet número 186.721. Inepto para el mundo laboral e incluso social, Hellermann labró su futuro de la mano de la emer­ gente política nacionalsocialista. Empujado por el desempleo y por desa­ venencias familiares viajó a España en 1934 y se instaló en Barcelona, donde inmediatamente conectó con otros nazis que vivían en Cataluña, con españoles falangistas y con enemigos de la II República española y de la Generalitat catalana. Pese a la clandestinidad, su actividad política fue tan satisfactoria para Berlín que fue promovido primero a la jefatura local de su partido y, el 6 de abril de 1936, a responsable del mismo para toda España. Sustituía a Erich Schnaus, un nazi que vivía en Madrid y que fue tan torpe que enseguida fue descubierto por las autoridades republicanas.

La siniestra vida secreta de Hans Hellermann

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Hans Hellermann vivió en el 5^ piso del número 6 de la caíle Jesús del barrio de Gracia de Barcelona y gestionó una empresa tapadera denomi­ nada Import Business-Hellermann & Phillippi ubicada en la calle Avinyó, en el Barrí Gótic. Su empresa se dedicó aparentemente a la importación de bienes de acero, piezas para motores y un largo etcétera, pero en realidad fue un centro de distribución de propaganda nazi hasta que se inició la guerra civil española. Entonces, en 1936, la empresa de Hellermann pasó a ser el “cuartel general ilegal para las actividades revolucionarias del suje­ to” que por esta época ya era jefe del partido nacionalsocialista para España. Es decir, que la Barcelona autonómica, republicana y antifascista albergó durante la Guerra Civil el centro de agitación pro nazi más impor­ tante de España. Las actividades encubiertas que Hellermann desarrolló en España y más especialmente en Barcelona entre 1934 y 1945 son tan sorprenden­ tes que de no existir una base documental parecerían fruto de la imagina­ ción. Organizador e impulsor del nazismo y el antisemitismo entre los ale­ manes emigrados o instalados en nuestro país, Hellermann aparece como un personaje habilísimo. Su capacidad para pasar inadvertido cobra hoy especial valor al descubrirse que entre sus tareas clandestinas figuraba la dirección de un siniestro departamento policial nazi denominado Servicio de Control Portuario. Según averiguaron los servicios secretos norteamericanos, en 1935 el Servicio de Control Portuario enmascaraba una oscura sección de la Gestapo (contracción de Geheime Staatspolizei o Policía Secreta del Estado alemán) que, como es sabido, vigilaba las desviaciones ideológi­ cas de los propios alemanes y perseguía judíos de cualquier nacionali­ dad. Aquel servicio portuario fue la rama secreta del aparato policial nazi desarrollado para operar fuera de las fronteras del Reich y perseguir a los enemigos de su régimen allá donde los detectaran, y tuvo, entre otros cometidos, la sombría misión de juzgar en secreto a los compatriotas residentes en España que el partido consideró hostiles al nuevo orden de

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Bayreuth y W agner, el m úsico predilecto del nazim o

El Festival de Bayreuth, donde se hallaba Hitler el día que recibió la histó­ rica misiva de Franco, fue creado por Richard Wagner hacia 1872 en esa localidad. Wagner se instaló en Bayreuth donde "mis ilusiones encontra­ rán la paz”. Desde 1876, el teatro del festival, Bayreuth Festspielhauss, quedó dedicado en exclusiva a representar sus dramas musicales. Cada verano se convierte en el punto de referencia de los wagnerianos de todo el mundo, que pugnan por conseguir una entrada con listas de esperas de años, olvidada ya la apropiación del músico llevada a cabo por el nazismo.

Hitler. Así pues, este servicio a cargo de Hellermann cumplió instruccio­ nes emanadas directamente de Heinrich Himmler, el jefe supremo de la Policía germana y después comandante en jefe CReichführer) de la Schutzstaffel más conocida por sus siglas SS, la guardia personal de Hitler. Himmler marcó los objetivos del Servicio de Control Portuario, que fueron resumidos por los funcionarios de Estados Unidos en un documento desclasificado que lleva fecha de 29 de diciembre de 1945 y en cuyo encabezamiento figura la palabra clave SAINT, que es el vocablo que durante la II Guerra Mundial señaló los documentos de la Oficina de Servicios Estratégicos (OSS) de Estados Unidos, el precedente de la Agencia Central de Inteligencia, la CIA. Pues bien, la OSS desentrañó que las principales misiones encomendadas por Himmler a Hellermann fueron las siguientes: “(1) Mantener vigilancia estricta y control absoluto sobre todos los asuntos de carácter económico llevados a cabo desde la península Ibérica con países extranjeros. (2) Organizaren los puestos principales de la Península un mecanismo de contrabando de armas y material de propaganda necesario para los propósitos políticos del Reich, dejando al margen al consulado alemán y a los servicios diplomáticos. (3) Establecer una red de empresas importantes españolas portuguesas que, una vez terminada la guerra [civil española] y bajo la protección de la

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neutralidad final, permitiría hacer importaciones de otros cohtinentes y todo lo que fuera capaz de importar directamente para el beneficio de Alemania debido al bloqueo aliado. (4)

Ejecutar las sentencias de tribunales nacionalsocialistas secreto

creados por Himmler en la península Ibérica para juzgar todas las cuestio­ nes de disciplina, no sólo del personal del servicio de la Gestapo, sino tam­ bién de todos los residentes alemanes en la Península que se negaron a obedecer una orden de la Gestapo.” Tras la II Guerra Mundial los aliados concluyeron que los mencionados tribunales secretos nazis formados por toda la Península destinaron a juz­ gar a todos aquellos que el régimen alemán quiso castigar hiera de sus fronteras, probablemente para sembrar el terror entre los propios disiden­ tes. En la documentación americana se sostiene que “estos tribunales siempre se reunían bajo órdenes directas de Alemania, que especificaban los nombres de aquellos que los iban a componer, el nombre del acusado y los cargos contra él” y que “una vez se pronunciaba sentencia -a veces de muerte- el condenado era ‘invitado’ a marchar ‘voluntariamente’ a Alemania para que se cumpliera la pena (...). Su traslado estaba a cargo del Servicio de Control Portuario, que en otras ocasiones ejecutaba las senten­ cias”. Según estos datos, el servicio policial a cargo de Hellermann deportó clandestinamente a Alemania a judíos y perseguidos por su régimen que fueron detectados en los puertos españoles. De acuerdo con las investigaciones norteamericanas, las actividades de Hans Hellermann en España no se limitaron a la función represora descrita sino que incluyeron una temprana agitación política pro nazi de alcance desconocido, pero que sin duda está relacionada con la insurrec­ ción del 18 de julio de 1936. El caso es que, en archivos nazis abandona­ dos al fin de la contienda y obtenidos por combatientes republicanos españoles que los entregaron a los servicios secretos aliados, había docu­ mentación en la que se afirma explícitamente que Hellermann ayudó

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Nazi, sin ónim o de NSDAP

En los documentos norteamericanos escritos al comienzo de la postgue­ rra mundial no suele aparecer la expresión nazi para referirse a los parti­ darios de Hitler sino que usan las siglas NSDAP, que corresponden a Nationalsozialistische Deutsche Arbeiterpartei (Partido Obrero Alemán Nacional Socialista) y que pasó a ser conocido como nazi -contracción de Nationalsozialistische- una palabra corta, más fácil de pronunciar y espe­ cialmente recordar, que popularizó el ministro de propaganda del régi­ men alemán Joseph Goebbels, que lo usó durante uno de sus discursos para referirse a los miembros de su partido.

a organizar la Gestapo, la Falange y la sublevación del 18 de julio de 1936. En concreto, la capital catalana fue la sede de una cumbre nazi-hispana que se celebró entre el 15 y 20 de mayo de 1936 y a la que acudieron 32 jefes nazis locales de toda España a los que Hellermann dio unas instruc­ ciones que los americanos vinculan con la preparación del levantamiento militar que se produciría dos meses después. Sobre este punto, el infor­ me norteamericano dice que Hellermann “era considerado una de las personas más involucradas con los preparativos de la revolución de Franco” y se añade que “tuvo contactos directos con los líderes locales de la organización [de la sublevación de 1936], que recibieron instruccio­ nes suyas”, pero no precisa más. También se sabe que durante los m eses previos al alzamiento, Hellermann viajó en varias ocasiones a Berlín para llevar mensajes y datos obtenidos en España como los que suministró el 23 de mayo de 1936 a Friedhelm Burbach, su superior, que le había pedido “informa­ ción referente a tropas, aviones de primera línea, emigrantes, etcétera”, en lo que se consideró una recopilación de información por parte de Berlín ante los acontecimientos que se avecinaban. Es decir, que la his­ toria conocida y muy poco investigada de Hans Hellermann constituye una prueba sólida de la intervención de la Alemania nazi en la incitación al golpe de Estado de 1936, un hecho que cam bia el relato aceptado hasta ahora, en que el apoyo nazi aparecía sólo tras la sublevación.

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La ayuda al ‘alzam iento’ contada por alemanes El régimen alemán nacionalsocialista comenzó a ayudar a los militares españoles rebeldes desde el mismo instante de su levantamiento, según la documentación alem ana incautada por los aliados. Ya hemos visto que personajes com o Hellermann atizaron el fuego de la sublevación, alentando a falangistas y simpatizantes fascistas o pro nazis a la revuelta. Pero, si el impulso nazi a la rebelión previo a julio de 1936 queda envuel­ to en cierta nebulosa, el apoyo de Hitler a Franco está perfectamente acreditado por los mism os nazis como se refleja en un extenso docu­ mento hallado por los aliados en 1945 en Madrid, durante el registro de la sede central de las empresas que el III Reich tuvo en España, es decir en la Sociedad Financiera Industrial, Sofindus. Al acabar la II Guerra Mundial, los aliados, empeñados en averiguar el alcance de las relaciones del dictador español con el III Reich, estudiaron a fondo los archivos de los vencidos. El resultado fue la elaboración de una serie de informes a los que incorporaron, como pieza central, la versión alemana de la ayuda a España. Así confirmaron que la empresa tapadera del operativo alemán en España fue en primer lugar la Sociedad HispanoMarroquí de Transportes (Hisma), y luego la poderosa Sociedad Financiera Industrial (Sofindus) que agrupó a 24 empresas más que encu­ brieron gran parte de las actividades militares y de espionaje del III Reich en España, al mismo tiempo que fueron el instrumento para hacer posible el comercio entre ambos países. El técnico que elaboró el dossier sobre la ayuda alemana a España fue W. Walton Butterworth que envió un informe a la Casa Blanca en octubre de 1945. A este diplomático, que era consejero de su embajada en Madrid, le tocó leerse todos los documentos que el servicio de inteligencia (OSS) y la Policía federal de su país (FBI) hallaron en los registros que practica­ ron en las sedes, locales y empresas alemanas instaladas en España, espe­ cialmente en las oficinas centrales de Sofindus ubicadas en la avenida del Generalísimo número 1 de Madrid, hoy paseo de la Castellana.

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H einrích H im niler, je fe de la Gestapo

Se ignora dónde está enterrado Heinrich Himmler y el paradero actual de su familia. Fue uno de los hombres más temidos del régimen alemán y uno de los mayores genocidas de la historia. Nacido en Munich en 1900 y muerto en Luneburg (Hannover) en 1945 tras morder una ampolla de cianuro potásico, este pequeño empresario avícola se convirtió en uno de los principales dirigentes de la Alemania nazi. Fue jefe de la Geheime Staatspolizei, la Gestapo, policía secreta del Estado y comandante en jefe de la Schutzstaffel, la temida SS, literalmente, cuerpo de protección o guar­ dia pretoriana de Hitler. Pero la gran obra de Himmler fue del control de los campos de concentración, encabezando la persecución y matanza de judíos al ser nombrado al inicio de la guerra, comisario del III Reich para la Defensa y Reforzamiento de la Raza.

Butterworth comunicó a Washington que los escritos a los que había tenido acceso revelaban “los orígenes político-económicos de la ayuda de Alemania a Franco en la Guerra Civil, la función de Sofindus y afiliados, y la relación entre la organización nazi para el exterior [AO] y la Falange” y que el documento alemán que mejor describía la ayuda alemana a Franco “formaba parte de un antiguo libro de actas de la empresa [Sofindus], que desvela detalladamente la manera en la que el general Franco solicitó y obtuvo ayuda de Hitler en las etapas cruciales de la Guerra Civil”. Un funcionario nazi escribió ese libro de actas, que los americanos recuperaron en 1945 y que sacamos a la luz en 2005. Aquel revelador texto alemán decía lo siguiente: “Informe del periodo julio de 1936 a diciembre de 1937. Historial pre­ vio: El judaismo mundial y la masonería habían determinado hacer una República Soviética de España. El plan debía llevarse a cabo en agosto de 1936. Por esta razón, el 17 de julio de 1936, el ejército español bajo el mando del general Franco inició la batalla defensiva. Cuando el 18 o 20 de julio de 1936 se supo que una gran parte de España había quedado en manos del gobierno democrático marxista, Franco comenzó la ardua pelea. Franco había reconocido que no sólo luchaba por un cambio de gobierno, sino también porque el pueblo español debía recibir una nueva filosofía de vida [Weltansehauung, en el texto aleman]. Por tanto, para él no

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habría vuelta atrás, sino sólo la implacable y cruel batalla contra el marxis­ mo, con el objetivo final de construir una España unida, grande y libre. Franco sólo podría lograr este objetivo si conseguía traer inmediatamente a territorio peninsular español a sus soldados leales desde el protectorado español en Marruecos". Avalado por lajustificación precedente, Hitler ordenó crear un montaje empresarial que ayudara a los sublevados: “El miembro del partido Bemhardt fue encargado de fundar la empre­ sa Hisma Ltda., Carranza y Bemhardt, Transportes Generales, con domici­ lio en Tetuán. Constituida según las leyes españolas, a esta compañía de responsabilidad limitada, cuyo nombre pudo deberse a una sugerencia de Franco (Hispano-Marroquí: Hisma), se le pidieron, antes que nada, las siguientes tareas: 1) Adquirir medios modernos de transporte. 2) Poner en marcha una organización de transporte a gran escala. 3) Transportar tropas marroquíes así como sus equipos de guerra desde Tetuán a la España peninsular. 4) Adquirir material de guerra adicional, excluyendo a los especulado­ res judíos, y supervisar el balance y pagos financieros”. El informe alemán hallado en los despachos de Sofindus también expli­ caba que “estas labores se abordaron con extraordinaria rapidez. A través de un inteligente camuflaje bajo la cobertura de una empresa de transporte general logramos esconder nuestra organización del alcance de todas las fuerzas que no deseaban el triunfo del general Franco y de su Movimiento”. Y, tras estas consideraciones, el alemán pasaba a detallar la ayuda que su país prestó a Franco. Lo detallaba con la siguiente cronología: “- 2 de agosto, 1936: El primer avión de transporte llega a Sevilla. Veinticuatro máquinas más llegan en cortos intervalos y el transporte de

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tropas desde Tetuán [Marruecos español] a Jerez de la Frontera y Sevilla comienza inmediatamente (unos cuatro vuelos diarios de cada avión, con 25 o 30 soldados completamente equipados por vuelo). El aeródromo de Tetuán es preparado para este cometido especial. Se prepara alojamiento para 100 aviadores y tropas. - 5 de agosto, 1936: El miembro del Partido, Bemhardt, sale para Sevilla con una pequeña plantilla de colaboradores. - 7 de agosto, 1936: Se funda una sección en Sevilla. Se requisa el hotel Cristina. Se tiran líneas de teléfono hasta el cuartel general del general Franco y el del general Gonzalo Queipo de Llano. [Este último dato es muy revelador, pues descubre que los alemanes enlazaron telefónicamente a los mandos del alzamiento, un hecho que ilustra el grado de complicidad que alcanzaron alemanes y españoles y que demuestra la confianza ciega que Franco depositó en los nazis. A nadie se le escapa que en tiempos de guerra las comunicaciones entre jefes son un asunto de la máxima trascendencia]. -8 de agosto, 1936: La plantilla de trabajadores aumenta con la intro­ ducción de nuestro sistema de traducción, que pone sus servicios a nues­ tra disposición para trabajar en las siguientes tareas: Iniciación de vigilancia, supervisión de vuelos Sala de radio de protección de vuelos Suministro de combustible, preparar camiones cisterna, gasolina y sur­ tidores Preparación de dependencias. Mantenimiento Realización de compras Transporte de vuelta de personal auxiliar Supervisión de servicios de hospital Teléfono y servicio de noticias Supervisión de llegada de transportes Establecimiento de servicio de autobús

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Establecimiento de almacén de piezas de recambio y registro de las mismas Trabajos de taller Depósito de almacén de municiones Labores administrativas, de secretaria y contabilidad Establecimiento de oficina de pasaportes (certificados Hisma) Acreditación de barcos de entrada y salida. El primer grupo de técnicos [alemanes] llega de Cádiz. -1 0 de agosto, 1936: Recibimos nuestro primer capital de trabajo de 250.000 pesetas. -20 de agosto, 1936: Ampliamos nuestra organización de combustible y tomamos control de todos los aeródromos en ruta desde Tetuán a Valladolid. Franco movió su cuartel general. - 25 de agosto, 1936: Llegan los primeros empleados [para los alemanes] a Cáceres. - 28 de agosto, 1936: Recibimos un segundo pago por la cantidad de 500.000 pesetas. - 29 de agosto, 1936: El aeródromo de Salamanca se construye con ayuda de nuestros trabajadores. - 1 de septiembre, 1936: Algunos miembros de la sección de informa­ ción [alemana] van a Cáceres. Se construye el aeródromo junto con alber­ gues para el personal de tierra, y se proveen reservas de gasolina, petróleo y municiones. - 6 de septiembre, 1936: Se funda un establecimiento en Vigo para revi­ sar barcos especiales de entrada y de transporte de material. - 7 de septiembre, 1936: Construcción del aeródromo de Talavera de la Reina. - 8 de septiembre, 1936: El director de DNB [Deutsche Nachrichten Bureau, la agencia de noticias alemana] llama y ofrece los servicios del ser­ vicio de noticias alemán en España. Por tanto, el trabajo político realizado hasta ahora exclusivamente por el miembro del partido Bemhardt a través

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de entrevistas personales con Franco, se sitúa ahora sobre una base más amplia. DNB se financia provisionalmente a través de Hisma. -g de septiembre, 1936: El barco S. S. Girgenti abandona Huelva con una carga de 2.156 toneladas de cobre [.Zementkupfer]. Como no hay material de empaquetado disponible, la carga se envía suelta, en bruto, a pesar del hecho de que sabemos que habrá pérdidas considerables, pero debemos actuar rápidamente. Las responsabilidades se buscarán más tarde. - 25 de septiembre, 1936: Todo el sistema de efectivo y contabilidad ha crecido hasta un tamaño enorme. Por tanto, pasa a un experto bancario que comienza a ser parte de nuestra organización. -19 de septiembre, 1936: el barco S. S. Procida carga 2.788 toneladas de mineral de hierro en el muelle de las Minas del Riff. Esto inaugura el envío regular de bienes por vapores especiales y al mismo tiempo el envío de ele­ mentos equivalentes para ocultar estos cargamentos especiales. Hacemos un nuevo informe sobre el futuro intercambio de bienes. Mientras tanto, la situación económica empeora; las materias primas y elaboradas necesarias para mantener el negocio tienden a desaparecer, debido a que la importación de productos extranjeros es imposible ya que no hay posibilidad de pago en moneda extranjera. Los ingleses dejan de enviar carbón. -21 de septiembre, 1936: Organizamos una línea aérea, que llevará pasa­ jeros civiles además de a nuestro personal. Aterrizarán en los siguientes aeródromos: Tetuán, Jerez de la Frontera, Sevilla, Cáceres, Salamanca y Valladolid. Se fijan calendarios de vuelos. Se prevén aviones especiales a Lisboa. - 21 de septiembre, 1936 [hay dos anotaciones del mismo día]: Las fábricas de gas y las plantas eléctricas nos piden carbón. Les siguen las fábricas de azúcar, temerosas de que no podrán comerciar con la cose­ cha de remolacha. Existe el peligro real de que las fábricas de armamen­ tos tengan que cerrar. El suministro de artículos de guerra necesarios, como productos farmacéuticos, medicinas, instrumentos quirúrgicos,

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vendajes etc., se están terminando rápidamente. La situación se está vol­ viendo peor cada día que pasa.” Llegados a esta fecha -finales de septiembre de 1936- el redactor del informe hizo un alto para describir gravísimas dificultades logísticas y eco­ nómicas que amenazaban la continuidad del alzamiento nacional que, según afirmó, sólo serían superadas gracias a la ayuda alemana: “La admi­ nistración militar española se considera incapaz de ocuparse de las cre­ cientes dificultades, debido a que casi toda la mano de obra se necesita urgentemente en el frente y en las oficinas administrativas de carácter puramente militar. Los bancos no pueden ayudar. El Banco Alemán Trasatlántico de Sevilla y el Deutsche Uberseeische Bank [es decir, Banco Alemán Trasatlántico en Berh'n] temen los riesgos de que se cree una orga­ nización de trueque, teniendo en cuenta que la situación política y militar está sin decidir. En este crítico momento, Hisma muestra de nuevo coraje y decisión. El resultado es un enorme aumento de nuestras tareas”.

Sofindus y las pesetas alemanas La versión alemana de la ayuda a Franco que describe el largo documen­ to nazi hallado por los aliados al final de la II Guerra Mundial en las ofici­ nas centrales de la empresa Sofindus en Madrid, sostiene que durante el segundo año de Guerra Civil el mecanismo comercial creado para facili­ tar suministros a los “nacionales” creció en la misma medida que pro­ gresó “el Movimiento de Franco”: “Abrimos sucursales en Zaragoza, Málaga, Bilbao y Santa Isabel (Guinea española). El crecimiento conti­ nuo de la necesidad de bienes importados nos obligó a mayores esfuer­ zos para aumentar la exportación. Por tanto nos dedicamos a la compra de materias primas además del intercambio del sistema de compensa­ ción autorizada”. En esas circunstancias se constituyó la citada Sociedad Financiera Industrial Ltda. (Sofindus), que nació con propósito de admi-

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nistrar las empresas de suministro de materias primas, a las que se aña­ dieron como soporte dos firmas que albergaron técnicos alemanes para grandes proyectos destinados a la reconstrucción y desarrollo de España tras la guerra. A partir del nacimiento de Sofindus, la relación del bando nacional con los alemanes se hizo tan íntima que el día 6 de febrero de 1937 llegaron a Vigo los nuevos billetes de banco españoles impresos en Alemania, “un hecho” -subrayó el funcionario del partido nazi que redactó el texto- “que tiene una consideración especial ya que los antiguos billetes de banco [emitidos en tiempos de la República] se habían impreso en Inglaterra. Estos billetes de banco fueron puestos en circulación en la zona nacional española a partir del 15 de abril de 1937”. También desde ese momento, no solo los nazis llegados de Alemania para hacerse cargo del conglomerado de Sofindus, sino muchos de los ale­ manes que ya vivían en España tuvieron la oportunidad de cambiar de vida y prosperar: “Nuestras actividades (...) nos dieron una oportunidad de cambiar las profesiones de los hombres de negocios alemanes que residí­ an en España. Comerciantes alemanes, que antiguamente se ganaban la vida con dificultad vendiendo cuchillas de afeitar, botones de pantalón, bisutería y artículos similares, pudieron cambiar sus actividades y conver­ tirse en importantes compradores de materias primas para Alemania. (...) La mayoría de ellos eran refugiados venidos de la zona republicana. El rápido aumento de la exportación de materias primas españolas hizo necesario entablar relaciones muy estrechas con las oficinas oficiales y ministeriales alemanas”.

Las rebajas de los vencidos Al acabar la II Guerra Mundial los mismos alemanes que demostraron que la conexión España-Alemania era un vínculo estrecho e indisoluble, rebajaron sin pudor la intensidad de estas relaciones. Lps nazis convertí-

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dos en prisioneros, al declarar ante los aliados, suavizaron.tanto los hechos que olvidaron pasajes en los que Franco aparecía muy próximo a Hitler. Por ejemplo, las relaciones entre ambos dictadores llegaron a ser descritas como casi informales y hasta desapareció en sus confesio­ nes la historia de la carta leída en el festival de Bayreuth. La explicación a este cambio de actitud se debió a que en 1945 los ven­ cidos no querían incomodar a Franco, el único de los tres dictadores que permanecía vivo y que podría darles cobijo al no contar entre los países derrotados en la II Guerra Mundial. Al ser interrogados, muchos nazis tra­ taron de mostrar como gestiones necesarias para salvar vidas lo que durante la guerra fue parte del gran proyecto político hitleriano para España. No obstante, pese al cambio de versión, los testimonios de los interrogados no dejaron de cargar responsabilidades sobre los grandes jerarcas nazis, incluido Hitler. Un buen ejemplo de este cambio de enfoque se encuentra en la decla­ ración escrita que Adolf Langenheim, el jefe del partido nazi en Marruecos que tanto había tenido que ver con Franco, hizo llegar a Harold B. Quarton, cónsul de Estados Unidos en Málaga. El 18 de octubre de 1945, el cónsul Quarton comunicó a su embajador en Madrid, Norman Armour, que Adolf Langenheim, entonces oculto y sin arrestar en España, se había ofrecido a preparar un informe sobre el ori­ gen de Hisma y de Sofindus y sobre la función en esas empresas de J. Bemhardt, el jefe del partido nacionalsocialista en Tetuán, intermediario vital y personal entre Franco y Berlín. Aquel día por la mañana, Heinrich Langenheim, hijo del nazi, entregó a Quarton una declaración firmada por su padre en la que contaba hechos sobre Sofindus un tanto edulcorados pero en la que incluía suculentos datos sobre el papel jugado por Hermann Góring-en la práctica el número dos del nazismo y tan popular como Hitler- en la ayuda a la España franquista. La versión de Langenheim para los americanos citaba el encuentro de Bayreuth, olvidaba la carta de Franco, cambiaba algunas fechas y se guar-

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H erm ann Góring, drogadicto y diseñador de sus propios uniform es

Hermann Wilhelm Góring, fue un as de la aviación de la I Guerra Mundial que pronto abrazó el nazismo. Tremendamente popular, fue diputado en 1929 y tres años después elegido presidente del Reichstag, el parlamento alemán. Durante la II Guerra Mundial fue, entre otros altos cargos, un mediocre ministro del Aire, aunque siempre brilló con luz propia. Peculiar y adicto a las drogas, se diseñaba sus estrafalarios uniformes y jamás renunció a su ideario nazi. El 15 de octubre de 1946 Góring se sui­ cidó en su celda de la prisión de Nuremberg con una cápsula de cianuro que alguien le facilitó. El tribunal internacional le había declarado culpa­ ble de conspiración, además de crímenes contra la paz, de guerra y contra la humanidad, por lo que fue sentenciado a morir en la horca.

daba para si un papel secundario, muy crítico con la actitud de sus camaradas de partido, y aunque no negaba su nazismo, se presentaba ante los aliados como un incomprendido, enfrentado a Hitlery a Goring. En defini­ tiva, se mostraba como el gran amigo de los españoles al que el Führer no hizo caso. Langenheim dejó escrito que a finales de julio de 1936 viajó a Alemania para intentar entrevistarse con Hitler acerca de la situación en que queda­ ban unos barcos de guerra españoles, anclados en una zona que no precisó del Estrecho de Gibraltar, tras la sublevación del 18 de julio. Para ello -dijose hizo acompañar del comerciante de Tetuán, Johannes Bemhardt, como si éste fuera un secretario. “Bemhardt” -subrayó Langenheim- “había sido director de una firma de importación alemana en Tetuán pero su posición financiera en esos días era tan mala que incluso había preparado su emi­ gración a Argentina. (...) Fuimos a Berlín en avión. Dos días después tenía­ mos que ver a Hitler en Bayreuth, tarde, por la noche, después de la ópera. Entramos acompañados por un oficial de alto rango del partido. Después de una breve espera, Hitler entró y expliqué el caso. Desde el comienzo, estaba muy interesado, hizo muchas preguntas y deseaba oír el número de alemanes que vivían entonces en Españay que tendrían que ser protegidos durante la guerra que acababa de comenzar, una circunstancia que yo avancé. Entonces llamó a los mariscales Góringy Von Blomberg”.

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“Mi conversación con Hitler fue bastante difícil”, siguió Langenheim. “Desde el principio me costó trabajo entrar en contacto con él; era impa­ ciente y abrupto, deseaba que se le contestara de inmediato y fruncía el ceño cuando pensaba que encontraba la más mínima resistencia a su pro­ pio punto de vista. Debo decir que yo estaba bastante impresionado por su facilidad para tomar decisiones. Góring, con un gran uniforme, actuó más o menos igual pero en el papel de amigo sumiso de Hitler y, mientras yo estuve presente, fue el único de nosotros que habló durante la reunión. Con el mariscal von Blomberg, alto, muy amigable, tuve de inmediato un sentimiento amistoso, ya que hablamos el mismo idioma”. “Después de aproximadamente una hora de conversación, Hitler acce­ dió a enviar unos 24 aviones, Junker 52, a Tetuán y añadió expresamente que no se cargarían costes hasta después de la guerra. Cuando salimos, Hitler, que se encontraba accidentalmente cerca de la puerta, nos dijo: ‘Queda claro que si alguien de ustedes habla acerca de esto, le encierro’. Por supuesto, este punto de vista de Hitler me ofendió, y tuve la confirma­ ción de un sentimiento que había tenido desde el comienzo de la confe­ rencia, y era que no había causado buena impresión a Hitler”, afirmó Langenheim que añadió que “por orden de Hitler, Góring quedó encarga­ do de ocuparse de los detalles del asunto”. “A la mañana siguiente tuve la primera entrevista con Góring y me llevé a Bemhardt conmigo, pero éste se quedó en la antesala. Góring habló del lado más comercial del tema, lo que, recordando las órdenes expresas de Hitler, me ofendió y no seguí sus sugerencias. Góring parecía enfadado, me despachó después de un breve espacio de tiempo y me pidió que le enviara a Bemhardt, con el que permaneció reunido. Después de bastante rato, Bemhardt salió con una fotografía de Góring firmada a mano. Posteriormente, Bemhardt se convirtió en un oficial de bastante rango de las SS y recibió condecoraciones alemanas”. “Al día siguiente nos reunimos en Berlín (...) y se decidió la formación de una empresa de transporte en Tetuán: Compañía Hispano-Marroquí de

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Transportes, que luego se llamaría Hisma. Después de la conversación ya mencionada con Góring dejé que Bemhardt montase la compañía y que la dirigiera (...). Yo conocía España desde 1906 y pensaba que forzar la salida de material de un país amigo en mitad de una guerra civil era contrarío a los intereses de Alemania, además de saber que todas las promesas de Bemhardt sólo dañarían a España y darían muy pocos resultados prácti­ cos para nosotros (...). Desde ese momento, mis conexiones con el lado alemán del asunto cesaron definitivamente [a finales de julio de 1936]. Personalmente viajé en varías ocasiones en avión a España en el curso de interesantes tratos comerciales con mis amigos españoles”. Pese a las críticas a su ex compañero, Langenheim continuó su relato admitiendo que las gestiones de Bemhardt supusieron un aumento nota­ bilísimo del intercambio comercial entre la España nacional y Alemania cumpliendo básicamente los deseos de Góring, una afirmación que le sir­ vió para formular nuevos argumentos que le alejaran de cualquier respon­ sabilidad; “Bemhardt m e escribió a menudo para ofrecerme una direc­ ción con un salario alto, y yo la rechacé el mismo número de veces. (...) Todas estas compañías las unió Bemhardt al final bajó la dirección de la Sociedad Financiera e Industrial, Sociedad Anónima, Sofindus, en Madrid. Firmado: A. P. Langenheim. Málaga, octubre de 1945”.

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Los hechos que sorprendieron a Estados Unidos

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Los hechos que sorprendieron a Estados Unidos

Se ha escrito que Franco y Hitler no simpatizaban y que no se entendie­ ron en Hendaya en la única vez que se vieron cara a cara. Tal vez fue así, pero el oficial alemán que levantó el acta del encuentro dibujó un cuadro distinto en el que prevaleció la armonía entre ambos líderes. También en contra de la versión difundida durante el franquismo sobre esa entre­ vista, fue Franco quien se sintió derrotado por el Führer, que consiguió que el Caudillo firmara una alianza secreta con el eje que no le satisfacía en absoluto. Pero Franco no cumplió su compromiso y unos días des­ pués Hitler le envió una carta en la que no ocultó su enojo por la falta de palabra del Generalísimo, al que amenazó con hacer públicas las prome­ sas que había firmado en Hendaya y descubrir a los aliados que España no era neutral. Entre los documentos desclasificados por Estados Unidos hay innume­ rables pruebas de la estrechísima relación entre ambos dictadores, como el pacto policial germano español, un acuerdo que alcanzaron durante la gue­ rra civil españolay que preparó el terreno para que la Alemania nazi iniciara la persecución de judíos y enemigos del régimen sin límites de fronteras.

Tras acabar la II Guerra Mundial no hubo día en que Estados Unidos no descubriera un nuevo documento que avalaba la idea de que nazis y fran­ quistas habían caminado mucho más juntos de lo que habían supuesto. Un ejemplo es la correspondencia entre Franco y Hitler, localizada en Berlín, que utilizaron para presionar al dictador español. Lo mismo suce­ dió con el desconocido pacto policial hispano germano. Los americanos siempre habían sospechado que las policías de ambos regímenes colabo­ raron entre sí, pero un documento hallado casualmente en Madrid confir­ mó algo que no esperaban encontrar.

‘Top Secret 842’: España trabaja para la Gestapo El miércoles 29 de agosto de 1945 la II Guerra Mundial había terminado pues Japón se había rendido de facto aunque no firmaría la rendición for­ mal hasta el domingo 2 de septiembre. En esa fecha, la embajada de Estados Unidos en Madrid se había convertido en un centro de análisis de expedien­ tes, archivos, despachos, cartas y todo tipo de pruebas capturadas a los ale­ manes para evaluar tanto las actividades nazis en España como el comporta­ miento del régimen español durante el conflicto que acababa de finalizar. Aquel caluroso día de agosto del 45, el embajador norteamericano en Madrid, Norman Armour, remitió a Washington el despacho Top Secret n.Q 842, con copia para Londres, París y Berlín. Se trataba de un cuidado dossier que agrupaba diez documentos que demostraban inconfesables relaciones policiales entre España y Alemania. Para Armour, era la demos­ tración de unas sospechas que la administración de Estados Unidos se había resistido a creer. El embajador lo hizo constar en el escrito de pre­ sentación de su informe: “La embajada ha hecho referencia a lo largo de varios años al supuesto acuerdo de Himmler, cuyo carácter, conforme a los informadores de la embajada, se refería a estrechas actividades policia­ les germano-españolas, a la supervisión de los alemanes en España y al establecimiento por parte de la policía española de los métodos de

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El acuerdo policial germ ano-español de 1938

1. Entre su Excelencia el ministro de Orden Público, el General Severiano Martínez por la Policía Española, y el Reichsfuhrer SS y Jefe de la Policía Alemana [H. Himmler], se han acordado las siguientes directivas concer­ nientes a la colaboración entre la policía española y alemana: a. La policía alemana y española se mantendrán la una a la otra continua­ mente informadas en lo referente a todas las experiencias generales y casos individuales sobre comunismo, anarquismo, expatriados, y otras actividades subversivas, en el grado en que estas experiencias y evidencias sean de interés para la otra autoridad policial. b. La policía alemana y la policía española responderán a las consultas mutuas basadas en experiencias generales y en evidencias individuales concernientes al comunismo, anarquismo, expatriados y otras activida­ des subversivas. A este respecto, se prestará especial atención a las activi­ dades futuras de los expatriados españoles y refugiados, que -en la medi­ da en que tienen que ser considerados oponentes de la causa nacionalvan a ser repatriados al final de la guerra. Los mismos controles severos deben ejercitarse sobre los sospechosos de nacionalidad alemana que residan en España. c. La policía alemana y la policía española se proporcionarán mutuamen­ te el material y las pruebas referentes al comunismo, anarquismo, expa­ triados y otras acciones subversivas, así como referentes a tales asociacio­ nes y actividades, cuando el control o disolución de las mismas pueda parecer deseable en interés mutuo, y en la medida en que esto no sea con­ trario a los intereses vitales de uno o de su homólogo. d. La policía alemana y la policía española se asistirán mutuamente en su trabajo de inteligencia referente a las actividades antiespañolas y antiale­ manas, y a los planes de comunistas y otros centros subversivos fuera de Alemania y España, y se informarán mutuamente de los respectivos resul­ tados. e. La policía alemana y la policía española tendrá en cuenta sugerencias mutuas referentes a la ejecución de medidas policiales contra comunis­ tas, anarquistas, expatriados y seguidores de otras aspiraciones subversi­ vas, y actuarán conforme a esas sugerencias, en la medida en que las leyes del país lo permitan y en la medida en que no sean contrarias a los intere­ ses del propio estado. f. La policía alemana y la policía española colaborará en el espíritu de este acuerdo en lo referente a todas las demás cuestiones similares, incluso si éstas no son especialmente citadas en los puntos mencionados y en la medida en que no sean contrarias a las leyes y a los intereses del propio estado. g. La policía alemana y la policía española se ayudarán la una a la otra en su trabajo referente a las consultas sobre individuos, en cuanto a que dichas personas vivan en otros países que no sean Alemania ni España. h. La policía alemana y la policía española acuerdan, como una cuestión de principios, extraditar directamente y de la forma más breve -es decir,

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sin intervención diplomática- a comunistas, anarquistas, expatriados y seguidores de otras aspiraciones subversivas, en la medida en que esto no sea contrario a los intereses del propio estado. Por tanto, este acuerdo se aplicará en el caso de ciudadanos alemanes que ya fueron sujetos de casti­ go en Alemania. Aunque la decisión sobre la aplicación de esta medida, en cada caso particular, tendrá que ser tomada por el ministro competente. 2.

a) Información, respuestas y sugerencias debe ser enviadas por trasporte diplomático: Para Alemania a la siguiente dirección: Reichsfuhrer SS y Jefe de la Policía Alemana C/o SS Standarenfuehrer Oberregierungsrat Mueller Berlín S W n Prinz Albretch strasse 8. Para España, a la siguiente dirección: Ministerio de Orden Público, Calle Gamazo, 15, Valladolid.

b) Mensajes urgentes deben transmitirse por teléfono como llamadas personales, de la siguiente forma: Alemania En horario diurno, número 12 0040 Durante la noche 72 5961 España-

En horario diurno, número 2965 Durante la noche 2965

Berlín, 31 de julio de 1938.

Himmler”, el jefe de la Gestapo, la policía secreta del Estado alemán, y uno de los principales responsables de la política de exterminio racial n a zi. El comprometedor convenio acababa de ser hallado por los norteame­ ricanos durante un registro de la “sección consular alemana” en Madrid, que estaba ubicada en la avenida del Generalísimo número 18, hoy paseo de la Castellana. Era copia de un original desaparecido pero, la abundan­ cia de datos complementarios les convenció de una realidad: España había sido cómplice de los métodos policiales del nazismo encaminados a la persecución de seres humanos. El embajador Armour concluyó que como resultado del compromiso alemanes y españoles habían intercambiado información sobre comunisÁ

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mo, anarquismo, movimientos de personas “y otras actividades subversi­ vas, incluyendo expatriados españoles y refugiados y sospechosos de nacionalidad alemana en España”, lo que constituía desde su punto de vista una violación de la no beligeranciay no digamos de la neutralidad proclamada por Franco. La parte del acuerdo que resultó más comprometedora para el régimen español fue la referida al concierto para extraditar directamente y de la forma más breve posible a los “subversivos”. Sobre este delicado aspecto de la cuestión, Armour subrayó: “el acuerdo proporcionaría, por tanto, la cooperación policial completa en el trabajo de inteligencia contra los alia­ dos, tanto en España como fuera de ella” de tal manera que el montaje permitía secuestrar personas en España o en Alemania y ponerlas en manos de la policía de cada país sin la más mínima garantía jurídica y con todas las posibilidades de que el prisionero acabara fusilado o en un campo de exterminio. Para demostrar que el pacto había sido una realidad, la legación norte­ americana en Madrid localizó más evidencias que también agrupó en el despacho 842. Una de ellas fue la nota informativa que el jefe de la Gestapo en España, Paul Winzer, remitió a su embajada el 21 de mayo de 1941. Winzer contestaba una pregunta formulada por la Oficina de Asuntos Exteriores alemana (Auswaertige Amt) que quería conocer la opi­ nión de la Gestapo en Madrid, es decir de Paul Winzer, sobre la necesidad de firmar con España un nuevo acuerdo de extradición que modernizase el existente, datado en 1878. Winzer respondió que él no entendía de leyes de extradición pero que el pacto policial vigente entonces superaba con creces cualquier ley, revelando a Berlín el comportamiento colaboracio­ nista de la Policía española: “En el curso de los últimos dos años ha sido casi exclusivamente esta oficina [Gestapo España] la que ha hecho solici­ tudes concernientes a extradiciones de ciudadanos alemanes que estaban perseguidos por las leyes criminales en Alemania, o contra aquellos sobre los que había una orden de ejecución. Hasta ahora el acuerdo policial ger­

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mano-español ha sido puesto en práctica sin restricciones por parte de los españoles. En lo referente a nuestras solicitudes, nunca hemos tenido nin­ guna dificultad de las autoridades españolas La siguiente prueba sobre la efectividad del acuerdo fue otra nota secre­ ta que Winzer remitió al departamento consular de la embajada alemana, el 4 de agosto de 1941, bajo el título A cuerdo Policial Germano-Español. En ella, además de incluir una copia del tratado, añadía un comentario dirigi­ do a la diplomacia de su país: “En lo referente al contenido del acuerdo me gustaría señalar que sólo se extiende a los asuntos político policiales. No obstante, en la práctica todas las cuestiones concernientes a la colabora­ ción en asuntos de policía y solicitudes de asistencia han sido llevadas a cabo sobre la base de este acuerdo”. Existe todavía otro documento más que prueba la existencia del pacto. Es un acta de 9 de agosto del 41 -redactada en la embajada alemana en Madrid para enviar a Berlín- en la que se insiste en no aplicar nuevos acuerdos para la entrega de detenidos y que se dejen las cosas como esta­ ban porque funcionaban muy bien.

Las cartas que delataron a Franco En los archivos de Estados Unidos hay otro grupo de documentos que se suman a los anteriores para dibujar el calado de la conexión hispano-germana durante la II Guerra Mundial. Entre ellos emergen con fuerza dos: el primero es la correspondencia personal entre Franco, Hitler y también Mussolini, que los norteamericanos lograron localizar al final de la con­ tienda. El segundo, un plan de invasión de Gibraltar. El 10 de octubre de 1945 la embajada de Estados Unidos en Madrid reci­ bió desde sus servicios de inteligencia en Alemania un dossier de trece escri­ tos tan contundentes, que el remitente indicó al embajador Norman Armour que los utilizase en favor de los intereses de Estados Unidos “sugi­ riendo la disponibilidad de los documentos para situaciones de necesidad”.

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Los registros e n territorio alem án e n España

Al terminar la II Guerra Mundial prácticamente todas las sedes diplomá­ ticas, colegios, instituciones y empresas alemanas ubicadas en España fueron registrados por los servicios de seguridad de Estados Unidos y Gran Bretaña Los encargados de revisar aquellos locales, hasta entonces bajo el control de los nazis, fueron casi siempre agentes del Federal Bureau of Investigation, el célebre FBI. En alguno de aquellos registros se hallaron papeles que el franquismo siempre ocultó y que la guerra destru­ yó en Alemania.

Es decir, que los documentos localizados en Berlín podían ser usados como arma por la legación norteamericana en España para presionar a Franco. En aquella remesa documental figuraba la correspondencia entre Franco y Hitler, las actas de conversaciones del ministro español de Asuntos Exteriores Ramón Serrano Súñer con su homólogo alemán Joaquim Von Ribbentrop y los borradores de los pactos secretos que ambos dictadores acordaron en Hendaya. También figuraba el texto de otra desconocida y tardía alianza germano española que impactó muy negativamente en el ánimo de los aliados. De los trece documentos que componían aquel dossier, el número 11 es cronológicamente el primero. Corresponde a la traducción al inglés de una carta remitida el 3 de junio de 1940 por Franco a Hitler y se archivó con la clave F ig 134-135. En junio de 1940, cuando Franco escribió esta epístola, Alemania arra­ saba. Tiempos de victoria en los que Franco felicitaba efusivamente al líder alemán y explicaba los motivos que le impedían ponerse inmediata­ mente a pelear de su lado como era su deseo. La carta fue entregada en mano por el teniente general Juan Vigón Suero Díaz, un militar de Estado Mayor, culto, inteligente y de total confianza de Franco, capaz de explicar a los alemanes la posición franquista sin despertar demasiados recelos. “Querido Führer”, comenzaba Franco, “en el momento en el que los ejércitos alemanes, bajo su liderazgo, están llevando a cabo victoriosa­ mente hasta el fin la mayor batalla de la historia, me gustaría hacerle llegar

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mi expresión de entusiasmo y admiración así como la de -mi pueblo, quien, con emoción, sigue el curso de una batalla gloriosa que asume como propia y que está mostrando las esperanzas que ya aparecieron en España cuando sus soldados compartieron con nosotros, aunque indirec­ tamente, la batalla contra los mismos enemigos”. Y, tras los halagos llega­ ba la justificación: “La terrible bofetada que España ha sufrido en los últi­ mos tres años de guerra, durante los cuales a sus propias pérdidas y a sus propios problemas, hay que añadir los incontables del territorio Rojo, nos han colocado en una situación difícil que se ha hecho más severa por la presente guerra y que nos obliga a lograr nuestro propio desarrollo en un mundo hostil para nosotros y que nos impide nuestra reconstrucción (...) y nuestra preparación para la guerra; una preparación que, por necesidad, ha estado retrasada en su suministro de industrias, materias primas y combustible. A esta situación general debemos añadir las condiciones peculiares de nuestras islas y la de los territorios separados de la tierra madre por mar, condiciones que han obligado a que nuestra posición oficial sea de neutra­ lidad y de vigilancia constante, con el fin de repeler con las mayores ener­ gías cualquier intento de ataque en conexión con la expansión de la guerra que pudiera ser llevado a cabo contra nosotros por los enemigos externos de nuestro territorio. No tengo necesidad de asegurarle que mi gran deseo no es mantenemos al margen de sus necesidades, ni nuestra voluntad otra que la satisfacción de realizar para usfed, cuando los precise, los servi­ cios que estime más valiosos”. Sólo al final Franco presentó al mensajero: “He considerado apropia­ do, teniendo presente nuestras relaciones, elegir al general Vigón, jefe del Alto Estado Mayor, participante en las batallas de nuestras campañas, para que sea él quien entregue esta carta puesto que él puede informarle de la mejor forma posible acerca de la situación y de todo lo que concierna e involucre a nuestro país. Con los mejores deseos para el futuro y la gran­ deza de Alemania, y con la expresión de mi inamovible amistad y afecto”.

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El difícil recorrido de las cartas de Franco

Las cartas de Franco y otros documentos similares que aparecen en este libro fueron escritos originalmente en español. Sin embargo es evidente que la trascripción ofrecida puede diferir en algunas expresiones del texto original redactado en España ya que las misivas fueron halladas en Alemania donde las habían traducido al alemán. Entonces los aliados las tradujeron al inglés y nosotros las hemos trasladado nuevamente al espa­ ñol. En ese largo camino algunos matices pueden haberse perdido. No obstante, hemos respetado las imprecisiones y opciones tipográficas del texto original.

La copia no llevaba firma aunque las otras misivas que formaban parte del conjunto documental sí contaban con la rúbrica de Francisco Franco.

¡Primero conquiste Gibraltar! El 18 de septiembre de 1940 las tropas de Hitler -que ya se habían topado con la tenacidad que caracterizó a los británicos durante toda la II Guerra Mundial- hacía menos de un mes que se paseaban por las fronteras fran­ co españolas del Bidasoay de Le Ferthus. De hecho, la invasión de Francia se había consumado el 22 de junio con la firma de las condiciones impues­ tas por Hitler a los franceses de Vichy en el mismo vagón donde en 1918 se había sellado, en falso, el Armisticio de la I Guerra Mundial. Mientras tanto, Franco negociaba a su modo con Hitler. Aquel 18 de septiembre de 1940, el Führer dictó una carta. Era la respuesta a un mensaje que Franco le había hecho llegar por escrito y por mediación de su cuñado el ultra ger­ manòfilo Ramón Serrano Súñer, el cuñadísimo, ministro de Asuntos Exteriores del primer gobierno franquista. El código de archivo asignado por los funcionarios norteamericanos a esa carta remitida por el dictador alemán es el F8 0217- 0222, la cual también llegó a la embajada de Estados Unidos en Madrid en el aludido conjunto de documentos. Cuando el Führer escribió, en otoño de 1940, eran momentos de triun­ fo para el III Reich aunque no tanto para la LuftwafFe, fuerza aérea alema­

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na, que al mando de un torpe Hermann Góring no había podido impedir que los pilotos de la Royal Air Forcé británica, RAF, alcanzaran objetivos en Alemania con relativa facilidad. En julio, agotadas todas las posibilidades de un arreglo con los ingleses, Hitler había decidido que un desembarco en Gran Bretaña era posible con tal de que, entre otras condiciones, estu­ viera asegurada la superioridad aérea. RAF y Luftwaffe se enzarzaron en la batalla de Inglaterra; una campaña prevista para seis semanas en la que los aviadores del mariscal Goring se suponía que eliminarían a la fuerza aérea británica. Mientras tanto, en los puertos franceses del canal de la Mancha, Wehrmacht (ejército) y Kriegsmarine (armada) se preparaban para la invasión de la isla. Sin embargo, la heroica resistencia de la RAF dio al traste con los planes de Hitler, acostumbrado hasta ese instante a invadir países en tiempo record. La Blitzkrieg o guerra relámpago basada en el avance constante, no podía aplicarse en Gran Bretaña y el asunto se le había torcido tanto que, a mediados de septiembre de 1940, el alto mando alemán ya era consciente del fracaso de la campaña. Así las cosas, el 17 de septiembre de 1940 se postergó nuevamente el plan de invasión de Inglaterra y el 18 Hitler escribió a Franco un largo mensaje en el que le hizo ocho “reflexiones” (en realidad propuestas) entorno al conflicto mundial y España. Una carta que el Führer entregó a Serrano Súñer, que hizo las labores de mensajero. Las reflexiones comenzaban con la afirmación taxativa de que España ya estaba en guerra, de modo que el Führer ponía abiertamente en cues­ tión la no beligerancia de Franco y la neutralidad oficial posterior: “La gue­ rra está decidiendo el futuro de toda Europa. España ya está en ella debido al bloqueo británico que irá a peor hasta que Inglaterra sea vencida. Expulsar a los ingleses del Mediterráneo terminará siendo una solución completa de los problemas de aprovisionamiento de España”. Una vez dilucidada cuál era, a su criterio, la situación española en el contexto de las hostilidades, Hitler casi ordenó a Franco la primera acción bélica que el general español debía desarrollar. “El primer acto de España

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La secretaria de ‘El H undim iento’, Traudl Ju nge

Traudl Junge (Munich 1920-2002) fue secretaria personal de Adolf Hitler. Escogida entre varias candidatas por ser natural de Baviera, además de por sus dotes como mecanógrafa, Junge fue testigo de excepción de los últimos momentos del Führer en el búnker berlinés. Junge escribió sus memorias en 1948 (Hasta el último momento, Editorial Península, 2003), un relato llevado al cine en el reputado filme El Hundimiento. En sus memorias relató cómo dictaba el canciller: “Me llamó la atención que Hitler llevara gafas (...) pasadas de moda, baratas, de níquel o de platino, pero en todo caso feas (...). Mientras yo quitaba la funda de la máquina y colocaba el papel, me dijo amistosamente (como un niño al que le van a hacer una foto): ‘No se ponga nerviosa. Yo cometo al dictar más errores de los que usted puede cometer (...)’. Empezó su discurso dando pasos arri­ ba y abajo por la habitación con las manos en la espalda y la cabeza aga­ chada. De nuevo, tuve que estar muy atenta al principio para comprender­ lo todo. De nuevo, Hitler dictó de corrido, casi con la misma velocidad con que pronunciaba un discurso, y sin manuscrito (...). Tras una hora acabó, le entregué las hojas y le dije que le había comprendido muy mal. Sonrió amablemente, me dio la mano y me dijo que no importaba, que todo esta­ ba bien".

en la guerra debe ser la conquista de Gibraltar. Se podría hacer en unos cuantos días con tropas y material moderno y probado en la batalla”, le escribió el Führer anunciando que pondría a disposición del entonces fati­ gado y obsoleto ejército de Franco el material bélico necesario para una guerra militarmente muy distinta a la desarrollada poco antes en España. “Alemania está lista para poner estas tropas y material al servicio de la alta jefatura española en la medida requerida”, anunció el canciller alemán, convencido de que “capturar Gibraltar nos asegurará el Mediterráneo, y se crearán de nuevo las conexiones españolas con África del Norte [Marruecos español]”. Con esta indicación, Hitler también dio respuesta a las cavilaciones de Franco sobre Canarias y Baleares expuestas en la epístola del 3 de junio. La idea de “asegurar el Mediterráneo” y de las “nuevas conexiones” con el Magreb deberían acabar de convencer a Franco de que la conquista del Peñón era una necesidad imperativa. Luego veremos que Franco pensaba prácticamente lo mismo y que ambos jefes de Estado juntos y por separa­

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do prepararon el ataque contra la colonia británica en territorio-español. Pero el mensaje de Hitler no acababa en Gibraltar. La posibilidad de un ataque del Reino Unido sobre las costas gallegas fue prevista por el Führer, para la que ofreció una imaginativa solución que no pasaba por la habitual instalación de artillería pesada en la costa: “la mejor protección serían uni­ dades de bombarderos, preparados cerca de la costa. Alemania promete apoyo en este punto”, ofertó. Por lo que se desprende de su carta, Adolf Hitler tenía dudas sobre la actitud futura de “los ingleses” respecto a Franco y a España. Sea como fuere, el Führer quiso convencer a Franco de que entrara en combate y que supiera que podía contar con su ayuda: “Considerando la situación militar de Inglaterra en el presente, es una conclusión obvia que Inglaterra no intentará ninguna operación terrestre, ni en su costa, ni en la de Portugal, pero en caso de que así fuera, Alemania proporcionaría soporte de tierra y aire. Inglaterra podría intentar acciones navales contra las islas Canarias, pero los bombarderos y submarinos mantendrían alejada a la flota. Estos aviones deberían estar con base en Las Palmas antes o al mismo tiempo que España entrara en la guerra”. Así las cosas, el futuro inmediato previsto y comentado por el jefe del Estado alemán al Generalísimo español fue opti­ mista para sus intereses expansionistas: “Si los italianos llegan a situarse cerca de Alejandría este invierno, Inglaterra perderá su posición naval en el Mediterráneo. Entonces el norte de África estará abierto al ataque de los alemanes, los españolesylos italianos”. ' Antes de acabar, Hitler reiteró por enésima vez que estaba dispuesto a facilitar la ayuda que Franco solicitara: “Alemania está lista, como ya se ha mencionado, para poner a disposición de la alta jefatura española, no sólo los equipos militares necesarios, sino también ayuda económica en el mayor grado posible para Alemania. En el caso de que España decidiera entrar en esta guerra, Alemania ha de mentalizarse para mantenerse leal y firmemente del lado español hasta que se logre un final victorioso, como hemos hecho en la guerra civil española”, le recordó élFührera. Franco, del

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que se despidió con optimismo: “Es evidente que la victoria llegará; la entrada de España hará que la continuidad en la guerra sea muy difícil para Inglaterra, que se verá forzada a entregarse de una vez por todas. Mis más cordiales saludos. Adolf Hitler”. Cuatro días después, el 22 de septiembre de 1940, Franco contestó a su “querido Führer” en una histórica carta en la que aceptó la propuesta de Hitler de reunirse a hablar en Hendaya. “A su excelencia. El Führer de Alemania. Adolf Hitler. Mi querido Führer: He recibido su carta en la que expresa sus puntos de vista de su Estado Mayor en conexión con el problema que está surgiendo de la gue­ rra en lo que a España concierne, puntos de vista que, con la excepción de pequeños detalles, coinciden con mis consideraciones y planes y con los de mi Estado Mayor”; comienza la misiva de Franco que el servicio secreto de Estados Unidos guardó con la clave F8 0203-0216 en el conjunto docu­ mental citado que recibió el embajador Norman Armour. Pese al tono, en general conciliador, del mensaje y a la revelación de que ya había preparado en secreto la ocupación de Gibraltar, Franco deslizó que no quería bases alemanas en España: “A pesar del completo acuerdo con sus palabras de reconocimiento de las reclamaciones españolas en Marruecos, con la única limitación de que Alemania debería participar de una parte de las materias primas de esta área a través de acuerdos comercia­ les, hay un punto de desacuerdo, en concreto en el deseo de Herr Von Ribbentrop [ministro de Asuntos Exteriores alemán], expresado como suge­ rencias durante las conversaciones entre nuestros ministros, para el estable­ cimiento de un enclave para Alemania de bases militares por la ocupación de dos puestos de la zona sur. En mi opinión, éstos son innecesarios en tiempos de paz y superfluos en tiempos de guerra, porque en este caso puede contar no sólo con estos puertos sino con todos los que posee España, puesto que nuestra amistad está firmemente sellada también para el futuro. Las ventajas que estas bases podrían ofrecer no compensarían ni las dificultades que este tipo de bases siempre producen ni el daño que

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podrían causar a las zonas adyacentes, que constituyen su salida al m ar”. En otras palabras, si España entraba en guerra, Alemania tenía tantas instala­ ciones militares propias como quisiera, pero en ningún caso permanentes. Entonces, y antes de seguir con otros temas, Franco aceptó verse con Hitler en Hendaya, propuesta que el canciller alemán había hecho a Serrano Súñer en Berlín: “Debo darle las gracias por su idea, entregada al ministro Súñer, de ofrecernos la oportunidad de encontramos cerca de la frontera española, donde, aparte de mi deseo de saludarle personalmente, podríamos tener un intercambio básico y directo de algunas ideas que nuestra actual comunicación hacen posible. Me gustaría darle mi opinión acerca de los puntos particulares de su carta”. Aceptada la entrevista, Franco no desaprovechó la ocasión para reiterar ante su poderoso amigo las penosas circunstancias por las que pasaba España. “En relación a su razonamiento en la parte primera acerca de los efectos económicos y políticos del la lucha actual, sólo decirle que estoy de acuerdo desde la primera a la última palabra con su opinión expresada. Desafortunadamente, nuestro aislamiento y la falta de comodidades indispensables para nuestra existencia nacional hacen nuestra acción imposible. Estoy de acuerdo con usted en que sacar a los ingleses del Mediterráneo mejorará la situación de nuestros transportes, aunque es evidente que no se solventarán todos los problemas de aprovisionamiento de España, puesto que hay muchos productos y materias primas de los que carecemos y que no se encuentran en lá cuenca mediterránea”. Y tras la queja, la revelación: “También soy de la opinión de que la pri­ mera acción en el momento de nuestra entrada en la guerra debe consistir en la ocupación de Gibraltar. Nuestra política militar en el Estrecho ha sido llevada con este propósito desde 1936 (...). Por lo que a nosotros con­ cierne hemos estado preparando esta operación en secreto durante mucho tiempo (...). Con respecto a las condiciones especiales del Peñón, sus puntos de resistencia soportarían la acción desde el aire, por lo cual tendrían que ser destruidos mediante artillería buena y precisa. La extraor-

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diñaría importancia del proyecto justifica en mi opinión una fuerte con­ centración de equipos. La caída de Gibraltar, en realidad, aseguraría el Mediterráneo occidental y eliminaría cualquier peligro, excepto los posi­ bles que puedan surgir si De Gaulle tiene éxito en su plan de rebelión en Argelia y Túnez. Una concentración de nuestras tropas en Marruecos ali­ viaría este peligro. A este respecto, ayudaría enormemente que su Comisión de control aumentara las medidas de precaución al máximo”.

Franco temió por Canarias Franco vio muy remota una acción de los británicos en tierra peninsular y desechó la posibilidad de un ataque inglés por Galicia o Asturias, pero no así en Canarias. “En la actualidad [septiembre de 1940] la posibilidad de que los ingleses lleven a cabo un intento de aterrizaje en la Península es muy pequeña. Incluso si este fuera el caso, nuestros propios equipos y los que usted me ofrecería frustrarían rápidamente ese plan. El riesgo de un ataque sorpresa de los ingleses sobre las Canarias con el fin de construirse una base naval para proteger sus rutas de ultramar siempre me ha preocupado. Con esta posibilidad en la mente, estamos en proceso de enviar reservas de alimentos, municiones y material de artillería limi­ tado, que ha sido sacado de otras regiones menos amenazadas. Hace meses que ordenamos una movilización parcial y también hemos envia­ do armas a todo el archipiélago”, confesó Franco que también reveló que había destinado a Canarias un grupo de pilotos que suponía no habrían podido llegar hasta allí en caso de que el archipiélago se viera involucrado en la guerra. Franco pensaba, y así se lo dijo a Hitler, que era mejor preve­ nir que curar, de modo que estaba aprovisionando Canarias con todo el material militar a su alcance en previsión de una hipotética posibilidad de invasión británica. En cualquier caso, Franco, que pregonaba por el mundo la neutralidad española, no dudó en manifestar ideas total­ mente contrarias a su postura pública cuando se comunicó con el Führer.

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El Caudillo debió confiar en la victoria alemana y en que nadie más que Hitler leería su carta cuando admitió que pensaba que los problemas españoles se resolverían con el aniquilamiento de la flota británica: “Resulta fácil ver que la libertad de movimiento en el Mediterráneo occi­ dental depende del éxito italiano en Alejandría y Suez, con lo que sería posible la destrucción de la flota inglesa en esas aguas. Cuando esto suce­ da, una gran parte de nuestro problema de aprovisionamiento estará resuelto”. Pero, no sucedió así. La Royal Navy con base en Aden, Suez y Alejandría n un ca llegó a perder la iniciativa en la batalla del Mediterráneo contra la Regia Marina compuesta por barcos que eran un portento tecnológico, pero no los más eficientes en combate ya que los ingenieros italianos sacrificaron armamento y blindaje por velocidad. Además, las diferencias técnicas entre buques se convirtieron en un pro­ blema a la hora del suministro de piezas para las reparaciones, dificultad que disminuyó todavía más la capacidad de combate de la marina italia­ na, que además era más monárquica que fascista y no sintonizó bien con el gobierno de Mussolini y mucho menos con los enlaces alemanes. Franco agradeció el “equipo militar y ayuda económica” que Hitler ofre­ cía y brindó la “ayuda posible” española para inmediatamente poner de manifiesto unas objeciones que descubren que se sentía mal pagado por su adhesión al eje: “considero mi deber decirle que, a mi juicio, las conversacio­ nes desarrolladas hasta la fecha por nuestros consejeros especiales se han llevado a cabo con un considerable regateó'”, escribía Franco persuadido de que tanta conversación sobre “antiguos acuerdos”, “problemas económicos y resultados posteriores a la guerra” les habían “desviado del tema principal que nos afecta a ambos de igual forma y que encuentra su solución definiti­ va en las declaraciones de su carta, con las que estoy completamente de acuerdo”. Franco y Hitler llevaban pactando diversas modalidades de ayuda y colaboración mutua al menos desde el inicio de la sublevación de julio de 1936 y probablemente, aunque a distinto nivel político, desde 1934. Pero en aquel instante Franco quería mucho más que la promesa hecha por

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Hitler de unos miles de toneladas de trigo y una considerable cantidad de material bélico. De hecho pretendía la renovación de sus ejércitos y Hitler se mostraba reacio a ofrecer lo que no estaba en condiciones de conceder. De ahí el “regateo” que tanto indignó a Franco. Ahora bien, si Franco fue sin­ cero en esta carta, es obvio que estaba deseoso de entrar en guerra siempre y cuando hubiera podido pertrechar con material moderno a sus fuerzas armadas y alimentar mejor al menos a los vencedores de la Guerra Civil. Pero al final de la carta, el dictador español agradecía la oferta solidaria de su “querido Führer” y respondía a la misma “con la seguridad de mi adhesión sincera e inamovible a usted personalmente y al pueblo alemán de la causa por la que lucha. Espero, en defensa de esta causa, poder reno­ var los antiguos vínculos de camaradería entre nuestros ejércitos. Quedo a la expectativa de poder expresárselo personalmente. Le garantizo mis más sinceros sentimientos de amistad y le saludo. Suyo F. Franco”.

Hendaya: España entrará en guerra Franco y Hitler se conocieron personalmente el 23 de octubre de 1940 en la estación de Hendaya, en la Francia ocupada. El Generalísimo deseaba saludar al canciller y participar en el nuevo orden de Europa y el Führer le brindó esa opción. “Debo darle las gracias por su idea, manifestada al ministro Súñer, de ofrecemos la oportunidad de encontramos cerca de la frontera española”, le había dicho Franco a Hitler por carta en respuesta a la invitación formal expuesta por el canciller alemán a Serrano Súñer en Berlín el 17 de septiembre anterior. Aquel 23 de octubre fue el día en que el nazismo oficial desplegó todo su potencial para acercar definitivamente el franquismo a sus intereses, pues mientras ambos jefes de Estado se reu­ nían en Hendaya, Heinrich Himmler, el jefe supremo de la Policía del III Reich, pasaba la jom ada en Barcelona, donde entre bailes regionales, recepciones y muestras de afecto de falangistas y nazis, pudo reunirse con los jefes de seguridad del régimen español.

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En octubre de 1940 los ejércitos alemanes eran fuertes y golpeaban con dureza en Europa. El tripartito o pacto de las tres potencias, Roma-BerlínTokio, funcionaba a pleno rendimiento y al eje Roma-Berlín sólo faltaba que se sumara una hambrienta España para participar del suculento pas­ tel mundial que soñaban con comerse al final de una guerra que estaban seguros de ganar. Así, Hitler y Franco se vieron en un momento en el que primaban buenas perspectivas para su futuro. La prensa española -sujeta a una censura sin resquicios- presentó el encuentro en una escueta nota informativa como una “histórica reunión” en la que ambos jefes de Estado intercambiaron ideas en sintonía: “En Francia, 23.- El Führer ha tenido hoy con el jefe del Estado español, Generalísimo Franco, una entrevista en la frontera hispano francesa. La con­ ferencia se ha celebrado en el ambiente de camaradería y cordialidad exis­ tentes entre ambas naciones. Tomaron parte en la conversación los minis­ tros de Relaciones Exteriores del Reich y de España, Von Ribbentrop y Serrano Súñer, respectivamente”, reza el comunicado oficial de la reunión. Ni la nota oficial, ni las informaciones periodísticas complementarias informaron del contenido del encuentro. Únicamente, La Vanguardia aña­ dió que Franco, Hitler y sus dos ministros estuvieron hablando a solas desde poco antes de las cuatro de la tarde hasta las seis y cinco, y que luego, tras una pausa, cenaron juntos. Hoy sabemos que en Hendaya hubo más que un simple intercambio de opiniones pues, además de firmarse un'acuerdo de colaboración que ambos juraron guardar en secreto, Hitler reveló al Caudillo que seguiría bombardeando Londres y que no cumpliría las promesas que había for­ mulado a Francia tras la ocupación. Por su parte, Franco dio su opinión sobre la entrada de España en la guerra y acusó a Argentina y Gran Bretaña de ser los culpables de la falta de víveres en nuestro país. Pero, el objetivo real de las conversaciones no fue el intercambio de opi­ niones ni las acusaciones a terceros, sino la creación de un gran “frente antiinglés”, como ellos decían, para acortar la guerra. Sólo las peticiones

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españolas y las esperanzas de la Francia colaboracionista de Pétain se interponían en el camino trazado por un Hitler que despreciaba a Vichy y temía lo que representaba De Gaulle en Londres, según otro análisis nor­ teamericano de febrero de 1941 que confirma que Franco acordó en Hendaya que participaría en la guerra. La histórica reunión se produjo por la tarde. Hitler llegó a las tres y media, y Franco un rato después, ambos en sus respectivos trenes especia­ les. La conversación se consumó en el vagón especial del Führer, “un auto­ móvil Pullman”, tal como se puntualiza en el acta alemana de la entrevista localizada el 21 de agosto de 1945 y remitida a la embajada de Estados Unidos en Madrid el 10 de octubre de aquel año como el documento núme­ ro 8 del conjunto documental citado a lo laigo de este capítulo. Esta acta, por cierto incompleta, quedó archivada con la clave F18 284-295. La impresión que sacaron los alemanes de la reunión de Hendaya no fue la del desencuentro. Muy al contrario. Los germanos reflejaron que “Franco estaba feliz de poder reunirse personalmente con Hitler y deseaba agradecerle todo lo que Alemania había hecho por su país. España se hallaba espiritualmente unida con el pueblo alemán, sin reservas, se sen­ tía uno de sus ejes, particularmente desde que soldados de las tres poten­ cias habían luchado codo con codo en la Guerra Civil. En el futuro, España siempre estaría al lado de Alemania”. También concluyeron que a “España le gustaría unirse a Alemania en la guerra actual”, pero que había dificultades relativas a asuntos económicos, militares y políticos. “España está teniendo problemas con los elementos anti Eje en América y Europa, y por tanto con frecuencia tenía que poner buena cara a cosas con las que no estaba de acuerdo”, describe el documento alemán. Durante aquella tarde en la que Hitler, Franco y sus dos ministros de Exteriores se encerraron en un vagón alem án para conversar, el Generalísimo puso sobre el tapete los problemas de abastecimiento: “Franco mencionó el creciente problema español de provisiones y dijo que pensaba que Argentina y América se quedaban con sus pedidos de

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xmdres, puesto que sabía de ejemplos en los que las transacciones gesionadas a través de la embajada británica parecían tener todas las difi­ cultades en Argentina y se evaporaban en América. Las malas cosechas estaban haciendo el problema aún peor, por lo que la actitud de España lacia la guerra era la misma que la de Italia durante el otoño anterior”, es Jecir, que no intervendría en la misma hasta disponer de mejor abasteci­ miento. No obstante, como se evidencia en otros documentos desclasifi­ cados incluidos en el paquete remitido al embajador Armour, las pegas aducidas en ese instante por Franco no fueron óbice para que al final sus­ cribiera un protocolo por el que aceptó sumarse a las conclusiones del pacto tripartito firmado en Berlín el 27 de septiembre de 1940 por Alemania, Italia y Japón. Según aquella adhesión que Franco ocultó siem­ pre, España intervendría en la guerra mundial al lado de las del eje. El acta alemana del encuentro recoge que Hitler le dijo a Franco que estaba contento de verle por primera vez después de haber estado con él “espiritualmente” durante la Guerra Civil y "se lanzó a la descripción de la situación militar actual”. El canciller alemán sostuvo que la guerra estaba realmente decidida, que el frente alemán, desde Polonia hasta España, mantendría alejado “cualquier aterrizaje inglés” y que las únicas esperan­ zas de Inglaterra eran Rusia y Estados Unidos. Hitler anunció que Alemania había pactado con los rusos y que, además, estaba fortaleciendo su ejército hasta alcanzar 186 divisiones de ataque. “Estados Unidos no atacará en invierno, y necesitará un año y fiiedio o dos para su moviliza­ ción”, aseguró el Führer, que no descartó la posibilidad de que ingleses y norteamericanos desembarcaran en las islas frente a África. En cuanto a la batalla de Inglaterra, Hitler atribuyó su mala situación -los ingleses esta­ ban rechazando de plano los embates alemanes- a la falta de hegemonía marina de Alemania y a las malas condiciones de vuelo sobre el Canal, razón por la que no había comenzado “el gran ataque” contra el Reino Unido. El canciller alemán comentó a Franco que los meteorólogos habí­ an predicho siete u ocho días de cielos claros de modo que el “gran ata­

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que” era inminente. Hitler reconoció que se había vuelto muy cauto con la meteorología, un asunto que, admitió, había olvidado valorar en otras campañas. Luego, desveló que bombardearía Londres sobre la que ya había lanzado de 300.000 a 500.000 kilos de bombas “día y noche hasta que pueda invadir Inglaterra. Mientras tanto, los aviones seguirán causan­ do bajas”, afirmó, anunciando que se trataba de una guerra de desgaste y que invadiría el Reino Unido “ahora o a principios de primavera”, en cuan­ to el tiempo cambiara. El petróleo, el futuro de Francia ocupada y rendida, y la preocupación que les producía el general Charles de Gaulle, fueron, asimismo, objeto de la conversación. Según el resumen alemán, Hitler reveló que había enviado aviones y tropas a Rumania para asegurarse su suministro de petróleo, aunque su mayor preocupación era comprobar si De Gaulle ampliaba su influencia y por lo tanto proporcionaba bases para ingleses y americanos en la costa africana. El Führer era consciente de que el general Charles De Gaulle trabajaba para propiciar que la Francia colo­ nial africana tomara una actitud definitivamente favorable a Inglaterra aunque sabía que era difícil. Pero, una vez que Inglaterra fuera vencida, Alemania podría ofrecer a Francia términos de paz más sencillos. No obstante, el Führer reveló a Franco que si la guerra continuaba e Ingla­ terra pedía un compromiso, Alemania dejaría de lado a Francia que, aun­ que ocupada y tutelada por los nazis, formalmente era gobernada por Pétain desde Vichy. El canciller confesó que sólo necesitaba la coopera­ ción de la Francia sometida de Pétain mientras continuara la guerra con­ tra Gran Bretaña, con una salvedad: en caso de que británicos y De Gaulle fueran neutralizados, Alemania ni se molestaría en cumplir ninguna de las peticiones del gobierno colaboracionista de Vichy: “Francia, simple­ mente, tendrá que estar de acuerdo, bajo la amenaza de una ocupación inmediata” manifestó prepotente Adolf Hitler que evidentemente consi­ deraba que el grado de ocupación nazi a que sometía Francia podía ser aumentado hasta diluir el país en su imperio, el Reich, germano.

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El ‘Generalísimo’ se sintió derrotado Franco firmó en Hendaya un protocolo de adhesión a la causa nazi-fascis­ ta de seis puntos, el último de los cuales se refería únicamente a que las partes se comprometían a guardar e l más estricto de los secretos, y se quedó con un regusto a derrota. U na nota manuscrita por Serrano Súñer del día siguiente al encuentro de H endaya (24 de octubre de 1940) ofrece una versión contraria a la que divulgó el franquismo, en la que veíamos a un Caudillo que se salía con la suya y a un poderoso Hitler tremendamente contrariado. Probablemente la verdad esté en la mitad del camino, pero no hay duda de que Franco -que se despidió del Führer brazo en alto, for­ mado y firmes en el pescante de su tren especial mientras arrancaba de madrugada hacia San Sebastián- no quedó nada conforme con lo que aca­ baba de suscribir, que su régimen ocultaría siempre. El caso es que el viernes 24 de octubre, Serrano Súñer, alojado en San Sebastián, envió al embajador alem án en España, Eberhard Von Stohrer, una breve observación de su puño y letra relativa a la reunión de la víspera. Cinco días después Stohrer la rem itió a Berlín donde la encontraron los aliados al final de la II Guerra Mundial. Serrano Súñer decía: “¡Mi muy honorable Embajador y amigo! He recibido las declaraciones form uladas por su gobierno acerca de los términos del Artículo 5 del Protocolo que le envié a usted con mi aprobación y, por la presente, le declaró-nuestro acuerdo con las mis­ mas. Quedo como siempre Su muy devoto Firmado: Serrano Súñer P. S. No desearía dejar pasar esta oportunidad sin expresarle el amargo sentimiento con el que nos hemos quedado tanto el Caudillo como yo debido, con independencia de nuestra amistad, a la denegación de los cambios sin importancia que propusimos -cam bios que nos daban un «

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mayor sentimiento de seguridad sin que involucrara en forma alguna al núcleo de la cuestión o afectara a la libertad de acción del Führer”. No se pueden decir más cosas en menos líneas. Mientras la primera parte del mensaje confirma, por el simple hecho de mencionarlo, el proto­ colo que pactaron guardar en el mayor de los secretos; la posdata prueba que Franco dejó Hendaya al menos con una sensación de “amargo senti­ miento”. Cabe pensar que Franco autorizó a su cufiado la inclusión de esa reveladora acotación, de modo que puede concluirse que el Caudillo esta­ ba dolido y dejaba constancia por escrito a Adolf Hitler de su sentimiento de derrota moral. Por cierto, el “artículo 5 del Protocolo” al que hizo alusión el ministro español se refería a la reincorporación de Gibraltar a España y a la predis­ posición de las potencias del eje a considerar que, tras la incorporación de Franco a la guerra y la derrota del Reino Unido, España recibiría territorios de África “en extensión semejante en la que Francia pueda ser compensa­ da”, es decir la misma cantidad de territorio para ambas naciones, pero reservándose Alemania e Italia la última palabra en el reparto africano. Es obvio que Franco quería más tajada y que no debió gustarle que Hitler y Mussolini decidieran por él qué parte de África se convertiría en colonia española tras la supuesta victoria del eje.

Hitler se enojó con Franco Un año después, el 6 de febrero de 1941 Hitler ya había dictado las órde­ nes para que se iniciase en mayo la campaña de Rusia. Mientras tanto, el norte de África era escenario de duros combates a los que se iba a incor­ porar inmediatamente el célebre mariscal alemán Edwin Rommel. En España había hambre y represión. Franco aún no se había sumado a la guerra y el Führer, que prometía ayudas para superar la miseria españo­ la, estaba furioso. Por eso aquel día el canciller alemán dictó una carta

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conminatoria en la que recordó a Franco que él mismo le había pedido que no se hiciera pública su intención de sumarse al eje, ni lo que se había acordado en Hendaya, insinuando que podía desvelarlo todo dejando a Franco como un mentiroso ante los británicos, que le creían neutral. Hitler se sentía traicionado pese a que el aparato militar alemán instalado en España era impresionante (ver capítulos i y 4). La copia de la carta del canciller alemán a Franco hallada en Berlín en 1945, guardada con la c la v é is 0384 0393 (0393 0404), comenzaba así: “Me gustaría aclarar algunos detalles de una situación que es importante no sólo para Alemania e Italia, sino también para España. En nuestra reunión [Hitler se refiere a la de Hendaya, del 23 de octubre de 1940] intenté con­ vencerle de la necesidad de que los países que tienen intereses comunes estén juntos. Durante siglos, España ha tenido los mismos enemigos con los que ahora estamos peleando, aunque ahora han aumentado por la Democracia Internacional Judía. No necesito decir que Alemania peleará esta batalla hasta su final, y que los italianos y los japoneses sienten de igual forma. Así debe hacerlo también España. Si su batalla, Caudillo, con­ tra los elementos revolucionarios en España fue un éxito, se debió a la reti­ cencia de los oponentes democráticos, puestos en duda por la actitud de Alemania e Italia. Inglaterra, mientras siga en el poder, no dejará que usted tenga una parcela de influencia en el norte de África frente a Gibraltar. Inglaterra y América van a hacer todo lo que esté en su mano para asegurar su hegemonía sobre los Estrechos. Por tanto, esta guerra, que nosotros los alemanes y los italianos estamos luchando, está deci­ diendo la suerte de España. Su gobierno de hoy, y una España nacional e independiente no existirá nunca si nosotros no ganamos”. Tras reiterar a Franco que siempre había querido que se uniera al eje, el líder alemán le recordó sus promesas. “En nuestra reunión, acordamos que estábamos de acuerdo en que España debía de firmar el Pacto de las Tres Potencias y entrar en guerra. El periodo de tiempo hasta ese momen­ to no debía durar mucho, sino que debía ser corto, durante al cual usted

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El protocolo de Hendaya

Franco y Hitler suscribieron en Hendaya un acuerdo por el que España pasaba a formar parte del eje italo-alemán. El Generalísimo lo ocultó a los españoles pero los norteamericanos encontraron una copia en Berlín al final de la guerra que incluía las correcciones del punto 5 que motivaron la nota también secreta de Serrano Súñer que destacamos en este capítu­ lo y que delata el malestar de Franco. El pacto de Hendaya decía: “Hendaya, octubre 23,1940. Los Gobiernos italiano, alemán y español se han mostrado conformes en lo siguiente: 1. El intercambio de opiniones entre el Führer del Reich alemán y el Jefe del Estado español, siguientes a conversaciones entre el Duce y el Führer así como entre los ministros de Asuntos Exteriores de los tres países en Roma y Berlín, ha aclarado la presente posición de los tres países entre sí, así como las cuestiones implícitas al modo de llevar la guerra y que afec­ tan a la política general. 2. España declara estar dispuesta a acceder a la conclusión del Pacto Tripartito en septiembre 27,1940 entre Italia, Alemania y Japón, y a este fin firmar, en la fecha que sea fijada por las cuatro Potencias unidas, un protocolo apropiado que contemple su actual acceso. 3. Por el presente protocolo, España declara su conformidad al Tratado de Amistad y Alianza entre Italia y Alemania y ai mencionado Protocolo Secreto complementario de 22 de mayo de 1939. 4. En cumplimiento de sus obligaciones como aliada, España intervendrá en la presente guerra al lado de las Potencias del Eje contra Inglaterra, una vez que la hayan provisto de la ayuda militar necesaria para su prepa­ ración militar, en el momento en que se fije de común acuerdo por las tres Potencias, tomando en cuenta los preparativos militares que deban ser decididos. Alemania garantizará a España ayuda económica, facilitán­ dole alimentos y materias primas, así como haciéndose cargo de las nece­ sidades del pueblo español y de las necesidades de la guerra. 5. Además de la reincorporación de Gibraltar a España, las Potencias del Eje están dispuestas a considerar, en principio, que España debe estable­ cerse en África, hecho que puede ser llevado a efecto en los tratados de paz que se establezcan después de la derrota de Inglaterra. España recibi­ ría territorios en África en extensión semejante en la que Francia pueda ser compensada, asignando a España otros territorios de igual valor en África; pero siempre que las pretensiones alemanas e italianas respecto a Francia permanezcan inalterables. [Este 5 fi punto que, como hemos visto, causó profundo malestar a Franco, se redactó de forma tan confusa que admite interpretaciones. El redactado original tuvo correcciones del ministro de exteriores de fascis­ ta Galeazzo Ciano que aparecieron consignadas a estilográfica en la copia que hallaron los aliados en Alemania en 1945. La traducción que aquí ofrecemos no es literal pero creemos que interpreta correctamente el

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espíritu del acuerdo y de la oferta del eje]. 6. El presente Protocolo será estrictamente secreto, y los aquí presentes se comprometen a guardar su más estricto secreto, a no ser que por común acuerdo decidan hacerlo público. Hecho en tres textos originales en italiano, alemán y español”.

tendría que llevar a cabo ciertas medidas económicas [Destinadas a paliar el hambre en España y a recuperar algo la maltrecha economía española]. Siempre he sido escéptico acerca de la esperanza mostrada por usted de que pueda obtenerventajas económicas básicas para España en un perio­ do [tan] corto de tiempo”. ElFührer rogó al Caudillo que no se dejase engañar por el Reino Unido, temiendo, acertadamente, un doble juego por parte del español y la astu­ cia británica. “Inglaterra no tiene intención real de ayudar a España, sino que sólo desea mantenerla hiera de la guerra, para aumentar sus proble­ mas y para finalmente destruir al Gobierno español. Pero incluso si Inglaterra se sintiera de alguna forma sentimental (algo nuevo para Inglaterra] cerca de ayudar a España, no podría hacerlo debido a la reduc­ ción de su estándar de viday a su escasez de transportes”. Descartada Inglaterra como fuente de ayuda para España, Hitler pasó a enumerar su oferta de auxilio consistente en “100.000 toneladas de cereal que hay en Portugal, destinadas para Suiza”. El Führer creía que el cereal y la propaganda -tan hábilmente desarrollada por su régimen- prepararía al pueblo español para la guerra y así se lo hizo saber a Franco, advirtién­ dole veladamente que la misma propaganda podía ponerse en su contra. Es decir, le amenazó con hacer públicos los acuerdos secretos entre ambos países -y dinamitar con ello la neutralidad oficial española- y con usar la propaganda nazi contra el régimen español: “usted mismo, Caudillo, insistió que no se hiciera público el pacto Tripartito [de las tres potencias], puesto que eso entorpecería sus esfuerzos de obtener importa­ ciones de cereal”, le recordó el Führer. A las presiones siguieron frases para el acercamiento: “En nuestra con­

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versación nunca se pretendió que España entrara en guerra en el próximo otoño o invierno y Alemania está preparada para enviarle productos en el momento en el que se fíje el día de entrada en la guerra”. Y, para reforzar sus argumentos, el canciller alemán hizo un resumen de las negociacio­ nes habidas hasta entonces entre España y el III Reich y que Franco siem­ pre ocultó: “Cuando en enero [1941] le pedí que entrara en la guerra, de forma que el 10 de enero las tropas pudieran estar en marcha para que, para finales de mes, pudiera empezar el ataque sobre Gibraltar, entonces se dijo por primera vez a nuestros negociadores que esa fecha era dema­ siado próxima, alegando razones económicas. Cuando insistí de nuevo en que Alemania estaba preparada para enviar cereal, el almirante Canaris recibió la respuesta concluyente de que dicho envío no sería decisivo, puesto que, al ser tan precipitado, no tendría ningún efecto práctico. Entonces se nos dijo, después de haber preparado baterías para las islas Canarias y de haber intentado estacionar bombarderos allí para mayor seguridad, que estas medidas no serían decisivas, puesto que las islas Canarias no se podrían mantener durante más de seis meses debido a la cuestión de los alimentos. Todo esto no es un problema de economía, como queda claro en [su] la última comunicación: [que dice que] un ata­ que no se podría producir en esta temporada, sino que tendría que esperar hasta el próximo otoño o invierno”. “No entiendo” -recriminó Hitler- “por qué alguien querría dar primero razones económicas sobre la imposibilidad de llevar algo a cabo, cuando ahora es imposible simplemente a causa del clima y cuando al ejército ale­ mán no le molesta el tiempo. Tuvo suficiente experiencia en Noruega”. La actitud cambiante y esquiva de Franco en tom o a la incorporación de España a la guerra exasperó a un Hitler que manifestó que sentía un “gran pesar por su actitud” debido a unos argumentos en los que incluyó “que si España hubiera entrado en guerra el 10 de enero, Gibraltar estaría hoy en nuestras manos” y que “la situación económica de España mejora­ ría con lo que pudiéramos enviar”. El Führer pensaba además que la incor­

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poración franquista al eje beneficiaría a España, que había hecho deman­ das territoriales que “el Duce yyo estamos preparados para cumplir hasta un cierto grado”. Como argumento adicional, Hitler dijo a Franco que fuera consciente de que “la carga sangrienta del combate” había sido soportada por Alemania e Italia y que “ambos, no obstante” hacían “recla­ maciones muy modestas”. “España nunca tendrá otros amigos como los que tiene hoy en Alemania e Italia, a menos que España cambie completamente”, anotó Hitler. “Pero dicha España cambiada sería una de decadencia y de colapso final. Por tanto, creo que nosotros tres, el Duce, usted y yo, podemos ser aliados en el periodo posiblemente más grave de la historia, y que en estas discusiones históricas deberíamos seguir el alto principio de que, en tales tiempos, nuestros pueblos pueden ser salvados no por una situación apa­ rentemente inteligente, sino por corazones atrevidos". Antes de despedirse, Adolf Hitler citó el vigor militar alemán. “Es un hecho que el poder británico está roto en Europa y que la máquina militar más poderosa del mundo está preparada para otra tarea. El futuro revelará lo bueno y fiable que es este instrumento. Mis saludos más cordiales y de camaradería. Suyo. Adolf Hitler”.

El doble juego del ‘Caudillo’ Dos años después de la carta anterior, ef'21 de febrero de 1943, Franco, reafirmó su pacto con Hitler de pelear contra los aliados en España y lo hizo cuando ya sabía por el presidente Roosevelt que los angloamerica­ nos nunca pisarían suelo español. El acuerdo se firmó, para sorpresa de Estados Unidos, después de la entrada norteamericana en la contienda mundial y tras la decisión del Caudillo de cam biar al frente del Ministerio de Asuntos Exteriores al germanòfilo, Ramón Serrano Súñer, por el anglòfilo Francisco Gómez-Jordana, en un gesto de apaciguamien­ to claro hacia los aliados. Los funcionarios de Estados Unidos se descon­

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certaron al descubrir que Generalísimo y Führer habían firmado un pacto secreto con la guerra ya tan avanzada. Tal fue su asombro, que en el con­ junto documental remitido a su embajada en Madrid el 10 de octubre de 1945 el citado pacto fue el único al que se adjuntó un comentario. La copia alemana del acuerdo, catalogada como F3 0357-0356 (y 0355), tiene tres folios, sobre el primero de los cuales aparece escrito “Geheim protokoll” (acta secreta) y a mano una fecha: “21/2.43”, y la palabra “Führer” junto a ella. Las dos páginas siguientes contienen el texto del acuerdo en español y en alemán. Ambas hojas aparecen firmadas por Gómez-Jordana y Hans von Moltke, embajador del Reich en España en aquellas fechas. “Este es el único documento [que habla de acuerdos entre el III Reich y España] con fecha posterior a la entrada de Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial” subrayaron los norteamericanos en la anotación que acompaña al texto del acuerdo. “Es un protocolo secreto firmado por ‘nuestro buen am igo’ Gómez-Jordana y por Von Moltke el 10 de febrero de 1943, o lo que es lo mismo tres meses después de nuestro desembarco en el norte de África francés. El gobierno español, a petición del gobierno del Reich, declara que está decidido a resistir a toda acción de la fuerzas arma­ das anglo-americanas para poner pie en la península Ibérica o en territo­ rios españoles fuera de la Península, es decir, en el Mediterráneo, Océano Atlántico y en África, así como en el protectorado español en Marruecos, y defenderse contra tal acción con todos los recursos de que disponga”. Esta intención española les resultó “curiosa” a los americanos debido a que “el presidente Roosevelt ya había enviado un mensaje a Franco indicando que el territorio español sería respetado por las fuerzas angloamericanas”.

Objetivo Gibraltar Como indica la batería de documentos repasados en este capítulo, a finales del verano de 1945 la administración de Estados Unidos ardía en deseos de averiguar el alcance de las relaciones franquismo-nazismo-

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fascismo. Francisco Franco era el único de los tres dictadores que queda­ ba vivo y cada nuevo dato le acercaba más a la Alemania recién vencida. Este es el caso de los planes conjuntos hispano alemanes para atacar Gibraltar que el “servicio exterior de la embajada de Estados Unidos de América” en España encontró tan significativos que los remitió, “vía mensajero aéreo”, a J. Edgar Hoover, director del Federal Bureau o f Investigation (FBI) el 15 de septiembre de 1945. El documento tiene tres elementos que lo hacen muy interesante. Por una parte la importancia del destinatario, Edgar Hoover. Por otra, el nom­ bre de la fuente informativa, que después de tantos años todavía aparece censurado. Y, por último, la revelación de que hacia 1941 hubo un acuerdo entre el Alto Estado Mayor español (AEM) y el mando militar alemán, Oberkommando der Wehrmacht (OKW) para invadir el Peñón. El infor­ mante de la existencia de tal alianza fue un agente del Secret Intelligence Service (SIS) británico, también conocido como MI-6, A su vez, el agente del SIS había recibido la información de un confidente suyo, probable­ mente alemán, al que no identificó. Según supo, el acuerdo no fue escrito debido a que la colaboración entre militares españoles y alemanes “había sido tan estrecha como para hacerlo innecesario”. El espía sostenía que “el ataque se planificó para que se llevara a cabo simultáneamente desde tierra y aire. La protección a las tropas de tierra se haría utilizando panta­ llas de humo, después de un potente bombardeo de artillería, ya que los alemanes contaban con expertos en pantallas de humo estacionados en un campamento y durante varios meses habían estudiado las condiciones meteorológicas previstas. El Alto Estado Mayor español proporcionó a los alemanes todos los detalles de todas las carreteras militares, fortificacio­ nes y colocación de cañones en el campo de Gibraltar, y ambos estados mayores prepararon otras posiciones para la artillería alemana” -dijo el confidente- “que ya estaba concentrada en el sur de Francia”. Toda la operación iba a ser dirigida por el mariscal de campo, Georg von Küchler, uno de los invasores de Polonia. Además, los alemanes se

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Iaís. El arquitecto protestó pero el 19 de julio de 1944 partió de Barcelona fiada Alemania, donde le ingresaron en un hospital con una crisis nerviola. Recuperado, a mediados de septiembre se presentó en su cuartel genepal a 30 kilómetros al sur de Berlín, donde pasó a depender de la adminis­ tración central de la Seguridad del Reich en una oficina de asuntos de la Armada del sector militar de Krems, en el Danubio. Allí le sorprendió & capitulación y poco después fue detenido. Joseph M. Kolisch, el coman­ dante de infantería de Estados Unidos que le interrogó, dijo que Kurt Fizia había sido “ reacio a dar detalles voluntarios ” y que prefirió preguntas con­ cisas “que en ocasiones contesta evasivamente o dice que ha olvidado la respuesta. Sus actividades entre octubre de 1943 y abril de 1944 no están suficientemente claras”. Por todo ello el arquitecto Fizia quedó confinado para su “desnazificación” (sic).

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A mediados de los años cuarenta del siglo XX, con la II Guerra Mundial incli­ nada en favor de los aliados y Franco en el poder en España pero navegando entre dos aguas, norteamericanos y británicos trataron de afinar sus análisis para interpretar correctamente las fuerzas e inclinaciones ideológicas que intervenían en el destino de España. Del mismo modo que estudiaron la resistencia antifranquista o el papel de la Iglesia católica, descifraron -a su criterio- la relación existente entre la Falange, el partido que daba soporte ideológico al régimen, y los gobiernos de Franco. El descarado acercamiento de Franco hacia los aliados a partir del día en que percibió que Hitler perdía la guerra, permitió discernir que no todos los españoles del bando nacional eran falangistas y que no todos los gobernantes simpatizaban con el partido fundado el 29 de octubre de 1933 por el abogado José Antonio Primo de Rivera. Tam bién les perm itió descubrir que Falange Española Tradicionalista (FET), fusionada con las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista (JONS) de Onésimo Redondo y Ramiro Ledesma Ramos, consti­ tuían el núcleo central de los servicios de información del régimen y que, a través de ellos, se controlaba la limpieza política de los españoles.

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Al mismo tiempo, comprobaron que los falangistas enlazaron con la inteligencia militar nazi vulnerando reiteradamente la neutralidad espa­ ñola. Lo mismo que hacían muchos oficiales del ejército español, que par­ ticiparon en sabotajes contra los aliados, con el beneplácito de sus supe­ riores y bajo el auspicio del dispositivo de guerra alemán centrado en Madrid. El resultado fue una amalgama de fuerzas y servicios de inteligenciay espionaje españoles, simpatizantes de nazis y fascistas, que ayudaron al eje sin ningún reparo. Sólo la documentación procedente de los servi­ cios secretos antagonistas -alemanes y españoles por un parte y británicos y norteamericanos por la otra- ha permitido descubrir que en España tam­ bién se combatió durante la II Guerra Mundial. Fue de un modo subterrá­ neo pero sangriento. Una guerra desconocida que acabó provocando un ultimátum británico a Franco.

¡Sabotaje! El 25 de febrero de 1944 el servicio de inteligencia del Reino Unido elaboró un informe en buen castellano que Samuel John Gumey Hoare, embajador británico en Madrid, primer vizconde de Templewood y controvertido políti­ co conservador, entregó muy molesto a José Félix de Lequericay Erquiza, el falangista, abogado y diplomático vasco, ministro de Asuntos Exteriores del cuarto gobierno de Franco. En su breve nota de presentación, ésta en inglés, el gobierno de Su Majestad británica saludó cortésmente al ministro y le anunció sin más preámbulos que el dossier que le entregaba se refería a la organización alemana que espiaba sus barcos en el Estrecho de Gibraltar y al grupo de alemanes y de españoles que saboteaban sus instalaciones y sus barcos. Nombres, apellidos, fechas y datos precisos conformaron una contundente denuncia y un ultimátum ante la reiterada violación de la neu­ tralidad cometida por España y ocultada por Franco a los españoles. Una copia de la misma quedó guardada en los Archivos Nacionales de Estados Unidos, lo que ha permitido comprobar 60 años después que numerosos A

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españoles -civiles, falangistas y militares en activo- espiaron y pelearon en la Península al servicio del III Reich. “Desde mayo de 1942 el Gobierno de Su Majestad ha llamado repetida­ mente la atención del Gobierno español sobre los puestos de observación clandestinos a ambos lados del estrecho de Gibraltar, y sobre las activida­ des del servicio secreto alemán extensamente esparcidas en Tánger y Marruecos español. El Gobierno de Su Majestad ha facilitado con frecuen­ cia al Gobierno español listas de nombres alemanes dedicados a estas actividades y de los locales donde ejercen y otros detalles”. Así comienza la Nota 2j o de la embajada británica de Madrid que anunciaba al gobierno español de 1944 que estaban hartos de la actitud de tolerancia franquista hacia Alemania, al mismo tiempo que exigían un final a la actividad bélica pro nazi desarrollada en territorio español. El despacho secreto tenía 21 folios de extensión y se subdividía en cuatro partes: la lista de espías ale­ manes detectados, la denuncia de las estaciones de observación en el Estrecho y dos anexos sobre las operaciones de sabotaje en las que partici­ paban oficiales españoles. Con aquel documento, el gobierno de Su Majestad solicitó del espa­ ñol que dejara de violar la neutralidad, que todos los alemanes men­ cionados fueran expulsados de España, que se tomaran “medidas enér­ gicas” contra los españoles colaboracionistas y que “en adelante” se mantuviera una “vigilancia estrecha sobre las actividades alemanas para evitar nuevos abusos del territorio y la neutralidad española”. La admi­ nistración de sir Winston Churchill avisó por escrito que no podía “menos que advertir que la continuación de estos desafueros indudable­ mente pequdicarán las relaciones cordiales que hasta ahora han existi­ do entre el Gobierno de Su Majestad y España”. La denuncia británica trató inicialmente el operativo Bodden (capítulo 4), que los británicos conocían en todos sus detalles, de m odo que bajo el epígrafe “Espionaje” describieron desde la ubicación exacta de los puntos de observación alemanes sobre el estrecho de Gibraltar, hasta los nombres

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y apellidos de todos sus operadores, entre los que citaron a Kurt Karl María Fizia (citado también en el capítulo 4), el arquitecto-espía del que dijeron que “pese a haber abandonado la estación, sigue operando en Madrid a las órdenes de Gustav Lenz”. Es evidente que en febrero de 1944 la inteligencia británica conocía cómo funcionaban los puestos de vigilancia alemanes que controlaban sus barcos. Y lo supieron gracias a dos fuentes de información bien distin­ tas: sus propios agentes y los italianos antifascistas. Seguramente con la intención de que el régimen gobernante en España supiera de una vez por todas que el fascismo había sido derrotado ya en Italia, los británicos des­ velaron que las autoridades italianas les habían suministrado “pormeno­ res sobre estas actividades”. En efecto, por esa vía supieron que, además de los ataques alemanes contra sus intereses en territorio español, se pro­ dujeron otros en los que participaron civiles y oficiales españoles vincula­ dos a Falange que cobraron por sus servicios al III Reich. La primera vez que los británicos exigieron a Franco que pusiera fin a la participación española en los sabotajes contra los angloamericanos fue el viernes 27 de noviembre de 1942, un día en el que los desembarcos aliados en Marruecos y Argelia y el acoso soviético a Stalingrado marcaban el paso de la guerra. Luego se repitieron otros escritos en el mismo sentido, siempre con nuevas pruebas. Los hubo el 21 de enero, el 8 de septiembre y el 26 de octubre de 1943, sin contar un montón de reuniones y notas verbales para tratar de tan espinoso tema. Cuando en febrero de 1944 remitieron la nota que nos ocupa, no pudieron dejar de advertir por última vez al franquismo que se comportara como neutral o que se atuviera a las consecuencias. ¿Qué había sucedido para que la flema británica se convirtiera en indig­ nación? Pues que desde el inicio de la II Guerra Mundial en 1939 hasta la fecha indicada en 1944,20 buques aliados habían sido atacados en España por saboteadores que operaban en nuestro país. El balance era el hundi­ miento de buques que sumaban más de 56.000 toneladas y la voladura del pesquero artillado Erin por un grupo español al servicio de los alemanes, A

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liderado por un tal Emilio Plaza Tejeras. Los integrantes del comando sabo­ teador recibieron 30.000 pesetas cada uno como pago por su acción. “El gobierno español está bien enterado del sabotaje del buque cisterna italiano Fulgor [después que la Italia sin Mussolini pasara al bando aliado el 13 de octubre de 1943], saboteado con éxito por los alemanes el 24 de octu­ bre de 1943 en aguas del Arsenal de La Carraca (Cádiz) y del ataque infruc­ tuoso contra el buque cisterna italiano Lavoro el 31 de octubre de 1943 en el Arsenal de Cartagena, cuando uno de los saboteadores procedentes del buque alemán Lirpari, usado como central de sabotaje, murió con la explo­ sión prematura de una de las bombas. Este ataque contra el Lavoro fue seguido por otro con éxito realizado por saboteadores alemanes contra el barco italiano Gaeta el 4 de enero de 1944 en Huelva y contra el barco italia­ no Cesena el mismo día en Barcelona”, pormenorizó Gran Bretaña. Además, el Secret Intelligence Service británico (SIS) informó al minis­ tro José Félix de Lequerica que sabía perfectamente que tras una visita a nuestro país del almirante Wilhelm Canaris, jefe de los servicios secretos germanos, éstos acordaron con los españoles intensificarlos ataques con­ tra barcos aliados en Sevilla, Huelva, Cartagena, bahía de Gibraltar y otros puertos españoles. “Aunque el gobierno español profese ignorancia de las actividades de sabotaje del enemigo, ni ignorancia o impotencia pueden explicar la attitud [sic] de un número de súbditos españoles y funcionarios que viven cerca de las bases enemigas (...) quienes no sólo han deliberada­ mente ignorado las actividades de sabotaje del enemigo llevadas a cabo a pocos metros de ellos, si no que también han facilitado ayuda activa a los agentes enemigos interesados”.

El secreto del Olterra Uno de los casos a los que el informe dedicaba mayor atención es el Olterra, el buque cisterna italiano de 4.995 toneladas, parcialmente hun­ dido por su propia tripulación en la bahía de Algeciras al comienzo de la

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II Guerra Mundial para evitar que cayera en manos aliadas. La historia del Olterra, transformado en base secreta desde donde fueron lanzados los torpedos tripulados de la 10^ Flotilla MAS (Mezzi Asalto Sottomarine) de la Regia Marina italiana a las órdenes de Mussolini, es de sobra cono­ cida. No hay tratado sobre hechos de guerra submarina de la II Guerra Mundial que no dedique amplia información a los oficiales italianos que transformaron las bodegas del barco en un puerto submarino por el cual salieron en sus famosos torpedos tripulados con los que, entre septiem­ bre de 1941 y mayo de 1943, hundieron ocho mercantes en Gibraltar. Sus acciones son aún hoy en día orgullo de la marina italiana por el valor del que hicieron gala aquellos oficiales. El episodio del Olterra está inscrito en los anales de las grandes operacio­ nes bélicas encubiertas, pues, en teoría, los submarinistas italianos actua­ ron solos, sin ayuda en un terreno supuestamente hostil como debería haber sido un país neutral. Sin embargo, eso no fue así. Los hombres del Olterra contaron con total apoyo y cobertura española. Los británicos descu­ brieron el montaje y se indignaron. El resultado fue un ultimátum a España en forma de relato con todo lujo de detalles: el 13 de noviembre de 1940 un cabo y tres soldados españoles fueron destinados como guardias de vigilan­ cia al Olterra, semihundido en la bahía de Algeciras desde el 10 de junio anterior. Los cuatro españoles vivieron en al barco desde noviembre de 1940 hasta agosto de 1943. Les ordenaron que no permitieran que ninguna embarcación se acercara al Olterra y que no subiera al bordo nadie que no estuviera autorizado por el comandante de Marina de Algeciras. Oficialmente los tripulantes italianos del Olterra -explicaban los británi­ cos- nunca abandonaron el barco, pero en realidad fueron sustituidos por expertos italianos en lucha submarina que llegaron a España... ¡como turis­ tas! Éstos vivieron a bordo desde abril de 1941 hasta agosto de 1943 y, dado que los centinelas españoles dentro del buque nunca cambiaron, los britá­ nicos dieron por hecho “que los guardias españoles los conocían a todos, al menos de vista” ya que compartían alojamiento. Pues “a pesar de esto”

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Franco prefería fusilar

Un ejemplo que ilustra la personalidad del Generalísimo fue su conversa­ ción con el mariscal Philippe Pétain de agosto de 1939, cuando el militar francés era embajador en España. Una entrevista con la que Pétain quedó tan descolocado que se apresuró a contar lo sucedido al embajador norte­ americano en San Sebastián. El héroe de Verdón se reunió con Franco presumiendo que estaba ante un militar con el que sintonizaría. Se equi­ vocó. Tras marcar distancias, Franco le pidió al mariscal que Francia le entregase sólo 50.000 españoles confinados en los campos de concentra­ ción franceses. Pero... ¿por qué cincuenta mil y no la totalidad? La expli­ cación de Pétain retrata al dictador: “Franco deseaba fervientemente que unos 50.000 hombres, de los aproximadamente 150.000 que había en esos campos, fueran devueltos a España, para destinar un contingente a trabajos forzados y al resto juzgarlos y probablemente ejecutarlos”. Pétain no pudo satisfacer los deseos de Franco -pese a que los refugiados le costaban 650 millones de francos al Estado galo-, debido a que los españoles no aceptaron ser repatriados porque temían ser fusilados.

-escribió en español el Secret Intelligence Service británico- “a principios de julio de 1942 nueve italianos llegaron a bordo del Olterra donde se quedaron quince días y llevaron a cabo un ataque contra otro barco británico el 15 de septiembre de 1942.” Y el informe seguía con los movimientos de entrada y salida del buque, y los sucesivos ataques a barcos británicos. La responsabilidad española en la custodia del buque fue un argumento de peso para que el gobierno de Su Majestad reafirmara su acusación por la ruptura de la neutralidad española: “Para ciertos ataques, los saboteadores salieron de Puente Mayorga donde tenían una base en Villa Carmela. Para llegar a esta Villa desde el Olterra por carretera, los saboteadores italianos tenían que pasar varios ‘controles’. La playa en Puente Mayorga está bajo mando militar [español] absoluto. Es difícil, por no decir imposible, consi­ derar que los hechos arriba indicados tienen su explicación en inocente laxi­ dad por parte de los guardias a bordo del Olterra, o del Comandante de Marina de Algeciras, que era el responsable de expedir los pasaportes espe­ ciales a los tripulantes; o de los Carabineros españoles o Autoridades Navales de Puente Mayorga”, argumentó el Secret Intelligence Service. También supieron, y así se lo dijeron a Lequerica, que el cónsul italiano

El secreto r lo l f l l f o r f o

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en Algeciras, Guilio Pistono, que vivía en la villa Buen Retiro en la localidad de El Pelayo, a una decena de kilómetros de Algeciras, guardaba en su casa el material de sabotaje del Olterra. Y estaban al tanto de que todo el equipo necesario para los ataques, así como los enormes torpedos y las bombas incendiarias, llegó por carretera desde Italia hasta la casa de Pistono y desde ella hasta el Olterra, en teoría sin despertar las sospechas de las autoridades españolas. Como prueba del nueve de la impunidad que dis­ frutaron los fascistas italianos, mencionaban los ensayos de explosivos hechos por ellos en la playa de Algeciras a mediados de julio de 1942 que produjeron tres grandes explosiones. Pero había más. El contraespionaje del Reino Unido descubrió que el teniente coronel del servicio de información del campo de Gibraltar, Eleuterio Sánchez-Rubio Dávila, alias el Abuelo, trabajó en colaboración con el servicio de sabotaje alemán, lo mismo que otros españoles identifi­ cados como Emilio Plaza Tejeras y Juan Dodero Navarro. Del mismo modo averiguaron que Manuel Romero Hume, comandante de Marina de Puente Mayorga, junto a La Línea, pertenecía al servicio germano y había ayudado a tres saboteadores italianos vistos por un pescador, conocido por el Coca, cuando entraban en el agua por la playa, poco antes del sabo­ taje del 15 de septiembre de 1943.

Españoles ejecutados en Gibraltar Según especifica la misma denuncia del SIS, en aquellas fechas varios españoles al servicio de Alemania fueron detenidos por la Policía a peti­ ción de los británicos pero quedaron en libertad enfureciendo más al gobierno de Su Majestad. Este es el caso de la red de saboteadores al mando de Luis López Cordón Cuenca, formada por funcionarios y militares españoles, que fue parcialmente desbaratada en junio de 1943. El grupo se dedicaba a introducir material de sabotaje en Gibraltar en paralelo a las operaciones desde el Olterra. Pero la seguridad militar del A

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Peñón descubrió a López Cordón Cuenca y a sus colaboradores, Eduardo Oneto y Manuel Serna Botana, cuando entraban en la colonia. Los britá­ nicos ejecutaron a López Cordón e interrogaron a los otros dos, averi­ guando que el resto del grupo estaba integrado por Justo Grande Durán, Ramón Jover, Pedro Ruiz, Roberto Bernabé Ibáñez, Blas Castro, Narciso Perales Herrero, Pedro Ramos y Augusto Alcaide. Todos españoles, que serían detenidos a petición de los aliados en territorio español y libera­ dos inmediatamente ante la irritación británica. Pocos días después, el 30 de junio de 1943, se produjo otro incidente en el Peñón que acrecentó más todavía la indignación del gobierno de Winston Churchill. Fue un gran incendio provocado en Coaling Island, el arsenal de Su Majestad, donde el fuego destruyó una “cantidad impor­ tante” de gasolina. Los británicos capturaron al saboteador, José Martín Muñoz, que confesó que había sido captado por unas personas a las que identificó como Fermín Mateos Tapia y Paciano González Pérez, quienes le habían suministrado el material para el atentado al ser ambos agentes del departamento de sabotajes del aparato de guerra alemán en España, la KOSp. Las autoridades militares de Gibraltar informaron a las españolas y éstas detuvieron a Mateos Tapia y a González Pérez y, aunque parezca sorprendente, los dejaron en libertad sin disimulo. En cambio José Martín Muñoz fue ejecutado en Gibraltar el 11 de octubre de 1943, confirmaron los británicos al ministro Lequerica. El extraordinario privilegio con el que actuaron en España comandos italianos y nazis en la época del Olterra, les hizo sentirse en territorio pro­ pio y no en país neutral. El informe que nos ocupa es demoledor, aun leído más de sesenta años después de su elaboración. Por lo tanto, es lícito suponer que impactó en el gobierno español, que debió sorprenderse del conocimiento que tenían los británicos de una actividad que debería haberse desarrollado en secreto. Septiembre de 1943 fue el mes en que el Ministerio de Marina español se sintió descubierto por los británicos y ordenó, con ansiedad, borrar cual-

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quier prueba que les relacionara con los saboteadores. Medida inútil pues los espías ingleses contaban con información procedente del propio minis­ terio español. Se lo soltaron a Lequerica con las siguientes palabras: “El 22 de septiembre de 1943 se recibieron órdenes del Ministerio de Marina espa­ ñol para que los tripulantes del Olterra borraran toda evidencia de que el buque cisterna había servido como centro de sabotaje, y un oficial de la Marina de Guerra española fue enviado expresamente a Madrid para insistir en que esto se hiciera. El mismo día, el segundo comandante de marina de Algeciras recibió instrucciones al mismo efecto del Gobierno español. El 25 de septiembre de 1943, el oficial de la Marina de Guerra se expresó extrema­ damente discontento [sic] del paso a que los italianos estaban llevando a cabo las reformas del buque cisterna y dijo que si no se terminaba el trabajo de hacer desaparecer todos los indicios en un plazo cortísimo, el barco ten­ dría que ser echado a pique. Dijo además que no había que dejar ninguna prueba de las funciones a que el barco había estado dedicado por temor a que lo vieran los británicos en caso de que el barco cayera en sus manos”.

El caso del ‘señor A’ La extensa comunicación de la embajada del Reino Unido al ministro de Asuntos Exteriores español probando y denunciando la reiterada viola­ ción de la neutralidad española desveló, con toda intención, el grado de conocimiento que el Secret Intelligence Service tenía de las complicida­ des hispanas en los sabotajes del área de Gibraltar. Sin embargo, los bri­ tánicos se guardaron más información -m uy comprometida para el franquism o- que traspasaron a los norteamericanos para advertirles sobre el doble juego español en el campo de los sabotajes. La documen­ tación muestra que la embajada británica en Madrid informó puntual­ mente a la de Estados Unidos. De este modo, lo que sucedía en Gibraltar fue perfectamente conocido en Londres y Washington, lo que permitió a ambas administraciones actuaren consecuencia, coordinadamente. De A

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Jos informes secretos remitidos por los británicos destaca el de 9 de marzo de 1944, en el que desvelaban parcialmente una de sus fuentes de información y añadían datos sobre los oficiales españoles involucra­ dos en atentados contra los aliados. : La comunicación fue titulada: Notas sobre la complicidad de oficiales en activo del ejército español en intentos de sabotaje contra Gibraltar y en su anexo número 2, del despacho 2152 de la fecha indicada, se explicaba que desde abril de 1943 un gibraltareño, al que identificaron como señor A, había estado informando a las autoridades británicas de la marcha de los intentos de soborno de que había sido objeto para que cometiera actos de sabotaje en Gibraltar. El asunto comenzó durante la primera semana de abril de 1943 cuando al señorA le caducó el pase de pernocta para La Línea y, para arreglar el asunto, ya en territorio español, “se dirigió a un amigo que le presentó a Blas Castro, alférez de un regimiento de infantería de guarnición en el campo de Gibraltar que alegaba tener influencia con la Policía”. Sin más preámbulo, el alférez le ofreció, además del pase, de 50.000 a 100.000 pesetas y “refugio en España o Alemania como recom­ pensa por poner una bomba en el depósito de municiones en el túnel del arsenal de Gibraltar”. A no se negó y el 20 de abril le acompañaron a una casa de la calle Cabanellas, de La Línea, donde le presentaron a Narciso Perales Herrero, el médico militar de San Roque, que insistió en que cometiera sabotaje en Gibraltar. En una cita posterior, el 2 de mayo, A acudió a la clínica donde trabaja­ ba Perales. Allí, un ordenanza, vestido con bata blanca y pantalones del ejército español, les trajo un mapa de Gibraltar en el que aparecía marca­ do en rojo el túnel del arsenal. El 7 de junio volvieron a reunirse con el doc­ tor Perales y con un coronel que no logró identificar. Hubo más conversa­ ciones para acabar de persuadirle del sabotaje y otra cita el 20 de junio. El señorA se encontró en la aduana de La Línea con los alféreces Blas Castro y Pedro Ramos y los tenientes Justo Grande Durán y Ramón Jover, todos ellos destinados en acuartelamientos de la zona. A les acompañó hasta la

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casa de Justo Grandes donde hablaron del atentado y supo de la existencia del señor B, en este caso un británico captado por los cuatro oficiales, cuyo plan de sabotaje -una bomba en el puerto- estaba más avanzado que el suyo. Al día siguiente A se reunió en un hotel de Sevilla con Castro y con Jover que ultimaron el plan de B delante suyo. Poco después los dos hom ­ bres recibieron de los oficiales españoles el dinero y los explosivos pero, obviamente, no cometieron ningún sabotaje pues habían estado infor­ mando de lo sucedido al seivicio de inteligencia del Reino Unido. Sin embargo, aunque en esta ocasión, los británicos lograron controlar el asunto, consta en la documentación desclasificada que el grupo de milita­ res españoles mencionado no se arredró ante el fracaso que supuso para ellos que A y B no atentaran contra Gibraltar y continuaron prometiendo grandes cantidades de dinero a españoles que entraban en la colonia a cambio de introducir material para sabotajes o incluso para que los come­ tieran. No consta, sin embargo, qué pérdidas o destrozos lograron causar los saboteadores españoles.

Falangistas al servicio de Alemania Al comienzo de la II Guerra Mundial, los servicios secretos españoles convivieron con las agencias de información y contraespionaje alema­ nas y en un plano menor con la OVRA -la Organizzacione di Vigilanza e Repressione delI’Antifascismo- italiana. Los aliados pensaban, no obs­ tante, que el servicio de inteligencia de un país como España destrozado después de una guerra civil no contaría en el marco de una conflagra­ ción de ámbito mundial, lo que se demostró falso. Además del Servicio de Información Militar (SIM) y de la Policía, los aliados tuvieron que pre­ ocuparse por los servicios de inform ación de Falange Española Tradicionalista (FET) y de las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista (JONS) que actuaban unas veces en paralelo y otras en conexión con los nazis que se habían infiltrado en las fuerzas de seguridad del Estado A

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españolas. La ideología de estos dos grupos, simpatizantes del modelo nacionalsocialista y aún más del fascio, les convirtió en unos magníficos compañeros de viaje del eje, aún después de perder la guerra. Durante los primeros años de la postguerra los falangistas participaron del núcleo de los servicios de información del régimen controlando la lim­ pieza política de los españoles y velando por los mismos intereses por los habían combatido en la Guerra Civil. Recuérdese, como se explica en el capítulo 3, que los falangistas fueron los encargados de custodiar a la familia de Clara Petacci en su misteriosa etapa española. En fin, si la lista de espías alemanes operativos en España reconstruida por los aliados es grande, la de españoles que colaboraron con aquéllos es mayor. Además, en los archivos norteamericanos hay informes amplísi­ mos de los falangistas que operaron en América al servicio del III Reich. Igualmente hay decenas de informes en español procedentes de los pro­ pios servicios de información de Falange y otros del SIM y otros más de la Policía, todos ellos favorables al eje. Una brevísima nota de la sección de información de la Dirección General de Seguridad española, fechada en Madrid a 24 de mayo de 1944, retrata perfectamente la época. La nota decía textualmente: “Actividades contra el régimen: Por los norteamericanos se está tratando de ampliar el servicio de Información general, dirigido por los llamados agentes petrolí­ feros, con elementos españoles procedentes del campo rojo. Esta amplia­ ción de Servicios piensan hacerla sobre los Puertos como, según dicen, ya lo tienen establecido en otros extranjeros, siendo méritos para entrar en él haber estado procesado y condenado por su actuación en nuestra pasada guerra de liberación. En estos días se espera empiecen a funcionar dichos nuevos elementos, que titulan de control”. Sin comentarios. Tras la Guerra Civil, la Falange Española Tradicionalista de las JONS impulsó su propio Servicio de Información e Investigación que se superpuso a los cuerpos de seguridad del Estado. Esta “delegación nacional” falangista controló, vigiló y espió a quien consideró necesario y en la misma medida

Falangistas al servicio de Alemania

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realizó sus propios informes. Además, por su condición de partido único, pero partido al fin y al cabo, su implantación fue transversal de modo que hubo falangistas en todas las capas sociales de la sociedad y en todas las pro­ fesiones, que constituyeron una magnífica fuente de información. Un buen ejemplo de lo dicho lo constituyen los informes de mayo de 1943 redactados en la “delegación nacional del Servicio de ¡información e Investigación” falangista, escritos en papel con doble membrete del yugo y las flechas y el águila imperial sobre otro yugo y flechas, todo ello bajo los lemas “Saludo a Franco” y “¡Arriba España!” Los mencionados informes desvelan que los falangistas se dedicaron a vigilar las legaciones de Estados Unidos y del Reino Unido, violando incluso la valija diplomática. De lo contrario no se explica que el documento describa el contenido de 32 cajas recibidas por el cónsul norteamericano en Málaga, Harold B. Quarton, o que supieran que Jack Patterson, un alto funcionario de la embajada de Estados Unidos, cursaba sus cartas en sobres sin remitente. Una nota confidencial, elaborada por la embajada de Estados Unidos en Madrid y enviada a Washington el 14 de septiembre de 1944, revela la percepción del fenómeno falangista a ojos de Estados Unidos: “Puede aceptarse sin duda que Falange como organización ha sido pro eje. No lo ha mantenido en secreto. Su responsable activo hasta hace poco, Ramón Serrano Súñer, ha destacado por sus alardes de simpatía hacia la causa del eje y esperaba la victoria del eje. Falange está estrechamente asociada ideológicamente con el Partido Nacional Socialista en Alemania y con el Partido Fascista en Italia; aunque Falange, más o menos al igual que los españoles en general, siente un considerable desdén por éste último y no deja de ser consciente de su subordinación a Alemania. Los líderes de los tres partidos tienen buena sintonía entre sí, se intercambian visitas oficia­ les y con frecuencia expresan su solidaridad”. Ahora sabemos que el servicio de inteligencia de Estados Unidos contó con fuentes directas -por cierto, en muchos casos siguen censuradas- que suministraron información de primera mano. Ese hecho explica que, en lo A

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referente a los servicios de información de Falange, los archivos norteameri­ canos cuenten con abundantes originales falangistas en español. También explica por qué sabían que no todos los falangistas fueron pro eje. “Se sabe -escribieron los americanos- de muchas personas que se unieron a Falange por conveniencia, ya que es prácticamente imposible tener un cargo público o incluso lograr un empleo en España a menos que se pertenezca a Falange”. En cuanto a la vinculación de la diplomacia pro­ fesional española con la llamada Falange Exterior, Estados Unidos sopesó el asunto y concluyó que no todos, ni incluso una mayoría de los miem­ bros del servicio diplomático español, especialmente los de carrera, fue­ ran pro eje. De hecho, los servicios secretos de Estados Unidos indicaron “que la mayoría de ellos [los diplomáticos españoles] son monárquicos antifalangistas. Esto es especialmente cierto en el caso del personal diplo­ mático de carrera perteneciente al Ministerio de Asuntos Exteriores. Muchos de ellos, incluyendo uno de los oficiales de mayor rango del Ministerio de Exteriores, que cuenta con gran autoridad, han mostrado sin reservas su amistad hacia las democracias y han dado una clara eviden­ cia de esa amistad en diversas ocasiones”. Los informes no revelan el nom­ bre de ese miembro del gobierno español colaborador de los aliados. Resulta curioso comprobar cómo, en 1944, Estados Unidos detectó cierta distancia entre Falange y parte de los gobiernos del general Franco: “El Gobierno español, a diferencia de Falange, ha resistido durante algún tiempo la feroz presión, no sólo política sino económica y militar, del eje con considerable éxito. Por citar ejemplos recientes, la embajada ha con­ firmado que la solicitud de visado de unos 50 alemanes, que la embajada alemana desea traer a España como miembros de su servicio auxiliar, ha estado pendiente en la oficina de Asuntos Exteriores española durante unos meses. Además, la embajada [de Estados Unidos] ha determinado que el nuevo ministro de Asuntos Exteriores español [se refieren a GómezJordana], después de consultar con el general Franco, dijo a los miembros del comité económico español que negocia con los alemanes que les apo-

Falangistasal servicio de Alemania

yaría para resistir las demandas alemanas no razonables y les instó a la obtención de concesiones razonables para España”.

La red exterior de Falange La extensión y el alcance real de Falange Española en América, es decir de la Falange Exterior liderada por Raimundo Fernández Cuesta, fue observada con lupa por Estados Unidos que vio en el partido pro fascista español el alter ego del nazismo en su continente y por lo tanto a un peli­ groso enlace con el enemigo. El asunto fue puesto por escrito en una lar­ guísima y un tanto desordenada nota del FBI de 25 de marzo de 1942 señalada como Archivo N. 2 j o i .5211/688 y titulada Referente a la colabo­ ración de oficiales diplomáticos españoles con el enemigo. La nota es casi el compendio de la información sobre las conexiones españolas y nazis recopiladas por el FBI al otro lado del Atlántico, y aunque repasa casi país por país americano -incluido Estados Unidos- el funcio­ nario que la elaboró no tuvo tiempo, no quiso o no supo organizar los datos de forma sistematizada. Son 25 páginas, sin embargo, que permiten calibrar el entramado falangista instalado en las embajadas e institucio­ nes españolas en América. En los siguientes párrafos, que reproducimos más ordenados que en el original, se comprueba el trabajo de información realizado por el FBI en el continente americano: “La revelación de que los diplomáticos españoles en otras repúblicas americanas han estado actuando para el enemigo como agentes, interme­ diarios y cómplices, se sustancia en informes recibidos por el departamen­ to [FBI] en los últimos cuatro m eses”, comienza el dossier para, a conti­ nuación, sin más preámbulos, pasar a hablar de Argentina: “El embajador español en Buenos Aires, el marqués Megas, que durante varios años ha sido embajador español en Berlín, está en colaboración estrecha con las embajadas alemana e italiana (...). El disfrute de la inmunidad diplomáti­ ca española por parte de agentes alemanes, si es así, puede clasificarse A

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L o s falangistas n o caían b ien en Barcelona

En agosto de 1944 el consulado americano en Barcelona envió a Madrid los datos policiales sobre el asalto de un grupo de unos 20 falangistas al hotel Bristol, en Portal de l ’Ángel, que se había producido el 19 de julio. Los falangistas, “de uniforme del partido y de la División Azul, armados de pistolas y cuchillos” destrozaron buena parte del hotel y la habitación donde se hospedaba el doctor israelí de origen portugués Samuel Sequerra, al que buscaban por simple fanatismo racial y que se encontra­ ba en España para salvar judíos apatridas. La nota incluía el siguiente comentario: “Entre el público de Barcelona ha causado gran impresión lo ocurrido, aumentando la antipatía que casi toda Barcelona siente por los que fueron de la División Azul y también puede decirse que igual antipa­ tía se siente por la Falange”.

como el m edio más efectivo de comunicación disponible para los agentes alemanes en el hemisferio occidental”. Como colofón a esta colaboración pro nazi de la legación española en Argentina, el FBI añadió un dato más: “Conforme a fuentes británicas, la embajada española en Buenos Aires está en este momento involucrada en la transmisión de fondos recibidos de alemanes locales por organizaciones nazis. Este dinero, llevado hasta España en los barcos Ibarray Aznar, se va a enviar a Berlín”. La representación diplomática española en Estados Unidos no se libró de la influencia germana. Los encargados de la Seguridad Nacional nortea­ mericana informaron “de otro supuesto caso en el que las embajadas espa­ ñolas sirvieron como canal de transmisión de información a Berlín: “Una fuente confidencial que se cree fiable informa que la embajada española en Washington, D.C. transmite información para los alemanes mediante cables codificados desde Washington a la embajada española en Buenos Aires, que, a su vez, la trasmite al Gobierno español desde donde se envía a Berlín. Algunos de estos mensajes dieron rutas de navegación, destinos y caigos de barcos que navegan desde los puertos de Estados Unidos”. Guatemala fue otra de las naciones donde la embajada española dio quebraderos de cabeza a los aliados: “el em bajad or español en Guatemala, el señor Sanz-Agero, antes de acudir para su puesto en enero

I,a red exterior de Falange

de 1941, fue condecorado por ei gobierno alemán. En ese momento uim alto oficial de la oficina de exteriores española comunicó que Sanz-Ageo trabaja para el gobierno alemán. Recientemente se ha recibido informición de que se está elaborando un estudio de defensas militares en América Central y Panamá, incluyendo el canal de Panamá, realizado pro­ bablemente por Sanz-Agero”. También hubo noticias de Perú: “Se comunica desde Perú que el supe­ rintendente de aduanas ha recibido información de una fuente que consi­ dera altamente fiable de que la embajada española está recibiendo canti­ dades de dinero de alemanes en Perú. Pequeñas sumas de hasta 50.000 soles o más como depósito para crédito del gobierno alemán. El informe añade que el embajador español extiende recibos por el dinero recogidos que los alemanes que salen del país presentan estos recibos a su gobierna al llegar Alemania, donde reciben las cantidades correspondiente”. La legación española en Cuba no faltó a la cita colaboracionista. Allí, ti FBI dio muestras de estar atento a extraños movimientos pro eje de la diplo­ macia española: “Desde Cuba se informa de que la estrecha conexión entre Alemania y España se manifiesta por sí misma en muchos aspectos. Se informa que los jefes falangistas reciben y distribuyen propaganda ale m ar* así como que llevan a cabo una campaña de boca a oreja siguiendo u* patrón marcadamente nazi. También se dice que el amplio y bien organiz 1do servicio de inteligencia de la Falange trabaja de forma más o menos estncha con el servicio de inteligencia nazi. Un informador del agregado naval c* La Habana informó de que en Isla de los Pinos se están haciendo esfuerzos por parte de la Falange para evacuar mediante botes de pesca a ocho ofieiiles japoneses de la armada japonesa imperial”.

México: extorsión a los ricos Sin duda uno de los servicios secretos del continente americano que mas ayuda prestó a Estados Unidos a la hora de vigilar a los nazis y falangistas fue* 4

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guerra s e c r e t a

el mexicano. Los nazis trataron de infiltrarse y propagarse por aquel gran país, enviando para ello a Hans Hellermann -del que se habla en el primer capítulo de este libro- uno de los mejores organizadores del partido nacio­ nalsocialista. Simultáneamente, México era tierra de acogida de gran canti­ dad de republicanos españoles, de rojos, que inquietaron al régimen fran­ quista que los vigiló destinando a México agentes del Servicio de Información Militar (SIM) y falangistas que no debieron caer en la cuenta de que el servicio de inteligencia mexicana colaboraba con sus vecinos del norte. El caso es que los espías nazis no tuvieron el éxito que esperaban y los nacionales, vencedores de la Guerra Civil, ocuparon el puesto de los alema­ nes bajo la atenta mirada de los mexicanos: “Un agente del espionaje espa­ ñol, SIM, dijo al coronel Rojas del servicio de inteligencia militar mexicano, que había recibido un mensaje codificado, telegrafiado a la embajada espa­ ñola en Washington y reenviado [a México] por correo aéreo, en el que se decía que el servicio de espionaje español debía comenzar inmediatamente a encargarse del trabajo que hasta entonces había sido realizado por los ser­ vicios alemanes”, recogió el FBI. El mismo coronel Rojas detectó la llegada de un agente del SIM espa­ ñol que viajó por México bajo el nombre de Pedro Rodríguez Valiente, pero que podría llamarse en realidad José Agustín Quesada Fontales. Por lo que se desprende de su nota para el FBI, Rojas habló personalmente con el español que le reveló “explícitamente que el SIM estaba controlado por los alemanes”. Pedro Rodríguez Valiente, o como quiera que se llamara el espía espa­ ñol, fue muy locuaz con los hombres de Rojas y les explicó que “el Instituto de Barcelona, escuela de agentes españoles en Latinoamérica, estaba bajo control alemán con el objetivo de formar responsables de misiones” y que los fondos para el trabajo del SIM en México no llegaban desde España sino que “se obtenían de españoles que vivían en América”, bajo la supervisión de “representantes diplomáticos de Franco en países americanos, con el respaldo del SIM”. También Ies aclaró que “los espa-

México: extorsión

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floles pudientes que no contribuían libremente, eran coaccionados”. Además de las conexiones reseñadas hasta aquí, el FBI logró obtener otros informes que versaban sobre la colaboración estrecha de algunos diplomáticos españoles con el Servicio de Inteligencia Militar (SIM) y Falange. Ante esta circunstancia la inteligencia norteamericana razonó para la Casa Blanca que “como ambas organizaciones están controladas desde arriba por los alemanes”, la colaboración con ellos constituía un caso evidente de “cooperación indirecta con el enemigo”. Esta incómoda -para los aliados- servidumbre nazi de los falangistas en Hispanoamérica quedó refrendada por pistas documentales. La lectura de la correspondencia secreta, interceptada a españoles y alemanes, acabó por centrar el asunto como se desprende de esta comunicación del FBI: “Hay en posesión de este Gobierno copias de documentos, que se conside­ ran auténticos, que muestran claramente que el líder de la Falange en México, Agustín Ibáñez Serraño, está acostumbrado a acatar las órdenes de agentes principales nazis como Wilhem Wirtz y Hans Hellermann. Ibáñez Serraño recibió, supuestamente de Wilhem Wirtz, una carta fecha­ da el 16 de marzo de 1941. Un extracto de esta carta es el siguiente: ‘He sido instruido mediante una circular emitida por la oficina de Asuntos Exteriores del partido [nacionalsocialista] en Berlín para hacer saber a todos los jefes de grupo que estén alerta para que nuestros militantes no sepan de la colaboración e información entre este partido y la Falange por razones que ellos consideran adecuadas’”. En otras palabras, Falange reci­ bía instrucciones de Berlín que no debían ser conocidas ni por los falan­ gistas y que incluían la misma colaboración con los nazis.

El despliegue de espías nazis en Estados Unidos El estrecho grado de colaboración en tramas de espionaje y bélicas que hubo entre los regímenes de Hitler y Franco, especialmente al comienzo de la II Guerra Mundial, queda probado por un hecho sorprendente y desA

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conocido hasta ahora. Se trata de la introducción en Estados Unidos de no menos de 75 espías, 45 nazis y 30 españoles, todos ellos con identidad fic­ ticia española suministrada por el gobierno franquista con expresa autori­ zación de Franco. Dos elementos de esta historia son dignos de tenerse m uyen cuenta. El primero, el alarde del contraespionaje norteamericano que se hizo con la documentación sobre el asunto a los cinco meses de haberse firmado el acuerdo secreto sobre la operación entre España y Alemania; y el segundo, el tono y el lenguaje de la correspondencia entre los ministros de Exteriores de ambos países. Este caso arrancó en Berlín el 10 de junio de 1941 con una carta del ministro de Asuntos Exteriores nazi, Joachim von Ribbentrop a su colega español, el germanòfilo Ramón Serrano Súñer: “Las circunstancias graves actuales en el Mundo y sobre todo en Europa, hacen que Alemania tome decisiones importantes que le aseguren la Victoria, pues esa victoria alema­ na asegura también la estabilización de gobierno en todas las naciones de Europa y particularmente de España”, argumentaba Ribbentrop a modo de preámbulo para recordar a su amigo español -aunque era innecesario en el caso de Serrano Súñer- “los sacrificios que Alemania había hecho por España”. A continuación entraba en materia solicitando que se estudiara un plan que se proponía “realizar en Norteamérica debido a la clausura de los consulados y otros centros por gobierno americano”. “El gabinete del Servicio Secreto alem án” -escribió Von Ribbentrop“ha designado a cuarenta y cinco alem anes de este servicio para que se trasladen unos a los Estados Unidos y otros a América Latina. Com o bien sabe V.E., estos agentes no pueden trasladarse a los estados m en­ cionados con pasaporte alemán ya que sería malograr sus misiones, pero sí pueden hacerlo con docum entación española y, a este efecto, el personal escogido parece del Norte de España por sus condiciones físi­ cas. A esta documentación consular o diplomática, puede agregarse también una documentación especial comercial, como si fueran a pres­ tar servicios a cualquier casa comercial o banca españolas de América”.

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“No dudamos pues (...) que su gobierno, aprobará este plan de ‘Información, Agitación y Propaganda’ que el pueblo alemán reclama con urgencia en pro de la victoria de las potencias del eje y de las reivindicacio­ nes españolas. Viva Alemania. Arriba España”. Firmado Von Ribbentrop. Serrano Súñer se dio prisa y dos días después escribió al ministro ale­ mán: “debo manifestar a V.E. que el jefe del Estado de España y Generalísimo de los Ejércitos, ha tenido a bien aprobar el contenido de su Nota, siempre que la reserva siga a los hechos, pues cualquier tropiezo o imprudencia colocaría al gobierno español en una tesitura muy difícil ante los gobiernos de los Estados Unidos e Hispanoamérica”. “Por otra parte debo informar a V.E. que el gobierno español vería con mucho agrado que en colaboración con el personal alemán que V.E. indica en su nota, colaboraran treinta españoles especializados en estos trabajos de Información, así como llegar a un acuerdo escrito a este respecto por medio de su Embajador en esta capital”. “Mis saludos para V.E. y que Dios dé la Victoria a Alemania y con ella la prosperidad a España. Viva Alemania. Arriba España”. Firmado Ramón Serrano Súñer. Las cartas entre ministros dieron paso a una serie de conversaciones entre embajadores para preparar el acuerdo por escrito tal como lo desea­ ba Franco. No perdieron ni un segundo. A los cinco días de haberse inicia­ do los contactos ya se firmó el pacto: “Acta. En Madrid a dieciséis de junio de 1941. Reunidos por una parte los Excelentísimos Señores, Embajador y Agregados Militares de Alemania acreditados ante el Gobierno español y por otra parte el Excelentísimo señor Ministro de Asuntos Exteriores e limos. Sres. Subsecretario del Ejército y Coronel Jefe del Servicio de Información Militar español, acuer­ dan lo siguiente: Primero.- El gobierno español dará las máximas facilidades para que el personal amigo se traslade hasta los Estados Unidos de América y hasta A

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otros Estados Hispanos para aquellos trabajos que en el Anexo de este tratado se especifican. Segundo - El gobierno alemán por su parte aprueba que a este perso­ nal alemán se sumen treinta amigos españoles, cuya designación será comunicada al gobierno alemán en el plazo de 24 horas. Tercero.- La documentación expedida a ambos grupos será completa­ mente española y tan completa que en cualquier momento pueda transfe­ rirse a otra nacionalidad. Cuarto.- El gobierno español comunica a sus embajadores exclusiva­ mente la misión de este personal con la orden expresa de que se les dé la máxima seguridad y respeto a cualquier ciudadano español en el extranje­ ro le corresponde”. El texto finaliza con la indicación “de este acuerdo constan dos origina­ les, uno en idioma español y otro en alemán” y con la firma de todos los presentes. A continuación seguía el anexo que establecía que la documen­ tación para los espías se expedía de mutuo acuerdo con los alemanes pero “siempre a tenor de los siguientes puntos”: “Primero.- Para todos los actos de sabotaje, el Servicio Secreto Alemán sobornará a personal americano y nunca cometerán directamente ningún acto que puede traer pequicios al gobierno español. Segundo.- La propaganda será hecha de conformidad con las autorida­ des españolas, esto es, también por mediación de políticos y militares nor­ teamericanos simpatizantes con Alemania. Tercero.- Un Organismo Comercial influirá en las masas obreras para que no rindan en el trabajo y apoye las huelgas que se produzcan [Es decir, que el plan de sabotaje en América pasaba por la agitación obrera con el fin de disminuir el rendimiento de las fábricas. Para ello, habían proyectado la creación de una asociación que enmascararía a los agitadores, de la que no hemos hallado más datos en los archivos de Estados Unidos].

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Cuarto - Todo el personal estará preparado para salir de España el 30 de junio, para encontrarse en Lisboa con un Turco [sic] que será el encar­ gado de los pasajes y demás requisitos del viaje. Quinto - El personal alemán será repartido 30 más otros 30 en Estados Unidos más el jefe. El Turco y los quince restantes se quedarán en Sudamérica. Madrid 16 de junio de 1941 [Es decir, 60 de aquellos agentes, 30 de ellos alemanes, otros 30 españoles, se desplegaron por Estados Unidos. A ellos se sumaría un responsable del operativo del que no consta ni su identidad ni su origen. Los 15 restantes y el enigmático Turco se des­ plegaron por Sudamérica]”. El documento secreto suscrito por Alemania y España se completó con la lista de los 75 nombres, sin más referencia al misterioso Turco. Sobre estos dos asombrosos documentos -la carta alemana de invitación al espionaje conjunto y el acta española con el acuerdo firmado- cabe añadir algunas consideraciones. Los recibió la embajada de Estados Unidos en Madrid el 4 de noviembre de 1941 y es de suponer que tomaron las medidas oportunas para neutralizar a los espías. Los originales guardados en Estados Unidos tienen el sello de su embajada en su margen superior derecho y son folios normales escritos a máquina en castellano con bastantes faltas mecanográficas y alguna de sintaxis. Se diría que alguien con acceso a los auténti­ cos los dictó, leyó o tomó nota para luego pasarlos a máquina y entregarlos a los americanos. En el original, alguien de la embajada apuntó al margen, con estilográfica, “210 Germany - Spain”, sin más referencias.

La misteriosa conexión española de Nueva York El pacto germano español para el desembarco de espías nazis en Estados Unidos que acabamos de describir fue secreto y nunca se habló de él ni en España ni en Estados Unidos. Sin embargo, unos meses antes de su firma el FBI había desmantelado en Nueva York una red nazi de espionaje que

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también tuvo una parcela española cuyas dimensiones jamás llegaron a aclararse. El caso es que uno de los enlaces alemanes de aquella temprana red de espías nazis en Estados Unidos tenía identidad falsa española, un hecho que salpicó de lleno al consulado franquista en Nueva York sin que los americanos, que aún no se habían sumado a la II Guerra Mundial, tomaran represalias contra la delegación diplomática española. El juicio que siguió al desmantelamiento de la trama hitleriana desen­ mascarada en Nueva York conmocionó a la opinión pública norteamerica­ na de 1941, que siguió el proceso judicial con enorme interés. Sin embar­ go, las pruebas aportadas en la sala del tribunal no explicaron la proceden­ cia de los papeles españoles aparecidos durante la investigación, de tal suerte que no es posible establecer si aquel asunto escondía o no un prece­ dente del pacto para el espionaje suscrito entre Hitler y Franco. Este intrigante caso neoyorquino tuvo dos protagonistas. Uno fue el capitán del servicio secreto alemán, Ulrich Von Der Osten, que circuló por Manhattan con documentación diplomática española librada de forma legal por la burocracia franquista a nombre de Julio López Lido. El otro fue Kurt Frederick Ludwig, un agente también alemán pero originario de Ohio, que trajo de cabeza a Estados Unidos y el Reino Unido con una red de espionaje montada por él en Nueva York que el FBI bautizó oficialmen­ teJoeK, que era como este espía residente en aquella gran ciudad firmaba sus mensajes a Alemania escritos con tinta invisible. Policialmente hablando, el asunto arrancó en los primeros compases de la II Guerra Mundial, cuando el contraespionaje angloamericano descubrió que una red de espías nazis instalada en Estados Unidos enviaba a Berlín información sobre el puerto de Nueva York, sobre aviones que se fabricaban en Long Island y también sobre movimientos de tropas norteamericanas. Los mensajes llegaban a Berlín vía Españay Portugal, a través de unas direc­ ciones de seguridad que no fueron descubiertas en su totalidad hasta que culminaron las investigaciones al cabo de tres años. Pero antes de esta fecha, el contraespionaje de Estados Unidos detectó los mensajes -no expli-

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có cómo lo hizo- e incluso logró interceptarlos y leer algunos sin dejar rastro y permitiendo que llegaran a su destino. Así supieron que venían firmados por un talJoeK, aunque no consiguieron ni establecer su identidad, ni des­ cubrir a la red de informadores que le alimentaba. Con el FBI totalmente despistado, Joe K (es decir, Kurt Frederick Ludwig) siguió su trabajo sin llegar a ser descubierto, enviando mensajes hacia Alemania, algunos para lectura exclusiva de Heinrich Himmler, que los recibió en un apartado postal de Madrid a nombre de ManuelAlonso, el alias para este asunto del temido jefe de la Gestapo. Una vez en la capital española, el mensaje para Manuel Alonso era recogido por otro agente ale­ mán que lo reenviaba hasta Berlín donde era entregado sin abrir y en mano a Himmler. Pero llegó un momento en que las interferencias causadas por los servi­ cios de inteligencia americanos provocaron dudas sobre la seguridad en la red JoeK, que se volvió más prudente. Y así continuó todo hasta que el 18 de marzo de 1941 un acontecimiento fortuito cambió todo el panorama. Aquel día dos hombres hablaban y caminaban por la acera de Times Square, en Manhattan, cuando uno de ellos comenzó a cruzar la plaza dis­ traídamente. Un taxi le atropelló, le lanzó por el aire y cayó muerto al suelo. Su acompañante corrió hacia él y en lugar de auxiliarle, recogió una carte­ ra que había quedado tirada junto al cuerpo y huyó rápidamente de la escena del accidente, El comportamiento del desconocido sorprendió a los testigos que relataron lo sucedido a la policía, que ya estaba extrañada por el hecho de que el muerto, el tal Julio López Lido, en teoría mensajero del consulado español y con documentación española, era portador de un cuaderno con unas anotaciones en alemán sobre soldados estadouniden­ ses. Para colmo, iba vestido con ropa sin etiquetas. Los agentes de la poli­ cía metropolitana anotaron estos datos en el expediente del atropello y no profundizaron más en el caso. Sin embargo, todo dio un giro espectacular cuando poco después del atropello, el FBI interceptó un mensaje de JoeK en el que informaba que A

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el agente Phil había muerto en u n accidente en Nueva York. El FBI sólo tuvo que repasar los accidentes d e circulación habidos en Nueva York para relacionar el mensaje de JoeK co n el extraño incidente de Times Square y deducir que Julio López Lido, la víctim a, y el tai Phil del mensaje de JoeK eran la misma persona. A partir de ese instante, las investigaciones se aceleraron de tal modo que el FBI identificó uno a uno a los integrantes de la trama y averigua­ ron que Julio López, el atropellado, era Ulrich Von der Osten, un nazi destinado en Estados Unidos p a ra enlazar con la red de Kurt Frederick Ludwig, alias JoeK , que precisam ente era el hombre que salió corriendo tras el atropello fortuito. Es decir, la persona que había recogido la carte­ ra de su colega para borrar pistas pero que olvidó la libreta con anotacio­ nes en alemán. Finalmente, Kurt Frederick L udw ig fue detenido en agosto de 1941 después de una persecución a través de todo el país, digna de la mejor película de espías. Su captura desencadenó un proceso por espionaje -que acaparó la atención de los norteam ericanos- en el que se ocultaron algunos detalles de la trama, probablem ente por motivos de seguridad nacional. Es decir, no se aclaró bien el asunto de la identidad española del alemán muerto y no se difundieron todas direcciones a las que JoeK envió sus mensajes para hacerlos llegar a Berlín. Sin embargo, el 13 de marzo de 1942, los nueve integrantes de la red fueron condenados a pri­ sión. A J o eK le impusieron 20 años y se libró de la pena de muerte por haber comenzado a trabajar para el servicio secreto alem án antes de ini­ ciarse la II Guerra Mundial. Fue internado en la cárcel de Alcatraz y en 1953 lo deportaron a Alemania. Pero más allá del proceso legal, a la administración norteamericana no se le pasó por alto que el muerto llevaba papeles españoles. De hecho, el Departamento de Estado valoró qué hacer al respecto y decidió que lo más adecuado era informar de lo descubierto a sus representantes diplomáti­ cos en España para que utilizaran la información en su favor, a su criterio,

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en función del desarrollo de los acontecimientos. Washington se inclinó por la discreción. En otra nota secreta destinada a la Secretaría de Estado de la embajada de Madrid de 13 de febrero de 1942, es decir, simultánea a la fase final del juicio, se incluyeron datos sobre la conexión entre el agente nazi muerto en Nueva York y el consulado español en aquella ciudad. Asimismo, aña­ dieron la lista de direcciones seguras de Portugal, España y Argentina a las que Joe K envió sus mensajes camino a Berlín: “Humberto da Cruz Albarraque, Rúa do Marques de Bandeira 62, Esq. Lisboa; Henrique de Almeida, Rúa d’Oliveira ao Carmo 35/3 Lisboa; Manuel Alonso, Apartado 718, Madrid, y Sra. Manuela Alonso en el mismo apartado (estas dos señas eran para los mensajes exclusivos a Heinrich Himmler); Manuel Ferven9a, Rúa do Crucifix 75,30 Esq. Lisboa; Esteves dos Santos Frisco, Calcada do Bica Pequeña 3-20, Lisboa; Carmen Torres de la Orden, Barquillo 31, Madrid; Leao Penedo, Travessa d’Oliveira a Estrella 19/5 Esq. Lisboa; Sra. Isabel Machado Santos, Rúa Márquez da Fronteira 175 (A Campolide) Lisboa; Antonio Tacero, Avenida José Antonio 20, Lisboa; y E.L. Thorauer, José Hernández 2730, Buenos Aires, Argentina”. Tras esta comunicación hubo otra en la que Washington dejó a criterio de su legación en Madrid qué hacer con aquellos datos. Los funcionarios de Estados Unidos en la capital española, optaron por guardar la informa­ ción para una mejor ocasión y sólo respondieron para solicitar más datos: “Estrictam ente confidencial. Al honorable Secretario de Estado, Washington. Señor: Tengo el honor de confirmar recepción de la Instrucción del Departamento Nfi 487 del 4 de marzo de 1942 (Archivo N.e 862.20211 Ludwig, KurtF./7) en la que se autoriza a la embajada notificar a su discreción a las autoridades españolas los datos referentes a la cone­ xión con el consulado general español en la ciudad de Nueva York de Ulrich Von der Osten, Alias Julio López Lido, como se reveló en el proceso a Kurt Frederic Ludwig acusado de espionaje en la ciudad de Nueva York”. “La información referente a la conexión de este individuo con el consu-

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lado general español que figura en la instrucción del sumario y en el anexo del departamento, es demasiado escasa para comunicarla a las autorida­ des españolas. Si el departamento desea enviar a la embajada toda la infor­ mación de este caso, estaré encantado de considerar si se podría obtener alguna ventaja al comunicar esta información al Gobierno español”. Firma la nota Willard L. Beaulac, entonces agregado comercial ad interim, que sería embajador norteamericano en Argentina entre 1956 y 1960 y que quedó tan impactado por su experiencia española que en 1986 escri­ bió un libro cuyo titulo expresa la tesis general que defendía: Franco, el aliado silencioso de la II Guerra Mundial.

Armenteros, Companys y el dinero falangista para América Nada más finalizar la II Guerra Mundial el contraespionaje de Estados Unidos investigó la trayectoria de determinadas personas a las que con­ sideró enemigas o muy peligrosas. Este fue el caso del destacado falan­ gista catalán Pedro o José Armenteros (usó los dos nombres) alias El Baño, que en 1945 se quitó de en medio marchando a Argentina ante la alarma de los servicios secretos norteamericanos, que durante meses le siguieron la pista con un nervioso interés no muy bien explicado. La biografía de Armenteros reconstruida por los agentes americanos destacaba que este personaje fue expulsado de Falange en 1943 por mal­ versación de fondos públicos y que en general tuvo fama de sinvergüenza. Nacido en la localidad de Bellmunt, en la provincia de Tarragona, en 1912, estudió en el Instituto Maragall y en un instituto de Bellas Artes de Barcelona para luego trabajar en una empresa de productos químicos y como representante de Publicaciones Ritmo y Melodía. Armenteros hizo dos años de servicio militar, de 1932 a 1934, en Sanidad Militar, y estudió derecho, carrera que abandonó en diciembre de 1936 al incorporarse al bando nacional al que sirvió en el frente de Santander. Desde allí fue envia­ do a Ceuta para regresar a Barcelona en abril de 1939, donde “fue transfe-

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rido al Sindicato de Eventos Públicos en 1942” y a los periódicos catalanes Solidaridad Nacional y La Prensa. En julio de 1945 tanto el Departamento de Estado en Washington como la embajada de Estados Unidos en Madrid mostraron un gran inte­ rés por Armenteros, produciéndose un sabroso intercambio de notas secretas entre Washington, Madrid y Barcelona. El 30 de julio de 1945 el Departamento de Estado norteamericano envió el Correo aéreo secreto número 159, dirigido “al oficial a cargo de la misión americana” en Madrid en el que solicitaba más información “referente los agentes de Falange, Armenteros y Miguel Ángel Luna”, por los que se interesaba la Oficina de Servicios Estratégicos norteamericana (OSS). El Departamento quería “cualquier información adicional” que la embajada pudiera tener sobre los dos personajes. Tras esta comunicación siguió un periodo de silencio que se rompió el 16 de octubre de 1945 con dos notas secretas de la emba­ jada americana en Madrid que dieron respuesta “a la instrucción secreta” anterior. En la contestación, los agentes confirmaron que “Armenteros era un antiguo jefe de información e investigación de la Falange Provincial de Barcelona, que había hecho un viaje a Argentina bajo un gran secreto” y que “Ángel Luna, con residencia en la calle Balmes, 26, actual inspector de Falange”, también había viajado a Argentina. Los agentes añadieron que Armenteros llegó a Buenos Aires el 23 de febrero de 1944 y que “al ser un falangista principal, la Policía Federal argentina estaba en constante con­ tacto con él para informarse de temas relacionados con los republicanos y comunistas españoles”. ¿Por qué motivo tanto interés en Armenteros? Un informe “de fiabili­ dad desconocida”, categoría que constituye una rareza en la documenta­ ción desclasificada, tal vez sea la pista que lo explique. Se trata de una reve­ lación sobre su colaboración en la transferencia de grandes cantidades de dinero nazi a Argentina con la participación de “el responsable de Falange Española en España y varios oficiales del partido nazi, para ser deposita­ dos o invertidos, anticipando la caída de Alemania”. Varios falangistas A

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"enviados como mensajeros de Falange o nazis” habrían viajado hasta Sudamérica “con pasaportes falsos españoles, argentinos, bolivianos y holandeses” para completar la misión. Los agentes supusieron que “altos miembros del Gobierno español, de Falange y personas prominentes de los círculos de navegación y comerciales de España” estaban implicados en esa trama. Para demostrar el grado de relación que Armenteros mantenía con el régimen de Franco, el servicio de inteligencia norteamericano señaló que Armenteros “había firmado la sentencia de muerte de Luis Companys”, el presidente de la Generalitat de Catalunya detenido por la Gestapo en su exilio francés de Le Baule-les-Pins, en el departamento Pirineos Atlánticos, el 13 de agosto de 1940 y entregado a las autoridades franquistas en Irún el 29 del mismo mes. Un tribunal militar especial de Barcelona le juzgó y sentenció a muerte en un solo día, en el curso de un proceso en el que se aplicó con carácter retroactivo una vieja ley de Responsabilidades Políticas. Le fusilaron en Montjuic el 15 de octubre de 1940 y murió descal­ zo -para pisar tierra catalana- mirando al pelotón mientras gritaba “Esteu matant a un home honrat. ¡Per Catalunya!” (Estáis matando a un hombre honrado. ¡Por Cataluña!). Según dejaron escrito los agentes del servicio de inteligencia norteame­ ricano, Armenteros partió de Barcelona a Argentina el 12 de enero de 1944, con unos con documentos que le acreditaban “como corresponsal de La Vanguardia, acompañado de su madre y de dos hermanas adultas que tenían pensado establecerse permanentemente en Argentina”. Sin embar­ go, La Vanguardia nunca tuvo ni un redactor, ni un corresponsal, ni un colaborador de apellido Armenteros, de modo que su acreditación era falsa, dato que constituye una de las pocas certezas sobre la vida de este extraño falangista.

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La extraordinaria aventura del consul francés de Zaragoza

La crónica de la caída del III Reich o el diario psicológico del nazismo decadente: eso es lo que logró transmitir Roger Tur, el cónsul de Francia Cn Zaragoza que se hizo pasar por amigo de los alemanes y durante dos años describió para la inteligencia de Estados Unidos el contenido de unas reuniones que los jefes nazis destinados en España mantuvieron semanalmente en un piso de Zaragoza hasta m ucho después de acabada la II Guerra Mundial. El caso de Roger Tur es tan extraordinario y atípico en la historia del espionaje que resulta sorprendente que su trabajo no haya salido nunca a la luz para convertirse en inspiración de novelistas, guionistas o autores de tea­ tro. Gracias a que no se limitó a informar como un típico espía, sino que se cuidó de trasmitir cómo afectaban los acontecimientos bélicos al estado de ánimo de los nazis con los que se reunía, sus notas permiten percibir hasta sus sensaciones. Unas notas que leídas hoy, constituyen un viaje al interior de un nazismo que sintió el irremediable hundimiento del III Reich pero que albergó esperanzas de que un milagro en forma de arma secreta cam­ biara el curso de su historiay permitiera el nacimiento del IV Reich.

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Una característica del trabajo de Roger Tur fue la modestia. Su servicio a la causa aliada no fue revelado ni cuando unos criminales maoístas españo­ les le mataron en Zaragoza en noviembre de 1972. Tenía 72 años de edad y había sido cónsul de Francia en la capital aragonesa durante 38 años. El pre­ sidente George Pompidou y Franco enviaron sus respectivas condolencias a la familia, seguramente animados por motivos diferentes pues es difícil que el dictador español hubiera oído hablar de Ric, el alias de agente secreto de Roger Tur, el enemigo de los nazis. Sus restos reposan en su Nimes natal. Sus cinco asesinos fueron condenados a 30 años de cárcel cada uno.

La caída del Reich o las reuniones secretas de Zaragoza La historia que explica este capítulo arranca en 1944 y acaba en 1946, un año después de la derrota de Hitler, aunque tuvo un dramático e inespe­ rado colofón en 1972. Por extraordinario que parezca, durante dos años los jefes nazis destinados en España se reunieron semanalmente en un céntrico piso de Zaragoza para hablar de su guerra, de sus supuestas armas secretas, de las instrucciones que recibían de Berlín y también -dado el curso del conflicto- para autoengañarse, animarse y preparar una salida a su muy incierto futuro. Mientras los nazis hablaban, un empresario francés metido a espía amateur, Roger Tur, levantó, con la ayuda de un joven español, acta clandestina de todo cuanto dijeron. Aquellas reuniones de Zaragoza no despertaron inicialmente un gran interés estratégico para los aliados, pero con el tiempo las valoraron como crónica del fin de una época y como aviso del posible nacimiento de otra similar. Tanto es así, que lo que comenzó casi como una curiosidad termina­ ría siendo motivo de disputa entre diferentes servicios secretos: “A la vista de que ahora hay tres agencias del gobierno interesadas en este asunto, se soli­ cita urgentemente que se tome una decisión sobre qué agencia debe asumir el control de la operación y que se informe de ello lo antes posible a la embajada. Aquí se mantiene la completa coordinación entre las tres agencias y se A

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aceptan las prerrogativas de la Embajada”, escribieron molestos en 1946 desde la embajada de Estados Unidos en Madrid ante la insistencia ele dis­ tintos departamentos de inteligencia que después de casi dos añospor fin descubrieron la excelencia del trabajo del francés. Que se sepa, este asunto com enzó a principios de 1944 en Zaragoza, cuando el cónsul de Francia en Zaragoza, RogerTur, entonces propietario de “un negocio de melaza -sirope para cigarrillos” denominado RogerTur Sucesores y ubicado la calle Conde de Asalto número 24, ofreció alaemba­ jada norteamericana en España información sobre unas reuniones nazis que se celebraban semanalmente en la capital aragonesa y a las que él tenía acceso. Tur explicó a los norteamericanos que venía de ofrecer sus servicios a la embajada francesa, pero que ésta le había rechazado alreco­ nocerse incapaz de sacar utilidad práctica a los datos que le brindaba su compatriota. Los norteamericanos le escucharon y, un tanto incrédulos, aceptaron que les informase. Desde ese instante su nombre clavefue un alias que sólo fue conocido por su hombre de confianza y empleado, Antonio García, que le ayudó en todo momento. Las reuniones se celebraban en el piso particular del cónsul alemán en Zaragoza, de apellido Seegersy del que no consta su nombre, queadtnitió a Tur por creerle un colaboracionista francés que comerciaba habitual­ mente con la célebre Sofindus y al mismo tiempo era amigo dejohjunes Bemhardt, el artífice de gran parte del montaje empresarial nazi en España (ver capítulo 1). El círculo de aquel nido de águilas aragonés fue cerrado. Asistieronade­ más de Ric y el anfitrión Seegers: el jefe del partido nazi en Zarago^ lla­ mado Schmidt, un jefe nazi de Madrid, otro de Barcelona y ungrupo de nazis no muy bien identificados que en ocasiones llegaron desdeBerlín. Rara vez coincidieron todos y sólo en una ocasión asistieron unosnifitares “que se sintieron incómodos” y, en otra, “unos falangistas que n o abrieron la boca”. Los informes de Ríe fueron muy precisos. Explicaban algunaspo$¡c i0-

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nes inconfesables respecto a la guerra -com o la de Suiza- y recogieron las apreciaciones, casi siempre erradas, de unas personas que se resistie­ ron a aceptar la caída de aquellos líderes nazis que un día se creyeron dioses. Ric lo escuchó en alemán -a veces en español- y lo escribió en francés. Luego los servicios secretos norteamericanos (OSS) lo traduje­ ron al inglés y nosotros al español; todos con el mayor cuidado para ser precisos con los que dijo en Zaragoza. Esta es parte de la crónica del cón­ sul francés de Zaragoza: 15 de octubre de 1944. “Un minuto de silencio en honor de Rommel. La meteorología favorable les permite ganar tiempo y organizar su defensa [de Alemania], Los bombardeos [aliados] están teniendo poco éxito: lenta­ mente todas las fábricas y almacenes [alemanes] se están instalando bajo tierra. Gracias a esta organización la producción continúa normal pero el gran problema es el trasporte. En la actualidad sólo pueden transportar el 50% de sus necesidades. La situación interior alemana es bastante tensa. El arresto del doctor ‘Schad’ les ha impresionado enormemente. Los trabajadores extranjeros, especialmente los franceses y belgas, están nerviosos. El mejor trabajo lo hacen los rusos, que trabajan duro y sin ningún tipo de agitación”. [El 14 de octubre de 1944 el mariscal Edwin Rommel se suicidó después de que Hitler, que le creía inmerso en una conspiración, le diera a escoger entre el veneno o un juicio en el que le condenarían a muerte. Además amenazaron a su familia si no accedía a quitarse la vida. El doctor “Schad” mencionado por Tur es Hjalmar Schacht, ministro alemán detenido por Hitler, acusado de intentar un golpe de Estado. La referencia a la eficacia escasa de los bombardeos aliados es inexacta. Las palabras de los reunidos obedecen más al deseo que a la realidad, aunque ciertamente la resistencia alemana era sumamente tenaz y sangrienta. De hecho en septiembre los aliados habían sufrido un fracaso en su intento de cruzar el Rin por Amhem, Holanda, en el marco de la llamada Operación Market-Garden.] A

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22 de octubre de 1944. “Están muy satisfechos con los hechos que se están desarrollando en Francia y dicen que los franceses les pedirán que restauren el orden: ‘Hemos trabajado bien para sembrar el desorden’. También están satisfechos con la lentitud de las operaciones militares [aliadas] en Francia oriental. Aseguran que el suministro de Alemania de productos alimenticios o municiones está asegurado y que la movilización total les aportará los medios para resistir hasta el momento en que se produzca el desacuerdo entre los aliados. La semana pasada, el avión Junker de correo semanal secreto entre Alemania y España fue derribado en Francia. (...) Los alema­ nes de la tripulación fueron tomados prisioneros. El aparato pertenecía al consulado alemán de Barcelona”. [El formidable desembarco aliado en las playas de la región francesa de Normandía el 6 de junio de 1944 abrió para los alemanes un segundo fren­ te que se sumó al ruso en el que peleaban duramente aunque replegándo­ se. Tras la invasión aliada, los militares profesionales alemanes compren­ dieron que su derrota era sólo cuestión de tiempo pese a lo cual opusieron una tenaz resistencia, también en terreno francés. La satisfacción mani­ festada por los nazis reunidos en la capital aragonesa, utópicos y nada realistas, refleja que daban por bueno resistir el empuje aliado mientras sopesaban la peregrina idea de un desacuerdo entre los aliados que les conduciría a la victoria. Sin embargo, su mundo seguía desmoronándose ante sus propios ojos.] 29 de octubre de 1944. “Los alemanes han recibido órdenes de fomentar la guerra civil en Italia, Francia y España. Parece ser que en las fuerzas rojas españolas hay personas que son agentes alemanes pagados para aumentar los problemas. Sostienen que han enviado un gran número de agentes a Sicilia para apoyar el movimiento comunista. En suma, deben actuar y aguantar todo lo que sea posible con la esperanza de obtener mejores condiciones de paz. (...) Todo el territorio ocupado se transforma-

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rá en una guerra de guerrillas. Nunca aceptarán las relaciones con los ju ­ díos alemanes, a los que consideran responsables de todo”. 6 de noviembre de 1944. “Se han dado órdenes a las tropas en retirada para que tomen todo aquello que se puedan llevar. Esto es, que hagan un vacío perfecto”. 10 de diciembre de 1944. “Están muy contentos con los hechos de Grecia. Declararon que habían enviado armas, oficiales y soldados para apoyar a las tropas sublevadas. Han puesto una gran esperanza en los movimientos de sublevación que están provocando en todos los países liberados. (...) Aquí en España, los alemanes van a continuar ejercitando presión sobre la Falange con el fin de que se oponga a cualquier cambio ministerial”. [Cuando los alemanes se retiraban de Grecia, los comunistas griegos se levantaron en armas oponiéndose al desembarco aliado con el fin de ins­ taurar un régimen socialista.]

“Puede que Hitler se vaya a Japón” 1 7 de diciembre de 1944. “El arma secreta V-3 es una bomba de cohete destinada a bombardear Estados Unidos. Al igual que las V-2 atraviesa la estratosfera durante gran parte de'su trayectoria. Según la información más reciente, debería utilizarse el día de Navidad o, como máximo, en 1 de enero. (...) El delegado nazi añadió que se producirá una ruptura entre Rusia e Inglaterra, y que los alemanes entonces esperan unirse a los rusos, aunque como paso previo Hitler habrá dimitido. Alemania tendrá enton­ ces un régimen, de alguna forma, similar al de Rusia. Hitler, después del atentado, sigue sufriendo crisis nerviosas debido a la deflagración de la bomba. Estuvo inmóvil durante varios días y se temió que hubiera perdido la movilidad sus miembros, pero parece que ha reaA

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nudado parte de sus actividades. (...) Es posible que la situación política general pueda forzar a Hitler a salir de la vida pública, aunque el pueblo alemán no aceptará nunca que se le entregue al enemigo. Se piensa que se puede lograr que se vaya a Japón”. [El atentado a Hitler se produjo el jueves 20 de julio de 1944, en la Wolfsschanze, la guarida del lobo, el cuartel general secreto de Hitler en Prusia Oriental. Entre los conjurados se encontraban: el coronel Claus von Stauffenberg; el ex burgomaestre de Leipzig, Cari Goerdeler; el general Ludwig Beck; el ex embajador en la ciudad de Roma, Ulrich von Hassel; el general Friedrich Olbrich y el general Henning von Tresckow, jefe de Estado mayor del ejército en el frente ruso. Alemania nunca llegó a fabricar la bom ba volante V3 de la que habla­ ron en esta reunión. Sólo produjeron las Vergeltungswaffe 1 y 2 o arma de represalia número 1 y 2, más conocidas com o V i y V2. Su artífice fue el ingeniero aeroespacial W em er von Braun, que se entregó a los aliados junto con medio millar de científicos. Von Braun, nacionalizado posterior­ mente norteamericano, fue uno de los hombres clave en el primer viaje del hombre en la luna. El 16 de diciembre, es decir la víspera de esta reunión, se inició la ofensiva alemana de las Ardenas, el último intento por dar un giro al curso de una guerra que ya tenían perdida. Obviamente Hitler nunca pensó huir a Japón.] 24 de diciembre de 1944. “Presente en esta reunión estaba el inspector Tich que fue presentado con gran respeto y al que se escuchó con mucha atención. Se indicó que había llegado en avión de Berlín y que estaba en España para inspeccionar el servicio diplomático y consular alemán. Ha vivido mucho tiempo en Argentina. Toda la reunión se dedicó a su discur­ so, cuyos puntos principales se dan a continuación: Según información en poder de Alemania, a los americanos les falta munición. Sabiendo esto la ofensiva alemana se hizo en el sector que contaba con menor protección. La causa principal del éxito alemán es el

“ Puede que Hitler u o i r á n a •% l a n n n *

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empleo de la bomba ‘Liliput’ que es una especie de V-i reconvertida. (...) Los alemanes están construyendo grandes cantidades de un nuevo tipo de submarino llamado ‘Balilla’ que es una cuarta parte más pequeño que el resto y sin cámaras de torpedos. (...) La ofensiva alemana ha mejorado enormemente la moral del pueblo alemán. No obstante, no cuenta con la victoria, pero espera obtener un acuerdo de paz que no sea incondicional. El ejército no tendrá piedad de los pueblos o ciudades que hayan recaptu­ rado. Su deseo principal en Francia es aniquilar a los traidores”. 7 de enero de 1945. “El año 1945 ha comenzado con buenos auspicios, particularmente debido a que los aliados no están recibiendo suficiente material. En los últimos tres meses los alemanes han destruido 4.300 avio­ nes enemigos, incluyendo 3.000 bombarderos. La ofensiva submarina sigue todavía en sus primeras etapas, pero llegará a ser de gran importan­ cia. (...) Alemania está intentando por todos los medios rehacer las buenas relaciones con España para que ésta le permita reabastecer a sus nuevos submarinos con gasolina y petróleo. El centro de esta operación [restable­ cimiento de las buenas relaciones] es Barcelona, y el punto de reabasteci­ miento de combustible sería Palma de Mallorca. La última semana España exportó a Alemania 17 toneladas de wolframio”. [El optimismo mostrado carecía de toda lógica. En realidad 1945 comenzó desastrosamente para los nazis, con los rusos avanzando firme­ mente hacia Berlín y la liberación délos presos en Auschwitz, que supuso la constatación para el mundo libre del inimaginable horror nazi. Sorprendentemente, España seguía exportando a Alemania el wolframio necesario para fabricar acero alemán.] 14 de enero de 1945. “Estaban muy optimistas sobre el tema de las dos ofensivas en el frente oriental y en el occidental. En el último frente espera­ ban detener el avance enemigo, gracias a su organización que, según pare­ ce, es perfecta. Están orgullosos de haber obtenido la firma de un pacto

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secreto con los suizos para obtener suministros y materiales, gracias al oro que habían encontrado en Francia. Se ha confirmado que Argentina está enviando bombillas de alta fre­ cuencia y armazones de cojinetes ocultos entre sacos de cereales. Los sacos (...) se descargan en la bahía de Rosas, donde se está pagando a pes­ cadores para que los transporten directamente a Palma”. [El optimismo de los reunidos seguía siendo infundado, alejado de toda realidad. El 15 de enero, en el frente occidental, los aliados llegaban al Rin. En el oriental, el repliegue nazi era constante ante el empuje del ejercito rojo. Llaman poderosamente la atención los aludidos pactos de los nazis con Suiza ya que son desconocidos y sorprendentes.] 22 de enero de 1945. “El avance ruso ha disminuido su optimismo lige­ ramente. No obstante, esperan que sea detenido en la línea fortificada. Han protestado enérgicamente por el hecho de que todo el mundo les está abandonando y dicen que sus antiguos aliados tendrán una gran res­ ponsabilidad cuando el comunismo llegue a Europa. (...) Están muy satis­ fechos con la actitud de los suizos que, a pesar de todo, les ayudan de al­ guna manera.” 4 de febrero de 1945. “Todas las personas que pueden tener cualquier responsabilidad y aquellos que temen por sus vidas o su libertad son enviados a España por avión y se les ofrece documentación completa, que demuestra su residencia en España durante muchos años. Toda las fábri­ cas que tienen capital alemán reciben a estos refugiados: en Zaragoza, Tudor (acumuladores) ha recibido a ocho; en Flix (productos químicos) también fueron recibido ocho; en Épila (refinería de azúcar) hay dos; en la nueva fábrica de producción química de la que hablamos hace varias semanas hay 50. (...) En Alemania están haciendo el máximo esfuerzo para salvar al mayor número posible de personas. La llegada de refugiados a las ciudades es considerable; el racionamiento de comidas se ha reducido a la

“Puede que Hitier se vaya aJapón”

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mitad; la crisis de alojamiento es extremadamente grave; todo aquel que parece descorazonado y preparado para rendirse al enemigo es asesinado sin piedad de un tiro”. [Ese mismo día, el 4 de febrero, se inició la Conferencia de Yalta, donde Franklin D. Roosevelt, Winston Churchill y Iosif Stalin, pactaron cómo quedaría Europa ante la inminente victoria aliada y estudiaron el modo de acabar la guerra en Asia. La derrota alemana estaba a la vuelta de la esqui­ na y la situación en el país era tan dramática que los nazis comenzaron a huir masivamente. Muchos de ellos se dirigieron hacia España, nación a la que consideraban amiga.]

Armas imposibles para el IV Reich 11 de febrero de 1945. “El delegado nazi de Madrid anunció que en Alemania se está publicando un libro cuyo objetivo es reunir todos los pre­ ceptos del nazismo para el caso de que desapareciera el partido. De esa forma, las generaciones futuras serán capaces de ser instruidas para que se mantenga el espíritu nazi. La mayor dificultad de la defensa del territorio alemán procede de la huida de habitantes de las regiones fronterizas. La falta de alimento y de alojamiento es grande y la miseria es terrible. Una gran parte de los heri­ dos de guerra son asesinados con un tiro o matados en cámaras de gas con el pretexto de que sus historias están sembrando el pánico. (...) Los técni­ cos han prometido al Führer montar las armas secretas que le proporcio­ narán la victoria, pero parece que los intentos no han dado los frutos espe­ rados. Creen que pronto se creará un arma térmica capaz de producir o un calor enormemente grande o un frío mucho más allá de lo imaginable. (...) El arma no está del todo conseguida porque ha habido muchas víctimas en los experimentos llevados a cabo. (...) El tono general de las conversa­ ciones era bastante pesimista”. [Mientras se producía esta reunión en la que hablaron de armas inveroA

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símiles, las ciudades alemanas estaban siendo sometidas a devastadores bombardeos aliados que causaron decenas de miles de víctimas civiles. Las incursiones de 13 y 14 de febrero dejaron en Berlín irnos 25.000 muer­ tos y redujeron Dresde a escombros, causando 30.000 muertos según los cálculos más recientes.] 25 de marzo de 1945. “El delegado nazi de Madrid dijo que las personali­ dades alemanas deben ser salvadas por todo los medios y a cualquier coste. En España la situación no es propicia, y él no se atreve a traer a figu­ ras políticas de renombre. Todos los que llegan son técnicos y personas valiosas que son deseables salvar. En Francia hay personas preparadas para enviar a España varios miles de alemanes, que vendrán armados y que facilitarían el pasaje a España de nazis importantes. En una palabra, están preparados para hacer cualquier cosa para salvar a sus jefes. Si no fuera por la cuestión de los jefes alema­ nes, podrían aceptarse las condiciones impuestas por los aliados. En Alemania, hay un completo caos que llega hasta 50 kilómetros por detrás del frente. Todo el mundo huye, el partido [nacionalsocialista] no tiene fuerzas suficientes para mantener el orden y hasta los enfermeros abandonan los hospitales. (...) Los aviones alemanes camuflados conti­ núan trayendo [a España] a alemanes notables. Aquí en Zaragoza, el cón­ sul indicó que Siemens podría recibir a tres, que Tudor podría tomar cua­ tro o cinco y que una empresa de limpieza en seco alemana establecida en Zaragoza podría recibir a cuatro. (...) El cónsul general de Barcelona dijo en el curso de la reunión que es absolutamente indispensable mantener la tensión entre Francia y España, y que en su distrito él estaba obteniendo buenos resultados”. [El 10 de marzo de 1945, los bombarderos norteamericanos causaron unos 80.000 muertos en Tokio. Mientras, en Europa, los nazis estaban a punto de capitular. La víspera de la reunión anterior, británicos y cana­ dienses por una parte y norteamericanos por otra, atravesaron el Rin eli-

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minando toda resistencia nazi. El mismo día, los rusos siguieron su avan­ ce imparable, destrozando la resistencia del ejército alemán. La II Guerra Mundial entró en la recta final.] i de abril de 1945. “La reunión estaba considerablemente inquieta al no haberse recibido desde hacía tres días la saca (instrucciones, corres­ pondencia y paquetes) de la oficina de Exteriores alemana. Sólo quedan las estaciones de transmisión y recepción de radio (...). Desde Francia se ha sabido que en Tarbes, Pau, Oloron y Cauterets se han formado com i­ tés de franceses para ayudar a los alemanes a cruzar hacia España. La siguiente orden, recibida hacía cinco días, se leyó en alto: hacer el esfuer­ zo máximo y buscar todos los medios posibles para salvar a los líderes del partido. Se expresó la convicción absoluta de que Hitler y sus colaboradores se salvarían gracias a sus esfuerzos. En esta reunión estuvo presente un oficial de la embajada de Madrid, que, en el más estricto secreto, dijo a sus compatriotas que él iba a organi­ zar la resistencia y propaganda para después de la guerra. Pasara lo que pasara, la idea nazi no debe morir nunca. Estaba esperando instrucciones precisas sobre lo que debía hacerse. Esta organización clandestina debía formarse en cada país del mundo y España sería uno de los centros princi­ pales debido a su proximidad a Francia. En Suiza existen varios hospitales donde se hospitalizan alemanes heri­ dos y enfermos (con identidades falsas]. En realidad son importantes per­ sonalidades que deben ser salvadas”. [Por esa fecha aún se combatía en el Ruhr, que no cayó en manos aliadas hasta el día 18, cuando más de trescientos mil soldados alemanes fueron hechos prisioneros. Sin embargo es obvio que los reunidos en Zaragoza ya daban por perdida la rica e industrial región alemana. Por otra parte, sigue llamando la atención la insistencia sobre el alto grado de colaboracionis­ mo suizo, cuya banca ocultó durante décadas muchas de las fortunas proA

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ducto del saqueo nazi a los judíos. Cabe subrayar la intensidad de los pre­ parativos para relanzar la ideología nazi después de la guerra.]

Ahora mandan las grandes em presas (Krupp, Siemens...) 8 de abril de 1945. “Los reunidos estaban muy enfadados porque casi toda la organización nazi en Francia había sido descubierta y se habían hecho muchos arrestos. Desde entonces, varias de las estaciones de trans­ misión [radio] han cesado de funcionar. (...) Las últimas semanas sólo habían llegado a Barcelona dos aviones desde Alemania. Los pilotos con­ firmaron que el gobierno había perdido control de una gran parte del país. Los aviones y los pilotos no han vuelto a Alemania, y los pasajeros, miem­ bros de cinco familias, se han quedado en Barcelona. (...) El delegado de Madrid dijo que Hitler, Góring, Him m ler y Goebbels se encuentran bajo vigilancia policial del partido. Incluso se les han retirado sus armas por miedo a que se suiciden. El partido desea que permanezcan en sus pues­ tos hasta el final. Los verdaderos líderes en el momento actual son los grandes jefes industriales: Krupp, Siem ens, etcétera”. [Ni Hitler, ni Góring, ni ningún de los jerarcas nazis mencionados ha­ bían sido apresados por su propio partido, sin embargo, entre ellos había profundísimas disensiones hasta el punto que poco después, Hitler, ofus­ cado por la derrota, llegaría a considerar traidores a personas tan afines a su ideario como Góring o Himmler. La casualidad hizo que precisamente los cuatro líderes nazis citados por Ric acabaran quitándose la vida.] 15 de abril de 1945. “La muerte del presidente Roosevelt ha causado ale­ gría, puesto que dicen que la pérdida del presidente negará a los aliados la victoria en la batalla por la paz, ya que sólo él era capaz de mantener a Stalin bajo control (...). Cerca de Bielsa, en la provincia de Huesca, hay una mina de plomo llamada Parzán, que es propiedad de una empresa france­ sa. En la mina hay un cable de transporte que permite el traslado de mine-

Ahora mandan las grandes empresas (Krupp, Siemens...)

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ral hacia el territorio francés. El director, el químico, el jefe eléctrico y el hombre de mantenimiento son todos franceses y utilizan este cable para traer a alemanes”. 22 de abril de 1945. “Esta reunión fue triste y afligida. El delegado nazi de Madrid envió a su secretario en lugar de venir él mismo. Su mensaje fue que, más que nunca, los alemanes en España debían de hacer todo lo posible para provocar problemas internos aquí con el fin de incitar a los más ancianos contra la propaganda rusa. (...) El gobierno español ha prohibido el aterrizaje de aviones alemanes (...). Este medio de transporte ha sido sustituido por submarinos que vienen de la costa italiana y des­ cargan pasajeros bien en el golfo de Rosas (Gerona) o en el cabo de San Vicente, cerca de Alicante, donde hay depósitos de carburante pesado oculto en las cuevas, a unos cuantos kilómetros del cabo. (...) En Alemania, se han quemado todos los registros del partido. Se declarará que toda la información publicada en periódicos de los campos de con­ centración es mentira”. 29 de abril de 1945. “Esta reunión, reducida, la componían el cónsul alemán en Zaragoza, el canciller del consulado general de Barcelona, un secretario joven de la embajada, y el jefe del partido nazi en Zaragoza lla­ mado Schmidt. Los asistentes se sentían completamente desesperados, debido no sólo a las noticias militares, sino también a la falta total de noti­ cias y de instrucciones de Alemania. (...) Las últimas instrucciones fueron recibidas el jueves, 26 de abril, codificadas, desde Berlín, y desde entonces no habido más comunicaciones. No se sabe nada del Führer, pero todos dijeron que cada uno de ellos estaba listo para dar su vida por su salvación. La reunión se terminó con el comentario de que deben permanecer en estrecho contacto y que fuera lo que fuere lo que pasara, el nacionalsocia­ lismo no moriría”. [Es el fin. Alemania está derrotada. Los reunidos en Zaragoza no tenían A

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noticias del Hitler ni de ninguno de los jerarcas nazis por la sencilla razón de que todo había terminado. El día 23 de abril los últimos combatientes del Ejército alemán habían sido hechos prisioneros en la zona de Harz. Aquel día Goring le dijo a Hitler que negociaría con los aliados y éste le declaró traidor y nombró a Rittervon Greim como jefe de los restos de la Luftwaffe, la fuerza aérea. Por su parte, el temible y sádico Himmler inició por su cuenta sondeos de paz a través del conde Bernardotte, el represen­ tante de la Cruz Roja sueca. El mismo día de la reunión de Zaragoza, 29 de abril de 1945, Rittervon Greim salió de Berlín con órdenes de Hitler de arrestar a Himmler, hasta entonces jefe de la seguridad del Reich. Mientras tanto, el Führer nombró su sucesor al almirante Karl Dónitz, redactó su testamento político y se casó con Eva Braun. AI día siguiente, Hitler y Eva Braun se suicidaron en el búnker de Berlín que temblaba por los cañonazos de las tropas rusas que ya peleaban en la ciudad. Alemania firmó la capitulación en Reinos (Francia) el 7 de mayo de 1945. Sorprendentemente, las reuniones de Zaragoza no terminaron y sólo se aplazaron por motivos de seguridad. Los nazis en España resistieron.] Memorando de Ric de 16 de mayo de 1945. “Con el fin de no atraer la atención, se ha pedido al cónsul alemán de Zaragoza, Seegers que suspen­ da temporalmente las reuniones semanales”. Memorando de la OSS sobre Ric de 3 de junio de 1945. “El 3 de junio, nuestro informador [Ric] se presentó de nuevo en el domicilio del señor Seegers y fue recibido con más entusiasmo del habitual. La conversación fue muy general al principio cuando, de repente, Seegers le preguntó si sus sentimientos no habían cambiado debido a los hechos acaecidos y si Alemania podía contar siempre con él. Al responder afirmativamente, Seegers se lo agradeció calurosamente y le dijo: ‘hoy no puedo contárselo todo pero estamos preparando algo muy interesante. Es necesario que

A h o ra m a n d a n la s g ran des e m p r e s a s (K rupp, S ie m e n s ...)

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nuestros verdaderos amigos colaboren con nosotros; por tanto, cuento con usted y le indicaré cuándo se celebrará nuestra primera reunión, que será muy pronto’”. Memorando de la OSS sobre Ric de 10 dejunio de 1945. “Nuestro infor­ mador visitó de nuevo el consulado y fue recibido inmediatamente, solo. Seegers habló largo rato sobre los rusos y le dijo que según la información que había recibido, los alemanes estaban encantados con el tratamiento recibido de los rusos (...). El ex cónsul pidió un poco más de paciencia, pero dijo que comenzarían a actuar muy pronto (...) y dijo que la gran Alemania no estaba muerta”. [Desde el día 5 de junio de 1945 los aliados habían asumido el poder en toda Alemania, que quedó dividida en cuatro zonas, mientras que Berlín quedó partido en cuatro sectores.] Memorando de OSS sobre Ric de 24 dejunio de 1945. “El informador fue a visitar al ex-cónsul alemán (...). Durante la semana del 17 al 24 de junio, ha llegado de Francia un francés que entró en contacto con los alemanes instalados aquí [Zaragoza] (...). Creía que este francés constituiría un grupo de potenciales guerrillas que pelearían en contra de los aliados en Francia”.

Baviera, centro del neo nazismo Por increíble que parezca, pese a la derrota alemana y a la rendición de Japón, el cónsul nazi Seegers siguió en España una vida tan ajena a los acontecimientos que hasta se permitió unas vacaciones de verano. A su regresó a Zaragoza, reanudó los encuentros, más clandestinos que nunca. Roger Tur asistió y siguió con sus labores de información. La pri­ mera reunión de la nueva etapa tuvo lugar en domingo, el 6 de octubre de 1945. Estaban presentes el jefe nazi de la provincia de Zaragoza, A

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Albert Schmidt o Schmitz; un alemán de Barcelona de identidad desco­ nocida y otros dos o tres alemanes de Zaragoza. Aquellos nazis contaban con uno de los 14 nuevos equipos radioemisores de onda corta que habían instalado clandestinamente en distintos pun­ tos de España. Los aparatos procedían de una tienda de Barcelona sita en la Via Laietana, sin más datos, y cada radio pesaba unos 50 kilos, transmitía en código Morse y con ella enlazaban, además de con la propia red encubierta española, con un centro de mando del neo-nazismo ubicado en Baviera, de donde emanaban las instrucciones para el futuro del nazismo. Ric averiguó que Baviera se había convertido en el centro neurálgico de las actividades del nazismo superviviente para Alemania, Austria, Italia, Francia, España y Portugal. Según Ric, el montaje de Baviera recibió el ape­ lativo de Centro de Resistencia y su jefe fue el general Klindemann y su segundo al mando, el teniente coronel Fachel, según pronunciación foné­ tica. Klindemann era denominado por los nazis “director de los grupos armados de los Altos Alpes” y su “resistencia” se extendió en toda la parte alta de Baviera y en Renania, con dependencias centrales en Boehmeiwalde, en el Palatinado. El cónsul francés en Zaragoza también supo que desde aquella región alemana partió la orden de esperar durante el otoño de 1945 el resultado del proceso de Nuremberg antes de llevar a cabo nuevas acciones. Con esa prudente medida los líderes nazis ocultos pretendieron obtener una amnistía de los aliados que les permitiría reani­ mar el partido en pos del IV Reich. Para ello elaboraron un plan a largo plazo en el que contaban con los niños arios. Mientras tanto, Barcelona se convirtió en la central de recepción de mensajes para España del nazismo clandestino: 28 de octubre de 1945. “Durante la primera parte de la reunión asistie­ ron cuatro oficiales españoles y parecían que se encontraban un poco molestos entre los siete u ocho alemanes (...). [Comentario de la OSS:] El adjunto militar en Madrid cree que, si bien

Baviera, centro

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es verdad que hay una cierta adhesión comunista dentro del ejército espa­ ñol, estimaba que esto afectaba a menos del 1% de los oficiales y que inclu­ so entre los oficiales la proporción es pequeña”. 4 de noviembre de 1945. “Se han recibido importantes instrucciones para que se haga el máximo esfuerzo en el sentido de que todos los niños que vendrán pronto a España sean de nacionalidad alemana. Los citados niños constituirán una especie de guardería para el Nacional Socialismo y serán educados según los métodos nazis. Este asunto es de importancia primordial, dicen, y las semillas implantadas en estos niños alemanes no serán estropeadas por una educación democrática. Además, a través de estos niños se podrá establecer correspondencia con los padres, que reci­ birán y pasarán órdenes por medio de códigos o cifrados bajo las mismas narices de la censura”. 11 de noviembre de 1945. “Asistieron varios jóvenes falangistas que no abrieron la boca. Los alemanes les dijeron que el partido falangista debía de continuar por todos los medios y que ellos podrían hacer grandes cosas en el futuro (...). Los reunidos eran optimistas”. [El 14 de noviembre de 1945 comenzaron en Nuremberg los juicios contra 21 jerarcas nazis acusados de crímenes de guerra, contra la paz y la humanidad. El 1 de octubre de 1946 se dictaron las sentencias; once con­ denas a la horca, tres absoluciones y el resto distintas penas de prisión. Casi un año después, el 15 de octubre de 1946, ejecutaron a los reos, excep­ to a Hermann Góring que logró suicidarse.] 18 de noviembre de 1945. “El nuevo aparato de radio ha sido llevado de nuevo a casa de Seegers. A través del mismo se recibió un mensaje del Comité de Resistencia en Colonia en el que solicitaban nombres por radio de todos los residentes alemanes en Zaragoza. También se recibieron algunas instrucciones que no eran importantes debido a que el transmi­ tí

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sor de Colonia no estaba seguro de que Zaragoza pudiera recibirlas. No obstante, Colonia dijo que era absolutamente necesario entrar en con­ tacto con Baviera, que es el Centro de la Resistencia; pero no era posible hacerlo”. 25 de noviembre de 1945. “La atmósfera de esta reunión era muy depre­ siva debido a una comunicación recibida al efecto de que era posible que 1.600 alemanes que vivían en España regresaran a casa. (...) Barcelona ha informado de que las áreas de puestos de transmisión instalados en Alemania todavía no han sido determinadas, pero que la organización se completará en breve (...)”. 9 de diciembre de 1945. “Ante las órdenes de Barcelona de cambiar el lugar de reunión cada semana y a la vista de la vigilancia de la Policía espa­ ñola, las reuniones semanales han sido suspendidas y las aisladas tendrán lugar en el bar Abdon (...). [Nota de la OSS:] En referencia al Despacho de embajada número 1282, del 11 de diciembre, de la reunión del 4 de noviembre, en el cual se indica que los nazis habían recibido instrucciones para establecer relaciones pró­ ximas con la religión católica, se ha recibido confirmación de dichos intentos de otra fuente fiable, en el sentido que los nazis alemanes están teniendo cierto éxito en su objetivo de introducirse en la comunidad cató­ lica de Madrid”. 30 de diciembre de 1945. “Se está montando ahora el sistema de codifi­ cación para la comunicación con Alemania. Consistirá en una serie de códigos, y cada código sólo será conocido por tres personas, dos emisores y un receptor. Este receptor está en contacto con otro receptor de otra esta­ ción, que a su vez estará en contacto con un tercer receptor de un tercer grupo; de esta forma, se establecerá la cadena hasta el cuartel general. Como los códigos cambian en cada paso o grupo, y puesto que estarán

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compuestos únicamente de palabras sin números, será prácticamente imposible descodificarlos. Las únicas palabras que tendrán el mismo sig­ nificado para todos los grupos -señales de reconocimiento- son las siguientes: para el emisor BROT, para el receptor WASSER. Albert Schmidt dijo que una empresa de Barcelona estaba imprimiendo el código. [Nota de la OSS:] Esta acción tan indiscreta por parte de estos alema­ nes, usualmente precavidos, es difícil de creer; sin embargo, el informador de la embajada insiste en que es verdad, y está intentando obtener el nom­ bre de la imprenta”. 13 de enero de 1946. “La organización mencionada en las reuniones anteriores continúa. Ya se ha establecido contacto con Alemania, ya que Seegers dice que un documento de 32 páginas, impreso en Barcelona y enviado a Alemania por avión, a través de Lisboa e Inglaterra con la ayuda de pilotos de aviación civil, ha sido distribuido a las juventudes de Hitler en Alemania. [Nota de la OSS:] Este librito se cree que procede de la misma imprenta en la que [Ríe] dijo que se imprimieron los códigos y cuyo nombre ha sido prometido por el informador de la embajada”.

Se acabó ¡Heil Hitler!, nace ¡88! 27 de enero 1946. “Las reuniones se han reanudado en la residencia de Seegers. Desde ahora, los alemanes ‘buenos’ [nazis] se saludarán entre ellos y corresponderán no con las dos letras HH [Heil Hitler], como anti­ guamente, sino con el número 88. Gracias a la cadena, se ha recibido una circular de Colonia dirigida a ex cónsules de Alemania o antiguos colabo­ radores suyos en Barcelona, San Sebastián, Zaragoza, Bilbao, Pamplona y Santander, en la que les inducen a restablecer clandestinamente los anti­ guos consulados y a retomar el contacto con las personas que estuvieron empleadas en los mismos. El objetivo de esto es preparar a cada uno de A

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ellos para cumplir su misión conforme se vayan desarrollando los hechos en el exterior y en España. (...) El gobierno español está estudiando la posi­ bilidad de enviar un informe a Naciones Unidas a través de la intermedia­ ción de Suiza y Argentina para probar que Francia está permitiendo el desarrollo de un movimiento destinado a provocar la guerra civil en España. Se dice que este informe está destinado a que el Gobierno español gane tiempo”. 4 defebrero de 1946: “El 31 de enero un avión salió de Madrid, se detuvo en Barcelona, y recogió a 26 alemanes, cónsules y empleados consulares, para llevarlos a Alemania bajo un acuerdo entre España y los aliados. [Nota de la OSS:] El departamento ha sido informado de la fecha exacta de salida y del número de alemanes que iban en este vuelo, en dos aviones. Además, hay 1600 alemanes listos para salir en Miranda de Ebro (campo de prisioneros). El retraso en su partida se debe a que tienen que cruzar territorio francés. Están intentando por todo los medios salir por barco debido a que tienen miedo de cruzar Francia. El Gobierno español ha pro­ metido apoyarles en su intento de salir por mar, dando como razón su falta de material rodante móvil. Estos 1600 alemanes son refugiados que entraron en España en el momento de la entrada aliada [en Alemania]”.

‘Tod oder Spanien’: Muerte o España. Hacia el IV Reich Con la noticia sobre deportaciones y fuga de alemanes a las que hacía referencia el parte de 4 de febrero de 1946 acabaron los tributos como espía permanente de Roger Tur, alias Ric. Sin embargo, sus últimas informaciones sembraron una profunda inquietud entre los servicios secretos aliados que asistían alarmados al surgimiento de una resisten­ cia nazi en la clandestinidad. Una organización de la que desconocían su alcance pero que temieron muy amplia debido por una parte al fanatis­ mo y por otra al inconmensurable potencial económ ico oculto de los

‘Tod oder Spanien’: Muerte o España. Hacia el IV Reich

mandos nazis, que llevaban años saqueando Europa. Por esa razón, junto a los partes de Ric se incluyeron muchos anexos de la OSS que no ocultó el temor que les inspiraba que el nazismo continuase después de muerto Hitler. Unos anexos en los que se descubre que dieron instruc­ ciones a Roger Tur para que indagase más sobre la organización clan­ destina con base en Baviera de la que hablaban en Zaragoza. Así las cosas, buena parte de los esfuerzos de la OSS, del FBI y del SIS británico se encaminaron a la localización del montaje que el novelista británico Frederick Forsyth bautizó como Odessa. Y, hubo una o varias Odessa más en pos del IV Reich, en especial en Sudamérica, donde se refu­ giaron cientos de nazis bajo la sombra de generales como, por ejemplo, Juan Domingo Perón. Para llegar en Sudamérica a ese grado de infiltra­ ción, el nazismo post Hitler siguió un camino hermético que en buena parte pasó por España. Hay innumerables pruebas documentales que lo demuestran, como la información que el 28 de abril de 1947 recibió el mismo centro de la OSS en Madrid que durante tanto tiempo recogió las actas de Ric. Los confi­ dentes de esta agencia americana revelaron la existencia de “una organiza­ ción clandestina en Alemania conocida como Tod oder Spanien (muerte o España), que tiene como objetivo el reclutamiento de jóvenes nazis busca­ dos por las actuales autoridades alemanas, o por los ejércitos de ocupa­ ción aliados. Sus centros más activos están situados en Hamburgo y Munich”. Los nazis -una veinterfa a la semana- se dirigieron a España “por varios itinerarios a través de Francia y Suiza hasta la frontera francoespañola”. A esta pista se añaden otras que incluían hasta los nombres de las per­ sonas que formaban las redes nazis de evasión. Por ejemplo, hay docu­ mentos en español en los que se habla de “actividades de la Gestapo en España a pesar de la derrota total de Alemania”. En ellos se cita a un ale­ mán, residente en la calle Hermosilla n.s 66 de Madrid y también en Torrevieja (Alicante), que, parapetándose en la Cruz Roja americana, pro-

Capítulo 6

La extraordinaria aventura

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pició “la desaparición” de dos compatriotas. Asimismo, una cantidad ingente de informes de los servicios de inteligencia de los años inmediata­ mente posteriores a la II Guerra Mundial tienen por objeto el nazismo clandestino, o más bien tolerado, en España y las rutas de huida nazis que pasaron por nuestro país y terminaron en América. De ellos sirve de ejemplo la Operación Brandy, nombre clave con el que el contraespionaje militar de Estados Unidos de la “subregión de Munich" bautizó a una “red de escape española”. Se trataba de una organización que, en palabras del agente Peter R. Renno, que firmó el informe IV-MU0 5 5 5 3 , permitió

a oficiales alemanes de alto rango y a oficiales de la SS huir

a España con documentos y pasaportes falsos. La trama Brandy captó nazis por toda Alem ania (se cita Hamburgo, Coblenza, Stuttgart, Frankfurt, Berlín, etcétera) y los hizo llegar a España, vía Marsella, con la ayuda de al menos un coche con matrícula del Vaticano. Los investigado­ res descubrieron direcciones de pisos de contacto en Alemania y también de recepción en España. Así, en las notas del servicio secreto de Estados Unidos se cita el número 106 de la calle Independencia de Barcelona como una de las señas fiables para los nazis y otra dirección que aparece escrita “Molollell” (y que puede referirse a la calle Modolell), donde vivía un tal “Pock” que bien podría ser la trascripción fonética de Poch, apellido catalán. Según la OSS, la red Brandy permitió la huida de los ayudantes de Yon Ribbentropy de otros altos cargos del partido nazi.

‘Tod oder Spanien’: Muerte o España. Hacia el IV Reich

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Cuando Franco se hizo amigo de Estados Unidos

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Cuando Franco se hizo amigo de Estados Unidos

Es obvio que, del trío formado por Hitler, Mussolini y Franco, e] generai gallego fue el más hábil de los tres pues logró morir en la cam a IhientraS que uno de sus colegas dictadores se suicidó y al otro lo colgaron pQr jqS pies. El camino de Franco hacia su supervivencia personal y la de su regí' men pasó por la alianza con Estados Unidos, después de orillar ^ patías hacia el eje. Sin embargo, su cambio de bando no se Pro%j0 p0r arte de magia, sino que siguió un proceso en el que unos ven gr^n ^ cia por su parte, otros una falta de escrúpulos descomunal y otros uI1 golpe de fortuna de dim ensiones históricas propiciado por su ant¡Comünismo y por la amenaza de Stalin. El caso es que mientras Franco siguió coqueteando con el eje, cameló a los americanos mostrándose tan amigo de Estados U n i^ ^ue no dudó ni un instante en decirles que se alegraba de sus victorias (Uanfj0 poco tiempo antes se había complacido ante Hitler de las victoriasa¡ernañas. Así, llegado el momento, Estados Unidos miró al dictador coi)|a ca que le convino, olvidando escollos incluso ideológicos, para a|j0yar ja España franquista y garantizar la conservación del régimen. No o()Stante,

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Estados Unidos no miró con nuevos ojos a Franco -con todas sus conse­ cuencias- hasta que el mando unificado aliado en Londres consideró a España el puntal imprescindible para mantener el frágil equilibrio de fuerzas surgido de la II Guerra Mundial. Occidente, o mejor dicho, los mandos militares angloamericanos, temían un avance sobre Europa del comunismo soviético liderado por Stalin. En ese momento España se hizo necesaria para sus planes de defensa y ese instante tiene fecha. Fue el lunes, 8 de mayo de 1950.

El verano que cambió de bando A principios del verano de 1944, tras el desembarco de Normandía, Franco estaba lo suficientemente impresionado con el progreso de la guerra como para admitir por primera vez ante el embajador norteame­ ricano en España, Carlton J.H. Hayes, que esperaba la derrota de Alemania en el plazo de un año, aunque poco antes hubiese halagado a Hitler mostrándose amigo de los alemanes. Este dato sobre el cambio de actitud de Franco forma parte de un exhaustivo análisis sobre la actuación de su régimen durante la II Guerra Mundial que la embajada de Estados Unidos en Madrid elaboró en septiembre de 1945 y remitió a Washington el 6 de noviembre de aquel mismo año. Un estudio, titulado Balance de la guerra aliados-eje en España en el que su autor, el segun­ do secretario de la embajada, Miles Bond, concluyó que Franco había sido menos pro nazi de lo que parecía y que en cambio había ayudado a los aliados, de modo que no procedía “ajustarle las cuentas”, idea arrai­ gada en la Europa de aquellos días. Cuando Franco le dijo a Carlton J.H. Hayes que estaba convencido de que Hitler sería derrotado antes de un año, lo hizo a sabiendas de la impre­ sión que produciría en el diplomático. Es lícito pensar que tras aquel claro anuncio de giro pro aliado, Franco debió meditar mucho cómo fijar mejor su posición ante los futuros vencedores de la contienda. La oportunidad le A

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llegó el 11 de septiembre de 1944, cuando España todavía se desangraba por las heridas de la Guerra Civil y las ejecuciones sumarísimas funciona­ ban a pleno ritmo. Aquel día, en su despacho de El Pardo, un Franco “inu­ sualm ente alegre, cordial y afable” especuló en voz alta ante el embajador Hayes que el III Reich tocaba a su fin, que los líderes fascistas y nazis esta­ ban tan acabados que se suicidarían y que había llegado la hora de apoyar a Estados Unidos, especialmente contra Japón. Mientras Franco opinaba así a puerta cerrada, el extenso aparato de guerra nazi instalado en Espada (KOSp) operaba con tolerancia de las autoridades locales, pese al rep lieg a alem án en Europa. Hayes tomó nota de la reunión y tuvo cuidado en des­ cribir las sensaciones trasmitidas por el lenguaje no verbal desplegado por el Caudillo y que constituyó la expresión más clara del acercamiento a Estados Unidos que pretendía el dictador. El comunicado secreto N. 2 3109 que Hayes envió el 19 de septiembre de 1944 a la Secretaría de Estado en Washington para conocimiento del presidente F. D. Roosevelt comenzó precisamente detallando el ambiente del encuentro: “La recepción que me ofreció el general Franco fue enor­ memente cordial y parecía estar bastante satisfecho y seguro de sí mismo. Obviamente, acababa de disfrutar de sus vacaciones veraniegas en su Galicia natal, durante cuya estancia había pronunciado varios discursos (...) y había recibido y entregado medallas. Respecto a su ministro de Asuntos Exteriores, que estuvo presente durante la conversación, fue amistoso y fraternal. De la actitud y apariencia de Franco es difícil decir en qué m edida es consciente de sus dificultades actuales y potenciales. Ciertamente no da la impresión de ser un hombre preocupado”. Efectivamente, Franco fue muy am able con el representante de Estados Unidos al que recibió a las 12.30 horas en presencia del ministro de Asuntos Exteriores J o sé Félix de Lequerica, y del presentador de emba­ jadores, el Barón de las Torres. Este último actuó com o intérprete, aunque el ministro interrumpió en varias ocasiones con el fin de enmendar la tra­ ducción. “El general Franco fue de lo más cordial y afable y parecía inu-

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sualmente alegre y en plenas facultades físicas”; insistía Hayes. “Expresé mi agradecimiento por su amabilidad en recibirme tan pronto después de mi vuelta de Estados Unidos y dijo que hubiera estado encantado de haberme recibido incluso antes si no fuera porque me habría supuesto un viaje hasta La Comña, en Galicia, donde el tiempo es tan malo como para que cualquier viaje por aire sea muy peligroso, si no imposible”. Tras los saludos, el diplomático norteamericano dio el pésame por la reciente muerte del ministro español de exteriores, Francisco GómezJordana, conde de Jordana, lo que Franco aprovechó para dar un empujón a la política exterior de su gobierno y situarla junto a Estados Unidos. “Franco dijo que echaba enormemente de menos al conde Jordana” pero que esperaba que con el nuevo ministro Lequerica “las relaciones con Estados Unidos se perfeccionaran” ya que “se sentía afín con esa política y deseaba que continuara por ese camino”. Aclarada por Franco la nueva posición política española en el marco de la II Guerra Mundial, el embajador americano le transmitió, de parte del presidente Roosevelt, “los mejores deseos para el jefe del Estado español tanto personalmente como para España”. Halagado, Franco le dio las gra­ cias y comentó que le gustaría conocer qué se comentaba sobre España en Estados Unidos, de donde Hayes acababa de regresar. El embajador explicó al Caudillo que durante su estancia veraniega allí “había tenido largas conversaciones acerca de las relaciones EspañaAmérica con el secretario dé Estado, Cordell Hull; con altos oficiales de los departamentos de Estado, Guerra, Naval y Comercio; con los jefes del Senado y del Comité de Asuntos Exteriores del Congreso; y con numerosos representantes de la prensa americana. También dijo que había dedicado mucho tiempo a “conversaciones con prominentes periodistas america­ nos” a los que encontró desinformados pero “con aspiraciones sinceras de conocer la realidad española y deseosos de jugar limpio (...) pese a que muchos de ellos ignoraban algunos de los importantes avances que se habían producido aquí [en España] en los últimos dos años de modo A

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que estaban dispuestos a aceptar los rumores o la propaganda que emana­ ba de fuentes del eje”. De estas palabras se desprende con toda claridad que Hayes pretendía adular a Franco, halagando supuestos logros de su régimen, y al mismo tiempo culpar a los servicios de propaganda del eje de las noticias contrarias al dictador que aparecían en la prensa de Estados Unidos. Este forzado planteamiento sirvió de excusa para que el embaja­ dor pudiera recriminar a Franco la falta de libertad de prensa imperante en España. “La causa de la falta de información veraz se debe a la censu­ ra”, le dijo Hayes a Franco. Sorprendentemente, el Caudillo admitió el reproche y aceptó que los medios de comunicación españoles estaban controlados, pero culpando de ello al recién fallecido ministro conde Jordanay mintiendo al decir que Lequerica suprimiría la censura. Pero Franco era consciente que el embajador Hayes no había regresado a España sólo para hablarle de la censura y supuso, con buen tino, que durante las conversaciones de alto nivel que el americano había manteni­ do en su país se habría sentado alguna de las directrices sobre las que dis­ currirían las futuras relaciones entre ambos estados, de modo que, impa­ ciente, preguntó a Hayes si tenía algo más que decirle. Así fue. Carlton Hayes traía un mensaje de gran calado que fue expues­ to con cierta delicadeza y que Franco cazó al vuelo. En esencia, según el propio Hayes recogió en el informe, le dijo al Caudillo que Estados Unidos tenía aprecio sentimental por los españoles y que su administración esta­ ba convencida de que “España deberíay podría jugar un papel importante en la organización de la paz mundial que seguiría a la guerra”, pero tam­ bién persistía “el rechazo y la d ecepción ” hacia su régim en. Concretamente le dijo que a los americanos no les gustaba nada que “el gobierno español no se moviera más rápidamente y de un modo inconfun­ dible para ajustar su política de asuntos exteriores a la rápidamente cam­ biante situación militar en todo el mundo”. En Estados Unidos creían en la completa derrota de Alemania a corto plazo y el gobierno Roosevelt no podía entender por qué España no se alineaba definitivamente con

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Estados Unidos y Gran Bretaña “en todos los frentes que no pasaran por la participación activa en la guerra”. “Muchos americanos podrían entender por qué en 1940 y 1941 España se sintió obligada a llevar a cabo una política de neutralidad benevolente hacia el eje” -decía Hayes sobre su propias palabras ante Franco- “pero ahora no hay ninguno que pueda entender porqué, en el verano de 1944, España deba llevar a cabo una política de neutralidad que raya en la ilegalidad”. Franco escuchó atento, respondió que lo que acababa de oír era “muy interesante e importante para él” y “de la máxima ayuda” para sus decisio­ nes y volvió a prestar atención. Hayes retomó la palabra y exigió con firmeza que el Caudillo ordenase de inmediato la interrupción de las líneas aéreas alemanas que operaban desde y hacia España. “Precisamente hemos estado hablando de ello una hora antes de que usted viniera y seguiremos estudiándolo después” res­ pondió Franco y quedó en silencio de nuevo a la espera del siguiente men­ saje de Washington. Había más. Estados Unidos quería que Franco hiciera pública una orden que prohibiese el refugio en España de los líderes del eje que huye­ ran de Alemania e Italia. “Para Estados Unidos” -afirmó Hayes- “la medi­ da es urgente y redundará gratamente en su prestigio, ahora y en el perio­ do posterior a la guerra y favorecerá las relaciones de confianza entre ambos países”. Franco se negó, argumentando que “en la medida de mis conocimientos”, ningún líder del eje contemplaba buscar refugio en Españay que no valía la pena preocuparse del asunto dado que los jerarcas nazis “serán exterminados (...) se suicidarán, serán asesinados, o pasados por las armas antes de que puedan escapar de Alemania o del norte de Italia”. En el acta de la conversación redactada por Hayes, no hay referen­ cia sobre su réplica a estas palabras del Caudillo. Al embajador norteamericano le quedaba otro asunto espinoso por tra­ tar para que el franquismo fuera considerado menos pro eje: Franco debía *

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reconocer a De Gaulle, líder de la Francia libre. “Tiene usted razón. Eso es exactamente lo que España está haciendo”, dijo Franco, ocultando el desa­ grado que le producía el general De Gaulle y su desconfianza obsesiva hacia Francia, reiteradamente acreditada por la documentación desclasi­ ficada. La respuesta de Franco fue una verdad a medias, pues hasta ese instante el ministro Lequerica sólo había dado tibios pasos hacia el reco­ nocimiento de la Francia representada por el general Charles de Gaulle y avanzaba con lentitud hacia la reanudación de relaciones diplomáticas plenas con los nuevos gobiernos aliadófilos de las naciones que estaban siendo liberadas de los nazis en aquellas fechas, tales como Bélgica, Holanda, Noruega, Polonia, Checoslovaquia, Yugoslavia o Grecia. La conversación giró hacia el Pacífico. El cambio de rumbo le vino de per­ las a Franco para dejar de nadar y guardar la ropa y mostrarse más sincero con Estados Unidos. Hayes, propició el acercamiento, al mencionar “los importantes intereses de España en Filipinas que no habían sido respetados por los japoneses.” Franco se mostró entonces entusiasta, pro americano sin fisuras, y con solemnidad le pidió a Hayes que repitiera en Washington “con todo el énfasis que pudiera” esta frase: “Puede tener usted la seguridad de que las simpatías de mi Gobierno y las de toda España estaban firme­ mente con Estados Unidos en la guerra contra Japón”. Lo cierto es que Franco no confiaba en los japoneses y estaba prepara­ do para romper relaciones diplomáticas con Japón en el momento que considerara adecuado. Hacía algo más de un año que había desechado la tercera o cuarta petición del gobierno japonés de elevar su consulado en Madrid al rango de embajada, y desde entonces había amenazado en dos ocasiones al representante japonés en España con la ruptura de las rela­ ciones existentes, por cierto muy útiles para Japón pues merced a ellas España había representando eventualmente intereses nipones en estados con los que Japón no tenía relaciones diplomáticas debido a la guerra. “Agradecí al general Franco lo que acaba de decir” escribió Hayes, al que todavía le quedaban por escuchar otras lisonjas. El propio embajador

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lo describió así: “Después de esta conversación, el-Caudillo comentó nues­ tra campaña militar en Francia y Bélgica. Dijo que había sido un logro militar magnífico. Pensaba que los generales Patton y Bradley se erigían como dos de los mejores generales que había producido esta guerra. Subrayó que se sentía muy contento de nuestro éxito y que había sido una gran liberación para España saber no sólo que España no tenía nada que temer de ninguna invasión extranjera, sino percibir que Francia también había sido felizmente liberada y restaurada, en concierto con Estados Unidos y Gran Bretaña, a su posición tradicional como hito de la civiliza­ ción occidental. España (...) ahora podía respirar más fácilmente”. “Después de las palabras de despedida adecuadas, salí a las 14.00 horas”, es decir, tras una hora y media de conversación. Firmado: Carlton J.H. Hayes.

Franco en la órbita aliada El doble juego del dictador, caracterizado por una política clandestina de proximidad y tolerancia activa con los alemanes, no le impidió acercarse a Estados Unidos, país que también dio grandes pasos en su dirección. Un hecho clave para el acercamiento entre ambas naciones se produjo en noviembre de 1945, cuando la embajada de Estados Unidos en Madrid se enfrascó en la elaboración del exhaustivo informe sin firma para la Casa Blanca que acabaría destacando con entusiasmo la ayuda prestada por el régimen español a los aliados desde 1941. “Extraordinario, válidoy objeti­ vo” calificó Norman Armour, embajador de Estados Unidos en Madrid durante el invierno de 1945, este documento secreto de 56 folios de exten­ sión, fichado con el número 1.112, que leyó el secretario de Estado, James Bymes, un político de enorme influencia en el presidente Harry Truman y que jugó un papel clave en la decisión del lanzamiento de las bombas nucleares sobre Hiroshima y Nagasaki. “El hecho de que España se inclinara tanto hacia el eje en los primeros A

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días de la guerra como para cambiar su estado de neutralidad por el de no beligerancia provocó, de forma generalizada y al mismo tiempo de forma bastante comprensible, que se asum iera ipso facto que el eje recibió más ayuda y facilidades de España de las que tuvieron los aliados. No obstante, por los datos conocidos por esta em bajada y analizados aquí, la conclu­ sión que emerge, en mi opinión, es que al menos durante el periodo de la intervención bélica americana, los aliados recibieron mucha más ayuda y muchas más facilidades procedentes de España para sus esfuerzos de gue­ rra que el eje”. Armour incluyó esta contundente opinión en la presenta­ ción del estudio en el que intentó, dijo, que “los hechos hablaran por sí m ism os” aunque, paradójicamente, “n o pretendiera llegar a una conclu­ sión definitiva”. Los funcionarios norteamericanos destinados en Madrid que partici­ paron en la elaboración de este trabajo, fueron conscientes -y así lo trans­ mitieron a W ashington- de que al final del conflicto mundial arreciaban las críticas al régimen de Franco, sobre e l que pesó una “creciente deman­ da por ajustarle cuentas”. Por esa razón, a la embajada en Madrid le pare­ ció aquel noviembre de 1945 el m om ento oportuno para evaluar el papel de España “en esta guerra, con referencia no sólo a la ayuda y consuelo que ha prestado a las potencias del eje, sino también a la contribución, no tan bien conocida, que ha hecho al esfuerzo de guerra de los aliados y, en con­ secuencia, a la derrota de esas mismas potencias del eje”. El autor del balance desarrolló la idea de que Franco fue amigo del eje, pero que esa amistad fue menor que su odio a los comunistas. Franco “subió al poder en la cresta de una victoria militar asistida materialmente por la intervención de los ejércitos alemán e italiano y, en los años inmedia­ tamente posteriores a la Guerra Civil, no dejó pasar ninguna oportunidad sin que públicamente identificara su causa con las de las potencias fascis­ tas”. De hecho en el informe no se duda de que, durante los primeros años de guerra, Franco “creyó e incluso esperaba una victoria del eje” para, a ren­ glón seguido, subrayar que “después de junio de 1941, sus iniciativas pro eje

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se caracterizaron por su “grado decreciente” en cuanto al deseo de una victo­ ria alemana y en “grado creciente” en lo que se refería al temor de una posi­ ble victoria de “la Rusia soviética, su enemigo más temidoy odiado". La referencia al implacable anticomunismo de Franco, condición ideoló­ gica determinante que marcaría a favor del dictador sus relaciones con Estados Unidos durante el resto de su vida, dio paso al análisis de la colabo­ ración material de España con fascistas y nazis: “Existía un factor de limita­ ción importante que impedía que la cooperación económica de España con el eje fuera completa y que permitió a los aliados mantener abierta la puerta por la que finalmente pudieron anular la posición económica favorable al eje en España. El factor fue la dependencia ineludible de España de las fuen­ tes de suministro británico y del hemisferio occidental. Fue esa dependen­ cia la que condujo al Gobierno español a los acuerdos comerciales de guerra anglo-españoles de 1940 y que dieron a Inglaterra el control sobre la caiga, los pasajeros y tripulaciones de los barcos españoles (...) y que exigió del Gobierno español la garantía de no exportar al eje ciertos artículos especifi­ cados, a cambio del privilegio de poder importar de fuentes aliadas. Además España continuó durante los años difíciles de 1940 a 1942 suminis­ trando a Inglaterra mineral de hierro, potasio, piritas y otros materiales, e incluso facilitó el pase, a través de controles alemanes, de envíos desde Suiza y desde la Europa ocupada de instrumentos de precisión y otros artículos urgentemente necesarios destinados a Inglaterra”. Por otra parte, la destitución en septiembre de 1942 de Ramón Serrano Súñer como ministro de Asuntos Exteriores inclinó la balanza franquista del lado norteamericano, siempre según este informe, en el que la destitu­ ción del cuñadísimo se interpretó como una gran maniobra aliadófila del Caudillo. “Puede decirse -escribieron- que supuso un punto de inflexión, o al menos un cambio en la dirección, en la política española respecto a la guerra mundial en Europa, eliminando del Gobierno español al defensor más agresivo e influyente de las potencias nazi-fascistas y a una persona cuya presencia en el Ministerio de Asuntos Exteriores hubiera constituido A

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un obstáculo insuperable para cualquier contacto comprensivo entre el Gobierno y las potencias anti eje”. Y añadieron: “La eliminación de Serrano Súñer fue, de hecho, al menos parcialmente, atribuible al deseo del general Franco de efectuar una reorientación de la política española que fue confirmada por el hecho de que la persona nombrada para sucederle como ministro de Asuntos Exteriores fue el general Gómez-Jordana, de marcada simpatía pro aliada”. Sobre esta última aseveración cabe recordar que, ciertamente, GómezJordana siempre estuvo considerado como aliadófilo, pero también fue el ministro firmante de un pacto secreto en 1943 por el que España se com­ prometió a pelear junto a eje, contra los aliados, en las condiciones que se exponen el apartado “El doble juego” del capítulo 2 de este libro. Unas cir­ cunstancias que los autores del informe conocían perfectamente.

El error de Filipinas La embajada norteamericana en Madrid sostenía en su informe que el balance del régimen español había sido positivo para los intereses de Estados Unidos, reconociendo, sin embargo, que el camino había sido tor­ tuoso. No obstante, no pudo evitar admitir “tropiezos” franquistas entre los que subrayaron, además de la evaluación negativa de la División Azul, el denominado “error de Filipinas”. Es decir, los americanos consideraron que en octubre de 1943, “el trabajado acercamiento del Gobierno español a las naciones aliadas sufrió un retroceso grave como consecuencia del descubrimiento de un telegrama de felicitación que había sido enviado por el Gobierno español al responsable del régimen marioneta japonés recién establecido en las Filipinas, el señor Laurel”. La administración de Estados Unidos consideró gravísimo el incidente y se apresuró a pedir explicaciones a España. Entonces, según revela el infor­ me, “el ministro de Asuntos Exteriores, Jordana, asumió toda la responsabi­ lidad del telegrama -aunque sea dudoso que él fuera de hecho el responsa-

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ble- y lo calificó de simple mensaje de cortesía en respuesta a un mensaje similar de Laurel, negando con vehemencia que implicara un intento o deseo por parte de su gobierno de reconocer al régimen de Laurel. Sin embargo, el Gobierno de Estados Unidos rechazó aceptar como satisfactoria la explicación del ministro de Exteriores y sólo después de varias semanas de tensas conversaciones, durante las cuales se le indicó claramente al Gobierno español el peligro que había provocado su acción en las relaciones con Estados Unidos, se permitió que el asunto decayera”. Pero los errores se pagan y el telegrama de apoyo al colaboracionista filipino condujo a uno de los momentos más críticos de toda la guerra res­ pecto a las relaciones con Washington y a una campaña internacional pública contra el régimen de Franco. Además, la Casa Blanca usó en su favor el incidente y, según apunta el informe, “decidió aprovecharse de la actitud sumisa del Gobierno español para barrer inmediatamente para casa”. De este modo, en noviembre de 1943, Estados Unidos presentó aun disminuido Franco una lista de peticiones que se aprobaron en el consejo de ministros del 18 de noviembre y se colmaron en un acuerdo de 2 de mayo de 1944. Aquel pacto con los americanos supuso la derrota diplomá­ tica de Alemania, que vio cómo aquel mismo mes Franco cerraba el consu­ lado alemán en Tánger, “un paso que no sólo sirvió para suprimir un centro importante de espionaje del eje en el área del Estrecho, sino que también propinó un asombroso golpe al prestigio alemán en España y en Marruecos”. No obstante, el eierre del consulado alemán de Tánger no fue óbice para que agentes secretos alemanes siguieran operando en el Estrecho tal como se describe en el capítulo 4.

Salvoconductos españoles para los judíos húngaros Un hecho que puso a prueba la neutralidad española favorable a la causa aliada fue el golpe de Estado nazi en Hungría de marzo de 1944. Una vez más, Franco se encontró con el dilema de reconocer o no a un régimen

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enemigo de los aliados, un dilema que en los países democráticos no se producía. El gobierno español aguantó sin pronunciarse, pero la presión de Alemania, irritada por el acuerdo firmado con los aliados como resol' tado del error de Filipinas, hizo que Franco aceptara al nuevo gobierno húngaro y que recibiera a su encargado de negocios pese a las airados protestas de las embajadas británica y americana. “Sin embargo” -escó' bieron los americanos- “este último régimen duró poco” y “el Gobierno español hizo caso a las representaciones aliadas y rehusó acceder a Ia solicitud alemana de reconocimiento de ese régim en” pro nazi. El infof' me americano también detallaba que las autoridades españoles perro*' tieron que un diplomático húngaro que se había rehusado servir a* nuevo y breve gobierno títere mantuviera la representación de la leg3' ción de Hungría en Madrid para temas administrativos. Este caso comportó una consecuencia favorable para el régimen de Franco, cuándo éste permitió que la diplomacia española se involucrar3 en el rescate de buen número de judíos húngaros: “Aunque el reconocí' miento del régimen de Szálasi por España fue desagradable para los atí3' dos desde el punto de vista político, el hecho de que el Gobierno españ0^ pudiera mantener un representante diplomático en Budapest hizo posible una ayuda importante a los esfuerzos aliados en Hungría en favor de los refugiados poh'ticos y de raza amenazados por la persecución nazi. De hecho, el Gobierno español, a través de su representante y de acuerdo coñ las representaciones diplomáticas de los gobiernos británico y americano» hizo que se emitieran un gran número de visas y de ‘cartas de protección’ que sirvieron para impedir el arresto y deportación de varios miles de vícti' mas del ‘nuevo orden’ en Europa”. “Muy relacionado con la cooperación del Gobierno español en esc esfuerzo humanitario” -explica el memorando- “estaban sus acciones 3 favor de los judíos y de otros refugiados en otras partes de la Europa ocupad3 alemana, particularmente de los judíos sefardíes, a los que se extendió su protección en gran número con el fin de lograr su liberación de lacustodi3

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de Alemania o en última instancia de salvarlos de la persecución nazi. En contraste con dichas acciones, no obstante, debe recordarse también el hecho de que, en varias ocasiones, personas de nacionalidad alemana o ex­ alemana que eran consideradas enemigas del régimen nazi fueron secues­ tradas en España por los alemanes en connivencia aparente con la Policía española, aunque en los casos descubiertos que fueron puestos a tiempo en conocimiento del ministro español de Asuntos Exteriores, éste tomó medi­ das inmediatas para impedir la entrega de los individuos en cuestión”. Al final de su trabajo, el autor anónimo de esta monografía escrita en la embajada de Estados Unidos en Madrid sobre las relaciones internaciona­ les mantenidas por los gobiernos de Franco durante la II Guerra Mundial se curó en salud al advertir que nuevos documentos podrían alterar sus apreciaciones ya que se trataba de un asunto muy difícil de determinar. No obstante, no quiso acabar sin aportar su reflexión: “lo que este estudio debería demostrar, no obstante, a pesar de sus limitaciones, es que la cuestión de la no neutralidad española durante la guerra recientemente concluida no tiene, sin lugar a dudas, una única dirección y que cualquier evaluación justa de la política de guerra española debe tener en considera­ ción no sólo los hechos de la asistencia del Gobierno español al eje, sino también el historial de su cooperación con las potencias aliadas, en línea con lo descrito a lo largo de este documento. Hacerlo así debe resultar de ayuda para colocar en su propia perspectiva la creciente demanda de ‘ren­ dir cuentas’ con el Gobierno español y, por tanto, para proporcionar una base racional para la solución de un problema que se ha mostrado asimis­ mo peculiarmente susceptible a una consideración irracional. [Madrid] i de septiembre de 1945.”

La otra cara de la moneda: la versión de Hans Kroll El jueves 13 de junio de 1946, Edgar Hoover, el director de la Oficina Federal de Investigación (FBI), recibió en su despacho de Washington un A

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documento secreto de diez páginas dirigido “exclusivamente a su aten­ ción personal”. Se trataba del informe Las relaciones entre la España de Franco y la Alemania nazi, elaborado a partir de las declaraciones del cónsul general alemán en Barcelona, Hans Kroll, cuyo despacho se encontraba en plaza Catalunya n.Q 21 y que acababa de ser interrogado por Robert Kempner, el fiscal general adjunto de Estados Unidos en los procesos de Nuremberg. Kempner se atrevió a enviar directamente a Edgar Hoover el resultado de sus interrogatorios al considerar que los datos desvelados por Hans Kroll contenían “pistas relativas a la seguri­ dad del hemisferio occidental”. Hans Kroll declaró voluntariamente y juró que explicaba todo lo que sabía. También matizó, tal vez para no parecer demasiado comprometido y salvar su pellejo, que Von Ribbentrop, ministro de Asuntos Exteriores alemán, le había mantenido apartado de las informaciones más confiden­ ciales pero que, sin embargo, conocía datos precisos de los planes de Hitler y Franco para invadir Gibraltar (Operación Félix) o de la operación Gisela, destinada a repeler un hipotético desembarco aliado en Portugal y el norte de España, además de poder revelar una lista de alemanes que debían saber dónde se ocultaba dinero nazi en España. También se sintió capaz de describir unas relaciones entre Alemania y España que dibuja­ ban una versión bastante distinta a la que se desprendía del memorando norteamericano resumido más arriba, el 1.112 de 6 de noviembre de 1945, que tanto ayudó a Franco. Hans Kroll declaró y Kempner escribió que “después del derrocamiento de Mussolini y de la subsiguiente capitulación de Italia, Franco intentó con precaución salirse del club nazi-fascista e introducirse, por la puerta trasera, en el club democrático”. Pero “como seguía teniendo miedo de las tropas alemanas del otro lado de los Pirineos y de una facción de sus propios segui­ dores, comenzó con su política de engañar a los dos bandos, con la que con­ tinúa todavía hoy [junio de 1946]”. Según Kroll, Hitler sólo tuvo por objetivo mantener la neutralidad española con el fin de asegurarse el suministro de

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materias primas indispensables (wolframio, etc.), bases de submarinos e información y propaganda militar y política. De hecho, Kroll reveló que “en una convención germano-española celebrada en Soring en 1943, Hitler con­ sintió a regañadientes pagar por ello con considerables cantidades de armas y otros valiosos bienes (aviones, antiaéreos, artillería, etc.)”. Además, siem­ pre según las confesiones del cónsul alemán, el Führer estuvo particular­ mente interesado en no perder con España una de sus últimas fuentes de información acerca de los planes de invasión aliados, el movimiento de los barcos a través de Gibraltar, la situación en Inglaterra (efecto de las armas V) y de Estados Unidos. A este respecto, Kroll explicó que a pesar de la “neutra­ lidad” oficial de Franco (las comillas son del fiscal Kempner) “la embajada alemana recibía con bastante regularidad, por ejemplo, copias de los tele­ gramas e informes del embajador español en Londres, el duque de Alba, probablemente procedentes de un agente de la oficina de Asuntos Exteriores española” y que en una ocasión vio “la copia del informe del agre­ gado militar español en Washington acerca de los resultados de la reunión Roosevelt-Churchill en Casablanca, que el Alto Estado Mayor español había ‘prestado’ a una agencia alemana”. “La política de doble engaño” -prosiguió Kroll- “se mantuvo incluso después de la guerra, por ejemplo, en la cuestión de los bienes alemanes y la repatriación. Considerando, con pocas excepciones, que la gran mayo­ ría de los nazis más ardientes pudieron permanecer en España, natural­ mente con el consentimiento' tácito de connivencia de las autoridades españolas, los no nazis fueron, más o menos energéticamente, forzados a salir del país. En lo referente a las propiedades alemanas en España, las autoridades españolas competentes estaban intentando con todas sus fuerzas asegurar las mejores piezas del pastel para España, con un grado de corrupción sin parangón. Es bastante significativo que los responsa­ bles de las empresas nazis alemanas más poderosas y especialmente aquellos con un ‘historial nazi brillante’ han permanecido en España sin una sola excepción, a pesar de que figuraban en las ‘Listas de repatriaA

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ción’. Muchos de ellos han obtenido, mientras tanto, la ciudadanía espa­ ñola o brasileña o pasaportes de otros países de Sudamérica y -síntoma típico del patriotismo nazi- se ríen de los ‘tontos idealistas’ que cumplie­ ron con la orden oficial de volver a casa y de ayudar a construir su país des­ truido por su ‘héroe’”. “Franco continúa con su doble juego también en la política, incitando a los británicos contra los americanos, y a ambos contra los soviéticos, a monárquicos contra republicanos, a socialistas contra capitalistas. Es un verdadero, implacable y brutal discípulo de su maestro Hitler. Está especu­ lando con el interés legítimo de las potencias occidentales de evitar una nueva guerra civil en España para mantenerse en el timón. Pero no habrá estabilidad política, ni una administración adecuada en España hasta que Franco se vaya. En el interés de la paz, eso debería de conseguirse median­ te evolución y no por revolución”, sostuvo Kempner ante Edgar Hoover en contradicción total con las apreciaciones del embajador Norman Armour.

El mensaje clave que lo cambió todo Cinco años después de finalizada la II Guerra Mundial, la “cuestión española” seguía sin resolverse aunque es verdad que el tiempo jugaba a favor de Franco. Las dudas sobre si había servido mejor a los intereses aliados o a los nazis pasaban a un segundo plano, mientras que el anti­ comunismo franquista tomaba relevancia en un mundo en el que la amenaza soviética y la guerra fría preocupaban a una parte de los vence­ dores. Aun así, durante esos primeros años de la posguerra mundial, el franquismo estaba en mala posición. Franco y su régimen aparecían como una reliquia ideológica que molestaba en Occidente, en especial a la ciudadanía británica y a los gaullistas franceses, que presionaban para que la política de los vencedores fuera hostil con el dictador español. Sin embargo, en los centros de mando de Defensa de Occidente, los militares vieron España con otros ojos. La miraron como profesionales de

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la guerra bajo el prisma de hipotéticos combates contra un nuevo enemi­ go comunista y concluyeron que el espacio español era nada menos que la fortaleza indispensable para sus planes defensivos de Europa Occidental e incluso para la defensa del territorio de Estados Unidos. Faltaba un año para que el presidente Hany S. Truman aprobara el ini­ cio de la política de acuerdos con Franco, cuando se produjo un hecho que marcaría definitivamente el futuro del régimen español: el almirante Connelly, comandante en jefe de las Fuerzas Navales de Estados Unidos en el Atlántico oriental y Mediterráneo, reclamó la máxima atención de Washington alegando que España era imprescindible para la defensa occidental y así se lo hizo saber a la Casa Blanca el 8 de mayo de 1950. Y lo comunicó con el máximo secreto (top secret) en un mensaje emitido desde la sede central de las fuerzas navales norteamericanas en Europa, en Londres, en el número 20 de Grosvenor Square: %Series: ooogs). El Estado Mayor Conjunto recomienda que, con res­ pecto a España, Estados Unidos presione para la aceptación de los objeti­ vos de la política de Estados Unidos por parte del Reino Unido y Francia. También recomienda vehementemente que el Departamento de Estado lleve a cabo sin demora acciones para asegurar a Estados Unidos y a sus aliados accesibilidad militar y cooperación militar con España, bien bila­ teralmente o bien a través de la aceptación por parte de esa nación como firmante del tratado del Atlántico Norte [OTAN] o del tratado de la Unión Occidental [Unión Europea Occidental, UEO, organización europea de cooperación para la defensa y la seguridad fundada en 1948 por el Tratado de Bruselas]. El Estado Mayor Conjunto cree firmemente que debe encontrarse alguna forma para solucionar las objeciones políticas del Reino Unido y Francia a la mejora de las relaciones con España, en parti­ cular, dado que la mayoría de las naciones europeas afectadas están de acuerdo en la importancia de los puntos de vista de seguridad y estratégi­ cos de España”. Firmado “/SI R. I. Connelly, Armada de Estados Unidos”. En este informe hay dos frases, que en el original ocupaban once líneas A

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de texto escrito a un espacio de interlineado, que apuntan con precisión militar lo que sería desde aquel instante el credo de la política norteameri­ cana respecto a la España de Franco: la importancia estratégica del territo­ rio español estaba por encima del franquismo. En Washington, las peticiones del almirante y otras en la misma línea no cayeron en saco roto y la administración Truman comenzó a estudiar cómo enfocar el tema español desde la óptica de la Defensa, como demuestra el mensaje, también top secret, recibido a finales de enero de 1951 por el em bajador Stanton Griffis, en el que dijeron desde Washington que la política norteamericana para España “se encuentra ahora bajo estudio, especialmente en lo referente a su aspecto militar”. Las indicaciones de la metrópoli que recibió entonces el embajador Griffis incluyeron las intenciones, aún no del todo definidas, que perse­ guía Estados Unidos y que debían servirle de orientación para manejarse con el régimen español en tanto no se decidía cómo abordar el asunto. “Uno de nuestros primeros objetivos políticos es promocionar la inclusión de España en la comunidad europea occidental”, le dijeron, y le sugirieron formulas en las que podía trabajar en esa dirección. Para ello le autoriza­ ron a hacer uso ante los españoles del programa USIE (United States International Information and Educational Exchange), al tiempo que le recordaron la existencia de problemas económicos pendientes, tales como las dificultades para hacer negocios en España, el bloqueo de la ganancias de las empresas americanas en nuestro país y las complicacio­ nes que había en España con el cambio de moneda extranjera. Pero como en la Casa Blanca habían decidido que era necesario acer­ carse más a Franco, Washington indicó a Stanton Griffis que sacara a relu­ cir ante el gobierno español la posibilidad de perfilar un nuevo tratado de Amistad, Comercio y Navegación con España, y que explicara a los minis­ tros franquistas cómo podría aplicarse en nuestro país un programa de asistencia técnica que ofrecía Estados Unidos a quien le convenía. Finalmente en Washington apremiaron al embajador para que “animara

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al gobierno español” a que caminase hacia una economía y políticas más liberales “con el fin de acelerar la plena participación española en la comunidad europea occidental y de promocionar unas firmes condicio­ nes económicas y políticas dentro de España como la defensa más efectiva a largo plazo contra el crecimiento del comunismo”. Sólo al final de las instrucciones a Griffis, la administración Traman mencionó las cuatro palabras claves de la cuestión: “el crecimiento del comunismo”. Una cir­ cunstancia capital que hacía aparecer a Franco como un fiable aunque algo incómodo amigo, comparado con lo que representaba Stalin y el expansionismo soviético en el escenario mundial de la guerra fría. Los informes militares “sólo para sus ojos” {foryour eyes only) que manejó el presidente de Estados Unidos, destinados a evaluar un posible ataque soviético en la Europa libre contra fuerzas angloamericanas o de cualquier otra nación democrática, indicaron que las tropas que pudieran salvarse de un primer envite rojo “no podrían mantener el Rin o cualquier otra línea hacia el este” y que en su lugar, “deberían retirarse hasta detrás de los Pirineos, construir una fuerza poderosa y, gradualmente, expulsar a los rusos de Europa Occidental. La Península Ibérica sería una fortaleza desde la que Europa podría ser liberada”. Esta conclusión, clave para comprender definitivamente por qué Estados Unidos apoyó a Franco aparece en la “información de seguridad” suministrada en mayo de 1952 y bajo el más estricto secreto por el director de la Oficina de Asuntos de Etífópa Occidental, Homer M. Byington, en la Universidad de Guerra del Ejército, en el cuartel de Carlisle (Pennsylvania). Los estudios del Pentágono sobre una hipotética guerra contra la URSS en un escenario europeo que situaban a España como pieza indispensable de la defensa de Occidente se mantuvieron secretos, tanto para evitar que cayeran en manos del enemigo soviético como para no provocar sensación de inseguridad entre europeos y americanos. Junto a la cuestión estratégi­ ca, se pensaba que el ciudadano medio (europeo y americano) no estaba “preparado para ver París, Bruselas o Heidelberg sufrir a la vez una ocupaA

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ción soviéticay un bombardeo de Estados Unidos”. Los europeos occiden­ tales, concluían, no se veían capaces de sobrevivir “otra liberación, que en este caso sería lanzada desde España”. Bajo la premisa de que España, o mejor dicho, el territorio español, era imperativamente necesario para sus intereses militares, y mientras Estados Unidos buscaba la fórmula para encajar las piezas del rompecabe­ zas defensivo europeo ante la amenaza comunista, la política del presi­ dente Truman confió en que Francia y el Reino Unido vieran a España del mismo modo que ellos: “Esperamos que los gobiernos británico y francés busquen también resistirse a las presiones locales en sus formas extre­ mas, ya que sería difícil para el público norteamericano entender esta negligencia aparente del potencial de defensa disponible para la protec­ ción común. Sin duda se crearía un sentimiento de que Francia y el Reino Unido estarían anteponiendo factores que, de forma correcta o incorrecta, se piensa que son secundarios para la autodefensa” (escrito de la Casa Blanca a Homer Byington, de 23 de agosto de 1951).

El largo y tortuoso camino hacia Rota y Torrejón Tras la toma de conciencia americana, en 1950, de la importancia estra­ tégica de la península ibérica para la defensa de Occidente, el 15 de febrero de 1951 un presidente Harry S. Truman convencido, aprobó una política de acercamiento hacia la España de Franco, con la intención de instalar en territorio español bases militares “que permitirían operar en una am plia zona de Europa occid ental, el norte de África y el Mediterráneo occidental, así como toda la amplia línea del océano Atlántico central y norte”, tal como expuso el Estado Mayor Conjunto de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y recogió Homer Byington en su documento secreto para la Universidad de Guerra del Ejército del cuartel de Carlisle (Pennsylvania). Pero el asunto no se presentó sencillo. Por un lado, el franquismo no

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era adecuado, con su pasado colaboracionista y su cariz fascista, y por otro Estados Unidos tuvo que comprobar antes qué pretendía Franco a cambio de las bases. El i2 y 13 de febrero de 1951, el Departamento de Estado nor­ teamericano avisó a británicos y franceses de la intención de llevar a cabo conversaciones de sondeo con Franco para evaluar lo que España podría desear y lo que podría aportar a la defensa común. Los británicos se opu­ sieron de plano; los franceses, también. Aún así, el 14 de marzo el embaja­ dor estadounidense en Madrid, Griffís, tuvo una charla informal con Franco en la que el dictador le comunicó que Norteamérica podría utilizar instalaciones españolas con la condición de que se usaran conjuntamente y que revirtieran a España al finalizar cualquier hostilidad. Pese a la reite­ rada oposición del Reino Unidoy de Francia, el 11 de julio de 1951 el presi­ dente Hariy Truman, convencido de la doctrina que lleva su nombre con­ tra el comunismo, ordenó al almirante Sherman, jefe del operativo naval de Estados Unidos, sondear de nuevo al Caudillo. Lo hizo el 16 de julio de 1951, en Madrid. Aquel día Franco espetó a Sherman que su país había perdido un tiempo precioso. Sólo cuatro personas estuvieron presentes en la reunión exploratoria que, vista ahora, marcó otro hito en el futuro de España: Franco, el diplo­ mático español marqués de Prat de Nantouillet, el embajador Griffís y el almirante Sherman, que redactó para el presidente Truman la memoria de esta conversación. Griffís hizo las presentaciones. “A continuación” -escribió Sherman“informé al general Franco, a través del marqués de Prat que actuaba como intérprete, que el presidente había autorizado que yo [Sherman] viniera a Madrid como representante del Departamento de Defensa y del Estado Mayor de Estados Unidos. Indiqué que le habíamos dado una extensa y cuidadosa atención a los problemas estratégicos referentes a la defensa del mundo occidental y comenté brevemente sobre la importan­ cia estratégica de España en relación con la defensa de Europa occidental. Mis comentarios incluyeron referencias a su importancia en las comuniA

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Forrest P. Sherman El hombre que por orden del presidente Truman se entrevistó con Franco fue Forrest P. Sherman (1896-1951),que recibió el encargo de sondear el camino hacia la instalación de bases americanas en España. Graduado con honores militares en 1918 en la Academia Naval de Estados Unidos, durante la I Guerra Mundial sirvió en el Mediterráneo y durante la II formó parte del departamento de planificación de guerra del Navy Departament, en Washington. En agosto de 1945 representó a la Marina en las conversaciones sobre la rendición de Japón celebradas en Manila.

caciones aéreas haciay desde Europa occidental, y su posición dominante en las comunicaciones aéreas y navales del Mediterráneo”. Sherman resumió para Franco una versión suavizada de los problemas militares a los que se enfrentaría Estados Unidos en el caso de hostilida­ des contra la URSS y comentó brevemente el problema del despliegue de fuerzas aéreas y navales en apoyo de la defensa de Europa occidental. Luego anunció, con prudencia, las necesidades estadounidenses: “Señalé entonces las medidas que parece necesario llevar a cabo en la situación actual. Éstas incluyen privilegios de tránsito y de operativa aérea en España, en el Marruecos español y en Canarias. También señalé nuestra necesidad para fondear en las aguas territoriales españolas, así como en Baleares, e indiqué nuestra concepción de las operaciones antisubmariñas y de las operaciones de portaaviones en el Mediterráneo”. Sherman añadió que Estados Unidos preveía iniciar cierta cooperación militar que incluyera el estudio de instalaciones, intercambio de informa­ ción, consultas relacionadas con los planes de defensa de España y consejos técnicos sobre la cuestión del suministro y la logística militar. Pero lo que el mensajero de Truman no le dijo al Generalísimo es que la Casa Blanca consi­ deraba a España el último bastión contra una supuesta invasión comunista de Europa y que de una u otra manera acabarían instalando bases militares en nuestro país. Tampoco le manifestó que la seguridad territorial de Estados Unidos estaba en juego y sobre ese punto no cabían dilaciones. Franco esperaba desde hacía tiempo la visita norteamericana, pues, de

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lo contrario, no se entendería que, tras exponer a Sherman una versión sobre su “trabajo en solitario” para la defensa de Occidente, se atreviera a decirle a un enviado del presidente de Estados Unidos que llegaba tarde y mal. El almirante redactó diplomáticamente el episodio: “Franco enfati­ zó que se había perdido un tiempo precioso y que ya era bastante tarde para comenzar a preparar a España para que participara con efectividad en el enfrentamiento contra un probable agresor”. Y tras exponer su malestar por la tardanza, el dictador sacó a relucir su temor por los france­ ses, matizando que se refería a los ciudadanos galos y a sus políticos y no al ejército del país vecino. Sherman dejó escrita la opinión vertida por Franco: los franceses “no lucharán contra los rusos, excepto en el caso de que los rusos ocupen el resto de Europa. Los franceses se prepararán, bajo un nuevo gobierno, para luchar contra España”. Es decir, Franco creía que Francia sólo se enfrentaría militarmente a la expansión rusa en el caso de que los soviéticos trataran de invadir los países de Europa occi­ dental pero que, en cambio, serían perfectamente capaces de atacar España con los rusos como aliados. La idea del pueblo francés aliado a los rusos y enemigo de España preo­ cupaba tanto al jefe del Estado español que la repitió varias veces. En este aspecto Franco fue muy reiterativo y cada vez “hizo una cuidadosa distin­ ción entre el gobierno francés y el ejército francés”. Por el contrario, cuan­ do opinó de Estados Unidos, se deshizo en alabanzas y “habló de los éxitos del general Eisenhower en tétTninos altamente elogiosos”. Finalmente, Franco aceptó que los requisitos americanos podrían ser satisfechos a cambio de asistencia económica y militar. Como resultado de aquella entrevista, el 22 de agosto siguiente, el presidente Truman envió al general de división James W. Spty al frente de un equipo técnico para estudiar las instalaciones militares españolas. Británicos y franceses fueron previamente informados y comenzaron a aceptar lo inevitable. Lo “inevitable” llegó el 26 de septiembre de 1953 cuando España y Estados Unidos firmaron los tres históricos convenios de Ayuda para la A

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mutua defensa, Defensivo y de Ayuda económica. La administración nortea­ mericana reconoció en secreto que los suscribía porque “el general Franco es la única fuerza en España con la que se puede negociar de forma prácti­ ca”, y también debido a que “en la actualidad España sólo está preparada para aceptar un acuerdo limitado, y esto sólo lo haría con nosotros”. Para Estados Unidos, entonces bajo la presidencia republicana del general Eisenhower, el arreglo con Franco se presentó internamente como un mal menor o una contrariedad necesaria, pues en la primera nación del mun­ do eran plenamente conscientes de la realidad de España bajo la dictadu­ ra de Franco y su régimen. Aunque las dos últimas citas textuales son del director de la Oficina de Asuntos de Europa Occidental, los documentos desclasificados de aquel tiempo desprenden la misma idea. En la “información de seguridad” (top secret) para el Departamento de Estado de 11 de febrero de 1953 -hacia el final de la negociación de las bases- se designan como objetivos de Estados Unidos en España el desarrollo “con urgencia de la potencialidad militar de la posición geográfica estratégica de España para la defensa de la zona de la OTAN; la ayuda a la mejora de las relaciones de España con otros países de Europa occidental; y, si fuera políticamente posible, obte­ ner una pronta participación de España en la OTAN”. Sin embargo, en el mismo documento se explica que “España, nominalmente una monar­ quía, es un Estado autoritario” y que “el general Franco, que ha sido jefe del Estado desde el 29 de septiembre de 1936, también es comandante en jefe de las fuerzas armadas, presidente del Gobierno y jefe del partido Falange”, que “es el único partido político legal. (...) Bajo el régimen de Franco no existen los criterios para determinar el alcance de la opinión pública, como las elecciones libres, libertad de reunión o una prensa libre, y es difícil juzgar las tendencias políticas del pueblo español. Falange care­ ce de un programa dinámico y aparentemente retiene a sus miembros principalmente debido a que cuenta con el monopolio de la actividad polí­ tica. (...) Suponiendo que al pueblo español se le diera la oportunidad pací-

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fica de cambiar su gobierno mediante elecciones libres, una estimación por encima ofrece que tanto el partido comunista como la Falange recibi­ rían cada uno menos del 10% de los votos, y la gran mayoría del resto se dividiría entre monárquicos, socialistas, anarquistas y algún tipo de parti­ do apoyado por la Iglesia”, en unas elecciones que “inevitablemente, ven­ drían marcadas por el miedo a otra guerra civil”. Pese a la incomoda realidad política española, Estados Unidos se con­ venció de que no le quedaba otra salida que la de los pactos bilaterales para lograr instalar sus bases militares en España por una vía pacífica. Y así lo hizo, pero bajo premisas e intenciones que permanecieron secretas. Los documentos desclasificados sobre aquellos pactos evidencian que Estados Unidos quiso instalar las bases en España sin desbaratar “todo lo logrado hasta la fecha con los países de la OTAN”, en el marco de un plan de defensa en el cual “las autoridades militares británicas y francesas esta­ ban de acuerdo” con ese “primer e inmediato objetivo” siempre y cuando “el flujo de apoyo militar y económico de Estados Unidos hacia ellos” no se viera “disminuido por su desviación hacia España”. Claro que Washington también supuso que “el desarrollo del programa de las bases militares en España” unido a la evolución de una fuerza de defensa europea con la par­ ticipación de Alemania, crearía “una situación en la que podemos progre­ sar hacia el fortalecimiento del Ejército español para que forme parte de la defensa de Europa”. Mientras el mencionado progreso defensivo de España permaneció en el terreno de la especulación, las pretensiones de la Casa Blanca respecto al territorio español quedaron perfectamente definidas. Entre los princi­ pales requisitos militares ~top secret- acordados por el Departamento de Estado y Defensa, y que sólo fueron explicados en términos generales al gobierno español, contemplaron montar bases de la fuerza aérea “en Madrid, Barcelona, Sevilla, Zaragoza y Albacete (cerca de Valencia)”, y otra base en la zona de Cádiz “avanzada de la Armada, capaz de dar soporte aéreo y marítimo a los portaviones, de ser plataforma para submarinos” A

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Cuando Franco se hizo amigo de los Estados Unidos

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y centro de reconocimiento de operaciones logísticas del ala aérea de la Flota. En estas bases, calcularon desplegar “seis alas de bombarderos medios, un ala de reconocimiento estratégico, un ala de escolta de avio­ nes, dos alas de lucha e intercepción y las correspondientes unidades de soporte”. El despliegue permanente en tiempo de paz de la Fuerza Aérea y de la Armada de los Estados Unidos en España quedó fijado en 14.000 hombres, y “el despliegue previsto en tiempo de guerra para estos dos ser­ vicios en 47.000 soldados”. La firma de aquel acuerdo de 1953 dejó en España una sensación de insatisfacción que sólo se diluyó con el convenio de defensa bilateral de 1989, cuando Estados Unidos y España se trataron entre iguales. Como consecuencia de aquel nuevo tratado, en mayo de 1992, los 72 aviones F-16 de la US Air Forcé desplegados en Torrejón de Ardoz abandonaron defini­ tivamente la base española.

El laigoy tortuoso camino hacia Rota y Torrejón

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Como explica el capítulo anterior, Franco navegó entre dos aguas durante toda la II Guerra Mundial, pero tras la paz y pese a ser considerado la reli­ quia de un pasado impresentable, logró no ser barrido del mapa y colocar­ se en la órbita de Estados Unidos. Tras el acuerdo militar bilateral con los americanos, Franco se convenció de que era la “reserva espiritual de Occidente” e impulsó un nacional-catolicismo que objetivamente era más papista que el Papa. En 1959 recibió la primera visita de un dignatario occidental, el presidente estadounidense Dwigth David Ike Eisenhower, que fue presentada por la propaganda del régimen como el espaldarazo definitivo al franquismo. Sin embargo Eisenhower y Franco no simpatizaron y, aunque el régimen nunca lo reveló, su entrevista no pasó de lo cortés e incluso llegó a un desa­ cuerdo total cuando el presidente de Estados Unidos sacó a relucir la falta de libertad de culto en España, en referencia a los protestantes. El problema planteado por Eisenhower, y que Franco esquivó por la tan­ gente, no quedó zanjado en la entrevista y se arrastró durante años hasta después del mandato del católico presidente J. F. Kennedy e incluso de la

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restauración de la democracia en España. Mientras tanto, un ultra conserva­ dor Francisco Franco contó con el apoyo de la Iglesia española, que le honró permitiéndole entrar bajo palio en los templos y no condenó las continuas ejecuciones de rojos. Sin embargo, su gran fervor religioso no le evitó difíci­ les relaciones con el Vaticano, crítico a su modo con la política del dictador.

El desencuentro Franco - Eisenhower El 22 de diciembre de 1959 fue un día memorable para Francisco Franco y una jornada más de trabajo para el presidente de Estados Unidos, el general Dwigth Ike Eisenhower, que llevaba 19 días viajando por 11 países de medio mundo. El régimen español se sentía respaldado con la visita de tan alto dignatario y no desperdició la oportunidad de presentarla como un hecho “memorable para Occidente” y de elevar el encuentro personal entre ambos militares a la categoría de “histórica conferencia”. La llegada del general americano se esperaba con ansiedad y se presentó ante los españoles como el triunfo del franquismo. Pero lo que no se dijo entonces es que, según la trascripción del diálogo entre Franco y Eisenhower, la entrevista se convirtió en un profundo desencuentro por culpa de la acti­ tud del régimen español hacia la minoría protestante residente en España, que no lograba practicar su culto libremente y que había hecho llegar su protesta hasta la Casa Blanca. El asunto se enturbió tanto, que la conversación formal entre el pfesidente y el dictador acabó repentinamen­ te mientras el ministro de Asuntos Exteriores, Femando María Castiella, trató de suavizar la situación. Aquel día por la mañana, el presidente de Estados Unidos habló un rato más con Franco en El Pardo y sin más se dirigió a la base de Torrejón, donde tomó su avión presidencial que despegó a las 10.45 horas rumbo a Washington. Un instante antes, Eisenhower había pronunciado un discurso de despedida de apenas tres minutos de duración: “Generalísimo, excelen­ cia, señoras y señores. Lo único que lamento por lo que se refiere a la visita A

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Franquismo y religión

que he hecho a este país es su brevedad, pero a pesar de ello me (¡evo impre» siones m uy profundas”. Luego, agradeció la presencia de los que acudido a “esta base aérea para darme la bienvenida ayer o para despedinr^ hoy”, y añ ad ió que había “celebrado conversaciones üti|es ^ Generalísim o”. Tras un “Dios os guarde”, dijo “good bye”, y se marchó. Air^ dejó la resaca de un recibim iento apoteósico y la sensación entre muchos españoles de que España volvía a estar en el mapa. Por su lado, tke se llevóa W ashington la impresión de tener un incóm odo aliado. El docum ento, “secreto y de distribución limitada” que revela el inciden­ te entre Franco y Eisenhower en tom o a los protestantes es el de conversación de 22 de diciem bre de 1959 relativo al “viaje de buena voluntad del presidente” de Estados U nidosy que recoge todos los detalles d err o to aconteció en El Pardo. Eisenhowery su séquito llegaron a la residencia de Franco unos minutos antes de las ocho de la m añana para participar en un desayuno. ^ ^ fedo norteam ericano estaban, además del presidente, seis personas: el embaja­ dor en España, John Davis Lodge; el intérprete, coronel Vernon vvalters; el cónsul para “asuntos de la región”, Charles S. Murphy; el atRutista, gene­ ral de cuatro estrellas Andrew Goodpaster, el secretario de Prensa, James Hagerty; y el diplom ático experto en asuntos europeos, William ty polejgh. Por el lado español, acom pañaban a Franco: el embajador de España en Estados Unidos, José María de Areilza y Martínez de Rodas, conde de Motrico; el m inistro de Asuntos Exteriores, Femando María Ca$t¡ella; y el director de Asuntos políticos para Norteamérica, Jaime de Piniés. Primero desayunaron y a continuación “los dos jefes de Estadoy las per­ sonas m encionadas se trasladaron al estudio del G eneralísim o ceiebrar su conferencia, que duró unos 90 m inutos”. El presidente americano inició la conversación. El tono fue formal« pero cordial. Los demás escuchaban. Eisenhower explicó que intentaba h a cie se viaje desde hacía cinco años pero que las disposiciones de la Constitución de Estados Unidos hacían que fuera difícil para un presidente estartai* leJ0s

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y durante tanto tiempo. “Con la llegada de los aviones a reacción, esto ha cambiado” -com entó- “al hacer posible viajar prácticamente a cualquier sitio y seguir estando a menos de 24 horas de Washington. Esto me ha per­ mitido ir a Nueva Delhi, por fin”. Sin embargo, el general norteamericano lamentó no haber podido completar un viaje alrededor del mundo porque muchos de los países del Extremo Oriente, como “Borneo, Vietnam, Indonesia, Formosa, Filipinas, Corea y Japón, también querían que les visitaray simplemente no podía estar fuera durante tanto tiempo”. El presidente dijo que la intención de su viaje era que los países visita­ dos interpretaran mejor los objetivos de Estados Unidos en el mundo, que no eran otros -afirm ó- que ayudar a los países subdesarrollados a salir de esa situación. “Si Estados Unidos no lo hiciera, podría crearse un gran blo­ que de naciones descontentas que terminarían provocando dificultades tanto a Estados Unidos como al resto del mundo”. Luego siguió exponien­ do lo que había encontrado en las naciones por las que había pasado y resaltó que el viaje le había convencido de que “la mayoría de las personas saben en su fuero interno que todo Occidente está intentando desarrollar sinceramente la seguridad internacional, un mundo mejor, paz y mejoras económicas para todos los países (...) y el deseo de un mayor desarrollo espiritual”. Tras afirmar que “la gente prefería a Occidente”, miró al Generalísimo y le pidió “su visión sobre la situación del mundo desarrollado, particularmente en lo referente a China y la URSS y a los esfuerzos de los países de la Alianza Occidental por invertir el esfuerzo comunista de promover sus métodos eco­ nómicos, militares o políticos”. Transcribe el acta que “el general Franco comenzó diciendo que creía que contra el comunismo se debía luchar con mayor unidad y que debía ser contrarrestado de forma que se mantuviera y se elevara el espíritu de los pue­ blos del mundo por todos los medios posibles”. “Creo que el mundo comunista está pasando por una crisis y creo que hay dos Rusias, por ejemplo, la Rusia de Stalin y la de la era post-Stalin”,

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Femando M. Castiella, nieto de americanos Fernando María Castiella (Bilbao, 1907 - Madrid, 1976), presente en la entrevista en Franco y Eisenhower, fue un de los negociadores más hábi­ les del régimen franquista. Se vio beneficiado por el hecho de que Estados Unidos siempre lo consideró muy próximo a sus intereses. La clave resi­ dió en que en varios informes secretos destacaron su dominio del inglés y que su madre y abuelos eran de Texas.

comentó Franco, que pensaba que desde la muerte del dictador ruso se había creado una pequeña revolución en la URSS, comenzando con la elimi­ nación de la policía del terror. “Bajo Stalin” -siguió- “los niveles superiores políticos y militares estaban continuamente bajo el miedo de las pur­ gas policiales y los sucesores de Stalin han destruido el poder de la policía secretay se han liberado del terror policial”. Tras hablar de Marruecos, llegó el momento en el que Eisenhower sacó a colación la ayuda para España. “El Gobierno americano ha estado observan­ do el esfuerzo español y está muy contento con él. También deseo decirle cuánto valora Estados Unidos la excelente cooperación que el Gobierno español ha mostrado con las bases. Por esa razón, estamos muy agradecidos al Generalísimo”. Unos minutos más de cortesíasy Eisenhower disparó con el tema religio­ so citado que, anunció, “es un problema intemo tanto para España como para nosotros”. Entonces explicó que había “un grupo de opinión pública muy ruidoso en Estados Unidos, en concreto los Baptistas, que le habían pedido que planteara el caso a Franco, incluso aunque se tratara de un tema intemo español”. Explicó que los baptistas le habían dicho que “tenían la impresión de que se estaba abusando de ellos, porque habían construido una iglesia en España y las leyes españolas no permitían utilizarla”. Después Ike trató de suavizar el tono aduciendo que creía que la única cosa que tenía derecho a decirle a Franco era que esperaba que reconsiderara el asunto. Y, antes de que Franco contestara, aclaró, tal vez conciliador, que Estados Unidos “está

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compuesto por una población muy heterogénea que incluye a personas de todas las religiones” y que le costaba entender por qué en España no se per­ mitía ejercitar su religión a algunos grupos sociales, un hecho que enturbia­ ba “un poco” las relaciones entre los dos países. Tras la exposición, Eisenhower preguntó a Franco si podía hacer algo al respecto, anunciándole de antemano que se lo agradecería y que “realmente éste es el único proble­ ma que tengo que mencionarle”. Hasta ese instante la reunión había transcurrido con una mesurada cor­ dialidad. La fórmula era la habitual, es decir, hablaba el presidente nortea­ mericano y al terminar el traductor hacía su trabajo. A continuación hablaba Franco, traducción y vuelta a empezar. Sin embargo, tras la puesta en escena del caso de los protestantes todo se aceleró y entonces, aunque siempre con la mediación de los traductores, se produjo un cruce rápido y seco de frases. Franco replicó que en España casi no había protestantes, “ni siquiera uno de cada m il”, afirmó, y añadió que se trataba de “un asunto local” que estaba seguro de que podría resolverse. El presidente de Estados Unidos insistió, obviamente insatisfecho por la respuesta, con el argumento de que muchos de sus amigos católicos también le habían sacado este tema en su país. “Lo que el general Franco pueda hacer sobre este asunto no hará sino fortalecer las relaciones Estados Unidos - España”, argüyó insis­ tente el general norteamericano, que reforzó su razonamiento con el argu­ mento de que la solución del inconveniente de los protestantes permitiría a los funcionarios estadounidenses hablar más libremente sobre las bue­ nas relaciones entre ambos países. Franco fue tajante y se desentendió del problema, que trasladó a la jerar­ quía eclesiástica española. Si Estados Unidos quiere cambios respecto a los protestantes, advirtió Franco, “tendrán que forzarlos ustedes desde Roma...” Silencio incómodo que rompió el ministro Castiella, para alegar que el gobierno español estaba trabajando sobre el asunto. El ambiente fue tan tenso que, según certifica el memorando, “aquí terminó la conversa­ ción” y el primer capítulo de lo que sería un largo y oculto desencuentro. A

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Los d ientes del ‘Caudillo’

El arzobispo de Nueva York, Francis Joseph Spellman, fue recibido por Francisco Franco el 16 de febrero de 1943. “Llegué al palacio de El Pardo poco después del mediodía -escribió Spellman para la Casa B lan ca- en donde fui saludado por una compañía de soldados y escoltado u n tramo de escaleras hasta una gran sala de espera magníficamente am ueblada al estilo español, con tapices diseñados por Goya y hechos en M adrid hace un siglo (...). Al abrirse las puertas dobles me encontré en presencia del Generalísimo. Mi impresión estuvo en consonancia con su reputación de un hombre de edad media, muy sincero, serio y saludable. Sonrió media docena de veces y lo hizo porque se encontraba a gusto y, por lo qu e pude apreciar, no creo que se vea obligado a visitar al dentista muy a m enudo, porque sus dientes eran perfectos. (...) Durante toda la audiencia habló en español y yo en italiano. Me entendió siempre (...).”

La odisea de los protestantes La presión del presidente de los Estados Unidos a favor de los protestantes en la España franquista no cayó en saco roto, pues constan varios documen­ tos españoles que evidencian cierta preocupación del régim en a raíz de la visita de Eisenhower. No obstante, los años de tardanza en solucionar el pro­ blema -en el que el Vaticano no interfirió demasiado- demuestran que el dictador español se dedicó a ganar tiempo. Era obvio que el presidente de Estados Unidos había salido contrariado de la entrevista con Franco, y por eso el régimen no tardó mucho en ofrecer la explicación que el dictador no fue capaz de articular en El Pardo. Tres meses después del desencuentro, a las once y media de la mañana del miércoles 23 de marzo de i960, el ministro de Asuntos Exteriores espa­ ñol, Femando M. Castiella, compareció en la Casa Blanca ante Dwight D. Eisenhower con un mensaje de Franco en tono tranquilizador: El problema de la libertad de culto para los protestantes en España estaba envías de solu­ ción. No era verdad. El régimen consideraba a los protestantes unos españo­ les indeseables y el problema, artificial. El ministro Castiella, al que acompañaba el embajador Areilza, fue el encargado de comunicar lo que España estaba haciendo a favor de la nor­ malización del culto protestante. En la Casa Blanca, los españoles fueron

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escuchados por Eisenhower, el embajador John Davis Lodgey el funciona­ rio del Departamento de Estado, Ivan B. White. Consta en acta que Castiella “informó que podía asegurar al presidente que en muy poco tiempo este asunto estaría resuelto a su satisfacción” pues “el general Franco había decidido que así se hiciera y esa era la política del gobierno”. El ministro español alegó que se trataba “por supuesto de un problema delicado” por el que sería “necesario consultar a la jerarquía eclesiástica”. El presidente norteamericano se mostró conforme, comentando que sabía que el 96% de los españoles eran católicos, lo que le permitía deducir que “obviamente era un problema delicado”. Castiella anunció que entregaría un informe al embajador Lodge con la reiteración y garantía de que pronto se solucionaría todo. La noticia agra­ dó a Ike, que hizo hincapié en que “la solución del problema sobre el trata­ miento de los protestantes en España tendría un gran impacto favorable en Estados Unidos” y recordó a los españoles que “la Primera Enmienda de la Constitución de Estados Unidos estipula la libertad de culto” y aplicó al caso un principio básico de la democracia: “Siendo los católicos una minoría en Estados Unidos, ellos son los que se preocupan más acerca de la protección de los derechos de las minorías y una resolución favorable española sería tremendamente popular en Estados Unidos”. Quedó escrito que “al terminar la conversación, el presidente pidió al ministro español de Asuntos Exteriores que transmitiera al Generalísimo Franco lo satisfecho que estabá con las noticias de que pronto se encontra­ ría una solución al problema de los protestantes en España”. Pero no fue así. En el informe prometido en aquella entrevista, que Madrid envió a Washington el 6 de abril de 1960, quedaba patente que al gobierno franquista no le gustaba la actitud de los luteranos españoles, una minoría que era “poco patriota”, en contraste con “judíos y árabes”. Aquel informe, respuesta española a las inquietudes de Eisenhower, fue un alarde de ambigüedad. Admitía y negaba el problema, al mismo tiempo que afir­ maba que los protestantes no eran perseguidos en España para, un poco

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La vuelta al mundo de ‘Ike’ Eisenhower Durante encuentro de 23 de marzo 1960 entre el presidente Eisenhowery el ministro Castiella hubo un momento para hablar del turismo, una acti­ vidad incipiente en España que se cifraba en 3 millones de turistas al año. Eisenhower confesó que estaba muy interesado dado que nueve meses y 27 días después sería “un hombre libre” y estaba planificando una vuelta al mundo, razón por la que quería saber cuál era la zona de España con mejores playas. Castiella, citó la Costa Brava, Málaga y Baleares, un dato que permaneció secreto junto al resto de al conversación.

más adelante, anunciar que se tomaban algunas medidas para que dejaran de estarlo, todo ello sin aportar la solución definitiva del asunto. De aquel memorando español sólo se hicieron diez copias y la número 3 está desclasificada. Comenzaba así: “A la vista del interés del gobierno de Estados Unidos en el estatus práctico y legal de los no católicos en España, el Ministerio de Asuntos Exteriores ha estado trabajando seriamente para lograr una solución legal firme adecuada al problema de las minorías reli­ giosas en España. Ni los judíos, ni los árabes, las únicas comunidades religiosas significativas no cristianas en España, se quejan acerca del trata­ miento que se les otorga. No obstante, las medidas que el gobierno espa­ ñol propone adoptar se extenderán a todas las religiones”. Así pues, según el gobierno en España no había un verdadero problema de libertad religio­ sa. Lo que sucedía simplemente era que un grupo de protestantes, malos españoles, no paraban de molestan “Es en el grupo protestantes donde tiene lugar el problema de su supuesta persecución en España y, por enci­ ma de todo, es el único que apela a potencias extranjeras y a la opinión pública internacional”. Desde la óptica del régimen era preciso diferenciar, pues no todos los protestantes eran iguales: “Es necesario distinguir entre los protestantes españoles y extranjeros. Los protestantes extranjeros, bien turistas o bien residentes en España, no presentan grandes problemas. Los protestantes españoles, por otra parte, se sienten y actúan como elementos descontentos y extraños a la comunidad nacional, y siempre buscan la ayuda o protección

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extranjera. El dudoso espíritu de patriotismoy de ciudadanía mostrado por la mayoría de los protestantes españoles no es de origen reciente y explica el recelo con que han sido tratados por muchos de los españoles católicos”. “A pesar de esto” -añadía el informe español- “no ha habido, ni hay hoy, en España discriminación de jure ni mucho menos persecución defacto por razones religiosas”, una frase que contrasta con la que seguía a conti­ nuación: “Al mismo tiempo, no se puede ignorar el descontento más o menos justificado de la minoría protestante, que a veces complica las rela­ ciones internacionales con otros países cristianos occidentales”. El régimen calculaba que en 1960 en España había unos 30.000 cristia­ nos no católicos, una cifra muy reducida que se explicaba, a su criterio, por la falta de interés de los españoles en el culto luterano. “La estima­ ción más optimista es que no hay más de 15.000 protestantes habitual­ mente residentes en España (más, aproximadamente, el mismo número de extranjeros), es decir menos del 0,05% de la población. La falta de desarrollo del protestantismo en España no se debe a factores legales ni a una actitud persecutoria, sino que simplemente es que su doctrina no interesa a los españoles. Incluso durante el periodo republicano, de 1931 a 1936 o 1939, cuando todas las religiones, excepto la católica, disfruta­ ban de la más absoluta libertad, el proselitismo protestante no hizo avan­ ces apreciables”. “Por esta razón” -se alegaba en el informe secreto- “se llega a la conclu­ sión de que el llamado probléína protestante en España es artificial. Lo ha sido desde la guerra civil española y por encima de todo desde la II Guerra Mundial, en la que se erigió una campaña de prensa, por política, sobre la situación de los protestantes en España”. A continuación, el gobierno de Franco reconocía que: “es posible que en algunos casos concretos los funcionarios españoles, influenciados por la presión social de la opinión pública española, llevaran a cabo pasos que interfirieron con los intereses espirituales legítimos de la minoría protestan­ te. En este sentido hay algunos huecos en nuestras ordenanzas que es neceA

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sano cerrar con el fin de encontrar soluciones efectivas, tanto legales como prácticas, con el fin de que los protestantes puedan organizar su vida espiri­ tual de una fonna estable y satisfactoria”. Para arreglar el asunto, Franco anunciaba a Eisenhower que revisaría “la form acióny el reconocimiento legal de las pequeñas, diversas y espar­ cidas comunidades protestantes en España” con el establecimiento de un “Registro Central de Confesiones Disidentes”, cuyo mismo nombre ya produce grima. En el planteamiento anunciado por Castiella, las iglesias o congregaciones religiosas no católicas que desearan establecerse legal­ mente en España se inscribirían en ese registro. “Una vez legalmente reconocidas, sólo necesitarían pedir sanción oficial con el fin de consti­ tuir una comunidad en la localidad en la que exista un número suficiente de correligionarios, que a su vez sólo serían inscritos en el mencionado registro con el fin de disfrutar de todos los privilegios y obligaciones inhe­ rentes a su estatus legal”. En otras palabras, para practicar una religión distinta a la oficial católica, apostólica y romana, sus seguidores deberían quedar fichados para siempre, un planteamiento muy alejado de la liber­ tad religiosa. Para minimizar el problema, el gobierno español insistía en que el caso afectaba a muy pocas personas, que estaban mejor atendidas espiritual­ mente que las católicas. “Hay aproximadamente 117 pastores para 15.000 protestantes (30.000 contando a los extranjeros) en España. Para casi 30 millones de católicos hay 30.951 sacerdotes, incluyendo aquellos destinados en el extranjero. Por tanto, la proporción de ministros por creyentes es mayor para los protestantes”, razonaba. En cuanto a las inmensas dificultades para la práctica de matrimonios de no católicos, Castiella afirmaba que “este asunto recibirá especial aten­ ción al tratar de clarificar y perfeccionar el estatuto jurídico de los protes­ tantes españoles”. Pero hay que decir que nada se normalizó hasta la instau­ ración de la democracia en España y pese a las palabras de Femando M. Castiella ser disidente religioso en un país en el que el jefe del Estado guarda-

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ba en su casa el brazo incorrupto de santa Teresa fue algo más que un incon­ veniente para muchos ciudadanos. No sólo eran difíciles las bodas mixtas, sino también los matrimonios entre evangélicos hacia los que el régimen franquista se mostró intolerante. El caso de David Estrada Herrera, un ciudadano español que vivió en su pro­ pia piel esta persecución y que lo contó en el diario La Vanguardia, constitu­ ye un elocuente ejemplo del comportamiento real del franquismo frente a lo que pretendió hacer creer al presidente norteamericano. David Estrada contrajo matrimonio religioso -no católico y con valor civil- en Estados Unidos, en 1958. Tanto su esposa como él eran evangélicos y nunca fueron bautizados ni pertenecieron a la Iglesia católica romana. Sus intentos de inscripción del matrimonio en el Registro Civil central español fueron siempre rechazados. El cónsul de España en Chicago, Francisco Ruiz Izquierdo, consideró que su matrimonio americano era papel mojado, de tal forma que siempre se negó a cambiar la condición de soltero a casado en el pasaporte de David Estrada. A todos los efectos, para la autoridad consular española, que dependía directamente de Castiella, el señor Estrada fue un ciudadano español soltero. Nunca respondieron a las instancias que presen­ tó ante los ministerios de Justicia y de Asuntos Exteriores. Tampoco el arzo­ bispado de Barcelona se dignó contestar a su petición de un certificado de acatolicidad. Al nacer sus dos hijos, los problemas para que no fueran inscri­ tos como ilegítimos fueron enormes. Finalmente el caso tomó otro cariz en agosto de 1977, dos años después de la muerte de Franco. Tras 19 años de soltería obligada por el régimen, la familia Estrada quedó inscrita el Registro Civil central español que dio validez a su matrimonio. Es obvio que Castiella mintió en aquel memorando. Pero el lenguaje delataba a la dictadura que evidentemente se creía garante de la verdad espi­ ritual de los españoles de tal modo que no pudo evitar considerar distintos a los protestantes. Esta manera de interpretar las cosas se percibe hoy perfec­ tamente en la sección del informe citado enviado a la Casa Blanca dedicado a las escuelas: “la falta de existencia de escuelas protestantes privadas en

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España se debe principalmente a la escasez y dispersión de la población disidente. Como resultado de ello, no es fácil establecer escuelas capaces de cumplir los requisitos del Ministerio de Educación. Se espera resolver este problema, en términos proporcionados a la importancia cuantitativa de los grupos disidentes con las medidas que se están estudiando. Respecto a las quejas protestantes de que sus hijos están obligados a seguir las enseñanzas de la religión católica en escuelas españolas, esto no tiene la más mínima base, especialmente desde el Concordato de 1953 (artículo 27). No obstante, sería apropiado incorporar esta declaración en el cuerpo de los estatutos que en su día serán preparados, codificando los derechos especiales de los no-católicos españoles”. Morir en aquella España, que en Semana Santa silenciaba por orden gubernativa la música popular en las emisoras de radio y obligaba a emitir música sacra y un poco de clásica, también fue un problema para un no católico. De nuevo el régimen negó en aquel informe la realidad ante el pre­ sidente americano, aunque se delató al ser incapaz de ocultar que en España estaba prohibido exhibir públicamente que no se era católico: “El asunto de los funerales y tumbas de protestantes ha sido exagerado y a menudo sin la más mínima base. Los protestantes españoles reconocen que en las ciudades importantes prácticamente no existe ningún problema, puesto que los cementerios civiles se cuidan decentemente. En referencia a los funerales, los protestantes españoles se han quejado de las dificultades que a veces encuentran para obtener autorización para ceremonias religio­ sas apropiadas. El Ministerio de Gobernación ha instruido a las autoridades municipales de no impedir el enterramiento de no-católicos conforme a sus ritos religiosos, dentro del cementerio. Por otra parte, los cortejos fúnebres que pueden constituir la manifestación pública que un carácter religioso no-católico están prohibidos. Es necesario indicar que los cortejos fúnebres son ahora [1960] menos frecuentes en las grandes ciudades, y que en el pre­ sente esta práctica ha sido suspendida en Bilbao, y en Madrid se está consi­ derando su eliminación. Se espera, por esta razón, que en unos años todas

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las ceremonias religiosas relacionadas con los entierros se lleven a cabo sólo en iglesias y cementerios, con estricta igualdad para todos los credos”.

El Vaticano no se oponía Dos años después, el 29 de enero de 1962, el ministro consejero de la emba­ jada de Estados Unidos en España, Robert H. McBride, acudió a la nunciatu­ ra vaticana en Madrid con el fin de intercambiar opiniones “sobre asuntos de actualidad” con el representante del Vaticano en España que en aquel tiempo era Monseñor Antoniutti. De entrada el representante vaticano sacó a relucir a los protestantes españoles para dejar claro que contaban con el apoyo de la Iglesia católica, lo que contradice la versión franquista que acha­ caba el problema a la intolerancia vaticana. Hoy sabemos, gracias al encuen­ tro de McBride y Antoniutti, que Roma no se opuso a la normalización del culto evangelista, de modo que el freno a los protestantes procedió del régi­ men y de la Iglesia española. “Visité al nuncio de Su Santidad en una moderna nunciatura muy ele­ gante” escribió el norteamericano en el obligado informe del encuentro. El nuncio, que “fue extremadamente amable”, sacó a relucir el caso inmediata­ mente y “dijo que era consciente de que el ministro de Asuntos Exteriores había tratado conmigo el asunto, y quería que supiera que contábamos con su simpatía hacia nuestro deseo que se normalizase la situación de todos los protestantes que hay en e ste lá is, aunque sólo se tratara de unos 15.000 aproximadamente”. El nuncio tenía alguna información procedente del gobierno español pues comentó a McBride que pensaba que Franco final­ mente satisfaría a todos los grupos protestantes excepto a los testigos de Jehová “que insistían en ganar prosélitos entre los católicos españoles, una acción que la Iglesia católica española obviamente no podía aceptar”. Según McBride, hubo dos parcelas a las que el representante vaticano no prestó un apoyo incondicional: los entierros y las bodas. Antoniutti sostenía que había zonas separadas en todos los cementerios españoles dedicadas a

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Una fuente llam ada abad E sca n é

Aureli María Escarré, abad de Montserrat, fue una de las fuentes que inform ó a Estados Unidos sobre política española. El cónsul en Barcelona, Fritzman, y el abad conversaron en Montserrat el 24 de enero de 1961. Escarré explicó que Franco había insistido personalmente en que castigaran a Jordi Pujol, detenido aquellos días. Y “después de dedi­ carnos mutuas expresiones de aprecio y estima” -escribió Fritzman“salimos, no sin antes dejarle una copia del libro del presidente Kennedy, Perfiles de coraje, en versión española, que agradeció ya que el libro no estaba en la biblioteca del monasterio”.

los protestantes y que los oficios fúnebres se podían celebrar durante los funerales, sin más pretensiones. Y respecto a los matrimonios, “reiteró la conocida doctrina católica sobre los requisitos de casamiento para un católi­ co" y sostuvo erróneamente que “en España no había ningún problema para el matrimonio entre dos protestantes, o entre un protestante y un católico renunciante. Sin embargo -manifestó- “si uno de los contrayentes fuera católico, entonces, por supuesto, que tendrían que acatar los requerimien­ tos tradicionales de la Iglesia”. Aunque Antoniutti no se mostró beligerante con los protestantes habría que admitir, a la vista de lo dicho por McBride, que dio una de cal y una de arena. Es decir, que cabe leer entre líneas que Roma no combatió directa­ mente a los protestantes e incluso los apoyó frente al franquismo siempre y cuando éstos no ocuparan su terreno. Antoniutti comunicó a los america­ nos que el Vaticano “no tenía ninguna objeción en la creación de capillas protestantes y que, por supuesto, las aprobaba”, pero añadió que “no debe­ ría haber un gran desequilibrio” en la proporción de templos protestantes “dado el pequeño número de españoles involucrados", para terminar afir­ mando que “por supuesto, las leyes fundamentales españolas y el Fuero de los Españoles, ofrecían libertad de religión en España”. La conversación de McBride se hizo en plena era Kennedy, es decir bajo la presidencia norteamericana de un católico que hizo toda clase de gestio­ nes para lograr un propósito que sólo terminaría por normalizarse con la

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muerte de Franco. Entre los muchos documentos que muestran el interés de la administración Kennedy por la causa evangélica está el Acta de conver­ sación que John F. Kennedy mantuvo en la Casa Blanca con el ministro de exteriores, Femando María Castiella y con el embajador, Antonio Garrigues, a las 10 de la mañana del 9 de octubre de 1963, apenas un mes antes de que el mítico presidente fuera asesinado en Dallas. Kennedy, que consideraba a Franco un mal necesario, que no lo soporta­ ba, que mantenía contactos con la oposición franquista, incluso a escondi­ das de los propios consejeros de la presidencia americana -hay abundante documentación desclasificada al respecto-, abrió aquella reunión manifes­ tando su satisfacción por los acuerdos militares con España. Castiella, que sabía de la condición de antifranquista del presidente, respondió con una idea que el régimen jamás transmitió a los españoles. Lo hizo admitiendo “que los acuerdos [bilaterales] nunca fueron interpretados por España como un apoyo al régimen de Franco por parte de Estados Unidos”. Castiella afirmó que “España los consideraba [a los acuerdos militares] como una empresa común en la defensa del mundo y la civilización occi­ dentales” y anunció que había “una nueva generación de españoles jóvenes muy capaces que estaban dispuestos a tomar parte en las directivas y deci­ siones de su Gobierno” en lo que puede interpretarse como un anuncio de que los tiempos cambiaban de tal modo que pronto podría haber no fran­ quistas en los futuros gobiernos españoles. Tras un diálogo en el que »©-repasaron las relaciones de España con el resto de Europa, con América latina y con Marruecos, excelentes según Castiella desde que él era ministro, se abordó el caso de los protestantes. Castiella le aseguró al presidente Kennedy que durante “los últimos seis años había estado trabajando con gran entusiasmo pará intentar resolver el problema”, una cuestión que había comenzado a preocuparle cuando era embajador en la Santa Sede, antes de ser nombrado ministro de Asuntos Exteriores, en una época en que le habían encargado negociar el Concordato con el papa Pío XII. Previamente, el ministro español dibujó un nuevo mapa A

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del asunto al admitir que en España [1963] ya había 30.000 luteranos y acep­ tar que entre los 9 millones de turistas que la habían visitado en el último año, debía de haber “un cierto porcentaje de protestantes que habrían encontrado dificultades para rendir culto el domingo”. Entonces se presen­ tó ante Kennedy como un valedor personal de la causay alegó que “después de ser nombrado ministro de Asuntos Exteriores, trató este problema con el Papa Juan XXIII y expresó su preocupación por la necesidad espiritual de los protestantes españoles y extranjeros”. El Papa habría compartido la “preo­ cupación” de Castiella que, según su relato, había trabajado en la consecu­ ción de garantías que estaban “a la espera de su aprobación en fecha muy cercana (...). Los únicos obstáculos que seguían apareciendo en el camino” eran una “cierta oposición por parte de la jerarquía eclesiástica local y la aprobación final del Vaticano”, aseguró Castiella. El presidente Kennedy preguntó cuáles serían esas garantías y el minis­ tro respondió que las que permitirían los matrimonios mixtos, facilitarían el culto y eliminarían la posibilidad de cualquier acción arbitraria por parte del gobierno. Castiella argumentó, y así consta en el acta, “que si bien España es un país católico y el propio ministro de Asuntos Exteriores es a su vez un devoto católico, es consciente de que esta cuestión debe resolverse de una forma justa y correcta”. Kennedy apremió a Castiella. Le dijo que España debía aprobar la legisla­ ción pendiente sobre los protestantes tan pronto como fuera posible, anun­ ciándole que tal medida recibiría publicidad a nivel mundial. “El actual Papa es un hombre muy liberal y el Vaticano no debe de poner objeciones a las medidas previstas por el Gobierno español”, argumentó crédulo Kennedy, que insistió en que “cualquier cosa que España pueda hacer de naturaleza humanista y progresista ayudará mucho a su política exterior”. “Los peligros militares para España y para los Estados Unidos son infe­ riores ahora que unos cuantos años atrás, pero podrían aumentar de nuevo en el futuro”, advirtió Kennedy. “Ésta es la razón por la que ambos países deben de ser fuertes no sólo militarmente sino también espiritualmente”

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insistió el malogrado presidente católico de los Estados Unidos. Castiella, tocado en su fibra, alegó que “el pueblo español es un pueblo bravo y que siempre defenderá los principios cristianos occidentales”, y que tradicionalmente España había realizado una gran contribución a la histo­ ria del mundo, principalmente en Latinoamérica e incluso en los Estados Unidos. Kennedy no lo negó e incluso lamentó que a menudo no se tuvieran en cuenta en los libros de historia las aportaciones españolas a la historia americana e hizo referencia a “una gran obra sobre la implicación de España en este hemisferio titulada Río Grande”. Tras un comentario de Castiella favorable a la historia de Estados Unidos, Kennedy mostró con orgullo una espada que le habían regalado en Toledo y le pidió que le dijera al pueblo toledano que la tenía en el despacho oval. Se despidieron con frases de cortesía y antes de salir de la Casa Blanca, Castiella “expresó la esperanza” de que el presidente visitara España. Enton­ ces el embajador en Washington, Antonio Garrigues, que no había abierto la boca, terció diciendo que “la visita podría hacerse tras de su reelección”. Kennedy no contestó a la oferta y sólo agradeció a Castiella “sus comentarios cordiales y francos”. Al presidente le asesinaron antes de las elecciones.

El informe que desnudó a la Iglesia española Como hemos visto, la oposición de la Iglesia española fue una de las reitera­ das excusas usadas por los gobiernos de Franco para no permitir la libertad de culto en España. Franco entendió nuestro país como una reserva espiri­ tual de Occidente y a sí mismo como un escogido de la providencia que sólo debía rendir cuentas ante Dios y la historia, con derecho a entrar bajo palio en las iglesias, que vio lógica la fidelidad del clero hacia ¡su régimen y que sin­ tió al Vaticano como enemigo. Pero en este capítulo, en el que repasamos documentos guardados por los archivos de Estados Unidos sobre las relacio­ nes de la dictadura franquista con la religión, no podía faltar una mirada directa a la Iglesia católica en España. A

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Estados Unidos sintió esa misma necesidad cuando encargó en 1955 a sus especialistas en cuestiones españolas un informe que ejercería gran influencia en los sucesivos gobiernos norteamericanos. Este estudio permi­ te saber cómo nos veían desde el otro lado del Atlántico sin la autocensura que propiciaba el franquismo. Comenzaba así: “La religión en España es prácticamente sinónimo del catolicismo romano. La Iglesia es uno de los principales beneficiarios del régimen actual así como uno de sus principa­ les apoyos. Esta estrecha relación entre la religión y el gobierno tiene sus raí­ ces en la historia española, en el carácter de la propia Iglesiay en la naturale­ za del régimen actual”. Al contundente preámbulo seguía la reconstrucción de la intensa histo­ ria religiosa de España, escrita con la brevedad exigida en un documento para uso intemo de la administración: “La iglesia Católica Romana ha sido una de las instituciones dominantes en España desde el establecimiento de la independencia española en 1492 [sic]. La gradual reconquista del país tras los siete siglos de dominación musulmana fue motivada en gran parte por la lucha religiosa entre el islam y la cristiandad, y dio como resultado una identidad de intereses entre Iglesiay Estado única en un país occiden­ tal. En la básicamente triunfante lucha de 300 años contra la Reforma pro­ testante, los monarcas españoles fueron partidarios activos de la Iglesia y de la Inquisición. La guerra de la Independencia contra Napoleón y las guerras civiles que periódicamente arrasaban la Península durante el siglo XIX te­ nían todas base religiosa, mientras que una de las causas principales de la revolución de 1936 fue la reacción de los conservadores contra la separación de la Iglesia [del Estado] llevada a cabo por la segunda República”. “En la actualidad [se referían a finales de los cincuenta y principios de los sesenta del siglo XX], la Iglesia española permanece única entre las institu­ ciones religiosas de Europa occidental en su incansable intento de gobernar toda la vida moral y educacional del país, y en su adhesión inflexible a una estricta interpretación del dogma. Los puntos de vista extremos de la mayo­ ría de sus ministros [sacerdotes], que no son compartidos en general por la

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comunidad católica mundial, han hecho que muchos españoles, que nor­ malmente serían buenos católicos, hayan caído en un igualmente estricto anticlericalismo. Esta pérdida de soporte popular que se ha producido durante los últimos 200-300 años es también el resultado de la política de la Iglesia que se alía cada vez más con los grupos conservadores y con los más pudientes -en lugar de hacerlo con la gran mayoría del pueblo- y que adquiere gran poder financiero y participa activamente en política”. “El catolicismo fue restablecido por el régimen actual [de Franco] como la religión del Estado, de la que la Iglesia deriva importantes controles lega­ les sobre las vidas del pueblo español. Además, está subvencionada por el Estado, está representada en las más altas instituciones gubernamentales y por ley debe ser consultada sobre cualquier posible sucesor de Franco”. “La posición dominante de la Iglesia se refleja en las leyes básicas, que son las que sirven al país en ausencia de una Constitución. El artículo seis de la Declaración de Derechos española [el Fuero de los Españoles] declara que la ‘profesión y práctica de la religión católica, que es la religión del Estado Español, disfrutará de protección oficial’. El Fuero de los Traba­ jadores habla de ‘renovar la tradición católica de justicia social’ en España, mientras que la ley de Sucesión define al país como un ‘Estado católico, social y representativo’, y especifica que el jefe del Estado, tanto si es rey como regente, debe ser un ‘católico romano practicante’. La Iglesia está representada en el Consejo Real y el Consejo del Reino, dos instituciones importantes creadas por el régimen. El Consejo Real, designado para asumir el poder en el caso de que quedara vacante el puesto del jefe del Estado, inclu­ ye entre sus tres miembros a un prelado de alto nivel, mientras que el Consejo del Reino, que constitucionalmente jugará una función importante en la designación del sucesor de Franco, incluye a este prelado de alto nivel más otro nombrado por Franco. Los miembros del clero también están representados en las Cortes o Parlamento. (...) En el Concordato, el Estado reconoce a la religión católica como la ‘única religión de la nación española’ con los correspondientes derechos y privilegios; garantiza a la Iglesia el pleno A

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y libre ejercicio de su poder espiritual, su jurisdicción y su culto, reconoce la competencia de los tribunales eclesiásticos; garantiza que los sacerdotes y religiosos que cumplan sentencias de prisión serán confinados (...) preferi­ blemente en casas religiosas (...). El Concordato (...) asegura que los medios de formación de opinión públicos, tales como la radio y la televisión, ofrece­ rán a la Iglesia oportunidades para ‘la defensa de la verdad religiosa’ y (...) también requiere que el Estado provea el soporte económico de la Iglesia y garantiza a la Iglesia un estatus privilegiado en el campo de la educación”. Los autores del estudio descubrieron que a cambio de los privilegios de la Iglesia, Francisco Franco retuvo una versión atenuada de los derechos medievales de nombramientos eclesiásticos ejercidos por los monarcas españoles: “Franco nombra a todas las autoridades eclesiásticas principa­ les. Cuando se produce una vacante; el nuncio apostólico en España es nom­ brado por un acuerdo con el Gobierno español a partir de la propuesta al Vaticano de una lista de seis candidatos. El Vaticano puede poner objecio­ nes a esta lista y hacer contra sugerencias. Finalmente el Vaticano seleccio­ na tres nombres de los seis propuestos y Franco formalmente presenta el nombre de uno de los tres al Papa para su nombramiento. Incluso en el nombramiento de los sacerdotes parroquiales, el gobierno debe ser consul­ tado y puede interponer objeciones por razones de política general. En parte debido a esta potestad de nombramiento, el jefe del Estado español ha sido capaz de vincular a una mayoría de la jerarquía católica a él personalmente y a los conceptos de su régimen. (...). El Estado español “paga los salarios o concede parte de ellos a los miembros del clero que enseñan religión en escuelas estatales y proporciona amplias exenciones de impuestos a la Iglesia” matizaba el informe. En cuanto a las discrepancias detectadas entre franquismo e iglesia los norteamericanos señalaron una, referente a la enseñanza, propiciada por la avidez de la Iglesia de controlarlo todo: “Existe una cierta fricción entre la Iglesia y el Estado en la educación secundaria y en las escuelas comerciales y universitarias. La Iglesia no lo ha logrado todo en el campo de la educación,

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en el que se siente con todos los derechos en un Estado tan católico como España. A pesar de ello, uno de los factores que hace que la Iglesia vea al régi­ men de Franco favorablemente, comparado con sus predecesores y con sus posibles alternativas, es el reconocimiento de que el régimen le ha concedido mucho de lo que la Iglesia considera sus derechos en el campo de la educa­ ción. El Concordato requiere que la enseñanza en todas las escuelas sea con­ forme al dogma y a la moralidad católica, hace obligatoria la instrucción de la religión católica en todas las escuelas, y reconoce el derecho de la Iglesia a establecer y a operar escuelas de cualquier tipo en cualquier nivel”. Este tremendo análisis, con vocación de imparcialidad, de la realidad religiosa española durante los años más sólidos del franquismo, trató también de adentrarse sobre el calado real del catolicismo entre los espa­ ñoles y extrajo sus propias conclusiones: “Si bien el ámbito de la influen­ cia de la Iglesia en cada aspecto de la vida pública y privada es un asunto oficial, es difícil estimar el verdadero alcance que tiene en la lealtad del pueblo. Los sacerdotes de la Iglesia católica sostienen que más del 99% del país es católico, pero esta afirmación sólo es cierta en el sentido de que los españoles que dejan la Iglesia raramente se adhieren formalmente a otras religiones. Normalmente, su alejamiento de la Iglesia toma forma de anticlericalismo, que puede adoptarse a través de la identificación con un movimiento político o laboral que hace de la hostilidad a la religión orga­ nizada un artículo de fe. Los líderes católicos en España han avisado durante años de la inusualmente alta proporción de aquellos que han per­ dido la fe en la Iglesia. Una investigación llevada a cabo por el arzobispo de Valencia en diciembre de 1951 concluyó que más del 75% de los trabajado­ res de su diócesis ‘no tenían religión’. El resultado de estas y otras investi­ gaciones comparables coinciden en general con tales fenómenos históri­ cos de la quema de iglesias y la separación de la Iglesia bajo la República española. Según la propia Iglesia, durante la Guerra Civil, 14 obispos, 4.600 sacerdotes y unos 18.000 trabajadores religiosos fueron martiriza­ dos, y más de 300 lugares de culto fueron destruidos”. d

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En cuanto a los mecanismos católicos para adentrarse en la sociedad civil, los americanos señalaron a Acción Católica como el “principal brazo laico de la Iglesia”, al que vieron como “una organización de masas con numerosos afiliados estrechamente controlada por la jerarquía eclesiástica. Sus miembros propagan las enseñanzas de la Iglesia, recaudan fondos y rea­ lizan trabajo social.” Aunque la organización profesaba que no era política, los americanos constataban que en la práctica era “una de las fuerzas políti­ cas más poderosas en España” de un nivel similar al del Opus Dei, del que escribieron lo siguiente: “Un importante brazo laico de la Iglesia no afiliado a Acción Católica es el Opus Dei, llamado también la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz. Es una organización secreta de considerable importancia en el campo de la educa­ ción de alto nivel, cuyos miembros siguen un código basado en la observan­ cia de reglas monásticas en la vida laica, incluyendo el celibato, aunque se permiten algunas desviaciones de estas normas. (...) En sus esfuerzos por aumentar su influencia en el campo de la enseñanza, se cree que el Opus Dei se ha ganado la enemistad de los Jesuítas, que tradicionalmente han domi­ nado la profesión de la enseñanza española, y de los Propagandistas [se refiere a la Asociación Católica de Propagandistas fundada en 1909 por el padre Ángel Ayala], con los que lleva a cabo una lucha continúa por el con­ trol en diversas instituciones del Gobierno”. Vista desde Estados Unidos, la Iglesia española del franquismo estuvo muy distanciada del pueblo y estrechamente ligada al poder. Tan alejada de los problemas diarios de los españoles la vieron, que consideraron que esa distancia constituía uno de sus principales problemas. “El mayor dile­ ma al que se enfrenta la Iglesia española en el presente es cómo convencer al pueblo de que está genuinamente preocupada por sus privaciones sin debilitar al Gobierno actual. Cada vez más prelados influyentes -principal­ mente del ala de influencia vaticana de la Iglesia- han urgido al Gobierno a llevar a cabo reformas sociales y económicas, y han hecho un llamamien­ to sobre las clases adineradas para que voluntariamente compartan su

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riqueza. Sin embargo, este criticismo raramente se ha dirigido a los princi­ pios fundamentales del régimen o a la persona del jefe del Estado”. Otro síntoma del distanciamiento respecto al pueblo, según el informe, se refería a la Iglesia vasca. “Uno de los problemas más difíciles para la Iglesia es la disidencia de una gran parte del clero vasco, en una región mar­ cada por su separatismo y oposición al régimen actual. Una de las regiones más sólidamente conservadoras y católicas de España, las provincias vascas lucharon sin embargo durante la Guerra Civil por la República, y sufrieron fuertes represalias después de la victoria de los nacionales. Además, las ten­ dencias centralistas del gobierno actual y su supresión de los idiomas regio­ nales también irritaron al clero vasco”. Hasta aquí una parte del profundo análisis laico hecho por Estados Unidos sobre el papel de la Iglesia en el franquismo. Sin embargo, si queda alguna duda sobre la posición de la Iglesia españo­ la respecto a la dictadura, sólo hay que leer el informe sobre política local que elaboró la propia Iglesia de nuestro país el 27 febrero de 1943 y que envió al secretario de Estado a Washington el 7 de abril de aquel año. La ver­ sión archivada en Estados Unidos es una copia en español en papel carbón, encabezada con el título Report confidential. Un informe que desborda con creces todo lo dicho en el informe anterior en siete folios de exaltación del franquismo sin rubor. “Nadie, desde el extranjero, puede apreciar debidamente el clima moral de España, de patriotismo ferviente, de unión cordial, de optimismo crea­ dor, de disciplina espontánea, que se produjo cuando el general Franco fue jefe, indiscutidoy amado, del pueblo español”, escribió quien pensaba en la sublevación de Franco como una reconquista socialy religiosa que justifica­ ba cualquier atrocidad cometida por los vencedores de la Guerra Civil. Fue “una cruzada socialy espiritual que le dio la victoria” porque “el sentimiento católico de la sociedad española, herido e inflamado, llevó, aun a los indife­ rentes, a luchar al lado de Franco en unánime contrarrevolución. Y si hubo algunos excesos reprobables en la parte nacional, de ellos no es culpable la A

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Iglesia, sino la pasión política de la contienda, y un cierto instinto étnico de barbarie y antiguo en la parte meridional de España”.

La otra cara de la Iglesia: curas de la resistencia Dada la complejidad de las relaciones entre la Iglesia y el Estado español, permitirá el lector un viaje hacia la inmediata postguerra mundial para com­ probar que en Roma no pensaban igual que en Madrid. Al acercarnos a los entresijos de la política del Papa Pío XII, vemos que el Vaticano creyó a Franco derrotado pese al apoyo de la Iglesia católica española y aprobó que sacerdotes españoles, otra cara de la misma institución, se echaran al monte y combatieran junto a la resistencia antifranquista. Una Iglesia desconocida que contrasta con el tremendo dibujo de la realidad española trazado por los informes anteriores, que se alineó junto a los aliados y que no sería justo considerar franquista. El caso es que durante meses, Eugenio Pacelli, Pío XII, estuvo convencido de dos cosas. La primera, que Roosevelt, Churchill y Stalin acordarían en la Conferencia de Yalta, en 1945, invadir España mediante una operación mili­ tar en pinza que partiría desde Portugal y Francia. La segunda, que la supuesta caída de Franco afectaría a los intereses de la Iglesia católica, en peligro a causa del comunismo. Al mismo tiempo, el Papa se sintió muy incómodo con las ejecuciones que menudearon en la España de Franco de 1945, y aunque desde la Iglesia española recordasen a Roma que el régimen de Franco era un baluarte de la cristiandad, el Vaticano presionó a Franco -sin demasiada contundencia, hay que decirlo- para que fusilara menos. Durante la fase final de la II Guerra Mundial y la inmediata postguerra, una copia de las comunicaciones que enviaron los nuncios apostólicos a la Santa Sede acabó, por medios no revelados en la documentación desclasifi­ cada, en manos de los servicios de inteligencia de Estados Unidos. De hecho, la documentación guardada en Washington permite seguir casi al día las notas informativas que el jefe del Estado vaticano recibía desde sus

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distintas nunciaturas. Destacan entre ellas, las notas transmitidas a Roma los días previos y sucesivos a la conferencia de Yalta. La conferencia que los Tres Grandes (Churchill, Roosevelty Stalin) cele­ braron en Yalta (Crimea) entre el 4 y el 11 de febrero de 1945, motivó un alud de notas informativas hacia la Santa Sede, que creyó saber que allí se senten­ ciaba a Franco. Una nota conseguida por los norteamericanos en el Reino Unido el 2 de febrero de 1945 fue meridiana en este sentido: “Londres. Su excelencia monseñor William Godfrey, delegado apostólico en Londres, ha enviado un telegrama a la Santa Sede referente a las entrevistas en Londres de Harry Hopkins, representante de las Naciones Unidas, en preparación de la inminente conferencia de los Tres Grandes [Yalta]. En referencia a España y Argentina, el informe indica que monseñor Godfrey cree sinceramente que los Tres Grandes pueden ponerse de acuerdo fácilmente. Las entrevis­ tas de Hopkins han dejado claro que Estados Unidos, Gran Bretaña y la URSS están totalmente de acuerdo en que el régimen de Franco debe ser sustituido por un régimen democrático. La Unión Soviética está interesada en el cambio debido al carácter anticomunista del actual régimen español, Estados Unidos está interesado debido a los fuertes vínculos entre España y Argentina y a la activa colaboración de España con la postura argentina, tan dañina para los intereses de todo el continente americano [En aquellas fechas el franquismo, aislado del mundo y repudiado por todas las demo­ cracias, encontró apoyo en Argentina entre los militares de aquel país que participaban del naciente Molimiento Nacional Justicialista, muy naciona­ lista y contrario a los intereses aliados. En 1946 su máximo exponente, el general Juan Domingo Perón, alcanzaría la presidencia argentina con una campaña contraria al “imperialismo” de Estados Unidos. Desde aquel ins­ tante Franco encontraría en Argentina un país amigo]”. Tres días más tarde, monseñor DomenicoTardini, secretario de la Sacra Congregazione degli Affari Ecclesiastici Straordinarii -es decir, el responsa­ ble de uno de los organismos de la Secretaría de Estado vaticana que colabo­ ran más de cerca con el Sumo Pontífice- entregó otro informe confidencial

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al Papa sobre la situación de España. Tardini dijo a Pío XII que “el problema español, con la eliminación del general Franco”, sería resuelto en Yalta dando “por seguro” que Stalin se contentaría con la “liquidación” del Generalísimo, sin reclamar que España “deba convertirse en una república de carácter bolchevique”. Por esta razón, monseñor recomendó que la Santa Sede renunciase a dar cualquier señal de apoyo a Franco, “lo que no sólo sería contrario a la política de las Naciones Unidas, sino que haría [a la Santa Sede] impopular en toda España”. La conferencia de Yalta terminó el domingo 11 de febrero de 1945 sin que transcendiera claramente qué iba a suceder con Franco. Pero el lunes 26, monseñor Pietro Ciriaci, nuncio apostólico en Lisboa, alarmó al Papa al informar sobre noticias en tomo a nuevos vientos de guerra obtenidas de una fuente presente en “una conversación ultra secreta mantenida entre el embajador de Estados Unidos en Lisboa y el presidente Roosevelt cuando partía hacia Yalta”. Ciriaci dio por seguro que estaba decidida una guerra contra España en la que intervendrían Portugal, Inglaterra, Estados Unidos y la Unión Soviética, y comunicó a Roma que Portugal cooperaría con las tro­ pas aliadas que aterrizasen en suelo portugués para invadir España, mien­ tras que otras tropas harían lo mismo desde la frontera francesa. Pero Yalta pasó, las previsiones de Ciriaci no se cumplieron y Franco se mantuvo en el pedestal. Entonces el Papa ordenó una investigación sobre la situación interna española. Como resultado de ésta, Gaetano Cicognani, nuncio apostólico en Madrid, informó en marzo de 1945 a Pío XII que el escenario hispano era muy tenso, incluso entre los católi­ cos. “El clero, al igual que los fieles, está dividido en dos corrientes vio­ lentamente opuestas a favor y en contra del régimen del general Franco. Si la situación española no se resuelve pacíficamente y da como resulta­ do una guerra civil, los católicos se verán a divididos en dos bandos luchando el uno contra el otro”, concluía monseñor Cicognani. El temido nuevo enfrentamiento tampoco se produjo, tal vez ahogado por una represión franquista de la que la Roma se dio por enterada y que

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condenó tímidamente. Merced a una nota secreta de 7 de marzo de 1945 es posible conocer algunos detalles de este penoso episodio histórico: “El general de la Compañía de Jesús, padre Norberto De Boynes, ha designado, en nombre del Papa, al padre jesuíta Severiano Azcona, asistente en España, para pedir una entrevista al general Franco con el objetivo de llamar su atención sobre la impresión tan desfavorable que han producido en la opinión pública de todo el mundo las sentencias de muerte que, con gran frecuencia, se dictan en España contra prisioneros por delitos políticos. La Santa Sede siente informar que, si estas condenas continúan, se verá obliga­ da a condenar públicamente al gobierno español”. Tibiezas vaticanas aparte, es un hecho desconocido que la Iglesia tam­ bién apoyó a la resistencia española que combatió a Franco con guerrillas en el Pirineo. Aquellos resistentes fueron españoles que la historia oficial del régimen pintó como ateos, comunistas o anarquistas, mientras que a los cristianos los colocó del bando vencedor de la Guerra Civil. Sin embar­ go, las cosas no fueron como quiso dibujar el franquismo, sin matices, sólo con rojos o nacionales, los primeros ateos, agnósticos y asesinos de sacerdotes y los segundos defensores de la fe cristiana. No fue exactamen­ te así, pues los nacionales, en este caso falangistas, también persiguieron sacerdotes. La prueba es la nota secreta de 19 de marzo de 1945 que, pese a lo rebuscado de su redacción, no deja lugar a dudas de la implicación de sacerdotes católicos en la lucha armada contra Franco, un detalle que el dictador -y Roma también-^ocultaron: “Su excelencia monseñor Pietro Théas, obispo de Montauban, que ha estado en misión en Roma ante el Papa hace unos meses en nombre del general De Gaulle, al que tiene en gran estima, para negociar la sustitución del nuncio en París, su excelen­ cia monseñor Valeri, ha informado al Secretariado de Estado que ha nom­ brado a unos cuantos sacerdotes como capellanes de las formaciones de voluntarios fugitivos internacionales y españoles que están peleando en la frontera franco española contra las tropas del general Franco. Estos cape­ llanes ya han comenzado sus servicios, lo que ha supuesto un gran incentiA

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vo para los soldados. Algunos de estos sacerdotes son españoles persegui­ dos por la Falange. Ya han tenido lugar enfrentamientos encarnizados en todo el norte de España, en la frontera francesa. Entre los franquistas pri­ sioneros se han encontrado a cuatro alemanes que supuestamente perte­ necen a la Gestapo y que han sido ejecutados inmediatamente”. La otra información secreta vaticana que puede igualmente servir de ejemplo para explorar el universo de matices por el que se desenvolvió la Iglesia de Pío XII también nació en Franciay es contemporánea a la anterior. En ella un asustado monseñor Angelo Giuseppe Roncalli, nuncio en París y futuro Juan XXIII, informaba de su preocupación al Papa por una temida alianza entre comunistas y católicos franceses y españoles. Tanto se preocupó que a comienzos de marzo de aquel año 1945 alertó a la Santa Sede de que los católicos izquierdistas estaban en toda Francia a favor de la alianza con los comunistas y que ésta estaba adquiriendo un gran desarrollo. “Este movimiento se corresponde con otros idénticos en Bélgica y entre los católicos españoles. La propaganda de exaltación de la Rusia soviética es intensa y bien recibida, y despierta cada vez más interés entre el pueblo”, observó el futuro Papa que dijo haber detectado “un acuerdo total entre el movimiento comunista de Francia, Bélgica y España”. Para recondu­ cir el asunto, monseñor Roncalli sugirió a Pío XII una política de contactos con católicos y comunistas franceses.

La irrupción del Opus Dei A Estados Unidos no se le escapó que para comprender correctamente España era necesario conocer a fondo a la Iglesia española que, según con­ cluyeron, era parte indisoluble del régimen. Con el paso del tiempo, España se desarrolló económicamente, aunque a ritmo más lento que el resto de Europa, y conservó las peculiaridades de la dictadura, entre las que se encontraba su íntima conexión con la religión católica. Aquel desarrollo trajo consigo, hacia 1970, la eclosión de una nueva generación de políticos

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españoles -Castiella hizo referencia a ellos cuandohabló con Kennedy- que fueron popularmente conocidos como los tecnócratas y que Franco aupó a las responsabilidades del gobierno. A casi todos ellos les unió un ferviente catolicismo que desembocó en su adhesión al Opus Dei, una circunstancia que tranquilizaba a Franco y también a su esposa, Carmen Polo. En mayo de 1969 los mentideros políticos españoles iban llenos de espe­ culaciones sobre una probable reorganización gubernamental en la que Franco sumaría a varios miembros más del Opus Dei. Esta posibilidad, que resultaría cierta el 29 de octubre de aquel año con la formación de un gobierno vicepresidido por el ultra católico, anticomunista y amigo personal de Franco, almirante Luis Carrero Blanco, inquietó en España al director de Inteligencia e Investigación del Departamento de Estado de Estados Unidos, que encargó un estudio sobre la naturaleza del Opus Dei. El trabajo de investigación se culminó el 27 de mayo de 1969 y contenía lo que los americanos querían saber sobre “la sociedad católica secular Opus Dei o Trabajo de Dios", como tradujeron su nombre para mejor interpreta­ ción del presidente Richard Nixon. La organización religiosa resultó difícil de describir para los america­ nos, que lo intentaron explicando que “sería una simplificación excesiva clasificar al Opus Dei como una sociedad secreta, aunque no publiquen sus actividades y haya cierta aura de conspiración a su alrededor. Parece ser una organización de elite, generalmente limitada a intelectuales y pro­ fesionales. En lo referente a Su celo y entusiasmo, sus miembros se pare­ cen algo a los jesuitas, quienes, no obstante, son sus mayores enemigos, en parte porque ellos han perdido su antigua preeminencia en favor del Opus”. Para acabar de redondear el concepto que trataba de describir para Washington, la memoria de investigación informaba que los líderes del Opus Dei decían pertenecer a un amplio espectro político, aunque “hablando en general” -escribieron- “la sociedad religiosa, conocida como la ‘masonería blanca’ entre los enemigos de la Obra, es colaboracio­ nista con el régimen”. k

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El informe en cuestión resumía la información histórica disponible sobre esta sociedad religiosa, evaluaba su impacto en España y hacía “una estimación de sus posibilidades de influencia en el futuro”, según anuncia­ ba el primer párrafo de aquella investigación secreta que estuvo “prohibido leer fuera del territorio de Estados Unidos.” Para los investigadores norteamericanos de finales de los años sesenta del siglo XX, la valoración de la naturaleza y el poder del Opus Dei se presen­ tó como una incógnita compleja de despejar. Por una parte, dijeron, “los representantes de este instituto católico mantienen que simplemente bus­ can infundir principios cristianos en el día a día. Por otra parte, diversos observadores de fuera de la organización han indicado que buscan el con­ trol político, económico y educacional de España”, advirtieron, para subra­ yar a continuación “su habilidad para mantener a sus oponentes fuera de las principales posiciones en los campos de la educación y de la cultura, y evitar su penetración en los niveles más altos del gobierno”. Los americanos no olvidaron la vertiente económica de la sociedad al afirmar que el Opus “controla uno de los bancos principales españoles, el Banco Popular, y se cree que tiene fuertes intereses, si no el control real, de otros dos bancos prominentes: el Banco de Bilbao y el Banco Urquijo. Es además propietario de varias empresas inmobiliarias que han prosperado con la construcción de edificios de apartamentos”, escribieron, para luego hacer hincapié en su presencia en universidades y escuelas: “se estima que el 40% de los puestos facultativos de las universidades españolas están ocu­ pados por miembros del Opus Dei. Muchos españoles nos han indicado que esa sociedad tiene la capacidad de conceder posiciones universitarias exclu­ sivamente a sus miembros”. El futuro de un Opus Dei sin Franco también formó parte del estudio. “Creemos que en el caso de un cambio rápido hacia un tipo de gobierno menos autoritario, sin duda se pedirían cuentas a la organización [al Opus] por sus muchos vínculos con el régimen franquista y por el hecho de que normalmente se le tiene por colaboracionista, por ejemplo, con los distintos

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grupos democristíanos”. También trataron de calcular cuántos miembros del Opus había en España y una fuente no identificada les dio el vago abani­ co de entre “5.000 y 250.000” personas. “Probablemente ambas cifras son exageradas”, escribieron, “por ser el número demasiado pequeño o dema­ siado grande” y añadieron: “Las cifras de circulación de una publicación enviada a los miembros del Opus Dei sugiere que el número actual de inte­ grantes puede estar en tomo a 50.000 o 60.000 y es bien conocido que la mayoría de sus integrantes son laicos”, concluyeron. El Vaticano vio a la España del Opus “fuera de onda” La profunda influencia de la religión en los distintos gobiernos de Franco no impidió que las relaciones del régimen con el Vaticano fueran extrañas y en ocasiones tensas. Los documentos desclasificados por Estados Unidos ense­ ñan que los roces con Roma fueron una constante en la época en que España fue tan católica que desbordó al Vaticano por la derecha. Las reiteradas comunicaciones secretas entre la Curia y Estados Unidos dan fe de la distancia existente entre la dictadura, con los tecnócratas del Opus Dei incluidos, y la Iglesia española por un lado, y la Santa Sede por otro. Así, por ejemplo, el 4 de enero de 1970, el arzobispo Agostino Casaroli, el secretario de Estado vaticano que se convertiría durante los pontificados de Pablo VI y Juan Pablo II en uno de los más agudos diplomáticos de la Iglesia, conversó sobre España con el embajador de Estados Unidos en Roma, quien no perdió un segtfndo en comunicar el alcance de esta conver­ sación a la Casa Blanca. El diplomático envió a Washington un telegrama en el que citó al prelado como la fuente con la que había hablado y “a la que es necesario proteger”. Casaroli filtró al diplomático americano que España tenía un gran interés en hablar directamente con Pablo VI, debido a los “fuertes contrastes existentes en tomo a las relaciones Iglesia-Estado”, razón que empujaba al ministro español del Opus Dei, Gregorio López Bravo, a entrevistarse con el Papa en el momento en el que se renegociaba en secreto el Concordato español. A

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Una gripe del ministro español obligó a retrasar la entrevista hasta que, el 26 de enero de 1970, un preocupado López Bravo se reunió en Roma con el Papa Pablo VI durante 45 minutos, sin que transcendiera nada más que los tópicos habituales. Sin embargo, después de la reunión, monseñor Casaroli, secretario de Estado del Vaticano, se puso de nuevo en contacto con la diplomacia de Estados Unidos para informar que las relaciones de España con la Santa Sede eran tensas. Basándose en esa información, los norteamericanos afirmaron en otro documento secreto que dudaban “seriamente que López Bravo logre alterar la determinación del Vaticano de liberalizar la Iglesia española o logre que la Santa Sede no presione a la jerar­ quía española para que abandone su postura” tan reaccionaria. Según este informe, el Vaticano “deseará, y esto no está relacionado con la solicitud de López Bravo, pedir prudencia a los arzobispos españoles, cuando parece que se está creando una situación nada favorable para la Iglesia. En situaciones delicadas para España, el Vaticano parece determinado a dar dos pasos fir­ mes hacia delante y luego un paso atrás, y así logra parte de sus objetivos, mientras da la impresión de compromiso con España”. Para Estados Unidos, la forma de actuar de Roma fue engañosa, al tiem­ po que la mala relación de las autoridades vaticanas con el gobierno español quedaron patentes por distintos hechos como, por ejemplo, con la reacción negativa del régimen ante ciertos mensajes papales: “Casaroli nos ha dicho que España puso objeciones a la publicación de mensajes de paz del Papa. A ojos del Vaticano, el gobierno español está fuera de onda con respecto al resto del mundo católico”.

El Vaticano vio a la España del Opus “fuera de onda”

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Don Juan contra Franco: la restauración que no pudo ser

Las vicisitudes por las que tuvo pasar a lo largo de su vida don Juan de Borbón, conde de Barcelona, hijo de Alfonso XIII y heredero la Corona española, debido a la renuncia de su hermano Alfonso y a la incapacidad física de su hermano Jaime, son conocidas. Don Juan fue el rey que no reinó -hubiera sido Juan III-, aunque antes de morir (Pamplona, 1993) pudo ver la monarquía restaurada en España y a su hijo Juan Carlos aupa­ do al trono español. No es objeto de este capítulo repasar la biografía de don Juan, sino observar con inquietud periodística qué supieron del enfrentamiento entre don Juan y Franco los servicios secretos norteameri­ canos, testigos de unos hechos que jalonaron el camino hacia la restaura­ ción de la monarquía. Desde ese punto de vista, sorprende que la em baja­ da de Estados Unidos en España tuviera copia puntual de la correspon­ dencia de don Juan y de Franco, lo que denota que debía contar con un infiltrado en cada bando. Sobre este punto, cabe llamar la atención de que una de las fuentes informativas que tuvo Estados Unidos fue su cónsul en Sevilla, ciudad en la que vivía el infante Alfonso de Orleáns, primo herma­ no de Alfonso XIII, representante de don Juan en España y ciudad en la

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que estaba el cardenal Segura, destacado monárquico y antifranquista. Otro aspecto que impacta en esta historia epistolar es comprobar la dis­ tancia sideral que hubo entre donjuán, que habló de ser el rey de todos los españoles y de reconciliación nacional sin distinción de clase “ni banderí­ as”, frente a Franco que pretendió nada menos que un rey falangista. También sorprende la desfachatez de Franco, que fue capaz de interceptar un mensaje de donjuán, leerlo y, al no gustarle su contenido, escribir al heredero quejándose de sus opiniones. Es una obviedad que Franco y don Juan se detestaron y por eso llama la atención el tono de la corresponden­ cia, muy duro pero cortés al mismo tiempo. En cualquier caso es un hecho que Estados Unidos estuvo bien infor­ mado de las tentativas de restauración de una monarquía constitucional, aunque este capítulo se centre en los estériles y tenaces intentos de don Juan llevados a cabo durante el periodo en el que la II Guerra Mundial se decantaba definitivamente hacia los aliados.

Franco quería ser regente y que don Juan se hiciera falangista El 20 de noviembre de 1975 Francisco Franco murió después de una larga enfermedad. Cuatro días más tarde don Juan de Borbón y Battemberg, conde de Barcelona, emitió un comunicado desde su exilio portugués en el que solicitaba “la consolidación de una verdadera democracia pluralista”. Dos años después, en mayo de 1977, donjuán renunció formalmente a su derecho dinástico en favor de su hijo Juan Carlos en un histórico discurso pronunciado en el palacio de la Zarzuela. Hasta llegar a aquel instante, el conde de Barcelona pugnó con Franco durante décadas por recuperar el trono. Sin embargo, hubo un momento, treinta años antes, en el que el dictador le ofreció una salida inaceptable en el curso de un tenso intercambio de propuestas que culminarían el 19 marzo de 1945 con el célebre manifiesto de Lausana en el que el conde de Barcelona instó al dictador a que abandonara de inmediato el poder. Este es A

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El m anifiesto de Lausana

A comienzos de 1945 donjuán dio por im posible que Franco propiciara un cambio de rumbo en España. Así, ante la obstinación del dictadory en sintonía con las naciones aliadas, el 19 de marzo el pretendiente al trono español hizo público desde su exilio suizo un histórico manifiesto por el que instaba al dictador a que abandonara el poder y propugnaba la reins­ tauración de la democracia en España a través de la monarquía. Donjuán proclamaba: “me resuelvo (...) a levantar mi voz y requerir solemnemente al General Franco para que, reconociendo el fracaso de su concepción totalitaria del Estado, abandone el poder y dé libre paso a la restauración del régimen tradicional de España, único capaz de garantizar la Religión, el Orden y la Libertad. Bajo la Monarquía -reconciliadora, justiciera y tolerante- caben cuantas reformas demande el interés de la Nación. Primordiales tareas serán: aprobación inmediata, por votación popular, de una Constitución política; reconocimiento de todos los derechos inhe­ rentes a la persona humana y garantías de las libertades políticas corres­ pondientes; establecimiento de una Asamblea legislativa elegida por la Nación; reconocimiento de la diversidad regional; amplia amnistía políti­ ca. Lausana, 19 de marzo de 1945”.

el relato de aquella pugna, basado en la documentación obtenida por los servicios secretos de Estados Unidos. El día 2 de marzo de 1943 Franco recibió en mano una carta de donjuán escrita desde su exilio en Suiza. Estados Unidos logró hacerse con ella el 29 de abril del mismo afto, archivándola en Washington con el número 853. El documento es una copia a máquina, se diría que de papel carbón, en cuyo encabezamiento se precisa que se trata de “la carta dirigida por S. M. el Rey al General Franco”. La misiva, que constituyó un precedente del manifiesto de Lausana, no deja lugar a dudas del desagrado que producía el franquis­ mo a don Juan, al que juzgaba como un sistema sin base jurídica y sin futu­ ro. Tanto en ésta como en las otras cartas incluidas en esta narración, don Juan fue duro pero guardó las formas: “Los varios meses transcurridos desde la fecha de la última carta de V.E. no han hecho sino intensificar la ansiedad que ya abrigaba entonces sobre los riesgos gravísimos a que expo­ ne a España el actual régimen provisional y aleatorio. Derivan éstos de tres causas patentes y fundamentalmente distintas en naturaleza, aunque rela-

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cionadas entre sí: la vinculación exclusiva del poder en una sola persona sin estatuto de base jurídica institucional; la división profunda en que se encuentra la opinión política y sentimental de los españoles; y, finalmente, la situación que crea la conflagración mundial”. “En cuanto a la primera de estas causas, no necesito insistir en el omino­ so desamparo que para el pacífico desarrollo de una nación cualquiera implica la persistencia de un periodo constituyente, máxime si éste no tiene otra base que la personalidad, por robustay benemérita que sea, de un hom­ bre único. Evitar el turbulento desencadenamiento de ambiciones consi­ guientes a su desaparición, posible como en todos los mortales, en cual­ quier momento, ha sido una de las evidentes finalidades de todas las formas institucionales de gobierno”. Cuando donjuán escribió estas palabras no debió valorar bien al perso­ naje con el que trataba, pues los planteamientos sobre la validez de las insti­ tuciones españolas franquistas y la continuidad de las mismas nunca fue­ ron problema para un dictador que cambió de signo en función del desarro­ llo de la Guerra Mundial y que todavía tardaría años -com o se describe en el capítulo siguiente- en plantearse la sucesión. Pero, si donjuán intuyó la per­ sonalidad y los deseos de Franco, no lo dejó traslucir y en cambio quiso creer que el Generalísimo compartía con él la “necesidad de abandonar el actual régimen transitorio y unipersonal” para dar paso a la monarquía. Sin embar­ go, temió con razón que Franco nunca encontraría el momento de llevarlo a cabo: “V.E. ha demostrado erasus discursos hallarse percatado de tan expe­ rimentada verdad como de la lógica necesidad de abandonar el actual ré­ gimen transitorio e unipersonal, para instalar definitiva y permanentemen­ te el que, según reiterada frase de V.E., foijó la unidady la grandeza histórica de nuestra patria. En este punto, pues, nuestra unanimidad es perfecta”. “Hay, sin embargo, fundamental discrepancia en cuanto al tiempo y a la forma de acometer el imprescindible cambio. V.E. fija como una razón para el tránsito a la restauración monárquica aquélla en que quede lograda la obra revolucionaria que se ha propuesto realizar y cuyos objetivos me parece

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poder calificar o de muy vagos en su presentación programática o suscepti­ bles de interminable desarrollo; de modo que establecer tal criterio para determinar el momento de la transformación del régimen se viene a resol­ ver, en suma, en un aplazamiento ‘sine die”\ Don Juan seguramente intuyó las intenciones del Caudillo, incapaz de abandonar el poder, pero aun así insistió en la necesidad de la urgente res­ tauración de la monarquía sin inventos extraños. “Semejante actitud de V.E. -si no la interpreto mal o ha sido rectificada desde que de ella tuve conocimiento- se halla en flagrante contradicción con el arraigado convencimiento mío, según el cual, por el argumento per­ sonal arriba expuestoy por otros afines que más adelante apuntaré, apremia adelantar lo más posible la fecha de la restauración, y ello sin recurrir a for­ mas intermedias cuya introducción se susurra y cuyo único resultado sería el de desvirtuar la eficacia de la Monarquía”. Franco, que era digamos franquistamente monárquico, pretendía que el rey aceptara a Falange y la ideología totalitaria del régimen, en una espe­ cie de monarquía fabricada a la medida del dictador. Donjuán no consin­ tió tal desatino y tras apartarse de “formas intermedias” razonó con suavi­ dad, tal vez para no romper el diálogo, los motivos que le impedían hacer­ se falangista. Su explicación constituye un buen resumen de lo que pensa­ ba sobre la función de una monarquía: “En lo tocante a la forma, me ruega V.E. que, como manera más eficaz para facilitar la restauración, me identi­ fique con el programa de la Falange Española Tradicionalista y de las J.O.N.S, es decir, en términos más directos, que identifique al Rey con una concreta ideología política, aunque ésta sea la de la Falange, en cuya actua­ ción no dejo de reconocer buenos propósitos. Ahora bien: mi aquiescen­ cia a este requerimiento implicaría una patente negación de la esencia misma de la virtud monárquica -radicalmente adversa al fomento de las escisiones partidistas y a la dominación de castas políticas; expresión máxima del común denominador de todos los intereses nacionales y árbi­ tro supremo de las inevitables tendencias antagónicas-, que equivaldría a

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una siembra de tempestades y a la ruina de la Monarquía restaurada, en un plazo no lejano. Precisamente, mi advenimiento al Trono después de la cruenta guerra civil, debería, por el contrario, aparecer a los ojos de todos los españoles -y este es justamente el trascendental servicio que la Monarquía y nadie más que ella puede prestarles- no como gobierno oportunista de un momento histórico o de ideologías exclusivas y cam­ biantes, sino como símbolo excelso de una realidad nacional permanente y garantía de la reconstrucción por la concordia de la España integral y eterna. Quedaría así cerrada la solución de continuidad histórica tan malhadamente abierta en abril de 1931 cuyos males quiso hacer menos cruentos mi Augusto Padre cuando, con elevado patriotismo, reconocido ahora por el Mundo entero, se despidió de España con aquellas sus nobilí­ simas palabras, que, marcándome la clara ruta de mi deber, han sido gran consuelo en mi destierro. ‘Soy el Rey de todos los españoles y soy también español. Podría contar con medios suficientes para mantener mis Reales prerrogativas, haciendo el uso de la fuerza contra los que me la niegan. Pero estoy firmemente resuelto a abstenerme de toda acción que pueda hundir a mis compatriotas en una guerra fraticida’”. Tras estas palabras que describían un ideario plural frente a los plantea­ m ientos basados en la adhesión inquebrantable del régim en del Generalísimo, el heredero abundaba en una idea de reconciliación que cho­ caba frontalmente con la praxis del dictador: “La lógica histórica pudo inás que su voluntad cristiana y española [don Juan se refería a su padre]. Pero su reinado pasó a la Historia limpio de san­ gre, legándome en su gesto último una misión sagrada: procurar la restaura­ ción monárquica en una España reconciliada y unida para lograr su ideal: ser rey de todos los españoles y un Español más sin distingos de clases socia­ les ni partidistas banderías”. Y, dicho esto, transmitía su percepción sobre España en el contexto de la II Guerra Mundial, coincidiendo con Franco en que la única política posible era la neutralidad pero advirtiendo que se nota­ ban mucho las simpatías del dictador hacia el eje. “La postura internacional A

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del régimen es calificada de análoga a la de uno de los bandos en pugna”, escribió donjuán. Finalmente, al despedirse, donjuán invocaba tres razo­ nes más para el cambio pacífico de régimen: el supuesto patriotismo del dic­ tador, Dios y la historia. Esta carta fue considerada de la máxima importancia por el embajador de Estados Unidos en España, Carlton J.H. Hayes que la remitió -con traduc­ ción al inglés incluida- a Cordell Hull, secretario de Estado de los gobiernos del presidente Franklin Delano Roosevelt, premio Nobel de la Paz de 1945 e impulsor de las Naciones Unidas. En la presentación de la misiva, Hayes explicaba que la valiosa copia había sido obtenida en Lisboa y añadía unos comentarios personales sobre determinados aspectos que consideraba de enorme trascendencia. Por una parte, subrayaba la negativa a ultranza de don Juan a adscribir la monarquía a una ideología, y mucho menos a los falangistas, y por otra quedó gratamente impresionado al interpretar que, mientras Franco dudada sobre quién ganaría la guerra, el heredero se decantaba claramente por los aliados. Sin embargo, por encima de todo, Hayes percibió una ruptura definitiva entre donjuán y Franco.

Que Franco ceda el poder Más adelante hubo nuevas presiones para lograr que Francisco Franco cediese el poder, que fracasaron ante la obstinación de un Caudillo sorpren­ dentemente pagado de sí mismo, como comprobará el lector más adelante. Uno de esos nuevos intentos se produjo tres meses después, en julio de 1943. Donjuán porfiaba por el restablecimiento de la monarquía advirtien­ do una y otra vez al dictador que su régimen era insostenible. Franco no cedía y ofrecía peregrinas salidas a la situación como podría ser su propia regencia o, lo que es lo mismo, modificar el sistema sin renunciar al domi­ nio conquistado por las armas. Mientras tanto, la II Guerra Mundial se decantaba hacia los aliados, el aparato de guerra nazi seguía operativo en España y Franco practicaba equilibrios circenses entre el eje en retroceso

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y los angloamericanos avanzando ya por la isla de Sicilia. Para esta ocasión donjuán cambió de estrategia, se dejó de cartas y pasó al encuentro personal, aunque a través de un intermediario pues él, deste­ rrado, tenía vetada la entrada en España. El infante Alfonso de Orleáns y Borbón, prestigioso general de aviación -fue el primer piloto militar espa­ ñol- y primo hermano de Alfonso XIII, fue el encargado de decirle a Franco que había llegado la hora de restaurar la monarquía en España. Quien se enteró de estas conversaciones secretas fue John Hamlin, cón­ sul norteamericano en Sevilla, que el 23 de julio de 1943 envió a su embajada una comunicación “estrictamente confidencial” con “copia al secretario de Estado en Washington”, en la cual desvelaba su sabroso contenido. Unos encuentros tensos e infructíferos, celebrados en Madrid, en los que partici­ paron Franco y un conjunto de personajes que Hamlin identificaba uno a uno en su comunicación. “(...) tengo el honor de enviarle información referente a los esfuerzos del general don Alfonso de Orleáns, como representante personal de don Juan y de ciertos miembros de las Cortes españolas para restaurar la monarquía mediante petición al general Franco” comenzaba el comuni­ cado del cónsul, que seguía con el relato pormenorizado de los hechos. Hamlin averiguó entre otros extremos que el general don Alfonso de Orleáns y su esposa, la infanta doña Beatriz, habían salido de Sevilla el 7 de julio de 1943 directamente hacia su residencia en Madrid ubicada en la calle Abascal [sic] para nada más llegar pronunciar una conferencia en casa de José Pemartín San Juan, que vivía en el número 36 de la calle General Mola, en la actualidad Príncipe de Vergara, “en la que estaba pre­ sente un emisario de Lausana”. El emisario real, que según Hamlin antes había visitado al cardenal Segura, se instaló en la llamada Ciudad Lineal, en la calle Arturo Soria número 125, entonces alrededores próximos de Madrid y hoy en día parte del núcleo central de la gran capital española. Según la información que manejaba el cónsul americano, un mensaje­ ro de don Juan había llegado a España con instrucciones mujuprecisas

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para el infante Alfonso de Orleáns, que en su triple condición de militar respetado por Franco, de pariente real y de representante de donjuán, se perfilaba como el hombre ideal para hablar con el Generalísimo de un tema tan delicado como la renuncia al poder del propio dictador: “El infante don Alfonso recibió instrucciones para hablar claramente al gene­ ral Franco y decirle que sólo le quedaban dos meses para dar los pasos necesarios para la restauración de la monarquía”, escribió Hamlin. “También tenía instrucciones para preguntar al general Franco sobre sus aspiraciones, con el fin de que pudiera conservar su prestigio y también para pedir que en la transición se formara un gobierno indicado por la monarquía”, añadió. Pero, antes de seguir con la nota de Hamlin, algunas consideraciones para situar a los personajes que el cónsul identificó en su información y que, por lo visto, los norteamericanos tenían perfectamente ubicados dado que los mencionaban con familiaridad, sin aportar más datos que sus nombres. Así, la referencia al cardenal Segura, visitado por el emisario de donjuán, cabe decir q u j ¡>u participación entraba dentro de la lógica, pues si por algo destacó el cardenal Pedro Segura y Sáenz fue por su apoyo permanente a la monarquía católica y por el rechazo al franquismo, para el que representó siempre un incordio. Baste decir que fue odiado por los falangistas y que se negó a que el Caudillo entrase en las iglesias bajo palio. En cuanto a José Pemartín San Juan, el anfitrión que había cedido su casa, no se puede obviar su condición de hombre de confianza e ideólogo del régimen franquista, especialmente en lo referente a cuestiones de ense­ ñanza. Además de los dos citados, el cónsul Hamlin incluía en la trama al monárquico Juan Ventosa i Calvell, uno de los fundadores de la Lliga Regionalista catalana de Francesc Cambó, conservador y experto en eco­ nomía, muy bien relacionado en medios financieros internacionales. Ventosa había sido ministro de Hacienda durante la dictadura de Primo de Rivera y años después procurador en las Cortes de Franco, además de haber formado parte del consejo privado de donjuán.

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Según palabras de Hamlin “durante la entrevista, que duró aproximada­ mente una hora, el Infante don Alfonso expresó al general Franco la necesi­ dad de considerar la restauración de la monarquía que sería conveniente lle­ var a cabo en septiembre u octubre [1943]. Don Alfonso expresó al señor Juan Ventosa, al señor José Pemartín y otros su decepción por no haber sido capaz de convencer al general Franco, según un informador cercano a estas personas. El general Franco más o menos repitió lo que le había indicado a don Alfonso el último mes: que él era un monárquico favorable a donjuán, pero que sería erróneo esperar la restauración de la monarquía tan pronto; que la guerra no estaba decidida todavía; que no podía asegurarse definitiva­ mente que el Eje perdiera la guerray que él indicaría la hora del regreso de la monarquía, aunque éste sería un asunto que se le debería dejar a él perso­ nalmente como Jefe del Estado y Generalísimo”. Pese a la insistencia del infante Alfonso de Orleáns, Franco no dio su brazo a torcer y dejó claro que en España mandaba él. Aun así, según explicó Hamlin, posteriormente hubo más reuniones pro monárquicas. “Don Alfonso sostuvo entrevistas con el general García Valiño, con el general Saliquety con el señor Pedro Gamero del Castillo. Fue una reunión de gene­ rales, incluyendo a Kindelán, en la que se trató de la conveniencia de que un grupo de generales hablara con Franco para insistirle en que el momento de la restauración había llegado. El ministro de la Guerra estaba plenamente informado”, precisó por escrito-el cónsul norteamericano Los militares y el civil mencionados por el diplomático americano eran personas de la confianza de Franco pero al mismo tiempo monárquicos que podían estar de acuerdo en que el periodo franquista debía tocar a su fin. Rafael García Valiño (1898-1972) había tenido una carrera meteòrica y era un héroe nacional de la Guerra Civil, mientras que Andrés Saliquet Zumeta (1877-1959) era un ex combatiente de Cuba, africanista como el dictador y uno de los impulsores de la sublevación de 1936 que eligió a Franco como Generalísimo. En cuanto al general y afamado aviador, Alfredo Kindelán, contaba con toda la confianza del Caudillo que lo nombró capitán general

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de Baleares, luego de Cataluña y más tarde director de la Escuela Superior del Ejército, aunque su tendencia m onárquica acabaría torciendo su rela­ ción con Franco. Lo mismo puede decirse de Pedro Gamero del Castillo (1910-1984), el ministro más joven de los gobiernos de Franco, falangista y monárquico al mismo tiempo y amigo de Juan Ventosa. Sin embargo, la posición de todos ellos favorable a don Juan fue considerada por el régimen como una desagradable conspiración m onárquicay no obtuvo resultados. Hoy resulta una obviedad que el cónsul americano en Sevilla disfrutaba en 1943 de muy buenos informadores. La prueba es que John Hamlin supo que “el general Franco seguía creyendo en una victoria alemana y que se oponía a don Juan porque suponía que la monarquía sería la puerta que daría paso a una nueva república”. Además de informado de lo acontecido en Madrid, estuvo al tanto de las discretas visitas que recibía el cardenal Segura, de la posición a la expectativa del conservador católico José María Gil Robles y de que a Franco no le había gustado nada don Alfonso de Orleáns. “Por su parte, el general Franco escribió una carta a donjuán pero no se la confió a don Alfonso. Se la dio al príncipe Eugenio de Baviera [y Borbón] para que la llevara a Suiza. En esta carta, según mi infonnador, el general Franco proponía a don Juan que estaba dispuesto a traerle de vuelta a España, pero puesto que él no admite a la Falange, Franco debería ser nom­ brado regente, con libertad de designar a los mandos militares. También parece que el general Franco indicó que no le agradaba la designación del general don Alfonso de Orleáns como representante personal de donjuán, parece que por la franqueza de don Alfonso y por los modales subidos de tono con los que habló en su segunda entrevista con el general Franco”. Otra pista que adelantó Hamlin fue que los roblistas, seguidores de Gil Robles, valoraban en 1943 la conveniencia de solicitar a Oliveira Salazar, jefe del Estado portugués, que permitiera que donjuán se instalara en Portugal ante una posible invasión alemana de Suiza. Obviamente los nazis no inva­ dieron Suiza, pero don Juan acabó viviendo en Estoril, en Portugal, muy a pesar de Franco, al que no le gustó nada que su antagonista se ubicara tan

cerca de España y en el mismo lugar en que residían opositores al franquis­ mo como Gil Robles, con tanto tirón popular.

Un feroz duelo por correspondencia Don Juan no se desanimó y, pese a que los americanos ya pensaban que Franco no cedería, siguió insistiendo, de tal suerte que se enfrascó en un duelo dialéctico por correspondencia que también acabaría en manos nor­ teamericanas. Nuevamente fue el embajador Carlton J.H. Hayes quien reco­ piló las cartas y las hizo llegar a Washington como anexos del Despacho estrictamente confidencial número 2419 de 2 de mayo de 1944. Tras haberlas leído, Hayes concluía que “el intercambio de correspondencia indica clara­ mente las divergencias que continúan existiendo entre Juan y Franco. Franco está bastante deseoso, al menos aparentemente, de restaurar la monarquía siempre que se mantenga el sistema de gobierno actual ‘autori­ tario’ . Juan, por otra parte, rechaza tener nada que ver con el sistema actual e insiste en que sería abolido antes de que él suba al trono. Ninguno de ellos, hasta ahora, da signos de ceder”. Este extraordinario cruce de mensajes entre dos personajes capitales en la reciente historia de España comenzó con una epístola de Franco que se generó de un modo oscuro y que dibuja una faceta más de la personalidad del dictador. Lo más sorprendente de este caso no es que Franco se apodera­ ra de una carta enviada por el conde de Barcelona seguramente a su secreta­ rio, Ramón Padilla, diplomático, designado por Franco en 1938 para auxiliar al heredero. Ni siquiera asombra que el Caudillo la leyera. Lo que turba es que la respondiera y encima airado. Es muy probable que la carta que dio origen a la furiosa respuesta de Franco -que reproducimos a continuación- fuese un mensaje que donjuán envió a su secretario, Ramón Padilla, a través de los vizcondes de Rocamora hacia diciembre de 1943, cuando el heredero comenzaba a preparar su tras­ lado de Suiza a Portugal. No se sabe cómo se interceptó o si alguien se la

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entregó a Franco, aunque también es posible que los vizcondes la echaran al correo y los espías del régimen, que seguían de cerca los movimientos del conde de Barcelonay su entorno, la interceptaran. Sin embargo una versión que explica el origen de este dislate la dio el propio Franco en la carta que escribió a donjuán como respuesta a la interceptada: “Madrid, 6 de enero de 1944. Alteza: Debido a la estupidez de la persona que llevaba una carta suya, que resultó que se perdió y cayó en manos de un agente extranjero de quien la hemos recuperado, me he informado de su contenido y de sus pensa­ mientos íntimos. Hubiera deseado devolvérsela sin comentario, pero la gran importancia que tienen para la nación y para la suerte de la monarquía los proyectos descritos en su carta me obligan, en cumplimiento de un deber elemental, intentar impedirlo que sería irreparable”. Franco atacaba a donjuán mencionando algunos de los fantasmas que le obsesionaron durante toda su vida, la masonería y los complots: “Soy consciente desde hace algún tiempo de los esfuerzos que se están realizan­ do en Lisboa y en la propia Suiza, al servicio de intereses extranjeros, a indu­ cirle a jugar la absurda carta de provocar una ruptura en nuestras relaciones y he sido capaz de establecer la amplitud con la que esta idea, directamente opuesta a sus sentimientos naturales de nobleza y lealtad, ha calado más y más en usted. Sé de los esfuerzos de López Oliva, Gil Robles y Sáenz Rodríguez [opositores exilados] para inducirle a seguir sus consejos; cartas, viajes y maniobras desacreditadas y vanas. Su pasado republicano o masóni­ co debería de haberles desacreditado frente a usted. Tuvieron su oportuni­ dad, aunque no fueron capaces de sacarle partido y ahora, a la desesperada, algunos de ellos impelidos por la pasión y otros por obligación a sus logias, están intentando servirla tercera república española a su costo”. “Hay tres falsedades que están intentando inculcar en usted: la supuesta ilegitimidad de mis poderes, una calumniosa versión de la situación actual de España y un pobre concepto del pueblo español; y todo ello con el único fin de arrastrarle a una aventura estéril en la que usted lo perdería todo y ellos nada. En el interés de nuestra patria intentaré aclarar esto:

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Anteponiendo a mis comentarios la indicación de que, para mí, el poder no es sino otro servicio, añadido a los muchos que he dado a mi país y cuyo objetivo es el bien público, me gustaría realizar las siguientes afirmaciones: (a) La monarquía en 1931 abandonó el poder a la República, (b) Nosotros nos levantamos contra una institución republicana, (c) Nuestro movimiento no era monárquico, sino español y católico, (d) Mola dejó saber claramente que el movimiento no era monárquico (...). (e) Los que lucharon en nuestra cruzada superaron el millón de personas, (f) Los monárquicos sólo eran una pequeña minoría dentro de ellos. Por tanto, ni el régimen derribó a la monarquía ni estaba obligado a restablecerla”, argumentaba Franco en favor de su régimen, al que justificaba apelando al romano concepto del derecho de conquistay a sus propios méritos, que ensalzaba sin pudor y ele­ vaba a la categoría de razón divina para justificar su permanencia en la cús­ pide de un Estado totalitario: “Entre las cosas que dieron lugar a la autoridad soberana, como usted sabe, está la ocupacióny la conquista, sin mencionar la salvación de la socie­ dad. (...) también existen los justos méritos que uno ha demostrado a lo largo de una vida de intenso servicio; el prestigio y categoría entre todos los tipos de sociedades y el reconocimiento público de esta autoridad. Por tanto, ha existido una superioridad pública previa. Y durante la Cruzada [la Guerra Civil], mi proclamación como Jefe Supremo del Estado por las tropas y las fuerzas políticas que creáitm el Movimiento, con la aprobación de toda la nación, me dieron un título posterior que no podía ponerse en duda. Y no vayamos a olvidar nuestro éxito, que el favor divino repetidamente nos mos­ tró, de lograr la victoria y salvar a la sociedad del caos (...)”. Franco estaba convencido no solo de la idoneidad de su liderazgo, que a estas alturas ya vinculaba a un deseo divino, creyéndose la frase “Caudil lo de España por la gracia de Dios” acuñada en las monedas, sino que conside­ ró que las intenciones dinásticas de donjuán no eran legítimas y suponían un ataque a la monarquía española que paradójicamente él también defen­ día. De esta forma, don Juan aparecía ante los ojos del Caudillo como un

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egoísta, enemigo de la paz lograda tras una cruzada y como el hipotético res­ ponsable de otra posible guerra civil. “Por tanto, cuando una nación disfruta de paz o de un orden jurídico logrado a tal coste” -seguía Franco- “cualquier esfuerzo de cuestionar la autoridad de aquel que ejerce el poder soberano debe ser condenado. Dicho esfuerzo no sólo no va en el interés de la paz y de la justicia social, sino que empeoraría la situación de la nación, lo que conduciría a una enorme catás­ trofe. Si a esto se le añade la circunstancia de que este poder soberano legíti­ mo no sólo no cierra el camino a la restauración monárquica, sino que en el sentido de que sirve al bien público, va de forma generosa y noble en la direc­ ción de dicha restauración, es incluso menos explicable que ningún monár­ quico se atreva a perturbar dicho orden jurídico (...). Confío en que su buen sentido triunfe una vez más sobre la presión de aquellos que desean empu­ jarle al abismo. Vamos en dirección a la monarquía. Usted puede impedir que lleguemos a ella”. Franco era duro con donjuán, pero todavía faltaban las últimas frases, sin duda sopesadas, que debieron herir al conde de Barcelona más que los insólitos argumentos esgrimidos para justificarse en el poder. En resumen, expuesto de forma políticamente incorrecta, Franco venía a decir: yo soy el Elegido para gobernar este país y usted es un desocupado que no hace más que enredar yjugar con fuego: “Puedo asegurarle que los verdaderos monárquicos están consternados de la situación que le rodea. Debido a que conocen al país y sus realidades, su único deseo es que usted no se pierda ni armine su futuro. Aspiran a ver asegurado el régimen y la posterior sucesión en su persona y saben que fuera del régimen el caos volvería a reinar de nuevo. Esta actitud es exacta­ mente lo opuesto de aquellos que intentan interferir con esta feliz contin­ gencia porque no están interesados ni en nuestra España, ni en la monar­ quía, sino en su República, la tercera República española. Mi deber leal es avisarle, de forma que no pueda decir que no ha sido avisado de la forma más clara. En este momento, tan difícil y desagradable, cuando tengo tan

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grandes responsabilidades que descansan sobre mi, Su Alteza, providencial­ mente, no tiene responsabilidades”. Franco acababa advirtiendo a donjuán del peligro que encerraba su acti­ tud antírrégimeny le conminaba a unirse a la Cruzada si no quería echar a perder las esperanzas de la monarquía que anhelaba restaurar. Dicho lo dicho, que no es poco, el dictador se despidió tras recordarle que “le ayuda­ ba a sobrevivir” y que no le gustaba que conspirase en su contra. “Muy cor­ dial y sinceramente. F. Franco”. Un don Juan molesto contestó marcando distancias. Lo hizo el 25 de enero de 1944 en una epístola que figura como Anexo n? 2 al despacho 2 4 1 9 de la embajada de Estados Unidos en Madrid enviada a la Secretaría de Estado en Washington. “Carta de Su Majestad al Generalísimo. Mi respetado General: Su carta del 6 de enero, que me escribió como consecuencia de haber leído una carta privada que yo envié a mi secretario, y que fue interceptada, como Su Excelencia me informa, por agentes extranjeros que aparentemente han tenido la oportunidad de intervenir en el servicio postal entre Irún y San Sebastián, me ha causado inquietud y preocupación” arrancaba el conde de Barcelona que trataba de sortear el embate franquista desde la posición de debilidad que suponía su propio exilio, la dispersión de los monárquicos y el hecho que Franco gobernase España apoyado por las fuerzas armadas, los falangistas y buena parte d€ la Iglesia española. “Después de meditar sobre su carta tengo la impresión de que Su Excelencia depende de la deficiente y quizás inexacta información que le lleva a tener opiniones erróneas en lo que se refiere a la situación intema y extema de España. Y esa información errónea se aplica también a sus refe­ rencias, a mi forma de pensar y a la supuesta presión a la que estoy sujeto” argumentaba donjuán. “Su Excelencia indica que hay personas que preten­ den causar en mí tres falsedades: primera, la supuesta ilegitimidad del poder de Su Excelencia, segunda, una idea calumniosa de la situación de España y, tercero, un pobre concepto de los españoles. DebcAlecirle muy

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sinceramente que ese miedo no tiene fundamentos. Nadie ha pretendido persuadirme de la ilegitimidad de los poderes de facto que Su Excelencia ejercita, y yo nunca hubiera tolerado la más mínima insinuación calumnio, sa concerniente a España o concerniente al alto concepto que tengo del pueblo español”. En contra de la opinión de Franco, don Juan se sentía bien informado sobre la realidad española y en cambio estaba persuadido que nadie se atrevía a decirle a Franco a la cara lo que pensaban de su régimeny del futuro do España: “Pronto habré completado 13 años de mi vida en el exilio, durante los cuales he llegado a conocer la situación de España y la forma de pensar de los españoles con una claridad e independencia que creo que hubiera sido problemática haber logrado en el palacio, donde habría sido tan difícil para mí percibirla realidad en la atmósfera de adulación que siempre rodea al poder. Durante muchos años he estado estudiando la situación de España y contrastando cuidadosamente los informes orales de casi todas las perso­ nalidades políticas, diplomáticas, industriales e intelectuales que, al dejar España, vienen a visitarme; y puedo indicar a Su Excelencia que, casi unáni­ memente, todos ellos, incluyendo aquellos más vinculados o vinculados de forma más cercana a Su Excelenciay al régimen Nacional Sindicalista, están gravemente preocupados por el futuro de nuestro país, cuya situación consi­ deran que es muy inquietante. No sé si dichas personalidades que ven tan oscuro el panorama nacional se expresan en esos términos a Su Excelencia con la misma franqueza con la que lo hacen conmigo”. En resumen, donjuán le decía: Usted está mal informado, estamos muy lejos el uno de otro y en su régimen no cree nadie. Como en la carta que Franco recibió el 2 de marzo de 1943, citada más arriba, el conde de Barcelona le hablaba de reconciliación, una palabra que no figuraba en el vocabulario del general: “Su Excelencia es uno de los pocos españoles que cree en la estabilidad del régimen Nacional Sindicalista; en la identificación del pueblo con dicho régimen. Usted es uno de los pocos que creen que nuestra nación, todavía sin reconciliar, tendrá suficiente fortaleza para resis-

tir los ataques de los extremistas al final de la guerra y que Su Excelencia logrará, mediante rectificación y concesión, obtener el respeto de esas naciones que han asumido con disgusto las políticas que ha seguido con respecto a ellas”. Donjuán creyó que los aliados acabarían con el franquismo al finalizar la Guerra Mundial. Es probable que el heredero infravalorase la innata capaci­ dad de supervivencia de su antagonista, capaz de pactar con los nazis y con los angloamericanos casi simultáneamente: “Esta forma de enjuiciar el pre­ sente y el futuro se opone completamente a la mía y por tanto nuestras acti­ tudes no pueden parecerse. Estoy convencido de que Su Excelenciay el régi­ men que encabeza no podrá sobrevivir al final de la guerra, y que, si la monarquía no se ha restaurado para entonces, a usted le echarán aquellos que perdieron la guerra civil y que serán ayudados por la atmósfera interna­ cional, que cada vez se opone más y más al régimen totalitario que Su Excelencia creó e implantó. Con el fin de impedir dicho trágico futuro es necesario ofrecer a los españoles algo que no sea ni el totalitarismo de Su Excelencia ni el retomo de la República democrática, antecámara del extremismo anárquico; y que la tercera solución sólo aparece en la monar­ quía tradicional católica, cuyas ideas fundamentales se encontraban más cerca de la mayoría de los héroes y mártires que hicieron posible el levanta­ miento de julio de 1936 de lo que fueron las exóticas instituciones que usted ha intentado sin éxito implantar en nuestro país con un profundo desdén de la tradición que inspiró la cruzada”. El conde de Barcelona insistió en la imposibilidad de vincular la corona a la Falange. Incluso proclamó solemnemente que la distancia entre la monarquía y el franquismo era insalvable: “Siempre he declinado aceptar las peticiones escritas de Su Excelencia hacia mí de identificarme con el estado falangista porque pensaba que era incompatible con la verdadera esencia de la monarquía, que tiene que ser genuinay absolutamente nacio­ nal y para todos los españoles. Pero he llegado a la firme convicción de que esta actitud que he observado no es suficiente para salvaguarda los intere-

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ses de la madre patria en el futuro puesto que muchas personas en Espaflay fuera de ella interpretan mi silencio como una identificación con el régimen actual. Eso me obliga a que se sepa en Españay en el resto del mundo la total falta de identificación entre la monarquía y el régimen. No levanto la bande­ ra de la rebelión ni incito a nadie a rebelarse. Me limito exclusivamente a hacer público la divergencia fundamental que siempre existió entre noso­ tros y, por tanto, a impedir que la caída del régimen Nacional Sindicalista haga imposible una restauración de la monarquía y que prive a la madre patria en tales tiempos críticos de sus instituciones seculares, las únicas que pueden confrontar el extremismo revolucionario”. Donjuán fue prudente al replicar a la afirmación de Franco de que esta­ ba dando todos los pasos para restablecer la monarquía: “Considero que en esta ocasión no es oportuno [comentar] las declaraciones de Su Excelencia de que el régimen se está moviendo generosa y noblemente hacia la restau­ ración de la monarquía. Hasta ahora sólo he tenido noticias de la prohibi­ ción contra toda propaganda monárquica, de los ataques sobre la monar­ quía en discursos yen publicaciones oficiales, y de documentos que contie­ nen graves ataques contra mi persona que toda la prensa española se ha visto obligada a publicar”. Y se despidió con cortesía “esperando que Su Excelencia no encuentre en esta carta nada ofensivo ni incluso molesto hacia su persona, por la que continúo teniendo una gran estima y aprecia­ ción, le saludo afectuosamente. Juan, conde de Barcelona”. Pero donjuán no lo había dicho todo. Esta epístola tuvo una continua­ ción nueve días después en forma de telegrama que donjuán remitió el 3 de febrero de 1944 y que el Generalísimo contestó con idénticos sistemas, pero en orden inverso. Es decir, primero rebatió por telegramay después escribió una carta. El telegrama de donjuán fue una reiteración urgente de los temores que albergaba ante la contumacia de Franco en mantenerse en el poder a toda costa en unos tiempos en los que la guerra provocaba la rápida regresión de las ideologías próximas al franquismo y en los que se vislumbraba la posibi-

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lidad de que los aliados arremetieran contra el régimen y que los republica­ nos españoles, comprometidos contra la barbarie nazi, lograran restablecer una república en España, una circunstancia que, de producirse, acabaría definitivamente con todas las esperanzas monárquicas. Tal vez don Juan pensó que la misiva precedente del día 25 de enero había sido demasiado dura, lo mismo que unas declaraciones suyas a la prensa argentina en el mismo sentido. Es probable que imaginara que un mensaje personal en un tono más conciliador reconduciría la situación y haría entrar en razón a Franco, pues el contenido del telegrama habló de nuevo de entendimiento: “Apelo con todo mi corazón a su bien demostrado patriotismo con el fin de que, olvidando las divergencias de opiniones, podamos alcanzar un acuerdo que permita la restauración de la monarquía en el plazo de un corto espacio de tiempo, evitando de esta forma las dificul­ tades del momento actual y salvando a España de los peligros de una nueva guerra civil. Actuando de esta forma seguiríamos en la posición de defender los principios que nos llevaron a levantamos contra el Frente Popular. Puede que mañana sea demasiado tarde. Estoy seguro de que Su Excelencia, cons­ ciente de los graves peligros que amenazan a España, y, superando las difi­ cultades actuales, no rechace considerar esta única solución que el interés de nuestra patria demanda tan urgentemente. Larga vida para España. Juan, conde de Barcelona.” El telegrama no surtió efecto; Franco no dio su brazo a torcery sólo cua­ tro días más tarde, el 7 de febrero, contestó. En su réplica acusó a donjuán de actuar de cara a intereses extranjeros causando con ello “una muy mala impresión en España” incluso entre los monárquicos y dividiendo a los españoles. “España no desea consentir la pérdida de los frutos de nuestra victoriosa cruzada debido a la guerra mundial que hay en marcha y defende­ rá nuestra soberanía por todos los medios, sin contar días o años, hasta el último hombre y hasta el último católico” dijo Franco que prosiguió reafir­ mando que su destino era la monarquía “hacia la que nos dirigimos de forma firme” pero que se presentaba “incompatible con la disidencia y los

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conflictos provocados por grupos monárquicos y con las manifestaciones públicas de divergencia y de hostilidad hacia el régimen que fue creado por nuestra cruzada, y que es libremente reconocido por todas las naciones”. Al Generalísimo le pareció que, si había obstinación, sólo era atribuible al conde de Barcelona, y así se lo hizo saber, destacando de nuevo sin rubor su propia capacidad: “En todo momento he intentado en mis cartas superar su obstinación y siento de verdad las divergencias basadas en los claros errores a los que no está dispuesto a renunciar. Lo que no puedo hacer, y nunca haré, es traicionar el espíritu de los que lucharon, convertir España en una nación vil e indigna, ni hacer nada que no me dicte mi concienciay mi deber de lo que debería hacer en el mejor interés de España. Creo que mi historia y mis servicios me dan derecho a esperar que se tengan en gran estima mis capacidades”. Al final del telegrama, el Caudillo avanzaba que estaba “con­ testando a su carta del 25 de enero mediante saca diplomática” y firmó “Generalísimo Franco. 7 de febrero de 1944”. La carta que anunciaba Franco, datada el 7 de marzo siguiente, también acabó en manos norteamericanas y pasó a formar parte de un lote docu­ mental secreto relativo a la reposición de la monarquía en España que la legación de Estados Unidos en Madrid envió a Washington. En la copia que llegó a Estados Unidos se puede leer cómo Franco, que trataba a su interlo­ cutor de “Su Alteza”, se quejaba de unas declaraciones contrarias el régimen efectuadas por don Juan al diario argentino La Prensa. El dictador afirmaba que había sido “un golpe amargo” para él y para los españoles, y sostenía que la actitud de donjuán, tan crítica con el régimen autocràtico, llegaba en el momento en que España se había “convertido en el objeto de una presión injusta y hostil de ciertos países extranjeros, como consecuencia de nuestra vigorosa defensa de nuestra independenciay dere­ chos soberanos”. A continuación, el dictador recordaba el apoyo que recibía de los milita­ res y los falangistas, en realidad las únicas agrupaciones organizadas, junto a la Iglesia católica, con las que contaba para ocupar el hueco que dejaron

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las instituciones de Estado, destrozadas por la guerra o anuladas por la dic­ tadura. De hecho, en aquel instante, la castigadísima sociedad civil española tenía bastante con ocuparse de sobrevivir y España sólo albergaba una mise­ rable infraestructura industrial, cuyos cuadros habían sido nutridos, casi por necesidad, con militares o con falangistas. Es decir, Franco dijo que tenía el apoyo -olvidó o no quiso mencionar a la Iglesia- de las únicas estruc­ turas organizadas que quedaban en el país y que configuraban a duras penas el Estado. Y lo hizo con un lenguaje en el que volvió aflorar su ego. También amenazó con nuevos derramamientos de sangre en España de los que haría responsable al heredero de la corona: “Puedo asegurarle que su conducta, que es el resultado de la línea que viene adoptando desde hace más de un año, le divorcia de los sentimientos de los españoles y, especial­ mente, del ideal por el que cayeron los héroesy mártires cuya memoria invo­ ca erróneamente es su carta, como yo como jefe y responsable que les llevó la victoria estoy capacitado para definir”. “Sobre este punto no hay divergencias en España, siendo unánimes todas sus secciones. El ejército, completamente consciente de lo que está en riesgo, la Falange con su espíritu de lucha y su fervor juvenil; los ex combatientes, los católicos y, de hecho, todas las personas sensibles y patrióticas que se dan cuenta hasta qué extremos fuimos conducidos por el liberalismo, y que experimentaron el terror rojo con sus crímenes con­ comitantes y chekas. Ninguno-de los ellos permitirá a España pasar por algún cambio parecido que ponga en peligro nuestro estado actual de paz yjusticia, logrado a tal coste. El 18 de julio, cuando estábamos desprovis­ tos de prácticamente cualquier medio de acción, muchos de nosotros decidimos, no obstante, llevar a cabo lo que a muchos les parecía una aventura descabellada, en lugar de permitir a España perecer, incluso al coste de derramar sangre española. Si entonces lo hicimos así, qué es lo que no haríamos ahora para impedir que las ambiciones personales, o la combinación de presión extranjera e intriga, intenten poner en peligro nuestras conquistas”.

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Es innegable que las líneas anteriores contienen una clara advertencia de que el franquismo presentaría una resistencia sangrienta en defensa del régimen. Luego Franco retomaba el discurso sobre “rojos y masones” como incitadores de los errores del conde de Barcelona, al que creyó “totalmente inconsciente” de la realidad española debido a sus trece años de residencia en el extranjero”. Por eso, razonaba Franco, “Su Alteza (...) describe nuestro régimen de una forma tan errónea, para detrimento de España y júbilo de sus enemigos”. De Falange, uno de los pilares del régimen, Franco tenía ideas muy parti­ culares que no pudo evitar transmitir a don Juan. El Caudillo, que no era falangistay se proclamaba monárquico, sentía en Falange y en las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista (JONS), el motor de la revolución que plasma­ ría por escrito en mayo de 1958 con la promulgación la Ley de Principios del Movimiento Nacional, aquella que sentenció que “España es una unidad de destino en lo universal” y que comenzaba con un mayestático y desbor­ dante “Yo” en la célebre frase “Yo, Francisco Franco Bahamonde, Caudillo de España consciente de mi responsabilidad ante Dios y ante la Historia...”. No sorprende, pues, que Franco corrigiera al conde de Barcelona alegando que Falange “no es lo que usted cree que es. No es ni un partido, ni es extra­ ño, ni incluso totalitario, excepto en lo que de totalitarios tuvieran nuestros gloriosos monarcas de los periodos de oro de nuestra historia, cuyos emble­ mas ha adoptado, renovando y mejorando el significado de su doctrina con un profundo sentido de la justicia social”. Si a lo largo de la carta el Caudillo manifestaba un profundo rechazo hacia los planteamientos de donjuán, el final era demoledor. Franco le acu­ saba de oportunista, le tildaba de frívolo, le recordaba que iría a la guerra en el caso que lo considerara necesario y le insinuaba que se despidiera del trono si persistía en su actitud, que “le conduciría al desafortunado momen­ to para España de ser un rey efímero en la senda del rey griego, y no el sobe­ rano legítimo apoyado por su pueblo; una contingencia que sé que Dios y los españoles no permitirán nunca”.

Un feroz duelo

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A continuación, Franco deslizó, tal vez por descuido, que el gobierno con­ tra el que se había sublevado en julio de 1936 era legal: “Su alteza no tiene nada que temer de aquellos que fueron derrotados en la guerra civil. Nos levantamos contra ellos cuando eran el gobierno legal en posesión de las reservas de oro, de los recursos nacionales y con apoyo del exterior. Sus crímenes y sus métodos bárbaros eran entonces desconocidos. Cómo podríamos temerles hoy cuando todo el Ejército, la Armada, el Ejército del Aire, la Falange, con más de un millón de miembros activos, los católicos y todos los medios poderosos de un Estado moderno están sóliday firmemente en nuestras manos, y cuando aquellos que ayer eran rojos se están uniendo a los nuestros. Si surgiera el más mínimo peligro, España vol­ vería unirse en una guerra santa”. “La monarquía tradicional católica que estábamos intentando crear de forma firme y estable, y cuya proclamación ya se habría producido si sus desafortunadas declaraciones públicas no hubieran intervenido contra la misma, es precisamente lo contrario de ese tipo ecléctico y liberal de monar­ quía que está siendo inducido a apoyar”. “Durante los últimos ocho años hemos estado luchando por la recu­ peración de España y de la unidad de los españoles. Los monárquicos recibieron un lugar de honor entre nosotros, al que algunos renunciaron debido a que no encontraron satisfacción a sus ambiciones personales o a sus codicias capitalistas,''•©tros porque deseaban acelerar el proceso actual en detrimento de los intereses de España. Nuestras divergencias con ellos me causaron un gran dolor y dañaron a nuestro país. Usted es ahora una persona con la edad suficiente para saber qué es lo que más le conviene. Pero no tiene derecho a enturbiar la monarquía, ni a poner en peligro los desarrollos futuros”. “Que Dios le ilumine, perdone sus errores y maldiga a aquellos que están intentando separarle del camino adecuado. Espero que encuentre en esta carta únicamente la respuesta directa y sincera de un soldado. Muy sincera­ mente, F. Franco”.

C a p ítu lo

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Don luán contra Franco:

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283

La hoja de ruta de donjuán Apenas un mes después de recibida la desalentadora carta anterior, el conde de Barcelona dirigió una larga epístola a su tío, don Alfonso de Orleáns, en la que describía su ideario y resumía sus padecimientos con Franco, la mayor parte de los cuales se reproducen en este capítulo. La escribió el 14 de marzo de 1944 desde Lausana, y el 12 de abril siguiente el embajador de Estados Unidos en Madrid ya remitió copia secreta del texto a Washington, donde quedó guardado como Anexo 2, al Despacho 2315, delArchivo 800. El embaja­ dor Carlton J.H. Hayes, añadió una nota para el secretario de Estado, Cordell Hull, en la que le comentaba el contenido, fijando su atención en tres pun­ tos esenciales: 1) los monárquicos que estaban con Franco, como el caso del receptor de la misiva, Alfonso de Orleáns, se alineaban con el dictador por cuenta propia, 2) Franco se proponía a sí mismo como regente, 3) y último, donjuán y el Caudillo ya no sintonizaban nada en absoluto. En la carta, siempre según la copia americana, en inglés, donjuán se pre­ sentaba como “su majestad el rey, donjuán III” y se dirigía a su “Querido tío”, “alteza real el príncipe Alfonso de Orleáns, Infante de España”. En ella donjuán explicaba a su tío, representante de sus intereses en España, que desde la muerte de su padre Alfonso XIII había mantenido silencio público sobre sus aspiraciones dinásticas y sus diferencias con Franco para evitar que le usaran de pretexto para extender la Guerra Mundial a España. Luego resumía lo sucedido hasta entonces. Donjuán explicó que después de tantos fracasos con el dictador se había sentido obligado hacer público la enorme distancia que le separaba de Franco y de Falange y que por esa razón había aceptado hacer en Suiza las declaraciones al diario argentino La Prensa que tan mal sentaron al Caudillo. Revelaba donjuán que “la providencia hizo que la publicación de mis declaraciones coincidieran con la fuerte presión que Estados Unidos e Inglaterra” estaban ejerciendo ese mismo día al gobierno del general Franco. Un hecho que el heredero atribuyó a la casualidad pero que el gene­ ralísimo vio como un contubernio.

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Don Juan se mostraba profundamente afectado por la arrogancia mos­ trada por Franco en la carta de 7 de marzo de 1944, la anteriormente citada. El conde de Barcelona lo confesaba al explicar a don Alfonso de Orleáns sus íntimos pensamientos sobre la monarquía, la república y la sublevación de 1936: “La carta que acabo de recibir, de fecha 7 de marzo, deja clara la abso­ luta falta de comprensión del general Franco sobre las verdaderas necesida­ des de España y de las formas adecuadas de preservarla de nuevas calami­ dades. Mantuve la actitud constante, que he observadoy que acabo de hacer pública, pensando únicamente en los supremos intereses de la nación y olvi­ dando cualquier impulso de naturaleza personal. España requería que sus instituciones tradicionales no se vieran afectadas por la corrosión y los horrores del régimen actual, de forma que el día en que su fracaso se vuelva evidente, España pueda volver a la monarquía, libre de odios y rencores especiales, tanto a nivel interior como exterior, y, por tanto, en condiciones de impedir el retomo de la república, la cual, cualquiera que sea su tenden­ cia, en nuestro país constituye, como la historia nos ha mostrado dos veces, nada más que la antesala de la anarquía y el terrorismo. Pero para que las responsabilidades del régimen actual no recaigan en la Monarquía -hacién­ dola inerte cuando España más la necesita- mi actitud personal de separa­ ción no fue suficiente; fue necesario que todo el mundo supiera de esa divi­ sión de las partes que, puesto que no era conocida, era considerada por muchos como inexistente”. , “Es un hecho público que personas de la extrema izquierda están traba­ jando activamente para el restablecimiento de la República, siendo ani­ mados en sus propuestas por una opinión pública fomentada dentro de Naciones Unidas, por no hablar de Rusia. En apoyó del eslogan ‘guerra contra el fascismo’ atacan a España y al régimen de Franco, teniendo éxito, según pasa el tiempo, al familiarizar a muchas personas con la idea de que ellos son los únicos con los que pueden contar las naciones aliadas en un futuro cercano. Debe impedirse que el final de la guerra mundial, con el falso significado ideológico del régimen actual y de subdirectores,

C a p itu lo 9

Don Juan contra Franco:

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haga inútil la copiosa sangre que tan generosamente ha sido derramada por legiones de héroes y mártires y los graves sacrificios realizados durante la cruzada nacional. El ejército, y las masas populares que asumieron el mando y le apoyaron durante los días memorables de julio de 1936, se levantaron en un movimiento espontáneo e instintivo en defensa de la religión y del país, que estaban gravemente amenazados; pero esto no quiere decir que lo hicieran para beneficio de ciertas personas, com o tam­ poco que lo hicieran a favor de un régimen totalitario, desconocido en ese momento y que, con posterioridad, especialmente en las fechas del Decreto de Unificación de abril de 1937, ha intentado sin éxito afianzarse en nuestro país, que en todo ese tiempo se ha mostrado opuesto a admitir dichas instituciones, copiadas y convertidas del extranjero, y contrarias a nuestras mejores tradiciones”. El conde de Barcelona, católico convencido, había simpatizado con la sublevación contra la República por lo que significaba de probable restaura­ ción de la monarquía, pero despreció el régimen totalitario surgido del alza­ miento nacional y no compartió la idea de que un ataque a Franco supusiera necesariamente una nueva guerra, tal como amenazaba el dictador. “Resulta absurdo pensar que una nueva cruzada nacional surgirá en España en defensa del régimen actual, atacado por sus enemigos desde den­ tro y desde fuera”, afirmaba, pero luego se equivocó en su previsión: “La caída del régimen actual, imposible de evitar en el caso de un triunfo aliado, traería consigo el extremismo terrorista como consecuencia necesaria de la República que sería implantada en el caso de que la solución monárquica no existiera en condiciones razonables para detenerlo. Los españoles y el mundo deben darse cuenta de que, además del totalitarismo de Franco y de la anarquía de la República, existe una solución monárquica, la única capaz de combinar la tradición con el progreso y de armonizar el orden con la libertad”. Tras estas reflexiones, tan antirrepublicanas como podía esperarse de un rey que escribió esta carta con total franqueza, don Juan pasaba al capítulo

La hoja de ruta

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que tanto llamó la atención del embajador Hayes: “Puesto que mi dispa­ ridad con el régimen actual está claramente definida, sería lógico para los verdaderos monárquicos no continuar colaborando con el mismo; pero siendo mi deseo no causar trastornos en la vida nacional durante las cir­ cunstancias actuales tan difíciles, ni dañar los intereses particulares, me limitaré, por ahora, a declarar que aquellos que continúan ocupando cargos oficiales de un carácter político, lo hagan a nivel personal, sin que la Monarquía sea responsable de su colaboración con el régimen”. “Me gustaría aprovechar la oportunidad de esta ocasión para hacer frente a un persistente rumor relacionado con una absurda y antipatriota m aniobra para desacreditar y hacer im posible la solución de la monarquía, confundiéndola, a través de un casamiento imposible y extemporáneo, con la solución Nacional Sindicalista que ha fracasado. Me refiero a la propuesta, que circula y que se dice que apoyan ciertos sectores de la Falange, de disfrazar al régimen actual ante el mundo con la aparien­ cia y nombre de Monarquía, que sería encamado por el propio general Franco, bajo el título de Regente. Desde este momento, denuncio esta maniobra y protesto todo lo enérgicamente que sea posible contra aque­ llos que en estas horas decisivas no sólo marchan de forma ciega y confia­ da hacia el abismo, sino que además buscan arrastrar a la monarquía con ellos. La monarquía que es la única solución viable y duradera que le queda a España sí tiene que salvarse de los incontables males y confusión que le esperan. En el caso de que dichas propuestas cobraran una mayor importancia, yo me adelantaría a desenmascararlos en un manifiesto diri­ gido al país.” “Rezando que Dios le asista en su labor, reciba un abrazo de Juan”.

Reprimenda al conde de Romanones Don Juan también reprendió a los suyos cuando parecieron más papistas que el Papa. Esto le ocurrió al conde de Romanones, al cual escribió una

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D on ju á n contra Franco: ] a r e s t a u r f l c i r i n n u p n r» n .

carta cariñosa el 29 de junio de 1943 en la que le dejaba claro cómo era la monarquía que para sí quería “S.M. el Rey Donjuán III”. Previamente Romanones le había escrito a donjuán comentándole una carta del conde de Rodezno en la que se criticaba una monarquía tradicional que pudiera ser interpretada como un regreso a la monarquía absoluta. El conde de Barcelona, “Juan III”, respondió molesto a Romanones con estas palabras: “La restauración de la Monarquía llevará consigo la promulgación de una o varias leyes fundamentales de obligada observancia, tanto para los súbditos como para el Soberano, y todas las leyes, tanto las fundamentales como las de inferior rango jurídico político, habrán de ser hechas para la concorde voluntad del Rey y de los Organismos Legislativos, reflejo de una auténtica [subrayada en el original] representación nacional, con lo que, y mediante el sometimiento pleno de gobernantes y gobernados a la Ley, alcanzaremos el Estado de derecho que deseo ver instaurado y consolidado en España. La Monarquía española de mañana habrá de organizarse con vistas al futuro y no al pasado, pero aprovechando todas las enseñanzas que encierra y adaptándose al continuar de nuestra historia y no perseguir la imposible empresa de estancarla; haciendo revivir un momento determi­ nado de la misma, sea el año 1876 o el absolutismo del siglo XVIII”. Al final, donjuán se despedía afectuosamente del conde y de su esposa, Casilda.

Reprimenda al

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El desconocido camino a la transición

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El desconocido camino a la transición

Francisco Franco Bahamonde se creyó un elegido de Dios. Él mismo pro­ yectó esta idea a lo largo de su vida y la propaganda del régimen la refor­ zó mostrándolo como un ser capaz de aciertos sobrenaturales, que veló día y noche por los destinos de España. Pero si muchos españoles creye­ ron en el mito y lo consideraron una especie de héroe clásico casi inmu­ ne a la muerte, para los servicios de información norteamericanos Franco se desveló como un extraño personaje que sólo a causa de un accidente de caza cayó en la cuenta que cualquier día podía morir. ¡Él, tan habituado a la muerte que ni el parkinson le hizo temblar el pulso para seguir firmando penas capitales hasta sus últimos días! Más allá de la historia conocida, los documentos desclasificados descu­ bren que aquel accidente marcó el tortuoso camino que culminaría con la coronación de Juan Carlos I. Pero antes de llegar hasta aquel instante en que comenzó la insólita transición española hacia la democracia, el prínci­ pe Juan Carlos, infravalorado por la ciudadanía, jugó en secreto sus propias cartas para salvar el futuro de su dinastía, que estaba en manos de Franco, y también para asegurarse el apoyo del país más poderoso del mundo.

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Durante aquel camino, murió asesinado por ETA el almirante Carrero Blanco, el amigo de Franco que como presidente del gobierno garantizaba la continuidad del franquismo más rancio. Un personaje tan reaccionario que hasta desde la administración norteamericana deseaban su desapari­ ción política. Un presidente al que temían sus propios ministros al sentir­ se espiados por él, tal como descubrieron los americanos. Un militar que desbordó por la derecha la política exterior de Estados Unidos representa­ da entonces por el secretario de Estado, Henry Kissinger, quien precisa­ mente el día del crimen se encontraba en Madrid con el fin de presionar -infructuosamente- al gobierno de Carrero Blanco para que adoptase de una vez una política más favorable a Israel. A través del viaje hacia la restauración de la monarquía, los españoles permanecimos -com o siempre- ignorantes de los entresijos de cuanto aconteció en El Pardo, la residencia del dictador desde la que se marcaba el destino de España. En cambio, los servicios de información norteameri­ canos supieron hasta cómo reaccionó donjuán al saber que Franco había decidido que el sucesor no sería el conde de Barcelona, sino su hijo Juan Carlos. Una versión de los hechos, siempre secreta, que obtuvieron del propio Juan Carlos y que damos a conocer en este capítulo en el que tam­ bién aportamos datos de la CIA tan inesperados como la compra de la renuncia de Franco; una insólita transacción económica con la familia del dictador que -según el espionaje norteamericano- no culminó, entre otras razones, porque Franco enfermó para morir.

Franco tam bién era mortal Desde la distancia de los años es difícil percibir la imagen que Franco proyectó durante la dictadura. Independientemente de que unos lo vie­ ran como un criminal y otros como un ser providencial, Franco fue mos­ trado por el régimen como una persona todopoderosa, inmune a la enfermedad. Salvo con ocasión del accidente de caza que sufrió en 1961,

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El desconocido camino a la transición

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los españoles nunca tuvieron noticia de que el Caudillo padeciera nada e incluso en el imaginario popular de muchos el dictador nunca dormía. Su supuesta austeridad fue tan proverbial como su valor, siempre ensal­ zado por la propaganda oficial. Para muchos españoles, a Franco no le hacía falta ni comer. En cambio Estados Unidos supo algunas de sus debilidades y especuló sobre su muerte. El 13 de julio de 1951, Francisco Franco gobernaba autárquicamente, con bastante tranquilidad una vez superados los tiempos en los que britá­ nicos y franceses habían puesto precio a su cabeza. Eran momentos de constantes manifestaciones de adhesión a su persona, rodeada de afectos al régimen y de arribistas que acudían en busca de prebendas. Días de un Franco muy sano y heroico que, sin embargo, tuvo miedo a ser intervenido quirúrgicamente. Lo averiguó un funcionario norteamericano de apellido Nicholson, que inmediatamente informó de su descubrimiento a las agencias de inteli­ gencia militar, a la Agencia Central de Inteligencia (CIA) y al contralmiran­ te Sydney W. Scuers, consultor especial del presidente Hariy S. Traman. Nicholson puso por escrito que Franco no se encontraba bien y que tenía que someterse a una operación para extraerle cálculos biliares que le pro­ ducía temor, según le había revelado una fuente del gobierno español. La nota de Nicholson precisó que se esperaba que el Caudillo se sometiera a la intervención en fecha próxima y que “el Generalísimo es consciente de la necesidad de la operación aunque se encuentra extrañamente asusta­ do”. Según supo, Franco no quería que le operaran “en un hospital, prefi­ riendo que se instale una sala de operaciones en su palacio del Pardo” y “aunque Franco es reticente a ser operado, se cree que en cualquier momento aceptará someterse a la intervención y que dará las órdenes para que se realice inmediatamente (...). Se supone que le operará el doc­ tor Duarte, considerado el mejor cirujano abdominal de España”. Hasta aquí, la primera noticia sobre un problema de salud de Franco hallada en los archivos nacionales de Estados Unidos y la única referida a

Franco también era mortal

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la mencionada intervención. A partir de ese momento, el estado físico del dictador no volvió a ser objeto del servicio de inteligencia norteamericano hasta que diez años después estuvo a punto de perder una mano a causa de un accidente de caza. Un incidente que tuvo un impacto emocional en Franco de consecuencias históricas. Apenas comenzaban los años sesenta del siglo pasado cuando la salud de Franco se convirtió por primera vez en tema de conversación de los españoles. La explosión accidental del cañón de una escopeta de caza evi­ denció a los españoles que el dictador no era inmortal. Prensa y radio, sujetas a censura, trataron el asunto quitándole importancia y dejaron el caso en un susto. Sin embargo, la historia oculta de aquellos días muestra que el accidente hizo pensar a Franco sobre la vida y el porvenir. El estallido del cañón se produjo el 24 de diciembre de 1961 después de comer, durante una cacería en los bosques de El Pardo, la residencia del Generalísimo. Sin embargo, la noticia no se hizo pública hasta el martes 26, cuando la agencia Cifra emitió una escueta nota en la que dio cuenta de que “su excelencia el jefe del Estado” sufría “leves heridas en la mano izquierda de las que había sido curado en el hospital Central del Aire”. El brevísimo parte médico añadía que Franco había sufrido fractura abierta del segundo metacarpiano y del dedo índice de la mano izquierda. Unas fotos de un alegre y familiar Caudillo, en las que se podía apreciar un apa­ ratoso vendaje en su mano izquierda, fueron publicadas para la tranquili­ dad de los españoles. Sin embargo, el accidente disparó toda clase de rumores que circularon de boca en boca. La hipótesis de un atentado y de que Franco estaba peor de lo que el gobierno intentaba hacer creer corrió como la pólvora, y el servicio de información de Estados Unidos trató de averiguar el auténtico alcance del leve accidente de Franco, lo que logró cumplidamente. Los documentos secretos de Estados Unidos arrojan luz sobre el asun­ to en forma de dos sorprendentes revelaciones. Una, que a raíz de aquel accidente Franco “comenzó a pensar en los misterios de la ^|da”. Y dos,

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El d e s c o n o c id o

que los norteamericanos tuvieron acceso sin restricciones al informe médico del dictador. Los norteamericanos confirmaron la información sobre el pensa­ miento trascendental del Caudillo por distintas vías. Una procedía del extranjero y era la única que incluía el nombre de una de las personas que se supone estuvo al corriente de las cavilaciones de Franco sobre la vida y la sucesión. Fue una nota de la embajada de Estados Unidos en Atenas de 26 de enero de 1962 que comunicó a Dean Rusk, secretario de Estado de la administración Kennedy, y a Robert Forbes Woodward, embajador en Madrid, que “una fuente cercana a la corte griega ha dicho a un funcionario de la embajada que Franco ha estado reflexionando sobre los misterios de la vida a raíz de su accidente de caza de diciembre. Com o resultado de sus reflexiones, se supone que planea presentar en febrero ante las Cortes españolas la cuestión de la sucesión real. No ha divulgado [Franco] si recomendará al conde de Barcelona o al hijo de éste, Juan Carlos. A la vista del próximo enlace de la princesa Sofía con d onjuán Carlos, esta información ha creado una expectación entu­ siasta, como es lógico por parte de la corte griega. La embajada [de Estados Unidos en Atenas] cree que la fuente original de esta informa­ ción es, probablemente, el embajador español [en Atenas] Lúea de Tena. La embajada de Madrid estará en m ejor posición que la de Atenas para verificar la fiabilidad de Lúea de Tena como suministrador de informa­ ción interna sobre los planes de Franco”. Efectivamente, en Madrid confirmaron que Franco pensaba en la sucesión aunque no hemos encontrado noticia sobre qué concluyeron los americanos en torno a la credibilidad del em bajador en Grecia, Juan Ignacio Lúea de Tena, destacado periodista, escritor y monárquico, fun­ dador del diario ABC de Sevilla. Ahora bien, dado que Lúea de Tena tenía como número dos de la legación española en Grecia al también monár­ quico y franquista Gonzalo Fernández de la Mora, y -dado que ambos eran destacadísimas personalidades del régim en- es perfectamente fac-

lr a n c o también

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tibie que estuvieran al corriente de las íntimas reflexiones del dictador sobre el más allá. A partir de aquel mensaje, los analistas norteamericanos destinados en Madrid se metieron en cábalas para adivinar a quién designaría Franco como sucesor y se puede decir que no afinaron. La prueba es el anexo A412, de 26 de enero de 1962, de la nota donde se confirmaba la experiencia mística del dictador: “casi se puede dar por seguro que d onjuán y no su hijo Juan Carlos, será nombrado el próximo Rey". Pero la sucesión era un tema lejano, mientras que el estado de la mano herida de Franco era lo candente, de modo que se aplicaron a fondo para averiguar cuál era la salud del Caudillo, logrando un éxito rotundo al hacerse con el expediente médico de Franco que les filtró el doctor Vicente Gil, facultativo personal del dictador, cuya identidad como informador fue protegida durante años hasta que -en fecha no precisada- su nombre fue añadido a mano sobre el informe original secreto. Las razones que llevaron a este médico a vulnerar el secreto profesional se apuntan en el informe: “El doctor, que es una persona muy próxima a Franco desde el punto de vista personal (...) muy orgulloso del estado de salud de su paciente” ha hecho “una gran excepción al mostrar los datos de Franco, y dijo que lo hacía debido a la confianza personal que tenía en el funcionario comunicante y para asegurarse que Estados Unidos tenía información precisa sobre el4 ema. Este despacho está marcado como de distribución limitada para mantener en estricta confidencia que el doctor de Franco ha sido tan abierto como para mostrar los datos sobre la salud de Franco a un miembro de la embajada”. Vistas hoy, no son creíbles -y esto es una suposición- las explicacio­ nes de Vicente Gil para justificar su traición a la confianza del dictador. Resulta impensable que se atreviera a filtrar un dossier médico sin el co n sen tim ien to expreso de un paciente tan especial com o el Generalísimo. Así que lo más probable es que Franco impulsara la filtra­ ción para acallar en Washington especulaciones sobre su salmi.

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La pelea del m édico de Franco

El fin de Vicente Gil como médico personal de Franco se debió a una vio­ lentísima discusión que tuvo con el marqués de Villaverde, yerno del Caudillo. Ambos médicos discreparon del tratamiento que debía seguir el dictador por la tromboflebitis de 1974 y estuvieron a punto de llegar a las manos. Gil fue un hombre de una personalidad peculiar. Presidió la Federación Española de Boxeo y protagonizó una sonada polémica en 1971 cuando dimitió al no estar de acuerdo con la decisión del Consejo Mundial de despojar a Pedro Carrasco del título universal.

Sea como fuere, la información del doctor Gil se convirtió en el Despacho 684, Memorando Salud de Franco, de 11 de mayo de 1962, que es un detallado informe de lo visto por William Fraleigh, consejero político de la embajada de Estados Unidos en Madrid y amigo íntimo de Vicente Gil. En la presentación, el embajador Robert Forbes Woodward decía: “A Fraleigh le mostraron las radiografías y los resultados de pruebas y análisis recientes como evidencia convincente de la recuperación de Franco del accidente y de su buena salud general. El doctor comentó que Franco dor­ mía y comía ahora con normalidad, que tenía una presión sanguínea nor­ mal y el peso ideal; que su estado de salud es el normal para un hombre de 55 años (tiene ahora 69)”. Por su parte William Fraleigh entraba en detalles sobre la mano acci­ dentada, revelando entre otros detalles que un dedo le había quedado “torcido”. Los rayos X mostraban un pequeño trozo de bala en el nudillo pero el doctor dijo que no tenía intención de extraerlo. El fragmento podía seguir ahí mientras el dictador viviera. “Si Franco fuera un violinista profe­ sional, tendríamos que quitárselo”, según las palabras del doctor Vicente Gil recogidas por Fraleigh, “pero como puede mantener una caña de pes­ car y una escopeta perfectamente bien, eso es todo lo que le importa”. Gil también reveló que ya lanzaba la caña de pescar perfectamente, que “ya no tenía dolor en la mano y que ahora dormía normalmente sin nin­ gún tipo de pastillas”. Mientras Franco pescaba, cazaba, dormía bien de nuevo y pensaba en

Franco también

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la sucesión, el príncipe Juan Carlos, que se educaba en España en virtud de un acuerdo entre don Juan y Franco, se casó en Atenas con su alteza real la princesa Sofía de Grecia y Dinamarca. Corría mayo de 1962, y desde luego en el pensamiento de los monárquicos sólo cabía la idea de un regreso de donjuán pese a que la llave de la restauración la tuviese Franco. Finalmente las reflexiones del Caudillo dieron fruto y en 1965 propició un nuevo gobierno próximo al Opus Dei que articuló la ley Orgánica del Estado, una constitución sui géneris “cimentada en los Principios del Movimiento Nacional”, que daría continuidad al régimen, “perfeccionan­ do nuestro sistema de Leyes Fundamentales”; una ley, que otorgaba a Franco todos los poderes imaginables para nombrar sucesor y que fue aprobada el 14 de diciembre de 1966 casi por aclamación tras un referén­ dum pilotado por el ministro Manuel Fraga Iribame. Sin embargo, Franco siguió sin anunciar quién sería el elegido, fomentando todo tipo de especulaciones. Ni donjuán, ni su hijo Juan Carlos, ni otros pretendientes al trono de España, tuvieron noticia de los designios del dictador.

El instructor de kárate de Juan Carlos, enlace con la Casa Blanca Fue ese mismo año, 1966, cuando el entonces príncipe Juan Carlos soli­ citó de Estados Unidos que un teniente coronel norteamericano, ins­ tructor de kárate de su cuñado el rey Constantino de Grecia, fuera desti­ nado a Madrid para que le adiestrara en ese deporte. El asunto, secreto y que alcanzó hasta las más altas esferas del gobierno de Estados Unidos, parece que encerraba una jugada del futuro rey para lograr hilo directo con la Casa Blanca sin tener que pasar por los controles a los que le sometía el gobierno de Franco. Una maniobra de la que únicamente hay noticia a través de los documentos desclasificados por Estados Unidos. El 14 de junio de 1966 Frank V. Ortiz, diplomático norteamericano experto en cuestiones latinas y militares destinado en Washington, escribió al “Honorable William W. Walker, ministro contejero de la

Capítulo 10

E l d e sco n o cid o

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embajada de Estados Unidos en Madrid”, para anunciarle que una agen­ te militar de inteligencia le había visitado para hablar de la petición del instructor de kárate por parte del príncipe Juan Carlos. La carta revela que Estados Unidos deseaba colocar junto a Juan Carlos al instructor y, de paso, a otro militar más. Ortiz advertía a Walker que el asunto podía plantear problemas: “Querido Bill: ayer me visitó una tal señorita Hansen de los servicios de inteligencia de las fuerzas armadas. Me informó que hay un instructor de kárate llamado Bell disponible para instruir al príncipe Juan Carlos. Recomendé que para su aprobación, el asunto se comunicara a la embaja­ da a través del canal militar. Desafortunadamente, la agente parecía juzgar que sería menester que un tal coronel Liepczyk, que ahora se encuentra en Atenas, acompañara al instructor de kárate ‘para entablar amistad con Juan Carlos’. Yo insistí enérgicamente en que Juan Carlos encontrara sus propios ‘amigos’ en la embajada y que no creía que fuera necesario que el coronel Liepczyk entrara a formar parte integrante del programa de kárate (el coronel Liepczyk juega a squashy verá a Juan Carlos en Corfú este vera­ no en compañía del rey Constantino, del que el coronel se considera muy amigo). Tuve la impresión de que se convertiría en fuente de problemas como intrigante político. Seguramente en lo sucesivo oirás más sobre este asunto. Esta carta te servirá como primera advertencia para que estés sobreaviso”. Efectivamente, desde aquel momento el caso del teniente coronel Bell motivó un intenso intercambio de correspondencia entre departamen­ tos de la adm inistración norteam ericana, ya que afectó tanto al Departamento de Estado como al de Defensa. De este modo, todos opina­ ron y todos tuvieron algo que decir. Hasta el propio instructor Bell viajó a la embajada de Madrid y participó en las conversaciones confidenciales des­ tinadas a hallar la fórmula de complacer al príncipe y colocar a su lado a un agente de información. Otra carta de William W. Walker, el citado ministro consejero de la embajada de Estados Unidos en Madrid, a George

El instructor de kárate de Juan *



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W. Landau, del Departamento de Estado en Washington, datada el 30 de septiembre de 1966, resume los entresijos del caso: “Querido George, con relación a tu carta del 16 de septiembre acerca del teniente coronel Bell, efectivamente mantuvimos largas conversacio­ nes con él a su paso por Madrid. (...) Bell ha trabajado como instructor de kárate del rey Constantino durante varios veranos desde 1962 en Corfú y Atenas, y durante estos periodos también instruyó al príncipe Juan Carlos, que entonces estaba visitando al rey”. Según Walker, fue don Juan Carlos quien expresó al embajador de Estados Unidos en Madrid, Angier Biddle Duke, su interés en proseguir su formación de kárate y preguntó si Estados Unidos podría proporcio­ narle un instructor. “Nuestros primeros esfuerzos para lograrlo, hace más de un año, no tuvieron éxito”, indicó el diplomático, pero luego “Juan Carlos reiteró la petición de un instructor al teniente coronel Bell durante sus sesiones en Corfú”. A partir de ahí, la idea de aceptar colocar a Bell junto al príncipe fue tomando cuerpo de modo que el superior de Bell (el coronel Glover Johns) dio a entender a Walker que las fuerzas armadas aprobaban destinar a Madrid al teniente coronel Bell en cali­ dad de agregado militar adjunto. Para ello, los militares adoptarían “las medidas pertinentes para crear el puesto correspondiente en el organi­ grama de agregación en cuyo marco [Bell] desempeñaría sus funciones, que entendemos ejercerá efectivamente de manera inm ediata”, según palabras de Walker. La misma carta Walker aclaraba el trasfondo del asunto, que no tenía que ver con cuestiones deportivas, sino con el futuro de España. La lega­ ción consideraba “que sería útil y conveniente mantener un contacto con el príncipe Juan Carlos a través de la presencia aquí del teniente coronel Bell en calidad de agregado” y añadía que “naturalmente el contacto sería más útil si la evolución política se produjera en la línea de Juan Carlos”, aunque también valoraban que “sería casi igualmente conveniente en caso de que la citada evolución se produjera en la línea de don Juan, y

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mucho menos útil si no hay evolución en el presente o si la evolución es en la línea de la regencia u otras vías. No vemos ningún riesgo o inconvenien­ te de importancia en seguir adelante con el destino del coronel Bell, con tal de que el proyecto sea correctamente explicado y controlado, como así creemos que puede y debe ser”. Para colocar a Bell junto al príncipe William W. Walker creyó necesario informar al gobierno español pero de tal modo que no pudiera negarse. Para ello propuso a Washington una intrincada jugada diplomática a varias bandas -descrita en la carta- que “se situaría a medio camino, entre la notificación y la solicitud de un permiso”. Finalmente, el 5 de diciembre de 1966, el proyecto Bell fue aprobado por la vicesecretaría de los servicios de inteligencia de las fuerzas armadas norteamericanas.

D on juán o Juan Carlos Entonces Franco ya había presentado ante sus Cortes el proyecto de ley Orgánica del Estado que incluía los mecanismos de la sucesión, y el inte­ rés americano en tom o a Juan Carlos aumentaba en la misma propor­ ción que crecían sus posibilidades en la quiniela sucesoria. Pero todo eran especulaciones al respecto. El príncipe tenía posibilidades desde el instante en que el dictador había aceptado tutelar su educación en España, pero d onjuán era el heredero legítimo. Además Franco no soltaba prenda, y tal como se planteaban las cosas la no aceptación de cualquiera que fuese su decisión implicaba un callejón sin salida para la monarquía borbónica. Si donjuán o su hijo querían rei­ nar algún día, no les quedaba otra opción que aceptar el juego marcado por Franco. Así las cosas, Franco sondeó a Juan Carlos aunque sin anunciarle nada, y el príncipe se apresuró a poner al corriente de la situación a los america­ nos. De este modo, en marzo de 1968, cuando España era un mar de espe-

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culaciones, el príncipe, sin apoyos en ese momento, explicó interioridades de la sucesión al embajador Angier Biddle Duke que estaba a punto de regresar a Washington al haber finalizado su misión en España. Juan Carlos sabía que cuanto le dijera llegaría en breve a la Casa Blanca. Así ocurrió en forma de memorando redactado por Duke. El 28 de marzo de 1968, donjuán Carlos recibió a solas en la Zarzuela a Angier Biddle Duke que llegó al palacio sobre las seis de la tarde. El diá­ logo, intenso, se prolongó durante cincuenta minutos. El encuentro, según Duke, transcurrió como sigue: “Tras un intercambio de observa­ ciones personales, mencioné mis otras visitas de despedida como embajador y comenté que había mantenido una conversación de media hora con el Jefe del Estado [Franco]. El príncipe Juan Carlos reparó en esta última observación, pasando a señalar que sus conversaciones con Franco solían ser siempre de la misma duración. Dijo que Franco le había tratado de forma paternal, aconsejándole siempre de manera muy amistosa y afable, aunque sin expresarse en realidad de forma conclu­ yente. En consecuencia, añadió Juan Carlos, en ningún momento llegó a saber con precisión en qué situación se hallaba él desde el punto de vista político. Por una parte, Franco le había indicado que se comportara como un hijo leal pero, por otra parte, y más reciente, Franco le había insistido en la circunstancia de que Juan Carlos tenía ahora treinta años, era persona plenamente independiente acerca de sus propias decisiones y en caso de proponerse un objetivo determinado, debía efectivamente esforzarse por alcanzarlo”. Siempre según Duke, Juan Carlos respondió a Franco “que si le daba alternativa al respecto, estaba claro que primero era su padre [en la línea sucesoria]” y que no competiría contra él, razón por la que Juan Carlos apremió a Franco a que cumpliera sus promesas envida. Dijo Duke que en respuesta a esta exigencia, Franco preguntó a Juan Carlos si aceptaría la sucesión, cuestión a la que el príncipe respondió afir­ mativamente sólo para el caso en que “no existiera otra alternativa”, un

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extremo sobre el que Juan Carlos subrayó que “en tales circunstancias su deber sería aceptar”. Según supo Duke, Juan Carlos había hablado de este tem a con don Juan en Madrid cuando este acudió a España para el bautizo del príncipe Felipe. Entonces le contó sus conversaciones con el dictador y le anunció que si Franco le daba elección le propondría, a d o n ju án , com o sucesor, pero que si le designaba a él, Juan Carlos, mediante el proceso constitu­ cional previsto, no veía más alternativa para la dinastía que la de “cumplir con su deber y aceptar”. Don Juan -según las palabras de Juan Carlos recogidas por Duke- se sintió al principio conmocionado, luego triste y pensativo y, finalmente, “se mostró de acuerdo en que si no había otra alternativa, Juan Carlos no debería rechazar la sucesión”. Don Juan era también de la opinión, según supo Duke, que si el príncipe rechazaba el nombramiento, probablemente Franco no recurriría a él y la monarquía jamás volvería al país. Sin embargo, donjuán, aun mostrándose de acuer­ do en esta apreciación, estaba convencido de que Franco moriría sin tomar ninguna decisión. Se equivocó. En aquella conversación, el príncipe también sondeó al em bajador Duke sobre la sucesión. “Respondí” -relató el diplom ático- “que si Franco moría inesperadamente, sin haber adoptado m edidas sobre la sucesión, se abriría una fase de conmoción y de expectación social y polí­ tica en cuyo contexto, quienes se hallaran en posesión de los auténticos resortes e influencia, se inclinarían probablemente por llam ar a don Juan al trono”. Juan Carlos no descartó esa posibilidad, pero recordó que su padre estaba exiliado, lo que suponía una dificultad objetiva para cap­ tar las realidades políticas de España. En opinión de Juan Carlos, si el Caudillo optaba por designarle como sucesor saltándose al heredero legítimo, necesitaba resolver la cuestión, acudir a las Cortes y anunciarle como sucesor al trono, aunque -recalcó- Franco todavía no le había dicho nada. También creía que el modelo de sucesión debía pasar por nombrar un

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presidente de gobierno y que, si Franco moría sin decidir, la monarquía no tendría nada que hacer por mucho que su padre le diera vueltas a la idea de un referéndum para elegir sucesor, que “evidentemente no funciona­ ría”, en palabras de Juan Carlos. Duke salió de la reunión con la impresión de haber estado ante un “joven simpático” que “entró bien dispuesto y con gran ánimo e interés a debatir las relaciones con su padre y con el Jefe del Estado” y que “desple­ gó en todo momento un seductor sentido del humor y, pese a la seriedad de las cuestiones abordadas, no pareció darse excesiva importancia en ningún momento”. Para Duke, Juan Carlos, tenía una forma muy personal de actuar: “A diferencia de su padre, parecen asustarle -o al menos parece alejarse- de los debates de gran trascendencia y entidad, cuestiones de principio o de orden teórico. Prefiere centrarse en los métodos y los medios más que en los fines. No contestó a varias oportunidades que le di para que opinara sobre cuestiones políticas de actualidad tales como Gibraltar, las bases militares y las relaciones entre Estados Unidos y España en general” un comportamiento que en opinión del americano reflejaba “una cierta actitud de total candidez” pero que “bien podría ser una estrategia", alertaba el diplomático. Sería erróneo “minusvalorar al príncipe Juan Carlos tan sólo por dar esa impresión de ser unjoven simpá­ tico y abierto”, sentenció Duke. El embajador Duke regresó a Estados Unidos convencido de que había estado hablando con la persona que designaría Franco para sucederle, pues el príncipe había filtrado un significativo sondeo de Franco y había sido explícito en los motivos por los que aceptaría la designación. Un año y cuatro meses después las dudas quedaron despejadas. Tal como intuyó Juan Carlos, el dictador le impuso incondicionalmente y el 22 de julio de 1969 las Cortes le proclamaron sucesor de Franco en la Jefatura del Estado a título de rey. Si hasta entonces Juan Carlos volaba solo, a partir de entonces, al menos en lo que respecta a las relaciones con Estados Unidos, quiso ser, sin disimulo, totalmente autónomo.

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Los detalles de la sucesión sólo para oídos americanos “He vuelto a quedar impresionado por el interés e inteligencia de Juan Carlos, así como por su plena conciencia sobre las limitaciones políticas que representa su actual situación. Muestra cierta candidez, pero lo atri­ buyo a su juventud y falta de experiencia política práctica. Juan Carlos puede sobrevivir o no a las tensiones de la España post-franquista, pero en cualquier caso estoy seguro de que intenta, por su propio esfuerzo y recursos, modernizar la política española y es de esperar que, en su momento, intentará gobernar España”. A esta conclusión llegó Robert C. Hill, embajador en Madrid de la era Richard Nixon, que en agosto de 1969 fue citado por el príncipe Juan Carlos, quien sin perder tiempo, en sólo 45 minutos, le explicó cómo se había enterado de que era el sucesor y sus planes de futuro. Nada más regresar a su embajada, Hill informó a Washington por escrito de los pormenores de la entrevista. “A invitación suya, he visitado hoy al príncipe Juan Carlos en el palacio de la Zarzuela”, comenzaba el informe de Hill en el que dijo haber encon­ trado al príncipe “sincero, deseoso de hablar acerca de cuestiones relacio­ nadas con su nombramiento como príncipe [sic] de España, y de los pla­ nes para el futuro inmediato”. Hill acudió a palacio con un modelo a esca­ la del Apolo XI Eagle y otro de un F-100 que entregó al príncipe de parte del presidente Nixon. Juan Carlos agradeció el detalle. Tras las salutaciones de rigor entraron en materia, comentando que para muchos monárquicos d onjuán era la elección sucesoria de preferencia: “También era la mía”, dijo Juan Carlos y explicó el siguiente relato sobre cómo se había produ­ cido su elección. En abril de 1969, Madrid hervía en rumores sobre la sucesión y Juan Carlos solicitó ver a Franco para hablar del asunto. No le recibió, y en junio el príncipe marchó a visitar a sus padres a Estoril, a los que comentó que en Madrid se rumoreaba que Franco proyectaba nombrarle heredero al trono. Sin embargo, Juan Carlos pensó que todavía no había nada decidi­ do y que la decisión de Franco se comunicaría de forma que su padre y él

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se enterasen al mismo tiempo para no ponerle en un brete al obligarle, en cierta medida, a mantener un secreto frente a donjuán. Sin embargo, cuando Franco comunicó su decisión a ambos lo hizo con 24 horas de diferencia, hecho que alentó la desconfianza de donjuán que llegó a pensar que su hijo conocía los designios del dictador desde hacía mucho tiempo. Según la versión de Juan Carlos recogida por Hill, la secuencia de los acontecimientos fue la siguiente: El 14 de julio de 1969, donjuán le telefo­ neó en busca de noticias y el príncipe le informó de que aún no tenía nin­ guna, pero que los rumores aumentaban en intensidad. Al día siguiente, por la mañana, le llamaron desde El Pardo para convocarle a una audien­ cia urgente y aquella misma tarde Franco le comunicó que el próximo 22 [de julio] le nombraría príncipe de España y su sucesor. Veinticuatro horas después don Juan recibió una carta de Franco informándole de la deci­ sión. Juan Carlos reconoció ante Hill que su padre quedó muy dolido aun­ que, “como persona pragmática”, con el tiempo aceptaría la situación. El futuro rey achacaba parte de la insatisfacción de don Juan a la incompe­ tencia de José María de Areilza, conde de Motrico, por no haber manteni­ do al día a su padre de lo que se cocían en Madrid. Además, admitió Juan Carlos al embajador Hill, su padre se creyó engañado y durante cierto tiempo pensó erróneamente que Juan Carlos había estado “al tanto desde el principio de las intenciones de Franco, extremo que negó”. “Es evidente” -apuntaba Hill- “que a Juan Carlos le desagrada Motrico [sic]. El príncipe contó que Motrico dejó la embajada española en París hace cinco años explicando a todo el mundo que le habían prometido un alto cargo gubernamental (quizá el de presidente) en los años 60. Sólo cuando el nombramiento no se produjo, Motrico, amargado con el régi­ men, contactó con don Juan en Estoril ofreciéndose a trabajar para él”. Juan Carlos confesó que a su padre le habría ido mucho mejor de haber rechazado a Areilza. Ya era sucesor el trono español y Juan Carlos sabía que ]¡p monarquía

Capítulo 10

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no era popular. Así se lo hizo saber a Hill, que se mostró entusiasmado por los planteamientos de Juan Carlos, que había proyectado visitar con doña Sofía las principales capitales del mundo para proyectar el perfil de la nueva España que él pretendía representar. En cuanto a la relación con Estados Unidos, Juan Carlos jugó por libre, cortocircuitando el control del gobierno franquista: “Me dijo que le llamara cuando quisiera para tratar de cuestiones importantes, sin pedir permiso a Asuntos Exteriores. Si usted pregunta (me dijo) se limitarán a decirle que no saben nada al res­ pecto y si lo desaprueban me dirán (a mí) que no debata tales temas con usted en la próxima ocasión”. La intención de Juan Carlos de sacudirse en lo posible la losa guberna­ mental y preparar su propio terreno, al menos con Estados Unidos, fue pillada al vuelo por Hill que jugó su baza en el mismo sentido: “Debatí mis planes para los próximos dos meses con el príncipe y mencioné que esta­ ría en Washington para discusiones a nivel político acerca de las bases conjuntas hispano norteamericanas a principios de septiembre”. El prín­ cipe entendió el mensaje.

Carrero, la peor elección Pero por mucho que Juan Carlos labrara su camino, a comienzos de los años setenta del siglo XX España estaba gobernada por Francisco Franco con la íntima colaboración de su amigo, el almirante Luis Carrero Blanco, un hombre profundamente reaccionario que simbolizaba no sólo la continuidad del régimen, sino una vuelta al pasado. Estados Unidos, atento a lo que sucedía, veía cercana una transición y aunque tenían una buena impresión de Juan Carlos, no confiaban en que fuera capaz de hacerse con las riendas del poder cuando muriera Franco. El 27 de abril de 1971, un documento secreto norteamericano sellado por Departamento de Estado de Estados Unidos y referenciado con un escueto España: la próxima transición, analizaba los cambios que supo-

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nían se avecinaban en una Espafta en la que percibían una obsesión por el orden en detrimento claro de la libertad. “La edad de Franco, sus eviden­ tes problemas de salud y su pérdida de facultades para adoptar decisiones coinciden en apuntar que la transición largamente esperada en España no está lejana. Los círculos políticos de Madrid prevén que el Caudillo, pese a su propensión a las actitudes dilatorias, dará inicio a una transición efecti­ va antes de que discurra mucho tiempo”, una previsión errónea pues la transición no se produjo hasta después de la muerte del dictador. En la quiniela sucesoria, por supuesto de carácter militar, el documento describía corrientes ultra reaccionarias y básicamente antiamericanas, como la que representaba el almirante Luis Carrero Blanco, y otras más de su agrado como las de tenientes generales como Manuel Diez Alegría. En ese contexto, el peor escenario político que podría darse en España tras la muerte de Franco -desde el punto de vista de Estados Unidos- era una democracia con un gran número de partidos políticos, dado que considera­ ban a la oposición española inoperante al estar “fracturada y dividida” y no confiar en el liderazgo de los políticos opositores visibles en los años setenta. De Ruiz Jiménez, por ejemplo, decían que no superaría el continuismo, de Tierno Galván que era un “oportunista”, “antes ardiente seguidor del fascis­ m o”, y de Areilza que era rencoroso y tan desacreditado que no merecía la pena ni recibirlo en audiencia en Washington. Sólo salvaron de la quema, y con nota, a Santiago Carrill^ secretario general del Partido Comunista de España, del que escribieron: “Es serio, sincero y objetivo (...). Es un hombre fiable y nada bocazas. No se inmiscuye en ninguna conversación ajena. No cae en el error de recurrir a trillados eslóganes del partido, explicaciones teó­ ricas o logros tergiversados del mismo”, una costumbre muy extendida y que “practicaban con frecuencia muchos miembros del PCE”. El escenario de la supuesta proximidad de la transición provocó una inusitada actividad analítica de la evolución española que Estados Unidos observó con lupa. Una vigilancia que se tradujo en una montaña de infor­ mes sobre los más variados aspectos de la política y de los p^íticos espa-

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ñoles, entre los que el almirante Luis Carrero Blanco acaparó buena parte de la atención debido a su cualidad de número dos del Estado y a su influencia en Franco. Luis Carrero Blanco, subsecretario de presidencia desde 1941, vicepre­ sidente del gobierno desde septiembre de 1967 y luego presidente, que moriría asesinado por ETA el 20 de diciembre de 1973, era considerado por Estados Unidos en 1971 como un gris reaccionario amargado, más franquista que Franco y contrario a los intereses de Estados Unidos. Los trabajos de espionaje norteamericanos no sólo le dibujaron como un per­ sonaje ultra católico, anti m asóny anclado en el pasado, sino que lo pinta­ ron como un estorbo para el desarrollo de los intereses estadounidenses en España y para la modernización de nuestro país. En tales circunstan­ cias, cualquier dato sobre su persona terminaba plasmado en informes secretos para uso de la Casa Blanca. Este es el caso del Telegrama jo o . Confidencial 05802 291946Z, envia­ do a primeros de enero de 1971 desde la embajada en Madrid al secreta­ rio de Estado, William Pierce Rogers, con insinuaciones muy negativas sobre Carrero extraídas del Ministerio de Asuntos Exteriores español. Habían sido obtenidas el 29 de diciembre de 1970, un día después que un tribunal militar constituido en Burgos sentenciara a muerte a seis activistas de ETA. El asunto, de gran impacto mediático en España y fuera de ella, fue objeto de encendidos comentarios en los ministerios españoles a los que los agentes norteamericanos tenían fácil acceso. Y, en una de estas conversaciones, un cargo de “alto nivel” no identifica­ do en el documento realizó unos comentarios que fueron transmitidos de inmediato al secretario Rogers. El mensaje, en típico estilo telegrama, decía: “En oficina de funcionario de alto nivel, ese funcionario dijo que el caso de juicio de Burgos es el asunto manejado más estúpidamente que puede recordar desde que es suficientemente mayor para recordar algo sobre política española”. La fuente “hizo responsable a Carrero Blanco” de la situación y añadió que “el Ejército está furioso” y que “es

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una situación peligrosa en España” de la que “el mejor resultado que puede surgir de esta situación sería que Carrero Blanco desaparezca de escena (con posible sustitución por general Diez Alegría o Castañón)”, para luego subrayar la posibilidad del regreso al poder de “los elementos más reaccionarios del régimen” aunque el “temido mandato de los ultras fuera sólo un corto paréntesis antes que España pudiera reanudar los esfuerzos liberalizadores”. Según la citada fuente española, Carrero, animando a Franco a firmar sentencias de muerte, colocaba a España en una peligrosa situación involucionista, que, por cierto, podía poner en peligro los acuerdos bilaterales con Estados Unidos. Tal vez por eso, el “alto cargo” español que tan dura­ mente habló de Carrero, albergaba la esperanza de que Estados Unidos echara una mano para provocar que Franco tuviera la lucidez de desactivar el proceso de Burgos y designar presidente de gobierno a tenientes genera­ les más acordes con los tiempos en sustitución de Carrero Blanco. Sea como fuere, el caso es que Estados Unidos intercedió por la vida de los etarras procesados en Burgos y el 30 de diciembre el consejo de minis­ tros reunido en el Pardo anunció la conmutación de las penas de muerte. Aquel mismo día el influyente y célebre general Alexander M. Haig, enton­ ces asesor militar de Kissinger, envió al presidente Richard Nixon un breve memorando “secreto, sensible y sólo para sus ojos”, con el objeto de eva­ luar si un mensaje de Nixon “al presidente Franco” en favor de los procesa­ dos de Burgos había surtido efecto: “El embajador Hill ha llamado para informar de que había hecho llegar su mensaje al presidente Franco antes del anuncio español de la conmutación de las seis sentencias de muerte”, escribía Haig, que añadía: “Hill no ha sido capaz de decir con certeza si su mensaje ha sido un factor decisivo en la decisión del presidente Franco, aunque él cree que sí lo ha sido, basado en la sucesión de hechos que han conducido al anuncio. En vista de la incertidumbre de si su mensaje fue un factor operativo, recomiendo que utilicemos el mismo canal telefónico [una llamada de Hill a El Pardo] para transmitir al presidente Franco su A

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H a ig, e l g e n e r a l m e d ia d o r e n e l p ro c e s o d e B u rg os

Alexander Haig, el popular general norteam ericano que participó en la m ediación de su país a favor de los etarras condenados a m uerte en el pro­ ceso de Burgos llegó a ser com andante en jefe de la OTAN de 1974 a 1979. Luego dejó el ejército y ocupó la presidencia de una em presa, United Technologies, hasta que el p residente Ronald Reagan lo n om bró en 1981 secretario de Estado donde sólo duró un año. En 1982 presentó su dim i­ sión en parte a causa del autoritarism o de Reagan, a su falta de diplom a­ cia y a sus p lanteam ientos dem asiados extremos. Tam poco sintonizó con el republicano com o él, George H erbert W alker Bush, vicepresidente con R. Reagan, presidente de Estados Unidos de 1989 a 1993 y padre de George W. Bush.

gran admiración por su habilidad políticay demostración de humanitaris­ mo en esta difícil situación”, terminaba la nota firmada por Haig en la que anotó, a mano: “Hill llamó a las 9:50 h AM”. Sólo Franco pudo saber cuán­ to influyó en su ánimo la campaña internacional desatada en favor de los procesados de Burgos, pero, sin duda, que Estados Unidos se uniera al coro mundial contrario a las ejecuciones, fue un factor decisivo para que el dictador conmutara las penas de muerte. Si bien el desenlace del proceso de Burgos fue valorado como una prue­ ba de astucia de Franco, en el fondo preocupaba la transición y la continui­ dad del franquismo tras la muerte del dictador. Convencidos de que para España la desaparición de la escena política de Carrero Blanco era conve­ niente, los norteamericanos confiaban que Franco no sería tan torpe como para nombrarle presidente. Pero lo fue. Dos años y medio después del telegrama que recogía la mala imagen interior de Carrero, en junio de 1973, un anciano Franco elevó a su amigo a la presidencia del gobierno o “primer ministro” según el término utilizado en la documentación norteamericana. Aunque parezca mentira, el nom­ bramiento pilló por sorpresa a Estados Unidos. “La decisión de Franco no se esperaba. En fecha tan reciente como fue su discurso de fin de año había reiterado que pretendía continuar ‘mientras Dios le diera vida’”, se decía en el memorando de difusión prohibida fuera de Estados Unidos

Cairero, la peor elección

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que fue entregado al secretario de Estado, Henry Kissinger, horas antes de que Franco divulgara el nombramiento. El objeto de la nota era informar del “cambio de gobierno en Madrid”, pero su contenido se centró en el perfil del nuevo presidente y en valorar la decisión de Franco. “Carrero proporciona franquismo después de Franco”, anunciaban a Kissinger sus expertos en asuntos españoles que le describieron así al almirante español: “Carrero Blanco, que durante más de 30 años ha sido el ayudante, colaboradory mente gris de Franco, es, sin duda alguna, leal a Franco y está absolutamente comprometido con el franquismo. Como hombre de visión extremadamente conservadora, cree en la superioridad del sistema político español actual y en la necesidad de preservarlo intacto en la era post Franco”. Eso sí, también indicaron que Carrero, siempre fiel al mandado de Franco, apoyaba a Juan Carlos como futuro jefe del Estado. A partir de ese instante, la biografía de Carrero políticamente incorrec­ ta que manejaron Henry Kissinger y Richard Nixon reafirmaba la condi­ ción ultra conservadora del militar español: “Algunos funcionarios de la embajada americana en España han descrito a Carrero como un reaccio­ nario amargado que se opone tenazmente a cualquier liberalización del régimen. (...) Carrero ha adquirido una reputación de favorecer una línea dura en el orden público que incluye medidas represivas en la resolución de las disputas con estudiantes y trabajadores”. Además, dos elementos subrayados en el documento marcaban la imagen de Carrero que queda­ ría en la Casa Blanca. Uno, su postura sobre el proceso de Burgos. Otro, un discurso suyo de marzo de 1972. “En el momento de la celebración del consejo de. guerra en Burgos de diciembre de 1970 para juzgar a varios extremistas vascos acusados de ase­ sinato y terrorismo, Carrero Blanco anunció que el Gobierno mantendría el orden público a toda costa. Muchos observadores consideraron el juicio como la mayor crisis del país desde la Guerra Civil de 1936-39. En un dis­ curso político de línea dura que pronunció en nombre de Franco, Carrero A

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El desconocido

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Blanco anunció la reorganización y refuerzo de las fuerzas armadas para enfrentarse a lo que llamó la am enaza de la subversión comunista en España. El clímax em ocional de su declaración fue un ataque violento sobre ‘la acción subversiva del com unism o que estaba intentando corrom­ per la moral, las creencias religiosas y las tradiciones de España’”. Otra de las características q u e llamó poderosamente la atención fue su condición de ‘‘católico devoto y practicante” y su oposición “a otorgar li­ bertad religiosa a los que no so n católicos” y a los “líderes de la Iglesia libe­ ral que desean una separación claramente definida entre la Iglesia y el régimen de Franco”. Un asunto que, como hemos visto en capítulos ante­ riores, preocupó mucho a los presidentes de Estados Unidos contemporá­ neos a Franco. Toda la biografía de Carrero, escrita sólo para ojos de un número limi­ tado de miembros del gobierno Nixon, transmitía inquietud: “En referen­ cia a los asuntos económicos, Carrero parece ser más abierto, aunque esto podría deberse al hecho de que no ha manifestado ningún interés particu­ lar en los asuntos económicos o comerciales, excepto en los que afecten a la vida política del país”. En cuanto a su posición personal respecto a Estados Unidos, el informe recogía la ambigüedad de un personaje que denostaba a las instituciones de Estados Unidos y al mismo tiempo admi­ raba la posición anticomunista del país más poderoso del mundo: “Sin lugar a dudas anti Estados Unidos en el pasado, Carrero Blanco continúa aparentemente desarrollando una cierta antipatía intelectual por las insti­ tuciones y por la política americanas”. Sin embargo, “decididamente anti­ comunista, Carrero Blanco aprueba cualquier muestra de fuerza contra el comunismo y, en ese sentido, admira la política de Estados Unidos. Tanto públicamente con en privado, Carrero Blanco ha expresado la importan­ cia que otorga al mantenimiento de los vínculos actuales de España con Estados Unidos, particularmente en lo concerniente a defensa.” El informe incluía apuntes de tipo personal que debieron permitir a Nixon y Kissinger formarse una idea bastante aproximada del personaje.

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“De complexión fuerte y cuello grueso, Carrero Blanco mide alrededor de 1,78 m. Su cara morena, con las grandes cejas negras y una mandíbula fuerte, le confieren un aspecto generalmente serio. Considerado como con una personalidad bastante gris, evita las charlas y raramente sonríe. Es un hombre modesto, que huye de la publicidad tanto por razones per­ sonales como profesionales. Sin una brillantez ni imaginación reputada, Carrero Blanco es, sin duda, un administrador dedicado, experimentado e inteligente, cuyo trabajo monopoliza sus intereses”. “Se dice también que Carrero Blanco es un hombre imparcial e incues­ tionablemente honesto, que nunca revela una confidencia y que está ‘fuera de toda sospecha’. Su único posible defecto es una acusación de que Carrero Blanco dejó sus intereses financieros personales en Femando Poo, fruto de los cuales se dice que es rico e influye las decisiones oficiales acerca del futuro de Guinea Ecuatorial. No obstante, esta acusación es difí­ cil de evaluar, puesto que Carrero Blanco también tiene una línea enérgi­ camente nacionalista con respecto al resto de los territorios españoles, como Ifni y el Sahara español. (...) Casado con la difunta Carmen Pichot Villa desde 1929, Carrero Blanco tiene tres hijos y dos hijas casadas. Se rumoreó que la esposa de Carrero le estaba avergonzando en su vida ofi­ cial. Se dice que el supuesto affaire con un coronel de la Armada española en 1951 casi le obligó a presentar su dimisión de la vida pública. Se cree que ella también recibió tratamiento psiquiátrico. El almirante tiene un hermanastro, el capitán de navio Guillermo Carrero Carre”, finalizaba la biografía para la Casa Blanca a la que se añadía otro perfil biográfico -éste elaborado por la CIA- que alertaba de su “pasado claramente pro nazi”.

El servicio de espionaje de Carrero que vigiló a su propio gobierno Durante 1973, el año en que fue asesinado por ETA, Carrero, un hombre de costumbres fijas, que no se fiaba ni de su sombra, continuó siendo el centro de investigaciones e informes enviados a Henty Kissinger y Richard A

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Nixon. Tanta observación, sin embargo, no descubrió que ETA preparaba su asesinato a apenas dos centenares de metros en línea recta de la sede de la embajada de Estados Unidos en Madrid. En cambio sí supo ver que el presidente de gobierno era temido y denostado en el mismo seno de la administración española. La clave de esta animadversión la encontró Estados Unidos en el servicio de vigilancia interior montado por Carrero para supervisar la pureza ideológica de políticos y funcionarios. Fue el 26 de agosto de aquel año, sólo cuatro meses antes de que le mataran, cuando desde la embajada de Estados Unidos alertaron al Departamento de Estado que el presidente español tenía su propio servi­ cio de espionaje interno con el que vigilaba hasta a los colegas militares del gobierno que él presidía. Carrero “tiene un brazo de inteligencia pro­ pio”, escribieron en el documento A-igz que trataba sobre la génesis y desarrollo del Servicio Central de Información de Carrero, una organiza­ ción de control político destinada a perpetuar el franquismo. La reconstrucción histórica norteamericana del servicio secreto monta­ do por Carrero se remontaba a 1967, cuando el general Agustín Muñoz Grandes, jefe del Alto Estado Mayor (AEM), estableció en las embajadas españolas un cuerpo de agentes del servicio de inteligencia con estatus diplomático que se sumó a otro ya formado por los militares, también con cobertura diplomática, que competía con un tercer grupo de información, este más pequeño, formado por policías de la Dirección General de Seguridad (DGS). Los agentes de la DGS destinados en las embajadas figu­ raban inscritos como oficinistas y fueron los únicos que no disfrutaban de la cobertura de la legación. Así las cosas, según los americanos, desde 1967 había dos cuerpos secretos en las embajadas españolas: los agentes del AEM (militares) y los de la DGS (policías), dedicados am bos a vigilar las actividades políticas de los españoles que vivían en el extranjero, lo que explica que sólo funcionaran en los países donde se concentraban los inmigrantes españoles. El informe americano señalaba que “cuando en ju lio de 1970 el general

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Manuel Diez Alegría sucedió a Muñoz Grandes como jefe del Alto Estado Mayor (AEM), desmontó su cuerpo de información exterior porque creía que el AEM debía preocuparse del espionaje militar y no de ia vida política de los españoles”. Pero lo que se desmontó por un lado se montó por otro y poco después de la acción de Diez Alegría, el ministro de Educación, Villar Palasí, creó una unidad de investigación para controlar universita­ rios que puso al mando del comandante José Ignacio San Martín, un mili­ tar que se había destacado como responsable de un grupo de investiga­ ción en la embajada de París y que participaría en el golpe de Estado de 23 de febrero de 1981, el 23-F. El nuevo departamento de vigilancia política fue bien valorado por el subsecretario de Gobernación, Santiago de Cruylles, quien utilizó su información “para detectar y desanimar a los líderes y agitadores estudiantiles”, en palabras textuales del informe nor­ teamericano que atenúa la realidad de lo que aconteció con los citados agi­ tadores universitarios, muchos de los cuales fueron desanimados en pri­ sión previa tortura policial. Así las cosas, en 1971 cuando el almirante Carrero Blanco decidió esta­ blecer un servicio de inteligencia especial para que le informara de la fiabi­ lidad política de los funcionarios y oficiales de los distintos ministerios del gobierno, Cruylles le presentó a San Martín para la dirección de este pues­ to pero se quedó muy preocupado con su candidato “después de que San Martín pareciera excesivamente entusiasmado por su trabajo”. El documento A-igz continuaba con la creación por parte de San Martín de un equipo con antiguos agentes de las embajadas que instaló en la sede de Presidencia, en el paseo de la Castellana n.s 3 de Madrid. Era el Servicio Central de Documentación, que acabaría siendo conocido como SECED y que “desde su fundación contó con 200 funcionarios y 5.000 colaboradores”, que es una forma de denominar a los delatores infiltrados en la administración. “Ese departamento” -detallaban los agentes norteamericanos- “está dividido en tres secciones: una se ocupa de los funcionarios españoles de k

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nivel superior, incluyendo los ministros; otra de los de nivel intermedio; y hay una unidad administrativa. San Martín, ahora teniente coronel, tiene el rango de director general en la Presidencia, y él y sus agentes han logra­ do introducirse con éxito en el Ministerio de Información, en el Movimiento Nacional y en el Ministerio de Educación”. Los agentes de Estados Unidos informaban que el SECED no había logrado infiltrarse en el Ministerio de Asuntos Exteriores ni en la Guardia Civil, pero en cambio si que lo había conseguido en el Ministerio de Interior “excepto en la Dirección General de Seguridad, donde el coronel [Eduardo] Blanco los mantuvo alejados de la Policíay del problema vasco, que él asumió bajo su propia responsabilidad”. Dado que el sistema de control intemo montado por Carrero Blanco, recordaba a las policías políticas de los países totalitarios, los norteamerica­ nos matizaban sus peculiaridades. El citado servicio “no tiene poder para meter en la cárcel a nadie por traición o por supuesta deslealtad al régimen, a diferencia de la GPU soviética o de la Gestapo nazi”. Y luego añadían que “su función es asegurar la continuidad del sistema constitucional estableci­ do por Franco, que se recoge en las Leyes Fundamentales españolas e identi­ ficar a los funcionarios o responsables ministeriales que no considere com­ pletamente leales a estos conceptos” a los que “normalmente, suele retra­ sarse su ascenso” por la vía administrativa. Según Estados Unidos San Martín se convirtió, “en uno de los tres principales investigadores del Gobierno español”. Los otros dos fueron el coronel Eduardo Blanco que controló los servicios de información de la Policíay el general Iniesta Cano, director de la Guardia Civil; ambos consumados franquistas. Al final del documento, los norteamericanos concluían que la actividad de San Martín, que consideraban “exclusivamente ligada a la suerte de Carrero Blanco”, generaba temor en las instituciones del Estado, una idea que expresaron diciendo que no “disfrutaba de gran respeto” ni en el Alto Estado Mayor, ni en la DGS, ni la Guardia Civil, ni “entre los distintos ministerios del Gobierno, ni tampoco entre muchos funcionarios de la

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propia Presidencia”. En definitiva, que les habría sido más fácil enumerar dónde no temían a San Martín y por extensión a Luis Carrero Blanco.

Objetivo de Estados Unidos: intim idar a España Faltaba un mes para el asesinato de Carrero cuando su política exterior, sancionada por Franco, chocó con los intereses de la Casa Blanca. Para Estados Unidos, el comportamiento español respecto a Israel y la guerra del Yom Kippur estaba siendo tan negativo que la administración Nixon elaboró un minucioso plan para intimidar al gobierno español y hacerle cambiar de actitud. De hecho, cuando el responsable de exteriores de Estados Unidos, Hemy Kissinger, visitó España, habló con Franco y se entrevistó con Carrero la víspera del asesinato, tenía en mente presionar al gobierno español en beneficio de su política en Oriente Medio, tal como demuestra la documentación desclasificada referente a aquellos acontecimientos. Con el conflicto árabe-israelí como telón de fondo, el 30 de octubre de 1973 ) los técnicos de la Secretaría de Estado de Hemy Kissinger finaliza­ ron un informe con las claves para acorralar a España. Aquel día el escán­

dalo del Watergate perseguía a Richard Nixon y al mismo tiempo la guerra del Yom Kippur apenas acababa de enfrentar a Egipto y Siria con Israel. El ataque árabe se había producido el 6 de octubre anterior y el fracaso de la ofensiva egipcia provocó quete Unión Soviética insinuara el envío de tro­ pas en ayuda del presidente egipcio Anuar el Sadat. Tras un viaje de Kissinger a Moscú, los contendientes aceptaron una resolución de la ONU de alto el fuego que se puso en práctica el 25 de octubre de 1973, aunque la tensión en la zona no disminuyó ni un ápice. Con ese ambiente como marco y desde el punto de vista de la Casa Blanca, España no cooperaba lo suficiente pese a que los norteamericanos ocultaban a Franco que estaban usando sus bases españolas para cuestiones ajenas a los acuerdos bilate­ rales. De este modo la “insuficiente” colaboración española motivó el A

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L a a n ti c o n v e rsa c ió n F ra n co • K issin g e r

A las siete y m edia de la tarde del 18 de diciem bre de 1973, Franco, ancia­ no, recibió a H em y Kissinger. Franco habló del peligro de los comunistas, pero adujo que si la URSS y Estados Unidos estaban de acuerdo en Oriente M edio no habría problem as, a lo que Kissinger tuvo que respon­ der que el asunto era un poco más com plicado que eso. Entonces Franco le dijo “no se fíe de los rusos, que siem pre juegan sucio” y soltó: “los fili­ pinos creen que los chinos son más leales que los japoneses, puesto que siem pre cum plen su palabra”. “Esa es tam bién m i im presión”, respondió de inm ediato Kissinger. Luego, K issinger aseguró que en cuatro años hallarían alternativas al petróleoy se despidió expresando “gratitud por la oportunidad de h aber podido hablar con usted” .

estudio que describía para la presidencia norteamericana los puntos de presión posibles “para asegurar el aumento de la cooperación española en la crisis en Oriente Próximo”. Estados Unidos consideró que tenía “poca influencia en los campos militar y económico” de España al sentirse “frágil frente a posibles repre­ salias españolas” contra su comercio y por las posibles “restricciones en la utilización de las bases”, donde en realidad estaban haciendo lo que Ies daba la gana pero de espaldas al gobierno español. Pese a esa circunstan­ cia, estudiaron otras marrullerías. Lo primero que proponían era favorecer al Reino Unido en la disputa de Gibraltar: “Podemos rechazar con más firmeza de lo que lo hemos hecho en el pasado la solicitud española de que hablemos con los británi­ cos para apoyar la posición española. Podríamos decirles a los españoles que consideramos la posición británica razonable”. A favor de esta medi­ da consideraban que “sería desagradable para los españoles”, aunque, “sería difícil ponerla en marcha con la suficiente rapidez para que resulta­ ra útil en la crisis actual. Provocaría que la renegociación del acuerdo sobre las bases fuera más difícil y pequdicaría seriamente nuestro acceso continuado a la base de Rota. Sería un favor al Reino Unido que quizás en este momento no deseamos hacer”. Luego proponían que podían apoyar a los árabes en la Asamblea

Objetivo de Estado» Unidos: intimidar a Uspaña

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General de las Naciones Unidas (AGNU) en sus pretensiones sobre el Sahara occidental, entonces una provincia española. “En pasadas votacio­ nes de la AGNU nos hemos abstenido u opuesto a las iniciativas árabes elaboradas para avergonzar al Gobierno español sobre el asunto del colo­ nialismo del Sahara. Podríamos favorecer futuras resoluciones árabes o indicar públicamente a los estados árabes involucrados que nos opone­ mos a una posesión continuada del Sahara por parte de España”. A favor de esta medida argumentaban que “enfurecería a los españoles, que están paranoicos en lo referente a la posibilidad de que los árabes ocupen el Sahara, con el resultado de la pérdida de las inversiones españolas allí y de la amenaza potencial a las islas Canarias”. En contra valoraban que "el momento puede no ser el adecuado para un voto de la AGNU. Dañaría la base de la cooperación futura entre España y Estados Unidos y pondría en peligro inmediatamente el acceso continuado de Estados Unidos al usoy a las instalaciones militares de las bases españolas”. Otra posibilidad de presión pasaba por anunciar que no apoyarían vín­ culos de España con la OTAN. A favor de esta propuesta apreciaban que “supondría un golpe al prestigio español y a las aspiraciones de lograr una mayor respetabilidad internacional”; y en contra que “constituiría un movimiento contrario a un interés básico de Estados Unidos” que además “tendría un impacto real muy pequeño sobre el gobierno, puesto que España ha reiterado constantemente su preferencia por mantener acuer­ dos bilaterales con Estados Unidos en lugar de ser miembro de la OTAN”. Donde hallaban más posibilidad de presión era en el aspecto militar. Por ejemplo, en el recorte generalizado del nivel de cooperación con las fuerzas armadas españolas. A favor: “Sería un signo claro de nuestro des­ contento y la forma en la que se pueden desarrollar las cosas en asuntos de considerable interés para el gobierno español”. En contra: “Podría afec­ tar adversamente el punto de vista militar del gobierno español” y añadían que “los militares españoles no se sentirían muy afectados debido a que estaban convencidos de que el acuerdo bilateral beneficiaba más a

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Estados Unidos que a España”. Más posibilidades: “Recortar el número de tropas norteamericanas en España”. A favor: “Seria una clara demostra­ ción del resentimiento de Estados Unidos, acorde con las presiones actua­ les del Congreso”. En contra: “Indicaría una disminución en la necesidad de las bases. Se corre el riesgo de recibir m enos en el momento de renova­ ción del acuerdo sobre las bases y podría provocar que el gobierno español se volviera neutral o hacia el Tercer M undo”. La economía tampoco escapaba a la posibilidad de ser usada com o herramienta de presión: “Podríamos entrar en reflexiones sobre la impor­ tación de zapatos, que es la exportación principal de España a Estados Unidos". A favor: “Se podría defender com o una medida necesaria para proteger la industria de Estados Unidos y molestaría al gobierno español, debido a los efectos sociales en España”. En contra: “Lo más probable es que conlleve represalias españolas contra bienes de Estados Unidos. Nosotros somos vulnerables, debido a nuestro gran superávit en la balan­ za comercial con España, que es de 480 millones de dólares en 1972 y de 538 millones de dólares en los primeros siete meses de 1973”.

Kissinger en Madrid el día del asesinato de Carrero Tras siete folios de consideraciones el informe concluía sin determinar exactamente cómo presionar al gobierno de Carrero para que España apoyara más a Estados Unidos e Israel, de tal modo que la cuestión que­ daba en manos de las habilidades diplomáticas de Henry Kissinger, que tenía proyectado viajar a Madrid. Mientras tanto, las fuerzas arma­ das norteamericanas siguieron operando en España a su gusto, “sin bus­ car la aprobación y ni tan siquiera informar al gobierno español” tal como se descubre en otro informe secreto americano posterior-de 17 de mayo de 1974- destinado a revisar su actuación militar en España hasta ese instante. El 20 diciembre de 1973, es decir un m es y medio después de que la Casa Blanca valorase cómo presionar al gobierno español y con

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Henry Kissinger de visita de Estado en Madrid, ETA torpedeó la línea de flotación del régimen al asesinar a Luis Carrero Blanco, a su chofer y a su escolta, en pleno centro de la capital. Un explosivo colocado en el sub­ suelo del n.Q 104 de la calle Claudio Coello lanzó su coche oficial por los aires. Desde la calle no se veía el vehículo presidencial y sólo se percibía un gran cráter, que rápidamente se llenó de agua, y un intenso olor a gas que en un primer momento hizo pensar a los periodistas que acudimos al lugar que nos encontrábamos ante una explosión accidental. La reali­ dad fue otra. Una carga explosiva colocada bajo la calzada, había hecho volar al vehículo presidencial una veintena de metros hasta caer en la terraza que hay sobre el claustro de la iglesia de los Jesuítas de la madri­ leña calle de Serrano, donde el presidente acababa de oír misa y comul­ gar, como cada día a la misma hora. Los días sucesivos al atentado, muchas voces pusieron en duda que ETA sola hubiera sido capaz de cometer un crimen de tal magnitud sin ser descubierta, lo que dio pie a que se sopesara la posibilidad -jamás demos­ trada- de que los servicios secretos de Estados Unidos habían permitido un atentado cuya preparación conocían. En este sentido, unas supuestas buenas relaciones del PNV con la CIA o la ubicación de la embajada de Estados Unidos en la madrileña calle Serrano, frente a la Iglesia de los Jesuítas en la que cayó muerto el presidente, alimentaron teorías conspirativas. Además, para acabar de completar el misterio, Franco, al que se vio llorar por la muerte de su amigo, se sumó a la confusión al pronunciar públicamente frases tales como “estas cosas ocurren” y sobre todo un célebre “no hay mal que por bien no venga” que hasta hizo suponer que los servicios de información españoles habían recibido instrucciones de mirar hacia otro lado y no evitar el magnicidio. Intrigas aparte, el caso es que cuando mataron al presidente español, Hemy Kissinger se encontra­ ba en Madrid con la intención de hallar un modo de conseguir que la polí­ tica de Carrero fuera más acorde a la de Estados Unidos. A las 10.30 h de la mañana del 19 de diciembre de 197^, víspera del

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L os a u to res d e l crim e n de C arrero

Fueron los miembros del comando Txikia, compuesto por jóvenes etarras de 23 a 27 años de edad, la mayoría de los cuales se beneficiaría de la amnistía de marzo de 1977. Entre los autores estaban: Javier María Larrategui, José Miguel Beñarán Ordeñana Argala (asesinado en diciem­ bre de 1978 por el Batallón Vasco Español como venganza por la muerte de Carrero), José Ignacio Múgica Arregui, Pedro Ignacio Pérez Beotegui Wilsony José Ignacio Abaitúa. Casi todos se refugiaron en Francia desde donde publicaron el libro Operación Ogro, en el que contaban su versión de los hechos.

atentado, Carrero y Kissinger se hicieron la última foto conocida del presi­ dente español con vida y pactaron guardar secreto sobre el contenido de la conversación que habían mantenido en la sede de Presidencia del gobierno español, incluso respecto a los altos cargos de ambas adminis­ traciones, El diálogo giró entorno al comunismo, la obsesión de Carrero, y no profundizó en la crisis de Oriente Medio que tanto preocupaba al americano. Un pasaje inicial de la conversación ilustra y resume lo que sucedió en aquel despacho de paseo de la Castellana n.s 3 en Madrid: - Kissinger: “Si podemos lograr que comience la conferencia de paz [sobre Oriente Medio], entonces hay una gran posibilidad de progreso. Seguimos recibiendo informes de que los sirios pueden empezar la guerra de nuevo. Eso sería terrible...” - Carrero: “Si le hablo con toda sinceridad, creo que el factor más peligro­ so en todo esto es el comunismo. Los rusos son los que más están sacando de esta situación. No sé qué piensa usted, pero creo que los comunistas son iguales hoy que hace 50 años. Sus objetivos no han cambiado. Están inten­ tando debilitar a los países no comunistas para su propio beneficio...” Kissinger se plegó al discurso de Carrero Blanco y ambos políticos eva­ luaron “la debilidad europea”, el provecho que “los rusos obtienen del conflicto de Oriente Medio” y la conveniencia o no de invadir “algún pequeño país” árabe”. Carrero dirigió entonces la conversación hacia la amenaza soviética,

Kissinger en Madrid el día del asesinato de Carrero

exponiendo sus ideas sobre el peligro rojo y hablando sin rubor del uso de armas nucleares. Para ello tomo un lápiz, y se lanzó a dibujar un esquema de Europa ante, suponemos, un atónito Kissinger. - Carrero: “Suponga que hay una guerra general en Europa y que se utili­ zan armas atómicas. Esto acabaría con el mundo. Pero si se utilizaran armas convencionales, entonces las fuerzas rusas podrían destruir la pri­ mera línea de defensa de Occidente. En la actualidad, la OTAN no tiene una base logística o una segunda línea de defensa. Pero aquí está la penín­ sula Ibérica [indicando el mapa] y los Pirineos. Ésta es la segunda línea de defensa. Las fuerzas de Estados Unidos podrían situarse detrás de esta línea y aquí tendrían el soporte logístico que permitiera recuperar su forta­ leza. Sin embargo, la OTAN no tiene en la actualidad esta segunda línea”. - Kissinger: “Estoy de acuerdo con usted en lo referente a la organiza­ ción de la OTAN. No hay un estándar de logística. Es una desgracia militar. El mejor ejército guarda el escenario más bonito, mientras que la zona más estratégica está protegida por un ejército con suministro para menos de 10 días. Podemos defender los lugares turísticos de esquí de Berchtesgarten durante 90 días, mientras que los británicos pueden defender el Ruhr durante ocho días”. - Carrero: “La defensa militar se compone de fuerza moral, fuerza mate­ rial y fuerza orgánica”. - Kissinger: “Creo que el resultado de un ataque convencional sería el que usted describe, a menos que Francia declarara su neutralidad, lo que también sería malo”. - Carrero: “Eso es exactamente lo que me temo”. - Kissinger: “En relación a la pertenencia de España la OTAN, no hay objeción desde el lado de Estados Unidos. Ayer hablé con el ministro de Asuntos Exteriores acerca de ese asunto”. En este punto terció Laureano López Rodó, ministro español de exte­ riores, presente y mudo hasta aquel instante, para decir que “España nunca pediría pertenecer a la OTAN a menos que tuviera garantizado que

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todos los países apoyen nuestra entrada”, frase que acabó Carrero alegan­ do que era “una cuestión de dignidad y, además, no podemos entrar en una organización que no está organizada correctamente”. Sobre las ideas expuestas por Carrero y la postura de López Rodó cabe llamar la atención sobre un par de cuestiones. La primera es que los plan­ teamientos estratégicos del almirante-presidente fueron los mismos que Estados Unidos esgrimió casi 30 años atrás, al final de la II Guerra Mundial y que motivaron que los aliados no fulminaran a Franco (ver capí­ tulo 7). La otra reflexión se desprende de la primera: Carrero estaba ancla­ do en el pasado y no quiso comprender que Europa había cambiado y que Estados Unidos consideraba prioritario para la paz mundial pacificar Oriente Medio. Antes de dar por Analizada la conversación, Kissinger culpó al Congreso de los Estados Unidos de no poder desarrollar una política efec­ tiva contra la Unión Soviéticay de recortar los presupuestos de defensa. - Carrero: “¿Pero es que el Congreso de Estados Unidos no ve la realidad de la situación?” - Kissinger: “No” -Carrero: “¡Entonces, estamos listos!” Y se despidieron, sonrientes. Apenas veinte horas después ETA m ató a Carrero y Henry Kissinger debió sentirse impresionado aunque en sus comunicaciones con Nixon no dejó traslucir ninguna emoción. El secreta­ rio de Estado informó al presidente Nixon en el Memorando secreto 6720 de 20 de diciembre del 73: “El primer ministro [presidente español], Luis Carrero Blanco, ha sido asesinado” comenzaba el texto del que se guarda­ ron tanto el borrador como el redactado definitivo transm itido a Washington. “La muerte del presidente Carrero Blanco esta m añana eli­ mina la mitad de la doble sucesión que Franco había organizado para sus­ tituirle. Carrero iba continuar como el jefe del gobierno y el príncipe Juan Carlos, que había sido designado heredero en 1969, iba a convertirse en jefe del Estado después de la muerte o incapacidad de Franco”, escribió

Kissinger en Madrid cl dia del asesinato de Carrero

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inicialmente Kissinger que luego tachó la palabra presidente y la sustituyó por Carrero Blanco, a secas. Más adelante el secretario de Estado explicaba los presupuestos de la ley española ante la presente situación, pero adver­ tía a Nixon de que “en la práctica, los deseos de Franco eran siempre obe­ decidos sin rechistar” de manera que si lo consideraba necesario “proba­ blemente ignoraría los procedimientos legales y simplemente nombraría a su hombre”. En su mensaje para Nixon, Kissinger preveía inicialmente como suce­ sor de Carrero a Torcuato Fernández Miranda, a la sazón presidente del gobierno español en funciones, pero borró esta predicción del texto defi­ nitivo, que quedó así: “Fernández Miranda es también el secretario gene­ ral del Movimiento Nacional, una organización paraguas que Franco utili­ za para dar cabida a toda la presión política legal en España”. En cambio sí pronosticó otro nombre para la sucesión: “Si el incidente de hoy diera como resultado una actividad terrorista generalizada, Franco podría inclinarse por mirar hacia los militares en busca del siguiente primer ministro. En estas circunstancias, el general Diez Alegría, el actual jefe del Estado Mayor, sería un candidato posible. Él es el favorito entre los militares y cuenta además con una apariencia paneuropea. (...) La decisión de Franco de entregarle parte de su poder [a Carrero] fue importante debido a que era la primera vez que delegaba parte de su autoridad desde que asumió el con­ trol de España en 1936. Franco tendrá dificultades para encontrar a otra per­ sona en la que pueda depositar'lanta confianza”, sentenció Kissinger. Lo cierto es que el Caudillo sintió la muerte de su amigo y hasta lloró, aunque no acudió al funeral. También lloraron los franquistas más acérri­ mos, que comprendieron que con Carrero Blanco desaparecía la garantía de continuidad y pureza para el régimen. De ellos, de los franquistas más recalcitrantes, surgirían los análisis más certeros sobre el futuro de la doc­ trina de Franco, conscientes de que -com o dijo el falangista José Antonio Girón de Velasco- ETA había dado un tiro de gracia al régimen. Pese al duro golpe y para sorpresa general, las fuerzas armadas aparentaron

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mucha más calma de lo que era previsible. Tanto es así que el 24 de diciembre de 1973 la CIA emitió un boletín secreto en el que constató que “la atmósfera general se ha vuelto más normal después del funeral del pri­ mer ministro Carrero Blanco el 21 de diciembre”. En el mismo informe la CIA hablaba de ETA al indicar que “la Policía ha identificado a seis terroris­ tas vascos como los asesinos y está indagando para detenerlos. Se sabe que son miembros de una organización separatista fuera de la ley conoci­ da como Libertad para el Pueblo Vasco (ETA). La ETA ha estado involu­ crada en la colocación de varias bombas, secuestros y asaltos a bancos en el norte de España para dramatizar sus demandas de un Estado aparte y para obtener fondos para continuar su lucha”.

Arias Navarro, m ás de lo m ism o Carlos Arias Navarro ex director general de Seguridad y ex alcalde de Madrid, fue el sucesor de Carrero. No era amigo íntimo de Franco, pero era un franquista casi tan sólido como su predecesor. Fue Arias Navarro quien con ojos llorosos y voz entrecortada pronunció en televisión la célebre frase “Españoles... Franco ha m uerto” y el que desalentó hasta al más optimista con su política de cambios -por definirla de alguna form a- basada en su lema “sin prisa, pero sin pausa” que la voz popular convirtió con hum or en “sin prisa, pero con pausa”. El 17 mayo de 1974, Nixon, que estaba al borde de la dimisión a causa del escándalo Wateigate, sus secretarios de Defensa y de Estado y el direc­ tor de la CIA estudiaron el informe NSSM íyg y 193 del Consejo de Seguridad Nacional sobre la “política de Estados Unidos para España”. Se trataba de un denso trabajo de análisis que conduciría hacia las nuevas relaciones de Estados Unidos con el régimen español, representado por un Franco decrépito y por el presidente de gobierno Arias, un hom bre con fama de represor del que confiaban podría tener cierta aceptación popular al ser “político y administrador experimentado”. Sin embargo también

Arias Navarro, más de lo mismo

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albergaban el temor de que, una vez muerto Franco, Carlos Arias Navarro se enfrentase a Juan Carlos por el control del poder, una hipótesis que quedó descrita como “asunto local español” en el que Estados Unidos no se implicaría. El espíritu de las nuevas relaciones hispano norteamericanas perfila­ das en aquel estudio se condensaron en la declaración de principios fir­ mada en Madrid el 9 de julio de aquel 1974 por el ministro de Exteriores Pedro Cortina Mauri y por el secretario de Estado, Hemy Kissinger, y ratifi­ cada por el príncipe Juan Carlos, en funciones de jefe de Estado debido a la primera enfermedad de Franco que le apartó momentáneamente del poder. Poco después, en noviembre, se iniciarían las rondas de conversa­ ciones que dieron paso al tratado de amistad y cooperación con Estados Unidos de 1976, es decir, al primero de la historia sin Franco. “La transición hacia un nuevo gobierno posterior al asesinato de Carrero Blanco y encabezado por Carlos Arias Navarro, se llevó a cabo en una atmós­ fera de calma y confianza”, decía en el extenso informe de mayo de 1974 en el que se percibe que Estados Unidos supo ver que estaba frente a una España cambiante: “Los españoles han indicado que, al contrario de lo que sucedía en el período del acuerdo de 1953 [año que se firmó el primer trata­ do con los norteamericanos], cuando la ayuda económica y militar de Estados Unidos era importante, en la actualidad España es relativamente próspera y no necesita ayuda material sino las ventajas políticas que se deri­ ven de su vínculo con Estados Unidos. Esta actitud ya quedó clara por parte de los españoles en las negociaciones de 1968, cuando insistieron en que el acuerdo de defensa de 1953, basado en la obtención de ayuda militar como contrapartida a las bases militares, no se podría extender, sino que debía ser sustituido por un nuevo acuerdo que cubriera cooperación en los campos de la educación, ciencia, agricultura, temas económicos y en otros campos civi­ les, así como en el campo militar”. España comenzaba a ser otra y “en el campo político, el objetivo era el de ser aceptada en plano de igualdad entre las principales naciones del mundo. Sin embargo, está excluida de pertene-

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cer a la OTAN y a la Comunidad Europea, al menos mientras viva Franco”, se decía en el informe. Por su parte, Estados Unidos tenía unos objetivos similares a los de 1953: “Dada la importancia de las bases en España para nuestra seguri­ dad, nuestro objetivo debe ser retener el uso de todas las instalaciones que ahora estamos usando, siempre que el precio de la ampliación en tiempo de los derechos sobre las bases sea razonable. Si resultara posible hacerlo sin elevar el precio que tenemos que pagar, podríamos considerar pedir instalaciones adicionales, como puede ser utilizar el campo de tiro de arti­ llería de helicópteros en Colmenar Viejo. Deberemos intentar buscar la mayor ampliación posible de los derechos sobre las bases, con un periodo de cinco años como mínimo, y debemos retener esencialmente el estatus y los privilegios acordados mediante el acuerdo actual. Si bien sería desea­ ble obtener el derecho a utilizar las bases en España en relación con una posible crisis en Oriente Próximo, cualquier acuerdo explícito previo por parte española sobre dicha utilización está fuera de cuestión. Nuestro objetivo, por tanto, debe ser evitar cualquier compromiso que limite nues­ tra utilización de las bases en dicho caso...” En sus conclusiones finales sobre política española, el consejo de Seguridad Nacional planteó negociar todos los puntos citados hasta donde fuera posible e incluso a costa de cambiar su legislación en materia de seguridad nuclear, pero en cambio decidió que se mantendría fírme en relación a Gibraltar: “Si los españoles sacan el tema de Gibraltar, sos­ tendremos nuestra posición tradicional de que se trata de una disputa entre dos amigos nuestros en la que debemos de permanecer neutrales”.

Una propuesta de renuncia a cam bio de dinero Mientras Estados Unidos planificaba sus nuevas relaciones con España, Franco dio muestras de flaqueza. El 9 de julio de 1974 fue ingresado en Madrid, en una ciudad sanitaria de su mismo nombre, aquejado de una

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tromboflebitis. La propaganda oficial quitó hierro al asunto pero no pudo disimular la gravedad del ilustre enfermo que cedió temporalmen­ te la jefatura del Estado a d onjuán Carlos. Aquella flebitis fue un prelu­ dio de turbulencias sucesorias, muchas invisibles, que sacudieron el país. Además, desde la flebitis hasta la muerte de Franco la madrugada del 20 de noviembre de 1975, España estuvo marcada por acontecimien­ tos de enorme trascendencia. Cinco penas de muerte con las que el dic­ tador se despidió de este mundo, la marcha verde marroquí sobre el Sahara español, el arresto de militares demócratas, la represión social y la propia enfermedad del generalísimo caracterizaron un periodo que la Agencia Central de Inteligencia (CIA) observó con atención. De los partes diarios que la CIA emitió, destaca un grupo fechado en enero y febrero de 1975, del tipo “máximo secreto”, que descubre el inten­ to de compra de la familia del dictador para que ésta presionara al Generalísimo y consiguiera que abandonara el poder y dejara iniciar la transición. Las notas de la CIA ocultaban aún en 2006 los nombres de sus fuentes, pero en cambio citaban abiertamente a Franco, a Fraga y al rey de España. “Se informa de iniciativas entre bastidores para apremiar a Franco a que renuncie” comienza la nota de la CIA de 17 de enero de 1975. “Informes procedentes de Madrid indican que el príncipe Juan Carlos, ele­ gido sucesor de Franco a la jefatura del Estado, considera la posibilidad de solicitar la renuncia al anciano mandatario. Es plausible que los deba­ tes sobre la cuestión provengan, en mayor medida, de conversaciones entre sus personas de confianza, que se expresan con mayor espontanei­ dad al respecto, que de instrucciones concretas del. propio Juan Carlos destinadas a promover tales conversaciones en su nombre. El príncipe, que es persona prudente y cauto por naturaleza, es perfectamente cons­ ciente de los riesgos que entraña explorar semejante cuestión”, informa­ ban los servicios secretos norteamericanos que aportaban más datos: “Una persona de confianza del embajador español en Londres, Manuel

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Fraga Iribarne, informa de que el príncipe desearía que Fraga sondeara a varios políticos y diplomáticos experimentados (...) acerca de si apoyarían a Juan Carlos en el caso de que éste comenzara a presionar a Franco para que renuncie. La misma fuente afirmó que el príncipe desea debatir con discreción con Fraga los planes tendentes a nombrarle presidente una vez que Juan Carlos asuma el poder. Dado que esta información procede de una persona de confianza de Fraga, parece tratarse de una información sesgada o interesada”, matizaban los espías antes de añadir un dato que puede interpretarse como la primera noticia sobre la creación de Alianza Popular, el precedente del Partido Popular (PP): “Fraga, ex ministro de Información, persona con ambición y moderado desde el punto de vista político, propugna un cierto grado de liberalización del régimen actual y sopesa actualmente la posibilidad de constituir una asociación o movi­ miento político, de acuerdo con la normativa de un decreto de asociación que establece la legalidad de estas formaciones políticas”. La CIA siguió la pista de las presiones para la retirada de Franco y a finales de enero de 1975 escribieron que habían sabido en Madrid que “Juan Carlos ha confirmado que mantiene conversaciones con la familia de Franco acerca de su renuncia, y que éstas se hallan en punto muerto respecto al acuerdo económico y a la concesión del indulto susceptible de aplicar a la familia en el momento de la renuncia de Franco. Según estas informaciones, Juan Carlos mantendría en el cargo de presidente a Arias Navarro. En cualquier caso, las negociaciones entre Juan Carlosy la familia de Franco en este momento no deberían en absoluto contem ­ plarse a la luz de la oposición de la familia a la asunción provisional del poder por parte de Juan Carlos durante la enfermedad de Franco el vera­ no pasado”. Es decir, del parte secreto reproducido se desprenden dos hechos que retratan el entorno personal del dictador, ignorados en las crónicas de ese periodo. Uno, que la familia de Franco se opuso a que Juan Carlos asumiera interinamente la jefatura del Estado cuando el dic­ tador estuvo aquejado de la flebitis en 1974. Y otro, totalmente descono-

Una propuesta de renuncia a cambio de dinero

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cido, que a comienzos de 1975, cuando Franco aún no había vuelto a enfermar, a su familia solo le separaba de la renuncia una cantidad des­ conocida de dinero y una amnistía que debería evitarles unas misterio­ sas responsabilidades penales que nadie exigió y que no explicitaron ni sus presuntos implicados ni la CIA. En cambio, la Agencia Central de Inteligencia de Estados Unidos sí que averiguó la mala salud de Franco nueve meses antes de que se supiera públicamente que el Caudillo estaba aquejado de la serie de males que le llevaría a la tumba. El 7 de febrero de 1975, la CIA completó su nota anterior con otra que tituló Franco prepara su renuncia a la jefatura del Estado español en la cual, después de insistir en que las negociaciones para la cesión del poder a cambio de dinero seguían estancadas, reveló que una fuente -tan confi­ dencial que en 2006 seguía enmascarada con dos asteriscos- sostenía que la salud de Franco se complicaba debido a que la medicación utilizada para tratar su parkinson no era compatible con el tratamiento para la fle­ bitis. Según escribieron los agentes de la CIA, el delicado estado de salud de Franco ha generado una inusual excitación en círculos políticos en los últimos meses”. Finalmente, el 15 de octubre de 1975 Franco amaneció con dolores en el hombro y una gran opresión en el pecho. Le diagnosticaron un “infarto silente” que corroboró el electrocardiograma. Pero la opinión pública española siguió sometida al rumor, mientras de nuevo la Casa Blanca tuvo noticia cierta del estado de Franco. A partir de ese instante, los aconteci­ mientos se precipitaron. El día 17 de octubre, Franco presidió su último consejo de ministros monitorizado, es decir conectado a un aparato con el que los médicos vigilaban su corazón desde la sala contigua a la del conse­ jo de ministros. El 20 sufrió una cardiopatía, retocó detalles de su famoso testamento político y ratificó a Juan Carlos como rey. El 25 experimentó un grave retroceso y se puso en marcha la operación Lucero, para controlar el orden público durante su agonía; El 27 se publicaron siete partes médicos A

C apitu lóla

El desconocido camino a la transición

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y el 28 entró en proceso agónico. El 3 de noviembre la CIA constató que “la presencia permanente de Franco pone dificultades a Juan Carlos para res­ ponder de forma adecuada a las demandas de la izquierda. En privado, el príncipe ha indicado su deseo de continuar avanzando con medidas de liberalización, pero mientras Franco se aferre a la vida, los ultraderechistas del gobierno lo utilizan como excusa para la obstrucción. La izquierda, mientras tanto, espera que Juan Carlos dé pasos en su dirección”. El 7 de noviembre Franco fue trasladado al hospital La Paz. El 14 entró en fase terminal y el 20 de noviembre murió. Pero la CIA ya miraba el futu­ ro y por eso la víspera preparó un informe en el que afirmaban que “al menos una parte de los grupos terroristas asentados en España desafiarán a Juan Carlos con toda seguridad, sin que importe la política que siga el rey”. Así fue.

Una propuesta de renuncia a cambio de dinero

V*--

A

Memoria gráfica

Ramón Serrano Súñer, enviado especial de Franco a B de septiembre de 1940, con la carta lacrada en la que í conminó a Franco a entrar en guerray le propuso verst Hendaya (Capítulo 2). Foto: Archivo La Vanguardia

Franco y Hitler se conocieron en Hendaya el 23 de octubre de 1940. En contra de la versión del régimen, la reunión fue cordial pero Franco se sintió derrotado por el Führer (Capítulo 2). Foto:Archivo La Vanguardia

Adolf Hitlery el general Werner Von Bloml acordaron ayudar a Franco para utilizar la civil como laboratorio de los ejércitos alen (Capítulo 1).Foto: Archivo La Vanguardia

Fotografías

La instantánea de H im m leryjosé F in aty Escrivá de Romaní, conde de Mayalde, durante una corrida de toros en Madrid en 1940, refleja el grado de com plicidad que h ubo entre fran quism oy nazism o (Capítulo4).Foto:Efe

Llegada del jefe de la Gestapo, Einrich Him mler, al aeropuerto de El Prat, Barcelona, donde el 23 de abril de 1945 aterrizaría el avión que trajo a España a la fam ilia Petacci (Capítulo 3). Foto: Pérez Molinos/Archivo La Vanguardia

H éinrich Him mler, el segundo p o rla derecha, durante la vistita a una checa de la calle Vallm ajor de Barcelona en octubre de 1940. La capital catalana era la sffle de unos tri­ bunales secretos m ontados por Him m ler (Capítulo 1). Foto: Carlos Pérez de Rozas/La Vanguardia

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Franco con Mi y Serrano Súfl su encuentro < Bordighera el de febrero de El Generalísin i m isa e hizo es Duce (Capítul Archivo LaVan

El 29 de abril de 1945 los cuerpos de M ussolini, Clara Petacci y Achille Starece, secretario general del partido fascista, fueron colgados de la m arquesina de la gasolinera Esso, de plaza Loreto de Milán. M ientras la familia Petacci se refugiaba en Barcelona y Serrano Súñer recibía instrucciones sobre una supuesta fortuna del Duce en España, los cadáveres de M ussolini y Clara fueron fotografiados en la sala forense de Milán (Capítulos). Fotos: Ap y Gettyimages

Claretta Petacci, la com p de M ussolini (Capítulo 3 ) Foto:Gettyimages

F o to g r a fía s

Pese a la neutralidad oficial, el régim en español estuvo m uy identificado con e l nazi com o prueba esta instantánea de la celebración en el palacio de Bellas Artes de Madrid, el 31 de enero de 1943, del X aniversario de la subida al poder de Hitler (Capítulos del 4 ,5 y 6). Foto:Efe.

Palacete situado en la calle Juan Bravo de Madrid, sede del dispositivo de guerra alem án en España o KOSp. En su interk estaba el despacho del capitány más tarde com andante Gustav Lenz, responsable del m ontaje m ilitar nazi en España. Las fotografías fueron tom adas por el FBI en i94 5 (Capítulo 4). Fotos: USA Goverment Office Memorándum/Archivo La Vanguardia "

C a p it u lo 1 1

M e m o ria g r á fic a

Dos m áquina de cifrado de del tipo Enign en E spaña poi final d e la II G¡ M undial. El a¡ A m old era el t de h acerlas lie A m érica (Capí

Foto: USA Govi OfficeMemora Archivo La Vari

El Olterra, buque sem ihundido desde que los submarinistas italianos, protegidos por el ejército español, atacaron barcos británicos surtos en Gibraltar (Capítulo 5 ). Foto:

Archivo La Vanguardia

Torpedo tripulado italiano com o los usados desde el Olterra (Capítulo 5). Foto:Archivo

La Vanguardia

Robert Kem pner, fiscal norteam ei Nuremberg, q ue interrogó al cóns en Barcelona q ue aportó “ d atos re la seguridad del h em isferio occidt (Capítulo 5 y 7). Foto:AP

Fotoerafías

La reunión de 22 de diciem bre de 1959 en El Pardo acabó m al cuando el presidente Eisenhower intercedió por los protestantes. De izquierda a derecha Eisenhower, Piniés, Franco, Castiella y Areilza (Capítulo 8).Foto.Campua/

La Vanguardia

Franco, en 1966 ju n to al arzobispo de MadridAlcalá, m onseñor Morcillo, entrando bajo palio en el templo. El Caudillo se creyó enviado de Dios y la Iglesia española lo consintió (Capítulo 8). Foto:

Campua/La Vanguardia.

Canítuln 11

M p m n rin crráfira

Entierro de A en Roma el 3 de 1941. A la i el infante Doi a la derecha s Don Jaime (C

Foto:Efe

El infante y avi Alfonso de OrU izquierda, de u fue el m ediado Juan ante Fran foto, de 22 de e 1926, estájunt« Franco, contro' herm ano del di y fam oso piloto (Capítulo 9). Fí

Fotografías

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-V vi ; Don Juan y Franco conversando en Madrid con motivo del bautizo de la infanta Elena, el 27 de diciem bre de 1963. El duelo dialéctico entre ambos siempre fue durísim o (Capítulo 9). Foto:Efe

El presidente J. F. Kennedy con Castiella el 9 de octubre de 1963 cuando el m inistro español de Exteriores a dm itió q u e los acuerdos con Estados Unidos “ nunca fueron interpretados por España com o un apoyo al régim en de Franco” (Capítulo 8).

El príncipe Juan Carlos se sacu d ió el control de Franco siem pre que pudo. En la foto conversando a solas con los embaj'adores de Estados Unidos en Rom a con motivo de los funerales de Alfonso XIII del 28 de febrero de 1966 (Capítulo 10). Foto: Campua!La Vanguardia.

Foto: Archivo La Vanguardia.

El em bajador de Estados Unidos en España, Carlton J. M. Hayes, lo g r ó hacerse con toda la correspondencia entre Franco y don Juan (Capítulo 9). Foto:Archivo La Vanguardia

C a p itu lo 1 1

M e m o r ia g r á fic a

Franco cornei pensar que er¡ en 1961 a raíz accidente de c le lesionó la rr izquierda. En acaricia a su n Cristóbal,jun esposa Carme su nieta m ayo Martínez Bort almirante Car detrás, sonríe escena que fui para tranquil! (Capítulo 10).

La fam ilia real española la noche de fin de año de 1965 en Lausana, Suiza. D on ju án , conde de Barcelona, la reini Eugenia, Sofía de Grecia y la princesa Elena, doña M ana esposa del conde de Barcelona y don Alfonso de Borbón la infanta Margarita, d o n ju á n Carlos, la infanta Pilar y don Gonzalo de Borbón (Capítulos 9 y 10). Foto: Keystone

F o to g r a fía s

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El 18 de diciem bre de 1973 Franco y el secretario de Estado, H em y Kissinger, llegado a España con la intención de presionar en favor de Israel, m antuvieron una conversación que rayó en el absurdo (Capítulo 10). Foto: Archivo de La Vanguardia.

El coronel José Ignacio San Martín m ontó e l servicio secreto de Carrero Blanco con el que, según Estados U nidos, esp ió a su p r o p io . gobierno. Tam bién participó en el intento de golpe de 23 de febrero de 1981 (23-F) (Capítulo 10). Foto:Efe,

C a p itu lo 1 1

Últim a foto del almirante Luis Carrero Blanco vivo. Durante esta entrevista con Kissinger, celebrada el 19 de diciem bre de 1973, el presidente del gobiern o español se m ostró com o un personaje de otro tiempo. Al día siguiente ETAle m ató (Capítulo 10]. Foto:Europa Press

El féretro con los restos m ortales de Francisco Franco, en el Palacio de El Pardo, y la llegada de su viuda Carm en Polo y de su hija Carm en, para asistir al funeral celebrado el m ism o 20 de noviembre de 1975. O cho m eses antes la CIA ya habíapercibido que Franco estaba m uy enferm o (Capítulo 10). Foto: Olegario Pérez /La Vanguardia

M e m o r ia g r á fic a

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