Los potenciales polifónicos: La nobleza cortesana del Cantar de Mio Cid 9783968690575

En este estudio se realiza una contextualización multifacética del Cantar de Mio Cid (Castilla, ca. 1200), interpretado

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Spanish Pages 324 [342] Year 2020

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Los potenciales polifónicos: La nobleza cortesana del Cantar de Mio Cid
 9783968690575

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Los potenciales polifónicos

La nobleza cortesana del Cantar de Mio Cid Marija Blašković

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MEDIEVALIA HISPANICA Fundador y director Maxim Kerkhof

Vol. 32 Consejo editorial Vicenç Beltran (“La Sapienza” Università di Roma); Hugo Bizzarri (Université de Fribourg); Elisa Borsari (Universidad de Córdoba); Patrizia Botta (“La Sapienza” Università di Roma); ­Antonio Cortijo Ocaña (University of California, Santa Barbara); María ­Teresa ­Echenique Elizondo (Universidad de Valencia); Michael Gerli (University of Virginia); Ángel Gómez Moreno (Universidad Complutense, Madrid); G ­ eorges Martin (Université Paris-Sorbonne); Regula Rohland de Langbehn (Universidad de Buenos Aires) y Julian Weiss (King’s College, London)

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Los potenciales polifónicos La nobleza cortesana del Cantar de Mio Cid Marija Blašković

Iberoamericana • Vervuert • 2020

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Gedruckt mit Förderung des Rosita Schjerve-Rindler-Gedächtnisfonds

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47).

© Iberoamericana, 2020 Amor de Dios, 1 – E-28014 Madrid Tel.: +34 91 429 35 22 - Fax: +34 91 429 53 97 © Vervuert, 2020 Elisabethenstr. 3-9 – D-60594 Frankfurt am Main Tel.: +49 69 597 46 17 - Fax: +49 69 597 87 43 [email protected] www.iberoamericana-vervuert.es ISBN 978-84-9192-157-8 (Iberoamericana) ISBN 978-3-96869-056-8 (Vervuert) ISBN 978-3-96869-057-5 (e-book) Depósito Legal: M-21204-2020 Diseño de cubierta: Rubén Salgueiros The paper on which this book is printed meets the requirements of ISO 9706 Impreso en España

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Juli. Do poslednjeg srka. Uvek.

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Índice Agradecimientos....................................................................................... 11 1. Introducción......................................................................................... 13 2. La contextualización literario-mediática del Cantar de Mio Cid..... 21 2.1. El Cantar de Mio Cid en la memoria cultural medieval................ 22 La formación del acervo cidiano del Cantar................................. 23 La autoridad del Cantar de Mio Cid en la memoria cultural medieval......................................................................................... 32 2.2. La textualidad medieval como fenómeno multimediático............. 42 La comunicación literaria en torno a 1200 en el ejemplo del Cantar de Mio Cid......................................................................... 46 Las ejecuciones multimediales....................................................... 56 El género miocidiano, un tema siempre actual.............................. 61 2.3. La construcción del Cantar de Mio Cid como mundo posible...... 68 Los principios estéticos de mímesis y poiesis y el criterio de verosimilitud.................................................................................. 68 La veracidad de la épica medieval y la ficción funcional.............. 69 El Cantar de Mio Cid como mundo posible.................................. 71 2.4. Desde la energía de la prima materia hasta el acervo del Cantar como autoridad cultural................................................................. 77 3. Las representaciones y sus realidades: el Cid y los conceptos de parentesco............................................................................................. 83 3.1. El Cid y los lazos de sangre de la nobleza castellana.................... 84 La parentela en Castilla en torno a 1200........................................ 85 La parentela y el linaje del Cid en la documentación y la materia cidianas........................................................................................... 91 La antroponimia y los lazos parentelares en el Cantar.................. 94 3.2. El matrimonio y la estructura cognaticia en Castilla en torno a 1200 ............................................................................................. 104 El matrimonio y la descendencia del Cid en la documentación y materia cidiana............................................................................... 111

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El matrimonio, el parentesco de afinidad y la descendencia en el Cantar............................................................................................ 112 3.3. Los lazos de diferente índole y alcance: el Cid épico y sus anta gonistas .......................................................................................... 121 4. Las representaciones y sus realidades: el Cid y la corte real........... 127 4.1. La corte real y la nobleza secular bajo Alfonso VI........................ 128 4.2. La corte de Alfonso VIII y Leonor de Inglaterra........................... 133 La política de la corte castellana.................................................... 133 Las redes nobiliarias en Castilla en torno a 1200........................... 142 La nobleza en la corte de Alfonso VIII y Leonor Plantagenet....... 150 4.3. El Cid y la red nobiliaria en la corte real....................................... 159 El Cid y la corte real según la documentación del siglo xi............ 159 El Cid y la corte real en la materia cidiana.................................... 162 El Cid, la red nobiliaria y la corte real en el Cantar...................... 165 4.4. Las dinámicas de las cortes miocidianas........................................ 182 5. Las negociaciones del Cantar de Mio Cid con la comunicación simbólica............................................................................................... 189 5.1. Las interacciones multisensoriales del Cid y la corte real............. 195 5.2. La representación e interacciones multisensoriales del Cid como señor............................................................................................... 206 5.3. La representación e interacciones multisensoriales de los infan tes de Carrión................................................................................. 213 5.4. Los usos y abusos de los sentidos: la comunicación simbólica en el Cantar........................................................................................ 221 6. Las negociaciones del Cantar con el campo discursivo-literario románico............................................................................................... 225 6.1. El Cantar y los macrodiscursos de la época: la cortesía y la caballería........................................................................................ 227 La poesía trovadoresca y la corte castellana.................................. 234 La inclusión de la mujer en el discurso del amor ennoblecedor.... 242 El Cantar y el mundo artúrico....................................................... 246 6.2. Dos ejemplos de negociaciones con los impulsos cortesanos en el Cantar........................................................................................ 248 Las negociaciones con el Cid y Jimena......................................... 248 Las negociaciones con los infantes de Carrión y las hijas del Cid. 258 6.3. Las parejas del Cantar entre la homosocialidad y la hetero sexualidad....................................................................................... 268 7. Conclusiones......................................................................................... 273 8. Bibliografía........................................................................................... 283

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Agradecimientos

Cinco años de trabajo dan oportunidad de crear deudas con muchas personas y redes académicas que me han ayudado y acompañado en este camino. En primer lugar, mi más sincero agradecimiento va dirigido a mi directora de tesis, la Prof. Friederike Hassauer, por su infinita paciencia, vigilante interés y rigor crítico. Desde las primeras ideas difusas sobre mi tesis doctoral, me ha proporcionado un modelo de integridad y perseverancia en mi formación académica. Además de las convenientes sugerencias que he recibido de mis colegas en el Instituto de Románicas de la Universidad de Viena, quiero expresar mi gratitud a la Vienna Doctoral Academy “Medieval Academy” por haber sido un entorno interdisciplinario estimulante y, en especial, al Prof. Matthias Meyer y al Prof. Stephan Müller, cuyos consejos y sugerencias me han permitido ver la épica hispánica desde una nueva perspectiva. Quedo profundamente agradecida al Prof. Jesús R. Velasco, no solo por haber sido evaluador externo y miembro del tribunal que juzgó mi tesis doctoral en noviembre de 2018, sino también por sus sabios consejos y observaciones agudas que me permitieron profundizar y matizar mis argumentos. También quiero expresar una especial gratitud al Prof. Juan Carlos Bayo que, como otro evaluador externo, comentó con atenta minuciosidad mi tesis doctoral, ofreciendo sugerencias, valoraciones y correcciones. Además de los impulsos sumamente valiosos de los medievalistas reunidos en la conferencia “Medias in res, media in media. La literatura y otros medios de memoria en la España de los siglos xi-xiii” en Viena, el avance de mi trabajo ha sido posible gracias a mi participación en congresos de amplio reconocimiento internacional como el Annual Symposium on Medieval and Renaissance Studies (Saint Louis University), los congresos de la Asociación Hispánica de Literatura Medieval (AHLM), el International Medieval Congress (IMC, University of Leeds) y el International Congress on Medieval Studies (Western Michigan University). Además de a los medievalistas de la IMANA (IberoMedieval Association of North America), quedo profundamente agradecida a

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los miembros de la TEMA (Texas Medieval Association) por las enriquecedoras discusiones, lecturas sugeridas y colaboraciones realizadas. Mención especial merecen el Prof. Pascual Martínez Sopena y los miembros del proyecto “Los espacios del poder regio” por los valiosos saberes que me proporcionaron durante mi estancia en Valladolid y que he incorporado en este libro. También quisiera dar las gracias al comité científico de la serie Medievalia Hispanica por haber aceptado mi manuscrito. Estoy en deuda con la Dra. Anne Wigger y con todo el personal de la Iberoamericana Editorial Vervuert por haberme ayudado con las numerosas incógnitas y exigencias de la publicación. El presente estudio no se hubiera podido llevar a cabo ni hubiera podido ser publicado sin la generosa ayuda de la Universidad de Viena (mediante el programa “Dissemination” y las ayudas para doctorado e investigación), la VDA “Medieval Academy”, el “Rosita Schjerve-Rindler-Gedächtnisfonds” (RSRG) del Instituto de Románicas de la Universidad de Viena, la Österreichische Forschungsgemeinschaft (ÖFG) y el International Medieval Congress IMC Bursary Fund.

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1. Introducción

“Worldmaking as we know it always starts from worlds already on hand; the making is the remaking”1. Esta metáfora del mundo y el paradigma constructivista forman el marco conceptual de este estudio. Aplicado para intensificar las relaciones entre el Cantar de Mio Cid y su contexto inmediato, tal procedimiento tiene un doble objetivo: Por un lado, la diégesis épica se interpreta como representación literaria de la nobleza vinculada a la corte castellana, por lo que la contextualización propicia un mejor entendimiento tanto de la obra literaria como de la sociedad que la compuso a principios del siglo xiii2. La cercanía miocidiana a su entorno hace pensar en Rychner, que, hablando de la transmisión oral, concluyó que “[…] la chanson de geste, diffusée dans ces conditions, doit avoir été composée pour ces conditions”3. A este carácter situacional se suma el arraigo de la literatura con respecto a su entorno cultural4. Siguiendo a Schütz, Luckmann y Berger, el mundo medieval, como cualquier otra ʻrealidadʼ, se trata como una construcción constante basada en la interacción social de la que obtiene su legitimación: Knowledge about society is thus a realization in the double sense of the word, in the sense of apprehending the objetivated social reality, and in the sense of ongoingly producing this reality5. Goodman 1978: 6. Las cursivas son suyas. Para el consenso sobre la datación del Cantar alrededor del año 1200, v. Montaner, ed. 2011: 281-289, 308. 3 Rychner 1955: 48. La cursiva es suya. 4 “Cultural analysis has much to learn from scrupulous formal analysis of literary texts because those texts are not merely cultural by virtue of reference to the world beyond themselves; they are cultural by virtue of social values and contexts that they have themselves successfully absorbed” (Greenblatt 1990: 227). 5 Berger, Luckmann 1967: 66. La cursiva es suya. v. t. Schütz, Luckmann 1973: 3-15. Para el temprano uso del socioconstructivismo en el ámbito de los estudios literarios y culturales, v. Hassauer 1986. 1 2

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Para legitimar su estatus y consolidar su posición, los círculos de poder y privilegio contaban no solo con un catálogo de signos y símbolos, sino también con sus expresiones narrativas: Deshalb ist die höfische Literatur nicht nur Gegenstand der Repräsentation, sondern auch Medium der Repräsentation: Sie führt die verschiedensten Formen der Überhöhung des Alltags durch die repräsentativen Bauten, Feste, Gewänder, Schiffe, Pferde, Schmuck, Gestik, Mimik und Sprache zusammen zu einem Gesamtbild, das nicht nur ästhetischen Gefallen auslöst, sondern zurückwirkt auf die Standards höfischer Repräsentationskultur selbst6.

Así, desde un metanivel literario, las élites medievales tenían la oportunidad de reflexionar sobre su propia ʻrealidadʼ mientras usaban el vigor de la literatura (pero también de la historiografía) para reforzar la construcción y transmisión de aquella imagen social. Por otro lado, el Cantar de Mio Cid se analiza como un mundo construido que ontológicamente coincide con la ʻrealidadʼ castellana en torno a 1200, pero que es el resultado de las interacciones entre la materia heroica preexistente y los impulsos formativos coetáneos. De acuerdo con los trabajos de Goodman, Doležel, Pavel y Ryan, en vez de hablar de meras copias, el Cantar se interpreta como un ʻmundo posibleʼ que recoge la energía de su contexto —tanto del histórico-político como del sociocultural—, pero que no queda absorbido por el mismo. En dichas interrelaciones dinámicas, la confirmación de la tradición anterior no es el objetivo primordial: los contenidos de la materia cidiana y sus modos de representación fueron recogidos, revisados y actualizados en forma de cantar de gesta. La elección de este género literario, intrínsecamente relacionado con el discurso historiográfico, facilitó la legitimación del mundo épico que contenía su propia ʻveracidadʼ. Al incorporar algunas de las temáticas de su contexto, el Cantar ofreció ʻsolucionesʼ propias, tanto con respecto a las prácticas sociopolíticas y los discursos propagados como en relación con sus exploraciones literarias. Por consiguiente, al presentar y cuestionar las normas, posibilidades y limitaciones de aquella época, el Cantar de Mio Cid, por medio de sus ʻverdadesʼ, poseía el potencial de participar en la (trans)formación de aquel mundo de la vida (al. Lebenswelt, ingl. life-world) en torno a 1200. El concepto de nobilis suponía la distinción social basada tanto en el nacimiento y estirpe como en las virtudes y méritos de una persona. Inicialmente relacionado con los privilegios concedidos por los romanos, este concepto moldeó profundamente la sociedad medieval, y en la Plena Edad Media fue 6



Wenzel 1990: 197. v. t. Kaeuper 1999: 22.

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amplificado por el código de caballería7. A pesar de que con el paso del tiempo abarcó nociones distintas, la nobleza medieval siempre insistió en su distancia estamental del estrato inferior y tendió a formar una ʻsociedad dentro de la sociedadʼ. En este sentido, además de esa diferenciación estratificada, cabe recordar su carácter segmentario: Das europäische Mittelalter bietet im großen und ganzen das Bild einer stratifizierten, auf Rangunterschiede aufgebauten Gesellschaft. Zugleich war jedoch in hohem Maße — und besonders dort, wo der Adel auf dem Lande lebte — eine segmentäre Differenzierung nach Familien, Häusern, Herrschafts- und Klientelverhältnissen des Adels erhalten geblieben8.

Aquí es preciso mencionar que seguimos la distinción conceptual entre ʻaristocraciaʼ y ʻnoblezaʼ9 basada en el espacio jurídico paulatinamente otorgado a estos laicos. En la sociedad medieval, la extrema inestabilidad se acompaña de la necesidad estructural de ʻvisibilidadʼ10, manifestada en dos fenómenos: la personificación del poder —con individuos como portadores de sus funciones11— y el carácter demostrativo-ritual de las interacciones sociales12. Como su mínimo denominador común, el cuerpo humano es conceptualizado, a la vez, como el medio y la fuente del significado, necesario para la observación y la ʻlecturaʼ del otro, mientras que la interacción social contribuye a la construcción de la autoimagen13. Con el cuerpo como punto de partida para (auto)imágenes e interacciones sociales, no debe sorprender la atención que se le otorgaba en las reuniones de las élites, que tenían que (de)mostrar su estatus y sus lazos de un modo eficaz. 7



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v. Keen 1984; Jaeger 1985; Bumke 1986; Flori 1998; Fleckenstein 2002; Kaeuper 2016; Crouch 2006; Velasco 2006. Luhmann 1993: 165; v.t. Luhmann 1997: 613, 634, 655-659. v. Martínez Sopena 2008 y 2018b: 20; Pascua Echegaray 2017: 176-182. Luhmann 1997: 688-689; v. Wenzel 1980: 343-344 y 2005: 16; Thum 1990: 75-77. Fichtenau 1984: 4. v. Althoff 1997a, 1997b, 2001 y 2013a. “Wie wird der Körper zum Pilgerkörper? Der alltagsweltliche Körper der Vorzugsrealität des profanen Raums wird als Quelle und Träger von Sinn für eine andere, ʻhöhereʼ, sakralisierte Realität konditioniert. […] Die Körper haben für den Weg und auf dem Weg, der ihnen im Rahmen ritueller Ortsveränderung aufgegeben ist, Sakralisierungsleistungen zu erbringen”. Sobre la semantización del cuerpo en el contexto del peregrinaje de Santiago de Compostela, v. Hassauer 1993, en especial 60-79, 129-139, aquí 131. Para la metáfora de la lectura del cuerpo, v. Jaeger 1994: 10-11; Wenzel 1995: 339; Müller 2010c: 258; v.t. Schütz y Luckmann, 1973: 264-271; Berger y Luckmann 1967: 21-31, 132.

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Como es bien sabido, esa corporalidad de la comunicación medieval yace en la antropología de la Antigüedad: […] lʼhomme y est défini comme lʼassociation dʼun corps et dʼune âme, et cette association est le principe anthropomorphe dʼune conception générale de lʼordre social et du monde, tout entière fondée sur la dialectique de lʼintérieur et de lʼextérieur. Dans le corps de lʼhomme et le spectacle de la société, les gestes, à leur mesure, figurent cette dialectique ou mieux encore lʼincarnent. Ils dévoilent au dehors les secrets mouvements de lʼâme, cachée à lʼintérieur de la personne14.

Siguiendo el pensamiento aristotélico, el campo medieval de la filosofía natural tematizaba los sentidos internos y los procesos cognitivos, basados en el carácter expresivo de las recepciones sensoriales. Desde la Antigüedad, el campo semántico amplio del concepto praesens, praesentia se refería tanto al acto de ʻhacer presenteʼ por medio de signos y símbolos como a la capacidad humana de producir imágenes mentales15. Estas nociones, además de formar parte de los manuales retóricos, tratados filosóficos o textos sobre la fisiognomía, también aparecen en obras literarias, inclusive el Cantar de Mio Cid. Para que el proceso dialéctico entre la expresión, es decir, la percepción sensorial, y la imaginación mental funcionara, era imprescindible compartir las redes semióticas y conceptuales: All of these communicated and immediate experiences as included in a certain unity having the form of my stock of knowledge, which serves me as a reference schema for the actual step of my explication of the world16.

De este modo, los saberes y experiencias individuales que han sido externalizados y objetivados por medio de la lengua, gestos u otro sistema de signos, forman parte del vigente “acervo de conocimiento” (al. Wissensvorrat, ingl. stock of knowledge). Dichos elementos, entonces, se imponen y aceptan en el proceso de socialización con el propósito de ser internalizados como ʻobjetivosʼ, es decir, ʻrealesʼ17. Sin embargo, es importante recordar que, aunque los conocimientos del acervo pueden ser altamente diferenciados, no se trata de un sistema fijo, sino más bien de un conjunto pragmático que, susceptible a los cambios, permite incoherencias o incluso contradicciones.

Schmitt, La raison, 1990: 18. v. Scheerer 2003, en especial 104-108. 16 Schütz y Luckmann 1973: 7, 135-182; v.t. Berger y Luckmann 1967: 53-128. 17 Sobre el proceso dialéctico de externalización, objetivación e internalización, v. Schütz y Luckmann 1973: 264-295; Berger y Luckmann 1967: 53-79, 129-173. 14 15

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1. Introducción

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Hablando de la socialización en el contexto medieval, la corte era el núcleo centrípeto más elaborado y el más prestigioso. Regias o señoriales, las cortes solían reunir al séquito habitual con los individuos influyentes para tratar asuntos de diferente índole. Por esta razón, en vez de palacios, como espacios fijados, los elementos constituyentes de la corte eran las personas entrelazadas y vinculadas de modos más distintos (al. Personenverband)18. Dado que las cortes eran itinerantes en el Pleno Medioevo, cada interacción entre los reunidos era una oportunidad extraordinaria de reforzar alianzas, perjudicar posiciones, crear nuevas enemistades o incluso perder el favor real. Aquellas fuerzas centrípetas no significaban solo el crecimiento de la corte y la diferenciación de servicios y deberes delegados en terceros, sino también un refinamiento de sus miembros, el fenómeno conocido como “acortesanamiento” o la “curialización” (al. Verhöflichung19). Este modelo antropológico, desde el punto de vista socioconstructivista, significaba una amplificación del acervo de conocimiento general. Los modos adicionales de expresión y representación se compartían entre los privilegiados y las redes simbólicas, cada vez más elaboradas, se usaban para acentuar la exclusividad de sus miembros. Ese imperativo de comunicar e interactuar de un modo preciso y claro en aquel orden simbólico provenía del deseo de superar tanto las estructuras precarias como la polisemia del cuerpo y otros signos usados. Por estas razones, es oportuno remitir a la bien conocida tríada del signo de Peirce: I define a sign as anything which is so determined by something else, called its Object, and so determines an effect upon a person, which effect I call its Interpretant, that the later is thereby mediately determined by the former20.

Esta conceptualización de la semiosis como una forma de comunicación no cuenta con significados y significantes fijos, sino que cada signo o representación requiere interpretación. En el contexto epistemológico, Freudenberger21 usó la estructura peirceana para clasificar el mundo y sus elementos como obje-

“Eben deshalb ist es wichtig, Höfe als Personenverbände zu sehen, die zwar zunächst an weltliche oder geistliche Fürsten gebunden, aber an sich instabil und (auch deshalb) dynamisch sind, Systeme, die sich räumlich und personell verändern — Orte der Verdichtung der Kommunikation, des kulturellen Austauschs, der Ausstrahlung und der Orientierung” (Schreiner 1986: 68-69. s.v. “cort” en: Corpus del Nuevo Diccionario Histórico del Español 2013; s.v. “cort” en Alonso Pedraz 1986: 797). 19 v. Elias 1998, en especial 364; v.t. Keen 1984; Jaeger 1985. 20 Peirce 1998: 478. 21 v. Freudenberger 2003, en especial 81-87. 18

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tos, las frases y enunciados como representamen y los esquemas conceptuales como interpretante. Si aplicamos el modelo peirceano al Cantar, dicha obra, como un mundo literario-semiótico de principios del siglo xiii, es el representamen de la nobleza vinculada a la corte de Alfonso VIII (1158-1214). Eso significa que las élites al filo de 1200 eran a la vez sus remitentes, destinatarios e interpretantes, por lo que su contextualización multidimensional es imprescindible para acercarse a aquel acervo de conocimiento. Este, constituido por los conceptos, materias, discursos y prácticas institucionalizadas, era inevitablemente heterogéneo y sus elementos entraban en contacto, reaccionando entre sí, e iban desde la asimilación paulatina hasta la negación y la eliminación. Basándose en los postulados de Geertz sobre la cultura como “webs of significance”22 hiladas por el hombre mismo, Greenblatt introdujo el concepto de social energy para marcar la permeabilidad de la literatura, de la cual provenía su poder estético: We identify energia only indirectly: it is manifested in the capacity of certain verbal, aural, and visual traces to produce, shape, and organize collective physical and mental experiences. Hence it is associated with repeatable forms of pleasure and interest, with the capacity to arouse disquiet, pain, fear, the beating of the heart, pity, laughter, tension, relief, wonder23.

Siguiendo a Greenblatt y su definición de la cultura como “network of negotiations”24, a lo largo de este libro se acentuará el carácter polifónico de las fuerzas formativas que afectaban a la nobleza en Castilla en torno a 1200, por un lado, y de la producción sociocultural que tematizaba y problematizaba ese mundo de la vida, por el otro. En el ejemplo del Cantar será posible ver cómo el contexto histórico-político y sus representaciones narrativas a veces se ajustaban en armonía, mientras que en otros aspectos se distanciaban por completo. Además, al tratar la cuestión de representabilidad semiótica, las imágenes literarias del Cantar de Mio Cid permitirán reflexionar sobre las capacidades cognitivo-imaginativas de aquella sociedad privilegiada.

“The concept of culture I espouse, and whose utility the essay below attempts to demonstrate, is essentially a semiotic one. Believing, with Max Weber, that man is an animal suspended in webs of significance he himself has spun, I take culture to be these webs, and the analysis of it to be therefore not an experimental science in search of law, but an interpretative one in search of meaning” (Geertz 1973: 5). 23 Greenblatt 1988: 6. 24 Greenblatt 1990: 229. 22

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El marco conceptual de este estudio ha sido cuidadosamente seleccionado y funcionalmente adaptado a la época analizada. El objetivo de tal procedimiento es acercarse a la obra épica desde varias perspectivas y destacar sus particularidades diegéticas, no solo dentro del contexto castellano sino también con respecto al campo discursivo-literario coetáneo en Europa. Dicho procedimiento, en sí no innovador, hace pensar en las advertencias y conclusiones de Molho, Hernández, Catalán, Martin y, más recientemente, Montaner, que realzó “la lectura sociohistóricamente contextualizada” con el objetivo de “[…] entender, en la medida de lo posible, por qué una obra es como es y las implicaciones que ello reviste”25. Siguiendo sus líneas de pensamiento, nuestra insistencia en ʻenergíasʼ, ʻimpulsosʼ y ʻnegociacionesʼ ayuda a enfatizar el dinamismo y la polifonía miocidiana, alejándose así del ʻpesoʼ de influencias directas, que implican cierta limitación compositiva. Últimamente, es necesario subrayar que el uso del ʻCantarʼ —frente al ʻPoemaʼ— no viene de una alineación implícita con el polo juglaresco en el antiguo debate entre los (neo)tradicionalistas e individualistas, sino del simple hecho de que la palabra ʻpoemaʼ no formaba parte del vocabulario castellano en el siglo xiii. A lo largo del libro se insistirá en una sensibilización sobre las obras narrativas en vernáculo hacia 1200, por lo que, si bien apoyándonos a menudo en el aparato seminal de la edición de Montaner (2011), para las citas usaremos la edición más conservadora de Bayo y Michael (2008). En cuanto a la estructura del libro, en el capítulo II el Cantar y su diégesis se abordan desde tres perspectivas: como parte y fuente de la memoria cultural (2.1); en relación con las particularidades de la comunicación literaria en la cultura semioral (2.2) y como mundo posible, moldeado según los impulsos de su contexto (2.3). A lo largo del capítulo III se analiza la conceptualización del parentesco en Castilla en torno a 1200 —los lazos sanguíneos (3.1), el matrimonio y el cognatismo (3.2)—, así como su tratamiento épico, sin olvidar el ʻlegadoʼ de la materia cidiana copresente. En el capítulo IV, después de revisar la constelación nobiliaria en la corte de Alfonso VI (4.1), el foco está en el reinado de Alfonso VIII y Leonor Plantagenet (4.2) y la figura del Cid en el entorno cortesano (4.3, desde la documentación y materia cidiana hasta la lectura detenida de los versos del Cantar). Dedicado a las dinámicas regio-nobiliarias e intranobiliarias en la obra, el capítulo V se centra en los aspectos sensoriales-cognitivos y su importancia en la comunicación no verbal (las interacciones con el rey en 5.1, con otros nobles en 5.2 y desde el punto de vista de los infantes de Carrión en 5.3). El capítulo VI incluye los discursos más influyentes de la época —la cortesía, Montaner 2010: 196 y 210, respectivamente. v. Catalán 2002: 124 (remitiendo a Molho 1977: 245); Hernández 1988: 237-239; Martin 1993a.

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la caballería y el ʻamor ennoblecedorʼ (6.1)— y compara sus manifestaciones literarias con los impulsos absorbidos por la diégesis del Cantar (6.2). Finalmente, cabe mencionar que el análisis central se limita a las décadas finales del reinado de Alfonso VIII (1158-1214). Estos límites temporales se desbordan para incluir la época del Cid histórico y, de forma muy reducida, el proyecto historiográfico alfonsí y post-alfonsí. La razón de rebasar el marco propuesto reside en la necesidad de destacar, por un lado, las continuidades documentales o memorísticas, y por el otro, la singularidad multifacética del Cantar de Mio Cid.

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En cuanto a la influencia de los medios sobre el contenido transmitido, los teóricos han ido desde el empleo de la metáfora container (en el sentido de ʻsoporte vacío o neutroʼ) hasta insistir en su efecto determinante, como en la famosa formulación de McLuhan: “The medium is the message”1. Para nuestros propósitos, se prefiere una posición intermedia que interpreta los medios como marcos, o aún mejor, como ʻhuellasʼ: “Das Medium ist nicht einfach die Botschaft; vielmehr bewahrt sich an der Botschaft die Spur des Mediums”2. Siguiendo esta línea argumentativa, el medio de cantar de gesta afectó al proceso compositivo del Cantar a varios niveles, pero también facilitó la legitimación de sus verdades y, por lo tanto, su transmisión posterior. La representación del pasado es inseparable del proceso de autocontemplación y autorreflexión de una sociedad. La internalización de los conocimientos sobre el pasado se refleja en la etimología de las palabras memoria, recordare, remember y erinnern, todas relacionadas con la mente y el mundo interior. Dado que la sociedad miocidiana sabía que “humana labilis est memoria”3, era, en el sentido foucaultiano, una société de discours, encargada (por sí misma) de producir, guardar y transmitir saberes y discursos que consolidaran su orden y su mundo de la vida. Esa relativización de la ʻverdadʼ a nivel social, es decir, la selección de conocimientos y la construcción de imágenes, de acuerdo con los intereses ac-

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“This fact merely underlines the point that ʻthe medium is the messageʼ because it is the medium that shapes and controls the scale and form of human association and action. Indeed, it is only too typical that the ʻcontentʼ of any medium blinds us to the character of the medium”. McLuhan 1965: 9. Krämer 1998: 81. Las cursivas son suyas. El prólogo de prosa del Fuero de Cuenca, en Arizaleta 2010, Annexes, §72. v.t. Goody y Watt 1963: 307-311; Goody 1986; Schütz y Luckmann 1973: 190-229; Assmann 1988: 13-16.

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tuales se practicaba, sobre todo, en la historiografía y la documentación4. Así, la cancillería de Alfonso VIII fue evolucionando con respecto a los elementos gráficos5, pero la letra escrita dominaba el campo. Eso significa que la imagen deseada tenía que ʻtraducirseʼ al medio textual: The structuring of events according to a certain design of beginning, end, and conventional trajectory connecting them is, it should be stressed, by no means innocent. It does not take things as they come6.

De esta manera, con la narrativización afectándonos a diario7, no se puede poner demasiado énfasis en la importancia del storytelling, sea en la construcción de la realidad, sea en la composición literaria. 2.1. El Cantar de Mio Cid en la memoria cultural medieval A pesar de algunas diferencias —sobre todo en su relación con la historia—, todos los conceptos de la memoria —la mémoire collective (Halbwachs), lieux de mémoire (Nora) o collected y collective memory (Olick)— subrayan su carácter constructivista. Los testimonios múltiples, o incluso contradictorios, confirman la primacía del criterio de relevancia o actualidad y plantean, a la vez, la cuestión de la verificabilidad, sobre todo cuando los discursos divergentes intentan desacreditarse entre sí. A nivel individual, la figura del Cid fue celebrada por las personas que usaron sus apelativos y otros elementos cidianos para realzar o fabricar un vínculo con el héroe8. A nivel social, su fama y su memoria inicial, de carácter difuso, se fueron estructurando en obras literarias e historiográficas de acuerdo con el concepto de “memoria cultural” de Assmann:

“Para cada reino estudiado, la memoria imperial está a veces creada, otras negada, destruida, o reconstruida. En definitiva, revela menos lo que fue el imperio hispánico medieval, que lo que los reyes coetáneos quisieron expresar sobre su propio poder”. Sirantoine 2010: 247. v.t. Althoff 2003b; Assmann 2013. 5 Como observó Pérez Monzón (2002: 22), los únicos testimonios reales gráficos de la época de Alfonso VIII son las monedas y los sellos con el rey caballero en el anverso. v. Ostor Salceado 1994; Sánchez González 2012. 6 Miller 1995: 71. 7 “[…] we organize our experience and our memory of human happenings mainly in the form of narrative”. Bruner 1991: 4. 8 v. Beceiro Pita 1990b. 4

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tuales se practicaba, sobre todo, en la historiografía y la documentación4. Así, la cancillería de Alfonso VIII fue evolucionando con respecto a los elementos gráficos5, pero la letra escrita dominaba el campo. Eso significa que la imagen deseada tenía que ʻtraducirseʼ al medio textual: The structuring of events according to a certain design of beginning, end, and conventional trajectory connecting them is, it should be stressed, by no means innocent. It does not take things as they come6.

De esta manera, con la narrativización afectándonos a diario7, no se puede poner demasiado énfasis en la importancia del storytelling, sea en la construcción de la realidad, sea en la composición literaria. 2.1. El Cantar de Mio Cid en la memoria cultural medieval A pesar de algunas diferencias —sobre todo en su relación con la historia—, todos los conceptos de la memoria —la mémoire collective (Halbwachs), lieux de mémoire (Nora) o collected y collective memory (Olick)— subrayan su carácter constructivista. Los testimonios múltiples, o incluso contradictorios, confirman la primacía del criterio de relevancia o actualidad y plantean, a la vez, la cuestión de la verificabilidad, sobre todo cuando los discursos divergentes intentan desacreditarse entre sí. A nivel individual, la figura del Cid fue celebrada por las personas que usaron sus apelativos y otros elementos cidianos para realzar o fabricar un vínculo con el héroe8. A nivel social, su fama y su memoria inicial, de carácter difuso, se fueron estructurando en obras literarias e historiográficas de acuerdo con el concepto de “memoria cultural” de Assmann:

“Para cada reino estudiado, la memoria imperial está a veces creada, otras negada, destruida, o reconstruida. En definitiva, revela menos lo que fue el imperio hispánico medieval, que lo que los reyes coetáneos quisieron expresar sobre su propio poder”. Sirantoine 2010: 247. v.t. Althoff 2003b; Assmann 2013. 5 Como observó Pérez Monzón (2002: 22), los únicos testimonios reales gráficos de la época de Alfonso VIII son las monedas y los sellos con el rey caballero en el anverso. v. Ostor Salceado 1994; Sánchez González 2012. 6 Miller 1995: 71. 7 “[…] we organize our experience and our memory of human happenings mainly in the form of narrative”. Bruner 1991: 4. 8 v. Beceiro Pita 1990b. 4

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Unter dem Begriff des kulturellen Gedächtnisses fassen wir den jeder Gesellschaft und jeder Epoche eigentümlichen Bestand an Wiedergebrauchs-Texten, -Bildern, und -Riten zusammen, in deren “Pflege” sie ihr Selbstbild stabilisiert und vermittelt, ein kollektiv geteiltes Wissen vorzugsweise (aber nicht ausschließlich) über die Vergangenheit, auf das eine Gruppe ihr Bewußtsein von Einheit und Eigenart stützt9.

En cuanto a las características de la memoria cultural, Assmann destaca la referencialidad a la identidad del grupo, la forma mediática y el nivel más alto de organización (lo que implica la institucionalización y especificación de soportes), pero sobre todo la necesidad de relacionarse con y reflexionar sobre la autoimagen del grupo desde dos perspectivas: la ʻformatividadʼ (con su función educativa y civilizadora) y la ʻnormatividadʼ (ofreciendo normas de conducta). De este modo, el Cantar se lee como parte —y medio activo— de la memoria cultural, cuya autoridad diegética luego se ajustaba a las necesidades e imperativos de las problemáticas sociales posteriores. La formación del acervo cidiano del Cantar Las relaciones multifacéticas entre el Cantar y las obras anteriores o coetáneas a él han sido abundantemente discutidas10. Con el foco en la composición miocidiana, en adelante nos centraremos en el ʻacervo cidianoʼ, es decir, en los elementos de la materia conservada, que era heterogénea y que permitía incongruencias y contradicciones. Desde luego, la cuestión de la historicidad o ʻveracidadʼ histórica no se va a plantear: “Nur bedeutsame Vergangenheit wird erinnert, nur erinnerte Vergangenheit wird bedeutsam”11. Se trata de elementos, en sí inestables y moldeables, que se eligieron para ser transmitidos a través del mundo del Cantar, ya fuera explícita o detalladamente o bien en forma de alusión. Aunque reducido, el acervo del que disponemos hoy en día es más que representativo de la amplitud de su expresión. La tradición navarro-aragonesa se centró en Rodrigo como conquistador de Valencia, mientras que la historiograAssmann J. 1988: 13-16, aquí 15. Comparar con otra definición suya: “[...] die Tradition in uns, die über Generationen, in jahrhunderte-, ja teilweise jahrtausendelanger Wiederholung gehärteten Texte, Bilder und Riten, die unser Zeit- und Geschichtsbewußtsein, unser Selbst- und Weltbild prägen”. Assmann J. 2006: 70. v.t. Assmann A. 1995. 10 Dada la amplitud de este campo temático, la siguiente lista tiene un carácter orientativo y no pretende ser exhaustiva: Martin G. 1992: 46-110 y 1993b; Zaderenko 1998; Montaner Frutos y Escobar 2001: 13-120; Montaner 2012; Bautista 2009a y 2010a; Peña Pérez 2010; Luongo 2013;  Thieulin-Pardo 2013; Martín Ó. 2015; Michael 2015; Martin G. 2020. Algunos de los argumentos expuestos aquí fueron analizados en Blašković 2018. 11 Assmann J. 2013: 77. La cursiva es suya. 9



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fía árabe trató su gloria militar12, obviamente sin compartir el carácter cidófilo de las fuentes latinas y romances. El Poema de Almería o Prefatio de Almaria (en adelante PA), de mediados del siglo xii, es un himno en lengua latina que incluye una celebración de guerreros cristianos13. En él, Rodrigo Díaz, “Meo Cidi” (v. 233), es elogiado junto con Álvar Fáñez (vv. 236-238), además de la alusión a la fama o a la tradición oral que lo celebraba como invencible (v. 234). Vinculándolo con el espacio valenciano (v. 239), el poeta destaca las victorias del Cid tanto contra los moros como contra “comites […] nostros” (v. 235). Sin duda alguna, la Gesta Roderici Campidocti o Historia Roderici (en adelante HR) es la obra cuya relación con el Cantar ha sido una de las más exploradas. Escrita en latín, probablemente en torno a 1180-119014, se conserva en dos códices (sin contar la copia posterior de uno). Como concluyeron Montaner y Escobar, fue esta obra la que dio estructura a la tradición cidiana, además de formar parte del “boom literario sobre el héroe burgalés”15. La obra latina es llamativa en el contexto europeo también, teniendo en cuenta las pocas biografías no regias en los siglos xi y xii. La HR inicia su relato con los antecedentes de Rodrigo, como Laín Calvo del lado paternal y el conde Rodrigo Álvarez del lado maternal (§2), además de referirse a su crianza en la corte y sus servicios militares bajo Sancho II (§45). Tras la muerte de Sancho, Alfonso VI lo recibe con grandes honores y lo casa con su pariente Jimena (§6). El narrador, caracterizando a Rodrigo como invencible (§62, 74), subraya en dos ocasiones que el texto no abarca sus innumerables hazañas (§27, 74). A menudo se menciona la brutalidad de los asedios y combates (§8, 50, 59 unida a la dura hambruna en Valencia), el deseo de venganza (§39, 50) y estados de ira y cólera (§11, 45, 57). Destacado como buen estratega y consejero prudente (§12, 15), Rodrigo también sabe cómo animar a su mesnada (§66) y aceptar sus consejos (§42, 44). El narrador menciona varias veces las ganancias (oro, plata, armas, caballos, telas y otras riquezas), la sol v. Bautista 2017 (§25) y Viguera Molins 2000, respectivamente. Sobre el contexto histórico-cultural del poema, v. Barton 2006; para más información sobre la tradición heroica, v. Gil 2013. Todas las citas son de: “Prefatio de Almaria”, ed. por Juan Gil, 1990. 14 A pesar del consenso representado por Zaderenko (1998) y Montaner y Escobar (2001: 85-86), que fechan la obra en las últimas décadas del siglo xii, Bautista (2010a: 14) ha propuesto 1123. G. Martin (2020) propone que la redacción de la HR es posterior a la CN. Sobre el contexto político riojano, v. Martín Ó. 2015: 74-83. Para las citas usadas, v. Falque Rey, ed., 1990. 15 Montaner y Escobar 2001: 119. La cursiva es suya. Ó. Martín (2015: 59) también ve la obra como una sistematización de la tradición previa. 12 13

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dada y el reparto del botín (§28, 40, 61, 63, 66), pero, a diferencia del Rodrigo del Cantar, el de la HR pierde a caballeros tras los conflictos con el rey (§33, 45). Desde luego, la victoria más importante es su toma de Valencia (§53-62). El narrador escribe que los valencianos se someten a Rodrigo (§56), para luego romper el pacto porque cuentan con la ayuda de Yusuf, rey de los almorávides (§59). Cuando la hueste del ultramar no se atreve a atacarlo (§60), Rodrigo saquea la ciudad de Valencia con fuerza y se apropia de todo en ella (§61), a pesar de los intentos almorávides de recuperarla (§62). En cuanto al aspecto religioso, el protagonista es representado como una persona piadosa que reza a o cuenta con la ayuda de Dios (§62, 66, 68, 72). Asimismo, en Valencia construye una iglesia dedicada a la Virgen (§73) y, tras su muerte, su cuerpo es llevado a reposar en el monasterio de San Pedro de Cardeña (§77). En cuanto a la figura de Alfonso, es representado como un rey que lucha activamente contra los moros (§10, 20, 28, 44) y frecuentemente rodeado de los magnates en su corte (§11, 34, 39, 45). En varias ocasiones, la corte real manda cartas a sus vasallos para que lo ayuden contra los musulmanes (§32, 44), aunque el rey mismo a veces se alía o ayuda a los reyes moros (§8, 18, 29). La relación entre Rodrigo y Alfonso resulta bastante compleja y las oscilaciones van desde los grandes honores (§6, 25, 45) hasta la gran ira (§11, 34, 45). Es justo notar que el narrador no le echa la culpa al rey por los destierros de Rodrigo, sino que apunta a los cortesanos envidiosos como instigadores (§11, 34). Ellos lo acusan ante el rey de haber puesto sus vidas en peligro con la cabalgada por la zona toledana, por lo que, tras caer en ira regia, Rodrigo se va a Zaragoza (§12). Después del engaño que Alfonso sufre en Rueda (§18), Rodrigo vuelve a Castilla, donde obtiene como heredades castillos y tierras que todavía están por conquistar (§25-26). Luego, Alfonso pide su ayuda contra Yusuf en el asedio de la fortaleza de Aledo (§32), pero Rodrigo no llega a tiempo de ayudar al rey. Ese desencuentro lo utilizan los envidiosos curiales para acusar al Cid de traidor (§34), por lo que el rey le confisca todos los honores y manda encarcelar a su familia. Ni el mensajero enviado delante del rey ni los cuatro juramentos de Rodrigo sobre su lealtad hacen que el rey cambie de opinión (§35, aunque permite que su familia se vaya con él). En el último encuentro, el rey recibe a Rodrigo con honores, pero termina sintiendo inuidia y diciéndole palabras muy duras (§45). A partir de ese momento, Rodrigo y Alfonso no vuelven a aparecer juntos en la HR, aunque el narrador nos informa de que Alfonso no quiere participar en los ataques contra Rodrigo (§70) y, finalmente, ayuda a Jimena a salir de Valencia tras la muerte del héroe (§76). Con respecto a los adversarios no musulmanes, en la biografía latina se destacaron por su carácter agresivo las relaciones con el conde García Ordóñez y el conde Berenguer de Barcelona. En cuanto al conde castellano, la HR narra

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el combate en Cabra, donde García es hecho prisionero por el Cid (§7-8). Más tarde, tras el saqueo de sus tierras por Rodrigo y pese a contar con una mesnada enorme, García Ordóñez no se atreve a combatirlo. Además, para vengarse y deshonrar a su enemigo, Rodrigo devasta y arrasa las tierras del conde (§50). En cuanto al otro adversario cidiano, el conde de Barcelona, sus caminos se cruzan varias veces. Introducido como enemigo envidioso de Rodrigo (§12), termina siendo su cautivo durante cinco días en el castillo de Tamarite (§16). La siguiente vez, ambos acampan cerca de Valencia y los hombres del conde se burlan del Cid, aunque el magnate catalán le tiene miedo. Según la HR, la única razón por la que Rodrigo no lo ataca es porque se trata de un pariente de Alfonso (§30) que, a su vez, decide no ayudar al conde en su enfrentamiento contra Rodrigo (§37). Varios capítulos se dedican a las cartas cruzadas entre Rodrigo y el conde, que quiere vengarse por las injurias, las burlas de Rodrigo y las riquezas que le ha quitado, acusándolo además de confiar más en aves y agüeros que en Dios (§38)16. En su respuesta (§39), Rodrigo habla de las burlas hechas por el conde Berenguer (incluso ante el rey) y amenaza con hacer público el miedo del conde. En la batalla que sigue, aunque cae de su caballo y está herido, Rodrigo vence al magnate catalán y lo toma prisionero, junto con muchos de sus nobles (§40). Como el conde le ruega, al final Rodrigo lo deja ir bien abastecido, incluso renunciando al cobro del rescate (§41). Poco después, por la iniciativa del conde y pese a la resistencia inicial de Rodrigo, se hacen aliados (§42). Durante los avances de Rodrigo en el Levante, el conde intenta proteger sus propios intereses en Murviedro, pero al final termina huyendo tras oír que Rodrigo se está acercando (§70). En la representación del conde de Barcelona resultan interesantes la estructura de cautiverio-huida (§16, 30) repetida (§40, 70) y su profunda envidia y constante miedo (§12, 30, 39,70). En las cartas intercambiadas, el héroe enfatiza el contraste entre las palabras altaneras del conde y sus poco dignas acciones, comparándolo, a él y sus hombres, con sus mujeres (§38-39). El retrato negativo se confirma incluso a través de sus alianzas: mientras que la estancia de Rodrigo en Zaragoza es un ejemplo de buenas (y fructíferas) relaciones interreligiosas (§23-24), en el caso del conde de Barcelona se subraya solo el beneficio ma-

v. Bautista 2013. Como observó Martin (1992: 89-90), la Historia Roderici no insiste en una distinción entre Berenguer Ramón II, el Fratricida, y su sobrino Ramón Berenguer III (que fue el yerno histórico del Cid). Aunque la obra no se refiere al conde asesinado, Bautista (2010a: 6) propuso que la representación negativa cuadra con Ramón II, que sufrió una verdadera damnatio memoriae en su condado. Sobre la creencia en presagios, heredada de la Antigüedad, en el contexto épico, v. Gil 2013, y sobre la ornitomancia, también presente en el Cantar, v. Bayo y Michael 2008: º11-12; Montaner 2011: º11-14.

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terial (§37). Sin embargo, a lo largo de la narración se nota un cambio en la postura de Rodrigo. Así, tras el segundo cautiverio, renuncia al rescate, aunque el conde y los suyos están dispuestos a dejar a parientes como rehenes hasta que puedan pagar la cantidad acordada (§41). Finalmente, al enterarse de que el conde ha cercado su castillo de Oropesa, Rodrigo ni siquiera se molesta en mandar a sus caballeros para poner fin al cerco (§70). Pese a las tensiones magnaticias iniciales, como concluyó Martín17, esta obra ofrece cierta rehabilitación del conde, que al final acepta la superioridad militar de Rodrigo. La Historia Roderici se caracteriza por el acento sobre el poder de la fama (§38, 39, 57) y la gran inestabilidad de las categorías de ʻaliadoʼ y ʻenemigoʼ. Así, por ejemplo, Sancho de Aragón se introduce como adversario de Rodrigo (§12), para luego formar alianza con él (§48) y su hijo Pedro I (§64), con el cual Rodrigo resistirá los ataques de los moros (§65). También, al hacerse aliado de Al-Mutamin, Rodrigo saquea las tierras de al-Hayib, para luego firmar paces con él (§36). La inclusión de otros líderes, por supuesto, subraya el prestigio de Rodrigo, pero su servicio al moro entra en competencia con el discurso sobre la cristianización del héroe. En general, en la HR hay pocos personajes que no cambian su relación inicial con Rodrigo, como, por ejemplo, el adversario ultramarino Yusuf o el rival castellano García Ordóñez. Sin duda alguna, los altibajos constantes entre Alfonso y Rodrigo y el tópico de inuidia son muy llamativos y la obra no sugiere una reintegración del héroe a la corte castellana. Debido al carácter cidófilo, Alfonso y su corte están representados de modo negativo, pero la omisión del asesinato de Sancho II y los ʻsospechosos habitualesʼ indica que esta obra latina, en este aspecto, “[…] serviría para redondear una imagen adecentada del propio monarca […]”18. Si bien tras la conquista de Valencia, Alfonso y Rodrigo no se reúnen más, “[…] al final de la carrera militar del Cid parece haber un entendimiento entre rey y guerrero, aunque el Campeador se comporte como un señor independiente”19. El Carmen Campidoctoris, otro poema panegírico en latín (en adelante CC)20, se centra en la figura del Campeador, al que compara con los héroes antiguos (estrofas I-II, XXXII), y destaca que no es posible incluir todas sus victo 19 20 17 18

Martín 2015: 129. Martín 2015: 96. v.t. Martín 2005. Martín 2003: 270. v.t. West 1977; Lacarra 1980: 22. La datación de esta obra sigue siendo una cuestión abierta. Mientras que Martin (2010a) postuló su coetaneidad con el Rodrigo Díaz histórico y la toma de Valencia (y recientemente, también, una autoría francesa: v. Martin 2018a), Montaner y Escobar (2001: 134135, v.t. Montaner 2010) han optado por su posterioridad a la Historia Roderici. Todas las citas del Carmen Campidoctoris son de la edición de Montaner Frutos y Escobar (2001: 198-212).

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rias (I-III). Rodrigo, de linaje noble (VI), es un gran guerrero (VIII, XXII) que goza de mucha estima en la corte del rey Sancho (IX-X). Sin embargo, la envidia de los cortesanos de Alfonso (XII-XIV) despierta miedo en el rey y vuelve su amor en ira, lo que causa el destierro del noble (XV-XVII). Preocupado por su vida y reino, Alfonso envía al “comitem superbum” García (XX), que al final es capturado en Cabra (XXI). El único manuscrito en pergamino conservado fue raspado justo antes del pasaje que trata de la anteriormente anunciada victoria sobre el conde de Barcelona, que había asediado Almenar. Al mencionar el episodio como la tercera batalla condal, el conflicto se reduce al campo de batalla, sin prestar mucha atención a los intereses políticos del Campeador ni a los aliados de ambos lados (XXIII-XXV). Las últimas estrofas conservadas ofrecen una imagen “semiangelical”21 del Cid (su loriga en XXVII, la lanza en XXVIII, el escudo en XXIX, el yelmo en XXX y su caballo del ultramar en XXXI). En general, esta obra subraya la ejemplaridad del Cid y su inocencia antes y después del destierro. La corte de Alfonso sigue estando agobiada por la envidia y el rumor, sin olvidar que el CC alude a la súbita muerte de Sancho II (aunque no entra en pormenores). Como es bien sabido, esta obra en verso excluye el servicio del Campeador a los moros y el héroe aparece aislado, sin alianza alguna. A diferencia de él, el conde catalán (no nombrado) recibe el apoyo de los musulmanes (XXIV), aunque su retrato (comprimido) no es tan negativo como el de la HR. Otra obra historiográfica que contiene algunos elementos cidianos es la Crónica Najerense o Chronica Naierensis (en adelante CN). Conservada en dos manuscritos, que también incluyen la HR22, esta obra abarca la historia universal, los tiempos visigodos y los reyes posteriores hasta la muerte de Alfonso VI. Por medio de la libertad compilatoria que incorpora los motivos legendarios con el material cronístico, esta obra se dedica a la legitimación de la realeza castellana, sobre todo con respecto a Navarra, y a la castellanización, en la cual sobresalió el papel innovador de la mujer real23. Esas tendencias geopolíticas y esfuerzos legitimadores afectaron a la representación de la materia cidiana. Así, en el tercer libro, Rodrigo Campeador se menciona solamente en dos capítulos: se destaca su prudencia ante Sancho en v. Montaner y Escobar 2001: 276; Martín 2015: 152-156. Sobre los manuscritos, estructura, fuentes y una datación posterior a 1173, v. Estévez Sola, ed. 2003: 7-24 y 31-32; para más sobre la redacción alrededor de 1190, v. Peña Pérez 2010; Martin y Montaner 2009a; Martin 2020. Sobre la vinculación del autor al entorno cortesano, v. Reglero de la Fuente 2009. Sobre la relación con la Historia Roderici, v. Montaner y Escobar 2001: 93-100. Todas las citas son de la edición: “Chronica Naierensis”, ed. por Estévez Sola 1995. 23 v. Bautista 2000a y 2009b; Martin 2009b. 21 22

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vísperas de la batalla de Golpejera contra Alfonso (§15), además de su fortitudo, la lealtad a Sancho y el dolor por su muerte (§16)24. No obstante, a partir del capítulo 17, cuando Alfonso llega al trono, no se menciona a Rodrigo en ningún contexto. Episodios como el engaño de Rueda (§20), el asedio de Aledo (§21) o la misma toma de Valencia (§20) están todos recogidos para realzar la figura del rey. Además de esta exaltación militar, en parte a costa del Cid, el tratamiento de Alfonso como inocente y devoto aparece reforzado con la imagen bastante degradante de su hermano Sancho II (§15). La ausencia de cualquier relación de Rodrigo con Alfonso resulta llamativa, sobre todo porque la obra fue compuesta durante el boom cidiano. Este silenciamiento se ha relacionado con el legado ambiguo entre estos dos personajes, habitualmente contrastado con la armonía del Cid joven en la corte de Sancho. No obstante, el héroe no es el único personaje cuyo papel ha sido afectado por los intereses compositivos. Esta crónica, tan centrada en la reivindicación de Alfonso, dejó poco lugar para otros nobles de su reino. Así, al prominente conde García, con el sobrenombre de “Crispus”, se le dedican solo unas líneas: representado como vasallo destacado de Alfonso, aparece en la batalla de Uclés, donde muere junto con el hijo del rey (§22). El Linage de Rodric Diaz (en adelante Linage) es la breve genealogía y biografía del Cid escrita en romance antes de 1194, que se supone que pertenecía a una versión anterior del Libro de las generaciones y linajes de los reyes (o el mal llamado Liber regum)25. Como parte de las Corónicas, que abarcaban la historia universal, la visigoda y varios linajes regios, junto al linaje del Cid, este discurso cronístico-linajístico de Navarra es llamativo por sus tendencias legitimadoras (v. capítulo 3.1), pero, por el momento, bastará con centrarse en la trayectoria del Cid. El linaje, encabezado por el juez Laín Calvo, coincide en general con las generaciones representadas en la HR. La fama del Cid como el mejor caballero en el reinado de Sancho II se ejemplifica con varias batallas, su papel en el cerco de Zamora y en el episodio con Bellido Dolfos. No obstante, el Linage trata Sobre la figura de Sancho y la posible base épica, con un repaso bibliográfico, v. Bautista 2009a. A diferencia de la propuesta similar de Catalán (2000a: 140-149) sobre la base épica para el relato, Montaner y Escobar (2001: 94) apuntan a las leyendas como posibles influencias. 25 Sobre la datación del Linage entre 1185 y 1194, v. Montaner y Escobar 2001: 15 y Martin 2020. Todas las referencias son del manuscrito º106 de la Catedral de Pamplona, citado por Martin 1992: 32-33, 48-65. La edición Corónicas de Ubieto Arteta (1964: 30-35), que combinó dos versiones del siglo xiv, fue rechazada por Martin, pero en los aspectos tratados aquí concuerda con las citas ofrecidas por aquel. 24

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muy brevemente el vasallaje del Cid bajo Alfonso. Una vez muerto Sancho, se mencionan la batalla de Rodrigo y la muerte dada a un navarro “por su seynnor el Rey don alfonso” (en la HR, §5, relacionada con Sancho), para pasar al destierro injusto, sin hablar explícitamente ni de las razones ni de los cortesanos. “Mesturado con el rey” y exiliado, el héroe se relaciona con “grandes trauajos & grandes auenturas”, de los cuales se destacan la batalla con el conde de Barcelona (situada en Tévar) y la toma de Valencia. El conde catalán (no nombrado) sale de la batalla derrotado, pero debido a la “grant bondat” del Cid es liberado junto con sus hombres. Con respecto a Valencia, a pesar de las fuerzas reunidas desde ambos lados del mar, el Cid la cerca y consigue conquistarla. A diferencia de lo que figura en la HR, la muerte del Cid se sitúa en el mes de mayo de 1132 (=1094), y esta vez son sus caballeros los que llevan su cuerpo al monasterio de San Pedro de Cardeña. Teniendo en cuenta las tendencias legitimadoras de la realeza navarra en el relato, no sorprende el acento puesto en la descendencia del protagonista. Con respecto a su mujer, Jimena, su linaje se exalta en un doble sentido: como hija del conde asturiano y como pariente del rey Alfonso26. A diferencia de los hijos genéricos de la HR, el Linage menciona a Diego Ruiz como hijo que muere en la batalla de Consuegra y a dos hijas, María y Cristina, que se casan con el conde de Barcelona y el infante Ramiro, respectivamente. El relato concluye con el hecho de que Cristina y Ramiro son los padres de García Ramírez, que a su vez es el padre del rey Sancho de Navarra. Finalmente, dentro del corpus historiográfico, cabe mencionar el Libro de las generaciones y linajes de los reyes. Como la más antigua historiografía conservada en una lengua romance, datada al filo de 1200, se conserva en un único manuscrito, el Códice villarense, considerado hoy en día defectuoso27. En dos folios del códice (º33r y º34v) aparecen las breves referencias al Cid: como su ancestro se menciona al juez Laín Calvo y, a través de la unión de Cristina con el infante Ramiro, al nieto García Ramírez, seguido de su hijo, el rey Sancho de Navarra. El carácter altamente selectivo del manuscrito es evidente no solo en la ausencia del héroe en los episodios sobre la rivalidad entre Sancho y Alfonso, sino también en la ausencia del matrimonio de María con el conde de Barcelona, irrelevante para la memoria linajística de Navarra. Sobre la traducción de nieta como ‘sobrina’, v. Martin 1992: 168, º162. Como notó Calderón Medina (2011a: 49), el término nepos se usaba para nietos en los sistemas patrilineales y para sobrinos en los matrilineales. 27 Seguimos la argumentación de Martin (2010c) sobre la preferencia del título en romance. Todas las referencias son de la edición del Libro de las generaciones y linajes de los reyes = “Cronicón villarense (Liber regum)”, ed. por Manuel Serrano y Sanz en 1919. 26

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2. La contextualización literario-mediática del Cantar de Mio Cid Tabla 2.1 Elementos del acervo cidiano en obras anteriores y coetáneas al Cantar Elemento/ obra Linaje/ parentela

Fama

La relación con el rey Alfonso

PA

HR

CC

X

Noble (Laín Calvo y Rodrigo Álvarez)

Noble

Invencible + incontables victorias

Gran guerrero + incontables victorias

Relación conflictiva, varios encuentros, envidia del rey

Del amor a la ira regia

Nunca vencido

X

Cortesanos envidiosos → ira del rey → el destierro, Rodrigo se va a Zaragoza El destierro

El conde García Ordóñez

X

(Conflictos con condes no nombrados)

El conde de Barcelona

Cortesanos envidiosos → ira del rey → confiscación de bienes + prisión de la familia

Envidia de los cortesanos ↓ miedo e ira del rey

Combate, cautivo en Cabra, saqueo de sus tierras por Rodrigo

El conde enviado por Alfonso y capturado en Cabra

Enemigo envidioso, cautivo dos veces (el rescate perdonado la segunda vez)

La toma de Valencia

Alusión (Valencia triste por su muerte)

El saqueo y la lucha contra la hueste almorávide que trae victoria

Muerte

Alusión (Valencia triste)

Muerte en julio, su cuerpo en Cardeña

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La tercera victoria de Rodrigo

CN

X

Gran guerrero (alabado por Sancho) X

X

(No se menciona la rivalidad)

X

X

Atribuida a Alfonso

X

X

Linage Noble (juez Laín Calvo y Ruy Díaz Álvarez) El mejor caballero de Sancho Un combate contra el navarro Sin mencionar las causas, un destierro injusto → muchas aventuras en el destierro X

El combate en Tévar: el conde liberado y el rescate perdonado El cerco y la toma, tras muchas batallas Muerte en mayo, su cuerpo en Cardeña

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Como se puede ver en la tabla 2.1, la formación del acervo cidiano fue un proceso paulatino, pero de ningún modo unilineal, puesto que los tratamientos arriba resumidos reflejan el carácter situacional de cada composición. La misma tabla recoge los elementos del acervo que también forman parte del Cantar. Este tipo de representación ilustra eficazmente cuáles eran los elementos más flexibles y qué componentes no fueron alterados en la composición del mundo épico. Si bien los reyes europeos iban buscando modos de consolidarse, sirviéndose de la memoria cultural para construir una imagen regia favorable, en el caso del Cid tanto Alfonso VIII de Castilla como Sancho VI (y Sancho VII) de Navarra eran sus descendientes. Si se deja de lado su fama de guerrero invencible, confirmada implícita o explícitamente en cada obra, se ve que los componentes más preponderantes en la formación del Cid épico fueron su experiencia exitosa en el destierro, los conflictos con el rey o los condes hispánicos y la toma de Valencia. Algunos de estos aspectos, como el aislamiento del héroe en el sentido parentelar, no se modificaron, mientras que otros, como la simplificación de redes de alianzas a favor del plano más personal, se fueron remodelando. De acuerdo con los intereses coetáneos, la independencia del Cid del reino castellano se celebraba en el entorno navarro, mientras que las obras riojanas se servían de estrategias diferentes para tratar dicho asunto. En definitiva, el mundo del Cantar respeta el marco de la materia cidiana copresente, pero ni la toma de Valencia ni el perdón real resultaron ser un final satisfactorio. Al ocuparse de un héroe ya formado, el Cantar dejó de lado el pasado célebre del Cid bajo Sancho y los conflictos con Alfonso para abrir otros capítulos. El destierro impuesto es su punto de partida, pero las acciones del Cid épico muestran que el regreso a Castilla no formaba parte de sus planes. El acento narrativo está puesto en su camino de señor valenciano que todavía se considera vasallo natural de Alfonso. De este modo, el Cid tiene nuevos desafíos y amenazas a los que enfrentarse: proteger su señorío recién conquistado de los enemigos exteriores y los desórdenes interiores, consolidarse como señor y, finalmente, asegurar la continuación generacional. La autoridad del Cantar de Mio Cid en la memoria cultural medieval De acuerdo con la función homeostática de la memoria, ciertos contenidos e imágenes podían consolidarse si su transmisión continuaba, es decir, si todavía eran vigentes para la sociedad. Los estudios detallados sobre las relaciones complejas entre las crónicas a partir del siglo xiii y la materia cidiana han confirmado que su contacto no era ni constante ni unidireccional. Por ejemplo, las obras latinas de Lucas de Tuy y Jiménez de Rada no parecen haber usado el

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Cantar para sus narraciones. En el Chronicon mundi proleonés (IV, 70)28, Lucas de Tuy menciona brevemente a Rodericus Didaci, miles strenuus, en relación con la prisión de Pedro de Aragón (en vez del conde de Barcelona) y la toma de Valencia. Además de incluir el relato de la Jura (IV, 68), el más antiguo conservado, el Tudense se refiere brevemente a la victoria del Cid ante el “barbarorum regem Buchar” (IV, 70). En cuanto a la obra De rebus Hispaniae, Rodericus Didaci Campiator se menciona en relación con el conflicto con Pedro de Aragón y Búcar (que al final huye) y como conquistador de Valencia (VI, 28). En el contexto valenciano también aparecen el obispo Jerónimo y el traslado del cuerpo del Cid a San Pedro de Cardeña (VI, 26-28). Aunque los investigadores29 no establecieron relación alguna entre estas historiografías y el Cantar de Mio Cid, ambos ejemplos son muy llamativos por la selección pragmática del acervo cidiano. En contraste con la historiografía fernandina, es bien sabido que las versiones alfonsíes y crónicas post-alfonsíes emprendieron el camino de la divulgación de la materia cidiana (y de otros cantares o materias épicas, que no se han conservado). El famoso proyecto de Alfonso X, la Estoria de España, llegó a nuestros días en múltiples versiones, crónicas y manuscritos, cuyas interrelaciones complejas no dejan de llamar la atención a los medievalistas. Según el consenso actual30, en vida de Alfonso el Sabio se escribieron la Versión primitiva (de la cual tenemos fuentes directas hasta el reinado de Vermudo III) y la Versión crítica, compuesta en 1282-1284. Actualmente representada por el manuscrito Ss. y los manuscritos de la Crónica de Veinte Reyes, la Versión crítica ajustó sus diversas fuentes al principio de ejemplaridad. Con el objetivo de fortalecer la figura del monarca (recuérdese la fase turbulenta de los últimos años de Alfonso X), su “Cuarta parte”31 relacionó al personaje del Cid con los reinados de Fernando I, Sancho II y Alfonso VI. En esta crónica, se alaba al Cid por ser un caballero invencible (cap. CCXCV) y consejero extraordinario (CCXXXVIII, CCXLIV). La obra alfonsí encabeza la ascendencia del Cid con el juez Laín Calvo y retoma las generaciones posteriores hasta concluir con el Todas las referencias son de Lucas de Tuy, Chronicon Mundi, ed. por Emma Falque Rey. Sobre el *Cantar de las particiones como fuente de la jura, v. Catalán 2000a: 80-82. 29 Powell 1983: 29-34 (incl. la existencia de una tradición independiente que narra el conflicto con el rey moro); Catalán 2000a: 65-91; Falque, ed. 2003: LXXVII-LXXVIII. 30 Los estudios (y ediciones) seminales de Menéndez Pidal y Catalán fueron continuados y elaborados por Fernández-Ordóñez (1999), Bautista (2018) y Campa Gutiérrez (2016), cuya terminología más reciente se usa a lo largo de este estudio. 31 Los capítulos CCXXXVII-CCCLV son de la edición de Campa Gutiérrez (2009: 417549). Sobre las fuentes de la Versión crítica, v. Campa Gutiérrez 2009: 164-197; v.t. Fernández-Ordóñez 2000. 28

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matrimonio entre Diego Laínez y la hija de don Rodrigo Álvarez de Asturias (CX, CCXLIII). La obra repite de modo reducido el modelo cognaticio e informa de que fue el rey Sancho quien casó al Cid con “doña Ximena su sobrina, fija que fue del conde don Diego de Asturias” (CCXLIV). En cuanto a la relación con el rey Alfonso, se menciona la jura que el Cid le toma (CCLXXIII), la batalla en la que el Cid se enfrenta a un navarro (CCLXXVII) y el destierro causado por la envidia de los ricos hombres (CCLXXIX). No obstante, aunque la Versión crítica recoge los altibajos —el destierro (CCLXXIX), el encuentro tras el engaño sufrido en Rueda (CCXCIV), la ayuda pedida para el Aledo sitiado y el desencuentro (CCCXX), la toma de las posesiones del Cid y la prisión de su familia (CCCXXI), otro conflicto iniciado por los consejeros del rey (CCCXXIV)—, el relato cronístico subraya la envidia de los cortesanos, distanciándose de una representación negativa del rey. En este contexto, cabe recordar que el hijo del Cid se menciona como muerto en combate, mientras que García Ordóñez y el conde de Barcelona mantienen sus papeles de enemigos.32 Mucho más llamativa es la presencia de episodios y elementos en la Versión crítica que se relacionan únicamente con el Cantar, como el topónimo de Vivar (CCXLII, CCLXXVIII), el engaño de los prestamistas, el cobijo de la familia en el monasterio de San Pedro de Cardeña (CCLXXX) y las batallas de Castejón, Alcocer o contra los moros Fáriz y Galve (CCLXXXII-CCLXXXIV). Aunque la obra incluye los capítulos dedicados a la estancia en Zaragoza, comparte otros episodios con el Cantar: las tres embajadas (de 30, 100 y 200 caballos, en CCLXXXV, CCCXXXVIII, CCCXLII, respectivamente), la reunión de la familia del Cid (CCCXL), la petición de los infantes de Carrión, el perdón real y las bodas de las hijas Elvira y Sol (CCCXLII-CCXLIV). Tras un capítulo sobre las conquistas del rey Alfonso, se narra el episodio del león suelto33, el combate contra Búcar (que allí murió) y el episodio de la afrenta (CCCXLVI-CCCXLVIII). Después de los capítulos situados en la corte de Toledo (CCCL-CCCLII), tienen lugar el triple duelo y las segundas bodas con los infantes de Navarra y Aragón (CCCLIV). El próximo —y el último capítulo sobre el Cid (CCCLV)— nos informa de su muerte y del traslado de su cuerpo a Cardeña.

El conde García Ordóñez aparece en el servicio de Fernando y Sancho (CCXXXVIII, CCXLVII, CCLXV), luego lucha contra el Cid en Cabra y acaba hecho prisionero por este (CCLXXVIII); finalmente, la obra menciona su muerte en combate, junto con el hijo del rey Alfonso (CCCLVI). Con respecto al conde de Barcelona, se narran varios conflictos con el Cid iniciados por la prisión del conde en Tévar (CCLXXXIX-CCXC, CCCXV-CCCXVIII, CCCXXII). Para la mención breve del hijo del Cid, v. cap. CCXCV. 33 Este capítulo CCCXLVI, así como el cap. CCCXLV sobre las conquistas de Alfonso, fueron omitidos en el manuscrito Ss. (v. Versión crítica, 2009: 537-538). 32

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En cuanto a la cercanía del Cantar y la Versión crítica, se considera que el taller alfonsí empleó un códice similar al de Vivar, pero sin lagunas causadas por los folios internos perdidos34. Desde luego, los intereses compositivos causaron modificaciones en la narración, como se nota, por ejemplo, en el desinterés general por las figuras femeninas o la abreviación de los elementos secundarios para realzar las figuras del rey y su vasallo35. Aun con los retoques y la adaptación de la épica al estilo historiográfico, desde el punto de vista narrativo, las diferencias entre el Cantar y la Versión crítica “[…] son menores que las observables entre dos manuscritos de un mismo cantar de gesta dentro del corpus románico y también entre las diversas copias de una misma crónica en la historiografía castellana”36. La Versión sanchina o Crónica de Sancho IV (también conocida como la Versión (retóricamente) amplificada de 1289) es la obra más antigua conservada del periodo post-alfonsí, representada por el manuscrito escurialense E2 (E2c y E2e)37. La obra, conocida por el carácter aún más transformador de las materias tratadas, alcanzó gran relevancia en el discurso cronístico posterior. Con respecto a la materia cidiana, la obra sanchina recoge el modelo genealógico arriba mencionado, encabezado por el juez Laín Calvo (sin el elemento endogámico con respecto al matrimonio entre Eylo y Nuño Laínez), y terminado con el Cid como hijo de Diego Laínez y la hija de Rodrigo Álvarez de Asturias (cap. 689). De los elementos compartidos con el Cantar, cabe mencionar a Álvar Fáñez como sobrino del Cid (cap. 830, que en un momento libera a Sancho II, su señor natural, v. cap. 834), el elemento locativo de Vivar (cap. 861), el cobijo de la familia en Cardeña, las batallas conocidas, los enemigos como Fáriz, Galve y el conde de Barcelona, los miembros de la mesnada (de acuerdo con los papeles épicos) y la embajada de treinta caballos enviada a Alfonso (caps. 863873). Algunas dimensiones son bastante resumidas, como la estancia familiar en el monasterio (cap. 863). Es difícil determinar hasta qué punto esta obra iba a incorporar los elementos del Cantar, puesto que la narración se interrumpe v. Hook 2005; Montaner 2011: 532-539; Bayo 2018: 184, º2; Bautista 2018: 423, º27 y 432 º49. 35 v. Powell 1983: 97-98; Rochwert-Zuili 1998: 188-193. 36 Bayo 2002: 31. Sobre la adaptación al estilo cronístico, v. Powell 1983: 72-74,88-106; Rochwert-Zuili 1998: 137-152. 37 Al no estar de acuerdo con la noción de amplificación retórica, Martin (1992: 330 y 1999: 458-462) propuso el título “Version sanchienne”, la tendencia confirmada con la denominación “Versión de Sancho IV” de Bautista (2003: 45-56 y 2018: 421-422). A su vez, Campa Gutiérrez (2016, º4) recomendó la denominación “Crónica de Sancho IV” por ser posterior a Alfonso X. Todas las referencias de la Versión sanchina son de la edición digital del ms. E2 de la Estoria de España de Ward 2016. 34

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durante el sitio de Aledo, creando así una laguna compilatoria que abarca el relato valenciano del Cid hasta su muerte. Dicha laguna fue rellenada por el relato conocido como “Interpolación cidiana”, presente no solo en los manuscritos E2d y F, sino también en las crónicas posteriores, aunque no de modo igual38. Siguiendo el manuscrito E2d (fols. 200r-256v, caps. 908-975), aunque similar a la diégesis épica, los desajustes narrativos indican el uso de fuentes diferentes. Así, son llamativas las amplificaciones entre la afrenta y la corte en Toledo, no solo en relación con los personajes adicionales como Ordoño —sobrino del Cid por ser hermano de Pedro Bermúdez— o el conde Suero González —el tío y tutor de los infantes—, sino también con el carácter violento de las interacciones en Toledo, basado en el escaño que el Cid regaló a Alfonso (en el Cantar, meramente aludido en el v. 3115). Según Catalán39, el relato de la “Interpolación” proviene de la fuente monástica que recogía el material legendario sobre el Cid, habitualmente denominado *Estoria (caradignense) del Cid o *Leyenda de Cardeña, probablemente divulgado por el monasterio de San Pedro de Cardeña para mejorar su situación económica. No obstante, es la tendencia de la “Interpolación” a racionalizar la incorruptibilidad del cuerpo del Cid y otros elementos inverosímiles del discurso hagiográfico lo que la hace más relacionable con los objetivos cronísticos. Aunque hay que reconocer la imposibilidad de separar dichos hilos discursivos, los estudios más recientes40 realzan el papel compositivo de los cronistas, sin descartar la influencia de los materiales cardeñenses (que podían ser conocidos por el taller de Alfonso X, pero al final no formaron parte de la Versión crítica). Finalmente, es necesario incluir dos crónicas, temporalmente cercanas a la Versión crítica, cuyos contenidos —los reinados de Fernando I a Fernan Sobre las lagunas, v. Fernández-Ordóñez 2008; Campa Gutiérrez 2009: 199-204; Hijano Villegas 2013: 144-167; Bautista 2018: 422-447. Como fuente de la “Interpolación cidiana” se usa la edición digital del ms. E2d de la Estoria de España de Ward. 39 Catalán 2000a: 260-277. Rochwert-Zuili (1998: 297-299) prefirió relacionar los desajustes con las refundaciones historiográficas que con una refundación del Cantar. v.t. Russell 1978b; Smith 1983: 71-72; Catalán 2000a: 255-259; Henriet 2002; Peña Pérez 2003; Zaderenko 2013: 72-76 (y 39-43 sobre la existencia de los textos cardenienses). 40 v. Hijano 2013: 150-160. Lacomba (2009: 69-76) interpretó la laguna cidiana en el E2 como interrupción voluntaria del taller, además de apostar por el modelo común del Cantar como fuente de la Versión crítica, la Crónica de Castilla y la “Interpolación” (2009: 83-85, siguiendo la línea argumentativa de Rochwert-Zuili 1998: 290-346). Asimismo, Lacomba (2009: 85-89) realzó el nivel de la reescritura y la armonización historiográficas, pero relacionó el conocimiento de la *Estoria de Cardeña solo con los cronistas de la Crónica de Castilla. En cambio, Bautista (2018: 432-441) propuso la existencia de los materiales de Cardeña alrededor de 1250 y designó el monasterio como posible lugar de proveniencia de los episodios que difieren del Cantar. v.t. Montaner 2011: 530-531. 38

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do III— confirman la primacía de la memoria castellana y amplían el acervo cidiano transmitido: la Crónica manuelina, resumida por Don Juan Manuel en la Crónica abreviada (ca. 1320-1325)41, y la Crónica de Castilla. En cuanto a la crónica de Don Juan Manuel, conviene destacar el personaje de Martín Peláez, un exemplum sobre el caballero cobarde, y la añadida respuesta del rey sobre el linaje del Cid tras las palabras de los infantes en Toledo. No obstante, mucho más llamativa es la Crónica de Castilla (ca. 1300), conocida por la elaboración e unificación del acervo cidiano, en parte basadas en la inclusión de los elementos de las Mocedades de Rodrigo42. Son precisamente los capítulos de esa crónica (I, xvi, 51-53 y I, xvii, 56-57) los que suelen usarse en las ediciones modernas, en vez de los versos iniciales perdidos del Cantar. Dejando de lado las fuentes y sus relaciones complejas, el acervo cidiano general abarcado por la Crónica de Castilla incluye: la juventud del Cid (I, ii, 6; I, iii, 18; I, vii, 25; I, xix, 90; I, xxi, 102; II, v, 17-19; II, x-xiv; II, xxii-xxv), su linaje (comprimido) con el alcalde Laín Calvo como su abuelo (I, ii, 7), la jura en Santa Gadea (II, i-vi), la envidia de los ricos hombres que causa la ira de Alfonso (III, xv), la muerte del hijo del Cid en combate (III, xlii), las prisiones del conde García en Cabra (II,  iv; III,  lxx,  256-257; III,  xiii) y del conde de Barcelona (III, xxxii-xxxiii), la toma de Valencia (III, cxxvi), además de los episodios legendarios, como la anunciación de muerte del Cid por San Pedro, la victoria póstuma sobre Búcar y otros elementos relacionados con Cardeña (III, ccvii, ccxiv, ccxix, respectivamente). En cuanto a los elementos compartidos con el mundo del Cantar, deben mencionarse: la procedencia del Cid de Vivar (I, ii, 6), el cobijo de su familia en Cardeña (II, xviii, 62), el episodio de arcas (III, xvi-xvii), los combates de Castejón, Alcocer o contra Fáriz y Galve (III, xx-xxvi), las tres embajadas (III, xxvii, cxl, cxlii, con 50, 200 y 300 caballos respectivamente), las bodas con los infantes de Carrión (III, clvi), la afrenta (III, clxvii), la corte con la lid judicial (III, clxxvi-cxcvi) y la celebración lujosa de las segundas bodas de Sol y Elvira con Sancho de Aragón y Ramiro de Navarra, este último padre de García Ramírez (III, cc-cci). Desde la perspectiva constructivista, la Crónica de Castilla es bastante llamativa en lo que se refiere a la parentela del Cid. Con las generaciones de los an Además de la Crónica abreviada, hay dos manuscritos tardíos, Br. y Ta. de la Crónica manuelina que no parecen tener una dependencia directa. Para más información sobre sus fuentes y el estema propuesto (inclusive en relación con la Crónica de Castilla), v. Hijano Villejas 2013: 152-154 y 2016; Bautista 2016 y 2018: 441-446, 461. 42 v. Catalán 2000a: 278-314 y 2002: 225-254; Rochwert-Zuili 2010. Para más información sobre “cuatro Cides” de las crónicas y un análisis de las fórmulas cronísticas, v. Gómez Redondo 2000. Todas las referencias de la Crónica de Castilla son de la edición de Rochwert-Zuili 2010.

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tepasados reducidas, el juez Laín Calvo se casa con la hija de Nuño Rasura, con la cual tiene cuatro hijos, el más joven de los cuales es Diego Laínez (I, ii, 7). Dicho emparentamiento entre los descendientes de dos jueces castellanos, que no forma parte ni de la Crónica manuelina43 ni de los relatos anteriores, realza el vínculo del Cid con la casa real, siempre representada como descendiente de Nuño Rasura. De hecho, esas tendencias dieron lugar a otras resemantizaciones, como la utilización de la muerte de Fernando I para contar la muerte del propio héroe: “Certes, la Crónica de Castilla accorde une large place à la chevalerie et notamment à Rodrigo. Cependant, l’émergence de ce groupe est légitimée précisément à travers l’imitation du modèle royal”44. Además de esos elementos, se deja bien claro —en dos ocasiones: una por parte del narrador y otra por el rey Alfonso (I, ii, 7; III, clxxxii, 679)— que Rodrigo no es el hijo que Diego Laínez tiene con una villana (nombrado Fernando), sino el que Diego tiene después con Teresa Núñez, hija del conde Álvarez. En cuanto a la parentela, Álvar Fáñez se fija como su primo (cormano, II, vi, 22; III, xvi, 52), mientras que Martín Antolínez (como hijo de Fernando, I, ii, 7; III, xvi, 53) y Ordoño Bermúdez (como hermano de Pedro, III, clxxxiii) aparecen como sobrinos del Cid. Además de la representación de la madre del Cid como hija de Nuño Álvarez de Ayala (I, ii, 7, idéntico con el nombre del tío materno en la HR), es llamativo el matrimonio con Jimena, impuesto como solución tras la muerte de su padre, causada por el Cid (I, ii, 12; I, iii, 15-18). Las innovaciones de la Crónica de Castilla con respecto a las obras arriba mencionadas se deben en gran parte a la incorporación de las Mocedades de Rodrigo, un cantar de gesta tardío sobre la juventud del Cid, conservado en una refundición palentina45. Esta obra épica empieza con un repaso linajístico (vv. 300-313), con Diego Laínez como hijo de Laín Calvo y Rodrigo como bisnieto del rey de León (v. 370). Dicho parentesco viene por la vía materna, puesto que la madre de Rodrigo era Teresa Núñez, “fija del conde Ramón Álvarez de Amaya e nieta del rey de León” (v. 312). Se mencionan el casamiento con Jimena (la hija del conde asesinado, vv. 424-436) y la alferecía real, pero es más llamativa la autocaracterización del joven Cid. En una escena, al ver el miedo de sus oponentes, decide, con un tono jocoso, presentarse al conde de Saboya: “[…] non só rico nin poderoso fidalgo. / Mas só un escudero, non cavallero ar v. Crónica manuelina, fol. 119r, ms. Br., citado por Hijano Villegas 2016: §48. En la “Interpolación cidiana” (ms. E2d, caps. 955-956), el rey no habla de esos vínculos. 44 Lacomba 2006: 81. 45 Sobre el códice de las Mocedades, la posible datación y la relación con el texto en la Crónica de Castilla, v. Martin 1992: 435-498; Catalán 2000a: 283-300; Armistead 2000; Bailey 2007: 5-19. Todas las referencias son de la edición de Bailey 2007. 43

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mado, / fijo de un mercadero, nieto de un çiudadano” (vv. 971-973). Además de la naturaleza desafiante del noble joven, lo que salta a la vista es la frecuencia del vocabulario nobiliario/estamental en estos versos, a diferencia de su empleo esparcido en el Cantar (v. capítulo III). Esta revisión del acervo cidiano, cada vez más elaborado, es indicativa de los problemas que surgían a la hora de organizar fuentes y alcanzar un nivel de coherencia narrativa a pesar de las interpolaciones, retoques, omisiones o amplificaciones realizadas. En aquellos procesos compilatorios, algunos elementos eran más estables, mientras que otros, al ser retocados, abrían el espacio para nuevos significados. Así, mientras que en la Crónica de Castilla (III, clxxxiv) Pedro Bermúdez se menciona como sobrino, en las Mocedades (en una escena desplazada) se especifica que Pedro es el hijo del hermano del Cid, “el que fizo mi [padre] en una labradora quando andava cazando” (v. 941)46. Al estudiar este verso alusivo, Catalán47 lo interpretó como nacimiento de la historia del hermano bastardo, luego recogida y elaborada por los cronistas. Sea o no este verso el inicio del relato sobre el hermano bastardo, Armistead48 observó que el tema de la bastardía del Cid continuó siendo tratado (aunque no libre de divergencias), mientras que el personaje de Fernando Díaz no se consolidó en la memoria posterior. De modo similar, el trato de la juventud del Cid y su presencia en la corte trajo consigo otra resemantización, esta vez de la relación con la infanta Urraca. Así, la mención cronística de la crianza de ambos en la casa de Arias González (CCLVIII de la Versión crítica) conllevó la negación explícita del carácter erótico del amor y cariño que la infanta Urraca sentía por el Cid en la Crónica de 134449, mientras que la tradición oral, representada por el romance Afuera, afuera, Rodrigo, realzaba el sufrimiento de la infanta enamorada del Cid que se casó con la hija del conde. Por consiguiente, los cambios introducidos en los relatos memorísticos eran inseparables del potencial —y peligro— interpretativo de sus ʻespacios vacíosʼ. Más allá de los retos de la uniformidad compositiva, la insistencia en ciertos elementos o sus modos de representación debe relacionarse con la importancia del asunto para la sociedad que producía y recibía esas obras. A veces, con el objetivo de posicionarse ante otras obras o discursos institucionalizados, uno podía usar clarificaciones explícitas, como en el caso de la Versión crítica que subraya que no fue el rey Fernando quien armó caballero al Cid, como “algu Aunque en el manuscrito dice “mi hermano”, se considera un error del copista. v. Armistead 2000: 20; Bailey: º941 en 2007: 103. 47 Catalán (contra Armistead y Deyermond) 2002: 249-251. 48 Armistead 2000: 20-22, 136. 49 v. Crónica de 1344, caps. LIII-LVI. v. Armistead 2000: 33-37, 49-52; Catalán 2002: 236239. 46

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nos dizen”, sino Sancho (CCXLIII, CCLII). Visto así, la insistencia en el Cid como “[…] fijo otro de noble madre, fija que fue de don Rrodrigo Aluares de Asturias […]” (CCXLIII) y su representación como “muy noble” (CCLII) en la misma crónica (aunque no se refiere a una bastardía explícitamente) están ligadas al contexto discursivo coetáneo, representado por las Partidas, que negaban el estatus noble a hidalgos que contaran con villanos entre sus antepasados (II, xx, 3). Con su árbol genealógico innovador del Cid, la Crónica de Castilla responde a la bastardía incluida en las Mocedades y también aludida en las palabras de Suero González, que dijo a sus sobrinos: “[…] dexat essas conpañas del Çid villanas e derranchadas […]” (III, clxxxv, 689). Del mismo modo, la ausencia de un discurso nobiliario normativo similar a las Partidas en la época del Cantar y la escasez de estos conceptos en la obra épica no deben pasar desapercibidos. Si bien el Cantar no presta tanta atención al linaje del Cid, eso no significa automáticamente una ruptura con la tradición anterior, sino que requiere una sensibilización conceptual, como se verá más adelante. La recepción posterior del Cantar y su uso multifacético en el discurso historiográfico confirman su autoridad cultural. En este sentido, es importante recordar el grado mínimo de modificaciones del mundo cidiano en la Versión crítica, que a veces explícitamente comenta sus fuentes: “Mas commo quier que en el cantar del rrey don Sancho diga que luego fue sobre el rrey don Garçia, fallamos en las estorias verdaderas que cuentan y el arçobispo don Rrodrigo e don Lucas de Tuy e don Pero Marques cardenal de Santiago, […]” (CCXLV). Este contraste entre la historiografía latina y los cantares en romance ilustra la necesidad de posicionarse e imponer sus ʻverdadesʼ discursivas, a veces desacreditando relatos divergentes. Este tipo de ʻcorreccionesʼ y aclaraciones se practicaba también en el relato cidiano, como en el ejemplo de su ausencia de la batalla en Consuegra, donde murió su hijo Diego: “Agora sabed aqui los que esta estoria oydes que el Çid non se açerto en esta batalla, ca non era avn venido de tierra de moros […], ca fallamos en las estorias que del Çid fablan que nunca fue vençido en lid que entrase, tal graçia le avie dado Dios” (CCXCV). En contraste, con respecto a los episodios que coinciden con el Cantar, ni se citan fuentes ni se pueden encontrar algunas ʻcorreccionesʼ suyas, aunque esos capítulos contienen una mayor presencia de fórmulas, entendidas como huellas típicas de relatos épicos. Además de la diégesis épica aceptada como ʻverídicaʼ por los cronistas del tardío siglo xiii, cabe preguntarse qué permiten concluir sus líneas sobre los versos iniciales perdidos del Cantar. Se considera que la obra épica empezaba medias in res y las diversas reconstrucciones50 de aquellos versos se han fijado Para un repaso bibliográfico de las reconstrucciones, con ejemplos, v. Montaner 1995 y 2011: 561-563, 631-632.

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en la reunión de los parientes y vasallos del Cid, convocados por él para ver quién lo acompañaría en el destierro. Tradicionalmente, para la reconstrucción se han usado los pasajes de la Crónica de Castilla, pese a las diferencias (Álvar Fáñez como primo del Cid o el encuentro de Alfonso y el Cid51). En cambio, el parentesco problemático no forma parte de la Versión crítica como la obra más cercana al Cantar desde el punto de vista diegético y cronológico. Reproducimos aquí su pasaje sobre el destierro, precedido por el relato basado en la HR sobre los ricos hombres envidiosos y la jura en Burgos: El rrey como estaua muy sañudo e mucho yrado contra el, creolos luego, que non lo querie bien por la jura que le tomara en Burgos sobre rrazon de la muerte del rrey don Sancho su hermano, commo ya es dicho; et enbio luego dezir al Çid por sus cartas que le saliese de todo el rregno. Et el Çid despues que ovo leydas las cartas, commo quier que ende oviese grand pesar, non quiso y al fazer, ca non avie de plazo mas de nueue días en que saliese (CCLXXIX).

Como agudamente observó Bautista52, pese a las fuentes entrelazadas, es posible que el taller alfonsí incorporara los versos del Cantar a partir de las cartas reales enviadas al Cid, puesto que no forman parte del relato latino. Las mismas cartas del destierro aparecen en la Versión sanchina (cap. 862), aunque también puede tratarse del recurso compositivo para vincular y unificar las fuentes cidianas. Dado que las representaciones revelan más sobre los representantes que sobre los representados, la contextualización del Cantar desde varias perspectivas destacará sus particularidades. Precisamente son los elementos anacrónicos al tardío siglo xi los que confirman la importancia de las categorías, esquemas y conceptos usados hacia 1200 para representar el mundo pasado. Al unir la materia heroica prestigiosa con las problemáticas y tendencias sociales actuales, el Cantar de Mio Cid se convirtió en una obra cultural que, con un carácter normativo-formativo, permitía la autocontemplación y la autorreflexión de su propia sociedad. En aquel proceso, algunos elementos del contexto discursivo coetáneo fueron recogidos o adaptados y otros descartados, creando así espacio para nuevos episodios y personajes.

Por ejemplo, Catalán (2000a: 306-313) propuso una refundición del Cantar como fuente y relacionó las interpolaciones seguidas con la existencia de otra obra con un Cid más desafiante. Recientemente, Bautista (2018: 451) ha propuesto la memoria del autor en vez de un manuscrito concreto como fuente para la Crónica de Castilla. Su hipótesis es apoyada por Montaner (2018b: 58, º49). 52 v. Bautista 2018: 418-419, º10. 51

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A pesar de los folios perdidos, el Cantar como actualización y elaboración del acervo cidiano previo representa un mundo coherente, aunque complejo. El inherente carácter polifónico de su diégesis ya ha causado interpretaciones bastante divergentes, como las teorías sobre el antileonesismo, el carácter anti­ nobiliario, democrático o histórico, hoy en día descartadas53. Para poder apreciar los potenciales de esta obra en su contexto inmediato, es imprescindible detenerse en sus (re)semantizaciones, a la vez admitiendo que algunos aspectos no ofrecen respuestas claras. Las limitaciones interpretativas que provienen de la falta de datos y fuentes de hacia 1200 o de los versos elípticos de la obra no pueden ser superadas con la inclusión de las fuentes posteriores. Para alumbrar el mundo del Cantar es imprescindible acercarse a sus interpretantes, es decir, usar los conceptos, tendencias e impulsos de aquella época, tanto los narrativoliterarios como los sociopolíticos. 2.2. La textualidad medieval como fenómeno multimediático Las sedes señoriales y regias en Europa, como lugares de nacimiento y propagación de la cultura cortesana, eran esferas centrípetas donde se hacía ostensible el poder y prestigio de sus miembros. En aquella constelación vibrante, la oposición rígida litterati vs. illiterati dejó de marcar la realidad comunicativa54 y las lenguas vernáculas ya no estaban limitadas a la comunicación oral. En el caso castellano, el romanceamiento de la cancillería real se evidencia por medio de siete documentos conservados durante el reinado de Alfonso VIII55, aunque el romance tuvo que esperar hasta Alfonso X para convertirse en el único idioma oficial usado. La ocasional y paulatina presencia de las lenguas vernáculas en el mundo de la escritura se evidencia incluso dentro de la materia cidiana, con el Libro de las generaciones y el Linage navarros, junto al Cantar, como

Por ejemplo, sobre el carácter democrático de Castilla y el verismo del Cantar, v. Menéndez Pidal 1963: 206-210, 226. v.t. contra Catalán 2000a: 442-447; sobre el Cantar como antinobiliario, v. Catalán 1985. Para un resumen de las teorías en cuestión, v. Lacarra 1982. 54 Hablando de las interrelaciones mediáticas, Bäuml (1980: 246) diferenció entre: “(1) the existence of three socially conditioned and socially functional modes of approach to the transmission of knowledge: the fully literate, that of the individual who must rely on the literacy of another for access to written transmission, and that of the illiterate without need or means of such reliance; (2) the existence of two types of transmission: the written and the oral; and (3) the existence of functional differences between the spoken and the written word”. 55 v. Fernández-Ordóñez 2011, en especial 326, 331. 53

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A pesar de los folios perdidos, el Cantar como actualización y elaboración del acervo cidiano previo representa un mundo coherente, aunque complejo. El inherente carácter polifónico de su diégesis ya ha causado interpretaciones bastante divergentes, como las teorías sobre el antileonesismo, el carácter anti­ nobiliario, democrático o histórico, hoy en día descartadas53. Para poder apreciar los potenciales de esta obra en su contexto inmediato, es imprescindible detenerse en sus (re)semantizaciones, a la vez admitiendo que algunos aspectos no ofrecen respuestas claras. Las limitaciones interpretativas que provienen de la falta de datos y fuentes de hacia 1200 o de los versos elípticos de la obra no pueden ser superadas con la inclusión de las fuentes posteriores. Para alumbrar el mundo del Cantar es imprescindible acercarse a sus interpretantes, es decir, usar los conceptos, tendencias e impulsos de aquella época, tanto los narrativoliterarios como los sociopolíticos. 2.2. La textualidad medieval como fenómeno multimediático Las sedes señoriales y regias en Europa, como lugares de nacimiento y propagación de la cultura cortesana, eran esferas centrípetas donde se hacía ostensible el poder y prestigio de sus miembros. En aquella constelación vibrante, la oposición rígida litterati vs. illiterati dejó de marcar la realidad comunicativa54 y las lenguas vernáculas ya no estaban limitadas a la comunicación oral. En el caso castellano, el romanceamiento de la cancillería real se evidencia por medio de siete documentos conservados durante el reinado de Alfonso VIII55, aunque el romance tuvo que esperar hasta Alfonso X para convertirse en el único idioma oficial usado. La ocasional y paulatina presencia de las lenguas vernáculas en el mundo de la escritura se evidencia incluso dentro de la materia cidiana, con el Libro de las generaciones y el Linage navarros, junto al Cantar, como

Por ejemplo, sobre el carácter democrático de Castilla y el verismo del Cantar, v. Menéndez Pidal 1963: 206-210, 226. v.t. contra Catalán 2000a: 442-447; sobre el Cantar como antinobiliario, v. Catalán 1985. Para un resumen de las teorías en cuestión, v. Lacarra 1982. 54 Hablando de las interrelaciones mediáticas, Bäuml (1980: 246) diferenció entre: “(1) the existence of three socially conditioned and socially functional modes of approach to the transmission of knowledge: the fully literate, that of the individual who must rely on the literacy of another for access to written transmission, and that of the illiterate without need or means of such reliance; (2) the existence of two types of transmission: the written and the oral; and (3) the existence of functional differences between the spoken and the written word”. 55 v. Fernández-Ordóñez 2011, en especial 326, 331. 53

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representantes de la rama romance frente a la rama latina del PA, el CC, la HR y la CN. El desarrollo de las cortes y la copresencia de laicos y clérigos produjo un nuevo mundo de la vida, cuyos portadores y portavoces eran conocidos bajo sintagmas multiformes como optime, salis o quasi litteratus. El fenómeno de clérigos cortesanos y laicos letrados tenía muchos perfiles y comprendía un espectro variado de destrezas e intereses. Así, en el siglo xii Guillermo de Tiro describió a Balduino III de Jerusalén como commode litteratus, a su hermano como modice litteratus y a ambos como historiarum (avidus) auditor56. Este giro cultural y lingüístico también se manifestó en el vocabulario castellano. Como señaló Gómez Redondo, el término ʻletraduraʼ, relacionado inicialmente con los saberes requeridos de los clérigos en el contexto alfonsí, a partir del reinado de Sancho IV fue adquiriendo “[…] un valor referido a la producción y recepción letradas de carácter cortesano […]”57. Se trata de una reconceptualización de saberes que afectaba a la administración palatina y los proyectos historiográficos, pero que también se había manifestado ya en las obras literarias, como el Cantar. A la hora de tratar la comunicación literaria de la Plena Edad Media, es necesario contemplar varios factores que interactuaban en la producción, transmisión y recepción de obras literarias (sin insistir necesariamente en este orden). Con respecto a la expresión oral, Ong58 destacó su carácter acumulativo, redundante, tradicionalista, homeostático y, sobre todo, su existencia en la mente. Además de la resonancia de la teoría de composición-en-performance de Parry y Lord, conceptos como épopée vivante (Rychner) y mouvance (Zumthor) marcaron la esencia de la poesía oral medieval. A ellos se sumó el término vocalité, que subrayaba la instancia de la voz y la presencia física que, según Zumthor59, creaban una obra (fr. œuvre) en performance. Los estudios posteriores incluyeron otros criterios de pertenencia a la poesía oral, aunque siempre subrayando Guillermo de Tiro, La Historia, XVI, 136 y XIX: 884, cit. por Grundmann 1958: 13, º42. v.t. Fleckenstein 1990: 320 (º82) y 324. 57 Gómez Redondo 2008-2009: 79. 58 “Without writing, words as such have no visual presence, even when the objects they represent are visual. They are sounds. You might ‘call’ them back —‘recall’ them. But there is nowhere to ‘look’ for them”. Ong 2005: 31-46, aquí 31. v.t. Goody y Watt 1963: 307-311. 59 “Du texte […], la voix, en performance, tire l’œuvre”. Zumthor 1985a: 246. Compárense con otra observación suya (1972: 507): “[…] le caractère de l’œuvre qui, comme telle, avant l’âge du livre, ressort d’une quasi-abstraction, les textes concrets qui la réalisent présentant, par le jeu des variantes et remaniements, comme une incessante vibration et une instabilité fondamentale”. 56

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la variabilidad inherente de esas obras y, por consiguiente, su incompatibilidad con el concepto moderno de ʻoriginalʼ. El desenlace de la situación aquí-y-ahora y la entrada en el ámbito de la escritura se teorizaba desde la Antigüedad, con Platón advirtiendo del olvido causado por la presencia de textos, imposibles de defenderse e incapaces de alcanzar la verdad. En su modelo de sistematización de los fenómenos intermediáticos, Oesterreicher y Koch60 distinguieron entre la puesta por escrito (al. Verschriftung) como transcripción o fijación gráfica de lo fónico y el fenómeno opuesto de lectura en voz alta (al. Verlautlichung). Más allá del mero cambio del soporte, la escritura afecta a lo fónico a nivel conceptual en la fase de composición. Dicho fenómeno de “literalización” o “textualización” (al. Verschriftlichung) se manifiesta en la cohesión textual y otros criterios del código escrito, mientras que su metanivel permite la reflexión y la reorganización de lo transmitido. En el contexto medieval, eso implicaba la reconceptualización tanto del legado latino como de las tradiciones orales recién incorporadas al ámbito de la escritura y, por lo tanto, al conjunto de saberes reservados y propagados por los espacios centrípetos, como las cortes. Teniendo en cuenta que el Cantar forma parte de las ʻletras del pasadoʼ61 descontextualizadas, es preciso incluir su contexto comunicativo, tanto en el sentido mediático como en el lingüístico. A pesar del número reducido de los cantares conservados en el contexto hispánico, su estado corresponde con la imagen general europea, con fragmentos y manuscritos incompletos, a menudo tardíos, reflejando sus múltiples funciones62. En el contexto literario, en 1913 Bédier desistió del método lachmanniano para su edición de Le Lai de lʼOmbre y propuso un “extrême ʻconservatismeʼ”, además de “[…] ne toucher au texte dʼun manuscrit que lʼon imprime quʼen cas dʼextrême et presque évidente nécessité […]”63. Una revisión de los conceptos fijos, como ʻoriginalʼ o ʻtextoʼ, ganaba cada vez más portavoces dispuestos a aceptar la complejidad de las relaciones entre los testimonios escritos conservados. Además de la mouvance (Zumthor) en el ámbito oral, se habló de la v. Oesterreicher 1993; Koch 1987. v.t. Goody y Watt 1963; Assmann 2013: 88-103. Aludimos aquí a la expresión “voices from the past” de Foley (2002: 39-47). 62 “[...] 1. Gemäß der Erinnerungs- und Aufbewahrungsfunktion von Schrift immer Mittel zur Aufbewahrung von Texten. [...] 2. Gemäß der Aufbewahrungsfunktion von Schrift ein Speicher für die Reproduktion von Literatur; [...] 3. Gemäß der Ordnungs- und Organisationsfunktion der Schrift ein Arbeitsmittel für das Konzipieren und Bearbeiten von Literatur. [...] 4. Gemäß dem Prestige und dem Verbindlichkeitsanspruch der Schrift ein Faktor des öffentlichen Lebensvollzugs. [...] 5. Ein Wertgegenstand. Diese Funktion überschneidet sich im Mittelalter mit der des öffentlichen Prestigewertes”. Grubmüller 2002: 16-17. 63 Bédier 1928: 356. 60 61

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ʻaperturaʼ de los textos y su variance64. El acento puesto por Cerquiglini y otros en la variedad inherente recuerda que, entre borradores y manuscritos elaborados, los escribas y copistas a veces se convertían en editores y reelaboradores que reorganizaban lo escrito. Transcribiendo del dictado o copiando de un modelo escrito, eran capaces de eliminar errores, pero sus intervenciones también podían causar incoherencias. Si bien el grado dependía en parte de la consolidación cultural de la obra transmitida, también hay testimonios de poetas que levantaban sus voces contra las intervenciones practicadas. Los cambios introducidos también podían depender de las condiciones de transmisión, sobre todo en relación con las obras narrativas que exigían más tiempo y muchos más recursos (tanto materiales como humanos: escribas, copistas, redactores o ilustradores). En todo caso, se trata de un proceso dinámico que puede vislumbrarse solo en el caso de múltiples versiones de una obra épica, consideradas paralelas y equivalentes entre sí, de acuerdo con el concepto de Fassung, introducido por Bumke65. Más allá de la letra escrita, la recepción auditiva —de carácter público— seguía siendo dominante, por lo que se suele hablar de una sociedad ʻsemioralʼ o profundamente marcada por la ʻvocalidadʼ. Esta naturaleza se confirma en el gran papel de los ʻmedios humanosʼ (al. Menschmedien66), como el bufón de la corte, el sermoneador en la iglesia, el maestro en la escuela catedralicia o la universidad, sin olvidar a juglares, trovadores y mensajeros, característicos por su gran movilidad. A este dinamismo mediático es necesario añadir el arriba mencionado romanceamiento en el reino castellano. Aunque el latín era el grafolecto dominante, la reforma eclesiástica que dio lugar al latín medieval se manifestó en Castilla y León de modos diferentes. Cuando los reinos optaron por una reforma ortográfica a principios del siglo xiii, los textos ya contenían algunos rasgos vernáculos. La primera documentación en romance muestra que se trata de un proceso gradual y no uniforme, además de ofrecer indicios sobre la copresencia del latín y el romance: Se seguía, fuera de los oficios cristianos al menos, leyendo en voz alta de la misma manera que antes (normal en todas las comunidades); esto es, si reconocían la pala Cerquiglini 1989. Para la apertura textual en el discurso historiográfico, v. Catalán 1978. “[…] ein Epos in mehreren Versionen vorliegt, die in solchem Ausmaß wörtlich übereinstimmen, daß man von ein und demselben Werk sprechen kann, die sich jedoch im Textbestand und/oder in der Textfolge und/oder in den Formulierungen so stark unterscheiden, daß die Unterschiede nicht zufällig entstanden sein können, vielmehr in ihnen ein unterschiedlicher Formulierungs- und Gestaltungwille sichtbar wird […]”. Bumke 1996a: 32. v.t. Bumke 1996b: 120-128; Müller 2010d: 11-12, 18-23. 66 Faulstich 1996: 20-29, 221-270. 64 65

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Marija Blašković bra escrita, la pronunciaban con su fonética normal, por poco que una transcripción fonética se correspondiera con la forma escrita. […] La sociedad seguía funcionando en la base de la documentación escrita porque ésta, se suponía, se entendería generalmente al leerse en público67.

En el contexto hispánico, Navarra fue el primer reino en usar el romance en la documentación oficial68. En Castilla, el documento más antiguo de este tipo se redactó a fines del siglo xii, pero más interesante para nuestros propósitos es el Tratado de Cabreros con León, de marzo de 1206, seguido de las Posturas de las Cortes de Toledo, de enero de 1207. Estos documentos tenían carácter público; el primero estaba dedicado a la zona fronteriza problemática entre León y Castilla y a la legitimación del infante Fernando; el segundo, a los asuntos económicos (fijación del precio máximo para impedir la inflación) y de derecho mercantil. La presencia del iberorromance —súbita y aislada— se ha relacionado69, en el caso de Cabreros, con el deseo de evitar la reacción del papa, que se oponía al matrimonio de Berenguela con Alfonso IX, y sus intentos de legitimar a Fernando como heredero. Además de la concordancia general con las tendencias europeas, este breve desplazamiento lingüístico se ha vinculado a la figura del arzobispo Martín López de Pisuerga; tras su muerte habrá que esperar hasta el reinado de Fernando III para ver más documentos reales en romance70. Aun así, la permeabilidad del mundo escrito con respecto a las lenguas vernáculas y tradiciones orales implicó una reconceptualización del legado literario existente, lo que a su vez afectó al legado literario que aún estaba por crearse. La comunicación literaria en torno a 1200 en el ejemplo del Cantar de Mio Cid La ʻanomalíaʼ del codex unicus miocidiano y la escasez de obras épicas en el contexto hispánico han dificultado su análisis. Compuesto por cuadernillos de pergamino (con el número desigual de hojas) cosidos con cinco nervios y encuadernados por lo menos dos veces, el manuscrito se considera hecho por una mano, con correcciones múltiples (por la misma mano), además de algunas intervenciones esparcidas difíciles de fechar71. En cuanto a la datación del códice, Ruiz Asencio la encuadra entre 1280-1340; dentro este marco, los

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Wright 2000: 16. v. Hernández 2001. v. Fernández-Ordóñez 2011. v. Hernández Sánchez 2001: 27-29. v. Fernández-Ordóñez 2011: 327-329. Para un resumen del estudio codicológico y las referencias adicionales, v. Montaner 2011: 464-465, 474-478, 486-495.

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investigadores han optado por posiciones divergentes72. Con respecto a la lengua, aunque no se pueden excluir intervenciones del copista final, muchos de los rasgos pertenecen al estado del romance del primer tercio del siglo xiii73. A pesar de que el códice fue relacionado con el manuscrit de jongleur, su tamaño, la letra esmerada y las numerosas revisiones reflejan el interés por conservar el legado miocidiano; posiblemente lo encargara el monasterio de San Pedro de Cardeña74. La distancia del esmero típico de un manuscrito prestigioso se evidencia también en los esbozos, que no tienen nada que ver con iluminaciones elaboradas75. Si bien se nota el cuidado en la mise en page, otros elementos, más propios del oficio de redactor, son llamativos por sus aspectos autorreferenciales. Por ejemplo, sobresalen catorce casos cuadrados, monocromos, taraceados y decorados con trazos filiformes, pero no hay conclusiones unánimes sobre la relación entre su tamaño/decoro y su función en el Cantar. Así, el verso 1085 (“Aquísʼ conpieça la gesta de Myo Çid el de Bivar”, en el fol. 23r), usado tradicionalmente para designar el comienzo del segundo cantar, no contiene ninguna indicación visual, a diferencia del folio 46v y de la E afiligranada en el verso que habitualmente se utiliza para marcar el tercer cantar. De modo similar, aunque la A del folio 38r coincide con la primera hoja del octavo cuadernillo, la letra más grande en el manuscrito —la P en el folio 56r— es menos decorada que otras y su aparición resulta bastante rara: indica el inicio del verso 2761, que forma parte del habla de los infantes de Carrión. Los críticos76 han atribuido este estado problemático entre el contenido y la forma a la falta de conocimientos del copista/redactor sobre las pautas típicas para representar obras épicas.

Para el marco propuesto, v. Ruiz Asencio 2000: 252. La escritura gótica híbrida (con elementos textuales y cursivos) se enmarca entre 1280 y 1340, pero Bayo (2002: 26-32) relacionó el manuscrito con el proyecto historiográfico de Alfonso X y Sancho IV (por ejemplo, la iluminación de las mayúsculas con las prácticas documentadas bajo Sancho IV). Montaner (2011: 491-495 y 2018b: 52-53) propuso un marco más específico, hacia 1320-1330. Para el alfabeto completo usado en el códice, v. Montaner 2018b: 86-87. 73 v. Wright 2000: 92-93; Rodríguez Molina 2018. 74 A diferencia de Zaderenko (2013: 133, 157-162; 2018: 106-111), que insiste en la autoría del Cantar y su puesta por escrito en el contexto monástico de Cardeña, Montaner (2011: 498-506, 2018b: 55) ha considerado la posibilidad del encargo cardeñense de la copia conservada. En este contexto, Wright (2018: 130-131) advierte que la formación del escriba (tal vez contratado por San Pedro de Cardeña) no puede relacionarse con este monasterio. 75 v. Montaner 2011: 471-473, 481. Sobre la pragmática de la mise en page de la obra, v. Bayo 2002: 24-25. 76 v. Bayo 2002: 19; Higashi 2005: 74-77. 72

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Ahora bien, dejando de lado el análisis codicológico del manuscrito tardío que sería indicativo de la recepción posterior del Cantar, es importante volver al famoso colofón que contiene informaciones sobre el antígrafo perdido, que a su vez funcionó como la fuente común para la copia conservada de Vivar y para el taller alfonsí77: Quien escrivió este libro, délʼ Dios paraíso. Amen. Per Abbat le escrivió en el mes de mayo en era de mill e dozientos quaraenta e çinco annos. (vv. 3731-3733)

Además de fechar la copia del códice perdido en mayo de 1207 (1245 de la era hispánica), el verso formulario con el verbo ʻescribirʼ cuadra con las fórmulas del éxplicit latín usadas en los diplomas de la época, inclusive por la cancillería de Alfonso VIII78. No obstante, la documentación a lo largo del siglo xiii indica el amplio espectro semántico del verbo ʻescribirʼ, tanto en romance como en latín, desde ʻcopiarʼ o ʻponer por escritoʼ hasta ʻcomponerʼ y ʻredactarʼ79. Lamentablemente, estos no son los únicos hilos sueltos. Mientras que el códice copiado en 1207 indica el eslabón clave en la cadena de la transmisión miocidiana, su pérdida dificulta una diferenciación entre las instancias importantes con respecto a la composición del Cantar, su puesta por escrito y su copia oficial realizada en 1207. Con respecto a la paleografía, el análisis comparativo de Wright80 ha señalado que el escriba del Cantar refleja una educación menos formal y más innovadora que la practicada por las cancillerías reales coetáneas. Según Hernández81, este concepto novel de escribir en romance, instigado por las nuevas órdenes religiosas en las tierras occitanas en el siglo xii, se extendía por la península ibérica (empezando por Navarra) gracias a letrados de condición diversa, como los escribas judíos o los mozárabes en Toledo. Dicha corriente se manifestó en Castilla primero en los scriptoria premonstratenses (Santa María la Real de Aguilar de Campoo) y cistercienses (Las Huelgas y San Clemente de Toledo, la orden de Calatrava), además de los archivos de la catedral toledana. Recordando que las tendencias formativas de un centro eran mucho más importantes que su posición geográfica, Wright82 relacionó la for v. Montaner (sin excluir la posibilidad de copias o prosificaciones alfonsíes) 2011: 533537. 78 Sobre el uso de esta fórmula por notarios, v. Smith 1983: 66-69; Wright 2000: 33; Bayo 2002: 19-20; Arizaleta 2010: cap. II, §16-22. 79 v. Riaño Rodríguez y Gutiérrez Aja, 2006: 117-134; º3731-3733 en Montaner 2011. 80 Wright 2000: 96-98. 81 v. Hernández Sánchez 2009. 82 Wright 2000: 96-101 y 2018: 119, 122-127, 130-131. 77

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mación del escriba del Cantar con esos centros innovadores, proponiendo concretamente la escuela catedralicia/el studium de Palencia. Teniendo en cuenta que el Tratado de Cabreros (1206) y las Posturas de Toledo (1207) confirman el uso del romance en importantes asuntos palatinos, Wright relacionó su aparición aislada con la figura del arzobispo Martín López de Pisuerga, muy cercano a Alfonso VIII y acostumbrado al romance en su entorno toledano. Si bien la corriente languedociana y los centros innovadores parecen haber facilitado la puesta por escrito del Cantar, todavía quedan las cuestiones relacionadas con la composición de la obra. Como es bien sabido, su autoría estuvo primero ligada al mundo juglaresco y la composición oral83. En el polo opuesto, es preciso mencionar a Smith84, que inicialmente apuntó al abogado Per Abbat como autor y luego como copista del Cantar, y al reciente postulado de Zaderenko85 sobre el poeta con condición clerical y un profundo conocimiento legal, ligado al monasterio de San Pedro de Cardeña. La identificación de Per Abbat es problemática, no solo porque este es un nombre común, sino también porque en aquella época ʻAbbatʼ podía ser un sobrenombre o referirse a alguien emparentado con un abad86. Entre los críticos predomina hoy en día la noción de Per Abbat como copista, pero su figura no ha dejado de llamar la atención, como lo confirma la conjetura reciente de Hernando Pérez, que relacionó la autoría miocidiana con el mozárabe Pedro Abad/Mair Yahua Ben Gâlib, canónigo de Toledo, colaborador en las traducciones, capellán de milicias y poeta autodeclarado. Ahora bien, aunque el investigador debería haber tratado sus referencias con más precisión y nitidez, su estudio es llamativo por varias razones. Además de la pertenencia al ámbito toledano (considerado como más innovador en el uso del romance escrito), la trayectoria dinámica del Menéndez Pidal (1908: 32) habló del Cantar como una obra de juglar, compuesta hacia 1140 o como composición amplificada por otro juglar (1963: 205-206, 210-213). Duggan (1989: 143) propuso un período en torno a 1200 para la composición oral y 1207 como el año de su puesta por escrito, pero también consideró la escritura en tablillas de cera como etapa intermedia (2005). En su análisis formulario, Duggan (1974) concluyó que el Cantar pertenece a la poesía oral, con un 31,7% de fórmulas características de la misma. 84 v. Smith 1983 y 1994. Sobre Per Abbat como copista, v. Schaffer 1989; Michael 1991. 85 v. Zaderenko 2013: 133, 157-162; 2018: 106-111. En su edición, Michael (1984: 50) habló de un poeta letrado, posiblemente clérigo, y de Cardeña como lugar de composición. Más recientemente, Riaño Rodríguez y Gutiérrez Aja (2006, vol. 2, 134-136, 366378) concluyeron que un Pedro Abbat, clérigo de Fresno de Caracena y canónigo de Osma, redactó la obra en 1207. 86 Sobre las prácticas onomásticas de Abbat, v. Michael 1991: 183; Bayo 2002: 20-22. Siguiendo a Michael y Schaffer, Montaner (2011: 1032) opta por el colofón escriptorio e indica su semejanza con uno en latín. 83

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mozárabe Pedro Abad y su cercanía al arzobispo Martín López de Pisuerga indican su proximidad a la corte real y encajan con la amplitud de conocimientos y discursos entrelazados en el Cantar. Curiosamente, aunque designa a Pedro Abad como autor, Hernando Pérez87 considera que el nombramiento en el colofón épico es una annotatio añadida por un amanuense cardeñense, que se basó en el refrendo notarial de la concesión al monasterio de Cardeña por mandado del arzobispo toledano, fechada el 31 de mayo de 1207. Esta hipótesis ha sido retomada recientemente por Corriente, que confirmó el carácter bastante conservador de la copia posterior y añadió algunos matices sugestivos sobre la composición. Según este arabista, el hápax semítico barnax (v. 3325), los nombres de las hijas épicas como comunes entre los mozárabes toledanos y las pocas menciones a la Virgen y a Cristo en comparación con Dios son algunos de los indicios intradiegéticos de que “[…] the author of the text we have was or had been a Jew, or at least was conversant with a Jewish idiolect of Castilian […]”88. En este contexto, cabe recordar que Montaner ha relacionado la zona entre Toledo y Cuenca con la procedencia del poeta del Cantar, lo que, en general, concuerda con los rasgos lingüísticos de la obra, identificados anteriormente como más propios de la Extremadura castellana que de su zona norteña o central89. En cuanto al modo de composición, los críticos90 han abandonado la dicotomía ʻoral vs. escritoʼ en la exploración de sus interrelaciones cognitivas, estéticas y mediáticas. Se han considerado la influencia de la tradición oral91 y la existencia de cantares anteriores, que sirvieron a los letrados como modelos métricos o como base para las refundiciones92. Cabe mencionar aquí el análisis Hernando Pérez 2014: 167-169. Corriente 2018: 173. 89 v. Montaner 2018b: 6 y Rodríguez Molina 2018, en especial 157, 164-166, respectivamente. Sobre la toponimia épica, compárense Menéndez Pidal 1963: 23-25 y Montaner 2011: 306-307. 90 Sobre el autor educado que se basó en las pautas juglarescas, v. Funes 2018: 290. Menéndez Pidal (1945, cit. por Montaner 2011: 303) consideró la idea de un “juglar docto”. Esta idea y la distancia de la idea oralista fue recogida por Marcos-Marín (1993), mientras que Garcí-Gómez (1993) propuso dos autores para la obra: uno de la ‘Gesta’ épica y otro de la ‘Razón’ novelesca. Deyermond (2005) propuso el origen oral de cantares como Los siete infantes de Lara, pero consideró que el Cantar de Mio Cid fue compuesto por escrito y transmitido oralmente. Montaner (1993: 14, también 2011: 304) rechazó la idea del juglar que improvisaba y optó por un texto compuesto por escrito o de memoria. Para un resumen del consenso actual, v. Montaner 2011: 276-281. 91 Sobre el sustrato oral, v. Miletich 1987. v.t. Deyermond 1972 y Gifford 1977. Smith (1994: 632) habló de las fuentes escritas y la tradición del verso vernáculo y Zaderenko (1998) no negó la posibilidad de la influencia de la tradición oral. 92 Sobre el modelo juglaresco, v. Michael 1992. Para el Cantar de 1207 como ‘corrección’ de otro anterior y ‘acortesado’ en el siglo xvi, v. Gómez Redondo 2000 y 2002: 204. 87 88

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discursivo de la épica sobre los héroes castellanos realizada por Bailey, que identificó en ella los indicadores de oralidad: […] they are being produced before an expectant audience, with decisions about phrasing, emphasis, and effectiveness made in real time through a symbiotic relationship between speaker and listener. […] These poems were produced orally, even though clerics played a role in their production, whether in their initial composition or in a more limited way, in their overall design and in the process of their placement onto parchment93.

No obstante, como notó Bayo, la parataxis y otros elementos de la expresión oral no tienen por qué relacionarse únicamente con la composición: “A text composed to be orally diffused is not necessarily a text orally composed”94. Teniendo en cuenta que la ejecución oral formaba parte de la comunicación literaria medieval, sus particularidades cognitivo-estéticas, practicadas desde la Antigüedad, tenían que afectar al proceso compositivo, sobre todo en relación con los elementos innovadores del Cantar, como se señalará a continuación. Dado que la obra no permite sacar conclusiones definitivas sobre el proceso de composición, los aspectos jurídicos, las prácticas cancillerescas, la concordancia con los fueros fronterizos y los elementos del trivium confirman el amplio acervo del poeta95 y el entorno cortesano como auditorio previsto. Como es bien sabido, Duggan96 situó la ejecución de la obra en 1199 o 1200, ante la corte y en el monasterio de Santa María de Huerta, y Hernández97 vinculó el mundo diegético a la estancia de la corte de Alfonso VIII en Toledo. De modo similar, Barton98 relacionó la obra con otro encuentro palatino, en concreto con el Tra-

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Sobre el Cid rebelde y el Cantar de 1207 como su corrección, v. Vaquero 1990 y 2018: 380. En cambio, aunque no excluye la posibilidad de cantares previos, Montaner (2011: 299-302) destaca la coherencia con otras obras coetáneas con respecto a la representación del Cid; algo similar concluye Martín (2015: 398-400), que describe el Cantar como nueva épica cuya base tradicional fue ampliada por las tendencias ejemplarizantes. Bailey 2010: 124 (v.t. 47-75 para el análisis discursivo del Cantar). Bayo 2005: 26. En vez de una bibliografía exhaustiva, remitimos aquí a los estudios representativos de estos aspectos: v. Lacarra 1980; Pavlovic y Walker 1983; Russell 1952; Montaner 2007a y 2018a; Burke 1991. Duggan 1989: 84-86, 106, 143. Hernández 1988: 238 y 1994. Barton 2000b: 78, º4. Wright (2018: 123) también considera que los conocimientos jurídicos y administrativos concuerdan con el mundo cortesano. No obstante, pese a la presencia llamativa de un Rodrigo Díaz y un García Ordóñez en el Tratado de Cabreros, debido al silencio de Jiménez de Rada con respecto al mundo diegético del Cantar, Wright (2018: 129) concluyó que la obra no era conocida en Toledo. Teniendo en cuenta

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tado de Cabreros y los vaivenes nobiliarios como motivo y ocasión de ejecutar el Cantar. Un origen menos seglar propuso Hernando Pérez99 al interpretar la obra desde la perspectiva de Martín López de Pisuerga, con los nobles y Diego García (como rival del arzobispo) convertidos en los antagonistas épicos. Volveremos a esta hipótesis en el capítulo III, pero por ahora basta quedarse con esa imagen de los círculos de poder en la corte castellana, con intereses muy entrelazados y tensiones omnipresentes. El hecho de que la tradición manuscrita no relacione la diégesis de esta obra con ningún nombre hace pensar en la frase beckettiana “What matter whoʼs speaking[?]”, usada por Foucault100 para tratar la problemática de la autoría y la autoridad. Desde la Antigüedad, el concepto estaba restringido a los auctores, cuyas obras —auctoritates normativas dentro de sus campos— eran extensamente estudiadas, analizadas y comentadas. Asimismo, la admiración romana por las obras griegas se manifestó en el deseo de emular sus modelos siguiendo los principios de mímesis y poiesis, entendida esta como un proceso compositivo activo, a menudo comparado con el proceso de melificación101. La mención de la miel en el mundo griego se relacionaba con el mundo divino y sus verdades, que los poetas —como médiums inspirados— debían anunciar en sus obras. Dicha conceptualización de las obras se mantuvo en la mente medieval, y además fue promovida por los escolásticos con Dios como Auctor de todo y todos que inspiraba a auctores humanos, aunque sus obras eran inherentemente imperfectas. Hablando de la condición autorial en la historiografía en latín, Delle Donne102 incluyó como factores, además de la intención de alcanzar el nivel de autor, la posición destacada de lo escrito dentro del sistema discursivo vigente (que lo elevaba al estatus de ʻobraʼ) y la recepción que podía otorgar a alguien el estatus de autor. En cuanto a la historiografía en Castilla, los nombres ligados a ciertas obras empezaron a aparecer solo a partir del siglo xiii. Como señaló Fernández-Ordóñez103, aun con la diferenciación entre los actores que instigaban a la compo-



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el alto nivel de selección en el discurso memorístico del cronista, esta conclusión no parece tener fundamento. v. Hernando Pérez 2014: 177-189. Foucault 1994: 789. v. Waszink 1974. Mientras que Séneca, en la Carta núm. 84 a Lucilio, pone el acento sobre el resultado como algo diferente de las obras leídas, Macrobio insiste, en el prólogo de su Saturnilia, en el reconocimiento de los originales. v.t. De Rentiis 1998. v. Delle Donne 2016: 147. v. Fernández-Ordóñez 2018b y 2002-2003. Sobre la nobleza como instigadora de las crónicas a partir de 1300, v. Fernández-Ordóñez 2018a. Sobre el papel del mecenazgo medieval y otras instancias de la comunicación literaria narrativa, v. Bumke 2005: 25, 45.

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sición y los autores que la realizaban, su uso no era consecuente. Por ejemplo, mientras que Lucas de Tuy (el primer nombre explícito) y Jiménez de Rada aparecen como autores del entorno regio (Berenguela y Fernando III, respectivamente), la Chronica latina regum Castellae, aunque coetánea, no ofrece datos similares. Si recordamos que Alfonso X fue el primero en presentarse como el auctor y autor de la Estoria de España, esta doble precisión es llamativa porque realza la figura real y mantiene el anonimato de sus colaboradores. Como técnica narrativa, sus referencias explícitas al Tudense y al Toledano indican su deseo de posicionarse en el discurso, pero a la vez consolidan el estatus de auctoritates de dichas historiografías. A diferencia del conocido esquema scriptor-compilator-commentatorauctor, la literatura en vernáculo no contó con una sistematización similar y su translatio auctoritatis no se generalizó antes del siglo xiv104. Aun así, además de en los trovadores, la conciencia compositiva se evidenciaba en la épica cortesana. En los siglos xii y xiii, Wace, Chrétien de Troyes, Marie de France, Hartmann von Aue, Wolfram von Eschenbach y Gottfried von Straßburg solían tematizar sus fuentes, ya fueran orales o escritas, ficticias o no. Así, en los Lais de Marie de France se mencionan tradiciones previas, mientras que Chrétien de Troyes105 hace la famosa advertencia: DʼErec, le fic Lac, est li contes, que devant rois et devant contes depecier et corrompre suelent cil qui de conter vivre vuelent. (vv. 19-22)

Recurrir a fuentes, incluso de modo despectivo, no era tan inusual, pero con las autorreferencias y momentos metaliterarios Chrétien realza el contraste entre su composición y las malas ejecuciones, adicionalmente desacreditadas con el uso del anonimato. Al relacionar los postulados de la Poetria nueva de Godofredo de Vinsauf con los versos iniciales de Erec et Enide, Worstbrock empleó los conceptos de “re-narrador” (al. Wiedererzähler) y artifex para la poética de las narraciones en lenguas vernáculas: Das gesamte Tun des Dichters wird verstanden als das Verfahren eines Artifex, der eine alte Materia neu formt. Kunstgriff und Kunstfertigkeit des Artifex werden als

v. Minnis 2012: XXVIII-XXXIII; 94-95. Cabe mencionar que Bumke (1997: 110) aplicó el concepto de compilator a la épica cortesana alemana. 105 v. Chrétien de Troyes, Erec et Enide. 104

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Marija Blašković artificium bezeichnet. Der Artifex ist als neuernder Gestalter am stärksten gefordert, wenn er eine allbekannte, schon vieltraktierte Materia wählt106.

Este modelo cuadra con la práctica medieval de refundiciones, pero el artificium también se manifestaba en las traducciones a través de nuevos acentos narrativos, descripciones insertadas, interpolaciones, etc. No obstante, insatisfecho con el modelo dicotómico de materia vs. artificium, Lieb usó los postulados aristotélicos —como el concepto de materia como potencia pura— y los escolásticos —como la innata imperfección humana— para describir el proceso compositivo: Hier ist Wiederholung eher ein Wieder-Holen, ein Wieder-aus-der-VergangenheitHolen. Hier zielt die Wiederholung darauf, das Wiederholte aktuell gegenwärtig zu machen, und dazu muss das Vergangene wieder neu geschöpft werden. [...] Die “Wieder-Schöpfung” ist eine genuine Leistung des Dichters und sie gelingt nur, wenn der “Wieder-Schöpfer” etwas Eigenes dazutut107.

Por consiguiente, las variaciones que se observan en las obras de la misma materia no se deben a la búsqueda de nuevas expresiones, sino al hecho de que, con la actualización de la materia, se pretendía alcanzar un acercamiento a su potencia pura. La pertenencia a una materia concreta o a una tradición (oral o escrita) era el punto de partida para componer una obra prestigiosa. Esto se refleja en las frecuentes referencias a las fuentes, sobre todo en la épica cortesana en vernáculo, que no contaba con un modelo fijo previo y que, por lo tanto, necesitaba consolidarse en el campo literario. En aquellos círculos se revela una mayor consciencia y reflexión literaria, con los poetas nombrándose a sí mismos, a sus mecenas, a su público o enumerando sus obras. Aquí conviene volver a la primera obra de Chrétien de Troyes para los ejemplos intergenéricos y metapoéticos. En los primeros versos, además de mencionar su nombre dos veces (v. 9 y 26), este poeta intensifica el valor contrastivo entre “un conte dʼaventure” e “une mout bele conjunture” (vv. 13-14). A lo largo de la obra se evidencian sus conocimientos sobre las chansons de geste y los romans dʼantiquité, además de los versos con adicionales nociones poetológicas, como la oposición de la chanson cantada por unos y el lai compuesto por las damas, “que le Lai de Joie apelerent” (v. 6180). Según Whalen108, la yuxtaposición de la canción anónima y la composición femenina del lai indican que ya hacia 1170 el lai se Worstbrock 1999: 137-140, aquí 137. La cursiva es suya. Lieb 2005: 365. 108 v. Whalen 2012: 409-410. 106 107

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concebía como género literario. De todos modos, Chrétien de Troyes pertenece a los pocos letrados cuyas composiciones se acercan al concepto de autoridad, de acuerdo con los aspectos propuestos por Delle Donne: además de la autoconciencia, al realizar una refundición conceptual, estética y formal de las corrientes y tradiciones, Chrétien de Troyes compuso obras que muy pronto se consolidaron en el campo literario y se convirtieron en modelos a emular, sobre todo en Alemania. Aquí cabe recordar que incluso en las chansons de geste, típicamente relacionadas con el anonimato, Duggan109 identificó dieciséis menciones de autores y otras quince de escribas. Sean estas fidedignas, falsas o forzadas, todas confirman la tendencia a vincular nombres concretos a ciertas obras, incluso en la recepción posterior. En el caso hispánico, cabe recordar el ejemplo curioso de Gonzalo de Berceo, explícitamente designado como autor del Libro de Alexandre en el manuscrito tardío P. Entretanto, además de la mención extradiegética de Per Abbat, el Cantar de Mio Cid no se posiciona ni con respecto a nombres ni en referencia a fuentes, tradiciones u otras obras. Este silencio es un rasgo compartido con otras obras cidianas (sin contar con la mención vaga de fama o tradición en el Poema de Almería, v. 234). Aun así, es posible relacionar el Cantar con el postulado de Lieb arriba citado, que distingue entre la prima materia (en su ejemplo, artúrica), fuera de alcance, y sus realizaciones concretas (el Erec francés y el de Hartmann von Aue). De acuerdo con dicho modelo, la potencia pura de la materia cidiana contiene las nociones clave del ʻguerrero invencibleʼ y ʻconquistador de Valenciaʼ. Similar al concepto de “imaginario” de Iser110, este conjunto, siempre amorfo y dinámico, mantiene su mínimo denominador común, pero se explora de modos distintos en realizaciones concretas, en nuestro caso, en la secunda materia cidiana. Con el marco de la materia bastante amplio, sus realizaciones concretas confirman las posibilidades expresivas del artificium. Si bien Lieb destacó la necesidad de acercarse a la potencia de la materia, a la vez subrayó la importancia del carácter situacional de cada composición: Die mittelalterlichen Erzähler sind nicht deswegen Wiedererzähler, weil ihnen verboten wäre, etwas Neues zu erzählen, sondern weil sie der Überzeugung sind, dass in den vorliegenden Geschichten eine Potenz des Wahren und Guten liegt, die es zu aktualisieren gilt111.

Duggan 2012: 136-142. v. Iser 1983: 121-124. Para su aplicación a la literatura medieval, v. Müller 2010b: 99; Müller 2010a: 71. 111 Lieb 2005: 369. 109 110

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Las nociones de ʻverídicoʼ y ʻbuenoʼ, en vez de remitir a la ʻverdadʼ histórica, se refieren al contexto compositivo. La actualización de la materia manifestada en el Cantar no se preocupaba por la representación ʻfidedignaʼ del siglo xi, sino que su artifex se sirvió del legado épico-heroico para contemplar la sociedad coetánea y explorar sus potencialidades. Las ejecuciones multimediales Con el carácter de oral poetry esencialmente efímero, sus canciones son las partituras ejecutadas ante un auditorio concreto a través de la voz y el cuerpo del poeta/narrador/juglar: Bodily activity beyond mere vocalization is not adventitious or contrived in oral communication, but is natural and even inevitable. In oral verbalization, particularly public verbalization, absolute motionlessness is itself a powerful gesture112.

Esa presencia física representa una ʻvueltaʼ a la esfera oral y puede ser reforzada por la música o el baile, por lo que constituye una experiencia multimediática, multisensorial, directa y esencialmente irrepetible. En el contexto medieval, además de las iluminaciones elaboradas, obras como Widsith o Beowulf incluyen el tema de representación oral, mientras que el Roman de Brut de Wace menciona tanto instrumentos musicales como diferentes actividades ejecutadas por jugleors, chanteors, estrumanteors y tresgiteors113. A veces, estos oficios se tematizaban con más detalle, como en las obras Daurel e Beton, el Roman de Silence, o en el caso de “Abrils issia” de Ramon Vidal de Besalú, con el trovador ofreciendo consejos a un juglar. El vocablo ʻjuglarʼ, del latín ioculator, aparece documentado en las fuentes hispanas desde el temprano siglo xii114 para designar un espectro de actividades, aunque también se refería a las personas más dotadas, capaces de deleitar al auditorio más sofisticado. También es posible encontrar referencias fuera de la literatura, como la tolerancia que mostró Thomás de Chobham en su Summa Confessorum ante los “ioculatores qui cantant gesta principum et vitam sanctorum”, a quienes distinguía, por su utilidad, de “saltatores et saltatrices”, con sus actos viles115. Una diferenciación parecida puede encontrarse en las Partidas, que aprecian únicamente a juglares con talento, no solo con respecto a los

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Ong 2005: 66. v.t. Zumthor 1972, 1985a; Foley 2002. v. Harris y Reichl 2012: 149-173. v. Alvar 1977: 29, º11; Alvar 1999: 23-24. Para estas y otras referencias sobre los juglares, v. Baldwin 1997: 643.

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contenidos representados sino también en cuanto al modo de hacerlo (II, xxi, 20 y VII, vi, 4). De la época del Cantar, cabe recordar la mención del pago del cedrero visitante en el Fuero de Madrid de 1202116. En cuanto al término ʻtrovadorʼ, se aplica a poetas y poetisas que componían en romance —mejor dicho, un occitano o provenzal homogeneizado—, conocidos por su gran movilidad geográfica y sus condiciones de letrados. Eran de diversas ascendencias y condiciones, desde Guilhem IX, el duque de Aquitania y el primer trovador conocido (también el abuelo de Leonor de Aquitania), hasta Marcabrú, cuya extracción humilde no le impidió compartir su poesía moralizante en las cortes europeas. En teoría, los trovadores solían ser los educadores e instructores de los juglares: Jean Bodel, Guiraut de Calanson y Guiraut de Cabreira son algunos poetas que exigían un nivel de conocimientos elevado a los juglares117. En la práctica, no se trataba siempre de una dicotomía rígida del tipo instructor-aprendiz, como se ve en las automenciones ocasionales de trovadores como juglares o en el caso de Gonzalo de Berceo118, que se autodesigna juglar y trovador. Una imagen más estructurada se evidencia en la respuesta real a la “Suplicatio” de Guiraut Riquier, en la que Alfonso X destaca que los juglares diestros pueden aparecer ante los poderosos, pero los considera inferiores a los trovadores que componen canciones y melodías, y a los doctores de trovar, para él los más dignos119. En algunas canciones trovadorescas se puede ver cómo el poeta/narrador se separa de una manera efectiva y clara de la comunicación cotidiana; por ejemplo, cuando Ramon Vidal de Besalú empieza dirigiéndose al auditorio: “Unas novas vos vuelh comtar” (v. 1120). Dicha composición revela también las dinámicas juglaresco-trovadorescas y los elementos de ejecución: el trovador explica que oyó la trama de un juglar en la corte de Alfonso VIII, que entonces amenazó con la ira si alguien interrumpiera al juglar (vv. 26-34). Finalmente, el rey, satisfecho con la ejecución, elogió al juglar y le prometió recompensa (vv. 432-437).

“Todo cedrero quod uenerit amadrid caualero et in conzeio cantare, et el conzeio fore amenido [sic, pro avenido] per dare illi dado, non donent illi mais de III. m.º et medio; et si per mais apretaren los fiadores, cadat illis in periurio”. v. Fuero de Madrid, 29-48, aquí 42. 117 Para el “bastart jugleor”, v. verso 24 de Jean Boden, Chanson de Saisnes, ed. de 1839. v. Alvar 1999: 29-38; Harris y Reichl 2012: 182. 118 Para ‘juglar’, v. estrofa 775b en Gonzalo de Berceo, La vida de Santo Domingo de Silos. Para ‘trovador’, v. la estrofa 232a en Gonzalo de Berceo, Loores de Nuestra Señora. 119 v. Alvar 1999: 27-29. 120 Ramon Vidal de Besalú, “Castia gilos”. 116

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A diferencia de otras obras que contienen verbos clave121 —cantare (el Poema de Almería), canere (el Carmen Campidoctoris), chanter (la Chanson de Saisnes), conter (Erec et Enide) y ʻcantarʼ, ʻoírʼ, ʻromanzarʼ (Gonzalo de Berceo)—, el Cantar de Mio Cid incluye los verbos ʻcontarʼ (v. 1310, 1879), ʻdezirʼ (v. 1620, 1776), ʻfablarʼ (v. 3710), pero el verbo ʻcantarʼ solo aparece en relación con la misa (v. 225, 2069). Cabe mencionar los sustantivos usados a lo largo de la obra para marcar su fase narrativa: el comienzo de la gesta (v. 1085), las coplas del cantar terminado (v. 2276) y el final de la razón (v. 3730). Mientras que el colofón de Per Abbat se refiere a su dimensión material como libro escrito, el colofón al estilo juglaresco sobre el rromanz (en el sentido de ʻrelato en vernáculoʼ) leýdo, aunque remite a ejecuciones en voz alta, es secundario, porque fue añadido al códice en un momento posterior122. Aunque el vocabulario del Cantar y la rima asonante indican una ejecución cant(il)ada, su anisosilabismo dista de la rítmica métrica, por lo que los críticos se han centrado en la estructura del verso, los acentos y las pausas, sobre todo en los hemistiquios separados por cesura, que han estudiado como unidades melódicas básicas o unidades entonativas básicas de habla123. En un plano más general, Álvarez Tejedor124 planteó la influencia de la tradición polifónica eclesiástica de París y la presencia trovadoresca en el reinado de Alfonso VIII. Basándose en la salmodia gregoriana y el pregón, Rossell125 analizó la variabilidad métrica del Cantar y grabó su reconstrucción musical en el año 2015. Por ser una técnica acomodable al anisosilabismo, la idea sobre la cantilación del Cantar como una interpretación musical “a medio camino entre la declamación y el canto”126 fue aceptada por Fernández y del Brío (sin insistir en la dependencia musical de la salmodia o el pregón). Recientemente, Rossell127 propuso una partición de hemistiquios distinta, en la que las combinaciones del tipo ʻsujeto + dixoʼ deberían ser contadas separadamente para obtener hemistiquios más equilibrados. En general, los investigadores tienden a Pese a la escasez de detalles, se supone que estos verbos abarcaban diferentes grados entre la recitación, la cantilación y el canto. v. Fernández Rodríguez-Escalona y Del Brío Carretero 2004: 8-9; Harris y Reichl 2012: 182-183. 122 Sobre la paulatina pérdida de la dimensión melódica en la época posterior, v. Fernández Rodríguez-Escalona y Del Brío Carretero 2004: 27-29. 123 v. Fernández y Del Brío 2004: 32; Fernández Rodríguez-Escalona 2012 y Bailey 2018: 259-260, respectivamente. Para un repaso sobre la versatilidad silábica y acentual, con la bibliografía, v. Montaner 2011: 380-387 y 2018b: 70-75; Bayo 2018, en especial 187190. 124 v. Álvarez Tejedor 2000. 125 v. Rossell 1993. 126 v. Fernández y Del Brío 2004: 10, 18. 127 v. Rossell 2015. 121

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considerar los lazos complejos entre el nivel semántico, sintáctico y entonativo, reconociendo que el verso épico es la “[…] palpable muestra de una auténtica regularidad amétrica”128. Si bien el Cantar no se refiere a ningún instrumento musical, estos se usaban, además de en contextos religiosos, en las cortes peninsulares. Varios ejemplos se encuentran en la Chronica Adefonsi Imperatoris129, donde se mencionan el canto y los instrumentos como “timpanis et citharis et psalteriis” empleados en ocasiones festivas, como la llegada de Alfonso VII a Zaragoza (I,65) o la boda de su hija con el rey García Ramírez (el nieto del Cid histórico, I,93). Los versos iniciales del Cantar, donde habitualmente se anunciaría una obra, se han perdido, pero todavía contiene elementos de performance oral, como las referencias al auditorio: ¡mala cueta es, sennores, aver mingua de pan, (v. 1178) ¡el Criador vos vala con todos los sos sanctos! (v. 2277) por muertas las dexaron, sabed, que no por bivas. (v. 2752)

En otras ocasiones, la voz narrativa se hace más visible, ya sea marcando partes de la obra (vv. 1085, 2276, 3730), cambiando el flujo narrativo o dirigiendo la atención del público: Afévoslos a la tienda del Campeador contado; (v. 152) Afévos donna Ximena, con sus fijas do va llegando; (v. 262) Mas yo vos diré dʼaquel Félez Munnoz, (v. 2764) Quiero decir vos lo que es más granado: (v. 1776)

Algunos versos, como el famoso “Oy los rreyes dʼEspanna sos parientes son” (v. 3724) vinculan el relato al momento extradiegético, pero en general esos recursos130 se emplean para guiar y orientar al público con detalles, comentarios y momentos de suspenso. Lo que es importante recordar es que esas señales de performance, basadas en la condición oral inherente a esas obras, podían ser fingidas y empleadas con el propósito de recrear dicho carácter de oralidad131. Fernández 2012: 75. Las cursivas son suyas. v.t. Montaner 2011: 388-389; Bayo 2018: 186. 129 Todas las referencias son de la Chronica Adefonsi Imperatoris, ed. por Antonio Maya Sánchez. Para el contexto religioso, v. I, 66 y 70. 130 Sobre las intervenciones con las funciones fática y conativa en el Cantar, v. Luongo 2018: 217-219. En su estudio de los recursos narrativos, West-Burdette (1987-1988) se centró en la visualización usada para reforzar la dramatización. 131 v. Gumbrecht 1983. Para la teoría de la pseudooralidad que remite a la tradición oralformularia, v. Bäuml 1984: 42-45. 128

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Las fórmulas performativas y las expresiones deícticas en el proceso conceptual de literalización indican el entramado entre el cuerpo y el texto, típico de las sociedades semi-orales132. En vez de dicotomías, se trata de medios complementarios: todo lo que se pretendiera acentuar a través del ejecutante contaba con el carácter performativo del texto y, por extensión, el poder imaginativo del público. Hablando de la poética de la visibilidad (performativa y textual), Wenzel subrayó el vínculo entre la etimología del verbo digo, dicere con el dedo índice (lat. digitus) y con el concepto de deixis: “Das Zeigen im Raum der Kopräsenz wird ersetzt durch die Deixis von Text und Illumination”133. Así, por ejemplo, las famosas frases físicas del Cantar, como ʻllorar de los ojosʼ, ofrecen matices semánticos importantes, que además podían haber funcionado como signos performativos (v. capítulo V). En este sentido, la “disonancia deíctica”, introducida por Bayo para referirse a los cambios asonánticos que marcaban la transición narrativa (v. el apartado siguiente), sería un eco o una huella de la ejecución en los versos hispánicos. Aunque no cada cambio de rima se puede relacionar con el cambio del foco narrativo (el habla in/directa, el cambio de interlocutor, etc.), este modelo respeta las peculiaridades del codex unicus miocidiano. Como se trata de un rasgo típico de la épica ibérica (presente también en el fragmento del Roncesvalles), dicho modelo hace posible un distanciamiento de la representación en laisses y el modelo francés134. De hecho, Corriente135 ha puesto de manifiesto el patrón silábico-acentual de las composiciones como muwasaha y azgel, destacando así las similitudes métricas entre la literatura ibérica, inclusive el Cantar, y las formas típicas de al-Ándalus. Ahora bien, aun con las interrelaciones del cuerpo y el texto intensificadas en las culturas semiorales, cada cambio del medio conlleva transformaciones. La multisensorialidad de la performance, inherentemente variable y situacional, no puede simplemente ʻtraducirseʼ al medio textual (sin olvidar el fenómeno de variance). De modo similar, de acuerdo con la mouvance, algunos elementos textuales pueden ser añadidos, omitidos o resemantizados durante la ejecución oral. Se trata de dos sistemas semióticos que, partiendo de la misma materia, entran en dialécticas dinámicas y ofrecen realizaciones distintas, de las cuales “Körper, das heißt für die Existenzweise der Texte: Bindung an Situationen der Kommunikation unter Anwesenden, das heißt für die Rhetorik der Texte: Bedeutung performativer Sprechakte, das heißt für die in den Texten entworfenen Welten: Zurschaustellung von Gesten, Haltungen und körpergeprägten Aktionen”. Kiening 2003: 12-13. La cursiva es suya. 133 Wenzel 2006: 25. 134 v. Bayo 2001: 87, 90-91 y 2018: 204. Para una opinión contraria, v. Montaner 2011: 389399 y 2018b: 73-75. 135 v. Corriente 2018: 172-173 y 174-178, respectivamente. 132

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hoy en día tenemos las “instantáneas” (al. Momentaufnahme)136, es decir, las obras capturadas en un momento de su transmisión. Este hecho no impide un estudio literario y cultural del Cantar, pero exige cierta cautela. Aunque el contenido del códice inevitablemente se usa como partitura, todavía se trata de un mundo coherente que cuenta con un público con capacidades cognitivo-estéticas. Y si su diégesis representa, en palabras de Jauß, un ʻcambio de horizonte de expectativasʼ, es preciso detenerse en sus elementos innovadores y resemantizados antes de considerar el potencial connotativo de sus ʻespacios vacíosʼ. Precisamente es el espectro semántico de algunos elementos, acompañado por la escasez de las fuentes coetáneas comparables, el que dificulta el análisis. Y si la comparación con elementos extradiégeticos no permite reducir la naturaleza polisémica de los elementos intradiegéticos, es imperativo detenerse en los contextos y modos en los que aparecieron en la obra. Solo así nos acercamos al mundo construido del Cantar, cuyos acentos narrativos y componentes entrelazados crearon nuevos espacios interpretativos, permitiendo así otros matices semánticos y flujos narrativos en la recepción posterior. El género miocidiano, un tema siempre actual Los cantares de gesta, y la épica en general, siguen escapando a una definición universal, aunque contienen nociones indisociables del género, como la dimensión heroica. Desde la Poética de Aristóteles, que relacionó la mímesis con la narración extensa en hexámetro heroico, ha habido varios intentos de clasificar la épica (entre los que destacan dicho metro, el estilo sublime, el principio medias in res o el genus mixtum), junto con la Odisea, la Ilíada y la Eneida, consideradas paradigmas del género137. Durante la Edad Media, la literatura en latín se pretendía sistematizar (piénsese en las Etymologiae de Isidoro de Sevilla o en la Poetria de Juan de Garlandia), pero dentro de la literatura románica, privada de reflexiones sistemáticas semejantes, existen algunos comentarios esporádicos. Además de las referencias arriba citadas, cabe recordar el prólogo del Roman de Renart (vv. 1-9)138, que menciona los géneros como chansons de geste, romans y fables. Otro ejemplo serían los versos iniciales de la Chanson de Saisnes de Jean Bodel, donde en

v. Gumbrecht 1990: 45. v. Zumthor 1988: 705-709; Müller 1996, en especial XVII. v. Aristóteles, Poética, 1448b, 1449b, 1459a-b. v.t. Quintiliano, Institutio, 1.8.5. v.t. Bowra 1952: 2; Kirsch 1982; Reichl 2012: 38. 138 v. “Branche IIIa: ‘Renat et Chantecler’” en Roman de Renart.

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vez de géneros se evalúan brevemente las materias literarias de Bretaña, Roma y Francia. La corriente que en los años setenta insistió en la contextualización de cuestiones genéricas también llamó la atención a los medievalistas. Así, en su sistema genérico parcial (con la chanson de geste, la novela artúrica y la novela corta), Jauß propuso un ʻorden latenteʼ y una ʻpoética inmanenteʼ de cada género, pero las contribuciones posteriores optaron por una definición contextualizada —in re—, en vez de las universales genéricas y normativas del tipo ante rem139. Similar a las expresiones metaliterarias de carácter esporádico en lenguas vernáculas, el Cantar de Mio Cid no ofrece más que algunos indicios: la ʻgestaʼ que marca el comienzo del segundo cantar —“Aquísʼ conpieça la gesta de Myo Çid el de Bivar” (v. 1085)— y el ʻcantarʼ que anuncia su fin: “Las coplas dʼeste cantar aquísʼ van acabando” (v. 2276). Según el consenso actual140, la división tripartita se relaciona con tres secciones de la representación oral, mientras que la palabra ʻgestaʼ —del latín gero, gerere— designa la toma de Valencia como la —más recordada— ʻhazañaʼ del Cid. Además de las “coplas” como serie de versos con la misma asonancia, cabe citar los últimos dos versos del Cantar: Estas son las nuevas de Myo Çid el Canpeador, en este logar se acaba esta rrazón. (vv. 3729-3730)

Además de la noción autorreferencial, estos dos términos aparecen en el ámbito vernáculo. Así, mientras que las ʻnuevasʼ representan un género en el discurso trovadoresco, en el CC (v. 8) y en el Cantar parecen referirse a las hazañas y la gloria guerrera del Cid141. La razón, también presente en la Chanson de Saisnes (v. 40), habitualmente marcaba una narración o un ʻpoema narrativoʼ, pero en el Cantar dicha voz aparece también fuera del contexto metaliterario, para referirse a asuntos, opiniones o pleitos142. Cabe recordar que este concepto fue usado

v. Jauß 1972 y 1985; Köhler 1985; Kaiser 1985; Grubmüller 1999, en especial 204-208; Voßkamp 1977. 140 v. Bayo y Michael 2008: 149, 239; Montaner 2011: 139. Para un resumen de las posturas diferentes, unidas a la cuestión de la división interna, v. º1085 en Montaner 2011. 141 “Las novas, que suelo traducir por ‘cuento’, ‘historia’ o ‘relato’, tienen un fondo ficticio, novelesco, y una forma que también se reconoce en la tradición novelesca: el octosílabo pareado”. Velasco 1999: 28. v.t. Montaner y Escobar 2001: 199; Bayo y Michael 2008: 348, 461, respectivamente. 142 v. Bayo y Michael 2008: 348 y 471; Montaner 2011: 218. 139

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por Garci-Gómez143 para proponer una división de la obra entre la ʻGestaʼ del carácter heroico-épico (los primeros dos cantares) y la ʻRazónʼ con un carácter más novelesco. Además de esta polisemia de los vocablos en vernáculo, ni siquiera el colofón permite sacar conclusiones sobre el género, puesto que se refiere meramente a la dimensión material de la obra. El caso más antiguo documentado del sintagma ʻcantar de gestaʼ viene de las Partidas y se refiere a “las hestorias de los grandes fechos de armas” (II, xxi, 20) que inspiraban a caballeros. Aquí cabe recordar que el espectro semántico de ʻgestaʼ, además de designar proeza y grandeza militar, puede contener una acepción sociocultural, como una “estructura mental”144 de la élite que se posicionaba ante los hechos extraordinarios de sus antepasados. Sin embargo, a diferencia de las chansons de geste, que solían celebrar a héroes con linajes interrumpidos, el Cantar subraya la continuación de la estirpe del Cid con las dobles bodas. Teniendo en cuenta que tanto Alfonso VIII de Castilla como Sancho VI (y Sancho VII) de Navarra eran sus descendientes, el verso “Oy los rreyes dʼEspanna sos parientes son” (v. 3724) implica intención de reconciliar los discursos cidianos propagados de forma divergente en estos dos reinos. El contexto mediático de esta obra narrativa y la importancia diegética de las relaciones regio-nobiliarias indican fuertemente el ámbito palatino como su destinador y destinatario (hablando en términos greimasianos). Aunque no es posible confirmarlo documentalmente, la corte como mecenas, actor o auditorio del Cantar explicaría tanto la existencia manuscrita, aislada en comparación con otras obras épicas, como el trato del héroe y las problemáticas introducidas. Como ningún nombre aparece ligado a esta obra (de acuerdo con las prácticas hacia 1200), en vez de la voz ʻautorʼ inadecuada, el concepto de artifex encarna merecidamente las destrezas poéticas y el valor literario de la obra. Al final, quien fuera que la compuso, no tenía una ʻautoridadʼ sobre ella y dicha instancia quedó ensombrecida pese a la actualización elaborada del acervo cidiano. Desde el punto de vista codicológico y paleográfico, el manuscrito de Vivar nos ofrece informaciones valiosas: el estatus de copia oficial realizada por Per Abbat en 1207, por un lado, y el carácter bastante conservador del copista posterior. Si desde el aspecto poiético hemos hablado del artifex, con respecto a la transmisión debemos hablar de una “autoría débil”: “Der schwache Autor entspricht somit einem Vater, der das Sorgerecht für seine Kinder an einen Vormund

v. Garci-Gómez 1993. v. Bloch 1986: 155; Bloch 1983: 64-70.

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abtritt”145. La transmisión de una obra no era lineal, sino que contaba con copias, redacciones y ejecuciones, a veces parciales. Aunque en ciertos casos es posible hablar de la transmisión cercana al autor (al. autornahe Überlieferung)146, en el caso del Cantar la red de instancias y medios en la composición y transmisión sigue siendo una incógnita. Finalmente, no disponemos de ninguna documentación sobre las ejecuciones del Cantar o su recepción inmediata. Como indicio indirecto de la ʻautoridadʼ cultural de su diégesis, es importante incluir el bien conocido “Apócrifo del abad Lecenio”, escrito antes de 1222 en Palencia, que incluye varios nombres del Cantar, como Pedro Bermúdez, el conde Gonzalo Ansúrez y Per Abbat147. También cabe mencionar la conclusión de González148 sobre la recepción leonesa del Cantar durante Alfonso IX, basada en las supuestas menciones de “Doña Sol” y “Mio Cid” en la documentación regia (aunque, como no precisó las fuentes, esta observación requiere una investigación detallada). El espíritu conservador de los copistas y el trato del mundo miocidiano en las crónicas posteriores pueden hacer pensar que se trata de una obra de gran estabilidad textual. En cambio, la existencia de solo un códice impide hablar del estado de las ʻversiones primitivasʼ149 o de las mouvance y variance inevitablemente ocurridas en el proceso de su consolidación diegética y textual. Su mundo fue puesto por escrito (por lo menos) tres veces —la fuente de Per Abbat, su copia oficial y la copia posterior de Vivar—, pero también cabe recordar los episodios violentos del ms. E2d, a la vez ajenos y similares a los versos del Cantar, que confirman las realizaciones divergentes de la memoria cidiana. En vez de pensar en ejecuciones simplemente puestas por escrito, es necesario destacar el cambio conceptual proveniente del uso de la escritura y la paulatina —aunque no continua— literalización de lo transmitido, que se Assmann 2011: 68-70, aquí 70. Bumke (1996a: 66) relacionó este concepto con las composiciones cortesanas. 147 “Las falsificaciones documentales relacionadas con el ciclo épico castellano, obviamente, no crearon las tradiciones legendarias. Muy al contrario, aprovecharon que ya existían para obtener la credibilidad que sus autores buscaban”. Escalona 2012: 184. Para el diploma del abad Lecenio, v. Montaner 2010a, y para algunas similitudes entre los episodios del Cantar y el relato hagiográfico de Gonzalo de Berceo, v. Montaner 1997. 148 v. González 1944: 460. 149 En este sentido, la hipótesis de Montaner (2011: 538-539) nos parece especulativa: “Hacia 1200 se elabora el cantar de gesta (quizá de forma memorística) […]. Entre c. 1200 y 1207 se produce seguramente una transmisión oral memorística, que mantiene una fidelidad general al texto primitivo […]. Posiblemente poco antes de mayo 1207 se realiza una reportatio o puesta por escrito a partir de una ejecución juglaresca, aunque no necesariamente una copia al dictado, seguramente en tablillas de cera”. 145 146

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parecía cada vez más al concepto moderno del texto150. Dicha tendencia se puede ver en la elaboración del manuscrito como medio, con el formato más grande, la mayor consciencia sobre los aspectos métricos, el texto organizado en dos columnas y en unidades más pequeñas, apoyado por las ilustraciones. Estos “new attitudes to the page”151 no eran privativos de la literatura, como se puede ver en los diplomas de Alfonso VIII, con la ʻpuesta en escenaʼ de columnas de confirmantes, signos rodados, sellos pendientes y suscripciones cancillerescas. Además de las tres hojas (con texto) perdidas y algunas lagunas breves152, para el lector y el crítico moderno surgen problemas adicionales, como palabras ilegibles, versos cortados por la encuadernación, errores, correcciones y peculiaridades gráficas. A la hora de hacer una edición moderna, los investigadores inevitablemente se sitúan en la escala entre anomalistas y analogistas, y deciden qué nivel de importancia van a atribuir a las intervenciones del escriba153. Así, las ediciones de las últimas décadas difieren entre sí en la transcripción, puntuación y acentuación. Además de los retoques a nivel morfo-sintáctico y semántico, Martin154 advirtió de los editores que suelen insistir en la mala división de versos, los hemistiquios separados y las asonancias organizadas en tiradas. Con respecto a las intervenciones editoriales que causan cambios a nivel morfológico, léxico o sintáctico, Michael incluso habló de la tendencia “[…] a retroceder a los tradicionales vicios hispánicos de ver más claro que el copista del manuscrito […]”155. Con el pasaje siguiente (vv. 2519-2531) y las intervenciones marcadas en negrita se ilustran las diferencias en dos ediciones (Bayo y Michael 2008 a la izquierda y Montaner 2011 a la derecha):

v. Bumke 1996a: 80-81 y 1996b: 125-127. v. Rouse y Rouse 1982: 201-228. 152 Cabe mencionar la laguna que existe tras el v. 440 (v. Bayo y Michael 2008: 94, Montaner 2011: 570). 153 v. Montaner 2018b, en especial 65-79 y 2011: 563-630. 154 v. Martin 2000. v.t. Bayo 2001; contra Montaner Frutos 2005. 155 Michael 2001: 140. v. los versos 708, 1683, 2127, 2367 en la edición de Montaner (2011) y, para más ejemplos, v. Martin 2000; Bayo 2001: 83-84 (donde la edición mencionada de Montaner 1993 no cambió el v. 1683) y 2018b: 194-203. 150 151

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—“¡Evades aquí, yernos, la mi mugier de pro e amas las mys fijas, don Elvira e donna Sol! (2520) Bien vos abraçen e sírvanvos de coraçón”. “Vençiemos moros en campo (2522b-2523) e matamos a aquel rrey Búcar, traydor provado. —“¡Grado a Sancta María, madre del Nuestro Sennor Dios, dʼestos nuestros casamientos vós abredes honor!” (2525) —“Buenos mandados yrán a tierras de Carrión”. A estas palabras fabló Ferrán Gonçález: —“¡Grado al Criador e a vós, Çid ondrado! Tantos avemos de averes que no son contados, por vós avemos ondra e avemos lidiado. Pensad de lo otro, que lo nuestro tenémoslo en salvo.—

—¡ Evades aquí, yernos, la mi mugier de pro E amas las mis fijas, don Elvira e doña Sol, bien vos abracen e sírvanvos de coraçón. ¡Grado a Santa María, madre del nuestro señor Dios, d’estos vuestros casamientos vós abredes honor, buenos mandados irán a tierras de Carrión!— (el final de la tirada 122, el comienzo de la tirada 123) A estas palabras fabló don Ferrando: —Grado al Criador e a vós, Cid ondrado, tantos avemos de averes que no son contados. Por vós avemos ondra e avemos lidiado, (2530) venciemos moros en campo e matamos (2522) a aquel rey Bucar, traidor provado. (2523) Pensad de lo otro, que lo nuestro tenémoslo en salvo.—

Bayo explicó la versión más fiel al códice guardado con el concepto de disonancia deíctica: […] the Cid first addresses his sons-in-law ([vv.] 2520-21), and then the ladies (2522b-23) (the change to the first person plural should be remarked); thereafter, his daughters speak (2524-26) and two lines of dialogue have been separated according to the occurrence of a major prosodic pause156.

Precisamente por la postura más conservadora y el replanteamiento de las interacciones entre la ejecución multisensorial y el medio textual, este estudio usa la edición de Bayo y Michael. En los intentos de posicionar la obra dentro del campo literario, los vínculos con la épica francesa han sido muy discutidos157, sobre todo en relación con los personajes de Roldán y Guillermo de Orange. La ausencia de emoción épica,

Bayo 2001: 87. v.t. Bayo 2018: 193-204. 157 Sobre la imitación/influencia francesa, v. Menéndez Pidal 1963: 29-36, 51-55; Smith, 1983: 154-165. Por ejemplo, Walker (1977) sostuvo la dependencia literaria entre el Cantar castellano y Florence de Rome, lo que Deyermond y Hook (1981) rechazaron, ofreciendo ejemplos similares de la tradición clásica. Asimismo, Duggan (1989: 109-119) rechazó la influencia de Florence y Berte sobre el Cantar, propuesta por Smith (1983: 163). Para el estado de la cuestión actual, con el repaso bibliográfico, v. Justel Vicente 2013. Para un análisis de los motivos bélicos, v. Justel Vicente 2017. 156



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observada por Russell158 hace muchas décadas, y las innovaciones temáticas del Cantar han sido relacionadas con las novelas artúricas, además de con las corrientes trovadorescas y la cultura cortesana (v. capítulo VI). Siguiendo esta argumentación de las influencias ultrapirenaicas, Boix Jovaní propuso en 2012 una adscripción genérica —en nuestra opinión, arriesgada— del Cantar como “cantar de aventuras hispánico”159. La renuncia a adscripciones normativas y el alejamiento de influencias directas tienen como objetivo destacar la multifocalidad compositiva y, por extensión, las perspectivas interpretativas: “The notion of influence can blind us therefore to difference, dissonance, and contestation”160. Si bien antes las obras heroicas respetaban el ethos genérico (por ejemplo, el retrato del héroe guerrero, el principio de venganza sangrienta, etc.), a finales del siglo xii y a principios del xiii las obras narrativas en lengua vernácula —entendidas como actualización de la potencia pura— interactuaban con influencias externas, ya fuera provenientes de los discursos y prácticas o del campo literario coetáneo. En vez de recipientes pasivos, se trataba más bien de participantes activos que no solo intercambiaban sus impulsos constituyentes, sino que también usaban aquella comunicación dinámica para emular, criticar o reflexionar sobre la sociedad y sus expresiones literarias. El Cantar de Mio Cid, sin duda alguna, pertenece a esos participantes fructíferos, puesto que se distancia decididamente en muchos aspectos de otras representaciones cidianas. De acuerdo con el principio de tellability161, su núcleo temático respeta el marco de conflictos palaciegos y la trayectoria del héroe que ya formaban parte integrante de su prima y secunda materia. Pero las resemantizaciones y los desplazamientos, provenientes de otras fuerzas y voces formativas, afectaron profundamente al mundo narrado. Por consiguiente, nuestro objetivo no es clasificar la obra o imponerle un sistema rígido de reglas literarias, sino analizarla in re y en relación con su polifonía contextual, respetando los hilos entretejidos utilizados, así como su marco interpretativo amplio.

Russell 1952: 349. Sobre la desestabilización del ethos épico, v. Gerli 1995. Boix Jovaní 2012a: 154. Vaquero (1990: 81) advirtió del peligro de relacionar el Cantar con los libros de aventuras y sus protagonistas. 160 Gaunt 2000: 50. 161 “Some configurations of facts present an intrinsic ʻtellabilityʼ which precedes their textualization. This is why some stories exist in numerous versions, survive translation, and transcend cultural boundaries”. Ryan 1991: 148 (refiriéndose al trabajo de Labov). v. Bruner 1991: 11-12.

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2.3. La construcción del Cantar de Mio Cid como mundo posible Como alejamiento de la realidad, ya sea moldeándola, representándola o inventándola, el tema de ficción hunde sus raíces en la Antigüedad162. En la literatura moderna se ha entendido como un pacto entre la producción y la recepción, como ʻwilling suspension of disbeliefʼ (Coleridge), as-if o als-Ob (Searle, Iser) o bajo el sintagma ʻmundos posiblesʼ (Pavel, Goodman, Doležel, Ryan, etc.). Puesto que las teorías modernas implican ese contrato de ficción, su aplicación a una obra medieval no está exenta de problemas, sobre todo en lo que respecta a la dicotomía simplista del tipo verdadero/histórico vs. falso/ficticio. Los principios estéticos de mímesis y poiesis y el criterio de verosimilitud El ámbito estético está guiado por los principios de poiesis —la creación o formación compositiva— y mímesis, concebida como “weltartige (welthafte und weltgestaltende) Kunst: Kunst als Weltentdeckung, Weltdeutung und Wirklichkeitsentwurf”163. Aunque en la Antigüedad no tuvo una definición propia, fueron las obras de Platón y Aristóteles las que restringieron su uso al mundo estético. En su República164, Platón critica el alejamiento de los poetas de la verdad y su práctica de fingir conocer lo que representan en sus obras, pero no rechaza la poesía en su totalidad. Además de insistir en himnos a los dioses y alabanzas al bien (10.607a), este filósofo subraya el gran potencial transformativo y educativo de las artes miméticas, por lo que no importa si los caracteres ejemplares representados existen o no (5.472d). Observando esta suspensión del criterio de referencialidad, Büttner destacó la importancia de la ficción para Platón: “Nur über Fiktion ist die Literatur, die Platon für seinen Staat wünscht, überhaupt erreichbar”165. Como se sabe bien, desistiendo de meras copias, Aristóteles propuso como objetivo principal escribir sobre lo que podría —o necesitaría— suceder, otorgando así al poeta un papel más activo (a diferencia del historiador)166.

Algunos de los argumentos que siguen fueron tratados en Blašković 2019. Metscher 2003: 278. Las cursivas son suyas. v.t. Gebauer y Wulf 1995: 25-44, con referencias adicionales. 164 v. Platón, República, 10.598a-b, 10.599a-d, 10.600a (el ejemplo de Homero), 10.600e, 10.601b, 10.603a. Sobre la importancia de la música y la supervisión necesaria, v. Platón, República, 3.401b-e. 165 Büttner 2004: 47. 166 Aristóteles, Poética, 1447a y 1451a-b, respectivamente. 162 163

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En los manuales retóricos posteriores, la separación del discurso historiográfico y poético fue continuada y elaborada. Además de hablar de la capacidad de representar lo verdadero o lo verosímil en la inventio, Cicerón incluyó la tríada de la narración: la historia (“gesta res, ab aetatis nostrae memoria remota”), la fabula (“in qua nec verae nec veris similes continentur”) y el argumentum (“ficta res, quae tamen fieri potuit”)167. Dicho modelo formó parte de la Rhetorica ad Herennium, la Institutio de Quintiliano y las Etymologiae de Isidoro de Sevilla168. En todas estas clasificaciones siguió usándose el criterio de verosimilitud como el medio entre dos polos, otorgando así una posición particular a la épica. Como no disponemos de intentos similares de sistematización de las obras en vernáculo, cabe centrarse en los ejemplos aislados conservados, partiendo de la larga tradición épica y sus valores connotativos de la ʻhistoriografía oralʼ. La veracidad de la épica medieval y la ficción funcional Los géneros narrativos que surgieron en el siglo xii —los romans dʼantiquité y las novelas artúricas— recogieron las materias antiguas y tradiciones orales, amorfas y anónimas y las adaptaron al contexto cortesano. El desarrollo de la conciencia de la condición autorial, elementos autorreferenciales y reflexiones poetológicas son algunas de las razones por las que la novela artúrica suele relacionarse con el carácter ficcional, aunque en los últimos años se ha preferido hablar de grados o formas múltiples de la ficción169. A diferencia de las novelas cortesanas, las chansons de geste ya tenían un Sitz im Leben. Además de mencionarse a sí mismo (v. 29), Jean Bodel destaca en su Chanson de Saisnes la materia de Francia como la más verdadera y la más cercana a la historia (en comparación con las de Bretaña y Roma, vv. 6-14). Esta categorización es curiosa, porque el poeta subraya la veracidad de la “bone chançon” al remitir a la tradición escrita, es decir, a “li livre dʼestoire” (vv. 2-3) como sus garantes. Dicha autolegitimación, en cambio, no impide a Jean Bodel realzar su propio artificium y el carácter innovador de su obra, tanto con respecto al contenido (“seignor, cette chançons ne muet pas de fabliax, / mais de chevalerie, dʼamors et de cembiax”, vv. 22-23) como a la forma (“les riches vers noviax”, v. 28).

v. Cicerón, De inventione 1.9 y 1.27, respectivamente. Compárense Rhetorica ad Herennium, lib. IV. 1.8.13; Quintiliano, Institutio, 2.4.2; Isidoro de Sevilla, De Etymologiae, 1.44.5. 169 v. Glauch 2014: 98,113; Müller, 2010b: 95. v.t. Burrichter 2010: 263-266; Jauß 1983; Warning 1983; Gumbrecht 1983. 167

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El cantus gestualis fue celebrado por la importancia cultural y múltiples funciones sociales, como se puede ver en la Segunda Partida que, como observó Velasco, refleja “[…] la necesidad del legislador de salvaguardar el espacio de certidumbre al situar la jerarquía de los productos culturales en el ámbito del discurso de la Historia […]”170. En sus esfuerzos para determinar el ámbito caballeresco, Alfonso X propone una jerarquía de las fuentes de saberes: las lecturas de “las hestorias de los grandes fechos de armas” durante la comida, escuchar a “los caballeros buenos et ancianos que se en ello acertaron” y, finalmente, no dejar a juglares decir “antellos otros cantares sinon de gesta, ó que fablasen de fecho darmas” (II, xxi, 20). A pesar de que no se mencionan ningunas obras en concreto, la preferencia por la escritura y las estorias es evidente, de acuerdo con las tendencias de la producción narrativa alfonsí. Aunque indicativo de su recepción posterior, el Cantar es un ejemplo raro de las fuentes usadas por el taller alfonsí que está libre de correcciones, lo que de nuevo confirma su estatus ʻverídicoʼ en el sentido memorístico. Pese a que el contrato de ficción moderno implica la suspensión de referencialidad, no se trata de categorías absolutas sino culturalmente determinadas171. La mera presencia de elementos hoy en día entendidos como sobrenaturales no significa que en la mente medieval funcionaran como señales de ficción172. Además de la categoría de ʻmaravillosoʼ, el carácter verídico no tenía que coincidir con la referencialidad: “The distinction between the historical deeds of kings and heroes on the one hand, and legendary embroidering upon those deeds or even their invention out of whole cloth on the other, was at best blurred […]”173. La evolución cronística o literaria de cada personaje (histórico o mítico), por lo tanto, dependía del contexto actual, aunque en cada materia había elementos menos flexibles que otros. En contraste con la “ficción autónoma” moderna, Burrichter introdujo el concepto de “ficción funcional” (al. funktionale Fiktionalität)174 para referirse a la (trans)formación poética y elaboración retórica de una materia —independientemente de géneros y épocas— que no afecta a la veracidad del contenido.

Velasco 2006a: 446. “[…] Fiktionssignale sind kommunikativ relevant und damit notwendig historisch variabel, sie garantieren, daß ein Text von den Rezipienten bei adäquater Kenntnis der zeitgenössisch jeweils gültigen Diskurskonventionen als ein fiktionaler verstanden wird [...]”. Hempfer 1990: 121. 172 Müller 2014: 211-219. v.t. Glauch 2014: 97,105,114. Para algunos ejemplos de lo maravilloso en el Cantar, v. Boix Jovaní 2012b. 173 Duggan 1986a: 308. 174 Burrichter 1996: 14-22. 170 171

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A nivel más alto, Müller recordó que la narrativización como proceso está inherentemente relacionada con dichas nociones de la ficción funcional: Erzählen setzt immer Fingieren voraus: die kohärenzstiftende Ausgestaltung von als wirklich wahrgenommenen oder erfundenen Elementen zu einer Geschichte. Solches Fingieren ist nicht an einen Fiktionalitätskontrakt gebunden. Im Gegenteil kann die fingierende Ausgestaltung beanspruchen, den Referenzbezug des Erzählten zu verstärken, indem es dem zu erzählenden Sachverhalt besser gerecht wird175.

De acuerdo con el criterio de narratio verosimilis y el marco predeterminado de la materia, la ficción funcional permite respetar y explorar las destrezas po(i)éticas del artifex miocidiano sin afectar a su veracidad cultural, proveniente del legado heroico, pero también de la cercanía al mundo extradiegético. El Cantar de Mio Cid como mundo posible Aunque formados en un proceso de reconstrucciones, deconstrucciones y resemantizaciones del mundo existente176, los ʻmundo posiblesʼ permiten centrarse en la propia ontología de las obras, sin que sus ʻverdadesʼ dependan de la relación con el mundo ʻrealʼ: “More venerable than either utility or credibility as definitive of truth is coherence, interpreted in various ways but always requiring consistency”177. Cierta proximidad temporal del Cid histórico y épico, una excepción en el mundo románico, se usaba antes para destacar el carácter histórico del Cantar. Desde que Menéndez Pidal enfatizó el verismo de la épica hispánica y Spitzer caracterizó la obra como biografía novelada o “epopeyizada”178, el tema de la ficción miocidiana ha sido uno de los más explorados. Siguiendo la terminología de los mundos posibles, el mundo de la vida en torno a 1200 en Castilla sería el “mundo actual”, mientras que el Cantar como “mundo textual actual” retrataría el tardío siglo xi, la época del Cid histórico, entendida como “the textual reference world”179. No obstante, con la diégesis épica como representación actualizada del pasado, los lazos entre los representantes y los representados se intensifican aún más. Müller 2014: 227. v.t. Müller, 2010b: 92-95, 101; Glauch 2014: 90,102-104. “No fictional world could be totally autonomous, since it would be impossible for it to outline a maximal and consistent state of affairs by stipulating ex nihilo the whole of its individuals and of their properties”. Eco 1984: 221. v.t. Goodman 1978: 6. 177 Goodman 1978: 124. 178 v. Menéndez Pidal 1963: 206-210 y Spitzer 1948: 115, respectivamente. 179 v. Ryan 1991: 24. 175 176

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El repaso por la materia cidiana (v. apartado 2.1) permitió identificar las constantes en el acervo construido y transmitido, aunque su modo de representación no coincidía siempre. Con respecto a la trayectoria del Cid, se destacan los conflictos con el rey Alfonso, con otros magnates hispánicos y su experiencia en el exilio, culminada con Valencia. En lo que concierne a su familia, se suele mencionar a su mujer Jimena y, en menor medida, a las hijas y sus ventajosos matrimonios. Hablando en términos de espacios semánticos, se hace constar que la estancia del Cid en la corte de Alfonso VI se retrata como problemática, mientras que su figura llega a prosperar una vez relacionada con el Levante. Este acervo de conocimientos vinculados al Cid fue amplificado en el Cantar por otros personajes de la época del Cid histórico. Con respecto a los magnates, además de García Ordóñez y el conde de Barcelona, cabe mencionar a los condes Enrique y Ramón de Borgoña, así como al conde Fruela, reunidos en Toledo para decidir sobre el asunto de la afrenta (v. apartado 4.3). Además de estas figuras significativas, el Cantar incorporó a Álvar Díaz de Oca y a Gómez Peláez, aunque sus figuras aparecen solo una vez y son irrelevantes para la trama épica. En cuanto a la mesnada, amigos o aliados del Cid, hay que mencionar a Álvar Fáñez180, el obispo Jerónimo (Jérôme de Périgord o de Périgueux)181 como nombres históricos más sonoros, que aparecen junto a Pedro Bermúdez, Martín Antolínez, Muño Gustioz, Álvar Álvarez, Álvar Salvadórez, Martín Muñoz, Galín García, Malanda, Félez Muñoz y Avengalvón. Algunos de estos nombres fueron relacionados con el Cid histórico, pero en la gran mayoría de los casos los papeles otorgados en la red del Cantar no coinciden con la documentación conservada. Sin duda alguna, la incorporación más importante para la diégesis épica es el papel otorgado a Fernando y Diego González, los infantes de Carrión. Fueron estos nobles, introducidos como pertenecientes a la casa de Beni-Gómez, los que afectaron a la materia cidiana y la reconfiguraron profundamente. La aplicación estricta del esquema de Ryan —las nueve relaciones de accesibilidad del mundo actual al mundo textual actual182— resultaría problemática en el caso del Cantar, puesto que estas vías implican criterios como mentiras, errores y la ficción (autónoma). No obstante, la amplificación del acervo cidiano por medio de los nombres (sobre todo, los más sonoros) del siglo xi, aunque no sigue el principio de veracidad extratextual, todavía encaja con el marco de Sobre Álvar Fáñez, v. Menéndez Pidal 1963: 18-19; Montaner 2011, ºH. v. Fletcher 1989: 150-151, 183, 186; Montaner 2011, º1289, Barton 2011a: 524-528. 182 v. Ryan 1991: 32-35 (también el uso del género literario como indicador de la ficción, v. Ryan 1991: 43-44). 180 181

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los mundos posibles. Visto desde la perspectiva de la verosimilitud narrativa, es preciso hablar, en palabras de Ryan, de la “compatibilidad de inventario” o, siguiendo a Doležel, del principio de compossibility183. Esta red miocidiana, compuesta de figuras “composibles” o compatibles, actúa entonces como base sólida para introducir las temáticas y discursos pertenecientes a la Castilla (y Europa) de hacia 1200. Si bien es posible hablar, en términos generales, de la “coherencia histórica” (el Cantar como el pasado del mundo actual), mucho más importante para su análisis es el criterio de la “compatibilidad socioeconómica”, que presume que el mundo ʻrealʼ y el diegético comparten las leyes económicas y estructuras sociales184. Esto se deja ver en la multitud de conceptos, discursos y prácticas vinculados a las tendencias de la corte de Alfonso VIII, que formaron parte del mundo épico. Dado que esos factores formativos, ajenos al mundo del siglo xi, serán analizados detalladamente en los capítulos siguientes, por el momento se ofrece un esbozo breve de los ejemplos de la compatibilidad socioeconómica miocidiana. Hablando de la corte real, cabe empezar por el concepto de ʻseñor naturalʼ, presente en los tratados de paz de Alfonso VIII con otros reinos. Mencionado ya en la Chronica Adefonsi Imperatoris, dicho término, basado en el criterio territorial, se iba imponiendo como superior al vínculo de vasallaje: “El natural lo era tan natural incluso cuando poseía heredades en otro reino […]”185. En este contexto discursivo, resulta llamativa la innovadora insistencia épica en Vivar como antroponimia locativa del héroe, además de los vínculos reforzados con el monasterio de San Pedro de Cardeña y Burgos (v. apartado 3.1). A un nivel más alto, la toponimia castellana vinculada al Cid puede leerse como reacción al discurso navarro que realzaba al héroe por ser antepasado de su casa real. De este modo, sin que se disminuya el contraste poético entre las posesiones limitadas en Castilla y el señorío en Valencia, el Vivar miocidiano encaja con las tendencias castellanistas contra la ʻnavarrizaciónʼ del Cid186. Cabe recordar que Navarra insistía en un Rodrigo Díaz independizado, mientras que en la HR el conflicto entre el Cid y Alfonso no se resuelve (aunque al final el rey ayuda a la viuda Jimena). A diferencia de estas narraciones, el Cantar se inicia con el exilio, pero eso no impide la reconciliación con el rey. Es más, al dejar para el final una inclusión breve del yerno navarro, sin mencionar su nombre, el Cantar 185 186 183 184

v. Ryan 1991: 32-35 y Doležel 1998: 20. Ryan 1991: 45. Estepa Díez 2010: 173. Sobre el concepto de naturaleza, v. Fuero Viejo I,i,1 y I,iv,2. Sobre los discursos navarro y castellano, v. Martin G. 1992: 171-194 y 1993b; v.t. Martín Ó. 2015.

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presenta las segundas nupcias como una prestigiosa superación de las primeras. Así, la obra concuerda en términos generales con el discurso oficial en Navarra, pero no incluye sus intereses linajísticos. Las cortes celebradas en Toledo son la consecuencia de la decisión heroica de no usar la violencia para vengarse. Este tipo de reuniones pregonadas para resolver asuntos diferentes —llamadas curias extraordinarias o plenas— incluían a los magnates laicos y eclesiásticos, acompañados por los sabidores de la ley a partir de finales del siglo xii187. Durante el largo reinado de Alfonso VIII, las curias extraordinarias fueron convocadas en 1169 y 1178 (Burgos), 1182 (Medina de Rioseco), 1184/1185 (Nájera), 1187 (San Esteban de Gormaz) y 1188 (Carrión)188. Esas asambleas trataban las cuestiones internas de diferente índole, pero también las relaciones con otros reinos, como se puede ver en el matrimonio acordado entre la infanta Berenguela y Conrado de Hohenstaufen en 1187. El Cantar sigue el trato de la corte como fuerza centrípeta que hace visible el poder y prestigio de los presentes: el rey alude a dos cortes anteriormente convocadas en Burgos y Carrión (vv. 3129-3130), mientras que la tercera, situada en Toledo, representa la cima de las interacciones regio-nobiliarias. Íntimamente relacionada con las políticas reales era la institución del riepto, que se introdujo en las últimas décadas del siglo xii para reparar ofensas entre la nobleza con el desafío (advertencia oficial) o riepto del injuriante ante el rey, seguido del combate judicial o la pesquisa como medio de prueba (siendo esta mucho más frecuente en los procesos presididos por Alfonso VIII)189. El riepto épico se basa en el ataque brutal a las hijas del Cid por parte de sus maridos, sin la previa ruptura de la amistad o concordia, también aludida por el conde de Barcelona —“non lo desafié nilʼ torné el amistad” (v. 965)— y por el mismo héroe en relación con sus yernos: Dezid, ¿qué vos mereçí, yfantes, en juego o en vero o en alguna rrazón? Aquí lo mejoraré, a juvizyo de la cort. (vv. 3258-3259)

Aunque la obra no incluye palabras difamadoras dirigidas a las hijas del Cid, la tortura por la que pasan en la afrenta sigue algunos de los preceptos del Fuero v. Guglielmi 1955; Lacarra 1980: 65-77, 99; 2018: 361-363. Los asuntos sobre los cuales presidía el rey todavía no eran fijos; los ʻcasos de corteʼ del tardío siglo xiii incluían incendios, violaciones, alevosía y traición, entre otros delitos. v. Moxó (basándose en Valdeavellano) 2000c: 154; Álvarez Borge 2015b: 239. 188 v. Martínez Díez 1988: 133-143. 189 v. Pavlovic y Walker 1989a; Zaderenko 1998. Sobre los procesos jurídicos con Alfonso VIII como juez, v. Álvarez Borge 2015b: 248-254. 187

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de Cuenca (XI, 29-34)190 sobre los modos de injuriar a mujeres (insultar, tirar del pelo, empujar con fuerza, desnudar, llevarse o cortar su ropa, etc.). Además de eso, la insistencia en llamar a los antagonistas “traydorʼ” y “alevoso” (vv. 3343, 3362, 3371, 3382) encaja con el vocabulario jurídico documentado en fueros como los de Cuenca (XII, 1-2, 21) y Madrid (34, 47-48), pero también en los Tratados de Cabreros, Guadalajara y Valladolid. Además de los ecos de los fueros, la política fronteriza de Alfonso VIII se manifiesta en el trato de Valencia como señorío inmune. Su estatus de “heredad” (vv. 1401, 1472, 1607, 1635) encaja con la legislación municipal que determinaba los derechos hereditarios de las tierras ocupadas por los colonos191. El bien conocido espíritu de frontera se evidencia en la organización administrativa de Valencia, con el reparto de propiedades y el censo para evitar deserciones (vv. 1245-1265), seguido de la restauración de la sede valenciana y el nombramiento de don Jerónimo como obispo. En cuanto a la corte y sus elementos constituyentes, el Cantar ofrece una imagen simplificada, pero todavía innovadora con respecto al siglo xi. Así, mientras que el binomio “cuendes e yfançones” (vv. 2072, 2964, 3479) refleja la política de Alfonso VIII de incluir a toda la nobleza, jurídicamente igualada, en asuntos curiales192, la obra incorpora a las personas concretas, sin aludir a sus oficios paladinos u otros cargos honoríficos. De modo similar, la cancillería en la obra se reduce a cartas escritas y dos referencias sobre la validación de documentos con sellos193. Esta práctica fue documentada en la segunda mitad del siglo xii, cuando apareció por primera vez el sello con figura ecuestre de tipo mediterráneo194. Como se verá en adelante, aunque la documentación real y magnaticia incluía otros recursos gráficos, el Cantar reduce el uso de la heráldica al emblema mencionado por don Jerónimo (v. 2375). Finalmente, cabe mencionar el vocabulario nobiliario en la obra, como el testimonio más remoto conservado de dos neologismos de la época: “hijodalgo” y “rico omne”195. Como es bien sabido, su uso ha sido uno de los argumentos más frecuentemente utilizados para destacar el contraste entre el Cid épico y los jóvenes antagonistas (v. capítulo 4.3).

Todas las referencias del Fuero de Cuenca son de la edición de Powers, 2000. v. Lacarra 1980: 114; Montaner 2011 º1472. v.t. Lacarra 1980: 33-41. v. Lacarra 1980: 66,69; Hernández 1988. v. Russell 1952: 341-344; Ubieto Arteta 1972: 64-67; Montaner 2011: º24 y º1956. v. Carrasco Lazareno 2012: 103-108. Sobre sellos y monedas como fuentes gráficas bajo Alfonso VIII, v. Pérez Monzón 2002. 195 v. J.M. Lacarra 1975. 192 193 194 190

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En un contexto más amplio, esta obra épica pertenece a la época que exploraba y celebraba la cortesanía a lo largo de Europa. Surgida en las sedes magnaticias, esta cultura, conocida por su carácter extravagante, ofrecía un amplio catálogo de ideales sofisticados, como mesura, largueza, lealtad y jovialidad. Además de estas tendencias, los intentos de regularizar la violencia entre los nobles, con la organización de torneos y la práctica del rescate, también llegaron a formar parte del mundo épico. Al seguir el procedimiento neohistoricista y su insistencia en la energía social, se admite la heterogeneidad de las fuerzas formativas del Cantar. Por un lado, los impulsos de la tradición popular se evidencian en detalles como la insistencia en ciertos números (sobre todo, el tres), el episodio de los prestamistas, la correspondencia entre la naturaleza y los momentos narrativos, la descripción de lugares estereotípicos y la violencia de la afrenta196. Por otro lado, la obra permite identificar matices martiriológicos y elementos de la tradición árabe o andalusí, sin que esto signifique que existan influencias directas. Así, tanto la literatura clásica como la coetánea (dentro y fuera de Europa) contenían imágenes idealizadas de mujeres, a veces observando la batalla desde una torre. Incluso la figura épica del obispo Jerónimo no se asemeja solo al famoso clérigo guerrero Turpin, sino también a varios obispos castellanos, sobre todo al arzobispo Martín López de Pisuerga que, entre otras cosas, estuvo activo en la lucha contra los almohades197. No es necesario insistir, pues, en influencias directas; las energías sociales influían en las materias exploradas y así acercaban las obras a su ʻrealidadʼ extradiegética. El mismo Cantar contiene también elementos aislados que se relacionan con el periodo de hacia 1200, como la mención de Portugal como reino (v. 2978)198 o el uso del corónimo Navarra. No obstante, a la hora de su formación diegética, la permeabilidad con respecto a los impulsos externos no era ilimitada. Por ejemplo, Alfonso VIII, inspirado en el dinar almorávide, acuñó el maravedí, la primera moneda de oro fabricada en Castilla, pero en la obra figuran términos genéricos como “averes monedados” (vv. 126, 172, 2257) o se usa el marco como unidad de medida (vv. 513, 845, 1217, etc.)199. De modo similar, la obra recoge neologismos conceptuales como ʻseñor naturalʼ, ʻrieptoʼ, ʻrico omneʼ, etc., pero las conquistas del rey, su relación con otros reinos u otros centros de poder (sobre todo del carácter eclesiástico) son algunos de los componentes que no entraron en la realidad épica. 198 199 196 197

v. Deyermond 1972; Gifford 1977; Montaner 2011: º457. v. Smith 1983: 100 y Ayala Martínez 2013: 248-278. v. Montaner 2011: º2978. Sobre el metal que determinaba el valor de monedas medievales, v. Bayo y Michael 2008: 72.

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El hecho de que la permeabilidad diegética fuera selectiva es ilustrativo de la relación compleja entre la obra y su entorno regio-nobiliario. Si el contexto actual fue tomado como el punto de partida para la construcción del mundo miocidiano, tampoco deben olvidarse los impulsos de la materia cidiana copresente y los rasgos de la épica heroica. Solo uniendo estos ejes y centrándonos en sus lazos podemos acercarnos al acervo de conocimiento de aquella época y a la muy necesaria instancia del interpretante. 2.4. Desde la energía de la prima materia hasta el acervo del Cantar como autoridad cultural Las páginas anteriores se han dedicado a la contextualización mediática de la obra para recordar los factores externos en la génesis épica, marcados por la multimedialidad, discontinuidad y contextualidad. La permeabilidad de las obras podía ocurrir durante su composición, sus ejecuciones y transmisiones, por lo que la textualidad plenomedieval implica múltiples descontextualizaciones y recontextualizaciones200. Por ello, los aspectos de una materia podían ser omitidos, ampliados o resemantizados en una obra concreta que, a su vez, podía existir en varias variantes. Cada una de las realizaciones poéticas era una respuesta a la dialéctica entre las materias y formas, es decir, un actus en la búsqueda de la potencia inicial. Con cada exploración y actualización, la energía social de la obra podía transformarse, de acuerdo con el contexto inmediato. Por esta razón, aunque el carácter típico de medias in res y la falta de la primera hoja201 dificultan las interpretaciones del Cantar, la inclusión de las crónicas posteriores para reconstruir los versos perdidos o explicar los conservados puede conllevar nociones ajenas a la sociedad castellana en torno a 1200. A pesar de que el camino de transmisión de obras no era lineal, gracias a su presencia en la escritura las obras medievales se parecían cada vez más a lo que llamamos ʻtextosʼ. Los críticos y editores se han posicionado de modos distintos ante el códice de Vivar, sus incongruencias menores y las revisiones del copista final. Aunque no es posible sacar conclusiones sobre la fase compositiva inicial, hace constar que a lo largo del siglo xiii la diégesis miocidiana Sobre la textualidad medieval como “[...] spezifisches Ausbalancieren von Situationsabstraktheit und Situationsbezogenheit der verschriftlichten (und daher literaturwissenschaftlicher Analyse zugänglichen) Wiedergebrauchsrede [...]”, v. Strohschneider 1999: 28. 201 La falta de la hoja se argumenta con el uso anafórico del pronombre “los” en el segundo verso, además del hilo distinto usado para coser la primera hoja actual, que quedó suelta (v. Michael 1984: 75). 200

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El hecho de que la permeabilidad diegética fuera selectiva es ilustrativo de la relación compleja entre la obra y su entorno regio-nobiliario. Si el contexto actual fue tomado como el punto de partida para la construcción del mundo miocidiano, tampoco deben olvidarse los impulsos de la materia cidiana copresente y los rasgos de la épica heroica. Solo uniendo estos ejes y centrándonos en sus lazos podemos acercarnos al acervo de conocimiento de aquella época y a la muy necesaria instancia del interpretante. 2.4. Desde la energía de la prima materia hasta el acervo del Cantar como autoridad cultural Las páginas anteriores se han dedicado a la contextualización mediática de la obra para recordar los factores externos en la génesis épica, marcados por la multimedialidad, discontinuidad y contextualidad. La permeabilidad de las obras podía ocurrir durante su composición, sus ejecuciones y transmisiones, por lo que la textualidad plenomedieval implica múltiples descontextualizaciones y recontextualizaciones200. Por ello, los aspectos de una materia podían ser omitidos, ampliados o resemantizados en una obra concreta que, a su vez, podía existir en varias variantes. Cada una de las realizaciones poéticas era una respuesta a la dialéctica entre las materias y formas, es decir, un actus en la búsqueda de la potencia inicial. Con cada exploración y actualización, la energía social de la obra podía transformarse, de acuerdo con el contexto inmediato. Por esta razón, aunque el carácter típico de medias in res y la falta de la primera hoja201 dificultan las interpretaciones del Cantar, la inclusión de las crónicas posteriores para reconstruir los versos perdidos o explicar los conservados puede conllevar nociones ajenas a la sociedad castellana en torno a 1200. A pesar de que el camino de transmisión de obras no era lineal, gracias a su presencia en la escritura las obras medievales se parecían cada vez más a lo que llamamos ʻtextosʼ. Los críticos y editores se han posicionado de modos distintos ante el códice de Vivar, sus incongruencias menores y las revisiones del copista final. Aunque no es posible sacar conclusiones sobre la fase compositiva inicial, hace constar que a lo largo del siglo xiii la diégesis miocidiana Sobre la textualidad medieval como “[...] spezifisches Ausbalancieren von Situationsabstraktheit und Situationsbezogenheit der verschriftlichten (und daher literaturwissenschaftlicher Analyse zugänglichen) Wiedergebrauchsrede [...]”, v. Strohschneider 1999: 28. 201 La falta de la hoja se argumenta con el uso anafórico del pronombre “los” en el segundo verso, además del hilo distinto usado para coser la primera hoja actual, que quedó suelta (v. Michael 1984: 75). 200

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como legado cultural se fue consolidando. Incluso si se acepta la propuesta de Russell202 sobre los versos 3726-3730, amétricos y defectuosos, como añadidos por una persona piadosa, dicha adición, ilustrativa de la transmisión medieval, no es transformativa en el sentido diegético. Además, tanto los colofones (de Per Abbat y del juglar) como las correcciones y encuadernaciones posteriores confirman el interés por la obra, sin olvidar la existencia de documentos manipulados o apócrifos, inspirados en el Cantar. Si los elementos escogidos de la memoria y documentación del Cid histórico sirvieron como fuente o soporte, ese tipo de apropiación de conocimientos fue típico de la épica vernácula, de acuerdo con el panorama amplio de sus funciones sociales203. No obstante, fueron los impulsos y la energía social de la época del Cantar los que moldearon un mundo heroico coherente. La tarea principal del artifex era dominar y armonizar la polifonía de dichas voces formativas y construir un mundo digno del prestigio heroico, en el cual la cima social podía autocontemplarse. El hecho de que no se guardara ningún nombre como autor del Cantar no impidió su consolidación en el discurso historiográfico posterior, implicando así su veracidad en el sentido memorístico y su autoridad en el sentido formativo. Los conceptos y ejemplos arriba mencionados, sobre todo el caso de Jean Bodel, confirman que las denominaciones genéricas no se usaban en un sentido normativo, aunque eso no significa que el medio literario no conllevara un horizonte de expectativas. Así, la trayectoria del Cid en el exilio respeta el marco general de la épica heroica, pero la magnitud de los elementos incorporados confirma que se trata de un mundo poiético-mimético cuyo análisis exige un cambio de perspectivas y una distancia de los conocimientos ʻhistóricosʼ del poeta. Aunque otras obras medievales a veces parecen incoherentes en el sentido sintagmático (la motivación o las acciones de los personajes)204, este no es el caso del Cantar. Desde luego, ciertos puntos son problemáticos, como el uso de topónimos205, la reaparición de Álvar Salvadórez (v. 1994) o el reparto de tareas (v. 1999)206. Asimismo, hay versos difíciles de interpretar, como la mención de “tierra estranna” (vv. 1125-1126), el don real (v. 2125) o el comienzo de una ba-

v. Russell 1978b: 98-103. Sobre las funciones épicas como entretenimiento, propaganda o en relación con la socioeconomia, v. Duggan 1986a y 1986b. 204 Sobre la coherencia textual sintagmática, v. Schulz 2010: 339-344. 205 v. Ubieto Arteta 1972: 37-55, 73-108. Walsh (1990: 12-13) vio los topónimos como recursos para producir la sensación de prisa y Montaner (2011: º396) como modo de marcar el ritmo narrativo y reforzar la verosimilitud. 206 v. Montaner 2011: 125. 202 203

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talla (vv. 2311-2534)207. Puede que algunas narraciones dobles (como la oferta de liberación al conde de Barcelona) exijan más atención y análisis208, pero ni siquiera esos elementos afectan a la trama de modo significativo. En cuanto a los personajes épicos, la obra nos informa de sus interrelaciones, pero no entra siempre en detalle. Así, para la caracterización de García Ordóñez era suficiente mencionarlo como enemigo del Cid y aludir a Cabra. En contraste, tras introducir a Pedro Bermúdez en la mesnada del Cid, sus lazos de parentesco con el héroe y sus hijas se reiteran a lo largo de la obra. En el caso del Minaya épico, los elementos del Minaya histórico se unen al emparejamiento con el Cid, ya presentado en el Poema de Almería, y se elaboran como relación tío-sobrino en el Cantar. Visto así, este personaje unifica lo que Doležel, basándose en Eco, denominó la “enciclopedia ficcional”: Knowledge about a possible world constructed by a fictional text constitutes a fictional encyclopedia. Fictional encyclopedias are many and diverse, but all of them to a greater or lesser degree digress from the actual-world encyclopedia209.

De este modo, en vez de comparar dicha figura épica con los conocimientos sobre el noble histórico, hay que respetar el acervo diegético y sus particularidades. A diferencia de Minaya, otros personajes, como los primeros yernos del Cid, no tenían perfiles esbozados en la memoria cultural. De hecho, sus retratos contienen solo un conocimiento del pasado castellano: la magnitud memorística de los condes de Carrión. Si bien este elemento es suficiente para situarlos dentro de la red nobiliaria, el Cantar no insiste en otros conocimientos extradiegéticos para retratar a los antagonistas. En la primera aparición de los infantes, el narrador menciona su conversación privada, lo que debería despertar asociaciones negativas o, por lo menos, la reserva en el auditorio. Más tarde, el énfasis repetidamente puesto en el miedo que los infantes sienten o en lo “del león” (v. 2548, 2556) ayuda a entender sus acciones. No obstante, ni ellos ni otros personajes del Cantar son descritos de un modo exhaustivo. Desde el punto de vista cognitivo-sensorial, los elementos escogidos para los retratos épicos tienen la función de suscitar o construir imágenes mentales. En este sentido, aunque en forma de detalles o alusiones, dichos elementos son clave para el análisis porque los mundos posibles como “constructos de la poiesis textual” son inheren Para un repaso de las posibles interpretaciones, º1125-1126, º2126 y º2311-2534 en Montaner 2011. 208 v. Michael 1984: 31-33; Bailey 2010: 72-74; Montaner (refiriéndose a Gornall 1987) 2011 º1028. 209 Doležel 1998: 177. v.t. Eco 1984: 221. 207

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temente incompletos210. Mientras que en ciertos casos el principio de minimal departure211 puede ser útil para tratar espacios vacíos literarios, Doležel212 ha propuesto aceptar el carácter indecidible de algunos aspectos, proveniente del primer plano como mucho más precisado que el fondo narrativo, por regla general bastante vago semánticamente. Es precisamente la interpretación de estos espacios vacíos la que, dificultada por la distancia multisecular, no ha dejado de despertar interés y causar debate entre los críticos miocidianos. A la hora de relacionar impulsos heterogéneos con la materia cidiana en forma de cantar de gesta (que actúa como marco legitimador de lo narrado), el artífice del Cantar contaba con el acervo de conocimiento disponible y las capacidades retóricas de dirigir la atención y persuadir al oyente. Teniendo en cuenta que la percepción es un acto cognitivo, no es sorprendente la frecuencia de las expresiones que guíen la atención del público (fingido o no). Centrado en los signos de visualización y los efectos acústicos, Walsh designó el Cantar como “gestural script”213, pero no hay razones para limitar sus signos multisensoriales al entorno performativo. En realidad, se trata de elementos que operan a dos niveles, contando con la percepción del público y la percepción a nivel diegético, es decir, entre los personajes214. La relación estrecha entre la estimulación externa y la imaginación mental no pasó desapercibida en la épica plenomedieval, como lo confirma Gottfried von Straßburg al usar el término samblanze para designar estrategias de persuasión exitosas215. El Cantar de Mio Cid no contiene terminología similar, pero sí cuenta con el poder imaginativo y explora el tema de la comunicación simbólica a distintos niveles, sobre todo en las interacciones en la corte, donde varias tramas confluyen para resolver el destino de sus participantes. Pese a la coherencia o compatibilidad general entre el Cantar y la ʻCastilla del Cantarʼ, no se debe olvidar la tendencia de seleccionar en el proceso compositivo. El mundo ʻactualʼ, aunque el punto de partida, estaba lleno de voces normativas y formativas que no entraron en la obra épica. La consideración de otros registros y discursos, no obstante, al final ofreció un mundo diegético coherente, que en ciertos aspectos encajaba con los impulsos contextuales y en otros se emancipaba de los mismos. Por esta razón, es necesario considerar el pluralismo de la vida regio-nobiliaria hacia 1200 y de sus narrativas autorre 212 213 214 215 210 211

v. Doležel 1998: 22-23. v. Ryan 1991: 51. v. Doležel 1998: 22 y 183-184 (basándose en Martínez-Bonati 1976). Walsh 1990: 3. Sobre estos dos niveles de la comunicación simbólica, v. Müller 2010c: 262. Sobre el significado y el contexto de la palabra, v. Wenzel 1990: 205-206.

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ferenciales: se trata de universos, es decir, de heterocosmica216 que interactuaban y negociaban entre sí, produciendo impulsos, apropiándose de elementos y energías ajenos y adaptándolos a sus necesidades. De este modo, el Cantar de Mio Cid se nutrió del legado heroico y las problemáticas coetáneas, pero en su exploración logró encontrar su propio camino. Por estas razones, en adelante el Cantar se analiza desde tres perspectivas: en relación con la política real en Castilla y sus implicaciones para la realidad nobiliaria; desde el aspecto cognitivo-estético, con el enfoque en recursos retóricos usados para crear imágenes literarias y, finalmente, con respecto a otras exploraciones de la cultura cortesana de fines del siglo xii y principios del xiii. Primero, el análisis detenido de la nobleza laica bajo Alfonso VIII arrojará nueva luz sobre la red nobiliaria en el Cantar y su carácter multifacético. El énfasis analítico estará en los factores constituyentes de su realidad, como la antroponimia, la parentela, el amor regio, el patrimonio, amigos y enemigos, etc. Ese estudio estructural, complementado con ejemplos históricos, ayudará a entender los modos nobiliarios de superar la inestabilidad inherente y las tendencias opuestas de la realeza, lo que, a su vez, brinda nuevos aspectos interpretativos del Cantar. En segundo lugar, la cuestión de la representabilidad y perceptibilidad semiótica en los círculos de poder y prestigio se explora a nivel diegético dentro del marco de la comunicación simbólica. En vista de la necesidad constante de hacer(se) presente, las imágenes épicas se estudian por su poder cognitivo-imaginario y sus efectos estéticos. Estos recursos narrativos mostrarán a la vez las destrezas del artifex y aportarán al mejor entendimiento de la gestualidad medieval, tanto espontánea como intencional. Finalmente, las dinámicas diegéticas se contemplan dentro del campo literario coetáneo, situado dentro y fuera de Castilla. La inclusión de otros géneros y obras en romance tendrá como objetivo exponer las particularidades del Cantar y, por lo tanto, su posición singular en el ámbito literario cortesano. Así, a través de la lectura atenta de aquella época y los versos épicos es posible mostrar, por un lado, la cercanía del Cantar al entorno cortesano inmediato y, por el otro, su propio camino de explorar aquellas problemáticas.

Agradezco la metáfora, basada en el término de Doležel, a Jesús R. Velasco.

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Durante mucho tiempo, el modelo Schmid-Duby era dominante al tratar la cuestión del nacimiento de la nobleza medieval. Centrado en las descripciones genealógicas del siglo xii, Schmid1 notó que los nobles, al abandonar el modelo amorfo de parientes (al. Sippe), se representaban como pertenecientes a un linaje (al. Geschlecht). Duby2 habló de la mutation féodale del año mil, relacionando el cambio en la estructura vertical con carácter hereditario de tenencias y la oportunidad de consolidarse en el espacio y tiempo. No obstante, la fijación territorial y titular, la ʻnueva noblezaʼ, la orientación vertical/agnaticia y la ruptura alrededor del año 1000 han sido cuestionadas en las últimas décadas3. Lo que los estudios más recientes han mostrado es la importancia estructural de la mujer y de la vía materna, un concepto de familia no fijo, la apertura del estamento a nuevos miembros y las incongruencias entre los títulos, territorios y el poder, no solo alrededor de 1000, sino también en los siglos posteriores. La nobleza en torno a 1200 era un estamento socialmente superior, pero las interrelaciones de sus miembros todavía tenían carácter segmentario. Por consiguiente, su supremacía social conllevaba un marco de actuación predefinido para sus miembros, de acuerdo con la premisa de Luhmann sobre la individualidad inclusiva (al. Inklusionsindividualität)4. Al mismo tiempo, el horizonte biográfico más o menos impuesto estaba afectado por los lazos interpersonales (de sangre, de vasallaje, de amistad, etc.), tan constituyentes de la realidad nobiliaria que buscaba reconciliar el papel tradicional de bellatores con el proceso multifacético de acortesanamiento.

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v. Schmid 1957. v. Duby 1967. Sobre la crítica del modelo de Duby, con referencias claves, v. Bouchard 2001, en especial 15-31, 60-63, 68-73, 176-179; Crouch 2006, en especial 112-116, 189-207, 272-276. v. Luhmann 1989.

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3.1. El Cid y los lazos de sangre de la nobleza castellana Hablando de la etapa entre 1000 y 1300, Crouch destacó que “[…] these three centuries saw the discovery of aristocracy —although not its invention. Aristocracy became a matter of self-conscious expression, particularly around 1200”5. Esa consciencia magnaticia implicaba la tendencia a la consolidación nominal, temporal y espacial de los laicos destacados, aunque todavía usaban una terminología dinámica e imprecisa, en parte presente en el Cantar. Con respecto a la nobleza de León y Castilla, aunque se documentaron algunos impulsos de la consciencia nobiliaria, su nacimiento no suele fecharse antes del siglo xi6. Como en el caso del modelo Schmid-Duby, se han revisado los estudios extensos de Salvador de Moxó sobre los linajes medievales destacados y sus interrelaciones. Se ha llegado al consenso7 de que no había una discontinuidad en el estamento ni una ʻnuevaʼ nobleza en el siglo xii. La documentación de aquella época que permite estudiar las tendencias generales y trayectorias individuales también ha mostrado que cada dicotomía representa un reduccionismo innecesario de las situaciones complejas. La noción de nobilitas y sus variaciones —nobilis, nobilior y nobilissimus— pueden localizarse dentro de la materia cidiana. Así, además de referirse al Cid como “nobilissimi ac bellatoris uiri” (§1), la HR usa la voz nobilissimus para el conde García Ordóñez (§70) y para hombres de gran poder (§23, §40). En la misma obra se pueden encontrar referencias a vasallos de reyes como nobiles (de Alfonso en §18; de al-Mustain en §70), a los caballeros del Cid y del conde de Barcelona (§42) o a caballeros nobles en general (§39). Además, la HR destaca la gracia nobilitati del Cid al perdonar el rescate de los cautivos de Barcelona (§41), y esta es la misma nobleza de alma a la que parecen haber apelado los moros asediados (§71). Cabe mencionar la estirpe del Cid, descrita como nobilior en el Carmen Campidoctoris (v. 21), así como el uso de “muy noble” para el Cid y los reyes en las crónicas posteriores al

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Crouch 1992: 262. Beceiro Pita y Ricardo de la Llave (1990a: 413-414) propusieron la clasificación siguiente: el nacimiento de la aristocracia (711-842), su territorialización (842-1037), la desvinculación de los territorios de la nobleza (1037-1126) y el nacimiento de las grandes estirpes (1126-1230). “Almost without exception the magnates of the twelfth century owed their affluence and rank to the substantial reserves of economic and political power that their forefathers had built up over the course of generations”. Barton 1997: 29. v.t. Beceiro Pita y Ricardo de la Llave 1990a: 42-49.

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Cantar8. Aunque la voz de nobilis podía referirse a regalos o ciudades, su aplicación a personas refleja una mentalidad que abarcaba elementos como el patrimonio, la ascendencia, el favor real y las propias acciones: Il est synonyme de “remarquable”, “digne dʼadmiration”, “célèbre”, “réputé” et souligne à la fois lʼexcellence morale et la notoriété sociale qui en découle. […] [L]es hommes nʼy sont pas séparés en nobles dʼune part, ignobles de lʼautre; ils sont qualifiés de “peu nobles”, “assez nobles”, “moyennement nobles”, “très nobles” ou “extrêmement nobles”9.

Sorprendentemente, el Cantar no contiene ninguna voz del grupo etimológico de nobilis, pese al hecho de que la vida y los conflictos dentro de la nobleza formen el foco temático. Por esta razón, en los apartados siguientes se presentan otros elementos de la representación y autorrepresentación magnaticia, entendidos como componentes dinámicos de su autoimagen y su realidad. Dicho enfoque posibilita una lectura alternativa de ciertos versos y episodios, lo que a su vez destaca las nuevas facetas interpretativas del Cantar de Mio Cid. Aunque el énfasis analítico estará en el reinado de Alfonso VIII, este marco se rebasará ligeramente a veces, en búsqueda de la (dis)continuidad de tendencias miocidianas y ejemplos históricos que revelen su potencial interpretativo. La parentela en Castilla en torno a 1200 Entre la consolidación territorial y la curialización de la nobleza, es posible identificar a los personajes principales y los grandes entramados interpersonales dentro de los cuales actuaban. Dicha red de parientes, amigos y aliados sentaba las bases para alcanzar preeminencia social: “They could be the making of a man, however undeserving”10. Además de advertir del uso anacrónico del concepto de ʻfamiliaʼ, los historiadores han expuesto la pluralidad —y la polisemia— de voces usadas entre los siglos x y xiii para referirse a esos lazos: stirps, gens, casata, tribu, cognatio, consanguinitas¸ parentela, propinquos, etc.11 Por Para las referencias al Cid, v. cap. CCLII de la Versión crítica y “Sancho II” cap.13 de la Crónica de Castilla. Para las referencias a los reyes, v. “Fernando I” cap. 31 y “Alfonso VI” cap. 57 en la Crónica de Castilla. 9 Flori 1998: 74 y 76. 10 Crouch 2006: 148. 11 “Though there was no concept of a ʻfamilyʼ equivalent to the modern sense of the term, there was definitely a concept of a group of consanguinei, existing through time, who fought together, made pious gifts together, assisted one another, whether in secular or ecclesiastical life, and were buried together”. Bouchard 2001: 174. v. Guerreau-Jalabert 1988 y 1990: 95-91; Crouch 2006: 135-155. Para el contexto castellano, v. Estepa Díez 8



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ejemplo, la casata, como la de Alfonso Díaz del siglo xi12, reunía a una serie de personas con vínculos consanguíneos, afines y de criazón. La ʻparentelaʼ, como observó Gurreau-Jalabert13, abarcaba la totalidad de los consanguíneos y afines de una persona, contabilizados hasta el 7.º grado (reducido al 4.º en el Concilio de Letrán, en 1215). Dicha precisión tiene que ver con su vigencia en el derecho canónico, puesto que constituía una de las condiciones para contraer matrimonio, pero también podía emplearse en el sentido más general. Así, siete como número de generaciones forma parte de la genealogía del rey Fernando I en la CN (lib. III, §1-2)14, estructuralmente similar a los modelos cidianos. El resto de los vocablos no fueron definidos de modo parecido, por lo que su contextualización es la única manera de restringir su polisemia. Del uso leonés de la voz gens se ha concluido15 que designaba un segmento dentro de un grupo de consanguíneos y aliados más amplio, aunque podía referirse a otros vínculos y a las generaciones posteriores. Estos vocablos se usaban en la documentación oficial, como se ve en el tratado castellano-aragonés de 1170 entre Alfonso VIII y Alfonso II que se designan uno al otro como consanguineo, o en el Tratado de Huesca de 1191, para destacar la parentela de los reyes Alfonso II, Alfonso IX de León y Sancho I de Portugal, designando esta vez a Alfonso VIII como su enemigo16. Además, en las crónicas arriba mencionadas aparecen expresiones similares, como “propinqui” y “consanguineus” (HR, §9), “filios et parentes” (HR, §41, también §50), “propinquioris generis eius” (CN, lib. III,1) o “sue generationis” para marcar la descendencia (HR, §26). A este campo semántico es necesario añadir otro vocablo importante de la época: el ʻlinajeʼ. Aunque dicho concepto se ha relacionado habitualmente con el sistema de parentesco agnaticio, que priorizaba al varón primogénito, entre el tránsito de los siglos xii al xiii esta evolución todavía no se había completado17. Por supuesto, esto no significa que en los siglos anteriores no hubiera ejemplos de tendencias linajísticas, dado que la cima social se servía de todas las estrategias disponibles para fortalecer y continuar su poder en el proceso complejo

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2003: 273-274 y 2013a: 60, 65-66; Álvarez Borge 2009: 650 y 2010: 384; para el contexto leonés, v. Torres Sevilla 1999: 29-31 y Calderón Medina 2011a: 55-64. v. Martínez Sopena 2009; Guerreau-Jalabert 1990: 102-103. v. Guerreau-Jalabert 1988: 81-85; 1990: 91. Para la genealogía propuesta, v. Martin 1992: 44-45 y Campa Gutiérrez 2009: 157-158. v. Guerreau-Jalabert 1988: 91-92; Martínez Sopena 2018a: 94 y Calderón Medina 2011a: 59-60, respectivamente. v. doc. 140 en González 1960 y doc. 43 en González 1944. Sobre la bilateralidad de las estructuras de parentesco, v. Barton 1997; Torres 1999; Estepa Díez 2003; Martínez Sopena 2008; Calderón Medina 2011a; Álvarez Borge 2010.

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de la consolidación espacial-temporal. Como observó Martin18, la voz romance ʻli(g)nageʼ, utilizada a finales del siglo xi en Francia, en la península ibérica se documentó primero en Navarra (en el Libro de las generaciones y los linajes de los reyes), aunque también admitía el vínculo territorial y no solo lazos genealógicos. Ahora bien, los modelos a veces excluían el lado femenino para asegurar su prestigio memorístico con respecto a otros reinos, pero en el caso concreto de la hija del Cid, ella se mantuvo como eslabón en la cadena genealógica del rey navarro. Aunque la proliferación de la temática linajística forma parte de la Chronica Naierensis y otras obras, se ha constatado una tardanza general de la literatura genealógica y del uso de la voz ʻlinajeʼ en Castilla. Según Miranda19, dicho vocablo no parece haberse usado en la documentación castellana antes de 1220, mientras que el primer ejemplo dentro del campo literario se relaciona con la obra de Gonzalo de Berceo, seguido de la literatura sapiencial y épica. Si la terminología coetánea al Cantar no ofrece respuestas precisas, es necesario incluir las prácticas antroponímicas de la nobleza documentadas en Castilla. Además de la cristianización de los nombres, la documentación de los siglos xi y xii evidenció el abandono del nombre solo a favor de las formas dobles: el nombre de pila y el nomen paternum20. La forma doble ʻnombre de pila + patronímicoʼ podía ir acompañada de otros elementos, como el rango, el oficio o la territorialidad: “Rudericus Didaci”, “Gonzaluus Roderici maiordomus regis”, “Didacus Lupiz de Faro”21. En el caso de la denominación femenina, alrededor de 1200 los nombres solos convivían con las formas dobles, a veces complementados por vínculos paternales o conyugales: “la reina de León dona Berenguela, filia del rei de Castella”22 o “Eximinam […] Didaci comitis Ouetensis filiam”, en el caso de la esposa del Cid (HR, §6). Cabe recordar que las denominaciones dependían de la situación actual de la persona, como se puede ver de las confirmaciones de Diego López de Haro en la documentación transfronteriza. Así, los diplomas leoneses se refieren al mismo magnate como “Didaco Lupi tenente Asturias, Sarriam et Montem nigrum et Taurum” (1204), “Domno Didaco Lupi regis vasallo” (marzo de 1206) y, en el lado castellano, como “Didacus Lupi alferius regis” (mayo de 1206)23. A veces, las dignidades podían prolongarse por razones de legitimación, como 20 21 22 23 18 19

v. Martin 2010 §19-20 y 2011a, §9, 17-18. v. Miranda 2011, §14 y 46. v.t. Dacosta 2015. v. Martínez Sopena 2002: 467-468 y 1995; Calderón Medina 2011b. v. doc. 845 en González 1960. v. doc. 782 en González 1960. v. docs. 193, 204 en González 1944 y doc.1030 en González 1960, respectivamente.

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en el tratado castellano-leonés en 1206 y su ratificación en Burgos, en los cuales Berenguela aparece como “reina de León / regine Legionis”24, pese a la disolución de su matrimonio con Alfonso IX. Además de la denominación doble, es necesario constatar una reducción considerable del stock de nombres dentro de las parentelas25, otra tendencia que confirma su consciencia de pertenencia. Entre los ʻnombres de linajeʼ cabe mencionar Flaín y Fernando entre los Flaínez, Fernando y Diego para los BeniGómez o Lope y Diego para los Haro. Este último ejemplo es llamativo porque confirma el carácter cognaticio de la antroponimia nobiliaria: fue el nombre del suegro —Diego (Álvarez)— que Lope Íñiguez decidió dar a su primogénito, Diego López I de Haro26. La reducción nominal, aunque solía crear formas homónimas cada dos generaciones, conocía excepciones: hijos fallecidos, uso de nombres matrilineales o nacimiento de hijos en otras nupcias27. De modo similar, con dichas prácticas antroponímicas podían crearse homónimos entre los individuos que no compartían ningún tipo de lazos y que han causado muchas identificaciones, si no erróneas, por lo menos forzadas. La práctica del doble nombre a veces se relacionaba con la territorialidad (heredada o adquirida) de los magnates. Al analizar dos documentos de 1146 (con sesenta confirmantes leoneses y castellanos en el primero y sesenta confirmantes catalanes en el otro), Martínez Sopena28 estableció la preferencia catalana de la fórmula ʻnombre de pila + nombre de lugarʼ, mientras que los leoneses y castellanos prefirieron el sistema de nomina paterna a los topónimos con la relación 3:1. Hablando de los catalanes que frecuentaban otras cortes hispanas, cabe mencionar a Ponce de Cabrera y Ponce de Minerva, que usaban las dignidades y la antroponimia locativa para distinguirse en la documentación regia. Además, el caso de Ponce de Cabrera es llamativo por dos razones: la partícula toponímica no fue adoptada por sus hijos pese a que ostentaron el poder en Cabrera, pero su nombre de pila se fosilizó a modo de apellido entre los nietos. Así, Rodrigo Fernández, magnate destacado en la corte leonesa alrededor de 1200, a veces usaba el topónimo de su abuelo Ponce, en raras ocasiones el

v. doc. 782 en González 1960, y doc. 219 en González 1944, respectivamente. v. Martínez Sopena 1995; Beceiro Pita y Córdoba de la Llave 1990a: 47, 59-60; Torres 1999: 425-434; Calderón Medina 2011b: 70-82. 26 Sobre las posibles razones, v. Baury 2011: 57. Para otros ejemplos, v. Calderón Medina 2011b: 86. 27 v. Álvarez Borge 2001: 225-227; Bouchard 2001: 9, 179. 28 v. Martínez Sopena 2008. 24 25

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apodo “el feo” y en la mayoría de los casos “de Valduerna”, de acuerdo con su tenencia leonesa29. En comparación con otros reinos, es necesario constatar el desinterés general de Castilla por la antroponimia locativa al filo de 1200. La cancillería leonesa tendía a incluir los datos sobre las tenencias principales junto a los nombres magnaticios, y esta práctica se mantuvo durante el matrimonio entre Berenguela y Alfonso IX incluso cuando los nobles aparecían en la documentación castellana, como se evidencia en los ejemplos “Rodericus Petri de Villalobos” o “Martinus Lupi de Valterra”30. De los casos raros de la toponimia en el ámbito castellano, cabe incluir las menciones ocasionales de Guzmán, Azagra, Torquemada, Lerma, Meneses o Burgos31, mientras que Haro se estableció como topónimo inalienable del magnate Diego López. El desinterés castellano por incorporar el elemento locativo se nota incluso en la documentación transfronteriza. Así, en el Tratado de Catalayud (1198) los topónimos aragoneses son más frecuentes que sus patronímicos, y en la confirmación de las concesiones ultrapirenaicas al monasterio de Santa María (1206) los magnates gascones son los únicos con la antroponimia locativa32. De hecho, la documentación castellana de 120933 confirma que el uso de nombres solos todavía no desapareció por completo, aunque solían usarse más para notarios, testigos y destinatarios. En teoría, además de la sede de poder, el topónimo podía designar la pertenencia a una ʻcasaʼ —en el sentido vasallático—, pero la documentación regia de Castilla no solía incluir esta noción. De modo similar, es bastante difícil encontrar en ella algún cognomen o apodo, a diferencia del discurso cronístico y literario —piensen en el Cid, Minaya, Pero Mudo, pero también en el “comes Garsias de Granninone cognomento Crispus” (CN, §22), el apodo aludido también en el Cantar (v. 3112)—. Los ejemplos expuestos arriba confirman varios aspectos de la (autor)representación nobiliaria en torno a 1200, además de su funcionalidad. A nivel individual, se evidencia la movilidad y el cognatismo de los elementos de identificación, incluso entre los miembros de las estirpes más prestigiosas. Si bien las tendencias locativas todavía no se generalizaron, podían abarcar el lugar de origen, el señorío o la tenencia del noble. El comportamiento antroponímico de la nobleza castellana revela que una parentela selectiva era más operativa como v. Calderón Medina 2011b: 84-87. Para los ejemplos similares de Manrique y Osorio, v. Barton 1997: 44. 30 v. docs. 663, 665 en González 1960. 31 v. docs. 329, 495, 499, 803 en González 1960. 32 v. docs. 667 y 1030 en González 1960. 33 v. docs. 845 y 846 en González 1960. 29

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principio que una (re)construcción del origen lejano. Los impulsos como fosilización de algunos elementos y la cada vez mayor precisión en la denominación confirman una conciencia creciente y un acercamiento paulatino al sistema agnaticio y vertical que prefería la primogenitura. De acuerdo con el contexto político, las redes nobiliarias podían excluir o añadir parientes, amigos, aliados y clientes. Esa flexibilidad, interpersonal y antroponímica, se entiende mejor si se considera la movilidad general de los nobles, que a menudo oscilaban entre la autoridad local y la fidelidad curial, no siempre limitados a un solo rey (v. apartado 4.2). La pertenencia a una casa, por más que estuviera establecida, no significaba automáticamente la prosperidad de todos sus miembros, y dentro de ella había individuos que eran más o menos destacados. Lazos matrimoniales, conflictos territoriales o destinos individuales eran solo algunas de las razones por las cuales la unidad dentro de una casa nobiliaria podía ser perjudicada. Cada uno de estos grupos formaba una red compleja de intereses, posiciones y posibilidades que, a su vez, solían ser relacionados con los miembros de otro(s) grupo(s). Por lo tanto, no se puede hablar de garantías de éxito basado únicamente en el parentesco. Un ejemplo sería Osorio Martínez, que pudo avanzar solo tras la muerte de sus hermanos; otro caso ilustrativo son los nietos de Ordoño Pérez y Urraca Fernández, que entre sí mostraron proyecciones territoriales bastante diferentes34. En general, la dificultad de reconstruir las genealogías y la escasez de las fuentes nobiliarias sobre los antepasados lejanos indican que los nobles en torno a 1200 no insistían en una fijación diacrónica. Los ʻnuevosʼ patronímicos o nombres de lugar no significaban un linaje ex novo y, aunque había patronímicos y topónimos fosilizados, todavía no se trata de prácticas generalizadas. Teniendo en cuenta los desplazamientos de poder, ramas paralelas o bastardas, etc., la cuestión de la asignación a una parentela no es tan fácil de responder35. En todo caso, la conciencia restringida sobre los antepasados en el ámbito nobiliario no impidió su participación en la memoria regia, como se ve en los ejemplos de Rodrigo Díaz y Fernán González, “[…] los mejores exponentes de aristócratas que hacen sombra a los monarcas y actúan como soberanos de hecho aunque no lo sean de derecho”36.

v. Torres Sevilla 1999: 148-151, 422 y Álvarez Borge 2009, respectivamente. Sobre la casa Flaínez, v. Martínez Sopena 2018a. 35 v. Estepa Díez 2013a: 66. 36 Beceiro Pita 1990b: 342. 34

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La parentela y el linaje del Cid en la documentación y la materia cidianas Dentro del cartulario cidiano37, no disponemos de documentos que vincularan al Cid a una casa, y las informaciones sobre su parentela que se conservan son escasas. Según la carta de arras de 1079, las propiedades de Rodrigo Díaz se modifican debido al cambio de titularidad de unas villas, entonces convertidas en el patrimonio de “Albaro Faniz et Albaro Albariz, sobrinis meis”38. Además del rey y los magnates conocidos, entre los confirmantes aparecen hombres y mujeres con los patronímicos Rodriz, Petriz y Guteriz, entre otros, pero la carta no indica lazos parentelares. El diploma valenciano de 109839 es llamativo porque contiene el autógrafo del magnate, pero no se refiere a su patrimonio ni se pueden sacar conclusiones firmes sobre la red de parientes, puesto que en la lista de confirmantes solo aparecen los nombres de pila. El tema de la ascendencia o de la parentela cidiana no forma parte del Poema de Almería ni de la Chronica Naierensis, mientras que el Carmen Campidoctoris lo trata del siguiente modo: Nobiliori de genere ortus, quod in Castella non est illo maius, Hispalis nouit et Iberum litus quis Rodericus. (vv. 21-24)

El comparativo en el verso 21 ha sido interpretado de modos divergentes. Así, según Wright, dicha voz de distinción se traduce: “he is sprung from a moderately noble family, / though there is none older in Castile”40. Fletcher siguió una argumentación similar41, mientras que Montaner y Escobar, basándose en el tono panegírico típico del género, tradujeron los versos como “Del más noble linaje descendiente, / mayor que el cual no se hallará en Castilla”42. En nuestra opinión, en vez de insistir en la gens del héroe como la más noble, cabe respetar la estrategia textual aplicada. Si bien es llamativo que no se ofrezcan nombres v. Menéndez Pidal 1929: 835-885; Montaner 2006. v. Menéndez Pidal 1929: 845-850; Montaner 2007b; Ruiz Asencio 2017: 357-382. 39 v. Menéndez Pidal 1929: 789-780. Fletcher (1989: 131,184) consideró que la documentación del patrimonio de Rodrigo Díaz probablemente no era completa y relacionó la modesta donación a la catedral en 1098 con la situación precaria en la zona y la directa amenaza almorávide. 40 Wright, cit. por Montaner y Escobar 2001: 224. 41 “In an age when distinguished ancestry was rated highly, this would seem to be a polite way of indicating that Rodrigo did not belong to the topmost ranks of the aristocracy. To be ʻmore nobleʼ than some implies being ʻless nobleʼ than others”. Fletcher 1989: 108. 42 Montaner y Escobar 2001: 201, también 224, 14-15. 37 38

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concretos, el prestigio de la estirpe del Cid, basada en Castilla, se nutre de su antigüedad. Tras anunciar una narración sobre las campañas, la Historia Roderici remite a su prosapia o stirps (§1-2)43. Encabezados por Laín Calvo, siguen como ascendientes de Laín Núñez (el abuelo de Rodrigo Díaz), por la vía paterna, Fernando Laínez - Laín Fernández - Nuño Laínez y, como ascendientes por la vía materna, Bermudo Laínez - Rodrigo Bermúdez - Fernando Rodríguez y sus hijos Pedro y Eylo. Del matrimonio endogámico entre Nuño Laínez y Eylo nace Laín Núñez, cuyo hijo es Diego Laínez, el padre de héroe. En cuanto a su lado materno: […] Didacus autem Flaynez genuit Rodericum Didaci Campidoctorum ex filia Roderici Albari, qui fuit frater Nunni Albari, qui tenuit castrum Amaye et plurimas alias regionum prouintias. Rodericus autem Aluarez tenuit castrum Lune et prouintias de Monte Moggon et Muratellum et Cellorigo et Corel et multas uillas in planitia. Uxor autem eius fuit domna Teresia, soror Nunnioni Flaynez de Relias (§2).

En este modelo de siete generaciones, es preciso constatar tanto su cognatismo como la presencia de lazos horizontales: la madre de Rodrigo como hija de Rodrigo Álvarez (cuyo hermano era Nuño Álvarez), Teresa, la abuela materna del héroe (también hermana de Nuño Laínez de Rejas) y la bisabuela paterna Eylo (hermana de Pedro, pero importante por su matrimonio endogámico con Nuño Laínez). Aunque se basa en este modelo genealógico, el discurso historiográfico navarro elabora ciertos aspectos. Además de denominarlo “el li(g)nage” de Mio Cid el Campeador, ambas obras navarras designan a Laín Calvo, junto con Nuño Rasura, como dos jueces de Castilla. El Libro de las generaciones y linajes de los reyes (33r, p. 209) incluso precisa que los jueces fueron elegidos después de la extinción real. Martin relacionó el uso de la leyenda con el prestigio otorgado al juez en la Edad Media y con el contexto peculiar de Navarra que, separada de la frontera musulmana, prefería enfatizar las funciones jurídicas de su gobierno44. Pese al emparejamiento narrativo de los jueces, este medievalista45 propuso una distinción discursiva muy sutil con respecto a los apodos ʻCalvoʼ y ʻRasuraʼ, basada en sus descendientes: mientras que la cabeza calva se relaciona con el ámbito seglar (el Cid), la tonsura evoca la sacralidad y prestigio social Para otros ejemplos de los vocablos prosapia y stirps, v. Martin 2011a, §9. v. Martin 1992: 126, 189-190 (para los textos, v. Martin 1992: 48). Este crítico (2020, §20) también propone que los relatos sobre Laín Calvo y Nuño Rasura como antepasados del Cid y los reyes castellanos surgieron por separado. 45 v. Martin 1992: 129-135. 43 44

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(el Emperador). En este contexto, cabe mencionar el postulado de Fierro46 sobre el motivo de dos jueces como proveniente de al-Ándalus, donde los jueces no solo eran autoridades políticas en sus ciudades, sino que también podían fundar dinastías. A diferencia de la Historia Roderici, el modelo genealógico navarro reduce la participación femenina de modo significativo. Así, el Linage alude al matrimonio entre Nuño Laínez y Eylo (sin precisar que Nuño Laínez es el hijo de Laín Fernández) e incluye a la madre del Cid del siguiente modo: “Diac laynez priso muier fija de roic alberez de sturias & fo muyt bon ombre & ouo en eylla a rodric diaç”. Dadas las innovaciones navarras con respecto a la biografía latina del Cid, es evidente que su modelo se acerca más al modelo vertical y agnaticio, típico de las genealogías posteriores. De todos modos, lo que es necesario recordar es que ni siquiera la construcción memorística sobre los jueces castellanos vincula al Cid con las estirpes más poderosas y un patrimonio envidiable, sino que lo hace con un personaje celebrado por su función jurídica y el reconocimiento social que tal papel conlleva. La mayoría de los medievalistas, encabezados por Menéndez Pidal, han aceptado la genealogía arriba expuesta y han buscado su confirmación en la documentación disponible. Entre otros diplomas, Menéndez Pidal47 destacó la donación del año 1047 al monasterio de Cardeña por Nuño Álvarez, cuyos confirmantes eran el rey Fernando I (con la reina y los infantes), pero también Diego Laínez con su padre Laín. Aunque dudoso de las generaciones anteriores, Fletcher48 confirmó la presencia de Laín Núñez en la corte de Fernando I y el estatus elevado de Rodrigo y Nuño Álvarez, añadiendo la posibilidad de hipergamia entre los padres del Cid por el uso del nombre del abuelo maternal para su hijo. Suponiendo la confusión de los nombres Muño/Nunio y sus patronímicos, Torres Sevilla49 relacionó al Cid con los Flaínez, una de las parentelas leonesas más poderosas, mientras Lacarra50, siguiendo su línea de argumentación, destacó el vínculo del Cid con varias estirpes regias ibéricas —inclusive al Cid como primo segundo del rey Fernando I—, explicando así las representaciones narrativas del Cid en su corte. En cambio, Martínez Díez51 ha descartado la con-

v. Fierro 2015: 23-39 (también sobre la cabeza calva como signo de rebeldía en el contexto andalusí). 47 v. Menéndez Pidal 1929, vol. 2, 714-718. 48 v. Fletcher 1989: 108. 49 v. Torres Sevilla 1999: 133-148; 2000: 133-146 y 2000-2002: 10-15, 18-22, 29-31. 50 v. Lacarra 2005: 124-125 y 2007: 81-83; Torres Sevilla 1999: 202. 51 v. Martínez Díez 2007b. 46

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fusión de nombres propuesta por Torres Sevilla, concluyendo que uno no puede ir más allá de los nombres propuestos por la HR. En su estudio seminal sobre los jueces de Castilla, Georges Martin situó la genealogía cidiana en un contexto occidental más general. Destacando que la concordancia de nombres en un solo diploma con los de la HR no es suficiente para suponer su parentesco con el Cid histórico, Martin concluyó que la genealogía cidiana era “certainement fabuleuse”52 y producida por razones políticas. De todos modos, construida o no, fue la genealogía propuesta por la HR (y el Linage) la que se transmitió en las realizaciones narrativas posteriores y no los lazos de sangre con los reyes. La escasez de documentos sobre otros vínculos consanguíneos impide fiarse de un modelo aislado de siete generaciones, pero todavía es ilustrativo de la representación nobiliaria del tardío siglo xii, porque ofrece ejemplos de endogamia, cognación y elementos locativos para destacar el prestigio de una estirpe. La antroponimia y los lazos parentelares en el Cantar La leyenda sobre los jueces de Castilla fue retomada por los cronistas latinos y elaborada de acuerdo con los intereses geopolíticos a lo largo del siglo xiii. Lucas de Tuy hace mención de “Lainium Caluum Burgensem” entre los “duos iudices” (IV, 29), pero se centra en la figura de Nuño Rasura. El Tudense también menciona que Nuño era simplex miles, lo que Jiménez de Rada reitera precisando que los hombres escogidos eran “duos milites non de potencioribus set de prudencioribus” (V, 1)53. Aunque también presta más atención a la figura de Nuño Rasura, la obra del Toledano recoge a la vez todas las generaciones entre Laín Calvo y Rodrigo Díaz (con el elemento cognaticio reducido a Eylo y la madre de Rodrigo). Dentro del taller alfonsí, cabe mencionar la Versión crítica, que retoma el modelo encabezado por el juez —burgalés— Laín Calvo, ya establecido —denominándolo “linaje”— y repite la precisión latina sobre los jueces “[…] non de los mas poderosos de la tierra, mas de los mas sesudos e de mayor entendimiento […] ca tenien que sy de los mas altos omnes tomasen, que los querrien aseñorear commo rrey” (CX-CXI, v.t. CCXLIII, donde se incluye al tío abuelo del Cid, Nuño Álvarez). Curiosamente, el relato alfonsí Martin 1992: 39-44, aquí 44. Compárese con el Chronicon Mundi (IV, 29) hablando sobre Nuño Rasura: “Hunc simplicem militem Castellani nobiles super se iudicem erexerunt, ne si de nobilioribus suis iudicem facerent, pro rege uellet in eis dominari”. Sobre el tratamiento de la leyenda por este cronista, v. Martin 1992: 251-316 (y 472 para la inclusión de la leyenda por Juan Gil de Zamora).

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añade: “Algunos dicen que [los jueces] eran muy fidalgos e omnes de alto linaje, caualleros” (CX)54, como si procurara mejorar su estatus bajo implicado en la formulación latina de simplex miles. El tratamiento de la Versión crítica es llamativo, puesto que confirma la consolidación del juez castellano como cabeza del modelo generacional (que todavía remite a dos figuras femeninas) y, no olvidemos, la consolidación del topónimo Vivar junto al nombre del Cid, un elemento importante al que volveremos pronto. El breve repaso de la genealogía cidiana ha mostrado tanto sus puntos constantes como los potenciales semánticos de un simple elemento introducido por Navarra (los jueces) o la ausencia del nombre de la madre del Cid (lo que afecta al discurso posterior). En cambio, en los versos conservados del Cantar no se lee nada sobre los antecedentes del héroe. Dado que la procedencia solía aparecer al principio de las obras y que la primera hoja del Cantar está perdida, es necesario reconsiderar todos los aspectos de la representación épica para ver en qué puntos se distancia de las narraciones copresentes y en cuáles encaja con sus hilos, aunque sea en forma de alusión. Asimismo, dicho detenimiento permite constatar qué elementos pertenecen al foco diegético y cuáles a su fondo, siendo así inevitablemente indecidibles. Cabe empezar por el vocabulario usado para designar lazos interpersonales, desde los sustantivos colectivos hasta la semántica más precisa (el matrimonio y la descendencia del héroe serán tratados en el apartado siguiente). El vocablo ʻparientesʼ, que abarcaba a los consanguíneos y afines, se ha aplicado en varias situaciones, aunque siempre en el sentido general: García Ordóñez se aparta con “diez de sus parientes” (v. 1860) y los infantes salen a deliberar “con todos sus parientes” (v. 3162, también 2996, 3539, 3592). Sin duda alguna, el más importante es el verso referido al Cid: “Oy los rreyes dʼEspanna sos parientes son” (v. 3724) que, como veremos, puede leerse intra, inter y extradiegéticamente. Con respecto a los sustantivos colectivos que incluyen más matices que lazos consanguíneos y afines, es preciso incluir los vocablos ʻcasaʼ y ʻbandoʼ. Así, el Cantar alude dos veces a la casa del Cid (v. 1570, 2170) como red social en Valencia en la que cohabitan los parientes, las damas de Jimena y los jóvenes de criazón, de acuerdo con la práctica medieval: Dans une famille seigneuriale, il est de tradition que le jeune quitte sa famille, pour aller parfaire sa formation chez un parent ou un allié, de préférence plus riche, plus

La Versión sanchina (cap. 689) resulta más interesante en lo que respecta a las crónicas latinas: admite que los jueces no eran de los nobles más poderosos, pero sí eran de alto linaje (remitiendo a Lucas de Tuy), y que Laín Calvo estaba más acostumbrado a las armas, además de no ser paciente.

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Marija Blašković puissant ou plus renommé. Là il será “nourri” cʼest-à-dire élevé, éduqué, entraîné aux exercices qui conviennent à son rang social […]55.

En este contexto, además de los “escuderos que son de criazón” (v. 2919)56, es preciso destacar a Muño Gustioz, descrito como “criado” (v. 737) en la corte del Cid (v. 2902). Tradicionalmente, este nombre se ha identificado57 con el testigo de la venta de 1113 realizada por “Scemena, uxor Ruderici Didaz” y, por extensión, con su cuñado, pero también hay que pensar que la homonimia documental es insuficiente como para insistir en dicha identificación y parentesco. En el contexto de criazón, cabe mencionar el vocablo ʻcreenderosʼ (v. 1013), usado para referirse a vasallos no especificados. ʻBandoʼ, otra voz con sentido colectivo, solo incluye a las personas alrededor de los infantes en el contexto de Toledo (v. 3113, 3136, 3162, 3577). Marcando así una de las partes litigantes, esta “groupe de pression”58 sobresale con su estructura heterogénea y difusa: de acuerdo con el antiguo modelo de solidaridad política de los paladinos, el bando podía incluir a vasallos, criados y clientes (y según parece, excluía a parientes, v. 3162). Como aliado recién integrado aparece García Ordóñez, al que el bando sigue (vv. 3112-3113), mientras que otro partidario, Gómez Peláez, se levanta tras las palabras de Minaya (vv. 3456-3462). Su aparición es sugestiva porque históricamente se trata del pariente de los condes de Carrión y del yerno de García Ordóñez, lo que podría explicar su solidaridad épica (aunque el Cantar no se refiere a estos lazos). De todas formas, la noción de red compleja de intereses se ve confirmada con la advertencia del rey a la hora de designar a jueces: “e estos otros condes que del vando non sodes” (v. 3136). Si bien el concepto de bando como ligas nobiliarias enfrentadas se relaciona más bien con la Baja Edad Media, todavía es curioso el contraste de la Versión crítica sobre “los bandos, los unos llamauan Biuar e los otros condes de Carrion” (CCXXXVIII) durante la partición de los reinos por Fernando I.

Flori 1986: 295. Se sigue la lectura de Montaner (2011: 177), que relaciona a los escuderos mencionados con el Cid. 57 La homonimia problemática se refiere tanto a la esposa del Cid como a Muño Gustioz. v. Menéndez Pidal 1929, vol.2, 748-749; Torres Sevilla 1999: 192-196, 201-204 y 2000: 149-155, 161-162; Reilly 1988: 131; doc. 77 en Gambra Gutiérrez 1997. Montaner (2011: 700 y º737) destacó que la homonimia del diploma de 1113 (v. Menéndez Pidal 1929, vol.2, 884-885) no es suficiente para identificar este testigo como cuñado de Jimena. 58 Martin 1997a: 159. Sobre la antigua costumbre de solidaridad dentro del clan, v. Pavlovic y Walker 1989b: 199-200. Sobre la noción de la nobleza cortesana reunida, v. Harney 1993: 74-77; Martin 2018b: 329-330 (incluyendo a parientes). 55 56

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En todo caso, para el análisis del parentesco épico son más importantes los lazos concretos o las figuras narrativamente prominentes que las agrupaciones genéricas y los nombres históricos con poco espacio narrativo. Por un lado, está el Cid con sus sobrinos Álvar Fáñez, Pedro Bermúdez y Félez Muñoz, y por el otro, los infantes, apoyados por Asur González y Gonzalo Ansúrez. A diferencia del otro sobrino de la carta de arras, Álvar Fáñez llegó a ser el sobrino épico más destacado. Su personaje se inspiró, sin duda, en la fama del Álvar Fáñez Minaya histórico, capitán excepcional, “que Çorita mandó” (v. 735)59. Su emparejamiento con Mio Cid por medio del Poema de Almería se ha interpretado como el inicio de la ʻcastellanizaciónʼ del Cid60, pero, de nuevo, se trata de otro elemento introducido de modo breve (sin alusión alguna al parentesco) que se fue elaborando con el paso del tiempo. El papel de Minaya en el Cantar no tiene base en la documentación del siglo xi, pero sí su retrato favorable en la corte de Alfonso VI, en la obra manifestada en su papel del mensajero. En cuanto al vínculo épico entre dos guerreros excepcionales, se confirma tanto por sus acciones como por el vocabulario usado. Minaya llama a las hijas del Cid “primas” (v. 2858), y a sus maridos “cunnados” (v. 2517). La variación de su parentesco en las narraciones posteriores (como primo y sobrino del Cid) puede relacionarse con el vocabulario miocidiano ʻindirectoʼ, en contraste con Pedro Bermúdez y Félez Muñoz, que a lo largo del Cantar son explícitamente designados como sobrinos del héroe. No obstante, de lo que no debería dudarse es de la representación lograda de Minaya como pariente épico. Es cierto que la hija del conde Pedro Ansúrez se casó en primeras nupcias con Álvar Fáñez, pero la obra no se refiere a este matrimonio histórico. Teniendo en cuenta que se trata de un conocimiento memorístico significante, la alusión al vínculo de este personaje con los Beni-Gómez se hace en Toledo, cuando Minaya realza que de esta casa “salién condes de prez e de valor” (v. 3344). De este modo, se confirma el prestigio de los condes de Carrión, cuyo máximo representante era el suegro del Álvar Fáñez histórico, pero de ningún modo se perjudica el retrato épico ofrecido. En general, los vocablos parentelares dentro de la casa del Cid no se dirigen solo a él. Un ejemplo sería el uso de ʻprimoʼ/ʻprimaʼ para el parentesco entre v. Torres Sevilla 1999: 78-89; 2000: 160-161; Gambra Gutiérrez 2010a: 269,299. Sobre el papel de Álvar Fáñez épico, v. Pavlovic y Walker 1996; Miranda 2003; Kaplan 2005 (con cuya lectura no coincidimos); sobre Minaya como deuteragonista del Cid, v. C. Smith 1983: 62-63 (y su comparación con Fouque de Girart de Roussillon 1983: 174), R.  Smith 2001; para otras referencias claves, v. ºH en Montaner 2011. Sobre la mención ocasional de Álvar Álvarez como miembro de la mesnada y la identificación difícil, v. º443 en Montaner 2011. 60 v. Martin 1993b; Bautista 2010a: 25. 59

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las hijas del Cid y Félez Muñoz (v. 2770), Minaya (v. 3447) y Pedro (v. 3303). Aunque el Cantar mismo no ofrece más detalles, la gran presencia de sobrinos suele relacionarse con la valoración de las relaciones avunculares y las tendencias épicas a explorarlas61. En dichas relaciones, el tío era más tolerante que el padre —como se puede ver en la relación que el Cid mantiene con sus sobrinos—. Pero, a la vez, sirven para destacar el fuerte sentido del compromiso que un tío tiene, como sucede con el conde de Barcelona y su sobrino ultrajado por el Cid (v. 963). El modelo cognaticio que va hasta el cuarto grado en la parentela cidiana contrasta con el modelo agnaticio de los infantes62. A lo largo de la obra, los infantes insisten en que “de natura somos de condes de Carrión” (vv. 3296, 2549, 2554) o, de modo más enfatizado, “de natura somos de los condes más linpios” (v. 3354). Nadie en el Cantar cuestiona el prestigio de esa casa condal, como lo confirman las palabras de Minaya arriba citadas o las de García Ordóñez (v. 3275). El mismo héroe alude a la fama condal a orillas del Tajo (vv. 2084-2085), aunque sus palabras tienen que ser contextualizadas (v. apartado 4.3). Aun así, el parentesco de los antagonistas no se precisa. La insistencia de los infantes en su superioridad nobiliaria, además de cuadrar con la caracterización que hace de ellos el Cid, presentándolos como orgullosos, puede entenderse como técnica retórica aplicada por el poeta para consolidar a las figuras innovadoras dentro de la materia cidiana63. Es cierto que los miembros de ese partido prestigioso son numerosos, pero son pocos los que llegan a participar en la trama narrativa. De hecho, el papel de Gonzalo Ansúrez y Asur González es meramente ornamental: ni alivian ni agravan la situación de los infantes. Con respecto al orgullo y la estructura parentelar de los antagonistas, es preciso destacar varios aspectos, a menudo olvidados. Torres Sevilla64 observó que el poeta menciona a los infantes como “fijos del conde don Gonçalo” (vv. 2268, 2441), pero también que el Gonzalo Ansúrez que está en la corte no lleva la dignidad condal (vv. 3008, 3690). A su vez, Martínez Díez65 recordó que ningún verso del Cantar se refiere a Asur como hermano de los infantes, a pesar

v. Harney 1993: 32-35. Martin 1997a: 154-158. El vocablo ʻnaturaʼ no suele formar parte de los estudios del parentesco, pero Martin (1997a: 157) lo relacionó con las nociones de nacimiento y linaje. 63 Para las distintas funciones de la repetición en las chansons de geste, v. Leverage 2010. 64 v. Torres Sevilla 2000: 156. 65 v. Martínez Díez 2007c: 213. Sobre la onomástica típica del primogénito en el ejemplo de Asur, v. º2172-2173 en Montaner 2011. Martin (2018b: 327, º21) destacó la posibilidad de que Asur sea tío de los infantes. 61 62

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de que su nombre de pila y su patronímico sugieren que es el hijo (primogénito) de Gonzalo Ansúrez. Como es bien sabido, Menéndez Pidal66 caracterizó a los infantes como sobrinos del conde Pedro Ansúrez, pese al hecho de que la obra misma no contiene esa referencia. La posible identificación del “conde don Gonçalo” llamó luego la atención a los historiadores, entre ellos a Torres Sevilla67, que propuso a tres condes históricos para inclinarse al final por Gómez Díaz. Tras repasar detalladamente la hipótesis pidalina, Martínez Díez llegó a una conclusión doble: Diego y Fernando González figuraron como testigos en algunos diplomas regios, pero no es posible relacionarlos con los Beni-Gómez, a diferencia de Diego y Fernando Ansúrez, documentados como hermanos de Pedro y Gonzalo Ansúrez. Por lo visto, lo único que el Cantar revela sobre los infantes es la naturaleza ilustre de Beni-Gómez y el conde Gonzalo como su padre. De todos los asistentes a la boda, al único que se nombra es a Asur González (v. 2172), sin aludir a ningún lazo de parentela. La siguiente vez que Asur aparece es en la corte, junto a Gonzalo Ansúrez (v. 3008), donde protesta y termina siendo retado por Muño Gustioz. Aunque la onomástica de Gonzalo Ansúrez y Asur González permite suponer una relación de padre e hijo, cabe preguntarse si el patronímico González y la mención del conde Gonzalo como padre son suficientes para identificar a estos dos personajes como padre y hermano de los infantes. Gonzalo Ansúrez no aparece en la boda de Diego y Fernando, pero sí en la corte toledana. Su solidaridad con Asur se hace visible en su aparición conjunta y, más tarde, cuando interviene para salvarlo en el duelo (vv. 3690-3692). Si el antes mencionado conde Gonzalo es el Gonzalo Ansúrez de la corte y de la lid, es llamativo que la obra no ofrezca ninguna calificación de este personaje ni le otorgue un papel más significante (sobre todo durante los retos toledanos). Cabe mencionar aquí que, pese al carácter elíptico, la antroponimia del padre de los infantes encaja con la de los condes que obtienen el papel de jueces: para todos se usa la dignidad, pero no los patronímicos (vv. 3002-3004). Además, los condes épicos aparecen casi siempre con su título condal (las excepciones serían los versos 1345 y 2042 para García Ordóñez y el verso 998 para Ramón Berenguer). En cuanto a Asur, por más extraño que parezca, su perfil épico no puede igualarse al el de los infantes. Pese a su caracterización negativa, este noble, descrito como “furçudo e de valor” (v. 3674), no huye en la lid y obtiene

v. Menéndez Pidal 1963: 21-22. Sobre el linaje Beni-Gómez, v. Torres Sevilla 1999: 236-242; sobre Gómez Díaz, Gonzalo Ansúrez y Gonzalo Alfonso como candidatos, v. Torres Sevilla 2000: 156-160.

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una mala herida, mientras que Diego y Fernando no esperan mucho para aceptar la derrota. Finalmente, es imperativo incluir el famoso verso antitético que ha servido para delinear los polos nobiliarios del mundo épico: Mio Çid es de Bivar e nós de los condes de Carrión. (v. 1376)

Tradicionalmente considerado como prueba de la infanzonía del Cid (v. apartado 4.3), este verso realza la condición destacada, pero hereditaria, de los infantes, sin la necesidad de aclarar el tipo del parentesco. Si se tratara de una parentela funcional, eso significaría el apoyo del conde de Carrión más conocido, Pedro Ansúrez, o por lo menos la presencia de otros condes, a los que se alude a lo largo del Cantar. Si estas omisiones impiden relacionar a Diego y Fernando con las figuras más prominentes, ¿podríamos suponer que se trata de una rama lateral? No es posible responder a esta pregunta basándose en el vocabulario y en la presencia reducida de las figuras del bando. Se trata de un aspecto indecidible que en las crónicas posteriores fue más precisado, sobre todo a través del tío y tutor de los infantes, el conde Suero. De todos modos, si no es posible determinar el lazo, tampoco es necesario relacionar a los infantes directamente con el conde Pedro Ansúrez. Los nobles solían realzar los nombres más llamativos de su red interpersonal como modo de legitimación, fijado como modelo masculino y vertical en los siglos posteriores. No cabe la menor duda de que Diego y Fernando pertenecen a una red nobiliaria bastante extendida, como se deduce de su bando numeroso y del comentario del Cid: “an parte en la cort” (v. 1938). La gran frecuencia del sintagma ʻinfantes de Carriónʼ —aparece más de cien veces, a diferencia de sus nombres de pila, sin o con el patronímico— subraya a la vez su estatus de pretendientes y herederos y el nivel prestigioso del topónimo. A pesar de que términos difusos, como ʻbandoʼ, y la omisión del parentesco al introducir a Asur González y Gonzalo Ansúrez indican una estructura menos precisa o cohesiva, los infantes son un buen ejemplo del entramado de intereses que reúne a diversos miembros de la nobleza. Al mismo tiempo, estos personajes constituyen un buen ejemplo de la (dis)funcionalidad de las ligaciones nobiliarias. La exclusión de los condes de Carrión más ʻsonorosʼ del Cantar no obedece ni a la ignorancia del poeta ni a la casualidad. En el momento crucial, cuando tienen que defender sus acciones ante la corte real, Diego y Fernando o no tienen el apoyo de los Beni-Gómez más prominentes o estos ya no ejercen tanta influencia en la corte regia. La segunda hipótesis puede sonar sorprendente, pero a menudo se olvida que ni siquiera el gran conde Pedro Ansúrez consiguió mantener su influencia palatina, sobre todo tras la llegada de los yernos borgoñones (v. apartado 4.3). El nombre

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de Gonzalo Ansúrez coincide con el de un hermano de Pedro Ansúrez, pero su caso es ilustrativo de la dura realidad nobiliaria: la pertenencia a una estirpe ilustre no conllevaba automáticamente la influencia sociopolítica o la cercanía real. Además, el carácter dinámico inherente de los entramados interpersonales se confirma en la alianza de los infantes con García Ordóñez y en la intervención de Gómez Peláez, aunque ambas son de poca duración y poseen un nulo efecto narrativo. Otro problema del famoso verso antitético arriba citado es el aspecto territorial como parte de la onomástica nobiliaria de ambos lados. A diferencia del lugar de Carrión como semánticamente cargado del prestigio condal, Valencia no se vinculaba a nombres concretos antes del Cid histórico, igual que la villa de Vivar antes del épico. En la carta de arras de Jimena se mencionan las villas de Vallecillo, Espinosa y La Nuez, además del monasterio de San Cebrián y 35 porciones o divisas en 34 villas —inclusive Vivar y Ubierna—, de acuerdo con el sistema de benefactoria68. Basándose en esas posesiones, Martínez García concluyó que el Cid histórico participó “[…] de pleno en el selecto grupo de magnates castellanos que encabezaban la aristocracia del momento”69. No obstante, las narraciones sobre el Cid no solían vincularlo a topónimos concretos antes de la toma de Valencia. En la HR (§3)70 se mencionan los castillos navarros de Ubierna, Urbel y La Piedra, que el padre del Cid conquista y que el Cid hereda, pero los topónimos no vuelven a aparecer en el relato latino. No es sorprendente que los castillos tomados de los enemigos navarros no formen parte del Linage, en el que el Cid, tras la muerte de su padre, simplemente pasa a la corte de Sancho. En cambio, en el Cantar, las referencias a Vivar son frecuentes. A este lugar hay que añadir la mención del río Ubierna por Asur González (v. 3379), por más despectivas que sean sus palabras. La obra misma no precisa si se trata del lugar de nacimiento o del territorio donde el héroe ejerce el poder71, pero la “casa de Bivar” de la que han salido (v. 1268) se presenta como principal de sus propiedades. De todas formas, dicha villa se convirtió en el elemento de lugar fosilizado, como Sobre el poder conjunto de los diviseros que llegó a formar el señorío de behetría, v. Estepa Díez 2003: 86. 69 v. Martínez García 2000: 351. Para otras villas en la carta de arras, v. Menéndez Pidal 1929: 845-850. 70 Según Barton y Fletcher (2000a: 100), la fórmula “in paternalis iuris sorte” puede indicar que el Cid era el único de sus hermanos que heredó las tierras mencionadas. 71 Mientras que Martínez García (2000: 350) sostuvo que Vivar era solo una de las localidades donde el Cid tenía divisas, Montaner (2006: 341) apostó por Vivar como el lugar de nacimiento del Cid, basándose en parte en las fuentes posteriores al Cantar y en el hecho de que el Cid solo poseía porciones de esta villa. 68

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lo confirman las representaciones posteriores del héroe o el diploma sospechoso destinado a “fideli meo Roderico Didaci” sobre la exención de tributos en Vivar y otras localidades72. Por consiguiente, la incorporación épica de esta villa respeta el ámbito de la provincia de Burgos a la que pertenecía el Cid histórico. A primera vista, el Cantar parece distanciarse de otras obras cidianas, pero la precisión territorial del Cid épico antes de su proyección valenciana puede explicarse de varios modos. El uso de topónimos semánticamente cargados en el Cantar ha sido estudiado con detalle. Así, Burgos aparece como ciudad regia en la cual nadie se atreve a ayudar al Cid exiliado (excepto Martín Antolínez), mientras que el retrato de los habitantes de San Esteban de Gormaz puede interpretarse como eco del papel que tuvieron en las rivalidades durante la minoría de Alfonso VIII73. Además de la práctica nobiliaria y regia de mantener vínculos de diferente índole con el ámbito religioso, el vínculo del héroe con San Pedro de Cardeña también parece resonar las viejas familiaridades que no se rompían, incluso durante el destierro. Por lo tanto, la castellanización del Cid y la consideración del área de Burgos como su zona de actuación continúan con el Cantar. De hecho, la ʻburgalizaciónʼ cidiana se extenderá más tarde a Laín Calvo, como hemos visto en los ejemplos citados en las líneas anteriores. En este sentido, cabe recordar las palabras de Crouch: From medieval lineage came self-confidence, recognition, respect and deference, even if it did not bring land or possessions by inheritance. From parage came connections, patronage, protection and a whole world of possibilities74.

Pese a la imagen bastante elíptica de la vida del Cid antes del exilio, de lo expuesto cabe concluir que su retrato épico no se distancia de los conocimientos cidianos copresentes. Tras repasar los modelos genealógicos anteriores y posteriores al Cantar, está claro que no se referían a los condes más destacados como sus parientes o antepasados. En vez de la dignidad condal u otros cargos honoríficos, la materia cidiana destacaba la antigüedad de su estirpe castellana, apoyada luego por el prestigio del juez elegido. A partir de los versos conservados no se puede ni confirmar ni negar que el Cantar recogiera el modelo multigeneracional del acervo cidiano. La pérdida de los versos iniciales impide insistir en el desinterés general por los antepasados Este diploma fue calificado como sospechoso por Gambra Gutiérrez (1997: 83) y como falso por Montaner (2006: 338-343). 73 Sobre San Esteban de Gormaz en relación con la minoría de Alfonso VIII, v. Lacarra 1980: 182-186; Smith 1983: 212-214. 74 Crouch 2006: 155. 72

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del Cid, puesto que este tipo de datos solían incluirse al principio de las obras heroicas. Es posible que el Cantar incluyera esos elementos, aunque de modo reducido, como el énfasis final sobre los reyes como sus parientes. A lo largo de la obra, el vocabulario nobiliario no se usa para designar al Cid, salvo en la respuesta de Fernando González (v. 3298), cuya mención de infanzonía es problemática por varias razones. En todo caso, la plena incorporación de las generaciones encabezadas por Laín Calvo (inclusive la dimensión territorial) no negaría el hecho de que la estirpe condal de Carrión y su patrimonio todavía eran más prestigiosos y que, por lo tanto, la cautela inicial de los infantes tras la segunda embajada resulta lógica. En vez de hablar del infanzón, el Cid épico debería interpretarse como noble dentro de una parentela a nivel medio, de acuerdo con otras realizaciones concretas de su prima materia. Esta condición, aunque no precisa, explica su cercanía inicial a la corte, pero no tiene nada que ver con sus éxitos posteriores, basados en las victorias militares. Las crónicas y el Cantar retratan a un personaje aislado, libre de la ʻcargaʼ parentelar y sus intereses entrelazados, mientras que los infantes basan su influencia en diversas ligaciones y cuentan con ellas en situaciones precarias. En este sentido, el modelo que representan los infantes es más ʻrealistaʼ, puesto que reúne lazos multifacéticos y, por eso, inevitablemente más complejos. El modelo de la parentela del Cid representa un caso idealizado, en el cual ni siquiera Minaya se presenta con un conflicto de lealtad, pese a los conocimientos que se poseen de esta figura histórica. Una vez conquistada Valencia, la posición del Cid en los círculos nobiliarios cambia de modo radical. Sus éxitos se confirman con las primeras y segundas nupcias de sus hijas, pero la obra empieza situando al héroe en un ámbito local. Esa precisión toponímica, además de relacionarse con el concepto de naturaleza, con la castellanización o con la insistencia poética en contrastar el ámbito local con la conquista de Valencia, podía haberse basado en otro dato extradiegético. En su conjetura sobre el Cantar como obra inspirada en Martín López de Pisuerga, Hernando Pérez75 ha descubierto que los parientes maternos del arzobispo toledano usaban la indicación locativa “de Vivar”, mientras que la zona de actuación burgalesa del Cid (histórico y épico) coincide con el área en la que actuaba el padre del arzobispo, el merino Lope Díaz de Fitero. Aunque no es necesario insistir en una línea directa entre el arzobispo y la obra, la hipótesis de un eclesiástico destacado y bastante presente en la corte castellana como instancia en la composición épica no debería descartarse por completo, sobre

v. Hernando Pérez 2014: 68.

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todo si se piensa en el estatus de este arzobispo en la época del Cantar y en los potenciales de la zona toledana, anteriormente mencionados. A la luz de todo lo expuesto, cabe recordar que el acento sobre el mérito personal, típico de la épica heroica, no implica la ausencia de la condición noble (a no ser que la obra lo mencione explícitamente). Del mismo modo que la parentela del Cid no perjudica su camino de ascenso y no impide los esponsales con los infantes de Navarra y Aragón, el Cantar permite sacar una conclusión importante sobre los infantes: ellos deben todos los privilegios a los lazos con los condes de Carrión, pero cuando resulta crucial no los tienen a su lado. El único sería ¿el conde? Gonzalo Ansúrez, un nombre que tenía muy poco peso en la memoria cultural. Si bien el ʻbandoʼ épico no cuenta con los miembros más destacados de los Beni-Gómez y si se trata de nobles que todavía tienen que consolidarse, su insistencia en la casa prestigiosa resulta lógica. Al fin y al cabo, esa necesidad de consolidación caracterizaba a todos los (personajes) nobles de la Edad Media o, en palabras de Barton: “Aristocratic power was not simply a matter of blood. It was far too bound up within a complex web of economic and political considerations for it ever to have been quite as straightforward as all that”76. Y este cantar de gesta, aunque no recoge todos los elementos de la vida nobiliaria, es un ejemplo extraordinario de sus enredos complejos y dinámicas cambiantes. 3.2. El matrimonio y la estructura cognaticia en Castilla en torno a 1200 En cuanto a las estructuras de parentesco en Castilla, se ha subrayado su carácter cognaticio, todavía dominante a fines del siglo xii, mientras que la consolidación de la primogenitura y la patrilinearidad no tuvo lugar antes del xiv77. Estas prácticas incluso aparecen en los mausoleos como documentos arquitectónicos de poder; así, la composición espacial de Las Huelgas de Burgos, comparada con la Cripta Real de El Escorial, confirma la ausencia del sistema vertical en la representación regia. El matrimonio era uno de los modos de fortalecer o debilitar la influencia de las élites con el cambio de generaciones. La petición y los esponsales eran los trámites legales que precedían al vínculo matrimonial, habitualmente realizado entre niñas de 12 años o más y niños a partir de 14 años78. La Iglesia prohibía Barton 1997: 66. v. Beceiro Pita y Córdoba de la Llave 1990a: 88; Barton 1997: 39, 43; Álvarez Borge 2001: 235, Estepa Díez 2003: 272-273. 78 v. Dillard 1984: 36-67. 76 77

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todo si se piensa en el estatus de este arzobispo en la época del Cantar y en los potenciales de la zona toledana, anteriormente mencionados. A la luz de todo lo expuesto, cabe recordar que el acento sobre el mérito personal, típico de la épica heroica, no implica la ausencia de la condición noble (a no ser que la obra lo mencione explícitamente). Del mismo modo que la parentela del Cid no perjudica su camino de ascenso y no impide los esponsales con los infantes de Navarra y Aragón, el Cantar permite sacar una conclusión importante sobre los infantes: ellos deben todos los privilegios a los lazos con los condes de Carrión, pero cuando resulta crucial no los tienen a su lado. El único sería ¿el conde? Gonzalo Ansúrez, un nombre que tenía muy poco peso en la memoria cultural. Si bien el ʻbandoʼ épico no cuenta con los miembros más destacados de los Beni-Gómez y si se trata de nobles que todavía tienen que consolidarse, su insistencia en la casa prestigiosa resulta lógica. Al fin y al cabo, esa necesidad de consolidación caracterizaba a todos los (personajes) nobles de la Edad Media o, en palabras de Barton: “Aristocratic power was not simply a matter of blood. It was far too bound up within a complex web of economic and political considerations for it ever to have been quite as straightforward as all that”76. Y este cantar de gesta, aunque no recoge todos los elementos de la vida nobiliaria, es un ejemplo extraordinario de sus enredos complejos y dinámicas cambiantes. 3.2. El matrimonio y la estructura cognaticia en Castilla en torno a 1200 En cuanto a las estructuras de parentesco en Castilla, se ha subrayado su carácter cognaticio, todavía dominante a fines del siglo xii, mientras que la consolidación de la primogenitura y la patrilinearidad no tuvo lugar antes del xiv77. Estas prácticas incluso aparecen en los mausoleos como documentos arquitectónicos de poder; así, la composición espacial de Las Huelgas de Burgos, comparada con la Cripta Real de El Escorial, confirma la ausencia del sistema vertical en la representación regia. El matrimonio era uno de los modos de fortalecer o debilitar la influencia de las élites con el cambio de generaciones. La petición y los esponsales eran los trámites legales que precedían al vínculo matrimonial, habitualmente realizado entre niñas de 12 años o más y niños a partir de 14 años78. La Iglesia prohibía Barton 1997: 66. v. Beceiro Pita y Córdoba de la Llave 1990a: 88; Barton 1997: 39, 43; Álvarez Borge 2001: 235, Estepa Díez 2003: 272-273. 78 v. Dillard 1984: 36-67. 76 77

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matrimonios entre parientes en siete grados (la regla en el IV Concilio de Letrán, celebrado en 1215, lo reducía a cuatro grados), pero los casos documentados confirman que las normas eclesiásticas plantearon muchas dificultades, sobre todo con respecto a la indisolubilidad teórica de la unión matrimonial, inclusive tras la copula carnalis. Las comitivas nupciales se encargaban de las negociaciones preliminares, mientras que la participación de la parentela en las celebraciones matrimoniales públicas pretendía asegurar el éxito del proceso, que podía salir mal en cada fase, sin olvidar los casos de uniones clandestinas. La documentación muestra que las estrategias matrimoniales eran bien elaboradas y que podían evolucionar con el paso del tiempo. Además de la unión matrimonial (con la posibilidad de múltiples nupcias), entre las strategies of heirship79 es necesario incluir, por un lado, el concubinato y, por el otro, prácticas como el infantazgo. Cada una de ellas implicaba la redistribución de roles en las redes existentes, puesto que con la mujer llegaban la parentela, el patrimonio, los aliados, pero también los rivales y los conflictos. Así, en su estudio de las infantas Urraca y Elvira como dominas en sus entornos, Pick se distanció del paradigma individualista de agency regia: “Rather, we need to show that even the king was not a king in the way we popularly imagine him and desire him to be, an agent and sovereign subject in a world before subjectivity”80. Su línea de pensamiento sobre el reino como monarquía corporativa encaja con las observaciones de Martin81 sobre el pragmatismo organizativo: los hombres se definían mediante las perspectivas bélica/territorial y jurisdiccional, mientras que las mujeres participaban en la administración del reino y se encargaban de conservar y mantener la memoria, ya fuera mediante la fundación y patronazgo de los monasterios o involucrándose en la escritura historiográfica, como hicieron la infanta Sancha, la reina Urraca y la reina Berenguela en las crónicas de los siglos xii y xiii. Entre la hipogamia, la isogamia y la hipergamia practicadas por las élites medievales, es curiosa la estrategia regia de Asturias y León de excluir a sus propias hijas del mercado matrimonial, como sucedió en los casos de las infantas Urraca y Elvira, aunque con la notable excepción de la infanta/reina Sancha, su madre82. En cambio, los territorios en el noreste practicaban más las uniones asimétricas: los condes de Barcelona casaron a sus hijas con sus vizcondes (y v. Goody 1973. Sobre la costumbre de la nobleza y la realeza de casarse con parientes cercanos durante el siglo xii, v. Beceiro Pita y Córdoba de la Llave 1990a: 148-150; Barton 1997: 56; Bouchard 2001: 39-57. 80 Pick 2017: 246. 81 v. Martin 2014, 2013 y 2016. 82 v. Pick 2017: 21-79. 79

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estos repitieron el modelo ʻhacia abajoʼ con sus hijas) con el objetivo de consolidarse83. En este contexto, sobresale Alfonso VI, que para sí mismo y para sus hijas fue más allá de la nobleza cercana a la corte, como se deduce de sus nupcias con las mujeres ultrapirenaicas, su relación con la mora Zaida o los casamientos de sus hijas con los condes de Borgoña, Sicilia y Tolosa, entre otros nobles. En aquella época, el impedimento que ponía la Iglesia a los matrimonios entre parientes en siete grados chocaba con los intereses y las opciones limitadas de los laicos. Así, la comitiva castellana enviada al norte, que resultó en la unión matrimonial de Alfonso VIII con Leonor Plantagenet, puede relacionarse con el problema de las genealogías interrelacionadas en la península, pero tampoco hay que olvidar los intereses geopolíticos de ambos lados84. Las estrategias matrimoniales eran inseparables de las facetas patrimoniales. Las arras, como entrega de bienes (a menudo inmuebles) del novio a la futura esposa (a veces apoyado por su parentela o señores), eran mejor documentadas que el ajuar que venía del lado de la novia85. Aunque la casuística es muy variada, a lo largo de la Europa plenomedieval empezaron a manifestarse cambios en la práctica de recompensar el prestigio femenino; así, el paso de la hipergamia a la hipogamia a finales del siglo xii supuso la victoria del ajuar sobre las arras y perjudicó de esta manera la posición de la mujer en las estrategias nupciales86. En el caso de Alfonso VIII, la carta de arras de Leonor Plantagenet (1170) es llamativa por el protagonismo diplomático de su madre, Leonor de Aquitania, el predominio de la nobleza gascona entre los confirmantes, el papel de Alfonso II (pariente de los novios) como garante y la precisión sobre las posesiones entregadas a la futura reina. Aunque no se puede concluir qué parte de las posesiones reales fue otorgada a Leonor, es sugestiva la distinción hecha entre sus derechos sobre unas treinta ciudades, villas, rentas de puertos y sobre las ciudades de Nájera, Burgos y el fuerte de Castrojeriz para “ad proprias et familiares expensas camere sue”87. Estos tres territorios, junto con una anualidad monetaria de 5000 Aurell 2013: 18-19. v. González 1960: 187-190; Vann 1993: 128; Cerda 2011: 226-230. 85 La porción podía variar entre la mitad y la décima parte del patrimonio, v. García González 1961: 550. v.t. Hillard 1984: 48-52; Calderón Medina 2011a: 91-106. Beceiro Pita y Ricardo de la Llave (1990a: 178) y Barton (1997: 54) destacaron la posibilidad de que otros contribuyeran a las arras del novio. Sobre la (no siempre exitosa) mediación del señor en los matrimonios de sus vasallos, v. Beceiro Pita y Córdoba de la Llave 1990a: 136-145; Barton 1997: 50-52; Calderón Medina 2011a: 87-88; Aurell 2000 y 2013: 9. 86 v. Aurell 2000: 198-201; 2013: 19-20. 87 v. Cerda 2016a: 73-75. Sobre la lista de propiedades algo alterada en 1188 y las posibles razones, v. Álvarez Borge 2015a: 77. 83 84

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maravedíes, fueron interpretados por Cerda como sponsalicia largitas88. El carácter de libre disposición y la autoridad de que la reina gozaba se reflejaban en el legado arquitectónico, como el monasterio de Las Huelgas o el Hospital de la Reina (luego del Rey) en Burgos. De acuerdo con la práctica de la época, la precisión al respecto de los beneficios territoriales y económicos de Leonor contrasta con el hecho de que Gascuña, como posible dote para Alfonso VIII, no fuera ni documentada ni realizada en las décadas posteriores. Las pretensiones a las tierras gasconas se dejan vislumbrar en pocos diplomas de 1204-1206, confirmados también por los magnates y obispos de aquella región, además de las concesiones hechas en 1206, cuando el rey castellano se denominó “rex Castellae et Toleti, dominus Vasconiae”89. De todos modos, la posición preeminente de Leonor seguía siendo confirmada, como se deduce del testamento de Alfonso VIII, de 1204. Designada consorte y consejera del infante Fernando, Leonor hubiera pertenecido al círculo de “[…] dowager queens with adult sons […]”90, como su madre lo había hecho con Ricardo Corazón de León. Además de confirmar y continuar la práctica de los espacios del poder femenino91, los esponsales de Berenguela, hija de Alfonso y Leonor, con Conrado de Hohenstaufen son otro ejemplo del mercado matrimonial y la posición beneficiosa de la mujer. La documentación de la época menciona una delegación alemana enviada a Castilla en 118792, pero es el Tratado de Seligenstadt, de abril de 1188, el que ofrece más información. En él se acordó el matrimonio entre Berenguela y Conrado, con la intención clara por parte de Alfonso VIII de limitar la influencia del alemán y consolidar la posición de su hija, reflejada en las formulaciones como “Berengaria et vir eius Conradus cum ea”93. Curiosamente, dicho diploma informa no solo de que Berenguela iba a obtener muchas villas, sino de que también Alfonso VIII había prometido 42 000 maravedíes. Pese a la disolución del pacto94, los esponsales fueron reiteradamente nombrados como Cerda 2016a: 74-85. v. doc.1030 en González 1960. Sobre los diplomas relacionados con Gascuña, v. Estepa Díez 2015: 110-116. Cerda (2011: 233-234, 240) concluye, basándose en los ecos en la documentación conservada, que las pretensiones de Alfonso VIII sobre Gascuña debían haber tenido su origen en las negociaciones matrimoniales. v.t. Martínez Díez 2007a: 197-206; Rodríguez 2013: 173-74. 90 Vann 1993: 139. Sobre su viudez como estatus poderoso, v. Shadis 2009: 39. 91 v. Rodríguez 2013: 175-191. 92 v. Weller 2004: 143. 93 v. doc. 499 en González 1960. 94 Las fuentes contemporáneas no mencionan las razones de la ruptura. Como destaca Weller (2004: 149-153), las crónicas latinas posteriores mencionan que la anulación fue iniciada por Berenguela, pero en el contexto más amplio, es necesario incluir el nacimiento de su hermano Fernando y los intereses del papa de aislar a los alemanes. Shadis (2009: 88 89

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tales por la cancillería castellana durante varios años, mientras que el Tratado de Seligen­stadt se usó luego como modelo para reinas reinantes. En el año 1197, Berenguela se casó con Alfonso IX de León, a pesar de que eran parientes en tercer grado. Las malísimas relaciones entre los reinos y la duradera disputa por la zona fronteriza, en la que la Iglesia intervino varias veces, importaron esta vez más que el parentesco regio95. Como este matrimonio suponía una infracción evidente de las normas eclesiásticas, tuvo que ser explicado —aunque de diferentes modos— en las crónicas del siglo xiii96. Presente en la documentación leonesa a partir del diciembre de 1197 como reina de León y Galicia, en 1199, Berenguela recibió como señorío treinta castillos junto con sus habitantes, y los magnates destacados fueron nombrados sus tenentes y vasallos. Según esta carta de arras97, las preocupaciones territoriales se ligaron a las cláusulas como repudio, cautiverio o maltrato de la reina, además de considerarse la muerte o el divorcio, en cuyo caso Berenguela se quedaría con las tenencias. Dado que los conflictos territoriales volvieron a tener un carácter casi bélico tras la separación regia en 1204, las negociaciones de paz eran necesarias. En el Tratado de Cabreros en 1206 figuraron como agentes Alfonso IX, Alfonso VIII y Berenguela, y los territorios disputados se entregaron al infante Fernando. Este tratado fue un paso importante para superar la crisis sucesoria y legitimar al futuro rey Fernando III, a pesar de la oposición explícita del papa. En cuanto a Berenguela en León, además de sus estancias en Castilla y la presencia de castellanos en la corte leonesa, su autoridad se confirmaba con donaciones y suscripciones, mientras que algunas zonas, sobre todo Zamora y Salamanca, la realzaban como reina de León98. El título regio (leonés) se reiteró incluso tras la anulación matrimonial, en la ratificación burgalesa del Tratado de Cabreros, pero también cuando Fernando accedió al trono castellano99. En cuanto a la legitimación por medios gráficos, el sello de Berenguela unió los emblemas de Castilla y León, pero sus derechos sucesorios con respecto a Castilla se manifestaron en su signo rodado, que repetía el signo de su padre (la cruz), aunque con



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58-62) consideró el posible papel de Leonor de Aquitania, por su cercanía al papa y sus intereses políticos. v. Hernández 2001: 27-29 (sobre el uso intencional del romance en vez de latín); Shadis 2009: 62-70; Smith 2011: 165. Sobre la relación entre Alfonso VIII y la sede católica, v. Smith 2019. Para un resumen, v. Shadis 2009: 61-62. v. doc. 135 en González 1944; Shadis 2009: 63-67; González 1960: 735-744. v. Shadis 2009: 73-80; Bianchini 2012: 37-62. v. docs. 219, 350 en González 1944.

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otra divisa100. Por lo tanto, se usaron todos los medios disponibles para reiterar la legitimidad sucesoria y fortalecer su autoridad y la de su hijo. Aunque no es concluyente si Berenguela abdicó a favor de Fernando101, su omnipresencia en los asuntos palatinos no fue frenada por la coronación de su hijo. Las dudas con respecto a incertidumbres titulares y cuestiones de poder provienen en parte de las tendencias cronísticas a disminuir el papel femenino en las estrategias matrimoniales y su capacidad para ejercer el poder a favor de los hombres102. Cabe mencionar aquí el ejemplo llamativo de Sancho Garcés III, que obtuvo Castilla por su casamiento, como uno de muchos en la Chronica Naierensis, conocida por su protagonismo femenino en el proceso de la legitimación del reino castellano103. Los tratamientos historiográficos podían variar bastante, como se ve en el caso de Constanza de Borgoña, una de las esposas de Alfonso VI que recibe muy pocas líneas, pese a las profundas consecuencias de su llegada. La selectividad memorística forma parte de los relatos que incluyen los lazos interreligiosos, como el de la princesa Zaida, relacionada con Alfonso VI, que se convirtió al cristianismo, o la historia de Teresa, que profesó el castigo divino de muerte si su marido musulmán la tocara104. De modo similar, el Tratado de Le Goulet de 1200 fue sellado con el matrimonio de Blanca (hermana de Berenguela) con Luis VIII y se acompañó del ajuar territorial y monetario por medio del rey inglés Juan Sin Tierra, pero las narrativas historiográficas tratan de modo diferente el papel de Leonor de Aquitania en las negociaciones105. En contraste con Berenguela, cuyo estatus se realzaba en sus cartas de arras (aunque estuviera físicamente ausente la segunda vez), el caso de Blanca, no determinado a priori, confirma la casuística variada, con el contexto político o las relaciones interpersonales como factores decisivos para los destinos de las mujeres regias. Las que más sufrieron de la damnatio memoriae fueron las mujeres de las élites que entraban en el concubinato. Estas uniones entre personas solteras no estaban reconocidas por la Iglesia, aunque se practicaban a menudo. Los ejemplos de Fernando II (su relación con Urraca López de Haro y dos hijos que precedieron el matrimonio) y Alfonso IX (con esposas regias y concubinas nobles) confirman la práctica como “un mecanismo eficaz y reiteradamente usado por v. Shadis 2009: 88-93. Mientras que Martin (2011b: 103-105), Rodríguez López (2013: 172, 177) y Shadis (2009: 101,136) han propuesto que la abdicación de Berenguela fue formal y que su autoridad no disminuyó, Bianchini (2012: 178) sigue la idea de “plural monarchy”. 102 v. Martin 2011a, 2011b, 2013; Rodríguez López 2013; Pick 2017. 103 v. Martin 2007. 104 v. Barton 2011b. 105 Sobre el tratado y las distintas narrativas, v. Rodríguez López 2014: 18-22. 100 101

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el monarca para aproximarse a las parentelas nobiliarias en las que se apoyó en distintos momentos de su reinado”106. Además de sus implicaciones geopolíticas y territoriales, la barraganía como vínculo exclusivo —aunque temporal— no era privativo de los laicos, como confirman los ejemplos del clero, pese a la imposición del celibato sacerdotal107. En cuanto a los matrimonios nobiliarios, se evidencia el alto grado de endogamia en las casas más sobresalientes: los hijos de Diego López de Haro estaban casados con los Lara y los Cameros (que también estaban unidos por lazos matrimoniales); los Girón con los Meneses y los Guzmán; los Guzmán con los Lara; los Meneses y los Haro con los Castro; los Aza con los Lara y los Marañón, etc.108. Además, la endogamia estaba presente entre nobles no tan poderosos y en general la imagen sería más complicada si se siguieran ramas secundarias, nupcias fallidas, hijos ilegítimos o profiliaciones. En ese contexto, no era inusual que el rey interviniera en la búsqueda de cónyuges convenientes o, como en los casos de Ponce de Cabrera y Ponce de Minerva, como medio de ascenso social109. Los vínculos realizados y el prestigio de los afines podían reflejarse en la antroponimia innovadora de una casa, como fue el caso de Lope Íñiguez cuando dio a su primogénito, Diego López I de Haro, el nombre de pila de su suegro, Diego Álvarez. No obstante, hay que subrayar que, con cada generación, la posición de uno podía variar y afectar a su descendencia: Tres generaciones bastaban para convertir al caballero villano en miles, una tan sólo era suficiente para obligar al miembro de un linaje condal a descender en el escalofón nobiliario. Consecuencia evidente de ello es la mezcla —nunca sistemática sino selectiva— de sangre e interés que aunaba especialmente desde el s. xii, los intereses de quienes podían remontar su estirpe a un origen condal del s. x y los que tan sólo podían recordar tres o cuatro generaciones de caballeros110.

Aunque no ilustrativos de estas dinámicas, los ejemplos arriba mencionados sí confirman que tanto los modos de unirse como los de separarse afectaban a la parentela y a las proyecciones políticas de la casa. En el caso de Alfonso VIII y Leonor Plantagenet, es imprescindible recordar que la inclusión del hijo (heredero) Fernando coincidió unos diez meses con la referencia a los espon Calderón Medina, 2011a: 122. Para un análisis mucho más detallado, v. Calderón Medina 2018. 107 v. Sánchez Herrero 2008. 108 v. Moxó 1969: 33-145; Torres Sevilla 1999: 207-410. Sobre la alta nobleza, v. Estepa Díez 2003: 275-367 (y sobre la nobleza regional, 368-408). 109 v. Beceiro Pita y Córdoba de la Llave 1990a: 136-145; Barton 1997: 50-52. 110 Torres 1999: 39. El énfasis es suyo. 106

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sales de su hermana Berenguela con Conrado de Hohenstaufen111. Además, la separación entre Berenguela y Alfonso IX parece encajar con los esfuerzos castellanos —a través del obispo de Osma— de encontrar esposa para el mismo infante Fernando en Dinamarca, aunque las referencias son indirectas y vagas112. Además de las razones políticas, las uniones y las anulaciones dentro de las parentelas no estuvieron exentas de contradicciones. Los eclesiásticos tendían a imponer normas para matrimonios legítimos, pero los intereses de las élites europeas buscaban maneras de sortear los preceptos (y volver a respetarlos si era necesario). El caso de la legitimidad de Fernando III, pese a la resistencia papal, tampoco fue aislado. Los derechos sucesorios y cuestiones patrimoniales, por más turbulentos que fueran, podían tener consecuencias duraderas, como lo confirma el matrimonio de Elvira (nacida en una relación concubinaria de Alfonso VI) y el conde Enrique de Borgoña, cuyo hijo fue el primer rey de Portugal. De todos modos, pese a la casuística variada, de lo que no cabe duda es del cognatismo y la transmisión de derechos por parte de la mujer, incluso en los círculos hispanos más prominentes. El

matrimonio y la descendencia del

Cid

en la documentación y materia

cidiana

De las varias menciones de Jimena como esposa del Cid histórico, es necesario destacar la carta de arras donde figura como “Scemena, filia Didago Ducis de terra Asturiense”113. La copia conservada (datada hacia 1077-1081) es una nueva redacción del diploma de 1074, pero eso no afecta a su autenticidad, puesto que las arras, como “documentos vivos”114, permitían modificaciones. Además de la presencia real y magnaticia, dicha carta tiene una estructura tripartita, con la entrega de arras (siguiendo el fuero de León, que otorgaba hasta la mitad de los bienes, inclusive la sustitución de los anteriormente prometidos), la mutua adopción conyugal y la declaración de herederos recíprocos. A pesar de que la carta no permite ver la participación de la parentela anterior al acuerdo de esta unión, las facetas económicas y el prestigio de los confirmantes (v. apartado 4.1) son muy llamativos. Compárense los docs. 537-560 en González 1960. v. Lincoln (en prensa). 113 v. Menéndez Pidal 1929, vol.2, 845-850. Además de la carta de arras, cabe mencionar el diploma de 1076 sobre una donación junta, el de 1101 que Jimena firmó y otro de venta de 1113 que contenía localidades de la carta de arras. Para más información y referencias clave, v. Montaner 2011 º239. 114 Calderón Medina 2011a: 97. El marco propuesto viene de Ruiz Asencio (2017), sin olvidar el año 1079 propuesto por Montaner (2006). 111

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Debido a la ausencia de patronímicos, la identificación de la esposa de Rodrigo Díaz ha sido difícil. Además de identificarla como sobrina segunda de Alfonso VI, Menéndez Pidal115 la relacionó con Jimena Díaz, hermana de Fernando y Rodrigo Díaz e hija del prestigioso conde de Asturias. Torres Sevilla116 limitó esa identificación del padre de Jimena a Diego Fernández, que pertenecía a los Flaínez, y sostuvo que Jimena era la prima tercera de Alfonso VI. De hecho, según los esquemas genealógicos de esta historiadora, el matrimonio con el Cid habría sido un caso de endogamia, al ser Jimena su sobrina en segundo grado. No obstante, la existencia de los hermanos Jimena, Fernando y Rodrigo Díaz de Asturias en la documentación coetánea al Cid histórico causó unas atribuciones erróneas, como se verá en adelante. En cuanto a la descendencia del Cid y Jimena, la existencia de sus hijas Cristina y María está bien documentada: Cristina se casó con el infante Ramiro Sánchez y su hijo García Ramirez fue el rey de Pamplona/Navarra; María se casó con el conde Ramón Berenguer III, pero de su descendencia se sabe poco117. Por lo que se refiere a las representaciones narrativas, la vida familiar del Cid llamó la atención, aunque no de modo igual. Así, en la HR (§6), Jimena es la sobrina de Alfonso VI y “didaci comitis Outensis filiam”, pero sus hijos se mencionan de modo muy genérico, sin nombres. Además de en la breve encarcelación de la familia, ordenada por Alfonso (§34), Jimena aparece tras la muerte del Cid, cuando el rey la ayuda a salir de la Valencia atacada (§76) y cuando llevan el cuerpo del Cid al monasterio San Pedro de Cardeña, al cual da grandes donaciones (§77). El Linage, que confirma la genealogía de Jimena propuesta por la HR (aunque desplazada a fines del relato), incluye a las hijas Cristina y María, casadas con el infante Ramiro y el conde de Barcelona, respectivamente. Asimismo, se menciona un hijo “diago royz e mataron lo moros en consuegra”, pero este elemento no se puede confirmar en la documentación anterior al Linage. El matrimonio, el parentesco de afinidad y la descendencia en el Cantar Cuando empieza el Cantar, el Cid es un hombre casado y, a diferencia de otras mujeres épicas, Jimena (siempre sin el patronímico) no aparece ligada a ninguna parentela. La omisión de la ascendencia de Jimena, antes justificada v. Menéndez Pidal 1929, vol.2, 745-749. v. Torres Sevilla (en parte basándose en el trabajo de Fernández Conde) 1999: 143,199205; 2000: 147-155; 2000-2002: 19, 25, 28 (sosteniendo que la genealogía no tiene que ser falsa si se trata de un documento falso). 117 v. Menéndez Pidal 1929, vol.2, 882-884; º2075 en Montaner 2011. 115 116

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con la baja nobleza del Cid épico, se ha relacionado118 cada vez más con el deseo de realzar las hazañas del Cid y destacar el mérito individual ante el prestigio heredado. Aunque esta línea de pensamiento concuerda con el tono general del Cantar, es posible destacar otros aspectos para apoyarla. Dado que las primeras menciones de Jimena en la HR y el Linage contienen las informaciones genealógicas (compárense §6, §34, §75 y §76 con: “dona xemena nieta del Rey don alfonso. fija del conpte (don diago) dasturias”), es posible que la primera mención de Jimena en el Cantar hubiera contenido su ascendencia ilustre. En cambio, la inclusión de su parentesco con el rey Alfonso no parece probable si se tiene en cuenta que, en comparación con la HR, cada interacción entre el rey y Jimena está omitida en el Cantar. Además, la obra no se refiere al rey como instigador de su matrimonio (un elemento que no afectaría a la trama) y, lo que es más importante, no se alude al vínculo afín del Cid con el rey épico. La ascendencia de Jimena, un conocimiento tan estable en la memoria cidiana, tal vez fuera suprimida —lo que no significa negada— por carecer de importancia para el foco diegético en el héroe. De todas formas, con la genealogía de Jimena no conservada en los versos épicos, más adelante veremos si su caracterización como “menbrada fijadalgo” (v. 210) era suficiente para recoger la energía de su memoria. Las hijas de la pareja épica aparecen con su madre en el contexto del monasterio de Cardeña, pero sus nombres no surgen hasta la segunda mitad de la obra. La obvia incongruencia de las Elvira y Sol épicas con las María y Cristina históricas (e historiográficas navarras) ha dado lugar a muchas teorías119, sin que se haya alcanzado un consenso. Aquí cabe mencionar las recientes sugerencias de Corriente120 sobre el origen judío del poeta épico, en parte basadas en la frecuencia de los nombres Elvira y Sol entre los mozárabes toledanos. El matrimonio entre las hermanas y los infantes de Carrión es un ejemplo de alianzas exogámicas. A pesar de la juventud de las hijas —(vv. 255, 269b, 2083, sin precisar la edad)—, las preocupaciones iniciales del Cid (vv. 280-284) primero se relacionan con su pérdida de la patria potestad121. Luego, la importancia de encontrar a yernos adecuados se nota en sus palabras, dirigidas a Jimena: “Lo de vuestras fijas venir se á más por espaçio” (v. 1768). El primer paso lo hacen los infantes cuando se lo comunican a Alfonso, su rey y señor natural (v. 1885), v. Lacarra, 1980: 113; Smith 1983: 141; Duggan (aunque con la tesis antileonista) 1989: 68; Pattison 2010. 119 Para un repaso comentado, v. º2075 en Montaner 2011. 120 v. Corriente 2018: 172, º11. 121 v. Lacarra 1996: 74-83. Según ella, la restauración de la patria potestad ocurrió con el permiso real de la reunión familiar (v. 1400). 118

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que entonces informa al Cid sobre la petición de mano a través de sus sobrinos/ mensajeros. Una vez confirmado el vínculo nupcial a orillas del río Tajo (vv. 2072-2110), el rey entrega a los infantes al Cid y la comitiva va a Valencia. Allí, las mujeres cidianas se enteran del matrimonio y Minaya, elegido por el rey como manero, se encarga de la boda de sus primas. A pesar de que la traditio in absentia de las hijas —“Dʼaquí las prendo por mis manos” (v. 2097)— parece chocar con las normas de la época122, la obra representa el consentimiento en forma de alegría y el agradecimiento de las mujeres cidianas: ¡Grado al Criador e a vós, Çid, barba vellida! Todo lo que vós feches es de buena guisa; non serán menguadas en todos vuestros días. ¡Quando vós nos casáredes bien seremos rricas! (vv. 2192-2195)

Aunque la ausencia de los padres o la parentela de los infantes en un momento tan importante parece sorprendente, solo las novias necesitaban el consentimiento familiar123. Lo que resulta muy llamativo en esta boda —y completamente ausente de las segundas nupcias épicas— es el hecho de que ocurra la entrega no solo de las novias, sino también de los esposos: Evados aquí vuestros fijos, quando vuestros yernos son (v. 2123)

Como concluyó Harney en su estudio seminal sobre los lazos interpersonales en el Cantar, la petición inicial confirma la pertenencia de las hijas del Cid en los círculos de “marriagebility”, pero también que los infantes, como hijos adoptivos, son los “sons-in-law marrying in”124. Esta ligación a la parentela cidiana, además de las transgresiones desde la perspectiva del género (v. apartado 6.2), trae consigo las obligaciones en Valencia que los infantes no podrán cumplir, lo que afectará drásticamente a sus acciones y reacciones. El lado económico-patrimonial de las nupcias tampoco falta en la obra, aunque al principio se trata de modo general. Al advertir que con el casamiento “creçremos en nuestra ondra e yremos adelant” (v. 1883), los infantes informan al rey: “casar queremos con ellas a su ondra e a nuestro pro” (v. 1888). A su vez,

Entre las incongruencias de las bodas épicas con las costumbres de la época, García González (1961) destacó la ausencia de los padres de los infantes y de Jimena, además de la entrega in absentia de Elvira y Sol. Lacarra (1980: 51-54) observó que los novios no tenían que estar presentes durante la entrega o traditio. v.t. Harney 1993: 104-105. 123 v. Lacarra 1980: 50. 124 v. Harney 1993: 111-150, aquí 120 y 147. La posición de los infantes ha suscitado preguntas sobre su masculinidad (v. apartado 6.2). 122

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Alfonso dice a los sobrinos del Cid que su tío: “abrá ý ondra e creçrá en onor” (v. 1905, repetido al Cid en el v. 1929). Es sobresaliente el acento inicialmente puesto en los provechos de los infantes en una conversación privada, el equilibrio de beneficios presentado al rey y, finalmente, las ventajas que el héroe obtendría, reiteradas por Alfonso en las vistas: “Seméjamʼ el casamiento ondrado e con grant pro” (v. 2077). En cuanto al tono transaccional del matrimonio, encaja con las negociaciones y provechos documentados en las cartas de arras medievales. Ahora bien, la obra no menciona ninguna de esas cartas, pero tras la batalla en Valencia nos enteramos de los bienes intercambiados. Decididos a vengarse, los infantes piden permiso del Cid para ir con sus esposas: Meter las hemos en las villas que les diemos por arras e por onores; verán vuestras fijas lo que avemos nós, los fijos que oviéremos en qué avrán partición. (vv. 2564-2567)

La entrega de las arras125 y la participación de hijos hipotéticos como herederos confirman el carácter legítimo del lazo matrimonial, aunque más tarde los antagonistas intentan negarlo. Más precisa es la entrega del ajuar por parte del Cid: tres mil marcos de oro, además de las espadas Tizón y Colada, palafrenes, mulas, corredores y vestimentas bordadas con oro (vv. 2571-2576). Más tarde, en Toledo, el Cid requiere la devolución de las espadas y los marcos entregados. Ahora bien, si el ajuar representaba bienes a disposición del marido, es todavía sorprendente —y no exento de humor compositivo— la rapidez con la que los infantes lo gastan. En Toledo, los antagonistas proponen pagar el ajuar en posesiones, quedando al final burlados por tener que pedirlo prestado y restituirlo en especie (vv. 3223, 3241-3245). A diferencia de la devolución del ajuar durante la corte, las arras se mencionan brevemente tras la lid judicial: Agora las ayan quitas heredades de Carrión; (v. 3715)

El escaso trato de las arras en la corte y el verso 3715 han tenido diversas interpretaciones, pero Pavlovic, Walker y Lacarra126 han destacado que la retención Refiriéndose al trabajo de García González (1961), Lacarra (1980: 56) observó que el verso 2565 insinúa que las arras se han tratado antes. 126 Según García González (1961: 551-555), las arras se omiten debido a su renuncia con el objetivo de evitar la culpabilidad de los infantes. A su vez, Lacarra (1980: 59-62, 1996: 80-84, 2018: 371), a favor del matrimonio consumado, señala que la corte califica a los infantes como culpables y ve en el verso 3715 la confirmación de las arras recibidas. 125

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de las arras concuerda con los fueros coetáneos a la obra. Además, la cláusula de las arras de Berenguela confirmada en Palencia en 1199 también la preveía. Hartos de ser burlados en la corte valenciana, los infantes deciden atacar a sus esposas e irse con los bienes obtenidos: “podremos casar con fijas de rreyes o de enperadores, / ca de natura somos de condes de Carrión” (vv. 2553-2554). La supuesta incompatibilidad de las primeras nupcias se reitera de modo exagerado en las cortes de Toledo: Los de Carrión son de natura tal non ge las devién querer sus fijas por varraganas, o ¿quién ge las diera por parejas o por veladas? (vv. 3275-3277)

Este argumento del conde García (repetido luego por Asur en el v. 3381) parece ser un eco de las propias palabras de Diego y Fernando González tras la afrenta: Non las deviemos tomar por varraganas si non fuésemos rrogados pues nuestras parejas non eran pora en braços. (vv. 2759-2760)

La búsqueda de candidatos adecuados fuera de los círculos cercanos conllevaba una reposición de poderes y privilegios. El hecho de que los infantes vean a personas reales como sus iguales parece aludir a una cierta movilidad en los círculos regio-nobiliarios, apoyada por los ejemplos de las casas de Borgoña, Traba, Haro y Barcelona y sus lazos matrimoniales con las cortes regias. Pero desde el punto de vista narrativo, sus palabras son muy problemáticas. El conde García y Asur González parecen criticar al rey por haber concertado los esponsales y los infantes actúan como si se les hubiera obligado a aceptar dicha unión matrimonial. De no haberse elaborado el tema, podría pensarse, por este verso, que el matrimonio fue idea del rey. De este modo, al distanciarse de su propia iniciativa, anteriormente versada explícitamente, los infantes se convierten en figuras ʻpoco fiablesʼ. En cuanto al Cid, desde el principio queda claro que no está contento con los matrimonios propuestos. El rey lo presiente: “del casamiento non sé sisʼ abrá sabor” (v. 1892), pero decide informar a los sobrinos del Cid, destacando que el Pavlovic y Walker (1982: 201-203) destacaron que la parte inocente no tenía que devolver los bienes recibidos, por lo cual las hijas estarían en posesión de las villas en Carrión. Bayo y Michael (2008: 345-346) y Montaner (º3715, 2011) aceptan esa interpretación. v. contra Harney (1993: 134), que ve la retención de las arras como impedimento de las segundas nupcias. Sobre la escasez de detalles en repartos tras divorcios, v. García González 1961: 553-554.

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perdón y las vistas irán seguidos del asunto matrimonial (vv. 1897-1906)127. La desconfianza se siente en las palabras de Minaya (vv. 1908-1909) y en la famosa reacción del Cid: Ellos son mucho urgullosos e an parte en la cort, dʼeste casamiento non avría sabor; (vv. 1938-1939)

La resistencia ante los matrimonios concertados pronto se sustituye por la aceptación de la voluntad de Alfonso por parte del Cid, que entiende el matrimonio como condición para obtener el perdón real (vv. 1936-1937). Aunque los versos no revelan la motivación de Alfonso, el silencio poético puede explicarse desde la figura del rey que contempla sus propios intereses frente a la red nobiliariovasallática que lo rodea. En cambio, la evidente reserva del Cid yace, por un lado, en su caracterización negativa de los infantes y, por el otro, en su posición estructural y sus lazos (rotos) con la corte castellana. Si bien el héroe primero no está convencido de las nupcias de sus hijas, a lo largo de la obra intenta consolidar de modos distintos los lazos recién establecidos. Así, el Cid y sus parientes enfatizan el parentesco por afinidad en varias ocasiones: además de la voz repetida “yernos” (con Minaya y Muño usando la palabra también, vv. 2460 y 2326), Minaya se refiere a los infantes como “cunnados” (v. 2517). Sus acciones también confirman que han aceptado a Diego y Fernando como parientes: el Cid no los obliga a ir a la batalla y prohíbe las burlas sobre ellos; el Cid y Minaya los elogian y Pedro Bermúdez salva a Fernando González en combate. A diferencia de ellos, los infantes nunca marcan el lazo de afinidad con nadie del nuevo parentesco (salvo para referirse a sus mujeres). Su extrema pasividad con respecto a la integración en el mundo valenciano contrasta claramente con su adopción por matrimonio, iniciada por el rey Alfonso (vv. 2123-2124) y aceptada por el Cid. Cuando, tras el ruego en público, el Cid entrega a sus hijas oficialmente a Diego y Fernando, ellas respetan la decisión (vv. 2584, 2597-2598). Una vez bajo el poder de sus maridos, se prosigue con el plan de venganza conocido como la afrenta de Corpes. La violencia marital ejecutada con armas prohibidas, el derramamiento de sangre y la ropa femenina robada encajan con los delitos caracterizados como animus iniuriandi por los fueros fronterizos de la época, sobre todo el Fuero de Cuenca, que fue el primero en prever y especificar inju-

Aunque estamos de acuerdo con Martin (1996: 35-45; 2018b: 341-343) en que el matrimonio propuesto es una condición para el perdón real, no compartimos su interpretación de que el rey se centra en los beneficios de los infantes. Concordamos con Funes (2018: 275-277), que ve la decisión del rey como un equilibrio entre los intereses opuestos.

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rias contra mujeres128. En este caso, como concluyó Lacarra129, el abandono de las esposas ya era razón suficiente para la disolución del matrimonio. Dentro del contexto toledano, el Cid inicia el asunto refiriéndose tanto al abandono como al escarnio (vv. 3254-3269), pero en las interacciones seguidas ambos lados se centran en el desamparo de las hermanas como asunto principal. Los argumentos repetidos sobre la incompatibilidad matrimonial como justificación del abandono quedan anulados por las palabras de Minaya (vv. 2230-2233), que destaca el estatus noble de las novias y su derecho sobre las posesiones en Carrión (vv. 2565, 2570, 2605). Desde luego, la involucración personal del rey, desde la petición de mano hasta la disolución de las nupcias, inclusive su contribución económica, apoya la legitimidad de estas130. Aquí cabe incluir un aspecto que no ha surgido durante la corte toledana, pero que no deja de llamar la atención a los críticos. Se trata de las vísperas de la afrenta y el verso “con sus mugieres en braços demuéstranles amor” (v. 2703), a menudo interpretado como muestra de la copula carnalis. El carácter sexual de esta lectura se explica mediante el uso de los espacios semánticos o el furor sádico de los infantes durante la afrenta. Teniendo en cuenta la importancia de las relaciones homosociales y heterosexuales en la literatura coetánea, estos aspectos serán analizados con más profundidad en el último capítulo. Por ahora, cabe subrayar que el verso 2703 no tiene que implicar la consumación matrimonial (lo que también facilitaría su disolución) y que su contextualización permite una lectura alternativa.

v. Lacarra 1980: 77-96, en especial 80, 89 y 2018: 368-369; Serra Ruiz 1969: 68, 99, 117, 176-179. Para las armas prohibidas que incluían palos, piedras y objetos de hierro, entre otras cosas, v. Fuero de Cuenca XI, 9 y Fuero de Madrid 44. Sobre los delitos cometidos contra la mujer, constan en el Fuero de Cuenca (XI, 26-34) distintos modos de herir a la mujer, incluidos cortar su pecho, violarla o irse con su ropa. 129 Lacarra 1980: 57-59. 130 Sobre el matrimonio como legítimo entre los miembros de la nobleza, v. Harney 1993: 123; Pavlovic y Walker 1996: 123. Sobre las posibles razones de los 300 marcos regalados al Cid tras la entrega de los infantes, v. Pavlovic y Walker 1982: 203. En cuanto a los 200 marcos devueltos al rey, su origen ha causado muchas interpretaciones. García González (1961: 562-565) estaba en contra de interpretar el dinero como regalo por las mujeres entregadas, y sostuvo que los infantes se los habrían dado al rey justo antes de la corte. Asimismo, destaca la semejanza con la multa por el abandono de la mujer en el Fuero de Cuenca (IX, 4-5), que mencionaba cien áureos. Lacarra (1980: 57-59) aceptó esta interpretación y destacó que el rey no acusó a los infantes del abandono, probablemente porque habían pagado la multa por eso. Pavlovic y Walker (1982: 204-205) también están a favor de los 200 marcos como multa, explicando su devolución por el rey con la obligación de atenuar la situación precaria de los infantes y la devolución por el Cid con la identificación de Alfonso como parte injuriada en el proceso. 128

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De todos modos, a pesar de los deseos de Diego y Fernando, el brutal y premeditado crimen no afecta a las bodas posteriores de las hijas del Cid. De hecho, son las segundas nupcias las que traen a Elvira y a Sol precisamente lo que los infantes deseaban para sí: emparentar con casas reales (compárense vv. 2553 y 3399). La ironía compositiva se observa en las palabras de Minaya: Antes las aviedes parejas pora en braços las tener, agora besaredes sus manos e llamar las hedes sennoras: aver las hedes a servir, mal que vos pese a vós. (vv. 3449-3451)

La aparición de la comitiva nupcial de Navarra y Aragón en la corte de Toledo (vv. 3393-3400)131, de acuerdo con las prácticas de la época, aumenta el prestigio del héroe y forma parte de la justicia poética. A diferencia de la primera vez, cuando el Cid y Alfonso negocian a distancia, el héroe ahora se comporta como si el rey todavía tuviera la patria potestad sobre Elvira y Sol. Una vez destacados los beneficios —“ca créçevos ý ondra e tierra e onor” (v. 3413)—, el rey y el Cid se ponen de acuerdo y los mensajeros de los reinos vecinos prosiguen con la ceremonia del homenaje (vv. 3422-3426). En cuanto a las segundas nupcias, el narrador menciona las negociaciones de modo muy general: Andidieron en pleytos los de Navarra e de Aragón, ovieron su ajunta con Alfonso el de León, fizieron sus casamientos con don Elvira e con donna Sol. (vv. 3717-3719)

La narración elíptica no trata los asuntos económicos ni incorpora las preparaciones de las bodas. Como se destaca que “Los primeros fueron grandes / mas aquestos son mijores” (v. 3720), cabe suponer que las bodas no se celebran enseguida132, sino que se preparan de acuerdo con el prestigio de los novios. Lo que sí se destaca ahora son las consecuencias parentelares: Oy los rreyes dʼEspanna sos parientes son, a todos alcança ondra por el que en buen ora naçió. (vv. 3724-3725)

Con respecto a estos versos, Harney concluyó lo siguiente:

Sobre la difícil identificación de los mensajeros de los segundos yernos, v. Ubieto Arteta 1972: 131-132; º3394 en Montaner 2011. 132 Lacarra (1996: 73) advirtió de la cercanía inusual entre la disolución de los primeros matrimonios y la celebración de las segundas nupcias. No obstante, sería mejor interpretarlo como narración elíptica que destaca solo los aspectos más importantes. 131

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From the viewpoint of the contemporary monarchs referred to in the poem´s final verses, the Cid is the heroic matrilateral forebear of a patrilineal descent group of which he is the apical ancestor133.

No obstante, es preciso atenuar este acento agnaticio/vertical, más cercano al concepto de linaje. Los padres épicos se refieren igualmente a Elvira y Sol como “vuestras fijas” (vv. 269a, 1597, compárense con 1650, 1768), pero la frecuencia con la que el Cid dice “mis fijas”, incluso ante Jimena, realza su figura. El papel pasivo de Jimena y su exclusión de los asuntos matrimoniales pueden cuadrar con las pretenciones agnaticias, pero también es necesario prestar atención a la terminología usada. El vocablo impreciso ʻparientesʼ en el verso 3724 no permite definir el tipo del parentesco con (las hijas de) el Cid, aunque la mención de los “rreyes” parece indicar el género de los parientes aludidos. Teniendo en cuenta el uso vago del vocabulario documentado, el verso puede interpretarse de varios modos. En cuanto a las relaciones extradiegéticas, el vocablo podría abarcar la descendencia más inmediata del Cid histórico (limitada a un rey, García Ramírez) o a los parientes entronados en torno a 1200, como Alfonso VIII de Castilla y Sancho VII de Navarra134, sus descendientes, aunque la continuidad generacional no excluyó a las mujeres. Además de mostrar diferencias intertextuales (piénsese en el énfasis puesto en la genealogía cidiana en el discurso memorístico navarro), dicho verso también puede leerse intradiegéticamente. Teniendo en cuenta que las hijas épicas son mencionadas con el estatus “reinas de Navarra e de Aragón” (v. 3399), la voz ʻparientesʼ no tendría que referirse solo a su descendencia. Partiendo de cómo se utilizaba el vocablo en aquella época, el verso también puede aludir a la afinidad establecida entre el Cid y las casas reales épicas. De todos modos, no es necesario insistir en el carácter agnaticio o vertical del verso, puesto que se trata de un concepto, si no ajeno, por lo menos no generalizado en las prácticas plenomedievales de Castilla.

Harney 1993: 46. Sobre el verso 3724 como referencia extradiegética, v. Soler Bistué 2007: 9-10; Smith 1983: 184. Como notó Montaner (º3724 en 2011), la vaguedad del verso impide más interpretación.

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3.3. Los lazos de diferente índole y alcance: el Cid épico y sus antagonistas La descendencia del Cid histórico pudo contar con la sangre real, pero el Cantar, centrado en su héroe, no entra en esos detalles135. Si recordamos que los infantes de Navarra y Aragón no aparecen en persona ni se mencionan sus nombres, el objetivo poético de realzar la figura del Cid y su éxito, coronado con el emparentamiento real, se hace aún más evidente. La ausencia de árboles genealógicos completos —reales o inventados— confirma las particularidades de la mentalidad de las élites que vivían dentro del parentesco funcional y buscaban modos para consolidarse como casa. Cuando era conveniente o necesario, los grados prohibidos de la consanguinidad, las ramas laterales y los hijos ilegítimos se aceptaban. Todas esas tendencias, no siempre concordantes, formaban parte de la polifonía que se trataba de modo muy selectivo en las narrativas coetáneas y posteriores. Tomemos, por ejemplo, a Álvar Díaz y el conde Froila/Fruela, magnates bajo Alfonso VI cuya existencia está bien documentada, y su mención en la obra en un solo verso (v. 2042 y 3004 respectivamente). Se ha postulado que el Cid histórico era pariente de Álvar Díaz de Oca136 y que el conde Froila Díaz y Jimena Díaz estaban también emparentados137. No obstante, aunque fuera así, desde el punto de vista del Cantar —y de otras obras cidianas— se trata de un dato totalmente ʻinútilʼ. Si la documentación, por más fragmentaria que es, no permite establecer lazos adicionales entre dos individuos o si el discurso institucionalizado (historiográfico o literario) no los une de algún modo, desde el punto de vista memorístico, el parentesco, a pesar de su ʻveracidadʼ, simplemente no es operativo. En cuanto a la parentela del Cid y Jimena épicos, queda reducida a tres sobrinos que acompañan al héroe en el destierro. El Cid es indudablemente el jefe “El Cantar de mío Cid no se escribe para glorificar a los reyes descendientes del Campeador, sino todo lo contrario, para ensalzar al conquistador de Valencia, cuyos descendientes ocuparon los reinos de España”. Ubieto 1972: 24. v. Martin 1997a: 165. 136 v. Torres Sevilla 2000: 135-137; 2000-2002: 25. Sobre Álvar Díaz, v. Lacarra 1980: 147148; Torres Sevilla 1999: 98-99; Gambra Gutiérrez 1997: 611, 658 y 2010a: 283-284. Sobre el uso de estos nombres históricos y su representación épica, v. º2042 en Montaner 2011. 137 Menéndez Pidal (1929, vol.2, 749-750) mencionó el posible parentesco (a través de los hermanos Rodrigo y Fernando Díaz) y Torres Sevilla (1999: 160-161) relacionó al conde Froila con los Flaínez, considerándolo el primo de Jimena Díaz, lo que para Reilly (1988: 227) resultó problemático. Gambra Gutiérrez (1997: 599-603; 2010a: 275-276) está en contra de la teoría del parentesco de la Jimena Díaz cidiana con Rodrigo, Fernando y Froila Díaz. Sobre Froila Díaz, v.t. Gambra Gutiérrez 1997: 581-582; Torres Sevilla 1999: 147-149, 465; Calderón Medina 2011a: 153-154. Sobre el uso de estos nombres y su representación épica, vv. º2042 y º3004 en Montaner 2011. 135

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de la casa, pero de sus antepasados no se sabe nada. Además de la ausencia de lazos horizontales del Cid, cabe recordar que ni la HR ni el Linage lo adscriben a una casa en particular138. Para destacar el prestigio de su parentela, se insistía en la antigüedad y la castellanidad (compárense los vv. 21-22 de la CC con las generaciones en la HR y el Linage), aunque el caso navarro no contiene el elemento endogámico incluido explícitamente en la HR139. Nunca completos, los modelos generacionales sufrieron con cada reescritura retoques y desplazamientos del acento narrativo, como se evidencia en los relatos posteriores sobre los jueces de Castilla y la madre del Cid. En cuanto a la proyección patrimonial, solo en la HR se mencionan los castillos y las tierras provenientes del lado materno del héroe, además de los tres castillos que Diego Laínez toma de los navarros. A partir de ese punto, en la biografía latina y a lo largo del material historiográfico de Navarra, ningún topónimo se relaciona con la figura heroica de modo permanente antes de la conquista de Valencia. Su esposa Jimena sí aparece como hija del conde y pariente del rey en la HR y el Linage, pero las tendencias independentistas navarras no se refieren al matrimonio con el Cid como iniciado por el rey Alfonso (compárense con §6 de la HR). En lo que concierne a la diégesis del Cantar, la supresión parentelar puede tener una función narrativa sin implicar necesariamente una negación de los conocimientos de la memoria cultural divulgada. De este modo, la genealogía indecidible de Jimena o la posición dependiente de Minaya hay que contemplarlas desde el foco situado en el personaje del Cid. Con respecto a la estirpe del héroe, de los versos épicos no es posible concluir si dista de la materia conservada. La introducción de Vivar concuerda con la zona habitualmente relacionada con el Cid histórico e historiográfico. Esa precisión puede contemplarse desde la perspectiva de la antroponimia locativa, documentada esporádicamente, pero practicada en las narrativas. Además, en vez de fijarse en las palabras despectivas de los oponentes en la corte toledana como ʻverdadesʼ diegéticas, es necesario contextualizar los versos, sin inscribirles ʻconocimientos históricosʼ que el Cantar simplemente no recoge. Al fin y al cabo, la segunda vez son los descendientes regios quienes inician la petición de mano, sin mencionar la casa o el patrimonio inicial del Cid como posibles obstáculos. Eso significa que la genealogía del Cid épico —cualquiera que fuera— no es vista como El esquema genealógico de Torres Sevilla y la relación del Cid y Jimena con los Flaínez (1999, 2000-2002) ha sido rebatida por Martínez Díez (2007b). 139 Curiosamente, el Linage no menciona a Nuño Laínez como hijo de Laín Fernández, por lo cual su matrimonio con Eylo no se presenta como endogámico. Martin (2020, §19-20) interpreta este grado generacional como voluntad del cronista de aproximar a Laín Calvo y Nuño Rasura en beneficio de sus descendientes. 138

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impedimento para los matrimonios de sus hijas. Asimismo, como el Cantar se ocupa de la continuación generacional del Cid, resulta lógica la omisión del hijo Diego, que, si de verdad murió en combate, no pudo contribuir al asunto. Los lazos nupciales ocupan un lugar narrativo importante, como lo indican las preocupaciones del héroe expresadas en Cardeña: “que aún con mis manos case estas mis fijas” (v. 282b). Sin embargo, no todas las facetas matrimoniales se tratan del mismo modo, como la poca edad de las novias (no explícita) o su consentimiento, manifestado luego a través de la alegría y la gratitud. Las estrategias matrimoniales afectaban a toda la casa, como se puede concluir del consejo organizado en Valencia (v. 1941), pero el Cantar no incluye rivalidades parentelares o conflictos de interés dentro de las casas. Tampoco entra en pormenores patrimoniales, aunque tanto los infantes de Carrión como las hijas del Cid están representados como herederos (vv. 2545, 2567, 2621, 3223, 3264, 3715). Sería mucho suponer que la inclusión del ajuar épico es un eco de las frustraciones de Alfonso VIII en relación con Gascuña como dote, pero conviene verlo como reflejo de la necesidad coetánea de precisarlo y superar su ausencia documental en comparación con la entrega generalizada de las arras140. A un nivel más general, su inclusión puede contemplarse como ejemplo de las estrategias hipogámicas, documentadas cada vez más en Europa a partir del tardío siglo xii. De todas formas, el trato elíptico de las arras no permite sacar conclusiones sobre los asuntos patrimoniales y económicos tras la ruptura matrimonial. Desgraciadamente, en este punto el Cantar coincide con el silencio de la documentación coetánea. La continuación de la casa del Cid como parte del nudo narrativo incluye al rey Alfonso en ambas ocasiones. En el caso de los infantes, aunque no es el instigador, el rey interviene y usa su potestad de marieur, además de consolidar la alianza a través de bienes regalados. Si bien el Cid no está a favor de los primeros yernos, acepta la decisión real. Su reiteración del papel activo de Alfonso a lo largo de la obra le ayuda al final a vencer a sus adversarios. La segunda petición de mano, aunque sorprendente, de nuevo tiene lugar en la corte castellana, por lo que Alfonso vuelve a estar involucrado. Su participación en el asunto, no obstante, no termina con la petición, puesto que los segundos maridos “ovieron su ajunta con Alfonso el de León” (v. 3718). Por más genéricos que son, los versos sobre las segundas nupcias indican la participación tanto del rey como del Cid (vv. 3717-3721). Aquí cabe recordar que la mediación del señor en los asuntos matrimoniales de sus vasallos, no siempre practicada con éxito, ocurre a dos niveles en el Cantar: Alfonso/el Cid y el Cid/sus vasallos. El v. García González 1961: 557-560; Lacarra 1980: 63, Pavlovic y Walker 1982: 197-200, 208-210.

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primer caso con Alfonso es más problemático, puesto que conlleva el asunto del perdón real, mientras la segunda intervención real no presenta problemas. De modo parecido, la iniciativa del Cid sobre el casamiento de las damas de Jimena con sus vasallos, reforzada con la dádiva de doscientos marcos (vv. 1764-1767), tampoco encuentra ninguna resistencia. El tema no vuelve a aparecer, pero cabe concluir que la intervención señorial en sí no se critica, sino que se presenta como eslabón importante en la cadena de estrategias matrimoniales y relaciones vasalláticas. Entretanto, las uniones concubinarias, por más que frecuentes, no forman parte del mundo épico. La categorización despectiva (por los infantes y el conde García) viene después del incidente con el león y la afrenta, pero su forma alusiva no permite crear una imagen clara sobre esas estrategias de consolidación, practicadas incluso por los reyes y a menudo toleradas por la Iglesia. El arraigo local inicial del Cid y la ausencia de títulos choca con la territorialidad de los condes de Carrión en la que participan Diego y Fernando González. Visto así, su incertidumbre y espera hasta la conquista de Valencia tiene sentido141. Como aspirantes a los círculos más prestigiosos, ellos buscan modos de posicionarse y extender su influencia. Su posición inicial la deben a las ligaciones parentelares con la casa condal de Carrión, aunque el parentesco no se aclara y los presentes en la corte toledana no afectan de ningún modo a la trama principal. En esta obra épica, tanto la parentela como el patrimonio se usan como elementos formativos de la realidad nobiliaria, pero también para determinar sus limitaciones y las trayectorias opuestas. Mientras que los infantes disfrutan el estatus de herederos de la casa prominente y se encuentran en la corte regia, el Cid tiene que abandonarla. Desterrado de Castilla y privado de su dominio limitado, luego tiene una proyección político-patrimonial que lo hace famoso incluso en los reinos vecinos. Como hemos visto, la memoria sobre la ascendencia del Cid nunca se formó alrededor de los condes ni incluía a hermanos o a otros parientes laterales. Por lo tanto, su representación épica no dista de otras obras cidianas, aunque es necesario constatar algunas incógnitas (como la ascendencia de Jimena, irrelevante para la diégesis) o la antroponimia locativa del Cid (en sí innovadora, pero no opuesta a los pocos elementos dedicados a este aspecto dentro de la materia cidiana). El hecho de que la Versión crítica una este topónimo a los modelos genealógicos arriba mencionados es un indicio más de que la representación del Cid en el Cantar no es una excepción, sino que concuerda con el marco general de su Compárese el famoso verso antitético 1376 con la formulación en la Versión crítica (cap. CCCXXXIX): “E non se atreuiendo de lo decir a ninguno que les andase el casamiento por que non era casamiento para ellos y que se rraheçarien mucho por y”.

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materia. En el caso de los infantes, Diego y Fernando González realzan los vínculos a los que deben todo su prestigio y bienestar, pero en vez de esa parentela concreta, en Toledo aparecen algunos nobles cuyas relaciones con los infantes no son elaboradas. Asimismo, la obra no tematiza la lealtad a la casa de Carrión o los conflictos que han podido surgir cuando los infantes se van a Valencia. De acuerdo con otras narraciones medievales, el Cantar reduce el papel de la parentela o la comitiva que participaba en las negociaciones matrimoniales o acompañaba a los recién casados. Por lo tanto, en ambos lados se ofrece una imagen de parientes bastante selectiva, reforzada por las ligaciones de diferente índole (como criados, vasallos o aliados). El progreso del héroe se percibe no solamente en su territorialidad magnaticia o en el perdón real, sino también en las nupcias progresivas que aseguran la continuidad de su línea. Desde el principio, los primeros matrimonios les parecen problemáticos a todos los involucrados, lo cual no sucede con los segundos, pese a su tratamiento breve. Además de confirmar el cognatismo coetáneo a la obra, el poeta decidió insistir en el paralelismo poético. A diferencia de las hijas históricas del Cid, las épicas comparten como destino, tras el abandono injurioso, el estatus regio. Las ligaciones parentelares épicas, de diferente índole y alcance, han mostrado una de las numerosas dimensiones de la vida nobiliaria. Las primeras nupcias como, según parece, el único contacto entre la casa del Cid y la de los infantes conllevan reposiciones en la red cidiana, representadas por interacciones y conflictos en Valencia. Asimismo, la cercanía inicial a la corte, el exilio y la reintegración del Cid (pese a su desplazamiento espacial) no pueden sino afectar a las redes nobiliarias alrededor de Alfonso. Las reservas iniciales, inclusive las del rey, no son elaboradas, pero indican tanto los riesgos de esos cambios interpersonales como sus potenciales. Por estas razones, es necesario centrarse en la esfera cortesana, tanto la de Alfonso VIII como las narradas en la materia cidiana, antes de analizar cómo la representación épica se posicionó con respecto a ambos lados.

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4. Las representaciones y sus realidades: el Cid y la corte real

La corte, como uno de los espacios más dinámicos de la sociedad medieval, es un concepto que reúne varias perspectivas semánticas: Der aus räumlichen, sachlichen und personellen Elementen zusammengesetzte Begriff “Hof” bezeichnete [...] das feste Haus (domus) oder die bewehrte Pfalz (palatium), in der geistliche und weltliche Herren Schutz suchten, regierten und Feste feierten, eine in Ämtern ausdifferenzierte Herrschaftsinstitution sowie einen hierarchisch gegliederten Personenverband, aus dem sich der engere und weitere Hof mit jeweils besonderen rechtlichen und sozialen Abstufungen aufbaute1.

Esta definición diferenciada de Schreiner es funcional para nuestros objetivos, porque considera a las personas como elementos constituyentes. Cabe recordar que no disponemos de una definición o descripción de la corte regia ni de la época del Cid histórico, ni tampoco de la del Cantar. Fue en las Partidas donde se describió la corte, junto a los múltiples oficios, como “[…] el logar do es el rey, et sus vasallos et sus oficiales con él, que le han cotianamente de consejar et de servir, et los otros del regno […]” (II, xxi, 27). A pesar de que la corte todavía era itinerante, esta imagen interpersonal cuadra con el modelo propuesto por Juan de Salisbury2 sobre el rey como cabeza y los representantes laicos y eclesiásticos como extremidades del cuerpo político. Los diplomas regios, además, confirman el modelo salisburiano: el rey o la pareja real podían aparecer acompañados de hijos o hermanos, incluso de yernos, como en el caso de Raimundo y Enrique de Borgoña en la documentación de Alfonso VI.

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Schreiner 1986: 68-69. Sobre el modelo orgánico político, v. Kantorowicz 1957. Para la relación entre la cabeza y el corazón en el modelo, v. Le Goff y Truong 2007: 174-183. Sobre la familia real en general, v. Salazar y Acha 2000: 52-70.

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Parece que la consolidación del vocablo curia fue iniciada bajo Alfonso VI, a costa del palatium regis asturleonés y del aula regis visigoda3. Con el paso del tiempo, la curia ordinaria o restringida (limitada a los miembros habituales del séquito real) llegó a ser denominada cort, mientras que la curia extraordinaria o plena, siempre convocada y con representantes de las ciudades y villas, recibió el nombre de cortes4. Como destacó Pérez Prendes5, las voces curia, cort y cortes se usaban al principio indistintamente, lo cual confirma el Cantar, en cuyas “cortes pregonadas” (v. 3272) el acento está puesto en la nobleza que rodea al rey, con la presencia eclesiástica reducida a don Jerónimo, aliado del Cid. Tanto la corte de Alfonso VI como la de Alfonso VIII reunían a los representantes clericales y laicos que allí cumplían con su servicio de consilium. Reilly estimó que la corte itinerante de Alfonso VI a principios de 1075 “[…] probably consisted all told of 226 persons, 51 carts, more than 200 head of horses, mules, and jackasses, and a small herd each of cattle and sheep […]”, sin olvidar la posibilidad de peregrinos, comerciantes y otros adjuntos a la “monster procession”6. La documentación plenomedieval es una fuente significante para tratar estos temas, puesto que ilustra la configuración palatina que se iba desarrollando, además del carácter inestable de sus funciones y cargos. 4.1. La corte real y la nobleza secular bajo Alfonso VI Basándose en los diplomas de la época de Alfonso VI, Gambra Gutiérrez7 identificó a los magnati palatii como los más poderosos (tras la familia real 3



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Gambra Gutiérrez (1997: 499-506) destaca que los diplomas de Alfonso VI que contienen la palabra curia son sospechosos, pero que su uso puede indicar su presencia en el reinado de este monarca. Sobre el único diploma de Alfonso VI que contiene la formulación “ad suam curiam” y los documentos posteriores, v. Gambra Gutiérrez 2010b: 18-21. Sobre el aula, el palatium y la curia, con referencias clave, v. Salazar y Acha, 2000: 2839; Gambra Gutiérrez 2010b: 11-64, y para el origen ultrapirenaico de la palabra curia, v.t. Guglielmi 1955: 117-118; Martínez Díez 1988: 105-152, en especial 118. Sobre las reuniones (designadas como ordinarias y plenas según la documentación, pero no según el vocabulario coetáneo) de Alfonso VI, v. Gambra Gutiérrez 1997: 529-535. Sobre las asambleas de Alfonso VI y Alfonso VII, v. Martínez Díez 1988: 118-124 y 133143, respectivamente. Pérez-Prendes y Muñoz de Arraco 1962: 358. Reilly 1988: 150-156, aquí 155. La documentación confirma la presencia duradera de varios obispos, a veces acompañados por algunos abades, situados entre los confirmantes de forma preeminente tras la familia real y antes de los condes. v. Gambra Gutiérrez 1997: 510-512 y 518-520; 2010a: 265.

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Parece que la consolidación del vocablo curia fue iniciada bajo Alfonso VI, a costa del palatium regis asturleonés y del aula regis visigoda3. Con el paso del tiempo, la curia ordinaria o restringida (limitada a los miembros habituales del séquito real) llegó a ser denominada cort, mientras que la curia extraordinaria o plena, siempre convocada y con representantes de las ciudades y villas, recibió el nombre de cortes4. Como destacó Pérez Prendes5, las voces curia, cort y cortes se usaban al principio indistintamente, lo cual confirma el Cantar, en cuyas “cortes pregonadas” (v. 3272) el acento está puesto en la nobleza que rodea al rey, con la presencia eclesiástica reducida a don Jerónimo, aliado del Cid. Tanto la corte de Alfonso VI como la de Alfonso VIII reunían a los representantes clericales y laicos que allí cumplían con su servicio de consilium. Reilly estimó que la corte itinerante de Alfonso VI a principios de 1075 “[…] probably consisted all told of 226 persons, 51 carts, more than 200 head of horses, mules, and jackasses, and a small herd each of cattle and sheep […]”, sin olvidar la posibilidad de peregrinos, comerciantes y otros adjuntos a la “monster procession”6. La documentación plenomedieval es una fuente significante para tratar estos temas, puesto que ilustra la configuración palatina que se iba desarrollando, además del carácter inestable de sus funciones y cargos. 4.1. La corte real y la nobleza secular bajo Alfonso VI Basándose en los diplomas de la época de Alfonso VI, Gambra Gutiérrez7 identificó a los magnati palatii como los más poderosos (tras la familia real 3



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Gambra Gutiérrez (1997: 499-506) destaca que los diplomas de Alfonso VI que contienen la palabra curia son sospechosos, pero que su uso puede indicar su presencia en el reinado de este monarca. Sobre el único diploma de Alfonso VI que contiene la formulación “ad suam curiam” y los documentos posteriores, v. Gambra Gutiérrez 2010b: 18-21. Sobre el aula, el palatium y la curia, con referencias clave, v. Salazar y Acha, 2000: 2839; Gambra Gutiérrez 2010b: 11-64, y para el origen ultrapirenaico de la palabra curia, v.t. Guglielmi 1955: 117-118; Martínez Díez 1988: 105-152, en especial 118. Sobre las reuniones (designadas como ordinarias y plenas según la documentación, pero no según el vocabulario coetáneo) de Alfonso VI, v. Gambra Gutiérrez 1997: 529-535. Sobre las asambleas de Alfonso VI y Alfonso VII, v. Martínez Díez 1988: 118-124 y 133143, respectivamente. Pérez-Prendes y Muñoz de Arraco 1962: 358. Reilly 1988: 150-156, aquí 155. La documentación confirma la presencia duradera de varios obispos, a veces acompañados por algunos abades, situados entre los confirmantes de forma preeminente tras la familia real y antes de los condes. v. Gambra Gutiérrez 1997: 510-512 y 518-520; 2010a: 265.

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y los obispos), formados por condes y próceres, a veces mencionados como optimates, primores, primates, principes et proceres, barones o maiores. De la veintena de personas documentadas con la dignidad condal en el reinado de Alfonso VI, como las más prominentes hay que mencionar a Pedro Ansúrez (presente en 96 diplomas) y Martín Alfonso (35 diplomas), provenientes de León, y a los castellanos Gonzalo Salvadórez (32 diplomas) y García Ordóñez (63 diplomas)8. Aunque el número de diplomas no puede tomarse como el único criterio del poder e influencia magnaticios, algunos nobles lograron destacarse y mantener su posición privilegiada durante mucho tiempo. Los mismos nombres permiten ver que la parentela facilitaba, pero no garantizaba una duradera preeminencia palatina. Así, Gonzalo Ansúrez nunca alcanzó ni la dignidad condal ni la eminencia de sus hermanos, los condes Pedro y Diego Ansúrez. Tampoco Rodrigo Ordóñez, a pesar de ser hermano de García Ordóñez y el armiger durante unos años, consiguió mantenerse en los primeros círculos9. En este contexto, es importante recordar que hubo una segunda generación de condes que se destacó a partir de 1080, como los hermanos Fernando y Rodrigo Díaz, Froila Díaz (mencionados en líneas anteriores), Martín Laínez y Gómez González10. Según Gambra Gutiérrez, dentro del conjunto de los magnates palaciegos, había un grupo heterogéneo de nobles sin el título condal, habitualmente denominados proceres, principes, seniores o potestates, todas voces “indicativas de un rango superior o de una eventual autoridad de alcance territorial, pero vacías del contenido jurídico del bien delimitado y superior título de comes”11. En la documentación de Alfonso VI, una veintena de personas gozaba de estas designaciones honoríficas: los miembros de las estirpes destacadas (como dos Diegos González, Gonzalo Núñez, Álvaro González, Gómez Martínez, Rodrigo Ordóñez y Álvar Díaz), los magnates con arraigo local (de nuevo, Álvaro González, Álvar Díaz, Diego González o Gonzalo Álvarez) y guerreros y repobladores extraordinarios (Álvar Fáñez y el Cid). Sus trayectorias oscilaron entre la influencia directa en la corte (a veces unida a oficios palatinos) y las contribuciones destacadas en las zonas conflictivas del reino. v. Gambra Gutiérrez 1997: 582-586, 587-588, 594-595, 597-599, respectivamente. Reilly (1988: 332) mencionó cuatro diplomas regios que Gonzalo Ansúrez confirmó entre 1000 y 1003 y que no volvió a aparecer hasta 1110 (cuando Alfonso VI ya había muerto). Para más información sobre Gonzalo Ansúrez, v. Gambra Gutiérrez 1997: 554, 566, 586-587; 2010a: 283, 295 (con cautela, por las referencias a Menéndez Pidal) y para Rodrigo Ordóñez, v. Gambra Gutiérrez 1997: 567, 611-612; 2010a: 283. 10 v. Reilly 1988: 140, 227; Gambra Gutiérrez 1997: 581-582, 599-607 y 608-609 sobre otros condes de menor relevancia o difíciles de identificar. 11 Gambra Gutiérrez 1997: 515, 609-612 y 2010a: 281-286. 8 9



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Las formulaciones domus regis o mensa regalis se usaban para designar el núcleo de la corte real, además de la expresión documentada in officiis regis12. A diferencia de los reinados anteriores, bajo Alfonso VI se destacó la importancia de dos oficios palatinos: (en total doce) mayordomos y (dieciséis) armigeri. La documentación de la época no permite definir sus deberes exactos, aunque ambos cargos tuvieron una historia larga. La mayordomía se relacionaba con el gobierno y la administración palatina, y la alferecía, limitada al ámbito militar, se reservaba para los nobles más jóvenes13. No obstante, había ciertas diferencias entre las trayectorias de sus titulares. Así, solo pocos mayordomos —como Pedro Ansúrez, de los condes, y Pelayo Vellídez, de los próceres— mantuvieron el estatus destacado en la corte después del cese del cargo14. En cuanto al armiger (la voz que sustituyó a signifer), sus portadores jóvenes solían quedarse con un estatus social privilegiado: Martín Alfonso, García Ordóñez y Gómez González alcanzaron la dignidad condal, mientras que otros ejercieron el poder gracias a nombramientos importantes15. El ejemplo de Gonzalo Ansúrez, documentado como alférez en un único diploma de 107116, es, una vez más, ilustrativo de la ausencia de garantías. A estas funciones curiales es necesario añadir la del merino, como innovación en la documentación real, habitualmente situado entre los condes y las potestates (tras el mayordomo y armiger, a veces precedidos por filii comitis)17. Presente en siete diplomas a partir de 1091, el término schola regis es una de las incógnitas documentales. Este conjunto dinámico parece que incluía a los miembros de la alta o media nobleza, de los cuales algunos luego ostentaron un título o cargo honorífico18. Otra curiosidad documental es la formulación fideli meo, usada para referirse a los destinatarios de concesiones reales, desde los funcionarios palatinos hasta los nombres que no reaparecen en la documentación.

v. Gambra Gutiérrez 1997: 521-523, 561-576; 2010a: 287-288; 2010b: 40-42. Sobre el mayordomo, v. Salazar y Acha 2000: 163-168; Barton 1997: 58-59, 142; sobre la alferecía, v. Salazar y Acha 2000: 193-199; Barton 1997: 59-60, 142; Torres Sevilla 1999: 440-451. 14 v. Gambra Gutiérrez 2010a: 289-290. 15 v. Gambra Gutiérrez 1997: 565-570; Torres Sevilla 1999: 440-442; Salazar y Acha 2000: 196-200. 16 Gambra Gutiérrez 1997: 566; 2010a: 288; Salazar y Acha 2000: 410. 17 v. Gambra Gutiérrez 1997: 659-661 (compárense los docs. 91, 159, 188 y 189); 2010a: 290-291. 18 v. Gambra Gutiérrez 1997: 515-516; 2010a: 291-292. 12 13

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Gambra Gutiérrez19 logró identificar un tercer círculo de nobles alrededor del rey Alfonso VI: unos setenta individuos que figuraron en algunos diplomas, documentados como princeps militiae o senior, a veces relacionados con las casas prominentes —como Álvar Salvadórez, Gonzalo Ansúrez, Nuño Álvarez—, y en otros casos con procedencia difícil de determinar, ocasionalmente documentados como infanzones o como miembros de la scola regis. La aparición de otros cargos, como notarius, despensero, gramaticus, capellán, clerici o criazone regis, es mucho más esporádica; además, unos 180 nombres permanecen fuera de los grupos mencionados20. De todos modos, en vez de hablar de categorías fijas, los ejemplos aquí expuestos confirman el dinamismo personal y una cierta permeabilidad estructural de la corte regia. De acuerdo con el auxilium et consilium de estos nobles, los más destacados actuaban como embajadores, consejeros o jueces. Debido a la gran concentración de su poder y recursos, jugaban un papel importante en la red política atrayendo a la nobleza igual o menos influyente. Al mismo tiempo, si no lograban consolidar su alianza con la realeza a través de matrimonios, podían ser los encargados de la custodia de los infantes regios. Para sus servicios y lealdad, los magnates no obtenían solo funciones palatinas prestigiosas, sino también títulos, tenencias, heredades y cónyuges adecuados. Si bien el rey fue la fuente principal de beneficios y recursos, no era la única. La consolidación regia y la legitimación de sus decisiones fueron la función principal de los magnates, pero la inestabilidad de un lado a veces significaba el periodo más turbulento o próspero para el otro. Dependiendo de la situación política, los nobles podían poner en peligro la posición de la realeza para proteger sus propios intereses y los castigos para la deslealtad iban desde la confiscación de bienes y el destierro hasta la damnatio memoriae21. El mismo Cid histórico es un ejemplo del carácter dinámico del currículum nobiliario, ascendiente gra v. Gambra Gutiérrez 1997: 553-557; 2010a: 294-298. Aunque la documentación no menciona la cancillería real, Gambra Gutiérrez (1997: 103177; 2010b: 55-60) destaca que bajo Alfonso VI había algunas innovaciones significantes: mayor estabilidad y presencia del título de notarius regis, el protagonismo de Pelayo Eríguez y su reforma de la tipología documental. Sobre el capellán y clérigo real, v. Gambra Gutiérrez 2010b: 54 y 1997: 523-524, respectivamente. La mención de criazón es infrecuente (Gambra Gutiérrez 2010a: 291, 294, 297), igual que los cargos de stabularius, prepósito de las monedas reales, gramaticus, pedagogo, repostarius o despensero, copero, cocinero o quoquinarius, prepositus uini y portarius (Gambra Gutiérrez 2010b: 52-54). Para los nombres no atribuibles a ningún grupo, v. Gambra Gutiérrez 1997: 557558. 21 Para los ejemplos de Flaín Fernández, Pedro Flaínez, Fernando González, v. Torres Sevilla 1999: 144-146, 153-154, 209-213 respectivamente; v.t. Barton 1997: 110-119; 2000b: 73-75. 19 20

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cias a sus actividades militares, pese al hecho de que estas no formaron siempre parte del servicio regio. En contraste, el auxilium del Álvar Fáñez histórico conllevó ciertos beneficios, entre los cuales hay que destacar el matrimonio con la hija del conde Pedro Ansúrez. Además del estamento nobiliario y eclesiástico durante el reinado de Alfonso VI, hay que recordar otros centros de poder, como los reinos cristianos y el condado de Barcelona, pero también los reinos de taifas, que participaban activamente en el panorama político, apoyados a veces por los almorávides. Así, algunas de prácticas manifestadas durante el reinado de Alfonso VI tenían el carácter de longue durée, como la lucha incesante para consolidarse, y su casuística era muy amplia. El caso de Gutierre Fernández de Castro, miembro de una de las casas más destacadas, es interesante en este contexto. Documentado como princeps o potestas, este noble sirvió a varios reyes y participó en muchas campañas, pero nunca recibió la dignidad condal22. De modo similar, la preeminencia social (inclusive el título condal) podía heredarse, pero era solo el punto de partida tras el cual la trayectoria de los titulares podía variar mucho. Un buen ejemplo de estas oscilaciones generacionales son los descendientes del conde Martín Flaínez. De su hijo Pedro Martínez sobresalió solo García Pérez, pero ni siquiera él pudo alcanzar el estatus de su abuelo, a pesar de sus alianzas y tenencias23. A diferencia de ellos, los hijos del conde Osorio Martínez (el hijo secundogénito de Martín Flaínez) tuvieron mucho más éxito. Desempeñaron cargos destacados, como mayordomo o tenente, y sus hijas se casaron con los nobles de las casas consolidadas. En este contexto conviene mencionar a dos nietos de Osorio Martínez cercanos al contexto miocidiano: los primos Rodrigo Pérez de Villalobos (hijo de Constanza Osorio y Pedro Arias) y Osorio González, documentados durante el matrimonio entre Berenguela y Alfonso IX en la corte castellana24. Si bien la documentación no está exenta de inconsistencias y manipulaciones, el largo reinado de Alfonso VI evidencia una evolución de la corte con oficios palatinos, el cargo de merino y el conjunto de schola. El camino hacia la cima, cada vez más estrecho, lo pudieron emprender solo unos pocos: si se unen los nombres de los condes y potestates con los titulares de mayordomía y alferecía, se estima que unos setenta nobles actuaban alrededor del rey Alfonso VI. Sin embargo, su identificación permite extraer otra conclusión, mucho más v. Barton 1997: 30-33. v. Barton 1997: 37-38; Torres Sevilla 1999: 146-150,153. 24 v. doc. 664 en González 1960. v. Torres Sevilla 1999: 152 y Salazar y Acha 1996: 159 respectivamente. Sobre las casas Arias y Flaínez, v. Calderón Medina 2011a: 145-147, 153-163. 22 23

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importante: no toda la alta nobleza participaba en la vida palatina con la misma intensidad. En este contexto, hay que recordar la conclusión de Barton: “There is a danger of our imposing an unduly rigid conceptual framework upon what was, in reality, a remarkably fluid social structure”25. Es cierto que la estirpe era análoga al prestigio, pero la cuestión del estatus magnaticio parece mucho más complicada. Los parentescos, alianzas e intereses enredados son más reveladores de las distintas trayectorias dentro del estamento nobiliario que las dicotomías o categorías fijas. Igual que entre los representantes de las casas más conocidas había destinos muy diferentes, en los rangos inferiores sucedía lo mismo. Numerosos estudios genealógicos y nobiliarios26 confirman que, aunque para propósitos analíticos es útil hablar de la nobleza alta, media, baja, regional, comarcal o local, cada dicotomía o incluso jerarquía estricta es un anacronismo con respecto a la época analizada. Por lo tanto, es necesario incluir la multitud de factores en el mundo nobiliario, sin insistir en algunos de ellos como normativos y absolutos. Si bien no se puede negar que los miembros de la alta nobleza gozaban del protagonismo en la vida palatina, tampoco se deben ignorar las numerosas excepciones. 4.2. La corte de Alfonso VIII y Leonor de Inglaterra La política de la corte castellana Partiendo del minucioso trabajo de González, los trabajos más recientes han ido centrándose en una relectura del largo reinado de Alfonso VIII (1158-1214) y su importancia histórica. A pesar de la fase turbulenta con los Lara y Castro como protagonistas durante su minoría de edad, este rey será recordado por batallas decisivas como la de Cuenca (1177) y las Navas de Tolosa (1212), pero también por la reorganización del reino a varios niveles. Durante su reinado, además de los intentos de implementar el ius commune, en la lucha concurrencial lograron diferenciarse y destacarse tres polos: el rey, los nobles laicos y los concejos. Con respecto a la política fronteriza, además de la zona problemática que surgió tras la muerte de Alfonso VII y la división de su reino en Castilla y León, el reino castellano oscilaba entre expansiones y pérdidas territoriales con Navarra y Aragón. El proceso de emancipación pamplonesa de Aragón, encabezado Barton 1997: 46. v. Barton 1997: 66, 221-222; Torres Sevilla 1999: 410-412 y 2000: 164, 196; Bouchard 2001: 57; Estepa Díez 2003: 273, 375; Crouch 2006: 232-242.

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importante: no toda la alta nobleza participaba en la vida palatina con la misma intensidad. En este contexto, hay que recordar la conclusión de Barton: “There is a danger of our imposing an unduly rigid conceptual framework upon what was, in reality, a remarkably fluid social structure”25. Es cierto que la estirpe era análoga al prestigio, pero la cuestión del estatus magnaticio parece mucho más complicada. Los parentescos, alianzas e intereses enredados son más reveladores de las distintas trayectorias dentro del estamento nobiliario que las dicotomías o categorías fijas. Igual que entre los representantes de las casas más conocidas había destinos muy diferentes, en los rangos inferiores sucedía lo mismo. Numerosos estudios genealógicos y nobiliarios26 confirman que, aunque para propósitos analíticos es útil hablar de la nobleza alta, media, baja, regional, comarcal o local, cada dicotomía o incluso jerarquía estricta es un anacronismo con respecto a la época analizada. Por lo tanto, es necesario incluir la multitud de factores en el mundo nobiliario, sin insistir en algunos de ellos como normativos y absolutos. Si bien no se puede negar que los miembros de la alta nobleza gozaban del protagonismo en la vida palatina, tampoco se deben ignorar las numerosas excepciones. 4.2. La corte de Alfonso VIII y Leonor de Inglaterra La política de la corte castellana Partiendo del minucioso trabajo de González, los trabajos más recientes han ido centrándose en una relectura del largo reinado de Alfonso VIII (1158-1214) y su importancia histórica. A pesar de la fase turbulenta con los Lara y Castro como protagonistas durante su minoría de edad, este rey será recordado por batallas decisivas como la de Cuenca (1177) y las Navas de Tolosa (1212), pero también por la reorganización del reino a varios niveles. Durante su reinado, además de los intentos de implementar el ius commune, en la lucha concurrencial lograron diferenciarse y destacarse tres polos: el rey, los nobles laicos y los concejos. Con respecto a la política fronteriza, además de la zona problemática que surgió tras la muerte de Alfonso VII y la división de su reino en Castilla y León, el reino castellano oscilaba entre expansiones y pérdidas territoriales con Navarra y Aragón. El proceso de emancipación pamplonesa de Aragón, encabezado Barton 1997: 46. v. Barton 1997: 66, 221-222; Torres Sevilla 1999: 410-412 y 2000: 164, 196; Bouchard 2001: 57; Estepa Díez 2003: 273, 375; Crouch 2006: 232-242.

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por García Ramírez (el nieto del Cid), conllevó el cambio de las relaciones con Castilla. A pesar de los matrimonios intermonárquicos (Sancho VI con Sancha de Castilla y Blanca Garcés con Sancho III) y el arbitraje del rey inglés, a finales del siglo xii, Castilla se expandió en la zona fronteriza. Alfonso VIII consiguió no solo restituir el territorio riojano, sino también obtener las tierras de Álava, Guipúzcoa y Vizcaya27. En las múltiples acciones de hostigamientos, alianzas y tratados quebrados, la expansión castellana se debe en parte a la casa de Haro y a otros magnates de la zona que decidieron aliarse con Castilla. El máximo representante de los nobles procastellanos que se beneficiaron de los vaivenes fronterizos fue Diego López de Haro, señor independiente de Vizcaya, aunque su presencia en Castilla tampoco era estable. Las disputas territoriales entre los reinos cristianos reforzaron la valoración de la ʻnaturalezaʼ, basada en el criterio territorial: “La ʻnaturalitéʼ bénéficie ainsi de lʼindiscutable avantage sur lʼensemble des solidarités personelles, et notamment sur lʼengagement vassalique, dʼune connivence substantielle avec lʼordre de la ʻnatureʼ”28. Todavía no consolidado, el concepto formaba parte de los tratados de paz que se firmaron a lo largo del siglo xii. Así, según el tratado castellano-leonés de 1181, uno puede ser natural de un reino sin tener que ser el vasallo de ese rey. En cambio, el Tratado de Calatayud de 1198 entre Castilla y Aragón presenta la fusión conceptual, mientras que el Tratado de Cabreros de 1206 diferencia entre el homenaje por vasallaje y el concepto de naturaleza, usado explícitamente para referirse a los magnates destacados de cada reino29. Si bien el objetivo era fortalecer los vínculos con el señor territorial, según la documentación coetánea, la naturaleza no parece haber afectado mucho a la movilidad nobiliaria. En cuanto a la frontera en el sur, la derrota de Alarcos en 1195 fue decisiva para la reorganización y expansión castellana. Como observó Ayala Martínez, el concepto fallido de frontera como estructura meramente militar inició “[…] un proceso de muy lenta pero efectiva consolidación fronteriza de la mano de la propia maduración institucional de las órdenes militares […]”30. Dichas órdenes se encargaron de la repoblación y la organización política del espacio fronterizo, aunque no se debe olvidar la contribución más individual de obispos como Gu Sobre las disputas territoriales entre Castilla y Navarra que determinaron la expansión septentrional de aquella, v. Fortún Pérez de Ciriza 2000. 28 Martin 2010d: 161. Para más referencias al concepto en el siglo xii, v. Estepa Díez 2010. v.t. Fuero Viejo, I,i,1 y I,iv,2. 29 v. Estepa Díez 2010: 168-173; Calderón Medina 2011a: 457-459. Para la formulación “uassallus eius naturalis”, v. González, 1960, doc. 667. Sobre el concepto de naturaleza, v. Fuero Viejo, I,i,1 y I,iv,2. 30 Ayala Martínez 2006: 93. 27

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tierre Rodríguez Girón, obispo de Segovia, que murió en la batalla de Alarcos, Raimundo, obispo de Palencia, o la del arzobispo Martín López de Pisuerga, celebrado incluso por el papa por su razia por los territorios musulmanes31. No obstante, es preciso recordar que los almohades y los castellanos no se enfrentaban incesantemente. Un ejemplo sería la carta del gobernador almohade de Jaén, que acusaba a Castilla de una incursión diciendo que ellos no respondieron al ataque debido al tratado de paz vigente (que luego expiró, en 1210)32. La repoblación de nuevos territorios fue facilitada por la política foral, iniciada por Alfonso VI, con el Fuero de Cuenca como representante más significativo33. Además de proporcionar valiosas indicaciones sobre la organización de la vida urbana con regulaciones de carácter civil, penal, mercantil y procesal, este fuero permite conocer los numerosos beneficios de la organización militar en la frontera. En el interior del reino, se podía distinguir la zona al norte del Duero, con grandes dominios inmunes, de las regiones incorporadas en un momento posterior, habitualmente denominadas Extremadura y Transierra34. Alfonso VIII se dedicó a la centralización y limitación de la autonomía magnaticia, facilitada en el periodo anterior. Uno de los recursos más prolíficos eran las villas recién fundadas y los concejos autónomos como expresión local del poder real35. Esta reestructuración afectaba a las prerrogativas de la nobleza, como se deduce del testamento real de 120436, con la política repobladora de Miranda que perjudicó a Diego López de Haro. Según las conclusiones de Martínez Sopena37, a principios del siglo xiii el 90% de los territorios entre el Duero y el Tajo estaba bajo la jurisdicción concejil. Su paulatina, aunque no continua, inclusión en asuntos regios se confirma con las menciones como electis civibus en la curia leonesa de 1188 o los maiores de cincuenta concejos realengos incluidos en el Tratado de Seligenstadt del mismo año38. Las curias convocadas, además de a los nobles y eclesiásticos, reunían a dichos representantes urbanos, también v. Smith 1983: 100; Ayala Martínez 2007: 168-170; 2012: 537; 2013: 248-278; Lincoln 2018. 32 v. Rosado Llamas y López Payer 2014. 33 v. Powers 2015, en especial 34-37. 34 v. Martínez Sopena 2013a: 311-313 (Martínez Díez 2007a: 209 optó por la distinción entre Castilla, Extremadura y Toledo). 35 v. Martínez Sopena 2011a y 2011b. 36 “Mando insuper quod omnes uiolencie quas ego aliquibus feci ira uel odio uel aliquo alio modo in hereditatibus uel in pecunia […]”. doc.769 en González 1960. 37 Martínez Sopena 2013a: 317. 38 Compárense: “Ego dominus Aldefonsus, Rex Legionis et Gallecie, cum celebrarem curiam apud Legionen cum archiepiscopo et episcopis et magnatibus regni mei et cum electis civibus ex singulis civitatibus […]” (doc.11 en González 1944) con: “Hec sunt 31

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llamados ʻomnes buenosʼ en romance, como confirman las Posturas de 120739. Si bien el reconocimiento del ámbito municipal tardó en consolidarse, Alfonso VIII aplicaba medidas adicionales para restringir el monopolio magnaticio: los sistemas de tenentes y merinos. En cuanto a las tenencias, se trata de concesiones prestimoniales del “dominio señorial regio”40 habitualmente limitadas a los miembros de la alta y media nobleza para los asuntos militares, repobladores, fiscales o judiciales. Aunque inicialmente los tenentes gobernaban como delegados del rey, la compleja red de intereses nobiliarios propiciaba la mezcla de “[…] sus intereses patrimoniales privados con el ejercicio de un oficio público”41. En sus análisis de la frontera del Ebro, Álvarez Borge42 identificó como agentes la Iglesia, la nobleza y los concejos, caracterizando la política real como “cambios y alianzas” donde el rey ajustaba sus donaciones a las campañas militares, pero sin controlar plenamente las tenencias de la zona. En el caso de los merinos, se trata de un aparato de oficiales encargados de sostener la superioridad jurisdiccional del rey, aunque su relación con los tenentes locales debió de depender de sus intereses mutuos. Este cargo curial empezó a documentarse durante el reinado de Alfonso VI, pero alcanzó la madurez con Alfonso VIII, como se puede ver en su consolidación en los diplomas reales (volveremos a este oficio en el apartado siguiente). Además de las innovaciones fiscales y la importancia de la política monetaria con soldadas o situados43, el dinero empezó a jugar un papel cada vez más importante en el reinado castellano. De la época se guardan varios tipos del



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nomina ciuitatum et uillarum, quarum maiores iureuerunt: […]” (doc.499 en González 1960). v. OʼCallaghan 1989: 28. “[…] los bonos omnes de mis uillas […]”. Las Posturas fueron editadas por Hernández (2011: 257), que ya supuso la participación municipal en los asuntos económicos toledanos (1988: 239). Según Martínez Díez (1988: 140-142; 2007: 228-229), los representantes de esas cincuenta villas estuvieron presentes en la curia de 1187. Aunque no se puede confirmar la presencia de cincuenta confirmantes que, según Estepa Díez (2013b: 73), probablemente fueran oficiales importantes, su papel en el tratado indica la evolución hacia la institución de las cortes. Sobre su incorporación en el gobierno como irregular y discontinua, v. Nieto Soria, “La expansión”, 2011. Álvarez Borge 2008b: 347. Según él (2008b: 394), en la zona del Ebro el 75% de las tenencias pertenecía a la nobleza alta o media, sobre todo a los Cameros y Haro. Cabe destacar que Álvarez Borge (2008b: 347) habló del “señorío jurisdiccional regio”, mientras que Estepa Díez (2010: 102-103) diferenció entre el realengo y el “señorío del rey”, que incluía la fiscalidad y la jurisdicción regia y que figura en el Fuero Viejo. v.t. Álvarez Borge 2103. Álvarez Borge 2015b: 239. v. Álvarez Borge 2008b: 392-395 y 2011: 95-202. v. Estepa Díez 2011b y 2015; Álvarez Borge 2015a.

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dinero burgalés, como uno con el busto del rey coronado en el anverso y el castillo con la cruz en el reverso44. En este contexto, como ejemplo de la difusión intercultural, es necesario mencionar el maravedí de oro, acuñado por “Alfonso ben Sancho” en Toledo, basado en el dinar almorávide, con leyendas en árabe y la cruz incorporada45. Estos y otros elementos de la cultura material hay que verlos como parte de la “producción de presencia”46 y la manifestación de autoridad en el caso de la ausencia del cuerpo físico. Basándose en el imperativo estructural de visibilidad, la corte castellana no tardó en expresar su poder y prestigio en los medios disponibles. Además de las monedas, otros buenos ejemplos son la heráldica y la elaboración de los elementos gráficos por la cancillería. Los emblemas, primero situados en los estandartes, con el fin de que se los reconociera en el campo de batalla47, se extendieron a escudos, indumentaria y otros objetos, que se elaboraron paulatinamente a lo largo de Europa. No es este el lugar para estudiar las interacciones heráldicas, pero cabe exponer algunos ejemplos ilustrativos de su desarrollo y alcance. Así, fue por la influencia de la curia papal como el signo regio cuadrangular pasó a ser rodado en la época posterior al reinado de Alfonso VII48. Y si la influencia leonesa es evidente en la adopción de la leyenda signum regis adefonsi en las ruedas castellanas, el uso de la cruz en los signos reales es práctica heredada de Alfonso VII49. Más tarde, a diferencia de la reina Leonor, cuyo signo era una mano femenina, su hija Berenguela reiteró la cruz castellana, aunque su rueda tenía otra divisa50. Con respecto a la validación de documentos de Alfonso VIII, la elaboración de los elementos gráficos resulta llamativa, sobre todo, por el diseño de un elemento externo, es decir, pendiente: sigillum o sello real. Así, la incorporación del sello de plomo —en vez de cera—, la aparición del ecuestre en el anverso —cabalgando hacia la izquierda— y la primera aparición del castillo como emblema parlante de Castilla —en el reverso del sello, con el evidente eco territorial— confirman las tendencias castellanas a emanciparse de León y

v. Sánchez Rincón 2008; Todesca 2019: 35-46. v. Olmos 1998 y Canto García 2007. 46 v. Gumbrecht 2004. Para su aplicación a las órdenes caballerescas en Castilla, v. Velasco 2009. Sobre el doblamiento en la presencia física y mediática gracias a los signos y objetos usados, v. Wenzel 1995: 136-138. 47 v. Keen 1984: 125-129. 48 v. Ostor Salceado 1994: 105-106; Sánchez González 2012: 371. 49 v. Ostor Salceado 1994: 114, 125; Sánchez González 2012: 391-393. 50 v. Shadis 2009: 46, 91-92, respectivamente. 44 45

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consolidarse como reino51. Aunque esta representación gráfica del rey encaja con la corriente europea de rex miles, se acerca al estilo mediterráneo (con el ecuestre galopando a la izquierda), alejándose a la vez del mismo por preferir la espada a la lanza con seña triangular52. Entre las actividades multifacéticas de la corte castellana cabe destacar su papel en la difusión de impulsos educativos. La schola catedralicia de Palencia, fundada a fines del siglo xii, fue transformada luego en un studium generale por el obispo Tello Téllez53. Cabe recordar que las escuelas catedralicias en Europa eran también lugares de socialización, y en ellas se impartían los preceptos de la Antigüedad sobre virtudes y buenos modales54. La gran movilidad de sus estudiantes y los oficios prestigiosos que ocupaban facilitaban la propagación de esos conocimientos en las cortes. Aunque es cierto que la imagen de Alfonso VIII como rex litteratus es el resultado de las crónicas posteriores, la documentación confirma la movilidad entre las catedrales y la corte, sea con el ejemplo de Martín López de Pisuerga, sea con los oficiales de la cancillería real55. Los recursos emblemáticos, además de consolidarse, podían emplearse como estrategia para el reforzamiento dinástico. Por ejemplo, mientras la cancillería real se distanciaba de León, al mismo tiempo enfatizaba los lazos ingleses. La unión matrimonial entre Alfonso VIII y Leonor como la primera unión entre Castilla e Inglaterra se reforzó por medio de las intervenciones políticas, las donaciones y los gastos asumidos para los oficiales de Leonor56. Los documentos no confirman la presencia de la reina castellana en Inglaterra, pero sí mencionan gastos de reparación de barcos desde y hacia la península in servitio regis, además de las telas y vajillas que el rey Enrique II envío en 1180 a su hija57. Aunque se fue joven, la misma reina Leonor participaba en la reiteración de su procedencia inglesa, como se ve en las estolas doradas con castillos y cruces. Si bien en ellas pone que fueron ʻhechasʼ por “Alienor Regina Castelle Filia

v. Carrasco Lazareno 2012: 103-108. Sobre sellos pendientes en la península, inclusive los episcopales y secretos, v. F. Menéndez Pidal 2018: 139-157, 164-193, 199-205, 304305. 52 F. Menéndez Pidal (1999: 204-205) destaca que, a diferencia de Castilla y León, las representaciones de los ecuestres en Cataluña y Aragón llevan lanza con una seña. Sobre el rey caballero como paradigma, v. Porrina González 2014. 53 Sobre la instalación regia del studium hacia 1180, v. Rucquoi 2006: 57, 99 y 121-123. Para la fundación episcopal por Tello Téllez y las razones de su poca duración, v. Fuente Pérez 2012. 54 v. Jaeger, 1994. 55 v. Rodríguez de la Peña 2010; Arizaleta 2010, II §55-71. 56 v. Cerda 2013: 143-149. 57 v. Vann 1993: 131; Cerda 2013: 145. 51

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Henrici Regis Anglie”58, el verbo facere no expresaba solo actividad física, sino que también incluía la promoción y mentoría de la obra59, por tanto era similar al verbo ʻescribirʼ. A las estolas como unión del legado inglés y la emblemática castellana hay que sumar otros ejemplos en los que esta reina evocó su procedencia ultrapirenaica. Su sello representa a una mujer coronada con una planta que, siguiendo a Cerda60, podría ser la planta genest. Su hija Berenguela también usó esos medios materiales con objetivos propagandísticos, como se ve en la inclusión de ambos reinos en su sello, con el castillo en el anverso y el león en el reverso61. Su ejemplo no es aislado: su hijo, Fernando III, incorporó ambos emblemas, y Sancho VII de Navarra añadió dos leoncillos al águila de su sello, como alusión memorística a su madre leonesa62. Otro potente medio de hacerse presente fue la construcción de mausoleos familiares, como el del monasterio de Las Huelgas de Alfonso VIII y Leonor, inspirado y en parte hecho por los ingleses63. Además de encargarse de la construcción del Hospital de la Reina (luego del Rey)64, Leonor permanecía activa en el ámbito religioso, contribuyendo a la internacionalización del culto a Tomás Becket. Lamentablemente, la cultura material dejó muy pocas huellas sobre el lujo que debió existir, aunque es lógico relacionar celebraciones ostentosas con nacimientos, bodas o asambleas sobre asuntos importantes. En cuanto a la boda de Alfonso VIII y Leonor, la fuente más importante disponible es la carta de arras, cuyos confirmantes revelan el carácter cosmopolita de la reunión, sin duda continuado en la corte castellana. Mientras que las crónicas posteriores suelen contener muchos más detalles (inventados o no), las contemporáneas se centran más en datos concretos y concisos. Así, Roger de Howden, en su Chronica magistri65, menciona que en 1200 Leonor de Aquitania fue a Castilla a buscar a la futura esposa de Luis VIII. Este viaje resultó del tratado entre Juan Sin Tierra y Felipe Augusto, pero la crónica ni siquiera especificó de qué hija de Alfonso se trataba (algo que se relaciona con diferentes interpretaciones en la historiografía posterior). En aquella situación precaria, las fuentes pasaron por 60 61 58 59

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v. F. Menéndez Pidal 2014: 327; González 1960: 192; Cerda 2013: 144. v. Martin 2012, en especial 1-6. v. Cerda 2013: 149; Menéndez Pidal F. 2018: 206. v. Shadis 2009: 88-90. Para el sello de plomo de Enrique I, v. Menéndez Pidal F. 2018: 282. v. Menéndez Pidal F. 1999: 72-76. v. Walker 2007: 71-76; Rucquoi 2006: 61. v. Vann 1993: 133-135; Martínez García 2002, en especial 11-17; Shadis 2009: 39-41, 50. v. Roger de Howden, Chronica magistri, IV, 107 y 114. Sobre la participación del rey Juan Sin Tierra en las negociaciones, v. Vann 1993: 138.

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alto la estancia de Leonor de Aquitania en Castilla y su viaje con Blanca hasta Burdeos, con la boda en Normandía como culminación de las negociaciones político-nupciales66. De modo similar, tampoco se sabe mucho sobre la estancia de la reina castellana Leonor en Poitou, donde visitó a su hermano Juan Sin Tierra en 1206, aunque un mes después su marido fue incluido en el tratado de paz entre Inglaterra y Francia67. Sin embargo, sería erróneo pensar que Castilla era solo un receptor de las prácticas e influencias ultrapirenaicas. La proximidad a al-Ándalus y su situación política ocasionó interacciones muy llamativas. Además de la acuñación del maravedí castellano y la aplicación de las tácticas militares, es preciso mencionar el papel que al-Ándalus tuvo en la fabricación y decoración de telas lujosas cuyas estéticas se iban formando y difundiendo por el mundo occidental68. Un ejemplo sobresaliente de la influencia andalusí es la indumentaria funeraria de los miembros de la realeza castellana69. El estilo se caracteriza por la decoración típica del reino almohade: elementos vegetales y geométricos, en búsqueda de armonía y equilibrio. Las piezas conservadas de la reina Leonor y sus hijos muestran la insistencia en el carácter ostentoso, notable tanto en la orfebrería elaborada como en los ataúdes forrados de tejidos decorados. Como se puede esperar, los restos de materiales lujosos que sobrevivieron hasta nuestros días son bastante aislados. Cabe mencionar las telas relacionadas con las reliquias en San Zoilo de Carrión, traídas del sur, de colores vivos y con decoraciones en forma de animales y letras70. Con respecto a la indumentaria, hay que contentarse con representaciones literarias, como la célebre descripción de la reina Leonor por Ramon Vidal de Besalú71: E can la cortz complida fo, venc la reyna Lianors, et anc negus no vi son cors, estrecha venc en un mantelh dʼun drap de seda, bon e belh, que hom apela sisclato vermelhs ab lista dʼargen fo era

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Cuando la corte estuvo completa, vino la reina Leonor; cuyo cuerpo nadie había visto antes. Venía ceñida en manto de seda, bueno y bello, que se llama ciclatón: rojo, con una banda de plata

v. Rodríguez López 2014: 18-21. v. Vann 1993: 139. v. Alonso Abad 2007. v. Barrigón 2014 y 2015: 150, 2017: 150, 160-164. v. Fronchoso Sánchez 2016. v. Ramon Vidal de Besalú, “Castia gilos”; la traducción es de Velasco 1999: 94 (en original en prosa).

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e i ac un levon dʼaur devis. en el cual estaba divisado un león de oro. Al rei soplega, pueis sʼasis Se inclinó ante el rey y después se sentó ad una part, lonhet de lui. (vv. 18-27) en un aparte lejos de él.

Esta descripción cuadra con las lujosas tendencias de la época: una de las telas más apreciadas, la seda, fue usada para el manto rojo (un color muy popular entre las élites), que además se adornó con un león dorado, habitualmente relacionado con el emblema de los Plantagenet. Dentro del ámbito de representaciones regias por medio de las vestiduras, es necesario destacar la indumentaria funeraria de Alfonso VIII. En la readscripción de piezas como fragmentos de la saya y la capa forrada del rey, Barrigón72 destacó una peculiaridad muy significativa: su color azul. A primera vista insignificante, este detalle sitúa a Alfonso VIII en los círculos regios más altos, puesto que el azul, apreciado a partir del siglo xii, tradicionalmente se ha considerado el color regio de Luis IX de Francia y Enrique III de Inglaterra. Aunque no es posible concluir que estas preferencias regias se realizaron durante la vida del rey castellano, su ajuar funerario es otro testimonio de la influencia andalusí que une el color azul a “[…] una decoración de rayas doradas hechas con oro entorchado sobre un alma de seda, también llamado oro de Chipre”73. En este contexto, conviene recordar el postulado de Walker74 sobre Las Huelgas como resultado de influencias no foráneas, sino posiblemente arraigadas en la tradición castellana, sin olvidar la adición de elementos almohades en el periodo posterior. Aunque no directamente relacionado con la corte castellana, es necesario incluir otro espacio de resonancia internacional: el movimiento de letrados y traductores en Toledo. Allí, entre los interpretadores de Aristóteles, Avicena y otros eruditos, estaban Domingo Gundisalvo, Juan de Sevilla, pero también el italiano Gerardo de Cremona y Miguel Escoto75. Además de las identificaciones problemáticas, poco se sabe sobre su organización en Toledo, pero tanto la documentación como las dedicatorias confirman los vínculos con las cortes reales y el arzobispado76. La importancia de este centro intelectual no se refleja solo en los nombres internacionales que lo visitaban y que difundían los saberes adquiridos por Europa —como Miguel Escoto durante su servicio a Federico II

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v. Barrigón 2015, en especial 27-31 y 2017: 155-156. Barrigón 2017: 155. v. Walker 2005. Sobre los elementos almohades, v. Ruiz Sousa 2014. v. Polloni 2018; Burke 1991: 60-69; Rucquoi 2006: 59-61,80. v. Benito Ruano 2000; Burnett 1994, 2001 y 2008.

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de Hohenstaufen—, sino también en las condenas a los filósofos naturales como herejes, iniciadas en París77. A la vista de lo expuesto arriba, el reino castellano disfrutaba del espíritu cosmopolita, basado en la gran movilidad e interacción de comitivas magnaticias, juristas, intelectuales y clérigos, sin olvidar los círculos literarios, representados por los trovadores y músicos. Aunque las fuentes no son abundantes y las alusiones no son más que esporádicas, todo ello es suficiente para concluir que Castilla no solo recibía los impulsos, sino que también contribuía a la energía social de aquel periodo. Además de esos ʻhombres mediosʼ, la escritura era otra clave de la representación y memoria regia, sea por medio de los elementos reiterados en la cancillería, sea por la contribución epistolar, como la carta destinada a la reina Blanca (atribuida a Berenguela) con el objetivo de realzar el carácter cristiano de la batalla de las Navas de Tolosa78. Las redes nobiliarias en Castilla en torno a 1200 A lo largo del siglo xii, algunas de las casas nobiliarias fueron perdiendo su poder, mientras que otras consiguieron consolidar y expandir su espacio de actuación. La documentación permite relacionar las estirpes más conocidas con algunos individuos de la época del Cid histórico, aunque no se sabe si esos elementos formaban parte de sus autorrepresentaciones ni hasta qué punto. Sobre todo en la fase inicial de Alfonso VIII, la casa de Lara mantuvo una posición privilegiada en Castilla. Del matrimonio de Pedro González (de Lara) y la viuda de García Ordóñez nacieron Manrique y Nuño Pérez79. Mientras que el primero, como señor de Molina y jefe de la casa, jugó un papel preponderante durante la minoría de Alfonso VIII, los hijos del segundo, Álvaro y Fernando Núñez, desempeñaron el cargo de alférez real en la misma corte. Con respecto a los Castro, otra casa privilegiada, se destacaron los hijos de Fernando Ruiz y María Ansúrez (hermana de Pedro Ansúrez): Rodrigo Fernández (el Calvo) se casó con la hija de Álvar Fáñez, mientras que su hermano Gutierre Fernández (casado con la nieta de Álvaro Díaz y Teresa Ordóñez) tuvo un papel decisivo como tutor del joven Alfonso VIII80. La jefatura de su casa fue continuada por v. Rucquoi 2006: 61-63, 115-122. v. doc. 898 en González 1960. Con respecto a la carta, Vann (2011) sostuvo que su objetivo era difundir la fama de Alfonso VIII con respecto a la Cruzada, aunque destacó las peculiaridades de formato y lenguaje que alejan la carta del contexto ibérico. 79 v. González 1960: 259-268, de Moxó 1969: 33-46; Torres Sevilla 1999: 219-221. Para más información sobre la casa de Lara, v. Doubleday 2001. 80 v. González 1960: 321-323; Moxó 1969: 59-62; Torres Sevilla 1999: 78-89; Torres Sevilla 2000: 160-161. 77 78

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su sobrino, Fernando Rodríguez, y luego por Pedro, hijo de este, aunque terminaron desterrados de Castilla y vinculados a la corte leonesa81. En cuanto a los Haro, llama la atención el protagonismo de Diego López II en la corte de Alfonso VIII. Su abuelo y padre lograron mantener sus territorios gracias a las actitudes procastellanas, lo que propició el ascenso de dicho noble82. Además de su preeminencia dentro y fuera de Castilla, Diego López es interesante desde el punto de vista memorístico, dado que en las fuentes posteriores a veces aparece como ʻel Buenoʼ y en otras ocasiones como ʻel Maloʼ83. Durante el reinado de Alfonso VIII, formaba parte de los pocos oficiales curiales, algo que tiene en común con Rodrigo Gutiérrez y su hijo Gonzalo, de la casa Girón. García García de Aza (hijo de García Ordóñez y emparentado con los Lara por la vía materna) tuvo dos hijos, Gómez y Pedro, que también llegaron a desempeñar cargos regios84. En este contexto, cabe mencionar a Pedro Rodríguez, de los Guzmán, y de la casa de Cameros, a Diego Jiménez y su hijo Rodrigo Díaz, mientras que los Meneses no ofrecieron solo magnates como Tello Pérez o sus hijos Alfonso y Suero, sino también al obispo palentino de gran influencia, Tello Téllez85. En cuanto a la estructura, la nobleza todavía practicaba la transmisión de bienes y derechos por vías materna y paterna, aunque es posible encontrar tendencias agnaticias y de primogenitura. La necesidad de consolidarse dictaba las políticas matrimoniales, algo que se reflejaba en el alto grado de endogamia y múltiples nupcias. No obstante, los ejemplos documentados confirman que la pertenencia a una casa no garantizaba el éxito a nivel individual ni la preeminencia de la estirpe en general. Mientras que algunos nobles ya se habían destacado bajo Alfonso VII, como los miembros de Lara o Gonzalo Marañón, otros lograron avanzar debido a sus méritos y la situación de entonces. Incluso el mero repaso de los nombres permite ver los desplazamientos del poder con respecto a las casas. Si bien los Lara y los Castro dominaron durante la minoría de edad del rey, su predominio se vio afectado ya durante el reinado de Alfonso VIII o, en el caso de los Lara, en los conflictos tras su muerte. Entretanto, otras estirpes se consolidaban, aunque es necesario pensar en casos individuales, entrelazados de modos distintos, y no en casas nobiliarias enteras.

v. Barton 2000b: 70-78; Martínez Díez 2007a: 214, 219-221. Para más información sobre el linaje de Haro, v. González 1960: 300-317; Moxó 1969: 46-50. 83 v. Baury 2011. 84 v. Moxó 1969: 72-79; Torres Sevilla 2000: 163-164; Martínez Díez 2007a: 224. 85 v. Moxó 1969: 53-56, 65-68, 112-117; Martínez Díez 2007a: 214-215. 81 82

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Para entender mejor la organización de la vida nobiliaria, es útil remitir a la idea de Duby sobre la vulgarisation des modèles culturels de arriba abajo, precisada por Crouch86: las prácticas regias se paraban a ciertos niveles, como el estandarte, reservado para magnates, o las espuelas de oro, que distinguían a los caballeros de los escuderos. En el caso de Castilla, aunque la documentación no es muy reveladora, Álvarez Borge estableció algunos paralelismos con la corte regia: Es sabido que los nobles más poderosos desarrollaron, a semejanza de la corte regia, sus propias cortes señoriales integradas por un cierto número de oficiales. Muchos de esos oficiales eran nobles; nobles, por lo tanto, dependientes de su señor, generalmente un magnate o miembro de la alta nobleza87.

El mayordomo y el merino se presentan como los oficios señoriales más documentados, mientras que otros miembros de la comitiva señorial solían ser denominados ʻvasallosʼ u ʻhombresʼ. Las menciones esporádicas de alféreces, falconeros y clérigos a lo largo del siglo xii confirman las mismas estructuras básicas88, pero no permiten hacerse una imagen clara de la administración señorial o del carácter de aquellas redes intranobiliarias. En sus análisis de las proyecciones territoriales, Estepa Díez propuso la distinción, no estricta, entre las noblezas regional, comarcal y local. De sus ejemplos dentro del espectro regional amplio89 cabe mencionar a García Pérez de Torquemada, que, junto a su hermano, parece haber tenido un papel destacado en la corte de Alfonso VIII, mientras que los descendientes de Martín González de Contreras, uno de los mayordomos de la reina, no parecen haber superado la proyección comarcal. El caso de García Fernández de Villamayor, mayordomo de tres figuras reales, y su expansión territorial es bastante llamativo en este contexto. Se sostiene90 que fue el hijo de Fernando García, que a su vez fue o el mayordomo de la corte leonesa durante la estancia de Berenguela o un par 88 89

v. Duby 1973; Crouch, con referencias adicionales, 2006: 207-212. Álvarez Borge 2010: 362. Las cursivas son suyas. v. Barton 1997: 59-60. v. Estepa Díez 2003 vol. 1, 271-408 (en especial 372-373,406) y vol.2, 7-143 (en especial 29-30). 90 En la carta de arras de 1199 (doc. 135 en González 1944), Fernando García figuró como mayordomo del rey leonés. Torres Sevilla (1999: 466-467) menciona a un Fernando García como tenente de Astorga; Bianchini (2012: 149) menciona a García Fernández como hijo de Fernando García, el mayordomo de Alfonso IX durante su matrimonio con Berenguela. Salazar y Acha (2000: 368-369) también identifica al mayordomo real en León, Fernando García, como Villamayor. Sobre la posible ascendencia, v. Álvarez Borge 2008a: 650-652. 86 87

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ticipante en las Navas. Basándose en sus raíces patrimoniales, Álvarez Borge91 situó a García Fernández dentro de la nobleza media, destacando que el factor decisivo de su ascenso a la ricahombría fue su duradera actividad en la corte. La entrada a la esfera palatina parece haber sido facilitada por los Girón, en cuyos diplomas figuró, pero ni siquiera su larga estancia en la corte regia pudo asegurar la prosperidad de sus parientes92. En cuanto a las interacciones intranobiliarias, la documentación muestra tendencias de jerarquización: la alta nobleza suele tener a nobles regionales como testigos, mientras que estos mostraron más interacción con la nobleza comarcal que con la local93. A la vez, los diplomas permiten identificar cierta movilidad intranobiliaria: así, Guillermo González, uno de los confirmantes del Tratado de Cabreros, tuvo en sus tenencias por lo menos nueve subtenentes o alcaldes, mientras que él mismo figuró en algunos diplomas como subtenente de Calahorra al servicio de Diego López de Haro94. Similar a la corte real, el estamento nobiliario participaba en las representaciones de diversa índole, haciendo visible su potencia e influencia. En cuanto a la heráldica, a partir de la última década del siglo xii, los Haro usaban el lobo, los Lara los calderos, los Cabrera la cabra y los Girón el jaquelado95. Sabemos que el mismo elemento podía formar parte de la indumentaria, como se permite concluir de la cofia con calderos en la tumba de Enrique de Castilla, atribuida a su tutor Álvaro Núñez de Lara96. Los sellos también se practicaban entre la nobleza y, como sugirió F. Menéndez Pidal97, el sello con ecuestre que pertenecía a Pedro Manrique de Lara podía haber influenciado al rey niño Alfonso VIII. Aunque la información sobre la península es escasa, todavía es posible confirmar los sellos pendientes entre mujeres, como el de Urraca López de Haro98. De la misma casa es preciso mencionar la presencia de emblemas en otros objetos, como la tumba de Diego López de Haro y su esposa Toda Pérez, hija del señor de Albarracín, que a través del lobo y la cruz une visualmente ambas casas99.

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Álvarez Borge 2008a: 653-658. v. Álvarez Borge 2009. v. Estepa Díez 2003, vol.2. 104,140; Álvarez Borge 2009. v. Álvarez Borge 2008b: 266-268, 332-333. v. Beceiro Pita y Córdoba de la Llave 1990a: 60-61, Barton 1997: 45; Torres Sevilla 1999: 494-496. v. F. Menéndez Pidal 2014: 326-327. v. F. Menéndez Pidal 2018: 180-183 (y para el sello de plata de Rodrigo Díaz de Cameros, 2018: 287). v. González 1960: 304-305; F. Menéndez Pidal 2014: 273-275. v. F. Menéndez Pidal 2014: 82-83. Beceiro Pita y Córdoba de la Llave (1990a: 79-80) también incluyen los elementos heráldicos en la tumba de los Villalobos.

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Al ámbito de la ostentación de poder e influencia cabe añadir múltiples actividades en la esfera religiosa. Las casas más destacadas, como Traba o Haro, actuaban como promotoras de ciertas órdenes, sobre todo la cisterciense, aunque las fundaciones no se limitaban a la alta nobleza, como lo confirma el monasterio fundado por García Fernández de Villamayor100. El papel promocional también podía ser más específico, como fue el caso del conde Nuño Pérez de Lara y su mujer Teresa con el culto a Tomás Becket101. Además de las actividades de la reina Leonor, la documentación confirma el papel activo de las mujeres nobles en el ámbito monástico, sin que necesariamente asumieran el título de abadesa o fueran viudas102. En cuanto al vocabulario usado para la nobleza durante el reinado de Alfonso VIII, es preciso destacar la persistencia de algunas voces y el surgimiento de otras. En términos más genéricos, el Tratado de Seligenstadt incluyó “uarones et principes regni, et potestates” y “nomina principum et nobilum”; el Fuero de Cuenca (I,7) se refirió a condes, potestates, milites e infanzones y en el diploma de 1206 (con los confirmantes de Gascuña) se habló en general de condes, vizcondes y barones103. Si bien la voz ʻinfanzónʼ se usaba para designar el estatus noble basado en el nacimiento y el poder ejercido, se trata del nivel más inferior dentro de la nobleza, a veces contrastado con la dignidad condal104. Teniendo en cuenta la importancia de estos significados para el Cid épico, volveremos al asunto en el apartado siguiente. De los veinticinco que aparecen con más frecuencia en la documentación de Alfonso VIII, solo seis nobles tenían la dignidad condal. Pedro Manrique de Lara es el nombre más repetido (539 veces), seguido de su primo, Fernando Núñez (452 veces)105. A principios del reinado de Alfonso VIII, solo Lope Díaz de Haro y Manrique Pérez de Lara ya eran condes, y los Lara aprovecharon su cercanía real y alcanzaron otros tres títulos durante la minoría del rey106. A lo largo de su reinado, Alfonso otorgó el título a Fernando Núñez (pero no a su

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v. Alonso Álvarez 2007. Para el diploma, v. Barton 1997: 328. v.t. Vann 1993: 133; Cerda 2016a: 87 y 2016b: 136. v. Barton 2011c. v. docs. 499 y 1030 en González 1960. Para un análisis de los vocablos usados en León, v. Calderón Medina 2011a: 252-257. 104 v. Martin 1992: 363; Martínez Sopena 2018b: 33-34. 105 Los demás cuatro condes eran Gómez González de Manzanedo, Nuño Pérez de Lara, Gonzalo de Marañón y Gonzalo de Bureba de los Manzanedo. v. Estepa Díez 2011a: 41-42. 106 Como destacó Martínez Díez (2007a: 215), cuando Alfonso VIII alcanzó la mayoría de edad había solo cuatro condes: Lope Díaz de Haro, Nuño Pérez, Pedro Manrique y Álvaro Pérez de Lara. 100 101

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hermano Álvaro107), reduciendo así el ámbito condal a la casa de Lara. Si bien en las primeras décadas de su reinado la dignidad condal era más frecuente en la documentación (inclusive los condes foráneos, como Fernando Ponce), a principios del siglo xiii, casi el único conde que aparece es “comes Ferrandus” (Núñez de Lara)108. Por consiguiente, la designación filius comitis, reveladora de las expectativas de los vástagos nobles, también prácticamente desapareció: mientras que Pedro Rodríguez todavía suscribía como ʻhijo del condeʼ en 1179, en el Tratado de Catalayud (1198) se documentan dos instancias parentelares, filius y frater entre los confirmantes, pero sin la referencia condal109. Una vez más, la documentación confirma el dinamismo de las trayectorias magnaticias en el cual los cargos honoríficos eran solo uno de los factores. Así, Diego López de Haro, inicialmente documentado como aspirante al título condal, nunca lo alcanzó, pero llegó a ser uno de los nobles más destacados y el señor independiente de Vizcaya. En general, el estatus preeminente en la documentación a veces se enfatizaba con la voz dominus/dominador/dominante —alternando con tenente—, al lado de senior/señor y los mucho menos frecuentes vocablos principe y potestas110. Además, la voz nobilis, a veces se usaba combinada, como en el caso de filii nobilium mencionados como recipientes de los castillos dados en fidelidad en el tratado entre Aragón y Castilla de 1170111. La resistencia regia a conceder la dignidad condal a sus vasallos no impidió la alternativa eficaz de marcar la supremacía en el mundo nobiliario a través del neologismo ʻrico hombreʼ. En su testamento de 1204, Alfonso VIII usó “meo rico homini” y “omnes meos ricos homines” en el sentido general, igual que Alfonso IX al referirse a los magnates castellanos112. Mucho más importante es el caso del Tratado de Guadalajara, de 1207, en el cual Álvaro Núñez (de Lara), Lope Díaz (de Haro), Gonzalo Rodríguez (de Girón) y Nuño Pérez (de Guzmán) fueron designados como ricos homines de Castilla113. Dado que el vocabu Álvaro Núñez empezó a aparecer con el título en 1215 (v. doc. 981 en González 1960). v. Salazar y Acha 2000: 432-433. 108 v. docs. 547 (de 1190) y doc. 711 (del año 1207) en González 1960, respectivamente. Estepa Díez (2013a: 66, º79) destaca que, además de Fernando Núñez y Pedro Manrique de Lara, no había muchos condes entre los confirmantes: “Los dos condes de los Manzanedo, Gómez González, en 1181, y Gonzalo Rodríguez, quien dejó de ser confirmante en 1187, si bien está documentado en 1202; el conde Gonzalo de Marañón confirmó diplomas hasta el 21 de noviembre de 1178”. 109 v. docs. 327, 329, 667 en González 1960. Para ejemplos similares, v. docs. 494 y 508. 110 v. doc. 460 (el tratado de 1186) en González 1960 y Álvarez Borge 2008: 401-464 y 2013: 128-144. 111 v.t. Lacarra 1975: 44, º5. 112 v. doc. 219 en González 1944. 113 v. doc. 813 en González 1960. 107

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lario magnaticio forma parte de la argumentación sobre el Cantar como choque entre dos ideologías dentro del estamento privilegiado, es preciso detenerse en la documentación regia coetánea, en concreto, en el Tratado de Cabreros, su ratificación en Burgos, el Tratado de Guadalajara y el Tratado de Valladolid. Además de ser coetáneos a la obra miocidiana, estos diplomas intermonárquicos pertenecen a un marco temporal reducido (1206-1209) y permiten ver la innovación y la fluidez terminológica. Para resolver el conflicto por las arras de Berenguela tras la anulación matrimonial, las comitivas castellana y leonesa se reunieron en marzo de 1206 en Cabreros. Ambos reinos nombraron como tenentes de castillos “diez e quatro caualleros naturales” que iban a garantizar la paz, y entre los castellanos figuraron Álvar Núñez, Rodrigo Díaz, Gonzalo, Pedro y Munio Ruiz, Rodrigo Rodríguez, Gómez y Nuño Pérez, Alfonso y Suero Téllez, entre otros114. Este tratado de paz precisa que, en el caso de sus muertes, el rey “ha de escoger otros tantos quantos antes eran, de los meiores de suo regno, que entren en logar destos”. No obstante, este documento es muy llamativo por la aparición de otro neologismo de la época, ʻhidalgoʼ. La más temprana documentación de filius de algo viene de León, del año 1177, en relación con tipos de señorío y heredades, y vuelve a aparecer —en su forma femenina— en otro diploma de 1179115. Además del estatus noble, la precisión del tratado castellano-leonés de 1181 “[…] saluis in utroque regno directuris nobelium quos apellant filios de algo” indica, según J. M. Lacarra116, su aparición reciente. En el contexto castellano, la voz se usa de modo bastante genérico en 1201, al agrupar como testigos a ʻfijos dalgoʼ junto a clérigos y labradores, lo que se corresponde con las tendencias de la época de distinguir entre laicos y clérigos, por un lado, y nobles y villanos, por el otro117. En la documentación regia, la voz apareció en el Tratado de Cabreros para precisar el modo de resolver conflictos con el concejo “si aquel a qui demandan fuer fidalgo […]”, previendo la lid delante del rey como resolución para los daños más grandes. La ratificación de las disposiciones de Cabreros tuvo lugar en septiembre de 1207 y en ella aparecen como fideles el conde Fernando Núñez, su hermano Álvaro, Rodrigo Díaz, Gómez Pérez, etc., y en caso de muerte, Alfonso IX menciona de modo general a “ricos homines” de Castilla. Con una formulación v. doc.782 en González 1960. v. J. M. Lacarra 1975: 44. Para otros vocablos usados en León en los siglos xi y xii, v. Martínez Sopena 2018b. 116 v. doc. 362 en González 1960; J. M. Lacarra 1975: 45. Sobre el ejemplo del Fuero de Castroverde, v. Martínez Sopena 2018b: 26-28. 117 v. J. M. Lacarra 1975: 45; Martin 1992: 363. 114 115

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bastante similar, el Tratado de Guadalajara de octubre de 1207 precisa que, si los nombrados ricos hombres mueren, los reyes “[…] debent eligere alios quatuor ricos homines ex utraque parte […]”118. Este tratado castellano-navarro contiene otro paralelismo importante, esta vez con el Tratado de Cabreros. En el caso de querellarse un “nobilis” con el concejo, se aplica un procedimiento específico y en el peor caso se prevé la resolución “per duellum […] in curia regis”. El último documento leído detenidamente es el Tratado de Valladolid119, firmado en 1209 para reformar algunas cláusulas previamente acordadas en Cabreros. De nuevo, ambos reinos nombran a magnates específicos como garantes de las treguas. De los doce del lado castellano sobresalen el conde Fernando, Álvaro Núñez, Rodrigo Díaz, Lope Díaz, Gonzalo Rodríguez, Nuño Pérez y Suero Téllez, aunque la lista difiere de la de Cabreros. Al principio, estos nombres no se relacionan con ningún sustantivo magnaticio, pero luego el diploma especifica que, en caso de muerte de “istis viginti quatuor predictis militibus”, es necesario elegir “alius nobilis miles de melioribus uasallis regis”. Desgraciadamente, este diploma no contiene una formulación paralela a los otros dos con respecto al procedimiento específico para los ʻfidalgosʼ/nobiles, pero sí se refiere a los tenentes que deberían hacer homenaje a Berenguela como miles filius de algo. A la vista de todo lo expuesto, es posible sacar algunas conclusiones importantes sobre los vocablos nobiliarios de principios del siglo xiii en Castilla. Sobresale la gran variedad aplicada a los magnates establecidos: miles (nobilis), fidelis, caballero, dominus, tenente, vasallo, etc., mientras que el neologismo ricos homines se aplica a personas concretas, confirmando su preeminencia. En cambio, los tratados arriba citados (siendo solo uno anterior a la copia del Cantar hecha en 1207) no se refieren ni una sola vez a nombres particulares con las voces ʻhidalgoʼ o miles filius de algo. Los ejemplos escasos llevaron a la crítica a pensar que el vocablo ʻhidalgoʼ se refiere a la baja nobleza, o incluso a considerarlo un sinónimo de ʻinfanzónʼ120. Analizando su uso contextualizado a lo largo del siglo xiii, Martin121 observó la indistinción de estas dos voces en el ámbito municipal, mientras que en el contexto palatino y nobiliario la voz ʻhidalgoʼ unía el estado natural —nobilis— con la función sociopolítica —miles—, a la vez distinguiendo entre la nobleza (caballeros fijosdalgo) y las élites urbanas (caballeros ciudadanos/villanos). Los tratados arriba menciona 120 121 118 119

Compárense los docs. 782 y 813 en González 1960. v. doc. 845 en González 1960. Esta postura ha sido recientemente criticada por Martínez Sopena 2018b: 31-33. v. Martin 1992: 363-364.

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dos confirman cierta fluidez, pero también restricción nominal a la hora de precisar las disposiciones legislativas para los hidalgos/nobiles. Por consiguiente, los espectros semánticos del vocabulario magnaticio demuestran que podían funcionar ocasionalmente como parasinónimos, pero también que su aplicación dependía del contexto y los asuntos tratados. Las dimensiones aquí analizadas confirman que tanto en la época del Cid histórico como en la del Cantar había muchos factores, de carácter permeable, que constituían —y construían— la realidad nobiliaria. Es cierto que la documentación puede indicar las tendencias hacia la comarcalización o regionalización, pero el aspecto territorial o el cargo honorífico no fueron los únicos criterios de la influencia magnaticia. Algunos se aprovecharon de los momentos de crisis y otros debieron su éxito a la cercanía real o a las parentelas, alianzas y clientelas. Al entramado de todos estos elementos y sus realizaciones individuales hay que añadir la exploración de la visibilidad material. Los ejemplos expuestos arriba confirman las dinámicas de la difusión cultural, que podía ir desde la realeza abajo o al revés, como los valores vinculados al miles o la piedad122. Esa red semiótica, cada vez más elaborada, formaba parte del acervo de los círculos de poder y posibilitaba así la ʻlecturaʼ adecuada de sus miembros. Además de incluir los vocablos nobiliarios, los tratados entre los reinos vecinos son una fuente valiosa para estudiar la movilidad y los cambios vasalláticos de los magnates. En aquella pluralización de centros de poder, la corte de Alfonso VIII se convertía cada vez más en un espacio de actuación marcado para la nobleza, aunque todavía no practicaba dignidades ni cargos curiales hereditarios. La nobleza en la corte de Alfonso VIII y Leonor Plantagenet Las cortes regias y magnaticias se desarrollaban como espacios de socialización centrípetos y concentrados, el fenómeno habitualmente denominado “curialización” o “acortesanamiento” (al. Verhöflichung). Pese a esas tendencias, las cortes —en sí itinerantes— seguían siendo espacios de estructuras inestables y de individuos en ligaciones altamente cambiantes. Las curias plenas de Alfonso VIII empezaron a celebrarse a partir de 1169, cuando el rey alcanzó la mayoría de edad. Después de la primera curia en Burgos, los magnates y eclesiásticos se reunieron tras la toma de Cuenca en la misma ciudad (1178), pero la documentación no permite sacar conclusiones sobre los asuntos tratados123. Mientras que la tercera asamblea (1182), situada v. Crouch (basándose en Duby) 2006: 211-212. v. González 1960: 180,239; Martínez Díez 1988: 133-138 y 2007: 227.

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en Medina de Rioseco, se relaciona con las negociaciones con León, la curia en Nájera en 1184 o 1185 parece haberse dedicado al derecho territorial y la regulación del riepto, según los testimonios indirectos124. Anteriormente hemos hablado de la curia de 1187 en San Esteban de Gormaz que trató el matrimonio entre la infanta Berenguela y Conrado, luego ratificado con el Tratado de Seligenstadt. A la última curia documentada, la de 1188 en Carrión de los Condes125, dedicada a la supremacía castellana y su lazo con la corona alemana, cabe añadir las asambleas (inter)monárquicas centradas en asuntos territoriales o económicos y reflejadas en los diplomas y tratados de paz. Aunque la documentación indica que los concejos participaron en algunas de esas reuniones, fue la nobleza laica la que consolidó su espacio en la corte (sin que eso significara posiciones garantizadas a nivel individual). Según Estepa Díez126, que revisó la documentación cancilleresca de Alfonso VIII, la gran mayoría de los diplomas conservados (957) eran donaciones, concesiones de privilegios o confirmaciones, mientras que otros 160 diplomas trataban de ventas, epístolas y actos jurídicos, entre otros asuntos. El orden de confirmantes y testigos no cambió mucho con respecto a la época de Alfonso VI. Después de la mención del rey (o la familia real), los primeros en la lista eran el arzobispo y los obispos, seguidos de los magnates seculares —encabezados por el mayordomo y el alférez—, con el merino y los titulares de la cancillería terminando la lista. La columna izquierda estaba reservada para los obispos, mientras que los nobles y otros dignatarios se situaban a la derecha. Con respecto a los eclesiásticos, el primero confirmante solía ser el arzobispo toledano, habitualmente seguido de algunos obispos, en total 41 nombres de diez diócesis. Lo que no se sabe es hasta qué punto la corte intervenía en las elecciones episcopales, aunque las críticas provenientes de Roma aluden a los intereses palatinos a veces protegidos por los obispos127. El espectro de sus interacciones con la corte abarcaba el consilium y el auxilium, pero a la vez hay que constatar el carácter individual de esas relaciones, a veces reflejado en formulaciones como “karissimo ac uenerabili amico meo”128. En la fase inicial del reinado de Alfonso VIII sobresalió el obispo Raimundo de Palencia, designado “auunculo meo”, cuyo obispado era, según los diplomas, el más vinculado a la

v. González 1977; Martínez Díez 1988: 138-140 y 2007: 227; Martínez Sopena 2011a, en especial 165; Zaderenko 1998. 125 v. Martínez Díez 1988: 142-143. 126 v. Estepa Díez 2011a: 28-31, incl. los “Apéndices” en el mismo estudio. 127 v. Ayala Martínez 2007 y 2012. 128 v. docs. 121 y 748 en González 1960. 124

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corte, incluso más frecuente que el obispado de Burgos129. Como confirman el arzobispo más destacado, Martín López de Pisuerga (1192-1208), o los impulsos intelectuales de Tello Téllez con el studium, el perfil episcopal podía ser multifocal y salir del marco eclesiástico habitual. A diferencia de los clérigos, el número de los laicos que aparecen como destinatarios o confirmantes es bastante elevado: de 401 nombres, aproximadamente la mitad figura solo en un diploma, mientras que 86 lo hacen en diez o más y otros 86 en dos a nueve documentos130. Entre ellos, 24 nombres provienen de la alta nobleza (aunque no todos son de procedencia castellana) y 9 de la nobleza media. Cabe mencionar que, para los confirmantes (a diferencia de los testigos), la presencia documental no significa automáticamente la presencia física, sino más bien “una especie de aquiescencia implícita”131 del noble. En sus análisis, Estepa Díez132 notó la tendencia a la reducción del número de confirmantes, sobre todo desde la cancillería de Gutierre Rodríguez, que no solía incluir a más de diez nombres laicos. Así, de los 25 nobles que confirmaron cien o más diplomas, se nota la predominancia de los Lara (cinco nombres), Girón (tres) y Aza (tres), mientras que el único de la casa Haro es Diego López, confirmante de 387 diplomas dentro del periodo de 46 años (aunque con pausas). La relevancia de una casa a veces se nota en su frecuencia en un mismo diploma. Así, hasta en 86 diplomas de Alfonso VIII figuran cuatro Laras, mientras que el número de los miembros de otras parentelas no suele ser mayor de dos133. En general, las confirmaciones nobiliarias a menudo se limitaban a la fórmula ʻnombre de pilaʼ + ʻpatronímicoʼ, y eran muy raros los topónimos (con la excepción de Diego López “de Faro”). A diferencia de las funciones curiales consolidadas, el cargo de tenente no solía formar parte de los diplomas castellanos. En cuanto a la estructura de la corte real, durante el reinado de Alfonso VIII había ciertas innovaciones y diferenciaciones adicionales. A partir de su mayoría de edad, la documentación permite identificar a seis mayordomos y seis alféreces134. El mayordomo gobernaba la casa real y, aun con las fases en que el cargo estuvo vacante, sobresalieron en ese papel Rodrigo Gutiérrez Girón (1173-1193), su hijo Gonzalo Rodríguez Girón (1198-1216) y en dos ocasiones 131 132

v. Estepa Díez 2013a: 50-51. v. Estepa Díez 2011a: 40; 2013a: 46. v. Estepa Díez 2011a: 37; 2013a: 46-47. v. Estepa Díez 2011a: 40-42. Como señaló este historiador (2013a: 49), con la reducción el número más frecuente era 7-8, mientras que solo cinco de 454 diplomas tenían más de diez confirmantes. 133 v. Estepa Díez 2013a: 61-62. 134 v. González 1960: 242 y Salazar y Acha 2000: 373. Martínez Díez (2007a: 224) no incluyó a Gómez González en una ocasión (1173) como mayordomo. 129 130

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Pedro García de Aza/Lerma y el conde Gómez González de Manzanedo135. En cuanto a la alferecía, se observa una clara tendencia, a partir de 1183, a limitar la dignidad a la casa de Haro (Diego López, 1183-1187, 1188-1199 y 1206-1208), alternando con dos miembros de los Lara (Fernando Núñez, 1187-1188 y 12011205; su hermano Álvaro Núñez, 1199-1201 y 1208-1217)136. En el oficio de merino, encargado de la administración judicial, se diferenció entre el merino mayor de Castilla y los merinos menores137. Estos oficiales solían provenir de la nobleza comarcal o local, lo cual quedaba reflejado en su posición en los diplomas: situados después de los magnates y antes de la cancillería. Como merino destacó Lope Díaz de Fitero (que en 25 años confirmó 314 diplomas reales), que fue sustituido por su hijo Diego López, filio domni138. Además de estar vinculado con las casas de Haro y Meneses, Lope Díaz figuró entre los nobles en el Tratado de Seligenstadt e incluso llegó a ocupar simultáneamente los cargos de merino y tenente139. Su posición en la corte debió de facilitar la toma del cargo por su hijo Diego, además de la trayectoria extraordinaria de su otro hijo, Martín López de Pisuerga. En general, las funciones del merino eran múltiples: pesquisidor, procurador (=bozero) de litigantes o juez, que dictaba o ejecutaba sentencias de tenentes140. Si bien este oficio, junto a funcionarios judiciales adicionales, tenía mayor importancia en la zona al norte del Duero, donde el rey pretendía romper el monopolio nobiliario, las ligaciones con la nobleza de la zona debían de afectar a todos los involucrados. Otro sector de la corte real donde se documentó una evolución fue la cancillería. La administración regia, encabezada por el canciller, incluía al notario (que sustituía al canciller), los subnotarios y escribanos141. Limitada al mundo clerical, la primera documentación de la voz ʻcancillerʼ se relacionó con la reina Urraca, Alfonso VII y el arzobispado de Santiago142. Entre los pocos privilegiados que desempeñaron este oficio bajo Alfonso VIII destacaron por su gran in Cabe mencionar a Pedro Ruiz de Guzmán y al conde Ponce de Minerva, que desempeñaron el cargo aproximadamente un año cada uno. v. González 1960: 239-243; Salazar y Acha 2000: 372-374; Martínez Díez 2007a: 224. 136 Del periodo anterior cabe mencionar a Rodrigo González de Lara, al conde Gonzalo de Marañón y a Gómez García de Roa. v. González 1960: 243-245; Salazar y Acha 2000: 430-433. 137 v. González 1960: 246; Estepa Díez 2011a: 46-47. 138 v. Estepa Díez 2011a: 41; Álvarez Borge 2013: 47, º30. 139 v. doc. 499 en González 1960; Álvarez Borge 2013: 45-57,96-97, 119-122. 140 v. Álvarez Borge 2013: 108-119. 141 Arizaleta 2010, cap. II, §15. 142 v. Gambra Gutiérrez 2010b: 61; Martínez Díez 2007a: 226. Sobre la cancillería en general, v. Salazar y Acha 2000: 151-153; para los titularios de Alfonso VIII, v. Arizaleta 2010, anejos 2 y 3. 135

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fluencia Raimundo (1161-1178), Gutierre Rodríguez (1182-1192) y Diego García (1193-1215). En este contexto es muy llamativa la decisión real de julio de 1206 de ceder la organización cancilleresca al arzobispado toledano —Martín López de Pisuerga en aquel momento—, lo que coincidió con el breve romanceamiento de la cancillería143. En la corte castellana destacaron como capellanos Gutierre, Pedro y Reinaldo, mientras que las donaciones permiten hablar de otros oficiales, como despenseros, reposteros, escanciadores, ballesteros, porteros, médicos, etc.144 Últimamente, cabe mencionar el oficio no palatino de almojarife, relacionado con asuntos económico-fiscales y jurídicos, reservado para las élites no cristianas del sur del reino145. La innovación estructural más curiosa en Castilla es la documentación de la casa de la reina, donde sobresalen diversos cargos, como el de mayordomo, capellán y oficiales menores, como reposteros (con la razonable ausencia del cargo militar de alférez)146. Son precisamente las actividades en el monasterio de Las Huelgas las que ofrecen datos sobre la casa de la reina, además de reflejar la creciente importancia de su actividad política y administrativa, iniciada por su carta de arras. Como maiordomus regine aparecen documentados, entre otros, Martín González de Contreras y sus hijos García y Rodrigo Martínez, aunque es mucho más importante destacar a García Fernández de Villamayor como mayordomo de la reina Leonor (1211-1213), la reina Berenguela (12171232) y el rey Fernando (1232-1238)147. Entre otros oficios de la casa de la reina documentados figuran el canciller Gil, el archidiácono Pedro como notario/capellán, el merino Martín, además del despensero, el portero, el escribano y otros

v. doc. 788 en González 1960. Sobre las pretensiones de Martín López de Pisuerga, confirmadas con la presencia de otros miembros de la catedral toledana en la corte y la aparición del romance en la documentación oficial, v. Hernández 1999, en especial 138; Wright 2000: 99-100 y 2018: 126-129. Sobre el perfil negativo de Martín López en el Planeta de Diego García, v. Hernando Pérez 2014: 174-189. 144 v. González 1960: 252-253; Salazar y Acha 2000: 146,467-468. Sobre el portero en el Cantar, v. Montaner º1380, 2011: 854-855. 145 v. González 1960: 249-250; Roth 1994: 128-130; Salazar y Acha 2000: 150. 146 v. González 1960: 253-256; Salazar y Acha 2000: 55-56; 2010: 68. 147 García Martínez se menciona con este cargo en el documento de 1188 (v. González 1960, doc. 495) y en 1196 (doc. 654) en relación con las transacciones hechas con el abad de Benevívire y otros eclesiásticos. Cabe añadir a la lista a Martín García y a Álvaro Pérez, como mayordomos de Leonor, y a Pedro Fernández de Benavides, como el mayordomo de la reina Berenguela en León. v. González 1960: 254-256; Salazar y Acha 2000: 397398; Shadis 2009: 42-43, 79. 143

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a su servicio148. Por último, es preciso mencionar cargos dedicados a la crianza de los infantes, como nodrizas y amos, pero también el mayordomo del infante heredero149. Las fuentes no permiten sacar muchas conclusiones sobre la educación de los vástagos reales, aunque cabe recordar la insistencia de la Chronica Naierensis (III,4) en la educación en disciplinas liberales y en otros asuntos, siempre de acuerdo con el género de los hijos. Ahora bien, volviendo al tema de la nobleza y su relación con la corte castellana, una mirada detenida hacia la documentación intermonárquica de 12061209 muestra la omnipresencia de algunos nombres (como Álvaro Núñez o Gómez Pérez), mientras que otros aparecen con menor frecuencia y en orden diferente. Este hecho tiene que ver con la mentalidad medieval y el carácter fluctuante de las constelaciones de poder, abarcados por el concepto de “publicidad ocasional” (al. okkasionelle Öffentlichkeit) de Thum: Das politisch-rechtliche Leben war in diesem Zeitalter so pluralistisch, polyzen­ trisch, dynamisch und situationsbezogen wie die mittelalterliche Gesellschaft selbst, trotz hierarchischer Ordnungen. Regeln waren nicht ein für allemal und überall gültig, wie moderne Verfassungs- und Rechtsnormen. […] Herrschende Prinzipien waren nicht Totalität und Egalität, wichtiger waren Situativität und Präsenz150.

Según este historiador, la participación personal en asuntos políticos confirmaba a la vez la exclusividad social y la concernencia en dichos asuntos. El inevitable carácter situacional y la variabilidad con respecto a portadores de cargos y oficios, inclusive sus vacantes, moldeaban y dirigían las estrategias e interacciones regio-nobiliarias. Los diplomas podían reflejar el favor regio de que gozaban algunos miembros de la corte del rango inferior, visibles en las menciones como “amicissimo meo” o en la figuración de García Pérez de Torquemada en 1188 entre la familia regia151. Ni siquiera la dignidad condal garantizaba el primer lugar en la lista de confirmantes, como lo ilustran las variaciones entre Diego López, Álvaro y Fernando Núñez. El orden variaba aún más si el diploma se refería a asuntos intermonárquicos. En uno de los pocos diplomas que confirman las aspiraciones de Alfonso hacia Gascuña152, sus condes y magnates van alternando con los de v. González 1960: 255-256; Shadis 2009: 43. Cerda (2016a: 83) también mencionó a Egidio como cancellarius regine en 1179, mientras que González (1960: 255) se refirió a él como capellán en 1204. 149 v. Shadis 2009: 44-46. 150 Thum 1990: 69. 151 v. docs. 495 y 681 en González 1960. v.t. Estepa Díez 2003: 372; Rucqoui 2006: 77-78. 152 v. doc. 1030 en González 1960. v.t. Estepa Díez 2013a: 68. 148

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Castilla. Otra razón de la preeminencia documental podía ser la (re)integración de un magnate. Así, en el Tratado de Cabreros, el lado leonés de confirmantes estuvo encabezado por Diego López de Haro, entonces desterrado de Castilla y acompañado de su hijo. Como concluyó Estepa Díez153, de la misma práctica de visibilidad se servía Alfonso VIII, destacando la presencia (aunque breve) del conde Fernando Ponce de Cabrera y otros nobles foráneos. La naturaleza no parece haber frenado mucho los cambios vasalláticos, como lo confirman los Lara o los Castro castellanos en el reino leonés. La documentación indica que la ausencia de la corte significaba la pérdida de tenencias, pero a la vez que no era imposible que un noble sirviera a otro rey —o incluso a dos a la vez—, sobre todo si pertenecía a las zonas fronterizas154. El caso de los Haro de nuevo se muestra como ilustrativo: Diego López de Haro fue recordado por su exitosa ʻestrategia del exilioʼ, como se deja concluir del testamento de Alfonso VIII y de los cargos obtenidos dentro y fuera de Castilla. El matrimonio de su hermana Urraca López con Fernando II de León abrió la puerta a su parentela en aquella corte, mientras que la ubicación de sus tierras le otorgó gran influencia en esa zona fronteriza y los asuntos geopolíticos. Aunque su relación con Alfonso IX no estuvo libre de conflictos155, Diego López ejerció gobierno en las tenencias leonesas antes de reintegrarse a Castilla y obtener el cargo de alférez real. Además de casarse con Toda, hija del señor independiente Pedro Ruiz de Azagra, Diego López logró mantener a su hijo Lope en los círculos más preeminentes (como se ve de su inclusión entre los ricos homines en el Tratado de Guadalajara y su participación en el Tratado de Valladolid). En sus esfuerzos para asegurar la continuidad de su estirpe, sus hijos contrajeron numerosos matrimonios con otras casas, mientras el mismo Diego López, tras la última reintegración a la corte castellana: “Pasó a ser entonces el magnate más influyente del reino, pese a perder la alferecía en 1208 a favor del conde Álvaro Núñez de Lara, que había convertido en su yerno”156. Si bien a nivel individual el rey podía revocar tenencias o librar del cargo palatino, la nobleza tenía que considerar otros factores, como los intereses de la parentela o clientela. De hecho, Calderón Medina157 analizó los numerosos vaivenes de los Castro, Lara, Haro y Cameros entre Castilla y León, conclu 155 156 157 153 154

v. Estepa Díez 2013a: 55-59. Para ejemplos concretos, v. Estepa Díez 2013a: 52-57 y 2014. v. Calderón Medina 2011a: 80-81, 194, 456-458, 548. Baury 2011: 61. v. Calderón Medina 2011a: 178-200. Otro ejemplo sería la estancia de Rodrigo Pérez de Villalobos en Castilla, al lado de Berenguela, tras su separación del rey leonés (v. Shadis 2009: 80), aunque de poca duración, puesto que en el Tratado de Valladolid figuró como garante y confirmante leonés.

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yendo que la presencia de una parentela solía coincidir con la ausencia de otra. A este abanico de destierros individuales (impuestos o voluntarios) entre los declives y progresos de casas particulares, se suman las correrías y el carácter mercenario de otros magnates que resistían las fuerzas curiales centrípetas. La documentación es muy escasa, pero hay que destacar a Giraldo Sem Pavor en la zona entre León, Portugal y al-Ándalus, y al arriba mencionado Pedro Ruiz de Azagra, señor de Albarracín158. Navarro por naturaleza, este magnate tuvo que luchar tanto contra Castilla, Aragón y Navarra, como al lado de ellas, mientras que su actitud rebelde llegó a formar parte de la composión de Bertran de Born (“Quan vei pels vergiers despleiar”)159. En cuanto a la naturaleza cambiante de las relaciones regio-nobiliarias, se evidencia en el ejemplo de Gonzalo Ruiz, hermano de Pedro Ruiz, como parte de la comitiva castellana en la carta de arras de Leonor Plantagenet, mientras que su hermano fue designado, junto a Navarra y los moros, como enemigo castellano y aragonés en el tratado de paz del año 1186160. Los ejemplos arriba mencionados son indicativos de la complejidad de las relaciones regio-magnaticias y de su inevitable carácter situacional, incluso dentro de la misma casa. Alfonso VIII inició la reorganización del reino en detrimento de la nobleza cuyos miembros ocupaban numerosos cargos de confianza. Los servicios del auxilium implicaban grandes riesgos (como la muerte de Nuño Pérez en Cuenca o de Pedro Rodríguez de Guzmán en Alarcos)161, pero también eran una oportunidad de prosperar y ser recordado, como en la celebración historiográfica posterior de los más preeminentes participantes en las Navas de Tolosa. Además de ejercer gobierno de tenencias, los nobles podían, entre otras funciones, actuar como embajadores, jueces, rehenes o garantes de la paz. El reparto de los papeles no era fijo, como se puede ver en los tratados entre Castilla y León: a veces los tenentes de castillos eran maestres de las órdenes militares, a veces los miembros de la nobleza, mientras que en el Tratado de Valladolid, como garantes de la paz del lado castellano, se menciona a los obispos de Palencia y Segovia, Gonzalvo Ruiz y Suero Téllez162. En su reciente análisis del vocabulario magnaticio en el León plenomedieval, Martínez Sopena insistió en su polisemia y fluidez, concluyendo que en el siglo xiii la voz filius dalgo se usaba en vez de podestate, mientras que en el Tratado de Valladolid para los te Para estos y otros ejemplos, v. Martínez Sopena 2009b. v. núm. 134 en Riquer 2011; Barton 2000b: 75. 160 Sobre los Azagra, v. González 1960: 311-317. Compárense la carta de arras en González 1960: 192-193 (insertada entre estas páginas) con el doc. 460. 161 v. Martínez Díez 2007a: 108,129, 161-170. 162 v. Calderón Medina 2011a: 421-426. 158 159

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nentes “[…] se reservan los términos de ʻfilius de algoʼ y ʻmilesʼ, usados como sinónimos”163. Con respecto a Castilla, hace mucho que J.M. Lacarra habló del “un gran confusionismo” y de la ausencia de equivalente navarra o leonesa para la expresión “fidalgos de Castilla”164, pero la comparación de los tratados intermonárquicos es indicativa de la construcción del espacio jurídico para el estamento laico privilegiado. Ya hemos mencionado los paralelismos entre fidalgo/nobilis (con respecto a las querellas más graves en Cabreros/Guadalajara) y los de fidelis-ricos homines y miles-nobilis/miles-uasalli regis (como garantes en Burgos/Valladolid). Mientras que el segundo grupo de voces se refiere a personas concretas, la primera pareja no se relaciona con nombres específicos. De modo similar, en el caso de Valladolid, la mención de miles filius de algo y miles alude a tenentes hipotéticos. Si bien es cierto que ningún magnate curial aparece explícitamente calificado como filius de algo, la falta de referencias impide insistir en una definición del vocablo en la fase inicial de su uso, mientras que las combinaciones realizadas indican un espectro de significados, lo que concuerda con la aplicación de otras voces. Los vocablos experimentaban cambios regionales y resemantizaciones en el periodo posterior, algo documentado en las Partidas (II, xxi, 2) que niegan el estatus noble a hijos de hidalgos y villanas. No obstante, esta obra y sus intenciones normativas pertenecen a otro contexto, tanto el sociopolítico como el discursivo. A la espera de un estudio detallado del vocabulario magnaticio en Castilla a principios del siglo xiii (dentro y fuera del ámbito regio), es necesario distanciarse de la normatividad semántica. Si bien el uso de las voces indica la constitución paulatina de la nobleza como estamento jurídicamente diferenciado, también hay que verlo como otro recurso usado para captar y representar el clima cambiante de la época. Puede que la política de Alfonso VIII tendiera a redefinir y limitar la influencia magnaticia en su reino, pero aún dependía de sus miembros. Los diplomas cancillerescos muestran que el círculo alrededor de la pareja real disminuía, pero todavía no se habían generalizado ni la patrimonialización ni la multiplicación de cargos165. Con la diversificación de la corte, la cercanía real no estaba restringida a la alta nobleza, como lo confirman los ejemplos de García Fernández de Villamayor y Martín López de Pisuerga. En el caso de las pa v. Martínez Sopena 2018b, aquí 31. J.M. Lacarra 1975: 53. 165 “En efecto, con anterioridad a 1250, por poner la fecha que nos marca la mitad del siglo, sólo encontramos mención en los documentos de cuatro grandes oficiales: el mayordomo, el alférez, el canciller y el capellán”. Salazar y Acha 2000: 69. v.t. Estepa Díez 2011a: 40; Salazar y Acha 2000: 120. 163 164

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rentelas preeminentes, los documentos muestran cierta movilidad vasallática, sobre todo entre los ʻseñores de fronteraʼ que en ocasiones lograron aprovecharse de los potenciales geopolíticos de sus tierras y de los conflictos inter e intramonárquicos. En todo caso, aun con una base similar (la estirpe, el título, la territorialidad, etc.), las trayectorias individuales evidencian una casuística amplia, confirmando así, una vez más, el carácter multifacético del mundo de la vida nobiliario. 4.3. El Cid y la red nobiliaria en la corte real El Cid y la corte real según la documentación del siglo xi A diferencia de los asuntos genealógicos, los diplomas del siglo xi revelan más sobre el papel de Rodrigo Díaz en la corte regia. Con respecto al breve reinado de Sancho II, el noble figura como confirmante en seis de los catorce diplomas conservados y considerados auténticos166. En la documentación cancilleresca de Alfonso VI se encuentran más informaciones sobre los servicios de Rodrigo, pero al mismo tiempo es necesario recordar tanto el estatus diferente de esos diplomas (original, copia, con o sin retoques o manipulaciones graves) como la existencia del (conde) asturiano Rodrigo Díaz, que actuó como confirmante de Alfonso VI entre 1071 y 1084167. En nuestro repaso de los diplomas regios y la documentación del magnate castellano desde 1072 hasta 1098, excluimos diplomas falsos, sospechosos y los que no permiten concluir de cuál Rodrigo Díaz se trata. Eso significa descartar tanto el diploma de 1075 (doc. 33) sobre las posesiones de Rodrigo Díaz, calificado como fidelis del rey, como las copias del Fuero de Sepúlveda que, de modo muy llamativo, reúnen como confirmantes al conde Gonzalo, Diego González, Rodrigo Díaz, Álvar Fáñez y Álvaro Díaz168. Quedan fuera del cálculo los diplomas 7 y 15, categorizados como falsos, y los docs. 11 y 12, como interpolados. En comparación, Gonzalo Salvadórez figura en once, García Ordóñez en cuatro y Álvar Díaz en tres. v. Vivanco Gómez 2014: 107-152, 261-264. 167 v. Gambra Gutiérrez 1997: 601, 614-615; 2010: 275. Según este historiador (1997: 56,59), el 14% de los diplomas conservados son originales y el 86% son copias con distintos grados de exactitud. Con respecto a Rodrigo Díaz, Gambra Gutiérrez (1997: 275, º69) relaciona los documentos 7, 10, 36 y 38 con el Rodrigo Díaz asturiano. Para el sospechoso doc. 27 y el doc. 22, en el cual no está claro de cuál Rodrigo Díaz se trata, v. Gambra Gutiérrez 2000: 81, 421-422 y 614 respectivamente. 168 v. docs. 33 y 40 en Gambra Gutiérrez 1997. Para las calificaciones, v. Martin 1993b; Gambra Gutiérrez 1997: 67, 80-83, 262, 421-423; 611-615; Montaner 2006: 338-343. 166

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rentelas preeminentes, los documentos muestran cierta movilidad vasallática, sobre todo entre los ʻseñores de fronteraʼ que en ocasiones lograron aprovecharse de los potenciales geopolíticos de sus tierras y de los conflictos inter e intramonárquicos. En todo caso, aun con una base similar (la estirpe, el título, la territorialidad, etc.), las trayectorias individuales evidencian una casuística amplia, confirmando así, una vez más, el carácter multifacético del mundo de la vida nobiliario. 4.3. El Cid y la red nobiliaria en la corte real El Cid y la corte real según la documentación del siglo xi A diferencia de los asuntos genealógicos, los diplomas del siglo xi revelan más sobre el papel de Rodrigo Díaz en la corte regia. Con respecto al breve reinado de Sancho II, el noble figura como confirmante en seis de los catorce diplomas conservados y considerados auténticos166. En la documentación cancilleresca de Alfonso VI se encuentran más informaciones sobre los servicios de Rodrigo, pero al mismo tiempo es necesario recordar tanto el estatus diferente de esos diplomas (original, copia, con o sin retoques o manipulaciones graves) como la existencia del (conde) asturiano Rodrigo Díaz, que actuó como confirmante de Alfonso VI entre 1071 y 1084167. En nuestro repaso de los diplomas regios y la documentación del magnate castellano desde 1072 hasta 1098, excluimos diplomas falsos, sospechosos y los que no permiten concluir de cuál Rodrigo Díaz se trata. Eso significa descartar tanto el diploma de 1075 (doc. 33) sobre las posesiones de Rodrigo Díaz, calificado como fidelis del rey, como las copias del Fuero de Sepúlveda que, de modo muy llamativo, reúnen como confirmantes al conde Gonzalo, Diego González, Rodrigo Díaz, Álvar Fáñez y Álvaro Díaz168. Quedan fuera del cálculo los diplomas 7 y 15, categorizados como falsos, y los docs. 11 y 12, como interpolados. En comparación, Gonzalo Salvadórez figura en once, García Ordóñez en cuatro y Álvar Díaz en tres. v. Vivanco Gómez 2014: 107-152, 261-264. 167 v. Gambra Gutiérrez 1997: 601, 614-615; 2010: 275. Según este historiador (1997: 56,59), el 14% de los diplomas conservados son originales y el 86% son copias con distintos grados de exactitud. Con respecto a Rodrigo Díaz, Gambra Gutiérrez (1997: 275, º69) relaciona los documentos 7, 10, 36 y 38 con el Rodrigo Díaz asturiano. Para el sospechoso doc. 27 y el doc. 22, en el cual no está claro de cuál Rodrigo Díaz se trata, v. Gambra Gutiérrez 2000: 81, 421-422 y 614 respectivamente. 168 v. docs. 33 y 40 en Gambra Gutiérrez 1997. Para las calificaciones, v. Martin 1993b; Gambra Gutiérrez 1997: 67, 80-83, 262, 421-423; 611-615; Montaner 2006: 338-343. 166

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Si bien el diploma del año 1072 con Rodrigo Díaz como confirmante de la donación real al monasterio de Cardeña (doc. 13) contiene aspectos problemáticos, el de 1073 con él y el merino de Burgos como procuradores del mismo monasterio en un pleito con magnates del reino (doc. 17)169 es muy significativo. Este documento no solo confirma al Cid como delegado real —a la vez situándolo en un contexto cardenense—, sino que también da cuenta de su integración rápida a la corte de Alfonso VI tras la muerte de Sancho II. Del año 1075 hay dos diplomas estilísticamente retocados, con el Cid como uno de cuatro jueces en el proceso ante la curia regia y como confirmante en otro pleito que incluía a Alfonso170. En el contexto real, el Rodrigo Díaz castellano figura en dos diplomas más: el de 1087 de Burgos (doc. 89), con la lista encabezada por el conde García, y otro de 1088, donde “Rudericus Didaz” inicia la columna de próceres, seguido de Álvar Díaz, Rodrigo Ordóñez, Diego González, Froila Díaz y otros (doc. 91)171. En cuanto a la documentación familiar, la carta de arras y la donación de 1098 también permiten vislumbrar la red de poder en la que actuaba el Cid histórico. En la carta de arras, además de la mención del rey y sus hijas Urraca y Elvira, los condes Muño González y Gonzalo Salvadórez inician la larga lista de confirmantes que también incluye al armiger Rodrigo González (aunque desplazado), mientras que los condes García Ordóñez y Pedro Ansúrez figuran como garantes de la entrega de los bienes172. El último documento del Cid —la donación de 1098— es importante por varias razones. Destinado para la catedral de Valencia, este diploma contiene no solo la suscripción autógrafa del donador, sino que también lo menciona como “inuictissimum principem Rudericum Campidoctorem”173. Con respecto a la relación con Alfonso VI, Fletcher subrayó el silencio del documento: The inference is inescapable that between 1094 and 1099 Rodrigo was no manʼs but his own. Of course, it is possible that he and the King were well-disposed towards one another. They had after all a common interest in combating the threat of the Almoravides174.

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v. docs. 13 y 17 en Gambra Gutiérrez 1997 (v.t. pp. 421-423, 614). v. docs. 29 y 30 en Gambra Gutiérrez 1997. v. docs. 89, 91 en Gambra Gutiérrez 1997. v. Menéndez Pidal 1929: 845-850. Para la explicación de los anacronismos magnaticios, v. Montaner 2007b y Ruiz Asencio 2017. 173 v. Menéndez Pidal 1929: 879-880. 174 Fletcher 1989: 179. 169 170

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La cancillería de Alfonso VI solía usar la denominación honorífica de princeps para gobernadores destacados sin la dignidad condal, como Rodrigo Ordóñez o Álvar Díaz, entre otros, pero la voz se usaba también para cargos militares, como el de princeps Toletane militiae175. No obstante, dado que el diploma de 1098 ni es regio ni menciona al rey, los medievalistas han interpretado el documento como una señal de la independización de Rodrigo Díaz. Así, Barton estudió el contexto religioso-político de 1098 para explicar la insistencia en la procedencia pontificial del cargo de Jerónimo como cambio ideológico en la representación del Cid “[…] from pragmatic soldier of fortune to fully fledged Christian hero […]”176. Además de analizar las semejanzas del diploma con las líneas bíblicas, Chevedden177 destacó su concordancia con la conceptualización del papa Urbino II sobre las victorias cristianas. Cabe recordar que este diploma se refiere a los allegados de Rodrigo Díaz como principes y optimates (aunque sin precisar nombres), y Montaner y Martin coincidieron en interpretar el vocabulario usado y la intervención papal como esfuerzos para consolidar el señorío valenciano como independiente y con “atributos cuasi-regios”178. Pese a la poca duración del señorío, el diploma de 1098 confirma que la memoria del Cid como conquistador y señor de Valencia empezó a construirse durante su vida. Por lo visto, el Cid histórico, además de desempeñar un papel importante en la corte de Sancho II, fue uno de los pocos nobles que no tardó en integrarse en la red leonesa. Si bien su presencia en la corte de Alfonso VI fue seguida de intervalos de ausencia, los diplomas regios —en los cuales aparece dentro del segundo círculo de nobles, con Álvar Díaz y Álvar Fáñez179— y la carta de arras llena de nombres destacados reflejan su relieve nobiliario. Aunque en general los próceres de ascendencia muy diferente cumplían con el consilium et auxilium amplio, es necesario recordar que el Cid histórico compartía ese estatus prominente con García Ordóñez y Álvar Díaz, tanto en el reino de Sancho como en el de Alfonso. No obstante, solo uno de ellos fue escogido como protagonista de varias obras medievales.

v. Gambra Gutiérrez 2010a: 283-286, 292; Torres Sevilla 1999: 35-36. Barton 2011: 543. Fletcher (1989: 183-184) también había destacado la distancia del arzobispo de Toledo (y la mención de obtimates). 177 v. Chevedden 2015. 178 Compárense Montaner 2010, §70 y º8 con Martin 2010a, §17 (aunque Montaner se distanció de la argumentación de Martin sobre la falta de legitimidad linajística del Cid como una de las razones de la retórica ambiciosa del documento). 179 v. Gambra Gutiérrez 2010a: 266-286; 2010b: 28-31. 175 176

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El Cid y la corte real en la materia cidiana Mientras que el Poema de Almería no contiene referencias al Cid en la red palatina, es notable que otras obras incluyeron visiones divergentes de la corte de Sancho II y Alfonso VI. Según la HR (§4) y el Linage, tras la muerte del padre de Rodrigo este fue criado en la corte de Sancho (el CC, IX-X, confirma esa cercanía real). En la representación armoniosa de Sancho y el Cid, se destaca el auxilium de Rodrigo en dos lides180, las batallas de Graus, Llantada, Golpejera y el cerco de Zamora (HR §4-5, o Graus, Santarém, Golpejera y Zamora, según el Linage). Con respecto al vocabulario nobiliario, es llamativo el oficio distinguido de principatum prime cohortis (no aceptado en el CC, IX), principem super omnem militiam suam (HR, §5) y la alferecía (según el Linage), aunque los pocos diplomas de Sancho II no se refieren a ningún cargo palatino181. Al mencionar ocasionalmente milites y proceres (III, 13), la Chronica Naierensis ofrece una imagen bastante reducida de la corte sanchina, sin incluir la infancia o la edad temprana de Rodrigo. Aun así, esta crónica destaca su prudencia y mesura entre los magnates reunidos antes de la batalla de Golpejera, para pasar a la alabanza de sus destrezas en la lucha contra catorce leoneses en la liberación de Sancho (III, 15)182. En cuanto a Alfonso, la CN ignora por completo la relación regia con el Cid (III, 18-21). El CC menciona que sus compares aule convencieron al rey de desterrarlo injustamente (XII-XVII), pero las obras difieren en la contextualización de la lucha con el noble navarro. El CC (VII) la menciona como la primera lid del héroe, la HR (§5) sitúa la lucha durante el reinado de Sancho, mientras que el Linage se refiere al combate con el noble navarro por su rey Alfonso, que luego lo destierra. Cabe mencionar otra diferencia intertextual con respecto al vocabulario: la HR (§40) dice que Rodrigo captura al conde catalán, al “dominum Bernaldum […] plures et innumerabiles nobilissimos”, mientras Según la HR (§5), después de la lucha contra Jimeno Garcés, Rodrigo luchó y mató a un moro. 181 Entre la opción de la militia particular regia y la hueste general, Montaner y Escobar (2001: 234-235) relacionaron su significado con la militia regis y el cargo de alférez. Martin (2010a, º53) estuvo en contra de esa equiparación de cargos, pero Montaner (2010b, §16-35, 43-50) analizó el vocabulario coetáneo y destacó la mención del Cid como abanderado regio en la HR §5, concluyendo que la descripción solo puede aludir a la alferecía, cargo bien establecido a finales del siglo xii. Sobre el uso de la voz princeps, la interpretación de la estrofa X del Carmen y las implicaciones de honorem meliorem, v. Montaner y Escobar 2001: 217-218, 235-237. v.t. Fletcher 1989: 114-115; Vivanco Gómez 2014: 107-152. 182 La CN también menciona a milites y proceres, sin referirse a personas concretas (III,15). Sobre la relación entre Rodrigo y Sancho en la CN, v. Bautista 2009a. 180

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que el Linage especifica que Rodrigo “prisol grant compayna de caueros & de ricos ombres”. La biografía latina es la que ofrece más datos sobre la posición del Cid bajo Alfonso VI, pero también más ejemplos del vocabulario magnaticio. Además de la frecuencia de las voces nobilis y comes, hay que mencionar a Alfonso y los maiores sue curie (§11), al rey de Aragón y sus principes (§64), al conde García Ordóñez y sus potentes potestates et principes (§50) y al conde catalán y sus milites nobiles (§42). Dentro de los allegados de Rodrigo aparecen milites et primates y milites nobiles no nombrados (§42), mientras que él propone al conde de Barcelona arreglar el conflicto con armas, como es propio para uiribus nobilibus (§39). La HR narra que Rodrigo es enviado a cobrar parias en Sevilla y Córdoba (§7) para encontrarse más tarde con el rey moro de Albarracín, que se hace tributario de Alfonso (§9). Desterrado por culpa de la envidia palatina, tras una próspera estancia en Zaragoza, Rodrigo regresa a Castilla y recibe como heredades castillos y todas las tierras de los moros que está por ganar (§25-26)183. Curiosamente, Rodrigo y Alfonso nunca aparecen juntos en el campo de batalla, aunque el noble llega tras el engaño al rey en Rueda (§18-19) y se pone en camino hacia Aledo, pero el desencuentro provoca la privación de bienes y el encarcelamiento de la familia de Rodrigo (§32-34). Por la mediación de la reina y los amici de Rodrigo (§44), él y Alfonso se reúnen por última vez, pero el encuentro termina con injurias del rey enfurecido, que regresa a Toledo sin Rodrigo (§44-45). Si bien luego Rodrigo alcanza cada vez más éxitos en el este, el rey se niega a intervenir (§70). En cuanto a los conflictos nobiliarios, de los vasallos de Alfonso sobresale García Ordóñez de Nájera (§7-8, 49-50), y como figura dominante en el Levante, el conde Berenguer de Barcelona (§12, 16, 30, 37-42, 70). Por consiguiente, la Chronica Naierensis se centra en los reyes, a costa de los magnates, el Carmen Campidoctoris en la gloria militar del Cid, mientras que el Linage destaca su ascendencia y descendencia, reduciendo a la vez el papel de Alfonso. No obstante, en vez de una imagen elaborada de la corte de Alfonso VI, la HR se contenta con nobles genéricos y pocas personas concretas. Empezando con una relación armoniosa entre Alfonso y Rodrigo, el rey propicia su matrimonio con Jimena, y Rodrigo se presenta como buen estratega y diplomático que defiende los intereses de Alfonso, asegurando paz y cobrando parias. No obstante, en ninguna ocasión Rodrigo figura como consejero del rey y, por razones diferentes, no combaten juntos. Esta imagen contrasta con Rodri Sobre la improbabilidad de esta concesión real, v. Gambra Gutiérrez 2000; Montaner 2006: 343-346.

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go como exitoso guerrero y buen consejero del rey moro (§12-17), pero también con Alfonso, que sí cuenta con el apoyo de los ʻsuyosʼ (§45, 76). El amor regio y la gran estima inicial oscilan mucho y el vínculo vasallático —aunque no explícitamente quebrado tras el último encuentro— tampoco se menciona más. Este repaso breve de las redes nobiliarias en la documentación del Cid histórico y sus representaciones posteriores ayudan a establecer el marco general y compararlo con el Cantar. La cancillería de Alfonso VI ofrece algunas informaciones sobre funciones palatinas, pero también confirma cierta permeabilidad en relación con la cercanía real. Las voces de distinción arriba presentadas destacan el prestigio estamental de sus referentes nobles, pero todavía no se puede hablar de un uso normativo o bien definido. En este sentido, su abanico semántico se corresponde con el variado uso cancilleresco de la época. Además de celebrar la grandeza del héroe, las obras narrativas cidianas se dedican a la exploración de su trayectoria desligada de la corte castellana. En este sentido, la HR no parece muy diferente del Linage y sus tendencias independentistas184. Dicho esto, la inclusión de la documentación y la materia cidiana en el análisis debe ejercerse con cautela: cada una de estas obras destaca, añade, omite o atenúa elementos disponibles. Las breves alusiones que el Cantar contiene son indicativas de su relación con la materia cidiana, pero todavía es necesario interpretarlas dentro de la diégesis épica. El Cantar representa un mundo bastante innovador, con la introducción de los infantes de Carrión, la familia del Cid y los miembros de su mesnada. Esta ampliación de la constelación de personajes fue mezclada con las figuras más arraigadas en la materia que, aunque relegadas a un segundo plano, todavía forman un marco interpretativo importante. Ahora bien, el cambio del foco narrativo de las intrigas palatinas al itinerario cidiano fuera del reino y su ascenso señorial no significaron esta vez una desligación permanente de la corte de Alfonso. De hecho, la corte regia como centro de poder no parece competir con el prestigio del héroe que atrae incluso a las élites foráneas. Por estas razones, es necesario ver cómo la inclusión de otros nobles afectó y moldeó el mundo épico y cuáles son los impulsos de las dinámicas regio-nobiliarias al filo de 1200 que llegaron a formarlo. Dado que los ʻnuevosʼ personajes también forman parte de los diplomas de Alfonso VI, cabe ver si hay desplazamientos en su representación o si, grosso modo, se sigue el esquema de la red nobiliaria documentada bajo Alfonso VI. De nuevo, en vez de hablar en términos genéricos como ʻaltaʼ y ʻbajaʼ nobleza, nos centraremos en las po-

“En todo caso, al cronista le interesa destacar que Rodrigo actúa por su cuenta, por coherencia y sentido propio del deber […]”. Peña Pérez 2009: 191.

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siciones, palabras y (re)acciones concretas para ver qué relaciones y funciones tienen los personajes miocidianos en la corte real o en la red magnaticia. El Cid, la red nobiliaria y la corte real en el Cantar Como se puede esperar de una obra literaria, el Cantar no entra en los pormenores de la administración curial o señorial, como la fiscalidad o las cuestiones sobre propiedad, pero todavía contiene numerosos aspectos de la vida palatina. El foco en el entorno palatino épico permitirá cuestionar el consenso actual sobre la polarización interpretativa —la infanzonía del Cid vs. la ricahombría de los infantes185—, que en realidad ensombrece algunas de las dimensiones más significantes de la obra. La voz ʻcortʼ se aplica en varios contextos, en especial para referirse a la corte real (vv. 1384, 1938, 2090, 2931, etc.)186. Su primera mención se relaciona con la sede del conde de Barcelona, donde este sufrió la ofensa del Cid (v. 962). De acuerdo con el carácter itinerante de la corte, a lo largo de la obra dicho espacio sociopolítico aparece en distintas constelaciones. Así, en las vistas están presentes los nobles provenientes de León, Castilla y Galicia (vv. 1982-1983), mientras que a la corte de Toledo llegan los condes destacados y muchos nobles, de acuerdo con las instrucciones del rey. En este contexto, más llamativa es la voz ʻcortʼ referida al séquito del Cid en Valencia (v. 2835, o su morada en v. 2474) y al entorno en el que el Cid ha criado a Muño Gustioz (v. 2902). En líneas anteriores hemos destacado que la antroponimia locativa del Cid, aunque reducida al ámbito local, no sale del marco de las pocas representaciones que incluyen este elemento. Lo mismo pasa con la explicación del destierro inicial. Mientras que el Cid y Jimena aluden a sus “enemigos malos” y “malos mestureros” (respectivamente en vv. 9, 267), es Martín Antolínez quien menciona la concreta razón del destierro a los prestamistas: El Campeador por las parias fue entrado, grandes averes priso e mucho sobejanos, rretovo dʼellos quanto que fue algo por én vino a aquesto por que fue acusado. (vv. 109-112) Esta oposición tiene una larga historia. Si bien los críticos han mostrado que el Cid histórico no era un mero infanzón, esta postura no suele aplicarse al Cid épico. Sobre el contraste o la infanzonía del Cid, v. Menéndez Pidal 1963: 60; Guglielmi 1963-1964; Smith 1983: 60, 141; Duggan 1989: 49-53; Martin 1996: 31; Moreta Velayos 1999: 30; Peña Pérez 2009: 39, Pattison 2010 (en parte basándose en Menéndez Pidal); Rico 2011: 229-243; Montaner 2011: 339-346, 852-854. 186 v.t. º182 en Montaner 2011 para las acepciones del vocablo ʻpalacioʼ. 185

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Esta acusación de la apropiación de tributos reales permite atribuir el papel de embajador al Cid épico en la corte de Alfonso VI. El hecho de que el engaño de los prestamistas sea necesario para abastecer a los hombres del Cid confirma implícitamente su inocencia187. De este modo, el Cantar recoge el motivo de la acusación injusta y de los cortesanos envidiosos, aunque modifica los motivos presentados en la HR. Aunque las recopilaciones legislativas, como el Fuero Viejo de Castilla o las Partidas, son posteriores al Cantar, la obra todavía respeta el marco general de la multisecular institución de la ira regia que suponía la pérdida de honores y bienes, pero permitía al noble desterrado ir acompañado y buscarse otro señor188. El famoso verso 20 —“Dios qué buen vassallo, si oviesse buen sennor”—, hoy en día entendido como optativo189, parece ser un eco de esas prácticas legislativas. A través de una carta “fuertemientre sellada” (vv. 24, 43), el rey ejerce su autoridad al advertir a los burgaleses que corren el peligro de perder sus bienes y “los ojos de las caras” (v. 46) si ayudan al noble desterrado. A pesar del peligro —y de la pena indicada, que nunca se realiza—, un tal Martín Antolínez decide abastecer al Cid de provisiones (vv. 65-69). Es preciso recordar que la amenaza real, por más violenta que suene, encaja perfectamente con las representaciones medievales: “As were most forms of judicial penalties in the early Middle Ages, blinding was the exact opposite of the barbaric use of arbitrary and unnatural power”190. Por consiguiente, ni la amenaza ni la “gran sanna” (v. 22) deben relacionarse con la imagen del rey injusto, sino con el rey que basa sus decisiones en lo que sabe, o mejor dicho, en lo que le han dicho y le dejan saber. De hecho, el retrato de Alfonso cuadra con las tendencias coetáneas: “Just anger, anger in a just cause, anger in the battle for justice and right, all find themselves in the twelfth century more frequently included in the praise of the ruler”191. La decisión de desterrar al Cid se basa en los saberes circulados en el espacio real, por lo que Alfonso actúa para proteger los intereses del reino. Los versos de la primera hoja conservada ofrecen una imagen resumida, pero sus detalles son indicativos del estatus del Cid: v. Menéndez Pidal 1963: 220; Duggan 1989: 17; º65-213, º65 en Montaner 2011. v. Grassotti 1965: 5-135; Lacarra 1980: 8-47 y 2018: 347-352. Cabe recordar que el Fuero Viejo (I, iv,1-2) ofrece tres plazos, la posibilidad del rico omne de ir acompañado por vasallos y la distinción entre malquerencia y malfetria. 189 Este verso ha sido el tema de muchas interpretaciones. Para un resumen y el consenso actual, v. º20 en Montaner 2011. 190 Bührer-Thierry 1998: 91. 191 Althoff 1998: 70. Compartimos la lectura de Lacarra (1996; 2018: 350-354) sobre el rey justo; para una lectura contraria, v. Luongo 2018: 285. 187 188

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Vio puertas abiertas e uços sin cannados, alcándaras vazias, sin pielles e sin mantos, e sin falcones e sin adtores mudados (vv. 3-5)

Además de los bienes mencionados como pieles o mantos, ejemplos claros de objetos lujosos, Fernández Durán identificó la “alcándara” como voz altamente específica y “[…] restringida únicamente a la práctica de la cetrería […]”192. Si bien la obra no recoge escenas de caza, el ocio de los privilegiados se confirma con las aves ahora ausentes. Poco después, el Cid entra en Burgos con sesenta pendones (vv. 15-16), una señal de su estatus noble, mientras que el número concuerda con la unidad habitual de caballeros, acompañados por escuderos y auxiliares193. Durante el engaño de los prestamistas, Martín Antolínez revela que el Cid “dexado ha heredades e casas e palaçios” (v. 115). Aunque reconoció la polisemia de las voces, Montaner explicó esta expresión trimembre como “[…] dos bloques de tipo antonímico: las tierras (heredades) frente a los edificios (casas e palacios) […]”, donde la mención de palacios “[…] pretende subrayar la importancia de las pérdidas del Cid […]”194. Como indicaciones adicionales del estatus privilegiado del Cid funcionan cinco “duennas de pro” (v. 239), mujeres nobles que sirven a Jimena195, y los caballeros que dejan sus casas y honores (vv. 289-291) o “casas e heredades” (v. 301)196 para acompañarlo. Aunque el Cantar no entra en pormenores, el estatus elevado de los vasallos del Cid se confirma con la explícita recuperación de sus honores y tierras (devueltos

Fernández Durán 2014: 45. v.t. Fuentes 2007. Sobre el carácter lujoso de los bienes mencionados, v. Montaner 2011 º4, 647-648; º5, 648. 193 Sobre el privilegio de señores de llevar insignias, v. Lacarra 2005: 112, 2007: 86. Sobre el pendón que habitualmente designaba al caballero y otros cuatro hombres, v. Montaner º16, 2011. 194 Montaner 2011 º115 y º45, respectivamente. En su análisis del verso 115, González Ollé propone que ʻheredadʼ también puede significar “bienes muebles” (2007: 198), ʻcasaʼ “construcción primariamente agrícola y rural” (2007: 181) y ʻpalacioʼ “entidad laboral superior a casa” (2007: 192). Aunque admite la polisemia de los vocablos, concluye que no se referían a las residencias habituales del Cid (2007: 198). No obstante, Montaner (2011 º115) limita las ʻheredadesʼ a bienes raíces; según él, las ʻcasasʼ son los edificios que el Cid posee y los ʻpalaciosʼ son la sede de una propiedad, e implícitamente, la morada del Cid (apoyándose en el verso 1268, que menciona la casa de Vivar). Sobre ʻaveresʼ como bienes muebles y ʻcasasʼ como bienes raíces o edificios, v. Montaner 2011 º45. 195 Sobre su estatus noble, v. Harney 1993: 61-62; Montaner 2011: 20, 893. 196 Siguiendo a Montaner (2011: 23 y º887), las casas se entienden como viviendas o posesiones propias, mientras que los honores representan los beneficios —(tierras o cargos)— de concesión real. 192

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a Minaya tras la primera embajada, v. 887, o a otros miembros de la mesnada tras la segunda embajada, vv. 1361-1366)197. Las escenas iniciales también describen la separación de la familia, otra norma que los desterrados tienen que cumplir a pesar del dolor y la dedicación de los cónyuges198. El papel del monasterio de Cardeña —la acogida por el abad Sancho y el cobijo de Jimena y las hijas199— es en sí innovador. Su relación con el héroe no se elabora, pero encaja con los vínculos que la nobleza practicaba independientemente de la corte regia y que suponían fundaciones, mecenazgo, refugio, retiro, hospedaje o celebración de sucesos importantes. Otra consecuencia del destierro —la pérdida de la patria potestad— se expresa en las preocupaciones del Cid: “que aún con mis manos case estas mis fijas” (v. 282b). Tanto las palabras de los burgaleses (inclusive las de Martín Antolínez, v. 76) como la mesnada que crece constantemente confirman que el destierro no afecta a la buena fama del Cid. En términos jurídicos, la obra distingue, por lo tanto, entre la (des)honra de derecho (que requería el perdón real) y la de hecho, de modo que la honra permanece intacta en el caso cidiano200. Tras las ganancias en Castejón (v. 538), el héroe parece referirse a la prohibición de beneficiarse de las tierras reales201 y continúa el camino. El carácter cidófilo de la obra se evidencia incluso por medio del conflicto con el conde catalán: aunque el héroe ejerce correrías en las tierras protegidas por el conde (v. 964), el narrador no lo critica. Las tres embajadas enviadas al rey se han interpretado como recursos de cohecho, representación exitosa o incluso acto amenazante destinado a agitar al rey202. Las múltiples lecturas no son sorprendentes si se tiene en cuenta que el Cid espera hasta la segunda embajada para especificar que los cien caballos son para su “sennor natural” (v. 1272, compárense con vv. 815-818). La tercera embajada, enviada como el quinto (vv. 1806-1814), confirma esta noción, pero sus dádivas pueden cumplir varias funciones. Además de negar implícitamente las acusaciones de los enemigos, los dones informan a la corte castellana de que Sobre el aspecto jurídico de las palabras del rey, v. Montaner 2011 º1364-1365. v. Lacarra 1996: 77-78; 2018: 354-357. 199 Sobre el retrato de los monjes en el Cantar de acuerdo con la regla benedictina, v. Zaderenko 2013: 76-81. Sobre el abad Sancho, v. Montaner 2011 º237. 200 v. Lacarra 1995: 185-186. 201 v. Fuero Viejo I, iv,1. Lacarra (1980: 21) relacionó la reacción con prudencia, Smith (1983: 89) con precaución y Pattison (1996) con la lealtad vasallática. 202 Sobre la interpretación de Walker (1976) de embajadas como cohecho, hoy en día descartada, v. Harney 1993: 31. Lacarra (1980: 41-46; 1995; 2018: 358-361) las interpretó como regalos, además de analizar su estructura. Una lectura bastante distinta, relacionada con coerción, fue propuesta por Miranda (2003: 284-286). 197 198

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este noble, en la frontera, “[…] le puede ser más útil como aliado que como enemigo”203. De acuerdo con los principios de dar, recibir y devolver, estudiados por Mauss y aplicados al Cantar204, la deuda real contraída con la aceptación de las múltiples dádivas se resuelve con la devolución de propiedades a los vasallos del Cid y la reunión familiar en Valencia —que implica la devolución de la potestas parentum—, y culmina con el perdón real y los matrimonios contraídos. A lo largo de la obra, la presencia real y su séquito se hacen cada vez más visibles. En este sentido, la obra épica se centra en la relación regio-nobiliaria a costa de otras enemistades, como el episodio aislado del conde de Barcelona o la derrota del conde García, aludida, pero no representada en detalle (vv. 3286-3290). La primera embajada es a la vez la primera aparición del rey, pero el episodio no incluye a otros nobles (vv. 871-898). Durante la segunda embajada, el irritado García Ordóñez alza la voz como protesta, pero enseguida es acallado por Alfonso (vv. 1345-1349). Cabe recordar que la calificación de este noble como enemigo del Cid (vv. 1836, 2998), de acuerdo con la materia cidiana, es una de las pocas relaciones que no cambian a lo largo de la obra épica. Tras aceptar la segunda embajada del Cid, el rey se dirige a “escuelas e toda la mi cort” (v. 1360) para devolver las propiedades —y a la vez apoyar— a “todas las escuelas” que tienen al Cid como señor (v. 1362). A pesar de la llamativa equiparación, como esta voz no se refiere a nadie en particular, no es posible reducir su abanico semántico a más que un conjunto de ʻcomponentes aristocráticosʼ205. La segunda embajada tiene lugar en Carrión, donde Alfonso aparece en compañía de Diego y Fernando González. El aparte que hacen es la primera aparición de los antagonistas, que luego se dirigen a Minaya (vv. 1385-1391), pero no se atreven a compartir sus intenciones. Una vez entregada la tercera embajada al rey que está en Valladolid, aparecen los infantes junto a García Ordóñez (vv. 1835-1836, con sus parientes, v. 1860), aunque se alude a otros miembros de la corte: “a los unos plaze e a los otros va pesando” (v. 1837). Mientras el rey admira las hazañas del Cid y sus resultados, el conde García se aparta, molesto, ya que entiende que el avance del Cid significa el peligro para Lacarra 1980: 124. v. Mauss 1925. Para más ejemplos de la actividad donadora en el Cantar y sus funciones, v. Duggan 1989: 16-42; Harney 1993: 84-87; Pedrosa 2002; LaRubia-Prado 2008. 205 No compartimos la interpretación de Montaner (2011 º1360) sobre la ʻescuelaʼ como la cúspide de la red cortesana. Las menciones, inclusive la del v. 2072, se refieren a nobles no nombrados, pero distinguidos de los condes. Si bien hay que hablar de cierta jerarquía curial, los de schola solían ir después de los oficios palatinos y otros confirmantes (v. doc. 178 en Gambra Gutiérrez 1997 y 2010b: 31: 33). Sobre el sentido de equiparación entre el rey y el Cid, v. Montaner 2011: 89, 128; Martin 2018b: 341. v.t. Harney 1993: 77. 203 204

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su parentela: “por esto que él faze nós abremos enbargo” (v. 1865). Esta vez, los infantes proponen sus intenciones al rey, aunque enfatizando los beneficios mutuos (vv. 1885-1888), lo que Alfonso acepta y comparte con los embajadores del Cid, proponiendo las vistas (vv. 1910-1915). La famosa reacción del rey a la petición de mano por los infantes —“una grant ora el rrey pensó y comidio” (v. 1889)— se relaciona habitualmente206 con una reacción ante malas noticias, pero cabe percatarse de la situación grave en aquel momento. El rey contrasta los beneficios del Cid con el destierro impuesto y expresa sus dudas sobre la opinión del héroe: “del casamiento non sé sisʼabrá sabor” (v. 1892). No se sabe qué pasa por la cabeza de Alfonso, pero se aparta con Minaya y Pedro para proponer las vistas al Cid e informarle de la petición de mano (vv. 1894-1906). Los mensajeros del Cid no se alegran de la noticia matrimonial (vv. 1907-1909), pero el rey subraya que el Cid tiene el honor de decidir sobre el lugar de las vistas (vv. 1910-1914). La reacción inicial del Cid es paralela a la del rey, solo que la fórmula de reflexión en silencio va acompañada del comentario: “Ellos son mucho urgullosos e an parte en la cort, / dʼeste casamiento non avría sabor” (vv. 1938-1939). El silencio del poeta con respecto a las reservas del rey no parece ser casual, mientras que en el caso del héroe incluye, por lo menos, dos elementos: la soberbia de los nobles y su participación o sus lazos en los asuntos curiales. Teniendo en cuenta que se trata de la misma corte cuyos miembros instigaron el destierro (sin olvidar a García Ordóñez como el antiguo adversario), la actitud del héroe resulta no solo lógica sino también prudente. Con respecto al rey, su reacción ofrece más espacios vacíos. Se indica su lamento por el destierro y su preocupación por la reacción del Cid, pero no los cambios en las redes palatinas que este matrimonio implicaría. ¿Puede ser que el rey vea el lazo matrimonial como resolución de las intrigas iniciales o como la manera de reintegrar a un noble que entretanto se convirtió en el señor fronterizo? Al fin y al cabo, con el vínculo vasallático roto, el Cid podría aliarse con los rivales de la corona castellana. Esto sería un reflejo de la realidad problemática de Alfonso VIII, pero, curiosamente, los adversarios del rey épico no se mencionan en la obra. Por lo tanto, es posible relacionar su actitud con la complejidad que tal matrimonio implicaría para su corte, junto con la apreciación por el héroe y el deber que En total, la fórmula de reflexionar la usa el rey dos veces (tras la petición de mano, en v. 1889, y tras la afrenta, en v. 2953) y el Cid dos (al enterarse de la petición, en v. 1932, y de la afrenta, v. 2828). Aunque puede relacionarse con la reacción a malas noticias (Bayo y Michael 2008: 212; Montaner 2011: 119 y º1889), proponemos leer la expresión como reacción a situaciones extraordinarias y graves, que exigen tácticas diplomáticas para mantener el orden.

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tiene hacia los infantes como su señor. El trato breve del tema permite ver la preocupación real por el Cid, mientras que la ausencia de consejeros realza la autoridad de Alfonso, aunque sus pensamientos se quedan en el ámbito de lo indecidible. En cuanto a Diego y Fernando González, su motivación —las riquezas— se va confirmando a lo largo de la obra, pero solo el narrador y el público tienen constancia de ello. Además de ser un recurso para crear suspense, es llamativo el contraste entre la escasez poética al tratar las reacciones del Cid y Alfonso y las pretensiones claras de Fernando y Diego González. Esta distinción inicial luego confirma que los infantes ignoran la complejidad de los vínculos palatinos, mientras que el Cid y Alfonso se muestran como hombres conscientes de los beneficios de una relación armoniosa, aunque sus intereses no coincidan siempre. Finalmente, cabe recordar otra semejanza entre el héroe y el rey, esta vez proveniente del ámbito cancilleresco. Aunque no hay oficios concretos, el Cid concierta las vistas por escrito y las verifica con el sello: “escrivién cartas, bien las selló” (v. 1956)207. A las vistas junto al Tajo el rey llega acompañado de “cuendes e podestades e muy grandes mesnadas” (v. 1980). En esta asamblea, junto con García Ordóñez, Álvar Díaz (de Oca) está irritado por la reconciliación pública (v. 2042). Ya hemos mencionado que la existencia de este personaje histórico, emparentado con García Ordóñez, está documentada en una treintena de diplomas de Alfonso VI, donde figura como princeps, potestas o senior, pero dado que no vuelve a aparecer, su actitud negativa se lee o como solidaridad con el conde García o como rivalidad general entre los nobles en espacios curiales. Una vez que el Cid llega y se postra a los pies reales, Alfonso admite su error ante toda la corte y le otorga perdón208. Después se celebra la comida compartida, durante la cual el Cid causa la admiración de todos los reunidos, inclusive el rey (vv. 2058-2060). Al tercer día, sin nombrar a nadie en particular, el rey se dirige a “las escuelas, cuendes e yfançones” (v. 2072) presentes para anunciar la petición de los infantes. El Cid subraya la corta edad de sus hijas, pero decide poner la patria potestad en las manos del rey209: Seguimos aquí la lectura de Russell (1952: 344-346) sobre el uso del sello por parte de los magnates. F. Menéndez Pidal (2018: 158-164) propuso como tipo el sello de cierre en vez del pendiente, pero se basó en la datación pidalina de la obra. Para la expresión como modo de acentuar la importancia de la carta escrita, v. Montaner 2011 º1956. 208 En sus análisis del perdón real desde el lado jurídico, Lacarra (1995: 191) observó la neta distinción entre la ʻgracia realʼ, aplicada a los vasallos, y la ʻmercedʼ aplicada solo al Cid, confirmando así los conocimientos jurídicos del poeta. 209 Sobre la reacción del Cid como indicativa de sus destrezas diplomáticas, v. Harney 1993: 70-71,147-150; Lacarra 1996: 78. v.t. Martin 1997a: 153,163-165. 207

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Marija Blašković De grandes nuevas son los yfantes de Carrión, perteneçen pora mis fijas e aun pora mejores. Yo las engendré amas e criástelas vos, Entre yo y ellas en vuestra merced somos nós. (vv. 2084-2087)

Como es bien sabido, la reiteración del papel del rey le ayudará a recibir justicia tras la afrenta. Si bien Alfonso casa a Elvira y Sol con los infantes, no tarda en devolver el ʻdon humanoʼ al Cid: los infantes son enviados a Valencia como hijos a su disposición y bajo su custodia (vv. 2123-2124). Antes de la separación, Alfonso permite a sus vasallos que asistan a la boda en Valencia (vv. 21642167). Allí, además de los hidalgos y damas no nombrados (vv. 2252, 2264), aparece Asur González, si bien ni el padre de los infantes ni otros magnates forman parte de las celebraciones. En su dominio valenciano, el Cid está rodeado de muchos vasallos, junto a sus sobrinos (Minaya, Pedro, Félez Muñoz) y Muño Gustioz como representante de la práctica de criazón. Una vez conquistada la ciudad, el héroe nombra a don Jerónimo como obispo de Valencia y da “casas y heredades” a sus vasallos (vv. 1245-1248). En aquella constelación, el más sobresaliente es Minaya Álvar Fáñez. Si bien los lazos del magnate histórico no forman parte de la diégesis épica, no sucede lo mismo con su fama y su estatus destacado, confirmado en los detalles como enseña (vv. 477, 482) y en la mención de su vasallo Diego Téllez (v. 2814). En las tres listas de acompañantes del Cid (en el combate, antes de las vistas y en las cortes en Toledo), además de los parientes épicos, también hay desplazamientos llamativos. En las listas figura Martín Muñoz, “el que mandó a Mont Mayor” (v. 738), documentado, pero secundario con respecto a la diégesis épica, igual que los capitanes Álvar Salvadórez y Galín García, encargados en un momento de la custodia de Valencia (vv. 1999-2002)210. Mucho más importante desde la perspectiva narrativa es el arriba mencionado Martín Antolínez, “el burgalés de pro” (v. 736) y vasallo de soldada. La obra no ofrece un perfil detallado, pero su participación en la lid judicial implica su estatus noble, mientras que su relación con Burgos permite concluir que se trata de un representante de la élite urbana211. v. Montaner 2011 º738 y º443, respectivamente. v. Lacarra 1980: 136 y 2007: 91; Martin 1996: 31; Montaner 2011 º65. Esta imagen del Cid épico rodeado de nobles con cierta influencia se puede complementar con los cinco escuderos (v. 187) o los caballeros y escuderos de criazón mencionados junto con Muño (v. 2919), pese a su lectura inconclusa. Lacarra (1980: 133) interpretó a los escuderos de Martín Antolínez como suyos. Como del contexto no queda claro y los escuderos con Muño no vuelven a mencionarse, estamos de acuerdo con los críticos (Bayo y Michael 2008: 289; Montaner 2011: 177) que los relacionan con el Cid.

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El hecho de que una gran parte del Cantar tenga lugar en la zona fronteriza ha sido interpretado como la manifestación del ʻespíritu de fronteraʼ coetáneo212. Además de relacionar Valencia con las leyes sobre los derechos hereditarios de colonos, la crítica ha subrayado la organización administrativa, como lo confirman las concordancias con el Fuero de Cuenca sobre el quinto como parte del señor o la división justa del botín que debe ser puesta por escrito (vv. 510-511)213. Una vez tomada Valencia, el Cid manda hacer un censo para evitar deserciones (vv. 1245-1265), advirtiendo que los que se vayan sin besarle la mano: “tomássenle el aver e pusiéssenle en un palo” (v. 1254). Este verso ha sido tradicionalmente relacionado con la condena a la horca, pero McNair214 propuso una lectura más literal, documentada en aquella época. Por más cruel que suena esta pena, se trataría de otro paralelismo con la amenaza inicial del rey épico: condenas que no llegan a realizarse, pero que sí ilustran la autoridad y el ejercicio de justicia. En el mismo contexto aparece un verso que celebra la movilidad social: “Los que fueron de pie cavalleros se fazen” (v. 1213). Se trata de la caballería villana, uno de los recursos poderosos en la lucha contra los moros. Si bien este grupo obtuvo numerosos beneficios debido a sus servicios militares e incluso llegó a experimentar una aristocratización215, es necesario subrayar que el Cantar no se ocupa de ese tema. Desde luego, el iterativo reparto del botín destaca los beneficios de la vida fronteriza216, pero el Cid y su parentela no deben igualarse con el grupo de guerreros itinerantes. Desde el punto de vista diegético, el foco en los éxitos militares (y el silencio sobre las alianzas) moldea la trayectoria del desterrado, cuya representación encaja con el acervo cidiano general. Desde el punto de vista extradiegético, la inclusión de este modo de vida refleja y consolida la política foral de Alfonso VIII, que destacaba los beneficios y privilegios de las milicias y élites municipales. Por lo tanto, es necesario cambiar de perspectiva a la hora de leer el espacio fronterizo. La toma de Valencia ya era un elemento crucial de la memoria cidiana, igual que los vínculos del Cid con la corte real. Lo que el poeta hizo fue usar la frontera como telón de fondo para incorporar las leyes municipales y, por lo tanto, propagar la política regia. Teniendo en cuenta que Alfonso VIII encargó la frontera en el sur a las órdenes militares y los concejos, la inclusión de estos temas encajaría con

v. López Estrada 1982: 83-88; Montaner (basándose a Ubieto 1977 y Ledesma 1991) 2011 º1472; Montaner 2007a. 213 v. Lacarra 1980: 33-41, 114; Montaner 2011 º1472. El Fuero de Cuenca (XXX: 5) habla sobre el reparto del botín (puesto por escrito) entre peones y caballeros. 214 v. McNair 2010. 215 v. Mínguez 1988; Martínez Sopena 2013a; Barton 2018: 311-313. 216 v. Barton 2018: 308-311; Martin 1996: 32-36 y 2018b: 331-336. 212

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el tono general de la Reconquista. Sin embargo, esto no se puede aplicar ni a la nobleza de la obra ni, por más curioso que suene, al rey épico. Incluso antes de la toma de Valencia, el Cid se gira hacia Castilla y se dedica a la reconciliación con el rey, sin continuar con la expansión territorial (vv. 2499-2504). Volviendo ahora al tema de la red nobiliaria alrededor del Cid y las complicaciones relacionadas con la incorporación de los infantes. En lo que respecta al vocabulario, además de la voz ʻcortʼ, cabe recordar que, para los miembros de la comitiva heroica se usa “escuelas” (v. 1362), incluso antes de la toma de Valencia: “oýd, escuelas e Minaya” (v. 529). Como en el caso de la corte castellana, los nobles no aparecen con sus cargos, pero todavía es posible detectar cierta jerarquía (aunque el orden de los hombres no es siempre idéntico, compárense vv. 735-741, 1991-1996 y 3063-3071). Como es bien sabido, Minaya es el mejor ejemplo del auxilium et consilium, con el espectro amplio de servicios de capitán, consejero, mensajero y manero. Además de los papeles otorgados, la importancia de Minaya se puede ver en su primera mención entre los hombres (v. 735, 1991, 3063), en el epíteto “diestro braço” del Cid (v. 753, 810) y en el hecho de que es el primero en aconsejar al héroe (vv. 438-441, 671-676, 11271133) o motivarlo (vv. 378-382). Su representación es exitosa incluso independientemente del Cid: este noble, además de tener a sus vasallos representados por Diego Téllez (v. 2814), es el “que Çorita mandó” (v. 735). La concordancia de todos estos elementos es lo que posibilita a Minaya decir ante toda la corte: “si á ý qui rresponda o dize de no, / yo só Álbar Fánnez, pora tod el mejor” (vv. 3455-3456). Pedro Bermúdez, otro sobrino del Cid épico, es el encargado de llevar su estandarte (v. 689) y traer a su familia a Valencia (vv. 1458-1470 y, tras la afrenta, vv. 2836-2838), además de acompañar a Minaya en la tercera embajada y al Cid en las vistas y las cortes217. Martín Antolínez, que se arriesga a la ira regia por abastecer al Cid (vv. 65-77), le ayuda a engañar a los prestamistas (vv. 96-200) y luego logra herir al rey Fáriz (vv. 765-769). Pertenece a los pocos escogidos para conducir a la familia del Cid hasta Valencia (vv. 1459, 2837) y está al lado del Cid en las vistas y las cortes. Otra representación lograda se puede atribuir a Muño Gustioz. Este criado se encarga de reunir a la familia del Cid (v. 1458) y defender los intereses de este en las vistas y cortes. El tercer sobrino, Félez Muñoz, es designado para confirmar la recepción de las arras de Elvira y Sol (vv. 2618-2623) y asegurar la hospitalidad del moro Avengalvón (vv. 2634-2641). Pese a su breve aparición, Félez logra salvar a sus primas de la muerte segura gracias a su desconfianza hacia los infantes.

Para más información sobre este personaje, v. Casalduero 1964; Pavlovic y Walker 1986; Janín 2007.

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Cuando los infantes llegan a Valencia, no se menciona ninguna comitiva, pero Pedro Bermúdez y Muño Gustioz deben atender sus necesidades (vv. 2169-2171). Tras un lapso de dos años, los infantes reciben dos oportunidades para demostrar su integración en la corte valenciana. En la escena del león suelto, a diferencia de lo que hacen los vasallos del Cid, Fernando se esconde bajo el escaño y Diego regresa del escondite con la ropa sucia (vv. 2286-2291). Sus reacciones incitan unas burlas que les hacen sentirse muy “enbaýdos” (v. 2309), pero como no deciden reparar las injurias verbales a través de un desafío, quedan deshonrados218. La llegada de Búcar es la siguiente oportunidad para los infantes de demostrar su integración en la parentela cidiana. A pesar del miedo inicial, Fernando y Diego González deciden participar en la batalla. Mientras que la obra no parece referirse al comportamiento de Diego, durante la escena en Toledo nos enteramos de que Pedro Bermúdez salvó la vida a Fernando, que estaba huyendo de un moro aunque había pedido dar los primeros golpes (vv. 3316-3325)219. Después de la batalla, Pedro, Minaya y el mismo Cid elogian a los infantes, que reciben cinco mil marcos (v. 2509). No obstante, las burlas que siguen, incitadas por la arrogancia de Fernando González, giran el curso narrativo. Bajo el pretexto de la entrega de las arras, los infantes piden ante toda la corte la potestas parentum y se despiden de Valencia para realizar su venganza. Aquí cabe recordar que Fernando y Diego no se centran solo en el héroe como fuente de beneficios materiales, sino que buscan cómo aprovecharse en cada ocasión. Así, durante el camino, contemplan matar a Avengalvón, el amigo y aliado del Cid (vv. 2659-2665), a pesar de la bienvenida que reciben. La decisión del Cid de avisar al rey sobre la deshonra encaja con el sistema procesal de la época, en el que el injuriado tiene que acusar a su ofensor. Su reacción a las malas noticias —“una grand ora pensó e comidió” (v. 2828)—, además de la gravedad de la situación, representa otra semejanza con el retrato real. Alfonso manda a sus porteros a pregonar la curia en Toledo, a la que acuden todos estos personajes. En vez de los representantes eclesiásticos, el único obispo que aparece en esa curia extraordinaria es don Jerónimo, lo que, como toque cidófilo, realza el estatus del Cid, pero no afecta a la jerarquía general.

v. Lacarra 1980: 85-92. Para un resumen sobre burlas y modos de reparación en los fueros fronterizos de fines del siglo xii, v. Montaner 2011 º2309. Sobre los indicios del Cantar de los infantes como vasallos, v. Pavlovic y Walker 1986: 3, º6. Sobre el episodio del león como ʻbreach of filial dutyʼ, v. Hook 1976, en especial 559-560. Para más información sobre el concepto de epiclerato en el Cantar, v. Harney 1993: 110-113, 147. 219 Sobre las consecuencias de su huida, v. Lacarra 1980: 86-87; para el contexto más amplio de la guerra justa, v. Pavlovic y Walker 1986: 4-15. 218

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En la corte toledana aparecen entre los primeros el conde Enrique y el conde Ramón, este representado en el verso 3003 como el padre del emperador (Alfonso VII). La relevancia de estos dos condes —yernos de Alfonso VI, provenientes de Borgoña— se nota en su tratamiento especial: son los únicos nombrados por el Cid ante la corte reunida (vv. 3036-3037) y los primeros jueces designados (v. 3135). Además, el conde Ramón es el único de los magnates-jueces que expresa su opinión (vv. 3208, 3237-3240). Comparten la función de juez con el conde Fruela y el conde Beltrán (v. 3004). Mientras que la identificación de Beltrán es problemática220, el conde Fruela concuerda con el conde Froila Díaz, un personaje muy destacado en el reinado de Alfonso VI. El énfasis real en la neutralidad de los condes jueces —“e esos otros condes que del vando no sodes” (v. 3136)— confirma el imperativo de ejercer justicia de modo imparcial221. Con respecto a Fernando y Diego González, a su lado aparecen Gonzalo Ansúrez y Asur González (v. 3008), sin recurrir a parentesco o título alguno. Teniendo en cuenta que se trata de un elemento innovador que marcó profundamente la memoria cidiana, se hace preciso analizar los datos cancillerescos de Alfonso VI antes de centrarnos en la escena toledana. La identificación pidalina222 de los antagonistas como sobrinos de Pedro Ansúrez, el magnate más preeminente en el reinado de Alfonso VI, se considera hoy en día muy problemática. Según los estudios más recientes223, Gonzalo Ansúrez —hermano del conde Pedro Ansúrez— figuró en muy pocos diplomas a principios del siglo xii, y nunca llegó a ejercer influencia, en contraste con sus hermanos Diego y Pedro. De modo similar, la presencia palatina de un Asur González, proveniente de los Beni-Gómez, no se pudo confirmar en la documentación de Alfonso VI224.

v. Bayo y Michael 2008: 363; º3004 en Montaner 2011. No se comparte la lectura de Montaner (º3135 en 2011), puesto que lo único que el verso 3136 dice es que los jueces no deberían ser condes aliados a los infantes. La mesnada del Cid no tenía condes, pero tampoco los tenía la comitiva de los infantes (como Gonzalo Ansúrez aparece sin la dignidad condal, el único conde en ese conjunto parece ser García Ordóñez). Además, dado que el verso no menciona ninguna infanzonía, es imposible sacar conclusiones sobre el Cid como infanzón. 222 v. Menéndez Pidal 1929: 825-826; 1963: 21. 223 v. Martínez Díez 2007c: 215-217, 221-222; Gambra Gutiérrez 1997: 586-587; 2011a: 268-270. Hay ciertas diferencias en los postulados. Así Torres Sevilla (2000: 159) y Martínez Díez (2007c: 217) mencionan su dignidad condal, pero no Gambra Gutiérrez (1997: 580), aunque lo sitúa entre los alféreces de Alfonso VI, basándose en un diploma de 1071 (1997: 566), y limita su presencia en la cancillería regia entre 1100-1103 (1997: 554, 2011a: 295). 224 v. Martínez Díez 2007c: 213; Montaner 2011 º2172-2173. 220 221

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En cuanto a los enemigos centrales del Cid, del reinado de Alfonso VI hay diplomas cuyas listas de confirmantes incluyen a Diego y Fernando González, a veces juntos225. Aunque la documentación no permite relacionarlos con la estirpe de los Beni-Gómez, parece llamativo el diploma real, probablemente del año 1103226, en el cual figuran García Ordóñez “arma gerens post regem” y Álvar Díaz “potestas” antes de “scola regis”, donde aparecen los nombres Fernando y Diego González. Dichas huellas documentales podían haber ofrecido algunos impulsos para la red miocidiana, sin que eso disminuyera el artificium compositivo. En la corte toledana, las partes litigantes reflejan las prácticas jurídicas de la época. Así, Malanda, en el lado cidiano, representa la participación de los sabidores de la ley, mientras que García Ordóñez se reposiciona para actuar como bozero o abogado de los infantes, y al final es desacreditado por no haber reparado la injuria de la barba mesada en Cabra227. Según los análisis de Lacarra228, el Cid se refiere primero al abandono de sus hijas para legitimar la devolución de sus espadas y los tres mil marcos, entregados como ajuar (vv. 3145-3159). Fernando y Diego González devuelven las espadas, pero protestan a la hora de devolver los marcos (vv. 3210-3126). Dado que ya han gastado los bienes, en vez del pago en heredades los jueces optan por la entrega en la corte (vv. 3225-3240), donde los antagonistas piden prestado

Gambra Gutiérrez (1997: 610) menciona que aparecen en cuatro diplomas juntos (docs. 116, 151, 160 y 178, aunque en el doc. 116 solo aparece Diego González). Martínez Díez (2007c: 218) se refirió a la lista de Menéndez Pidal con siete diplomas con ambos nombres y a algunos con solo uno de los nombres, concluyendo que la mención de Diego como de scola regis en el doc. 116 es una adición posterior (Gambra Gutiérrez 1997: 57 también dudó de su autenticidad). Mientras que Martínez Díez acepta el doc. 135 de 1095 con Fernando González y Diego González como cuarto y quinto en la lista (de 6 confirmantes en total), califica como falso el doc. 162 con ambos como filius comitis, como también lo hizo Gambra Gutiérrez (1997: 421). Ambos historiadores explicaron de modo algo divergente la mayor frecuencia del nombre Diego González. Mientras que Martínez Díez (2007c: 218-220) no relacionó el nombre con los Beni-Gómez, Gambra Gutiérrez (1997: 610, 2010a: 282-283) relacionó una docena de diplomas entre 1088 y 1103 con el hijo de Gonzalo Salvadórez y el hijo de Gonzalo Ansúrez (por haberse basado en el trabajo de Menéndez Pidal). 226 v. doc. 178 en Gambra Gutiérrez 1997. Martínez Díez (2007c: 218) lo data en 1105. 227 Sobre los iurisperitos o sabidores de la ley, v. Lacarra 1980: 65-77 y la desacreditación del conde, v. Lacarra 2007: 88-90; 2018: 370; Fuero de Cuenca, XII,18. Sobre Malanda en el Cantar, con referencias claves, v. º3070 en Montaner 2011. 228 v. Lacarra 1980: 77-102; 2018: 365-372. 225

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para devolver el ajuar (vv. 3241-3249) y el rey se distancia de ellos al retornar los doscientos marcos recibidos229. En la tercera demanda, el Cid se refiere a los infantes como “canes traydores” (v. 3263) y los acusa de menos valer por su conducta deshonrada (v. 3268), una acusación grave que, si no era reparada, podía significar la mors civilis230. El hecho de que el Cid acuse delante del rey encaja con los procedimientos de la institución del riepto, seguida de la lid judicial o la pesquisa como medio de prueba. El conde García intenta intervenir, pero como queda desacreditado, no vuelve a hablar en la asamblea. Los argumentos presentados por Fernando —basados en la superioridad de su estirpe— chocan con los de Pedro Bermúdez, que cuenta la huida del moro y el incidente con el león, además de relacionar a los infantes con traición y minusvalía (vv. 3309-3351). Cuando Diego González se levanta, su defensa parece un eco de las palabras de su hermano, pero precisa que la lid sería el medio de prueba (vv. 3354-3360). A continuación, Martín Antolínez lo acusa de mentiroso, alevoso y traidor (vv. 3361-3371). Cabe recordar que, si bien estas voces forman parte de las injurias recogidas por los fueros municipales231, las dos últimas también aparecen en los tratados intermonárquicos, donde se relacionan con la ruptura de la paz. Los tres vocablos jurídicos vuelve a usarlos Muño Gustioz (vv. 3382-3391) contra Asur González, que intenta denigrar al Cid aludiendo a los molinos y a Vivar (vv. 3377-3381). En los tres casos, los adversarios cidianos realzan el prestigio de su parentela, con la argumentación de Fernando González como llamativa desde la perspectiva del vocabulario usado: De natura somos de condes de Carrión, deviemos casar con fijas de rreyes o de enperadores, ca non perteneçién fijas de yfançones. (vv. 3296-3398)

Si bien la mayoría de los estudios han aceptado estas palabras como una prueba más de la infanzonía del Cid, Lacarra entendió la expresión como frase lexi-

Para los doscientos marcos como multa por el abandono de la mujer, v. González 1961: 562-565; Lacarra 1980: 57-59. Además de vincular la devolución a la obligación real de atenuar la precaria situación de los infantes, Pavlovic y Walker (1982: 204-205) vieron en la devolución por parte del Cid la identificación de Alfonso como parte injuriada en el proceso. 230 Sobre la acusación de menos valer, Lacarra 1980: 91-92,96; 2018: 365-367; Pavlovic y Walker 1986: 2-6. 231 Sobre el vocabulario injuriante, v. Serra Ruiz 1969: 181; Lacarra 1980: 91-92; 2018: 370372; Pavlovic/ Walker 1989a : 8-10; Zaderenko 1998: 187-194. 229

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calizada —debido al plural usado— y explicó la violencia verbal del modo siguiente: La defensa de este infante es tan débil y falta de rigor jurídico como la de su predecesor [García Ordóñez], puesto que incluso aun tomando el insulto de manera literal, no tendría ninguna consecuencia legal, ya que el matrimonio seguiría siendo legítimo y no cabría el abandono por esa causa232.

Una lectura atenta apoya esta argumentación legal. En ese ataque verbal hay un contraste entre reyes y emperadores que los infantes preferirían como parientes, e infanzones que figuran como polo opuesto. Sus palabras hay que relacionarlas tanto con el deseo nobiliario general de avanzar como con la soberbia particular: si vienen de una estirpe tan preeminente como Beni-Gómez, la casa del Cid (que, según la materia cidiana, no insiste ni en dignidades condales ni en vastos solariegos) les parecería mucho más inferior. Aquí es necesario recordar que nadie más en el Cantar se refiere al Cid como infanzón. De hecho, resulta muy problemático insistir en la infanzonía épica basándose en la opinión de los personajes que se van desacreditando con cada acción. El tema no se discute ni siquiera cuando, después del triple riepto, vienen los embajadores de los infantes de Aragón y Navarra, mucho más influyentes y, al final, superiores a los infantes de Carrión. Comprensiblemente, las ligaciones parentelares de los antagonistas del Cid les hacen sentirse muy orgullosos, pero a la vez les impiden ver que no están exentos de las regulaciones jurídicas y que sus acciones han puesto en peligro el orden social. Hablando del estatus del Cid, es imprescindible volver al neologismo de la época: la voz ʻhidalgoʼ. Lo que distingue este vocablo de otras voces de distinción es su triple uso específico para los personajes femeninos del núcleo familiar cidiano. Jimena aparece como “menbrada fija dʼalgo” (v. 210) o junto a sus hijas como “duennas fijas dʼalgo” (por la boca del narrador en v. 1565), mientras que Minaya designa a sus primas como “fijas dʼalgo” (v. 2232). En el primer caso, la formulación viene de Martín Antolínez, recién integrado a la mesnada del Cid exiliado, por lo que solo se puede suponer una connotación de veneración y respeto. La mención de las tres mujeres por parte del narrador parece neutral, mientras que la última referencia viene en un momento solemne, durante la boda: Por mano del rrey Alfonso que a mí lo ovo mandado, dóvos estas duennas, amas son fijas dʼalgo (vv. 2231-2232)

Lacarra 2007: 90; Lacarra 2005: 111 (ya insinuado en 1980: 111).

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Precisamente con el uso de esas palabras el padrino Minaya impide la insinuación de un matrimonio ilegal233, propuesto por los oponentes en la corte toledana. Además de estas tres menciones, la voz ʻhidalgoʼ designa dos veces a los huéspedes de la boda (v. 2252, en el v. 2264 mencionados junto con las damas) y otras dos veces a las comitivas del conde de Barcelona (v. 1035a) y del rey (v. 1832). Si bien los hidalgos como miembros del séquito real no son identificados, en el círculo catalán se trata de dos personas que el conde decide llevar consigo tras la liberación, también designadas como “caualleros” (vv. 1051, 1057). En este caso, es preciso incluir dos paralelismos intertextuales: los “innumerabiles nobilissimos” del conde que fueron cautivados (HR, §40, con nombres concretos) o los caballeros y ricos hombres mencionados brevemente en el mismo episodio en el Linage. Si bien en el Cantar la voz ʻhidalgoʼ no se combina con otras voces de distinción ni con más personajes concretos, es evidente que su uso no tiene nada que ver con el ámbito ciudadano. De hecho, si tenemos en cuenta que este vocablo no solo se refería a la nobleza en general, sino que, además, en el siglo xiii, también podía alternarse con las voces ʻrico omneʼ y ʻbuen ombreʼ, cabe recordar las palabras concluyentes de Georges Martin: Pese a las afirmaciones de historiadores modernistas tardíamente interesados por la Edad Media, u otros, que van repitiendo antiguos errores, esta palabra no tuvo un sentido jerárquico en el siglo xiii ni aun en el xiv. Sólo denotó entonces una condición conseguida al nacer, un estatuto “natural”, o si adquirido durante la vida, asimilado a lo “natural” y en consecuencia transmitible234.

Visto así, el vocablo confirma la nobleza de sangre de Jimena y de las hijas, sin que implique intentos en realizar una jerarquización nobiliaria. Cabe volver al contexto de la corte toledana para completar la red épica. Después del triple riepto y la petición de mano por los caballeros de Ojarra y Yénnego Siménez235 para los infantes de los reinos vecinos, Minaya reta a los traidores, destacando que De natura sodes de los de Vanigómez, onde salién condes de prez e de valor, mas bien sabemos las mannas que ellos han. (vv. 3443-3445)

Harney 1993: 123; Pavlovic/ Walker 1996: 123. Martin 2002: 257; v.t. Martin 1992: 364. 235 Sobre la posible identificación de estos nobles, v. º3394 en Montaner 2011. 233 234

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El contraste entre la prestigiosa estirpe de Carrión y las costumbres que tienen resulta llamativo. Si nos centramos en la red nobiliaria épica, veremos que coincide con una fase de la corte de Alfonso VI, cuando a finales del siglo xi tuvo lugar un relevo generacional de condes. Como indicaron Reilly236 y Martínez Sopena237, la llegada de los yernos borgoñones conllevó una reorganización curial (incluido el progreso de Froila Díaz) que parece haber causado el destierro del último conde de Carrión: Pedro Ansúrez. Como el conde más famoso no aparece en la obra, en vez de sacar conclusiones a partir de un solo comentario, es preferible constatar lo obvio: los miembros de esta parentela no figuran en las primeras filas del rey épico. Eso lo confirma la breve aparición de Gómez Peláez, que se levanta solo tras las palabras de Minaya para contradecirle (vv. 3456-3462). Este personaje histórico, perteneciente a los Beni-Gómez, se identifica como hijo de Pelayo Gómez, magnate que figuró en media docena de diplomas regios, documentado solo en uno del siglo xii (de tiempos de Urraca de León) como conde238. De hecho, en su respuesta, Gómez Peláez parece aludir a que hay muchos en la corte que refutarían las palabras de Minaya, pero no se refiere al delito de los infantes. En todo caso, el rey no acepta el reto y advierte que, si alguien no acude a la lid judicial en un plazo de tres semanas, será considerado traidor (vv. 3480-3484). Antes de irse, el Cid da las gracias a los jueces y al rey, y deja a sus tres hombres bajo la custodia real239. El combate triple que sigue es llamativo porque el rey llega acompañado del modo siguiente: Muchos se juntaron de buenos rricos omnes por ver esta lid, ca avién ende sabor (vv. 3546-3547)

No llegamos a oír quiénes son estos magnates ni los “fieles” que actúan como jueces de campo (v. 3645), pero su inclusión sirve para realzar la importancia de la lid. En ella, los hombres del Cid aparecen en caballos, con escudos blocados y lanzas con pendones (vv. 3584-3586). Las blocas en escudos en esa época tenían “una posición media entre refuerzo-adorno y pieza heráldica”240 y solían ser de metales preciosos, como las de oro y plata incluidas en las vistas del Tajo v. Reilly 1988: 331-334. v. Martínez Sopena 2009b: 233-235. 238 El parentesco entre Gómez Peláez y García Ordóñez (cuyo yerno era) no forma parte de la diégesis épica. v. Gambra Gutiérrez 1997: 608; Torres Sevilla 2000: 162-163; Martínez Díez 2007c: 212-213. Para el anacronismo sobre Gómez Peláez y su padre en el Cantar, Montaner 2011, º3457. 239 Sobre la vigilia y la lid, v. Lacarra 1980: 83-84, 93-96; Pavlovic/Walker 1989b. 240 v. Menéndez Pidal F. 1999: 207-209, aquí 208 y 2014: 98-103. 236 237

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(v. 1970). Las señas en las lanzas, como las del Cid, no se describen, por lo tanto el obispo Jerónimo es el único en el Cantar cuyo pendón lleva cintas y cuyas armas son de valor emblemático (v. 2375)241. En este contexto, es importante recordar la proyección o autocaracterización de los infantes —“Dʼaquestos averes sienpre seremos rricos omnes” (v. 2552)— como su única relación con el concepto de la ricahombría. Mucho más revelador es el hecho de que ni el narrador ni los personajes se refieren a ellos como tales. 4.4. Las dinámicas de las cortes miocidianas El análisis documental de los personajes del Cantar permite identificar desplazamientos narrativos y aspectos innovadores, ninguno de los cuales distorsionó el modelo general de la nobleza cortesana. Con respecto a la representación de la corte (real y señorial), se ofrecen imágenes muy reducidas. La corte real está limitada a ciertos personajes sin cargos concretos y la organización administrativa solo se puede vislumbrar. Aun así, su imagen general concuerda con los datos cancillerescos de Alfonso VI: los condes de Borgoña y el conde Fruela ocupan el lugar preeminente en la curia plena, mientras que el conde García Ordóñez, habitualmente representado cerca del rey, se reposiciona para abogar por los intereses de los infantes o, mejor dicho, para proteger los suyos perjudicando a su enemigo conocido. Las apariciones de Álvaro Díaz y Gómez Peláez, aunque breves, concuerdan con los magnates históricos que pertenecían al espectro amplio de potestades y próceres. El binomio genérico ʻconde(s) e infanzon(es)ʼ, usado en dos ocasiones (vv. 2945, 3479), sirve como reflejo de la autoridad real. Si bien esta formulación con connotación jerárquica cuadra con las tendencias de Alfonso VIII de integrar a toda la nobleza en su corte, se trata de una expresión no actualizada (recuerden la escasez condal en su documentación alrededor de 1200). La obra épica tampoco recoge otros aspectos de la política real de la época, como el dinero amonedado o el papel cada vez más importante del concejo como instancia del poder local. De hecho, la expresión genérica “omnes buenos de la cort” (v. 3179) no se refiere a los representantes municipales, sino a la nobleza reunida en Toledo, de acuerdo con el vocabulario usado al filo de 1200 en Castilla y Navarra242. De hecho, una expresión similar —“muyt bon ombre”— se usó en el Linage para designar al padre del Cid. Sobre el pendón y las armas de don Jerónimo, v. F. Menéndez Pidal 2014: 114-115. v. Lacarra 1980: 71-73; Martin 1992: 128, 369-375.

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(v. 1970). Las señas en las lanzas, como las del Cid, no se describen, por lo tanto el obispo Jerónimo es el único en el Cantar cuyo pendón lleva cintas y cuyas armas son de valor emblemático (v. 2375)241. En este contexto, es importante recordar la proyección o autocaracterización de los infantes —“Dʼaquestos averes sienpre seremos rricos omnes” (v. 2552)— como su única relación con el concepto de la ricahombría. Mucho más revelador es el hecho de que ni el narrador ni los personajes se refieren a ellos como tales. 4.4. Las dinámicas de las cortes miocidianas El análisis documental de los personajes del Cantar permite identificar desplazamientos narrativos y aspectos innovadores, ninguno de los cuales distorsionó el modelo general de la nobleza cortesana. Con respecto a la representación de la corte (real y señorial), se ofrecen imágenes muy reducidas. La corte real está limitada a ciertos personajes sin cargos concretos y la organización administrativa solo se puede vislumbrar. Aun así, su imagen general concuerda con los datos cancillerescos de Alfonso VI: los condes de Borgoña y el conde Fruela ocupan el lugar preeminente en la curia plena, mientras que el conde García Ordóñez, habitualmente representado cerca del rey, se reposiciona para abogar por los intereses de los infantes o, mejor dicho, para proteger los suyos perjudicando a su enemigo conocido. Las apariciones de Álvaro Díaz y Gómez Peláez, aunque breves, concuerdan con los magnates históricos que pertenecían al espectro amplio de potestades y próceres. El binomio genérico ʻconde(s) e infanzon(es)ʼ, usado en dos ocasiones (vv. 2945, 3479), sirve como reflejo de la autoridad real. Si bien esta formulación con connotación jerárquica cuadra con las tendencias de Alfonso VIII de integrar a toda la nobleza en su corte, se trata de una expresión no actualizada (recuerden la escasez condal en su documentación alrededor de 1200). La obra épica tampoco recoge otros aspectos de la política real de la época, como el dinero amonedado o el papel cada vez más importante del concejo como instancia del poder local. De hecho, la expresión genérica “omnes buenos de la cort” (v. 3179) no se refiere a los representantes municipales, sino a la nobleza reunida en Toledo, de acuerdo con el vocabulario usado al filo de 1200 en Castilla y Navarra242. De hecho, una expresión similar —“muyt bon ombre”— se usó en el Linage para designar al padre del Cid. Sobre el pendón y las armas de don Jerónimo, v. F. Menéndez Pidal 2014: 114-115. v. Lacarra 1980: 71-73; Martin 1992: 128, 369-375.

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Lo que también es necesario constatar es la ausencia de merinos en el Cantar. Esto puede relacionarse con su espacio de actuación reducido a la zona del norte del Duero, por un lado, y con la práctica coetánea de jueces designados por el rey (además de los jueces permanentes o alcaldes)243. Con respecto a los asuntos sobre los cuales presidía el rey, todavía no eran fijos, pero el caso épico —el repudio combinado con un ataque brutal e interpretado como traición— se parece a los pleitos que en el periodo posterior se consolidaron como ʻcasos de corteʼ. Finalmente, a diferencia de las disposiciones para definir y regular los conflictos entre los miembros de la nobleza, los impulsos del ius commune, aunque coetáneos, no son visibles en la obra. El Cantar puede leerse como una reorganización de papeles magnaticios en el reino, sobre todo con el tema de ejercer justicia244, pero, aunque la actitud del Cid parece reflejar el concepto de la jurisdicción superior real, la involucración personal de Alfonso impide hablar de una Castilla épica con el poder jurídico centralizado. En la representación del Cid dentro de la red nobiliaria, por un lado hemos matizado el acento puesto en la nobleza como polarizada, y por el otro, hemos mostrado que el perfil heroico respeta el marco general de su memoria. Las escenas iniciales ofrecen suficientes elementos para concluir que no se trata de un infanzón, sino de un noble encargado de las parias regias y echado de Castilla debido a las intrigas palatinas. Sus telas lujosas, las aves rapaces, los pendones y los criados, además de su creciente mesnada, concuerdan con el mundo nobiliario, igual que el apoyo y refugio otorgado a la familia del héroe en el monasterio de San Pedro de Cardeña. Si bien la documentación muestra algunas interacciones con el Cid histórico, este vínculo memorístico se intensificó cuando su cuerpo fue llevado a reposar allí. De acuerdo con las prácticas de la época, el espacio monástico se muestra como independiente de la influencia real y dispuesto a atender a la nobleza. En este sentido, la alegría mostrada y el trato personalizado por el abad Sancho es otro modo de enfatizar la importancia cidiana, aunque el monasterio también recibió beneficios económicos a cambio del apoyo. Nunca recordado como noble con grandes dominios, el Cid se establece en la zona fronteriza. Es cierto que su estancia en el Levante refleja la política foral y los beneficios provenientes de la participación en la Reconquista, pero la obra se muestra muy selectiva ante el tema. En vez de la creciente importancia del dinero, se presta atención a la división del botín, pero los beneficios materiales, por más que enfatizados, no se relacionan con la aristocratización de los ciudadanos. Dentro de la nobleza como estamento heterogéneo, Martín Antolínez v. Martínez Díez 2007a: 225; Álvarez Borge 2015b: 239-246. v. Hernando 2009, en especial 153-154.

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es un buen ejemplo de cierta movilidad. Como representante de la élite urbana, este personaje va desde el burgalés destinado a defender el honor del Cid en la corte y la lid judicial, equiparado en el sentido jurídico-social con un criado y un sobrino del Cid, además de los nobles provenientes de la casa de Carrión. En un nivel más alto, el Cid no parece estar interesado en conquistar tierras más allá de Valencia: “no los yré buscar, en Valençia seré yo / ellos me darán parias con ajuda del Criador” (vv. 2502-2503). Si bien la conquista de nueva tierra se valora, Valencia es la consecuencia del destierro y no del interés expansivo de un noble con dominio limitado en Castilla245. El foco narrativo en las relaciones palatinas y el desinterés general por la Reconquista también se confirman en el retrato del rey, cuyas conquistas nunca se mencionan. Una vez tomada Valencia, se nota la equiparación cidiana con la corte real, sea por el vocabulario usado, las reacciones similares o sea por el hecho de que ambos están dispuestos a ejercer poder aplicando violencia, aunque ninguno llega a hacerlo. El hecho de que no tenga aliados entre los magnates cristianos ni otros señores realza tanto el perfil heroico como su vinculación a Castilla, apoyada por el concepto del señor natural. Si bien Valencia se presenta como un señorío inmune con carácter hereditario, el Cid todavía quiere ser vasallo de Alfonso. Por estas razones, el Cantar debería leerse a través de la lente de los relatos concurrentes sobre el Cid en Navarra y Castilla a finales del siglo xii. Aunque la obra miocidiana recogió la unión navarra de dos sobrenombres de Rodrigo: “m(e/i)o Ci(d/t) el Cam(b/p)(e/i)a (d/t)or”246, los reinos vecinos aparecen mencionados solamente al final, en relación con las segundas nupcias. De este modo, el Cantar representa al rey castellano como superior en el contexto hispano, mientras que la ausencia del nombre del infante navarro pone más énfasis en su suegro épico. Asimismo, la ausencia del Cid de la corte castellana no disminuye su relieve político, reflejado en los nuevos yernos, aunque los intereses memorísticos de Navarra se sacrifican para expresar la justicia poética. De modo similar, el tratamiento análogo de las hijas —con la representación de una como futura reina de Aragón— puede leerse más allá de la equiparación poética, dado que el dato histórico sobre el matrimonio de María Rodríguez con

Montaner (2018a: 115) parece distanciarse de los postulados anteriores sobre el Cantar como eco de las tendencias colonizadoras de los nobles, notando el desinterés expansivo de la nobleza en la época de Alfonso VIII. Esto concuerda con el papel decisivo otorgado a las órdenes religiosas y los concejos en el asunto. 246 Sobre las preferencias de la Historia Roderici y la Chronica Naierensis por las formas como “Rodericus” o “Campidoctus”, v. Martin 1992: 76. v.t. Martin 1992: 171-194 y 1993. 245

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el conde de Barcelona parece adaptado a la situación coetánea, con el condado catalán incorporado al reino de Aragón. En cuanto a Fernando y Diego González, según la documentación podrían relacionarse con dos pares de personas diferentes, pero ninguno de ellos parece haber pertenecido al primer círculo magnaticio alrededor de Alfonso VI. Quienesquiera que fueran, su representación épica respeta ese marco memorístico: no aparecen con títulos ni se relacionan con el auxilium y el consilium de modo explícito. De hecho, la denominación “infantes de Carrión” hace palpable su estado de herederos, y su frecuencia contrasta con la antroponimia de otros nobles épicos. Su posición palatina quizá corresponda a la custodia de jóvenes nobles, además de a las representaciones literarias coetáneas de iuvenes que buscan aventuras y fama en otras cortes (v. apartado 6.2). En su red de parientes y aliados en la corte toledana no hay condes (sin contar a García Ordóñez) y ninguno de los nobles que se ponen de su lado formó parte del primer círculo alrededor de Alfonso VI ni apareció en los discursos cronísticos posteriores fuera de la materia cidiana. Ahora bien, hay dos características de los infantes que son llamativas: sus territorios en Carrión, que en parte figuraron como arras, y su insolvencia. Algunos críticos247 han relacionado el conflicto épico con los problemas que los terratenientes tenían debido a los colonizadores y los fueros que los favorecieron, pero esta explicación no carece de problemas. Primero, la obra no se refiere a la (in)solvencia de la nobleza en el interior, y el señorío del Cid no puede simplemente igualarse con los beneficios otorgados a infanzones y caballeros locales. Los únicos nobles que tienen un problema con la liquidez son los infantes, por lo que el tema representa un rasgo de su perfil. Segundo, ellos nunca hablan mal de las tierras de Carrión (en el sentido de ʻterritorios empobrecidosʼ), lo que solamente subraya su enorme codicia, confirmada a lo largo de la obra. En todo caso, la obra parece ofrecer un matiz más sobre la vida nobiliaria: la ausencia del conde Gonzalo en los momentos cruciales parece indicar falta de relieve político. No es posible decir si se trata aquí de un eco de la situación de Pedro Ansúrez, relegado a un segundo plano o enfrentado con el rey tras la llegada de los condes foráneos. Los nobles que aparecen reunidos al lado de los infantes no representan un frente tan unitario, sino que se pueden vislumbrar sus propios intereses (piensen en García Ordóñez y su cambio de posición). Si bien la cima de la casa de Carrión no contaba con la cercanía real (lo que concordaría con el aislamiento de los infantes en el sentido parentelar), ellos todavía poseían todas las condiciones para recuperar el poder (perdido) y establecerse como ricos hombres. En vez de eso, sus motivos les hacen dejar la vv. º1976-1977 en Montaner 2011 (basándose en García de Cortázar 1973 y Catalán 1985).

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corte real con muchas aspiraciones, aunque por sus acciones terminan siendo eliminados de los círculos privilegiados. Tanto la corte de Alfonso VI como la de Alfonso VIII reunían a personas de distintas condiciones que podían (ob)tener dignidades (condales y territoriales) o cargos palatinos. El rey, dependiendo de sus intereses, podía potenciar solo una rama de la parentela o contar con señores independientes como vasallos, aunque la casuística documentada es variada. En los diplomas regios pueden identificarse el primer y el segundo escalón de la nobleza (sin olvidar a nobles de menor importancia e influencia), pero la misma documentación demuestra los límites borrosos y muchas excepciones de la fórmula ʻalta nobleza = ricahombríaʼ. El vocabulario de la época refleja esa realidad, aunque su uso es la prueba de la creciente conciencia de expresar las facetas del mundo nobiliario. La contextualización puede ayudar, pero todavía es mejor contar con su uso polivalente: En ocasiones, según textos e historiadores, un vocablo parece contener a otros que, a su vez, contienen a otros. Pero, en otras ocasiones, según nuevos textos o nuevos historiadores, un vocablo parece cortar a otro vocablo, coge de él una porción de significado y desprecia el resto, que, a su vez, es aprovechado por un texto distinto o un nuevo historiador para otorgarle un significado diferente248.

Por consiguiente, como los versos conservados no revelan la ascendencia del héroe y su mujer, no es prudente otorgar carácter verídico a las palabras de los mentirosos más destacados de la obra ni igualar la voz ʻhidalgo/aʼ a la de ʻinfanzónʼ, cuando la documentación coetánea muestra un uso completamente distinto, sobre todo en los contextos cortesanos. Aunque estaríamos inclinados a situar al Cid épico en el rango medio de la nobleza, dentro del amplio abanico de próceres y de acuerdo con otras obras cidianas, es necesario recordar que el poeta no los calificó, ni a él ni a sus antagonistas, de un modo particular. La lectura detenida de ciertos versos y la comparación con la energía social coetánea han posibilitado alumbrar los aspectos raramente discutidos, mientras otros elementos inevitablemente forman parte del horizonte indecidible. Compuesto en el clima de la pluralización y la evolución de la corte real, el Cid épico, un noble extraordinario, exitoso en la frontera pero nunca emparentado con los nombres más sonoros, resultó ser un poderoso vehículo para representar la pluralidad de la vida nobiliaria, lo que consolidó el camino para sus retoques historiográficos, de acuerdo con las necesidades de los tiempos posteriores.

García de Cortázar 2002: 20.

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El Cantar es innovador en relación con otras obras cidianas desde muchas perspectivas, pero su foco está en el mundo regio-nobiliario, sus representantes y sus trayectorias divergentes. En aquellas relaciones dinámicas se aplicaban distintas prácticas de consolidación y garantía, como recursos simbólicos, arraigados en su acervo de conocimiento. En este sentido, eran los gestos y el comportamiento de los personajes épicos los que confirmaban —o negaban— las palabras que salían de sus bocas. El mundo miocidiano con su constelación de personajes innovadora, por lo tanto, se presenta como una oportunidad extraordinaria de explorar esos signos y entender mejor aquella mentalidad medieval.

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5. Las negociaciones del Cantar de Mio Cid con la comunicación simbólica

No es posible entender la antropología medieval ni su literatura sin su base grecorromana y la importancia otorgada al concepto de phantasia o imaginatio. Siguiendo el modelo tripartito del alma, Aristóteles interpretó la percepción sensorial —cuya naturaleza sinestésica se coordinaba en el sensus communis— como prerrequisito del pensamiento, el proceso mediado por la phantasia o la capacidad de hacer lo ausente presente1. Además de la famosa distinción entre los signa naturalia y data, san Agustín, igualmente interesado en la percepción sensorial, habló del oculus mentis y su capacidad de imaginar, que consideraba crucial para el conocimiento2. Dichos aportes aristotélicos y agustinianos fueron los que en gran medida moldearon el pensamiento y la mentalidad medieval. La interpretación jerárquica de los sentidos se evidencia en la primacía de la vista, según las premisas de Aristóteles y la importancia que otorga al “poner ante los ojos”3. La visualización comprendía la retención y la construcción de imágenes, por lo cual la phantasia, el conocimiento y la memoria estaban interrelacionados en el alma. La representación vívida por medio de palabras con el objetivo de persuadir a los oyentes recibió muchos nombres en los manuales

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Aunque el concepto no aparece en la Poética, Vogt-Spira (2008: 64) relacionó las premisas aristotélicas sobre el conocimiento con las obras literarias, concluyendo: “[…] the ʻpoeticʼ capability of phantasia, namely, that of creating ʻpresenceʼ, shows itself from various points of view to be crucial to the concept of literature as it was canonized in the grammatico-rhetorical tradition of the ancient world and its later transmission”. v.t. Heller-Roazen 2008: 30-36. v. Vance 2008; Meier-Oeser 1997: 1-34, en especial 25-29. v. Aristóteles, Retórica, 3.10.6. y Poética, 1455a. Compárense con Cicerón, De oratore (2.357): “Vidit enim hoc prudenter sive Simonides sive alius quis invenit, ea maxime animis effingi nostris, quae essent a sensu tradita atque impressa; acerrimum autem ex omnibus nostris sensibus esse sensum videndi; qua re facillime animo teneri posse ea, quae perciperentur auribus aut cogitatione, si etiam commendatione oculorum animis traderentur, […]”. v.t. Carruthers 1990: 18-25.

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retóricos: enargeia, ekphrasis, evidentia, demonstratio, illustratio, repraesentatio, etc. Por ejemplo, la Rhetorica ad Herennium definió esa habilidad oratoria de la siguiente manera: “Demonstratio est, cum ita verbis res exprimitur, ut geri negotium et res ante oculos esse videatur”4. Esas descripciones multisensoriales producían imágenes mentales cuyo vigor expresivo (energeia5) persuadía de tal modo que evocaba afectos y emociones. En este contexto, no se debe olvidar el papel otorgado en la actio a los gestos y la voz, que aumentaban la capacidad de persuasión e imaginación6. En la Edad Media, el legado intelectual de los siglos pasados sobre el conocimiento y los sentidos interiores era estudiado y desarrollado por eruditos cristianos, judíos y musulmanes, sin que sus modelos coincidieran siempre7. Las obras de los grandes pensadores como Aristóteles, Avicena o Averroes formaban parte de las traducciones realizadas en Toledo, como lo confirma el tratado De divisione philosophiae de Domingo Gundisalvo que, al seguir la tradición ciceroniana, destacó las destrezas retóricas y las facultades imaginativas8. Además de los trabajos intelectuales, la ʻpresenciaʼ grecorromana en Toledo se confirma con el testamento, a finales del siglo xii, de un canónico que se refiere a las obras de Virgilio, Cicerón, Terencio y Lucano9. Cabe recordar que esta comunidad de intelectuales, aunque de carácter exclusivo, también se caracterizaba por la gran movilidad de sus miembros y, por lo tanto, de sus saberes. Además del mismo Averroes, que ocupó cargos en al-Ándalus y sirvió en la corte almohade, cabe recordar otro ejemplo coetáneo a Alfonso VIII: Miguel Escoto. Documentado como canónico de la catedral toledana10, este letrado y traductor foráneo pasó por Italia para servir luego a Federico II de Hohenstaufen, en cuya corte escribió el Liber physiognomiae. Los miembros de las élites, reconocidos por otros como dignos, participaban en la “publicidad ocasional” constituyendo el orden social, cuyos requisitos y normas a su vez afectaban a los participantes, pues decidían sobre su electaRhetorica ad Herennium, IV,54, 68. v.t. Quintiliano, Institutio, IX.2.40 y VIII.3.61-62. Aunque los solapamientos semánticos no se pueden evitar, el concepto de energeia habitualmente es interpretado como fuerza o potencia de representaciones de persuadir, siendo así un efecto de la enargeia. v. Webb y Weller 2012: 349-352 y 409, respectivamente. v.t. Plett 2004: 98-99; 121. 6 v. Cicerón, De inventione, 1.28-29; Rhetorica ad Herennium III.19; Quintiliano, Institutio. XI, 3. v. Schmitt 1990: 33-49; Hall 2014 y 2004. 7 v. Heller-Roazen 2008: 37-45. 8 v. Burke 1991: 58-69. Sobre estos intelectuales y su relación con las premisas aristotélicas, v. Martínez Lorca 2007. 9 v. Burnett 1994: 433. 10 v. Burnett 2004: 253. Sobre este y otros letrados, todos vinculados a la catedral toledana entre 1210-1220, v. Arizaleta 2016. 4 5



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bilidad y reconocimiento. A nivel más general, esas dialécticas forman parte de la necesidad medieval de “Unsichtbares in Sichtbares einzukleiden und im Sichtbaren Unsichtbares aufzuspüren”11. Dada la fragilidad de las categorías ʻamigoʼ y ʻenemigoʼ, la necesidad de regular interacciones se veía en la amicitia12, con su carácter contractual, o en la práctica del riepto, para resolver conflictos nobiliarios. Asimismo, las casi constantes formulaciones en los tratados de paz del tipo “fer por bona fe, senes engano” (Cabreros) o “per bonam fidem et sine malo ingenio” (Valladolid) ilustran esfuerzos por superar aquella inestabilidad entre las élites. El concepto de honor está intimamente relacionado con esta necesidad estructural de consolidarse. Semánticamente muy amplio, incluía el patrimonio, dignidades y cargos, posiciones y posesiones que moldeaban una imagen social y el estatus en la red de influencias e intereses entrelazados13. Como hemos visto en líneas anteriores, el carácter segmentario-estratificado de la nobleza medieval requería un amplio esquema de signos y señales, desde los topónimos y dignidades hasta los espacios y cuerpos cubiertos de emblemas heráldicos: Je höher die Ebene der symbolischen Organisation und Repräsentation angesiedelt ist, um so mehr werden […] die darin Handelnden tendenziell zu einer Gemeinschaft ohne Kommunikation, und um so weniger sind diejenigen in diese Gemeinschaft einzugliedern, die nicht in die entsprechende symbolische Ordnung eingeschult worden sind14.

Estos modos de (autor)representación y legitimación, desde el punto de vista socioconstructivista, significan una amplificación y elaboración del acervo de conocimiento general, en sí nunca fijo. Como solo pocos tenían acceso a la corte (regia o señorial), el clima de competencia y rivalidad fue criticado por los mismos miembros de las esferas palatinas. En el reino de Enrique II de Inglaterra, Juan de Salisbury y Pedro de Blois eran solo algunos de los letrados dedicados a la crítica de la corte y sus miembros, frecuentemente comparados con buitres y serpientes15. Cabe recordar la conceptualización palaciega de Walter Map, que destaca su constante inconstancia, describiéndola vívidamente como centimanus gigas y centimanus

Schramm 1956: 1086; Althoff 1990, 1997a, 1997b, 2013a, 2013b. Sobre la crítica del paradigma del rito, v. Buc 2001. 12 v. Althoff 1990: 11, 85-88; 1997: 2-3, 54; Harney 1993: 55-57; Epp 2001. 13 v. Althoff 1997a: 279; Kaeuper 1999: 132. 14 Soeffner 1990: 60. v.t. Schütz/Luckmann 1973: 317-318; Luhmann 1997: 686. 15 v. Jaeger 1985: 55-66. 11

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ydra16. En el contexto castellano, un contemporáneo del Cantar, el canciller real Diego García de Campos, también se dedicó a las consecuencias negativas de la curialización. En su obra ascética Planeta, además de criticar a los representantes de la Iglesia, Diego García atacó la superficialidad de las costumbres cortesanas de su época, sobre todo las prácticas relacionadas con la effeminatio. Si bien las sensaciones eran el punto de partida del conocimiento, la potencia del cuerpo humano como medio expresivo sobresalía en la comunicación no verbal. Basada en la antropología antigua, la comunicación medieval suponía una dialéctica entre el cuerpo y el alma. Este diálogo se podía manifestar de modos diferentes, como lo confirma el binomio gestus-gesticulatio para contrastar la lógica y la concordancia corporal con su desorden y disonancia17. Uno de los mejores ejemplos de expresión de la relación entre el cuerpo y el alma era el beso, no solo por ser un signo polisémico, sino también porque el tocamiento de los labios suponía un intercambio de valores en la exhalación18. El panorama amplio que el cuerpo tenía que representar —el estatus de uno, sus intereses y posiciones, sus relaciones con otros participantes, etc.— contaba con el destinatario que podía ʻleerʼ ese medio comunicativo. Por lo tanto, cada interacción social era una “re-presentación” (al. Wieder-Vergegenwärtigung) que contaba con recursos de diferente índole —la voz, la mirada, la mímica, la gesticulación, la ropa, las insignias, etc.—, aunque con una preferencia sensorial: “Der höfische Adel entwickelt eine hochkomplexe Semantik für die Differenzierung von Statusansprüchen, die sich vorrangig auf die optische Wahrnehmung stützt”19. La vista era acompañada por el oído, y ese binomio se usaba a menudo en las narrativas medievales para expresar el poder o la supremacía, algo reflejado en la exclusividad de la mirada o en la resonancia de la voz. Althoff analizó las interacciones medievales de la esfera política, subrayando su obsesión con el rango y su carácter demostrativo-ritual: Durch Verhalten, Zeichen und Gesten war man in der Lage, die Rangordnung einer Gruppe zu verdeutlichen und tat dies durch die Sitzordnung, beim Einzug in die Kirche oder durch Geschenke. Es gab ein ganzes Arsenal von Zeichen für Über- wie die Unterordnung oder auch für Gleichrangigkeit20.

Según este medievalista, todos estos conocimientos formaban parte de las “reglas del juego” (al. Spielregeln) usadas en el proceso de socialización e inter 18 19 20 16 17

Walter Map, De nugis curialium, I, 1. Sobre el tratado de Hugo de San Victor, v. Schmitt 1990: 174-193. v. Schreiner 1990. Wenzel 1995: 24 y 32. Althoff 1997a: 2-12, aquí 12. v.t. Althoff 2013a: 18-19.

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nalización, que se imponían tácitamente. Tanto su uso como su omisión —que no debe confundirse con desconocimiento— tenían funciones comunicativas. De este modo, cada interacción, sobre todo los saludos y las despedidas ritualizados, funcionaba como reafirmación de las relaciones actuales, o más bien, posibilitaba su redefinición. Pese a la omnipresencia de ritos en la Edad Media, el catálogo de señales no verbales no fue estable a lo largo del tiempo. La introducción de nuevos elementos o el uso de otros ya conocidos en nuevos contextos mostraba los límites —y los potenciales— de dicha red semiótica. Consciente de esa polisemia inherente y del carácter situacional de las interacciones, la sociedad medieval tenía mucho cuidado con los gestos que se ejecutaban y palabras que se expresaban: “Es durfte nichts improvisiert und spontan geschehen, alles mußte vorher abgesprochen und erst dann inszeniert werden”21. Así, distanciándose de la interpretación de afectos incontrolables de Elias, Althoff sostuvo que el llanto en público o la deditio repetida se usaban a propósito, puesto que su ejecución pública obligaba a respetar lo establecido en aquella situación concreta. En vez de irrupciones espontáneas, esas expresiones afectivas eran más bien “puestas en escena” (al. Inszenierung, ʻZur-Schau-Stellungʼ22) intencionales y codificadas que, a su vez, exigían una reacción de los participantes, también regulada y libre de improvisación. Si bien la sociedad medieval suponía la visibilidad del alma y apreciaba la disciplina y la concordia corporal, sabía perfectamente que el cuerpo podía instrumentalizarse más allá del uso irónico de los gestos, por lo que conviene incluir otra pareja conceptual antes de analizar el Cantar. Según Philipowski, mientras que los ʻgestosʼ expresan los movimientos internos, incluso los involuntarios e inconscientes, la ʻpuesta en escenaʼ es una manipulación intencional y arbitraria del cuerpo: “Es ist also die Wahrheit des Körpers, die die Geste von der Inszenierung unterscheidet”23. Esta diferenciación será funcional, sobre todo, para el análisis de los infantes, puesto que el auditorio permanece en suspense desde su primera aparición, sabiendo que su comportamiento en público y el que manifiestan a solas no concuerdan. Las narrativas historiográficas y, sobre todo, literarias, concedían mucha importancia a la legibilidad del cuerpo. El giro visual o el estilo descriptivo cortesano (al. höfischer Beschreibungsstil)24 que tuvo lugar alrededor de 1200 Althoff 1997a: 125. v. Althoff 1997a: 251-256; 2001; 2013a: 12-15, 26-67, 168-170; 2003d: 296-297; Rehberg 2004. 22 v. Althoff 1997a: 12, 144, 229; 2003d: 277. 23 Philipowski 2000: 460. v.t. Kaeuper 2016: 312-325. 24 v. Bumke 2004: 388. 21

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apoyaba la jerarquía antigua de los sentidos. Interesado en esos recursos narrativos, Wenzel25 se dedicó a la “poética de la visibilidad”, dirigida al público con el objetivo de guiar su atención o crear imágenes mentales. Contando con las facultades internas, los estímulos sensoriales en las obras ayudaban a concebir el mundo literario, mientras que su carácter multisensorial y su fuerza expresiva aumentaban su potencial de persuadir. Teniendo en cuenta este marco conceptual y los análisis26 de los gestos y sentidos miocidianos, una lectura detenida de la expresión verbal y no verbal (espontánea o no), el contexto de su realización, su relación con la indumentaria y objetos, etc. ayuda a acercarse al orden semiótico miocidiano y, por extensión, a la episteme de la época. No obstante, las interacciones entre los personajes se analizan primero a partir de las figuras y sus percepciones sensoriales-cognitivas (a veces divergentes) para pasar al uso semiótico general de la obra, dirigido hacia el público y sus capacidades imaginativas27. El Cantar guarda silencio con respecto al mundo interior de sus personajes, lo que es un rasgo común de la épica heroica, a diferencia de las novelas artúricas o las canciones trovadorescas que incorporan pensamientos, emociones, reflexiones y dudas. El narrador miocidiano no insiste en monólogos reveladores y opta por huellas y ecos aislados a la hora de retratar a sus personajes, pero incluso sin reflexiones explícitas es posible hallar un análisis sensorial detallado de la nobleza épica. El cuerpo humano aparece en ocasiones como reflejo del mundo interior y en otras se tematiza su instrumentalización exitosa, que logra efectos distintos. En las asambleas, el indicador más preciso de la posición, importancia y prestigio de un personaje sigue siendo la mirada, acompañada por la voz. De hecho, incluso si el cuerpo no está presente, la obra explora las posibilidades de ser ʻvistoʼ y ʻoídoʼ indirectamente. La imagen social dependía de los signos usados, pero también de los intereses de otros participantes en aquella comunicación simbólica. Si bien importaba lo que cada uno decía y v. Wenzel 1995: 43-53. v. Luongo 2018 (en especial 217-221); Walsh 1990 (aunque él interpretó los signos en relación con la ejecución y no en el contexto de cognición) y West-Burdette, que habló del poeta miocidiano como “master in appealing to the senses” (1987-1988: 55). GarciGómez (1993) identificó la vista como dominante en la ʻGestaʼ y el corazón como sede del sentimiento en la ʻRazónʼ, mientras que Gómez Redondo (2002: 182-204) distinguió entre las fórmulas de ver y oír de la trama épica y las de sentir del carácter cortesano. Para diversos aspectos de clothing imagery, v. Deyermond y Hook 1979. 27 Nos basamos en la distinción hecha por Müller (2010c: 262) entre el uso semiótico y la estimulación sensorial a nivel figural (que puede diferir de una figura a otra y, por lo tanto, proveerlas con conocimientos divergentes) y el uso semiótico y la recepción sensorial de la obra dirigidos al auditorio. 25 26

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hacía, también eran importantes las reacciones de los otros, puesto que la opinión pública ʻautorizabaʼ la posición y la imagen de uno. En el Cantar, todos los personajes conocen estas reglas, la cuestión es cuándo y por qué las normas y el orden establecido se desatienden. 5.1. Las interacciones multisensoriales del Cid y la corte real El tema del honor en el Cantar ha sido uno de los más explorados28, no solo por su preeminencia inherente a la épica, sino también por la multitud de sus perspectivas. Así, Pavlovic29 propuso tres dimensiones del concepto en el Cantar —la material, la social y la personal: ʻhonoresʼ, ʻhonorʼ y ʻhonraʼ— correspondientes a cada uno de los tres cantares, aunque tuvo que concluir que la terminología en la obra no era tan precisa. Por esta razón, estamos inclinados a recurrir a las observaciones agudas de Pitt-Rivers sobre la correlación entre el reclamo y el derecho a honor: Honour, therefore, provides a nexus between the ideals of a society and their reproduction in the individual through his aspiration to personify them. […] The claimant to honour must get himself accepted at his own evaluation, must be granted reputation, or else the claim becomes mere vanity, an object of ridicule or contempt […]30.

Como se puede ver, la cuestión del método —el triunfo por la fuerza o por estrategias más diplomáticas— no es tan importante como la consonancia entre los hechos individuales y la imagen pública. Teniendo en cuenta el uso problemático del concepto “individualidad”31 en la Edad Media, es mejor pensar en retratos épicos cuya distintiva individualidad se mide siempre de acuerdo con el marco de papeles más estrecho, es decir, el impuesto por la pertenencia al estamento y determinado por las redes sociales. Según Salinas (1945), las dos mayores manifestaciones del honor del Cid son la restauración del vasallaje y la fundación del linaje. v.t. Correa 1952; Lacarra 1980; Duggan 1989; Hernando 2009. Cabe mencionar el uso del estatus en el sentido más amplio por Smith (1983). 29 v. Pavlovic 2000. 30 Pitt-Rivers 1965: 22. 31 “Im größeren Teil der Menschheitsgeschichte war für den überwiegenden Teil der Menschen persönliche Identität nicht das Ergebnis einer subjektiven Reflexion, die sich aus der Gegenüberstellung von Ich und seinem sozialen Lebensumkreis ergab, sondern eine gesellschaftliche Gegebenheit. Das Ich war in seine gesellschaftlich-natürliche Umwelt eingebettet, persönliche Identität wurde sozial hergestellt”. Luckmann 1979: 294. v.t. Luhmann 1989. 28

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hacía, también eran importantes las reacciones de los otros, puesto que la opinión pública ʻautorizabaʼ la posición y la imagen de uno. En el Cantar, todos los personajes conocen estas reglas, la cuestión es cuándo y por qué las normas y el orden establecido se desatienden. 5.1. Las interacciones multisensoriales del Cid y la corte real El tema del honor en el Cantar ha sido uno de los más explorados28, no solo por su preeminencia inherente a la épica, sino también por la multitud de sus perspectivas. Así, Pavlovic29 propuso tres dimensiones del concepto en el Cantar —la material, la social y la personal: ʻhonoresʼ, ʻhonorʼ y ʻhonraʼ— correspondientes a cada uno de los tres cantares, aunque tuvo que concluir que la terminología en la obra no era tan precisa. Por esta razón, estamos inclinados a recurrir a las observaciones agudas de Pitt-Rivers sobre la correlación entre el reclamo y el derecho a honor: Honour, therefore, provides a nexus between the ideals of a society and their reproduction in the individual through his aspiration to personify them. […] The claimant to honour must get himself accepted at his own evaluation, must be granted reputation, or else the claim becomes mere vanity, an object of ridicule or contempt […]30.

Como se puede ver, la cuestión del método —el triunfo por la fuerza o por estrategias más diplomáticas— no es tan importante como la consonancia entre los hechos individuales y la imagen pública. Teniendo en cuenta el uso problemático del concepto “individualidad”31 en la Edad Media, es mejor pensar en retratos épicos cuya distintiva individualidad se mide siempre de acuerdo con el marco de papeles más estrecho, es decir, el impuesto por la pertenencia al estamento y determinado por las redes sociales. Según Salinas (1945), las dos mayores manifestaciones del honor del Cid son la restauración del vasallaje y la fundación del linaje. v.t. Correa 1952; Lacarra 1980; Duggan 1989; Hernando 2009. Cabe mencionar el uso del estatus en el sentido más amplio por Smith (1983). 29 v. Pavlovic 2000. 30 Pitt-Rivers 1965: 22. 31 “Im größeren Teil der Menschheitsgeschichte war für den überwiegenden Teil der Menschen persönliche Identität nicht das Ergebnis einer subjektiven Reflexion, die sich aus der Gegenüberstellung von Ich und seinem sozialen Lebensumkreis ergab, sondern eine gesellschaftliche Gegebenheit. Das Ich war in seine gesellschaftlich-natürliche Umwelt eingebettet, persönliche Identität wurde sozial hergestellt”. Luckmann 1979: 294. v.t. Luhmann 1989. 28

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La fragilidad del honor y su dependencia de la opinión y la imagen social fueron personificadas por Virgilio, en su famoso retrato de la Fama, en la forma de monstruo con muchos ojos, orejas y bocas32. La reputación viajaba en el espacio, pero también lo podía hacer en el tiempo en función del legado, como se ve en la preocupación de Roldán sobre la “male cançun” (vv. 1014, 1466) y “malvaise essample” (v. 1016)33 o en el castigo previsto en el Fuero de Cuenca (XII,32) para los que compusieran ese tipo de canciones. Si bien el Cantar no contiene personificación virgiliana similar, a menudo recoge la importancia de la imagen social —reconocida incluso por los infantes (v. 1881)—, además de concluir la trayectoria del héroe con el verso: “Estas son las nuevas de Myo Çid el Canpeador” (v. 3729). Al lado del honor, la relación entre el rey y el Cid representa otro foco analítico, aunque los investigadores34 han dado interpretaciones divergentes a lo largo de las décadas. A diferencia de algunas obras de la materia cidiana o las chansons de geste coetáneas, en el Cantar ni hay un rey abusivo ni el Cid le echa la culpa de su destierro. Alfonso, al principio ausente, ejerce su autoridad por medio de la carta a los burgaleses y el Cid respeta su decisión y el plazo impuesto para salir del reino. Su precaria situación no afecta a su fama, como se puede ver en la reacción de los ciudadanos y la mesnada cada vez más grande, pero sí dificulta su representación dentro de Castilla. Una vez desterrado, el único modo de mantenerse importante en su reino natural es a través de los ecos de sus hazañas (vv. 783, 1301), dirigidos también hacia los moros (vv. 905, 1156) que, por extensión, llegan hasta el conde de Barcelona (v. 956). Después de la primera victoria en Castejón, el héroe incluso decide librar a cien moros y cien moras para que no hablen mal de él (v. 535). Todo esto forma parte de la preparación paulatina para interactuar con la corte de Alfonso. Tras la representación acústica por medio de noticias, el Cid decide representar visualmente sus éxitos a Castilla. Su sobrino Minaya es enviado con treinta caballos ensillados ante el rey: A vós, rrey ondrado, enbía esta presentaja; bésavos los pies e las manos amas que lʼayades merçed, ¡sí el Criador vos vala! (vv. 878-880) Para la cita de la Eneida (4.173-197) y un análisis de la tradición vergiliana, v. Hardie 2012: 78-149. 33 v. La chanson de Roland. 34 Sobre diferentes aspectos de este tema, v. Correa 1952; Chasca 1953; Walker 1976 (sobre la prueba del vasallo y luego la prueba del buen señor); Rodríguez-Puértolas 1977; West 1977 (sobre la evolución del rey) y 1996; Lacarra 1995; Pattison 1996; Martin 1997b; Barton 2000; Caldin 2005; Hernando 2009. 32

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La elaboración retórico-corporal del mensaje por parte de Minaya cuadra con el ruego como la forma más adecuada de apelar al señor y presentarle el caso, sin arriesgarse a incomodarlo o empeorar el conflicto35. La gestualidad expresiva de Minaya sin duda facilita que continúe la comunicación intermediada entre el rey y el Cid, puesto que el rey perdona a Minaya y permite a los vasallos que se vayan con el Cid (vv. 881-893). Es importante recordar que en la primera embajada no se menciona al séquito del rey ni se tiene la impresión de que se produzca un ruego en público. En la siguiente embajada, la reciprocidad iniciada continúa y crece; después de la misa, Minaya aparece delante del rey con cien caballos: Fincó sos ynojos ante tod el pueblo, a los pies del rrey Alfonso cayó con grand duelo, besávale las manos e fabló tan apuesto: —¡Merçed, sennor Alfonso, por amor del Criador! Besávavos las manos Myo Çid lidiador, los pies e las manos, commo a tan buen sennor, quelʼ ayades merçed, ¡sí vos vala el Criador! (vv. 1318-1324)

Aunque de nuevo hay una elaboración de las instrucciones iniciales, el rey, santiguándose, recibe el don y acalla al conde García (vv. 1340-1349). Tras aludir a los beneficios que tiene en comparación con los del conde, Alfonso concede la reunión de la familia del Cid, los abastece de provisiones y proclama su apoyo al Cid delante de la corte reunida (vv. 1360-1366). Las negociaciones terminan con la tercera embajada, cuando el rey sale con todo el séquito a recibir a Minaya y Pedro Bermúdez que, arrodillados, besan la tierra y los pies del rey alegre (vv. 1831-1844). A ello le siguen dos conversaciones en privado: primero, los infantes proponen el casamiento con las hijas del Cid (vv. 1884-1888) y entonces Alfonso se aparta con Minaya y Pedro para tratar el tema de las vistas y las nupcias propuestas (vv. 1894-1906). Dado que ambos asuntos implican una reorganización de poderes, el rey se despide con las palabras: “andarle quiero a Myo Çid en toda pro” (v. 1913), realzando una vez más el deseo de resolver el conflicto. Tras la representación acústico-visual (indirecta) del Cid ante el rey y los bienes y favores intercambiados, es posible concretar las negociaciones en forma de dedición: “Die dedicio ist ein ausgehandeltes und in allen Einzelheiten inszeniertes Ritual, das der Hochadel bei der Beendigung seiner Konflikte

Althoff 1997a: 197; 1997b: 375; para el análisis estructural de las embajadas, en parte basado en las Partidas, v. Lacarra 1995: 188-190. v.t. Pavlovic y Walker 1996: 121.

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—namentlich mit dem König— nutzte”36. Este privilegio de las élites tenía dos fases: las negociaciones preliminares de carácter privado y, una vez confirmadas las posiciones de los participantes, su puesta en escena con carácter público, lo que obligaba a respetar y mantener las relaciones recién concordadas. La práctica está confirmada por el Tratado de Fresno-Lavandera37, de 1183, entre Castilla y León, en el cual los nobles y los obispos, en el papel de intermediarios, prometen mantener el asunto en secreto hasta que los reyes se encuentren. De acuerdo con esta estructura de negociaciones de paz, la primera embajada del Cid, la petición de mano y las condiciones de las vistas mantienen el carácter privado. La misma reacción tiene el Cid cuando, al recibir la noticia, no la anuncia ante todos en Valencia. Alegre por la gracia real, pero preocupado por la unión matrimonial, el héroe dice a sus mensajeros: mas pues lo conseja el que más vale que nós, fablemos en ello, en la poridad seamos nós. ¡Afé Dios del çielo que nos acuerde en lo mijor! (vv. 1940-1942)

Si recordamos que la fórmula de reflexión del rey y del Cid aparece como reacción solo a la petición de mano, y no a las embajadas, es obvio que el poeta distingue desde el inicio entre estos dos asuntos. Estando en una situación precaria —la gracia real vinculada al matrimonio problemático—, el Cid decide al final informar al rey sobre las vistas junto al Tajo (vv. 1950-1958), confirmando implícitamente la oferta real, lo que alegra a Alfonso (v. 1960). La importancia de las vistas se manifiesta a varios niveles: además de las preparaciones minuciosas de los participantes (vv. 1965-1998), el rey sale a recibir al Cid con gran honor (v. 2015) y el héroe se acerca con sus mejores caballeros: Con unos quinze a tierrasʼ firió, ¡cómmo lo comidía el que en buen ora naçió! Los ynojos e las manos en tierra los fincó, las yerbas del campo a dientes las tomó llorando de los ojos, tanto avié el gozo mayor; assí sabe dar omildança a Alfonso so sennor, de aquesta guisa a los pies le cayó. Tan grand pesar ovo el rrey don Alfonso: —¡Levantados en pie, ya Çid Campeador!

Althoff 1997a: 99-170, aquí 101. v. doc. 46 en González 1943.

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Besad las manos, ca los pies non; si esto no feches, non avredes my amor.— (vv. 2019-2029)

Aun con las lecturas divergentes del simbolismo de los gestos del Cid38, hay que concluir que su postura (silenciosa) con lágrimas encaja con las representaciones cronísticas de la deditio, en la que “[...] “Tränen und Fußfälle vielfach benutzte Mittel sind, um den Ernst und die Dringlichkeit einer Bitte zu unterstreichen”39. La actio del Cid, no obstante, causa irritación a Alfonso, pero no porque malinterprete los gestos del Cid o por un súbito cambio de actitud. Como ha subrayado Lacarra40, una vez iniciadas las negociaciones, el rey Alfonso, consciente de su error y de los méritos del héroe, va mostrando una posición favorable a la reconciliación. En los versos del Cantar no hay ningún indicio de que el rey simule o use el intercambio de bienes para transmitir mensajes no auténticos. Por lo tanto, tras esta dedición tan expresiva, Alfonso le pide al Cid que se levante y le bese las manos, disminuyendo la jerarquía simbólica del beso, pero al mismo tiempo consolidando su posición como rey y aceptando al Cid como su vasallo41. Tras pedir la gracia real ante todos (v. 2032b), el Cid no besa solo las manos del rey: levósʼ en pie e en la bócalʼ saludó. Todos los demás dʼesto avién sabor; (v. 2040-2041)

La gradación de tres besos y tres posturas del Cid se ha relacionado con tres fases de su trayectoria, siendo el beso en la boca la culminación de armonía y afecto reestablecido42. Las actitudes de ambos personajes han sido representadas visual y auditivamente sin fricciones, y la presencia de otros nobles obliga a los dos a respetar el estado restaurado. Como es necesario fortalecer el vínculo —ante todos y preferiblemente de modo multisensorial—, el Cid le da las gracias al rey y lo invita a un banquete (v. 2046). Con cautela, el rey explica por qué sería mejor que él organice la primera comida (vv. 2047-2050). A diferencia de la interacción afectuosa con el rey, cuando los infantes aparecen para saludar al Cid, este se comporta más reservadamente (vv. 2052-2055). Ese encuen Sobre las diferentes lecturas de las hierbas arrancadas y referencias adicionales, v. Caldin 2005: 94-96; LaRubia-Prado 2008: 288-289; º2021-2022 en Montaner 2011. 39 Althoff 1997a: 268. v.t. Althoff 1997a: 102,248, 267-269; 1997b: 375. Sobre las lágrimas en la retórica antigua y en las chansons de geste, v. Becher 2001: 28-29. 40 v. Lacarra 1995. Para una lectura alternativa, v. Miranda 2003. 41 Sobre el besamanos como rito del vasallaje, v. Le Goff 1980. Sobre el besamanos en el Cantar y su uso en el campo familiar y regio, v. Martin 1997a: 160-163. 42 v. º2039-2040 en Montaner 2011. v.t. Schreiner 1990. 38

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tro breve puede que sea indicativo de su escepticismo, ya indicado —y, por lo tanto, de la concordancia entre su motus corporis y motus animae—, pero como él no rechaza la interacción de un modo visible y evidente, para los infantes y el rey se trata de otra confirmación implícita de la oferta matrimonial propuesta. Lo que sigue son los beneficios de la hospitalidad real delante de todos: non se puede fartar dʼél, ¡tantolʼ querié de coraçón! Catándolʼ sedié la barba —que tan aýnalʼ creçiera—, maravíllanse de Myo Çid quantos que ý son. (vv. 2058-2060)

Además de informarnos del afecto y respeto de que el Cid goza como huésped del rey, con el ejemplo de la barba larga el poeta ilustra el honor creciente del Cid43. Al día siguiente, el Cid ofrece el contradón: la comida para todos, tan rica que “Todos eran alegres e acuerdan en una rrazón: / pasado avié tres annos no comieran mejor” (vv. 2066-2067). Esta reacción, exagerada o no, debe entenderse como otra representación lograda del estatus del Cid, en este caso, relacionada con el sabor. De este modo, las interacciones expresivas entre el héroe y Alfonso, su carácter público y la ausencia de cualquier desacuerdo entre lo interior y lo exterior son más que suficientes para que el público se forme una imagen mental de su relación armoniosa. Al tercer día, tras la misa de don Jerónimo, ante todos los reunidos, Alfonso propone “un rruego” (v. 2073) al Cid y destaca los beneficios de la unión matrimonial con los infantes. El héroe alaba la estirpe de los infantes (vv. 20842085), pero subraya la corta edad de sus hijas y se distancia del asunto: Yo las engendré amas e criásteslas vós, Entre yo y ellas en vuestra merçed somos nós. (vv. 2086-2087)

La alusión a la crianza de las hijas por parte del rey es sugestiva del vínculo estrecho, pero como la obra no ofrece más datos, es mejor atribuirle una función intensificadora del lazo entre Alfonso y el Cid, relacionada con la transferencia de la patria potestad. Tras entregar a los infantes al Cid, el rey le regala trescientos marcos, y el Cid le da las gracias como “a rrey e a sennor” (v. 2109), aceptando el don (v. 2125). Al realzar de nuevo que “non ge las daré yo con mi mano / nin dend non se alabarán” (v. 2134), el Cid pide un padrino, por lo que el rey escoge a Minaya (que se alegra) y recibe del héroe el contradón de sesenta caballos ensillados y equipados (vv. 2144-2146)44. Alfonso, que no v. Bly 1978; Conde 2002. v.t. Fuero de Cuenca XII, 4, 18; Fuero Viejo II,i,6. Se sigue la lectura de doble narración repetida en vv. 2121-2130 y 2131-2167, v. º2120 en Montaner 2011.

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oculta sus emociones y la gratitud hacia el Cid (vv. 2147-2155), permite que sus vasallos se vayan a Valencia después de la despedida formal con el besamanos (vv. 2159-2165). La escena del perdón real es un buen ejemplo de comunicación simbólica exitosa. Tanto la circulación de bienes y favores como el acercamiento paulatino entre el rey y el Cid van indicando la reconciliación que se consolida a través de regalos, banquetes y alabanzas mutuas. Todas estas representaciones multisensoriales ocurren ante un público que asegura con su presencia y su admiración la validez de lo sucedido. Asimismo, el Cid y Alfonso logran expresarse a través de sus cuerpos tan eficazmente que en ningún momento se duda de su sinceridad. El afecto y el respeto que sienten el uno por el otro es evidente tanto en sus gestos como en la cercanía corporal entre los dos, coronada con el beso en la boca. Finalmente, conscientes de que el matrimonio iniciado no estará libre de problemas, logran tratar el asunto sin perjudicar la armonía establecida en las vistas. En algunas lecturas45, la obediencia del Cid se ha relacionado con la pérdida del poder aristocrático o con su castración simbólica. Sin embargo, la reconciliación no debe entenderse como una derrota del héroe. En las negociaciones preliminares se han acordado los puntos importantes y tanto su deditio como la gracia del rey han sido necesarias para su finalización. Aunque pueda parecer que Alfonso controla la situación46, la verdad es que él también se ha comprometido en la primera fase y el rechazo de los dones o la dedición del Cid resultaría en otro conflicto. Con las embajadas, el Cid ha mostrado al rey los beneficios de tenerlo como vasallo. Alfonso, aceptando su estatus de señor de Valencia, propone las vistas y une la oferta matrimonial al asunto. Como el poeta decidió no detallar la conversación entre Alfonso y los infantes, solo es posible constatar sus dudas iniciales. Puede ser que, de manera similar a lo ocurrido con Alfonso VIII y otros reyes históricos, el rey épico haya visto en la petición un modo de reintegrar al noble a su corte evitando fricciones nobiliarias. Si en toda la materia cidiana Alfonso no se reúne con el Cid tras la toma de Valencia, la diégesis épica respeta ese marco general, pero desplaza la reintegración: en vez de un cargo curial, el rey épico le ʻdaʼ a dos nobles de su corte para sus hijas. Por consiguiente, el rey acepta al Cid como señor de Valencia y, a su vez, el Cid respeta a Alfonso como rey y señor natural de Castilla. Como concluyó Lacarra47, a pesar de que los señoríos inmunes y el centralismo real son concep v. Hernando 2009: 150-186; Caldin 2005, respectivamente. Sobre el compromiso del rey en estas situaciones, v. Althoff 1997a: 214-215, 300; 1997b: 385-376. 47 v. Lacarra 1980: 120. 45 46

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tos antitéticos, en el Cantar funcionan como complementarios. Ambos lados deciden superar el conflicto inicial y, para conseguirlo, con cada paso siguen las reglas del juego simbólico. Sus interacciones multisensoriales no contienen tensiones ni malentendidos y su carácter público las hace válidas. El artificium pormenorizado demuestra la importancia de la comunicación auténtica, distanciándose evidentemente de otras obras cidianas. Además, aunque se centra en el lazo entre el rey y su vasallo, el poeta consigue entrelazar el germen del conflicto siguiente sin levantar sospechas sobre la autenticidad de esa reconciliación. Después de la afrenta, con su casa amenazada de extinción, el Cid llega a ver a sus hijas y, entre abrazos y besos, les dice: ¿Venides, mis fijas? ¡Dios vos curie de mal! Yo tomé el casamiento, mas non osé dezir ál. ¡Plega al Criador que en çielo está que vos vea mejor casadas dʼaquí en adelant! ¡De myos yernos de Carrión Dios me faga vengar! (vv. 2890-2894)

Tras el consejo con sus hombres “en su poridad” (v. 2899), el Cid envía a su criado Muño Gustioz a Castilla para informar al rey, recordando que Alfonso se encargó del enlace matrimonial y pidiendo justicia “a vistas o a juntas o a cortes” (v. 2914). Al oír el mensaje de Muño48, el rey lamenta su decisión, identificándose emocionalmente con el Cid: “Entre yo e Myo Çid pésanos de coraçón” (v. 2959). Sin pedir consejo a nadie, Alfonso decide convocar la curia extraordinaria en Toledo siete semanas más tarde (vv. 2962-2970), y subraya: Por amor de Myo Çid esta cort yo fago, saludádmelos a todos, entrʼellos aya espaçio, dʼesto que les abino aún bien serán ondrados. (vv. 2971-2973)

Aquí cabe recordar que el rey ya se ha enterado de la afrenta y que la noticia le ha pesado (v. 2825). Reaccionando tras el mensaje del Cid y respetando el sistema procesal de la época (por esperar a que el injuriado acuse al ofensor), Alfonso en realidad confirma el retrato del rex iustus. Visto así, ambos lados respetan el orden social y preservan el lazo vasallático: el Cid, al desistir de una venganza de sangre, y el rey, al convocar la curia para resolver el conflicto. Tras la deliberación con sus parientes, los infantes no logran convencer al rey para que los dispense de la corte, pero terminan siendo apoyados por Gar Esta vez, el mensaje original no se elabora mucho: Muño empieza hincado de rodillas, besando los pies del rey y mencionando los detalles de la afrenta, sin incluir los bienes tomados (vv. 2934-2952).

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cía Ordóñez, motivado por su enemistad con el Cid (vv. 2990-2999). Una vez reunidos los nobles y los expertos en derecho, el rey se alegra al recibir las noticias de Minaya sobre la llegada del Cid (vv. 3015-3018)49. Cuando el héroe se presenta a lo grande, Alfonso sale cabalgando a recibirlo y le dice al Cid (que descabalga): ¡Par Sant Esidro, verdad non será oy! Cavalgad, Çid; si non, non avría dend sabor. Saludar nos hemos dʼalma e de coraçon, de lo que a vós pesa a mí me duele el coraçón. (vv. 3028-3031)

La reacción del rey es un signo importante para todos los nobles reunidos: montado a caballo, le pide al Cid que haga lo mismo. En aquella sociedad, tan acostumbrada a representar la distinción social de un modo visual, el rey tenía que dominar el espacio, habitualmente sentado en un lugar más elevado: “Der herrscherliche Blick durchdringt sein ganzes Territorium, die Untergebenen senken vor ihm das Haupt (den Blick) oder das Knie”50. En situaciones en las que se saludaban dos personas del mismo rango, la igualdad se manifestaba visualmente con ambos sentados o con ambos a caballo. Solo recordando estas prácticas es posible entender la magnanimidad del gesto de Alfonso, que decide demostrar su solidaridad con el Cid ante la toda corte reunida. Al besar la mano y la boca del rey (v. 3034), el Cid saluda a los condes reunidos según el orden jerárquico (y la importancia memorística). Después de la oración y el consejo, al día siguiente, el Cid decide quién irá con él a la asamblea e indica qué deben llevar puesto: belmeces, lorigas, pieles de armiño y las armas escondidas como precaución51 (vv. 3073-3082). Cabe recordar que, según las Posturas de Toledo52, las pieles de armiño, llevadas por sus hombres (y más tarde por sus hijas), eran las más ricas en aquella época. Lo que sigue es la descripción más detallada en toda la obra, que incluye la camisa decorada con oro y plata, una túnica y cofia bordadas con oro, una piel lujosa y el manto echado encima (vv. 3084-3100). Tanto el descabalgamiento antes de entrar (vv. 3104-3105) como la posición central del Cid entre sus hombres (v. 3106) reflejan su respeto del orden y su distinción social. El rey y los condes Enrique y No coincidimos con la propuesta de Michael (1984: 272) sobre la tardanza del Cid como posible vaga reminiscencia del episodio de Aledo. Se trata del encuentro más importante de la obra, por lo que la preocupación del rey por la demora inicial es comprensible. 50 Wenzel 1995: 131-136, aquí 134. v. Althoff 1990: 183; 1997a: 301-302; 2013a: 168-169. 51 Sobre las armas escondidas como un acto de prudencia, v. Montaner 2011 º3076. 52 v. Hernández 2011: 258. La tercera mención de estas pieles se relaciona con Asur González (v. 3374). 49

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Ramón son los primeros en levantarse, seguidos de otros, para recibir al Cid con gran honra (vv. 3109-3111). Como García Ordóñez y el bando de los infantes no se han levantado (vv. 3112-3113), es una señal deliberada e indudable de sus relaciones perturbadas. De nuevo, el rey inicia un acercamiento al Cid: El rrey dixo al Çid: —Venid acá ser, Campeador, en aqueste escanno quemʼ diestes vós en don; maguer que a algunos pesa, mejor sodes que nós. (vv. 3114-3116)

La inclusión del escaño regalado por el Cid en esta escena es muy llamativa, pero a diferencia de las crónicas posteriores, este detalle no recibe más atención53. Si su mención y la alabanza del Cid no son suficientes, la invitación a la cercanía corporal —según parece, no cuestionada por los nobles reunidos— demuestra la admiración y confianza que esta corte le tiene. A su vez, la insistencia del Cid en las jerarquías espaciales alegra al rey y el héroe se sienta en otro escaño, rodeado de sus hombres (vv. 3117-3122), y los infantes son los únicos que no lo miran (vv. 3123-3126). Al levantarse, Alfonso destaca que hace la curia “por el amor de Myo Çid” (v. 3132), designa a los jueces y recuerda que cualquier disturbio resultará en la ira regia y destierro (vv. 3139-3141). Tras dar las gracias a su rey y señor (v. 3146), el Cid expone su demanda y recibe sus dos espadas, Colada y Tizón (vv. 3148-3180). Entonces, el héroe hace saber a los nobles reunidos sobre el origen de la primera (vv. 3180-3197). Como notó Velasco54, la Colada, ganada al conde de Barcelona, es indicativa de la superioridad en el espacio territorial cristiano, mientras que la espada espiritual Tizón sugiere el dominio sobre los reyes moros. Así, la representación visual —el brillo de las lujosas espadas— va acompañada por la representación acústica y la admiración palaciega. Solo tras el ajuar devuelto en especie y las burlas que los infantes sufren (v. 3249), el Cid incluye el escarnio y el abandono de sus hijas. Al estudiar los topoi del Cantar, Burke destacó la concordancia entre las demandas de Toledo con el discurso forense y la tradición retórica: My view […] is that the ways of reasoning that we find there correspond too closely to those honed by the Ciceronian tradition for the similarity to be accidental; it must, therefore, reflect an awareness of this tradition on the part of the poet55.

Sobre el escaño como indicativo del carácter ambivalente de la economía de don y contradón, v. LaRubia-Prado 2008: 291-292. 54 v. Velasco 1991, en especial 46-48. v.t. Boix Jovaní 2011 y 2012b. 55 Burke 1991: 150. 53

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Con similar línea argumentativa, Hernando56 observó que la última parte no tiene el peso legal y los pormenores retratados apelan a los sentimientos de los presentes (tanto los personajes como el público). Así, al recurrir al pathos, el Cid consigue (re)crear una imagen mental y destacar la injusticia que ha sufrido. La corte interrumpida por la llegada de los embajadores navarro y aragonés consolida las intenciones de Alfonso y el Cid de resolver el conflicto sin salir del marco de sus papeles. Así, a la segunda petición de mano —ejecutada en público sin acuerdos preliminares—, Alfonso dice: Ruégovos, Çid, caboso Campeador, que plega a vós e atorgar lo he yo. (vv. 3410-3411)

La respuesta del Cid es un paralelismo de las palabras de Alfonso: “Quando a vós plaze, otórgolo yo, sennor” (v. 3415). La cautela acentuada puede explicarse desde el punto de vista de la comunicación simbólica: la aparición de los mensajeros foráneos representa una sorpresa para los presentes. La obra no se ha referido a ningún colloquio antes, por lo que la súbita petición puede causar tensiones entre los personajes, aunque, con excepción de los infantes, toda la corte se siente contenta (vv. 3425-3428). Una vez acordadas las nupcias: Allí se tollió el capiello el Çid Campeador, la cofia de rançal, que blanca era commo el sol, e soltava la barba e sacóla del cordón; nosʼ fartan de catarle quantos ha en la cort. Adelinnó a él el conde don Anrrich y el conde don Remond, abraçólos tan bien e rruégalos de coraçón que prendan de sus averes quanto ovieren sabor; (vv. 3492-3498)

De nuevo, la apariencia del Cid concuerda con el honor del que goza57, y él responde a la admiración con otra muestra de generosidad y cercanía corporal a los condes más destacados del reino. En la última interacción entre el Cid y Alfonso, el rey elogia ante todos las habilidades del Cid como jinete (vv. 3508-3510). Si bien el Cid le ofrece su caballo Babieca, Alfonso no acepta porque “mas atal cavallo cum est pora tal commo vós / pora arrancar moros del canpo e de ser

v. Hernando 2013: 76. v.t. Pavlovic y Walker 1983; Burke 1991: 137. Montaner (2011: 186 y º789) compara el gesto de quitarse la cofia con las victorias en las batallas anteriores, en las cuales el Cid se quita el yelmo y el almófar.

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segudador” (vv. 3518-3519)58. Una vez más se muestra que el lazo vasallático, marcado por el respeto y la admiración, es favorable para ambos lados. El análisis de las interacciones entre el Cid y Alfonso desde la perspectiva de la comunicación simbólica y la representación multisensorial no ha mostrado solo las implicaciones del amor político, entendido como affect contractuel59, sino también cómo hay que superar y resolver conflictos. Las performances de los personajes, aunque premeditadas y codificadas, se respetan, y su mensaje multisensorial es reconocido por todos los presentes. Alfonso, cuyas decisiones no se cuestionan, se fía de los nobles, que mantienen entre sí posiciones diferentes, pero que han de respetar el orden fijado como válido. Esto vale para todos, inclusive para los condes elegidos como jueces o para García Ordóñez, acallado en un momento (vv. 1348-1349). Asimismo, si las esperanzas del Cid y Alfonso tras la entrega de las hijas dejan vislumbrar su incertidumbre o inquietud (compárense vv. 2126 y 2155)60, ellos prosiguen con los acuerdos matrimoniales vinculantes, facilitando así, sin saber, el surgimiento del nuevo conflicto. 5.2. La representación e interacciones multisensoriales del Cid como señor Similar a la corte real, aunque a menor escala, la corte señorial en Valencia es otro centro de poder y prestigio con una lograda representación. El Cid se deja aconsejar antes de las decisiones importantes y sus hombres son siempre apremiados por su lealtad y proeza, mientras que los posibles fugitivos son castigados duramente (vv. 1252-1255). En cuanto a su familia, hay pocos versos que se ocupan de su apariencia, pero Jimena, Elvira y Sol también participan en la exitosa representación del Cid. Así, por ejemplo, Minaya las equipa antes de su llegada a Valencia (vv. 1424-1430) y, después de la afrenta, Diego Téllez honra a las mujeres heridas lo mejor que puede (v. 2819). Asimismo, de Elvira y Sol se espera que se comporten en Carrión “atales cosas fed que en plazer caya a nós” (v. 2629). En relación con Valencia, es necesario destacar la figura de don Jerónimo. El “coronado”, es decir, hombre con tonsura, llega “de part de orient” (v. 1288, o sea, de las tierras al norte del Ebro61). Además de ser muy “entendido […] Sobre las posibles implicaciones del rechazo desde el punto de vista de la economía de don y contradón, v. LaRubia-Prado 2008: 292-296. 59 v. Martin 1997b: 169-206, aquí 199; Harney 1993: 89-95. 60 v. Bayo y Michael 2008: 229, 231 (también 239 para los versos finales del segundo cantar). 61 v. Montaner 2011: 83. 58

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segudador” (vv. 3518-3519)58. Una vez más se muestra que el lazo vasallático, marcado por el respeto y la admiración, es favorable para ambos lados. El análisis de las interacciones entre el Cid y Alfonso desde la perspectiva de la comunicación simbólica y la representación multisensorial no ha mostrado solo las implicaciones del amor político, entendido como affect contractuel59, sino también cómo hay que superar y resolver conflictos. Las performances de los personajes, aunque premeditadas y codificadas, se respetan, y su mensaje multisensorial es reconocido por todos los presentes. Alfonso, cuyas decisiones no se cuestionan, se fía de los nobles, que mantienen entre sí posiciones diferentes, pero que han de respetar el orden fijado como válido. Esto vale para todos, inclusive para los condes elegidos como jueces o para García Ordóñez, acallado en un momento (vv. 1348-1349). Asimismo, si las esperanzas del Cid y Alfonso tras la entrega de las hijas dejan vislumbrar su incertidumbre o inquietud (compárense vv. 2126 y 2155)60, ellos prosiguen con los acuerdos matrimoniales vinculantes, facilitando así, sin saber, el surgimiento del nuevo conflicto. 5.2. La representación e interacciones multisensoriales del Cid como señor Similar a la corte real, aunque a menor escala, la corte señorial en Valencia es otro centro de poder y prestigio con una lograda representación. El Cid se deja aconsejar antes de las decisiones importantes y sus hombres son siempre apremiados por su lealtad y proeza, mientras que los posibles fugitivos son castigados duramente (vv. 1252-1255). En cuanto a su familia, hay pocos versos que se ocupan de su apariencia, pero Jimena, Elvira y Sol también participan en la exitosa representación del Cid. Así, por ejemplo, Minaya las equipa antes de su llegada a Valencia (vv. 1424-1430) y, después de la afrenta, Diego Téllez honra a las mujeres heridas lo mejor que puede (v. 2819). Asimismo, de Elvira y Sol se espera que se comporten en Carrión “atales cosas fed que en plazer caya a nós” (v. 2629). En relación con Valencia, es necesario destacar la figura de don Jerónimo. El “coronado”, es decir, hombre con tonsura, llega “de part de orient” (v. 1288, o sea, de las tierras al norte del Ebro61). Además de ser muy “entendido […] Sobre las posibles implicaciones del rechazo desde el punto de vista de la economía de don y contradón, v. LaRubia-Prado 2008: 292-296. 59 v. Martin 1997b: 169-206, aquí 199; Harney 1993: 89-95. 60 v. Bayo y Michael 2008: 229, 231 (también 239 para los versos finales del segundo cantar). 61 v. Montaner 2011: 83. 58

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de letras” y muy cuerdo, también es buen jinete (vv. 1290-1291). En la obra, este prelado guerrero recibe el obispado valenciano, participa en la batalla y en la corte aparece al lado del Cid como el único representante eclesiástico. Teniendo en cuenta que a partir de 1139 la elección del obispo dejó de ser una prerrogativa regia (o la de pocos señores independientes)62, la inclusión de este personaje y su trato narrativo subrayan el estatus señorial del Cid, curiosamente, no cuestionado por el rey. Incluso fuera de su corte señorial, el Cid se ha representado de un modo eficaz. Los vínculos con el monasterio de San Pedro de Cardeña se hacen estables con el cobijo de su familia y, según el héroe, la hospitalidad del abad Sancho será remunerada: “por un marco que despendades, / al monasterio daré yo quatro” (v. 260). Siguiendo así la economía de don y contradón, el Cid respeta y asegura la alianza más importante —y única— en aquel momento del destierro. Otra relación estable y beneficiosa que confirma la reputación del Cid es la que establece con el moro Avengalvón. Este aliado sirve a la familia y a la comitiva del Cid de tal modo que “aun las ferraduras quitárgelas mandava” (v. 1553). Al mismo tiempo, el moro protege sus intereses y, por la lealtad que le profesa, al final no ataca a los infantes, aunque han considerado matarlo. Mucho más interesante es la interacción con el conde de Barcelona, reelaborada desde varios puntos con respecto a otras obras cidianas. El conde es introducido con un tono negativo: “El conde es muy follón e dixo una vanidat” (v. 960), pero su retrato todavía dista de la imagen presentada en el HR (inclusive las razones del enfrentamiento en §39). Si bien la ofensa de su sobrino no se elabora (vv. 961-966), el Cantar lo presenta como señor de tropas cristianas y moras (vv. 967-968) cuyas tierras han sido saqueadas por el Cid. Su autoridad magnaticia también se confirma con la trayectoria de su espada Colada, apreciada a lo largo de la obra. Enfrentado con el avance del Cid, el noble catalán rechaza su propuesta (vv. 975-984) y decide defender sus territorios. Justo antes de la batalla, el Cid describe las tropas de Barcelona (vv. 992-994), en las que el contraste entre ropas y monturas implica la “escasa preparación guerrera”63 de los enemigos y, por lo tanto, anticipa su derrota. La batalla, no obstante, no recibió tantos versos como la interacción magnaticia en la tienda del héroe, en la que el conde cautivado se niega a comer: “pues que tal malcalçados me vençieron de batalla” (v. 1023). Esta reacción, innecesariamente interpretada como contraste entre rico hombre e infanzón64, puede explicarse a partir del contexto: por un lado, el conde confirma su superioridad con la vestimenta lujosa (aunque v. Ayala Martínez 2007: 155 (con la corte todavía ejerciendo cierta influencia). v. º992-994 en Montaner 2011. 64 v. º954-1086 en Montaner 2011 (incl. las referencias adicionales). 62 63

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esta no es adecuada para el combate) y, por el otro, la apariencia física no es lo primordial para una mesnada desterrada. De hecho, la descripción más pormenorizada del Cantar —la del Cid en la corte de Toledo— es una prueba de sus conocimientos tácitos sobre el aspecto físico y su potencial representativo. De todos modos, la mención de las calzas y el equipamiento no deja de ser interesante, porque se trata de otra técnica visual que sirve tanto para animar a los hombres del Cid como para crear imágenes contrastivas en el auditorio. A partir de la derrota del conde, los versos se centran en la conversación privada en la tienda. Además de ganar la espada Colada, el Cid confirma su victoria por medio del sabor al pedir la preparación de la “grant cozina” (v. 1017, compárese con la “cozina” en las vistas, v. 2064). Sin embargo, las famosas palabras del Cid —“comed, conde” (vv. 1025, 1032, 1039)—, no animan al catalán, que decide comenzar un ayuno. Cabe recordar que la oferta del Cid y el ayuno del conde han tenido muchas interpretaciones65, desde la ridiculización del conde hasta la coerción ejercida por el prisionero. Al tercer día, cuando el Cid promete la libertad al conde y a sus dos hidalgos bajo la condición de que abandone el ayuno, el conde reacciona de la manera siguiente: Alegre es el conde e pidió agua a las manos, e tiénengelo delant e diérongelo privado; con los cavalleros que el Çid le avié dados comiendo va el conde, ¡Dios, qué de buen grado! (vv. 1049-1052)

Si bien los banquetes servían para celebrar victoria o la paz establecida, la comida también podía tener otras funciones, como formar parte de la investidura condal, ligada a la comida con el rey. Bautista se refiere precisamente a este rito ceremonial, reflejado también en el comentario condal —“Del día que fue conde non janté tan de buen grado” (v. 1062)— para concluir: “La parodia muestra bien el tono anti-aristocrático del Cantar, que se burla no solo del conde, sino también de los rituales que le son propios, y de las señas de identidad de este tipo de aristocracia”66. En contraste, Boix Jovaní67 ha leído la escena a través de la lente cortesana, negándole un tono burlón.

Mientras que Montgomery (1962) insistió en la humillación del conde por parte del Cid, Garcí-Gómez (1975: 125-127) y West (1981) interpretaron el ayuno como un medio de coerción para obtener la libertad. Para referencias claves sobre el ayuno como protesta por el orgullo herido, vv. º954-1086 en Montaner 2011. 66 Bautista 2010: 72. Giles (2009) propuso una influencia carolingia para las alusiones ceremoniales. 67 v. Boix Jovaní 2017. 65

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La humillación que el conde siente por la derrota es obvia, sobre todo porque viene de los nobles, a los que considera muy inferiores. Pero el trato digno de su estatus —está solo en la tienda del Cid, que además le ofrece comida— y su persistencia en el ayuno se distancian del tratamiento en la HR (§41), donde el Cid se niega a recibir en su tienda al conde que humildemente pide perdón y merced. En el Cantar, los dos están a solas cuando al tercer día el Cid presenta la oferta de libertad, lo que provoca alegría en el cautivo. El narrador no dice si el Cid cambia de opinión porque respeta la resistencia del conde, pero la oferta no perjudica su absoluta superioridad en la situación. De hecho, la alusión a la investidura condal y su distorsión cidiana es una respuesta perfecta a la vanidad del prisionero: en vez de comer con el rey, está invitado a comer por —¡y no con!— un noble desterrado. El Cid continúa explicando —o, mejor dicho, determinando— que no le devolvería las ganancias debido a su estado precario. La alegría del conde y la petición de aguamanos (vv. 1049-1050) representan una aceptación multisensorial e indudable de la oferta que a partir de ese momento no vuelve a mencionarse: Sobrʼél sedié el que en buen ora nasco: —Si bien non comedes, conde, dòn yo sea pagado, aquí feremos la morada, no nos partiremos amos.— Aquí dixo el conde: —De voluntad e de grado.— Con estos dos cavalleros apriessa va jantando; pagado es Myo Çid, que lo está aguardando, porque el conde don Remont tan bien bolvié las manos. (vv.1053-1059)

La imagen que el Cid tiene delante consolida su victoria fuera del campo de batalla sin el uso de violencia o el surgimiento de otro conflicto. Aunque antes se refería a la comida como “pan e vino” (v. 1025), con el claro tono eucarístico, puesto que no hay una comida común, estamos inclinados a leer el verso 1053 aquí citado como muestra de superioridad espacial del Cid, aunque se trata de una señal muy sutil. De modo similar, la mirada fijada en las manos del conde que ahora come deprisa es otro impulso sensorial para completar la imagen mental de la victoria cidiana68. Vistos así, la alabanza de la comida y el comentario: “el sabor que dend é non será olbidado” (v. 1063) pueden sonarles elogiosos a los dos hidalgos, pero el público intuye su doble sentido. Una vez dados los palafrenes ensillados y las ropas ricas, el Cid se despide: ¿Ya vos ydes, conde? ¡A guisa de muy franco! En grado vos lo tengo lo que me avedes dexado. (vv. 1068-1069) Para el uso irónico, v. Bayo y Michael 2008: 143.

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Este comentario, interpretado tradicionalmente como anti-aristocrático o antifranco69, adquiere otros matices en la lectura reciente de Boix Jovaní, que considera la polisemia de la palabra ʻfrancoʼ —ʻcatalánʼ, ʻgenerosoʼ y ʻlibreʼ—, pero niega cada toque humorístico del verso: […] al acompañar al conde y a sus caballeros hasta los límites del campamento, el Cid alza la voz para que los hidalgos escuchen una falsa versión de lo sucedido y crean que su señor ha logrado libertarlos, de ahí que el conde le siga el juego, salvaguardando así su honor70.

Dentro de la obra, la voz ʻfrancoʼ ya se ha usado para referirse a las tropas enemigas antes de la batalla de Tévar (v. 1003), pero ahora el sentido triple encaja perfectamente con la conversación secreta en la tienda. Desde el punto de vista de la comunicación simbólica, la fase inicial —en privado— va seguida de la performance pública, una puesta en escena en la que solo participan el Cid y el conde. Su secreto no se descubre, aunque el conde no tarda mucho en mostrar su miedo a través del movimiento corporal: “tornando va la cabeça e catándos’ atrás” (v. 1078). Ahora bien, en vez de una lectura libre de tintes humorísticos, seguimos la distinción hecha por Montaner entre la voz narrativa, que ponía “[…] más énfasis en el ridículo […]”, y la postura del protagonista, calificada como “comedida”71. Desde la primera mención, el narrador califica al conde de modo negativo, centrado en su vanidad, y luego se despide de él pintándolo como miedoso. El objetivo del Cid no es ridiculizar y humillar al conde ante todos, aunque su oferta es una estrategia bien empleada para castigar la soberbia del magnate. En vez de insultos o torturas, el Cid encuentra una solución diplomática: imparte una lección importante al conde, sin perjudicar su honor delante de sus hombres. Desde la fórmula ritual distorsionada hasta la voz ʻfrancoʼ, este episodio está lleno de múltiples sentidos que permiten ver la potencia de la reelaboración retórica del Cantar. De modo similar, la interacción sigue las pautas de la comunicación simbólica y, aunque no termina con una alianza productiva y beneficiosa, sí hay una superación del conflicto. A diferencia de lo narrado en la HR, la renuncia al rescate y el trato digno del cautivo ocurren sin que el Cid consulte a nadie. Además de subrayar su dominación con respecto a su mesnada, más allá de la gracia o largueza, el tratamiento del conde tiene funciones adicionales. El hecho de que el Cid lo envíe acompañado y bien equi-

v. West 1981; Giles 2009; Bautista 2010. Boix Jovaní 2017: 44. 71 Montaner 2011: 785. 69 70

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pado, pese a su situación precaria en el destierro, es otra representación visual de su avance en el Levante. Antes de pasar a los antagonistas clave cabe volver la vista hacia la mesnada del Cid para ver si hay ejemplos de la visibilidad del rango, la legibilidad corporal o señales de fricciones dentro de la mesnada. Es preciso empezar por Minaya, el capitán con experiencia y el consejero más frecuente, que a menudo va más allá de las instrucciones del Cid, como se evidencia en sus elaboraciones retóricas de las embajadas. Asimismo, este noble decide usar la mitad de mil marcos para equipar a la familia del Cid y sus damas antes de su reunión con el héroe (vv. 1424-1430, compárense con vv. 1285-1286). No obstante, dado que sus acciones representan al Cid en su mejor luz, el narrador no critica su iniciativa, sino que incluso describe a Minaya como bueno (v. 1426, 1430). Pero hay algunas (re)acciones de este personaje que sí han llamado la atención de los críticos, como su rechazo del quinto tras la toma de Castejón (vv. 493505), interpretado como gesto de humildad, como un deseo de afirmar su propia generosidad o para demostrar “[…] el verdadero importe de sus hazañas ante la única persona que se niega a reconocer y otorgarles su apropiado valor social”72. Aunque en general el reparto del botín podía causar tensiones en la mesnada, esta obra no detecta problemas. En vez del tono agresivo, es mejor pensar en la cautela y prudencia de Minaya que, al rechazar el quinto con gracia, lo relaciona enseguida con Alfonso como destinatario (v. 495). Otro ejemplo tiene que ver con los antagonistas, cuando Minaya alaba a Fernando y a Diego González tras la batalla con Búcar (vv. 2460-2461, vv. 2515-2517). Su motivación no se explica —y la voz narrativa no lo menciona como testigo—, pero teniendo en cuenta que se trata del primer enfrentamiento de los infantes con los moros, dicha alabanza en público, compartida incluso con el Cid, sirve para mejorar su imagen social en Valencia. El elogio de la estirpe de los infantes por Minaya (con el posible eco de los lazos históricos que no forman parte de la diégesis) no es problemático, puesto que nadie en la obra cuestiona el relieve de la casa de Carrión. No obstante, con su respuesta a la cuestión de García Ordóñez (v. 3277), Minaya corre cierto riesgo por tematizar el conflicto tras la decisión real sobre la lid (vv. 3390-3391)73. Por esta razón, en vez de una figura problemática de cuya lealtad se duda, cabe pensar en la ocasional comparación con Rol-

Miranda 2003: 283. Para la interpretación del gesto como humildad, v. Duggan 1989: 3536; Pavlovic y Walker 1996: 120; º492 en Montaner 2011. Coincidimos con las lecturas de Harney (1993: 88,135) y Boix Jovaní (2014: 31-33) que han hablado del deseo de expresar la propia generosidad. 73 v. Burke 1991: 149; Pavlovic y Walker 1996: 125. 72

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dán o en las palabras de E. de Chasca, que describió a Minaya como “espíritu independiente”74. Otro sobrino del Cid épico, Pedro Bermúdez, no es criticado ni por el Cid ni por el narrador cuando realiza la carga individual (v. 705) o cuando le oculta al Cid la cobardía de Fernando González, algo de que se arrepentirá más tarde (vv. 2340, 3316-3326). Pavlovic y Walker relacionaron el silencio de Pedro y Minaya con el deseo de “[…] safeguard both their uncleʼs honour and their own […]”75. Ahora bien, si no hay un conflicto directo y el secreto de Fernando está seguro, Pedro todavía rechaza ser el encargado de los infantes durante la batalla sin decirle al Cid por qué (vv. 2355-2360) y, según parece, no sufre ninguna sanción por ello. La jerarquía del rango en la Edad Media se reflejaba en detalles como el orden a la hora de hablar76, que tenía que respetarse incluso si el señor estaba ausente. Así, cuando Pedro Bermúdez acompaña a Minaya en la tercera embajada, solo confirma sus palabras (v. 1907), y a la llegada a Valencia Minaya habla primero (v. 1923). Por eso, cuando Muño Gustioz, en compañía de Pedro, Martín y el obispo Jerónimo, se dirige a Avengalvón, el narrador lo destaca: “Fabló Munno Gustioz, non speró a nadi” (v. 1481). Aunque no se trata de una transgresión grave, sus palabras se señalan todavía como precipitadas. El Cantar no ofrece una imagen más detallada de la corte real ni de la valenciana, pero las interacciones están llenas de impulsos sensoriales. El aspecto ostentoso del señorío cidiano culmina con la boda, cuando el narrador apela a los sentidos del público diciendo: “¡Sabor abriedes de ser e de comer en el palacio!” (v. 2208). Si bien en varias ocasiones se alude a la comida, siempre relacionada con la superación del conflicto, no se entra en detalles. La frecuencia de las fórmulas “odredes” y “veriedes” y los comentarios del narrador guían la atención del público, ayudándole a crear imágenes mentales. A veces la jerarquía del poder es muy obvia, a veces más sutil, como en el caso del conde de Barcelona, pero a lo largo de la obra, el Cid muestra que es un señor ideal que sabe luchar, pero también aplicar estrategias diplomáticas en momentos cruciales. Además, el héroe se deja aconsejar (vv. 670, 1941) y siempre valora la relación que tiene con la mesnada: “Lo que yo dixier non lo tengades a mal” (v. 530). En cuanto a sus miembros, aunque no son perfectos, son tanto leales como valientes. Incluso el retrato del sobrino Félez Muñoz como miedoso tras Chasca 1955: 105, cit. por R. Smith 2000: 241. v.t. Smith 1983: 195-196; Pavlovic y Walker 1996: 124-125. 75 Pavlovic y Walker 1996: 123. 76 “Es hängt vom Rang ab, wer wann spricht und sprechen darf; Widerspruch ist nur in ganz engen Grenzen möglich, da er schnell als Beleidigung aufgefasst wird”. Althoff 2013: 16. 74

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la afrenta no es negativo, puesto que: “Félezʼs decision to return in search of his cousins demands exceptional courage precisely because he knows that he alone is not strong enough to defend them”77. A lo largo de la obra, el Cid asegura el reconocimiento del rey y otros nobles, mientras que su mesnada contribuye a su representación exitosa. Si bien hay algunas (re)acciones individuales que pueden reflejar discordancia entre las posturas en privado y en público, en ningún momento el narrador critica a la mesnada o le adscribe motivos ocultos. Dicha interacción fluida, sin embargo, se ve afectada por la presencia de Diego y Fernando González. 5.3. La representación e interacciones multisensoriales de los infantes de Carrión La primera aparición de los infantes en la corte real, su conversación en privado y el recado que envían al Cid ya son suficientes para suscitar sospechas: saludadnos a Myo Çid el de Bivar. Somos en so pro quanto lo podemos far; el Çid que bien nos quiera, nada non perderá (vv. 1386-1389)

Teniendo en cuenta que antes contrastaron su estirpe con el estatus del Cid, su oferta no parece sincera, pero incluso tras la conversación con el rey, el público sigue siendo el único que conoce sus motivos. Poco después, en las vistas, su alegría es auténtica, puesto que están a punto de realizar su objetivo: Los yfantes de Carrión mucho alegres andan, lo uno adebdan e lo otro pagavan; commo ellos tenién creçer les ýa la ganançia, quantos quisiessen averes dʼoro o de plata. (vv. 1975-1978)

Sus preparaciones revelan el problema de liquidez que tienen y que los acompaña a lo largo de la obra, a pesar de las ganancias realizadas. En las vistas, tras el perdón real, los infantes interactúan con el Cid por primera vez: essora se le omillan los yfantes de Carrión: —¡Omillámosnos, Çid, en buen ora nasquiestes vós! En quanto podemos andamos en vuestro pro. Respuso Myo Çid: —¡Assí lo mande el Criador! (vv. 2052-2055) Hart 1977: 67.

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la afrenta no es negativo, puesto que: “Félezʼs decision to return in search of his cousins demands exceptional courage precisely because he knows that he alone is not strong enough to defend them”77. A lo largo de la obra, el Cid asegura el reconocimiento del rey y otros nobles, mientras que su mesnada contribuye a su representación exitosa. Si bien hay algunas (re)acciones individuales que pueden reflejar discordancia entre las posturas en privado y en público, en ningún momento el narrador critica a la mesnada o le adscribe motivos ocultos. Dicha interacción fluida, sin embargo, se ve afectada por la presencia de Diego y Fernando González. 5.3. La representación e interacciones multisensoriales de los infantes de Carrión La primera aparición de los infantes en la corte real, su conversación en privado y el recado que envían al Cid ya son suficientes para suscitar sospechas: saludadnos a Myo Çid el de Bivar. Somos en so pro quanto lo podemos far; el Çid que bien nos quiera, nada non perderá (vv. 1386-1389)

Teniendo en cuenta que antes contrastaron su estirpe con el estatus del Cid, su oferta no parece sincera, pero incluso tras la conversación con el rey, el público sigue siendo el único que conoce sus motivos. Poco después, en las vistas, su alegría es auténtica, puesto que están a punto de realizar su objetivo: Los yfantes de Carrión mucho alegres andan, lo uno adebdan e lo otro pagavan; commo ellos tenién creçer les ýa la ganançia, quantos quisiessen averes dʼoro o de plata. (vv. 1975-1978)

Sus preparaciones revelan el problema de liquidez que tienen y que los acompaña a lo largo de la obra, a pesar de las ganancias realizadas. En las vistas, tras el perdón real, los infantes interactúan con el Cid por primera vez: essora se le omillan los yfantes de Carrión: —¡Omillámosnos, Çid, en buen ora nasquiestes vós! En quanto podemos andamos en vuestro pro. Respuso Myo Çid: —¡Assí lo mande el Criador! (vv. 2052-2055) Hart 1977: 67.

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A primera vista puede parecer que su interacción es insignificante, pero cualquiera que hubiera sido su relación antes —en el caso de que la hubiera—, ambos lados han demostrado voluntad de mantener buenas relaciones delante de los nobles reunidos. Al día siguiente, los matrimonios están concertados y los infantes besan la mano del Cid y “camearon las espadas anteʼl rrey don Alfonso” (v. 2093). El besamanos como rito de vasallaje se traslada al campo parentelar, aunque la jerarquía corporal confirma la superioridad del Cid, mientras Alfonso finaliza los desposorios con trescientos marcos de plata y la designación del padrino. Lo que es llamativo aquí es el trato narrativo: los infantes que iniciaron la petición no llegan a hablar y el rey asume el papel de ʻsujetoʼ (en términos greimasianos). Al guiar la interacción, Alfonso acepta la responsabilidad del lazo matrimonial, a la vez convirtiendo a los infantes en meros ʻobjetosʼ transmitidos. El Cid encarga luego a Pedro y a Muño atender a los infantes (vv. 21682171), marcando así la aceptación de las nuevas relaciones dentro de su casa. Su actitud es visible al destacar los beneficios de las nupcias en la conversación con su mujer e hijas (vv. 2188-2195), aunque todavía se distancia de la decisión del rey: “bien me lo creades que él vos casa, ca non yo” (v. 2205). El día de la boda, los infantes entran de pie “con buenas vestiduras e fuertemientre adobados” (v. 2212), saludan al Cid y a Jimena y se sientan en un “preçioso escanno” (v. 2216). Al recibir a las novias “dʼamor e de grado” (v. 2234), Fernando y Diego besan las manos de sus padres (v. 2235), y después de la misa, se dedican a jugar a las armas, tras lo cual el Cid concluye con alegría: “los yfantes de Carrión bien an cavalgado” (v. 2246). Dado que la representación simbólica (verbal, corporal y material) de los infantes en público es exitosa, las reservas iniciales del Cid se han atenuado. Como ha subrayado DuBois78, desde el principio los infantes aparecen como calculadores y saben cómo hay que (inter)actuar. No obstante, tras la elipsis de dos años, el público oye que, al ver el león suelto: Ferrán Gonçález non vio allí dósʼ alçasse: nin cámara abierta nin torre; metiósʼ soʼl escanno, tanto ovo el pavor. Diego Gonçález por la puerta salió diziendo de la boca: —¡Non veré Carrión! Tras una viga lagar metiósʼ con grant pavor, el manto e el brial todo suzio lo sacó; (vv. 2286-2291)

v. DuBois 1997: 94.

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Si las escenas anteriores implicaban un desacuerdo entre el motus corporis y motus animae de los infantes, el incidente con el león muestra su verdadera naturaleza. Sus reacciones verbales (los gritos) y corporales (esconderse y ensuciar la ropa79) crean una imagen clara de su cobardía. Dado que sus reacciones son públicas, se inician burlas en la corte. Su contenido y sus diseminadores no se mencionan, como tampoco la opinión del Cid, que las prohíbe (v. 2308). Poco después, al oír sobre la llegada de Búcar, los infantes hablan en privado sobre su miedo (vv. 2320-2323), pero Muño Gustioz comparte irónicamente con el Cid lo que acaba de escuchar: “¡Evades qué pavor han vuestros yernos tan osados! / Por entrar en batalla desean Carrión” (vv. 2326-2327). Si bien Muño aconseja luchar sin ellos, el Cid decide presentarse ante sus yernos: Myo Çid don Rodrigo sonrrisando salió: —¡Dios vos salve, yernos, yfantes de Carrión! en braços tenedes mis fijas, tan blancas commo el sol. Yo desseo lides e vós a Carrión; en Valençia folgad a todo vuestro sabor, ca dʼaquellos moros yo so sabidor. (vv. 2331-2336)

El hecho de que el Cid salga sonriendo debería simbolizar las buenas intenciones y la confianza del héroe, pero su oferta no es tan inocente. El Cid también sonríe al ver a los prestamistas (v. 154), por lo que es preciso fijarse en sus palabras y en el contexto narrativo. El contraste entre ʻir a luchaʼ y ʻdescansar en Valenciaʼ podría ser un eco de las disposiciones forales a excusar a los recién casados de los deberes militares80. Pero teniendo en cuenta las injurias que los infantes sufrieron tras el león suelto (que, además, no quedaron reparadas), aceptar tal oferta —que sí parece una alusión a la falta de la fortitudo— consolidaría la mala fama ya atribuida a los hermanos por la mesnada del Cid. La reacción de los infantes no se conoce81, pero, según las palabras de Pedro Bermúdez en Toledo (v. 3317), Fernando González entonces pidió los primeros golpes. En aquella batalla, tras la huida del moro y el caballo regalado por Pedro, Fernando

Sobre las posibles implicaciones de la ropa manchada, v. Burke 1991: 148 y 194 º16. Sobre la reacción de los infantes como expresión de la gesticulatio, v. Disalvo 2007: 82-83. 80 Sobre el posible trasfondo de los fueros, v. Bayo y Michael 2008: 247; º2333 en Montaner 2011. 81 Al manuscrito de Vivar le falta aquí una hoja; la reacción no aparece ni en la Versión crítica (cap. CCXLVII). Hernando (2005: 80) ha propuesto una continuidad “real o imaginada por los infantes” entre las palabras del Cid y las burlas sufridas después de la batalla. 79

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dice: “Aún vea el ora que vos meresca dos tanto” (v. 2338). Eso significa que Fernando conoce las reglas de la economía del don, aunque nunca llega a devolver el favor o regalarle algo. Cabe recordar que Montaner82 ha relacionado la fallida carga de Fernando con la primera parte de la batalla, en la que el Cid no parece participar, por lo cual es lógico que se alegre al oír de la hazaña de Fernando, confirmada por Pedro (vv. 2340-2343). En el combate definitivo, el héroe logra matar a Búcar y tomar su espada Tizón. El narrador también destaca los golpes del obispo Jerónimo, pero para la mesnada del Cid usa términos genéricos. El Cid, volviendo del campo de batalla, ve entre los vasallos a sus yernos y reacciona del modo siguiente: Alegrósʼ Myo Çid, fermoso sonrrisando: —¿Venides, myos yernos? ¡Myos fijos sodes amos! Sé que de lidiar bien sodes pagados: a Carrión de vós yrán buenos mandados, cómmo al rrey Búcar avemos arrancado. (vv. 2442-2446)

El poeta hace aquí una visualización neta, pero clave, al describir al Cid —con dos espadas, la cara y la cofia arrugada, sin almófar (vv. 2434-2437)— y a Minaya con el escudo tajado, “por el cobdo ayuso la sangre destellando” (v. 2453). No obstante, la ausencia de las señales del combate en el caso de los infantes no impide su alabanza. Minaya destaca la victoria y las ganancias, notando que los yernos están “fartos de lidiar con moros en el campo” (v. 2461), y el Cid dirige una mirada hacia el futuro: Dixo Myo Çid: —Yo dʼesto só pagado; quando agora son buenos, adelant serán preçiados. Por bien lo dixo el Çid, mas ellos lo tovieron a mal. (vv. 2460-2464)

En el último verso, el narrador asegura las buenas intenciones del Cid, pero también incluye la mala fe de Diego y Fernando. Aunque sus motivos no se explican83, es posible que su reacción (no verbalizada) signifique que se han dado cuenta de cómo habrían de ganarse la vida en Valencia: en el campo de batalla. Esta parte de la narración contiene puntos incoherentes, además de la falta de la hoja. Según Montaner (2011: 146 y º2311), en la primera parte los infantes piden los primeros golpes, y luego, tras la reagrupación, es al obispo Jerónimo a quien corresponde dicho honor. 83 Según Bayo y Michael (2008: 256), esta reacción no verbal de los infantes se relaciona con sus muestras de cobardía y las burlas sufridas. Sobre las palabras del Cid como irónicas, v. º2311-2534 en Montaner 2011, y para una lectura más agresiva, basada en la dependencia de los infantes, v. Hernando 2009: 92. 82

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De todos modos, en la corte reunida, el Cid alude a la relación directa entre el honor de los yernos y la resonancia de sus hazañas (vv. 2480-2481). En el reparto del botín, el narrador avisa: Dʼaquesta arrancada que lidiaron de coraçón valía de çinco mill marcos ganaron amos a dos; muchosʼ tienen por rricos los yfantes de Carrión. (vv. 2508-2510)

Es llamativa esta caracterización sobre el esfuerzo invertido en el combate y la auténtica alegría que los hermanos sienten por haber sacado provecho. Rodeado de nobles, Minaya llama cuñados a los infantes y destaca que “más valemos por vós” (v. 2517). El Cid también se alegra de verlos, mientras que sus hijas aluden a la representación acústica: “Buenos mandados yrán a tierras de Carrión” (v. 2226). Una vez terminado el reparto, al dar las gracias al Cid, Fernando concluye: Tanto avemos de averes que no son contados, por vós avemos ondra e avemos lidiado. Pensad de lo otro, que lo nuestro tenémoslo en salvo. (vv. 2529-2331)

Estas palabras reanudan las burlas entre los vasallos del Cid, que no pueden recordar a ninguno de los hermanos en el campo de batalla (v. 2534). A primera vista, la reacción de la mesnada parece ser una negación de la proeza, pero es mejor interpretarla como una exageración84. El orgullo nobiliario, vinculado a la primera experiencia en combate, se corresponde con la tendencia de Diego y Fernando a sobreestimarse. En este caso, las burlas son la consecuencia de una representación verbal fallida, puesto que la hibris de Fernando no recibe confirmación pública. Debido a las burlas incesantes, los infantes se aconsejan en privado y su plan de venganza es tan malo que incluso el narrador se distancia de ellos (v. 2549). Deciden actuar “ante que nos rretrayan lo que cuntió del león” (vv. 2548, 2556)85, mostrando de nuevo su hibris al pensar que podrán luego emparentar con las casas reales o imperiales. Pronto vuelven a la corte reunida y Fernando pide permiso de llevar a las hijas del Cid: —¡Sí vos vala el Criador, Çid Campeador! Que plega a donna Ximena e primero a vós, v. Bayo y Michael 2008: 259, 261; º2311-2534 en Montaner 2011. Sobre ‘retraer’ como voz jurídica cuya iniciación significaría la pérdida de los privilegios nobiliarios, v. Bayo y Michael 2008: 263.

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Marija Blašković e a Minaya Álbar Fánnez e a quantos aquí son: dadnos nuestras mugieres que avemos a bendiçiones, levarlas hemos a nuestras tierras de Carrión, meter las hemos en las villas que les diemos por arras e por onores; verán vuestras fijas lo que avemos nós, los fijos que oviéremos en qué avrán partiçión. (vv. 2559-2567)

Esta petición pública de potestas parentum sobre Elvira y Sol es una manipulación verbal, es decir, una puesta en escena con el objetivo de proseguir con el plan de venganza. Si antes se sabía que los infantes solo estaban interesados en las riquezas, ahora es evidente que su agenda oculta es totalmente contraria a la representación verbal-corporal ejecutada. La manipulación de los sentidos, no obstante, es exitosa y no levanta sospechas: “el Çid que nosʼ curiava de ser afontado” (v. 2569). De hecho, el héroe les da el ajuar y los dones para “Que lo sepan en Gallizia e en Castiella e en León, / con qué rriqueza enbío mios yernos amos a dos” (vv. 2579-2580). En este caso, los bienes dados a los yernos consolidarían la imagen social del Cid incluso en su ausencia. Los infantes se despiden (vv. 2609-2612) de acuerdo con las costumbres y es solo gracias a la incorporación narrativa del elemento externo, el motivo de malos agüeros —“estos casamientos no serién sin alguna tacha” (v. 2616)— que el Cid decide actuar. Consciente del carácter obligatorio de la interacción pública y de los lazos afines, el héroe no entra en conflicto, sino que opta por enviar a Félez Muñoz, el sobrino hasta entonces no mencionado (vv. 2618-2623). En el camino, tras haber recibido dones de Avengalvón, los infantes contemplan matarlo para acumular más riqueza (vv. 2659-2665), pero el capitán moro se entera y los repudia en público: Si no lo dexás por Myo Çid el de Bivar, tal cosa vos faría que por el mundo sonás e luego levaría sus fijas al Campeador leal; (vv. 2676-2679)

Acusándoles de malos y traidores delante de las hijas del Cid (v. 2682), el moro muestra aquí el potencial de la mala fama, pero el narrador no incluye cómo reacciona la comitiva numerosa. Más tarde, al hallar un vergel con fuente, los infantes plantan las tiendas y en la noche muestran el amor a sus esposas (v. 2703). Este verso no está libre de polémicas interpretativas (v. apartado 6.2), pero es posible leerlo desde la perspectiva sensorial-cognitiva de los personajes, con su comportamiento representando otra performance manipuladora. En relación con las tensiones surgidas tras la reprobación por el moro Avengalvón, Walker concluyó lo siguiente: “Despite the promise of lovemaking, it is very unlikely that Elvira and Sol are looking forward to being left completely alone

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and unprotected with their devious husbands”86. La observación es aguda, porque considera la posibilidad de tensión, pero es necesario precisarla. El público conoce el verdadero carácter de los infantes, pero ni una sola escena ha relacionado a las hijas del Cid con los momentos de fracaso de sus maridos. De hecho, las últimas burlas en Valencia parecen estar hechas aparte, sin que se enteren los miembros de la familia cidiana. No obstante, aunque el narrador nunca revela la perspectiva de Elvira y Sol, las posibles tensiones tras el reproche público por el moro aliado encajan mejor con el fingido afecto de los infantes que con el súbito interés sexual. Al fin y al cabo, Elvira y Sol no están solas con ellos y solo bajo el pretexto de momentos amorosos es posible no levantar sospechas entre los presentes. Al día siguiente, los infantes “deportarse quieren con ellas a todo su sabor” (v. 2711). Este comentario parece formar parte de lo que han ordenado, es decir, es su explicación de por qué la comitiva debería dejarlos solos. Dado que el auditorio ya conoce sus verdaderas intenciones, el suspense de la escena proviene, por un lado, de la combinación del vergel y el bosque (como locus amoenus vs. locus horroris)87, y por el otro, de los personajes dejados en la completa ignorancia. El uso de los conocidos espacios semánticos y el sentido erótico del verbo ʻdeportarseʼ88 no son casualidades: los infantes son los que crean la connotación sexual de la escena, sabiendo que así podrán realizar su venganza brutal (vv. 2736-2748). Antes de atacar a sus mujeres, Fernando y Diego indican que “Yrán aquestos mandados al Çid Campeador” (v. 2718), lo que confirma que cuentan con la resonancia de su venganza como si fuera una reputación digna de alcanzar y una fama digna de diseminar. Esta vez, su agresión desmesurada89 no es una puesta en escena, sino la auténtica expresión de sus sentimientos. En ese episodio, por más que resulte cruel, el motus corporis refleja de nuevo fielmente su motus animae. Tras abandonar a sus esposas y llevarse sus mantos y pieles de armiño, el narrador dirige la atención de los infantes al rey, a quien, al enterarse de su jactancia, le duele el corazón (v. 2825). Desde el punto de vista narratológico, la afrenta es un eslabón clave, puesto que iguala por fin los conocimientos del público con los saberes de los personajes. Cuando Fernando y Diego se enteran de la curia en Toledo, tienen miedo, pero no consiguen que el rey los dispense Walker 1977: 339. Sobre el vergel como locus amoenus y el bosque como locus horroris, v. Montaner (º2698 en 2011), en parte basado en Curtius 1953: 192-202. Para una lectura eco-crítica, v. Scarborough, “Geographical” 2011. 88 v. Bayo y Michael 2008: 274; Montaner 2011: 166. 89 “Paradoxically here, it is they who are in control, yet out of control”. DuBois 1997: 91.

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(vv. 2985-2992) y Alfonso deja muy claro que la ausencia se castigará con la ira regia (vv. 2993-2995). Una vez reunidas las cortes, el narrador ofrece una imagen detallada del saludo entre el Cid y el rey, pero omite el saludo entre este y los infantes. Al día siguiente, ni los infantes ni García Ordóñez se levantan para saludar al Cid, a lo que el rey parece aludir cuando dice: “maguer que a algunos pesa, mejor sodes que nós” (v. 3116). Por lo tanto, la escenificación corporal de los nobles presentes es suficiente para hacer visible el conflicto. Durante la escena de la corte, la expresión verbal-corporal de los infantes concuerda con su hibris, pero las burlas sufridas (v. 3249) indican la disonancia entre su autorrepresentación y su imagen pública. Al exponer su caso, Fernando levanta la voz (v. 3292) y Diego continúa, sin elaborar su defensa. Poco después: Assur Gonçález entrava por el palaçio, manto arminno e un brial rrastrando; vermejo viene, ca era almorzado. En lo que fabló avié poco rrecabdo: (vv. 3373-3376)

Anteriormente presente en la boda como “bullidor / que es largo de lengua, mas en lo ál non es tan pro” (vv. 2172-2173), Asur ahora está indignado por los lazos afines entre las casas Carrión y Vivar (v. 3378). Su personaje es otro ejemplo no solo de la hibris proveniente de su orgullo genealógico (aunque no se aclaran sus lazos ni con los infantes ni con los condes de Carrión), sino también de la concordancia entre las señales verbales y no verbales: sus palabras desmesuradas reflejan su apariencia perturbada, y viceversa. En cuanto al triple combate, se resuelve de modos diferentes: aunque consiguen propinar algunos golpes, Fernando se da por rendido al ver la espada Tizón (v. 3644), Diego huye para evitar más golpes con la Colada (v. 3665), y Asur es salvado por la intervención (v. 3691). El miedo que los antagonistas sienten es real, pero los hombres del Cid no pretenden matarlos, puesto que su muerte sin la confesión del crimen les eximiría de toda responsabilidad90. Sin querer arriesgar sus vidas, los infantes aceptan la derrota de forma verbal (la admisión de Fernando) y con su cuerpo (la huida de Diego). Los antagonistas reciben la pena de infamación, reflejada en los hemistiquios “por malos los dexaron” (v. 3702), “grant es la biltança” (v. 3705) y “mucho an mal sabor” (v. 3709). La introducción de Fernando y Diego González sirve para crear tensión y nuevos conflictos. Su primera caracterización viene del Cid, y al final es pre v. Fuero de Cuenca, XXII, 21. v.t. Lacarra 1980: 94-97; Pavlovic y Walker 1989b: 194; Zaderenko 1998: 191.

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cisamente la arrogancia de Diego y Fernando la razón de su derrota. Siempre planeando en privado, los infantes manipulan a través de sus palabras y sus cuerpos, ignorando a propósito la obligación que lleva consigo el comportamiento público. Su peor error no consiste en manifestar cobardía, aunque de ella provienen las burlas, sino de su rechazo constante a aceptar que las reglas tácitas también se aplican a ellos. 5.4. Los usos y abusos de los sentidos: la comunicación simbólica en el Cantar Esta obra explora desde varias perspectivas el legado antiguo y la antropología medieval sobre la dialéctica cuerpo/alma y las sensaciones como prerrequisitos del conocimiento. De acuerdo con la jerarquía sensorial, la vista es el sentido más usado, seguido del oído, el sabor y el tacto (aunque con la ausencia del olfato). Sus usos han producido imágenes ilustrativas de las relaciones diegéticas, incluso en los casos de ausencia física (las embajadas) o de imágenes falsas (cuando Pedro convence a los demás de la proeza de Fernando, apoyándose en el caballo). En cambio, los comentarios de García Ordóñez sobre la apariencia del héroe —“los unos le han miedo e los otros espanta” (v. 3274)— quedan inválidos, puesto que poco antes el narrador dedica muchos versos a la descripción detallada del Cid, contando con la reacción de la corte (v. 3123). En este caso, una opinión aislada choca con la imagen pública, que en realidad funciona como umbral de legitimación. En aquellos juegos semánticos, al potencial performativo del cuerpo —y de la voz— se suma el uso de objetos. La concordancia entre el portador y lo que este lleva puesto se respeta, con la posibilidad de transmitir mensajes positivos o negativos. Así, los mejores guerreros tienen los escudos tajados o las lanzas partidas (vv. 746, 2387, 2450, 3647), además de otras señales como “la espada sangrienta e sudiento el cavallo” (v. 1752), la loriga desmallada (vv. 728, 3635) o los pendones rojos de sangre (vv. 729, 3687). El rey también respeta esa relación simbólica cuando rechaza —cortésmente— a Babieca como regalo, sin que esto se convierta en un conflicto. En cambio, sin la ayuda de Pedro y el caballo regalado, Fernando no hubiera llegado nunca a formar parte de esa comunicación guerrera metonímica. Además de no usar las espadas que les ofrece el Cid, los efectos de la ʻproezaʼ de los infantes se ven en los cuerpos maltratados de sus mujeres. Otro ejemplo negativo de la concordancia es el hecho de que Alfonso, al final, rehúsa quedarse con los doscientos marcos que recibe de los antagonistas (relacionándolos con la multa, vv. 3231-3235).

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cisamente la arrogancia de Diego y Fernando la razón de su derrota. Siempre planeando en privado, los infantes manipulan a través de sus palabras y sus cuerpos, ignorando a propósito la obligación que lleva consigo el comportamiento público. Su peor error no consiste en manifestar cobardía, aunque de ella provienen las burlas, sino de su rechazo constante a aceptar que las reglas tácitas también se aplican a ellos. 5.4. Los usos y abusos de los sentidos: la comunicación simbólica en el Cantar Esta obra explora desde varias perspectivas el legado antiguo y la antropología medieval sobre la dialéctica cuerpo/alma y las sensaciones como prerrequisitos del conocimiento. De acuerdo con la jerarquía sensorial, la vista es el sentido más usado, seguido del oído, el sabor y el tacto (aunque con la ausencia del olfato). Sus usos han producido imágenes ilustrativas de las relaciones diegéticas, incluso en los casos de ausencia física (las embajadas) o de imágenes falsas (cuando Pedro convence a los demás de la proeza de Fernando, apoyándose en el caballo). En cambio, los comentarios de García Ordóñez sobre la apariencia del héroe —“los unos le han miedo e los otros espanta” (v. 3274)— quedan inválidos, puesto que poco antes el narrador dedica muchos versos a la descripción detallada del Cid, contando con la reacción de la corte (v. 3123). En este caso, una opinión aislada choca con la imagen pública, que en realidad funciona como umbral de legitimación. En aquellos juegos semánticos, al potencial performativo del cuerpo —y de la voz— se suma el uso de objetos. La concordancia entre el portador y lo que este lleva puesto se respeta, con la posibilidad de transmitir mensajes positivos o negativos. Así, los mejores guerreros tienen los escudos tajados o las lanzas partidas (vv. 746, 2387, 2450, 3647), además de otras señales como “la espada sangrienta e sudiento el cavallo” (v. 1752), la loriga desmallada (vv. 728, 3635) o los pendones rojos de sangre (vv. 729, 3687). El rey también respeta esa relación simbólica cuando rechaza —cortésmente— a Babieca como regalo, sin que esto se convierta en un conflicto. En cambio, sin la ayuda de Pedro y el caballo regalado, Fernando no hubiera llegado nunca a formar parte de esa comunicación guerrera metonímica. Además de no usar las espadas que les ofrece el Cid, los efectos de la ʻproezaʼ de los infantes se ven en los cuerpos maltratados de sus mujeres. Otro ejemplo negativo de la concordancia es el hecho de que Alfonso, al final, rehúsa quedarse con los doscientos marcos que recibe de los antagonistas (relacionándolos con la multa, vv. 3231-3235).

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En cuanto a la relación entre Alfonso y el Cid, las tensiones de la prima materia se reducen a un destierro y este se supera gracias a las negociaciones a distancia y al aprecio mutuo. Ninguno de los conflictos en el Cantar ocurre porque el rey o el Cid salgan de los roles impuestos sino porque la corte, real o señorial, debido a su fuerza centrípeta, es el campo de rivalidad, intrigas e intereses conflictivos. En el caso de Castilla, la verdadera razón del vasallaje roto es la aludida puesta en escena verbal, en forma de acusaciones falsas. Los adversarios del Cid han abusado de la cercanía real y han disimulado el respeto por el orden sociopolítico para perjudicar al héroe. Con cada paso, el Cid y Alfonso siguen las reglas de la comunicación simbólica y sus palabras encajan con sus acciones, reacciones e interacciones. La lectura corporal ocurre sin malentendidos y su carácter público le otorga legitimidad. Si bien en otras obras cidianas la actitud del rey era ambigua, el poeta épico decidió intensificar las interacciones codificadas y la autenticidad de Alfonso con una mirada de cerca, aunque selectiva. No ofrece sus pensamientos ni expone sus motivos a la hora de aceptar la petición de mano, pero el afecto y aprecio que Alfonso manifiesta hacia el Cid se confirman también con la frecuente indicación “de coraçón” (vv. 1342, 1355, 2058, 2825, 2954, 3019, 3031, etc.). El uso más sutil, pero no menos potente, de la comunicación simbólica está presente en la interacción con el conde de Barcelona. A solas, sin recurrir a la violencia, el héroe usa señales refinadas, verbales y corporales, para hacer palpable su supremacía. Aunque esta escena no está libre de tintes humorísticos, la presencia de los hidalgos cambia el tono y la despedida se convierte en una conversación cargada de sentido doble. Esta destreza del héroe, unida a su ʻpuesta en escenaʼ inicial ante los prestamistas, es una prueba de su perfil elaborado y sus capacidades de estratega. Cuando es necesario, el Cid puede disimular, sin que el narrador lo critique por eso. A diferencia del conde de Barcelona, que no vuelve a aparecer, los encuentros públicos con el conde García Ordóñez, inamovible en su odio hacia el Cid, terminan en su desacreditación y calificación como injuriado ante todos los magnates en Toledo. En todos los casos arriba citados, el cuerpo se presenta como un medio exitoso de transmitir el mundo interior. El disimulo o la manipulación pueden ocurrir, pero no duran, como lo confirma el miedo del conde de Barcelona al despedirse del Cid. Sin duda alguna, el espectro más amplio de la representación multisensorial pertenece a Fernando y Diego González. Ellos logran disimular y usar el poder performativo y ritualizado del cuerpo para construir una imagen de supuestas buenas intenciones. Más tarde, el mismo cuerpo les traiciona, mostrando sus verdaderos sentimientos y afectando a la realidad que pretendían simular. Por consiguiente, Diego y Fernando González muestran tanto los peligros como los límites de la comunicación simbólica. Es cierto que los infantes siempre actúan

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con motivos ocultos, pero a la hora de reaccionar —ante el león y en combate—, su miedo es auténtico y confirmado con señales verbales y corporales. Antes de la afrenta, los antagonistas siempre respetan las reglas y confirman su posición con el besamanos. Si bien el Cid los alaba y apremia diciendo “myos yernos amos a dos, las cosas que mucho amo” (v. 2353), su propuesta antes de la batalla contra Búcar resulta muy llamativa. Es cierto que el héroe usa la sonrisa y parece aludir a la exculpación reservada para los novios, pero hay que recordar que sus palabras vienen justamente tras las burlas prohibidas. Así, ni esta conversación, según parece privada, ni los elogios públicos posteriores consiguen librar a los infantes de la mala fe que guía sus interpretaciones91 y, por consiguiente, su comportamiento. A lo largo de la obra, el Cid consolida su posición como señor sin perjudicar la relación con el rey. Dentro de sus redes cortesanas, Alfonso y el Cid delegan tareas en sus hombres de confianza y ambos intentan (re)establecer el orden en sus cortes. En ambos casos, el engaño viene desde los círculos más íntimos, pero ninguno de los señores es culpable, según el narrador. El rey no pudo evitar las calumnias de sus nobles y, de modo similar, la presencia de los infantes en Valencia trae fricciones que no se calman ni tras la prohibición de las burlas. Por consiguiente, el Cantar permite observar una correlación entre la jerarquía palatina y el peligro potencial, como en el caso del abuso de la cercanía real por los malos consejeros. En cuanto al Cid, ninguno de sus hombres actúa contra sus intereses, pero es llamativo el espectro de irritaciones que ocurren con los vasallos/parientes más destacados. En contraste con sus jugadas individuales, siempre libres de la crítica, las transgresiones de los infantes no van solo en contra del Cid: en vísperas del duelo, ellos incluso piensan atacar a los oponentes —lo que equivaldría a la traición—, puesto que con la muerte de los reptadores antes del duelo estarían exculpados92. Al final, su transgresión contra los lazos públicamente establecidos y las normas vigentes es castigada con su exclusión y muerte social, ejemplificando así el poder y vigencia de la opinión y la imagen pública. Además de celebrar la autenticidad de interacciones y advertir del carácter efímero de las manipulaciones, el Cantar contiene algunas imágenes más o menos elaboradas que el poeta utiliza para estimular la imaginación del público. Así, mientras que los pocos versos sobre el mar y la huerta frondosa destacan la belleza y prosperidad de Valencia (vv. 1610-1617) y, por extensión, el éxito En este contexto, cabe recordar la conclusión de Müller (2010c: 258) sobre la necesidad interpretativa de signos: “Zu Zeichen werden [Körperzeichen] erst, indem jemand sie als Zeichen auffasst”. 92 Pavlovic y Walker 1989b: 193. 91

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cidiano, en otras ocasiones la combinación de percepciones sensoriales pretende superar la polisemia inherente y guiar la comunicación. Así, en la escena de los prestamistas, dos arcas pesadas (llenas de arena) y forradas con guardamecí rojo y clavos dorados (v. 88) complementan el buen trato, las sonrisas y la resonancia acústica (aunque falsa)93 sobre las parias intencionalmente retenidas por el héroe. A lo largo de los versos, el poeta usa señales para retratar a sus personajes, pero también para explorar las posibilidades interpretativas, tanto de los personajes como del auditorio. La ironía compositiva, los comentarios inquietantes, las expresiones deícticas y las fórmulas performativas, además de ser recursos retóricos, también hacen recordar la performance como instancia en la comunicación literaria medieval. Dado que solo disponemos de un ejemplar de los “manuscript-prisoned epics”94, no es posible explorar la mouvance y la variance miocidiana. Aun así, sin saber qué elementos enfatizaban, cambiaban o suprimían los ejecutantes, su diégesis todavía ofrece valiosas facetas de la mentalidad medieval, como la semantización del cuerpo y la materialidad con sus amplias funciones comunicativas. Los miembros de las élites compartían ese acervo de conocimiento y a través de los mundos poiético-miméticos, como el Cantar, exploraban y reflexionaban sobre su constante papel de ʻinterpretanteʼ.

Sobre las arcas, las mentiras y la inseguridad semiótica, v. Burke 1991: 158-165. Foley 2002: 177.

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6. Las negociaciones del Cantar con el campo discursivo-literario románico

Como núcleos de poder y prestigio que englobaban los campos político, jurídico, administrativo, económico y sociocultural, las cortes eran los espacios más importantes de socialización. Además del acortesanamiento de sus miembros, dichos espacios se ocupaban de la creación y el mantenimiento de la autoimagen que incluía la representación espacial-material en el ámbito laico y religioso, las redes personales y sus vínculos con otros centros, pero también los saberes construidos en la escritura, en particular en la literatura y la historiografía. Como observó Arizaleta, la corte de Alfonso VIII no era una excepción al respecto: “[…] la chancellerie des rois de Castille était une machine à fabriquer des textes qui non seulement disaient le politique mais le faisaient […]1. En este contexto es imperativo citar uno de los micro-récits2 cancillerescos más empleados durante su reinado: los esponsales entre Berenguela y Conrado junto al besamanos de Alfonso IX y el cíngulo que le fue ceñido: Facta carta apud Berlangam, era MªCCªXXVIIIª, IIº idus Octobris, tercio anno ex quo serenissimus A., rex Castelle et Toleti, A., regem Legionensem, cingulo milicie accinxit, et ipse A., rex Legionis, osculatus est manum dicti A., regis Castelle; et consequenter paucis diebus elapsis sepe dictus A., illustris rex Castelle et Toleti, Romani imperatoris filium, Conradum nomine, in novum militem accinxit, et ei filiam suam Berengariam tradidit in uxorem3.

Este ejemplo —fechado tres años después del acontecimiento mencionado— muestra la conciencia sobre el uso multifacético de los medios y el manejo de su contenido para los objetivos memorísticos.

3 1 2

Arizaleta 2010: II, 1, §6. La cursiva es suya. v. Arizaleta 2010: III, §95, 128-131, 155-215; Estepa Díez 2011c: 190-197. v. doc. 560 en González 1960.

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Las Cruzadas y la Reconquista, la cortesía y la caballería, todos estos temas constituían el campo discursivo de la época miocidiana, con la literatura en lenguas vernáculas —las chansons de geste, las novelas artúricas y la lírica trovadoresca— explorando la cultura cortesana. Cosmopolita y heterogéneo, dicho campo se entiende como un mundo ecléctico, vibrante y abierto a impulsos ʻexternosʼ, en el cual ninguno de los géneros literarios opera como paradigma o modelo a seguir. Para el ámbito francés, donde las chansons tardías solían ser interpretadas como afectadas por las obras artúricas, Kay optó por la metáfora del diálogo: “Rather than seeing the two genres in opposition to each other, we should see them as engaged in a dialogue in which each internalizes, but to a greater or lesser extent represses, the response of the other”4. Siguiendo su premisa, este capítulo se centrará en el Cantar como exploración literaria de las corrientes cortesanas al filo de 1200, sin hablar de influencias (in)directas, literarias u otras. En vez de usar el procedimiento comparatista para establecer relaciones genéricas entre el Cantar y otras obras, sus elementos se tratan como impulsos de la energía social, inherentemente polifónica, que la diégesis épica recogió. Es, además, importante destacar que la lectura miocidiana y la exploración de sus interacciones con el ámbito galo-occitano no significa la negación de los impulsos de al-Ándalus. Así, Galmés de Fuente5 estudió la influencia árabe en la obra —el código caballeresco de honor, los valores del sayyid, las técnicas militares, etc.—, mientras que Marcos-Marín6 prefirió hablar de influencias más lingüísticas e histórico-culturales que literarias. En cuanto al retrato del Cid, cabe mencionar a Ramírez del Río7, que lo relacionó con los virtudes del sayyid propuestos por Ibn ʻAbd al-Bar: generosidad, valentía, paciencia, magnanimidad, elocuencia y juicio. Más recientemente, Corriente comparó la métrica del Cantar (y de otras obras de la península del siglo xiii) con las estructuras usadas en la poesía andalusí y llegó a la siguiente conclusión: […] I am inclined to believe that the strophic and metrical models used by Muslims and Jews in Al-Andalus, as reflected in their poems in Classical Arabic (muwaššaḥāt) and A[ndalusi] A[rabic] (azǧāl), in Hebrew (Sephardic verse, strophic or not), and partially in the Romance portions of some ḫaraǧāt, were carried Northward over the border by mistrels of either of three religions8. 4 5



8 6 7

Kay 1995: 240. v. Galmés de Fuente 1978. Cabe mencionar al estudio de Oliver Pérez 2008, aunque sus postulados son problemáticos por varias razones (v. Molina y Montaner 2010). v. Marcos-Marín 1981. v. Ramírez del Río 2015. Corriente 2018: 175.

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Esta hipótesis es muy llamativa, pero explorarla significaría ir más allá del alcance de nuestros propósitos. Si bien volveremos a los impulsos ʻdel surʼ a la hora de tratar la literatura sapiencial y sus valores, en adelante nos centraremos en las obras artúricas y trovadorescas. Este foco analítico ayuda a situar el Cantar en el contexto literario y discursivo románico, además de destacar sus semejanzas, pero también sus particularidades. 6.1. El Cantar y los macrodiscursos de la época: la cortesía y la caballería Aunque Alfonso VIII fue celebrado, entre otras cosas, por la conquista de Cuenca y la batalla de las Navas de Tolosa, el Cantar no se dedica a los impulsos de la Cruzada o la Reconquista, salvo a través de los rasgos del obispo Jerónimo. Las conquistas del rey no se mencionan en absoluto, y las batallas del Cid, coronadas con la toma de Valencia, permiten ver cómo se apodera de un señorío, pero no insisten en motivos religiosos. Aunque los cristianos se encomiendan a Dios y cuentan con ayuda divina (vv. 217-218, 411, 793, 831, 3452), se trata de un reflejo de la mentalidad y la piedad medievales. Tampoco la visión del ángel Gabriel (vv. 405-412) se refiere a la guerra santa, sino a la trayectoria individual del Cid. Aquí cabe mencionar los retratos musulmanes, con el ejemplo famoso del moro Avengalvón, el gobernador de Molina (vv. 1463-1464), un amigo generoso y vasallo fiel del Cid9. En una ocasión, al ver a Minaya, Avengalvón lo besa en el hombro (según la costumbre musulmana, v. 1519), le promete un doble contradón (v. 1533) y sirve a la familia del Cid y a la comitiva de tal modo que “aun las ferraduras quitárgelas mandava” (v. 1553). El retrato de Avengalvón encaja con la estética de los cantares de frontera10, pero es destacable que ni siquiera los moros en el campo de batalla tienen características físicas o mentales que los distingan de los cristianos. Así, el rey Búcar entiende la ironía del Cid (vv. 2412-2416), tiene un buen caballo (v. 2418) y la espada Tizón (v. 2426), siendo así un oponente digno que al final no logra escapar la espada cidiana. De hecho, los moros participan con éxito en la autorrepresentación visual, como se nota en los carbunclos o rubíes del yelmo de Galve (v. 766) y de Búcar (v. 2422), los únicos ejemplos de gemas preciosas en la obra. Como los musulmanes no ocupan muchos versos y no son el mayor peligro que el Cid tiene que afrontar, es obvio que el Cantar se distancia de un

Sobre este personaje, v. Gerli 1995: 260-261; Epalza 1991: 112-116; º1464 en Montaner 2011. 10 v. López Estrada 1982: 83-88; Montaner 2011 º1472 y 2007: 8-11. 9



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Esta hipótesis es muy llamativa, pero explorarla significaría ir más allá del alcance de nuestros propósitos. Si bien volveremos a los impulsos ʻdel surʼ a la hora de tratar la literatura sapiencial y sus valores, en adelante nos centraremos en las obras artúricas y trovadorescas. Este foco analítico ayuda a situar el Cantar en el contexto literario y discursivo románico, además de destacar sus semejanzas, pero también sus particularidades. 6.1. El Cantar y los macrodiscursos de la época: la cortesía y la caballería Aunque Alfonso VIII fue celebrado, entre otras cosas, por la conquista de Cuenca y la batalla de las Navas de Tolosa, el Cantar no se dedica a los impulsos de la Cruzada o la Reconquista, salvo a través de los rasgos del obispo Jerónimo. Las conquistas del rey no se mencionan en absoluto, y las batallas del Cid, coronadas con la toma de Valencia, permiten ver cómo se apodera de un señorío, pero no insisten en motivos religiosos. Aunque los cristianos se encomiendan a Dios y cuentan con ayuda divina (vv. 217-218, 411, 793, 831, 3452), se trata de un reflejo de la mentalidad y la piedad medievales. Tampoco la visión del ángel Gabriel (vv. 405-412) se refiere a la guerra santa, sino a la trayectoria individual del Cid. Aquí cabe mencionar los retratos musulmanes, con el ejemplo famoso del moro Avengalvón, el gobernador de Molina (vv. 1463-1464), un amigo generoso y vasallo fiel del Cid9. En una ocasión, al ver a Minaya, Avengalvón lo besa en el hombro (según la costumbre musulmana, v. 1519), le promete un doble contradón (v. 1533) y sirve a la familia del Cid y a la comitiva de tal modo que “aun las ferraduras quitárgelas mandava” (v. 1553). El retrato de Avengalvón encaja con la estética de los cantares de frontera10, pero es destacable que ni siquiera los moros en el campo de batalla tienen características físicas o mentales que los distingan de los cristianos. Así, el rey Búcar entiende la ironía del Cid (vv. 2412-2416), tiene un buen caballo (v. 2418) y la espada Tizón (v. 2426), siendo así un oponente digno que al final no logra escapar la espada cidiana. De hecho, los moros participan con éxito en la autorrepresentación visual, como se nota en los carbunclos o rubíes del yelmo de Galve (v. 766) y de Búcar (v. 2422), los únicos ejemplos de gemas preciosas en la obra. Como los musulmanes no ocupan muchos versos y no son el mayor peligro que el Cid tiene que afrontar, es obvio que el Cantar se distancia de un

Sobre este personaje, v. Gerli 1995: 260-261; Epalza 1991: 112-116; º1464 en Montaner 2011. 10 v. López Estrada 1982: 83-88; Montaner 2011 º1472 y 2007: 8-11. 9



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macrodiscurso presente en toda Europa al ofrecer personajes más diferenciados que los de la dicotomía típica de la épica heroica. A diferencia del discurso religioso, los macrodiscursos de caballería y cortesía llevan décadas siendo relacionados con el Cantar de Mio Cid, pero en sus ediciones recientes se pueden leer formulaciones que a primera vista parecen contrarias. Así, Montaner concluye que en el Cantar hay “[…] una dimensión ostentativa propia de la mentalidad caballeresca de fines del siglo xii […]” y que el Cid respeta los ideales de cortezia11. A su vez, Harney en su edición de 2011, refiriéndose al vocablo ʻcaballeroʼ, concluye: “But the epic Cid is not very chivalric, if by that term we mean the amalgam of martial prowess and courtly gallantry that emerged as a literary and social ideal in subsequent centuries”12. Dada la polisemia evidenciada en estas citas, conviene fijarse en el contexto discursivo coetáneo a la obra. Dedicado a los orígenes de la cortesanía o curialitas (ingl. courtliness) en la ética clásica —con las virtudes como mansuetudo, eloquentia, humilitas, amabilitas, disciplina, hilaritas, etc.—, Jaeger concluyó: “There was an imperial tradition of the language of courtesy and affability which clearly predated the troubadour culture of Occitan regions”13. La divulgación de estos saberes la atribuyó a una instancia hasta entonces desapercibida —los clérigos cortesanos— que, educados en las escuelas catedralicias, propagaban la elegantia morum en las cortes seglares: Virtue made visible and embodied in a living presence is a major goal of education in manners. […] The notion forced an assimilation of the teaching of virtue to external culture. Dress, gesture, speech, tone of voice, table manners, posture and gait are the point of departure for the cultivation of virtue14.

Esta apreciación del cuerpo como espejo de las virtudes y sus ecos en la cultura material encontró su máximo ámbito de exploración en la literatura de la época, aunque los retratos cronísticos de las élites también absorbieron sus impulsos. En cuanto a la caballería (ingl. chivalry), pese a su omnipresencia, es un concepto mucho más difícil de definir. Hace más de tres décadas, Keen propuso interpretarlo como “[…] an ethos in which martial, aristocratic and Christian elements were fused together”15, a la vez admitiendo que las propias obras medievales no ofrecían una imagen homogénea, sino que solían acentuar rasgos 13 14 15 11

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Montaner 2011: 356-357. Harney 2011: XXII-XXIII. Jaeger 2009: 206. Jaeger 1994: 106. Keen 1984: 61. v.t. Crouch 2009: 32; Kaeuper 2016: 9-10, 61.

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y aspectos diferentes. Aunque la fase inicial es problemática por la falta de fuentes, el consenso actual16 es que la creciente valorización de la función militar y su adopción por la nobleza secular tuvo lugar entre los siglos xi y xiii, con el énfasis en la segunda mitad del xii. Según Flori17, a finales del siglo xii todavía no había una fusión entre milites y nobiles, pero entre 1200 y 1230 se fue consolidando la imagen de la caballería como corporación accesible solo a la nobleza. La ideología caballeresca pudo promoverse desde el nivel más alto, como lo hizo Federico Barbarroja en Maguncia, en 1184, cuando armó caballeros a sus dos hijos, y luego en 1188, cuando el mismo emperador se denominó miles Christi18, de acuerdo con la ideología de órdenes militares, defendida y celebrada en obras como De laude novae militae de Bernardo de Claraval. No obstante, la existencia de la caballería cristiana no significa su automática aceptación por la nobleza laica, ni mucho menos que recibiera el mismo tratamiento e importancia en las obras vernáculas. En su análisis de las chansons de geste anteriores a 1200, Flori19 concluyó que la palabra chevalier y sus derivaciones todavía se usaban con un acento fuerte en el aspecto militar y que una valorización de aspectos ideológicos empezó a manifestarse solo después del año 1180. Siguiendo el método de Flori, Paterson20 analizó las obras épicas occitanas y destacó la primacía de las semánticas militares, pero también que, a diferencia de las chansons francesas, las occitanas como Girart de Roussillon contenían más casos de mercenarios y más referencias a la cortesía, sobre todo con el retrato de Fouque, sobrino de Girart, descrito como elocuente, liberal, justo y piadoso. Al centrarse además en dos personajes secundarios de Girart de Roussillon, Peire y Bertrán, Hackett observó que, si bien todavía no se habla de la caballería como orden, estos tres retratos reflejan “[…] a conception of knighthood intermediate between the feudal warrior of the chansons de geste and the hero of the courtly romances”21. Los jóvenes nobles de las obras artúricas habitualmente se interpretan como personificaciones de la caballería, en parte debido al frecuente uso del vocablo chevalier. Sin embargo, al estudiar las obras de Chrétien de Troyes, Flori interpretó los valores propuestos —el servicio a mujeres que necesitaran protec v. Keen 1984: 23-42; Flori 1986 y 1998; Kaeuper 1999 y 2016: 83-85; Fleckenstein 2002: 25-165; Crouch 2006: 85-90. 17 v. Flori 1998: 76-81. 18 v. Fleckenstein 1976; Jackson 1990. 19 v. Flori 1996. 20 “Flori argues that courtly values in O[ld] F[rench] are attached to the nobility, not to knights as such. In Folcon the poet explicitly, and possibly for the first time in French epic, ties them to knighthood”. Paterson 1981: 32. 21 Hackett 1988: 45. 16

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ción y la merced mostrada ante el enemigo derrotado— por su carácter secular como “[…] une réaction, une ʻrécupérationʼ aristocratique du modèle proposé par lʼÉglise”22. Los intentos de los trovadores occitanos de tratar explícitamente las connotaciones socioculturales y éticas del vocablo cavaier son más bien aislados. Cabe mencionar el “Ensenhamen de cavaier” (ca. 1170-1180), el más antiguo conservado de su tipo, compuesto por Arnaut Guilhem de Marsan. Dicha obra ofrece concejos prácticos a los caballeros, desde la descripción detallada de la apariencia agradable que atrae a las mujeres, hasta la insistencia en la mesura, valentía y el mejor equipamiento posible. Sin embargo, tanto Paterson23 como Crouch24 han negado las dimensiones espiritual y ética del tratado, interpretándolo como guía de comportamiento dirigido por los preceptos de la cortesía. Otra canción didáctica, “Razo es e mezura”, de Arnaut de Maruelh, relaciona el valor del caballero con sus destrezas militares y buenos modales, pero la noción del orden cerrado está ausente de la obra25. Como subrayó Paterson26, a diferencia de Francia, que suele destacar el aspecto religioso o el servicio a la mujer, la lírica occitana se mostró más resistente a estas ideas, sin dejar de insistir en la elocuencia, elegancia y la etiqueta adecuada. Si la literatura occitana en torno a 1200 todavía no propagaba la noción de caballería como orden y no insistía en la dimensión religiosa de la conducta noble, cabe repasar la situación discursiva en la Castilla del siglo xiii para poder posicionar adecuadamente el Cantar al respecto. El famoso título XXI de la Segunda Partida subraya la importancia de los caballeros en la defensa de la tierra, e incluye las cuatro virtudes principales y destrezas que un caballero debe poseer. Ligadas a la centralización jurisdiccional iniciada bajo Alfonso VIII, las Partidas de Alfonso X “[…] no introducen una transformación en la caballería, sino que introducen, desde el mismo momento en que se producen, una transformación en los modos de concebir y hablar de la caballería”27. Precisamente, el carácter normativo-formativo del código legal subraya la exclusividad de sus miembros: Pero la mayor parte de la fidalguia ganan los homes por la honra de sus padres; ca maguer la madre sea villana et el padre fijodalgo, fijodalgo es el fijo que dellos nasciere et por fijodalgo se puede contar, mas non por noble; mas si nasciere de 24 25 26 27 22 23

Flori 1996: 314. Paterson 1995: 72-74. Crouch 2009: 46. v. Paterson 1995: 73. Paterson 1995: 73-78. Velasco 2009: 41. Las cursivas son suyas.

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fijadalgo et de villano, non tovieron por derecho que fuese contado por fijodalgo […]. (II, xxi, 3)

Fuera de Castilla, otra obra fue dedicada a la caballería con la misma exclusividad: el Llibre de lʼorde de cavalleria (ca. 1275-1276)28 de Ramon Llull. Ambas obras tratan el rito ceremonial del ingreso a la orden y la indumentaria caballeresca adecuada, pero hay ciertas diferencias. Mientras que Ramon insiste en el aspecto religioso y critica el vicio de lujuria29, las Partidas (II, xxi, 18) proscriben colores vivos como “bermejos, ó jaldes, ó verdes o cárdenos” y las historias de “los grandes fechos de armas” para inspirar a caballeros (II, xxi, 20). De modo similar, Ramon Llull no se refiere a las mujeres en el sentido erótico, mientras que las Partidas (II, xxi, 22) proponen que los caballeros: “[…] porque se esforzacen mas tenien por cosa guisada que los que hobiesen amigas que las ementasen en las lides, porque les cresciesen mas los corazones et hobiesen mayor vergüenza de errar”. Como ya destacaron los investigadores30, con este discurso Alfonso X pretendía restringir a la alta nobleza en el sentido político y ejercer una pluralización del poder real. De todos modos, pese a la pluralidad de modelos e ideales por seguir, incluso este repaso breve hace pensar en algunos elementos del Cantar, como el vocablo ʻcavalleroʼ, la famosa fórmula de “el que en buen ora çinxó espada” (v. 58), los ejercicios de armas, como alancear tablados (vv. 2249-2250), el tratamiento del cautivo o la llamativa escena con las mujeres en la torre (vv. 1644-1670). En cuanto a la palabra ʻcaballeroʼ, Moreta Velayos31 analizó su uso en el Cantar, el Libro de Alexandre y el Poema de Fernán González, y concluyó que las connotaciones vasalláticas y militares estaban en el primer plano, pero sin implicar una fusión con el concepto de ʻnobleʼ. La materia cidiana del tardío siglo xii contiene varias referencias a la investidura, con el rey Sancho, quien ciñó el cingulum militie a Rodrigo (HR, §4), algo que el Linage formula como “Demenar muyler de cavayler ni enclinar-la a malvestat no és honor de cavayler. Ni muyler de cavalyer qui ha fiyl de vilà, no honra cavaler e destruu la entequitat del linatge de cavayler; ni cavayler qui per desonestat haja fiyl de vil fembra, no honre paratge ni cavaylaria”. Ramon Llull, Llibre, VII, 6. Para la datación y su contexto sociocultural, v. Aguilar i Montero 2010. 29 “Si per bellesa de faysons ni per gran cors cordat, per rosses cabeyls ni per mirayl en borsa, escuder deu ésser adobar a cavayler, de bell fiyl de pagès o de bella fembra poràs fer cavayler; […]”. Ramon Llull, Llibre, III, 7. Compárense con V, 18: “Senyal en scut e en seyla e en perpunt és donat a cavayler per ésser lohat de los ardiments que fa e de los colps que dóna en la batayla; […]”. Compárense las Partidas II, xxi, 13-14 con el Llibre 2002: IV-V. 30 v. Velasco 2006: XIX-XXXI y 2009: 30-31, 259; Martin 2010d. 31 v. Moreta Velayos 1983. 28

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“fizolo cauero”. No obstante, es imperativo destacar que la documentación regia coetánea también aplicó fórmulas parecidas. Así, desde el julio de 1188 hasta octubre de 1190, la cancillería de Alfonso VIII reiteró el microrrelato sobre el “cingulo milicie” ceñido a Alfonso IX y el hecho de que el rey castellano “in nouum militem accinxit” a Conrado de Hohenstaufen en la curia de Carrión32. Con respecto al “cingulo militari” como referido a esa curia en la obra De rebus Hispaniae, Velasco33 relacionó dicha formulación —y la ausencia de detalles— con la tradición tardolatina, negándole el carácter ceremonial de la investidura caballeresca. Ahora bien, si este ritual todavía no puede vincularse al rey leonés —que con el besamanos admitió la supremacía castellana—, es posible que la constante distinción cancilleresca entre el vocabulario aplicado a Alfonso IX y Conrado hubiera implicado un eco de la adopción de la caballería en el caso alemán, ya ejercida por Federico Barbarroja en aquellos años. La épica parece haber seguido el contexto sociopolítico, con la investidura (fr. adoubement) manifestando el tono más ceremonial solo después de 1180 en las obras de Francia34. De modo similar, en las obras occitanas, el concepto se limitaba al equipamiento militar y, según Paterson35, ni siquiera el caso peculiar de Peire en Girart de Roussillon, con el baño ritual y la misa, se parece a una iniciación en la orden de caballería. Algo similar se puede deducir de las tres menciones de ejercicios de armas en el Cantar: en Medina (vv. 1513-1515), en Valencia, tras la reunión familiar (vv. 1601-1602) y después de las bodas (vv. 2241-2250). Alejadas del contexto bélico, estas actividades eran modos de (de)mostrar proeza que oscilaban entre duros ejercicios y demostraciones más solemnes. A lo largo del siglo xii y a principios del xiii, estos encuentros todavía eran bastante violentos, por lo que hubo varios intentos de regularlos, como las reglas de participación del rey Ricardo o el trato del homicidio durante el torneo en el Fuero de Cuenca (XI,1-2)36. De nuevo, es necesario contar con diferencias regionales en las prácticas socioculturales y sus representaciones literarias. Según las conclusiones de Paterson37, los occitanos eran indiferentes hacia el torneo, fenómeno que se menciona esporádicamente y a menudo en relación con el ámbito francés. Dado que en el Cantar ʻceñir la espadaʼ todavía significa ʻequiparʼ y la voz ʻcaballeroʼ se relaciona con las destrezas militares 34 35 36

v. docs. 505/506-560 en González 1960. v. Velasco 2002; 2006: XIV-XV; 2009: 37-42. Flori 1975: 211-244, 407-444. Para la investidura en general, v. Keen 1984: 64-77. v. Paterson 1981: 33-34. Sobre las protestas de la iglesia, v. Keen 1984: 83-100; 1996: 28-31; Flori 1998: 47-66; Kaeuper 2016: 213-229. Para los ejemplos en el Cantar, v. Bayo y Michael 2008: 191, 237; º1602 en Montaner 2011. 37 v. Paterson 1995: 77-78. 32 33

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y cierta preeminencia socioeconómica —sin implicar necesariamente el rango noble38—, su uso coincide con dichas tendencias literarias. No obstante, cabe recordar que en la cancillería real coetánea a la obra miocidiana, incluso los miembros de la nobleza más prestigiosa podían estar documentados como milites. Si bien el Cantar es anterior al discurso de la caballería como orden exclusivo, eso no significa que no apreciara —y propagara— ciertos ideales aristocráticos. Como destacó Crouch, antes de ser regulada, la conducta de los nobles se exploraba en el ʻhabitusʼ: “As early as 1100, there was an ideal type of mature, discreet and wise conduct, and it was to be found in the conduct of the proverbial preudhomme”39. Esta valoración de la conducta, atribuida a reyes, magnates, héroes épicos o personas eclesiásticas, suponía la lealtad, las destrezas militares y administrativas, la largueza y la mesura, entre otras virtudes. Como no estaba codificado, el comportamiento era más bien “[…] a wide pool of ideas from which historians can trawl material for a number of constructs […]”40. Basadas en las necesidades de la vida militar, virtudes como la lealtad o la generosidad ya se manifestaban en obras como Beowulf. Sin embargo, los ideales no eran absolutos, es decir, su trato dependía del contexto en el que aparecían. Así, se elogiaban la merced ante el enemigo derrotado y la preferencia del rescate ante mutilaciones y masacres, pero al mismo tiempo se esperaba que los magnates se (re)afirmaran a través de la violencia41. En el contexto cidiano, destaca una obra que aplica ese espectro amplio de virtudes celebradas a los miembros de la nobleza seglar. El Poema de Almería42, además de elogiar las destrezas militares y la lealtad magnaticia, celebra al conde Ponce de Cabrera como generoso y sincero, al conde Ramiro Froilaz como prudente, justo y afable, mientras que la apariencia atractiva de Pedro Alfonso y Martín Fernández también ocupa algunos versos. Como observó Barton43, pese al amplio margen de los perfiles representados, la piedad no llegó a formar parte del catálogo. Los solapamientos entre la cortesanía y la caballería a veces han ocasionado una confusión terminológica. Así, Crouch ha subrayado que el personaje de Guillermo el Mariscal no personifica el código caballeresco —entendido como exclusivo y masculino—, sino que Guillermo se representa más bien como 40 41 42 43 38 39

v. Harney 1993: 178-179. Crouch 2006: 30. Crouch 2009: 41-44, aquí 43. v.t. Crouch 2006: 53-63. v. Flori 1996: 304 y 1998: 58-59; Crouch 2006: 63-66. v. vv. 176-188, 101-107, 126-130, 256-260 en el Poema de Almería. Barton 2006: 465. Sobre la piedad como resultado de la interpenetración de las tradiciones heroicas y bíblicas, v. Keen 1984: 50-54. Sobre el ethos en la Historia Roderici como aristocrático y anterior a la caballería, v. Bautista 2010a: 24.

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“[…] preudomme, a man of distinction and a respected actor in public affairs”44. En la poesía, el vocablo ʻcaballeroʼ a veces adquiría una noción honorífica —como en “Abrils issia” de Ramon Vidal de Besalú—, pero en la mayoría de los casos se refería a destrezas militares, esperadas también de nobles y reyes45. La formación del discurso caballeresco era un proceso paulatino y el mundo diegético del Cantar representa su etapa precedente. Si no es operativo relacionar el Cantar con la caballería, la situación es muy distinta con la celebración y la propagación de los ideales cortesanos. En este contexto, cabe destacar los análisis de Sánchez Jiménez46, que relacionó los ideales de curialitas en la obra con los valores divulgados por los trovadores y clérigos que frecuentaban la corte de Alfonso VIII. Como se verá a continuación, esos impulsos no fueron los únicos con valores éticos y estéticos que circularon en este reino. La poesía trovadoresca y la corte castellana La cancillería de Alfonso VIII usaba medios de diferente índole no solo para legitimar su política, sino también para construir su legado memorístico. Más allá de los sucesos importantes o éxitos militares, la documentación a principios del siglo xiii lo retrata como “serenissimus” e “illustris” para luego ampliar su perfil cronístico insistiendo en su mesura, afabilidad y curialitas47. De modo similar, en el “Poema de Benevívere”, el rey, descrito como inteligente, elocuente y generoso, es alabado por su conquista cristiana, lo cual lo acerca a las “figures de sainteté”48. Los reyes y magnates peninsulares conocían bien el potencial de la poesía trovadoresca, con Aragón y Cataluña no solo como lugares de recepción, sino también como sus propagadores más activos. Como notó I. de Riquer, el “medio siglo de oro”49 de la poesía trovadoresca (1162-1213) coincide con el reinado de Alfonso II de Aragón y su hijo Pedro. Así, al dar la bienvenida a los trovadores en su corte, Alfonso II —recordado como “aquel que trobet”— logró imponer-

Crouch 2006: 26. Aunque Ramon se centra en la (ausencia de) cortesía entre la nobleza y realeza, de vez en cuando la relaciona con los caballeros. Según Crouch (2009: 47): “In that regard, Abril issiʼ is powerful supporting evidence for the way chivalry emerged from the habitus. For in it we see how the existing genre of the ensenhamen was transformed and adapted as society realized it had a self-conscious code of noble conduct”. 46 v. Sánchez Jiménez 2001 y 2004. 47 v. doc. 560 en González 1960; Sánchez Jiménez 2001: 448-452. 48 v. Arizaleta 2005: 573-583. 49 v. I. Riquer 1996: 934. 44 45

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se y consolidarse en Provenza50. Peire Vidal, el trovador conocido por su tono fanfarrón, fue uno de los defensores más apasionados de la política e imagen de Alfonso II, dispuesto a denigrar y criticar a sus oponentes por medio de sus destrezas poéticas. No obstante, aunque la corte aragonesa pudo contar con la poesía favorable de Foulquet de Marselha, Giraut de Bornelh o Arnaut Daniel, en el otro extremo se encontraban Bertran de Born, Guilhem de Berguedà y Guiraut de Luc51. De los numerosos géneros de la poesía trovadoresca, el polo opuesto de la cansó amorosa era el sirventés, reservado para “[…] la ira, la reprensión, el ataque virulento, la polémica literaria y el discurso moralizador […]”52. Así, mientras Alfonso II sacaba provecho del sirventés político, fue víctima del sirventés personal. Bertran de Born lanzó contra el rey ataques fuertes, en los que lo acusaba de haber usurpado los derechos navarros a la corona, lo describía como débil y perezoso (“Puois les gens terminis floritz”) o le negaba virtudes como valentía, cortesía, mesura y largueza (“Quan vei pels vergiers despleiar”)53. A pesar de su presencia en la corte aragonesa, Guilhem de Berguedà, un barón catalán y amigo de Bertran de Born, advirtió de los males hechos por Alfonso II, al que siempre le faltaba la cortesía (“Reis, sʼanc nuill temps foc francs ni larcs donaire”)54. Por consiguiente, el ejemplo de la corte aragonesa muestra a la vez las potencialidades y los riesgos del medio rimado del sirventés. Los trovadores circulaban por cortes y sus composiciones abrían un diálogo poético que permitía oír versiones opuestas, consolidando o perjudicando así las imágenes de reyes y magnates. Las políticas de otros reyes también inspiraron algunas rimas. Así, Peire Vidal critica a los reyes ibéricos por luchar entre sí (“Plus quʼel paubres”) y por ser derrotados por los moros (“A peu pauc de chantar no·m lais”)55. Mientras que algunas canciones se centran en los aspectos políticos, otras muestran una dimensión más religiosa. Con un tono moralizador, Folquet de Marselha, en su cansó de crozada (“Huiemais no·y concosc razo”), destaca los méritos de servir a Dios y pide a aragoneses y castellanos que se reúnan tras la derrota sufrida (en Alarcos)56. Otra canción con el carácter de Cruzada es “Senhor, per los nostres Para dos composiciones suyas conservadas, una cansó y una tensó, v. Riquer M. 1959: 183-185. 51 v. Riquer 2011: 858-914; 1959: 188. 52 Riquer 2011: 49-70, aquí 53. 53 v. núms. 133 y 134 en Riquer 2011, respectivamente. 54 v. Riquer 2011: 519-520, 716-718 (sobre el sirventés perdido). 55 v. Riquer 2011: 862-863. 56 v. Alvar 1977: 93-98. Sobre la carta papal como posible motivación de la canción, v. Sánchez Jiménez 2004: 105-106. Sobre otra cansó de crozada de Raimbaut de Val50

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peccatz”57, donde Gavaudan enfatiza las amenazas musulmanas e invita a otros reyes a que ayuden al rey de España. Cabe mencionar que, aunque no siempre es posible determinar de qué Alfonso o de qué batalla se trata, en la poesía trovadoresca el rey peninsular más celebrado por su lucha contra los moros fue Alfonso VIII de Castilla. Mucho más frecuentes son las obras que mencionan a unos reyes para compararlos con otros. Bertran de Born celebra al Alfonso castellano como valiente, diciendo que habrá más caballeros, puesto que este rey está buscando a mercenarios, mientras que Ricardo (Corazón de León) malgasta oro y plata (“Miei sirventes vuolh far dels reis amdos”58). En sus ataques contra Aragón, Bertran incita al rey con el “palacio en Toledo” a la guerra contra el rey aragonés (“Puois les gens terminis floritz”), mientras que Guilhem de Berguedà los compara y elogia al rey castellano describiéndolo como muy noble y generoso (“Un sirventes ai en cor a bastir”)59. Algo parecido hace Bertran de Born el Hijo, cuando critica a Juan Sin Tierra por haber disfrutado de la caza y los torneos, motivo por el que perdió su tierra (Gascuña) frente al señor de Logroño (identificado como el rey castellano en “Quan vei lo temps renovelar”)60. En general, los trovadores cultivaban una imagen positiva del rey castellano. Aunque los críticos no coinciden en cuántos —y cuáles— trovadores frecuentaron la corte castellana o fueron patrocinados por ella61, su importancia se reflejaba —o se consolidaba— en su presencia y sus obras. En cuanto al perfil real, las virtudes más elogiadas de Alfonso VIII correspondían a los ideales de la cortesía como mesura y largueza, pero también se le atribuyeron cualidades más amplias, como pretz (mérito, estima), joi (relacionada con el espíritu de alegría) y joven (entendida como “espontaneidad generosa y desinteresada en lo que afecta al amor cortés y a la relación social”)62. En su sirventés-cansó (“Mout es bona terrʼ Espanha”63), Peire Vidal lo describió como dous (“dulce”), car (“amable”), franc (“generoso”), bo (“bueno”) y de corteza companha (“de

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queiras que invita a los reyes ibéricos a unirse contra los musulmanes, v. Alvar 1977: 108-109. v. Alvar 1977: 90-92. v. núm. 138 en Riquer 2011; Alvar 1977: 85-87. v. núms. 96 y 133 en Riquer 2011. v. Alvar 1977: 109-111; 2002: 54. v. Riquer 2011; Alvar 1977, en especial 130-133; Alvar 2002; Sánchez Jiménez 2001, en especial 73-96 y 2004. v. Riquer 2011: 87-90. Sánchez-Jiménez (2001: 156), cuyo corpus dista del nuestro, concluye que los trovadores elogiaban seis virtudes de Alfonso VIII: mesura, afabilidad, belleza, facundia, facetia y largueza. v. núm. 171 en Riquer 2011. La traducción es suya.

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cortés compañía”). Además, es el mismo rey per cui Jovens es joyos (“por quien Juventud es feliz”), mientras que sus barones son: [e] mout avinens e mout pros, de sen e de conoissensa e de faitz e de parvensa. (vv. 6-8)

muy amables y muy nobles en juicio y en conocimientos y tanto en hechos como en apariencia.

Si cabe fiarse de su vida64, Aimeric de Peguilhan, visitante de las cortes ibéricas e italianas, fue introducido al rey castellano por Guilhem de Berguedà. En su sirventés “Destretz, cochatz”65, este trovador elogia las cualidades de Alfonso VIII, sobre todo su mérito (pretz). Guiraut de Calanson describe al bon rey castellano como valen, / de pretz manen (“valiente / rico en cuanto a méritos” en “Li mey dezir”66), mientras que Peire Guilhem dice lo siguiente en su poema alegórico “Lai on cobra”67: sehner, e vuelh vos demandar dʼEn Amfos, que es rei de Castela, on pretz e valors renoela, que a fag de lui capdel e paire et el de mi lo seu amaire. Siei fag son gran en larguetat, et anc no i fo escassetat en sa cort, ni anc no i poc intrar. Fons es de conduh e de dar e de valor e de proessa; e doncs mas el tant gen sʼadressa, ni el valor a messa sa ponha, (vv. 328-341)

señor, y os quiero preguntar sobre don Alfonso, que es rey de Castilla, donde se renuevan mérito y valor, y que han hecho de éste su caudillo y su padre y de mí ha hecho su amante. Y sus acciones son grandes en liberalidad y nunca hubo ni pudo entrar escasez en su corte; Es fuente de festines y de dar, de valor y de hazañas; y se ha preocupado siempre por el valor

Además de la figura del rey, los trovadores a veces incorporan a otros miembros de la familia regia. En sus tratamientos de los temas relacionados con los Plantagenet, Bertran de Born incluye no solo a Ricardo Corazón de León, sino también a sus hermanos Juan Sin Tierra, Matilde y Enrique, sin olvidar el planh “Mon chan fenisc ab dol et a maltraire”, escrito tras la muerte de este68. En el caso castellano, antes de dirigirse al rey, Guilhem de Berguedà se describe como vasallo de la reina pros e gaia (“señora noble y afable”, v. 29 en “Un sirven 66 67 68 64 65

v. Riquer 2011: 963-967. v. Alvar 1977: 122-123. v. Alvar 1977: 114-115. v. Alvar 1977: 106-108. La traducción es suya. v. núms. 129, 131, (132) y 136 en Riquer 2011.

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tes ai en cor a bastir”)69. Otro ejemplo sería el planh de Guiraut de Calanson, compuesto tras la temprana muerte de Fernando, hijo de Alfonso VIII y Leonor Plantagenet. En él, el joven infante es un modelo para valientes y nobles, comparado con la apariencia y la magnanimidad de los hermanos (y sus tíos) Ricardo, Enrique Joven y Godofredo (“Belh senher Deus, quo pot esser sufritz”)70. Aquí cabe volver al retrato poético más conocido de la pareja real castellana, hecho por Ramon Vidal de Besalú71: Unas novas vos vuelh comtar que auzi dir a un joglar en la cort del pus savi rei que anc fos de neguna lei: del rei de Castela, nʼAmfos, e qui era condutz e dos, sens e valors e cortezia et engenh de cavalairia; quʼel non era onhs ni sagratz, mas de pretz era coronatz, e de sen e de lialeza e de valor e de proeza. Et a lo reis fag ajustar man cavaier e man joglar en sa cort, e man ric baro. E can la cortz complida fo, venc la reyna Lianors, et anc negus no vi son cors, estrecha venc en un mantelh dʼun drap de seda, bon e belh, que hom apela sisclato vermelhs ab lista dʼargen fo e i ac un levon dʼaur devis. Al rei soplega, pueis sʼasis ad una part, lonhet de lui. (vv. 1-27)

Quiero contaros una historia que escuché recitar a un juglar en la corte del rey más sabio que nunca haya hubido en cualquier religión, del rey Alfonso de Castilla, que era hospitalario y dulce, juicioso, valiente y cortés, y experto en caballería. No había sido ungido ni consagrado, pero estaba coronado de méritos, de buen juicio, de lealtad, de valor y de arrojo. El rey hizo reunir en su corte a muchos nobles, caballeros y juglares. Cuando la corte estuvo completa, vino la reina Leonor; cuyo cuerpo nadie había visto antes. Venía ceñida en manto de seda, bueno y bello, que se llama ciclatón: era rojo, con una banda de plata en el cual estaba divisado un león de oro. Se inclinó ante el rey y después se sentó en un aparte lejos de él.

v. núm. 96 en Riquer 2011. v. núm. 216 en Riquer 2011. 71 v. Ramon Vidal de Besalú, “Castia gilos”; la traducción es de Velasco (1999: 93-94, en el original, en prosa). En cuanto al género de esta obra narrativa, este medievalista (1999: 28) concluyó: “Las novas, que suelo traducir por ʻcuentoʼ, ʻhistoriaʼ o ʻrelatoʼ, tienen un fondo ficticio, novelesco, y una forma que también se reconoce en la tradición novelesca: el octosílabo pareado”. 69 70

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Presentada como recuerdo (y, por lo tanto, considerada posterior a la muerte de Alfonso VIII72), esta imagen todavía es un testimonio valioso, fingido o no, por varias razones. El trovador menciona explícitamente que oyó las novas de un juglar en la corte regia, ilustrando así las dinámicas y límites borrosos entre poetas que componen y ejecutantes. Ramon no menciona ninguna ocasión especial, pero la posición del rey y la postura de la reina concuerdan con la comunicación simbólica, mientras el catálogo de virtudes y el aspecto material contribuyen a la imagen palatina, complementada con ricoshombres, caballeros y juglares. Esta composición no fue la única que celebró al rey castellano tras su muerte. Así, Aimeric de Peguilhan dice que el mérito (pretz) y la largueza (dos) parecían haber muerto con Alfonso VIII, su hijo plazens e bos (“agradable y bueno”), Pedro de Aragón y don Diego (“En aquel temps que·l reys mori NʼAmfos”)73. Este don Diego, descrito como savis e pros (“sabio y noble”, v. 4), es identificado como Diego López II de Haro74, magnate recordado también como mecenas y aficionado a la poesía trovadoresca. En el tono similar, en la canción “Carʼamiga dolcʼe franca”75, Peire Vidal hace notar que separarse de don Diego es un error horrible. La cita larga de Ramon Vidal de Besalú es ilustrativa de las narrativas trovadorescas. En “Abrils issia”, otra composición suya de principios del siglo xiii76, se insiste en tres virtudes —sen (sensatez), saber y cor (nobleza de corazón)— y, con un tono sentimental, el trovador-narrador menciona a reyes, trovadores y nobles que antes encarnaban esos valores. Además de consejos prácticos para el juglar, desde un nivel metaliterario se contempla el papel de la literatura en aquel mundo privado de virtudes cortesanas, y la poesía se presenta como medio potente de su posible restauración. Además, esta obra es importante porque menciona al rey castellano y a los magnates que solían confirmar sus diplomas: Aqui trobavon cuendʼe gay e donador lo rey NʼAnfos e·N Diego que tan fo pros e Guidrefe de Gamberes e·l comte Ferran lo cortes e sos fraires tan ben apres quʼieu non poiria dir lo cart. (vv. 765-771)

74 75 76 72 73

Y aquí encontraban, alegre, encantador y lleno de generosidad, al rey Alfonso, y a don Diego, que tan virtuoso fue, y a Godofredo de Gamberes, y al cortés conde Ferrán y a sus hermanos, que eran tan instruidos que no os podría decir ni la cuarta parte.

v. Alvar 1977: 71-74; Velasco 1999: 87-92. v. núm. 192 en Riquer 2011. v. Alvar 1977: 143-145. v. núm. 177 en Riquer 2011. v. Ramon Vidal de Besalú “Abril issia”. v.t. Velasco 1999: 163-219 y 8-49 (para la crisis de la poesía cortesana en el siglo xiii y el discurso arqueológico).

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Aunque la antroponimia reducida se parece a las suscripciones cancillerescas, la identificación de Diego (López de Haro) y el conde Fernando (Núñez de Lara), mencionado junto a sus hermanos, no resulta problemática. En cuanto a “Guidrefe de Gamberes”, se ha postulado que se refiere a alguien de la casa Cameros, en particular a Rodrigo Díaz de Cameros77. Su mención tras el señor independiente de Vizcaya tendría sentido, teniendo en cuenta que estaba casado con una de las hijas de Diego López (y Toda Pérez de Azagra). Asimismo, su presencia poética encajaría con su memoria cultural de mecenas, además de que fue uno de los primeros trovadores en gallego-portugués, posiblemente usando esa lengua para evocar y realzar sus lazos parentelares con esas tierras78. La casa de Azagra se destacó gracias al señorío independiente de Pedro Ruiz, descrito como rebelde en relación con el rey aragonés por Bertran de Born (“Quan vei pels vergiers despleiar”)79. Como ya se ha mencionado, su hermano Gonzalo Ruiz confirmó la carta de arras de Leonor Plantagenet, junto con Pedro de Motte y Arnaut Guilhem de Marsan de parte de los ingleses80. Esta constelación llamativa llevó a los críticos81 a relacionar la celebración de las nupcias de Alfonso VIII y Leonor con la composición “Cantarai dʼaquestz trobadors” de Peire dʼAlvernha, que en su galería satírica de trovadores, además de “Peire de Monzo”, incluye a Gonzalo Ruiz y Giraut de Bornelh, entre otros. Curiosamente, Arnaut Guilhem de Marsan, el trovador del “Ensenhamen de cavaier”, aunque documentado como confirmante de la carta de arras, no forma parte de este sirventés. Teniendo en cuenta la importancia de estas nupcias, el papel destacado de Alfonso II de Aragón y sus ligaciones trovadorescas, estamos inclinados a relacionar la composición satírica con la celebración de la innovadora unidad matrimonial de Castilla con Inglaterra. Además, el sirventés de Peire dʼAlvernha es otro ejemplo del dinamismo del mundo trovadoresco y no solo en el sentido geográfico. Se conservan muchas obras con trovadores que se mencionan entre sí (por su nombre o senhal), criticándose, imitándose unos a otros o participando en los géneros polémicos, como la tensó. En este contexto, se hace preciso incluir un ejemplo inusual de la alabanza poética de Alfonso VIII, por ser indicativo de las interacciones triculturales. Se trata del judío Abraham Ibn al-Fakhkhār, conocido no solo por su carrera diplomática bajo Alfonso VIII en relación con los almohades, sino también como 79 80 81 77 78

v. Alvar (basándose en Field y Milá i Fontanals) 1977: 148-150, 155-156. v. Miranda 2012, §5-9. v.t. Alvar 1977: 153-154, 164 y 2002: 57. v. núm. 134 en Riquer 2011: 716-721. v. Barton 2000b: 75. v. la carta en González 1960: 192-193 (insertada entre estas páginas). v. Alvar (basándose en Lejeune) 1977: 152-153, 164; Riquer 2011: 312, 337 (para la canción, núm. 49); Rodríguez López 2014: 105-107. contra Sánchez Jiménez 2004: 108.

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un hombre educado e influyente82. Su oficio de almoxarife (cargo relacionado con los asuntos económico-fiscales y jurídicos) no era palatino en el sentido estricto, pero la formulación cancilleresca de “dilecto almoxerifo meo” dirigida a otro oficial, Abu Omar Aben Fusen83, confirma el contacto curial. Además de ser celebrado como diplomático y mecenas, Abraham Ibn al-Fakhkhār compuso poesía que reflejaba su condición de erudito. Como destacó Decter, es sobresaliente su composición en árabe, en la que usa la metáfora de una mujer en días esplendorosos para describir la corte de Alfonso VIII: “Being praised in Arabic presented Alfonso VIII as a king with all the pomp characteristic of his Almohad foes, thus promoting an essential image of royalty within the culture of Christian expansionism”84. Esta canción, por lo tanto, confirma el amplio espectro de medios e instancias para la construcción o consolidación de la imagen regia. Las relaciones entre la cultura cortesana europea, árabe o andalusí han suscitado muchos estudios. Con respecto a la poesía trovadoresca, algunos han propuesto el impacto andalusí en la expresión cortesana del siglo xi85 y otros han optado por distintos puntos de contacto con la literatura árabe, como Sicilia o las ciudades en Oriente Medio que Guillermo IX el Trovador visitó a principios del siglo xii86. Si bien el contacto no tiene que significar influencia, hay un ámbito en el que las influencias foráneas se sintetizaron de modo evidente. El gusto por la literatura didáctica y el aprecio de los buenos modales en las cortes se vio enriquecido por los impulsos del adab, el amplio conjunto en prosa dedicado a enseñar a las élites los conocimientos de carácter enciclopédico87. La admiración por los saberes abarcados por adab también llegó a al-Ándalus, donde los califas de Córdoba, como Abd al-Rahman III, interesados en el arte de gobernar, incluyeron la materia epistolar pseudo-aristotélica en sus obras didácticas88. La circulación de las obras, las interacciones entre los letrados y traductores y el deseo palaciego de atesorar los saberes antiguos favorecieron la presencia de nuevos conocimientos, formas y temas. La gran valoración de v. Decter 2011: 96-102. v. doc. 473 en González 1960. Sobre el oficio, v. González 1960: 249-250; Roth 1994: 128-130; Salazar y Acha 2000: 150. 84 Decter 2011: 105 (para los versos de Abraham traducidos, v. 2011: 103). 85 v. Robinson 2002 y 2007. 86 v. Abu-Haidar 2001, en especial 244. Sobre la península ibérica, Sicilia y Levante como tres vías de las sabidurías del mundo árabe, v. Williams 2003: 64. Sobre los impulsos islámicos en la obra de Chrétien de Troyes, v. Reichert 2006. 87 v. Ramírez del Río 2002: 34-63. 88 v. Heath 2000: 107-114; Calvo Capilla 2013: 58-74 (también sobre las tertulias intelectuales del carácter cosmopolita). 82 83

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la literatura sapiencial y del legado de saberes heterogéneo que circulaba se confirma con la Disciplina Clericalis de Pedro Alfonso, la famosa obra del siglo xii. Este judío converso, vinculado a la corte aragonesa, usó las fuentes antiguas, árabes, hebreas y orientales para crear un compendio de cuentos didácticos. El enorme éxito de sus exempla se puede apreciar tanto en la adopción del cuento como formato como en las referencias más o menos directas (recuerden el posible eco del exemplum XV para el episodio de las arcas del Cantar)89. De todos modos, obras como Disciplina confirman la paulatina adopción, adaptación y atesoramiento de conocimientos de diferente índole por parte de la corte real en la península ibérica. La inclusión de la mujer en el discurso del amor ennoblecedor El refinamiento social y el carácter extravagante de la vida magnaticia no fueron los únicos elementos de la cultura cortesana que penetraron en la literatura compuesta en lenguas romances. Tradicionalmente, las representaciones de la mujer en la épica heroica se relacionaban con instrumentos de goce sexual como parte del botín o intercambiados entre hombres, pero su presencia no solía afectar a la trama. Según la conceptualización ciceroniana, la amicitia (en contraste con la utilitas) se relacionaba con la noción de amar virtudes de otro y desempeñaba un papel muy importante en los asuntos sociopolíticos90. Este concepto elitista, basado en la virtud y el carisma, fue luego complementado con el concepto cristiano de caritas, centrado en la idea de amar al prójimo por amor de Dios como a sí mismo. El amor ennoblecedor y la amistad apasionada suponían abrazos y besos en público, comer y dormir juntos, incluso compartir la ropa, independientemente de si los participantes pertenecían al ámbito laico o al eclesiástico. En su estudio del trato medieval de estos preceptos, Jaeger notó que la inicial exclusividad masculina empezó a experimentar cambios: “From the late eleventh century on women emerge in both the courtly and the monastic spheres as participants in this exclusive mode of behaving”91. Mientras que en los ámbitos religiosos se representaba a las santas y se veneraba a la Virgen, la representación de la mujer laica como ennoblecedora no estaba exenta de problemas. Por ejemplo, el motivo de amar a distancia podía usarse entre ambas esferas, aunque

v. Menéndez Pidal 1963: 26. Sobre los exempla como forma de criticar o influenciar implícitamente a reyes, v. Althoff 2003c. 90 v. Jaeger 1999: 11-35. 91 Jaeger 1999: 6. 89

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Andreas Capellanus (en su tratado dialéctico De amore) y otros clérigos preferían exaltar el amor casto y la victoria sobre los impulsos carnales. Las tensiones entre el amor hacia la mujer que ennoblece y trae prestigio, por un lado, y la cupiditas por el otro, a veces se representaban por medio de dicotomías claras, como en el caso del Roman dʼEnéas, del siglo xii, con el amor puro entre Eneas y Lavinia y las pasiones destructivas de Dido. Si bien este y otros romans dʼantiquité usaron el vocabulario ovidiano para incorporar el tema del amor y sus implicaciones para el orden social, la literatura posterior se dedicó, en palabras de Jaeger, al “dilema romántico”92 con mucha más libertad. El resultado más conocido de la inclusión de la mujer en el discurso de amor y amistad ennoblecedores es el fenómeno de finsʼ amour. Fue el género de la cansó el que se dedicó al finsʼ amour, retratando a un hombre sumiso y dispuesto a servir a la dama. Las cansós celebraban la hermosura de la mujer, su elegancia, alegría y otras virtudes, con un tono que podía ir desde lo erótico-sensual hasta lo reflexivo o desconsolado por el amor no correspondido. Así, Giraut de Bornelh se ofrece como siervo y pide compasión a su bona domna pros et valens (y de cuerpo alegre), pero también admite que es más fuerte y atrevido por el amor intenso que siente por ella (“Can lo glatz e·l frechs e la neus”)93. La concepción del finsʼ amour, con raíces antiguas y el carácter voluntario, respetaba los principios de devoción, lealtad y mesura, sin excluir el aspecto de la cupiditas94. No obstante, en vez de leer estas composiciones como confesiones personales, es mejor interpretarlas como “competitive linguistic performance”95. El objetivo del trovador era convencer al público de sus maestrías retóricas, aunque al propagar esos ideales, sus composiciones participaban en la construcción de aquel mundo de la vida cortesano. Para continuar el análisis del Cantar, cabe incluir los estudios de Gaunt96 sobre las relaciones entre el género y los géneros literarios. Según su modelo, a diferencia de las chansons, con la homosocialidad masculina, las novelas artúricas incluyeron a la mujer en la construcción de la masculinidad, aunque a veces ofrecían soluciones contradictorias o empleaban la ironía para cuestionar sus propios tratamientos de las dimensiones heterosexuales. Ahora bien, a pesar de que las chansons solían reducir a las mujeres a objetos de deseo, intercambio

Para el dilema romántico y los ejemplos de superación, v. Jaeger 1999: 157-197. v.t. Jaeger 1999: 114-127. Sobre Eva y la Virgen como representantes de la mujer medieval, v. Le Goff y Truong 2007: 159-160. 93 v. núm 82 en Riquer 2011. 94 v. núm Schnell 1991: 394-422. 95 Gaunt 1995: 148. v. Schnell 2018: 137-141. 96 v. Gaunt 1995: 22-157 y 2000: 45-59; Kosofsky Sedgwick 1985: 1-5. 92

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y opresión, todavía encontramos ejemplos de mujeres activas que influían en el orden vigente y podían despertar el amor ennoblecedor en el hombre. Por ejemplo, en la materia de Guillaume d’Orange, el amor que el héroe siente por Guiburc lo inspira y motiva, aunque ese matrimonio perjudica el orden social. Teniendo en cuenta que Guiburc, como figura conversa, interviene en la narración, instando a Guillaume a buscar apoyo del rey y defendiendo el señorío en su ausencia, su retrato representa una combinación del rol de consejera y del motivo97 de princesas sarracenas como agentes. En Girart de Roussillon, la rivalidad inicial entre el rey y Girart parece agudizada tras la decisión real de casarse con la hermana menor de Bertha, por ser más bella. Como observó Gaunt98, ambas hermanas funcionan como medios de la relación homosocial masculina y cada una interviene de su manera: la nueva reina se ocupa de la relación entre Girart y el rey, mientras que Bertha media entre Girart y Dios. El retrato de Bertha es positivo, pero además de su educación y refinamiento, es innovador con respecto a las categorías copresentes: “In other words, Berthe will become a secular and married saint, a category which will only begin to be recognized in vernacular saintsʼ lives of the following (thirteenth) century”99. En el contexto hispánico, es preciso recordar la proliferación de las mujeres en la historiografía. Como concluyó Martin, en la Chronica Adefonsi Imperatoris no se negaba el goce sexual ni la aptitud procreadora, pero las mujeres podían asumir roles de consejeras o actuar en el ámbito de la guerra, además de “[…] la dedicación caritativa y para-eclesiástica tradicionalmente atribuida a la esposa, hija o hermana del rey”100. Si bien las imágenes femeninas en esta crónica abarcaban rasgos distintos, es importante recordar la ausencia de perfiles negativos. Aún más interesantes son los retratos de la Chronica Naierensis, porque otorgan a la mujer como ascendiente de la realeza castellana “[…] una función originaria y legitimadora de la que no había gozado hasta entonces en la historiografía de los demás reinos hispánicos […]”101. Asimismo, esta crónica no parece criticar la reacción de Urraca, que se ofrece a quien la salve del asedio, y la disocia a la vez (junto con Alfonso VI) de la muerte de Sancho II, cuyo perfil sufrió un tratamiento bastante degradante (III,13-16).

Sobre el motivo de la princesa sarracena, v. Kay 1995: 37-48. v. Gaunt 1990. 99 Burgwinkle 2007: 174. 100 Martin 2013. 101 Martin 2009b. Para el contexto histórico, v. Martin 2010b. Sobre el tratamiento de Urraca, v. Pattison 2007: 23-26. 97 98

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En cuanto a la épica hispánica, los retratos de la mujer podían variar desde las imágenes negativas, que las mostraban como transgresoras y traidoras, hasta las positivas, como la de Sancha, una de las mujeres más destacadas que libera al héroe a espaldas de su hermano. Aunque usa su sexualidad para superar obstáculos, sus acciones no se critican, sino que se reconocen como decisivas para el destino de Castilla102. A lo largo del siglo xii, se evidencia la desestabilización del ethos heroico en las chansons y los cantares, habitualmente centrados en la violencia como modus operandi, con el campo de batalla como telón de fondo y la tendencia a celebrar la camaradería entre hombres de armas. La incorporación de nuevos elementos posibilitó el cuestionamiento de las categorías conocidas, como la primacía de las relaciones homosociales masculinas, y su exploración en diferentes direcciones. Como observó Kay, en las chansons del siglo xii se manifestó una sustitución del adversario foráneo (el moro) por el interno: “[…] epic traitors derive from landed aristocracy and ancient lineage, just like epic heroes”103. Pese a la copresencia de géneros y materias literarios, algunos elementos fueron más resistentes que otros, como se ve en los cantares ultrapirenaicos, que no incorporaron el ideal artúrico “[…] de una monarquía débil en poder y de valor muy elevado”104. En otras ocasiones, la exogamia, la relación conflictiva con el rey y la inclusión de mujeres como agentes ofrecieron conflictos y desenlaces más innovadores. Este fue el caso de las obras Girart de Roussillon y Aliscans, habitualmente fechadas en la segunda mitad del siglo xii105. Dado que la copresencia de las novelas artúricas y las chansons no dejó inmune ninguno de los géneros, las resemantizaciones diegéticas del Cantar también se han vinculado al posible influjo artúrico.

v. Hazburn 2011: 35-36; Pattison 2007: 19-20. v.t. Deyermond 1988: 768-769; Lacarra 1988: 5-20 y 1993. 103 Kay 1995: 183. 104 Boutet 1985: 172. 105 Hackett (1988: 41) propuso la datación de Girart alrededor de 1175 y destacó la elaboración poética de Peire, Fouque y Bertran como cercana a los héroes artúricos. En su edición, Combarieu de Grès y Gouiran (1993: 5-36) optaron por un marco amplio de 1136-1180 y la idea de intervenciones sucesivas. Sobre Aliscans como remaniement de la Chanson de Guillaume y su datación en la segunda mitad del siglo xii, v. Hathaway 2012: 15-17. 102

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El Cantar y el mundo artúrico Las obras francesas y su cultura cortesana se comparan con las peculiaridades del Cantar desde hace muchas décadas. Así, Russell106 describió el Cantar como cercano a las crónicas poéticas y observó la ausencia de emoción épica. En su edición del Cantar de 1964, Neuschäfer107 lo comparó con las novelas artúricas cuyos héroes luchan solos y tienen que demostrar su honor antes de ser reintegrados a la corte. De modo similar, Hart habló del Cantar en el contexto de búsqueda (fr. quête), el tema luego elaborado por Burt108. Centrado en la figura de Jimena, López Estrada la relacionó con la representación de la dama caballeresca, mientras que Smith, más enfocado en el perfil del Cid, destacó la distancia de los estereotipos épicos109. Michael vinculó al Cantar los motivos más típicos de las novelas posteriores (como la familia separada o el abandono de hijas maltratadas) y Gerli vio en el ethos de la obra y el retrato del Cid “the gallant, idealized paladin of romance”110. A su vez, Garci-Gómez111 contrastó el carácter causal de los primeros dos cantares —destacando el pan como su leitmotiv—, con el tercer cantar —denominado ʻRazónʼ—, que gira en torno al león, caracterizado por la casualidad novelesca. Si bien aceptó el tono novelesco de la narración tras la toma de Valencia, Vaquero112 advirtió del peligro de relacionar el Cantar con los libros de aventuras y sus protagonistas. De modo similar, interpretando la obra como resultado de refundiciones múltiples, Gómez Redondo diferenció entre una redacción con trama épica (de 1207) y otra del siglo xiv como vinculada al mundo caballeresco113. Lawrance continuó las exploraciones intergenéricas, relacionando las obras ʻtransicionalesʼ como Girart de Roussillon o aquellas sobre Guillaume dʼOrange con el mundo del Cantar y marcando su ethos como “mid-way between heroic epic and chivalric romance”114. Basándose en parte en el modelo de Doppelwegstruktur de Kuhn, Boix Jovaní leyó el Cantar como un cantar de

108 109 110 111 112

Russell 1952: 349. v. Neuschäfer, ed. 1964: 14-18. v. Hart 1977 y Burt 1980: 95, respectivamente. López Estrada 1982: 67-68 y 133-134 y Smith 1983: 87-88, respectivamente. v. Michael 1986 y Gerli 1995: 234, respectivamente. v. Garci-Gómez 1993: 65-66. v. Vaquero 1990: 81 (con la idea del Cantar como corrección de otra obra con el Cid rebelde). 113 v. Gómez Redondo 2002: 204. 114 Lawrance 2005: 57. Thomas (2005: 104) calificó el primer cantar como “mostly heroic epic”, el segundo como mezcla genérica y el tercero como sátira social. 106 107

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aventuras115. Finalmente, en su análisis de interacciones entre masculinidad y género en el ejemplo de los infantes, Pascual-Argente los describió como “[…] two characters out of a romance seen from the other side of the mirror”116. Teniendo en cuenta la actualidad del género y el interés por las relaciones del tipo gender-genre, antes de analizar el Cantar cabe ver si las obras artúricas formaban parte del acervo literario en Castilla, aunque fuera en modo de referencias y alusiones. Además de Chrétien de Troyes, que no fue el primero en usar la materia artúrica, el mundo trovadoresco podía haber sido uno de los caminos de su difusión. Si bien es posible encontrar referencias a Arturo desde la poesía de Marcabrú117, en nuestro análisis nos limitamos a los trovadores arriba citados. En las composiciones que incluyen la corte castellana, Guiraut de Calanson compara al infante Fernando con el mérito del rey Arturo (v. 7 en “Belh senher Deus, quo pot esser sufritz”) y Peire Vidal menciona la espera del bretón (v. 18, interpretado como rey Arturo en “Mout es bona terrʼEspanha”)118. En cuanto a los caballeros artúricos, Peire Vidal alude a “las aventuras de Galvahn” (v. 49 en “Neus ni gels ni plueja ni fanh”) y Bertran de Born el Hijo critica a Juan Sin Tierra porque no se parece a Galván valiente (v. 21. en “Quan vei lo temps renovelar”)119. Estas referencias —junto a otras, como Guilhem de Berguedà, que llama “mon Tristan”120 a su amigo Bertran de Born— son indicativas de los conocimientos trovadorescos, pero también esporádicas y bastante generalizadas. Más concreto es el caso de Navarra, donde la mención de Arturo en la batalla de Camlan confirma un temprano conocimiento de la Historia regum Britanniae de Godofredo de Monmouth121. En cuanto al centro y oeste de la península, las realizaciones de la materia de Bretaña eran más diversas. Para ellas se suponen varios puntos de contacto, como los cruzados ingleses y escoceses documentados a lo largo del siglo xii en el camino hacia Jerusalén122. Aún más importante era el Camino de Santiago, al que se llegaba en barco o a través de los territorios de los Plantagenet, como muestran las donaciones y otros documentos de aquellas zonas a partir del siglo xi123. A los lazos intermonárquicos como posibles fuentes se suman las vías de v. Boix Jovaní 2012a, en especial 154. v. Pascual-Argente 2013: 553. 117 v. Alvar 1977: 31. 118 v. núms. 216 y 171 en Riquer 2011, respectivamente. 119 v. núm. 178 en Riquer 2011 y Alvar 2002: 54 respectivamente. 120 v. verso 41 de “Un sirventes ai en cor a bastir”, núm. 96 en Riquer 2011. 121 v. Corónicas navarras, 1964: 40. v. Gracia 2015: 15-16; Alvar 2015: 234-235.267. 122 v. Goodman Wollock 2007: 11-12. 123 v. Echevarría Arsuaga 2007: 48-50. 115 116

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formación de miembros palatinos124 y sus interacciones con otros centros de poder. Las innovaciones en los manuscritos de Las Huelgas y de San Pedro de Cardeña confirman el conocimiento de los estilos practicados en Inglaterra en el tardío siglo xii125, así que esos vínculos también podían haber facilitado la presencia del acervo artúrico. Además, en el ámbito de las artes plásticas del siglo xiii, Sánchez-Ameijeiras126 logró identificar el relieve monástico en Lugo con Yvain y una escena del Caballero de León de Chrétien de Troyes. Otro indicio de la presencia de la materia —y de su prestigio— es la práctica onomástica127: a lo largo del siglo xi se documentaron nombres como Galván, Artus o Merlin, mientras que los nombres femeninos tardaron en aparecer. 6.2. Dos ejemplos de negociaciones con los impulsos cortesanos en el Cantar Teniendo en cuenta la polifonía discursiva y la permeabilidad de materias y obras del entorno cortesano, en adelante nos centraremos en dos generaciones diegéticas: el Cid con Jimena y, luego, los infantes de Carrión con sus esposas Elvira y Sol. La lectura atenta establecerá en qué aspectos el Cantar era más permeable a la energía coetánea y qué impulsos se negó a adoptar o asimilar, siendo un mundo que, al enfrentarse a las cuestiones y temáticas coetáneas, ofreció ʻsolucionesʼ propias. Las negociaciones con el Cid y Jimena Rodrigo Díaz era recordado por su invencibilidad, ya sea en duelos individuales o en combates colectivos. En el Cantar, además de la preferencia por las batallas campales, se ha destacado el empleo de la cabalgada como medio de abastecer a tropas y forzar el pago de parias128. Las operaciones militares (ofensivas y defensivas), las tácticas como el tornafuye (carga de vuelta inesperada) Sobre la formación de los miembros de la cancillería y su interacción con los traductores, v. Arizaleta 2010, II, §23-24,55-72. 125 v. Walker (sin excluir las influencias del norte de Francia en el martirologio de Las Huelgas) 2007: 72-76. 126 v. Sánchez-Ameijeiras 2003. 127 v. Hook 2015: 1-4; Alvar 2015: 191-193. 128 En su análisis comparativo de estos motivos bélicos con la épica francesa, Justel (2017: 235) ha propuesto un “archigénero” mayor, de la épica románica, además de constatar algunos paralelismos y cierta libertad en su trato por el poeta del Cantar. v.t. Epalza 1991; Porrina González 2015, vol.2: 508-520. 124

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formación de miembros palatinos124 y sus interacciones con otros centros de poder. Las innovaciones en los manuscritos de Las Huelgas y de San Pedro de Cardeña confirman el conocimiento de los estilos practicados en Inglaterra en el tardío siglo xii125, así que esos vínculos también podían haber facilitado la presencia del acervo artúrico. Además, en el ámbito de las artes plásticas del siglo xiii, Sánchez-Ameijeiras126 logró identificar el relieve monástico en Lugo con Yvain y una escena del Caballero de León de Chrétien de Troyes. Otro indicio de la presencia de la materia —y de su prestigio— es la práctica onomástica127: a lo largo del siglo xi se documentaron nombres como Galván, Artus o Merlin, mientras que los nombres femeninos tardaron en aparecer. 6.2. Dos ejemplos de negociaciones con los impulsos cortesanos en el Cantar Teniendo en cuenta la polifonía discursiva y la permeabilidad de materias y obras del entorno cortesano, en adelante nos centraremos en dos generaciones diegéticas: el Cid con Jimena y, luego, los infantes de Carrión con sus esposas Elvira y Sol. La lectura atenta establecerá en qué aspectos el Cantar era más permeable a la energía coetánea y qué impulsos se negó a adoptar o asimilar, siendo un mundo que, al enfrentarse a las cuestiones y temáticas coetáneas, ofreció ʻsolucionesʼ propias. Las negociaciones con el Cid y Jimena Rodrigo Díaz era recordado por su invencibilidad, ya sea en duelos individuales o en combates colectivos. En el Cantar, además de la preferencia por las batallas campales, se ha destacado el empleo de la cabalgada como medio de abastecer a tropas y forzar el pago de parias128. Las operaciones militares (ofensivas y defensivas), las tácticas como el tornafuye (carga de vuelta inesperada) Sobre la formación de los miembros de la cancillería y su interacción con los traductores, v. Arizaleta 2010, II, §23-24,55-72. 125 v. Walker (sin excluir las influencias del norte de Francia en el martirologio de Las Huelgas) 2007: 72-76. 126 v. Sánchez-Ameijeiras 2003. 127 v. Hook 2015: 1-4; Alvar 2015: 191-193. 128 En su análisis comparativo de estos motivos bélicos con la épica francesa, Justel (2017: 235) ha propuesto un “archigénero” mayor, de la épica románica, además de constatar algunos paralelismos y cierta libertad en su trato por el poeta del Cantar. v.t. Epalza 1991; Porrina González 2015, vol.2: 508-520. 124

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y la ʻcarga de choqueʼ (combate con lanza en posición horizontal) en general cuadran con las prácticas de la guerra medieval129. Como hemos visto, se incorporaron premisas como las del Fuero de Cuenca (XXX,13-38), sobre todo la división justa del botín y el intercambio de prisioneros. De hecho, los retratos selectivos que excluyen a la infantería —para poner énfasis en la caballería pesada (habitualmente proveniente de la nobleza)— o las armas innobles, como los arcos y las ballestas (usadas pese a las condenas del Concilio de Letrán en 1123) concuerdan con las tendencias literarias de la época130. Si la Chronica Naierensis se refería a este tipo de armas —como al mencionar a saeteros peligrosos en las murallas (III,6)—, su aparición en las obras heroicas era bastante inusual. El Cantar es una obra de violencia canalizada y fuera del campo de batalla simplemente no hay muertos. Incluso sus masacres y mutilaciones —las dos más famosas serían el corte por la mitad en vv. 748-751 y el corte vertical hasta la cintura en vv. 2420-2425— no son tan frecuentes como en las chansons francesas. El Cid avanza gracias a sus destrezas bélicas y su pragmatismo militar, que incluye los engaños, como el tornafuye, tolerados en las fuentes coetáneas131. En cuanto a las estrategias usadas, el Cantar no menciona ni saqueos de iglesias132 ni secuestros de nobles de alto rango, practicados en la época a cambio de rescates lucrativos, pero el Cid épico parece aplicar un doble rasero en relación con sus enemigos. Mientras que en la HR el botín y el abastecimiento son más importantes que las matanzas de enemigos derrotados o en fuga, en el Cantar el nivel de crueldad sube en el caso de los líderes musulmanes133, habitualmente perseguidos hasta la muerte (vv. 765-777; 1222-1230, 1725-1730, 2408-2426). En cambio, los enfrentamientos con nobles cristianos no comparten ese carácter sangriento, aunque la imagen social todavía se relaciona con la proeza. Como cautivo en Cabra, el conde García Ordóñez parece que aprendió a aceptar la superioridad militar del Cid, por lo que desiste del conflicto armado y decide en v. Justel Vicente 2017: 27-103. Sobre las estrategias militares en el contexto de la Reconquista, v. García Fitz 1998. La siguiente lista de referencias sobre el aspecto bélico tiene un carácter orientativo: Hook 1973; Montaner 1991; Montaner 2000; Porrina 2003; Boix Jovaní 2005; Boix Jovaní 2011; García Fitz 2012; Montiel Domínguez 2014. 130 v. Russell 1978a: 53-54, Smith 1983: 192-193; Duggan 1989: 22-23, 121-122; García Fitz 1998: 375-383; Flori 1998: 59; Porrina vol. 1, 2015: 232-235. 131 v. Kaeuper 1999: 170; 2016: 167; Althoff 2003a. Según Flori (1996: 310), ni siquiera Chrétien condena el engaño, la fuga del caballero herido o la matanza del enemigo desarmado. 132 v. Verástegui 2012. 133 v. Porrina 2008; Porrina vol. 2, 2015: 338-356. 129

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frentarlo verbalmente en Toledo. La misma lección se imparte al conde catalán, aunque en su caso se presta más atención a la interacción privada en la tienda. La proeza, si tenía causas justas, venía aprobada por Dios y tolerada por los eclesiásticos, por lo que la piedad formaba parte de la imagen heroica ideal. Además del tópico antiguo de fortitudo y sapientia, la piedad laica es visible en el Cantar134 en las encomendaciones a Dios o la Virgen, la aparición del ángel Gabriel o el papel otorgado a las misas. Otra confirmación temprana del Cid épico como personaje remodelado según los preceptos cortesanos es su yuxtaposición con la niña de Burgos (vv. 35-53)135. En esta escena, pese a la patada en la puerta, domina la inhibición de afectos: la decisión real se respeta a duras penas y la venganza por el destierro ni siquiera se menciona. Los críticos han sido unánimes en subrayar las virtudes cortesanas del Cid de mesura136 y largueza137. La moderatio o temperantia, celebrada desde la Antigüedad como tolerancia, autocontrol y restricción de impulsos, es una de las pocas virtudes que en el Cantar aparece en su versión vernácula: “fabló Myo Çid bien e tan mesurado” (v. 7). Dicha virtud se confirma a lo largo de la obra, con su culminación célebre en la reacción del Cid al enterarse de la afrenta: “quando ge lo dizen a Myo Çid el Campeador, / una grand ora pensó e comidió” (vv. 2827-2828). En cuanto a la largueza, se manifestaba en numerosos dones y en la hospitalidad multisensorial. Si bien su frecuencia es llamativa y sirve para enfatizar el avance heroico, es necesario recordar que la largueza en el Cantar es altamente funcional. En vez de intercambios infinitos e irregulares, los regalos, o siguen el mérito, como en el caso de sus vasallos (vv. 806-807, 1248, etc.), o reafirman las amistades y otras relaciones (como con el abad Sancho, la corte real y los infantes). Incluso en una situación precaria como el exilio, el

Sobre los ejemplos de las plegarias, v. Zaderenko 2013: 89-96; para el contexto románico épico, v. Justel Vicente 2017: 103-130. Sobre la fórmula fortitudo et sapientia en el Cantar, v. Hart 1977; Montaner Frutos 1991; Sánchez Jiménez 2001: 355-364 (y para la piedad, 345-352). Sobre el tópico antiguo en la representación de héroes, v. Curtius 1953: 172, 175. 135 Sobre la escena, v. West-Burdette 1987-1988: 60-61; Gerli 1995: 262-263; Dubois 1997: 92-93; M. Alvar 2000; Hook 2005: 108; Byrne 2002. Sobre la patada en la puerta como gesto negativo, v. º38 en Montaner 2011. 136 v. Menéndez Pidal 1963: 226-228; Spitzer 1948: 69,72; López Estrada 1982: 115-117; Smith 1983: 93-94; Deyermond 1987: 24-26; Sánchez Jiménez 2001: 316-323; º7 en Montaner 2011; Disalvo 2007: 79-81; Zaderenko 2013: 81-88 (que la une a la ética benedictina). Para la virtud de la mesura, v. Jaeger 1985: 36-43; Schmitt 1990: 38-40. 137 v. Conerly 1984; Sánchez Jiménez 2001: 336-345; Pedrosa 2002; LaRubia-Prado 2008; Boix Jovaní 2014. v.t. López Estrada 1982; Smith 1983; Michael 1986; Duggan 1989; Janín 2005. 134

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Cid se niega a cobrar rescate al conde de Barcelona e incluso lo equipa antes de despedirse. Precisamente esta interacción permite ver la afabilidad (o amabilidad) del héroe. Relacionada con el carisma y el buen trato de otros, esta virtud, celebrada desde los tiempos antiguos, se manifiesta a lo largo de la obra138. Los encuentros con el rey se caracterizan por la amabilidad mutua (apoyada por dones y favores recíprocos), pero el rey no es el único destinatario de la alegría del Cid: Quando vio Myo Çid asomar a Minaya, el cavallo corriendo, valo abraçar sin falla, besóle la boca e los ojos de la cara. Todo ge lo dize, que nolʼ encubre nada; el Campeador fermoso sonrrisava: —¡Grado a Dios e a las sus vertudes sanctas! Mientra vós visquiéredes, bien me yrá a mí, Minaya. (vv. 919-925)

El Cid como “el personaje más risueño”139 refleja una disposición jovial general del Cantar, si bien su buen trato hacia los otros no se expresa solo en situaciones alegres. Como hemos visto, sus sobrinos no son criticados cuando desobedecen sus órdenes. De hecho, en ninguna escena del Cantar, ni siquiera al enterarse de la afrenta, el Cid ejerce violencia o maltrata a las personas de su alrededor. En cuanto a las destrezas retóricas, la facundia aparece en el contexto bélico, sobre todo, para animar a la mesnada, como sucede en la descripción de las tropas catalanas antes del combate. Sánchez Jiménez140 apunta que la elocuencia del Cid no se expresa solo en la corte toledana, sino también en la interacción con su familia en el alcázar de Valencia (vv. 1644-1670), tanto al dirigirle palabras de consuelo como al referirse a los moros lanzados como portadores del ajuar. Íntimamente relacionada con las destrezas retóricas está la virtud de la facetia, que designa el ingenioso, agudo o gracioso uso de la lengua141. Un ejemplo de la facetia es cuando el Cid persigue al rey Búcar para matarlo y le dice: “saludar nos hemos amos e tajaremos amistad” (v. 2411). Cabe destacar que el moro entiende la ironía, igual que otros enemigos del Cid son dotados de palabra: García Ordóñez dice irónicamente que por los éxitos del Cid “semeja que en tierra de moros non á bivo ombre” (v. 1346) y el conde catalán le sigue Para el Cid y el rey como amables, v. Sánchez Jiménez 2001: 330-332. Sobre la virtud de la amabilidad, v. Jaeger 1985: 43, 117, 128-139, 151-161 y 1999: 60-74. 139 Montaner 2011: 770. Sobre la alegría del Cid, v. González A. 2007: 112-115. 140 v. Sánchez Jiménez 2001: 366-370. Sobre la virtud de la facundia, v. Jaeger 1985: 162166. 141 v. Jaeger 1985: 162-166. 138

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la corriente en la escena de la despedida. Asimismo, no se debe olvidar la alusión a la investidura condal en la tienda y la polisemia de la voz ʻfrancoʼ, ambas pruebas de las facultades retóricas del héroe. En el caso de la interacción con los infantes, el uso del vocabulario parentelar, las alabanzas públicas y el botín otorgado indican una imagen libre de fricciones. Si bien no se evidencia ningún desajuste en el mensaje verbal-corporal del Cid antes del combate con Búcar, sus palabras todavía implican que sus yernos no son necesarios en el campo de batalla. Si dichas palabras se unen al incidente del león y las burlas sufridas, no sorprende (aunque no se explica) que Fernando, sobrestimándose de nuevo, al final pida las primeras heridas. A diferencia del Cantar, las crónicas posteriores usan esta escena para intensificar el conflicto y aumentar el alejamiento de los infantes del ideal caballeresco. Finalmente, cabe recordar las burlas (no especificadas) en la corte valenciana cuya prohibición, según Sánchez Jiménez142, indica que la facetia, como medio verbal potente, debía usarse con cuidado. De acuerdo con la concordancia entre ʻbelloʼ y ʻbuenoʼ —según la fórmula antigua de la kalokagathia—, el mundo cortesano celebraba el refinamiento de la apariencia. Los trovadores incluían a veces las descripciones más detalladas, como la compuesta por Peire Gulhem sobre el caballero bello y fuerte (la alegoría de Amor), sus vestiduras riquísimas de varios colores y su caballo extraordinario (“Lai on cobra sos dregz estatz”)143. Otro ejemplo famoso viene de Girart de Roussillon; en él se describe la preparación de Peire para una embajada. Después del baño, la misa y el corte de pelo, se presta mucha atención a la indumentaria a la francesa de Peire, incluidos los zapatos decorados, cubiertos con botas de cuero144. Su preparación esmerada refleja la importancia del momento, pero su ropa lujosa termina cubierta con armadura, indicando cautela. Algo parecido se puede encontrar en el Cantar, con la imagen más pormenorizada del Cid, justo antes de las cortes en Toledo: Nosʼ detiene por nada el que en buen ora naçió: calças de buen panno en sus camas metió, sobrʼellas unos çapatos que a grant huebra son; vistió camisa de rançal tan blanca commo el sol, con oro e con plata todas las presas son, al punno bien están, ca él se lo mandó; sobrʼella un brial primo de çiclatón, obrado es con oro, pareçen por ò son; sobrʼesto una piel vermeja, las bandas dʼoro son, v. Sánchez Jiménez 2001: 371-372. v. Alvar 1977: 106-108. 144 v. Girart de Roussillon, vol. 1, vv. 3817-3837, 3925-3956. Hackett 1988: 43-44. 142 143

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siempre la viste Myo Çid el Campeador; una cofia sobre los pelos dʼun escarín de pro, con oro es obrada, fecha por rrazón que non le contallassen los pelos al buen Çid Canpeador; la barba avié luenga e prísola con el cordón, por tal lo faze esto que rrecabdar quiere todo lo suyo; de suso cubrió un manto que es de grant valor: en él abrién que ver quantos que ý son. (vv. 3084-3100)

Dicha indumentaria corresponde al traje románico, con calzas, zapatos ricamente labrados, camisa blanca, brial (o túnica) bordado y piel (aquí roja), cubiertos todos con un manto y la cofia fina de hilo cubriendo el pelo145. Esta visualización heroica permite puntos de comparación dentro de la obra, como en el caso del prestamista Raquel, que pide “una piel bermeja, morisca e ondrada” (v. 178), o los ciclatones regalados a los infantes (v. 2574) antes de su ida de Valencia. La insistencia en las telas de buena calidad, bordadas con hilos de oro o adornadas, refleja la moda lujosa de la época, como se deduce de la lista de los precios de las Posturas de Toledo. Además, la descripción del manto del Cid concuerda con el ciclatón rojo de la reina Leonor en la canción “Castia gilos” (vv. 2427). La fuerte influencia andalusí ya ha sido mostrada en el ajuar funerario de Alfonso VIII, con la camisa bordada con seda de colores y el brial y el manto decorados con rayas doradas. Además del aprecio de la estética almohade/andalusí, conviene recordar que el califa almohade al-Mansur prohibió telas de seda y ricos bordados tras su victoria en 1195146, algo que podía haber facilitado su circulación en los reinos cristianos. Sin embargo, pese a la escena ecfrástica, la aparición del Cid ante la corte en Toledo no está libre del pragmatismo: además de la explícita protección del pelo y de la barba, sus hombres deben asistir con armas escondidas. Por lo tanto, el Cid entiende la gravedad de la situación y no se deja llevar por la suntuosidad desmesurada. Otro ejemplo de la participación del Cid en la cultura cortesana ostentosa es la aparición ante su familia, cuando sale con armas de madera y un sobregonel (túnica puesta sobre la loriga), montado en su caballo Babieca, que lleva puestas las coberturas (vv. 1584-1588)147. Así como los versos iniciales permiten vislumbrar su bienestar —con la ropa lujosa o la alusión a la cetrería—, sus v. Deyermond y Hook 1979: 374; Bernis 1956: 14-17. Tanto Montaner (2011: 206) como Bayo y Michael (2008: 329) han destacado la ligera discrepancia entre esta cofia de escarín y la de rançal del verso 3493. 146 v. Barrigón 2017: 150. Según Fierro (2008), al-Mansur también prohibió el vino y los instrumentos musicales. 147 Sobre estos elementos lujosos, v. º1508-1509 y º1587 en Montaner 2011. 145

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conocimientos sobre la indumentaria y su funcionalidad no se limitan al señorío de Valencia. Como ya hemos visto, el contraste entre las “calças / e las siellas coçeras e las çinchas amojadas” de las tropas catalanas y las “siellas gallegas e huesas sobre calças” (vv. 992-994) anticipan la victoria del Cid. A diferencia de la insistencia condal en el cuidado de la apariencia, el héroe no se contenta con la superficialidad estética. Su afición al lujo se reduce a ocasiones solemnes, por lo que la representación de su estatus es siempre bien vista. Su carácter multisensorial —la indumentaria, las ricas comidas, los escaños, los tapices de seda colgados y alfombras en el suelo148 como preparativos para las bodas— ayuda a crear una imagen mental potente. En este contexto, es necesario considerar las implicaciones de los animales incluidos. Si bien los caballos son imprescindibles entre guerreros y las aves indican el ocio elitista, la presencia del león en Valencia consolida la pertenencia al entorno magnaticio destacado. Teniendo en cuenta las mujeres firmes y fuertes de la épica y los romances (inclusive la Jimena posterior), la pasividad y sumisión de la Jimena del Cantar es bastante llamativa. Limitada al papel de esposa y madre, se ha relacionado con el espacio privado o la función narrativa de realzar la grandeza del Cid149. Pese a su presencia más destacada (en comparación con otras obras cidianas copresentes), esta figura épica ni interviene en la trama narrativa ni cuestiona o reflexiona sobre los acontecimientos. Asimismo, el Cantar no se refiere a su destino después de la muerte del Cid y, al situarla en Cardeña durante el destierro, también la aleja de cualquier interacción con el rey Alfonso. Sin la mención de su parentela, amigos o enemigos, la figura de Jimena es bastante aislada, pero teniendo en cuenta la divulgación de la mujer ennoblecedora, conviene explorar cómo esos impulsos afectaron al retrato de este personaje. La obra no presenta una descripción física de la mujer del Cid, pero sí la menciona como mujer noble (vv. 210, 1758), “menbrada” (v. 210), “conplida” (v. 278), “ondrada” (vv. 284, 1604a, 1647, 2187) y “de pro” (vv. 2519, 3039). Sus virtudes se aprecian, sobre todo por su marido, que en múltiples ocasiones destaca el amor que le tiene: “Commo a la mi alma yo tanto vos quería” (v. 279). Sin duda alguna, la escena más apreciada con Jimena como protagonista es su elaborada oración, que incluye no solo a Dios, la Virgen y Cristo, sino también los milagros y a san Pedro, bajo cuya custodia está el monasterio (vv. 330 Sobre esta influencia andalusí, v. º2206 en Montaner 2011; Bayo y Michael 2008: 234. v. Sponsler 1975: 7,119 (sobre las dicotomías privado/femenino vs. público/masculino); Ratcliffe (1987: 11-12) calificó a las mujeres cidianas como fuerza motivacional para el héroe; Lacarra 1988: 6-10 (sobre Jimena como esposa ejemplar, aunque pasiva); Chicote 1996 (retomando las ideas de Sponsler sobre la dicotomía mujer en privado vs. hombre en público).

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365)150. Aunque hay otras oraciones en la obra, la plegaria de Jimena es la única que recibe una respuesta —en la aparición del ángel Gabriel—, y su contexto parece aludir al Itinerarium, la oración reservada antes de emprender viajes151. Cabe recordar la escena de la reunión familiar en Valencia, librada del peligro bélico inminente. Después de que el Cid exhibe sus destrezas con armas de madera, montado en Babieca, Jimena se echa ante sus pies y le agradece por haberla salvado de “vergüenças malas” (v. 1595)152. Si bien es una escena emocional, no se incluyen ni la descripción de la esposa ni el efecto que la apariencia del Cid produce en ella: “A la madre e a las fijas bien las abraçava, / del gozo que avién de los sos ojos lloravan” (vv. 1599-1600). La escena más celebrada desde el contexto cortesano es la presencia de la esposa como espectadora de la batalla desde la torre del alcázar valenciano: Su mugier e sus fijas subiólas al alcáçar; alçavan los ojos, tiendas vieron fincadas: —¿Quéʼs esto, Çid, sí el Criador vos salve? —¡Ya mugier ondrada, non ayades pesar! Riqueza es que nos acreçe maravillosa e grand. Á poco que viniestes, presend vos quieren dar: por casar son vuestras fijas, adúzenvos axuar. —¡A vós grado, Çid, e al Padre spirital! —Mugier, sed en este palacio e si quisiéredes, en el alcáçar. Non ayades pavor porque me veades lidiar: con la merçed de Dios e de Sancta María madre, créçemʼ el coraçón porque estades delant. ¡Con Dios aquesta lid yo la he de arrancar! (vv. 1644-1656)

El motivo de la mujer observando la batalla se celebraba a lo largo de la literatura153, a lo que parecen aludir las Partidas (II, xxi, 22) con el efecto que la mención de amigas tiene en los caballeros antes del combate: “[…] les cresciesen mas los corazones et hobiesen mayor vergüenza de errar”. No obstante, esta ley, al referirse a amigas, contiene un tono erótico, mientras que en el Cantar las espectadoras son la mujer y las hijas del Cid, junto con las damas que les sirven. Además, es el Cid quien decide dónde se ubicarán para contemplar la batalla,

v. Russell 1978c: 113-158; Burke 1991: 105-112. v. Zaderenko 2013: 103. Sobre la visión en el contexto románico épico, v. Justel Vicente 2017: 130-149. Para el paradigma inductivo de la plegaria, v. Burke 1991: 74-77. 152 Sobre las vergüenzas como consecuencia de la ira regia, v. Lacarra 1980: 30 y como eco de la HR (§34), v. Smith 1983: 148, 209. 153 Para algunos ejemplos, v. Deyermond y Hook 1981; Gerli 1995; Lawrance 2005. 150 151

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y el narrador no describe sus reacciones, aunque sí destaca que el Cid consigue calmar su miedo. Después de la batalla, el Cid, dedicándoles la victoria, dice: “vós teniendo Valencia e yo vencí el campo” (v. 1749). Por más galante que parezca el contraste, cabe recordar la categorización de Harney sobre el Cid como “epicʼs souvereign breadwinner”, que en realidad no depende de su mujer: “Jimena, moreover, has no power over him”154. De hecho, la dependencia femenina se confirma en su postura (hincada, v. 1759, además del frecuente besamanos) y las palabras de agradecimiento. Después de la batalla, el Cid toma la iniciativa: —¡Ya mi mugier donna Ximena! ¿Nomʼ lo aviedes rrogado? Estas duennas que aduxiestes, que vos sirven tanto, quiero las casar con de aquestos myos vassallos: a cada una dʼellas dóles dozientos marcos de plata, que lo sepan en Castiella a quien sirvieron tanto. Lo de vuestras fijas venir se á más por espaçio. (vv. 1763-1768)

Una vez más, el héroe no relaciona la batalla con el servicio del noble enamorado a la dama, sino que actúa como señor-paterfamilias y, antes de celebrar su victoria, se ocupa de los matrimonios de sus hombres con las dueñas que sirven a Jimena. También resulta llamativo que el Cantar no suele aislar a Jimena en interacción con el Cid, sino que la mayoría de las veces la menciona junto a sus hijas y las damas. Por ejemplo, los “ojos vellidos” (v. 1612) se refieren al mismo grupo de mujeres y, a diferencia de la larga descripción del aspecto del Cid, Jimena no recibe un trato similar. De hecho, antes de la reunión con el Cid, Minaya equipa a las mujeres “de los mejores guarnimientos que en Burgos pudo fallar / palafrés e mulas que non parescan mal” (vv. 1427-1428), pero también los caballeros que los acompañan aparecen “en buenos cavallos a petrales / e cascaveles e a cuberturas de çendales” (vv. 1508-1509). Visto así, resulta sorprendente que la seda de buena calidad —también mencionada en el contexto de las vistas (v. 1917)— y los adornos lujosos para los caballos155 se usen para describir a la comitiva, mientras que la esposa del héroe no está incluida con la misma profundidad en la representación material, donde sus virtudes se reflejarían en sedas bordadas, joyas y otros detalles lujosos.

Harney 2001: 250. Sobre petrales con cascabeles como adornos para caballos los días de fiesta o ocasiones solemnes, v. Bayo y Michael 2008: 185; º1508-1509 en Montaner 2011. Sobre el cendal como tela importada, v. º1971 en Montaner 2011.

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De todos modos, la Jimena del Cantar todavía representa un ejemplo del amor ennoblecedor, aunque en el contexto de esposa y madre. En vez de un amor conyugal con escenas eróticas, el Cantar se centra en la familia que en Cardeña se separa como la “unna de la carne” (v. 375). Es cierto que la galantería y ternura del héroe se manifiestan delante de las figuras femeninas y que el amor que el Cid siente por su mujer y sus hijas lo inspira. En Cardeña, él espera poder servir a su mujer honrada (v. 284)156, y en Valencia se le esfuerza el ánimo al tenerlas en la torre alta. Dado que la opinión de las espectadoras no se expresa, es difícil comparar la escena con las novelas coetáneas, donde la mujer tiene un papel mucho más activo con respecto a la (auto)imagen masculina. Después de la batalla, aunque Jimena ha estimulado su coraje, el Cid no se retira para disfrutar con ella a solas, sino que todos entran en el palacio, donde la conversación continúa y se prosigue con el reparto del botín. De hecho, solo esta escena contiene una alusión a Jimena como participante de los asuntos de la casa, cuando el Cid dice: “¿Nomʼ lo aviedes rrogado?” (v. 1763). El ruego no se elabora, pero el Cid continúa con el tema del casamiento de las damas con sus caballeros, concluyendo: “Lo de vuestras fijas venir se á más por espaçio” (v. 1768). En el plano más general, Pascual-Argente interpretó la mirada femenina en la escena de la torre como “[…] a trial run of sorts for the display before the king”157. Esta lectura se corrobora con el flujo narrativo, que no vuelve a incorporar a mujeres en una escena parecida, pero también a micronivel, con los detalles preparativos para las vistas y cortes (notables incluso en la comitiva del héroe), a diferencia de las imágenes ausentes de la mujer y las hijas. Con respecto a las obras cidianas copresentes, la Jimena épica mantiene su papel de esposa y madre, pero el poeta le da más presencia y un perfil de mujer piadosa, afable y con buenos modales. Completamente aislada en el sentido genealógico-parentelar, esta Jimena no trae consigo lazos que puedan perjudicar la imagen heroica de paterfamilias. Su única iniciativa en la obra —la oración elaborada en Cardeña— cuadra con el marco más general de representar a mujeres nobles y reales como devotas y caritativas. Este modelo femenino, visible tanto en la historiografía como en las prácticas de la reina Leonor y la nobleza femenina de la época, sin embargo, no está completo. Una vez conquistada Valencia, el Cid se encarga del obispado, pero las actividades caritativas de Jimena no se mencionan. En realidad, tras la reunión con las hijas maltratadas, su personaje no vuelve a aparecer. Dado que su devoción parece tener su expresión máxima en la oración elaborada, es necesario recordar el contexto del destierro. En Para la elaboración sensorial de esta escena, v. West-Burdette 1987-1988: 61; González 2007: 111. 157 v. Pascual-Argente 2013: 545. 156

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aquella situación precaria, dicha oración sirve para intensificar la necesidad de la ayuda divina, a pesar de la devoción del Cid ya mostrada. Más tarde, cuando el Cid establece su señorío, Jimena no necesita actuar ni intervenir, ni siquiera después de la afrenta. Si bien es cierto que su perfil y presencia limitados dejan mucho que desear, su retrato de mujer sumisa todavía complementa el perfil del protagonista, mientras que la frecuencia de su aparición con Elvira y Sol realza su papel de madre. Las negociaciones con los infantes de Carrión y las hijas del Cid En las novelas medievales, los hijos de reyes, caballeros andantes o nobles sin tierra, habitualmente retratados como iuvenes o bachillers y deseosos del estatus de senior, vivían en un “temps de lʼimpatience, de la turbulence et de lʼinstabilité”158. Si bien Duby habló del matrimonio y la paternidad como final de dicha edad de la vida, para el contexto hispano, Belmartino159 vinculó su inicio con el acceso a oficios destacados y, sobre todo, con la toma de armas. En la literatura cortesana, estos nobles se enfrentaban al dilema de tener que elegir entre el deber social y la inclinación personal, sea esta el amor hacia una mujer, la sed de aventuras, el dominio territorial, etc. A pesar de sus manifestaciones diferentes, todos los personajes tienen en común el ideal de joven160. Este concepto es uno de los más característicos de la poesía trovadoresca y no se refiere exclusivamente a la edad (aunque hay una correlación), sino también al conjunto de virtudes como alegría, gracia, generosidad y gozo que afectan a las relaciones con otros, sean hombres o mujeres. En las chansons y las novelas, los iuvenes se retratan como personajes impetuosos que se centran en su promoción social, sea por medio de aventuras, el servicio a un señor o a través de un matrimonio beneficioso. Mientras en las novelas artúricas construían su identidad en relación con la mujer, los jóvenes de las chansons solían respetar el modelo homosocial masculino, ya fuera como vínculo asimétrico o en forma de camaradería (como en el ejemplo canónico de Roldán y Oliveros). Como los infantes han contraído matrimonios beneficiosos por su propia iniciativa, cabe ver a qué sistema de valores se acercan más sus retratos. Como testigos de la segunda embajada del Cid, Fernando y Diego González expresan el deseo de casarse con sus hijas, a la vez insinuando con su verso contrastivo que esta unión podría ser problemática. No resulta raro que se enfaticen los beneficios económicos de un lazo matrimonial —en ambas peticiones Duby 1964: 836. v. Belmartino 1968. 160 v. Flori 1975: 307-309; Riquer 2011: 88. 158 159

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de mano—, pero es llamativo que no sean ni la belleza ni las virtudes de Elvira y Sol las que inspiran a los pretendientes. Visto así, su propuesta se puede interpretar como otra comunicación homosocial asimétrica, mediada por mujeres como meros objetos de tráfico. La introducción de los infantes sin detalles —pero sí con un comportamiento que debe de levantar sospechas— y el comentario del Cid sobre su arrogancia y el entorno palatino dejan muy claro que ellos todavía deben demostrar que merecen su estima. Si bien los protagonistas artúricos primero reciben las armas y luchan antes de llamar la atención a una dama, el acento narrativo puesto en la reconciliación entre el héroe y Alfonso pospone las pruebas de proeza de Diego y Fernando González. Además, en su boda se evidencia un trato peculiar de los novios: cuando el rey los entrega al Cid (vv. 2121-2125), sus voces no se oyen. El papel extremamente pasivo de los infantes durante las vistas (excepto cuando brevemente interactúan con el Cid) parece aproximarse a la pasividad de las hijas, que son meramente informadas de la pedida de mano. Como ha destacado Pascual-Argente, si Fernando y Diego González iniciaron el asunto matrimonial, su función es ahora diferente, “[…] akin to that of women exhanged to cement a homosocial relationship”161. Bajo la custodia del Cid, la salida de Castilla conlleva para los infantes una serie de sucesos en los que su situación va de mal en peor. La primera vez que llegan a mostrar sus destrezas de jinete es después de las bodas, aunque se trata de un contexto celebratorio y no militar. En aquel torneo, no se menciona si han alanceado tablados, pero el Cid queda contento porque “los yfantes de Carrión bien an cavalgado” (v. 2246). Dos años después de su traslado a Valencia, la repentina aparición de un león suelto hace que Fernando se refugie debajo del escaño (del Cid162), mientras que Diego sale gritando y se esconde tras un lagar (vv. 2286-2291). No les da tiempo a coger las armas, pero el pánico de los antagonistas todavía contrasta con la acción colectiva de los vasallos del Cid que, pese al miedo que sienten, se colocan a su alrededor para protegerlo. Esta escena, clave para la motivación de los infantes, ha sido leída bajo el prisma de los rituales iniciáticos163, además de la interpretación simbólica164 sobre el foco en el héroe y su relación con el rey Alfonso de León. El carácter cómico

Pascual-Argente 2013: 550. Es el único escaño que se menciona. Sobre la inferioridad de Fernando y la jerarquía espacial, v. Olson 1962: 502. 163 v. Montgomery 1998: 84-85; Boix Jovaní 2013. Sobre la funcionalidad de la ropa en esta escena, v. Deyermond y Hook 1979: 369; Burke 1991: 148; Disalvo 2007: 82-83. 164 v. López-Estrada 1982: 235-236; Burke 1991: 115-132. v.t. Zubillaga 2013: 58-62 (sobre los ecos martiriales de la escena y la relación con la plegaria de Jimena). 161 162

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de la escena contrasta con la gravedad de la situación de los infantes: por no haber protegido a su señor, luego les resulta imposible buscar reparaciones por las burlas sufridas. Curiosamente, los infantes no piensan cómo establecer o consolidar los vínculos masculinos en aquel señorío. De hecho, poco después expresan miedo a morir en la batalla contra Búcar: “bibdas rremandrán hijas del Campeador” (v. 2323). Esta reacción contrasta no solo con la del obispo Jerónimo, ansioso de matar moros (v. 2372), sino también con otros jóvenes nobles: Muño Gustioz, que se burla de su miedo (vv. 2326-2329), Pedro, que luego se niega a custodiarlos y pide la delantera (vv. 2355-2360), o la alegría general de la mesnada expresada al ver la hueste de Búcar (v. 2315). Estas actitudes concuerdan con las normas literarias de la época, en las cuales la primacía de la proeza no era perjudicada a costa del refinamiento cortesano. Los jóvenes héroes todavía tenían que confirmar su valor por medio de sus destrezas militares, ya fuera en el campo de batalla, o en torneos y duelos. El miedo se toleraba si se sentía por alguien (como en el caso de Félez Muñoz tras la afrenta de sus primas), pero para lograr una imagen positiva siempre era necesario superarlo, independientemente de la edad y experiencia. Según el narrador (v. 2349), Diego y Fernando González no participan en la batalla contra Búcar porque así lo desean. El Cid ha propuesto eximirlos de deberes militares, pero dado que han quedado burlados, parece que saben que su ausencia en la batalla solo agravaría su situación. Mientras que el Cantar no se ocupa de Diego en la primera parte de la batalla (por lo menos Martín Antolínez no lo incluye en su reto), en el desafío de Pedro Bermúdez nos enteramos del susto y la huida de Fernando González (vv. 3316-3325). Tras la batalla, el Cid, al que Fernando ha pedido los primeros golpes, se alegra —con todos sus vasallos (v. 2341)— al verlo volviendo con un caballo y oír la confirmación de Pedro. Por consiguiente, la primera batalla se presenta como una iniciación exitosa o la reparación de la imagen creada tras el incidente con el león (aunque parcial, por ser limitada a un infante), pero las apariencias falsas no duran mucho. Las alabanzas de los infantes en público por el Cid y Minaya continúan (vv. 2444, 2449-2461, 2515-2521), manifestándose en forma de cinco mil marcos. El narrador insiste en su auténtico esfuerzo invertido en el combate (v. 2508), pero parece165 que el premio se debe a la persecución final del enemigo ya en fuga. El hecho de que ahora “muchosʼ tienen por rricos los yfantes de Carrión” (v. 2510) estimula la arrogancia de los antagonistas. Las palabras de Fernando, “por vós avemos ondra e avemos lidiado” (v. 2530), reanudan las burlas, por lo que los hermanos deciden vengarse.

v. Hernando 2009: 82.

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Tras los intentos fallidos de evadir la corte y las espadas Tizón y Colada en la lid judicial, los infantes deben luchar “a guisa de varones” (v. 3563). Diego González elige la lid como medio de prueba (v. 3359b), la decisión habitualmente ligada a su autoestima exagerada166. No obstante, este duelo triple no se contenta con la violencia desenfrenada, típica de la épica heroica, como modo de restaurar orden y honor. Si bien al principio los hermanos consiguen realizar algunos golpes, Fernando, herido en el pecho, termina echado en la tierra y rindiéndose al ver la espada Tizón (vv. 3643-3644). Diego, a su vez, resulta herido en la cabeza y huye tras recibir un golpe con la Colada, admitiendo así su derrota (vv. 3665-3667). Ambos sobreviven en la lid, pero solo porque los hombres del Cid se han centrado en conseguir la admisión de derrota y no matarlos. Este elemento legal está ausente en la lid de Asur González contra Muño Gustioz, lo que puede explicar las duras heridas que aquel recibe y la intervención verbal de Gonzalo Ansúrez. Si la fortitudo no forma parte de las virtudes de los infantes, ellos tampoco conocen la lealtad, la mesura, la largueza u otros valores cortesanos. Obsesionados con la riqueza y el lujo, son los únicos personajes que están dispuestos a matar a alguien por razones materiales, como en el caso de Avengalvón, a pesar de su gran hospitalidad. Como notó Duggan, aunque reciben grandes ganancias tras la batalla contra Búcar, los infantes se caracterizan por su “inability to reckon with wealth”167. Este recurso compositivo, además del tinte cómico, refuerza su rechazo constante a respetar los preceptos cortesanos, aunque Fernando alude a la posibilidad de devolver la deuda contraída con Pedro (v. 2338). En este sentido, los infantes contrastan con Minaya, que se niega a tomar el quinto, con Pedro, que salva la vida a Fernando, e incluso con el moro aliado que, además del gran hospedaje, en vez de los cien caballeros que se le piden (v. 1490) para escoltar a la comitiva del Cid da doscientos. Asimismo, los infantes son los únicos personajes que se endeudan: primero para las vistas (v. 1976), y luego para poder devolver el ajuar (v. 3248). Aun así, las primeras deudas son indicativas de sus conocimientos sobre la autorrepresentación. De hecho, a lo largo de la obra comprueban que conocen la importancia de la etiqueta cortesana. Siempre saludan a otros como es debido “Moreover, their behaviour during the rieptos and the ensuing duels is consistent with their conduct prior to the battle against Búcar: whatever their concern for their personal safety, the infantesʼ vanity and pride emerge as dominant traits forcing them to face danger, even though their instinct for self-preservation will triumph in the end”. Pavlovic y Walker 1989b: 196. DuBois (1997: 94) relacionó su valía limitada con la seriedad de la situación. 167 Duggan 1989: 39, también 38-42. Sobre la ironía compositiva de este aspecto, v. Deyermond y Hook 1979: 372; Martin 1996: 35. 166

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y llegan a la boda “con buenas vestiduras e fuertemientre adobados” (v. 2212). Aunque nadie alaba su elocuencia o su jovialidad, ellos conocen las reglas del juego y poseen suficientes destrezas para ganar la confianza de otros. Curiosamente, estos personajes se usan también para advertir de la discordancia entre los valores éticos y los elementos estéticos. La crítica más conocida de esa discrepancia viene de Pedro: ¡E eres fermoso, mas mal varragán! Lengua sin manos, ¿cuémo osas fablar? (vv. 3327-3328)

El contraste entre lo bello y lo bueno, aunque no detallado, no puede ser más claro. Además, como alguien que le salvó la vida, Pedro subraya que Fernando, aunque le falta valía y proeza, no tiene ningún problema con jactarse de su ʻgran valorʼ. Los infantes pueden parecer dotados de ciertas destrezas militares, pero al final se dejan llevar por la ley de preservación propia. Al ver el león suelto, huyen asustados, mientras que en la corte Fernando habla “a altas vozes” (v. 3292), convencido de tener derecho, a pesar de que sus argumentos no tienen sustento. En este contexto, es preciso recordar el ejemplo más conocido de la ausencia de curialitas dentro del bando: Asur González. Su primera aparición es en la boda, cuando es descrito como “bullidor, / que es largo de lengua, mas en lo ál non es tan pro” (vv. 2172-2173). La próxima vez, Asur viene a las cortes en Toledo del modo siguiente: manto arminno e un brial rrastrando; vermejo viene, ca era almorzado. En lo que fabló avié poco mesurado (vv. 3374-3376)

Su indiferencia hacia las normas cortesanas y la asociación con gula y luxuria son alarmantes168, y el narrador destaca que suele alardear más allá de su capacidad. Aun así, su perfil no debería igualarse a los de Diego y Fernando. Al fin y al cabo, en la lid se menciona a Asur como valiente y esforzado (v. 3674), lo que hace pensar en el antiguo modelo épico, si bien su demostración de habilidades bélicas es de corta duración. En cuanto a Elvira y Sol, es llamativo que aparezcan en menos versos que Jimena, teniendo en cuenta su importancia para la trama narrativa169. Se las menciona por primera vez en Cardeña, cuando el Cid se despide de ellas ex v. Deyermond y Hook 1979: 374-375; Disalvo 2007: 84-85. Bluestine (1982) habló de las mujeres cidianas como estructuralmente claves para engrandecer el perfil del héroe, mientras Deyermond (1988) se centró en la perspectiva sexual.

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presando su deseo de poder casarlas un día (vv. 274-284). Una vez recibido el permiso real, las hijas llegan a Valencia, donde su padre las califica como “por casar” y pronto relaciona las ganancias bélicas con el ajuar (v. 1650). Además de describirlas como “yfantes” (v. 1279), “naturales” (v. 1523, en el sentido de ʻhijas legítimasʼ170), buenas y “criadas” (v. 1598, en el sentido de ʻcrecidas o educadasʼ171), el narrador no incluye algunos rasgos distintivos. En cuanto al aspecto físico, solo se menciona su piel blanca “commo el sol” (v. 2333), la comparación usada también para la armadura e indumentaria. Ellas participan en la representación visual nobiliaria con sus briales de seda bordados, los mantos y las pieles de armiño, pero estas vestimentas son mencionadas solo en el contexto de la afrenta. A lo largo de la obra, Elvira y Sol son respetuosas con sus padres y, aunque funcionan como objetos de intercambio en la comunicación masculina, se alegran de los matrimonios concertados: “¡Quando vós nos casáredes bien seremos rricas!” (v. 2195). El bienestar económico pronunciado, un motivo literario común, aquí parece funcionar como un reflejo de las aspiraciones de los infantes. De hecho, dado que sus esposos se van a Valencia y están bajo la custodia del Cid, Harney categorizó a Elvira y Sol como “surrogate male heirs”172. Durante la boda y la celebración, el narrador no revela la opinión de las jóvenes sobre los infantes. Tampoco las incluye en el episodio con el león o como espectadoras de la batalla contra Búcar. No obstante, basándose en los elogios de su padre, después del combate, ellas dicen: ¡Grado a Sancta María, madre del Nuestro Sennor Dios, dʼestos nuestros matrimonios vós abredes honor! (vv. 2524-2525)

Aunque el Cid permite que los infantes se vayan con sus esposas, todavía subraya: “si bien las servides, yo vos rrendré buen galardón” (v. 2582). Sumisas como Jimena, Elvira y Sol no cuestionan la decisión y piden solo un favor a sus padres: Agora nos enviades a tierras de Carrión, debdo nos es a cunplir lo que mandarédes vós. Assí vos pedimos merçed nós amas a dos que ayades vuestros mensajes en tierras de Carrión. (vv. 2597-2600)

v. Montaner 2011: 99. v. Bayo y Michael 2008: 191; Montaner 2011: 104. 172 Harney 1993: 46. Sobre los infantes como afeminados, v. Ross 2008: 82-91; PascualArgente 2013: 550-552. 170 171

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Una vez recibidas las bendiciones de Jimena y el Cid, que les recuerdan que se comporten (v. 2629), las hijas emprenden el camino con sus maridos y la comitiva de miembros no nombrados. En camino, cuando el moro se entera del plan de los infantes de matarlo, se lo reprocha en público, dirigiéndose también a las hijas del Cid: Aquímʼ parto de vós commo de malos e de traydores; yré con vuestra graçia, don Elvira e donna Sol. Poco preçio las nuevas de los de Carrión, (vv. 2681-2683)

A diferencia de algunas lecturas173 sobre la consumación del matrimonio, relacionamos el verso que sigue —“Con sus mugieres en braços demuéstranles amor” (v. 2703)— con la reprobación pública del moro, un suceso imprevisto, y los esfuerzos de los infantes para evitar sospechas en la comitiva. Desde luego, la cópula no hubiera prevenido la disolución del matrimonio, pero teniendo en cuenta que la obra no es más concreta, estamos inclinados a leer el verso como una ʻpuesta en escenaʼ de momentos cariñosos, sin la unión sexual. Esta interpretación del verso y, por extensión, de los antagonistas, se apoya con una lectura más matizada de la afrenta. Para que puedan estar solos con sus esposas, los infantes construyen un ambiente erótico: “deportarse quieren con ellas a todo su sabor” (v. 2711). Una vez a solas, Diego y Fernando informan a sus esposas sobre el escarnio y abandono planeados, además de la intención de dejarlas sin arras (vv. 2715-2719). Tras los mantos y pieles quitados y las mujeres dejadas en las camisas y briales (vv. 2714-2721), por primera vez, doña Sol se expresa en protesta: ¡Por Dios vos rrogamos, don Diego e don Ferrando! Dos espadas tenedes fuertes e tajadores, Al una dizen Colada e al otra Tizón, ¡cortandos las cabeças, mártires seremos nós! Moros e christianos departirán dʼesta rrazón, que por lo que nós mereçemos no lo prendemos nós. ¡Atán malos enssienplos non fagades sobre nós! Si nós fuéremos majadas, abiltaredes a vós: rretraer vos lo an en vistas o en cortes. (vv. 2725-2733)

Sobre la unión sexual en las vísperas de la afrenta, Lacarra 1980: 62; Smith 1983: 79; Ross 2008: 91-92; Montaner 2011: 165.

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Las palabras de Sol han sido contempladas desde varias perspectivas. Además de las alusiones a la tradición martirológica174, también se puede contrastar su mesura y prudencia con el comportamiento de los infantes que, simplemente, ignoran esta solicitud de misericordia y advertencia de consecuencias legales175. Asimismo, la reacción de Sol puede compararse con la plegaria de Jimena: en una situación extrema, la mujer cuenta con un hombre que mejore la situación, situándose a sí misma en un contexto religioso. Desde luego, se trata de una situación opuesta: la oración de Jimena no es una intervención requerida en sí, puesto que el Cid también es devoto y, pese a su situación, sus acciones siempre han sido honorables. La afrenta calculada es un contraejemplo y el ruego de Sol no consigue convencer a los infantes de sus deberes ante la casa del Cid. En ninguno de los casos las mujeres aparecen como perturbadoras o críticas del orden social. De hecho, las hijas ni siquiera han sido incluidas como testigos de los sucesos cruciales que han empeorado la situación de los infantes. Desde el punto de vista literario, es una posición interesante: el papel narrativo de la mujer es más restringido que en otras obras, pero sus palabras nunca se convierten en protestas176. Las mujeres del Cantar aceptan y respetan el orden, y sus ʻaccionesʼ, o, mejor dicho, sus reacciones —siempre verbales— se centran en el mejoramiento de la situación. No obstante, sordos a las palabras de Sol, los infantes prosiguen con su plan: con las çinchas corredizas májanlas tan sin sabor, con las espuelas agudas dòn ellas an mal sabor rronpién las camisas e las carnes a ellas amas a dos; linpia salié la sangre sobre los çiclatones, ya lo sienten ellas en los sos coraçones. ¡Quál ventura serié esta, si ploguiesse al Criador, que assomasse essora el Çid Campeador! Tanto las majaron, que sin cosimente son, sangrientas an las camisas e todos los ciclatones; cansados son de ferir ellos amos a dos, ensayándosʼ amos quál dará mejores colpes. Ya non pueden fablar don Elvira e donna Sol; por muertas las dexaron en el rrobredo de Corpes. (vv. 2736-2748) v. Russell 1978b: 73-112 y 1978c: 113-158; López Estrada 1982: 69-77; Zaderenko 2013: 89-104. Para las semejanzas de las hijas con las leyendas de vírgenes mártires, v. Walsh 1970-71; Nepaulsingh, 1983. v.t. Gómez Moreno 2008: 86-87; Zubillaga 2013: 62-66. 175 Sobre el contraste con respecto a la valentía, v. DuBois 1997: 98. 176 contra Ross (2008: 105) y Caldin (2007: 99), que en el ruego de Sol ven una protesta del papel de objetos en la economía simbólica. 174

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A la vista de la brutalidad desmesurada, los críticos han relacionado la escena con el uso del vocabulario militar, sobre todo por el esfuerzo mostrado (ʻensayarseʼ, compárense con vv. 3318, 3663)177. Asimismo, la agresión se ha vinculado al ámbito sexual, con la afrenta descrita como la ʻtextualización masculinaʼ del cuerpo femenino178. No obstante, una lectura detenida del ataque permite ver que los golpes, las camisas rotas, las carnes heridas y la sangre derramada (vv. 2735-2740), si se sacaran del contexto, no podrían atribuirse a una mujer. Siguiendo la voz narrativa, los cuerpos atormentados de Elvira y Sol son neutros, por lo que el género de las víctimas es más bien secundario. El plan inicial de los infantes no contiene elementos sexuales, y en el resumen del crimen el acento está puesto en el tormento de Elvira y Sol: ¿A qué las firiestes a çinchas e a espolones? Solas las dexastes en el rrobredo de Corpes a las bestias fieras e a las aves del mont, (vv. 3265-3267)

Los delitos contra la mujer formaban parte de los fueros, pero en lugar de la violencia marital, no inusual en la época179, en Toledo se pone el énfasis jurídico en el abandono (también por Pedro, v. 3346, Martín, v. 3368, y Minaya, v. 3441). De acuerdo con los mismos preceptos forales, es un delito privar a una mujer de su ropa, pero en el caso de la afrenta se manifiesta solo la codicia insaciable de los infantes, porque las privan de prendas muy lujosas. Es cierto que los infantes dejan a Elvira y a Sol en camisas y briales, pero no hacen alusión alguna al cuerpo medio desnudo de sus mujeres. De hecho, ni siquiera las tocan con sus manos. Su desinterés por los cuerpos femeninos es notable en sus ʻarmasʼ: en vez de usar espadas —que acaban de recibir—, se sirven de cinchas y espuelas. Precisamente este uso de objetos relacionados con los caballos debe acentuar la denigración de las hermanas y la bestialidad de los infantes. Los cuerpos atormentados, entendidos como el mensaje sangriento, tienen un destinatario evidente, también evocado durante la afrenta por el narrador (vv. 2741-2742). Visto así, el uso de la mujer —mejor dicho, de su cuerpo— para comunicarse v. Hart 1956: 22; Deyermond 1973; DuBois 1987; Bayo y Michael 2008: 277. v.t. Deyermond y Hook (1979: 373) para los detalles como carnes heridas y ropa sangrienta como eco de la afrenta en los duelos posteriores. 178 v. Ross 2008: 98. Sobre la afrenta como acto sexual sádico, v. Hart 1956: 22; DuBois 1997: 91; Montgomery 1998: 85; Hernando 2005: 70 º8 (sobre las connotaciones eróticas del verbo ʻmajarʼ) y 2009: 119. Además, Walker (1977: 342) y Deyermond (1988: 784) han sugerido la impotencia de los infantes. 179 v. Lacarra 2008: 239-240. 177

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con otro hombre hace pensar de nuevo en las relaciones homosociales masculinas, pero en este caso se trata de su ruptura. Centrados en sus propios intereses —las riquezas del Cid—, los infantes no se dan cuenta de que con la boda han sido convertidos en objetos en la relación homosocial entre él y Alfonso180. A partir de ese momento, ellos forman parte de la corte valenciana, donde las actividades bélicas no se pueden evitar, pero su plan no es ser los más valientes en el campo de batalla, sino vivir una vida próspera y casarse con las hijas de reyes o emperadores (v. 2553). Así, Pedro Bermúdez ha visto a Fernando huyendo del moro, pero este infante no parece estar preocupado por su opinión. De hecho, el secreto que Pedro guarda no le impide jactarse ante toda la mesnada. Los elogios del Cid y Minaya los hacen sentirse bien, pero el Cantar no deja la impresión de que los infantes hayan intentado consolidar relaciones ni con el Cid ni con su mesnada. Ellos no usan el vocabulario parentelar ni comparten escenas con otros hombres que les ayudarían a crear una imagen positiva. Por lo tanto, su comportamiento no solo dista de los preceptos coetáneos de masculinidad, sino que también excluye los esfuerzos típicos en la comunicación homosocial. En cuanto a lo femenino, también es necesario constatar su indiferencia. Los infantes parecen haber mantenido la imagen de buenos maridos —“en braços tenedes mis fijas tan blancas commo el sol” (v. 2333)—, pero no es posible hablar del amor ennoblecedor o del servicio a la mujer. En el Cantar simplemente no hay escenas de interacción conyugal y al final el único ʻregaloʼ de los infantes a sus esposas son los golpes y las heridas. Su único objetivo es perjudicar al Cid y librarse del mundo valenciano, es decir, recuperar el control sobre su vida para continuar con el avance social. Por lo tanto, a pesar de la violencia desmesurada, el género de las víctimas en la afrenta se entiende como secundario. En vez de términos sexuales, cabe pensar en términos de poder: los infantes quieren enfrentarse al Cid, pero son solamente capaces de imponerse sobre los más débiles de la sociedad. Este hecho es criticado tanto por los personajes como por el narrador (vv. 3705-3707). Además, la irrelevancia del aspecto sexual se hace más evidente si se compara con otras materias peninsulares que contienen muchos ejemplos181 de la tensión sexual, las mujeres agresoras y el vocabulario más explícito.

“Rather, Ferrando and Diego create problems as objects of exogamic trafficking because they insist on exerting an agency that they should not have, and in this they contrast unfavourably with the Cid´s daughters, who are obedient and do not seem to possess a will of their own”. Pascual-Argente 2013: 553. 181 v. Deyermond 1988; Vaquero 2005: 47-71; Ross 2008: 85-87. 180

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En cuanto a Elvira y Sol, se recuperan de tal modo que no se menciona ninguna consecuencia del ataque. Además de contemplarse desde la tradición de milagros182, a través de la lente semiótica, esto significa una ʻnegaciónʼ de la afrenta y, por extensión, del matrimonio, implicando así la castidad de las víctimas. Una vez realizadas las negociaciones, ellas vuelven a cumplir con su deber filial y se casan, esta vez con miembros de la realeza foránea. De nuevo, el narrador las ʻdeja de ladoʼ y, en vez de ligar el matrimonio a las cualidades de las hijas, se centra en los acuerdos entre los personajes masculinos (vv. 33953400). 6.3. Las parejas del Cantar entre la homosocialidad y la heterosexualidad En el Cantar se recogió la fama militar del Cid, pero en su elaboración la dimensión bélica fue enriquecida por los preceptos e ideales de la cultura cortesana, sin compartir el vocabulario convencional de la lírica trovadoresca. Asimismo, la belleza exterior en general se admira183, pero no se entra en pormenores. Si bien el aspecto físico se menciona habitualmente para reflejar el carácter del personaje, el contraste que hace Pedro sobre la apariencia de Fernando y su comportamiento advierten del peligro de esos preceptos. La proeza, una virtud medieval constante, se aprecia a lo largo de la obra tanto en las acciones de las figuras como en sus reacciones. Además de las expresiones como “a guisa de varón” (v. 3154) o “arreziado” (v. 1291) para la valentía militar, también se valoran la prudencia y la cautela, expresadas en las formulaciones como “a guisa de menbrados” (v. 3700) y “cuerdamientre” (v. 3105). La amabilidad y el amor político se expresan por medio de sonrisas, abrazos y besos intercambiados, y las ocasiones célebres se sellan con el gozo multisensorial, como en el vínculo restaurado con el rey Alfonso. A diferencia de otras obras épicas, donde el héroe suele aparecer aislado o en guerra con la corte real, el artifex logró no solo unir las tendencias opuestas —la solidaridad de la parentela y la lealtad al rey; la centralización real y el señorío inmune—, sino también representar a ambos personajes de acuerdo con los valores de curialitas y amor ennoblecedor. La materialidad juega un papel destacado en la construcción de (auto)imágenes de todos los personajes. Por ejemplo, los “buenos çendales dʼAndria” (v.

Walsh (1970-71: 172) relacionó la recuperación de Elvira y Sol con el ámbito religioso de los milagros y Hayword (2002) analizó las rutas que Elvira y Sol cruzan. 183 Sobre la belleza en el Cantar, v. Sánchez Jiménez 2001: 332-335. 182

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En cuanto a Elvira y Sol, se recuperan de tal modo que no se menciona ninguna consecuencia del ataque. Además de contemplarse desde la tradición de milagros182, a través de la lente semiótica, esto significa una ʻnegaciónʼ de la afrenta y, por extensión, del matrimonio, implicando así la castidad de las víctimas. Una vez realizadas las negociaciones, ellas vuelven a cumplir con su deber filial y se casan, esta vez con miembros de la realeza foránea. De nuevo, el narrador las ʻdeja de ladoʼ y, en vez de ligar el matrimonio a las cualidades de las hijas, se centra en los acuerdos entre los personajes masculinos (vv. 33953400). 6.3. Las parejas del Cantar entre la homosocialidad y la heterosexualidad En el Cantar se recogió la fama militar del Cid, pero en su elaboración la dimensión bélica fue enriquecida por los preceptos e ideales de la cultura cortesana, sin compartir el vocabulario convencional de la lírica trovadoresca. Asimismo, la belleza exterior en general se admira183, pero no se entra en pormenores. Si bien el aspecto físico se menciona habitualmente para reflejar el carácter del personaje, el contraste que hace Pedro sobre la apariencia de Fernando y su comportamiento advierten del peligro de esos preceptos. La proeza, una virtud medieval constante, se aprecia a lo largo de la obra tanto en las acciones de las figuras como en sus reacciones. Además de las expresiones como “a guisa de varón” (v. 3154) o “arreziado” (v. 1291) para la valentía militar, también se valoran la prudencia y la cautela, expresadas en las formulaciones como “a guisa de menbrados” (v. 3700) y “cuerdamientre” (v. 3105). La amabilidad y el amor político se expresan por medio de sonrisas, abrazos y besos intercambiados, y las ocasiones célebres se sellan con el gozo multisensorial, como en el vínculo restaurado con el rey Alfonso. A diferencia de otras obras épicas, donde el héroe suele aparecer aislado o en guerra con la corte real, el artifex logró no solo unir las tendencias opuestas —la solidaridad de la parentela y la lealtad al rey; la centralización real y el señorío inmune—, sino también representar a ambos personajes de acuerdo con los valores de curialitas y amor ennoblecedor. La materialidad juega un papel destacado en la construcción de (auto)imágenes de todos los personajes. Por ejemplo, los “buenos çendales dʼAndria” (v.

Walsh (1970-71: 172) relacionó la recuperación de Elvira y Sol con el ámbito religioso de los milagros y Hayword (2002) analizó las rutas que Elvira y Sol cruzan. 183 Sobre la belleza en el Cantar, v. Sánchez Jiménez 2001: 332-335. 182

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1971), reservados para las vistas, fueron también incluidos en las Posturas184 de 1207 como una de las sedas más preciosas y elaboradas. El retrato épico del Cid concuerda con el gusto ostentoso de las élites, pero esa suntuosidad nunca se hace disfuncional en el sentido narrativo. Además, la diégesis es bastante selectiva con la representación cortesana al no prestar más atención a los aspectos de banquetes, caza u otras actividades de ocio. En cuanto al amor ennoblecedor hacia una mujer, el Cantar se hace permeable, pero ofrece sus propios retratos femeninos. Sumisa, piadosa y amable, Jimena no cuestiona ni critica el papel otorgado de apoyar a su marido y criar a sus hijas. Su belleza u otros rasgos distintivos no se incluyen, pero ella, junto a sus hijas, es la fuente del amor ennoblecedor para el Cid. Como las emociones se reflejan y confirman en acciones, dicho amor se expresa en la preocupación del Cid por servir a su familia y casar bien a sus hijas. Sin embargo, Elvira y Sol, aunque importantes para la trama, no reciben ni una sola descripción. Son jóvenes, pero no son ni instrumentos de placer sexual ni objetos de amor conyugal. Su papel principal es prolongar la estirpe del Cid, además de sobrevivir a la tortura causada por los infantes, cuya resolución consolida el vínculo entre su padre y el rey. Los tonos bestiales de la afrenta contrastan con la reacción prudente (al advertir de las consecuencias jurídicas) y digna de las hijas que incluso proponen su propia muerte. Sin embargo, la denigración (de acuerdo con el plan y el perfil de los infantes), los objetos usados, así como la ausencia del directo contacto físico con los cuerpos heridos apuntan a una lectura exenta de tonos sexuales. De hecho, como los infantes no usan las espadas regaladas, conocidas por la connotación fálica, cabe concluir que ellos no se preocupan por su masculinidad. Por consiguiente, aun con las posibles alusiones religiosas de la escena, vemos en la sangre “linpia” que corre durante el ataque (v. 2739)185 otro indicio de la castidad intacta de las hijas del Cid, cuyos cuerpos se recuperan de tal modo que no evidencian ningunas ʻseñalesʼ de la afrenta. El final feliz del Cantar hace pensar en su cercanía a las novelas artúricas, pero esa relación no es tan fácil de dilucidar. Inspirados por el amor y el deseo erótico, los pretendientes de un matrimonio ventajoso se someten a las pruebas —sea en la guerra, sea en las aventuras— para mostrarse dignos de su amada. v. Hernández 1988: 232-233; 2011: 258. Sears (1998: 88) mencionó la sangre limpia como “echo of the virgin’s blood that they may have shed” y relacionó su derramamiento con la imagen idealizada del Cid como caballero cristiano (1989-1990), mientras que Ross (2008: 106) vio en la camisa blanca del Cid una identificación con los cuerpos atormentados de sus hijas. Recientemente, Zubillaga (2013: 64) también destacó el motivo de la mujer casta castigada. Para la comparación con la parábola bíblica del buen samaritano, v. Hernando 2013, y con la escena del descenso al infierno, v. Jerez 2013.

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No obstante, los infantes no han estado enamorados. Debido a la primacía de la reconciliación entre el Cid y Alfonso, tampoco han tenido que demostrar su valor antes del matrimonio. Durante el torneo celebratorio, el Cid está contento al verlos cabalgar bien, y eso permite bajar las tensiones iniciales, pero nada en los versos indica que los infantes pretenden impresionar al Cid con el objetivo de consolidar lazos masculinos. Una vez casados y en Valencia, Fernando y Diego no se dedican a fortalecer los vínculos ni con el Cid ni con sus hombres. Si su ida a Valencia se lee como un eco de los espacios inseguros de las aventuras artúricas, es todavía sorprendente su desinterés por la fama que deberían alcanzar. Lo único que les interesa es la riqueza y el ascenso social, sin preocuparse mucho por las normas. No obstante, ellos saben qué deberían hacer, como lo confirma el caso de Búcar: “ya en esta batalla a entrar abremos nós” (v. 2321). El escarnio y el abandono de sus mujeres ocurren para que ellos puedan concertar otros matrimonios que, de nuevo, no tienen ninguna connotación erótica, sino que giran alrededor del prestigio e influencia en la cima social. Sin embargo, si los infantes no se parecen a los héroes artúricos, tampoco son idénticos al antiguo modelo de guerreros. Conocidos por sus habilidades bélicas, los antiguos héroes se promovían y consolidaban por medio de la violencia, sin reflexionar sobre sus acciones o el daño causado por ellas. Aunque esta interpretación cuadra con la brutalidad de la afrenta, cabe recordar que no se trata de una violencia espontánea, sino cuidadosamente planificada. Además, sus interacciones con el rey y el Cid demuestran que ellos conocen otros modos operativos y que saben controlar sus impulsos si pueden sacar provecho de una situación. Desde su perspectiva, el Cid se convierte en su ʻoponenteʼ principal (en términos greimasianos), alguien que impide la vida próspera que tanto desean. Orgullosos de sus ilustres lazos parentelares, Diego y Fernando González se creen superiores a los valores vigentes y piensan —erróneamente— que la afrenta es el modo de salir de aquella situación, a la vez quedándose con los bienes recibidos del Cid. Si bien los ideales de la temprana épica heroica se basaban en la violencia como modus operandi, este ataque, ocurrido sin la previa ruptura de amistad, tiene que ser sancionado. Asimismo, hay que recordar que su negación a conformarse con las normas sociales incluso va contra el rey, cuando contemplan romper la tregua obligatoria tras el riepto para evitar el duelo judicial. Por consiguiente, no es tan fácil situar a Fernando y Diego con respecto a los catálogos de valores literarios de la época. Si el uso de la violencia se valora en la épica heroica, entonces los infantes son automáticamente descalificados, porque no la ejercen en el campo de batalla y la lid. Si nos basamos en la correspondencia antropológica entre ʻbelloʼ y ʻbuenoʼ, entonces se nota el desajuste

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en el trato de los antagonistas. Se pueden apreciar por el gusto ostentoso, pero este rasgo es problemático, porque también se hacen insolventes. Además de la falta de actos de largueza, su apariencia y su comportamiento cumplen con las normas cortesanas esporádicamente, pero fallan en las situaciones cruciales (el pánico y la ropa manchada, v. 2291; o arrastrada por el suelo en el caso de Asur desmesurado, v. 3374). Asimismo, Diego y Fernando González ni están inspirados por una mujer ni parecen interesados en demostrar su galantería ante ellas. Aun así, si los jóvenes nobles de Chrétien de Troyes están ante el dilema de la obligación social vs. inclinación personal, entonces sí es posible encontrar una analogía con los infantes. En su caso, la inclinación personal es la riqueza y el avance a toda costa, mientras que la obligación social se manifiesta en el respeto y mantenimiento de los lazos establecidos. Sus tendencias individualistas forman parte de su perfil, mientras que su entorno les impide alcanzar sus objetivos. Por consiguiente, al no hacer caso a Sol, que advierte de las consecuencias del ataque, los infantes no ignoran solo a una mujer. Con la realización de la afrenta, ellos deciden ignorar el orden social. Finalmente, aunque los infantes de Carrión son algunos de los antagonistas más conocidos, toda comparación con el Cid, un héroe maduro y experimentado, está condenada al fracaso. Más justo sería compararlos con otros jóvenes nobles, puesto que todos tienen que consolidarse en la red nobiliaria y todos conocen las reglas del juego, por mucho que las resistan o desatiendan. Dicho esto, tampoco es necesario salir de la diégesis del Cantar para hacerlo. Si bien una comparación con los infantes de los reinos vecinos no es posible porque no aparecen en persona, dentro de la mesnada del Cid se presentan varias posibilidades. Como destacó Funes, tras la toma de Valencia, en la obra se observa “[…] the phenomenon of transmitting the condition of heroism to a new generation of men […]186. Dado que esta iniciativa del Cid intensifica sus interacciones a costa del héroe, sería fructífero comparar a Diego y Fernando González con los jóvenes como Pedro Bermúdez, impaciente pero siempre dispuesto a comprobar su honor y proeza, con Félez Muñoz, que tiene miedo pero usa su ropa187 y su caballo para aliviar la situación de sus primas (vv. 2799-2808) o con Martín Antolínez, que se alegra por la reunión con su mujer, pero también piensa en las instrucciones que recibirán debido a su situación precaria (vv. 228-230). A pesar de sus faltas, estos personajes buscan maneras de promoverse, respetando y aceptando los ideales y normas existentes como el marco de acción impuesto por la sociedad regio-nobiliaria.

Funes 2018: 283. v. Deyermond y Hook 1979: 373-374.

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7. Conclusiones

En el Pleno Medioevo, la alianza entre el poder y el saber se apoyaba en todos los medios disponibles para consolidar y legitimar el orden (auto)impuesto. El monopolio sobre la escritura facilitaba el proceso, además de la red elaborada semiótico-mediática disponible, pero los círculos de poder y prestigio no eran un frente unitario. Más bien, la realeza, la nobleza y la Iglesia luchaban para consolidarse, a veces a costa de otros, otras en colaboración con ellos. El desarrollo estructural de las cortes reales y señoriales como fuerzas centrípetas intensificó la necesidad de expandir el acervo general vigente y los modos de representación. Dicho acervo era altamente moldeable y atento a los cambios sociales ocurridos o a las modificaciones que desde las instancias de poder se pretendían realizar. En la corte regia y magnaticia, en tanto que instancia máxima de socialización, sus miembros participaban en la elaboración de dicha semiótica, aunque sus manifestaciones a menudo chocaban con otras voces críticas y dispares diseños antropológicos. En el largo reinado de Alfonso VIII, algunos instrumentos de sus tendencias centralizadoras circulaban más que otros. Por ejemplo, mientras el concepto de la naturaleza y la noción del ius commune solo se trataron en la documentación cancilleresca, se prestó más atención a la centralización real y a la pluralización de poder. El concepto de la jurisdicción superior regia y la fundación de nuevas villas tenían como objetivo limitar el dominio de la nobleza más prominente y diversificar la base delegada por el rey. Al mismo tiempo, la corte de Alfonso VIII y Leonor Plantagenet se dedicaba a la construcción de la memoria regia, ya fuera por las narrativas empleadas (piénsese en las estrategias cancillerescas) o por la visualización del poder, como en el caso del panteón de Las Huelgas. Esas tendencias, junto con su política fiscal, fronteriza y monetaria, afectaban al margen del que disponía la nobleza secular para posicionarse y consolidarse. Además de los cambios en los lazos regio-nobiliarios, en el periodo entre los siglos xii y xiii, el mundo de la vida de las élites experimentó muchos cambios estructurales. Así, el sistema de parentesco, siempre agobiado por cuestiones

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sucesorias y disputas territoriales, evolucionaba de la parentela cognaticia al linaje vertical y masculino. La diversificación palaciega y la reestructuralización de los delegados reales conllevó la problemática de sus prerrogativas patrimoniales y jurisdiccionales, pero la escasez de dignidades condales y la consolidación de ciertos oficios curiales todavía no significó su patrimonialización. No obstante, los nobles no eran receptores pasivos de los impulsos regios. Es necesario pensar en una relación dialéctica, aunque los intereses cambiantes podían afectar a la red de vasallos, amigos, aliados y enemigos, como se ve en la preeminencia de los señores fronterizos en los diplomas cruciales para las relaciones intermonárquicas. El Cantar de Mio Cid, como un mundo posible, participó en aquella polifonía de discursos y prácticas castellanos propios de principios del siglo xiii. Inherentemente incompleta, la diégesis épica no pretende tratar cada aspecto de aquel mundo de la vida, sino que se posiciona tanto ante el contexto sociopolítico como ante la memoria cidiana. Pese a la concordancia con el marco general de otras realizaciones cidianas, el alto nivel de la selección compositiva se nota en la constelación de personajes muy innovadora y el trato de sus interacciones. Esas fuerzas formativas revelaron los potenciales exploratorios de una materia heroica conocida, por lo cual el Cantar es a la vez un mundo poiético y mimético y debe analizarse como tal. A pesar de la castellanización y cristianización del héroe, su mundo épico permaneció profundamente seglar. Si bien la lectura tradicional insiste en el Cid épico como infanzón, en los capítulos anteriores hemos mostrado desde varias perspectivas que su perfil no dista de la imagen de un castellano de la nobleza media, de acuerdo con las obras anteriores y copresentes. Sin duda alguna, esta narración en verso está llena de resemantizaciones, y algunos aspectos permanecen indecidibles, pero nuestra lectura contextualizada ha permitido descubrir nuevos matices interpretativos. En cuanto a los impulsos del contexto sociopolítico, resulta curioso que la obra no contenga ejemplos del auxilium o consilium entre el Cid y Alfonso, pero todavía consigue mantener su relación en el foco narrativo. Tanto la idealización de esa relación como la introducción de los infantes de Carrión son ilustrativas de los desafíos y potenciales de las interacciones sociopolíticas al nivel más alto. Además de las imágenes del rey y su nobleza palatina, se ofrecen escenas de la corte magnaticia valenciana. Por su lado, la obra no incorpora la red elaborada de estructuras palaciegas y en cambio se centra en unos pocos individuos concretos, siendo la mayoría de ellos conocidos en la memoria cultural. Las innovaciones monetarias y fiscales de Alfonso VIII se dejaron de lado, mientras que su política fronteriza fue abarcada en el trato del exilio y la Valencia conquistada. Mucha más permeabilidad de la prima materia cidiana se evidencia en la imagen del rey justo, la resolución de pleito ante la corte

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7. Conclusiones

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reunida y las disposiciones legislativas sobre asuntos matrimoniales, modos de injuriar y el riepto como opción preferida para resolver conflictos. Más allá de las dicotomías simplistas, el Cantar incluye la gran variedad de los elementos constituyentes del mundo de la vida magnaticio: la parentela, el patrimonio (tanto las herencias como las ganancias), el amor regio, el papel en la corte, los vasallos, amigos y enemigos (y sus redes cambiantes), etc. La importancia dada a la prolongación de una casa se confirma en las dos nupcias de las hijas del Cid, aunque la obra no trata la cuestión de herederos, hijos ilegítimos o la práctica del concubinato. Asimismo, la diégesis refleja la escasez de la diferenciación nominal dentro del estamento nobiliario, pero esa fluidez terminológica no significa que a la nobleza seglar le falten modos de (de)mostrar su imagen o imponer su estatus. El foco narrativo en las interacciones regio-nobiliarias e intranobiliarias viene de la concepción medieval del cuerpo como el medio más expresivo de (re)presentar y (re)construir las relaciones entre los presentes. Esta semantización del cuerpo se basa en las posturas antiguas sobre la percepción sensorial y la cognición, y tanto la corporalidad de la comunicación como su legibilidad pertenecían al acervo general de las élites. Sus miembros, como ʻportadoresʼ de su estatus, se hacían visibles a sí mismos y en sus relaciones con otros, a la vez percibiendo e interpretando sus autorrepresentaciones. En las emisiones y recepciones multisensoriales entrecruzadas, la vista era el sentido más apreciado y su exclusividad reflejaba la preeminencia social. Para superar la precariedad estructural y para (re)establecer el orden social, los miembros de las élites participaban en la comunicación demostrativa y simbólica. Su carácter situacional requería un consenso sobre los signos, pero dada su polisemia inherente, su uso iterativo y público pretendía evitar malentendidos y conflictos. En este cantar de gesta, tanto la organización del cuerpo en el espacio como su intensificación semántica por medio de objetos ilustran las tendencias estabilizadoras y los riesgos interpretativos. Mientras que a partir de la reconciliación entre el héroe y el rey cada acción suya reafirma y consolida la armonía recuperada, otras relaciones no son tan lineales. El caso de los infantes es indicativo de las reflexiones sobre los límites de las manipulaciones comunicativas. Por un lado, con sus puestas en escena premeditadas los antagonistas logran avanzar y alcanzar sus objetivos, pero sus acciones y reacciones auténticas intensifican la disonancia entre su autoimagen y la pública. El catálogo retórico permitió al poeta construir potentes imágenes, incluso por medio de alusiones. El suspense se crea con la distinción entre los conocimientos de las figuras y los signos (no-)verbales dirigidos al auditorio (que durante la ejecución podían recibir otros tintes). Más allá de las dicotomías simples, las posibilidades y exigencias de las dinámicas sociales se ponían y se

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exploraban ʻante los ojosʼ. Al tratar las temáticas coetáneas, esta obra recuerda que tanto los personajes como el auditorio deben asumir el papel del interpretante en las redes semióticas internalizadas. Lo que es importante destacar es que ni su complejidad ni su aplicación se presentan como problemáticas. De hecho, se cree en la representabilidad y perceptibilidad de lo representado, siempre contando que el éxito de una interacción no implica la autenticidad de lo comunicado. La ausencia de las reglas explícitas de la comunicación simbólica confirma su concordancia con la mentalidad alrededor de 1200, aunque ese silenciamiento a su vez dificulta nuestra posición de lector. Otra fuente de la polifonía formativa del Cantar son los ideales cortesanos y sus celebraciones y reflexiones literarias. La estetización de la vida cortesana celebraba una vinculación entre la ética y la estética, a menudo apoyada por la extravagancia material. A partir de mediados del siglo xii, la necesidad de impresionar por medio de fiestas, torneos, regalos e indumentaria se hacía cada vez más presente en la literatura. En este contexto, es necesario recordar que, aunque Francia y sus novelas artúricas suelen celebrarse como cima de la suntuosidad narrativa, las corrientes andalusíes confirman que la construcción de las imágenes palaciegas y su carácter ostentoso no se limitaba al mundo románico. En cuanto al Cantar, la selección de valores dependía del personaje y su papel narrativo, pero todavía es posible encontrar paralelismos o contrastes. Así, si bien los retratos del Cid y Alfonso no son idénticos, ambos respetan el marco amplio de curialitas. Cabe recordar que el Cantar no insiste en el vocabulario altamente convencional de la poesía trovadoresca, aunque sus imágenes concuerdan con dichos ideales. Desde el punto de vista narrativo, la materialidad se ajusta a la importancia de la escena, mientras el componente lúdico está reducido a juegos de armas celebratorios. No obstante, la dimensión material también puede ser indicativa de los valores interiores. Así, los infantes nunca aparecen con espadas sangrientas o escudos tajados, mientras el Cid manda al conde de Barcelona en un palafrén, disminuyendo así el componente militar y su concordancia con un caballo corredor. La dimensión material se relaciona con los momentos más importantes que afectan al orden social y contribuyen a su consolidación. De modo similar, las mujeres del Cantar, excluidas de las decisiones importantes, también son excluidas de las representaciones ostentosas, confirmando así la funcionalidad y selectividad de la dimensión material en el Cantar. En lugar de miradas intercambiadas entre el Cid y su esposa, las realizadas entre el héroe y el rey se presentan como las más importantes para la trama. Visto así, el foco diegético en las interacciones masculinas hace pensar en los diplomas reales, con largas listas de confirmantes nobles, pero con pocas referencias a las mujeres, habitualmente limitadas a la reina y las infantas.

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La presencia limitada, no obstante, no perjudicó el retrato de Jimena, Elvira y Sol como encarnaciones de otro discurso de la época: el amor ennoblecedor. Este discurso chocaba con las tendencias clericales de comprimir el componente carnal y propagar el concepto de caritas. En lugar de la dimensión erótica o pasiones destructivas, el Cantar ofrece un amor ennoblecedor basado exclusivamente en la afección conyugal y amor filial, como se ve en su calificación de Valencia, designada como la heredad “que vos yo he ganada” (v. 1608). Su presencia se valora mucho, pero ellas no instan al combate, por lo que el Cantar puede relacionarse con las conclusiones de Paterson: “Nowhere in the Occitan epic texts, at least up until 1230, no women provide the inspiration or reward for military prowess. Fighting only elicits professional, i.e. male, judgement”1. La cercanía de estas mujeres laicas al ámbito religioso —Jimena reza en el monasterio y Sol alude a mártires— concuerda con la práctica de añadir conceptos espirituales —como ʻdevotaʼ, ʻpiadosaʼ, ʻdivinaʼ, etc.— a la hora de venerar a mujeres en el discurso de amistad y amor ennoblecedores2. Con sus reacciones dignas ante las situaciones peligrosas, ellas contribuyen a la imagen ideal del héroe. No obstante, al limitar a las mujeres a los vínculos parentelares (y, en menor medida, vasalláticos con Avengalvón y Diego Téllez), el Cantar no explora el deber (caballeresco) de proteger a mujeres en necesidad. En cuanto a la materia artúrica, los indicios sobre su presencia en la península son demasiado escasos y el Cantar mismo parece distanciado de sus convenciones literarias: el joven protagonista en búsqueda de pruebas y aventuras, su trato como personaje dinámico (imprescindible en su etapa de la vida), la importancia del amor heterosexual (dentro o fuera del matrimonio) y el conflicto interno entre las inclinaciones personales y las exigencias sociales. Si bien aparecen distanciados de su parentela, los infantes de Carrión están todavía lejos del modelo artúrico. Centrados en sí mismos, sus personajes estáticos pretenden no cumplir con las normas sociales o creen que las mismas no se aplican a ellos. De hecho, si recordamos la conclusión de Flori sobre los héroes artúricos que protegían a mujeres en necesidad y mostraban merced ante el enemigo derrotado, la afrenta representa una doble derrota de Diego y Fernando González. No solo no protegen a (sus propias) mujeres, son ellos mismos quienes las ponen en peligro y hacen todo lo posible para dejarlas con marcas permanentes de su venganza. Su indiferencia hacia los vínculos heterosexuales y homosociales se expone no solo en el trato de sus mujeres o la mesnada cidiana, sino también al referirse a las hijas de reyes y emperadores únicamente en el sentido del avance social. 1 2



Paterson 1995: 72. v. Jaeger (basándose en parte en Epp 1995) 1999: 33-35.

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El pragmatismo se evidencia también en su relación con el rey, donde Fernando y Diego se comportan solo para sacar provecho, sin luego preocuparse por el orden social al que perjudican. Por todo ello, no son solo antihéroes artúricos, sino también la negación de todos los esbozos formativos dirigidos a los jóvenes nobles que circulaban en la época. Su caracterización se hace aún más interesante desde la perspectiva del género. A diferencia de la HR (§39-41), que sí usa la comparación con las mujeres para denigrar a los hombres, el Cantar no es tan explícito, pero contiene algunos ejemplos llamativos. Por ejemplo, cabe recordar que Muño Gustioz le dice al Cid “ydlos conortar” (v. 2328) refiriéndose a los infantes miedosos antes de la batalla, y el Cid propone que permanezcan en Valencia mientras la mesnada lucha contra los moros. Visto así, aunque incluye la falta de la masculinidad de los antagonistas (sin ligarlos a tensión sexual), el Cantar no participa en el discurso misógino medieval. De todas maneras, la transgresión de los infantes con respecto a los géneros literarios, apoyada por su transgresión en relación con el género, fue un juego narrativo que las crónicas posteriores continuaron. La atención que el artifex del Cantar prestó a los valores cortesanos y la cautela en su aplicación a un mundo heroico permiten situar al Cantar cerca del otro discurso de la época: el del saber y la crítica cortesanos. Estas obras se dedicaban tanto a los conocimientos sobre la gobernación como a los ataques fuertes contra la insistencia obsesiva en lo físico, pomposo y lúdico, también relacionada con la effeminatio. En el contexto hispano, cabe mencionar la obra ascética Planeta, de Diego García, que ataca la superficialidad y disfuncionalidad de las costumbres cortesanas o las advertencias de Ramon Llull en su tratado caballeresco (III,4): Noblesa de coratge no la demans a la boca, cor tota hora no diu veritat; ni no la demans a honrats vestiments, cor sots alcun honrat manteyl stà vil cor e flac, on à malvestat e engan; ni noblea de coratge no la demans a cavayl, cor no·t porà respondre; ni no demans noble cor a guarniments ni arnès, cor dins los grans guarniments pot ésser volpey cor e malvat.

Estos ataques contra la vanidad y la falsedad solían ir contrastados con la valorización del mérito. Así, en la antes mencionada composición reflexiva “Abrils issia”, el trovador relaciona la distinción de reyes y nobles con sus méritos y virtudes, a la vez proponiendo superar su ausencia con composiciones instructivas, ejecutadas en las cortes. El ejemplo más conocido del atesoramiento del saber por parte de la corte en el contexto peninsular es la Disciplina Clericalis de Pedro Alfonso. Siguiendo la tradición didáctica, esta obra constituye un compendio de saberes de diferente índole, inclusive los preceptos pseudo-aristotélicos, para tratar, entre otros

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temas, el espacio palaciego y las interacciones con el rey. Así, además de la cuestión de la vera nobilitate (IV)3, la importancia del mérito se destaca incluso en los momentos del ocio, como en el caso del rey que no paga a un poeta pese a su estirpe elevada porque no es instruido (III). El foco de la Disciplina en las intrigas, burlas y, sobre todo, en cómo superar a alguien en inteligencia hace pensar en la trama principal del Cantar y su énfasis en los potenciales y los peligros de la nobleza curial. Si bien los personajes épicos todavía no son oficiales palatinos en el sentido estricto, la obra celebra el uso adecuado de los ideales cortesanos y también advierte de su manipulación y distorsión. Lo que también es llamativo en la diégesis épica es la diversidad de los enemigos que el Cid tiene, desde las rivalidades conocidas hasta los engaños más imprevisibles. La insistencia de los infantes de Carrión en su estirpe elevada, el contraste que se produce con sus ʻméritosʼ y su derrota final es un buen ejemplo del carácter instructivo miocidiano, confirmado con la moraleja: “qui buena duenna escarneçe e la dexa después, / atal le contesca o siquier peor” (vv. 3706-3707). En este contexto, cabe recordar la propuesta de Ross4 sobre los “malos enssienplos” (v. 2731) como posible alusión a dicha forma literaria. A lo largo de este estudio hemos insistido en la diégesis del Cantar como construcción activa que adopta, pero a la vez adapta y transforma los impulsos polifónicos de su entorno. En ella aparecen las voces que luego serán importantes para el discurso sobre la caballería, pero la obra no manifiesta esos tintes semánticos. Su alta selectividad con respecto a la materia cidiana es llamativa, pero también es preciso destacar que el Cantar se dedica al arte de gobernar bien. Las exploraciones de los lazos regio-nobiliarios y la magnanimidad de la figura heroica, por más fructíferas que han sido, a menudo han ensombrecido las facetas del rey épico. Su rehabilitación se ha considerado desde la perspectiva memorística, de acuerdo con las tendencias de la corte castellana de consolidar su poder y su imagen a través de los medios de diferente índole. Dicha figura real, no obstante, también puede contemplarse pro futuro. En los estudios de las disputas fronterizas tras la separación de Berenguela y Alfonso IX y la legitimación de su hijo Fernando, a menudo se olvida otra figura regia: Fernando, el hijo de Alfonso VIII y Leonor Plantagenet. A partir de su nacimiento en 1189, este infante formaba parte de la documentación cancilleresca: “[…] ego Aldefonsus, Dei gratia rex Castelle et Toleti, una cum uxore mea Alienor regina et cum filio meo Ferrando […]”5. Debido a su prematura muerte en 1211, no llegó a suceder 5 3 4

v. Pedro Alfonso, Disciplina, ed. por J. M. Lacarra, 1980. v. Ross 2008: 88. v. doc. 537 en González 1960.

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a su padre, pero su presencia en los diplomas (seguido de Enrique a partir de 1204) y los indicios sobre la comitiva nupcial enviada al extranjero reflejarían los esfuerzos regios de asegurar el trono y la continuación de la casa real en múltiples frentes. Aquí cabe recordar la conclusión de Gómez Redondo6 sobre las fazañas como unidades narrativas de textos jurídicos que eran similares a los exempla. Es cierto que el Cantar, centrado en su héroe, concuerda con la legislación de Alfonso VIII y ayuda a consolidarla. Pero el perfil del rey épico es demasiado elaborado como para ser reducido a la imagen de rex iustus, por lo que todavía es necesario explorar cómo encaja el trato épico del rey con las voces didácticas que trataban el tema del buen gobierno. Dado que la obra miocidiana no incorpora comentarios metaliterarios, reflexiones poetológicas o referencias a fuentes, este ʻaislamientoʼ, junto a la escasez de los cantares de gesta conservados, no permite vislumbrar un horizonte de expectativas a principios del siglo xiii. Como se ha podido ver en el ejemplo de Jean Bodel, la destacada (auto)valoración de su artificium no le impidió referirse a su composición como chanson. De modo similar, el artifex miocidiano se sirvió de impulsos, conceptos y valores heterogéneos para construir un mundo elaborado y cercano a las problemáticas cortesanas. Sus destrezas poiéticas, además, usaron la polifonía disonante para crear un mundo coherente que, aunque inevitablemente incompleto, contaba su propia ʻverdadʼ. El enfoque narrativo en los detalles de la comunicación simbólica y su distancia del antiguo modelo guerrero indican su composición o ejecución en un contexto cortesano, como ya se ha postulado. La existencia de un solo códice impide ver la mouvance y variance de la obra, cuya diégesis debió de oscilar entre pergaminos y ejecuciones. Cada mise en voix era una recreación multimedial que contaba con el cuerpo, la voz y el público para una situación concreta y cada mise en texte como descontextualización de la ejecución conllevaba la creación de espacios vacíos que permitían otros tonos o matices que el manuscrito no permite ver. Dichos desplazamientos y resemantizaciones se intensificaron en el taller (post-)alfonsí, donde el Cantar era solo una de las numerosas fuentes para construir otros mundos narrativos, de acuerdo con los intereses de la época. Desde la perspectiva sociocultural, esta obra literaria ilustra la conciencia medieval sobre las potencialidades de las representaciones semióticas, así como la necesidad constante de interpretarlas. Las obras literarias no eran meros espejos de los acontecimientos históricos, sino mundos cuidadosamente compuestos para legitimar, cuestionar o reflexionar sobre aquel mundo de la vida. Los asuntos de la representabilidad y perceptibilidad eran claves para las élites que

6



v. Gómez Redondo 1998: 83-91.

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constituían tanto su imagen como su orden vigente del modo performativo e interpersonal. El poeta del Cantar o, en palabras de Burke, el homo rhetoricus construyó imágenes literarias pormenorizadas sobre la nobleza vinculada a la corte regia y esas imágenes guiaban al auditorio por el entramado de sus voces formativas. La ausencia de explicaciones implica un acervo de conocimiento compartido con los participantes en aquella comunicación literaria, mientras los saberes incluidos y elaborados indican que el acervo miocidiano era una apropiación de la materia heroica por o para el espacio cortesano. De hecho, recordando que la cultura cortesana era ensimismada, esta elaboración literaria reflejaría sus tendencias de autoexploración. El procedimiento neohistoricista ha sido usado para enfatizar el carácter poligenético del Cantar y entender mejor su ʻposiciónʼ en el contexto románico. No obstante, el foco en las consonancias y disonancias con las corrientes ultrapirenaicas, por más que iluminadoras, han dejado de lado el contexto del Cantar: el hispánico. Este punto de partida significaría continuar centrándose en las interacciones de diferente índole con al-Ándalus, el entorno multicultural de Toledo o los centros innovadores, como la escuela catedralicia de Palencia. Como hemos visto, la corte castellana interactuaba con estos núcleos directa o indirectamente. Si bien es posible enfocarse en trayectorias individuales como las del obispo Tello Téllez o del arzobispo Martín López de Pisuerga, sería más fructífero analizar sus entornos socioculturales y redes interpersonales. El Cantar de Mio Cid es una obra polifónica y, para hacer justicia a su singularidad, es necesario prestar más atención a las particularidades del contexto peninsular. Esta obra es una prueba temprana de la curialización multifacética de la tradición cidiana, por lo que dicha contextualización permitirá traslucir otros acervos de conocimiento, literarios o socioculturales, coetáneos a ella. A su vez, la contemplación de estas fuerzas formativas y sus hilos entrelazados nos permitiría acercarnos más a la resonancia que el Cantar de Mio Cid podía haber tenido en los círculos del poder y prestigio de principios del siglo xiii.

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