Los Hijos de Yocasta: La Huella de la Madre


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Los Hijos de Yocasta: La Huella de la Madre

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aÍ}tJ huella de la madre

Christiane Olivier LOS HIJOS DE YOCASTA La lluella de la madre. Chrlstiane Olivier, mujer y psicoanalista. en ese orden, sostiene en Los hijos de Yocasta la tesis de que es la sombra de la madre -que resienten en forma distinta el hi)o y la hija- la que explica y nutre el antagonismo secular que existe entre ambos sexos. En una época en que hombres y mujeres están empeffados en reducir sus diferencias al mínimo, hace falta primero, antes de que ambos sexos determinen sus distancias, remontarse a los orígenes: los pacientes, recostados en el diván de su psicoanalista, hablan con mucha frecuencia de su .mamá, pero cada sexo lo hace en forma diferente, ¿qué es lo que aflora entonces a su conciencia? La autora afirma que es la sombra de lo maternal, que para ella encama en el mito de Yocasta, el personaje de la tragedia griega que casó con su hijo, Edlpo. Freud y sus seguidores estudiaron este caso desde un punto de vista "masculino" y crearon las premisas que dieron lugar a la formulación de la teoría del "complejo de Edlpo". La autora dice que Freud era un hombre y que ella es una mujer; que ella vive en 1980 y Freud formuló sus tesis en 1880. "Lo maternal-dice-. siendo unisexual, provoca graves conflictos a los hijos de Yocasta, hombres y mujeres. Para escapar a la maldición del oráculo hay que crear otro tipo de familia. de educación. de división del trabajo entre hombre y mujer.

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FONDO DE CULTURA ECONÓMICA MÉXICO

Primera cdid611 e1_ fran és Primera edición cm e.!1paii1. Quinta reimpresión,

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TÍllllO ori,gi:nal: ·L a •rfonu ~ JoetUte. L'tmrpr:eínu. .l k la mire ·@ 1980, Sditions DenoWGonlhicr, Pw Publicado por Simon and Sh\lsi;er, .Nueva York ISBN 2-28.2-20279.,1

n~ R. e 19&4, FONOO DI!: Cut.11.lll4. ~CA D. R. e19s1 Fe»me1Ds OuLTI.1RA ~s. A.pe c. v.

Av. de 11 Universidad, 915; 03100 Mb.ico, D. F.

.ISBN 968-16-1798-3

PREFACIO Existe el discurso analítico: rebuscado, complicado, pensado para que los que no son analistas, queden fuera de él, se sientan despistados, atónitos.. . Existe el discurso feminista: un discurso colorido, rico en imágenes, sexuado, hecho para que todos entren en é1 con facilidad, lo comprendan auo cuando no sean feministas; en especial, si no son feministas... Y están los que no reconocen ni un discurso ni el otro, porque se niegan a ser extremistas. Yo he querido mantenerme entre ambos discursos; no aislarme adoptando el primero, no abrumar hablando del segundo. Apelar a un lenguaje intermedio, que no deje de lado ni el afecto ni el intelecto. Ser mujer y analista a la vez, es decir, llevar en mí los dos extremos, reunir la emoción y el verbo, negarme a ser o más mujer o más analista, negarme a dividirme o a especializarme. Durante demasiado tiempo me dejé arrastrar por "los" hábitos de los hombres y por ''sus" palabras, que yo no reconocía ni entendía totalmente. ¿Por qué dejarlos hablar de mí, cuando yo no decía nada de ellos? Entonces decidí que yo "también" hablaría de ellos y los definiría a mi vez, desde dentro de una teoría escrita por una mujer, con palabras de mujer, con elaboraciones mentales de mujer ... Que se queden con el "nombre del padre'': ése es asunto de ellos; yo me quedo con Ja "sombra de la madre", y decido aplicarme al discurso transferencia! para descubrir en él el papel de lo materno. 7

·si desde sus inicios el psicoanálisis estuvo escrito en ténninos masculinos, me pregunto si no ha llegado el momento de leerlo en clave femenina. Si Freod vio a la mujer como carente de "masculinidad", las feministas encuentran al hombre particularmente desprovisto de "feminidad". En una época en que tos hombres y las mujeres quieren reducir sus diferencias, se requiere antes que nada que midan sus distancias separadoras, que sepan cuál fue su origen y su comienzo: bay que remontarse a lo que fue el primer discurso, pues ante.s de lo. transierencial existió lo. transmaternal. Y esto transmaternal e.s lo que aparece como radicalmente. diferente de un sexo a otro. Dicho de otra manera: en el diván, todos hablan de su madre, ¿pero de qué manera lo hacen? ¿Qué dicen inconscientemente? Éstas son las cuestiones que abordaremos aquí a través de la historia que me ha sido contada a mí, psicoanalista, historia que no siempre está de acuerdo con la que Freud nos transmitió ... El era un hombre y yo soy una mujer; él vivió en 1880 y yo en 1980.

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DISCURSO IMAGINARIO Sigmund Freud: "Ustedes me vaticinaron que después de mí, mis errores corrían el riesgo de ser adorados como santas reliquias... Por el contrario, yo creo que mis sucesores se apresurarán a demoler todo lo que no está perfectamente fudamentado en lo que yo dejo tras de mí." Franrois Roustang: "No existe, pues, una teoría analítica sobre la que podamos basarnos de antemano, sino una posible teorización* posterior, siempre necesaria, jamás segura." R obert Stoller: "Algo no funciona en la teoría freudiano." Luce l rigaray : "El psicoanálisis le aplica a la sexualidad femenina el discurso de la verdad. Un discurso que dice la verdad verdadera: a saber, que lo femerúno sólo tiene lugar dentro de modelos dictados por suietos masculinos." Robert Pu;ol : "El secreto deseo femenino es ocultar que el cuerpo del hombre es la competencia insoportable de la diferencia .. ." Hélene Cixous: "¡Ellos le han hecho un antinarcisismo! ¡Un narcisismo que sólo quiere hacerse querer por lo que no se tiene!" • Palabras subrayadas por el autor.

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Robert Pu}ol: "La mujer representa La castración generalizada que el viviente recibe del verbo; y eo la medida en que le falta el pene, representa la alienación absoluta de .la palabra."

Hélene Ci.xous: "¿Dónde está la mujer en todos los espacios que el hombre recorre, en todas las escenas que monta dentro del ámbito literario?" Jaéques Lacan: "No se puede escribir la muier sin tachar el la. " Hélene Cixous: "El sueño del hómbre: Yo la amo ausente, por lo tanto deseable, inexistente, dependiente, es decir ador able. Porque ella no está donde está --en la medida en que no esté donde está. .." Jacques Lacan: "Hay un .gozar de ella, de esta ella que no existe y que no significa nada."

Hélene Cixous: "Se la recluyó en el 'Continente negro'. se la mantuvo a distancia de sí misma, se la ha exhibido (y no visto). La mujer a partir de lo que el varón quiere ver de ella, es decir: casi nada.'' Luce lrigaray: "¿Cómo decirlo? Que de pronto somos mujeres ... Y que su historia constituye el lugar de nuestra deportaci6n .1' A IUiis Nin: "Yo quiero un mundo diferente, un mun-

do que no haya nacido de la necesidad de poder que caracteriza al varón y que está en el origen de la guerra y de la injusticia. Debemos crear una mujer nueva." Hélene Cixous: "Habrá un lugar diferente donde el otro no .será ya condenado u muerte."

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LA RErNA.-¿Me habéis olvidado? HAM.Ler.-No.. . Vos sois la. reina, la mujer del hermano de vuestro marido -y ya que no puede ser de otro modo, también sois mi madre .. SHAKESPEARE

l. LA CONSPIRACió N DEL SILENCIO L AYo-YocASTA ... Yocasta-Edipo... Edipo-Antfgona e

Ismena. . . Tal es la tragedia griega que abarca el origen y el fin del desdichado héroe gue F reud eligió como modelo de todo destino humano. De esta tragedia, rica en personajes principales y secundarios, Freud extTajo solamente a Edipo, el hijo que fue amante de su madre y asesino de su padre; y de él nos describió largamente sus sentimientos, sus anhelos, sus remordimientos. Freud nos hab.la sin cesar de Ectipo; pero en cambio, ¿quién se ocupó de Yocasta, su agonista? ¿De eUa y de su deseo, que la impulsa a acostarse con su propio hijo, carne de su carne, y que posee el sexo que ella, por ser mujer, no posee? ¿Puede dejarse de lado a Yocasta, en quien se realiza el viejo sueño andrógino de la humanidad? ¿P uede relegársela en la sombra, a ella, que guarda lo que del Ser no puede resolverse jamás, la que anul11 la carencia, la que deroga Ja castración7 Sin embargo, Sófocles - y tras sus huellas FreudJa dejó recluida en la sombra; pero no totalmente, pues aunque su aparición es breve en la tragedia clásica, las pocas palabras que pronuncia tienen el efecto de sumir a Edipo y a los espectadores en el estupor: "¡ Ah, que nunca sepas q uién eres!" ¿Conocía, pues, Yocasta, algo del origen de Edipo, de la muerte del padre, y del crimen que ella seguía perp~trando con su hijo? ¿Fue Yocasta, entonces, más culpable que Edipo? ¿Y fue Eclipo .e l juguete de Yocasta y de su deseo?

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¿Se ha extinguido la raza de las Yocastas? Freud no nos dice una palabra al respecto. ¿Por qué este silencio en tomo a Yocasta? Silencio que ha llevado a hacer creer en la inocencia de las madres; ¿pero acaso las madres son capaces de escapar a un destino que sus hijos no pueden evitar? Historias que se nos cuentan a nosotros, analistas, y en las que la madre jamás está ausente, ni parece inocente: alejamiento de los padres con respecto a sus hijos, preconizado por los hombres y ejecutado por las mujeres, úWcas que ejercen el poder formativo sobre el niño. Así, ausente Layo, fue únicamente Yocasta quien ocupó todo el espacio de Edipo. ¿Pero no es éste el panorama habitual clásico? Y este cuadro repetido, ¿no pertenece tanto a la tragedia anti.gua como al tlrama moderno? ¿Yocasta supo y quiso vivir el incesto con su hijo? Las mujeres de hoy ¿quieren y saben lo que hacen cuando ocupan el primer plano frente al niño? ¿son conscientes de lo que desencadenan, al proceder así, con sus hijos, y con sus hijas? Estas mujeres que con la mayor naturalidad del mundo dicen· de su hijo "que está elaborando su Edipo", ¿piensan, aunque sea por un minuto, "y yo elaboro mi Yocasta"? Si Edipo está considerado como el modelo universal del varón, ¿Yocasta no podría ser vista como el mito eterno de la mujer-madre? Por ser mujer y a la vez psicoanalista, ¿cómo no me iba a atraer este personaje ausente de Ja teoría .freudiana; cómo no ver que esta teoáa, sobre la que me baso como analista, car ece de todo refer ente femenino? ¿Cómo no ver que si los hombres que yo trato son los hijos de Yocasta, las mujeres son sus hijas? ¡,Qué

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encierra esto? ¿Qué implica para ellas y para mí? Toda la teoría freudiana está, en este respecto, por inventarse. Llegada a este punto, ya no me parece posible separarme de mis pacientes, o hacermé la distraída, como se acostumbra. Yo aquí renuncio a separar lo que SOY de lo que SÉ, y afirmo que lo q ue escuchp en el diván, dicho por otras mujeres, me entrega algo de un orden femenino que reconozco como mío. Aquí hablaré a veces de ellas, a veces de mi, buscando situamos de modo diferente al que nos ha adjudicado el psicoanálisis hasta el presente: es necesario repensar la teoría del inconsciente, con Ja ayuda de las mujeres, gracias a su palabra. Se acabó la época en que el varón inventaba una mujer a su medida, o más bien a la medida de su necesidad de dominación. Es evidente que la teoría psicoanalítica revela con suma claridad lo que el varón espera que Ja mujer SEA; pero por cierto que no explica al mismo úempo lo que la mujer ~s. Como escribió con acierto Luce Irigaray: "Hasta ahora, los conceptos mayores del psicoanálisis, su teoría, no explican el deseo de la mujer." 1 De tal modo, si la mujer se vio reducida a ser la elaboración del varón, el hombre bien pudo reducirse a ser la elaboración de la mujer, si Ja teoría inicial hubiera sido concebida por una mujer. Bi.en podemos lamentar, con Germaine Orecr, que el psicoanálisis "haya tenido un padre, pero no una madre!. .." En efecto, así como las que me hablan no encuentran lugar en una sociedad sexista, yo no encuentro ni rastros de mi deseo en una teoría basada únicamente en premisas masculinas. 1

Spéculllm, de /'mitre femm e, &l. de Minuit, París, p. 63.

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Freud fue el primero en intentar un procedimiento egocéntrico. inverso al de todo procedimiento cientlco: en lugar de tomar nn objeto de estudio en el mundo, se tomó a sí mismo como objeto de investigación y comparó el esquema obtenido con el de los grandes mitos de la humanidad: Edipo, Moisés, Miguel Angel. Los estudios de casos clínicos se alternan con análisis literarios y artísticos, y se siente que Freud busca una ley común, aplicable tanto al hombre de ·hoy como al de ayer. Así, el estudio del " pequeño Hans" alterna con el análisis de uo ..recuerdo de infancia de Leonardo da Vinci" 1 y "el presidente Shreber" con "Moisés y el monoteísmo". Pero con excepción de Dora casi siempre aparecen sólo figuras mas·culinas. Y en definitiva, ¿no es natu.ral que haya sido así? ¿Freud no era varón? ¿No tenía, por serlo, todas las facilidades para indagar antes que nada sobre sí mismo? ¿Cómo hubiera podido interrogarse sobre la mujer que no era? Entonces, para definir/a. se conformó con mirar vivir a la mujer de J 880, la pequeñoburguesa recluida dentro de una familia convencional, donde tos distintos papeles estaban ancestralmente definidos. Esta mujer ocupaba entonces, de manera evidente, un "cierto lugar" más que " un lugar cierto" ; así nos encontramos frente a un psicoanáHsis que, apoyándose en pruebas que el propio Freud suministraba, y que extrajo de su medio y de su familia. sólo le asigna a la mujer un lugar extrañamente reducido. Obsérvese Jo que le escribía a su querida Marta el 15 de noviembre de 1883: Yo creo que todas fas reformas legislativas y educativas fracasarán debido a que mucho antes de que el hombre pueda asegurarse una posiciÓ'n social, fa n atu-

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raleza decide del destino lle una mujer dándole la belleza, el encanto. la dulzura.2

¿No está hablando aquí como el peor de los antifeministas? ¿No está manifestando que ha decidido confundir los atractivos sexuales de las mujeres con su situación social? Con ésto crea un enredo que redén empezamos a desanudar. Para que el lugar social y el lugar sexual se confundiera n, fue preciso pasar por extrañas represiones, seguir caminos increíbles, que condujeron a ese famoso "Continente negro" de la sexualidad femenina. Por cierto no fue Freud quien inauguró la inferioridad de la mujer, aunque las feministas traten de hacérnoslo éreer; pero sí es verdad que él hizo todo lo posible por explicarla, por hacerla lógica, vale decir ineluctable. Lo grave de la aportación de Freud fue que la inferioridad consagrada socialmente, adoptó con él un aspecto científico, y que sus ecuaciones femeninas pasaron a ser sentencias conocidas de todos, de las que las mujeres llevan todavía la marca. Benolte Groull tiene razón cuando escribe: " Las mujeres iban quizás a ocupar su lugar en la rampa de lanzamiento, cuando les sobrevino una gran desgracia: Freud." 3 ¿Qué puede decir una analista de la tentativa freudiana de adaptar Ja mujer al hombre? Sólo que Dios extrajo a Eva de Ja costilla de Adán y que Freud extrajo la sexualidad femenina de la libido masculina: pero el mito sigue siendo el mismo. Se trata en rigor de fantasías de hombres de una civilizaci6n patriarcal, donde el varón estuvo considerado superior y la mu2 Correspondance de Fr'arón: ya vimos que su primera relación angustiosa ocurre cuando su madre Je retira sus beces, y entonces él se imagina que ella quiere qtiitarlc " otra cosa". Eo efecto, aunque él no haya comprobado de visu que su madre no tiene pen·e, le preguntó a su madre (como la 11iña con referencia a los senos) si ella es semejame a él (tal es su primera idea) , y su madre le contestó que ella "no tiene". El niño se asustó y se imaginó toda 152

una historia en la que también a él podrían quitarle eso; y justo su madre viene a pedirle que le dé algo que es de él: ¡es lógico que le caiga realmente mal! Por cierto que, no es el ideal pedirle algo a alguien gue tiene miedo de perder un pedazp de sí mismo, ¿pero de qué otro modo actuar cuando es indispensable que el niño esté limpio? En todo caso, él lo ve con otros ojos, y va a iniciar su lucha anal (véanse pp. 108 ss.), vn a valerse de distintos ardides, como simular que no tiene ganas cuando se lo· sienta en la bacinilla, para hacerse en los pañalés al momento siguiente. O se hará antes de la hora fatídica. Se convertirá en eocoprético, o peor, no le importará nada: pero ante todo, la cosa es salvarse del deseo materno, desprenderse de ella y de lo que Je pide, de manera que el adiestramiento de la limpieza del niño se prolonga mucho más de la cuenta. t:.I no se avendrá a obedecer hasta que llegue el día en que encuentre la manera de ganarle a la madre en otro terreno , convirtiéndose en agresivo, en caprichoso, en difícil ( mientras que el bebé-varón es más fáci l que la bebé-niña. el niño varón es más difícil que la niña ) ; así, el niño manifestar á de mil maneras su oposición. Q ueda declarada así la "peq ueña guerra'". Por Jo demás, también veremos que el niño en sus juegos prefiere las batallas: si no tiene soldaditos o caballos, encontrará siempre Ja manera de establecer una relación de fuerzas de alguna manera, y todo va a resolverse para él en " más fuerte" o " más débil". Y él, mientras, se imagina ser un Zorro victorioso o un Tarzán conquistador, o suena con que es un aviador que hiende el espacio más rápido que todos. Las fantasías del muchacho giran siemp re en torno a la victoria. Así, poco a poco, el hombre se va convirtiendo en agresivo-defensivo de su persona; su lenguaje mismo

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lleva la marca de ese rasgo: habla con dureza, empleando términos fuertes, incluso indecentes, sucios, y a veces esto llega a convertirse en un mito masculino : el hombre cree que es de buen tono hablar groseramente... Pero puede ocur.rir que, por diferentes razones, el niño no sea capaz de emprender el camino clásico de convertirse en "hombre" y que derive en otra dirección, renunciando a la lucha porque el "enemigo" es demasiado fuerte. Sigue entonces el camino de la regresión: ante el esfuerzo que se le exige, renuncia, muere: se vuelve apátko, o enurético o encoprético; no se interesa por nada a causa del miedo de volver a caer en el deseo que le atribuye a la madre o a los padres. En una palabra, prefiere no crecer con tal de no afrontar la guerra y correr el riesgo de la castración; prefiere segufr siendo niño, si el estado adulto Jo obliga a enfrentarse con el deseo de una mujer. Una mujer no sería nada; ¡pero lo malo es que se trata de mujeres, pues el niño se ve rodeado de eUas! No aparecen más que mujeres en su paisaje, pues cuando abandona el universo de su madre, entra en Ja guardería donde tendrá que enfrentar a la que se encarga de los niños, y después en la escuela tendrá que vérselas con la maestra. . . Y mientras sólo ve mujeres a su alrededor, su padre Je parece demasiado distante cuando siente la presencia de su "dominadora". Es una catástrofe para este niño que la enseñanza esté exclusivamente en manos de mujeres, pues no posee ningún medio de .liberarse de su miedo a la castración, al estar en medio de tantas personas que " no tienen". Yo me acordaré por el resto de mi vida del rostro desesperado de mi hijo cuando le quité el sombrero que su maestra le había puesto a propósito, para avergonzarlo como castigo. Descubrí allí el inmen-

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so abismo de haberse visto humillado por la "que no tiene". Mi hijo me miraba para ver si yo lo comprendía y de qué lado me ponía. Al ver que yo captaba Jo que ocurría en su interior, estalló en sollozos, para enseguida ponerse a vociferar; y Jerónimo tenía sólo cuatro años. Su inconsciente se encontraba en plena efervescencia, pero su maestra, que tenía treinta años, era totalmente ignorante de lo que podía ocurrir en un inconsciente de niño, y había creído adoptar una de las nledidas más anodinas para castigarlo por su desobediencia. En ese momento comprendí que si ese mismo castigo lo hubiese aplicado una roano de hombre, mi hijo no habría necesitado defenderse. No hay nada más duro que ver que nos aplica la la ley alguien que no está de nuestra parte ; y ya que hay mezcla de alumnos, tendría que haber también mezcla de maestros, a fin de que los varones y las niñas se encontraran en igualdad de condiciones frente al poder. Esto es resueltamente descuidado o ignorado en un país como el nuestro, donde para asignarle algún lqgar social a Ja mujer, se le atribuye casi exclusivamente el cuidado del niñ0 y su educación. Cuanto más crezca el varón, más firmemente organizará su defensa "anti-mujer" ; y cuando llegue a la adolescencia será curiosamente ambivalen:ti; frente a Ja jovencita, con la que querrá encontrarse, al mismo tiempo que querrá apartarla. Por eso es muy probable que salga con ella por algún tiempo a fin de saciar su curiosidad por el otro sexo, pero pronto declarará muy resueltamente que él la dejó de lado porque estaba "con".* Magnífica injuria, que corresponde exactamente a lo que el joven quiso expresar: eila fue

* "Con", en el babia. popular francesa, tiene el doble significado de "coño" y "estúpido". [T.] 155

rechazada por pertenecer al sexo femenino, no por ser tonta .. . A esta altura de ta adolescencia, el joven no parece tenerles miedo a las mujeres; las domina con su desprecio generalizado hacia todo el género femenino, sueña con someterlas, y después, un poco más tarde, con "hacérselas" sexualmente. ¿Cómo podría esperarse que el acto sexual no contuviera fantasías de dominación pot parte del hombre? ¿Y cómo la mujer podría benefic.iarse con él, si ha perdido todo derecho a decidir y a conducir ese acto? Siempre será el hombre el que pretenderá responder por el placer femenino; gracias a lo cual nosotras debemos encontrar placer de la manera como él encuentra placer: no hay rnás que una sola modalidad del placer sexual, y es la que eJ nombre inventa; por eso las pretensiones recientes de las nuevas mujeres lo atemorizan pues teme perder su supremacía. De ahí que parezca tan duro de oídos cuando se trata de los caminos del placer femenino. También a causa de su necesidad de dominar a la mujer, el hombre se opone a la ley sobre el aborto, que ha liberado a la mujer de sí misma y de su deseo del J1ijo. El hombre, que tiene el vientre vacío por siempre jamás, se niega a que alguna mujer considere esto como poco valioso. . . Se niega a que la mujer tenga una problemática propia, puesto que él pretende regirla absolutamente. Él, que no puede llevar la marca del amor en su cuerpo, se niega a que la mujer sienta deseo, como no sea para transformarlo en deseo de tener un hijo: en el hijo, al menos, el varón puede ver su marca ... En cambio, si la mujer puede· abortar, al hombre le parece que ha querido el placer para ella sola, y que así se le ha escapado del placer que él regía ... Esto no lo soporta, y es lo 156

:¡ue cietermina que esté de acuerdo con Ja contra:oncepción, pero no con el aborto .. . Formula obje:iones morales o médicas, pero en el. fondo lo que lo atormenta es que la mujer no vea las cosas como él, y que se tome Ja libertad de vivirlas de otro modo. En suma, este hombre que perturba constantemente nuestro ca mino, ha sido forjado empero por nosotras mismas, las mujeres, tal como es hoy. Nuestra cárcel femenina la hemos edificado nosotras, sin saberlo, sin quererlo. sin p oder evitarlo. La tela de araña que nosotras mismas tejimos alrededor del niño varón nos encerrará más tarde: jamás tendremos el derecho a salir del espacio que nos ha sido adjudicado para movemos. La "araña" será él y nosotras su presa de por vida, por haber querido reinar en sus primeros ru1os y gobernar su existencia de varón joven. Ninguna mujer debería ignorar las trampas del inconsciente materno; ninguna mujer debería aceptar educar ella sola a su hijo; ninguna madre debería permanecer neutral ante la feminización de la enseñanza de los niños pequeños. Pero esto que acabo de decir, ¿lo saben, acaso, las mujeres? ¿Quién puede decírselo? ¿El psicoanálisis? Pero el psicoanálisis ha estado y está muy mayoritariamente en manos de los nombres. Quizás también opera en ese campo el placer masculino de la dominación a través del saber. Es preciso que las mujeres estén al lado de los hombres para impedir que la ciencia siga aliada de la ignorancia; y es preciso que los hombres estén junto a las mujeres para que la educación no siga siendo una palabra que rime con prisión.. .

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Sí. Estoy deseando ser tu mujer y quedarme sola contigo, y no oír más voz que Ja tuya. FEDERICO GARCÍA LoRCA:

Bodas de sangre

IX. EL ENCUENTRO IMPOSIBLE PoR encima del gran miedo "anal" del hombre y de

la gran exigencia "oral" de la mujer, viene a insertarse el sueño del amor. Ambos van a la búsqueda de la simbiosis perdida. Con parejo impulso, se encanúnan hacia el encuentro "peligroso", recuerdo del que tuvieron antaño con Yocasra. Amar es buscar conscientemente lo que nos ha faltado, y volver a encontrar, las más de las veces de modo inconsciente, lo que ya conocímos. El hombre sale de una guerra sin cuartel contra otra mujer, su madre; ta mu}er emerge del desierto blanco de su infancia. Se encuentran, se miran, se hablan, se tocan, y les parece que ya se conocían, como si vinieran los dos del mismo lugar (y así es, pues el primer paisaje que ambos. ven, es el rostro de la madre) , y como si hubieran recorrido los mismos caminos (pero esto, en cambio, es falso, pues vimos cómo difieren sus itinerarios) . La simbiosis ya aparece allí, por encima de las palat>ras. Como los dos están duramente marcados por su fracaso con Yocasta, no se atreven a hablar por miedo a perder esa simbiosis : el varón fracasó al no poder llegar al cuerpo de la que amó en su infancia; la niña, al no ser deseada por la que ella quería. Y eso que les faltó a uno y otro sexo, parecería que va a poder recuperarse abora, con ese "te amo" que los unificará en cuerpo y espíritu. El momento del encuentro es un momento único, en el que se interpenetran el consciente y el incons-

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ciente; el deseo se convierte en realidad, el sueño baja a la tierra y aparece bajo la forma de un rostro que se distingue entre todos, por ser el "objeto" que uno y otro esperaron secretamente. Desde la etapa del Espejo en que emergimos de la simbiosis con la madre y descubrimos la soledad, cada uno de nosotros esperaba este momento capaz de anular Ja dualidad descubierta entonces y de restabJecer la 11nidad primera. El amor es la tentativa de volver a trasponer el espejo en un sentido contrario; es anular la diferencia, renunciar a lo individual en nombre de la simbiosis. (Es acaso la misma fantasía que nos impulsará a franquear también la barrera dt: los cuerpos y nos conducirá a la unión sexual vista como pérdida de la conciencia de sí y como descubrimiento del "uno" distribuido en dos cuerpos sin limites). El amor es el deseo llevado al extremo de una única identidad para los dos; es el pasaje hacia la fantasía primitiva de la unicidad con Ja madre. En el momento del amor, la disparidad, la diferencia, la disimetría se transforman en conjunto armonioso, en similitud, en simetría perfecta de los dos deseos. Suele decirse que "el amor es ciego"; y esto es profundamente verdadero, pues el principio del placer, siempre presente en nuestra vida, nos lleva a buscar la fusión ideal con la madre, fusión que habíamos dejado atrás, pero que no cesamos de querer reencontrar en el objeto amado. Esto nos conducirá a confundir el sueño con la realidad, hasta el punto de confundir un rostro con otro, y asimilar una sonrisa con otra. A fuerza de querer ver el "objeto ideal", ya no vemos claro. . . Quedamos a expensas de los espejismos de nuestro inconsciente. Así, las fallas del ser amado se borrarán en bien de sus cualidades, y si tiene defectos, los asimilaremos a semejanzas entre los enamorados. 162

En el amor todos sueñan. ¿Pero se puede hacer algo mejor frente a la irreparable soledad que descubrimos un día, en la etapa del Espejo? ¿Se conoce algún otro remedio frente a las heridas que dejó en cada uno de nosotros el inconsciente materno? La pareja es la fantasía del reencuentro con una madre que jamás se había vuelto a encontrar: es el sueño no sofocante para el hombre y deseoso para la mujer, del que tan bien nos habla Verlaine:

Tengo a menudo un ¡uer"ío e;rrraño y envolvente con una desconocida mujer a la que amo y me ama pero que no es jamás totalmente la misma y que tampoco es otra, y me ama y me comprende. Al ser descubierta esta mujer (o este hombre), todo debería ocurrir como en el mejor de los mundos; pero esto sería no tomar en cuenta el segundo principio inconsciente que interviene en el amor, y que es el de la repetición. Este principio nos va a obligar a repetir situaciones, a revivir afectos que conocemos bien: esta mujer no es "totalmente la misma", pero "tampoco es otra"; vale decir no es la Madre que conocimos, pero tiene que ver con ella. Si las fantasias que responden al principio del placer .nos facilitaron el encuentro con el objeto, el principio de repetición va a tender a aproximar este amor actual a nuestra primera elección de amor, que fue la madre, lo que no siempre resultará feliz. Pues no volveremos nunca a trasponer el espejo sin llevar con nosotros toda nuestra hhtoria edípiana o pre-edipiana con la madre; y si al comienzo del amor, todo lo que ésta tuvo de nocivo para uno y otro desapareció bajo los efectos del principio del placer, pronto reaparecerá con los rasgos del elegido que, bajo los efectos del 163

principio de repetición, va a convertirse en lugar de reminiscencias infantiles, que tendrán que ver en mayor o menor medida con Jo real (fenómeno de proyección), pero mucho más con la fantasía original. Lo que va a crear dificultades en la vida en común es la persistencia involuntaria de los comportamientos que antaño estuvieron destinados a "otro", y que por la vía de la transferencia amorosa vuelven a ocupar un Jugar dentro de la nueva relación de pareja. El hecho de que todo amor adulto sea siempre segundo con respecto a Ja relación de objeto que nos unió a nuestra madre, es la desventaja que habrá que vivir leal o deslealmente en La pareja. ¿Cómo volver a encontrar a la "madre" (ya vimos que el hombre pasa de la madre a la mujer, y que la niña pasa de Ja madre al hombre tomado corno objeto de sustitución sexual ), sin que se perfile inmediatamente la sombra de Y ocasta: la trampa aprisionadora que ésta representó para su hijo, la extraña insaciabilidad que desencadenó en su hija? El 1emor a ser atrapado de nuevo (en el caso del hombre) y el miedo a no ser lo bastante amada-deseada (en el de la mujer) , serán las dos constantes que se harán presentes en todo amor, señalando la inmortalidad de la marca engendrada por Yocasta en la cuna. Aunque se le deban los encantos del amor (por el deseo de volver a encontrar La simbiosis primera) , las dificultades de la vida en unión también dependerán de esa marca ... Si el hombre, tratando de conservar su libertad, se aleja ua poco, la mujer padece por ello secretamente; y si la mujer, tratando de comprobar si es amada, reclama pruebas, el hombre se sentirá atrapado de nuevo en la trampa. Tal es la dialéctica del amor, y se verá más bene· ficiado el que, reconociendo las fantasías del otro, ne

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las tome por realidades, y tenga la posibiJidad de jugar el juego sin tragarse el anzuelo. Por ejemplo, el hombre reclama una mujer dulce (para estar seguro de su dominación, siempre cuestionada): ella puede "mostrarse" dulce1 pero sin ser :forzosamente masoquista... La mujer pide un hombre que "sólo se ocupe· de ella": él se lo puede conceder, sin convertirse necesariamente en su esclavo. El amor debe entenderse como eJ arte del compromiso éntre la fanta~ía y la realidad de cada uno de los miembros de Ja pia primera etapa como un "sueño", y que el hombre y la mujer eomprendan que la simbiosis entre ambos es t:rn peligrosa como la que vivieron con la madre, y que puede desembocar en el masoquismo, o sea en la muerte virtual de uno y otro, o de los dos. Ambos sólo pueden permitirse breves incursiones regresivas; el resto debe ser el reconoeimiento, a veces doloroso, de Ja diferencia que se debe asumir, de la distancia que hay que mantener. Se .comienza a vivir juntos para experimentar una simbiosis; se permanece juntos para enriquecerse con una diferencia; pero la soledad sólo será vencida transitóriamente, o sólo por excepción: imposible regresar .al vientre materno. Vivir este renunciamiento, asumir este ciolor, conservar esta nostalgia, lleva a la poesía, a Ja música, a la pintura, a todo lo que puede apresarse con la fantasía y fijarse eternamente, respondiendo a esta formulación: "Yo hubiese querido que e1 mundo fuese otro y lo expreso, ignorando que1 al hacerlo, señalo la diferencia entre lo que vivo y lo que bubiera querido vivir.. . Prefiero a este mundo que veoi el que llevo 'en mí, en lo más secreto de mi persona". Tal es la

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fantasía del artista: rechaza lo poco que encuentra, para vivir con el todo que imagina. De la misma manera, el enamorado retransforrna el mundo, VlJelve n modelar nl "otro" a su manera, según su necesidad. No ve al otro como es, sino como necesita que sea, a fin de reparar la falla primera con la madre. EL

HOMBRE EN LA PAREJA

El varón proviene de un idilio imposible con una mujer, su madre; todo lo que busca es otro idilio, pero ahora posible, con otra mujer "permitida". Pero no ha olvidado su drama con la primera. De niño, le decía a ésta, con todo candor: "Cuando sea grande, me casaré contigo". Pero tuvo que renunciar a elJo a causa del competidor, su padre, pues "ella" estaba casada con él, aun cuando a veces parecía preferir al hijo. El padre se constituyó en rival insuperable, y por eso el hombre temerá siempre que otro le arrebate su mujer. Por algo la peor injuria que puede recibir un hombre es que lo traten de "cornudo". El hombre es celoso con enorme frecuencia. pero sus celos no son semejantes a los de la mujer (desesperación de verse abandonada), sino que consisten más bien en la furia de verse suplantado por otro. Primer efecto de la repetición en el seno de Ja pareja: el hombre tratará de apartar a todo rival (véanse los ritos en ciertos países africanos y árabes. cuyo objeto es probar la virginidad, vale decir, la pertenencia a un solo hombre) . Los hombres, a causa de su temor ancestral a ser desposeídos de su madre, tratarán de imprimirle a su relación de pareja la marca de su posesión, ya por signos que impondrá en el cuerpo de la mujer, ya por usos y costumbres concer166

0 ientes

a la fidelidad. Por ejemplo, en nuestros países Latinos, la ley castiga mucho más severamente a Ja mujer "infiel" que al hombre "que engaña".

La segunda repetición, no menos nefasta para la pareja, tiene que ver con la afectividad del hombre. Por haber tenido que callar sus sentimientos amorosos hacia su madre al resolver su Edipo (aunque lo haya hecho en forma relativa), parece haber perdido toda posibilidad cie expresar sus sentimientos amorosos. Su lenguaje es extremadamente reducido y pobre en afectos, pues el hombre ha adquirido el hábito de reprimirlos, y muchas mujeres se quejan de que la acción, en el amor, sustituye con demasiada frecuencia a la palabra, lo que para ella tiene el efecto desolador de conducirla a Ja posición de objeto deseabk, en lugac de hacerla pasar a la situación de sujeto deseado. El hombre se calla demasiado frente a su compañera que se desespera por ello, ya que tiene tanta necesidad del "te amo" reparador de su unidad dañada durante su infancia. El hombre parece poco apto para restaurar la carencia narcisista de la mujer, al no darle las palabras de amor y de deseo que ella tanto necesita desde su más tierna edad. En el caso más frecuente, el hombre, a causa de su Edipo traumático de niño, se habituó a no expresar sentimientos tiernos, emociones, lágrimas, signos todos de debilidad quz se le atribuyen a la mujer; y de ese modo le amputa al amor toda una dimensión, la del lenguaje: raros son los enamorados que abnndcn en palabras. Para el hombre, la manera más corriente de manifestar sus sentimientos será " poseer" a Ja mujer (¿se dice alguna vez que la mujer posee al hombre? No, se dice que se abandona, que se entrega, que se da... ) . Y esto es el efecto de la tercera repetición

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masculina: dominar para no ser dominado. En amor, el hombre quiere ser dominador; en la casa quiere ser el dueño; siempre está cuidando de que "ella" no se desborde sobre su libertad (sin fijarse s.i eso supone que ella debe desprenderse de la propia... ) . El hombre suele utilizarlo todo para mantener a la mujer en los lugares de donde é1 está ausell!te: le comprará una computadora hogareña o preciosos utensilios para preparar comida; pues lo que más teme es encontrarse en el mismo lugar que ella (como en tiempos de la simbiosis con la madre) y hará todo Jo posible paca evitar el encuentro con la que ha elegido para vivir. De esa manera, la mujer se ve totalmente limitada debido a que el hombre al que ama está ba.bituado a exigirle pruebas de su feminidad, de su capacidad doméstica, etcétera. La feminidad es, pues, la prisión en la que el hombre pretende "encerrar" a la mujer para no arriesgarse a encontrada en el mismo camino que él: el hombre Je tiene un miedo psicótico a la que dice amar. Para vencer ese miedo y asegurar más su dominación, instalará su deseo por todas partes y ocupará él sólo todo el espacio disponible, lo que va desde el "¿qué se come esta noche?" hasta el "¿dónde. metiste mi saco?" (aun cuando, en el mejor de los casos, fue él mismo quien lo guardó). En cualquier caso, a ella sólo le está permitido responder. En la cama, la misma actitud: él tomará todas las iniciativas (buenas o malas) y ella sólo podrá responder. Jamás el hombre le preg\lntará cuál es el tinte de su deseo. Basta ver el rechazo de los hombres a leer cualquier artículo que se refiera a las vías de sexualidad femenina: prefieren siempre decidir ellos. Veremos enseguida, al estudiar la relación sexual, que si ella se toma la libertad de expresar su deseo, las 168

posibiJidad~s de éxito de su compañero pueden verse notablemente disminuidas. Nada amenaza más al hombre que el deseo expresado por la mujer, quien no deja de aparecérsele como una trampa maléfica (refeáda al deseo de la madre todopoderosa). El hombre mejor dispuesto hacia la mujer amada; será. por lo menos ambivalente con ella. Además, para asegurarse que no volverá a caer en la dependencia, el hombre se inventará toda una serie de libertades que se toma fuera del hogar, lejos de su mujer; y ello porque necesjta un margen de seguridad, necesita huir de la simbiosis, que en cambio la mujer busca tan empeñosamente. El hombre tiene tal necesidad de libertad en Ja pareja, que sorprende dolorosamente a su compañera, ya que ésta no se consideraba su enemiga y sóñaba con la unidad. Aparte de todos estos sufrimientos causados por la repetición proveniente del hombre, ¿qué ocurre en la mujer?· ¿qué quiere volver a representar incansablemente ella también?

LA MUJER EN LA PAREJA

Ella sale de una relación blanca con la madre y desea el amor .más coloreado posible. . . Proviene de una situación que se dio según un trazado paralelo y ahora aspira a la convergencia. Después del desierto, necesita el oasis. Ella abandonó hace mucho tiempo a la madre no deseadora y ha marchado desde entonces en la soledad y en la simulación. Por eso espera ahora, de este "otro"1 una palabra reunificadora. El hombre amado es el que, por estimar y desear á1 mismo tiempo a la mujer, puede restablecer en ella la unidad interior, perturbada fuertemente en su in169

fancia, en que el nmor de la madre sólo pudo engendrar en ella la división entre "objeto amado" (lo que ella fue) y "sujeto deseado" (lo que no pudo ser). La mujer busca ca el amor la unidad de su persona. que no ha podido conocer hasta entonces, ya que fue estimada en su niñez y deseada a partir de su adolescencia. A través del amor trara de reunir al "sujeto estimable'' con el "objeto deseable", buscando sentfrse por fin una persona. La mujer quiere aprovechar Ja ocasión que le ofrece el hombre para ser por primera vez un "objeto que satisface" a alguien. Debe observarse aquí que el varón, por nacer en el Eclipo, conoce esta situación desde el principio y lo que busca es salir de ella; mientras que la niña está siempre procurando entrar y después mantenerse allí. El drama de la mujer consistirá en llegar hasta esa situación en alguna medida, pues también ella va encontrar en su camino el principio de repetición. que con mucha frecuencia le impedirá alcanzar su objetivo. pues la palabra reuoificadora del hombre, el famoso "te amo", no le bastará siempre. La insatisfacción inicial va a manifestarse ahora dentro de la relación amorosa, y la mujer no podrá creerse "buen objeto" aunque su compañero se lo diga. Tendrá tendencia a compararse con las demás mujeres. sus rivales actuales, con las que querrá medirse, lo que la someterá a esclavitudes y obligaciones evidentes sólo para ella (preocupación por alcanzar la perfección en todos los dominios de La vida corriente) . El factor de repetición la impulsa a insistir siempre con la misma pregunta: "¿me amas realmente?"; pero cualquiera que sea la respuesta del amante, ella jamás puede integrarse definitivamente, pues ya pasó el tiempo en que estas palabnls hubieran podido es170

tructurarla; y al haber caducado esa posibilidad, la mujer, a pesar de su necesidad de nacer a partir de una palabra de deseo, no puede lograrlo sino temporariamente, con gran sorpresa del hombre. ~ste, por su parte, no sabe bien qué bacer ante Ja insaciabilidad de su mujer, que le plantea eternamente la misma pregunta hasta en los momentos de los juegos sexuales, que nosotros ya vimos que él los prefiere desprovistos de afectividad, ya que en su sentir afectividad y angustia suelen ir juntos. Por lo tanto, lo que es visto por "ella" como tranquilizador, para "él'' resulta angustiante. ¡Bonito resultado del fenómeno de la repetición en los dos miembros de la pareja! ¿Qué podemos hacer? Sólo desear que la cosa que se repite no esté en tan radical oposición para uno y para otro. Esta mujer será catalogada por el hombre, dada esa exigencia, como una mujer devoradora : allí en su cama, está justamente lo que él más teme encontrar en su camino masculino; de ahí su tendencia a no responder al cabo de cierto tiempo. H uida hacia el sjlencio por parte de él, soliloquio desesperado de ella : a eso Jos lleva el hambre oral de palabras que domina a la mujer. Pero, así como el hombre tenía siempre necesidad de comprobar su libertad con respecto al otro miembro de so pareja, la mujer tendrá tendencia a explorar, a expedmentar, el grado de amor de su compañero; y entonces pasará de aquellas demandas orales del comienzo, a toda clase de demandas de orden diverso, destinadas a que la simbiosis perdure, a que la unidad se mantenga. El hombre sentirá que se cierra sobre él la trampa tan temida, y tratará de escaparle cada vez más, lo que le provoca ira, y a ella desesperación. 171

La mujer queda devorando el vacío y la trampa de amor se cierra sobre nada, pues él huye, se va a pasar el día fuera, a pescar, a cazar, en automóvil o come fuera, pues ya no soporta más; hasta quizás vaya en busca de otra compañía sustitutiva, su amante, que tal como está unida socialmente a él, no le significa ninguna trampa. Pero esta mujer que atravesó la niñez sin acechanzas y de prisa, esperando con todas sus fuerzas el momento de vivir en pareja, no podrá soportar la decepci6n; y ello le ocasionará las más gi:aves dificultades afectivas de su vida. Con frecuencia, se concentrará en su lújos (para devorarlos... el mito tien~ algo de verdadero), o caerá en la depresión psíquica o física ( trastornos psicosomáticos), que terminarán llevándola al médico o al psicoanalista, los únicos que - pagando, por supuesto (y esto la irritará en grado sumo)- podrán asegurarle el papel de buena madre rechazada por el marido. Es así: que el desequilibrio va acentúandose a medida que la vida transcurre y las ilusiones se apagan; cad a uno retoma a lo que realmente es, y deja caer la máscara del amor. Siempre hay en la vida de la pareja un momento de crisis, en que cada uno se da cuenta de que no encontró en el otro lo que había ido a buscar. ¡Es que hace falta una tremenda energía para luchar conscientemente contra el propio inconsciente! Por supuesto que Jos que lo logran mejor son los que se hjcieron un análisis, con lo cual consiguieron pasar el máximo de inconsciente al terreno de lo consciente, de tal manera que las fuerzas se invierten. La disparidad de origen entre el hombre y la mujer se traduce en la edad adulta en una desemejanza de deseos muy difícil de asumir. 172

LA RELACIÓN SEXUAL SOMETIDA EN GRAN

MEDIDA AL

INCONSCIENTE

Aunque gran parte de las preguntas y respuestas entre el hombre y la mujer se desenvuelven en el terreno de lo cotidiano, el otro teatro donde juegan sus pasiones extremas y opuestas es la relación sexual. Y aquí se oye hablar con frecuencia , tanto de las "delicias del tálamo" como del "infierno del lecho conyugal". T ambién en este plano parece haber con frecuencia una concordancia de deseos diferentes, más que una verdadera similitud; y también aquí el principio del placer viene a allanar Las dificultades de todo tipo. en contra del principio de repetición, que sólo sirve para sembrar el pánico. En cuanto al hombre: para él se trata de reproducir en el amor sexual su primera relación amorosa con la madre, pero esta vez con la posibilidad de acostarse realmente con ella, ya que no e.xiste la prohibición del incesto. (Gravedad de la impotencia en el hombre, que le impide poseer a la segunda mujer, lo que significa que no se ha desprendido de la primera -la madre vedada. Sorpresa dolorosa e incomprensible en un pñmer momento). Si todo transcurre normalmente con esta mujer que eligió, el hombre, una vez que su necesidad de posesión fí:sica quedó apaciguada y que esta nueva libertad se experimentó, considerará que se ha consumado el desprendimiento de su madre y que las cuentas han quedado saldadas con la mujer. De ese modo, se sentirá libre para tender lazos de tipo social con los otros hombres, tal como lo hiciera de niño con su padre, cuando hubo descartado la ternura materna. Por Jo tanto, el hombre no tendrá tendencia a pro173

longar indefinidamente el juego amoroso, pues lo que le interesa de modo fundamental es el desenlace considerado como una victoria sobre sí mismo. Lo difícil es que el placer del "otro" también forme parte del éxito final, y debe generárselo; de modo que para lograrlo, el hombre hará el máximo de concesiones (al menos es lo que él cree ... ) . De tal modo, él, que no quiere plegarse a ningún otro deseo que no sea el suyo, se verá llevado a tomar en cuenta el de su compañera (pero ya hemos visto que, según lo que el hombre confiesa en el diván, la s:ituación ideal y rara para él, sería aquélla en que la mujer no pidiera nada y se dejara bacer "todo": Sí, pero ¿ella puede reducir su deseo al del otro sin que su placer se reduzca al del otro? He aquí el problema que debaten actualmente las mujeres). Y es aquí donde el hombre demasiado neurótico y todavía atado en el plano inconsciente al poder de su madre, verá aparecer el horrrible espectro de la impotencia, provocado por el rechazo y la imposibilidad psíquica de corresponder al deseo .del otro. Impotencia, o eyaculación prematura, o retárdada: todas estas manifestaciones constjtuyen signos de la guerra inconsciente, pero constante, que el hombre libra contra el deseo femenino. El hombre que ·no triunfa sobre su mujer y sobre su placer, pierde por segunda vez la batalla contra su madre, y se siente desvalorizado por ello. ¿C6mo salir de esa situación? ¿Y si ella recbaza el poder que él tiene? ¿Su manera de proceder? ¿Y si de ese modo le impide reinar? La frigidez de la mujer suele ser. con más frecuencia de lo que se cree, un motivo de angustia para el compañero ... ¿No querrá decir que de ese modo la mujer ·encontró un medio subrepticio de destruir la autoridad falocrática de ese hombre? 174

A mi manera de ver, la sexualidad tiene posibilidades de encontrar un Jugar valedero en la medida en que la lucha de Las mujeres pueda manifestarse ea ir más allá de la cama. H asta ahora, ellas han parecido contar con este único medio para "desmarcarse" del hombre. Y en la cama ha sido donde el hombre recibió los golpes más bajos de su existencia. Muchos más que en la oficina o en la Asamblea Nacional. El problema que amenaza al acto sexual del hombre consiste en tener que tomar en cuenta la exigencia femenina, comportamiento perfectamente contrario a su reflejo acostumbrado; pues para superar el Edipo materno, él tuvo que aprender a evadirse angustiosamente de los deseos de ella. La batalla anal terminó con un compromiso: "Tú sólo obtendrías esto de mí; el resto no te pertenecerá jamás"; y por algo el gran miedo masculino es siempre que "ella" pida demasiado. La cama puede trans(ormarse en la arena donde dirimir un enfrentamiento _de poderes, en el que el hombre sólo tendrá sobre "ella" el poder que ésta quiera otorgarle.. . El acto sexual exitoso es el justo medio establecido entre el yo y el otro; la posibilidad que el hombre tiene de existir sin negar al otro y a sus deseos. La potencia viril se halla íntimamente ligada a la manera como el niño emergió del combate anal contra su madre. La condición mínima del amor masculino es que la donación no aparezca c-0mo desposesión. ¿Qué ocurre, mientras, en La mujer? P ara ésta, el amor físico guarda una relación estrecha con la manera como ella salió de La relación "oral" insatisfactoria con la madre, y su placer estará ineluctable.mente sometido a que encuentre en su compañero una buena o una mala madre. Una buena madre habrfa sido para 175

ella la que la hubiera reconocido física y moralmente; por lo tanto, y por raro que parezca, la estima global del compañero dur ante el dí.a suele ser determinante del éxito o del fracaso en la noche. Siempre esta historia del lugar que la mujer va a ocupar en el discurso del otro, lugar edipiano de deseo que no puede abandonar so pena de regresar al cuerpo asexuado de la niña. Si se descuida el aspecto afectivo y acariciador del amor, Ja mujer tiene tendenc:a a hacer una regresión a la posición pre-edipiana en que su cuerpo no formaba parte todavía de su economía Jibidinal con el "otro". E1 cuerpo de la niña ha estado por tanto tiempo apartado de la dialéctica del deseo, q11e el hombre más hábil en amor es aquél que, mediante sus p alabras y sus gestos, resulta capaz de hacerle comprender a la mujer que ella es afectivamente apreciada ( recuerdo del amor de la madre) a la vez que deseada físicamente (lo que a la niña le faltó de parte de su padre). La palabra del hombre parece tener el poder de hacer sentir completa a la mujer y el coito es para ella la ocasión de vivirse "entera" en su relación con

otro; pues parecería que su infancia insuficientemente sexuada la hubiera llevado a una posición autoerótica más importante que la relación heteroerótica que va a vivir con su pareja: la mujer tiene que hacer un esfuerzo para no suponer - para no suponer más qlle ella sólo puede conocer un placer solitario. Mientras que el riesgo del hombre es sentirse envuelto en la trampa de Ja exigencia femenina, el de Ja mujer es, una vez más, no creerse aceptada más que en parte y reconocida sólo parcialmente. Al igual que en su infancia. En tal caso, ella solamente tendría derecho a Ja satisfacción de antaño, es decir, nada más tendría orgasmo consigo misma y jamás con

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otro, lo cual ·es el caso de casi todas las mujeres frígidas. Y o reconozco que en el sistema de poder masculino en que vivimos, a veces es difícil imaginar a1 hombre de otro modo que como una mala madre, que sólo acepta de nosotros una parte. Y a veces se requiere de la mujer verdaderos prodigios de imaginación para pensar que- su opresor· durante él día ha de transformarse bruscamente en madre generosa en Ja nocbe. Sin embargo, si ella no es capaz de volar tan alto con su fantasía, los comportamientos del hombre le parecerán gestos de· violación, semejantes a los del día, y entonces responderá. a esta violación cerrándole el cuelJ>o con vaginismo o frigidez, que no son más que la expresión del rechazo que engendra en ella esa madre, r:ecuerdo de la· primera, que fue -recordémoslo- aplastante para su hija por los atributos sexuales de que ésta carecía. Para· estas mujeres, el sexo del hombre aparece como feo, ridículo, terrorífico, etc.: lo aplastan con su desprecio, para no volver a ser aplastadas ellas, como ya les ocurrió. De ahí que los riesgos de fracaso sexual en la mu1 jer no dependan de los mismos factores que en el hombre, y están siempre relacionados con lo que ella vivió con su madre, y que el hombre puede reparar. La condición del éxito sexual de la' mujer es que su compañero sea visto (o sepa mostrarse) como una "buena madre".

CONCLUSIONES

¿Es imposible, entonces, el amor? No, puesto que se comprueba que rnv.chas parejas alcanzan normalmente el orgasmo (el porcentaje queda 'librado a cada lec177

tor: COJlsidcrando las numerosas cncue.stas que se han hecho sobre este tema, cada cual elegirá el -porcentaje de éxitos que más concuerde con su deseo). En el momento del coito hay una conjunción de los principios de placer y de repetición, con prioridad del principio de placer, que impulsa al individüo a emprender la elaboración de su fantasía que hace posible el orgasmo. El deseo de estar juntos en el placer parece dar más posibilidades al principio de placer que al de repetición, y las fantasías "buenas" (no forzosamente buenas, sino favorables al individuo, que entonces utiliza el lado bueno de la repetición . .. ) predominan sobre las " malas". salvo que el aspecto neurótico del individuo impida esta buena elaboración de Ja fantasía y remita a uno y otro sexo a la imagen de la " mala madre''. Cada uno debe llegar a ver al otro, no como obstáculo para el placer (recuerdo de la refación de placer con la madre) sino como acceso al placer (salida de la relación de deseobloqueado o de no-deseo con la ¡nadre). La madre, primera iniciadora de la sexualidad del niño, dejó en el hombre la marca del deseo-bloqueado (por prohibición del incesto) y en la mujer la marca del ftleradel-deseo (el placer sexual de la niña se desarrolla al margen del deseo de la madre) . Lo que queda de la relación materna , pues, debe ser superado en el momento de la relación sexual hombre-mujer y cada uno debe ver al otro como favorable a su placer, lo que no era la poskión inkial con la madre : el Edipo se muestra ciertamente tan estructurador y definitivo como lo había concebido Freud, pero sin olvidar que .la sombra de Yocasla JJO deja de· acompañarnos desde la cuna hasta nuestros juegos más seci:eto$. Todo acto sexual fallido debe imputarse a resabios 178

de agresividad infantil, que vienen a proyectarse sobre el compañero y a hacerlo aparecer como "mala madre" o como la que no permitirá el placer. E s preciso llegar a rechazar en medida suficiente el negativo de nuestra historia, y a elaborar imaginariamente lo positivo que nos es necesario para alcanzar la fusión ideal de los cuerpos, Ja simbiosis con la que tanto hef!10S soñado. Cada acto sexual nos lleva a trasponer el espejo y oos permite morir un instante en nuestra soledad, para volver a encontrar el UNO original. El UNO, negación de Ja angustia, Jugar de regresión, donde por fin nos es posible reposar un poco de nuestra pesada condición de ser humano enfrentado a la dificuHad de cargar él solo con el fardo de la incomunicabilidad de su inconsciente. Dcsdkhado quien no puede regresar sin peligro hasta su madre; desdichndo quien no puede recorrer su vida en sentido inverso, y debe detenerse en un momento dado, porque entonces su placer se detendrá con él. Así volvemos a encontrar en la almohada todo lo que ya conocimos como muy complejo en la infancia: el deseo, el amor, el odio, la ambivalencia. ¿Puede la sexología conformarse con ser comportamentalista, cuando los amantes parecen chocar con prohibiciones, poderes, "permisos interiorizados", que datan de tanto tiempo atrás? l aclusivc una pareja cuyo entendimiento tísico es bueno, puede fracasar algunos días en que el enfrentamiento de fuerzas ha sido intenso entre ambas partes, ya de modo ex.preso o latente. Es que debido a ello, ni uno ni otro podrá representarse esa noche ante su compañero como un "buen objeto". Le que al parecer podria ayudar al hombre y a la mujer que se enfrentan con tales düicultades, sería,

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primero, poder situar el origen de éstas. en lugar de reprocharse el desenlace. Eilo ec¡uivaldrfo a saber también q ue, en razón de nuestra prc!ongada dependencia ~l adulto como consecuenci¡¡ de nuestra prematurización en el nacimiento, el problema del poder seguirá siendo Cundamcotal en uoa relación de fuerzas eorre dos (el hecho de que actualmelJtc esa relación de fuerzas afecte sólo a lo femenino, debido a que Ja educación primera es femenina, sólo constituye un problema más, que agrava la relación entre los sexos) . Yo pude hacer cesar las dificultades sexuales de una pareja joven haciendo cambiar de bolsillo el dinero de la administración hogareña (no podía ser más fucil; bastaba pensarlo un poco). También pude des·· embarazar a 1m joven de Ja imagen de m y O Neicl, palabra alema na que significa falta

de algo.

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de, envidia

Y así es, en definitiva : ¿acaso la existencia de uno no amenaza de alguna manera la del otro? Sartre lo djjo: "El infierno son los otros". Sí, somos el infierno y el paraíso unos de otros; pero lo triste es que los hombres (salvo los poetas) ven a las mujeres más como infierno que corno paraíso. El famoso "adorq a las mujeres'', ¿no es en definitiva la revelación ostentosa de una adoración que de otro modo no se percibiría? Toda mujer que no es un paraíso para su hombre (es decir, que se muestra frígida), ¿no significa que empieza a salir del infierno donde él la mantenía? ¿No es que se apodera primero de su porción de libertad y de "vida", antes de tomar la del "vive''? Hay aquí por cierto una relación entre existencia y placer, y si el 11omb.re nos quiere realmente "gozadoras", nos aceptará "existentes". No es por azar que cuando las mujeres tomaron la palabra y ejercieron un cierto poder, se p lantearon la cuestión de su placer. Es que advirtieron que al aceptar la alienación de un cierto papel social y familiar, hahían alien::ido igualmente su sexualidad original, a cambio de la que el hombre esperaba de ellas. Y al querer reparar Ja falta de " reconocimiento" por parte del hombre en Ja infancia, las mujeres se precipitan en Ja edad adulta hacia el espejo que el hombre les tiende. Pero en este espejo la mujer no ve su imagen., sino la que el hombre tiene de ella. Yocasta ha impreso eo el corazón del hombre su marca indeleble, pues este espejo sólo sostiene la imagen de una mujer "muerta". A pregunta alienada, respuesta alienada. ¿Quién se equivoca más: el que pregunta o el q11e responde? De todas maneras, uno y otro hablan de sus infortunios con Yocas ta. 193

No hay, pues, ningún reflejo no mortífero que podamos encontrar en el hombre, en relación con su historia personal. Aceptar la parte de lenguaje que el hombre nos adjudica, equivale a aceptar el SILENCIO (como me djjo clan1mente el analista al que antes me refeá). ¿Puede haber muerte peor que converúrse en lo -que el Otro qruere que seamos, que expresar lo que El piensa? El hombre no está hecho para dar nacimiento, aun cuando la mujer se refugie junto a él para un posible venir al mundo. Sólo daría a luz una "mu~rta-aacida". "Yo he andado siempre en contra de mí misma", me rujo en estos días una mujer. Y efectivamente, esto es lo que hacen las mujeres, pues a partir del espejo que les tiende el hombre, la mu:jer sólo puede avanzar hacia lo antifemenino y la "querida mentirosa" 7 lo sabe bien, pero prefiere mentir antes que "morir" ... Una vez más, la mujer le paga tributo a Yocas_ta. Recoge muerte cuando busca vida. Annie Leclerc escribió: " Lo único que él nos pidió siempre con jnsistencia real, fue que nos calláramos; y en verdad no podía exigimos más, porque más allá de eso, sólo queda por exigir la muerte". 8 Nacer meruante la palabra del hombre es perder el acceso a lo que hubiera podido ser nuestra existe~ cia y sumergirnos para siempre en su palabra, que supone nuestra desaparición. Monthetlant; ese más que notorio antifeminista, presentaba a la mujer como un mariposa que va a quemar sus alas irremediablemente en la llama del hombre. Le hace decir a Inés en L.a reina muerta: "El día en que lo conocí, fue como el dfa de mi nacimiento" ; y responde a través 7 G. Rolin, Cheres menteuses, Gallimard. s A. Leclerc, Parole de femm e, Grasset.

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de Fcrrante el rey: "Todas las mujeres, según pude observar, giran obstinadamente en torno a lo que las va a quemar". Aquí se trata del deseo de nacer de la mujer, enfrentado a los deseos de mue rte del hombre a su respecto. E Jnés encontrará Ja muerte en quien ella buscaba existencia. Es que la mujer b.usca invariablemente su existencia junto a quie n sólo puede negársela. Cuando encuentra a ese hombre tan esperado, tan idealizado, él s61o le muestra lo inaceptable d~ sus exigencias ¿No es una locura buscar en el hombre lo que no encontramos en la mujer-madre? ¿De qué otro modo podría responder él a quien lo toma como garantía de su ser físico y moral? Le responde desde su "fortaleza", Ja que aprendió a erigiT entre la mujer y él. D ecidió que no le concedeáa nada a la que pretendió arrebatarle demasiado cuando era pequeño y estaba imposibilitado de defenderse. . . ¡Y ahora ella viene a constituirse en su prisionera! Pues entonces tendrá que conocer las angustias de nacer en manos del otro sexo. Si quiere el Edipo, lo tendrá, incluso mucho más allá de sus esperanzas. Pe ro de este Edipo la mujer ya no podrá desprenderse nunca. Ya que quería "gustarle al otro", lo logrará mediante una dura esclavitud. Tendrá todo lo que el niño varón conoció a su momento. Será deseada, pero encadenada. Te ndrá que obedecer a Ja extorsión, so pena de verse rechazada. En una palabra, Ja mujer encontrará en su relación con el hombre, todo lo que el niño sufrió en su relación con la madre. El hombre la ama, sí. pero "prescribiéndola"; la acepta, pero sólo si ella "lo obedece"; la protege. pero a condición de que " renuncie a toda libert ad". Y para terminar, " la engaña" porque su madre lo engañó con 195

su padre. El ajuste de cuentas con la maure está en marcha, pero será el Edipo de la mujer el que pagará los platos rotos. Ese Edipo que tanto le faltó a la niña, no dejará de vivirlo desde el momento en que se baga mujer. ¡Pero qué Edipo! ¡Con qué padre! Pues el hombre ha olvidado cómo se conjugan los verbos, cómo se ensamblan las palabras para construir una fra se afectuosa; y con frecuencia parece desamparado ante la pregunta de aquélla a la que ama (o cree amar) , y le dice: ·'¿Pero qué quieres que te diga?" Y no sabe en verdad qué decirte a aquella mujer de la cual aprendió más que nada a deícnderse. Por lo demás, ¿no es más fácil decir cosas desagradables que agradables? Es lo que muchos hombres han expresado en el análisis: "Ella quiere que yo le diga que la an10. pero no puedo decírselo debido a Ja distancia que quiero mantener con cUa... " ¿Qué esperaban las mujeres de los hombres? ¿Quié11 puede reprocharles a éstos que no le hagan un regalo a Yocasta? Los hombres no pueden complacer a una mu jer sin recordar el placer que su madre extrajo de ellos En nombre de la madre, su nuera se verá privad~1 de las palabras que su hombre pudiera decirle. Poi lo demás, es bien sabido que los hombres no parecen tener más palabras para unas que para otras, y s... muestran incapaces de intervenir cuando se produce algún conflicto entre la suegra y la nuera. Se callan y no encuentran palabras para expresar una elecció11 que nunca aparece muy clara: es el hijo, objeto d~ la "Madre", que se defiende contra su " Mujer". Huyendo de Ja que él ve a diario, quctla sumergido en el ajuste de cuentas con la que no ve más. Y en11.: su madre y su mujer, el hombre no sabe a qné SEN