Los Documentos de la Primavera Trágica

This volume is a significant collection of period documents from the winter and spring of 1935-1936 that provide much ne

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Spanish Pages [783] Year 1967

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Los Documentos de la Primavera Trágica

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ANALISIS DOCUMENTAL DE LOS ANTECEDENTES INMEDIATOS DEL 18 DE JULIO DE 1936

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LOS DOCUMENTOS DE LA PRIMAVERA TRAGICA

colección estudios de historia contempo­ ránea, preparada por la sección de estudios sobre la guerra de españa, de la secretaría general técnica del ministerio de informa­ ción y turismo.

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LOS DOCUMENTOS DE LA PRIMAVERA TRAGICA

ANALISIS DOCUMENTAL DE LOS ANTECEDENTES INMEDIATOS

DEL 18 DE JULIO DE 1936

INTRODUCCION, SELECCION Y NOTAS DE

Ricardo de la Cierva

SECRETARIA GENERAL TECNICA Sección de Estudios sobre lo guerra de España

MADRID, 1 967

Imprenta del Ministerio de Información y Turismo. Avenida del Generalísimo, 39. Madrid

Editor: Secretaría General Técnica Depósito legal: M. 14.710-1966

índice de capítulos

Páginas

Introducción. Nota preliminar. Capítulo

I

Capítulo

II

LA REPUBLICA DE LOS TRISTES CONVENIOS ... LAS ELECCIONES DE LA GUERRA CIVIL ...

Capítulo III

LA MARCHA CIEGA DEL FRENTE POPULAR ...

Capítulo IV

EL COMUNISMO EN ESPAÑA, TACTICA, REALIDAD Y MITO

Capítulo

V

Capítulo VI

1936: ..

15 59

175

ESTRATEGIA, 317

LA GUERRA CIVIL EN LAS CORTES Y EN LA CA­ LLE: CALVO SOTELO ... ...

469

LA RAIZ Y LA CONCIENCIA DE UN MOVIMIENTO DESCONOCIDO ...

603

Notas documentales

Indice sistemático

y críticas

y documental

739 751

Para Mercedes 1944 y J966

introducción

>

1966: treinta años del 18 de julio y la incógnita sigue sin despejar. Cen­ tenares de libros y de artículos afluyen regularmente a nuestros archivos,

como si quedase aún todo por decir y todo por investigar en la guerra de España.

Las causas de este impar milagro bibliográfico son muy complejas: co­

rren desde los aspectos políticos a las intransigencias humanas más empeci­ nadas. Pero quizá una de las más importantes sea pura y simplemente histó­ rica, y es la siguiente:

La inmensa mayoría de los libros sobre la guerra de España arrancan des­

de el mismo 18 de julio. Despachan los años y los meses anteriores a la gue­

rra con unas líneas o unos pocos capítulos intrascendentes. El ejemplo más

claro es la obra de Hugh Thomas, pero se trata de un fenómeno muy gene­ ralizado.

Naturalmente, existen excepciones que revelan una esporádica toma de conciencia en este problema de enfoque histórico. Gabriel Jackson 1 engloba en un solo tratamiento histórico a la República y a la guerra. Gerald Bre­

nan 2 es el autor de una de las raras obras consagradas específicamente a los

1 Jackson, G.: The spanish Republic and the Civil War.—Princeton, 1965. 2 Brenan, G.: El laberinto español.—'París, 1962.

antecedentes de la guerra; dentro de esta tendencia podría citarse también a

Buckley ’, Allison Peers 2, Ramos Oliveira 3, Romero Solano 4 y diversos artícu­

los monográficos. Las historias de la República y varias generales (Arrarás, Madariaga, Vicens-Vives, Seco Serrano) también nos proporcionan un con­ junto de sugerencias históricas y de estructuras provisionales para el estudio

serio de los antecedentes del conflicto. Sin embargo, todo este montaje es insuficiente. El estudio de la guerra española ha de abordarse franca, expresa y extensamente desde el 16 de fe­

brero de 1936, y previamente ha de concentrarse en esa fecha, tras el aná­ lisis imprescindible, toda la historia arrastrada de la República española que

acumuló ese día su energía política para verla explotar y expansionarse en

direcciones divergentes e incontrolables. Por la insuficiente atención que la inmensa mayoría de los autores, in­

cluso los que estudian monográficamente los antecedentes de nuestra gue­

rra, conceden al primer semestre de 1936, queda sin explicación suficiente el 18 de julio. Y faltos de esta piedra angular, los libros sobre la guerra es­

pañola se sumergen en una inextricable maraña de episodios y corrientes, para terminar, tras un final exhausto, en dejar sobre las raíces del conflicto

el mismo interrogante que describieron afanosamente en el prólogo.

Para empezar a cubrir este vacío histórico, hemos pensado que lo más urgente era publicar una colección de documentos sobre el período inmedia­

tamente anterior al 18 de julio. La más importante serie documental hasta ahora producida, la excelente de F. Díaz Plaja, dedica a esos meses decisivos

una atención expresa, pero incompleta; y además, su metodología de yuxta­ posición resulta insuficiente para nuestra finalidad de introducción histórica.

Hemos ampliado notablemente la noción de documento en esta colección. Incluimos entre ellos a las opiniones contemporáneas e incluso a las primeras

perspectivas historiográficas. El amplio margen que la etimología comunica­ tiva de la palabra «documento» nos permite lo hemos aprovechado al má­ ximo. Conviene establecer con claridad esta noción convencional desde el

principio para obviar posibles quejas de los idólatras de la caligrafía. También hemos preferido adoptar una metodología suavemente estructural

antes que el simple agregado cronológico de fuentes inconexas. Presentamos una primera elaboración documental que todavía no es historia, pero que

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Buckley, H. W.: Life and death of the spanish Republic.—Londres.—1940. Peers, E. Allison: The spanish tragedy 1930-1937.—Londres.—1937. Ramos Oliveira, A.: Historia de España.—Vol. III.—-México, 1952. Romero Solano, L.: Vísperas de la guerra de España.—México.—1947.

sin duda es ya susceptible de valoración histórica. La ilación interna entre

muchos tractos documentales preexistía a nuestra reunión: nos hemos limi­

tado a levantar el polvo que a veces mantenía aislados aparentemente a es­ labones de la misma cadena. El núcleo analítico de nuestra colección está constituido por los cuatro

capítulos centrales. El primero y el último sirven para conectar directamente el período con zonas históricas mucho más iluminadas, y por eso la selec­

ción en estos capítulos se ha hecho pensando más en las conexiones que en el curso de los hechos documentados.

Sin duda habrá algunos puntos objetables en nuestra selección. Toda

antología es discutible. Hemos procurado utilizar todas las fuentes impor­ tantes, sin distinción de procedencias ni de matices. Los textos se dan con

amplitud a veces exagerada, para evitar cualquier tentación de forzamiento

o tergiversación.

Los documentos van enmarcados en comentarios particulares o de serie, y los capítulos, precedidos de una breve introducción que nos ahorra en este momento explicaciones más detalladas. La localización de los documentos y

el resto de las notas metodológicas van al fin de la obra.

Al estar la Sección de Estudios sobre la guerra de España integrada por un equipo universitario de historiadores y expertos en ciencia política, no

hace falta insistir en que la orientación de este libro no es polémica sino historiográfica. Los documentos se seleccionan por su valor ilustrativo y fontal, sin tener para nada en cuenta su procedencia ideológica o partidista.

Nunca hemos comprendido por qué bastantes autores excluyen de sus fuen­ tes contemporáneas zonas ideológicas enteras o incluso niveles específicos

de documentación. Ello equivale a amputar a priori la objetividad y el valor aproximativo del intento. Nosotros hemos mantenido un claro propósito de

universalidad en las fuentes y en los enfoques críticos. Una colección de do­ cumentos, aunque esté concebida estructuralmente, no puede tratar de de­

mostrar ninguna tesis. Eso sí, puede lícitamente trazar líneas maestras de orientación fáctica. Nuestro único objeto ha sido situarnos firmemente en los umbrales de la historia de este período importantísimo para España, cuyo

presente y cuyo futuro están incluso hoy tan condicionados por los sucesos y los cruces de ¡deas de aquella primavera trágica. Y a propósito del nom­

bre, el significado simbólico del período nos ha permitido la licencia histó­ rica de extenderlo por encima de los límites solsticiales.

Probablemente los capítulos III, IV y V sean los que presenten mayores novedades para el lector no especializado. En el tercero se documenta de

forma más completa que la habitual el movimiento disgregador de la Re-

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pública que la hizo morir a manos de aquella paranoia colectiva de una parte de sus masas, bien activadas desde dentro y desde fuera. El capítu­ lo IV prolonga y amplía las directrices de Bolloten sobre «el gran engaño»

de la propaganda comunista en todo el período anterior a la guerra, y trata de utilizar con sentido histórico y por encima de toda propaganda una

abundante documentación sobre el comunismo español en 1936. Con ello quedan a la luz aspectos de la actividad de ese partido que han sido cui­

dadosamente velados desde el mismo 18 de julio por una de las cortinas propagandísticas más cínicas y eficaces de la historia contemporánea. En el capítulo V se amplían los grandes duelos parlamentarios hasta momentos

poco citados en España en los últimos tiempos, y con ello se enmarca la

gran tragedia mediante la adopción de puntos de vista auténticamente histó­

ricos no demasiado utilizados hasta nuestros días. No hace falta decir que esta documentación se colecciona con miras a la historia «política». Los as­ pectos económicos, sociales y cotidianos de la época estaban tan tremenda­

mente desenfocados por la hipertrofia de lo político, que la historia de la

primavera trágica ha de ser política por encima de todo. Un análisis documental se concibe como obra de consulta, y entre sus

características literarias no tienen por qué contarse el sensacionalismo ni la amenidad. Sin embargo, tenemos conciencia de que bastantes de los docu­

mentos que aquí recogemos van a producir una impresión profunda en nues­ tros lectores. Algunos de ellos son relativamente conocidos, pero van a bri­ llar con luz nueva dentro de su contexto; otros tuvieron carácter restringido

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o reservado, y resucitan aquí del olvido más total. En las instrucciones ge­

nerales a los capítulos y en las particulares a documentos o grupos docu­

mentales —estas últimas, destacadas tipográficamente— subrayamos los as­ pectos más interesantes de esos documentos y esos contextos.

* No queremos terminar esta introducción sin afirmar que todos los docu­ mentos y obras citadas en este libro se encuentran, en la versión indicada

en las notas, a plena disposición de nuestros amables lectores.

R. DE LA CIERVA Madrid, invierno de 1966.

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nota preliminar

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Este libro es la segunda publicación del programa «Estudios de Historia Contem­ poránea», preparado por esta Sección. La primera publicación ha sido Cien libros básicos sobre la guerra de España, por R. de la Cierva. Madrid. Publicaciones españo­ las, 1966. La próxima obra programada es Bibliografía general sobre la guerra de Es­ paña y sus antecedentes, cuyo volumen I aparecerá (D. m.) durante 1967.

La Sección de Estudios sobre la guerra de España fue creada a mediados de 1965 en la Secretaría General Técnica del Departamento por iniciativa del Ministro, don Manuel Fraga Iribarne, cuando era titular de la Secretaría General Técnica don Ga­ briel Cañadas. Esta obra se ha realizado siendo titular don Joaquín Juste, a quien el autor agradece muy sinceramente el especial interés que ha puesto en ella y las nu­ merosas sugerencias que, sin duda, la han enriquecido. Diversos miembros de la Sección han colaborado en la obra. Deseo destacar la ayuda de los señores Nieto, Moreno y Lozano, así como la colaboración de la señorita María Dolores de la Torre en la selección documental.

Con esta obra, lo mismo que con la anterior, la Sección y la Secretaría General Técnica no han hecho más que prolongar el esfuerzo editorial que venía realizando en este tema la Dirección General de Información, cuyo titular es don Carlos Robles P¡quer, por medio de sus servicios propios y, sobre todo, mediante la Editora Nacional,

dirigida por don Jesús Unciti. Los aspectos gráficos de este libro han sido realizados por el Servicio de Publi­

caciones de la Subsecretaría, dirigido por don Rogelio Diez Alonso, en la Imprenta del Ministerio. Mi agradecimiento a los señores Somavía, Arribas y Hernán, a los que tanto debe este libro.

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CAPITULO

I

(preliminar)

la república de los tristes convenios (1931-1936)

Este capítulo no pretende ser —no puede ser— una antología documental de la República. Existen muy buenas colecciones de documentos sobre la República (1) y, lo que es más admirable, existen buenas historias de la Re­ pública. Joaquín Arrarás (2), Antonio Ramos Oliveira (3) y Salvador de Madariaga (4) son tres focos convergentes con los que puede el historiador aventurarse, sin demasiado miedo, por la jungla republicana. Claro que se echa de menos el intento formal de esa convergencia; el muy estimable ensayo de Gabriel Jackson (5) no suprime esa necesidad; pero acu­ ña, para otros fines, una expresión que va a sernos muy útil: la leyenda negra de la República española. Y es que la alegre, la llena de esperanza, la muy celebrada “Niña Bonita” del 14 de abril nació sin sangre —sin primera sangre— y sin suerte. Ante su evidente fracaso como fórmula de convivencia nacional, los monárquicos —y una gran mayoría de las derechas— han acuñado el enorme tópico de que la República fue per se un experimento imposible. Leyenda negra; temi­ ble injusticia. Porque los grupos no izquierdistas tuvieron muy buena parte de culpa en la imposibilidad concreta de una República que recogió el Poder del arroyo, en dura frase de Miguel Maura. Tampoco los republicanos pueden lanzar la primera piedra. Ellos —y en ellos englobo a todas las izquierdas, las burguesas y las proletarias, además de la llamada derecha y el fantasmal centro republicano— consideraron a la República como su coto cerrado o la utilizaron hasta la misma prostitución para sus egoístas fines de partido. Los extremos exagerados del espectro público español en los años treinta entraron en la República con el deliberado y programado fin de no respetar­ la: las zonas más templadas no tuvieron tiempo de anclarse en un auténtico ideal de convivencia, perturbadas por los tirones de los dos extremos y por su propia maraña de particularismos y miopías. Y ya estamos sobre la misma base de nuestro título. Cada etapa funda­ mental de la República nació de un triste convenio. Triste porque los grupos que pactaban eran tan heterogéneos que pronunciaban la explosión, y, mu­ chas veces, tan egoístas, que, más que forjar un convenio para el manteni­ miento de la República, pactaban la utilización de la República para sus propios fines partidistas, cuando no francamente subversivos. La etapa del Gobierno provisional y el primer bienio nació del primer pacto triste, el pacto de San Sebastián, con la hibridación imposible Largo-Maura, para no citar 17

más que una contradicción personal. Aquello no podía ser constructivo, y se sumergió varias veces por partes hasta el naufragio. Triste convenio fue el de los indecisos católicos de la C. E. D. A. y los aprovechados masones ra­ dicales. Terminó en la ignominia, el estraperlo y la impotencia reaccionaria más lamentable. El tercer período de la República nació de otro tristísimo convenio: el pacto del Frente Popular, inspirado parcial, pero decisivamente, desde el VII Congreso de la Comintem. Fue un convenio que nació muerto: las consecuencias se van a analizar a fondo en este libro. Y tampoco falta el convenio trágico para antes de la explosión de julio: en nuestro capítu­ lo IV veremos a José Díaz propugnar, como único camino para su objetivo de partido único controlado, un nuevo pacto proletario sin izquierdas bur­ guesas. La agrupación de fuerzas que precedió y siguió al Alzamiento de julio no puede ya, afortunadamente para España, catalogarse entre los tristes con­ venios de la República. Porque, además, no es un convenio. Es una coinci­ dencia, consciente y subconsciente a la vez, de energías seculares, instinto de conservación nacional y sentido personal de defensa. Pero todo esto ten­ dremos ocasión de analizarlo detenidamente más adelante. La tristeza constitutiva de todos los convenios de la República consistía en la sistemática exclusión de todos los no participantes en ellos. Hasta pudo decirse que don Manuel Azaña era nada menos que la encamación de la República española. Así les fue a los dos. En este capítulo no vamos a ofrecer, por las razones antes aludidas, una síntesis documental de toda la República. Por el carácter no analítico, sino preliminar de este capítulo, solamente vamos a reflejar unos cuantos textos que para bastantes españoles y bastantes historiadores están olvidados, se­ gún cuál para cuáles. Y que, considerados en conjunto, pueden producir una muy deseable ambientación.

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18 F

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DOCUMENTO PRELIMINAR

EL PACTO DE SAN SEBASTIAN (6) Este es el gran pacto de la República, reflejado en la referencia de El Sol. No necesita ya comentarios: se han hecho todos. La República de los tristes convenios tuvo bastantes pactos más, aparte de los fundamentales que señalábamos en la introducción. Para venir al mundo aún necesitó el pacto secreto del Conde de Romamones con Alcalá Zamora, en casa del doctor Marañón, pacto que tan vigorosamente denun­ ció Juan de la Cierva en el último Consejo de la Monarquía. Cuando las personas no están seguras, pactan y pactan. Piensan robustecer su des­ confianza con el barniz jurídico del contrato político. Pero jamás un barniz puede suplir a una estructura.

San Sebastián, 18 (10 m.).—Ayer, a mediodía, acudieron al hotel de Lon­ dres representantes de los distintos partidos republicanos españoles, y, después de almorzar, se reunieron en los locales de la Unión Republicana. La reunión duró desde las cuatro hasta las cinco y media, y se distinguió por la coincidencia fundamental en las cuestiones autonómicas, electoral y revolucionaria. Al terminar, los reunidos se negaron a hacer manifestaciones concretas, limitándose a referirse a la siguiente Nota oficiosa.

En el domicilio social de Unión Republicana, y bajo la presidencia de don Fernando Sasiain, se reunieron esta tarde don Alejandro Lerroux y don Ma­ nuel Azaña, por la Alianza Republicana; don Marcelino Domingo, don Al­ varo de Albornoz y don Angel Galarza, por el partido republicano radical socialista; don Niceto Alcalá Zamora y don Miguel Maura, por la derecha liberal republicana; don Manuel Carrasco Formiguera, por la Acción Cata­ lana ; don Matías Mallol Bosch, por la Acción Republicana de Cataluña; don Jaime Ayguadé, por el Estat Catalá, y don Santiago Casares Quiroga, por la Federación Republicana Gallega, entidades que, juntamente con el partido federal español —el cual, en espera de acuerdos de su próximo Congreso, no puede enviar ninguna delegación—, integran la totalidad de los elementos republicanos del país. A esta reunión asistieron también, invitados con carácter personal, don Felipe Sánchez Román, don Eduardo Ortega y Gasset y don Indalecio Prieto, no habiendo podido concurrir don Gregorio Marañón, ausente en Francia, y de quien se leyó una entusiástica carta de adhesión en respuesta a la indi­ cación que con el mismo carácter se le hizo. Examinada la actual situación política, todos los representantes concu­ rrentes llegaron, en la exposición de sus peculiares puntos de vista, a una perfecta coincidencia, la cual quedó inequívocamente confirmada en la una­ nimidad con que se tomaron las diversas resoluciones adoptadas. 19

II

La misma absoluta unanimidad hubo al apreciar la conveniencia de ges­ tionar rápidamente y con ahínco la adhesión de las demás organizaciones políticas y obreras que en el acto previo de hoy no estuvieron representadas para la finalidad concreta de sumar su poderoso auxilio a la acción que sin desmayos pretenden emprender conjuntamente las fuerzas adversas al actual régimen político. San Sebastián, 18 (9 m.).—A pesar de la reserva guardada por cuantos asistieron a la reunión de las izquierdas, hemos podido obtener alguna am­ pliación a los puntos de vista recogidos en la nota oficiosa facilitada a la Prensa. El problema referente a Cataluña, que es el que más dificultades podía ofrecer para llegar a un acuerdo unánime, quedó resuelto en el sentido de que los reunidos aceptaban la presentación a unas Cortes Constituyentes de un estatuto redactado libremente por Cataluña para regular su vida regional y sus relaciones con el Estado Español. Este acuerdo se hizo extensivo a todas aquellas otras regiones que sientan la necesidad de una vida autónoma. En relación con este mismo problema, se defendió en la reunión que los derechos individuales deben ser estatuidos por las Cortes Constituyentes para que no pueda darse el caso de que la entrada en un régimen democrático supusiera un retroceso en las libertades públicas. Tanto para las Cortes Constituyentes como para la votación del estatuto por las regiones se utilizará el sufragio universal. Los reunidos se mostraron en absoluto de acuerdo en lo que se refiere a la acción política solidaria.

DOCUMENTO 1

NICETO ALCALA ZAMORA ENJUICIA LA CONSTITUCION DE SU REPUBLICA (7)

A Niceto Alcalá Zamora se debe el 14 de abril. Primero, porque su personalidad católica moderada impulsó a muchas personas de orden a vo­ tar por la República. Y en segundo lugar, por su firmeza en exigir la salida de Alfonso XIII antes de la puesta del sol. En este importante texto existe ya una alusión al germen de guerra civil. ■

Antes ya de ser votada la Constitución de 1931, el propio Jefe del Go­ bierno provisional de la República dimitía, votando en contra del artículo 26 de la Ley Fundamental, y levantaba la bandera de su reforma. Véase cómo se expresa:

... Este libro ha sido pensado y escrito antes del 34 y, por tanto, del 7 de abril de 1936... (pág. 10). Ya en la sesión del 11 de octubre de 1931, cuando 20

presentí mi derrota acerca del artículo hoy 26 de la Constitución, anuncié, condicionada, pero resueltamente, la bandera de reforma que hiciera posible la convivencia pacífica y justiciera de todos los españoles... (pág. 6). Al lado de tan inapreciables cualidades, y para hacer peligroso en ocasiones su ejercicio, las Cortes Constituyentes adolecían de un grave defecto, el mayor, sin duda para una Asamblea representativa: Que no lo eran, como cabal ni aproximada coin­ cidencia de la estable, verdadera y permanente opinión española... (pág. 14). Desde mí a la extrema derecha se necesitaban, para que hubiese una re­ presentación fiel de España, cerca de 200 diputados, y había unos 70. Desde el partido radical inclusive, a la derecha, debieron componer dos tercios de la Cámara, y sólo formaban, cuando coincidían, una minoría inevitablemente vencida... (pág. 15). Las Cortes, que no sabían de su debilidad representativa, quizá en lo subconsciente la presintieron. Aquello era malo y esto fue peor, ya que un instinto oscuro, turbio, las llevó a aprovecharse de un predominio pasajero y ficticio, para extremar la victoria de impulsos y tendencias que corrían el riesgo de tardar mucho en hallar otra ocasión parecida... (pág. 15). Es un poco difícil señalar a primera vista y por datos directos cuáles fueron los criterios que determinaron el carácter de la Constitución. Dejada la Cámara a su albedrío, así como la Comisión a sus anchas, no fue siquiera y siempre el parecer de la mayoría de ésta el que con meditación se impuso. Predominó con frecuencia, ante la discusión y frente a las enmiendas, la voluntad impresionada y variable de los que, sentados en el banco de la Comisión, formaban una mayoría accidental, que era minoría absoluta res­ pecto de la total composición de aquélla. Así el azar, ya que no el capricho, determinó la fortuna de varios preceptos y la frustración de otras iniciativas... (pág. 41). “De espaldas a la realidad nacional.” Quizá este epígrafe no sea exacto del todo y peque de inexacto por benévolo. La Constitución se dictó, efectivamente, o se planeó sin mirar a esa realidad nacional, que era la que imponía, y logra que prevalezca siempre la norma reflejo de su honda, esencial e íntima estructura. Se procuró legislar obedeciendo a teorías, sentimientos e intereses de partido, sin pensar en esa realidad de convivencia patria, sin cui­ darse apenas de que se legislaba para España... (pág. 46). Pero no fue sólo por imitación de textos o influencias doctrinales del ex­ tranjero. Entró, por mucho, decisivamente, el espíritu sectario que quiso lograr y consolidar soluciones tendenciosas, imponiendo una fuerza parlamentaria pa­ sajera, y no representativa de la verdadera y total voluntad española... (pág. 49). ¡Y sin embargo se hizo una Constitución que invitaba a la guerra civil, desde lo dogmático, en que impera la pasión sobre la serenidad justiciera, a lo orgá­ nico, en que la improvisación, el equilibrio inestable, sustituye a la experiencia y a la construcción sólida de los poderes!... (pág. 50).

21

DOCUMENTO 2

EL DICTAMEN DE SALVADOR DE MADARIAGA (8)

.Ninguna página más famosa, entre las muchas páginas famosas de Madariaga, que su visión global de la República y de las causas de su fra­ caso. He aquí la versión que poco a poco va imponiéndose como acertada interpretación histórica de una trayectoria tan difícil. La historia de la República es en su esencia la de esta lucha interna del centro para existir y de los extremos para impedirle cobrar masa y momento. Ganaron los extremos, y España se vio desgarrada por la guerra civil más desastrosa de su historia. La importancia internacional que llegó a alcanzar y la intervención activa que en ella tomaron los dos Estados fascistas y el Estado comunista, han tendido a oscurecer la índole fundamentalmente española de esta guerra civil. Sus orígenes y aspectos españoles tienen que subrayarse debidamente para comprender en su verdadero sentido el conflicto español aun en su carácter, que sin duda también tiene, de episodio de la guerra civil europea cuyo prólogo vino a ser. ¿Por qué fracasó el centro, no sólo en gobernar, sino hasta en nacer? Ante todo, por la índole intransigente y absoluta de nuestro carácter. Causaraíz de todos los males de España, esta intransigencia determina todo lo que en nuestra vida pública ocurre, y explica los fracasos periódicos del gobierno parlamentario y las apariciones periódicas de la dictadura, así como los se­ paratismos regionales y las guerras civiles. Por naturaleza, el español gravita hacia el extremo de su pensamiento, en contraste con el inglés, que suele que­ darse a la parte de acá de lo que piensa, pues se dice que siempre es peligroso confiarse con exceso a cosa tan extraña y sutil como el pensar. Y así resulta que, mientras los ingleses que piensan de modo distinto siguen siempre a la vista uno de otro y a distancia tal que puedan oírse uno a otro y ver ambos el lugar donde se han separado y pueden siempre volver a reunirse, los espa­ ñoles que piensan de modo distinto (¿y cuándo no?) se hallan siempre de­ masado lejos unos de otros y tienen que hablarse a voces, y apenas se ven, con lo que corren el riesgo de interpretarse mal los movimientos e imaginar que un gesto de aquiescencia es una amenaza y hasta tomar una pluma por un revólver. Aparte todo otro factor objetivo que las circunstancias puedan aportar, este factor psicológico permanente tenía, pues, que favorecer a los extremos en detrimento del centro. Nadie que tenga experiencia directa de las cosas y gentes de España dejará de apreciar su importancia en la evolución de los acontecimientos que terminaron con la vida de la República. Viene después, en orden de importancia, el capítulo, siempre ponderoso en Esnaña, de las consideraciones personales y, en particular, el antagonismo na­ tural entre los dos hombres llamados a dirigir el centro si hubiera llegado a constituirse: Azaña y Lerroux. Pertenecían estos dos hombres a dos épocas diferentes, a dos órdenes distintos del ser. Lerroux, el más viejo, con una di­ ferencia de una generación entera, si no en edad física, al menos en cuanto a desarrollo político y ámbito mental, era producto típico del siglo xrx. Hijo 22

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L

del pueblo autodidacto, había ido a la política en la juventud y con un tono francamente revolucionario y demagógico. Al triunfar al fin la causa que ha­ bía encarnado toda su vida, sus días de caudillo popular; sin imperio sobre las multitudes de Barcelona, sus triunfos de orador anticlerical que incitaba a los obreros a hacer madres de las monjas, eran cosas del pasado. Pero su nombre seguía aureolado por aquellas glorias populares de antaño, y su partido radi­ cal había echado hondas raíces en las clases medias y populares de bastantes ciudades para que el Comité Revolucionario le reservase un puesto en su seno y en el del Gobierno Provisional más tarde. Lerroux vino a ser la esperanza de los conservadores que se dieron cuenta de que la República era inevitable, Pero para la gente nueva, el partido radical y su caudillo sonaban a hueco y se les sospechaba de adolecer de los peores aspectos que la política presenta en muchos países democráticos, sobre todo donde, como en España, existe una vivaz tradición picaresca. Diferencias de gusto, quizá más todavía que de ética en materia de vida pública, distanciaban a don Alejandro Lerroux de don Manuel Azaña. Era Azaña un intelectual altivo y un tanto recluso, de gusto delicado en cosas éticas y estéticas, que había dedicado su vida entera a cumplir sus obligaciones de funcionario en el Ministerio de Gracia y Justicia, reservando sus ocios al cultivo de las letras. Azaña se había educado en el Colegio de El Escorial, con los frailes agustinos, y graduado en la Universidad de Madrid. Era hombre de gran distinción intelectual, elevación moral y orgullo; con cierto aspecto fe­ menino en su carácter, al que se debía su excesiva sensibilidad que protegía con una rudeza y una rugosidad puramente superficiales, amén de rodearse de una atmósfera algo cerrada y no poco malsana, que solían hacer irrespirable sus no siempre discretos amigos... Tuvo que actuar de poder moderador im­ provisado don Julián Besteiro, Presidente de las Cortes, y tras breve negocia­ ción, tomó la presidencia del Gobierno Provisional el adalid de los anticlerica­ les, don Manuel Azaña (octubre 13-14, 1931). Al lado de estas tres lamentables equivocaciones, los demás artículos de la Constitución apenas tienen más que una importancia histórica y académica. Inspiraba a los más de entre ellos un espíritu igualitario, generoso y popular; otros, como los que concernían al divorcio y al matrimonio, aguardaban ya desde hacía tiempo en la opinión a cristalizar en leyes; otros, como el sufra­ gio femenino, eran experimentos liberales aunque arriesgados; otros, como las promesas que con todo detalle se hacían a los trabajadores, si bien de buena intención, iban quizá más allá de lo inmediatamente posible. El 9 de diciem­ bre de 1931 quedó ratificada con el voto final de las Cortes la carta consti­ tucional de la segunda República. Al día siguiente eligieron las Cortes Presi­ dente de la República a don Niceto Alcalá Zamora. Azaña pasó de Presidente del Gobierno Provisional a Presidente del Consejo de Ministros. La República zarpó hacia una travesía tempestuosa que fue a parar en la guerra civil. ♦





La Constitución nació el 9 de diciembre de 1931 y murió el 18 de julio de 1936, al quedar suspendida, hasta la independencia de España. En estos 23

I cuatro años y medio vivió España tres fases distintas de vida pública: a la izquierda (9 de diciembre de 1931 a 3 de diciembre de 1933), a la derecha (3 de diciembre de 1933 a 16 de febrero de 1936) y a la izquierda otra vez (16 de febrero de 1936 a 18 de julio de 1936). Durante el primer período, la iz­ quierda en el Poder tuvo que hacer frente a un alzamiento armado de la dere­ cha (agosto 1932). Durante el segundo período, la derecha en el poder tuvo que hacer frente a un alzamiento de la izquierda (octubre 1934). Durante el tercer período, la izquierda en el poder tuvo que hacer frente a un alzamiento armado de la derecha. La República sucumbió a estas violentas sacudidas. Lo demás, es retórica.

DOCUMENTO 3 LA NEGATIVEDAD DE LAS DERECHAS (9)

Las derechas españolas se ponen de acuerdo para una postura electoral común. En realidad existía una gran base para esa coincidencia: la gran base era nada menos que España, que en su huella histórica —“no tenemos otra”, decía Menéndez y Pelayo— y en su misma angustiada entidad pre­ sente corría peligro de desintegración. Esta inmensa raíz comunitaria, suprapartidista, queda vislumbrada por las derechas en su manifiesto; pero sólo vislumbrada. El programa concreto, los objetivos, las tendencias, son negativas; el mismo nombre de la coali­ ción es un anti. La victoria que, con plataforma tan escueta, se consiguió, corresponde no a esa plataforma, sino al íntimo sentido de la Patria que, a pesar de todas las mezquindades, latía debajo.

Electores de Madrid: Los candidatos designados por las organizaciones políticas y fuerzas sociales representadas en la coalición antimarxista utilizan un derecho y, a la vez, cumplen un deber al dirigirse al cuerpo electoral para solicitar de él su voto y su apoyo. Innecesario parece que los que abajo firman hagan ante el cuerpo electo­ ral inventario detallado de las razones que justifican la presentación de esta candidatura y el concurso cumplido y entusiasta que para ella se pide. Bas­ tará con que cada elector mire en su derredor, contemple la situación total del país y la particular creada a los ciudadanos, cualquiera que sea la clase a que pertenezcan y la profesión u oficio que ejerzan, por errores, torpezas, negligencias y acciones conscientes omitidas o realizadas desde las alturas del Gobierno durante el vergonzoso e inolvidable bienio que acaba de cerrarse, para que cada cual se convenza de la necesidad de aportar su patriótico esfuerzo a una obra común, en la que va envuelto, no el alivio pasajero de una enfermedad, sino la salvación o la muerte de un enfermo, que es nada menos que España. La lucha electoral de Madrid no puede ser sino concreción y resumen de la que hay, a estas horas, planteada en toda la nación: la necesidad de optar

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entre las dos fuerzas de desigual empuje que entre sí pelean. De un lado, los que aman a España y anhelan, no ya conservarla, sino restaurarla, así en su riqueza como en su unidad y en sus más íntimas esencias espirituales; del otro, los que, diciendo amar a España, han puesto, sin embargo, sus palabras como sus actos al servicio de la continuada y pertinaz tarea de arruinarla, fraccionarla y destruirla. No caprichosamente, sino por obediencia debida a imperativos de la rea­ lidad, se denomina antimarxista esta candidatura, y la coalición de fuerzas políticas y sociales que la sirve de soporte. Es, en efecto, el marxismo, con su concepción materialista y anticatólica de la vida y de la sociedad; con su sectaria hostilidad hacia los grandes valores tradicionales sobre los que debe descansar un necesario renacimiento del espíritu patriótico; con su mal disimulado desdén para todo sentimiento genuinamente nacional; con el desate temerario que ha provocado y conseguido de los odios y envidias con­ naturales en las luchas de clases; con su preocupación ciega de los mal en­ tendidos intereses de uno solo de los factores de la producción; con su des­ precio del valer y de las actividades individuales y su instintivo aborreci­ miento hacia toda jerarquía y hacia toda riqueza; con el antiespañolismo que, como un exudado nocivo, brota de todo su ideario y de sus actos como de sus propagandas, y, sobre todo, con la desgraciada, injusta y arbitraria gestión desarrollada en el ejercicio de una función, más que simplemente co­ laboradora, plenamente directiva, al frente de los negocios públicos, el que aparece como responsable, destacado y principal, de las vergüenzas y desdi­ chas acumuladas a la hora presente sobre el país, a un tiempo temeroso de los riesgos del desplome definitivo de muchas esperanzas y aleccionado por el fracaso de las más torpes y aventuradas experiencias. Los candidatos de la coalición antimarxista defenderán resueltamente y a todo trance la necesidad de una inmediata derogación, por la vía que en cada caso proceda, de los preceptos, tanto constitucionales como legales, ins­ pirados en designios laicos y socializantes, en realidad encaminados a des­ truir así el inmenso patrimonio moral como la ya exhausta riqueza material de la sociedad española, trabajarán sin descanso para lograr la cancelación de todas las disposiciones confiscadoras de la propiedad y persecutorias de las personas, de las Asociaciones y de las creencias religiosas. Y, finalmente, solicitarán, como prenda de paz, la concesión de una amplia y generosa amnistía, tan generosa y amplia como la reclamada y obtenida por el socia­ lismo en 1917. A impedir que la política anticatólica, antieconómica y antinacional, re­ presentada por el socialismo y sus subalternos auxiliares, más o menos des­ cubiertos o subrepticios, prevalezca o siquiera influya predominantemente, como hasta ahora, en la gobernación del Estado, irán, vigorosa y enérgica­ mente encaminados, todos nuestros esfuerzos. Procedentes los que constitu­ yen la candidatura antimarxista de campos políticos diferentes y aun opuestos, conservan íntegra su plena libertad para defender en el Parlamento o fuera de él las soluciones que ante los más palpitantes problemas de la actualidad pre25

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coniza su respectivo ideario. Pero coinciden en la necesidad inaplazable de este urgente llamamiento que hacen a todos los españoles: a los indiferentes, para que dejen de serlo; a los hombres de buena voluntad, para que nos ayuden; a los adversarios leales, para que nos escuchen y, en definitiva, nos respeten. Antonio Royo Villanova, José María Gil Robles, Luis Hernando de Larramendi, Antonio Goicoechea, Juan Ignacio Lúea de Tena, José Calvo So­ telo, Mariano Matesanz, Francisco Javier Jiménez de la Puente (conde de Santa Engracia), Juan Pujol, José María Valiente, Honorio Riesgo, Rafael Marín Lázaro, Adolfo Rodríguez-Jurado.

DOCUMENTO 4

LA APARICION DE UN NUEVO TALANTE POLITICO (10) Se cita mucho el discurso de la Comedia. Pero a esta pieza clave de José Antonio hay que estudiarla en su ambiente, lejos de aureolas y mitificaciones posteriores. En 1933 casi nadie se dio cuenta de lo que lle­ vaba dentro ese discurso. Años más tarde fue marcado como la aparición del fascismo en España. Era mucho más. Era la aparición de una forma nueva de ver las cosas por encima de los partidos; era la primera mani­ festación de una sincera posición centrista, nacional y tradicional; era una impaciencia joven por romper esterilidades y aportar soluciones; era un aire nuevo. Era también el fascismo, naturalmente. Luego vino el truncamiento, la tergiversación y el mito. Hay que volver a 1933, antes de las elecciones.

Nada de un párrafo de gracias. Escuetamente, gracias, como corresponde al laconismo militar de nuestro estilo. Cuando en marzo de 1762 un hombre nefasto, que se llamaba Juan Jacobo Rousseau, publicó El contrato social, dejó de ser la verdad política una entidad permanente. Antes, en otras épocas más profundas, los Estados, que eran ejecutores de misiones históricas, tenían inscritas sobre sus frentes, y aun sobre los astros, la justicia y la verdad. Juan Jacobo Rousseau vino a decirnos que la justicia y la verdad no eran categorías permanentes de ra­ zón, sino que eran, en cada instante, decisiones de voluntad. Juan Jacobo Rousseau suponía que el conjunto de los que vivimos un pueblo tiene un alma superior, de jerarquía diferente a cada una de nuestras almas, y que ese “yo” superior está dotado de una voluntad infalible, capaz de definir en cada instante lo justo y lo injusto, el bien y el mal. Y como esa voluntad colectiva, esa voluntad soberana, sólo se expresa por medio del sufragio —conjetura de los más que triunfa sobre la de los menos en la adi­ vinación de la voluntad superior—, venía a resultar que el sufragio, esa farsa de las papeletas entradas en una urna de cristal, tenía la virtud de decirnos en cada instante si Dios existía o no existía, si la verdad era la verdad o no era 26

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la verdad, si la Patria debía permanecer o si era mejor que, en un momen­ to, se suicidase. Como el Estado liberal fue un servidor de esa doctrina, vino a constituir­ se no ya en el ejecutor resuelto de los destinos patrios, sino en el espectador de las luchas electorales. Para el Estado liberal sólo era importante que en las mesas de votación hubiera sentado un determinado número de señores, que las elecciones empezaran a las ocho y acabaran a las cuatro, que no se rompieran las urnas..., cuando el ser rotas es el más noble destino de todas las urnas. Después, a respetar tranquilamente lo que de las urnas sa­ liera, como si a él no le importase nada. Es decir, que los gobernantes libe­ rales no creían ni siquiera en su misión propia, no creían que ellos mismos estuviesen allí cumpliendo un respetable deber, sino que todo el que pensara lo contrario y se propusiera asaltar al Estado, por las buenas o por las malas, tenía igual derecho a decirlo y a intentarlo que los guardianes del Estado mismo a defenderlo. De ahí vino el sistema democrático, que es, en primer lugar, el más rui­ noso sistema de derroche de energías. Un hombre dotado para la altísima función de gobernar, que es tal vez la más noble de las funciones humanas, tenía que dedicar el 80, el 90 ó el 95 por 100 de su energía a sustanciar reclamaciones formularias, a hacer propaganda electoral, a dormitar en los escaños del Congreso, a adular a los electores, a aguantar sus impertinencias, porque de los electores iba a recibir el Poder; a soportar humillaciones y vejámenes de los que, precisamente por la función casi divina de gobernar, estaban llamados a obedecer; y si, de todo eso, le quedaba un sobrante de algunas horas en la madrugada o de algunos minutos robados a un descanso intranquilo, en ese mínimo sobrante es cuando el hombre dotado para go­ bernar podía pensar seriamente en las funciones sustantivas del Gobierno. Vino después la pérdida de la unidad espiritual de los pueblos, porque, como el sistema funcionaba sobre el logro de las mayorías, todo aquel que aspiraba a ganar el sistema tenía que procurarse la mayoría de los sufragios. Y tenía que procurárselos robándolos, si era preciso, a los otros partidos; y para ello no tenía que vacilar en calumniarlos, en verter sobre ellos las peores injurias, en faltar deliberadamente a la verdad, en no desperdiciar un solo resorte de mentira y de envilecimiento. Y así, siendo la fraternidad uno de los postulados que el Estado liberal nos mostraba en su frontispicio, no hubo nunca situación de vida colectiva donde los hombres injuriados, enemigos unos de otros, se sintieran menos hermanos que en la vida turbulenta y des­ agradable del Estado liberal. Y por último, el Estado liberal vino a deparamos la esclavitud econó­ mica, porque a los obreros, con trágico sarcasmo, se les decía: “Sois libres de trabajar lo que queráis; nadie puede compeleros a que aceptéis unas y otras condiciones; ahora bien, como nosotros somos los ricos, os ofrecemos las condiciones que nos parecen; vosotros, ciudadanos libres, si no queréis; no estáis obligados a aceptarlas; pero, vosotros, ciudadanos pobres, si no aceptáis las condiciones que nosotros os imponemos, moriréis de hambre, rodeados de la máxima dignidad liberal”. Y así veríais cómo en los países 27

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donde se ha llegado a tener. Parlamentos más brillantes e instituciones demo­ cráticas más finas, no teníais más que separaros unos cientos de metros de los barrios lujosos para encontraros con tugurios infectos donde vivían ha­ cinados los obreros y sus familias, en un límite de decoro casi infrahumano. Y os encontraríais trabajadores de todos los campos que de sol a sol se doblan sobre la tierra, abrasadas las costillas, y que ganaban en todo el año, gracias al libre juego de la economía liberal, setenta u ochenta jornales de tres pesetas. Por eso tuvo que nacer, y fue justo su nacimiento (nosotros no recatamos ninguna verdad), el socialismo. Los obreros tuvieron que defenderse contra aquel sistema, que sólo les daba promesas de derechos, pero no se cuidaba de proporcionarles una vida justa. Ahora, que el socialismo, que fue una reacción legítima contra aquella esclavitud liberal, vino a descarriarse, porque dio, primero, en la interpreta­ ción materialista de la vida y de la historia; segundo, en un sentido de re­ presalia; tercero, en una proclamación del dogma de la lucha de clases. El socialismo, sobre todo el socialismo que construyeron, impasibles en la frialdad de sus gabinetes, los apóstoles socialistas, en quienes crejn los pobres obreros, y que ya nos ha descubierto tal como eran Alfonso García Valdecasas; el socialismo, así entendido, no ve en la historia sino un juego de resortes económicos; lo espiritual se suprime; la religión es un opio del pueblo; la patria es un mito para explotar a los desgraciados. Todo eso dice el socialismo. No hay más que producción, organización económica. Así es que los obreros tienen que estrujar bien sus almas para que no quede dentro de ellas la menor gota de espiritualidad. No aspira el socialismo a restablecer una justicia social rota por el mal funcionamiento de los Estados liberales, sino que aspira a la represalia; as­ pira a llegar en la injusticia a tantos grados más allá cuanto más acá llega­ ran en la injusticia los sistemas liberales. Por último, el socialismo proclama el dogma monstruoso de la lucha de clases; proclama el dogma de que las luchas entre las clases son indispensa­ bles, y se producen naturalmente en la vida, porque no puede haber nunca nada que las aplaque. Y el socialismo, que vino a ser crítica justa del libe­ ralismo económico, nos trajo, por otro camino, lo mismo que el liberalismo económico: la degradación, el odio, la separación, el olvido de todo vínculo de hermandad y de solidaridad entre los hombres. Así resulta que cuando nosotros, los hombres de nuestra generación, abri­ mos los ojos nos encontramos con un mundo en ruina moral, un mundo es­ cindido en toda suerte de diferencias; y por lo que nos toca de cerca, nos encontramos una España en ruina moral, una España dividida por todos los odios y por todas las pugnas. Y así, nosotros hemos tenido que llorar en el fondo de nuestra alma cuando recorríamos los pueblos de esta España mara­ villosa; esos pueblos en donde todavía, bajo la capa más humilde, se des­ cubren gentes dotadas de una elegancia rústica que no tiene un gesto exce­ sivo ni una palabra ociosa, gentes que viven sobre una tierra seca en apa­ riencia, con sequedad exterior, pero que nos asombra con la fecundidad que estalla en el triunfo de los pámpanos y de los trigos. Cuando recorríamos esas 28

tierras y veíamos esas gentes, y las sabíamos torturadas por pequeños caciques, olvidadas por todos los grupos, divididas, envenenadas por predicaciones tor­ tuosas, teníamos que pensar de todo ese pueblo lo que él mismo cantaba del Cid al verle errar por campos de Castilla, desterrado de Burgos:

¡Dios, que buen vasallo si oviera buen señor! Eso vinimos a encontrar nosotros en el movimiento que empieza en este día: ese legítimo señor de España; pero un señor como el de San Francisco de Borja, un señor que no se nos muera, y para que no se nos muera ha de ser un señor que no sea al propio tiempo esclavo de un interés de grupo ni de un interés de clase. El movimiento de hoy, que no es de partido, sino que es un movimiento, casi podríamos decir un antipartido, sépase desde ahora, no es de derechas ni de izquierdas. Porque en el fondo, la derecha es la aspiración a mantener una organización económica, aunque sea injusta, y la izquierda es, en el fondo, el deseo de subvertir una organización económica, aunque al subver­ tirla se arrastren muchas cosas buenas. Luego, esto se decora en unos y otros con una serie de consideraciones espirituales. Sepan todos los que nos escu­ chan de buena fe que esas consideraciones espirituales caben todas en nues­ tro movimiento; pero que nuestro movimiento por nada atará sus destinos al interés de grupo o al interés de clase que anida bajo la división superficial de derechas e izquierdas. La Patria es una unidad total en que se integran todos los individuos y todas las clases; la patria no puede estar en manos de la clase más fuerte ni del partido mejor organizado. La Patria es una síntesis trascendente, una síntesis indivisible, con fines propios que cumplir; y nosotros lo que quere­ mos es que el movimiento de este día y el estado que cree sea el instrumento eficaz, autoritario, al servicio de una unidad indiscutible, de esa unidad per­ manente, de esa unidad irrevocable que se llama Patria. Y con eso ya tenemos todo el motor de nuestros actos futuros y de nues­ tra conducta presente, porque nosotros seríamos un partido más si viniéramos a enunciar un programa de soluciones concretas. Tales programas tienen la ventaja de que nunca se cumplen. En cambio, cuando se tiene un sentido permanente ante la Historia y ante la vida, ese propio sentido nos da las so­ luciones ante lo concreto, como el amor nos dice en qué casos debemos reñir y en qué casos nos debemos abrazar, sin que un verdadero amor tenga hecho un mínimo programa de abrazos y de riñas. He aquí lo que exige nuestro sentido total de la Patria y del Estado que ha de servirla. Que todos los pueblos de España, por diversos que sean, se sientan ar­ monizados en una irrevocable unidad de destino. Que desaparezcan los partidos políticos. Nadie ha nacido nunca miembro de un partido político; en cambio, nacemos todos miembros de una familia; somos todos vecinos de un Municipio; nos afanamos todos en el ejercicio de un trabajo. Pues si esas son nuestras unidades naturales, si la familia y el Municipio y la corporación es en lo que de veras vivimos, ¿para qué necesi29

tamos el instrumento intermediario y pernicioso de los partidos políticos, que, para unirnos en grupos artificiales, empiezan por desunirnos en nuestras reali­ dades auténticas? Queremos menos palabrería liberal y más respeto a la libertad profunda del hombre. Porque sólo se respeta la libertad del hombre cuando se le es­ tima, como nosotros le estimamos, portador de valores eternos; cuando se le estima envoltura corporal de un alma, que es capaz de condenarse y de salvarse. Sólo cuando al hombre se le considera así, se puede decir que se respeta de veras su libertad, y más todavía si esa libertad se conjuga, como nosotros pretendemos, en un sistema de autoridad, de jerarquía y de orden. Queremos que todos se sientan miembros de una comunidad seria y comple­ ta; es decir, que las funciones a realizar son muchas; unos con el trabajo manual, otros con el trabajo del espíritu; algunos con un magisterio de cos­ tumbres y refinamientos. Pero que en una comunidad tal como la que nos­ otros apetecemos, sépase desde ahora, no debe haber convidados ni debe ha­ ber zánganos. Queremos que no se canten derechos individuales de los que no pueden cumplirse nunca en casa de los famélicos, sino que se de a todo hombre, a todo miembro de la comunidad política, por el hecho de serlo, la manera de ganarse con su trabajo una vida humana, justa y digna. Queremos que el espíritu religioso, clave de los mejores arcos de nuestra Historia, sea respetado y amparado como merece, sin que por eso el Estado se inmiscuya en funciones que no le son propias, ni comparta como lo hacía, tal vez por otros intereses que los de la verdadera religión, funciones que sí le corresponde realizar por sí mismo. Queremos que España recobre resueltamente el sentido universal de su cultura y de su historia. Y queremos, por último, que si esto ha de lograrse en algún caso por la violencia, no nos detengamos ante la violencia. Porque, ¿quién ha dicho —al hablar de “todo menos la violencia”— que la suprema jerarquía de los valores morales reside en la amabilidad? ¿Quién ha dicho que cuando in­ sultan nuestros sentimientos, antes que reaccionar como hombres, estamos obligados a ser amables? Bien está, sí, la dialéctica como primer instrumento de comunicación. Pero no hay más dialéctica admisible que la dialéctica de los puños y de las pistolas cuando se ofende a la justicia o a la Patria. Esto es lo que pensamos nosotros del Estado futuro que hemos de afa­ narnos en edificar. Pero nuestro movimiento no estaría del todo entendido, si se creyera que es una manera de pensar tan sólo; no es una manera de pensar, es una ma­ nera de ser. No debemos proponernos sólo la construcción, la arquitectura po­ lítica. Tenemos que adoptar, ante la vida entera, en cada uno de nuestros actos, una actitud humana, profunda y completa. Esta actitud es el espíritu de servicio y de sacrificio, en sentido ascético y militar de la vida. Así, pues, no imagine nadie que aquí se recluta para ofrecer prebendas; no imagine nadie que aquí nos reunimos para defender privilegios. Yo quisiera que este micrófono que tengo delante llevara mi voz hasta los últimos rincones de los

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hogares obreros, para decirles: sí, nosotros llevamos corbata; sí, de nosotros podéis decir que somos señoritos. Pero traemos el espíritu de lucha precisa­ mente por aquello que no nos interesa como señoritos; venimos a luchar porque a muchos de nuestras clases se les impongan sacrificios duros y justos, y venimos a luchar porque un Estado totalitario alcance con sus bienes lo mismo a los poderosos que a los humildes. Y así somos, porque así lo fueron siempre en la Historia los señoritos de España. Así lograron alcanzar la jerarquía verdadera de señores, porque en tierras lejanas, y en nuestra Pa­ tria misma, supieron arrostrar la muerte y cargar con las misiones más duras, por aquellos que precisamente, como a tales señoritos, no les importaba nada. Yo creo que está alzada la bandera. Ahora vamos a defenderla, alegre­ mente, poéticamente. Porque hay algunos que, frente a la marcha de la revo­ lución, creen que para aunar voluntades conviene ofrecer las soluciones más tibias, creen que se debe ocultar en la propaganda todo lo que pueda desper­ tar una emoción o señalar una actitud enérgica y extrema. ¡Qué equivoca­ ción! A los pueblos no los han movido nunca más que los poetas, y ¡ay del que no sepa levantar, frente a la poesía que destruye, la poesía que promete! En un movimiento poético, nosotros levantaremos este fervoroso afán de España; nosotros nos sacrificaremos, nosotros renunciaremos, y de nos­ otros será el triunfo, triunfo que —¿para qué os lo voy a decir?— no vamos a lograr en las elecciones próximas. En estas elecciones, votad lo que os parezca menos malo. Pero no saldrá de ahí nuestra España, ni está ahí nuestro marco. Eso es una atmósfera turbia, ya cansada, como de taberna al final de una noche crapulosa. No está ahí nuestro sitio. Yo creo, sí, que soy candidato; pero lo soy sin fe y sin respeto. Y esto lo digo ahora, cuando ello puede hacer que se me retraigan todos los votos. No me importa nada. Nosotros no vamos a ir a disputar a los habituales los restos desabri­ dos de un banquete sucio. Nuestro sitio está fuera, aunque tal vez transite­ mos, de paso, por el otro. Nuestro sitio está al aire libre, bajo la noche clara, arma al brazo, y en lo alto, las estrellas. Que sigan los demás con sus festi­ nes. Nosotros, fuera, en vigilancia tensa, fervorosa y segura, ya presentimos el amanecer en la alegría de nuestras entrañas.

DOCUMENTO 5

LARGO CABALLERO SE DEFINE (11) Estos fragmentos de un discurso que nunca se cita, son fundamentales para comprender la trayectoria política del “Lenin Español”, título, por cierto, que no se atribuyó a Largo Caballero por los comunistas de 1936, como se ha repetido mucho, sino ya en 1933, en la Escuela de Verano socialista de Torrelodones (12). Parece claro que Largo Caballero hablaba ya francamente en ese verano de dictadura del proletariado. Pero en este discurso de 1934 está

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ya formulada toda su demagogia. “ No nos diferenciamos en nada de los comunistas”; las derechas oían y creían entender. Y entendían: las palabras significaban, bien claramente, las ideas.

En esta República se prohíben las reuniones a los obreros frecuentemente; el derecho de asociación es casi nulo; en una palabra, a los tres años de Re­ pública yo declaro que no he visto nunca una situación peor para la clase tra­ bajadora, ni aun en los tiempos heroicos de nuestro partido. Y conviene que esto lo sepa el pueblo español y que se sepa más allá de las fronteras. En Es­ paña van a ocurrir hechos de tal naturaleza, que es preciso que la clase tra­ bajadora haga unas manifestaciones que justifiquen su actuación en el por­ venir, porque esa actuación corresponderá a la que ahora se sigue con nos­ otros. Es indudable que en un momento determinado el proletariado se pon­ drá, como se dice vulgarmente, en pie, y procederá violentamente contra sus enemigos. No se diga entonces que somos unos salvajes sin civilizar, porque de nuestra conducta de entonces responde la conducta de ellos ahora. Y en aquel momento no les extrañe que los corazones se hayan endurecido, que se hayan dejado a un lado sentimentalismos inútiles, porque a los que hoy están viendo morir de hambre a sus hijos, porque se les niega el trabajo, no va a pedírseles un armisticio cuando la clase obrera esté en el Poder. Así, de una ma­ nera tan absurda y tan estúpida, se nos conduce a una situación como la actual. ... el mismo Marx ha explicado que el “Manifiesto comunista” se llamó así, y no socialista, para no confundirse con otros partidos de carácter reac­ cionario que en aquel entonces se llamaban también socialistas. Pero coinci­ dimos en la teoría. Además, el Comunismo y el Socialismo son dos etapas en absoluto diferentes. Después del triunfo de la clase obrera, la primera eta­ pa, la transición del régimen capitalista al colectivista, lo que pudiéramos llamar dictadura del proletariado, que no tiene más objeto que ir dominando y destruyendo al capitalismo, eso es el Socialismo. Durante esta primera eta­ pa subsistirá el Estado; no más tiempo. Y con esto salgo al paso de algunos anarquistas que no han comprendido bien nuestras ideas. Marx declaraba que el Estado desaparecería al desaparecer el capitalismo. Porque el Estado es un instrumento de dominio de una clase sobre otra. Y en cuanto no existan clases, el Estado desaparece y se entra en el período llamado de comunismo. No nos diferenciamos, como se habrá podido ver, en nada de los comunistas. Supongo que no nos pedirán que vayamos a especular en estos momentos teóricamente sobre la mejor organización del régimen comunista. Yo creo, pues, que debe hacerse la alianza proletaria; pero no para estar en la calle constantemente, sino para realizar el acto definitivo que dé el triunfo total a la clase obrera. Hay que crear un ejército proletario. Yo recuerdo —añade Largo Caballero— que -en nuestro campo, cuando se planteó la organización de las milicias socialistas, hubo quien se echó las manos a la cabeza. 32

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Los traidores sublevados son derrotados en toda España

¡Viva h República democrática! Gloria a ios vencedores: Milicias, soldados y fuerzas leales los culpables tienen que ser juzgados implacablemente por medio de juicios aumarisimos popularos Heroico comportamiento deí pueblo armado en ¡a conquista del Cuartel de Sa Momíaña de Madrid. Al grito de el fascismo no pa­ sará, eí pueblo clava la bandera de la victoria —Mt~" .■:-—ijü-!«arniniinww ■■ " " " T •

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