Los desafíos del tiempo, el espacio y la memoria: Ensayos en homenaje a Peter Kaulicke La presencia puquina en el Formativo Tardío en el valle del Cuzco 9786123175528, 9786123175818


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Los desafíos del tiempo, el espacio y la memoria: Ensayos en homenaje a Peter Kaulicke 
La presencia puquina en el Formativo Tardío en el valle del Cuzco
 9786123175528, 9786123175818

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CERRÓN-PALOMINO, Rodolfo (2020) "La presencia puquina en el Formativo Tardío en el valle del Cuzco" En VEGA-CENTENO, Rafael y Jalh DULANTO (editores). Los desafíos del tiempo, el espacio y la memoria: ensayos en homenaje a Peter Kaulicke. Lima: Pontificia Universidad Católica del Perú, Fondo Editorial, pp. 69-87.

La presencia puquina en el Formativo Tardío en el valle del Cuzco Rodolfo Cerrón-Palomino

Pontificia Universidad Católica del Perú, Lima Correo electrónico: [email protected]

«Y entonces en el Cuzco, que se llamaba Acamama, estaban poblados indios lares, poques y guallas, gente baja, pobre y miserable, y prendieron [los Ayar] a uno destos poques o guallas y lo mataron, y sacaron los bofes y los soplaron y, trayendo las bocas ensangrentadas, se vinieron hacia el pueblo de los guallas». Murúa ([1613] 1986, I, III, p. 55).

Antecedentes Según la escasa información que tenemos de la situación lingüística del valle del Cuzco a la llegada de los incas míticos a la región, esta presentaría una realidad ­plurilingüe y pluriétnica. Por lo menos esa es la información que recoge Cabello Valboa, al relatar la ocupación de dicho territorio por parte de los acompañantes de Manco Capac. Refiere, en efecto, el cronista que en ese entonces el Cuzco quedaba menos de una legua [de Colcabamba], y muy poblado de naturales, y muy ­frequentado de estrangeros de tres y quatro leguas á la redonda […], a causa de las muchas, y muy diferentes lenguas y costumbres que a cada legua se yban allando (­énfasis agregado; cf. Cabello Valboa [1586] 1951, III, X, p. 269).

Pues bien, no hace falta señalar que nunca sabremos cuáles habrían sido las «muchas y muy diferentes lenguas» que coexistían en las veinte leguas a la redonda que cubría aproximadamente el valle del Cuzco preincaico. Las evidencias con que contamos, ya sea debido a la pervivencia de una de tales lenguas, o bien a través de la documentación colonial, y, en el peor de los casos, gracias a la persistencia de verdaderas toponimias de relicto, son muy escasas y su filiación no siempre es fácil de establecer, de manera que apenas podemos identificar tres de ellas: el quechua, que subsiste; el aimara cuzqueño, que se habría extinguido a mediados del siglo  XIV; 69

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y el «lenguaje particular de los incas», que habría sido el puquina, igualmente extinguido, aunque mucho antes que el aimara de la región. En trabajos anteriores, la mayoría de ellos reunidos en Cerrón-Palomino (2013), nos hemos ocupado de la identificación, coexistencia, y caracterización funcional de estas tres lenguas genéticamente diferentes, aunque tipológicamente próximas, como resultado de un dilatado proceso de contactos y convergencias seculares. En cuanto a la procedencia inicial de tales lenguas, conviene señalar que si hay algún punto en el que están de acuerdo los lingüistas históricos del área andina es en reconocer que ninguna de ellas sería originaria del valle del Cuzco. En efecto, según tales especialistas, y contra las posturas tradicionales aún en boga entre la mayoría de los científicos sociales, tanto el aimara como el quechua acusarían una procedencia centro-andina, mientras que el puquina tendría un origen altiplánico. En términos protohistóricos, lo que está en plena discusión es la cronología de los desplazamientos idiomáticos involucrados, la determinación de los agentes que los promovieron o impulsaron y su adscripción a las sociedades huari (aimara/ quechua), pucareña y tiahuanquense (puquina) e inca (quechua). Para los debates recientes en relación con algunos de los temas mencionados, pueden consultarse los trabajos aparecidos en Kaulicke, Cerrón-Palomino, Heggarty y Beresford-Jones (2010) y en Heggarty y Beresford-Jones (2012). Los trabajos de lingüística histórica y filología que hemos estado realizando en los últimos tiempos, con especial énfasis en el estudio de la onomástica andina, están demostrando el rol que desempeñó la lengua puquina en la génesis y la formación del Imperio de los incas, y que identificamos como el llamado «lenguaje particular de los incas» (en expresión del Inca Garcilaso). No otra cosa lo demuestra, de manera taxativa, buena parte del léxico cultural e institucional del incario, tras someterlo a escrutinio riguroso. En efecto, el examen etimológico emprendido, tocante a la forma y el significado de dicho léxico, despojado del barniz con que lo cubrieron los lenguaraces de turno, incapaces ya de reconocerlo como ajeno a su lengua, revela una filiación distinta a la del aimara y del quechua. De esta manera, resulta de primera importancia destacar el aporte puquina mencionado, pues estamos hablando nada menos que del léxico fundacional y organizativo del Imperio incaico (ver CerrónPalomino, 2013, I Parte, en especial I-2, 3; 2016c). Por lo demás, sobra señalar que dicha impronta léxica no pudo haberse dado por simple ósmosis idiomática, sino que debió haber sido vehiculizada, en el plano extralingüístico, por movimientos de pueblos de habla puquina en dirección del Cuzco y territorios aledaños, como parecen sugerirnos los mitos de origen del Imperio incaico. En tal sentido, la revelación lingüística hecha hasta aquí constituye un reto para las ciencias sociales, particularmente la etnohistoria y la arqueología, pero también para 70

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la genética, las cuales están llamadas a replantear sus modelos interpretativos de los orígenes del imperio incaico no ya de manera autosuficiente, como ha sido la vieja práctica, sino interdisciplinariamente, a la luz de las evidencias lingüísticas aportadas. Al respecto cabe recordar que, por nuestra parte, hemos venido formulando algunas correlaciones etnohistóricas, arqueológicas, y genéticas que permiten explicar el fenómeno lingüístico previamente descrito (confróntese Cerrón-Palomino, 2012; 2013, I-2; 2015). Lo dicho hasta aquí habla solo de la impronta léxica puquina en la dimensión institucional del incario. Sin embargo, que tal presencia idiomática dejó sus huellas más allá del léxico sociocultural para dejarse entrever en la toponimia local, denunciando una cobertura regional de gran envergadura como efecto de un uso lingüístico no menos importante, es algo que quisiéramos demostrar en las secciones que siguen. Según lo hemos estado señalando en otros lugares, la tesis del Cuzco como cuna del quechua y la del altiplano como patria del aimara, elaboradas al calor de las ideologías nacionalistas en boga de los intelectuales criollos peruano-bolivianos, son las responsables indirectas de la persistencia en la negación de la existencia de una toponimia que no sea asignable a cualquiera de las lenguas mencionadas. Y no obstante que los estudios de filología y lingüística histórica del área andina demostraron hace medio siglo la falacia de tales posturas, asombra constatar que todavía subsistan, especialmente entre los investigadores de disciplinas afines, quienes permanecen aferrados a ellas y niegan la presencia de estratos toponímicos diferentes a los de las lenguas mencionadas. Contribuye a ello, sin duda alguna, el estado de postración en que se encuentran los estudios toponímicos de la región, todavía en manos de aficionados o, peor aún, de investigadores improvisados carentes de una mínima sindéresis deontológica y profesional. Pues bien, nos complace anunciar que los trabajos que estamos desarrollando en la materia1 están demostrando, de manera inconcusa, la presencia, compacta y recurrente, de una toponimia asignable al puquina en toda la región altiplánica, con un centro nuclear denso en torno a la hoya del lago Titicaca y sus proyecciones tanto cisandinas como transandinas. En efecto, así lo prueban, en el terreno léxico, la recurrencia jalonada de ocho elementos diagnósticos perfectamente identificados a la fecha como raíces puquinas; pero también, y de manera más interesante, el registro de por lo menos cuatro sufijos derivativos asignables a la lengua (confróntese Cerrón-Palomino, 2014; 2016d). El reconocimiento de tales formas como propias 1

Uno de nuestros asiduos contertulios en dicho afán, esta vez desde la disciplina arqueológica, es el colega y amigo Peter Kaulicke, en cuyo homenaje escribimos la presente contribución, que recoge algunos aspectos sobre los cuales venimos conversando desde hace ya un buen tiempo.

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del puquina no solo es el resultado de su factorización contrapuesta a las estructuras gramaticales y léxicas del quechua y del aimara en su profundidad histórica, sino también del manejo sistemático, como elemento de «control» y verificación, de algunas de las propiedades fonológicas y léxico-gramaticales del puquina que han podido ser inferidas a partir de los datos escuetos que tenemos de la lengua (confróntese Adelaar & van de Kerke, 2009). Sobra decir que, en virtud de tales procedimientos, es posible devolverles a los topónimos su identidad idiomática, a menudo distorsionada en forma y significado como resultado de su quechuización o aimarización a fortiori.

Toponimia puquina en el Cuzco Volviendo sobre el tema adelantado, buscaremos demostrar la presencia profundamente enraizada de elementos léxicos y gramaticales asignables al puquina en pleno territorio del actual departamento del Cuzco y del de sus vecinos Apurímac y Arequipa. El procedimiento por seguir será el mismo que hemos estado empleando en los trabajos citados en la sección anterior. Cabe señalar que tanto los radicales como los sufijos puquinas identificados hasta la fecha ocurren igualmente en territorio cuzqueño. En esta oportunidad introduciremos seis radicales nuevos registrados, los que se dan también en el altiplano. Los materiales para ello provienen básicamente de dos fuentes: la proporcionada por la documentación colonial (ver, por ejemplo, Villanueva Urteaga, 1982) y la que nos ofrecen los diccionarios geográficos, ya sean de orden general o regional. Sin ceñirnos necesariamente a la naturaleza de tales fuentes, nos ocuparemos, en primer lugar, de la toponimia del itinerario mítico de los hermanos Ayar; y, en una segunda instancia, abordaremos la toponimia vigente en la actualidad. En ambos casos procuraremos llamar la atención sobre la persistencia histórica de tales nombres identificables sistemáticamente no obstante su aimarización o quechuización. Itinerario mítico Como se sabe, el recorrido de los hermanos Ayar del espacio mítico comprendido entre Pacariytambo y el actual templo de Santo Domingo en la ciudad del Cuzco ha sido consignado por cronistas como Sarmiento de Gamboa ([1572] 1965, [12]), Cabello Valboa ([1586] 1951, I, 9, pp. 260-264) y Murúa ([1613] 1987, I, II); y lo hacen con mayor o menor detalle, con algunas omisiones de nombres de los paraderos del trayecto, amén de presentar variantes notorias en su registro. Lo último responde, en parte al menos, a la deficiente edición de las crónicas mencionadas, especialmente en lo referente al tratamiento de los nombres en lengua indígena, que, en ausencia de un enfoque filológico disciplinado, nunca han sido objeto de fijación seria. 72

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Por lo que respecta a la presente discusión, debemos señalar que, en ausencia de una auténtica edición crítica de la crónica de Sarmiento de Gamboa, echaremos mano de la copia del manuscrito existente en la biblioteca de Gottinga, cuyo texto tiene la virtud de relatarnos de manera más pormenorizada el referido itinerario2. De otro lado, como observa acertadamente Gary Urton, debe tenerse en cuenta que, en el plano interpretativo, el mito en su conjunto responde «a posturas ideológicas y elaboraciones históricas políticamente motivadas al interior de la emergente sociedad colonial, que como [sic] base para la reconstrucción de la “verdadera” historia del imperio inca» (confróntese Urton, 2004, cap. 4, p. 45). Las consecuencias de dicha elaboración inciden directamente no solo en la inseguridad de la localización de los nombres de lugar, sino también en su dudosa notación y, por consiguiente, en su historicidad geográfica y lingüística. Ahora bien, los ocho topónimos que jalonan el itinerario seguido por los Ayar, luego de emerger de su paqarina, son: , , , , , , y 3. De acuerdo con las restricciones formales de toda palabra perteneciente a nuestras lenguas andinas mayores, podemos estar seguros de que todos ellos, excepto el último, constituyen estructuras léxicas bimembres, descomponibles en , Tambo-quiro>, , , , y ; el último topónimo, en cambio, está integrado por tres elementos, que analizamos como . Cuatro de ellos integran compuestos que obviamente responden a su renominalización en quechua: tal los casos de, , y ; en todos ellos, al ignorarse el otro elemento del compuesto, se opta por la «redescripción» del topónimo, ya sea como una ‘recinto’, como una ‘andén’, o un ‘posada’. Los cuatro restantes, igualmente enigmáticos desde el punto de vista del quechua y del aimara --, , y --, tienen la particularidad de no haber sido manipulados por lo menos formalmente; 2 Sirva la ocasión para agradecer al colega y amigo Paul Heggarty por haber gestionado para nosotros copia del manuscrito mencionado (14-06-2015). 3 No discutimos aquí el caso de , nombre de una parada entre y , por ostentar una notación a todas luces grotescamente copiada, y de cuya restitución aproximada nos ocuparemos en otra ocasión. Adelantemos por ahora que, a la luz de la identificación plena del sufijo puquina –no y sus variantes, introducido en § 5.3.3, la terminación –rro del topónimo (que aparece registrado dos veces: , fol. 25; y , fol. 26) puede ser aislada y reconocida como una variante recurrente del mismo. Señalemos de paso que la forma consignada por Murúa, paleografiada como , resulta a todas luces igualmente grotesca (confróntese [1613] 1987, I, II, p. 49). Por lo demás, la identificación que se ha propuesto de este con el topónimo actual de (confróntese Urton, 2004, cap. 2, nota 9) no resiste, por lo menos formalmente, la más mínima posibilidad.

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y, en el caso de , fue tal vez la falsa identificación de su elemento con el sufijo ablativo quechua lo que lo dejó intacto; sin embargo, se pasó por alto el hecho de que una expresión ablativa nunca puede constituir un topónimo. Pues bien, lo que quisiéramos señalar aquí es que todos los nombres mencionados contienen un elemento ajeno al quechua y al aimara, y, por consiguiente, deben atribuirse a la tercera lengua, es decir el puquina. Tal es el caso, para comenzar, con los compuestos que portan el radical que, conforme lo hemos demostrado al etimologizar los topónimos y , es de puro cuño puquina, el mismo que significaría ‘nuevo, hermoso, galano’ (confróntese ­Cerrón-Palomino, 2016a, pp. 20-21, 22-23). Por lo demás, la motivación del recurso al adjetivo en cuestión resulta coherente dentro del contexto del relato mito-histórico, en la medida en que todo debió ser nuevo y atractivo a la vista de los advenedizos altiplánicos. No debe extrañar entonces que, al haberse tornado obsoleta la lengua, el atributo haya sido asociado con una palabra familiar quechua: de allí, como observa Bauer, que aparezca como en Cabello Valboa y como en Murúa (confróntese Bauer, 1992, cap. 4, p. 65); lo propio puede decirse de , que debió ser ‘Andén galano’. En cuanto a , y los dos primeros componentes del compuesto , hay que señalar, en primer lugar, que los dos primeros nombres ya han sido etimologizados previamente como * ‘Dos Cerros’ (confróntese Cerrón-Palomino, 2013, I-2: § 6.1.2, p. 74) y * ‘Cuesta pelada’ (confróntese Cerrón-Palomino, 2016a, pp. 23-24), respectivamente. Baste con notar aquí que el primero es un híbrido puquina-aimara, donde es ‘dos’ y la forma es una variante sistemática del puquina ‘cerro’; el segundo, a su turno, es íntegramente puquina, donde es forma sincopada de ‘cuesta, pendiente’, en labios de hablantes de aimara; y el tercero, finalmente, se analiza como ‘cuesta de yaras’, donde la forma de , variante más conservada que , aparece sincopada por regla sistemática del quechua (para este componente puquina, ver § 5.2.1, más abajo). Para terminar con esta sección, falta ver los casos de y . En cuanto al primero, caben dos alternativas de interpretación, según el elemento sea relacionado con el quechua qiru ‘madera’ o con el puquina , que según Bertonio significa «mercader del Coca que va muchas vezes a los Yungas» (confróntese [1612] 1984, II, p. 298). Descartamos la primera alternativa, pues su lectura como ‘madero del tambo’, aparte de ser una designación a todas luces tardía, no parece tener motivación natural, mientras que, interpretado como una designación metonímica del lugar, a estar por la expresión netamente puquina «el que ha enriquecido con el trato de la coca» (­confróntese [1612] 1984, II, 74

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pp. 298-299), es decir /kiru-iki/ ‘señor de la coca’, resulta menos forzado, de manera que pueda glosarse como ‘Coca del mesón’. En relación con el segundo topónimo, debemos señalar que Molina (1573, fol. 21v) lo registra como . Dejando de lado la diferencia mostrada por el primer elemento del compuesto, no es aventurado señalar que estaríamos ante una misma forma. De asumirse que la versión de Molina es la más fidedigna, entonces , interpretable como khira, podría glosarse como ‘palizada’ (confróntese Bertonio, [1612] 1984, II, p. 298); y el segundo componente del topónimo, es decir vendría a ser ‘lugar, sitio’, voz puquina preservada por el callahuaya (confróntese Girault, 1989, p. 53), de manera que el lugar podría haber significado ‘Sitio de palizadas’. En relación con el sufijo del primer elemento, resulta difícil decir si fue -ro o -si, ambos sufijos puquinas, en sus versiones sincopadas. Toponimia puquina presente en el Cuzco Conforme lo anunciamos, en esta sección comprobaremos no solo el registro cuzqueño de cuatro radicales ya establecidos para el área puquina en su conjunto sino también la consignación de seis nuevas raíces atribuibles a la lengua, que obviamente recurren no solo en el altiplano sino también, fuera del Cuzco, en los departamentos vecinos de Apurímac y Arequipa. Asimismo, comprobaremos el registro de los cuatro sufijos puquinas identificados hasta ahora y que asoman frecuentemente en la formación de topónimos. Radicales puquinas. Los cuatro radicales puquinas cuyos prototipos ya fueron establecidos son: *phaya ‘cuesta, pendiente’; *phara ‘río’; *ch’ata ‘cerro’; y *kachi ‘cerco’. Todos ellos aparecen, algunos de manera más recurrente, en las provincias propiamente andinas del Cuzco, pero también en los departamentos vecinos de Apurímac y Arequipa. 1. En cuanto a *phaya, corroborando su conocido polimorfismo, se manifiesta variadamente como: (a) ~ ~ ;(b) ~ ; y (c)  ~ ~ . Sobra señalar que todas estas formas se explican de manera sistemática a partir del prototipo mencionado previamente. El radical puede aparecer como elemento inicial de un compuesto, como en (Paucartambo) y (Chumbivilcas), por ejemplo; pero su mayor recurrencia se da como segundo elemento, es decir como núcleo del topónimo, ya sea formando nombres íntegramente puquinas o híbridos puquina-aimaras o puquina-quechuas. Así tenemos, por ejemplo: (Chumbivilcas), (Urcos), (Anta), (Calca), (Quispicanchis), (Canas), etcétera. 75

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2. Respecto a *phara, este se da por lo general como segundo elemento de nombres formados por composición; así, tenemos: (Chumbivilcas) y (Canas), en los que aparece en su variante no lenizada o debilitada, mientras que en (Anta), (Acomayo), (Santa Ana, Cuzco), (Lares), (Paruro), se manifiesta en su versión debilitada. Sobra señalar que, tradicionalmente, esta segunda variante ha sido identificada como la voz quechua wara ‘pantaloneta’, sin importar las aberraciones semánticas que ello acarrea al glosar los topónimos involucrados4. 3. En cuanto al radical ch’ata y su variante , los encontramos no solo en el itinerario mítico ya visto sino también en la nomenclatura de los santuarios del Cuzco incaico; y así tenemos: (Paruro), (Canchis), (Ollantaitambo), (Cu-1: 8)5. En cuanto a la segunda variante, cabe señalar que, por etimología popular, fue muchas veces interpretada como errata por la voz del quechua sureño ‘pueblo’. Así, por ejemplo, en la «Descripción» del corregimiento de Abancay, donde se informa que el topónimo estaría formado por «andén» y «pueblo», y por tanto tendría el significado de ‘pueblo del andén’, en lugar del correcto ‘Cuesta de andenes’ o simplemente ‘Andenería’ (confróntese Fornee, [1586] 1965, p. 24)6. 4. Finalmente, respecto al elemento , pareciera que estuviera presente solo en escasos ejemplos como y (Urubamba), pero también en el adoratorio designado como (An-2: 3). Sin embargo, al igual que en la alternancia ~ , en la que se observa la fluctuación /­ch/ ~ /ll/ propia del puquina, no debe sorprender que encontremos, en el Cuzco y fuera de él, la variación entre y , según se ve en (Paucartambo), 4

El caso más escandaloso es el de , presente también en Arequipa y en Yamparáez (Chuquisaca), y que suele traducirse por ‘pantaloneta negra’, significado reñido con los principios naturales y elementales que gobiernan todo proceso de nominación toponímica. Nótese, de paso, que en la variante no lenizada, es decir , puede estar la etimología de la voz para ‘lluvia’ del quechua sureño. 5 De aquí en adelante, la abreviatura de este nombre y de otros semejantes refiere a la lista de los santuarios del Cuzco imperial, siguiendo la convención iniciada por Rowe, según la cual se alude primeramente a la orientación cardinal en forma abreviada (así, Ch= Chinchaisuyo, Cu = Cuntisuyo, Co= Collasuyo y An= Antisuyo), luego el número del clasificador y finalmente el del santuario. De paso, notemos que un alto porcentaje de la toponimia de los ceques acusa, como debía esperarse, procedencia puquina, y ello se hará evidente, a manera de adelanto, a lo largo de nuestra discusión. Sobra señalar que la recta interpretación de los nombres sagrados en cuestión, contrariamente a lo que se piensa (confróntese Bauer, 2000, cap. 2, p. 13), no puede hacerse exclusivamente a partir del quechua, de manera que las glosas que ofrece Beyersdorff (2000), por ejemplo, resultan harto ingenuas, por decir lo menos. 6 El editor de la «Relación» citada, don Marcos Jiménez de la Espada, inserta, tras el elemento descompuesto , la forma que supone que es la correcta, es decir «[llacta]», consolidando de esta manera el entuerto.

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pero también en un nombre tan caro a los arqueólogos: , que hace alusión al estilo alfarero cuzqueño pre-inca. Incidentalmente, los partidarios del quechuismo primordial creen identificar en tales nombres la palabra quechua ‘sal’. Según esta lógica, por ejemplo, el topónimo debería glosarse como ‘Sal de tara’, lo cual es sencillamente un absurdo. Nuevos radicales. Los siete nuevos radicales que introducimos en esta oportunidad, y que se dan también en el resto del área puquina, son: , , , , , y . En lo que sigue nos ocuparemos de cada uno de ellos. 1. En cuanto al radical , este se encuentra en topónimos corrientes del tipo (Calca), (Paucartambo), (Anta), (Chumbivilcas), pero también en los de corte sagrado, verbigracia (Co-2: 8), (Co-7: 2), (Cu-5: 2). Justamente, en virtud de su ocurrencia en (An-3: 9) y en (Cu-8:14), que se glosan como «pasajes» entre dos cerros, lo interpretamos como *khalla ‘pasaje, desfiladero’. 2. Por lo que respecta a , que varía con su forma lenizada , y cuyo prototipo vendría a ser *parki «ladera del cerro» (cf. Bertonio, op. cit., II, 250), se lo registra en (Acomayo), (San Jerónimo), (Ch-8:1), (Cu-1: 7), (Cu-1: 8), e incluso (Urubamba), que puede ser variante perfectamente predecible del nombre del santuario . Aquí también hay que señalar que los aimaristas improvisados de etimólogos suelen interpretar la variante como préstamo del castellano parque (!). 3. Por lo que concierne a , que postulamos como *khira ‘palizada’ (confróntese Bertonio, [1612] 1984, II, p. 298: «varas con que cruzan las tixeras del techo»), y que por lo regular aparece seguido de los reflejos del morfema ubicativo aimara *-wi (ver Cerrón-Palomino, 2008, II-3, § 2), tenemos, como elemento inicial en (Co-6: 4), pero de manera más recurrente como segundo formante de compuesto: y (Anta), y (Urcos), (Co-4: 7), (­ Co-7: 3), (Vilcabamba), (San Jerónimo). Para la alternancia de los reflejos y del ubicativo aimara –wi, ver Cerrón-Palomino (2008, II-3, § 2). 4. Por lo que toca a , lo encontramos formando compuestos, bien como modificador bien como núcleo, como en (Pisac, Calca), 77

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(Urcos, Quispicanchis), (Vilcabamba, La Convención), (Canchis, Sicuani), etcétera. El significado de ‘riachuelo’, que postulamos para él, parece insinuarse a partir de su ocurrencia en compuestos como los de (Llanque, Cailloma) ‘Riachuelo seco’ y (Ayapata, Carabaya) ‘Riachuelo en forma de delta’ (en verdad un divortium aquarum). 5. El siguiente radical, es decir , se muestra bajo tres variantes: (a) en forma enteriza, como en (Santa Ana), (Apurímac); (b) sonorizada, como , en (Paucartambo), (Quispicanchis)7; y (c) sincopada en , como en (santuario, Cu-4: 2), , (Calca), (Paruro). Como puede verse, la forma sincopada, sin duda como efecto de su aimarización, se da cuando la base termina en consonante. En cuanto a su consonante inicial, por la apertura que causa sobre la vocal radical, como se puede ver en los casos de (c), podría postularse *qati, como la forma originaria8. De otro lado, es de notarse que el cronista Santa Cruz Pachacuti registra , y no ; además, nos proporciona un nuevo topónimo: , en ambos casos con la variante enteriza (confróntese Santa Cruz Pachacuti [1613] 1993, fol. 15v). Si bien puede reinterpretarse como /qhata/ ‘cuesta’, no hemos podido aún dar con el significado de , que sin embargo recurre en toda el área puquina (rebasando el Cuzco por el Oeste), ya sea como primer o segundo elemento de compuesto9. 6. El sexto de los radicales es , que tiene la forma breve de un sufijo, ya que se manifiesta como o ; y, sin embargo, se trata de una forma léxica, que funciona como cabeza o núcleo de los compuestos en los que interviene. Lo registra Bertonio, quien lo glosa como «cueua, o concauidad en las peñas donde pueden dormir algunas personas» (confróntese [1612] 1984, II, 350), ­significado que les da pleno sentido a topónimos como (Anta), , (Paruro), (Canchis) y (Chumbivilcas). 7

Nótese que aquí no entra el topónimo (nevado en Quispicanchis), pues este se analiza como , cuyo segundo elemento ilustra el radical siguiente. El primer componente es la versión «chinchaisuya» de . 8 De allí que no parece que (Paruro) sea la forma enteriza de , pues, en el primer caso, el elemento se puede glosar como ‘hueco, espacio, sitio’ (confróntese Gonçález Holguín ([1608] 1952, I, p. 310); en el segundo caso, ya vimos que la forma sincopada , es decir */q-ti/, abre la vocal radical. A menos que sea forma castellanizada, con vocal epentética, de . 9 En un trabajo anterior postulábamos una etimología distinta para y (confróntese Cerrón-Palomino, 2008, II-4, § 1.2.2, 221), de la que nos rectificamos ahora. Ocurre que por entonces no sospechábamos que la presencia puquina en el Cuzco fuera realmente impresionante.

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7. Por lo que respecta al radical , debemos señalar que se trata de un elemento muy recurrente en el área puquina, particularmente en la toponimia de las islas de Amantani y Taquile, y gracias a cuyo registro podemos postular como *khari, con el significado de ‘resto habitacional’. Lo encontramos en cuatro santuarios del Cuzco incaico, a saber: (An-3: 7), (An-4: 1), (Co-1: 4) y (Cu-2: 0). Sobra señalar que en ninguno de estos casos se está frente a la raíz quechua qhari ‘varón’, salvo por etimología popular; en tal sentido es contundente la evidencia encontrada en las islas del Titicaca, como por ejemplo , y , en Taquile. Sufijos puquinas Como en el caso de las raíces identificadas en la sección anterior, la toponimia cuzqueña es igualmente pródiga en el recurso de los cuatro sufijos derivativos del puquina identificados a la fecha. Tales sufijos son *-t’a,*-si,*-no y *-so. Como podrá verse en su momento, no todos ellos, con excepción del primero, se manifiestan de manera obvia, como resultado, por un lado, de fluctuaciones fonéticas propias de la lengua (el caso de las realizaciones de *-no); y, por el otro, de cambios inducidos por los hábitos prosódicos del quechua (en los casos de *-si y *-so). Además, como se verá en su momento, dos de ellos pueden coaparecer en la formación de un mismo topónimo. Seguidamente nos ocuparemos de cada uno de ellos. 1. El existencial *-t’a. El significado de este derivador apunta a la existencia del elemento referido por el radical, y así lo encontramos en (Calca); , (Canchis); , (Canas);, , , , , (Chumbivilcas); (Espinar), (Canchis). El último ejemplo, que porta el posesivo aimara -ni, ilustra un caso de reinterpretación, al haberse perdido el significado del sufijo puquina. Por lo demás, el mismo derivador ocurre también en dos ocasiones en la lista de santuarios del Cuzco, la primera en forma enteriza: (Cu-8: 6), y la segunda en versión no solo apocopada sino también lenizada: (Cu-8:14). 2. El ubicativo*-si. La identificación de este sufijo, y más aún de su significado10, nos ha permitido rastrear su difusión en toda el área cuzqueña y ­departamentos colindantes, 10

Dicho significado se deja ver claramente en el glosado de «despensa» que le da el anconense a la palabra , es decir /husku-si/, derivada del verbo «guardar» (confróntese Bertonio, [1612] 1984, II, p. 1169), y que puede atribuirse tranquilamente al puquina, demostrándonos al mismo tiempo que el sufijo puede formar nombres a partir de verbos.

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y así se lo encuentra en (Anta), (Calca), (Paruro), (Quispicanchis), , , (Canas); , , , (Chumbivilcas). Como lo señalamos en Cerrón-Palomino (2016c, § 8.2.2.2), el sufijo aparece también en el nombre antiguo de la actual plaza del cabildo del Cuzco: , que era el lugar «donde se hazían alardes, o ensayos de guerra» (confróntese Gonçález Holguín, [1608] 1952, I, p. 155), y que fue reinterpretado, siguiendo la vieja práctica del «quechuismo primitivo», como ‘plaza del regocijo’. Que el mismo sufijo puede aparecer, esta vez en la forma sincopada de –s, nos lo ilustra la toponimia sacra de los ceques, como en (Ch-7: 5), (Ch-8: 9), (Ch-9: 7); ­(An-8: 4), (Cu-3: 4), (Cu-8: 3) y (­Cu-8: 8). En un caso al menos, el sufijo se da tras –no ‘caracterizador’: (Ch-9: 1),11 así como se da en la isla de Amantani12. 3. El sufijo *-no. En cuanto a la presencia de este sufijo en el área cuzqueña y territorios aledaños (ver lo anunciado en nota 9), portador de un significado equivalente al –ni del aimara y al –yuq del quechua, manifestábamos en trabajos anteriores (por ejemplo, Cerrón-Palomino, 2016c, § 8.21) la extrañeza de no encontrarlo más allá del área nuclear puquina (islas del Titicaca y vertiente occidental del Pacífico). Sin embargo, hoy estamos en condiciones de sostener que, en verdad, la ausencia del registro era solo aparente, ya que, fuera del área nuclear en referencia, el sufijo en cuestión se manifiesta predominantemente bajo la forma de –ro. Así lo encontramos, en efecto, en (Belén; Colquemarca), (San Jerónimo), (Urubamba), y (Chumbivilcas), (Huarocondo), , (Anta), etcétera. Señalemos de entrada que la alomorfía –no ~ -ro no debe sorprender, desde el momento en que la fluctuación de las consonantes alveolares (en este caso entre /n/ y /r/) es frecuente en las lenguas andinas. Es más, a partir de la variante –ro es posible explicar no solo casos como los de (Huarocondo) y

11 Este es un ejemplo aislado en el que se da la forma intacta del sufijo –no, visto en la sección siguiente. Importa señalar, además, que su identificación, así como su «sintaxis» interna, se ven afianzadas por ejemplos como y (Apurímac) y (Azángaro). 12 Además, fuera del área cuzqueña y entrando en terreno boliviano, el sufijo se deja reconocer fácilmente en topónimos como (Omasuyos), (Sapahaqui, Sicasica), (Aijachi, Omasuyos), etcétera, todos ellos ya aimarizados, en los que, tras perderse el significado ubicativo de –si, se echa mano del nominalizador aimara –wi (confróntese Cerrón-Palomino, 2008, II-3, § 2.2), para expresar la misma noción de ubicación.

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(Chinchaypuquio), por no mencionar otros muchos, fuera del Cuzco, como el conocido distrito puneño de , sino también los de (Urubamba y Paruro), (Lares, Calca) y (Chumbivilcas). En ambos casos, los fenómenos de sustitución son sistemáticos (fluctuación /r/ ~ /ll/ en puquina y regla /r/> /l/ en aimara). Finalmente, hay que notar igualmente que no es infrecuente encontrar topónimos que muestran apócope de –ro, como en (P’isac), fenómeno este inducido, de modo semejante al caso previo de –si>–s, por los hábitos prosódicos y silábicos propios del quechua. Nótese también que ahora es posible identificarlo en la toponimia sacra, como en (Cu-14: 1), (Cu-14: 2), pero también en (Ch-5: 10) y (Co-4: 8)13. 4. El sufijo *-so. Sufijo derivativo del puquina, de función semejante al –ta del aimara y al –sqa del quechua, lo encontramos en topónimos de textura simple como (Canas y Chumbivilcas), (Paucartambo), (Espinar), (Paruro); pero también en compuestos del tipo (es decir, , Paruro) o (Espinar). Como se adelantó, al igual que en el caso de –si, aquí también se dan ejemplos de topónimos en los que el sufijo muestra apócope; y así encontramos (Yanaoca), (San Sebastián), (Espinar); pero también lo hallamos en los santuarios (Co-8: 5), (Ch-1: 1), (An-5: 10); (Co-2: 4). Otros ejemplos, en palabras compuestas son , (Paruro) y (Chumbivilcas)14.

Implicaciones lingüísticas e histórico-culturales Tras el excurso de etimología toponímica emprendido en las secciones precedentes, creemos estar justificados para sostener como un hecho evidente la presencia 13 Notemos, de paso, que ahora estamos en condiciones de explicar el carácter extraño de (topónimo y luego antropónimo), cuya –r final, igual que la de , resultaba extraña en quechua, no obstante portar un radical propio de esta lengua (wask’a y şuntu, respectivamente). Tampoco debe descartarse que el nombre pueda estar conteniendo la forma enteriza del sufijo, pues otro tanto ocurre con ; en ambos casos estamos ante el significado básico de ‘serpiente’. 14 Con anterioridad al «descubrimiento» de las formas sincopadas de *–si y *–so en la toponimia sureña, creíamos que en nombres tan conocidos como los de o estábamos ante el sufijo *-ş del quechua, perdido en los dialectos sureños pero vigente en los del centro (confróntese CerrónPalomino, 2008, II-4, § 1.1.3). Los ejemplos aportados demuestran que dicha debe ser atribuida a cualquiera de los dos sufijos puquinas mencionados. Admitamos, sin embargo, que no siempre es fácil reconstruirlos con certeza, más allá de su identificación como derivativos puquinas, pues tam-

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de nombres de lugar atribuibles a la lengua puquina en toda la región del Cuzco. Dicho  registro queda patente no solo en tanto elementos radicales que integran topónimos que designan espacios de contornos físicos reales, cuando no míticos o legendarios, en cuyo caso puede hablarse de la ocurrencia de simples prestamos léxicos del puquina en el aimara o en el quechua, sino también, de manera más interesante, en el empleo de recursos gramaticales de la lengua, en este caso de sufijos derivativos, que aseguran con mayor ajuste y precisión la descripción de una comarca o de un paraje determinado. La existencia de topónimos que acusan este tipo de información gramatical es un indicador incuestionable del uso de la lengua involucrada por parte de quienes crearon tales designaciones. Dicho en términos más sencillos y directos, quienes acuñaron los nombres de lugar que registran el uso de tales sufijos eran personas bilingües de aimara-puquina, y quizás también de quechua-puquina, según se verá más abajo, que dejaron evidencia de su competencia en el uso de la gramática de la lengua primigenia. Si, de otro lado, recordamos la fuerte presencia del léxico puquina en dominios semánticos tan importantes como los del universo cultural, institucional y religioso del incario, no parece haber duda de que el puquina habría jugado un rol decisivo en la génesis y el desarrollo del Imperio incaico, tal como sin duda habría ocurrido previamente al desempeñar un papel semejante como vehículo de la sociedad tiahuanacota. Por otra parte, el corpus toponímico examinado permite igualmente sugerir una cronología del contacto entre, por un lado, el puquina y el aimara; y por el otro, entre el puquina y el quechua. De esta manera, si bien es posible encontrar radicales aimaras y quechuas con sufijos puquinas, no parece que ocurran topónimos puquinas con sufijos derivativos quechuas, es decir con gramática quechua, pero en cambio sí se dan designaciones de la lengua con gramática aimara. Lo que estaría demostrando que, al tiempo en que incursiona el quechua en la región, los puquina-collas están plenamente aimarizados, de manera que los de habla quechua ya no tienen la oportunidad de aprender la lengua altiplánica15. Y así, casos como los de (Quilca), o (San Jerónimo), y que remontan a *qala-phaya-ni ‘(Lugar) con pendiente pedregosa’ y *wak’a-khira-wi ‘(Lugar) con palizadas del santuario’, ilustran el empleo de los sufijos aimaras –ni ‘caracterizador’ poco es fácil reconocer las raíces (nominales o verbales) que los portan en ausencia de un vocabulario de la lengua. 15 Como se sabe, en la entrada al bautisterio de la famosa iglesia de Andahuailillas (Quispicanchis) puede leerse aún, aunque parcialmente, la fórmula del bautizo en lengua puquina, al lado de sus equivalentes en aimara, quechua y castellano. Se ha querido ver en ella la presencia de la lengua en las cercanías del Cuzco en pleno siglo XVII (confróntese Torero, 1987, p. 399); sin embargo, como lo ha demostrado Mannheim, tal insinuación no encuentra apoyo documental que la sustente, de manera

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y –wi ‘existencial’, respectivamente. Por el contrario, topónimos como ‘Andén de la cuesta’ (Paucartambo), ‘Garganta de la cuesta’ (Paruro), o incluso ‘(Lugar) con una cuesta’ (Quispicanchis), todos ellos con núcleo quechua, no constituyen contraejemplos de lo señalado, pues en estos casos estamos ante nombres que portan el préstamo puquina waya < *phaya ‘cuesta, pendiente’, previamente incorporado al aimara y pasado al quechua después. Del mismo modo, nombres como ‘(Lugar) donde hay arena’ (Canchis), (Cu-14: 1) ‘(Lugar) con ushnu’ y ‘(Lugar) agobiado’ (Espinar), con raíz quechua y sufijo puquina, están indicándonos el empleo de un léxico quechua incorporado como prestamos por parte de los bilingües de puquina-aimara16. Pues bien, la presencia de una densa y recurrente toponimia puquina fuera del área altiplánica, no solo en la cuenca del Vilcanota y del Urubamba sino también en la de Apurímac (confróntese Cerrón-Palomino, 2016b), así como en las provincias altas de Arequipa, obliga a replantear el mapa de la distribución prequechua y preaimara de la lengua puquina en los territorios mencionados. Debido al desconocimiento de esta realidad se ha estado sosteniendo que la frontera noroeste del puquina no habría sobrepasado del nudo de Vilcanota, coincidentemente con el área de influencia de las sociedades de Pucará primeramente y de Tiahuanaco después. La presencia de la lengua en el valle del Cuzco, como resultado de la intrusión de un grupo de jefes puquina-collas en el área tras el colapso de Tiahuanaco, simbolizada en el mito de los hermanos Ayar, tal como la hemos venido postulando en trabajos previos (confróntese Cerrón-Palomino, 2012; 2015), no alcanza a explicar del todo la fuerte presencia del puquina en los territorios mencionados. Sin descartar dicha migración altiplánica ocurrida en el Intermedio Tardío, que acarrearía una segunda oleada puquina en la región, resulta mucho más razonable, para interpretar la realidad toponímica encontrada, postular un emplazamiento más antiguo de la lengua, en su versión protopuquina, en tiempos que remontarían por lo menos al Formativo Tardío. Proponemos, en tal sentido, adscribir dicha presencia a los agentes de la sociedad de Pucará (200 a.C-200 d.C), hablante de la protolengua mencionada. De esta manera, parecería cobrar sentido la presencia de los poques, al lado de los lares

que la ­inscripción solo parece indicar el interés que tenían los jesuitas, que estuvieron en la parroquia por espacio de ocho años (1628-1636), de hacer de ella un centro que emulara el laboratorio idiomático que fue Juli (1991, cap. 2, nota 17). 16 Conforme se vio, las pesquisas etimológicas emprendidas hasta aquí supusieron una tarea de limpieza del léxico toponímico examinado, en la medida en que este, tal como aparece registrado en las fuentes (por defecto de copiado, de lectura, o de edición), ostenta, siguiendo la vieja práctica del quechuismo y del aimarismo primitivos, una fisonomía distorsionada, cuando no alterada deliberadamente, a favor de las lenguas mayores involucradas.

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y guallas, en el valle del Cuzco a la llegada de los Ayar, según la tradición oral recogida por Murúa, y citada en nuestro epígrafe: por lo menos uno de tales grupos, de modo mucho más obvio en el caso de los primeros (en razón del etnónimo), hablarían el puquina, lo cual corroboraría en cierta forma la situación plurilingüe de que nos habla el cronista Cabello Valboa en la cita que hiciéramos al principio. Ahora bien, atribuir la presencia inicial del puquina a los agentes de la cultura pucará en todo el territorio cuzqueño, abarcando el de Apurímac por el oeste y el de Arequipa por el sur, es algo que no había sido planteado previamente por los arqueólogos que se ocuparon del estudio de la sociedad mencionada (confróntese Mujica, 1990; Cook, 1994, cap. VI; Stanish, 2001; Janusek, 2008, p. 90). En efecto, el área de influencia trazada para dicha tradición no pasaría, por el norte, más allá de la Raya (al sur del Cuzco y el norte de Puno), a la par que, por el oeste y el sur, alcanzaría los valles de la vertiente occidental de los Andes, llegando hasta la región de Atacama; y, también, por el sudeste serrano, más allá del actual altiplano boliviano, hasta los valles de Hualfín y Salta en el noroeste argentino (confróntese Rex González, 2004). Estamos hablando prácticamente del mismo territorio cubierto, en el Horizonte Medio, por la sociedad tiahuanaquense (confróntese Stanish, 2003, Goldstein, 2005; Janusek, 2008), que habría sido la responsable de vehiculizar esta vez el puquina, sobre un territorio previamente incursionado por la protoforma de la lengua. Los estudios toponímicos de la región que estamos desarrollando ya no dejan duda, contra lo que se afirmaba sin base (confróntese Stanish, 2003, cap. 3, p. 59), de la presencia compacta del puquina, previa a la del aimara, en la mayor parte del territorio cubierto por la sociedad tiahuanacota (confróntese Cerrón-Palomino, 2016a; 2016b; 2016c). Y aquí radica, ahora, uno de los problemas señalados al comienzo de nuestra exposición, quizás el más importante: el del ente emisor de la lengua, sea esta en su fase pucareña o tiahuanacota, y no solo en relación con su expansión más allá del Cuzco. Es este un asunto que todavía no ha merecido la atención de los estudiosos, especialmente entre los arqueólogos, quienes dan por sentada la adscripción del aimara a tales sociedades y pasan por alto el hecho de su procedencia tardía en el altiplano, como lo han demostrado los lingüistas. Por lo pronto, hay que señalar que ninguno de los modelos clásicos ensayados por los arqueólogos para interpretar la expansión de las tradiciones de Pucará y Tiahuanaco, ya sea mediante el sistema de colonos o a través del comercio de élites a grandes distancias, pueden explicar de manera sistemática y coherente la difusión del puquina tanto en su fase de protolengua como en la de su forma ya constituida como vehículo de Tiahuanaco. De hecho, tales mecanismos no son suficientes para explicar la nutrida y recurrente toponimia puquina no solo en el área nuclear tiahuanaquense sino en el de su periferia, pues la 84

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historia y el sentido común se imponen para recordarnos que ni los colonos ni los comerciantes caravaneros podrían haber llegado, en sus trajines y pascanas, a territorios y parajes enteramente vacíos e innominados. Así pues, quedaría por explicar mejor el nivel de organización política compleja que habría alcanzado la sociedad de Pucará para propiciar una unidad idiomática regional como la sugerida por la toponimia puquina, y que, estaría testimoniando contactos altiplánicos que remontarían por lo menos al Formativo Tardío.

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