Londres y el liberalismo hispánico 9783954879137

Recoge estudios dedicados a la producción cultural de los exiliados tras la contrarrevolución fernandina y el inicio de

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Spanish; Castilian Pages 288 [287] Year 2011

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Table of contents :
ÍNDICE
INTRODUCCIÓN
ALCALÁ GALIANO: POLÍTICA Y LITERATURA EN EL EXILIO
EL CLERO ESPAÑOL EN EL EXILIO LONDINENSE
LEARNING FROM THE ENEMY: PROTESTANTISM AND CATHOLIC TOLERANCE IN THE EXILES’ EXPERIENCE
EL EXTRAÑO EXILIO DE PASCUAL DE GAYANGOS EN LONDRES
NATION, MYTH, AND HISTORY IN OCIOS DE ESPAÑOLES EMIGRADOS (LONDON, 1824-27)
MORA EN LONDRES: APORTACIONES AL HISPANOAMERICANISMO
DUDAS Y BRAHMINES: ESTRATEGIAS CRÍTICAS DE JOSÉ MARÍA BLANCO WHITE EN VARIEDADES O EL MENSAJERO DE LONDRES
ACKERMANN, MORA AND THE TRANSNATIONAL CONTEXT: CULTURAL TRANSFER IN THE OLD WORLD AND THE NEW
JOSÉ JOAQUÍN DE MORA: SUS LEYENDAS ESPAÑOLAS (LONDRES, PARÍS, MÉXICO, MADRID, CÁDIZ, 1840) Y LA IMAGEN ROMÁNTICA DE ESPAÑA
COCINA Y NOSTALGIA: CUATRO POESÍAS DE JOSÉ JOAQUÍN DE MORA
EXILE, RETURN, AND THE FASHIONING OF THE LIBERAL SELF: JACINTO SALAS Y QUIROGA AND OTHERS
OPPOSING STRATEGIES IN BLANCO WHITE’S FICTION
THE LIBERAL EXILE IN SPANISH LITERARY HISTORY
ALGUNAS NOTAS SOBRE CRISTÓBAL DE BEÑA Y LA DIFUSIÓN PERIODÍSTICA DE SUS FÁBULAS POLÍTICAS
LA LENGUA COMO EXPRESIÓN DE LA IDENTIDAD NACIONAL EN LOS EMIGRADOS CONSTITUCIONALES; ALGUNAS CONSIDERACIONES SOBRE BLANCO WHITE Y ALCALÁ GALIANO
LOS EXILIADOS ESPAÑOLES Y PORTUGUESES Y LOS IMPRESORES LONDINENSES, 1803-1833
SOBRE LOS AUTORES
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Londres y el liberalismo hispánico
 9783954879137

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Daniel Muñoz Sempere Gregorio Alonso García (eds.) LONDRES Y EL LIBERALISMO HISPÁNICO

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LA CUESTIÓN PALPITANTE LOS SIGLOS XVIII Y XIX EN ESPAÑA Vol. 17

Consejo editorial Joaquín Álvarez Barrientos (Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Madrid) Pedro Álvarez de Miranda (Universidad Autónoma de Madrid) Philip Deacon (University of Sheffield) Andreas Gelz (Albert-Ludwigs-Universität Freiburg) David T. Gies (University of Virginia, Charlottesville) Yvan Lissorgues (Université Toulouse - Le Mirail) Elena de Lorenzo (Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Madrid) Leonardo Romero Tobar (Universidad de Zaragoza) Ana Rueda (University of Kentucky, Lexington) Josep Maria Sala Valldaura (Universitat de Lleida) Manfred Tietz (Ruhr-Universität Bochum) Inmaculada Urzainqui (Universidad de Oviedo)

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LONDRES Y EL LIBERALISMO HISPÁNICO

Daniel Muñoz Sempere Gregorio Alonso García (eds.)

Iberoamericana • Vervuert • 2011

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El desarrollo y publicación de este libro se ha realizado en el marco y con el apoyo de dos proyectos del Plan Nacional de Investigación del Ministerio de Ciencia y Tecnología y FEDER: HUM2007-64853/FILO, sobre La literatura en la prensa española de las Cortes de Cádiz, concluido en noviembre de 2010; y FFI2010-15098, Historia de la literatura española entre 1808 y 1833, iniciado en enero de 2011.

Reservados todos los derechos © Iberoamericana, 2011 Amor de Dios, 1 E-28014 Madrid Tel.: +34 91 429 35 22 Fax: +34 91 429 53 97 [email protected] www.ibero-americana.net © Vervuert, 2011 Elisabethenstr. 3-9 D-60594 Frankfurt am Main Tel.: +49 69 597 46 17 Fax: +49 69 597 87 43 [email protected] www.ibero-americana.net ISBN 978-84-8489-588-6 (Iberoamericana) ISBN 978-3-86527-636-0 (Vervuert) Diseño de la cubierta: Marcelo Alfaro The paper on which this book is printed meets the requirements of ISO 9706 Impreso en España

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ÍNDICE

Introducción ...................................................................................................................................

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Alcalá Galiano: política y literatura en el exilio Raquel Sánchez García .....................................................................................................

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El clero español en el exilio londinense Germán Ramírez Aledón ..................................................................................................

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Learning from the Enemy: Protestantism and Catholic Tolerance in the Exiles’ Experience Gregorio Alonso García .....................................................................................................

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El extraño exilio de Pascual de Gayangos en Londres Fernando Escribano Martín ...........................................................................................

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Nation, Myth, and History in Ocios de españoles emigrados (London, 1824-27) Peter Cooke ................................................................................................................................

95

Mora en Londres: aportaciones al hispanoamericanismo María Pilar Asensio Manrique ....................................................................................

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Dudas y brahmines: estrategias críticas de José María Blanco White en Variedades o el Mensajero de Londres Fernando Durán López ......................................................................................................

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Ackermann, Mora and the Transnational Context: Cultural Transfer in the Old World and the New Carol Tully .................................................................................................................................

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José Joaquín de Mora: sus Leyendas españolas (Londres, París, México, Madrid, Cádiz, 1840) y la imagen romántica de España Alberto Romero Ferrer .......................................................................................................

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Cocina y nostalgia: cuatro poesías de José Joaquín de Mora Salvador García Castañeda .............................................................................................

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Exile, Return, and the Fashioning of the Liberal Self: Jacinto Salas y Quiroga and Others Andrew Ginger .......................................................................................................................

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Opposing Strategies in Blanco White’s Fiction Geraldine Lawless .................................................................................................................

203

The Liberal Exile in Spanish Literary History Derek Flitter ..............................................................................................................................

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Algunas notas sobre Cristóbal de Beña y la difusión periodística de sus fábulas políticas Marieta Cantos Casenave ................................................................................................

235

La lengua como expresión de la identidad nacional en los emigrados constitucionales; algunas consideraciones sobre Blanco White y Alcalá Galiano Matilde Gallardo Barbarroja ..........................................................................................

257

Los exiliados españoles y portugueses y los impresores londinenses, 1803-1833 Barry Taylor ..............................................................................................................................

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Sobre los autores......................................................................................

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INTRODUCCIÓN

Cultura, identidad y exilio son términos cuya comprensión adquiere una mayor riqueza de matices al estudiarlos como fenómenos relacionados. El exilio entendido como experiencia traumática de disociación espacial y temporal (“la expulsión del presente; y por lo tanto del futuro —lingüístico, cultural, político— del país de origen”—)1, parte del mismo sentimiento de arraigo que anima las identidades nacionales. No en vano, Edward Said compara la interdependencia de nacionalismo y exilio con la dialéctica hegeliana del amo y el esclavo: opuestos que se constituyen e informan mutuamente.2 Said nos invita a estudiar el exilio no sólo como estado discontinuo, separación forzosa del territorio geográfico y pérdida de identidad, sino también como proyecto de reconstitución de la identidad perdida, como restauración y creación de una conciencia victoriosa. En su reciente monográfico sobre la cultura española del exilio, Henry Kamen cita por su parte la opinión de Said acerca de la manera en que una gran parte de la cultura occidental moderna es obra de exiliados, emigrados y refugiados. Con esta premisa, Kamen aborda el estudio de una cultura nacional que, a su parecer, se distingue por haberse consolidado a sí misma mediante una política de exclusión de minorías disidentes, comenzando con la expulsión de los judíos en 1492. Si la cultura de España se ha configurado gracias al rechazo de minorías indeseadas a lo largo de su historia, la otra cara de la moneda es la labor 1

Claudio Guillén, El sol de los desterrados: Literatura y exilio (Barcelona: Quaderns Crema, 1995), p. 141. 2 Edward Said, “Reflections on Exile”, en Reflection on Exile and other Literary and Cultural Essays (London: Granta Books, 2001), p. 176.

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cultural de un exilio que, paradójicamente, puede otorgarse el mérito de una proporción inusitada de logros culturales españoles.3 El estudio de la labor creadora desde el exilio, labor de reafirmación de la cultura y la identidad negadas, puede ser una línea de trabajo fructífera si se tiene en cuenta que el porcentaje de exiliados que pudieron dejar un testimonio escrito fue generalmente escaso en todas las épocas, y que por cada caso de exiliados que actuaron de forma fructífera en política, literatura o arte existen centenares de historias de marginación y aislamiento que no llegaron a ser contadas. Para el caso de los exilios decimonónicos, los estudios del grupo de investigación dirigido por Francisco Fuentes nos recuerdan oportunamente que los exiliados liberales —la mayoría de los cuales acabaron en Francia— procedían sobre todo de clases modestas urbanas, y la mayoría pasó el transcurso del exilio internados en depósitos para refugiados.4 El caso del exilio liberal en Inglaterra posterior a 1814 y, sobre todo, a 1823, ha recibido mucha más atención hasta ahora, en parte debido a las circunstancias históricas que se alinearon creando el entorno propicio para un exilio productivo desde un punto de vista político y literario. En 1924 Edgard Allison Peers, infatigable historiador del misticismo y romanticismo españoles, publicó dos artículos que abrieron el camino a los estudios sobre el exilio liberal español en Londres previo a la segunda restauración del absolutismo. Sus trabajos se centraron en las actividades literarias y editoriales de un nutrido grupo de políticos, literatos, artistas, científicos, funcionarios y sacerdotes que un siglo antes se vieron obligados a dejar la España del absolutismo restaurado y vengador.5 Treinta años después sería un exiliado español, Vicente Llorens, quien firmaría la obra de referencia en este campo de estudios.6 Liberales y románticos parte de una concepción del exilio libe-

3 Henry Kamen, The disinherited: The exiles who created Spanish culture (London: Allen Lane, 2007), pp. IX; XII-XII. 4 Juan Francisco Fuentes; Antonio Rojas Friend; Dolores Rubio, “Aproximación sociológica al exilio liberal español en la Década Ominosa (1823-1833)”, en España Contemporánea 13, VII (1998), pp. 7-19. 5 E. Allison Peers, “The Literary Activities of the Spanish ‘Emigrados’ in England (1814-1834)”, en The Modern Language Review, 19, 3 (1924), pp. 315-324, e id. “The Literary Activities of the Spanish ‘Emigrados’ in England (1814-1834)”, en The Modern Language Review, 19, 4, (1924), pp. 445-458. 6 Vicente Llorens, Liberales y Románticos (Madrid: Castalia, 1954).

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ral como hecho traumático, pero a su vez fructífero para el desarrollo posterior de la cultura y la política españolas, tanto por la formación de una conciencia liberal en el exilio londinense, como por la importancia capital que, según Llorens, tuvieron los exiliados retornados a España en la gestación del Romanticismo patrio y en la misma aportación de los emigrados a la vida cultural londinense. Aproximaciones posteriores al tema han tenido en la obra de Llorens un referente ineludible, y en muchos sentidos sigue siendo la gran obra de referencia sobre el exilio liberal en Londres. La llegada de los emigrados a Inglaterra fue también producto de los vaivenes políticos y bélicos que azoraron España durante los primeros decenios del siglo xix. Tras la irrupción en la península de los Cien Mil Hijos de San Luis, como los bautizó el marqués de Chateaubriand, el gobierno constitucional en España se vio obligado a huir con el rey felón primero a Sevilla y, ya sin él, a Cádiz para después desintegrarse bajo la amenaza de las tropas francesas encabezadas por el duque de Angulema. Habida cuenta de las experiencias represivas de 1814, los más destacados líderes del movimiento liberal español poco tardaron en volver a partir desde Gibraltar, embarcándose en un nuevo exilio que no sería ni mucho menos el último.7 París y Londres fueron, como en 1814, los destinos privilegiados. Tanto la una como la otra fueron ciudades de destacado protagonismo en todo el siglo xix por dar cabida en ella a emigrados radicales y ultraconservadores, y literatos de toda tendencia ideológica.8 No en vano, en Londres coincidirían el demócrata general Espartero y el pretendiente legitimista al trono don Carlos de Borbón. En el verano de 1823 inició el periplo europeo de lo más selecto de las letras y las ciencias españolas que se vio abocado al exilio forzoso. Una experiencia ésta que, como se ha señalado para el caso italiano, forjó el carácter de las emergentes narrativas nacionalistas liberales que

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José Luis Abellán, “1823: Los exiliados del absolutismo”, en Triunfo, 516 (1972), pp. 22-25; e id., El exilio como categoría y como constante (Madrid: Biblioteca Nueva, 2001); Jordi Canal, “Los exilios en la historia de España”, en Jordi Canal (ed.), Exilios: los éxodos políticos en la Historia de España, siglos XV-XX (Madrid: Silex/Fundación Pablo Iglesias, 2007) pp. 11-36; Henry Kamen, op. cit.; y Gregorio Marañón, Españoles fuera de España (Buenos Aires: Espasa-Calpe, 1947). 8 Sabine Freitag (ed.), Exiles from European Revolutions. Refugees in Mid-Victorian England (New York/Oxford: Berghahn Books, 2003).

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reflejaron tanto como bebieron de los conflictos internos derivados de la necesidad de fijar su identidad colectiva.9 Las aportaciones de Peers y de Llorens inspiran y sirven de telón de fondo a los trabajos que aquí se presentan, más de medio siglo después de que la última viera la luz. Al igual que ellos, los autores de este libro exploran los aspectos centrales de su actividad, experiencia y legado en el foco londinense del liberalismo español que huyó del absolutismo fernandino. El emigrado, nos dicen Juan Goytisolo, Isaiah Berlin y Edward Said, y el propio Llorens,10 ocupa un lugar privilegiado para observar, imaginar y narrar su patria. Es esa distancia crítica que no se deriva automáticamente de la geográfica sino que procede de ocupar la atalaya que se asienta en sucesivos estratos de comprensión informada y que se enriquece por la comparación y contacto cotidianos con los modos y quehaceres de la sociedad de acogida. No obstante, la mirada del expatriado bien se puede nublar por la nostalgia y la idealización de lo que quedó atrás, pero con toda seguridad se nutre de la nitidez que proporciona la ampliación del campo de visión.11 Desde esa perspectiva, los sujetos que pueblan las páginas que siguen se vieron inmersos en una cultura, una lengua, una ciudad y unas redes sociales que les eran desconocidas pero que nunca les fueron hostiles y que, por otra parte, les proporcionaron recursos para entender la propia. Los itinerarios transitados por las más de mil familias que se trasladaron a las orillas del Támesis fueron diversos y estuvieron determinados por sus recursos de adaptación, su capital social y su formación profesional. Llorens trazó un claro mapa de ubicación geográfica de la comunidad española en el Londres de le década de 1820 que se extendía entre los actuales barrios de Holborn y King’s Cross, con la entonces humilde barriada de Somers Town como núcleo central. Desde el centro-norte de la capital inglesa, figuras de alto copete como Agustín de Argüelles, Antonio Alcalá Galiano o el mismo Juan Álvarez Mendi9 Maurizio Isabella, “Exile and Nationalism: The Case of the Risorgimento”, en European History Quarterly, Vol. 36(4), (2006), pp. 493-520; id., Risorgimento in Exile: Italian Émigrés and the Liberal International in the Post-Napoleonic Era (Oxford: Oxford University Press, 2009); y Yossi Shain, The Frontier of Loyalty. Political Exiles in the Age of the NationState, (Middletown, CT): Wesleyan University Press, 1989). 10 Manuel Aznar Soler, “Vicente Llorens en la Francia de 1939: la encrucijada vital de un intelectual republicano exiliado”, Laberintos: revista de estudios sobre los exilios culturales españoles, 6-7 (2006), pp. 106-124. 11 John Glad, Literature in exile (Wheatland Foundation/Duke University: Durham, 1990).

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zábal fueron entrando en contacto con los círculos de Lord Holland y Lord Wellington, y paulatinamente con los talleres y sectores vinculados a sus profesiones. En cuanto a sus actividades, editores como Rudolf Ackermann y Vicente Salvá pronto desarrollaron una febril actividad editorial que dio voz a algunos de los autores que les acompañaron en sus correrías londinenses. Marcelino Calero abrió una librería en Regent Street, la Librería Española, que también obtuvo éxito comercial con la venta de obras clásicas y modernas en castellano. En otros casos, como en el de los hermanos Villanueva o del propio José Blanco White, retomar el ejercicio de su profesión eclesiástica les llevaría más tiempo o, en el caso de Blanco, incluso la apostasía y la conversión al anglicanismo. Otros, como Pablo de Mendíbil, acabarían trabajando como profesores de lengua española en universidades como King’s College London,12 sede del congreso que dio origen a este libro. Además de ciudadanos de la república de las letras, también hombres de ciencias emigraron a Londres. El astrónomo Felipe Bauzá, los médicos José Manuel Aréjula, Mateo Seoane o Pablo Montesinos y el botánico Mariano Lagasca. Todos ellos participaron, en mayor o menor medida, en el proyecto editorial de Juan José de Mora El Museo Universal de Ciencias y Artes, y en Londres tuvieron ocasión de ampliar sus conocimientos en contacto con las últimas tendencias científicas que ofrecían las instituciones universitarias y de investigación de la capital británica.13 El caso mejor estudiado es el de este último, que fue director del Real Jardín Botánico de Madrid hasta 1823 y que en 1827 publicaría en Londres su influyente Hortus Siccus Londinensis.14 12 Matilde Gallardo Barbarroja, “Heréticos, liberales y filólogos. La labor lingüística de los heterodoxos decimonónicos en Inglaterra”, en José María García Martín y Victoriano Gaviño Rodríguez, Ideas y realidades lingüísticas en los siglos XVIII y XIX (Cádiz: Universidad de Cádiz, 2009) pp. 189-204 y Theodor Wild, “Pablo de Mendíbil: A Spanish exile”, en Bulletin of Spanish Studies: Hispanic Studies and Researches on Spain, Portugal and Latin America, V, 19, (1928), pp. 107-120. 13 Manuel Valera Candel, “Actividad científica realizada por los exiliados españoles en el Reino Unido, 1823-1833”, en Asclepio. Revista de Historia de la Medicina y de la Ciencia, LIX, 1 (2007), pp. 131-166. 14 Luis A. Inda Aramendia y Begoña Aguirre-Hudson, “Mariano La Gasca en el exilio inglés (1824-1824), en Revista de la Real Academia de Ciencias, 61, (2006), pp. 135-146; y José Luis Maldonado Polo, “La Botánica en el Exilio. Mariano Lagasca y el Hortus Siccus Londinensis (1827)”, en ARBOR, CLXXXII, 718, (2006), pp. 189-205.

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También destacable fue el grupo de los militares liberales. Tras el fracaso de sus negociaciones con los representantes franceses para detener la invasión gala en 1823, y por encargo de las Cortes, el general Miguel Ricardo de Álava y Esquivel se convertiría en el representante diplomático de los exiliados en Londres merced a la protección recibida por el duque de Wellington, junto con el que había luchado en la Guerra de la Independencia. Otros afamados militares que estuvieron en Londres a partir de 1823 serían Francisco Espoz y Mina, Antonio Quiroga y Hermida o José María Torrijos y Uriarte, que encontraría la muerte en la costa de Málaga tras ser traicionada su conjura. Las actividades desarrolladas por los exiliados liberales españoles en Londres presentan facetas comparables a las de otros emigrantes políticos. Italianos, franceses y alemanes de ideas revolucionarias compartieron experiencias y círculos con ellos. Y también el aprendizaje de aquella tercera vía, el justo medio, que pretendía asimilar lo más representativo del liberalismo británico para amalgamarlo en una receta de libertad con orden que marcó una impronta en el moderantismo español y europeo. Asimismo, los exiliados españoles también entraron en contacto con figuras destacadas del independentismo americano como Simón Bolívar o el ecuatoriano y antiguo diputado de las Cortes de Cádiz Vicente Rocafuerte. Como ha puesto recientemente de manifiesto el profesor Salvador García Castañeda, los emigrados a su regreso “no llevaron [a España] el romanticismo”.15 Aun así es innegable la influencia que en autores como Joaquín de Mora o José Espronceda tuvieron autores ingleses como Lord Byron, Walter Scott o Thomas Carlyle. La raíz de los resabios medievalizantes, la exaltación sacra del individuo, la dimensión heroica del compromiso liberal y cristiano, y la necesidad de una estética que superara los clichés del neoclasicismo que atraviesan su producción posterior bien se puede rastrear en la década larga que pasaron en Londres. *** La exposición a culturas políticas y literarias avanzadas, el “dolor de patria” y la experiencia del destierro dieron unos frutos que reciben

15 Salvador García Castañeda, The Spanish émigrés and the London literary scene (London: Embajada de España en el Reino Unido, 2010), p. 56.

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atención pormenorizada en los siguientes capítulos. El trabajo que encabeza el volumen está dedicado al exilio de Antonio Alcalá Galiano, una de las personalidades más importantes de la emigración y de enorme calado político a su vuelta a España. Raquel Sánchez García nos presenta un estudio en profundidad de la etapa londinense de Alcalá Galiano, con especial interés en sus contactos, colaboraciones en los medios escritos ingleses y la forma en que sus propias ideas políticas evolucionaron a través de la experiencia del exilio, del liberalismo exaltado a la moderación. Si las lealtades políticas de los emigrados fueron uno de los aspectos que más se vieron influenciados por la experiencia del exilio, la cuestión religiosa no fue menos problemática dadas las enormes diferencias confesionales entre ambos países y la propia situación convulsa de Inglaterra, sumida en la cuestión de la emancipación civil de los católicos. En su estudio sobre el clero en el exilio, Germán Ramírez Aledón considera, por un lado los problemas encontrados por José María Moralejo y Antonio Bernabeu a la hora de conseguir licencia del obispo católico de Londres para oficiar misa y, por otro, el papel desempeñado por Joaquín Lorenzo Villanueva en las polémicas religiosas de la época, desde su época de exiliado londinense hasta los últimos años de su vida en Dublín. Alonso, por su parte, se encarga precisamente de establecer los paralelismos existentes entre los argumentos a favor de la tolerancia religiosa esgrimidos por los emigrados españoles y los empleados por el anglicanismo. En este ejercicio de comparación se muestra, por otra parte, el éxito alcanzado por la crítica anticatólica protestante en el círculo de los exiliados que publicó la revista Ocios. Asimismo, el capítulo hace hincapié en la conveniencia de estudiar de forma paralela la lucha por la tolerancia y la que empujaba a las naciones europeas y americanas hacia un mayor grado de libertad civil y política. En el siguiente capítulo, Fernando Escribano se ocupa de la trayectoria personal de Pascual de Gayangos. Exiliado en París pero en contacto con los emigrados londinenses, con los que a menudo colaboraría —escribió en ocasiones para Ocios de españoles emigrados—, la larga relación de Gayangos con Londres vino dada no solo por la política sino, sobre todo, por la erudición y sus trabajos de catalogación de manuscritos árabes y españoles en el British Museum. La prensa periódica fue uno de los campos de acción que mayor interés presenta para el estudio del Londres de 1823. Peter Cooke se de-

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tiene en el que tal vez fuera el órgano de expresión más importante de los exiliados: los Ocios de españoles emigrados. Su análisis de la mitología histórica presente en las páginas de los ocios llama la atención sobre los ecos de Hegel en un discurso que, trascendiendo el medievalismo jurídico doceañista, narra la historia de la nación alrededor del establecimiento de un despotismo oriental, usurpador del espíritu gótico, de manos del catolicismo romano y la monarquía absoluta. Fernando Durán López, por su parte, dirige su atención a las Variedades o el Mensajero de Londres, el periódico en español redactado por Blanco White y editado por Rudolph Ackermann. Como demuestra Durán López, un análisis profundo del primer número desvela una serie de estrategias discursivas destinadas a sembrar un grado de disensión ideológica entre unos contenidos aparentemente inofensivos dirigidos a las nuevas repúblicas sudamericanas. En el siguiente capítulo, Pilar Asensio Manrique estudia el Museo Universal de Ciencias y Artes, publicado por José Joaquín de Mora en Londres, entre 1824 y 1826. También de carácter predominantemente instructivo y dirigido al lector americano, el periódico de Mora muestra un decidido propósito regenerador panhispánico. De la relación entre José Joaquín de Mora y el impresor Rudolph Ackermann se ocupa el estudio de Carol Tully. A través de la relación entre el exiliado liberal y el librero alemán afincado en Londres, Tully considera que el sistema transnacional de transferencias culturales establecido gracias a esta colaboración trataba de extender su influencia no solo hacia Latinoamérica, sino también hacia el lector español. Además de importante intermediario cultural, Mora ocuparía una posición destacada en las polémicas sobre el Romanticismo y el carácter de la literatura española: en su análisis de las Leyendas españolas publicadas por Mora en el exilio, Alberto Romero Ferrer señala la oposición del autor al historicismo romántico y a la imagen orientalizada de España, en una colección de leyendas cuya representación del pasado estaba motivada sobre todo por la exploración de temas como el abuso de poder y la decadencia del absolutismo. De otra serie de poemas de Mora se ocupa el profesor Salvador García Castañeda, que edita para este volumen unas composiciones sobre temas culinarios compuestas durante su exilio, dos de ellas inéditas, en las que la gastronomía se erige como seña significativa de identidad cultural. El impacto de la experiencia del exilio en las Poesías (1834) de Jacinto Salas y Quiroga, es el tema del trabajo a cargo de Andrew Ginger.

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Exiliado en Londres y Perú, la obra de Salas muestra, a través de una multitud de referencias a la literatura española e internacional, la voluntad del autor de erigirse en intermediario en una fraternidad universal libre de jerarquías, y en la que el proyecto de nación liberal pueda desarrollarse con libertad. La concepción de la identidad nacional y su expresión literaria desde el exilio es central a la lectura que, en el siguiente trabajo, realiza Geraldine Lawless de la ficción en prosa de Blanco White. Lawless muestra cómo Blanco adopta respectivamente las perspectivas inglesa y española en sus novelas, para, más adelante, identificar estrategias similares en su ficción breve, en las cuales contrapone la actitud inglesa hacia lo maravilloso con la española. Publicadas en Londres en 1813, las Fábulas políticas de Cristóbal Beña, si bien no adscritas al exilio de 1823, forman parte de los intercambios políticos, militares y culturales que se producían entre España y Gran Bretaña desde la Guerra de la Independencia. La profesora Marieta Cantos Casenave analiza la relación establecida entre las obras de Beña y la literatura española publicada en Londres por aquel entonces, así como la recepción del mensaje político de sus poesías durante el Trienio Liberal. Derek Flitter, por su parte, examina el contexto amplio de la aparición de las obras de los exiliados en su regreso a España, para así ponderar el impacto real que los textos clave de autores como Alcalá Galiano o Rivas ejercieron sobre las ideas literarias a partir de los años treinta, y en particular la medida en que influenciaron los debates sobre el Romanticismo. Entre las actividades culturales desarrolladas por los exiliados, la enseñanza de la lengua fue una forma de subsistencia para muchos, desde aquellos que se convirtieron en improvisados tutores de castellano hasta los que, como Alcalá Galiano o Mendíbil, tomaron posesión de las primeras cátedras de español en universidades londinenses. La contribución de Matilde Gallardo se centra en las actividades emprendidas por los emigrados en relación a la lengua española entendida como parte de la identidad, así como la forma en que las divergencias ideológicas de los emigrados dieron lugar a diferentes concepciones de la relación, sobre la que tanto énfasis depositaron los románticos, entre lengua y cultura. Barry Taylor cierra el volumen con un estudio sobre las imprentas que publicaron en español y portugués en Londres entre 1809 y 1857. Al tratarse, como ya hemos indicado, de un exilio particularmente fecundo desde el punto de vista del legado literario, resulta

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de especial importancia obtener una visión de conjunto del mundo de la edición hispánica en Londres, una ciudad con una tradición de impresión en lenguas ibéricas que se remonta al siglo xvi. El volumen, por tanto, se plantea como objetivo primordial ofrecer una visión plural de las diversas actividades creativas, políticas y literarias de un grupo de exiliados que realizaron una sustancial aportación a la cultura y la vida pública británicas y españolas. Para lograrlo se ha contado con la participación de expertos en aquel selecto grupo de personas que en la década de 1820 buscaron y hallaron en su refugio londinense la calma y los estímulos necesarios para seguir desarrollando sus actividades profesionales en un clima propicio. A los lectores toca ahora decidir si la empresa ha obtenido el éxito esperado.

Junio de 2011, Daniel Muñoz Sempere Gregorio Alonso García

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ALCALÁ GALIANO: POLÍTICA Y LITERATURA EN EL EXILIO

Raquel Sánchez García Universidad Complutense de Madrid

Resulta innegable que las emigraciones y los exilios han tenido, a lo largo de la historia, una gran repercusión, tanto en los países emisores como en los receptores. El conocimiento del “otro”, el trato con distintas formas de ver el mundo, las distintas costumbres, etc. dejan una huella imborrable no sólo en los protagonistas del fenómeno, sino también en todos aquellos que de una forma u otra se ven afectados por él. La aparición de prejuicios y estereotipos convive con la posibilidad de poner éstos a prueba y, paradójicamente, a menudo acaba reforzándolos. Con el exilio español de la segunda década del siglo xix sucedió lo mismo, con el agravante de que la mayoría de los exiliados apenas entablaron contactos con la sociedad que les dio acogida, esperando siempre un retorno que tardaría diez años en producirse.1 Las circunstancias, evidentemente, fueron muy variadas, pero la tónica predominante fue la señalada. El personaje que va a ocupar estas páginas es una de las excepciones, y el interés que puede tener para el especialista viene dado no tanto porque optara por la opción contraria al aislamiento, sino porque su trayectoria es indicativa de la complejidad de sentimientos y reacciones padecidos por alguien que, consciente de la situación y limita1

Es conocido el comentario de Javier Istúriz a Rafael Conte: “Querido mío, es un error pensar que yo estuve aquí emigrado diez años; la verdad es que no lo estuve más que ocho días, porque cada semana esperaba una revolución en Madrid, y vivía, por decirlo así, con la maleta hecha para marcharme a España” (Rafael Conte, Recuerdos de un diplomático [Madrid: J. Góngora y Álvarez, 1901], II, pp. 416-417). Las referencias al aislamiento voluntario de los exiliados españoles también en el clásico libro de Vicente Llorens, Liberales y románticos (Madrid: Castalia, 2006 [1954]).

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ciones de su país de origen, y profundo admirador del país de acogida, encuentra enormes dificultades para resignarse a aceptar una realidad presuntamente inamovible, como parecía ser la española. Alcalá Galiano, que en España ya no tenía ni familia ni patrimonio, y que en Inglaterra había encontrado el tipo de sociedad que se asimilaba más a sus ideales políticos, deseaba volver a su país para transformarlo, aunque desde unas premisas muy distintas de aquellas que fundaron sus primeras batallas políticas2. Puede decirse, sin temor a caer en una equivocación, que la estancia en Inglaterra reconfiguró el pensamiento de Galiano, hasta el punto de que el radical y demagogo joven que salió de España se iba a convertir en un moderado y realista liberal una década después.3

El inicio del exilio Alcalá Galiano salió de España en el otoño de 1823 con la cabeza puesta a precio por su participación en el intento de inhabilitación de Fernando VII en las últimas cortes del Trienio Liberal.4 Su primer destino, como el de tantos otros, fue Gibraltar, para alcanzar el 28 de diciembre de 1823 las costas de Inglaterra. En este momento comenzaron para él no sólo las dificultades propias del emigrado, en cuanto a la adaptación a otra realidad se refiere, sino también a contingencias de orden más práctico. Alcalá Galiano no disponía de recursos para esperar un potencial retorno a España, por lo que desde muy pronto, a su circunstancia de exiliado político, hubo de añadir la de emigrado económico. Si tenemos en cuenta su condición de miembro de la clase ilustrada 2

Sobre la trayectoria de Alcalá Galiano, y desde una perspectiva literaria, Carlos García Barrón, La obra crítica y literaria de don Antonio Alcalá Galiano (Madrid: Gredos, 1970). Desde una perspectiva política: Raquel Sánchez, Alcalá Galiano y el liberalismo español (Madrid: Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, 2005). 3 La evolución política de los exiliados ha sido analizada por Joaquín Varela-Suanzes, “El pensamiento constitucional español en el exilio: el abandono del modelo doceañista (1823-1833)”, en Revista de Estudios Políticos, 88 (1995), pp. 63-90. 4 En los últimos momentos del Trienio Liberal, cuando el gobierno y las cortes estaban reunidas en Sevilla, se propuso trasladarlas a Cádiz para evitar la confrontación con los Cien Mil Hijos de San Luis. El rey se negó al traslado, y para obligarle, se adujo (a propuesta de Galiano y Argüelles) que no se encontraba en posesión de sus facultades mentales (Las Cortes en Sevilla en 1823 [Sevilla: Parlamento de Andalucía, 1986], p. 242.

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y autosuficiente económicamente en España, con ciertos resabios de orgullo por los logros de su familia, nos podremos imaginar lo que supuso para Alcalá Galiano tener que dedicarse a un oficio como el de profesor de idiomas de los burgueses británicos. Este descenso en la escala social, sublimado sin embargo, por los ideales políticos, fue una de las razones que movió a Galiano a evolucionar políticamente y que le obligó a integrarse en la sociedad inglesa, de la que tan recelosos parecían mostrarse otros emigrados. Las clases de español fueron, por tanto, su principal fuente de ingresos, pues no siempre quiso aceptar los subsidios que proporcionaban el gobierno británico y otras instituciones a los exiliados. En los momentos más críticos de su estancia en Londres, se vio forzado a recurrir al dinero inglés para no caer en la miseria, aunque su deseo de mantenerse independiente para poder juzgar y opinar le llevaba a rechazar las ayudas en cuanto su situación económica se lo permitía.5 Las traducciones constituyeron otro capítulo de sus ingresos, así como diversos encargos, alguno de los cuales nunca llegó a terminar, como la biografía que le encargó Miguel del Riego sobre su hermano y héroe liberal, Rafael del Riego, a quien Alcalá había tratado de cerca cuando recorrían Andalucía después del pronunciamiento de Cabezas de San Juan. Otro de sus apoyos económicos en Gran Bretaña fue su íntimo amigo Francisco Javier Istúriz, en cuya casa tuvo que vivir durante un tiempo ante la imposibilidad de pagar su propio hospedaje. Istúriz, que sufriría una trayectoria política relativamente similar a la de Galiano, formaba parte del círculo de españoles con los que se codeaba Alcalá, entre los que se encontraban el general Valdés, Gil de la Cuadra y Agustín Argüelles. La mayoría de ellos, aunque habitaba cerca del famoso barrio de Somers Town, no lo hacía en el seno del mismo, lo que marcaba diferencias no siempre sutiles, y no sólo físicas, con el resto de los emigrados, como el mismo Galiano dejó escrito en Recuerdos de un anciano.6 5

Su situación mejoró en los últimos años del exilio, ésa es la razón por la cual no se le encuentra en las últimas listas de auxiliados por el gobierno inglés y por el City Comittee (Public Record Office, T 50/76 [1828-1829]) ni en las de los agentes del gobierno español en Londres (Archivo General de la Administración, Presidencia del Gobierno, Asuntos Generales, caja 65, expediente 14909). 6 Antonio Alcalá Galiano, Recuerdos de un anciano (Madrid: Imprenta Central, 1878), vol. 2, p. 216.

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Su empleo más reconocido fue el de profesor en la Universidad de Londres, el actual University College, en el que desempeñó la cátedra de lengua y literatura españolas, primera de estas características en Europa. En su investidura leyó un discurso titulado An Introductory Lecture Delivered in the University of London el 15 de noviembre de 1828.7 Su situación económica mejoró considerablemente, pues los ingresos de doscientas libras que recibió supusieron un respiro a su economía. Alcalá Galiano alcanzó la cátedra en lengua y literatura españolas en competencia con otros liberales exiliados, como Pablo Mendíbil y José María Jiménez de Alcalá. En 1831 Mendíbil obtendría la cátedra de español en el King’s College hasta su muerte, momento en que sería sustituido por Jiménez de Alcalá.8 Galiano, aparte de sus méritos y de su dominio de la cultura y del pensamiento inglés, contaba con el apoyo de una buena parte de los intelectuales relacionados, de una u otra forma, con la University of London. Jeremy Bentham era uno de ellos,9 así como Lord Holland, muy relacionado con los liberales españoles, y sir James Mackintosh.10 La Universidad de Londres había nacido por la iniciativa de círculos económicos emprendedores y de pensadores liberales para proceder a reformar la enseñanza universitaria desde el ámbito privado. Las univer7 Este discurso, que fue publicado por John Taylor cinco días después de su lectura, se encuentra en la British Library y ha sido traducido al español por María del Carmen Heredia Campos en “La cultura española y el regeneracionismo liberal. El discurso de Antonio Alcalá Galiano en la Universidad de Londres de 1828”, en Espacio, Tiempo y Forma. Historia Contemporánea 14 (2001), pp. 169-228. Querría aprovechar esta oportunidad para agradecer a la profesora Matilde Gallardo Barbarroja, de la Open University, las referencias a esta traducción, así como otras indicaciones sobre la enseñanza del español en el siglo xix. 8 Matilde Gallardo Barbarroja, “Antonio Alcalá Galiano y la enseñanza del español en la Universidad de Londres”, en Donaire (1995), pp. 27-33. 9 La profesora Gallardo ofrece pruebas de esta relación en su artículo mencionado más arriba, y en particular, una carta de Bentham a Galiano fechada el 2 de febrero de 1832, en la que el pensador utilitarista alaba al político gaditano diciendo que no encontraba a nadie más capaz que él para desempañar esa labor. 10 Frances Joyce Woodward, Portrait of Jane. A life of lady Franklin (London: Hodder & Stoughton, 1951), p. 150. Acerca de los contactos de Lord Holland con los españoles residentes en Londres: Manuel Moreno Alonso, La forja del liberalismo en España: los amigos españoles de Lord Holland, 1793-1840, (Madrid: Congreso de los Diputados, 1997); John Fyvie (ed.), Noble dames and notable men of the Georgian Era (London: Constable & Co., 1910), vol. I, pp. 143-152; y Lloyd Charles Sanders, The Holland House Circle (London: Methuen, 1908). Sir James Mackintosh contactó con los exiliados por medio de Blanco White. Véase José María Blanco White, Cartas de Inglaterra (Madrid: Alianza Editorial, 1989), p. 188.

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sidades de Oxford y Cambridge habían demostrado una profunda incapacidad para formar a los estudiantes en las necesidades del mundo de los negocios y de la industria, de ahí que, inspirados por el pragmatismo, sus impulsores decidieran poner en marcha un plan de estudios que, entre otras cosas, sustituyera el latín y el griego por los idiomas modernos, más útiles para el intercambio comercial. Ése fue el origen de la cátedra de lengua y de literatura españolas, mirando no tanto a España como a las jóvenes repúblicas americanas. Lo mismo puede decirse de la cátedra de italiano, que fue desempeñada por el conde Pecchio.11 Uno de los primeros inspiradores de la London University fue Thomas Campbell, que había tomado ejemplo del Mechanics’ Institute, institución educativa de carácter obrero que tenía un marcado carácter práctico en sus enseñanzas, completamente volcadas al mundo profesional. Campbell también analizó el funcionamiento de este tipo de establecimientos en un viaje que realizó a Alemania en 1825. Dentro del pragmatismo que la definió desde el principio, la Universidad se mantuvo como una institución laica, abierta a distintas confesiones y a la libertad de pensamiento en materias religiosas y políticas. Junto a Campbell tuvieron un papel destacado en la fundación de la London University en 1826 personajes como James Mill y Henry Brougham. El éxito de la institución movió a los sectores anglicanos a fundar una universidad de similares características por lo que al plan de estudios se refiere y al espíritu pragmático que regía la London University. Se trató del King’s College, que contó con el apoyo del rey Jorge IV y del duque de Wellington, entre otros personajes de la aristocracia y el alto clero anglicano. El King’s College no introdujo la enseñanza del español hasta 1831, de la mano de Pablo Mendíbil, como ya se ha dicho anteriormente.12 Alcalá Galiano no sólo fue profesor en la London University, sino que también asistió a las aulas como alumno de John Austin. Austin había sido hasta el momento un barrister deseoso de aplicar los principios del utilitarismo a la práctica corriente del Derecho. Había realizado un viaje a Alemania para estudiar la escuela histórica del Derecho, 11

Poco después, y a causa de su matrimonio con una rica heredera de la ciudad de York, Pecchio abandonaría su cátedra y se encargaría de la enseñanza de idiomas en la escuela disidente de esta ciudad (Cyrus Redding, Literary reminiscences and memoirs of Thomas Campbell [London: Charles J. Skeet, 1860], vol. 2, p. 69). 12 Matilde Gallardo, “Introducción y desarrollo de la enseñanza de la lengua española en el King’s College de Londres: algunos aspectos y figuras relevantes”, Association for Contemporary Iberian Studies, (1994), pp.10-15.

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en particular, las ideas de Savigny, para tratar de fusionar los principios utilitarios con los historicistas, en aras del pragmatismo benthamita que guió siempre su pensamiento. A su regreso, Austin comenzó a desempeñar en la Universidad de Londres la cátedra de “Jurisprudence”, que levantó mucha expectación en el mundo intelectual inglés.13 La novedad de las enseñanzas de Austin estribaba en que, lejos de centrarse en el estudio del Derecho Positivo, se buscaba un punto intermedio entre la mera casuística y el iusnaturalismo, de tal modo que comprendía el Derecho como un sistema de conductas que cambian según las comunidades de las que se hable y de sus circunstancias. Su diferencia con Savigny venía marcada por su convicción de que las normas jurídicas no debían estar condicionadas por la historia, sino por la razón y su poder para diseñar los marcos de actuación más adecuados para lograr la máxima utilitaria de mayor felicidad para el mayor número.14 La influencia del pragmatismo de este pensador en Alcalá Galiano se manifestaría de forma clara años después en el sociologismo relativista con el que se enfrentó al análisis político en sus Lecciones de Derecho político, aunque en el caso de Galiano, y precisamente por su talante conservador, con la diferencia de que el político español otorgaba un papel muy importante a la fuerza de la tradición. Las relaciones establecidas en la London University le facilitaron a Alcalá Galiano el contacto con personajes de la vida intelectual y política británica, lo que también le permitió conocer el mundo político inglés por dentro. Años después reflejaría sus observaciones sobre ello en diversas publicaciones, con el objetivo de dar a conocer en España las peculiaridades del sistema político inglés que tan distinto resultaba del español, con más semejanzas al modelo francés.15 Entre los perso13 Elie Halévy, La formation du radicalisme philosophique. III. Le radicalisme philosophique (Paris: Félix Alcan, 1904), p. 326. 14 Las lecciones de Austin tuvieron más acogida entre sus compañeros profesores y los intelectuales que entre los alumnos, por lo que la cátedra fue clausurada en 1832. Austin publicó diez de sus lecciones bajo el título de The Province of Jurisprudence determined en 1832. El resto de sus trabajos serían publicados por su esposa a la muerte del profesor como Lectures of Jurisprudence (1861). En español: John Austin, Sobre la utilidad del estudio de la jurisprudencia (Madrid: Centro de Estudios Constitucionales, 1981). 15 Sobre todo en el periódico La América: “Noticias sobre el mecanismo de la aristocracia y del gobierno en Inglaterra” (22-III-1862), “Noticia sobre el mecanismo del gobierno en Inglaterra” (8-IV-1862); “Sobre las leyes y métodos electorales en Inglaterra” (24-IV-1862); “De las leyes reglamentarias del Parlamento británico” (8-V-1862); “De las leyes reglamentarias del parlamento británico y particularmente de la Cámara de los

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najes políticos a los que se acercó Galiano están los entonces jóvenes Denis Le Marchant y George Grey, que acababan de entrar en el Parlamento por la Reform Bill de 1832. El primero era hijo de John Gaspar Le Marchant, que había luchado en España contra Napoleón y había muerto en la batalla de Salamanca (22-7-1812). Pese a la muerte del padre, la vinculación de esta familia con España no terminó en 1812, pues el hermano de Denis, John, lucharía durante la Primera Guerra Carlista en la legión auxiliar británica bajo el mando del general Evans y de sir Charles Chichester. Otro de los políticos con los que mantuvo Galiano una relación próxima fue John Cam Hobhouse, que en 1831 se convertiría en barón de Broughton,16 quien había visitado España durante la Guerra de la Independencia con quien entonces era amigo íntimo suyo: Lord Byron. Sin embargo, Alcalá Galiano no sólo tuvo tratos con la aristocracia, sino también con burgueses como el comerciante Mr. Griffin, de cuyas hijas fue profesor de español. Una de ellas, Fanny Griffin, formaba parte del Comité de Señoras para la ayuda a los refugiados españoles. La otra, Jane, llegó a tener una amistad muy estrecha con Galiano, que no llegó a fructificar en algo más por la existencia de la primera mujer del político español, de la que se hallaba separado.17 Jane Griffin se casaría más adelante con John Franklin, el explorador que desapareció en el Ártico, junto con su tripulación, en 1845.18

Escritos en la prensa inglesa Dejando aparte sus ideas y comentarios sobre la situación política española, a los que se hará referencia más adelante, Galiano colaboró durante su exilio con varias publicaciones. La mayor parte de sus trabajos tuvieron como centro de análisis la literatura y la historia reciente española, tema que, por otra parte, interesaba a los editores y directores de Comunes” (24-V-1862); “De la oratoria parlamentaria en Gran Bretaña” (8-VI-1862); y “De los periódicos ingleses” (12-IV-1863). 16 British Library, Mss. 36463 f. 342: “Letter from Anthony A. Galiano to J. C. Hobhouse”, fechada en 1827. 17 Jane Griffin Franklin, The life, diaries and correspondence of lady Franklin, ed. William Franklin Rawnsley (London: E. Macdonald Ltd., 1923) y el citado libro de Frances Joyce Woodward, Portrait of Jane. A life of lady Franklin (London: Hodder & Stoughton, 1951). 18 Journal of the Royal Geographical Society, XXV (1854). Owen Beattie y John Geiger, Frozen in time: the fate of the Franklin Expedition (London: Bloomsbury, 1987).

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publicaciones periódicas por las circunstancias de la evolución política y por el contexto exterior en el que se movía España (práctica disolución del Estado absolutista y pérdida de las colonias americanas). Uno de los trabajos que se pueden reseñar aquí fue su contribución a la revisión de la Gramática española de Vicente Salvá, junto a Seoane, Pablo Mendíbil y Joaquín Lorenzo Villanueva.19 Como articulista, Alcalá Galiano colaboró en varias ocasiones con la Westminster Review, la publicación de los benthamitas. La Westminster Review nació como respuesta a la gran influencia de la que disfrutaban en el mundo intelectual inglés la Edinburgh Review y la Quarterley Review, influencia que iba más allá de la producción literaria y filosófica para adentrarse en los de la política.20 La edición fue encargada a John Bowring ante las reticencias de James Mill a causa de su cargo en la India House. Bowring había prestado una considerable atención a los asuntos europeos desde muy temprano pues, a causa de los contactos que tenía con los liberales del resto de Europa, Bentham le había encargado de la difusión de los ideales utilitarios fuera de Gran Bretaña. Por otra parte, Bowring mantenía una cierta proximidad con los exiliados españoles, ya que desde 1824 había estado trabajando con el Comité de Ayuda y a través de él había trabado amistad con Joaquín Lorenzo Villanueva y con Antonio Alcalá Galiano, a quienes había tratado durante su estancia en España durante el Trienio Liberal (1820-1823).21 Galiano publicó en la revista un artículo de carácter político que se comentará más adelante y que supuso su presentación como comentarista político en el mundo intelectual inglés. Su título fue “Spain”. En él trató de ofrecer la versión española de los acontecimientos que habían tenido lugar durante los tres años liberales y en particular, intentó analizar la posición de los gobiernos europeos ante el intervencionismo francés en los asuntos de España. 19

Carola Reig Salvá, Vicente Salvá. Un valenciano de prestigio internacional (Valencia: Institución Alfonso el Magnánimo/Diputación Provincial, 1972), pp. 109 y ss. 20 George Lyman Nesbitt, Benthamite Reviewing. The first twelve years of the Westminster Review, 1824-1836 (New York: Columbia University, 1934), p. 4; Bianca Fontana, “Whigs and Liberals: the Edinburgh Review and the ‘liberal movement’ in nineteenthcentury Britain”, en Victorian Liberalism. Nineteenth-century Political Thought and Practice, ed. Richard Paul Bellamy (London: Routledge, 1990), pp. 42-61, 44. La Westminster Review mantuvo un funcionamiento coherente hasta, aproximadamente, 1828, momento en que las disensiones entre James Mill y John Bowring se trasladaron a la publicación. 21 John Bowring, Autobiographical recollections of sir John Bowring with a brief memoir, ed. Lewin B. Bowring (London: H. S. King & Co., 1877), p. 100.

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Otro capítulo importante de sus colaboraciones para la Westminster Review fueron las de carácter literario, o, más correctamente, las de crítica literaria. Se trata de varios artículos que aparecieron con el nombre común de “Spanish Novels”, aunque no tuvieron una periodicidad regular. La primera de estas colaboraciones fue una reseña de la novela de Valentín Llanos Don Esteban, aparecida en junio de 1826 (pp. 278303). Galiano aprovechaba la crítica de la novela para responder a otra reseña que había escrito José María Blanco White para la Quarterley Review.22 En ella, aprovechando el comentario literario, el autor sevillano censuraba la actitud de los liberales españoles, a los que acusaba de ser demasiado radicales, cuestión que había influido considerablemente en el fracaso de los dos experimentos liberales en España. Blanco White y Alcalá Galiano no habían mantenido una relación muy amistosa ni en España ni en el exilio. Galiano, de talante más pragmático, no acababa de entender el carácter introspectivo y obsesivo de Blanco y creía que las críticas de éste a España tenían más que ver con sus problemas personales que con las dificultades políticas del país. La segunda reseña de Galiano, también publicada en la Westminster Review (t. X, 1828-1829, pp. 149-169), se centró en el análisis de las novelas de Telesforo de Trueba Gómez Arias y The Castilian. Estas obras se encontraban en la línea marcada por las novelas históricas de Walter Scott, con el añadido de que elaboraban un perfil de España que encajaba, salvo algunas excepciones, con la imagen exterior que se había ido construyendo del país, imagen que poco después sería configurada de nuevo por los escritores franceses que viajaron con ojos llenos de estereotipos. También escribió Galiano un texto dedicado a la figura de Jovellanos, personaje de gran predicamento en Gran Bretaña, sobre todo a través de su relación con Lord Holland. El texto apareció en la Foreign Quarterley Review y respondía a los cánones habituales con los que en la época se representaba al político asturiano, haciendo hincapié en sus sacrificios por una evolución política tranquila hacia un gobierno representativo, más o menos abierto. El texto se recuperó más adelante en español, con algunas modificaciones, por medio de la Revista de Madrid en 1838.23 Este texto es una buena prueba de hasta qué punto había evolucionado nuestro 22

Quarterley Review, XXXIII (1825). “Life of Jovellanos”, Foreign Quarterley Review, vol. 5, nº 10 (XI-1830): 547-568; “Vida de Jovellanos”, en Revista de Madrid, II (1838): 301-324. También puede encontrarse en las Obras de Alcalá Galiano (Madrid: Editorial Atlas, 1955), vol. 2, pp. 427-439. 23

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personaje, dispuesto a alabar el pensamiento de alguien como Jovellanos a quien, en otra época, habría considerado demasiado moderado para las necesidades del país. En el último grupo de trabajos de Galiano en esta época se empieza a observar su relación con otro de los focos culturales del momento: Francia. En 1828 el editor francés J. A. Buchon había comenzado a publicar una revista, la Revue Trimestrielle, que pretendía convertirse en la publicación de referencia para los liberales franceses más progresistas. Buchon acudió al abogado Sutton Sharpe para que le facilitara los contactos con los autores vinculados a la Westminster Review. Entre estos contactos se hallaba Alcalá Galiano, que colaboró con la Revue Trimestrielle en su primer número, aunque no consiguió cobrar su trabajo a causa de los problemas económicos con los que hubo de enfrentarse Buchon.24 Habiéndose marchado ya a Francia, a donde llegó en 1830, Galiano recibió el encargo de redactar una serie de textos sobre literatura española para la revista inglesa The Athenaeum, publicación que se convertiría en uno de los puntales de la cultura durante la época victoriana. Galiano colaboró con la revista cuando ésta estaba en manos de Charles W. Dilke, quien había accedido a la dirección en 1830, a los dos años de su aparición.25 Dilke tuvo la idea de crear una sección dedicada al estudio de las literaturas europeas y norteamericana. El interés por España se vio apoyado por la presencia en la redacción de la revista de Frederick Denison Maurice, ferviente defensor de los liberales españoles, sobre los que había escrito en The Athenaeum.26 El grupo de artículos de Alcalá Galiano apareció en 1834 y, aunque no estaban firmados, puede atribuirse su autoría a través de pruebas indirectas como las referencias 24

Doris Gunnel, Sutton Sharpe et ses amis français (Paris: Bibliothèque de la Revue de Littérature Comparée, 1925), 165 (carta de Buchon a Sharpe fechada en París el 5 de diciembre de 1827). 25 Dilke dio un gran impulso a la publicación, modernizando tanto la forma como el fondo y logrando con ello un gran éxito, hasta el punto de que en 1830, The Athenaeum llegó a alcanzar una tirada semanal de 18.000 ejemplares (Lee Erickson, The Economy of Literary Form. English Literature and the Industrialization of Publishing, 1800-1850, (London: Johns Hopkins University Press, 1996), pp. 88-90. 26 Frederick Maurice, The life of Frederick Denison Maurice (London: MacMillan and Co., 1884), vol. 1, p. 85. Maurice había trabajado también para la Westminster Review y para otra de las publicaciones de referencia en el mundo intelectual inglés, la London Literary Chronicle.

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del biógrafo de otro de los editores de la publicación, John Francis, el cual afirmaba que: “on april 19th, 1834, the promised articles on the ‘Literature of the Nineteenth Century’ were commenced the first series being that of Spain, by Don A. Galiano”.27 Muchos años después, este grupo de textos sería rescatado por Vicente Llorens y publicado bajo el título de Literatura española del siglo XIX (Madrid, 1969).28

Actividades políticas y juicio sobre la situación política española En páginas anteriores se indicó que Galiano se hallaba estrechamente relacionado con el círculo de Francisco Javier Istúriz, Agustín Argüelles, Ramón Gil de la Cuadra, el general Valdés y Felipe Bauzá, gran amigo de su padre en la Real Armada (y compañero en la expedición Malaspina, al igual que Valdés). Entre los liberales del exilio se mantenían discrepancias no sólo de la valoración del Trienio Liberal, sino también sobre la estrategia más útil para el futuro. El carácter menos radical del grupo en el que se movía Alcalá Galiano conducía a que sus miembros mantuvieran una cierta prudencia por lo que se refiere a la toma de decisiones políticas. Argüelles, cabeza del grupo, disfrutaba de muy buenas relaciones con la alta sociedad inglesa, poco amiga de los pronunciamientos. Había mantenido algunos contactos con Espoz y Mina, jefe de los exiliados más activos, pero sin implicarse directamente, al menos así lo hacen constar algunos informes.29 Mina, por su parte, tampoco estaba mal visto entre la burguesía y aristocracia inglesas ya que era considerado un mito de la lucha guerrillera. Mina supo articular a su alrededor a un grupo de políticos y militares de cierta im27

John Francis, Publisher of the Athenaeum: a literary chronicle of half a century, comp. John Collins Francis (London: R. Bentlye and Son, 1888), vol. 1, p. 55. 28 The Athenaeum: “Literature of the xix Century in Spain”, 338 (19-IV-1834), pp. 290295; 340 (3-V-1834), pp. 329-333; 342 (17-IV-1834), pp. 370-374; 344 (31-V-1834), pp. 411414; 346 (14-VI-1834), pp. 450-454. En el año 2007 ha sido reeditada la recopilación de Llorens por Ediciones Irreverentes (Madrid). 29 Archivo Histórico Nacional, Estado, legajo 5518, caja 2: informe de Cea Bermúdez en que se incluye una lista de españoles emigrados que según las informaciones de los agentes de la embajada española en Londres, no habían participado en actividades conspirativas. Véase también: A. Alcalá Galiano, “Agustín de Argüelles”, en Obras, vol. 2, p. 386.

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portancia que, aunque le reconocían como jefe, acabaron exasperados por las continuadas dilaciones que imponía a los planes revolucionarios. En abril de 1826 Mina redactó un cuestionario para los exiliados, interesado por conocer la posición de cada uno de cara a una posible actuación frente a Fernando VII. El grupo de Argüelles, en respuesta a dicho cuestionario, hizo llegar a Mina un conjunto de observaciones acerca de la situación española, observaciones un tanto ambiguas, pues si por un lado instaban al antiguo guerrillero a continuar con los preparativos para la sublevación, por otro mostraban sus miedos a que una acción violenta acabase desprestigiando el movimiento de los exiliados.30 Aquí habría que hacer la salvedad del general Valdés quien, sintiéndose más afín a Espoz y Mina, acabaría colaborando con él. El otro gran sector de conspiradores era el encabezado por José María Torrijos, quien también tenía su grupo de admiradores en la sociedad inglesa, aunque los del joven general fuesen de un talante diferente. En general, se trataba de estudiantes e hijos de familias aristocráticas y jóvenes militares idealistas fuertemente impregnados por la “religión de la libertad”, que dijera Benedetto Croce.31 Alcalá había sido amigo de Torrijos en España, pero sus planteamientos políticos diferían notablemente, pues nuestro hombre no confiaba en el éxito del pronunciamiento, sobre todo teniendo en cuenta el contexto internacional, con una Francia gobernada por los ultras y con una Inglaterra que parecía cómodamente instalada en su splendid isolation. El único momento en que Alcalá Galiano vio ciertas posibilidades a la acción violenta tuvo lugar después de la revolución de 1830 en Francia, pues confiaba en la potencial ayuda del nuevo rey Luis Felipe de Orleans. Ésta es la razón que explica su decisión de marchar a París nada más estallar la sublevación. Las actividades de Galiano en Inglaterra giraron, como ya se dicho, alrededor de la actividad intelectual. Su trabajo consistió en reflexionar acerca de la evolución política del Trienio Liberal, la viabilidad de la constitución de 1812, la actuación del rey y la intervención de las potencias extranjeras. Se trató de una tarea de autocrítica profunda, a veces amarga, que no siempre fue del agrado del resto de los emigra30

Julio Puyol, La conspiración de Espoz y Mina (Madrid: Tipografía de Archivos, 1932), pp.116-136. 31 Sobre las actividades de este grupo, véase el libro de Irene Castells, La utopía insurreccional del liberalismo español (Barcelona: Crítica, 1989).

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dos. Sin embargo, Alcalá era consciente de que el primer paso para lograr asentar el liberalismo en España pasaba por conocer dónde habían cometido errores, cuáles eran los instrumentos que se necesitaban para transformar la sociedad y qué había que hacer con un texto, como la Constitución de 1812 que, desde la perspectiva de Galiano, había mostrado sus limitaciones en el ejercicio de sus preceptos entre 1810 y 1823. A esta tarea de reflexión unió su experiencia como exiliado y la realidad política y social de otro país, lo que le permitía establecer comparaciones de gran interés. Este periodo marca un punto de inflexión en la vida y el pensamiento de Galiano, pues fue el momento definitivo en que abandonará completamente cualquier resto de idealismo (si es que alguna vez tuvo tal carácter su pensamiento) y se convertirá en un pragmático, dejando de lado asimismo cualquier actitud radical, al ser consciente de que cada país es diferente y de que lo más útil para un pueblo es la adecuación entre sus normas y sus leyes y la realidad de su sociedad. Uno de los textos de esta época en el que se aprecian con más claridad estas ideas y la autocrítica a la que se hacía referencia más arriba es el titulado “Spain”, publicado en la Westminster Review (vol. 1, abril 1824, pp. 289-336).32 Como se ha dicho antes, el texto aparece sin firmar, pero es fácil reconocer a su autor. El objetivo de Galiano en este artículo era tanto analizar la realidad española como llevar a cabo una crítica de la actitud del gobierno inglés hacia los liberales españoles en 1823, que fue de una completa inhibición. De ahí que, como también se ha señalado con anterioridad, Galiano necesitase disponer de una cierta independencia económica del gobierno inglés. Este párrafo resume sus ideas al respecto: “Thus was English influence employed against Spanish liberty and to the advantage of France, and although in the British parliament the ministers professed to observe the strictest neutrality, yet their party, and even they themselves, in act, though not in speech, betrayed an inclination in favour of the French, and of the Serviles, who converted it to their own profile an absolute neutrality is in human nature impossible”.33 Desde la perspectiva de Alcalá, el hecho de que Gran Bretaña se guiara por sus propios intereses, aunque resultara perfectamente lógico, en el caso de España suponía una traición 32

Este artículo ha sido traducido por la autora de este trabajo en Alcalá Galiano. Textos y discursos políticos, ed. Raquel Sánchez (Madrid: Biblioteca Nueva, 2003), pp. 55-61. 33 Westminster Review, vol. 1, 2 (1824), p. 315.

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con respecto a su pretendida imagen de país defensor de las libertades. Insistió repetidas veces en ello, pues no sólo dejó su testimonio en la revista benthamita, sino que también envió varias cartas al Times, tras observar la actitud de gobierno con respecto a los sucesos portugueses. El entonces encargado de los asuntos exteriores, George Canning, acababa de ser nombrado jefe del gabinete. Canning se había significado por ser un enemigo del despotismo, de ahí que los españoles contemplaran su jefatura con ciertas esperanzas, más aun cuando fueron testigos de cómo Inglaterra apoyaba a los liberales portugueses.34 Sin embargo, los discursos pronunciados por Canning en los Comunes dejaron claramente establecidas sus aspiraciones políticas con respecto a España. Se negó a intervenir en aras de la independencia de los países, ni siquiera a favor de Francia, como le pedía Chateaubriand (encargado de asuntos exteriores del gobierno francés). Con respecto a España, señalaba que, aunque no podía permanecer ajeno a los asuntos de este país, no podía prestarse a prometerle una ayuda que comprometiese la neutralidad de Inglaterra.35 Por lo que respecta al análisis de la situación española, Galiano examinaba en este texto la Constitución de 1812, en la que encontraba elementos contradictorios que dificultaban mucho su aplicación. Por una parte, se trataba de una Constitución muy democrática; por otra, permitía muchas atribuciones al rey. Señalaba, además, el fuerte peso del Consejo de Estado, que sin tener las ventajas de una cámara alta, tenía todos sus inconvenientes, ya que en su función de asesoramiento al rey no se hallaba controlado por el resto de las instituciones. A ello habría que unir, y precisamente en relación a la independencia de la que gozaba constitucionalmente el rey, el peso de las camarillas sobre el monarca, cuestión ésta también señalada por Agustín Argüelles, entre otros.36 34

Miguel, hijo de João IV, protagonizó dos revueltas contra su padre (la Vilafrancada, en 1823 y la Abrilada, en 1824). Gracias a la ayuda del cuerpo diplomático se logró rescatar al rey del palacio e instalarlo en una nave inglesa para protegerlo. João IV era un liberal moderado, así como su hijo y heredero Pedro. Iba a nacer aquí el enfrentamiento entre ambos hermanos, Miguel y Pedro, que tanto sobresaltó la historia de Portugal en la primera mitad del siglo xix. 35 Leman Thomas Rede, Memoir of the right honourable George Canning (London: Virtue, 1827), p. 482. 36 Agustín Argüelles, Apéndice a la sentencia pronunciada en 11 de mayo de 1823 por la Audiencia de Sevilla contra sesenta y tres diputados de las Cortes de 1822 y 1823 (London: Imp. de Carlos Word e hijo, 1834).

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El peso del “party of chambers”, como dice Galiano, forma parte de las actitudes intransigentes respecto a la implantación de novedades en la sociedad española. En este sentido, para el Alcalá Galiano de estos años, la fuerza de las resistencias era considerable: “It was imposible either to take steps for the general improvement of the condition of the people, or to ordain such institutions as would ensure the health and vigour of the body politic without coming into collision with numerous corporate communities, or trampling on interests which in tranquil times should be respected”.37 Entre algunos sectores de la opinión pública británica era frecuente sostener que la Constitución y el sistema político liberal habían tenido un apoyo social ínfimo, y que ahí se hallaba la razón de su fracaso. Esta impresión se apoyaba en el tópico de la inferioridad de edad política de los españoles que, además, justificaba la inhibición del gobierno inglés. Los argumentos que sustentaban esta opinión se podían encontrar en revistas como la Quarterley Review, de orientación tory, en la que podían leerse párrafos como éste: “and Protestant prejudices entirely set apart, we cannot but attribute this degradation as much to the deadening influence of the Popish religion, as to the paralysing effects of a weak and tyrannical government”.38 Estas afirmaciones eran el tipo de opiniones que para Alcalá Galiano peores males traían para España, condenándola ad aeternum al despotismo, como señaló en diversos foros.39 El carácter realista de las ideas de Galiano se manifiesta una vez más en sus opiniones acerca del rey Fernando VII y su comportamiento político. Nuestro autor es consciente de las limitaciones del personaje, de su deslealtad para con su pueblo, pero a la vez se da cuenta de que la institución monárquica tiene en España un peso muy grande. Galiano no era un republicano, y por tanto, sabía que se hacía necesario desligar al titular de la Corona en un momento concreto, de la institución misma. Con estas palabras explicaba su visión del asunto: It has been wisely remarked that the revolution of an absolute monarchy cannot be consolidated without supplanting the reining despot by a republican government or by a new dynasty. The sovereign by right or birth will never consent to be indebted for his throne to the will of the nation. 37 38 39

Westminster Review, vol. 1, 2 (1824), p. 293. “Affairs of Spain”, en Quarterley Review, XXVIII, LVI (1822-1823), p. 544. Times (26-XII-1826).

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He will employ the power that remains to him in endeavouring to recover what he has lost, and will strive to corrupt or disturb the exercise of this government, so that it shall be inadequate to the purposes for which it was instituted, or through continual alarms and struggles again fall under his absolute dominions. What could be expected from the depraved, the hypocritical, the false, and perjured Ferdinand, though transformed from a tyrant into a popular magistrate. Hated, and what is worse, humbled, he inspired neither compassion nor respect; aggravated by the recollection of the past, and the dread of the future, an opposition was to be expected, as violent through its fear, as insolent through its comptent of the monarch.40

De estas palabras se desprende la idea de que, para Alcalá Galiano, la restauración del liberalismo en España no podía fundamentarse sobre los mismos pilares que permitieron su llegada en 1820. El liberalismo español carecía de un monarca que pudiese personificar a la nación liberal, aunque la institución como tal no debía eliminarse. Por otra parte, España no disponía de una base social lo suficientemente sólida como para apoyar la construcción del liberalismo. La consecuencia más clara de estas ideas es la que sigue: no hay, por tanto, más opción que fundar el Estado liberal sobre la base de aquellos que pudieran apoyarlo, es decir, las élites económicas y políticas, que a su vez han de dotarse de instrumentos constitucionales para controlar el poder del rey. La unidad de los liberales habría de ser, desde su punto de vista, el punto de partida para la transformación política de España.

La marcha al París revolucionario El estallido de la Revolución Francesa de 1830 dio el pistoletazo de salida para que muchos de los exiliados españoles (en particular, los que se hallaban más próximos a la política) pensaran en un cambio de aires, confiados como estaban en una potencial ayuda del nuevo gobierno francés para restaurar el liberalismo en España. Alcalá Galiano, pese a sus recelos hacia las actuaciones improvisadas, también se decidió por la marcha a Francia, y salió de Londres como criado de Mendizábal, pues ésa había sido la única forma de conseguir un 40 41

Westminster Review, vol. 1, 2 (abril 1824), pp. 291-292. Antonio Alcalá Galiano, Recuerdos de un anciano, en Obras, vol. 1, p. 228.

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pasaporte.41 Su objetivo era formar parte de la organización de la conspiración para, en un futuro, tener acceso a un puesto que reconociera sus trabajos por la libertad, cosa que no sucedió nunca y que a nuestro personaje le dolió mucho, como reflejan sus Recuerdos de un anciano. Las vicisitudes de Alcalá Galiano en Francia forman parte de otro periodo de su vida. Solamente habría que señalar que permaneció allí un año y medio, tiempo en el que fue constantemente vigilado por las autoridades (al igual que el resto de los emigrados).42 Regresó a España con la última amnistía concedida por María Cristina el 7 de febrero de 1834. Su interés por Gran Bretaña no decayó jamás, y continuó leyendo a los autores y la prensa de este país, así como escribiendo algunos textos y artículos periodísticos en los que dio a conocer la sociedad y el sistema político británicos.

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Archives Nationales de France, F/7/12087 nº 606.

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Germán Ramírez Aledón Universitat de València-Estudi General

Unas palabras previas: religiosos en el exilio liberal Cuando Vicente Llorens comenzó sus investigaciones sobre el exilio liberal español se dedicó a elaborar un listado en fichas de papel con el que comenzó a trabajar, papeles que hoy se conservan en el legado que hizo su viuda a la Biblioteca Valenciana en el año 2002. De forma semejante había trabajado en su estudio sobre los exiliados republicanos en Santo Domingo, donde residió hasta 1946. De esos listados y fichas con notas surgieron sus primeros trabajos y la primera edición de Liberales y Románticos en 1954. Para la segunda edición de 1968 aportó nuevos materiales que se mantuvieron en la tercera de 1979. No hizo —ni pretendió— elaborar un censo exhaustivo de los liberales emigrados en Inglaterra y en otros países, pero sí dio un cálculo aproximado del volumen de esa primera gran emigración política de la España contemporánea: “No se conoce con exactitud el número de los que fijaron su residencia en Londres, pero se puede calcular sin gran error que hacia 1824 habría poco más de mil familias”, para lo que se basó en lo que decía un artículo de 1827 en el periódico editado por José Canga Argüelles, El Emigrado Observador, número en el que se incluían los que vivían en las islas del Canal. El dato que aportó Juan Calderón en 1829 señalaba que en el barrio donde se concentraban estos emigrados eran entre quinientos y seiscientos.1 Hubo una gran confusión en los primeros meses de la emigración, forzada por la persecución fernandina decretada el 1 1 Vicente Llorens, Liberales y Románticos (Madrid: Castalia, 19793), 23, nota 1, donde aparecen los datos citados.

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de octubre de 1823. Muestra de ello es el despacho que el 29 de abril de 1824 remitió Juan González de Rivas, cónsul español en Gibraltar, al secretario de Estado en ese momento, el conde de Ofalia: Siendo infinitos los españoles que de todas clases se hallan refugiados en esta Plaza y en su bahía, es imposible obtener una noticia circunstanciada ni aproximativa de ellos, y por lo tanto creo llenar los deseos de V.E. con asegurarle que una gran parte de los que solicitan pasaportes para varios puntos de la Península, Ultramar y países extranjeros eran Diputados a Cortes, individuos pertenecientes a la Regencia y ministerios, como Vigodet, Císcar, Osorio, Egea y otros. Los generales Álava, Villalba, Almodóvar, Zaldívar y otros varios. Oficiales y empleados de diferentes graduaciones y dependencias. Paisanos que por pertenecer a la milicia llamada nacional se vinieron aquí temiendo el primer movimiento de los pueblos en que residían.2

Siguió meses después —el 5 de septiembre— un informe con una relación de “personas revolucionarias que existen en Gibraltar”, entre las que estaban los diputados Vadillo, Cuadra, Belmonte, Moreno, Guerra, Adán, Bertrán de Lis, Bernabeu, Salvato, Zulueta; el ex ministro Egea, Díaz Morales y Romero Alpuente o Pablo López, el “Cojo de Málaga”. También están allí los hermanos Villanueva. En la bahía permanecen escondidos en barcos el general López Baños, el ex ministro Felipe Benicio Navarro, el coronel Priego, Merconchini, Delgado, Nebot, Flórez Estrada, Núñez Arenas y Díaz Morales que pasa del peñón a una embarcación. Una nueva relación de 7 de octubre, remitida por el mismo cónsul, informaba de “los emigrados españoles y extranjeros que se han despachado de [ilegible] para los diferentes puntos que al margen se expresan”, y en la que figuran un total de 127, de los que 60 marchaban a Lisboa, 33 a Inglaterra, 11 a diversos puertos americanos, 16 a Alejandría y el resto a Marsella, Malta o Tánger, con abundante presencia de militares en este listado.3 A fines de ese año había en 2

AHN, Estado, leg. 5625, carta de 29-04-1824. Estas relaciones de refugiados en Gibraltar, basadas en la misma documentación que citamos, fueron publicadas por Rafael Sánchez Mantero, “Gibraltar, refugio de liberales exiliados”, en Revista de Historia Contemporánea, Universidad de Sevilla, 1 (1982), pp. 81-107, donde también se analizan sus condiciones de vida y el uso de la plaza como centro de conspiraciones liberales. Como señala el profesor Sánchez Mantero, muchos de los que embarcaron hacia Lisboa utilizaron esta ciudad como escala para ir luego a Londres u otras ciudades británicas. 3

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Gibraltar 410 emigrados, de los que 250 estaban “en la bahía”, que sumados a los 127 que habían marchado a otros destinos en octubre, suman casi 600, cifra que redondeamos por la inexactitud de las fuentes informativas. Las “listas de Wellington” tampoco aclaran en demasía ese volumen total de emigrados, pues sólo un reducida parte de éstos cobraron las pensiones que el Lord concedió del erario público británico. Son además tardías, de 1829, cuando parte de ese exilio ha muerto o ha emigrado a otros países o ciudades. No consta, por otra parte, el oficio o categoría profesional en su caso, tan sólo varios listados alfabéticos por “clases” y pensión que correspondía a cada una de ellas.4 Con esta información hemos elaborado la siguiente tabla estadística: Emigrados en Londres y otras ciudades del Reino Unido por categorías (Según listados enviados por el embajador Zea Bermúdez al secretario de Estado, Manuel González Salmón, por real orden de 15 de noviembre de 1829). Listado

Sin subsidio* Lista de Wellington 1ª clase Lista de Wellington 2ª clase Lista de Wellington 3ª clase Lista de Wellington 4ª clase Lista de Wellington 5ª clase Lista de Wellington 6ª clase Lista del City Committee Totales

Hombres Mujeres

21 53 40 50 113 106 134 517

5** 22 27

Hijos

31 7 17 16 10 6 36 123

Totales Clérigos

21 84 47 67 129 116 11 192 667

1 2 2 2 2

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* Los que “no perciben socorro alguno ni del gobierno ni de la Junta llamada City Committee”. **Son mujeres, entre ellas la viuda de Fernández Sardinó y la hermana de Lacy (Carmen).

El embajador daba cuenta de las dificultades que había tenido para llevar a cabo este encargo, dada la escasa colaboración de los servicios policiales británicos, poco interesados en perseguir a los liberales exiliados: 4

Los listados fueron remitidos por eal embajador español en Londres, Cea Bermúdez, en noviembre de 1829, al secretario de Estado, González Salmón. Vid, Archivo General de Simancas (AGS), Estado, leg. 8197, despacho nº 354 (copia) y Archivo Histórico Nacional (AHN), Estado, leg. 5.481, despacho nº 354 (original).

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[...] mas no me ha sido posible recoger los demás datos y noticias que se me piden en la citada Real Orden porque no es empresa que pueda ser ejecutada tratándose de un número tan crecido de individuos (asciende a más de 500) que diseminados en una población de un millón de almas, como lo es esta, y en varios puntos del Reino Unido de la Gran Bretaña e Irlanda, sin tener dependencia alguna de la legación más que aquella indirecta vigilancia que está al alcance de nuestros confidentes, la cual solo se extiende a los más señalados por sus maquinaciones revolucionarias y de ningún modo a la multitud que ha permanecido pasiva [...] tampoco este gobierno [el británico] podría ayudarme en esta empresa porque el sistema de policía que observa es secreto y sólo se dirige a mantener la pública tranquilidad, sin que les interese averiguar las acciones y opiniones de los extranjeros que residen en el país, más que en casos de mucha monta o grandes consecuencias.5

Aun cuando Llorens hizo una clasificación profesional y de procedencia de esa emigración (militares, comerciantes y hombres de negocios, profesores y hombres de ciencias, eclesiásticos), al referirse a estos últimos se limitó a señalar la importante presencia del estamento clerical entre los diputados desde las Cortes de Cádiz: en efecto, noventa se calcula que hubo en las Cortes generales y extraordinarias de 1810-1813, mientras que su número se redujo en las cuatro legislaturas del Trienio, estando presentes en las tres tendencias que se dibujan desde 1820.6 Pero no tenemos una detallada cuantificación del número de clérigos presentes en las Cortes del Trienio, aunque el número de los antiguos liberales doceañistas fuera significativo más por la calidad que por la cantidad de su representación: unos treinta señala Llorens que hubo en la legislatura de 1822-1823 anterior al exilio, una tercera parte de la cámara, “grupo tan nutrido como el de los militares y el de los abogados”.7 De algu5

AGS, Estado, leg. 8197, despacho de 15-11-1829. Sobre el ambiente conspirativo de ese momento en Londres y otros lugares del Reino Unido, vid. Irene Castells, La utopía insurreccional del liberalismo. Torrijos y las conspiraciones liberales de la década ominosa (Barcelona: Crítica, 1989), pp. 127-165. 6 Raúl Morodo y Elías Díaz, “Tendencias y grupos políticos en las Cortes de Cádiz y en las de 1820”, en Cuadernos Hispanoamericanos 201 (1966), pp. 637-675. Los autores sólo analizaron las tendencias en la primera legislatura de 1820: absolutistas anticonstitucionales, doceañistas y exaltados. Posteriormente, sobre todo tras el fracasado golpe del 7 de julio de 1822, se radicalizó el arco parlamentario. 7 V. Llorens, Liberales..., p. 26. El Diccionario Biográfico de los Parlamentarios Españoles (DBPE), en proceso de realización por el Congreso de los Diputados, servirá para aclarar este y otros aspectos de la composición social de las Cortes gaditanas y de las del Trienio.

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na manera, venían a “rematar el trabajo” interrumpido en mayo de 1814 por el golpe de Estado perpetrado por el rey en Valencia. Pero no todos los emigrados del estado eclesiástico eran diputados o ex diputados. Llorens, pues, se limitó a señalar algunas notas biográficas de unos pocos clérigos exiliados que destacaron en esa emigración durante los años de la “ominosa década”: los hermanos Villanueva (Jaime y Joaquín Lorenzo), especialmente este último, los también valencianos Jaime Gil de Orduña, Juan Rico, Antonio Bernabeu y Bernardo Falcó, a quien no cita, o el canónigo por Asturias, Rodrigo Valdés. A ellos se han de sumar desde Miguel del Riego, hermano del ya mítico Rafael; a Blanco White, un pionero del exilio aunque ya fuera en 1823 ex sacerdote de la Iglesia católica, ex ministro de la anglicana y bordeando el unitarismo; Juan Calderón, convertido al protestantismo en Francia y emigrado a Londres en 1829; Joaquín Franco, otro clérigo valenciano del círculo de los Bertrán de Lis cuya pobreza y coherencia ideológica cantó otro exiliado italiano.8 O Antonio Puigblanch, quien aunque no llegó a profesar ni ordenarse sacerdote, dedicó buena parte de su obra y preocupaciones a cuestiones religiosas. Conocidas son, por otra parte sus polémicas con Villanueva y Salvá, que llegaron al insulto personal. Carecemos, pues, de un censo de clérigos emigrados a Inglaterra en 1823, como el que Aline Vauchelle realizó hace algo más de una década para el clero liberal español emigrado a Francia, parte del cual estuvo primero —o más tarde— en Londres.9 Vauchelle contabilizó 130 clérigos, lo que parece una cantidad significativa que superaría al de los emigrados a Inglaterra. Basándonos en ese listado y las listas de Wellington más otras fuentes, hemos elaborado un censo aproximado de clérigos que residieron en Inglaterra durante esta década (véase Apéndice). Este recuento nos da un total de 667 personas a fines de 1829, de las que 517 eran hombres y el resto familiares de exiliados, aunque aparecen hasta seis mujeres subsidiadas por el gobierno británico más otras tres de otras categorías de las listas. En este grupo, diezmado ya por la emigración a otros lugares o fallecidos, se incluían los que resi8 Giuseppe Pecchio, Osservazioni semi-serie di un esule sull’Inghilterra (Lugano: Presso G. Ruggia, 1833), pp. 111-117. Hay edición en inglés del mismo año: Semi-serious Observations of an Italian Exile during his residence in England (Philadelphia: Key and Biddle, 1833), pp. 78-82. 9 Aline Vauchelle, “La emigración a Francia del clero liberal español: 1823-1834”, Brocar (1998), pp. 269-309.

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dían en otros lugares del Reino Unido, especialmente en las islas del Canal. De todos ellos sólo los clérigos identificados superan la veintena, pero ésta es una conclusión provisional. Ya hemos señalado las dificultades para elaborar el censo de emigrados que reclamaba el secretario de Estado al embajador español en Londres. El problema reside en dar con las fuentes apropiadas para elaborar ese censo, algo que no parece posible para el caso británico. Tampoco los listados de refugiados en Gibraltar desde octubre de 1823 permiten saber quiénes eran o no clérigos, sólo resulta fiable en los que sabemos de antemano si lo eran, pues el profesor Sánchez Mantero fue el único en publicar este listado alfabético.10 Lo mismo sucede con el Censo de exiliados liberales que han llevado a cabo los profesores Fuentes, Rubio y Rojas, y cuyas matizaciones planteamos en un trabajo nuestro.11 La serie de trabajos del profesor Juan Francisco Fuentes, basados en el Censo de liberales españoles en el exilio, elaborado por él mismo, Dolores Rubio y Antonio Rojas Friend con la ayuda del CIERE y depositado en esta institución ha dado mayor concreción numérica.12 Este Censo se basa en los listados elaborados en la frontera al regreso del exilio, en 18331834 y conservados en el Archivo Histórico Nacional, los informes de la policía francesa sobre los refugiados españoles y los trabajos publicados, especialmente los de Sánchez Mantero sobre Francia y Gibraltar y el de Vicente Llorens. Resultado de ello es un Censo de 5.234 individuos, que ahora se eleva a más de 6.000, tal y como señaló el mismo autor en otro estudio que completaba el anterior al incidir en la procedencia geográfica de los exiliados.13 Los trabajos del profesor Fuentes 10

Rafael Sánchez Mantero, “Gibraltar...”, 98-107; V. Llorens, Liberales..., pp. 17-18. “Algunas consideraciones sobre los exilios liberales en la España del siglo xix (1814-1834)”, en Laberintos. Anuario sobre los exilios culturales españoles 2 (2003), pp. 28-58. 12 La primera referencia a este trabajo se halla en el artículo de Dolores Rubio, Antonio Rojas y Juan Francisco Fuentes, “Aproximación sociológica al exilio liberal español en la década ominosa (1823-1833)”, en Spagna Contemporanea 13 (1998), pp. 7-19. Otro breve trabajo complementario fue presentado por Dolores Rubio y Antonio Rojas al Congreso sobre la Revolución Liberal de abril de 1999, bajo el título “Algunas apreciaciones en torno al exilio liberal español en Francia (1823-1833)”, en La Revolución liberal (Madrid: Ediciones del Orto, 2001), pp. 243-250. La Biblioteca del CIERE (Centro de Investigación y Estudios Republicanos), se encuentra hoy en la Fundación Pablo Iglesias en Alcalá de Henares, . 13 Juan Francisco Fuentes, “Procedencia y destino geográfico del exilio liberal español en la década ominosa”, en Segón Congrés Recerques. Enfrontaments civils: posguerres i reconstruccions (Lleida: Universitat de Lleida, 2002), vol. I, pp. 542-553. 11

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van destinados a rectificar la creencia de que el exilio liberal, sobre todo el de la década 1823-1833, se centró casi exclusivamente en Inglaterra y de que la procedencia de los exiliados era de las élites intelectuales y profesionales. Frente a esa idea o a la opuesta, que estima que ese exilio es de base social campesina o de clases populares urbanas14 y basándose en los datos profesionales y de procedencia que aporta el Censo, se concluye que, de las 5.234 personas (sólo figuran 67 mujeres), se conoce la profesión del 53,3% (casi 2.800), que se dividen en doce categorías profesionales, con un predominio de militares, algo por otra parte bien evidente y conocido, con una significativa presencia de clases populares (hasta el 27% sumando artesanos y labradores) y menor de lo que se creía de “clases medias civiles” (profesiones liberales, funcionarios y empleados) o de comerciantes y hombres de negocios. El grupo de los clérigos es de 100, lo que sobre el total de 2.794 con profesión conocida, representa el 3,57%. Un reducido grupo, encabezado sin duda por el que fuera diputado por Valencia en las Cortes de Cádiz y en las dos primeras legislaturas del Trienio, Joaquín Lorenzo Villanueva, destacado polemista en quien se resumen buena parte de las doctrinas del llamado sector “liberal” del clero español de aquel primer tercio del xix.15 Y decimos reducido, porque la Iglesia española —en bloque casi— estuvo contra las reformas lideradas por ese sector “liberal” desde 1810, más preocupada por preservar sus privilegios y la proximidad a las viejas instituciones del Antiguo Régimen, desde el Santo Oficio hasta el carácter absoluto del soberano, y temeroso hasta la paranoia del contagio de la secta de los radicales, filósofos, jacobinos, anarquistas y socialistas,16 cuya fuente de inspiración era Rous14 Tesis defendida por Ana Mª García Rovira, La revolució liberal a Espanya i les classes populars (Vic: Eumo Editorial, 1989), pp. 39 y ss. Rovira estimaba que casi el 30% de los emigrados repatriados eran artesanos y un 27,5% campesinos. El profesor Fuentes criticó estas conclusiones por el método y las características de las fuentes utilizadas por la historiadora catalana (“Aproximación sociológica...”, p. 10). 15 Su tarea en las Cortes de Cádiz han sido analizadas en nuestro trabajo, “Villanueva, diputado y polemista en Cádiz”, en G. Ramírez (ed.), Valencianos en Cádiz. Joaquín Lorenzo Villanueva y el grupo valenciano en las Cortes de Cádiz (Cádiz: Ayuntamiento de Cádiz, 2008), pp. 217-285. 16 Véase mi estudio “Comuneros, francmasones, republicanos, ciudadanos. La ‘secta de los radicales’ en el lenguaje del primer liberalismo”, en A. Ramos y A. Romero (eds.), Cambio político y cultura en la España de entresiglos (Cádiz: Universidad de Cádiz, 2008), pp. 219-231; y Javier Fernández Sebastián y Juan Francisco Fuentes, Diccionario político y social del siglo XIX español (Madrid: Alianza Editorial, 2002).

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seau, la revolución de Francia y el “filosofismo” del Siglo de las Luces. En efecto, la Iglesia se rompió a partir del Trienio en dos bandos enfrentados, uno más numeroso de corte conservador y otro minoritario pero también muy combativo. Como ha señalado de forma certera la profesora Buldain, “la actitud de la Iglesia, especialmente de la alta jerarquía, puede decirse que fue más ideológica que política. Su oposición se debió sobre todo a los presupuestos que el Nuevo Régimen preconizaba. El problema no era la confesionalidad del Estado, de la que no había duda, sino los principios de libertad que restringían su enorme influencia y la disminución de las atribuciones de la Corona que mermaba su poder”.17 Las tensiones se agudizaron desde julio de 1822, culminadas con la ruptura de relaciones diplomáticas entre el gobierno de Evaristo San Miguel y la Santa Sede, a cuenta del nombramiento como ministro plenipotenciario ante la corte de Roma del conocido jansenista y anticurialista Joaquín Lorenzo Villanueva, lo que el gobierno de la Iglesia romana entendió como una provocación.18 Este incidente fue uno más —tal vez, definitivo— de los elementos que llevaron al ex diputado valenciano al exilio desde Cádiz hacia las Islas Británicas.19

Cuestiones en disputa: encuentros y desencuentros. Los casos de Moralejo y Bernabeu Una vez definido el grupo de eclesiásticos exiliados en Inglaterra y, más en concreto en Londres, tratemos de definir su vida y su relación con la Iglesia católica de Inglaterra, para pasar luego a analizar el con17 Blanca Esther Buldain Jaca, Régimen político y preparación de Cortes en 1820 (Madrid: Congreso de los Diputados, 1988), pp. 217-227, donde analiza este “desencuentro” entre la Iglesia española y el nuevo régimen constitucional inaugurado en marzo de 1820. Para la política religiosa de los gobiernos del Trienio, vid. Manuel Revuelta, Política religiosa de los liberales en el siglo XIX. Trienio Constitucional (Madrid: Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1973); y una síntesis en Emilio La Parra, Los Cien Mil Hijos de San Luis. El ocaso del primer impulso liberal en España (Madrid: Síntesis, 2007), pp. 175-182. 18 Hemos analizado este incidente con documentación inédita y exhaustiva en “La Santa Sede ante la revolución liberal española: diplomacia y política en el Trienio constitucional”, en E. La Parra y G. Ramírez (eds.), El primer liberalismo: España y Europa, una perspectiva comparada (Valencia: Biblioteca Valenciana, 2003), pp. 213-286. 19 Una aproximación a este exilio del grupo valenciano en nuestro trabajo, “El exilio liberal valenciano (1823-1830). Algunas notas biográficas”, en Actes del 2on Congrés Recerques. Enfrontaments civils: postguerres i reconstruccions (Lleida: Universitat, 2002), vol. I, pp. 601-614.

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flicto que mantuvo parte de ese clero con la jerarquía eclesiástica inglesa con la presión y connivencia del arzobispo de Valencia. La situación de la Iglesia católica en Inglaterra al llegar los emigrados españoles era bastante peculiar.20 Esta situación fue heredada del cisma de Enrique VIII y, de forma especial, por la ruptura definitiva de la English Reformation de 1559 que protagonizó Isabel I al promulgar el Act of Supremacy y el Act of Uniformity, que la confirmaban como Supreme Governor of the Church of England. Estas decisiones fueron respondidas por Pío V con la excomunión de la reina en 1570, lo que inició una larga etapa de persecución de los católicos, que formaron el grupo de los recusant members, muchos de ellos exiliados.21 La revolución de 1688 dio paso a la etapa de mayor decadencia del catolicismo en Inglaterra, ya que fueron privados de sus diócesis, sustituidas por cuatro vicariatos apostólicos —equivalentes a obispados— vigentes hasta el restablecimiento del episcopado diocesano en 1850. Desde fines del siglo xviii, un intenso debate situó la cuestión religiosa en el centro de la lucha política, sobre todo, tras el Act of Union con Irlanda de 1800 y la demanda de abolición de las prohibiciones y penas que pesaban sobre los católicos ingleses e irlandeses. La campaña de protestas de Daniel O’Connell, iniciada en 1823 —el mismo año en que llegan a Inglaterra los exiliados españoles— iba dirigida a la abolición del Act of Union y la emancipación de los católicos irlandeses. Esta situación se mantuvo hasta el Catholic Relief Act de 1829, que eliminaba muchas de las restricciones que padecían los católicos en el Reino Unido y fue completado con el Catholic Emancipation Act de 1832, que abrió las puertas a la nueva organización de la Iglesia católica en Inglaterra, suprimiendo las limitaciones de acceso a cargos públicos para católicos y de derecho al sufragio, hasta que en 1850 se restableció la división en diócesis en sustitución de los distritos. En las décadas anteriores a esta fecha fue un hecho destacado el movimiento de Oxford, cuyo principal líder fue John Henry Newman, creador del Tractarianism, que pretendía revitalizar elementos del ritual y la teología católica en el seno de la Iglesia anglicana. Pero estos cambios escapan ya de nuestro ámbito cronológico. 20 Para estas cuestiones, véase Paul Thureau-Dangin, La Renaissance Catholique en Angleterre au XIXe siècle (Paris: s. e., 18992). La web oficial de la Iglesia católica de Inglaterra y Gales, , así como la de la diócesis de Westminster, . 21 Cristopher Haigh, English Reformations: Religion, Politics and Society under the Tudors (Oxford, Oxford University Press, 1993).

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En este complejo contexto debe situarse la actuación del clero español refugiado en la capital inglesa, sometido al vicario apostólico del distrito de Londres, el Dr. Wiliam Poynter,22 obispo titular de Alia. Poynter había luchado ya desde su toma de posesión con el obispo John Milner, quien llegó a ir a Roma para que el papa anulara dicho nombramiento, objetivo que no logró. La fidelidad de Poynter al romano pontífice y a la Iglesia más ortodoxa quedó demostrada en su actitud con el clero español exiliado en Londres. Lo hizo de forma especial con dos destacados miembros de ese exilio: José Moralejo y Antonio Bernabeu. Hablemos de ese duelo. José María Moralejo (Colmenar de Oreja, Madrid, 1774), conocido como el “Cura de Brihuega” por haber ocupado esta rectoría, tuvo una vida muy activa a partir de 1808 y, especialmente, desde 1820, en que se alineó con el liberalismo exaltado, autor de un Plan de Reforma del Clero en 1821 y miembro activo de la Sociedad Patriótica Landaburiana. En los primeros meses de 1823 emigró a Inglaterra, después de pasar por Gibraltar, y en Londres permaneció hasta 1831, año en que se trasladó a Lille donde creó una escuela para enseñar a hablar a las personas sordas, tarea a la que dedicó parte de su vida en París (1835-1837) y Barcelona (1837-1840)23, para acabar en Madrid donde fue nombrado catedrático sustituto de Teología en la Universidad Literaria de la capital. Hace años, Claire H. G. Gobbi señalaba en un breve estudio: “When looking from names and addresses of Spanish priests in the Westminster Diocesan Archives, there seems a complete lack of evidence until certain letters explain the situation”.24 Son las cartas —escritas en latín— dirigidas por Moralejo al vicario Poynter y las respuestas de éste en torno a la cuestión de la negativa de conceder licencia para admi22 Poynter fue coadjutor del Vicariato Apostólico del Distrito de Londres entre 1803 y 1812. El 8 de mayo de ese año fue nombrado titular del mismo Vicariato. Había nacido en Petersfield, Hampshire, en 1762 y murió en el cargo el 26 de mayo de 1827. Le sucedió James Yorke Bramstom, quien se mantuvo como vicario de Londres hasta su fallecimiento en 1836. Vid. Godfrey Anstruther, The Seminary Priests (Durham: St Edmund’s College, Ware/Ushaw College), vol. 2, pp. 193-200, y en la web de la Catholic Encyclopedia, . 23 Su tarea innovadora en este tema y etapa de la Escuela de Sordomudos creada por la Junta de Comercio de Barcelona ha sido estudiada por Antonio Gascón y José G. Storch de Gracia, Historia de la educación de los sordos en España y su influencia en Europa y América (Madrid: Ramón Areces, 2004), pp. 344-352. 24 Claire H. G. Gobbi, “The Spanish Quarter of Somers Town. An Immigrant Community, 1820-1830”, Camden History Review 6 (1978), pp. 6-9.

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nistrar sacramentos y decir misa, por ser sospechosos a la jerarquía católica inglesa de no obedecer las directrices de la Santa Sede.25 En la primera de ellas, fechada el 24 de abril de 1824, Moralejo solicitaba al vicario Poynter protección y atención religiosa en su lengua —es decir, en castellano— para los sacerdotes españoles emigrados.26 Tras reconocer que “según la ley de la Iglesia, todos los eclesiásticos inmigrantes en una diócesis ajena, deben llevar consigo cartas de su propio obispo, las cuales llamamos en el idioma de los decretales en otro tiempo ‘en forma’, y ahora testimoniales”, no es menos cierto que las especiales circunstancias en que tuvieron que salir de España, huyendo de la persecución de aquellos “que, a manera de las bestias, se apoderaron del gobierno, se volvieron locos contra aquellos que caían en este proceso” y “puesto que no les fue dada ocasión para la fuga, precipitados a ella corrieron a la carrera de tal manera que ni pudieron despedirse de sus amigos, ni proveerse de suministro de libros y otras cosas”. En esa situación era poco viable obtener las cartas testimoniales de sus obispos, más aún cuando muchos de los huidos habían sido ya tachados de enemigos del rey y la religión: Así pues, sin cartas de recomendación, lo que es de derecho humano, fueron obligados a salir de España. Por esta causa, Reverendo Señor, una parte de esta grey católica hispana llegó a vuestra diócesis. A la cual, como se concede seguridad de vida corporal, quien vea denegadas todas las ayudas de vida espiritual, opinará mal de la perpetua caridad y benignidad de Jesucristo. Somos españoles, ignorantes de la lengua inglesa, por lo que no podemos acceder al sacramento de la penitencia, ni siquiera urgiendo la obligación anual. ¿Podrá, Reverendo Señor, mirar con serenos ojos estos perjuicios, y entregar a la muerte almas que languidecen, sin asignarles pastor alguno y dejar este rebaño completamente abandonado? [...] ¿Tan indignos somos que todavía ningún pastor nos atiende siendo errantes, sino que ni siquiera se ayuda a los que piden pan y a los que buscan médico? ¿Y sólo por el hecho de que ninguno de los sacerdotes españoles lleve consigo cartas testimoniales? 25 Estas cartas se encuentran en The Archbishop of Westminster Archive (AAW), Poynter Papers, Sigª A62 III C19 y A57 1C. Agradezco a David Villanueva la gestión para obtener copia de ellas en 2003 y a mi amigo Agustí Ventura por la traducción de los textos latinos. La traducción castellana que se incluye aquí es una versión libre del texto latino. 26 José María Moralejo había llegado a Londres a fines de 1823 con el grupo de españoles exiliados, en cuyo nombre habla “como portavoz”.

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Aun aduciendo como argumento de apoyo la ayuda que el clero español concedió a los eclesiásticos refractarios franceses en 1791 o la acogida que los irlandeses habían dado a los clérigos españoles, Moralejo exponía sus quejas al vicario “como un hijo dolorido a su padre”. Pero la respuesta del “padre”, de fecha 4 de mayo, expresaba entre la prudencia y el temor a un peligroso compromiso, su escasa voluntad de ayudar a ese clero español emigrado, pues “deseo proporcionar en la medida de mis posibilidades ayuda espiritual a los españoles católicos que viven en nuestro vicariato de Londres, pero para no equivocarme, Vd. mismo o cualquiera vería que es mi deber inexcusable que la administración de esta ayuda ha de ser encomendada a fieles dispensadores de las gracias de Dios, buenos pastores, que tengan la bendición de la Santa Sede, que no estén impedidos por el vínculo de una censura canónica”. He aquí la razón de fondo de la negativa del vicario londinense. Para dejar más claro su argumentación diferenciaba entre el clero emigrado de Francia tras la revolución —a quien sí se le dejó administrar sacramentos en Londres— y el español, pues “la mayoría de estos sacerdotes franceses habían emigrado de su patria no tanto obligados por la urgencia de la guerra, como por la violencia de la persecución que se enfurecía contra la antigua fe y religión y que incendiaba todo lo sagrado. No les fue permitido en aquel tiempo a los sacerdotes católicos permanecer en Francia, con peligro de su vida”. Y no es ése el caso de los sacerdotes españoles, en opinión del Dr. Poynter: “No entiendo que Vd. haya emigrado de la patria, como los sacerdotes franceses expulsados a quienes recuerda [...] por la violencia de la persecución, cultivadores de la antigua fe eclesiástica; no parecen iguales una y otra situación”, por esa causa, “yo le exijo a usted estas cartas testimoniales”, porque no hay impedimento en el correo ni en las diócesis españoles, cuyos titulares podían emitir dichas cartas. Moralejo respondió a Poynter con una extensa carta en la que “por tercera vez... hablo al padre, al que por ello no temo se enfade conmigo”, para elevar con vehemencia su queja: “Yo soy aquel, ilustrísimo señor, que ni como sacerdote, ni como laico, ni como pastor ni como oveja desde un principio he sido aceptado ni he sido escuchado entre los pastores”. Para luego defender sus dos puntos básicos: Sin duda, le decía, casi todos los españoles que obligados por la perturbación civil acudieron aquí, no pudieron cumplir con el precepto de la con-

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fesión anual, porque no tenían un ministro idóneo que hablase nuestra lengua ni pudiera cuidar de otros negocios de su vida espiritual. Estimé que podía hacer frente a este gravísimo daño con cierta holgura, si al menos usted se dignaba aceptar a alguno de los sacerdotes españoles en su ministerio. Pero veo con dolor que omite totalmente esta cuestión en su carta como cosa de poca importancia. Y como ni siquiera sale de su pluma ni una palabra de la salud espiritual de la nueva grey, sólo se preocupa de exigirme un testimonio de recomendación de mi obispo; y además de pasada, como tratando de otra cosa, insulta a todos los clérigos españoles, como si hubiesen abandonado la antigua fe, la cual para que los sacerdotes franceses no la dañasen en 1791, se privaron espontáneamente de un glorioso exilio. Así pues, dos cosas he de tratar, con la obligación de la caridad: primero, reivindicar a mis con-sacerdotes que viven en Londres de la sospecha de crimen; segundo clamar por segunda vez por la salud espiritual de todos los españoles, hasta que sea oído.

Sobre estos ejes desarrollaba Moralejo un extenso discurso en el que citaba ejemplos de eminentes prelados españoles (Lorenzana, Fabián y Fuero, Quevedo) que no exigieron dichas cartas testimoniales a los sacerdotes franceses, sin consultar ni siquiera las opiniones de la Curia romana. Lo que sí estaba haciendo Poynter, movido por su romanismo y la presión de ciertos obispos españoles que le escribían para “instruirle” en este espinoso asunto. Y echa sobre las espaldas del vicario apostólico la responsabilidad de su decisión: ¿Quizá está usted totalmente seguro y con la conciencia tranquila? ¿Los que no somos recibidos como sacerdotes, por eso mismo como ovejas, también estamos excluidos de vuestro rebaño? ¿A los laicos, que no necesitan cartas de recomendación, se les inflige justamente la misma pena que a los clérigos? Pero muy a su pesar, no solo los clérigos sino también los laicos somos ovejas vuestras, y de todos nosotros; y mientras residimos en Londres, tendrá usted que dar razón muy estricta al supremo Juez, de la misma manera que de otros que han nacido aquí y viven aquí mismo. Vuestras, digo, porque las hicieron vuestras los movimientos civiles de las Españas; vuestras, porque ningún pastor soporta que una oveja ajena a su grey entre en el redil, que no la mire, la toque y la examine.

Ni siquiera la reflexión última del sacerdote español hizo cambiar de opinión al vicario londinense: “Así pues por las entrañas de Aquél que nos redimió con su sangre, ruego a usted, que quiera como padre

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piadoso consolar a los españoles en este exilio, que la religión de Cristo no condena”. Pocas semanas después, Poynter daba por zanjada la cuestión en una breve respuesta.27 La carta de Moralejo había enojado al vicario, pues era “más larga sin duda de lo que convenía, puesto que contenía muchas cosas que no pertenecen al asunto, y también algunas que carecen de permiso”, por lo que le recomendaba fueran atendidos por un sacerdote portugués que hablaba bien le lengua española: “Para hacer frente a las quejas de usted, le advertiré que hay en la capilla pública en Lincoln Inn Fields un pastor, el reverendo Sr. J. Silveira, que habla bien la lengua española, el cual recibió confesiones de los españoles y está preparado a recibir confesiones de todos los fieles españoles que quieran acudir a él”. Allí, en la capilla católica de Duke Street, “permanece cada día desde la mañana hasta el mediodía y los viernes y sábados también desde la hora sexta después de mediodía hasta la reserva”. Cuando apenas se había dado por resuelto este asunto, un nuevo problema planteó al vicario, por la misma cuestión, el canónigo alicantino Antonio Bernabeu, cuya trayectoria radical era bien conocida del vicario por los informes que recibía del obispo de Valencia, Simón López, y las cartas remitidas desde Roma. Antonio Bernabeu28 era un rigorista, cuya base teológica estaba en el llamado jansenismo histórico tan extendido en la España del siglo xviii. De esos mismos principios religiosos participaban Moralejo, los hermanos Villanueva o el presbítero Ignacio Franco, todos ellos exiliados en Londres. Diputado en la legislatura ordinaria de 1813-1814, publicó un opúsculo que marcará su futuro de enfrentamiento con la jerarquía eclesiástica: el Juicio histórico-canónico-político de la autoridad de las naciones en los bienes eclesiásticos (1813). Encarcelado en 1814 junto al grupo de diputados liberales, “espontaneado” y condenado por el Santo Oficio en 1816, sus posturas fueron radicalizándose hasta que, siendo diputado por Valencia en la primera legislatura del Trienio, dio a la luz su España venturosa por la vida de la Constitución y la muerte de la Inquisición, que pronto fue conde27

AAW, Carta del Rev. Poynter a José Moralejo, Londres, 11 de junio de 1824. Sobre Bernabeu, Emilio La Parra, “Antonio Bernabeu: un clérigo constitucional”, Trienio. Ilustración y Liberalismo 3 (1984), pp. 105-131; Luis Barbastro, Revolución liberal y reacción (1808-1833). Protagonismo ideológico del clero en la sociedad valenciana (Alicante: Caja de Ahorros Provincial, 1987), pp. 171-188, y la voz que hemos redactado para el Diccionario Biográfico de los Parlamentarios Españoles. 1. Las Cortes de Cádiz (1810-1814) (DBPE) (Madrid: Congreso de los Diputados, 2010, edición en CD-R). 28

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nado y puesto en el Índice de libros prohibidos. Enfrentado a la jerarquía eclesiástica por estas obras y sus intervenciones en las Cortes, su formación ilustrada le llevó a tratar de hermanar la fe y la razón, sobre la base de la libertad humana. Por estas razones, ante el temor fundado de ser víctima de la represión de dicha jerarquía y del gobierno absolutista restaurado en octubre de 1823, emigró a Inglaterra. En Londres pasaría el corto espacio que transcurrió hasta su muerte, no sin antes ser víctima de una agria polémica y persecución en el exilio por parte del obispo de Valencia, Simón López —continuador de Arias en la sede valentina—, y del vicario Poynter. El enfrentamiento quedó recogido en una serie de cartas cruzadas entre ambos, que casi al final de su vida, Antonio Bernabeu publicó en forma de folleto29. El reverendo Poynter actuó con temor ante la presión de la jerarquía española y la Santa Sede y retiró al sacerdote alicantino las licencias de celebrar misa y administrar sacramentos, igual que hizo con otros sacerdotes españoles exiliados en Londres, como hemos visto en el caso de Moralejo. La denuncia del arzobispo de Valencia a Poynter la reprodujo Bernabeu, pero se halla el original en la correspondencia de Poynter.30 El 19 de diciembre de 1824 consultaba Poynter a López, como ordinario que era este último de la diócesis a la que pertenecía el ex diputado y ante las dudas de su actuación pasada, si debía acceder a las peticiones de Bernabeu, a lo que el arzobispo respondió en carta de 28 de diciembre: Sin duda este presbítero es fugitivo, cismático, excomulgado, autor de libelos o escritos condenado por la Sagrada Congregación Romana del Índice. El mismo juicio conviene hacer de todos los presbíteros españoles, tanto seculares como regulares, que hayan llegado a vuestras riberas, sea desde Gibraltar, sea desde Cádiz, especialmente si no llevan cartas testimoniales, bien vistas y en absoluto sospechosas de sus prelados. Pues en este tiempo, como conoces bien, domina el dolo, el fraude, la hipocresía en casi todo el orbe de las tierras. Por lo cual hemos de velar mucho, para que nadie nos seduzca con palabras engañosas y vestido mendaz.

29 Correspondencia del presbítero Don Antonio Bernabeu con el R. Doctor Poynter, vicario apostólico de Londres, con motivo del informe calumnioso del M. R. Arzobispo de Valencia Don Simón López (London: Imp. de A. Macintosh, 1825). Publicada en Luis Barbastro, Revolución liberal y reacción (1808-1833)..., pp. 261-279. 30 AAW, A62 III C 19.

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La respuesta de Bernabeu a esta carta de Simón López, fechada el 12 de febrero de 1825, fue el inicio de una correspondencia breve pero intensa en la que el sacerdote ex diputado defendía con vehemencia y estremecedoras palabras su virtud cristiana. Acusaba directamente al reaccionario López —mentor de la restauración de la Inquisición bajo la fórmula de las Juntas de fe—, de haber sido el culpable de su persecución en España y ahora en Londres: Y si no, ¿de dónde huyo? De mi adorada patria. ¿Y por qué? Por ser fiel a ella y más a Dios en mis juramentos. ¿Y de quién? De V.I., que habiendo enseñado en las Cortes que debemos los españoles cumplir la constitución porque la tenemos jurada; y que nos obliga este juramento a cumplir con Dios y con nuestra conciencia,31 ha presentado a la nación en su sagrada persona un ejemplo del perjurio que tan solemnemente tenía condenado [...]. Huyo además del piélago de desastres espirituales y políticos que inundan a la desventurada España. Huyo de la vileza con que en ella es deshonrado por malos ministros del altar, el santo nombre de Dios. Huyo de la profanación pública que allí se está haciendo de la religión, predicándose la mentira y exhortándose a la saña, a la persecución y a la matanza en la cátedra de la verdad y en el tribunal de la misericordia. De allí huyo; de éstos huyo; y por esto huyo.32

La carta de Bernabeu no obtuvo respuesta. Una muestra más de la trágica experiencia del exilio: extraños en su país e ignorados en el de acogida. Pero en apoyo del sacerdote acudió Pedro Pascasio Fernández Sardinó, un hombre del círculo exaltado del Trienio, redactor de El Robespierre español, quien escribía al vicario de Londres echándole en cara que “no le hizo la misma consulta sobre los dos frailes valencianos apóstatas,33 escapados de sus conventos sin boletos de secularización, 31

Palabras de Simón López, diputado en las Cortes de Cádiz, sesión del 12 de octubre de 1812. 32 Esta carta fue publicada con el título Carta que el presbítero Don Antonio Bernabeu escribe al Ilmo. Señor Don Simón López, Arzobispo de Valencia, vindicando el sacerdocio y el patriotismo denigrados en su persona por este prelado, London: Imp. de A. Macintosh, [1825]. Reproducida en Luis Barbastro, Revolución liberal y reacción (1808-1833)..., pp. 280-299. La cita en pp. 285-286. El profesor Barbastro analiza esta polémica en el citado libro, pp. 100-116 y 186-188. 33 Se refiere sin duda a Ascensio Nebot y Juan Rico Vidal, ambos franciscanos. Vid. Llorens, p. 26 y Barbastro, pp. 199-203. El primero, apodado “El Fraile”, fue el equivalente al Trapense en el bando de los apostólicos. Sobre Juan Rico, véase la biografía que hemos redactado para el Vol. 2 del DBPE (en prensa).

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a quienes les permite V.I. no sólo celebrar el santo sacrificio de la misa, sino también reemplazar a los curas católicos de Londres en sus funciones”. Pues —advertía Fernández Sardinó— esa parcialidad “en perseguir a los eclesiásticos sabios y virtuosos y proteger a los que están muy lejos de asemejarles, ha escandalizado y escandaliza a todos los españoles que estamos en Londres, porque nos precisamos de ser verdaderos católicos y quisiéramos que los que están a la cabeza de nuestra Santa Religión imitasen la conducta de los Apóstoles y prescindiesen de opiniones políticas y mundanas, y solo buscasen la verdadera virtud para ampararlas y protegerla”.34 Antonio Bernabeu continuó su lucha hasta el final de sus días con el vicario Poynter, pero con escasos resultados. Amargado, solitario y despojado de su mayor tesoro —el ejercicio pastoral del sacerdocio—, falleció el 8 de noviembre de 1825, “tras su penosa y última enfermedad”. Los Ocios recogían su muerte con estas palabras: “Ese supuesto excomulgado y cismático ha recibido en su penosa y última enfermedad, con singular devoción y edificación, los sacramentos de la Iglesia, y ha empleado los últimos momentos de su larga vida en las divinas alabanzas, disponiendo que se le enterrase en el cementerio católico de San Pancracio con la Biblia en el pecho”.35 Como señaló Claire Gobbi, “despite this effort, no Spanish chapel was ever built and the number of Spanish priests who were allowed to practice their ministry was very small”.36 Entre ellos al ex diputado y capellán real ya depuesto, Joaquín Lorenzo Villanueva, pero no al capellán castrense Manuel de

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AAW, A60 III C4, Carta de Pedro P. Fernández Sardinó al vicario Dr. Poynter, Londres, 31 de marzo de 1825. Sobre este ilustre extremeño, médico militar y activista político, redactor de El Robespierre Español (Cádiz, 1811), emigrado a Inglaterra desde 1817, editor en Londres de El Español Constitucional (1818-1820), vid. Alberto Gil Novales (dir.), Diccionario biográfico del Trienio Liberal (DBTL), (Madrid: El Museo Universal, 1991), 235; Alfredo González Hermoso, Le Robespierre español (Paris: Les Belles Lettres, 1991), pp. 85-125; Fernando Durán, “Diputados de papel: la información parlamentaria en la prensa de la etapa constituyente (septiembre de 1810-marzo de 1812)”, en La Guerra de Pluma. Estudios sobre la prensa de Cádiz en el tiempo de las Cortes (1810-1814) (Cádiz: Universidad de Cádiz, 2008), pp. 124-126. La información más valiosa la da Manuel Gómez Imaz, Los periódicos durante la Guerra de la Independencia (1808-1814) (Madrid: Tipografía de la Revista de Archivos, 1910), pp. 247-259 (nueva edición facsímil, Sevilla: Renacimiento, 2008). 35 Ocios de españoles emigrados, IV (nov. 1825), p. 457. 36 Claire H.G. Gobbi, “The Spanish Quarter...”, p. 9.

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la Peña, cuya entrevista con Poynter fue relatada en una crónica del Times.37

Villanueva y sus disputas eclesiásticas Otro caso bien diferente lo representa el presbítero, capellán real, ex diputado, académico y prolífico escritor Joaquín Lorenzo Villanueva. No vamos aquí a trazar su biografía ni su intensa labor en el exilio londinense e irlandés. De ello hemos escrito ya in extenso en otro lugar38. Tratemos sólo en estas líneas de señalar sus intervenciones en las cuestiones polémicas que la Iglesia católica de Inglaterra mantenía por aquellos años. Nada más llegar a Londres, Villanueva se dedicó a organizar la publicación de un periódico, los Ocios de españoles emigrados, junto a su hermano Jaime, José Canga Argüelles y Pablo Mendíbil, con una importante ayuda del quiteño Vicente Rocafuerte, encargado entonces de la legación mexicana en la Corte de Londres y cuya religiosidad era tan cercana a la de Joaquín Lorenzo. Rocafuerte, promotor de la escuela lancasterina en México, justificaba así en un discurso pronunciado en Estados Unidos en mayo de 1826 en representación de la Bristish and Foreign School Society sus posiciones ideológicas: Our revolution, in its object, its means, and end, is very different from that of France; among us, it is not an overthrow of all principles; it is a na37

Times, 31 agosto 1825. Reproducido en Ocios de... (abril 1824), I, p. 55 y en V. Llorens, Liberales..., p. 195. Villanueva en su folleto The Apostolic Vicariate (vid. infra), hablaba de cómo el vicario de Londres había “increases the tribulation of emigrated Spanish Priests” (53-62) y demostraba “the infinite dependence in which these Vicars Apostolic are placed, in respect of the court of Rome”. 38 Citemos, además de los ya mencionados, los siguientes: “Joaquín Lorenzo Villanueva y la crisis de la Ilustración Valenciana”, en Llibre Fira d’Agost, 1993, pp. 92-109; “Joaquín Lorenzo Villanueva (1757-1837): un paradigma de la crisis de la ilustración española”, edición de la Vida Literaria (Alicante: Instituto de Cultura Juan Gil-Albert, 1996), pp. 9-96; “Joaquín Lorenzo Villanueva, Diputado a Cortes, liberal, jansenista, hombre de su tiempo”, edición de Mi Viaje a las Cortes (Valencia: Diputación Provincial, 1998), pp. 9-46; Ramírez, G. (ed.), Valencianos en Cádiz. Joaquín Lorenzo Villanueva y el grupo valenciano en las Cortes de Cádiz (Cádiz: Ayuntamiento de Cádiz, 2008); “Joaquín Lorenzo Villanueva, un clérigo en la encrucijada de la revolución liberal”, en E. Callado (coord.), Valencianos en la Historia de la Iglesia, III (Valencia: Facultad de Teología San Vicente Ferrer, 2009), pp. 315-354.

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tural tendency to create a new order; it is a general combination to promote the happiness of a vast continent; it is a necessary transition from darkness to light, from superstition to Christian morality.39

La constante preocupación de los hermanos Villanueva y de su círculo —su hermano Jaime falleció pronto, en noviembre de 1824— le empujó a llevar a cabo varias empresas que podemos resumir en dos líneas de actuación: justificar su pasado y sus posiciones cada vez más anticurialísticas, de lo que resultará su Vida Literaria (1825), y su actividad en los Ocios, y por otra parte, participar en el debate de política religiosa que se estaba dando en ese momento en el Reino Unido. Una tercera, la edición de Catecismos o breves obras de divulgación destinadas al naciente mercado americano, las hizo de pane lucrando, como tantos otros emigrados españoles. Fruto del interés por las cuestiones de la campaña iniciada por Daniel O’Connell y los debates en el Parlamento que condujeron a la aprobación del Catholic Relief Act de 1829, son cuatro opúsculos que publicó en 1825 y 1826.40 Ambas cosas estaban estrechamente unidas: la emancipación de los católicos irlandeses y la emancipación de las nacientes repúblicas hispanoamericanas planteaba el papel del papa y de la Santa Sede en estas nuevas situaciones.41 Fruto de ello fue su apoyo a Rocafuerte con la publicación en 1827 de su Juicio de la obra del señor Arzobispo Depradt intitulada “Concordato de Méjico con Roma”42 en respuesta 39 James Thomson, Letters on the Moral and Religious State of South America (London: James Nisbet, 1827), pp. 292-293. Sobre Vicente Rocafuerte sólo remitimos, por razones de espacio, al estudio de Mª Teresa Berruezo, La lucha de Hispanoamérica por su independencia en Inglaterra, 1800-1830 (Madrid: Instituto de Cooperación Iberoamericana, 1989), pp. 511-533. 40 Estos cuatro folletos son: Observations on the answers of the Right Rev. James Doyle. D.D. to the Committee of The House of Commons (London: F. C. Westley, 1825); una versión en castellano de este folleto fue publicado en Ocios, III (junio 1825), pp. 493-515; The Apostolic Vicariate of England and Scotland (London: Dulau and Company, 1825); Misapprehension of the V. R. P. Curteis and the V. R. G. Doyle concerning the oath which the Bishops of Ireland take to the Roman Pontiff (London: s. e., 1825) y Mr Daniel O’Connell, an Irish Counsellor, Denounced as an Impostor at the Bar of The Tribunal of Public Opinion (London: McIntosh imp., 1826). 41 En nuestra opinión, Villanueva recabó mucha de su información de The Edinburgh Review or Critical Journal, vol. XLIII (nov. 1825-feb. 1826), pp. 125-163. 42 Editado en Londres, McIntosh imp., 1827, así como la obra de su amigo Canga Argüelles, publicada de forma anónima, Ensayo sobre las libertades de la Iglesia española en ambos mundos (London: Imprenta de M. Calero, 1826).

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a la del obispo de Malinas, donde dejaba clara la supremacía del poder civil en materia de organización eclesiástica o “temporal”, sobre todo en la cuestión del nombramiento de los obispos de las diócesis, tesis ya defendida desde hacía décadas por el sacerdote español. Esta obra respondía a la demanda del Congreso de México para que se debatiese cuáles debían ser los límites del poder papal en el nuevo concordato que se iba a firmar entre el nuevo estado mexicano y la Santa Sede. En los folletos citados,43 Villanueva trataba de mostrar que la primacía de Roma era una usurpación hecha por los papas sobre la jurisdicción de los obispos, dueños de sus diócesis, sobre las que el Romano Pontífice carecía de poder de acción temporal. Y concebía legítima su intervención en estos asuntos de la Iglesia católica de Inglaterra frente a quienes le acusaban de extranjero, puesto que en las cuestiones de la Iglesia “none of her children are foreigners; her cause is common in whatever country is discussed”.44 Clamaba el ex diputado valenciano, en la Conclusión de uno de estos folletos, contra la actitud claudicante de los católicos ingleses: I am certain that I am rendering the most important service to the respectable Catholics of these kingdoms, by putting them in the right road to remove from themselves everything which appears to make their just claim odious in the eyes of those who are to vote concerning the restitution of their civil rights. It is not the Catholic Church which makes the equality of rights appear odious [...]. The just apprehension, and the prudent caution, manifested in this part of the world, by some sage governments, proceed from the dangerous maxims which the court of Rome for temporal purposes, foreign to religion, during some centuries has succeeded, and still succeeds, in disseminating among Catholics, persuading them that they are doctrines of the Church herself [...].

From this cause, I would wish to hear, from the mouths of all the Catholics of these realms, what, a few days ago, a most respectable person of that community said in a certain assembly: I am a Catholic, but am not a Papist! That is to say, I’m not a Curialist! An expression which declares everything;

43

Estas polémicas religiosas fueron analizadas brevemente por Vicente Llorens, Liberales y románticos..., pp. 192-196. 44 The Apostolic Vicariate..., p. VI.

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inasmuch as it avouches the profession of the true doctrine of the Church, separated from the dangerous innovations of the court of Rome.45

Aun así, no se debe olvidar que católicos ingleses e irlandeses se alineaban con los tories en su temor, cuando no rechazo abierto, a los liberales españoles, a quienes hacían responsables de la persecución de la Iglesia en España y de su expolio patrimonial. Una muestra de ello es el panfleto —así llamaba Villanueva al Ordo Recitandi— del año 1824, publicado con la autorización del Dr. Poynter, en el que se afirmaba: In Spain and Portugal the Liberales, usurping the sovereignty, plunder and destroy churches and convents, exile, imprison and murder Bishops and Priests, and tyrannize over the doctrine and discipline of the Church; they are subdued, and the throne and the altar are rescued by the wisdom and valour of the Duke of Angouleme.46

De estos pecados le acusó Daniel O’Connell, líder del movimiento por la emancipación de los católicos irlandeses, quien echaba sobre las espaldas de las Cortes españolas y del propio Villanueva el haber empujado a España a una situación lamentable. El discurso de O’Connell fue publicado en el Dublin Evening Mail, de 25 de diciembre de 1824, y en él hacía una referencia expresa a su persona. En la carta de respuesta, fechada en Londres el 18 de enero de 1825, Villanueva reproducía parte de las palabras de O’Connell, The present state of Spain was occasioned by the attempts of the Cortes to ingratiate themselves with the English Liberals and their press, as also with the French Jacobins by the overthrow of the Catholic religion in Spain; and in the spirit of this purpose, and to insult the Pope, they sent an Ambassador to his Holiness, a degraded priest, who had been expelled the Church, and whose conduct would have received the execration of every country in the world where the Christian religion was established.47 45

The Apostolic Vicariate..., pp. 72-73 y 75. El Ordo Recitandi se publicaba anualmente desde 1761. Era un periódico dirigido al clero católico británico. Sobre la prensa católica en Reino Unido, vid. Notes and Queries, London (january 1867), pp. 2-4. 47 Reproducido en Mr. Daniel O’Connell, an Irish Counsellor, Preface, 3. El folleto es un duro alegato contra O’Connell a quien califica de “a madman or a fool”. El “Ambassador to his Holiness, a degraded priest” es Villanueva, quien enfureció por esta alusión insultante. 46

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Como vemos, Villanueva no descansaba a la hora de escribir y polemizar. Se acercó también a la espiritualidad de los cuáqueros, de cuyos mentores tradujo del inglés algunas obras de Gurney, un miembro destacado de tal comunidad, y Paley.48 Estas traducciones tenían al mercado americano como destinatario, ávido de obras de pensamiento político y religioso que la España absolutista era incapaz de editar, por lo que las prensas de Londres o París inundaron el mercado de las recién liberadas repúblicas iberoamericanas con producciones bibliográficas en castellano de autores españoles o de traducciones de otras lenguas. En ese sentido cabe insertar la finalidad de las traducciones de Villanueva, tal y como se demuestra en la carta del embajador de la República Mexicana en Londres, Vicente Rocafuerte, dirigida a Villanueva en solicitud de que traduzca la Teología Natural de Paley.49 En 1825 publicaba un Catecismo de Moral y la excelente Vida Literaria, en 2 volúmenes, obra de imprescindible consulta para conocer el ambiente intelectual de la España de fines del Antiguo Régimen. El mismo año salía a la luz un breve tratado sobre la lectura de la Biblia en lengua vulgar50, resumen del publicado en 1791 y en el que continuaba manteniendo los principios enunciados entonces, sobre todo siguiendo la tradición erasmista española del humanismo cristiano del siglo xvi. El crack bursátil de 1825-1826 afectó a los empréstitos británicos en las recién nacidas repúblicas hispanoamericanas51 y Vicente Rocafuerte se vio afectado de lleno. Se vio obligado a dejar de comprar los 200 ejemplares de la tira48 Josef J. Gurney, Ensayos sobre las pruebas, doctrinas y operación práctica del Cristianismo (London: Imp. de John Hill, 1830); Guillermo Paley, Teología Natural, o demostración de la existencia y de los atributos de la divinidad, fundada en los fenómenos de la naturaleza (London: s. e., 1825). De esta última obra existe una nueva edición en Nashville (EE. UU.) por la Casa de Publicaciones de la Iglesia Metodista Episcopal del Sur, en 1892. Menéndez Pelayo pensó en la posible cercanía al protestantismo (Heterodoxos, VI, p. 147), pero el conocimiento de sus obras posteriores y de su vida en Dublín desmienten esta sospecha. 49 La carta en el Prólogo de la edición de 1892. Véase, sobre las traducciones y el mercado americano, V. Llorens, op. cit., pp. 155 y ss. Y Mª T. Berruezo, op. cit., pp. 582-604. Para Juan Bautista Vilar, Villanueva “abominaba del embozado catolicismo de la High Church anglicana” y no pasó de manifestar cierto interés por la espiritualidad de la Society of Friends o por el anglicanismo. Vid. Intolerancia y libertad en la España contemporánea. Los orígenes del Protestantismo español actual (Madrid: Istmo, 1994), pp. 79-83. 50 Lleva por título Recomendación de la lectura de la Biblia en Lengua vulgar (London: Imp. de J. Hill, 1829, 3ª ed.; 1ª ed., 1827). 51 Sobre esta crisis, veáse Alain Béraud, “Mill, Tooke, McCulloch et la crise de 1825”, en 00387078, Université de Cergy-Pontoise.

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da de los Ocios, base de su financiación, y dejó de publicarse a fines de 1827, cuando ya la deriva antiamericanista de Canga lo hacía inviable.

Otros clérigos exiliados y una reflexión final No hay espacio para analizar la labor de otros eclesiásticos españoles emigrados en Londres o en otras partes del Reino Unido. Tampoco disponemos de una relación completa ni fiable. Hemos elaborado un listado aproximado de ese reducido, pero muy activo grupo. Esperamos que futuras investigaciones vayan completando este complejo puzle del exilio liberal español en la capital del Reino Unido. Hasta donde sabemos, destaca un grupo de clérigos valencianos bastante cercano: los dos hermanos Villanueva, Gil de Orduña, Bernabeu, los frailes Ascensio Nebot, Bernardo Falcó y Juan Rico, Ignacio Franco, etc., con toda seguridad compartiendo tertulias, mesa y mantel con dos de sus paisanos más influyentes en Londres: Vicente Salvá, los hermanos Bertrán de Lis y Joaquín Lorenzo Villanueva. De Joaquín Franco, presbítero y cercano al círculo de los Bertrán de Lis, hizo un emotivo retrato Giuseppe Pecchio, quien le describe pobre, solitario, rechazando toda ayuda (no es cierto, porque aparece en las Listas de Wellington, en la categoría 4ª), “consacrò la sua vita alla virtù e ‘Sotto l’usbergo del sentirsi puro’ portava in trionfo la sua povertà”.52 Tal vez valga este último retrato de las miserias de un exilio que tuvo mucho de tragedia, algo de poesía y bastante de heroísmo baldío. Quedan aún grandes territorios que explorar entre la abundante producción de los eclesiásticos exiliados —no queremos olvidar al eximio Miguel del Riego o el papel omnipresente de Blanco, Lord Holland y aquellos emigrados más influyentes—, así como las numerosas noticias que los periódicos y revistas del Londres de aquellos años nos proporcionan. Esperamos poder ampliar este panorama, que ahora sólo se presenta como un esbozo de un cuadro de época inacabado.

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Giuseppe Pecchio, Osservazioni..., p. 111.

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Apéndice Eclesiásticos españoles exiliados en Gran Bretaña (1823-1834) Apellidos y nombre

Año de residencia

Ciudad de residencia

Aparici, José Asperteguía, Agustín

1824-¿? 1824-¿?

¿?* ¿?

Barragán, Antonio

1825-¿?

¿?

Bernabeu, Antonio Calderón, Juan De la Cuesta y Torre, Antonio Escario, José Falcó, Bernardo Franco, Joaquín Gáñez, Jerónimo García, Manuel Gil de Orduña, Juan

1823-1825 † 1829 1828 1823-1832 1823-¿? 1823-¿? 1829-¿? 1824-¿? 1823-¿?

Londres Londres Londres** ¿? Londres Londres ¿? Londres Londres

Medrano, Ildefonso

1824-1826 1826-¿? 1824-¿? 1823-1831 1818-1820; 1823-¿? 1824-1825

Londres

1824-¿? 1814-1816; 1823-1834 1823-1846 † 1824-¿ 1823-1824 †

Londres Londres

Meseguer, Francisco Moralejo, José María Nebot, Ascensio Padierne, Felipe Peña, Miguel de la Rico Vidal, Juan Riego, Miguel del Valdés Busto, Rodrigo Villanueva Astengo, Jaime Villanueva Astengo, Joaquín Lorenzo

1823-1830

¿? Londres Londres ¿?

Londres Londres Londres Londres

Cargo/ situación Capellán castrense Capellán Milicia Nacional Capellán Milicia Nacional Zaragoza Arcediano, diputado Ex religioso Ex diputado Presbítero Presbítero, diputado presbítero ¿? Capellán de lanceros Vicario castrense, diputado Capellán de Milicia Nacional Presbítero Presbítero Fraile franciscano Capellán de regimiento constitucional Capellán castrense Fraile franciscano, diputado canónigo Presbítero, diputado Dominico exclaustrado Sacerdote; capellán real

*Sabemos que marchó a Inglaterra, pero no precisa en qué ciudad residió. ** Ese año solicitó visado para ir a Londres desde París, pero murió en Calais el 18 de julio de 1828 sin llegar a Inglaterra.

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LEARNING FROM THE ENEMY: PROTESTANTISM AND CATHOLIC TOLERANCE IN THE EXILES’ EXPERIENCE

Gregorio Alonso García University of Leeds

In this text the focus will be on the religious and political content of one of the leading publications produced by the Spanish Liberal exiles in London: Ocios de españoles emigrados. Two brothers and clergymen from Valencia, along with the former Spanish Treasury Minister José Canga Arguelles, founded it in 1824. They were Jaime and Joaquín Lorenzo Villanueva. Both were closely involved in the functions of the Cádiz Cortes, with the former as a collaborator in the drafting of Parliamentarian Records and the latter as a leading liberal MP. They both suffered persecution and repression after the first monarchical and ecclesiastical restoration in 1814. They had dearly paid for the political reforms they supported, which were depicted as heretical and impious by the restored absolutists. The destinations where they stayed in prison fully illustrate the character of the absolutist restoration. Both of them were sent to prison at monasteries: Jaime, at the Dominican convent of Onteniente (Murcia) and Joaquín at a Franciscan one in La Salceda, in Guadalajara. During the Trienio Liberal they continued their literary and political activities after the military-led coup that reintroduced constitutional rule. In 1822 Villanueva was the appointed Spanish representative to the Holy See. The Vatican rejection of his appointment had produced an escalation of the conflict between the Spanish authorities, an exaltado government, and the Roman Curia that led in the expulsion of the Papal Nuntio from Madrid in 1823. Thus their fates were sealed, after the victory by the occupying French troops, the socalled 100,000 Children of Saint Louis. Consequently, their experiences seem to perfectly illustrate a long-standing common place of Protestant anti-Catholic propaganda: the Roman Catholic Church was a natural ally and loyal collaborator of political despotism.

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An assessment of their views on the political role of Catholicism in the first stages of Spanish liberalism will first be provided, taking into account their peculiar and specific personal situation, geographical location and political beliefs. Using Ocios as the main primary source, some critical and historical reflections will then be put forward in order to shed light on the common stereotypes and topics raised by both Protestant anti-Catholics and Catholic Liberals. It should be noted here that the status of Catholics led to one of the hottest political debates in Britain in the first half of the xix century. The ashes from the Gordon Riots of 1780 in London, whereby several Catholic churches were burned down and Catholics were beaten in London, still were hot.1 The Emancipation Act of 1829 aimed at placating the fury, but it hardly put an end to a long running rejection of Catholic beliefs and political spokesmen. Back in Spain, the remaining 1820s would forever be remembered as the times of the second absolutist restoration. The character and the implications of the laws decreed by Ferdinand in 1823 made it clear for the Villanuevas that the Spanish clergy would again help purge the ecclesiastical and civil administrations of every sign of liberalism. That purge was not only carried out on religious grounds, but there was also a strong element of religious depuration in the air. The contents of Ocios were devoted to the many other fields. From ecclesiastical and theological matters, history and politics, economics and the arts, and of course, literature, the articles informed about a wide range of topics. The Villanuevas knew about the world around them. In the summer of 1826, Joaquín Lorenzo Villanueva discussed the contrasting religious situations that could be found on both sides of the Atlantic: In Europe people bow down and accept the tricks of those alleged vicars of Providence. Their will does not resist them. On the contrary, they 1

Christopher Hibbert, The King Mob: the Story of Lord George Gordon and the Riots of 1780 (Stroud: Sutton, 2004 [1958]); Arthur F. Moratti, Religious Ideology and Cultural Fantasy. Catholic and Anti-Catholic Discourses in Early Modern England (Notre Dame: University of Notre Dame Press, 2005); Ethan H. Shagan (ed.), Catholics and the ‘Protestant Nation’: Religious Politics and Identity in Early Modern England (Manchester: University of Manchester Press, 2009) and Raymond D. Tumbleson, Catholicism in the English Protestant Imagination: Nationalism, Religion, and Literature, 1660-1745 (Cambridge: Cambridge University Press, 1998).

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stand with the vexations of those blind dominators, and they take calmly and with patience a yoke that could easily be broken down.

In his view, in the American New World ‘the nature of ecclesiastical ascent in society is purely moral’. For Joaquín Lorenzo, this fact was due to the revolutionary process that had impacted the newly-created independent republics. ‘Given that with the crumbling of the thrones the roads to hypocrisy and intrigue have been blocked, the clergy in America is modest and discreet, seeks in itself the principle of its own existence, and if it dominates the people, it is due to the example of its virtues and the smoothness of its precepts’. Therefore, Villanueva reaches the conclusion that ‘if European religion exists exclusively because of pure force, in America it only owes its existence to itself’. However, this description was only applicable to the countries where Catholicism had been the overriding denomination, for ‘Christian Protestant countries have already fulfilled their destinies as Protestantism set a safe ground that protects them from any delirium’. This result was in accordance with the ruling principles of reformed Christianity in which the main ‘duty is to follow Evangelical morality and its right to freely think about dogma. This twofold principle collaborated with equal strength in favour of the individual and society’. Its absence in European Catholic countries was one of the most powerful reasons for the durability of political despotism. The article also provides an insightful overview of the changing meanings of religion depending on national and local traditions in post-Napoleonic Europe. The analysis compares its different kingdoms and assesses the religious situation in each of them. Firstly, the article deals with Germany, where ‘religion is just an image, overloaded with shining dreams of Plato and the School of Alexandria’. Therefore, ‘in Germany God is not a living being but just an idea’. According to this view, religion in Germany had become a complex set of beliefs characterized by its idealism, abstraction and detachment from the most basic human feelings. The Spanish exile felt that religion in Germany was in jeopardy for ‘the masses need a God-person’. It certainly had other implications too, from the political point of view, there is not and there can never be religion where its head figure is surrounded by darkness and vague ideas’. Exteriority and appearance besieged religion in France. Villanueva thought it was ‘a business of social convenience from which the refined

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urbanity of that people cannot be detached’. The hypocritical cynicism of French believers stemmed from their excessive finesse and if they still attended religious services it was ‘in order to not to provoke scandal and not single themselves out going against the traditional customs and habits’. This attitude was also reflected in French anti-Jesuitism as the Company of Jesus wanted to ‘dominate French minds’.2 The conclusions were also pessimistic as ‘religion can no longer exist where there only exists attachment to the fashions and the rules of social life’. A rather different situation could be found in those European territories where religious toleration had not been introduced after the implementation of the Peace of Westphalia. The Italian kingdoms, after the Napoleonic parenthesis, were still devoid of religious freedom, with Roman Catholicism being the only permitted cult. In fact, most people living in the Peninsula agreed to identify themselves as Catholics in order to ‘avoid a brutal and bloody persecution’. Their options were to ‘either attend masses or to go to the gallows’. This kind of compulsory religiosity, as one could expect, did not qualify for being considered the true Christian religion. In Villanueva’s view, ‘religious faith needs to be a spontaneous effect of the soul’ and not the result of ‘the sad necessity to avoid the shackles of prison or the blade of executioner’. Finally, the situation in Spain was very similar to that of the Italian Peninsula. In Iberia, too, people were forced to pretend being Catholic for fear of the penal consequences derived from doing otherwise. However, Spanish Catholicism was distinctively contaminated by the excessive economic power of the clergy that had made religion an instrumental and lucrative resource. The origins of such situation needed to be found at the beginnings of the Early Modern period, and I quote: It was then that the Moors were expelled and the country depopulated itself. When the discovery of the Americas blocked the sources of industry for, from then on, wealth was no longer identified with the fruits of hard work but by the mere possession of gold and silver. The clergy has shunk a live civilization that has been romantic and still capable of reaching its high destinies in leisure and misery. Priests and friars, who have managed to monopolize the substance of wealth, have also learned how to dispense 2 See Geoffrey Cubbit, The Jesuit Myth. Conspiracy Theory and Politics in NineteenthCentury France (Oxford: Clarendon Press, 1993), esp. pp. 19-55.

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some of it amongst Spaniards, in such a way that they became religious by following their vested interests and who have proven to be devout to the clergy.

As it is obvious, this scenario had an uncanny resemblance to the traditional depiction of Black Legend Spain, so naturally assumed by the exiles in London. Hence their country needed a radical change to be introduced if pure religion was to spread amongst the common people. The recipe was simple. The journal called for the annihilation of excessive ecclesiastical wealth. I quote ‘if the monarch removes the material influence of the clergy, it will instantly be seen that there are no people less fanatical that the Spanish’. This solution had already been put forward during the first constitutional period through the disentailment of the Church’s land, but its results have proved to be disappointing and ultimately unsuccessful. The article concluded with some final remarks indicating that ‘religious fanaticism’ would lead Europeans to some new ‘bloody revolutions’. As a result, only by supporting the reformist drive that permeated the young American republics would Europe overcome the ‘spirit of religious indifference and apathy’ and, at the same time and by the same token, maintain civil and religious peace.3 In this first article we can detect two other elements that constitute the core of Protestant anti-Catholic feelings. The Catholic clergy was too rich to begin with. And that the people were kept in a state of ignorance incompatible with liberty and true religion.4 A third common element was underlined in another article published the following year. That is the anti-Christian character of the Roman Curia in general and the Pope in particular. According to the collaborators of Ocios, it was Leo XII and his closet advisors who were the ones to blame for the lamentable status of religion in Europe. In a Europe led by the principles of the Vienna Congress, the Pope had established a renewed theocracy in it and aimed at exporting that system to America too. The theological and juridical justifications of such an 3 “Del espíritu de apatía y del espíritu de reforma en materia de religión” (“On the spirit of apathy and on the spiritu of reform in religious matters”) in Ocios de españoles emigrados. Periódico mensual. Imprenta de A. Mackintosh, Tomo VI, julio de 1826, nº 28, pp. 22-28. A. Mackintosh, vol. VI, July 1826, n. 28, pp. 22-28. 4 Linda Colley, Britons, pp. 35-36.

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attempt to forge a ‘universal spiritual monarchy’ were to be found in the ‘False Decrees of Gregory IX’. This medieval text, compiled by Raymond of Penafort, was originated in a collection of famous decrees by Gratian and it established the basis of Catholic theocratic thought. These decrees were falsely thought of as having been inspired by Saint Peter. They underscored a doctrine that can be summed up in the formula: ‘the temporal swords are held by the princes’ hands and the spiritual swords are held by the priests’. However, it would be very convenient for one to be submissive to the other one, that is to say, the temporal authority to the spiritual one’. This collection of documents, the False Decrees, were rejected by the Spanish exiles straightforwardly, as well as by all Protestants and liberal Catholics. Villanueva depicted them as ‘a monstrous compilation of apocryphal and subversive papers, even if the Vatican still treats it as a semi-divine book’. Its political interpretation in the xix century was only possible for: Its contents have been canonized by the revolutionary ideas carried out by Gregory IX, who in order to impose his authority over the rest of the world, stated that all kings owed their authority to warlords who were full of pride and greed, homicides and all sorts of evils. Those leaders, with the help of the devil, have dominated men who were their equals. However, the Roman Pontiffs had an exclusively celestial origin.

To this émigré, the political and diplomatic action of Rome after Napoleon had been inspired by those principles. In his view, the popish Catholics ‘walked along full of pride and have rendered the will of the kings and the peoples submissive to that of the ministries of the sanctuary’. This state of affairs was described as a real historical retrogression for ‘If in 1200 the Roman Curia thought they ran the world, more recently the Enlightenment had reduced them to the narrow limits of its purely spiritual power’. In the face of such a situation, the freedom fighters could take positive action even if ‘it was very shameful to have to struggle with the well paid troops of the Pope well into the xix century’. Indeed, it was pitifully ridiculous from the point of view of reason and common sense to have to again defeat the Giant that our parents had already put in chains. Therefore it was a whole generation of new leaders and politicians who blame the Pope for ‘wearing armour with which in previous centuries he had exerted a fearful power’.

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Absolutist monarchs have provided invaluable help to the Papal aspirations. I quote, ‘In Iberia the power and the authority that the nation had deposited in them has been laid in ecclesiastical hands by Ferdinand’. In order to illustrate such a manoeuvre, Villanueva quoted a pastoral letter by the bishop of Oviedo who in 1826 kept on attacking liberalism and the governments of the Liberal Triennium. The bishop has: Felt completely sure that had not detached His Majesty himself from the constitutional route and authorized bishops and Catholic believers to call for rebellion against the Constitution, the monarch would not have been exposed to lose his Crown, that has been restored two times.

And the bishop concluded by arguing that the absolute monarchy had been jeopardised during the Triennium precisely because ‘the ministers of religion had not been allowed to exert the influence they used to’. This blatant defence of political and religious despotism provoked sheer indignation amongst the editors of Ocios, who regarded it as ‘damaging to national sovereignty’ as well as ‘threatening to the royal person’. However, the Spanish exiles thought the rebel Spanish bishops had not acted against Constitutionalism on their own initiative. On the contrary, they thought the local anti-liberal clergy had carried out a perfectly orchestrated plan conceived of somewhere else, in Rome: Without the Vatican’s intervention and support, which was more effective for achieving their goals given the divine prestige that surrounded it, and presenting the plan to the monarchs as the most suitable concord between priesthood and empire, as the most solid foundation of their crowns, managed to amalgamate its own interests with those of absolute monarchs, and to establish with them an alliance. This agreement, whose hidden goal was to suppress the people and the enthronement of temporal power, meant that at the end of the day all power would lay in ecclesiastical hands.5

Once the Catholic hierarchy held political power they used it against the defenders of the constitutional system. They would do so in collaboration with the Jesuits who were prone to accept a leading role in all Restoration Monarchies in Europe.6 The Company of Jesus would 5 6

Ibid., p. 337. For France, see Geoffrey Cubbit, op. cit., pp. 55-105.

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be granted leeway in educational matters in order to educate and discipline the ruling classes along absolutist lines. They would serve the Curia’s cause with special devotion as they were bound to it and the Pope institutionally: The Jesuits, due to their own charts and constitutions, form the auxiliary corps of the Roman Curia. Thus, they advocate for the personal infallibility of the Pope and for his temporal power over princes and nations. In sum, they defend his renewed maxims and disproportionate pretensions. Therefore, can anybody be surprised at their schools being staffed by ultramontanes? 7

Their commitment to fostering and perpetuating blind obedience to the absolutist authorities could hardly be overestimated. Their teaching values, principles and goals were consequently at odds with truly Christian ones. As the Spanish exile puts it: Which kind of religious education can we expect from those men who have mystified religion by substituting adoration in spirit and truth with a collection of superstitious practices and petty devotions wholly humanly introduced?8

The alleged interest of the Company of Jesus in promoting absolutism was due to a number of factors. The Parisian newspaper Le Constitutionel, following the works of Michelet and Quinet9, had often denounced the Jesuits for largely profiting from their alliance with absolute monarchs violently interrupted by the Revolution. The protection of their own material interests and political privileges accounted for their support of absolutism. Secondly, as the Spanish exile writing in Ocios made clear, their own institutional setup had an uncanny resemblance to absolutist monarchies: The Jesuits, as well as the Roman Curia, are natural born supporters of absolutism. It is for them the perfect political system as proven by the fact

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“Educación jesuítica” (“Jesuitic education”), Ocios, vol. III, March 1825, pp. 242246, p. 243. 8 Ibid., p. 244. 9 See Geoffrey Cobbit, op. cit., p. 23.

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that it is the one that they have adopted for themselves while following the will and the wishes of the Father General in every sense.10

To further illustrate the close relationship between the Catholic ecclesiastical hierarchy and absolutism, Villanueva quoted the bishop of Oviedo who had made some harsh calls for increasing the campaign of repression against liberals in Spain. The prelate had complained in a pastoral letter about the ‘scandalous leniency with which the courts are judging those accused of high treason against religion and the throne’, in direct reference to people of liberal ideas who had been persecuted in Spain since 1823. The bishop thought that the alleged excessive benevolence shown by the courts seriously harmed Spain as ‘the incompatibility of the existence of any of those criminals, the LIBERALS, and the true religion of Jesus Christ seems evident’. These ideas, however, also inspired the most important political grouping of the court of Fernando VII: the so-called ‘Partido Apostólico’ led by the minister Francisco Tadeo Calomarde. This minister abolished most university degrees apart from law and theology, instituted a secret police force, restored the monasteries and ruthlessly persecuted the Liberals. In a circular letter published in Madrid on December 26, 1826, the Apostolic Junta called for a definitive settling of the score with the Spanish liberals under the following terms: There is nothing easier than ousting the few liberals who live in our country. For our own safety, and what is more, for the interest of the Throne and the Altar, the situation demands this measure with those vipers who live in our chest. There is no transaction, agreement or deal with them which does not bring the most deplorable ruin to us. The defenders of the Altar and the Throne cannot share the same ground as the sectarians of license. The winner needs to annihilate the defeated, no mercy can be shown.11

The Spanish émigrés lamented with indignation and harshness that the clergy supported this vengeful discourse calling for the purge and extermination of the adversary. They denounced the moral degradation of many Spanish clerics because: 10 11

Ibid., p. 245. Ibid.

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Unfortunately, many of them have lost even human decency and have broken the promises they made to God in the name of their nation, by flagging up the banner of rebellion in the name of the Church, preaching violence instead of Christ’s Gospel, which advocates for charity.

This attitude was not due to their excessive love for the Church’s rights but it was due to the ‘deeply felt hatred and the rancour against all those who do not flatter their interests and ambitions’. These feelings dictated their behaviour in Spain since 1823 and ‘by flagging up the banner of the faith, they have become Ángeles Exterminadores’.12 The violent nature of the movement was nothing but a rough expression of ‘curialism’, which can be defined as the political aspirations of the Roman Curia to intervene in the political workings of the restored European absolute monarchies. The patriotic and liberal resistance against the Roman threat has given birth to an alliance between those who opposed it and liberalism. In Villanueva’s opinion: Since 1812 when our Constitution was proclaimed I have never met even one who, being an enemy of those subversive and illegal measures, was not at the same time a friend and defender of the primitive and legal constitutional regime of the realm. For this reason we can clearly conclude that ecclesiastical curialism means support and encouragement of political despotism. And if Spain and all the constitutional free states would not get rid of the yoke of curialist domination, their political rights would be at risk.13

The liberal clergy, as the Villanueva themselves could very well tell, had been a primary target of the curialist strategy. In Ocios they denounced the unfair legal suit and the repression suffered by two other famous fellow MPs and priests: Manuel Muñoz Torrero y José Espiga. Both had been persecuted by the Inquisition for their enlightened ideas and once the Cádiz Cortes opened their doors in 1812, they also played a relevant role regarding the abolition of the Inquisition. Muñoz Tor12

“Si pueden sujetarse a la censura pública los procedimientos irreligiosos y antisociales del clero fanático” (“On the convenience of public censoring of the irreligious and anti-social behaviours of the fanatical clergy”) , in Ocios, vol. II, nº 22, January 1826, p. 51. 13 “Incompatibilidad de la monarquía universal y de las usurpaciones de la curia Romana con los derechos esenciales de las naciones” (“On the incompatibility of the universal monarchy and the usurpations of the Roman Curia with the essential rights of nations”), in Ocios, vol. II, nº 8, November 1824, p. 300.

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rero presided over the parliamentary constitutional commission that ruled out the Inquisition as being incompatible with the constitution. He was forcefully retained in a monastery for three years after the first restoration of absolutism. Espiga, for his part, had issued a parliamentary ruling advocating the eradication of the Inquisition. The punishment for his deed was slightly milder, for when he was appointed as Archbishop of the see of Seville by the Cortes in 1812, he was refused byRome. The Spanish exiles in London thought, and I quote them, that ‘those measures were not only against the Canon Laws but they were also against the legal freedom of any MP and their inviolability’. However, three years later, the journal published an article that argued against Catholic priests entering Parliament as it could mean a ‘big danger’ for national liberties in Spain. In order to avoid such a risk, at least two conditions should be in place and they were missing in Spain at that moment. The first one was that, before sending any ecclesiastic to the Cortes, ‘the Spanish nation should contain the clergy’s influence within the narrow limits set by the Gospel’. The second condition pointed to the necessity of establishing religious tolerance if Catholic priests were to occupy Parliamentary seats. Villanueva expressed this in a rather direct and explicit way. They should not be allowed to enter the Cortes until ‘an absolute and beneficial religious tolerance constitutes the core of Spanish legislation, prescribing the idea of rendering a religious cult dominant over the rest’’. This defence of religious freedom constituted an outstanding novelty in the history of Spanish Liberalism, which so far had been mostly religiously intolerant. It is easy to see how the British influence and the London experience influenced the Spanish exiles. They learned an important lesson in this field from their British hosts. Even though the debate on Catholic Emancipation was at its peak and was still unresolved, the exiles started to change their minds regarding the suitability of Catholic intolerance and its compatibility with the Liberal regime they had fought for. Nevertheless, this novelty could not be presented as such to the reading public. Villanueva, for this reason, resorted to the classical rhetorical device of presenting innovations as the recovery of a forgotten tradition. The fight against ‘curialism’ should be conducted along historicist lines. In Villanueva’s view the deviant behaviour of the ecclesiastical hierarchy was due to oblivion. Reactionary bishops and priests had detached themselves from the spirit and the letter of Castilian Canon Law that had

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informed the Cádiz Constitution. The Spanish exile tried to illustrate this point by drawing some parallels between ecclesiastical law and the first Spanish Magna Carta. He made seven points to do so: 1. In the Church the General Council takes precedence over the Roman Pontiff. In Spain the National Assembly takes precedence over the King. 2. In the Church, the Pope and the bishops gathered in the General Council to exert their authority to establish canons. In Spain the King along with the deputies gathered in Cortes to exert the authority to establish civil laws. 3.The Pope must respect and make respect the canons within the Church. The King must respect and make respected the law in Spain. 4. The ecclesiastical executive power resides in the Pope within the Church. The executive power in Spain resides in the King. 5. The Pope must protect the rights of all members of the ecclesiastical hierarchy. The King must protect the rights of all classes of people in Spain. 6. Within the Church jurisdiction is exerted by the Pope as its primate. The King exerts supreme authority in the kingdom as its monarch 7. The spiritual authority can grant indulgences according to the canons. According to the laws of the realm, the King can grant pardons and indults.

The Cádiz Constitution would be restored and curialism defeated thanks to the combined efforts of the two prevailing liberating forces operating in modern Europe: the Enlightenment and ‘the venturous free nations’, in clear reference to England, the country that had given asylum to them. Fighting against it were the forces of political and religious despotism. In the views of the Spanish exiles, even in 1827 there was a conspiracy to overthrow liberty in Europe. They believed that the Pope was unsurprisingly at the head of this illegal reaction against the ésprit du temps. In a long article, Ocios overtly denounced the nefarious machinations of the Catholic clergy against the cause of freedom due to their rejection of religious toleration: The teachers of the Gospel believe the [Catholic] Church is anxious and in angst due to the fact that religious tolerance, so much praised by our Lord Jesus Christ, is now being placed right on top of the fuming remnants of fanaticism.14

14 “Combinación teocrática en Europa contra las libertades públicas, el poder y la independencia de las naciones civilizadas” (“The Theocratic plot in Europe against the

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As could be seen in Restoration Spain, they seemed to be taking the upper hand and linking their fortune to that of absolutism. This situation was the natural result of the respective interest of both absolutist monarchs and Catholic hierarchy to effectively implement their own political agendas. In any case, the curialist party was more likely to achieve their goals due to their own alleged otherworldly nature: The Roman Curia, with the active support of subaltern priests, has aimed to religiously and civilly subjugate the entire world and its worldly monarchs, making full use of their excessive willingness to believe in [the Curia] and its opinions to strengthen its own power.15

Only Ferdinand VII’s death, in 1833, opened the window of political opportunity for changing this state of affairs and for liberal reforms to be implemented in Spain. Nevertheless, it would take even longer to fully consolidate the constitutional system in Spain, due to a succession of urban revolutions, civil wars and military coups. Regarding freedom of religion, Spanish liberals would take even longer to establish it. It would only be in the non-nata Constitution of 1856 that private freedom of worship would be acknowledged for the first time although it would only be in 1869 that that the measure was fully implemented.16 Even if the Catholic Emancipation Law aimed at integrating the followers of the Roman Church into British public life, the struggle was far from over. New movements organized by anti-Catholic Protestants of all denominations rejected civil equality and threatened social peace.17 The situation became even worse in 1850 when Catholic bishops were appointed and Catholic dioceses were re-established for the first time in England since Henry VIII. As a result, these measures were depicted by furious Protestants as ‘Papal Aggression’ even though they were in accordance with what Parliament had decided in the 1830s.18 Popular beliefs public liberties, the power and the independence of civilized nations”), in Ocios, vol. IV, July 1827, pp. 318-340, p. 321. 15 Ibid., p. 334. 16 William J. Callahan, Iglesia, poder y sociedad en España, 1750-1874 (Madrid: Nerea, 1989 [1984]), p. 241ff. 17 See D. G. Paz, Popular Anti-Catholicism in Mid-Victorian England (Stanford University Press: Stanford, 1992), pp. 23-49. 18 See Walter Ralls, “The Papal Aggression of 1850: A Study in Victorian Anti-Catholicism”, in Church History, 43, pp. 242-256.

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and religious imagination had it that Catholics were bound by a ‘double allegiance’ to the Crown and to the Pope that rendered them subversive and hostile to Protestant monarchs.19 This new wave of anti-Catholic sentiment would acquire a twofold dimension. On the one hand, a good number of sermons, pamphlets and essays were published within a campaign whose banner was as blatant as ‘No Popery’.20 On the other, a long lasting tradition of anti-Catholic popular literature was revived and politically activated during the 1850s and even outstanding figures such as Emily Brontë contributed to the ‘literaturisation’ of the hatred and fear produced by the increasing presence of Catholics.21 Therefore, as a first conclusion, it can be argued that the particular blend of Spanish Liberal Catholicism born in London, on the one hand, and English Parliamentarian system, on the other, embraced each other and provided working models for a deep reform of the Catholic Church and the civil management of the religious question in Spain alike. It remains to be explored the extent to which Protestantism permeated Villanueva’s religious views as he, unlike Blanco White, died a Catholic and never converted to his admired Anglican version of Christianity. In fact, he published articles in Ocios where he shows an admiration for Anglicanism. The Spanish exiles showed high esteem for the inner organization and the pastoral provision provided by the Church of England and took it as an example.22 Secondly, both the traditional and the renewed versions of Protestant anti-Catholicism provided information and set examples for those Catholic clergy who supported liberal ideas. These principles and stereotypes were instrumental in their fight against a Curia and a Pope 19 E. R. Norman, Anti-Catholicism in Victorian England (London: George Allen and Unwin, 1968), p. 15. 20 ‘No Popery’ was not only the battle cry but also the title of several books that were published since the 1850s. One of the first was a half-political, half-theological pamphlet in defence of the free press and the Protestant faith entitled ‘No Popery. Stanzas, in two cantos’. It saw the light in London in 1854 and was published by Ward and Co. 21 Rosemary Clarke-Beattie, “Fables of rebellion: Anti-Catholicism and the structure of Villete”, in English Literary History, 53, 4, 1986, pp. 821-847. A comparative literature review by Marjule A. Drury, “Anti-Catholicism in Germany, Britain and the United States. A Review and Critique of recent scholarship”, in Church History, 70, 1, 2001, pp. 98-131. 22 “Disciplina de la iglesia protestante de Inglaterra”, (“The discipline of the English Protestant Church”) in Ocios, vol. IV, June 1827, pp. 390-392.

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who were more interested in fighting liberal revolutions in Europe, especially in Italy, and securing their civil power in the first stages of the Italian unification process than in spreading the word of the Gospel and preaching Evangelical values. These assumptions, on the other hand, inspired a vague and complex network of meanings that can vaguely describe the anti-Modern position of most of the Roman Curia until the second Vatican Council. Therefore, if judged by a simplified standard liberal point of view, and of course from most Protestant points of view, the dogmatic position that the Curia adopted and stuck to rendered it impossible to be modern and to be an observant Catholic at the same time. Finally, it should be pointed out that ideas and religious cleavages produced and reproduced idiosyncratic features, habits and social customs that also help to generate distinct national identities. This situation had at least two long-lasting political consequences. Firstly, they resonated, and still resonate, in the dense, complex and expanding institutional setup of the British religious market. Secondly, they shaped and confirmed religious and nationalist prejudices that generated much misunderstanding, differentiation and conflict. However, by creating and reproducing differences they conversely engendered identities.

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EL EXTRAÑO EXILIO DE PASCUAL DE GAYANGOS EN LONDRES

Fernando Escribano Martín Universidad Autónoma de Madrid

Siempre se ha dicho que la personalidad y las facetas de la vida de Pascual de Gayangos eran poliédricas, se pueden estudiar desde distintos puntos de vista y abarcan muchos aspectos distintos entre sí. Hay un aspecto que aquí se toca sólo tangencialmente y que afecta a la vida profesional y a los gustos de Gayangos, y que son los libros. Gayangos era un apasionado de los libros. Se podría decir que era un profesional de los libros, tanto para comprar como para vender, y su biblioteca, tan importante aún hoy en día y repartida en distintas instituciones, así lo testifica. Varios de los encargos que recibió en relación con el estudio y rescate de bibliotecas y archivos repartidos por toda la geografía española le permitió entrar en contacto con ejemplares únicos y era sin duda uno de los mayores expertos de la época al respecto. Él se encargó personalmente, dirigió el trabajo de otros o animó a hacerlo, de la edición de textos que no se conocían en absoluto o no se conocían bien, y al publicarlos no sólo los rescató del olvido, sino que también permitió que mucha gente disfrutara con ellos o le fuesen accesibles como objeto de estudio. Por lo tanto, la parte final de este escrito, la bibliografía, donde aparecen sólo algunas de estas obras, no es sólo un elemento de trabajo, es una parte del estudio sobre la vida de Gayangos, lo único que centrada en su trabajo en Londres o en relación con la lengua inglesa. Porque en este capítulo lo que se pretende es estudiar su vida en Londres, muy cercana y participativa del núcleo liberal exiliado español, y muy cercana también a la vida liberal británica, al menos en un principio, pero con características que le separaban de lo que conocemos como un exiliado al uso, toda vez que iba y venía a España cuando

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quería, nunca salió huyendo de nada, participaba de la vida política y pública española con distintos gobiernos, y si se mantenía en Londres era por intereses personales, que afectaban al ámbito familiar y sobre todo porque lo consideraba un mejor lugar de trabajo y seguramente lugar más propicio para desarrollar sus intereses profesionales y aficiones. La libertad política y la forma de enfrentar la política que se vivía en el Reino Unido también son citados por Gayangos como ventajas y, aunque nunca renunció a sus orígenes ni se dejaría de sentir español, lo cierto es que Londres se convirtió en el lugar elegido de residencia, y así lo fue durante mucho tiempo hasta el final de sus días. El que Gayangos sea calificado como liberal es matizable y hay que explicarlo y razonarlo. Roca habla de un moderado liberalismo de Gayangos, y sus relaciones o actitudes podrían causar dudas al respecto. Seguramente habría que señalar que nunca se mojó excesivamente en lo político, pero muchas de sus ideas y planteamientos, vertidos a lo largo de toda su vida, van en consonancia con esta tendencia política y, desde luego, los círculos en los que se movía en Londres, tanto nacionales como españoles, son liberales. Son muchos los autores que han trabajado la vida de Gayangos desde muchos puntos de vista. En la bibliografía vienen citados algunos, los utilizados y los señalados en este trabajo. Aunque hay otras, la fuente principal para conocer la biografía de Pascual de Gayangos es el trabajo que realizó Pedro Roca1, que ni siquiera está acabado. Como sucede otras veces entre historiadores, muchos son los que repiten los datos que leen en una fuente, cuestión palpable cuando ves repetido lo mismo una y otra vez, venga o no a cuento, y pocos son los que investigan nuevas posibilidades, buscan nuevos datos o investigan los existentes, y en base a ese trabajo muestran algo original sobre el personaje. Con lo que contó Roca sobre Gayangos pasa algo similar, e incluso en este trabajo, a pesar de la crítica realizada, utilizaremos lo escrito por Roca como referente para hablar de los datos personales del protagonista, si bien no es de su vida de lo que vamos a hablar, o mejor dicho, lo vamos a hacer sólo de un aspecto, del tiempo que pasó en Londres, intentando a su vez analizar las causas y sobre todo la producción que en esta ciudad llevó a cabo.

1 “Noticia de la vida y obras de don Pascual de Gayangos”, Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos.

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Para llevar a cabo este proceso es fundamental estudiar la producción investigadora de Pascual de Gayangos, aunque hay que señalar, y lo haremos siquiera con algunos ejemplos a lo largo del estudio, cómo su labor no sólo sirvió de acicate, de marco o generó otros estudios e investigaciones, sino que también normalizó instituciones2 y desarrolló otras, de modo que su impulso sirvió para que otros trabajasen e investigasen temas de los que todavía somos deudores. En este sentido, y como hemos señalado, en la bibliografía final vamos a señalar sólo una parte del trabajo intelectual de Gayangos, preferentemente lo relacionada con su “exilio” londinense, y también lo relacionada con los temas que vamos a ir tratando y que forman parte de su vida inglesa o que surgieron a partir de la misma. Para otros trabajos queda, sólo en parte realizadas, la sistematización y ordenación de su producción.

¿Se puede considerar a Gayangos un exiliado en Londres? Ésta es la primera pregunta que nos deberíamos hacer. Y no es fácil contestar a esta pregunta, que es la que justificaría la presencia de esta contribución en el presente volumen, pero de entrada creo que podemos responder que sí. La familia de Gayangos sí es claramente liberal, y esa condición es la que parece que está detrás de su marcha del país. Es por lo tanto un exiliado temprano, me refiero a la edad, de la época en que se centran la mayor parte de los trabajos de este libro. La familia de Gayangos es de tradición militar, de la cual se desmarcó nuestro protagonista, aunque llegó a formar parte de la Milicia Nacional, una milicia ciudadana liberal que tuvo su razón de ser en esta ideología. Su tío, el capitán Francisco de Gayangos, participaría en la proclamación del coronel Riego en 1820 contra Fernando VII3. El padre de Gayangos4, el brigadier José de Gayangos y Nebot murió en 1823, quizá en relación con los sucesos que dieron fin al Trienio Liberal (1820-1823), o constitucional, que se insertó 2

Si desarrollásemos este tema tendríamos que hablar de su participación directa en la creación de la Sociedad Geográfica de Madrid o en la formación del Cuerpo de Archiveros y Bibliotecarios del Estado, donde realizó su reglamento, o su trabajo en la Real Academia de la Historia, o su participación en la creación de la Biblioteca Nacional, por citar sólo algunos ejemplos. 3 Álvarez Ramos, 2008, p. 24 y Vallvé, “Pascual de Gayangos”, pp. 487-8. 4 Álvarez Ramos, op. cit.

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en la monarquía de Fernando VII y que precedió a la Década Ominosa, la cual sólo acabó con la muerte del monarca, y que supuso el exilio de tantos personajes significados en la política y en la intelectualidad de España. Lo cierto es que en 1822, con trece años, ingresó en el Colegio de Pont le Voy, junto a Blois (Loira y Cher), en Francia, de donde provenía la familia de la madre. No sabemos si la familia le envió al extranjero a estudiar por la tensa situación política que reinaba en España, si por darle una educación cosmopolita como la burguesía española de la época solía hacer, o quizá por varios motivos al tiempo incluyendo los señalados. En 1823, cuando murió el brigadier José de Gayangos, su mujer y madre de Pascual, Francisca de Arce y Retz, marchó a París, donde se encontraría con su hijo, parece ser que por miedo a represalias. Justificando esta posibilidad, la necesidad de huida por persecución ideológica, Roca habla de la “ojeriza de los calomardinos” (los seguidores de Francisco Tadeo Calomarde, significados perseguidores de los constitucionalistas en la Década Ominosa) hacia la madre, y se refiere a un “atropello” hacia ella en Madrid a mediados de la década de los 30, al que Gayangos respondió de forma enfurecida y fue arrestado por ello. Así lo cuenta Roca5: El mal venía de antiguo: la madre de Gayangos veía con simpatía el espíritu de los liberales y había presenciado muchas veces en la década calomardina las públicas y ruidosas manifestaciones de las masas de patriotas que circulaban por las calles de Madrid, llevando en los sombreros o rodeándoles el cuerpo grandes cintas verdes, en las que con letras de oro se leía el lema de Constitución o muerte, distintivo que llevaban hasta las mujeres, los niños y muchos soldados de los regimientos. Además, ella misma, un tanto significada como liberal, había sido blanco en cierta ocasión de la ojeriza de los calormardinos, y don Pascual, que protestó del atropello dirigido contra su madre, por poco fue encarcelado. No era éste de aficiones políticas ni inclinaciones belicosas; tanto, que su familia, por conservar la tradición militar que desde tiempo inmemorial venía transmitiéndose de padres a hijos, pensó en que don Pascual fuese artillero, de lo que hubo de desistir por ser profesión diametralmente opuesta a su vocación natural; pero la educación recibida, los antecedentes de su familia, el atropello 5

P. Roca, op. cit. II, 1, enero 1898, pp. 22-23.

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cometido con su madre y el mismo carácter de la Milicia Nacional, mitad militar, mitad ciudadano, llevárosle a ingresar sin gran entusiasmo en este cuerpo.

Su origen es claramente liberal y, si bien no como un exiliado al uso, de hecho, estamos seguros de que volvía a la patria de vez en cuando, lo cierto es que vivía fuera del país y participaba en los círculos exiliados tanto en Francia como luego en Inglaterra. Después de Blois marchó a París, donde estudió hasta 1928 lenguas orientales junto al maestro Silvestre de Sacy, formación que luego le permitiría convertirse en uno de los primeros orientalistas españoles, realizar trabajos al respecto absolutamente sobresalientes, rescatar y analizar preciosos volúmenes que pudieron sin su intervención desaparecer de las bibliotecas y archivos españoles, y formar una colección bibliográfica que aún sigue siendo de referencia en la Biblioteca Nacional o en la biblioteca de la Academia de la Historia. Desde su temprana marcha del país parece que está en contacto con los círculos de exiliados españoles en Londres, aunque su residencia en esta época parece ser Francia. Parece que participa en el periódico, “de liberalismo moderado”, Ocios de españoles emigrados, que se publicó entre abril de 1824 y octubre de 1837, donde trata temas bibliófilos, como en el primer artículo del número 5, de agosto de 1824, que versa sobre Literatura española. Bibliografía. Estado actual de ella en España6, y sospecho que también firmaría el siguiente: Apuntes para la bibliografía antigua de España7. Siguiendo esta línea que mezcla lo personal y lo político en el análisis de la figura de Pascual de Gayangos, hemos de señalar que en 1827 conoce en París a Francisca Revell, “Fanny”, con la que se casó en 1828 en Londres. Lo hicieron por el rito católico en la Spanish Place8, la capilla española, y en la iglesia de San Pancracio a continuación, por ser ella protestante. Francisca Revell era hija de John Revell, uno de los políticos liberales ingleses más significados. Nuestro protagonista entraba así, también en Inglaterra, en el círculo de los políticos progresistas. 6 Ocios…, número 5, agosto de 1824, pp. 1-11. Manuel Carrión, 1985, p. 15, nota 51, da el artículo como suyo. El profesor Dr. Gregorio Alonso me explica que muchas veces así sucedía, y que investigaciones posteriores o testimonios más o menos cercanos nos permiten saber, no siempre, quién escribió cada contribución. 7 Ocios…, número 5, agosto de 1824, pp. 11-15. 8 Calderón Quijano, 1985, pp. 7/223 y ss.

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Álvarez Ramos9 apunta la idea de que sería en París donde la madre de Gayangos pudo conocer a Martínez de la Rosa, el político liberal moderado exiliado entre 1823 y 1831, y que posteriormente le haría de protector en España y de hecho sería su mentor en la Administración. Entre 1830, volviendo de París, y 1837, año en que regresó a Londres, Pascual de Gayangos vivió en España, y progresó en su Administración. Ingresó en la Milicia Nacional de Madrid, en la Compañía de Granaderos del sexto batallón, donde conocería a varios de los amigos que le acompañarían a lo largo de toda su vida, algunos con fuertes convicciones liberales: Vicente y Santiago Massarnau, Pedro Madrazo y Valentín Carderera o Serafín Estébanez Calderón, a quien conocía de los Reales Estudios de San Isidro, donde ambos estudiaban árabe en 1830. La carrera de Estébanez fue políticamente brillante, sobre todo entre 1834 y 186610, pero me interesa señalar a algunos de sus familiares, también muy significativos desde el punto de vista político y que por lo tanto estarían en contacto con Gayangos: su cuñado, el político y empresario, que murió arruinado, José de Salamanca (1811-1883), y su sobrino, Antonio Cánovas del Castillo, el político conservador clave de la Restauración y que trató temas de los que también se ocupó Gayangos, como la figura de Alí Bey, que veremos más adelante. En España Gayangos trabajó primero en Málaga y en breve conmutó su puesto al Departamento de Lenguas de la Secretaría de Estado, donde trabajó entre 1831 y 1836. El 3 de mayo de 183511 solicita licencia para preparar la Cátedra de Lengua Arábiga que se iba a convocar en la Universidad Central de Madrid y para eso pretendía y logró marchar a Londres y París en viaje de estudios. Fue profesor de árabe en el Ateneo de Madrid, al menos en el curso 1836-1837, enlazando así con las clases que se habían impartido en los Reales Estudios de San Isidro por los PP. Artigas y Gasset. En la portada de la Historia de las dinastías mahometanas en España se nombra a sí mismo como “Late profesor of Arabia in the Athenaeum of Madrid”, lo cual muestra la importancia que daba a esta labor. El libro viene inmediatamente traducido del inglés al castellano, lo que da cuenta de la importancia de la formación y trabajo en lengua 9

2008, op. cit. p. 25. Sigo aquí a Álvarez Ramos y Heide, pp. 26 y ss. 11 Tomo el dato de Vilar (1997) que lo obtiene de su expediente: Archivo del Ministerio de Asuntos Exteriores, Sección Personal, leg. 112, expediente 5.491. 10

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inglesa de Gayangos ya desde esta época, y su vinculación al mundo científico inglés. Gayangos entró en el Departamento de Interpretación de Lenguas justo unos meses antes de que Martínez de la Rosa fuese nombrado presidente del Consejo de Ministros y secretario de Estado y del Despacho (del 15 de enero de 1834 al 6 de junio de 1835) y podría tener relación que poco después se le encargasen trabajos sobre los manuscritos árabes del monasterio de El Escorial y de la Biblioteca Nacional12. Lo cual señalaría que los primeros pasos profesionales de Gayangos fueron facilitados por Martínez de la Rosa, amigo, por cierto, de Lord Holland, el líder del partido Whig, en cuyo círculo se introdujo Gayangos a partir de 1837. Se podría pensar que el mayor desarrollo de la carrera profesional de Gayangos en España —fue por ejemplo profesor en la Universidad Central de Madrid (1843-1870)— coincide con los gobiernos moderados y centristas, en la Década Moderada (1844-1854) y entre 1856 y 1868, es decir, desde el final del Bienio Progresista hasta el destronamiento de Isabel II, coincidiendo con la Unión Liberal de O’Donnell, o sea, alejado o no tan estricto con ese liberalismo que sería más patente en su juventud. Es con gobiernos moderados o centristas con quienes Gayangos recibe los encargos más significativos. Entre 1853 y 1854 participó en la Comisión de Investigación de Documentos Históricos-Militares, que bajo los auspicios del Ministerio de la Guerra pretendía localizar y catalogar documentos relativos a las campañas españolas y portuguesas que revelarían la larga presencia española en África. En 1867 participo de la Comisión Investigadora de los Derechos de España a sus provincias de Ultramar, que pretendía señalar los derechos españoles sobre sus posesiones en América, Asia y Oceanía. Curioso tema éste de la unión entre investigación histórica y pretensiones coloniales en los que Gayangos participó. Bernabé López García13 ve concomitancias entre el nombramiento como vicecónsul en Túnez en 1841 de Gayangos y la publicación del Manual del oficial de Marruecos por Estébanez Calderón en 1843, y ambos como signos de las pretensiones coloniales españolas en estas tierras, y puede ser, pues hay más ejemplos en la época, curiosamente distintos en función del color del gobierno, y por lo tanto con protagonistas diferentes. 12 13

Álvarez Ramos y Heide, 2008, p. 28. López García, Contribución…, pp. 10 y 15

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Sirva a modo de ejemplo la legación que se creó en Persia en 1873, con Adolfo Rivadeneyra14 como protagonista, y que pretendía explorar las posibilidades comerciales que podía tener España en aquel país, y también se estudió un posible asentamiento en el mar Rojo, que luego se desechó. Cuando cambió el Gobierno de signo la legación fue suspendida y los estudios realizados olvidados, y hoy se conocen porque fue el propio autor quien los publicó en forma de libro. El cambio de Gobierno supuso la cancelación de la misión, de las ideas y de los resultados obtenidos, y la retirada temporal del servicio del diplomático. En cuanto a los intereses en Marruecos que señala el profesor López García, vienen de antiguo. Godoy había enviado tiempo atrás a un español disfrazado de príncipe abasí con la secreta intención de hacerse con el gobierno de Marruecos. Tuvo que huir y su salida era peregrinar a La Meca, hasta donde llegó manteniendo la ficción de su personaje, Alí Bey. Desde ahí marchó a Bucarest donde concluye su relato y donde sin duda fue rescatado por los servicios secretos españoles. Pero cuando volvió a España la familia real entregaba el poder a Napoleón en Bayona y ahí pasó al servicio del emperador. Publicó un libro con sus viajes en Francia, siempre como musulmán, y unos años después, bajo bandera francesa, volvió a realizar un viaje que es el inicio de la presencia colonial francesa en África, y en el cual muere. Este libro, escrito en francés y publicado en 181415, sólo viene traducido al español en 1836, y por primera vez se establece que Alí Bey es en realidad Domingo Badía. Esta increíble historia fue investigada bajo dirección de Pascual de Gayangos, y mucha de la documentación principal pertenece al legado de Cánovas del Castillo, lo cual nos vuelve a llevar a la relación entre investigación histórica y colonialismo por un lado, y a los vínculos entre Gayangos y Cánovas del Castillo por otro. Por cierto, en Londres, Pascual de Gayangos dio clases de árabe al capitán Sir Richard Francis Burton (Elstree, Hertfordshire, 1821-Trieste 1890), del que algunos dicen que fue el primero que entró

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Viaje al interior de Persia. La obra es una mezcla de libro de viajes, manual del comerciante y estudios de todo tipo, también los históricos y antropológicos, que muestran la labor encomendada, para la cual trabajó el autor, y también lo variado y profundo de sus intereses. 15 Badía y Lebrich, Domingo/Alí Bey el Abbassi. Voyages d’Ali Bey el Abbassi en Afrique et en Asie pendant les années..., en la bibliografía se señalan esta primera edición, la primera inglesa como ejemplo de las que la siguieron en varios idiomas de forma inmediata, y la primera española, de 1836.

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en La Meca sin ser musulmán. Leyendo sus libros, él se declara admirador de la figura de Alí Bey, y creo que podemos pensar sin miedo al error que pudo conocer de su figura por Gayangos, y que de Alí Bey tomó la idea del disfraz para entrar en La Meca. Domingo Badía no fue quizá el primer europeo en entrar en La Meca, pero sí el primero que lo contó, lo mismo que hizo después Burton. Cuando repasamos la biografía de Gayangos y su participación en la gestión de instituciones punteras de muy diversos ámbitos, vuelve a sorprender su capacidad de trabajo y su presencia en tantos sitios al tiempo y con una relevancia tan significativa. Así, en 1876 fue miembro fundador de la Sociedad Geográfica de Madrid, como después lo sería de la Asociación Española para la Exploración de África y de la Sociedad de Africanistas y Colonialistas, relacionadas sin duda con las pretensiones colonialistas, muy modestas en sus resultados, al menos viajeros, no así bibliográficos, de España.

En septiembre de 1837 Gayangos vuelve a Inglaterra, lo cual nos sitúa ante la pregunta que nos hacíamos al principio. ¿Es un exiliado? No lo es desde luego al uso, con la muerte de Fernando VII en 1833 la mayoría de los exiliados españoles habían regresado a su país y es él quien, de algún modo, se encarga y asume esos vínculos internacionales entre los dos países que tan buenos frutos culturales habían dado y que de su mano seguirían dando. Gayangos, casado con una inglesa, y que había mantenido importantes contactos con ingleses en su estancia española, no llega a un país desconocido donde tampoco conoce a nadie. Más bien al contrario su vida social es enseguida destacable, y es inmediatamente introducido en el círculo liberal de Lord Holland. Gayangos ya había escrito su History of the Mohammendan Dynasties16, había participado en diversas publicaciones importantes en su anterior estancia y era sin duda un intelectual de reconocido prestigio. Pero sus vínculos con los políticos británicos van más allá que los del intelectual que llega a un país por primera vez, había una historia más larga detrás17. 16

Gayangos, Pascual de (1840-1843). The History of the Mohammedan Dynasties in Spain... (véase bibliografía). 17 Álvarez Ramos y Heide, 2008, pp. 34 y ss.

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Gayangos, aunque educado en España y Francia, contaba con una formación inglesa importantísima, que se fue afianzando con el tiempo. Entre 1835 y 1897, año en que muere, es la referencia obligada de los que desde fuera se interesan por la cultura española, como bien muestra su correspondencia18. Bien porque Lord Holland y Martínez de la Rosa fuesen amigos, bien por la familia de su mujer o por sus propios contactos con los liberales, lo cierto es que en seguida formó parte del círculo del líder del partido Whig, que tenía claros intereses con la causa de los liberales españoles. Allí se formaron ideas y formas de trabajar que le acompañarían de por vida, y desarrolló unos contactos que fueron también fundamentales. Estos contactos tuvieron muchas y distintas repercusiones. Por ejemplo, Gayangos y Ticknor se conocieron en la Holland House el 3 de junio de 183819, y de ese encuentro surgió un aprecio científico que duró para siempre, y que se tradujo de forma inmediata en que Gayangos tradujese junto a Enrique de Vedia la History of Spanish Literature que George Ticknor había publicado dos años antes (1849) en Nueva York, la primera y durante mucho tiempo única aproximación global a la literatura española20. Aquí de nuevo se podría hablar de cómo intereses culturales y políticos pueden ir de la mano, quizá sólo porque la afinidad política también puede implicar cercanía intelectual, aunque desde luego no siempre, ni en un sentido ni en otro: Manuel Rivadeneyra, el editor de la Biblioteca de Autores Españoles, en la que también participa Gayangos, es el editor de esta obra de Ticknor que acabamos de citar y en la que Gayangos es el cotraductor. Por cierto, las dos obras de su hijo, Adolfo Rivadeneyra, fruto de su labor diplomática, también formaban parte de la biblioteca de Gayangos. Holland era un amante de la literatura española, viajaba a España, donde se nutría de libros y manuscritos, sobre todo de la literatura y la historia del siglo xvii español, e incluso escribió un libro sobre Lope de Vega que dedicó a su amigo Quintana21. En la carta de presentación que le escribe George Villiers, el embajador británico en Madrid22, a Gayangos, resalta precisamente eso, que está muy versado en la literatura es18

Vilar, 1997, p. 45. Calderón Quijano, 1985, pp. 253-256. 20 Vilar, 1997, p. 44. 21 Álvarez Ramos y Heide, 2008, pp. 34 y 35. Quintana a Holland, 8 de diciembre de 1806: BL, Add. 51621, f.3. 22 Álvarez Ramos y Heide, 2008, pp. 35. Clarendon a Holland, 25 de julio de 1837: BL, Add. Mss. 51617, folio 31. 19

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pañola, sus grandes conocimientos bibliográficos y que seguramente porte con él manuscritos y libros de su colección. Se podría pensar que de algún modo Gayangos llena el vacío de los exiliados españoles que antes formaban el círculo en la Holland House y que han regresado a su país; al menos es el único intelectual que resta, y está perfectamente al día de los acontecimientos políticos españoles, tema también de gran interés en la casa. Recordemos que Lord Holland no sólo está interesado en lo que sucedía en España sino que también ayudó económicamente y con su influencia a los exiliados españoles que estaban en Londres. A su vez, la Holland House sirve de estímulo y acicate en los trabajos que emprenderá, y de plataforma para los mismos, tanto a nivel de contactos como de apoyo para realizarlos. Un ejemplo de este estimulante ambiente puede ser la presencia de Francis Palgrave23 en la Holland House y su trabajo de recopilación y publicación de materiales dispersos y desconocidos hasta que su labor los sacó a la luz. Esta influencia no puede ser ajena a Gayangos, que dedicará una parte importante de sus esfuerzos durante toda su vida a recuperar para el público viajes, escritos y obras literarias que permanecían olvidados y que sólo gracias a esta labor se recuperaron, se conocieron y en muchos casos se salvaron de su destrucción. Se podrían citar muchos ejemplos, pero voy a poner sólo dos. El viaje del embajador García de Silva24 a Persia en el xvii no sólo fue publicado gracias a su impulso, sino que él recuperó y conservó los únicos manuscritos que dan testimonio de aquel viaje (aún no sé cómo los obtuvo). Además de la labor de recuperación de la identidad de Alí Bey y de la publicación en castellano de su libro, impulsó la recuperación de textos olvidados en los archivos y bibliotecas españolas, como por ejemplo La Expedición del Maestre de Campo Bernardo de Aldana a Hungría en 1548, editado parcialmente por Antonio Rodríguez Villa en 187825, quien le dedica la obra. Imagino estas reuniones en torno a una mesa en la que especialistas y aficionados a la literatura y cultura española no sólo comparten gustos 23 Sir Francis Palgrave FRS, nacido Francis Ephraim Cohen (1788-6 de julio de 1861), historiador inglés. 24 Véanse los Comentarios… de don García de Silva y los trabajos del profesor J. M. Córdoba al respecto. 25 Y que acaba de ser reeditada de forma completa por primera vez en castellano. Véase bibliografía.

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y experiencias, sino que gracias a su relevancia y contactos se pergeñan planes y se desarrollan proyectos culturales que salen a la luz. Así, sería Lord Holland, parece que por iniciativa de Ticknor, el que consiguió para Gayangos una reseña de la famosa obra de W. H. Prescott que se publicó en la Edinburgh Review en 1839. Las reuniones incluían no sólo a intelectuales anglosajones interesados en la cultura española, sino a todo un arco de personajes influyentes; también políticos y diplomáticos. Álvarez Ramos y Claudia Heide26 proponen la participación de Gayangos en el juego político británico con respecto a la política española, a quien se le pagarían sus servicios para obtener información, siempre a través de la Holland House, que formaría una especie de lobby con variados intereses, no sólo intelectuales. Teniendo en cuenta que no hay evidencias documentales, y lo arriesgado de llamar espía a alguien sin pruebas, y por mucho que la posibilidad pueda parecer atractiva y ser cierto que Gayangos se movía entre muchas aguas, creo que este tema merecería un estudio mucho más serio para plantear tal posibilidad.

En 1843 volvió a España donde fue nombrado catedrático de árabe en la Universidad Central de Madrid, cargo que desempeñó hasta 1871 y que le permitió formar una generación de arabistas que fueron cambiando la visión hacia lo árabe que se tenía y todavía se tiene en España, donde no sé si siempre se reconoce en la universidad española la importancia de este período en la conformación del Estado y de la cultura del país. Hasta la fecha de regreso a España la producción de Gayangos es en inglés, cultura en la que se terminó de formar, y que fue parte ya para siempre de su método de trabajo, y con la que estuvo durante toda su vida íntimamente relacionado. Habría que reconocer en su justa medida la importancia de la figura de Gayangos en el desarrollo del hispanismo en el mundo anglosajón, así como la importancia de su labor como traductor27. Esta misma labor que hemos visto que hicieron con él de apadrinamiento, de generación de ideas y proyectos, y de apoyo para publicarlos, la hizo él posteriormente con numerosos estudiosos y también como editor, a menudo de la mano de Manuel Rivadeneyra. En 1844 fue elegido miembro numerario de la Real Academia de la Historia. Por encargo de esta institución, aunque con diversas autori26 27

Op. cit. pp. 38 y ss. Me hago eco y estoy de acuerdo con lo señalado por Mar Vilar, op. cit. 1997, p. 44.

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dades participando, desarrolló una serie de Viajes literarios28 en los que recorrió toda España buscando, estudiando, catalogando y recogiendo las bibliotecas y archivos que habían quedado desprotegidas a partir de la desamortización, y que forman el núcleo duro del Archivo Histórico Nacional que se creó en 1866 y del que formó parte. Esta labor, y sus propios gustos personales pero también profesionales como bibliófilos, le puso frente a un volumen de documentación tan ingente como de altísima calidad, parte de la cual, bien él como estudioso, como editor o como promotor de ideas, consiguió publicar, estudiar y rescatar del olvido que habían sufrido hasta su impulso. Creo que este trabajo es continuación del que había empezado a hacer en Inglaterra, y el impulso que recibió en la Holland House fue después continuado en estos trabajos. En la bibliografía sólo mostramos algunos de estos volúmenes publicados. Fue él quien realizó el Catálogo de los manuscritos en lengua española del Museo Británico, en cuatro volúmenes, y publicado en Londres entre 1875 y 1893, que aún hoy siguen siendo válidos, y cuya exactitud y claridad son una ayuda destacable para los investigadores que se acercan al mismo. Su carrera también abarcó cargos políticos. Fue director general de Instrucción Pública en 1891 en el gobierno de Sagasta, cargo al que renunció por ser nombrado senador por Huelva en la legislatura 18811882, puesto para el que fue reelegido por la Academia de la Historia en los intervalos: 1884-1885, 1886, 1891 y 1893-1894.

Su vinculación con Inglaterra fue siempre fructífera y la presencia en este país, constante. Parece ser que era el lugar donde mejor se sentía, no sé si por la política, por el ambiente cultural, más fructífero y dinámico que el español, que sin embargo intentaba mejorar y equiparar al europeo, o por otras razones de ámbito más personal que se nos escapan. De hecho, su hija intentaba traerlo a España cuando era ya mayor y seguía viviendo en Londres, pero él se negaba aduciendo razones de comodidad y trabajo. Y así sucedió hasta que murió, por causa de un atropello, en 1897.

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Véase Álvarez Ramos, Miguel Ángel; Álvarez Millán, Cristina. Los viajes literarios de Pascual de Gayangos (1850-1857) y el origen de la archivística española moderna (Madrid: CSIC, 2007).

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Fue el suyo un exilio temporal, circunstancial, de idas y venidas, y donde lo político sólo fue relevante al principio. Este “exilio” no marcó políticamente su vida y, de hecho, sus filiaciones políticas son discutibles y en ningún caso marcaron ni su desarrollo intelectual ni su trabajo. El liberalismo moderado del que hablaba Roca parece una buena definición, y no le impidió relacionarse y trabajar con personas e instituciones pertenecientes a todo el arco parlamentario. Este “exilio” sí que le permitió trabajar con mayor libertad y disfrutando de un ambiente más propicio para la investigación y para el trabajo intelectual por desarrollarse en un ambiente más rico de estímulos y de posibilidades. Los trabajos que al principio le encargaban le fueron dando un nombre y sobre todo le permitieron crear un espectro de posibilidades que ya en toda su vida fue desarrollando allí donde estuvo, tanto en Inglaterra donde volvía y permanecía largas estancias, como en España, donde fue ocupando cargos importantísimos, que utilizaba para promover iniciativas y proyectos cuyo germen podemos ver en los primeros años en la Holland House, pero que son completamente creaciones propias. Es difícil indagar en el origen de los gustos y actuaciones que marcaron toda una vida y, sin embargo, creo que lo hemos podido hacer en el caso de Gayangos, de cuyo “exilio” en Londres obtuvo formación y contactos, y sobre todo le crearon una caterva de posibilidades que fue desarrollando a lo largo de toda una vida. A este exilio, ya no tanto político como quizá espiritual, fue volviendo frecuentemente y, de hecho, murió en Londres, de tal forma que pretender enmarcar en fronteras nacionales lo que produjo o sintió es ya complicado. La idea de Europa, quizá no enunciada como tal, pero desde luego presente en lo cultural, y vivida como natural por Gayangos, es lo que más se parece a lo que vivió.

Bibliografía Álvarez Ramos, Miguel Ángel; Álvarez Millán, Cristina. Los viajes literarios de Pascual de Gayangos (1850-1857) y el origen de la archivística española moderna. Madrid: CSIC, 2007. Álvarez Ramos, Miguel Ángel; Heide, Claudia. “Gayangos and the World of Politics”, en Álvarez Millán, Cristina y Heide, Claudia

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(eds.), Pascual de Gayangos. A Nineteenth-Century Spanish Arabist. Edinburgh: University Press, 2008. Badía y Lebrich, Domingo (Alí Bey el Abbassi). Voyages d’Ali Bey el Abbassi en Afrique et en Asie pendant les années 1803, 1804, 1805, 1806 y 1807. Paris: P. Didot l’Ainé, 1814. Badía y Lebrich, Domingo (Alí Bey el Abbassi). Travels of Alí Bey in Marocco, Tripoli, Cyprus, Egypt, Arabia, Syria, and Turkey, between the years 1803 and 1807. Written by himself, and illustrated by maps and numerous plates. In two volumes. London: Printed for Longmang, Ilurst, Hees, Orme, and Brown, Paternoster-row, 1816. Badía y Lebrich, Domingo (Alí Bey el Abbassi). Viajes de Ali Bey el Abbassi por África y Asia durante los años 1803, 1804, 1805, 1806 y 1807. Valencia: Malleu y Sobrinos, 1836. Calderón Quijano, J. A. “Correspondencia de don Pascual de Gayangos y de su hija Emilia G. de Riaño en el Museo Británico”. Madrid. Publicado en el Boletín de la Real Academia de la Historia, tomo XLXXXII, cuaderno II, pp. 217-308. Madrid, 1985. Disponible en : . Carrión Gútiez, Manuel. D. Pascual de Gayangos y los libros. Madrid: Universidad Complutense de Madrid, 1985. Córdoba Zoilo, Joaquín Mª: “Un caballero español en Isfahán. La embajada de Don García de Silva y Figueroa al sha Abbás el Grande (1614-1624)”, en Arbor, CLXXX, 711-712 (2005), pp. 645-669. Córdoba Zoilo, Joaquín Mª; Jiménez Zamudio, Rafael; Sevilla Cueva, Covadonga (eds.): El redescubrimiento de Oriente Próximo y Egipto. Viajes, hallazgos e investigaciones. Madrid: Universidad Autónoma de Madrid, 2001. Córdoba Zoilo, Joaquín Mª y Pérez Die, Carmen (coords.). La aventura española en Oriente [1166-2006]. Viajeros, museos y estudiosos en la historia del redescubrimiento del Oriente Próximo Antiguo. Madrid: Ministerio de Cultura, 2006. Escribano Martín, Fernando: “El peregrino Alí Bey, un príncipe abasí español del siglo xix”, en Arbor, CLXXX, 711-712 (2005), pp. 757-771. Escribano Martín, Fernando: “Adolfo Rivadeneyra, un diplomático español al servicio del estudio y del viaje por Oriente”, en Arbor, CLXXX, 711-712 (2005), pp. 789-804.

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Escribano Martín, Fernando. “Pascual de Gayangos (1809-1897) y los orígenes del Orientalismo”, en La aventura española en Oriente [11662006]. Viajeros, museos y estudiosos en la historia del redescubrimiento del Oriente Próximo Antiguo. Madrid: Ministerio de Cultura, 2006, p. 258. Escribano Martín, Fernando. “Pascual de Gayangos, descubridor de pasados olvidados viajeros: la sistematización de una biblioteca”, en J. M.ª Córdoba, F. Escribano, M. Mañé (eds.), Further Approaches to Travellers and Scholars in the Rediscovering of the Ancient Near East, ISIMU 10. Madrid: Centro Superior de Estudios de Oriente Próximo y Egipto/Universidad Autónoma de Madrid, 2007, pp. 99-114. Expedición del Maestre de Campo Bernardo de Aldana a Hungría en 1548. Editado parcialmente por Antonio Rodríguez Villa. Madrid: Casa Editorial de Medina, 1878. Editado de forma completa por F. Escribano Martín. Madrid: Miraguano, 2010. Galmés de Fuentes, Álvaro. “La colección de manuscritos árabes y aljaimados”, en Tesoros de la Real Academia de la Historia. Madrid: Real Academia de la Historia/Patrimonio Nacional, 2001, pp. 121-126. Gayangos, Pascual de. “Arabic Mss. in Spain”, en Westminster Review, vol. XXI, nº 42, 1834, pp. 378-94. Gayangos, Pascual de. “Language and Literatura of the Moriscos”, en British and Foreign Review, London, VIII, 1839, pp. 63-95. Gayangos, Pascual de. “Reseña de ‘The History of the Reign of Ferdinand and Isabella the Catholic of Spain’, de W. H. Prescott”, en The Edinburgh Review, LXVIII, nº CXXXVIII, 1839. Gayangos, Pascual de. The History of the Mohammedan Dynasties in Spain; extracted from the Nafhu-t-tíb min Ghosni-l-andalusi-r-rattíb wa Táríkh Lisánu-d-dín ibni-l-Khattíb, by Ahmed ibn Mohammed Al-Makkarí, a native of Telemsán. Translated from the copies in the Library of the British Museum, and illustrated with critical notes on the History, Geography, and antiquities of Spain, by Pascual de Gayangos, member of the Oriental Translation Comittee, and late Professor of Arabic in the Athenaeum of Madrid. In two volumes. London: Printe for The Oriental Translation Fund of Great Britain and Ireland, 1840-1843. Gayangos, Pascual de. Historia de las dinastías mahometanas en España de Al-Makhari. Madrid: Memorial Histórico Español de la RAH, tomos XIII-XIX, 1843. Gayangos, Pascual de. Plans, elevations, sections and details of the Alhambra from drawings taken on the spot in 1834 by the late M. Jules Goury,

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and in 1834 and 1837 by Owen Jones… with a complete translation of the Arabic inscriptions and an historical notice of the kings of Granada from the conquest of that city by the Arabs to the expulsion of the Moors, by Mr. Pasqual de Gayangos, 2 vols. London: Owen Jones, 1842-1845. Gayangos, Pascual de. Memoria sobre la autenticidad de la Crónica del Moro Rasis, leída en la Real Academia de la historia por --- al tomar posesión de su plaza de académico supernumerario. Madrid: s. e., 1850. Gayangos, Pascual de. Escritores en prosa anteriores al siglo XV. Recogidos e ilustrados por ---. Madrid: Manuel Rivadeneyra (Biblioteca de Autores Españoles 51), 1860. Gayangos, Pascual de. Libros de Caballerías. Con un discurso preliminar y un catálogo razonado por Don Pascual de Gayangos. Madrid: Manuel Rivadeneyra, 1963. Gayangos, Pascual de. Catálogo razonado de los libros de caballerías: que hay en lengua castellana o portuguesa, hasta el 1800: con un discurso preliminar por Pascual de Gayangos. Valencia: Librería París-Valencia, 1993. [Reproducción de la edición de M. Rivadeneyra (1874), Madrid.] Gayangos, Pascual de. Catalogue of the manuscripts in the Spanish language in the British Museum. 4 vols. London: William Clower and Sons, 1875, 1877, 1881, 1893. Gayangos, Pascual de. Cervantes en Valladolid, ó sea, Descripción de un manuscrito inédito portugués intitulado “Memorias de la Corte de España en 1605” existente en la Biblioteca del Museo Británico de Londres (De la “Revista de España”, tomos XCVII y XCVIII). Madrid, 1884. Gayangos, Pascual de. La Corte de Felipe III y las aventuras del Conde de Villamediana. Madrid. Es tirada aparte de “Revista de España”, 1885, pp. 481-526 y 1-29. González de Clavijo, Ruy. Historia del Gran Tamorlán e Itinerario y Enarración del viage, y relación de la Embaxada que Ruy Gonçalez de Clavijo le hizo por mandato del muy poderoso Señor Don Enrique el Tercero de Castillo..... Obra impresa en Sevilla, por Gonzalo Argote de Molina, con preliminares del mismo, 1582. [Segunda impresión realizada por Antonio de Sancha, Madrid, 1782, bajo el cuidado de Eugenio de Llaguno Amírola.] López García, Bernabé. “Contribución a la historia del arabismo español. Orientalismo y colonialismo en España (1840-1917)” (PhD diss., Universidad de Granada, 1974).

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Marques de Siete Iglesias. Real Academia de la Historia. Catálogo de sus individuos. Noticias sacadas de su Archivo. I Académicos de Número. Madrid: s. e., 1981. Martín Abad, Julián. Manuscritos de España. Guía de Catálogos impresos. Madrid: s. e. 1989. Martín Abad, Julián. Manuscritos de interés bibliográfico de la Biblioteca Nacional de España. Madrid: Biblioteca Nacional, 2004. Molina, Argote de. Historia del gran Tamorlan, e itinerario y enarracion del viage, y relación de la embajada que Ruy Gonzalez de Clavijo le hizo por mandado del muy poderoso señor rey Don Enrique el tercero de Castilla: y un breve discurso fecho por --- para mayor inteligencia deste Libro. Segunda impresión, a que se ha añadido la vida del gran Tamorlan sacada de los Comentarios, que escribió Don García de Silva y Figueroa, de su embajada al rey de Persia. Madrid: Imprenta de Don Antonio de Sancha, 1782. Ocios de españoles emigrados. Periódico. Disponible en: . Rivadeneyra, Adolfo: Viaje de Ceylán a Damasco. Golfo Pérsico. Mesopotamia. Ruinas de Babilonia, Nínive y Palmira. Madrid: s. e., 1871. [Con el título de Viaje de Ceilán a Damasco ha sido reeditado de forma íntegra por el autor del presente artículo en Madrid: Miraguano, 2006.] Rivadeneyra, Adolfo: Viaje al interior de Persia. 3 vols. Madrid: Imprenta y estereotipia de Aribau y Cª, 1880. [Existe una versión parcial llevada a cabo por el firmante en Madrid: Miraguano, 2008.] Roca, Pedro. Catálogo de los manuscritos que pertenecieron a D. Pascual de Gayangos existentes hoy en la Biblioteca Nacional. Madrid: Biblioteca Nacional, 1904. Roca, Pedro. “Noticia de la vida y obras de don Pascual de Gayangos”, en Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, 3ª época, I, 1 enero 1897, pp. 31-41; I, 11, nov. 1897, pp. 544-565 y 576; II, enero 1898, pp. 13-32; II, 2 febrero, 1898; pp. 70-82; II, 3 marzo 1898, pp. 110-130; II, 12, dic. 1898, pp. 562-568; III, II, febrero 1899, pp. 101-106. Silva y Figueroa, García de: Comentarios de D. ... de la embajada que de parte del rey de España Don Felipe III hizo al rey xa Abas de Persia. Edición de Manuel Serrano y Sanz. Tomos I y II. Madrid: Sociedad de Bibliófilos Españoles, 1903 y 1905. Ticknor, G. Historia de la Literatura española. Traducida al castellano, con adicciones y notas críticas por D. Pascual de Gayangos y D. Enrique de Vedia, 2 vols. Madrid: Manuel Rivadeneyra, 1851.

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Vilar, Juan Bautista. El viaje de Pascual de Gayangos a Marruecos en 1848 en busca de manuscritos y libros árabes. Santander: Biblioteca Menéndez Pelayo, 1997. Vilar García, Mar. Pascual de Gayangos, traductor e intérprete de inglés y otras lenguas extranjeras en el Ministerio de Estado (1833-1837). Santander: Biblioteca Menéndez Pelayo, 1997.

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NATION, MYTH, AND HISTORY IN OCIOS DE ESPAÑOLES EMIGRADOS (LONDON, 1824-27)

Peter Cooke Birkbeck College

i. introduction Ocios de españoles emigrados was a periodical of the post triennial liberal exile in London. Published between April 1824 and October 1827, it comprises seven volumes, thirty five editions, and 650-odd indexed articles distributed over some 3500 pages. More often than not it is treated as a secondary reference rather than as an object of study in and of itself, and as such, it presents an enormous resource which remains largely unexplored. Vicente Llorens’ Liberales y románticos: una emigración española en Inglaterra, (1823-1834), the first edition of which was published over fifty years ago, remains still perhaps the most useful published text in terms of establishing Ocios’ political, cultural, and geographical context alongside other publications and intellectual activities of the exile.1 That said, Llorens’ subject is the emigración per se, and consequently merely scratches the surface of Ocios, quite rightly presenting the interested reader with more questions than answers. The historical obscurity of the text of Ocios has been largely redressed by the excellent online facsimile edition of Ocios available through the Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes.2 Suffice to say, for the present purposes, that Ocios de españoles emigrados’ principal editors Joaquín Lorenzo Villanueva and José Canga Argüelles were both liberal deputies at the Cortes constitucionales at 1

First published in Mexico in 1954, subsequent editions were published in Spain in 1968, 1979 and 2009. 2 .

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Cadiz, and again during the 1820-23 liberal Triennium, lending their publication a measure of contemporary authority in the troubled matter of early Spanish liberalism. Nevertheless, the periodical itself disavowed the factionalist discourse of the Triennium, (compared with, for example, the persistence of the contentious moderado/exaltado discourse in contemporary publications such as El Español Constitucional),3 and ostensibly eschewed arguments for one or other political system, declaring in its “Prólogo” [sic.] that its focus is to be on [...] la investigación de algunas cosas pasadas, y acaso con preferencia á las presentes; como que en ellas hay menos riesgo que se den por ofendidos afectos que pudieran incomodar. Esta es una de las grandes ventajas de la historia antigua.4

Although the publication never wholly escapes the factionalism and the questions of political system and philosophy its Prologue purports to eschew, the conceptual emphasis in the periodical’s title on ‘otium’ over ‘negotium’ does nevertheless serve to generate a breadth of ideas and discourses worthy of examination. In this context, this paper attends to questions surrounding the articulation in Ocios of the historical and the mythic with respect to the liberal idea of ‘the nation’. As primary texts I draw principally on partial readings of two texts from Ocios: “Historia de España: Idea general de ella desde los primeros tiempos hasta nuestros días” from November 1824, which presents an outline of a projected and partially completed series of historical articles, and “El desterrado”, a highly romantic ode by Ángel de Saavedra — the future Duque de Rivas — which received its first publication in Ocios in August of 1824. The critical framework for this article responds in the first instance to Álvarez Junco’s analysis of the rise of the terms nación and patria in opposition to reino and monarquía which occurred during the 1808-12 3

˝Los Ocios no fueron órgano de un grupo, como El Español Constitucional, ni periódico de un solo redactor, como El Correo. Acogieron colaboraciones diversas, sin distinción de partido, no obstante su notoria orientación moderada. Publican versos de un exaltado como Ángel de Saavedra y estudios de Flórez Estrada, el personaje político de más relieve entre los comuneros˝. Vicente Llorens, Liberales y románticos: una emigración española en Inglaterra (1823-1834) (Madrid: Editorial Castalia, 1979), p. 323. 4 “Prólogo” Ocios I: 1: 3, April 1824. All citations from Ocios’ in this article retain the orthography, accentuation, and diacritics of the original publication.

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War of Independence. In this light, Álvarez Junco then examines what he terms the liberal ‘mito histórico’ which was generated in the legitimation of the patriotic resistance to Napoleon, and which was subsequently deployed as a legitimation of the content of the 1812 Constitution.5 This — and it must be observed, somewhat tautological — ‘historical myth’ was not only dismissed by the contemporary reaction to the establishment of the constitutional nation — evident in documents such as the “Manifiesto de los Persas”, which broadly argues that the liberal Spanish nation was a revolutionary political novelty purposed to usurp the traditional monarchy — but it has also been subject to varying degrees of dismissal in subsequent historical and critical analyses of the period. Although Raymond Carr is one of the most damning in this respect he nevertheless offers a concise identification of a generally accepted viewpoint where he states “typically enough, the liberals claimed to be re-establishing the early medieval fuero juzgo [...] when in fact they were crowning the work of the eighteenth-century civil servants with the economic individualism of the French Revolution”.6 As we move forward in time, the ‘historical myth’ seems to disappear from historical and critical view during the absolutist sexenio of 1814-20, leading Varela Suánzes to observe with regard to the liberal Triennium of 1820-23 that the vigorous dissemination by the afrancesados of the new accomodatory, pragmatic politics — in combination with the political decline of doceañista liberalism itself — marked a process of the deshistorización of Spanish liberalism.7 This comprises a further marginalization of what remained of the relevance of the doceañista ‘mito histórico’ to the Spanish liberal project. However, it is in Ocios de 5 See José Álvarez Junco, “Españoles, ya tenéis patria”, in Mater dolorosa: La idea de España en el siglo XIX (Madrid: Taurus, 2004), pp. 129-134. 6 Raymond Carr, Spain 1808-1939 (Oxford: Clarendon Press, 1966), pp. 100-101. 7 “En realidad, en el Trienio se manifiesta ya un cambio de mentalidad y de estilo. Mientras en las Cortes de Cádiz habían predominado los discursos doctrinales e incluso académicos, en las Cortes del Trienio se insiste más en las cuestiones prácticas y políticas. En estas Cortes, además, el historicismo doceañista sufre un considerable retroceso [...]. Esta deshistorización del liberalismo se percibe en las ‘Lecciones de Derecho Público Constitucional’, escritas por Ramón de Salas, quien incluso se atreve a criticar la conservación del nombre histórico de Cortes para designar a la Asamblea legislativa”. Joaquín Varela Suanzes, “La Constitución de Cádiz y el liberalismo español del siglo xix”, (Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, 1987), para. 128., .

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españoles emigrados — a key publication of the post-Triennium liberal exile of the década ominosa — where we find a re-articulation of the “historical myth” of the nation which shows that this discourse, far from dissipating, gains a continuance which requires examination in and of itself. Where the term nación is problematized by the questions of “myth” and of “history” that surround it, the critical framework for this article responds, in the second instance, to the deployment of these terms by referencing firstly Hegel’s “The Philosophy of History” (1837) in which “modern freedom” is framed as the historical actualization of the “radical freedom” of the Christian faith,8 and secondly, Roland Barthes’ semiotic analysis of myth as a mode of signification in which the characteristic of myth is the transformation of linguistic “meaning” into mythical “form”, contained in the final part of “Mythologies” (1957).9 My analysis will point toward the deployment within the liberal discourse of Ocios of a (historical) Gothic and a (mythical) Greek Spain which are raised against the reactionary-traditionalist ‘oriental despotism’ of the absolute monarchy which, following Hegel’s contemporary historical analysis of the ‘Germanic’ and ‘Roman’ worlds, arose out of the antithetical relation brought about by the progressive descent into the world of the spiritual church and the progressive divinisation of the secular, feudal monarch.

II. OCIOS’ “History of Spain” As Álvarez Junco has noted, the eighteenth century saw a shift in emphasis in historiography away from the “heroic” histories of battles and dynasties, and toward an historiography which attended to the ‘civil’ elements of the narrative of human society. In general terms he cites 8 The contemporaneity of Hegel’s philosophy of history to Ocios is not borne out by the dates of publication. Adapted from a series of lectures given in 1822, 1828, and 1830, the key elements of Hegel’s “The Philosophy of History” were nevertheless already present in the final sections of his 1821 text. See G.W.F. Hegel, Elements of the Philosophy of Right, trans. H.B. Nisbet, ed. Allen Wood (Cambridge: Cambridge University Press, 2005 [1821]), §§ 357-60. With regard to the ‘radical freedom’ of Christianity, see Marcel Gauchet, “The Christian Revolution: Faith, Church, King”, in The Disenchantment of the World, trans. Oscar Burge (Princeton: Princeton University Press, 1997), pp. 130-44. 9 Ronald Barthes, Mythologies (London: Vintage Classics, 1993).

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Hume, Muratori, Gibbon and Voltaire as key players in the attempt to “depurar la documentación para fijar hechos y fechas fidedignos, es decir, eliminar las fábulas de los falsos cronicones repetidas acríticamente por los historiadores barrocos”, continuing with: Otro de sus encomiables objetivos era superar la historia militar o heroica para escribir historia “civil”, según término de la época, lo que significaba prestar menos atención a las sucesiones de dinastías y batallas para interesarse por “la agricultura, las fábricas, el comercio, las bellas artes”, junto con “el origen, progresos y alteraciones de nuestra constitución, nuestra jerarquía política y civil, nuestra legislación, nuestras costumbres”. Estas frases, de Masdeu una y de Jovellanos la otra, revelan que, si bien la monarquía española había mantenido a sus súbditos al margen del movimiento intelectual del siglo xvii, en el xviii las cosas estaban cambiando y el eco de estos nuevos historiadores sí había llegado a oírse.10

It is precisely the ‘echo’ of this historiographical transformation which is immediately evident in Ocios’ representation of Spanish History. Indeed, the opening paragraphs of “Historia de España: Idea general de ella desde los primeros tiempos hasta nuestros días” of November 1824 serve to reveal and define the decidedly humanistic character of this historiography: La historia solo merece ser llamada escuela de la vida, cuando enseña las virtudes sociales, é inspira horror á los vicios que destruyen ó corrompen la sociedad. Emplearla solo en referir batallas y conquistas, es provocar en cierto modo á maldecir la providencia, la cual con eso dan á entender que no se ocupa sino en destruir la especie humana. No es esto lo único que los hombres han hecho en los siglos que nos han precedido. Épocas ha habido de paz, en que cerrado el templo de Jano, han tenido lugar los genios de las artes y ciencias para hacer felices las naciones; y en que la calma de la justicia supo castigar los crímenes de los malvados, y colmar de elogios y de premios los hechos de los virtuosos. La memoria de estos objectos es la verdaderamente útil á los venideros, y la mas á propósito para acreditar la pericia de los historiadores. Sin embargo la mayor parte de ellos, dejando en el olvido lo que tan provechoso nos fuera, casi no emplearon sus plumas sino en pintar el estrago de las guerras, con que unos á otros se destruyeron

10

José Álvarez Junco, Mater dolorosa (Madrid: Taurus, 2004), p. 197.

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los hombres. De este vicio común á casi todas las historias del mundo adolecen también las antiguas y modernas de la nación española.11

In line with this general humanistic turn within European historiography, History, then, for Ocios, is comprised of a positive record of man’s disposition toward the good of his fellow man, with the implication that the civic memory of the past is of utility to the future. Thus the History which Ocios presents is delineated as a civic history which is upheld as virtuous and instructive over the vitiating effects of heroic, military and dynastic histories. From this position we can turn to the periodization and content of this History and consider some of its central aspects. Ocios’ “Historia de España...” commences with what is termed ‘la época fabulosa’, a period which relates to the Phoenicians, and then the Tartesios and their successors the Turdetanos who occupied southern Spain to the west of the Guadalquivir until approximately 230 BC. Up to this point the presence of these “nations” within the Peninsula is held to be not only benign but beneficent. The civic culture of the Turdetanos is radicated in commerce, as distinct from a militarist culture radicated in force, and is proclaimed an “época feliz, digna por cierto de ser llamada de oro” against which all succeeding ages appear “según la expresión de Horacio, manchadas con cobre y con hierro”.12 Nevertheless, this civic idyll, this ‘true Golden Age’, is sundered by the arrival of the Carthaginians and from this point forward in history, Spain is viewed as subjected to a series of conquests and dominations which lead us up to the axial moment in Ocios’ historical narrative — the year 1085. Until this point the eternally extant España and her españoles have absorbed the successive dominations of the Romans, the Goths, and the Moors — and the contribution of each to a complex and plural cultural identity is acknowledged. However, it is in 1085 with the fall of Toledo that Alfonso VI is seen to open Spain to the influence of the Roman Catholic Church which had only been established some thirty years previously in 1054 as a result of the East-West Schism within the Christian Church. The consequence — according to Ocios’ Histo11

“Historia de España. Idea general de ella desde los primeros tiempos hasta nuestros dias”, Ocios, II, 8, November 1824, pp. 289-290. 12 “Historia de España”, p. 291.

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ry of Spain — was the introduction of Clunian monasticism, the displacement of the elegant Gothic alphabet by the “squared and ignoble” French alphabet, the imposition of the Roman liturgy and the eradication of what is described as the national glory of the liturgia primitiva — i.e., the Mozarabic or Old Spanish liturgy established by San Isidoro in the seventh century. En suma cuanto la historia nos presenta hasta la conquista de Toledo, no es mas que una mezcla de costumbres romanas, godas y árabes. Mezcla que en esa época (año 1085) se aumentó con un nuevo elemento que nos vino de allende. El rey Don Alonso VI, vencido del amor de su muger, introdujo en Castilla, con los monges de Cluni, muchos de los usos de Francia. Entonces fue cuando al delicadísimo y elegante alfabeto de los godos sucedió el mezquino y cuadrado de los franceses: y cuando la religión tubo que dejar su venerable liturgia primitiva, por acallar la envidia de los que no podían sufrir esta gloria nacional.13

Moreover, feudalism is introduced and with it ‘los llamados usos malos, y mil y mil supersticiones transpirenaicas, que fácilmente fueron admitidas por el vulgo, propenso suyo á cosas extraordinarios’, and this description is immediately followed with a concrete reference to the medieval codes which the doceañista liberals would reference with respect to the 1812 Constitution: “Solo la colección de nuestros cánones no quedó viciada con el contagio de los franceses, que ya mucho tiempo hacía veneraban como legitimas las decretales apócrifas”. In this axial moment, then, Gothic España — the culminative product of some 2,000 years of immanent nationhood and cultural fusion — begins to be deprived of its entire cultural, civic, and political freedoms which are gathered together under the rubric of the “spirit of the nation”: “Asi se fue perdiendo poco á poco y desapareció en gran parte el espíritu nacional, que entre tantos vaivenes todavía se habia conservado”.14 It is from this moment that the “spirit of the nation” — the very subject of Ocios’ enlightened, civic, humanist history — begins to be usurped by a “spirit of conquest” manifested by what Ocios terms the union of tiara y trono.15 13

“Historia de España”, Ocios, II, 8, November 1824, p. 296. “Historia de España”, Ocios, II, 8, November 1824, p. 296. 15 See “Inquisición política sustituida á la inquisición religiosa”, Ocios, III, 11, February 1825, p. 137. 14

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In effect, this historiography positions what might be termed an autochthonous ‘Gothic Catholicism’ against the domination of a foreign ‘Roman Catholicism’ identified with a feudal monarchy which together comprise the ‘spirit of conquest’. The organic cultural plurality of Ocios’ Gothic Spain is reduced to the institutional doctrinal singularity of the Roman Church, while the wealth of the civic sphere becomes the property of the monarch, and the interests of the few are raised over the rights of the many. It is precisely this argument which is brought into the present of the London exile and underpins claims in Ocios to the legitimacy of the 1812 Constitution as both a release from the ‘enslavement of the nation’ under the union of tiara y trono and the securement of modern freedom for the sovereign nation. If at this point we bring to bear the Hegelian view that ‘enslavement’ is the condition brought about by the alienation of the inalienable we can see that on the one hand the introduction of (French) feudalism is held to mark the alienation of the inalienable right to material property, thus the capacity for exchange and commerce.16 This comprises the alienation of the civic sphere of freedom, and its replacement by feudal relations of power. On the other hand, the intervention of the Roman Church in the Peninsula is held to mark the alienation of the inalienable property of religion. This comprises the alienation of the radical interiority of the Christian religion and its replacement by superstitious obedience to an external institution. The enslavement of the nation by the despotic union of tiara y trono against which Ocios persistently rails is comprised of this dual alienation of the inalienable. If we turn to Hegel’s The Philosophy of History as an apposite example of an historical discourse more or less contemporary with Ocios, we can see some essential elements of this analysis reflected.17 Central to Hegel’s analysis is the attribution of “despotism” to the oriental culture of what he calls the Roman World, and the attribution of “freedom” to occidental culture, which he terms the German World — by which he means those cultures which emerged out of the barbarian invasions following the collapse of the Western Ro16 For Hegel’s analysis of enslavement and alienation in this context, see G.W.F. Hegel, Elements of the Philosophy of Right, trans. H.B. Nisbet, ed. Allen Wood (Cambridge: Cambridge University Press, 2005 [1821]), § 66; § 66 R. 17 See G.W.F. Hegel, The Philosophy of History, trans. J. Sibree (Mineola, N.Y.: Dover, 2004 [1837]), pp. 318-346.

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man Empire. Highly condensed, Hegel’s argument goes something like this: the institutionalization of the primitive Christian Church occurred within the Roman world, and with the collapse of the Western Empire, it was the Eastern Church which provided institutional continuity within Christianity; however, the Eastern Church having been ‘placed in the midst of a civilization which did not proceed from it’ absorbed the oriental despotic culture within which it was placed. Meanwhile in the West, the Gothic hordes who swept into the space of the Western empire were indeed Christian, but being barbarians, they had not yet developed a culture, let alone refined it. Nevertheless, with time, this Gothic Western Christianity which had been effectively “de-institutionalised” by the collapse of Rome, did indeed develop a culture which, crucially, and in opposition to the Eastern Church, had developed in the “spirit of Christianity”. At this point Hegel has identified two distinct forms of Christianity: firstly an autochthonous Western Gothic Christianity whose culture is a product of the religion out of which it grew, and secondly, an institutional Eastern Christianity whose culture was adopted from the oriental civilization upon which it was imposed. The distinction between these two forms of Christianity is sealed when the radical subjective freedom of Christianity is seen to be regarded as immanent within the Gothic culture, and external to the oriental and despotic culture absorbed by the Eastern Church out of which the Roman Church arose. Bringing Hegel’s pertinent historical analysis to bear on Ocios’ historiography we can see that the establishment of the Roman Church in 1054 and its introduction in to Spain in 1085 was the point at which the autochthonous, by now “Gothic” España — formed out of the civic spirit of the nation, in the “spirit of Christianity” — begins to give ground before the despotic “spirit of conquest” deemed to be at the cultural heart of the ‘ultramontano’ Roman Catholic Church. In this light we can see that the doceañista ‘mito histórico’ is, by 1824, no longer simply a political argument claiming the restoration of the medieval liberties of the fuero juzgo — as per Carr. Rather it is also a cultural and religious argument which views the usurpation of the spirit of the Gothic nation in terms of the arrival of oriental despotism in the form of the Roman Catholic Church. In Ocios, the 1814 and 1823 annulments of the 1812 Constitution are, in turn, read in this light as

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the persistence of the oriental despotism of the union of tiara y trono — that is, the suppression of the immanent and eternal nation España.18 While within this historiography España arises out of a “time of fable” which is approximate to “mythical time”, the text — and many ancillary articles which can be read alongside it — nevertheless seeks to concretely explain the present condition of Spain in historical rather than mythical terms. Elsewhere, however, we can see this historical España framed by a concept which is unmistakably mythical.

III. Saavedra’s mythic ESPERIA Ángel de Saavedra’s 450 line ode “El desterrado” opens and closes with a vocative call to Esperia: ¡Ay! Que surcando el mar en nave agena Huyo infelice de la patria mía, Tal vez, ¡o cruda inexorable suerte! Para nunca volver... Áspero suena El recio vendabal, y espira el día. ¿Y qué a la nueva luz ya no he de verte, Hermosa Espéria! No: sañudo el viento Me arrebata violento, Y me aleja de ti.19

Esperia is a Greek term deriving from esperios — “of time: towards evening” and from this Esperia, “the Western land”, which classically referenced either Italy or Spain.20 Following the logic of the imagery, the West is also the place of decline, the death of light, and of the promise of renewal, and, as indicated by the opening stanza, it is precisely this notion of the “passage through the dark night until the resurrec18

See, for example, “Inquisición política sustituida á la inquisición religiosa”, Ocios, III, 11, February 1825, pp. 137-141. 19 “El desterrado”, Ocios, II, 5, August 1824, p. 60. Quotes from this text will be referenced by page numbers rather than by line as the original edition provides no other reference point. 20 H.G. Liddell and Robert Scott, comps., A Greek-English Lexicon (Oxford: Clarendon Press, 1961), p. 583.

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tion of the day” which marks the underlying structure of Saavedra’s patriotic ode. Here we are drawn straight back into the mists of the historical época fabulosa with which Ocios’ History of Spain commences, and we can turn again to “Historia de España...” to see that the “fabulous” is permitted within the historical: “Y si sus narraciones inverosimiles hieren nuestra imaginación; tal vez el corazon halla placer en oir fábulas útiles, como lo halla en las inventadas de propósito por los modernos”.21 This admission of the “unknowable” into the History of Spain opens up space for a solely mythical element in the narrative of the nation, mythical that is, in that it is both originary and outside the sphere of verifiable history Running briefly through the poem, the toponymy of pre-Roman Esperia is invoked and inhabited alongside that of España as el desterrado describes the disappearance of Spain below the dusk horizon as a storm-bound ship bearing him into exile enters the Atlantic from the Mediterranean. The river “El Bétis” is recognised as the modern Guadalquivir, and is addressed in intimate terms: “tu corriente de turdetania espacias en las vegas”.22 Saavedra descries “... las altas atalayas de los tartesios montes”23 — referencing his native Andalucía through the same Tartesios and the Turdetanos who occupied the territory during the época fabulosa. In addition, the “truly Golden Age” inscribed in “Historia de España...” is reiterated in terms of the mythical youth of the exile. However, the poem deploys Esperia not so much as an object in and of itself, rather it serves as a foil for España: as the idyllic past is folded into the traumatic present, the venerable remains of heroic forebears tremble in their ancient tombs, cursing their villainous descendents. Tiemble la tierra horrisona gimiendo Y ciudades enteras en sí hunda. Entre lóbregas nubes se confunda La luz del sol, y en su lugar ardiendo Cometas espantables, La atmósfera turbando, Estén iras celestes presagiando. 21

“Historia de España...”, Ocios, II, 8, November 1824, p. 290. “El desterrado”, Ocios II, 5, August 1824, p. 61. 23 “El desterrado”, p. 60. 22

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De los héroes los restos venerables En las antiguas tumbas se estremezcan, Y las losas hendiendo, Colosales espectros aparezcan, Y vuelven, maldiciendo A sus infames nitos, A otra mansión donde el honor impere, Y do yazcan los sacros esqueletos Sin que su ignominia su reposo altere.24

At the textual centre of the poem, then, the oppressed and irremediably unhappy España is urged to disappear into the sea as did Atlantis Hasta que horrorizada Sus leyes interrumpa Naturaleza, se estremezca, y rompa La base de diamante, Dó estriba de Pirene la gran sierra, Que del golfo Tirreno al mar de Atlante Los brazos tiende, y cual en tiempo antiguo A la infeliz Atlántida, hunda a España En los senos del mar con cuanto encierra, Quedando solo los escolllos y bajíos, dó estrelle el ronco mar su hirviente saña, Y de que huyen medrosos los navíos.25

However, el desterrado draws back from this invocation upon hearing the voices of his family across the rising seas, crying: “Infeliz! Aquí estamos en España, En este suelo dó la luz primera Te fue dado gozar, y ardiendo en saña Ahora maldices con audacia fiera [...]”.

El desterrado realises that to condemn historical España into the sea would be to evacuate the lived present from the mythical ideal of Esperia, and it is precisely this interdependence of España and Esperia which 24 25

“El desterrado”, pp. 64-65. “El desterrado”, p. 65.

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cannot be sundered. As the poem draws to a close, El desterrado overcomes his moment of utter despair and vengeance is vowed on the “idiot king” Fernando VII for the theft of Spain’s incipient liberty,26 and the return of the light is supplicated: Bella Esperia, patria mía, Embriagado en la esperanza De que has de tener venganza Mis pesares templaré. Llegue el suspirado dia, Mírete yo venturosa, Libre, triunfante y gloriosa, Y contento moriré.27

Where Saavedra circumscribes the historicality of España with the mythicality of Esperia, elsewhere in Ocios the term Esperia is deployed within a different context. In the announcement in February 1825 of the establishment of Vicente Salvá’s Librería española at 124 Regent Street, we see the same term deployed alongside “Albion” in a contemporary mythologizing of the Spanish intervention in the defeat of Napoleon: “[...] cuando los hijos de Albion y Esperia reunieron sus esfuerzos y su constancia para derrocar al hombre extraordinaorio que se había propuesto enseñorearse de la Europa entera”.28 That on the one hand Esperia is confined to the romantic individual interiority of el desterrado, and on the other to a collective eulogising of the War of Independence, allows us to concretely identify an operative mythical element in the exilic liberal discourse of Ocios de españoles emigrados which operates as an adjunct to the historical nation. The Hellenic Esperia and the Latinate España are distinct yet interdependent terms whose peripheries merge and blur without either one being subsumed by the other. The liberal idea of the Spanish Nation in Ocios is held at once to be both historical and mythical — a position which not only provides a platform from which to repudiate re-

26 “Arda en nuevas furias/El corazón cobarde/Del necio rey, que ciegos adoraron/ Bárbaros pueblos, y en crueldades nuevas/Haga de su perfidia inicuo alarde”, “El desterrado”, p. 64. 27 “El desterrado”, p. 70. 28 “Librería española y clásica de Don Vicente Salvá, Nº. 124, Regent Street”, Ocios, III, 11, p. 153.

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actionary imputations of the liberal Nation as the empracticement of revolution and novelty. Indeed, such a position also serves to validate the liberal concept of ‘nation’ as an eternal, secular, and collective development, and this in the face of a Roman Catholic traditionalism which necessarily locates the eternal within the transcendent, and the inherent sin of collective mankind within the terrestrial and the secular.

IV. Conclusion So, where does this leave us with respect to Nation, Myth, and History in Ocios de españoles emigrados? We have seen that the época fabulosa provides a narrative space for Saavedra’s poetic framing of Historic España within the Myth proper of Esperia — in that, in terms of Barthes’ semiotics, the first order linguistic meaning of España as the sign for liberal Spain is transformed into the second order mythical form of Esperia: the myth of Esperia is dependent on the signification of the term España. Conversely, España remains the sign for the nation, and as such, the history which is articulated by this sign is confined to the linguistic system, without assuming the formal semiotic content of the mythical system. We have also seen in “Historia de España...” that the fanciful and speculative historiography of what is termed the época fabulosa eventually transitions into something akin to empirical history — in that although the narrative which extends either side of the axial moment of 1085 is clearly articulated in the service of the logic of the idea of the liberal ‘nation’, the facts it presents are verifiable, and its historical analysis of the usurpation of the autochthonous “spirit of the nation” by the despotic “spirit of conquest” can be supported by a contemporary historical explanation of the fundamental difference between the immanent culture of the Gothic Christianity of the “German World” and the externality of the oriental despotism imputed, by Hegel’s analysis at least, to the “Roman World”. In this regard, Ocios’ version of the “historical myth” of the “nation” coincides with a broader historical discourse of the time, and if we seek an expression of the link between Gothic culture and the modern politics of the nation-state we need look no further than the Houses of Parliament at Westminster to see that the early Spanish liberals were not alone in bringing the symbolism of the Gothic past to bear on the future in the interests of a liberal nation in the nineteenth century.

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Furthermore, it is through an understanding of Ocios’ “historical myth” that its complexity is recognised. Not only does the doceañista liberal claim to the re-establishment of the fuero juzgo lose its preeminence to a degree as the narrative of the so-called “medieval liberties” is expanded to encompass an ethical critique of the absolutism which had twice now derailed the 1812 Constitution, but in addition, the terms of the “schism of the two Spains” which arose from its promulgation are seen to be aligned with the wider historical narrative of the rising dominance of the Eastern Church of the “Roman World” and the Western Church of the Gothic or “German world”: the tension between the contemporary cultural concepts of “civilization” on the one hand and “barbarism” on the other is seen to be being played out within the revolving door of early nineteenth-century Spanish politics, albeit with a semantic twist: the liberal “historical myth” of the nation itself can be seen to have, at least in one instance, generated a countervailing historical myth in the epithet of “los Persas” whose 1814 Manifesto was key to the 1814 annulment of the 1812 Constitution. In line with the analysis which can be drawn from Ocios in the light of Hegel’s Philosophy of History, we can see that where the liberals sought to ideologically align themselves with the Gothic (occidental) element in Spanish history, the epithet of “los Persas” marks an ideological alignment with the Orient. In line with the directionality inscribed in esperios — i.e., that progress is equated movement toward the West — the sixtynine Deputies who were signatories to the “Manifiesto de los Persas” clearly indicate a movement against such a concept of progress in that they determine to define themselves in unequivocally oriental terms: to look solely to the East is to look upon and adhere to the rising sun as the beginning which in commencing establishes an eschatological stasis; to look inclusively to the West is to follow the trajectory of time, to respond to the ‘now’, to recognize that the future is not an eschatological confine, but a dialectical repetition of the divine quotidian pattern. This would indicate that where Álvarez Junco marks the doceañista liberals with the taint of trying to bolster their incipient political standing by recourse to the conflation of history and myth, the reaction also saw itself in historical-mythical terms. Their respective reflections and shadows, orientations and occidentations, marking the ferocious intimacy of a state of schism.

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MORA EN LONDRES: APORTACIONES AL HISPANOAMERICANISMO

María Pilar Asensio Manrique Yale University

La labor de José Joaquín de Mora (Cádiz 1783-Madrid 1864) a su paso por las recién estrenadas repúblicas de Hispanoamérica tuvo, indudablemente, implicaciones en pos de la Ilustración y de la libertad. El periplo de Mora por tierras sudamericanas se inicia a principios de 1827 con la llegada a Buenos Aires procedente de Londres contratado para colaborar en el gabinete del Gobierno de Rivadavia, político argentino a quien conoció entre los círculos londinenses del impresor Rudolph Ackermann. Dicha colaboración se frustra en apenas diez meses cuando un cambio en el poder lo obliga a trasladarse a Chile. No obstante, en ese breve periodo de tiempo publica dos periódicos, Crónica Política y Literaria de Buenos Aires y El Conciliador, que dejan constancia de su legado cultural y literario que, según Luis Monguió, habría de marcar el establecimiento de las letras hispanoamericanas a partir de la independencia: “En América, por las mismas causas que en España, también habíase deteriorado la lengua, lengua que empezaba a ser el vínculo entre tantos países libres justamente cuando se hallaba en el último grado de la degeneración y el barbarismo”. Para Mora son los periódicos, así como el teatro (“escuela de la sociedad”), los medios de propagación principales, tanto de los progresos de la ciencia política como del buen gusto literario, que pueden dar solidez a una literatura americana originaria.1 Para el historiador liberal chileno Miguel Luis Amunátegui, primero en detallar los avatares de la trayectoria del intelectual español: “La 1 Luis Monguió, “Don José Joaquín de Mora en Buenos Aires en 1827”, en Revista Hispánica Moderna 31, 1 (1965), pp. 317-318.

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Odisea de que es el Ulises, ha tenido por teatro, no algunas islas vecinas entre sí, sino dos vastos continentes separados por un océano”. Amunátegui reconoce que, si bien a Mora no le corresponde la autoría exclusiva de los adelantamientos y de la prosperidad experimentados con la independencia de Chile, es inestimable la apreciación de sus servicios en asuntos de ciencia y de instrucción.2 Un reconocimiento que estriba en la motivación intrínseca que hizo de Mora un periodista infatigable, para beneficio de la Ilustración y del progreso españoles en sus comienzos, y de Hispanoamérica durante el exilio. Entre su extensa labor periodística se encuentran dos publicaciones cuyo objetivo primordial coincide en ser la divulgación de los últimos avances científicos y tecnológicos con un propósito utilitario: Crónica Científica y Literaria en España y Museo Universal de Ciencias y Artes en Inglaterra. En 1817 José Joaquín de Mora iniciaba en España la redacción de la Crónica Científica y Literaria (abril de 1817 a marzo de 1820), un periódico semanal (martes y viernes, 4 páginas) que hace patente un contenido científico significativo en el marco del absolutismo fernandino. Mora insertaba a España dentro de la “gran familia europea” en la que prevalecían los principios del materialismo mecanicista como paradigma del progreso civilizador. Mora consideraba imprescindible prestar atención a la ciencia y al desarrollo tecnológico que a raíz de la Revolución Industrial estaban proporcionando grandes beneficios y ventajas a Europa. Elena Ausejo indica que la Crónica es un intento de incorporar “la ciencia al patrimonio cultural de esta España casi desértica [en cuanto a sensibilidad científica] desde el punto de vista institucional”.3 Sin embargo, la relevancia de la Crónica se debe principalmente a una disputa literaria impregnada de connotaciones políticas, conocida como la polémica calderoniana, que desde 1814 Mora mantiene con el apoyo de Antonio Alcalá Galiano en oposición a Juan Nicolás Böhl de Faber, cuya ideología reaccionaria y espiritualista no da cabida a ningún proyecto con fines utilitaristas. El propio Alcalá Galiano, al comentar el papel de la Crónica en sus Memorias señala la inclinación política, 2 Miguel Luis Amunátegui, Don José Joaquín de Mora. Apuntes biográficos (Santiago de Chile: Imprenta Nacional, 1888), pp. 10-11. 3 Elena Ausejo, “L’émergence de la science dans la fureur absolutiste: La Crónica Científica y Literaria (1817-1820)”, en Sciences et techniques en perspective ser. 2, vol. 4.2 (2000), p. 210.

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más que la científica y literaria declaradas en el título, que absorbía por entero el interés de toda publicación en la península.4 Luis Monguió ha cotejado las ideas literarias de Mora publicadas en ambos periódicos, la Crónica de Madrid y posteriormente en la de Buenos Aires, concernientes a “esas quimeras misteriosas” y “enfáticas niñerías” que propugnaba el gusto de Schlegel, y concluye que la tal querella no concierne tanto a la rigidez de la normativa neoclásica por encima del gusto romántico, sino que manifiesta una disputa filosófica entre racionalismo y verdad humana e irracionalismo y metafísica. Así pues, libre de trabas políticas, en el exilio se demuestra hasta qué punto en España Mora tuvo que basar sus críticas exclusivamente en las reglas de la dramaturgia neoclásica para camuflar una moral antropocéntrica, racionalista y liberal, y evitar la censura absolutista que habría provocado el posicionarse abiertamente en contra del fanatismo religioso y del absolutismo político que Böhl, siguiendo las ideas de Schlegel, interpretaba en el Romanticismo: En la Buenos Aires rivadaviana, de libertad de imprenta y de pensamiento, el énfasis en las reglas neoclásicas ha desaparecido de los artículos de Mora sobre el teatro y sus objeciones a las comedias teológicas y los autos sacramentales surgen mucho más claramente de una filosofia y de una moral racionalistas y antropocéntricas, filosofia y moral que en la Península no había podido expresar abiertamente por ser heterodoxas.5

Desde Londres José Joaquín de Mora redacta el Museo Universal de Ciencias y Artes, una miscelánea trimestral (desde julio 1824 hasta octubre 1826), dirigida a la Hispanoamérica independiente, que se encuentra compilada en dos volúmenes: el primero con seis números en 384 páginas, y el segundo con cuatro números en 260 páginas. El formato es en octavo, con dos columnas por página y una regularidad de sesenta y tres páginas por ejemplar.6 El Museo se publica bajo los auspicios del impresor Rudolph Ackermann, y en su prefacio queda patente que se dirige a la instrucción y a la mejora socioeconómica del individuo en la América hispana. Una revista en la que predominan las discipli4

Antonio Alcalá Galiano, Memorias (Madrid: Rubiños, 1886), pp. 418-419. Monguió, “Don José”, p. 313. 6 Me valgo para este estudio de la edición que se encuentra en la biblioteca de Yale University. 5

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nas científicas con objeto de divulgar los últimos avances tecnológicos, que a su vez incluye narrativas de ficción para amenizar la aridez de la lectura, según su redactor, pero que fundamentalmente reflejan un propósito didáctico encaminado a la construcción de la sociedad civil hispanoamericana. La amplia divulgación de la ciencia para cumplir una función y desarrollo utilitarios en la sociedad española es un tema que había provocado polémicas desde la etapa renacentista. Los defensores de popularizar dichos avances empleando la lengua vulgar castellana se basaban en la necesidad de incluir las ciencias y sus aplicaciones como práctica común de todo tipo de gentes, con el objeto de que se aprendan los conceptos de manera llana, clara, sin oscuridad alguna que dificulte su uso y su entendimiento. No obstante, predominaron los detractores de esta postura, sobre todo en la disciplina médica, según López Piñero, imbuidos por el temor oscurantista de dotar de falsos conocimientos a individuos sin formación.7 Con esta polémica lingüística se puede apreciar una de las primeras barreras que limitaría la plena inclusión de la ciencia y de los avances tecnológicos en la vida cultural de la sociedad española; algo que, como indica Margaret Jacob, fue un factor imprescindible para desencadenar la Revolución Industrial del siglo xviii.8 En efecto, los beneficios materiales de la ciencia fueron puestos en práctica y absorbidos mucho antes por el protestantismo que por la cultura dominada por el clero romano, donde una visión secular del mundo que promoviera la fe en el individuo obviamente perjudicaba sus intereses creados como institución dominante.9 En España la atención prestada a la divulgación tecnológica y científica durante las décadas que marcan la transición al siglo xix es mínima, por no decir inexistente. El análisis del Museo interesa por tres factores específicos. En primer lugar, por tratarse de una publicación que se mantiene dentro de 7 José M. López Piñero, Historia y sociología de la ciencia en España (Madrid: Alianza, 1979), p. 26. Merece la pena recordar al Periquillo Sarmiento en la novela de Fernández de Lizardi (1816), quien todavía en el siglo xix confirma con latinajos el oscurantismo de los sabios, al emplearlos como prueba necesaria y suficiente de su pretendida habilidad para ejercer la medicina. 8 Según Jacob, “[t]he cultural life that did not build around science and technology in both [Italy and Spain] in the course of the eighteenth century is a part of the story of their industrial retardation” (Scientific, p. 164). 9 Margaret Jacob, The Cultural Meaning of the Scientific Revolution (Philadelphia: Temple University Press, 1988), p. 67.

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la corriente liberal afín del constitucionalismo español, que apoya las tendencias ilustradas de inclusión de la ciencia en el panorama cultural y de reforma de la instrucción popular. En segundo lugar, las directrices de Mora apuntan hacia la formación de un espíritu general americano, todavía sin intereses particularistas de nacionalidad, que se basa en los principios naturales del libre comercio, la laboriosidad y la audacia emprendedora. Si bien las disciplinas científicas con objeto de divulgar los últimos avances predominan en la revista, también se incluyen narrativas de ficción para evidenciar los riesgos de determinadas actitudes sociales e ilustrar principios morales. En tercer lugar, no debemos olvidar el papel que desempeña su redactor, Mora, como portavoz y enlace de los intereses comerciales británicos en el nacimiento de un nuevo mercado, el hispanoamericano. El Museo se dirige exclusivamente a Hispanoamérica en virtud de los vínculos lingüísticos y culturales que conforman la metáfora de la “gran familia hispánica”. En la revista aparece reiteradamente el campo semántico de los principios morales del cosmopolitismo ilustrado, con términos como ‘felicidad’, ‘bienestar’, ‘progreso de la humanidad’; una retórica que incita a la perfectibilidad del hombre y su entorno. Según Mora, todos los hombres son potencialmente partícipes tanto del progreso material como de la subjetividad artística. Un aserto ciertamente innovador para quien había sido un férreo defensor de los rígidos preceptos clasicistas en España, quien en la emigración, como indica Elena Ausejo, bebe de las fuentes no teóricas del Romanticismo inglés10 que estima una función social inherente en la creación poética. Para los ingleses, la fe en el progreso de la Ilustración es, a comienzos del siglo xix, una realidad tangible gracias a la mecanización, proveedora de la imparable y milagrosa industria de los inventos, que convierte la utopía científica en celo romántico. Según Coleridge dicha utopía, erradicaría la miseria y los males de la sociedad, además de conceder al hombre el poder del conocimiento que transformaría el mundo material en su totalidad.11 Mora concede una insistente valoración al trabajo y al esfuerzo personal del hombre, y promueve los instrumentos mecánicos para multi10

Ausejo, “L’émergence”, p. 212. Después de 1790 y de su paso por Francia, Southey, Wordsworth y Coleridge renunciaron a su proyecto sociopolítico utópico americano, Pantisocracy (Johnson, Birth of the Modern, p. 545). 11

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plicar ese esfuerzo, y contrarrestar la falta de población en ciertas áreas de Hispanoamérica, precisamente aquéllas en Sudamérica donde ya se había empezado a establecer colonias inglesas, tales como las de la llamada república de Buenos Aires y las del Río de la Plata. Para Mora, gracias a su empeño, cualquier individuo de la escala social podrá alcanzar el éxito, como lo han demostrado los británicos y los americanos del norte, con su modelo de hombre emprendedor independiente, ingenioso en su motivación por el utilitarismo y sin temor al riesgo financiero. Este prototipo comercial es, el que según Mora, sacará a Hispanoamérica del marasmo que sus primeros colonizadores le han infundido. Como señala en la revista, en este preciso momento la atención se fija “en aquellos vastos países de América, que, habiendo conquistado y establecido su independencia, han sido segunda vez descubiertos, en provecho de la Europa y de la civilización. […] Los Ingleses han empezado a sacar partido de tan favorables circunstancias.”12 El modelo capitalista inglés aplicado a las naciones hispanoamericanas solventará las dificultades económicas de la estrenada independencia al estimular y recompensar el mérito individual, con la actividad de la industria y del comercio. Algo comparable, dice Mora, “al calor de la primavera, [que] todo lo vivifica, todo lo fertiliza, todo lo pone en movimiento”. Una idealización un tanto hiperbólica para determinar el efecto que generará en los territorios americanos la injerencia británica “con sus máquinas, con sus géneros, y con sus empresas”.13 Asimismo, como promotor de ventas de estas manufacturas, el Museo incluye láminas con la descripción en inglés para facilitar su posible adquisición y promover los negocios del editor Ackermann. El Museo hace apología del beneficio que este colosal imperio desborda por toda la faz de la tierra. Los británicos, se declara en la revista, son los fieles proveedores en las zonas más embrutecidas del globo, donde reparten “ropas, muebles, instrumentos de labor”,14 mención implícita del papel exclusivamente explotador y negligente que el Imperio español había ejercido en sus posesiones de ultramar, que al fin y al cabo, provocó el movimiento independentista inevitable e irreversiblemente. Es decir, la postura de Mora en pro de la independencia de las repúblicas se debe al reconocimiento de la fracasada gestión de las 12

Mora, Museo I, p. 315. Ibid., p. 128. 14 Ibid., p. 122. 13

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colonias americanas desde la metrópoli española; por el contrario, en el Museo se aboga por la economía política del colonialismo británico para estimular el desarrollo en Hispanoamérica. Mora visualiza esas naciones como un espacio con una enorme riqueza natural, de cuya explotación Inglaterra se beneficiará con sus inversiones a cambio de su inclusión en la modernización. Esta defensa aplicada a la independencia de los territorios hispanoamericanos coincide con la ideología política, defendida por gran número de escritores ingleses del momento, del papel libertador y civilizador de los británicos en contra de la tiranía del imperio español. No obstante, no deja de ser un ejemplo de pingüe paternalismo comercial, ya que gracias a la intensa producción que efectúan las máquinas movidas por el vapor se multiplican y abaratan los productos, se cubren las demandas, y consecuentemente, se consolidan los capitales británicos. En palabras de Mora: La atracción que existe entre Inglaterra, y los nuevos Estados de la América del Sur, es una de las más notables singularidades de la época presente, y lo que más lisonjea al amigo de la humanidad, es que de esta atracción, y de las relaciones que de ella emanan sólo pueden resultar consecuencias benéficas para ambas partes.15

En este discurso del enriquecimiento mutuo subyace un obvio interés de explotación de recursos primarios, y de apertura de nuevos mercados consumidores de los materiales y proyectos que se promocionan desde las páginas del Museo. Un periódico, según Blanco White, concebido para “los pueblos Castellanos de América […] separados de la parte más adelantada del mundo, que habiendo vegetado por siglos en el pupilaje más opresivo, y bajo la férula del Gobierno más ciego de Europa, empiezan a gozar una especie de edad viril, retardada hasta ahora por la opresión de sus tutores.”16 El Museo se encarga por tanto, de alimentar una etapa vigorosa, que ostenta el carácter y el esfuerzo varonil de la independencia para consolidar el camino de la modernización: tanto en el orden físico, con las máquinas; en el científico, por medio de los últimos descubrimientos; y en el orden social, con el impulso de la burguesía. 15

Ibid., p. 128. José M. Blanco White, Variedades o el Mensajero de Londres (London: Ackermann, 1823-1825), I, p. 378. 16

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La ciencia empírica y la tecnología abarcan en su primer año más de la mitad de la publicación, siendo la Mecánica, la disciplina estrella del Museo. Mora pondera las artes mecánicas como las proveedoras de un “espíritu de vida que habían desconocido épocas anteriores.”17 Es decir, el espíritu que designan los incesantes inventos para facilitar el trabajo e incentivar la producción, y que determina un nuevo modelo de hombre con un poder de superación y una capacidad imaginativa inquebrantable. En los seis ejemplares que constituyen el primer volumen es significativo el protagonismo de la mecánica en todas sus formas instrumentales y sus aplicaciones utilitarias, tales como la medicina, la navegación, la higiene, las comunicaciones y la agricultura. Las invenciones de los aparatos mecánicos básicos se representan a lo largo de la historia desde la Antigüedad clásica, pero haciendo hincapié en el fanatismo moderno de la producción según los principios de la economía de agentes —a los que Mora hace referencia constante— y la división del trabajo de Adam Smith, que habían marcado el comienzo y la base de la industria a finales del siglo xviii.18 Por medio de las variadas interpretaciones y asimilaciones de la ciencia mecánica, el credo iluminista del progreso asume la categoría de dogma a lo largo del siglo xix, y el fenómeno de la mecanización paulatinamente suplanta la mano del hombre y supera todo tipo de inconvenientes externos. Los ideales clasicistas se desatan y el concepto de lo sublime adquiere unas características irrefrenables, las del nuevo espíritu romántico, que se reflejan tanto en la estética literaria como en la mecánica, en la pintura como en la construcción o el diseño industrial. El asombro en los aportes científicos se hace patente en una concepción del idealismo poético que provoca terror y admiración en el ser humano.19 Un ejemplo específico de esta admiración idealizada de la ciencia lo encontramos en la autobiografía de Blanco White, cuando relata el impacto de su primera, y “embriagadoramente placentera”, experiencia en el ferrocarril en 1832, cuyo movimiento e inmensa fuerza 17

Mora, Museo I, p. 6. Sigfried Giedion, La mecanización toma el mando (Barcelona: Seix Barral, 1978), p. 103. 19 El ingeniero francés Isambard Kingdom Brunel desarrolló en Londres la construcción de un túnel debajo del Támesis. A pesar del riesgo, Brunel —a quien Hobsbawm califica de sofisticado, imaginativo y atrevido (p. 187)— pernoctó en el foso subterráneo, recibía a visitantes curiosos e incluso organizó un banquete entre el fango y las cloacas. 18

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indica que es equiparable a la magia de un “gigante de novela antigua [...] puesto a nuestra disposición”. El viaje, a 15 millas por hora (24,13 kilómetros), lo describe con un entusiasmo sin límites, provocador de un placer equiparable al de la poesía sublime.20 La estética de esa emoción inefable se aprecia también en la grandeza de las dimensiones físicas, sobre todo en la altura y la profundidad, el efecto del poder ilimitado de la imaginación, y la magnitud descomunal de cualquier proyecto o empresa. Características que desencadenan el sentimiento sublime, que deja patente Mora en la descripción del recién inaugurado puente colgante sobre el estrecho de Menai, al norte de Inglaterra, desde donde sorprende la grandeza del hombre superando el mar embravecido, ante una gloriosa perspectiva del quiasmo. De forma práctica, Mora recomienda encarecidamente este tipo de proyectos para estrechar lazos entre las provincias americanas por la vía fluvial, siguiendo el ejemplo de los americanos del norte, cuya carrera comercial, gracias a los buques de vapor, les ha conferido una lucrativa ventaja sobre los ingleses. Por otra parte, el poder de la aceleración y de la productividad redefine el valor del tiempo y del esfuerzo con nuevas ambiciones y expectativas de superación. Las recomendaciones de Mora en cuanto a la formación de un espíritu individual que repercuta en el bien común de las jóvenes repúblicas, asocian al mérito emprendedor, una moralidad cristiana que ensalza la virtud y la constancia. En varios artículos del Museo, la precisión en la medida del tiempo es un tema relevante. Uno de ellos, titulado “El hombre reloj”21, trata de un fenómeno físico-fisiológico sorprendente. Se presenta como las observaciones de un estudiante de Teología en Suiza, leídas el 1º de septiembre de 1824 a la Sociedad Cantonal de Ciencias Naturales, sobre la facultad de un hombre atraído por el estudio de obras religiosas y la atenta observación del movimiento mecánico pendular de las campanas. Este individuo es capaz de indicar la hora exacta con minutos y segundos valiéndose exclusivamente de la percepción del movimiento interior de su cuerpo. Acerca del efecto en el ser humano del sonido de las campanas de las iglesias es significativo recordar un pasaje que aparece en la obra 20

Archivo de Vicente Llorens en la Biblioteca Valenciana. Caja 20, carpeta “Dublín (1832-1835)”, p. 2. Su traducción. 21 Mora, Museo I, pp. 245-248.

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Genio del cristianismo de François-René de Chateaubriand de 1802. En él, las campanadas se interpretan como las órdenes de Dios dirigidas al interior de los seres humanos y, por la “simpatía moral que tienen con nuestros corazones”, al ser escuchadas sobrecogen a aquéllos que infringen las leyes de la divinidad y los hacen enmendar sus acciones.22 La obra de Chateaubriand sirvió de inspiración romántica a muchos escritores durante las primeras décadas del siglo xix, y fundamentalmente defendía la religión como un impulso inherente de armonizar la vida humana, imprescindible después del periodo de caos irreligioso que había estallado con la Revolución Francesa, y también como consecuencia del exacerbado racionalismo dieciochesco, para cubrir aspectos de los sentimientos donde el intelecto no tenía respuesta.23 Aunque en la revista de Mora, no hay una crítica explícita al catolicismo, se puede inferir que este artículo valora la religiosidad como un sentimiento íntimo, sin ostentación ni alardes exteriores, diferente de las prácticas arraigadas tanto en la península como en Hispanoamérica. En la experiencia relatada sobre el hombre reloj se percibe un sentido mecanicista de la vida regulado por la disciplina, la tenacidad y la paciencia ante el tedio del trabajo; así como una intención sutil de relacionar la medida del tiempo con el control laboral, y por lo tanto, con la productividad. La destreza adquirida por ese suizo, Mora la presenta factible para cualquier sencillo, pero tenaz individuo, que persiga con ahínco su objetivo dando muestras de perseverancia y diligencia. Como indica Vicente Rocafuerte24 diez años más tarde desde la Presidencia de Ecuador, para hacer frente a la miseria, rampante a pesar de 22 François-René de Chateaubriand, Genio del cristianismo o bellezas de la religion cristiana (Barcelona: Mayol, 1842), vol. 3, p. 37. 23 “[T]he civilized world had passed, by virtue of those strange but irresistible currents which determine cultural change, from the Age of Reason to the Age of Romanticism. […] It was not that men or women were less rational in 1815 than they had been in the 1780s; on the contrary, the world was every day being increasingly pushed, in practical matters, along the paths of scientific deduction and mechanical exactitude. […] It was, rather, that they stressed different aspects of their behavior. In the 1780s it had been reason; now it was feeling” (Johnson, p. 111). 24 El ecuatoriano Vicente Rocafuerte, encargado de negocios de la República de México en Londres, mantuvo amistad con Mora, quien le dedicó en 1825 su obra Cuadros de la historia de los árabes, desde Mahoma hasta la conquista de Granada, publicada en la capital londinense, por su afán de ilustrar a Hispanoamérica.

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tener toda clase de riquezas naturales, cualquier tipo de reforma debe incidir en el trabajo y en la honradez de sus habitantes. Para Rocafuerte el liberalismo del siglo xix en Hispanoamérica tiene que ir íntimamente ligado a los principios morales del cristianismo, que denotan sacrificio y laboriosidad. Los hábitos de orden y regularidad en el trabajo afianzan la virtud. Rocafuerte hace, en 1835, un llamamiento a la inmigración de europeos, a quienes considera más dignos y trabajadores que los españoles, e indispensables para el pleno desarrollo de Ecuador.25 Por medio de la ideología mecanicista integrada en lo orgánico de la fisiología del individuo y en lo irracional del sentimiento religioso, el Museo propone un modelo de hombre cuyo empeño, ambición, laboriosidad, disciplina, constancia y buenos hábitos deben ser el paradigma de conducta en la independizada Hispanoamericana. Asimismo, el pasaje insertado del ‘hombre reloj’ sirve como espejo de contraste y rechazo de la imagen que se tenía de España. Los españoles, cualquiera que fuera su condición social, eran notorios por sus características como sujetos indolentes, débiles, abúlicos y sin ningún afán de superación. Cabe mencionar también el doble aspecto que representa el ser humano en la modernidad, y que aflora en este artículo; por un lado, como producto, sometido a los cambios de la modernización, y por otra parte, como creador del mismo universo mecanicista por el que se ve afectado. En el último año de la publicación aparece una serie de cuentos traducidos del francés, que Mora inserta como lecciones de utilidad moral. En general, se dirigen a ilustrar conductas de la joven recién casada, con consecuencias funestas, cuando se entromete e interfiere en los asuntos o negocios del marido. Con títulos, tales como, “Los brillantes”, “Paciencia y trabajo” y “La timidez culpable” se alecciona sobre los riesgos de la codicia, la flaqueza y el vacío intelectual femenino que arrastran a la ruina familiar —por extensión, se podría aventurar, al fracaso de la joven Hispanoamérica— y se exhorta al comedimiento y a la sensatez. En suma, en su revista, Mora dirige a la América española la corriente liberal del movimiento científico para formar ciudadanos aptos e industriosos instilando una serie de principios moralizantes que se ajustan a los de la tradición conservadora de la ética protestante. Con 25 José M. Velasco Ibarra, “Teorías políticas de Rocafuerte”, en Colección Rocafuerte I (Quito: s. e., 1947), pp. 1-28.

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el estímulo del progreso material, Mora exhorta a la nueva generación a encaminarse con vehemencia hacia una literatura nacional que guíe y dé lustre a la sociedad entera, e indica los medios y modelos para su florecimiento. Según resalta Monguió, Mora coincide con Andrés Bello en la creación de una literatura americana en español sin particularidades intrínsecas a cada nación independiente, sino homogeneizadas por la construcción de un individuo cuyo carácter supere las fallas debidas a gobiernos imperfectos, que muestre un espíritu general americano.26 Por otra parte, al igual que en las misceláneas de la época, el Museo difunde por un módico precio la promesa de igualdad de acceso a una esfera cultural generada por la pericia, el esfuerzo individual y la utilidad de los bienes materiales. Según Mora, todos los hombres pueden mejorar su situación y contribuir al establecimiento de una sociedad avanzada; para ello, es necesario afianzar el gobierno de uno mismo y ganar conocimientos prácticos que sean útiles a la sociedad, así como desarrollar una serie de virtudes, tradicionales de la ética protestante, que consoliden el bien común. Como portavoz de los intereses británicos, la retórica hispánica empleada por Mora adquiere, por vez primera, una proyección hispanoamericanista que gira en torno al modelo de ‘hombre hecho a sí mismo’, término acuñado por los norteamericanos que engloba una tradición cultural encaminada al ideal del éxito, el arquetipo del sueño americano tal y como fue concebido por sus fundadores. Mora hace explícito un objetivo de regeneración y restablecimiento de lo que denomina la “gran familia hispánica” por medio del entendimiento y de la aplicación de los últimos avances científicos y tecnológicos esperando ser acogidos tanto “en el palacio del opulento, como en la cabaña del pobre”, según indica en su prospecto,27 imprescindible para regenerar los maltrechos cimientos de la América española. El ideal de progreso común, basado en la movilidad social y la libre oportunidad reemplaza la imagen estática del orden jerárquico establecido.28 No obstante, sin desdeñar la riqueza natural del territorio, el hispanismo de Mora encapsula también un objetivo comercial lucrativo 26 Luis Monguió, Don José Joaquín de Mora y el Perú del ochocientos (Madrid: Castalia, 1967), pp. 34-37. 27 Mora, Museo I, s. p. 28 John G. Cawelti, Apostles of the Self-Made Man (Chicago: University of Chicago Press, 1965), p. 74.

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para los ingleses que provocará el descontento posterior de los líderes de Hispanoamérica. En efecto, la década de 1820 representa una etapa de capital importancia para la amistad y las relaciones entre la América hispana y Gran Bretaña. A lo largo del siglo xix los hispanoamericanistas advierten reiteradamente de los efectos en caso de una dependencia respecto a cualquier potencia. Si bien, desde Londres Mora se dirige a los hispanoamericanos para educarlos, instruirlos y abastecerlos de las manufacturas inglesas en aras de una hermandad hispánica global.

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DUDAS Y BRAHMINES: ESTRATEGIAS CRÍTICAS DE JOSÉ MARÍA BLANCO WHITE EN VARIEDADES O EL MENSAJERO DE LONDRES

Fernando Durán López Universidad de Cádiz1

1. Blanco White en 1823 Entre 1823 y 1825 José María Blanco White dedicó gran parte de su tiempo y sus menguadas energías a publicar en la capital británica un periódico trimestral en lengua castellana destinado a Hispanoamérica: Variedades o el Mensajero de Londres. Es el único proyecto importante que emprende en su idioma materno tras el cierre de El Español en 1814 y su resultado supone el corpus de obra crítica y divulgativa sobre literatura y cultura más extenso que escribió en toda su vida.2 Y, sin embargo, paradójicamente, este esfuerzo no responde a una iniciativa personal y se efectúa con notable falta de entusiasmo. En lo personal, escribe el periódico a contracorriente, luchando contra sus propios deseos y canalizando impulsos enfrentados. Tras el éxito obtenido con las Letters from Spain, que le situaron en un buen lugar del mundillo literario y periodístico inglés, Blanco White atravesó una breve etapa de reconciliación con sus intereses españoles, alenta1 Este estudio se inscribe en el marco de los proyectos: HUM2007-64853/FILO y FFI2010-15098 del Plan Nacional de Investigación del Ministerio de Ciencia y Tecnología cofinanciados por FEDER. 2 Aunque muchos artículos de las Variedades tienen edición moderna en diferentes antologías, la mayor parte no se ha vuelto a reimprimir. He consultado las colecciones conservadas en la Biblioteca Nacional de Madrid (en la que faltan un buen número de las láminas que acompañaban cada entrega trimestral) y en la British Library de Londres. Una extensa discusión y edición de sus contenidos relativos a literatura puede verse en mi reciente edición de José María Blanco White, Artículos de historia y crítica literaria, Sevilla: Fundación José Manuel Lara, 2010.

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da por las esperanzas y curiosidad suscitadas por el Trienio Constitucional. Los editores británicos le consideraban con razón el escritor idóneo para hablar a los ingleses de España en un momento en que aún había pocos españoles en Londres y la materia cobraba inusitada actualidad. No obstante, ese idilio duró poco, ya que en realidad no habían cambiado las condiciones que provocaron su ruptura con el país y le llevaron a hacer de sí mismo no meramente un súbdito británico, sino algo más: un intelectual inglés y un sacerdote de la Iglesia de Inglaterra. Las moderadas ilusiones que depositó en el nuevo régimen liberal se evaporaron pronto y la angustia y sufrimiento que Blanco asociaba al catolicismo hispánico se hicieron de nuevo presentes con toda su amarga intensidad. Al mismo tiempo, Blanco White experimentaba hacia 1823 una inflexión espiritual: este giro religioso se manifestó públicamente en forma de militancia contra la Emancipación católica en Gran Bretaña, poniendo su pluma y su credibilidad al servicio del partido tory más intransigente; en lo personal, la intensificación espiritual en esos años derivó en un intento de congelar sus incesantes dudas teológicas acerca de la divinidad de Cristo y la evidencia de la revelación por medio de un pietismo puritano próximo al de los evangélicos de la Iglesia, entre quienes tenía amigos muy cercanos. Todo ello le empujaba a dedicarse en exclusiva a la Teología y a conducirse en su vida cotidiana como un devoto reverendo de inquietudes eruditas, alejado de los asuntos mundanos. Y, sin embargo, a pesar de todo ello, aceptó embarcarse en una empresa periodística que le iba a requerir un gran esfuerzo, que le obligaría a pasar muchas horas leyendo y escribiendo en español y a revivir sus fantasmas semiolvidados; que le expondría de nuevo a críticas; y que, por último, le obligaría a hacer un papel de escritor no sólo profano, sino en algunos aspectos incluso frívolo. La causa de esta contradicción no hay que buscarla muy lejos: él mismo declara que fueron las trescientas libras esterlinas que le pagarían al año las que le decidieron, un dinero que él y la educación de su hijo no podían rechazar. Ahora bien, Blanco White hizo de la necesidad virtud y también trató de arrimar este trabajo asalariado hacia sus propias inquietudes cívicas, sin renunciar a la idea de que con su periódico podría ser útil al progreso cultural y moral de la civilización hispánica. Esta duplicidad entre la escritura mercenaria del gacetillero y la misión educadora del predicador define la peculiar naturaleza baciyélmica de las Variedades y, a la postre, acabará por hacer naufragar el proyecto.

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2. Dos autores, tres tipos de contenidos De entrada, a pesar de que el autor, traductor y adaptador de las 900 páginas de la revista fue uno solo, José María Blanco White, en realidad las Variedades tuvieron una doble autoría: la de Blanco, que siempre alude a sí mismo como “el autor” o “el editor de este periódico”; y la de Rudolph Ackermann, a quien siempre se le nombra como “Mr. Ackermann” o “el proprietario de este periódico”. La suya es una presencia en filigrana, pero con un peso grande a la hora de condicionar el carácter de la publicación. Ackermann era un hombre hecho a sí mismo, que se había convertido en uno de los principales promotores editoriales del Reino Unido sobre la base de las mejoras técnicas y artísticas introducidas en la industria tipográfica. Producía toda clase de artes gráficas, entre ellas libros y revistas divulgativas, grabados e impresos, que satisficiesen las necesidades de instrucción y ocio de las clases medias ascendentes. A partir de un cierto momento, decidió explotar el mercado hispanoamericano, que la independencia de las nuevas repúblicas había abierto al comercio británico. Creó una red de distribución y un lucrativo entramado de relaciones y prestación de servicios con varios de aquellos gobiernos. Para la parte literaria, se sirvió de la nutrida colonia de escritores españoles y americanos en Londres, empleándolos como traductores, adaptadores y, en menor medida, autores originales. Su primer colaborador fue Blanco White, a quien contrató para un objetivo específico: crear una versión en castellano de su emblemática revista en inglés, The Repository of Arts, Literature, Fashions, Manufactures, &c, con la misma planta y plan que ésta, que sirviese de buque insignia para el resto de sus productos en Hispanoamérica.3 Pero el pragmático empresario sajón quería fabricar una ba3

De Ackermann y su relación con los literatos emigrados españoles hay mucha información en el clásico de Vicente Llorens acerca del exilio en Londres; sobre la relación concreta con Blanco White han tratado casi todos los biógrafos del sevillano. Para un estudio completo del periódico, véase Fernando Durán López, “Blanco White aconseja a los americanos: Variedades o el Mensajero de Londres”, en Blanco White, el rebelde ilustrado, ed. Antonio Cascales (Sevilla: Junta de Andalucía, 2009), pp. 53-92, donde puede leerse un análisis detallado del periódico como obra unitaria y de sus contenidos, de los desajustes y evolución de su estructura, y de la complicada dialéctica entre los intereses empresariales y los ideológicos. Sobre Ackermann en general y sobre su dimensión americana, véanse los trabajos de John Ford, Ackermann 1783-1983. The business of art (London: Arthur Ackermann & Son, 1983); “Rudolph Ackermann: publisher to Latin America”, en Bello y Londres. Segundo congreso del Bicentenario (Caracas: Fundación la Casa de Bello,

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cía y al idealista escritor andaluz sólo le apetecía forjar un yelmo, así que el artefacto que acabó saliendo fue un baciyelmo, siempre en equilibrio precario y cuestionándose a sí mismo. Los lectores que compraron el primer número de las Variedades o el Mensajero de Londres, fechado el 1 de enero de 1823, se encontraron con algo que en superficie se parecía como dos gotas de agua a cualquier número del Repository: la disposición de la caja de imprenta era idéntica en los menores detalles (tipos, cuerpos, blancos, espaciados, estilo de encabezamiento y epígrafes...). Cada número trimestral comprendía un centenar de páginas en 4º, más varias láminas separadas con grabados, que eran una parte esencial de la oferta al lector. Aparecieron nueve números hasta finales de 1825.4 Cada entrega incluye hasta una veintena de piezas, de tamaños muy diversos, pero que no acostumbran a sobrepasar las veinte páginas, aunque, al contrario de lo que ocurre en el Repository, muchas aparecen seriadas. Otra diferencia notable entre la publicación matriz inglesa y su versión española es que en la primera hay un buen número de artículos comunicados y una variada autoría en los contenidos; en cambio, las Variedades, con pocas excepciones, tiene un autor literario único, entendiendo por tal no solo a quien aporta contenidos originales, sino a quien extracta, traduce o versiona otras fuentes. Aunque no puedo detenerme en este punto, cabe advertir que esa autoría literaria única es algo consustancial al periodismo de Blanco 1980), I, pp. 197-224; y “Rudolph Ackermann: culture and commerce in Latin America, 1822-1828”, en Andrés Bello. The London years, ed. John Lynch (Richmond: The Richmond Publishing Co., 1982), pp. 137-152. Más recientes y en muchos sentidos superiores, son los excelentes estudios de Eugenia Roldán Vera, The British book trade and Spanish American independence. Education and knowledge transmission in transcontinental perspective (Aldershot: Ashgate, 2003); “Useful knowledge for export”, en Books and the sciences in history, eds. Marina Frasca-Spada y Nick Jardine (Cambridge: Cambridge University Press, 2000) pp. 338-353; y “Libros extranjeros en Hispanoamérica independiente: de la distribución a la lectura”, en Impresos y libros en la historia económica de México (siglos XVIXIX), ed. María del Pilar Gutiérrez Lorenzo (Guadalajara: Universidad de Guadalajara, 2007), pp. 187-213. 4 El segundo número, que tuvo que superar diversos desencuentros entre Blanco White y Ackermann, y esperar a ver qué aceptación tenía el periódico en América, tardó un año en salir, y lo hizo con fecha de enero de 1824; luego, la periodicidad trimestral se normaliza. El primer tomo abarca el número piloto de 1823 y las cuatro entregas de 1824; el segundo tomo cubre los cuatro números de 1825, del 6 al 9. Se extiende a lo largo de unas 900 páginas de texto, a las que hay que añadir láminas y hojas publicitarias fuera de paginación, índices, etc.

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White, incluso en contra de sus aparentes deseos y declaraciones, y no un simple resultado de las circunstancias. Sea algo consciente o inconsciente, premeditado o impuesto desde fuera, el hecho de tener un redactor único confiere al periódico su personalidad colectiva y permite analizarlo como obra unitaria, un producto pensado con un designio global en que cada pieza posee doble sentido: el suyo individual y el que se deriva de su pertenencia a una unidad superior. Desde esta perspectiva, hay que tener en cuenta que tal designio unitario estaba trazado por un periodista de hondas inquietudes religiosas y con una visión crítica y reformadora de la cultura hispánica, pero que a la vez tenía que contentar a un empresario que exigía ofrecer al público unas lecturas sin aristas ideológicas ni opiniones religiosas o políticas que dificultasen su aceptación y su libre despacho en unas sociedades católicas recelosas al proselitismo protestante. Esa contradicción hace que en las páginas de las Variedades pueden distinguirse tres grandes bloques: los contenidos de Blanco White, los de Ackermann y los compartidos por ambos. Denomino contenidos de Blanco White al reducido número de artículos originales de tema político y religioso, auténticos editoriales en los que mostró directamente sus opiniones ante el público y que constituían la parte más comprometida y personal de las Variedades, a los que hay que sumar las Cartas desde Inglaterra. La recepción moderna de la revista se ha fijado tanto en esos artículos, que bien puede haber distorsionado la imagen real del conjunto de la publicación. Se suelen situar al principio de los números —eso no ocurre en el nº 1, significativamente— y muestran el plano de falla sobre el que se fue desplazando la fractura ideológica del periódico. Ya que se trata del tipo de artículos que más podrían contravenir los planes de Ackermann, Blanco White los escribe al principio con cautela, para no introducir elementos de crítica que incidiesen de lleno sobre la religión católica o censurasen el rumbo político de las nuevas repúblicas americanas; conforme la revista avanza y el equilibrio entre los dos autores se descompensa, el tono de estas piezas se hace mucho más directo y explícito. Los contenidos comunes de Blanco White y Ackermann serían aquellos en los que ambos podían sentir que se cumplía su propio proyecto de periódico sin contradicción ni ambigüedad. La revista se concibió como una miscelánea de artículos de tema literario e histórico, de divulgación cultural española, de traducciones, etc. Esos contenidos

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cumplían el papel que el empresario asignaba a la revista y a la vez Blanco White podía satisfacer en ellos su interés en divulgar y analizar la literatura, la historia y la cultura de España y de Inglaterra, introduciendo la crítica, el canon de autores y la interpretación estética e ideológica que le apeteciese. Estos contenidos suponen la columna vertebral de la publicación, sobre todo en el primer tomo, aunque con claros síntomas de desfallecimiento en el segundo. Su existencia y hegemonía fundamentaban la misma viabilidad de las Variedades, así que su degradación en los últimos números indica hasta qué punto los planes respectivos de Blanco White y Ackermann se iban alejando y anunciando un pronto final del acuerdo entre ambos.

3. Los contenidos de Ackermann Pero el que me interesa en el presente estudio es el tercer grupo de contenidos: los que llamo contenidos de Ackermann, es decir, aquellas partes que servían a los intereses de una empresa organizada como lo que podríamos describir, con algo de anacronismo, como un grupo multimedia internacional. El objetivo corporativo de las Variedades era servir de plataforma al resto de productos de la corporación; a la vez, Ackermann obtenía una mayor rentabilidad de sus inversiones mediante el aprovechamiento intensivo de los mismos contenidos a través de varios formatos diferentes: libros y periódicos, grabados sueltos y asociados a textos, productos en inglés y en castellano, reseñas y promociones de unos contenidos dentro de otros... Por eso, una parte muy destacada en las Variedades se llena con reseñas y noticias de otros impresos en castellano de la casa Ackermann, láminas de trajes y muebles tomados del Repository, extractos de libros de geografía y costumbres pintorescas publicados por la empresa en inglés, ilustraciones de edificios y lugares públicos de Londres y sus alrededores con textos de acompañamiento... Nada de eso interesaba a Blanco White directamente, aunque a menudo hizo un esfuerzo mayor del que parece para tomarse en serio esa parte de su trabajo. Es cierto que las frivolidades de la moda siempre le repugnaron por impropias de su condición sacerdotal y ajenas a su temperamento, y por eso las redujo al mínimo y nunca quiso redactar los breves textos descriptivos que acompañaban a las láminas de trajes

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(en el Repository, por el contrario, esa parte tenía muchísimo más desarrollo5). Pero el resto de contenidos que no se refería a modas, sino a otros libros de la empresa y, muy particularmente, la sección denominada “Entretenimientos geográficos” o “geográficos y topográficos”, Blanco White sí podía trabajarlos a satisfacción de su empresario y a la vez encontrar algún medio solapado de infiltrar en ellos sus intereses. Es ese punto en el que quiero centrarme. Los especialistas en la obra de Blanco White han mostrado gran desinterés por esos contenidos, considerándolos traducciones o trabajos de encargo que no mostraban su pensamiento ni su estilo. Esta impresión superficial queda bien representada en el apresurado repaso que hizo E. Allison Peers de las Variedades. El eminente historiador del Romanticismo español, tras enumerar los artículos sobre asuntos americanos y antes de entrar en lo que realmente le parece valioso —las piezas de historia literaria española y de divulgación de la cultura inglesa—, despacha el resto de forma displicente: “The remainder of the journal is largely occupied with generalities, written with the object of conveying interesting information about the world in general or London in particular”, citando como ejemplos “the series of articles entitled Entretenimientos geográficos; Perspectivas de Londres; De las crónicas antiguas, the titles of which express sufficiently well their character”.6 No hay que culpar a Peers de esa lectura tan ligera; la han compartido muchos de quienes se han ido acercando a esta revista, casi siempre para buscar otras cosas. Esto muestra que Blanco White tuvo acierto en su treta de disimular contenidos ideológicos en medio de artículos cuyos títulos mundanos y misceláneos parecían “expresar suficientemente bien su carácter”, como para que nadie se preocupara de echarles demasiada cuenta. 5

Aprovecho para señalar que, en contra de lo que a veces se ha dicho apresuradamente —me refiero a los trabajos de J. Ford ya citados—, las Variedades no pueden en modo alguno considerarse una traducción o versión en castellano del Repository. Ni la concepción de ambas publicaciones, ni su forma de escritura permiten establecer esa identidad; el trasvase de contenidos, aunque no ha sido estudiado a fondo, tampoco es muy grande; en las Variedades hay una cantidad enorme de páginas escritas o elaboradas expresamente para ellas, y no sólo de temas hispánicos. Quizá lo que Ackermann pretendiera fuera una traducción adaptada al gusto español y con una parte de contenidos propios, pero lo que salió es otra cosa bien distinta del Repository. 6 E. A. Peers, “The literary activities of the Spanish ‘emigrados’ in England (18141834)”, en Modern Language Review, 19, 3 y 4 (1924), pp. 315-324 y 445-458 (la cita en p. 448).

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Y sin embargo es un error creer que esto es así. Mi propuesta consiste en ver las estrategias con las que Blanco consiguió en muchas ocasiones aproximar a sus inquietudes críticas esas páginas en que explicaba grabados o resumía libros de geografía, viajes y costumbres. Aprovechándose de que su empresario no hablaba castellano ni controlaba de cerca los contenidos, y sin incumplir el contrato acordado con él, ni tampoco el pacto tácito formulado con el público hispanoamericano destinatario, Blanco White selecciona los materiales de carácter pintoresco, costumbrista o divulgativo que le facilita la empresa Ackermann y los transforma de modo que transmitan o sugieran ideas que no figuraban en sus fuentes originales. Así, subrepticiamente, esos textos coadyuvan también a la incisiva campaña de crítica ideológica que Blanco White deseaba promover. Al fin y a la postre, con una autoría literaria única, todos los contenidos, vengan de donde vengan, pueden acabar convirtiéndose en contenidos de Blanco White si se tiene la habilidad necesaria para escribirlos y para inducir en el lector la forma adecuada de leerlos.

4. Entretenimientos geográficos y estrategias críticas Para ilustrar estas estrategias críticas voy a centrarme en uno de los mejores y menos conocidos artículos, que se inserta en un sitio muy discreto del primer número, hacia su mitad y solo en segundo lugar dentro de la sección “Entretenimientos geográficos”. Se encabeza con el rótulo de “The world in miniature: o El mundo en miniatura. Publícalo R. Ackermann”.7 The World in Miniature fue una de las exitosas colecciones de Ackermann. Estaba formada por pequeños tomos en dozavo dedicados a describir la geografía, gentes y costumbres de los distintos países del mundo. Cada volumen tenía algo menos de 200 páginas de texto, compuestas en cuerpos pequeños pero con una caja de impresión poco aprovechada, con gran margen y espacio entre líneas; no obstante, su plato fuerte eran un buen número de grabados iluminados. Los grabados eran el principal producto comercial de la empresa, cuyos libros y revistas se concebían como apoyo y complemento al negocio de las 7 Variedades o el Mensajero de Londres, I, 1 (1-I-1823), pp. 49-55. El texto se reproduce íntegro al final de este trabajo; remito a él por los números de los párrafos.

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ilustraciones, lo cual no quiere decir que carezcan de valor en sí mismos. En esta colección, la parte literaria y la serie iconográfica se complementaban: los capítulos estaban diseñados para ir explicando las láminas y éstas a su vez cubrían la gama temática precisa para que el discurso literario fuese coherente, ordenado y completo. Con este plan se publicaron a buen ritmo más de cuarenta volúmenes entre 18211827, dedicados tanto a países europeos como de todos los continentes. Blanco White incluye en la sección de “Entretenimientos geográficos” de las Variedades una variada gama de láminas y textos tomados de The World in Miniature y de otros libros de Ackermann. El artículo del primer número al que me he referido abre la serie y le sirve de presentación y ejemplo. Tiene tres partes claramente separadas. La primera la forma el breve párrafo de introducción, que Blanco White dedica a despachar a toda prisa la tarea promocional a que le obligaba su acuerdo con Ackermann: presenta la colección The World in Miniature y se la recomienda vivamente a los lectores (§ 1). La segunda parte (§§ 2-8) reflexiona en general sobre la utilidad de la geografía, pero no de la geografía física o política, sino la que denomina “geografía moral o relativa a los hábitos y costumbres del género humano” (§ 2). La tercera parte es la ilustración de lo anterior por medio de El mundo en miniatura (§§ 9-17). De los tomos de la colección que habían aparecido a comienzos de 1823, el sevillano seleccionó un solo trozo: el capítulo y las láminas referidas a la costumbre hindú del sacrificio ritual de las viudas en la pira funeraria de sus maridos, sacado del tercero de los seis tomos relativos a la India.8 Es lo único que suscita su interés de entre las cerca de 1200 páginas en dozavo y los cien grabados de descripción de costumbres indostánicas que comprenden esos volúmenes.9 Blanco White —es de suponer que la decisión la tomara él, pero no hay modo de saberlo— escoge una lámina con dos grabados iluminados, que llevan las siguientes leyendas: “Viuda hindú que se arroja

8 The World in Miniature, edited by Frederic Shoberl. Hindoostan, containing a description of the religion, manners, customs, trades, arts, sciences, literature, diversions, etc. of the Hindoos. Illustrated with upwards of one hundred coloured engravings. In six volumes (London: R. Ackermann, [1822]), t. 3. 9 El interesantísimo análisis de la, a su juicio y el de sus contemporáneos ingleses, supersticiosa religión de los brahmines continúa, con más detalle y virulencia en otro artículo del número siguiente (“Entretenimientos geográficos. Castas del Hindustán y sus penitentes”, Variedades, 2 [1-I-1824], pp. 158-170), aunque no hay ninguna serialidad orgánica entre ambas piezas. Aquí limitaré, por tanto, mi estudio solo a la primera.

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al fuego con el cadáver de su marido” y “Funeral de un hindú”.10 Arropando a la lámina, Blanco White construye su texto reelaborando varios trozos, muy modificados en orden, selección y contenido, del capítulo “Suicide of widows”.11 Una comparación atenta del modo como está construido este artículo y del manejo que Blanco White hace de una fuente tan inocua como The World in Miniature ilustra bien hasta qué punto consigue convertirlo en una pieza comprometida con su ideario religioso. Lo hace mediante varias estrategias críticas y operaciones de modificación textual, que se pueden tomar como representativas de las que actúan en el resto del periódico. Esas estrategias, a mi juicio, son cuatro: 1) Dislocación de contenidos y funciones; 2) Superposición de sentidos e inversión de prioridades; 3) Manipulación de fuentes; y 4) Analogías implícitas. 1) Dislocación de contenidos y funciones Uno de los hechos que pueden resultar más extraños en el primer número de Variedades es la ausencia de una declaración programática de intenciones. No hay más que unas breves indicaciones técnicas sobre el plan del periódico, pero ninguna pieza que explique el sentido de su misión. Tal silencio no es esperable de alguien como Blanco White, tan obsesivo a la hora de explicarse ante el público y tan propenso a las reflexiones metaliterarias. A mi juicio, lo que ocurre es que el auténtico manifiesto programático está oculto en el interior del número y no es otro que la segunda parte de los “Entretenimientos geográficos”, que ya he mencionado. Aprovechándose de su control total del periódico como obra unitaria, Blanco White distribuye contenidos polémicos en lugares inesperados donde no fueran fáciles de encontrar por los censores hispanoamericanos y donde no despertasen recelos en su empresario. En ese sentido, todos los artículos de Variedades son potenciales vehículos de contenidos críticos y exigen ser leídos unos en relación con otros; Blanco White disloca las funciones de las diferentes piezas periodísticas para hacer que secciones aparentemente inocuas contengan elementos que hagan dudar a los lectores de a qué se está refiriendo en realidad. Muchas partes están 10

Los dos grabados figuran entre las páginas 90-91 y 98-99 del tomo citado, con el único cambio de que ahí las leyendas van en inglés y en las Variedades se han traducido al castellano. 11 The World in Miniature… op. cit., t. 3, pp. 99-131.

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dislocadas, disimuladas y a medio escribir, sin hacer patentes todos sus significados ni implicaciones, para que el público las complete. En el pasaje al que me estoy refiriendo del primer número, al hilo del mérito que posee la colección de libros geográficos de Ackermann, puede leerse una encendida defensa de las ventajas de que los hombres conozcan las costumbres y formas de vida de otros pueblos, porque así relativizarán las suyas. Las naciones atrasadas —sostiene— son aquellas que viven aisladas del resto de la humanidad y se acostumbran a creer que sus ideas son las únicas que existen. Recalca el efecto pernicioso que tal aislamiento chovinista produce sobre las creencias religiosas: el que los dos ejemplos que ponga sean los del escándalo que provocaba en una señora de Málaga la mera idea de conocer a un protestante (§ 4) y el inmemorial estancamiento a que se ha sometido el imperio de la China por negarse a cualquier trato con extranjeros (§ 6), indica en qué punto de atraso cree que está la civilización católica española, puesta a la par con el país entonces considerado más inmovilista y cerrado del planeta. Esta reflexión sobre la necesidad de comunicarse entre los pueblos y relativizar las costumbres, concluye con un espléndido alegato en favor de la duda como medio de progreso moral: ¡Cuánto bien no haría en la China una verdadera descripción de lo demás del mundo! Al principio sería mirada como un cuento extravagante; poco a poco habría quien empezase a dudar de la infalibilidad de los mandarines letrados; y dentro de algún tiempo se vería nacer un partido de dudosos que al cabo libertaría a la nación entera del yugo ignominioso que la oprime. [...] La duda es el verdadero principio del saber; la duda es el único instrumento que puede destruir montes de errores, poco a poco y sin explosión; la duda es el único antídoto contra la persecución y la intolerancia. Mas, al hablar de la duda con tanto elogio no queremos de modo alguno recomendar un necio dudar de todo [...]. Hablamos sólo de la duda prudente y modesta que pone al ánimo en estado de examinar las cosas, sin cerrar la entrada al convencimiento [...]. Hablamos de la duda que no da por sentado que cuanto se ha tenido por verdadero en tiempos en que dominaba la tiranía civil y religiosa, debe, por necesidad, ser falso. [...] [D]onde quiera que las gentes hayan estado privadas, por siglos, del derecho de pensar, examinar y decidir en puntos que a cada cual le toca averiguar si son verdad o mentira, dudad, amigos, les diremos; mas dudad con moderación [...] (§§ 6-8).

Este alegato es excesivo para el tipo de artículo en que se inserta, dice demasiado y con demasiado énfasis como para referirse única-

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mente a unos libritos con láminas y descripciones de países exóticos. No me cabe duda de que Blanco White está ahí formulando el propio plan editorial de su revista: sembrar dudas en los hispanoamericanos mediante el contraste de sus costumbres e ideas con las de otros países y épocas; sacar a los pueblos hispánicos de su aislamiento y su chovinismo; y dirigir muy especialmente esas dudas contra las creencias religiosas oficiales y exclusivas en esos países, las católicas. Es la agenda oculta de las Variedades, disimulada y a medio declarar. 2) Superposición de sentidos e inversión de prioridades Esta estrategia que acabo de explicar hace que la segunda parte del artículo tenga una doble función: la que ocupa dentro de la estructura del artículo y la que proyecta para la totalidad del periódico. Ya he hablado de la segunda; veamos ahora la primera. El artículo está organizado de la manera didáctica que Blanco White practica sistemáticamente en los artículos divulgativos y culturales de las Variedades: mediante un reparto de la pieza en una doctrina de carácter general y un ejemplo particular que la ilustra. Según el plan periodístico acordado con el empresario, el interés y el motivo de esos artículos está en el ejemplo, que es lo que realmente tendría que haber constituido el contenido de la pieza. Las partes generales se hacen para contextualizar dicho contenido. Pero, en realidad, Blanco White se las arregla siempre para invertir estas prioridades, de modo que en los artículos divulgativos acaba siendo más importante la doctrina que el ejemplo. Dicho de otra forma, se acaban construyendo como un sermón con ejemplos que sirven de ilustración ocasional de las doctrinas expuestas. Al invertir las prioridades y convertir en accesorio e ilustrativo lo que tendría que haber sido sustancial y en sustancial lo que tendría que haber sido contextual, Blanco White superpone un sentido nuevo, una interpretación propia, a la fuente de referencia que haya tomado de El mundo en miniatura, del Repository o de cualquier otro lugar. Para superponer su visión ideológica y hacer que su fuente le sirva de ejemplo, a menudo tiene que manipularla; ésta sería la tercera estrategia a la que quiero referirme. 3) Manipulación de fuentes En el artículo que estoy analizando, la manipulación del sentido de la fuente aparece ya desde su planteamiento. Mientras que el capítulo de

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referencia en el tomito sobre la India se titula “Suicide of widows”, la pieza de las Variedades nunca usa la palabra “suicidio”. Él no quiere hablar de suicidios, sino de “la costumbre antiquísima del Indostán que obliga a las viudas de las castas superiores a echarse vivas en el fuego en que se quema el cuerpo de su difunto marido” (§ 9, cursiva mía). A lo largo del artículo esa operación va a ser designada como “costumbre inhumana”, “quemarse con el cuerpo del marido”, “bárbaros sacrificios”, “mujeres que perecieron de este modo”, “mujeres que se entregaron a las llamas”, “esta barbarie”, “esta costumbre”, “determinación de la viuda al sacrificio de su vida”, “prueba heroica de su afecto”, “estos horrores”, “cumplir con el deber de no sobrevivir a su marido”, “hora del sacrificio”, etc. De hecho, toda la operación resemantizadora que opera el periodista sobre su fuente se basa en transformar la idea de suicidio voluntario en la de sacrificio ritual operado por los sacerdotes. Ello implica una transferencia del eje de interés del relato y, a la vez, dota de sentido lo que en The World in Miniature aparece como un enigma. El autor del texto inglés presenta a sus lectores un fenómeno extraordinario: que las mujeres de la India acuden voluntariamente a quemarse vivas. El elemento exótico y llamativo —por lo incomprensible y ajeno a la idea europea de la condición humana— es la disposición de esas mujeres a morir sin resistirse e incluso con absoluta entrega. La única explicación que se apunta al final del capítulo es la siguiente: The self-immolation of widows is a practice of great antiquity in Hindoostan: its origin is unknown. The natives assign as a reason for it, that many ages ago, the women, either from dislike or inconstancy, frequently took away the lives of their husbands. The most excruciating torments being found inadequate to prevent the repetition of this crime, the Bramins directed that the widows should be burned together with their husbands, and by this expedient gave them an interest in the preservation of the latter.12

Aunque ahí se habla del papel de los brahmines, esto es, de los sacerdotes hindúes, no se les atribuye más motivo que evitar los frecuentes parricidios. A Blanco White, en cambio, no le interesa mostrar una costumbre incomprensible, sino comprenderla, de ahí que no mencione el asesinato de maridos y aporte al lector su propia explicación, mucho más detallada: 12

Ibid., p. 126.

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Si se pregunta el origen de esta costumbre, los brahmines más instruidos no saben dar respuesta que satisfaga. Los motivos que influyen el corazón de las mujeres, al presente, se reducen al miedo de infamia y a las esperanzas de galardón en el otro mundo. A veces se halla que el amor al difunto marido contribuye a esta determinación de la viuda, quien, creyendo que el sacrificio de su vida librará a su amado del infierno o purgatorio en que creen estos pueblos, no duda darle esta prueba heroica de su afecto. Pero el interés de los brahmines es la causa principal de estos horrores, no menos que el orgullo y vanidad que induce a los ministros de las falsas religiones a mantener el sistema de creencia en que se funda el respeto que reciben de los demás y las ventajas de su estado, sin que esto impida que un verdadero fanatismo y una fe firmísima en sus dogmas contribuya, en muchos casos, al celo de estos ministros de una religión horrible y feroz (§ 12).

Al describir el ritual seguido para esta cremación de muerto y viva, el autor inglés sólo atribuye a los brahmines el papel de animar y consolar a la viuda por medio de una bebida con opio y canciones religiosas;13 además, en otro momento dice que a veces los brahmines y los parientes intentan disuadir a la viuda, sin conseguirlo.14 Blanco White elimina esta última idea y construye otro relato, donde los sacerdotes tienen un papel mucho más destacado: les atribuye el “dictamen” que determina a las viudas a sacrificarse y dice que “sale precedida de tambores y clarines, y rodeada de brahmines que le predican incesantemente, ponderando la gloria que va a gozar allá en su cielo. No satisfechos con estas exhortaciones, y temiendo que la pobre infeliz ceda al miedo a vista de la hoguera, danle a beber un licor con gran cantidad de opio y la aturden con canciones en que celebran su heroísmo” (§ 13). Y donde se decía que la inmolación era gloriosa para la familia “and for the Bramins, who, moreover, derive no trifling profit from the ceremony” y que las joyas de la muerta eran distribuidas entre “her friends and relatives”,15 Blanco White afirma lo contrario: que los sacerdotes se 13

“The Bramins, meanwhile, exalt the imagination of the victim, by giving her a liquid in which opium is mixed, to drink: and as they draw near the fatal spot, they strive to strengthen her resolution by songs in which they extol her heroism” (ibid., p. 101). 14 “It is affirmed that previously to the ceremony, the Bramins themselves, as well as her relatives and friends, endeavour to dissuade her from the sacrifice, but that her resolution once taken is sacred and inviolable” (ibid., p. 102). 15 Id.

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repartían las joyas y que golpeaban con un mazo a las indecisas que en el último momento se arrepentían.16 El libro inglés enumera ejemplos de mujeres a quienes nadie pudo disuadir de su gozosa incineración en vida, que las Variedades también omiten. El único caso concreto recogido en el artículo de Blanco White es precisamente el único que, en The World in Miniature, se ofrece como excepción a la regla general del suicidio voluntario.17 El texto de referencia dice que, habiéndose escurrido la desdichada mujer entre el humo para huir de la muerte, fue perseguida por “the son and his companions”, sin mencionar a los brahmines.18 Blanco White vierte esto diciendo que: “su proprio hijo, ayudado de los brahmines, perdiendo toda esperanza de convencerla a que se echase de nuevo a las llamas, para salvación de su alma y de la de su marido, la ataron de pies y manos y la entregaron al fuego” (§ 16). Así pues, el periodista manipula el pasaje entero que le sirve de fuente para cambiar por completo su sentido y dejar claro que el presunto sacrificio “voluntario” de las viudas no es sino parte de un ominoso e interesado poder sacerdotal, movido por la codicia y la superstición. Blanco White tiene, pues, una interpretación propia del fenómeno y no duda en reelaborar libremente su fuente de referencia seleccionando o añadiendo los hechos adecuados para que esa interpretación quede respaldada por el relato.19 4) Analogías implícitas ¿Y cuál es la intención de Blanco White al modificar de este modo su fuente en este artículo? El propósito discretamente escondido, pero 16

Este último detalle no lo indica el texto inglés en su descripción general de la ceremonia, pero sí en un caso que relata, a título de excepcional, varios párrafos más adelante, donde, sin embargo, no se alude al disimulo con que Blanco White dice que los sacerdotes encubren el golpe (The World in Miniature…, p. 116). 17 Se presenta así: “All the unhappy wretches who are placed in this cruel predicament, are not equally resigned to their fate. In spite of the prejudices of education and religion nature will occasionally assert her rights” (ibid., pp. 112-113). 18 Ibid., pp. 115-116. 19 Al denominar esto “manipulación”, he de dejar claro que las Variedades no dan este artículo como una traducción, ni citan la fuente que siguen, sino que lo presentan como una pieza original, de modo que la responsabilidad de lo que se dice allí recae sobre Blanco White, no sobre el autor de The World in Miniature.

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perceptible a pesar de todo, no es otro que suscitar una analogía en la mente de los lectores (hispanoamericanos católicos) que les haga equiparar esta brutal superstición promovida por los brahmines en beneficio de su poder y riqueza con otras formas de poder levítico y superstición opresora. En concreto, el texto sugiere, mediante una asociación que no se hace explícita, sino que depende de la experiencia previa e inteligencia del lector, que la conducta de los brahmines es como la de los frailes católicos, mientras que las viudas sacrificadas son comparables a las jóvenes “esposas de Cristo” entregadas al rigor de los conventos, algo que él, por razones familiares muchas veces evocadas, tenía muy presente con recuerdos dolorosos. Un elemento clave de esa asociación implícita es el uso de un determinado vocabulario analógico tomado de la fraseología del catolicismo en la descripción de las costumbres del hinduismo: se hace equivaler “brahmín” a “director espiritual” y el sangriento funeral a unas “bodas”, y se dice que los brahmines predican a las viudas el gozo de la vida eterna, tres elementos que no figuran en The World in Miniature,20 a pesar de que el párrafo está casi enteramente traducido de allí. Blanco White no tiene que decir más, sabe que ese relato y ese vocabulario conectarán con la experiencia y la memoria colectiva de sus lectores y que ellos completarán la analogía: es decir, que en ellos se suscitará una duda sobre si las miles de jóvenes enclaustradas de por vida en los conventos como esposas de Cristo para ganar la salvación eterna no son también víctimas de una superstición cruel promovida por la codicia y el ansia de poder de frailes, confesores y directores espirituales. Tal método es frecuente en la revista. Hay otros varios lugares en los siguientes números en que reincide en la misma analogía implícita, aunque con una creciente tendencia a hacerla cada vez más explícita.21 20

En un ejemplo posterior del texto inglés, omitido por Blanco White, sí aparece la analogía nupcial en el adorno y compostura de la viuda sacrificada. 21 Tales clases de analogías, desde luego, no eran ni exclusivas ni originales de Blanco White. Por citar solo un ejemplo, quien iba a ser uno de sus grandes amigos en los años siguientes, Richard Whately, escribe en cierto lugar contra una comparación análoga entre el clero hinduísta y el cristiano (ya no el católico) publicada en una revista liberal británica: “On another occasion, an article on Priestcraft having appeared in the Edinburgh Review, in which the writer, ostensibly attacking the Braminical religion, but evidently applying, with some ingenuity, all that he says, to every religion, including the Christian, represents all as the offspring of priestcraft, I was induced to allude to these views, in a discourse delivered before the University, on the 5th of november, and

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Véase por ejemplo el pasaje sobre la religión de la Britania prerromana en sus piezas de historia de Inglaterra, otro artículo de apariencia divulgativa en que infiltra ataques al catolicismo: La religión de los britanos era, como en todo pueblo apenas salido de la primer barbarie, el lazo más fuerte de la sociedad, aunque no menos pesado y tiránico que lo ha sido en la primer infancia de todas las naciones que no la han recibido directamente del cielo. La Inglaterra gimió por muchos siglos bajo la superstición horrenda de los drúidas, especie de hermandad o, por mejor decir, orden religioso cuyo origen se pierde de vista en la antigüedad más remota. En tiempo de la conquista de Julio Cæsar, estos frailes idólatras tenían el centro de su autoridad en Gran Bretaña. El saber y los estudios estaban limitados a los miembros de este orden, y los que apetecían ser instruidos tenían que pasar por un severo noviciado. Dividíanse en tres clases: los bardos, a cuyo cargo estaba la historia de la nación y sus héroes, que celebraban en verso; los vates o profetas, empleados en mantener la superstición de los pueblos con prestigios y predicciones, y divertirlos con músicas y cantares; y los drúidas, de quienes, por ser la porción más numerosa, la orden tomaba el nombre. La ocupación de estos era, como entre los monjes cristianos, las prácticas y ejercicios religiosos diarios. La religión de los drúidas estaba fundada en el temor. La superstición les había dado tal ascendiente que nadie se atrevía a resistir lo que ellos mandaban. La contravención de sus leyes era castigada con el mayor rigor. Ellos eran los únicos jueces y árbitros de la conducta de los pueblos. Además de castigar con pena de muerte, la pintura que hacían de los tormentos a que podían mandar a los desobedientes en el otro mundo atemorizaba a los más esforzados. Para tener más poder sobre los hombres habían ganado las mujeres a su partido. De esta las había que profesaban castidad perpetua y clausura, since published. In this, I set forth what has always appeared to me the correct view of the Christian-ministry, thus converting all that is said about priestcraft, from an argument against Christianity into a powerful evidence for it; inasmuch, it is the only religion that had (at the time when it was introduced) no sacrificing priest (sacerdos, or hiereus) on Earth; and is such, consequently, as Man would never have devised. This discourse was submitted to Dr. Copleston, who fully concurred in the views there taken” (Richard Whately, Remains of the late Edward Copleston D. D., bishop of Llandaff, with an introduction containing some reminiscences of his life [London: John W. Parker and Son, 1854], p. 68). Tales analogías eran frecuentes en el contexto del auge de la crítica histórica y del comparatismo entre religiones y mitos que se produce desde el siglo xviii, disciplinas que se usaron para socavar los fundamentos del exclusivismo que los cristianos creyentes en la revelación reclamaban para sí. No es ésa, desde luego, la intención de Blanco White, cuya crítica se limita al catolicismo romano, pero sí es el mismo método.

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y a quienes podríamos llamar monjas; otras, a quienes por la gran semejanza, podríamos dar el nombre de beatas, mujeres que, viviendo en libertad, casi no se separaban de sus directores, sirviéndoles en sus habitaciones campestres o selváticas sin que los buenos maridos sospechasen engaño; y finalmente las que podrían llamarse legas, empleadas en los menesteres serviles y domésticos de los religiosos. [...] Al temor que semejantes sacrificios [humanos en sus ritos] debían inspirar, se agregaba, para tener en completa sujeción al pueblo, la vida austera que muchos de los drúidas principales hacían en cuevas y entre peñascos, manteniéndose de yerbas y bellotas que cogían de las encinas. Probablemente estos anacoretas no serían muy numerosos, porque de otro modo poco servirían a la orden druídica las riquezas de que, según el testimonio de los autores romanos, eran sumamente avarientos. Yo creo que buscarían novicios bastante fanáticos y necios que se dedicasen a esta vida penitente, dando con ella fama y honra a la orden, como se cuenta de los jesuitas, quienes mandaban al Japón, para mártires, a los jóvenes de quienes, por demasiado sencillos y limitados, no podían sacar partido en Europa.22

La selección léxica de sus analogías (“orden religioso”, “frailes”, “noviciado”, “monjes”, “clausura”, “monjas”, “beatas”, “legas”, “directores”, “anacoretas”, “novicios”, “vida penitente”), concluida con la referencia a los jesuitas, apunta contra la Iglesia católica, al tiempo que omite cualquier connotación ofensiva para un cristiano protestante. Por último, ya sin esconder las implicaciones de su analogía, en otro artículo del nº 6 de las Variedades, Blanco White presenta la religión mahometana diciendo que lo bueno que tiene procede del cristianismo, para a continuación afirmar que hay también muchas cosas malas que este comparte con judíos y musulmanes. Ahora bien esas cosas malas no son en realidad del cristianismo, sino del catolicismo: el espíritu de persecución e intolerancia, la Inquisición, la Teología escolástica y los autos de fe.23

22

“Bosquejos de la historia de Inglaterra”, Variedades, I, 3 (1-IV-1824), pp. 218-219. En ese momento, Blanco White aún estaba convencido de que el espíritu inquisitorial y la intolerancia religiosa eran privativas del catolicismo. En años posteriores cambiará de opinión y llegará a persuadirse de que la Iglesia de Inglaterra y la mayoría de las confesiones cristianas institucionalizadas compartían el mismo defecto, que resumirá en la idea, para él peyorativa, de ortodoxia. Así pues, en 1825, al hablar de “espíritu de persecución e intolerancia” entre los cristianos, no se le ocurría que se pudiera atribuir esta desviación de la primitiva bondad del mensaje evangélico a nadie más que a los católicos. 23

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Tal es la práctica de las virtudes benéficas de que hemos visto algunas pruebas en los extractos ya hechos. Obligado por la estrechez de mis límites, solo haré notar los efectos dañosos de cierto espíritu religioso mal entendido, de que por desgracia se hallan más ejemplos entre los cristianos que entre los que profesan los sistemas religiosos más absurdos. Hablo del espíritu de persecución e intolerancia. Si los que se dejan llevar de la vehemencia del celo por su religión hasta perseguir a los que la creen falsa consideraran que semejante celo es siempre a proporción, no de la verdad y pureza de los principios religiosos, sino del orgullo santificado de los perseguidores, tratarían de distinguir la religión cristiana de entre todas las otras por la humildad y mansedumbre de su Divino Maestro, que fue ejemplo supremo, no de perseguidores, sino de perseguidos. La irritación de que nace el espíritu perseguidor no es hija del convencimiento; por el contrario, mientras más persuadido está un hombre de la verdad de lo que cree, tanto más tranquilamente escucha los argumentos en contra. ¿Quién ha visto a un matemático enfurecerse contra quien niegue una de sus proposiciones geométricas? No, el furor en estos casos nace de la voluntad, no del entendimiento, y por lo general crece a proporción que el religionario se propone resistir toda razón en contra de su creencia. Los amigos y favorecedores de la Inquisición deberían reflexionar que tienen por antecesores y modelos a los judíos que persiguieron a Cristo y sus apóstoles; a los paganos que derramaron la sangre de los primeros cristianos; y últimamente a los mahometanos, que aunque enemigos de la persecución personal, y tolerantes de los que, a costa de un pequeño tributo, rehusaban hacerse mahometanos, se habían dado demasiado a las cuestiones escolásticas de su teología para no incurrir en el mismo error práctico que los ministros del Santo Oficio. Los árabes cordobeses tenían también sus autos de fe.24

Este pasaje es ya mucho más explícito y directamente agresivo que los anteriores y muestra también cómo el proyecto de Variedades se ha ido desequilibrando. En el segundo tomo, los contenidos de Ackermann y los de Blanco White están mucho más separados y el periodista hace menos esfuerzos para ocultar su agenda política y religiosa a los hispanoamericanos. El final del periódico seguramente en esa fecha ya estaba decidido y fijado para cuando terminase el año y el reverendo sevillano no contiene ni esconde sus opiniones anticatólicas, ni necesita ya usar estrategias solapadas para sembrar dudas entre sus lectores. 24 “Análisis de la historia de los árabes de España escrita por don José Antonio Conde”, Variedades, II, 7 (1-IV-1825), pp. 146-147.

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Apéndice THE WORLD IN MINIATURE, O EL MUNDO EN MINIATURA PUBLÍCALO R. ACKERMANN25 [1]

Esta es una de las obras más divertidas e instructivas que podemos recomendar a los lectores aficionados a noticias geográficas. Consiste, al presente, de veinte y un tomitos con una multitud de estampas iluminadas que representan los trajes y costumbres nacionales de los diversos pueblos. Las naciones que hasta ahora abraza son: el Indostán, en seis tomos; Turquía, en otros seis; África, en cuatro; Iliria, en dos; y Persia, en tres. Síguese sin cesar la publicación de la obra, que en breve estará completa y formará una colección sumamente interesante de usos, costumbres y opiniones de todos los pueblos conocidos. [2] El ramo de conocimientos a que damos el nombre de geografía abraza tres divisiones cuya importancia se funda en muy diversos respectos o relaciones con los intereses humanos. La geografía física describe el aspecto exterior de las varias regiones de la tierra, el enlace y dirección de las montañas que las atraviesan y el curso de los ríos que corren por los valles intermedios, el clima y los frutos que nacen bajo su influjo. La geografía política nos da noticia de las divisiones arbitrarias de ciertas porciones del globo, que los hombres hacen y deshacen entre sí; conocimiento útil y aun necesario, sin duda, pero que apenas merece el nombre de ciencia, y que los ánimos afilosofados adquieren con dificultad y disgusto. No así la geografía moral o relativa a los hábitos y costumbres del género humano. Estólido por demás y de entendimiento obeso debe ser el hombre que no tome interés en las acciones y sentimientos de su misma especie. Es verdad que las preocupaciones que al abrigo de una profunda ignorancia se estancan en la mente, sin que un soplo de verdad venga jamás a estorbar su podredumbre, ahogan la curiosidad y dejan al ánimo contento con revolcarse en su charco, que a él le parece un océano. Dígase a uno de estos que todo el mundo no se viste a su modo, ni comen las mismas viandas, ni tienen la misma religión que se observa en su villa y distrito, y, si no pone en duda la ve-

25

Variedades o el Mensajero de Londres, I, 1 (1-I-1823), pp. 49-55. Modernizo la ortografía, uso de mayúsculas y puntuación. Para facilitar las citas, he numerado los párrafos; esa numeración no está en el original.

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racidad del que le da tan extrañas noticias, se encogerá de hombros sin poder entender cómo es posible que haya nada bueno entre gentes que tan poco se parecen a él y a los que con él viven. [3] Esta ignorancia de la variedad moral del hombre, y de las innumerables formas y caracteres que toma, según las circunstancias en que nace y se cría, es una de las fuentes más copiosas de males para el género humano. A proporción de esta ignorancia es la falta de amor fraternal entre hombre y hombre, la dureza de corazón para los extranjeros y la necia satisfacción propria que hace imaginarse al ignorante que las demás naciones se distinguen de las criaturas irracionales solo en cuanto se parecen a él y a los de su tierra. [4] ¿Qué diremos de las preocupaciones religiosas en tales sujetos? Gracias al comercio extenso de la Inglaterra, y al trato y comunicación que los pueblos hispano-americanos han tenido con los naturales de este país, de resultas de su independencia, no habrá, en el día, muchos pueblos en que las gentes salgan a ver a un hereje medio airadas, medio temerosas y haciéndose cruces al hallar que no tiene garras de león, ni colmillos de jabalí, y que en todo y por todo es tan bien parecido como el más galán del pueblo. No ha muchos años que una señora de las mejores familias de Málaga fue convidada a un refresco que se hacía en una casa extranjera, en obsequio de un cónsul recién llegado, a quien las bellezas malagueñas no habían aún hecho abjurar la herejía, como lo tenían de costumbre. Agradó a la anciana el garbo del joven y sus modales. Mas sucedió, por desgracia, que uno de los presentes hizo mención de que en casa de aquel caballero se comía carne los viernes. La buena señora, asustada, se levantó de la silla y, llamando aparte a la dueña de la casa, le suplicó la perdonase el ausentarse tan intempestivamente,26 pero “mi familia”, dijo con no poco orgullo interior, “es y ha sido siempre de cristianos puros y limpios; y no permita Dios que yo tenga trato con herejes”. [5] Ahora bien, si esta buena señora hubiera sabido más del estado verdadero del mundo; si hubiese leído la gran variedad de modos [de] pensar que existen en él sobre estos puntos; si, por consiguiente, hubiese reflexionado que, supuesto que los naturales de otros países están tan persuadidos de la verdad de sus dogmas nacionales como ella de los de España, solo Dios puede sacar de error a los que estén en él, y 26

“Intespestivamente” en el original.

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solo a ese Ser Supremo tienen los hombres que dar cuenta de su creencia, no se hubiera horrorizado a la vista de un semejante suyo, que probabilísimamente estaba dotado de un corazón benéfico y dispuesto a cumplir con todos los deberes morales. [6] Los hábitos y costumbres son tan poderosos a hacernos mirar como verdades indudables los absurdos más groseros, que si los hombres no se viesen forzados a salir de su tierra, cada nación se iría deteriorando de siglo en siglo o, cuando más, quedarían estacionarias como hallamos a los chinos. Esta nación populosa y extensa conserva ciertas artes que, en tiempos anteriores a cuanto nos refiere la historia, adquirió, nadie sabe cómo.27 En tiempo de los jesuitas, las relaciones exageradas que los misioneros enviaban a Europa hicieron creer que la China era la nación más sabia y feliz del mundo; pero las dos embajadas que Inglaterra ha enviado en estos últimos años nos han desengañado, haciéndonos ver que no hay pueblo bajo el cielo más vano, más incorregible, más oprimido y más ignorante.28 La causa de estos males no es otra que la ley inmemorial que prohíbe toda comunicación con otros pueblos y la indiferencia, o más bien desprecio, que ha producido en27

Los dos tomitos de The World in Miniature dedicados a China son de 1823, según los catálogos bibliográficos (el ejemplar consultado no lleva fecha) y, por consiguiente, aún no se habían publicado cuando Blanco White escribe este artículo. No sé si los conocía ya, pero hay una estrecha cercanía entre este texto y el prefacio: “It seems to be universally admitted that some of the most important inventions of modern Europe, inventions which have given an irresistible impulse to the progress of mind, and produced corresponding improvements in every branch of our social economy, had been familiar to the Chinese long before their discovery in the west. […] All these elements, however, for the composition of a great and powerful nation have been neutralized by despotism, the canker-worm that preys alike on the prosperity of states and the happiness of individuals” (The World in Miniature, edited by Frederic Shoberl. China, containing illustrations of the manners, customs, character and costumes of the people of that empire. Accompanied by thirty coloured engravings. In two volumes (London: R. Ackermann, [1823]), t. 1, pp. IV-VI. 28 Las embajadas de Lord Macartney en 1793 y de Lord Amherst en 1816 pretendían abrir China al comercio y obtener concesiones para extender la red mercantil y la influencia británica desde la India. Los ingleses aspiraban a tener una legación permanente y adquirir algún territorio costero como base de operaciones. Ambas misiones fracasaron por el rechazo del gobierno imperial chino a una apertura a occidente, aunque lo que más llamó la atención en Inglaterra fue la negativa de los embajadores ingleses a la ceremonia del kowtow (arrodillarse hasta tocar el suelo con la frente), obligada a todos los que tenían una audiencia con el emperador. Las crónicas de estas embajadas se publicaron en extensos volúmenes y la idea que refleja Blanco White —una idea imperialista sin rebozo— es la que quedó en la opinión pública británica: que China persistía en

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tre los chinos al saber y costumbres de otras naciones. ¡Cuánto bien no haría en la China una verdadera descripción de lo demás del mundo! Al principio sería mirada como un cuento extravagante; poco a poco habría quien empezase a dudar de la infalibilidad de los mandarines letrados; y dentro de algún tiempo se vería nacer un partido de dudosos que al cabo libertaría a la nación entera del yugo ignominioso que la oprime. [7] Nuestros lectores extrañarán, tal vez, la denominación que hemos inventado para denotar una clase de gentes que sólo existe esparcida y débil por el mundo. Pero, pensándolo bien, no hallamos motivo suficiente para desdecirnos. La duda es el verdadero principio del saber; la duda es el único instrumento que puede destruir montes de errores, poco a poco y sin explosión; la duda es el único antídoto contra la persecución y la intolerancia. Mas, al hablar de la duda con tanto elogio no queremos de modo alguno recomendar un necio dudar de todo, que pronto se convierte en un espíritu de contradicción más cabezudo y pertinaz que cuantos doctores chinos o europeos se creen infalibles, los unos a título de las uñas largas que los distinguen de las demás clases, los otros de las borlas que les cuelgan del bonete. Hablamos sólo de la duda prudente y modesta que pone al ánimo en estado de examinar las cosas, sin cerrar la entrada al convencimiento, ya venga de una, ya venga de otra parte. Hablamos de la duda que no da por sentado que cuanto se ha tenido por verdadero en tiempos en que dominaba la tiranía civil y religiosa, debe, por necesidad, ser falso. No, por cierto: esto no sería duda, sino decidir a ojos cerrados. [8] Así como hay objetos en el mundo externo de que nadie puede dudar a no estar fuera de juicio, del mismo modo los hay en el mundo intelectual, o que percibimos con nuestra mente tan claros, tan luminosos que, a no hallarse nuestras facultades internas desarregladas y enfermas, no podremos jamás ponerlos en duda. Que el universo es obra de un ser inteligente, quien, si permite males por causas que no podemos entender, hace ver al mismo tiempo que su beneficencia procura el bien de todos los vivientes, son verdades que solo pueden dudarse por ciertos infelices a quienes las desgracias, o un carácter sombrío, llevan su barbarie y aislamiento, renunciando a las ventajas del comercio y la civilización que traían los occidentales. Esa tradicional política china se había acrecentado a comienzos del xix con el aumento de la presencia europea (hubo sangrientas persecuciones de cristianos en 1805 y 1815), y haría crisis finalmente en las Guerras del Opio desde 1839.

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hasta este extremo. Que en el mundo en que vivimos el bien del mayor número se extiende directa o indirectamente a cada individuo, y que el ceder cada cual cierta porción de nuestro interés personal aumenta la felicidad total y, por el contrario, el egoísmo la disminuye, son verdades, si no tan obvias como la anterior, por lo menos tan ciertas que la duda pasajera que puede ocurrir sobre ellas se convertirá en certeza si el punto se examina con discreción e imparcialidad. La bondad de corazón, la beneficencia, la verdadera caridad cristiana, que todas son una misma cosa, llevan grabado en la frente un carácter de verdad y utilidad general que solo un alma depravada podrá desconocer. No permita Dios que a semejantes puntos se extienda también nuestra duda. Pero donde quiera que las gentes hayan estado privadas, por siglos, del derecho de pensar, examinar y decidir en puntos que a cada cual le toca averiguar si son verdad o mentira, dudad, amigos, les diremos; mas dudad con moderación y no decidáis ni apasionados, ni de priesa. En fin, tened siempre en memoria que una certeza ciega es por lo común indicio de falsedad. [9] Apenas habrá quien ignore la costumbre antiquísima del Indos29 tán que obliga a las viudas de las castas superiores a echarse vivas en el fuego en que se quema el cuerpo de su difunto marido; o las condena a perder todos los privilegios de su clase y a vivir en perpetuo encierro, odiadas y despreciadas de sus parientes y de sus paisanos. El amor de la vida es tan grande que parece, a primera vista, imposible que ni la superstición más ciega, ni las preocupaciones más arraigadas puedan vencerlo. Tal es, no obstante, el carácter y naturaleza del ánimo humano, que nada tiene tanto influjo en él como la costumbre. Impresiones recibidas desde la cuna, y no interrumpidas durante los años en que la mente no está completamente formada, no pueden contrariarse por amor ni miedo. [10] Ni los esfuerzos de los misioneros ingleses, ni el poder del gobierno británico en las Indias Orientales, han podido aún lograr la extinción de la costumbre inhumana de que hablamos. Tal es la fuerza de las preocupaciones nacionales que solo en la isla de Bombay se ha 29 Aunque al principio del artículo escribió “Indostan” ahora lo hace “Hindostan” (en inglés “Hindoostan”), forma más etimológica, pero ajena a la tradición ortográfica castellana. Mantengo los demás nombres geográficos del artículo tal como salen en Variedades, reflejo de sus fuentes británicas. Transcribo “bramín” por la forma actualmente aceptada “brahmín”.

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logrado que, en el discurso de cincuenta años, ninguna mujer se haya quemado con el cuerpo del marido. El marqués de Wellesley, a quien aquellos países deben infinito, se atrevió durante su gobierno a impedir estos bárbaros sacrificios en ciertos distritos.30 [11] Mas causa horror el pensar que, según las noticias más auténticas, en solo treinta lenguas alrededor de Calcutta, y en solo el año de 1803, no hubo menos de doscientas y setenta y cinco mujeres que perecieron de este modo. En seis meses del año de 1804 el número subió, en el mismo recinto, a ciento y quince. Según atestigua Mr. Ward, misionero inglés en Serampore, setenta mujeres se entregaron a las llamas en el territorio que media entre Cossimbazar, en Bengal, y la embocadura del río Hoogly: esto en el espacio de dos meses. Ciento y ochenta y cuatro criaturas quedaron huérfanas de resultas de esta barbarie. [12] Si se pregunta el origen de esta costumbre, los brahmines más instruidos no saben dar respuesta que satisfaga. Los motivos que influyen el corazón de las mujeres, al presente, se reducen al miedo de infamia y a las esperanzas de galardón en el otro mundo. A veces se halla que el amor al difunto marido contribuye a esta determinación de la viuda, quien, creyendo que el sacrificio de su vida librará a su amado del infierno o purgatorio en que creen estos pueblos, no duda darle esta prueba heroica de su afecto. Pero el interés de los brahmines es la causa principal de estos horrores, no menos que el orgullo y vanidad que induce a los ministros de las falsas religiones a mantener el sistema de creencia en que se funda el respeto que reciben de los demás y las ventajas de su estado, sin que esto impida que un verdadero fanatismo y una fe firmísima en sus dogmas contribuya, en muchos casos, al celo de estos ministros de una religión horrible y feroz. 30

Richard Wellesley (1760-1842), primer marqués de Wellesley, hermano mayor del duque de Wellington, había sido embajador en España en 1809 y secretario del Foreign Office entre 1810-1812, cuando Blanco escribía El Español y tenía trato estrecho con ese ministerio. Fue gobernador general de la India británica entre 1797-1805, un momento de graves crisis que encaró con una política de intervención militar muy agresiva y exitosa, que expulsó a los franceses y extendió el dominio inglés, a la vez que hizo importantes reformas educativas y administrativas en el sistema de gobierno colonial. Cuando se escribe este artículo era lord lieutenant (virrey) de Irlanda. Al final del capítulo de The World in Miniature que sirve aquí de referencia se menciona a Wellesley y a los progresos en Bombay en términos aún más elogiosos que en el texto español (t. 3, pp. 130131). Los datos sobre Calcuta y el reverendo Ward proceden del comienzo del capítulo; la rara expresión “recinto” se explica como una traducción no muy fina de district.

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La mujer que, con dictamen de su director espiritual o brahmín, se determina a cumplir con el deber de no sobrevivir a su marido, se abstiene de todo alimento desde que lo ve expirar. Desde aquel instante se la ve mascando betel31 y repitiendo sin cesar el nombre del dios de su secta. Llegada la hora del sacrificio, se adorna con todas sus joyas, sus vestidos más preciosos, como el día de sus bodas. Acompañada de sus parientes y amigos, sale precedida de tambores y clarines, y rodeada de brahmines que le predican incesantemente, ponderando la gloria que va a gozar allá en su cielo. No satisfechos con estas exhortaciones, y temiendo que la pobre infeliz ceda al miedo a vista de la hoguera, danle a beber un licor con gran cantidad de opio y la aturden con canciones en que celebran su heroísmo. [14] Llegado que han a la hoguera, compuesta de los combustibles más violentos, la viuda se despide de sus hijos y parientes más cercanos. En algunas ocasiones ella misma aplica el hacha encendida y se arroja a las llamas; en otras, el hijo mayor ejecuta este oficio; y a veces los brahmines, entre quienes distribuye sus joyas la viuda, tienen que quitarla el sentido con un golpe en la cabeza dado con disimulo, por honor de la religión a que pertenecen, que sufriría desdoro si viera el pueblo que la fe de la víctima zozobraba.32 [15] Pero el valor que estas infelices muestran, por lo general, es extraordinario. Véselas arrancar a sus hijos del pecho sin una lágrima, separar a los mayorzuelos que ciñen sus rodillas y, finalmente, echarse en las llamas, como si el primer abrazo del amante más adorado las esperase en aquel lecho de fuego. [16] Mas la naturaleza obra a veces y, en tales casos, se ven escenas que hacen cuajar la sangre. Por los años de 1796, habiendo fallecido un brahmín de Mujilupoor, pueblo como a una jornada de Calcutta, su mujer se decidió a quemarse con el cadáver. Hiciéronse las ceremonias preliminares y llegó el momento de poner fuego a la hoguera. La infeliz mujer, fuera de sí con el temor de la muerte cercana, se valió de la oscuridad que crecía apresuradamente, por ser muy a la caída de la noche, y de la mucha lluvia que detenía el furor de las llamas y levantaba nubes de humo. Deslizóse a tierra como pudo y, gateando hacia la orilla del río que estaba inmediato, se ocultó en la hojarasca. Mas no le valió a la des-

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Especie de yerba. (Nota del autor.) En el original: “sosobraba”.

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dichada este ardid. Los parientes, entre los cuales se hallaba su hijo mayor, percibieron bien pronto que solo un cuerpo se consumía en las llamas, y rastreando las cercanías no tardaron en hallar a la pobre mujer, más muerta que viva entre las ramas. Con gemidos que bastaran a penetrar el corazón de un tigre, pero a que la superstición se hace sorda, les pidió la dejasen vivir. Todo en vano. Su proprio hijo, ayudado de los brahmines, perdiendo toda esperanza de convencerla a que se echase de nuevo a las llamas, para salvación de su alma y de la de su marido, la ataron de pies y manos y la entregaron al fuego. [17] Quien dude de la satisfacción interior con que estos devotos varones se acordarían de su esfuerzo para vencer y sofocar en tal ocasión los clamores de la compasión natural, sacrificándolos a los deberes de la fe brahmínica, no conocen a fondo el corazón humano.

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ACKERMANN, MORA AND THE TRANSNATIONAL CONTEXT: CULTURAL TRANSFER IN THE OLD WORLD AND THE NEW

Carol Tully Bangor University

Biographers, Hispanists and book historians, including Burke in the 1930s, Llorens in the 1950s, and more recently, Roldán Vera in 2003,1 have, justifiably, made much of Rudolph Ackermann’s impact on the reading public of the erstwhile Spanish colonies in the immediate aftermath of their liberation from colonial rule.2 In particular, much has been made of the important commercial considerations which drove his publishing activity: Ackermann may have been a philanthropist but he was also a shrewd businessman who saw the opportunities presented, at least initially, by the new Spanish American market. Significantly in the context of this volume, it is in serving that market that Ackermann’s in1 W. J. Burke, Rudolph Ackermann. Promoter of the Arts and Sciences (New York: New York Public Library, 1935); V. Llorens Castillo, Liberales y románticos. Una emigración española en Londres (1823-1834), 3rd edn (Madrid: Castalia, 1979); E. Roldán Vera, The British Book Trade and Spanish American Independence (Aldershot: Ashgate, 2003). 2 Rudolph Ackermann was born in 1764 in Stolberg, Saxony. He followed his father into the coachmaking trade and moved to London in 1783 where he soon diversified into the lucrative print-selling business. The young Ackermann, a contemporary of the early Romantics in Germany, was drawn not only to the economic value of the material but to the aesthetic too, with a particular appreciation of the picturesque and the Romantic. In 1795, he combined his aesthetic ideals and financial acumen to open his ‘Repository of Arts’ at 101 Strand and soon became a key figure in the commercial world of London’s burgeoning literary and artistic scene. 1809 saw the launch of his first publication, the grandly titled Repository of the Arts, Literature, Commerce, Manufactures, Fashions and Politics. The periodical set the tone for much of Ackermann’s output in terms of quality and coverage, and was followed over the years by others such as the Poetical Magazine and Ackermann’s Juvenile Forget-Me-Not. The literary quality was generally quite low and contributions by the better known writers of the day are scarce and often limited to translations of European writers such as Kotzebue.

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terests first enter into dialogue with the Spanish exile agenda of the 1820s and a fusion of their respective discourses is apparent in their joint outputs as aesthetic and political ideals merge with the didactic and commercial to feed the educational needs of a new, now unfettered reading public. Yet, Spanish American readers were not the sole recipients of Ackermann’s Spanish-language publishing and, whilst clearly still acknowledging that the Spanish American venture was perhaps Ackermann’s most ambitious and, arguably, most influential, attention should also be paid to his role as a cultural mediator in the European context. Here he was active as both a publisher and a benefactor at the height of European Romanticism. In terms of taste and interests, he epitomised the movement’s very northern fascination for both tradition and progress, as the eclectic mix of art and science in his numerous publications attests. This aspect of his legacy is particularly relevant when dealing with his relationship with José Joaquín de Mora, who was himself coming to terms with new aesthetic ideals and the complex and often uncomfortable reality of the Liberal patriot in early nineteenth-century Spain. In order to explore their relationship further, this essay will reappraise the interaction, influences, and impetus behind Ackermann’s dealings with Mora, and, in so doing, attempt to throw new light on the nature of Mora’s relationship to his employer and benefactor, taking into consideration Mora’s shifting stance following the recent prolonged spat, the infamous ‘querella calderoniana’, with another German, Böhl von Faber, a man whose profile very much parallels that of Ackermann as an émigré, patriot, bibliophile and merchant.3 The essentially transnational nature of this complex set of interactions is key. One of the posthumous characteristics which Ackermann shares with his fellow German, Böhl, is the lack of attention paid by subsequent scholarship to his specific cultural background. Like Böhl, he was ideologically very much a product of the complex political and cultural landscape of the German-speaking lands in the late eighteenth and early nineteenth centuries. A contemporary of the early Romantics and described by his biographer Burke as one of the “ardent young Germans of his generation”,4 Ackermann left Germany in the 1780s at 3

For the most recent study of Böhl von Faber, including the Calderón polemic, see Carol Tully, Johann Nikolas Böhl von Faber (1770-1836): A German Romantic in Spain (Cardiff: University of Wales Press, 2007), especially chapters 7 to 10. 4 Burke, p. 3.

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the height of the Sturm und Drang, and, despite the permanent move to London, remained firmly attached to the proto-Romantic values of the sublime which characterised contemporary German aesthetics. Indeed, an appraisal of Ackermann’s initial sphere of influence and network of collaborators betrays a markedly German emphasis, whilst his fiercely patriotic nature is epitomised by his fundraising for German war-wounded following the Battle of Leipzig in 1813. Typical in this is his choice of editor, Frederic Shoberl, also of German descent, who would work closely with Ackermann until the publisher’s death in 1834. Ackermann’s ongoing patronage of German exiles and visitors to London extended to other spheres, both intellectual and practical. He held regular social gatherings, to which many exiles were invited, and was keen to alleviate the financial difficulties in which many found themselves. For example, he employed the engravers George Sigmund and Johann Gottlieb Fascius as his first illustrators and partially financed the German chemist, Friedrich Accum, whose inventions in the area of gas lighting were just coming to the fore. This focus on his fellow Germans would soon broaden, however, with active support for French and, of course, Spanish exiles. The latter were particularly fortunate in their dealings with Ackermann, who provided much needed work and contacts for a number of struggling intellectuals, including the Villanueva brothers, the scholars José de Urcullu and José Núñez Arenas, the theologian and writer José María Blanco White, and, of course, José Joaquín de Mora. Their work for Ackermann drew his Spanish exile collaborators into a network of writers, thinkers, and publishers, the like of which had been closed to them over a period of years, the result of war, absolutist rule and political unrest. The move to London in itself saw them shift from a restrictive publishing and reading environment to one open to the world via empire and trade. Ackermann was at the heart of this international network of activity. Borrowing loosely Even-Zohar’s term from the field of Translation Studies, it is possible to see Ackermann as the master of his own polysystem,5 the manipulation of which enabled him to influence reading tastes and facilitate cultural transfer through art, literature, translation, travel writing, and reviews, the intent often voiced at a paratextual le5

See Itamer Even-Zohar, “The Position of Translated Literature within the Literary Polysystem”, in The Translation Studies Reader, ed. Lawrence Venutti (London/New York: Routledge, 2000), pp. 192-197.

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vel in notes and prefaces. His well-integrated position within the British publishing industry meant that Ackermann had access to some of the best known writers and publishers of the day. Whilst many were reluctant to become heavily involved with his publications, which were seen as serving a less demanding, essentially female readership, the likes of Scott and Wilberforce were still happy to associate with the philanthropic German. It was through this broad network of contacts that Ackermann came to know Mora, who was recommended to him by Blanco White who had himself been introduced to the German by the publisher Henry Colburn. The relationship between Ackermann and Blanco White is an interesting precursor to Mora’s later interaction with the German. There are notable aesthetic parallels. However, whereas Mora’s engagement with Ackermann’s concern was a positive one, Blanco’s was uneasy, as the latter’s autobiography makes clear. The Spaniard, understandably jealous of his solid reputation as a political and social commentator and authority on Spain, was somewhat reluctant to associate himself with the dubious output of Ackermann’s enterprise. However, money was tight and when approached by the German to edit a cultural journal entitled Variedades o el Mensajero de Londres, intended for the Spanish American market, Blanco agreed. He sought, however, to lay down the terms of engagement in such way as to preserve his good name, as he himself recalls: But I considered the subject in another point of view: I might make the intended Journal a vehicle of useful information, to people speaking a language, which does not abound in books suited to their circumstances […] I engaged to write the Journal, provided Mr Ackermann procured the explanations of the plates relative to furniture from another Spaniard. I also exacted a promise that Mr Ackermann was not to interfere with my subjects, but I promised that I would not alarm the Hispano-Americans on religious matters, so as to endanger the admission and circulation of the Journal.6

This shows Blanco adapting to the prevailing situation, something to which by now he was well-accustomed. Ertler, in his 1985 study, 6

José María Blanco White, The Life of the Rev. Joseph Blanco White, Written by Himself, with Portions of His Correspondence, ed. John Hamilton Thom, 3 vols (London: John Chapman, 1845), t. I, p. 225.

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points to Blanco’s shifting audience:7 having addressed at close quarters the Liberal progressives in Andalucía with the Semanario patriótico, he would go on to publish a series of periodicals and exposés which relied on the negotiation of political and economic drivers for their critical edge: El Español, published in London but severely censuring developments in Spain before and after the restoration of Fernando VII; his Letters from Spain, mediating contemporary Spanish life to an English readership; and finally, the Variedades themselves, aimed, ostensibly at least, at a Spanish American audience. In each case, these negotiations are characterised also by a clear didactic aim, to inform and to educate. The content of Variedades in particular suggests an educational programme, something made quite explicit in Blanco’s own assessment: Much useful matter, nevertheless, remained, which, by enlarging the mind and refining the taste of the most backward people of all whose language is Spanish, might indirectly prepare them for moral and religious improvement.8

The material deemed suitable for such a task is interesting in itself. As Durán López notes, it correlates very closely with the Romantic aesthetic already so well-established in Great Britain and Germany, with a selection of translations, notably from Scott and Shakespeare, a focus on oral narratives such as those of the troubadours, and much praise for ancient Spanish literature in general.9 This maps almost seamlessly onto the aesthetic proposed by August Wilhelm Schlegel, by now an arbiter of taste well beyond his native German sphere. However, unlike Ackermann’s contemporary and Mora’s adversary, Böhl, Blanco does not draw on the Schlegelian aesthetic in a political context. Instead, the emphasis remains within the aesthetic realm as the core of a shift in European literary culture, still following key Enlightenment ideals whilst broadening the canon, both geographically and diachronically. Indeed, Durán López’s description of Blanco as an “intermediario cultural entre Inglaterra y el mundo de habla hispana” could easily be extended to incorporate just such a 7 K.-D. Ertler, Die Spanienkritik im Werk José María Blanco Whites, Studien und Dokumente zur Geschichte der Romanischen Literatur 15 (Frankfurt am M.: Lang, 1985), p. 214. 8 Blanco White, Life, t. I, p. 395. 9 F. Durán López, José María Blanco White, o la conciencia errante (Sevilla: Fundación José Manuel Lara, 2005), p. 358.

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broader European dimension.10 This is emphasised by Blanco’s own literary contributions in the form of several short narratives on European themes and discussions of other examples of cultural transfer such as Ackermann’s own Picturesque Tours and translations from French and German. What jars in this context, however, especially given Blanco’s hard won reputation, is the tension between Ackermann’s activities, seen by many as what might now be termed “a dumbing down” of reading material, and the ideals of intellectual individuals cast out from or forced to flee their homeland for political and ideological reasons. Significant too is Ackermann’s pronounced ability for self-promotion which sees the review pages of Blanco’s journal filled with appraisals of sister publications, including the various Picturesque Tours and Mora’s 1824 No me olvides. It was perhaps as much Ackermann’s editorial policy as it was his own struggles which drove Blanco to abandon the editorship of the periodical after two years in 1825, claiming that the mix of fashion and politics was one unsuited to someone such as himself who found his attention drawn to matters of a more serious nature. Blanco’s resignation opened the way for Mora to take a more active role in Ackermann’s activities in what would become a brief but incredibly productive working partnership, roughly spanning the years 18241826. The success of their relationship is perhaps unexpected, especially given that Mora had spent the best part of six years lambasting German, and indeed, all contemporary northern taste during the Calderón polemic. However, despite sharing a number of core aesthetic and political beliefs, Ackermann was not cut from quite the same conservative cloth as Böhl and times had moved on. Indeed, the venomous anti-German, anti-Romantic tone which had characterised much of Mora’s critical work in the 1810s and early 1820s is now entirely absent. This is replaced by an openness to new ideas and new genres the like of which would have been dismissed alongside any number of similar “paradoxas germánicas” only a few years earlier.11 The range of material translated, compiled, edited, and produced by Mora for Ackermann was broad and highlights not only the European scope of the German publisher’s enterprise, but also its Romantic nature. There were essentially two types of text: firstly, the overtly didactic in the form of catechisms (including a 10

Ibid., p. 354. Mora repeatedly used this term to insult Böhl and his associates during the Calderón polemic: see Tully, Böhl von Faber, p. 131. 11

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Latin grammar) and informative journals such as the Museo universal de ciencias y artes (1825); and secondly, the more aesthetically oriented such as the almanac No me olvides, the Correo literario y político de Londres (a follow-up to Blanco White’s Variedades), and a range of translations, most notably Clavigero’s Historia antigua de Megico, and two of Scott’s most successful historical novels, Ivanhoe and The Talisman. Mora also produced his own Meditaciones poéticas, which, in a thoroughly European Romantic amalgam, were inspired by the drawings of William Blake and borrowed their title from the work of Lamartine, ironically Böhl’s favourite poet. These publications, although in many ways diverse, share a transnational aspect which thrives on the transfer of material from one culture to another. This is bi- and on occasion tri-directional as individual texts and genres carry meaning from one culture to another or other cultures, sometimes drawing on more than one source and with more than one intended readership. This textual interaction underpins Mora’s exploitation and shadowing of what we might term Ackermann’s polysystem and raises the question to what extent does this transnational working relationship between a German and a Spaniard, both based in London, seek to influence not only a Spanish American but also a European, and more specifically, a Spanish readership? Crucial to this polysystem are the role of translation and the related introduction of new genres. One of Ackermann’s main innovations was his introduction into the British literary landscape of the literary annual which he modelled on the German “Taschenbuch” tradition, a favourite vehicle for German Romantic writers, Kerner’s 1812 Poetischer Almanach being a case in point. One of the most famous bore the title Vergißmeinnicht, or “Forget-me-not”, itself loosely associated with the Romantic trope of the “blue flower”.12 Keen to replicate the success of the format in his native Germany, Ackermann produced an English version under the same title in 1822 which included translations from German. The evident popularity and cultural flexibility of the genre suggested suitability for further new markets and the recently recruited Mora was happy to try his hand. His first venture, begun just as the Spanish American market was taking off, was the 1824 No me olvides.13 12

See G. Angermann, “Vergißmeinnicht – Vergiß mein nicht!”, in Rheinisch-westfälische Zeitschrift für Volkskunde, 13 (1966), pp. 61-129. 13 J. J. de Mora, No me olvides. Recuerdo de Amistad o Colección de composiciones en prosa y verso, originales y traducidos por J. J. de Mora (London: Ackermann, 1824).

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The volume, a Spanish version of the already launched Forget Me Not, carries a didactic message made explicit in the preface, with an emphasis on “máximas morales” and “pensamientos útiles”.14 The generic debt to the German tradition is made clear and the focus of the volume remains thoroughly European with narratives and verse set in France, Italy, Russia, Germany, and Spain. The texts are characterised by an appreciative, essentially Romantic perspective which evokes an apotheosis of the past and of the picturesque, including, interestingly, the controversial poems on Moorish themes written by Mora in 1808 which were positively appraised by August Wilhelm Schlegel at the behest of Böhl’s wife, a source of great embarrassment to Mora during the Calderón polemic.15 Notable too, however, is the fact that the otherwise positive editorial tone degenerates into harsh censure when dealing with topics relating to contemporary Spain, a satire on the Spanish university system being a case in point.16 This was the first but not the last time that criticism of contemporary Spain would be found alongside the Romantic aesthetic in Mora’s Ackermann publications. Given the uneasy mix of material found in No me olvides, a key question arises as to the rationale behind the venture. For Ackermann, the choice of collaborator is relatively easy to explain. He was a canny businessman who had identified a lucrative market in Latin America. What better way to exploit that opportunity than by making use of the intellectual reputations of writers who, conveniently for him, found themselves on his doorstep and were politically well-disposed towards any efforts to edify the inhabitants of the erstwhile colonies. Mora, a struggling exile, also had something to gain, but also, potentially quite a lot to lose by associating himself with Ackermann, whose publications were not seen as hosting the cutting edge of critical comment. What Ackermann did provide, however, was a vehicle for Mora’s views and a large and rapidly increasing readership. However, while the aim was, on the face of it to educate the people of the fledgling republics of Central and South America, there was undoubtedly a secondary intention: to reach an audience in Fernandine Spain and other exiles and Hispanophiles in Europe. This is acknowledged briefly by Roldán Vera who 14

Ibid., iii. “Romances granadinos”, ibid., pp. 363-72. 16 “Sátira contra los métodos de estudios que se siguen en las universidades de España”, ibid., pp. 277-282. 15

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argues that ‘one of the incentives the Spaniards had in working for Ackermann was the possibility that their publications could be distributed in Spain as well as Latin America,’ but qualifies her assertion by adding that this “apparently only happened after 1834, with the return of the liberal government[…]”.17 This merits further consideration on two fronts. Firstly, it does not take into consideration the fact that many like-minded Spaniards were now themselves at large in Europe and would be receptive to any criticism of Spain’s current regime. Secondly, it rules out any exile impact in Spain itself before 1834. This is a moot point. The flow of material into Spain may have been severely restricted throughout this troubled period but it was nevertheless possible, often by quite devious means. Böhl, for example, provides his friend Julius with detailed instructions on how to smuggle in books at the bottom of a barrel of potatoes!18 It was theoretically possible, then, to continue to criticise the Spanish regime and hope that that criticism would find its way into the private reading circles of cities such as Cádiz and Madrid. The extent of this level of dissemination is, however, hard to gauge given the fact that open discussion of clandestine material within Spain was itself ill-advised. The fact, however, that even those, like Böhl, who supported the absolutist regime were still happy to risk smuggling in illegal items to advance their studies suggests that some material could and did get through. Ackermann himself may have been conscious of this. He chose, after all, to publish in both London and Mexico, suggesting a dual market, the European end of which would not have been satisfied through sales to the London based exiles alone. The dual nature of Mora’s intended audience can be detected in the preface to his translation of Scott’s Ivanhoe,19 which takes the form of a dialogue between the translator and a friend. Key again is the development of new genres as Mora seeks to present the Romantic staple of the historical novel to a Spanish-reading public. The focus of the dialogue is the translator’s attempt to convince a sceptical friend that such novels, as well as having aesthetic value, are also a vehicle for moral and social instruction and should be taken seriously. Initially, emphasis falls on the value in terms of subject matter of “aquellos siglos medio bárbaros me17

Roldán Vera, p. 64. See Tully, Böhl von Faber, p. 419. 19 Walter Scott, Ivanhoe; novela: escrita en Ingles por el autor de Waverley, y traducida al castellano, 2 vols (London: Ackermann, 1825). 18

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dio civilizados” which saw the birth of modern Europe.20 Attention soon turns, however, to contemporary Spain. The friend launches a hefty critique of foreign authors, to which the translator responds with the following forceful rebuttal, the true object of which is abundantly clear: No Señor: lo que tienen es la fortuna de vivir en paises en que la instruccion publica se acata, se protege, y se fomenta como uno de los elementos mas esenciales de las buenas costumbres y de la ventura general. ¿Qué no podria esperarse, en semejantes circunstancias, de la tierra en que se escribieron Don Quijote y Gil Blas?21

Having outlined the Spanish condition, one of woeful degeneration since the glory days of the Golden Age, the translator shifts attention to Spanish America, which is held up as a beacon of hope: ¿Y qué no podra esperarse de esa feliz America, con un suelo magnifico y virgen, con una lengua flexible y armoniosa, y con la viveza de ingenio que distingue a sus habitantes?22

The virginity, harmony and life eulogised here evoke a new dawn for a Spanish-speaking readership, blessed with a beautiful language but freed from the shackles of colonisation and the ideological constraints of modern Spain. The response of the translator’s friend is significant, not just for its sycophantic praise of Ackermann: En vista de todo eso digo que hace V. mui bien en dar a las Americas tan excelentes modelos, y que el hombre que consagra sus fondos a semejantes especulaciones puede contarse en el numero de los que mas importantes servicios hacen a aquellos paises.23

This dialogue highlights the extent to which Mora’s work for Ackermann maintains a critique of Spain, to some extent as a means to foster new thought in Latin America, but also as a sharp reminder to fellow Spaniards of the fate of their own contemporary culture. Modern Spain is held up to the new audience as an example not to be followed whilst 20

Ibid., I, p. X. Ibid., I, p. XI-XII. 22 Ibid., I, XII. 23 Ibid., I, p. XII. 21

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the new world is depicted as an inspiration alongside foreign and ancient exemplars for Spanish readers to consider as an alternative to the status quo. In so doing, and not for the first time in his post-polemic writings, Mora is moving dangerously close to aspects of Böhl’s Schlegelian ethos. Where Mora could never agree with Böhl, however, is on the matter of the current regime in Spain. Whereas Böhl, convinced of the monarchical rightness of Fernando VII’s rule, could overlook the cultural intolerance which ironically impeded his own work, Mora remained consistent in his disapproval of the perceived “darkness” of Fernandine absolutism. The removal of the colonial shackles was to be celebrated in full and a new hunger for knowledge in the ex-colonies to be fed with new paradigms provided and approved by Liberal thinkers, albeit occasionally taken from sources previously disapproved of by the polemical Mora. There remains in all of this a slight contradiction as one set of European values are seamlessly replaced by a new set. Despite their emergence from the darkness, the Spanish American citizens are still expected to conform to European value systems, as Mora’s preface to Scott’s Talisman makes clear: Nos lisongeamos con la esperanza de que los pueblos de la America que fue Española, rectifadas sus ideas en fuerza de las reformas politicas que han abrazado, sepan apreciar, aun en los ramos de lujo y recreo, lo que es realmente bueno, por estar de acuerdo con las reglas eternas del orden.24

Note here the equation of progress with the notion of having been ‘Española’. Independence is the key to an appreciation of the finer things in life, a harsh indictment of Spain’s cultural impact on its colonies. Consequently, modern Spanish scholarship is not held up as an example to follow and is notably absent from Mora’s subsequent recommendations. Introducing his Gramática latina, dispuesta en forma de catecismo (1825), Mora suggests his new readership pay attention to the rules presented because they are distilled from the best French, German and English versions, couched in a Lancastrian methodology.25 24

Walter Scott, El Talismán: cuento del tiempo de las cruzadas, 2 vols (London: Ackermann, 1826), I, pp. XI-XII. 25 J. J. de Mora, Gramática Latina, dispuesta en forma de catecismo (London: Ackermann, 1825), pp. III-IV.

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Notably absent is any Spanish input. The continued condemnation of Spanish intellectual life which this suggests is underlined by a comment in Blanco’s review in Variedades of Mora’s Museo universal, which describes the Spanish American readership as “pueblos separados de la parte mas adelantada del mundo”.26 There is a clear sense too that “la parte mas adelantada del mundo” is a Europe which does not encompass Fernandine Spain. Mora’s work for Ackermann was, then, multifaceted in nature and followed on from Blanco’s earlier interaction. The sites of cultural transfer central to their activities are threefold: firstly, the act of translation itself, secondly, the transfer of generic paradigms as a vehicle for new and translated material, and thirdly, the dissemination of that material via transgression or undermining of existing or recently removed ideological boundaries in the Old and the New World respectively. This in turn takes place on two discrete but linguistically correlated levels. The desire to enhance and expand the materials available to a recently enfranchised Spanish readership in Central and South America masks a less well-defined but nevertheless extant desire to reach a still disenfranchised Spanish readership in Europe. Using the notion of the polysystem, it is possible to see both Ackermann and Mora using the genres, translations, and journals published by the German, as well as the networks provided by London’s vibrant intellectual scene, to plug perceived gaps in the developing cultural landscape of Spanish America. In addition, Mora can be seen to simultaneously enhance a further polysystem, in point of fact, the original such system in a Spanish-speaking context, by plugging similar gaps for a Europe-based Spanish readership. Consequently, his association with the German publisher provided him with a potential platform for his continued criticism of contemporary Spain within Europe, whilst also, of course, making his name in the countries where he would soon find a home. In addition, it also brought him into contact with a figure whose world view was in many ways parallel to that of his great adversary, Böhl, but at a time and in a place where the heightened tensions of the Calderón polemic could be forgotten, enabling Mora to adopt and adapt to key aspects of Romantic thought, once decried as mere “paradoxas germánicas”.

26

Blanco White, Variedades o el Mensajero de Londres, I (1823), p. 378.

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JOSÉ JOAQUÍN DE MORA: SUS LEYENDAS ESPAÑOLAS (LONDRES, PARÍS, MÉXICO, MADRID, CÁDIZ, 1840) Y LA IMAGEN ROMÁNTICA DE ESPAÑA

Alberto Romero Ferrer Universidad de Cádiz

A thing of dark imaginings. Lord Byron

Los franceses, los ingleses, los alemanes y demás extranjeros, han intentado describir moralmente la España, pero o bien se han creado un país ideal de romanticismo y quijotismo, o bien, desentendiéndose del transcurso del tiempo, lo han descrito no como es, sino como pudo ser... Mesonero Romanos

La publicación de las Leyendas españolas de José Joaquín de Mora en 1840 supone, por parte del autor, la culminación de un proceso de argumentación en torno a la configuración antitradicionalista de la cultura española, que —según Mora— podía reflejarse en una evocación de su pasado, sin que ello supusiera obligatoriamente asumir los presupuestos ideológicos a los que se había enfrentado hacía bastantes años durante la querella calderoniana, sino todo lo contrario. Mora pretende ofrecernos una imagen crítica de España y su historia, que sirve al autor para intentar desdibujar algunos de los mitos que por aquellos mismos años se estaban construyendo y proyectando sobre todo lo español. Una configuración sobre España a la que él se había enfrentado abiertamente desde un punto de vista político, ideológico, social y cultural. Ésta es la hipótesis que vamos a intentar demostrar, de acuerdo con una concepción nacional, que dista mucho del lema “Calderón y cie-

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rra España” que sacude el involucionismo fernandino hasta 1833. Un contexto político de fuerte censura y control ideológico a excepción del paréntesis del Trienio Liberal, que impregna de manera muy determinante el mundo literario que se ve seriamente marcado, pues una gran parte de los escritores (prácticamente todos) se habían convertido al mundo de la política, como el propio Alcalá Galiano, también desde su exilio en Londres, había escrito en 1834 en su ensayo “Literature of the Nineteenth Century: Spain”, aparecido entre abril y junio de ese año en la revista The Athenaeum, para referirse a la joven literatura de aquellos años.1 Algo que también afecta a José Joaquín de Mora, y que ya se había ensayado de manera muy satisfactoria durante los convulsos años de las Cortes, donde el papel político desempeñado por la literatura, el escritor y el periodismo —la nueva República literaria formada por Quintana, Gallardo o Marchena entre otros muchos— había sido decisivo en la construcción del nuevo sistema liberal. El 16 de septiembre de 1814 publicaba el padre de Fernán Caballero su famoso artículo “Reflexiones de Schlegel sobre el teatro traducidas del alemán” en el Mercurio gaditano. Era, supuestamente —porque algún día habrá que cotejar el original con su traducción— un resumen de las ideas del teórico alemán acerca del teatro español e inglés, con especial énfasis en los dramas de Calderón de la Barca como portador de los valores eternos de la cultura y el pensamiento hispánicos. Mora contesta en el mismo periódico pocos días después (el día 22, número 127) con su “Crítica a las reflexiones de Schlegel sobre el teatro insertas en nuestro número 121”. El debate literario continuará con otra serie de textos, réplicas y contrarréplicas, para desembocar en la acusación de Mora como afrancesado, volteriano y enciclopedista, tal y como se puede leer en el folleto Donde las dan las toman de 1814, firmado también por el afrancesado José Vargas Ponce —curiosa conversión—. El posicionamiento literario de Mora y posteriormente de Alcalá Galiano frente a Frasquita Larrea y Böhl de Faber servía para enmascarar un debate de orden político, de consecuencias ideológicas trascendentales para la historia de España. Las ideas de Böhl de Faber, en torno al restablecimiento de los ideales caballerescos de la tradición española y su reflejo en los dramas de Calderón de la Barca, sirven para perfilar

1 Antonio Alcalá Galiano, Literatura española del siglo XIX: de Moratín a Rivas. Editado por Vicente Llorens (Madrid: Alianza, 1969), p. 37.

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muchas de las claves del Romanticismo español. Un Romanticismo, en el que el regreso al pasado y a la tradición antigua venía a oponerse al grito de libertad, por ejemplo, que subyace en la poesía esproncediana o en los artículos de Larra. Y es que tanto para el nuevo católico (pues hay que recordar sus orígenes protestantes) como para su mujer, la gaditana Frasquita Larrea, en oposición a los credos liberales de Mora y Alcalá Galiano, la Constitución abolida por Fernando VII no era sino un atentado contra la tradición y las raíces de la identidad española, un concepto que por arte de la retórica de aquellos momentos se vincula, sin ningún tipo de dudas, al pensamiento más reaccionario (el horror del Beato Diego de Cádiz, el Padre Rodríguez Morzo —traductor de Voltaire—, Manuel Freyre de Castrillón, el Padre Vélez, Antonio de Capmany, el Filósofo Rancio). José Joaquín de Mora no podía estar, bajo ningún concepto, dentro de este discurso. Por eso, las Leyendas pretendían, en parte, cuestionar todo ello, y ofrecernos una lectura de ese pasado —que también era el presente— como un pasado muy alejado de aquellos ideales épicos y caballerescos, al menos desde ese punto de vista ideológico que nos había presentado el matrimonio gaditano, apartándose nuevamente de su línea de pensamiento que, entre otras cosas, había provocado tanto el exilio de Mora como el de otros muchos otros españoles En cualquier caso, de la misma manera que el ambiente de la Década Ominosa marca el exilio del mejor pensamiento y la mejor literatura, también favorece la implantación de ciertos géneros, como era el caso del romance histórico, al que se adscriben las Leyendas de Mora, aunque desde una visión ideológica muy diferente a los presupuestos de evasión literaria o de cierto revisionismo historicista de claves reaccionarias, que se pueden encontrar en muchos de los textos escritos dentro de la Península. La poesía narrativa logra hacerse un hueco importante en la historia literaria del Romanticismo español, gracias, entre otros motivos, a la fecunda tradición del romancero autóctono, así como al clima de restricciones y censuras de la Década Ominosa. En este peculiar contexto, el romance histórico adquiere un especial significado, gracias a su evocación nostálgica del pasado y a su cómplice utilización de la historia para referirse al presente. Elementos que, en otro orden, lo conectan de manera muy directa con la polémica calderoniana y la concepción tra-

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dicionalista de la cultura española que se desprende de ella. Una perspectiva que se observa en los poemas escritos desde dentro del país, pero que funcionaba de manera inversa para el caso de los autores exilados —José Joaquín de Mora lo es—. En consecuencia, el alejamiento histórico podía utilizarse para sugerir una crítica a la situación interna del país o simplemente para proponer otra lectura diferente de la historia y la imagen nacionales. Por esta razón, no es nada casual la proliferación de un género cuya narración insistía bien a favor bien en contra de las raíces ultracatólicas, épicas y monárquicas de un espacio histórico —España— que se debatía entre permanecer anclado en su pasado de leyenda o enfrentarse a una lectura de ese mismo pasado más acorde con la modernidad de los tiempos, en un claro guiño al fuerte proceso de politización que había sufrido el género al calor de la Guerra de la Independencia, que había recuperado el romance octosílabo para convertirlo en una poderosa herramienta de propaganda bélica e ideológica. Para ilustrar los nuevos derroteros y las dos opciones que se extienden a partir de 1814 tenemos, por ejemplo, El Conde de Saldaña (1826) de Juan Nicasio Gallego o la Florinda (1824-1834) del Duque de Rivas, dentro del ciclo del Rodrigo que había renovado Montengón algunos años antes, y que se pone de moda durante la Década Ominosa. Lo mismo ocurre en el Romance Morisco de Dionisio Solís o La fuente de la enamorada (h.1826) de Quintana. Las Leyendas españolas de Mora se publican en 1840, un año antes de los Romances históricos (1841) del Duque de Rivas, dentro de un contexto de libertades que poco tenía que ver ya con las épocas anteriores, aunque los textos de las leyendas habían sido escritos con bastante anterioridad y, por tanto, desde su exilio. Sin embargo, aun siendo románticas, se alejan de muchos de los tópicos románticos en su concepción de la realidad histórica. En relación con esta idea, una de las claves para interpretar estos textos nos la ofrece Salvador García Castañeda,2 que en cierto sentido continúa los cauces interpretativos de Vicente Llorens al respecto, para referirse a Mora en términos de “escepticismo”, “contradicción”, lo que se ha visto en algunas ocasiones como el defecto del “prosaísmo”. 2 Salvador García Castañeda, “José Joaquín de Mora y la sátira política en las Leyendas españolas (l840)”, en Romanticismo 5. Actas del V Congreso (Nápoles, 1-3 de Abril de l993) (Roma: Bulzoni, 1955), pp. 117-124; y “José Joaquín de Mora ante la España de su tiempo”, en Los románticos teorizan sobre sí mismos. Romanticismo 8 (Bologna: Centro Interdiciplinare di Studi Romantici/Il Capitello del Sole, 2002) pp. 133-141.

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Sin embargo, no conviene perder de vista que este ciclo interpretativo de Mora y sus Leyendas no es para nada ajeno a su condición de exiliado, como tampoco lo es a la condición también “exiliada” de la crítica, que ha mirado a Mora y a su obra desde una actitud que aún no se ha desprendido por completo de la peculiar mirada del transterrado. Tal vez, porque es desde esa mirada desde donde mejor puede comprenderse un texto que habla sobre España y su historia, pero desde un código completamente desmitificador de ese mismo pasado histórico, que en última instancia volvía a remitir nuevamente a la España que había fraguado el matrimonio Böhl de Faber. Una remisión cuyo objetivo último no era sino negarla desde una narración desprovista del misterio y la fascinación romántica, en la que además predomina —igual que en la “querella calderoniana”— un discurso velado sobre la contemporaneidad, refugiado en el supuesto distanciamiento filológico. En otras palabras, en las Leyendas se puede observar un extraordinario paralelismo histórico e interpretativo entre las historias que se narran y los sucesos contemporáneos que sacuden el agitado comienzo del siglo xix en España. Historias ambas observadas desde el otro lado, desde el lado del “perdedor”. Y Mora, indudablemente, como muchos otros (Blanco White, el abate Marchena, el mismo Moratín hijo), a pesar de su altura intelectual lo es para la consideración de la cultura española. La Historia de los heterodoxos españoles de don Marcelino Menéndez Pelayo es, también, su retrato. Pero las Leyendas también hay que interpretarlas como una respuesta del gaditano a la ingente producción cultural de tema español (pintura, libros de viajes, novelas, música, teatro) que sacude la sociedad europea de toda la primera mitad del siglo xix, en donde tienen una importancia fundamental varios factores decisivos. De un lado, la literatura de viajes y la construcción de un imaginario romántico completamente idealizado sobre lo español, de otro la propia producción cultural de la legión de exiliados españoles, donde se insertan estas Leyendas de Mora, en la que se mezclan el tono evocador y nostálgico de la Patria (es el caso de la música de García, Sor o Aguado), y el discurso mucho más crítico respecto a esa misma historia cultural que podemos encontrar por ejemplo en autores como Blanco White o Martínez de la Rosa. Y en tercer lugar, tampoco podemos olvidarnos de la recepción tan peculiar que tiene el Goya de los Caprichos y las Pinturas negras en toda Europa.

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España está, pues, de moda en toda Europa, o, mejor dicho, desde Europa se construye una determinada imagen de lo español, generalmente vinculada a Andalucía y su cultura. Un complejo proceso en el que también interviene, por ejemplo, la producción de artistas como Lola Montes, Fanny Elssler, Manuela Perea “La Nena”, Pepita Oliva o la gaditana Josefa Vargas. Esta última triunfaría en los teatros de San Petersburgo con su original manera de bailar “a lo andaluz”. A la producción, por tanto, de las colonias de artistas, escritores e intelectuales afincados fundamentalmente en París (de Martínez de la Rosa a “La Malibrán”, de Jenaro Pérez Villamil a José Melchor Gomis) y en Londres (de Joaquín Lorenzo Villanueva a Telesforo de Trueba, de Alcalá Galiano a Espronceda), también había que añadirle la eclosión teatral de los bailes y las música andaluzas (el bolero, el fandango, la seguidilla), de la misma manera que la fuerte impresión que todo ello dejaría en la novela, el teatro y la poesía francesa e inglesa, amén de la intensa tradición del relato de viajes extranjero, que se verá fuertemente conmocionado a partir del viaje real por Andalucía de José I en 1810, rodeado de importantes artistas, pintores e intelectuales, de consecuencias de amplio calado en la cultura europea contemporánea. Efectivamente, si el Voyage pittoresque et historique en Espagne (Paris, 1807-1818) de Laborde había supuesto un importante instrumento para el conocimiento de España en Europa, estos otros factores y circunstancias consiguen crear una España imaginaria fuera de la España real, donde pesan mucho los elementos de ficción y representación artística, en las direcciones más diversas y dispersas, pero donde van a predominar un imaginario colectivo, aunque lleno de contrastes, tal vez demasiado mitificador de todo lo español, como ese posible escenario romántico exótico, extraño, diferente, pero simultáneamente tan cercano desde el punto de vista geográfico. Con sus Leyendas españolas, Mora, como también había ocurrido con las Letters from Spain de Blanco White, aun salvado todas las distancias entre ambas obras —que son muchas— pretende aportar su autorizada voz al respecto con un discurso contestatario, ante esta especie de tsunami cultural que desembocará finalmente en la famosa novela de Merimée de 1847, de consecuencias tan importantes en lo que respecta a la recepción de la cultura española fuera de la Península. Son precisamente esas diferencias, esas distancias respecto al imaginario romántico más tópico y oficial lo que más llama la atención de

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la obra, que se aleja de manera deliberada del doble discurso que, tanto desde el interior como desde el exterior, se estaba construyendo sin el menor escrúpulo en mezclar realidad, ficción, historia y prejuicios ideológicos. Mora, de formación neoclásica y liberal no podía asumir ambas lecturas, y ello puede explicar en parte los textos. Aunque también no cabe duda que dicha moda española contribuyó sobremanera a su publicación simultánea en París, México, Londres, Madrid y Cádiz en 1840. Por eso, tal vez, los personajes que nos propone el autor en estos relatos aparecen más como personas corrientes que como héroes o heroínas, y donde importa —y mucho— cuestionar ese pasado legendario, desde una actitud personal marcada por el escepticismo. Por eso, el mundo español que aparece narrado en las Leyendas se aparta ostensiblemente de la narración épica, tal y como el propio autor subraya en el Prólogo —“Mi objeto de escribir estos poemas ha sido aplicar la versificación española a un género de narración que diste tanto de la humilde trivialidad del romance, como del altisonante entonamiento de la epopeya”3— para adentrarse así en las propias contradicciones de ese pasado, frente a las lecturas más apasionadas de otros escritores y otras herencias historiográficas o ideológicas. En apariencia, los temas de las Leyendas españolas son los que se pueden encontrar en la numerosísima literatura historicista del Romanticismo, dentro de una localización tópica en los Siglos de Oro y en la Edad Media. Encontramos aquí una España ciertamente idealizada, de acuerdo con los ideales caballerescos que Mora toma de la tradición. Sin embargo, este marco romántico no se somete al resto de los tópicos del Romanticismo, porque el relato suele discurrir por caminos bien diferentes, bastantes distantes y fríos —el prosaísmo al que nos hemos referido con anterioridad—. No hay, pues, elementos fantásticos ni maravillosos, lo religioso apenas aparece, no hay exaltación de ese pasado, como tampoco una mitificación de la Monarquía o la religión, ante la que Mora se posiciona desde una actitud muy distante y crítica. Sin embargo, lo que sí encontramos, y de manera abundante, es ironía y escepticismo para describir pasiones humanas y situaciones corrientes, dentro de un contexto histórico nada heroico y sí demasiado injusto con la diferencia étnica, religiosa o política. 3

José Joaquín de Mora, Leyendas españolas (Cádiz: Imprenta de Santiago Ruiz, 1840), p. V.

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Así, de los veinte relatos que componen el libro, dos son de ambiente morisco “La bordadora de Granada” y “Una madre”, ubicados históricamente en la época de los Reyes Católicos. La leyenda “La Florida” nos relata una “historia verídica, aunque extraña” sobre la Armada Invencible, y todos los demás —“La judía”, “El boticario de Zamora”, “El hijo de don Partán”, “Hermigio y Gotona”, “Escena de los tiempos feudales”, “Zafadola”, “La batalla de Fraga”, “Don Lope”, “El bastardo”, “Las dos cenas”, “Pedro Niño”, “Don Policarpo”, “El primer conde de Castilla”, “Bosquejo”, “El halcón”, “Los Normandos en Galicia” y “Don Opas”— están ambientadas en la Edad Media. La regresión al pasado que nos ofrece el autor también está marcada, a pesar de su postura escéptica y crítica, por los rasgos propios del Romanticismo. Así, la evasión a través de la añoranza de otros tiempos puede verse de manera muy significativa, por ejemplo, en “La bordadora de Granada” cuando describe el ambiente que rodea la corte de los Reyes Católicos: En un eminente estrado que en nácar y en oro brilla, sobre un cojín de brocado está Isabel de Castilla. El rey en pie está a su lado, y en frente, vasta cuadrilla de adalides e infanzones que defienden sus pendones.

Y continúa: Hernán Cortés, extremeño, gallardo joven de brío, que ya en militar empeño derramó de sangre un río. Manrique, de Lara dueño, que en el sazonado estío de la edad, luce en la tierra, sabio en paz, temible en guerra.4 4

Ibid., p. 38.

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En el mismo relato también se alude, por ejemplo, a la fuerza y extensión del Imperio español: Santa Fe encierra en sus muros germen de sucesos grandes. De hoy más no estarán seguros Cerdeña, Milán ni Flandes. Allí están los hombres duros que alcanzarán de los Andes las cimas, fijando en ellas de hispano poder las huellas.5

Y en “La Florida”, Mora pone su mirada en la colonización española de América: En Cuba, y en Brasil, y en la ribera por do Orinoco inmenso se desata.6

Pero no debemos engañarnos por lo que pueden parecer sugerir estos versos, que se acompañan inmediatamente de ciertos guiños que nos sitúan en el presente. Porque esta evasión, en el caso del autor gaditano, es más fruto del desengaño político y del distanciamiento geográfico: su exilio. Efectivamente, para Mora esa evocación del pasado es compromiso con la contemporaneidad. Llorens había apuntado cómo se resolvía este problema en uno de los oponentes ideológicos de Mora, Böhl de Faber, quien tenía una “visión de España sumida en el pasado, hermoso monumento arqueológico donde encontrar lo que se echa de menos en el propio país”.7 Por el contrario, “este hermoso monumento arqueológico” no lo vemos tal cual en las Leyendas. Mora vio el valor del Romanticismo, pero nunca como refugio en el pasado, sino como expresión del mundo contemporáneo. Vio “la posibilidad de una renovación, la única capaz de vivificar con espíritu moderno la raíz de la tradición española”.8

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Ibid., p. 40. Ibid., p. 127. 7 Vicente Llorens, Liberales y románticos. Una emigración española en Inglaterra, 18231834 (Madrid: Castalia, 1968), p. 44. 8 Ibid., p. 45. 6

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Por eso encontramos al frente de varios de sus relatos epígrafes de Edmund Burke, que parecen anunciar los nuevos derroteros escépticos del liberal, ahora mucho más conservador, frente al discurso utópico y mucho más acalorado de sus primeros escritos. Un proceso similar al que se observa en la mayor parte de los exiliados liberales y afrancesados, que van disminuyendo el tono radical y revolucionario de su lenguaje político, acomodándose a las circunstancias y a los nuevos contextos, como harán Quintana y Martínez de la Rosa, en un hábil y camaleónico proceso de aclimatación a los nuevos tiempos. Por eso, podemos leer en el relato “Zafadola”: Una Constitución es un folleto. No es más, si no me saca de un aprieto. Y si me pone en otros, y si amarga mi mísera existencia, y si la carga que llevo a cuestas, dobla. Y si perturba la dicha de mi hogar, y si a la turba

sucia, ignorante, descarada y ciega, mi honor, mi dicha y mi ventura entrega, y una nación entera gime y llora. No es folleto, es la caja de Pandora.9

Diecisiete leyendas están inspiradas en la época medieval. Esta selección frente a los Siglos de Oro, relaciona al autor de los No me olvides también con el medievalismo de críticos como Durán que, en su Discurso sobre el influjo que ha tenido la crítica moderna en la decadencia del teatro antiguo español (1828), había relacionado el carácter nacional con la “noble y generosa galantería” de la Edad Media. Para Durán era en esos “siglos heroicos de la Edad Media” donde se podrían encontrar los gérmenes de las “sublimes bellezas que contienen las creaciones románticas”. El asunto caballeresco se repite una y otra vez en la obra de Mora. En “Don Lope” se narra la batalla de éste contra los moros, utilizando los arquetipos del poema épico y del libro de caballerías:

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Mora, op. cit., p. 192.

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Las dos masas opuestas vacilan agitadas de intenso afán. Apuestas a morir; impulsadas por pasiones funestas, las filas conturbadas ondean. Los troteros relinchan altaneros.10

En “Pedro niño” cuenta el autor un torneo medieval en el que dos caballeros se baten a duelo por doña Beatriz, hija de don Juan de Portugal. O en “Don Lope” aparece el tema de la honra y el linaje, y el socorrido asunto de la limpieza con sangre de una infamia cometida contra su casta familiar: Muerte traigo, mi furia se extinguirá en la muerte. Sangre pide mi injuria, derrámela el más fuerte. De tu brutal lujuria cayó víctima inerte, cayó en nefando día la que fue hermana mía.11

Para la ambientación medieval se utilizan numerosas figuras tópicas de la tradición literaria del romancero, como son el caballero virtuoso —don Lope—, la hechicera —la Raquel de “La judía”—, el rey cruel —Alfonso XI en “El bastardo”—, el moro noble —Relima en “La bordadora de Granada”. Sin embargo, en todos los casos aparecen desprovistos de la idealización romántica: Llora la Cava, y lánguida se arroja sobre un cojín, turbada y sin sentido, como era natural. Que el llanto afloja el sistema nervioso, es bien sabido.12

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Ibid., p. 229. Ibid., p. 231. 12 Ibid., p. 520. 11

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Incluso se puede leer en algunos versos de la obra una cierta crítica hacia esa heroicidad, para huir de la exageración romántica y buscar así un mayor equilibrio de acuerdo con su mentalidad un tanto ecléctica. Dice en “Una madre”: ¡Bondad! ¡llama celeste, muy más pura que estrepitoso y bárbaro heroísmo! Fuente de bienandanza y de dulzura, flor deliciosa, adorno del abismo de la existencia humana! En ti procura, no en virtud trasformada en fanatismo, no en sacrificios duros y crueles, hallar mi ingenio humilde cuadros fieles.13

Y es que no conviene olvidar nunca su espíritu adoctrinador, que se mezcla con un obvio aire romántico (exaltación de la fantasía, leyendas caballerescas, descripciones exóticas y costumbristas) que puede llevarnos a engaño, dado su carácter fluctuante respecto al nuevo esteticismo, donde confluye también su racionalismo de corte ilustrado. Ésta es la doble opción del autor, siempre a caballo entre su herencia crítica y liberal y los nuevos lenguajes literarios del Romanticismo, a los que se acerca, pero en los que también siempre afloran otras inquietudes ideológicas y formales, de acuerdo con su formación de raíces neoclásicas y liberales. Por eso, para Mora la ambientación en el pasado medieval o en los Siglos de Oro no pretende ser una reflexión melancólica sobre ese pasado. No se trata de evocaciones lejanas o de la evasión romántica como fórmula para huir de la realidad. Se trata, precisamente, de todo lo contrario, de un acercamiento a su mundo contemporáneo, al que se adhiere la narración de los hechos pasados: la historia como lección de presente. Las Leyendas de Mora suponen, pues, una representación de su presente que se nos muestra bajo los ropajes de la estética romántica, donde el pasado no es más que un recurso técnico para hablarnos del aquí y del ahora. Por ello, le importa a Mora, por ejemplo, subrayar ciertos aspectos negros de la historia de España, sus fallos, sus desajustes, sus injusticias, lo que le sirve para ofrecernos los paralelismos entre el ayer y el hoy, entre la historia y el presente, estableciendo una espe13

Ibid., p. 75.

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cie de aplicaciones universales o valores absolutos sobre la condición humana y el poder: Mudan según los tiempos las usanzas. Más nunca muda esta verdad suprema: no hay orden, si en las fuerzas no hay balanzas, si lo es todo la turba o la diadema. Que enfrenen al poder cotas o lanzas, o en su lugar político sistema, importa cuatro bledos. Lo que importa es que tenga el poder la rienda corta.14

O incluso sobre la propia concepción de España, lo que le lleva una vez más a colocarse como juez del presente, procediendo con la fuerza de su sátira a la descalificación de situaciones y personajes contemporáneos al autor. En estos casos, en apariencia el autor huye hacia el pasado, pero se coloca en la primera línea de la actualidad. En “Don Opas” —nos comenta Llorens— lo que desfila a lo largo del poema es la España de Fernando VII con sus frailes guerrilleros y sus ineptos generales, sus reformadores fracasados, sus literatos galicistas, sus malos traductores, su desorganización y su camarilla víctima de su propia desunión.15

Esto mismo ha sido observado por Salvador García Castañeda en relación fundamentalmente con este mismo relato, en el que el autor llega a manifestar, incluso, sus simpatías por las instituciones republicanas, frente al tono oscuro y corrupto de la monarquía, como un símbolo inequívoco de las viejas formas sociales del Antiguo Régimen, relacionado siempre con la ambición y el abuso de poder. Mora adopta aquí, tal vez, su postura más dura y se convierte en un azote contra reyes y poderosos. Recurre para ello a la figura literaria y teatral del rey cruel: “—¿Es acaso el monarca un homicida,/ que se goza en el crimen y en el dolor?”—, se pregunta una desgraciada madre16 para referirse al destino de su hijo cautivo del rey moro en el alcázar de Sevilla. El “mal rey” o el “falso amigo” —como se cita en “La bordadora de Gra14

Ibid., p. 241. Llorens, op. cit., p. 67. 16 Mora, op. cit., p. 58. 15

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nada”— son atributos innatos a la monarquía, que adquieren matices de verdad histórica, de la que no escapa Isabel la Católica: Solo a domeñar aspira aquel albergue postrero del musulmán, que en él mira nublado el puro lucero de su fama. No respira ya sino furor guerrero. Su divisa es: —O ser nada, o ser reina de Granada.17

Alfonso XI: de infeliz memoria, por haber dado a luz en su linaje germen en que se explaye la oratoria, pintando cuanto insulto y cuanto ultraje de un estado infeliz mancha la gloria. Modelo de soez libertinaje, uno de aquellos reyes infinitos, célebres por sus faltas y delitos.18

ni Felipe II: Cuando agobiaba a España aquel Segundo de los Felipes, masa tenebrosa de horrendo crimen y saber profundo, ingenio infernal con capa religiosa, dominador y escándalo del mundo; a quien una nación fiera, orgullosa, noble, gallarda y atrevida debe los torrentes de fango que ahora bebe.19

También la Iglesia y el clero aparecen en las Leyendas con sus peores rasgos. Así, en “El bastardo”, después del relato de la guerra civil entre 17

Ibid., p. 45. Ibid., p. 237. 19 Ibid., p. 126. 18

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Pedro I el Cruel y Enrique el Bastardo, Mora se pregunta: ¿Son estos, por ventura, los anales (dirá alguno al leer estos horrores) de hotentotes, caribes o esquimales? ¿Se trata de cristianos? —Sí señores. Eran cristianos firmes y leales, sumisos a sus padres confesores, a cuyos pies, humildes como el polvo, lloraban al oír —Ego te absolvo. Pero el clero (dirán también) ¿qué hacía? Dirigir de esta máquina los ejes. Someter toda clase y jerarquía con el arma terrible —Per me reges. Pasar en dulce holganza todo el día. Cazar venados y quemar herejes. Dar a la población grandes aumentos, Y fundar catedrales y conventos.20

Aunque mucho más directo resulta Mora en “Don Opas” cuando dice: “¡Viva la Religión!” es santo grito con que todo español explaya el seno. Aplauso nacional y favorito, que se aplica a lo malo y a lo bueno. Si es sabido el lector, no necesito fijar el día en que con voz de trueno sonaba en la nación: “¡Viva Fernando! ¡viva la Religión! Vamos robando”.21

El involucionismo fernandino basaba su concepción de la identidad nacional en los mitos del altar y del trono —“Dios, Patria y Rey”—, como respuesta firme a la modernidad cultural y política que había desembocado en la Constitución gaditana de 1812. Una modernidad que se había vivido como una auténtica agresión durante todo el siglo 20 21

Ibid., p. 252. Ibid., p. 541.

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xviii (basta recordar una obra como El soldado en guerra de religión del Padre Cádiz para comprender el alcance y la dureza de la reacción) y que debido a los años de la Guerra de Independencia adquiriría en su discurso un mayor radicalismo institucional, para convertirse inmediatamente después en uno de los frentes más importantes en los orígenes del Romanticismo español. Mora, al igual que Moratín, Marchena o Blanco White (aunque desde posturas personales y opciones políticas muy diferentes), representaba esa invasión. Las Leyendas españolas eran también un intento, aunque tardío, de modernización y, por tanto, un ataque a esos pilares del altar y del trono, aunque ya sin el calor dialéctico de sus primeras polémicas, que, entre otras cosas, pretendían ofrecernos una representación de España y lo español muy crítica con aquella otra imagen que nuestros costumbristas y viajeros románticos, de dentro y de fuera, estaban construyendo como si de un nuevo paraíso perdido se tratara. En última instancia, Mora también sucumbía a la moda española que sacude toda Europa entre 1830 y 1850, donde se mezcla la ficción y la realidad de un escenario que, a partir de esos momentos, abría las puertas al mundo con sus colores más llamativos y su exotismo africano.

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COCINA Y NOSTALGIA: CUATRO POESÍAS DE JOSÉ JOAQUÍN DE MORA

Salvador García Castañeda The Ohio State University

Los recientes artículos sobre José Joaquín de Mora y la proyectada edición crítica de sus Leyendas españolas revelarían el creciente interés de los estudiosos por su obra. Como se recordará, Mora nació en Cádiz el 10 de enero de 1783, murió en Madrid el 4 de octubre de 1864 y tiene capital importancia en la historia de la literatura española durante el período de transición entre el Neoclasicismo y el Romanticismo. Aparece junto a Alcalá Galiano en la famosa “querella calderoniana”, destaca entre los refugiados liberales de Londres por su labor periodística y literaria y, finalmente, por sus andanzas en tierras de Hispanoamérica durante más de quince años. Me propongo comentar aquí cuatro composiciones poéticas suyas, dos de ellas, al parecer, inéditas, dedicadas a la comida española evocada desde la perspectiva del exilio, tres de las cuales hallé manuscritas en el volumen Una memoria, Ms. 2901, pp. 241a y 243-244, de la Biblioteca Nacional en Madrid. Son éstas “La merienda” [“Pon el Mantel y el Jarro…”] (p. 241a); “A Jerez”, [¡Oh tú más venturosa…”] (p. 241a) y “Mi gusto en comer” [“No quiero que mi mesa…”] (pp. 243-244). Según Vicente Llorens,1 el volumen La gastronomía de Joseph Berchoux, apareció en Valencia en 1820, y fue editado de nuevo por Ackermann bajo el título La Gastronomía, o Los placeres de la mesa. Poema en cuatro cantos (London: 1825; hay una tercera edición de 1832), traducido por José de Urcullu, y con un apéndice con poesías de varios otros autores; Ackermann añadió otras 1 Liberales y románticos. Una emigración española en Inglaterra 1823-1834, 2ª. Edición. Madrid: Castalia, 1968, 158-159.

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de Juan del Encina y una de Mora, “No quiero que mi mesa…”,2 que en el Ms. 2901 lleva el título “Mi gusto en el comer”. La cuarta, “Oda al garbanzo” [“Si a pensar en los males de Castilla…”] apareció en La América de Madrid, el 12 de julio de 1863, nº. 13; y volvió a publicarla Juan Goytisolo en la revista Ruedo Ibérico en 1973. Aunque desconocemos la fecha de su composición, estas poesías parecen haber sido escritas durante los años de exilio, posiblemente en ratos de ocio. “Mi gusto en el comer”, “La merienda” y “A Jerez” aparecen en el manuscrito de la Biblioteca Nacional como obras de Mora; las tres comparten notables semejanzas de estilo, versificación, vocabulario y temas y, como vimos, una de ellas, “Mi gusto en el comer”, se publicó con ese nombre en 1825. Las Leyendas españolas aparecieron reunidas en un volumen en 1840, y es posible que Mora las ordenase para la imprenta según la cronología aproximada de su composición. La primera de ellas, “La judía”, tiene un vocabulario neoclásico, ausente luego en las demás Leyendas, vocabulario que comparten estas tres composiciones de tema gastronómico y que en cierto modo, contribuiría a fecharlas en época temprana. Entre sus Poesías publicó Mora “El banquete de filósofos”,3 “El convite”4 y “Respuesta a un convite”5, que exaltan los placeres de la mesa y en las que menciona con deleite la sopa de tortuga, el caldo de cangrejo, faisanes y chorlitos, ánsares de Bayona, macarrones italianos, un jamón cocido de Westfalia y “postres delicados” como budines, cremas, tortas y mantecados, y se diferencian notablemente de “Mi gusto en el comer”, “La merienda” y “A Jerez” por el tono exaltadamente nacionalista que revelan estas últimas, motivado sin duda por la nostalgia. Las señas de identidad cultural son las que hacen sentir a los miembros de una comunidad su pertenencia a un grupo con el que comparte un sustrato ideológico y unas costumbres comunes, diferentes a los de otras culturas. La comida, tanto como la religión y el lenguaje, es una de las manifestaciones del patrimonio cultural de los pueblos, y Mora menciona alimentos propios de la que podríamos llamar cocina nacio2

Reeditado por Cabrerizo con la traducción de Urcullu en su “Nueva colección de novelas” en 1839. 3 José Joaquín de Mora, Poesías de… (Cádiz: Librería de Feros, calle de San Francisco, no 51, 1836), pp. 125-127. 4 José Joaquín de Mora, Poesías de D… (Madrid: Calle de Santa Teresa, nº. 8, París, Rue de Provence, núm. 12, 1853), pp. 433-440. 5 Mora, Poesías (1857), p. 197.

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nal: “Ese repertorio —según Torres— de alimentos con los que se identifican todos los miembros de una sociedad sintiéndolos como propios y referentes hacia los cuales volver la mirada, frente a los de afuera”.6 En principio, al igual que otros elementos que conforman su identidad cultural, los emigrantes llevan su cocina a su nueva patria como un medio más de conservar esa identidad y de atenuar los efectos del desarraigo. No suele ser extraño que desdeñen los nuevos usos culinarios y, como escribe Fernández-Armesto, el desprecio por la comida y la cocina extranjeras estaba ya bien establecido en la Antigüedad.7 “Mi gusto en el comer”, “La merienda” y “A Jerez” son romancillos heptasílabos con cuatro, tres y tres octavillas respectivamente, tipos de estrofa y metro que Mora usó en “El boticario de Zamora” y en otras Leyendas. Las dos primeras composiciones pertenecen al género anacreóntico, y en ellas exhorta a su Filis, “la trigueña Maruja”, a preparar una merienda rústica —“Pon el Mantel y el Jarro”— en una paz campestre que contrasta con la convencionalmente engañosa vida de la corte. Destacan en ellas un prosaísmo intencionadamente matizado con expresiones coloquiales y el moderado sensualismo propio de la anacreóntica. Los manjares escogidos son simples y apenas sin aderezo culinario, y, aparte de “un pavo enorme”, son todos representativos de una comida tradicional española en la que están representadas diferentes regiones. Y también dentro de una tradición extendida dentro y fuera de España, Mora rechaza la elaborada cocina francesa, “pastelones, pomposas frituras”, y los contrapone aquí a platos nacionales como la ternera, el graso embuchado y “el pernil sabroso que trajo el Extremeño”, y asegura que prefiere el vino de La Mancha, la manzanilla de Sanlúcar y el jerez al champán y al oporto.8 6 Graciela Torres, Liliana Madrid de Zito Fontán, Mirta Santoni, “El alimento, la cocina étnica, la gastronomía nacional. Elemento patrimonial y un referente de la identidad cultural”, en Scripta Ethnologica, año/vol. XXVI (Buenos Aires: Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, 2004), pp. 55-66, 62. 7 Felipe Fernández-Armesto, Near a Thousand Tables. A History of Food (New York: Free Press, 2004), p. 135. 8 Refiriéndose a “Mi gusto en comer”, Vicente Llorens escribía (1968: 158) que “El patriotismo culinario, por desdeñable que parezca, no es de los menos intensos en el expatriado” (pp. 158-1159), y mencionaba al canónigo de Oviedo don Miguel del Riego, hermano del famoso general, quien vivió en Londres del comercio de libros y de vinos españoles, y quien regalaba a sus amigos chocolate “a la española” o comidas de la tierra (pp. 55-56), y a un joven catalán recomendado por don Miguel a Richard Ford, quien vendía chocolate, chorizos “de los reales y verdaderos extremeños” y garbanzos que le

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De carácter muy diverso es la irónicamente titulada “Oda al garbanzo”, una silva en doce cuartetos con rima ABAb, 11,11,11 y 7, que publicó La América en 1863. Como se recordará, su autor regresó a España en 1843, entró en la Academia en 1848 y pasó a formar parte de aquella sociedad y de aquellas instituciones que había denostado antes. Aunque por su tono exageradamente censorio semejante al de las Leyendas, la “Oda al garbanzo” podría haber sido escrita bastantes años antes, las referencias a los neocatólicos y al conocido periódico carlista La Esperanza, que apareció en octubre de 1844, relegan su composición a época más tardía. El carácter panfletario y humorístico de los denuestos, tan propio del estilo de Mora, podría sugerir que esta composición satírica publicada en La América (1857-1870), el periódico liberal de Eduardo Asquerino, fue escrita como un divertimento para correligionarios y amigos. El garbanzo, una leguminosa de gran valor nutritivo y uso muy extendido en el mundo mediterráneo, el cicer arietinum tan apreciado en la antigua Roma y mencionado por nuestros clásicos, ha sido tradicionalmente un alimento básico de la España mesetaria y de las clases populares. Según Mora, Castilla encarna el espíritu tradicional español, intolerante, conservador y católico propio de una Edad Media feudal, oscurantista y tiránica. Considera los garbanzos como una “masa insípida y caliza”, cuyas propiedades indigestas y flatulentas y sus “efluvios cálidos y espesos” producen “estúpida modorra”, y atribuye a los garbanzos con que se alimenta la miserable raza de la meseta, el mal gobierno y la falta de progreso (aquí habrían sido imposibles Copérnico o Galvani), y de libertad de imprenta. Espero que estos breves entretenimientos poéticos contribuyan a mostrar una faceta más de la amplísima obra de José Joaquín de Mora, buena parte de la cual permanece hoy desconocida y dispersa. “Oda al garbanzo” Si a pensar en los males de Castilla, Y en su miseria y desnudez me lanzo, Como origen fatal de esta mancilla Te saludo ¡Oh garbanzo! enviaba su familia (pp. 58-59). Don Marcelino Calero, propietario de la acreditada Imprenta Española en Londres, estableció también una fábrica de chocolate, y a elaborarlo en casa para la venta se dedicaron varios militares (p. 64).

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Tú en Burgos, y en Sigüenza, y en Zamora, Y en Guadarrama, capital del hielo, Alimentas la raza comedora, Y así le crece el pelo. Esa tu masa insípida y caliza Que de aroma privó naturaleza, Y de jugo y sabor, ¿qué simboliza? Vanidad y pobreza. ¿No eres tú quien la mente petrificas Del que habita en Consuegra y Calahorra? Y al de Villacastín ¿no comunicas Estúpida modorra? ¿No eres tú quien detiene los progresos De la razón en abatidas razas, Y con efluvios cálidos y espesos Su cerebro apelmazas? Allí donde las razas miserables Viven de tu sustancia flatulenta, ¿habrá jamás ministros responsables Y libertad de imprenta? Si hubiera el gran Copérnico en su día Conocido manjar tan indigesto, El globo de la tierra ¿no estaría Inmóvil en su puesto? Y si Galvani satisfecho hubiera Con garbanzo el estímulo del hambre ¿se extendería en monte y en pradera El eléctrico alambre? Eres del siglo xiii vil residuo: Con el error hiciste alianza, Y el que de ti se nutre es un asiduo Lector de La Esperanza. De los neo-católicos protejes La caterva de hipócritas sofistas,

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Y al ingenioso autor que llama herejes A los libre-cambistas. Y contra el que aprendió lengua alemana Cual bacante furiosa truena y bufa, Y contra el que en inglesa porcelana Come salmón y trufa. Deja, pues, la región que contaminas, Caiga sobre tu estirpe fiero estrago, Aunque cubran la tierra que germinas Ortiga y jaramago. J. J. de M. (La América, Madrid, 12 de julio de 1863, quincenal, nº. 13. Publicado por Juan Goytisolo en Ruedo Ibérico, 1973.)

A Jerez ¡O tú más venturosa que la arrogante Atenas, que la guerrera Esparta, que Memfis opulenta! ¡O ciudad más loada que la que el Tibre riega, dominadora injusta de cuanto el sol calienta! ¡Jerez! patria del goce, ¡Jerez! Felice tierra Baco te fertilice, Pomona te proteja, tus pampanosas viñas, tus colinas risueñas, eternamente abriguen abundancia y riqueza! Respétente las Armas, huya de tí Boreas,9 las Auras te perfumen,

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Por imposición de la rima Boreas y no Bóreas

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Febo dore tus cepas, que todo lo mereces, porque crió en tus tierras Ese dorado mosto más suave que el néctar. (“Una memoria”, Ms. 2901, p. 241a, BNM.)

La Merienda Pon el Mantel y el Jarro, Maruja, y merendemos; Ya que el aura festiva Sopla y trisca en el huerto. De aquel pernil sabroso Que trajo el Extremeño Corta dos o tres lonjas Que dan vida a los muertos. Tú y yo sin más testigos Importunos y hambrientos, La Sed y el Apetito En dulce paz calmemos. No hablaremos de hazañas De implacables guerreros, Desolación y espanto De malhadados pueblos; No del brillo engañoso Que adorna el Palaciego, Sin calmar el martirio Que le devora el pecho: Hablaremos de Amores, De risas y de juegos Hasta que con sus alas nos arrullen los sueños. (“Una memoria”, Ms. 2901, p. 241a, BNM.)

Mi gusto en comer No quiero que mi mesa Francés Artista cubra De huevos, pastelones

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Y pomposas frituras; Ni de blandas pulpetas, Y rellenas lechugas Que los ojos alargan Y el apetito burlan. Ni me placen las Pollas Que espesa nata inunda, Ni el gazapo aplastado, A guisa de tortuga. Quiero que un Pavo enorme Majestuoso cubra La mitad de la Mesa Con su blanca pechuga. Quiero ver a sus lados como firmes columnas, Ternera de Vizcaya, Jamón de Extremadura. Que un rojizo embuchado De dimensión robusta Vierta por todas partes Raudales de gordura. Ni quiero que me sirva La trigueña Maruja Oporto que es Campeche; Champaña que es espuma Sino de aquel dorado Mosto que da Sanlúcar, O el que hierve en el seno De las Manchegas Cubas. (“Una memoria”, Ms. 2901, pp. 243-244, BNM; Llorens, 1968, 159.)

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EXILE, RETURN, AND THE FASHIONING OF THE LIBERAL SELF: JACINTO SALAS Y QUIROGA AND OTHERS

Andrew Ginger University of Stirling

The period of exile treated in this volume ended, formally at least, in 1834 with the establishment of a liberal parliamentary state in Spain. From that point on, until the early 1920s, the country was to enjoy one of the longest-lived constitutional regimes in continental Europe. Unlike in the restoration of democracy after 1975, the establishment of the nineteenth-century liberal state was at its very core linked to the experience and return of exiles. It was amnesties for liberals in 1834 that marked the end of absolutism, alongside the proclamation of the Estatuto Real. It was returning exiles who took up the post of head of government: Francisco Martínez de la Rosa, the Count of Toreno, Miguel Ricardo de Álava, Pablo Mendizábal, and Francisco Javier de Istúriz. And exiles played a key — though by no means the sole — role in establishing new cultural and intellectual trends. Some of those returning had been forcibly exiled in 1823 with the fall of the Trienio. Others, often younger individuals, like the poet and writer José de Espronceda or the critic and author Eugenio de Ochoa, had left the country subsequently. Historians have generally agreed that exposure to new ideas abroad played a significant role in the renewal of Spanish liberal thought and literature. This involved an emulation of trends that had emerged elsewhere, like Hugolean Romanticism or Doctrinaire Liberalism. Such developments were twinned with an effort to reinvigorate the patriotic historiography of Spain so as to match that of other countries.1 1 A useful summary can be found in Henry Kamen, The Disinherited: The Exiles Who Created Spanish Culture (London: Allen Lane, 2007), pp. 195-201.

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It is perhaps less well appreciated that, at the definitive moment in the establishment of the liberal Spanish state, the very concept of exile fundamentally shaped key visions of what it meant to be ‘liberal’ and ‘Spanish’. In particular, Spanish liberal understandings of personal and collective identity were not always about seeking to root oneself in the developing, coherent trajectory of a national tradition. Alternate understandings of what it meant to have an identity emerged. Through their cultural activity, liberals thereby pursued a form of self-fashioning — that is the creation of a self-image — that impacted widely and decisively in the establishment of a liberal political and intellectual elite. By self-fashioning, here I mean something more intimately connected to non-cultural realities than what Greenblatt called the illusion of identity, the ironisation or celebration of a simulacrum of identity, a construction or performance of self.2 As Margadant has noted, the recent revival of enthusiasm for writing biographies is based on a complex understanding of how people’s sense of selfhood contributes to the shaping of historical developments, but, for that reason, does not need to be limited to an emphasis on cultural constructs.3 Scholars such as Tully and Burdiel have shown the immense value of such new biographies in renewing our comprehension of nineteenth-century Spain, politically and culturally.4 This essay will look specifically, but not exclusively, at the case of the influential young writer Jacinto Salas y Quiroga on his return to Spain. Just 10 years old when the Trienio fell, Salas y Quiroga spent time abroad in Peru, England, and France between 1830 and 1833. In 1834, back in his homeland, he published a volume entitled Poesías. This publication was an historically important and decisive event in the history of modern Spanish culture. It is, as far as one can discern, the very first complete selection of poems published inside Spain that explicitly follows Victor Hugo, among others, in breaking with an ad-

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Greenblatt’s position is famously elaborated in Renaissance Self-Fashioning from More to Shakespeare (Chicago: Chicago University Press, 1980). 3 Jo Burr Margadant, “Introduction: Constructing Selves in Historical Perspective”, in The New Biography: Performing Femininity in Nineteenth-Century France, ed. idem, (Berkeley/Los Angeles: University of California Press, 2000), p. 8. 4 Carol Tully, Johann Nikolas Böhl von Faber (1770-1836): A German Romantic in Spain (Cardiff: University of Wales Press, 2007); Isabel Burdiel, Isabel II: No se puede reinar inocentemente (Madrid: Espasa-Calpe, 2004).

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diction to and continual imitation of classicism. It rejects even a ‘justo medio’, and promotes the cause of what Salas calls ‘nuestra escuela’, which he links to literary liberty.5 (He does not use the word Romantic in the preface, although he would do so elsewhere in his writings.) In the same year, the Duke of Rivas, another returning exile, published the historical epic, El moro expósito. But Salas seems to be alone in echoing so directly Victor Hugo’s volumes of collected verses, preceded by an authorial, manifesto-like preface. The book at once asserts the establishment in Spain of ‘nuestra escuela’ in lyric verse, and in so doing situates Salas as one of the leaders of the school. The act of publishing Poesías achieved two things. First, it asserted an effective, intimate link between the establishment of a liberal political (and literary) system, and the author’s personal experience of exile from and return to the patria. Second, in so doing, it successfully realised Salas’s own self-fashioning as a leading liberal intellectual. Crucially, this entailed the author’s developing role as a catalytic figure in the formation of cultural and intellectual networks among the liberal elite. The writer’s recent exile experience, principally in London and Lima, though also in Paris and Liverpool, is at the very heart of the subject matter of Poesías. It is referred to in poem after poem, if only as the location in which the verses were composed. Salas dwells on his experience in general in verses such as ‘El emigrado’, conjures up stories and feelings about exile in England in ‘La luna’ and ‘La hija de Albión’, and dwells on his arrival and time in Peru in ‘Lima’ and ‘Al ilustre literato Don Francisco de Paula Martínez de la Rosa’, among numerous other examples. At the same time, Salas famously dedicated his book ‘Al pueblo español, en la época de su regeneración política y literaria’.6 Modern critics have less often perceived that this means Salas’s concept of exile is crucial to his political and literary vision for Spain. At the time the connection was more clearly noticeable. Another rising literary star, the poet José Zorrilla, composed an ode celebrating the exemplary literary persona of Salas y Quiroga. While Zorrilla’s poem begins with what seems a rather commonplace assertion — that the poet is an exile from heaven on a fallen earth — the writer adds that Sa5

Jacinto Salas y Quiroga, Poesías (Madrid: Imprenta de Don Eusebio Aguado, 1834), pp. xii, xiv. 6 Poesías, p. x.

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las understands this precisely because of his time spent in ‘remotos climas’.7 The literary persona of Salas y Quiroga thus signals national renewal through his volume’s recapitulation of personal exile, which is in turn a literal manifestation of the metaphorical exile of the poet. Salas targets these three converging elements onto a single objective: inspiration for military triumph in the civil war against the absolutist Carlists who were resisting the new liberal regime. The volume is, as it were, conceived as a military as well as a political act inspired in exile. Salas y Quiroga is aiming to foster a hymn of victory, as he puts it, one that guides the timid ‘allí do la odiosa tiranía quiso sacudir su envenenada caballera’. So, like the revolutionary poet Quintana in his Poesías patrióticas decades earlier, Salas literally envisages his book as a battle hymn in the cause of liberty encouraging unity and fraternity among young men in the national struggle: ‘La patria reclama sus cantos’, he says, ‘Jóvenes españoles, unámonos todos; cantemos acompañados de la misma lira’.8 These words unite the long-time practice of soldiers marching to song with the evocation of an ancient instrument, the lyre. As Katie Trumpener comments, speaking of contemporaneous Irish and Scottish literature, ‘bardic performance binds the nation together across time and social divides’. The example of Ossian, as she remarks, presents the renewal of ancient Bardic tradition in the form of warrior and advisor, chronicler and poet-singer.9 Salas takes up that role. He played the part with some considerable success. It is true that, if stylistic innovation, the crafting of startling new terms of phrase, an inspiring use of rhythm and sound, and resonantly suggestive imagery are hallmarks of great poetry, the Poesías are not very good. The writer, then twenty-one years old, knew as much, describing the verses as ‘débiles opúsculos’. But he also had an acute sense of why his poems, or rather more accurately, his published book mattered. If readers were to view it kindly, he tells us, he might take up his desired occupation on a longer-term basis and ‘ocupar mis ocios en seguir la carrera a la que desde hoy me dedico’.10 Launching the volume upon the world proved 7 José Zorrilla, “A Don Jacinto de Salas y Quiroga”, in Obras de D. José Zorrilla. Tomo Primero: Obras Poéticas (Paris: Baudry, 1852), pp. 12-13. 8 Poesías, p. xv. 9 Katie Trumpener, Bardic Nationalism: The Romantic Novel and the British Empire (Princeton: Princeton University Press, 1997), p. 7. 10 Poesías, pp. xiv-xv.

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an astute career move, as we can see from Zorrilla’s celebration of Salas’s persona, a character akin, the poet says, to a funeral lamp at an orgy. From 1837 onwards, Salas became the editor of some typically short-lived, but nonetheless highly influential literary, political and intellectual journals: No me olvides, Revista del Progreso. He went on to become a diplomat dispatched to Latin America, a travel writer, a novelist, a published historian of France, and political pamphleteer before finally falling dead in 1849, at the young age of 36. Just as importantly, in undertaking his ‘carrera’, Salas assumed a role of intellectual leadership that helped galvanise collaborations and dialogue among the cultural elite. If the 1834 Poesías had something of the quality of a Hugolean manifesto, rallying the metaphorical troops, journals like No me olvides brought together contributors from across Spanish literary life. Clearly, the Poesías could not have a direct military effect on the Carlist enemy, despite the belligerent tone of the preface. But they could assist in creating and reinforcing — self-fashioning, in that sense — a collective identity and way of intellectual life among the social elite. In that not insignificant manner, they played a role in consolidating Spanish liberalism. The same may be observed of the works by other returning exiles. The Duke of Rivas’s celebrated drama, Don Álvaro, was conceived on the banks of the Loire, he reminds us in a dedicatory note.11 It became, among proponents and opponents, a touchstone point of reference and debate in the cultural world of 1830s Spain. When the critic Larra reviews the play Aben Humeya, by the formerly exiled liberal leader Martínez de la Rosa, he begins precisely by dwelling on how the drama had been performed in Paris, and therefore has a significance that resonates beyond as well as within Spain’s frontiers: ‘una gran reputación, adquirida dentro y fuera de España, es decir, europea’.12 It is perhaps no great stretch of argument to discern a similar preoccupation in the outlook and tenor of Martínez de la Rosa’s political masterpiece, El espíritu del siglo. This magnum opus considers Spain’s revolutions only within and in relation to an overarching French and European context. Such an approach befits the great liberal persona as a returning exile, steeped in foreign thought and national prestige.

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Don Álvaro; o, La fuerza del sino, ed. Donald Shaw (Madrid: Castalia, 1986), p. 59. “Aben Humeya (por Francisco Martínez de la Rosa)”, in Artículos completos, ed. Melchor de Almagro San Martín (Madrid: Aguilar, 1961), p. 678. 12

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An exile sensibility, so to speak, was critical to the very establishment of Spanish liberalism. It was not, or it was no longer a matter for an alienated diaspora; it had nothing to do with being an outsider, as an exile so often is supposed to be. Rather, exile and return was about becoming an insider, shaping a political and cultural world. It was prestigious. But this in turn meant the very notion of mainstream liberal personal and collective identity was heavily inflected by the concept of exile. The implications for the meaning and significance of Spanish understandings of historical identity are again very clear in the work of Jacinto Salas y Quiroga as he returns from England and Peru. Ostensibly the Poesías will not simply bind the youth of Spain together, they will effect a fraternity between the living and the dead. In his guise as warrior-bard, Salas y Quiroga states that the singing of Spanish youths will raise up the souls of their ancestors. It is only once this resuscitation of the ancients occurs, only at the point that the living and the dead join together in a shared hymn, that victory will prove possible and Spain’s future will be secured as a free country: ‘formó una sola voz… elevó las almas de nuestros antepasados’.13 The Poesías will act, in Robert Pogue Harrison’s terms, as a ‘ligature between the dead and the unborn’, in this case to military, political, and literary ends. That is to say that they awaken an awareness of how much the cultural and even biological legacy and presence of the dead inform the living world. This means that present experience only reaches plenitude when it ceases to be thought of as solely present and is situated in a deeper experience of time.14 The issue, then, is how the concept and experience of exile, evidently central to the Poesías, is supposed to be so fundamental to binding the living and the dead of Spain together in military and political victory. It is not easy to answer this question for two reasons. These twin difficulties, in turn, illuminate Salas y Quiroga’s understanding what is meant by historical identity within the liberal mindset. First, although Salas’s preface to his Poesías insists on their relevance to the immediate situation of Spain in 1834, hardly any of the verses were actually written in 1834, most are dated and located outside Spain and at times before 1834 because they are from his exile, and only a few 13

Poesías, p. xv. Robert Pogue Harrison, The Dominion of the Dead (Chicago: University of Chicago Press, 2003), p. 40. 14

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of them offer any direct political comment or allusion of any sort. Second, despite the manifesto-like preface, the collection, on the face of it at least, is anything but programmatic. Certainly, references to places and times of Salas’s exile recur, at times as the theme of the poems themselves, at others simply as a way of locating and dating an otherwise generic contribution to the art of verse. But the contents of the poems themselves are extremely miscellaneous. Among other things, we find an almost Biblical poem about a storm, a version of a ballad by Goldsmith, a close and then a free version of two Lafontaine fables, poems explicitly about Salas’s sense of loneliness in Lima and in London, and, for that matter, about a conversation he had with a fifteen-year old woman at a party in Liverpool. We likewise encounter exercises in poetic love stories featuring characters with such traditional and conventional Spanish literary names as Fileno and Lisa, a ballad about a man who feels too fond of his horse to leave it and return from war, songs for the music of Romangnesi, and Alexandrines composed in French in admiration of Victor Hugo. In the course of the latter Salas proclaims that his own soul is itself Gallic. The allusions to other literary writers, and one musician, here are disparate in both time and location, an effect reinforced by the variety of epigraphs frequently attached to the verses, from Barthelémy and Méry’s Napoléon en Égypte, to Dante, Béranger, and Hugo. At various times we find ourselves faced with the Indian-subcontinent god Brahma, the Italian poet Petrarch, not to mention Huascar and Atahualpa. How could all of this add up to a programme of national renewal, a battle hymn for national liberty, or even a consistent account of Salas’s exile in Britain, Peru, and France? One possible explanation, of course, is that Salas has simply appended a conveniently programmatic preface to a miscellaneous anthology of his poetic scribblings, in an apparently successful bid at self-promotion. But we may reasonably and at least for a moment concede him some benefit of the doubt. After all, he invites us to expect something rather heterogeneous: ‘igualdad en poesías es sinónimo de monotonía y fastidio’.15 If we back up to the 1834 foreword once more, Salas tells us that the dominant character of his collection is ‘la libertad’, freedom. It is this feature that connects the political, military, and literary significance of his works. So, it is important to understand exactly how Salas conceives of 15

Poesías, p. xii.

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liberty in the preface, and how it relates to three things: his ancestral sensibility, his establishment of a literary and political persona for himself, and, ultimately, his vision of exile. It is necessary to deal with the first two, in order to understand their connection to the third. Salas rejects servile imitation of earlier writers, and equally expresses abhorrence for those who seek applause or money for their writings; that is to say, he abjures an approach to literature that is based on a dependency on others, past and present. Similarly, he expresses nationalist resentment about continual imitation of the French. However, his interpretation of liberty is based not on a rejection of a relationship with other selves, past or present, but rather upon a particular definition of that relationship. Salas is seeking once more, as he did in his echoes of battle hymns, and in his cult of national ancestors, to oppose fraternity to tyranny, not absolute independence to dependency: ‘Los genios inmortales que he citado son los amigos del escritor, no sus tiranos’.16 The (apparently masculine) friendship, both now and in relation to the dead, is founded upon an openness to the unpredictable, an absence of prior definition of the outcome of the fraternal relationship, unlike supporters of the justo medio, who cannot tolerate ‘lo que no se puede preveer’.17 It is based upon an imitation precisely of the unpredictable: ‘Byron hizo bien, y no hizo como Boileau; Victor Hugo tiene rasgos sublimes en sus obras, y no conoce más ley ni más barrera que su imaginación’.18 Similarly, the relationship of the poet to the modern day world combines distance and involvement: precisely in order to serve his patriotic vocation in national fraternity, in order that the multitude (as he puts it) might weigh up his thoughts, the poet might not pay much attention to the people. One of the two epigraphs to the whole collection expresses in Lamartine’s words this concept of a persona that at once brushes on but is not constrained by its contact with the existing world: the poet is like passing birds who do not beat their wings against the banks, who do not rest on the branches of trees, and are instead rocked nonchalantly on the current of the wave. Salas is not asserting that as a poet he is an isolated social misfit. Rather he is affirming that a free fraternal relationship with others demands that his relationship to compatriots, foreigners, and the dead not suppose servile dependency upon them. Consequently, his 16

Ibid., p. x. Ibid., p. xii. 18 Ibid., p. x. 17

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statement of personal freedom in the preface to the 1834 Poesías is by the same dint an attempt to insert himself, on his return to Spain, as a literary writer into a position of fraternal leadership within contemporary liberal social, literary, and political networks. This is exemplified in his subsequent literary and political activities. The poems published in 1834, but for the most part very explicitly written during exile in London and elsewhere, embody this vision of liberty, not so much by direct statement of beliefs but by their unpredictable imitations and imitated unpredictability, jumping from one literary model to another, from free translation to personal reflection. The very indirectness of their connection to the concrete circumstances of Spain in 1834, and even at times of the relationship between the contents of a given poem and its dating in a particular place and time of exile, is consistent with Salas’s aim of distanced involvement, fraternal freedom. While Salas seeks to channel national renewal through the miscellaneous experience of his exile poetry, he necessarily wishes to do so in suggestive and open-ended ways, rather than by conceiving his work as a programmatic whole. In these key respects, Poesías differs from some of the classical models of exile verse collections, Ovid’s Tristia and Du Bellay’s Les Antiquitez de Rome even as it might loosely evoke them. Both see potential return (literal or metaphorical) as key to the experience of exile, and with it a potent transformation in their relationship to the patria and state: the former seeks to repair Ovid’s relationship to Caesar and Rome and envisages the voyage of the book back to the capital, and the latter ostensibly to praise the French King from afar, more ambiguously evoking Rome’s historical fate which he hopes the King will see as a happy omen. However, both remain relatively focused on their task of conjuring up the places, experiences, and reflections that arise directly from their journey into exile. Salas’s indirectness, allusiveness, and the unprogrammatic character of the collection can be interpreted as a metaphorical reinvention of one of the tropes of exile literature: the errancy and wandering of the victim. For example, in a poem composed in London in 1828, ‘A la Patria: Elegía’, Espronceda declares ‘el justo desgraciado vaga incierto allá en tierra apartada’.19 Through his practice of ‘libertad’ in poetic compo-

19 “A la Patria: Elegía”, in Poesías líricas y fragmentos épicos, ed. Robert Marrast (Madrid: Castalia, 1970), p. 144.

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sition, in assembling a heterogeneous, miscellaneous anthology, Salas converts his errancy into the very basis of fraternity in the refounding of the patria. If there is a parallel to Salas’s enterprise it is perhaps better found in the immediately contemporaneous prose collection OutreMer by the American poet Longfellow, though Longfellow at least organises his fragmentary musings according to the countries he passes through. (I am grateful to Professor Susan Manning for pointing out to me the parallel between Salas and Longfellow.) Presumably created in absolute ignorance of one another, placed together Outre-Mer and Poesías are curiously mirror-like, inverse images of the other. Outre-Mer is a journey outwards from the United States to the old world, playing on the term old as it is used with reference to time and place. On the one hand, it evokes a tension between the entertainments of a medieval past and the preoccupations of the present day. On the other, it juxtaposes the celebration of the new world, the United States, with the depiction of old Europe as analogous to the Holy Land, the Outre Mer, which was the destination of medieval pilgrims. Longfellow fashions himself as a charming, misfit modern American through a playful, provocative paradox in which he models his miscellany on the entertaining tales told by pilgrims when returning to the feudal nobility of their homeland.20 In the scattered musings of Poesías, Salas journeys across the Atlantic, to England and Peru, but frequently in a mournful spirit, and in the lingering presence of inequitable but providential suffering, a mark of evil in the world. The opening poem ‘La tempestad’ imagines innocent sailors dying as a vengeful God ensures justice, killing them alongside one guilty individual whose death matters more than their lives. If Salas’s overall outlook is unlike Longfellow’s overt ‘frivolity’, nor is his return to Spain about the deep tension between old and new worlds, between miscellaneous entertainments and ‘the spirit of the age’ in the self-fashioned poet. Rather it is about a fundamental reintegration in the refoundation of the patria, in its contemporary destiny of regeneración, precisely through indirect, allusive miscellany. So Salas y Quiroga does not see liberal, national, historical identity as about having a systematic interpretation of history and time, or about rooting oneself in a seamless, evolving tradition, or even about returning to the values of a past time to resolve the challenges of the present. 20 Henry Wadsworth Longfellow, Outre-Mer: A Pilgrimage Beyond the Sea (Boston: Ticknor and Fields, 1859), pp. 7-12.

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He does not imagine having a national identity as involving ascribing to a cohesive set of characteristics, delineated from the rest of the world. Rather, elusiveness, instability in one’s situation in place and time must be at the very heart of any kind of identity worth having. As Trumpener notes of Ireland and Scotland, the modern bardic poets, such as Salas, often resisted the notion that history should be understood systematically as a series of progressive stages of development, and disrupted others’ efforts to distinguish clearly between different time scales and periods.21 But, in the context of Spain’s returning exiles of 1834, the purpose was not to resist economic and social changes, so much as to consolidate a dominant, if contested political and literary culture. Arguably, that elusive experience of history and identity was something shared with and promoted by other powerful individuals returning from exile. Labanyi has aptly commented on the fluid identities and border crossings that characterise Rivas’s Moro expósito, his somewhat ambiguous exploration of Islamic-Christian relations in the struggles of medieval Iberia.22 Larra’s critical response to Martínez de la Rosa’s Aben Humeya is perhaps unintentionally revealing of that play’s fragmentary significance and its conception as a fragment rather than a whole: ‘no es un drama hecho, sino una exposición de un drama por hacer’.23 Larra finds himself unable to discern a clear lesson from Martínez de la Rosa’s death of the morisco rebel Aben Humeya in sixteenthcentury Spain. Perhaps the point is precisely that the historical relationship between past and present, that ‘ligature’ between the living and the dead is radically uncertain, disturbed even. Similarly, Rivas’s Don Álvaro, about a mestizo in eighteenth-century Spain, awakened a more overtly admiring perplexity in another returning exile, Eugenio de Ochoa.24 Not unlike Salas in the guise of bard, Martínez de la Rosa (in his French preface to Aben Humeya) and Rivas (in the dedicatory remark to Don Álvaro) depict themselves as conjuring up ancestral tales, heard in their childhoods and recalled now as they languish in foreign lands. In so doing, they evoke an inconclusive even enigmatic relation21

Bardic Nationalism, p. 29. Jo Labanyi, “Love, Politics, and the Making of the Modern European Subject: Spanish Romanticism and the Arab World”, in Journal of Hispanic Research 5 (2004), pp. 229-243. 23 “Aben Humeya”, p. 682. 24 Eugenio de Ochoa, “Don Ángel de Saavedra”, in El Artista 1 (1835), pp. 175-77. 22

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ship to the past, a twin connection and repulsion: with gentle nostalgia they recall abroad old stories from home that turn out to be nightmarish tales of revenge and defeat. Espronceda’s response to bardic literature encountered in his British exile, a series of recreations of Macpherson’s Ossianic verse, is particularly notable here. The poems evoke a mythical belief system rooted in the British bardic past, only to imply that ‘mythical belief systems of one sort or another are in some sense either delusions or cause death or both’, a view that was to colour his influential later poetry and to characterise his own literary persona.25 Interpreted as exile verses, Espronceda’s Ossianic poems parallel Salas y Quiroga’s use of translations and imitations of foreign literature in Poesías: they evoke a fraternal relationship with an overseas author (Macpherson, ‘Ossian’) but define that brotherhood precisely by a distance from the original and its, or any, predictable terms of reference, thus ensuring fraternity is liberty. As Salas remarks, ‘por grandes que sean las verdades que han escrito [los amigos del escritor], no se opone esto a que haya más verdades que las que ellos encontraron’26. As all this suggests, it is not just Salas y Quiroga’s striking depiction of his English and Peruvian exile that matters here, his pointedly indirect and oblique invocation of his life experiences in a poetic miscellany. It is the affective content of his self-fashioning. When Zorrilla salutes Salas as the poet of exile, he terms him ‘Bardo sombrío; poeta del dolor’. The poet echoes a melancholic self-image that Salas recurrently promoted in his literary writing and his writing about literature. The Poesías of 1834 were crucial in establishing this aspect of Salas’s literary persona. They return recurrently to experiences of separation, death, suffering, inconstancy, and at times guilt, longings to rejoin others, to awaken or reawaken love, and occasional tales, perhaps fantasies, of union with loved ones. At times, Salas links such experiences very explicitly to exile itself. In ‘La hija del Albión’, the beautiful, mysterious, and pointedly anachronistic, troubadour Fileno obtains the love of the Englishwoman María. He manages to meet her by the seashore, but finds himself summoned back to the discords of Iberia by his mother’s cry. Yet, as he arrives he finds himself once more in María’s arms. 25

Andrew Ginger, “The Suggestiveness of Ossian in Romantic Spain: The Case of Espronceda and García Gutiérrez”, in The Reception of Ossian in Europe, ed. Howard Gaskill (London: Continuum, 2004), p. 342. 26 Poesías, p. x.

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Exile sensibility focuses on the potentially painful nature of the poet’s alternate connection to and disconnection, longing for and distance from others, his role as an illuminating funeral lamp at the orgy in Zorrilla’s words. Salas’s travelling and exile, distance and presence, literal and metaphorical, are similarly evoked by Zorrilla in his ode to Salas y Quiroga: ‘Como los pliegues de la parda niebla | Errante cruza un ave misteriosa’. So, ostensibly, it is through his pained experience of exile, and his occasional writing during his travels, that Salas is able to re-imagine the relationships of self and other, the nature of contemporaneous and ancestral fraternity. Such is also his broader martyrdom as an angel cast upon the fallen earth, as Zorrilla imagines the metaphorical dimension of his exile. The point, then, is that this pain of separation in exile becomes the very definition and form of attachment that refounds the patria. Exile, and its alternate connection and disconnection, its fragmentary sensibility becomes a privileged experience. But this is precisely not, as has sometimes been suggested more recently, because of its similarity or potential alliance with a postmodern detachment from foundational beliefs. On the contrary, and with a few possible exceptions (like Espronceda), many of the returning exiles were practicing, patriotic Catholics, even when they were suspicious of the Papacy, as was the case with Salas y Quiroga. At the end of his preface, Salas urges the young men of Spain: ‘pidamos fuego, no al mentido dios de los paganos, sí al ángel tutelar de la patria’.27 The cohesion of the homeland and its church is at the heart of his vision in Poesías, just as is the real and effective establishment of a liberal cultural and social elite and state. This means that in interpreting the personal and collective self, fashioned by the returning exiles, we need to set aside a series of potentially tempting parallels. The exiles did not form an ‘alternate modernity’, a distinct approach to the modernisation of the country, that was not easily assimilable within the new liberalising state, such as Balibrea discerns in the twentieth-century Republican exiles and the Spanish Transition of the 1970s.28 They rapidly merged and worked with those who had remained in Spain, and with younger, emerging writers; that is the very purpose of the experience of fraternity that Salas 27

Ibid., p. xv. Mari-Paz Balibrea, “New Approaches to Spanish Republican Exile: An Introduction”, in Journal of Spanish Cultural Studies 6 (2005), pp. 1-24. 28

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invokes. They even re-imported their own political divisions, as can be seen in Salas’s tilt against the ‘justo medio’ favoured by Martínez de la Rosa’s government of 1834. Nor can their emphasis on tenuous connections, fragmentary and heterogeneous identity, fraternal inconclusiveness and uncertainty, be put down to the creative, problematic relationship between diasporic and ‘dominant’ cultures, as one might imagine in post-colonial terms. Their sensibility was dominant; it contributed overwhelmingly to the enduring refoundation of a liberal society and state in Spain. They cannot even be thought particularly virulent in their exiled patriotism, given the often deliberately equivocal nature of their sensibility. Put in the broadest way, the self-fashioning of the Spanish liberal elite calls into question any distinction between a core, dominant, deeply founded, liberal European experience of nation-statehood, and a migratory, diasporic, exilic sensibility that is, in Said’s words, ‘nomadic, decentred, contrapuntal’.29 As Shubert reminds us, Spanish liberal society and political forms were among the most enduring and consolidated in continental Europe — more so than in France — for all that they continually mutated.30 Arguably, what the self-fashioning of Jacinto Salas y Quiroga shows us is the potential for a nomadic, fragmentary sensibility to create the very basis of an enduring but open-ended fraternity, the social, cultural, and political networks of European liberal society.

29

Edward Said, Reflections on Exile and Other Literary and Cultural Essays (London: Granta, 2001), p. 186. 30 Adrian Shubert, A Social History of Modern Spain (London: Routledge, 1990), p. 5.

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Geraldine Lawless University of Strathclyde

José María Blanco y Crespo, or Joseph Blanco White, was the descendent of Irish Catholic emigrants living in Seville. Leaving Spain and the priesthood behind in 1810, he was to make England his home until his death in 1841, abandoning Catholicism first for the Anglican Church and later for Unitarianism, and adopting an English identity. By the time of his death, his published work comprised a number of autobiographical writings, several polemic tracts on subjects such as popery and slavery, and any number of literary reviews, essays, poems, and letters written for periodicals, some of which he edited himself and published in collaboration with the German publisher, resident of London, Ackermann.1 He was an influential figure among the Spanish liberal exiles, and many of his works provoked controversy well into the twentieth century.2 Any

1 For biographies of Blanco White see Tony Cross, Joseph Blanco White: Stranger and Pilgrim (Liverpool: Codaprint, 1984); Fernando Durán López, José María Blanco White, o la conciencia errante (Sevilla: Fundación José Manuel Lara, 2005); Manuel Moreno Alonso, Blanco White: La obsesión de España (Sevilla: Alfar, 1998); Martin Murphy, Blanco White: Self-Banished Spaniard (New Haven/London: Yale University Press, 1989). 2 See, for example, the claims made by Juan Goytisolo in the prologue to Obra Inglesa de D. José María Blanco White, ed. and trans. Juan Goytisolo (Barcelona: Seix Barral, 1972). Goytisolo takes especial offence at the opinions of Marcelino Menéndez Pelayo and the Spanish literary critics who followed uncritically in his footsteps: “separados de la obra de Blanco por el denso telón de silencio y oprobio de nuestros zombis, sus eventuales lectores no han podido arrancarle de la casilla en que lo encerrara el conocido celo apostólico del polígrafo montañés” (4). However, as Ángel Loureiro argues “Goytisolo’s reading of Blanco White is in fact the perfect negative of Menéndez Pelayo’s, since one praises what the other condemns, and both engage in their readings from the height of their respective

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of these works could, and have, been used to study the question of how identity is articulated.3 The subject of this article, however, is the small collection of fictional works written in prose. In these works, Blanco employed a strategy of opposition, situating himself sometimes as a critic of Spanishness, sometimes Englishness. It is these shifting strategies of opposition in works of fiction that the present essay explores. Like many latter-day theorists of nations and nationalisms, Blanco was all too aware that national identity is constructed, and constructed through opposition. In a curious entry for November 1833 in his posthumously published autobiography, The Life of the Rev. Joseph Blanco White, he writes: We are Englishmen, and they are Frenchmen – a set of rascally beggars. We are Frenchmen and they are Englishmen – Sacre! We are Spaniards and they are Americans. We are Mexicans and they are Spaniards We are Russians and they are Poles. We are Poles and they are Muscovites. “Is it not curious that words so very different in meaning as Englishmen, Frenchmen, Spaniard, etc. have the same effect on the passions and feelings of mankind?” “You are mistaken – you attribute the effects in question to the wrong word. It is the we that produces them”.4

In order to identify with a certain group, Blanco suggests here, another group is singled out, and an identity created through opposition and difference. Elsewhere, he critiques the specific forms taken by such oppositions, specifically in travel narratives, claiming that they are formed out of superficial observations and inconsistent aggrega-

and opposite passions”. See “Intertextual Lives: Blanco White and Juan Goytisolo”, in Intertextual Pursuits: Literary Mediations in Modern Spanish Narrative, ed. Jeanne P. Brownlow and John W. Kronik (London: Associated University Press, 1998), p. 52. 3 See, for example, James D. Fernández, Apology to Apostrophe: Autobiography and the Rhetoric of Self-Representation in Spain (Durham/London: Duke University Press, 1992); Carol Lisa Tully, Creating a National Identity: A Comparative Study of German and Spanish Romanticism with Particular Reference to the Märchen of Ludwig Tieck, the Brothers Grimm, and Clemens Brentano, and the Costumbrismo of Blanco White, Estébanez Calderón, and Lopéz Soler (Stuttgart: Heinz, 1997). 4 The Life of the Rev. Joseph Blanco White (London: John Hamilton Thom, 1845), 2, p. 29.

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tions. Take, for example, the following quotation from Blanco’s Letters from Spain, published in 1825, where Blanco explains his refusal to describe the Spanish national character: I have always considered such descriptions as absolutely meaningless – a mere assemblage of attributes, where good and bad qualities are contrasted for effect, and with little foundation in nature. No man’s powers of observation can be, at once, so accurate and extensive, so minute and generalizing, as to be capable of embodying the peculiar features of millions into an abstract being, which shall contain traces of them all.5

Here, Blanco is not only criticizing the claims of partial and superficial observers to summarize the character of thousands of people while claiming to offer an impartial account of a trip abroad; he is placing the idea of national character in doubt. In doing this, he appears to suggest that the formulation of national identity through the description of a different, and sometimes antagonistic national character, is predicated upon sets of observations which are unavoidably inaccurate and general, and often contradictory. As a consequence, we might infer that neither the national character described, nor the national character of the writer, can be taken as reliably established. Nevertheless, Blanco follows his refusal to describe national character with a diatribe, not against the Spanish national character, but against Spanish costumbres. However, by adopting a costumbrista mode and by choosing to avoid general statements in favour of the descriptions of customs, tipos, and architecture, Blanco avoids contradicting his own claims. If general statements about Spanish people are avoided, his account gains credibility, while still producing an overall, albeit never explicit, impression of Spanish national character, thereby avoiding the twin traps of generalization and contradiction. Furthermore, by making this impression overwhelmingly negative, Blanco implicitly identifies himself with the opposite of this national character, and with his audience, that is, with the English. He identifies himself with the “us” of the Englishman by criticizing the “them” of the Spaniard, without ever having to slander Spanish national character per se. 5 Letters from Spain by Don Leucadio Doblado, 2nd ed. (London: Henry Colburn, 1825) pp. 23-24.

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Although they do not necessarily avoid this type of general statement, two of Blanco’s works of fiction exemplify this strategy of opposition through the accumulation of detail: Vargas: A Tale of Spain, a novel published in English in 1822 and which Blanco never openly acknowledged, and Luisa de Bustamante, o La huérfana española en Inglaterra, an unfinished novel published by Ignacio Prat in 1975 and written circa 1839, towards the end of Blanco’s life.6 In Vargas, Blanco weaves a tapestry of descriptions and criticisms of Spanish life around the skeleton of a historical and sentimental novel. His lengthy, and, as far as plot is concerned, irrelevant, descriptions of sixteenth-century Spanish life create an impression of a corrupt, ridiculous, tyrannical, and often dirty, society, with filthy posadas, corrupt officials, and an Andalucian muleteer, “whose fathers have held letters of honour, as was proved by my grandfather when he was sentenced to death, and lost his head like a gentleman, instead of being hung up by the neck like a slave.”7 This setting is intended to contrast sharply with English society where: He [Vargas] has acquired a just idea of liberty in England, and had been fond of speculating upon the possibility that his countrymen might throw off the yoke of despotism and bigotry which bound them down.8

In contrast, the unfinished novel Luisa weaves descriptions of London life around a sentimental novel with a contemporary setting. In other words, nearly twenty years after writing Vargas, and with the benefit of some thirty years of life in England, Blanco invoked his Spanish identity, and used a similar means of expressing this. So, by critiquing English life, and in particular, the poverty and deprivation of East London life, and describing the sufferings of a Spanish orphan girl in this setting, Blanco re-creates a Spanish identity through a critique of English life. In one example, Blanco describes the poor housing in London’s East End: 6

Vargas: A Tale of Spain, 3 vols (London: Baldwick, Cradock and Joy, 1822); Luisa de Bustamante, o La huérfana española en Inglaterra, in Luisa de Bustamante o La huérfana española en Inglaterra y otras narraciones, ed. Ignacio Prat (Barcelona: Labor, 1975), pp. 25-110. Vargas was never explicitly acknowledged by Blanco, but his authorship is commonly accepted. See Murphy, Blanco White, pp. 120-123. 7 8

Ibid., 3, pp. 134-135. Ibid., 1, p. 302.

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Las casas parecen de cartón, tan débiles y sutiles que no pocas veces se pone por condición al arrendador que no permitirá que se baile en ellas, no sea que el edificio se venga abajo.9

Well-to-do English life is exposed to similar criticisms. An interesting case in point is the visit of the narrator, a Spaniard, to an English Protestant family: –¡Oh, mamá –dijo la muchacha mayor–, no me engañe Vd.! ¿Es posible que este señor sea español? No lo creo. Mi libro de geografía tiene una pintura que no se le parece en nada. –¿Qué ha hecho Vd. de su trabajo? –me preguntó, mirándome de frente. –Iba yo a responderle cuando, dando un chillido, exclamó: –¡Ay, mamá, si me matará este hombre con el cuchillo que dice el libro que todos los españoles llevan oculto! –¡Calla, tonta! –dijo la madre–. Yo no me fiaría, a decir verdad, de este señor en su tierra, pero, gracias a Dios, aquí tenemos un gobierno cristiano que castiga a los malhechores. –Pues, ¿qué? –contesté yo–, ¿piensa Vd. que yo he nacido entre turcos? –¡Oh, no!, turcos no del todo, pero idólatras, que es lo mismo. –No tanto –interrumpió el reverendo Ezequiel […] los españoles no son enteramente turcos, aunque descienden de los gentiles que se establecieron allí poco después del diluvio.10

Blanco is attacking members of the English middle classes both for their ignorance, and for their opinions about Spanish people, drawn, no doubt, from travel narratives and geography books based on ill-formed stereotypes. In his attack on the English, and his defence of the Spanish, he identifies himself clearly with Spain. Vargas and Luisa provide the clearest examples of Blanco’s strategy of narrating an identity through opposition. The contrast between the two is striking, though perhaps not surprising, given that Vargas was written when Blanco was still in the first flush of his Anglican conversion, and Luisa when he had retired to Liverpool as a Unitarian, disillusioned with the religious and intellectual freedom he thought England was to offer, and very nearly on his deathbed. That is not to say that these personas have clearly defined limits; praise for Spanish indi9 10

Luisa de Bustamante, p. 32. Ibid., pp. 67-68.

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viduals is mixed into Vargas, and kind words for English charity are found in Luisa. Nevertheless, Blanco is, in each of these works, aligning himself with a particular society by condemning another, and creating an identity through opposition. Similar, though less extreme, strategies of opposition can be found in other works of fiction by Blanco. Two of these, “Costumbres húngaras” and “Intrigas venecianas”, are about ill-fated lovers. Both were published by Blanco in 1825, written in Spanish, and, as they were included in Variedades, intended for a Spanish-American audience.11 “Intrigas venecianas”, set around the end of the fifteenth century, narrates the story of a young German’s arrival in Venice, his gambling, and his attempts to regain his fortune by finding information to help in a plot against the authorities. The plot ends in disaster, and the youth is brought before the Council of Ten. Here we learn that all his troubles began in Spain, where his mother was separated from his father because of an unfortunate law, and his father was imprisoned by the Inquisition, but later escaped. In this story, there are implicit criticisms of Spain: the laws which forbade the lovers from marrying; the Spanish queen’s role in trying to marry off the hero’s mother; the fact that the hero’s father had to go into exile and hide his identity. In another story, though, these criticisms become explicit. “Costumbres húngaras”. Ignacio Prat explains in his prologue to the modern edition, calling on the authority of Vicente Llorens, may not have been written by Blanco himself, but lifted from the pages of an English periodical.12 Whether this is the case or not, Blanco certainly seems to have been the author of the story’s frame. In this frame, the narrator describes a trip up the river Thames. This reminds him of his youth, and the banks of the Guadalquivir, which in turn leads him to lament the present state of Spanish liberties, and this again leads him to suggest the trickery of patriotism and the falsity of nationality. Asking himself why the friends of his youth are not present, he continues: ¿Por qué, como yo, no rompieron, en tiempo, los grillos políticos con que el falso nombre de patria remacha las prisiones de los que nacen donde no se permite a los hombres tener voluntad ni opinión propia? Quisieron 11

Quotations are from “Costumbres húngaras” and “Intrigas venecianas o Fray Gregorio de Jerusalén”, in Luisa de Bustamante, pp. 111-128 and 129-150. 12 Ignacio Prat, “Prólogo”, in Luisa de Bustamante, by Blanco White, pp. 12-13.

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hacer bien a un pueblo a quien el veneno de la superstición ha reducido al delirio y yacen a merced del despotismo y la ignorancia. ¿Hay acaso remedio para males como los de España? ¿Hay cura para el fanatismo arraigado por siglos?13

Blanco both evokes his own past as rooted in a particular place and nation, and rejects this, calling it “el falso nombre de la patria”. Whether this refers to the idea of patria itself, or to the false use of the word patria is unclear. What is clear, though, is that here, as in Vargas, Blanco rejects his Spanish identity in favour of personal liberty. This liberty, the argument runs, cannot be exercised in Spain, while it can in England, where Blanco now finds himself, travelling up the Thames. The evocation of his Spanish past is not, therefore, an identification with that country, with the patria, but a nostalgia for his personal youth, his personal friendships. What he misses are the “amigos de mi juventud”, not Spain itself. There are two further stories by Blanco which merit attention here: “El Alcázar de Sevilla”, published in No me olvides in 1825 in Spanish and in Forget me Not in English, and “Atmos the Giant”, published in 1834 by Mary Fox as part of the collection Friendly Contributions for the Benefit of Three Infant Schools in the Parish of Kensington.14 On the surface, these stories do not seem to employ the strategies of opposition through aggregates of description found so clearly in Vargas or Luisa. “El Alcázar de Sevilla” evokes a past life in Seville, and Blanco’s walks through the Alcázar. The narrator recalls meetings with an acquaintance, don Antonio Montesdeoca, who in turn recounts some of the legends and stories associated with the Moorish fortress. Rather than establish13

“Costumbres húngaras”, in Luisa de Bustamante, p. 112. Quotations are from “El Alcázar de Sevilla”, in Blanco White, Luisa de Bustamante o La huérfana española en Inglaterra y otras narraciones; “Atmos the Giant, and his Relations”, in Friendly Contributions for the Benefit of Three Infant Schools in the Parish of Kensington, ed. Mary Fox (London: n.p., 1834), pp. 1-18. Blanco refers to writing this story in The Life of the Rev. Joseph Blanco White, 1, p. 486. Another story would have been included in this section, but I have been unable to verify Blanco’s authorship: “The History of Norval”, in Reverses; or, Memoirs of the Fairfax Family (London: printed for B. Fellowes, 1833) pp. 190-216. The story is included in the bibliography attached to Martin Murphy’s biography of Blanco, and tells the story of a young boy, Norval, who is tempted by wicked fairies to become one of them. He soon realizes the error of his ways, and discovers that if he helps humans, he might become a human again. He does this, and is restored to his parents, and to his humble life. 14

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ing a Spanish identity, the story seems instead, like “Costumbres húngaras”, to mark the temporal distance between Blanco’s childhood and Spanish literary traditions, and the Blanco of the time of writing, but without implying any identification with his English persona. Indeed, the story seems to deliberately invoke an alienation from both. Para un inglés lo único que puede tener de agradable este espectáculo es la novedad. […] No faltan viajeros remilgados y descontentadizos que miran estos objetos con afectado desdén; los andaluces, empero, adoctrinados por el clima y por las cualidades de la tierra que habitan, no buscan delicias rurales en el recinto de una ciudad […] lo que anhelan es la frescura de la sombra, la fragancia de las auras, los murmullos de las fuentes.15

An Englishman, by nature, unlike the narrator and the old-fashioned Montesdeoca, is unable to appreciate the delights of a Moorish garden, is insensitive to the history written on the stones, and to the peculiar charm of a shady place. Given this passage, it is tempting to think that Blanco appears here in his Spanish guise, but the overall effect of the story is one of distance in both time and space. First, there is the distance between when the story is told, and what the story tells: “bajando estoy el valle de la vida y todavía se fijan mis pensamientos en aquellas calles estrechas.”16 Added to this is the distance between the young Blanco, and the object of his fascination, the past lives of the Alcázar, as well as the distance between this young Blanco and the second narrator, Montesdeoca, who told him about some of the legends surrounding the various corners of his native city, legends which go back to Moorish times, and which are furthermore separated from the reality of the present by the fact that some of them are tales of the supernatural, ghost stories. Layer upon layer is added to create the impression of temporal and spatial distance. As Llorens says: “La visión de la antigua Sevilla no es sino la huida hacia un mundo mágico y feliz alejado del presente.”17 This means Blanco’s withdrawal from his assumed English identity, but it also means that the adoption of a Spanish identity is partial, in so far as it is shown to be part of a world lost to Blanco; to the ex15

“El Alcázar de Sevilla”, in Luisa de Bustamante, pp. 153-154. Ibid., p. 152. 17 Vicente Llorens Castillo, Liberales y Románticos: una emigración Española en Inglaterra, 1823-1834, 2nd ed. (México: El Colegio de México, 1968), p. 240. 16

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tent that Blanco identifies himself with Spain, he is identifying himself which a life which is no longer his, and which is enveloped in the supernatural. The supernatural forms an equally integral part of “Atmos”, a story almost completely lacking in the references to national character or political oppression which Blanco constantly includes throughout his other works. “Atmos”, as Blanco himself acknowledges in a footnote, is inspired by a story included in Jane Marcet’s John Hopkins’s Notions on Political Economy, a work designed to instruct women and young people about basic economic principles through the use of fairy tales.18 Blanco’s “Atmos” does not have quite the same purpose, though it was written for children. All notions of political economy are stripped from the original tale, and replaced with the author’s amazement at the invention of the steam engine. A small dwarf appears to the narrator, “Jack Tellall, Universal Messenger to the march of Intellect Company”. This messenger gives the narrator a leaflet, saying that his wish to travel forty miles in a matter of hours will be granted. This is possible, the leaflet says, because the age of the metaphysicians is over, and because a new magic has been sent to humankind: The most uninteresting period of human history is that which elapsed between the age of the Magicians, and that of the March of the Intellect. It was the age of Metaphysicians. To believe nothing wonderful, to wrap up the mind in a suspicious scepticism, and to feed conceit with doubt […] was the path the knowing Sages of that paltry period pursued with the most dogged obstinacy. But the old Genii, those wonderful beings, whom the Mythology of the Nursery has so long condemned to utter neglect, were, at the beginning of our present period, sent to the assistance of mankind under the laws of a new Magic.19

The giant Atmos, or steam, is part of this new magic, and the new magicians are those who can harness nature to their own ends. But, what is most striking of all in this story, when considered beside Blanco’s other work, is that apart from the fact that the narrator finds 18 Jane Marcet, “The Three Giants”, in John Hopkins’s Notions on Political Economy (Boston: Allen and Ticknor, 1833) pp. 31-66. The three giants of Marcet’s story are Aquafluentes (water), Ventosus (wind), and Vaporoso (steam). The Atmos of Blanco’s story is steam, from the Greek. 19 “Atmos the Giant”, p. 3.

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himself in Liverpool, where the first passenger railway was opened in 1830, and the obligatory taking of tea, there is no mention at all of nationality, whether Spanish or English. There are no criticisms of Spain, or of England, no mention of religious freedom or the suppression of personal liberties. In other words, when Blanco writes a fantastic story, a modern version of the supernatural tales of old, he escapes, as nowhere else, the rhetoric of nationality and nationalism. Nevertheless, by reading both “Atmos” and “El Alcázar de Sevilla” through other writing by Blanco, particularly his article “Sobre el placer de las imaginaciones inverosímiles”, it is possible to identify a more subtle evaluation of the national circumstances of the Spanish and English.20 Both Llorens and Sebold stress the importance of Blanco’s article in relation to shifts in attitudes to what would come to be called the fantastic in literature.21 The ability to imagine supernatural beings and events, Blanco suggests, contains the seeds of good and evil; it can turn into dangerous superstition, or it can aid the march of progress. Nevertheless, it is a “propensión tan natural y decidida” that “no se debe aniquilar, sino dirigir al bien y utilidad de la especie.”22 In Spain, enjoyment of extravagant and marvellous tales flourished to excess in the middle ages, but was then wiped out, partially as a result of the association in Don Quixote between “los sentimientos más delicados y caballerosos” and “locuras ridículas”: La afición de españoles a obras escritas en estilo oriental y llenas de ficciones de encantos y de seres sobrenaturales, abrió en mal hora la puerta a mil extravagancias en la multitud de libros de Caballerías. La inmoral obra de Cervantes hizo en breve que su nación diese en el extremo opuesto; y, de no gustar más que de hechicerías y vestiglos, vienes a caer en una apatía de imaginación que no da ni admite una vislumbre del fuego que el clima y los árabes les comunicaron en otro tiempo.23

20

“Sobre el placer de las imaginaciones inverosímiles”, in José María Blanco White: Antología de obras en español, ed. Vicente Llorens (Barcelona: Labor, 1971), pp. 212-219. 21 Russell P. Sebold, “Hacia Bécquer: vislumbres del cuento fantástico”, in Leyendas, by Gustavo Adolfo Bécquer, ed. Joan Estruch (Barcelona: Crítica, 1993), pp. IX-XXIII, also available online from ; Llorens Castillo, Liberales y Románticos, pp. 388-92. 22 “Sobre el placer de las imaginaciones inverosímiles”, p. 214. 23 Ibid., pp. 212-213.

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In the light of this article, it is curious to observe that while “El Alcázar de Sevilla” harks back to a time of magical events and supernatural tales, firmly located in the Spanish past, “Atmos the Giant” shows supernatural figures forwarding the march of progress. The story set in Spain is enchanting, but distant, while the story set in England is fabulous, and relevant to the contemporary world. And, while Blanco may well intend to do no more than integrate the fantastic into a Spanish literary tradition, he, perhaps inadvertently, sets up an opposition between these two stories. In Spain, imagination has been destroyed, with serious consequences for national progress; in England, the “new magic” has enabled the invention of the steam engine. In these stories, as in his article “Sobre el placer de las imaginaciones inverosímiles”, Blanco identifies a need common to all peoples and all nations, and in this sense the stories are less concerned with the establishment of a perspective of opposition from which to articulate his chosen identity. However, both “Atmos” and “El Alcázar” narrate the specific historical conditions Blanco identifies in “Sobre el placer de las imaginaciones inverosímiles”, conditions which inform his desire to assume an English identity: Spain had suffered the consequences of the failure to develop and nurture the imagination, while England was reaping the benefits of a freer approach and of the encouragement of the imagination. In the case of “El Alcázar”, the nostalgia, loss, and alienation this implies are evoked, thus giving a more ambivalent picture of the self-exile and self-transformation of Blanco’s own life. In this study, the fictional works of Blanco White have been read in terms of the strategies employed in articulating an identity in flux. While these texts cannot be reduced to their articulations of identity, it nevertheless seems clear that within and through them, Blanco White situates himself in relation to two nations: the Spanish and the English. In placing himself with one or the other, he employs a strategy of opposition, setting the advantages of one against the advantages of another, while ostensibly refusing to propagate stereotypes. The strategy sometimes, as in the case of Vargas and Luisa, and to a certain extent, “Costumbres húngaras” and “Intrigas venecianas” employs tactics of description rather than classification, thus obviating the need to articulate an explicit position, or to make the sort of pronouncements on national character which he claimed to find distasteful and contradictory. In the case of “El Alcázar de Sevilla” and “Atmos the Giant,” the op-

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position can be identified in Blanco’s reading of the supernatural in Spanish literary history; the failure to embrace the supernatural as one more expression of imagination contributed to the stultification of Spanish society, while the encouragement of a suspension of disbelief led in England to the advance of the “new magic” in the form of scientific and technological advance.

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It has been more than seventy years since Courtney Tarr, in providing a ‘critical survey’ of Spanish Romanticism for the readers of the old Bulletin of Spanish Studies, invited them to dispense with the idea that the returning political exiles had, in the 1830s, somehow brought Romanticism to Spain as part of their baggage.1 The very title of the article makes clear that Tarr was adumbrating a particular context, one in which the development of Romantic ideas within Spain’s own borders, on the one hand, and the factors leading to our overall appraisal of the Spanish movement in general on the other, were not exponentially identical. His specific comments here are indicative of at least two significant things, which we might extrapolate with hindsight as our own conclusions: firstly, the view that the impact and influence of the émigrés on the fortunes and future direction of Spanish Romanticism had been considerable, indeed decisive, and had acquired a status approaching that of received knowledge or, at least, had emerged as the subject of wide-ranging critical consensus; secondly, as the dismissive or even derisory tone of his selected metaphor irresistibly suggests, he believed such a premise to be unwarranted and fundamentally flawed. It is manifestly the case, however, that subsequent generations of scholars, coming to the larger issues in the second half of the twentieth century, did not regard Tarr’s remarks as containing what strikes me, for one, as a note of irritated sarcasm. Nearly fifty years later, after all, María Cruz Seoane was to employ precisely the same image, and this time most certainly without any kind of segunda intención, in asserting the defining 1 F. Courtney Tarr, “Romanticism in Spain and Spanish Romanticism: A Critical Survey”, in Bulletin of Spanish Studies, 16 (1939), pp. 3-37.

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role of the exiles, in journalism as in politics, after 1833.2 Meanwhile, Vicente Llorens had of course published his seminal account of the London exile of the Spanish liberals, the resonant and oft-repeated phrase Liberales y románticos that formed the first part of its title encapsulating what would become the dominant perspective on the entire movement for several decades.3 It should be emphasised, however, that Tarr’s sceptical position with regard to the returning exiles, too, would attract powerful adherents. Juan Luis Alborg stated, in introducing the volume of his literary history of Spain dedicated to Romanticism, that it was to be the critics of the 1820s, rather than the returning political exiles, who had most clearly influenced the orientation of the Spanish movement after 1833.4 More recently, Philip Silver has argued very bluntly indeed against the perspective adduced by Llorens, attributing its focus and attractions to undisguised ideological partiality. Silver rails against an entire generation of modern critics who, failing to find any moderado-led Spanish Romanticism to their liking and acutely conscious of the political events of their own day, ‘imagined a liberal political and literary romanticism that had not in fact been there’; as he put it: ‘the Republicans and their disciples projected their own post-Civil War exiles backward onto the romantics; and young Marxist academics wouldn’t touch the romantics unless they were at least Liberals. No one dared to question the Romantics’ liberalism’.5 This pretty much equates to Alborg’s own 2 María Cruz Seoane, Vol. II: El siglo XIX, in Clara E. Lida and Iris M. Zavala (eds.), Historia del periodismo en España (Madrid: Alianza Editorial, 1983), p. 16. 3 Vicente Llorens, Liberales y románticos. Una emigración española en Inglaterra (18231834) (México: El Colegio de México, 1954). A similar perspective would be found in, amongst others: Ricardo Navas-Ruiz, El romanticismo español: historia y crítica (Salamanca: Anaya, 1970); José Luis Abellán, Historia crítica del pensamiento español. Vol. IV: Liberalismo y romanticismo (1808-1874) (Madrid: Espasa-Calpe, 1984); Susan Kirkpatrick, “Spanish Romanticism”, in Roy Porter and Mikulás Teich (eds), Romanticism in National Context (Cambridge: Cambridge University Press, 1988), pp. 260-83; and Diego Martínez Torrón, El alba del romanticismo español (Sevilla: Alfar, 1993). The list might be considerably more exhaustive, but these prominent contributions to the debate suffice to provide a sense of how Llorens’ basic affirmation continued to exert major influence over time. 4 Juan Luis Alborg, Historia de la literatura española. Vol. IV: El romanticismo (Madrid: Gredos, 1980), see Chapter 1, “El romanticismo y sus problemas”. 5 Philip W. Silver, “Towards a Revisionary Theory of Spanish Romanticism”, in Revista de Estudios Hispánicos, 28 (1994), pp. 293-302 (p. 297).

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scathing reference to what he termed, invoking Ortega y Gasset, ‘ideological imperialism’, a propensity for approaching the facts already requiring that they fit into a predetermined pattern,6 but Silver’s tone is considerably more uncompromising. My own published work on the period has further developed, with particular attention to trends in nineteenth-century literary theory and criticism and to the Spanish Romantics’ view of history, Alborg’s fundamental premises.7 Suffice to say that, of a literary period that has consistently divided critical opinion –Iris M. Zavala has been led, with some justification, to underline the ‘interpretaciones antagónicas’ found in studies of Spanish Romanticism and to assert that the movement figures in Spanish literary history beneath the sign of the paradox–,8 we are dealing with issues which have produced an especially marked polarisation of outlook. One of the problems is that the first really detailed and exhaustive history of the Spanish Romantic movement, the culmination of decades of scholarly work by Edgar Allison Peers, systematised a distinction between a ‘Romantic Revival’, based on the recovery of national tradition, and ‘Romantic Revolt’, predicated upon Spanish resistance to neo-Classical formalism.9 Peers’s working distinction – and his choice of the term ‘Romantic Revolt’ to emblematise a reaction which he largely confines to aesthetics does seem misleadingly odd– left no clear room for differentiation between the Schlegelian Romantic historicism disseminated during the Década Ominosa and the radically new outlook of what Alfonso Par had already designated a ‘segunda fase romántica’;10 it should be evident that Peers’s chosen terms of reference, and the structuring of his monumental critical study, were 6

Alborg, Historia de la literatura española, IV, p. 61. Derek Flitter, Spanish Romantic Literary Theory and Criticism (Cambridge: Cambridge University Press, 1992) and Spanish Romanticism and the Uses of History (London: MHRA, 2006). See also my survey article “Spanish Romanticism”, in Michael Ferber (ed.), A Companion to European Romanticism (Oxford: Blackwell, 2005), pp. 276-92 and my essay “El doceañismo en la nomenclatura romántica: encontradas perspectivas de historiografía y estética”, in Alberto Ramos Santana (ed.), La ilusión constitucional: pueblo, patria, nación (Cádiz: Universidad de Cádiz, 2004), pp. 43-52. 8 Iris M. Zavala, Romanticismo y realismo. Primer suplemento, Vol. 5.1 of Francisco Rico (ed), Historia crítica de la literatura española (Barcelona: Crítica, 1994), p. 25. 9 Definitively expressed in Edgar Allison Peers, A History of the Romantic Movement in Spain, 2 vols. (Cambridge: Cambridge University Press, 1940). 10 Alfonso Par, Shakespeare en la literatura española, 2 vols. (Madrid/Barcelona: Suárez, 1935), I, 174. 7

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ill-placed to analyse, in the round, the impact on the Spanish literary world of those more ‘progressive’ or more nuanced interpretations of Romanticism to which the Spanish exiles had been exposed in London, Paris and elsewhere. In accordance with Par’s postulation of a ‘segunda fase’ after the death of Ferdinand VII and in the light of greatly increased political and literary freedoms, we might think that a distinction between ‘historical’ and ‘liberal’ forms of Romanticism, the serviceable nomenclature cohering in the second part of the twentieth century, would enable modern scholars to reach a more accurate assessment of the contribution made by the émigrés. There are, however, manifest objections. Firstly, it should not be supposed that those Spanish intellectuals exiled in England and France for at least a decade, and in some cases closer to twenty years, should have lived a uniform personal and aesthetic experience; we should be doing each of them a grave disservice were we even to contemplate the possibility, and any apprehension of the necessarily different political and artistic developments in London and Paris in the wake of the Napoleonic Wars merely reinforces this. Secondly, it would be no more than a crass generalisation to assume that the émigrés were either the common or, still less, the exclusive stakeholders of a ‘liberal Romanticism’ in the sense in which that term is customarily understood. There are, also, many immediate further question marks. How to designate, for example, a work with a mediaeval or GoldenAge Spanish setting, one that might be anchored in national history or legend, and yet which is manifestly reformist or progressive in its ideological outlook: Larra’s Macías is a case in point (and, structurally, it conformed to the Aristotelian unities of time, place and action). And then there are works, especially those written for the stage, transparently influenced by men like Victor Hugo or Alexandre Dumas but produced by a new generation of Spaniards not old enough to remember either the Peninsular War or even, as any more than children, the turmoil of 1820 or 1823: that is, El paje by García Gutiérrez, or Antonio Gil y Zárate’s Carlos II el Hechizado. Both were first staged in 1837, well after the impact of the French dramatists had begun to be felt, and likewise well after the critical debate they engendered had reached furious proportions, but García Gutiérrez had been born in 1813 and even Gil y Zárate, undoubtedly a more established literary figure, was a mere infant at the time that the Cadiz Parliament was in full session.

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In the light of the evident insufficiency of simple distinctions, what I propose to do here is to examine the context of the appearance within Spain of two of the most prominent publications of the returning exiles, and to resolve at least some of the questions relating to their putative impact and influence. Put simply, to attempt to determine whether these works may be said to have had a defining effect on Spanish literature in the years which followed their publication, and whether we may justifiably regard them as having shaped literary opinion, not just in the 1830s and 1840s but possibly later. Antonio Alcalá Galiano had intervened, albeit briefly and with considerable moderation, in the ‘Calderonian polemic’ of the years immediately following the Peninsular War, and had found himself, with his personal friend José Joaquín de Mora, ranged against those Romantic doctrines so passionately espoused by Böhl von Faber.11 He was subsequently to flee Spain under sentence of death, having famously proposed the declaration of Ferdinand VII’s incapacity to govern. His own personal and political experience would not have been calculated to attract him to a set of aesthetic prescriptions that had acquired firm, indeed specifiable, traditionalist and ultramontane Catholic associations. In the inaugural lecture delivered after his appointment as Professor of Spanish at the University of London, however, we find him referring to the excellence of Spain’s Golden-Age dramatists, and professing: ‘At the head of these is Calderón, whom the critics of a very enlightened nation have made an object of unbounded admiration and applause, in which sentiments I am ready to concur’.12 Not as wholeheartedly, it might be remarked, as Agustín Durán was in the process of concurring within Spain in the same year, while the new professor’s lukewarm attachment to Schlegelian ideas can be gauged by his lack of enthusiasm for the Poem of the Cid and for early Spanish literature in general; a far cry from the encomiums devoted to them by the German theorists. The caveat which, in Alcalá Galiano’s text, immediately follows – ‘though 11

For an extended analysis of the polemic, see Camille Pitollet, La Querelle caldéronienne de Johann Nikolas Böhl von Faber et José Joaquín de Mora, reconstituée d’après les documents originaux (Paris: F. Alcan, 1909) and Guillermo Carnero, Los orígenes del romanticismo reaccionario español: el matrimonio Böhl von Faber (Valencia: Universidad de Valencia, 1978). 12 Introductory Lecture Delivered at the Opening of the University of London, 2nd edition (London: Taylor, 1828), p. 24; see my Spanish Romantic Literary Theory and Criticism, p. 52.

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perhaps I shall not go such lengths as they do in their approbation of that author, nor bestow it upon those passages where they think it is most deserved’– is as predictable as it was inevitable. More calculated to exert an influence upon the contemporary Spanish debate, and certainly more accessible to the average reader, was the prologue written by Alcalá Galiano for his great friend Ángel Saavedra’s narrative poem El moro expósito. The volume would appear, after all, in the same year that Martínez de la Rosa (another enforced exile) and Mariano José de Larra are generally agreed to have brought Romanticism to the Madrid stage – the former was to deliver more or less contemporaneously a new Romantic drama and, as prime minister, a fresh constitutional settlement –, when censorship had been, if not removed then at least considerably attenuated, and when the experienced public figure could have been expected to bring to bear upon literary discussion the considerable insights gleaned from his years in London and France, from his engagement in English intellectual life and his direct experience of the France of the ‘bourgeois revolution’ and the ‘battle’ of Hernani. After the rather claustrophobic confines of the Década Ominosa there was, surely, a propitious opportunity to bring the Spanish reading public up to date, to discuss Romantic ideas with a degree of openness and temperance, free from nationalistic or ideological conditioning, which had not been wholly possible hitherto. The novelty of Rivas’s poem, and of the Romantic principles which had produced it, are heavily stressed in the preamble to Alcalá Galiano’s text: he forewarns his readers that they will be meeting ‘un género nuevo en la poesía castellana’, and reminds them that with the growth of the ‘doctrinas literarias’ which had been followed by the poem’s author, ‘han nacido en el mundo poético y crítico dos bandos opuestos’.13 This last phrase is itself slightly misleading given that Spain, like the rest of Western Europe if not similarly early, had already been thoroughly acquainted with German Romantic theory. The continuing immediacy of the dispute, meanwhile, is foregrounded in a running metaphor which would have held substantial resonance for 13 Antonio Alcalá Galiano, ‘Prólogo’ to Ángel Saavedra, duque de Rivas, El moro expósito (Paris: Librería Hispano-Americana, 1834); reproduced in Ricardo Navas-Ruiz, El romanticismo español. Documentos (Salamanca: Anaya, 1971), pp. 107-28 (pp. 107-08; italics mine). All subsequent references to Alcalá Galiano’s prologue are given in parentheses in the body of the text.

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the Spain of 1834, which found itself embroiled in a full-scale civil war: ‘se están disputando el señorío literario y artístico con encarnizamiento y tesón extremados’ (108). Once we read further into the prologue, however, we become quite rapidly aware that its author has employed the metaphor of strife as no more than a rhetorical strategy, since at the nucleus of the text is a determined attempt to interrogate and break down the generalising and more formulaic tendencies of German Romantic theory; almost every asseveration of the legitimacy of the Schlegelian approach and its most characteristic judgements is accompanied by a ‘big but’. Thus, for example, Alcalá Galiano insisted that there had been no consciously Romantic writers in past generations, only writers who had been Romantic without realising it, and that the supposedly populist drama of the Spanish Golden Age had been almost exclusively written in finely crafted verse, while, far from decrying Classical mythological allusions, it had encompassed them with incongruous relish and ease. In sum, Spain’s dramatic verse tradition revealed ‘no poca semejanza con la poesía francesa, tenida por el modelo más perfecto de la escuela clásica’ (109). This last observation sits most uncomfortably with the view handed down within Spain in the 1820s, when Spain’s native poetic tradition and the conventions of neo-Classical verse had been deemed irreconcilable. The consistent message to emerge from Alcalá Galiano’s prologue is precisely that Classicism and Romanticism were not as irreconcilably different as the fundamental Schlegelian principles would have people believe. The only crucial principle for him was that any national literature be, at whatever period, ‘natural’: unaffected, spontaneous, a faithful reflection of the imaginative life of its period and place. In effect, Alcalá Galiano uses a Schlegelian commonplace to undermine the German theorists’ most fundamental contentions: if the classical Greeks had produced a literature in intimate accord with their own inner psyche and the outlook of their world, should we not confer upon that literature the title of ‘Romantic’? The idea of a national literature as mysteriously containing and projecting a discernible Volksgeist is seen as both appropriate and desirable, but within Alcalá Galiano’s terms it is extended so as to become at once more tolerant and more elusive. In sketching out a panoramic summary of European literature – and the parameters of his overview were enormously broad –, Alcalá Ga-

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liano reprises a number of Schlegelian standards that would have been familiar to the Spanish critics of the 1820s. Among them we might list the following: a general differentiation between the cultural heritage and traditions of the Germanic nations and those of the Latin world; the rejection of any universal theory of art applicable to all peoples and periods; Spain’s possession of a national literature in the Romancero (his view of the theatre of the Golden Age, as already noted, places him at a remove from what had become widely accepted as Romantic thinking, especially from Durán); a rejection of eighteenth-century attempts to impose French neo-Classical standards of taste within Spain. Added to this, he severely censures the younger Moratín and Martínez de la Rosa for having, as he saw it, studiously ignored the new Romantic ideas as if they had never come into existence: the two are labelled rather contemptuously ‘españoles preceptistas del día presente’ (119). This should remind us quite forcibly of the salient discrepancies, with regard to their attitudes towards Romantic theory, among the Spanish political exiles: Martínez de la Rosa’s Poética intimates little of its author’s putative trajectory, in exile, between neo-Classicism and Romanticism. Yet Dante, rather than a mediaeval Romantic, is regarded by Alcalá Galiano as simply ‘un hombre de su siglo’ (111), and his praise of Meléndez Valdés is conspicuously more generous than that to be found in the commentaries of the majority of Romantic critics, even if his condemnation of the ludicrous affectation of Meléndez’s pastoral verse –‘¿Cabe cosa más ridícula que su “Oda a Dalmiro?”’ (118-19) – would have struck a chord with most of Alcalá Galiano’s contemporaries. While the transformation in aesthetics ushered in by the German theorists constituted, as he put it, a ‘Revolución […] sumamente provechosa’ (120), there is a further restraining observation of not inconsiderable significance for the contemporary Spanish debate: ‘la escuela romántica francesa y todavía más sus discípulos, no son los solos ni acaso los verdaderos caudillos de esta revolución’ (120). These words are especially meaningful when we begin to take into account the most immediate responses to French Romantic drama on the Spanish stage: we think immediately here of Alberto Lista’s dissociation of ‘lo que hoy se llama romanticismo’ from what he professed to the movement’s true nature. It seems abundantly clear that Alcalá Galiano’s prologue is a temperately couched warning against the prevalence of literary faction,

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one that contains a persistent counselling against the application of formulae or cliché; one further observation transparently confirms the impact of his own exposure to English literature: ‘Inglaterra no consiente ni casi conoce la división de los poetas en clásicos y románticos’ (121). It is therefore, perhaps, a disappointment that in writing of contemporary English poetry his text has a tendency to lapse into facile categorisation, especially when we bear in mind that this was an excellent opportunity to encourage Spanish readers to engage with a variety of new voices. While the historical figures of Dryden, Addison and Pope are given at least some more specific commentary, the following passage intimates Alcalá Galiano’s apparent predilection for summary categories: ‘Caballeroso, Scott; metafísico y descriptivo, Byron; patético y a la par limado, Campbell; tierno y erudito, Southey; sencillo y afectuoso, Wordsworth, que con un alma sensiblísima hermana un estudio atento y constante de la Naturaleza’ (122). Crabbe, Burns and Moore are treated with more or less equal frugality of expression. It was certainly outside of Alcalá Galiano’s compass to supply a thoroughgoing introduction to figures who for the most part would have been mere names to the majority of Spanish readers, while simplistic categorisation – of Wordsworth and Southey, for example, as ‘poetas lakistas’ – was not unusual. Scott would have been perhaps the best known to a Spanish audience, as many of his works had already appeared in translation. I would, however, choose to stress two things here. Firstly, that Alcalá Galiano makes no attempt to nuance his delineation of Byron, when, as I have argued elsewhere, the English writer had been rather misleadingly pigeon-holed by earlier Spanish criticism as a poet of the sublime indebted principally to Ossian, his radical outlook not amply perceived or acknowledged until the appearance of the mature verse of Espronceda.14 Secondly, the absence from this quite extensive digest of

14 See my essay “‘The Immortal Byron’ in Spain: Radical and Poet of the Sublime”, in Richard Cardwell (ed.), The Reception of Byron in Europe, 2 vols (London: Continuum, 2004), I, pp. 129-43. There is insufficient scope here for me to consider the evolving impact of Espronceda’s verse; in the cited article, I argue that the discernment of despairing or nihilistic tendencies within it, especially in certain of the ‘Canciones’ and in ‘A Jarifa, en una orgía’, acted negatively upon Spanish perceptions of Byron, turning him in Spanish minds from the poet who could be construed as ‘metafísico y descriptivo’ into a dangerous renegade, the full import of whose message had been kept precariously at bay by his apparent association with a less threatening Ossianic Sublime.

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both Shelley and Keats is particularly striking. The growing reputation of the latter was, admittedly, a largely posthumous affair; certain of Shelley’s writing, however, especially the transcendental colouring of his description of poetic inspiration given in ‘A Defence of Poetry’, the articulation of an affective harmony with nature contained in the short essay ‘On Love’, and the overtly sentimental rendering of Platonic motifs found in much of his shorter lyric (think ‘Love’s Philosophy’ here), would have held manifest attractions. This is not the place to begin to explore a further relatively unrelated argument, but suffice it to say that even a cursory reading of Bécquer instinctively suggests, to me at least, that there existed many profound affinities between Gustavo Adolfo – a ‘metafísico’ if ever there was! – and Percy Bysshe. I find it hard to read Bécquer’s ‘Introducción sinfónica’, for instance, and poems like Rima XXIV, without surmising a prior knowledge of Shelley. All of this is, of course, mere hypothesis, but I strongly incline to the view that an earlier Spanish acquaintance with Shelley would have had incalculably important repercussions for nineteenth-century Spanish verse. In the event, ‘A Defence of Poetry’ would only appear in Spanish in 1904, while Juan Ramón Jiménez, so devoted to Bécquer that he named his 1902 collection Rimas in his honour, would be powerfully inspired and influenced by the English poet almost throughout his writing career. In summarising, finally, the impact of Romantic theory across Europe, Alcalá Galiano reiterates literature’s new-found freedoms; poetry has become ‘una expresión de recuerdos de lo pasado y de emociones presentes, expresión vehemente y sincera, y no remedo de lo encontrado en los autores que han precedido, ni tarea hecha en obediencia a lo dictado por críticos dogmatizadores’ (125). Such comments would be entirely unsurprising were it not for the words which immediately precede and condition them: ‘vuelve por estos medios la poesía a ser lo que fue en Grecia en sus primeros tiempos’ (125). This is where Alcalá Galiano most obviously tosses a spanner into the works of Romantic theory: early Greek literature had been, precisely, ‘natural y nacional’; i.e., the kind of literature that was now reasserting itself after a long period of subjection to dogma. Rivas, he goes on, just like contemporary English writers, abjured the systematic distinctions between ‘Classical’ and ‘Romantic’ as ‘divisiones arbitrarias, en cuya existencia no cree, siendo claro por lo mismo que no se ha propuesto obedecer a los que las pregonan como ciertas y promulgan como obligatorias’ (125). What Rivas had likewise

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refused to do was to configure the Spanish Middle Ages ‘con el gusto llamado clásico, es decir, de un modo que no le cuadra’ (125); he had thus aimed, and we can repeat the term once more, at poetry that was ‘natural y nacional’. Thus also his choice of assonantal verse, ‘peculiar de nuestro idioma, castiza y exclusivamente española’ (125): here, perhaps, is the clearest nod to nationalistic fervour. For related reasons, he had eschewed, in the composition of his long narrative poem, all incongruous mythological reference and, indeed, all restrictive ‘reglas’; precepts which were now felicitously ‘desatendidas por los mejores poetas contemporáneas en toda Europa’ (127). In his concluding words, Alcalá Galiano expresses the hope that his own extensive observations might open ‘un pleito aún no entablado en nuestra patria’ (128). What I take this to mean is that he is seeking to rectify and amend salient characteristics of the prevalent Romantic theory, not from a position of neo-Classical dogmatism – the application to literature of critical dogma is for him, it would seem, the most cardinal sin – but from a more tolerant and philosophical perspective that would justifiably earn itself the term ‘liberal’. One is inclined to ask whether the foregoing reference to ‘críticos dogmatizadores’ was intended to embrace the new Schlegelian Romantics as well as the neoClassical preceptists. The prologue to El moro expósito, we instinctively sense, would have perplexed and confounded a young generation of Spanish writers and readers who had just become fully conversant with a binomio that had been rendered admirably comprehensible by men like Durán, Donoso Cortés, López Soler and Lista. Had the Greeks been Romantics after all, and was the now tried and trusted nomenclature of Schlegelian theory really so unreliable? One of the advantages of the Schlegelian distinction, to set alongside its reassuringly warm appraisal of Spain’s national literary tradition, was that it was actually very straightforward: the Greeks and Romans had been Classical and the Christian Middle Ages, by contrast, Romantic; Classical literature had been hidebound by rules not applicable to modern societies and their very different imaginative production; Spain was the Romantic country par excellence, its most characteristic literary expression the paradigm of the new creed; perhaps most crucially of all, as Lista was at pains to make abundantly clear, Romanticism was the artistic expression not just of a Christian society but of monarchical forms of government, a distinction which

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allowed the nefarious shadow of republicanism to be cast aside with neo-Classical formalism. All the evidence suggests that the Spanish literary public of the 1830s actively preferred things to be this straightforward. One of the most illuminating examples comes in the form of the emblematic piece ‘Un romántico’ written by Eugenio de Ochoa for publication in El Artista a year later.15 This was short and to the point; it found extensive circulation in the new movement’s flagship journal (Alcalá Galiano’s prologue, conversely, had been buried in a limited edition published in Paris); it was sentimentally effusive in the most nationalistic of ways; it enabled Romanticism to be very easily understood (although Ochoa underscores ways in which it had been misunderstood and, as he saw it, unfairly maligned). Ochoa’s piece displays heightened rhetoric from the very start. Romanticism is regarded by some, he positively gushes, as a ‘mágico talismán’, with all the inspirational power of a loved one’s voice or some ‘celeste armonía’; for others, any adherent of the movement is an ‘hereje’ an ‘hombre capaz de cometer cualquier crímen’, an ‘Anti-cristo’ (128). Rather than preface a breaking down of discord and anticipate an attempted compromise position, as in Alcalá Galiano’s prologue, this type of language is manifestly intended to decry any such ill-judged persecution mania on the part of Romanticism’s detractors and to champion the alleged outcasts who have had, it would seem, the effrontery to align themselves with a movement described as ‘calumniada, proscrita, tratada de antisocial’ (129). A potent religious note underpins almost the entirety of Ochoa’s initial scene-setting: how can the new movement be vilified when among the ‘verdaderos apóstoles del romanticismo’ may be numbered Dante and Calderón?; none of Romanticism’s disciples has chosen to abandon it in its long years of suffering and tribulation; against the mocking voices of their adversaries, those disciples ‘han levantado su frente embellecida con la palma del martirio, anunciando al mundo la emancipación de la inteligencia humana’ (129). The Romantics, we conclude, can be compared with the Israelites bound for the Promised Land, with the unswervingly faithful Job, with the triumphant host destined to be saved and to be rewarded with an eternal crown. 15

Eugenio de Ochoa, ‘Un romántico’, El Artista, I (1835), p. 36; reproduced in NavasRuiz, El romanticismo español. Documentos, pp. 128-131. Subsequent references to Ochoa’s piece are from this latter edition, and figure in parentheses in the body of the text.

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Unsurprisingly, then, Ochoa sees no hope for the unreconstructed clasiquista; such a being ‘es esencialmente intolerante, testarudo y atrabiliario’ (130). Indeed, compared with Alcalá Galiano’s temperance, Ochoa’s tone is, throughout, generalising and sweeping: thus ‘Inútil sería buscar entre gente no joven partidarios del romanticismo; entre la juventud estudiosa y despreocupada es donde se hallarán a millares’ (130). There follows, in contradistinction to the aged, balding and bespectacled clasiquista a highly lyrical depiction of the idealistic young Romantic, possessed of a ‘frente arada por el estudio y la meditación’, of a ‘grave y melancólica fisonomía, donde brilla la llama del genio’, of an ‘alma llena de brillantes ilusiones’ (130). His aesthetic preferences are catalogued in such a way as to codify prevailing Schlegelian distinctions, beginning with a generalised desire to see reborn in his contemporary age ‘las santas creencias, las virtudes, la poesía de los tiempos caballerescos’ (130). In a seemingly unanswerable appeal to nationalistic spirit, Ochoa then specifies: ‘prefiere Jimena a Dido, El Cid a Eneas, Calderón a Voltaire y Cervantes a Boileau’, while for this noble-spirited paragon, ‘las cristianas catedrales encierran más poesía que los templos del paganismo’ (130). All of these representative choices are identifiable, beyond the rhetorical veneer, as typifying prescriptions found in the Schlegel brothers’ Vienna lectures. Where Ochoa’s recitative differs most profoundly from Alcalá Galiano’s much more nuanced argument is in its lumping together of classical Greek and neo-Classical French. There is no grey area to be found here, no difficult shading, no complication. Ochoa’s piece contains, of course, no serious contemplation of the issues at stake; the clasiquista, for instance, is fondly nostalgic for ‘aquel tiempo sublime en que se arrastraba toga viril y se andaba sin botas y sin pantalones’ (130). At the same time, however, we cannot underestimate the resonance of a message in which the Romantic is not just virtuous, idealistic, sensitive and dreamily imaginative but necessarily young. For a new generation inflamed by this kind of sentimental communiqué – and Ochoa’s short article was by no means unique: we may set alongside it, for example, Ramón López Soler’s prologue to his historical novel Los bandos de Castilla of 1830 –,16 men like Martínez de la 16

We can take the following passage from López Soler’s prologue as perhaps the most salient example: Libre, impetuosa, salvaje por decirlo así, tan admirable en el osado vuelo de sus inspiraciones como sorprendente en sus sublimes descarríos, puédese

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Rosa, Alcalá Galiano and the Duque de Rivas, who might otherwise have been graced with the romantic tincture of the outcast persecuted for his defence of noble ideals – i.e., as Ochoa’s ‘Romantic’ –, now appeared as representatives of a middle-aged establishment that could not, again in Ochoa’s terms, begin to comprehend the essence of Romanticism. If all of this seems unduly adventurous, then we only need to look slightly ahead, to the triumphant appearance of the young Zorrilla at Larra’s graveside to see a phenomenon which brings precisely to life Ochoa’s effusive description. Zorrilla’s physical appearance, his sensitivity to emotion, his figuration of the poet as ‘planta maldita/ con frutos de bendición’, his rapid lionising and enthronement as ‘poeta nacional’ (to which he himself cannily responded at the premiere of Cada cual con su razón, we might add), and, most markedly, the ringing tones of Pastor Díaz’s preface to his published verse, all solidify the connection.17 Taken in the round, it was impossible for Alcalá Galiano to open the new ‘pleito’ to which he seems to refer, to nuance the Classical-Romantic debate, or to call into question the rather simplistic categories which that debate almost inevitably contained. Another signal indication of the universal assimilation of such commonplaces is that Mesonero Romanos could so memorably parody them in his ‘El romanticismo y los románticos’ of 1837 by hyperbolising not just literary tendencies afirmar que la literatura romántica es el intérprete de aquellas pasiones vagas e indefinibles que, dando al hombre un sombrío carácter, lo impelen hacia la soledad, donde busca en el bramido del mar y en el silbido de los vientos las imágenes de sus recónditos pesares. Así, pulsando una lira de ébano, orlada la frente de fúnebre ciprés, se ha presentado al mundo esta musa solitaria, que tanto se complace en pintar las tempestades del universo y las del corazón humano; así, cautivando con mágico prestigio la fantasía de sus oyentes, inspírales, fervorosa, el deseo de la venganza, o enternécelos, melancólica, con el emponzoñado recuerdo de las pasadas delicias. En medio de horrorosos huracanes, de noches en las que apenas se trasluce una luna amarillenta, reclinada al pie de los sepulcros, o errando bajo los arcos de antiguos alcázares y monasterios, suele elevar su peregrino canto semejante a aquellas aves desconocidas, que sólo atraviesan los aires cuando parece anunciar el desorden de los elementos la cólera del Altísimo o la destrucción del Universo’: Ramón López Soler, Los bandos de Castilla o El caballero del cisne (Madrid: Tebas, 1975), ‘Prólogo’, pp. 8-9. 17 For an extended discussion of this point, see my ‘Zorrilla, the Critics and the Direction of Spanish Romanticism’, in Richard A. Cardwell and Ricardo Landeira (eds.), José Zorrilla, 1893-1993: Centennial Readings (Nottingham: University of Nottingham, 1993), pp. 1-15.

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and aesthetic preferences but their unquestionably recognisable perceived corollaries in personal appearance and behaviour. I wish to return, momentarily, to the prologue to El moro expósito in order to highlight one final comment which we might construe as contextually significant. In evoking the lives of the ancient Greek heroes as depicted in Hellenic literature, Alcalá Galiano refers to ‘un Destino cuya fuerza no confesamos, ni sentimos ni verdaderamente entendemos’ (124). What we might bear in mind at this point is that Rivas had by now completed the original version of Don Álvaro, o la fuerza del sino and that Alcalá Galiano would almost certainly have seen the manuscript. We might even surmise that these comments are predicated at least in part on Alcalá Galiano’s anticipation of the play’s being imperfectly understood by a nineteenth-century audience. When the definitive version was brought to the Madrid stage in 1835, a review of its first performance professed it to be ‘inclasificable’, and Alcalá Galiano himself was driven to publish an article in the Eco del Comercio aimed at defending the work against charges of nihilism and at attempting to clarify its broader vision. Don Álvaro was, it goes without saying, a further work introduced to Spain by a returning liberal exile, and another potentially defining moment in the trajectory of Spanish Romanticism. It is far beyond the scope of the present piece to be able to rehearse the many competing interpretations of Rivas’s play, so the remarks I choose to make are intended solely to frame it within the precise context of the argument I have been mapping out here. Firstly, we can say with some justification that Don Álvaro ostensibly bears out Alcalá Galiano’s view of its author as someone who refused to recognise the formulaic ‘divisiones arbitrarias’ that seemed to render Classical and Romantic as wholly irreconcilable. On the one hand, its costumbrista scenes appeared to recreate aspects of Spain’s distinctive literary tradition, its changes of place and its ranging across time defied the classical unities, its symbolic settings were surely paradigmatic instances of the Romantic sublime, and its hero was, equally surely for contemporary audiences, the incarnation of Ochoa’s dreamy and melancholic Romantic outcast or a Spanish representation of the Byronic tragic hero. On the other, however, here seemed to be also the essentially noble protagonist with the tragic flaw, condemned to suffer at the hands of a remorseless destiny, his ambitions and desires thwarted

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at every turn and his life irreversibly ruined by momentary lapses of virtue in the face of the promptings of personal pride: an Aristotelian tragic hero if ever there was. It says a lot about the prevailing tendencies in literary debate that a reviewer’s perplexed inability to ‘clasificar’ should have impacted at all, let alone so significantly, on considered perceptions of the play, even if both Martínez de la Rosa’s and Larra’s disavowal of easy categorisation in the respective prefaces contained in the published editions of their canonical dramas appeared to have been studiously ignored. By the spring of 1835, however, this was perhaps the primary consideration: whether Rivas’s play was Classical or Romantic; whether it subscribed to Aristotle or openly defied him; above all else, whether its author belonged to the new Romantic faction or to the ranks of its Classicist adversaries. If the answers to such questions were not satisfactorily decisive, then the play could not comfortably be placed. Secondly, as I have noted elsewhere, perceptions of Don Álvaro as a violently irreligious or overtly nihilistic play only came to be commonly held in the wake of subsequent episodes in the dramatic life of Madrid.18 The first performance in the Spanish capital of a play by Hugo or Dumas, that of the former’s Lucrèce Borgia, would come only after the premiere of Rivas’s drama, although a crescendo of outrage would then quite swiftly reach fever pitch, and, after Larra’s denunciation of Antony a year or so later, would make it next to impossible for Romantic dramas seen as radical or subversive to be able to thrive; how, after all, could a play perceived as embodying ‘la desorganización social’ hope to find critical justification. It is striking that reaction to Don Alvaro itself became more negative in the light of a widespread rejection of what Agustín Durán would scathingly label ‘el romanticismo malo’. A play that provoked, more than anything else, bewilderment suffused with consternation in the immediate term could consequently be related, by the respected poet and critic Enrique Gil y Carrasco for instance, to Hugo’s Notre Dame de Paris as a product of a comfortless and sceptical vision lacking any constructive social purpose.19 What this meant, amongst other things, was that any conscious attempt on the part of 18

See my ‘Don Álvaro: notes pour une lecture eschatologique’, in Derek Flitter, Luis F. Díaz Larios and Georges Zaragoza, Don Álvaro et le drame romantique espagnole (Dijon: Les Editions du Murmure, 2003), pp. 41-60. 19 See my Spanish Romantic Literary Theory and Criticism, pp. 98-99.

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Don Álvaro’s author at resistance to ‘divisiones arbitrarias’, or any intimation on the part of audiences, readers or critics that such might have been the case, fell foul of a heavily entrenched tendency to categorise not just drama but any kind of new literature. Thirdly, and perhaps most crucially of all, Rivas would never write anything of the sort again. This can to an extent be explained by the gathering intensity of critical reaction, and in part at least by the gravity of his extra-literary commitments, but his shift of focus away from the theatre is quite striking, especially when we take into account the extensive nature of his earlier dramatic writing. The one remaining highlight of Rivas’s writing career, in fact, would be the Romances históricos, a work whose substantive content and whose prologue would both reveal an adherence to the prescriptions of a triumphant historical Romanticism which acclaimed and immersed itself in national tradition. If we are minded to surmise as to Don Álvaro’s formative influence, then possibly the most substantial evidence can be found in the content and emphasis of the original Romantic drama that was the theatrical sensation of 1836: i.e., García Gutiérrez’s El trovador. Like the eponymous protagonist of Rivas’s play, the troubadour Manrique is marginalised and socially unacceptable as a consequence of his obscure lineage, with the additional factor that in each case the issue of identity is resolved in a startling coup de théâtre contained in the final act; in both plays, the lack of approved ‘cuna’ is crucial. More consistently present in the two works, however, is a feature that was to become something of a constant in the most prominent examples of Spanish Romantic drama: a discursive level on which the conventional linguistic terminology of ultimate religious adherence is transposed onto that of elevated forms of human love, a level on which faith and love dispute motivational supremacy in the mind of the respective male leads. Here we might say that García Gutiérrez strives to outdo anything produced and communicated in Rivas’s play.20 As I have argued elsewhere, Don Álvaro’s downfall may be said to stem from the wholescale application of just this transposition, as he professes Leonor’s love to be the guarantor of his ultimate salvation or damnation, while Leonor herself responds in a very traditional fashion

20 On this point, see my ‘Spanish Romanticism’, in A Companion to European Romanticism, ed. Ferber, pp. 280-81, p. 285.

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to the tragedy of her father’s death, seeking to atone for her criminal passion in a penitential religious life never discarded or mitigated until the hour of her death. In El trovador, however, García Gutiérrez pivotally dramatises the conflict between faith and love, the structure of his play turning on the feverish dialogue that culminates in Leonor’s being abducted from her convent by Manrique, in defiance of her religious vows and of, we might say, the ultimate supremacy of God. Don Álvaro can be read, notoriously, in a variety of ways, but García Gutiérrez’s play definitively lacks any moral pronouncement on the transgressive nature of this act; what he stops short of doing, however, is to have Leonor willingly elope (this word is not inappropriate when she has just sworn herself to be the bride of Christ) with her former lover. Most daringly, perhaps, Manrique’s trova to the dead Leonor defiantly figures her, despite her wilful suicide, in terms reminiscent of iconographic depictions of the Virgin, something which, to my knowledge, was never specifically discerned by contemporary critics (although it might have been had García Gutiérrez’s play reached the Madrid stage after, rather than before, Dumas’s Antony). Of García Gutiérrez we might also comment that he never recreated the stunning success of El trovador; El paje held too many obvious reminders of Hugo’s shocking depiction of Lucrezia Borgia, and at least one of his subsequent plays was removed from the stage by the censor on the grounds of its alleged immorality. Even if we follow the interpretation of Don Álvaro as a protest play, and argue for El trovador’s continuation or even intensification of that protest, what is all too evident is that the tide rapidly turned away from such fundamental challenges to conformity and moved firmly in the direction of Schlegelian historical Romanticism: the writing careers of Gil y Zárate, Juan Eugenio Hartzenbusch, and, much more markedly, Zorrilla, perfectly illustrate this.21 In conclusion, I feel that we can firmly deduce the following. Firstly, that in the Spain of the mid-1830s it was next to impossible to attempt to draw back from the kind of aesthetic polarisation that had dominated the previous two decades – a full twenty years if we view Böhl von

21

For a reading of Hartzenbusch’s Los amantes de Teruel as a conscious response to Don Álvaro, and for an initial exploration of their putative dialogue, see my article ‘The Romantic Theology of Los amantes de Teruel’, in Crítica Hispánica, 18 (1996), pp. 25-34.

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Faber’s Romantic defence of Calderón as the initiation of the debate – and argue for the erosion or outright demolition of ‘divisiones arbitrarias’ between neo-Classicism and Romanticism. In critical writing, Alcalá Galiano’s prologue to El moro expósito had insufficient public profile within Spain to contest the established influence upon the debate of texts as emblematic and formative of opinion as Durán’s 1828 Discurso, the earlier assessments of Monteggia and López Soler in El Europeo, Donoso Cortés’s Cáceres speech and many others. Eugenio de Ochoa’s heightened rhetoric, as much as his reassuringly straightforward differentiation and unmistakable tinge of nationalistic commitment, slid much more comfortably into the familiar confines of the ongoing discussion. Secondly, the comparably eclectic combination of elements found in Don Álvaro, and its apparent resistance to classification – despite its conscious promotion as a work that was ‘románticamente romántico’ on theatre playbills immediately prior to its first performance –, made it hard for Rivas’s play to become the standard-bearer of an enduring new mode of drama. This was especially so after the subsequent furore surrounding translations of French Romantic drama on the Madrid stage, particularly Antony. I also feel that the fact of its lack of secure roots in Spanish history was a factor here: after all, virtually every prominent original Spanish Romantic drama from Los amantes de Teruel onwards was founded on universally recognisable moments or figures from Spain’s national past. For many reasons, the premiere of Hartzenbusch’s play may be felt to mark the pivotal occasion in the trajectory of Spanish Romantic drama and the forging of a definitive direction. Thirdly, the content of Alcalá Galiano’s prologue induces a powerful sense of missed opportunity when we begin to reflect upon the propitious conditions for the dissemination within Spain of Shelley’s transcendent theory of poetic composition and a definitive formulation of that reciprocal relationship between poetic mind and the natural world that Ruskin was to label pathetic fallacy. Both the emphases and the rhetoric of this writing are consonant with the increasingly common perception and powerfully vocal articulation of the privileged sensitivities of the poet; the preface to almost every collection of new verse published in Spain by idealistic young Romantic writers contained some reference to aristocracy of sentiment. As I have indicated above, Alcalá Galiano’s omission of Keats was more excusable than

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the absence of Shelley from his prologue; I incline to the view that Shelley’s influence may have tempered certain rhetorical flourishes and enhanced poetic intimacy. Most broadly, it does seem clear that the demarcation points of Romanticism, theoretically at least, were quite resolutely fixed within Spain before the returning exiles were able to exert influence upon the literary debate, with the result that the dominant Romantic mode after 1834 continued to be that adumbrated and defined, in Schlegelian terms, during the Década Ominosa. We may not choose to commend such a conclusion, but the evidence does point forcefully in this direction. The young aspiring writers of the mid-1830s and after, and Zorrilla is the most representative example, relied heavily upon the prescriptions of this historical Romanticism and chose not to pursue the aesthetic course afforded them by Alcalá Galiano and the Duque de Rivas; the ‘pleito aún no entablado’ to which the former refers was, effectively, already a ‘pleito cerrado’ in the minds of the majority.

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ALGUNAS NOTAS SOBRE CRISTÓBAL DE BEÑA Y LA DIFUSIÓN PERIODÍSTICA DE SUS FÁBULAS POLÍTICAS

Marieta Cantos Casenave Universidad de Cádiz 1

1. Introducción Es de sobra conocido que las Fábulas políticas de Cristóbal de Beña se publicaron en Londres en 1813. Algunas de ellas habían visto la luz con anterioridad, insertas en la prensa de la época, pero en su mayor parte el material permanecía inédito hasta que pudo ser publicado en la capital británica. En la misma fecha y en la misma ciudad se publica también la Lira de la libertad, de la que igualmente eran conocidas algunas de sus composiciones como la marcha “A las armas corred españoles/...”, el prólogo “La libertad” a la tragedia Roma libre, y la oda “El heroísmo”, dedicada al militar escocés John Downie, a quien Beña había acompañado a Londres y quien probablemente impulsaría la edición de ambas obras. Este trabajo pretende analizar la relación de las poesías de Beña con la literatura española que se publica en Londres y sobre todo la fortuna posterior que tuvo en la prensa del Trienio, precisamente por su propuesta liberal. En este sentido se analizarán las fábulas a fin de explicar cuáles y por qué tuvieron unas u otras mayor o menor acogida. Como han puesto de manifiesto Salvador García Castañeda y Ana Mª Freire, la fábula es uno de los géneros que más se cultiva en estos años, con renovado empuje y dirección, y particularmente en la pren-

1 Este estudio se inscribe en el marco de los siguientes proyectos: HUM2007-64853/ FILO del Plan Nacional de Investigación del Ministerio de Ciencia y Tecnología sobre «La literatura en la prensa española de las Cortes de Cádiz» () y del Proyecto de Excelencia Las Cortes de Cádiz y la revolución liberal en Andalucía e Iberoamérica. Un marco comparativo del Plan Andaluz de Investigación (HUM5410).

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sa.2 Efectivamente, son muchos los periódicos de la época de las Cortes de Cádiz y el Trienio que incluyen estas fábulas o apólogos como también se las suele denominar en la prensa que incluyen este género por su didactismo y porque desde la antigüedad era una de las fórmulas preferidas para satirizar los vicios sin incurrir en la invectiva, aunque en el caso de las fábulas políticas no siempre se respeta este precepto, pues con frecuencia es fácil identificar la clave que permite la lectura del texto como un ataque a una personalidad o un grupo político. Entre los periódicos que incluyen fábulas destacan la Abeja española, que explica precisamente el interés de los editores por atraerse a todo tipo de público, incluidas las damas, mediante una literatura amena a través de cuentos, fábulas e incluso chistes. Además, dice servirse del apólogo para castigar el vicio sin poner en peligro sus vidas como se expresa en la fábula “La Jardinera y la Abeja” (3-X-1812, 28). También los diarios serviles las incluyen, caso del Diario de la tarde, que incluye “La casa y los albañiles” o de El Procurador General. Algunos fabulistas dieron a la luz pública sus composiciones primero en las páginas de los periódicos, para editarlas luego en volumen o no, como el desconocido F.P.U., cuya obra fabulística ha sido estudiada por Fernando Durán3; otros, en cambio, dieron a conocer sus fábulas en tomo, aunque no por ello los periódicos dejaron de hacerse eco de su producción.

Beña, periodista y poeta No es de extrañar que la producción literaria de Cristóbal de Beña haya estado ligada a la prensa, si se tiene en cuenta que el autor había traba2

Salvador García Castañeda, “La fábula política española en el siglo xix”, en Actas del VIII Congreso de la Asociación Internacional de Hispanistas (Madrid: Itsmo, 1983), pp. 567-575 y Ana Mª Freire, “Fábulas políticas en 1822”, en Varia bibliographica. Homenaje a José Simón Díaz (Kassel: Edition Reichenberger, 1988), pp. 289-297. 3 Fernando Durán López, “Cincuenta fábulas políticas del Cádiz de las Cortes: las colaboraciones de F. P. U. en el Diario Mercantil de Cádiz (1812-1813)”, en Nación y Constitución. De la Ilustración al Liberalismo (Actas del III Congreso Internacional de la Sociedad Española de Estudios del Siglo XVIII) (Sevilla: Sociedad Española de Estudios del Siglo xviii, 2006), pp. 421-447, e idem, Cincuenta fábulas políticas de las Cortes de Cádiz. El Fabulario de F. P. U. en el Diario Mercantil de Cádiz (1812-1813), estudio, edición y notas (Vigo: Editorial Academia del Hispanismo, 2010).

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jado junto a Moya Luzuriaga y a los hermanos Carnerero en la redacción del Memorial Literario desde 18054, y luego, mientras que sobrevive como traductor, decide pedir el 9 de octubre licencia para publicar El Regulador del siglo XIX, junto con Andrés de Moya Luzuriaga, cuando, a comienzos de 1807, el Memorial deja de publicarse.5 El resultado de esta gestión es que el periódico, por causas aún desconocidas, no llegó a ver la luz, pero el Memorial Literario inició una nueva andadura a finales de ese mismo año y Beña pronto volvería a colaborar en sus páginas. Como recuerda Ana Mª Freire, Beña había dedicado poco antes una oda a Godoy, La predicción cumplida (Madrid: Repullés, 1807), al estilo de las que compusiera su amigo Sánchez Barbero con motivo de la derrota de Trafalgar, no obstante, no dudaría, junto con Andrés de Moya Luzuriaga y Mariano de Carnerero, en pedir como redactores, ya en su nueva etapa del Memorial, el amparo y protección del nuevo rey Fernando VII, “después de haberse ceñido la Corona con general aplauso de toda la Nación”. Más adelante, al calor ya del espíritu patriótico, compuso en el mismo año de 1808, entre el 25 de julio y los primeros días de agosto, La marcha española. Himno, que tan famosa se haría (“A las armas corred españoles/”) y poco después la Oda al triunfo de Zaragoza (Madrid: Imprenta de Benito Cano), de cuya venta se daba aviso en la Gaceta de Madrid de 29 de noviembre (GM nº 148, 1566), y que no está recogida en La Lira de la Libertad, al contrario que Gerona y otras que tendrían desigual fortuna en la prensa de esta época.6 En 1809 se le sitúa en Córdoba, donde pretende fundar un Diario patriótico de Córdoba, pero la Junta Superior de esta ciudad comunica en el mes de marzo que “la conducta y opiniones de este sujeto son sospechosas y exigen que se le separe y coloque donde pueda ser celado por el Gobierno”, a pesar de que había sido el autor de un soneto contra Napoleón y de la oda a Gerona, publicada luego en el Diario de Sevilla el 19 de enero de 1810.7

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Inmaculada Urzainqui, “Los redactores de Memorial Literario (1784-1808)”, en Estudios de Historia Social 52-53 (1990), pp. 501-516. 5 Ana Mª Freire, “Cristóbal de Beña, un madrileño rescatado”, en Anales del Instituto de Estudios Madrileños nº 27(1989), pp. 569-604; reeditado en Entre la Ilustración y el Romanticismo. La huella de la Guerra de la Independencia en la literatura española (Alicante: Universidad de Alicante, 2008), pp. 163-199. 6 Ibid. 7 Ibid.

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2. Beña en el Cádiz de las Cortes Desde su llegada a Cádiz, posiblemente en el tiempo en que la Junta se trasladara a la ciudad, Beña parece haber encontrado el ambiente propicio para continuar con su carrera periodística, y así pudo colaborar en El Conciso y en otros periódicos de la ciudad. Había empezado a publicar algunas composiciones literarias en la Tertulia patriótica de Cádiz, al menos desde el 7 de enero de 1811, fecha en que publicó su fábula “La marmota, el loro y el gusano de seda”8, no recogida luego en libro. También es posible que sea el autor de la traducción del poema “A la retirada de los franceses de Santarem, en Portugal”, firmada por B. y publicada el 17 de agosto de 1811. Pocos días después, como ha descubierto Ana Mª Freire, y Esdaile ha confirmado con nueva documentación, este madrileño se uniría a la Legión Extremeña de John Downie, para luego servir en el Primer Regimiento de Infantería desde el 18 de septiembre de 1811 hasta mediados de abril de 1812. Con él había participado en la acción de Arroyo Molinos de 28 de octubre de 1811, y en toda la pasada campaña realizada en Extremadura, desde Arroyo del Puerco.9 Hacia mediados de abril de 1812 Beña seguía con Downie, pero en calidad de secretario, aunque en su expediente consta que esta decisión de seguir al mariscal de campo Downie no había sido ordenada por ningún otro superior, y así, al no pasar la revista de 15 de septiembre, fue dado de baja. Parece, no obstante que, según certifica Downie en enero de 1815, Beña seguía con él, de modo que es posible que, a pesar de lo que sostiene Ana Mª Freire, sí participara con él en la acción que éste llevara a cabo en Sevilla el 27 de agosto de 1812, en que Downie perdió un ojo y una oreja, hasta caer bajo las bayonetas enemigas. Lo cierto es que Downie fue hecho prisionero y pronto canjeado —por orden de Wellington, pues al fin y al cabo seguía siendo comisario general británico, a las órdenes de Moore (DBTL 1991, 186-187)—, pero, dado su precario estado de salud, decidió regresar a su país a curarse. 8

Hay edición reciente de la Tertulia patriótica de Cádiz, con introducción y notas de María Angulo, Biblioteca de las Cortes de Cádiz, 10 (Cádiz: Ayuntamiento de Cádiz/ Fundación Municipal de Cultura, 2011), que la incluye. 9 Ana Mª Freire, “Cristóbal de Beña, un madrileño rescatado”, en Anales del Instituto de Estudios Madrileños nº 27(1989), pp. 569-604; reeditado en Entre la Ilustración y el Romanticismo. La huella de la Guerra de la Independencia en la literatura española (Alicante: Universidad de Alicante, 2008), pp. 163-199.

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En estos meses de 1812 Beña había seguido escribiendo y, además de improvisar un soneto a la condesa de Tilli-Serclaes, se hizo famoso por los versos que sirvieron de prólogo a la tragedia de Saviñón, Roma Libre, que se habría de estrenar el 25 de junio de 1812. También dedicaría a Wellington un himno, publicado en El Redactor General nº 418, de 5 de agosto de 1812 (p. 1648), bajo la inicial B***10. En El Conciso nº 15, de 15 de septiembre de 1812 (pp. 4-6) había publicado “Madrid Libre. Oda dedicada al Lord conde Wellington”11, y en El Redactor General, la oda “El heroísmo”, dedicada a Downie, sin título y firmada por B*** (nº 482, 8-10-1812, p. 1909)12. Además, El Redactor General de 26 de septiembre había dado noticia de la impresión de La Constitución española. Oda, de la que el mismo periódico reproducía algunos versos en su página 1856.

3. Las FÁBULAS POLÍTICAS El 2 de octubre se había publicado en este mismo periódico “Los cangrejos”, sin mención de autor, en su sección “Calle Ancha”, con la indicación: “Se ha leído hoy en ella la siguiente fábula”. Francisco Bravo, que la había localizado, no descubrió su autoría y, sin embargo, ésta es la primera noticia sobre unas fábulas que habrían de publicarse en Londres.13 Beña se marchó con Downie a la capital británica a finales de este año —concretamente no aparecen más colaboraciones suyas después del 8 de octubre— y parece que no regresó a Madrid hasta 1813. Las variantes entre la versión publicada en El Redactor General y la que luego se publicarían en Londres son muchas, de modo que remito al apéndice de este estudio para comparar ambos textos. En todo caso, cabe señalar “el palo” con que se amenaza a aquellos cangrejos que insistan en obstaculizar el camino constitucional. Tal vez este tono provo10 Este himno, que se publica en El Redactor General con el título de “Al inmortal Wellington”, luego, en La lira de la libertad, llevaría el de “La batalla de Salamanca, o el 22 de julio de 1812”. Francisco Bravo no advierte que bajo la inicial B*** se esconde Beña, que publica otras composiciones en el mismo periódico. 11 Francisco Bravo Liñán, La poesía en la prensa del Cádiz de las Cortes, Biblioteca de las Cortes de Cádiz, 4 (Cádiz: Ayuntamiento de Cádiz/Fundación Municipal de Cultura, 2005). 12 Ibid. 13 Ibid.

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cador, incluso violento, que también está presente en fábulas como “El Herrador y el Potro” (XIX), hizo que se le considerara un liberal exaltado o que temiera pasar por tal, de modo que el miedo a posibles represalias pudo hacerle pensar en publicar sus Fábulas en Londres, donde sin duda tendría menos problemas. De todas formas, no debe olvidarse que es muy posible que Beña tuviera pensado ya marcharse con Downie y también es probable que aún no tuviera esbozadas más que unas pocas piezas, pues hasta la fecha, la de “Los cangrejos” es la única que he conseguido localizar en la prensa con anterioridad a la edición londinense. Esta fábula lleva el mismo título, por cierto, que la publicada por Jérica y que comienza “En yo no sé qué parte/ formaron los Cangrejos/ Hace ya bastantes años/ Una cámara baja o parlamento”. Aunque el argumento presenta a los cangrejos como representantes de la nación, el caso es que su lectura ofrece una lección similar: “¿Habrá pueblo en Europa / tan dado a Barrabás, / que quiera a lo cangrejo / marchar siglos y siglos hacia atrás?”, pero Jérica en el curso del relato especifica aún más la resistencia de los cangrejos en los “diputados rancios”.14 También en esta misma línea F.P.U. publicaría “El cangrejo rutinero”, en el Diario mercantil de Cádiz el 9 de enero de 1813, de la que se haría breve eco El Redactor General al día siguiente y más ampliamente, aprovechando para censurar al Redactor General, el Diario de la tarde nº 25, cuyo comentario incluiría también el Diario de Mallorca de 1 de febrero de 1813. Cabe notar a este respecto que la palabra “rutinero” aparece ya asociada en Beña a los cangrejos “amigos siempre de la vieja usanza”. Puede suponerse, pues, que, más allá de que compartieran ideas similares y aun un mismo lenguaje, e incluso unas mismas metáforas, los fabulistas parecen alimentarse recíprocamente. Ya en su estancia londinense publicaría las Fábulas políticas, pronto conocidas en la península, pues la primera noticia de la edición inglesa

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Jérica había publicado su primer apólogo el 7 de octubre en el Diario mercantil, “El burro periodista”, el día 11 del mismo mes, “La tela de araña” y el 25, “El tío Juan Rana y su asno”, pero no he logrado localizar la primera versión periodística de Jérica. Sobre este y otros versos de Jérica puede verse mi estudio “Un escritor de las Cortes de Cádiz: Pablo de Jérica y Corta”, en Cuadernos de Ilustración y Romanticismo no 12 (2004), pp. 121138. Asimismo “Andadura de un escritor del Cádiz de las Cortes: Apuntes sobre Pablo de Jérica y Corta”, publicado en .

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de esta obra data del 8 de julio de ese mismo año, en que la Abeja española en un “Aviso al Público” ofrece una extensa nota sobre dicho acontecimiento, con reproducción incluida de una de ellas, a modo de ejemplo de su talento. Se trata de la fábula “Las Monas y la Abubilla” (XIII), donde se denuncia la designación para puestos relevantes de quienes no van a saber desempeñarlos con acierto, tema muy presente en este periódico, como en muchos otros de tendencia liberal que denunciaban las deficiencias de la actuación del Congreso, los militares, funcionarios y ciertos representantes del Gobierno. Al final de dicho aviso se da noticia también de la publicación en la misma ciudad de la Lira de la libertad, de la que sí eran conocidas en Cádiz algunas de sus composiciones, como la marcha “A las armas corred españoles/…”, el prólogo “La libertad” a la tragedia Roma libre, y la oda “El heroísmo” ya mencionada. No hay duda de que este singular escocés tuvo bastante que ver en el éxito de la obra, pues parece que fue él quien consiguió que se publicara en Londres las Fábulas de Beña, y quien logró, con su apoyo, una mayor circulación de las mismas. Desde luego esto es lógico si pensamos que muy posiblemente la gloria de Downie había crecido apoyada en las poesías de Beña o, al menos, dicha poesía había logrado acallar la fama de extravagancia que lo acompañaba. Luego ya de regreso en Cádiz, y con el libro publicado, es también comprensible que el propio Downie pusiera el mayor empeño en que los libros de Beña impresos en Londres circularan ampliamente en España, donde quería volver a tener alguna oportunidad de alcanzar el éxito.

4. De nuevo en España Al poco tiempo de comenzar a colaborar como redactor del Correo político y económico de la península e islas adyacentes, que se había empezado a publicar el 1 de enero de 1813 —y seguiría publicándose hasta el mes de diciembre15—, Beña es destinado con fecha de 7 de febrero al Regimiento de Tiradores de Sigüenza. Parece que pasa revista en la Corte, todavía bajo el amparo de Downie. Éste asegura que Beña sólo dejó de

15 Beatriz Sánchez Hita, Los periódicos del Cádiz de la Guerra de la Independencia (18081814). Catálogo comentado (Cádiz: Diputación de Cádiz, 2009).

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estar a su cargo cuando el madrileño fue destinado al Estado Mayor el 31 de marzo de 1814. Es cierto que en el mes de septiembre había sufrido alguna enfermedad, pero en el informe de 5 de noviembre de 1813 realizado por la Subinspección del ala derecha del 4º ejército no se indica ningún impedimento para su incorporación al Estado Mayor General.16 Beña colabora también en El Universal en 1814, al menos con una “Oda. El aniversario del 19 de marzo” y, según testimonio de Mesonero Romanos, estaría entre los encarcelados y proscritos, aunque no hay segura constancia de esto.17 Pocos meses después, ya con Fernando VII en el poder, Downie es nombrado alcaide de los Reales Alcázares y Atarazanas de Sevilla, cargo que ostentaría hasta el 1 de octubre de 1822, aunque volvería a ser repuesto tras la liberación de Fernando el 1 de octubre de 1823. Desde esa fecha permaneció en Sevilla y estuvo al frente de los Voluntarios Realistas (DBTL, 1991, 186-187). Su suma a la causa fernandina18 pudiera explicar que posteriormente su memoria haya quedado desligada de la de Beña, pero no coincido con Esdaile en que Downie se hubiera convertido al absolutismo, sino que, en mi opinión, Downie seguía al servicio del gobierno británico y, dado que éste había apoyado en abril del 23 la incorporación de los franceses a la Santa Alianza y, por tanto, la invasión de los Cien Mil Hijos de San Luis, puede decirse que Downie no hizo sino ponerse de nuevo al lado del aliado británico, a fin de favorecer la reposición en el trono de Fernando VII en el mes de octubre. En todo caso, cuando las Fábulas políticas son mandadas recoger en 1815, Downie pudo salir fiador de Beña, que mientras tanto continuaba su carrera militar y llegaría a alcanzar el grado de teniente coronel el 11 de mayo de 1816.19 Lo que más me interesa es que Beña vuelve a Inglaterra esta vez como exilado político, no es seguro si lo hizo en 1818, cuando parece que se reeditan en Londres sus Fábulas Políticas, o tras el breve paréntesis del Trienio, pero, como ha destacado Ana Mª Freire, el nº 3 de Ocios 16

Ana Mª Freire, op. cit., pp. 163-199. Ibid., pp. 178-180. 18 Charles Esdaile, Charles, “Prohombres, aventureros y oportunistas: la influencia del trayecto personal en los orígenes del liberalismo en España”, en Alda Blanco y Guy Thomson, Visiones del liberalismo. Política, identidad y cultura (Valencia: Publicacions de la Universitat de València, 2008), pp. 65-86, 77-85. 19 Ana Mª Freire, op. cit., 181-185. 17

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de Españoles Emigrados (junio de 1824, 203) incluye a Beña entre los que hubieron de dejar España tras el regreso de Fernando VII: En suma, no hallando la patria dentro de casa con qué hacer ostentación de su literatura, volvía con envidia los ojos a los Reinos extraños, donde estaba muy de asiento la deseada libertad, y allí miraba con placer guardados para su gloria futura a los que le debían el ser y la educación […] Las quejas que no podían fiar a sus labios contra el gobierno que tan duramente la oprimía, las oyó resonar en todos los idiomas de Europa, manifestadas por el juicioso político Flórez Estrada. En suma eran muy gratos para España los nombres de Mendoza, Orfila, Beña, Marchena, Hurtado de Mendoza, Virués, Torío de la Riva, Reinoso, Lista [...] y muchos otros que en varias maneras se hallaban ausentes de la patria, pero que llevaron consigo la fecundidad del ingenio, la viveza de la imaginación, la diligencia en inquirir la verdad y la solidez en defenderla.

A falta de ampliar esta investigación, lo cierto es que a Beña se le consideraba liberal y emigrado, y así no es extraño que en medio de un ambiente propicio consiguiera ver reeditadas sus Fábulas en 1820 y, aun puede que el propio Beña fuera también quien las rescató en 1822 en la colección de Fábulas donde, intercaladas con las de Beña, se incluye la traducción que hiciera Calzada de las Fábulas de La Fontaine.20

5. Fortuna de las FÁBULAS POLÍTICAS en la prensa El caso es que entre las ediciones de 1813 y la de 1822, hubo otras que muestran su difusión en la prensa. Entre las primeras se encuentra la de la ya mencionada publicación en la Abeja española, junto con la alusión, que se hace en El Filósofo de Antaño (1813) a la república borrical. Más significativa es su fortuna durante el Trienio y es que, como ha señalado Ana Mª Freire, aunque no estuvo en Londres en 1813 por motivos políticos, como ya he dicho, tenía fama de liberal y su obra fue denunciada y puesta en el índice de 1815. Todo lo anterior explica que sus fábulas se reeditaran ampliamente en la prensa de la época y así, la fábula XIX se publica en abril de 1820 en La Abeja del Turia; las fábulas III, IV, XVII, XVIII, XIX, XXI y XXIV se 20

Ana Mª Freire, “Fábulas políticas en 1822”, passim.

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insertan en las páginas del Diario gaditano de Clararrosa; y la XVI y la VII en El Mensajero de Sevilla. Para terminar de completar el dibujo de este acercamiento a la fortuna periodística y literaria de las Fábulas políticas habría que mencionar la reproducción parcial en el Nuevo Diario de Madrid (1822). Tratar de explicar por qué esas fábulas y no otras fueron las que se constituyeron en un referente más exitoso de la producción fabulística de Beña, examinar las posibles variantes y confrontarlas con las ediciones de 1813 y de 1820, es la tarea que abordaré a continuación, siguiendo una línea cronológica. La Abeja del Turia se publicó en Valencia (en la imprenta de Estévan y frente al horno de Salicofres) entre el 1 de abril de 1820 y el 29 de diciembre de ese mismo año. Veía la luz los martes y viernes, bajo el siguiente lema en verso: “En sabia Constitución/ de sociedad, mi panal/ labro y defiendo leal/ con cera miel y aguijón”. Al final del “Prospecto” ya muestra la afición al género fabulístico al incluir, sin mención de autor, la fábula literaria “La mariposa y la abeja”, para dar idea de su intención de publicar todo tipo de noticia y literatura útil a la nación. En su número primero, los editores explican su intención de tratar de combatir a aquellos que opinan que el pleno establecimiento de la Constitución va a causar perjuicios a muchos españoles de diferentes clases, pero por una u otra razón La Abeja del Turia no debió conseguir el favor del público y, así, los editores decidieron dejar de editarlo al fin del trimestre. Sin embargo no sería hasta el fin del Trienio cuando fue prohibido por el gobernador de León el 8 de mayo de 1824; y, previamente, por el obispo de Tudela el 24 de abril de ese mismo año. La de “El Herrador y el Potro” (XIX) se publica, al final del primer número de La Abeja del Turia, bajo el marbete de “fábula política”, y sin indicación del autor. Desde luego puede decirse que es una de las fábulas de mayor potencial agresivo, que parece justificar la violencia si se trata de sacudir el yugo de la tiranía, lo que puede dar una idea de por qué este periódico fue prohibido tras el Trienio. En su edición periodística, la citada fábula no presenta variante reseñable respecto de las ediciones de 1813 ni respecto de la del 20. Mantiene las mayúsculas de los personajes, como hace la de 1813, pero moderniza la ortografía como suele practicar la de 1820, dado que, como recuerda en su edición Miguel Ángel Rebollo, el uso de B y V se había estabilizado, lo mismo que el de X y J, así como el de Cu /Qu, pues

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el Diccionario de la lengua castellana de 1817 ya había introducido estos cambios que cobran arraigo mayor a partir de la 9ª edición de la Ortografía de la lengua castellana (1826).21 Un uso que no se mantiene en ésta ni en ninguna de las ediciones periodísticas que mencionaré a continuación es el de la primera palabra en versales con que destaca el comienzo de cada fábula la edición de 1813. Cabe señalar también el leísmo en el verso 17 “Atónita mirábale la gente”, que se escribe correctamente en las ediciones de 1813 y 1820 y de nuevo en el verso 22, “derribándole al suelo en una coz”, que en las de 1813 y 1820 aparecen también con el mismo error; en este mismo verso, se contiene una variante al no respetar el sintagma “de una coz” que sí aparece en las ediciones de 1813 y 1820. Existe, por lo demás, una errata en el verso 13, donde se lee dicieudo en vez de diciendo. En las copias manuscritas de la Biblioteca Nacional no se halla; en cambio, sí en la reproducción del Diario Gaditano de Clararrosa, donde se menciona a su autor, aunque solo con las iniciales D. C. de B***, y se moderniza la grafía, aunque no se respetan las mayúsculas de los personajes, es decir, que Clararrosa debía tener presente para esto el uso de 1820, lo mismo que para el uso de Cu / Qu, y en la acentuación; pero respeta escrupulosamente el leísmo del original en el verso 22 y la corrección del 17, y suele preferir la puntuación de 1813 aunque no siempre la sigue, como ocurre en los versos 11, donde añade una “,” al final del mismo y en el 18, donde en el mismo lugar la suprime. Otra variante que debe señalarse como característica de su lenguaje es que sistemáticamente prefiere el uso de la grafía S por el de la X. José Joaquín de Clararrosa empezó a publicar el Diario Gaditano en 1820. Al parecer, la inclusión de las Fábulas de Beña coincide con una ausencia de Clararrosa y se publican las mismas en los números 136, 137,139, 141-144, es decir, la primera el 28 de enero y la última el 5 de febrero de 1821.22 Todas se publican en la última página del periódico, antes de la cartelera, los “Avisos”, noticias sobre salud pública o, en su caso, indicación de las mareas. Siempre se indica a su autor con las iniciales ya mencionadas, pero en ninguna se destaca el carácter político de las mismas, aunque sí el marbete genérico de “Fábula”, si bien en 21

Miguel A. Rebollo Torío, Cristóbal de Beña. Fábulas políticas (Mérida: Editora Regional de Extremadura, 1988). 22 Agradezco a Beatriz Sánchez Hita su ayuda en la localización de las mismas en este periódico, que fue parte del objeto de su tesis doctoral.

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muchos casos este carácter político está anticipado por el artículo que las antecede. Parece que, después de estas fechas no volvió a editarlo. El periódico cesó el 31 diciembre de 1822. Además de la ya comentada fábula XIX, donde se destaca la saña del herrador, su crueldad, arrogancia e incapacidad para darse cuenta de las consecuencias de su soberbia, la hybris griega, y que se publicó en el nº 139, es decir, el 31 de enero de 1821, ya en el 136 (DG, 28-I1821), se había publicado la nº III, “El loro, el gato y la vieja”. Se trata de una fábula en la que Beña censura uno de los vicios más denostados por doceañistas y liberales exaltados, el de la adulación que consigue encumbrar a los inútiles en detrimento de los ciudadanos trabajadores. Un tema muy presente ya no sólo en las fábulas sino también en artículos de opinión de periódicos como la Abeja española y en el famoso Diccionario crítico burlesco de Gallardo, entre otros textos. Pues bien, solo existe una variante que conviene comentar y es la supresión de un diminutivo afectivo en el verso 17 con que Beña conseguía la regularidad métrica y que no figura así en la edición de Clararrosa, bien por descuido bien por huir de la afectación del diminutivo, de modo que la métrica de ese verso, “la casa toda hervía, /”, es incorrecta, al perderse una sílaba que lo convierte en heptasílabo. Al día siguiente se publica la fábula nº XVII, “Los dos Lobos”, que recuerda a la V del libro 10º de las de La Fontaine. Vuelve aquí el tema de la ley incumplida por los mismos que la dictan y, por tanto, difícil de cumplir por un pueblo que no tiene referentes para actuar de forma correcta: “¿Como obedecer la ley/ El pueblo rudo podrá/ Quando no la obedece quien la da?”. Aquí se trata de un padre “lobo ya viejo” y “su hijo mozalbete”, al que trata de convencer de que deben apartarse de las costumbres a que los ha conducido sus inclinaciones naturales —comer carne fresca—, para librarse de dañar a otros animales “carne viviente/ carne igual a la nuestra” (versos 19-20) y así evitar la violencia y la muerte para “mantenernos tan solo con frutos y con hierba”. Como he señalado ya, Clararrosa prefiere sistemáticamente el uso de la grafía S por el de la x, caso de “esperiencia”, “esponernos”, “estraño” (versos 6, 9 y 49). Otra variante reseñable es la que se contiene en “¿por qué nuestra comida” (verso 17), que figura incorrectamente en la edición de 1813 “¿porque”, mientras altera el verso 36 con un leísmo: “Y en efecto guardóle”, refiriéndose a la ley, que no figura en el origi-

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nal. Por otra parte puede comprobarse que en esta fábula se encuentra otro motivo presente en otras como la de “Los Cangrejos”, pues evidencia lo difícil que resulta a algunos aprender hábitos nuevos. El Diario Gaditano nº 141 (2-II-1821) inserta la fábula XVIII, “La culebra, el caracol y el águila”, precedida de una carta firmada por L. G. de C. y dirigida al “Señor editor del diario gaditano”, que advierte sobre la violencia que supone que “hombres perversos y enemigos del nuevo sistema” vayan arrancando los papeles informativos del gobierno. En la fábula aparecen otros enemigos del sistema, los que como el caracol y la culebra pretenden encumbrarse, para alcanzar un puesto que no merecen, el mismo que había alcanzado la abubilla de la fábula XIII. Sin embargo, en esta ocasión, ni la culebra ni el caracol lo conseguirán, a pesar de que se ayuden para alcanzar su objetivo común, pues el águila no osará compartir con nadie su posición privilegiada, de modo que el fabulista advierte a quienes tientan a la suerte que ésta puede favorecer injustamente a uno pero no a todos los que pretenden merecerla. La muerte es el castigo que espera a los envidiosos que quieren alcanzar no ya la gloria, sino simplemente el sustento sin trabajar lo debido. La fábula en la edición del periódico de “Clararrosa” contiene una errata en el verso 23, pues erróneamente figura “ni” en vez de “si”, lo que destruye el sentido de los versos “No creyó dificultoso/ poseer esta ventura,/ ni de la roca en la altura/ llegase una vez á estar”. Al día siguiente se halla una nueva fábula, la XXI “Las gallinas, la raposa, y el podenco”. La fábula viene precedida de un artículo comunicado, firmado por “L. M. C.”, que se queja de los serviles, concretamente en este caso una beata que trata de hacer callar a unos muchachos que cantaban varias “canciones patrióticas y el trágala en cierta calle de esta ciudad”, pues no sólo responde con insultos y amenazas sino que trata de soliviantar los ánimos denunciando supuestas sublevaciones contra el gobierno liberal; en peor consideración tiene el articulista a los confesores “que no tienen más patria que la panza”. L. M. C. advierte, además, que no dejarán de existir los serviles hasta que la muerte no acabe con ellos, que el único remedio es seguir “el consejo de los cangrejos valerosos cuando trataban de alentar a los pusilánimes: el palo”, en evidente alusión a la fábula XII donde dichos cangrejos advierten a los más tímidos sobre los viejos y reacios al nuevo sistema: “¡Insensatos! ¿Qué pueden hacer estos?/ Si el andar acia atrás ya

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es prohibido, / y si todos sus miras conocemos,/ anden ellos segun les diere gana,/ que nuestro palo los pondrá derechos”. Una fábula que parece inspirarse en la de “Los Cangrejos” de Pablo de Jérica que acabo de mencionar. Pues bien, lo mismo que en el artículo nos encontramos a los muchachos liberales, el confesor pancista, la ignorante y servil beata, y las autoridades que deben velar por el bien del pueblo, en la fábula XXI, se reclama a ese pueblo que no se fíe de algunos representantes de la autoridad religiosa que como el podenco sólo se preocupan de “llenar mi piel, que estaba bien rugosa”, sin importarles el daño que sus malos consejos puedan ocasionar a sus amigas las “gallinas” /beatas con la excusa de salvaguardarlas de las asechanzas de las liberales / “raposas”. Claro que lo que en la fábula se ve como natural, que las gallinas quieran salvarse de verse diezmadas por el enemigo, en el artículo el enemigo liberal no es tal sino a los ojos del confesor que así puede mantener su estatu acomodado, realizando un trabajo que sólo lo beneficia a él. En la edición periodística una errata deforma el verso 32 al convertir a las gallinas en “galliuas”. La siguiente fábula la encontramos en el Diario Gaditano nº 143 (4II-1821) se trata de la XXIII, “La Golondrina y el Gilguero”23, que está precedida de un artículo también firmado por L. M. C. Tiene también un elevado contenido político, aunque no se relaciona con el asunto de la fábula a la que antecede. Se trata de reclamar de las autoridades que tomen las medidas oportunas para evitar que algunos sujetos de la milicia nacional, que no están imposibilitados de acudir a las paradas a su tiempo, dejen de cumplir con su obligación. En todo caso vuelve a denunciarse un tema que está presente en muchas de las fábulas, que no todos los que están destinados en cargos de cierta relevancia cumplen bien con su papel. En esta fábula se aborda de nuevo el tema de la seguridad, emparentada más estrechamente con la fábula XVIII “La culebra, el caracol y el águila”, pues, al igual que el jilguero, la culebra y el caracol prefieren un puesto encumbrado a mirar por su propia seguridad, de modo que si en este caso su ambición no es castigada con la muerte, el jilguero se expone a perder la vida en la caída y sufre la privación de la seguridad que le ofrecía su hogar. 23

Nuevamente aparecen “espuesto” por “expuesto” y “Usted” por “Vsted”.

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La siguiente fábula la encontramos en el Diario Gaditano nº 144 (5-II1821) se trata de la IV, “El mochuelo y el topo”, que está precedida de un nuevo artículo sobre Historia natural, concretamente “Los testáceos”, entre los que se incluye el caracol, que viven en la superficie terrestre o bien habitan el fondo marino o de los ríos, y por tanto, asegura el periodista, son difícilmente observables y escasamente conocidos. Ya en el nº 137 (29-I-1821) había insertado un Discurso sobre la multitud de los animales, pero no parecen tener relación alguna con el mundo de las fábulas. El topo de esta fábula es liberal pero, al contrario que el potro de la fábula XIX con la que claramente se relaciona, se muestra incapaz de vengar con su razón las ofensas del mochuelo y por eso recomienda el fabulista que, si los hombres liberales mantienen su incapacidad de reparar tal tipo de injusticias, deberán asumir que serán objeto de todo tipo de humillaciones y deberán contentarse con dejar de recibir los beneficios de la luz de la Ilustración, para ser objeto de la tiranía y el vasallaje que los cargará con todo tipo de pesadumbres y pondrá freno a sus aspiraciones de libertad. Evidentemente la inclusión de esta fábula en el Diario de Clararrosa invita a reflexionar sobre el peligro que suponen no sólo la existencia de los enemigos del sistema, sino también sobre lo negativo de no hacerles frente y optar por someterse. De hecho, esta actitud, lejos de solucionar el problema, constituye igualmente un peligro, pues, según parece deducirse del contexto, solo con el castigo ejemplar se logrará conjurarlo, no perdonando sus ataques o ignorándolos. En el verso 6 de esta fábula aparece corregido el leísmo de la edición de 1813 “que la luz lo ofende”, mientras mantiene en cambio el que se comete en el verso 46, lo que es comprensible por necesidades de la rima: “que alaba sin verle”. Fernando Durán ha localizado en el Correo Constitucional de Mallorca nº 23 (23-IV-1820) una reproducción sin firmar de “La araña y el moscón” (fábula XXIV), imitada del apólogo “La tela de araña” de Pablo de Jérica.24 La de Beña en su versión londinense de 1813 comienza con los versos “Tendió la araña diestra tejedora/ su fuerte red un día/ y el gusano y la mosca voladora/ a cientos los prendía”, que en la de 1820 ofrece una variante en el comienzo al modificar con mayor lógica “fuerte red” por “fina red”.25 24 25

Duran López, Cincuenta fábulas políticas, passim. Rebollo Torío, Cristóbal de Beña, passim.

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Se trata, al igual que en el caso de la de Jérica, de una fábula donde un moscón “atrevido” —“gordo” escribe con peor tino el de Vitoria—, pone a prueba la resistencia de la trampa de la araña y no solo atraviesa la tela sino que “la hizo mil pedazos”. Donde la fábula sufre mayor transformación es en los versos en que se explicita la lectura política, pues mientras en el Correo Constitucional de Mallorca se lee: “Cuidado que la ley sea telaraña,/ que rompa cuando quiera el poderoso/ mientras sufran los débiles su saña”, a modo de advertencia relativamente moderada, en la versión publicada en 1813 se lee: “Las leyes suelen ser tela de araña,/ que rompe cuando quiere el poderoso/ mientras sufren los débiles su saña”. Es decir, que lo que era una sentencia general se convierte en una posibilidad contra la que los lectores y los ciudadanos en general deben estar avisados. Por su aplicación, es claro que se conecta con la fábula nº XVII, “Los dos Lobos”, con la diferencia de que en esta última no son los poderosos los que se pueden saltar la ley sino más concretamente los propios gobernantes que las dictan. El Mensajero de Sevilla vio la luz desde el 7 de marzo de 1821 hasta diciembre de 1822. Era liberal exaltado.26 En la primera hoja de su nº 45 (2ª época), de 23 de octubre de 1822, inserta, bajo el epígrafe de “Variedades”, “El Canario y la Mariposa. Fábula”. Además de invertir el título de la fábula, tal vez para despistar a los posibles detractores, se la publica anónima y como reproducida a partir de la edición del Diario mercantil, que no he logrado localizar aún. No es extraño que los editores tomaran este tipo de precauciones. El tema de la libertad es uno de los más tratados por estas fechas, Samaniego trata un tema similar con el lobo y el perro en la fábula XXV, libro 5º. El lobo prefiere pasar hambre a vivir una vida descansada pero encadenada. La lectura política se subraya aquí convenientemente tanto en la aplicación “Miserables cortesanos/ esclavos de la opinión;/ encargos y honores vanos/ sin la libertad ¿qué son?”, como en los versos anteriores, cuando la mariposa se burla de la supuesta dicha del canario, que, al contrario que ella, no puede salir de la jaula: “Feliz serás en verdad;/ mas ¿nunca has pensado, di,/ que aunque más goces, aquí/ no gozas de libertad?”. No parece ser arbitraria la decisión de editar a continuación sendas décimas firmadas por un desconocido Plutón con los títulos de “Definición de un servil” y “Definición de un liberal”. 26 Alberto Gil Novales, Las sociedades patrióticas, 1820-1823, 2 vols. (Madrid: Tecnos, 1975), tomo II, p. 1025.

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Entre las variantes más significativas, la del verso 5º corrige, como en la de 1820, el “sino” que erróneamente figura en la edición de 1813, deturpando el sentido del texto; en el verso 12, “cuando piensan que estoy triste” se transforma en “cuando parece estoy triste”, sin alterar la métrica; otra variante figura en el 20, donde el “dulce pío” del final del verso se convierte en un más refinado “dulce tríno”; en el verso 22 se lee “una suerte tan dichosa”, mientras en la edición de 1813 figura “suerte más dichosa”; y en el verso 33 una errata entorpece ligeramente la lectura del texto “eu”, por “en”. Por lo demás, los editores mantienen el laísmo del verso 23: “la dijo á una mariposa”. Dos números después, en el 47, de 6 de noviembre, se inserta, de nuevo bajo el epígrafe de “Variedades”, “El culebrón y el lobo. Fábula”, es decir, la VII de las de Beña, atribuida esta vez al misterioso Plutón que firmaba las décimas antes mencionadas. Resultaría interesante conocer si existe alguna relación entre éste y el que en el Diario Gaditano firma algunos textos. Por otra parte, Plutón es precisamente el título de otro periódico publicado en Granada entre el 12 de abril de 1822 y 1823, del que existe un cuaderno en la Biblioteca Nacional R/Cª6221.27 Se aborda aquí, una vez más, el asunto de la resistencia al progreso, en la figura del culebrón que intentar dejar su costumbre de avanzar arrastrándose. El lobo es aquí la encarnación del nuevo sistema que se burla de sus vanos intentos y subraya el aprecio de los reticentes a las “antiguas opiniones” y la necedad, y presunción, con que trataban de desdeñar los avances de la razón. Un tema, como he señalado ya muy del gusto de los doceañistas y que había cultivado también Pablo de Jérica en su fábula “Los Cangrejos”. Dos son las variantes más significativas, la del verso 4 “Andar como en dos pies”, donde la edición de 1813 dice “marchar” y la lectura del verso 14 “Jamás quiso empeñarse”, cuando en la de 1813 reza “empinarse”. El Mensajero, pues, con la inclusión de las fábulas de Beña incide en su defensa de la libertad y en que conseguir ese derecho es absolutamente incompatible con la vida regalada. Todo lo contrario, la libertad es bella, pero el camino para alcanzarla está lleno de privaciones, de sacrificios, a los que no parecen estar dispuestos quienes como culebrones (o en otro caso cangrejos) solo aparentan convertirse al nuevo siste27

Ibid., 1033.

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ma sin empeñarse lo necesario. Por último, cabe mencionar que el Diario de Madrid de 1 de julio de 1820 informa de la venta en dos librerías de la capital de la edición londinense de las Fábulas de Beña, y dos años más tarde, el nº 334 del Nuevo Diario de Madrid del 30 de noviembre de 1822 reproduce en su primera hoja la aplicación de la fábula VI, para introducir un artículo firmado por J. en que denuncia que generales, canónigos y magistrados, no obedecen las disposiciones del gobierno de trasladarse a donde se les ordena, con la excusa de un certificado de enfermedad, una permuta, una solicitud de prórroga, o simplemente quedándose donde están para regalo suyo y perjuicio del lugar donde deciden establecerse. Asimismo se critica que no se hayan colocado en todas las plazas mayores de los pueblos las lápidas con el nombre de la Constitución, y en su lugar se haya colocado, a lo sumo, una tablilla, sin el decoro y la dignidad de que debía ser acompañado el acto. En este caso, la fábula está directamente ligada con el contenido político del artículo, en casos anteriores esta conexión es menos directa, pero resulta evidente que aunque no expliciten la modalidad política de la fábula, es ese contenido lo que las hace atractivas a los ojos de los periodistas. El éxito de la obra fabulística de Beña sigue vigente y, en este mismo año de 1822, aparecen las Fábulas políticas que, como ha estudiado Ana Mª Freire incluyen la reedición de las publicadas por Beña en 1813, junto con una selección de algunas de las de La Fontaine traducidas por Bernardo Mª de la Calzada, a las que se suman otras que no pertenecen a ninguna de estas dos colecciones. Se trata de la fábula que comienza con los versos “Un caracol como pudo/”; pues bien esta fábula se publica también en El Imparcial de Alicante el 12 de julio de 1813, la misma que, sin variantes, se había publicado en la Abeja. ¿Abundaría esto en la hipótesis de Freire de que fue el propio Beña el autor de las Fábulas de 1822? De cualquier forma, resulta claro que dicho éxito se explica porque durante el Trienio persisten algunas de las preocupaciones que denunciaron los doceañistas. Ahora de nuevo revitalizadas por las circunstancias que les había tocado vivir a los liberales, exaltado o no, esto es, una serie de asechanzas a la libertad, de resistencias de los absolutistas a adoptar el nuevo régimen constitucional, la concesión de puestos a enemigos del sistema vigente, la timidez de algunos liberales para castigar los atentados contra la ley, o para denunciar siquiera los incumplimientos más o menos graves de los supuestos guardianes de la ley

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o de los poderosos, así como lo que cada vez iba plasmándose más claramente como una amenaza más grave: la propia seguridad de los ciudadanos comprometidos con la Constitución y, particularmente, la de los propios diputados. Dos eran las soluciones que proponían estos periodistas: la extensión de la educación como modo de combatir la ignorancia y la superstición en que la Iglesia y los defensores del Antiguo Régimen pretendían mantener al pueblo y la vía más expeditiva, que proponían los exaltados como única válida para acabar con la reticencia de los más recalcitrantes defensores del absolutismo, esto es, “el palo”. Una segunda idea que me gustaría subrayar es que el contenido de las fábulas que suele reproducirse en estos periódicos interesa justamente por su posible aplicación política a una coyuntura concreta, independientemente de que esta se explicite en el título que lleva en el periódico o no, y así a veces son numerosas las conexiones que pueden detectarse con cartas, artículos de opinión y, desde luego, con el tono general de los periódicos del Trienio.

En fin, además de que en un futuro puedan aparecer evidencias del éxito de las fábulas de Beña en otros periódicos, aún quedaría por rastrear su pervivencia en la prensa posterior, con lecturas que implicarían necesariamente una aplicación diferente a la coyuntura del momento, así como su fortuna en los periódicos de América. Se sabe que Félix Mejía, por ejemplo, incluyó alguna de ellas en el Diario de Guatemala (1828), pero esto formaría parte de otra historia.

Apéndice

“Los Cangrejos” El Redactor General nº 476 2 de octubre de 1812, p. 1886

“Los Cangrejos” Fábulas políticas 1813

Cansados una vez mui seriamente De no andar como todos los [cangrejos, El abuso de andar por la trasera

Cansados una vez mui seriamente de no andar como todos los [cangrejos, el abuso de andar por la trasera

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Trataron abolir con varios medios; Y pragmáticas, leyes, estatutos Con intención bonísima se hicieron, Y el sistema de andar àcia adelante Fue mandado observar en todo el [pueblo; Mas como la mudanza de [costumbres Siempre suele traer consigo enredos, Algunos de ya duros zancarrones La nueva lei de muerte persiguieron; Otros con grande gozo la abrazaron, Y esto los mas, sin disputarlo, [fueron. Así los que el sistema defendían Libremente increpaban a los viejos, Amigos siempre de la vieja usanza, Y siempre miserables rutineros. Corriò la voz en tanto de que alguno A quien la suerte puesto en alto [puesto, Temiendo su fortuna y opiniones Mirar tal vez tiradas por el suelo, Quería sostenerlas fuertemente Por medio de la pluma de un [cangrejo De quien todos unánimes decían Que era aquilón y de barato precio. Y ¡cosa singular! un cangrejazo De patas feas y de hocico negro, Que á no ser de milagro, no podía Andar ácia adelanta ni por pienso, Declarado enemigo del sistema, Y horrendisimo búho vocinglero, De su asquerosa calva mil errores Pensaba producir al mismo tiempo. ¡Qué lástima! exclamaron ¡què [miseria! Algunos de los tìmidos cangrejos, Mas no faltò también quien mas [osado Preguntase ¿qué pueden hacer [estos? Si el andar ácia atrás es prohibido Y si adelante todos ir debemos, Anden ellos según les diere gana,

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trataron de abolir por varios medios; y pragmáticas, leyes, estatutos con intención bonísima se hicieron, y el sistema de andar acia adelante fue mandado observar en todo el [pueblo; Pero como à mudanza de [costumbres siempre suelen seguirse mil enredos, algunos de ya duros zancarrones la nueva lei de muerte persiguieron; otros con grande gozo la abrazaron, y esto los mas, sin disputarlo, fueron. Los que el nuevo sistema defendían libremente increpaban a los viejos, amigos siempre de la vieja usanza, y siempre miserables rutineros. Mas como había muchos poderosos y algunos con gravísimos empleos corrió cierto run run de que pensaban [mancomunarse todos en secreto para embaucar al pueblo, publicando que hasta la religión de sus abuelos iba a verse muy pronto destruida si se adoptaba el infernal proyecto. Ya se ve: les llegaban a lo vivo, porque les quitaba el magisterio y con el la opinión, las dignidades ni además era fácil que sus huesos en andar hacia atrás envejecidos fuesen ayrosos en sentido opuesto. Mas dexando esto a un lado, pues no [importa; luego que traslucido ya su intento, se notó la invencible repugnancia que tenían de andar al uso nuevo, llegaron a temer malas resultas algunos de los tìmidos Cangrejos, mas no faltaron otros que dixesen: ¡Insensatos! ¿qué pueden hacer estos? Si el andar ácia atrás ya es prohibido Y si todos sus miras conocemos Tal un tiempo acaecía; Si hai cangrejos en el dia Fácil es la aplicación. anden ellos según les diere gana,

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Que nuestro palo los pondrá [derechos En la cangreja nación

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que nuestro palo los pondrá [derechos En la Cangreja Nación Tal un tiempo sucedía: Si hai Cangrejos en el dia Fácil es la aplicación28.

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Como puede comprobarse, por lo señalado en cursiva, el cambio fundamental se produce en que se hace explícita la amenaza que los cangrejos recalcitrantes dice que se cierne sobre la religión si se adopta el nuevo sistema, esto es el constitucional, que derogaba los privilegios concedidos por el absolutismo.

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LA LENGUA COMO EXPRESIÓN DE LA IDENTIDAD NACIONAL EN LOS EMIGRADOS CONSTITUCIONALES; ALGUNAS CONSIDERACIONES SOBRE BLANCO WHITE Y ALCALÁ GALIANO

Matilde Gallardo Barbarroja The Open University

1. Introducción La idea de la lengua como elemento definidor del individuo y de la comunidad o nación a la que pertenece se remonta a Herder y la etapa de la Ilustración europea y fue desarrollada posteriormente por el Movimiento Romántico, que la formuló asociada a la definición de nación en su intento de resolver el conflicto entre la necesidad del individuo de pertenecer a un grupo y su libertad absoluta. La pervivencia de esta concepción de la lengua como expresión del espíritu representativo de un pueblo se mantiene hasta nuestros días a pesar de que la identificación lengua-nación haya sido puesta en entredicho por lingüistas como Tabouret-Keller y Gumperz1 entre otros, quienes han puesto de manifiesto que la categoría —lengua no es un hecho natural, sino una construcción popular, un producto de procesos institucionales y culturales de normalización2. Lo cierto es que el debate lengua-nación pervive hasta el presente y que la mayoría de las políticas lingüísticas con base nacionalista siguen apoyándose en el idioma como poderoso elemento definidor de la identidad nacional. Por otra parte, a través del lenguaje 1

Andrée Tabouret-Keller, “Language and Identity” en The Handbook of Sociolinguistics, editado por Florian Coulmas (Oxford: Blackwell Publishers, 2000), pp. 314-343; John J. Gumperz (ed.), Language and Social Identity (Cambridg: Cambridge University Press, 1982). 2 Susan Gal, “Migration, minorities and multilingualism: language ideologies in Europe”, en Language ideologies, policies and practices. Language and the future of Europe, editado por Clare Mar-Molinero y Patrick Stevenson (Basingstoke/New York: Palgrave Macmillan, 2006), p. 17.

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la persona se constituye como sujeto, como un yo, en cuanto ser humano, de ahí que cualquier acto de lengua sea un acto de identidad.3 Los intelectuales españoles de los siglos xvi y xvii que escapando el poder inquisitorial vivieron el destierro en Inglaterra aliviaron su situación de alienación y expresaron su identidad como españoles disidentes, recurriendo a la pluma y escribiendo en su lengua nativa. Algunos siglos después, los emigrados constitucionales en Londres también siguieron este camino. Para intelectuales como Pablo Mendíbil, José María Blanco White, Antonio Alcalá Galiano, Juan Calderón, Antonio Puigblanch, entre otros, la lengua fue el vehículo de expresión de la identidad nacional durante el exilio así como en el retorno, cuando éste se produjo. En las páginas de estos escritores se puede apreciar el sentir nacionalista, legado de la Constitución doceañista, en el que la lengua española aparece como símbolo de la nación, unida al triste destino de sus gentes bajo el poder absolutista, de cuya defensa y proyección internacional los exiliados se hacen responsables. Sin embargo, los liberales españoles no fueron un grupo homogéneo y sobre el tema de la identidad nacional encontramos diferencias de forma en la interpretación del concepto, según las diferentes personalidades e ideologías. José María Blanco White y Antonio Alcalá Galiano, dos de las figuras más prestigiosas y aclamadas de esta élite intelectual ilustran esta diferencia de interpretación en lo que concierne al papel de la lengua como expresión de la identidad nacional. Ambos escritores comparten el amor a la patria y la admiración por la nación inglesa, por su grado de progreso y libertad en las letras y en las ideas, aunque no lo sientan del mismo modo. Ambos se manifiestan en su crítica de la literatura y la sociedad. Por otra parte, su nivel de familiarización con el idioma inglés, aprendido en su infancia y juventud, y la literatura de este país, contribuye a que adopten una nueva identidad lingüística y cultural, desarrollada fundamentalmente en su labor articulista y ensayista en los años de exilio, que coexiste, muchas veces en conflicto, con la vieja identidad lingüística y nacional española. El presente trabajo intenta mostrar los aspectos más significativos que caracterizan la expresión de la identidad nacional a través de la producción escrita de estos dos icónicos escritores desde las diferentes interpretaciones de su sentir nacionalista y la influencia ideológica de la época en que vivieron. 3

Tabouret-Keller, p. 315.

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2. La necesidad de expresarse en la propia lengua La experiencia de vivir en otra lengua, lejos de la cultura y la lengua en la que se ha nacido marca sin duda la existencia de quienes, antes como ahora, se ven obligados a vivir fuera de su país de origen por exigencias de la vida. Así lo confirmaron Juan Ramón Jiménez al hablar del “destierro de la lengua”4 y Vicente Llorens5 al referirse al drama del exilio y al desarraigo que supone tener que expresarse en un idioma que, como explica Guillermo Carnero “[...] será siempre extraño y no podrá nunca ser usado ni comprendido, por muchos años que se empleen en estudiarlo, con la espontaneidad y familiaridad del nativo”6. Así también lo expresó Blanco White en su Autobiografía: Entre los muchos ejemplos que hay en las obras de Shakespeare de sorprendente conocimiento de la naturaleza humana, pocos, si alguno, me han impresionado tanto como el que se encuentra en un pasaje (que probablemente habrán pasado por alto los que no están en mis circunstancias) en que describe la gran desgracia de un hombre desterrado de su país por tener que soportar el hecho de vivir entre los que no entienden su idioma.7

Y al final de sus días, en su novela Luisa de Bustamante, cuando a través del personaje, Don Miguel de Bustamante, síntesis del sentir nostálgico del emigrado, hace el siguiente comentario: La condición del emigrado, aun en las circunstancias más favorables, es siempre tristísima [...]. ¿Cómo puede un corazón hablar a otro en una lengua extraña? [...] y el poder de los sonidos y formas autóctonos [...] los ojos que hasta entonces estaban sin lustre y socabados parecían ahora centellas

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José Luis Aranguren, Crítica y Meditación (Madrid: Taurus, 1957), pp. 181-182. Vicente Llorens, Literatura, historia y política (Madrid: Revista de Occidente, 1967). 6 Guillermo Carnero, “Vicente Llorens y el exilio de los románticos españoles”, en Laberintos. Revista de estudios sobre los exilios culturales españoles, 6-7 (2006), pp. 18-27. (Valencia, Biblioteca Valenciana, Generalitat Valenciana). 7 José María Blanco White, Autobiografía de Blanco White. Edición digital a partir de la edición de Antonio Garnica (Sevilla: Universidad, 1974), Colección de Bolsillo, 36. Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes. Centro Virtual Cervantes, ,_1, 79 (4 de agosto, 2009). 5

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que querían salirse de sus huecos [...]. ¡Bendito sea Dios, que me ha hecho oír el acento de mi patria en este miserable destierro! [...]8

También lo sintió así Alcalá Galiano cuando en su conferencia inaugural pronunciada en la Universidad de Londres, en 1828, afirmaba que “To the ear of a native, the sounds he is familiarised with from his infancy, and with which all his early habits and associations are connected, must necessarily be peculiarly charming”.9 Los emigrados del exilio constitucional como posteriormente los del exilio republicano sintieron este extrañamiento y pérdida de identidad como consecuencia de los años de ausencia.10 Esto justifica, entre otras razones, que la enseñanza del español fuera una de las actividades más frecuentes entre los constitucionales, ya fuera de forma privada o en instituciones educativas de nueva creación como la Universidad de Londres o King´s College.11 También justifica el ingente número de manuales, gramáticas, diccionarios y vocabularios, antologías, periódicos y revistas de divulgación que éstos publicaron aprovechando la demanda propiciada por el desarrollo del comercio con las repúblicas latinoamericanas y el hecho de que Londres fuera el centro del comercio internacional en la época.12 8 José María Blanco White, Luisa de Bustamante o la huérfana española en Inglaterra. Costumbres húngaras, historia verdadera de un militar retirado, con una descripción de un viajecito, río arriba, en el Támesis. Intrigas venecianas o Fray Gregorio de Jerusalén, ensayo de una novela española, el Alcázar de Sevilla, apéndice. Edición a cargo de Ignacio Prat (Barcelona: Labor, 1975), pp. 27, 36, 37. 9 Antonio Alcalá Galiano, An Introductory Lecture delivered in the University of London (London: John Taylor, 1828), p. 6. 10 Vicente Llorens, Memorias de una emigración: Santo Domingo, 1939-1945 (Barcelona: Ariel, 1975), p. 11. 11 Véase Matilde Gallardo, “Antonio Alcalá Galiano y la enseñanza del español en la Universidad de Londres”, en Donaire, nº. 5 (Londres: Embajada de España/Consejería de Educación, 1995), pp. 27-33,; “Spanish for Commercial Purposes; its introduction and development in the English Higher Education System”, Donaire, nº. 12 (Londres: Embajada de España/Consejería de Educación, 1999), pp. 16-20; “Introducción y desarrollo del español en el sistema universitario inglés durante el siglo xix”, en Estudios de Lingüística del español (EliEs), 20 (2003), . 12 Matilde Gallardo, “Spanish for Commercial Purposes”, p. 16. A los emigrados se debe gran número de publicaciones para el estudio de la lengua española. Estas obras, fruto del conocimiento y predilección por el estudio de la lengua materna revelan la impregnación de las modernas ideas del Romanticismo, como demuestra el interés por el estudio del lenguaje y por dar a conocer el buen uso de la propia lengua según los prin-

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Esa nostalgia de la lengua materna se hace particularmente difícil para el escritor por manejar éste de un modo especial el lenguaje y, asimismo, por reflejar la lengua la presencia del éste más que de cualquier otro oficio.13 Muchos de los exiliados, como evocara el mismo Alcalá Galiano años después en sus Recuerdos,14 no llegaron a hablar nunca la lengua inglesa. Sin embargo, el referente inglés, consciente o inconscientemente, es constante en gran número de escritores. La necesidad de desenvolverse con igual soltura en la lengua extraña conlleva a menudo la adopción, no exenta de conflicto interno, de una nueva identidad que marcará al individuo durante toda su vida. Blanco lo expresa así al afirmar: “no podía contentarme con el perfeccionamiento del inglés que pudiera conseguir casualmente, y tampoco era capaz de vivir en un país extranjero sin intentar conocer bien su literatura”,15 pero incluso cuando su prosa podía competir con la de sus colegas de Oxford,16 como le sucede a Alcalá Galiano,17 el complejo de inferioridad le acompañó siempre: [...] even at this very time, when habit on the one hand has given me some confidence, and age has allayed the anxiety of self-esteem —when the long disuse of my native language, and the constant exclusion of its words as signs of thought, has rendered it to me almost useless for writing and conversation— even at this time, I suffer in company from a consciousness of undue inferiority arising from that want to ease and grace of diction which a native, perhaps much inferior to me in other respects, can display.18

cipios gramaticales, de acuerdo con las ideas de Condillac, discípulo de Locke, cuya influencia en el desarrollo de las ideas lingüísticas en la España ilustrada, de la que los emigrados fueron herederos directos, es sobradamente conocida. 13 George Steiner, Extraterritorial. Papers on Literature and the Language Revolution (London: Faber & Faber, 1978), p. 3. 14 Antonio Alcalá Galiano, Recuerdos de un anciano (Madrid: Imprenta Central, 1878), p. 475. 15 Blanco White, María Luisa de Bustamante, p. 83. 16 Vicente Llorens, Literatura, historia, política (Madrid: Ediciones de la Revista de Occidente, 1967), p. 33. 17 En su Introductory Lecture, Alcalá Galiano advierte a la audiencia de sus “greater deficiencies” en la lengua hablada en comparación con otros profesores (5). Este gesto puede interpretarse como una fórmula de cortesía, al mismo tiempo que un reconocimiento de sus limitaciones y posición desventajosa con respecto a la lengua inglesa. 18 Llorens, Literatura, historia, política, p. 33.

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La preocupación por el idioma fue constante en el sevillano. Después de haber tomado en 1812 la decisión de adoptar el inglés en sus escritos privados y públicos por razones sobradamente conocidas, Blanco, toma brevemente el camino de vuelta y decide escribir en castellano al aceptar ser el editor de las Variedades en 1822. Sin embargo, la línea divisoria entre la primera y la segunda lengua no es tan clara, y escribir en lo que él llamará años después “español adobado en inglés”19 le producirá desazón: [...] el trabajo me resultaba odioso. Escribir para un público lejano es tan difícil como pronunciar un discurso sin oyentes que lo escuchen. Además, pensar en español no sólo se me había hecho muy difícil, sino que me causaba grandes sufrimientos que me quitaban la alegría. Firme como he permanecido bajo las más difíciles circunstancias en mi resolución de no volver nunca a España, la única pérdida que la experiencia me haría temer si se pudiera revivir el pasado sería la de mi lengua nativa.20

La correspondencia de esa época con su hermano Fernando, ilustra el deseo y al mismo tiempo el miedo de retornar a su lengua materna y con ello a su materia prima fundamental “[...] y demostrar a todos aquellos españoles no cegados por el espíritu partidista que siempre he querido a mi patria y deseado su bien [...] he empezado a leer y escribir en español, no obstante mis temores por la pureza de mi inglés”.21 Aquí está el origen de sus Cartas sobre Inglaterra que aparecerían más tarde en las Variedades. Como contrapartida a sus Letters from Spain, publicadas años antes, cuando su inglés no era tan puro, en The New Monthly Magazine.22 Volver a la lengua, volver a la patria a través de la evocación y del recuerdo es una experiencia vivida por españoles como Larra, Machado, y muchos otros. El conflicto entre alternancia lingüística, cambio de estilo y las múltiples identidades y subjetividades adquiridas a través de una u otra lengua se resuelve aquí mediante el regreso a los orígenes, a la identidad primaria, donde el escritor da fe de unas señas de 19

Blanco White, Luisa de Bustamante, p. 39. Blanco White, Autobiografía, p. 102. 21 José María Blanco White, Cartas de España. Introducción de Vicente Llorens, traducción y notas de Antonio Garnica (Madrid: Alianza Editorial, 1983). p. 18. 22 Ibid., p. 19. 20

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identidad casi perdidas al revivir pasajes de su propia historia, de su tierra. Así, Blanco, cuando se sabe viejo y próximo a sus últimos días, revive la fuerza de las imágenes y recuerdos andaluces a través del lenguaje porque como él mismo explica: [...] la naturaleza es más poderosa que la costumbre y [...] a medida que envejecemos, se rejuvenecen las impresiones de la niñez y de los verdes años. [...] Hasta mis sueños, que por muchos años habían sido, por decirlo así, en mi lengua adoptiva, comenzaron a mezclar con el otro idioma el castellano. Desde entonces he sentido un vivo deseo de probar si el cielo me concedería, en el corto espacio que me puede quedar de vida, la satisfacción de dejar siquiera una obrita a España en que sus hijos hallasen tal cual entretenimiento unido con algún provecho.23

Blanco escribió para sí mismo y para sus compatriotas en un deseo de reasumir la vinculación, de volver a la patria con minúscula, la familiar, y no a aquella otra glorificada y ensalzada por sus compatriotas, desde la distancia. La necesidad del recuerdo, la añoranza de los lugares, aromas y gentes de su ciudad natal, Sevilla, presentes en las narraciones de El Alcázar, “los cantos tradicionales que tantas veces había oído en los dulces labios que me enseñaron el habla de Castilla [...] aquellas pláticas dulces que mecieron mi niñez y que jamás borrará de mi memoria el tiempo”,24 también fueron sentidos y expresados años más tarde por otro sevillano, Antonio Machado desde su “destierro” soriano en un afán de reencontrarse con la identidad perdida.

3. El idioma como esencia de la identidad nacional. El nacionalismo lingüístico y literario Para los liberales, hablar del idioma significaba hablar de la nación en cuanto que la lengua, cristaliza la historia íntima y la visión del mundo particular del Volk, según el historicismo romántico alemán.25 Los exiliados abrazaron la concepción romántica del idioma como la esencia de la identidad nacional, como la personificación del Volksgeist y por lo 23

Blanco White, Luisa de Bustamante, pp. 26. Ibid., pp. 152. 25 Steiner, p. 3. 24

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tanto como uno de los componentes esenciales de la cultura española, si bien no todos lo expresaron desde la misma perspectiva. En Alcalá Galiano encontramos la exaltación romántica de la patria cuando habla del orgullo nacional. El “national pride” o “Spanish pride”, al que se refiere en su artículo en The Westminster Review en defensa de la novela Don Esteban, contra las críticas de Blanco,26 se convierte en un alegato a favor de los “Spanish constitutionalists”, “Spanish “Liberales” o “Spanish patriots” de 182027 que, como él, han luchado por implantar la libertad y el estado de bienestar y progreso en su país. Ellos representan el verdadero espíritu nacional plasmado en el lenguaje de poetas como Arriaza, que cantaron a la revolución española de 1820.28 Esto les convierte en legítimos defensores de la lengua como expresión de la esencia de la nación española porque, como afirma W. Safran, los intelectuales “play a dominant role in the development of nationalism by manipulating language as an instrument for the expresión of collective consciousness”29 y a ellos corresponde la legitimación, unificación y mejora del idioma, aun cuando, en su calidad de élite, su concepción y uso del mismo fuera muy diferente del que hablaba el pueblo.30 El enardecimiento con que Galiano escribe en este artículo de las “great facilities”31 de la lengua española para competir con la italiana como medio de expresión poética adquiere mayor dimensión en su Introductory Lesson, manifiesto de su nacionalismo lingüístico influido por la idea de progreso y heredero del principio ilustrado de obligación a la patria: The Spanish or Castilian language is universally allowed to be unrivalled in majesty and beauty.32 26 Sobre la crítica de Blanco al Don Esteban en The Quarterley Review, véase Vicente Llorens, Liberales y Románticos, una emigración española en Inglaterra (1823-1834) (Madrid: Castalia, 1979), pp. 263-267. 27 Antonio Alcalá Galiano, “Spanish novels”, The Westminster Review, nº. XII, October 1826 (London/Dublin/Philadelphia: Baldwin, Cradock and Joy/W. Wakeman/Carey and Lee, 1826), pp. 278-303. 28 Ibid., pp. 285. 29 William Safran, “Nationalism”, en Handbook of Language and Ethnic Identity, ed. Joshua Fishman (Oxford/New York: Oxford University Press, 2001), p. 82. 30 Siguiendo a Del Valle y Gabriel-Stheeman, “it is precisely the convergence of the linguistic culture of monoglosia and the dogma of homogeneism that produces the philosophical foundations of cultural nationalism” (Safran, pp. 11). 31 Alcalá Galiano, “Spanish Novels”, p. 283. 32 Alcalá Galiano, An Introductory Lecture, p. 6.

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[...] while I am teaching the Spanish language and lecturing upon Spanish literature, I am not merely indulging in elegant trifles [...]. I consider that I am serving the best interests of mankind in general, and more especially those of my native country, which I do and ever shall hold dear, but which perhaps I am doomed to see no more [...].33

Esta “natural partiality” por su lengua y nación no le impide la reflexión crítica sobre el estado de la misma y de sus letras: “No; dear as my country is to me, truth is still dearer”34 y reconocer, como afirma en la Westminster Review: “It is true that the Spaniards are not an enlightened nation, but their present government is far behind them”.35 Sin embargo, nunca logra la profundidad de análisis que encontramos en Blanco. Las imágenes de la patria en el discurso nacionalista de Blanco White y Alcalá Galiano son equidistantes. Frente a la exaltación romántica de este último, el sevillano “sentía vergüenza de su patria por ser España un lugar identificado con la intolerancia y la Inquisición”.36 Blanco, como casi un siglo después su paisano Antonio Machado,37 reniega de ese orgullo nacional al que Blanco espanta como si se tratara de una aparición maléfica: “Lejos, lejos de mí las pasiones nacionales que se fundan en el orgullo individual, el orgullo que a poca o ninguna costa se celebra a sí mismo con achaque de exaltar la nación a que el panegirista pertenece”.38 Su visión del exilio liberal es cruda, nega-

33

Ibid., p. 33. Ibid., p. 29. 35 Alcalá Galiano, “Spanish novels”, p. 301. 36 Roberto Breña, “Blanco White y la crisis del Mundo Hispánico. 1808-1814”, en Historia Constitucional, 9, (2008), pp. 389-397, , p. 3 n. 4 (9 de septiembre, 2009). 37 Los paralelismos entre Blanco y Machado son perceptibles. El dolor de la patria de Blanco, omnipresente en todos sus escritos, inclusive los de sus últimos años, es similar al de su paisano Machado casi un siglo después, para quien aquella España de “charanga y pandereta, cerrado y sacristía [...]” (Ian Gibson, Ligero de equipaje. La vida de Antonio Machado [Madrid: Punto de Lectura, 2007]), p. 300) no es sino una “nación pobre e ignorante —mi patriotismo, señores, me impide adular a mis compatriotas- [...] una nación casi analfabeta, donde la ciencia, la filosofía y el arte se desdeñan por superfluos, cuando no se persiguen por corruptores” (241). Tanto uno como otro coinciden en la afirmación del noventaiochista: “Tengo un gran amor a España y una idea de España completamente negativa [...] (312), cuando comenta: “somos los hijos de una tierra pobre e ignorante, de una tierra donde todo está por hacer” (222). 38 Blanco White, Luisa de Bustamante, p. 28. 34

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tiva y quizás más ajustada a la realidad, cuando se refiere a sus compatriotas en Londres: “A no mucha distancia se hallan españoles refugiados, pero los odios entre los llamados patriotas y los supuestos partidarios de los franceses no nos dejan aún en nuestro común destierro”.39 Porque las miserias y glorias de la nación se reflejan en su lengua, la de Blanco le conduce irremediablemente a la realidad de la patria, del pueblo y con ello al sentimiento de frustración y repulsa ante el oscurantismo de las costumbres y la falta de libertades, hasta el punto de, en un acto sublime, alejarse de su propio idioma por ser éste el de opresores y oprimidos: ¿Será posible que la lengua en que esto se escribe esté destinada para siempre a no expresar más que ideas que el mundo civilizado no puede oír sin desdén? ¿Se verá para siempre obligado el que la hable desde su niñez a quitarse la máscara cuando salga de su patria, a avergonzarse de que lo tengan por español de la calidad y opiniones que exige su gobierno, que la España política le exige?40

Sin embargo, ambos, Alcalá Galiano y Blanco, coinciden en la consideración de una literatura nacional, como la expresión más elevada de la belleza de cualquier lengua, en sus autores considerados modelos de imitación por representar la idiosincrasia y el espíritu de la nación, el “carácter nacional”,41 algo que Blanco explica con su acostumbrada clarividencia: El grande objeto a que cada nación debe de aspirar es crear una literatura y un carácter intelectual propio y acomodado a sus circunstancias, aunque fundado en los principios generales e invariables de la naturaleza. Todo lo demás es afectación y no puede extenderse a la masa y cuerpo de la nación...42

En la conferencia inaugural, de la que Alborg dijo ser “la primera manifestación pública” de la evolución al romanticismo de Alcalá Galiano por influencia de José Joaquín de Mora y de los escritos de Blanco Whi-

39

Ibid., p. 44. Ibid., p. 173. 41 Alcalá Galiano, Recuerdos de un anciano, p. 241. 42 Blanco White, Luisa de Bustamante, pp. 180. 40

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te,43 el escritor hace un esbozo de lo que él define como literatura nacional, estableciendo una separación entre “the literature of Spain”, la de quienes escribieron en suelo español y “the literature of the present Spanish language”, la que pertenece a la historia moderna de España y utiliza su lengua.44 El romancero, al que los historiadores de la literatura española siguiendo las huellas de Schlegel habían identificado junto con el teatro del Siglo de Oro como la manifestación específica del alma española, pero también Fray Luis de Granada, Cervantes, Jovellanos, Garcilaso, Villegas y Moratín padre componen entre otros el elenco de su programa de clases en la Universidad de Londres. Galiano, que siguió en general los puntos de vista de Blanco en sus juicios literarios, como él mismo indica,45 aún reconociendo la necesidad del préstamo lingüístico del francés y del italiano “for which no substitute can be found in the Spanish vocabulary, and of novel phrases arising from the state of modern knowledge and from the influence which new ideas and modes of thought ought to exert over the language”,46 rechaza la servil imitación de los modelos franceses que comenzó en la primera mitad del xviii y el afrancesamiento de los modernos escritores. Al abogar por el buen uso lingüístico desde la perspectiva del purismo no está sino defendiendo la identidad nacional frente al yugo extranjero: [...] The Spanish language of our present times is visibly adulterated by Gallic words, and what is still worse, by Gallic syntax. [...] there is hardly one single Spanish modern work which does not abound with French words and idioms: and the Spaniards, accustomed to derive their information from French sources, vainly try to impart to their writings that pure Spanish colouring peculiar to their old authors, while they constantly urge against each other, and reject with equal indignation, the foul imputation of Gallicism.47

Blanco, aun rechazando cualquier imitación servil en detrimento de la capacidad creadora, adopta una perspectiva menos dogmática 43

Juan Luís Alborg, Historia de la Literatura Española (Madrid: Gredos, 1980), p. 154. Alcalá Galiano, An Introductory Lecture, pp. 18-19. 45 “It is the opinion of the Rev. Blanco White, a very good judge in literary matters, though often very hostile to his own country, that the Spanish authors who flourished before the sixteenth century are generally judicious and timid; not, as some have thought, bold and romantic. In that opinion I fully agree” (An Introductory Lecture, p. 9). 46 Alcalá Galiano, An Introductory Lecture, p. 10. 47 Loc. cit. 44

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y la justifica dada la escasez de publicaciones en la propia lengua que los hace recurrir a los escritores franceses, “[...] cuyo idioma aprenden a entender con facilidad [...] es desgracia de los españoles que la dificultad de aprender la lengua inglesa los haga recurrir exclusivamente a los autores franceses, cuyo defecto capital es la superficialidad”.48 Su ideal romántico de literatura nacional reivindica la esencia de cada nación en función del análisis de la realidad social y de la lengua entendida como la expresión individual de un pueblo, según el sentir romántico: [...] los traductores madrileños parecen determinados a convertir la lengua española en un dialecto de la francesa, una especie de patois ininteligible para las dos naciones. De hecho hemos permitido que una gran parte de nuestra lengua se haga vulgar y anticuada. Las otras lenguas que durante el progreso intelectual de Europa se han convertido en vehículos e instrumentos del pensamiento han dejado muy detrás a la nuestra en cuanto a la capacidad de abstracción y precisión, y el rico tesoro que hemos tenido escondido durante tanto tiempo tiene que volver a ser acuñado [...]. No es ni rechazando como extranjera cualquier expresión que no se encuentre en los escritores de la dinastía austríaca, ni desfigurando nuestro idioma con galicismos, como podremos acomodarlo a nuestras necesidades actuales y al estilo moderno. Nuestro objetivo debería ser pensar nosotros mismos en nuestra propia lengua —pensar, digo- y expresar nuestras ideas con claridad, fuerza y precisión y no imitar el mero sonido de los vacíos períodos que suelen hinchar las páginas de los viejos escritores hispanos.49

La Constitución doceañista regulaba todos los aspectos de la estructura social con el objetivo de crear un estado unitario, “la nación española” en la que los derechos de todos los españoles estaban por encima de los históricos de cada reino.50 Como responsables de la construcción del estado los liberales también lo fueron de construir la lengua como vehículo de cultura y glorificación de la nación. Esto implica un proceso de homogeneización de la lengua escrita según los principios de uniformidad gramatical, tradición literaria y grado de sofisticación que 48

Blanco White, Luisa de Bustamante, p. 178. Blanco White, Cartas de España, p. 283. 50 José del Valle y Luis Gabriel-Stheeman, The Battle over Spanish between 1800 and 2000. Language Ideologies and Hispanic Intellectuals (London/New York: Routledge, 2005), p. 5. 49

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ha señalado Safran,51 para crear una —lengua nacional- en la que no cabe la valoración de la diversidad lingüística peninsular. Para los liberales, la lengua española es esencialmente romance, cristiana, de origen latino y gótico, elementos que la configuran como lengua nacional, castellana y española. En su conferencia, Galiano ofrece el primer compendio, aunque somero, de historia de la lengua española destinado al público inglés, en el cual es perceptible la influencia de las teorías comparatistas e historicistas de los lingüistas indoeuropeístas, relacionadas con la ideología romántica, que sin duda conocía por sus conexiones con los círculos de Jeremy Bentham.52 Allí reconoce que “the contributions from the ancient Iberian languages from which, the present Biscayan or Vascuence is undoubtedly derived, are likewise of some importance”,53 pero no menciona ni por atisbo los préstamos del catalán, el vasco y el gallego. Y a diferencia de sus juicios literarios donde veía con buenos ojos, hasta cierto punto, las trazas de gusto oriental,54 infravalora el legado de la lengua árabe por considerarlo una desventaja que empaña la pureza y belleza de la española, especialmente en lo que se refiere al apartado de la fonética: The influence of the Arabian upon the Castilian is universally admitted; nay, has been prodigiously overrated [...] the number of Arabian words in the Spanish vocabulary is far less considerable than it is generally supposed to be [...]. [...] And that of c before e and i , and of z before all vowels [...] though not so disagreeable, becomes offensive when recurring, as it sometimes does, too often [...] such is that strong guttural aspiration [...] in the South of Spain those guttural sounds are so prevalent, that if you were listening to a conversation between some Andalucian peasants, and then to another between Moors of the neighbouring coast of Barbary [...] you would think they were talking in the same language; though on coming nearer, you would perceive that the general accent and tone are the only things in which they resemble each other.55 51

Safran, p. 82. Sobre la relación de Galiano con Jeremy Bentham y su círculo véase Gallardo, 1995, p. 30. 53 Alcalá Galiano, An Introductory Lecture, p. 8. 54 Sobre la influencia del gusto oriental en la literatura española, véanse sus comentarios en la Introductory Lesson, pp. 18-23. 55 Alcalá Galiano, An Introductory Lecture, pp. 8-12. 52

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Cabría justificar estos comentarios según el propósito educativo de su autor, quien en conferencia intenta ilustrar al público inglés al tiempo que desmitificar la imagen pintoresca de España creada por los viajeros románticos. En realidad, como apunta Mar-Molinero,56 ninguno de los grupos progresistas durante el xix reconoció la diversidad lingüística española ni los nacionalismos del territorio español, que no empezarían a desarrollarse hasta finales del siglo xix, cuando se consolida el discurso nacionalista.

4. El carácter supranacional de la lengua El concepto de hispanismo, consecuencia de un movimiento de diplomacia cultural emergente a raíz de la independencia de las repúblicas latinoamericanas a partir de 1820,57 estuvo presente en el pensamiento de los emigrados constitucionales, quienes reivindicaron el papel de la lengua en la consolidación del Imperio español en América, y en crear la idea de una comunidad hispanohablante, es decir, “The idea of “pan-hispanism”, “Hispanidad” or a “Spanish-speaking world”.58 Blanco, desde su ambivalencia, a veces,59 como Galiano desde su proamericanismo mercantilista, apoyan la causa independentista, si bien manteniendo la cultura peninsular en el epicentro de la comunidad de hablantes. Esto se manifiesta en la arbitrariedad en la utilización de apelativos como español, castellano, americano, con los que nuestros autores intentan definir conceptos, nuevos en cierto sentido, sin demasiado éxito. Así, Alcalá Galiano, habla de la función unificadora y universalista de la lengua española, a la que él denomina “the Spanish or Castilian language”, decantándose por una identificación absoluta de estos dos términos,60 que es privilegio no sólo de los hablantes 56 Clare Mar-Molinero, The Politics of Language in the Spanish-Speaking World (London/New York: Routledge, 2000), p. 25 57 José del Valle y Luis Gabriel-Stheeman, p. 6. 58 Claire Mar-Molinero y Miranda Stewart (eds.), Globalization and language in the Spanish-speaking world. Macro and micro perspectives (Basingstoke: Palgrave Macmillan, 2006), p. 15. 59 La postura ambivalente de Blanco ha sido comentada por Roberto Breña. Sin embargo, sus afirmaciones más contundentes, según hemos podido comprobar en sus escritos, son, sin embargo, proamericanistas. 60 An Introductory Lecture, p. 6.

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peninsulares, “the Old Spaniards”,61 sino también de los nuevos españoles, aquéllos de las emergentes naciones hispanohablantes con quienes comparten la responsabilidad de mantener su pureza, vitalidad y prestigio: Through the whole of the vast continent the Spanish language is spoken; and it is a proud consideration for him who feels deeply and vitally concerned in the glories of that language that it will be the common tongue of numerous and flourishing nations who, in future times will ennoble it by their thoughts and adorn it by their writings.62

Para Blanco las naciones americanas encarnan la gran esperanza de revitalizar la lengua castellana, pero el sevillano habla de “países españoles” para referirse “a cuantos hablan la lengua de Castilla” y de “americanos españoles”63 para referirse a los hablantes, evidenciando así la ambigüedad a la que hacíamos referencia anteriormente. Esto confirma por una parte el talante ecléctico de ambos escritores, así como su concepción de la lengua como bien supranacional, pero también pone de manifiesto el arraigo del binomio lengua-nación en estos autores así como su dificultad para conceptuar una identidad nacional americana fuera de la identidad lingüística asociada con España. En ninguno de ellos encontramos referencias al concepto de hispanismo como tal, pero sin duda su visión coincide con la que apunta Pike: [...] hispanismo can be said to consist of at least the following ideas: the existence of a unique Spanish culture, lifestyle, characteristics, traditions and values, all of them embodied in its language; the idea that Spanish American culture is nothing but Spanish culture transplanted to the New World; and the notion that Hispanic culture has an internal hierarchy in which Spain occupies a hegemonic position.64

Con todo esto, la ideología universalista de la lengua española, por encima de fronteras políticas y territoriales representa una visión moderna y una contrapartida al emergente imperialismo lingüístico del inglés que en la época que nos ocupa ya empieza a consolidarse como 61

Ibid, p. 16. Ibid, p. 15. 63 Blanco White, Luisa de Bustamante, pp. 173-174. 64 Citado por Del Valle y Gabriel-Stheeman, p. 6. 62

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lengua mundial del comercio y las finanzas. El anhelo más ferviente para el espíritu liberal y progresista de Alcalá Galiano es que la lengua española alcance el prestigio de la inglesa, es decir, que sea vehículo de comercio y progreso entre los pueblos y que sirva para difundir ideas y conocimientos útiles. Para ello, recalca la importancia de su estudio y declara su intención, como profesor de español, de enseñar a sus alumnos “[...] to pronounce it correctly, to write grammatically, and to speak it with ease and perspicuity”. Su hispanismo anticipado basado en el aspecto integrista de la lengua, no sólo no reconoce la diversidad cultural y lingüística del extenso territorio americano sino que está por encima de nacionalismos políticos que enfrentan a los hablantes de uno y otro lado del Atlántico, “[...] whatever the motives of their angry feelings towards their ancient parent country, political feelings have nothing to do with literary pursuits”.65 Esta concepción integracionista de la lengua era asimismo compartida por gramáticos americanos como Andrés Bello,66 partidario de evitar el fraccionamiento de la propia comunidad hispánica,67 una sociedad hispana de base española. Pero también era atacada por intelectuales latinoamericanos como Domingo Faustino Sarmiento, para quien la lengua era el símbolo de la dominación española y para quien la vinculación lengua-identidad nacional fue muy diferente de lo que se sentía en España o lo que sintieron los emigrados.68 La actual noción de hispanidad con base en la denominada lengua española como lengua de unidad nacional y de comunicación sobrepasando así la de lengua castellana, según la concepción del s. xvi, tuvo su origen, como explica Mar-Molinero, en el papel que la lengua desempeñó en la construcción de la identidad nacional de los países americanos. El español sirvió como herramienta de unificación y en español se 65

Alcalá Galiano, An Introductory Lecture, p. 16. El humanista Andrés Bello, fundador del Repertorio americano y la Biblioteca americana y autor de la magnífica Gramática de la Lengua Castellana, destinada al uso de los americanos (1847), quien en su período de residencia en Londres entre 1810-1829, frecuentó los mismos círculos intelectuales que los emigrados españoles con quienes asimismo se relacionaba. 67 Barry Velleman,“Linguistic anti-academicism and Hispanic community. Sarmiento and Unamuno”, en Del Valle y Gabriel-Stheeman, p. 21. 68 La crítica de Sarmiento a esta concepción del nacionalismo lingüístico estaba precisamente en relación con la permanencia de estos modelos que excluían a los americanos (Velleman, pp. 16-17). 66

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escribieron las nuevas constituciones de estas naciones, muchas de las cuales no reconocieron la cooficialidad de otras lenguas hasta bien entrado el siglo xx.69

5. Conclusión El siglo xix representa un momento de gran evolución social, y en este proceso de cambio, el interés y la valoración por el estudio de los idiomas nacionales resultó en la creación de la disciplina lingüística y la regulación y normalización de las lenguas como herramienta de reafirmación de los nacionalismos políticos. Esta ideología del nacionalismo lingüístico, plasmada en la Constitución de 1812, está claramente presente en los emigrados constitucionales y en concreto en los intelectuales tratados en este trabajo. El núcleo del exilio constitucional añadió a la sólida formación humanística y erudita, no exenta de influencias librepensadoras que les habían llevado a exigir la libertad en lo artístico y en lo político y al prestigio de que gozaban como intelectuales y hombres de letras, el enriquecimiento que supuso el contacto con el exterior y con las tendencias sociopolíticas, pedagógicas y culturales en las primeras décadas del siglo xix que definieron la ideología del movimiento romántico y las ideas nacionalistas relacionadas con él. Esta importante conjunción de factores, se reflejó sin duda en la expresión de la identidad nacional por medio del nacionalismo lingüístico, y de la defensa de la pureza y unidad de la lengua española a través de sus actividades literarias y lingüísticas. La reflexión sobre la lengua y la nación fue constante en las producciones periodísticas, poéticas, gramaticales y de pensamiento entre los exiliados constitucionales y esto les convierte en portavoces de su generación. Blanco White y Alcalá Galiano plasmaron en la lengua su pensamiento sociopolítico de talante liberal y asimilaron el destino y la evolución de la lengua española con las circunstancias sociopolíticas que afectaban a la nación. Esto representa un claro ejemplo de identificación lengua-nación, según la interpretación de las teorías románticas de la época. Así, en Alcalá Galiano las señas de identidad como patriota liberal se corresponden con la exaltación del carácter universal del 69

Globalization and Language, p. 16.

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idioma en su más alta expresión, en las obras literarias que expresan el verdadero espíritu nacional, y en su deseo de engrandecer a la nación a través del comercio y el progreso. Por contrapartida, en Blanco White se nos ofrece una perspectiva subjetiva, que enfatiza la defensa de las libertades y el principio de la literatura con fin social y que es al mismo tiempo profundamente crítica de la patria y su lenguaje, hasta el punto de repudiarlo en cuanto simboliza la identidad rechazada de la que le será difícil desprenderse por formar parte de su propia esencia. Para ambos intelectuales, la España anhelada es la que construyen a través del idioma en su discurso literario, político o heterodoxo, ya sea desde la crítica profunda mezclada con la mirada a los ejemplos lúcidos del pasado literario e histórico o con los recuerdos y sensaciones evocadores y nostálgicos; o a través de la idea de una nueva España con proyección internacional que preconiza el hispanismo en el que la lengua española cumple el papel de elemento integrador de todos los pueblos que la hablan y en la que, al mismo tiempo y paradójicamente, no tienen cabida la diversidad de identidades culturales y lingüísticas que conforman la realidad de sus hablantes y territorios.

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LOS EXILIADOS ESPAÑOLES Y PORTUGUESES Y LOS IMPRESORES LONDINENSES, 1803-1833

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Los liberales hispánicos que buscaron el refugio en Inglaterra al principio del siglo xix ya conocían la potencia de la palabra impresa, y desde los primeros años del exilio prosiguieron a través de las imprentas londinenses la campaña que parecía perdida en su patria. La historia de la edición hispánica londinense es larga e implicada en las corrientes políticas o religiosas. Desde mediados del siglo xvi españoles y portugueses editaron en Inglaterra —casi exclusivamente en la capital— libros que habría sido imposible imprimir en la Península. Las primeras figuras marginadas eran protestantes, como por ejemplo Antonio del Corro, autor de la primera gramática española dirigida a los anglófonos (Oxford, 1586) o judíos, caso de los fundadores portugueses de la sinagoga Bevis Marks, situada en el centro de la ciudad. Por lo tanto, la inmigración liberal cabe perfectamente en esta trayectoria histórica.1 La temática de sus publicaciones es en su mayor parte política, aunque no se excluyen las bellas letras. Se deduce que los lectores al que se dirigen son los liberales dentro y fuera de la patria. La tabla que se presenta a continuación resume la actividad de veintisiete impresores londinenses durante el período que nos interesa. 1

Para visiones de conjunto, véanse José Alberich, Bibliografía anglo-hispánica, 18011850: ensayo bibliográfica de libros y folletos relativos a España (Oxford: Dolphin, 1978); Barry Taylor, “Un-Spanish Practices: Spanish and Portuguese Protestants, Jews and Liberals, 1500-1900”, en Foreign-language Printing in London 1500-1900, ed. Barry Taylor (London: British Library, 2003), pp. 183-202; Fernando Bouza (ed.), Anglo-Hispana: cinco siglos de autores, editores y lectores entre España y el Reino Unido (Madrid: Ministerio de Cultura, 2007), .

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Huelga decir que las cifras totales podrán reajustarse a la luz del eventual descubrimiento de nuevos datos bibliográficos, pero creo que la imagen que proyectan es, en líneas generales, fiel.2 En la tabla se han distinguido los impresores que trabajan en castellano (16 nombres), exclusivamente en portugués (7), y en otras lenguas (4); se ve que esta última clase constituye una minoría. Los nombres se citan según las formas traducidas en las que aparecen en los libros mismos. Las primeras fechas citadas indican los años de la producción hispana de cada impresor; las segundas, entre corchetes, se refieren a la totalidad de su actividad en inglés. Se aprecia que estas últimas fechas se corresponden justamente con el período del exilio liberal: 1809-1833; y que (como era de esperar) su trabajo en nuestras lenguas era sólo una parte de su trabajo total, un tipo de trabajo para el cual ya no había demanda después de 1833.3 Vicente Llorens cita a Istúriz, uno de los emigrados, quien declaró que “vivía por decirlo así con la maleta hecha para marcharme a España”; esta vuelta a la patria una vez que las condiciones se hicieron más favorables se refleja en las estadísticas bibliográficas.4 Todos los impresores citados aquí también trabajaron en inglés; algunos, tales como Dulau o Treuttel, no sólo eran extranjeros sino que también manejaban otras lenguas extranjeras.5 El único impresor español registrado aquí es Marcelino Calero Portocarrero, exiliado liberal coruñés, quien imprimía libros para Vicente Salvá, quien los vendía en su librería, la Spanish and Classical Library, situada en 124 Regent St. Parece que Londres no tenía ningún impresor de nacionalidad portuguesa. Con cinco excepciones, ningún impresor produjo más de cuatro libros en nuestras lenguas; éstos fueron Charles Wood, Lawrence Thompson, Marcelino Calero, Robert Greenlaw y Rudolf Ackermann.

2

Dos ricas fuentes de información son Copac y el catálogo colectivo del patrimonio bibliográfico español, . 3 Las fechas de actividad de los impresores están derivadas del British Book Trade Index . 4 Vicente Llorens, Liberales y románticos: una emigración española en Inglaterra (México: Nueva Revista de Filología Hispánica, 1954), p. 36. 5 Véase Foreign-language Printing in London 1500-1900 (citado en la n. 1).

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De ellos sólo Ackermann, quien editó a José Joaquín de Mora y exportó una amplia gama de literatura educativa a las emergentes repúblicas latinoamericanas, ha merecido un estudio monográfico.6 Greenlaw imprimió panfletos políticos en portugués, incluidas algunas obras de Almeida Garrett.7 Tres impresores se anuncian como especialistas en nuestras lenguas: Wood se refiere a “la Imprenta Española de Wood”, Calero tenía su “Imprenta Española de M. Calero”, y Thompson llamaba la atención a su “Officina Portuguesa”. No consta que estos impresores estuvieran motivados por razones ideológicas. (En contraste, en el siglo xvi, el protestante Richard Field se especializaba en imprimir en varias lenguas las obras de los reformistas extranjeros: sus únicos libros españoles salieron de la pluma de Cipriano de Valera, con quien parece haber tenido una relación especial.) Mientras no se descubra nuevo material de archivo, dudo que sea posible extender la investigación sobre estos impresores y sus clientes. Declara Vicente Llorens (p. 64) que Wood facilitaba libros para el Ateneo Español de Londres (se trataba de una escuela y no una sociedad científica), pero no cita una fuente. Al principio del siglo xix, los impresores y editores tenían la costumbre de formar una agrupación llamada en inglés conger, “a society of booksellers who have a joint stock in trade, or agree to print books in co-partnership”.8 Así se explica por qué se encuentra el Quijote según la edición de Felipe Fernández, “a expensas de Lackington, Allen y Co... F. Wingrave... T. Boosey... Longman & Co... C. Law y Co... Dulau y Co... y dicho editor, 1814”.9 Las relaciones entre estas figuras están todavía por desentrañarse: Wood imprimió tres libros españoles editados por Ackermann (1824-1826); también imprimió un libro para Salvá (1829) y para Trübner (1857).10

6

Véase Eugenia Roldán Vega, The British Book Trade and Spanish American Independence: Education and Knowledge Transmission in Transcontinental Perspective (Aldershot: Ashgate, 2003). 7 Véanse Taylor, “Un-Spanish Practices”, pp. 198-199; Carlos Estornino, “Garrett e a Inglaterra”, en Revista da Faculdade de Letras (Lisboa) 21 (1955), pp. 40-75 (73-74). 8 Oxford English Dictionary. 9 British Library, 12491.b.12. 10 Véase Taylor, “Un-Spanish Practices”, pp. 201-202.

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Lengua SÓLO ESPAÑOL Laurent Louis Deconchy

Barry Taylor

Fecha Número actividad total de libros

René Juigné

1809-1811 [1802-1817] 1 1809-1814 [1807-]

Johnson McCreery E. Justins Ricardo i Arturo Taylor; Taylor & Hessey

1811 1812 1819 1820-1825 [1814-1870]

1 1 1

Rodwell & Martin Marchant Charles Wood; Imprenta española de Wood 1839 J. Ridgway & E. Wilson Geo. Whittaker

1821 1823 1824-1847

1 1 16

1825 1824

1

Treuttel

1824-1827 [-1833] 1

Ackermann Bowman Guillermo Guthrie

1825-1844 1827 1 1828-1832 [-1834] 2

Jaime Pickburn

1836

1

1808-1821 1808-1822 1818-1820 1818-1833 [-1849] 1833

2

SÓLO PORTUGUÉS Cox Son & Bayliss W. Lewis Hansard Lawrence Thompson [& Gill] L. Thompson na Officina Portuguesa Sustenance & Stretch Robert Greenlaw C. S. Bingham

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Blanco White, El Español

Gallardo, Alocuzion patriotica 1820; Bowring, Ancient Poetry of Spain 1824

Llorente, History of the Inquisition (en inglés) 1826 Ocios de españoles emigrados Mora Puigblanch, Opúsculos 1828-32

Correio braziliense 3 5

4 1828-1832 [-1840] 6 1831-1832

Autores y títulos asociados

3

Garrett Incluidos tres libros de Garrett Incluido un libro de Garrett

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Los exiliados españoles y portugueses

Lengua (Continuación)

Fecha Número actividad total de libros

ESPAÑOL Y PORTUGUÉS Wingrave; Boosey, Dulau, Lackington

1808-1819

Henrique Bryer

1812-1818 [-1836] 3

Marcelino Calero Gottlieb Schulze

11 1825-1830 1826-1831 [-1838] 2

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Autores y títulos asociados

4

Samuel Johnson, Rasselas, traducción de Felipe Fernández 1813 El Repertorio americano 1826-27

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SOBRE LOS AUTORES

GREGORIO ALONSO GARCÍA es profesor de Historia de España en la Universidad de Leeds, Reino Unido. La editorial granadina Comares publicará en breve su monografía La ciudadanía católica y sus enemigos. Modernidad y cuestión religiosa en España, 1793-1874. Entre sus publicaciones destaca el libro editado con Diego Muro The Politics and Memory of Democratic Transition. The Spanish Model (2011).

MARÍA PILAR ASENSIO-MANRIQUE es profesora de Español en la Universidad de Yale. Sus áreas de investigación son: la actividad cultural y literaria de los liberales exiliados en Londres y su impacto en el desarrollo del Hispanismo durante el siglo xix, así como la representación de la ciencia en los periódicos de los siglos xviii-xix.

MARIETA CANTOS CASENAVE es profesora titular de la UCA e investigadora de proyectos de Excelencia «Historia de la literatura española entre 1808 y 1833» y «Las Cortes de Cádiz y el primer Liberalismo en Andalucía y América: un estudio comparado». Sus publicaciones incluyen Antología del cuento español del siglo XVIII (2005), La guerra de pluma. Estudios sobre la prensa de Cádiz en el tiempo de las Cortes (2006-2008; ed. con Durán y Romero); El Argonauta español, periódico gaditano (2008; ed. con M. Rodríguez); “La conjura de Orfeo. Música en tiempos de guerra (18081814)”, en España contemporánea (2008); y “Las mujeres en la era de 1812. De tapadas a excluidas”, en La Constitución de Cádiz y su huella en América (2011).

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Sobre los autores

PETER COOKE se doctoró en la Universidad de Londres en 2009 con su tesis The liberalism in Exile of ‘Ocios de españoles emigrados’ (1824-27): An Hegelian Perspective. Ha publicado varios artículos sobre el primer liberalismo español y realiza traducciones académicas. En la actualidad es investigador independiente.

FERNANDO DURÁN LÓPEZ es profesor titular de Literatura Española y miembro del Grupo de Estudios del siglo xviii de la Universidad de Cádiz. Sus investigaciones se han centrado en la autobiografía española, así como en la literatura política, el periodismo y la vida intelectual en España en los siglos xviii y xix, con particular énfasis en el estudio de la publicística y la opinión pública en la época de las Cortes de Cádiz y en la obra de autores como José Vargas Ponce, José Joaquín de Clararrosa, Manuel José Quintana y, especialmente, José María Blanco White, de quien ha publicado la biografía José María Blanco White o la conciencia errante (2005) y la edición de sus Artículos de crítica e historia literaria (2010), entre otros trabajos.

FERNANDO ESCRIBANO MARTÍN ha investigado la actividad de los orientalistas españoles del siglo xix. Sus publicaciones se centran con preferencia en ese campo, y se podría destacar la edición de los dos libros de Adolfo Rivadeneyra y la del libro sobre Afganistán obra de Francisco García Ayuso. Ha escrito distintos artículos sobre ambos autores y sobre Pascual de Gayangos, siempre en el marco del estudio de quienes, desde España, trabajaban temas y tenían modos propios de otros países europeos. Investiga, como orientalista, temas sobre religión, en especial los rituales y ceremonias en Babilonia. Da clases en educación secundaria y en la universidad en Madrid, y anteriormente lo hizo en Hungría.

DEREK FLITTER es catedrático de Estudios Hispánicos de la Universidad de Exeter desde el año 2007. En su obra ha estudiado el Romanticismo español en Spanish Romantic Literary Theory and Criticism (1992) y Spanish Romanticism and the Uses of History: Ideology and the Historical Imagination (2006), así como en artículos en revistas especializadas y capítulos en obras colectivas. Ha contribuido a la elaboración de la Cambridge

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Sobre los autores

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History of Spanish Literature y del Blackwell Companion to European Romanticism. Es coeditor, junto con Diego Martínez Torrón, de una colección de trabajos sobre el poeta José de Espronceda, de próxima aparición, y está completando una monografía sobre el teatro romántico español que llevará por título First Principles, Last Things: An Eschatological Paradigm for Spanish Romantic Drama.

MATILDE GALLARDO BARBARROJA, licenciada en Filología Hispánica y doctora europea en Filología Hispánica. Enseña Lengua española, Sociolingüística y Formación de expertos en la enseñanza de lenguas en la Open University de Londres. Sus principales publicaciones incluyen Heréticos, liberales y filólogos: la labor lingüística de los heterodoxos decimonónicos en Inglaterra (2009), A Review of Anglo-Spanish grammar books published in England in the 19th Century (2006) e Introducción y desarrollo del español en el sistema universitario inglés durante el siglo XIX (2003). SALVADOR GARCÍA CASTAÑEDA se doctoró en la Universidad de California en Berkeley y es catedrático en The Ohio State University. Entre sus libros destacan Las ideas literarias en España entre 1840 y 1850 (1971); Don Telesforo de Trueba y Cosío (1799-1835). Su tiempo, su vida y su obra (1978); Miguel de los Santos Álvarez (1818-1892). Romanticismo y poesía (1979); Valentín de Llanos y los orígenes de la novela histórica (1991); Telesforo de Trueba y Cosío (1799-1835). Estudio y Antología (2001); Del periodismo al costumbrismo. La obra juvenil de Pereda (1854-1878) (2004). Ha realizado numerosas ediciones críticas de obras de José Zorrilla, del Duque de Rivas, de José María de Pereda y de José Joaquín de Mora. ANDREW GINGER es catedrático de Estudios Hispánicos en la Universidad de Stirling. Es autor de tres libros sobre el siglo xix en España: Political Revolution and Literary Experiment in the Spanish Romantic Period (1830-1840), Antonio Ros de Olano’s Experiments in Post-Romantic Prose and Painting, y The Turn to Cultural Modernity in Spain.

GERALDINE LAWLESS es doctora por la University of Manchester y profesora de Estudios Hispánicos en la University of Strathclyde. Su libro Modernity Metonyms aborda el fenómeno de la modernidad literaria es-

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Sobre los autores

pañola a través de los relatos de Leopoldo Alas y de Antonio Ros de Olano. En la actualidad trabaja sobre el género de la ficción futurista en la literatura decimonónica española.

DANIEL MUÑOZ SEMPERE es profesor de Literatura y Cultura Españolas en el King’s College de Londres. Es autor de La Inquisición española como tema literario (2008) y de varios trabajos acerca de la relación entre literatura, política e historiografía en el siglo xix.

GERMÁN RAMÍREZ ALEDÓN es profesor de Historia Contemporánea de la Universidad de Valencia y de la VIU. Ha estudiado la historia del exilio liberal y el papel de la Iglesia en el primer liberalismo español. Editor de Vida Literaria (1996) y Mi Viaje a las Cortes 1998), de Joaquín Lorenzo Villanueva; El Primer liberalismo: la aportación valenciana (2001); El primer liberalismo: España y Europa (2003), con E. La Parra y La bruja de Vicente Salvá (2005). Es autor de La revolución liberal en tierras valencianas (18081874)” (2007); El Viaje Literario de los hermanos Villanueva (2008), Valencianos en Cádiz (2008), Catalans, Valencians i mallorquins a les Corts de Cadis (2011).

ALBERTO ROMERO FERRER, doctor en Filosofía y Letras, es profesor titular de Literatura Española y director del Grupo de Estudios del Siglo xviii de la Universidad de Cádiz. Es Premio Extraordinario de Licenciatura, Premio Jóvenes Investigadores 1987, Premio Archivo Hispalense de Investigación Literaria y Premio Universidad de Cádiz al mejor Grupo de Investigación. Sus principales obras incluyen los libros: El Género Chico. Introducción al estudio del teatro corto de fin de siglo (1993), Los hermanos Machado y el teatro (1996), Costumbrismo Andaluz (1998), Catálogo de Autores Dramáticos Andaluces del Siglo XIX (2002), Los estrenos teatrales de Manuel y Antonio Machado en la crítica de su tiempo (2003), Se hicieron literatos para ser políticos. Cultura y política en la España de Carlos IV y Fernando VII (2004), Antología del género chico (2005), Sainetes escogidos de González del Castillo (2008), La patria poética. Estudios sobre literatura y política en la obra de Manuel José Quintana (2009) y Leyendas españolas de José Joaquín de Mora (2011). Es también autor de más de cien artículos en revistas especializadas.

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Sobre los autores

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RAQUEL SÁNCHEZ GARCÍA es profesora de Historia Contemporánea en la Facultad de Geografía e Historia de la Universidad Complutense de Madrid. Ha trabajado sobre todo en dos líneas de investigación: por una parte, la historia política del siglo xix, y por otra, la historia de la cultura. Sus principales publicaciones son Antonio Alcalá Galiano y el liberalismo español (2005), Románticos españoles. Protagonistas de una época (2006), La razón libertaria. William Godwin, 1756-1836 (2007) El autor en España, 1900-1936 (2008) y La historia imaginada. La Guerra de la Independencia en la literatura española (2008). Junto a J. A. Martínez Martín y A. Martínez Rus ha publicado Los patronos del libro. Las asociaciones corporativas de editores y libreros, 1900-1936 (2004). También ha sido editora, con G. Gómez-Ferrer, de Modernizar España, 1898-1914. Proyectos de reforma y apertura internacional (2007).

BARRY TAYLOR es conservador del fondo antiguo hispánico de la British Library (Londres). Doctor por la Universidad de Londres, sus publicaciones incluyen: “Un-Spanish practices: Spanish and Portuguese Protestants” (2003), “Thomas Grenville (1755-1846) and his books” (2009).

CAROL TULLY, nacida en Galashiels, Escocia, doctorada en 1996 en Londres, es profesora titular de Literatura Alemana en la Universidad de Bangor, Gales, Reino Unido. Su labor investigadora se centra en el intercambio cultural entre los países de habla alemana y España en el siglo xix. Es autora del libro Johann Nikolas Böhl von Faber (1770-1836): A German Romantic in Spain (2007).

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LA CUESTIÓN PALPITANTE. LOS SIGLOS XVIII Y XIX EN ESPAÑA

Vol. 1 Borja RODRÍGUEZ GUTIÉRREZ: Historia del cuento español (17641850), 2004. Vol. 2 Toni DORCA: Volverás a la región. El cronotopo idílico en la novela española del siglo xix, 2004. Vol. 3 José CEBRIÁN: La Musa del Saber. La poesía didáctica de la Ilustración española, 2004. Vol. 4 Francisco UZCANGA MEINECKE: Sátira en la Ilustración española. La publicación periódica El Censor (1781-1787), 2005. Vol. 5 Yvonne FUENTES: Mártires y anticristos: Análisis bibliográfico sobre la Revolución francesa en España, 2006. Vol. 6 Mercedes CABALLER DONDARZA: La narrativa española en la prensa estadounidense. Hallazgo, promoción, publicación y crítica (18751900), 2007. Vol. 7 Andreas GELZ: Tertulia. Literatur und Soziabilität im Spanien des 18. und 19. Jahrhunderts, 2006. Vol. 8 Inke GUNIA: De la poesía a la literatura. El cambio de los conceptos en la formación del campo literario español del siglo xviii y principios del xix, 2008.

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Vol. 9 Christian VON TSCHILSCHKE: Identität der Aufklärung / Aufklärung der Identität. Literatur und Identitätsdiskurs im Spanien des 18. Jahrhunderts, 2009. Vol. 10 Paula A. SPRAGUE: El Europeo (Barcelona 1823-1824). Prensa, modernidad y universalismo. Con un prólogo de Carme Riera, 2009. Vol. 11 Fernando DURÁN LÓPEZ; Alberto ROMERO FERRER; Marieta CANTOS CASENAVE (eds.): La patria poética. Estudios sobre literatura y política en la obra de Manuel José Quintana, 2009. Vol. 12 Klaus-Dieter ERTLER; Renate HODAB; Inmaculada URZAINQUI (eds.): Manuel Rubín de Celis: “El Corresponsal del Censor”, 2009. Vol. 13 Ana María FREIRE LÓPEZ: El teatro español entre la Ilustración y el Romanticismo. Madrid durante la Guerra de la Independencia, 2009. Vol. 14 Ana HONTANILLA: El gusto de la razón. Debates de arte y moral en el siglo XVIII español, 2010. Vol. 15 Helmut C. JACOBS: Giuseppe Parini (1729-1799) en el pasado y en el presente. La recepción de un poeta italiano en España. Traducción de Victoria Lucio Dora, 2010. Vol. 16 Margot VERSTEEG: Jornaleros de la pluma. La (re)definición del papel del escritor-periodista en la revista “Madrid Cómico”. 2011

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