Lo bello en la naturaleza : Alejandro Malaspina : estética, filosofía natural y blancura en el ocaso de la Ilustración (1795-1803) [1 ed.] 8400110021, 9788400110024

Director de la mayor expedición científica española del Siglo de las Luces, Alejandro Malaspina fue uno de los protagoni

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Nota editorial
Índice
Agradecimientos
Abreviaturas
Introducción
I. Blanca belleza razonada. ALEJANDRO MALASPINA: CIENCIA, ESTÉTICA Y BLANCURA EN EL OCASO DEL SIGLO DE LAS LUCES
Capítulo 1El lugar de la estética en la filosofía de la ilustración
Capítulo 2Estética y antropología en el ocaso de la ilustración
Capítulo 3Suplemento al viaje de Malaspina:La Disputa sobre la belleza en el Diario de Madrid (1794-1795)
Capítulo 4Suplemento al «Naufragio» de Malaspina: La meditación filosófica sobre lo bello (1797-1803)
Consideraciones finales
II. Alejandro Malaspina
Criterios de edición
Sumario de las cartas de la Disputa sobre la belleza publicadas en el Diario de Madrid (octubre 1794 - noviembre 1795)
La Disputa sobre la belleza (Diario de Madrid, octubre 1794-noviembre 1795)
Meditación Filosófica (Alejandro Malaspina, 1797-1803)
Fuentes
Bibliografía
Índice topo-onomástico
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Contracubierta
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Lo bello en la naturaleza : Alejandro Malaspina : estética, filosofía natural y blancura en el ocaso de la Ilustración (1795-1803) [1 ed.]
 8400110021, 9788400110024

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Estudios sobre la

CIENCIA

70. El practicante. El nacimiento de una nueva profesión sanitaria en España Isabel Blázquez Ornat 71. Los enfermos en la España barroca y el pluralismo médico. Espacios, estrategias y actitudes Carolin Schmitz 72. Computational Astronomy in the Middle Ages. Sets of Astronomical Tables in Latin José Chabás 73. La ciencia de la erradicación. Modernidad urbana y neoliberalismo en Santiago de Chile, 1973-1990 César Leyton Robinson 74. Entre cadáveres. Una biografía apasionada del doctor Pedro González Velasco (1815-1882) Luis Ángel Sánchez Gómez

Juanma Sánchez Arteaga

Director de la mayor expedición científica española del Siglo de las Luces, Alejandro Malaspina fue uno de los protagonistas más fascinantes, multifacéticos y paradójicos de la Ilustración europea e hispanoamericana. En este libro se examina una de sus facetas menos conocidas, como filósofo de la naturaleza y teórico de la estética. Además, el presente volumen reúne por primera vez de forma íntegra todos los escritos filosóficos de Malaspina sobre lo bello en la naturaleza. Junto con una nueva edición crítica de su Meditación filosófica —su obra más personal y profunda—, los textos aquí recogidos incluyen cuatro cartas filosóficas de Malaspina hasta ahora desconocidas. Fueron publicadas bajo seudónimo en el Diario de Madrid, en el seno de una disputa literaria sobre la belleza y la presunta superioridad estética de las naciones europeas, en la que, además de Malaspina, también participaron otros oficiales y pintores de su viaje alrededor del mundo. En conjunto, estos escritos no solo constituyen la mejor exposición del pensamiento filosófico y humanístico de Malaspina; también aportan elementos de gran relevancia para entender la historia de la idea de blancura y de las relaciones étnico-raciales en el mundo atlántico durante el ocaso de la Ilustración, periodo en que el concepto de raza pasó a situarse por primera vez en el centro del pensamiento antropológico occidental.

Juanma Sánchez Arteaga

69. Entre materia y espíritu. Modernidad y enfermedad social en la España liberal (1833-1923) Mario César Sánchez Villa

Alejandro Malaspina: estética, filosofía natural y blancura en el ocaso de la Ilustración (1795-1803)

Lo bello en la naturaleza

68. Embriología en la periferia: las ciencias del desarrollo en la España de la II República y el franquismo Raúl Velasco Morgado

Juanma Sánchez Arteaga

Lo bello en la naturaleza

Alejandro Malaspina: estética, filosofía natural y blancura en el ocaso de la Ilustración (1795-1803)

Últimos títulos de la colección

77

75. Hipnosis e impostura en Buenos Aires. De médicos, sonámbulas y charlatanes a finales del siglo xix Mauro Vallejo 76. La huella de Lamarck en España en el siglo xix Agustí Camós Cabecerán

Lo bello en la naturaleza Alejandro Malaspina: estética, filosofía natural y blancura en el ocaso de la Ilustración (1795-1803) Juanma Sánchez Arteaga

Estudios sobre la

CIENCIA

ISBN: 978-84-00-11002-4

9 788400

110024

CSIC

CONSEJO SUPERIOR DE INVESTIGACIONES CIENTÍFICAS

(Madrid, 1974) es doctor en Biología por la Universidad Autónoma de Madrid. Se formó como investigador en el Departamento de Historia de la Ciencia (Instituto de Historia) del CSIC. Fue miembro del proyecto de investigación de excelencia Malaspina 2010, en el Departamento de Estudios Americanos del CSIC, adonde retornó como investigador visitante entre 2019 y 2020 para finalizar el estudio que culmina en este libro. Actualmente es profesorinvestigador en la Universidade Federal da Bahia (UFBA, Salvador de Bahía, Brasil), donde lidera el grupo de investigación HISNAIBA (História do Naturalismo no Âmbito Iberoamericano). Es autor de numerosas publicaciones centradas en la historia de la cultura científica sobre las razas humanas y la diversidad étnico-racial en el mundo Atlántico (siglos xviii-xx), con particular énfasis en la historia del racismo científico en Brasil y España. Su libro La razón salvaje: la lógica del dominio. Tecnociencia, racismo y racionalidad (Lengua de Trapo, 2008) recibió el Premio de Ensayo Caja Madrid. Imagen de cubierta: Malaspina de brigadier, con la Cruz de la Orden de Malta y una flor de Plumeria al pecho. Composición original a partir del retrato conservado en el Museo Naval de Madrid (© Juan Manuel Sánchez Arteaga).

Estudios sobre la

CIENCIA

70. El practicante. El nacimiento de una nueva profesión sanitaria en España Isabel Blázquez Ornat 71. Los enfermos en la España barroca y el pluralismo médico. Espacios, estrategias y actitudes Carolin Schmitz 72. Computational Astronomy in the Middle Ages. Sets of Astronomical Tables in Latin José Chabás 73. La ciencia de la erradicación. Modernidad urbana y neoliberalismo en Santiago de Chile, 1973-1990 César Leyton Robinson 74. Entre cadáveres. Una biografía apasionada del doctor Pedro González Velasco (1815-1882) Luis Ángel Sánchez Gómez

Juanma Sánchez Arteaga

Director de la mayor expedición científica española del Siglo de las Luces, Alejandro Malaspina fue uno de los protagonistas más fascinantes, multifacéticos y paradójicos de la Ilustración europea e hispanoamericana. En este libro se examina una de sus facetas menos conocidas, como filósofo de la naturaleza y teórico de la estética. Además, el presente volumen reúne por primera vez de forma íntegra todos los escritos filosóficos de Malaspina sobre lo bello en la naturaleza. Junto con una nueva edición crítica de su Meditación filosófica —su obra más personal y profunda—, los textos aquí recogidos incluyen cuatro cartas filosóficas de Malaspina hasta ahora desconocidas. Fueron publicadas bajo seudónimo en el Diario de Madrid, en el seno de una disputa literaria sobre la belleza y la presunta superioridad estética de las naciones europeas, en la que, además de Malaspina, también participaron otros oficiales y pintores de su viaje alrededor del mundo. En conjunto, estos escritos no solo constituyen la mejor exposición del pensamiento filosófico y humanístico de Malaspina; también aportan elementos de gran relevancia para entender la historia de la idea de blancura y de las relaciones étnico-raciales en el mundo atlántico durante el ocaso de la Ilustración, periodo en que el concepto de raza pasó a situarse por primera vez en el centro del pensamiento antropológico occidental.

Juanma Sánchez Arteaga

69. Entre materia y espíritu. Modernidad y enfermedad social en la España liberal (1833-1923) Mario César Sánchez Villa

Alejandro Malaspina: estética, filosofía natural y blancura en el ocaso de la Ilustración (1795-1803)

Lo bello en la naturaleza

68. Embriología en la periferia: las ciencias del desarrollo en la España de la II República y el franquismo Raúl Velasco Morgado

Juanma Sánchez Arteaga

Lo bello en la naturaleza

Alejandro Malaspina: estética, filosofía natural y blancura en el ocaso de la Ilustración (1795-1803)

Últimos títulos de la colección

77

75. Hipnosis e impostura en Buenos Aires. De médicos, sonámbulas y charlatanes a finales del siglo xix Mauro Vallejo 76. La huella de Lamarck en España en el siglo xix Agustí Camós Cabecerán

Lo-bello-en-la-naturaleza_cubierta.indd 1

Lo bello en la naturaleza Alejandro Malaspina: estética, filosofía natural y blancura en el ocaso de la Ilustración (1795-1803) Juanma Sánchez Arteaga

Estudios sobre la

CIENCIA

ISBN: 978-84-00-11002-4

9 788400

110024

CSIC

CONSEJO SUPERIOR DE INVESTIGACIONES CIENTÍFICAS

(Madrid, 1974) es doctor en Biología por la Universidad Autónoma de Madrid. Se formó como investigador en el Departamento de Historia de la Ciencia (Instituto de Historia) del CSIC. Fue miembro del proyecto de investigación de excelencia Malaspina 2010, en el Departamento de Estudios Americanos del CSIC, adonde retornó como investigador visitante entre 2019 y 2020 para finalizar el estudio que culmina en este libro. Actualmente es profesorinvestigador en la Universidade Federal da Bahia (UFBA, Salvador de Bahía, Brasil), donde lidera el grupo de investigación HISNAIBA (História do Naturalismo no Âmbito Iberoamericano). Es autor de numerosas publicaciones centradas en la historia de la cultura científica sobre las razas humanas y la diversidad étnico-racial en el mundo Atlántico (siglos xviii-xx), con particular énfasis en la historia del racismo científico en Brasil y España. Su libro La razón salvaje: la lógica del dominio. Tecnociencia, racismo y racionalidad (Lengua de Trapo, 2008) recibió el Premio de Ensayo Caja Madrid. Imagen de cubierta: Malaspina de brigadier, con la Cruz de la Orden de Malta y una flor de Plumeria al pecho. Composición original a partir del retrato conservado en el Museo Naval de Madrid (© Juan Manuel Sánchez Arteaga).

1/6/22 14:41

Lo bello en la naturaleza

ESTUDIOS SOBRE LA CIENCIA Dirección Jon Arrizabalaga Valbuena, Institución Milá y Fontanals de Investigación en Humanidades, CSIC Secretaría María Jesús Santesmases Navarro de Palencia, Instituto de Filosofía, CSIC Comité Editorial Montserrat Cabré i Pairet, Universidad de Cantabria Ricardo Campos Marín, Instituto de Historia, CSIC Susana Gómez López, Universidad Complutense de Madrid Ángel González de Pablo, Universidad Complutense de Madrid Oliver Hochadel, Institución Milá y Fontanals de Investigación en Humanidades, CSIC María Luz López Terradas, Instituto de Gestión de la Innovación y del Conocimiento, CSIC - UPV Juan Pimentel Igea, Instituto de Historia, CSIC María Isabel Porras Gallo, Universidad de Castilla-La Mancha

Consejo Asesor Rosa Ballester Añón, Universidad Miguel Hernández Marcos Cueto Caballero, Fiocruz-Casa Oswaldo Cruz Mariano Gómez Aranda, Instituto de Lenguas y Culturas del Mediterráneo y Oriente Próximo, CSIC Bertha Gutiérrez Rodilla, Universidad de Salamanca Rafael Huertas García-Alejo, Instituto de Historia, CSIC Angélica Morales Sarabia, Universidad Nacional Autónoma de México Annette Mülberger Rogele, Rijksuniversiteit Groningen Teresa Ortiz Gómez, Universidad de Granada José Pardo Tomás, Institución Milá y Fontanals de Investigación en Humanidades, CSIC Enrique Perdiguero Gil, Universidad Miguel Hernández de Elche José Luis Peset Reig, Instituto de Historia, CSIC María M. Portuondo, The Johns Hopkins University Ana Romero de Pablos, Instituto de Filosofía, CSIC Laurence Totelin, Cardiff University Francisco Vázquez García, Universidad de Cádiz

Lo bello en la naturaleza

Alejandro Malaspina: estética, filosofía natural y blancura en el ocaso de la Ilustración (1795-1803) Juanma Sánchez Arteaga

CONSEJO SUPERIOR DE INVESTIGACIONES CIENTÍFICAS Madrid, 2022

Reservados todos los derechos por la legislación en materia de Propiedad Intelectual. Ni la totalidad ni parte de este libro, incluido el diseño de la cubierta, puede reproducirse, almacenarse o transmitirse en manera alguna por medio ya sea electrónico, químico, óptico, informático, de grabación o de fotocopia, sin permiso previo por escrito de la editorial. Las noticias, los asertos y las opiniones contenidos en esta obra son de la exclusiva responsabilidad del autor o autores. La editorial, por su parte, solo se hace responsable del interés científico de sus publicaciones.

Catálogo de publicaciones de la Administración General del Estado: https://cpage.mpr.gob.es editorial

CSIC: http://editorial.csic.es (correo: [email protected])

© CSIC © Juanma Sánchez Arteaga © De las ilustraciones, las fuentes mencionadas a pie de figura Imagen de cubierta: Malaspina de brigadier, con la Cruz de la Orden de Mata y una flor de Plumeria al pecho. Composición original a partir del retrato conservado en el Museo Naval de Madrid (© Juan Manuel Sánchez Arteaga) ISBN: 978-84-00-11002-4 e-ISBN: 978-84-00-11003-1 NIPO: 833-22-092-1 e-NIPO: 833-22-093-7 Depósito Legal: M-14573-2022 Edición a cargo de Cyan, Proyectos Editoriales, S.A. Impreso en España. Printed in Spain En esta edición se ha utilizado papel ecológico sometido a un proceso de blanqueado ECF, cuya fibra procede de bosques gestionados de forma sostenible.

Nota editorial En 1988 se publicó el primer volumen de la colección Estudios sobre la Ciencia, impulsada desde el Departamento de Publicaciones del CSIC, entonces dirigido por Jaume Josa Llorca. Se trataba de la versión castellana de una amplia selección de la obra del médico humanista Francisco Valles de Covarrubias (1524-1592), Controver­ siae medicae et philosophicae (Alcalá de Henares, Juan de Brocar, 1556). La traducción corrió a cargo de Francisco Calero y venía precedida de un estudio introductorio de José María López Piñero, en el que se analizaba esta destacada obra médica y filosófico-natural de Valles en el marco del galenismo médico renacentista. Desde entonces y hasta 2022 se han publicado setenta y siete títulos, lo que supone una media algo por encima de dos títulos por año. Desde sus inicios, Estudios sobre la Ciencia ha pretendido hacer de nexo de unión entre las ciencias humanas y sociales, y la actividad científica en sus diversas ramas, acogiendo trabajos originales de investigación que potencien el diálogo y la reflexión sobre este espacio interdisciplinar donde confluyen perspectivas propias de la antropología, la filosofía, la historia y la sociología de la ciencia, entre otras. La colección se ha centrado preferentemente en la historia de la ciencia, la medicina y la tecnología, sin por ello olvidar otros ámbitos afines y siempre atendiendo debidamente a cuantos manuscritos se someten para su publicación en ella. 7

Juanma Sánchez Arteaga

Estudios sobre la Ciencia es una de las colecciones más prestigiosas de su área en España. Recientemente, las monografías de Isabel Blázquez Ornat y Carolin Schmitz, que hacen los números 70 y 71 de la colección, han sido galardonadas con el Premio Nacional de Edición Universitaria (mejor monografía en Ciencias de la Salud) en el marco de sus convocatorias XXI (2018) y XXII (2019). Con la publicación de este volumen arranca una nueva etapa editorial. Esta obra se centra en ciertos escritos estéticos y filosóficos de Alejandro Malaspina (1754-1810), editados y estudiados con sumo cuidado por Juanma Sánchez Arteaga (Universidade Federal da Bahia, Brasil). Tras regresar de la gran expedición científica y política que dirigió alrededor del mundo, Malaspina encabezó una polémica literaria en la prensa madrileña sobre lo bello en la naturaleza, un tema sobre el que se extendió en uno de los tres escritos que realizó en la cárcel, el trágico final con el que se cerró su aventura transoceánica. Estos escritos constituyen una suerte de suplemento al viaje, como el que Diderot dedicó al de Bougainville, un corolario filosófico y estético en el que el navegante italiano se pregunta si existen patrones universales y condicionantes locales para medir y clasificar la belleza, si la blancura europea es superior, si la divinidad se manifiesta a través del libro de la naturaleza o si la degeneración colapsará la idea de progreso. Se trata, pues, de una figura destacada, un tema fascinante y un momento crítico de la ciencia ibérica, atractivos para los lectores de una colección que procura el encuentro entre naturaleza, conocimiento y sociedad. Para terminar, queremos agradecer, en nombre del Comité Editorial y del Consejo Asesor de Estudios sobre la Ciencia, la colaboración de quienes, desde sus inicios, han publicado sus originales en esta colección, que confiamos siga constituyendo dentro y fuera de España un referente editorial en los estudios históricos sobre la ciencia, la medicina y la tecnología. Barcelona-Madrid, mayo de 2022 8

Índice Agradecimientos

11

Abreviaturas

13

Introducción

15

I. Blanca belleza razonada. Alejandro Malaspina: ciencia, estética y blancura en el ocaso del Siglo de las Luces

39

Capítulo 1. El lugar de la estética en la filosofía de la Ilustración

41

Capítulo 2. Estética, antropología y blancura en el ocaso de la Ilustración

77

Capítulo 3. Suplemento al viaje de Malaspina: la Disputa sobre la belleza en el Diario de Madrid (1794-1795) 117 Capítulo 4. Suplemento al «naufragio» de Malaspina: la Meditación filosófica sobre lo bello (1797-1803)

171

Consideraciones finales

235

II. Alejandro Malaspina. Escritos sobre lo bello en la naturaleza (1795-1803) 249 Criterios de edición

251

Sumario de las cartas de la Disputa sobre la belleza publicadas en el Diario de Madrid 255 Disputa sobre la belleza 259 Meditación filosófica

447

Fuentes 563 Bibliografía 565 Índice topo-onomástico

601

Agradecimientos En primer lugar, quiero expresar mi agradecimiento al Dr. Andrés Galera Gómez, profesor de investigación y director del Departamento de Estudios Americanos del Consejo Superior de In­­ vestigaciones Científicas (CSIC), además de uno de los mayores especialistas mundiales en la Expedición Malaspina. Su confianza, apoyo y orientación fueron fundamentales. Quiero también dar las gracias a mis colegas de la Universidad Federal de Bahía (Brasil) por su generosidad y compañerismo, al permitirme interrumpir temporalmente mis clases para escribir este libro. Gracias también a la Coordenação de Aperfeiçoamento de Pessoal de Nível Superior-Brasil (CAPES) por apoyar mi trabajo con una beca de investigación entre octubre de 2019 y enero de 2020.1 Debo agradecer también a los colegas del Departamento de Estudios Americanos y del Dpto. de Historia de la Ciencia del Centro de Ciencias Humanas y Sociales (CSIC), por haberme ofrecido el privilegio de aprender y trabajar en este libro al lado de algunos de los principales especialistas en Malaspina y de los más destacados historiadores de la ciencia española. Un agradecimiento particular al Dr. Juan Pimentel, quien me orientó a explorar más a fondo la faceta contrailustrada del Malaspina maduro. Gracias a Cristina Casanova, 1.  Esta investigación contó con apoyo de la Coordenação de Aperfeiçoamento de Pessoal de Nível Superior/Brasil (CAPES)/código de financiamento 001. 11

Juanma Sánchez Arteaga

que transcribió por primera vez el manuscrito de la Meditación fi­ losófica de Malaspina, y a los doctores John Black y Oscar Clemotte-Silvero, de la Vancouver Island University (Canadá), cuya edición pionera de la Meditación filosófica de Malaspina facilitó mucho mi trabajo. Gracias al personal de la Biblioteca Central de Humanidades del CSIC, de la Biblioteca Nacional de Madrid, del Archivo del Museo Naval de Madrid, del Museo de América de Madrid y del Archivo General de la Marina «Álvaro de Bazán», en el Viso del Marqués (España), por facilitarme con gran amabilidad todos los libros, revistas, imágenes y documentos que he necesitado para escribir este libro. Quiero también expresar un agradecimiento especial, in memoriam, al maestro malaspiniano Dario Manfredi, fundador del Centro Alessandro Malaspina per la Storia e le Tradizione Marinare de Mulazzo (Italia), pues sin la orientación que me proporcionaron sus escritos nunca hubiera descubierto las cartas publicadas por Malaspina en el Diario de Ma­ drid. También agradezco profundamente a los revisores anónimos de este libro, quienes con sus acertadas críticas y sugerencias contribuyeron para mejorar la calidad del trabajo. Finalmente, quiero agradecer a mi familia y amigos, por ofrecerme el don precioso de sentirme en casa y en su compañía durante el periodo que pasé en Madrid trabajando en este libro. Gracias a los amigos de Mercůrio, a los Poetas del Rock y, en especial, a Xaime Serra por —como diría Boccherini, ilustre vecino del Lavapiés dieciochesco— la mu­ sica notturna delle strade di Madrid. Un agradecimiento muy especial a Luismi Sánchez y a Elvira Sánchez por su apoyo incondicional, cariño y generosidad. Muchísimas gracias a Renata Souza, por su amor, compañerismo, estímulo constante y por su belleza sin par. Sin la ayuda de estas personas, mi trabajo no hubiera sido posible. A todas ellas, gracias de corazón. Por último, gracias infinitas a Pilar Arteaga Yáñez y a Manuel Sánchez González, mis padres, a quienes dedico este libro. 12

Abreviaturas AMN: Archivo del Museo Naval de Madrid apud: «tomado de» Cf.: confer, «consúltese/conferir con» cit.: citado en Ibid.: Ibidem, «allí mismo» leg.: legajo Ms.: manuscrito p.: página pp.: páginas [p.d.C.]: número de página del manuscrito de la Meditación filosófica, según la transcripción original de Cristina Casanova (1990), reproducida en Black y Clemotte-Silvero (2007) ss.: siguientes

Disputa sobre la belleza [N.d.E.]: nota del editor [N.d.A.M.]: nota original de Alejandro Malaspina [N.d.D.M.]: nota aparecida originalmente en el Diario de Madrid

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Juanma Sánchez Arteaga

Meditación filosófica [N.d.E.]: nota del editor [N.d.A.M.]: nota original de Alejandro Malaspina

14

Introducción Esta obra propone una aproximación al pensamiento filosófico, antropológico y humanístico de madurez del director de la mayor expedición científica española de la Ilustración, Alejandro Malaspina.1 Malaspina, además de un marino excepcional,2 fue un hombre de cultura extraordinaria, labrada en incontables lecturas y viajes. A lo largo de su vida demostró brillantez como militar3 y como erudito humanista,4 pero destacó, sobre todo, como director del más lujoso5 experimento científico transdisciplinar del Siglo de las Luces.6 En este libro me propongo analizar una 1.  Cf. Andrew David et al. (eds.) (2018); M.ª Dolores Higueras Rodríguez (coord.) (1987). 2.  Alejandro Malaspina fue el decimotercer ser humano en circunnavegar el globo al mando de una nave. Lo hizo con anterioridad a su gran expedición político-científica al man­­do de las corbetas Descubierta y Atrevida, en su viaje a bordo de la fragata Astrea. Cf. Belloti (1995); Manfredi (1987). 3.  Cf. Manfredi (1984b). 4.  Durante su periodo en prisión, además de su Meditación filosófica —cuyo texto revisado se presenta en una nueva edición crítica en la segunda parte de este libro—, el italiano escribió dos obras notables sobre la historia económica española y sobre el Quijote de Cervantes. Estas obras no han recibido todavía la atención que, a mi juicio, merecen por parte de los historiadores de la economía y de la crítica literaria. Cf. Malaspina (1990 [1797]); Manfredi y Sáiz (eds.) (2005). 5.  Cf. Del Pino Díaz (1987). 6.  Para una primera aproximación a la gran expedición científica comandada por el italiano entre 1789 y 1994 remito a la magnífica síntesis de Galera Gómez, Andrés (2010). Quien desee adentrarse con mayor detalle en la biografía de nuestro personaje, encontrará excelentes guías en Dario Manfredi (1994) y Juan Pimentel (1998). Este último autor, en La física de la monarquía demostró que Malaspina concibió originalmente la gran expedición científica 15

Juanma Sánchez Arteaga

faceta mucho menos conocida del ilustrado navegante: la del Malaspina filósofo. Mi tesis principal es que, a la luz de sus escritos filosóficos sobre la belleza (un conjunto de textos producidos en España entre 1795 y 1803, reunidos por primera vez en la segunda parte de este libro), Alejandro Malaspina merecería figurar como un pensador relevante en la historia de la filosofía natural y de la teoría estética del periodo. Además, sus escritos estéticos aportan elementos de gran relevancia para entender la historia de la idea de blancura y de las relaciones étnico-raciales en el mundo atlántico hispanoamericano durante el ocaso de la Ilustración, un periodo en el que el concepto de raza pasó a situarse por primera vez en el centro del pensamiento antropológico occidental, abriendo paso al incipiente racismo científico del siglo xix. Los escritos de Malaspina sobre el significado de lo bello en la naturaleza fueron producidos tras el retorno de Malaspina a Europa, donde rápidamente fue arrestado y confinado durante más de seis años en un islote por intentar derrocar con un golpe palaciego al primer ministro de España (Manuel Godoy) y pretender otorgar una cierta autonomía a las colonias de la monarquía española, que a fines del siglo xviii dominaba el mayor imperio colonial del periodo. Las difíciles circunstancias políticas y personales en que el italiano se vio envuelto tras su retorno a España —además de imponerle una terrible condena, Godoy prohibió que se mencionara a Malaspina en toda publicación que derivara o emplease datos resultantes de su viaje— impidieron que, durante mucho tiempo, pudiera reconocerse el enorme valor de su legado intelectual y humano.7 Sin alrededor del mundo como un gran experimento, orientado a confirmar sobre el terreno el acierto de sus «axiomas políticos» sobre cómo debía gobernarse el sistema colonial de la monarquía española. Cf. Pimentel (1994: 173-174); Lucena Guiraldo y Pimentel (1991). 7.  A pesar de su importancia entre las grandes expediciones científicas ilustradas, el diario del viaje de Malaspina apenas ha sido traducido al ruso y al inglés hasta la fecha. La primera edición apareció publicada en Rusia por entregas, entre 1824 y 1827, en la revista del almirantazgo ruso. Cf. Manfredi (1999). A esta edición siguió, ya a fines del siglo xix, la primera edición completa del viaje en castellano, realizada por Novo y Colson 16

Introducción

embargo, en su momento, la importancia otorgada a la expedición alrededor del mundo dirigida por Malaspina fue enorme y, cuando el italiano y sus expedicionarios regresaron al continente europeo, tras más de cinco años de incansables estudios interdisciplinares, fueron recibidos con enorme interés por toda la Europa culta. Cuando las corbetas Descubierta y Atrevida atracaron en la bahía de Cádiz a fines de 1794, se había creado una enorme expectación popular y España «se vanagloriaba de tener en él a un nuevo Cook».8 El 7 de diciembre de aquel año fue recibido con todos los honores por la familia real española y entró en contacto con las máximas instancias de gobierno. En ese contexto —todavía— triunfal, Malaspina resumió los, a su juicio, méritos más destacables de su viaje en una nota escrita de su puño y letra que la Gaceta de Madrid publicó el 12 de diciembre de 1794 (y que después reprodujeron otros medios europeos):9 Las Corbetas Atrevida y Descubierta, construidas […] para este solo fin, partieron desde el puerto de Cádiz el 30 de Julio de 1789, sin otro objeto que el de coadyuvar con las otras Potencias marítimas a los progresos de las ciencias, y particularmente de la navegación; formaron cartas y derroteros de las costas de América e islas adyacentes, comprendidas entre el Río de la Plata y el Cabo de Hornos hasta la América Septentrional, reuniendo bajo un único punto de vista todas las tareas y navegaciones, tanto nacionales como extranjeras, que les precedieron. En la costa noroeste, por 59, 60 y 61 grados de latitud, buscaron sin fruto, y demostraron prácticamente la inexistencia del paso al mar Atlántico […]. En el 1792 las corbetas examinaron las Islas (1885). Finalizando el siglo xx, apareció la nueva edición completa del viaje en nueve tomos, coordinada por M.ª Dolores Higueras Rodríguez (coord.) (1987). En 2001 la Hakluyt Society emprendió la publicación completa del viaje en inglés, y en 2018 lanzó su segunda edición: David, Andrew et al. (eds.) (2018). 8.  Palau Baquero (1989: 22). 9.  Esta misma información se transmitió a La Gazete Nationale ou Le Moniteur Universel. Cf. Manfredi (1994: 99). 17

Juanma Sánchez Arteaga

Marianas, Filipinas y Macao en las costas de China. Navegaron sucesivamente unidas al pasar por la Isla de Mindanao y las de Morinta y costearon Nueva Guinea, reconocieron bajo la línea y hacia oriente 500 leguas de mares no trillados, atravesaron entre Nuevas Hébridas, visitaron Nueva Zelanda por Dusky-Bay, la Nueva Holanda por el cuerpo de Jackson y el archipiélago de los Amigos por las Islas Vavao, no vistas por ningún navegante extranjero que navegaron [sic] por estas regiones. El viaje enriqueció copiosa y extraordinariamente la Botánica, la Litología y la Hidrografía. Las experiencias sobre la gravedad de los cuerpos, repetidas en ambos hemisferios y a diversas latitudes, condujeron a importantes averiguaciones sobre la figura no simétrica de la Tierra, asimismo se efectuaron experimentos como fundamento de una nueva medida en Europa, universal, verificable y tan constante como las leyes de que depende. Estudiaron la vida civil y política de los pueblos visitados y la historia de las emigraciones, así como los progresos de su civilización desde el estado de ignorancia primitivo. También se reconocieron nuestros territorios, producciones y tesoros, que darán origen a combinaciones capaces de robustecer la monarquía y todo ello sin que se perdiera ninguna vida humana, pues todas las tribus y pueblos visitados bendecían la memoria de quienes les dieron nociones, instrumentos y semillas útiles.10

Sin embargo, las expectativas generadas tras el retorno de la gran expedición científico-política de Malaspina se vieron rápidamente frustradas para nuestro protagonista. A los problemas financieros para sufragar el alto coste de la obra, derivados del estallido de la guerra entre la monárquica España y la Francia revolucionaria, hubo que sumar la censura impuesta al plan original de publicación del viaje por el clérigo Manuel Gil, antiguo colaborador de

10.  Gaceta de Madrid, núm. 99, 12 de diciembre de 1794, pp. 1462-1465. Cursivas aña­­didas. 18

Introducción

la Santa Inquisición,11 designado por Godoy para dirigir el proyecto editorial (y, a la vez, para espiar a Malaspina, quien se había hecho acreedor de las sospechas del primer ministro al proponerle un plan de paz con la Francia revolucionaria).12 Durante el año de 1795, mientras Malaspina digería aquellas frus­ ­traciones iniciales y ante las dificultades encontradas para publicar los resultados de su gran expedición científica en la forma inicialmente ideada, el italiano decidió publicar en la prensa madrileña una serie de cartas filosóficas, firmadas con diferentes seudónimos, sobre el significado de la belleza en la naturaleza, al mismo tiempo que comenzaba a pergeñar, junto con su amiga —y conspiradora irredimible—13 la marquesa de Matallana, un plan secreto para derrocar a Godoy. La idea de las cartas enviadas al Diario de Madrid surgió a partir de la participación de Malaspina y algunos de los oficiales y pintores de la expedición en una de las tertulias eruditas que proliferaban en la corte de la capital española, organizada por el viejo mentor de Malaspina, el ministro de Marina Antonio Valdés. La Disputa sobre la belleza levantada en aquella tertulia —en la que inicialmente se discutió sobre si la idea de belleza dependía de la moda y las costumbres o si, por el contrario, sus atributos estaban fijados por la propia naturaleza— dio origen a treinta y tres cartas, publicadas en la prensa diaria de la capital española. Los 11.  Años después, tras ser detenido, acusado de complicidad en los planes sediciosos de Malaspina, Gil preparó una autodefensa en la que, para demostrar que era un hombre totalmente honrado y bueno, reconocía haber trabajado como censor para la Santa Inquisición. Cf. Jiménez de la Espada (1881: XXXIII, p. 428). 12.  Cf. Malaspina (1999 [1795]: 211-228). 13.  La incontenible proclividad a las intrigas político-cortesanas de la marquesa de Matallana, que se hizo íntima amiga de Malaspina tras la llegada de este a Madrid, ya había provocado, en 1793, la deshonrosa dimisión de su marido, que actuaba como embajador en Nápoles, a causa de las maquinaciones de Fernanda O’Connock contra la reina de Nápoles, que habían tensado las delicadas relaciones entre los reyes de España y los monarcas de las Dos Sicilias. Cf. Ozanam (2018). Después de aquello, e inmediatamente antes de comenzar su amistad con Malaspina, la marquesa de Matallana fue, en secreto, una de las principales promotoras del motín de San Blas, abortado por Godoy en febrero de 1795. Cf. capítulo 3. 19

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oficiales Ciriaco de Ceballos y Fabio Ala Ponzone y los pintores Juan Ravenet y Fernando Bambrila, además del propio Manuel Gil y de la marquesa de Matallana (las dos únicas personas que fueron detenidas junto con Malaspina, acusadas de colaborar en su frustrado golpe palaciego), también participaron activamente en este —hasta ahora desconocido— debate ilustrado en la prensa madrileña. Las cartas de Malaspina al Diario de Madrid pretendían constituir una especie de «suplemento filosófico»14 a su expedición. Con ellas, Alejandro se propuso ofrecer a la opinión pública, de forma didáctica, y evitando la censura del clérigo Gil, algunas de las ideas filosóficas y antropológicas que había madurado durante su viaje, vinculándolas a la experiencia de lo bello en el mundo natural. Sin embargo, esa tentativa se vio interrumpida con el arresto del brigadier italiano, acusado de conspiración contra el Estado. La Disputa sobre la belleza acabó abruptamente en noviembre de 1795, con la detención de Malaspina por orden de Godoy. No obstante, Malaspina decidió retomar la exposición de sus ideas sobre la belleza en el mundo natural durante los últimos años de su confinamiento en la fortaleza militar del islote de San Antón, en la fría costa atlántica del norte de Galicia. Allí escribió, entre 1797 y 1803, su Meditación filosófica, dando continuidad a las reflexiones que había comenzado a publicar en la prensa madrileña durante su breve estancia en la capital del Imperio español. En su Meditación filosófica, Malaspina realizó un verdadero despliegue de erudición —dialogando con autores como Kant, Hume, Locke, Condillac, Rousseau, Diderot, Saint-Pierre, Voltaire, Condorcet, Godwin, Buffon, Lavater, Shaftesbury, Winckelmann, Filangieri, Bonnet, Robinet y muchos otros, modernos y 14.  La influencia de Diderot, autor del Suplemento al viaje de Bougainville y de las Investigaciones filosóficas sobre el origen y naturaleza de lo bello es clara en los escritos estéticos de Malaspina. 20

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clásicos—15 para ofrecernos su particular mirada interdisciplinar sobre la belleza, que pretendía unificar las ciencias, las artes y las humanidades en un discurso filosófico coherente con la aspiración ilustrada al saber universal. Las reflexiones estéticas de Malaspina sobre la naturaleza se apoyaban en un amplio conocimiento de la tradición estética europea, pero también en una filosofía natural de carácter deísta que, además de recoger la herencia de la teología natural y la físico-teología del periodo, fue fuertemente influida por autores como David Williams, Bernardin de Saint-Pierre o el último Voltaire. Arriesgándose a una nueva condena por parte de la Santa Inquisición, Malaspina defendió en las páginas de su Meditación que el orden y la belleza impresos en el universo físico conducían a la adoración del Ser Supremo a través de la admiración de la naturaleza, un camino en el que la razón —y no el dogma— resultaba el guía principal para el verdadero filósofo. Fuertemente influido por la idea de la Scala naturae, la naturaleza aparece descrita por Malaspina en la Meditación filosófica como una serie graduada de variedad infinita, donde las distintas criaturas podían ordenarse siguiendo un orden jerárquico de perfección y belleza que alcanzaba su cima en la especie humana. Para Malaspina, la expresión más perfecta y elevada de la belleza solo podía encontrarse en el rostro humano, entre los pueblos de piel clara que habitaban los climas más templados de la tierra. Su máxima expresión en la historia se había producido en la Grecia clásica. Así, podía establecerse una jerarquía natural entre los distintos pueblos o naciones, no solo en términos de la mayor o menor racionalidad y virtud moral de sus costumbres, 15.  «El gusto por citar a los clásicos, o la inclinación por construir pequeños versos al modo latino, eran desde luego hábitos muy extendidos en la época. Malaspina lo aprendió en el Clementino, y en verdad que ya nunca abandonará esta costumbre. Lo hará con mayor o menor acierto —según para quién—, dejando constancia de su formación humanista así como de esa no menos humana —y legítima— vanidad que envuelve a las personas orgullosas de su formación intelectual». Pimentel (1994: 48). 21

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o del diferente grado de civilización que reflejaban sus medios de subsistencia, sino también en función de su mayor o menor belleza, entendida como sinónimo de su mayor o menor blancura.16 O, dicho de otra forma, de su mayor o menor proximidad anatómica al ideal estético representado por el cuerpo canónico griego. Además de establecer un inextricable vínculo entre la teoría esté­­tica y la antropología y de elevar la blancura europea a modelo ideal de la especie humana —etnocentrismo compartido con numerosos intelectuales europeos, en un periodo en que el concepto moderno de raza empezaba a emerger en el imaginario científico—, Malaspina articuló sus eurocéntricas ideas estéticas —a las que intentó aportar justificaciones naturalistas— con una filosofía de la historia cíclica y antiprogresista, en la que la Grecia clásica aparecía retratada como la verdadera Edad de Oro de la humanidad. Como contrapunto, el tiempo presente —de Robespierre a Napoleón, pasando por Godoy y por Toussaint-Louverture— fue retratado por Malaspina como un escenario sangriento de degeneración y corrupción generalizadas, anticipando muchos de los rasgos «contrailustrados» más característicos del Romanticismo degeneracionista del siglo xix. Los temas abordados por Alejandro Malaspina en la Disputa sobre la belleza y en la Meditación filosófica van mucho más allá de la estética. Al hilo de sus reflexiones sobre el significado de lo bello en el universo, y bajo la influencia de la estética kantiana, Malaspina intentó vincular la experiencia de lo bello a la existencia de un orden trascendental en la naturaleza, aproximando así sus reflexiones al campo de la filosofía natural. Para comprender la belleza, al igual que para entender otras manifestaciones físicas de la realidad, era necesario considerar un orden causal-natural trascendente, que no podía ser explicado correctamente a partir de modelos 16.  Para una introducción a la idea de blancura (o blanquitud) desde una perspectiva histórica, véase, por ejemplo, Bonnet (2014); Kolchin (2002). 22

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físico-mecanicistas.17 En última instancia, para el italiano —influido por las tesis providencialistas de la teo­­logía natural del periodo— toda la belleza y el orden del mundo natural remitían de forma inevitable a la inteligencia infinita del Autor del Universo: ¿Seremos pues tan ciegos que no descubramos una inteligencia y un sistema en la maravillosa composición del universo? ¿Seremos tan estúpidos que no nos mueva a la adoración el pensar en un ser tan sabio y tan infinitamente bueno?18

Dentro de este marco conceptual, y esforzándose para dar a sus escritos sobre la belleza «el semblante filosófico» que merecía asunto tan profundo, el italiano se apoyó en incontables referencias clásicas y contemporáneas, así como en su privilegiada experiencia personal para exponer los rasgos esenciales de su pensamiento en relación con la naturaleza y al lugar ocupado en ella por el ser humano. Pero el texto de Malaspina, verdaderamente complejo, también sobrepasa las fronteras disciplinares de la filosofía natural y entra en el terreno de la antropología, la filosofía de la historia y la crítica epistemológica a los límites de la razón y a la vanidad de las ciencias... Por las páginas de sus escritos sobre lo bello en la naturaleza desfilan asuntos tan variados como el deísmo, el transformismo —hi­­pótesis rechazada por Malaspina—, la existencia de rangos estéticos y morales en el mundo natural, la 17.  Sobre la naturalización de la estética en el siglo xviii, cf. Reiss (1994). Malaspina cita expresamente a Kant en su Meditación filosófica [p.d.C.] [12]. La Crítica del juicio de Kant, en la que el filósofo alemán vinculaba el análisis del juicio estético y la cuestión de la teleología en el mundo natural, había sido publicada pocos años antes de que Malaspina comenzara a redactar su Meditación, en 1790. Sin embargo, por su objeto y estilo, el texto de Malaspina es mucho más cercano al de otra obra anterior de Kant, Observaciones sobre el sentimiento de lo bello y lo sublime. Cf. Kant (2007 [1790]; 2004 [1764]). Sobre la teleología en la estética kantiana, cf. Ginsborg (2005); Zammito (2009). Sobre la crítica de Malaspina a la «ideología newtoniana» remito al apartado 6 del capítulo 4 de este libro. 18.  Meditación, [p.d.C.] [8]. 23

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«De aspecto grave y altivo, acentuada fisonomía, alta y despejada frente, boca de trazo firme y labios un tanto abultados, ojos no muy grandes, pero expresivos; y para completar los atractivos de todo género que le encumbraron primero y le perdieron después, su nariz, desarrollada y abundante, era de aquellas que privaban en la corte de María Luisa». Fernández Duro (1902: 53-54). Imagen: retrato póstumo de Alejandro Malaspina en su madurez. José María Galván y Candela, c. 1891 (©Museo Naval, Madrid).

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idealización de la blancura como canon estético en nuestra especie, la superioridad de los antiguos (sobre todo, los griegos) frente a los modernos, el rechazo de la idea de un progreso ilimitado de las ciencias y de las sociedades, la defensa de los ciclos históricos o la degeneración de la Europa contemporánea, por citar solo algunos de los temas tratados. La enorme diversidad de los asuntos abordados y el esfuerzo intelectual de Malaspina por exponer sus ideas filosóficas sobre lo bello de forma coherente, amena y didáctica convierten a estos escritos estéticos en el mejor exponente de su pensamiento filosófico de madurez. La primera parte de este libro ofrece un análisis crítico a los escritos malaspinianos sobre lo bello en la naturaleza, intentando situarlos en el contexto de la estética, la filosofía y la antropología del periodo. Los cuatro capítulos que la componen abordan, respectivamente, el papel de la estética en la filosofía ilustrada (capítulo 1); su importancia crucial en el desarrollo de la antropología y en la emergencia de la idea de raza en el último cuarto del siglo xviii (capítulo 2); el contexto y el contenido de la Disputa sobre la belleza, publicada en 1795 en el Diario de Madrid, en la que participó Malaspina al mismo tiempo que intentaba llevar a buen puerto la publicación de su viaje y preparaba en secreto el malogrado plan para derrocar al primer ministro Godoy (capítulo 3); por fin, el último capítulo propone un análisis de la obra más importante y personal que Malaspina escribió durante su encarcelamiento: su Meditación filosófica. La segunda parte del libro contiene una edición crítica de los escritos de Malaspina sobre lo bello en la naturaleza, y reúne por primera vez los textos publicados por Malaspina y sus compañeros de expedición en la Disputa sobre la belleza con la Meditación filosófica, donde el italiano se propuso desarrollar con mayor profundidad las ideas que había defendido previamente en las páginas del Diario de Madrid. Además de una nueva edición ampliamente comentada 25

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de la Meditación filosófica,19 se presenta aquí —compilado por primera vez desde su aparición por entregas en el Diario de Madrid— el conjunto de textos de la Disputa sobre la belleza que, junto con otros escritos de Ciriaco de Ceballos, Fabio Ala Ponzone, Bambrila, Ravenet, Manuel Gil y Pedro Estala, contiene cuatro largas cartas de Alejandro Malaspina, ninguna de las cuales se conocía hasta ahora.20 En conjunto, los escritos de Malaspina aquí reunidos arrojan nueva luz sobre ese periodo decisivo en la ciencia ilustrada es­­ pañola y en la vida del navegante italiano, aportando nuevos detalles sobre su biografía y acerca del proceso político que le condujo a prisión. Las reflexiones sobre lo bello en la naturaleza de Malaspina nos presentan una de las facetas más desconocidas e interesantes de este gran personaje de la Ilustración, protagonista y testigo excepcional de su tiempo: la del filósofo que —como había hecho Kant pocos años antes—21 medita sobre los vínculos entre la experiencia estética y el sentido trascendental del mundo natural. Pero, a su vez, estos textos nos presentan también al «náufrago político» que, confinado en la celda de una prisión-fortaleza en un islote del Atlántico, desengañado ya de casi todo, se esfuerza en poner por escrito —quizás como única tabla de salvación en los momentos más desesperados— sus ideas más personales sobre el sentido último de la belleza en el mundo natural y en el ser humano. En este sentido, Malaspina confesó haber escrito algunas de las reflexiones de su Meditación sin ya importarle nada más que el juicio de unos pocos amigos verdaderos, para quienes se esforzaba en exponer sus ideas. En ocasiones, su pensamiento parece 19.  Hasta la fecha solo existía una edición bilingüe, publicada en Canadá. Cf. Black y Clemotte-Silvero (eds.) (2007). 20.  Si mi análisis es correcto, debe descartarse la autoría malaspiniana del texto que Fernández y Manfredi (1998) atribuyeron erróneamente a Malaspina dentro de la Disputa sobre la belleza. Dicho texto fue escrito por Ciriaco de Ceballos. Para más detalles, véanse, más adelante, las notas al texto en la Disputa sobre la belleza, Cartas n.o 23.1 (10 de septiembre de 1795) y 23.2 (11 de septiembre de 1795). 21. La Crítica del juicio fue publicada por primera vez en 1790. Cf. Kant (2007). 26

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haberle conducido a lúgubres cavilaciones sobre su incierto futuro personal, tiñendo algunas de sus páginas de elementos prerrománticos.22 Sin embargo, de forma general, el tono de estos escritos sobre lo bello es leve e inclusive, en ciertos pasajes —como en la Disputa sobre la belleza—, resulta francamente cómico. Malas­­ pina se sentía mucho más atraído estéticamente por lo bello que por lo sublime (categorías dicotómicas de la estética ilustrada) y por ello, incluso a pesar de las duras condiciones de su condena en el islote de San Antón y del evidente pesimismo que se desprende de algunas de sus páginas, Malaspina decidió enmarcar las reflexiones de su Meditación en un escenario ficticio que recuerda a los jardines de Aranjuez y reproduce todas las características agradables del locus amoenus como tópico literario. Antes de poner fin a esta introducción, se hace necesaria una breve digresión sobre algunas de las obras de otros autores que se ocuparon de Malaspina antes que yo, y que constituyeron de forma más directa la base sobre la cual pude desarrollar mi propia investigación. La bibliografía sobre Alejandro Malaspina es vastísima23 y resultaría imposible extenderme aquí para reconocer la deuda contraída con cada uno de los trabajos sobre los que me he apoyado. Pero sería demasiado ingrato (e injusto) no dedicar en estas páginas un reconocimiento especial a algunos de los maestros y maestras cuyas obras tuvieron una influencia más decisiva en el presente libro. En este sentido, me gustaría comenzar por expresar mi admirado reconocimiento a la profesora María Dolores Higueras Rodríguez, por su monumental trabajo de catalogación y

22.  Por ejemplo, cuando escribió en su cuaderno: «Decía Sócrates poco antes de morir “Siendo útil con mi muerte a la patria, ¿qué me importa morir entre sus ejércitos o en sus prisiones? Ella es quien señala el puesto a cada ciudadano, el de Leónidas fue las Termópilas, el mío es esta cárcel”». Cf. Meditación filosófica, Nota Z, [p.d.C.] [124]. 23.  Tres décadas atrás, ya superaba con creces el millar de referencias, sin contar con los casi cuatro mil documentos sobre la Expedición Malaspina conservados en el Archivo del Museo Naval de Madrid. Cf. Sáiz (1992); Higueras (1985-1994). 27

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edición del viaje de Alejandro Malaspina,24 sin el que no hubiera sido posible escribir muchas de las páginas que siguen. También debo expresar un reconocimiento especial al Dr. Andrés Galera Gómez, cuyos excelentes estudios sobre la dimensión naturalista de la expedición comandada por Malaspina25 me sirvieron como brújula para orientar mis primeros pasos titubeantes en el gigantesco laberinto historiográfico que rodea al navegante ilustrado. Cuando comencé a investigar sobre Malaspina —corría el año 2010—,26 los libros y artículos de Galera me ofrecieron un conocimiento sólido y bien documentado sobre el que apoyarme para entender mejor la faceta científica del viaje, situándolo en el contexto de las expediciones ilustradas y de algunos de los principales debates del naturalismo dieciochesco. Recuerdo que mientras leía uno de sus mejores estudios dedicados a Malaspina, En busca del paso del Pacífico27 —centrado en la fallida busca, durante su expedición, de un canal que comunicara la costa noroeste del Pacífico con el Atlántico—, llegué a temer que, al igual que le sucedió a Malaspina, también yo fracasase en mi busca de espacios inex­ plorados dentro del vasto océano bibliográfico dedicado al navegante italiano. Sin embargo, esos temores iniciales se disiparon pronto, pues enseguida me deparé con nuevos trabajos que orientaron de forma decisiva el rumbo de mi investigación. La física de la monarquía,28 de Juan Pimentel Igea, fue una de aquellas obras cruciales. Recuerdo el profundo impacto que me causó cuando —haciendo incontables anotaciones en los márgenes del libro— leí el texto por primera vez prácticamente de un tirón, a lo largo de un vuelo de más de nueve horas entre Madrid y 24.  Higueras (1985-1994); Higueras (coord.) (1987-1996). 25.  Véase, por ejemplo, Galera (1988a, 1988b, 1990, 2010, 2016); Galera y Peralta (eds.) (2016). 26.  Cuando me incorporé como investigador al proyecto Consolider Malaspina 2010, como miembro del equipo de historiadores de la ciencia que entonces coordinaba Galera. 27.  Galera (1990). 28.  Pimentel (1998). 28

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Salvador de Bahía. En esta fascinante biografía intelectual del navegante ilustrado, Pimentel analizó —entre otros muchos aspectos— la trayectoria que, a lo largo de los años y hasta el fin de su viaje, llevó a Malaspina a mudar la orientación de su filosofía política y sus ideas coloniales, científicas y filosóficas desde la Ilustración a la Contrailustración. Las coordenadas intelectuales de Malaspina se trasladaron desde un modelo de pensamiento racional y mecanicista, de estirpe newtoniana —modelo que inspiró sus primeros escritos de juventud29 y le hizo concebir sus Axiomas políticos sobre el gobierno de América a imagen de los Principia de Newton—,30 hasta desembocar, en las etapas finales de su viaje alrededor del mundo, en una visión mucho más historicista y pesimista de la realidad colonial europea, en la que reverberaban las ideas cíclicas y degeneracionistas de Giambattista Vico.31 Un giro «a contracorriente» —siguiendo la fórmula de Isaiah Berlin—32 que, en síntesis, como demuestra Pimentel, desplazó el pensamiento de Malaspina «desde una nueva ciencia (la física newtoniana) a otra (la historia viquiana)»33 como marco filosófico general de interpretación de la realidad. Más allá de «persuadir, entretener y conmover»,34 la lectura de La física de la monar­ quía atrajo poderosamente mi interés como investigador al revelarme aquella faceta contrailustrada de Malaspina, hasta entonces desconocida para mí. En aquella fase inicial de mi investigación, en la que aún buscaba desesperadamente algún espacio no trillado en la biografía intelectual del italiano, el magnífico estudio de Pimentel —centrado en el periodo de su gran viaje

29.  Cf. Malaspina (1771). 30.  Cf. Lucena Guiraldo y Pimentel (1991). 31.  Cf. Pimentel (1994, 1998). Para una discusión más amplia, véase la sección 7 del capítulo 4. 32.  Cf. Berlin (2006). 33.  Pardo Tomás (2000). 34.  Objetivos declarados de su autor que, en mi caso, satisfizo con creces. Cf. Pimentel (1998: 34-36). 29

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político-científico (1789-1794)—35 me llevó a plantearme rastrear los ecos de aquel Malaspina contrailustrado tras su retorno a la capital de España. Hoy, una década después de aquel vuelo a Brasil con La física de la monarquía en mi equipaje de mano, pienso que los escritos de Malaspina sobre lo bello en la naturaleza constituyen el mejor exponente del «giro a contracorriente» en el pensamiento del italiano con posteridad al retorno de su gran expedición alrededor de los confines del Imperio español. Tanto la ruptura de Malaspina con el ingenuo «newtonismo social»36 que había profesado en su juventud como el progresivo desarrollo de una perspectiva historicista y viquiana sobre la realidad humana, opuesta a cualquier reduccionismo físico-mecanicista para explicar el funcionamiento de las sociedades, se manifiestan de forma especialmente clara en sus escritos estéticos. A la vez, su pensamiento se había vuelto también más conservador y pesimista. En ciertos aspectos, como afirma Pimentel, la mirada de Malaspina se había vuelto «más antigua que lo habitual, más deudora de viejas tradiciones que innovadora».37 Los escritos sobre la belleza que produjo desde su celda en el islote de San Antón nos revelan a un Malaspina que, horrorizado por el sangriento transcurso de la Revolución francesa y sus profundas secuelas en Europa y América, clamaba contra los apóstoles filosóficos del progreso ilimitado de la sociedad. Influido de forma clara por la concepción de los ciclos históricos de su compatriota Giambattista Vico, Malaspina dirigió los mayores y más directos ataques de su Meditación filosófica contra los filósofos Godwin y Condorcet, defensores de la idea de un progreso continuo e ilimitado de la sociedad 35.  La etapa posterior a la expedición está contemplada de forma breve en el epílogo del libro de Pimentel, pero no se dedica a ella el grueso de la investigación. 36.  Pardo Tomás (2000) alude a los «newtonianos sociales» para referirse a aquellos pensadores ilustrados que, como el joven Malaspina, parecían haber tomado el modelo mecanicista de la física newtoniana como paradigma para explicar fenómenos sociales. 37.  Cf. Pimentel (1998: 21). 30

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a lo largo de la historia. Frente a ellos, Malaspina situaba su propia época en un marco de evidente degeneración histórica, y describió la Europa que observaba a su alrededor como un escenario de profunda corrupción moral, política y estética. Decidido a seguir los rastros del Malaspina contrailustrado durante su estancia en la capital de España, y tras su arresto y posterior encarcelamiento en el islote coruñés de San Antón, comencé por estudiar en profundidad todo lo que había sido escrito sobre la vida y obra del navegante después de su retorno del viaje alrededor del mundo. Leí con avidez los clásicos trabajos de Soler, Beerman o Jiménez de la Espada38 sobre el proceso del italiano en Madrid y me adentré en el estudio de las obras sobre el Quijote y la historia de las monedas españolas, que Malaspina había escrito durante su confinamiento en el islote gallego. Pude aproximarme a estos últimos trabajos gracias a los magníficos estudios a ellos dedi­­cados por Blanca Sáiz y Dario Manfredi,39 así como por la profesora canadiense Catherine Poupeney Hart.40 Y, por supuesto, también me sumergí en el estudio de los apasionantes (y apa­­sionados) trabajos biográficos de Manfredi sobre el periodo posterior al viaje.41 Fue Dario Manfredi, director del Centro di Studi Alessandro Malaspina de Mulazzo (Italia), quien por primera vez condujo mi atención a través de sus textos hacia los escritos estéticos de Malaspina. No puedo dejar de incluir aquí unas breves palabras de agradecimiento, admiración y homenaje a la memoria del gran biógrafo italiano de Malaspina, fallecido en el transcurso de mi investigación, y a quien este libro debe tanto. Poco antes de leer la Meditación filosófica, me había deparado con uno de sus incontables artículos 38.  Cf. Soler (1990, 1995); Beerman (1992, 1995); Jiménez de la Espada (1881). 39.  Cf. Malaspina (1990); Manfredi e Sáiz (2005); Manfredi (ed.) (2005). 40.  Cf. Poupeney Hart (1995). 41.  Manfredi (1983, 1986, 1987a, 1987b, 1994, 1999a, 199b, 2005); Manfredi e Sáiz (1995); Fernández y Manfredi (1998). 31

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biográficos —escrito esta vez en coautoría con Belén Fernández— cuyo título atrajo mi atención como un po­­deroso imán. El artículo remitía a «un ignorato scritto estético» de Malaspina. Se trataba de una carta que, según afirmaban Fernández y Manfredi, había sido publicada por Malaspina bajo seudónimo en el Diario de Madrid, poco antes de su detención en 1795. Como no existía ninguna otra referencia a ese misterioso texto en el seno de una oscura disputa literaria en la prensa madrileña, me dispuse a indagar a fondo en el asunto, intuyendo que aquella busca podría dar buenos frutos. Aunque a la postre acabé descubriendo que la atribución a Malaspina del ignorado escrito estético al que aludía el artículo estaba equivocada,42 aquel trabajo —apenas citado— de Fernández y Manfredi acabó convirtiéndose en la fuente más determinante para el desarrollo posterior de este libro. No solo me condujo al estudio de la Meditación filosófica, un texto del que poco se hablaba entre los malaspinistas y que hasta entonces no había despertado mi interés, pero en el que, según aseguraban Manfredi y Fernández, podría encontrar «las mayores y más preciosas informaciones sobre la cultura de Malaspina y sobre sus posiciones filosóficas, éticas y estéticas».43 Más aún, aquel artículo de Fernández y Manfredi me puso también tras la pista de la Disputa sobre la belleza, la otra gran pieza del puzle de la presente investigación. Fernández y Manfredi habían atribuido a Malaspina y Manuel Gil sendos textos publicados bajo seudónimo en el Diario de Ma­ drid, en el seno de una olvidada disputa literaria sobre la belleza, que incluía muchos otros escritos de diferentes autores. Más tarde, mi investigación me llevaría a concluir que la carta atribuida 42.  En realidad —si mi análisis es correcto— se trata de una réplica de Ciriaco de Ceballos a otros textos de Malaspina que habían aparecido previamente en el Diario de Madrid. Para mayores detalles, véanse, más adelante, las notas al texto en la Disputa sobre la belleza, Cartas n.o 23.1 (10 de septiembre de 1795) y 23.2 (11 de septiembre de 1795). 43.  Fernández y Manfredi (1998: 6). 32

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a Malaspina por Fernández y Manfredi en aquella polémica no era, en realidad, obra del marino italiano, pero en aquel momento di por cierta aquella atribución.44 Para mi sorpresa, cuando me dispuse a estudiar el resto de las cartas de la disputa, publicadas a lo largo de 1795, enseguida encontré numerosas —y, a veces, muy específicas— referencias al recientísimo viaje de Malaspina en los textos de otros participantes. Varios de los contendientes mencionaban algunos de los pueblos contactados durante la expedición, hablaban de diferentes regiones visitadas, como Vavao o Mulgrave, e inclusive empleaban algunos términos empleados por los nativos de aquellas regiones, o referían los nombres propios de los caciques locales con los que habían negociado los expedicionarios. Entendí que, con toda probabilidad, en aquella disputa literaria habían participado otros miembros de la expedición, además del propio Malaspina. Pero en aquel momento no podía saber quién o quiénes habían tomado parte en la polémica. Todas las cartas de la Disputa sobre la belleza, sin excepción, habían sido firmadas con seudónimos, lo que complicaba sobremanera su identificación. Aun así, sospechando que el propio Malaspina pudiera haber publicado otros textos en el Diario de Madrid aparte del que (erróneamente) le atribuían Manfredi y Fernández, me dispuse a cotejar exhaustivamente cada una de aquellas cartas con el texto de la Meditación filosófica. Al hacerlo, encontré un número sorprendente de coincidencias muy específicas entre esta obra de Malaspina y varias cartas de la Disputa. Al concluir mi análisis, conseguí identificar con total confianza cuatro textos de Malaspina sobre los que no se tenía noticia: utilizando diferentes seudónimos en cada una de las cartas, el italiano los había publicado a lo largo 44.  Viniendo de Manfredi —principal biógrafo de Malaspina—, la atribución me pareció incuestionable en un principio. Sin embargo, el cotejo del texto con el resto de las cartas de la Disputa sobre la belleza permite atribuir su autoría con confianza a Ciriaco de Ceballos. Para más detalles, remito a las notas al texto en la Disputa sobre la belleza, Cartas n.o 23.1 (10 de septiembre de 1795) y 23.2 (11 de septiembre de 1795). 33

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de 1795 en el Diario de Madrid, durante su estancia en la capital de España. Con bastante posterioridad, mientras le daba vueltas por enésima vez a los textos y a los seudónimos empleados en el resto de las cartas, en busca de nuevas claves que me permitiesen identificar los demás participantes en la Disputa, me percaté de que el nombre de dos de los principales oponentes de Malaspina en la polémica —D. Isidro Calle Boceca y D. Cesáreo Cid Cabillo— eran, en realidad, anagramas perfectos de Ciriaco de Ceballos, uno de los oficiales más brillantes que participaron junto con Malaspina en el viaje alrededor del mundo. ¡Eureka! A partir de entonces, de forma paulatina, se fueron revelando el resto de las claves que me permitieron descifrar la verdadera autoría escondida tras cada uno de los seudónimos utilizados por los contendientes.

«… acordémonos después del centro de gravedad de la Tierra, que varía sensiblemente a cada cantidad de plata que se transfiere a Europa del Cerro de Potosí o las minas de Nueva España…». Malaspina, Meditación filosófica. Imagen: Experiencias de la gravedad. Juan Ravenet (reproducido con permiso del Museo Naval de Madrid).

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Entre los participantes en aquella polémica literaria no solo se encontraban Gil y Ceballos, sino también muchas de las personas que acompañaron más de cerca a Malaspina en Madrid durante los meses previos a su detención.45 Como ya he mencionado, no me hubiera sido posible «desenmascarar» a Malaspina, oculto tras diferentes seudónimos en cada una de las cartas que publicó en el Diario de Madrid, sin estudiar en profundidad la Meditación filosófica sobre lo bello. Accedí por primera vez al texto, siguiendo las indicaciones de Manfredi y Fernández, gracias a la pionera edición bilingüe preparada por los profesores John Black y Oscar Clemotte-Silvero, del Malaspina Research Centre de la Universidad de Vancouver (Canadá).46 Recuerdo que, mientras leía por primera vez la Meditación filosófi­ ca, me preguntaba cómo era posible —a pesar de la clara advertencia sobre la importancia de aquel texto dada por Manfredi y Fernández en su artículo de 1998— que este librito de Malaspina no hubiera despertado desde entonces un mayor interés entre los estudiosos de la obra del italiano. Las ideas expuestas por Malaspina en aquella obra resultaban de una relevancia fundamental para entender su pensamiento en la etapa posterior a su gran expedición científica. No solo en cuanto aquel texto era la muestra más clara del «giro contrailustrado» que tan bien había analizado Juan Pimentel. Aquel librito, bellamente editado por Black y Clemotte-Silvero, revelaba también a un desconocido filósofo que, en la recta final del Siglo de las Luces —tal y como había hecho Kant algunos años antes—,47 trató de vincular la expe­­ riencia estética con la dimensión teleológica y trascendental del 45.  Véase, en este volumen, el sumario de las cartas de la Disputa sobre la belleza. 46.  Respectivamente, director e investigador del Alexandro Malaspinas’s Research Center, Vancouver Island University: https://web.viu.ca/black/amrc/index.htm?home.htm&2 [Consulta: 9 de febrero de 2021]. Cf. Black y Clemotte-Silvero (eds.) (2007). En su edición, estos autores se basaron en la transcripción original del manuscrito realizada por Cristina Casanova. Cf. Casanova (1990). 47.  Cf. Kant (2007 [1790]). La influencia kantiana ya había sido señalada por Black (2011). 35

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mundo orgánico, denunciando las limitaciones del mecanicismo newtoniano para explicar el funcionamiento de la naturaleza. Además, traspasando por completo las fronteras disciplinares de la estética, Malaspina ofrecía en aquel libro una confesión personal de sus principales ideas en relación con algunos de los grandes debates intelectuales que atravesaron la última década del siglo xviii, dibujando una imagen trascendental de la naturaleza que —aunque desde una perspectiva y con un estilo completamente diferentes a las de la tradición filosófica alemana—48 se aproximaba en ciertos aspectos a la de los Naturphilosophen. Por si fuera poco, aquel texto también revelaba, mucho mejor que ningún otro escrito del italiano, los ejes fundamentales del pensamiento antropológico y religioso del Malaspina maduro. A pesar de todo lo anterior, la Meditación filosófica no había sido objeto de un estudio en detalle más allá de los breves trabajos introductorios que le había dedicado el profesor John Black.49 Este hecho y las sorprendentes revelaciones que se iban desprendiendo de mi investigación a medida que cotejaba el texto de la Meditación filo­ sófica con la Disputa sobre la belleza me convencieron de la importancia de preparar una edición crítica que uniese en un mismo volumen todos los escritos del italiano sobre lo bello en la naturaleza. Y fue así como, en resumen, surgió la idea de este libro. Para concluir con esta ya larga introducción, en las páginas que siguen podremos descubrir a un Malaspina en buena parte inédito: veremos desfilar al militar que bromea con sus oficiales sobre el tamaño respectivo de sus corbatines; al marino que confiesa 48.  El historiador de la ciencia Thimothy Lenoir (1981) identificó en la tradición alemana «un programa de investigación al que denomina teleomecanicismo o materialismo vitalista. Este programa tuvo su origen en las formulaciones kantianas acerca del estudio de los organismos y [...] se identificaba por su capacidad para limitar el alcance de la explicación mecanicista, dando lugar a la especificidad de los fenómenos vivos, pero sin verse obligado por ello a exceder los límites de la razón pura». Galfione (2014: 39-40). Sobre la estética alemana del Siglo de las Luces, véase Guyer (2012). 49.  Cf. Black (2011, 2016). 36

Introducción

veladamente sus preferencias homoeróticas y su fascinación por el torero español Pedro Romero; al culto petimetre que escribe poemas en versos sáficos y discurre sobre las reformas contemporáneas en el teatro, sobre la pintura de Mengs o la música de Haydn, a la vez que analiza las teorías de Newton, Buffon y Saint-Pierre sobre la forma del planeta Tierra; podremos toparnos también con el erudito polímata que defiende la preeminencia de los antiguos sobre los modernos en ciencias y en letras, ataca la idea de la perfectibilidad y el progreso constante de las sociedades, denuncia las limitaciones de la razón y de las ciencias y postula, en términos naturalistas, la superioridad estética de los europeos sobre el resto de pueblos; descubriremos al humanista en la frontera entre la Ilustración y el Romanticismo que, a la vez que denuncia la degeneración de Europa y pergeña el plan de un golpe palaciego, interpreta el fin del Antiguo Régimen como el advenir de una nueva era para la humanidad; por último, encontraremos al filósofo deísta que —aún a riesgo de resultar, una vez más, herético ante la temible Inquisición española—50 sitúa el estudio del mundo natural por encima del dogma y reflexiona sobre el sentido trascendental de la naturaleza y su admirable belleza.

50.  Malaspina ya tenía abierto un expediente por sospechas de «herejía vehementísima» por parte del Santo Oficio. Véase capítulo 4, [N.d.E.] 23. Cf. Emilio Soler Pascual (1990: 101-106). Véase también Manfredi (1987d). 37

I. Blanca belleza razonada ALEJANDRO MALASPINA: CIENCIA, ESTÉTICA Y BLANCURA EN EL OCASO DEL SIGLO DE LAS LUCES

Capítulo 1 El lugar de la estética en la filosofía de la Ilustración El arte griego alcanzó tan repentinamente tal grado de excelencia que, en ningún otro país, y en ninguna otra edad, ha sido superado.1

Con esta afirmación, Malaspina sintetizaba en su Meditación filosó­ fica el paradigma estético neoclásico que, en resumidas cuentas, propuso «una prolongación respetuosa de la Antigüedad»2 para abordar filosóficamente la comprensión de la belleza. Durante su periodo de esplendor, el arte clásico griego había generado un estilo naturalista inspirado en la imitación (mímesis) de una naturaleza idealizada, cuya belleza se manifestaba en la armonía y adecuación de sus proporciones. La belleza esencial de la naturaleza que pretendían reflejar las obras de arte griegas podía expresarse normativamente atendiendo a determinados criterios canónicos —tales como magnitud, orden, simetría, conveniencia y otros— que habían sido fijados por la tradición. El padrón estético plasmado en las artes por los grandes escultores de la Grecia clásica y teorizado por autores como Platón, Aristóteles, Plo­­ tino y muchos otros filósofos de la Antigüedad llegó a domi­­ nar el imaginario occidental sobre la belleza con inmensa fuerza 1.  Meditación filosófica, [p.d.C.] [114]. 2.  Carnero, Guillermo (1983: 17). 41

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durante siglos. Tras pasar por sucesivas reelaboraciones en Ro­­ ma, durante el medievo y, sobre todo, durante el Renacimiento europeo, el canon estético griego fue reasumido, durante el siglo xviii, como la base indiscutible sobre la que se edificó toda la teoría estética neoclásica.3 Fue precisamente durante el Siglo de las Luces cuando se produjeron los primeros intentos sistemáticos de crear una teoría crítica de la estética incluida en la filosofía. En 1751, el filósofo alemán Alexander Gottlieb Baumgarten definió por primera vez la estética —término formado a partir de la palabra griega aísthêsis (sensación)— como una ciencia, cuyo objeto era «la comprensión sensible o sensual».4 Se abría así una vía para la naturaliza­ ción de la estética, dado que el objeto de esta nueva ciencia podía ubicarse en el ámbito de lo experimentable en el mundo natural.5 La estética se ocupaba de los procesos mentales «inferiores», no gobernados por la razón, sino por el sentimiento. Según el racionalista Baumgarten, el tipo de conocimiento que dimanaba de la experiencia estética ocupaba un rango gnoseológico inferior al de la lógica. No obstante, podía supeditarse al análisis racional y a la crítica. De esta forma, los filósofos de la Ilustración llevaron por primera vez la crítica al terreno de la sen­ ­sibilidad estética. Durante el resto del siglo xviii, la emoción, la sensibilidad y, en último término, lo irracional de la experiencia de lo bello pasaron a ser objeto recurrente de la reflexión filosófica ilustrada. Como resultado, junto con todo el entramado de preceptos racionalmente justificados que forman las coordenadas científicas y filosóficas del Siglo de las Luces, el periodo final del siglo xviii ofreció también una «cara oscura»6 3.  Cf. Calvo Serraller (1973: 11). 4.  Alexander Gottlieb Baumgarten (1714-1762) fue un filósofo alemán, seguidor de Christian Wolf y de Leibniz. Cf. Baumgarten (1986 [1750]). 5.  Sobre la naturalización de la estética durante la Ilustración. Cf. Reiss (1994). 6.  Cf. Carnero (1983). 42

Capítulo 1. El lugar de la estética en la filosofía de la Ilustración

en su reflexión estética. Tomando el canon griego como modelo, la estética neoclásica reivindicó «la elevación de la emoción y la sensibilidad a principios supremos de carácter ético y estético».7 De esta estética emergieron, en el ocaso del Siglo de las Luces, muchos de los elementos constitutivos del Romanticismo decimonónico. A su vez, la antropología del periodo final de la Ilustración tuvo una de sus raíces más profundas (y menos exploradas) en la estética neoclásica. Antes de que el racismo científico del siglo xix encontrase sus pilares académicos en el concepto de raza y en la medición del cráneo, el etnocentrismo de la antropología ilustrada fue nutrido por el imaginario estético neoclásico que, asociando indisolublemente los valores estéticos y éticos, había instituido el cuerpo canónico griego como modelo supremo de perfección humana. Todos estos rasgos prerrománticos o contrailustrados8 resultan patentes en los escritos de Malaspina sobre la belleza. En su aproximación a la belleza, la estética del siglo xviii se guio a través de dos grandes vías alternativas de reflexión, herederas, res­ ­pectivamente, de la tradición empirista inglesa y del racionalismo cartesiano francés. A final de siglo, ambas tradiciones acabarían convergiendo en la síntesis trascendental propuesta por Kant en su Crítica del juicio.9 La vía estética racionalista abierta por Baumgarten abrió paso a una ciencia axiológica y normativa que tuvo gran influencia en la aparición de academias de bellas artes ilustradas, como la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando,10 creada en Madrid en 1752. Por su parte, la tradición empirista puso el foco del análisis en las sensaciones que originaban el juico estético, dando origen a una estética subjetivista que sentaría las bases de la psicología del arte y que, posteriormente, abrió 7.  Carnero (1983: 25). 8.  Cf. Pimentel (1998: 381 y ss.). 9.  Cf. Kant, Immanuel (2007 [1790]). 10.  Cf. Bédat y Lafuente Ferrari (1989). 43

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el campo de la estética a un cierto relativismo. Ya a mediados del siglo xvii, el filósofo inglés John Locke11 había abierto el camino de esta tradición de pensamiento con sus Investigaciones sobre el en­ tendimiento humano.12 Locke defendía que las sensaciones que originaban nuestras emociones e ideas —incluyendo aquellas de las que dimanaban los juicios estéticos— constituían un objeto de conocimiento perfectamente válido para la filosofía si se supeditaba la experiencia empírica al análisis lógico. La influencia del filósofo inglés se dejó sentir durante todo el Siglo de las Luces y, como veremos, sus ideas —así como las del principal difusor de su pensamiento en Francia, Étienne Bonnot de Condillac—13 fueron evocadas numerosas veces por Malaspina14 y sus oponentes en la Disputa filosófica sobre la belleza, publicada en las páginas del Diario de Madrid a lo largo de 1795.15 La perspectiva empírica y sensualista de la estética ilustrada que, siguiendo el camino abierto por Locke en el siglo anterior, se concentró en el estudio de los aspectos subjetivos de la experiencia de lo bello abrió paso en el siglo xviii a perspectivas más o menos relativistas sobre la belleza. Esta corriente de pensamiento, de un tenor más psicologista, alcanzó uno de sus hitos en la obra La norma del gusto,16 escrita en 1757 por el filósofo escocés David Hume, otro de los autores más citados en los escritos estéticos de Malaspina. El relativismo estético de la Ilustración fue sin duda limitado y, de forma general, no puso en riesgo la hegemonía del canon clásico 11.  John Locke (1632-1704), filósofo empirista y político liberal inglés. 12.  Locke (1994 [1640]). 13.  Étienne Bonnot de Condillac (1714-1780), filósofo y economista ilustrado francés, difusor en Francia de las ideas del empirista inglés John Locke. 14.  Cf. Carta n.º 12.2, [N.d.E.] 155 y Carta n.º 27.1, [N.d.E.] 378; Meditación filosófica [p.d.C.] [2] y [p.d.C.] [14]. 15.  Dentro de la Disputa sobre la belleza podemos encontrar diversas referencias a Locke o Condillac, tanto en las cartas de Gil —Cf. Carta n.º 19.2, [N.d.E.] 270, y Carta n.o 32.2, [N.d.E.] 472— como en las de Ceballos —Cf. Carta n.º 17.2, [N.d.E.] 242, 243, y Carta n.º 23.2, [N.d.E.] 337—. 16.  Hume (1793). 44

Capítulo 1. El lugar de la estética en la filosofía de la Ilustración

griego como patrón superior de belleza. Se partía de la idea de que la experiencia de la belleza dependía siempre de una relación. Esta idea ya había sido, de hecho, anticipada por los clásicos griegos y reformulada por la escolástica medieval, que, desde Santo Tomás de Aquino, había incidido en el carácter condicional de toda experiencia, vinculada a la relación entre sujeto y obje­ to. Durante el Renacimiento, numerosos autores contribuyeron a difundir la misma idea básica que, en 1591, Giordano Bruno17 había resumido así: «Nada es absolutamente bello, sino que todo es bello en relación con alguna cosa».18 A mediados del siglo xviii, Hume propuso en su Norma del gusto que en el juicio estético —como en cualquier juicio de valor, en correspondencia con su objeto— lo bello no podía definirse en sí mismo, sino únicamente en relación con nuestra experiencia. La obra de Hume tuvo una influencia decisiva durante todo el Siglo de las Luces y supuso una referencia fundamental para el desarrollo de la estética kantiana, así como para el pensamiento estético de Malaspina. A lo largo de todo el siglo xviii fueron incontables los filósofos ilustrados que se ocuparon de la estética en uno u otro sentido, aportando diferentes definiciones de lo bello.19 No obstante, a pesar de sus peculiaridades y divergencias, prácticamente todos los teóricos de la estética del siglo xviii abordaron un conjunto de temas clásicos que habían sido introducidos por los griegos, y pos­­teriormente reformulados por sus epígonos y comentaristas hele­­nísticos, romanos, medievales o renacentistas. Entre los tó­­ picos clásicos que recorren de punta a punta la reflexión estética 17.  Giordano Bruno (1548-1600), filósofo, astrónomo, matemático y teólogo italiano. 18.  Bruno (2008 [c. 1591]: 637). 19.  Escapa a los fines de este capítulo hacer una síntesis de la historia de la estética desde la Antigüedad hasta la Ilustración. Al respecto, pueden consultarse innúmeras obras, entre ellas: Bozal (ed.) (2015); Tatarkiewicz (2005); Givone (1999); Beardsley y Hospers (1990); Panofsky (1994). Para una introducción a la estética europea durante la Ilustración, cf. Carnero (1983); Reiss (1994); Guyer (2012); Buchenau (2013); Tsien y Morizot (2019); Shelley (2020). 45

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ilustrada20 —y que también aparecen como ejes axiales del pensamiento filosófico de Malaspina—, destacaré, en primer lugar, la mímesis, o el tópico de la función imitativa del arte. En segundo lugar, me ocuparé brevemente de la verosimilitud, o el tópico de las relaciones entre lo bello y lo verdadero en el arte. El relativismo estético y las relaciones entre lo bello y lo bueno, o entre estética y ética, constituirán el cuarto tópico examinado. Enseguida nos ocuparemos de las relaciones entre belleza y utilidad, el tópico de la conveniencia. Por último, analizaremos la admiración, como producto del ensimismamiento ilustrado ante la belleza natural, en relación con el tópico de la catarsis y de la existencia de diferentes formas o grados de experiencia estética, como las de lo bello y lo sublime. Todos estos aspectos de la belleza se manifiestan también como ejes fundamentales del discurso de Malaspina en sus escritos estéticos. En las próximas secciones de este capítulo revisaré, de forma sintética, la presencia de dichos tópicos como elementos fundamentales en el pensamiento de algunos de los autores que más influyeron en Malaspina, tal como se desprende de sus escritos estéticos.21

1. L  a mímesis neoclásica, o la imitación razonada de la naturaleza Para Malaspina, la belleza esencial se manifestaba exclusivamente en la naturaleza. La belleza natural superaba en tal orden de magnitud a la que pudiera crear el ser humano con su artificio que una mirada sensible siempre descubriría más belleza en el más simple de los insectos que en la obra de arte más perfecta: «La menor reflexión nos descubriría más hermosuras reales en un 20.  Calvo Serraller (1973: 11). 21.  Para no extenderme demasiado en el presente estudio introductorio he restringido el análisis a los autores más citados en los escritos estéticos de Malaspina. 46

Capítulo 1. El lugar de la estética en la filosofía de la Ilustración

insecto que en la Venus de Praxíteles».22 El arte, para Malaspina, apenas podía intentar imitar la belleza que dimanaba de la creación natural, provocando la admiración del filósofo: Comparo las obras del arte con las de la naturaleza: aquellas no son sino imitaciones de estas otras, y tanto se gradúa el arte de más sobresaliente cuanto [más] se acerca a la naturaleza. Mas, ¿qué limitadas no son estas mismas imitaciones, y qué distancia no hay de las unas a las otras? El arte solo copia lo exterior de la naturaleza, dejando, como fuera del alcance de su imitación y comprensión, todos los resortes y principios internos más dignos de admiración. El arte solo copia lo más diminuto de la naturaleza, desesperanzada de alcanzar aquella nobleza y magnificencia que tanto sobresalen en el original.23

La mímesis era entendida por los neoclásicos como la finalidad esencial del arte. Pero la imitación artística de la naturaleza, para poder resultar fiel al original, no podía limitarse a ser una simple copia. A través de la selección de las características más generales del objeto representado, la imagen reproducida debía ofrecer la belleza esencial del «tipo ideal». De forma semejante, en el caso de las ciencias naturales del Siglo de las Luces, los códigos de representación de las láminas e ilustraciones naturalistas implicaban una cuidadosa selección de los modelos para poder garantizar así la «fidelidad a la naturaleza».24 Los artistas de atlas y 22.  Nota Z de la Meditación, [p.d.C.] [125]. Praxíteles fue el más conocido escultor clásico griego del siglo IV a. C. 23.  Meditación, [p.d.C.] [7]. 24.  Traduzco así la expresión truth to nature empleada por Daston y Galison (2007). De acuerdo con estos autores, la fidelidad a la naturaleza surgió como una particular «virtud epistémica» en la historia de las ideas sobre lo que constituía el conocimiento «objetivo» a principios del siglo xviii. Con la expresión virtud epistémica, Daston y Galison aluden a una visión particular de lo que suponía el conocimiento adecuado sobre la naturaleza en un periodo particular y cómo este debía obtenerse; cada una de estas formas epistémicas históricas está asociada a determinadas «virtudes morales» y a un tipo particular de «personalidad». En este sentido, la «fidelidad a la naturaleza» de los naturalistas ilustrados se 47

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«… La menor reflexión nos descubriría más hermosuras reales en un insecto que en la Venus de Praxíteles…». Malaspina, Meditación filosófica. Imagen: Insectos. José Guío (reproducido con permiso del Museo Naval de Madrid). 48

Capítulo 1. El lugar de la estética en la filosofía de la Ilustración

catálogos debían suavizar o eliminar toda anomalía y dejar de lado las particularidades individuales del ejemplar tomado como modelo. Las láminas naturalistas de la Ilustración reproducían imágenes razonadas de una naturaleza idealizada. En ellas, la imita­ ción de la naturaleza no era entendida como una simple reproducción realista del modelo, sino que la naturaleza debía ser retratada de acuerdo con su comportamiento y apariencia más generales. Aquellos rasgos del modelo que no se ajustasen al tipo general de los de su especie no resultaban válidos para crear una imagen representativa. Para los naturalistas ilustrados, la naturaleza era lo universal, con exclusión de lo particular e individual. Pero esta selección de los rasgos naturales que debían imitarse y reproducirse en las obras de arte planteaba un problema filosófico complejo: determinar qué era lo normal y qué lo anormal. Paradójicamente, a pesar del decidido apelo ilustrado a alcanzar el conocimiento universal, el intento de depurar el entendimiento de la naturaleza humana y de representarla lo más fielmente posible en las artes y las ciencias de la Ilustración acabaría ofreciendo soluciones etnocéntricas, al situar el canon griego como modelo universal de la especie, no solo en términos estéticos, sino también éticos e intelectuales. Como había resumido David Hume —lo recordaba Malaspina en su Meditación—, el Apolo y la Venus de los antiguos continuaban siendo considerados como «modelos de lo hermoso en el hombre y en la mujer, bien así como continuaban a ser la piedra de toque, el carácter de Escipión para la gloria de los héroes y el de Cornelia para el honor de las ma­­ tronas».25 Tanto las representaciones científicas de la naturaleza

expresaba por una tentativa de control de la infinita variabilidad de la naturaleza mediante la selección y reproducción de individuos ejemplares que, aunque encontrados in natura, representaban arquetipos idealizados como formas universales. 25.  Malaspina reprodujo en su Meditación [p.d.C.] [22] esta frase de Hume (1784, vol. 2: 390). 49

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humana26 como las teorizaciones estéticas producidas en el ocaso del Siglo de las Luces propagaron sus sombras etnocéntricas al elevar al hombre blanco, representado en las figuras idealizadas de héroes y dioses de la estatuaria clásica griega, como el modelo más bello, virtuoso y perfecto de humanidad.

2. Relativismo vs. normativismo estético La corriente estética ilustrada que siguió la estela del empirismo sensualista abierta por autores como Locke, Condillac o Hume abrió paso a un cierto relativismo al abordar el problema del gusto. En tiempos de Malaspina, ese debate había cobrado nueva fuerza tras la publicación del tratadito que escribió el filósofo Diderot para el artículo «Beau» (Bello), en el tomo II de la Enciclope­ dia, y que después fue publicado con el título de Investigaciones filo­ sóficas sobre el origen y naturaleza de lo bello.27 En dicha obra, Diderot abordaba de forma directa el problema del relativismo estético: Todo el mundo razona en torno a lo bello, se admiran las obras de la naturaleza, se exige en las producciones artísticas y en todo momento se acepta o se rechaza una de sus cualidades. Sin embargo, si se pregunta a los hombres de gusto más firme y refinado cuál es su origen, su naturaleza, su noción precisa, su verdadera idea, su exacta definición, si se trata de algo absoluto o relativo, si hay un bello esencial, eterno, inmutable, regla y modelo de lo bello subalterno, o si la existencia de la belleza es como la de las modas, vemos enseguida los ánimos divididos y unos confiesan su ignorancia y otros caen en el escepticismo. ¿Cómo es posible que casi todos los hombres estén de acuerdo 26.  Cf. Daston y Galison (2007). 27.  El artículo que Diderot redactó para la Enciclopedia se convirtió enseguida en un texto muy influyente, adquiriendo bastante fama, y pronto apareció publicado como libro en edición independiente. Cf. Diderot (1973 [1752]). 50

Capítulo 1. El lugar de la estética en la filosofía de la Ilustración

en que existe lo bello, que haya tantos entre ellos que sientan vivamente dónde puede estar y que sepan tan poco acerca de qué es?28

Influido por Locke, Diderot pretendía superar la dicotomía entre los enfoques subjetivista y objetivista de la estética29 aproximándose a la experiencia de lo bello en la obra de arte como algo que no podía ser comprendido sin tener en cuenta el papel de las sensaciones y de la subjetividad, pero tampoco sin un análisis formal y comparativo de la belleza a partir de criterios racionales. Diderot concluía que, a pesar de no ser posible dar una definición exacta y universal de la belleza, la razón mostraba que lo bello era una cualidad esencial de la naturaleza y, en ese sentido, independiente del capricho y las modas. Como veremos, Malaspina adoptó exactamente este mismo tipo de relativismo parcial, que admitía la imposibilidad de encontrar una definición universal de la belleza sin por ello negarle su carácter esencial como cualidad de la naturaleza. El jesuita francés Yves-Marie André fue otra de las referencias estéticas fundamentales para entender el relativismo parcial de Malaspina. En su Ensayo sobre la belleza, de 1741,30 André introdujo una distinción que resultaría fundamental en la teoría estética ilustrada, diferenciando tres categorías de lo bello: el bello esencial, la belleza natural y el bello artificial, o del capricho. De estas, las dos primeras categorías de belleza —esencial y natural— no dependían del capricho ni de las costumbres humanas. El bello esencial 28.  Diderot (1973 [1752]: 27). 29.  Para ello, Diderot distinguía dos grandes momentos independientes al abordar la experiencia estética. El primero de ellos correspondía al proceso de la inspiración, que podía ser comprendido a través de un enfoque psicológico de la experiencia subjetiva. El segundo aspecto concernía a la ejecución de una obra de arte. Este segundo momento debía ser analizado racionalmente a través de un enfoque formalista, capaz de discernir si la obra era o no verosímil, si revelaba o no la armonía de las partes en el todo, un equilibrio, etc. 30.  Cf. André (1759 [1741]). 51

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era de naturaleza puramente ideal y se basaba en el orden, simetría y regularidad de las proporciones naturales, así como en la decencia y conveniencia mostrada por la naturaleza en sus producciones. Según André, estos últimos rasgos —en consonancia con la correspondencia de valores éticos y estéticos asumida por los griegos y retomada por el Neoclasicismo— podían observarse tanto en una bella acción humana como en una buena pieza o en un bello concierto. Para André, la belleza esencial coincidía en el ser humano con la virtud o bondad, cualidades inherentes a toda alma bella. Por su parte, la belleza natural era la materialización del primer tipo de belleza esencial, encarnada tanto en los seres y objetos de la creación como en la propia especie humana en tanto que criatura natural. Por último, lo bello artificial o bello del gusto estaba asociado a las costumbres de las naciones, a los diferentes géneros artísticos, a las modas y a la educación. A diferencia de los tipos anteriores, los criterios para juzgar este último tipo de belleza no podían tener validez universal, sino que eran, en cierto sentido, arbitrarios o artificiales.31 Esta distinción de André entre diferentes conceptos de belleza permitía entender el hecho de que determinadas formas y concepciones de la belleza fuesen arbitrarias, sin que esto impidiera la existencia de una belleza esencial impresa en la creación natural por el Creador. Tanto Diderot —que admiraba profundamente la obra del jesuita— como Malaspina utilizaron el mismo tipo de argumento para defender sus posiciones estéticas. En su Meditación fi­ losófica, Malaspina resumía así las categorías del jesuita francés: Hay una belleza esencial e independiente de cada institución, incluso divina; una belleza natural, independiente de la opinión de los hombres, y una belleza instituida en los seres humanos, hasta cierto punto independiente de sistema.32 31.  En la Disputa sobre la belleza, el oficial de la Expedición Malaspina, Ciriaco de Ceballos —principal oponente del italiano en la polémica, se destacó por defender la arbitrariedad de cualquier concepción de lo bello—. 32.  Véase en la segunda parte de este volumen, Meditación, [p.d.C.] [12], [N.d.A.M.] 21. 52

Capítulo 1. El lugar de la estética en la filosofía de la Ilustración

3. Lo bello y lo verdadero: la verosimilitud en el arte El conde de Shaftesbury,33 figura central del neoplatonismo inglés del Siglo de las Luces, es otra de las grandes referencias para entender el limitado relativismo estético de Malaspina. Como André y Diderot, Shaftesbury también defendió la existencia de un ideal esencial y universal de lo bello, pero introdujo la idea de que este ideal no era alcanzable por el hombre. A lo largo de la historia, según Shaftesbury, y en función de los cambios de la moda, los gustos, los géneros, etc., el ser humano iba dando vueltas alrededor de este bello esencial, omnipresente en la naturaleza, sin nunca poder fijarlo ni reproducirlo de forma exacta en su esencia inefable. Sin embargo, la tesis principal de Shaftesbury consistía en la defensa de que todo lo realmente bello es también verdadero. La idea hundía sus raíces en el pensamiento de Platón. En El banquete34 se hablaba del amor como una vía de conocimiento que conducía al bello ideal, que el filósofo ateniense identificaba con el bien y la verdad. Como vimos, la estética de la Ilustración asumió el ideal platónico de la belleza y, ya en la primera mitad del siglo xviii, el español Ignacio de Luzán35 —otro de los teóricos citados en la Disputa sobre la belleza—36 había definido lo bello en términos semejantes: «La belleza no es cosa imaginaria, sino real, porque se compone de calidades reales y verdaderas».37 Para Shaftesbury, las cualidades que provocaban la experiencia estética —variedad, unidad, regularidad, orden y proporción— resultaban indiscutiblemente verdaderas. Esas cualidades no dependían del capricho, sino que 33.  Anthony Ashley Cooper, conde de Shaftesbury (1671-1713), filósofo neoplatónico, teórico de la estética y político inglés. 34.  Cf. Velásquez (ed.) (2002). 35.  Ignacio de Luzán Claramunt de Suelves y Gurrea (1702-1754), principal difusor del Neoclasicismo en España. Cf. Luzán (1737). 36.  Cf. Disputa sobre la belleza, Carta n.º 4.2 y Carta n.o 11.1 de Ceballos. 37.  Luzán (1737: 29). 53

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«Los antiguos griegos comprendieron que a la Naturaleza no bastaba con imitarla; había que seleccionarla». Jaucourt (1765: 43). Imagen: Plumeria sp. Planta localizada por Luis Neé en La Magdalena y Acapulco, durante la Expedición Malaspina. Dibujo realizado por José Guío (reproducido con permiso del Real Jardín Botánico de Madrid).

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Capítulo 1. El lugar de la estética en la filosofía de la Ilustración

eran atributos esenciales de la propia naturaleza, y por lo tanto independientes del gusto de los hombres. Tanto para Luzán como para Shaftesbury, el mundo presentaba —a pesar de su infinita variedad— un carácter unitario que hacía coincidir lo verdadero y lo bello en la creación, como distintas facetas de una única realidad trascendental. Estas mismas ideas aparecen reflejadas en la Meditación de Malaspina, donde el italiano aludía a Shaftesbury «para justificar el camino que yo he adoptado».38

4. Lo bello y lo bueno. Escalas estéticas y morales en la naturaleza Si para el jesuita Yves-Marie André la belleza esencial podía observarse tanto en una buena obra de arte como en una bella acción humana, esto se debía a que, según el francés, las producciones morales, intelectuales y armónicas de la creación coincidían esencialmente en la naturaleza. En última instancia, existía una identidad entre lo bello y lo bueno. Por eso, la belleza razonada de la Ilustración, cuando proyectada en la especie humana, aparecía directamente ligada a un criterio moral ideal.39 Esta conexión entre los valores éticos y estéticos ya había sido defendida en la Antigüedad. El ideal griego de kalokagathia hacía coincidir la belleza física con la bondad moral. Lo bello y lo bueno eran sinónimos en su carácter esencial, y lo mismo acontecía con el vicio y la fealdad. Durante el periodo ilustrado, esta antigua conexión entre ética y estética recibió un fuerte impulso gracias al conde de Shaftesbury, quien, a su vez, influyó fuertemente en otra de las obras más significativas para la historia de la estética y la antropología ilustradas, la Fisiognómica de Lavater.40 Durante el último cuarto 38.  Cf. Meditación, Nota E, [p.d.C.] [59]. Malaspina se refiere a la obra Characteristics, de Shaftesbury, publicada en 1711. Cf. Shaftesbury (1999 [1711]). 39.  En este sentido, la obra de Kant resulta paradigmática. Cf. Zuckert (2005). 40.  Bindman (2002: 95). 55

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del siglo xviii, esta conexión entre el aspecto externo y la virtud moral quedó firmemente establecida en el imaginario de las clases educadas. Un aspecto externo bonito era indicativo de un alma bonita, y viceversa. Malaspina, a su vez, también apeló al viejo ideal que identificaba belleza y virtud en su Meditación, donde afirmó: «El grado supremo de hermosura podrá tan solo atribuirse a quien reúna en un felicísimo conjunto la suprema virtud con la mejor proporción de las formas».41 Además de abordar la cuestión de la verosimilitud del arte para postular una identidad entre lo bello y lo verdadero, Shaftesbury tuvo una gran influencia como propagador de la idea de que en la naturaleza existían rangos estéticos. Estos rangos se manifestaban naturalmente tanto en el grado de complejidad de la organización de las criaturas como en lo referente a su belleza y elegancia aparentes, así como en su diferente capacidad de sensibilidad estética. Esta defensa de las jerarquías estético-naturales era fiel reflejo del paradigma de la Scala Naturae.42 Para Shaftesbury, los rangos estéticos naturales permitían clasificar a las criaturas en función de su mayor o menor belleza absoluta. Estos rangos estéticos se correspondían perfectamente con la jerarquía que regía en todos los demás órdenes de organización de la naturaleza, tanto físicos como morales e intelectuales. El ser humano, el caballo y los demás animales ocupaban cada uno un rango específico en la escala natural, y este rango determinaba por su parte la complejidad de su organización, su belleza y los deberes que cada criatura había de cumplir en función de su posición en la creación.43 Esta imagen jerarquizada de la naturaleza tuvo una influencia fundamental en Malaspina, quien coincidía plenamente con el 41.  Cf. Meditación, [p.d.C.] [37]. 42.  Sobre este concepto, cf. Barsanti (1992). 43.  Apud Diderot (1973 [1752]: 50). 56

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conde británico en su defensa de rangos estéticos asociados a jerarquías intelectuales y morales. En su Meditación sobre lo bello, Malaspina ubicaba a los seres naturales dentro de una escala de perfección que, a juicio del italiano, no podía ser obviada por el filósofo: Pasar [directamente] de la contemplación de un gusano a la contemplación estática del Autor de la Naturaleza es trastocar las ideas, y lo grande y majestuoso con lo pequeño o imperceptible. Al contrario, examinando el orden invariable y la casi infinita variedad secundaria con que se nos presenta, vemos una escala, donde, corriendo o descansando a nuestro placer, y a medida de nuestras fuerzas, nos elevamos finalmente a la belleza mental, esto es, al Autor del orden y conservación del Universo.44

Para Malaspina, la máxima belleza presente en la naturaleza no era de orden físico o sensual. La máxima belleza alcanzable por el ser humano se percibía apenas en la reflexión, puesto que pertenecía al orden de lo mental. Shaftesbury ya había afirmado que el placer sensual era puramente brutal, dado que el intelecto no tomaba parte en él. En este sentido, la estética ilustrada recuperó la imagen moralmente idealizada de la belleza esencial de Platón,45 quien veía en la materia la «sombra de las ideas». El ideal platónico de belleza era de naturaleza puramente intelectual (inmaterial) y coincidía esencialmente con la virtud, con el Bien. Para los neoclásicos —y por supuesto, para Alejandro Malaspina— las formas más perfectas de lo bello carecían de la sensualidad asociada a la belleza física, de un orden inferior. Esta distinción entre grados estéticos superiores (mentales, asociados al Bien y a la Verdad) e inferiores (físicos, sensuales, vinculados a lo animalesco y brutal) tuvo profundas implicaciones en el ámbito 44.  Meditación, [p.d.C.] [17]. 45.  Bindman (2002: 49). 57

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social y político del mundo ilustrado. Los seres humanos también podían clasificarse según distintos grados jerárquicos en función de su diferente sensibilidad (o insensibilidad) estética a las formas superiores de belleza. Tal distinción no solo resultó fundamental para la estética del siglo xviii, sino que, como veremos, reforzó los estereotipos brutales y animalescos que parte de la antropología ilustrada proyectó sobre los pueblos no europeos. Para algunos teóricos de la estética ilustrada, existían pueblos o naciones bárbaras, que apenas conseguían percibir la belleza física y sensual de los objetos, pero no la belleza esencial, inmaterial, que era reflejo de la verdad y la virtud impresas por el Autor del Universo en su creación. Estas naciones insensibles podían ser clasificadas entre los grados más bajos de la escala de perfección humana, y no solo en términos estéticos. Comparados con cualquier europeo culto y de constitución saludable, los naturales de estas naciones atrasadas podían ser perfectamente considerados como hombres imperfectos, es decir, como salvajes o como idiotas. De hecho, antes de que la idea de raza quedara firmemente establecida en el imaginario antropológico occidental, la capacidad de emitir juicios estéticos superiores fue entendida por los ilustrados como uno de los criterios para separar a los pueblos civilizados y a los pueblos bárbaros. Estos últimos carecían de la capacidad de discernir la verdadera belleza en la naturaleza. El gusto estético, en su forma más desarrollada —que los griegos habían sabido plasmar perfectamente en su arte y en su filosofía—, dependía de un equilibrio entre la razón y las facultades instintivas del alma humana. Pero la capacidad de domesticar los impulsos irreflexivos de la mente y subyugarlos a la razón se consideraba un privilegio restringido a las clases educadas de los pueblos civilizados. Tanto para Malaspina como para la mayoría de los filósofos ilustrados, el gusto estético era un atributo mucho más desarrollado en las naciones civilizadas que en los pueblos considerados salvajes. En una de sus cartas publicadas anónimamente 58

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en el Diario de Madrid,46 Alejandro condensaba así sus conclusiones sobre esta jerarquía estética, que colocaba a los europeos de piel clara —especialmente, a los pueblos mediterráneos— en el máximo grado de hermosura: En aquellos climas en que el calor y el frío llegan al exceso, peca la naturaleza de gigantesca o de enana en sus efectos, que son más regulares en su constitución y en sus formas en aquellos países que disfrutan un clima templado. [Se] inferirá de aquí que en la Grecia, en la Italia, y en lo meridional de nuestra península deben ser los hombres y las mujeres las producciones más perfectas de la naturaleza […]. Las ideas que tenemos de lo bello las naciones sabias son más verdaderas que las que han podido formarse las que habitan hacia los polos y las cercanas al ecuador […]. Cuando los hombres […] se agradan de unos ojos vivos y risueños, de unas mejillas teñidas de rosa y azucena, de una boca esmaltada de perlas y corales, de un cuello cual torneado marfil, y un pecho formado de leche y de delicias tienen sobradísima razón.47

La blancura fue así canonizada como ideal de belleza en nuestra especie por el naturalismo ilustrado.

5. Lo bello y lo útil. Belleza, adaptación y conveniencia Además de presentarse en grados jerárquicos de perfección en la naturaleza, según Shaftesbury, la belleza tenía una dimensión utilitaria. El inglés afirmaba que, en la naturaleza, la mayor o 46.  En este caso particular, atribuyo la redacción de la carta a una colaboración entre Malaspina y la marquesa de Matallana. Cf. Disputa sobre la belleza, Carta n.º 12.3 (13 de julio de 1795). 47.  Disputa sobre la belleza, Carta n.º 12.3 (13 de julio de 1795). 59

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menor belleza en esta escala se correspondía con una mejor o peor adaptación de los miembros a las funciones vitales y a los deberes que el Creador había asignado a las diferentes criaturas. Un órgano sería más bello cuanto mejor adaptado a sus funciones; un cuerpo, cuanto mejor adaptado a su medio: «Los deberes determinan la organización y la organización es más o menos perfecta según sea la facilidad que tenga el animal para cumplir sus funciones».48 Este enfoque adaptativo y utilitarista de la belleza ya aparecía anticipado en el Hipias mayor49 de Platón, de quien Shaftesbury tomó sus ideas. El filósofo ateniense había resaltado el carácter utilitario de la belleza, por conducirnos al conocimiento del bien. Hablaba de su conveniencia, en función de la perfecta adaptación del órgano bello a su función natural. Este utilitarismo estético, reintroducido en la filosofía ilustrada por el neoplatónico Shaftesbury, encontró oposición en otros autores, como Diderot.50 Para el francés, lo útil y lo bello no tenían relación, puesto que la naturaleza abundaba en detalles hermosísimos de nulo valor utilitario: «Todos los días se aprecia la belleza de las flores, de las plantas y de mil obras de la naturaleza cuya utilidad nos es desconocida».51 Lo mismo podía aplicarse, según Diderot, a las obras de arte. ¿Qué importancia tiene que […] estén bien o mal calculadas las proporciones si la utilidad es el único fundamento de la belleza? Los bajorrelieves, las molduras, las vasijas y en general todos los ornamentos resultan ridículos y superfluos.52

48.  Diderot (1973 [1752]: 50). 49.  Cf. Platón (1990). 50.  Para una visión general sobre los vínculos entre lo bello y lo útil en el pensamiento ilustrado, véase Guyer (2002). 51.  Diderot (1973 [1752]: 53). 52.  Ibid. 60

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Por su parte, Malaspina discrepaba en este punto del enciclopedista francés y defendió en la prensa madrileña el modelo utilitario de Shaftesbury frente al oficial de su expedición, Ciriaco de Ceballos —abanderado de un relativismo radical y principal oponente filosófico de Malaspina en la Disputa sobre la belleza—,53 quien compartía la opinión de Diderot, y negaba cualquier relación entre belleza y utilidad. En otra de sus cartas publicadas en el Diario de Madrid, Malaspina se mostró plenamente de acuerdo con Shaftesbury en su defensa de la concordancia natural de lo útil y lo bello: La anatomía ha determinado qué proporción de los miembros conspira mejor al desempeño de las funciones animales y el escultor forma un Hércules sobre estas observaciones. He aquí un modelo del hombre hermoso, independientemente de todo capricho, y dictado por la naturaleza.54

6. Lo bello y lo sublime Otra de las distinciones clásicas de la estética ilustrada fue la oposición entre dos tipos de experiencia estética: la de lo bello y la de lo sublime. La distinción entre diferentes tipos de experiencia estética ya había sido destacada en la Antigüedad por autores como Platón y Cicerón. Este último, por ejemplo —inspirado en el ateniense—, había diferenciado la dignidad (dignitas) de la gracia (venustas), a las que había asociado, respectivamente, un carácter masculino y femenino. Por su parte, de forma general, los filósofos ilustrados asociaron rasgos masculinos al concepto de lo sublime, mientras que el carácter de la belleza fue ampliamente asociado con lo femenino. 53.  Cf. Disputa sobre la belleza, Cartas n.º 3 y n.º 4. 54.  Cf. Disputa sobre la belleza, Carta n.º 3. 61

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«… Comparo las obras del arte con las de la Naturaleza: aquellas no son sino imitaciones de estas otras, y tanto se gradúa el arte de más sobresaliente, cuanto [más] se acerca a la naturaleza. Mas, ¿qué limitadas no son estas mismas imitaciones, y qué distancia no hay de las unas a las otras? El arte solo copia lo exterior de la Naturaleza, dejando, como fuera del alcance de su imitación y comprensión, todos los resortes y principios internos más dignos de admiración…». Alejandro Malaspina, Meditación filosófica. Imagen: corbeta entre los hielos. Fernando Bambrila (reproducido con permiso del Museo de América de Madrid).

De forma general, el arte neoclásico, recogiendo un tópico literario de la Antigüedad, se aproximó a lo bello natural representando la naturaleza como lugar agradable (locus amoenus).55 En el arte neoclásico y rococó de la segunda mitad del Siglo de las Luces, la naturaleza aparecía habitualmente representada como un paisaje cuidadosamente seleccionado, limitado a sus aspectos agradables, que pretendía ser fuente de recreo para la vista, produciendo un placer sereno y leve en el espectador, para lo que se eludía la presencia evidente de todo elemento terrible o desmesurado en el paisaje. Por ejemplo, para el alemán Johann Joachim Winckelmann56 55.  Carnero (1983: 83). 56.  Juan Joaquín Winckelman (1717-1768), historiador del arte y arqueólogo alemán, amigo y expositor de las teorías estéticas de Mengs. 62

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—otro de los autores citados por Malaspina57 y uno de los que mejor sintetizaron el paradigma estético neoclásico y la recuperación del canon griego como norma universal de belleza— el efecto de lo bello era producir en quien lo percibía un estado de placer sereno.58 Frente a esta idea de lo bello como origen de un placer equilibrado, armónico, sereno y leve, el Siglo de las Luces opuso el concepto de lo sublime, que expresaba la combinación desmesurada de emociones agradables y terribles en la experiencia de la belleza. La historia de la idea de lo sublime puede retrotraerse hasta el siglo iii d. C., cuando, según una tradición apócrifa, el griego Longino59 introdujo el concepto en la filosofía. En el Siglo de las Luces, el concepto recibió su mayor impulso entre 1757 y 1759, cuando el irlandés Edmund Burke60 publicó su Indagación filosófica sobre el origen de nuestras ideas de lo sublime y de lo bello.61 En esta obra, Burke —de forma similar a Winckelmann— identificó lo bello con lo que producía un placer positivo por su variedad y delicadeza, que precisamente consistía en una carencia relativa de fuerza y energía. Por otra parte, Burke llamaba sublimes a los objetos capaces de producir una mezcla de horror y deleite. De igual forma que el placer era una emoción menos fuerte que el terror, la experiencia de lo bello era, para Burke, menos intensa que la de lo sublime. Lo sublime tenía mayor relevancia estética que lo bello, pues la sensación asociada a este tipo de belleza resultaba mucho más fuerte que el moderado placer provocado por las cosas bellas. Con posterioridad a la obra de Burke, el concepto de lo sublime fue objeto de otro trabajo que dejaría una huella profunda en la 57.  Cf. Meditación, [p.d.C.], [N.d.A.M.]. 58.  Carnero (1983: 31). 59.  La atribución a Dionisio Longino de la obra clásica De lo sublime es apócrifa. En tiempos de Malaspina, hubo una edición española. Cf. Longino (1770). 60.  Edmund Burke (1729-1797), escritor, filósofo y político conservador irlandés. Fue un ferviente opositor de los ideales de la Revolución francesa. 61.  Cf. Burke, Edmund (1985 [1757]). 63

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Meditación de Malaspina. Me refiero a las Observaciones sobre el sen­ timiento de lo bello y de lo sublime,62 publicada por el filósofo alemán Immanuel Kant en 1764. Claramente influenciado por Burke, Kant había distinguido así ambos conceptos de belleza: Lo bello y lo sublime son emocionantes y agradables los dos, aunque de modo distinto. El aspecto de una cadena de montañas cuyos picos nevados se pierden entre las nubes, la descripción de una tormenta o la que hace Milton del reino infernal nos producen un placer mezclado con terror. El espectáculo de los prados poblados de flores y los valles surcados por arroyuelos donde pacen los rebaños nos produce también un sentimiento agradable, pero plenamente gozoso y amable. Para percibir en toda su intensidad la primera sensación es necesario tener el sentimiento de lo sublime, y el de lo bello para la segunda.63

Esta obrita de Kant —redactada en un estilo fácil y ameno, algo excepcional en este filósofo— se convertiría en una de las fuentes de inspiración formal más destacadas de la Meditación filosófica.64 Al igual que Burke y Kant —cuyos trabajos citó expresamente—, Malaspina refrendaba la idea de que lo sublime causaba una impresión más intensa que lo bello: Lo grande reunido a lo terrible es lo que forma las impresiones más fuertes; esto depende de que los hombres sienten más el dolor que el placer, y que el dolor violento acalla toda sensación agradable, mientras que un placer vivísimo no puede acallar la sensación del dolor. Siempre las impresiones que graven en el 62.  Cf. Kant, Immanuel (2004 [1764]). 63.  Kant (2004 [1764]), cit. en Carnero (1983: 34-35). 64.  Al igual que Kant (2004 [1964]), Malaspina introdujo en su Meditación asuntos muy variados al hilo de sus reflexiones estéticas para adentrarse continuamente en el terreno de la moral, la antropología, la psicología, etc. Especialmente, el análisis kantiano sobre «los caracteres nacionales en cuanto descansan en la diferente sensibilidad para lo sublime y lo bello» dejó fuerte huella en la Meditación filosófica. 64

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ánimo la pintura del Tártaro serán más duraderas y fuertes que las del Olimpo.65

Pero, a pesar de que Malaspina escribió su Meditación preso entre los fríos y húmedos muros de una fortaleza en un islote —un lugar especialmente proclive al sentimiento de lo sublime—, el italiano prácticamente no se interesó por los aspectos terribles de la belleza natural en sus reflexiones estéticas. Al contrario, la Medi­ tación filosófica nos ofrece un retrato paradigmático de la naturaleza como lugar ameno, y su protagonista medita sobre la belleza en un paisaje bucólico que recuerda a los jardines de Aranjuez, a lo largo de una agradable mañana de primavera, en la que nada terrible acontece. Más bien, dejando sentir la influencia de autores como Rousseau,66 Saint-Pierre67 o David Williams68 —a quienes citó profusamente en su Meditación—, Malaspina supo entrelazar el tópico del locus amoenus con otra de las visiones arquetípicas de la naturaleza que se abrieron paso en el Siglo de las Luces, anticipando el Romanticismo del siglo xix: la contemplación de la naturaleza como fuente de introspección emocional, admiración y ensimismamiento, hasta llegar a la adoración del universo, visto como espejo del poder infinito del Creador. La sensación de ensimismamiento ante la naturaleza, recogida en obras como la Nueva Eloísa o las Ensoñaciones69 de Rousseau; o en Pablo 65.  Meditación, [p.d.C.] [15]. 66.  Cf. Rousseau (1782). 67.  Bernardin de Saint-Pierre, escritor y naturalista francés. Tras la Revolución francesa, entre 1792 y 1793, Saint-Pierre fue director del Jardin du Roi, en reemplazo de Auguste Charles César de Flahaut de La Billarderie, sucesor de Buffon. Sobre la idea de naturaleza como alegoría filosófica en la obra de Saint-Pierre, cf. Pimentel (2003: 291-329); Saint-Pierre (1784). 68.  David Williams (1738-1816), filósofo, pedagogo y escritor ilustrado galés. Llegó a crear un culto deísta en Inglaterra, en el que él actuaba como oficiante. Sus escritos sobre educación influenciaron notablemente a Malaspina durante su periodo en prisión. Cf. Williams (1789). 69.  Cf. Rousseau (1761). 65

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y Virginia, de Bernardin de Saint-Pierre,70 se consideraba reservada apenas a los tipos humanos superiores —como vimos al hablar de los rangos estéticos de Shaftesbury o Hume—, los únicos capaces de sentir la belleza en su más perfecta manifestación. Este ensimismamiento —que, al producirse típicamente en soledad, iba aparejado muchas veces a una cierta melancolía— es la actitud que ejemplificaba el Rousseau de las Ensoñaciones del pa­ seante solitario o el Goethe de Werther, y que más tarde llegaría a asociarse con el genio romántico. El protagonista de la Meditación filosófica de Malaspina muestra exactamente tal actitud ante la naturaleza, aunque en el caso del italiano, la fuente del ensimismamiento mana del influjo leve y ameno de lo bello natural, y no de los aspectos terroríficos e inconmensurables de la naturaleza en su aspecto sublime. En el caso de Malaspina, la admiración ante el orden y la belleza infinitas de la naturaleza condujeron a nuestro navegante-filósofo a proclamar su adoración al Ser Supremo, convirtiendo a su Meditación en una de las muestras más claras de la filosofía deísta en la Ilustración española.

7. Filosofía de la naturaleza y deísmo: la naturaleza como alegoría de sentido religioso La contemplación y el estudio de la naturaleza como vías de acercamiento al Creador son rasgos típicos de la corriente filosófica deísta que proliferó en Europa —especialmente, en Inglaterra y Francia— durante el ocaso del Siglo de las Luces. Los deístas ilustrados —Malaspina entre ellos— rechazaban la religiosidad convencional y dogmática de las grandes religiones institucionalizadas —particularmente de la Iglesia católica— como vía de acceso al conocimiento de lo divino. Frente a ello, señalaban la contemplación de la naturaleza y el estudio de sus leyes por 70.  Saint-Pierre (1792). 66

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medio de la razón como las mejores vías de aproximación a Dios. Para Malaspina, como en general para los deístas ilustrados, el carácter revelador (en sentido de teofanía) de las leyes físicas y de las regularidades naturales era muy superior al de las excepciones y particularidades maravillosas de la naturaleza, que tanto habían llamado la atención en el siglo anterior, provocando la proliferación de catálogos naturalistas llenos de monstruosidades, anomalías, milagros y casos curiosos.71 Por el contrario, para los deístas del siglo xviii, el poder divino se manifestaba sobre todo en la regularidad y permanencia de las leyes del cosmos y de los tipos esenciales de la naturaleza.72 Las bases fundamentales de esta peculiar corriente filosófico-teológica eran la crítica a la teología dogmática y escolástica de las grandes religiones y la adoración religiosa como resultado de la contemplación del orden inmutable y racional presente en la naturaleza, reconocida como verdadero templo y espejo de la divinidad.73 En la Meditación filosófica, Malaspina defiende que una atenta contemplación de la naturaleza conduce al conocimiento de Dios sin necesidad de apoyarse en «bizarrías teológicas ni en dogmáticas repugnantes a la razón y el buen sentido, sino en la simple evidencia de su existencia necesaria […] en el espectáculo del universo creado».74 Para el italiano, la admiración que provoca en el filósofo la majestuosidad de la creación natural conduce de forma directa a la adoración del Ser Supremo: 71.  Como ejemplo paradigmático de este tipo de obras, podemos citar el monumental trabajo de Aldrovandi (1642). 72.  Daston y Galison (2007: 68). 73.  En la España de Malaspina, el poeta español Meléndez Valdés supo resumir de forma sencilla los rasgos esenciales del deísmo en su poema El filósofo en el campo: «Y mientras charlan corrompidos sabios / de ti, Señor, para ultrajarte, o necios / tu inescrutable ser definir osan / en aulas vocingleras, él contempla / la hoguera inmensa de ese sol, tu imagen, / del vago cielo en la extensión se pierde, / siente el aura bullir, que de sus miembros / el fuego templa y el sudor copioso, / goza del agua el refrigerio grato, / del árbol que plantó la sombra amiga, / ve de sus padres las nevadas canas, / su casta esposa, sus queridos hijos, / y en todo, en todo con silencio humilde / te conoce, te adora religioso». Cit. en Carnero (1983: 81). Cf. Meléndez Valdes (1990). 74.  Carnero (1983: 80-81). 67

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Los varios grados ascendentes de la admiración me conducen finalmente a la adoración, esto es, a aquel devoto anonadamiento que en mí producen la inmensidad de las bellezas naturales, la cortedad de mis talentos para imitarlas y el vuelo incesante de la imaginación, ansiosa por elevarse al origen y sabiduría del universo.75

Según Malaspina, en asuntos religiosos, el verdadero filósofo debía regirse estrictamente por su conciencia y sus razonamientos, dándoles preferencia al dogma o la opinión general: El hombre que no desea contradecirse en sus palabras y acciones debe pesar y asentar de antemano los límites que le prescriben la revelación y su conciencia y razonamientos, y después decir sencillamente non plus ultra a todos los campeones de unas y otras opiniones que intentasen convertirle o pervertirle, o lo que es más común y probable, interpretar maliciosamente los principios de su dogma y moral.76

Esta aceptación de la vía teológica racional —por encima de la dogmática—,77 en la que el estudio del orden y de la belleza natural de la creación se revelan como el mejor camino de acceso a lo espiritual, convierten la Meditación de Malaspina en una de las manifestaciones más claras del deísmo en toda la filosofía española de la Ilustración.78 75.  Meditación, [p.d.C.] [24]. 76.  Meditación, Nota W, [p.d.C.] [127]. 77.  En la España que Malaspina encontró a la vuelta de su expedición, este tipo de creencias aún podían resultar objeto de durísimas condenas por parte de la Inquisición. De hecho, Malaspina sufrió una investigación por parte del Santo Oficio. Cf. capítulo 4, [N.d.E.] 23. 78.  Además de en la poética de Meléndez Valdés, representaciones deístas de la naturaleza pueden encontrarse en el contexto de la Ilustración española en la obra de Jovellanos, especialmente en su Epístola del Paular, su Oración sobre el estudio de las ciencias naturales, sus Diarios y su Descripción del castillo de Bellver. Posiblemente este último trabajo sea el que presenta más paralelismos con la Meditación filosófica, tanto por su prerromanticismo deísta 68

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8. Blanca belleza razonada: el padrón anatómico ideal de nuestra especie En su monumental obra Tabulae sceleti et musculorum corporis humani, de 1747, el profesor de Anatomía de la Universidad de Leiden, Bernhard Albinus,79 produjo algunos de los más importantes e influyentes atlas anatómicos del siglo xviii. Albinus daba claras instrucciones para la selección de las características típicas de cada parte anatómica e indicaba el modo en que debían ser plasmadas en los atlas para que resultaran representaciones fieles del tipo general de cada órgano. Albinus recomendaba escoger como modelos aquellos ejemplares que mostrasen más agilidad y fuerza, y cuyas formas resultaran más elegantes, sin llegar a ser de­­masiado delicadas. No eran interesantes los ejemplares muy ju­­veniles, ni los muy femeninos, así como tampoco los muy toscos. Albinus recomendaba que todas las partes del modelo representado fueran bellas y que agradasen a la vista.80 Para que la lámina representara fielmente un ejemplar paradigmático, debían escogerse siempre los mejores y más bellos modelos naturales. Lo más representativo —y en cierto sentido, más verdadero— del mundo natural parecía así coincidir con lo más hermoso. Así aparecía reflejado, por ejemplo, en la Encyclopédie de Diderot y DʼAlembert. En su artículo sobre «La belle nature», Louis de Jaucourt81 escribía que no era suficiente con imitar a la naturaleza para reproducirla en una buena obra de arte, sino que también se como por la circunstancia de que ambos textos fueron escritos mientras sus autores se hallaban confinados en una fortaleza dentro de una isla, como resultado de una condena impuesta por Manuel Godoy. Cf. Meléndez Valdés (1990); Jovellanos (2010; 1961: 175188; 1953); Caso González (2006, 1975); Lorenzo Álvarez (2016). 79.  Bernhard Siegfried Albinus (1697-1770), anatomista holandés de origen alemán. Cf. Albinus (2007 [1747]). 80.  Albinus (2007 [1747]), apud Daston y Galison (2007). 81.  Louis de Jaucourt (1704-1779), médico, filósofo y escritor francés. Contribuyó con varios textos a la Encyclopédie editada por Diderot y dʼAlembert. 69

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necesitaba seleccionarla.82 Esta selección debía realizarse siempre a partir de múltiples observaciones. Solo una observación continua y sistemática otorgaba al naturalista la capacidad de escoger las formas más generales, más características, que pronto serían racionalizadas como las configuraciones medias en términos estadísticos. La representación de la naturaleza —fuera esta resultante de una imagen visual o de una descripción— debía resultar siempre de la sobreimposición del análisis racional del científico sobre las meras sensaciones y la imaginación caprichosa del ar­­ tista.83 Los científicos ilustrados buscaban mantenerse fieles a la naturaleza84 mediante la producción de imágenes razonadas que correspondiesen a descripciones idealizadas del mundo natural. La observación sistemática de la naturaleza por parte de los naturalistas y los artistas ilustrados debía seleccionar apenas aquellos rasgos más representativos del modelo arquetípico de cada especie u órgano natural. De forma parecida a como los teóricos de la estética neoclásica habían adoptado los principios selectivos e idealistas de la mímesis en el arte, no se trataba apenas de imitar a la naturaleza para mostrar las peculiaridades de cualquier espécimen individual. El tipo ideal representado en las láminas científicas de la Ilustración debía reflejar la imagen más característica y general de la especie, los rasgos esenciales que caracterizaban a cada criatura u órgano, distinguiéndolo de los demás. Para las ciencias del Siglo de las Luces, la representación «objetiva» de la naturaleza seleccionaba apenas los elementos genéricos y prescindía de toda variedad, anomalía o peculiaridad de cada caso particular. Linneo recomendaba que las descripciones del tipo ideal de cada especie debían ser breves, verdaderas y útiles. Por su parte, Goethe, en 1798, instaba a procurar el fenómeno puro 82.  Chevalier de Jaucourt, «La belle nature». En dʼAlembert y Diderot (1765, vol. 11: 42-44), cit. en Daston y Galison (2007: 82). 83.  Daston y Galison (2007: 58). 84.  Vide supra, nota 24. Cf. Daston y Galison (2007). 70

Capítulo 1. El lugar de la estética en la filosofía de la Ilustración

para evitar que las representaciones de la naturaleza evidenciaran incongruencias, caprichos de la imaginación o rasgos poco generales.85 Más adelante, estos tipos idealizados rápidamente comenzaron a ser entendidos en un sentido transformista, como arquetipos a partir de los cuales podían derivarse todas las formas realmente existentes. En este sentido, en 1790 Goethe planteó la hipótesis de un arquetipo original y primigenio de todas las plantas que, a través de Metamorfosis orgánicas, habría podido originar toda la diversidad encontrada en la vegetación actual.86 Pero esta idealización arquetípica de la naturaleza no quedó restringida al estudio de plantas y animales, ni al estudio de los órganos en la anatomía. También las representaciones de la diversidad humana en este periodo reflejaron esta misma busca de tipos humanos universales. Las descripciones antropológicas de finales del siglo xviii —justo en el momento en que el concepto de raza, de forma titubeante, comenzaba a ser formulado e incorporado a las ciencias naturales— partían de la abstracción de distintos tipos humanos idealizados a los que, implícita o explícitamente, se otorgaban valores estéticos y morales que permitían ubicarlos en un orden jerárquico, en consonancia con la idea de la escala natural. Las mismas premisas epistemológicas de fidelidad a la na­ turaleza que guiaron la búsqueda ilustrada de la esencia de cada especie hicieron que el tipo ideal antropológico apareciese representado, la mayoría de las veces, por un ejemplar masculino de hombre blanco europeo87 con un perfil anatómico similar al que los artistas griegos habían plasmado en su estatuaria. El pensamiento estético y antropológico del propio Malaspina puede encuadrarse perfectamente dentro de este mismo paradigma, y 85.  Daston y Galison (2007: 59). 86.  Goethe (2009 [1790]). 87.  Daston y Galison (2007: 73-74). 71

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su entendimiento de la variabilidad humana no puede comprenderse sin una referencia a estos tipos antropológicos ideales, cuyo modelo más bello y perfecto, según el italiano, había sido fijado en el canon de los antiguos griegos. Según Malaspina, los griegos habían establecido el padrón anatómico ideal de nuestra especie por un procedimiento semejante al usado por los naturalistas ilustrados para diseñar sus imágenes razonadas de los tipos naturales ideales, es decir: «Se estableció un canon para la proporción de las formas, no copiando en verdad un solo modelo, sino reuniendo en un todo lo que la naturaleza parecía haber dividido entre muchos individuos».88

9. El cuerpo canónico griego La especie humana también tenía sus tipos ideales. Los anatomistas ilustrados los retrotraían a la idea de un cuerpo canónico, que podía llevarse hasta sus orígenes con Galeno,89 quien a su vez se había inspirado en la obra del escultor clásico Policleto.90 A finales del siglo xviii, los médicos y los estudiosos de la especie humana comenzaron a interesarse por las variaciones anatómicas entre las distintas naciones y a delinear los tipos nacionales. Los ilustrados recuperaron la idea del cuerpo canónico griego para asociarla no solo a valores estéticos —como tipo representativo del ideal anatómico de la humanidad—, sino también como modelo expresivo de valores intelectuales y morales. En sus Reflexiones sobre la imitación de las obras griegas,91 publicada en 1755, Winckelmann había caracterizado las creaciones artísticas 88.  Meditación, [p.d.C.] [34-35]. 89.  Galeno (129-c. 216), médico y filósofo griego. Su obra marcó la medicina europea durante siglos. 90.  Policleto, escultor griego del siglo v a. C. Sus obras en bronce le convirtieron en uno de los mayores escultores de la Antigüedad. 91.  Winckelmann (2008 [1755]). 72

Capítulo 1. El lugar de la estética en la filosofía de la Ilustración

de la Grecia clásica, y especialmente sus esculturas, como modelo insuperable de belleza. Nunca más había sido alcanzado aquel grado de perfección estética en toda la historia humana, por ningún otro pueblo. Reviviendo el antiguo concepto griego de kalokagathia,92 que interpretaba la belleza externa como reflejo de la belleza interior del alma, Winckelmann afirmaba que el tipo anatómico ideal plasmado por los escultores griegos manifestaba, en la armonía y elegancia de su figura, los más perfectos valores morales e intelectuales. Más aún, la obra de Winckelmann, que hacía énfasis en la importancia de la fisonomía y, especialmente, del perfil, contribuyó posiblemente más que ninguna otra a popularizar la idea del «perfil griego» como ideal estético insuperable. Winckelmann consideraba que el perfil ideal de la especie humana se hallaba representado en la escultura del Apolo de Belve­ dere,93 cuya silueta prolongaba la frente de forma insensible, sin cambios bruscos, en la nariz del dios griego. Winckelmann contribuyó a que el Apolo de Belvedere94 y el conjunto escultórico de Laocoonte —a los que el alemán dedicó un estudio pormenorizado en la obra mencionada— fueran considerados modelos insuperables de belleza por cualquier europeo culto del periodo.95 Esta belleza ideal captada por los griegos era interpretada por Winckelmann como la culminación de una serie de etapas previas de desarrollo, de forma que los egipcios o hebreos aparecían situados en un rango estético inferior a los griegos. Para el alemán, la perfección estética de la humanidad había alcanzado su grado máximo en Grecia, debido, entre otros factores, a la especial benignidad de su clima mediterráneo. Todo desvío del canon 92.  Vide supra, sección 4 del presente capítulo. 93.  Apolo Pitio o Apolo de Belvedere —llamado así porque inicialmente fue expuesta en el cortile del Belvedere del Vaticano—, famosa escultura de mármol que representa al dios Apolo. Se encuentra exhibida en el Museo Pío-Clementino del Vaticano. 94.  Winckelmann (1759: 23-41). 95.  En su Meditación, Malaspina recuerda que Plinio consideraba al Laocoonte «la obra artística preferente entre toda la estatuaria y la pintura». Cf. Meditación, [p.d.C.][35] [N.d.A.M.] 64. 73

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griego podía interpretarse como una falta o como degeneración. Para Winckelmann, los ojos «horizontales» de los chinos constituían nada menos que «una ofensa a la belleza», al igual que las narices de los calmucos, o las irregularidades y asimetrías de numerosos pueblos supuestamente salvajes, que aparecían a su vista como deformidades. A medida que el tipo anatómico medio de los pueblos no europeos iba divergiendo del ideal estético encarnado en el Apolo o en la Venus de los antiguos griegos, se otorgaba a estos grupos humanos un rango cada vez más subalterno en la escala estética, intelectual y moral. Por su parte, Malaspina fue influido profundamente por las ideas de Winckelmann y —tanto en la Disputa sobre la belleza como en la Meditación filosófica— alude repetidamente al Apolo y al Laocoonte como máximos ejemplos de perfección estética,96 así como a la fealdad de los no europeos. Según Malaspina, nunca más, después de los griegos, se habían vuelto a encontrar reunidas en la historia tales grados de perfección anatómica y de belleza en el arte: La estatua de Policleto y los preceptos de Eufránor97 sobre la simetría y los colores reunieron de una vez todas las leyes de la pintura y escultura. Viéronse inmediatamente el Apolo, el Hércu­ les, el Laocoonte, la Minerva y la Venus desplegar todas las gracias y nobleza de las formas a la vista de las edades siguientes.98

Para el italiano, resultaba indudable que el canon artístico y anatómico de la Grecia clásica había fijado para siempre los tipos ideales de la humanidad:

96.  Cf. Disputa sobre la belleza, Cartas n.º 12.2, n.º 12.3, n.º 17.3; Meditación, [p.d.C.][13], [35]. 97.  Eufránor de Corinto (siglo IV a. C.), pintor y escultor griego. Dejó escrito un tratado sobre las proporciones. 98.  Cf. Meditación, [p.d.C.] [34], [35]. 74

Capítulo 1. El lugar de la estética en la filosofía de la Ilustración

«… es imposible transmitir con palabras a un libro impreso el carácter diverso que se ve en cada hoja del volumen de la Naturaleza. La curva más leve del río presenta una nueva perspectiva o una nueva visión de lo que ya se ha visto. Cada ciudad difiere de las otras. No hay dos aldeas que tengan la misma forma: múltiples circunstancias producen diferencias decisivas entre objetos similares, que son incomunicables por cualquier arte de descripción verbal…». Alejandro Malaspina, Meditación filosófica. Imagen: vista de Buenos Aires. Fernando Bambrila (reproducido con permiso del Museo de América de Madrid).

Si me preguntan cuáles son el hombre y la mujer a quienes la naturaleza haya concedido las formas más elegantes, responderé al instante: los que más se aproximen a los modelos y preceptos de la escuela griega.99

Como veremos en el próximo capítulo, este tipo de concepciones etnocéntricas llegaría a tener una influencia decisiva en el de­­ sarrollo de la antropología europea durante el ocaso del Siglo de las Luces, lo que coincidió con el amanecer para la ciencia del concepto de raza. 99.  Cf. Meditación, [p.d.C.] [34]. 75

Capítulo 2 Estética, antropología y blancura en el ocaso de la Ilustración 1. La estética y las clasificaciones protoantropológicas de la Ilustración Paradójicamente, a pesar de su aspiración al universalismo —y aunque, como en toda regla, hubo grados, particularidades y excepciones en el cumplimiento de la norma— la cultura europea ilustrada se apoyó en el etnocéntrico presupuesto, prácticamente incuestionable, de su absoluta superioridad civilizatoria sobre el resto de los pueblos del planeta. Por supuesto, el etnocentrismo no fue descubierto con la Ilustración —ni es un atributo exclusivo europeo—. Con anterioridad, la superioridad de Occidente se había justificado en términos religiosos, por medio de la identificación de Europa con la cristiandad.1 En el ámbito hispánico —recuérdese que, a fines del siglo xviii, el Imperio es­­ pañol constituía el mayor imperio colonial del mundo—, paralelamente a la división social en estamentos, las jerarquías étnico-raciales funcionaron desde sus inicios como ejes estructurantes de la sociedad colonial hispanoamericana desde dentro de sus propias instituciones. La ideología de la limpieza de sangre,2 instituida por medio de estatutos que restringían el acceso al ámbito 1.  Boer (1995: 34-36). 2.  Cf. Martínez (2008). 77

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académico o administrativo en todos los dominios de la monarquía española apenas a quienes pudiesen demostrar que nunca habían tenido antepasados paganos o infieles —judíos, moros, negros o indígenas, o, dicho según la fórmula habitualmente empleada en documentos oficiales, perteneciente a cualquier «mala raza»—,3 dio lugar a las primeras formas modernas de lo que hoy llamaríamos racismo institucional, inclusive antes de que el concepto moderno de raza fuese teorizado sistemáticamente por la ciencia y la filosofía europeas. A partir del siglo xviii, este su­ premacismo cultural, de base religiosa, fue secularizándose y, cada vez con más frecuencia, junto con los tradicionales argumentos teológicos se pasó a justificar la superioridad de la civilización occidental en función de criterios independientes de la religión. En este sentido, Voltaire, en su obra El siglo de Luis XIV,4 aludía al intercambio académico, artístico y científico internacional entre las academias y universidades del Viejo Continente, que conformaban una verdadera República de las Letras, para justificar la superioridad de Europa. A pesar de admitir que la civilización tenía orígenes orientales, en su Ensayo sobre las costumbres y el espíritu de las naciones,5 de 1756, Voltaire afirmaba que, desde fines de la Edad Media, Europa se había convertido en el más rico y progresivo de todos los continentes, resultando indiscutible su superioridad civilizatoria sobre el resto del mundo.6 Además, el equilibrio político entre poder y libertad que habían encontrado sus naciones convertían a Europa, a ojos de philosophes como Voltaire o Montesquieu,7 en el baluarte mundial de la civilización frente al despotismo asiático, a la esclavitud africana, etc. Esta jerarquía estética, intelectual y moral fue teorizada de múltiples formas y en diferentes grados durante el Siglo de las Luces, cuando 3.  Ciriaco de Ceballos, expediente personal de Guardiamarina. Ms. AMN 1016 E2580. 4.  Cf. Voltaire (1751). 5.  Cf. Voltaire (1773 [1756]). 6.  Cf. Boer (1995). 7.  Cf. Montesquieu (1769 [1721]). 78

Capítulo 2. Estética, antropología y blancura en el ocaso de la Ilustración

Europa quedó identificada con el progreso y la tradicional línea que separaba barbarie y civilización pasó a situarse entre los europeos y el resto del mundo. En general, durante la mayor parte del siglo xviii, los filósofos y naturalistas ilustrados no hablaron de razas humanas, sino que dividieron la humanidad entre naciones civilizadas y pueblos bárbaros o salvajes, estableciendo una gradación progresiva entre los extremos. La idea de nación o de pueblo fue muy variable durante el último cuarto del Siglo de las Luces. Sin embargo, a fines del siglo xviii, la idea de nación —piénsese, por ejemplo, en la obra de Herder—8 ya anticipaba en muchos aspectos el sentido orgánico y unitario que adquiriría para el Romanticismo del siglo xix. El concepto ilustrado de nación integraba los valores estéticos, éticos e intelectuales específicos de cada pueblo, y llevaba aparejada la idea de que cada nación poseía un peculiar temperamento o carácter nacional, el cual quedaba reflejado tanto en su lengua como en sus costumbres e instituciones. A fines del siglo xviii, las diversas clasificaciones protoantropológicas de la humanidad, aun fuertemente inseridas en el paradigma de la Scala naturae, coincidían en situar a las naciones europeas en la cima civilizatoria. Los criterios sobre los que se establecían tan etnocéntricas clasificaciones podían sintetizarse en dos grandes modelos explicativos (aunque, en muchas ocasiones, ambos coincidían en un mismo autor). En primer lugar, el modelo climático atribuía a los efectos de la geografía y el clima de cada nación las peculiares características psicológicas, intelectuales y morales de sus habitantes, de las que, en último término, dimanaba el grado civilizatorio alcanzado por sus instituciones. El segundo modelo se apoyaba en la comparación de los modos de subsistencia de cada

8.  Cf. Patten (2010). 79

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«… Verá cómo, en aquellos climas en que el calor y el frío llegan al exceso, peca la naturaleza de gigantesca o de enana en sus efectos, y que estos son más regulares en su constitución y en sus formas en aquellos países que disfrutan un clima templado…». Fernanda O’Connock y Alejandro Malaspina, Disputa sobre la belleza. Diario de Madrid (30 de julio de 1795). Imagen: detalle del Quadro de historia natural, civil y geográfica. Louis Thiébaut (reproducido con permiso del Museo Nacional de Ciencias Naturales, Madrid).

pueblo o nación,9 clasificándolos en función del grado de complejidad de su organización económica. Tanto Winckelmann como Malaspina —que no hablaban de razas, sino de naciones— atribuyeron a los climas benignos de la Europa meridional la superioridad intelectual, moral y estética de los antiguos griegos. Otros autores —tan centrales para la Ilustración europea como Hume10 o Montesquieu—11 otorgaron un papel similar a la influencia del clima en la formación del carácter de las naciones y lo conectaron de diversas maneras con el mayor o menor grado de civilización, belleza y sensibilidad estética de cada pueblo. En realidad, este tipo de explicaciones climáticas podía 9.  Bindman (2002: 58-59). 10.  Hume (1793: 224-250). 11.  Cf. Montesquieu (1772). 80

Capítulo 2. Estética, antropología y blancura en el ocaso de la Ilustración

retrotraerse al menos al médico griego Hipócrates,12 para quien el clima templado del mediterráneo europeo había generado pueblos activos y guerreros, como los propios helenos, mientras que el clima menos benigno de Asia estaba en el origen de la laxitud y el despotismo de sus habitantes.13 Las explicaciones climáticas podían, con frecuencia, asociarse en un mismo autor a la comparación entre los modos de subsistencia de cada pueblo para establecer su relativo grado civilizatorio. Además de los ya citados Hume o Montesquieu, ambos modelos fueron utilizados como base de las clasificaciones de algunos de los autores más influyentes del periodo ilustrado, como Turgot14 en Francia, o como Adam Smith15 y Ferguson16 en Gran Bretaña. Por lo que concierne a la estética, muchos de estos modelos clasificatorios restringían o limitaban, en distintos grados, la capa­­ cidad de sensibilidad estética de aquellos pueblos o clases que dependían completamente del trabajo físico para adquirir los medios necesarios a su subsistencia. Aun en los casos en que se les reconocía una cierta sensibilidad para captar la belleza —lo que, para algunos ilustrados, como Diderot, era un atributo compartido por toda la humanidad—, en general se aceptaba que en los pueblos más atrasados, es decir, aquellos que debían emplear todo su tiempo en procurarse los medios para sobrevivir por medio del trabajo físico, esta sensibilidad estética se hallaba subs­­ tancialmente mermada o atrofiada. La falta de tiempo libre para el cultivo del espíritu impedía que, gracias a la educación, la 12.  Hipócrates (c. 460 a. C.-c. 370 a. C.), médico griego cuyas teorías ejercieron inmensa influencia durante siglos en la medicina occidental. 13.  Bindman (2002: 24). 14.  Anne Robert Jacques Turgot (1727-1781), político y economista francés, uno de los padres de la escuela fisiocrática de pensamiento económico. Cf. Turgot (1998 [1766]). 15.  Adam Smith (1723-1790), economista y filósofo escocés. Su obra más influyente es La riqueza de las naciones (1776). 16.  Adam Ferguson (1723-1816), filósofo e historiador de la Ilustración escocesa. Cf. Ferguson (1782). 81

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sensibilidad hacia las formas más elevadas de lo bello pudiera desarrollarse en tales naciones. De forma paralela a este tipo de argumentos, las ciencias ilustradas contribuyeron a reforzar la creencia en la base natural de tales jerarquías antropológicas.

2. La estética ilustrada y la emergencia del concepto de raza Desde mediados de siglo, junto con los modelos climáticos y económicos de clasificación protoantropológica producidos por los filósofos, historiadores y economistas de la Ilustración, comenzaron a aparecer en Europa los primeros intentos naturalistas de clasificación taxonómica de nuestra especie. Las últimas décadas del siglo xviii supusieron un periodo crucial para el desarrollo de la antropología, durante el cual emergió el concepto de raza, que rápidamente pasó a situarse como categoría clasificatoria central en el estudio científico de la diversidad humana. Sin embargo, durante buena parte del siglo, la idea de raza no llegó a tener una definición precisa ni consiguió establecerse como categoría clasificatoria predilecta entre los naturalistas ilustrados, que continuaron hablando preferentemente de pueblos o naciones para distinguir grupos humanos, en función de sus adaptaciones físicas y culturales a los diferentes climas, de su temperamento, su peculiar grado de civilización y también, como veremos, de su sensibilidad estética y de su belleza física. Ni Linneo ni Buffon —los dos grandes patriarcas de la taxonomía naturalista del Siglo de las Luces— hicieron un uso consistente de la categoría de raza en sus clasificaciones de la variabilidad humana. Aun así, y a pesar de sus profundas divergencias, como representantes de dos sistemas opuestos de clasificación y de comprensión de la naturaleza, el pensamiento antropológico de Buffon y Linneo coincidía en la atribución de características 82

Capítulo 2. Estética, antropología y blancura en el ocaso de la Ilustración

psicológicas negativas —tales como pasividad, falta de inteligencia y dependencia— a los no europeos. Esa supuesta inferioridad se hacía especialmente acusada en el caso de los africanos. Al describir por primera vez al Homo sapiens como una especie animal más, dentro del orden taxonómico de los primates,17 Linneo había asociado cada una de sus variedades antropológicas con un color de piel característico y, a la vez, vinculó cada tipo humano con un determinado temperamento específico. Según el naturalista sueco, los negros africanos eran, por naturaleza, perezosos, descuidados e incapaces de autogobernarse. Para ellos, la única guía firme de conducta podía establecerla la voluntad arbitraria de sus señores, de forma que prácticamente se les concedía el estatus de siervos por naturaleza. En contraste, el naturalista sueco había distinguido la blancura de la piel como un atributo específico de la variedad humana más perfecta: el Homo aeuropeus albescens. Según Linneo, los blancos europeos se caracterizaban por su ingenio natural y, además, eran los humanos más capaces de autogobernarse por las leyes.18 Así, aunque Linneo no atribuyese explícitamente calificativos estéticos a sus variedades humanas, implícitamente su clasificación dejaba claro que el color de la piel de cada tipo podía asociarse a una determinada jerarquía intelectual y moral, así como a distintos niveles de progreso en la escala civilizatoria.19 Por su parte, el conde de Buffon20 —otro de los autores más citados en los escritos estéticos de Malaspina— elaboró un modelo climático de adaptación a las condiciones naturales de cada territorio para explicar el origen de la variabilidad entre los grandes grupos humanos: europeos, lapones, tártaros, pueblos del sudeste 17.  Cf. Linné (1758). 18.  Bindman (2002: 62). 19.  Hannaford (1996: 204). 20.  Georges Louis Leclerc, conde de Buffon (1707-1788), naturalista, matemático, cosmólogo y escritor francés. Su obra más influyente fue la Histoire naturelle, en 44 volúmenes. 83

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asiático, etíopes y americanos.21 El proceso adaptativo de aclimatación de cada variedad a su medio había supuesto, en muchos casos, una degeneración a partir del tipo original de la especie, que para Buffon era blanco. La principal división antropológica establecida por el naturalista francés distinguía dos grandes ramas de la humanidad,22 una de ellas más progresiva que la otra, relativamente estacionaria y más «animalesca».23 Las variedades humanas más progresivas de Buffon eran también las más bellas, y habitaban en los climas templados, entre el río Ganges y Marruecos. Dentro de estas variedades —en las que Buffon incluía a los persas, los turcos, los circasianos, los griegos y todos los demás pueblos europeos— se encontraban los tipos humanos «más bonitos, los más blancos y los mejor formados en toda la tierra».24 Frente a ellos, las variedades humanas más estacionarias se distinguían también por su fealdad. Por ejemplo, las mujeres laponas «eran tan feas como los hombres».25 Por su parte, entre algunas variedades de los tártaros se encontraban los hombres «más feos y deformes»26 de la tierra. A pesar de que Buffon era un notorio opositor a la esclavitud y defendía la unidad de origen para todas las variedades humanas, en su Historia natural del hombre27 el francés se había referido a los negros relegándoles —al igual que había hecho su rival Linneo— a una especie de estatus natural de servidumbre: «Mientras los alimentes bien y no los trates mal, estarán contentos, felices y harán lo que sea, y este espíritu resulta visible en sus caras. Pero si 21.  En cualquier caso, estos tipos humanos distinguidos por Buffon —a los que a veces se refiere como races— no eran variedades permanentes, ni debían sus diferencias en morfología y temperamento a factores esencialmente hereditarios. 22.  Sobre la idea de raza en Buffon, cf. Blanckaert (1992); Doron (2012). 23.  En este particular, Buffon coincidía con Georg Forster, quien consideraba «por lo menos no improbable que hayan sido producidos dos troncos diferentes», apud Galfione (2014: 25). 24.  Bindman (2002: 66). 25.  Buffon (1749), apud Bindman (2002: 64). 26.  Buffon (1749), apud Bindman (2002: 66). 27.  Cf. Buffon (1773). 84

Capítulo 2. Estética, antropología y blancura en el ocaso de la Ilustración

les tratas mal, esto les afecta profundamente y muchas veces mueren de melancolía».28 El abismo que separaba a blancos y negros podía explicarse, en parte, por causas naturales, como resultado del largo proceso de adaptación a las peculiares condiciones climáticas del hábitat originario de cada variedad. En cualquier caso, según Buffon, en el estado de barbarie y en los grupos humanos más degenerados y estacionarios en la escala civilizatoria, el ser humano prácticamente dejaba de ser humano: sin educación, sin moralidad y reducido a la vida salvaje; ocupado en la mera lucha por la subsistencia, podía llegar a «degradarse por debajo de los animales».29 A pesar de que la palabra raza ya había sido utilizada para clasificar las variedades antropológicas a fines del siglo anterior,30 y de que el mismo Buffon había empleado ese término de forma ambigua en sus escritos antropológicos,31 la primera definición precisa del concepto como categoría central de la antropología tuvo que esperar hasta 1775, cuando el filósofo Immanuel Kant dio a luz su opúsculo Sobre las diferentes razas humanas.32 Posteriormente, Kant desarrolló este concepto a lo largo de un curso de antropología cuya versión final apareció publicada en 1798, con el título de Antropología desde un punto de vista pragmático.33 En estas obras, Kant recogía la influencia linneana para dividir la humanidad en cuatro grandes razas,34 correspondientes a las cuatro divisiones 28.  Buffon (1749), apud Bindman (2002: 65-66). 29.  Buffon (1778: 337). 30.  En 1684, el médico francés François Bernier (1625-1688) introdujo el término en un trabajo cuyo significativo título era Nueva división de la tierra a partir de las diferentes especies o razas que la habitan. Cf. Bernier (1684). 31.  Las razas de Buffon no tenían un carácter permanente, y existía toda una variedad de formas dentro de cada una, que, en muchos aspectos (por ejemplo, en el color de piel) creaba transiciones insensibles entre ellas. 32.  Kant (2018a [1775]). 33.  Cf. Kant, Immanuel (2006 [1778]). 34.  Para una introducción al pensamiento racial de Kant puede consultarse Galfione (2014). 85

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«… Padres y abuelos de ambas líneas son y han sido Cristianos viejos, limpios de toda mala raza, secta y sospecha; y allende esto son hijosdalgos Notorios de sangre de Casa y solar conocido, y de las familias más distinguidas del país…». Expediente guardiamarina de Ciriaco de Ceballos. Informes de limpieza de sangre y nobleza. Ms. AMN 1016 E2580. Imagen: cuadro de castas. Luis de Mena (reproducido con permiso del Museo de América, Madrid).

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del Homo sapiens de Linneo (europeos «blancos», asiáticos «amarillos», americanos «pieles rojas» y africanos «negros»). Kant otorgó a la palabra raza una dimensión biológica hereditaria, lo que —a diferencia de las variedades inestables de Buffon— convertía a las razas kantianas en categorías naturales inmodificables. Para Kant, las características esenciales de cada raza no eran susceptibles de ser afectadas por efectos del clima o de la educación. Dentro de cada raza podían distinguirse variedades (por ejemplo, las diferentes nacionalidades europeas dentro de la raza blanca), pero estas últimas no presentaban diferencias esenciales o permanentes entre ellas, al contrario de lo que acontecía entre las grandes divisiones raciales. Para Kant, las razas se distinguían por dos grandes elementos: internos y externos. Entre los internos, las diferencias raciales derivaban de unos gérmenes hereditarios —keime, en alemán— que ya se hallaban presentes en los primeros ancestros que dieron origen a cada una de las grandes ramas de la humanidad. En cada una de estas razas, sus gérmenes específicos determinaban una serie de rasgos físicos, tales como el color de la piel, así como un conjunto de predisposiciones comportamentales inna­ tas. Las tendencias hereditarias debidas a los distintos «gérmenes raciales»35 podían ser activadas en mayor o menor grado en cada individuo por factores externos, en función de adaptaciones al medio ambiente, de la educación recibida, etc., pero, en cualquier caso, sus rasgos esenciales se habían mantenido invariables a lo largo de la historia, fijando las enormes diferencias que, según el alemán, eran observables en las cuatro grandes razas. Si bien Kant consideraba que estas cuatro variedades habían surgido inicialmente de un mismo origen,36 en términos pragmáticos, podían estudiarse como tipos o especies perfectamente diferenciadas. 35.  Estamos muy cerca de que estos gérmenes (keime) se transformen, durante el siglo posterior, en las primeras teorizaciones genéticas de las diferencias innatas entre los pueblos. 36.  Kant, al igual que Buffon, defendía que los humanos primordiales habrían sido blancos de piel y habrían tenido el pelo oscuro. Frente a ellos, Malaspina defendía la hipótesis de que los primeros humanos habrían sido negros. 87

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En 1775, el mismo año en que Kant lanzó su primer opúsculo sobre las razas humanas, el antropólogo físico alemán Johann Friedrich Blumenbach37 y el fisiognomista suizo Johann Caspar Lavater —autores también citados en los escritos estéticos de Malaspina— publicaron otros dos trabajos fundamentales para la consolidación del concepto de raza como categoría central en la antropología europea. En su obra Variedades nativas del género humano, Blumenbach distinguió por primera vez el tipo caucásico y estableció las cinco grandes razas —caucásica, mongólica, americana, etiópica y malaya— que desde entonces pasaron a formar la base de la mayoría de las clasificaciones raciales.38 Casi al mismo tiempo, Lavater39 lanzaba su difundidísima obra Fisiognómica,40 que en posteriores ediciones pasó a incorporar el opúsculo de Kant sobre las razas como apéndice. También en torno a 1775, el contacto de las expediciones de Bougainville y Cook con los remotos habitantes del Pacífico sur, y las narrativas que de aquellos encuentros hicieron los expedicionarios franceses e ingleses, causaron un verdadero shock en la cultura europea, modificando profundamente la concepción ilustrada acerca de la variabilidad humana en el planeta. Bougainville había publicado su Viaje alrededor del mundo en 1771.41 En su relato, el francés hacía una descripción altamente idealizada y paradisíaca de las sociedades del Pacífico sur y de sus habitantes. Tahití42 aparecía caracterizada por Bougainville como la nueva Citerea,43 y su descripción de las mujeres tahitianas como 37.  Johann Friedrich Blumenbach (1752-1840), médico, naturalista y antropólogo alemán. 38.  Cf. Blumenbach (1795). 39.  Johann Caspar Lavater (1741-1801), filósofo, poeta, teólogo y fisiognomista suizo. 40.  Cf. Lavater (1777). 41.  Cf. Bougainville (1771). 42.  Bindman (2002: 123). 43.  Además de ser uno de los apelativos de la diosa Venus Afrodita, Citerea o Citera —Κύθηρα, Kýthira, en griego—, da nombre a una de las islas jónicas sobre la que los ilustrados de la segunda mitad del siglo xviii proyectaron la imagen de un lugar de costumbres sexuales especialmente liberales. 88

Capítulo 2. Estética, antropología y blancura en el ocaso de la Ilustración

ninfas clásicas, tan hermosas como complacientes,44 causó sensación en el Viejo Mundo. No obstante, su visión idílica de los habitantes de los mares del sur enseguida recibió contestación por otros filósofos y viajeros. Un año después de la publicación del viaje de Bougainville, el filósofo Diderot publicó su Suplemento filo­ sófico,45 donde sometía a una aguda crítica las mistificaciones del buen salvaje y del estado de naturaleza, a las que autores como Rousseau y el propio Bougainville habían dado pábulo. Por su parte, tras el retorno del segundo de los grandes viajes de descubrimiento del capitán Cook (1772-1775), los Forsters (padre e hijo), naturalistas alemanes que realizaron las descripciones antropológicas más importantes de la expedición,46 pusieron en entredicho la visión idealizada de los nativos polinesios que había realizado Bougainville, alegando que el francés había transmitido una imagen deformada de los nativos. Georg Forster también criticaba la representación hecha por los propios artistas ingleses de los nativos visitados durante la segunda expedición de Cook. Según Forster, los grabados que acompañaban a la publicación del viaje —realizados a partir de los bocetos tomados del natural por el pintor William Hodges—47 presentaban una visión deformada de los tahitianos como si fuesen héroes y heroínas de la Grecia clásica: «El connoisseur encontrará contornos y rasgos griegos en estas imágenes, que nunca existieron en los mares del sur».48 Todas estas obras tuvieron enorme influencia en toda Europa y, por descontado, dejaron una fuerte impresión en Alejandro Malaspina, que entró en contacto con los polinesios en una de las últimas y más fascinantes etapas de su expedición. Malaspina 44.  Sobre este asunto, cf. Martin (2008). 45.  Cf. Diderot (1992).  46.  Georg Forster y Johan Reinold Forster. Cf. Forster, Georg (1777); Forster, Johann Reinhold (1778). 47.  William Hodges (1744-1797), pintor inglés que acompañó a James Cook en el segundo de sus grandes viajes de exploración. 48.  Forster, Georg (1777: 431). 89

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también proyectó su particular versión del mito del buen salvaje y de la edad de oro sobre los habitantes de la isla de Tonga,49 situada en el archipiélago polinesio que los españoles —primeros europeos en visitar la zona— bautizaron como Mayorga y que posteriormente Cook y sus hombres denominaron «islas de los Amigos».50 Malaspina rememoró aquel encuentro en sus escritos estéticos, donde relató una experiencia vivida en primera persona para defender la mayor belleza de los europeos en relación con las beldades polinesias. En su Meditación filosófica, Malaspina justificó su creencia en la supremacía estética europea aludiendo a la avidez mostrada por Vuna —el jefe local de Tonga— hacia las mujeres blancas, que había podido ver representadas en un retrato del pintor de la expedición Juan Ravenet. La visión de aquel retrato por parte del cacique Tongano provocó todo tipo de ofrecimientos desmesurados a los viajeros europeos, a cambio de poder llevar a la isla una de aquellas mujeres de piel blanca.51 Para Malaspina, este hecho suponía una prueba empírica incontestable de que no había en la tierra pueblos más hermosos que los europeos.52 En la recta final del Siglo de las Luces, al fuerte impacto que produjo en el imaginario europeo sobre el otro el descubrimiento de las remotas y armónicas sociedades del Pacífico, se sumó otro shock antropológico profundísimo, esta vez en relación con la esclavitud 49.  Sobre los habitantes de la isla de Tonga, uno de los oficiales de la expedición comandada por Malaspina, Francisco Viana, anotó en su diario de a bordo: «Su gran robustez, buen personaje, placer y tranquilidad interna nos recordaban a cada paso la viva imagen de la edad de oro». Cf. Viana (1993 [1793]: 222). 50.  La isla de Tonga había sido visitada por primera vez por europeos en 1781, durante la expedición dirigida por el español Mourelle, al mando de la fragata Princesa. Mourelle bautizó aquellas islas —después visitadas por el capitán Cook y sus hombres— como el archipiélago de Mayorga. La expedición de Malaspina completó el perfil hidrográfico del archipiélago y tomó formalmente pose del mismo. Cf. Espinosa (1809: xviii-xix); Viana (1993 [1793]: 226). 51.  El cuadro de Ravenet está reproducido en la p. 409 del presente volumen. Cf. Viana (1993 [1793]: 220). 52.  Cf. Meditación, [p.d.C.] [101]. 90

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en las colonias americanas. En 1791, el estallido de una revolución de esclavos en Saint-Domingue, que culminó en 1804 con la total independencia de Haití, sacudió los cimientos de la conciencia racial y colonial del Viejo Continente, intensificando el debate sobre el régimen esclavista.53 En este periodo final del Siglo de las Luces —momento en que coincidieron en su apogeo tanto el tráfico de esclavos a través del Atlántico como las campañas aboli­­ cionistas—,54 naturalistas defensores de la unidad de la especie humana como Buffon, Blumenbach o Camper hicieron explícitas declaraciones de oposición a la esclavitud. En el extremo ideológico opuesto, autores partidarios de la manutención del régimen esclavista en las colonias pretendieron demostrar la existencia de una distancia antropológica abismal entre blancos y negros, defendiendo que ambos tipos humanos no tenían un mismo origen. En el marco de este debate entre las posturas mono- y poligénicas, Georg Forster, a pesar de criticar la esclavitud como una institución deshumana, consideraba más probable que existieran diferentes parejas originales para cada una de las razas. Por su parte, Kant mantenía que otorgarles un origen común resultaba una explicación más simple, pero aun así dejaba abierta la posibilidad de que las diversas razas tuvieran múltiples orígenes en un pasado remoto.55 El administrador colonial en Jamaica, Edward Long,56 uno de los más firmes defensores de la hipótesis poligénica y del mantenimiento de la esclavitud, publicó en 1774 una historia de la entonces colonia británica57 donde, para reforzar el supuesto abismo natural que separaba a los colonos blancos de sus esclavos, afirmaba que los negros no poseían la menor sensibilidad estética. 53.  Sobre los regímenes esclavistas en los imperios coloniales francés y español durante este periodo, cf. Sala-Molins (1992, 2018). 54.  Cf. Dorigny (2018); Piquet (2002); Dorigny y Gainot (1998). 55.  Sobre la réplica de Forster a las ideas raciales de Kant, véase Gray (2012). 56.  Edward Long (1734-1813), historiador británico, uno de los más destacados defensores del poligenismo de la segunda mitad del siglo xviii. 57.  Cf. Long (1774). 91

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A pesar de haber convivido con los blancos durante siglos, los negros jamaicanos no habían dado muestra «del menor gusto artístico ni del menor genio, ya sea inventivo o imitativo».58 La obra de Long hacía una defensa explícita de la esclavitud en nombre de los dueños de plantaciones en la colonia británica, afirmando abiertamente que no toda la humanidad descendía de Adán y Eva sino que, en realidad, blancos y negros constituían especies distintas y que «el orangután y algunas razas negras están muy emparentadas».59 Ideas semejantes a las de Long fueron defendidas por el alemán Christoph Meiners, profesor de Filosofía en Gotinga, quien en 1785 escribió un Boceto de la historia de la humanidad,60 en el que distinguía dos raíces completamente diferentes en los orígenes humanos. La clasificación antropológica de Meiners estaba fuertemente anclada en la estética. Para Meiners, las dos principales fuentes originales de la humanidad eran la caucasiana y la asiática, pero esta última era netamente inferior —tanto en moralidad e inteligencia como en belleza física— a la rama europea. Las dos grandes ramas originarias de la humanidad podían distinguirse principalmente por su diferente hermosura, en la que existía una clara ventaja a favor de los caucasianos: «Uno de los signos más importantes del manantial original del que los pueblos han surgido es su belleza o fealdad, ya sea del conjunto del cuerpo o de la cara».61 Por su parte, ya en la recta final del siglo, el médico inglés Charles White también aplicó la idea arquetípica de la gran cadena de los seres a la especie humana para establecer una gradación progresiva entre el negro y el blanco europeo,62 considerados como los tipos extremos opuestos de la serie antropológica. En la 58.  Long (1774: 354). 59.  Long (1774: 365). 60.  Cf. Meiners (1786). 61.  Apud Bindman (2002: 220). 62.  Cf. White (1799). 92

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gradación de White se resaltaban los rasgos supuestamente animalescos de los africanos, y se negaba explícitamente que ambos tipos pudieran descender de una misma pareja original. White se oponía a los abolicionistas y defendía sin ambages que la diferencia entre europeos y africanos era absoluta y radical, y que los africanos constituían «el tipo humano más próximo a la creación bruta animal».63 White establecía una gradación jerárquica hasta en los más nimios detalles, comparando a los negros y a los europeos en términos de inteligencia, sensibilidad de la vista, oído, olfato, memoria, capacidad de masticación, etc., confirmando en cada aspecto la superioridad abismal del europeo sobre el africano. A cambio, establecía también algunas compensaciones —por ejemplo, el inglés afirmaba que los negros tenían un pene mayor que el de los blancos—. Al igual que Long o Meiners, White consideraba que la jerarquía antropológica entre negros y blancos se hacía especialmente visible en términos estéticos. Esto era especialmente claro en el caso de las mujeres europeas, cuya blancura, según el inglés, también constituía un indicador natural de superioridad moral: ¿En qué otro rincón del mundo podríamos encontrar ese rubor que se expande por los suaves rasgos de las bellas mujeres de Europa? ¿Dónde encontraremos ese emblema de la modestia, de los sentimientos delicados y del gusto; dónde esa agradable expresión de lo amigable y de las pasiones suaves y contenidas; y dónde esa elegancia general de los rasgos y de la complexión? ¿Dónde, salvo en el rubor que la mujer europea exhibe sobre esos hemisferios de blanca nieve salpicados por bermellón?64

63.  White (1799: 41). 64.  Apud Jordan (2013: 502). 93

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Por su parte, Malaspina consideraba más probable que todas las variedades humanas tuvieran un mismo origen y —a diferencia de su admirado Buffon— pensaba que posiblemente los primeros humanos habían sido negros.65 Pero, a pesar de sus creencias monogénicas, el italiano coincidía plenamente con los poligenistas Long, Meiners y White en identificar la mayor blancura de la piel con el grado supremo de la belleza en nuestra especie. Citando al presidente norteamericano Thomas Jefferson,66 Malaspina defendía que la tez clara podía reflejar una mayor gama de emociones y que, por lo tanto, era capaz de producir naturalmente mayor impresión de belleza de una forma «objetiva», al compararla con la tez oscura de los no europeos: […] ¿esta diferencia [de colores] no tiene importancia? ¿No es la base de una mayor o menor belleza en las dos razas? ¿No son las finas mezclas de rojo y blanco que modulan las expresiones de todas las pasiones, por una mayor o menor cantidad de co­­lores, preferibles a la eterna monotonía que reina en los rostros de la otra raza, ese velo inmóvil de negrura que cubre todas las emociones?67

3. La norma del gusto y los caracteres nacionales Hasta la consolidación de la nueva categoría de raza como concepto central para la antropología, el imaginario del naturalismo ilustrado sobre la diversidad humana se alimentó tanto de modelos climáticos y económicos de clasificación como de la teoría estética. La tradición estética neoclásica había identificado la nor­­ ma anatómica ideal de nuestra especie con el cuerpo canónico griego. 65.  Meditación, Nota Q , [p.d.C.] [100] [N.d.A.M.] 213. 66.  Cf. Jefferson (1984 [1781]). Sobre la influencia del pensamiento de Jefferson en Malaspina, véase Pimentel (1998: 190-195, 302-308 y ss.). 67.  Cf. Meditación, [p.d.C.] [33] [N.d.A.M.] 63. 94

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Por otro lado, numerosos teóricos de la estética ilustrada habían abierto el debate sobre la diferente sensibilidad estética de cada pueblo o nación. Ya mencionamos que Malaspina atribuía el grado supremo de sensibilidad estética a «las naciones sabias» que habitaban en climas templados del mediterráneo. En sentido contrario, Diderot había defendido la universalidad de la sensibilidad hacia lo bello, negando que en este aspecto hubiera diferencias entre los distintos pueblos. Según el filósofo francés, si existiera un solo hombre que no se viera afectado por la experiencia estética, «este sería el estúpido perfecto […] este fenómeno denunciaría en él un fallo de economía animal y estaríamos siempre alejados del escepticismo por la condición general del resto de la especie».68 La unidad psíquica de la humanidad permitía a todas las naciones experimentar de igual modo la belleza natural a través de los sentidos. Después, por medio de la educación y las cos­ ­tumbres variables en cada época y en cada pueblo, surgían las diferentes percepciones de lo que el jesuita André había denominado «el bello artificial», siendo esta categoría secundaria de la belleza la única que podía presentar criterios variables entre las naciones: «He aquí toda la diferencia que puede darse entre un pueblo y otro, entre un hombre y otro y en un mismo pueblo».69 Otros filósofos, no menos influyentes que Diderot, discordaban radicalmente del francés en este particular. Autores como Shaftesbury y Hume, por ejemplo, sostuvieron opiniones muy semejantes a las de Malaspina, restringiendo el ámbito de acceso a la máxima belleza apenas a un grupo reducido de personas entre los miembros de las clases educadas de las naciones «más civilizadas» de Europa y América. En su ensayo Sobre la norma del gusto,70 Hume se había enfrentado al tópico del relativismo distinguiendo 68.  Diderot (1973 [1752]: 17). 69.  Diderot (1973 [1752]: 56). 70.  Hume (1793: 224-250). 95

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la opinión vulgar de las gentes de la verdadera sensibilidad estética, solo accesible a unos pocos. Hume había establecido como norma del gusto el conjunto de dictámenes «de los hombres y mujeres sensibles, expertos, educados y sin prejuicios; la sensibilidad adiestrada por la experiencia».71 Para poder tomar en serio el dictamen estético de un individuo, este, según Hume, debía cumplir tres requisitos: […] que posea «delicadeza», o sea, capacidad de percibir emocionalmente los valores artísticos; que sea capaz de liberarse de todo prejuicio que pueda enturbiar la aparición y la concienciación de esa emoción, y que posea experiencia en el conocimiento y trato del arte».72

Así, Hume planteaba una especie de demarcación antropológica que dividía a los hombres en función «de la diferente estructura de sus naturalezas, la mayor o menor delicadeza de sus órganos y la mayor o menor finura de las facultades internas de que están dotados».73 Este tipo de consideraciones establecían una clara línea divisoria entre civilización y barbarie en términos estéticos. Debemos recordar que, en este periodo, el adjetivo «salvaje» —o «bárbaro», vocablo homólogo, preferido en el ámbito hispánico—74 no solo se aplicaba a naciones no europeas. A ojos de los ilustrados, también eran «salvajes» ciertos pueblos de Europa, como los lapones. Inclusive, las clases altas inglesas aplicaban habitualmente ese calificativo para referirse a los rudos habitantes del norte de Escocia o al campesinado irlandés. Para muchos, todos estos grupos humanos quedaban fuera del ámbito restringido que Hume había otorgado a aquellos capaces de experimentar la belleza en su forma suprema. 71.  Carnero (1987: 27). 72.  Apud Carnero (1983: 27). 73. Hume, Sobre la norma del gusto, cit. en Blair (1816: 23-26), apud Carnero (1987: 28). 74.  Sobre la idea de salvaje y de barbarie en la Ilustración, cf. Weber (2005); Bitterli (1982). 96

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Algunas décadas antes de su disertación sobre la norma del gusto, Hume había escrito otro ensayo sobre los caracteres nacionales,75 donde señalaba dos tipos de determinantes principales de las diferencias de carácter entre los pueblos. Existían causas físicas, que dimanaban de la influencia del clima. Como vimos al hablar de los modelos climáticos de clasificación antropológica, se pensaba que la adaptación a las peculiaridades climáticas y geográficas de cada nación había provocado profundos efectos en la apariencia y morfología general de sus habitantes. En este sentido, Hume añadía que, en determinadas áreas como los círculos polares o entre los trópicos, los rigores del clima habían producido tipos humanos incapaces de alcanzar el máximo desarrollo de la mente humana.76 Según el escocés, el clima intertropical impedía el desarrollo de cualquier civilización, por lo que jamás se había reconocido una nación civilizada entre los negros.77 Pero, junto con estas causas ligadas al clima, Hume señalaba otras causas internas, derivadas de tendencias comportamentales y psicológicas innatas, que determinaban la índole moral de cada nación.78 Estas ideas de Hume causaron un gran impacto en Kant, quien en sus Observaciones sobre el sentimiento de lo bello y lo sublime incluyó una sección destinada a estudiar «las características nacionales en cuanto se basan en la diferente sensibilidad para lo bello y lo 75.  Sobre este asunto, cf. Sauer y Wright (2009). 76.  Sobre la idea de raza en Hume y su concepción de la naturaleza humana, cf. Eze (2000). 77.  Este tipo de afirmaciones de Hume parecían orientadas a dar apoyo a los poligenistas del periodo. 78.  El mismo Malaspina, como extranjero en Madrid, sufrió los efectos xenófobos que se derivaban de esta creencia de que cada nación poseía un carácter distintivo esencial. En la España de fines del siglo xviii —sobre todo a partir del motín de Esquilache, alzamiento del pueblo de Madrid contra las medidas impuestas por un ministro italiano del rey Carlos III— se asociaba a los italianos con ciertas características morales negativas. El clérigo Manuel Gil acusó a Malaspina de sufrir una especie de prurito político maquiavélico, propio de su nación, que hacía a los italianos especialmente proclives a la intriga desde la época clásica. Cf. Jiménez de la Espada (1881). 97

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sublime».79 En esta popularísima obra de juventud, el filósofo de Königsberg reprodujo los prejuicios etnocéntricos de Hume sobre la falta de sensibilidad estética de los negros, afirmando que estos «por naturaleza no tienen un sentimiento que se eleve por encima de lo trivial», y recordando el reto lanzado por Hume a que alguien aportase un único ejemplo en el que un negro hubiera mostrado talento.80 Por lo demás, en esta y otras obras, Kant contribuyó a la asociación de los afrodescendientes con un estatus de servidumbre natural de forma aún más explícita que en los casos ya mencionados de Buffon o Linneo.81 Este tipo de actitudes hacia los africanos resultaban perfectamente justificables para Kant, quien consideraba que la diferencia de color entre negros y blancos era equiparable a sus diferencias innatas en capacidad intelectual y en sensibilidad al gusto. El color de la piel constituía un claro indicador de capacidad mental para el filósofo alemán, quien se había referido a la tonalidad oscura de un carpintero africano al que había tratado en una ocasión como «clara prueba de que lo que decía era estúpido».82 Por su parte, Malaspina compartió con Hume y Kant la creen­­ cia en la existencia de diferencias innatas de carácter entre los pueblos. La importancia que el navegante italiano concedía a la existencia de caracteres nacionales específicos se manifestó por primera vez durante su viaje al mando de la fragata Astrea, entre los años 1786 y 1788.83 En aquel viaje Malaspina se recusó 79.  Kant (2004: 48-63). 80.  Kant (2004: 59). 81.  En sus escritos, Kant llegó a recomendar utilizar la caña de bambú con preferencia al látigo en caso de que los criados negros no atendieran satisfactoriamente a las instrucciones de sus amos. Según el filósofo, debido a la supuesta grosura y dureza de la piel del «negro», no sería suficiente con el látigo. Para domeñar a un negro desobediente de manera eficiente se requería «un bastón partido en lugar de un látigo, porque la sangre necesita[ba] encontrar una salida de la piel gruesa del negro, para evitar la supuración». Neugebauer (1990: 264). Sobre el racismo de Kant, véase también Eze (2001, 1995). 82.  Eze (ed.) (1997: 38). 83.  Cf. Belloti (1995: 45). 98

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a contratar marineros andaluces, alegando las peculiaridades de su carácter, y recomendando en cambio la contratación de marineros mallorquines, de Cartagena, de Ayamonte o de Vizcaya. Algo parecido se repitió después, en su gran expedición científica al mando de las corbetas Descubierta y Atrevida. De hecho, los cirujanos de las corbetas, Pedro María González y Francisco Flores, en su Tratado de las enfermedades de la gente del mar84 —obra resultante de las experiencias médicas acumuladas por dichos doctores durante el viaje—, dedicaron parte de la obra a describir las diferencias en el comportamiento de los marineros, atendiendo a su procedencia geográfica.85 Posteriormente, durante su encarcelamiento, Malaspina escribió sobre estas diferencias psicológicas nacionales, tanto en su obra sobre el Quijote86 como, sobre todo, en los comentarios a su traducción del jesuita francés Antoine Guénard.87

4. De la nación al cráneo. Fisiognómica y craneometría Con posterioridad a la publicación de su obra sobre lo bello y lo sublime, Kant pasó a situar el concepto de raza en el centro de su antropología.88 Retomando las ideas de Hume sobre los factores internos —innatos— que determinaban las diferencias entre los pueblos, Kant comenzó a explicar las diferencias entre los grandes grupos humanos por medio de su teoría sobre los keime, o 84.  Cf. González (1805). 85.  Marín-Merás Verdejo (2016: 30). 86.  Cf. Manfredi y Sáiz (eds.) (2005). 87.  Cf. Poupeney Hart (1993). 88.  El racialismo antropológico de Kant recibió una fuerte crítica por parte de Herder, para quien resultaba totalmente inútil pretender hacer «una descripción completa de los pueblos (Völken) a partir de las razas, variedades, hábitos de apareamiento y otras categorías [naturalistas]». Cf. Herder (1878: 246-247), apud Bindman (2002: 172). Cf. Zuckert (2014, 2015); Guyer (2007); Reiss (1994). 99

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gérmenes hereditarios, específicos de cada una de las razas. Para Kant, estos keime —que recogían la influencia del preformacionismo89 popularizado por autores como Charles Bonnet—90 determinaban no solo la forma típica ideal de cada raza, sino también su carácter y sus diferentes padrones estéticos. Dentro de este esquema de pensamiento, Kant atribuyó al color de la piel un valor crucial como signo permanente de las diferencias raciales.91 Curiosamente, esta postura situó a Kant en una posición aislada dentro de la antropología física de la recta final del del siglo xviii, que ya había comenzado a negar el valor taxonómico del color de la piel como criterio diferencial de las razas, señalando al cráneo como un criterio mucho más fiable. En este contexto, las ideas de Kant sobre el valor taxonómico del color de la piel recibieron duras críticas por parte de Georg Forster, quien, siguiendo las indicaciones del anatomista Sa­­ muel Thomas Sömmerring —su colega en la Universidad de Kassel, que acababa de publicar una obra sobre las diferencias corporales entre el europeo y el africano—,92 otorgaba preeminencia a la anatomía comparada del cráneo. Por su parte, otros autores como Lavater, Camper o Blumenbach también situaron el estudio del cráneo en el centro de sus investigaciones sobre la diversidad humana, instaurando un nuevo paradigma de clasificación antropométrica que alcanzaría su apoteosis en la craneología del siglo xix.

89.  El preformacionismo contrastaba con los modelos epigenéticos de la herencia que autores como Buffon (moule interieur) o, más tarde, Blumenbach (nisus formativus), llevaron al campo de la antropología para intentar explicar el origen de la diversidad humana. Sobre los vínculos entre el pensamiento racial de Blumenbach y su idea del nissus formativus con la teoría kantiana de los keime, cf. Zammito (2012). 90.  Charles Bonnet (1720-1793), naturalista y filósofo suizo, fue uno de los mayores exponentes de la idea de la Scala Naturae, así como del transformismo y del preformacionismo. Su obra más influyente es Contemplation de la nature. Cf. Bonnet (1764). 91.  Kant (1785), apud Bindman (2002: 169-170). 92.  Cf. Sömmerring (1785). 100

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Durante el periodo ilustrado fue ampliamente aceptado entre las elites europeas que la belleza o fealdad exterior de la cabeza —y especialmente del rostro— reflejaban el tenor moral del individuo. La vieja idea de que existían fuertes vínculos entre el aspecto físico y la condición moral de los sujetos recibió un fuerte impulso en la recta final del siglo xviii gracias a la obra Fisiognó­ mica,93 del escritor suizo Johan Caspar Lavater. Este trabajo resultó ampliamente difundido por toda Europa, contribuyendo a reforzar la idea de que existía un patrón único y universal de belleza y de virtud que situaba a los europeos en la cima de la escala antropológica como tipo humano más perfecto. La obra del suizo también fue responsable de fortalecer aún más entre las clases educadas la vieja idea de que el cráneo —y sobre todo, el rostro— indicaba tendencias psicológicas, intelectuales y morales ocultas. Además, en sucesivas ediciones, el texto de Kant sobre las razas humanas fue incluido como apéndice del cuarto volumen de la Fisiognómica, anticipando el nexo entre la tipología racial y las medidas craneales, que iba a alcanzar su clímax durante el siglo xix. Para Lavater, la belleza y virtud inherentes al rostro humano podían ser medidos sobre todo en la frente. Para ello, el suizo llegó a desarrollar un frontómetro, aparato que enseguida quedó obsoleto, ante la rápida proliferación de instrumentos craneométricos que acompañaron el desarrollo de la nueva antropología física. Para el suizo, las diferencias en el carácter que podían ser deducidas a partir del análisis fisiognómico no solo tenían un significado individual. El fisiognomista suizo dedicó parte de su trabajo a las variedades fisiognómicas nacionales, mostrando una figura con diferentes cráneos que representaban, según Lavater, las características esenciales de cada nación. En este sentido, Lavater no prestó mucha atención a los africanos, como si los considerara 93.  Cf. Lavater (1777). 101

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irrelevantes. Aun así, en las pocas ocasiones en que Lavater se ocupó de la fisiognomía africana, se destacaba la estupidez como característica preeminente.94 El autor suizo aseguraba que la mente de Newton jamás podría haberse hospedado en la cabeza de un negro, dado que, según indicaba su fisionomía, los africanos carecían de cualquier posibilidad de ascender a un pensamiento racional trascendental.95 Rápidamente, estas teorías de Lavater encontraron respuesta y oposición entre naturalistas como Buffon, para quien la forma de la nariz, la boca y otras partes del rostro no tenían más conexión con el alma de la persona que el grosor de los muslos de un individuo con su pensamiento.96 Por otro lado, Lichtenberg97 refutó las bases científicas del trabajo de Lavater y, con ironía, cuestionó si el suizo podía también leer el pensamiento de Dios para afirmar que la mente de Newton no cabría en la cabeza de un negro. Por su parte, Malaspina coincidía plenamente con Lavater —a quien citó en su Meditación— en considerar el rostro humano como el máximo exponente de la belleza esencial en la naturaleza98 (curiosamente, Lavater —que, como Malaspina, tenía una nariz enorme y curva— consideraba que las narices prominentes y aguileñas eran símbolo de gran fuerza espiritual).99 Malaspina admitía en su Meditación que, a pesar de la inexactitud de los indicios que proporcionaba la fisonomía sobre el carácter, no existían 94.  Bindman (2002: 111). 95.  Bindman (2002: 113). 96.  Cit. en Bindman (2002: 114). 97.  Georg Christoph Lichtenberg (1742-1799), científico y escritor alemán, profesor de la Universidad de Gotinga. Cf. Lichtenberg (1778). 98.  Cf. Meditación, Nota O, [p.d.C.] [85]. 99.  Malaspina era un hombre «de aspecto grave y altivo, acentuada fisonomía, alta y despejada frente, boca de trazo firme y labios un tanto abultados, ojos no muy grandes, pero expresivos; y para completar los atractivos de todo género que le encumbraron primero y le perdieron después, su nariz, desarrollada y abundante, era de aquellas que priva­­ ban en la corte de María Luisa». Cf. Fernández Duro (1902: 53-54). 102

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indícios más seguros para hacernos una idea del calado moral de nuestros semejantes: […] el estudio de las fisionomías para dirigir con tino nuestras acciones y palabras en el trato con los demás, creo que lo pudiéramos comparar rectamente al uso que hacen los marinos de las observaciones de los celajes y la Luna para precaverse con tiempo en los aparejos y derrotas. Estas señales son sin duda muy falibles, mas no se pueden hallar mejores.100

Al reproducir en su obra una lámina que mostraba los cráneos arquetípicos de las distintas naciones, Lavater confesaba que, en este aspecto particular de la fisiognómica, se había guiado enteramente por la autoridad del anatomista y fisiologista holandés Peter Camper. El caso de Camper ejemplifica, tal vez mejor que ningún otro, las profundas raíces estéticas en las que hundía su origen el concepto ilustrado de raza. En 1794, sus obras fueron traducidas al inglés con este significativo título: Sobre la conexión entre la ciencia de la anatomía y las artes del dibujo, la pintura, estatuaria, etc., en dos volúmenes. Contiene un tratado sobre las diferentes características naturales de las personas en los diferentes países y periodos, y sobre su belleza, tal como se muestra en las esculturas antiguas, con un nuevo método para dibujar las cabezas, los rasgos nacionales y los retratos de los individuos con precisión.101 El trabajo del holandés constituía al mismo tiempo un tratado científico de anatomía y un manual de instrucción para artistas, que incluía un nuevo método para dibujar todos los tipos de cabezas humanas con mayor exactitud, con énfasis en los diferentes «tipos craneales nacionales». El objetivo de Camper era mostrar que las diferencias en la forma del cráneo típico de las diferentes variedades humanas podían reducirse a una serie de reglas, atendiendo a ciertos índices matemáticos. Cada tipo 100.  Meditación, Nota S, [p.d.C.] [134-135]. 101.  Cf. Camper (1794). 103

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craneal representaba una armonía peculiar entre la forma, el tamaño y la posición de sus diferentes partes anatómicas, y los artistas debían ser capaces de distinguir estos tipos para reproducir la auténtica morfología de cada grupo con fidelidad. Para Camper, a pesar de sus diferencias, todas las variedades humanas presentaban una unidad morfológica fundamental en el cráneo, lo que distinguía a nuestra especie del resto de criaturas del reino animal. Por este motivo, Camper había llegado a criticar la taxonomía de Linneo, quien había clasificado al hombre dentro del orden de los primates en su Siste­ ma natural. Paradójicamente, las láminas que ilustraban el trabajo de Camper, con las que el holandés había pretendido demostrar la esencial unidad anatómica de nuestra especie y resaltar la enorme distancia craneométrica que separaba al ser humano de los simios, fueron «cooptadas» por los supremacistas del siglo posterior para fortalecer sus principios racistas. En la interpretación de estos últimos, las ilustraciones y los ángulos craneales de Camper plasmaban la existencia de una escala progresiva gradual natural, que imperceptiblemente pasaba del mono a los africanos, para alcanzar su cénit en los europeos, como forma humana más próxima del ideal de belleza y perfección en nuestra especie, representada por el dios griego Apolo. Algo semejante a lo acontecido con la obra de Camper sucedió también con la del médico alemán Johann Friedrich Blumenbach, el mayor antropólogo físico de fines del Siglo de las Luces, quien apenas empleó el término raza en sus escritos, hablando en cambio de pueblos y naciones.102 Para el alemán, las clasificaciones raciales tenían exclusivamente un fin pragmático, debido a la extrema maleabilidad del cráneo y las infinitas variaciones de su forma en función del clima y de la forma de 102.  Bindman (2002: 195). 104

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vida. Para Blumenbach, la morfología del cráneo no podía ser utilizada en ningún caso como criterio para establecer una clasificación racial jerárquica, así como tampoco ninguna escala de civilización.103 El alemán distinguía diferentes «rostros nacionales» como arquetipos craneológicos de cada una de sus cinco grandes variedades humanas (a las que no denominaba razas).104 A partir de estas formas nacionales paradigmáticas, Blumenbach se propuso establecer la morfología ideal del rostro humano originario. Este rostro arquetípico de la humanidad se enmarcaba, según Blumenbach, en un cráneo ovalado, simétrico, claramente más próximo al cráneo de los pueblos europeos que a ningún otro grupo. Además, la piel de este arquetipo ideal sería blanca, un color que para el alemán —como para Charles White, Jefferson o Malaspina— tenía más potencial para expresar la pureza moral del ser humano, gracias al rubor, más visible que en las otras razas. Para Blumenbach, las diferentes morfologías craneales típicas de nuestra especie se habían generado como variaciones (degeneraciones) a partir de aquel arquetipo ideal originario, estableciéndose de este modo las diferencias observables en las grandes razas. Blumenbach era antiesclavista, y sus posiciones en relación con los no europeos estaban entre las más abiertas y liberales de la época ilustrada. Combatió por todos los medios los intentos contemporáneos de animalizar a los africanos. Para ello, además de esforzarse por mostrar la unidad arquetípica subyacente a la diversidad anatómica en las variedades de nuestra especie, Blumenbach —quizá pretendiendo responder así al desafío racista lanzado por Hume y Kant, que habían negado la existencia de negros talentosos— recopiló durante años obras de 103.  Bindman (2002: 160-161). 104.  Sin embargo, en las traducciones decimonónicas de Blumenbach al inglés, su «rostro nacional» pasó a ser, invariablemente, «rostro racial». Bindman (2002: 201). 105

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«… Si hemos logrado una comunicación más fácil y expedita de Europa con las familias inocentes derramadas en África y en América, esto ha sido a costa de introducir mil vicios y enfermedades, que han debilitado extraordinariamente lo moral y lo físico de la especie; de transportar del África a la América de diez a once millones de negros, y de exterminar a su vez, en ese otro continente, una cantidad de hombres tres o cuatro veces mayor que aquella…». Alejandro Malaspina, Meditación filosófica. Imagen: Europa sostenida por África y América. William Blake. Reprod. originalmente en Stedman (1796) (dominio público). 106

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autores negros, defendiendo sus méritos literarios y artísticos. A su vez, negó credibilidad a la posibilidad de hibridación en­ ­tre el ser humano y los monos, en respuesta a especulaciones difundidas por poligenistas como Edward Long, quien había sugerido que ese tipo de híbridos monstruosos se producían en África. Frente a este tipo de ideas, Blumenbach realizó una defensa radical de la unidad esencial del género humano. Sin embargo, su trabajo —como el del holandés Camper— fue usado durante el siglo siguiente por los racistas con fines su­­ premacistas. Al fin y al cabo, Blumenbach había mostrado que los caucásicos —denominación creada por el alemán— eran los pueblos más hermosos y los más próximos al tipo ideal de humanidad.105 Paradójicamente, a pesar de su postura abiertamente antiesclavista y de su explícita oposición a usar la anatomía como fundamento de jerarquías raciales, las sugestivas imágenes con las que Camper y Blumenbach ilustraron sus obras reforzaron la idea de una gran cadena de los seres que, aplicada al caso humano, mostraba una secuencia en la que el tipo europeo aparecía siempre representado como el más próximo al ideal de la especie. En el ocaso del Siglo de las Luces, incluso abolicionistas y defensores de la unidad de la humanidad como Camper, Blumenbach, Herder o el propio Malaspina —todos ellos situados en el extremo menos alterofóbico106 del pensamiento europeo del momento— proyectaron sus ideas sobre el otro desde un horizonte de interpretación de la variabilidad humana en el que, indefectiblemente, los «blancos» aparecían situados en una posición de supremacía estética, intelectual y moral sobre el resto de pueblos.107 105.  Ibid. 106.  Sobre el concepto de alterofobia u odio al otro, cf. San Román (1996). 107.  Sobre el concepto de horizonte hermenéutico, cf. Gadamer (2005). La polémica entre poligenistas y monogenistas no acabó en el siglo xviii, sino que atravesó de cabo a rabo la antropología decimonónica. Cf. Sánchez Arteaga (2007, 2006). 107

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5. La idealización estética de las jerarquías étnico-raciales en el Imperio español: los cuadros de castas y mestizaje en las Américas Algunas décadas antes de la expedición de Alejandro Malaspina, la Real Academia de Ciencias de París había enviado una misión científica a Quito para medir el grado del achatamiento terrestre a partir de la determinación de la longitud de un grado de meridiano en el Ecuador. Junto con los franceses Bouger,108 Godin109 y La Condamine,110 en aquel viaje participaron también los españoles Jorge Juan y Antonio de Ulloa, quienes, a su vuelta a Europa, adquirieron gran reconocimiento por parte de las principales academias científicas del continente.111 Sus Noticias secretas de Amé­ rica,112 memoria reservada y de carácter confidencial de aquel periplo, pretendían informar al Gobierno español sobre el estado político de las posesiones coloniales. A la vez que un documento excepcional para entender la ordenación política del mundo colonial español durante el Siglo de las Luces, las Noticias secretas de América constituyen un retrato fabuloso de la estructuración étnico-racial de la sociedad hispanoamericana en el virreinato del Perú a mediados del siglo xviii. En las posesiones españolas, la posición social de cada una de las castas mestizas venía en gran parte indicada por el color de su piel, resultante de los diferentes grados de mezcla con españoles de sangre limpia: Lo más crecido de aquellos vecindarios se compone de mestizos y gente de castas. En unas ciudades han provenido estas de la mezcla de indios y españoles, y en otras de españoles, negros e 108.  Pierre Bouguer (1698-1758), astrónomo, matemático e ingeniero naval francés. 109.  Louis Godin (1704-1760), astrónomo y matemático francés. 110.  Charles-Marie de La Condamine (1701-1774), naturalista, matemático y geógrafo francés. 111.  Cf. Lafuente y Mazuecos (1987). 112.  Cf. Ramos Gómez (ed.) (1985). 108

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indios. De unas y otras castas van saliendo, con el curso del tiempo, de tal suerte que llegan a convertirse en blancos totalmente, de modo que, en la mezcla de españoles con indios, a la segunda generación ya no se distinguen de los españoles en el color, no obstante que hasta la cuarta no se llaman españoles. En la mezcla de españoles y negros se conserva por más tiempo la obscuridad, y se distinguen hasta el cuarto grado, a lo más al tercero. Estas se conocen por el nombre genérico de mulatos, aunque después se les agrega el distintivo de tercerones, cuarterones, y así los demás grados, según su jerarquía.113

Según Juan y Ulloa, la compleja estructuración biosocial114 de las colonias sudamericanas, producto del secular mestizaje entre europeos, africanos e indígenas americanos, situaba a los españoles en la cima de una escala jerárquica de tipos humanos. En su descripción de la composición étnica de la ciudad de Quito, Juan y Ulloa resaltaban con sorpresa que, incluso entre las clases más populares, la blancura de los españoles era entendida como un signo aristocrático. Se presuponía que los blancos no estaban obligados a realizar trabajos mecánicos o naturales por su condición natural o, como se decía entonces, por su calidad: El vecindario de gente baja o común puede dividirse en cuatro clases que son: españoles —o blancos—, mestizos, indios —o na­ ­turales— y negros, con sus descendientes […]. Entre estas cuatro especies de gentes es la española de mayor jerarquía […], los hombres [españoles] no se acomodan a ninguno de los oficios mecánicos, concibiendo en ello desdoro de su calidad, la cual consiste en no ser negros, pardos ni tostados.115

113.  Ramos Gómez (ed.) (1985: 183). 114.  Sobre el concepto «biosocial», introducido por el antropólogo Paul Rabinow, cf. Gibbon y Novas (eds.) (2007). 115.  Lafuente y Mazuecos (1987: 103). 109

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Situados en la cima de la pirámide social quiteña, los blancos, incluso aquellos de clases bajas —sin ningún otro mérito aparente que el de no estar mezclados— podían aspirar legítimamente a no trabajar, simplemente por su mejor calidad o naturaleza. A su vez, la piel más oscura de los mestizos de clases bajas se asociaba naturalmente a los oficios y ocupaciones menos valoradas en la escala social: Los mestizos menos presuntuosos se dedican a las artes y oficios y aun entre ellos escogen los de más estimación […], dejando aquellos que consideran no de tanto lucimiento y perfección por no ser […] propio[s] para su genio y flema.116

Naturalmente, se sobreentendía que el trabajo más duro correspondía a aquellos de piel más oscura. Este extremo de la cadena social lo ocupaban los esclavos africanos.117 En la recta final del Siglo de las Luces, cuando Malaspina recaló en el continente americano para estudiarlo desde un punto de vista científico y político, la jerarquizada escala étnico-racial en las colonias de la monarquía española descrita por Juan y Ulloa había recibido una especie de incipiente clasificación taxonómica naturalista, plasmada en imágenes artísticas de un género peculiar, los llamados cuadros de mestizaje118 y los cuadros de castas.119 En estas imágenes se intentaba ordenar la naturaleza y la sociedad americana clasificando a sus habitantes en una taxonomía idealizada de la diversidad étnico-racial colonial. Los cuadros de castas eran series de retratos que mostraban parejas de diferentes orígenes étnicos —españoles, amerindios y africanos— y su descendencia, aportan­ ­do la correspondiente denominación de los mestizos resultantes: 116.  Lafuente y Mazuecos (1987: 103). 117.  Cf. Sala-Molins, Louis (1992). 118.  Cf. Estenssoro, Juan Carlos et al. (2000). 119.  Cf. Katzew (2004).  110

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mulatos, tercerones, cuarterones, lobos y muchos otros tipos, cada uno con su nombre específico. En ciertos casos —como en las denominaciones de tentenpié o salta atrás— los nombres de las castas ya indicaban claramente la existencia de una jerarquía simbólica estructurada en términos de blancura y pureza, en la que cualquier mezcla con castas más oscuras era interpretada como una degradación. Esa degradación tenía un carácter duplo o biosocial: al mezclarse con otros mestizos más alejados de los europeos, se retrocedía a puestos inferiores tanto en la escala social de las colonias cuanto en la «escala natural» de diferentes «calidades humanas» que los cuadros de castas pretendían reproducir. Aunque los cuadros de castas de Nueva España o los cuadros de mesti­ zaje del virreinato del Perú no son exactamente equiparables a las láminas científicas con que los ilustrados clasificaban la naturaleza en sus atlas y catálogos, pretendían transmitir fielmente información de gran valor etnográfico y naturalista. Para reforzar el vínculo entre la naturaleza y la sociedad americana, los tipos mestizos que ocupaban el foco principal de los cuadros de castas solían aparecer retratados junto a flores y frutas locales. De hecho, los cuadros de mestizaje y los cuadros de castas de finales del siglo xviii constituyeron una especie de género intermedio entre el retrato y las láminas científicas de catálogos de historia natural, pues pretendían reflejar con fidelidad la diversidad natural de tipos antropológicos «puros» y mestizos presentes en las colonias españolas.120 Grandes naturalistas, como por ejemplo Mutis,121 encargaron el envío de cuadros de mestizaje desde Sudamérica al Real Gabinete de Historia Natural en Madrid. Por su parte, el monumental Quadro de historia natural, civil y geográfica del reyno del

120.  Bleichmar (2012: 171). 121.  José Celestino Mutis y Bosio (1732-1808), botánico, matemático y médico español, que vivió buena parte de su vida en el virreinato de Nueva Granada, a donde llegó por primera vez como director de la Real Expedición Botánica. 111

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Perú122 —pintado en 1799 por el francés Louis Thiébaut,123 y hoy en día conservado en el Museo de Ciencias Naturales de Madrid— fue realizado con una clarísima intención didáctica, por encargo del ilustrado José Lecuanda.124 Pretendía transmitir fielmente información textual y visual sobre la naturaleza y los tipos humanos que habitaban la colonia española. Algunas de las figuras etnográficas del Cuadro del Perú fueron pintadas a partir de dibujos que el naturalista checo Tadeo Haenke125 realizó para la Expedición Malaspina en su viaje por Tarma y Jauja en 1790.126 Thiébaut tuvo acceso a los dibujos originales por mediación de Lecuanda,127 que trató a varios miembros de la expedición. En consonancia con los modelos naturalistas buffonianos, que otorgaban un papel predominante al clima y al medio natural en el origen de la diversidad morfológica y de carácter en los distintos pueblos, el Cuadro del Perú —como familiarmente es conocido—, sin ajustarse plenamente al género de los cuadros de mestizaje (con los que, sin embargo, guarda una estrecha relación), constituye una especie única de enciclopedia textual y visual. Integra doscientas catorce imágenes con textos explicativos128 que pretenden ofrecer un inventario del territorio, la fauna, la flora y los habitantes del virreinato del Perú, creando un lazo indisoluble entre la fauna y la flora local con los tipos antropológicos nativos. 122.  Cf. Del Pino (2014); Del Pino y Alcalde (2012). 123.  No existen muchos datos biográficos sobre este pintor francés, aunque sabemos que «procedía de una familia de grabadores que ilustraron libros franceses de historia natural (entre ellos, los de Buffon y Humboldt)». Cf. Del Pino y Alcalde (2012: 65). 124.  Joseph Ignacio Lecuanda Salazar Escarzaga (1748-1800), funcionario de la monarquía española, administrador de la Real Aduana de Lima, colaborador del periódico el Mercurio Peruano y miembro de la Sociedad Amantes del País. Cf. Cheesman (2011). 125.  Sobre el papel de Haenke en la Expedición Malaspina, cf. Muñoz Garmendia (2001). 126.  Cf. Peralta Ruiz (2013). 127.  Bleichmar (2012: 184-185). 128.  El cuadro, de dimensiones enormes, es también un libro ilustrado manuscrito. La transcripción completa del texto explicativo de las imágenes incluidas en el cuadro, ocupa sesenta páginas. 112

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«… el color blanco parece entre todos el más favorable a la hermosura humana, por ser efectivamente el que contiene más rayos de luz, de manera que, en casi todos los idiomas la idea del resplandor va unida a la idea de la hermosura…». Alejandro Malaspina, Meditación filosófica. Imagen: Malaspina obsequiado por las mujeres de Vavao. Juan Ravenet (permiso de reproducción cedido por el Museo de América de Madrid).

Por no ser retratos al uso, el valor de los cuadros de castas o de mestizaje, así como el de las imágenes etnográficas del Quadro del Perú, no radicaba en la fidelidad con que eran retratados los personajes individuales representados. Su intención didáctica hacía que, persiguiendo el objetivo ilustrado de representar fielmente la naturaleza por medio de tipos ideales, estos cuadros reprodujesen modelos fenotípicos idealizados de cada casta o tipo mestizo. Por ello, los personajes retratados aparecían ataviados con su indumentaria más representativa y desempeñando sus ocupaciones típicas dentro de la jerarquizada sociedad colonial hispanoamericana. Así, estos cuadros pretendían mostrar la íntima relación del orden de la naturaleza americana con el orden social en el que habitaban los personajes retratados. A través de la presentación visual seriada de diferentes grados de mestizaje, normalmente ordenada desde 113

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los españoles «puros», pasando por las variantes mestizas más claras, hasta las castas más oscuras, los cuadros de castas estructuraban toda una manera de entender y de imponer orden en la naturaleza y en la sociedad. Sobre este peculiar «universo biosocial» de las colonias americanas de la monarquía española se levantó la matriz conceptual en la que se gestó la mirada antropológica de Malaspina sobre los «otros». El clasismo y el peculiar «racismo» español —que durante siglos se apoyó en la noción de limpieza de sangre—,129 se hallaban perfectamente entrelazados e institucionalizados en la sociedad que observó Malaspina en sus viajes. Para hacerse una idea: en el expediente personal de guardiamarina de Ciriaco de Ceballos —compañero de expedición de Malaspina, y su principal oponente en la Disputa sobre la belleza—, se atestiguaba, para dar fe de su pureza de sangre, que «padres y abuelos de ambas líneas son y han sido cristianos viejos, limpios de toda mala raza, secta y sospecha».130 Más de una década después de la muerte de Malaspina, el exiliado español José Blanco White describía así la permanencia enquistada en el sistema de educación superior español de los antiguos estatutos de limpieza de sangre, que desde los tiempos de los Reyes Católicos hacían necesario para cualquier candidato a ingresar en los estudios superiores el demostrar la «pureza» de su genealogía en términos étnico-raciales. Cuando se presentaba una candidatura para ingresar en un Colegio Mayor de España, uno de sus colegiales […] tenía que dirigirse al pueblo natal del candidato electo y también al de sus abuelos…, con objeto de examinar bajo juramento a un buen número de testigos, de quince a treinta, en cada lugar. Estos, bien por lo que conocían personalmente o por 129.  Cf. Martínez (2008). 130.  Ms. AMN 1016 E2580. 114

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lo que se sabía en el pueblo, tenían que jurar que el antepasado nunca fue trabajador manual, tendero o mecánico, que ni él ni ninguno de sus parientes fue castigado por la Inquisición ni es descendiente de judíos, moros, africanos, indios o guanches.131

Como resultado de esa institucionalización, puede entenderse que el racismo y el clasismo quedaran perfectamente internali­­ zados en las consciencias de la población en las colonias iberoamericanas, como simple reflejo de una situación «normalizada» desde tiempo «inmemorial», que a fines del siglo xviii aún se reflejaba en las actitudes que regulaban las relaciones étnico-raciales en el Imperio español. Los ilustrados Antonio Ulloa y Jorge Juan ya habían comprendido que esta peculiar jerarquización socioracial —que convertía la blancura en una especie de credencial aristocrática— propiciaba un dinamismo social blanqueador. Más de cien años antes de que el antropólogo João Batista de Lacerda expusiera ante el mundo científico sus famosas teorías sobre el progresivo emblanquecimiento de los mestizos brasileños,132 los españoles Juan y Ulloa ya habían indicado, en sus Noticias secretas de América, que los mestizos hispanoamericanos tendían cada vez a ser más blancos con el paso del tiempo. El motivo alegado era que las mujeres de las clases subalternas (más oscuras) procuraban siempre emparentar con miembros de clases más elevadas (más blancas) como mecanismo de ascensión social: Estas mestizas o mulatas, desde el segundo grado hasta el cuarto o quinto, se dan generalmente a la vida licenciosa, aunque entre ellas no es reputada por tal […]. Procuran asimismo no entregarse sino a personas de más jerarquía […] según la calidad de 131.  Blanco White (1822: 105). 132.  En 1911, el antropólogo brasileño João Batista de Lacerda presentó en el Congreso Universal de las Razas sus teorías y previsiones sobre el blanqueamiento progresivo de Brasil, utilizando el mismo raciocinio que Juan y Ulloa, pero añadiendo como explicación biológica la selección sexual darwiniana. Cf. Sánchez Arteaga (2017). 115

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cada sujeto […]. Una mestiza en tercer grado tendrá a desdoro entregarse a otro mestizo también de tercer grado, pero no a un español, y con particularidad si es europeo, porque en este caso ya se supone favorecida, y mucho más cuando concurren en él otras circunstancias que levantan su jerarquía.133

Según Ulloa y Jorge Juan, la aspiración al emblanquecimiento de las poblaciones mestizas de la América española resultaba del deseo, por parte de las castas situadas en la cola de la jerarquía social, de casarse y tener descendencia con individuos de clases superiores, lo que en la práctica equivalía a más blancas. En pocas generaciones, esto tenía como resultado el progresivo blanqueamiento de los mestizos, que llegaban a resultar indistinguibles de los españoles. En cierto sentido, los cuadros de castas reflejaban y reproducían las actitudes y preconceptos que subyacían a este dinamismo blanqueador de las sociedades mestizas, que Ulloa y Juan habían relacionado con la busca de ascensión en la pirámide social colonial. Al representar series de diferentes tipos de mestizos, ordenados según el oscurecimiento progresivo de su piel, y asociarlos a diferentes tareas y oficios que nunca eran realizados por los españoles «de sangre limpia», los cuadros de castas parecían naturalizar las complejas jerarquías socioraciales de las sociedades coloniales como resultado natural de la diferente «calidad» de aquellos tipos humanos. La piel oscura de mestizos, indios y africanos —que, como hemos visto, había sido vinculada de todas las formas posibles por los ilustrados con una inferioridad intelectual, moral y estética en relación con los europeos— parecía colocarles automáticamente en posiciones subalternas, ya fuera en la escala social, ya en la Scala Naturae.

133.  Ramos Gómez (ed.) (1985: 183-184). 116

Capítulo 3 Suplemento al viaje de Malaspina: la Disputa sobre la belleza en el Diario de Madrid (1794-1795) 1. Érase una vez una tertulia ilustrada La Disputa sobre la belleza en el Diario de Madrid se inició a finales de 1794 y se extendió durante prácticamente todo 1795. Finalizó abruptamente en noviembre de aquel mismo año, cuando Malaspina (junto con otros dos de los participantes en la Disputa, la marquesa de Matallana1 y el clérigo Manuel Gil)2 fue detenido y encarcelado, acusado de organizar un complot contra el primer ministro español, el valido Manuel Godoy. El debate se originó en una tertulia en casa del ministro de Marina Antonio Valdés,3 antiguo protector de Malaspina,4 donde el italiano y sus hombres solían recalar por las noches durante su estancia en la corte.5 En 1.  La marquesa de Matallana fue la amanuense que transcribió los planes de reforma del Gobierno de Malaspina y se los entregó a la reina en noviembre de 1795. Ya algunos meses antes, la Matallana había realizado una labor semejante para Malaspina en la redacción de una de las cartas publicadas en la Disputa sobre la belleza. Beerman (1992) suponía más probable que Malaspina hubiera dictado sus planes al padre Gil, pero es un error que podemos descartar, como pretendo demostrar en el presente capítulo. 2.  Sobre el clérigo sevillano Manuel Gil, cf. Soler Pascual (1993). 3.  Antonio Valdés y Fernández Bazán (1744-1816). 4.  «Decía Valdés que, por sus conocimientos, cuna, nobleza y elegancia de la persona y maneras, arrogante presencia, afabilidad, firmeza de carácter y talento de sociedad, era Malaspina el primero de nuestra Armada». Cf. Muriel (1825), apud Fernández Duro (1902: 53-54). 5.  Gil dejó escrito que, durante su estancia en Madrid, Malaspina y él tenían por costumbre juntarse por las mañanas con varias personas, de las que no especifica el nombre, en 117

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aquella reunión —a la que también asistieron el padre Manuel Gil, los pintores Ravenet y Bambrila6 y el joven discípulo de Alejandro, Fabio Ala Ponzone—7 se estableció una batalla dialéctica entre Malaspina y otro de los tertulianos allí presentes, el santanderino Ciriaco de Ceballos y Bustillo, uno de los más brillantes oficiales científicos que habían participado en la gran expedición transoceánica dirigida por el italiano. La disputa inicial parece haberse centrado en si era posible determinar de un modo no arbitrario que las habitantes de determinadas naciones fuesen más bellas que las de otras. Como Ceballos y Malaspina acababan de recorrer medio mundo, se les suponía autorizados para opinar sobre el asunto. A partir de esta inicial controversia, en la que Malaspina defendió la superioridad estética de los pueblos del sur de Europa y Ceballos, por el contrario, se mostró partidario de un radical relativismo estético,8 la disputa fue reconducida en términos más filosóficos, en torno a la cuestión de si lo bello era una propiedad esencial de la naturaleza o si, casa del cónsul sueco Juan Jacobo Gahn, quien residía habitualmente en Cádiz, pero poseía residencia en la capital. Por las tardes, estas mismas personas se reunían para el paseo, y por las noches volvían a verse en la tertulia del señor ministro Valdés. Cf. Jiménez de la Espada (1881: 402). 6.  Sobre los pintores de la expedición, cf. Sotos Serrano (1982). 7.  Sobre Fabio Ala Ponzone, cf. Manfredi (ed.) (1999b). 8.  A lo largo de la expedición comandada por Malaspina, Ceballos quedó fascinado por la forma de vida y la hermosura de algunos de los pueblos con los que contactó, a los que no dudó en atribuir una belleza igual o superior a la de los europeos en sus cartas al Diario de Madrid. Esta fascinación del oficial cántabro ante la belleza de los otros alcanzó su paroxismo durante su estancia en la isla de Tonga. Allí, Ceballos —quien accedió a tomar kava, la bebida alucinógena de los tonganos, en una ceremonia preparada para los viajeros, en la que Malaspina se recusó a beber— quedó tan impresionado por la experiencia que prometió al cacique local, Vuna, que tras su retorno a España regresaría a la isla para pasar allí el resto de sus días. En reconocimiento, Vuna nombró a Ceballos su «hijo adoptivo», con rango de príncipe: «Dijo D. Ciriaco Ceballos a Vuna, que desde España había de volver a Vavao para vivir y morir en su compañía. Vuna no supo cómo corresponder más directamente a esta fineza, sino pidiendo a Ceballos que apoyase la cabeza sobre su regazo, y después le adoptó por hijo suyo en toda forma. Dio después una arenga a todos los naturales, cuya sustancia no pudimos entender; pero, a consecuencia, Tagacala y otros jefes tributaron a aquel oficial los honores debidos a su príncipe». Cf. Viana (1993 [1793]: 226). 118

Capítulo 3. Suplemento al viaje de Malaspina

por el contrario, era resultado caprichoso de las modas y costumbres de cada pueblo. Malaspina defendía que lo bello era una cualidad de la naturaleza independiente de las modas. Además, afirmaba que las naciones de la Europa mediterránea eran las más bellas del planeta. Espoleado por aquella discusión con Ceballos, y mientras los trabajos de publicación del viaje se encontraban paralizados, Malaspina decidió escribir un texto didáctico sobre lo bello en la prensa madrileña y, con ánimo ilustrado, publicó una primera carta anónima sobre la belleza en el Diario de Madrid, donde defendió su postura con argumentos filosóficos. No pasó mucho tiempo antes de que el texto del italiano fuera replicado por escrito en el mismo diario por Ciriaco de Ceballos,9 quien intentó refutar, uno por uno, los argumentos de su superior. Ceballos defendía un relativismo estético radical, negando que fuera posible dar una definición exacta de aquella supuesta belleza esencial que defendía Malaspina. El italiano, por su parte, recogió el guante y dio su contrarréplica a Ceballos, quien volvió a responder originando nuevas contestaciones de Malaspina a sus argumentos relativistas.10 La polémica entre Malaspina y Ceballos en el 9.  Ceballos se destacó en los trabajos etnográficos de la Expedición Malaspina, elaborando importantes vocabularios de las lenguas de algunos de los pueblos contactados durante el viaje. Cf. Ceballos (1793). También, y junto con Arcadio Pineda, Ceballos quedó encargado de recoger y extractar la documentación en los muchos archivos consultados a lo largo de la expedición, tarea fundamental para la cual Malaspina confiaba en ambos oficiales más que en nadie. Pero quizás donde destacó con más brillantez fue en los trabajos geodésicos e hidrográficos, motivo por el cual mereció el elogio de Humboldt, quien, en su Ensayo político sobre el reino de la Nueva España, usó muchos de los mapas y cartas marinas que habían derivado de la Expedición Malaspina y de la expedición al estrecho de Fuca, al mando de Alcalá Galiano. El elogio de Humboldt a Ceballos incidía en específicamente su metodología de trabajo: «Este método de que han hecho uso los señores Espinosa, Ceballos y Vernacci… es harto preferible a las correcciones parciales que se toman de hacer a las longitudes cronométricas por los resultados de distancias lunares». Cf. Claverán (1988: 369). 10.  En total —si se descarta la, a mi juicio, equivocada atribución a Malaspina que Fernández y Manfredi (1998) realizaron de la carta de Ceballos publicada en el Diario de Madrid los días 10 y 11 de septiembre de 1795 (Carta nº. 23)— la Disputa sobre la belleza contiene cuatro textos de Malaspina. 119

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«… Observaba un nuevo brillo de la providencia en la diferencia de belleza de los dos sexos. En la especie humana y en aquellos animales entre quienes el cuidado y la conservación de los hijos corresponde por largo tiempo al sexo varonil, se verán [...] explayadas en la hembra todas las elegancias [...] En las aves y en otras mil especies […] entre quienes este cuidado corresponde por la misma razón a la hembra, se verá el macho adornado del plumaje más hermoso…». Malaspina, Meditación filosófica. Imagen: Ibis Tresquiornítida (Theristicus caudatus), José del Pozo (reproducido con permiso del Museo Naval de Madrid).

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Capítulo 3. Suplemento al viaje de Malaspina

Diario de Madrid se dilató durante meses y durante su desarrollo vinieron a sumarse a ella algunos de los contertulios que habían participado en la reunión en la que surgió la Disputa. Entre ellos se contaban algunos de los hombres que, en aquel tiempo, trabajaban codo con codo con Malaspina preparando la publicación del viaje. Considero altamente verosímil —con toda la prudencia y las reservas necesarias—11 atribuir el resto de los textos de la Disputa a los pintores Bambrila y Ravenet, al discípulo de Malaspina, Fabio Ala Ponzone, al padre Manuel Gil y a la marquesa de Matallana.12 Así pues, la Disputa sobre la belleza incluye cartas publicadas por los principales implicados en la «conspiración» de Malaspina, junto con alguno de sus más destacados oficiales científicos y a los dos pintores italianos de la expedición. Para defender sus posiciones, Malaspina y los demás contendientes utilizaron diferentes seudónimos, aunque en el caso de alguno de los usados por Ciriaco de Ceballos (Isidro Calle Boceca/Cesáreo Cid Cabillo), Manuel Gil (Gil Gilete) o Fabio Ala Ponzone (Favonio) no es difícil adivinar la verdadera identidad de los autores tras sus «máscaras».13 Por su parte, si bien Malaspina no nos dejó ese tipo de pistas tan claras en sus seudónimos, sus cartas al Diario de Madrid presentan enormes coincidencias con el texto de la Meditación filosófica, escrito pocos años después desde prisión,14 11.  Los motivos de la atribución de la autoría de cada una de las cartas están explicados con detalle en las notas que acompañan a los textos de la Disputa sobre la belleza. 12.  La Matallana no parece haber participado de la tertulia en casa de Valdés, pero probablemente, espoleada por su íntima amistad con Malaspina, resolvió ayudarle en la redacción de una de sus cartas, que apareció firmada por «la Defensora de la Belleza». 13.  El caso de Ceballos es el más evidente, por componer sus seudónimos cambiando el orden de las letras de su nombre y apellidos. En sus primeras cartas, Ciriaco de Ceballos firmó como Isidro Calle Boceca y como Cesáreo Cid Cabillo, anagramas perfectos de su nombre. 14.  Además de esas coincidencias temáticas y estilísticas con la Meditación, las cartas de Malaspina y de Ceballos contienen expresiones náuticas y referencias a instrumental científico como el usado por los marineros en su expedición; además, en ellas, ambos autores incluyeron menciones muy concretas a la expedición de Malaspina, aportando detalles que solo alguien que hubiera participado directamente en el viaje podría conocer en aquellas fechas. Por ejemplo, en algunas de las cartas publicadas en el Diario de Madrid se 121

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lo que —junto con otros indicios, que se explican con todo detalle en las notas que acompañan a las cartas en el presente volumen— posibilita su identificación. Dado que el periodo durante el que fue publicada la Disputa es crucial para la biografía del italiano, antes de resumir su contenido, haré una presentación sintética del contexto en que estas cartas vieron la luz en la prensa de Madrid, la capital del mayor imperio colonial del periodo, donde Malaspina acabaría «naufragando» tras completar con éxito un prodigioso viaje de investigación política, científica y antropológica alrededor del mundo durante algo más de cinco años.

2. El retorno del héroe: Malaspina en Madrid (preludio de un «naufragio») Si bien para la marinería y para algunos de los oficiales que acompañaron a Malaspina en su gran expedición científica, el periplo había finalizado con éxito al arribar al puerto de Cádiz, después de sesenta y dos meses de trabajo incansable a bordo de las corbetas Atrevida y Descubierta,15 la perspectiva abierta tras la llegada a España resultaba bien diferente para el italiano y un grupo escogido de sus hombres. Malaspina, acompañado de algunos de sus oficiales y naturalistas16 y de los pintores Juan habla de las mujeres de Mulgrave —una de las escalas de la Expedición Malaspina en el noroeste de América— y se menciona al Ankau —término local para designar al cacique de Mulgrave—. También se menciona el nombre propio de Vuna, el jefe de Tonga con quien negociaron los expedicionarios. En conjunto, estos y otros indicios hacen prácticamente indudable la atribución de estas cartas, que forman el núcleo de la polémica, a Ceballos y a Malaspina. Para mayores detalles, remito a las notas de las cartas, transcritas en el presente volumen. 15.  El mejor resumen de la expedición, para quien pretenda adentrarse por primera vez en el viaje de Malaspina, se encuentra en Galera (2010). 16.  En este grupo selecto de oficiales se encontraban Bustamante, Dionisio Alcalá Galiano, Ciriaco de Ceballos, Felipe Bauzá, Juan Vernacci, Jacobo Murphy y Fabio Ala Ponzone, así como el naturalista Luis Neé y los pintores Ravenet y Bambrila. Cf. Manfredi (ed.) (1999b: 75). 122

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Ravenet y Fernando Bambrila, se desplazó enseguida hasta Madrid. En la corte, Malaspina y sus hombres comenzaron la intensa labor de organización de los materiales y documentos traídos desde diferentes puntos de Amé­­rica, Asia y Oceanía, poniendo manos a la obra en la redacción definitiva de sus informes técnicos y relaciones del viaje, así como en la preparación de las incontables láminas que ilustrarían el trabajo. Para todos ellos comenzaba, pues, un nuevo y decisivo trecho del periplo. Se trataba, tal vez, de la etapa más difícil, en la que se hacía necesario poner en claro, sobre el papel, los resultados científicos y las directrices político-administrativas que podían derivarse de aquella aventura expedicionaria de dimensiones colosales. En realidad, para Malaspina comenzaba ahora el momento crucial de su carrera. Durante su desarrollo, la expedición no había dejado, ni un solo día, de producir todo tipo de materiales científicos e informes po­ ­lítico-económicos. El material que había que ordenar incluía innúmeras series de datos geodésicos tomados en diferentes puntos del globo17 —con los que Malaspina y Ceballos pretendían poder contribuir a determinar con mayor exactitud la forma del planeta—, mapas y cartas hidrográficas —para las que se habían utilizado los mejores y más precisos instrumentos de su época—, láminas, cuadros y dibujos realizados en las diversas etapas del periplo, así como decenas y decenas de cajas que contenían las que probablemente eran las más completas colecciones18 botánicas, zoológicas, 17.  Las tablas de datos geodésicos recogidos durante la expedición contenían, para cada punto medido, los valores de latitud, las oscilaciones del péndulo simple calculadas y observadas, las longitudes calculadas y observadas y las gravedades medidas y calculadas. Los datos habían sido recogidos en las siguientes estaciones: 1) hemisferio boreal: Mulgrave, Nutka, Monterrey, Cádiz, Macao, Acapulco, Manila, Umatac, Samboanga y Ecuador; 2) hemisferio austral: Puerto Egmont, Santa Elena, Concepción, Montevideo, Puerto Jackson, isla de Vavao, Lima y Ecuador. Cf. AMN, Ms. 148/004BIS. 18.  El propio Malaspina afirmó que: «Tal vez no sería aventurado el asegurar que las colecciones formadas en el viaje son las más selectas que existan en el día, por sus rarezas, variedad y número. El de las plantas no es ciertamente menor de 14.000». Novo y Colson (1885: 46). 123

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mineralógicas y etnográficas19 del momento.20 Se trataba ahora de poner en orden toda esa cantidad abrumadora de información y de material para la edición de los diarios y de los atlas hidrogeográficos, botánicos, zoológicos y geográficos derivados del viaje. Paralelamente a esta dimensión científica de la expedición, Malaspina parecía sentirse obsesionado con su dimensión política,21 pues, a partir de su experiencia, había retornado a Europa convencido de que «el código antiguo de legislación de América no podía subsistir».22 Apenas desembarcado en la península, Malaspina ya pensaba en la posibilidad de maniobrar políticamente en Madrid para regenerar el enfermo imperio colonial español y salvar la monarquía, amenazada tras la proclamación de la república en Francia y la guerra subsiguiente entre España y su vecina revolucionaria. Todas las claves para llevar a cabo sus proyectos pasaban, a juicio de Malaspina, por la des­ ­titución del primer ministro Manuel Godoy. En las cartas re­­ mitidas a su íntimo amigo Paolo Greppi desde Cádiz, Alejandro había dado muestras de que, ya antes de viajar a Madrid, tenía en la cabeza un proyecto de reforma del imperio y la monarquía, y que meditaba sobre cómo llevar a cabo tan difícil 19.  El 12 de diciembre de 1794, poco después de su retorno a Europa, fue publicada en la Gaceta de Madrid —publicación oficial de la corte— una nota redactada por Malaspina donde se destacaba que todos los resultados científicos de la expedición se habían podido obtener sin derramar una gota de sangre entre los pueblos visitados: «Todas las tribus y pueblos visitados bendecirán la memoria de los que, lejos de manchar sus orillas con sangre, solo las han pisado para dejarles nociones, instrumentos y semillas útiles». La cita expresa el carácter paternalista de la mirada antropológica de Malaspina —los nativos se describen como pueblos que apenas recibieron conocimientos y bienes materiales de los europeos, sin reconocer ninguna aportación de los nativos al conocimiento de los viajeros ilustrados—. Cf. Gaceta de Madrid, 12 de diciembre de 1794, pp. 1462-1465. 20.  Sobre la dimensión naturalista de la expedición, cf. Galera (1988). Sobre la labor en el viaje de los naturalistas Tadeo Haenke y Luis Neé, cf. Ibáñez Montoya (1992); Galera (ed.) (2016). 21.  Sobre el pensamiento político de Alejandro, cf. Pimentel (1998); Lucena Guiraldo y Pimentel (1991). 22.  Plan para escribir su viaje, dado por Malaspina al padre Gil. Cf. Novo y Colson (1885: XXX). 124

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«… ¿Sería la naturaleza la que sugiriese a los Egipcios concebir deidades en figuras de serpiente, cocodrilos y aves nocturnas?». Alejandro Malaspina, Disputa sobre la belleza. Diario de Madrid (29 de julio de 1975). Imagen: cocodrilo. José Guío (reproducido con permiso del Museo de América de Madrid).

empresa, a pesar de los altísimos riesgos que implicaba. Así se lo confesaba a su amigo: […] en este momento la vida es un puro juego del que no debemos preocuparnos mucho […]. Si no me engañan las experiencias de cuatro largos años, puedo decir que he atado aquellos pocos cabos sueltos con los que se deba restablecer la prosperidad o, mejor dicho, la regeneración de la monarquía.23

Por estas fechas, la primera preocupación de Alejandro parecía ser conseguir, de un modo seguro, anunciarle al rey sus planes para la emancipación colonial, asumiendo el riesgo de hacer pública su propuesta, dadas las repercusiones que ese anuncio podía acarrear tanto en el orden internacional como en el orden personal.24 23.  Manfredi (ed.) (1999b: 315). 24.  «Dos reflexiones de la mayor entidad son las que nos vienen al encuentro […]; la primera, si efectivamente el tratar de la emancipación de las colonias, divididas en los tres grandes trozos o confederaciones que se han indicado, es una proposición en realidad tan odiosa y temible cual lo parece a primera vista; la segunda, si el tratado propuesto puede o debe sin riesgo alguno ser público para toda la Nación y aún para las demás naciones, o émulas o superiores a nosotros en fuerzas». Novo y Colson (1885: XXXI). No me parece insensato suponer que, aunque no lo explicitara, Malaspina estuviera también preocupado con el riesgo de hacer público su plan para su propia seguridad personal. 125

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Una vez llegado a la corte, el 7 de diciembre de 1794, Malaspina —acompañado de Bustamante, Ceballos y Alcalá Galiano—25 fue recibido con todos los honores por la familia real. Desde aquel día, Malaspina comenzó a barajar las distintas formas de presentarle al monarca su proyecto de regeneración política del Imperio. Había que encontrar el modo de convencer al rey de que lo más sensato, por el bien de España y de sus colonias, así como por el propio bien de la monarquía —amenazada por el estallido de la revolución en la vecina Francia, con la que España acababa de entrar en una guerra que Malaspina veía necesario parar inmediatamente—,26 era retirar del Gobierno al corrupto e incapaz primer ministro Manuel Godoy y decretar la «emancipación»27 de los territorios coloniales, que pasarían a formar una nueva confederación unificada por la figura real. Su plan, además, implicaba la renuncia a extender los límites territoriales del Imperio28 y a imponer su soberanía por la fuerza sobre pueblos indígenas aún no sometidos a la dominación española: Fijados ya los límites del imperio […] es justo examinar, en la inmensidad de países que aún quedan, cuáles son los que forman una parte efectiva de la monarquía, gobernados ya por nuestras leyes y capaces de contribuir en algún modo a la defensa de la república, y cuáles los que no debemos considerar sujetos a la au­­ toridad nuestra.29

Malaspina se sentía obligado a plantear al rey la necesidad de abandonar los principios «torcidos, injustos y perniciosos» que 25.  Manfredi (1994: 99). 26.  Riflessioni relative alla pace della Spagna con la Francia. Malaspina (16 o 19 de enero de 1795: documento remitido al ministro Valdés para que se lo encaminara a Godoy). Reprod. en Giura Longo y Rossi (eds.) (1999: 211). 27.  Novo y Colson (1885: XXXI). 28.  Sobre los límites del Imperio español y la Expedición Malaspina, cf. Vericat (1987: 597 y ss.). 29.  «Discurso preliminar», en Novo y Colson (1885: 43). 126

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habían definido la administración imperial hasta entonces, y establecer, mediante una nueva constitución regida por el principio confederal, «un nuevo plan de derecho público» para sus colonias americanas y asiáticas, que, unificado bajo la corona borbónica, aglutinara a una comunidad de naciones autónomas, independientes y emancipadas. El italiano estaba convencido de que esa nueva confederación hispánica abriría un espacio político, económico y social de convivencia, de intercambio comercial y cultural pacífico y justo, y de enriquecimiento mutuo entre España y sus antiguas colonias. La transformación del decadente Imperio español en una confederación de naciones libremente asociadas bastaría para, de un lado, liberar a España «de los pesados grillos que le causan las posesiones de ultramar y [de otro lado], presentarle un plan general de reunión [con las colonias], con el cual sean todas felices y no teman las invasiones externas, ni apetezcan las riquezas ajenas».30 Ante la caótica situación política, Malaspina se mostraba cada vez más preocupado y convencido de que el mal gobierno del Imperio —personificado en Godoy, a quien calificaba de sultán en sus cartas privadas— había llegado a tal grado de abyección que ya no era posible evitar el derramamiento de la sangre de los pobres. En las tertulias en las que participó asiduamente en Madrid, Malaspina se mostraba cada vez más incapaz de disimular la frustración que sentía ante la ineptitud política y descarada corrupción del primer ministro.31 Poco después de ser presentado a los reyes, le confesaba por carta a su amigo Greppi: 30.  Ibidem. 31.  El padre Gil dejó escrito que durante aquel periodo Malaspina no paraba de hablar de sus ideas políticas, y que enseguida se habían hecho manifiestas sus diferencias en este sentido. La incontinencia verbal de Malaspina también llamó la atención de algunos de sus amigos. A finales de 1794, Juan Peña y Ruiz, amigo del italiano, se hacía eco de la imprudencia de Malaspina al hablar abiertamente sobre los males del Estado y sobre las reformas indispensables para sanar esos males. En una carta dirigida a su común amigo Greppi, Peña afirmaba que «Malaspina ha viajado por los mares y ha perdido de vista la tierra». Cf. Manfredi (1994: 103). 127

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Un único día me habría bastado para mostrar mi sistema. Lo he visto todo y lo he visitado todo. Puede ser que en el caos del sistema actual haya solo un pequeño paso del mal al buen camino, de la sinrazón a la sana filosofía. Todo parecía favorable, me encontraba ligado a todo lo que había de más virtuoso y sabio en el país, que se prestaba infinitamente a escucharme; estaba seguro de la rectitud de mi corazón y de mi entero compromiso al bien general, sin egoísmo y sin prejuicios, pero el acceso al sultán es tan difícil, y todo lo que le rodea está [tan] hundido en la confusión y en la inacción, que es imposible hacerse entender y poder actuar.32

En medio de estas frustraciones, Malaspina, paralizado en Madrid mientras la guerra contra Francia se recrudecía, abrumado por la nostalgia de la acción y por el oprobio de la corrupción que se respiraba en la corte, reconocía sentirse «condenado al triste oficio de autor»33 mientras trabajaba en la edición del viaje. Desconocía aún que otra condena mucho peor, dictada por aquel despótico sultán,34 se sumaría enseguida a la de su «triste» destino como escritor. Durante este periodo de frenética actividad intelectual y emocional, parecía que el italiano, convencido de tener la clave para «salvar a la patria», hubiera sucumbido a una especie de mesianismo que, a la postre, acabaría haciéndolo naufragar en manos 32.  Manfredi (1994: 325). 33.  Ibidem. «Cada día siento más antipatía por el oficio de autor», confesó Malaspina a su amigo Paulo Greppi en una carta escrita en Aranjuez el 26 de mayo de 1795 (Manfredi, 1999: 345). Unas semanas después escribía a Ramón Ximénez —mentor de Fabio Ala Ponzone—: «Cada día me parece más difícil y pesada la carga de escribir. Se opone directamente a la inquietud natural y la inconsistencia marina, se opone al método de nuestros estudios, sujetos al desengaño de la experiencia, se opone, finalmente, a todas mis medidas, que me llevarían a vivir en una isla desierta antes que a ser el espectador de los desórdenes que circundan a Europa». Cf. Manfredi (ed.) (1999b: 353). 34.  Sobre la «conspiración de Malaspina»: cf. Jiménez de la Espada (1881); Soler Pascual (1990); Manfredi (1987a); Beerman (1992). 128

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de Godoy. En febrero de 1795, Malaspina dio muestras de esa imprudencia al presentarle a Godoy —por intermediación de su protector, el ministro Valdés— un plan personal para firmar la paz con Francia. Esto provocó que Godoy respondiera al ministro preguntándole si su protegido había perdido la cabeza, e instándole a que le amonestara para que moderase sus pensamientos. En esos momentos, su nobleza de miras, la altura moral de sus ideales y su altruismo —Malaspina acariciaba la idea de incorporarse por tierra al frente en Cataluña, donde amigos suyos como Federico Gravina combatían con dificultad a las tropas francesas—35 parecían coexistir con un comportamiento obsesivo, imprudente y precipitado en relación con la política nacional.36 Como se desprende de sus cartas, Malaspina estaba convencido de que pronto podría ser convocado como intermediario para negociar la paz con Francia y, como consecuencia, pasar a ocupar un alto cargo en el Gobierno español. Malaspina se encontraba en la cuerda floja, desesperado por la inacción, con la publicación de su viaje paralizada, mientras el país ardía en llamas y consumía sus arcas en la guerra con Francia. Parecía sentirse capaz de arriesgarlo todo por sus ideales, inclusive su propia vida, pero, por otro lado, también daba muestras de anhelar con impaciencia un ascenso hacia más altas cotas de poder dentro de la administración política del Imperio, lo que presumiblemente imaginaba en forma de una cartera ministerial en un nuevo Gobierno regenerado, libre de Godoy.

35.  Durante este periodo el cónsul sueco Jacobo Gahn escribía por carta al amigo de Malaspina, Paolo Greppi, aludiendo a la situación en el frente catalán de su común amigo Federico Gravina: «Lo cierto es que con semejante ejército es imposible hacer la guerra. Nuestro Gravina en Rosas se porta hasta ahora en un modo que en los tiempos presentes se puede dar por heroísmo». Cf. Manfredi (1999b: 329, nota 9). 36.  Gil describía el comportamiento de aquellos días de Alejandro como el de alguien afectado por una «insanable comezón política que hacía que apenas podía moverse sin referirse al comercio, la industria, a las relaciones con los pueblos y demás ramos de la legislación, con la aplicación de todo esto a las Américas». Cf. Manfredi (1994: 103). 129

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3. De las tertulias a la conspiración. La marquesa de Matallana y las amistades peligrosas de Malaspina Durante este periodo clave, y mientras que Malaspina, coordinando su equipo de oficiales y pintores en Madrid, se afanaba, a pesar de las inmensas dificultades, en organizar los resultados de la expedición para darlos a la imprenta,37 el italiano se había convertido en el centro de atención de la corte española, que había recibido con verdadera expectación la vuelta de los ilustrados viajeros tras su expedición científica alrededor del mundo. «La variedad y amenidad de su erudición, sus costumbres y otras circunstancias hacían su trato muy apreciable»38 en los salones ilustrados, en los bailes de máscaras de la aristocracia, en los teatros, los toros y en las tertulias que frecuentaba en Madrid. Malaspina se veía con frecuencia y tenía bastante intimidad de forma pública con muchas personas de entre las de mayor rango de la corte y, en ese proceso, rápidamente entró en contacto con personajes muy próximos a los reyes.39 A la vez, Malaspina estableció peligrosos vínculos de amistad con aristócratas afines a la oposición 37.  A la humillante designación de Gil como director y principal redactor de la relación del viaje había que sumar —absorbidas las rentas del Estado por la guerra con Francia— el problema de la falta de caudales para llevar a cabo la publicación. En este momento, Malaspina ya temía que, después de todo su esfuerzo, la obra no viese la luz. Así se lo confesó a su amigo Greppi: «Considera las dificultades que naturalmente debía encontrar para dar la última mano a la narración y resultados del viaje cuando tengas a la vista, tú que conoces bien este país, lo que es tratar con formalidad los asuntos del erario, de mo­ ­do que en lo mejor no te dejen plantado». Cf. Manfredi (ed.) (1999b: 334). Tal y como presumía Malaspina, los asuntos del erario acabaron siendo determinantes e impidieron publicar el viaje. Cf. Marín-Merás Verdejo (2016: 42). 38.  Cf. Jiménez de la Espada, M. (1881), t. XXXIII, p. 402. 39.  Entre estos, además de la marquesa de Matallana —dama de confianza de la reina María Luisa—, Malaspina entabló contactos con el confesor privado del rey y con otra de las damas de cámara de la reina, María Pizarro. Alejandro y la Matallana pretendían utilizarles como canales para hacer llegar el plan del nuevo Gobierno a los monarcas. Ignoraban que María Pizarro trabajaba como espía para Godoy, por lo que, apenas tuvo en su poder los documentos que le había confiado Malaspina, entregó el plan secreto al primer ministro, precipitando la detención del italiano. 130

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interna al Gobierno de Godoy. Entre estos últimos, creó un vínculo fatídico con una de sus vecinas en Madrid,40 Fernanda OʼConnock, marquesa de Matallana, quien desde hacía meses se afanaba secretamente en la intriga cortesana para derrocar al valido.41 La llamada «oposición interna» a Godoy,42 de ideología monárquica reformista, estaba formada por personas próximas a los reyes —miembros de la nobleza, altos mandos militares y otros aristócratas progresistas y liberales— que se agrupaban en torno al llamado Partido Aragonés —y, en muchos casos, a la incipiente masonería española—.43 El Partido Aragonés era el partido del conde de Aranda —primer ministro de Carlos III y fundador de la logia masónica del Gran Oriente Español—, antagonista del conde de Floridablanca, en torno a cuya figura se agrupaba otro 40.  La marquesa vivía en una casa contigua a la residencia de Malaspina, quien se hospedaba en la casa de Manuel de Moncada, príncipe de Monforte, en los aledaños del palacio de los duques de Alba, hoy Cuartel General de Ejército. Cf. Jiménez de la Espada (1881: 411). 41.  En febrero de 1795, ya con Malaspina en Madrid, fue abortada in extremis la llamada «conspiración de Picornell», una verdadera intriga cortesana que pretendía instaurar una junta suprema, formada por personalidades de la nobleza y de la aristocracia liberal y reformista en sustitución de Godoy y en la que la marquesa de Matallana jugó un papel central, que hasta ahora no había sido apreciado por los especialistas en Malaspina. Cf. Aguirrezábal y Comellas (1982). 42.  Llamada así para distinguirla de la oposición externa, o republicana, que contaba con el apoyo de Francia, y que fundamentalmente actuaba difundiendo secretamente en el país propaganda revolucionaria. Cf. Aguirrezábal y Comellas (1982). Sobre los movimientos sediciosos de oposición al régimen en tiempos de Godoy, cf. Elorza (ed.) (1971). 43.  Después de la muerte de Aranda —fundador de la logia del Gran Oriente Español— su sucesor en la dirección del partido fue el también dirigente de la masonería española, el conde de Teba, quien más tarde pasó a usar el título de conde de Montijo. Existen indicios de que Malaspina también fue miembro de la masonería. Por ejemplo, poco tiempo antes de ser detenido, en septiembre de 1795, Malaspina escribía al jesuita exiliado y masón Ramón Ximénez de Cenarbe, preceptor de su discípulo Fabio Ala Ponzone, confiándole que cuando este retornara a Italia, esperaba que Ximénez pudiera «lavar en las aguas del Jordán a Fabio», lo que interpreto como una referencia a su iniciación ritual en alguna logia. Cf. Manfredi (ed.) (1999b: 362). Sobre Ximénez de Cenarbe, cf. Rangognini (2002). 131

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«… Según lo alegado y probado por Doña Boceca, fallamos que la belleza es una voz abstracta de la que no podemos formar idea fija, y por consiguiente no se puede definir, y descendiendo a la belleza en la especie humana, es de pura convención…». Pedro Estala, Disputa sobre la belleza. Diario de Madrid (2 de noviembre de 1795). Imagen: indios guagua y sipibo, autor desconocido (reproducido con permiso del Museo de América de Madrid).

«partido», los llamados golillas. En este duelo de aragoneses y goli­ llas, el partido aragonés se constituyó gradualmente como una fuerza de oposición al poder establecido. Aranda había intentado un programa de reformas internas cuando era primer ministro, con las que pretendía descentralizar el poder en beneficio de los Consejos. El pánico que se propagó en la corte española tras el asalto de las Tullerías en París, en agosto de 1792, y el ascendiente que sobre los reyes había adquirido Godoy (paradójicamente, 132

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un miembro del Partido Aragonés) provocaron la sustitución de Aranda por el conde de Floridablanca. Después de esto, Aranda y los aragoneses no cesaron en su empeño para derribar a Godoy, de forma cada vez más notoria. Proponían una reorganización institucional de la monarquía, como contrapunto reformista a la revolución. En 1794 Aranda fue desterrado a Jaén tras un encontronazo con el valido, lo que provocó que sus seguidores continuasen aún con más ahínco haciendo propaganda anti-Godoy. En este momento ya se conocía al grupo de los aragoneses como el partido de la oposición.44 En definitiva, los aragoneses coincidían con Malaspina en la necesidad de acelerar el proceso de regeneración política y en que este debía comenzar por la inminente sustitución del valido al frente del Gobierno. Entre las aristócratas afines al Partido Aragonés más activas en la tentativa de derrocar al primer ministro y más próximas a los monarcas estaba la marquesa de Matallana, con quien Malas­­ pina llegó pronto a establecer una estrechísima amistad. Era la marquesa un personaje notorio entre la aristocracia madrileña por no esconder sus ideas contra Godoy y por hacer valer abiertamente su opinión en tertulias ideológico-políticas:45 «Además de ser amiga estrechísima de Malaspina, mantenía públicamente discursos desmedidos sobre el Gobierno y contra el ministro».46 Todo ello le había hecho ganar fama de mujer «inmoderadamente proclive a las intrigas».47 No era una reputación enteramente 44.  El Partido Aragonés se mantuvo en esta misma línea de oposición a Godoy prácticamente hasta 1808. Después de la muerte de Aranda, su sucesor, el conde de Montijo, tuvo un papel importante en la conjura de El Escorial y en el motín de Aranjuez. Cf. Aguirrezábal y Comellas (1982: 13). 45.  Parece que el propio conde de Aranda «participaba activamente en tertulias ideológico-políticas presididas simbólicamente por damas: la condesa de Montijo, la marquesa de Matallana, la condesa duquesa de Benavente, etc., en las que el prócer aragonés era el alma de la reunión». Cf. Aguirrezábal y Comellas (1982: 32-33). 46.  Carta del marqués de Galatone al príncipe de Castelcicala, El Escorial, 8 de diciembre de 1795; Cf. Beerman (1992: 102). 47.  Cf. Greppi (1883: 46). 133

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inmerecida, pues, aunque actuando con total discreción, la vecina de Malaspina había sido un personaje central en la organización de una intentona fallida de derribar al todopoderoso Godoy en los primeros meses de 1795, ya con Alejandro en la corte. Aunque Godoy consiguió abortar in extremis el motín de San Blas, también conocido como conspiración de Picornell, el complot —vinculado al Partido Aragonés y a la masonería— se había organizado en sigilo a partir de una de las tertulias frecuentadas por la Matallana, quien actuó secretamente como intermediaria entre la cabeza visible del golpe —el abogado y pedagogo ma­­ llorquín Juan Picornell— y poderosos miembros de la oposición interna que lo apoyaban entre bastidores. Desde su llegada a Madrid, Picornell procuró buscar partidarios para su causa, y rápidamente encontró en la Matallana un apoyo esencial para captar nuevos prosélitos: […] la primera que se declaró tal fue la marquesa de Matallana, en una tertulia que [Picornell] comenzó a concurrir con ocasión de defenderla un pleito […]. En la expresada tertulia no se hablaba de otra cosa sino de la revolución proyectada, en ella fue donde se hicieron partidarios el conde de Aranda, el duque de Almodóvar, el conde de Tepa y otras muchas personas principales del Reino, de modo que la expresada marquesa de Matallana hizo más recluta que todos los demás.48

Picornell, que inicialmente fue detenido y condenado a la horca por su fracasada intentona, consiguió fugarse de España con ayuda de sus poderosos amigos. Por su parte, la Matallana salió indemne del caso, sin levantar las sospechas del valido, y continuó ejercitando su «incontenible propensión a la intriga» en nuevas tertulias políticas. Dada su proximidad —física e ideológica— con su vecino, la marquesa acabó inevitablemente coincidiendo 48.  Cf. Aguirrezábal y Comellas (1982: 32). 134

Capítulo 3. Suplemento al viaje de Malaspina

con el ingenuo e idealista Alejandro Malaspina, quien, como sabemos, tampoco se esforzaba mucho en disimular su repulsión ante la política de Godoy en las tertulias que frecuentaba. La intrigante marquesa quedó favorablemente impresionada por el brigadier, quien, además de un hombre exitoso, cultísimo, atractivo, soltero y recién entrado en la cuarentena, había sido recibido a su retorno de la expedición científica como un héroe nacional. Rápidamente se estrechó una amistad íntima entre ambos, hasta el punto de llegar a suscitar chascarrillos en los círculos cortesanos y entre las personas cercanas al italiano. A finales del mes de julio de 1795 ambos escribieron conjuntamente una de las cartas de la Disputa sobre la belleza en el Diario de Madrid. En aquella ocasión, Malaspina dictó a la Matallana buena parte del texto, que firmaron con el seudónimo de la Defensora de la Belleza.49 Por aquellas fechas ya era público y notorio que Malaspina se había convertido en el nuevo cortejo de la Matallana.50 De acuerdo con las costumbres imperantes entre la aristocracia madrileña de fin de siglo, esa situación les daba licencia para pasar muchas horas juntos en total privacidad, a pesar de que la Matallana era una mujer casada, pues los cortejos —que no necesariamente implicaban relaciones sexuales—51 resultaban perfectamente admitidos entre las clases altas de la corte. A fines del siglo xviii, las costumbres de la aristocracia madrileña im­­ ponían que toda dama noble que se preciase debía contar, por lo menos en la corte, con un pretendiente o acompañante oficial, llamado el cortejo, quien acompañaba a la dama o damisela en sus horas de asueto. Tales visitas del cortejo eran permitidas 49.  Véanse, en este volumen, las Cartas n.º 12.1 (28 de julio de 1795), 12.2 (29 de julio de 1795) y 12.3 (30 de julio de 1795). 50.  Así lo demuestran, si mi interpretación es correcta, los comentarios irónicos a ese cortejo que abundan en la Disputa del Diario de Madrid. 51.  De hecho, como explicaré en el capítulo 4, todo indica que Malaspina era homosexual. 135

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inclusive a mujeres casadas, y discurrían sin que el marido se enterara la mayoría de las veces, puesto que normalmente este se hallaba ausente de casa durante largas horas. Así describía esta costumbre el británico Joseph Towsend, de visita en Madrid entre 1786 y 1787: Cuando uno va a visitar a una dama —pues, habiendo una dama en la casa la visita es para ella—, no ha de llamar a la puerta ni preguntarle nada al portero, sino que debe encaminarse directamente a la habitación en la que ella suele recibir a sus visitantes […]. Los amigos son en su mayoría caballeros, pues las damas rara vez hacen una visita que no sea de ceremonia, y entre esos amigos reunidos allí uno de ellos es por lo común el cortejo. […] a lo largo de mi estancia en España no oí jamás mencionar a un marido celoso ni llegué a saber con certeza que tal cosa existiera […]. El marido tiene tan poca importancia en el hogar y se le ve tan poco por allí, y cuando se le ve es un extraño tan completo para todas las visitas de su familia, que al amante le resulta muy fácil pasar inadvertido […]. Este debe estar presente a cualquier hora del día ya sea en público o en privado, ya esté enferma la dama o goce de buena salud y debe ser invitado a todas partes para acompañarla.52

A inicios de septiembre de 1795, la marquesa de Matallana fue nombrada oficialmente dama de cámara de la reina María Luisa, lo que facilitó aún más su capacidad de acceso a los monarcas.53 La marquesa no podía dejar pasar esa oportunidad para renovar sus intentos de derrocar a Godoy ejerciendo su influencia sobre la reina. Aprovechando uno de los frecuentes accesos de celos de la monarca hacia Godoy,54 la intrigante Matallana —verosímilmente, 52.  Cf. Towsend (2004), pp. 343-346. 53.  Fue nombrada dama de corte el 4 de septiembre de 1795. Cf. Jiménez de la Espada (1881: 411, nota 1). 54.  Manuel Godoy —quien, después de acordar el fin de la guerra con Francia, recibió el ostentoso título de príncipe de la paz— había llegado al poder después de seducir a la 136

Capítulo 3. Suplemento al viaje de Malaspina

como en la ocasión del motín de Picornell, en coordinación con importantes personajes de la oposición interna— convenció a la reina de que Malaspina era el hombre ideal para concebir un plan de gobierno que, de una vez por todas, librara a España del sultán. La reina, despechada, aceptó la sugestión de su dama de confianza y, bajo el máximo secreto, le encargó a Malaspina que redactase un programa de renovación del Gobierno.55 Inicialmente, Malaspina recusó el pedido, a sabiendas de que con aquella decisión se jugaba el tipo. Sin embargo, acabó aceptando el encargo real a regañadientes56 y, considerando que la situación del país era verdaderamente insostenible, decidió anteponer sus ideales a su vida.57 Por lo que aquí nos concierne, aquel divertimento filosófico sobre la belleza que el brigadier y la marquesa escribieron a dos manos a reina, y gobernaba el imperio colonial más extenso del mundo mediante un hábil juego de dominio emocional sobre los monarcas. 55.  En una carta datada el 24 de diciembre de 1810, el amigo de Malaspina, Lazzaro Brunetti, afirma que Alejandro, una vez retornado a Italia tras su liberación, le confesó personalmente antes de morir que había sido la propia reina quien le pidió que redactase un programa de renovación radical del Gobierno. Cf. Manfredi (1986: 27). 56.  Esta hipótesis de que fue la reina quien pidió a Malaspina que le entregase un plan de reforma gubernamental por escrito, corroborada por Lazzaro Brunetti y por Emmanuele Greppi —nieto del íntimo amigo de Malaspina, Paolo Greppi— también coincide con lo expresado por el historiador, masón y diputado liberal Lorenzo Villanueva, testigo de aquella época, quien resumía así lo que se conocía sobre la caída en prisión del marino italiano: «Lo que parece más verosímil, o, por mejor decir, se tiene por cierto, es que aquel célebre marino fue víctima de un enredo entre la reina y dos damas suyas, la Matallana y la Pizarro, y el príncipe de la paz. En un intervalo de desafecto y resentimiento, en cuyo tiempo andaba la reina a caza de medios para cortar la privanza del valido, fue buscado Malaspina por estas damas para que, a la vuelta de la Lombardía, su patria [sic], adonde iba con licencia, trajera realizado el plan de cierta corte (la de Parma o la de Roma), que había de influir con el rey para tan santa obra. Este plan, escrito incautamente por Malaspina y guardado por la reina en una gaveta, fue revelado a Godoy por la Pizarro». Cf. Villanueva (1825: 55). Sobre María Pizarro, vide supra, nota 39 del presente capítulo. 57.  «[…] La reina pidió entonces que Malaspina extendiese un nuevo plan de gobierno al Ministerio. Él se negaba, pero finalmente condescendió, afirmando sin embargo que sería sacrificado por ello, pues la reina no tenía suficiente firmeza». Cf. Greppi (1883: 46). 137

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fines de julio de 1795 en el Diario de Madrid58 sirvió de inspiración para que, pocos meses después —y para evitar que la letra del italiano fuera identificada—, Malaspina volviera a dictarle a la marquesa su plan de gobierno, con el que pretendía encarcelar a Godoy en la Alhambra de Granada y mudar para siempre el des­ ­tino de España y sus colonias.59

4. Las cartas a los lectores del Diario de Madrid Cuando Malaspina se trasladó a la corte, a finales de 1794, el Diario de Madrid era el único periódico oficial de circulación diaria en la capital de España.60 Heredero directo del primer diario de la prensa española —el Diario Noticioso, Curioso, Erudito y Comercial, Político y Económico, fundado en 1758 por Mariano Nifo—,61 el Diario de Madrid había nacido con un claro espíritu ilustrado. Tenía por objetivos principales la formación de opinión pública y el fomento de la educación entre la ciudadanía. El Diario se proponía contribuir a «despertar la aplicación y el gusto al estudio de todas las clases de ciudadanos»,62 aunque, a decir verdad, por aquellas fechas la prensa madrileña solo era leída por una re­ ducida minoría formada principalmente por nobles, oficiales, 58.  Cf. Cartas n.o 12.1 (28 de julio de 1795), 12.2 (29 de julio de 1795) y 12.3 (30 de julio de 1795) de la Disputa sobre la belleza. 59.  Por cuestiones de espacio, no me es posible entrar aquí en más detalles sobre el fracaso de los planes de Malaspina y de la Matallana. Remito a los escritos de Soler, Greppi y Beerman sobre el tema. Este último autor sostuvo erróneamente que los planes de Malaspina fueron copiados por Manuel Gil (Beerman, 1992: 163). Pero la amanuense fue la marquesa de Matallana, como pretendo haber mostrado. 60.  A lo largo de todo el siglo xviii se llegaron a imprimir sesenta y nueve periódicos en Madrid, de los cuales algunos eran oficiales —como el Diario de Madrid, la Gaceta de Madrid y el Mercurio Histórico— y otros eran publicaciones privadas. Cf. Guinard (1973). Véase también [N.d.E.] 102, Carta n.º 10 de la Disputa. 61.  Francisco Sebastián Manuel Mariano Nipho y Cagigal (1719-1803), periodista ilustrado aragonés, introductor en España del diario político impreso. A lo largo de su vida fundó más de veinte periódicos. Cf. Maestre et al. (eds.) (2015). 62.  Arenas Cruz (2000: 327). 138

Capítulo 3. Suplemento al viaje de Malaspina

funcionarios, clérigos y, en menor medida, reducidos sectores de profesionales liberales como médicos, abogados y profesores. «Si debemos creer a Jovellanos, […] no había más del diez por ciento de españoles alfabetizados».63 Para cumplir sus ilustrados fines, el Diario de Madrid no solo incluía noticias relativas a la ciudad de Madrid, sino que por sus páginas circulaban artículos diversos de erudición económica, literaria o filosófica, crítica, poesía y todo tipo de curiosidades, además de una sección de anuncios que incluía la programación teatral, operística y taurina del día. Asimismo, el Diario también incluía una sección de cartas de los lectores, absoluta novedad en la prensa española de la época. Las cartas al Diario eran reseñadas críticamente una vez por mes por uno de sus redactores, el Censor Mensual, identidad tras la que se escondía el erudito humanista Pedro Estala.64 En las cartas de los lectores, firmadas habitualmente bajo seudónimo, cualquier ciudadano podía suscitar polémicas sobre los temas más variopintos, publicar sus poesías, o bien simplemente divulgar sus opiniones sobre un amplio abanico de asuntos, desde temas históricos a problemas matemáticos o técnicos, crítica literaria o teatral, cuestiones morales, políticas, etc. En este ámbito, el Censor Mensual se esforzaba para que, gracias a sus mordaces críticas y al empleo de un tono polémico y dotado de grandes dosis de humor, la lectura del Diario resultara amena e interesante, además de formativa, para el escaso público lector con el que contaba.65 Enmascarado tras el seudónimo de Censor Mensual, Estala —quien, en ocasiones, también escribía cartas con otros seudónimos— emitía puntualmente, cada inicio 63.  Palacios Atard (2007: 381). 64.  Bibliotecario de los Reales Estudios de San Isidro, helenista, traductor y editor de clásicos griegos y españoles, además de periodista. Cf. Arenas Cruz (2000). 65.  Entre el reducido círculo de sus suscriptores estaban el conde de Floridablanca, el marqués de Sonora, el duque de Almodóvar, el conde de Revilla Gigedo, el duque de Alba, el príncipe de Masserano, Campomanes, Jovellanos, Cabarrús y otros personajes notables de la política y la cultura española. 139

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de mes, sus críticas sobre las cartas que el público había enviado al Diario durante el mes anterior. Lo hacía […] en un tono exagerado y radical, con el fin de picar a los lectores y así dar lugar a la polémica. Sin duda el propósito de Estala era el de generar batallas dialécticas en el periódico, gracias a las cuales se iban a poder contrastar diferentes puntos de vista sobre la literatura, que harían más animada la lectura del Diario […]. Precisamente por ello él mismo se prestaba a escribir artículos en los que presentaba ideas contrarias a las suyas propias, para así poder, a continuación, refutarse a sí mismo.66

Este tipo de disputas o batallas dialécticas eran bastante comunes en el Diario de Madrid y resultaban muy populares, pues constituía una gran novedad que los lectores pudieran ver sus cartas publicadas y, más tarde, replicadas por otros lectores de opinión contraria, o defendidas por sus correligionarios. Las contribuciones del público lector eran muy variadas, frecuentemente incluían poemas originales, discurrían sobre polémicas literarias, o sobre los más variopintos asuntos culturales. En ocasiones —como en la Disputa sobre la belleza—, un mismo autor podía escribir varias cartas sobre el mismo asunto con diferentes seudónimos, con el objetivo de reforzar sus propios argumentos o dar contrarréplica a los adversarios. Tampoco era raro emplear un cierto travestismo literario en estas polémicas, por lo que los lectores, mayoritariamente hombres,67 utilizaban con frecuencia seudónimos femeninos para publicar sus cartas. En lo que resta de capítulo resumiré el contenido de la Dispu­­ta que, más allá de su relevancia para la historia de la estética ilustrada en 66.  Arenas Cruz (2000: 340-341). 67.  Aunque, como muestra el caso de la marquesa de Matallana, también participaban en estas polémicas epistolares algunas mujeres ilustradas. 140

Capítulo 3. Suplemento al viaje de Malaspina

la España de fines del siglo xviii, revela algunos detalles hasta ahora poco o nada conocidos sobre la vida de Malaspina en este periodo crucial de su carrera.

5. Resumen de la Disputa sobre la belleza en el Diario de Madrid La Disputa sobre la belleza se inició con la publicación, el 17 de octubre de 1794,68 de una carta anónima de Pedro Estala69 en la que este ridiculizaba la idea de la existencia de un criterio universal y esencial de belleza. Para promover la disputa, el propio Estala70 volvió enseguida a publicar otra carta en el Diario,71 en la que contrariaba, punto por punto, cada una de las ideas que había defendido en la misiva anterior. Era esta una estrategia habitual de Estala en el Diario de Madrid para avivar la polémica entre los lectores, ofreciendo argumentos contrarios con la intención de que los defensores de los pros y los contras se sumasen a la controversia y enviasen sus réplicas y contrarréplicas al periódico. Sin embargo, en esta ocasión, las provocaciones de Estala no surtieron efecto inmediato, y hubo que esperar hasta abril de 1795 para que un lector anónimo, recién llegado a la corte, reintrodujese la disputa en el Diario de Madrid. Aquel lector anónimo no era otro que Alejandro Malaspina.72 Su primera carta sobre la 68.  Véase la Carta n.º 1 (17 de octubre de 1794). 69.  El propio Estalla reconoció la autoría de esta carta en una de las últimas entregas de la Disputa. Véase la Carta n.º 33.1 (2 de octubre de 1795). 70.  Sabemos que esta segunda carta también fue escrita por Estala porque el seudónimo utilizado para firmarla, el Mismo, era uno de los apodos usados corrientemente por Estala en su trabajo como redactor del Diario. Cf. Cruz, María Elena Arenas (2000: 327). 71.  Véase la Carta n.º 2 (30 de octubre de 1794). 72.  Para más detalles sobre la atribución a Malaspina del texto, véase la Carta n.º 3 (27 de abril de 1795). 141

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«… Un cuerpo sano y robusto y un alma libre, sin remordimientos ni necesidades es todo lo que prescribía Licurgo para la suprema felicidad, y lo que yo considero poderse adaptar a la hermosura suprema…». Alejandro Malaspina, Meditación filosófica. Imagen: Latu, de la familia de los Eguis en las Yslas de Vavao. Juan Ravenet (reproducido con permiso del Museo Naval de Madrid). 142

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belleza se publicó el 27 de abril de aquel año. En esta carta, Malaspina iniciaba su defensa de la existencia de un bello esencial mencionando su reciente llegada a la corte y su afición por la lectura de las cartas del Diario, cuyo espíritu didáctico elogiaba, alabando su contribución a la educación ciudadana en temas literarios, humanísticos o científicos. Acto seguido, Malaspina pasaba a comentar su reciente participación en una tertulia erudita en la que, discutiendo sobre si existían criterios seguros para afirmar que las mujeres de ciertas naciones eran más hermosas que las de otras, había mantenido opiniones contrarias a las de otro de los tertulianos. Humorísticamente, aludía a este último como un hombre de corbatín desmesurado, quien había negado el carácter esencial de lo bello en la naturaleza. En esta carta, Malaspina se basaba en los argumentos del conde de Shaftesbury para afirmar rotundamente que lo hermoso en la naturaleza no era una cualidad arbitraria, sino absoluta, «cuyo fundamento era la utilidad», y que lo bello en el arte dependía «de la exacta imitación de la naturaleza». A partir de ambos postulados, Malaspina rechazaba abiertamente la opinión de su oponente, y daba por cierto el carácter esencial y universal de la norma estética. Por su parte, el caballero del corbatín, quien no era otro que Ciriaco de Ceballos,73 no demoró en recoger el guante y respondió con presteza al desafío lanzado por Malaspina, publicando una réplica en el Diario del día 30 de abril. En ella, Ceballos negaba cualquier relación entre utilidad y belleza, así como refutaba el tópico neoclásico de que el arte debía imitar la naturaleza. Al contrario, Ceballos proclamaba, dando muestras de un relativismo radical, que no existía «hermoso ni bello esencial, original, inmutable y absoluto […], sino un hermoso de capricho».

73.  Podemos atribuir con total seguridad la autoría de la carta a Ciriaco de Ceballos, entre otros motivos, porque el seudónimo que utilizó para firmarla es un anagrama perfecto del nombre del oficial de la Expedición Malaspina: Isidro Calle Boceca. Véanse las notas a las Cartas n.º 4.1 (30 de abril de 1795) y 4.2 (2 de mayo de 1795). 143

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Hasta el momento de su finalización, en el mes de noviembre de 1795, cuando Malaspina fue detenido y conducido a prisión, la disputa entre Ceballos y Malaspina continuó in crescendo durante todo su desarrollo. Este primer rifirrafe en la prensa madrileña dio lugar a repetidas réplicas y contrarréplicas por parte de ambos contendientes, a los que enseguida se unieron otros participantes de la tertulia en la que se originó la polémica. Aunque esta batalla dialéc­ ­tica entre aquellos ilustrados contertulios siempre mantuvo como fondo la existencia o no de una belleza esencial independiente de las costumbres y su posibilidad de definirla, el «enfrentamiento» entre Malaspina y Ceballos —que en todo momento discurrió, a pesar de sus posiciones antagónicas, en un tono cordial, leve y en ocasiones jocoso— fue desdoblándose en numerosos temas secundarios —como el teatro de Lope de Vega, la obra de Quevedo, la pintura de Rafael Mengs o la verdadera forma de la Tierra— a medida que fueron apareciendo nuevas cartas en el debate.74 La siguiente carta de la Disputa, firmada por el Censor Mensual, apareció publicada en el Diario de Madrid el 7 de mayo de 1795. En esta carta, Estala aludía a la polémica abierta entre Ceballos y Malaspina, señalando al primero como claro vencedor en aquel primer choque epistolar. Según el Censor, el texto de Malaspina «merecía poca atención», y no tenía más valor que el haber propiciado la aguda réplica de Ceballos. Además, Estala recriminaba al italiano que en su anónima misiva hubiera defendido la publicación de «problemas matemáticos en el Diario», algo que Estala consideraba inapropiado, y recordaba al anónimo que para tal clase de problemas existían en la capital otro tipo de publicaciones.75 Pero 74.  Entre los temas en que ambos autores mostraron posiciones contrarias destacan la cuestión de si el arte debía o no imitar a la naturaleza, las reformas en el teatro y la valoración de autores clásicos como Lope de Vega o Quevedo. Una mención especial merece la polémica científica que ambos mantuvieron en el Diario de Madrid sobre la verdadera forma de la Tierra. 75.  Pedro Estala era contrario a la idea de divulgar contenidos abstrusos y cuestiones ma­ ­temáticas en su periódico, propuesta que Malaspina había defendido en su carta anónima 144

Capítulo 3. Suplemento al viaje de Malaspina

Alejandro no se arredró con esta aparente derrota dialéctica frente a Ceballos y Estala y, aguzado su ánimo por las críticas del Censor, envió al Diario un suplemento76 a su carta anterior, que apareció publicado el 10 de junio con la rúbrica de el Anónimo. En esta nueva carta —que contiene el único poema conocido de Alejandro Malaspina hasta la fecha—,77 el italiano volvía a la carga con redobladas fuerzas contra los argumentos relativistas de Ceballos, a la vez que defendía a los clásicos, alababa el teatro de Lo­­pe de Vega e insistía en la necesidad de que el arte imitase a la naturaleza para ser verdaderamente bello. Por último, en su carta, Malaspina recordaba a Ceballos que el hecho de no poder definir una cosa con precisión no implicaba su inexistencia, y para ello le ponía el ejemplo de las dificultades que la ciencia había hallado hasta la fecha para definir la verdadera forma de la Tierra. En este sentido, Malaspina —quizá con el ánimo de provocar al Censor, quien ya le había advertido contra la inclusión de problemas matemáticos complejos en el Diario— hacía una decidida defensa científica de las hipótesis del francés Bernardin de Saint-Pierre78 sobre la forma del planeta que, a juicio del italiano, habían modificado la teoría de Newton sobre el esferoide terrestre. Pero el santanderino Ceballos tampoco era persona proclive a dar su brazo a torcer a la primera de cambio y, el 22 de junio, firmando esta vez su carta como Cesáreo Cid Cabillo,79 res­­ pondió a Malaspina publicando una nueva invectiva contra la del 23 de abril. Cf. Disputa sobre la belleza, Carta n.º 3, [N.d.E.] 8; Carta n.º 5, [N.d.E.] 49; Carta n.º 7, [N.d.E.] 81. 76.  Véase la Carta n.º 6 (10 de junio de 1795). 77.  Se trata de una composición en versos sáficos cuya alusión a un «dulce beso» acabó siendo censurada por el editor del Diario de Madrid. Solo existe el registro de otros versos escritos (en latín) por Malaspina en 1771. Cf. Pimentel (1994: 42). 78.  Vide supra, capítulo 1, nota 67. 79.  De nuevo, la atribución de esta carta no deja dudas, pues Cesáreo Cid Cabillo es el anagrama perfecto de Ciriaco de Ceballos. 145

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existencia de la belleza esencial. En ella, Ceballos volvía a defender un relativismo absoluto en materias de gusto y, de paso, atacaba el teatro de Lope de Vega, a cuyos seguidores acusaba de haber «abandonado el teatro español al último extremo de laxi­­ tud».80 Según Ceballos, los criterios de la belleza dependían exclusivamente de los diferentes costumbres, educación y caprichos de los hombres en los diferentes pueblos y épocas. Además, Ceballos se mofaba de las teorías de Saint-Pierre, cuya obra estaba, según el santanderino, «llena de errores en toda su parte sistemática». Haciendo caso omiso de las advertencias dadas por Pedro Estala a Malaspina sobre la inconveniencia de tratar asuntos matemáticos en el Diario, y para probar que la demostración con la que Saint-Pierre había pretendido criticar las tesis newtonianas sobre la forma de nuestro planeta era «cualquier cosa menos demostración», Ceballos incluyó en esta carta un problema de geometría cuya solución, según él, hacía patente la falsedad de las tesis del autor francés que Malaspina había defendido con tanta convicción. Además, advertía que quien no fuera capaz de resolver el problema tampoco podía «ser voto en el asunto», por lo que daría por insuficiente cualquier crítica o respuesta que no viniese autorizada con la solución matemática del mismo, considerándola «como un acto positivo de ignorancia, convencimiento o charlatanería».81 Como era de esperar, estas últimas cartas de Malaspina y Ceballos recibieron la puntual contestación del Censor Mensual quien, en su reseña a las contribuciones de los lectores del Diario durante el mes de junio,82 reiteró sus críticas al italiano por falta de claridad en la exposición de sus ideas, aunque elogió su poema (del que, no obstante, censuró uno de sus versos). Por su parte, aunque sin atreverse a responder de momento al chulesco reto geométrico 80.  Véase Carta n.º 7.1 (23 de junio de 1795). Sobre las reformas en el teatro español del siglo xviii, cf. Herrera y Navarro (1996). 81.  Véanse las Cartas n.º 7.1 (23 de junio de 1795) y 7.2 (24 de junio de 1795). 82.  Véase la Carta n.º 8 (7 de julio de 1795). 146

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lanzado por Ceballos —para el que preparaba una respuesta más meditada—, Estala acusó a este último de decir muchas pobrezas sobre el teatro de Lope y sobre asuntos literarios, dando a entender que el oficial cántabro, tan ducho en matemáticas, parecía no entender lo suficiente de literatura, sobre la que hablaba con presuntuosa ligereza. La Disputa continuó en aquella misma semana con otra carta de Ceballos,83 oculto esta vez tras el seudónimo de Bruneti Sarnism,84 en la que se daba la solución al problema matemático planteado por él mismo en su carta anterior. Con su demostración, Bruneti pretendía haber impugnado definitivamente las tesis sobre la forma de la Tierra del francés Saint-Pierre, a la vez que volvía a refutar las opiniones de Malaspina sobre el asunto. El 12 de julio el Censor Mensual intervino de nuevo en la Disputa para atacar a Ceballos por la inclusión de demostraciones matemáticas en el Diario de Madrid. Alegaba que sus lectores no podían entenderlas, pues sus fórmulas «a nadie instruían y a todos fastidiaban» e instaba a que los participantes en la Disputa se atu­­ viesen, a partir de aquel momento, a un lenguaje apropiado al medio que utilizaban. El Censor defendía que en el Diario se insertasen poemas, cuestiones de crítica literaria y argumentos filosóficos o científicos de calidad, pero en un lenguaje que el común de los lectores pudiera entender.85 En ese sentido, sugería que la cuestión relativa a la forma del planeta que Ceballos/Sarnism pretendía haber demostrado matemáticamente fuese expuesta de una forma más clara, para que resultara comprensible a la mayoría:

83.  Véase la Carta n.º 9 (12 de julio de 1795). 84.  Para más detalles sobre la atribución de esta carta a Ceballos, véanse las notas a la Carta n.º 9 (12 de julio de 1795). 85.  Frente a esta posición, Malaspina y Ceballos no veían necesidad de rebajar la calidad de sus argumentos científicos en las cartas del periódico. 147

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[…] pudiera haber descendido de su alto solio, exponiendo con sencillez la cuestión sobre la figura de la Tierra, diciendo por ejemplo que se creía esférica, hasta que Newton probó que era una esferoide aplastada por los polos y elevada por el ecuador; que la Academia de las Ciencias de París, para verificar esta teoría, envió unos académicos a medir un grado debajo del círculo polar, y otros a hacer lo mismo debajo del ecuador,86 con lo cual quedó determinada la figura de la Tierra; que Mr. de Saint-Pierre quiso probar que todo esto era falso, y que la Tierra se alargaba hacia los polos en figura oval (o cosa tal, porque no estoy muy en los autos, y no es cosa de revolver libros para poner un ejemplo) pero que el tal monsieur se engañaba por estas y otras razones, y entonces encajaba Vmd. su solución al problema de D. Cesáreo, que en tal caso parecería de perlas a los inteligentes.87

Además, desenmascarando a Ceballos, en esta misma carta el Censor avisaba a sus lectores de que los Bocecas, los Cabillos y los Brunetis «se pueden reducir a un solo Boceca verdadero»,88 pues en realidad correspondían a un único autor.89 La polémica continuó el día 23 de julio, con una nueva réplica de Ciriaco de Ceballos al Censor, esta vez firmada por Trinepos Boceca,90 en la que este admitía veladamente haber utilizado diferentes seudónimos, aunque inmediatamente después restaba todo valor a las críticas de Pedro Estala: «Su­­pongamos que dio Vmd. en el blanco, de lleno a lleno […] ¿Se si­­gue por ventura de aquí que sus juicios 86.  Estala hacía referencia a las expediciones francesas al polo y al ecuador para estudiar la curvatura de la Tierra, dirigidas respectivamente por Mapertuis (expedición a Laponia) y La Condamine (expedición al Ecuador). Cf. Maupertuis (1737); Lafuente y Mazuecos (1987). 87.  Véase la Carta n.º 9 (12 de julio de 1795). 88.  Véase la Carta n.º 11.1 (23 de julio de 1795) y la 11.2 (24 de julio de 1795). 89.  Lo que confirma la atribución del texto firmado por Bruneti Sarnism a Ceballos. 90.  Lo que deja claro su filiación al clan «Ceballesco-bocequil». Trinepos, esto es, «triple sobrino», hace referencia a los tres impugnadores de la belleza esencial que habían publicado cartas en la Disputa anteriormente: Isidro Calle Boceca, Cesáreo Cid Cabillo y Bruneti Sarnism, es decir, es decir, al propio Ciriaco. 148

Capítulo 3. Suplemento al viaje de Malaspina

«… Nuestra cuestión primitiva, nuestra única cuestión se reduce a si existe o no existe en las mujeres un hermoso absoluto, eterno, esencial, e independiente de la convención de los hombres; y en caso de que exista, cuáles son sus caracteres distintivos…». Manuel Gil, Disputa sobre la belleza. Diario de Madrid (11 de agosto de 1795). Imagen: Fatafegui. De la familia de los Eguis en las Yslas de Vavao. Juan Ravenet (reproducido con permiso del Museo Naval de Madrid). 149

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críticos son buenos? De ninguna manera».91 Dicho lo cual, y haciendo caso omiso de las insinuaciones del Censor sobre su ignorancia en temas literarios, Ceballos pasaba a reiterar sus críticas a Lope de Vega, acompañándolas esta vez de una firme alabanza de la obra de Quevedo. El día 28 de julio fue publicada la primera entrega de una larga carta —que se continuó a lo largo de los dos días siguientes, 29 y 30 de julio—, firmada por una misteriosa dama madrileña, la Defensora de la Belleza. La carta pretendía sumar sus argumentos a los que habían sido expuestos anteriormente por el Anó­­ nimo (es decir, por Malaspina) a favor de la existencia de una belleza esencial en la naturaleza, e incidía en los defectos del relativismo estético defendido por Ceballos. Atribuyo esta carta a una colaboración entre Fernanda OʼConnock —la marquesa de Matallana— y Alejandro Malaspina.92 Por estas fechas, ambos vecinos y correligionarios ya habían establecido una íntima amistad y todo el mundo en la corte sabía (y comentaba) que el italiano era el nuevo cortejo de la marquesa; inclusive hay varias menciones irónicas a esa relación en el seno de la propia Disputa.93 La carta de la Defensora de la Belleza se iniciaba con una divertida introducción en la que la supuesta autora se describía a sí misma como una mujer madrileña (la Matallana también lo era) muy hermosa. Su modo de vida aristocrático —confesaba pasarse los días del tocador a la tertulia, y de la tertulia al paseo— y sus costumbres refinadas la califican como una perfecta petimetra.94 El texto 91.  Carta n.º 11.1 (23 de julio de 1795). 92.  Para mayores detalles sobre esta atribución, remito a las notas a las Cartas n.º 12.1 (28 de julio de 1795), 12.2 (29 de julio de 1795) y 12.3 (30 de julio de 1795). 93.  En el contexto de la Disputa sobre la belleza en el Diario de Madrid, las alusiones al cortejo de Malaspina a la Matallana son especialmente claras en las cartas que he atribuido a Manuel Gil (Cartas n.º 15 y n.º 19). 94.  Sobre la figura social del petimetre en la sociedad madrileña de finales del siglo xviii, cf. Disputa sobre la belleza, Carta n.º 15, [N.d.E.] 191, 195 y 196; Carta n.º 20, [N.d.E.] 286. 150

Capítulo 3. Suplemento al viaje de Malaspina

continuaba con una firme y dura crítica de la Defensora al sexismo imperante en la sociedad española de la época,95 donde se acusa a los hombres de mantener a las mujeres en un estado de total exclusión de la vida pública.96 Tras una serie de digresiones, el texto proseguía su crítica al relativismo estético de Ceballos con humorísticas alusiones al interés que el oficial cántabro —a diferencia del puritano y homoerotizado Malaspina— había mostrado hacia las nativas a lo largo de su expedición científica alrededor del mundo:97 Acompáñese el Sr. Boceca de las damas que producen las heladas regiones de los polos, recréese con sus bocas rasgadas hasta las orejas, con sus narices aplastadas, con sus ojos pajizos, con sus pellejos de baqueta de Moscovia y sus colores de cobre y aplomados.98 95.  Un alegato feminista mucho más directo y radical que el que tímidamente incluyó después Malaspina en su Meditación filosófica, por lo que resulta verosímil suponer que en esta introducción al texto la marquesa llevó la voz cantante en la redacción. Sin embargo, en otros trechos posteriores encontramos toda una serie de elementos estilísticos muy característicos de Malaspina, así como ideas y expresiones muy parecidas o idénticas a las que aparecen en la Meditación: uso de vocabulario marinero y referencias a la arquitectura naval, citas del filósofo Condillac, la defensa de una visión histórica cíclica y degeneracionista, influida por Vico y Filangieri, referencias a la música de Haydn como paradigma de un arte desnaturalizado, que se ha olvidado de imitar a la naturaleza, etc. Por si fuera poco, en la propia carta se hacen menciones al viaje de Malaspina como descubridor del archipiélago de Vavao (autocita que el italiano repite en su Meditación), y se incluyen referencias antropológicas sobre pueblos americanos que solo un erudito viajero con alto interés en asuntos etnográficos, como el propio Malaspina, podía tener en el Madrid de la época. 96.  Para una introducción a la situación de la mujer en la Ilustración, cf. Pérez Cantó y Mó Romero (2005); Puleo (ed.) (1993). 97.  Durante su estancia en Nutka, en Canadá, Ceballos se impresionó profundamente por la belleza de una de las nativas, la joven esposa del cacique Macuina. Cf. Gutiérrez de la Concha (1791: 166). Por lo demás, los contactos «antropológicos» de Ceballos con nativos parecen haberse producido, sobre todo, con mujeres nativas, tal y como parece indicar el vocabulario que preparó en la isla de Tonga, lleno de alusiones a la anatomía femenina. Cf. Bustamante, Jesús (1989). Un análisis de la Expedición Malaspina en el contexto de la etnología del periodo puede encontrarse en Alcina Franch (1989). Véase también González Montero de Espinosa (1992); Monge (2002). 98.  Carta n.º 12.3 (30 de julio de 1795). 151

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Para la Defensora de la Belleza no cabían dudas sobre la superior belleza de los pueblos europeos y, dirigiéndose siempre a Boceca/ Ceballos, le interpelaba: «¿Cómo quiere Vmd. encontrar el bello esencial si se va a buscarlo entre las naciones salvajes?».99 Por su parte, Malaspina y la Matallana se mostraban absolutamente convencidos de que «en la Grecia, en la Italia, y en lo meridional de nuestra península […] los hombres y las mujeres [constituían] las producciones más perfectas de la naturaleza».100 Al final de la carta se incluía una nota, a modo de posdata, en la que la Defensora hacía un llamado a los artistas que leían el Dia­ rio de Madrid para que interviniesen en la Disputa. Interpreto esta última nota de la Defensora como una interpelación directa de Malaspina hacia sus pintores Ravenet y Bambrila, a los que reprochaba el silencio que estos habían mantenido hasta entonces en la polémica. Según la Defensora, la negación de la existencia de la belleza esencial, sostenida por Ceballos, constituía un insulto a las bellas artes. Re­­sultaba chocante que los artistas de la corte no intervinieran en la polémica para defender su campo, lo que, a su juicio, demostraba falta de respeto hacia el propio oficio, o bien falta de conocimiento para dar una respuesta adecuada a las espurias argumentaciones de los Boceca. El día 5 de agosto de 1795, Ceballos volvió a publicar una nueva misiva en el Diario, esta vez firmada por el Bocequilla. En resumidas cuentas, en este nuevo texto, el oficial cántabro venía a reforzar el relativismo defendido en sus cartas anteriores, argumentando que, «puesto que se controvierte tanto sobre la belleza absoluta, no hay tal belleza absoluta».101

99.  Carta n.º 12.2 (29 de julio de 1795). 100.  Carta n.º 12.3 (30 de julio de 1795). 101.  Carta n.º 13 (5 de agosto de 1795). 152

Capítulo 3. Suplemento al viaje de Malaspina

Un día después, el 6 de agosto, apareció el juicio del Censor Mensual a las cartas de la Disputa publicadas durante el mes de julio. Como de costumbre, Estala repartía sus críticas entre todos los contendientes, aunque, por primera vez, elogió un escrito de Malaspina, afirmando que las razones de la Defensora de la Belleza parecían «muy sólidas y convincentes». Sin embargo, dado que existían «tantos caprichos en los hombres sobre esta cuestión», el Censor consideraba «preciso esperar la respuesta del Sr. Boceca para poder decidir» sobre el asunto.102 El 10 de agosto intervino un nuevo personaje relevante en la Dis­­puta: el padre Manuel Gil,103 quien pocas semanas antes de la publicación de esta carta en el Diario de Madrid había sido nom­ ­brado por Real Orden redactor principal del viaje de Malaspina, lo que, según confesó más tarde el propio Gil,104 había provocado un radical enfriamiento de la relación entre ambos, que enseguida se convirtió en una enemistad manifiesta. Gil —quien verosímilmente tomó parte en la misma tertulia en la que se originó el debate entre Ceballos y Malaspina— se estrenó en la polémica sobre la belleza firmando su primera carta como el Susodicho. Decía ser un filósofo que hacía el cortejo a una dama ma­­drileña fea, en clara alusión a la relación entre Malaspina y la Matallana,105 y para reforzar su antagonismo ideológico con la Defensora 102.  Carta n.º 14.2 (7 de agosto de 1795). 103.  Para más detalles sobre esta atribución, véanse las notas a las Cartas n.º 15.1 (10 de agosto de 1795) y 15.2 (11 de agosto de 1795). No tengo dudas en atribuir esta carta a Manuel Gil, utilizando exactamente los mismos criterios que Fernández y Manfredi (1998) emplearon —esta vez, acertadamente— para atribuirle otra de las cartas de esta Disputa en el Diario de Madrid (Carta n.º 28, de 27 de septiembre de 1795). Entre los rasgos estilísticos que caracterizan todas las cartas de Gil destacan el uso muy repetido de expresiones religiosas, menciones a Dios, al diablo, o a historias bíblicas, el uso reiterado de expresiones en latín —muchas veces innecesarias— y, por último, las críticas ad hominen, que demuestran que su autor conocía perfectamente la identidad de Malaspina, de cuyo castellano y estilo se mofaba sarcásticamente. 104.  Jiménez de la Espada (1881: 408). 105.  Véase, por ejemplo, [N.d.E.] 207, en la Carta n.º 15.2 (11 de agosto de 1795). 153

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de la Belleza, quien se había definido como una mujer madrileña de gran hermosura. En apariencia, el Susodicho afirmaba entrar en la Disputa para mediar entre los contendientes, pero su conclusión acerca de lo bello se situaba claramente del lado de la posición relativista defendida por Ceballos, con quien coincidía en que «la belleza solo depende de nuestro modo de ver».106 Más que introducir nuevos argumentos para el debate, el escrito del Susodicho consistía en una sucesión de bromas y alusiones humillantes a Malaspina —a quien tildaba despectivamente de «filosofillo acicalado» o «filósofo à la dernière», insinuando así el supuesto afrancesamiento del italiano. Gil daba claras muestras de conocer la identidad de todos los participantes en la Disputa, e inclusive aludía en su carta al trabajo de preparación de la publicación del viaje por parte del italiano y sus oficiales, hablando de un grupo de «graves literatos» —entre los que señalaba al propio Anónimo/Malaspina— quienes, imbuidos de vanas ínfulas filosóficas, le aturdían con sus estólidas disquisiciones: He limitado mi sociedad a cuatro graves literatos, cuyo desaliño manifiesta a cien leguas su profunda sabiduría, y cuyos semblantes no son ni más ni menos tenebrosos que sus discursos. ¡Si Vmd. les oyese disertar sobre la metafísica del amor! Diría que son cuatro ángeles, los mismos que en la realidad de las cosas no son siquiera cuatro medios hombres. No hay asunto por luminoso que sea en sí, sobre el cual no hablen con la más elegante y sabia obscuridad. En fin, para tener alguna idea de su mérito peregrino, basta saber que las cartas anónimas107 […] como se publicaron en el Diario de Madrid, y el arte metódico de bailar contradanzas son todas producciones de su rara y fecunda fan­­ tasía.108 106.  Carta n.º 15.2 (11 de agosto de 1795). 107.  Gil hace referencia aquí a las cartas anónimas que Alejandro había publicado en el Diario (cf. Disputa sobre la belleza, Cartas n.º 3 y n.º 6). 108.  Carta n.º 15.2 (10 de agosto de 1795). 154

Capítulo 3. Suplemento al viaje de Malaspina

En su carta, el Susodicho se burlaba despiadadamente de los defectos idiomáticos y del estilo recargado de Alejandro, llegando inclusive a introducir en sus ataques algunas expresiones en italiano —«Questa si chiama scienza…!»—, como si quisiese dejar más aún claro a Malaspina que, a pesar del anonimato y los seudónimos, le había reconocido perfectamente, y despreciaba el valor de sus ideas y escritos. Esta aparente «riña jocosa» cobra un sentido mucho más amargo y sombrío si recordamos que Malaspina le acababa de hacer entrega a Gil de su Plan de publicación del viaje y de su Discurso preliminar,109 una introducción filosófica a su gran expedición político-científica de la que Gil se mofaba abiertamente en su misiva, comparándola, por su estilo grandilocuente y por la futilidad e intrascendencia de sus argumentos, con un inútil tratado sobre el arte metódico de bailar contradanzas. A partir de este momento, Gil no cesó de intensificar este mismo tipo de ataques ad hominem en sus cartas posteriores al Diario de Madrid, que firmó con los seudónimos de Modesto Socarrón, Don Simplicio y, por último, el más explícito de Gil Gilete. El tono de sus invectivas contra Alejandro fue in crescendo hasta el abrupto fin de la Disputa, debido al encarcelamiento de ambos110 por orden de Godoy. El día 14 de agosto se publicó en el Diario la primera parte de una carta firmada con las iniciales R.xF.,111 que tuvo continuación al día siguiente. Se trataba de la respuesta de una pintora al reto que había sido lanzado por la Defensora de la Belleza. La pintora afirmaba que, por su condición de mujer, no se sentía muy segura para intervenir en tan erudita disputa sin recurrir a la ayuda de expertos en la materia, por lo que había solicitado el 109.  Cf. Novo y Colson (1885). 110.  Cf. Jiménez de la Espada (1881); Manfredi (1987a); Soler Pascual (1990); Beerman (1992). 111.  Para más detalles sobre la atribución de autoría de esta carta a Juan (Giovanni) Ravenet y Fernando (Ferdinando) Bambrila, véanse las notas a las Cartas n.º 16.1 (14 de agosto de 1795) y 16.2 (15 de agosto de 1795). Sobre los pintores de la Expedición Malaspina, cf. Sotos Serrano (1982). 155

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asesoramiento de dos profesores de Arte para emitir su opinión en el Diario. El primero de los profesores firmantes, R. —a quien identifico como Juan Ravenet—, consideraba respetables las ideas de Malaspina/la Defensora y no opuso objeciones a sus tesis.112 Sin embargo, el otro comprofesor, F(ernando Bambrila), consideraba un despropósito pretender discutir sobre esta temática en el Diario de Madrid, puesto que los asuntos en disputa ya habían sido respondidos magistralmente por el pintor Rafael Mengs113 y por el señor Nicolás de Azara.114 Por lo tanto, nada que no hubiera sido analizado con detalle en aquellas obras podía añadirse al asunto por los Anónimos, por los Bocecas o por la Defensora en el Diario. En resumen, el pintor F. instaba a los contendientes a dejar el asunto por zanjado, para no oscurecerlo más, y a que los contendientes estudiaran las obras mencionadas, que a su juicio contenían la última palabra en teoría estética. Tras esta carta coescrita entre los pintores Ravenet y Bambrila, continuó la Disputa con una nueva contribución de Ceballos,115 112.  En estos momentos, Ravenet necesitaba del apoyo de Malaspina para encontrar una posición en la Armada, o algún otro cargo en la corte que le asegurase su futuro tras la esperada publicación del viaje, lo que hace más comprensible su actitud condescendiente y acrítica hacia su jefe. Malaspina —quien tenía en mayor estima el trabajo de Bambrila que el de Ravenet— se había manifestado oficialmente a favor de que Ravenet recibiese algún premio o reconocimiento por su labor artística, aunque no lo consiguió. Cf. Manfredi (1987a: 167). 113.  Anton Raphael Mengs (1728-1779). Primer pintor del rey Carlos III, fue considerado por muchos como el mejor pintor de su tiempo. Las ideas estéticas de este pintor, plenamente encuadrables en el paradigma neoclasicista, habían sido popularizadas por su amigo Johann Joachim Winckelmann. Cf. Winckelmann, (2008 [1755]). 114. Hermano del naturalista Félix de Azara. A la sazón, Nicolás era embajador en Roma. Fue un gran amante y protector de las artes, también había dejado un reputado escrito teórico sobre la estética de Mengs, cf. Azara (1797). 115.  La carta, firmada por la Chinilla, abunda en elogios a la línea de los Bocecas y a los anteriores negadores de la belleza esencial. Además, cuenta con una posdata del propio Isidro Calle Boceca. Todo ello, sumado a la coincidencia estilística del texto con las anteriores cartas de Ceballos, me lleva a concluir que, sin duda, se trata de una nueva carta del cántabro. Para más detalles, remito a las notas al texto de las Cartas n.º 17.1 (21 de agosto de 1795) y 17.2 (23 de agosto de 1795). 156

Capítulo 3. Suplemento al viaje de Malaspina

publicada los días 21 y 22 de agosto, que esta vez vino firmada por una tal Chinilla. La supuesta autora decía escribir al Diario de Madrid desde Pekín para negar de forma tajante que el canon de belleza europeo fuese superior al de otros pueblos, como había afirmado la Defensora. Con fina ironía, la Chinilla bromeaba sobre la falta de claridad de su oponente, a quien acusaba de incoherencia y de carecer de la profundidad filosófica necesaria para tratar el asunto con rigor. La Chinilla criticaba duramente los ataques personales y el tono sarcástico que Gil había empleado en su última carta, y pedía que se desterrasen de la Disputa «las odiosas, repugnantes y vagas expresiones de que algunos y algunas se sirven en el Diario».116 Sorprendentemente, en esta carta Ceballos parecía retractarse en cierta medida del relativismo absoluto que había defendido en sus anteriores misivas, reconociendo ahora que la belleza podía considerarse, tal vez, una pro­­ piedad esencial de la naturaleza, como afirmaba Malaspina. En cualquier caso, negaba tajantemente la posibilidad de que sus caracteres pudieran definirse con exactitud. En resumen, esta contribución de la Chinilla/Ceballos parecía destinada a mostrar que, no obstante las bromas y a pesar de sus discrepancias estéticas, el cántabro mantenía intacta su fidelidad a Malaspina, saliendo en su defensa ante los groseros ataques que el italiano había recibido por parte de Gil. A esta contribución de Ceballos vino a responder el día 23 de agosto el Anciano,117 quien, utilizando una escritura elegante y un 116.  Carta n.º 17.2 (23 de agosto de 1795). 117.  Este autor, quien se autodescribe como una persona de edad avanzada, alejada de vicios y pasiones, daba muestras de poseer un verdadero espíritu ilustrado al preocuparse por la formación de opinión pública a partir de la polémica sobre lo bello abierta en el Diario de Madrid. No parece descabellado suponer que se tratase de alguien ligado a la Marina y próximo a Malaspina y sus oficiales, porque, al igual que Ceballos y Malaspina, el Anciano empleaba términos náuticos que delatan a un hombre de mar. Además, otros indicios (véanse las notas a la Carta n.º 18, del 23 de agosto de 1795) apuntan a la posibilidad de que el Anciano conociera la verdadera identidad de los otros contendientes en la 157

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estilo elogioso, instaba a los principales contendientes de la Disputa, Boceca y la Defensora, a que publicasen sus conclusiones de una forma más inteligible y sintética, con la esperanza de «que una materia tan delicada y de tanto gusto se conduzca hasta un grado más alto de claridad, de modo que podamos dar sentencia».118 La siguiente carta de la Disputa apareció publicada en dos días consecutivos, el 29 y el 30 de agosto en el Diario de Madrid, y puede ser atribuida con confianza a Manuel Gil,119 quien esta vez firma como Don Simplicio. La carta pretendía responder a las acusaciones de la Chinilla (Ceballos) en relación con el estilo agresivo de Gil. Lejos de moderar su actitud tras la llamada de atención de Ceballos, Gil redobló el tono agresivo de sus críticas en esta nueva misiva, que abunda en ataques ad hominem contra Malaspina, con repetidas burlas sobre su pedantería, alusiones a su cortejo a la marquesa Matallana y comentarios jocosos sobre su deficiente caste­­ llano y su falta de claridad al expresarse por escrito. Por si fuera poco, no faltaban alusiones al gran tamaño de la nariz de Alejandro por parte de Don Simplicio, quien, en tono de regodeo, se declaraba, significativamente, un admirador de narices chatas. La réplica de la Chinilla a Don Simplicio apareció publicada el jueves 3 de septiembre, y se continuó con otra entrega de Ceballos el día 4, firmada esta vez por el Expresado. En esta entrega, Ceballos daba nuevas muestras de fidelidad a Malaspina frente a los groseros y despiadados ataques de Gil, que ahora había pasado a ser el objeto central de sus críticas. Recapitulando las últimas incorporaciones de participantes en la polémica, la Chinilla recordaba a los lectores que en la disputa habían intervenido, hasta Disputa, a quienes se dirige en un tono de gran familiaridad. Con todas las reservas, la hipótesis de que se tratase del viejo ministro de Marina Antonio Valdés, antiguo protector de Malaspina y anfitrión de la tertulia en la que se originó la polémica, parece verosímil. 118.  Carta n.º 18 (23 de agosto de 1795). 119.  Véanse las notas a la Carta n.º 19 (29 y 30 de agosto de 1795). 158

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aquel momento, dos Madrileñas: una, la Defensora, que era bella, y otra que se decía fea y que estaba asistida por su cortejo, el Susodicho (Gil). Pues bien, según la Chinilla, confundir a la primera (es decir, a Malaspina) con la segunda (o sea, con Gil) sería un despropósito tan grave como confundir al insigne pintor Rafael Mengs —el más prestigioso artista de su tiempo— con los comprofesores R. y F. (Ravenet y Bambrila), quienes habían criticado, en la carta de la Pintora, la ligereza con que Ceballos y Malaspina disputaban sobre estética, sugiriendo que gastarían mejor su tiempo leyendo a Winckelmann y a Azara que discutiendo públicamente sobre asuntos que no dominaban. Por otro lado, la carta dejaba ver claramente que la Chinilla conocía las identidades de unos y otros, pues se dirigía con total familiaridad hacia todos los contendientes, empleando un tono —salvo en el caso de Gil— afable y amistoso. Con relación al clérigo, Ceballos le reprochaba su estilo, fuera de lugar, y su ignorancia en temas científicos. Chinilla se refería al Susodicho como un abate120 estantigua,121 dando a entender que también conocía la identidad del clérigo, quien, tras sus continuas mofas en el Diario y la censura por él ejercida a los planes iniciales de publicación del viaje, debía de haberse convertido en persona non grata tanto para Ceballos como para Malaspina.122 La polémica continuó el 9 de septiembre con una nueva reseña crítica del Censor Mensual sobre el desarrollo de la Disputa durante el mes de agosto. Estala trataba de situarse en un difícil equilibrio entre las posiciones de Ceballos y de Malaspina, y 120.  Abate: «Clérigo dieciochesco frívolo y cortesano» (Diccionario de la Real Academia Es­ pañola). 121.  Estantigua: «Contracc. del ant. huest antigua, y este del lat. tardío hostis antīquus “el viejo enemigo”, denominación que los padres de la Iglesia dieron al demonio» (Diccionario de la Real Academia Española). 122.  Más adelante en la Disputa, en una carta que Gil firmará con el seudónimo del Apologista, el clérigo confesó estar «reñido con estos hombres, que después de consumirse sobre los libros, acaban por reprobarlo todo, y por no encontrar placer en nada». (Véase la Carta n.º 26, del 21 de septiembre de 1795). 159

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aclaraba a los lectores que, en el fondo, detrás de tanto seudónimo se escondían apenas dos contendientes fundamentales en la Disputa, a los que se refería como «los dos pájaros que defienden el pro y el contra».123 El 10 y el 11 de septiembre apareció publicada en el Diario de Ma­ drid una nueva contribución a la Disputa, firmada por el Hombre del Chalequillo y Corbatón. El texto, una respuesta a la Defensora de la Belleza, fue atribuído por Belén Fernández y Dario Manfredi a Malaspina.124 Sin embargo —si mi análisis es correcto—, esta atribución es incorrecta.125 Se trata en cambio de un nuevo escrito de Ceballos, donde, una vez más, el oficial santanderino defendía con argumentos filosóficos la tesis relativista de D. Isidro Calle Boceca, reafirmando que la belleza esencial en la naturaleza apenas existía como fantasía en «la imaginación del vulgo».126 El 13 de septiembre apareció publicada una nueva contribución a la Disputa, firmada por un tal Favonio —seudónimo que a duras penas conseguía ocultar la verdadera identidad de su autor, el discípulo predilecto y joven compañero de viaje de Malaspina, Fabio Ala Ponzone,127 de quien Alejandro siempre se sintió más un «padre» que un amigo o superior—.128 Favonio/Fabio se revolvía 123.  Carta n.º 22 (9 de septiembre de 1795). 124.  Cf. Fernández y Manfredi (1998). 125.  Cuando publicaron su trabajo, en 1998, Fernández y Manfredi no contrastaron en detalle el contenido de las cartas sobre la belleza publicadas en el Diario de Madrid con el texto de la Meditación filosófica —que aún permanecía inédito—, lo que les llevó a atribuir erróneamente una de las cartas de Ciriaco de Ceballos a Malaspina. Para más detalle, véanse las notas a las Cartas n.º 23.1 (10 de septiembre de 1795) y 23.2 (11 de septiembre de 1795). 126.  Cartas n.º 23.1 (10 de septiembre de 1795) y 23.2 (11 de septiembre de 1795). 127.  Para más detalles sobre la atribución de esta carta a Fabio Ala Ponzone, remito a las notas a la Carta n.º 24 (13 de septiembre de 1795). Sobre la relación entre Fabio Ala Ponzone y Malaspina, cf. Manfredi (1999). 128.  Un parentesco lejano unía la Malaspina de Mulazzo con la familia Ala Ponzone de Cremona. Por esta razón, Alejandro, tan pronto como regresó de su circunnavegación con la fragata Astrea, quiso conocer a Fabio (que entonces asistía a la Academia de 160

Capítulo 3. Suplemento al viaje de Malaspina

contra Don Simplicio por sus intempestivas invectivas contra la Defensora de la Belleza. Por estas fechas, Fabio trabajaba codo con codo con Alejandro en la preparación de la publicación del viaje. Así, parece verosímil conjeturar que el discípulo de Alejandro estuviese presente en la tertulia en la que se había originado la Disputa y ahora viniese a mediar en defensa de su mentor, ante las sarcásticas alusiones y burlas del padre Gil. Favonio irrumpía en apoyo de la Defensora y de la existencia de una belleza esencial, reforzando la validez de algunas de las tesis que Malaspina había expuesto en sus cartas —y que más tarde repetirá en su Meditación filosófica— como el recurso al estudio de la fisionomía, que el italiano consideraba el medio más seguro —aunque inexacto— de medir y comparar la belleza del rostro humano. El 16 de septiembre apareció publicada en el Diario una nueva réplica de F., uno de los dos profesores de la Pintora que habían respondido al reto lanzado por la Defensora de la Belleza a los artistas de la corte. La carta era una contestación a la última de la Chinilla, en la que Ceballos se había burlado de las opiniones de los «comprofesores» R.xF., insinuando que ambos artistas, en re­­lación con el pintor Mengs, estaban a la misma altura que Gil (la Defensora fea) en relación con Malaspina (De­­fen­­so­­ra graciosa). En su respuesta, F(ernando Bambrila)129 exigía a la Chinilla que comentase públicamente las ideas de Mengs y de Azara, tal y como la Chinilla había prometido en su misiva, dando a entender que en realidad Ceballos nada conocía sobre aquellas Guardiamarinas de Cádiz) y lo incorporó a su próxima expedición alrededor del mundo. La relación entre los dos fue muy compleja y, en ocasiones, bastante dolorosa para ambos: el comandante no siempre estuvo satisfecho con el desempeño profesional y el carácter del joven; y este, por su parte, consideraba que las expectativas de Malaspina eran excesivas. Sin embargo, los dos hombres se proferían un profundo afecto mutuo. Véase el texto introductorio en Manfredi (ed.) (1999b). 129.  Al igual que Favonio, F. también se expresa con una sintaxis confusa, que muy bien podría corresponder a la de un extranjero. Atribuyo esta carta a Bambrila, quien ya había escrito junto con Ravenet la carta de la Pintora. 161

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obras. Por si fuera poco, Bambrila acusaba explícitamente a Ceballos de una ignorancia supina de la historia del arte, por haber afirmado que los griegos no poseían suficientes conocimientos de anatomía en tiempos del pintor Apeles, algo que Bambrila negaba tajantemente. El día 21 de septiembre, un tal Apologista irrumpió en la Disputa en defensa de Don Simplicio, atacando desabridamente a Favonio (Fabio Ala Ponzone) —quien, recordemos, había criticado duramente el to­­no empleado por este último en sus ataques a la Defensora—. El Apologista ridiculizaba ahora a Favonio, a quien definía como un mero «pedante de índices», que ni tan siquiera dominaba el castellano.130 El autor de la carta era Manuel Gil,131 quien en esta ocasión se cebó con especial dureza en sus ataques contra el joven Fabio por haber salido en defensa de Malaspina, haciendo una despiadada burla de la supuesta erudición del discípulo de Malaspina. El Diario de los días 22 y 23 de septiembre trajo una nueva contribución de Malaspina a la Disputa, rubricada esta vez por B.M. Aunque el italiano bromeaba asociando las siglas de su seudónimo a un nuevo Boceca (Boceca Minor), las iniciales del firmante «coincidían» con las de brigadier Malaspina, quien había sido ascendido a ese rango militar por orden de los reyes el 24 de marzo de aquel año,132 y a quien no tengo dudas en atribuir el 130.  Los defectos idiomáticos de Favonio, así como los comentarios sarcásticos al respecto, realizados por parte del Apologista/Gil —quien había dado muestras de conocer la identidad de todos los contendientes— refuerzan la hipótesis de que este último también fuese extranjero, lo que condice con la atribución de la carta al discípulo italiano de Malaspina. 131.  Para mayores detalles sobre esta atribución me remito a las notas a la Carta n.º 26 (21 de septiembre de 1795). Esta carta posee enormes similitudes estilísticas con la carta de Modesto Socarrón (Carta n.º 28, 27 de septiembre de 1795), que Fernández y Manfredi (1998) atribuyeron a Gil, así como también con las otras cartas que yo le he atribuido, las de Don Simplicio y las de Gil Gilete, que comentaré más adelante. 132.  Malaspina había sido ascendido a brigadier por la Real Patente del 24 de marzo. Cf. Fernández Duro (1902: 51). 162

Capítulo 3. Suplemento al viaje de Malaspina

texto de esta carta.133 Boceca Minor afirmaba ser el quinto Boceca, aludiendo a la saga formada por Isidro Calle Boceca, Ciriaco Cid Cabillo (cuya filiación bocequil ya había sido advertida por el Censor Mensual), Trinepos Boceca y, finalmente, Bocequilla, seudónimos que Ceballos había utilizado previamente en la po­­ lémica. Haciendo un guiño erudito que remitía a la Metafísica de Aristóteles,134 el B(rigadier) M(alaspina) se definía humorísti­­ camente como el quinto Boceca, o Boceca esencial, erigiéndose así en el legítimo defensor de la esencia de lo bello. Esta carta, escrita en un tono altamente irónico, constituye una especie de «broma semiprivada» en la que Malaspina hacía referencia a su penosa situación de parálisis en la corte,135 donde afirma estar rodeado de una «cuadrilla de holgazanes desocupados» que tenían por único oficio el rebuscar papeles y juntarlos para entregárselos a un oscuro abate. Obviamente, se trataba de una clara alusión a Malaspina y sus oficiales, detenida la publicación del viaje por falta de medios y desesperados los expedicionarios ilustrados después de que el antiguo inquisidor Gil hubiera sido nombrado redactor principal, con autorización para ejercer la censura sobre los textos de Malaspina,136 que el clérigo había tildado de impublicables tras una primera lectura de su plan de la obra y del Discurso preliminar.137 133.  Atribuyo esta carta a Malaspina con total confianza, pues es, de entre sus contribuciones a la Disputa, la que contiene el mayor número de coincidencias —a veces sumamente específicas— con su Meditación filosófica. Para mayores detalles, remito a las notas a la Carta n.º 27. 134. Véase [N.d.E.] 377, en la Carta n.º 27.1 (22 de septiembre de 1795). 135.  Durante su estancia en la corte para preparar la publicación del viaje, Malaspina dejó escrito que consideraba detestable y triste «el oficio de escritor», al cual se sentía «condenado». Cf. Manfredi (1994: 325). 136.  Esa autorización fue concedida a Gil por Real Orden de 26 de junio de 1795, en que se hacía constar, en palabras del propio Gil «la honrosa aprobación que se sirvió el rey dar al Plan de la historia que había presentado, autorizándome para que, como yo proponía, pudiese escribir y presentar al Ministerio las Memorias secretas que estimase necesarias para el buen gobierno de las Américas». Cf. Fernández Duro (1902: 66). 137.  Apenas cinco días después de la publicación de esta carta, por un Real Decreto de 28 de septiembre de 1795, se censuraba oficialmente la publicación del viaje en la forma 163

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«… Vmd. nos asegura, por otra parte, que dotar a las mujeres del privativo don de la hermosura es un designio formal de la naturaleza…». Manuel Gil, Disputa sobre la belleza. Diario de Madrid (11 de agosto de 1795). Imagen: negra de los montes de Manila. Juan Ravenet (reproducido con permiso del Museo de América de Madrid).

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El 27 de septiembre, la víspera de ver redoblados oficialmente sus atribuciones como redactor y censor del viaje de Malaspina por real decreto,138 el padre Manuel Gil publicó una nueva carta139 en el Diario. 140 «Oculto»141 tras el seudónimo de Modesto Socarrón, esta vez Gil dirigía su crítica impiadosa a la «pedantería» y falta de claridad del Hombre del Chalequillo y Corbatón, firmante de la carta publicada los días 10 y 11 de aquel mes: «Y vos, ¡oh, profundísimo señor del Corbatón! Recibid el leve incienso de un literato intonso, a quien vuestro magnílocuo142 discurso ha dejado derrengado de admiración y asombro. Profundo sois, y profundo os aclamarán todas las edades».143 Alabando con sorna las cualidades literarias de su contrincante, Gil se mofaba de las vanas ínfulas de profundidad filosófica por parte del inicialmente planeada por Malaspina, permitiendo a Gil suprimir del texto «aquellas memorias que, por su contenido, pudiesen considerarse perjudiciales a la nación o que pudiesen favorecer la acción de potencias extranjeras en América». Cf. Soler Pascual (1990: 35). En aquel mismo verano de 1795, Gil y Malaspina se habían entrevistado en Aranjuez. Malaspina le entregó algunas memorias sueltas del viaje para consultar a Gil si, como estaban, podían imprimirse. Más tarde, Gil confesó por escrito que ya en aquel momento había sido avisado por alguno de los amigos de Malaspina para «que disimulase y templase mi dictamen y no hiriese el amor propio de aquel. Ni mi carácter, ni el honor de la nación, ni aun del rey, que yo creía interesados en la publicación de aquellas memorias, permitieron que siguiese este consejo. Díjele abiertamente que yo podía engañarme pero que mi juicio del mérito de sus memorias era que […] no eran verdaderamente historia ni convenía que se imprimiesen sin darles otro orden, claridad y estilo. Algo sorprendió a Malaspina la franqueza, o sea, dureza de este parecer». Cf. Jiménez de la Espada (1881: 407). 138.  Por el ya aludido Real Decreto de 28 de septiembre de 1795. Cf. Soler Pascual (1990: 35). 139.  El análisis estilístico de este texto y su cotejo con otros escritos del clérigo sevillano llevaron a Manfredi y Fernández a atribuir esta carta a Manuel Gil. Cf. Fernández y Manfredi (1998). Por su parte, un análisis comparativo revela enormes correspondencias estilísticas entre el presente texto y las Cartas n.º 15, 19, 26 y 32, que también atribuyo a Gil con total confianza. Para mayores detalles sobre esta atribución, remito a las notas explicativas que acompañan a las mencionadas cartas en el presente volumen. 140.  Carta n.º 28 (27 de septiembre de 1795). 141.  A estas alturas de la Disputa, todos los contendientes habían dado muestra de conocer perfectamente la verdadera identidad de sus adversarios. 142. Grandilocuente. 143.  Carta n.º 28 (27 de septiembre de 1795). 165

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Hombre del Chalequillo: «Señor del Corbatón, Vmd. nació para escritor. No nos deje Vmd. respirar; encaje Vmd. con nosotros que, a pocos exámenes como este, nos tiene por tierra clamando al cielo por su conservación, para declarador de nuestras cuestiones metafísicas».144 Por lo demás, la carta de Gil no añadía nada al argumento principal de la Disputa, más allá de la burla dirigida a los principales contendientes, Ceballos y Malaspina, en su pugna por delimitar el verdadero sentido de la belleza: Pueblos de la tierra, y aun de la Luna, venid acá; acudid, agolpaos a un puesto del Diario, donde por cuatro cuartos y lo que os cuesta el viaje, veréis el examen más estupendo y más desaforadamente sabio de cuantos han producido los humanos conocimientos. En él veréis a un Numen inspirado por su condescendencia hacia una Dama145 proponerse investigar qué cosa sea belleza, y emplear nueve parágrafos en probar... ¿qué sé yo qué? Pero, en fin, aun cuando no defina la significación de la palabra belleza, que quizá presumiríais que fuera su objeto, hallaréis una porción de oraciones que os edificarán. ¡Qué misteriosas!, ¡qué enfáticas! Creedlo, pueblos míos, el hombre estaba inspirado y no sabía lo que se decía.146

Un día después de que la sarcástica carta de Modesto Socarrón saliera en la prensa, y en la misma mañana aciaga en la que se publicó el decreto real que daba a Gil plenos poderes sobre la publicación del viaje del italiano, apareció en el Diario de Madrid una nueva réplica de Ceballos,147 quien, continuando con su tradición, volvía a afiliarse a la saga de los Bocecas, «disfrazado» 144.  Ibid. 145.  Alusión a la Defensora de la Belleza, seudónimo con que había sido firmada la carta coescrita por Malaspina y la Matallana, publicada en el Diario de Madrid los días 28, 29 y 30 de julio de 1795. 146.  Carta n.º 28 (27 de septiembre de 1795). 147.  Para mayores detalles sobre esta atribución, remito a las notas a la Carta n.º 29 (28 de septiembre de 1795). 166

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esta vez de Doña Boceca. Con fina ironía, Ceballos salía en defensa de sus ideas relativistas sobre lo bello, a la vez que apoyaba a Malaspina frente a los ataques groseros y faltos de argumento de Gil —a quien el santanderino calificaba en esta carta de «abatón estantigua»—. Por otro lado, Ceballos también respondía en el texto a Fernando Bambrila,148 quien, en su última carta (firmada como F.) había retado públicamente al cántabro a que manifestara su opinión sobre la teoría estética de Rafael Mengs, que el pintor italiano consideraba insuperable. En su respuesta, Doña Boceca/Ceballos reconocía por primera vez no ser especialista en el asunto, pero aún así no vacilaba en manifestar que Mengs le parecía mucho mejor pintor que filósofo, dando el asunto por zanjado. Al final de la carta, Doña Boceca —continuando la broma que Malaspina había incluido en su última carta al describir su incómoda situación en la corte, rodeado de una «cuadrilla de holgazanes desocupados» cuyo único oficio era el rebuscar entre papeles perdidos para entregárselos a un oscuro abate— volvía a aludir a aquel grupo de desocupados, «asociados a clérigos bufones» a los que entregaban sus papeles. La carta incluía, además, a modo de post scriptum, un «pliego de papeles sueltos» en el que, entre citas a Winkelmann, Diderot, Leibniz, Newton y Aristóteles, Ceballos insistía una vez más en la imposibilidad de definir aquella belleza esencial que Malaspina defendía. El 1 de octubre se publicó en el Diario de Madrid una nueva carta del discípulo de Malaspina, Fabio Ala Ponzone149 —quien, casual­ mente, firmó esta carta como el Discípulo—, en la que se defendía de los ataques que le había dedicado Gil/el Apologista en su 148.  Carta n.º 25 (16 de septiembre de 1795). 149.  Esta carta está datada el 27 de septiembre en San Ildefonso de El Escorial (Madrid), lo que —junto con su encendida defensa de las ideas de Favonio y otros indicios— refuerza su atribución a Fabio Ala Ponzone, quien por esas fechas se había desplazado al Real Sitio junto con Malaspina y otros miembros de la expedición. Cf. Manfredi (ed.) (1999b). Para más detalles, remito a las notas a la Carta n.º 30 (1 de octubre de 1795). 167

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última contribución a la Disputa, donde el clérigo le había ridiculizado, tildándole de «pedante de índices». El 2 y el 3 de octubre se publicaron en el Diario los juicios del Censor Mensual (Pedro Estala) sobre las cartas de la Disputa aparecidas durante el mes anterior. En esta ocasión, Estala pasaba revista a las contribuciones de la Chinilla, de Boceca Minor, de Doña Boceca, de Don Simplicio, del Apologista y de Favonio. Haciendo una recapitulación de la polémica desde sus orígenes, Estala reconocía en esta carta haber iniciado la Disputa en el Dia­ rio a finales de 1794. Por lo demás, Estala reprochaba a las cartas de Malaspina su falta de claridad y prolijidad, lo que, según el Censor, dificultaba su comprensión por parte de los lectores. También criticaba severamente a Gil por sus intempestivos ataques contra Alejandro y, sobre todo, contra el joven Favonio (Fabio Ala Ponzone). Estala advertía a Gil de que, en sus ataques a Malaspina, de cuyo estilo pedante y oscuro se había burlado tanto, el clérigo había sido aún más prolijo que el italiano, y no mucho más claro. En relación con sus burlas hacia Favonio, Estala exigía a Gil un trato más acorde con la caridad cristiana que se le suponía.150 A esta última carta del Censor respondió Gil en los diarios del 18 y 19 de octubre, en la que iba a ser su última contribución a la Disputa antes de ser detenido junto con su archienemigo Malaspina. En esta ocasión, Gil no parecía muy preocupado en ocultar su identidad, puesto que firmó su misiva con el explícito seudónimo de Gil Gilete. Respondiendo a las insinuaciones que el 150.  Este último reproche del Censor Mensual a la falta de caridad cristiana de Gil hace pensar que Estala —quien era también religioso— y el padre Gil se conocieran. En una de sus cartas en la Disputa, Gil confesaba haber tenido acceso a los manuscritos originales enviados por los lectores al Diario de Madrid antes de su publicación, algo que solo habría conseguido por mediación del Censor Mensual. Parece normal que Estala reprochase a Gil haber sido tan duro con Fabio Ala Ponzone, un joven que no merecía un trato tan humillante por salir en defensa de su mentor. 168

Capítulo 3. Suplemento al viaje de Malaspina

Censor Mensual había realizado sobre su prolijidad, Gilete se proponía ahora sintetizar las posiciones expresadas hasta el momento por los principales disputadores, mostrando así su inconsecuencia y fatuidad, y exigiéndoles que aclarasen sus posiciones para dar fin de una vez a la polémica. Gil reprochaba a Ceballos el haberse replegado de forma humillante en su combate filosófico con Malaspina, a la vez que continuaba mofándose de su pedantería e ironizando sobre la profundidad de sus cartas. Además, le advertía en tono burlesco que no le convenía llevarse mal con él: «¡Procure hacer las paces con el Socarrón, caramba! Que es malo para enemigo…».151 Por último, Gilete se lamentaba de las —a su juicio, injustas— críticas que le había hecho el Censor y pedía al editor del Diario que pusiese fin a la Disputa «por el bien de la nación». Para Gil, suponía una vergüenza para España que, en todos los meses que se llevaba discutiendo sobre el asunto, ninguno de los contendientes hubiera acertado a decir nada sensato sobre la belleza. Por lo tanto, era necesario Dar carpetazo a todas las cartas que en lo sucesivo se le presenten sobre la desgraciada Belleza. ¿Lo haría Vmd. si se lo pidiese por la honra de nuestra Nación, por el crédito de nuestros Literatos? Pues nada menos que esa honra y ese crédito se interesan en ellos, Sr. Redactor. Es una vergüenza que después de cuatro meses de contestaciones sobre una materia tan trivial, no se haya dicho una cosa siquiera regular. […] Por Dios, echemos tierra a este asunto, echémosle tierra, Sr. Redactor.152

Sin embargo, más que de tierra, nuestra Disputa ilustrada se cubriría enseguida de sombra. De la sombra del presidio, puesto que Gil, Malaspina y la marquesa de Matallana fueron detenidos el 22 de noviembre. Tras una última contribución del Censor 151.  Carta n.º 32.2 (19 de octubre de 1795). 152.  Carta n.º 32.2 (19 de octubre de 1795). 169

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Mensual, publicada en los días 2 y 3 de noviembre, en las que Pedro Estala evaluaba las cartas que se habían escrito en el mes anterior, ya no hubo nadie con humor para continuar con este «baile de máscaras». Y así dio fin la Disputa por la belleza.

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Capítulo 4 Suplemento al «naufragio» de Malaspina: la Meditación filosófica sobre lo bello (1797-1803) 1. El «náufrago» en el islote Malaspina escribió la Meditación filosófica sobre lo bello en la naturaleza en la cárcel, donde fue recluido —tras un proceso verdaderamente kafkiano, que aquí no cabe analizar—1 inmediatamente después de haber conducido con éxito la mayor expedición científica española de todo el siglo xviii. A pesar de que, salvo encomiables excepciones,2 la historiografía malaspiniana no ha dedicado mucha atención a la Meditación filosófica,3 es en este texto donde, enmarcada en una reflexión estética de corte neoclásico, el Malaspina maduro nos presenta la exposición más detallada de su idea de naturaleza y del lugar que en su sistema filosófico ocupaban el ser humano y la ciencia. Forzado a escribir en aislamiento, confinado en una celda de un fortín militar en un islote del Atlántico 1.  Sobre este asunto, vuelvo a remitir a los trabajos ya citados de Manfredi, Soler, Jiménez de la Espada y Beerman. 2.  Como excepciones deben destacarse los ya mencionados trabajos de los canadienses John Black y Oscar Clemotte-Silvero (2007), quienes editaron el texto originalmente transcrito en Italia por Cristina Casanova (1990), y el artículo de Belén Fernández y Dario Manfredi (1998). Véase también Black (2011, 2016). 3.  Interpreto este hecho como resultado de que la mayoría de los estudios malaspinianos se han centrado en la gran expedición científico-política dirigida por el italiano, dejando en segundo plano los escritos humanísticos y filosóficos de Malaspina, producidos durante su estancia en prisión. No obstante, estos últimos han sido objeto de excelentes trabajos, como los de Manfredi y Sáiz (eds.) (2005); Poupeney Hart (1993); o Manfredi (1987a). 171

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y bajo estricta vigilancia y censura de toda su correspondencia,4 Malaspina concibió esta obra como un trabajo de síntesis filosófica de su peculiar cosmovisión sobre la naturaleza y sobre el ser humano, madurada a lo largo de muchos años de ininterrumpidos viajes y estudios en los más diversos campos científicos y humanísticos. La obra, escrita entre 1797 y 1803, fue emprendida por el italiano como un trabajo digno de sus mayores esfuerzos intelectuales, tal y como él mismo reconocía en sus páginas: «He procurado dar a esta Meditación aquel semblante filosófico de que es digna, siendo así que en ella sola se reúne todo lo que alcanzan la filosofía más sublime y la felicidad más sólida del hombre».5 Malaspina era un hombre de gran cultura y extensísimas lecturas, que en absoluto podían reducirse a cuestiones científicas, navales, políticas o militares. Humanista ilustrado, sus intereses intelectuales aspiraban a la universalidad. Dejando a un lado sus primeros trabajos sobre el origen de las lenguas o sobre el sistema científico de Isaac Newton,6 realizados durante su periodo de formación en Italia, Malaspina ya había dado muestras de esa amplitud de intereses desde antes mismo de zarpar en su gran expedición científica, cuando, al organizar los preparativos del viaje, se aseguró de proporcionar a las bibliotecas de las corbetas —construidas expresamente para su expedición— todos aquellos tratados nacionales y extranjeros que pudieran resultar útiles en el viaje.7 Durante su navegación transcontinental de más de cinco años, leyó y estudió sin descanso, comparando sistemáticamente las ideas de incontables autores con sus experiencias diarias. A su 4.  Cf. Poupeney Hart (1993). 5.  Meditación, [p.d.C.] [4]. 6.  Cf. Malaspina (1771). 7.  Además de los libros científicos y de viajes más recientes en inglés y francés, Malaspina encargó muchas otras obras históricas, legales y económicas. En el archivo del Museo Naval de Madrid se conservan las listas de volúmenes solicitados por Malaspina a sus amigos Greppi y Trotti. Además de esas peticiones, otras publicaciones fueron solicitadas a Italia y otra parte vino de Inglaterra. Cf. Galera (1988: 243). 172

Capítulo 4. Suplemento al «naufragio» de Malaspina

regreso a Europa, y tras su «naufragio político» en la capital de España, desde donde fue trasladado a prisión en un húmedo islote del Atlántico gallego, la lectura y la escritura —unidas a algunas clases de inglés y francés, que el italiano dio a otros reclusos en la fortaleza— acabarían convirtiéndose en la tabla de salvación de Malaspina durante aquellos años difíciles.8 Malaspina fue confinado inicialmente en el oscuro polvorín subterráneo de la húmeda fortaleza del islote de San Antón, donde no tardó en enfermar. Cuando, alarmados sus guardianes por el estado de salud del prisionero, Alejandro recibió la visita médica del doctor Alfonso Dionisio Berástegui, protomédico del hospital militar de La Coruña, el italiano, en estado febril, tenía el pulso débil y presentaba falta de apetito, oclusiones intestinales, dolo­­ res en las extremidades, abulia, tumefacciones, desvanecimientos frecuentes y otros síntomas de escorbuto. A partir de constatarse el deplorable estado físico de Malaspina, el capellán del fortín cedió su celda para acomodar al debilitado prisionero, y el italiano fue transferido desde la «oscura gruta» del polvorín, donde había pasado sus primeros meses en el islote, hasta un habitáculo menos inhumano dentro de la fortaleza militar.9 A partir de este momento —que coincidió con una salida temporal de Godoy del 8.  En la Meditación filosófica, Malaspina realizó un verdadero despliegue de erudición en el que demostró un profundo conocimiento de las fuentes clásicas, griegas y latinas, además de dialogar con grandes pensadores contemporáneos como Kant, Hume, Locke, Condillac, Rousseau, Diderot, Saint-Pierre, Voltaire, Condorcet, Godwin, Buffon, Lavater, Shaftesbury, Winckelmann, Filangieri, Bonnet, Robinet y muchos otros. Es importante destacar que, frente a lo expresado por Toro (2008), quien afirma que algunos de los más importantes teóricos de la estética del siglo xviii como «Winckelmann, Kant o Burke brillan […] por su ausencia» en la Meditación de Malaspina, el italiano sí leyó a esos autores y los cita en diversas ocasiones en su manuscrito. Un comentario sobre los hábitos lectores de Malaspina en este periodo puede encontrarse en Manfredi, 1994a: 115. Sobre las lecturas de Malaspina en prisión también debe consultarse Ferrari y Manfredi (1988). Pimentel (1998) también aborda las lecturas de Malaspina a lo largo de su viaje. 9.  Agradecido por el trato recibido durante su estancia en el islote, Malaspina llegó a establecer un vínculo de amistad con su «carcelero», el capitán de la fortaleza don Manuel de Ochoa, vínculo que se mantuvo después de su liberación. Cf. Manfredi (1994: 185). 173

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Gobierno en 1798—10 se fueron atenuando las restrictivas condiciones del confinamiento. Ahora se le permitía el acceso a libros nacionales y extranjeros y Malaspina pudo volver a escribir cartas a sus amigos y familiares. Además, se le permitió dar lecciones a otros reclusos,11 lo que redobló el interés del italiano en estudiar obras pedagógicas durante su encierro.12 También consiguió formar un cuaderno bastante grueso en el que, desde su celda, como una especie de terapia para conservar el ánimo y la salud mental, iba escribiendo borradores de sus ideas y anotando observaciones a partir de los libros que leía. Aparte de ese grueso volumen, cuyo rastro se ha perdido,13 Malaspina compiló 10.  Coincidente con el nombramiento de Francisco de Saavedra (1746-1819) como secretario de Estado de Carlos IV, cargo del que enseguida tuvo que retirarse tras sufrir una extraña enfermedad, que Jovellanos y otros contemporáneos interpretaron como resultado de un intento de envenenamiento por parte de Godoy. Cf. Álvarez-Valdés (2012: 309). 11.  Además de un «abogado» anónimo (véase la nota siguiente), al menos otros tres oficiales de la Marina fueron encerrados en la fortaleza durante el tiempo que Malaspina pasó en el islote. Cf. García G-Ledo (1982: 257). 12.  En el periodo final de su reclusión vino preso a la fortaleza de San Antón un abogado de cuyo nombre no nos ha quedado constancia. Malaspina se dedicó a darle clases de inglés y de francés, lo que pudo contribuir a aminorar la sensación de soledad y abandono del marino. Esta experiencia puede haber influido en el especial interés que Malaspina mostró durante su presidio en materias pedagógicas. Además de leer con avidez textos sobre educación, tradujo una obrita del pedagogo David Williams, la Historia de Philon y Amelia (History of Philo and Amelia) incluida al final de su Treatise on Education, de 1774. 13.  El manuscrito se ha denominado Zibaldone Ferrari, porque estaba en posesión de la familia Ferrari. Se trata de un cuaderno de notas donde aparecen reunidos escritos sobre temas muy diversos (ese es el significado de la palabra italiana zibaldone). El cuaderno fue compuesto a partir de pliegos de apuntes que Malaspina había llevado a Italia después de su liberación. Tras su muerte, esos pliegos sueltos fueron encuadernados juntos, de forma algo desordenada. Cf. Manfredi (ed.) (2005: 22, 23, 35). Según una comunicación inédita de Dario Manfredi, lo más probable es que tanto el Zibaldone como el volumen que recoge los demás escritos coruñeses de Malaspina permanecieran olvidados tras la muerte de Malaspina en el archivo doméstico de los Malaspina de Mulazzo. En los primeros años del siglo xx, el propietario del archivo, el Dr. Beniamino Zini, los entregó a dos eruditos locales con los que tenía amistad: el general Pietro Ferrari —quien recibió el Zibaldone, del que existen copias microfilmadas, a pesar de que se desconoce el paradero del manuscrito original— y el senador Cimati, que recibió el cuaderno con el resto de los escritos coruñeses de Malaspina donde, junto con el Tratadito sobre las monedas y la Crítica del Quijote, se encuentra el manuscrito de la Meditación filosófica. Sobre el Zibaldone, véase Ferrari y Manfredi (1988). 174

Capítulo 4. Suplemento al «naufragio» de Malaspina

otro cuaderno de pliegues,14 que ha podido conservarse y que contiene algunas traducciones de Alejandro y la versión final de los libros que Malaspina compuso en el islote de San Antón,15 incluyendo la única copia conocida del manuscrito de la Medita­ ción filosófica.16 De entre todos sus escritos —si exceptuamos la monumental relación de su viaje científico transcontinental de más de cinco años—,17 la Meditación filosófica es el texto más complejo de Alejandro Malaspina,18 por sus innúmeras referencias a autores clásicos y modernos, sus abundantes citas textuales en diferentes lenguas19 y, sobre todo, por la cantidad y la diversidad de los asuntos abordados. Como intentaré mostrar en lo que resta de capítulo, la 14.  Este cuaderno, a diferencia del Zibaldone, se ha conservado y actualmente se encuentra en el Centro Alessandro Malaspina per la Storia e le Tradizione Marinare: Mulazzo (Italia). Se ignora cuál fue el destino del manuscrito desde la muerte de Malaspina hasta 1929, año en que el documento fue exhibido por primera vez en Florencia, en la Primera Exposición Nacional de la Historia de la Ciencia, con la indicación de que era propiedad del senador italiano Camillo Cimati. Después, el cuaderno fue cedido a la dirección del Centro di Studi Alessandro Malaspina de Mulazzo (Italia), donde se conserva en la actualidad. Todas estas obras están compiladas en un único volumen —el mismo que contiene la Meditación filosófica, pero es muy posible que ese volumen fuese encuadernado después de su salida de prisión, tal vez incluso después de la muerte de Malaspina—. 15.  El primero fue un Tratadito histórico sobre las monedas de España, escrito en 1797. Cf. Malaspina (1990). Al Tratadito siguió un comentario crítico sobre el Quijote, escrito por encargo de una persona cuyo nombre no nos ha llegado. Cf. Manfredi y Sáiz (eds.) (2005). Además de esas dos obras, el cuaderno contiene también un comentario introductorio y una traducción al Discurso del padre Guénard, jesuita, sobre la cuestión en qué consiste el carácter de la filosofía según los consejos de san Pablo en la Epístola de los Romanos. Por último, el cuaderno contiene la traducción de una obra del pedagogo y deísta inglés David Williams (1774: 90-163), su Historia de Philon y Amelia, incluida al final de su Treatise on Education. Sobre estos últimos trabajos de Malaspina, inéditos, véase Poupeney Hart (1993: 251). 16.  Manfredi, Dario (ed.) (2005: 23). 17.  Cf. Higueras, Dolores (coord.) (1987); David et al. (eds.) (2018). 18.  Debe considerarse que, durante el viaje alrededor del mundo, Malaspina redactó cientos de documentos que contenían las más variadas reflexiones sobre asuntos políticos, económicos, antropológicos, geográficos, etc. 19.  Además del español, el manuscrito original incluye numerosos pasajes en inglés, francés, italiano y latín. He traducido todos estos pasajes al castellano en la presente edición, mencionando el idioma original de las citas. 175

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reflexión sobre la presencia de la belleza en lo natural sirvió como base para que Malaspina, yendo mucho más allá de la estética, ofreciera en su Meditación un prodigioso despliegue de erudición interdisciplinar sobre los más diversos asuntos artísticos, humanísticos, científicos e incluso teológicos. Con ello, el italiano pretendía contrastar la opinión de los clásicos y de algunos de los más prestigiosos intelectuales del momento con su propia experiencia, para sintetizar en esta obra las bases de su comprensión filosófica sobre el lugar del hombre y de la ciencia en la naturaleza. Es, por lo tanto, la obra más profunda y personal del italiano en muchos sentidos, a pesar de su aparente e impostada levedad neoclásica. Malaspina escribió la Meditación en un momento verdaderamente crucial tanto para su propia vida como para la política internacional, que —tras el estallido de la Revolución francesa, que el italiano contempló con verdadero horror—20 Alejandro interpretaba como una fase de transición hacia una nueva era en la historia de nuestra especie. Prueba del valor que el propio Malaspina otorgaba a este trabajo es el hecho de que, ya en Italia, después de su liberación, Alejandro continuó añadiendo algunas anotaciones y referencias en el manuscrito para mejorar el texto.21 En definitiva, como advirtió Dario Manfredi, principal biógrafo del italiano, este largamente ignorado trabajo de Malaspina —con­­ siderado durante mucho tiempo como una obra menor— nos ofrece, en realidad, «las mayores y más preciosas informaciones sobre la cultura de Malaspina y sobre sus posiciones filosóficas,

20.  En este sentido, la Meditación es la obra que mejor refleja al Malaspina plenamente inserido en la reacción «contrailustrada» analizada por Juan Pimentel (1998). 21.  Cf. Manfredi (ed.) (2005: 33, nota 75). Malaspina lo reconocía en una de las notas de la Meditación, en la que daba a entender que, durante su encierro, había citado de memoria muchas de las obras a las que hace referencia en su Meditación, a las que solo pudo tener acceso una vez en libertad: «Cuando escribí esta Meditación, con las mismas ideas que ahora contiene, no había leído ni tenía a la vista un buen número de los escritores clásicos, antiguos y modernos que he recorrido después». Meditación, Nota E, [p.d.C] [57]. 176

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éticas y estéticas».22 Es hora, pues, de que nos ocupemos de las ideas que encierra.

2. El «admirador» de la belleza Como es sabido, durante su juventud Alejandro fue objeto de un expediente por parte de la Santa Inquisición en el que se hacían constar, según los inquisidores, «vehementísimas sospechas» de herejía. El expediente se retrotraía a muchos años antes de su viaje científico al frente de las corbetas Descubierta y Atrevida. Fue abierto en 1782, cuando Alejandro trabajaba como oficial de la fragata Santa Clara. Un empleado de la Marina, el maestro de víveres de la Armada Agustín Alcaraz, había escuchado algunas discusiones de Malaspina con el capellán del barco, Patricio Manzanera, y había tomado nota de ello. Un año más tarde, el 9 de octubre de 1783, denunció a Alejandro ante el fiscal del Santo Oficio. El denunciante había podido observar una cierta indiferencia o dejadez de Malaspina en relación con las prácticas litúrgicas de a bordo, las misas y rosarios. Se paseaba descalzo y con sombrero por cubierta mientras el resto de la marinería escuchaba la misa, y nunca se arrodillaba. Además, según la denuncia, Malaspina no paraba de leer libros extranjeros a bordo, ingleses y franceses, sobre todo, y muchos de ellos parecían libros prohibidos. Específicamente se acusaba a Malaspina de haber manifestado, durante una discusión acalorada con el capellán de la fragata, su creencia en la transmigración de las almas; de no tener el debido respeto durante la celebración de la misa y la recitación del rosario a bordo y de haber quitado del cuadro oficial del barco la imagen de santa Clara.23 22.  Fernández y Manfredi (1998: 6). 23.  Al parecer, otros testigos confirmaron las acusaciones, añadiendo sospechas sobre el carácter herético de Malaspina por ser «muy riguroso en el castigo», al tiempo que no asistía a misa. El contador de navío del departamento de Cartagena, Francisco Garriga, 177

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Con tales antecedentes, ha llamado la atención de algunos historiadores el hecho de que Malaspina recibiera la extremaunción en 1810. No falta quien interpretó este hecho como una confirmación de que Alejandro había abandonado, al final de su vida, los principios racionalistas de su juventud, o renunciado a los ideales «masónicos» que muchos han atribuido al italiano.24 Sin embargo, el idealista Malaspina siempre había otorgado a la naturaleza una dimensión metafísica y teológica que trascendía lo puramente material. La contemplación de la naturaleza y su estudio minucioso por medio de la ciencia producían en el filósofo, según Malaspina, un sentimiento natural de admiración ante la be­ lleza de la creación, lo que para Alejandro cobraba el sentido de una verdadera revelación natural ante la maravilla del orden divino. En realidad, según Manfredi, Alejandro siempre fue un deísta, siempre creyó que el Universo había sido creado y que se regía por la voluntad del Ser Supremo. Ese Ser Supremo coincidía ya en 1795 con el dios de la religión de sus padres. Él había estado específicamente en contra de las prácticas devocionales repetitivas e hipócritas, pero no de la religión en sí misma.25

Todo ello puede comprobarse en la Meditación filosófica —singular defensa de los principios deístas dentro de la filosofía de la Ilustración en lengua española— mejor que en ningún otro texto de confirmó ante los inquisidores haber escuchado a Malaspina afirmar en voz alta que «las almas de los que morían pasaban a habitar otros cuerpos y no padecían penas» y que, habiéndolo reprendido el capellán, advirtiéndole que «si volvía a repetir semejantes frases le delataría al tribunal de la Inquisición», Alejandro había intentado convencerle de que tan solo había sido una broma, finalizándose así la disputa... hasta que, por extraña «coincidencia», su proceso fue reabierto muchos años después, cuando el italiano comenzó a levantar las sospechas del primer ministro Godoy. Cf. Soler Pascual (1990: 101-106). Véase también Manfredi (1987d). Sobre la creencia de Malaspina en la metempsicosis, véase Pimentel (1998: 96-99; 1994: 82-84). 24.  Manfredi (1994: 132). 25.  Manfredi (1994: 132). 178

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Malaspina. Durante el periodo en que escribió la Meditación, Malaspina quedó fascinado por las ideas del deísta inglés David Williams, cuyas obras encargó y leyó con gran interés en la cárcel26 y de quien tradujo su Historia de Philo y Amelia.27 Además de renombrado conferencista, director de escuela, pedagogo y reformador, Williams ganó fama entre sus contemporáneos como el creador del primer culto deísta en Europa en una capilla lon­­ dinense, donde oficiaba como «sacerdote de la naturaleza».28 Su culto se pretendía libre de los excesos e hipocresías de todas las Iglesias instituidas y en sus sermones nunca discutía aspec­­ tos delicados, como la inmortalidad o inmaterialidad del alma. Las ideas educativas de Williams fueron influentes en la Francia 26.  Prueba de la alta estima en que Malaspina tenía las obras de Williams es que sus Lecciones sobre educación fueron una de las pocas pertenencias que el italiano solicitó que le fuesen enviadas a Italia tras su liberación. Cf. Manfredi (1986: 22). Véase también Manfredi (1987b: 189). 27.  Obra incluida al final de su Tratado sobre educación. Allí, Williams (1774) comparaba sus propias ideas pedagógicas con las de Rousseau y Helvetius, defensor de la igualdad de todas las inteligencias y de la expansión de un sistema público de educación como la mejor vía de reformas. 28.  Williams oficiaba su culto deísta a partir de un texto, Liturgy on the Universal Principles of Religion and Morality que, después de haber sido revisado y aprobado por Franklin y su «Club de los Trece», remitió a los filósofos Voltaire y Rousseau, además de al emperador Federico II. De Rousseau, Williams alababa su defensa de la bondad, inteligencia y poder de un dios «bueno» de la naturaleza, es decir, la universalidad de la moral natural, así como su insistencia en la necesidad social de una religión no dogmática. De Voltaire alababa su principio de tolerancia (que Williams, frente al francés, defendía extender a todos, inclusive a los intolerantes). Por su parte, tanto Rousseau como Voltaire expresaron agrado ante la obra del inglés. Williams rechazaba la superstición y la hipocresía que caracterizaban a los cultos de las Iglesias oficiales, pero también la incredulidad atea de los materialistas extremos que, según él, se alejaban de una justa consideración de las materias morales y religiosas. Amigo de Benjamin Franklin, entre 1773 y 1775 frecuentó el círculo de este (Club de los Trece), donde entabló vínculos con personajes como Joseph Banks o Josiah Wedgwood. A pesar del oprobio que le ganó a la postre su heterodoxia religiosa, sus conferencias y sus cursos siguieron atrayendo a una gran audiencia de aristócratas ilustrados y liberales burgueses. Hostil —como Rousseau y Godwin, de quien fue seguidor— a los tumultos políticos, Williams, como Helvetius, ponía toda su esperanza en una lenta transformación de la opinión pública y del espíritu a través de la educación. Además de su tratado pedagógico, compuso más de treinta libros y numerosos panfletos. Sobre Williams, véase France (1979) y Stewart y McCann (1967). Manfredi (1986: 22). Véase también Manfredi (1987b: 189). 179

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revolucionaria y su iniciativa deísta estuvo entre las inspiraciones del Culto al Ser Supremo y de las liturgias de los teofilántropos. Fue invitado a ir a Francia y llegó a colaborar con el Comité de la Constitution de la Convención republicana. Tras su vuelta a Londres, fue recibido en el ambiente intelectual como un jacobino, a pesar de que retornó muy disgustado por los excesos revolucionarios franceses. Considerando el contexto político e ideológico imperante durante su encarcelamiento, resulta sorprendente (y admirable) que Malaspina osara traducir y citar en su Medita­ ción a un autor tan heterodoxo, bajo las duras condiciones de censura a las que estaba sometido en la cárcel, lo que le colocaba en riesgo de recibir una nueva condena de la Inquisición por «herejía vehementísima». Ignorando el peligro —quizá por sentir que ya no tenía mucho más que perder—, el italiano no solo citó y tradujo a Williams, sino que se decidió a exponer en su Meditación filosófica la base de sus propios principios religiosos heterodoxos como soporte metafísico de su filosofía de la naturaleza, en la que todo el ámbito de lo natural —el objeto de la ciencia— aparecía comprendido como fruto de una creación divina, revelada princi­ palmente a través de la razón y del estudio científico de los fenómenos natura­ les.29 En este sentido, y para justificar su propio punto de vista, Malaspina hizo referencia en su Meditación a la peculiar religiosidad que había caracterizado a su admirado Isaac Newton: Newton, en todas sus obras, supone la existencia de Dios como una verdad demostrada, y solo habla de ello ocasionalmente. Sin embargo, parece haberse conmovido más por las pruebas extraídas de la contemplación del Universo que por los argumentos de 29.  John Black, primer editor de la Meditación filosófica, mantiene «la sospecha de que, a pesar de las numerosas expresiones de aparente adoración, Malaspina no mantenga en sí mismo una creencia firme en el creador». Black (2011: 19; 2016: 71-89). Frente a esta interpretación, sostengo que la Meditación filosófica constituye el más sincero y profundo testimonio de la personal fe de Malaspina, una fe heterodoxa y arriesgada —por herética— en la que la naturaleza era considerada por el italiano como el verdadero templo de la creación. 180

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una metafísica trascendente. La disposición y los movimientos de los cuerpos celestes, la maravillosa organización de los animales, las relaciones infinitamente variadas y los diseños manifiestos que estallan en todas partes del Universo fueron para él la prueba más convincente de la existencia de un Creador justo y poderoso.30

Al igual que su gran ídolo científico, Malaspina interpretaba a la naturaleza como «el libro» donde se manifestaba de forma más clara la «evidencia» del Supremo Creador, especialmente por medio de la contemplación y estudio de sus criaturas y del medio natural. En su Meditación, Alejandro reconocía una fe personal —que, para la temible Inquisición católica, resultaba del todo heterodoxa y herética— en que apenas el filósofo podía, superando el dogmatismo de las religiones oficiales, llegar a una adoración convincente del Ser Supremo a través de la razón y del estudio de la naturaleza. Con esto no pretendo afirmar, ni mucho menos, que Malaspina fuese totalmente contrario a la doctrina de la Iglesia, a la que, sin duda, otorgaba una importante función pragmática en el mantenimiento de la cohesión social. El propio Alejandro afirmaba en la Meditación que «iría muy errado quien quisiese acusarme en estos párrafos de que me desentiendo de la revelación».31 Aun así, ni la mística ni la dogmática le parecían a Malaspina las mejores vías para suscitar la idea de lo divino entre personas ilustradas. Su personal fe era de otro tipo: «La idea de 30.  Meditación, Nota J, [N.d.A.M.] 159, [p.d.C.] [69]. 31.  Meditación, Nota J, [p.d.C.] [70]. Durante su estancia en la isla de Tonga, Malaspina dio muestras de que el particular contenido de los dogmas y ritos de las religiones le era indiferente, siempre que contribuyesen a mantener el orden social en la población. Así lo prueban sus consideraciones sobre el uso ritual de la bebida alucinógena y enteogénica kava (Piper methysticum) entre los nativos del archipiélago de Vavao (Vava’u): «Si son (como parece muy probable) fundadas las sospechas de D. Ciriaco Ceballos sobre el ser la bebida diaria del kava la representación de un dogma teórico de su creencia, renovada siempre con la misma solemnidad y a las mismas horas y siempre presidida por un jefe, no hay duda que este recuerdo frecuente del influjo de una autoridad divina sobre las cosas de la tierra, debe arraigar muy mucho las ideas del orden y la subordinación, contribuyendo últimamente a que se conserve el ánimo alegre y la salud robusta». Malaspina (1993: 195-210). 181

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Dios tendrá siempre su apoyo más firme en el estudio ordenado de la naturaleza».32 En su Meditación, Malaspina llegaba incluso a aludir al poder de las religiones organizadas para manipular y dominar a sus fieles, alejándoles del estudio de la naturaleza como mejor vía de acceso a la adoración del Creador: Por muchos siglos, la ignorancia dictaba al hombre la adoración de todo lo que temía o no comprendía. Los aparecimientos frecuentes y periódicos de la Luna, el calor benéfico del Sol, la utilidad del buey, el estruendo y destrucción del cañón, los eclipses y la sola acción combinada de las leyes aún más sencillas de la materia le presentaron otros tantos ídolos de los que no tardó él mismo en aprovecharse para dominar a sus semejantes por medio del terror o de la superstición. Solo el filósofo guiado del estudio ordenado de la naturaleza pudo elevarse finalmente a la adoración convincente del Ser Supremo.33

3. El adorador de la naturaleza. La filosofía deísta de Alejandro Malaspina A partir de estas premisas metafísicas, la Meditación filosófica de Malaspina proponía una defensa de la idea de belleza como cualidad esencial de la naturaleza, en tanto que manifestación evidente de la inteligencia y la bondad divina en su creación. Dentro de este esquema, el ser humano aparecía situado en una posición central en el seno de una naturaleza perfectamente ordenada y graduada en diferentes rangos naturales progresivos, como ejemplo máximo de la suprema dignidad y maravilloso poder del ar­ quitecto34 de la creación, y como su obra más hermosa: 32.  Meditación, [p.d.C.] [24], [70]. 33.  Meditación, [p.d.C.] [24]. 34.  Esta referencia a la arquitectura divina parece un nuevo indicio de la filiación masónica del italiano. 182

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¡Qué feliz es el hombre que no se aparta de la senda que le mostraste, o, Señor bondadoso y omnipotente! En el orden progresivo de las bellezas naturales, admira la majestad de tu arquitectura y se admira a sí mismo, a quien elevaste a la suprema dignidad entre todo lo criado.35

Durante el periodo en el que escribió la Meditación, Malaspina confesaba haber estado sumido en una especie de trance trascendental «conducido […] por una especie de arrebato hacia el Autor Supremo de la Naturaleza».36 En este estado, Malaspina parece haber concebido su texto sobre la belleza como un trabajo que debía ir mucho más allá de la estética, siendo necesario abordar las cuestiones más importantes de la ciencia, de la filosofía y de la religión para tratarlo con la profundidad que requería tan profunda materia. Recogiendo un lugar común en la tradición filosófica occidental, Malaspina interpretaba la admiración ante la belleza del orden natural como un movimiento del alma37 que constituía el motivo último de toda filosofía. Al experimentar lo bello, la admiración podía producirse en diferentes grados de intensidad en cada persona, dependiendo de su nivel de inteligencia y sensibilidad. En sus formas más intensas —como reconocía haber experimentado él mismo—, la admiración conducía naturalmente a la adoración al Creador: Los varios grados ascendentes de la admiración me conducen finalmente a la adoración, esto es, a aquel devoto anonadamiento 35.  Meditación, [p.d.C.] [5]. 36.  Meditación, Nota J. 37.  Malaspina creía en la metempsicosis, tal y como había reconocido al capellán de navío que le denunció a la Inquisición. Sobre el alma escribió lo siguiente en una nota al margen del manuscrito de la Meditación: «Robinet advierte que el jeroglifo o el símbolo del alma en los egipcios era una mariposa, o un insecto volador con apariencia de mariposa. La lengua griega usa una única palabra para expresar el alma y este pequeño animal alado, Ψυχή (psique)». Meditación, [N.d.A.M.] 40, [p.d.C.] [23]. Malaspina hace referencia a Jean-Baptiste-René Robinet (1735-1820), uno de los primeros pensadores transformistas que especuló sobre la posibilidad de que, a lo largo del tiempo, las especies —al igual que las almas de Malaspina— se metamorfoseasen en otras formas vivas. 183

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que en mí producen la inmensidad de las bellezas naturales, la cortedad de mis talentos para imitarlas y el vuelo incesante de la imaginación ansiosa por elevarse al origen y sabiduría del Uni­ ­verso.38

Alejándose de todo hedonismo sensorial, la experiencia de esa admiración trascendental ante la magnificencia y hermosura del universo era la única vía de acceso intelectual a lo que Malaspina entendía por belleza esencial de la naturaleza: «si el Placer es el primer incentivo que descubre la Belleza, la Admiración es el en­ ­sayo químico que me hace juzgar de su falsedad o solidez».39 Para el idealista Malaspina, la presencia de la belleza en la naturaleza trascendía el ámbito de la pura belleza física, sensorial, de la impresión agradable que nos produce lo útil o lo placentero.40 Por eso afirmaba enfáticamente: «¡Cuánto se apartaron de la percepción de la Belleza suprema los que querían buscarla apenas en la sensación agradable, esto es, apenas en la relación de los objetos con nuestros goces!».41 Esta concepción de la belleza natural remitía —como tantos otros rasgos del paradigma neoclásico— a la visión de los griegos, para quienes la naturaleza constituía el espacio místico donde se producía la unión de lo material y de lo espiritual. Como el mismo Malaspina recordaba en las páginas de la Meditación: La naturaleza era para ellos un objeto por encima de todos los demás, y por lo tanto, no se sonrojaban si a ella le construían su 38.  Meditación, [p.d.C.] [24]. 39.  Meditación, [p.d.C.] [16]. 40.  Malaspina era un auténtico puritano y, en el plano estético, un idealista convencido que desdeñaba por completo la materialidad de la belleza. Para Alejandro, el ejemplo máximo de la belleza dentro de la creación divina no residía en el cuerpo del hombre o de la mujer, sino en la mente del ser humano. La propia belleza del arte, en tanto que imitación de la naturaleza, no era nada más que un reflejo de la belleza de la mente del artista. Cf. Meditación, [p.d.C.] [6]. 41.  Meditación, [p.d.C.] [12]. 184

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templo y su altar; la razón era para ellos una facultad del intelecto que no dejaba tema sin que a ella se uniera: la naturaleza y la moral, la materia y el Espíritu, la Tierra y el Cielo se fusionaron maravillosamente en su creación.42

4. El lugar del ser humano en la creación natural Malaspina estaba convencido de que la propia ciencia conducía inevitablemente a la conclusión de que el universo había sido creado por una inteligencia perfecta: ¿Seremos pues tan ciegos que no descubramos una inteligencia y un sistema en la maravillosa composición del universo? ¿Seremos tan estúpidos que no nos mueva a la adoración el pensar en un ser tan sabio y tan infinitamente bueno?43

Esta visión creacionista de la naturaleza estaba fuertemente anclada en las tesis providencialistas de la físicoteología y la teología natural del periodo que, desde John Ray y William Derham hasta William Paley,44 insistía en la idea de lo que hoy denominaríamos diseño inteligente:45 la maestría del diseño revelaba la infinita sabiduría del Creador. En su Meditación, Malaspina hacía explícita esta idea y la insería en un marco de pensamiento prototransformista —aunque el italiano nunca llegaría a aceptar que las transformaciones orgánicas traspasaran nunca el marco de la especie—. Para Malaspina, en la infinita variedad desplegada en la escala de los seres, unas formas parecían haber sido derivadas de otras formas similares, como arquetipos ideales en la mente del Creador:

42.  Meditación, [N.d.A.M.] 20, [p.d.C.] [11-12]. 43.  Meditación, [p.d.C.] [8]. 44.  Cf. Ray (1691); Derham (1713); Paley (1802). 45.  Cf. Peterfreund (2008); Berry (2011). 185

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«… este diseño continuado del hombre a los cuadrúpedos, de los cuadrúpedos a los cetáceos, de los cetáceos a las aves, de las aves a los reptiles, de los reptiles a los peces […] parece indicarnos que el Ser Supremo en la creación de los animales no quiso emplear más que una idea variándola al mismo tiempo de todos los modos posibles, para que el hombre pudiese admirar igualmente la magnificencia de la ejecución y la sencillez del diseño…». Alejandro Malaspina, Meditación filosófica. Imagen: animal marino. Fernando Bambrila (reproducido con permiso del Museo de América de Madrid).

[…] este diseño continuado del hombre a los cuadrúpedos, de los cuadrúpedos a los cetáceos, de los cetáceos a las aves, de las aves a los reptiles, de los reptiles a los peces, en quienes se hallan siempre las partes esenciales como el corazón, los intestinos, la espina dorsal, los sentidos, etc., parece indicarnos que el Ser Supremo en la creación de los animales no quiso emplear más que una idea variándola [68] al mismo tiempo de todos los modos posibles, para que el hombre pudiese admirar igualmente la magnificencia de la ejecución y la sencillez del diseño.46

El creacionismo de Malaspina estaba anclado en la idea de la Scala Naturae. El cosmos manifestaba un orden perfectamente estructurado, y las criaturas formaban parte de una serie progresiva infinita de complejidad, en la que cada clase de organismo 46.  Meditación, Nota H, [p.d.C] [68]. 186

Capítulo 4. Suplemento al «naufragio» de Malaspina

ocupaba un rango específico, dependiendo de su mayor o menor perfección, lo que, a su vez, coincidía con su mayor o menor belleza: «Veo clara y distintamente el orden y la economía con que todo lo gobiernas y los anillos con que eslabonas las varias series ordenadas de tus producciones».47 Para Malaspina, la idea de la Scala,48 el entendimiento de la vida como una cadena progresiva de las criaturas, con sus anillos perfectamente graduados en un orden creciente de complejidad, belleza e inteligencia, resultaba autoevidente. Era el propio sentido de la admiración el que conducía al observador atento de la naturaleza a comprender intuitivamente sus rangos y jerarquías, y a asignar su posición a cada criatura dentro de la gran cadena de los seres. Era indudable que existía una escala natural, y que el estudio de la naturaleza revelaba el orden jerárquico impreso en la arquitec­ tura del universo para quien la observaba guiado por la razón: Y he aquí que se presenta la admiración, como ya he dicho, la cual yo considero ser una acción del alma que, recorriendo atentamente el universo real, juzga de la excelencia de sus individuos por su composición más complicada, más noble, más útil y más difícil de imitarse, y por el grado que ocupan en el orden ascendente de la creación.49

Para Malaspina no tenía sentido poner en duda que la creación presentaba diferentes rangos jerárquicos de perfección, y que el ser humano estaba situado en un orden superior al del resto de los brutos. Incluir al ser humano entre los primates —como había hecho Linneo algunas décadas antes— constituía para nuestro navegante-filósofo una verdadera «ofensa a la naturaleza»: 47.  Meditación, [p.d.C.] [12]. 48.  Sobre el concepto de Scala Naturae, véase Barsanti (1992). 49.  Meditación, [p.d.C.] [22]. 187

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Decir que lo que es capaz por sí de movimiento (y por tanto de una variedad indefinida) no sobresale en belleza a lo inmóvil, que lo sensible no sobresale a lo insensible y que la criatura que razona no es superior al bruto son otras tantas contradicciones ofensivas a la Naturaleza, que de un solo golpe derriban la magnificencia de la creación, la dignidad del hombre y la única base de sus razonamientos. No podemos dudar de todo cuando vemos unas leyes invariables producir efectos uniformes, ni po­­ demos abandonar la realidad para elevarnos de golpe donde quiera nuestra imaginación. Pasar de la contemplación de un gusano a la contemplación estática del Autor de la Naturaleza es trastocar las ideas, y lo grande y majestuoso con lo pequeño o imperceptible. Al contrario, examinando el orden invariable y la casi infinita variedad secundaria con que se nos presenta, vemos una escala, donde, corriendo o descansando a nuestro placer, y a medida de nuestras fuerzas, nos elevamos finalmente a la belleza mental, esto es, al Autor del orden y conservación del Universo.50

Aun así, Malaspina coincidía con Linneo —quien había agrupado todas las variedades de nuestra especie bajo el epígrafe taxonómico de Homo sapiens— en que existía una única especie humana. Del mismo modo, como el naturalista sueco, defendía que en la naturaleza existía una unidad de plan para toda la creación. Sin embargo, frente a Linneo, Malaspina se alineó con el pensamiento de Buffon y situó al ser humano en una posición especial, separado del resto de primates y por encima de toda la serie de organismos vivos. Recordemos que Buffon había afirmado en su Historia natural: La Naturaleza camina y obra en todo por grados imperceptibles, exceptuando en el tránsito que hace del hombre al animal. Hay una distancia infinita de nuestras facultades a las del más mí­­ nimo animal, y de aquí resulta la prueba convincente de que el 50.  Meditación, [p.d.C.] [16], [17]. 188

Capítulo 4. Suplemento al «naufragio» de Malaspina

hombre es de una naturaleza muy distinta, y que él solo forma una clase aparte.51

De forma similar, para Malaspina, el ser humano era una criatura absolutamente excepcional en nuestro planeta. En la visión antropocéntrica del italiano —profundamente influido en este punto por los Estudios de la naturaleza del francés Bernardin de Saint-­ Pierre—,52 la Tierra entera y todas las especies que en ella habitaban habían sido colocadas por el Creador para ser sometidas al dominio del hombre. En la serie ascendente de seres que conducía desde los minerales y los brutos hacia Dios, el ser humano ocupaba la posición más alta dentro de las producciones naturales de nuestro planeta, donde podía sentirse «dueño y señor de toda la creación animal».53 Sin la presencia humana, afirmaba Malaspina, la Tierra sería apenas un inmenso campo desordenado donde reinarían la muerte y la barbarie, y habitarían solo las bestias: Todo es desordenado y silvestre —o llamémoslo muerto— en la naturaleza inanimada, cuando la mano del hombre no ha concurrido a darle orden y belleza. Todo es indómito y destructivo en la naturaleza animal, cuando el hombre no ha procurado segregar el cordero del lobo, uncir los bueyes al arado y hacer la noble conquista del caballo. En fin, el hombre es el grado supremo de las bellezas naturales, y así como todo le está sujeto en la Tierra, también está dotado de una facultad sublime que, elevándole hacia el Criador, derriba de golpe su soberbia, o el imperio infeliz de sus pasiones.54 51.  Buffon (1773: 13). 52.  Si bien el antropocentrismo es uno de los rasgos prominentes del pensamiento ilustrado sobre la naturaleza y para nada puede atribuirse en exclusiva a Saint-Pierre, el naturalismo antropocéntrico que el francés expuso en su libro Études de la Nature (1784) influyó decisivamente en el autor de la Meditación filosófica. Sobre Bernardin de Saint-Pierre, véase Saint-Pierre (1784); Racault (2013); Duflo (2010); Pimentel (2003). 53.  Meditación, [p.d.C.] [27], [28]. 54.  Meditación, [p.d.C.] [30]. 189

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Malaspina, lector de Robinet y Diderot55 —quienes habían especulado en sus obras sobre la aparición de la especie humana a partir de otros primates—,56 descartaba que pudiera establecerse cualquier tipo de transición gradual entre el animal y el hombre. En este sentido, el italiano seguía al abolicionista escocés William Dickson,57 quien, en sus Cartas sobre la esclavi­­tud, había refutado las especulaciones de quienes defendían que los negros ocupaban una posición intermedia en la transición gradual en la escala natural desde los simios hasta el hombre blanco. Dickson (y, con él, Malaspina) consideraba inverosímil cualquier intento de asimilar nuestra especie al resto de los animales, aunque —alejado de cualquier dogmatismo— el italiano no parecía descartar por completo la idea, animando a sus defensores a buscar las pruebas de su hipótesis en el estudio de la naturaleza: Se ha sugerido que el negro ocupa un lugar en la escala de ser, o forma un enlace en esa cadena, que enlaza al hombre blanco con el Orangután; pero aquí, señor, hay un abismo que es imposible rellenar con cualquier eslabón. Y estoy dispuesto a pensar que los modernos fabricantes de sistemas [teórico-filosóficos] tendrán que trabajar duro para forjar enlaces suficientes en fuerza y número para enlazar criaturas tan diferentes como el ser humano y el kakurlacko.58

55. Las Investigaciones filosóficas sobre el origen y naturaleza de lo bello de Diderot constituyen una de las referencias fundamentales de la Meditación filosófica. Diderot (1973 [1752]). 56.  Robinet (1761; 1992 [1769]). 57.  William Dickson fue un cuáquero escocés, miembro de la influyente London Society for Effecting the Abolition of the Slave Trade. Dickson trabajó como secretario del gobernador colonial de Barbados y fue autor de una importante obra contra la esclavitud. Dickson (1789). 58.  Dickson (1789: 67-68). El kakurlacko era una de las variedades de Homo troglodytes descritas por Linneo en la décima edición de su Sistema natural. Cf. Ducros y Ducros (1989). 190

Capítulo 4. Suplemento al «naufragio» de Malaspina

Malaspina fue un pensador fijista y no dio crédito a las radicales especulaciones transformistas de autores como Robinet o Diderot. En este aspecto, su pensamiento puede aproximarse más al sostenido por Buffon59 y, como en el caso del autor de la Histoire naturelle, giró en torno a la idea de una cadena de los seres como epicentro de todas las manifestaciones morfológicas de la vida terrestre.60 Pero, por otro lado, a diferencia de Buffon, Malaspina fue un decidido idealista, y en consecuencia refutó con firmeza el materialismo de ciertos autores contemporáneos, como Helvetius, negando cualquier valor a sus tentativas de explicar «nuestras ideas y razonamientos» a partir de fenómenos exclusivamente físicos.61 Para el italiano, lo más razonable era suponer que el Ser Supremo hubiera obrado permitiendo que se desarrollaran variaciones a partir de sus arquetipos ideales iniciales, aunque sin llegar jamás a traspasar las fronteras infranqueables de cada especie. En este punto, Malaspina admitía que las diferentes variedades de cada criatura podían sufrir transformaciones como consecuencia de cambios en su medio, e inclusive algunas variedades podían originarse a partir de otras de la misma especie. Además, el italiano aceptaba la existencia de razas puras y de razas degeneradas, dando por hecho que la degeneración podía ser efecto del mestizaje entre las diferentes variedades o razas.62 En lo tocante al origen de nuestra especie, Malaspina —adelantándose a la ciencia de su tiempo— parecía inclinado a aceptar que África hubiera sido la cuna de todas las variedades de la

59.  Sobre la influencia de Buffon en el discurso natural de Malaspina, véase Juan Pimentel (1991). 60.  Galera, 2017. 61.  Meditación, Nota H, [p.d.C.] [68]. 62.  En otra nota al margen, Malaspina citaba a Voltaire para afirmar que «en los animales, las razas que reciben cuidados y no se mezclan nunca degeneran». Meditación, Nota M, [p.d.C.] [81]. 191

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humanidad.63 Para defender esta hipótesis —contraria a las ideas de autores como Buffon o Blumenbach, para quienes la humanidad originaria había sido blanca, y las demás variedades se habrían configurado por un proceso degenerativo de adaptación a los diferentes climas— Malaspina citaba las observaciones recogidas por Dickson en sus Cartas contra la esclavitud. Apoyándose en Linneo y otros naturalistas, además de en su propia experiencia en la isla de Barbados, Dickson explicaba que las diferencias climáticas y de estilo de vida hacían mudar de color a los seres humanos al cabo de cierto tiempo. Lo mismo ocurría cuando se domesticaba a un animal salvaje: generalmente asumía, al cabo de algunas generaciones, un tono más claro, o inclusive devenía perfectamente blanco. Ponía como ejemplos los casos de los patos, de los gansos, de las palomas o de los pavos para, inmediatamente, transponer este mismo raciocinio al terreno antropológico. Malaspina, siguiendo a Dickson —de quien tradujo un largo pasaje, que incluyó en la Meditación—, parecía especular con la idea de que, a su vez, la domesticación del hombre —es decir, el desarrollo de la agricultura y de las ciudades— hubiera podido conducir a la especie humana a un proceso similar de emblanquecimiento, y que por tanto los negros africanos hubieran sido los verdaderos aborígenes de la humanidad. El italiano dejó abierta la cuestión, animando al estudio de este polémico asunto y alertando de las consecuencias que la respuesta a tal cuestión podía acarrear para los defensores de la esclavitud, muchos de los cuales afirmaban que los africanos constituían una especie diferente a los europeos, y que ambos tipos humanos habían tenido diferentes orígenes en la creación: Que estén atentos los apologistas de la esclavitud, para que no inciten a los naturalistas a investigar este asunto con ardor redoblado, ya que no parece improbable que los resultados de sus 63.  Hipótesis que solo pasaría a ser aceptada mayoritariamente en el siglo xx, a pesar de haber sido refrendada por Charles Darwin en El origen de las especies. 192

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investigaciones puedan ser que los negros son los aborígenes de la humanidad. Por lo tanto, quizás este problema interesante algún día pueda resolverse por completo. Por fin podremos dar cuenta de los diversos colores del hombre en el viejo mundo, así como de su tez uniforme en el nuevo hemisferio, y de su parecido general con el de las hordas tártaras, de la tez oscura de los Samoyedos, y del marrón claro de los Tahitianos.64

5. La belleza del matador Pedro Romero: blancura, heroísmo y homosexualidad Por lo que respecta a la estética, ya vimos que, para Malaspina, la belleza esencial se manifestaba en grados diferentes en cada una de las variedades de nuestra especie, atendiendo a un orden jerárquico de lo que podríamos llamar la escala natural de los seres huma­ nos, donde los blancos del sur de Europa sobresalían por encima del resto de pueblos. Para intentar legitimar este prejuicio etnocéntrico, Malaspina buscó apoyo en las ideas del presidente norteamericano Thomas Jefferson y del naturalista francés Bernardin de Saint-Pierre, e incluyó en su Meditación el testimonio de una experiencia personal que, a su juicio, corroboraba de forma irrefutable sus tesis en apoyo de la mayor belleza de los blancos. De forma muy similar al poligenista alemán Christoph Meiners, Thomas Jefferson —propietario de esclavos— también había defendido que la blancura de la piel de los descendientes de europeos era naturalmente más apta para revelar toda la gama de estados emocionales internos, lo que, a juicio del presidente norteamericano, probaba tanto la superioridad moral de los blancos como su mayor hermosura con respecto a los negros. A su vez, Saint-Pierre —la otra autoridad citada por Malaspina— había 64.  Meditación, Nota Q , [p.d.C.] [100]. La cita es una traducción literal de Dickson (1789: 66-67). 193

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pretendido mostrar como un «hecho histórico» comprobado que, en las colonias, siempre que tenían oportunidad de escoger, los negros preferían sistemáticamente emparejarse con personas de tez blanca o rosada antes que con los miembros de su propia raza. Por su parte, Malaspina pretendió aportar en su Meditación una confirmación experimental a estas ideas a partir de su propia experiencia etnográfica en el archipiélago de Vavao, en el Pacífico, donde recaló en una de las últimas y más fascinantes etapas de su expedición científica. Al respecto, el italiano relató un episodio acontecido durante uno de los encuentros mantenidos con Vuna, el cacique local de la is­­la de Tonga, antes de que Malaspina y sus hombres tomaran formalmente posesión del archipiélago en nombre de la monarquía española y lo abandonaran para siempre.65 En aquella ocasión, Vuna, reunido con los oficiales de las corbetas sobre la cubierta de una de ellas, observó el cuadro de una hermosa mujer blanca panameña que, en una de las etapas anteriores del viaje, había pintado el pintor italiano Juan Ravenet. Según relata Malaspina en su Meditación, Vuna enloqueció ante la belleza de aquella mujer y prometió que, a cambio de una de aquellas damas, él ofrecería todas las mujeres de su serrallo, sin exceptuar a su favorita, que también estaba presente en la reunión. A esto, Malaspina respondió con una treta, afirmando que tal cosa no era posible porque —según inventó— entre españoles las uniones de hombres y mujeres eran indisolubles, y la retratada en el cuadro era su propia esposa. Ante esto, Vuna decidió que su hijo mayor, que todavía no se había casado, iría a Europa con los expedicionarios y después traería de vuelta a la isla otras mujeres blancas con él, para que los nobles de su sociedad pudieran también casarse con ellas.66 Para Malaspina, 65.  Cf. Viana (1793: 226). 66.  El cuadro de Ravenet aparece reproducido en la p. 409 del presente volumen. El episodio fue registrado en el diario de uno de los oficiales de las corbetas, Francisco Viana. Cf. Viana (1793: 220). 194

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aquel episodio supuso una prueba empírica decisiva en favor de las tesis de Saint-Pierre sobre la preferencia natural de los nativos por las personas blancas,67 lo que confirmaría que la belleza de los pueblos de piel clara era naturalmente superior a la del resto de la humanidad. Tras pretender haber aportado «pruebas» de la superioridad estética de los europeos sobre el resto de la humanidad, Malaspina se propuso responder otra cuestión «menor», que ya había sido levantada años antes en la Disputa sobre la belleza. La pregunta, que entonces había quedado sin respuesta en las páginas del Diario de Madrid, planteaba quién, de entre todos los seres humanos, estaba dotado «del grado más sobresaliente de hermosura física y moral».68 En otros términos, se trataba de indicar quién era la persona más bella del planeta. A pesar de no considerarla como una cuestión «digna de filósofos», Malaspina no vaciló en asignar nombre y apellidos a su peculiar candidato al trono de la belleza universal. Pero antes de indicar el nombre de quien, a su juicio, ocupaba la cima en la escala humana de hermosura, el italiano hizo una sorprendente advertencia a sus lectores: «No se escandalice el amigo lector». El motivo del presumible escándalo era que, en su respuesta, Malaspina hacía una velada y sorprendente declaración de sus tendencias homoeróticas,69 al confesar que, a su juicio, el ser más hermoso de la tierra no era una mujer, sino un hombre.

67.  Ideas muy semejantes ya habían sido expresadas con bastante anterioridad por Jorge Juan y Antonio de Ulloa, en relación con la preferencia de las castas americanas por los españoles y al blanqueamiento progresivo de las sociedades coloniales. Cf. Ramos Gómez (ed.) (1985: 183 y ss.). 68.  Meditación, Nota Y, [p.d.C.] [126]. 69.  Tal vez no sea irrelevante recordar que, ya durante su juventud, en el liceo Clementino, Malaspina representó el papel femenino de Alzira en la comedia de Voltaire del mismo nombre, que Malaspina rememora en la Meditación filosófica. Cf. Voltaire (1736); Re­­medi (1989). 195

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«… Entre los hombres, he dado en mi interior la preferencia al matador Pedro Romero…». Alejandro Malaspina, Meditación filosófica. Imagen: Retrato del matador Pedro Romero. Francisco de Goya (reproducido con permiso del Kimbell Art Museum, Forth Worth, Texas, EE. UU.).

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En la España de aquel momento, reconocer públicamente tendencias homosexuales resultaba un acto temerario para cualquier persona, pero especialmente para un militar como Malaspina. Baste recordar que, durante su viaje alrededor del mundo, José Bustamante —comandante de la corbeta Atrevida y segundo hombre al mando de la expedición— había condenado con un rigor digno de los peores delitos las prácticas homosexuales que se observaban entre la población reclusa de la isla de la Soledad, un islote en el extremo sur de Argentina utilizado como prisión, donde no residían mujeres, y en donde la Atrevida recaló brevemente durante una de las últimas etapas del viaje comandado por Malaspina. Bustamante dejó escrito lo siguiente acerca de las prácticas de sodomía realizadas por los reclusos en la colonia penal: La prohibición de mujeres aquí ha sido una cuestión muy agitada por todos los gobernadores desde la fundación de esta colonia. Yo me excusaré de referir los horrorosos delitos cometidos por la fata de aquel sexo que, parece, formó la Providencia solo para evitarlos. No pueden oírse sin espanto crímenes tan repugnantes a la Naturaleza como ofensivos a las sociedades civilizadas […]. Para estos casos tienen las leyes un derecho positivo de aumentar el rigor para conseguir el escarmiento.70

Resulta destacable que, aun inserido en este contexto cultural, Malaspina no tuviera ambages en proclamar desde las páginas de su Meditación filosófica que el ser humano más bonito del universo era el torero más famoso de su tiempo, el matador Pedro Romero,71 un verdadero sex-symbol de la época que, más allá de enardecer a las masas con su innovadora y arriesgada tauromaquia, levantaba pasiones entre las plebeyas y aristócratas de la corte por su atractivo 70.  Cf. Bustamante (1885: 314). 71.  Sobre este legendario matador, que marcó la historia de la tauromaquia a fines del siglo xviii, cf. Vega, José (1954); Sánchez Álvarez-Insúa (2006); Ayerbe Aguayo (1997). 197

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físico72 y su temerario valor ante el toro. Malaspina —quien había asistido con verdadero deleite al espectáculo de las corridas de toros en Madrid durante los meses que antecedieron a su detención— reconocía ahora, desde el fortín de San Antón, que: Entre los hombres, he dado en mi interior la preferencia al matador Pedro Romero73 cuando, con una gallarda persona, el valor y la modestia pintadas en su rostro, el fiero animal desangrado a sus pies, rodeado de los banderilleros, cuyas vidas ha salvado mil veces, aplaudido a una voz de catorce mil personas llenas de gozo y admiración, me descubre al mismo tiempo en sus miradas nobles e inocentes una vida virtuosa, un ánimo libre de remordimientos, un brazo dispuesto a no destruir a sus semejantes, sino a defenderlos de las fieras y un corazón ya templado para ver la muerte sin temerla.74

El italiano —quien ya con anterioridad, en cartas a amigos íntimos, había reconocido su indiferencia hacia las mujeres— dejó otros claros indicios de su actitud liberal hacia la homosexualidad en la misma Meditación.75 Unas páginas antes de confesar su 72.  Lady Holland, tras su paso por la corte madrileña en 1803, dejó escrito que las damas de la alta aristocracia española, como «las duquesas de Osuna y de Alba, rivalizaban en su admiración por Pedro Romero». Cf. Ilchester (1910), apud Thomas (2004: 423). 73.  En el manuscrito original aparece escrito Diego Romero. Se trata de un claro lapsus calami de Malaspina: el famoso torero se llamaba Pedro Romero. 74.  Meditación, Nota Y, [p.d.C.] [126], [127]. 75.  La presunta homosexualidad de Malaspina ya había sido el objeto de algunos chascarrillos entre los especialistas en Malaspina. Dario Manfredi y Blanca Sáiz reconocían haber escuchado comentarios entre los malaspinistas, aludiendo a «una cierta indiferencia (por no decir otra cosa) en relación con el bel sesso». Cf. Manfredi y Sáiz (1995: 298). En esta obra, ambos autores pretendían restar valor a esos rumores, dando por hecho que la relación amistosa entre Barbara Litta y el italiano tuvo un cariz erótico, algo que, a la luz de la Meditación filosófica, me permito poner en duda. De igual forma, considero inverosímiles las alusiones al supuesto «romance» entre Alejandro y la marquesa de Matallana, que Soler (1990) aceptaba «sin ninguna duda», y que Manfredi consideraba probable. A mi juicio —e independientemente de los sentimientos que Barbara Litta o la marquesa de Matallana pudieran haber albergado hacia Malaspina—, ambas relaciones consistieron apenas en «cortejos» de carácter amistoso —una 198

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fascinación por la belleza de Pedro Romero, Malaspina había realizado un decidido elogio del ejército espartano,76 ensalzando el hecho de que aquellos militares desdeñaban un amor mujeril, que hiciese consistir su felicidad suprema en el capricho o la debilidad del otro sexo.77 Entregados por naturaleza a la virtud, todos soldados, y largo su cabello desde la edad de veinte años, mirándole como un ornato del hombre libre y del guerrero, divídanse naturalmente en dos clases, los unos, que amaban, y los otros, amados.78 costumbre plenamente aceptada entre la aristocracia europea de fin de siglo—, dado que las preferencias sexuales de Malaspina se encaminaban en otra dirección. En este sentido, considero que la interpretación más verosímil de la relación entre el puritano Malaspina y sus amigas casadas la aporta Greppi, quien aseguraba que la relación entre Alejandro y la Matallana fue siempre, y a pesar de los rumores, «inocentissima» Cf. Greppi (1883: 33-57). 76.  Malaspina idealizó la sociedad espartana como el principal modelo de virtud de la humanidad, nunca superado en la historia. Alejandro asumía el ideal espartano de belleza y moralidad que había prescrito Licurgo para alcanzar la suprema felicidad, y que consistía en cultivar «un cuerpo sano y robusto y un alma libre, sin remordimientos ni necesidades». Cf. Meditación, [p.d.C.] [44]. 77.  A pesar de su defensa de la participación de la mujer en la vida pública —tema que aparece tanto en la Disputa sobre la belleza como en la Meditación—, Malaspina asociaba los ideales de masculinidad y feminidad a los rígidos estereotipos sexistas de su tiempo. En la Meditación filosófica Alejandro encasilla al género femenino en los arquetipos de la madre, la meretriz o la virgen, o dicho en sus propias palabras, de «la modestia inocente de la doncella, la fe conyugal de la matrona y los halagos engañosos de la meretriz». Meditación, [p.d.C.] [38]. 78.  Meditación, [p.d.C.] [41]. En el margen derecho de la página del manuscrito, Malaspina anotó: «Filangieri, tomo IV, justifica con toda evidencia la inocencia o virtud de este amor entre hombres y con muchísimo juicio atribuye a este origen la costumbre nuestra de los padrinos y ahijados». En efecto, Gaetano Filangieri —autor a quien Malaspina admiraba profundamente— comentaba lo siguiente al respecto de esta costumbre de los militares espartanos: «Estableciendo la dependencia del más joven respecto del más viejo, hacían que todo espartano viese en la patria su familia y en el conciudadano un padre, un hijo o hermano», y a continuación recuerda que Plutarco y Jenofonte alabaron esta costumbre haciendo ver «cuánto contribuía este establecimiento, no solo a mantener el buen orden sino a fortificar, más que ninguno otro, el patriotismo de los espartanos (cf. Filangieri, 2018, vol. 2: 343). Sobre la semejanza entre la paidofilia griega y el padrinazgo en tiempos modernos, añadía Filangieri: «Yo creo que el amor de los niños era semejante entre los griegos a nuestro padrinazgo. En efecto, las obligaciones del padrino tienen al parecer mucha relación con las del amante entre los griegos, supuesto que debía este 199

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6. La ruptura con el newtonismo: la forma de la Tierra y la crítica de Malaspina a la vanidad de las ciencias Entre las principales tesis sostenidas por Juan Pimentel en su excelente libro La física de la monarquía79 está la defensa de que, a lo largo de los años, se produjo un cambio de orientación en el pensamiento del navegante italiano; un proceso que podríamos sin­­ tetizar como un viraje intelectual desde la Ilustración a la Contrailus­­ tración.80 Esa mudanza en las coordenadas del pensamiento de Malaspina, que afectó por igual a su filosofía política y sus ideas coloniales, científicas y estéticas, le hizo abandonar paulatinamente los supuestos axiomáticos del racionalismo mecanicista asociado a la filosofía natural newtoniana y le llevó hasta una postura de madurez mucho más cercana al historicismo cíclico y providencialista de Giambattista Vico.81 En ese proceso, Malaspina se fue alejando gradualmente del modelo newtoniano hasta acabar refutando su validez para explicar las sociedades humanas, la historia y la antropología, e incluso —como se desprende con claridad de sus escritos estéticos— hasta negar su capacidad para explicar correctamente las propias leyes de la naturaleza. De hecho, como me propongo mostrar en esta sección, los escritos de Malaspina sobre la belleza (producidos fuera del periodo estudiado en La física de la monarquía)82 constituyen el mejor ejemplo de la ruptura del Malaspina tardío con aquel ingenuo «newtonismo

educar al niño, así como el padrino está obligado por las leyes eclesiásticas a educar a su ahijado, y a hacer las veces de padre» (Filangieri, 2018, vol. 1: 1146). 79.  Cf. Pimentel (1998). 80.  Sobre el viraje de Malaspina hacia la Contrailustración, además de La física de la mo­ narquía, puede consultarse también Pimentel (1994, 1992). 81.  Sobre la influencia de Vico en Malaspina, cf. Pimentel (1998: 73-77, 360-364 y ss.). Véase también Alcina Franch (1988: 205-221). 82.  El periodo abordado en La física de la monarquía se cierra tras el retorno de Malaspina a España, después de su expedición. 200

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social»83 del que había hecho gala en décadas anteriores, cuando aún pensaba que el mundo colonial hispanoamericano podía comprenderse a partir de una colección de Axiomas, definidos al modo de los Principia de Newton. La influencia de Newton sobre el pensamiento de Malaspina se retrotraía a su periodo de estudios en el colegio Clementino de Roma,84 prestigiosa institución de enseñanza regentada por los padres somascos, donde Alejandro escribió una disertación escolar —primer texto suyo que se conserva— sobre el sistema de la física newtoniana.85 La general consideración de Newton como gran héroe intelectual en el Siglo de las Luces86 afectó de forma muy particular a Alejandro Malaspina, quien, en una primera etapa trató de explicar el funcionamiento de la monarquía y del sistema colonial español acudiendo al modelo newtoniano.87 En realidad, como afirma Pimentel, en aquel tiempo ser «newtoniano significaba bien poco, es decir, muchas cosas a la vez y ninguna en concreto».88 Como muchos otros ilustrados, el joven Malaspina fue educado en la idea de que las reglas para filosofar —regulae philosophandi— establecidas por Newton en sus Principia como método investigativo general podían servir como base sólida de todo conocimiento. El modelo no solo era considerado válido en el ámbito de las ciencias naturales, 83.  Cf. Pardo Tomás (2000). 84.  Cf. Pimentel (1998: 74 y ss.). Véase también Pimentel (1994: XI). 85.  Me refiero a sus Theses ex Phvsica Generali del año 1771, una disertación sobre la física de Newton. Cf. Malaspina (1771); Pimentel (1994: 39 y ss.); Pimentel (1998). 86.  La consideración de Newton como gran héroe científico de la Ilustración es un tópico que aparece reflejado en cualquier manual introductorio a la historia de la ciencia. Véase, por ejemplo, el interesante capítulo dedicado a este asunto por Patricia Fara (2009: 138147). Pimentel (1994) recuerda que, en la Europa culta del último tercio del Siglo de las Luces, Newton «era considerado como todo un héroe, un símbolo ético y político, la genuina gloria del conocimiento, sin la menor duda, el mayor de los mortales». Pimentel (1994: 43). Véase también Louth (2011); Young (2004); Schaffer (1990). 87.  Pimentel (1994: 58). 88.  Ibid., p. 43. 201

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sino que, para los newtonianos, también podía adecuarse para el estudio de las sociedades. En resumen, las normas epistémi­­ cas proporcionadas en el sistema de Newton eran consideradas como: La herramienta para razonar y explicarlo todo […]. El funcionamiento y el mecanismo de lo humano (llámese sociedad, historia, comunidad política o administración económica) se asemejaba o pertenecía al orden natural […]. En consecuencia, el método que había servido para explicar la legalidad de lo natural debía servir igualmente para explicar lo relativo al hombre.89

En su disertación escolar sobre el sistema de Newton, el joven Malaspina había expresado que la observación empírica, la experimentación y la inducción eran los únicos medios apropiados para el acercamiento a la verdad. Según Malaspina, cualquier desvío de esos preceptos en el método de investigación apenas podría conducir a «meras conjeturas»90 frente a la vía racional.91 «Solo la Razón es el guía seguro de los sabios»,92 había afirmado enfáticamente. Algunos años después, y ya al servicio de la Armada española, cuando Malaspina se dispuso a organizar su gran expedición político-científica,93 el joven oficial se acogió a ese mismo credo racional y cientifista inspirado en la obra de Newton para redactar sus Axiomas políticos sobre la América, concebidos como «principios sencillos y uniformes»94 mediante los cuales 89.  Pimentel (1994: 153-154). 90.  Pimentel (1994: 41). 91.  Pimentel resume los principios básicos de aquel newtonismo malaspiniano de juventud como «la enunciación de conclusiones a partir de la observación de los fenómenos mismos, el cuestionamiento continuo de las hipótesis, la no sujeción a ellas más que para comprobar su veracidad o falsedad». Pimentel (1994: 41). 92.  Cf. Malaspina (1771: 5), apud Pimentel (1998: 66). 93.  Por estas fechas, Malaspina contaba ya con la experiencia ganada en varias batallas y empresas náuticas alrededor del mundo. Sobre este periodo véase Manfredi (1984b, 1987b, 1988a, 1988b, 1994); Belloti (1995); Pimentel (1998: 79-139). 94.  Pimentel (1994: 160). 202

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debía organizarse el dominio español sobre sus posesiones colo­­ niales. Según Pimentel, aquellos axiomas de Malaspina, cuya redacción obedecía formalmente al modelo de los Principia de Newton,95 pretendían establecer «los principios matemáticos del movimiento político de la monarquía, las leyes de esa filosofía natural (física) del Imperio».96 De hecho, el joven Malaspina vivió la empresa de su gran expedición científico-política alrededor del imperio colonial español como una especie de «experimentación destinada a confirmar sus axiomas».97 Sin embargo, el terremoto político internacional provocado por el estallido de la Revolución francesa y la experiencia antropológica acumulada a lo largo de sus viajes acabaron alejando al navegante italiano de aquel naíf «newtonismo social»98 profesado en su juventud,99 con el que había depositado una fe ingenua en el poder absoluto de los modelos mecánicos simples para explicar los asuntos humanos y establecer las reglas que debían regir el gobierno colonial del imperio. Durante las etapas finales de su viaje, y a medida que iban llegando noticias del curso de la Revolución francesa y de la subsiguiente guerra entre Francia y España, se hizo cada vez más perceptible un desplazamiento en el pensamiento de Malaspina hacia una posición intelectual cercana a los planteamientos que Giambattista Vico había expuesto en su Cien­ cia nueva como modelo general para entender la realidad humana. Las huellas de la influencia de Vico en Malaspina también podían retrotraerse —al igual que en el caso de Newton— a su periodo de estudios en el colegio Clementino. Allí, además de 95.  Ibid. 96.  Pimentel (1994: iii). 97.  Pimentel (1994: 22). 98.  Pardo Tomás (2000). 99.  Pardo Tomás (2000) se refiere a Malaspina como «otro eslabón en una variopinta cadena de “newtonianos sociales” junto con Locke, Hume, Montesquieu y Adam Smith». 203

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enseñar la física newtoniana, los padres somascos usaban como libro de texto obligatorio una obra de Jacopo Stellini,100 entusiasta seguidor de Vico, quien, a su vez, se jactaba de emplear el método newtoniano. El manual de Stellini estaba fuertemente influido por las ideas de la Ciencia nueva101 y «recogía buena parte de las inquietudes y la terminología de Vico: los corsi y los ricorsi, la necesidad de buscar testimonios de las civilizaciones antiguas y la importancia de la historia como fundamento de todo el conocimiento humano».102 La circunstancia de que el viquiano Stellini se considerase a sí mismo como newtoniano es relevante para recordarnos que, en tiempos de Malaspina, las perspectivas de ambos autores no eran consideradas antagónicas o excluyentes. De hecho, los educadores somascos de Malaspina favorecían el eclecticismo entre su alumnado, al promover como método de aprendizaje la comparación y el contraste racional, en abierto debate filosófico, entre los argumentos y las perspectivas filosóficas más variadas (ar­ gumenta cum arpumentis comparemus).103 El propio Malaspina se había esforzado en su disertación sobre el sistema de Newton en dejar claro que él mismo asumía por completo esa perspectiva ecléctica para construir sus propios pensamientos: «Cuando uno mismo, menos sabio, se encuentra en ese camino repleto de tantos sabios —viene a sentenciar—, lo justo es no aceptar pasivamente lo falso o lo impreciso, sino comparar, confrontar argumento contra argumento».104 A pesar de que Malaspina nunca citó directamente a Vico en ninguna de sus obras, Pimentel señala que, «por vía del texto de Stellini, el pensamiento histórico de Vico permaneció en su

100.  Sobre Jacopo Stellini, véase Pimentel (1994: 49 y ss.). 101.  Cf. Stellini (1740); Filangieri (2018); Vico (1964); Pimentel (1994, 1998). 102.  Pimentel (1994: 50). 103.  Sobre el Methodus studorium de los padres somascos, véase Pimentel (1994: 33 y ss.). 104.  Ibid., p. 45. 204

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retina»105 desde su periodo de formación en Italia. Con el transcurso del tiempo, aquella matriz conceptual latente106 retornaría gradualmente a dominar el pensamiento del marino ilustrado.107 Paulatinamente, Malaspina pasó a referirse al Gobierno de España y a su relación con las colonias con rasgos que recuerdan las descripciones de Vico de los imperios entrados en su fase de decadencia, gracias a la irrefrenable codicia (cupidigia) de sus gobernantes.108 En palabras de Pimentel: Su asunción del pasado como transmigración recurrente, continuo renacimiento al que sucede agonía interminable, ese ciclo eterno de caídas y milagrosas resurrecciones que enhebran la vida de los hombres y las naciones […], el empleo de herramientas filológicas y antropológicas en su programa de rescate de las culturas antiguas, la atención a los ritos, las lenguas y los mitos como expresiones sustantivas de los pueblos primitivos, así como otros rasgos característicos de su Scienza Nuova, estarán igualmente presentes en los escritos coloniales de Malaspina.109

Sorprende que, a pesar de la innegable herencia dejada por el autor de La scienza nova en el pensamiento de Malaspina, el italiano —verdadero aficionado a las citas en sus escritos— nunca mencionase directamente a Vico (ni a Stellini) en ninguno de sus trabajos. En este sentido me inclino a pensar que, como en su momento señaló el historiador de la ciencia José Pardo Tomás, 105.  Ibid. 106.  La huella del pensamiento de Vico «fecundó los primeros balbuceos intelectuales del joven Alejandro, dejando in nuce buena parte de lo que luego será su cuerpo doctrinal». Pimentel (1994: 53). 107.  De forma premonitoria, durante sus años de formación el propio Malaspina escribió en la primera página de sus Theses: «Las cosas que aprendemos en los primeros años duran y persisten tenazmente». Cf. Malaspina (1771), apud Pimentel (1994: 53). 108.  Sobre las nociones viquianas de decadencia, los ciclos —corsi y ricorsi—, la cupidigia o loca ambición del hombre, véase el capítulo «Las luces del Mezzogiorno», en Pimentel (1998: 44-57). 109.  Pimentel (1994: 53). 205

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tal vez «la clave de La scienza nuova de Vico»110 no es suficiente para entender la alteración del marco axiomático previo de Malaspina. En su progresivo alejamiento de la ideología newtoniana, junto con la innegable herencia dejada por el napolitano Vico en el pensamiento del navegante, «la convulsa realidad política de la Europa que Malaspina encontró a su regreso le condujo hacia derroteros no solamente viquianos».111 Por supuesto, esta hipótesis no retira un ápice de validez al análisis de Pimentel sobre la profunda influencia de Vico en el pen­­ samiento de Malaspina, algo que resulta especialmente evidente en sus escritos estéticos. Los ecos de la voz de Vico resuenan en el pensamiento de Malaspina cuando este reflexiona en la Dispu­­ta sobre la belleza sobre el carácter poético de los pueblos en su edad de oro, al describir los cánticos con que él y el resto de expedicionarios fueron recibidos en Vavao por sus habitantes; o cuando, en su Meditación filosófica, Malaspina escribe sobre la degeneración europea, las edades del hombre y el advenir de una nueva era para la humanidad. Pero, curiosamente, este influjo viquiano nunca se manifestó a través de una cita directa, a las que, como sabemos, Malaspina tenía tanta afición. Por ello, y a la luz de sus textos sobre lo bello en la naturaleza, donde el italiano cita a cientos de autores sin mencionar a Vico ni una sola vez, me inclino a interpretar la herencia viquiana del último Malaspina de modo similar al profesor Pardo Tomás. La obra de Giambattista Vico, sin ninguna duda, resulta esencial para comprender la transformación en el pensamiento de Malaspina y ubicar sus coordenadas intelectuales tras su retorno a Europa,112 pero para alcanzar un entendimiento más completo de su abandono del newtonismo y de su pensamiento filosófico de ma­­durez es necesario considerar también otras influencias 110.  Pardo Tomás (2000). 111.  Ibid. Tomo prestada la expresión «ideología newtoniana» de Gillespie (1987). 112.  Pimentel (1998). 206

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intelectuales igualmente determinantes. En este sentido, creo necesario recalcar el autoproclamado eclecticismo de Malas­­ pina113 como uno de los rasgos más marcantes de su pensamiento y subrayar también la crucial influencia intelectual ejercida por otros pensadores como Kant, Buffon, David Williams, Saint-Pierre, Barthélemy, Shaftesbury, Filangieri o el último Voltaire en el pensamiento de madurez de Malaspina tras su retorno al continente europeo. Dada la ausencia de referencias directas a Vico en sus escritos, considero verosímil la hipótesis de que muchas de las ideas viquianas que Malaspina absorbió en su juventud pudieran rebrotar en su pensamiento de madurez a raíz de la lectura (o relectura) de terceros autores, a su vez profundamente influenciados por el autor de la Ciencia nueva. Es el caso, claramente, del napolitano Filangieri,114 coterráneo de Vico, de quien recogió muchas de sus ideas filosóficas en su gran obra, La ciencia de la legislación.115 En la Meditación filosófica, Malaspina dio muestras de haber quedado en­­tusias­­ mado por la lectura de Filangieri, uno de los autores más citados, de quien llega a reproducir párrafos enteros, intercalándolos con sus propias ideas. No me parece inverosímil considerar que La ciencia de la legislación, un texto de inequívoca ascendencia viquiana, pueda ser una de las claves para explicar, en parte, la fuerte impronta de las ideas de Vico en el pensamiento de madurez de Malaspina.116 Llegase por mediación de Filangieri, de Stellini o de otros au­­to­­ res, lo que resulta indudable es que la herencia intelectual viquiana 113.  Malaspina (1771: 6), apud Pimentel (1994: 45). 114.  Pimentel analiza la influencia de Filangieri en Malaspina antes de su retorno a Europa en varios puntos de su obra, cf. Pimentel (1998), pp. 26, 45, 50-56, 76, 154, 155, 188, 194, 195, 220, 312, 314, 339, 344, 347, 352, 354, 361, 370, 382, 384. 115.  Filangieri (1785). 116.  No es de extrañar el impacto de esta obra en el reformista colonial Malaspina. La obra de Filangieri acabaría desempeñando un papel importante en el desarrollo del concepto de «república» en toda la América hispánica. Cf. Morelli (2006). 207

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fue adquiriendo cada vez mayor relevancia en el pensamiento de Malaspina durante las últimas etapas de su viaje alrededor del mundo. A su vez, este influjo se mantuvo durante los años que siguieron a su encarcelamiento, y se proyectó de forma especialmente clara en la Meditación filosófica. Por el contrario, Newton, su gran referencia intelectual de juventud, acabaría siendo derribado del pedestal en los textos estéticos de Malaspina. Como si se tratara de un viejo ídolo de pies de barro al que ya no se presta ciega devoción, Malaspina pasó a atacar por escrito las ideas del científico inglés sobre la forma del planeta tras retornar de su expedición científica. Lo hizo tanto en sus cartas al Diario de Madrid como en la Meditación. De hecho, los escritos estéticos de Malaspina constituyen sus textos más antinewtonianos. En ellos podemos encontrar sus más explícitos y directos ataques al newtonismo y al propio Newton. En la Meditación, las críticas de Malaspina al «método geométrico» seguido por los newtonianos aparecen íntimamente asociadas a una insistencia, por parte del italiano, en trazar límites a la razón y en denunciar la vanidad de las ciencias. Allí, Malaspina discurrió profusamente sobre los «errores de sistema» de aquellas teorías que, alejándose de los meros hechos empíricos, pretendían reducir la naturaleza a fórmulas matemáticas o a modelos ideales. En este sentido, el italiano se mostraba enormemente escéptico en relación con la posibilidad de explicar los fenómenos de la naturaleza reduciéndolos a modelos matemáticos abstractos, un programa filosófico que se asociaba precisamente a Newton, y frente al cual Malaspina parecía haber pasado ahora a defender un criterio de verdad enteramente empírico y pragmático.117 Los viajes, las lecturas y la experiencia política habían 117.  Otro rasgo de pensamiento viquiano del Malaspina maduro. En su particular oposición a los filósofos cartesianos, Vico había defendido que únicamente se podía tener certeza de saber algo cuando se podía hacer algo con ese conocimiento: «verum ipsum fac­ tum». De la lectura de la Meditación filosófica se desprende que, para Malaspina —al igual que para Vico—, un saber puramente matemático, formal, del que no pudiera sacarse algún provecho o consecuencia práctica en la experiencia carecía por completo de significado. 208

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conducido al navegante-filósofo a convencerse de la «aversión de la naturaleza a toda ley general que pretenda esclavizar sus obras al alcance de nuestro entendimiento».118 Las regulae philo­ sophandi de Newton ya no resultaban válidas para expli­­carlo todo. Malaspina se mostraba especialmente crítico con la pretensión de ciertos pensadores de su tiempo de reducir el funcionamiento de las sociedades humanas a modelos meca­­nicistas, simplistas e ideales, inspirados en el método newto­­niano: Esta afectación del método geométrico […] ha hecho un daño grandísimo a las ciencias filosóficas.119 Varias veces ha echado un disfraz ridículo sobre las verdades más respetables, y en efecto, como quiera que un grande número de estas pruebas demostrativas no deriva su fuerza sino del prestigio de las definiciones, al final solo sirven para demostrar la orgullosa debilidad del entendimiento humano. Fuera de harto provecho para la razón, el que los filósofos pudiesen ser curados de esta enfermedad, y se persuadiesen a que hay mucha más ciencia en saber ignorar lo que se ignora que en saberlo demostrar.120

De hecho, si mi análisis es correcto, la renuncia al newtonismo como modelo filosófico general es una de las claves que mejor puede ayudarnos a entender la inmersión de Malaspina en el terreno de la estética tras su retorno a Europa. A la vez que completaba la «travesía intelectual a contracorriente» que condujo al 118.  Meditación, Nota B, [p.d.C.] [53]. 119.  Aquí puede observarse también un claro eco del pensamiento de Buffon en el ecléctico Malaspina. En relación con las pretendidas demostraciones geométricas que siguieron a los cálculos de Newton sobre la forma de la Tierra, Buffon había escrito en su His­ toria natural: «Teórica de la Tierra. Yo hubiera podido escribir un tomo tan abultado como el de Burnet o el de Whiston, si hubiese querido desmenuzar las ideas que componen el sistema que acaba de verse, y dándolas un aire geométrico como hizo este último autor, las hubiera hecho al mismo tiempo más verosímiles; pero soy de dictamen que unas hipótesis, por verosímiles que sean, no deben ser tratadas con semejante aparato, en que hay algo de charlatanería». Buffon (1785: 171). 120.  Meditación, Nota C, [p.d.C.] [54, 55]. 209

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italiano desde Newton a Vico, la aproximación naturalista de Malaspina a la estética podría interpretarse también como un nuevo «giro epistémico» desde Newton hacia Kant. De acuerdo con esta hipótesis, la irrupción de Malaspina en el campo de la estética fue el resultado de un nuevo viraje intelectual que, en la estela de la estética kantiana, tuvo su origen precisamente en la busca de alternativas filosóficas al newtonismo para expli­­ car los fenómenos naturales. La influencia de Kant —a quien Malaspina, a diferencia de Vico, sí citó expresamente en la Me­ ditación— no solo se deja sentir en las semejanzas estilísticas y en las coincidencias temáticas de la Meditación con las Observaciones sobre el sentimiento de lo bello y lo sublime. Los escritos sobre la belleza natural de Malaspina recogen también la influencia de la estética kantiana en su pretensión de superar las limitaciones epistemológicas del mecanicismo newtoniano. Al respecto, debe recordarse que para Kant, «la física de Newton había logrado un éxito espectacular en lo que respecta al entendimiento de leyes deterministas de la naturaleza física»,121 pero no podía usarse para explicar las acciones morales, ni los organismos vivos. Frente a la metafísica dogmática de los racionalistas newtonianos, Kant había argumentado que «el modelo matemático que ellos proponían como ideal para la investigación metafísica y moral era insostenible».122 Por lo que concernía al mundo natural, la muy influyente Crítica del juicio123 —publicada con gran éxito apenas cinco años antes de iniciarse la Disputa sobre la be­ lleza— había vinculado el análisis de la experiencia estética con una crítica filosófica radical a las pretensiones del mecanicismo newtoniano para explicar el mundo orgánico. En dicha obra, el 121.  Eze (2001: 209). 122.  Ibid. 123.  La obra, publicada pocos años antes de que Malaspina iniciara el texto de su Medi­ tación, en 1790, fue reeditada dos veces en vida de Kant. Más éxito aún tuvo su anterior trabajo, Observaciones sobre el sentimiento de lo bello y lo sublime, de 1764, publicado ocho veces en vida del filósofo alemán. 210

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filósofo alemán se había aproximado a la belleza y a la vida como fenómenos que solo podían ser explicados en términos de un propósito trascendental,124 y que de ninguna forma eran reducibles a una explicación causal físico-mecánica. En las propias palabras de Kant: «El concepto de un ser organizado […] solo deja disponible, al menos para la Razón humana, una clase de explicación teleológica, de ningún modo físicomecá­­nica».125 Al igual que para Kant, para el Malaspina maduro ningún modelo abstracto como los planteados siguiendo el método geométrico126 de los newtonianos podía explicar con suficiente fidelidad «la maravillosa organización de los animales, las relaciones infinitamente variadas y los diseños manifiestos que estallan en todas partes del Universo».127 Ni las características determinantes de la belleza esencial de la naturaleza, ni el resto de los fenómenos naturales podían comprenderse de forma satisfactoria a partir de ningún modelo mecánico abstracto. Esto era así porque, según Malaspina, tanto en su dimensión estética como en la física, la naturaleza operaba por medio de incontables causas, muchas de las cuales resultaban indeterminables para nuestra inteligencia.128 En última instancia, para Malaspina, todo lo que acontecía en la historia de las sociedades humanas y en la naturaleza dependía de la Divina Providencia129 y su completa comprensión resultaba 124.  Zammito (2009). 125.  Kant (1923 [1788]), v. 8, p. 159-184, cit. en Gallfione (2014: 38). 126.  Meditación, Nota C, [p.d.C.] [54, 55]. 127.  Meditación, Nota J, [N.d.A.M.] 159, [p.d.C.] [69]. 128.  Meditación, [p.d.C.] [18]. 129.  Al respecto, Pimentel (1994: 52) comenta que: «La historia illuminista estaba naturalmente atrapada por la idea de continuidad con el Renacimiento y la misma Antigüedad, por el carácter moral y ejemplar del conocimiento histórico e incluso por el peso de un legado tan poderoso como era la visión agustiniana del desarrollo de la Historia como plan de la Providencia. Y precisamente fue Vico el encargado de conciliar esta última perspectiva con su moderna concepción científica de la Historia». Véase también Manfredi (ed.) (1999b: 363). 211

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inaccesible al intelecto humano. Un cuarto de siglo después de haber redactado sus Theses ex physica generali130 como juvenil homenaje a Newton, recluido ahora en la húmeda, fría y oscura prisión del islote de San Antón, Malaspina se mostraba completamente desengañado de su antigua confianza en la razón como única guía segura en el camino hacia la verdad. Ni las características esenciales de la belleza natural, ni la forma exacta de la Tierra, ni mucho menos el devenir futuro de la sociedad podrían jamás ser fijados y conocidos con exactitud a partir del modelo filosófico newtoniano. En la Meditación filosófica, Malaspina se esforzó por resaltar la pequeñez de la razón humana y, siguiendo al último Voltaire131 —autor de obras como El filósofo ignorante, donde había defendido que nuestra razón era solo «una porción muy pequeña de la inteligencia del Gran Ser»—,132 afirmaba ahora que «lo que se ignora» supera siempre a lo que sabemos y que, a pesar de nuestra orgullosa jactancia, el intelecto humano sería siempre incapaz de abrazar por completo la complejidad infinita de la naturaleza y de la historia. Los límites de la razón y de las ciencias resultaban de la «orgullosa debilidad del entendimiento humano», algo que se ponía especialmente de manifiesto en la enorme distancia observada entre la teoría y la práctica en diferentes ciencias.

130.  Malaspina (1771). 131.  Meditación, Nota C, [p.d.C.] [56]. Malaspina redactó estas páginas de la Meditación fuertemente influido por la lectura del Voltaire maduro, autor de obras como El filósofo ignorante o Todo en Dios, a las que el italiano tuvo acceso durante su cautiverio en el islote de San Antón. Cf. Meditación filosófica ([p.d.C.] [9]; [N.d.A.M.] 14). En este último escrito, Voltaire había defendido que «todo se mueve, todo respira y todo existe en Dios». Para Voltaire, Dios era el principio universal de todas las cosas, por lo que todo existía en él y por él. Esta especie de panteísmo volteriano resulta muy similar a la visión deísta del propio Malaspina. 132.  Cf. Voltaire (1768, 1978); Masseau, Didier (ed.) (1995). 212

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Precisamente, el mejor ejemplo de esta brecha entre lo teorizado y lo observado in natura la proporcionaban, según Malaspina, los cálculos matemáticos del propio Newton sobre la forma de la Tierra. Como es bien sabido, a finales del siglo xvii, Newton y Huygens habían postulado, razonando exclusivamente a partir de complejos cálculos geométricos, que la Tierra no era una esfera perfecta, sino un esferoide achatado por los polos. Por su parte, los académicos cartesianos franceses habían defendido que solo se podía hacer una teoría consistente sobre la verdadera forma de la Tierra de forma inductiva, a partir de numerosas mediciones empíricas. Esta divergencia metodológica generó una polémica que acabó recorriendo todo el siglo xviii133 y que llegó viva hasta la época en que Malaspina y Ceballos se ocuparon en realizar sus meticulosas mediciones geodésicas a lo largo del viaje alrededor del mundo. Recordemos que, en la noticia que el propio Malaspina redactó y envió a la Gaceta de Madrid nada más arribar a Europa, donde resumía los —a su juicio— principales resultados de la expedición, el navegante italiano había destacado que sus mediciones sobre la gravedad de los cuerpos, repetidas en ambos hemisferios y a diversas latitudes, «habían conducido a importantes averiguaciones sobre la figura no simétrica de la Tierra».134 Como sabemos, Malaspina y Ceballos discreparon abiertamente sobre este particular en las páginas del Diario de Madrid, donde esta polémica ocupó varias cartas de la Disputa sobre la belleza. Mientras que Ceballos defendía los cálculos de Newton, Malaspina insistió en que los datos recolectados en su expedición daban

133.  Sobre esta polémica entre cartesianos y newtonianos en torno a la verdadera forma de la Tierra, cf. Lafuente y Mazuecos (1987). 134.  Cf. Gaceta de Madrid, 12 de diciembre de 1794. Sobre las consecuencias derivadas de las mediciones geodésicas realizadas durante la Expedición Malaspina, cf. AMN, Ms. 148/004BIS; AMN Ms. 148 f. 124-126. 213

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al traste con las teorizaciones geodésicas del físico inglés.135 Sus propias observaciones empíricas le permitían ahora corregir a su gran ídolo científico de juventud y afirmar con rotundidad no solo que «el aplanamiento de la Tierra es menor que el calculado por Newton»,136 sino que los datos obtenidos a lo largo del viaje alrededor del mundo mostraban claramente, según Malaspina, que la Tierra presentaba una figura irregular en ambos hemisferios (algo que, siglos después, quedaría demostrado por la ciencia contemporánea). En resumidas cuentas, el esferoide regular idealizado por Newton y defendido por Ceballos resultaba, en la práctica, más parecido a un balón deshinchado y abollado: «Los meridianos de la Tierra pueden ser desiguales, un hemisferio mayor o menor que el otro, y la Tierra enteramente irregular, sin que ninguna de estas suposiciones se oponga a las leyes de la hidrostática».137 En cualquier caso, para Malaspina, la verdadera figura del planeta no podría deducirse jamás a partir de un modelo geométrico abstracto. La cuestión solo podría dilucidarse a partir de nuevas y mejores mediciones: «La confirmación de esa duda y su aclaración pende pues de un crecido número de experiencias exactas que nos manifiesten las variaciones de la gravedad en diferentes climas».138 Más allá de la refutación empírica de los cálculos de Newton, Malaspina aducía otros ejemplos sobre la vanidad de las ciencias que, a su juicio, demostraban la futilidad de cualquier tentativa de ajustar el conocimiento a modelos mecánicos preconcebidos o a sistemas filosóficos ideales, alejados de los datos recabados por la experiencia. Tal era el caso de la ingeniería naval, una ciencia que el navegante italiano conocía a la perfección y que, según Malaspina, se había configurado históricamente a partir de tanteos 135.  Cf. Meditación, Nota E, [p.d.C.] [59]. 136.  Martínez-Cañavate Ballesteros (ed.) (1994: 343). 137.  Cf. AMN, Ms. 148/004. 138.  Cf. Martínez-Cañavate Ballesteros (ed.) (1994: 343). 214

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experimentales. Puesto que en los comienzos de la navegación aún no habían sido «bien determinadas las leyes del empuje y resistencia de los fluidos», la ingeniería naval se había visto forzada a «abandonar los métodos matemáticos por inútiles y perniciosos», y, dejando de lado las teorizaciones matemáticas abstractas, se había basado únicamente en «la experiencia y el tanteo para adelantar».139 De hecho, aseguraba Malaspina, el tanteo y el azar habían jugado un papel crucial en el desarrollo de todas las ciencias, inclusive en el descubrimiento de la gravitación por parte de Newton: Cuánta parte tuviesen el tanteo y la casualidad en este descu­­ brimiento es fácil leerlo en todos los tratados históricos de la astronomía, como también es fácil conocer que los afinamientos producidos desde Kepler hasta ahora en las tablas de los movimientos de los astros derivan todos de las experiencias, más bien que de la aplicación de la ley.140

En definitiva, el «método geométrico» newtoniano resultaba absolutamente insuficiente para explicar de forma satisfactoria la realidad física. Muchas de las causas operantes en la naturaleza eran indeterminables por nuestra inteligencia y resultaban irreductibles a cualquier modelo abstracto. Por ejemplo, para Malaspina, ningún modelo geométrico que tratase de explicar la forma de la Tierra podría incorporar entre sus variables la codicia humana y, sin embargo, según afirmaba el italiano, la verdadera forma del planeta se veía afectada por nuestra insaciabilidad y avaricia de forma palpable. Vico se había referido a esta ambición des­­ medida de nuestra especie como cupidigia, otorgándole un im­­ portante papel en su filosofía de la historia, como uno de los factores desencadenantes de las fases degenerativas por las que 139.  Meditación, [p.d.C.] [57]. 140.  Meditación, Nota C, [p.d.C.] [54]. 215

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transcurría la historia de todas las civilizaciones. Yendo aún más lejos que Vico, para Malaspina, la avaricia humana no solo provocaba la degeneración de las monarquías y la caída de los imperios, sino que también modificaba las propiedades físicas del mundo natural, alterando el centro gravitatorio de nuestro planeta, gracias a las ingentes cantidades de plata transportadas cada año desde las colonias hasta las metrópolis europeas. Considerando que, por cada peso de metal precioso que se obtenía en América, había que extraer de la tierra una cantidad mucho mayor de ganga, escorias y escombros, el ansia de plata de las metrópolis europeas desequilibraba continuamente el peso y el volumen relativo de los hemisferios. En palabras de Malaspina: «[…] el centro de gravedad de la Tierra varía sensiblemente a cada cantidad de plata que se transfiere a Europa del Cerro de Potosí o las minas de Nueva España».141 Por tanto, la avaricia humana interfería en la física terrestre haciendo que la forma del planeta resultase tan indeterminable como la belleza ideal que dimanaba de natura. De hecho, para Malaspina, la dificultad en definir la verdadera forma de la Tierra era semejante a la que se encontraba al intentar dar una descripción exacta de las características de la belleza esencial en el mundo natural:142 «Sucede en esta cuestión —afirmaba en la Meditación fi­ losófica, refiriéndose a la belleza— lo mismo que en otras muchas de la física».143 En ambas esferas —física y estética— resultaba imposible pretender conocer con exactitud los efectos de cualquier fenómeno, a menos que se conociesen «todas las causas que deban producirle».144 Pero según Malaspina, esto último solo era alcanzable 141.  Meditación, [p.d.C.] [17, 18]. 142.  En este sentido, Malaspina incluyó en su Meditación algunas consideraciones sobre la necesidad de establecer un idioma científico universal que permitiese unificar los conceptos físicos y los diferentes sistemas de medida. Para ello, aludía a los filósofos Condorcet y Leibniz, promotores de esta idea. 143.  Meditación, [p.d.C.] [17]», 144.  Ibidem. 216

Capítulo 4. Suplemento al «naufragio» de Malaspina

para la inteligencia perfecta del «Autor de la Naturaleza».145 Al igual que las definiciones de la belleza esencial mudaban continuamente a lo largo de la historia, debido al capricho y las modas, también el centro de gravedad de la Tierra y la forma de nuestro planeta cambiaban continuamente debido a nuestra avaricia y a la vanidad de los hombres. A lo largo de su devenir histórico, el ser humano iba dando vueltas alrededor de sus di­­ferentes ideales sobre la esencia de lo bello, sin poder nunca alcanzarla ni determinar sus características. Del mismo modo —según Malaspina— ningún modelo geométrico abstracto conseguiría jamás reproducir con exactitud la verdadera forma de la superficie terrestre.

7. La superioridad de los antiguos sobre los modernos y la degeneración cultural europea Como afirma Pimentel: La Historia desempeñó durante toda la Ilustración un ascendente sobre muchas disciplinas, entre otras cosas, porque pocas culturas fueron tan conscientes como la suya de la historicidad de su propio tiempo, del «crecimiento de la razón universal», de su fun­­ción y destino en ese cuadro razonado de la historia de la hu­ ­manidad que ella misma aspiró a trazar.146

Al reflexionar sobre los límites de la razón y de las ciencias, Malaspina aprovechó las páginas de su Meditación filosófica para hacer un claro alegato en defensa del saber de la Antigüedad, que consideraba netamente superior al de su propio tiempo. Tras confrontar lo que sabían los antiguos con los avances de las ciencias modernas, 145.  Meditación, [p.d.C.] [17]. 146.  Pimentel (1994: 51). 217

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Malaspina negaba categóricamente que Europa hubiera progresado significativamente desde la Grecia clásica.147 Para Malaspina, los griegos habían superado en casi todo a los modernos, con la única excepción de la teoría de la gravitación, que era, a su juicio, «el único invento que nos constituye más científicos que los antiguos».148 Nadando «a contracorriente»149 de una Ilustración que, gracias a la avaricia, al lujo y al exceso, había conducido a Europa al caos, Malaspina llegaba incluso a negar la trascendencia de inventos modernos como la imprenta y el desarrollo de la prensa.150 Completamente desengañado con los excesos de la Francia revolucionaria —en la que encontraba el más claro ejemplo de la degeneración contemporánea—, Malaspina afirmaba que ni siquiera los esfuerzos modernos para fomentar la formación de opinión pública a través de la educación y de la prensa convertían a las sociedades modernas en más avanzadas que las de los antiguos espartanos o atenienses: Entre estos pueblos […] se vieron al momento salir de la nada las ciencias y las artes, y veinticinco siglos de estudio de la Naturaleza y de la anatomía no han podido sugerirnos un nuevo orden de arquitectura, ni la idea de una mayor perfección en las formas humanas, ni una mímica más llena de afectos, ni una oratoria más sublime, ni una nación más elegante que la de Atenas, o más virtuosa que la de Esparta.151

Siempre tomando a la Grecia clásica como patrón de medida, Malaspina insistía en las limitaciones del conocimiento de los 147.  Meditación, Nota C, [p.d.C.] [54]. 148.  Ibid. 149.  Cf. Berlin (2006). 150.  Verosímilmente, en este juicio negativo sobre la prensa tuvo alguna influencia su experiencia en la Disputa sobre la belleza del Diario de Madrid, donde Malaspina fue ridiculizado por Manuel Gil, y sus ideas sobre estética fueron criticadas públicamente por Ceballos, Bambrila y Pedro Estala. 151.  Meditación, [p.d.C.] [43]. 218

Capítulo 4. Suplemento al «naufragio» de Malaspina

modernos y, abandonando la historia de la ciencia para retornar a la estética, realizó una sorprendente crítica de la falta de espíritu y desnaturalización del arte contemporáneo. Para el italiano, la poesía, la retórica y la música europea contemporáneas daban claras muestras de degeneración, inclusive al compararlas con las de algunos de los pueblos nativos visitados durante su gran expedición científica, como los tonganos. Cuando Malaspina y sus hombres llegaron a Tonga, tanto él como Ceballos —quien compiló un vocabulario básico del idioma tongano gracias a sus contactos con nativas, a quienes, como sabemos, no consideraba inferiores en hermosura a las europeas—152 quedaron fascinados por la retórica, la oratoria y la poética de los habitantes de las islas de los Amigos, y no dudaron en compararla con la de los tiempos de Homero.153 La misma degeneración observada en la poesía europea moderna era patente, según Malaspina, en la música contemporánea. Alejandro tenía en muy alta consideración a la 152.  En el vocabulario de Ceballos —quien, recordemos, en la Disputa sobre la belleza del Diario de Madrid se mostró convencido de que la belleza de las europeas no era superior a las de las habitantes de otras naciones— destacan los términos que hacen referencia al cuerpo y a la sexualidad: abrazar (tanga-túa); acostarse (togo-too); asentaderas (lemi); barriga (fata); boca (utú); concebir o parir (fanau); desnudarse (vevete); embarazada (fey-tama); fornicar (feichi, copi); hermosa (liley); incisión en el prepucio (letefe); labios (lou-notu); lengua (elelo); matrimonio (ojoana); mejillas (mata-tugui); miembro viril (u-le); mujer (fejine); muslos (ten-ha); ojos (mata); pantorrillas (fay-bay); partes de la mujer (tole); pecho (fata fata); testículos (lajo); tetas (tulu); tocar, palpar alguna cosa (tetau); ven acá (jala-may); ¿quieres ver? (maumata), etc. Cf. Ceballos (1793). 153.  El axioma 230 de la Ciencia nueva de Vico afirmaba que, en la edad de oro, las primeras lenguas de la humanidad se comenzaron a formar a partir del canto y la poesía; el axioma 235 explicaba que todos los pueblos comenzaron a hablar en verso, y que la poesía alcanzó su grado máximo en aquella época, decayendo después. Cf. Vico (1964). Por su parte, Ceballos no escapó a esta visión arcádica de la lengua y la poesía de los tonganos, que compara a la lengua de Homero. «La poesía, ese arte celestial tan antiguo como las sociedades, y consagrado en todos tiempos y lugares a conservar las primeras tradiciones de los pueblos, es tal vez el más perfeccionado en el archipiélago de los amigos; ¿y quién sabe si la poesía de estos hombres podrá sostener una comparación con la nuestra? Suplico a los que califiquen de ridícula esta duda que tengan presente lo que eran los Griegos cuando Homero empezó a recitar los cantos de la Ilíada». Ceballos (1793). Sobre las interpretaciones filológicas de Ceballos en Vavao y la búsqueda del «verdadero Homero», cf. Pimentel (1998: 355-364). 219

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música, y en su Meditación defendió que este arte debería ser considerado como «una de las bases más importantes de la educación pública».154 Sin embargo, al igual que había acontecido con las ciencias y con la poesía, también en la música moderna se había llegado a un periodo de nítida degeneración con respecto al pasado. Una degeneración causada por el exceso, por el lujo y por un alejamiento excesivo de la naturaleza. Comparando la música erudita de su tiempo con la música tradicional popular, Malaspina proponía que se volviera a la simplicidad armónica y melódica de los antiguos. Para el italiano, la música debía ser simple y unirse al baile y al canto. La música instrumental y abstracta que se imponía en la moda europea del momento le parecía al italiano enteramente superflua y artificial. A la artificiosidad de los compositores modernos como Haydn, oponía Malaspina la grandeza de las flautas espartanas, que imaginaba sonando al unísono en las maniobras de sus admirables ejércitos. En la imaginación de Malaspina, aquella música de la edad de oro —acompañada siempre de coros, bailes o desfiles militares— debía de resultar semejante en sus efectos estéticos a los conmove­­dores cánticos que había podido escuchar en su contacto con los nativos de Chiloé, Nutka o Tonga. En este sentido, Malaspina no dudaba en establecer un contraste negativo entre la música de Haydn y los famosos fandangos españoles,155 154.  Meditación, Nota F, [p.d.C.] [65]. 155.  En el Madrid de fines del siglo xviii causaban furor los boleros y los fandangos. Especialmente, el fandango, un estilo que se había formado en Hispanoamérica, a partir de la mistura de ritmos ibéricos y afroamericanos en las colonias, fue percibido por los observadores extranjeros que lo describieron en la segunda mitad del siglo —por ejemplo, Towsend o Casanova— como una danza extremadamente sensual. Por este motivo, a finales de la década de 1760, había llegado a ser completamente prohibido en España. Aun así, eran frecuentes sus representaciones clandestinas, que provocaban un efecto verdaderamente telúrico entre quienes tenían la suerte de presenciarlo. A pesar de su prohibición, Giacomo Casanova pudo asistir a uno de estos famosos fandangos en un baile celebrado en el teatro de los Caños del Peral de Madrid. Entusiasmado por el espectáculo, al preguntar Casanova a uno de los madrileños allí presentes si la Inquisición no reprobaba tan lasciva danza, se le explicó que el primer ministro, el conde de Aranda, a quien también fascinaban los fandangos, había dado permiso para su representación clandestina, poniéndolos de moda. El libertino italiano quedó verdaderamente 220

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manifestando su profundo disgusto ante la —a su juicio— soporífera música del compositor alemán. Según Alejandro, «hasta el español más grave dormita con Haydn y solo al oír un fandango o los boleros se le ve encendido y casi inquieto por el placer».156 Para Malaspina, no importaba si las artificiosas y desnaturalizadas composiciones instrumentales de su tiempo se comparaban con la música cantabile de siglos anteriores, con la música tradicional de otras naciones «bárbaras» o con la propia música popular española; en todos los casos, las composiciones musicales contemporáneas resultaban inferiores. La degeneración del arte moderno resultaba patente, tanto en términos musicales como en el resto de esferas de la cultura y de la ciencia. Para Alejandro, bastaba […] recordar los miserere del Vaticano, el Stabat Mater del Pergolesi, los Nocturnos de Giardini, los Yarabíes de las Sierras del Perú, y algunas partes del Canto Gregoriano, para conocer cuánto prevalecen a los otros en las impresiones agradables y permanentes del ánimo.157

8. Un ilustrado a contracorriente: los límites del progreso; la farsa de la revolución La tradicional —y acertada— caracterización del joven Malas­­ pina como un abanderado del progreso, inclusive como un «héroe» de la Ilustración española,158 nos enfrenta a algunas paradojas conmovido por aquella danza, cuyos gestos voluptuosos la convertían, a su juicio, «en el baile más seductor del mundo». Para Casanova, los movimientos y las actitudes mostradas por los bailarines en el fandango resultaban «de lo más lascivo que imaginarse pueda. Todo cuanto forma parte del proceso del amor queda representado». Aquellos fandangos madrileños constituían, según Casanova, «un espectáculo digno de una bacanal […]. Me emocionó tanto que prorrumpí en exclamaciones de entusiasmo». Cf. Casanova (1969 [1767]: 439-441). 156.  Meditación, Nota F, [p.d.C.] [62]. 157.  Meditación, Nota F, [p.d.C.] [61]. 158.  Peset, José Luis (1988). 221

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cuando se analiza su pensamiento de madurez. La convulsión política internacional provocada por el triunfo revolucionario en Francia, unida a las durísimas circunstancias personales que enfrentó el italiano tras su retorno a Europa, provocaron una nítida mudanza ideológica en Malaspina, acercándole a posiciones decididamente conservadoras. Sus escritos estéticos y, especialmente, la Meditación filosófica, dan claro testimonio de esa Metamorfosis intelectual.159 En las páginas de la Meditación encontramos el mejor ejemplo del Malaspina antirrevolucionario y prerromántico —mucho menos conocido que el «héroe ilustrado» —, que, muy lejos ya de su juvenil confianza en la razón y el progreso ilimitado, se esforzaba ahora en resaltar los límites de las ciencias. Refutando la posibilidad de un perfeccionamiento indefinido de la sociedad, Malaspina pasó a describir el presente europeo en términos de una profunda degeneración y a considerar pueril y risible cualquier anhelo de paz perpetua.160 Desde su oscura y húmeda celda en la fortaleza del islote de San Antón, Malaspina contrapuso explícitamente su visión de la naturaleza a la de los apóstoles del progreso del momento, filósofos como Condorcet o Godwin,161 a quienes acusaba de «insensatos» por su insistencia en el poder del ser humano para sobreponerse a la guerra, a la destrucción y a la injusticia, confiando en su 159.  Carl Gustav Jung (2012) denominó con el término metanoia al proceso de desestructuración y posterior reconfiguración de la psique en una forma más adaptativa tras experimentar un conflicto insoportable. Verosímilmente, la profunda conmoción a todos los niveles que supuso el estallido de la Revolución francesa y el fin del Antiguo Régimen, unido a la durísima condena impuesta a Malaspina tras su fallida intentona de derrocar a Godoy, pudieron haber espoleado esta metamorfosis en la personalidad del italiano. 160.  En este particular, el pensamiento de Malaspina se situaba en las antípodas del de Kant. Cf. Kant (2018b). 161.  William Godwin (1756-1836), filósofo y escritor inglés que defendió una filosofía utilitarista cercana al anarquismo. Fue muy influyente en los círculos más progresistas y radicales británicos a fines del siglo xviii. Su obra más importante, a la que Malaspina opuso sus ideas en la Meditación filosófica, fue la Investigación acerca de la justicia política. Cf. Godwin (1793). 222

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capacidad para perfeccionarse continuamente a lo largo de la historia, inclusive hasta superar los límites naturales de la enfermedad y de la muerte.162 Malaspina despreciaba tales ideas como pueriles, considerándolas «esfuerzos insensatos del hombre para luchar contra la ley natural de la destrucción».163 Frente a tales utopías, Malaspina afirmaba que toda la vida —tanto la animal como la humana— dependía necesariamente de la destrucción. En su Meditación, Malaspina aceptaba plenamente la existencia de la guerra, del sufrimiento, de la enfermedad y de la muerte como partes inherentes de un orden natural superior, infinitamente bueno y hermoso. En el movimiento eterno de la naturaleza, según Malaspina, la muerte constituía un elemento necesario para la renovación del orden y de la vida. Al igual que el día seguía siempre a la noche, el bien y la belleza de la vida se sobreponían siempre al mal y a la fealdad de la muerte. Para el italiano resultaba absurdo pretender que el ser humano pudiera llegar a alcanzar algún día un estado de completo equilibrio y paz entre las naciones, pues ello iba en contra de nuestra propia naturaleza. Así, nada más confesar que consideraba «harto fundados» los principios de Hobbes sobre nuestra organización social, Malaspina aseguraba que «la guerra puede mirarse como el estado natural del hombre y la paz —como dice Barthélemy164 con tanta 162.  En su obra póstuma Esbozo de un cuadro histórico de los progresos del espíritu humano, publicada en 1794, Condorcet había escrito: «¿Sería absurdo suponer que esta mejora de la especie humana es susceptible de un progreso indefinido, que debe llegar un momento en que la muerte no sea más que el efecto de un accidente extraordinario, o de la destrucción cada vez más lenta de la fuerza vital, y que finalmente la duración del intervalo medio entre el nacimiento y la muerte no pueda establecerse? Sin duda, el hombre no se volverá inmortal; pero la distancia entre el momento en que comienza a vivir y la época en que, sin enfermedad, sin accidentes, comience a experimentar la dificultad de ser, ¿no puede aumentar de forma indefinida?» Cf. Condorcet (1794: 381). 163.  Meditación, Nota K, [p.d.C.] [74]. 164.  Jean-Jacques Barthélemy (1716-1795), escritor, arqueólogo y numismático francés, miembro de la Royal Society y de la Académie de Sciences. Autor del Viaje de Anacarsis, una de las obras que más profundamente influenciaron a Malaspina durante su estancia en el islote de San Antón, y que resultó decisiva para la elaboración de su Tratadito sobre las monedas de España. Cf. Barthélemy (1790a). 223

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propiedad— no es sino un breve sueño de las naciones cuando están cansadas».165 Para el italiano, las especulaciones de Condorcet, Godwin o Kant166 sobre la posibilidad de alcanzar una sociedad libre de la destrucción y de la guerra no pasaban de ensoñaciones utópicas que revelaban su absoluta falta de comprensión de la naturaleza humana. A ellos se refería irónicamente cuando afirmaba: «Acusemos, pues, a la naturaleza de desordenada o de inconsecuente»,167 puesto que esta no podía ajustarse a las vanas y espurias elucubraciones de aquellos filósofos. Frente a estos autores, Malaspina negaba rotundamente que la historia europea hubiera progresado desde la época clásica: Hemos llevado, es verdad, la astronomía y la navegación a un grado de excelencia nunca antes conocido. Pero, desentendiéndonos de la incertidumbre y poca utilidad de la primera, ¿podremos ocultarnos, en cuanto a la segunda, que todo el Globo fue descubierto y medido cuando la navegación estaba aún en los pañales? Si hemos logrado una comunicación más fácil y expedita de Europa con las familias inocentes derramadas en África y en América, esto ha sido a costa de introducir mil vicios y enfermedades, que han debilitado extraordinariamente lo moral y lo físico de la especie; de transportar del África a la América de 165.  Meditación, Nota K, [p.d.C.] [72]. Esta afirmación de Malaspina es significativa, puesto que, como menciona Pimentel en La física de la monarquía, cierta historiografía de tendencias «hagiográficas» ha tendido a retratar al italiano como un ejemplo de pacifismo, basándose para ello en que, como es sabido, el italiano ofreció a Godoy un plan para firmar la paz entre España y la Francia revolucionaria, que el primer ministro de España rechazó. Lo cierto es que, para el militar Malaspina, la guerra y la destrucción formaban parte del orden natural y de la propia naturaleza humana, y cualquier intento de obviarlas resultaría vano. Así pues, el antibelicismo de Malaspina solo puede entenderse como relativo: su plan de paz con Francia y su crítica a la guerra es una de las derivadas de su crítica a la expansión colonial y está conectado con sus escritos durante las penúltimas estancias de la expedición en Bahía Botánica y Vavao. Sobre este periodo del viaje Cf. Pimentel (1992). 166.  Cf. Godwin (1793); Condorcet (1794); Kant (2018b [1795]). 167.  Meditación, [p.d.C.] [43]. 224

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diez a once millones de negros, y de exterminar a su vez, en ese otro continente, una cantidad de hombres tres o cuatro veces ma­ ­yor que aquella.168

Como sabemos, Malaspina consideraba absurda cualquier pretensión de superioridad de las sociedades modernas en relación con la Atenas de Pericles o la Esparta de Licurgo: «Sería no acabar si quisiésemos demostrar que los mismos filósofos defensores de la perfectibilidad metafísica e indefinida del hombre han incurrido en mil contradicciones, o han probado realmente lo contrario».169 En este sentido, el italiano caracterizaba a la Revolución francesa como un inmenso fraude y como el perfecto ejemplo de la fase aguda de degeneración que atravesaban las sociedades europeas. A su juicio, la naturaleza humana no era compatible con las quiméricas ensoñaciones de los revolucionarios franceses. La Revolución se había mostrado como una experiencia absolutamente fallida, que había hecho correr ríos de sangre mientras sus fanáticos líderes desplegaban la demencial farsa de una «religión de la razón»170 para sustituir a la religión tradicional, sumiendo al corazón de Europa en una inédita forma de locura: «Correré un velo sobre lo que nos ha demostrado la experiencia de ocho años acá,171 entre violencias, contradicciones, engaños, rapiñas, guerras y asesinatos».172

168.  Meditación, Nota U, [p.d.C.] [117, 118]. 169.  Meditación, Nota U, [p.d.C.] [115]. 170.  En las fiestas revolucionarias en las que se hizo desfilar a la diosa Razón ante el pueblo parisino, «se escogió a una prostituta para personificarla en las ceremonias del Campo de Marte». Cf. Bouvier (1992: 28-29). 171.  Teniendo en cuenta que la Revolución había comenzado en 1789, podemos datar esta afirmación de Malaspina en 1797, es decir, llevaba más de un año confinado en el islote de San Antón. 172.  Meditación, Nota U, [p.d.C.] [107]. 225

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Para el italiano, resultaba absolutamente imposible crear un «pueblo de filósofos», como, a su juicio, habían pretendido los franceses. Los revolucionarios jacobinos habían erigido un sistema enteramente fraudulento sobre la base espuria de una idea fantasmagórica de libertad: Su libertad quimérica está oprimida con grillos y cadenas. La agricultura y la buena fe de muchos millones de hombres apenas bastan para alimentar la hidra siempre multiplicada de la capital y un gacetero es asaz temido para creer que él solo sea capaz de causar una revolución en la opinión pública.173

La situación no había mejorado mucho cuando, una vez superado el furor revolucionario, Napoleón174 había intentado imponer su idea de república en Italia175 «para reunir en una sola masa de intereses Córcega, la falda de los Pirineos, las orillas del Rin, los negros y caraíbes de las Indias Occidentales y los establecimientos imaginarios y mercantiles […] de la India».176 Para Malaspina, el gran error de los teóricos del progreso indefinido del ser humano —y de los políticos que habían levantado sus falsos sistemas sobre la base de tales despropósitos— residía en haberse dejado arrastrar por razonamientos quiméricos para ajustar la realidad a sus modelos abstractos idealizados. Aquel pernicioso método

173.  Meditación, Nota U, [p.d.C.] [113]. 174.  El imperialismo y personalismo de Napoleón disgustaban profundamente a Malaspina, según se desprende de su correspondencia. En 1805, ya liberado en Italia, acarició la idea de visitar Milán para la coronación de Bonaparte, pero finalmente desistió, alegando algunos contratiempos, aunque seguramente los verdaderos motivos tuvieran relación con su desencanto ante la política napoleónica en Italia, unida a su —nunca abandonada del todo— esperanza en retornar al servicio de la Corona española. Cf. Manfredi (1994). 175.  Posiblemente, estas críticas a las reformas napoleónicas fueron uno de los motivos que llevaron a Malaspina a no intentar publicar su Meditación tras su regreso a Italia, a pesar de que el cuidado que puso en el texto indica que el libro fue pensado para su publicación. 176.  Meditación, Nota U, [p.d.C.] [116]. 226

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geométrico177 era del todo incompatible con la naturaleza humana. Para finalizar su alegato contra los defensores del progreso indefinido, Malaspina recomendaba a sus oponentes filosóficos que en lugar de dejarse arrastrar por sus fantasiosas y sangrientas ensoñaciones se dedicaran al estudio concienzudo de la historia,178 lo que —según aseguraba el autor de la Meditación— muy pronto les hubiera convencido de su error: Apelaron a los razonamientos matemáticos, en vez de al fiel depósito de la historia […]. La historia hubiérales desengañado enseguida. Tácito les diría: «Cuanto más voy observando las cosas nuevas e investigando las antiguas, tanto más se me representa a los ojos la locura y vanidad de los mortales».179

9. Las edades del hombre. El fin del Antiguo Régimen como un cambio de era La insistencia de Malaspina en la superioridad de los antiguos frente a los modernos y en los límites del progreso remitía a una filosofía de la historia profundamente influida por las ideas de su compatriota Giambattista Vico.180 En el sistema filosófico de Vico, que Malaspina parecía haber asumido completamente 177.  Meditación, Nota C, [p.d.C.] [54]. 178.  En este aspecto, probablemente debido a la mutua influencia de Vico, deben señalarse los paralelismos entre la visión historicista de Malaspina con el pensamiento del prerromántico Herder. Para ambos resultaba importante que las ciencias y la filosofía se ciñeran a la experiencia a la hora de trazar una historia natural de nuestra especie, pero el pensamiento antropológico de ambos autores comprendía la historia como fuente de experiencia primordial. Cf. Zuckert (2014). 179.  Meditación, Nota U, [p.d.C.] [114]. La cita pertenece a Tácito (1794: 208). 180.  Para Vico, la verdadera naturaleza humana era esencialmente histórica. Las matemáticas y las ciencias no eran sino creaciones históricas de nuestra especie. A ello aludía Malaspina cuando había criticado a los revolucionarios por dejarse llevar por sus idealizaciones quiméricas y sus «sueños matemáticos» sobre el desarrollo de las sociedades, totalmente alejadas de la realidad, que mostraban los hechos históricos. 227

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cuando escribió la Meditación, la historia de la humanidad se desenvolvía a partir de ciclos históricos de progreso y degeneración.181 Vico era un neoplatónico que, al igual que Alejandro, creía en la transmigración e inmortalidad de las almas,182 y otorgó a su sistema un profundo sentido místico y trascendental. Recogiendo una tradición proverbial que se remontaba a la Antigüedad —y conjugaba el mito de las edades del hombre con el de la complementariedad de micro- y macrocosmos—, Vico postuló una correspondencia pro­ videncial entre las etapas de la historia y las edades de la vida in­ dividual humana. De igual forma que la psique de cada individuo cambiaba a lo largo de su vida, pasando de un predominio de lo puramente sensorial a otro de la fantasía y, finalmente, al predominio de la razón, el espíritu de la humanidad también experimentaba diferentes Metamorfosis a lo largo de cada ciclo histórico: La edad del sentido sin conocimiento racional se correspondía con la edad infantil, llamada también «de los dioses»; la edad de la imaginación, la del ánimo perturbado y conmovido, se correspondía con la edad juvenil, la de «los héroes»; por último, la edad de la reflexión racional, con la mente pura, era la edad «de los hombres».183

Por eso, para Malaspina, las etapas más avanzadas de la filosofía, cuyo fin último era precisamente la admiración de la belleza del orden natural, no podían alcanzarse antes de la edad madura. Ni por los individuos, ni por las sociedades: El proceso lento, reflexivo y filosófico de la admiración parecía a los antiguos un objeto de harta importancia para el acierto de 181.  De ahí que la idea de un progreso linear ilimitado, como el recogido en los modelos de desarrollo social de Condorcet o Godwin, resultara para Malaspina una fantasía completamente ilusoria. 182.  Cf. Vico (1964, vol. 1: 32). 183.  Vico (1964, vol. 1: 45). 228

Capítulo 4. Suplemento al «naufragio» de Malaspina

sus estudios. El hábito de maravillarse y admirar era prohibido a los jóvenes estudiantes y esto no en una sola secta, pues era común a todas.184

La capacidad de admirarse ante el orden universal solo se adquiría con una cierta madurez, a partir de una cierta edad y a partir de un cierto esfuerzo intelectual. En este sentido, recordaba Malaspina,185 los seguidores de la doctrina de Pitágoras no permitían ciertas enseñanzas a sus estudiantes más bisoños: […] los pitagóricos imponían harta sujeción a sus discípulos, haciéndolos callar por largo tiempo tras su primer arrimo a la filosofía. Aunque la admiración, en el sentido peripatético,186 pueda considerarse como el principio moviente o el motivo principal de la filosofía, hay sin embargo una infinidad de gracias y atractivos que esta señora no nos descubre sino después de celebradas las bodas con ella.187

No es de extrañar que el torero Pedro Romero representara para Malaspina el máximo exponente de la belleza esencial en la naturaleza. Como ya sabemos, para el italiano, la belleza esencial no residía en lo físico, sino en el alma del ser humano. Por eso, la belleza de su matador iba mucho más allá de la esbeltez y armonía de proporciones en el rostro y el cuerpo del torero: su belleza externa reproducía y simbolizaba el espíritu de alguien que se aproximaba al arquetipo estético y moral de la edad de oro de la humanidad. Para Malaspina, el apuesto y valiente matador de toros Pedro Romero reflejaba en su hermosa fisionomía los ecos de un alma heroica, casi divina, más propia de la edad de los 184.  Meditación, [N.d.A.M.] 22, [p.d.C.] [13, 14]. 185.  Quien, en esta nota llena de referencias esotéricas, desvela un interés por lo hermético que condice con su presumible filiación a alguna hermandad secreta, masónica o similar. 186.  Peripatético: relativo a la filosofía de Aristóteles. 187.  Meditación, [N.d.A.M.] 22, [p.d.C.] [13]. 229

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dioses o de los héroes que del degenerado y turbio presente en el que se veía envuelta Europa. Por eso, al confesar su admiración por la belleza del torero, Malaspina aludía a la época de los dioses y de los héroes de Vico, y no titubeaba en comparar a su hermoso matador con Teseo, héroe mítico de Atenas, quien con su espada derrotó al temible toro de Creta en la llanura de Maratón: Adviértase que los antiguos han deificado a los que han destruido las fieras y tan solo han mirado como héroes a los que han triunfado de sí mismos y como azotes de la sociedad, los grandes conquistadores […]. Los primeros hombres benéficos eran caballeros errantes contra las fieras.188

En contraste con aquella era dorada, evocada en la tauromaquia de su apuesto matador, la otrora heroica Europa había sido conducida en el presente a una fase aguda de degeneración, lo que anunciaba un cambio de era. En uno de sus pasajes más esoté­­ ricos, Malaspina recordaba cómo, en el pasado, los augures de los antiguos romanos habían sido capaces de anticipar tales fases de transición entre ciclos históricos, en los que se sacudían los cimientos de la civilización para, después, sobre nuevos pilares, reconstruirlos por una nueva clase de seres humanos. Los agoreros de Roma […] anunciaban una nueva especie de hombres y una renovación del mundo, porque en su dictamen había de haber ocho especies de hombres,189 totalmente diferentes unas de otras en su vida y costumbres. El cielo había asignado su época a cada una, y su duración estaba limitada por la revolución del año

188.  Meditación, Nota Y, [N.d.A.M.] 319, [p.d.C.] [126]. 189.  Véase, por ejemplo, Plutarco (1822): Vida de Sila, VII. 230

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grande.190 Al concluirse una y empezar otra, debían anunciarlo señales extrañas en la tierra y en el cielo.191

La gran sacudida mundial que supuso el estallido y triunfo de la revolución en Francia y, posteriormente, en Haití, suponían para Malaspina suficientes auspicios para entender que el Viejo Continente había entrado en una de aquellas críticas épocas de meta­ morfosis social. En el ocaso del Siglo de las Luces, Malaspina parecía vislumbrar el amanecer de un nuevo periodo histórico en el que quizás otras naciones, como Estados Unidos, China o la India, pudieran sobresalir a las europeas en perfección y desarrollo.192 En cualquier caso, insistía el italiano, no podía sostenerse que el presente europeo supusiese, en modo alguno, un periodo más ilustrado o avanzado que el de sus siglos anteriores. La degeneración de Europa era patente. El ansia de lujo, la avaricia y la corrupción de sus gobernantes, sostenida sobre la base de la esclavitud de millones de africanos y del etnocidio indígena en sus colonias americanas, habían llegado al extremo de poder modificar ¡el centro de gravedad del planeta! Para Malaspina, la única forma posible de perfeccionamiento del ser humano consistía en su desarrollo moral y espiritual —fuentes de la auténtica belleza— y, en este sentido, advertía que su época no podía jactarse de ninguna superioridad con respecto a las anteriores: Seamos cautos en no pregonarla por más ilustrada o per­­­­fec­­ta de las anteriores, teniendo presente que el único grado de perfectibilidad 190.  En términos astronómicos, el año grande, año platónico, gran año o ciclo equinoccial se define como el periodo que tarda en dar una vuelta completa la precesión de la Tierra (cambio lento y gradual en la orientación del eje de rotación del planeta). Dura aproximadamente 25 776 años. 191.  Meditación, Nota U, [p.d.C.] [119]. 192.  Meditación, Nota U, [p.d.C.] [118, 119]. 231

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a que pueda aspirar nuestra especie es el de mirarse entre sí con menos envidia, destruirse menos —cuando no sea posible infundirle un carácter más universal de benevolencia— y, estudiando la naturaleza visible […], ordenar con más tino sus máximas y conducta, para gozar de lo que es lícito y mirar con indiferencia o con desprecio lo que es vedado, o no se puede alcanzar.193

Malaspina concluyó su obra con una reflexión sobre la edad final del hombre, de la que se desprendía un cierto optimismo ante su propia entrada en la vejez.194 El texto de la Meditación finaliza con una bucólica ensoñación familiar que interrumpe las reflexiones del narrador195 y le lleva a reunirse con su esposa e hijos. No cuesta imaginar que, encerrado en la fortaleza de San Antón y sin perspectivas de ser liberado, Alejandro depositase sus últimas 193.  Meditación, Nota U, [p.d.C.] [119, 120]. 194.  En este sentido, Malaspina recordaba que Fontenelle había afirmado «que la edad más agradable que consideraba haber pasado era desde los cincuenta hasta los setenta años, cuando sin el fuego de las pasiones y sin achaques, gozaba tranquilamente de todos los dones que le presentaba la naturaleza». Meditación, Nota K, [p.d.C.] [76]. 195.  El texto de la Meditación filosófica presenta una cierta estructura «narrativa» con la que Malaspina procuró responder a los padrones estéticos del clasicismo. Para los neoclásicos, la norma estética imponía que cualquier forma de arte debía imitar a la naturaleza, y esto podía realizarse con mayor perfección manteniendo la unidad de tiempo, de lugar y de acción. Sin estas tres unidades, el arte (y especialmente el teatro) perdía verosimilitud. Aun fuera del género dramático o novelesco, la Meditación de Malaspina pretendía representar una acción narrativa perfectamente encuadrable en el patrón neoclásico. El protagonista (narrador) medita sobre la belleza natural en un paraje bucólico, hasta que el encuentro con su familia interrumpe la meditación. De esta forma, la «acción» que enmarca la reflexión se desarrolla en un único momento (como indica su título completo, Meditación filosófica en una mañana de primavera…), en un único lugar (el paisaje bucólico) y de forma ininterrumpida hasta el desenlace (aparición de la familia), momento en que el narrador abandona sus reflexiones y se retira del mundo con felicidad, en compañía de los suyos. La reivindicación de la familia fue otro recurso común en la literatura del Siglo de las Luces, como vehículo para la exaltación de los valores de la burguesía en sus padrones económicos, jurídicos y morales. La vida familiar ordenada, fundada en el amor, en la tolerancia y la comprensión entre esposos, padres e hijos resultó un tópico recurrente, tanto en el arte dramático como en la reflexión filosófica de carácter más o menos poético, como es el caso de la Meditación filosó­ fica. Cf. Carnero (1983). 232

Capítulo 4. Suplemento al «naufragio» de Malaspina

esperanzas en una vejez feliz, en la que, libre por fin de su injusto confinamiento, pudiera disfrutar de sus días postreros, retirado completamente de la vida pública y rodeado de los suyos.196 Convencido de que su propia vida, al igual que la vida social de Europa, se enfrentaba entonces a un durísimo periodo de transición hacia una nueva era, Malaspina recordaba un pasaje de su obra favorita —las Vidas paralelas, de Plutarco—197 para anunciar su decisión de retirarse de la vida pública, como correspondía a una vejez virtuosa: «Hay un periodo, dice Plutarco en la vida de Lúcu­­lo, en que debiéramos despedirnos de los vaivenes políticos, que son entonces tan absurdos como la lucha cuando ya hemos perdido la fuerza y el vigor de la vida».198 Aparentemente satisfecho por el deber cumplido y sin remordimientos acerca del pasado, Malaspina anunciaba su decisión de alejarse para siempre de los tristes vaivenes y amargos sinsabores de la política,199 para continuar admirando hasta el fin, y en paz consigo mismo, la inagotable belleza de la creación natural: 196.  Sin embargo, a fines de 1798 Malaspina recibió la noticia de la muerte de su madre y dejó de recibir cartas de su gran amigo Paolo Greppi, quien moriría dos años después. Por esas fechas, Malaspina supo también que, aprovechando la ausencia de Napoleón —que a la sazón se había desplazado a Egipto—, el ejército austriaco había invadido Italia, ocupando todos los territorios «democratizados» por el ejército napoleónico. En la reacción desencadenada, su hermano Azzo Giacinto, dueño del castillo de Mulazzo —quien había izado la bandera tricolor francesa y se había abierto a los principios republicanos— fue arrestado en 1799, tras lo cual nunca más se supo de él. Alejandro perdía así al último de sus grandes apoyos en aquellos durísimos años, aunque mantuvo todavía alguna correspondencia con su otro hermano, Luigi, con quien nunca llegó a tener una buena relación. Cf. Manfredi (1990: LIV). 197.  Malaspina afirmó en las anotaciones finales de la Meditación (después de la palabra «fin») que consideraba la obra de Plutarco Vida de hombres ilustres como la producción más perfecta en toda la historia de la república de las letras. 198.  Meditación, apuntes de Malaspina tras la palabra «fin». 199.  Cumpliendo con lo anunciado en esta obra, Malaspina se recusó a intervenir, durante el resto de su vida, en asuntos de la gran política. Tras su amarga experiencia en España, Malaspina cerró para siempre su participación en la política de Estado. Pese a recibir ofertas para ejercer cargos importantes en Italia, sus únicas intervenciones en el ámbito público se redujeron a la pequeña comarca de la Lunigiana, donde intervino puntualmente cuando fue requerido para ello por los cargos locales. Cf. Manfredi (1987b). 233

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El hombre completamente virtuoso debe haber pasado la parte joven de su edad en la vida social, tributando a sus semejantes una victoria no afectada de sus pasiones, un noble olvido de las acciones que no han sido coronadas con la felicidad y una entereza uniforme, mas no insultante, en las adversidades que le salgan al encuentro. Y después (muerto ya para la sociedad, cuando esta no solicitase momentáneamente sus consejos) debe volver al seno de su familia, gozando, hasta el último instante de su vida, del ejercicio de la virtud positiva, esto es, de aquella virtud que coadyuva natural y sencillamente a la conservación del Orden Armónico del Universo y de su Belleza Suprema.200

Malaspina concluyó su Meditación con este apelo quijotesco a la conservación de un orden armónico que, en el plano social y personal, el italiano veía desmoronarse por todas partes a su alrededor. Para juzgar sobre lo acertado o erróneo de sus máximas y de su ejemplo, Malaspina apelaba apenas a […] los pocos amigos que deben juzgar imparcialmente de nuestra conducta […]. He aquí mis máximas, les diré, presentándoles mi cuaderno; recorred después mis acciones públicas; si las primeras no os agradan, pertenece al amigo el argüirme; y que el poderoso busque otro que más le convenga. Y si mis acciones contradicen a las máximas, despreciadme uno y otro por débil o por fementido.201

La última palabra corresponde al lector.

200.  Meditación, Nota AA, [p.d.C.] [132, 133]. 201.  Meditación, Nota W, [p.d.C.] [128]. 234

Consideraciones finales Mi objetivo en este trabajo ha sido examinar el pensamiento de Alejandro Malaspina en una de sus facetas menos estudiadas, como teórico de la estética y filósofo de la naturaleza. La publicación conjunta de sus escritos sobre la belleza natural —reunidos por primera vez en este volumen— nos ofrece una oportunidad única de acercarnos al pensamiento filosófico de madurez de este protagonista excepcional de la Ilustración. Traspasando con creces los límites de la estética, las ideas desarrolladas por Malaspina acerca de la ciencia y de la religión, del progreso y del sentido de la historia, así como los ejes ideológicos de su filosofía natural y de su pensamiento antropológico, encuentran en estos escritos sobre lo bello en la naturaleza su más clara exposición. Los textos de la Disputa sobre la belleza publicados a lo largo de 1795 en el Diario de Madrid aportan elementos hasta ahora desconocidos sobre el periodo que Malaspina pasó en la corte madrileña, tras regresar de su expedición científico-política por los confines del Imperio español. Inspiradas originalmente en el debate sobre la mayor o menor belleza de las diferentes naciones —que Malaspina mantuvo con Ciriaco de Ceballos durante una de las tertulias cortesanas que ambos frecuentaban en Madrid—, las cartas enviadas por el italiano (bajo diferentes seudónimos) al Diario de Madrid revelan la actividad literaria que el navegante 235

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condujo de forma paralela a la organización de la publicación del viaje alrededor del mundo y a la preparación —probablemente estimulado por su íntima amiga, la conspiradora Fernanda O’Connock— de su fallido golpe palaciego contra el primer ministro Manuel Godoy. Entre los infortunios que se sucedieron en la vida de Malaspina desde su retorno triunfal a España hasta el «naufragio político» que provocó su encarcelamiento, sin duda uno de los más significativos y funestos fue la designación, por parte de Godoy, del clérigo sevillano Manuel Gil como responsable de la edición de su viaje. Oscuro literato con ínfulas, antiguo censor de la Inquisición y marioneta al servicio del valido Godoy, Gil sentía por Malaspina una intensa antipatía, cuya más clara expresión puede encontrarse en las cartas que ambos intercambiaron en el seno de la Disputa sobre la belleza. Abatido por las dificultades para publicar su viaje, la sarcástica censura que Gil hacía a todos los escritos del italiano sobre la expedición científica —en la que nunca faltaban hirientes burlas al castellano y al estilo pomposo del navegante— debía de resultarle insoportable a Malaspina. Sus cartas al Diario de Madrid nos revelan que, harto de los menosprecios del clérigo, el culto marino italiano creyó encontrar en el seno de la Disputa sobre la belleza una vía libre donde poder expresar de forma amena y didáctica —tal y como Kant había hecho en sus famosas Ob­ servaciones sobre el sentimiento de lo bello y lo sublime—1 algunas de las reflexiones filosóficas a las que le habían conducido sus muchas lecturas y viajes. Reflexiones muy variadas, desde la belleza y el carácter de las diferentes naciones hasta la verdadera forma de la superficie del planeta, entre muchos otros asuntos tocantes a la estética, la filosofía natural, la psicología, la ética, la historia... Malaspina ideó sus textos estéticos como una especie de divertimento didáctico, un leve y ameno suplemento filosófico a su 1.  Kant (2004). 236

Consideraciones finales

expedición —a la manera del Supplement de Diderot—2 en el que por fin podría esquivar la insufrible censura del religioso Gil. Después de la experiencia ganada de primera mano a lo largo de sus viajes por el mundo, el italiano se sentía autorizado para aportar su particular punto de vista —inclusive, sus propios datos empíricos— en varios debates filosófico-científicos que habían sido objeto de reflexión por parte de algunos de los mejores pensadores del siglo. Por supuesto, los temas aireados en la prensa estaban completamente alejados de la política y la administración colonial, asuntos que en aquellos momentos, en plena guerra de España con la Francia revolucionaria, podían considerarse reser­ vados. Como buen ilustrado, Malaspina redactó sus cartas a la prensa madrileña con una evidente intención didáctica, orientada a la formación de opinión pública. El mensaje central —al hilo del cual el italiano fue hilvanando los diversos temas abordados— podría resumirse de forma simple: la admirable belleza presente en la naturaleza era parte constituyente del orden natu­ ral; por tanto, lo bello resultaba tan independiente de las modas y costumbres como la gravitación. Sin embargo, la belleza, constituyente esencial del mundo natural, era indeterminable con exactitud, como muchas otras cualidades físicas. Además, la verdadera belleza natural se manifestaba en grado sumo en la especie humana (sobre todo, en los pueblos mediterráneos) y era señal inequívoca de la inteligencia infinita del «Supremo Creador»3 que, a la manera de un gran arquitecto, imponía su orden —en forma de una jerarquizada Scala naturae— en la «arquitectura divina» 4 del cosmos. El primer escrito que Malaspina publicó en el Diario de Madrid sirvió como espoleta para la casi inmediata réplica de Ciriaco de 2.  Diderot (1973, 1992). 3.  Meditación, [p.p.C.] [8]. 4.  Meditación, [p.p.C.] [99]. 237

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Ceballos, quien —inicialmente bajo el seudónimo de Isidro Calle Boceca— refutó, uno por uno, los argumentos de su jefe. Se siguieron nuevas réplicas y contrarréplicas, y pronto se sumaron otros participantes a la polémica. Mediada la Disputa, Malaspina procuró la ayuda de su íntima amiga Fernanda O’Connock para publicar otra de sus cartas en el Diario de Madrid. Probablemente, el italiano procuraba así corregir los defectos formales y estilísticos de su escritura, continuo objeto de mofa por parte de Gil. Dio así inicio una inusitada colaboración literaria —calificada abiertamente como cortejo por los demás participantes en la contienda— que se revelaría fatídica pocos meses después, cuando, en noviembre de 1795, y movido de nuevo por el ánimo de no ser descubierto por su letra, o por su particular uso de la lengua española, Malaspina dictó a la Matallana el plan secreto del nuevo gobierno con el que pretendía substituir a Godoy. En estas páginas he defendido la hipótesis de que, muy probablemente, los conspiradores actuaron apoyados en la sombra por importantes figuras monárquicas y altos miembros de la masonería, quienes —contando con la ayuda activa de Fernanda O’Connock— ya habían intentado derrocar sin éxito al primer ministro pocos meses antes, en el motín de San Blas. Pero además de proporcionarnos importantes y hasta ahora desconocidos detalles sobre el periodo madrileño de Malaspina y sobre las amistades peligrosas que el italiano hizo en este tiempo, sus escritos sobre la belleza natural resultan destacables en muchos otros aspectos. Si mi análisis es acertado, a pesar de haber permanecido prácticamente ignorados y olvidados, estos escritos sobre lo bello en la naturaleza —y específicamente la Meditación filosófica— acreditan a Malaspina como un pensador relevante en el horizonte filosófico de la última década del siglo xviii. En este sentido, uno de mis propósitos en el presente trabajo ha sido contextualizar y matizar una aseveración del profesor John Black en la que este relega a la Meditación filosófica a un puesto menor en 238

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la historia de la estética y, en cierto modo, caracteriza a su autor como un filósofo de segunda fila.5 Coincido por completo con Black en que no puede considerarse a Malaspina como un filósofo de primer orden, ni situársele en el campo de la teoría estética a la altura filosófica de un Hume, o un Kant. Malaspina razonó sobre la belleza de acuerdo con el mismo paradigma estético, profundamente eurocéntrico y racista, que compartieron aquellos filósofos ilustrados. Sin embargo, a diferencia de estos, Malaspina nunca consiguió escribir bien en el idioma que escogió para difundir su pensamiento, el español, y para su infortunio, nunca pudo contar con un buen editor de sus obras en castellano durante su vida. Malaspina no solo no dominaba a la perfección la escritura en lengua española, sino que —además de incurrir en numerosos errores sintácticos y gramaticales, y más allá de dotar a sus frases de un estilo impostado que muchas veces oscurecía su sentido— el italiano consideraba detestable y triste «el oficio de escritor», al cual se sentía «condenado»6 por las circunstancias. En resumen, Malaspina no solo no sabía escribir bien en español, sino que — tal vez consciente de sus propias limitaciones— detestaba tener que dedicarse a escribir. A mi entender, esta suma de circunstancias explica por sí sola que, yendo más allá de lo afirmado por Black, no solo sus escritos sobre lo bello en la naturaleza, sino, en último término, todos los escritos de Malaspina en lengua castellana puedan ser considerados como defectuosos, si nos limitamos a analizarlos desde un punto de vista formal.7 5.  Cito textualmente al profesor Black, en alusión al texto de la Meditación filosófica: «On the evidence of the essay alone one can come only to a slightly disappointing judgment about its author’s standing in the history of aesthetics: he was by no means a philosopher of the first order». Black (2011). 6.  Cf. Manfredi (1994: 325). 7.  Por ese motivo, al preparar la presente edición, he realizado una revisión en profundidad del texto de la Meditación originalmente transcrito por Cristina Casanova (1990) procurando corregir los continuos errores sintácticos y gramaticales de Malaspina que entorpecían la lectura y dificultaban la comprensión del texto para el lector contemporáneo. Véanse, más adelante, los criterios de edición. 239

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En mi opinión, resulta indiscutible que Malaspina nunca pasó de ser un escritor mediocre en lengua española. En consecuencia, la calidad filosófica de la Meditación, fruto de un notable esfuerzo intelectual de Malaspina para redactar una obra a la vez profunda y útil, se vio mermada de forma fatídica. No solo por su etnocéntrica y narcisista defensa de la natural superioridad estética de los europeos —ideas que compartió con Hume, Kant y muchos otros filósofos de la Ilustración—, sino también por su decisión de escribirla en castellano,8 una lengua que, a pesar de su tantas veces autoproclamada españolidad, nunca llegó a dominar con perfección. Sin embargo, aunque muchas de las páginas sobre lo bello en la naturaleza escritas por Malaspina contienen defectos formales y adolecen de falta de claridad, su contenido fue cuidadosamente meditado por el italiano. Las mismas ideas que aparecieron reflejadas en las cartas al Diario de Madrid fueron retomadas tiempo después en la Meditación filosófica, lo que demuestra que aquellas reflexiones fueron reelaboradas a lo largo de años en la mente de Malaspina. Asimismo, el cuidado puesto en las numerosísimas citas y anotaciones al texto de la Meditación —que Malaspina continuó revisando inclusive después de su liberación— dan muestra de la importancia que su autor concedía a esta obra entre sus escritos. Él mismo había reconocido, al comienzo de sus páginas, su esfuerzo para que la Meditación filosófica resultase un tratado filosófico digno de tal nombre: «He procurado dar a esta Meditación aquel semblante filosófico de que es digna, siendo así que en ella sola se reúne todo lo que alcanzan la filosofía más sublime y la felicidad más sólida del hombre». En cualquier caso, independientemente de su poca habilidad idiomática para expresarse por escrito en la lengua de Cervantes, 8.  Esta insistencia de Malaspina en escribir en castellano durante su condena es, a mi entender, una de las mejores pruebas de que el italiano —que jamás renunció a su españolidad— nunca perdió la esperanza de retornar al servicio de la monarquía española una vez que Godoy fuese alejado del poder. 240

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está fuera de toda duda —como los propios Black y Clemotte-Silvero reconocen en su traducción del texto de la Meditación filosófica al inglés— que, a lo largo de su vida, Alejandro Malaspina dio muestras de un pensamiento de gran profundidad y amplitud, muy por encima de otros directores de expediciones científicas más famosos, como Cook o Lapérouse.9 En este sentido, sus escritos sobre la belleza natural constituyen una de las pruebas más sustanciosas del vasto bagaje intelectual y de la amplitud de intereses y conocimientos de este cultísimo navegante, transformado por las circunstancias en filósofo aficionado y en escritor a la fuerza. Por todo ello, en este trabajo he tratado de mostrar que si atendemos más a la profundidad y amplitud interdisciplinar de su contenido que a sus aspectos formales o a la claridad del lenguaje y situamos la Meditación filosófica en el contexto de algunos de los debates centrales en la estética, la antropología y la filosofía natural de la última década del Siglo de las Luces, los escritos de Malaspina sobre lo bello, y particularmente su Meditación filosófica, resultan relevantes y originales en numerosos sentidos, más allá de constituir documentos cruciales para entender el pensamiento de madurez de su autor, así como las jerarquizadas relaciones étnico-raciales instauradas en el mundo Atlántico iberoamericano en el ocaso de la Ilustración. En mi interpretación —a pesar de sus defectos formales y del eurocentrismo racista que compartió con la mayoría de los pensadores del periodo— los escritos sobre lo bello de Alejandro Malaspina legitiman que su autor pueda ser acreditado como una figura singular entre los filósofos europeos que, rayando ya el siglo xix, abordaron la experiencia estética desde una perspectiva naturalista. Una figura ciertamente menor en relación con los gigantes filosóficos del periodo, pero, en cualquier caso, una figura relevante en el panorama de la filosofía natural y del pensamiento estético 9.  Esta idea aparece reflejada en la contraportada del libro de Black y Clemotte-Silvero (2007). 241

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europeo e hispanoamericano en la recta final del Siglo de las Luces. Tal vez, si se quiere, una figura excéntrica y paradójica, cuya originalidad deriva en buena parte del amplio eclecticismo de su pensamiento10 y, por descontado, de su experiencia vital realmente fuera de lo común. Sus escritos sobre lo bello en la naturaleza y, sobre todo, su Meditación filosófica, nos permiten reconocer en Malaspina a un pensador singular, situado en la frontera entre el neoclasicismo ilustrado y el prerromanticismo, heredero tanto de la Ilustración como de las corrientes de pensamiento contrailustradas del mezzogiorno italiano,11 quien nos aporta una mirada singular sobre la belleza presente en el mundo natural. Una imagen sólidamente fundamentada en la etnocéntrica tradición estética europea y apoyada —además de en sus incontables lecturas— en una experiencia antropológica verdaderamente privilegiada. Una mirada profundamente ecléctica que concilió sus múltiples influencias filosóficas con la herencia intelectual de la teología natural y del deísmo europeo del periodo para acabar dibujando un retrato trascendente de la naturaleza que, en ciertos aspectos —aunque con un estilo del todo diferente— podría recordarnos al que nos dejaron los Naturphilosophen. En definitiva, si bien Malaspina no fue un gran innovador, ni un gran sistemático en el campo de la teoría estética o la filosofía natural, y mucho menos un gran escritor, su reflexión sobre lo bello puede compararse en muchos aspectos a lo que otros filósofos contemporáneos desplegaron por las mismas fechas, vinculando la experiencia estética con la existencia de un propósito teleológico y de una dimensión trascendental en la naturaleza. En definitiva, los textos de Malaspina aquí reunidos constituyen un documento excepcional para enriquecer la biografía intelectual del navegante italiano en el periodo posterior a su gran 10.  Pimentel (1994: 40-45) aborda el eclecticismo de Malaspina desde su periodo de formación en el colegio Clementino de Roma. 11.  Sobre este asunto, véase el capítulo de Pimentel (1998) «Las luces del mezzogiorno», pp. 44-57. 242

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expedición científica. En este sentido, los escritos sobre lo bello en la naturaleza corroboran la tesis, defendida de forma brillante por Juan Pimentel en La física de la monarquía, sobre el «viaje epistémico» de Malaspina desde la Ilustración a la Contrailustración —o, si se me permite el epítome—, desde Newton a Vico. Un giro «a contracorriente»12 que le alejó de los principios ilustrados más progresistas y que —como muestran de forma palpable sus textos estéticos— en el terreno político le condujo a posiciones tradicionalistas y conservadoras, expresadas en un radical desprecio a la Revolución francesa y a los apóstoles filosóficos del progreso indefinido de la sociedad. Por su parte, en el campo de la estética —a pesar de los esfuerzos de Malaspina por mantenerse dentro de los preceptos formales del neoclasicismo— la aludida evolución intelectual de Malaspina otorgó a sus escritos tintes prerrománticos. Además, los textos de Malaspina sobre la belleza natural nos permiten identificar algunas de las referencias filosóficas que marcaron de forma determinante el pensamiento de madurez de Malaspina. Más allá de la indiscutible herencia intelectual de Giambattista Vico —que orientó sus ideas hacia una visión historicista, cíclica, degeneracionista y providencialista de la realidad humana—, estos escritos reflejan la profunda marca que en su pensamiento de madurez dejaron otros autores como Kant, Buffon, David Williams, Bernardin de Saint­-Pierre, el último Voltaire, el Rousseau de las Ensoñaciones,13 Jean­Jacques Barthélemy, el conde de Shaftesbury o el napolitano Gaetano Filangieri. Por lo que respecta al campo de la filosofía natural, los escritos estéticos de Malaspina manifiestan de forma especialmente clara su ruptura con la filosofía mecanicista de inspiración newtoniana, que el italiano había adoptado en su juventud como modelo general para explicar la realidad y que inspiró sus Axiomas políticos 12.  Cf. Berlin (2006). 13.  Rousseau (1782). 243

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sobre el gobierno de América.14 Tanto en sus cartas publicadas en el Diario de Madrid en 1795 como en las páginas de la Meditación filosófica, Malaspina nos dejó el más claro testimonio de su desengaño en relación con el newtonismo como programa filosófico para interpretar la realidad. En este sentido, como he intentado mostrar, las reflexiones filosóficas del ecléctico Malaspina sobre la belleza se encuadran en el contexto de una crítica epistemológica más profunda —en la estela de Vico y Kant, pero atravesada también por muchas otras influencias, entre las que destaqué la del viejo Voltaire— a los límites de la razón y a la vanidad de las ciencias. De la mano de su admirado David Williams, el prisionero Malaspina —arriesgándose a ver dobladas sus penas por una nueva condena por herejía ante el Santo Oficio— se atrevió incluso a promulgar abiertamente su fe deísta en que el estudio filosófico de la naturaleza era mejor camino para acercarse al Autor del Universo que los dogmas de cualquier religión. A mi juicio, incluso aunque no tuviéramos en cuenta todos los demás aspectos reseñables de la Meditación filosófica, esta inusual defensa del deísmo en la España de fines del siglo xviii —donde, recordemos, cualquier profesión de heterodoxia religiosa aún podía resultar severamente castigada por la Inquisición— bastaría para convertirla en una obra destacable en el ámbito del pensamiento ilustrado hispanoamericano. Para concluir, los escritos estéticos de Malaspina nos ofrecen también su particular imagen razonada de la belleza, una imagen firmemente anclada en el paradigma estético del neoclasicismo y en el eurocentrismo de la antropología ilustrada, así como en el ideal epistémico de universalidad que caracterizó a la ciencia del Siglo de las Luces. En este sentido, Malaspina fue un hombre de su tiempo y, como muchos otros intelectuales europeos del periodo, fue incapaz de librarse de algunos de los prejuicios más firmemente anclados en el etnocéntrico y racista imaginario de la 14.  Cf. Malaspina (1771); Lucena Guiraldo y Pimentel (1991). 244

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Ilustración europea sobre la diversidad humana. A pesar de su constante apelo a la universalidad de la razón, la belleza esencial de la naturaleza idealizada por los filósofos de la Europa ilustrada —entre los que, como espero haber mostrado, podemos incluir con pleno derecho a Malaspina— terminó resultando una blanca belleza razonada que, como cualquier otra caracterización etnocéntrica o tribal, situó a los otros en una posición de neta inferioridad establecida a priori. A pesar de que en su Meditación filosófica Malaspina reconoció abiertamente que ningún tipo de progreso social podía esperarse sobre la base de un sistema económico fundamentado en el comercio de esclavos y el etnocidio indígena,15 sus ideas sobre la belleza y el carácter de los pueblos se mantuvieron siempre firmemente ancladas en el prejuicio etnocéntrico y racista que dominó buena parte de la filosofía ilustrada europea de Hume a Kant. Este legado constituye una de las más oscuras sombras del Siglo de las Luces, en cuyo ocaso emergió el concepto científico de raza, a la vez que la racionalización jurídica del esclavismo alcanzaba su clímax por parte de las grandes potencias occidentales.16 Como he intentado mostrar en este trabajo, en sus escritos sobre estética, filosofía natural y antropología en torno al concepto de lo bello en la naturaleza, Malaspina alzó la blancura e idealizó el fenotipo europeo como modelo de belleza y virtud en nuestra especie. En todos estos sentidos, podríamos decir que la visión de Malaspina sucumbió a las tinieblas que oscurecieron el ocaso de la Ilustración y ayudaron a situar la idea de raza en el centro de la antropología decimonónica. En el terreno del pensamiento naturalista ilustrado sobre la diversidad humana, cabe recordar que ni siquiera firmes defensores de la abolición de la esclavitud y de la unidad de la especie humana como Buffon, Blumenbach o 15.  Cf. Meditación, Nota U, [p.d.C.] [118]. 16.  Cf. Sala-Molins (2018, 1992). 245

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Camper —a quienes podemos ubicar sin ninguna duda en el sector «menos racista» de la ciencia del siglo xviii— cuestionaron en su tiempo la superioridad estética de los europeos sobre el resto de pueblos. De forma general, estos últimos autores compartieron el mismo preconcepto etnocéntrico con otros pensadores, esta vez sí, abiertamente racistas, como Immanuel Kant o Charles White, o como los defensores de la esclavitud Edward Long o Christoph Meiners, quienes enfatizaron las diferencias raciales, estableciendo una división absoluta entre los negros y los blancos europeos, y dando un fuerte impulso al desarrollo del racismo científico del siglo posterior. En cierto modo, la emergencia del concepto de raza en la ciencia de fines de la Ilustración puede entenderse como parte de la reacción al shock que produjo en la cultura europea el estallido de la Revolución francesa. El colapso del Antiguo Régimen, la llegada de la república a Francia y la emancipación de Haití —como culminación de una interminable serie de revueltas de esclavos en las colonias— provocaron una onda reaccionaria que intensificó el debate sobre la unidad de la humanidad. Una reacción frente a los abolicionistas y los defensores de los principios ilustrados más progresistas, impulsada por parte de los defensores de la esclavitud y de todos aquellos que —sintiéndose amenazados por el proceso revolucionario— pugnaban por mantener las tradicionales jerarquías propias del orden colonial y estamental del Antiguo Régimen. De entre estos, algunos pensadores, como White, Meiners o Edward Long, se esforzaron para intentar dar un soporte académico con pretensiones naturalistas a la existencia de una distancia infranqueable entre los distintos tipos humanos y plantearon abiertamente sus ideas racistas como un reto lanzado a los abolicionistas y a los autores más progresistas de la época. El concepto biológico de raza acabaría tomando forma en el núcleo de esta polémica durante el ocaso de la Ilustración. Producto de esta onda reactiva, el racismo 246

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científico del siglo xix17 se levantó sobre los pilares heredados de la tradición académica etnocéntrica ilustrada, y —como he pretendido mostrar en este trabajo— hundió una de sus múltiples raíces en la estética neoclásica y en la canonización del cuerpo europeo como ideal antropológico, plasmado en los modelos artísticos de los antiguos dioses y héroes griegos.18 Pocos años después del fallecimiento de Malaspina en Italia, el naturalista francés Georges Cuvier sintetizaba el vínculo entre la tradición estética europea y el nuevo racismo científico cuando, en 1817, sentenció, en su obra El reino animal: Los caucásicos, a los que pertenecemos, estamos distinguidos por la hermosa forma de la cabeza, que la aproxima a un óvalo perfecto. De esta variedad han surgido las naciones más civilizadas, que generalmente han ejercitado su dominio sobre el resto de la humanidad.19

Así, a principios del siglo xix, el dominio colonial y la esclavitud podían justificarse explícitamente desde un libro de zoología, en términos a la vez antropológicos y estéticos. Debemos concluir aquí nuestro viaje al lado de Malaspina. Director de la más lujosa expedición científica de todo el siglo xviii, destacado militar, marinero excepcional, decimotercer ser humano en circunnavegar el globo al mando de una nave, líder ca­­rismático y perfecto organizador de grandes proyectos polí­­ tico-científicos, incansable trabajador, conspirador palaciego, humanista, polímata y erudito transdisciplinar, Malaspina es un personaje difícilmente catalogable y esencialmente paradójico. Situado en la frontera entre la Ilustración y la Contrailustración, 17.  Cf. Sánchez Arteaga (2007). 18.  Para profundizar en este aspecto resulta fundamental la obra de David Bindman (2002). 19.  Cuvier (1838 [1817]: 127). 247

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entre el neoclasicismo y el prerromanticismo o, como diría Manfredi, italiano en España y spagnolo en Italia.20 Malaspina fue un verdadero idealista, pero a la vez un hombre de acción que no soportaba el oficio de escritor; impulsor de un golpe de Estado contra el régimen corrupto de Godoy, defensor de la autonomía y emancipación de las colonias españolas, así como del fin de las guerras coloniales contra pueblos indígenas no sometidos en los confines del imperio, aunque, al mismo tiempo, cándido instrumento de ocultos intereses políticos de la monarquía y, posiblemente —como he defendido en este trabajo—, cabeza de turco de la oposición política monárquica; defensor de los derechos de las mujeres, homosexual, deísta y liberal, pero a la vez un aristócrata defensor de la nobleza en las armas y en las letras, profundamente convencido del origen natural —y, en última instancia, divino— de los privilegios asociados a la blancura, así como de todas las jerarquías sociales, étnico-raciales y sexuales establecidas hacia 1800 en el mundo atlántico entre los distintos estamentos, castas, razas y géneros. En resumen, Alejandro Malaspina fue un personaje de gran complejidad, y uno de los protagonistas más fascinantes, multifacéticos y paradójicos de la Ilustración europea e hispanoamericana. A pesar de las indudables limitaciones de su pensamiento —que, en lo tocante al racismo, más que atribuibles en exclusiva a Malaspina, son fiel reflejo de uno de los más perversos y tenebrosos prejuicios sobre los que se instauró el proyecto colonial moderno y, superpuesta a él, la propia Ilustración—, el esfuerzo filosófico de este verdadero náufrago del Siglo de las Luces para elevar un canto a la belleza del mundo natural desde la fría, oscura y húmeda celda de una prisión militar en un islote del océano Atlántico resulta, en múltiples sentidos, admirable.

20.  Manfredi (1994: 133). Véase también Dario Manfredi (1992). 248

II. Alejandro Malaspina ESCRITOS SOBRE LO BELLO EN LA NATURALEZA (1795-1803)

Criterios de edición Una de las características más destacables de la literatura del Siglo de las Luces es su didactismo; la literatura ilustrada buscaba ser didáctica.1 Los escritos estéticos de Malaspina —tanto los publicados en la prensa madrileña a lo largo de 1795 como el texto de la Meditación filosófica, escrito en presidio en el islote de San Antón entre 1797 y 1802— no escapan a este patrón y parecen colocar en primer plano el objetivo pedagógico de ilustrar y formar una opinión pública. Sin embargo, a pesar de su intención pedagógica, lo cierto es que los escritos de Malaspina sobre lo be­­llo en la naturaleza están lejos de ser claros, y en numerosas oca­­ siones, el sentido de las oraciones resulta difícil de interpretar. La causa principal de esa falta de claridad es que Malaspina jamás llegó a adquirir un perfecto dominio sobre la lengua castellana,2 especialmente en su forma escrita. Por ello, muchas veces sus frases parecen ambiguas y a veces oscuras, expresadas en un 1.  En el caso de la España de fines del siglo xviii, este didactismo adquirió una clara función ideológica, contribuyendo a «difundir y mitificar la ideología sustentadora de la organización social del Antiguo Régimen con toda la elasticidad que pudiera infundirle una Ilustración reformista, pero no revolucionaria». Cf. Carnero (1983: 19). 2.  La correspondencia de Malaspina revela que, después de numerosos años pasados fuera de Italia (fueron veintinueve en total, antes de que desembarcase en Génova tras salir de su presidio coruñés), Alejandro, que nunca llegó a tener un dominio perfecto del castellano escrito, había llegado también a perder familiaridad con la escritura en lengua italiana. Cf. Manfredi (1999: 204, nota 9). 251

Juanma Sánchez Arteaga

estilo ampuloso, poco ágil, resultado de una sintaxis forzada, sobre todo en lo que respecta a la construcción de oraciones subordinadas, la consecutio temporum o la puntuación. En este sentido, el padre Manuel Gil, en el texto de autodefensa que preparó después de su arresto, describía cómo, durante el tiempo en que él y Malaspina coincidieron en la corte para tratar de organizar la publicación del viaje, el clérigo y los compañeros del italiano hacían chanza del peculiarísimo acento y de la sintaxis «poco convencional» con que Alejandro expresaba sus ideas. Muchas de las cartas al Diario de Madrid pertenecientes a la Dis­ puta sobre la belleza aluden irónicamente a este peculiar «lenguaje propio» de Malaspina. Aun después de más de veinte años de servicio en la Armada española, su personal castellano hizo que Malaspina continuara siendo visto, en cierto modo, como un extranjero por parte de sus colegas, que se referían a él como «el italiano», a pesar de su autoproclamada españolidad.3 Malaspina, según Manuel Gil, «en verdad no poseía el idioma español con la perfección con que él se había persuadido», sino que se expresaba con «un lenguaje suyo propio y muy extraordinario, por no decir más. Imitábamos-lo aún en su presencia los demás burlonamente».4 Por si fuera poco, a las dificultades de interpretación resultantes del imperfecto castellano de Malaspina hay que sumar, en el caso de la Meditación filosófica (como también en sus otros escritos de prisión), la autocensura que el italiano se impuso durante su cautiverio

3.  Malaspina siempre insistió en su españolidad. Este manifiesto deseo de ser reconocido como español se hace especialmente patente en sus escritos en prisión, sobre todo en su traducción de Guénard y en su comentario crítico al Quijote. Pero a pesar de su insistencia en ser considerado como miembro de pleno derecho de la nación española, Malaspina siempre fue visto como un extranjero, sin llegar nunca a serlo del todo. Como afirmó Manfredi, fue un italiano en España y un spagnolo en Italia. Cf. Manfredi (1994: 37, 133). 4.  Manfredi (1994: 103). 252

Criterios de edición

como estrategia de supervivencia.5 Sabedor de que todos sus escritos eran vigilados en el fortín militar donde cumplía condena,6 Malaspina puso especial cuidado en ocultar o «disimular» algunas de sus verdaderas ideas sobre política o religión.7 Por ello, algunas de las expresiones que Malaspina empleó en el manuscrito8 de la Meditación resultan doblemente difíciles de descifrar a la primera lectura, como si —más allá de su sintaxis poco clara— el texto presentase múltiples niveles de sentido o como si, en determinados puntos, estuviese dirigido a diferentes clases de destinatarios: la mayoría de las veces Malaspina se dirige al público en general, pero en determinadas ocasiones, su escritura parece dirigirse, de forma mucho más reservada, a un círculo más íntimo y restringido de lectores.9 5.  No le faltaba razón a Malaspina para tener extremo cuidado con todas sus expresiones por escrito, inclusive en aquellos escritos destinados a no ser publicados, como cartas a particulares, pues toda su correspondencia era sometida a una estricta vigilancia. Por ese motivo, Malaspina quemaba inmediatamente todas las cartas que recibía en prisión después de haberlas leído para no comprometer a los amigos que se las enviaban, quebrantando el mandato de total incomunicación del reo. Cf. Manfredi (ed.) (2005: 31, nota 72). 6.  La carta de Felipe Bauzá a Malaspina del 15 de mayo de 1804 comprueba que, incluso tiempo después de haber sido liberado de su prisión en el castillo de San Antón, la correspondencia de Malaspina continuaba sometida a vigilancia por parte de agentes del Estado. Cf. Bauzá (1995: 219). Véase también, sobre la autocensura de Malaspina: Poupeney Hart (1995). 7.  Alejandro tenía especial miedo a que sus opiniones heterodoxas pudieran comprometer su liberación, como se desprende de su renuncia explícita a proponer cualquier tipo de reforma en el Tratado de las monedas y a hablar de política o religión en la Meditación filosófica. 8.  Para preparar esta edición de la Meditación filosófica he utilizado una copia digitalizada del manuscrito original a la que he tenido acceso en el Departamento de Estudios Americanos del Instituto de Historia del CSIC. A su vez, el trabajo de trascripción y adaptación de la Meditación filosófica al castellano contemporáneo ha sido cotejado con su transcripción original, realizada por Cristina Casanova (1990), así como con el texto de la edición bilingüe preparada por los doctores John Black y Oscar Clemotte-Silvero. Cf. Casanova (1990); Black y Clemotte-Silvero (2007). 9.  Aunque la mayoría de los argumentos que Malaspina expone en la Meditación resultan claros, otros —quizá destinados apenas a la comprensión del puñado de amigos cercanos, a los que Malaspina alude, al final del texto, como los únicos dignos de examinar la coherencia entre su vida y sus ideas— resultan más oscuros o esotéricos. De hecho, no faltan alusiones en la Meditación a la filosofía hermética —como la alabanza de Malaspina al mutismo impuesto a los iniciados en los ritos mistéricos de la antigua Grecia, lo que 253

Juanma Sánchez Arteaga

La suma de todos estos factores provoca que las cartas al Diario de Madrid y la Meditación filosófica de Malaspina —reunidas por primera vez en este volumen— planteen algunas dificultades para un lector contemporáneo en la forma en que Malaspina las escribió originalmente. Por ello, y sin perder de vista el claro valor didáctico que pretendió otorgar a estos escritos, al preparar esta edición he procurado adaptar el peculiar castellano de Malaspina a un uso contemporáneo del español. Cuando me ha parecido necesario para facilitar la lectura, he modernizado la ortografía y he substituído ciertos términos desusados por sus sinónimos de uso corriente en el castellano actual —por ejemplo, dó, pasa a ser «donde»; estotras, pasa a ser «estas otras», etc.—. También he corregido la sintaxis original sin modificar el léxico ni alterar el sentido de las frases, procurando que los textos de Malaspina puedan resultar más claros y amenos a un lector contemporáneo en lengua española. Por el mismo motivo, he traducido al castellano los numerosísimos pasajes que Malaspina escribió directamente en inglés, francés, italiano y latín en el manuscrito original de la Meditación filosófica.

condice con su presumible filiación a alguna hermandad secreta, masónica o similar—, o la mención a los augures romanos cuando, al final de la Meditación, Malaspina defendía que la humanidad se encontraba en la transición hacia una nueva era. Sobre el tema del hermetismo y la escritura científica «en clave», común en los inicios de la ciencia moderna, cf. Koen (2012). 254

Sumario de las cartas de la Disputa sobre la belleza publicadas en el Diario de Madrid (octubre 1794-noviembre 1795)1 Fecha de publicación en el Diario de Madrid

(Número) páginas del Diario de Madrid

Seudónimo

Autoría atribuida

Carta n.o 1

17 de octubre de 1794

(290): 1183-1185

Sin firmar

Pedro Estala

Carta n.o 2

30 de octubre de 1794

(303): 1239-1241

El Mismo

Pedro Estala

Carta n.o 3 27 de abril de 1795

(113): 481-482

Sin firmar

Alejandro Malaspina

Carta n.o 4

(120): 493-495

Isidro Calle Boceca

Ciriaco de Ceballos

(127): 521-523

El Censor Mensual

Pedro Estala

Carta n.o 6 10 de junio de 1795

(161): 657-658

El Anónimo

Alejandro Malaspina

Carta n.o 7

(173): 705-707

Cesáreo Cid Ciriaco de Cabillo Ceballos

4.1 (30 de abril de 1795) 4.2 (2 de mayo de 1795)

Carta n.o 5

7 de mayo de 1795

7.1 (23 de junio de 1795) 7.2 (24 de junio de 1795)

(122): 501-503

(174): 709-711

1.  Las cartas de Alejandro Malaspina están marcadas con negrilla. Todas estas cartas están accesibles en el portal electrónico de la hemeroteca digital (Biblioteca Digital Hispánica) de la Biblioteca Nacional de España, bajo la entrada Diario de Madrid, 1788. http://hemerotecadigital.bne.es/results.vm?q=parent%3A0001510462&s=4100&lang=es [Consulta: 4 de agosto de 2020]. 255

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Fecha de publicación en el Diario de Madrid

(Número) páginas del Diario de Madrid

Carta n.o 8

7 de julio de 1795

(188): 765-768

El Censor Mensual

Pedro Estala

Carta n.o 9

12 de julio de 1795

(193): 785-787

Bruneti Sarnism

Ciriaco de Ceballos

Carta n.o 10 18 de julio de 1795

(202): 809-811

El Censor Mensual

Pedro Estala

Carta n.o 11 11.1 (23 de julio de 1795)

(307): 829-831

Trinepos Boceca

Ciriaco de Ceballos

La Defensora de la Belleza L.F.A.F.

Alejandro Malaspina

Carta n.o 13 5 de agosto de 1795 (217): 880-883

Bocequilla

Ciriaco de Ceballos

Carta n.o 14 14.1 (6 de agosto de 1795)

El Censor Mensual

Pedro Estala

Madrileña Fea/el Susodicho

Manuel Gil

(223): 909-911

(226): 921-923

R.xF.

Juan Ravenet y Fernando Bambrila

11.2 (24 de julio de 1795) Carta n.o 12

(308): 833-835

12.1 (28 de julio de 1795)

(209): 849-851

12.2 (29 de julio de 1795)

(211): 857-859

(210): 853-855

12.3 (30 de julio de 1795)

14.2 (7 de agosto de 1795) Carta n.o 15 15.1 (10 de agosto de 1795) 15.2 (11 de agosto de 1795) Carta n.o 16 16.1 (14 de agosto de 1795) 16.2 (15 de agosto de 1795)

(218): 885-886 (219): 889-890

(222): 901-903

Seudónimo

(227): 925-927

Autoría atribuida

(en coautoría con Fernanda O’Connock, marquesa de Matallana)

Carta n.o 17 21 de agosto de 1795

(233): 949-951

La Chinilla

Ciriaco de Ceballos

Carta n.o 18 23 de agosto de 1795

(235): 957-959

El Anciano

Desconocida

256

(¿Antonio Valdés?)

Sumario de las cartas

Fecha de publicación en el Diario de Madrid Carta n.o 19 19.1 (29 de agosto de 1795)

(Número) páginas del Diario de Madrid

Autoría atribuida

Don Simplicio

Manuel Gil

(242): 985-987

Carta n.o 20 3 de septiembre de 1795

(246): 1001-1003

La Chinilla

Ciriaco de Ceballos

Carta n.o 21 4 de septiembre de 1795

(247): 1005-1006

El Expresado

Ciriaco de Ceballos

Carta n.o 22 9 de septiembre de 1795

(252): 1025-1026

El Censor Mensual

Pedro Estala

El Hombre del Chalequillo y Corbatón

Ciriaco de Ceballos2

19.2 (30 de agosto de 1795)

(241): 981-984

Seudónimo

Carta n.o 23 23.1 (10 de (253): 1025-1026 septiembre de 1795) (254): 1029-1031 23.2 (11 de septiembre de 1795)

(¿Alejandro Malaspina?) apud Fernández y Manfredi (1998)

Carta n.o 24 13 de septiembre de (256): 1037-1040 1795

Favonio

Fabio Ala Ponzone

Carta n.o 25 16 de septiembre de (259): 1049-1050 1795

F.

Fernando Bambrila

Carta n.o 26 21 de septiembre de (264): 1069-1071 1795

El Apologista

Manuel Gil

Carta n.o 27

(266): 1077-1078

B.M. (Boceca Minor)

Alejandro Malaspina

Carta n.o 28 27 de septiembre de (270): 1093-1095 1795

Modesto Socarrón

Manuel Gil

Carta n.o 29 28 de septiembre de (271): 1097-1103 1795

Doña Boceca

Ciriaco de Ceballos

27.1 (22 de septiembre de 1795)

(265): 1073-1075

27.2 (23 de septiembre de 1795)

2.  Si mi análisis es correcto, la autoría de esta carta debe ser atribuída a Ciriaco de Ceballos, a pesar de que había sido atribuída previamente a Malaspina por Fernández y Manfredi (1998). Para más detalles, véanse las notas al texto de la carta. 257

Juanma Sánchez Arteaga

Fecha de publicación en el Diario de Madrid

(Número) páginas del Diario de Madrid

Seudónimo

Carta n.o 30 1 de octubre de 1795

(274): 1013-1014

Discípulo

Fabio Ala Ponzone

Carta n.o 31 31.1 (2 de octubre de 1795)

(275): 1117-1119

Pedro Estala

(276): 1121-1123

El Censor Mensual

(291): 1181-1183

Gil Gilete

Manuel Gil

El Censor Mensual

Pedro Estala

31.2 (3 de octubre de 1795) Carta n.o 32 32.1 (18 de octubre de 1795) 32.2 (19 de octubre de 1795) Carta n.o 33 33.1 (2 de noviembre de 1795) 33.2 (3 de noviembre de 1795)

258

Autoría atribuida

(292): 1185-1187

(302): 1241-1243 (303): 1245-1247

Disputa sobre la belleza (Diario de Madrid, octubre 1794-noviembre 1795)

1. Diario de Madrid del viernes 17 de octubre de 1794 (Pedro Estala)1 Sobre la belleza. La belleza tiene unos encantos tan poderosos para granjearse los votos de los hombres que parece una paradoja el quererla excluir del número de los verdaderos bienes; pero a pesar de todo lo que se puede alegar en elogio y a favor de esta prenda personal, hallamos que está muy distante de ser un bien. Ella es sumamente 1.  [N.d.E.] Esta carta anónima fue redactada por el helenista Pedro Estala, que periódicamente firmaba una sección de críticas a las cartas de los lectores publicadas en el Diario de Madrid a lo largo del mes anterior, firmando con el seudónimo del Censor Mensual. Aunque esta carta no está firmada por su autor, el propio Estala admitió, meses después, ya al final de la Disputa (véase la Carta n.º 31, del 2 de octubre de 1795): «Acuérdome que yo (aunque pecador) suscité esta cuestión el año pasado por el mes de noviembre, negando la belleza…». La identidad de Pedro Escala, oculta bajo el seudónimo del Censor, fue establecida por Arenas Cruz (2000), quien le atribuye además la autoría de la segunda carta en la Disputa (cf. Disputa sobre la belleza, Carta n.º 2), firmada con el seudónimo de el Mismo (Arenas Cruz, 2000: 237). Esto podría resultar paradójico a primera vista, puesto que ambas cartas —n.º 1 y n.º 2— parecen defender visiones completamente contrapuestas sobre la belleza. Sin embargo, Estala, en ocasiones, escribía cartas refutando los puntos de vista que había defendido anteriormente, con objeto de promover la polémica entre los lectores y hacer así el Diario más útil e instructivo, a la vez que más divertido. Cf. Arenas Cruz, María Elena (2000). 259

Juanma Sánchez Arteaga

frágil, de muy poca duración, y muchas veces expone a los mayores peligros: las desgracias de Lucrecia2 y de Virginia,3 a quienes su hermosura acarreó la muerte, bastan para ejemplo de esta verdad. Pero prescindiendo de estos argumentos de que están llenos los libros, consideremos la belleza como un producto de la imaginación, y hallaremos que ninguna otra idea hay más dependiente del capricho. Los Abisinios tienen por gran belleza las narices más chatas y aplastadas; las encorvadas y aguileñas son la mayor delicia de los Persas; En Siam, en el Japón, y en las Islas Marianas es gran deformidad tener los dientes blancos, porque dicen que parecen perros, y así es costumbre general en aquellos países teñirlos de rojo o de negro. En Guinea horadan a las niñas el labio inferior con espinas, y en los agujeros van metiendo pedacitos de madera, cada vez más gruesos, para engruesar y hacer caer este labio lo más que sea posible, lo cual es una gran belleza. Los Salvajes del Brasil aplastan a sus hijos la punta de la nariz: en los pueblos cercanos al Mississippi les amoldan la cabeza, formándosela puntiaguda. La idea de la perfecta belleza en la China es tener el talle muy grueso, el vientre prominente, la frente ancha, los ojos y los pies muy pequeños, la nariz roma y las orejas grandes; en el Malabar se estiman también mucho las orejas muy gran­­ des; para lograr tenerlas, se las horadan a los niños, y las ensanchan, metiéndoles en los agujeros tarugos de madera, para que bajen hasta tocar en los hombros, lo cual es muy común también en otros muchos pueblos de las dos Indias. Entre los Tártaros 2.  [N.d.E.] Lucrecia (siglo vi a. C.). Personaje de la Antigüedad clásica. Fue violada por el hijo del último rey romano, Lucio Tarquinio, el Soberbio, provocando su suicidio posterior, lo que a su vez influyó en la caída de la monarquía y el advenimiento de la república en Roma. 3.  [N.d.E.] Virginia (circa 465 a. C.-449 a. C.) fue una joven romana que, según cuenta Tito Livio en su obra Ab Urbe Condita, fue codiciada y secuestrada por causa de su belleza, siendo tomada como esclava por el político Apio Claudio Craso. El padre de Virginia, un noble centurión romano, no vio más remedio que matar a Virginia como única vía posible para proteger su libertad. 260

Disputa sobre la belleza

Calmucos, vasallos de la Rusia, la belleza consiste en un color de cobre, en tener los ojos casi cerrados, y en la nariz aplastada. El garbo en el andar se considera como un adorno de la hermosura; sin embargo, ha habido y hay quien afecta el modo de andar de las derrengadas; Ovidio4 llama semejantes a Venus a las mujeres que tienen los ojos bizcos, y las tiene por las más amables. Unos ojos negros rasgados se tienen hoy por una gran belleza; y hace poco menos de dos siglos que nuestros Poetas se entusiasmaban por unos ojos azules, o verdes, que comparaban al cielo, y a la esmeralda; y las mujeres de aquellos tiempos se hacían más pequeños los ojos con varios astringentes. En varios pueblos se untan las mujeres los párpados de los ojos con varios colores, y alrededor de ellos forman círculos de color negro, y otros, como un adorno extraordinario. Petronio5 y Ovidio tienen por gran belleza que las mujeres tengan entrecejo, y añade este último que las mujeres de su tiempo mendigaban esta pretendida gracia con varios artificios. La mayor parte de los pueblos salvajes de América se labran toda la piel del cuerpo a costa de grandes tormentos, y lo tienen por grande adorno: los habitantes más principales de la Isla Formosa hacen grabar sobre su piel varias figuras grotescas de animales, árboles y flores. Y sin recurrir a otras infinitas extravagancias que se notan en cada país de la tierra, reflexionemos lo que pasa entre nosotros: consideremos que los trajes y atavíos constituyen una parte muy principal de la belleza, y siendo estos tan varios de siglo en siglo, y aun de diez en diez años, vemos que ahora nos parece ridículo y deforme 4.  [N.d.E.] Ovidio (43 a. C.-17 d. C.), poeta romano, uno de los autores canónicos de la literatura latina. 5.  [N.d.E.] Petronio (circa 27-66), escritor romano perteneciente al periodo neroniano, autor del Satiricón. 261

Juanma Sánchez Arteaga

lo que hace veinte años servía de realce a la belleza. Si una mujer y un hombre se presentasen ahora con los verdugados, peinados, lechuguillas, escarolados, escotados y demás adornos que vemos en los retratos del siglo pasado, causarían risa y afearían a las personas más bellas, y sin embargo, en aquellos tiempos encantarían. Los trajes y adornos que ahora nos parecen tan elegantes, y graciosos, serán el objeto de la risa de nuestros venideros; y todos creemos que no pueden ser más propios para el adorno del bello sexo. Siempre ha sido celebrado el garbo de las españolas en el andar, pero ahora vemos que las más petimetras afectan el aire desaliñado y desgarbado de las extranjeras, cargando la parte superior del cuerpo hacia adelante, y andando como quien padece de los riñones. Un cuello bien torneado y despejado se ha tenido siempre por una gran belleza, pero ahora nuestras damas lo tapan como una deformidad, levantando los pañuelos hasta más arriba de las orejas. De todo esto y otros infinitos ejemplos que omito se deduce que la belleza no tiene más fundamento que el capricho.

2. Diario de Madrid del jueves 30 de octubre de 1794 (Pedro Estala)6 Señor Diarista: He extrañado mucho el discurso que se ha insertado en su Periódico acerca de la belleza: al principio creí que sería una sátira contra las modas, pero el tono serio que reina en todo el discurso me ha hecho presumir que su autor está persuadido de que la belleza 6.  [N.d.E.] La autoría de esta carta también pertenece a Pedro Estala, según Arenas Cruz (2000: 237, 241). En esta segunda entrega, Estala, oculto bajo otro de sus seudónimos habituales —el Mismo— escribe contradiciéndose a sí mismo, y refutando todos los argumentos que había defendido en su primera misiva, para así avivar la polémica entre los lectores. 262

Disputa sobre la belleza

no es más que un capricho. Las razones que alega para probar esta paradoja no pueden ser más miserables: que las naciones salvajes y otros pueblos bárbaros y sin cultura gusten de las extravagancias que allí cita, y de otras infinitas que nos refieren los viajeros, nada más prueba sino que tienen corrompido el gusto en esto, así como en todo lo demás. Así que para probar que no hay belleza real, era preciso que el autor del discurso demostrase con razones sacadas de la naturaleza que la proporción y simetría de las partes nada tiene de bello, y que cualesquiera formas, por más irregulares y monstruosas que sean, producen igual placer en quien las mira, que las más regulares y simétricas. Si, además, quisiese comprobar con autoridades su aserción, no debía ir a buscarlas en los desiertos de la Tartaria, ni en los de las dos Indias, sino sacarlas de la Grecia, de Roma y de los pueblos más cultos y de mejor gusto de todo el mundo, y entonces nos harían alguna fuerza, aunque no destruyesen las razones que hay a favor de la belleza. Qué extraño será que en la China se prefieran por bellezas las formas y facciones que nos refiere, cuando entre aquella nación no hay otras. ¿Ignora acaso que el pueblo Chino tiene una fisionomía particular, que le distingue de todas las demás? Pues si allí no hay variedad de formas, ¿cómo pueden preferir por más bellas las unas en comparación con las otras, supuesto que no hay variedad? Si tuviesen los chinos varios términos de comparación, como vemos en Europa; si en las fisionomías se observase tan infinita variedad como en las nuestras, entonces, veríamos el juicio que hacían de unas y de otras; pero no siendo así, es muy fuera de propósito el citar su ejemplo para probar que las narices romas, los ojos pequeños y ovalados con una panza enorme puedan tener alguna belleza real. Lo mismo digo de los demás ejemplos que alega. Todos ellos prueban, cuando más, que puede haber tal trastorno de ideas, tal corrupción de gusto y tal hábito de ver deformidades en un pueblo que mire con cierto placer lo que causa el mayor disgusto, risa y desprecio a los que no tienen aquellas preocupaciones. 263

Juanma Sánchez Arteaga

«… ¿Quién le ha dicho a la Sra. Madrileña que la belleza está vinculada a los climas medios ni enteros? En la mitad meridional de la Nueva Holanda se encuentran temperamentos correspondientes al de Italia, Grecia y mediodía de España, y sin embargo son sus naturales los más imperfectos de los hombres. Por el contrario, en la misma Zona Tórrida, en Tahití, en la nueva Citerea encontrarían Rafael y Guido las Galateas y los Arcángeles a docenas…». Ciriaco de Ceballos, Disputa sobre la belleza. Diario de Madrid (21 de agosto de 1795). Imagen: mujeres de Vavao mariscando. Felipe Bauzá (reproducido con permiso del Museo de América de Madrid).

264

Disputa sobre la belleza

Con igual falta de lógica cita el autor las autoridades de Ovidio, de Petronio y de nuestros poetas a favor de ciertas facciones, que tienen muy poca belleza: el gusto y voto de dos, ni de doscientos, no forma el gusto general, y por consiguiente puede agradar a un individuo de un cuerpo, como es un pueblo, alguna deformidad, sin que de esto pueda sacar consecuencia contra el gusto de todo el cuerpo. No es menor despropósito referir la variedad de modas y trajes que ha habido entre nosotros, para concluir que no hay belleza. Las modas solo prueban el capricho de los hombres y mujeres, que en materia de adornos están variando continuamente, pero esta variedad en el modo de adornarse nada prueba en favor de su opinión. No negaré que las modas del andar derrengado, pañuelos abultados y otros que causan risa en las actuales circunstancias afean mucho a las mujeres, pero estas ni otras no destruyen el buen efecto que causa la regularidad de las facciones, ni la buena proporción del cuerpo en las que con estas bellas prendas usan de estas modas. En fin, no hallo en el citado discurso más que una declamación sin pruebas, y con esto me excuso de no criticarle más por menor. Quedo de Vmd., etc. El Mismo.

3. Diario de Madrid del lunes 27 de abril de 1795 (Alejandro Malaspina) Muy Señor mío: Acabo de llegar a esta Capital,7 y entre los varios objetos que han fijado particularmente mi atención, no ocupa el último lugar 7.  [N.d.E.] Repárese en que Alejandro Malaspina era, efectivamente, un recién llegado a la corte madrileña por estas fechas. 265

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el Diario de Vmd. Algunas de las cartas con que da comúnmente principio están escritas con gracia y juicio, y girando sobre materias interesantes difunden insensiblemente el gusto y la discreción: los libros abultados son, por lo común, inútiles a las gentes muy ocupadas o muy ociosas; pero estas hojas sueltas se miran como una parte de nuestra diversión diaria, se leen sin fastidio y procuran el fruto sin trabajo. Es un dolor que este papel no tenga alguna más amplitud, y sería todavía más lastimoso que, siguiendo Vmd. el dictamen del Censor mensual, vedase en el Diario la entrada de ciertos géneros.8 No todas las Poesías que Vmd. nos ha regalado son malas, ni la solución de un problema matemático puede dejar de ser útil a muchos, por la circunstancia de que lo entienden pocos: sobre este último asunto puede Vmd. tener, sin escrúpulo, manga ancha, y van sobre mi conciencia todos los pecados que en el resto del año se cometan.9 8.  [N.d.E.] En el Diario de Madrid del 11 de enero de 1795 había aparecido publicada una carta que consistía enteramente en la resolución matemática de un problema de mecánica, y en la que, para finalizar, se proponía un nuevo problema matemático relacionado con el cálculo de la ascensión de un globo aerostático. La carta, firmada por un tal Martin Brussein, quien se decía clérigo navarro y catedrático de Matemáticas y Lenguas Clásicas en el Museo de Burdeos, originó una respuesta negativa por parte del Censor del Diario, Pedro Estala, quien negaba utilidad a la publicación de problemas matemáticos en el Dia­ rio, alegando que la mayoría de los lectores, sin conocimientos especializados, no los entendería. Aun así, la carta de Brussein originó una réplica matemática el 5 de marzo, en la que se daba respuesta al problema suscitado por Brussein, lo que a su vez provocó nuevas críticas por parte del Censor Mensual. Malaspina contrariaba los argumentos del Censor, y defendía que el Diario de Madrid sirviese también como vehículo de divulgación de asuntos científicos y matemáticos, y no solo de asuntos filosófico-literarios. 9.  [N.d.E.] Como se verá más adelante, la disputa sobre la existencia o no de una belleza esencial en la naturaleza iba a propiciar un duelo dialéctico especialmente intenso entre Ciriaco de Ceballos (Cartas n.º 4, 7, 9, 11, 13, 17, 20, 21 y 29) y Alejandro Malaspina (Cartas n.º 3, 6, 12 y 23), en el que ambos intentaron desplegar un arsenal interdisciplinar de argumentos —derivados de la astronomía, de la literatura, de la antropología, de la historia…— para defender sus respectivas posiciones. Ese duelo intelectual entre ambos derivó —en uno de sus múltiples desdoblamientos temáticos— en un debate entre Ceballos y Malaspina sobre la forma verdadera de la Tierra. Al respecto, Malaspina defendía las teorías de Bernardin de Saint-Pierre. Por el contrario, Ceballos afirmaba que Saint-Pierre había incurrido en un craso error matemático de base, lo que desacreditaba completamente sus teorías. En esta carta, Alejandro se muestra a favor de la inclusión de textos científicos y matemáticos en el Diario de Madrid, algo contra lo que se había manifestado públicamente el 266

Disputa sobre la belleza

La carta de ayer dirigida por D. Prudencio a D. Severo10 dio por la noche ocasión a dos disputas, en una tertulia de gentes razonadoras, donde he tenido la honra de ser introducido.11 La primera, sobre si eran los elogios más convenientes que el castigo para alumbrar la aplicación en los niños, y la segunda, sobre si un hombre abandonado desde la infancia a sus propias observaciones llegaría a tener ideas precisas de lo que constituye, en las cosas, lo bueno, y lo hermoso; cuestión que se redujo a si existe o no existe en la naturaleza un hermoso esencial e independiente de la convención de los hombres. No bastaría un volumen para repetir todo lo que ocurriría a los disputadores, y con particularidad a un joven Doctor que se distinguía entre todos por su desmesurado corbatín,12 y así me limitaré a decir en pocas palabras mi parecer sobre ambas cuestiones. Estoy muy distante de aprobar la conducta de Don Severo, pero tampoco estoy tan mal como Don Prudencio con los elogios que Censor Mensual del Diario, Pedro Estala, alegando la dificultad de comprensión de asuntos matemáticos por parte de los lectores. La polémica originó la publicación de una carta de Ceballos (Carta n.º 9) en la que se incluía una demostración matemática de la falsedad de las teorías de Saint-Pierre sobre la forma de la Tierra, que Malaspina había defendido. 10.  [N.d.E.] En los días 20 y 21 de abril de 1795 apareció publicada en el Diario de Madrid la carta de un tal Prudencio, en respuesta a otra anterior de un tal D. Severo, quien por su parte se había quejado de los descarríos de su hijo, consultando en el Diario el mejor método educativo de reconducirle, tras haber intentado proporcionar a su hijo todo lo que tenía a su alcance, sin éxito. En su respuesta a D. Severo, Prudencio le criticaba el haber corrompido la personalidad de su hijo con el empleo de elogios y premios excesivos, que habrían echado a perder la personalidad del niño, convirtiéndole en un pequeño tirano, interesado, vano y orgulloso. 11.  [N.d.E.] Malaspina había sido introducido en la corte en las tertulias del ministro Antonio Valdés y del cónsul sueco, Juan Jacobo (Hans Jacob) Gahn, en las que participaba con asiduidad. La tertulia en la que se originó la polémica que dará a origen a la Disputa sobre la belleza en el Diario de Madrid pudo acontecer el día 21 de abril de 1795, según la indicación de Malaspina, dado que esta carta está fechada el día 23, por lo que, posiblemente, debió de entregarse al Diario el día 22. 12.  [N.d.E.] El tertuliano de enorme corbatín era Ciriaco de Ceballos, como se demuestra en la respuesta que este envió a Malaspina tras esta carta, que Ceballos firmó con un seudónimo que constituía un perfecto anagrama de su nombre, Isidro Calle Boceca. Véase la Carta n.º 4. 267

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se dan a los niños.13 El estudio es una fatiga, y el hombre, en cualquier edad que se le considere, no se determina al trabajo sino por alguna razón de utilidad. Un niño estudiará por huir del castigo, o por merecer los elogios; pero el castigo, cuando no se dispensa con suma prudencia, apoca los espíritus, hace odiosa la instrucción y es siempre insuficiente para producir esta aplicación viva y seguida, sin la cual no se harán nunca grandes cosas.14 El amor propio ha sido el resorte de los grandes hombres, y uno de ellos quería reducir la ciencia de la educación a la ciencia de los medios más propios para despertar en los niños la emulación y la vanidad de distinguirse. La gloria, en último análisis, no es otra cosa que egoísmo, y los hombres más ilustres han sido siempre los hombres que se han olvidado menos de sí mismos. La segunda cuestión, tomada en su último estado, no es nueva ni de tanta dificultad como se cree comúnmente. Platón hacía depender la hermosura, tomada absolutamente, de la unidad; constituyendo esta unidad la exacta relación entre sí de las partes que componen un todo. Esta opinión tiene muchas dificultades, y carece absolutamente de ellas el sistema del autor del Ensayo sobre el mérito y la virtud,15 el cual cree juiciosamente que lo hermoso no es 13.  [N.d.E.] Aquí Malaspina hace mención a dos cartas aparecidas con anterioridad en el Diario de Madrid, firmadas por don Prudencio y don Severo, que hacían referencia a la pertinencia o no del uso del castigo en la educación de los hijos. Omito la transcripción de dichas cartas, por no pertenecer a la Disputa sobre la belleza. 14.  [N.d.E.] Estas ideas sobre el castigo son perfectamente coherentes con la opinión sostenida en otros lugares por Malaspina, quien, durante sus viajes al mando de diversos navíos, en lo tocante a la transmisión de instrucciones a la tropa, siempre insistió sobre la importancia de enseñar a través del ejemplo, y no por medio de castigos. En abril de 1789 Malaspina redactó una larga instrucción de organización del viaje, las Normas de conducta a bordo, documento en el que declaraba su intención de dar preferencia «al cariño sobre el rigor», entendiendo rigor como rigor militar, como castigo físico, cosa que Malaspina dis­­ tinguía de la disciplina, y en este sentido afirmaba: «Seré tan exacto en dar a esta (a la disciplina) el lugar que se merece, como puesto a sentar el más suave ejemplo del primer». Cf. Manfredi (1987c: 123, nota 37); Martínez-Cañavate Ballesteros (ed.) (1994: 67-68). 15.  [N.d.E.] Cf. Shaftesbury (1997 [1699]). Malaspina alude numerosas veces a Shaftesbury en su Meditación filosófica, donde admite haberle tomado como referencia en sus 268

Disputa sobre la belleza

arbitrario, sino una calidad absoluta, cuyo fundamento es la utilidad.16 Si a la rosa se le quitase su fragancia nos parecería menos bella, porque nos sería menos útil. La Anatomía ha determinado qué proporción de los miembros conspira mejor al desempeño de las funciones animales y el estatuario forma un Hércules sobre estas observaciones; y he aquí un modelo del hombre hermoso, independientemente de todo capricho, y dictado por la Naturaleza. Dedúcese de ello que los hombres no dan el atributo de hermoso arbitrariamente; este atributo lo determina la utilidad, que es su fundamento y su carácter distintivo. Lo dicho es en cuanto [se refiere] a las producciones naturales; por lo que hace [referencia] a la poesía y demás bellas artes, ya se sabe que lo bello depende de la exacta imitación de la Naturaleza.17 Soy de Vmd., etc. Madrid, 23 de Abril. reflexiones sobre estética, y seguido el mismo raciocinio que el aristócrata británico, miembro del círculo neoplatónico de Cambridge. En la Nota E de su Meditación filosófica, Malaspina afirma: «Oigamos, sin embargo, por un momento, al lord Shaftesbury en sus Misceláneas, para justificar el mismo camino que yo he adoptado» (Meditación, [p.d.C.] [59]). Malaspina también menciona a Shaftesbury en las notas [N.d.A.M.] 19 y 149 de la Meditación. 16.  [N.d.E.] La idea de que la utilidad es un criterio fundamental a la hora de juzgar la belleza de un objeto, defendida por Shaftesbury, es repetida por Malaspina en otras cartas de esta Disputa (véase la Carta n.º 27), así como en la Meditación filosófica. En este último texto, Malaspina afirma que «la impresión de la utilidad, si bien dependa de una operación mental, puede substituir, como reminiscencia, a la impresión del placer efectivo, y aun derribarla, haciéndola odiosa. ¿Quién no ha experimentado cuánto enfada la vista de una comida opípara al enfermo, o al que está ahíto; la cama y el silencio, al que ha dormido con exceso; la música más agradable a quien tiene necesidad de dormir; y el cerco de las jóvenes mejor parecidas al que no vea a su querida entre ellas?» [p. 23 d.C.]. A esta tesis se opuso Ceballos en su respuesta del 30 de abril (Carta n.º 4): «Pero, Sr. Anónimo, si esta utilidad es el único fundamento, el solo carácter distintivo de lo hermoso, ¿por qué llamamos bellas muchas cosas cuya utilidad desconocemos? A ninguna planta debe tanto el género humano como al árbol de la quina, y sin embargo no ocasiona su presencia tanta impresión de placer como el espectáculo de los Mirtos y los Jazmines que se enlazan sobre un suelo matizado de flores». 17.  [N.d.E.] El tópico de la mímesis, es decir, la tesis de que el arte es fundamentalmente una imitación de la naturaleza, recorre todo el Siglo de las Luces y también se repite en la Meditación filosófica de Malaspina, donde Alejandro lo defiende con insistencia en varias ocasiones, afirmando que «en los climas felices de la Grecia, comprendieron inmediatamente que el arte, esto es, la imitación combinada de la naturaleza, debía ser su ocupación más digna y permanente». Meditación, [p.d.C.] [33]. 269

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4.1. Diario de Madrid del jueves 30 de abril de 1795 (Ciriaco de Ceballos)18 Al enemigo de los Corbatines grandes: por quien no los tiene chicos.19 Muy señor mío: La cuestión de si existe en la naturaleza un hermoso absoluto, esencial e independiente de toda convención no es tan trivial como Vmd. nos dice en su carta de antes de ayer 27,20 y aunque muchos genios sobresalientes la han tratado, sin embargo, nuestras nociones sobre lo hermoso son en el día, y verosímilmente lo serán siempre, vagas, imperfectas y distintas. Cuando la verdad es susceptible de demostración no cabe diversidad en los pareceres. Ninguno que entienda el lenguaje de los Geómetras puede dudar que en los Planetas son las áreas de los sectores corridos como los tiempos que se corrieron: que en los triángulos rectángulos el cuadrado de la hipotenusa es la suma de los otros dos cua­­drados, etc. Pero en la cuestión que a Vmd. parece trivial, la misma variedad de opiniones, ¿no es una prueba de su dificultad? Wolff21 hacía consistir la belleza en la perfección; Crousaz22

18.  [N.d.E.] La atribución de esta carta a Ciriaco de Ceballos parece indudable, pues Ceballos firma con un seudónimo que resulta el perfecto anagrama de su nombre, Isidro Calle Boceca. 19.  [N.d.E.] Repárese en que la carta es una respuesta directa a la carta anterior de Malaspina, en la que este aludía a la presencia de un contertulio de desmesurado corbatín entre los asistentes a la tertulia en la que se originó la Disputa sobre la belleza. Las alusiones irónicas al tamaño del corbatín parecen usarse aquí por parte de Ceballos y Malaspina en un triple sentido: el de la mayor o menor elegancia de los autores en función de las modas del momento; el de su mayor o menor rango jerárquico; y el de su mayor o menor hombría en la Disputa. 20.  [N.d.E.] Véase la Carta n.º 3 de la Disputa. 21.  [N.d.E.] Christian Wolff (1679-1754), filósofo racionalista alemán, difusor de las ideas de Leibniz y Spinoza. 22.  [N.d.E.] Jean-Pierre de Crousaz (1663-1750), teólogo y filósofo suizo, autor de un famoso Tratado sobre lo bello (1724). 270

Disputa sobre la belleza

en la variedad y el orden; André23 en la simetría y proporción, observados en los entes de la naturaleza: Hutcheson24 recurrió a un sentido interno, por cuyo uso distinguíamos lo bello, etc. En este etc. se comprehende a S. Agustín, que constituía la forma y la esencia de lo hermoso en la unidad: omnis porro pulchritudinis forma, unitas est;25 opinión que Vmd. atribuye a Platón, incurriendo en un error del que no eran capaces muchos corbatines desmesurados que yo conozco. Todos los sistemas indicados, en los cuales se ha confundido muchas veces el efecto con la causa y las propiedades relativas con las absolutas, son igualmente defectuosos, como sería fácil demostrar, si mis ocupaciones y la extensión del Diario lo permitieran, y si las opiniones adoptadas por Vmd. como seguras no pidiesen un examen particular. La utilidad es, según Vmd., el fundamento de lo hermoso; de modo que aquel hombre es bien hecho, cuya forma parece más adecuada a cumplir las funciones animales; aquella flor nos parece más linda, porque nos es mas útil, etc., deduciéndose de aquí que, en las producciones naturales lo hermoso no es una calidad 23.  [N.d.E.] Yves-Marie André (1675-1764), jesuita francés, autor de Ensayo sobre la belleza. Cf. André (1759 [1741]). 24.  [N.d.E.] Francis Hutcheson (1694-1746), profesor de la Universidad de Glasgow, escribió obras influyentes sobre la cuestión de la belleza, sobresaliendo entre ellas su Investi­ gación sobre nuestras ideas de la belleza y la virtud (1725) y su Ensayo de la naturaleza y conducta de las pasiones (1728). 25.  [N.d.E.] Dentro de la teoría estética de san Agustín, según Diderot, la unidad constituía «la forma y esencia de lo bello de toda índole. «Omnis porro pulchritudinis forma, unitas est», o sea, «Todo lo que hace que una forma sea bella es la unidad». Entre los autores clásicos que mejor habían discurrido sobre cuestiones estéticas, Platón y san Agustín ocupaban un lugar prominente, y a ellos había dedicado algunas páginas el enciclopedista Diderot en sus Investigaciones filosóficas sobre el origen y naturaleza de lo bello, donde se incluía la misma sentencia en latín reproducida por Ceballos. Por su parte, Malaspina, en su carta anterior (véase la Carta n.º 3), había atribuido por error a Platón un juicio estético de san Agustín —la belleza entendida como unidad en la variedad—. Ceballos, quien, por su parte, debía de tener la aludida obra de Diderot más a su alcance, no dudó en corregir la afirmación de Alejandro echando mano del latín para, de paso, ridiculizar las opiniones de Malaspina en relación con la existencia de un bello universal. Cf. Diderot (1973 [1752]: 29). 271

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arbitraria, sino un atributo dependiente de la utilidad. Pero, Sr. Anónimo, si esta utilidad es el único fundamento, el solo carácter distintivo de lo hermoso, ¿por qué llamamos bellas muchas cosas cuya utilidad desconocemos? A ninguna planta debe tanto el género humano como al árbol de la quina, y sin embargo no ocasiona su presencia tanta impresión de placer como el espectáculo de los Mirtos y los Jazmines que se enlazan sobre un suelo matizado de flores. Si el objeto de los pies es solo sostener la mesa, ¿para qué es darles una forma simétrica? Suponga Vmd. que la puerta principal del S. Pablo de Londres tuviese una figura irregular y solas tres varas de elevación: esta puerta, por donde entrarían cómodamente los hombres, corresponde al principio de Vmd. pero ¿no dejaría, por su forma y poca magnitud, de afear el edificio? No, señor. Luego la utilidad no es ni puede de ser el único y solo distintivo de lo hermoso. Los argumentos deducidos del examen anatómico del hombre son muy sospechosos, porque la Anatomía estaba en mantillas cuando Apeles26 hizo su Citerea,27 este modelo al que referimos nuestras bellezas, siendo en este asunto lo mismo que en otros muchos, el eco servil de los antiguos. La estatua del vigoroso Hércules será, si Vmd. lo quiere, un ejemplo de perfección, conforme a nuestros principios anatómicos; pero Venus, que debe tener voto en materia de hermosuras, abandonó su habitación de Pafos28 por seguir en el monte Líbano al delicado Adonis, anti-Hércules de figura, pero que supo inspirar amor en el Infierno mismo.29 26.  [N.d.E.] Apeles (352 a. C.-308 a. C.), uno de los más famosos pintores de la época clásica. 27.  [N.d.E.] Uno de los sobrenombres de Venus Afrodita. La Citerea pintada por Apeles, hoy perdida, se hizo célebre en la Antigüedad por su belleza. Aparece descrita en la His­ toria natural de Plinio. 28.  [N.d.E.] Según la mitología griega, la ciudad chipriota de Pafos fue fundada en honor de Venus Afrodita. El nombre de Pafos hace referencia a una legendaria reina chipriota, hija del escultor Pigmalión y de su escultura vivificada, la Galatea. 29.  [N.d.E.] Adonis en la mitología griega representa al amante de Venus Afrodita, quien se enamoró perdidamente de él cuando aún era un niño a causa de su irresistible belleza. Según narra Ovidio en las Metamorfosis, Afrodita encontró al bebé Adonis y lo llevó al 272

Disputa sobre la belleza

Por lo que hace a la Poesía y demás bellas artes, añade Vmd., hay otro carácter que no deja arbitrariedad en lo bueno, la exacta imitación de la naturaleza, aserción tan rotunda como difícil de probar: si un pintor trata de copiar las producciones naturales, no hay duda en que la perfección de la copia dependerá de su semejanza a lo copiado, es decir, que un retrato será tanto mejor cuanto más se parezca al original: verdad de Pedro Grullo, que no necesitamos la revelase Aristóteles,30 Luzán,31 el Abate Batteux,32 ni el Sr. Anónimo: fuera de estos casos, no concibo cómo la naturaleza pueda dirigir al Artista. Si existe en el mundo un hermoso esencial como guía del Arquitecto, ¿de dónde provienen los diferentes órdenes de Arquitectura? ¿Por qué la longitud de una columna debe ser diez y no seis veces la base? No puedo creer que la observación de los precipicios, cavernas, derrumbaderos, etc., haya determinado que las entre columnas, los pórticos y las arcadas tengan estas u otras dimensiones: no advierto que la música de Haydn esté modelada sobre el ruido de los jilgueros, ni tendría por buen Arquitecto Naval a quien tomase a las ballenas por modelos de sus buques.33 Se continuará.

inframundo para ser criado por Perséfone. Venus regresó a por Adonis una vez que creció, pero Perséfone, cautivada por la belleza del muchacho, también quería quedarse con él. Zeus resolvió la disputa al decretar que Adonis pasase un tercio del año con Afrodita, un tercio con Perséfone en el reino de los muertos y un tercio con quien él eligiera. Pero Adonis eligió a Afrodita, y desde entonces permanecieron constantemente juntos. 30.  [N.d.E.] Ceballos hace referencia a la Poética de Aristóteles, que sentó las bases de toda la teoría estética occidental posterior. Cf. Aristóteles (1778). 31.  [N.d.E.] Ignacio de Luzán (1702-1754) fue el principal teórico y exponente de las ideas estéticas del neoclasicismo en España. Su Poética marcó la lírica del siglo xviii en España. Cf. Luzán (1737). 32.  [N.d.E.] Charles Batteux (1713-1780), filósofo y académico francés, dedicó varias de sus obras a la teoría estética. 33.  [N.d.E.] Esta referencia a la ingeniería naval es un nuevo indicio que confirma la indudable autoría de Ciriaco de Ceballos de esta carta. 273

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«… Si nos dijesen que el Emperador de la China tenía un gran palacio cuadrado de piedra negra de singular belleza, no hay duda de que todos nos conformaríamos en las ideas de color y figura que denotan las palabras cuadrado y negro, pero en cuanto a la magnitud y belleza de este palacio, cada cual lo entendería de diverso modo…». Ciriaco de Ceballos, Disputa sobre la belleza. Diario de Madrid (5 de agosto de 1795). Imagen: vista de Macao. Fernando Bambrila (reproducido con permiso del Museo de América de Madrid).

4.2. Diario de Madrid del sábado 2 de mayo de 1795 (Ciriaco de Ceballos) Concluye la carta de antes de ayer. La Poesía se ha querido aplicar más particularmente al principio de la imitación de la naturaleza, pero el buen poeta pinta la rosa sin espinas;34 el buen poeta no imita la naturaleza, sino la 34.  [N.d.E.] Esta afirmación de Ceballos tendrá su réplica en la siguiente intervención de Malaspina en la Disputa. Alejandro incluirá en su misiva el único poema que se conserva de Malaspina, cuyos versos sáficos —a la moda del periodo— finalizan con la advertencia de que la hermosa rosa que, en la imaginación del poeta, protege el pecho de su bella, guarda una espina (véase la Carta n.º 6).

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perfecciona, la exagera, la desfigura, la saca de sus naturales y verdaderos quicios. ¿Dónde existe un hombre tan iracundo como el invulnerable Aquiles,35 tan cabal como el religioso Eneas,36 ni un cuerdo tan graciosamente loco como el héroe de La Mancha? No he visto jamás los pastores que razonasen en un idioma tan puro y tan dulce, como Salicio y Nemoroso,37 como Títiro y Melibeo.38 No he visto requebrarse los amantes en versos rimados de 7, 8, 11 o 14 sílabas, como hacen sobre la escena; en fin, no encuentro por el mundo aquellos hombres de un carácter tan singular y tan sostenido como nos pintan en las buenas fábulas. Los Jardines de Aranjuez podrán mirarse como un esfuerzo del arte y la naturaleza, pero ¿cuánta diferencia va de ellos a la venturosa Isla donde Armida tenía encadenado al generoso Reinaldo?39 Dedúcese de todo que los buenos poetas pueden tomar, y toman en efecto, sus colores de la naturaleza, pero sus cuadros se apartan de ella y cuanto más se apartan más suelen agradarnos: pues Sr. Anónimo, ¿cómo hemos de entender aquello de la exacta imitación? Después de haber razonado tanto y tan mal sobre los caracteres constitutivos de lo hermoso, parecerá temeridad que un hombre, desconocido en la República de las letras, y por decirlo de una vez, un hombre de corbatín inconmensurable por desmesurado, quiera hacer sistema aparte; yo convengo en ello, pero no puedo menos de comunicar al Anónimo mis opiniones sobre el asunto. 35.  [N.d.E.] Aquiles, héroe mitológico de la guerra de Troya, uno de los principales protagonistas de la Ilíada, de Homero. 36.  [N.d.E.] Eneas, héroe troyano y legendario progenitor de Roma, a partir de sus descendientes Rómulo y Remo. Eneas es el protagonista principal de la Eneida, de Virgilio. 37.  [N.d.E.] Salicio y Nemoroso son los pastores protagonistas de la primera égloga del poeta español Garcilaso de la Vega (circa 1498-1536). 38.  [N.d.E.] Protagonistas pastoriles de la primera de las diez églogas que componen las Bucólicas, del poeta romano Virgilio. 39.  [N.d.E.] Reinaldo y Armida, personajes de la obra Jerusalén liberada, del escritor italiano Torquato Tasso (1544-1595). 275

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No existe, según mi entender, hermoso ni bello esencial, original, inmutable y absoluto:(*)40 la palabra hermoso indica solamente una relación de semejanza entre lo que juzgamos bello y lo que nos indicaron como tal en nuestra primera infancia. Para concebir esta verdad retrocedamos al tiempo cuando, recibiendo las primeras instrucciones, se desenvolvían nuestras facultades morales. Oí dar el atributo de hermosa a una mujer de ojos negros, color purpurado y cuerpo cenceño; asocié todas estas ideas, las repetí, las generalicé, y en el día me parecen hermosas todas las mujeres que tienen relaciones de semejanza con mis primeros modelos. El hombre, imitador por necesidad, no es árbitro de sus primeras opiniones: las debe al acaso, las fortifica con el ejemplo, y necesita mucha meditación para no confundir el error con la verdad, y la costumbre con la naturaleza. Si las generaciones actuales acordasen su aprecio —y el título de hermosas— a las que ahora llamamos feas, estas feas serían las hermosas de las ge­­ neraciones futuras. Si nuestras nociones sobre lo hermoso fuesen inmutables, eternas, independientes de toda convención, serían también únicas, y comunes a todos los pueblos, pero no sucede así. Los estatuarios y pintores representan a la belleza con un compás en la mano, emblema, dicen, de la exactitud de las proporciones: ¿pero estas proporciones no están expuestas a todas las vicisitudes de las modas? Una frente espaciosa pareció algún tiempo linda, pero en el día estamos por las frentes angostas, a manera de líneas matemáticas. ¿Dónde hermosea más el pelo, en la barba o en la cabeza? Si respondo yo, en la cabeza; [si] responde un musulmán, en la barba. Nosotros queremos cejas pobladas y en Siam las afeitan con cuidado. Las orejas, cuanto más pequeñas, más 40. (*) [N.d.D.M.] «Se supone que hablamos de lo hermoso creado y natural, de ninguna manera de aquel hermoso que con propiedad llama San Agustín hermosura antigua, esto es, eterna o increada». [N.d.E.] La nota anterior aparece originalmente publicada como tal nota a la carta de Ceballos en el Diario de Madrid. 276

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lindas, dice un europeo; y en América las estiran hasta descansar sobre los hombros. En Asia hay pueblos que comprimen con tablas las cabezas de los niños; aquí para aplanarlas, allá para darles longitud, y [hay] donde para hacerlas muy redondas. Los Malayos creen una perfección tener los dientes negros, y conocen específicos con que les dan este color. Los Marianos se anticipaban la canicie con aguas preparadas. Las mujeres de Mulgrave no creerían merecer los suspiros de su Ankau41 sin abrirse una segunda boca paralela a la natural y de sus propias dimensiones. En algunas de las Kuriles aplastan la nariz y doblan las piernas a los niños para hermosearlos. Una cintura muy abultada es para un Japonés lo que para nosotros una cintura muy angosta. El pie de la gaditana más linda pasa en Pekín por el pie de la gran bestia. La boca grande, los ojos pequeños y hundidos y la nariz roma, y ancha, son otras tantas perfecciones en la China:42 en fin, una Venus hecha por los Pichiríes43 41.  [N.d.E.] Esta referencia tan precisa a la antropología del noroeste americano, citando a las mujeres de Mulgrave y a sus Ankau (jefes, en el idioma de Mulgrave) solo podía venir de alguien que hubiera participado de la expedición con Malaspina, que visitó Mulgrave y otros parajes del lejano norte, a la busca de un inexistente canal de comunicación interoceánico en el norte de América. Esta mención tan precisa, unida al seudónimo utilizado por el autor de la carta, hacen indudable la atribución de este texto al oficial de la expedición Ciriaco de Ceballos. Sobre el discurso etnográfico producido en la Expedición Malaspina en el Pacífico norte, cf. Monge (2002). Sobre el desarrollo de la Expedición Malaspina en la costa noroeste americana, cf. Galera (ed.) (1990). 42.  [N.d.E.] Más adelante, Ciriaco de Ceballos enviará dos nuevas cartas al Diario de Ma­ drid firmando con el seudónimo de la Chinilla y haciéndose pasar por una mujer china para atacar el eurocentrismo estético de Malaspina. Cf. Cartas n.º 17 y Carta n.º 20 de la Disputa sobre la belleza. 43.  [N.d.E.] Los pichiríes fueron un pueblo que habitaba en el estrecho de Magallanes. Este grupo humano había sido contactado por Ceballos cuando participaba de la segunda expedición comandada por el sevillano Antonio de Córdoba y Lazo de la Vega para reconocer el estrecho. Después de retornar a España de aquella expedición enfermo de escorbuto —como la mayoría de la tripulación—, Ceballos todavía no había recuperado la salud cuando la Expedición Malaspina partió de Cádiz rumbo a América, por lo que Ceballos debió incorporarse posteriormente. Sobre la expedición comandada por Córdoba al estrecho de Magallanes, cf. Vanwieren (2007); Vázquez de Acuña (2004). 277

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sería el monstruo de Horacio44 en Vavao.(*)45 Después de lo dicho, y después de ver cómo la moda influye hasta sobre las partes integrantes y constitutivas del cuerpo humano, nadie extrañará que yo mire mi corbatín como una parte esencial de mi ser, y me sería igual disminuir una sola línea de su bojo o periferia, o arrancarme un diente. Corra Vmd., Sr. Anónimo, el mundo, compare las opiniones de los pueblos, y se convencerá de que no existe un hermoso esencial sino un hermoso de capricho. Sí, orgullosas bellezas, por convertir últimamente hacia vosotras mi palabra, no creáis que la naturaleza os formó sobre moldes particulares: vuestras gracias son obra de nuestra creación ,y cuando recibís con desdén los inciensos de los hombres, desconocéis la mano bienhechora que os colocó sobre el ara. He tomado a Vmd., Sr. Anónimo, una afición particular, y consagraré a su trato el tiempo que deba a mi descanso, si, como lo creo, continúa Vmd. ilustrando al público con sus curiosas 44.  [N.d.E.] Horacio (65 a. C.-8 a. C.), principal poeta lírico latino en los tiempos del emperador Augusto, autor de odas, sátiras y epístolas que marcaron la historia de la literatura. 45. (*) [N.d.D.M.] «Vavau: archipielago del océano Pacífico descubierto por el caballero Malaspina en su viaje alrededor del mundo, hecho en los años de 1789, 90, 91, 92, 93 y 94. En estas islas son las mujeres bastante lindas, según nuestro modo de ver estas cosas». [N.d.E.] Nueva nota original de Ceballos, en la que este hace manifiesto que conoce la identidad de su interlocutor en la Disputa, citando a Malaspina por su nombre. Ceballos tuvo una destacadísima labor como antropólogo durante la estancia de la expedición de Malaspina en el archipiélago de Vava’u (o Vavao) entre mayo y junio de 1793, donde, a diferencia de Malaspina —siempre reacio a misturarse con la plebe y con los nativos—, Ceballos tuvo un contacto intensivo con las nativas de la isla de Vavao (sus informantes en la isla eran fundamentalmente mujeres), gracias al cual, entre otras cosas, consiguió elaborar un valioso vocabulario tongano. Tal vez abrumado por la belleza natural de la isla y de sus amables isleñas, por el consumo de la bebida alucinógena kava y por el generoso trato recibido por los nativos —cuyo jefe, Vuna, llegó a adoptar ceremonialmente a Ciriaco como hijo legítimo y príncipe de la isla—, Ceballos le prometió al líder tongano que «desde España había de volver a Vavau para vivir y morir en su compañía». Vide supra, nota 8, capítulo 3. Cf. Viana (1993 [1793]: 226). 278

Disputa sobre la belleza

cartas,46 que recibirán siempre bien los Jóvenes Doctores de corbatín desmesurado, entre los cuales tengo el honor de ser, etc. Sobre la Fuente de Cibeles, a 29 de Abril de 1795. Isidro Calle Boceca.47

5. Diario de Madrid del jueves 7 de mayo de 1795 (Pedro Estala)48 Juicio de los Diarios de Abril. […] La carta Anónima del día 27 merecía poca atención, pero ha sido muy útil pues nos ha proporcionado la bellísima respuesta de D. Isidro Calle Boceca del día 30, en que con el mayor fundamento refuta la opinión del Anónimo sobre la belleza, y establece su parecer con razones evidentes. El tal Anónimo es de los que gustan ver en el Diario malos versos, problemas matemáticos, etc.49 No le crea. Vmd., que no tiene razón […]. El Censor Mensual. 46.  [N.d.E.] La cita refleja el espíritu ilustrado y el didactismo implícito en estas contribuciones de Ceballos y Malaspina a la prensa madrileña. La intención era siempre divulgar conocimiento para educar, para formar opinión pública y fomentar el desarrollo de la sociedad a través de la formación de sus ciudadanos, de la «ilustración del público». 47.  [N.d.E.] El seudónimo escogido es un perfecto anagrama del nombre de su autor: Ciriaco de Ceballos. 48.  [N.d.E.] En la transcripción de esta nueva carta del Censor Mensual, así como en las que siguen, firmadas con el mismo seudónimo, todas ellas correspondientes a las críticas que Pedro Estala realizaba mensualmente de las contribuciones de los lectores publicadas en el Diario, se han omitido las críticas a cartas ajenas a la Disputa sobre la belleza. Solo se reproducen aquí los fragmentos en los que el Censor Mensual hacía referencia a las cartas de los participantes en la Disputa. 49.  [N.d.E.] Repárese en cómo el Censor Mensual del Diario, el helenista Pedro Estala, se posicionó totalmente en contra de las opiniones de Malaspina sobre la belleza. Además, era contrario a la idea de divulgar contenidos abstrusos y cuestiones matemáticas en el periódico, que Malaspina había defendido en su carta Anónima. 279

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«… Las mujeres de Mulgrave no creerían merecer los suspiros de su Ankau sin abrirse una segunda boca paralela a la natural y de sus propias dimensiones…». Ciriaco de Ceballos, Disputa sobre la belleza. Diario de Madrid (2 de mayo de 1795). Imagen: mujer de Mulgrave (reproducido con permiso del Museo Naval de Madrid).

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Disputa sobre la belleza

6. Diario de Madrid del miércoles 10 de junio de 1795 (Alejandro Malaspina) Señor Diarista: Bendita sea una y mil veces la madre que parió al Amigo del Censor, al anti-Filopatro,50 al escritor juicioso que sabe aterrar y confundir a esta clase de nuevos filósofos, plaga de nuestras sociedades que, desgraciadamente, van cundiendo por toda la Pe­­ nínsula.51 ¿Y quiénes son estos detractores de nuestras ciencias? 50.  [N.d.E.] Malaspina se dirige inicialmente en su carta a Pedro Estala, el Censor Mensual, quien, en una crítica anterior, había respondido a un tal Filopatro, que a su vez había publicado una carta en el Diario de Madrid del 8 de abril de aquel mes, en la que se hacía una dura crítica al teatro clásico español, abominando de Lope y de Calderón y propugnando una reforma drástica del arte dramático patrio. La reforma del arte dramático y las críticas a Lope originarán una nueva polémica entre Ceballos y Malaspina, en la que pronto vendrán a mediar otros participantes en la Disputa. 51.  [N.d.E.] La alusión a los falsos filósofos modernos y a sus desnaturalizadas teorías como causantes de los problemas sociales que atravesaba Europa será común en Malaspina tras el estallido de la Revolución francesa. Unos días antes de la publicación de esta carta, el 2 de junio, Alejandro había escrito a Ramón Ximénez desde Aranjuez, mostrándole su desesperación ante la degeneración europea, que Alejandro achacaba, por un lado, al lujo —que habría llevado a Europa a los mayores grados de corrupción— y, por otro lado, al exceso filosófico, que, en la práctica, había conducido a la revolución y al terror, debido al quimérico empeño de los franceses en «convertir a un país entero en un país de filósofos». Alejandro le decía a Ximénez en su carta: «Créame que puede considerarse ya como una verdad matemática en Europa que el lujo, hijo del comercio, y el estudio, hijo del amor propio y de la ambición, nos han conducido a la fosa en la cual nos vemos hoy precipitados. Feliz aquel que sepa reconducir a la especie humana a los elementos de su felicidad que a mi ver son el trabajo material y la moral pública». Cf. Manfredi (ed.) (1999b: 350). Una vez preso en el castillo gallego del islote de San Antón, mientras realizaba la traducción al español de un discurso del padre Génard, Malaspina volvía a incidir en la crítica a los excesos filosóficos de los franceses modernos, a quienes acusaba de querer saber más de lo que se puede saber. Cf. Poupeney Hart (1995: 253). A su vez, en la Meditación, Malaspina, en su tentativa de negar validez a la concepción de la historia como un progreso continuo de la humanidad, atacó de nuevo a los filósofos modernos que proclamaban la invención de la imprenta como uno de los grandes inventos del ser humano. Para Malaspina, «la invención de la prensa, a pesar de cuanto vocean los filósofos de haber sido este último el paso más feliz del hombre hacia su perfectibilidad», no podía compararse a los grandes hallazgos de los antiguos griegos y romanos. Cf. Medi­ tación, [p.d.C.] [53], [54]. 281

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¿Quiénes son los que aseguran que no tenemos ni comedias ni comediantes, que Lope fue un vocinglero,52 con otras cosas de este tenor? Helos aquí, S. Diarista, helos aquí. Si Vmd. no lo lleva a mal… ¡Bomba!, ¡bomba!53 Sáficos, o lo que sea que Vmd. guste. A una rosa puesta en el pecho de Tirsa54 * Tierno pimpollo del abril florido, Fruto apacible de la fresca Aurora, Rosa lozana: Suelta los lazos del botón precioso Suelta y al aire tu carmín esparce, Tu pompa y gala. Suelta y el pecho de mi Tirsa ingrata, El albo pecho de mi Tirsa amada, Feliz ocupa. Si el dulce beso tu follaje alaga, Si el dulce beso… con furor ardiente(*)55 52.  [N.d.E.] Malaspina defiende la calidad de los clásicos, y de Lope entre ellos, frente a los reformadores del teatro, partidarios de los autores modernos. Contra esta opinión de Alejandro, Ceballos hará una fuerte crítica al teatro de Lope en la carta que seguirá en la Disputa, colocándose del lado de los modernos y respondiendo así a Malaspina: «No es todo uno llamar a Vega Carpio vocinglero, que decir que este poeta sacrificó a la parte mecánica del arte la parte esencial; que sus versos tienen más armonía que significación, y por último, que si la calidad, y no el número de las producciones constituyen el mérito de un escritor, nuestro fecundo Lope no fue un gran poeta Épico, ni Dramático, ni merece el principado de la Poesía con preferencia al Príncipe de Esquilache, el sr. de Juan Abad y otros muchos» (véase la Carta n.º 7.1). 53.  [N.d.E.] Voz con la que se ordenaba el disparo de los cañones desde los navíos de guerra. La inclusión de terminología marinera y militar es otro de los muchos indicios que hacen coherente la atribución de esta carta a Alejandro Malaspina. 54.  [N.d.E.] Se trata, hasta donde sé, del único poema publicado por Alejandro Malaspina, si exceptuamos los versos latinos que incluyó en sus Theses de juventud sobre el sistema de Newton. 55. (*) [N.d.D.M.] «Ha parecido conveniente sustituir esta voz a la que tiene el original». [N.d.E.] En esta inocente y ñoña estrofa, el verso original de Malaspina fue censurado por el Censor, quien no ofreció mayores explicaciones. 282

Disputa sobre la belleza

Vierte fragancia; Si tu sagrado y respetable asilo, Si tu morada profanare altiva Mano grosera; Así, de Flora, el virginal aliento Tu pompa anime contra mis rivales, Guarda una espina.56 *

Estos versos van con todas las licencias necesarias: su juicio crítico pertenece a otro Tribunal, y yo soy enemigo de meter mi hoz en mies ajena.57 Duro, señor Censor, y caiga el que caiga. Tenga Vmd. presente que el almibarado poeta es el enemigo más mortal que tiene Vmd., nuestro Parnaso, nuestras ciencias, nuestros comediantes y en fin todo lo que es nuestro. Termine Vmd. su importante obra. Salgan para siempre del Diario los falsos Filopatros, los importunos prosadores y los fríos poetas, con lo cual y su gracia se tendrá por feliz. El Anónimo. P.D. con honores de suplemento,58 o segunda carta. 56.  [N.d.E.] Esta «espina» final, que sale en defensa de la rosa y de la bella, puede ser interpretada como un juego de palabras de Malaspina, que de este modo anuncia que no piensa desistir de la disputa en defensa de la belleza esencial, al mismo tiempo que ataca las ideas manifestadas por Ceballos en su Carta n.º 4.2, de que el buen poeta debe describir a la rosa sin espinas, y que el arte no debe ceñirse a la simpe imitación de la naturaleza. Cf. [N.d.E.] 34, Carta n.º 4.2. 57.  [N.d.E.] Véase más adelante, [N.d.E.] 322, Carta n.º 23.1, Carta n.º 23.1. 58.  [N.d.E.] El uso del término suplemento hace pensar en la posibilidad de que Malaspina hu­­biese ideado dar a luz estas publicaciones de índole filosófica a modo de Suplemento a su viaje, tal como Diderot había hecho en 1772 con el Suplemento al viaje de Bougainville, donde realizaba una revisión crítica del buen salvaje roussoniano, en la que se proyectaba, como en un espejo deformante, la crítica a las costumbres europeas. Véase Diderot (1992 [1772]). 283

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Hace muchos días que falta de nuestra tertulia el corbatín de marras.59 Lo siento de veras porque esperaba con impaciencia la solución de muchas cuestiones que dejamos pendientes. Todo el mundo creía, y yo con todo el mundo, que Mr. Saint-Pierre era un escritor tan profundo como elocuente,60 pero no hay 59.  [N.d.E.] En la defensa que preparó tras su arresto, Manuel Gil afirmó que, por estas fechas, Malaspina y algunos de los oficiales y pintores que le acompañaban en la corte solían juntarse por las mañanas con varias personas que concurrían para departir en casa del cónsul sueco, Juan Jacobo Gahn. Por las tardes, estas mismas personas se reunían para el paseo y por las noches volvían a reunirse en la tertulia del ministro de Marina, Antonio Valdés. Sin duda, Malaspina alude aquí a esas reuniones, acusando la ausencia de Ceballos. Cf. Jiménez de la Espada (1881: 402). 60.  [N.d.E.] Esta decidida defensa de Saint-Pierre es otro claro indicio a favor de la atribución del texto a Malaspina. Malaspina y Ceballos trabajaban duramente durante este periodo en la organización de sus datos geodésicos, que esperaban poder contrastar con datos de otros astrónomos internacionales, con la esperanza de que sus observaciones pudieran contribuir a esclarecer la cuestión tan debatida de la figura exacta del planeta. Saint-Pierre, en su obra Études de la nature, defendía que la Tierra estaba alargada por los polos y achatada en el ecuador —frente a la hipótesis matemática de Newton que asignaba a la Tierra la figura de un esferoide achatado por los polos, y que había sido contrastada después por las mediciones de varios astrónomos—. La Meditación filosófica incluye una clara defensa de las ideas de Saint-Pierre, a quien Malaspina aludía para mostrar que, a pesar de las dificultades en establecer una medida exacta y universal del centro de gravedad de la Tierra, ello no implicaba que tal centro no existiese. De forma análoga —razonaba Malaspina— tampoco era óbice a la existencia de la belleza el hecho de que los hombres no fueran capaces de ponerse de acuerdo unánimemente en definirla. Veamos algunos ejemplos: en la Nota E de la Meditación, Malaspina afirma que: «No podía menos de hallar mis ideas harto conformes con los estudios de Saint-Pierre, lo cual, si quisiese entenderme mucho en la Meditación, hubiérame conducido a seguir las mismas huellas, aunque con tanta mayor imperfección cuanto más flaca era mi memoria, más limitados mis conocimientos físicos y más agobiada mi imaginación con los objetos horrorosos que la rodean […]. No se extrañe pues que siga tan frecuentemente a Saint-Pierre, aunque quizá no convenga con él en un grande número de sus consecuencias; mi parecer sobre la existencia de un bello esencial es ciertamente el mismo y no puedo sino repetir con él “lo poco que diré será suficiente para destruir la opinión, defendida por hombres demasiado famosos, de que la belleza humana es arbitraria”», [pp. d.C.] [58, 59]. De nuevo, en la Nota B de la Meditación, [p.d.C.] [53], afirma Malaspina: «Adquirirán nuevo mérito y fe las observaciones hechas por los viajeros en las extensísimas costas del Mar Pacífico, y quizá la imposibilidad de com­­binarlas tanto con el sistema newtoniano, como con el de las efusiones polares de Saint-Pierre, nos convencerá de nuevo de la aversión de la Naturaleza a toda ley general que pretenda esclavizar sus obras a el alcance de nuestro entendimiento». En la Nota C de la Meditación, [p.d.C.] [54]. Malaspina añade: «Los razonamientos y observaciones de Saint-Pierre sobre el alongamiento de los Polos [no] desmerecen enteramente la atención cuidadosa de los físicos». 284

Disputa sobre la belleza

nada de esto: el ilustre sucesor de Buffon61 es otro vocinglero y sus obras una complicación indigesta de verdades y mentiras. La demostración geométrica con que el reflexivo Saint-Pierre destruye el sistema de Newton, Maupertuis y los otros Académicos franceses62 es tan clara como el mediodía. Pero no es demostración, y créalo Vmd. sobre la fe de nuestro insigne filósofo. No crea Vmd. tampoco, so pena de pasar también por vocinglero, que las distintas alturas del barómetro indican las diversas elevaciones de los lugares. Por último, no incurra Vmd. en la tentación de sospechar que D. Isidro Calle Boceca tuvo a la vista las obras de Diderot63 y las del mismo Saint-Pierre cuando escribió su magistral carta sobre la belleza.

61.  [N.d.E.] Recordemos que Saint-Pierre ocupó brevemente el puesto de Buffon como intendente del Jardin des Plantes, tras la salida de Buffon. Este último, por su parte, fue uno de los primeros traductores e introductores de Newton en Francia, y se había ocupado extensamente del problema de la figura de la Tierra en el primer volumen de su Histo­ ria natural. Cf. Buffon (1785: 157-171 y ss.). En otra de las anotaciones al manuscrito de la Meditación [N.d.A.M.] 94, [p.d.C.] [43], Alejandro vuelve a establecer un paralelismo entre Saint-Pierre y Buffon, dejando entrever que pretendía escribir una comparación de la vida de ambos autores, a la manera de las Vidas paralelas, de Plutarco. Para la relación de Buffon con la astronomía newtoniana, cf. Solinas (1978). 62.  [N.d.E.] Malaspina hace referencia a las expediciones francesas al polo y al ecuador, para estudiar la curvatura de la Tierra, dirigidas respectivamente por Mapertuis (expedición a Laponia) y La Condamine (expedición al Ecuador), que habían confirmado parcialmente las teorías de Newton, a pesar del alto grado de imprecisión de sus mediciones. 63.  [N.d.E.] Malaspina alude irónicamente a la más que probable inspiración de Ceballos en las Investigaciones filosóficas sobre el origen y naturaleza de lo bello, de Diderot. Cf. Carta n.º 4, [N.d.E.] 25. 285

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7.1. Diario de Madrid del lunes 23 de junio de 1795 (Ciriaco de Ceballos)64 Señor Diarista: Al Autor de la Carta magistral sobre la belleza le está prohibido hacer armas contra Sabandijas Literarias, pero yo soy uno de sus últimos discípulos, y para casos tales suelen tener los Maestros Oficiales.65 El Caballero Boceca ha leído muchas veces todo lo que un hombre juicioso puede leer de los escritos de Diderot, y ciertamente se percibe alguna analogía entre las razones de que uno y otro se sirven para impugnar el sistema de la utilidad. Esto era preciso, encaminándose los dos a un mismo objeto, y por el camino más corto; pero sin embargo nadie notará en las 5 o 6 lí­­ neas sobre las que puede recaer la acusación, aquella identidad de expresiones que supone una copia.66 Los hombres capaces de revelar verdades nuevas nacen de siglo en siglo, y hablando en general, aquel escribe bien que hace concurrir con oportunidad las opiniones ajenas a sus objetos particulares. Si yo tratase ahora del Alma de los Animales (por poco digo de los Anónimos) o del sistema del Mundo, se conocería a cien leguas que he leído a 64.  [N.d.E.] Esta carta debe atribuirse a Ceballos sin ninguna duda. El seudónimo utilizado para firmar esta carta vuelve a ser un anagrama perfecto de Ciriaco de Ceballos: Cesáreo Cid Cabillo. 65.  [N.d.E.] El fingirse discípulo de Isidro Calle Boceca —el primero de los seudónimos usados por Ceballos en la Disputa—, el aludir a que el Boceca primigenio tendría cómo responder mucho mejor a sus adversarios, o inclusive la inclusión de «post-datas» del propio Boceca (Carta n.º 17.2) son recursos retóricos empleados por Ceballos en casi todas sus contribuciones a la Disputa sobre la belleza en el Diario de Madrid. Posteriormente, Ceballos añadirá a la filiación maestro/discípulo, la filiación por parentesco, creando así la «familia» de los Bocecas —Trinepos Boceca (Carta n.º 7), Bocequilla (Carta n.º 11), Doña Boceca (Carta n.º 29). 66.  [N.d.E.] En respuesta a las insinuaciones de Malaspina, Ceballos admite haber usado como referencia las Investigaciones filosóficas sobre el origen y naturaleza de lo bello, de Diderot. Sin embargo, niega cualquier plagio, concepto que en el siglo xviii tenía un significado completamente diferente al actual. La apropiación de textos o ideas de otros autores y su reproducción sin citarlos dentro de los propios escritos era una práctica común. 286

Disputa sobre la belleza

Condillac y a Newton, porque en efecto debo a estos dos escritores el fondo principal de mis ideas sobre ambos asuntos. Si aprovechar este o el otro pensamiento de un autor se llama traducirlo, ha tenido mi Maestro la singular habilidad de hacer en una cuartilla de papel la versión de Diderot, Cook, Dixon,67 [ilegible], Buffon y otros innumerables autores, que han tratado directa o indirectamente la cuestión, y de cuya lectura anticipada son fruto los argumentos de mi Amigo. Si el Anónimo hubiera tenido presente al laborioso Colega de DʼAlambert,68 como lo tuvo el Sr. Boceca, no llamaría trivial un problema insoluble para tantos hombres grandes, no adheriría al tan caduco como refutado sistema de la utilidad, ni hubiera incurrido en el imperdonable error de atribuir a Platón lo que pertenece a San Agustín. Prescindiendo de la parte histórica de la cuestión, porque los hechos nunca pueden ser de invención propia, se suplica al Anónimo que indique clara y precisamente de dónde están tomadas las opiniones que mi Amigo propone como propias, sobre los caracteres constitutivos de lo bello, y el cúmulo de noticias que apoyan estas mismas opiniones. Mientras no se haga esto, queda a mi Maestro la licencia de creer que sus reflexiones tienen alguna novedad, y son tan buenas que merecen confundirse con las de algún escritor tan ingenioso como elocuente. No es concebible hasta dónde raya el furor de un sujeto convencido muchas veces de ignorancia por un Tertulio Corbata. Reconozco en el Diario de antes de ayer69 muchas aserciones de mi Maestro, pero mal extendidas, truncadas y propuestas de mala fe. 67.  [N.d.E.] George Dixon (148-1795), marino, explorador y comerciante de pieles. Acompañó a James Cook en su tercer viaje, a bordo del HMS Resolution. Entre 1785 y 1788 realizó un viaje de circunnavegación al globo, que después fue publicado. Cf. Dixon (1789). 68.  [N.d.E.] Diderot. 69.  [N.d.E.] El Censor Mensual, Pedro Estala, incluyó está aclaración sobre el atraso en la respuesta de Ceballos a Malaspina, que había publicado su carta el día 10: «Véase el Diario de 10 de junio. La respuesta a dicho Diario que se publica en el de hoy, se dirigió mal, y por esta razón se retardó 8 días». 287

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No es todo uno llamar a Vega Carpio vocinglero,70 que decir que este poeta sacrificó a la parte mecánica del arte la parte esencial; que sus versos tienen más armonía que significación, y por último, que si la calidad, y no el número de las producciones, constituyen el mérito de un escritor, nuestro fecundo Lope no fue un gran poeta Épico, ni Dramático, ni merece el principado de la Poesía con preferencia al Príncipe de Esquilache,71 el sr. de Juan Abad72 y otros muchos. Por lo demás, que los sucesores de Lope abandonaron el Teatro Español al último extremo de laxitud; que nuestros Comediantes son como nuestras Comedias; que el estudio de nuestras ciencias exactas ha estado abandonado: estas verdades, que conocen y lloran los Filopatros, los Desengañadores73 y los Bocecas, y no están al alcance de los que han visto el Mundo por un agujero, estudiaron un poco del viejo Peripato74 y, cuando más, saben deletrear la oración apologética de D. J. P. F.75 El conocimiento del mal es el principio de su cura: un patriotismo necio y ciego solo sirve para canonizar y eternizar los errores. El Anónimo mismo llegaría a ser un hombre razonable si conociera su atraso, si escuchara con docilidad a los que pueden instruirle, sin pararse a que tenga 20 años más o 20 años menos; ni en que el corbatín sea grande o sea chico.76 70.  [N.d.E.] Vide supra, Carta n.º 6, [N.d.E.] 52. 71.  [N.d.E.] Francisco de Borja y Aragón (1581-1658), conde de Mayalde. Fue virrey del Perú y tras casarse con su prima Ana de Borja y Aragón Pignatelli pasó a convertirse en el príncipe de Esquilache. Tras su regreso a la península escribió obras notables, que fueron objeto del elogio de Cervantes en su Viaje al Parnaso. 72.  [N.d.E.] Juan Abad, escritor valenciano del siglo xviii. 73.  [N.d.E.] Con Filopatros y Desengañadores se alude a los seudónimos de dos lectores del Diario de Madrid cuyas cartas no reproduzco aquí, por no relacionarse con la Disputa sobre la belleza. 74.  [N.d.E.] Aristóteles. 75.  [N.d.E.] Con las siglas D. J. P. F., Ceballos hace alusión a la obra de don Juan Pablo Forner (1786) Oración apologética por España y su mérito literario: para que sirva de exornación al discurso leído por el abate Denina en la Academia de Ciencias de Berlín […], Madrid, Imprenta Real. 76.  [N.d.E.] Cf. Disputa sobre la belleza, Carta n.º 4. 288

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El juicio formado por la corbata de marras sobre el mérito de Saint-­ Pierre es un juicio muy conforme a la razón. La obra publicada en los últimos años con el título fastuoso de Estudios de la Naturaleza77 es una obra llena de errores en toda su parte sistemática, aunque por otro lado se dejan ver en él algunas de las trazas que caracterizan a un escritor elocuente y filósofo. La demostración con que Saint-Pierre piensa destruir el sistema de los académicos franceses es cualquier cosa menos demostración, y convendrán en ello todos los que entiendan algo de la gran ciencia. No soy capaz de acusaciones vagas, ni pretendo que se me crea sobre la fe de mi Corbatín. El escritor francés supone ligeramente que, sobreponiendo dos arcos del mismo número de grados, pero de diversa curvatura, sus extremos deben concurrir, y este error de suposición le conduce a una multitud de consecuencias todas igualmente falsas. Esta observación es originalmente mía. La hice de paso, y porque supe hacer otras del mismo jaez, sostengo y sostendré que el sistema de Mares, el de Botánica y, en fin, todo lo que suena a novedad en los Estudios de la Na­ turaleza es tan disparatado como las mismas cartas del Anónimo. Ahora, Sr. Diarista, ¿qué juicio debe forjarse del ilustre sucesor de Buffon,78 de un hombre capaz de incurrir en tales errores, y de condenar sobre ellos a los Newtons, Bougers,79 Maupertuis,80 etc.? Bien se me alcanza que estas materias son muy profundas para el Anónimo y sus contertulios, y en la imposibilidad de convencerlos 77.  [N.d.E.] Cf. Saint-Pierre (1784). 78.  [N.d.E.] Cf. capítulo 1, nota 66; Disputa sobre la belleza, Carta n.º 6, [N.d.E.] 60. 79.  [N.d.E.] Pierre Bouger (1698-1798), astrónomo y matemático francés. En 1735 participó de la expedición al ecuador dirigida por La Condamine para determinar la longitud del grado del meridiano y compararla con las obtenidas por Pierre Louis Maupertuis en Laponia, con el fin de dilucidar la verdadera forma del planeta. Las medidas de la gravedad de la expedición de Malaspina, realizadas en diferentes puntos del planeta, habían sido calculadas a partir de las observaciones registradas con el péndulo simple por Ceballos en el viaje. Los cálculos estaban basados en las tablas de longitudes del péndulo simple que previamente había publicado Bouger. Cf. AMN, Ms. 148/004BIS. 80.  [N.d.E.] Pierre Louis Maupertuis (1698-1759), matemático, astrónomo y filósofo francés. 289

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con argumentos que no pueden entender, apelo al juicio de los Sabios. Los escritos de Saint-Pierre son bastante comunes, léase la famosa demostración, téngase presente la advertencia que acabo de hacer y se decidirá definitivamente en mi abono. La causa del filósofo francés está íntimamente ligada a la solución de este problema: Dar la relación entre dos arcos de elipse, tomados el uno a continuación del otro, y tales que correspondan a iguales ángulos medidos por el círculo escrito sobre el eje mayor o menor de la elipse. El que no sea capaz de resolver el problema tampoco puede ser voto en el asunto; y cualquier respuesta que no venga autorizada con su solución, la doy por insuficiente y la miraré como un acto positivo de ignorancia, convencimiento o charlatanería.81 Se concluirá mañana.

7.2. Diario de Madrid del martes 24 de junio de 1795 (Ciriaco de Ceballos) Concluye la carta de ayer. El cargo que se hace a D. Isidro Calle Boceca, sobre haber tenido presentes las obras de Saint-Pierre cuando escribió su carta magistral sobre la belleza, es tan infundado como malicioso. Sepa 81.  [N.d.E.] Repárese en cómo Ceballos lleva la disputa a su terreno, los cálculos geométricos, la astronomía y la geodesia. Ceballos había sido el principal oficial, junto con Espinosa, encargado de llevar a cabo los trabajos relativos a estas áreas durante la expedición dirigida por Malaspina. La impugnación de las teorías de Saint-Pierre —que Malaspina defendía— se convierte ahora en un motivo para que Ceballos procure vencer al italiano, conduciendo la Disputa al terreno de las demostraciones matemáticas de problemas geométricos, lo que a su vez iba a reabrir un viejo frente de disputa tanto con el Censor Mensual del Diario como con otros lectores, entre los que pronto irrumpirá Manuel Gil. Sobre la polémica en torno a la pertinencia de publicar cuestiones matemáticas en el Diario de Madrid, cf. nota 75, capítulo 3. Véanse también en la Disputa sobre la belleza, Carta n.º 3, [N.d.E.] 8; Carta n.º 5, [N.d.E.] 49; Carta n.º 9, [N.d.E.] 96; y Carta n.º 19, [N.d.E.] 259. 290

Disputa sobre la belleza

Vmd., Sr. Diarista, para su asombro, que Jacobo Saint-Pierre no ha tratado, siquiera por coincidencia, la cuestión. Lo tengo bien pensado y la calumnia es tan cierta como inconcebible. El Diario está abierto para el Anónimo: diga el tomo y la página donde el Autor Francés trata la materia y, hecho que sea esto, téngame Vmd. sin esperar más contestaciones por un tonto de capirote. Con lo dicho quedaba plenamente justificado mi Maestro; pero para que lo sea más, quiero responder a otro cargo que se ha hecho indirectamente. Se interesa en ello la verdad; se interesa en ello la juventud estudiosa que retardará los progresos de su instrucción si, seducida por los prestigios de la elocuencia de Saint-Pierre, adopta como verdades sus errores. Triunfar de un Anónimo es poca cosa. Los Discípulos del Sr. Boceca se creen fuera de su lugar, cuando no tienen por adversarios a los ilustres sucesores de Buffon, a los grandes hombres que, imitando a Plinio, Aristóteles, Bacon, pensaron escribir nada menos que la historia de toda la Naturaleza. Que los Barómetros dan las distintas elevaciones de los lugares es una verdad tan de bulto que la saben hasta los Anónimos. Los Tertulios no entendieron la proposición del Corbata, que anunciada fielmente fue así: prescindiendo de las causas accidentales, los Barómetros indicarán una propia altura en todos los lugares del globo que estén sobre un propio nivel, y esto será independiente de que la Atmósfera tenga esta u otra forma. Siendo esta proposición cierta, como efectivamente lo es, queda claro que Mr. Saint-Pierre abusó de las experiencias hechas en París y Suecia para apoyar sus extravagantes opiniones. Que la aserción es cierta se prueba de este modo, y sin necesidad de copiar o traducir a nadie. Cualquiera que haya sido originalmente la figura de la atmósfera terrestre debió de variar cuando tuvo principio el movimiento de rotación, porque todas las materias atmosféricas sintieron entonces una fuerza centrífuga y perdieron tanto más de su peso en 291

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cuanto era mayor el círculo que describían. Esta disminución de gravedades destruyó el equilibrio primitivo, pero componiéndose la atmósfera de un fluido fácil de mover en todas direcciones, el equilibrio debió de establecerse cuando por la acumulación de materias desde los polos hacia los puntos equinocciales, las columnas atmosféricas se hicieron del mismo peso: pero las elevaciones del Mercurio miden estos pesos, luego las elevaciones del Mercurio deben ser iguales en todos los puntos de la tierra tomados a un mismo nivel. Me parece escuchar a los Tertulios; eso no puede ser cierto, porque sabemos de propia experiencia que en lugares establecidos sobre un mismo nivel las alturas del Barómetro son ordinariamente distintas. Es cierto, sapientísimos observadores, pero esas diferencias provienen de las causas accidentales. Los discípulos de mis discípulos entienden, por causas accidentales, el calor, el frío, la lluvia, las estaciones, y, en fin, cuanto puedan añadir o quitar al peso y resorte del aire; causas puramente de lugar que se sentirán en París cuando no se conozcan en Suecia, y al revés. Estas causas, conocidas unas y desconocidas otras, hacen variar la elevación del Mercurio hasta tres pulgadas. Por otro lado, expuestos dos Barómetros a la presencia del fluido atmosférico, las alturas del mercurio suelen diferir hasta dos, tres y más líneas rectas, diferencias —que habrán notado todos los que, como yo, hayan visto muchos Barómetros juntos— que deben necesariamente provenir de la imperfección y poca conformidad de los instrumentos, ya sea porque, conteniendo los tubos algún aire, lo contienen en cantidades desiguales, ya porque, siendo los vidrios distintamente porosos, unos instrumentos dan el peso de las materias atmosféricas hasta un grado mayor o menor de levedad que los otros.82 82.  [N.d.E.] En relación con el problema de la inexactitud de los instrumentos utilizados para el cálculo de la gravedad y la forma terrestre durante la Expedición Malaspina, Ciriaco de Ceballos había manifestado que «la incertidumbre en que estamos relativamente a la longitud del péndulo de observación embaraza la relación de los resultados absolutos, así como la comparación de nuestras experiencias con las hechas por otros filósofos en diversos lugares del mundo». Cf. Claverán (1988: 269). 292

Disputa sobre la belleza

Ahora, Sr. Diarista, si a las diferencias que provienen de la irregularidad con que obran las causas accidentales, añadimos las que provienen de la inevitable desemejanza de los Barómetros, conocerá Vmd., como conocí yo, que las consecuencias de Saint-­ Pierre no tienen un apoyo sólido; que el ilustre sucesor de Buffon no tiene seso cuando quiere destruir con una línea de Mercurio más o menos un edificio construido sobre bases solidísimas, una verdad conforme a la más exacta teoría, confirmada por la práctica y admitida de común acuerdo por todos los hombres. ¿De dónde proviene la poca conformidad entre las reglas que nos dan Cassini,83 La Hire,84 Picard85 y los otros Autores de Física para medir la elevación de las Montañas? ¿Por qué asigna cada uno de ellos una diversa altura vertical del espacio atmosférico a la misma depresión del Mercurio en el Barómetro? Señor Saint-Pierre, porque estas experiencias son por las causas que acabé de indicar, susceptibles de error: esta sola consideración que hubiera Vous tenido le hubiera levantado de las ridículas y extravagantes consecuencias a que lo conduce la comparación de experiencias hechas en París y Suecia. He sido bastante difuso; pero no cabía otra cosa, tratándose de extirpar un error fecundo en otros y de 83.  [N.d.E.] Giovanni Domenico Cassini (1625-1712), astrónomo e ingeniero italiano, naturalizado francés. A partir de sus observaciones en las medidas del grado de meridiano en Francia, Cassini inicialmente llegó a la conclusión de que sus mediciones confirmaban «las hipótesis modernas», como eran conocidas entre los cartesianos las hipótesis de Huy­ gens y de Newton. Sin embargo, en 1713, en un nuevo trabajo, Cassini rectificaba totalmente sus conclusiones anteriores y llegó a la conclusión de que la Tierra no estaba achatada por los polos, sino por el ecuador. Más técnicamente, según Cassini, sería una elipse cuyo diámetro mayor representaba el eje de la Tierra y el menor el del ecuador. En 1722, Cassini publicó su trabajo De la grandeur de figure de la terre, que era una síntesis de todos sus trabajos anteriores y donde continuaba defendiendo esta última hipótesis. Cf. Lafuente y Mazuecos (1987: 31). 84.  [N.d.E.] Philippe de La Hire (1640-1719), matemático y astrónomo francés. Miembro de la Academia de Ciencias de Francia, fue un destacado miembro del grupo de cartesianos franceses que se oponían a las tesis newtonianas sobre la figura de la Tierra. 85.  [N.d.E.] Jean Picard (1620-1682), astrónomo francés. Sus cálculos astronómicos, al igual que los de Cassini, discrepaban en ciertos puntos de las ideas de Newton, y fueron utilizados por los cartesianos franceses para enfrentarse al newtonianismo. Cf. Lafuente y Mazuecos (1987: 34). 293

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un prejuicio más trascendental de lo que a primera vista parece. El juicioso crítico que ha querido desterrar del Diario los malos versos y las puras fórmulas algebraicas86 no puede condenar unas reflexiones dirigidas a un fin tan importante; los argumentos de Saint-Pierre —sea dicho en honor de los Tertulios— seducirán a todo aquel que carezca de ciertos principios, aunque por otra parte esté dotado de un mediano entendimiento. Deseo, Sr. Diarista, que el papel de Vmd. adquiera cada vez más perfección y celebraría poder contribuir a ello un discípulo de D. Isidro Calle Boceca y su afectísimo Amigo. Cesáreo Cid Cabillo.87 P. D. Diga Vmd. a esos Señores que mi amigo no puede asistir a la consabida tertulia, pero que si desean sinceramente instruirse les enviará uno de sus corbatines. Dígales Vmd. más, que los sáficos ni son lo mejor que ha compuesto su Autor, ni los peores que se han publicado en el Diario.88

8. Diario de Madrid del martes 7 de julio de 1795 (Pedro Estala) Juicio de los Diarios de Junio. […] La carta del Anónimo del día 10 me tenía harto confuso, porque realmente no se comprendía a dónde se dirigía, hasta que 86.  [N.d.E.] Ceballos alude a Pedro Estala, el Censor Mensual. Vide supra, Carta n.º 3, [N.d.E.] 8; y Carta n.º 5, [N.d.E.] 49. 87.  [N.d.E.] De nuevo, el seudónimo escogido por Ciriaco de Ceballos para firmar la carta es un anagrama perfecto de su nombre. 88.  [N.d.E.] Esta nota pudiera hacer pensar que, además del poema aquí transcrito, Malaspina hubiera escrito más poesías, aunque no se haya conservado ninguna otra. 294

Disputa sobre la belleza

la respuesta de D. Cesáreo, de los días 22 y 23, me hizo reconocer que su objeto era censurar al Sr. Boceca sobre la belleza ideal, y otros puntos ventilados en no sé qué tertulia.89 El tal D. Cesáreo tiene razón en muchas cosas, cuando solo trata de lo que entiende, pero cuando quiere meter la hoz en mies ajena, dice muchas pobrezas, y es lástima que un hombre de mérito quiera adocenarse con los llorones y plañideros de verdades. (De paso, yo no he podido jamás comprender qué es llorar verdades). Que las ciencias exactas hayan estado abandonadas entre nosotros es algo digno de llorarse, pero qué tiene que ver con las declamaciones de los Filopatros y Desengañadores90 contra nuestro Teatro? ¿Qué conexión halla el Sr. Cabillo entre las Comedias buenas o malas y las ciencias exactas? Aunque yo estoy muy lejos de dar la primacía de la Dramática, ni de la Lírica, a Lope, sepa el Sr. D. Cesáreo que tampoco la tienen (ni con cien leguas) el helado Príncipe de Esquilache,91 ni el desarregladísimo Sr. de Juan Abad,92 de los cuales no sé citar ni una sola composición perfecta y que pueda servir de modelo; y en Lope hay muchas piezas líricas y varios pasajes de su Jerusalén93 que tocan en lo más sublime, aunque tras estos rasgos de su imaginación ardiente y de su vasto ingenio suelen seguir las ridiculeces más pueriles. Por lo que hace a los sáficos que insertó en su carta el Anónimo, digo con el Sr. Ca­­ billo que no es lo peor que se ha visto en el Diario, y no sé si será lo mejor que ha compuesto su Autor, porque tiene trazas de ser de los buenos […]. El Censor Mensual. 89.  [N.d.E.] Repárese en cómo el Censor Mensual aludía irónicamente a la falta de claridad de los escritos de Malaspina, aunque —como se verá más adelante— de una forma mucho menos cruel que Ceballos y, sobre todo, que la que iba a utilizar el padre Manuel Gil cuando, más adelante, entre a participar en la Disputa (véanse las Cartas n.º 15, 19, 26, 28 y 32). 90.  [N.d.E.] Cf. Carta n.º 7.1, [N.d.E.] 73. 91.  [N.d.E.] Cf. Carta n.º 7.1, [N.d.E.] 71. 92.  [N.d.E.] Cf. Carta n.º 7.1, [N.d.E.] 72. 93.  [N.d.E.] Cf. Lope de Vega (1951). 295

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Diario de Madrid, 28 de julio de 1795. Carta de la Defensora de la Belleza (Biblioteca Nacional de España).

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9. Diario de Madrid del domingo 12 de julio de 1795 (Ciriaco de Ceballos)94 Solución del problema propuesto por D. Cesáreo Cid Cabillo, en el Diario de 22 de Junio.95 Señor Censor Mensual: Todos los Hombres tenemos nuestras manías particulares: la de criticar coplas es tan del carácter de Vmd. como propio del mío eructar formulones y aspirar al renombre de gran Geómetra.96 Ni Vmd. puede irse de la mano en lo uno, ni yo tenerme a raya en lo otro; con que callar y callemos. Si el Sr. Brusssein lee con paciencia los juicios críticos del Censor, ¿por qué el Censor no ha de sufrir las cartas del Sr. Brussein? Porque los cálculos algébricos a nadie instruyen y a todos fastidian. La respuesta es convincente: pero, Sr. Censor de mi vida, si todo lo que fastidia no se publicase, ¿tendría Vmd. el regalado gusto de verse todos los meses en letra de molde? Que los asuntos Matemáticos no instruyen a Vmd. puede ser cierto; que no instruyen a nadie ya es una proposición 94.  [N.d.E.] La presente carta continúa incidiendo en la crítica a Saint-Pierre e impugnando de la belleza esencial, así como defendiendo la demostración matemática que había proporcionado Ceballos en su entrega anterior. Como se verá enseguida, la carta contiene otras pistas que hacen muy verosímil su atribución al mismo Ceballos. 95.  [N.d.E.] Cf. Carta n.º 7.1. 96.  [N.d.E.] Recuérdense los juicios negativos del Censor sobre las cartas matemáticas pu­­ blicadas en el Diario por Martin Brussein. Cf. Disputa sobre la belleza, Carta n.º 3, [N.d.E.] 8; Carta n.º 5; [N.d.E.] 49; Carta n.º 7, [N.d.E.] 81; Carta n.º 10, [N.d.E.] 101; Carta n.º 19, [N.d.E.] 259. En esta nueva contribución a la Disputa sobre la belleza, Ceballos desafiaba al Censor, Pedro Estala, acusando de ignorancia a quien osare criticar su publicación sin entender la matemática implicada en el argumento. A su juicio, la demostración matemática incluida en esta carta implicaba la falsedad de las teorías de Saint-Pierre, en las que se apoyaba Malaspina para defender la existencia de una belleza esencial en la naturaleza. Ceballos vuelve a utilizar aquí la misma técnica del anagrama, empleada para construir los seudónimos con que firmó sus cartas anteriores, pero esta vez el nombre escogido, Bruneti Sarnism, hace referencia en tono provocativo a Martin Brussein, el primer «escritor matemático» del Diario de Madrid, que con sus fórmulas y problemas de cálculo había suscitado las críticas del Censor. 297

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muy aventurada. Un escrito puede ser inútil, o porque sea malo en sí, o porque siendo bueno esté en un idioma que nadie entiende. Vmd. no puede saber si la carta del Sr. Brussein contiene o no contiene cosas instructivas, porque Vmd. mismo ha confesado que estas materias no están a su alcance.97 Luego si Vmd. las reprueba es porque cree que en el público no hay quien las entienda; pues Sr. Censor, yo, en nombre de la respetable Nación Española, doy a Vmd. las gracias por tan honrosa consecuencia. No quiera Vmd. asear el caballo añadiendo un insulto a otro insulto; no quiera Vmd. que el único papel de esta especie que se publica en la capital de una gran Monarquía se consagre por fuerza y por entero a cuestiones sin novedad, sin término y sin fruto. Sepa Vmd., Amigo, que la primera parte del Diario, o no se lee, o si se lee es por la porción más ilustrada del público… Tres renglones y medio del último juicio de Vmd. han dado origen a esta digresión. Voy a mi asunto. El discípulo del Sr. Boceca propone una cuestión, a la cual cree ligada la causa de Saint-Pierre: el tal D. Cesáreo se explica tan confusamente que no pude percibir el objeto del problema hasta leer su solución. Pero el hecho es cierto y debemos confesar, en honor de la verdad, que la carta de D. Cesáreo, llena de reflexiones juiciosas y originales, destruye todo lo que el filósofo francés escribió en un tomo entero. ¿Por qué no ha dicho esto el Censor mensual? Porque no entendía la materia, y en la imposibilidad de tratar lo principal se aferró a lo accesorio; en la imposibilidad de hacer un análisis juicioso de la carta en cuestión se llamó a sus coplas, contentándose con decir que el Sr. Cabillo dice muchas pobrezas cuando mete su hoz en mies ajena. ¿Y en qué consisten estas pobrezas? En haber repetido lo que nadie ignora, a saber, 97.  [N.d.E.] El 5 de marzo se había publicado en el Diario de Madrid una respuesta al problema de cálculo suscitado originalmente por Martin Brussein, lo que reavivó las críticas del Censor Mensual. El 27 de abril, Malaspina volvía a defender la pertinencia de publicar cuestiones matemáticas en el Diario, a lo que volvió a oponerse el Censor, reconociendo que él no poseía suficientes conocimientos matemáticos para entender de tales asuntos. 298

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que los sucesores de Lope fueron malos cómicos; que D. Francisco de Quevedo compuso buenas églogas y mejores sátiras; que D. Francisco de Borja98 es uno de los corifeos de nuestro Parnaso, con otras verdades de este tenor: el discípulo del Sr. Boceca perdonará a mi celo una defensa que sabrá él hacer con más extensión y más solidez.99 Mientras esto sucede espero que recibirá benignamente la solución de su problema, en la cual he omitido muchos discursos intermedios para ganar papel y porque a buenos entendedores, etc.100 Las curvaturas de los círculos son, recíprocamente, como sus radios; esto supuesto sean c j, y j k dos arcos de elipse correspondientes a dos ángulos de un minuto. Las líneas ZCD, QJN y RKN son otros tantos radios osciladores de la elipse y su concurso por los puntos M, N, etc., determina su evoluta. Los ángulos formados por el concurso de estos radios osciladores son por suposición iguales entre sí. El ángulo CMJ=cj/CM, el ángulo JNK=JK/JN, luego CJ:NK=CM:JN. Si en esta proporción CJ es mayor que JK, CM será también mayor que JN. Pero CM y JN son 98.  [N.d.E.] Vide supra, Carta n.º 7.1, [N.d.E.] 71. 99.  [N.d.E.] A pesar del breve comentario inicial sobre el estilo confuso empleado en la carta anterior, el autor de esta misiva se extiende en elogios para «el primer Boceca», Isidro Calle Boceca, refiriéndose a él en tono admirativo, elogiando sus «reflexiones juiciosas y originales», y afirmando que «el Sr. Boceca es hombre que entiende del asunto». Este mismo recurso es repetido en otras cartas de Ceballos (cf. Carta n.º 7.1), como un guiño del autor destinado a confundir a sus oponentes y a crear la impresión de que otros lectores, además del propio Ceballos, se habían sumado al partido de los antagonistas de Saint-Pierre y Malaspina (el Anónimo), liderados por el primer Boceca. Es muy poco probable que los lectores del Diario de Madrid estuviesen al tanto de las teorías del francés Bernardin de Saint-Pierre, que no habían sido publicadas en España, lo que, unido al uso de anagramas para componer seudónimos, al autoensalzamiento (en la forma de elogios al magistral Isidro Calle Boceca), hace muy verosímil la atribución a Ceballos de la autoría de esta carta, en la que pretendía «demostrar matemáticamente» la impugnación de las teorías de Saint-Pierre defendidas por Alejandro Malaspina. 100.  [N.d.E.] Aquí se incluía una nota del editor del Diario de Madrid en la que advertía de haber suprimido una figura geométrica reproducida en la carta original (por no haberse podido ejecutar tipográficamente), en la que figuraba una elipse que, según el editor del Diario, «suplirá fácilmente la sagacidad de los inteligentes». 299

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recíprocamente como las curvaturas por los puntos C y J, luego el meridiano es menos curvo por el punto C que por el punto J. Luego Mr. Saint-Pierre tomó las cosas al revés; luego el discípulo del Sr. Boceca es hombre que lo entiende, Sr. Censor. Queda su afectísimo amigo = Bruneti Sarnism.101

10. Diario de Madrid del sábado 18 de julio de 1795 (Pedro Estala) Señor Don Bruneti Sarnism: Está muy bien que Vmd. tenga la manía de ostentarse gran Geómetra, pero no lleve a mal la mía de manifestar que los formulones algebraicos que Vmd. y el Sr. Brussein han eructado en el Diario a nadie instruyen y a todos fastidian. A nadie instruyen, porque si el que lee el Diario entiende de formulones, no necesita de la instrucción mezquina que puede caber en un papel de la naturaleza y extensión del Diario, suministrada por el Sr. Brussein; si no entiende el lenguaje algebraico, se queda en ayunas, y da al diablo el Diario de aquel día, lo mismo que haría Vmd. si se insertase en el Diario una cuestión Teológica de praedestina­ tione, de gratia, etc., tratada con el lenguaje de la escuela, y aún no es exacta la comparación, si además no se escribiese en Griego, o por lo menos en Latín. Supongamos que algún pedante, para 101.  [N.d.E.] Seudónimo construido según la misma técnica que los nombres de Cesáreo Cid Cabillo e Isidro Calle Boceca, en referencia a Martin Brussein (cf. Carta n.º 3, [N.d.E. 8]). Considero verosímil que el propio Ceballos haya continuado con la broma de establecer un «sistema de familias» para crear —al igual que hizo con la «familia de los Bocecas»— la «familia de los Geómetras», usando el nombre del anterior colaborador matemático en el Diario, al ofrecer la supuesta prueba matemática del error de Saint-Pierre, a quien Malaspina defendía. En su respuesta a esta carta, el Censor Mensual también asoció a Bruneti con los Bocecas y Cabillos anteriores (cf. Disputa sobre la belleza, Carta n.º 10). 300

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hacer ostentación de su latín Ciceroniano, nos encajase en el Dia­ rio un discurso lleno de frases de la más pura latinidad. ¿No diría Vmd. que era una bobería clásica, y que el tal discurso a nadie instruía y a todos fastidiaba? ¿Y cree Vmd. que entre los que leen el Diario no habrá ni aun la décima parte de personas que entiendan más de algebra que de latín? ¡Ojalá fuese así, y que fuese tan familiar esta importante ciencia como el coplear! El Diario, Señor mío, es un papel popular en que ha de ser inseparable el deleite de la utilidad, cuya parte literaria no admite cuestiones abstractas, científicas y delicadas, que no sean accesibles, ya por su estilo, ya por su profundidad, sino a muy pocos, las cuales deben reservarse para otros Periódicos de más extensión, destinados para estos objetos; por consiguiente, las cuestiones Teológicas, de Derecho, de Matemáticas, etc., que son impropias del Diario, tendrían su legítimo lugar en el Memorial Literario, porque no es el Diario el único periódico de Madrid,102 y allí se leería con gusto lo que aquí fastidia, porque si el lector no entiende la materia, pasa a otro ar­­tículo que entienda, y los inteligentes gustan de ver tratada la cuestión con toda dignidad y con la debida extensión. ¿Con que no se han de tratar cuestiones científicas en el Dia­­rio, dirá Vmd.? Sí, Señor Bruneti, se pueden tratar aun las más curiosas, 102.  [N.d.E.] En 1795, y a pesar de los esfuerzos de regeneración representados por el Diario de Madrid —cuya sección de cartas al Diario era una innovación para los lectores de la corte española—, la prensa madrileña había entrado en un periodo de franca decadencia desde algunas décadas atrás, y no llegaría a recuperarse hasta 1811, cuando las Cortes de Cádiz decretaron la libertad de imprenta. A lo largo de todo el siglo xviii se habían llegado a imprimir sesenta y nueve periódicos en la capital de España, de los cuales algunos eran oficiales —como el Diario de Madrid, la Gaceta de Madrid y el Mercurio Histórico— y otros eran completamente privados, como los Discursos Mercuriales Económico-Políticos o El Pensador —una publicación del escritor Clavijo y Fajardo—, el semanario El Censor, u otros como el Memorial Histórico Instructivo y Curioso de la Corte de Madrid, al que aludía Pedro Estala, El Seminario Erudito o El Correo Mercantil de España y sus Indias, publicaciones que, en conjunto, hacían de Madrid el corazón del periodismo español de finales del Siglo de las Luces. Cf. Guinard (1973).  301

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pero en estilo acomodado a la inteligencia del común. Fue una vanidad de los Griegos muy perniciosa para los progresos de los conocimientos, humanos, el hacer misteriosa la doctrina, ocultándola al pueblo con los símbolos, con la afectada obscuridad, etc. Lo mismo sucede con muchos de nuestros sabios modernos: jamás quieren descender de su altura, para, comunicar a los ignorantes el producto de sus estudios; ellos allá se entienden, y a nosotros los pobrecitos ignorantes nos dejan en la misma obscuridad que antes. ¿Y qué utilidad sacarán los hombres de un millón de sabios de esta especie? Nisi utile est quod facimus stulta est gloriae.103 Los problemas del Sr. Brussein no deberían de haberse insertado en el Diario, ya por las razones dichas, ya porque son unas meras especulaciones de poquísima utilidad: el de Vmd. debiera de haberse expuesto, pero en estilo muy diferente. Si Vmd. aspira a ser útil a los hombres con su conocimiento, haciéndolos accesibles a los ignorantes (empresa mucho más loable que la de ostentarse gran Geómetra), pudiera haber descendido de su alto solio, exponiendo con sencillez la cuestión sobre la figura de la tierra, diciendo, por ejemplo, que se creía esférica, hasta que Newton probó que era una esferoide aplastada por los polos, y elevada por el ecuador: que la Academia de las ciencias de París, para verificar esta teoría, envió unos Académicos a medir un grado debajo del círculo polar, y otros a hacer lo mismo debajo del ecuador, con lo cual quedó determinada la figura de la tierra: que Mr. De Saint-Pierre quiso probar que todo esto era falso, y que la tierra se alargaba hacia los polos en figura oval (o cosa tal, porque no estoy muy en los autos, y no es cosa de revolver libros para poner un ejemplo),104 pero que el tal Monsieur 103.  [N.d.E.] La cita es de Fedro (Fábulas, 17, 12): «Si lo que hacemos no resulta útil, vana es la gloria». Cf. Bekes (ed.) (2014). 104.  [N.d.E.] El Censor Mensual confiesa que desconoce los detalles del argumento de Saint-Pierre. Un ejemplo de que este autor —sobre cuyas ideas discrepaban Ceballos y Alejandro Malaspina— no era muy conocido en Madrid en aquel momento, lo que refuerza la hipótesis de que el autor de la carta anterior era el mismo Isidro Calle Boceca o Ciriaco Cid Cabillo de cartas anteriores, o sea, el propio Ceballos. 302

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se engañaba por estas y otras razones, y entonces encajaba Vmd. su solución al problema de D. Cesáreo, que en tal caso parecería de perlas a los inteligentes, y los que no lo somos pasaríamos por lo que Vmd. dijese, le creeríamos a pies juntillas, y le daríamos gracias porque ya nos había sacado de la duda. Así es, Sr. mío, como se deberían tratar en el Diario (y aun en todo Periódico) estas cuestiones, pero darnos cálculos secos, como hace el Sr. Brussein, es querer estomagarnos y dejarnos sepultados en la ignorancia. Bien conozco que lo que a Vmd. le ha picado no es mi justa censura contra Brussein, sino haber criticado al Sr. Cabillo (discípulo de los discípulos de la escuela Bocecal)105 por haber metido su hoz en mies ajena. Mire Vmd., buen Señor, los hombres somos limitados en nuestras facultades, y la vida es muy corta para abrazar toda la enciclopedia: he observado que los hombres más eminentes en ciertas artes o ciencias se han hecho la risa del mundo cuando han querido salir de su esfera, y entre otros sirva de ejemplo el gran Newton, que pareciendo casi divino en las ciencias exactas, se mostró menos que hombre cuando se metió a Comentador del Apocalipsis. Persuadido yo de esta verdad, me he atrincherado en mis Humanidades, y no me desdeño, antes hago vanidad de confesar que soy muy corta tijera en Matemáticas, aunque tengo más conocimiento en ellas que Vmd. y los Cabillos, y todos los de su valía en materia de versos, que es harto poco decir.106 Ahora bien, si Vmd., mi buen amigo, tuviera la misma franqueza, 105.  [N.d.E.] Repárese en que el Censor Pedro Estala no duda en agrupar a Bruneti Sarnism dentro de la familia de Bocecas y Cabillos. La alusión del Censor a la irritación que Bruneti debería de haber sentido tras la crítica al escrito de Cabillo hace pensar que Pedro Estala sabía que se trataba de la misma persona, disfrazada tras un nuevo seudónimo para atacar las ideas expuestas por Malaspina en el Diario. Sin duda, Estala conocía la identidad de la mayoría de los participantes en la Disputa (o, cuando menos, conocía su letra, por lo que podía asociar cartas firmadas con diferentes seudónimos a un mismo autor). Este comentario de Estala nos hace reforzar la hipótesis que atribuye a Ceballos la Carta n.º 9, firmada por Bruneti Sarnism. 106.  [N.d.E.] La seguridad con que el Censor afirma tener más conocimientos en humanidades y poesía que Brunetis, Cabillos y Bocecas parece confirmar que conocía la identidad de su autor. 303

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¿se hubiera metido a desacreditar su mérito en las matemáticas con las pobrezas que dice acerca de la poesía? ¡Con que Quevedo compuso tantas églogas y sátiras! Medrados estamos. Desde hoy yo también he de decidir de problemas algebraicos, aunque me exponga a la risa de los inteligentes, pues Vmd. me da tan loable ejemplo. ¿Y no me dirá el Sr. Bruneti dónde están esas églogas buenas, ni malas, de Quevedo? Si dice que las que corren con el nombre del Bachiller Francisco de la Torre,107 sepa que esas poesías no son de Quevedo, a pesar de lo que se ha disparatado sobre ese asunto, y es preciso ser muy romo de narices poéticas para no conocer la inmensa diferencia de estilo y carácter: y aunque fuesen de Quevedo, están muy lejos de ser buenas, ni aún medianas. ¡Pues las sátiras! Otra que bien danza: si Vmd. supiera lo que es sátira, sabría que las que en Quevedo tienen este nombre son unas malas declamaciones en verso, y sus letrillas satíricas unas pillerías clásicas que enseñan el vicio en vez de corregirle con el ridículo. Por lo que hace al corifeísmo del Príncipe de Esquilache,108 no hay más que aña­­dir, sino que me señale Vmd. una composición suya que pueda estar al lado de las de nuestros buenos poetas: es frío, lánguido… Pero no nos cansemos, cada cual debe hablar de lo que entiende, y pues yo, por no delirar, por esto de que nada entiendo de Matemáticas, crea Vmd. que no necesita de un grado heroico de humildad para decir lo mismo de la poesía. Agur. El Censor Mensual.

107.  [N.d.E.] Francisco de la Torre (¿1534-1594?), poeta español del Renacimiento. Su poesía refleja una influencia del italiano Tasso. Quevedo hizo una edición de sus obras en 1631, y más tarde sus poemas pasaron a ser atribuidos al propio Quevedo, aunque la crítica contemporánea ha desacreditado esta teoría. Cf. Zamora Vicente (1944). 108.  [N.d.E.] Cf. Carta n.º 7.1, [N.d.E.] 71. 304

Disputa sobre la belleza

11.1. D  iario de Madrid del jueves 23 de julio de 1795 (Ciriaco de Ceballos) Señor Censor Mensual: No sé sobre qué documentos ha decidido Vmd. que los Bocecas, los Cabillos y los Brunetis pertenecen a una propia alcurnia, o lo que es todavía más, que, siendo tres apellidos distintos, se pueden reducir a un solo Boceca verdadero. Si el hecho es cierto, cosa que parece imposible, lo declara a Vmd. por tan buen genealogista como es ilustrado crítico.109 Yo había sospechado de aquel mancomunarse para sostener la propia causa que serían paisanos, pero parientes... ¡y parientes tan inmediatos como padres, hijos, nietos! Vaya que si Vmd. no se equivoca, tiene pacto con el mismo Satanás: pero supongamos que dio Vmd. en el blanco, de lleno a lleno;110 demos de gracia que el proponedor del problema y el que nos dio su elegante solución quieran emparentar por complacer al Sr. Censor. ¿Se sigue por ventura de aquí que sus juicios críticos son buenos? De ninguna manera. Yo, Amigo mío, soy Hombre de pocos estudios; pero me sobra de rectitud todo lo que me falta de sabiduría. Trabajo para percibir la verdad; pero una vez atrapada, Dios nos tenga de su mano. Es preciso decirlo, Censor amado; Vmd. que, sentenciando los pleitos ajenos, ha 109.  [N.d.E.] Ceballos se defiende de los ataques del Censor Mensual y pretende hacer creer que los diferentes seudónimos Boceca, Cabillo y Bruneti no correspondían a la misma persona, como el Censor había dado a entender en su carta anterior. Sin embargo, Ceballos no niega la afirmación del Censor, sino que insinúa que, de ser cierta, esto le convertiría en tan buen genealogista como crítico literario. Entiendo esta frase como una confesión implícita de Ceballos de ser el autor de las tres misivas anteriores firmadas por Isidro Calle Boceca, Cesáreo Cid Cabillo y Bruneti Sarnism. El estilo denota que las tres cartas son obra de un mismo autor. Por su parte, el seudónimo escogido por Ceballos esta vez, Trinepos Boceca (el triple sobrino Boceca), hace un implícito reconocimiento de la afiliación del presente autor con sus tres «tíos» anteriores: Isidro Calle Boceca, Cesáreo Cid Cabillo y Bruneti Sarnism. 110.  [N.d.E.] De nuevo, esta afirmación resulta una velada confesión, por parte de Ceballos, de ser el mismo autor que las tres impugnaciones previas de la belleza esencial. 305

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sido un espejo de justicia, nos ha demostrado, sentenciando los propios, que el talento más claro y los conocimientos más profundos son un débil escudo contra las sugestiones del amor, del maldito amor propio. Unos cuantos ejemplitos harán palpable esta verdad. En el juicio de los Diarios de Junio se atribuye al hijo primogénito del Sr. Boceca este, o semejante, razonamiento: las ciencias exactas han producido mucho atraso en España, luego los Filopatros y Desengañadores111 declaman justamente contra nuestro teatro.112 Vmd., Sr. Censor de mi ánima, no quiso tener presente el espíritu de la carta que se impugnaba. Reflexione Vmd. el asunto, si es que merece reflexionarse, y convendrá en que D. Cesáreo ni confundió, ni pudo confundir nuestras comedias buenas o malas con las ciencias matemáticas. Había dicho el amigo Cabillo que Lope de Vega no compuso ningún buen poema épico y a esto lo llama su merced una pobreza. ¿Y por qué es una pobreza, Señor Censor? Porque en la Jerusalén hay pasajes sublimes envueltos entre pueriles ridiculeces. Pues una vez que hay pueriles ridiculeces, la consecuencia es clara: Lope fue un gran épico. Quedo enterado, quedo convencido, quedo hecho un matachín, y pasemos a otra cosa. 111.  [N.d.E.] Cf. Carta n.º 7.1, [N.d.E.] 73. 112.  [N.d.E.] Para entender el desdoblamiento de la polémica entre Ceballos, Malaspina y Pedro Estala en torno a Lope de Vega y la calidad del teatro español, hemos de entender que «el siglo xviii sintió la necesidad de un nuevo género teatral, que recibió los nombres de drama, comedia sentimental o lacrimosa, comedia seria o noble, tragedia doméstica o burguesa», entre otras denominaciones. La disputa sobre el teatro español a la que alude Ceballos en su carta se centra en la reforma de determinados patrones de construcción de las piezas dramáticas, en el mantenimiento o no de las tres unidades de tiempo, lugar y acción —compartimentación neoclásica del universo teatral, fundamentada en la Poética de Aristóteles— y en la adscripción de personajes a determinados tipos sociales. En este sentido, más allá de la estética, la polémica respondía, sobre todo, a un cambio social: «La burguesía no podía identificarse con los personajes trágicos ni con la imagen que de su propia imagen daba la comedia, necesitaba un teatro que la representara con la máxima dignidad literaria y encontrara recursos dramáticos en su misma realidad social». Cf. Carnero (1983: 41-42). 306

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El Príncipe de Esquilache113 y D. Francisco de Quevedo merecen un lugar distinguido en nuestro Parnaso: pobreza segunda. Yo, Sr. Censor, no he parido a estos señores, ni estos señores perte­­ necen a la familia de los Brunetis, pero sin embargo no puedo ver a sangre fría la poca urbanidad con que los trata un hombre como Vmd. Si son tan desarreglados, si son tan fríos, si son tan co­ ­mo Vmd. nos había dicho antes y nos repite en el Diario de hoy, adiós poesía castellana con todos los diablos, porque yo no veo de estos poetas a los Garcilasos,114 a los Argensolas,115 a los Villegas,116 una diferencia tan notable que pueda dar a nuestro parnaso siquiera el carácter de mediano. Si Vmd. no lo ve, consiste en que estos conocimientos no pertenecen a su jurisdicción. ¡Brava respuesta! Esto es lo que se llama herir de agudo y juzgar a mata caballo, porque Vmd., sobre dar duro el porrazo, conoce mis jurisdicciones como las de Bruneti y sus ínclitos progenitores.117 Señor Censor, ¿nos quiere Vmd. hacer creer que para juzgar del mérito de un epigrama o de una seguidilla se necesitan tantos estudios antecedentes y tanta perspicacia natural como para resolver el problema de los tres cuerpos? La inteligencia del idioma, que se adquiere mediante una regular educación y la lectura de libros escogidos, y el conocimiento de las pocas reglas que distinguen el lenguaje poético del prosaico; he aquí todo lo necesario para juzgar, no solo de cuanto compusieron Borja y Quevedo, sino de muchas cosas más. Cuando se representa una buena tragedia, ¿cree Vmd. que todos los que lloran a moco suelto han comentado a Horacio y Aristóteles? El 113.  [N.d.E.] Cf. Carta n.º 7.1, [N.d.E.] 71. 114.  [N.d.E.] Garcilaso de la Vega (circa 1498-1503), poeta español. 115.  [N.d.E.] Lupercio Leonardo de Argensola (1559-1613), poeta, historiador y dramaturgo español. 116.  [N.d.E.] Esteban Manuel de Villegas (1589-1669), poeta español. 117.  [N.d.E.] Ceballos da a entender una vez más que el Censor Mensual conocía bien la verdadera identidad que se escondía tras los diferentes seudónimos utilizados por el oficial cántabro en sus contribuciones al Diario de Madrid. 307

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arte es apreciable en una composición, precisamente cuando no se puede dar razón de él. Si el autor de un drama118 sabe llevar la ilusión hasta el punto de hacerme creer que soy testigo de una acción verdadera, si me enfurece, si me hace verter dulces lágrimas cuando me sucede todo esto, ¿quién es que se ocupa de si las reglas están o no bien observadas?, ¿quién? Un literato, un corazón insensible, un alma de cántaro, un hombre degenerado. Se concluyó la representación y el erudito nos asegura que el drama no está conforme las leyes del Estagirita,119 y que, por consiguiente, es perverso… ¿Y cuál es la opinión del tío Felipe? Yo, señor, no he leído la poética de Luzán, ni siquiera las tablas del Licenciado Cascales, pero si el autor se propuso inspirarme por la virtud, si tuvo por objeto conmoverme, si hacerme llorar como un niño, se cumplieron sus designios y el drama es bueno… Yo, en caso de duda, estoy por la opinión del tío. Y ya ve Vmd., Señor Censor, cómo, para juzgar del mérito de una tragedia, todavía más de un soneto, una canción, u otra cosa parecida, no se necesitan tantos conocimientos como Vmd. nos dice. Pero supongamos por un momento que al Sr. Cabillo no le sobra­­ ran gustos y conocimientos para juzgar por sí del mérito de 118.  [N.d.E.] Diderot fue uno de los principales impulsores de este nuevo género teatral, y quien le dio el nombre con el que ha llegado hasta nosotros, el drama. En este nuevo género, defendía Diderot, los personajes principales no debían estar caracterizados como grandes nobles, monarcas o personajes heroicos, como en el teatro clásico, sino como ciu­ ­dadanos y profesionales burgueses. Los protagonistas no serían más comendadores, condes o príncipes, sino el abogado, el médico, el comerciante... Por su parte, de acuerdo con Diderot, la acción dramática debería representar las costumbres de la vida real de estos ciudadanos, a la vez que trataría de reflejar los vicios propios de la aristocracia nobiliaria, como el libertinaje, el orgullo, el despotismo… Además, este nuevo espíritu teatral, este nuevo criterio estético que acabaría imponiéndose, se reivindicaba a sí mismo como un arte más didáctico que la tragedia o la comedia tradicional o clásica, por lo que muchos lo consideraban un arte más acomodado a los objetivos de la Ilustración. Cf. Carnero (1983). 119.  [N.d.E.] Ceballos hace alusión a las normas del arte poético establecidas por Aristóteles. Cf. Aristóteles (1778). 308

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Quevedo;120 este ilustre poeta no cuenta en su favor el solo sufragio de D. Cesáreo, sino el de todos los hombres, y Vmd. sabe que, en lo común, Omnes conveniunt falso numquam: res consona vero cunc­ torum fama quaeque probatur, erit.121 Llenaría un Diario entero la lista de los hombres eminentes que en todos los lugares han elogiado a Quevedo, pero con la necesidad de ser breve, me contentaré con recordar al público lo que se dice de él en el Laurel de Apolo122 y en el Viaje al Parnaso.123 Su amigote de Vmd. Lope de Vega le llama el honor de nuestras riberas, el Juvenal124 de España (tenga Vmd. esto en cuenta) el competidor de Petronio,125 el Píndaro126 español, esto es, el Príncipe de los líricos, que él solo Pudiera serlo, si faltara Apolo.127 No son menos encarecidos los encomios que el autor del Quijote tributa al mérito de Quevedo, llamándole hijo de Apolo y de Calíope,128 el flagelo de los poetas memos, etc. Se concluirá.

120.  [N.d.E.] Repárese en el ensalzamiento de los epistolarios «bocecales», rasgo estilístico propio de Ceballos. Cf. [N.d.E.] 660. 121.  [N.d.E.] «El convenir todos en una idea es prueba evidente de su verdad, dada la imposibilidad del acuerdo sin una providencia especial». Ceballos parece haber extraído el latinajo de un diccionario de la época. Cf. VV. AA. (1791: 854). 122.  [N.d.E.] Obra de Lope de Vega. Cf. Lope de Vega (2007). 123.  [N.d.E.] Cf. Cervantes (1614). 124.  [N.d.E.] Décimo Junio Juvenal (50-128), poeta romano, famoso por sus sátiras. 125.  [N.d.E.] Cayo o Tito Petronio Árbitro (c. 14-66 d. C.), escritor romano, autor de El satiricón. 126.  [N.d.E.] Píndaro (circa. 517 a. C.-438 a. C.), uno de los mayores poetas líricos de la Grecia clásica. 127.  [N.d.E.] La cita pertenece al elogio que dedica Lope de Vega a Quevedo en su Laurel de Apolo. 128.  [N.d.E.] Calíope, musa de la poesía y la elocuencia en la mitología griega. 309

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11.2. Diario de Madrid del viernes 24 de julio de 1795 (Ciriaco de Ceballos) Concluye la carta de ayer. ¿Con que se mete Vmd. sin remedio a resolver cuestiones matemáticas? Pues una vez que ha de ser, sirva de primer ensayo el siguiente Problema: Dada una función del talento y conocimiento de un hombre (sin disputa grande) y dada la expresión de su amor propio (que tampoco es rana) expresar en una ecuación las principales circunstancias de sus juicios críticos, ya se hagan estos juicios por días, por semanas o por meses. Vmd., Sr. Censor, chilla hasta las nubes, alborota la vecindad, escandaliza el barrio, y ¿por qué? Porque, ¡ay!, es un grano de anís el motivillo... ¿Pues le parece a Vmd. poco asegurar que D. Francisco de Quevedo compuso Églogas, ni buenas ni malas?... Poco, poquísimo, crítico mío, sabiendo como sé todas las razones que tuvo presente D. Cesáreo para creer de Quevedo las poesías que el mismo Quevedo publicó en nombre del Bachiller Francisco de la Torre. Como tales han corrido siempre por el mundo; como tales se encuentran citadas por los sabios a cada instante: como tales se publicaron uno de estos días con el índice general de las obras del mismo D. Juan Abad; como tales se insertaron los años pasados en la colección de Sedano,129 y aunque yo estoy muy distante de conceder a este caballero el carácter de infalibilidad sobre ningún asunto, en este lo miro como un eco de la voz común. Vmd. sabe que 129.  [N.d.E.] Ceballos alude a la colección de poesías castellanas publicadas por Juan José López Sedano (1729-1801), dramaturgo, antólogo y periodista español. En su célebre antología de la poesía castellana, se incluía una biografía de Francisco de la Torre, donde se defendía, siguiendo a Luis José Velázquez de Velasco —vide infra, siguiente nota—, que la verdadera identidad de Francisco de la Torre era la de Quevedo. Cf. Sedano (1770). 310

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en 1753 se hizo otra edición de las obras del Bachiller a la cual acompaña una Disertación de D. Luis Joseph de Velásquez,130 donde demuestra con razones de mucho peso y congruencia que el verdadero Torres es D. Francisco de Quevedo. Pero suponga Vmd. que no lo demuestra, cuando menos hace de esta opinión la más probable. Pues si esto es cierto, si D. Cesáreo nada pone de su casa, ¿a qué vienen estos gritados tan impropios de la mesura y gravedad que deben ser características en un Censor? Vmd. me dirá que se necesita ser muy romo de narices para desconocer la inmensa diferencia de estilo y de carácter: pues sepa el Sr. Crítico, que gentes con narices judías y olfato de perro perdiguero hallan entre las poesías de Torre y de Quevedo la misma clase de estilo, el mismo artificio y corriente de los versos, finísima gala y hermosura de expresiones, el mismo espíritu poético, etc. Pero, Sr. Bruneti —o como Vmd. se llame, porque hasta ahora no conocemos su gracia—, aunque estas Églogas sean de Quevedo, ¿sabe Vmd. que distan mucho de ser buenas, ni aun medianas? Pero, Sr. Censor, ¿sabe Vmd. que a mí me parecen bien si a Vmd. le parecen mal, y que puede irse lo uno por lo otro? La poesía pastoral es, tal vez, la que deje menos campo a la imaginación del poeta, que está encerrada en límites estrechos, y por consiguiente la más difícil de desempeñarse. Con todo, D. Francisco de Quevedo, el Bachiller Torre o como Vmd. quiera llamarle, sin sacar a sus pastores del carácter que deben tener, me encanta con la sencillez y la elegancia de su estilo, con lo risueño de sus imágenes, con la ternura de sus sentimientos, con la armonía de sus versos, etc., etc. Por todas estas razones y otras muchas que omito, me gustan las Églogas, y son buenas porque me gustan, y me gustan porque son buenas, y está Vmd. respondido. El objeto de la sátira, Amigo mío, es reprehender y ridiculizar el vicio, ya sea en determinadas personas, ya sea en general, 130.  [N.d.E.] Luis José Velázquez de Velasco (1722-1772), historiador y escritor ilustrado español. En 1753 editó las obras de Francisco de la Torre, atribuyéndoselas erróneamente a Quevedo. 311

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haciendo abstracción de las personas, con más o menos finura, con más o menos delicadeza, con más o menos libertad, según el distinto talento del que la ejerce, y las diversas constituciones de los pueblos en que es ejercida. Esto es lo que en el día entendemos por Sátira. Ahora, Vmd., que conoce mejor que yo, y tan bien como cualquiera, la historia literaria de Grecia y la historia literaria del Mundo, sabe el origen de la voz, y las variaciones que ha sufrido su significación; pero ya tomamos esta significación antes que los Griegos pusieran la sátira en acción, ya en tiempo de los primeros satíricos Romanos, ya después que Lucilio131 dio a esta composición una nueva forma; en todas estas suposiciones se puede asegurar que D. Francisco de Quevedo compuso sátiras. Así lo creyó también Lope de Vega, llamándole el Juvenal español. Porque Vmd. sabe que Juvenal fue tenido por el príncipe de los satíricos Romanos, y ahí está Scaligero,132 que no me dejará mentir. Los razonamientos de Vmd., dirigidos a desterrar del Diario las fórmulas algebraicas y toda clase de cuestiones abstractas son tan plausibles como convincentes, y la moderación con que Vmd. habla de sí mismo con relación a ciertos estudios corresponde bien a su sabiduría. Sé hasta dónde se extiende la esfera de sus conocimientos,133 y sé que en los más de los asuntos debe escucharle con sumisión y respeto su afectísimo, Trinepos Boceca.134 131.  [N.d.E.] Cayo Lucilio (180 a. C.-103 a. C.), escritor romano considerado el creador de la sátira como género literario. 132.  [N.d.E.] Joseph Justus Scaliger (1540-1609), historiador y erudito humanista francés, de origen italiano. 133.  [N.d.E.] Ceballos da muestras de conocer la identidad del Censor Mensual, el helenista y traductor de autores clásicos Pedro Estala, pues alude a sus conocimientos sobre historia de la Grecia clásica. Un poco más arriba había admitido que el Censor Mensual «conoce mejor que yo, y tan bien como cualquiera, la historia literaria de la Grecia, y la historia literaria del Mundo». 134.  [N.d.E.] Este seudónimo deja claro que su autor, el triple sobrino de los Bocecas, pertenece a la filiación de las tres previas contribuciones de Ceballos a la Disputa —firmadas 312

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P.D. Vmd. dice que Esquilache y Quevedo fueron dos salvajes, y yo que dos Apolos: ni lo uno ni lo otro es verdad: tomemos un medio, y se concluyó para siempre la disputa. Dos palabritas y concluyo. Al que se sirve responder al Extravagante,135 puede Vmd. decirle que, si las desvergüenzas fueran razones, quedaríamos convencidos.

12.1. Diario de Madrid del domingo 28 de julio de 1795 (Alejandro Malaspina y Fernanda O’Connock)136 Señor Diarista y muy Señor mío: Quisiera decirle a Vmd. lo que tengo acá en mi cabeza, y no sé si acertaré, porque tanto como entiendo de ponerme moños y cintas, otro tanto ignoro de qué manera he de explicar mis pen­­ samientos para que me entiendan las gentes, y no se fastidien de mis palabras. ¡Ah!, si lo que escribo me lo oyesen de mis labios, bien segura estoy de que no habría un solo hombre, por severo filósofo que fuese, de quien no mereciese muchos elogios, porque ha de saber Vmd. que la naturaleza, según dicen, anduvo como Isidro Calle Boceca, Cesáreo Cid Cabillo y Bruneti Sarnism— que habían impugnado la belleza esencial, el valor literario de las obras de Lope y las tesis de Malaspina sobre la forma de la Tierra. O sea, esta carta es también de Ceballos. 135.  Seudónimo de otro lector del Diario, cuya carta no se relaciona directamente con la Disputa sobre la belleza. 136.  [N.d.E.] Atribuyo esta carta a un trabajo de redacción conjunta entre Fernanda O’Connock, marquesa de Matallana, y Alejandro Malaspina. Las razones que me empujan a realizar esta atribución están explicadas con más detalle en las notas al texto. En la carta, si mi hipótesis es correcta, pueden encontrarse mezcladas las opiniones de la Matallana —como es conocida O’Connock entre los malaspinistas— contra la sujeción de las mujeres en la vida social —ideas que Alejandro Malaspina volverá a defender más tarde, aunque de forma más moderada, en su Meditación— con eruditas notas estéticas y antropológicas de Alejandro, en las que este intentaba responder al despliegue de conocimientos etnológicos que había realizado Ceballos en su última carta, firmada con el seudónimo de Isidro Calle Boceca (cf. Disputa sobre la belleza, Cartas n.o 4.1 y 4.2). 313

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pródiga conmigo en esto de ponerme en tal proporción las narices, la boca, los ojos y las cejas, que con razón se puede decir que me hizo hermosa. Así lo dicen todos, así es notorio en el Pueblo, y así lo confiesan hasta las mismas mujeres amigas mías, quienes no pueden disimular su admiración, ni su envidia, cuando me miran atentas. Por lo mismo soy muy admirada de cuantos me tra­ ­tan, y me han puesto las continuadas lisonjas en un estado, que no puedo sufrir que me contradigan, ni que no ensalcen hasta los Cielos cualquier cosa que me pertenezca. Contemple Vmd. cómo me sentaría la carta tan cacareada sobre la belleza que D. Isidro Calle Boceca puso en el Diario de Vmd.137 con especialidad aquello último en que nos decía que todo cuanto tenemos de hermosas las mujeres se lo debemos a sus mercedes los Señores hombres.138 Yo me creía que inmediatamente hubiesen llovido cartas y discursos defendiendo nuestra justicia, y que al Señor Boceca lo pusiesen de vuelta y media como merece; he estado esperando con impaciencia más de dos meses el día venturoso, y lo primero que preguntaba a la muchacha todos los días cuando me llevaba el Diario a la cama era decirla: ¿Trae ya la defensa de las hermosas? No, Señora, no trae nada, me respondía la criada, no trae más que cosas de Cómicos y Comedias con muchas indirectas y pullas que se echan los unos a los otros. Pero Sra., me dijo ayer, ¿por qué no hace Vmd. por sí misma la defensa de la hermosura? Nadie mejor que Vmd. puede hablar de eso, porque no tiene que buscar nada fuera de casa, ni anda meneando los huesos a las Griegas, a las Romanas, a las Chinas, como hace aquel Sr. enemigo nuestro. Por otra parte, todos dicen que 137.  [N.d.E.] Véanse las Cartas n.º 4.1 y 4.2, Diarios de 30 de abril y 2 de mayo, firmadas por Isidro Calle Boceca. 138.  [N.d.E.] Recuérdese que Ceballos había finalizado su carta del día 2 de mayo apelando al, a su juicio, inmerecido orgullo de las mujeres bellas: «No creáis que la naturaleza os formó sobre moldes particulares: vuestras gracias son obra de nuestra creación, y cuando recibís con desdén los inciensos de los hombres, desconocéis la mano bienhechora que os colocó sobre el ara». (Cf. Disputa sobre la belleza, Carta n.º 4.2). 314

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Vmd. es tan discreta y que sabe tanto que cuanto dice es una maravilla. Yo veo que su voto es respetado y aplaudido en las tertulias y conversaciones, y los letrados más grandes se dan por vencidos cuando Vmd. les replica y les dice su parecer.139 Y sobre todo a Dios y a dicha escriba una carta, que yo la echaré en la caja del Diario cuando vaya a Misa a la Soledad.140 Y si la im­­ primen ya queda Vmd. sin esa zozobra diaria y vengada de ese Sr. Boceca, que aborrecido se vea él de todas las hermosas. Tienes razón, mujer, le dije, tienes razón, y mira que ya había yo tenido algunas tentaciones de hacerlo, pero como todos los que escriben citan a otros que escribieron antes, y con tanta puntua­­ lidad que, si por desgracia yerran la cita, arman, como hace el Sr. Boceca contra ellos, una que Dios nos libre, y yo no puedo citar a nadie, por eso aún no me he resuelto. En fin, salga lo que saliere voy a escribir una defensa de la belleza, una impugnación de la carta del Sr. Boceca, un discurso confutativo… ¡Bien, señora! ¡Confutativo! ¡Y luego dice Vmd. que no sabe! Échese Vmd. de esa cama, póngase de trapillo mientras voy a buscar papel y tinta, que se me trasluce que ha de escribir escritos confutativos como la más pintada. Sr. Diarista, todos somos condescendientes cuando nos hablan a nuestro gusto. Yo creí a mi criada, y esta fragilidad me ha constituido escritora. Tenga Vmd. a bien insertar mi Discurso confutativo, o lo que sea, en su Periódico, porque al fin es de una mujer, y por otra parte sería para mí cosa muy dolorosa el haber perdido una mañana de tocador y una tarde de 139.  [N.d.E.] La marquesa de Matallana, Fernanda OʼConnock, era una mujer notoria en la corte madrileña por no esconder sus ideas contra el Gobierno de Godoy y por hacer valer abiertamente su opinión en las tertulias en las que participaba. Según Greppi, en estas tertulias, la Matallana se había ganado la fama de mujer «inmoderadamente proclive a las intrigas» (cf. Greppi, 1883: 46). 140.  [N.d.E.] La dama madrileña que firma la carta hace referencia a la pequeña capilla del Humilladero de Nuestra Señora de la Soledad, construida en 1712. Situada en la calle Fuencarral, en pleno centro de Madrid, la capilla se encontraba muy próxima a la residencia de Malaspina y de la marquesa de Matallana, en la vecina calle del Barquillo. 315

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paseo y quedarme como estaba y mi trabajo perdido. Por el contrario, si veo mis pensamientos en letras de molde, le quedaré tan agradecida como arregostada a contribuir, por mi parte, a hacer interesante este Periódico, que algún interés causará en sus lectores la consideración de que les habla una mujer hermosa. Queda aquí atenta servidora de Vmd. La Defensora de la Belleza. Al Sr. Don Isidro Boceca. Una Dama madrileña.141 Muy Sr. Mío: No extraño que en la erudita Carta que Vmd. escribió sobre la belleza repruebe las opiniones oscuras que hasta ahora se han tenido de su constitutivo esencial, que impugne al Sr. Anónimo142 y que al fin quiera decir su modo de pensar sobre este punto. Lo que no puedo menos de extrañar es que por consecuencia de su Discurso pretenda despojar a las mujeres del privativo atributo que les concedía la naturaleza, y de que, a pesar de los más sutiles raciocinios, no pueden desentenderse los hombres. Tal es la belleza que Vmd. asegura ser obra de sus manos por serlo igualmente de sus caprichos. ¡Hombres injustos! Vmds. han apocado nuestra constitución física, han desacreditado nuestras facultades morales, han degradado nuestras almas atribuyéndolas debilidad, inconstancia, ligereza, y todos los vicios, nos han negado toda instrucción y manejo en los negocios civiles; nos han desterrado de 141.  [N.d.E.] María Fernanda OʼConnock, condesa de Albi, marquesa de Alviville y marquesa de Matallana era, efectivamente, una dama madrileña. Aunque de orígenes irlandeses por parte de padre, Fernanda había nacido en la capital española el 2 de abril de 1756. A pesar de que todavía no había sido nombrada oficialmente dama de corte de la reina María Luisa, el nombramiento oficial llegaría apenas un mes después de publicar esta carta, el 4 de septiembre de aquel año, por lo que muy probablemente por estas fechas ya se supiera indicada como dama por la reina. 142.  [N.d.E.] Alejandro Malaspina (cf. Disputa sobre la belleza, Carta n.º 6). 316

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«… Las cabezas del hombre y la mujer son ciertamente mucho más hermosas a mi vista que las de un caballo o de un pez […] aunque el pez y el caballo pudiesen sugerirme la idea de la Belleza en un grado no mediano…». Alejandro Malaspina, Meditación filosófica. Imagen: pez. Tomás de Suría (reproducido con permiso del Museo Naval de Madrid).

aquellas sagradas mansiones en que se forman leyes y se trata de la felicidad del género humano.143 En una palabra, apoyados en la robustez y fuerza de sus brazos nos tienen en un estado de pura sujeción en que, por abatimiento o por costumbre, ni aún nos 143.  [N.d.E.] Las referencias a la felicidad o a la honra o deshonra de la especie humana o del género humano son muy frecuentes en Malaspina. Véase, por ejemplo, su «Plan para escribir su viaje, dado por Malaspina al padre Manuel Gil», donde Malaspina afirmaba que «la descripción física de la América, dirigida al bien sólido nacional, debe tener siempre a la vista los tres puntos esenciales: 1.o La prosperidad y multiplicación de la especie humana, etc.» (Novo y Colson, 1885: XXV). También en la Meditación filosófica son frecuentes las menciones a la felicidad de la humanidad: «He procurado dar a esta Medi­ tación, aquel semblante filosófico de que es digna, siendo así que en ella sola se reúne todo lo que alcanzan la filosofía más sublime y la felicidad más sólida del hombre» (Meditación, [p.d.C.] [4]); «Me detendré algo más sobre los razonamientos, porque son hoy en día los únicos apoyos de la felicidad venidera de la especie, que la filosofía nos anuncia para una época indeterminada» (Meditación, Nota U, [p.d.C.] [107]); «La religión y el pacto social son los dos únicos puntos que miran a la felicidad del hombre, ocupado siempre y por naturaleza en lo venidero» (Meditación, Nota U, [p.d.C.] [117]). 317

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queda vigor para reclamar nuestros derechos.144 ¿No bastaba esto para aplacar el más tirano orgullo? ¿Se necesitaba todavía disputarnos los dones de naturaleza, atribuyendo a un capricho sus más perfectas obras? ¡Oh, extravagancia de la imaginación acalorada! Se continuará.

12.2. Diario de Madrid del miércoles 29 de julio de 1795 (Fernanda O’Connock y Alejandro Malaspina) Sigue la carta de ayer. Por fin, si lo que se dice se probara con razones sólidas y bien reflexionadas, yo perdonaría con gusto cualquier agravio y haría este sacrificio al saber, a la meditación y al ingenio. Pero Sr. Caballero Boceca, Vmd. me disimulará que le diga con franqueza que en sus razones no encuentro solidez, ni reflexión en sus pensamientos, ni en sus discursos raciocinio. Todo el fun­­ damento de Vmd. para negar la existencia de un bello esencial y primitivo consiste en que los Chinos gustan de narices romas, los Italianos de narices largas; los Japoneses de cintura an­­cha, los Españoles, de estrecha; los Musulmanes de tener pelo en la barba, etc., etc., etc. ¿Y es esto razonar con método y prueba esto que no exista un hermoso esencial en la naturaleza? ¿Qué 144.  [N.d.E.] Este alegato feminista contra la dominación patriarcal y la exclusión de las mujeres de la vida pública encuentra una correspondencia en la Meditación filosófica de Malaspina, donde Alejandro, para defender los derechos de las mujeres, y responder a la cuestión de «si las mujeres debieran tener igual parte que los hombres en la determinación y conservación del pacto social» (Meditación, Nota U, [p.d.C.] [115]), incluyó la siguiente cita del dramaturgo francés Marmontel: «El legislador que quiera hacerse dueño del corazón de los hombres empiece por atraer las mujeres a las leyes y costumbres, ponga la virtud y la gloria bajo el amparo de la hermosura, bajo la tutela del amor; sin esta combinación todo es incierto» (Meditación, Nota X, [p.d.C.]) [124, 125]. 318

Disputa sobre la belleza

entiende Vmd. por naturaleza? Las bajezas y rusticidades de las Naciones bárbaras, o los caprichos y extravagancias de las cultivadas y civiles?145 Es acaso la naturaleza la que dicta a los Californios146 a embijarse o pintarse la cara de negro, el pecho de amarillo y las piernas de verde o coloradas? ¿Siguen sus dictámenes los Guajaminayos147 cuando se horadan las narices y cuelgan de ellas ratones y lagartijas para estar más agraciados y hermosos en los días de mayor festividad y concurso? ¿Sería la naturaleza la que sugiriese a los egipcios concebir deidades en figuras de serpiente, cocodrilos y aves nocturnas?148 ¿Pero por qué tenemos que ir tan lejos? ¿Cree Vmd. que es la naturaleza la que me intima [a] que me ponga un pañuelo hasta las orejas aunque me sofoque; [a] que me llene la cabeza de manteca y polvo, no obstante la inmundicia; [a] que vaya encaramada sobre los dos andamios de mis tacones, aunque me ponga 145.  [N.d.E.] Tanto la apelación a razonar con método como el etnocentrismo estético son dos rasgos muy propios de Malaspina. La insistencia de Malaspina en cuestiones metodológicas suscitará más de una chanza por parte de Manuel Gil en posteriores cartas al Diario. En la que firmó con el seudónimo de el Susodicho (cf. Disputa sobre la belleza, Carta n.º 15), Gil, dirigiéndose al Censor Mensual, aludía a Malaspina, advirtiendo al Censor que «las cartas anónimas, escritas contra Vmd. como se publicaron en el Diario de Madrid, y el arte metódico de bailar contradanzas, son todas producciones de su rara y fecunda fantasía». Más tarde, en una nueva entrega, que Gil firmó como Don Simplicio (cf. Carta n.º 19.1), Gil afirmaba que «La carta de la Defensora estaba confusa y sin método, según la Escuela de los Bocecas, porque le faltaban estos primores de elocuencia». Las eruditas puntualizaciones etnológicas que aparecen en la carta de la Defensora de la Belleza sobre diferentes pueblos nativos de América hacen verosímil la hipótesis de que esta parte del texto fuese dictada por Alejandro a la Matallana, quien por su parte pudo haber contribuido al texto aderezando la crítica a la dominación masculina, que aquí resulta bastante más radical que la que incluye Malaspina en su Meditación. 146.  [N.d.E.] Malaspina hace referencia a los pueblos nativos de California, una de las regiones visitadas durante su viaje científico-político alrededor del mundo. 147.  [N.d.E.] No me ha sido posible identificar con tal nombre al pueblo guajaminayo; seguramente, Malaspina se refería a los nativos de la isla de Guaján, o Guam, en las islas Carolinas, donde las corbetas comandadas por Alejandro hicieron una de sus escalas. 148.  [N.d.E.] La mención a las deidades teriomorfas egipcias es otra coincidencia temática de esta carta con la Meditación filosófica, donde Alejandro dejó escrito, hablando de los antiguos egipcios: «Justificaban su adoración de los animales con decir que, expelidos los dioses de la tierra por la violencia de los hombres, sus enemigos, habíanse visto precisados a tomar el disfraz de bestias» (Meditación, Nota X). 319

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coja; y [a] que desfigure las facciones de mi cuerpo a poder de basquillas, colgajos, ballenas y otras mil extravagancias? Sr. Boceca, yo sería de parecer que de sus ejemplos de Vmd. se seguían estas consecuencias: los hombres son raros y caprichosos en sus gustos; para saciar estos, trastornan muchas veces los dictámenes de la naturaleza y el hallar a esta en toda su pureza y majestad es dado a muy pocas naciones en el mundo.149 Pero inferir que no hay belleza invariable, porque hay gentes tan bárbaras que la desconocen, con su permiso de Vmd., se me representa un despropósito. No lo es menos echarse a buscar las más repugnantes y disparatadas costumbres de naciones salvajes o poco civilizadas para inferir cuáles son los dictámenes de la naturaleza. Yo creía que a esta se la debería buscar y encontrar en aquel suelo feliz en que la cultura y estudio hubiesen hecho a los hombres conocer su dignidad; en donde no cupiese equivocación entre bestias y racionales; y en donde la misma naturaleza hubiera ya enseñado a distinguir sus obras maestras de sus juguetes, sus aciertos de sus monstruosidades, y sus veleidades de sus serios e invariables dogmas. Yo le aseguro al Sr. Boceca que, si lo hubiera practicado así, no habría buscado a los jilgueros para saber si la música del Se­­ñor Haydn150 es la que dicta la naturaleza,151 ni proferido el desacierto 149.  [N.d.E.] Además de mostrar una visión viquiana del distinto desarrollo de los pueblos, perfectamente compatible con las ideas que Malaspina expone en su Meditación filo­ sófica, el empleo de las voces trastorno/trastornar para indicar el desvío de la sociedad de los dictámenes de la razón o de la naturaleza es típico en Malaspina, y se repite varias veces en la Meditación: «Veo mezclarse en un solo punto de vista, harto horroroso, los estragos de un placer violento, el desorden de las riquezas, la ociosidad, la envidia y un total trastorno de las leyes de la vida humana» [p. 76 d.C.]; «...aventuran los últimos restos de su tranquilidad, juventud y propiedades para trastornar al antojo de las facciones, los varios límites y sistemas de las repúblicas envidiosas de Italia…» [p. 115 d.C.]; «En el trastorno actual de las ideas pasadas, por lo menos sería una compensación el que procurásemos simplificar nuestras diversiones públicas…» Meditación, [p.d.C.] [63]. 150.  [N.d.E.] Franz Joseph Haydn (1732-1809), compositor neoclásico austriaco. 151.  [N.d.E.] En su Meditación, Malaspina usó el mismo ejemplo de Haydn para referir­ ­se a un arte totalmente alejado de los instintos naturales y de la naturaleza: «He aquí 320

Disputa sobre la belleza

de reprobar la combinación de proporciones, fuerza y movimiento de la belleza en orden a la arquitectura naval.(*)152 Seguramente no se hubiera persuadido de que los Arquitectos observan en los intercolumnios una imitación exacta de los precipicios y derrumbaderos; de que los Apeles tomaron sus Venus de alguna individua, ni de que el escultor del Apolo, o el del Laocoonte,153 debiesen tener originales completos en la naturaleza de donde copian sus inmortales obras.154 Sabría entonces lo que significa esta voz, Naturaleza, tendría una idea de lo bello superior a todas las preocupaciones de la infancia, y se reiría de las imaginadas demostraciones de un tal Condillac, en orden al primer origen de también la razón por la que las contradanzas, minués y marchas militares pueden repetirse infinitas veces sin cansancio, y no así un trío o sonata de Haydn y Pleyer, y por lo que el español aún más grave dormita con los segundos y al oír un fandango o los boleros se le ve encendido y casi inquieto por el placer» (Meditación, Nota F, [p.d.C.] [61]). 152. (*) [N.d.D.M.] «Yo apenas he visto más agua junta que la del estanque del Retiro, ni más navíos que los del Canal, ni más ballenas que las que cría el río de mi patria, el Manzanares, pero concibo que, si un navío pudiese ser movido artificiosamente en todas direcciones y sentidos dentro o fuera del agua, a pesar de los vientos y corrientes, sería de alguna utilidad para la náutica». [N.d.E.] Repárese en que esta referencia a la arquitectura naval no parece muy propia de una petimetra madrileña como la marquesa de Matallana, salvo que esta escribiese al dictado de un experto marino, como Alejandro. Con fina ironía, en esta nota al pie incluida originalmente en el Diario de Madrid, Malaspina aseguraba que la Defensora de la Belleza no había visto más aguas que las del Manzanares. 153.  [N.d.E.] Malaspina usó exactamente los mismos ejemplos de las esculturas clásicas de Apolo y el conjunto escultórico del Laocoonte en su Meditación: «Los trajes bellísimos de que se viste la Naturaleza, disiparíanse en el momento en que no coadyuvasen a mis goces, y el Apolo y el Laocoonte, en otras manos que no las mías, apenas ocultados el Sol y la Luz bajo el horizonte, no serían sino unos trozos de mármol o unos seres imaginarios...» (Meditación, [p. 13 d.C.]). También mencionó al Laocoonte al recordar que Plinio consideraba esta escultura «la obra artística preferente entre toda la estatuaria y la pintura» (Medi­ tación, [N.d.A.M.] 64, [p.d.C.] [35]. 154.  [N.d.E.] Una nueva coincidencia argumental con la Meditación filosófica de Alejandro que hace aún más verosímil la atribución de la (co)autoría de esta a Malaspina: la defensa del arte como imitación de la naturaleza, un tema central en su Meditación, donde afirma, entre otros pasajes del mismo tenor: «Comparo las obras del arte con las de la Naturaleza: aquellas no son sino imitaciones de estas otras, y tanto se gradúa el arte de más sobresaliente, cuanto [más] se acerca a la naturaleza» (Meditación, [p.d.C.] [7]). Más adelante, Malaspina insiste en que «en los climas felices de la Grecia, comprendieron inmediatamente que el arte, esto es la imitación combinada de la Naturaleza, debía ser su ocupación más digna y permanente» (Meditación, [p.d.C.] [33.]). 321

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las nociones de nuestra alma.155 Cuando habla del sentido íntimo, y anda en dimes y diretes sobre si ha de ser S. Agustín o Platón su inventor, sin advertir que este precedió a aquel cerca de mil años, que fue su maestro, y que según dicen, escribió un tratado entero de lo hermoso, se hubiera detenido más en averiguar su significado, y tal vez se habría encontrado con principios más seguros para determinar la cuestión que yéndose al Japón, a la Florida y al Archipiélago descubierto por el caballero Malaspina.156 Dígame Vmd., Sr. D. Isidro, ¿cómo quiere Vmd. encontrar el bello esencial si se va a buscarlo entre las naciones salvajes? Pero demos que en esto no hubiese deformidad alguna: concédasele al Sr. Boceca que en lo más helado e inculto de los polos se halle la naturaleza en toda su majestad y hermosura, y que inspire a aquellas gentes lo más recóndito y puro de sus leyes —concesión de que se resentirá sin duda alguna la verdad—, pero quiero hacer una generosidad para demostrar mejor al Sr. Boceca que su carta carece de reflexión y raciocinio. En este caso, ¿dudará cuál 155.  [N.d.E.] Étienne Bonnot de Condillac (1714-1780), filósofo y economista ilustrado francés, difusor en Francia de las ideas del empirista inglés John Locke. Condillac también es citado por Malaspina en la Meditación filosófica, precisamente, para recordar la Disputa sobre la belleza en el Diario de Madrid, interrumpida súbitamente por la inesperada condena de Alejandro. En tono humorístico (haciendo referencia a la sección de anuncios que daba continuidad a las cartas de los lectores en el Diario de Madrid) Malaspina escribió desde su celda que, de no haber sido preso, «nos hubieran seguramente acallado con el dictamen de Locke y Condillac, a no atravesarse unos almacenes de bacalao y vino exquisito […]» (Meditación, [p.d.C.] [2]). Más adelante, Malaspina vuelve a citar a Condillac al definir la imaginación como «una facultad del alma que combina las calidades de los objetos hasta formar conjuntos que no tienen modelo en la Naturaleza» (Meditación, [p.d.C. [14]). Por otro lado, el énfasis en el concepto filosófico de naturaleza como depositaria de los ideales de lo bueno y lo bello es otra de las ideas fundamentales de la Meditación filosófi­ ca, otro indicio que refuerza la hipótesis de participación de Malaspina en la redacción de esta carta. 156.  [N.d.E.] Autorreferencia humorística de Malaspina, quien poco antes ha afirmado no conocer más aguas que las del Manzanares, pequeño río de Madrid. Indudablemente, como ya hemos visto en el intercambio de alusiones entre Ceballos y Pedro Estala (cf. Disputa sobre la belleza, Carta n.º 10; Carta n.º 11; Carta n.º 11.2), resulta evidente que los contendientes en la Disputa conocían la identidad de sus contrincantes y, por tanto, no pretendían disimularla demasiado. 322

Disputa sobre la belleza

sea el alimento natural del hombre, porque los Esquimales coman mariscos crudos y beban aceite de ballena? ¿Reputará por desconocidos los oficios y leyes esenciales que prescribe la naturaleza entre padres e hijos, porque haya indios que maten a sus hijos para librarse de la enfermedad que padecen, y otros que quiten la vida a sus padres para que no les consuman los alimentos? La poligamia, la desnudez, la fiereza, la confusa mezcla de condiciones y de sexos sin distinción de padres, hijos, ni hermanos y otras monstruosidades que reinan entre naciones inmensas, ¿podrán hacer que el Sr. Boceca dude de la existencia de un bello moral, esencial, primitivo e independiente de la convención de los hombres? ¿Pues por qué no ha de juzgar de la misma manera del bello físico? Se concluirá.

12.3. Diario de Madrid del jueves 30 de julio de 1795 (Fernanda O’Connock y Alejandro Malaspina) Continúa la carta de ayer. ¿Por qué? Porque no encuentra razones para que una columna sea larga diez veces su base; porque no tiene averiguada la causa de que haya cinco ordenes de arquitectura; porque no encuentra en la naturaleza hombres tan furiosos como los Aquiles157 y los Orlandos;158 porque en los Orates no hay locos tan graciosos y divertidos como los Sanchos y Quijotes; y, últimamente, porque no hay pastores que razonen en el lenguaje de Salicio y Nemoroso.159 ¡Válgame Dios, Sr. Boceca! Yo creo que en estas materias le 157.  [N.d.E.] Vide supra, Carta n.º 4.2, [N.d.E.] 35. 158.  [N.d.E.] Referencia al protagonista del poema épico de Ludovico Ariosto, Orlando furioso (1532). 159.  [N.d.E.] Vide supra, Carta n.º 4.2, [N.d.E.] 37. 323

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sucede a Vmd. lo que a Rafael y a Guido.160 El primero no encontraba en la naturaleza una mujer que pudiese servir de original a su Galatea;161 y el segundo miraba a todos los hombres y no hallaba un modelo por donde pintar a su Arcángel. ¿Y al cabo qué salió? Una joven y un mancebo muy inferiores en hermosura a muchos hombres y mujeres que yo conozco, aunque pintados por tan excelentes maestros. El hombre, cuando está preocupado, no ve los objetos que se le entran por los ojos, y esto es puramente lo que sucede al Sr. Boceca. Dígame Vmd., ¿qué juicio formaría de mí si le dijese que no encontraba razón porque una tragedia había de tener cinco actos, y no cinco mil? ¿Por qué había de ser una la acción y tres las unidades y no trescientas?162 ¿Por qué un coche tendría cuatro ruedas y no cuatro docenas? 160.  [N.d.E.] La referencia a maestros de Italia, como Rafael (1483-1520) y a Guido Reni (1575-1642), así como a las flores de Génova, unas líneas más abajo, refuerza la hipótesis de que el autor de esta carta pudiera ser italiano, como Malaspina. En su Tratadito sobre el Quijote, Malaspina citó a Rafael para compararlo con Cervantes, a su juicio, genios con notables deficiencias formales. Malaspina comparaba el Quijote con el cuadro de Rafael La madonna del pez, que Alejandro había debido contemplar en El Escorial, donde está actualmente conservado. Aquí vuelven a aparecer ambos asociados en un mismo párrafo. 161.  [N.d.E.] En la mitología griega, Galatea cobró vida después de ser esculpida en marfil por Pigmalión. La Defensora de la Belleza hace referencia al fresco de Rafael El triunfo de Galatea, que se conserva en la Vila Farnesina, en Roma. De nuevo, el uso de ejemplos de obras artísticas, como la Venus de Medici o las esculturas del Laocoonte, expuestas en ciudades italianas (Florencia y Roma) que Alejandro conocía bien, hacen más verosímil su participación en la redacción de esta carta. 162.  [N.d.E.] En el campo de las polémicas estéticas de la segunda mitad del siglo xviii, el neoclasicismo se destacó por el respeto de las tres unidades clásicas —que se retrotraían a la Poética, de Aristóteles— de tiempo, lugar y acción, como compartimentación canónica del universo teatral (vide supra, nota 195 del capítulo 4; véase también la Disputa sobre la belleza, Carta n.º 11.1, [N.d.E.] 112). En su defensa de la unidad de acción, los neoclásicos se aferraban a la teoría de la verosimilitud. Para ellos, el arte debía reflejar verosímilmente a la naturaleza, y esto podía realizarse con mayor perfección manteniendo la unidad de tiempo, de lugar y de acción. Sin estas tres unidades, el arte, y especialmente el teatro, perdía verosimilitud. El nuevo género del drama burgués hizo más flexibles estas normas sobre el tiempo, lugar y acción. Cf. Carnero (1983). Aun fuera del género dramático, la Meditación filosófica de Malaspina representa una acción narrativa que puede encuadrarse perfectamente en el patrón neoclásico (vide supra, nota 195, capítulo 4). Por tanto, esta defensa del patrón estético neoclásico y de los cánones estéticos implantados por los griegos supone otra coincidencia temática con la Meditación. 324

Disputa sobre la belleza

¿Qué diría Vmd. si viese que en medio de la primavera prefería un manojo de flores de Génova a las rosas y claveles verdaderos del Retiro y elegía, para pasearme, la decoración de un jardín del Teatro de los Caños del Peral163 al Paseo de las Delicias? Pues esto es puntualmente lo que a Vmd. le sucede cuando encuentra en las cosas artificiales más hermosura que en la naturaleza, o lo que es lo mismo; cuando se satisface más de la ilusión y del engaño que de la misma verdad. ¿Y sabe Vmd. en qué consiste? Siento decirlo, pero Vmd. se servirá disimularme esta libertad. Consiste en que a las pupilas de sus ojos les falta la filosofía necesaria para recibir las imágenes de los objetos que se les presentan; consiste en que ve el mundo y sus entes y no discierne entre ellos a la naturaleza; consiste, en fin, en que hasta ahora no ha tenido quien le encamine al verdadero templo de la belleza esencial, si bien me persuado a que habrá frecuentado algunos templos de bellezas con accidentes.164 Pues, Sr. Caballero, venga acá esa mano. No tema; una joven es quien le guía, que aún no ha cumplido los veinte y un años; y sin embargo le ha de conducir hasta la augusta mansión de la naturaleza y de su hermosura, sin extraviarle por trochas y senderos intrincados, ni exponerle en derrumbaderos y precipicios. El camino es poco trillado, pero es corto, luminoso y apacible, cual conviene para llegar a la verdad. Así verá Vmd. de qué diversos modos verifica la gran madre sus producciones, aquí enanas, 163.  [N.d.E.] El Teatro de los Caños del Peral, escenario de grandes bailes de máscaras y fiestas galantes de la época, a las que asistieron fascinados personajes como el libertino Giacomo Casanova o lady Holland, estaba situado en lo que hoy es el emplazamiento del Teatro de la Ópera de Madrid, en un espacio que en época antigua ocupaba un bosquecillo de perales con una fuente, de donde recibía su nombre. Cf. Thomas (2004: 438-441). 164.  [N.d.E.] Malaspina desafía a Ceballos afirmando que no tiene conocimientos filosóficos suficientes, a la vez que alude irónicamente a su comportamiento «liberal» con las nativas, que habían sido la principal fuente de sus valiosos vocabularios etnológicos durante la expedición comandada por Alejandro. Cf. capítulo 3, nota 97; capítulo 4, nota 152; véase también Carta n.º 4.2 de la Disputa ([*] [N.d.D.M./N.d.E.]), 45. 325

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prematuras e imperfectas, allí gentiles, sazonadas y hermosas, y en todas partes cual conviene a la conservación de un todo bello y majestuoso. Verá la sabiduría con que se mezclan sales y tierras, aceites, calor, frío, humedad, sequedad, blanco, negro, dulce y agrio para formar el león bravo, el tímido conejillo, el águila ligera, la pesada tortuga, el sabroso melocotón, el ácido membrillo, y tan inmensa variedad de entes hermosos que ellos mismos testifican ser obra de una invariable hermosura. Verá cómo, en aquellos climas en que el calor y el frío llegan al exceso, peca la naturaleza de gigantesca o de enana en sus efectos, y que estos son más regulares en su constitución y en sus formas en aquellos países que disfrutan un clima templado. Inferirá de aquí que en la Grecia, en la Italia y en lo meridional de nuestra península deben ser los hombres y las mujeres las producciones más perfectas de la naturaleza, la cual no intenta monstruosidades en sus obras, ni entes desproporcionados a sus fines. Reflexionará sobre la dulzura y placer con que ciertos colores hacen su impresión en nuestros ojos, así como ciertas mezclas de sabores la hacen en nuestro paladar. Conocerá que al oír un trueno, al ver que se derrotan los árboles al ímpetu de un huracán, al sentir que crujen las tablas de un navío,165 con justa razón se estremecen nuestras almas, y que por el contrario, el rosado despuntar de la aurora, el manso ruido de un arroyuelo acompasado del canto de las sonoras aves y la vista de un árbol cargado de dorados frutos nos agradan con razón, son objeto que por sus colores y sus formas hacen una blanda impresión en nuestros ojos y en nuestro cerebro, y que justísimamente nos complacemos en ellos. De todo inferirá que las ideas que tenemos de lo bello las naciones sabias son más verdaderas que las que han podido formarse las que habitan hacia los polos y las cercanas al ecuador; que cuando los hombres 165.  [N.d.E.] Al igual que la anterior referencia a la arquitectura naval, el estremecimiento por el crujido de las tablas de un navío no parece un sentimiento muy propio de una noble cortesana. Nuevo indicio que refuerza la participación de Malaspina en la redacción de esta carta. 326

Disputa sobre la belleza

rinden sus almas al imperio de una hermosura, es decir, cuando se agradan de unos ojos vivos y risueños, de unas mejillas teñidas de rosa y azucena, de una boca esmaltada de perlas y corales, de un cuello cual torneado marfil y un pecho formado de leche y de delicias tienen sobradísima razón.166 No hay remedio, Sr. Boceca: yo le tengo que hacer a Vmd. conocer muchas cosas que no debería ignorar poniéndose a escribir de lo bello. Vmd. ha de aprender que nuestra vista y nuestra alma no pueden sufrir la presencia de dos líneas [paralelas] de las cuales una se separe de la otra sin razón, destruyendo el paralelismo por cuya causa nos desagradan y nos deben desagradar los ojos de los Chinos, y los de los gatos que forman un ángulo, y des­­ truyen la hermosura. Yo le tengo que meter en la cabeza que el círculo es una figura comprensible sin interrupción, lo que no sucede al cuadrado, triángulo, etc., por cuya causa las narices aplastadas, las frentes chatas y el pecho hundido de muchas naciones asiáticas y de la América encuentran repugnancia al 166.  [N.d.E.] La defensa de un etnocentrismo justificado en términos estéticos y naturalistas para otorgar la superioridad estética a la blancura de la piel es otra significativa coincidencia con el texto de la Meditación filosófica de Malaspina, para quien los climas templados de la Europa mediterránea determinaban las más bellas y morales formas de vida en nuestra especie. En la Meditación, Malaspina escribió: «Pretender después que en la progresión de la belleza humana sean indiferentes el color negro o el blanco rosado, el cabello lanudo o el lacio y el cutis más fino o más tosco, es hacerse sordo a las mismas sugerencias de la Naturaleza, la cual, al menor cuidado de las mezclas, trasforma el color negro en blanco, el cabello lanudo en otro más suave, y por medio del abrigo y de la limpieza, un cutis tosco e impenetrable en otro capaz de manifestar graciosamente aun las más leves impresiones del ánimo» (Meditación, [p.d.C.] [33]). A ello añadió, como nota al margen, el siguiente comentario sobre las ideas raciales del presidente de los Estados Unidos, Thomas Jefferson (en inglés en el original; véase Jefferson, Notes Upon the States of Virginia, p. 229 y siguientes): «¿“Y esta diferencia (de colores) no tiene importancia? ¿No es la base de una mayor o menor belleza en las dos razas? ¿No son las finas mezclas de rojo y blanco las que modulan las expresiones de todas las pasiones, por una mayor o menor cantidad de colores, preferibles a la eterna monotonía que reina en los rostros de la otra raza, ese velo inmóvil de negrura que cubre todas las emociones?”. Agréguese a esto, el flujo del cabello una simetría más elegante de la forma, etc. Sigue una inimitable pintura de las calidades de los Negros» (Meditación, [N.d.A.M.] 62, [p.d.C.] [33]) Cf. Jefferson (1984: 264). 327

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entrarse por nuestros ojos.167 Vmd., en fin, ha de quedar en un estado, que al mirar la Venus de Médicis168 se le derrita el alma de amor y de ternura; al ver el Apolo reconozca la mayor elevación y grandeza de espíritu que puede caber en un escultor; y al ver el Laocoonte admire la suma sensibilidad y portentoso saber del inmortal Agesandro.169 (*)170 Vmd., en fin, ha de quedar persuadido de que es verdad lo que decía uno que creo se llamaba Eurípides171 y es: que lo que no es hermoso no puede serlo en ninguna parte del mundo.172 Pero dejémonos de chácharas y venga Vmd. conmigo, que todo lo aprenderá en el templo de la hermosura.173 Mas no; quita. ¿Yo, 167.  [N.d.E.] La «repugnancia» ante las supuestas imperfecciones físicas de otras razas se transluce tanto en esta carta como en la Meditación. 168.  [N.d.E.] Escultura helenística del siglo I, en mármol, que representa a Venus afrodita, en la tradición de la escuela de Praxíteles. Actualmente se exhibe en la Galeria degli Uffici de Florencia. 169.  [N.d.E.] Agesandro de Rodas, escultor de la Antigüedad clásica, uno de los autores —junto con Polidoro y Atenodoro de Rodas, según cuenta Plinio— del conjunto escultórico griego del Laocoonte y sus hijos, actualmente expuesto en el Museo Pio Clementino del Vaticano. 170. (*) [N.d.D.M/N.d.A.M.] «Se ha extrañado que, chocando el Sr. Boceca tan directamente con lo esencial de las tres bellas Artes, no haya habido un Artista que haya salido a la defensa. Esto denota o mucha indiferencia por el honor de su profesión, o pocos conocimientos para defenderla y manifestar sus primores». [N.d.E.] Repárese en el reto, casi un llamado al orden, que Malaspina lanza a los pintores de la expedición que le acompañaban en la corte para organizar la publicación del viaje, Juan Ravenet y Fernando Bambrila, pidiéndoles que se manifiesten en la polémica suscitada entre él y Ceballos. Como veremos, el desafío será respondido enseguida, primero en una carta que será publicada en el Diario de Madrid en los días 14 y 15 de agosto, firmada por R y F, que atribuyo a Ravenet y (Fernando) Bambrila (Carta n.º 16), seguida de una nueva misiva el 16 de septiembre, esta vez firmada únicamente por F. (Bambrila) (Carta n.º 25). 171.  [N.d.E.] Eurípides (aprox. 480 a. C.-406 a. C.), uno de los grandes poetas trágicos de la Grecia clásica. 172.  [N.d.E.] La atribución de este pasaje a Eurípides por parte de Malaspina enseguida dará ocasión a nuevos ataques por parte de Ceballos y Gil, cf. Disputa sobre la belleza, Cartas n.º 13 y n.º 19.2. 173.  [N.d.E.] La consideración deísta de la naturaleza como un templo donde se manifiesta la omnipotencia del Creador a partir de la belleza de los objetos naturales, que producen la admiración en el filósofo, es el tema central de la Meditación filosófica de Malaspina. Allí dice, por ejemplo, recordando a los antiguos griegos: «La naturaleza era para 328

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acompañarme de un hombre que desconoce el mérito de la belleza? Yo, acostumbrada a oír los suspiros y las lisonjas de tanto rendido a la fuerza de mis ojos, ¿familiarizarme con quien manifiesta un corazón guijeño para dejarse herir de sus atractivos? No, preciosísima y amantísima belleza, don del cielo, y la más estimable joya que poseen los mortales. No cometeré yo contra ti tan torpe alevosía, tan atroz injuria. Acompáñese el Sr. Boceca de las damas que producen las heladas regiones de los polos,174 recréese con sus bocas rasgadas hasta las orejas, con sus narices aplastadas, con sus ojos pajizos, con sus pellejos de baqueta de Moscovia y sus colores de cobre y aplomados. Y vosotras, bellezas españolas, mirad con desdén las víctimas que presenten en vuestras aras semejantes hombres, desatended sus lágrimas, despreciad sus suspiros, y hacedles conocer cuán superior es el poder de la hermosura al de la fuerza, y cuánto más activo el influjo de la verdad que el del capricho. Madrid, Julio y 20 de 1795. La Defensora de la Belleza, L.F.A.F.175 ellos un objeto por encima de todos los demás, y por lo tanto, no se sonrojaban si a ella le construían su templo y su altar» (Meditación, [N.d.A.M.] 20, [p.d.C.] [12]). 174.  [N.d.E.] Nuevas alusiones veladas de Malaspina a los contactos de Ceballos con las nativas. En relación con las mujeres de las latitudes más nórdicas visitadas por Malaspina y Ceballos, durante su estancia en Nutka, en Canadá, Ceballos se impresionó profundamente por la belleza de una de las nativas, la joven esposa del cacique Macuina. El oficial Gutiérrez de la Concha, que navegaba junto con Malaspina y Ceballos en la corbeta Atrevida, transcribió en su diario el relato de primera mano que sobre la belleza de la joven indígena realizaron Ceballos y Espinosa, después de una visita a Macuina. Cf. Gutiérrez de la Concha (1993 [1791]: 166). 175.  [N.d.E.] La fórmula latina L.F. se colocaba junto a los nombres propios en lápidas y placas conmemorativas —y como tal aparecía recogida en diccionarios y compendios latinos de la época, para su uso en fórmulas burocráticas o de cortesía (cf. González, 1794; Ainsworth, 1751)—. L.F. podía tener varias significaciones. Si descartamos las que indican filiación, L.F. podía significar «hecho alegremente o de buena gana por» —libens fecit (pl. libentes fecerunt)—, pero también «hecho por el/los liberados» —libertus fecit (pl. libertus fecerunt)—. Así, la fórmula escogida para cerrar la carta, L.F.A.F, podría corresponder indistintamente a L(ibentes)/(ibertus) F(ernanda) (et) A(lejandro) F(ecerunt); L(ibentes)/(ibertus) 329

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13. Diario de Madrid del 5 de agosto de 1795 (Ciriaco de Ceballos) Señor Diarista: Yo soy Bocequilla,176 nieto por línea directa de mi Abuelo, el gran Boceca, autor de la carta sobre la Belleza, que tiene Vmd. F(ecerunt) A(lejandro) (et) F(ernanda). El tono alegre y humorístico del escrito bien se corresponde con el uso de Libentes, pero también tendría perfecto sentido el uso de Libertus, una vez que, por estas fechas, a finales de julio de 1795, Malaspina aguardaba con impaciencia la oportunidad de retirarse a descansar a Italia y librarse del padre Manuel Gil, que se había convertido en un inesperado y poderosísimo obstáculo para sus planes iniciales de publicación del viaje alrededor del mundo. De hecho, Malaspina muy bien podía considerar estas publicaciones en el Diario de Madrid como una verdadera liberación para escribir de la forma que él quisiese y como quisiese, en un momento en que sus relaciones con el clérigo sevillano se habían deteriorado y estaban profundamente marcadas por el resentimiento y la desconfianza. Sentimientos que no dejarían de crecer en los meses siguientes, hasta el día de su detención. En julio, Alejandro recibió la desastrosa noticia del nombramiento, por Real Orden, del padre Manuel Gil como verdadero director de la publicación de sus trabajos, que a partir de entonces quedaban sometidos a censura previa por parte del clérigo, antiguo colaborador de la Inquisición. Gil, sin duda satisfecho del enorme poder que había recaído en sus manos como director de la esperada publicación del viaje alrededor del mundo de Malaspina, le había hecho saber claramente a Alejandro que, en su opinión, los textos que este le había entregado «no eran verdaderamente historia, ni convenía que se imprimiesen sin darles otro orden, claridad y estilo» (Jiménez de la Espada, 1881: 407). Gil describía así la reacción de Alejandro: «Malaspina me había propuesto para censor de su obra solamente o como un subalterno que trabajase bajo su dirección. El rey no tuvo a bien conformarse con su propuesta y me nombró redactor principal y sin dependencia. Conocí desde luego cuán terrible había de serle esta mudanza a Malaspina y que acaso la atribuiría a manejo mío, que ciertamente no hubo, y así me esforcé en templar su queja, escribiéndole que ya tenía otro subalterno de quien disponer» (ibid). En respuesta, Malaspina le escribió una amarga y corta esquela, quejándose abiertamente ante Gil de que «el subalterno lo es él y que yo [Gil] he quedado de jefe». Malaspina pidió al clérigo, según él mismo narraba, «que acabe de manifestarle mis ideas, porque si no me he de conformar y seguir las suyas, más bien que concurrir a la historia [del viaje] se echará a escritor del Diario» (Ibid.: 407-408). Luego bien podían estos escritos en el Diario de Madrid ser vistos como una auténtica liberación por parte de Malaspina, lo que explicaría el uso de la fórmula libertus fecit. 176.  [N.d.E.] Nuevamente nos encontramos con un autor partidario de negar la existencia de la belleza esencial, que dice ser descendiente por línea familiar del primer Boceca. Si en la anterior misiva, heredera de las tres contribuciones previas de Ceballos, este se declaraba triple sobrino (Trinepos Boceca), ahora, en esta nueva intervención, se declara nieto de Boceca. Lo más verosímil, considerando la identidad estilística y teórica de esta carta con las entregas anteriores de Ceballos, es deducir que estamos de nuevo ante una misiva de Ciriaco de Ceballos, en respuesta a la carta de la Defensora de la Belleza. 330

Disputa sobre la belleza

publicada en su Periódico. Dígolo para que se entienda qué efecto habrá causado en mí la lectura de los tres dispersos pedazos que nos presentan los Diarios de 28, 29 y 30 del pasado;177 y sobre todo la audacia de nuestra Bachillera,178 que también pretende escupir en el carro de los epistolantes. Parecéme… ¿Sabe Vmd. lo que me parece, Sr. Diarista? Paréceme que veo en mi Abuelo a un murciélago que se entra incautamente en una casa, y que al punto todos arremeten contra él, quién con una escoba, quién, con el sombrero, este con capa, aquel con una sábana, etc., y que en esta mancomunidad enemiga sale nuestra Doctora con su abaniquito queriendo también hacer aire contra el mismo avechucho, y gloriarse de haber tenido parte en el triunfo, que se prometen sus enemigos... ¿En el triunfo? No: yo aseguro a la caterva conjurada, que mi Abuelo es mucho murciélago para sus uñas. Yo solo, yo, el menor de sus nietos, basto y sobro, sin que Vmd. tome las armas, para tener a raya la osadía de los Epistolantes, y la bilis desatada de la Sra. Crítico filósofo-erudita. Dígame: para saber que la Belleza es una palabra abstracta y metafísica basta el ver lo mucho que se disputa sobre ella y sobre su inteligencia, sin que al cabo alcancemos a fijar una definición que nos la explique, ni una demostración que nos convenza de su existencia. Si la Belleza fuese una cosa positiva, esencial, existente en la naturaleza, con independencia de la convención de los hombres, sería imposible que estuviese tan oculta al conocimiento de estos, ni que fuesen tan varios sus gustos y opiniones en cuanto a lo bello; porque es claro que una cosa invariable en sus principios, y absoluta y general en sus leyes y en sus efectos, no causaría tal variedad de ideas encontradas, opuestas y contradictorias. De donde concluyo 177.  [N.d.E.] Se refiere a la carta de la Defensora de la Belleza. 178.  [N.d.E.] Entiendo que Ceballos otorga el título de bachillera a la Defensora en su tercera acepción (RAE): «Persona que habla mucho e impertinentemente». 331

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que, puesto que se controvierte tanto sobre la Belleza absoluta, no hay tal Belleza absoluta. Si nos dijesen que el Emperador de la China tenía un gran palacio cuadrado de piedra negra de singular belleza, no hay duda de que todos nos conformaríamos en las ideas de color y figura que denotan las palabras cuadrado y negro, pero en cuanto a la magnitud y belleza de este palacio, cada cual lo entendería de diverso modo, porque las ideas de lo grande y de lo bello son puramente comparativas, arbitrarias y dependientes, no solo del país y costumbres en que vivimos, sino también del genio, imaginación, gusto y conocimientos particulares de cada hombre. No cabría disputa en que el palacio del Emperador de la China era de piedra negra, ni en que era cuadrado, porque la significación precisa de estas cosas no la admite; pero quedaría un vastísimo campo a la imaginación y a la duda en cuanto a su belleza. Esto es innegable. En el portentoso taller de la naturaleza no es menos bello seguramente el espectáculo de una tormenta, de un volcán, de una caverna, o de cualquier objeto horrible, que la plácida serenidad de la primavera, la corriente parlera de un arroyuelo, o un pensil florido; no es menos bella la noche que el día, la hormiga que el elefante, la rosa que la azucena, ni el ciprés que el cedro. Pues si la belleza no dice calidad, ni tamaño, ni color,179 ni figura, ni nada positivo de orden y composición determinada, ¿en qué se fundan su esencia, su inmutabilidad y los demás atributos que se le aplican? Por más que Eurípides dijese que lo que no es hermoso no puede serlo en ninguna parte, no dejará de ser este un aforismo filosófico 179.  [N.d.E.] Obsérvese que mientras Ceballos no adscribía ninguna jerarquía estética a la gama de colores, Malaspina, siguiendo una posición parecida a la de Kant, Blumenbach o Meiners, defendía la idea de que el blanco en sí era más bello que los demás colores —y especialmente que los tonos oscuros y negros— para, apoyándose en esta tesis, proclamar la superioridad racial de los europeos y darle una justificación de apariencia «naturalista». 332

Disputa sobre la belleza

desatinado.180 La hermosura y la belleza son cosas indefinidas y abstractas, de las cuales no juzgan los sentidos. El entendimiento forma, distingue, compara, ordena y clasifica estas ideas, y los hombres no podrán sentir de ellas uniformemente sin que partan del mismo principio. ¡Pero cuánta es la diferencia que hay para este juicio entre uno y otro hombre, entre una nación y otra nación! Luego, ¿cómo no podrá ser hermoso y bello con respecto a un pueblo o a un individuo lo que, respecto a otro pueblo o a otro individuo, sea feo y desagradable? He aquí la diversidad de los gustos. Los partidarios de la belleza y su bellísima Abogada no podrán salir de este atolladero sin recurrir a las ideas innatas, y esto será propiamente saltar la barrera. En fin, señores, convengamos que ese bello físico, natural, absoluto, primitivo e independiente es un verdadero ente de razón; y esa belleza tan cacareada una quimera que fraguan en su fantasía, quizás para lucir su ingenio los poetas, oradores y filósofos, la cual es tan incierta en sus principios como divergente, si así puede decirse, en sus consecuencias. Requiébrenla, pues, en hora buena; díganla sus ternezas y amoríos, pero no pretendan, a guisa del insigne Orate Manchego,181 obligarnos a que de nuestro grado nos postremos de hinojos ante su sin par fermosura, y que la confesemos y reconozcamos; y si no cediesen del empeño y del apuro en que nos ponen, al menos les pediremos que se tomen el trabajo de darnos una definición justa y cabal, que nos explique los límites y propiedades de lo bello en general, y una domesticación de la existencia y realidad de este bello universal. Porque si no nos convenimos en estos principios fijos, si primero no establecemos un regulador, una medida común y geométrica, con perdón de Vmd., ¿cómo hemos de entendernos para coordinar y uniformar 180.  [N.d.E.] Cf. Carta n.º 181.  [N.d.E.] Don Quijote.

12.3, [N.d.E.] 171, 172.

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las ideas sobre la belleza? Estas serán necesariamente inciertas, vagas y discordantes, mientras no demos a la belleza un tipo común, esencial y primitivo. Lo que era de demostrar. Madrid, 1 de agosto de 1795. Bocequilla.

14.1. Diario de Madrid del jueves 6 de agosto de 1795 (Pedro Estala) Juicio de los Diarios de Julio. Señor Diarista: Siento que se vaya poniendo el Diario en términos de que sea mucho más lo loable que lo reprensible, pues mi censura perderá tanto de su mérito e interés, cuanto menos materia haya para la severidad: gracias a la malignidad humana, que no haya plato de mejor sabor que el de la crítica o el de la sátira. Veo generalmente en las cartas y asuntos que se han tratado este mes bastante utilidad en sí mismos, y muy grande en el modo con que se tratan: las cartas de los asuntos menos importantes están escritas con tanta gracia, y con tal pureza y propiedad de la lengua, que pueden servir de modelo, y ser un antídoto contra la corrupción monstruosa que han introducido los traductores alquilones y de pane lucrando[…].182 El día 13 se insertó la solución al problema propuesto por D. Cesáreo Cid Cabillo,183 del día 33 de junio: el autor de esta carta, 182.  [N.d.E.] Expresión que se emplea para referirse a una obra realizada por el artista, no por amor al arte, sino por necesidad, para ganarse el pan. 183.  [N.d.E.] Cf. Disputa sobre la belleza, Carta n.º 7. 334

Disputa sobre la belleza

que se intitula Bruneti Sarnism,184 se quejó de la censura que hice el mes pasado de los problemas propuestos por D. Martín Brussein.185 Le contesté el día 18,186 y a esta contestación respondió D. Trinepos Boceca187 con mucho gracejo y bello estilo: el público decidirá quién de los dos tiene razón en vista de mi respuesta en los primeros Diarios de Agosto […]. Se concluirá.

14.2. Diario de Madrid del viernes 7 de agosto de 1795 (Pedro Estala) Concluye el Juicio de los Diarios de Julio. […] En los días 28, 39 y 30, se insertó una respuesta contra la carta de 30 de abril del Sr. Boceca, sobre la belleza.188 Esta cuestión es de las más delicadas: las razones que alega la Defensora de la belleza parecen muy sólidas y convincentes, pero vemos tantos caprichos en los hombres sobre esta cuestión, que será preciso esperar la respuesta del Sr. Boceca para poder decidir […]. Concluí mi juicio, que ha sido breve, porque no ha habido contra quién extenderme. Harto lo siento; para otra vez, la fatuidad proveerá. Agur. El Censor Mensual. 184.  [N.d.E.] Cf. Disputa, Carta n.º 9 185.  [N.d.E.] Cf. Véase Disputa sobre la belleza, Carta n.º 3, [N.d.E.] 8; Carta n.º 5, [N.d.E.] 49; Carta n.º 7, [N.d.E.] 81; Carta n.º 10, [N.d.E.] 101; Carta n.º 19, [N.d.E.] 259. 186.  [N.d.E.] Cf. Disputa, Carta n.º 10. 187.  [N.d.E.] Cf. Disputa, Carta n.º 11. 188.  [N.d.E.] Cf. Disputa, Carta n.º 11. 335

Juanma Sánchez Arteaga

Manuscrito de la Meditación filosófica. Advertencia preliminar (Centro di Studi Malaspiniani de Mulazzo, Italia).

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Disputa sobre la belleza

15.1. Diario de Madrid del lunes 10 de agosto de 1795 (Manuel Gil)189 Señor Don Isidro Calle Boceca: Quien haga aplicaciones — con su pan se lo coma. Yo soy una de las muchas mujeres aventajadas en el sistema de Vmd., es decir, una de las innumerables feas, feísimas, horrorosas,

189.  [N.d.E.] Atribuyo la autoría de esta carta al clérigo sevillano Manuel Gil. Estando íntimamente ligado a Malaspina y sus oficiales y pintores para la preparación de la publicación, es muy probable que Gil también participase de la tertulia en que se originó la divergencia de opiniones sobre la belleza entre Ceballos, Malaspina y los demás presentes —verosímilmente, los pintores Bambrila y Ravenet y Fabio Ala Ponzone. Recordemos que, pocas semanas antes de la publicación de esta carta en el Diario de Madrid, el padre Manuel Gil había sido nombrado por Real Orden redactor principal del viaje de Malaspina, lo que, según confesó el propio Gil (Jiménez de la Espada, 1801: 408), provocó un radical enfriamiento de la relación entre ambos, que enseguida se convirtió en una enemistad manifiesta (cf. capítulo 3, nota 137; véase también la Carta n.º 12.3, [N.d.E.] 175, y la Carta n.º 28, [N.d.E.] 409, de la Disputa sobre la belleza). Recordemos también que en las polémicas suscitadas por Pedro Estala en el Diario de Madrid era habitual que los diferentes contendientes —comenzando por el propio Estala— utilizasen diversos seudónimos (cf. Arenas Cruz, 2000). Fernández y Manfredi (1998) atribuyeron correctamente al padre Gil una de las cartas que aparecen más adelante en la Disputa, firmada por un tal Modesto Socarrón y dirigida contra otro contendiente, el Hombre del Chalequillo y Corbatón —Cf. Carta n.º 28—. Modesto Socarrón/Gil daba muestras en su carta de conocer perfectamente la identidad del Hombre del Chalequillo —como veremos (véanse las notas a la Carta n.º 23.1), se trataba de Ciriaco de Ceballos, y no de Malaspina, como supusieron Fernández y Manfredi—. A su vez, Modesto Socarrón utilizaba un lenguaje plagado de latinismos, alusiones religiosas y referencias bíblicas o cristianas, propio de un clérigo, para reprocharle a su contrincante su pedantería y sus errores gramaticales. Esos mismos criterios —empleo de un tono sarcástico, con ataques ad ho­ minem, repleto de referencias bíblicas o religiosas, uso de un lenguaje moralista, lleno de burlas al dominio del castellano de sus oponentes, el empleo de expresiones admirativas, en las que Gil halaga irónicamente el estilo, la erudición y la profundidad de los argumentos del adversario, para inmediatamente pasar a ridiculizarlo como un pedante, y por último, el uso del más que explícito seudónimo Gil Gilete en la última de sus cartas (cf. Disputa sobre la belleza, Carta n.º 32)—, unidos a la enorme semejanza estilística de todos estos textos con la carta del referido Modesto Socarrón, me llevan a atribuir a Manuel Gil un conjunto de cinco cartas de la Disputa (Cartas n.º 15, n.º 19, n.º 26, n.º 28 y n.º 32). 337

Juanma Sánchez Arteaga

que corren por el mundo;190 libre por consecuencia de importunos y frívolos adoradores, he consagrado a la lectura y la meditación la mayor parte de mi vida, pero con tan afortunado suceso que soy, según dicen mis apasionados, un prodigio de erudición en todos los ramos del saber. Fastidiada de la frivolidad de un sexo, y enemiga inmortal de los simples y compuestos petimetres,191 he limitado mi sociedad a cuatro graves literatos, cuyo desaliño manifiesta a cien leguas su profunda sabiduría, y cuyos semblantes no son ni más ni menos tenebrosos que sus discursos.192 ¡Si Vmd. les oyese disertar sobre la Metafísica del amor! Diría que son cuatro ángeles, los mismos que en la realidad de las cosas no son siquiera cuatro medios hombres. No hay asunto por luminoso que sea en sí sobre el cual no hablen con la más elegante y sabia obscuridad. En fin, para tener alguna idea de su mérito peregrino, basta saber que las cartas anónimas193 escritas contra Vmd., como se publi­­ caron en el Diario de Madrid, y el arte metódico de bailar contradanzas,194 son todas producciones de su rara y fecunda fantasía. 190.  [N.d.E.] En su primera carta dentro de la Disputa sobre la belleza, Gil respondía a la Defensora Madrileña, que aseguraba ser muy bella, disfrazado de Doña Boceca, una madrileña fea, sin gracia, que sin embargo emitía sus opiniones sobre lo bello asistida por un filósofo, quien por su parte contribuía a la carta firmando como el Susodicho. 191.  [N.d.E.] La enemistad hacia los petimetres —con la connotación de afrancesado que este término, derivado del francés Petit-Maître, poseía en aquella época— era común entre el clero y los sectores más tradicionalistas de la sociedad española a fines del xviii, especialmente después del estallido de la revolución en Francia. En su carta, Gil ridiculiza a los petimetres y filosofillos à la dernière, en alusión a las cartas publicadas por Malaspina en el Diario. Vide supra, capítulo 3, nota 94; vide infra, Carta n.º 15, [N.d.E.] 195 y 196; Carta n.º 20, [N.d.E.] 286. 192.  [N.d.E.] Al referirse al grupo de oscuros literatos que le rodeaban, Gil parece hacer burla de las discusiones de los oficiales y pintores de la Expedición Malaspina que se hallaban con él en la corte, convertidos en filósofos de tertulia y escritores del Diario, al tiempo que organizaban y le remitían los documentos del viaje alrededor del mundo para que Gil los sometiera a su censura y revisión. Gil se mofaba de la poca claridad de pensamiento de todos ellos, pero enseguida dirigirá el foco de sus críticas a su líder, en quien no es difícil reconocer una caricatura sarcástica de Malaspina, el autor de las cartas anónimas. 193.  [N.d.E.] Gil hace referencia aquí a las cartas anónimas que Malaspina había publicado en el Diario (cf. Disputa sobre la belleza, Cartas n.º 3 y 6). 194.  [N.d.E.] Gil se burlaba así de Malaspina, quien acababa de presentarle su plan de organización del viaje, documento que Gil había rechazado abiertamente como impublicable. 338

Disputa sobre la belleza

Don Pancracio,195 que se distingue entre los otros como un erguido ciprés entre los humildes topillos, acaba de escribir 25 volúmenes en folio, donde ventila con tanta crítica como erudición varios puntos históricos de la primera importancia.196 Prueba sobre algunos pasajes confusos de los autores coetáneos, que la calva de Julio César fue solo media calva; pues a ser [calvo] por entero, adiós victoria de Farsalia197 y adiós imperio del mundo. Cf. Novo y Colson (1885: XXI-XXXI). El enfado que Malaspina expresó cuando supo la noticia del nombramiento de Gil como redactor principal del viaje no parece que hiciera mudar el parecer del padre Gil sobre las cualidades del italiano como escritor. En esta carta le acusa de pedantería, afirmando irónicamente que Malaspina pretendía aplicar un presuntuoso y vano metodismo científico en todo, hasta para bailar contradanzas en los salones de la corte, algo completamente fuera de lugar. La insistencia de Malaspina en seguir procedimientos metódicos era tan marcada que levantaba comentarios entre sus colaboradores cercanos. Más adelante, también Ceballos (Carta n.º 17.1, [N.d.D.M.] 229; Carta n.º 19, [N.d.E.] 257) aludirá a Malaspina como «el aficionado de la instrucción metódica de marras». 195.  [N.d.E.] Gil centra su crítica —que roza lo sarcástico— en uno de esos literatos de quienes se rodea: un tal don Pancracio, que entre esos filosofillos destaca como petimetre. En la ultrajerarquizada sociedad de la corte madrileña a finales del siglo xviii, donde la nobleza vivía regida por un estricto código de protocolo que le impedía mezclarse absolutamente con las clases bajas, surgieron figuras sociales en cierto modo complementarias y antagónicas a los petimetres, como los majos y los currutacos, tipos populares que daban muestra de la jerarquizada diversidad social y cultural de la corte. Entre estos tipos, la figura del majo, asociada a las capas populares, se situaba en el extremo opuesto del petimetre, nombre que derivaba del francés Petit-Maître (señorito). Majos y petimetres se diferencian en todo; en el lenguaje, en las maneras, en el horizonte de vida, etc. Petimetras y petimetres eran, de alguna forma, la manifestación elegante y juvenil de los afrancesados madrileños (cf. Martínez Ruiz, 2007: 351-354). No parece muy aventurado interpretar que ese don Pancracio es una caricatura de Alejandro Malaspina, de quien Gil hace chanza caracterizándolo como un «filosofillo acicalado» y à la dernière, que se ha introducido de forma inesperada en el centro de toda la Disputa para no ilustrar a nadie y confundir a todos con sus pedantes e insubstanciales opiniones. 196.  [N.d.E.] Podrá entenderse la cruel ironía de Gil en la descripción de los «hallazgos» presentes en esos veinticinco volúmenes en folio preparados por el filósofo petimetre, al recordar que Malaspina le acababa de hacer entrega de su Plan de publicación del viaje y de su Discurso preliminar (cf. Novo y Colson ,1885), con el que Alejandro pretendía realizar una introducción filosófica a su gran expedición político-científica. Gil describe aquí los escritos del petimetre como un mero conjunto de tautologías, perogrulladas y despropósitos escritos de forma ininteligible. 197.  [N.d.E.] Con su victoria en la batalla de Farsalia (año 49 a. C.), Julio César obligó a Pompeyo a abandonar Grecia huyendo a Egipto, donde sería asesinado. Esta batalla fue decisiva para el fin del periodo republicano en Roma. 339

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¡Oh, estudio sublime de las venerables antiguallas, hasta dónde se extiende tu utilidad! Demuestra a no dejar réplica, que el jarro con que el grande Alejandro tomaba sus moñas era de figura cúbica, y que de serlo cónica no se hubiera encaramado tan osadamente sobre los empinados muros de la soberbia y opulenta Tiro.198 Questa si chiama scienza.199 Hace claro como el medio día que en tiempo del Cid y de Doña Ximena era el uso de las lentes un indicio seguro de vista corta; pero en el presente andan las cosas muy de otra manera. En el presente, lejos de indicar estos instrumentos un defecto de la persona, prueban una perfección del espíritu; y sobre todo son una de las muchas cosas que constituyen aquello que llamamos un grave personaje. Por lo que hace al Teatro, reprueba el uso de las lentes, fundado en la opinión de Aristóteles (Vmd. sabe que Aristóteles escribió tratados de todas las cosas y otras muchas más), pero declara por un hombre grosero y sin crianza el que deseando examinar las narices de otro hombre, tres pasos distante, no le aseste un acromático de diez 198.  [N.d.E.] Compárese el estilo empleado por el autor de esta carta con el usado en una carta posterior (Carta n.º 26), del 21 de septiembre —firmada con el seudónimo de el Apologista—, dirigida contra un tal Favonio (si mi atribución es correcta, se trata de Fabio Ala Ponzone, cf. Carta n.º 24), que había publicado en el Diario una carta en apoyo de Malaspina. En ambas cartas se aplica exactamente el mismo tipo de ironía al uso pedante de citas clásicas y de teorizaciones histórico-filosóficas carentes de sentido y utilidad. En aquella carta, Gil escribía contra Fabio: «Jenofonte, Justino y Heródoto no están de acuerdo sobre el lugar donde murió Ciro; por lo demás sabemos que Tomás Correa enseñó en Roma las humanidades con mucha aceptación, y que Calístrato fue un grande orador; sin que nada de todo ello se oponga a que M. Dacier y el P. Sanadon hayan traducido las obras de Horacio, a pesar de todo sostienen muchos que Fabio Máximo fue mayor capitán que el príncipe Eugenio. […][…] se me olvidaba lo más saldo de la apostilla, el vide Cinconius de vita et gesta Romanorum. Vide Tito Livio, vide Milton, Horacio, Catulo, Propercio, vide Góngora, Garcilaso, Ovidio, vide, por último, la historia de los doce pares de Francia, con todos los romances impresos en Málaga. ¿Quién duda que si Favonio hubiera visto todo esto sería, como es, un mero pedante de índices?». Pienso que la correspondencia estilística entre ambos pasajes no deja dudas acerca de su atribución a un mismo autor. 199.  [N.d.E.] Nueva alusión directa de Gil a la vana pedantería de Malaspina. Al replicarle directamente en italiano, el clérigo parece querer dejar claro que conoce perfectamente la identidad de quien se esconde tras las cartas anónimas y tras el seudónimo de la Defensora de la Belleza. 340

Disputa sobre la belleza

varas castellanas, o por lo menos un telescopio de seis toesas de foco que, según sus cálculos, deben amplificar millón y medio los objetos.200 ¿Qué es eso? ¿Arquea Vmd. las cejas? Pues no hay que dudarlo, tales son mis tertulios como sabios. ¿Pero cuándo se ha visto el mérito atendido? Los cuatro personajes, tan prodigiosos como son, se hallan reducidos a la necesidad de visitarme todos los días y dos horas después de que el Sol ha montado su punto culminante201 (regodéese Vmd. con la frasecilla). Alaban alternativamente mi cocinero y mis talentos: pero no escapándose a su penetración lo que debe de ofender a una mujer de mi modestia los elogios hechos facha a facha (por justos que sean), suelen llamarme, sumisa voce, de manera que yo pueda oírlo, la Enciclopedia con faldas. Yo los creo de buena fe, porque sobre no venirme corta la expresión, sin parecer mal que yo lo diga, no tienen motivo para mentir ni, aun cuando lo tuviesen, son capaces de tales 200.  [N.d.E.] Alusiones de Gil al gran tamaño de la nariz de Alejandro, y a su continua referencia, hasta en las discusiones más informales de las tertulias, a términos rebuscados, al empleo de instrumental científico y uso de tecnicismos astronómicos y geodésicos. Recordemos que, por estas fechas, Malaspina estaba especialmente ocupado en organizar los resultados de las observaciones sobre la gravedad obtenidas durante su viaje, que esperaba pudieran contribuir al debate científico internacional sobre la forma de la Tierra. 201.  [N.d.E.] Por estas fechas, el contacto de Gil con Malaspina y los demás oficiales y pintores encargados de preparar la publicación del viaje era diario. La carta parece aludir a esa obligación profesional de reunirse diariamente con Malaspina y sus oficiales. La alusión al «punto culminante de la trayectoria del sol» para indicar el horario de los encuentros parece una alusión irónica al lenguaje utilizado en las observaciones astronómicas de los oficiales, datos que ahora estos precisaban ordenar y presentar a Gil para hacerlos publicables. En la autodefensa que preparó tras ser detenido, Gil afirmó que durante la primavera y verano de 1795, mientras trabajaban en la organización de la publicación del viaje de Malaspina, el propio Gil, Malaspina y sus oficiales, así como otras personas destacadas de la corte, tenían por costumbre juntarse por las mañanas en casa del cónsul sueco Juan Jacobo Gahn, volviéndose a reunir por las tardes para el paseo por el Retiro y de nuevo, por la noche, en casa del ministro de Marina Antonio Valdés. Entre las personas que Gil dice asistían a la tertulia en casa de Gahn, Gil nombra a José Bustamante y Guerra, el segundo comandante del viaje, los capitanes de Navío Alberto Sesma y don Dionisio Alcalá Galiano, el capitán de fragata don Luis María Salazar, el teniente de navío don Jose OʼConnock, que era el hermano de la marquesa de Matallana, además del propio Juan Jacobo Gahn. Todos ellos pudieron haber participado también en la tertulia que dio origen a la Disputa sobre la belleza en el Diario de Madrid. Cf. Jiménez de la Espada (1881: 411). 341

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felonías. No, Sr. D. Isidro, no puedo dudar de una probidad que es la justa medida de sus luces, así como sus luces lo son de su modestia. Teniendo todos el mismo fondo de doctrinas, son cuestiones de nombre todas sus cuestiones. ¡Pero qué sobriedad, qué moderación en las disputas! Nada de aquellas atroces invectivas a las que suele recurrir la ignorancia apurada. ¿Quiere Vmd. una muestra de sus hostilidades literarias? Pues hela aquí. Convienen todos, por ejemplo, en que la Naturaleza aborrece el vacío. Pero, Señor, ¿de dónde proviene esta maldita y eterna aversión?... de que la naturaleza es hembra, responde el uno, de que el vacío es macho, replica el otro; y sobre si son hembras o machos gruñen, chillan, gritan, se llaman bachilleres, preocupados, ignorantes, pollinos, hugonotes... No hay que asustarse, Sr. D. Isidro, que no se tirarán con los pañuelos, cuanto más con la bota y las botellas. Se terminó la disputa; el aire de la leda paz anima ya sus augustos semblantes. Los anónimos han vuelto a su plácida y natural corriente; cada cual queda en sus trece y todos amigos. ¿Puede imaginarse más mansedumbre, ni mayor modestia? Tales, Sr. Boceca, tales son los hombres con quienes he pasado unas horas hiladas por el contento y los placeres, pero, ¡ah, inestabilidad de las cosas humanas! Yo no sé cómo ni por dónde se introdujo en nuestra sociedad un filosofillo acicalado. No lo sé, pero fue lo mismo que introducirse la barahúnda, el desorden, la confusión. ¡Cómo nos engañó el bergante! Qué dulzura, qué compostura, que benevolencia al principio. Pero luego que reconoció el terreno, luego que, a lo que yo sospecho, dijo para su coleto, la Señora es una presumida, y los tertulios unos pobres diablos, se quitó la máscara, enarboló el taján, y no ha dejado títere con cabeza. Inútilmente mis modestos amigos echaron mano de cuanto la malicia inventó de más sutil en asunto de pullas e invectivas: nuestro Atleta se mantiene sobre la arena cada vez con más firmeza. Pero, Sra., me dirá el Sr. Boceca, tengo yo cara de tía para que Vmd. me cuente sus cuitas? ¿Tengo yo la culpa de que sus tertulios se rompan las cabezas? O ¿estoy acaso constituido en 342

Disputa sobre la belleza

autoridad competente para remediar estos desordenes? Sr. D. Isidro, tenga Vmd. un poco de paciencia, que no soy costal. Sí, Señor, Vmd. tiene la culpa, y si no quiere creerme, escúcheme un momento. Se concluirá.

15.2. Diario de Madrid del martes 11 de agosto de 1795 (Manuel Gil) Concluye la carta de ayer. Desde el mismo día en que apareció en el Diario su mal hadada carta sobre la belleza, es todo confusión en mis tertulias. Trápala,202 trisca,203 brega,204 barahúnda, chacota, húndese la casa y toda la gente clama. Este asegura que las proposiciones de D. Isi­­ dro son juiciosas, y el otro jura a Dios y una Cruz que son extravagantes, extravagantísimas; llégase a las pruebas, y cada uno repite lo que estamos cansados de escuchar. Señores, grité anoche haciendo un esfuerzo de pulmón, la disputa está interminable si no tomamos un nuevo rumbo. Aquí tenemos la carta de las FF;205 puede mirarse como un alegato del partido gótico. Los defensores del Caballero Boceca respondan a los cargos de la hermosa Dama, y se acabarán los ruidos en mi casa... Callaron todos, Tirios y Troyanos.206 Hízose una lectura de las cartas, confutada y 202.  [N.d.E.] Ruido, movimiento y confusión de gente. 203.  [N.d.E.] Bulla, algazara o estruendo. 204.  [N.d.E.] Riña o pendencia. 205.  [N.d.E.] Se refiere a la carta de la Defensora de la Belleza, firmada por L.F.A.F. (cf. Carta n.º 12.3). 206.  [N.d.E.] Las instancias a que la Disputa acabe de una vez por todas, con conclusiones claras, es un factor común de muchas de las cartas aquí atribuidas a Manuel Gil. Compárese este pasaje con el de la carta de Gil Gilete (Carta n.º 32), donde Gil escribe: «Es una vergüenza que después de cuatro meses de contestaciones sobre una materia tan trivial, 343

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confutante y, provisto el doncel filósofo de papel y pluma, escribió en un santiamén la siguiente. Respuesta a la graciosa Madrileña. Muy Sra. mía: ¡Qué dirá el mundo cuando sepa que un hombre como yo dirige su palabra a una mujer como Vmd., para endilgarla verdades metafísicas! Fuera de que cómo podrá acomodarse a las frases polémicas el que no ha usado jamás con las mujeres otro estilo que el del amor? Si se tratase de pesar la Luna, amigos tengo yo que la pesarían por escrúpulos y me sacarían del ahogo, pero ¡chiflar a una linda! Esto es superior a las fuerzas de todo el gremio filosófico galante. Supongamos, Sra. mía, que la carta confutativa es una carta confusa, sin mucho método, y sin mucha coherencia; supongamos que levanta Vmd. mil falsos testimonios al pobre D. Isidro, y supongamos por último que dice Vmd., entre muchas cosas graciosas, muchas frivolidades, ajenas al asunto. Todo esto puede ser cierto, pero jamás se lo dirá un filósofo a la dernier [sic], porque esta gente es cortés con todo el mundo y cortísima con las muchachas agraciadas.207 ¿Pero no se encontrará un medio entre el idioma de Vmd. y el idioma de los amartelados? Hagamos la prueba. El elegante exordio de la carta dirigida a D. Isidro pudiera Vmd. reservarlo para la primera edición del Alcorán; donde está es no se haya dicho una cosa siquiera regular. Es una vergüenza, es un dolor, que tantos ingenios no hayan acertado a decirnos todavía qué se debe entender por Hermosura, qué por Belleza. Y luego hablaremos de poesía y elocuencia, y de las bellezas que deben adornarlas… Por Dios, echemos tierra a este asunto, echémosle tierra, Sr. Redactor. Se lo suplicamos a Vmd. el Sr. Censor y yo: su merced porque cree que no puede decirse más ni con mayor claridad sobre la cuestión; yo también porque no me parece probable que se diga». 207.  [N.d.E.] Gil hace alusiones al conocido cortejo de Malaspina a la marquesa de Matallana. 344

Disputa sobre la belleza

superfluo porque el Sr. Boceca no se mete en si las mujeres son o no son de una creación inferior a la nuestra. Ni cree, como el profeta de Medina, que dejarán de entrar en el Paraíso;208 ni se ha mezclado jamás en las otras zarandajas de que Vmd. se sirve hablarnos. Nuestra cuestión primitiva, nuestra única cuestión, se reduce a si existe o no existe en las mujeres un hermoso absoluto, eterno, esencial, e independiente de la convención de los hombres; y en caso de que exista, cuáles son sus caracteres distintivos.209 Vmd., lejos de allanar la dificultad, ni siquiera tropieza con ella. Si la graciosa Madrileña hubiera leído una docena de veces, no más, la carta de D. Isidro, no dispararía a metralla unos cargos y unos razonamientos que así se dirigen al blanco, como ahora llueven pepinos. Las ideas, bien mío, precedieron a las palabras que las representan, y negar la existencia de un hermoso sería negar la existencia de la voz que lo significa. Cuando oigo decir fulana es linda, concibo en fulana la proporción de partes que expresa aquella voz, pero ¿es esta proporción la que constituye lo hermoso esencial, lo hermoso en la naturaleza? Respondo que no. Después de remitirme a los sólidos razonamientos del Sr. Boceca, suplico a Vmd. que compare las mujeres del mundo con la Venus de Medici, paséese Vmd. por esas calles con el compás de la belleza en la mano, y de cada mil, apenas encontrará una que, tomando la voz en todo el rigor de su significado, merezca el nombre de hermosa. Vmd. nos asegura por otra parte que dotar a las mujeres del privativo don de la hermosura es un designio formal de la naturaleza, luego una de dos, o la naturaleza es tan torpe y tan idiota que de mil obras se equivoca 999, o lo que entienden los hombres por hermosura no es lo que entiende la 208.  [N.d.E.] Las alusiones religiosas son una constante en todas las cartas del Diario de Madrid que atribuyo a Gil. Cf. Carta n.º 19.1, [N.d.E.] 251; Carta n.º 33.2, [N.d.E.] 479. 209.  [N.d.E.] Aquí Gil parece apuntar a la cuestión originaria que, durante una de las tertulias a las que acudían habitualmente Malaspina y Ceballos, probablemente junto con la Matallana, Bambrila y Ravenet, Fabio Ala Ponzone y el propio Gil, dio origen a las cartas sobre la belleza en el Diario de Madrid: ¿existe algún criterio por el que sea posible afirmar que determinadas mujeres son absolutamente más bellas que otras? 345

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naturaleza. Esta madre universal quiere la reproducción de los individuos: y ¿qué hace para cumplir este gran designio? Dar a todos, o a la mayor parte, la propensión y la facultad de reproducirse: pero ¿concede a la mayor parte de las mujeres la exacta proporción de hocico y narices que llamamos hermosura? No, Sra., porque la naturaleza ni contó, ni debe contar con los raros caprichos ni con las extravagantes convenciones de los hombres; porque vuestras gracias, orgullosas bellezas, son obra de nuestra creación,210 porque la hermosura, del modo que la entendemos, no es en las mujeres una calidad inherente por sí misma, sino por sus relaciones con nuestro modo de ver. Asegurar que las proporciones de la Venus constituyen el hermoso esencial y absoluto es lo mismo que confundir las leyes efímeras y ridículas que gobiernan muchos pueblos con las leyes inmutables y eternas que rigen el universo. Lo que es esencial es común, y es invariable. En todos los lugares del mundo corre una línea recta el cuerpo impelido en una sola dirección. En todos los lugares del mundo, un sexo ama al otro sexo: en todos los lugares del mundo baja la piedra, abandonada a su peso, con la misma clase de movimiento. He aquí tres principios de una misma verdad, tres principios inmutables. Ahora, ¿tienen el propio carácter las leyes de la hermosura, estas leyes distintas en cada pueblo y variadas en cada generación? ¡Qué digo yo en cada generación!, un propio individuo, ¿no llama hoy feo lo que ayer le parecía bello? Luego la belleza solo depende de nuestro modo de ver. Son muchas las causas que alteran la vista del hombre, y entre tantas me limitaré a indicar la más común. La hermosura, decía un amigo mío, es como la mesa cubierta de manjares, cuya impresión es diversa antes o después de haber comido. 210.  [N.d.E.] Gil parece estar de acuerdo con Ceballos en que la belleza de las mujeres es producto del convenio de los hombres, en contra del parecer de la Defensora de la Be­­ lleza. 346

Disputa sobre la belleza

¿Las distintas ideas que tienen los pueblos sobre lo hermoso no justifican plenamente las opiniones del Sr. Boceca? Porque al cabo, Madrileña mía, qué podrá Vmd. alegar en favor de las bocas chicas, que no pueda reproducirlo una China en abono de las grandes? Pero ¿negar que lo bello como nosotras lo entendemos sea una cosa esencial y absoluta es despojar a las mujeres del primitivo atributo que les concedió la naturaleza? Todo lo contrario. Según nuestras actuales ideas sobre lo bello, las feas son sin cuenta y muy contadas las lindas; luego las opiniones del Boceca favorecen al sexo [femenino] en general, lejos de injuriarle. ¿Cuántas mujeres dotadas de una constitución robusta y del precioso don de la fecundidad han sido, son y serán víctimas estériles de nuestras insensatas opiniones sobre lo feo y lo hermoso? Créame Vmd., la Naturaleza produce los individuos y la imaginación del hombre crea las hermosuras. Aquella Madre universal no es capaz de indignas predilecciones: no da a todos las propias formas, pero les da la misma propensión al Amor: esta divinidad remedia en parte los desórdenes de nuestra imaginación: sí, señora, el amor iguala los semblantes lo mismo que las condiciones, y las mujeres más feas se hacen las más lindas cuando el rapazuelo pone sobre nuestros ojos su hechicera venda. La carta de Vmd. pedía una larga contestación, y yo la daría con gusto, si me fuera posible conciliarla con los respetos que debo a una mujer, y a una mujer graciosa. Las opiniones del Sr. Boceca sobre la hermosura son juiciosas, en mi entender; pero los primeros errores son inextinguibles; pero mi razón no puede sacarme del torbellino de preocupaciones en que giro desde mi infancia. Si Vmd. tiene esto presente, y si Vmd. es una hermosa, adivinará fácilmente la clase de sentimientos con que soy, etc. El Susodicho.

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16.1. Diario de Madrid del viernes 14 de agosto de 1795 (Juan Ravenet y Fernando Bambrila)211 Señora Defensora de la Belleza: Si a Vmd. le ha cabido el ser tan hermosa como nos pinta en su carta del 30 de julio dirigida al Sr. Diarista, sepa que hay quien presume [de] poder estar a su lado sin temor de ser despreciada, pues así me lo aseguran algunos que tienen voto en la materia. Yo no soy tan niña, ni discreta e instruida como Vmd., pero oigo decir a los que vienen a tributarme obsequios, que las tres gracias mismas que concurrieron a delinear y formar mi semblante (dicho está que es gracioso) dirigen también mi mano en mis producciones; quería decir a Vmd. que, si no soy Artista, es mi recreo, más que el ponerme moños, el imitar los objetos de la natura­ ­leza, a [lo] que me dediqué por inclinación desde muy tierna edad; pero comprendiendo que no podía merecer elogios, por ser puramente imitadora o seguir servilmente las huellas que otros han dejado en mi arte, y picándome un poco la vanidad de indagar las causas y razones de mi prototipo, hice los esfuerzos de que es capaz nuestro débil sexo (según dicen algunos) y a fuer de meditar, reflexionar y estudiar en la misma naturaleza, llegué a hacer progresos que me hicieron creer hallarme ya en el más alto grado 211.  [N.d.E.] Atribuyo la autoría de esta carta a los pintores Fernando Bambrila y Juan Ravenet. Si mi hipótesis es correcta, a ellos corresponden, respectivamente, las iniciales F. y R. con las que aparece firmado el texto. Se trata de una respuesta al reto lanzado por la Defensora de la Belleza (Carta n.º 12, [N.d.E.] 170), quien al final de su carta había pedido a los artistas que se manifestasen sobre la existencia del bello esencial para defender el honor de su profesión y de las bellas artes. Recuérdese que, en una nota de su misiva del 30 de julio, la Defensora de la Belleza había escrito: «Se ha extrañado que, chocando el Sr. Boceca tan directamente con lo esencial de las tres bellas Artes, no haya habido un Artista que haya salido a la defensa. Esto denota o mucha indiferencia por el honor de su profesión, o pocos conocimientos para defenderla y manifestar sus primores». Resulta verosímil que los pintores Ravenet y Bambrila, presentes en la corte junto con Malaspina, también participaran en la misma tertulia que dio origen a la Disputa, y que Malaspina les hubiera lanzado, por medio de las páginas del Diario de Madrid, el desafío de manifestarse a favor o en contra de la existencia de una belleza esencial en la naturaleza. 348

Disputa sobre la belleza

de perfección. Pero, ¡oh!, ¡cuánto nos engaña el amor propio! ¿Creerá Vmd., amiga mía (disimule esta confianza, pues me la da el pensar que somos de un mismo sexo),212 que ya me creía capaz de dar reglas en mi arte, y que podía regentar ex cátedra en cualquier Academia, y promulgar preceptos en mi profesión? Y lo que es más, ¿imponer leyes en otras materias y ciencias que no he saludado?213 A tanto llega nuestro orgullo y vanidad, lo confieso, pero debo el haber salido de este error a esas cartas del Anónimo, del Sr. Boceca, y a una de Vmd. misma, en que hablando de la belleza, me acaloraron con tantas cosas como de ella decían y sin consultar más que con mi chola, me propuse escribir, pretendiendo confutar a aquellas que me parecían más disparatadas, con intención (lo declaro) de poner después en la caja del Diario mi papelón, cuando, entrando en mi gabinete, sin preceder aviso o recado de mi criada, dos de mis obsequiantes y comprofesores,214 que querían volverse, hallán­­ dome escribiendo, les obligué a tomar asiento,215 diciéndoles que lo que escribía admitía dilación, aunque me ocupaba bastante el pensamiento, por ser cosa relativa a mi arte. Les expliqué el motivo, y cuando esperaba anticipados los aplausos, veo 212.  [N.d.E.] Claramente, en este «baile de máscaras» en el que se ha convertido la Dispu­­ta, los autores de la carta saben que están dirigiéndose a un hombre, como ellos mismos, y que tras el seudónimo de la Defensora de la Belleza se ocultaba Malaspina. 213.  [N.d.E.] Interpreto este comentario como una probable alusión de los pintores Ravenet y Bambrila a la osadía de Malaspina y de Ceballos, por querer disertar sobre estética en el Diario de Madrid, como si ambos fueran expertos en ese campo. 214.  [N.d.E.] Comprofesor: persona que ejerce la misma profesión que otra. 215.  [N.d.E.] Repárese en la sintaxis confusa que emplea el autor (o los autores) de la carta. Tal forma de escribir muy bien podría ser propia de un redactor extranjero. Los pintores Ravenet y Bambrila procedían ambos del norte de Italia, como Malaspina. La aparición de dos comprofesores artistas que indican sus doctas opiniones a una pintora, sirve como recurso literario para enmascarar la coautoría del texto por parte de ambos pintores, igual que había servido de disfraz a Malaspina (escondido tras el seudónimo de la Defensora: Carta n.º 12 ) y a Gil (la Madrileña Fea: Carta n.º 15). Posteriormente, Ceballos empleará el mismo ardid de esconderse tras un seudónimo femenino, simulando ser una dama asistida por el mismísimo Boceca (la Chinilla: Carta n.º 20; Doña Boceca: Carta n.º 29). 349

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que sueltan una carcajada que me sentó tan mal como si me hubieran dicho que era la más fea de las mujeres. Cesó la risa y yo, cogiendo el ultimo Diario de su carta de Vmd., me levanté con ímpetu y con aire serio, poniendo el dedo en la nota señalada con la estrellita,216 dije: lean Vmds. esos cuatro renglones, y luego me dirán si el asuntico es para reírse o si exige el dar respuesta. Señora (me dicen), este Diario y los demás que conciernen al asunto, ya los hemos leído, y por eso nos excita la risa, pues vemos los disparates que dicen, y a Vmd., tan acalorada, pretende persuadir a esos escritores de falaces en sus juicios, y que apoyando sus razones unas veces a su capricho [sic], y otras, a otros que ya han hablado sobre la belleza, hacen una mezcla de ideas tan confusa, que al fin, cuando pretenden dar la definición, es cuando se quedan más a oscuras, ¿no es así? Tranquilícese Vmd., me dijo el uno, y antes de pasar adelante con su escrito, contésteme solo a dos preguntas sueltas que voy a hacerla [sic]. Dígame Vmd., Señora, ¿con qué armas piensa defender la belleza? Esto es, ¿con qué razones, que no estén dichas con la mayor elegancia y solidez por el incomparable Mengs217 y su ilustre amigo y comentador218 que nos dio a luz sus escritos? ¿Cree Vmd. acaso poder hablar sobre tal materia más científicamente y con más filosofía? No soy adulador,219 permítame que le diga que, 216.  [N.d.E.] Se refiere a la nota final de la carta de la Defensora, en la que Malaspina apremiaba a los artistas a que participaran del debate y a que se manifestasen, cf. Carta n.º 12, [N.d.D.M./N.d.A.M.] 170. 217.  [N.d.E.] Anton Raphael Mengs (1728-1779), pintor neoclásico de origen checo-alemán. Trabajó como pintor de la corte en Madrid, donde intervino para que Goya adquiriese empleo como pintor. Fue el pintor más famoso de su época. 218.  [N.d.E.] Juan Joaquín Winckelmann (1717-1768), historiador del arte y arqueólogo alemán, amigo y expositor de las teorías estéticas de Mengs. Cf. capítulo 1 de la primera parte. 219.  [N.d.E.] Repárese en el uso del masculino. Ahora ya no habla la pintora, sino el primero de sus dos comprofesores (o colegas de profesión, como era el caso de Ravenet y Bambrila). 350

Disputa sobre la belleza

«… Yo entiendo que todo el placer que nos inspira la música instrumental, cuando no sea destinada a fijar la cadencia del baile, a acompañar la voz humana, o a excitar el furor militar, es el placer de la admiración y sobre todo de la variedad…». Alejandro Malaspina, Meditación filosófica. Imagen: Danza de los Bisaya. Juan Ravenet (reproducido con permiso del Museo Naval de Madrid).

tanto en la práctica como en la teórica de nuestro arte, no podrá darse un paso más adelante. Y si las razones y obras de aquel grande hombre no hacen la fuerza a esos eruditos que de todas ciencias hablan sin haber tal vez estudiado alguna, ¿qué puede Vmd. prometerse? Perder el tiempo inútilmente. Confieso que me dejaron suspensa sus razones, e iba a respon­­ derle, cuando empezaba a hablar el segundo. Dijo, yo alabo el celo y buenos deseos de esta señora por el honor de su profesión, y a tener yo flujo de escribir, había de decirles cuatro cosas al Sr. Anónimo y al Sr. Boceca. Al primero, que parece un error grosero el asegurar que en la poesía y demás bellas artes ya se sabe que lo bello depende de la exacta imitación de la naturaleza,220 pues no 220.  [N.d.E.] Cf. Disputa sobre la belleza, Carta n.º 3. 351

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todo lo que se halla en ella es bello, y si el original no lo es, mal podrá serlo la copia, por fielmente que esté hecha. Al segundo, que debería retractarse de la proposición heretical [sic] (en punto de artes) con que en tono magistral y decisivo asegura que en tiempo de Apeles estaba la anatomía en mantillas,221 cuya aserción hace conocer claramente que el buen caballero Boceca está aún muy en los pañales para conocer el superior grado a que llegaron en esta arte los Griegos de aquel tiempo, pues si los escultores nos admiran con las reliquias que nos quedan, ¿podremos persuadirnos que los pintores contemporáneos ignoraron una cosa tan absolutamente esencial en su arte como a aquellos en la suya [sic]? Que la belleza está expuesta a las vicisitudes de la moda es otra proposición propia del Sr. Boceca. Si la belleza consiste en lo perfecto y agradable, ¿tendrán en este caso lugar las extravagancias con que descubre su pobreza, al mismo tiempo que piensa aturdimos con su vasta erudición en materia de usos y costumbres de los Salvajes? Pero sobre esto muy bien le responde nuestra Dama Madrileña en su elegante discurso que tiene mucha amenidad y bastante de poética.222 Mucho más aún le diría, pero Dios me libre de caer en tentación de escribir para el Diario, pues estoy cierto de que llovería sobre mí tanta chufleta, dicterios y títulos honrosos con que suelen favorecerse recíprocamente los literatos desocupados, que yo que no lo estoy tanto, me sabría mal quedar sin responderles, pues de no hacerlo, se graduaría por pobreza, indiferencia o pocos conocimientos para defender mi 221.  [N.d.E.] Cf. Disputa sobre la belleza, Carta n.º 4. 222.  [N.d.E.] Vemos que uno de los dos pintores —probablemente Ravenet, que era el que en menor estima artística tenía Malaspina—, a la espera de consolidar su posición en España con un ascenso tras el viaje alrededor del mundo, se muestra bastante condescendiente con las opiniones de Malaspina. El primero de ellos, sin embargo, se define como «poco halagador», y ridiculizó las opiniones diletantes del marino, a quien acusa de desconocer la teoría estética de Mengs, llevada al papel por Winckelmann, y que el artista firmante consideraba la última palabra en filosofía estética. 352

Disputa sobre la belleza

arte. ¡Guarda, Pablo! No me meteré yo con esos hombres que saben tanto, y eso que no estudian más que por Diccionarios, hojas sueltas de extractos de libros y en la Enciclopedia. Se concluirá.

16.2. Diario de Madrid del sábado 15 de agosto de 1795 (Juan Ravenet y Fernando Bambrila) Concluye la carta de ayer. Aquí llegaba con su razonamiento este amigo, cuando entra mi criada con el Diario de hoy, y me dice: Sra., ahí tiene Vmd. otro discurso o carta sobre eso que tanto la ha inquietado [sic] de la hermosura o belleza, y a fe que está muy bueno, y me ha hecho reír mucho, porque trae un cuento de un murciélago que tenía tantas uñas,223 y otras cosas muy lindas, que aunque yo no las entiendo, comprendo que todo está con mucha sal. Alguna otra Bocecada tendremos, dijo uno de mis acompañantes, y tomando el Periódico se puso a leer; mas luego que hubo concluido me dice: Señora, no nos cansemos, hay mucha obstinación en los hombres para sostener cada uno su opinión; la de este Caballero es grande, y con su lógica piensa llevárselo todo de calles, y no se dará a partido, si no le dan una definición de la Belleza a gusto de su paladar y que le cuadre. Ya oye Vmd. que para él es tan bella la noche como el día, cualquier objeto horrible como la plácida serenidad de la primavera. Y le juzgo a este hombre de 223.  [N.d.E.] Cf. Carta n.º 13, donde Ceballos —Bocequilla— afirmaba que su abuelo, el gran Isidro Boceca, «es mucho murciélago para sus uñas», refiriéndose a los ataques a sus tesis recibidos por parte del Anónimo (Malaspina). Ceballos había escrito: «Paréceme que veo en mi Abuelo a un murciélago, que se entra incautamente en una casa, y que al punto todos arremeten contra él, quién con una escoba, quién con el sombrero, este con capa, aquel con una sábana, etc.». 353

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un corazón tan pequeño y de fibra tan poco delicada para experimentar los efectos de la bella naturaleza, como a aquellos que oyen con el mismo gusto y complacencia un cuarteto de Haydn o de Boccherini224 que el molesto tambor y pífano que suele tocarse a puerta de una Iglesia en día de función.225 La misma impresión les hace ver la mejor estatua de Agesandro o el Apolo Pitio226 que el Pelele que suelen mantear nuestras majas del Barquillo por Carnestolendas; y ¿en qué lenguaje se ha de hablar a quien tiene la razón y los sentidos tan echados a perder? Así que soy de opinión, Señora, que no debe Vmd. entrar en discusiones con tales Metafísicos de tanto aparato de luces y profundidad; pues la sencillez y natural simplicidad de las obras y de las palabras no son de alguna fuerza para persuadirles, quedándose siempre en sus trece. Repito que al oír el consejo de este Amigo me quedé dudosa en el partido que había de elegir: pero este amor propio que nos domina, junto con un poco de terquedad aragonesa que me ha cabido en herencia, me hizo desistir del todo, contentándome con dirigirme a Vmd., exhortándole a que si responde al Sr. Boceca, le cargue la mano, pues muy bien sabe, y puede hacerlo, encargándole que lea el tratado de la Belleza que escribió Mengs (que se halla en sus obras publicadas en Madrid el año de 1779, el Comentario del Excmo. Sr. Azara sobre el mismo asunto227 y también la juiciosa carta inserta en el Diario de 21 de Junio de 1788, respuesta a otra disparatada y ridícula sobre la Belleza 224.  [N.d.E.] Luigi Rodolfo Boccherini (1743-1805), compositor italiano, desarrolló la mayor parte de su obra en Madrid, como músico de corte. 225.  [N.d.E.] Los autores de la carta consideran a Malaspina, quien había reconocido su disgusto por la música de Haydn en su carta de la Defensora (y que repetirá el mismo juicio negativo en su Meditación filosófica, Nota F, [p.d.C.] [61]), como un hombre insensible, incapaz de gusto estético. Cf. Disputa sobre la belleza, Carta n.º 12.2 [N.d.E.] 150 y 151. 226.  [N.d.E.] Apolo Pitio o Apolo de Belvedere —llamado así porque inicialmente fue expuesta en el cortile del Belvedere del Vaticano. 227.  [N.d.E.] Nicolás de Azara, a la sazón embajador en Roma y gran amante y protector de las artes, dejó un escrito sobre la estética de Mengs que adquirió fama. Cf. Azara (1797). 354

Disputa sobre la belleza

ideal. Que si la lección de estos escritos y el ver las admirables obras de aquel grande hombre no le hacen mudar de sistema en su opinión, se le graduará por insensible y privado de gustar del más dulce y halagüeño encanto que tienen los hombres. No quiero serle a Vmd. más molesta, aunque mucho me queda que decir; solo que es de Vmd. su apasionadísima amiga y paisana.228 R.xF.

17.1. Diario de Madrid del viernes 21 agosto de 1795 (Ciriaco de Ceballos) Pekín, 16 de agosto de 4443(*).229 Señor Diarista: ¿Cuál será su vanidad y cuál su asombro sabiendo que la lectura de su Periódico se hace con tanta anticipación en Pekín como en Madrid? Pues así es cierto, sin que intervengan ni tengan parte en el hecho las artes de encantamiento, el Elefante Siamés, los 228.  [N.d.E.] Los autores se declaran paisanos de la Defensora de la Belleza, un indicio más de que se trataba de los pintores de la expedición, Bambrila y Ravenet, italianos, como Malaspina. 229. (*) [N.d.D.M.] «El ciclo chino comienza en el reinado de Hoangti, como 29 y medio siglos antes de J. C. Debe advertirse que el traductor de esta carta es un Bonzo que tiene en la uña a Confucio, Fochi, Cheu, Chin, etc., con todos sus comentadores; pero sin embargo dista mucho de poseer el castellano, ni siquiera como el aficionado de la instrucción metódica de marras, lo cual se tendrá presente para no detenerse en reparillos». [N.d.E.] Repárese en que Ceballos se suma a los comentarios irónicos sobre el deficiente dominio del castellano de Malaspina, a los que Manuel Gil ya había aludido en su carta del 10 y 11 agosto, firmada por la Madrileña Fea y el Susodicho. En las cartas siguientes de Gil, esas alusiones a la imperfección idiomática de Malaspina aumentarán hasta hacerse uno de los motivos principales de mofa en relación con las pretensiones de Malaspina como escritor y como filósofo. Sobre las alusiones irónicas de Gil al metodismo de Malaspina, cf. Disputa sobre la belleza, Carta n.º 15, [N.d.E.] 194; Carta n.º 19, [N.d.E.] 257. 355

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Dragones de Confucio, el Asno de Mahoma, ni el Telégrafo Francés. Hace justos cuarenta siglos y exactos cuatro mil años, nos hizo ver el gran filósofo Hancebio que la tierra daba todos los días un vuelco sobre sí misma. Según este principio, el espacio que ahora ocupa el Diarista de Madrid lo ocupará dentro de pocas horas un Musulmán de Constantinopla, y aquí está todo el misterio. Como los Diarios de Vmd. son por lo común de poco peso, se elevan fácilmente en un globo aerostático y llegan a salir de la masa circulante, y cuando el ejercitado conductor tiene bajo sus pies el Palacio de los setenta, se deja caer a plomo. Dicho esto, para calmar las justas inquietudes a que daría lugar la fecha de esta carta, participaré al Sr. Diarista que soy una Chinilla con quien, según dicen, anduvo la naturaleza tan pródiga en esto de darme el color buriel, la nariz chata, los pies nadas, la boca grande y los ojos chicos, que con razón se puede decir que me hizo hermosa. Después de asegurármelo así cuantos Letrados y Mandarines me conocen, puede Vmd. contemplar cómo me sentaría la graciosa carta del 28, 29 y 30 de mayo,230 donde se da a entender que mi nación es una nación salvaje, y donde se asegura que yo no debo ser linda, porque no me parezco al célebre Monigote que un tal Apeles trazó. Sr., ¿me hace Vmd. el gusto de decirme quién fue este Apeles? Con mil amores; fue un gran pintor nacido en la Isla de Cos el año de 2347 (estilo chino), es decir, veinte siglos después de que Vmds. contasen millón y medio de tratados sobre lo bello físico… Ya me acuerdo, ya me acuerdo. Apeles fue para Vmds. lo que Mancio para nosotros; porque ha de saber el Sr. Diarista que Mancio nos dio también en una mujer el epílogo de todas las gracias. Así lo creen doscientos millones de salvajes, que según los cómputos más bajos componen el sabio antiquísimo Imperio de la China, y así lo pensaba yo también, pero cuando leí la carta del Sr. Boceca, [y] supe las diversas y encontradas opiniones que tienen los pueblos sobre lo bello, me convencí de 230.  [N.d.E.] Carta n.º 12, de la Defensora de la Belleza. 356

Disputa sobre la belleza

que la hermosura China es la misma que la hermosura europea, son dos hermosuras puramente locales, puramente de convención. Porque dígame Vmd., ¿están escritas en el cielo con caracteres eternos las proporciones que debe tener una mujer para ser hermosa? No, ciertamente. ¿Pues quién ha dictado esas proporciones? No ha sido un sentido interno común a todos los hombres231 porque, en ese caso, todos los hombres convendrían en las propias ideas; no ha sido la anatomía, porque la Anatomía estaba en la cuna cuando Apeles hizo su Citerea.232 No han sido los primeros estatuarios y pintores, porque estos caballeros nada han puesto de su casa, ni han hecho otra cosa que darnos copias de lo que en su tiempo y en su país estaba recibido como hermoso. Pues ¿quién es el autor de estas reglas? ¿Quién? La casualidad, la moda, el puro purísimo capricho. ¿Qué es esto? ¿También el Sr. Diarista hace arrumacos? ¿También es anti-Bocequista? Está bien, pero sírvase explicarnos de dónde provienen las diversas opiniones que tienen sobre lo hermoso una Circasiana y una Pekinesa... Señora china, no seamos porras: esa objeción está satisfecha por la erudita Madrileña. Lea Vmd. su carta y verá cómo dice que el bello esencial no debe buscarse entre las naciones salvajes, sino entre las que estando sobre un suelo feliz y un temperamento medio, sean de más cultura y estudio... Eso, amigo mío, quiere decir que lo natural debe buscarse donde no existe la naturaleza, en los pueblos más cultos, donde el estudio y el arte han desnaturalizado a la especie humana.233 ¿Qué me dice Vmd. 231.  [N.d.E.] Francis Hutcheson, autor al que alude Ceballos, distinguía un bello absoluto, bello natural, en sí mismo incomparable, e independiente del capricho de los hombres, y al cual se podía acceder únicamente a través de un oscuro sentido interno de la belleza, que solo algunas personas poseían. Cf. Hutcheson (1973 [1725]). 232.  [N.d.E.] Repárese en que se trata de la misma idea que Ceballos había expuesto en su primera carta, firmada por Isidro Calle Boceca y que uno de los comprofesores R.xF. había calificado como un craso error de Ceballos Cf. Disputa sobre la belleza, Carta n.º 4.1, [N.d.E.] 26, 27; Carta n.o 16.1, [N.d.E.] 221. 233.  [N.d.E.] Parece como si, para Ceballos —quien todavía debía de tener en el recuerdo la belleza natural del archipiélago de Vavao, donde había sido nombrado príncipe y ha­­bía prometido volver, tras concluir su misión en España— la civilización hubiese conducido 357

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de este modo de razonar? Y esto dando por supuesto que China sea un país de Salvajes, especie que si la entendiera Fui, no obstante su modesta gravedad, daría con su literario y profundo Tekin234 en los hocicos de la más pintada. Lo del temperamento medio o clima templado es ídem [sic] como lo precedente. ¿Quién le ha dicho a la Sra. Madrileña que la belleza está vinculada a los climas medios ni enteros? En la mitad meridional de la Nueva Holanda se encuentran temperamentos correspondientes al de Italia, Grecia y mediodía de España, y sin embargo son sus naturales los más imperfectos de los hombres. Por el contrario, en la misma Zona Tórrida, en Tahití, en la nueva Citerea encontrarían Rafael y Guido las Galateas235 y los Arcángeles a docenas. Se concluirá.

17.2. D  iario de Madrid del sábado 22 agosto de 1795 (Ciriaco de Ceballos) Concluye la carta de ayer. En los climas donde el calor y el frío llegan al exceso, peca la naturaleza de gigante o enana [sic].236 Esta proposición es falsa: las estaturas más próceres y las más chiquirritillas de la especie hu­­ mana corresponden precisamente a climas sin pecado, a climas a Europa a una total desnaturalización. Un juicio muy similar, en este sentido, al de Ma­­ laspina. 234.  [N.d.E.] Probable referencia al Tao te ching, de Lao Tse, texto fundamental del taoísmo. 235.  [N.d.E.] Esa mención a Guido, Rafael y la Galatea es una respuesta a la Carta n.º 12.3, de la Defensora de la Belleza, que había usado esos mismos ejemplos. Cf. Disputa sobre la belleza, Carta n.º 12, [N.d.E.] 161. 236.  [N.d.E.] Ceballos cita la carta de la Defensora, donde se afirmaba que «en aquellos climas en que el calor y el frío llegan al exceso, peca la naturaleza de gigantesca o de enana en sus efectos». 358

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muy benignos y a climas muy parecidos. Porque ha de saber Vmd., si acaso no lo sabe, que ni los Samoyeses son los más pequeños de los hombres, ni los Patagones los más grandes.237 El Sr. Diarista puede preguntar a sus amigos (me consta que los tiene muy Sabios)238 la patria de los verdaderos Pigmeos y los verdaderos Titanes, porque a mí no se me antoja decirla por ahora. Todo lo que nos cuenta la graciosa Madrileña (págs. 853 y 855)239 de piernas verdes y piernas coloradas, de Dioses serpientes y Dioses cocodrilos; de padres padrastros, y de hijos parricidas; todo esto demuestra mucha erudición, pero no dice a nuestro asunto: pero lejos de probar la existencia de un bello físico o moral, solo manifiesta que los hombres han sido en sus cultos, en sus costumbres y en sus modas, tan extravagantes, tan ridículos y tan necios como en sus opiniones sobre la hermosura... ¿Luego no existe un hermoso invariable y esencial? Señora, yo no me meto en si existe o no existe: lo que aseguro es que los hombres desconocen absolutamente sus caracteres distintivos y en este sentido habló el Sr. Boceca cuando en su primera y única carta nos negó la existencia de un hermoso independiente de la 237.  [N.d.E.] Cuando la Expedición Malaspina visitó Patagonia, numerosos viajeros europeos habían ya desacreditado el mito de que los patagones tenían proporciones gigantescas. Alejandro y sus expedicionarios apenas confirmaron el carácter fabuloso del mito. Todavía a fines del siglo xviii, numerosos hallazgos paleontológicos eran interpretados a nivel popular como huesos de gigante. Curiosamente, entre los materiales de historia natural enviados por Malaspina a España desde Sudamérica, en 1794 remitió al Gabinete de Historia Natural un cajón lleno de huesos que iban caracterizados como huesos de gigante. Analizados por el vicepresidente del Gabinete de Historia Natural, José Clavijo, este estimó que aquellos huesos no eran humanos, pero tampoco de ningún gigante, lo que fue corroborado por los profesores del Real Colegio de Cirugía de San Carlos, Ramón Jarazi y Agustín Ginesta, especialistas en anatomía. Cf. Claverán (1988: 231). Para una introducción a la historia de la paleontología española durante la Ilustración, cf. Pelayo (1996). 238.  [N.d.E.] Nuevo indicio de que la Chinilla (Ciriaco de Ceballos) conocía perfectamente la identidad del reputado helenista y traductor Pedro Estala, que se escondía tras el seudónimo del Censor Mensual. 239.  [N.d.E.] Las citas textuales de sus contrincantes, indicando la paginación original de sus frases en el Diario de Madrid, son otro de los rasgos distintivos de las cartas que he atribuido a Ciriaco de Ceballos. Cf. Carta n.º 21, [N.d.E.] 309; Carta n.º 29, [N.d.E.] 410, 437. 359

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convención humana.240 El que contemple las producciones naturales con atención al objeto para el que fueron producidas, convendrá en que hay cosas más y menos cumplidas. Una mujer robusta y fecunda es una mujer físicamente perfecta, pero una mujer así puede ser fea para los hombres, de lo cual tenemos a millares los ejemplos. El Sr. D. Isidro y sus discípulos han hecho siempre una juiciosa distinción entre lo perfecto y lo hermoso, no han negado jamás que en la naturaleza, con relación a sus invariables y eternos designios, puede haber malo, bueno y mejor; lo que niegan y negarán siempre es que sea hermoso en la naturaleza lo que es hermoso en nuestra imaginación, esto es, que la Venus del Griego Apeles sea esencialmente bella; y que la mujer del Chino Mancio deje de serlo. ¿Me ha entendido Vmd.? Sí, señor... Pues cuidadito con la enmienda. Como estoy tan mal con las odiosas, repugnantes y vagas expresiones de que algunos y algunas se sirven en el Diario, he pensado media hora el modo más dulce de insinuar a la Sra. Madrileña que casi nunca está de acuerdo consigo misma. Quiere persuadirnos de que la belleza como los hombres la entienden y la aprecian es una cosa esencial, y a la vez nos añade que los hombres son raros y caprichosos en sus gustos. Provoca a los Ar­­ tistas para que tiren a Boceca con las tabolazas [sic] y los cin­­ celes; ¿y por qué tanto rigor? Porque el Sr. D. Isidro no se derrite delante de la Venus; porque su alma no se eleva delante del Laocoonte y, en fin, porque choca [a] las bellas artes no apreciando sus obras. Esto lo dice en la pág. 859, pero a la 857 estaba de otro humor, y le acusa de pecados opuestos: le acusa de preferir las obras del arte a las obras de la naturaleza, esto es, de preferir una 240.  [N.d.E.] Ceballos parece retractarse en cierta medida de una negación radical de que la belleza sea una propiedad esencial de la naturaleza, sino apenas de la posibilidad de que los hombres puedan definir sus caracteres con exactitud. Esta posición parece directamente influenciada por las teorías estéticas del jesuita francés Yves-Marie André (1759 [1741]). Sobre André, cf. Carta n.º 4, [N.d.E.] 23. 360

Disputa sobre la belleza

rosa de Génova a una rosa verdadera, un jardín pintado al jardín de las Delicias, etc. Confieso mi insuficiencia: yo no puedo concertar estas medidas. Pero hablaré de otra cosa: ¿no es verdad que el Anónimo atribuyó a Platón un principio de S. Agustín? Sí, señor, es cierto ciertísimo. Pues entonces, ¿a qué viene la noticia de que el uno precedió al otro mil años? ¿Esta circunstancia no hace más y más imperdonable el error, lejos de disculparlo? Dice la Sra. Madrileña que nos riamos de un tal Condillac y sus imaginadas demostraciones en orden al primer origen de las nociones de nuestra alma. Ya entiendo: la mujer graciosa duda que nuestras ideas sobre lo hermoso son puramente experimentales. Concibo en lo que parará la disputa, y ganaríamos mucho tiempo empezando por explicar las nociones que tendrá de los colores un ciego de nacimiento. Tales son las reflexiones a que me dio origen la bien escrita carta de L.F.A.F. Espero que, mereciendo la aprobación del Sr. Boceca, las publicará en su Diario. De todos modos, si se les ofrece a Vmds. algo en estas regiones pueden mandar a su afectísima, La Chinilla. P.D. del Sr Boceca.241 La cuestión está tratada poco filosóficamente. No obstante, mi nieto Bocequilla, mi discípulo el Susodicho y mi amiga la China responden satisfactoriamente a los principales Cargos de la 241.  [N.d.E.] La inclusión de una posdata del mismísimo Isidro Calle Boceca en esta carta de la Chinilla resta cualquier duda a la atribución de su autoría a Ciriaco de Ce­­ ballos. 361

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Madrileña, mi favorecedora. El camino es largo; pasado mañana harán Vmds. noche en las ideas innatas. Proveerse de Locke242 antes que de un cachete lo sepulten en el centro de la tierra, como hicieron con su impugnador y discípulo Condillac.243 Suplico a mis Alumnos que sean siempre moderados, hasta en el caso de no tener razón. Las expresiones ignorancia, preocupación, filosofuelo, erudito de enciclopedia, etc., se desterrarán para siempre de sus escritos. La verdad debe ventilarse con razones gordas y pesadas, pero con nada más. Las personalidades, las desvergüenzas no son nunca de la cuestión, y prueban siempre... No quiero decir lo que prueban, porque me pesara incurrir en lo mismo que reprendo. La primera Defensora de la belleza debía ser contestada, si no por su exactitud filosófica, por la gracia de su estilo y la donosura de sus expresiones. La segunda Madrileña244 no merece el mismo honor. Yo.

18. Diario de Madrid del viernes 23 agosto de 1795 (autoría desconocida: ¿Antonio Valdés?) Señor Diarista: Su Periódico de Vmd. está concebido de tal manera que llama la atención, interesa, y muchas veces electrifica a los lectores. Apenas se lee uno cuando ya se espera con ansia la contestación en 242.  [N.d.E.] John Locke (1632-1704), filósofo empirista y liberal inglés. 243.  [N.d.E.] Cf. Carta n.º 12.2, [N.d.E.] 155. 244.  [N.d.E.] La segunda madrileña hace referencia a Manuel Gil, que se había camuflado de Madrileña Fea —asistida por el Susodicho— para escribir la carta publicada los días 10 y 11 de agosto de 1795 (Carta n.º 15). Nótese cómo Ceballos pretende distanciarse del tono agresivo y personal con que Gil atacaba a Malaspina. Lejos de moderar su actitud, Gil redoblará el tono agresivo de sus críticas en las sucesivas intervenciones en la Disputa (Cartas n.º 19, 26, 28 y 32). 362

Disputa sobre la belleza

otro y como este suele tardar, de aquí es que padezcamos no pequeña mortificación en sufrir la lentitud del tiempo, y mucho más la de aquellos ingenios que tanto se esmeran en la pública instrucción,245 pero que a veces manifiestan indiferencia. La materia del Diario está dividida en dos clases superiores, a mi entender, que son el placer honesto y la utilidad. Subdivídese después en tantos ramos cuantos son las diversas maneras de lograr estos dos objetos: y así vemos unas veces ironías finas, gracias saladas, chistes ingeniosos, y otros tratados científicos de humanidades, bellas letras y bellas artes, escritos con tal ligereza que instruyen y no cansan. No se engría Vmd., Sr. Diarista, por lo que llevo dicho, pues todo lo demás que voy a decir es contra Vmd. y le hará justamente desechar cualquier átomo de vanidad que pudiese acometerle. Vmd. es quien tiene en la mano el gobernalle, el timón del Dia­ rio.246 En Vmd. deberá consistir que ciertas cartas o escritos tengan o no tengan contestación, y que, ya que al público se le interesa en ciertas disputas, honestas, graciosas e instructivas, se le ponga al mismo respetable público en estado de decidir y de dar la razón al que la tenga. Veo que sobre este punto hay algunas quejas en las muchas, muchísimas gentes que trato; y me causa lástima que, aplaudiendo las gentes sensatas por tantos títulos su Periódico, tengan esta friolera que tildarle, y que tildarle con razón. No se imagine Vmd. en mí algún genio sombrío, mordedor, descontentadizo o, lo que es peor que todo, envidioso. No, señor: mis muchos años, mis muchas canas, y mis muchas experiencias me han conducido a un estado de templanza en pensar y obrar, que 245.  [N.d.E.] Vemos aquí manifestarse el espíritu ilustrado del autor desconocido de esta carta, que, como Malaspina, en todo momento entiende esta disputa en el Diario de Madrid como un ejercicio didáctico, destinado a la formación de opinión pública. 246.  [N.d.E.] Repárese en el empleo de términos marineros, que delatan a alguien próximo a los expedicionarios. Tal vez, podría aventurarse que, dada la alusión a la avanzada edad del autor, se tratase del ministro Valdés, huésped de la tertulia en la que concurrían cada noche Malaspina y donde probablemente se habría originado el debate. 363

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casi por constitución me veo precisado a no tener tan feos vicios. Amo mucho la sociedad, la busco, y prefiero —entre innumerables que me proporcionan mi profesión y mi clase— la de gentes instruidas, o que al menos desean serlo. Con este motivo he oído diversas veces hablar y disputar de las mismas materias que se hablan y disputan en el Diario, unas veces favoreciendo una opinión, y otras otra, y cuando la cosa ha caminado felizmente, esto es, cuando los escritos en pro y en contra han sido presentados exactamente al público, he notado que este ha hecho una rigurosa justicia, y ha quedado perfectamente satisfecho. He notado más: he tenido la curiosidad de hacer un cálculo prudente que me diese el resultado de la opinión pública acerca de unas materias con­­ trovertidas: lo he comparado después con el juicio o crítica del Sr. Censor mensual, y rarísima vez he encontrado disparidad, y cuando he hallado alguna ha sido en cosa de poca sustancia. Por esto es lástima que los discursos pertenecientes a una materia se interpolen con otras de manera que lleguemos a olvidar el estado de la disputa, y tal vez a desconfiar de su conclusión. Llamo conclusión o fin de ella a una suficiente exhibición de razones por ambas partes: pues por lo demás sé que cuando dos personas llegan a obstinarse en su modo de pensar, disputarán eternamente, sin ceder ni darse a partido. Me hago cargo, Sr. Diarista, que como no están en su mano de Vmd. las voluntades de los Contendedores, tampoco puede estar en su arbitrio darnos los discursos que ellos no le suministrarán. Pero contemplo que Vmd. conocerá y tratará a los más de los que ilustran su Diario, y creo que si les insinuase lo que llevo expuesto no dejarían de dar este gusto al público, puesto que tan francamente le comunican sus luces, dando una prueba de que nunca se hallaron separadas la generosidad y la sabiduría. Por ejemplo: desde que la Defensora de la belleza se presentó impugnando la erudita y bien escrita carta del Sr. Boceca sobre la belleza esencial, se han insertado en el Periódico diferentes piezas sobre el mismo asunto, como son la carta 364

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de Bocequilla, la del Susodicho y la de R.xF., todas muy buenas, muy bien escritas, y con más [o] menos gracia y solidez. Pero todo el mundo espera todavía que una materia tan delicada y de tanto gusto se conduzca hasta un grado más alto de claridad, de modo que podamos dar sentencia. Ninguno de cuantos he oído hablar en el particular cree lo que dice el Sr. R.xF.247 tan de buena fe: esto es, que no se puede dar un paso más adelante de lo que pensó y escribió Mengs. Yo, que soy poco filósofo, penetro que —después de lo mucho que hay escrito en esta materia con una Filosofía de la que, sin hacerle injuria, no era capaz el célebre Artista mencionado— se puede todavía dar muchos pasos adelante y poner la cosa en un estado más claro y perceptible. Sería de desear que el mismo Sr. Boceca y la Defensora de la belleza(*)248 produjesen con seriedad las pruebas de sus opiniones respectivas, según lo dan a entender que pueden adelantarlas sus nada vulgares ingenios. Vmd. podría muy bien insinuarlo, y si para este efecto le parece que puede conducir la impresión de esta carta, en hora buena: haga y deshaga de ella como le pareciere. Por lo demás, ya puede Vmd. conocer que nada tengo contra los escritores del Diario, y mucho menos contra quien con tanto acierto le dirige. Queda de Vmd. su apasionado. El Anciano. 247.  [N.d.E.] Repárese en que el autor de esta carta, que parece conocer a los participantes en la Disputa, se dirige a R.xF., seudónimo con el que venía firmada la carta de la Pintora, publicada los días 14 y 15 de agosto de 1795 (Carta n.º 16) utilizando el género masculino, lo que condice con la hipótesis de que Bambrila y Ravenet firmasen la carta, enmascarados tras el disfraz de una pintora asistida por dos profesores de bellas artes. 248. (*) [N.d.D.M.] «Después de escrita esta ha comenzado a aparecer una carta fechada en Pekín, que según su contexto debe pertenecer al Sr. Boceca; si le responde la Defensora de la Belleza, creo que quedará el público satisfecho sobre este asunto, y en estado de formar juicio». [N.d.E.] Repárese en que el autor de esta carta reduce el número de contendientes en la Disputa a dos, a pesar de la multiplicación de los seudónimos. Nuevo indicio de que su autor debía de conocer la identidad de los contendientes, y de que, muy posiblemente, se tratase de alguien que, como el ministro Valdés, estaba ligado a la Marina y próximo a Malaspina y sus oficiales. 365

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19.1. Diario de Madrid del sábado 29 de agosto de 1795 (Manuel Gil)249 Señora Chinilla: Sepa Vmd. que soy uno de los pocos obsequiantes que tenía Madama la Defensora de la belleza, y sepa Vmd. que ya no lo soy sino de Vmd. por lo que diré. Yo soy, sin poderlo remediar, hombre de viva quien vence, y además me chupo los dedos por llevar y traer a mis amigos. Quiero decir, que soy algo chismosillo,250 aunque gracias a Dios251 sin perjuicio y con mucha honradez. Hombre de bien, eso sí: a carta cabal y amigo de mis amigos; pero tengo el defectillo de que en viéndolos caídos, doy un salto por encima, y tú que le viste, me voy a donde reine mejor suerte. He sido de la Defensora de la belleza, mientras tenía partido; pero en cuanto he visto que Vmd. lo campa con sus narices chatas y sus ojitos de ratoncillo, la he hecho una cortesía, y me he venido con Vmd. y con los Bocecas. Creo que haremos buenas migas, porque yo sabré merecerlo, contándola cuanto sé de la tal Doña Defensora.252 Esta Señora está dada a los diablos desde que Vmd. escribió su carta, y tan desesperada que el otro día tiró el tintero, rasgó el papel, se arrancó los moños y el pelo, y paseaba como una 249.  [N.d.E.] Dadas sus notorias analogías estilísticas con el resto de sus cartas (véanse las notas a la Carta n.º 15, firmada por la Madrileña Fea y el Susodicho), atribuyo este texto a Manuel Gil. Para ello, me apoyo en la atribución, realizada previamente por Fernández y Manfredi (1998), de la autoría de Gil a la Carta n.º 28 de esta Disputa. 250.  [N.d.E.] La broma adquiere un cierto sentido macabro si recordamos que en estas fechas Gil realizaba una verdadera tarea de espionaje sobre Malaspina, al servicio de Godoy, quien sospechaba del italiano desde que, en febrero de aquel año, este le hubiera presentado sus planes para firmar la paz con la Francia revolucionaria. 251.  [N.d.E.] Las alusiones religiosas son una constante en todas las cartas del Diario de Madrid que atribuyo a Gil. Cf. Carta n.º 15.1, [N.d.E.] 208; Carta n.º 33.2, [N.d.E.] 479. 252.  [N.d.E.] Repárese en cómo Gil hace explícito que conoce la identidad de la Defensora, e inclusive se ofrece a informar sobre ella, como si conociera sus secretos. 366

Disputa sobre la belleza

energúmena.253 A la doncella la llamó lisonjera y seductora, la doncella riñó con el paje y le llamó holgazán, mocero, lechuzo. El paje pagó con el comprador y le echó en cara que sisaba los ochavos. Vino el Abate largo, seco y adusto que la corteja, y allí hubo la de S. Quintín. Le dijo que por él se veía abochornada delante de todo el mundo Español y Chinesco, tratada de bachillera por las Bocecas, y de embustera por una infeliz Chinilla con pretensiones de hermosa, y que ya no volvía a tomar la pluma en todos los días de su vida. Vea Vmd. cómo está aquella casa.254 Yo que oía estas cosas, y que por otra parte sé que allí no se trae diariamente más que tres cuarterones de carnero, y dos cuartos de escarola, di el pleito por perdido, y traté de dejar a la Defensora de mis pecados, al Abate, a la doncella, al paje y toda la casa, y venirme con los Bocecas, raza fecunda y numerosa, que hasta en Pekín los quieren y favorecen las Damas de narices chatas.255 Por venido, pues, y por recibido de Vmd. y vamos a lo que nos interesa, que es aniquilar, confundir y aturrullar a la tal Defensora preciada de bonita, haciéndola ver que no lo es,256 y para esto es oportuno que Vmd. sepa cómo piensan en aquella pobre choza.

253.  [N.d.E.] Posible alusión malévola a la reacción de Malaspina al ver contrariados sus planes iniciales de publicación de su viaje. Recuérdese que recientemente Malaspina había tenido una reacción airada cuando supo que Gil había sido nombrado director principal de la publicación de su viaje, y que el clérigo consideraba los escritos que había recibido de Alejandro como impublicables. Cf. Carta n.º 12.3, [N.d.E.] 175; Carta n.º 15.1, [N.d.E.] 194. Véase también la nota 137 del capítulo 3. 254.  [N.d.E.] Aludiendo de nuevo a la carta de la Defensora de la Belleza y al cortejo entre el italiano y la marquesa de Matallana, Gil bromea sobre un hipotético desencuentro entre la aristócrata madrileña y Malaspina como resultado de las críticas aparecidas en el Diario contra su defensa del bello esencial. 255.  [N.d.E.] Nueva alusión velada, en tono de regodeo, al tamaño nasal de Malaspina. Al final de la presente carta, el autor se declarará un «adorador de narices chatas». Cf. Carta n.º 15, [N.d.E.] 200; Carta n.º 19, [N.d.E.] 281; Carta n.º 23, [N.d.E.] 335. 256.  [N.d.E.] El propio autor de la presente carta parece declarar que su objetivo principal es realizar un ataque ad hominem a Malaspina, como si pretendiera convencerle —con la crítica a su deficiente castellano, a su pedantería y a su falta de claridad— de que «la Defensora de la Belleza no era bella», es decir, que Malaspina no tenía aptitudes como filósofo o escritor, «haciéndole ver que no lo es». 367

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El otro día hablaban del asunto controvertido de la belleza, y poniéndose el Abate muy grave y mesurado en tono pintoresco se explicó así: ¡Qué lastima!, ¡qué compasión!, ¡qué pecado!, ¡que un castellano tan puro, ingenios tan floridos y sal tan fina no estén acompañados de una competente provisión de conocimientos filosóficos, y de una ciencia maduramente reflexionada de la gran Naturaleza! ¡Ah, estudio, estudio! qué faz tan desapacible tienes, y ¡cuántos años exiges para servir al hombre de gloria, y no cubrirle de ridículo!257 Yo conocí al instante por lo que lo decía, y viendo que no estimaban las cosas por su justo precio, le dije de este modo: Señor mío, si Vmd. no tiene la advertencia necesaria para discernir los muchos primores de las cartas del Susodicho, de Bocequilla y de la Chinilla,258 ¿qué culpa tienen estos Señores? ¿Será Vmd. hombre para fingir aquel gracioso modo de llevar las cartas a Pekín en un santiamén sacando el globo…, (advierta Vmd. esto, Señor Físico, advierta Vmd. esto) sacando el globo fuera de la masa circulante? Esto es fingir con verosimilitud y sabiduría.(*)259 Dígame, ¿acertaría como la Chinilla y el Bonzo 257.  [N.d.E.] Repárese en la satírica parodia del estilo pedantesco de Malaspina. La referencia al obsesivo metodismo —al que también alude Ceballos en alguna de sus cartas— y la insistencia en el estudio continuo de la naturaleza parecen constituir una alusión clara y directa al italiano. Cf. Disputa sobre la belleza, Carta n.º 15, [N.d.E.] 194; Carta n.º 17.1, [N.d.E.] 229. 258.  [N.d.E.] Respectivamente, Cartas n.º 15 (del propio Gil) y Cartas n.º 13 y n.º 17 (de Ceballos). 259. (*) [N.d.D.M.] «Se ha consultado el punto de masa circulante con los más hábiles tahoneros de la Corte; ninguno sabe cómo se ha de sacar fuera de la masa circulante un globo como un panecillo». [N.d.E.] Alusión de Gil al problema matemático originalmente propuesto en el Diario de Madrid por Martin Brussein (Cf. Carta n.º 3, [N.d.E.] 8; Carta n.º 5, [N.d.E.] 49; Carta n.º 9, [N.d.E.] 96; Carta n.º 21, [N.d.E.] 304) consistente en resolver el cálculo de la ascensión de un globo aerostático. Este problema había provocado una reacción de rechazo del Censor Mensual a la inclusión de artículos de matemática en el Diario, generando una polémica en la que Malaspina y Ceballos se opusieron a la posición de Pedro Estala. Ceballos incluso llegaría a publicar la «demostración matemática» de la falsedad de las teorías de Bernardin de Saint-Pierre sobre la figura del globo, que Malaspina consideraba verdaderas, y que, según el italiano, habían corregido las previsiones de Newton sobre la figura de la Tierra. Recordemos que una de las principales tareas astronómico-geodésicas de la Expedición Maslaspina, en la que Ceballos tuvo un papel protagonista, consistió en realizar mediciones de la gravedad a partir del péndulo simple en diferentes puntos del planeta, para contribuir a esclarecer la cuestión abierta de su verdadera figura. 368

Disputa sobre la belleza

traductor a poner la fecha la mitad en Chino, y la otra mitad en Castellano?(*)260 ¿Será Vmd. capaz de poner una nota sobre el ciclo Chino con la cual haga a un Emperador hacer ciclos trescientos años antes de haber nacido?(*)261 ¿Tendrá Vmd. habilidad para añadir de un golpe a un reino más de setenta millones de almas? Es decir, más gente que la que tiene la mitad de toda la Europa con sus islas?(*)262 Pues la Chinilla y el Bonzo saben todo esto y el Sr. Boceca sabe aprobarlo. Dicho esto, callaron por un rato, y solamente refunfuñaron sobre aquello de hacer ciclos un Emperador 300 años antes de haber nacido, y decían si sería error de imprenta; pero yo, que soy un bulle-bulle, que todo lo ando, había entrado por casualidad en la imprenta, y visto el original que dirigió Vmd. misma de su puño al Diarista263 y como allí se dice, o dice Vmd. expresamente, que Hoangti reinaba 29 si­­glos y medio antes de J.C., les tapé la boca. Comenzamos a hablar de la belleza, y yo, valiéndome de las palabras de Vmd. les dije; díganme, ¿están escritas en el cielo con 260. (*) [N.d.D.M.] «Año de 4442 está en Chino; 16 de Agosto no está en Chino, sino en Español; aquí hay misterio, o no sabría el Bonzo poner aquello en estilo Chino». [N.d.E.] Gil se mofa en esta y las siguientes notas, aparecidas originalmente en el Diario de Madrid, de la precisión de la cronología y de las referencias culturales chinas que Ceballos había incluido en su última carta, firmada como la Chinilla. 261. (*) [N.d.D.M.] «Hoangti reinaba 29 siglos y medio antes de Jesucristo, como dice la Chinilla y su aprobante el Sr. Boceca: Hoangti murió 2517 años antes de Jesucristo, y no murió de la edad de los Matusalenes: luego compuso el Ciclo Chino como unos 300 años antes de que le pariese su madre». [N.d.E.] Hoangti —motivo de la chanza de Gil a la precisión sinológica de la última carta de Ceballos— hace referencia al legendario emperador amarillo Huangdi, que según la tradición reinó entre los años 2698 al 2598 a. C. 262. (*) [N.d.D.M.] «Büsching, bien conocido de los literatos, da a toda la China 150 millones de almas, a lo más; toda la Europa 133.500.000 y la Chinilla dice que en su tierra hay más de 200 millones». [N.d.E.] Gil hace referencia a Anton Friedrich Büsching (17241793), teólogo, educador, historiador y geógrafo alemán. 263.  [N.d.E.] Repárese en que Gil afirma haber visto el manuscrito original de la carta remitida al Diario de Madrid, lo que hace suponer que el clérigo tuviese amistad con el Censor Mensual quien, como él, era también un clérigo literato, el helenista Pedro Estala. Ceballos responderá a esta crítica en la carta 21, firmada por el Expresado. Cf. Disputa sobre la belleza, Carta n.º 21, [N.d.E.] 307. 369

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caracteres eternos las proporciones que debe tener una mujer para ser hermosa? Iba a añadir el No, ciertamente de Vmd., cuando me interrumpió el Abate diciendo: ¡medrados estamos! ¿Ahora salimos con eso, al cabo de las once? Sí, señor, D. Simplicio (me llamo Simplicio, para servir a Vmd.). En el cielo están escritas esas y otras muchas proporciones que ignoran los engreidillos, miserables mortales, por más que se esfuerzan en calcular las fuerzas de la naturaleza, y en investigar los principios y fines de sus inaveriguables obras. ¿Se persuade Vmd. a que la grande y poderosa causa que produjo las cosas, las dio existencia ciegamente, sin tener de cada una de ellas una idea fija, sino a salga lo que saliere?... ¿Y por qué no? respondí yo. La casualidad, la nada, el puro purísimo capricho son los autores de las reglas de la belleza, y de las proporciones adoptadas y si no, sírvase Vmd. explicarnos de dónde provienen las diversas opiniones que tienen de lo hermoso una Circasiana, y una Pekinesa? ¿De dónde? De la extravagancia y el capricho, respondió el Abate. Vea Vmd., Sra. Chinilla, ¡qué respuesta! Antes decían que las proporciones de lo bello están escritas con caracteres indelebles; ahora saltan con que las proporciones que dan a lo hermoso estas otras son efectos del capricho: ajústeme Vmd. estas medidas. ¿Sabe Vmd. qué digo?, que todos los Anti-Bocequillas son por naturaleza inconsecuentes, como Vmd. lo ha hecho ver con tanta fidelidad264 de la Defensora, citando las páginas y todo.265 Según esta doctrina, también dirán que las reglas del bello moral están escritas en el Cielo y que los extravíos y horrores que se ven en 264.  [N.d.E.] Repárese en la crítica de Gil a la aparente incoherencia de Malaspina, redundando en las acusaciones de inconsecuencia que Ceballos le había lanzado en su última carta, firmada por la Chinilla. Al mismo tiempo que Alejandro defendía la existencia de un bello esencial, afirmaba que, en el caso específico de la belleza humana, esta se basaba en el capricho. Más adelante y en su Meditación, Alejandro tratará de conciliar ambas opiniones introduciendo una distinción, parecida a la del abad Yves-Marie André, entre el bello esencial y el bello del gusto, o del capricho. 265.  [N.d.E.] La presencia de citas textuales de sus contrincantes indicando la paginación exacta en el Diario de Madrid constituye uno de los rasgos inequívocos de las cartas de Ceballos. Cf. Carta n.º 17.2, [N.d.E.] 239; Carta n.º 21, [N.d.E.] 309; Carta n.º 29, [N.d.E.] 410, 437. 370

Disputa sobre la belleza

tantas Naciones del globo son efectos del capricho y depravación humana. ¡Otra que tal! Que están escritos en el cielo…, vete a buscarlos allá… Pero a todo esto ya tiene Vmd. respondido satisfactoriamente, diciendo que eso no viene a nuestro asunto.(*)266 ¡Bravo! esa respuesta sí que es sólida y de peso; que la levanten los Anti-Bocequistas. Me parece que voy entrando tal cual en la doctrina Bocequi-Chinesca: pero mire Vmd. que si me dicen que eso de no vienen a nuestro asunto es saltar las bardas, yo no sé qué hacerme, porque el atolladero que preveo es más hondo y peligroso de lo que se piensa allá en la China.267 Pero hablemos de otra cosa… Se concluirá.

19.2. Diario de Madrid del domingo 30 de agosto de 1795 (Manuel Gil) Concluye la carta de ayer. Hasta este punto, Señora Chinilla de mi alma, había guardado un profundo silencio la Sra. Defensora de la belleza, y deseando yo averiguar su modo de pensar para planteárselo a Vmd., la provoqué a hablar diciéndola: muy calladita está Vmd., Señora: parece que la Chinilla y los Boceca le han impuesto silencio haciéndole conocer sus desbarros. ¡Ah, D. Simplicio! ¡D. Simplicio! (me respondió arqueando las cejas) pida Vmd. a Dios que, si por 266. (*) [N.d.D.M.] «Transición Chinesco-Bocecal, o almacén de transiciones. La carta de la Defensora estaba confusa y sin método, según la Escuela de los Bocecas, porque le faltaban estos primores de elocuencia». [N.d.E.] En la carta de la Chinilla, Ceballos había criticado la carta anterior de la Defensora afirmando que su despliegue de cita de autores clásicos no le había convencido de la existencia de una belleza esencial, afirmando: «Todo esto demuestra mucha erudición, pero no dice a nuestro asunto» (cf. Carta n.º 17.2). 267.  [N.d.E.] Interpreto este hondo atolladero como una muy probable alusión de Gil a la imposibilidad de publicar el viaje como planeaba Malaspina, por su falta de claridad y de dominio del castellano. 371

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casualidad viene a parar en pastor, haga de modo que no le vengan más lobos a su ganado.268 ¿Qué quiere que diga sobre ese asunto, si veo que ni siquiera se tocan por encima las razones filosóficas y muy filosóficas que puse en mi carta, y luego se clama adephesios [sic] que la cuestión está tratada poco filosóficamente?269 ¿No hablé de la sensibilidad de nuestra alma a la presencia de ciertos objetos y del efecto necesario que deben causarnos estos por su figura, por sus cualidades, y por el modo con que hieren las fibras sensibles?270 No insinué la analogía de ciertas figuras y efectos físicos con las disposiciones absolutas y relativas de nuestro cerebro, y de nuestro espíritu? ¿No dejé casi tocadas un millón de consecuencias sobre el juicio prudente y racional que se debía hacer acerca de que cosas llamadas bellas afectan nuestros tejidos 268.  [N.d.E.] Nueva broma de Gil, alusión humorística a su identidad como clérigo, pastor de almas. 269.  [N.d.E.] Alusión a las pretensiones de profundidad filosófica de las cartas al Diario de Malaspina. Alejandro consideraba la teoría estética como un tema donde podían abordarse los temas principales de la filosofía, e inclusive consideraba que la admiración que producían al filósofo los objetos hermosos de la naturaleza suponía el verdadero fin de toda filosofía. En su Meditación, al introducir la cuestión de la belleza, Malaspina hizo mención a sus intervenciones en la Disputa sobre la belleza, indicando que su objeto había sido intentar dar mayor alcance filosófico a la discusión sobre lo bello en el Diario de Ma­ drid, lo que le llevó a autocalificarse como autor mohíno —esto es, en el lenguaje de los juegos de naipes, aquel jugador contra el que apuestan todos los demás—: «No parecíame otra la idea del autor mohíno, sino convidar a los campeones a que extendiesen sus miradas a algo más de una frente, un pie o una pintura, no olvidasen la clase del papel en que publicaban sus reflexiones y, sobre todo, variasen los asuntos, dejando correr a su albedrío y con mayor provecho y entretenimiento del público, aquel caudal de ideas doctas y amenas de que se les veía constantemente adornados» (Meditación, [p.d.C.] [3]). Unas líneas después, Alejandro confesaba que el objetivo al escribir su Meditación era finalizar aquel trabajo que fue interrumpido por su detención y confinamiento en el castillo de San Antón: «En este solo concepto heme decidido ahora, en medio de mi soledad, a dar mayor ensanche y claridad a aquellos apuntes […]. He procurado dar a esta Meditación aquel semblante filosófico de que es digna, siendo así que en ella sola se reúne todo lo que alcanzan la filosofía más sublime y la felicidad más sólida del hombre» (Ibid. [p.d.C.] [4]). 270.  [N.d.E.] Esta atención a las formas en que los objetos bellos afectan las fibras sensibles es una referencia a las teorías psicológicas sensualistas de los filósofos empiristas Locke y Condillac, los cuales habían sido tomados como apoyo en las cartas de Ceballos para ofrecer una explicación subjetivista del origen de la idea de la belleza a partir de la experiencia sensible (cf. Carta n.º 17.2, [N.d.E.] 242, 243; Carta n.º 23.2, último parágrafo). 372

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blanda y deliciosamente por razones, no quiméricas, sino dictadas por la misma naturaleza? ¿No me he valido para este efecto de verdades averiguadas por los mayores Naturalistas y Filósofos de nuestro siglo? ¿Mi lenguaje ha sido otro que aquel en que se han entendido los hombres más sabios, desde Platón hasta Bonet,271 desde Crinias272 hasta Wickelman [sic]?273 ¿Será capaz una débil obstinación de privar a la verdad de sus resplandores, ni de amortiguar sus brillos la niebla despreciable de un sofisma? No, santa verdad: tú triunfarás de todos los sofistas del mundo, y el mundo mismo será quien te haga esta justicia. Señor D. Simplicio, la cuestión sobre la belleza es más extensa de lo que parece: exige una multitud de conocimientos análogos, que se encuentran difícilmente juntos en un sujeto. Para esta causa hemos visto unas veces confundir la belleza primitiva y esencial con la ideal y con la individual; otras pedir una definición exacta de la belleza, sin hacerse cargo de que son muy contadas las cosas de este mundo que hasta ahora se hayan definido, sin que por eso haya llegado nadie a la debilidad de negarlas la existencia. El magnetismo, la electricidad, la comunicación de alma 271.  [N.d.E.] Gil escribe erróneamente Bonet. Charles Bonnet (1720-1793), filósofo y naturalista suizo, uno de los máximos exponentes del arquetipo de la Scala Naturae en la filosofía natural del siglo xviii, en la que introdujo elementos transformistas, a pesar de mantenerse anclado a una idea fijista de la creación. Su obra más influyente fue la Contem­ plation de la nature, de 1764. Cf. Bonnet (1764). Alejandro Malaspina recurrió al mismo esquema teórico como principio máximo organizador de su visión de la naturaleza, de la antropología y de la estética, Así, en su Meditación, establecía que «pasar de la contemplación de un gusano a la contemplación estática del Autor de la Naturaleza es trastocar las ideas, y lo grande y majestuoso con lo pequeño o imperceptible. Cuando, al contrario, examinando el orden invariable y la casi infinita variedad secundaria, con que se nos presenta, vemos una escala, donde, corriendo o descansando a nuestro placer, y a medida de nuestras fuerzas, nos elevamos finalmente a la belleza mental, esto es, al Autor del orden y conservación del Universo» (Meditación, [p.d.C.] [17]). 272.  [N.d.E.] Gil escribe erróneamente Crinias, aunque muy probablemente se refiere a Critias (460-403 a. C.), sofista y escritor ateniense, tío carnal de Platón. 273.  [N.d.E.] Gil escribe erróneamente Wickleman, refiriéndose a Juan Joaquín Winckelmann (1717-1768). Cf. Carta 16, [N.d.E.] 8. 373

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y cuerpo, la generación, etc., etc., etc., millones de cosas semejantes a estas en todas las ciencias prueban esta verdad. Otras veces hemos visto formar esta consecuencia: se controvierte una cosa, luego la tal cosa no existe; ilación de que se quejaran cuantas hilanderas lógicas hilen un poco delgado; otras, llamar aforismo filosófico desatinado a una sentencia de Eurípides,274 que no es otra cosa que el axioma vulgar y sabido: lo que no es, no es, verdad eterna y esencial que jamás podrá ser desatino; otras, finalmente, se desconocen voluntariamente ciertas verdades geográficas y físicas por la furiosa manía de impugnar y de salirse con la suya, sin ver que es una ofensa de la verdad, de la naturaleza y aun de sus mismos ingenios, que no pueden menos de darse por sentidos. Porque ¿en qué imaginación cabe que el cielo no haya de ser más hermoso que la tierra, la luz que las tinieblas, la rosa que el cardo, y que un murciélago haya de igualarse en belleza a una oropéndola, guacamayo o jilguero? ¡Hermosa y grande naturaleza! ¡Qué ideas tan trocadas y desemejantes tienen de ti los hombres!275 ¿Mas, qué mucho, si desconociendo tus verdaderos efectos y tu vastísimo influjo, hay quien llame desgraciados a los hombres que te atribuyen tus más puras y genuinas producciones? ¿Qué mucho, si llega a tanto la ceguedad que no advierten tu poder y tu fuerza en los más refinados y convidados artificios? ¿Qué mucho, si te separan de las ciencias humanas y creen que degrada al hombre lo que tú y solo tú les enseñas! Separan la Naturaleza del artificio, ¿y querían semejantes espíritus que les reconozcan por filosóficos? ¿Hay filosofía que ignore que es natural el ascenso de unos líquidos y la suspensión de otros, el trueno y el rayo 274.  [N.d.E.] Cf. [N.d.E.] 171, 172, Carta n.º 12.3. 275.  [N.d.E.] Aquí Gil hace, efectivamente, un buen resumen de los argumentos esgrimidos por Malaspina para defender la existencia de la belleza esencial. Tal vez Gil, con este ejemplo, pretendiese hacer ver a Malaspina la necesidad de que alguien sintetizara en un castellano inteligible sus desordenados argumentos. 374

Disputa sobre la belleza

artificial, el movimiento de un reloj, el aumento de un microscopio, la reflexión de la luz, la fuerza que lleva un bajel contra la dirección de los vientos, y otros muchos fenómenos que admira el sabio, ejecuta el filósofo, y uno y otro reconocen por efectos naturales, naturalísimos, necesarios a la misma naturaleza que los obra? ¿En qué imaginación cabe que en los pueblos más cultos no existe la naturaleza, y que el estudio y el arte desnaturalizan a la especie humana?276 Semejante modo de pensar pudo acreditar a un ingenio sublime y elocuente sin segundo, como una muestra, un alarde, una bizarría de erudición, sutileza y arte de encantar con las palabras: la Europa toda le hizo justicia, y le declaró Filósofo; pero la misma Europa le hubiera despreciado si el mismo Filósofo no se hubiese adelantado a despreciarse a sí mismo en aquel modo de pensar, puramente caprichoso, y a hacer ver que tenía otro juicio formado de la naturaleza más sólido, más recto, más verdadero y más provechoso al linaje humano. Es más difícil de lo que se cree vulgarmente, un pensamiento original: el encontrar nuevos sentidos es dado a pocos... Señora Chinilla: yo no tuve paciencia para oír charlar más a la Sra. Defensora.277 De bachillera, y muy bachillera quedó graduada por mí como lo estaba por Bocequilla;278 aguardar a que acabase el discurso era obra larga, pues yo no sé si habrá concluido a estas horas.279 Con que, sin decir oste ni poste [sic], cogí mi 276.  [N.d.E.] Cf. Disputa sobre la belleza, Carta n.º 17, [N.d.E.] 233. 277.  [N.d.E.] Gil parece dar a entender que, en alguna conversación, el propio Malaspina le habría comunicado sus argumentos en defensa de la belleza, después de leer la última carta en la que Ceballos exponía los defectos y contradicciones del escrito de Alejandro. 278.  [N.d.E.] Cf. Carta n.º 13, [N.d.E.] 178. 279.  [N.d.E.] Nuevo comentario irónico sobre la prolijidad y los inacabables circunloquios de Malaspina, que siempre comenzaba por detallar todos los pormenores que debían ser tenidos en cuenta antes de ir directo al asunto principal, lo que, en ocasiones, hacía poco claros sus discursos, delante de la enorme cantidad de asuntos tratados. Recuérdese que por estas fechas aún estaba abierta la profunda herida que había causado en Malaspina el rechazo por parte de Gil de su Plan de publicación del viaje y sus críticas abiertas al «estilo medio arabesco de Malaspina». Cf. Jiménez de la Espada (1881: 411). 375

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sombrero y la dejé con la palabra en la boca y con el estantigua de su Abate. En lo que yo he reparado es que no saben una palabra de patagones, islas, mares, trópicos, etc.: los libros de viajes creo que solamente se leen en la China, y solo ahí se sabe lo que hay en Tahití, esto es Galateas y Arcángeles a docenas.(*)280 Tampoco dijo una palabra acerca de que en la Nueva Holanda, se encuentran temperamentos correspondientes a los de Italia, Grecia y España, descubrimiento de Vmd. solita, con el cual ha falsificado aquel antiguo refrán de que una golondrina no hace verano. En fin, la Defensora de la belleza está aburrida, y sin ánimo para escribir ya ni una palabra. Sírvala a Vmd. esto de satisfacción, y sírvala también de una prueba de la amistad y afecto que le profesa su nuevo Admirador y adorador de narices chatas.281 Don Simplicio.

280. (*) [N.d.D.M.] «Las Damas de la Isla de Tahití, que debían servir de originales a la Galatea de Rafael, son algo puerquillas: por esta causa crían tantos cáncanos o piojos, que están continuamente con las manos en la cabeza en figura de vaso etrusco. Luego que cazan algo y aun algos, en lugar de matarlo o tirarlo, lo llevan a la boca, y se lo comen. Así son las Galateas, las Deidades de la Chinilla y aprobadas por el Sr. Boceca». [N.d.E.] Repárese en cómo la ironía de Gil se dispara tanto sobre Malaspina como sobre Ceballos. En primer lugar, al afirmar que Malaspina y Ceballos no saben «nada de patagones, ni de islas y mares…». En la nota originalmente aparecida en el Diario que acompañaba a este comentario, Gil aludía además a que las mujeres polinesias, aunque algo «puerquillas», habían sido aprobadas por el Sr. Boceca. Interpreto esto como una alusión al comportamiento de Ceballos con las nativas de la isla de Tonga. Vide supra, capítulo 3, nota 97; véase también Carta n.º 4 de la Disputa, (*) [N.d.D.M./N.d.E.] 45; Carta n.º 12.3 [N.d.E.] 164, 174; Carta n.º 24, [N.d.E.] 361. 281.  [N.d.E.] Nueva alusión nasal a Malaspina. Gil reivindica sarcásticamente el valor estético de las narices pequeñas para defender los argumentos de la Chinilla de nariz chata (Ceballos) frente a los del narigudo Malaspina. Cf. Carta n.º 15, [N.d.E.] 200; Carta n.º 19, [N.d.E.] 255; Carta n.º 23, [N.d.E.] 335. 376

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20. Diario de Madrid del jueves 3 de septiembre de 1795 (Ciriaco de Ceballos) A la Madrileña de los Acompañantes.(*)282 Mi estimada Sra.: A los autores de obras inicuas les honra mucho quien los critica. Este odioso canon hubo de tener presente mi altivo maestro, cuando prohibió a sus discípulos que descendiesen del empinado solio para instruir y responder a Vmd.283 Pero yo, que gracias al cielo soy, aunque China, más cristiana que Bocequista, no dejaré de cumplir con la más grande y la más santa obra de caridad, enseñando al que no sabe.284 Vmd. no pudo resistir la tentación de ser autora,285 y pecó. Nada quiere decir esto; está su merced absuelta, pero es necesario un firme propósito de la enmienda; y con el loable fin de facilitarlo, manifestaré algunos de los muchos errores que contiene su tan descortés como desconcertada epístola. Si Vmd. hubiese tomado la pluma para impugnar las opiniones del Sr. Boceca, y sustituir en su lugar otras más fundadas, todos disimularíamos el tuerto en favor de la buena voluntad; pero 282. (*) [N.d.D.M.] «Léanse los Diarios de 14 y 15 de agosto. El público conoce dos Madrileñas, la Graciosa y la Sin-Sal. Confundir a la primera con la segunda sería lo mismo que confundir a Mengs con cualquiera de los comprofesores obsequiantes». [N.d.E.] Con esta nota, Ceballos comienza su ataque argumentativo contra Gil (la Madrileña Sin Sal, autora de la Carta n.º 15) y los pintores Bambrila y Ravenet (comprofesores de bellas artes que ayudaron a redactar la Carta n.º 16, de la Pintora, firmada por R.xF.). 283.  [N.d.E.] La exaltación del primer Boceca y la asunción de su linaje Bocequil son características comunes de todas las cartas que he atribuido a Ceballos. 284.  [N.d.E.] Nueva muestra del espíritu ilustrado de los participantes en la Disputa —en este caso Ceballos—, quienes pretendían dotar a sus cartas al Diario de Madrid de una intención didáctica, formadora de opinión pública. Cf. Disputa sobre la belleza, Carta n.º 4.2 y Carta n.º 18. 285.  [N.d.E.] Repárese en que tanto Malaspina (asistido por Fernanda O’Connock, en el caso de la Defensora de la Belleza) como Gil (la Madrileña Sin Sal), Bambrila y Ravenet (la Pintora, R.xF.), así como Ceballos (la Chinilla), escogieron seudónimos femeninos en algún momento de la Disputa. 377

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embarrar un Diario para decirnos que la visitan dos obsequiantes comprofesores currutacos,286 sin preceder aviso de la criada (¡miren qué desatención!); que sobre no ser discreta tampoco es muchacha, etc., etc. Todo esto que no viene al caso, es intolerable aun en una mujer. Esto es en cuanto a Vmd. Por lo que hace a sus obsequiantes, escuche cómo habla el más currutaco hacia el fin de la pág. 922. En la pintura, poesía, etc., lo bello no depende de la exacta imitación, porque siendo feo el objeto copiado, también lo será la copia. Y luego celebrarán a los eruditos de enciclopedia; esto, esto se llama saber... ¡Hombre bueno, hombre santo, Vmd. confunde lo hermoso natural con lo hermoso de imitación!:287 lo bello de un retrato no lo constituye lo bello del individuo retratado, sino la exacta conformidad entre el original y la copia: perfeccio imaginis in similitudine cum re, cuius imago consistit.288 Supongamos que un comprofesor pintara un Esopo289 y supongamos más, que lo 286.  [N.d.E.] Nueva alusión irónica a los pintores Bambrila y Ravenet, a quienes Ceballos tilda de currutacos, un calificativo con el que, a final de siglo, sobre todo a raíz de la guerra con Francia, comenzó a ensalzarse la elegancia de la moda española frente al afrancesamiento de los petimetres (cf. capítulo 3, nota 94; Carta n.º 15, [N.d.E.] 191, 195 y 196). Posiblemente, Ceballos empleó este adjetivo para mofarse de los extranjeros Bambrila y Ravenet, por su patriótica defensa de las teorías estéticas del español Nicolás de Azara (cf. Carta n.º 16.2, [N.d.E.] 227). A finales de siglo xviii, el «currutaco» irrumpió entre los tipos populares madrileños, junto con majos, manolos y petimetres, para representar una nueva figura de elegancia al estilo español, por tanto, una belleza más nacionalista, más patriótica, más autóctona. El mundo de la currutaquería estaba cerrado a una buena parte de la población, no podía ser todo el mundo «currutaco», mucho menos siendo extranjero, como era el caso de los pintores Ravenet y Bambrila. En realidad, el currutaco representaba al verdadero madrileño castizo, que vestía a la moda de la capital: un currutaco de provincias en Madrid sería un elegante de segunda clase, un simple guapo o, como se decía en el Madrid de la época, no hubiera sido más que un «pirraca». Petimetres, currutacos, majos, manolos y pirracas conformaban el conjunto de lo que hoy llamaríamos tribus urbanas del Madrid elegante de la época, reflejando la clara división de la clasista sociedad madrileña en sus diferentes indumentarias, comportamientos, forma de hablar, etc. Cf. Martínez Ruiz (2007: 354). 287.  [N.d.E.] Alusión a las teorías estéticas de Yves-Marie André. Cf. Carta n.º 4, [N.d.E.] 23. 288.  [N.d.E.] La perfección de una copia consiste en la similitud con el objeto representado. 289.  [N.d.E.] Esopo (aprox. 600-554 a. C.), fabulista griego, aunque posiblemente de origen africano. La tradición dice que su aspecto era horrible, un hombre deforme y jorobado. 378

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pintara con toda la perfección posible. Vmd. sería el primero que extendiese la mano para palpar las gibas del célebre fabulista, y Vmd. sería el primero que exclamaría: ¡hermoso retrato, bellísima pintura! Mas pregunto yo ahora, ¿es hermoso el original? No, señor; luego en las artes de imitación lo bello no depende de la hermosura de lo imitado, sino de la exactitud con que se imita. ¿Me ha entendido Vmd? No, señor, porque soy un poco lerdo… Pues el Censor mensual se lo explicará con aquella gracia y claridad que le son características. El Sr. Boceca está muy en los pañales, ignorando que la anatomía llegó en tiempo de Apeles a un superior grado de perfección (p. 923). Cada golpe es un gazapo. Si el tiempo que el Sr. Comprofesor malgasta visitando de sorpresa a las sexagenarias de nuevo cuño lo emplease en leer hojas sueltas, sabría todo lo que debe aquella ciencia a los Carpios,290 Silvios,291 Guinterios,292 Servetos,293 Willis,294 Douglas,295 Haveros,296 Lagunas,297 etc., etc. Sabría todos 290.  [N.d.E.] No he podido identificar el autor al que se refiere Ceballos. 291.  [N.d.E.] Sylvius, sobrenombre del médico y anatomista germano-holandés Franz de la Boe (1614-1672). Diversas estructuras anatómicas del cerebro, como el acueducto de Silvio, la cisura de Silvio o el ventrículo de Silvio fueron nombrados así en su homenaje. 292.  [N.d.E.] Johann Winter von Andernarch —lt. Joannis Guinterii Andernacei— (1505-1574), médico e historiador de la medicina alemán, tradujo a Galeno y muchos otros clásicos de la medicina. 293.  [N.d.E.] Miguel Servet, nacido Miguel Serveto y Conesa (1511-1553), médico, científico, teólogo y librepensador español. En el «Libro V» de su su obra Christianismi restitutio (Restitución del cristianismo) aparece la primera descripción occidental de la circulación pulmonar de la sangre. Murió en la hoguera, condenado a causa de sus ideas religiosas por el calvinismo. 294.  [N.d.E.] Thomas Willis (1621-1675), médico y neuroanatomista inglés, fue uno de los fundadores de la Royal Society. 295.  [N.d.E.] James Douglas (1675-1742), anatomista y obstetra escocés. Varios términos anatómicos, como por ejemplo el fondo de saco de Douglas, llevan su nombre. 296.  [N.d.E.] William Harvey (1578-1657), médico inglés, describió el sistema de circulación de la sangre en el cuerpo humano, inspirado por los trabajos de Descartes y Miguel Servet. 297.  [N.d.E.] Andrés Fernández Velázquez y Laguna (circa 1510-1559), conocido como el doctor Laguna, fue médico de cámara del emperador Carlos V, además de destacado botánico y filósofo humanista. 379

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los descubrimientos hechos en los tiempos posteriores, y sabría otras muchas cosas que debe estudiar antes de meterse en contiendas, no digo yo con Murciélagos, de la corpulencia de Boceca, pero con el último de sus Bocequillas, con el postrero de los Murcielaguelos.298 Nadie ignora que Apeles hizo el retrato de Alejandro, y que Alejandro era discípulo de Aristóteles; pues mire Vmd., este mismo Aristóteles confiesa que sus contemporáneos nada sabían, o sabían poco, de la estructura del cuerpo humano y que todos sus juicios en este asunto estaban apoyados sobre las observaciones hechas en el examen anatómico de los otros animales. Ex quo colligi­ tur299 que el Sr. comprofesor es un pobre en materia de noticias… Que la belleza afecta a todas las vicisitudes de la moda es otra proposición propia del Sr. Boceca, y tan propia que conocería yo a cien leguas el padre que la engendró. Ya no se estilan los ojos azules, decía un célebre crítico Español, cuyos escritos nadie cita y aprovechan muchos. Mr. Buffon300 nos cuenta también que los Antiguos de este continente estimaban mucho algunas facciones que son de poca valía para los modernos. Hace 20 años, si acaso los hace, se arrancaban las señoras mujeres el pelo para ensanchar las frentes; quiere decir que hace 20 años gustaban y eran de moda las frentes espaciosas. En el día sucede todo lo contrario: en el día gustan y son de moda las frentes angostitas; pero las frentes, siendo una parte constitutiva del semblante, son por consecuencia una parte constitutiva de lo que llamamos hermosura,(*)301 luego la hermosura está expuesta a todas las vicisitudes de las modas quod erat demostrandum.302 298.  [N.d.E.] Cf. Disputa sobre la belleza, Carta n.º 13; Carta n.º 16.2, [N.d.E.] 223. 299.  [N.d.E.] Locución latina: «de lo que se sigue». 300.  [N.d.E.] Georges Louis Leclerc, conde de Buffon (1707-1788). Científico y naturalista francés. Su Historia natural en 44 volúmenes constituye un hito en la historia de las ciencias naturales, e influenció notablemente a científicos posteriores, como Lamarck y Darwin. 301. (*) [N.d.D.M.] «Cuando digo hermosura, entiendo por esta palabra lo que entienden los hombres, no lo que deba entenderse». 302.  [N.d.E.] Locución latina: «lo que se quería demostrar». 380

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He respondido, señora mía, a todos los cargos que Vmd. y sus comprofesores hicieron a mi amigo y maestro. Por lo que toca a los Señores Mengs y Azara, hablaremos otro día;303 entretanto queda su afectísima, La Chinilla.

21. Diario de Madrid del viernes 4 de septiembre de 1795 (Ciriaco de Ceballos) Señor Diarista: ¡Con que hay gentes tan benditas que creen cierto aquello de volar los Diarios de Vmd. desde Madrid a la China!… Vmd. se chancea. Eso es imposible. Ni me chanceo ni es imposible, y si no, mire su señoría el tono grave y formal con que nos dicen que un globo no puede salir de la masa circulante:304 como si ignoráramos que un cuerpo pesado no puede elevarse sobre las puras y leves sustancias del éter, como si ignoráramos que el globo más ligero no puede serlo tanto como el cerebro de un Abate estantigua y chato, que sin tener la competente provisión de conocimientos filosóficos se cubre de ridículo, hablando de lo 303.  [N.d.E.] Ceballos recurre de nuevo a la famosa «transición Bocecal», o sea, a sa­­ lirse por la tangente cuando no quiere discutir sobre cierto asunto —en este caso, la teoría estética de Mengs y de Azara— aludido por los contrincantes. Cf. Carta n.º 19, [N.d.D.M.] 266; Carta n.º 21, [N.d.E.] 313; Carta n.º 25, [N.d.E.] 368; Carta n.º 29, [N.d.E.] 417. 304.  [N.d.E.] Aquí Ceballos intenta ridiculizar las críticas que había recibido por parte del padre Gil (Don Simplicio) referidas a su carta anterior, firmada por la Chinilla. D. Simplicio había escrito: «Será Vmd. hombre para fingir aquel gracioso modo de llevar las cartas a Pekín en un santiamén sacando el globo… (advierta Vmd. esto, Señor Físico, advierta Vmd. esto)… sacando el globo fuera de la masa circulante? Esto es fingir con verosimilitud y sabiduría. Dígame, ¿acertaría como la Chinilla y el Bonzo traductor a poner la fecha la mitad en Chino, y la otra mitad en Castellano?». Cf. Carta n.º 3, [N.d.E.] 8; Carta n.º 5, [N.d.E.] 49; Carta n.o 19, [N.d.E.] 259. 381

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que no entiende.305 Sr. Diarista, no hay que dudarlo: tomaron al pie de la letra el gracioso invento de la China; especie que haría reír al mismo mismísimo Heráclito.306 Pero también le haría llorar aquello del cielo y los 300 Años. En aquello hay una equivocación de tres siglos, pero la circunstancia de ser tres siglos justos, ¿no prueba un descuido del copiante? La carta impresa dice 29 y medio siglos, la original debió decir 26 y medio; todo el error depende de haber invertido un 6, con lo cual quedó hecho un 9. Equivocación facilísima cuando se escribe precipitadamente.307 En prueba de esta verdad y sin salir de la misma carta le manifestaré a Vmd. otro error de la propia especie, y todavía más abultado. Hablando del Tekin, que es el libro tercero del Lukin, atribuido a Fohi,308 dice el borrador del Bonzo lineario, y el copista escribió literario, que es como se ve en la carta impresa, pág. 950, última línea.309 ¿Pero qué significa gastar tiempo y papel con tales reparillos? No tener qué decir en lo sustancial de la cuestión, no tener qué responder a los sólidos y concluyentes argumentos del Sr. Boceca. Mil veces he oído decir a este caballero que el ciclo chino empieza el año octavo del reinado de Hoangti,310 esto es, 2647 305.  [N.d.E.] Repárese en el sarcástico comentario de Ceballos sobre Gil: abate estantigua y chato, que se mete a ironizar sobre astronomía sin entender nada del asunto, cubriéndose de ridículo. 306.  [N.d.E.] Heráclito de Éfeso (540 a. C-480 a. C.), filósofo griego, conocido en la tradición literaria y artística de Occidente como «el filósofo que llora» en contraste con la alegría de Demócrito, «el filósofo que ríe». Heráclito defendía el carácter efímero y la mu­­ tabilidad de todo lo creado, así como la identidad de los contrarios. Solo se han conservado fragmentos de sus obras. 307.  [N.d.E.] Ceballos admite y reconoce la errata que contenía su carta original, y que Gil había hecho notar, asegurando haber «visto el original que dirigió Vmd. misma de su puño al Diarista y como allí se dice, o dice Vmd. expresamente que Hoangti reinaba 29 siglos y medio antes de J.C., les tapé la boca». Cf. Carta n.º 17, [N.d.E.] 229; Carta n.º 19, [N.d.E.] 261. 308.  [N.d.E.] Fo-Hi o Fu-Xi, héroe y emperador mitológico, mitad hombre y mitad serpiente, al que la tradición atribuye la invención de la escritura, la casa y la pesca. 309.  [N.d.E.] Las citas textuales indicando la paginación original de las frases aludidas en el Diario de Madrid constituyen uno de los rasgos distintivos de las cartas que he atribuido a Ciriaco de Ceballos. Cf. Carta n.º 17.2, [N.d.E.] 239; Carta n.º 19, [N.d.E.] 265; Carta n.º 29, [N.d.E.] 410, 437. 310.  [N.d.E.] Vide supra, en esta carta, [N.d.E.] 307. 382

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antes de J.C. ¿Y sabe Vmd. qué opinión sigue en este asunto? La de un autor célebre que imprimió en Ámsterdam una historita de la filosofía china, tan pequeña como preciosa. Por lo demás, sabe muy bien el Sr. Boceca que en las memorias de la Academia de inscripciones se dice que Hoangti reinó 2455 años antes de J.C. y no 2647; pero en materia de opiniones cada uno sigue la que le parece más probable, siendo esta la razón por la que no disminuiré en un solo individuo la población que la Sra. Chinilla da a su tierra; pues si Büsching311 la supone de 130 millones, Reynal [sic]312 la cree de 200 y, autoridad por autoridad, aténgome a la de Reynal y aténgome al dictamen de los que han respirado el aire de aquellas regiones. Por lo que hace a la transición Bocecal, está salvada con aquello de hábleme de otra cosa.313 Estoy concluyendo un tratado de la ley de continuidad y cuando se haya publicado, sabrá Vmd. lo que son transiciones. El Sr. Boceca se entenderá con Vmds. en todo lo que toca a la cuestión principal:314 mi objeto ha sido solo desembarazar la plaza de estorbillos, para que mi amigo pueda con libertad esgrimir la durindaina [sic]: conozco su tesón y no la dejará de la mano mientras no acabe con cuantos Simplicios, Abates y Comprofesores se presenten sobre el campo. Soy de Vmd. afectísimo amigo, El Expresado. 311.  [N.d.E.] Cf. Disputa sobre la belleza, Carta n.º 19, [N.d.D.M.] 262. 312.  [N.d.E.] Guillaume-Thomas Raynal (1713-1796), escritor y filósofo francés. Su obra más influyente fue la Historia filosófica y política de los establecimientos y del comercio de los europeos en las dos Indias, un verdadero alegato anticolonialista, que contribuyó a la difusión de la leyenda negra sobre la historia de la colonización española de América. Cf. Raynal (1770). 313.  [N.d.E.] Nuevo ejemplo descarado de «transición bocequil». Cf. Carta n.º 19, [N.d.D.M.] 266; Carta n.º 20, [N.d.E.] 303; Carta n.º 25, [N.d.E.] 368; Carta n.º 29, [N.d.E.] 417. 314.  [N.d.E.] El mismo tipo de alusión al Sr. Boceca y la promesa de responder a sus contendientes en futuras entregas de la Disputa puede encontrarse en las cartas anteriores de la Chinilla y de Bruneti Sarnism, que también atribuyo a Ceballos. Cf. Carta n.º 9, Carta n.º 20. 383

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22. Diario de Madrid del domingo 9 de septiembre de 1795 (Pedro Estala) Juicio de los Diarios de Agosto. […] Llegamos al punto que me hace temblar las carnes, pues preveo que me ha de costar caro el meterme en este berenjenal; quiero decir, la belleza, esencial, primitiva y diabólica, que en hora menguada se hubo de mentar en el Diario, para darme tanto que hacer, como recelo. Si los dos pájaros que defienden el pro y el contra315 fuesen de la calaña de la Señora R.x.F. de los días 14 y 15, poca pena pagaría yo, pues con decirla [sic] que no entendió la cuestión, y hacer palpables sus errores, estaba fuera de peligro: pero vaya Vmd. a meterse en este embrollo con los Bocecas, con las Madrileñas y las Chinillas, ¡gentecilla que corta un pelo en el aire! ¡Ay de mí, mezquino! Lo menos que sacaré de esta peleona será arañazos y repelones de una y otra.316 Si se contentaran ambas Señoras con que les dijese que sus cartas están escritas con la mayor gracia, llenas de las más sólidas reflexiones y de la erudición más amena, siendo así que la materia es tan seca y abstracta,317 podíamos quedar todos bien; pero no Señor, Vmd. ha empuñado la vara censoria, y ha de reventar o decir su juicio sobre la cuestión, so pena de degradarle, y dejarle para menguado. Válganos Dios, cativas hembras; vamos a ver si podemos componer a estas dos Señoritas.318 315.  [N.d.E.] El Censor Mensual, que conoce a los contrincantes, deja claro que se trata apenas de dos contendientes que defienden el pro y el contra, los dos pájaros son Malaspina y Ceballos, enmascarados bajo diferentes seudónimos. 316.  [N.d.E.] De nuevo el Censor Mensual deja entender claramente que la Disputa, en realidad, es un duelo a dos, entre Chinillas y Madrileñas, y que esas dos señoras son los mismos dos pájaros a los que aludió anteriormente, Ceballos y Malaspina. 317.  [N.d.E.] Repárese en el elogio del Censor Mensual a las cartas de ambos marinos-científicos, metidos a filósofos. Ciertamente, la erudición y el estilo ameno con que estos presentaban sus argumentos destacaban entre las contribuciones de los lectores al Diario. 318.  [N.d.E.] De nuevo, el Censor Mensual no deja dudas de que la Disputa consiste en un duelo entre las dos cativas señoritas, o los dos pájaros susodichos. 384

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Yo no dudo, Señora Madrileña, que existe una belleza esencial, independiente de toda convención y capricho de los hombres; las razones que Vmd. ha alegado, y otras muchas que ha omitido por no ser prolija, demuestran esta verdad con la mayor evidencia. Aún diré más: todos los hombres de todos los países y edades convendrán en esta belleza, siempre que no se llegue a tratar de la belleza relativamente a la especie humana, pues en queriendo descender a esto, cada uno echa por su lado. Por consiguiente, no deja de tener razón la Chinilla, cuando limitándose a este solo punto, no halla rastro de tal belleza. Ya se ve: si somos unos animalejos tan ridículos, que todo lo miramos por el anteojo de las pasiones, de las preocupaciones, etc., ¿qué extraño es que no podamos jamás ver la verdad pura en lo que más cerca tenemos? ¿Digo algo, o me rompo la cabeza? Ahora sí, porque he dicho sencillamente lo poco que entiendo en esta materia, la más ardua de toda la metafísica, quieren Vmds. Señoras mías, arañarme y repelarme, habré de tener paciencia, o impaciencia; si Vmds. me pegan muy fuerte, pero no por eso dejaré de serlas [sic] muy apasionado, y suplicarlas [sic] me perdonen el no haberme dilatado más, pues para esto sería preciso repetir mucho de lo que Vmds. han dicho ya con tanta gracia. Agur. El Censor Mensual.

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23.1. Diario de Madrid del jueves 10 de septiembre de 1795 (Ciriaco de Ceballos)319 Señor Don Isidro Calle Boceca:320 Perdone Vmd., Señor mío: que mi extremada condescendencia hacia una Dama que venero sobremanera321 me empeñe en 319.  [N.d.E.] Fernández y Manfredi (1998) atribuyeron de forma errónea esta carta —que niega la existencia de la belleza esencial y defiende los argumentos de Isidro Calle Boceca— a Alejandro Malaspina. Los citados autores basaron su equivocada atribución en un conjunto de débiles analogías con otros textos de Malaspina, sin realizar un cotejo exhaustivo del contenido de las diferentes cartas de la Disputa sobre la belleza con el texto de la Meditación filosófica. En resumen, los indicios apuntados por Fernández y Manfredi —que analizo con más detalle en las próximas notas— consisten en vagas semejanzas estilísticas (alto rigor lógico, uso de circunloquios, empleo de expresiones marineras) y temáticas (citas de Locke y Condillac, referencias al origen de las lenguas y a la felicidad del género humano) de la presente carta con otros textos de Malaspina. Sin embargo, se trata, en todo caso, de analogías muy generales, ya que expresiones marineras, citas a Locke/Condillac, circunloquios, rigor lógico… también se encuentran presentes en las cartas de Ceballos, a cuya autoría apuntan otros indicios mucho más sólidos y verosímiles. En primer lugar, a diferencia de todas las demás cartas de Malaspina —y al igual que todas las de Ceballos—, la presente carta niega rotundamente la existencia del bello esencial. Como en el resto de cartas de Ceballos, en el presente texto se elogian los argumentos de Isidro Calle Boceca, a quien el autor de la carta dedica su misiva, alabándole «las gracias del estilo» y otorgándole plenamente «la fuerza de la razón». Por tanto, el texto que nos ocupa es explícito al refutar la tesis fundamental de Malaspina y al colocarse del lado del clan de los Bocecas/Ceballos. Para el Hombre del Chalequillo y Corbatón, firmante de la carta que nos ocupa, la belleza esencial es solo una fantasía que apenas existe «en la imaginación del vulgo, no en las obras de la naturaleza». Por si eso no bastase, el seudónimo escogido por el autor de la misiva nos da otra pista clave acerca de su verdadera identidad. Recuérdese que Malaspina, en su primera carta al Diario de Madrid firmada como el Anónimo —donde habló de la tertulia en la que él y Ceballos habían iniciado la Disputa—, había aludido humorísticamente a Ceballos como un «hombre de corbatín desmesurado». Por su parte, recordemos que Ceballos había dedicado su primera réplica —firmada con el seudónimo de Isidro Calle Boceca— «al enemigo de los Corbatines grandes: por quien no los tiene chicos». Sumando todo este conjunto de indicios, parece evidente que el Hombre del Corbatón no es otro que el propio Ciriaco de Ceballos. Por si no bastase con todo lo anterior, la presente carta contiene argumentos contrarios a los sostenidos por Malaspina en la Meditación filosófica en relación con el valor estético de los colores blanco/negro —vide infra, [N.d.E.] 329—, lo que hace aún más inverosímil la hipótesis de Fernández y Manfredi. 320.  Repárese en que, como el resto de las cartas que podemos atribuir a Ceballos con total seguridad, el presente texto también establece algún tipo de filiación con las ideas expuestas por primera vez en el Diario por don Isidro Calle Boceca —es decir, por el propio Ciriaco de Ceballos—. En este caso, la carta va dirigida a Boceca, a quien se otorga plena razón en la polémica. 321.  [N.d.E.] Según la hipótesis de Fernández y Manfredi (1997), la «condescendencia 386

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meter también mi hoz en la mies de Vmd.,322 quiero decir, que me mueva a tomar alguna parte en la decisión de una cuestión que Vmd. ha sabido sostener con todas las gracias del estilo, y con la fuerza de la razón323 y que, tanto por esto como por el interés de ella, ha ocupado la atención general; permítame Vmd., pues, que le presente las siguientes reflexiones que me han ocurrido sobre ella, y cuente es S. S. S.324 El Hombre del Chalequillo y Corbatón. Examen de la cuestión sobre la Belleza, controvertida en los Diarios de Madrid, entre el Señor Don Isidro Calle Boceca y sus adversarios.325 Los hombres reunidos en sociedad han tenido que imaginar voces que, determinando los cuerpos sus relaciones y sus propiedades, les facilitasen los medios de comunicarse sus ideas; entre estas voces y aquellas que han sido aplicadas como nombres a las hacia una Dama» a la que alude la carta podría interpretarse como una alusión de Malaspina a su relación de estrecha amistad con la marquesa de Matallana. Sin embargo, resulta mucho más verosímil interpretar que Ciriaco de Ceballos está aludiendo aquí a su actitud de respeto hacia la Defensora de la Belleza —seudónimo con que aparecía firmada la carta coescrita por Malaspina y Fernanda O’Connock—, quien en su carta se había descrito a sí misma como «una Dama madrileña». Cf. Disputa sobre la belleza, Carta n.º 12.1. 322.  [N.d.E.] «Meter la hoz en mies ajena» es una expresión que también aparece en la carta de Malaspina del 10 de septiembre, donde el italiano afirma ser «enemigo de meter mi hoz en mies ajena» Cf. Disputa sobre la belleza, Carta n.º 6, [N.d.E.] 57. Esto podría interpretarse a priori como un posible indicio a favor de la hipótesis de Fernández y Manfredi. Sin embargo, se trataba de una expresión muy común en tiempos de Malaspina (y otros participantes en la Disputa, como Pedro Estala, la utilizan en repetidas ocasiones). Por tanto, considerando los argumentos expuestos más arriba, lo más verosímil es pensar que Ceballos, a su vez, empleó la misma expresión en esta carta. 323.  [N.d.E.] Repárese en que el autor de la carta atribuye desde el comienzo de su escrito la fuerza de la razón a los argumentos relativistas de Isidro Calle Boceca, es decir, a Ciriaco de Ceballos. 324.  [N.d.E.] «Su Seguro Servidor», una fórmula de despedida para cartas formales. 325.  [N.d.E.] Repárese en que el autor de la carta reduce la Disputa a una cuestión entre Boceca y sus adversarios, integrando a todos los Bocequillas, Chinillas, sobrinos y demás personajes bocequiles —apoyadores del relativismo estético— bajo la pluma de un único autor, o sea, del propio Ceballos. 387

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cosas, han producido siempre ideas fijas e invariables, porque esencialmente las cosas que han representado no han variado jamás, y consiguientemente las sensaciones que han producido en el hombre, ya en el momento de su presencia, o ya en el de la memoria de la misma presencia, han sido constantes, uniformes y determinadas. Pero aquellas que se han formado para anunciar la calidad de las cosas, y haciendo abstracción de las tales cosas, no han podido jamás tener aquel carácter decidido, porque no siendo representativos de ningún objeto físico, el hombre no ha podido fijar por medio de sus sensaciones las ideas que ha debido formarse de ellas, y que solo en las aplicaciones particulares puede determinar. No hay duda que en el principio de la formación del lenguaje,326 pudiera haberse evitado el gran inconveniente que acarrea para la clara percepción de nuestras ideas la indeterminación del verdadero significado de estas voces abstractas, pero entonces la multitud inconcebible de nombres propios que hubiera sido necesario crear hubiera imposibilitado el tal modo [sic] 327 el completo conocimiento del idioma, que no hubiera habido memoria ni tiempo bastante para abrazar ni aún la parte indispensable a los usos más comunes. En efecto, ¿bajo cuántas relaciones diferentes de tamaño, color, figura, sabor, etc., no puede considerarse cada cuerpo separadamente? Y fijando para cada situación un nombre determinado, ¿a qué prodigioso número no ascenderían los de un idioma? 326.  [N.d.E.] Esta breve referencia al origen del lenguaje fue otro de los elementos en los que Fernández y Manfredi (1998: 94) se basaron para atribuir la carta a Malaspina, argumentando que el italiano había escrito sobre el mismo tema en otras ocasiones. Sin embargo, a tenor del contenido de la carta y de los argumentos expuestos en notas anteriores, resulta mucho más verosímil pensar que Ceballos aludió al mismo asunto (por lo demás, un tópico filosófico común) en esta nueva defensa de las tesis de los Boceca. 327.  [N.d.E.] En favor de la hipótesis de Fernández y Manfredi (1997) podría interpretarse que la expresión «imposibilitado el tal modo» —en vez de «imposibilitado en tal modo»— podría ser una muestra del deficiente castellano de Malaspina. No obstante, es mucho más plausible —y mucho más verosímil, si atendemos al argumento de la misiva que nos ocupa— atribuir la expresión a una simple errata de imprenta en la carta de Ceballos. 388

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«… el jeroglifo o el símbolo del alma entre los egipcios era una mariposa o insecto volador con una apariencia de mariposa. La lengua griega usa una misma palabra para expresar el alma y este pequeño animal alado, Ψυχή (psyche)…». Alejandro Malaspina, Meditación filosófica. Imagen: insectos. José Guío (reproducido con permiso del Museo de América de Madrid).

Pero el inconveniente que se ha evitado con estas expresiones generales y abreviadas (digámoslo así) ha producido otro, tal vez tan funesto al progreso de los conocimientos humanos como lo hubiera sido la misma multiplicidad de signos. En efecto, esta vaga determinación de las voces,328 dando lugar a que cada individuo les dé una extensión más o menos limitada, ha producido 328.  [N.d.E.] El empleo de este tipo de circunloquios es otro de los elementos en los que Fernández y Manfredi (1998: 93) se basaron para atribuir erróneamente la carta a Malaspina. Sin embargo, como puede comprobarse a lo largo de la Disputa, Ceballos también empleó la misma figura retórica en muchas de sus cartas. 389

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necesariamente una gran dificultad de comunicar precisamente las ideas que concebimos de las cosas, no siendo de menor bulto otro inconveniente que nace de la naturaleza misma de estas voces, combinada con los errores de costumbre en el hombre. Porque el hombre se ha acostumbrado desde el principio a ligar ideas determinadas a los nombres de las cosas, ha querido suplir a la imposibilidad de conseguirlo con las voces abstractas con definiciones tan insignificantes e inciertas como las mismas voces, de aquí la contradicción y los errores y el no entenderse los hombres, particularmente en las disputas, que siempre giran, no sobre la esencia de la cuestión, que para todos es la misma, sino sobre la distinta extensión que cada uno da a las mismas expresiones. Se concluirá.

23.2. Diario de Madrid del viernes 11 de septiembre de 1795 (Ciriaco de Ceballos) Concluye la carta de ayer. En otro error de igual importancia nos induce comúnmente la vaga significación de estas voces y este depende de las impresiones que las circunstancias nos hicieron sentir en el primer momento que examinamos la calidad que expresa cada una de estas voces. Por ejemplo: supongamos que un ciego de nacimiento (y que por consiguiente no tiene idea alguna de los colores) recobrase repentinamente la vista, y supongamos que de la claridad en que se le hizo la operación con que la recobró, pasase instan­­ táneamente a un subterráneo oscuro, lleno de tropiezos que a cada instante le maltratasen y que, al mismo tiempo, supiese que aquel paraje era el albergue de muchos animales ponzoñosos, que podían con su mordedura acarrearle graves daños. ¿Qué le 390

Disputa sobre la belleza

sucedería a aquel hombre después de haber salido de aquel sitio espantoso? Que, en cuanto a los colores, independientemente a toda otra circunstancia, no podría jamás hallarse en la privación de la luz, o a la vista de un objeto negro, que la representa, sin sentirse más o menos aterrorizado, según las circunstancias en que se tratase. No hay duda de que este hombre formaría insensiblemente la costumbre de ligar la idea de horror a la de negror y que jamás las podría separar enteramente, siendo evidente por otro lado que la calidad de negro o blanco nada determinan en cuanto a situaciones.329 Lo que va expuesto hasta aquí debe convencernos de la circunspección con que debemos admitir las ideas que se nos quieran representar con estas voces y lo sospechosas que nos deben ser las que el común de los hombres tiene ligadas a ellas; porque, generalmente poco reflexivos, no han podido determinarlas con exámenes prolijos y filosóficos. Esta verdad (lo confieso) es deshonrosa para el género humano, pues es una del número de aquellas crueles que es preciso admitir por más que le pese a nuestro fatuo engreimiento.330 Entrando ahora en el objeto de mi examen, ¿qué significa la palabra Belleza? Creo que según la aserción [sic]331 más común, debe 329.  [N.d.E.] Repárese en que estas ideas sobre el diferente valor estético de los colores blanco y negro son radicalmente diferentes de las que Malaspina expresa en su Meditación filosófica (Nota Q), donde el italiano escribió: «El color blanco parece entre todos el más favorable a la hermosura humana, por ser efectivamente el que contiene más rayos de luz, de manera que, en casi todos los idiomas la idea del resplandor va unida a la idea de la hermosura». Se trata, por tanto, de un nuevo argumento en contra de la hipótesis de Fernández y Manfredi (1998). 330.  [N.d.E.] Fernández y Manfredi (1998: 95) interpretaron equivocadamente esta mención a una «verdad deshonrosa para el género humano» como otro frágil indicio de la autoría malaspiniana de la carta, basándose para ello en vagas analogías con otras alusiones a la felicidad de la especie en otros textos del italiano. Cf. Carta 12.1, [N.d.E.] 143. 331.  [N.d.E.] Ceballos confunde el término «acepción» con «aserción». Este error no iba a pasar inadvertido para Manuel Gil, quien, en su próxima carta, publicada el 17 de septiembre, firmada con el seudónimo de Modesto Socarrón, se burlará del Hombre 391

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entenderse por ella un orden tal en la proporción y repartimiento de las partes que contienen un Cuerpo, que su examen nos cause una sensación agradable a la vista.332 Antes de fallar decisivamente sobre la causa de estas sensaciones, examinemos cómo se forman en nosotros, así como hemos analizado las ideas que nos sugieren, y las voces que hemos adoptado para expresarlas. Observando la naturaleza física, veo una infinidad de cuerpos de figura determinada, cuya presencia me causa, por medio de mis sentidos, una porción de sensaciones, que sean o no las mismas que las que experimenta otro hombre a la presencia del mismo objeto, las veo siempre lo mismo, y determino del mismo modo. Consiguientemente formo ideas, y doy nombres, y estas (al menos en lo apreciable) son comunes con las de todos los hombres. Si me traslado al reino de los entes abstractos, mis sensaciones son de otro orden, el mismo objeto me presenta diversas, según el estado en que lo observo, según las relaciones con que lo comparo, y según las miras con que lo analizo; aun en el mismo caso nada me asegura el límite preciso de su extensión, y todo se me presenta arbitrario; mi incertidumbre es la misma para todo hombre y, desprovistos de una medida común y absoluta, no puedo, como en el primer caso, fijar las varas de profundidad,333 la cantidad de materia, etc. del Chalequillo y Corbatón, aconsejándole comprar un diccionario. Cf. Disputa sobre la belleza, Carta n.º 28. 332.  [N.d.E.] Este mismo vínculo entre la belleza y una impresión agradable al sentido de la vista reaparece también en otras cartas, tanto de Ceballos como de Malaspina. Sin embargo, a diferencia de Malaspina (Carta n.º 27, [N.d.E.] 385), Ceballos consideraba que la vista no era el único sentido a través del cual se captaba la belleza (Carta n.º 29, [N.d.E.] 440). 333.  [N.d.E.] El empleo de términos marineros como «varas de profundidad» fue otro de los argumentos esgrimidos por Fernández y Manfredi (1998) para atribuír equivocadamente este texto a Malaspina. Fernández y Manfredi no se percataron de que, además de Malaspina, en la Disputa sobre la belleza estaban participando otros oficiales de la expedición; entre ellos, el propio Ceballos, a quien con toda probabilidad pertenece la presente carta. 392

Disputa sobre la belleza

Como en estas cosas las convenciones no pueden ser generales; y como tampoco hay indicios de asegurarnos de la extensión a la de los demás, todo cuanto pretendamos determinar es absolutamente vago e incierto, y en esta incertidumbre ya se deja conocer a lo que se reduce la Belleza. Reduciéndome particularmente a mi objeto, y para aclaración de las proposiciones ya sentadas, pregunto, si se presentase [a] nosotros un hombre bien constituido, de conocidas facultades intelectuales, etc., pero con la nariz v.g.334 en la frente, ¿qué juicio formaríamos de su figura? El mismo, poco más o menos, que una república narifrentuda335 haría del aspecto de un hombre de estos de por acá. Pero ¿a qué examen más prolijo? Acaso ¡oh, tú, hombre connaturalizado con los juicios de costumbre! ¿No has calificado en tu infancia de prodigiosamente hermoso el tosco carricoche que has despreciado cuando tu observación se ha familiarizado con otras obras más acabadas? ¿Qué digo en tu infancia? Anoche, anoche mismo, ¿no admiraste como el último esfuerzo del buen gusto, la iluminación de una sala de baile, y en la de hoy no la has despreciado a la vista de la decoración de la del teatro? ¿Dónde está, pues, este punto absoluto de la comparación? ¿Dónde lo Bello esencial? En la imaginación del vulgo, no en las obras de la naturaleza,336 ni en las del hombre, que son sus copias informes. El objeto de este papelajo no da lugar a analizar profundamente todos los puntos análogos a la cuestión, no admite exámenes prolijos, ni comprobaciones de principios: el que titubee en la veracidad 334.  [N.d.E.] Verbi gratia: «por ejemplo». 335.  [N.d.E.] Recuérdese que Gil había realizado alusiones irónicas al tamaño de la nariz de Malaspina en cartas anteriores de la Disputa. Cf. Carta n.º 15, [N.d.E.] 200; Carta n.º 19, [N.d.E.] 255, 281. 336.  A mi juicio, esta rotunda frase en contra de la existencia del bello esencial bastaría por sí misma para invalidar la hipótesis de Fernández y Manfredi (1998). 393

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de lo que he sentado, consulte las obras de las metafísicas del siglo, particularmente las de Locke y Condillac;337 allí hallará desenvuelto lo que aquí [he] anunciado y, después del examen, pronuncie en buena hora si existe o no un Bello esencial.

24. Diario de Madrid del domingo 13 de septiembre de 1795 (Fabio Ala Ponzone)338 Respuesta a D. Simplicio. Precisamente le ha sucedido a Vmd., D. Simplicio, lo que al cuervo de la Fábula que se vio despreciado de los pavones y de los cuervos. ¿Que sea Vmd. tan venal, a la inversa de los más de los hombres, que deserta de la última opinión que oye defender?… Vaya, contando con el secreto de Vmd. voy a descubrirle (gratis) uno más peregrino y más útil que el de la Panacea,(*)339 es nada menos que un escudo y una cimitarra para que a su sabor defienda o derroque el partido que elija entre los dos que contienden sobre la hermosura. ¿Cómo puedo emplear mejor el tiempo, ni el numen, que en 337.  Esta mención a los filósofos Locke y Condillac fue interpretada erróneamente como indicio de la autoría malaspiniana de la carta por parte de Fernández y Manfredi (1998: 94), quienes se basaron en la premisa de que el italiano «si riconosceva pienamente» en tales autores. Sin embargo, tanto Gil (véase la Carta n.º 19.2, [N.d.E.] 270 y la Carta n.o 32.2, [N.d.E.] 472) como Ceballos —el verdadero autor de la presente carta— ya habían invocado previamente a Locke y Condillac en la Disputa. Concretamente, Ceballos había mencionado a ambos filósofos en la posdata del Sr. Boceca a la carta publicada el 24 de agosto en el Diario. Cf. Carta n.º 17.2, [N.d.E.] 242, 243. 338.  [N.d.E.] La presencia de errores sintácticos, el uso casi exclusivo de ejemplos de per­ ­sonajes del arte italiano, unido al explicito seudónimo escogido —Favonio— para salir en defensa de Malaspina ante los ataques de Gil, son indicios coherentes con la hipótesis de que el autor de esta carta es Fabio Ala Ponzone, el discípulo predilecto de Malaspina. 339. (*) [N.d.D.M.] «Se alude a la fábula, y es la materia medicinal con que se mantenían los dioses, y con que alargó Medea la vida a Esón». [N.d.E.] Según cuenta Ovidio en sus Metamorfosis, Medea —esposa de Jasón, sacerdotisa de Hécate, sobrina de Circe y arquetipo de la hechicera en la mitología griega—, después de cortar la cabeza a Esón, lo revivió con unas gotas de Panacea, tras lo que Esón recobró la vida en forma de un hombre joven. 394

Disputa sobre la belleza

investigar y analizar este Ente real o ideal que tanto ha influido en mis gozos y en mis pesares? Parece que, no siendo la Razón otra cosa que la Verdad, cuando esta se halla de una parte no es posible verla de la otra, aunque se empeñen todas las sutilezas de Escoto.340 Veamos sin embargo si es compatible multiplicar esta verdad, y que refleje en dos sentencias opuestas. Válgome de un ejemplo: los tornasoles, ciertos vasos, ciertas perspectivas, hacen que desde diversos puntos una misma pintura parezca la copia de una Griega, y la de un perro danés; la de un carro triunfal y la de un rábano. Sí, señor, grita el uno, es un carro, ya distingo sus ruedas, su testero en pabellón, y aún se me figura la Banti341 la que lo ocupa. Bueno es eso, dice el otro, sin poder contener la risa. La Banti será el rábano que yo veo, tomando el carro por las hojas. Gritan ambos, se desmienten, y ridiculizan a su adversario con ufanía. Porque contentarse con impugnar su opinión, que algunos sandios llamarían modestia y compostura, sería pobreza indigna de los talentos privilegiados que han encontrado pensamientos originales y los nuevos senderos dados a pocos. Probado que dos, y mil, pueden contradecirse y apoyar una verdad; que la verdad y el entendimiento humano, a modo de las paralelas, podrán estar muy unidos sin juntarse jamás, y que todas las disertaciones de los hombres son oscuras y equivocables [sic] en donde se cuestiona, no sobre las primeras verdades ni principios evidentes, sino sobre las diferentes impresiones que hacen los objetos en unos y otros espíritus, contradiciéndose, por decirlo así, sin tener pensamientos contrarios, saquemos de los extremos a los defensores de la belleza(*)342 y sus impugnadores. Que ambos dejen las sillas desde donde la figura que ocupa el tisú 340.  [N.d.E.] Juan Duns Scoto (1266-1308), filósofo y teólogo escolástico escocés, conocido como el Doctor Sutil. 341.  [N.d.E.] Brígida Banti (1757-1806), famosa soprano italiana de fines del siglo xviii. 342. (*) [N.d.D.M.] «Si solamente son bellos los Tipos de la Venus de Praxíteles, se concluye que la naturaleza ha tenido aciertos por casualidad, según los raros modelos que nos ha dejado». 395

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parece a aquellos la Sofonisba,343 y a estos el can de Diana.344 Veamos a todos desde un mismo punto, desde en medio, y he aquí donde se encuentra que es real e ideal al mismo tiempo. La hermosura de las obras de la Naturaleza está en su perfección, y así lo han contestado todas las naciones en todos los siglos.(*)345 ¿Quién ha pretendido que el hombre tenga los ojos en la frente, un brazo en el pecho y el otro en la espalda? ¿En qué país, en qué tiempo, la falta de un ojo, de una pierna, de cualquier otro miembro, ha arrebatado el incienso y el homenaje de la belleza? Los caprichos del gusto y de la moda han respetado las obras perfectas, y si la chata Cleopatra hubiese carecido enteramente de narices, y la corta estatura de Dido346 no excediese de dos palmos, ni Octaviano347 venciera a Marco Antonio en Actium348 y asegurara el imperio de Roma, ni Jarva349 redujera en cenizas a Cartago.(*)350 343.  [N.d.E.] Sofonisba, hija de proverbial belleza del general cartaginés Asdrúbal, quien se la ofreció al rey númida Sifax como símbolo de alianza entre númidas y cartagineses durante la segunda guerra púnica. 344.  [N.d.E.] Diana, diosa de la caza en la mitología romana, equivalente a la Artemisa griega. Se la solía representar acompañada de un perro. 345. (*) [N.d.D.M.] «Que se contradiga quien pretende notar las contradicciones de otro; si las producciones de la naturaleza todas son perfectas (como son), ¿no será tan bello el murciélago en su especie como el guacamayo? Yo creo que sí, D. Simplicio». 346.  [N.d.E.] Reina de Tiro y fundadora mitológica de Cartago, según narra Virgilio en la Eneida. 347.  [N.d.E.] Octaviano (63 a. C.-14 d. C.), primer emperador romano, conocido como César Augusto. 348.  [N.d.E.] Accio fue el local de una famosa batalla naval que tuvo lugar en el año 31 a. C., y donde las tropas de Marco Antonio (83 a. C-30 a. C.) y Cleopatra VI (69 a. C.-30 a. C.) fueron derrotadas por el ejército comandado por Octaviano (futuro emperador César Augusto) y Agripa. Después de aquella derrota, Marco Antonio acabaría suicidándose. 349.  [N.d.E.] No he podido identificar la identidad de Jarva, pudiéndose tratar de una errata (¿?). La ciudad de Cartago fue destruida en el año 149 a. C., al final de la tercera guerra púnica, por el ejército romano dirigido por Publio Cornelio Escipión Emiliano (185 a. C.-129 a. C.). 350. (*) [N.d.D.M.] «Sería arreglado comparar una rosa blanca con una colorada, etc., pero decir que una rosa es más bella que un cardo, es ilación tan propia como decir que la Giralda de Sevilla es más bella que el León del Retiro; o mi sombrero con mi espadín, cosas que jamás convendrán en comparación». 396

Disputa sobre la belleza

La colocación de las partes y la proporción que basta para el fin a que están destinadas es la regla de la hermosura real, tan recibida en Tahití como en Roma, en Constantinopla como en Pekín.(*)351 La falta de simetría en los dedos de las manos al mismo tiempo que la hay en los brazos es una perfección porque conduce al ma­ ­nejo; pero que la mano sea blanca o negra, la uña pintada de azul o bermejo, es la parte de la extravagancia; la más portentosa belleza de la creación es la variedad de millares de individuos que convienen en su conjunto y discrepan en sus accidentes.(*)352 Sí, benéfica y grande naturaleza, por los caprichos de millones de millones de criaturas bendicen tu justicia y tu orden otros millones de millones que tienen los ojos negros o azules, redondos o rasgados; todos encuentran su hueco, su trono y su imperio, sean apoyo de este hecho los poetas,(*)353 los historiadores, los pintores, mil admirables ingenios que dibujan una hermosura, todos distintamente y todos con verdad. Los mejores profesores en la edad de oro de la pintura en el pontificado de Leon X354 emplean el colorido cargado; Poussin355 y la escuela romana prefieren el oscuro que reprueban Guido356 y Carlo Maratta;357 unos y otros han dado Magdalenas,358 Clelias,359

351. (*) [N.d.D.M.] «Entre mujeres enfermizas, débiles, y estériles se encuentran hermosuras. ¿Pues cómo, si son máquinas destruidas o inacabadas, esto es, imperfectas?». 352. (*) [N.d.D.M.] «Hay bellezas locales, o consagradas por el uso, y esto prueba de que [sic] son creación de nuestros caprichos, las más veces unos [sic], cuando lo son las ideas, el espíritu, la educación y las costumbres». [N.d.E.] Repárese en los continuos errores sintácticos del autor, lo que refuerza la hipótesis de su atribución al italiano Fabio Ala Ponzone. 353. (*) [N.d.D.M.] «Mr. le Franc en su toaleta de Juno, Garcilaso, Lope, Quevedo, Milton, Bacon, Ovidio, De art. am, 2.570, Tib. Lib. 4 Ele. 2.8; Hor. Libr prim., ode 32. 12=id.epod. 15.91=Virg. Eneid. 4, 150». [N.d.E.] Este verdadero despliegue de citas clásicas hará que en su siguiente réplica, Gil acuse a Fabio Ala Ponzone de ser un «pedante de índices». Cf. Disputa sobre la belleza, Carta n.º 26 [N.d.D.M.] 373. 354.  [N.d.E.] León X (1475-1521), papa de la Iglesia católica entre 1513 y 1521. 355.  [N.d.E.] Nicolas Poussin (1594-1665), pintor francés de estilo clasicista. 356.  [N.d.E.] Guido Reni (1575-1642), pintor clasicista italiano. 357.  [N.d.E.] Carlo Maratta (1625-1713), pintor italiano de la fase final del Barroco. 358.  [N.d.E.] María Magdalena, según el Nuevo Testamento, discípula de Jesús de Nazaret. Es considerada santa por la Iglesia católica. 359.  [N.d.E.] Clelia, heroína legendaria de Roma, vivió durante el periodo republicano. 397

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Rosalbas360 y Venus, asombros de hermosura. ¿Podrá no haber belleza ideal habiendo tantas diversas, y entre las que se contarán las de Tahití(*)361 y el Indostán si un tapiz rollado manifestara sus dibujos, esto es, si los ingenios tuviesen la cultura y el adelantamiento que en Europa? Muchos convendrán conmigo en que la belleza está más en la fisionomía que en las facciones;362 un aire tierno y agasajador, una sonrisa agraciada, un gesto interesante presenta a una criatura (a mis ojos) embutida de gracias. Así, Sr. D. Simplicio, consuélese, y agradézcame saber que ambas opiniones tienen fuertes aldabas; dé Vmd. a todas las mujeres la agradable noticia de que hay hombres para quien son hermosas,(*)363 pero con tiento, no acrezca su orgullo y perdamos en el cambio, y mande, etc. Favonio. 360.  [N.d.E.] Rosalba es un nombre propio femenino especialmente común en Italia. El uso de numerosos ejemplos de artistas italianos —la soprano Brígida Banti, los pintores Guido Reni y Carlo Maratta— y las referencias a la edad de oro del Renacimiento italiano durante el pontificado de León X apuntan a que el autor del texto era de nacionalidad italiana, lo que, unido al seudónimo Favonio, constituye la base de mi atribución de la autoría de la carta a Fabio Ala Ponzone. 361. (*) [N.d.D.M.] «Lo puerco y lo limpio es respectivo a la educación y las ideas, no a la naturaleza: todo muchacho resiste lavarse y asearse; así podrá haber bellas que coman cáncanos, en lugar de pollos y atunes, sustentados en estercoleros o con cadáveres». [N.d.E.] Respuesta de Fabio/Favonio al comentario de la carta de D. Simplicio/Gil, donde se aseguraba que las beldades polinesias que apreciaba el Sr. Boceca/Ceballos se alimentaban de sus propios piojos: «Las Damas de la Isla de Tahití […] son algo puerquillas: por esta causa crían tantos cáncanos o piojos […]. Luego que cazan algo y aun algos, en lugar de matarlo o tirarlo, lo llevan a la boca, y se lo comen». Cf. Carta n.º 19, [N.d.D.M.] 280. 362.  [N.d.E.] Fabio Ala Ponzone manifiesta claramente su apoyo a las ideas de su maestro Malaspina frente a los groseros ataques de Gil. La defensa de la fisionomía como medio de escudriñar la belleza o no de un alma en el rostro es una idea que Malaspina volverá a defender en cartas posteriores (cf. Disputa sobre la belleza, Carta n.º 27.2.) y en su Meditación: «Obliga a recurrir a el estudio admirativo de las fisionomías para la idea de la hermosura suprema». Cf. Meditación, Nota P, [p.d.C.] [99]. 363. (*) [N.d.D.M.] «Será consiguiente que los hombres de un carácter dulce y de un humor igual prefieran los objetos que anuncien pasiones tiernas y agradables, así como los de un genio fuerte y determinado prefieran la viveza y la energía». 398

Disputa sobre la belleza

25. Diario de Madrid del miércoles 16 de septiembre de 1795 (Fernando Bambrila)364 A la Señora Chinilla. Mi apreciable Señora: ¿Quién me diría que había de merecer el alto honor que me dispensa con criticarme e instruirme, descendiendo del elevado solio contra el precepto de su altivo maestro? Esto sí que es ejercitar la más loable virtud de caridad, si bien, por otra parte, la considero constituida en esta obligación. No puedo hallar expresiones con que manifestar a Vmd. mi reconocimiento, por lo menos a sus buenos deseos; pero a fin de quedarle aún más completamente agradecido, desearía que Vmd. se sirviese dar solución a dos dudillas que se me ofrecen sobre la Epístola instructiva que me dirige: si se dignase hacerlo, suplico a Vmd., Sra., que esto sea sin irritarse, porque no padezcan alteración su salud ni la mía, pues me sobrecojo si me hablan muy recio. Primera: si porque el retrato de un hombre feísimo y de estructura gibada (como por ejemplo, Esopo)365 esté pintado con la mayor destreza, observadas las reglas del arte, ¿podrá —como Vmd. dice— exclamarse debidamente al verle, ¡hermoso retrato! ¡bellísima pintura!? Dirá Vmd. que ya tiene satisfecho a esto, pues asegura que en las artes de imitación, lo bello no depende de la hermosura de lo imitado, sino

364.  [N.d.E.] Esta carta viene firmada por F., uno de los dos comprofesores R.xF. —R(avenet) y F(ernando Bambrila), que habían asesorado a la Pintora para escribir su carta de los días 14 y 15 de agosto (Carta n.º 16), en respuesta al reto lanzado por la Defensora de la Belleza (Malaspina/la Matallana) pidiendo que los artistas se manifestasen al respecto de la existencia o no de la belleza esencial—. Por los mismos motivos aducidos al comentar la Carta n.º 16, atribuyo esta misiva a Fernando Bambrila, que aquí da contrarréplica a los argumentos con que la Chinilla/Ciriaco de Ceballos había respondido a su carta de agosto. 365.  [N.d.E.] Cf. Disputa sobre la belleza, Carta n.º 20, [N.d.E.] 289. 399

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de la exactitud con que se imita,366 pero creo yo que esto sea confundir lo que es puramente bueno, con lo esencialmente hermoso. Segunda. Si porque Aristóteles diga que sus contemporáneos sabían muy poco de la estructura del cuerpo humano, ¿hemos de creerlo tan a pies juntillas como Vmd. y otros, cuando tenemos presentes las maravillosas obras de escultura de aquel tiempo (y quizá más remoto), cuya inteligencia en la osteología y miología será siempre la admiración de todos? ¿O si los sabios de la Grecia que precedieron a Aristóteles dejaron de serlo cuando tributaron tantos honores y elogios a Fidias, que floreció en la olimpiada 83? 367 Apeles, que en la ciento y diez fue reputado por el más excelente de todos los pintores, ¿cómo hubiera adquirido tanta gloria y aplausos de una nación tan sabia, ignorando o sabiendo poco de la estructura del cuerpo humano? No sé, si a este punto sea de más peso el dictamen o juicio de uno solo que el de tantos sabios juntos. Dejo a Vmd., pues, la decisión que, aseguro yo, debe ser concluyente. Sí, señora, hace pocos años que las mujeres sufrían voluntariamente el tormento de arrancarse el pelo, por ser de moda entonces las frentes grandes y ahora lo son las angostitas, ¿pero estos caprichos constituyen la hermosura? Ya veo que Vmd. misma dice que entiende por esta palabra lo que entienden los hombres, no lo que deba entenderse; pero hablando de buena fe, ¿cree Vmd. que todos los hombres tienen por hermosura las extravagancias y ridiculeces? Oigo decir a algunos que esto fuera pensar muy chinescamente. Aguardo con impaciencia sus observaciones o juicio sobre las obras de los Señores Mengs y Azara como me da a entender,368 366.  [N.d.E.] Cf. Disputa sobre la belleza, Carta n.º 20. 367.  [N.d.E.] Repárese en la extraña construcción sintáctica de la carta, lo que refuerza la hipótesis de que se trate de un autor extranjero, como el italiano Bambrila. 368.  [N.d.E.] Aquí F. —que se había erigido en defensor de las tesis de Mengs en su carta del día 3 de septiembre, coescrita con Juan Ravenet— hace referencia a la promesa que 400

Disputa sobre la belleza

pues espero bien fundadamente que me ha de servir de mucha instrucción y gusto. Entre tanto queda su apasionado, El Obsequiante de la Señora. F.

26. Diario de Madrid del lunes 21 de septiembre de 1795 (Manuel Gil)369 Señor Diarista: Entre todos los Escritores cuyo conocimiento debe el público a su Periódico, ninguno tiene más derecho a nuestra gratitud, ni merece un lugar más distinguido, que el ilustre, el grande, el sin par D. Favonio. ¡Qué carta la suya! ¡Qué propiedad de lenguaje! ¡Qué oportunidad en las acotaciones marginales! ¡Qué hilo de discurso! ¡Qué exactitud de razonamientos!370 Cosa es de volverse un cristiano había dado la Chinilla de tratar más a fondo las ideas de Mengs y Azara en una carta futura. Allí, Ceballos/Chinilla había concluído utilizando su famosa transición chinesco-bocequil para «salirse por la tangente» y dejar sin abordar la cuestión: «Por lo que toca a los Señores Mengs y Azara, hablaremos otro día». 369.  [N.d.E.] El firmante de esta carta, el Apologista, sale en defensa de D. Simplicio/Gil, cuya carta había recibido duras críticas por parte de la Chinilla/Ceballos y, sobre todo, de Favonio/Fabio Ala Ponzone, contra quien el Apologista centra en esta carta sus sarcásticos ataques. Existe una alta semejanza estilística y conceptual entre esta carta y la atribuida a Gil por Fernández y Manfredi (1998): en ella se repiten idénticos recursos retóricos a los utilizados en todas las cartas que aquí atribuyo a Gil (véase siguiente nota) y con el mismo tipo y estilo de críticas a Malaspina y sus oficiales. El conjunto de estos indicios permite colegir verosímilmente que esta carta es, también, de autoría de Gil. 370.  [N.d.E.] El mismo tipo de expresiones exclamativas repetidas, para satirizar y ridiculizar a sus contrincantes, es empleado por Gil en todas sus cartas en la Disputa sobre la belle­ za, ya sea la firmada como D. Simplicio —«¡Qué lástima! ¡qué compasión! ¡qué pecado! […] […]», cf. Carta n.º 19.1—; ya la firmada por Modesto Socarrón —«¡Qué gozo, qué 401

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loco, cuando después de medir a estos hombrones, oye decir a cuatro botarates que somos unas meras garrapatas. Bien es cierto que nadie ha entendido la tal respuesta a D. Simplicio: que a la primera lectura le cogí 73 errores de idioma:371 que las notas están copiadas a bulto, metidas a mazo, y sembradas a ciegas; que cada parágrafo es un almacén donde se encuentran contradicciones de todas especies, tamaños y medidas; que no hay plan, ni objeto en la tal carta; que no se sabe si impugna o defiende a la Señora Madrileña. Todo esto es cierto, pero ¿cuál es la obra exenta de defectos? ¿Cuál es el Homero que en una noche larga no da una u otra cabezada? Ni qué son diez u once docenas de errores en un discurso de tanta extensión como el de Don Favonio, en un discurso que ocupa cuando menos cuartilla y media de papel? Ah, envidia, negra envidia, cómo devoras las entrañas de los míseros mortales! Fuera de que, Señores míos, entre los que se llaman defectos, hay algunos que merecen nuestra indul­­ gencia, y aún nuestro reconocimiento, siquiera por lo que nos divierten. ¿A quién no se le habrá movido la potencia risible leyendo las nuevas y saladísimas frases del Caballero Favonio? Nadie ha dicho como él que un hombre es venal, no porque vende su opinión, sino por el hecho de abandonar lo que últimamente se defiende; que la razón es lo mismo que la verdad; que las disertaciones de los hombres pueden ser equivocables, y no equivocadas, infundadas u otra cosa parecida; que dos cosas no convienen en comparación, por decir que dos cosas no pueden compararse; que dos pensamientos no se contradicen contra­­ diciéndose; por decir que dos hombres pueden ver un mismo deliquio, qué éxtasis el mío! […][…]», cf. Carta n.º 28—; ya la firmada como Gil Gilete —«¡Qué examen, Santo Dios! ¡Qué profundidad!, ¡qué delicadeza!, ¡qué fluidez! ¡qué simetría de ideas, de pruebas, de periodos! […][…]», cf. Carta n.º 28—. 371.  [N.d.E.] Como ya había hecho anteriormente con el Hombre del Chalequillo y Corbatón (Ceballos), a quien finalmente llegó a recomendar que comprase un diccionario (cf. Disputa sobre la belleza, Carta n.º 28), Gil centra ahora sus ataques en el deficiente español de su contrincante Favonio, identidad ficticia, aunque poco disimulada, detrás de la cual se escondía el joven discípulo italiano de Malaspina, Fabio Ala Ponzone. 402

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objeto de diversos modos; que el entendimiento y la verdad son paralelos, o pueden serlo. Sería interminable si hiciese reseña de todos los graciosos despropósitos que contiene la carta de nuestro héroe. ¿Y habrá críticos tan avinagrados que reprueben unas producciones tan —sin perjuicio de terceros— divertidas?... Sí, Señor, responde una voz atronadora que escuchamos de mes en mes: hay esos críticos y debe haberlos; a sus sabios consejos y a su severa imparcialidad debe el público la perfección del Diario. Pero mucho me temo que este mismo Diario vuelva a su primitiva rusticidad, si los Favonios y otras gentes de esta calaña ocupan el lugar de las Petimetras,372 de los Precisos y de los Amantes de la Poesía, de los Prudencios, de los Bocecas, de las Chinillas, de las Madrileñas, y de otros muchos ingenios, cuyas discretas producciones leen todos con gusto, y apruebo yo con justicia.(*)373 Sr. Diarista, nada de cuanto ha dicho, ni pueda decir el sabio y grave personaje, me hace maldita la fuerza. Estoy reñido con estos hombres, que después de consumirse sobre los libros, acaban por reprobarlo todo, y por no encontrar placer en nada.374 No 372.  [N.d.E.] Repárese en el calificativo petimetra para referirse a la Defensora de la Belleza. Ese mismo adjetivo había sido utiliado por Gil para mofarse de Malaspina en su carta firmada como el Susodicho y volvería a ser usado en la carta firmada como Gil Gilete Cf. Disputa sobre la belleza, Carta n.º 15, [N.d.E.] 191 y Carta n.º 32.1. 373. (*) [N.d.D.M.] «Jenofonte, Justino y Herodoto no están de acuerdo sobre el lugar donde murió Ciro; por lo demás sabemos que Tomás Correa enseñó en Roma las humanidades con mucha aceptación, y que Calístrato fue un grande orador; sin que nada de todo se oponga a que M. Dacier y el P. Sanadon hayan traducido las obras de Horacio, a pesar de todo, sostienen muchos que Fabio Máximo fue mayor capitán que el príncipe Eugenio. He aquí una nota escrita tan a poca cosa, con tanta oportunidad, y tan al caso como las de D. Favonio. Pero se me olvidaba lo más saldo de la apostilla, el vide Cinconius de vita et gesta Romanorum. Vide Tito Livio, vide Milton, Horacio, Catulo, Propercio, vide Góngora, Garcilaso, Ovidio, vide, por último, la historia de los doce pares de Francia, con todos los romances impresos en Málaga. ¿Quién duda que si Favonio hubiera visto todo esto sería, como es, un mero pedante de índices»? [N.d.E.] Cf. Disputa sobre la belleza, Carta n.º 24, [N.d.D.M.] 353. 374.  [N.d.E.] La confesión que aquí hace Gil de estar reñido con estos hombres —jun­ ­to con los ataques que enseguida iba a recibir por parte de Favio Ala Ponzone y de 403

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siga Vmd. sus consejos; vengan cartas Favonias a millares, que yo les aseguro buen despacho; y si algún follón literato está tan mal con su tiempo que se ocupa en contradecirlas, aquí estoy yo para hacer su apología. Dígaselo Vmd. así a ese nuevo Febo,375 tribútele en mi nombre los homenajes debidos al mérito, y mande a su amigo El Apologista.

27.1. Diario de Madrid del martes 22 de septiembre de 1795 (Alejandro Malaspina)376 Señor Diarista: Vmd. no se asuste cuando oiga decir que soy un quinto Boceca, ergo la Esencia, mas no los atributos de la tal familia;377 lo cual puede inferirse muy bien de la historia de mi vida, que voy a contarle en los siguientes renglones. Ha de saber Vmd. que en mi familia se enseña la Metafísica antes que el b.a. b.a. El hombre (decía mi papá) debe pensar antes [de] que hable, de otra manera es imposible entendernos: todo sería gritería, voces y confusión. En vano le decía yo: Papá, no soy sino muchacho: la naturaleza Ceballos— induce a pensar que Gil resultaba antipático en general a todos los oficiales reunidos con Malaspina para organizar la publicación del viaje, y no solo a Alejandro, a quien, como sabemos, llegaba a desesperar. 375.  [N.d.E.] Una de las apelaciones del dios Apolo en la mitología clásica. 376.  [N.d.E.] Además de venir firmada con las iniciales B.M., que muy bien podrían significar brigadier Malaspina, la presente carta contiene tantas y tan específicas coincidencias con la Meditación filosófica de Malaspina (véanse las notas siguientes) que, a mi juicio, resulta indudable su atribución al marino italiano. 377.  [N.d.E.] Repárese en el juego verbal de Malaspina, quien —aludiendo a la Metafísica de Aristóteles, se define como el quinto Boceca o Boceca esencial. Además de los cuatro elementos clásicos de Empédocles —tierra, agua, aire y fuego—, Aristóteles había hablado de un quinto elemento invisible que correspondía a la esencia más pura de cada cosa: la pemptê ousia, o éter, que fue traducida al latín como quinta essentia. La broma de Malaspina, por lo tanto, ya anuncia que defenderá la existencia de la belleza esencial. 404

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no me dicta otras voces que pan, mamá y juguete. Su merced, erre que erre, que había de persignarme con los nombres de Locke y Condillac.378 Una mañana con mucho esfuerzo quise nombrarlos antes que el Pan. ¡Desdichado de mí!, dije Loco y Currutaco379 (así lo había oído el día antes en la calle), diéronme por fatuo, y con un recuerdo paternal..., ya Vmd. me entiende, me echaron inmediatamente de casa. Véame Vmd. en el Prado a la oración con hambre, y sin otro oficio que el de quien enciende, al cual me convidaron unas tres docenas de muchachos andrajosos y enfermos, pero alegres, porque según decían, no trabajaban380 y nadie les pagaba. Aún tenía en la imaginación los nombres, la casa, la metafísica, y la numerosa y antigua prosapia de la cual mis padres solían hablarme con mucha frecuencia: Sentéme, vi un papel en el suelo y lo recogí, se apagó la mecha; un cierto instinto me decía que hallaría del mismo modo algunos cuartos, empecé a recorrer de uno a otro ex­­tremo el cuarto donde estaban las sillas (por cierto, que rompí una docena con solo tocarlas)... Hallé más papeles que cuartos... En una palabra, desde aquella misma noche me dediqué a recoger con maña cuanto papel chico o grande se cayere, y tirasen los que andaban por el Prado, y hasta Atocha. Me ajusté con un Abate a quien los entrego, y él los junta, ordena, anota y guarda... ¡Ay!, Sr. Diarista de mi alma, qué de cosas, qué de cosas han salido y van saliendo... Pero yo, que, como todos los 378.  [N.d.E.] Cf. Disputa sobre la belleza, conclusión de la Carta n.º 23.2; véanse también las Cartas n.º 12.2, [N.d.E.] 155; Carta n.º 17.2, [N.d.E.] 242, 243; Carta n.º 19.2, [N.d.E.] 270; y Carta n.º 32.2, [N.d.D.M.] 472. 379.  [N.d.E.] Cf. Disputa sobre la belleza, Carta n.º 15, [N.d.E.] 195; Carta n.º 20, [N.d.E.] 286. 380.  [N.d.E.] Interpreto esta frase como otra broma de Malaspina: quien enciende sería aquel que ilustra, el filósofo que forma opinión pública preparando sus escritos sobre el viaje alrededor del mundo y escribiendo cartas al Diario para ilustrar. Por otra parte, el grupo de desocupados sin trabajo podría aludir a la falta de quehaceres durante este periodo en que la publicación del viaje se hallaba paralizada, mientras los oficiales aguardaban en la corte. 405

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hombres,(*)381 pienso siempre en mejorar de suerte, viendo que no sé hacer otra cosa, ni el Abate puede darme más, porque todo lo guarda, he pensado (feliz pensamiento) que pudiera servir al mismo tiempo al Abate y a Vmd.; al uno con llevarle lo que recojo en el paseo y al otro con darle a hurtadillas los papeles ordenados que pueden escabullirse: los hay, como digo, de todos tamaños, de todas materias y de todos los siglos.382 Convengámonos, me contento con poco, y Vmd. me reconozca por su servidor, sin oficio ni metafísica. Boceca Minor. Allá van entretanto unos pocos papeluchos sobre la Belleza, y advierta Vmd. que todo papel que lleva la B.M. es adquirido por el medio honroso que acabo de indicar. Me parece que el Abate tiene también sus Emisarios en la Puerta del Sol y en el Río. Diga Vmd. a sus lectores que cuando vean muchos sanos y parados con síntomas de holgazanes, guarden bien sus papeles, y en lugar 381. (*) [N.d.A.M.] «Ya soy hombre, porque hace ocho años que el Abate y yo seguimos sin perder un día en este honroso Oficio. Es preciso mucho cuidado porque hay quien anda con las fechas». [N.d.E.] Ceballos ya se había referido a Gil en una carta anterior como «el Abate estantigua y chato que, sin tener la competente provisión de conocimientos filosóficos, se cubre de ridículo, hablando de lo que no entiende» (cf. Disputa sobre la belleza, Carta n.º 21, [N.d.E.] 305). Interpreto este comentario de Malaspina como una mención irónica a los encuentros diarios que el italiano tenía con Gil en las tertulias de Gahn o Valdés y en los paseos por el Retiro. 382.  [N.d.E.] Este párrafo parece verosímilmente interpretable como una broma de Malaspina, que ironiza sobre su forzada «desocupación» en la corte, juntando y ordenando documentos para entregárselos a un abate —el clérigo Gil— que los recoge, ordena y no devuelve nada porque todo le parece censurable e impublicable… Parece que con estas cartas al Diario de Madrid Malaspina se proponía publicar algunas reflexiones de orden filosófico sobre asuntos varios que no cabían en la publicación del viaje alrededor del mundo, dirigida ahora por Gil. Recuérdese la esquela que Malaspina había entregado recientemente al padre Gil (cf. Disputa sobre la belleza, Carta n.º 12.3, [N.d.E.] 175), quejándose amargamente de la interrupción de la publicación siguiendo el plan que Malaspina había concebido, y exigiéndole a Gil, en quien había perdido toda confianza, que le manifestara claramente sus ideas, porque si no, amenazaba, en vez de escribir «la historia [del viaje] se echará a escritor del Diario» (Jiménez de la Espada, 1881: 407-408). 406

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de cuartos, les den un recado como el que me dio mi padre al tiempo de despedirme. Ideas de lo bello esencial e independiente de la convención arbitraria de los hombres.(*)383 Lo bello esencial es inseparable de la especie humana, hechura sobresaliente del Supremo hacedor de la naturaleza,384 se percibe tan solo por el sentido de la vista, usado debidamente, y requiere en el objeto mirado el que cause una instantánea, irresistible y máxima impresión si es [en] el hombre, de las ideas de la fuerza, agilidad e instinto sociable que le acompañan, y si es [en] la mujer, de la fecundidad, agilidad y animo dócil, sufrido, modesto y agradable.385 383. (*) [N.d.A.M.] «Se hallaron entre los árboles que están detrás del Neptuno. Formaban un cucurucho que había contenido, al parecer, yemas y caramelos, las notas son mías». [N.d.E.] Estas bromas sobre una cuadrilla de holgazanes dedicados a juntar papeles, que encuentran, organizan y entregan al abate parece una clarísima alusión al grupo de oficiales y pintores que acompañaban a Malaspina en la corte, esperando dar comienzo a la publicación de la obra y entregando todos sus materiales al padre Gil. 384.  [N.d.E.] En su Meditación —que en última instancia constituye una defensa del peculiar deísmo de Alejandro—, Malaspina apenas utilizó la palabra Dios en tres ocasiones. En su lugar, Alejandro prefería utilizar expresiones como Hacedor [Nota O]; Supremo Crea­ dor [p.d.C.] [8]; Ser Supremo [p. 24 d.C., Nota A, Nota H]; Autor Supremo de la Naturaleza [Nota J]; o Criador [pp. d.C.] [30, 39], Nota N, Nota O, Nota P. 385.  [N.d.E.] Aquí se perciben cuatro ideas centrales que Malaspina también reproduce en su Meditación: 1) la belleza ideal existe y su grado máximo está en la especie humana; 2) se percibe tan solo por el sentido de la vista; 3) se percibe de forma diferente en cada sexo; y 4) va acompañada de sensaciones agradables. Además, en esta carta Malaspina incide en el problema de los diferentes sistemas de medidas, insistiendo en que el hecho de no poder hallarse un sistema de medida universal no implica la inexistencia de lo así medido, asunto que también es abordado en su Meditación y, sobre todo en su Tratadito sobre las monedas. La atribución sexista de diferentes cualidades de lo bello en hombres y mujeres también se repite en la Meditación, donde Malaspina tradujo a Milton para afirmar que: «[…] el uno parecía formado para la contemplación y el valor, la otra para la dulzura y las gracias; aquel solo para Dios, ella para el hombre y para Dios […] aquella llevaba sobre su cabeza una señal de su dependencia y de la necesidad de un apoyo. Su corazón obediente a la Naturaleza, guiábala a querer a su esposo, mas, cautivándose su amor con la sumisión, cautivábase su aprecio con la modestia[…]». Cf. Meditación, Nota O, [p.d.C.] [87-88]. 407

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Así como existen el tiempo y la medida, aunque cada nación y cada pueblo puedan considerarlas en mil modos distintos, existe también lo bello, por más que sean varias las modificaciones que se le den. Cada uno juzga por lo que ha visto: las percepciones comparativas son justas, lleguen o no al límite prescrito por la naturaleza. Naciones enteras no contarán, aunque les maten, más allá de ciento. ¿Dejarán por esto de existir una numeración y unos signos que casi se confunden con el infinito? Si aún se disputa sobre una medida del espacio natural, uniforme e invariable, ¿qué extraño será que se dispute también sobre la piedra de Toque para lo bello? Siempre que se trate [sobre] si un hombre o una mujer son más bellos que otros, o se hace una confesión tácita de que existe un bello absoluto, o la cuestión es necia con extremo.386 La variedad puede llamarse con una mediana propiedad el único conocimiento de todas las obras de la naturaleza: ¿no es este un motivo suficiente para no convenir con facilidad sobre lo bello efectivo en un tiempo dado y para que sea imposible esta congruencia de ideas en diferentes tiempos? Si pudiese reunirse en un solo paraje toda la especie humana viviente y tuviese (lo que es imposible) una retentiva imparcial, capaz de juzgar con igualdad de lo que ha visto, y de lo que sobre la piedra de toque de lo bello, existiría en 386.  [N.d.E.] Compárese este y el siguiente párrafo de la presente carta con este otro de la Meditación: «¿Qué importa por otra [18] parte que cada uno juzgue a su albedrío y diferentemente de los límites de esta propiedad, aun cuando procure poner en acción los medios necesarios para bien juzgar? En las distancias, en las alturas, en las velocidades y, en fin, en cuantos objetos de comparación algo complicada dependen de la vista, ¿nuestra incertidumbre no es acaso la misma y no son tan frecuentes nuestros errores como en la cuestión emprendida? ¿Quién decidirá con certeza cuál es el hombre, cuál el caballo que más corran? ¿Y dejará un objeto de existir real y verdaderamente a mi vista, porque otro al mismo tiempo no lo perciba? ¿Y no será en realidad la máxima distancia visible la que determine la vista que más alcance?» Cf. Meditación, [p.d.C.] [18]. 408

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las dos personas de ambos sexos, en quien recayese la votación más numerosa(*)387 verdad es que de allí a pocas horas la sola falta del sueño, o del alimento, u otras mil causas sumamente frívolas harían nula la primera votación, por justa que fuese.388 Lo inanimado jamás puede ser bello superlativamente: deja sin ocupación la imaginación del hombre, la cual se alimenta con el estudio de las cosas venideras, no de las pasadas, y las refiere habitualmente al individuo.389 ¡Pigmalión venturoso! ¿Qué fuera de ti, si la estatua no se hubiese animado?(*)390 Se concluirá.

27.2. Diario de Madrid del miércoles 23 de septiembre de 1795 (Alejandro Malaspina) Concluye la carta de ayer. Tampoco es superlativamente bello lo que existe solo en la ima­­ ginación: es precisa una sensación efectiva que deleite la parte 387. (*) [N.d.A.M.] «Ya si la Madrileña es hermosa, con su pan se lo coma, que nada debe a los Sres. Hombres». [N.d.E.] Interpreto esta nota de Malaspina como una forma de ex­ cusatio non petita ante las sospechas que pudieran inducir los comentarios sobre su cortejo a la marquesa de Matallana, que Gil (Cartas n.º 15 y n.º 19) había aireado en la Disputa. Recordemos que la Matallana era una mujer casada, y que Malaspina, según se desprende de su Meditación filosófica, muy probablemente era homosexual. 388.  [N.d.E.] Repárese en el estilo «arabesco» de Malaspina y en la peculiar construcción sintáctica de sus frases, que en ocasiones dificultan ciertamente la comprensión de sus ideas. 389.  [N.d.E.] La idea de que la imaginación se ocupa apenas de lo venidero aparece también en la Meditación filosófica de Malaspina: «La ocupación irresistible del alma es lo venidero, y todos los principios religiosos […] no dictan, bien mirados, otra cosa sino un continuo cuidado de lo venidero». Meditación, Nota A, [p.d.C.] [49]. 390. (*) [N.d.A.M.] «A Dios pintura y escultura: cuánto diera porque le hubiese cogido también a la arquitectura». [N.d.E.] Sobre Pigmalión y su Galatea, cf. Carta n.º 12.3, [N.d.E.] 161. 409

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física y ocupe la intelectual: cuanto más agradable y viva sea esta sensación, tanto más extendida será la idea de lo bello.(*)391 La sombra de un árbol de Aranjuez será siempre más grata para el que la goce que todos los jardines de Armida.392 El hombre dormido y el hombre mirado de espaldas jamás pueden dar idea real de la belleza porque el rostro, y especialmente los ojos,393 indican las calidades del ánimo relativas al instinto.(*)394 Los Griegos comprendieron bien estas verdades cuando pusieron desnudas y en pie las estatuas de Venus y Apolo: haya un Pigmalión que las anime, un placer que las avive y una inocencia que las contenga, ve allí lo bello constante de la especie humana, lo bello convenido entre las naciones cultas, hace 2360 años.(*)395 Únicas naciones que disputarán si existe o no lo que causa una sensación grata, verdadera, y tan profunda que la misma edad a veces es incapaz de borrarla.396 391. (*) [N.d.A.M.] «Allá va la poesía. Si me dieran a escoger los jardines de Armida, o Armida sin los jardines, me parece, me parece que escogería lo segundo sin pensarlo mucho… Cuidado Sr. Abate». 392.  [N.d.E.] Este comentario ofrece elementos que hacen muy verosímil la atribución de la carta a Malaspina. En su Meditación, Alejandro repite las mismas ideas con los mismos ejemplos. La obra del italiano Torquato Tasso sobre los amores de Reinaldo y Armida (cf. Tasso, 2010, Canto 16: 17-23) fue un motivo recurrente de inspiración para la pintura de los siglos xvii y xviii, y Malaspina alude a esos mismos personajes en su Meditación: «[…][…] ni por mucho que yo crea más precioso el oro que la seda, cubriré a Armida en los brazos de Reinaldo más bien de aquel metal pesado que de una gasa trasparente» (Meditación, [p.d.C.] [15]). Unas pocas páginas más adelante, Aranjuez le sirve también a Malaspina como ejemplo de belleza superior en su Meditación: «La narración aún más débil y sencilla me convence de que los jardines de Aranjuez son mucho más bellos que el huerto que cultivo, aunque no haya visto los primeros y este otro me cause un placer intenso e inocente» (Meditación, [p.d.C.] [21-22.]). 393.  [N.d.E.] Esta idea de que la belleza se refleja sobre todo en el rostro y, especialmente en los ojos, también se repite en la Meditación de Malaspina: «Así es que el rostro entre todas las formas, y los ojos entre las varias partes del rostro son los que forman el orden ascendente de la Hermosura […]». Meditación, [p.d.C.] [38-39]. 394. (*) [N.d.A.M.] «Esto se va despejando mucho». 395. (*) [N.d.A.M.] «No hay que pararse en fechas, que es tarde». 396.  [N.d.E.] También se repiten en la Meditación la reafirmación del canon griego de belleza y la idea de que solo las naciones cultas pueden aproximarse a este ideal: «Al 410

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Es bien singular que se niegue la existencia de una belleza convenida, mientras se estudian las proporciones de la especie humana en las estatuas griegas: no basta probar que los Chinos aprecian sus mujeres cuales son, para fijar la disparidad de opiniones sobre la belleza era menester que el Chino tuviese a la vista la Venus animada, y su Chinilla, y pospusiese sin embargo la primera a la segunda. Cervantes, con tanta metafísica como poesía, cogió la idea verdadera de la belleza, llamando sin par a su Dulcinea: no hubiera dicho otro tanto, aunque hubiese llenado cien hojas con dientes de alabastro, cabello dorado, mejillas rosadas, etc. ¿Quién podrá comparar una flor, una música, una frente más chica, o más grande a toda la belleza humana sin par? Hay otras 3 cosas en las cuales pudiera contemplarse con mucha razón y unanimidad la belleza esencial sin contradecirnos con las ideas anteriores, y son el universo visible, la primavera, y el caballo.397 Lo primero sin cosa alguna que pueda comparársele en la variedad, en la grandeza, y en el orden, nos trae a cada caso a la primer paso que los hombres hicieron para su civilización en los climas felices de la Grecia, comprendieron inmediatamente que el arte, esto es la imitación combinada de la Naturaleza, debía ser su ocupación más digna y permanente, y que entre tanta variedad de objetos, no le había más capaz de exaltar la [34] imaginación del artífice, o de mover el deleite y la admiración del espectador cuanto la copia exacta de sí mismos». Cf. Medi­ tación, [p.d.C.] [33-34]. 397.  [N.d.E.] La referencia a la belleza en el universo, la primavera y el caballo también se repiten en la Meditación filosófica, exactamente con los mismos ejemplos, lo que acaba por hacer indudable la atribución de esta carta a Malaspina. En la Meditación se lee: «El Universo, que admiraba poco ha, me recuerda la inmensa majestad y la arquitectura divina de la Creación. La primavera me embelesa, porque todo se reproduce y toma el semblante del amor y de la alegría. El caballo puesto al frente de cuanto es animado en las series inferiores, me demuestra el imperio razonado del hombre sobre todas ellas» (Meditación, [p.d.C.] [48]). Unas páginas después, Malaspina escribió: «La primacía entre los animales está concedida al caballo, […]. El solo caballo participaba de la corona de los Juegos Píticos, por cuanto él solo se consideraba apto por Naturaleza e instruido por disciplina a acompañar al hombre en las batallas y pelear con él» (Meditación, Nota M, [pp. 80-81 d.C.]). 411

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memoria la sabiduría del creador y su eterna providencia; la segunda nos representa aquella orgánica reproducción de toda la naturaleza, que multiplicando los contrastes, y avivando la sensación, conduce al hombre con mayor vehemencia a considerar sus propias ventajas sobre los objetos que le rodean; el tercero finalmente, destinado casi a amalgamarse con el hombre a manera del Centauro para que triunfe de las fieras, alcance el gamo, y busque con mayor facilidad a sus semejantes, tiene sus leyes establecidas para lo bello, sea en las proporciones exteriores, o en la valentía y nobleza de que debe estar dotado. El adorno del cabello, o de la barba, no han sido tampoco tan hijos del capricho como se supone: nunca vi en los fragmentos griegos y romanos un soldado voluntariamente barbado, y al contrario, lo están casi siempre un anciano, un senador y un filósofo.(*)398 B.M.399

28. Diario de Madrid del domingo 27 de septiembre 1795 (Manuel Gil) Señor del corbatón: ¡Ah, Sr. del corbatón, si Vmd. me viera jipar y moquear al leer en los Diarios de 10 y 11,400 su filosofiquísimo examen sobre la 398. (*) [N.d.A.M.] «No hay más. En el núm. 125, en un papel algo quemado de cigarros, se hallan algunas ideas sobre la barba y el cabello». [N.d.E.] Nueva broma sobre papeles perdidos que contienen informaciones sueltas que se entregan a un clérigo que los ordena —alusión a la ocupación tediosa de juntar y organizar los documentos de la Expedición Malaspina para entregárselos a Gil, quien por su parte lo censuraba todo—. 399.  [N.d.E.] Repárese en que esas iniciales corresponden a las del brigadier Malaspina. Alejandro había sido ascendido a brigadier por la Real Patente del 24 de marzo. Cf. Fernández Duro (1902: 51). 400.  [N.d.E.] Cf. Cartas n.º 23.1. y 23.2. 412

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«… El comandante presentó a Vuna este retrato, diciéndole ser aquella su mujer…». Alejandro Malaspina, Meditación filosófica. Imagen: Señorita de Panamá en una hamaca. Juan Ravenet (reproducido con permiso del Museo de América, Madrid).

belleza! ¡Qué gozo, qué deliquio, qué éxtasis el mío! pues ¡y el de mi criado, que se le cayó el chocolate de las manos, y no lo sintió! Tal era la flojedad que le cogió en todos los muelles de su cuerpo. Confieso a Vmd., señor y dueño mío, que en cuantos exámenes he visto en mi vida, incluso los de Boticario titular, no me he enajenado, reído, ni entusiasmado tanto como a vista del de Vmd... ¡Qué examen, Santo Dios! ¡Qué profundidad!, ¡qué delicadeza!, ¡qué fluidez! ¡qué simetría de ideas, de pruebas, de periodos!, ¡qué ligereza!, ¡qué evidencia! En suma, ¡qué examen, Señor del corbatón! Dije examen sobre la belleza, pero mentí. Permita Vmd. este desacierto al alborozo con que escribo esta carta y he leído la de Vmd. Es verdad que así se dice al principio de esta, pero yo apuesto una oreja a que Vmd. no supo lo que se escribía entonces: quiero decir, 413

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que no se paraba en palabrejas, ni pensó en examinar tal cuestión; porque si lo hubiera pensado ¿por qué no lo había de haber hecho? Ni tampoco ¿ut quid perditio haec?401 Doce párrafos, como doce perlas, que componen su carta de Vmd., ¿no están harto mejor y más sonoros, embutidos de palabras sueltas e inconexas, que con su variedad causan a los ojos el halago, que a las orejas un cuarteto de Wranisky?402 Otro, quizá, dirá mejores cosas que Vmd., pero ¿más palabras?, que me enmielen. Así va bien, Señor del Corbatón, Vmd. nació para escritor.403 No nos deje Vmd. respirar; encaje Vmd. con nosotros que, a pocos exámenes como este, nos tiene por tierra clamando al cielo por su conservación para declarador de nuestras cuestiones metafí­­ sicas. ¡Lejos de mí la infame lisonja, hija de la necesidad o de la ambición! ¡Apártese doscientas leguas el noble orgullo de formar opinión entre los escritores del Diario, ni aspirar a sus elogios, ni a que me señalen con el dedo en el Prado! Ocasión de emplear dignamente mi estilo laudatorio, de hacer justicia al mérito de un literato ilustrador, de alabar a Vmd. ¡Oh, Señor del corbatón! ¡Hoc erat in votis!404 El cielo me oyó, o por mejor decir, a Vmd. parece que se lo dijeron al oído. Pueblos de la tierra, y aun de la Luna, venid acá; acudid, agolpaos a un puesto del Diario, donde por cuatro cuartos y lo que os cuesta el viaje, veréis el examen más estupendo y más desaforadamente sabio de cuantos han producido los humanos conocimientos. En él 401.  [N.d.E.] «¿Ut quid perditio hacec?» (¿a qué viene esta pérdida?) (Mat., 26, 8). El uso de términos latinos y referencias bíblicas —como en este caso, una paráfrasis de las palabras de Judas, según el evangelio de Mateo— es común en todas las cartas que atribuyo a Gil. 402.  [N.d.E.] Paul Wranitzky (1761-1820), compositor moravo-austriaco. 403.  [N.d.E.] Fernández y Manfredi (1998: 89) interpretaron erróneamente que estas críticas iban destinadas con sorna a Malaspina quien, como es sabido —pues él mismo lo reconoció en alguna de sus cartas a amigos—, detestaba el oficio de escritor. 404.  [N.d.E.] «¡Hoc erat in votis!» (¡Este era mi deseo!) (Ovidio, Sátiras, 6, 2). 414

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veréis a un Numen inspirado por su condescendencia hacia una Dama405 proponerse investigar qué cosa sea belleza, y emplear nueve parágrafos en probar... ¿qué se yo qué? Pero, en fin, aun cuando no defina la significación de la palabra belleza, que quizá presumiríais que fuera su objeto, hallaréis una porción de oraciones que os edificarán. ¡Qué misteriosas!, ¡qué enfáticas! Creedlo, pueblos míos, el hombre estaba inspirado y no sabía lo que se decía. Pero no lo tacharéis, mordaces, de que se ha hecho obscuro para ser breve. De ningún defecto ha estado tan lejos como de este nuestro escritor. Ni podía tampoco huir [de] los vicios quien ignora los preceptos; y a nuestro erudito se le conoce a legua que en lo que menos ha pensado siempre es en estudiarlos. Pero no os embobéis, y dejándoos embriagar con esta especie de chacolí-literario (ya sabréis ¡oh, pueblos del orbe!, que el chacolí, según los inteligentes, se llamó en tiempo de Júpiter Néctar) no os traguéis, digo, sin sentir todo el discurso, y os quedéis sin paladear el inexplicable gusto de algunas tajadillas o trozos de él. Mascullad, rechupetead, bobos, esta meliflua frasecita, no siendo de menor bulto otro inconveniente que nace de la naturaleza misma de estas voces combinadas con los errores de costumbre en el hombre. ¿A qué se parece esto?, ¿a qué sabe?, ¿qué dice? Tragad y callad, curiosos. Pues, ¿y esta observación? No hay duda que en el principio de la formación del lenguaje pudiera haberse evitado el gran inconveniente que acarrea para la clara percepción de las ideas la indeterminación del verdadero significado de estas voces abstractas… ¡Qué novedad de condimento! Pero, ¡oh, desgracia! se malogró la ocasión, ¡se perdió la coyuntura de hacer este gran beneficio al género humano! Ve aquí el porqué, aunque los sabios conocen la necesidad de esta creación de voces, se contentan con 405.  [N.d.E.] Alusión a la Defensora de la Belleza. 415

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escribir exámenes, y deplorar la perdida de aquel precioso momento: Quis talia fando temperet a lachrimis!406 Pero ¿dónde me arrastra mi entusiasmo? Yo, ¿hacer el elogio de una obra que jamás sabré estimar bastantemente! No, pueblos del mundo: tomad vuestros Diarios, leedlos, y marchaos a Vuestras casas. Exprimidlos allá como podáis, sacadles el jugo que tengan, y Dios os dé fortuna, buen viaje. Y vos, ¡oh, profundísimo Señor del corbatón! Recibid el leve incienso de un literato intonso, a quien vuestro magnílocuo407 discurso ha dejado derrengado de admiración y asombro. Profundo sois, y profundo os aclamarán todas las edades, y mientras más obscuro vayáis escribiendo, más profundo os irán vociferando. Comprad Señor un Diccionario Español donde hallaréis la palabra aserción con muy diverso significado, que el que la habéis dado en vuestro discurso, equivocándola con acepción. Compradlo, señor, compradlo, que de todas maneras os será muy útil cuando determinéis aprender el castellano,408 y entretanto dignaos mirar con reconocimiento, e ilustrar a vuestro acérrimo apasionado.409 Modesto Socarrón. 406.  [N.d.E.] «¡Quis talia fando temperet a lachrimi!» (¡Quién podría retener las lágrimas escuchando tal relato!) (Virgilio). 407.  [N.d.E.] Grandilocuente. 408.  [N.d.E.] Esta recomendación al Hombre del Chalequillo y Corbatón para comprarse un diccionario de castellano y aprender la lengua podría tomarse como un vago indicio de que el Sr. del Corbatón fuera extranjero. Así lo interpretaron equivocadamente Fernández y Manfredi. Sin embargo, atendiendo al contenido de la carta del Hombre del Chalequillo, a su filiación con D. Isidro Calle Boceca y a su impugnación de la belleza esencial, resulta patente que las burlas de Gil apuntaban esta vez a las pretensiones filosóficas y literarias de Ceballos. 409.  [N.d.E.] Acérrimo es un adjetivo que, como superlativo de acre —áspero, desabrido— se usa especialmente para caracterizar un enfrentamiento o una enemistad. El propio Gil había reconocido en otra de sus cartas estar «reñido con estos hombres», aludiendo a los oficiales reunidos con Malaspina para organizar la publicación del viaje. Cf. Carta n.º 26, [N.d.E.] 374. 416

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29. Diario de Madrid del lunes 28 de septiembre de 1795 (Ciriaco de Ceballos)410 Al Abate Cortejo de la Sra. Madrileña.411 Mi estimado Amigo: Ya las Chinillas, los Susodichos y los Expresados Bocecas habían hecho punto final en la cuestión de la belleza, cuando héteme a la puerta el amartelado aquel de Doña F.412 ¿Y qué pedía el buen Caballero? Las carnes me tiemblan de solo repetirlo —pedía que yo midiese charrasca de palo nada menos que con dos lucientes aceradas Toledanas:413 pedía (dispense Vmd. la cortedad) un 410.  [N.d.E.] La autoría de esta carta, firmada por Doña Boceca, corresponde indudablemente a Ceballos, quien deja clara su identidad al posicionarse genealógicamente en la línea de Chinillas y Bocecas, y usa rasgos estilísticos propios de todas sus cartas, como la indicación de la paginación original en el Diario de Madrid de las citas de sus contrincantes, o su característica «transición bocequil», con la que Ceballos eludía de un plumazo las críticas más complejas, además de emplear ejemplos astronómicos. En esta carta, después de hacer una rápida contrarréplica a Bambrila, Ceballos se centra en responder a Gil, el Abatón estantigua a quien ya había reprochado en cartas anteriores su falta de argumentos y su agresividad en sus ataques a Malaspina. Al final de la misiva, destina Ceballos un «pliego de apuntes sueltos» —nueva alusión a las tareas de recopilación y puesta en orden de documentos de la expedición— en el que combate algunas ideas de Malaspina. A pesar de mantener posiciones contrarias en relación con la existencia o no de una belleza independiente de las costumbres de los hombres, Ceballos da muestras de respeto y apoyo hacia Malaspina frente a los despiadados sarcasmos de Gil. De esta forma, la Disputa dio un giro inesperado en el que Ceballos pasó de ser el principal contendiente de Malaspina a convertirse en su aliado, en la peculiar confrontación del italiano con el clérigo Gil. 411.  [N.d.E.] La carta va dirigida en principio al comprofesor F. —al que Ceballos apoda «Abatito»— quien había asesorado a la Pintora (cartas del 14 y 15 de agosto); sin embargo, una vez «despachado» el Abatito, Ceballos pasa a replicar al Abatón estantigua, es decir, al Susodicho (Manuel Gil), quien también había asesorado a una «Madrileña fea» o «sin gracia», (antítesis de la Defensora de la Belleza), en su carta del 11 de agosto de 1795. 412.  [N.d.E.] Fernando Bambrila. El autor de la carta responde a la petición de F. (firmante de la Carta n.º 25) de un posicionamiento de los Boceca sobre la obra de Mengs y Azara. Cf. Carta n.º 25. Repárese en que, aunque la carta original de R.xF. había sido supuestamente «escrita» por una pintora, Ceballos desenmascara el verdadero género de sus autores refiriéndose a Bambrila como «aquel de doña F». 413.  [N.d.E.] Parece que Ceballos reprochaba a Bambrila su exigencia de un detallado juicio crítico de las obras de Mengs y Azara, pues el asunto quedaba fuera de sus áreas de 417

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juicio crítico de las opiniones que los Señores Mengs y Azara tuvieron de la hermosura.(*)414 Yo bien me acuerdo que, montado en cólera, en tiempos remotos, medio ofrecí una cosa parecida; pero del dicho al hecho, va mucho trecho; y si el gracioso Abatito me sugiriese un medio de eludir honrosamente lid tan desigual, quedaríale asaz reconocida... Señora, ninguno [se] me ocurre… Pues una vez que es eso, ¡sus! ¡buen pecho!, y para llegar más ducho a las duras, riñamos como por vía de ensayo preparatorio con el Abatón Estantigua.415 Algunos hallan muy puesto en su sitio que la Sra. Madrileña se arranque los moños y chille como una espiritada.416 Por lo que toca a los Señores Mengs y Azara, hablaremos otro día.417 Pero yo, que tengo la fortuna de conocer y tratar a la graciosa defensora de la belleza, yo que alcanzo toda su discreción y sus recursos, no puedo creer que Sra. tan sabia se ahogue tan en seco.418 Pero especialización —geodesia, hidrografía, astronomía, antropología, etc.—. Los discursos de Mengs y Azara serían esas dos luminosas espadas de acero toledano contra las que Ceballos se veía obligado a combatir con «un arma de palo», reconociendo así su menor competencia para juzgar tales asuntos. 414. (*) [N.d.D.M.] «Véase el Diario del 16 de este mes y los del 29 y 30 del pasado». [N.d.E.]. Cf. la nota original del Diario hace referencia a las Cartas n.º 25 —firmadas por F. (del día 16 de septiembre, que atribuyo a Bambrila)— y Cartas n.º 19.1 y n.º 19.2 —firmadas por D. Simplicio (días 29 y 30 de septiembre, del padre Manuel Gil). 415.  [N.d.E.] Ceballos pretende comenzar por responder a la réplica del Abatito, F. (Fernando Bambrila), como un «entrenamiento» antes de pasar al ataque contra las réplicas del Abatón estantigua, o sea, Gil (D. Simplicio). 416.  [N.d.E.] Cf. Carta n.º 19, [N.d.E.] 253, donde Gil/Simplicio aseguraba que la Defensora de la Belleza estaba «dada a los diablos desde que Vmd. escribió su carta, y tan desesperada que el otro día tiró el tintero, rasgó el papel, se arrancó los moños y el pelo, y paseaba como una energúmena». 417.  [N.d.E.] Repárese en el desparpajo —por no decir desfachatez— con que Ceballos vuelve a escabullirse con su famosa «transición bocequil» (cf. Carta n.º 19, [N.d.D.M.] 266; Carta n.º 20, [N.d.E.] 303; Carta n.º 25, [N.d.E.] 368) para despachar de un plumazo la petición de Bambrila de que se extendiese en un juicio sobre la teoría estética de Mengs, un territorio resbaladizo para el marino cántabro. Aun así, unas líneas más adelante retomará el asunto, criticando la poca valía de Mengs como filósofo. Este recurso estilístico de Ceballos retira cualquier duda en relación con la autoría de esta carta. 418.  [N.d.E.] Repárese en cómo las supuestas autoras —Ceballos y Malaspina— no dudan en reconocer que se conocen y se respetan, mientras se divierten en su disfraz de señoras. 418

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demos el caso que luchara contra las alteradas ondas del proceloso Océano. ¿Bastarían las fuerzas de un con capilla419 cangrejo para sacarla a salvo? No, Abate mío, no nos engañemos. Es Vmd. muy renacuajo para adelantar las columnas un ápice del lugar donde las fijó el vigoroso Hércules. Es Vmd. poco hombre420 para añadir una sola razón a todas las que expuso en abono de la hermosura su hermosa defensora. Y si no, ahora lo veredes, dijo Agrajes [sic]. Nadie puede dudar lo que en tono declamatorio nos asegura Vmd. a la pág. 983, línea 20 y siguientes,421 es a saber: que la gran causa de las cosas no dio existencia a las cosas ciegamente y a salga la que saliere.422 ¿Pero tiene esta verdad la más remota conexión con nuestra disputa? Yo sé que, existiendo el mundo, existen leyes de las cuales depende para su conservación. ¿Pero son unas mismas esas leyes y las inventadas por los hombres para explicar los efectos que notamos en el orden físico, lo mismo que en el orden moral? Pues de la misma manera, la existencia de un bello absoluto no prueba que las opiniones de los hombres sobre sus caracteres distintivos dejen de ser disparatadas; así como la evidente y necesaria existencia de ciertas leyes, según las cuales se cumple el misterio de la generación, no justifican los principios 419.  [N.d.E.] Posible alusión a la sotana del clérigo Manuel Gil. 420.  [N.d.E.] Repárese cómo, aunque en apariencia se dirige a la dama Defensora de la Belleza, Ceballos se ceba con el Abate (Gil), al que llama renacuajo y poco hombre, y deja intacta a la dama (Malaspina/OʼConnock), reconociendo la discreción y recursos intelectuales del italiano. 421.  [N.d.E.] Las referencias exactas a la posición de los trechos aludidos de cartas anteriores indicando su paginación original en el Diario de Madrid son un rasgo estilístico de todas las cartas que atribuyo a Ceballos. Cf. Carta n.º 17.2, [N.d.E.] 239; Carta n.º 19, [N.d.E.] 265; Carta n.º 29, [N.d.E.] 410, 437. 422.  [N.d.E.] Ceballos se está refiriendo a la carta de Gil/D. Simplicio del 29 de agosto donde el clérigo había escrito para ridiculizar la opinión de la Defensora de la Belleza/ Malaspina: «¿Se persuade Vmd. a que la grande y poderosa causa que produjo las cosas, les dio existencia ciegamente, sin tener de cada una de ellas una idea fija, sino a salga lo que saliere?». 419

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«… no es en balde que los campeones de esta nueva opinión apelaran a los razonamientos matemáticos, en vez de al fiel depósito de la historia, […] La historia hubiérales desengañado enseguida…». Alejandro Malaspina, Meditación filosófica. Imagen: El triunfo de la Historia sobre el Tiempo. Anton Raphael Mengs, 1772 (Camera dei Papiri, Biblioteca del Vaticano) (dominio público).

420

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imaginados por Andrés Harveo [sic]423 y el presidente de Berlín424 para explicarla. Si como Vmd. nos da a entender, tanto es bella una cosa cuanto no fue producida a ciegas, la hermosura no es una cualidad de las que constituyan la diferencia específica de los entes: es decir, que todos los entes son igualmente hermosos, porque todos han sido producidos, no a ciegas, sino con la previa determinación, con el fijo designio de que fueran lo que son;425 y aquí tenemos al Sr. Abate en la triste precisión de renunciar a sus principios, o confesar que un Murciélago y un Pavo Real, un Adonis426 y un Simio, son cosas del mismo modo lindas. El pecado original, la misma característica de los que no han entrado todavía en la cuestión, es confundir lo perfecto con lo hermoso, sin advertir que para los hombres son bellas muchas cosas de cuya perfección no tienen nociones precisas, y aún muchas cosas imperfectas a sus ojos. Si yo dijera que la estrella Sirius es más hermosa que cualquiera de las Pléyades, diría una verdad en la que convienen todos;427 pero si añadiese que cualquiera de las Pléyades no es tan perfecta como Sirius, se reirían de mí hasta los muchachos del barquillo.428 423.  [N.d.E.] Ceballos se equivoca y llama Andrés a Guillermo Harveo, o William Harvey, a quien se atribuye la frase «ex ovo Omnia» (todo procede del huevo). Cf. Carta n.º 20, [N.d.E.] 296. El nombre de Harvey había sido españolizado como Harveo y con esta denominación se refería a él Benito Feijoo en su Teatro crítico universal. Cf. Feijoo, Benito (1737), vol. 4, Discurso XII, p. 289. 424.  [N.d.E.] Federico II de Prusia (1712-1786), rey prusiano, exponente del despotismo ilustrado e importantísimo mecenas de artistas, filósofos y científicos. 425.  [N.d.E.] Ceballos comparte con Alejandro Malaspina esta visión de la naturaleza como producto de lo que hoy denominaríamos un «diseño inteligente» por parte del Creador. Malaspina escribió en su Meditación: «El Ser Supremo en la creación de los animales no quiso emplear más que una idea variándola [68] al mismo tiempo de todos los modos posibles, para que el hombre pudiese admirar igualmente la magnificencia de la ejecución y la sencillez del diseño». Cf. Meditación, Nota H, [p.d.C.] [68]. 426.  [N.d.E.] Cf. Carta n.º 4, [N.d.E.] 29. 427.  [N.d.E.] El interés y conocimiento en astronomía nos descubren de nuevo a Ceballos escondido tras el disfraz de Doña Boceca. 428.  [N.d.E.] Los barquilleros de Madrid eran (y aún son) una de las figuras castizas más típicas de la capital de España. Vendedores ambulantes de sus característicos barquillos, un dulce en forma de tubo hueco hecho con harina, aceite, vainilla y agua. 421

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Pero al fin, me dirá el Abate, ¿Vmd. conviene en la existencia de un hermoso, aunque niega el conocimiento de sus caracteres distintivos?... Si entendemos por aquel un ente real y verdadero, o una cualidad esencial en los entes, respondo que no. Si entendemos una relación de semejanza entre lo que yo llamo hermoso y lo que en mi infancia me dijeron que lo era, respondo que sí. Cuando empecé a comparar los objetos, oí decir que la Venus era bella; la consideré, y de las ideas de proporción que me sugirió este modelo, pasé a la noción metafísica y general de belleza. Pero suponga Vmd. que los accidentes particulares de mi prototipo hubieran sido distintos, la atracción lo sería también y la misma voz correspondería a una idea diferente. De esta diferencia entre las nociones individuales que nos conducen a las nociones abstractas resulta por una precisa consecuencia la disparidad de opiniones que encontramos en los juicios de los hombres sobre lo hermoso. Esto es: el que a un chino le parezca feo lo que a una madrileña le parece lindo, sin que el juicio del uno tenga ni más ni menos fundamento que el juicio de la otra. Decir a una Pekinesa que no considere hermosas unas narices chatas es decirla que no tome las voces de su idioma en la acepción que rigurosamente deben tener. Resulta de lo dicho, que la palabra belleza es el signo de ciertas relaciones convencionales, pero de ningún modo la expresión de alguna cosa que tengan los entes de absoluto, invariable y esencial. Si yo digo que mi tintero pesa sobre mi mesa y ocupa una parte del espacio, todos los hombres convendrán en estas verdades, porque el peso y la extensión son dos cualidades inherentes a todos los cuerpos. Pero pregunte Vmd. si mi tintero es hermoso, y verá cómo se dividen los pareceres, tirando cada uno por su lado. ¿Y de dónde proviene esta diversidad de dictámenes? De que la hermosura no es como el peso o la extensión, una cualidad íntimamente ligada a las substancias; nuestra imaginación y nuestro deleite la crean. Los principios de cada uno, su educación, sus conocimientos, sus preocupaciones, sus distintas circunstancias la modifican distintamente, y de aquí 422

Disputa sobre la belleza

nuestros diversos gustos, nuestros opuestos pareceres, y nuestras eternas disputas. A esto nos responde Vmd. (p. 986, hablando con el gracioso Bocequilla) que los hombres disputan sobre muchas cosas indefinibles, sin que por esto sea dudosa su existencia. Ejemplos de esta verdad, la generación, el magnetismo, etc. Pasito, Sr. Abate, que la comparación no es tan exacta. Todos con­­ venimos en que hay una generación, y solo cuando se trata de averiguar los medios eficientes, solo en ese caso es cuando difieren nuestras opiniones; yo no deseo que me expliquen las leyes que la naturaleza pone en uso para producir la hermosura; lo que deseo es que me demuestren su existencia, como yo convenceré a cualquiera de que hay un magnetismo, una aurora boreal, una electricidad, una vegetación y otros mil fenómenos cuyas causas desconocemos, pero cuyos efectos son general y uniformemente sentidos. Yo le daré a Vmd. una definición por la cual todos los pueblos de la Tierra conozcan el magnetismo; pues el que sea guapo que me de otra definición de la belleza, con el mismo carácter, y se concluirá la pendencia. ¡Lucidos estamos! Luego, ¿Vmd. no sabe que los Sres. Mengs y Azara definieron la belleza? Lo sé, y no tenían mis circunloquios otro fin que el de evitar el encuentro de tan señalados varones. Los miro con toda aquella veneración que debe engendrar el conocimiento de sus eminentes cualidades. Pero, puesto que me convidan a ello, he de decir, tuerto o derecho, lo que entiendo en el asunto. El célebre Mengs, que distó mucho de ser tan buen metafísico como admirable pintor, define la belleza de un modo verdaderamente singular. Como la perfección, dice, no es propia de la humanidad, y como el hombre nada más puede comprender lo que entra por los sentidos, ha querido Dios darle una noción intelectual de la perfección, y esto es lo que se llama belleza. Y esto es lo que se llama echar por el atajo, añado yo. Haría un agravio a los lectores sensatos si me detuviese a manifestar toda la incongruencial [sic] arbitrariedad y poca exactitud de la tal definición. Pero 423

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para ver las enormes contradicciones de su autor, demos de barato que lo bello sea lo perfecto. Siendo así cierto, ¿cómo entenderemos lo que el mismo Mengs nos asegura un poco más adelante? Hemos imaginado (dice, a la pág. 4, lín. 19) una especie de perfección acomodada a nuestros sentidos, y esta especie de perfección es lo que llamamos belleza. Profesor, si nuestras ideas de lo perfecto son inspiradas por Dios, ¿cómo puede ser la perfección una quisicosa429 imaginada por los mismos hombres a la medida de sus sentidos? A la página 6, línea primera y décima, se nos asegura que la uniformidad constituye la belleza y es su fundamento, pero según lo dicho antes, lo bello es lo perfecto; luego una de dos, o estas definiciones son contradictorias, o las palabras uniformidad y perfección son sinónimas, por lo cual no quiere pasar el hijo de mi madre. En la misma página 6, línea 28, se dice que hay belleza en todas las cosas, puesto que nada hay inútil en la naturaleza. De donde se infiere que la utilidad es el carácter distintivo de lo hermoso, Pues, siendo esto así, ¿cómo añade, en la pág. 7, línea 2, que lo más bello no es siempre lo más útil? No tendría término esta carta, si hubiera de manifestar todas las contradicciones y todos los errores de la metafísica en que hubo de recurrir el incomparable Mengs, y todo por el empeño de hacer que viésemos con claridad en medio de las tinieblas. Basta y sobra con lo dicho para conocer cuán a la de Dios es Cristo califica Doña F. de sólido, excelente y filosófico un tratado que yo llamaré imperfecto, mientras la señora no vindique a su autor de los cargos indicados, y de otras cuatro docenas que reservo en el tintero y saldrán cuando la necesidad lo exija. Pero si he de hablar [de] lo que entiendo, me dan barruntes de que la bizarra damisela no entiende, ella misma, muchos lugares del propio 429.  [N.d.E.] Enigma, misterio o problema difícil de averiguar o resolver. 424

Disputa sobre la belleza

escrito que debe defender. Y si no, hágame la merced de explicarnos, aun con el auxilio de los dos comprofesores parafrastes,430 este pasaje de Mengs, tal vez el más claro entre los muchos turbios que pudiéramos citarle: La naturaleza hace todas las cosas perfectas, pero como esta perfección es cercana a lo divino, por eso hay tan pocas cosas perfectas. Y luego dirán que el Poeta Soledad fue inimitable en esto de hablar Babilonio. Pero adelante, porque son las mil, y es necesario despotricar por entero. El Excmo. Sr. don Nicolás de Azara, este insigne escritor, tan distinguido en la carrera política como justamente célebre en la república de las letras, no podría aprobar las opiniones de su amigo, y así lo sabría Doña Francisca, si hubiera leído con atención los escritos de aquel ilustre literato.431 El mismo Sr. D. Nicolás asegura que estamos ayunos de lo que sea la belleza; no obstante todo lo que se ha escrito sobre ella. Que Mengs la discernió prácticamente, pero que su teoría se resiente de Platonicismo [sic], al que fue inducido por la metafísica de Winckelmann.432 Así nos habla a las páginas 69 y 79, pero en otro lugar se explica todavía con mayor claridad, y en estos precisos términos. Mengs creyó en su mocedad que la belleza era una cosa existente, y creyó poderla definir, pero después reparó en la dificultad, y se contentó con poder dar alguna idea de sus efectos. Dedúcese de esto que Mengs no definió la belleza, infiérese de aquello que Mengs dudó de su existencia; colígese de lo otro que mi Señora F. cita contra sí, y se arguye de esto, de aquello y de lo otro que el Caballero Boceca (mi primo hermano para servir a Dios y a Vmd.) tiene mucha, muchísima razón.433 430.  [N.d.E.] Parafrastes: vocablo desusado que indica al autor de paráfrasis. Los dos comprofesores parafrastes a los que alude Ceballos no son otros que Ravenet y Bambrila, autores de la Carta n.º 16, firmada por la Pintora R.xF. 431.  [N.d.E.] Cf. Azara (1797). 432.  [N.d.E.] Cf. Winckelmann (2008 [1755]). 433.  [N.d.E.] La ironía y los juegos con el lenguaje, la atribución de parentesco con los Bocecas y su exaltación intelectual son rasgos típicamente característicos de todas las cartas que atribuyo a Ceballos/Boceca. 425

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Yo me guardaré muy mucho de afirmar redondamente que el Sr. Azara pierde pie en la difícil y complicada cuestión de la belleza, como lo perdieron André,434 Wolf,435 Diderot436 y otros escritores cuyas opiniones critica con tanta sabiduría; mas el ilustre y erudito Sr. dispensará a mi ignorancia la duda de si en la materia está siempre de acuerdo consigo mismo. En un lugar de su comento [sic] (pág. 62, lín. 5 y 6)437 escribe que la hermosura es una cualidad inherente al objeto hermoso, y no a la persona que recibe la impresión. Y en otra parte (pág. 63, lín. 9 y 10) que la hermosura no está en los objetos, ni existe fuera de nuestra imaginación. No sé con cuál de estas dos sentencias ajustará la definición que nos da después, diciendo que la belleza es lo perfecto agradable, pero lo cierto es que esta definición, tomada en general, como lo entiende Doña F., parece tan insuficiente como todas las demás. En efecto, decir que lo bello es lo perfecto es substituir una voz que no entiendo por otra voz que tampoco entiendo. Si mis nociones de lo uno son vagas y obscuras, mis nociones de lo otro lo son todavía más. Pero espere Vmd., que un poco más adelante nos dicen lo que es perfección. Perfecto se llama (página 63) aquello en que no falta ni sobra nada de lo que creemos que debe tener una cosa. Está bien; mas las facultades de los hombres, su entendimiento, sus débiles órganos, ¿no son capaces de un infinito número de modificaciones? Y, siendo esto cierto, ¿las ideas que formen de las cosas no serán muchas veces erróneas, y casi siempre distintas? Sí, Señor, pues hétenos aquí juzgando de la perfección en la misma diversidad y en la misma incertidumbre de opiniones que juzgando de la hermosura. Si yo le pregunto a una china por qué son bellos unos ojos pequeños, 434.  [N.d.E.] Yves-Marie André. Cf. Carta n.º 4, [N.d.E.] 23. 435.  [N.d.E.] Christian Wolff. Cf. Carta n.º 4, [N.d.E.] 21. 436.  [N.d.E.] Denis Diderot (1713-1784). Cf. Diderot (1973 [1752]). 437.  [N.d.E.] La indicación de la paginación y ubicación exacta de las citas es otra característica que distingue a las cartas de Ceballos de las de sus contrincantes. Cf. Carta n.º 17.2, [N.d.E.] 239; Carta n.º 19, [N.d.E.] 265; Carta n.º 21, [N.d.E.] 309; Carta n.º 29, [N.d.E.] 410, 421. 426

Disputa sobre la belleza

me responderá, según estos principios, que por ser perfectos. ¿Y por qué razón son perfectos? Por la razón de ser hermosos. Y no habrá fuerza centrífuga que la saque de este círculo. Mengs entiende por perfecto aquello que corresponde mejor a los designios para los que fue criado. Mas, ¿saben los hombres los designios de la Naturaleza en la mayor parte de sus obras? Y por ignorarlo, ¿dejan de acordar o negar el título de hermosas a esas mismas obras? Fuera de que una Venus animada, siendo infecunda, es un ente imperfecto; pero ¿deja, por esta circunstancia, de ser siempre a los ojos de Vmd. una Venus, esto es, una mujer hermosa? Las orejas grandes son las más perfectas pues, como dice un naturalista, son las más propias para recibir los sonidos. Pues, sin embargo, las orejas chicas son las más lindas en el sentir de los hombres de gusto. Con que ajústeme Vmd. esas medidas, Sr. Abate. Bien es cierto que el Sr. Azara llama hermoso lo perfecto y agradable: estas dos voces que expresan los caracteres constitutivos de lo hermoso se modifican recíprocamente, por manera que lo perfecto no será bello si al mismo tiempo no es agradable, ni lo agradable si al propio tiempo no es perfecto. Sea en buena hora, pero no se crea que hemos dado un paso más adelante. Porque si los hombres juzgan con diversidad a los objetos, se prestan también con diversidad a sus impresiones, y además estas impresiones no tienen el carácter de invariabilidad que se quiere dar a la belleza. Un amante tierno pierde el dulce objeto de sus suspiros y nada puede compararse a su dolor. Sin embargo, el tiempo le familiariza con su desgracia, la impresión se debilita por momentos, y al fin desaparece. Valga otro ejemplo. Se ofrece por primera vez a los ojos de un hombre el sublime espectáculo de esos cuerpos sembrados con tanta profusión en la bóveda celeste, ¡y qué asombro!, ¡qué placer el suyo! Pero mira un día y otro día, un año y otro año los mismos cielos, se familiariza con su presencia y acaba por verlos con una estúpida frialdad. ¿Y qué se infiere de todo 427

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esto? Que el hábito de una impresión debilita su viveza y aún la destruye por entero. Se infiere que una cosa agradable ahora puede no serlo después. Pero lo agradable es uno de los caracteres constitutivos y diferenciales de lo hermoso, luego lo hermoso hoy puede no serlo mañana; luego, o la definición del Sr. Azara es insuficiente, o la belleza no es una cualidad inmutable y esencial en los objetos. Adiós, abate mío; memorias a la Señora Madrileña; ámela Vmd. como ella se merece, y disponga de su amigota. Doña Boceca. P.D. Memorias al discreto y juicioso D. Patricio, de parte de quien lo estima sin conocerle. Pliego de apuntes sueltos.438 Nota. Mucha parte de las reflexiones siguientes parecen referirse contra los pensamientos sobre la belleza no arbitraria publicados en los días 22 y 23.439 Otras que no tienen conexión ni con ellos, ni entre sí, las distinguimos con un *. •

Los días 22 y 23 fueron días muy oscuros, de alguna agua y mucha brumazón. Apenas se dejó ver el sol. En el día y en el Diario todo fue tinieblas.

438.  [N.d.E.] Con esta alusión a un pliegue de apuntes sueltos encontrados, Ceballos parece querer seguir la broma de Malaspina, quien en su carta firmada como B.M. decía tener como única ocupación el juntarse con una cuadrilla de desocupados que recogían papeles y se los entregaban a un abate, haciendo una clara alusión a su situación en la corte, mientras esperaban que diera inicio la publicación de los resultados de su expedición. Cf. Carta n.º 27, [N.d.E.] 380, [N.d.D.M.] 383 y 398. 439.  [N.d.E.] Se refiere a Malaspina, que firmó aquella carta como Boceca Minor. 428

Disputa sobre la belleza











Las ideas sobre lo bello no arbitrario son poco claras, y la introducción a esas ideas en extremo innoble. Todo aquello de ochavos, sillas, mechas, etc., prueba poca invención. Nadie puede dudar de la existencia de la belleza ideal. Pero el nombre explica lo que debemos entender por ella: una belleza imaginada. La suposición de la belleza absoluta*. Supongo que existe un bello musical, y un bello poético; del uno y del otro puede informarnos el órgano del oído; luego es falsa la aserción que se lee en la página 1074, lín. 7, a saber, que lo bello se percibe solo por el sentido de la vista.440 Esto no tiene réplica. Aquello de poder llamarse la variedad el conocimiento de todas las cosas es griego. Y lo otro de estudiar la imaginación lo futuro; así me lleve Dios que no lo entiendo; el tal Señor discurre bien y generaliza como pocos, pero la oscuridad no le permite ver el brillo donde realmente le hay. Los señores Mengs y Azara definieron mal la belleza, pero no se infiere de esto que dejen de ser dos grandes hombres. Nada más disparatado que cierta interpretación del Apocalipsis, ciertos turbillones [sic], ciertas mónadas y cierto horror al vacío, y sin embargo nadie más grande que un Newton, un Descartes,441 un Leibniz y un Aristóteles.442

440.  [N.d.E.] Vemos cómo Ceballos se opone a la idea de que la vista es el único órgano por el que se percibe la belleza, idea que Malaspina había defendido en la Disputa (Carta n.º 27, [N.d.E.] 385) y que matizará más tarde en su Meditación filosófica [p.d.C.] [98], donde Malaspina llega aceptar que, raras veces, la belleza se puede percibir también por el oído. Cf. Disputa sobre la belleza. 441.  [N.d.E.] Repárese en que Ceballos vuelve a desprestigiar aquí la teoría de los remolinos (tourbillons) de Descartes, ridiculizando de modo implícito a sus epígonos, como Saint-Pierre —defendido por Malaspina—, que había basado sus correcciones a la forma de la Tierra predicha por Newton a partir de una teoría geodinámica heredera del planteamiento de Descartes. 442.  [N.d.E.] Ceballos alude a los comentarios teológicos de Newton, a las teorías hidrodinámicas (de los remolinos) de Descartes para explicar la forma de la Tierra, a la idea del horror vacui defendida por Aristóteles y a la idea de mónada de Leibniz. Todas esas ideas eran despropósitos, según Ceballos, pero no por eso restaban un ápice al mérito de aquellos genios. 429

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Por este tenor había un amplio pliego de apuntes,443 que orde­­naré cuanto antes y remitiré en [la] primera ocasión.

30. Diario de Madrid del jueves 1 de octubre de 1795 (Fabio Ala Ponzone)444 Señor Apologista de Don Simplicio. Señor mío: Para no abusar de la atención del público, persuadido de que todo lo que es inútil, aunque cueste trabajo y artificio, al modo de las telas de araña, es despreciable a los demás como ellas, me ciño a responder a la malhadada carta del 21, en que se impugna injusta y mezquinamente la de D. Favonio, que este probó en la nota tercera que D. Simplicio se contradecía, y Vmd. lo defiende con decir, más eres tú, sin demostrarlo; que se falta a la verdad en que D. Favonio acina [sic]445 autoridades que no conoce, siendo así que anota el pasaje, y hasta la línea, traduciendo algunas, en prueba de que las ha leído, y las entiende. En cuanto a estilo, pudiera haber tenido el del Apologista empezar con ironía y perderla a los ocho renglones, enlazando con un mismo sentido, y en la misma línea, saladísimas frases y graciosos 443.  [N.d.E.] Esta última sección, presentada como un pliego de apuntes sueltos, y el anuncio final de tener preparados nuevos pliegos parecen menciones humorísticas a la tarea que Malaspina les había encomendado y a la que había hecho mención en la carta que firmó como «B.M.», en relación con juntar todos los documentos científicos reunidos durante la expedición, para organizar la publicación del viaje (Carta n.º 27). 444.  [N.d.E.] La identidad de estilo, los defectos de castellano y la contrarréplica, punto por punto, de las críticas que Gil había hecho de la carta de Favonio autorizan a atribuir esta carta, firmada por el Discípulo, al mismo Fabio Ala Ponzone. 445.  [N.d.E.] Probable confusión lingüística del italiano Fabio Ala Ponzone, quien a partir de los vocablos italianos segna o assegna, que significan «indica, muestra», o «asigna, atribuye», forma la inexistente palabra acina. 430

Disputa sobre la belleza

despropósitos, metidas a mazo, y sembradas a ciegas. Vmd. grita envidia, negra envidia, con algo de potencia risible, Vmd. acabando la carta ufano de haber repartido sus luces, y creyendo oír las palmadas de aplauso; pero no así Don Favonio, que quiere satisfacer a todos los cargos.446 Poco trabajo es necesario para demostrar que Vmd. yerra en que se dice que la verdad y el entendimiento humanos son paralelos, pues que está escrito en letra de molde, al modo de las paralelas: al contradicen, contradiciéndose, hay añadido por decirlo así, modificadas con esta condicional ambas expresiones... ¿Qué tal?, ¿lo entiende Vmd. ya?447 Equivocada es la cosa hecha con error; equivocable es la expuesta al error; así como una cosa amable puede no ser amada. Venal es el que vende, no solo por dinero, sino por sostener la opinión, o por cualquier cosa que diga interés. Todas las casas pueden compararse, pero no todas convendrán en comparación. Calderón usa esta frase en su primer auto sacramental. He respondido a los 73 errores,448 que luego son 11 docenas y por fin quedan en 5, y ahora digo que no conozco lo de reseña de despropósitos, ni al sustantivo apostilla, aunque sí al verbo apostillar, hacer notas, y será tal vez aporía, que significa falsedad, y sea lo que fuere, no me importa ni quiero entenderlo, pues que no 446.  [N.d.E.] Aunque la carta viene firmada por el Discípulo, se trata obviamente de la respuesta del propio Favonio (Fabio Ala Ponzone) a los cargos y chanzas del Apologista de D. Simplicio (Gil). Aquí el autor se delata al anunciar la intención de Favonio de responder a las burlas del clérigo. 447.  [N.d.E.] La desordenada construcción sintáctica revela al mismo autor extranjero que había firmado la carta de Favonio: Fabio Ala Ponzone. 448.  [N.d.E.] Recuérdese que en la carta del Apologista, Manuel Gil aseguraba, refiriéndose a la carta de Favonio, que «a la primera lectura le cogí 73 errores de idioma». 431

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impugno la chabacana carta del 21, sino que defiendo la del 13, y la defiendo por última vez, dejando manifiesto que se apeló a la falta de verdad, por no saber cómo lamerse y porque, convencido yo de que la tenacidad y el orgullo son cualidades de Zotes o de Niños, me separo de su conducta, dejándole en libertad de decir sin contradicción cuanto guste.449 Baste a Vmd. por lección la de Virgilio nuestro amigo. Yo quise desafiar al mismo tiempo al cielo y al mundo, pero el primero me ha castigado, y el segundo se ha reído de mí. Vaya Vmd. a buscarlo, que eso hace Don Favonio tan a poca costa, que se lo encomienda a Su Discípulo. Adición: suplico a Don Favonio y a sus amigos desatiendan cuantos cargos haga el Apologista y los de su Calaña, pues que, siendo tan infundados como los de la carta del 21, no le faltará jamás que tildar y exclamar; partido más fácil y cómodo que satisfacer argumentos y defender opiniones.450 San Ildefonso, 27 de septiembre de 1795.451

449.  [N.d.E.] Repárese en que Fabio Ala Ponzone dice no tener mucho interés en entrar a discutir las ideas y críticas de Gil, cuya carta describe como «chabacana», sino de defender la carta firmada por Favonio, escrita por él mismo anteriormente. 450.  [N.d.E.] Fabio/Favonio se suma a Ceballos en las críticas a las burlas ad hominem, sin verdaderos argumentos, del padre Gil contra Malaspina. 451.  [N.d.E.] El que la carta esté firmada en San Ildefonso, adonde Malaspina y sus hombres se habían trasladado por estas fechas, siguiendo a la corte, resulta un apoyo más a la tesis de que la autoría de la carta corresponde a Fabio Ala Ponzone. 432

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31.1. Diario de Madrid del viernes 2 de octubre de 1795 (Pedro Estala) Juicio de los Diarios del mes de Septiembre. Señor Diarista: La fatal e incorregible condescendencia de Vmd. hace que las cuestiones más curiosas se embrollen de suerte que fastidian en vez de instruir y deleitar. Digo esto por la caterva de papelajos fatuos que se han atravesado en la cuestión de la belleza, que no han servido más que para confundirla. Acuérdome que yo (aunque pecador) suscité esta cuestión el año pasado por el mes de noviembre, negando la belleza por los mismos principios que el Señor Boceca;452 nadie me contestó, y creí que todos convenían en mi opinión. Nuevamente se ha suscitado esta cuestión, y salieron a defenderla e impugnarla dos campeones, dignos uno de otro, y capaces de apurar la materia.453 En efecto, las cartas del Sr. Boceca y de su competidora la Madrileña graciosa son modelos de solidez y buen gusto; pero a vuelta de estos dos han salido tantos gozquecillos con los títulos de Madrileñas, Bocequillas y qué se yo qué más sandeces, que han embrollado la cuestión, cansado la paciencia del público, y fastidiado a todos. He creído necesario hacer esta advertencia para que no se equivoquen los lectores en el juicio de tanta variedad de cartas; esto supuesto vamos a ver las que han salido este mes sobre la belleza.

452.  [N.d.E.] El Censor Mensual reconoce haber empezado la Disputa en el Diario, defendiendo la misma posición que Ceballos contra la existencia del bello absoluto. 453.  [N.d.E.] Repárese cómo el Censor Mensual reconoce que la polémica se reduce a dos bandos, a dos contendientes pincipales: Ceballos y Malaspina. 433

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La Chinilla, de quien presumo tiene parentesco muy estrecho con los Bocecas legítimos,454 salió el día 3 a impugnar las pobrezas y despropósitos de la Madrileña sin-sal, que en los Diarios del 14 y 15 de Agosto quiso echar su cuarto a espadas en esta materia. El menor defecto de la pobre hembra fue no entender la cuestión, además encajó una buena porción de errores clásicos, que refuta la Chinilla con la mayor solidez. En el día 4, el Expresado defiende algunas proposiciones de la carta de la Chinilla, que le habían impugnado el mes anterior; como no estoy muy impuesto en los cómputos chinos, no puedo decidir quién de los dos tiene razón; pero, así el impugnador como el impugnado escriben con mucha gracia. Un hombre, que se dice de Chalequillo y Corbatón, en los días 10 y 11, se propuso examinar la cuestión de la belleza en una carta que el mismo Condillac tendría por suya. No ha faltado quien tenga por impertinencia toda aquella metafísica, traída de tan lejos, para resolver la cuestión de la belleza, sobre la cual habla muy poco y de un modo vago; pero aun cuando esta doctrina no sea propia para aclarar la cuestión, siempre será muy apreciable porque es trascendental para todas las materias, y sirve para conocer el origen de nuestros errores. Por lo que hace a su prolijidad, y algunas proposiciones obscuras, o mal entendidas, le respondió un tal Modesto Socarrón el día 27. Pero el Sr. Socarrón pudiera también haber empleado mejor el papel que malgasta en alharacas, en el que se echa de menos un granito de sal, porque a la verdad no es muy buen medio para censurar a otro de prolijo el excederle en esto. El Obsequiante de la Madrileña sin sal, o doña F., vuelve a contestar el día 16 a la Chinilla, sobre la censura que esta hizo en el 454.  [N.d.E.] Obsérvese cómo el Censor Mensual apunta a la más que probable posibilidad de que la Chinilla fuese, en realidad, el mismo contribuyente que había firmado antes como Boceca, o sea, Ceballos. 434

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día 3. Pretende todavía sostener el despropósito enorme que había sentado en su primera, a saber, que en la Pintura, Poesía, etc., lo bello no depende de la exacta imitación, disparate que no merece refutación. Mejor defensa pudiera haber hecho del otro punto que le criticó la Chinilla, esto es, sobre la instrucción que tuvieron los antiguos en la anatomía y los conocimientos de esta ciencia que basten a un pintor o escultor, pero la pobrecita no alcanza a más. Sobre la carta de B.M. de los días 22 y 23, no hay más que leer la censura que le hizo Doña Boceca en el día 28: falla la susodicha Señora que la epístola es tenebrosa y su introducción chabacana; yo subscribo este juicio y añado que es lástima que un hombre que muestra haber leído y pensado con método y buen gusto no trabaje más en explicarse con claridad.455 Hay todavía quien cree que es un mérito la obscuridad y confusión de ideas, pero estos absurdos solo son disculpables en aquellos miserables pedantes que, siendo incapaces de digerir cuatro párrafos de metafísica que han devorado, los vacían como pueden, y llaman profundidad de pensar a la confusión indigesta de sus ideas. También es necesario advertir a este buen Señor y a otros muchos, que se contenten con escribir cosas útiles, sin aspirar a ser graciosos con invenciones ridículas y groseras, como la de esta carta y otras muchas. Es más difícil de lo que se piensa el ser gracioso, y el que se empeña en serlo contra la naturaleza, no consigue más que hacerse ridículo. La carta de Doña Boceca del día 28 es de lo más sólido y filosófico que se ha escrito en esta cuestión; la refutación del Abate Cortejo de la Madrileña sin sal no puede ser más fundada. Creo que esta carta será el ultimátum de esta parte, porque seguramente no puede 455.  [N.d.E.] Véase cómo el Censor Mensual coincide, en buena medida, con los juicios críticos recibidos por Malaspina de parte de sus contrincantes Ceballos y Gil, aludiendo a su prolijidad y falta de claridad. También para Pedro Estala, el estilo de Malaspina resultaba más que oscuro, tenebroso. 435

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decirse más ni con mayor claridad sobre la cuestión y, si la graciosa Madrileña escribe otra de la misma calaña que esta, sabremos a qué nos hemos de atener en orden a la belleza; por ahora, según lo alegado y probado por Doña Boceca, fallamos que la belleza es una voz abstracta de la que no podemos formar idea fija, y por consiguiente no se puede definir, y descendiendo a la belleza en la especie humana, es de pura convención. Los apuntes que pone al día son muy graciosos y fundados: de ellos pueden aprender los impugnadores a escribir con solidez y concisión, sin extraviarse con episodios e impertinencias cuyo menor defecto es estar escritos sin gracia.456 Se concluirá.

31.2. Diario de Madrid del sábado 3 de octubre de 1795 (Pedro Estala) Concluye el Juicio de los Diarios del mes de Septiembre. Un varón sapientísimo, que se dice Favonio, impugna el día 13 a D. Simplicio. ¡Qué profundidad, qué solidez en las razones! ¡Qué erudición en las notas y en todo! Vaya, yo no le entiendo, pero Favonio será a partir de hoy mi escritor favorito, mi modelo, mi todo y, a su ejemplo, no he de escribir ya cosa alguna que no vaya cum notis variorum.457 Si yo acertara a explicarme a su ejemplo, de modo que nadie me entendiese, ¡qué dicha la mía! No lloverían sobre mí tantos palos por mi maldita claridad. Por el entusiasmo 456.  [N.d.E.] Repárese en cómo Pedro Estala elogia la última carta de Ceballos (Doña Boceca), alabándola como modelo del cual podrían aprender a escribir sus contrincantes impugnadores de la belleza, refiriéndose a Malaspina, a quien, unas líneas atrás, había acusado de extraviarse con digresiones ridículas, irrelevantes y aburridas, escritas sin gracia. 457.  [N.d.E.] Editio cum notis variorum: un texto crítico en el que se incluyen todas las variantes y enmiendas conocidas de un mismo texto del que se poseen varias versiones, cotejándolas. 436

Disputa sobre la belleza

que me ha causado tan docta epístola se puede hacer juicio de lo que me habrá irritado la rechifla que hace de ella un señor Apologista (¡nombre fatal!) que el día 21 salió a querer deslucirla. ¿Pero qué ha logrado? maldita la cosa; yo y D. Favonio despreciamos su censura, y pata. Dice que la carta de D. Favonio está llena de errores gramaticales, que es obscura, desatinada, pedantesca, y qué se yo qué más; ¿pero la carta del Apologista tiene acaso otro mérito que el hacer reír a costa del buen D. Favonio, principalmente con aquella diabólica nota?458 ¿Y es esto caridad?459 […]

32.1. Diario de Madrid del domingo 18 de octubre de 1795 (Manuel Gil) Contra las cartas largas que se insertan en el Diario. Señor Diarista: Otro escribiría contra las malas cartas largas y cortas; yo me declaro contra las cartas largas, buenas y malas. Voy a probar a Vmd. con un silogismo en forma, que la única regla que debe seguir en la elección de las misivas que se le presenten es el número de sus renglones. Probatur ratione.460 Toda carta que no contribuya al objeto del Diario debe desterrarse de él. Es así que una carta larga no puede contribuir al 458.  [N.d.E.] El Censor Mensual hace referencia a la nota en que Gil/Apologista llamaba a Favonio/Fabio «mero pedante de índices». Cf. Disputa sobre la belleza, Carta n.º 26, [N.d.D.M.] 373. 459.  [N.d.E.] Sin duda, el Censor Mensual conocía la identidad de los verdaderos participantes en la Disputa, y aquí reprocha a Gil su sarcástico ataque a las deficiencias de estilo y gramaticales del joven italiano Fabio Ala Ponzone. 460.  [N.d.E.] Razón que lo prueba. 437

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objeto del Diario. Ergo ninguna carta larga se debe insertar en él […].461 Corroboratur sententia,462 I. No hay hombre más ocupado que un ocioso; pero un hombre muy ocupado no puede leer una carta larga, luego una carta muy larga, sobre ser fastidiosa es inútil y no debe insertarse en el Diario. II. Larga es, si es buena, una obra; si es mala, toda ella sobra. Y convirtiendo: mala es, si es larga una obra; toda ella es buena, si es corta. III. Y finalmente. Mientras se lee una carta se pueden contar los renglones de una docena. Luego, por mi regla el Sr. Diarista se puede ahorrar tiempo a sí mismo y molestia a sus lectores. Después de haber mostrado la inconveniencia de las cartas largas y la conveniencia de las cortas, no será ahora fuera de propósito presentar aquí algunas que sirvan de modelo a los ingenios que desean agradar al ilustrado público. Al Anónimo.463 Sr. Tapado, Vmd. estará muy satisfecho de que no le conocemos. Desengáñese Vmd.: su aire, su modo de andar, su estatura, van diciendo quién es a tiro de ballesta, y sobre todo aquello de querer cargar a su conciencia los pecados de toda especie, amigo, no nos deja duda. No es mala treta, ponerse una máscara entera para tirar la manzana y presentarse con media a disputarla. 461.  [N.d.E.] Omito una colección de latinajos que Gil incluye aquí, por irrelevantes. Recuérdese que el uso de expresiones latinas es típico de todas las cartas que atribuyo al padre Manuel Gil. 462.  [N.d.E.] Sentencia que corrobora lo anterior. 463.  [N.d.E.] Diario del 27 de abril. 438

Disputa sobre la belleza

Vmd. creería que, como la manzana dorada se la llevó la más bella, la manzana de la Belleza se la llevaría el más astuto. No pierda Vmd. tiempo en halagar a nuestro Paris464 mensual, que el darla no estaba en su mano. Al Señor Boceca. General en jefe de los Bocequillas, Expresados, Susodichos, Chinillas, etc.465 ¡Soberbia retirada, mi General! La de los diez mil no la iguala. Parece que solo por hacerla ha abierto Vmd. tan brillantemente la Campaña. No existe hermoso ni feo, esencial, original, inmutable o absoluto.(*)466 Parece que es su propia voluntad, y no la superioridad de los enemigos, la que le hace cejar desde el primer ataque.467 Negar la existencia de lo hermoso sería negar la existencia de la voz que lo significa.(*)468 ¿Con que hay hermosura? Pero no es obra de la naturaleza, porque la naturaleza no contó ni debió contar con los raros caprichos, con las extravagantes convenciones de los hombres.(*)469 Es un raro capricho, una extravagante convención. ¿Luego no existe hermosura? Yo no me meto en si existe o no existe, lo que aseguro es que los hombres 464.  [N.d.E.] Paris, príncipe troyano en la mitología griega, conocido como «el de la hermosa figura». Zeus pidió a Paris elegir a la diosa más bella del Olimpo entre las candidatas Atenea, Helena y Afrodita, lo que se conoce como «el juicio de Paris», motivo por el que aquí Gil lo compara con el Censor Mensual, que, revisando mensualmente las cartas de los lectores, debía juzgar cuál de los contrincantes se llevaba la palma en la Disputa sobre la belleza. 465.  [N.d.E.] Gil parece achacar a Malaspina que haya abierto la Disputa de forma anónima, para después dejar entrever claramente su identidad, con sus ejemplos italianos, sus autorreferencias, etc. 466. (*) [N.d.D.M.] «Día 2 de mayo». [N.d.E.] Cf. Carta n.º 4, de Isidro Calle Boceca. 467.  [N.d.E.] Aquí Gil alude a que, en su última misiva, Doña Boceca/Ceballos se había centrado más en atacarle a él que en combatir los argumentos de la Defensora de la Belleza. Irónicamente, Gil califica este hecho como una soberbia retirada de Ceballos en su confrontación filosófica con Malaspina. 468. (*) [N.d.D.M.] «Día 11 de agosto». 469. (*) [N.d.D.M.] «Id.» 439

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desconocen absolutamente sus caracteres distintivos.(*)470 Querrá Vmd. decir algunos hombres, por ejemplo, aquellos en cuyas partes constitutivas e integrantes influye la moda: aquellos que miran como una parte esencial de su ser su corbatín.(*)471 ¿Adónde estamos, mi general? Ya había tomado cuarteles de invierno, ya las Chinillas, los Susodichos y Expresados Bocecas habían puesto punto final en la cuestión de la belleza, cuando héteme una tropa de gente que no quiere convenirse en hacer el juego de tablas, se acerca y me ataca. Voy a prepararme a la defensa. ¡Ea, Bocequillas, Expresados, y examinadores Susodichos, amigos y camaradas míos, buen ánimo! Poned esos dos morteros en alto(*)472 que, aunque no tengamos artilleros, puede que su vista imponga a nuestros enemigos. A la Madrileña defensora de la Belleza.(*)473 ¿Quién es esta valiente Amazona, esta heroína? ¡Qué poco la asustan los Cañones y morteros! ¡Cómo esgrime su durindaina! ¡Cáspita, qué tajos y qué reveses! ¡No se puede negar que aquel movimiento para hacer diversión a la tropa de malandrines que atacan la columna de su sexo es admirable!... Pero ¿creeréis que solo sabe manejar la espada? Oíd cómo arenga a sus tropas y aun a las enemigas. Oídla que, aunque no logréis formaros una idea de la hermosura, veréis al menos cómo las sales, los aceites y las tierras concurren a producirla en el obrador de la Naturaleza. Oídla, y aunque no comprendáis qué tiene que ver la hermosura con el dulce de melocotón y el ácido del membrillo, aprenderéis cuando menos la sabiduría y proporción con que están mezclados aquellos ingredientes, aprenderéis a hacer para vuestro consumo 470. (*) [N.d.D.M.] «Día 22 de agosto». 471. (*) [N.d.D.M.] «Carta magistral sobre la belleza». 472. (*) [N.d.D.M.] «Estos morteros serán Locke y Condillac». 473. (*) [N.d.D.M.] «Día 28 de julio». 440

Disputa sobre la belleza

las bellas compotas y las hermosas conservas, y esos cuartos os ahorráis de repostero.(*)474 Señora madrileña, si entiende usted de ponerse moños como de hacer dulce, será Vmd. la petimetra más sabrosa de Madrid, que para Vmd. es lo mismo que decir la más hermosa. B.A.S.P.475 Etc.

32.2. D  iario de Madrid del lunes 19 de octubre de 1795 (Manuel Gil)476 Concluye la carta de ayer. Al Señor del Chalequillo y Corbatón. Mi estimado Señor: Me parece Vmd. hombre de buenas inclinaciones, y le he tomado afición. Esto me hace interesarme en su salud, y sentir que haga tan malas digestiones. Los alimentos que Vmd. come son muy buenos, pero no mastica Vmd. bastante, y como la trituración es una primera digestión, esta no se hace bien cuando aquella se hace mal. ¿Y quién le ha dado a Vmd. tanta noticia? —Su examen de la cuestión de la belleza— ¡Hombre, es Vmd. el Diablo! No, Señor, ¿Qué extraña Vmd? El alimento se convierte en [ilegible], después 474.  [N.d.E.] Repárese en el machismo implícito en la crítica a Malaspina —con su receta abigarrada, parece aludir a la confusa mezcla de ideas del italiano— y a la Matallana: Gil relega a la dama madrileña al oficio de hacer compotas y dulces y le niega criterio para discernir lo bello, sin otro motivo aparente que el de ser mujer. 475.  [N.d.E.] B.s.p. se utilizaba al final de las cartas como fórmula de cortesía para indicar «beso sus pies». Tal vez B.A.S.P. fuera utilizada con el sentido de beso amorosamente/ amablemente sus pies. 476.  [N.d.E.] El tono general de la carta, el estilo satírico, los ataques ad hominem, el uso de citas latinas y el explícito seudónimo Gil Gilete hacen indudable, a mi juicio, la atribución de esta carta a Manuel Gil. 441

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en sangre, después en otras mil cosas, de modo que lo que se come a medio día influye sensiblemente en lo que se sueña a media noche; así, sin ser el diablo, conozco que el examen de Vmd. se resiente de la mala digestión de un convite que dieron a Vmd. los señores Locke y Condillac. Es una lástima verdaderamente que estos dos señores, que tratan muy bien a sus convidados y, por hablar en su idioma, saben hacer perfectamente los honores de su casa, pierdan por un vicio de su estómago de Vmd. o por su modo de comer. ¡Así, mas­ ­que Vmd.!, mas aunque coma algo menos, se interesa en ello, créa­­ me Vmd., su buena salud, y la amistad de su apasionado,477 etc. Primera P.D. Dígame Vmd. si halló a su lado el convite del Sr. Boceca V.478 Locke y Condillac se quedarían con la boca abierta al oírle decir que la idea verdadera de la belleza había sido encerrada por el metafisicazo Cervantes en la palabra sin par. Segunda P.D. Se me olvidaba, Sr. del corbatón, decirle a Vmd. ¡que procure hacer las paces con el Socarrón, caramba! Que es malo para enemigo. Al Censor Mensual. Sr. Censor: Dios le perdone a Vmd.479 el chasco que me ha dado con ese nombre. Yo desde que supe que había habido un Romano de 477.  [N.d.E.] Recuérdese que, en su anterior carta, Gil se había declarado el acérrimo apasionado del Hombre del Chalequillo y Corbatón. 478.  [N.d.E.] Gil alude a la carta que Malaspina había firmado con el seudónimo de Boceca Minor, B.M., en la que el italiano se había caracterizado como el quinto Boceca (o Boceca V) y, por tanto —invocando con humor a Aristóteles—, como el Boceca esencial. 479.  [N.d.E.] El lenguaje lleno de alusiones religiosas o menciones a Dios es típico de esta y de las otras cartas que atribuyo a Gil, lo que unido al poco disimulado seudónimo hacen casi incontestable su atribución al «enemigo íntimo» de Malaspina. Carta n.º 15.1, [N.d.E.] 189; Carta n.º 19.1, [N.d.E.] 251. 442

Disputa sobre la belleza

muy mal genio con esa dignidad, creía que todo Censor sería un hombre terrible, armado siempre de una imparcialidad severa, y no digo yo de un garrote de acebo, sino de uno de hierro inflexible. Pero vea Vmd. aquí que dos muchachas le ablandan y le hacen titubear, porque tienen buenas bigoteras.480 Vamos, decida Vmd.; las dos partes se han oído;481 cada una ha hecho valer como mejor pudo sus razones... Deseamos saber en qué quedamos sobre el duende de la Belleza. Desembuche Vmd. su decisión Catoniana, que será tan respetada como merezca. ¿Con qué ha de ser? Válgaos Dios, cativas hermosuras. Pues para Vmd., Sra. Madrileña, hay una belleza esencial independiente de la convención y del capricho de los hombres. Yo lo digo, y está probado y preprobado. Para Vmd., Sra. Chinilla, la belleza esencial en las demás cosas no es esencial relativamente a la especie humana. Limítese Vmd. a este punto y quedamos todos contentos. ¡Bravo, Sr. Censor!, diga Vmd. que se levanten. Esto es lo que se llama fallar ex cátedra. Lo que me duele es la suerte de la especie humana, ¡pobrecita! Si por el pecado original482 habrá quedado excluida para siempre de participar de la belleza. ¿Sabe Vmd. lo que me recuerda esta sentencia, mi bendito Censor? La de aquel sabio juez que mandó dividir un niño para contentar a las dos mujeres que se le disputaban.483 ¿Si lo habrá hecho Vmd. con la misma intención? Y para conocer a la verdadera madre, yo por mí principalmente le aseguro que en el caso de cualquiera de ellas, más quisiera ser condenado que ver hacer en la verdad un destrozo tan cruel. Soy de Vmd., como debo, etc. 480.  [N.d.E.] Bigoteras: adorno de cintas, en forma de bigotes, que usaban las mujeres para el pecho. 481.  [N.d.E.] Repárese en que Gil deja claro aquí, una vez más, lo que todo el mundo ya sabía: que, a pesar de los muchos seudónimos utilizados por Malaspina y Ceballos, apenas han sido dos los contendientes y los defensores de una y otra posición en relación con la existencia o no de un bello esencial. 482.  [N.d.E.] Repárese en el continuo uso de referencias al pecado, a la Biblia, a la religión, y hasta al diablo, acompañado de latinajos, que acompañan a todas las cartas que atribuyo a Gil. 483.  [N.d.E.] Salomón. 443

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Al Sr. Diarista. Muy Sr. mío, dueño y amigo de mi mayor estimación y aprecio. ¿Qué nombre le daría yo a Vmd. para interesarle en una súplica que voy a hacerle? ¿Cómo le empeñaría a dar carpetazo a todas las cartas que en lo sucesivo se le presenten sobre la desgraciada Belleza? ¿Lo haría Vmd. si se lo pidiese por la honra de nuestra Nación, por el crédito de nuestros Literatos? Pues nada menos que esa honra y ese crédito se interesan en ellos, Sr. Redactor. Es una vergüenza que después de cuatro meses de contestaciones sobre una materia tan trivial, no se haya dicho una cosa siquiera regular. Es una vergüenza, es un dolor, que tantos ingenios no hayan acertado a decirnos todavía qué se debe entender por Hermosura, qué por Belleza. Y luego hablaremos de poesía y elocuencia, y de las bellezas que deben adornarlas… Por Dios, echemos tierra a este asunto, echémosle tierra, Sr. Redactor. Se lo suplicamos a Vmd. el Sr. Censor y yo: su merced porque cree que no puede decirse más ni con mayor claridad sobre la cuestión; yo también porque no me parece probable que se diga. B.L.M.484 de Vmd. su más obligado, reconocido y seguro servidor que de veras le estima, Gil Gilete.485

484.  [N.d.E.] «Beso la mano». 485.  [N.d.E.] El seudónimo deja pocas dudas sobre la verdadera identidad del autor de la misiva. 444

Disputa sobre la belleza

33.1. Diario de Madrid del lunes 2 de noviembre de 1795 (Pedro Estala) Juicio de los Diarios de Octubre. Señor Diarista: Estoy de muy mal humor, quizá por los palos que sin temor de Dios me han sacudido este mes pasado, pero me hago cargo, que más merecen mis pecados mensuales. Digo esto porque no estoy para chanzas y habrá de ir este juicio algo seco y avinagrado, caiga el que caiga. La contestación del Discípulo de D. Favonio, del día primero, es como de tal escuela, el buen hombre se traga la sátira y dice con una simplicidad columbina que todas sus notas están muy exactas. ¡Váyase Vmd. con satirillas a esta gente que anota el pasaje, y hasta la línea, y traduce algunas en prueba de que las ha leído! […] Se concluirá.

33.2. Diario de Madrid del martes 3 de noviembre de 1795 (Pedro Estala) Concluye el juicio de los Diarios de Octubre. Las varias cartas de Gil Gilete, insertas en los días 18 y 19, son graciosas, y principalmente las del día 19, están escritas con mucha sal y agudeza. También a mí me tira un buen chirlo; paciencia, estos son los gajes del oficio. Pero siento que el buen Gilete haya tomado tan en serio mis juicios sobre las cartas de la famosa disputa de la belleza: no juzgara que hombre de tan buen humor creyese que el inclinarme ya a esta, ya a aquella parte, o el querer 445

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dar la razón a ambas, iba de veras. No, buen Gilete, no, amigos: si yo hubiera escrito en serio lo que vuesarsé [sic] me imputa, sería la contradicción más absurda. Vi la disputa tan embrollada, vi confundirla con tantas cuestiones incidentes e impertinentes, que pensé en reducirla a sus verdaderos términos, por más que descargase sobre mí la furia de los agraviados. En la censura del mes pasado afirmé que el último que había hablado tenía razón, y juro a tal que mi opinión es enteramente contraria a la suya. Pero lo dije para ver si su contrincante salía a refutar sus razones con solidez, ya que el otro había entrado en el espíritu de la cuestión.486 Pero más vale que no se vuelva a menear este asunto […]. *** Y así dio fin la Disputa sobre la belleza en el Diario de Madrid.

486.  [N.d.E.] Como el propio Censor Mensual confesó aquí, en ocasiones escribía sus cartas manifestando opiniones contrarias a las que en realidad sostenía, apenas para incitar a los contendientes en la polémica. Esto explicaría la aparente paradoja de que las dos primeras cartas de esta Disputa, que manifestaban posiciones antagónicas sobre la belleza, fuesen ambas de autoría del mismo Pedro Estala. Por lo demás, la Disputa sobre la belleza concluyó con esta mención de Estala a la esperada réplica definitiva de Malaspina a Ceballos. La carta nunca llegó a ser escrita, ya que Malaspina fue detenido pocas semanas después, junto a Manuel Gil y a la marquesa de Matallana, el día 22 de aquel mes de noviembre. 446

Meditación filosófica (Alejandro Malaspina, 1797-1803) Meditación filosófica en una mañanita de primavera sobre la existencia de un bello esencial e invariable en la naturaleza Año 1798 [1]1 Cicerón. De Senectute —traducido por Franklin— Los dioses inmortales pensaron que era apropiado arrojar nuestras mentes inmortales a estos cuerpos humanos, para que la tierra pudiera estar poblada por habitantes apropiados para contemplar y admirar la belleza y el orden de los Cielos y toda la Creación, para que a partir de este grandioso ejemplo, pudieran establecer su conducta y regular sus vidas con la misma firmeza infalible que, como vemos, se muestra invariablemente no solo en los movimientos celestes, sino a través de todo el proceso de la Naturaleza. No he sido llevado a esta creencia únicamente por mis propios razonamientos, sino asistido por la autoridad de esas almas grandes y exaltadas, los filósofos que han vivido antes que nosotros. 1.  [N.d.E.] Los números señalados entre corchetes hacen referencia a la paginación original del manuscrito, según la transcripción de Cristina Casanova (1990). 447

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Williams. Lecture II on Education La belleza característica de la antigüedad pura es la expresión de una sabiduría plácida y benevolente materializada en un aspecto bien formado y saludable. No hay causa y efecto más íntimamente conectados en la Naturaleza que la salud y el conocimiento, o que un cuerpo bien formado y hermoso y una mente sabia y excelente. Filangieri, Ciencia de la legislación La belleza ideal solo puede ser el compuesto de las bellezas reales que existen en la Naturaleza, pero que en ella están divididas y separadas. Rousseau, Confesiones. Lib. XII. Isla de S. Pierre, lago de Bienne Para mí, es sobre todo al levantarme, arrasado por mi insomnio, que un antiguo hábito me lleva a esas elevaciones del corazón, que no imponen la fatiga de pensar. Pero para ello es necesario que mis ojos se sorprendan con el delicioso espectáculo de la Naturaleza. En mi habitación, rezo más raramente, y más sobriamente, pero si aparece un hermoso paisaje, siento algo que no puedo decir. Leí que un sabio obispo, en visita en su Diócesis, encontró a una anciana que apenas sabía decir, ¡oh!, por toda oración. Él le dijo: buena madre, siempre continúe orando así. Su oración es mejor que la nuestra. Esta oración es también la mía.

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Meditación filosófica

J. J. Rousseau, Ensoñaciones, «Paseo VI»2 A menudo he pensado que, en la Bastilla, e incluso en un calabozo sin ningún objeto a la vista, aún habría podido soñar agradablemente. [2] Advertencia En los Diarios de Madrid de 1795 se trató la cuestión, harto trillada, de si existía o no en la Naturaleza un Bello esencial, invariable e independiente de la opinión de los hombres. Sostenía la negativa la numerosa familia de los Bocecas, acaudillada por su docto abuelo Don Cesáreo;3 la Madrileña4 defendía con tesón su existencia. De cuando en cuando, el Censor Mensual5 con su garrote de acebo daba a diestro y a siniestro, según le guiasen el antojo, la amistad o sus ideas antiguas, y en no más papel que cuatro o cinco pliegos, se nos hizo correr en busca de lo bello, desde las frentes angostas de las señoras de Madrid, hasta los pies chiquititos de las Petimetras 2.  [N.d.E.] (en francés en el original). La cita pertenece, en realidad, al «Paseo V», indicio de que Malaspina citaba de memoria, sin tener ante sus ojos las obras citadas. Cf. Rousseau (1782). Las otras obras citadas son las siguientes: Cicero (1744) (en inglés en el original); Williams (1789) (en inglés en el original); Filangieri (1799) (en italiano en el original). 3.  [N.d.E.] La «familia de los Bocecas» alude al conjunto de personajes ficticios inventados por Ciriaco de Ceballos para firmar sus cartas contra las opiniones de Malaspina sobre la belleza en el Diario de Madrid, en 1795. El primero de esos seudónimos fue el anagrama perfecto de Ciriaco de Ceballos, Isidro Calle Boceca, con el que dio origen a la saga. Don Cesáreo Cid Cabillo fue otro anagrama que Ceballos utilizó como seudónimo posteriormente. El comentario de Malaspina muestra que citaba de memoria, y que no tenía en su poder el Diario de Madrid durante su encierro en San Antón, pues la primera de las cartas que Ceballos firmó como Boceca en el Diario correspondía a Isidro, y no a Cesáreo. Por tanto, fue Isidro (y no Cesáreo) el «docto abuelo» de los Bocecas. 4.  [N.d.E.] Malaspina hace referencia a una de las cartas que publicó en el Diario de Madrid —ayudado en esta ocasión por Fernanda OʼConnock, la marquesa de Matallana—. En la carta, firmada con el seudónimo de la Defensora de la Belleza, se afirmaba que la autora del texto era una dama madrileña. 5.  [N.d.E.] El Censor Mensual era el nombre literario con que firmaba sus contribuciones en el Diario de Madrid el religioso, helenista, traductor, literato y periodista Pedro Mariano Estala Ribera, un protegido de Godoy. Cf. Arenas Cruz (2000). 449

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de la China, y desde los habitantes de Nutka y los que viven en las amenas orillas de las islas de Vavao, hasta los Ma­­dagascares, Hotentotes y Patagones. Consultáronse también las artes más nobles y los escritores clásicos, antiguos y modernos, físicos y metafísicos, españoles y extranjeros, y nos hubieran seguramente acallado con el dictamen de Locke y Condillac a no atravesarse unos almacenes de bacalao y vino exquisito,6 y no sé qué ama de leche o nodriza que suspendieron los [3] razonamientos con un se conclui­ rá. En esto, diole gana a no sé quién de salir también a luz con unos apuntes carcomidos y de no fácil inteligencia, y he aquí que todos se volvieron contra él y de un par de reveses me le hicieron callar,7 bien así como verías alguna vez, amigo lector, un crecido número de perros que ladrando a un tiempo en lo oscuro de la noche, sin saber por qué, no bien han descubierto un infeliz caminante cuando a una le rodean, doblan sus clamores y danle tal cual mordiscón por derecho de guerra. No parecíame otra la idea del autor Mohíno8 sino convidar a los campeones a que extendiesen sus miradas a algo más de una frente, un pie o una pintura, no olvidasen la clase del papel en que publicaban sus reflexiones y, sobre todo, variasen los asuntos, dejando correr a su albedrío y con mayor provecho y entretenimiento del público, aquel caudal de ideas doctas y amenas de que se les veía constantemente adornados. En este solo concepto heme decidido ahora, en medio de mi soledad, a dar mayor ensanche y claridad a aquellos apuntes y, a pesar de una cierta necesidad de esclavizarme a los varios razonamientos metafísicos [4] traídos en apoyo de la opinión contraria, he procurado dar a esta Meditación aquel semblante 6.  [N.d.E.] Malaspina hace referencia a la sección de anuncios que aparecía inmediatamente después de cada carta publicada en el Diario de Madrid, donde eran frecuentes los anuncios de venta de bacalao, vino y todo tipo de bienes. 7.  [N.d.E.] Malaspina hace referencia a su propia participación en la Disputa del Diario de Madrid, donde Ceballos, Manuel Gil y Pedro Estala se opusieron a su defensa de la existencia de una belleza esencial en la naturaleza (véase nota siguiente). 8.  [N.d.E.] Mohíno: en el juego, aquel contra el que van los demás que juegan (Diccionario de la RAE). 450

Meditación filosófica

filosófico de que es digna, siendo así que en ella sola se reúne todo lo que alcanzan la filosofía más sublime y la felicidad más sólida del hombre. Las notas tampoco parecerán superfluas: introducen una nueva serie de cuestiones útiles, aunque aquí tratadas solo superficialmente. Llevan por objeto esencial el probar que, en los estudios filosóficos, no puede darse un paso hacia la verdad sin tender al mismo tiempo la vista sobre todas las leyes y armonías invariables de la Naturaleza. [5] Meditación Apenas me separo de una familia contenta, cuyas voces acordes e inocentes tributaban poco ha las gracias al Dios Supremo por sus dones benéficos y constantes, véome apenas llegado a este sitio ameno y frondoso, en el que la Naturaleza se ha esmerado para juntar en un solo punto de vista una grande variedad y armonía de bellezas ordenadas, cuando siento excitarse en mi ánimo, sea por admiración o por agradecimiento, un nuevo estímulo irresistible de considerarlas y loarlas. ¡Qué feliz es el hombre que no se aparta de la senda que le mostraste, o Señor bondadoso y omnipotente! En el orden progresivo de las bellezas naturales, admira la majestad de tu arquitectura y se admira a sí mismo, a quien elevaste a la suprema dignidad entre todo lo criado. Hecho un nuevo instrumento de tu magnificencia, combina sus goces con la conservación del orden que has establecido. Todo es risueño a su vista, todo obedece a su voz, corre una vida tranquila e inocente, se reproduce y después vuela a tu seno a gozar de [6] una eterna bienaventuranza. ¡Oh, Sócrates sublime! Él supo sacar de la escultura la primera idea de la excelencia, cuando admiraba las proporciones hermosas y las 451

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formas elegantes que el mármol recibe del cincel. Y esta idea, elevándole después paso a paso, le dio a conocer que debía reinar una armonía general entre todas las partes del Universo; y en el hombre una exacta proporción entre sus acciones y sus deberes. ¡Oh, divino Platón! Quién pudiera seguirle cuando, contemplado el Universo, hacía consistir su máxima excelencia y belleza en el orden con que se perpetúa. Orden aún más visible en el Cielo que en la Tierra y al que están sujetos, más o menos directamente, todos los Seres.(*)9 Yo considero las obras de la mano del hombre y todos los inventos de su entendimiento, en que ostenta ufano una penetración sutil sobremanera. La producción más perfecta, sin embargo, di­ ­mana de un pensamiento más perfecto y el solo entendimiento es a quien admiro cuando reciben mis elogios las gracias de una estatua bien proporcionada, o la simetría de un noble edificio.10

Todavía se presentan el escultor y el arquitecto y llevan la [7] reflexión a lo sobresaliente de sus artes y habilidades, que de una masa informe hiciéronles sacar tales expresiones y proporciones. Esta belleza superior del talento y de la inteligencia, yo, yo mismo la conozco cuando emprendo contemplar en la conducta del hombre la armonía de los afectos, la dignidad de las máximas y todas las gracias del ánimo que mejor atraen la atención. ¿Mas por qué me detengo tan luego? ¿Ya no hay, más adelante, cosa alguna de mayor valor? ¿Entre mis aplausos estáticos de la hermosura y 9. (*) [N.d.D.M./N.d.A.M.] Véase la Nota A. «Esta idea se encuentra bien desarrollada en el Discurso sobre las causas finales de Mr. Boullier (Amsterdam, 1759)». [N.d.E.] Malaspina se refiere aquí a un discurso incluido en la obra de David Renaud Boullier (1759), donde se hacía una defensa del inmaterialismo de Berkeley, negando que la materia y el mundo físico tuvieran entidad real. Boullier comparaba los sistemas idealistas de Berkeley y Leibniz, dando preferencia al inmaterialismo del primero sobre la monadología leibniziana. Cf. Popkin (1993: 355-362) 10.  [N.d.E.] Cf. Hume (1742), Essays, Moral, Political, and Literary, Ensayo XVII, «The Platonist». 452

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del orden aún ignoro dónde he de hallar lo supremo de la belleza, el orden más perfecto? Comparo las obras del arte con las de la Naturaleza: aquellas no son sino imitaciones de estas otras, y tanto se gradúa el arte de más sobresaliente, cuanto [más] se acerca a la naturaleza. Mas, ¿qué limitadas no son estas mismas imitaciones, y qué distancia no hay de las unas a las otras? El arte solo copia lo exterior de la Naturaleza, dejando como fuera del alcance de su imitación y comprensión todos los resortes y principios internos más dignos de admiración. El arte solo copia lo más diminuto de la Naturaleza, desesperanzada de alcanzar aquella nobleza y magnificencia que tanto sobresalen en el original. ¿Seremos [8] pues tan ciegos que no descubramos una inteligencia y un sistema en la maravillosa composición del Universo? ¿Seremos tan estúpidos que no nos mueva a la adoración el pensar en un Ser tan sabio y tan infinitamente bueno? Mas ya me retraen de la belleza intelectual los muchos objetos que están presentes a mi vista. Hace poco que, vestido el cielo de estrellas —caracteres luminosos con que el Supremo Creador escribía las pruebas de su existencia—,(*)11 o me avisaba a diferentes plazos [de] la menor o mayor proximidad del día, o, elevándome de golpe a distancias indecibles por medio de la astronomía, me recordaba la pequeñez de la Tierra, cuando quisiese compararla al Universo. Movimientos(*)12 encontrados y mucho más rápidos que la bala arrojada del cañón, astros secundarios destinados a manera de satélites a girar en varias órbitas alrededor de sus primarios. Cometas adornados de una extensísima cola de luz, ya 11. (*) [N.d.A.M./N.d.D.M.] «Los caracteres luminosos con los cuales el gran Autor del Universo inscribió las pruebas de su existencia. Weiss». [N.d.E.] Malaspina alude al político y militar suizo, seguidor de Rousseau, François-Rodolphe de Weiss (1751-1818). Cf. Weiss (1789). 12. (*) [N.d.A.M./N.d.D.M.] (en francés en el original). «El cometa de 1680 en su perihelio experimentó un calor mil veces mayor que el de un hierro al rojo, y si no hubiera sido su velocidad extrema y casi infinita, hubiera sido peor, se habría precipitado hacia el sol para ya no salir y arder hasta el consumo de los siglos». 453

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presentarse, ya desaparecer por siglos enteros con una velocidad increíble. La Luna en [sus] varias formas, ora manifestándome una superficie igual a la que habito, con volcanes, simas, mares y llanuras, ora perdiendo de golpe o quitándome, a su vez, con espanto de muchos, toda la luz que brillaba o, por último, dividiendo el tiempo balanceando en parte las aguas(*)13 [9] del océano(*)14 y dirigiendo con las varias afecciones de la atmósfera la prosperidad de la vegetación. Y en medio de un espectáculo tan noble y majestuoso la sola ley de la gravitación, desenvolviendo este caos aparente y enseñándome a comunicarme con los que vivieron hace millares de años,(*)15 a medir con la mayor escrupulosidad el Globo que habito, o a navegar con acierto en medio de un océano inmenso. ¡Qué de maravillas para llenarme de placer y de admiración!… Y sin embargo aún dormía esta mitad del Globo, y el sueño, viva imagen de la muerte, confundiendo al hombre con el bruto y a entrambos con la piedra, hubiérame llevado a acusar a la Naturaleza de injusta o de inconsecuente, a no presentárseme ella misma entonces más afanada en sus obras y economía.(*)16 ¡Mas ya asomas, oh, Astro supremo y benéfico! La luz que difundes en tanta copia, el calor que emanas para vivificarlo todo y la bondad con que te acercas, después de que el ocultarte por apenas algunas horas nos amenazaba de un frío y una oscuridad semejantes a la muerte; todo, todo en ti es igualmente prodigioso y saludable. Ven, Padre de la Naturaleza, ya veo las flo­ ­res y las hierbecillas mecerse suavemente para saludarte, ya los 13. (*) [N.d.A.M./N.d.D.M.] Al margen inferior Malaspina anotó: Voltaire, Comentarios so­ bre Malebranche. «Sirius, que puede ser visto por nuestros ojos, también puede descubrirnos, y ciertamente descubre nuestro sol. Aunque entre ellos hay una distancia que una bala de cañón —que viaja seiscientas toesas por segundo— tardaría en cruzar ciento cuatro mil millones de años». [N.d.E.] Malaspina hace referencia a la obra de Voltaire Tout en Dieu Cf. Voltaire (1769). 14. (*) [N.d.A.M./N.d.D.M.] Véase la Nota C. 15. (*) [N.d.A.M./N.d.D.M.] Véase la Nota D. 16. (*) [N.d.A.M./N.d.D.M.] «Himno al sol, de Reyrac». [N.d.E.] Malaspina se refiere al Hymne au soleil de François Philippe de Laurens Reyrac (1782), obra en la que parece haberse inspirado para la alabanza al astro solar con que continúa el párrafo. 454

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árboles mueven sus copudas cimas queriendo casi presentarte a porfía todas sus ramas y hojas, ya el mar [10] refleja tus rayos y cuanto está dotado de vida y sensación corre gozoso a tu encuentro. ¡Qué cuidado no explaya en este momento la Naturaleza, aún en los cortos límites a que alcanza mi vista! No temáis, no, los que vivís conmigo en este distrito tranquilo. Bien pueden los pajarillos seguir a su placer cruzando de ramo en ramo con el afán de reunirse, o con el cuidado más prolijo de preparar sus nidos; no hallarán el menor peligro en las redes, ni en los tiros con que piense entretenerme. Paced a vuestro antojo, mansas ovejas y cabras ariscas, los días son largos, doquiera es primavera y la hierba se reproduce a cada instante, todo es florido y exhala mil perfumes. Allí la juvenca17 esfuerza sus mugidos para que el toro la oiga, la yegua aún relincha a vista del caballo, y aquí, aquí mismo, alrededor de la tierra, de los troncos, de las hojas y del agua, veo salir mil seres ocupados cada uno en su reproducción. Todo es movimiento, todo es vida y todo es placer, no hay un solo vapor que enturbie el brillo benéfico del Sol. No me alucine sin embargo esta perspectiva, aunque magnífica, cuando quiera aproximarme a la idea de la Belleza natural suprema. Para no descarriarme es preciso recorrer en mi mente todo el Globo y examinarle [11] atentamente, bien sea por lo que he visto, o por lo que han escrito viajeros fidedignos. En este examen se presentan tres series de objetos, susceptibles de por sí de un infinito número de trasformaciones secundarias: la Naturaleza(*)18 insensible, los seres sensibles pero irracionales y un ser al

17.  [N.d.E.] Novilla (res vacuna). 18. (*) [N.d.A.M.] «Véase en una nota lo de Shaftesbury. Será Nota D». [N.d.E.] En realidad Malaspina remite a la Nota E, en la que se menciona la obra de Shaftesbury (1999 [1711-14]). La Nota D falta en la Meditación, donde se pasa directamente de la Nota C a la E. 455

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mismo tiempo animado y racional.19 Yo considero de nuevo la debilidad del arte, que no alcanza a imitar siquiera la menos perfecta de estas series, y siendo así que mi habilidad me admira, cuando consigo que el pajarillo goloso venga mal advertido a chupar la flor o picar la fruta que pinté en el lienzo, o procuré imitar con la seda y el mármol, no poco cauto, enseguida ha disipado su error y [ve] que mi obra carece justamente de todo lo que más halaga los sentidos o hace útil el original en la cadena indisoluble del orden productivo. El mar está inmóvil, el árbol sin sombra y el riachuelo ni refresca ni susurra, ni la menor idea de un vientecillo suave. Con que me aparte un solo paso del punto de vista a que me sujetaban las leyes de la óptica, la misma ilusión desaparece, y la estatua ha merecido mis elogios más encarecidos cuando he dicho fríamente que no le falta más que hablar. Igualmente, en la música solo la voz humana es la que causa una sensación [12](*)20 permanente. Ah, no, vuélvome luego a tus obras, 19.  [N.d.E.] Malaspina se sitúa del lado de Buffon (y frente a Linneo) al considerar al ser humano como una categoría aparte del reino animal. 20. (*) [N.d.A.M.] Cicognara, en su Razonamiento de la belleza, al analizar el sistema de Hogart, dice: «Me parece tan extraño como absurdo no querer reconocer en la uniformidad, la regularidad, y la simetría un origen absoluto de la belleza y concentrar exclusivamente toda causa de la belleza en la variedad». Al analizar al Sr. Burke, encuentra que una proporción que se descubra con la medida se convierte en un objeto de las matemáticas y que para la mente es bastante indiferente que una parte, o una cantidad determinada, sea una cuarta parte, una quinta parte, una sexta parte del total, y dice que la mente permanece neutral en la cuestión, agregando que la belleza no es una idea que pertenece a la medida, que nada tiene que ver con el cálculo y con la geometría, y que si tuviera que ver, podríamos indicar algunas medidas determinadas y demostrar ser bellas. Cicognara lo confuta, una cosa es decir que belleza y medida no son lo mismo, y otra es que para obtener belleza no se necesiten ciertos grados; hay un punto en todas las cosas más allá del cual obtenemos un efecto opuesto. Y si no hubiera medida, habría error, que nunca es otra cosa que un exceso o una diferencia que no se reconcilia ni con lo bello ni con lo bueno. Razonamiento quinto. De la gracia: Venus puede privarse de su cinturón y no dejar de ser encantadora, pero privada de belleza, dejaría de ser Venus. Los griegos dieron paso a cada idea e intentaron materializar las cosas más abstractas... La naturaleza era para ellos un objeto por encima de todos los demás, y por lo tanto, no se sonrojaban si a ella le construían su templo y su altar. La razón era para ellos una facultad del intelecto que no dejaba tema sin que a ella se uniera: la naturaleza y la moral, la materia y el Espíritu, la Tierra y el Cielo se fusionaron maravillosamente en su creación. 456

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hermosa Naturaleza, y mis ideas adquieren inmediatamente nuevo deleite y vigor. ¿Acaso es una variedad inagotable el carácter primario de tu belleza? ¿Quieres acaso eludir mis pesquisas, mis estudios y mi afán de comprenderte? Y en el rápido correr de los años útiles de mi vida no alcanzaré siquiera a saber la nomenclatura de tantos objetos cuantos me presentas, ignorando siempre El mismo razonamiento. Un deseo provocado y alimentado con parsimonia deja a cada facultad el placer de saborear sus satisfacciones de forma placentera, ¡ay de la saciedad, este es el veneno de los placeres y de la gracia para las obras de arte y de la luz para pintar! Mejor utilizada por aquellos que saben cómo recolectarla económicamente y concentrarla en unos pocos puntos, sabiamente, cuidando más del efecto del conjunto que del brillo falso y peligroso de todos los detalles accesorios. Sexto razonamiento, de lo sublime… Burke el Terror: Kant no… La noche es sublime y hermoso el día... La luz brillante del día naturalmente nos lleva a sentir alegría y a amar el trabajo. El hombre afectado por lo sublime tiene una apariencia seria, a veces asombrada e inmóvil, mientras que la vivaz sensación de belleza brilla en sus ojos, sonríe en sus labios y, a veces, se acompaña del tumulto de la alegría… Los tres estados de Kant… horrible, noble y magnífico. Autores. Platón. Nulo. San Agustín, Unidad. Crousaz, las características de la hermosura son cinco; Variedad, unidad, regularidad, orden y proporción. Wolff, la belleza en la perfección. Bello verdadero y bello aparente. Hutcheson, un sexto sentido. Lo sensorial de la belleza, la uniformidad en la variedad y la belleza siempre compuesta, en razón de esta hermosa calidad. Padre André: hay una belleza esencial e independiente de cada institución, incluso divina, una belleza natural, independiente de la opinión de los hombres, una belleza instituida en los seres humanos y hasta cierto punto independiente de sistema. Bello inteligible, el espíritu: Bello sensible, el cuerpo. Belleza sensible, en dos, óptica o visual, acústica o musical. Primer razonamiento, de la naturaleza y del arte; 2.°, de la belleza y los escritores de este tema; 3.º, de la fuerza y medida ​​ de lo bello absoluto; 4.º, de la relativa belleza y efectos de las artes de imitación; 5.º, de la gracia; 6.º, de lo sublime; séptimo, bello ideal y causas que lo pueden desarrollar». [N.d.E.] En esta larga nota, escrita al margen de la página y entre las líneas del texto en el manuscrito (en italiano en el manuscrito original), Malaspina se refiere a toda una serie de autores discutidos por Diderot en su Ensayo sobre lo bello y otros que habían producido obras filosóficas notables sobre estética durante el siglo xviii. Frente a lo expresado por Toro (2008), quien afirmó que importantes teóricos de la estética como «Winckelmann, Kant o Burke brillan […] por su ausencia», en la Meditación filosófica, el italiano conocía a esos autores y los citó en su manuscrito. Como demuestra esta nota, además de a Kant y a Burke (1757), Malaspina menciona al conde veneciano Leopoldo Cicognara, al pintor e impresor William Hogarth, a Platón, a S. Agustín y a Jean Pierre de Crousaz, teólogo y filósofo suizo, que publicó un Traité du beau en 1724. Por último, Malaspina hace referencia al filósofo alemán Christian Wolff y al abate André, así como a Fancis Hutcheson (1756 [1728]). 457

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su orden y utilidad, bases indispensables de la admiración que debías infundirme. Yo te acusaría muy luego de inconsecuente… Pero no, veo clara y distintamente el orden y la economía con que todo lo gobiernas, y los anillos con que eslabonas las varias series ordenadas de tus producciones, y la misma imposibilidad de penetrar más adelante, alejándome de una curiosidad perpetua e importuna, me convida a gozar tranquilo de todo lo que en ti admiro y a formarme así la idea de lo bello supremo: esto es, de lo que causa el sumo goce y la suma admiración constantes. ¡Oh, cuánto se apartaron de la percepción de la Belleza suprema los que querían buscarla apenas en la sensación agradable, esto es, apenas en la relación de los objetos con nuestros goces! Bastaba esta ilusión para descarriarse de la verdad. Mal podía fijarse un solo principio, cuando el mismo amor, [13] convertido repentinamente en aborrecimiento por una infidelidad real o imaginaria, hacía deforme un objeto que poco antes parecía dar realce y alegría a toda la Naturaleza. Si las pasiones debiesen ser el agente único o principal de nuestras pesquisas, si no procurásemos con una regla menos errónea enfrenar y nivelar en cierto modo su variabilidad perpetua, si finalmente no fuesen el carácter principal de una propiedad su constancia y duración en producir el mismo efecto, nos veríamos repentinamente arrastrados a un incauto escepticismo. Nada real a nuestros ojos, nada duradero y nada en la Naturaleza que no debiésemos mirar con fría indiferencia o con tímida desconfianza, por lo engañoso y variable de su semblante. Las producciones del arte no contribuirían a la idea de la Belleza, sino por medio de la vanidad. Los trajes bellísimos de que se viste la Naturaleza disiparíanse en el momento en que no coadyuvasen a mis goces, y el Apolo y el Laocoonte, en otras manos que no las mías, apenas ocultados el Sol y la Luz bajo el horizonte, no serían sino unos trozos de mármol o unos seres imaginarios. 458

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Ni fuera menos difícil la idea suprema de la admiración(*)21 si me [14] detuviese en analizar la Naturaleza con una nimiedad metafísica, o en escudriñar los últimos resortes de su economía. Era bien otro el método de los filósofos antiguos para el estudio y per­ ­cepción de la Belleza Natural: Atendiendo a la vida y costumbre de los animales, al cultivo y virtudes de las plantas y a las propiedades y uso de los minerales, parece que deliberadamente descuidaron la descripción de cada cosa, no porque les faltase capacidad de hacerla muy propia y adecuada, sino porque parece que desdeñaban emplear su tiempo en cosas que creían inútiles. Así vemos que lo que no era importante para la sociedad, la salud y las artes, lo despreciaban: todo lo referían al hombre moral, no creían que las cosas que no eran de uso fuesen dignas de ocuparlos, y un insecto inútil, cuyas maniobras admiran nuestros observadores, una hierba sin virtud, cuyos estambres cuentan y examinan nuestros botánicos, no eran para ellos más que una hierba o un insecto.22

Tampoco podré buscar una propiedad real en lo que solo existe en la imaginación, esta no es sino «una facultad del alma que com­ ­bina las calidades de los objetos hasta formar conjuntos que no 21. (*) [N.d.A.M.] «En efecto, el progreso lento, reflexivo y filosófico de la admiración, parecía a los antiguos un objeto de harta importancia para el acierto de sus estudios. El hábito de maravillarse y admirar era prohibido a los jóvenes estudiantes y esto no en una sola secta, les era común a todas, por cuanto fuesen varias las razones que daban para ello. Los pitagóricos imponían harta sujeción a sus discípulos, haciéndolos callar por largo tiempo tras su primer arrimo a la Filosofía. Aunque la admiración, en el sentido peripatético, pueda considerarse como el principio moviente o el motivo principal de la filosofía, hay sin embargo una infinidad de gracias y atractivos que esta Señora no nos descubre sino después de celebradas las bodas con ella». [N.d.E.] Aquí Malaspina confiesa su aprobación a los rituales mistéricos iniciáticos de los antiguos pitagóricos, lo que condice con su afiliación a algún tipo de sociedad secreta neoplatónica, masónica o similar. 22.  [N.d.E.] La cita de Malaspina es de la Historia natural de Buffon, en su primera edición española, traducida por Clavijo. Cf. Buffon (1785: 47). 459

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tienen modelo en la Naturaleza».(*)23 Por tanto, el poeta ha de sujetarse indispensablemente en las ideas y en la composición, al orden que vemos reinar en el Universo. Siempre serán un árbol o una mata los que produzcan una fruta. Ni los peces pastarán en los campos, ni los cuadrúpedos habitarán en las grutas del océano, ni por mucho que yo crea más precioso el oro que la seda, cubriré a Armida en los brazos de Reinaldo más bien de aquel metal pesado que de una gasa trasparente.24 Hay además en los esfuerzos de la imaginación lo elevado y sublime, que tanto nos aplace y deleita cuanto más nos acerca a la idea del Infinito;(*)25 y si lo grande reunido a lo terrible es lo que forma las impresiones más fuertes, esto depende de que los hombres sienten más el dolor que el placer, y que el dolor violento acalla toda sensación agradable, mientras que un placer vivísimo no puede acallar la sensación del dolor. Siempre las impresiones que grave en el ánimo la pintura del Tártaro serán más duraderas y fuertes que las del Olimpo.(*)26 Admítanse pues, si se quiere, un Bello Poético y un Bello Músico, mas no [16] confundamos los esfuerzos felices de la imaginación, la elegancia del estilo o el concierto armonioso de muchos instrumentos, con el placer efectivo, útil y permanente que deriva por sí mismo de la realidad de los objetos o de las tiernas modulaciones de la voz humana. Pónganme expuesto a los rayos del sol veraniego sin otro abrigo que la lectura de los bosquecillos frescos y frondosos del Tasso;27 separen la variedad perpetua y la vanidad de la ejecución de nuestras academias de 23. (*) [N.d.A.M.] (en inglés en el original) «Condillac... El mundo moral manifestado. Análisis de la cabeza... la imaginación tiene dos operaciones que tipifican los objetos reales por medio de los órganos de los sentidos y la memoria y representan diversas configuraciones al combinar, aumentar, invertir y diversificar esos objetos reales». [N.d.E.] No he podido identificar la obra de Condillac a que hace referencia la nota de Malaspina. 24.  [N.d.E.] La coincidencia en los ejemplos traídos aquí con los de la Carta n.º 27 de la Disputa sobre la belleza, firmada por B.M., donde también se menciona a Armida y Reinaldo, permite, junto con otros indicios, atribuir aquella carta al brigadier Malaspina. 25. (*) [N.d.A.M.] «St. Pierre». 26. (*) [N.d.A.M.] «Helvetius». 27.  [N.d.E.] Cf. Tasso, Torquato (2010), La Gerusalemme liberata, Milano, Bur. 460

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música instrumental, desaparécese enseguida el deleite, y un árbol casi agostado, o una conversación indiferente, son recursos felices en una situación tan cansada y enfadosa.(*)28 De esta manera, no abandonándome a la impresión tan viva como mudable de las pasiones, ni a la nimiedad servil del observador material de la Naturaleza, ni finalmente a las ilusiones de la imagen, empiezo a apartarme de los extremos, y véome guiado de la razón, «esa pasión general y reposada que mira los objetos en un conjunto y a mucha distancia [15] y mueve la voluntad sin excitar moción alguna sensible».29 Entonces, para mejor juzgar sobre lo que busco, un nuevo orden de ideas se presenta a mi vista, y no me confunde la reseña individual de cuantos objetos pertenezcan a cada una de las series indicadas, antes bien, observo, por lo que sucede invariablemente en mi interior, que, si el Placer es el primer incentivo que descubre la Belleza, la Admiración es el ensayo químico que me hace juzgar de su falsedad o solidez. Decir que lo que es capaz por sí de movimiento (y por tanto de una variedad indefinida) no sobresale en belleza a lo inmóvil, que lo sensible no sobresale a lo insensible y que la criatura que [17] razona no es superior al bruto son otras tantas contradicciones ofensivas a la Naturaleza, que de un solo golpe derriban la magnificencia de la creación, la dignidad del hombre y la única base de sus razonamientos. No podemos dudar de todo cuando vemos unas leyes invariables producir efectos uniformes, ni podemos abandonar la realidad para elevarnos de golpe do quiera nuestra imaginación. Pasar [directamente] de la contemplación de un gusano a la contemplación estática del Autor de la Naturaleza es trastocar las ideas, y lo grande y majestuoso con lo pequeño 28. (*) [N.d.A.M.] Véase la Nota F. [N.d.E.] Este párrafo aparece inmediatamente después de la cita de Buffon en el manuscrito, pero Malaspina anotó que debía moverse aquí, tras la palabra «enfadosa». He seguido el criterio de Malaspina en esta edición. 29.  [N.d.E.] La cita es de La naturaleza de las pasiones, de David Hume —Cf. Hume (2007), sección 5.2—. 461

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o imperceptible. Al contrario, examinando el orden invariable y la casi infinita variedad secundaria con que se nos presenta, vemos una escala, donde, corriendo o descansando a nuestro placer, y a medida de nuestras fuerzas, nos elevamos finalmente a la belleza mental, esto es, al Autor del orden y conservación del Universo. Para proceder con método, me es preciso también tener presente que sucede en esta cuestión lo mismo que en otras muchas de la física, esto es, que no debe esperarse el efecto, si no están en debida acción todas las causas que deban producirle. Así, para que un objeto excite en mí la idea de la Belleza en un grado cualquiera, no solo es preciso que tenga en sí el mismo grado de belleza individual, sino también que mis órganos y mi mente estén bien dispuestos para las percepciones del placer y de la admiración. ¿Qué importa, por otra [18] parte, que cada uno juzgue a su albedrío y, diferentemente de los límites de esta propiedad, aun cuando procure poner en acción los medios necesarios para bien juzgar? En las distancias, en las alturas, en las velocidades y en fin, en cuantos objetos de comparación algo complicada dependen de la vista, ¿nuestra incertidumbre no es acaso la misma y no son tan frecuentes nuestros errores como en la cuestión emprendida? ¿Quién decidirá con certeza cuál es el hombre, cuál el caballo que más corra? ¿Y dejará un objeto de existir real y verdaderamente a mi vista, porque otro al mismo tiempo no lo perciba? ¿Y no será en realidad la máxima distancia visible la que determine la vista que más alcance? ¡Oh!, dirán algunos, sea quien fuere el individuo en quien termine esta escala casi infinita de la belleza natural, como quiera que su prerrogativa dependa de mil calidades, sumamente variables de uno a otro instante, le hallaremos trasferido a dos puntos, los más distantes del Globo, y así su existencia podrá ser real, mas nunca capaz de estar al alcance de mis sentidos. Esta dificultad es indisoluble. Convengamos, en primer lugar, les respondo, de la 462

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existencia real de esta prerrogativa; acordémonos después del centro de gravedad de la Tierra, que varía sensiblemente a cada cantidad de plata que se transfiere a Europa [19] desde el Cerro de Potosí o las minas de Nueva España,(*)30 y consideremos por último que la Naturaleza no es menos admirable en esta propiedad que en las demás. Pues contentándose con explayar entre las series la idea del orden ascendente en un modo fácil para comprenderse, ha dado después a los individuos de cada serie una tal variedad, que la imaginación más feliz o el estudio más prolijo pueden correr en ella a placer sin alcanzar el último término.(*)31 Aquí me es preciso dar una mirada rápida a la inconstancia y debilidad de mis antojos, esto es, de aquellos deseos que vestidos de una belleza o utilidad aparentes son guiados únicamente del apetito desamparado de la razón. Deseo la ciudad si estoy en el campo, y el campo si en la ciudad; corro largo trecho para oír la Ópera y después me desespero si la falta de otras distracciones me obliga a oírla; paso luego a admirar las obras del arte confundiendo el lujo y la vanidad con la habilidad y el ingenio del hombre. El retrato de mi querida me embelesa y molesto a los circunstantes para que la vean, y entretanto la Venus de Praxíteles32 no es para mí sino un trozo de mármol. Quiero, al contrario, en el mismo día, vestirme del tono ostentoso de profesor de Bellas Artes; me transfiero inmediatamente al pie de aquella estatua y la elegancia de sus formas(*)33 y el [20] encanto de su sonreírse, recordándome a Friné y a Crátina,34 me causan un arrebato indecible, hasta hacerme acusar de bárbaros e indolentes a los que no 30. (*) [N.d.A.M.] Véase la Nota G. 31. (*) [N.d.A.M.] Véase la Nota H. 32.  [N.d.E.] Praxíteles: fue el más conocido escultor clásico griego del siglo iv a. C. 33. (*) [N.d.A.M.] Barthélemy. Cf. Barthélemy (1790a). 34.  [N.d.E.] Friné y Crátina, famosas hetairas de la época clásica en las que, según comentaron autores como Plinio el Viejo —que señalaba a Friné—, Clemente de Alejandría —que indicaba a Crátina— y otros, se habría inspirado Praxíteles para esculpir su famosa Venus Afrodita de Cnido. 463

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aprecian la estatua más que todo lo animado. Admiro los ornatos de un reloj y no el mismo reloj, ni me paro en considerar el mecanismo de la nave, ni las felices combinaciones de la óptica... Basta, dígome ya a mí mismo, basta de pinturas tan desagradables. No, no serán estos los objetos en donde busque la idea de una belleza suprema y permanente, bien que, sin despreciar con una misantropía intolerante estas mismas pequeñeces del corazón humano, procuraré que tengan un lugar en la serie ordenada de mis razonamientos, bien así como un vallado de céspedes y espinos contiene al caminante en la recta senda que debe seguir. No es temeridad asegurar que, en la impresión del placer sensual, causada por los objetos externos, la especie humana no sobresale, o tal vez es inferior, a la mayor parte de los brutos. Pasa el objeto y la impresión se disipa y la necesidad o la costumbre —más bien que la reflexión o el antojo— deciden, irremediablemente, cuáles objetos deben causarme la sensación agradable o la del horror. Apetezco y corro tras de los unos, muy rápido conozco y evito [21] los otros, y la imitación, siéndome todo a primera vista igualmente desconocido e indiferente, es la que guía mis pasos inciertos y opuestos, las más veces, a toda novedad. En esta situación nada es bello para mí salvo que lo haya gozado, o vuelva a gozarlo, y las dos propiedades características de la belleza universal, orden y variedad, desaparecen a mi vista, convirtiéndose todo en un mecanismo sencillo y limitado.(*)35

35. (*) [N.d.A.M.] (en inglés en el original) Eneas Anderson: Voyage of Lord Macartney to China 1792-1793-1794. «Como es imposible transmitir con palabras a un libro impreso el carácter diverso que se ve en cada hoja del volumen de la Naturaleza. La curva más leve del río presenta una nueva perspectiva o una nueva visión de lo que ya se ha visto. Cada ciudad difiere de las otras. No hay dos aldeas que tengan la misma forma: múltiples circunstancias producen diferencias decisivas entre objetos similares, que son incomunicables por cualquier arte de descripción verbal». [N.d.E.] Eneas Anderson fue uno de los empleados en la comitiva de George Macartney, embajador de Gran Bretaña, ante el emperador de la China, entre 1792 y 1794. Cf. Anderson (1798). 464

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Abandono con la mayor rapidez esta idea, y corro a buscar una regla más activa, y menos variable para el alcance propuesto. ¿Trátase de juzgar? Es preciso comparar y tanto será mi juicio más acertado o menos erróneo cuanto mis comparaciones sean más extendidas, sin apartarme de la realidad. Además, esta misma es una acción indispensable de la facultad del pensar, y como quiera que el grado relativo de belleza real haya de existir en un objeto, percíbale o no en el momento de juzgar, es evidente que ni es precisa la concurrencia material de los sentidos en el mismo momento, ni puede omitirse para ello el examen mental más extenso. Yo no debo dudar [de] que Alcibíades ha sido más hermoso que Esopo,36 aunque ambos viviesen hace más de veinte siglos, y la narración aun más débil y sencilla me convence de que los jardines de Aranjuez son mucho más bellos que el huerto [22] que cultivo, aunque no haya visto los primeros y este otro me cause un placer intenso e inocente. Y he aquí que se presenta la admiración, como ya he dicho, la cual yo considero ser una acción del alma, que recorriendo atentamente el universo real, juzga de la excelencia de sus individuos por su composición más complicada, más noble, más útil y más difícil de imitarse, y por el grado que ocupan en el orden ascendente de la creación. Esta es la sola impresión que dimana de la estatua cuando no recuerde un objeto real, de donde he recibido o recibo un placer efectivo. Praxíteles debió [de] hallar muchos más atractivos que yo en la contemplación de su Venus, pues le recordaba el original. De otra manera, jamás podrá sugerirme la idea de la belleza real un reloj trabajado con el máximo primor, mas no acorde con el tiempo. Admírole sí, como una producción sobresaliente de la industria del hombre, pero saber que me engaña aleja de mí toda impresión de placer que pudiese producirme su utilidad harto informe. 36.  [N.d.E.] Cf. Carta n.º 20 [N.d.E.] 289. 465

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El análisis que precede, y cuya rectificación por medio de mis ideas pasadas pudiera multiplicar en cuanto quisiere, me descubre otras dos verdades nada despreciables para la serie propuesta de los razonamientos. [23] La primera, que la impresión de la utilidad, si bien dependa de una operación mental, puede substituir, como reminiscencia, a la impresión del placer efectivo, y aun derribarla, haciéndola odiosa.(*)37 ¿Quién no ha experimentado cuánto enfada la vista de una comida opípara al enfermo, o al que está ahíto; la cama y el silencio al que ha dormido con exceso; la música más agradable a quien tiene necesidad de dormir; y el cerco de las jóvenes mejor parecidas al que no vea a su querida entre ellas? La segunda es que la admiración excluye por Naturaleza todo objeto desagradable, el cual la convertiría inmediatamente en horror. Las cabezas del hombre y la mujer son ciertamente mucho más hermosas a mi vista que las de un caballo o de un pez, y sin embargo júntense a la una, según la idea de Horacio, el cuello de un caballo y a la otra el cuerpo de un pez(*)38 y el todo parecerá extremamente disforme, aunque el pez y el caballo pudiesen sugerirme la idea de la Belleza en un grado no mediano. En una palabra, la ad­­miración envuelve en sí también las dos ya citadas características de la Naturaleza, orden y variedad,(*)39 y cuanto sea mayor la magnificencia con que se presentan estas dos propiedades en un objeto, por medio de un [24] examen imparcial y juicioso, tanto más intensa y elevada será mi percepción de la belleza real.(*)40 37. (*) [N.d.A.M.] (en francés en el original): «Leibniz definió el orden como variedad en la unidad». 38. (*) [N.d.A.M.] Véase la Nota I. 39. (*) [N.d.A.M.] (en inglés y francés en el original): «Esa variedad perpetua y creciente —dice Priestley— es uno de los mayores encantos de la vida humana, y ningún momento o estación es impropio para ellos». J. B. Robinet advierte que el jeroglifo o el símbolo del alma entre los egipcios era una mariposa o insecto volador con una apariencia de mariposa. La lengua griega usa una misma palabra para expresar el alma y este pequeño animal alado, Ψυχή (psyche). 40. (*) [N.d.A.M.] (en francés en el original): «Si el azar —dice Weiss— hubiera producido el mundo, habría más diferencia entre las especies; cada individuo sería casi un particular porque el azar solo puede traer una variedad y nunca un orden». 466

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Los varios grados ascendentes de la admiración condúcenme finalmente a la adoración, esto es, a aquel devoto anonadamiento que en mí producen la inmensidad de las bellezas naturales, la cortedad de mis talentos para imitarlas y el vuelo incesante de la imaginación ansiosa por elevarse al origen y sabiduría del Universo. Por muchos siglos, la ignorancia dictaba al hombre la adoración de todo lo que temía o no comprendía: los aparecimientos frecuentes y periódicos de la Luna, el calor benéfico del Sol, la utilidad del buey, el estruendo y destrucción del cañón, los eclipses y la sola acción combinada de las leyes aún más sencillas de la materia le presentaron otros tantos ídolos de [los] que no tardó él mismo en aprovecharse para dominar a sus semejantes por medio del terror o de la superstición. Solo el filósofo guiado del estudio ordenado de la Naturaleza(*)41 pudo elevarse finalmente a la adoración convincente del Ser Supremo.(*)42 Te adoro, le decía, porque la magnificencia de tus obras, sin ocultarse a mi comprensión, la conduce hacia ti irresistiblemente, porque tu beneficencia deja que yo las goce amplia y tranquilamente, sin esperar que alcance a recompensarte, y porque es uno mismo el orden que explayas [25] en toda la Naturaleza y el que prescribes a mis acciones y a mis razonamientos para que sea completamente feliz. Yo no pondré límites a tu poder con las ideas presumidas del optimismo, ni abandonaré con Epicuro las esperanzas de que mi razón pueda arreglar, afinar y avigorar aquellos resortes y principios con que me dispusiste, ni con un severo estoicismo despreciaré los goces inocentes y ordenados que me presentas.(*)43 La admiración de lo bello por una reseña ordenada de objetos y una serie de principios demostrados, mi constante anhelo por imitarte, aunque débilmente, y el coadyuvar en cuanto pueda 41. (*) [N.d.A.M.] Véase la Nota J. 42. (*) [N.d.A.M.] Véase la Nota J. 43. (*) [N.d.A.M.] «DʼArgenson. Los principios de los estoicos, bien entendidos, son sublimes y excelentes. Los de los epicúreos, bien concebidos tienden igualmente a hacer que los hombres sean sabios y felices. En Catón el Joven». [N.d.E.] Malaspina se refiere a René-Louis de Voyer de Paulmy, marqués dʼArgenson (1694-1757), político francés, ministro de Luis XV y amigo de Voltaire. Su obra más importante son sus Memorias. Cf. Argenson (1858). 467

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al orden universal que has establecido, todo producirá en mi pecho aquella alegría sólida y duradera de que me has hecho capaz. Mas los seres organizados y sensibles preséntanse de nuevo a mi vista para avivar la meditación y no apartarla de lo sublime. Todo ahora está dotado del doble instinto de su propia conservación y multiplicación: se llaman, se acarician y se reúnen, otros trashuman a [los] climas, pastos o playas que les convienen. Y si la necesidad de combinar una suma variedad con una superficie limitada me presenta el espectáculo momentáneo de la destrucción de unas especies por otras, no tanto tacho en esto una profusión nociva de la Naturaleza, [26] como el orgullo del hombre que quiere fijar por leyes las sugerencias de su propria irreflexión. Esa muerte, cuyo solo nombre parece horrorizar al hombre incauto y tímido, ¿acaso es un mal, para el que ha visto con una especie de placer y constancia seguirse de cerca las varias épocas que la anuncian, o que la hacen finalmente necesaria? ¿Y un bruto, nada ocupado de lo venidero, podrá mirarla como una novedad extraña y desagradable? Solemos equivocar el instinto que tiene todo animal para conservarse con un horror invencible para su fin postrero. Pero, si bien miramos las varias circunstancias que forman la cadena de la subsistencia y destrucción animales, veremos claramente que en esto nada tienen que envidiar al mismo hombre, y que, dotados progresivamente de varias armas, astucias y velocidad a medida de la superioridad que deben tener unos a otros, ni pueden multiplicarse más de lo que quiera el hombre permitirles, ni destruir otra especie, aunque la persigan constantemente. Y entretanto, el hombre, arrastrando una vida lánguida y enferma, y molesto a sí mismo y a los demás, mira como un mal lo que debe ser irremediablemente, o, si quiere acelerarlo, esto ha de ser por sus mismas manos, o movido de las pasiones más odiosas y desenfrenadas.(*)44 44. (*) [N.d.A.M.] Véase la Nota K. 468

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[27] Yo no sé, a decir verdad, cuál reflexión de las muchas que sugiere la creación animal debe inspirarme la mayor maravilla y agradecimiento. En ella puedo estudiar, a mi placer, las varias operaciones de mi organización,(*)45 en ella afinar los conocimientos de la fuerza del instinto y del discurso experimental, en ella descubrir por un cotejo todas las ventajas de la facultad de razonar de que estoy dotado, y en ella, por último, o abastecerme de mil medios para coadyuvar más ampliamente a la uberosidad [sic]46 y orden de la Naturaleza, o hallar mucho alivio en los varios trances desgraciados de la vida. El perrito de faldas es el compañero inocente y fiel del filósofo Weiss, o de las quejas y gemidos de la joven abandonada;47 el ratón suaviza la triste situación del Barón Trenck,48 y la cierva con sus secretos imaginarios hace a Sertorio capaz de resistir a cuatro ejércitos romanos.49 Ciertamente debe ser grande el placer del hombre, cuando se considera como dueño y señor de toda la creación animal.(*)50 Mil especies le tributan el vestido, otras el alimento, otras complacidas casi de agradarle vienen cantando a provocar el tiro del fusil y de la flecha; otras, ostentando una fiereza, una fuerza y un tamaño superior casi a su propia esfera, ceden [28] sin embargo 45. (*) [N.d.A.M.] Véase la Nota KK. 46.  [N.d.E.] Malaspina, en su peculiar forma de expresarse, inventó este vocablo a partir del castellano «ubérrimo»: muy abundante y fértil. 47. (*) [N.d.A.M.] (en francés en el original): «Zonzón querido, Zonzón —exclama Weiss a su perrito—, camarada de mis fatigas y de mis peligros, testigo de mis problemas y de mi constancia, que las futuras razas puedan repetir con tu epitafio: Fue fiel a su maestro mientras su amante le traicionó, sus amigos le olvidaron y sus protectores le oprimieron». 48.  [N.d.E.] Malaspina se refiere al militar austriaco Franz von der Trenck (1711-1749). 49.  [N.d.E.] Quinto Sertorio, político y general romano involucrado en las guerras civiles que asolaron la época final de la República romana. Según Frontino (2005: Estrategemata I, 11), Sertorio poseía como mascota una cervatilla blanca, de nombre Diana, que según afirmaba para impresionar a los bárbaros, tenía la capacidad de transmitirle secretos de parte de la diosa, conduciéndole a importantes victorias en Hispania. 50. (*) [N.d.A.M.] (en inglés en el original): «Pájaros para la pesca en China. Aves acuáticas. Eneas Anderson». [N.d.E.] Cf. Anderson (1797). Malaspina alude a la pesca con cormoranes que se practica en algunos lugares de China. 469

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a su arrimo y apenas en los bosques más espesos hallan aquella seguridad que en vano les prometía el compararse con los demás animales. Después, el perro hácese su compañero para la caza, la guarda doméstica, y aun la guerra; el elefante preséntase cargado de una torre y de muchos combatientes entre las filas armadas; y el caballo, por último, puesto como al frente de esta nueva serie, reúnese al mismo hombre y le comunica nuevos medios singulares para el trato social, el dominio de la Naturaleza, y aun para su propia defensa. Nunca ha hecho el hombre(*)51 conquista más noble que la de este fiero y fogoso animal, que parte con él las fatigas de la guerra y la palma de los combates; que, tan intrépido, como su dueño, ve el peligro y le arrostra, se acostumbra al estruendo de las armas y se complace en él, le busca y se anima con el mismo ardor del jinete que participa de los placeres, brillando y centelleando ya en la caza o ya en la carrera o el torneo; tan dócil como esforzado, no se deja llevar de su aliento, sabe reprimir sus movimientos y no solo obedece a la mano del que le guía, sino que parece consultar sus deseos, que, obedeciendo siempre a las impresiones de la misma mano, se precipita [29], modera o detiene y no obra sino para dar gusto. Criatura que renuncia a su propio ser, abandonándose a la voluntad ajena, adelantándose a ella y poniéndola en práctica con la prontitud y puntualidad de sus movimientos, que siente cuanto se desea y no practica sino lo que se quiere y que entregándose sin reserva, nada rehúsa, sirve con todas sus fuerzas, se fatiga y aun muere para obedecer mejor… La Naturaleza es más hermosa que el arte y en un ser animado la libertad de los movimientos constituye la natural belleza… Entre todos los animales el caballo es el que junta a una grande estatura, mayor proporción y elegancia en todas las partes de su cuerpo... El caballo levantando la cabeza parece que quiere hacerse superior a su 51. (*) [N.d.A.M.] «Buffon». 470

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esfera de cuadrúpedo y en esta noble situación mira al hombre de frente.52 Considerar después menudamente la organización admirable de tantos seres,53 la transformación ya rápida, ya lenta, de tantas substancias, el instinto y el conocimiento que dirigen a la hormiga para los acopios anticipados del verano, a la abeja para la fábrica ordenada del panal y al castor para las leyes sociales de su tribu sería engolfarme en una infinidad de objetos que, si por una parte deben causarme una admiración perpetua, deben [30] también por la otra acelerar mis pasos a la contemplación del hombre. Aristóteles, descrito el hombre con exactitud por todas sus partes internas y externas, hacía conocer los demás animales por la conformidad que tienen las partes de sus cuerpos con las del cuerpo humano, y de las relaciones físicas de este, procuraba deducir máximas de moral para hacer su descripción menos árida y más curiosa.(*)54

Este es el método para descubrir progresivamente las maravillas del Universo y gozar de su contemplación. Todo es desordenado y silvestre —o llamémoslo muerto— en la Naturaleza inanimada, cuando la mano del hombre no ha concurrido a darle orden 52.  [N.d.E.] Cita extraída de la Historia natural (t. VII, p. 113), traducida por Clavijo. Cf. Buffon (1789). 53.  [N.d.E.] Véase la Nota M. 54. (*) [N.d.A.M.] «Buffon». [N.d.E.] Esta cita corrobora que Malaspina no citaba copiando directamente el pasaje original, sino que a veces transcribía lo leído, intercalándolo con sus propias palabras. La cita original, incluida en el tomo I de la traducción de Clavijo de la Historia natural, dice sobre Aristóteles: «Empieza por el hombre, y le describe antes que a los demás animales, no solo por ser el más perfecto, sino por ser el más conocido; y para hacer su descripción menos árida y más curiosa, procura deducir máximas de moral de las relaciones físicas del cuerpo humano. […] Describe pues al hombre por todas sus partes internas y externas; y esta descripción es la única que se halla completa; pero en lugar de describir a cada animal en particular, nos hace conocer a todos por la conformidad que tienen todas las partes de sus cuerpos con las del cuerpo del hombre». Buffon (1785: 44). 471

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y belleza.(*)55 Todo es indómito y destructivo en la naturaleza animal, cuando el hombre no ha procurado segregar el cordero del lobo, uncir los bueyes al arado y hacer la noble conquista del caballo. En fin, el hombre es el grado supremo de las bellezas naturales, y así como todo le está sujeto en la Tierra, también está dotado de una facultad sublime que, elevándole hacia el Criador, derriba de golpe su soberbia, o el imperio infeliz de sus pasiones.(*)56 ¿Hay datos convenidos para juzgar de la mayor o menor perfección del cuerpo humano? ¿Basta esta sola perfección para decidir de su hermosura? [31] ¿O, si ha de concurrir otra circunstancia, cuál es? Estas son las cuestiones que se ofrecen a primera vista, al que quiere examinar de cerca la especie humana. Ocúrrense aquí inmediatamente las voces técnicas de las Bellas Artes que distinguieron con el nombre de Bella Natura, las formas elegantes del cuerpo humano; ocúrrense las dicciones latinas de forma, formosus, species, speciosus, correspondientes la una a la voz castellana de hermoso, la otra a una belleza superior capaz de emular la especie humana, y entrambas por la misma razón no susceptibles del superlativo;(*)57 y ocúrrese la imposibilidad de examinar una frente o un pie separados, un traje más bien que otro, y el cabello más largo o más corto para el alcance deseado de la hermosura. Acuérdome [de] que un filósofo,(*)58 comparando los deberes morales de la especie humana con el instinto de los demás animales, y las compensaciones que la Naturaleza había suministrado a cada sexo, observaba un nuevo brillo de la providencia en la diferencia de belleza de los dos sexos. En la especie 55. (*) [N.d.A.M.] Véase la Nota N. 56. (*) [N.d.A.M.] Véase la Nota O. 57. (*) [N.d.A.M.] Véase la Nota P. 58. (*) [N.d.A.M.] «Addison, Espectador». [N.d.E.] Malaspina hace referencia aquí a Joseph Addison (1672-1719), escritor y político inglés, fundador en 1711 de la revista The Spectator. 472

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humana y en aquellos animales entre quienes el cuidado y la conservación de los hijos [32] (*)59 corresponde por largo tiempo al sexo varonil, se verán, decía, explayadas en la hembra todas las elegancias mucho más sublimemente, pues con una fibra más sensible, una voz más flexible y sonora, unas formas más redondas y unos ornatos más bien dispuestos para la impresión agradable de la vista, debe suavizar aquel trabajo que no le cupo en suerte. En las aves [sucede] al contrario y en otras mil especies que abandonan los hijos al momento que son por sí capaces de alimentarse, y entre quienes este cuidado corresponde por la misma razón a la hembra, se verá el macho adornado del plumaje más hermoso y más variado y con un canto agradable y repetido pasar sus horas en la rama inmediata, procurando suavizar de este modo el molesto cuidado de la compañera.(*)60 Mas, sin abandonar enteramente esta idea filosófica de las compensaciones naturales, no me inclino tampoco a admitir una diferencia de hermosura en los dos sexos: antes bien, en la suma 59. (*) [N.d.A.M.] «Véase Gilbert Stuart. A View of Society in Europe. Sección II. An Idea of the German Women». [N.d.E.] Malaspina hace referencia a la obra de Gilbert Stuart (17551828), quien fue un famoso pintor estadounidense. Su obra más conocida es un retrato inacabado de George Washington, el mismo que aparece impreso en los billetes de un dólar. Cf. Stuart (1792). 60. (*) [N.d.A.M.] (en inglés en el original): «Jardine, Cartas desde Francia. Sobre las mujeres. Entre los animales más perfectos, los sexos parecen acercarse al máximo de la igualdad. En la especie humana es difícil determinar qué sexo tiene la ventaja, considerando sus pequeñas diferencias nativas. A veces me inclino a dársela al femenino. Si los hombres tienen ventajas importantes en fuerza mental y corporal, la mente femenina parece heredar otras más numerosas, y estar formada de forma más universal, como si estuviera hecha de una pasta más fina; las mujeres parecen poseer mayor sensibilidad, percepciones más rápidas y más agradables. Por lo tanto, están admirablemente bien constituidas para ser nuestras compañeras y ayudantes en casi todas las ocupaciones. Son más tratables, más fáciles de enseñar, y una vez bien acostumbradas, poseen naturalmente o pueden llegar a adquirir el hábito esencial de controlar y regular la autoindulgencia. De este modo, pueden detener más fácilmente la fuente de las pasiones más destructivas y, por ende, de los mayores males en la vida, y una vez que se han elevado a toda la influencia y el conocimiento de que son capaces, pueden enseñarnos a hacer lo mismo». [N.d.E.] Black y Clemotte-Silvero (2007) atribuyen la cita a Alexander Jardine (1736-1799), militar, escritor e hispanista inglés. Cf. Jardine (1788). 473

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igualdad de entrambos admiro el orden ascendente de la Naturaleza, que moderando más y más la profusión de sus variedades materiales, a medida que, desde las producciones inanimadas(*)61 [33] se acerca al hombre, en este ha querido explayar una nueva serie casi infinita de transformaciones por medio de la sola facultad del pensar. Pretender después que en la progresión de la belleza humana sean indiferentes el color negro o el blanco rosado,(*)62 el cabello lanudo o el lacio y el cutis más fino o más tosco es hacerme sordo a las mismas sugerencias de la Naturaleza, la cual, al menor cuidado de las mezclas, transforma el color negro en blanco, el cabello lanudo en otro más suave, y por medio del abrigo y de la limpieza, un cutis tosco e impenetrable en otro capaz de manifestar graciosamente aun las más leves impresiones del ánimo.(*)63 Apartadas así varías cuestiones secundarias, que pudieran alucinarme o hacer más confuso el examen esencial, paso finalmente a considerar las reglas menos inciertas para la perfección del cuerpo humano. Al primer paso que los hombres hicieron para su civilización en los climas felices de la Grecia, comprendieron inmediatamente 61. (*) [N.d.A.M.] (en italiano en el manuscrito original): «Filangeri T. I, capítulo V. La bondad relativa de las leyes. Parece que la naturaleza, deseosa de mostrar su grandeza en la variedad de sus producciones físicas, quiere hacer que sus prodigios brillen en la diversidad de cuerpos morales». [N.d.E.] La cita está extraída de Gaetano Filangieri (1799: 80). 62. (*) [N.d.A.M.] (en inglés en el original, véase Jefferson, Notes Upon the States of Virginia, p. 229 y siguientes) «“¿Y esta diferencia (de colores) no tiene importancia? ¿No es la base de una mayor o menor belleza en las dos razas? ¿No son las finas mezclas de rojo y blanco las que modulan las expresiones de todas las pasiones, por una mayor o menor cantidad de colores, preferibles a la eterna monotonía que reina en los rostros de la otra raza, ese velo inmóvil de negrura que cubre todas las emociones?” Agréguese a esto el flujo del cabello, una simetría más elegante de la forma, etc. Sigue una inimitable pintura de las calidades de los Negros». [N.d.E.] La cita es de Jefferson (1984: 264). 63. (*) [N.d.A.M.] Véase la Nota Q. 474

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que el arte, esto es, la imitación combinada de la Naturaleza, debía ser su ocupación más digna y permanente, y que entre tanta variedad de objetos, no le había más capaz de exaltar la [34] imaginación del artífice, o de mover el deleite y la admiración del espectador cuanto la copia exacta de sí mismos. El mármol y el bronce recordarían así a las edades siguientes a los primeros maestros y legisladores de las sociedades que merecían por esta sola calidad una veneración perpetua, o a los héroes y filósofos que, a fuer de triunfar de una serie complicada de adversidades físicas o morales, hacíanse acreedores a la admiración de la edad en que vivieron y a la imitación de las otras. Por medio de la reminiscencia ordenada de tantos hechos benéficos y gloriosos, o también a veces piadosos y lastimeros, estampado el carácter heroico de aquellos individuos, antes en la mente y después en la mano del artífice, veía este, por una especie de instinto divino, reproducirse bajo el cincel, las facciones características y las mismas pasiones y atractivos de la vida. Con el doble afán de que la mano siguiese el vuelo de la imaginación, y el espectador hallase después perpetuamente un objeto más agradable y digno de admiración, debió pues el artífice sujetarse más y más a la realidad, y siendo menos árbitro de variar las formas, llamar toda la atención y habilidad a la expresión de los afectos. Se estableció un canon para la proporción de las formas, no copiando en verdad un solo modelo, sino reuniendo en un todo lo que la Naturaleza parecía [35] (*)64 haber dividido entre muchos individuos, y la estatua de Policleto65 y los preceptos de Eufránor66 sobre la simetría y los colores reunieron de una vez todas las leyes de la pintura y escultura.(*)67 64. (*) [N.d.A.M.] (en inglés y latín en el original) Plinio llama al Laocoonte «la obra artística preferente entre toda la estatuaria y la pintura». Los artistas fueron Agesandro, Polidoro y Atenodoro de Rodas. 65.  [N.d.E.] Escultor griego en bronce del siglo v a. C. 66.  [N.d.E.] Eufránor de Corinto (siglo iv a. C.), pintor y escultor griego. Dejó escrito un tratado sobre las proporciones. 67. (*) [N.d.A.M.] Barthélemy. [N.d.E.] Cf. Barthélemy (1790). 475

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Viéronse inmediatamente el Apolo, el Hércules, el Laocoonte, la Minerva y la Venus desplegar todas las gracias y nobleza de las formas a la vista de las edades siguientes:(*)68 Pánfilo, Apeles, Melanto, Nealkes69 y otros muchos no fueron menos felices en la pintura, y en este, como en los demás esfuerzos del talento del hombre, casi a un mismo tiempo su habilidad y su insuficiencia alcanzaron el sumo grado. El canon prescrito no podía sin embargo imitarse tan servilmente que, apartándose del placer que halla la Naturaleza en la variedad, esclavizase enteramente la imaginación del artífice. Así, cada uno fue árbitro de estudiar el carácter de la estatua y ser más membrudo el Hércules, revestido de mayor dignidad el Apolo, y algo más redondas las formas de la Venus.(*)70 Por la admiración unánime de los siglos siguientes, puede inferirse que ya no existe la menor duda sobre la suprema belleza de las formas humanas, y cuanto pudiéramos decir para describir menudamente su elegancia y proporción [36] no alcanzaría a añadir el menor grado de evidencia a la idea expresada. Si me preguntan cuáles son el hombre y la mujer a quienes la Naturaleza haya concedido las formas más elegantes, responderé al instante: los que más se aproximen a los modelos y preceptos de la escuela griega. Si me preguntan dónde están, hablaré de lo que conozco, 68. (*) [N.d.A.M.] «Según Plinio, eran las piezas más celebradas de Pánfilo. Los hermanos, una batalla, la victoria de los atenienses. Ulises embarcado, despidiéndose de Calipso, dice que no estaban bien pagadas cada una de ellas con todas las riquezas de una ciudad». 69.  [N.d.E.] Pánfilo de  Anfípolis (siglo iv a. C.), famoso pintor macedonio. Apeles (352 a. C.- 308 a. C.), uno de los más famosos pintores de la época clásica. Melanto, pintor condiscípulo de Apeles, escribió una obra sobre pintura que no ha llegado a nuestros días. Nealkes, famoso pintor griego del siglo iii a. C. 70. (*) [N.d.A.M.] (en francés en el original) «J. B. Robinet. En la Venus griega, el rostro no es lo que más halaga, es la nobleza de la talla, la riqueza de los contornos, la armonía de todas las partes del cuerpo. Debió tener una idea sublime de la belleza el artista erudito que formó esta obra maestra; debía tener un sentimiento fino, puro y delicado. Los griegos encontraron entre ellos los modelos de estas hermosas estatuas, cuyos fragmentos admiramos. Fue la asidua contemplación de la belleza natural lo que les enseñó a copiarla con tanta verdad». [N.d.E.] La cita pertenece a Robinet (1769: 290). 476

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y por lo que toca a lo total de la especie, dejaré la cuestión in­­ decisa.(*)71 Pero la estatua está inmóvil y fría, el lienzo o la pared todo lo desfiguran solo con que varíe mi posición. Y si la vista de Friné72 al salir desnuda del baño pudo suministrar a Praxíteles el entusiasmo y la habilidad de copiarla, los objetos aún más frívolos y comunes distráenme delante de esa misma copia, y cuando vuelva a mirarla frecuentemente, desaparece también la admiración, no alcanzando ya el mármol inanimado sino para cebo de mi vanidad. Solo si las imágenes de Escipión73 y Cornelia74 me recuerdan los modelos del héroe y la matrona; las de Lucrecia75 y Catón,76 el modo de triunfar de las adversidades no merecidas;77 y las de Leónidas, Escévola y Curio78 el noble deber de sacrificarme por la patria, y ya el mármol no es mudo. La vida moral del hombre y sus virtudes y sus vicios adquieren un dominio irresistible sobre [37] mis reflexiones: disípanse las bellezas de la Naturaleza inanimada o irreflexiva y en la nueva serie de ideas, la misma 71. (*) [N.d.A.M.] «(Hume, Robinet, etc.)». 72.  [N.d.E.] Friné, famosa hetaira griega, conocida por su legendaria belleza. 73.  [N.d.E.] Publius Cornelius Scipio Africanus (236 a. C.-183 a. C.), general y político romano. Cónsul, llegó a ser el hombre más influyente de la República tras derrotar a Asdrúbal y Aníbal en las guerras púnicas. 74.  [N.d.E.] Cornelia, hija del anterior y famosa matrona romana, madre de los Gracos. 75.  [N.d.E.] Lucrecia (siglo vi a. C.), personaje de la Antigüedad clásica. Fue violada por el hijo del último rey romano, Lucio Tarquinio el Soberbio, provocando su suicidio posterior, lo que a su vez influyó en la caída de la monarquía y el advenimiento de la república en Roma. 76.  [N.d.E.] Catón el Joven: político y filósofo romano (95 a. C.- 46 a. C.). Se opuso a César en Roma, y la victoria de este último en la guerra civil propició su suicidio. 77.  [N.d.E.] En este comentario Malaspina parece aprobar el suicidio como salida digna a una situación injusta e inmerecida; sin embargo, él mismo soportó pacientemente su condena al aislamiento en el castillo de San Antón durante más de seis años. 78.  [N.d.E.] Leónidas I (circa 540 a. C.-480 a. C.), rey de Esparta, fallecido heroicamente en la batalla de las Termópilas. Gayo Mucio Escévola, personaje legendario de la República romana que penetró solo en territorio enemigo para matar al rey etrusco Lars Porsela durante un sitio de la ciudad de Roma. Manio Curio Dentato (m. 270 a. C.), héroe romano del primer periodo republicano, famoso por acabar victoriosamente con la guerra contra el rey Pirro y sus aliados los samnitas. 477

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hermosura exterior del hombre, parece un objeto harto frívolo. ¡Ah, sí, exclamo inmediatamente, tus leyes, oh, Naturaleza, son harto visibles, no depende la suprema hermosura del hombre de las solas formas, pues a fuerza de estudio pudo, tal vez, llegar con sus modelos a igualarte o vencerte!(*)79 Mas ese divino fuego que dirige sus acciones, le reúne en sociedad y le guía antes a contemplarte, y después a combinar sus goces y ocupaciones con la conservación ordenada de lo que le presentas, ese será eternamente la característica primaria de su hermosura. Ni la edad ni las enfermedades alcanzarán a debilitar el cuadro, crecerá extraordinariamente su mérito en el mismo instante en que muera digno de sí mismo, y el grado supremo de hermosura podrá tan solo atribuirse a quien reúna en un felicísimo conjunto la suprema virtud con la mejor proporción de las formas.(*)80 Hay ciertamente una combinación tan sabia y magnífica en la estructura física del hombre que es más fácil admirarla que describirla. Un Ser cuyo principio, cuyas funciones y cuyo fin son otros tantos misterios incomprensibles para él mismo, un Ser que alcanza a medir el Universo, a comunicarse con los [38] que han vivido o vivirán dentro de una época cualquiera, y a aproximarse del Criador tanto cuanto se aparta de las demás criaturas, no es árbitro sin embargo de ocultar las emociones que los objetos externos producen en su ánimo. Todos los músculos del rostro y, en particular, el movimiento y el centellear de los ojos, le descu­­ brirán, mal que le pese. De una sola mirada podrán conocerse en un cerco, la modestia inocente de la doncella, la fe conyugal de la matrona y los halagos engañosos de la meretriz. Se distinguirán el hombre sano y el contento del enfermo y del que es mo­­ lesto a sí mismo o a los demás, y el probo y virtuoso del que por 79. (*) [N.d.A.M.] Marquis dʼArgenson. Essays etc. [N.d.E.] Malaspina hace referencia a Argenson (1797). Vide supra, [N.d.A.M.] 43. 80. (*) [N.d.A.M.] Véase la Nota R. 478

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debilidad o por vicio se deja llevar en pos de las pasiones. En el rostro se verán escritas todas las virtudes y los vicios, y un solo músculo de sus labios o frente derribará totalmente sus dichos o sus falsos juramentos… Yo me confundo en este examen, la variedad y la hermosura de las expresiones físicas del alma absorben mis sentidos y casi me elevan a un nuevo mundo.(*)81 Así es que el rostro, entre todas las formas, y los ojos,(*)82 entre las varias partes del rostro, son los que forman el orden ascendente de la Hermosura. Las mejores proporciones de una estatua decapitada apenas pueden suministrar(*)83 [39] algún interés al lento profesor de las Bellas Artes. Yo necesito ver las pasiones que agitaban aquellos miembros, quiero verle el rostro, y si el sueño le oprime casualmente, mi placer se disipa de nuevo y la idea de la piedra inanimada borra todos los incentivos de la virtud de Lucrecia. Hay además varias atenciones indispensables para la mejor armonía de la hermosura humana: la mujer infecunda o poco cariñosa, el hombre tímido o poco ágil borran de golpe las ideas de la admiración que sus formas proporcionadas y elegantes pudiesen sugerirme. Por la misma razón exigiré que entrambos descubran aquellas propiedades en el porte y en el rostro. Crecerá mi aprecio de ellos cuando sepa por menor las varias acciones que veo trazadas en su semblante, y la estatua del hombre deberá presentárseme o armada o capaz de luchar y manejar las

81. (*) [N.d.A.M.] Véase la Nota S. 82. (*) [N.d.A.M.] Dice Plutarco, en su Vida de Alejandro, «Como pintores, en sus retratos trabajan la semejanza en la cara, y particularmente en los ojos, en los cuales es más explícito el peculiar modo de pensar, etc.». 83. (*) [N.d.A.M.] «Pauw, Recherches Philosoph. sur les Grecs. pp. 1-113. No sin razón, dice el Sr. Winckelmann, que, desde la época de Homero, ligaron este favor de la Naturaleza con el carácter de la belleza más sublime, porque una gran luz añadida es, sin comparación, más agradable que una luz débil». [N.d.E.] La cita pertenece a Pauw (1788: 87). 479

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armas;(*)84 y la de la mujer representando, si es posible, la pintura del poeta italiano:(*)85 Qual madre i figli con pietoso affetto mira, e d’amor si strugge a lor davante. Un bacia in fronte, ed un si stringe al petto. Uno tien su i ginocchi, un sulle piante.86

[40] Sé muy bien que, por una cierta fatalidad, las más veces son precisas al hombre las impresiones más violentas y el semblante engañoso de su propia conveniencia para excitarle la idea de la Hermosura. La envidia en el propio sexo, y una adoración ciega en el otro, embotan sus sentidos y le hacen confundir lo her­­ moso permanente con lo momentáneo. Quítense, dice un filósofo(*)87 el amor y la amistad, ¿qué es lo que queda digno de la atención del hombre? Los estatuarios y los pintores hallan también más fácil, más agradable y más feliz su trabajo cuando quieren representar los extremos de las pasiones, que no para conservar en el rostro las trazas de una virtud intrépida y divina, que sabe triunfar de las pasiones y las adversidades. Objeto, a la verdad, no muy común para estudiarse, pero acordémonos de que en todas las cosas lo supremo ha de ser, cuando no único, al menos bien escaso. Ni seamos tampoco tan esclavos de nuestras costumbres que sus mismos vicios se conviertan en otras tantas leyes para juzgar no solo de la edad nuestra, sino también de las pasadas y venideras.

84. (*) [N.d.A.M.] Véase la Nota T. 85. (*) [N.d.A.M.] Filicaia. 86.  [N.d.E.] La estrofa pertenece al poema La divina providencia, del autor florentino Vincenzo Filicaia (1642-1707). Traduzco libremente al castellano: «Como madre compasiva que mira a sus hijos con cariño piadoso, y en el amor se derrite frente a ellos. Besa a uno la frente, y al otro estrecha contra el pecho. A uno lo tiene en las rodillas, al otro a sus pies». La poesía completa puede encontrarse en Ottolini (1923: 71). 87. (*) [N.d.A.M.] Hume. 480

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Una mirada a las leyes y costumbres de los espartanos me des­­ cubre luego una nueva serie de preceptos que llevaron la reunión de la virtud con la hermosura exterior a un punto incapaz de ser todavía propasado. Licurgo(*)88 [41] extrañaba con razón que, tenién­­dose tanto cuidado en mejorar las castas de los anímales, no se prestase una atención al menos igual a la especie humana. Este legislador prescribía para la unión de los dos sexos, que se exigiese en los esposos, además de la pureza de las costumbres, una her­­ mosura varonil, una talla aventajada y una salud que diese en rostro,(*)89 y con esta sola precaución, vio allí la especie humana adquirir muy luego un nuevo grado de fuerza y majestad. Las mujeres eran altas, fuertes, sanas sobremanera y casi todas hermosas, bien que con una hermosura severa, llena de dignidad y capaz de suministrar a Fidias90 más bien mil modelos para su Minerva, que no uno solo para la Venus.(*)91 Los trajes ricos les parecían mejor dispuestos para envilecer la hermosura, que no para ensalzarla; sus acciones eran guiadas de la sola virtud, y creían imposible que los hombres fuesen virtuosos sin ellas serlo también. Estos a su vez desdeñaban un amor mujeril que hiciese consistir su felicidad suprema en el capricho o la debilidad del otro sexo. Entregados por naturaleza a la virtud, todos soldados, y largo su cabello desde la edad de veinte años, mirándole como un ornato del hombre libre y del guerrero, divídanse naturalmente en dos clases, los unos, que amaban, y los otros, amados.(*)92 [42] Los 88. (*) [N.d.A.M.] (en inglés en el original) «El mundo moral manifestado… el error de la civilización ha formado virtudes falsamente. Amor y amistad. El amor no es más que la avaricia de la lujuria y la amistad, la pasión de mentes pequeñas que buscan lo semejante a ellas mismas, limitadas hasta cierto punto por la ignorancia. Estas pasiones, en un estado de civilización, son la causa de todos los vicios: la envidia, el odio, la malicia, la venganza, lo que demostraré plenamente, etc.». [N.d.E.] No he podido identificar la cita. 89. (*) [N.d.A.M.] «Plutarco». 90.  [N.d.E.] Fidias (500 a. C.-431 a. C.). El más famoso de los escultores de la antigua Grecia. 91. (*) [N.d.A.M.] Barthélemy. 92. (*) [N.d.A.M.] «Filangieri, tomo IV, justifica con toda evidencia la inocencia o virtud de este amor entre hombres y con muchísimo juicio atribuye a este origen la costumbre 481

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primeros debían servir de modelo a los segundos y hacían llegar hasta el entusiasmo una sensación dimanada de la más noble emulación que, mezclada con los trasportes del amor, se reducía finalmente a la ternura de un padre apasionado hacia su hijo, y a la amistad enardecida de un hermano por el otro. Así, cuando un mismo joven llegaba a inspirar este amor en muchos a un mismo tiempo, sin abandonarse a los celos, se reunían más estrechamente entre sí para cooperar a los progresos del que amaban, pues consistía toda su ambición en hacerle tan apreciable a los demás como lo era a su propia vista.(*)93 Los filósofos, después, estableciendo una relación constante y agradable entre el lenguaje, la música y la numeración, se proponían el presentar a sus discípulos la idea de un decoro y una hermosura invariables. Exigiremos,(*)94 decían, que la pintura, la arquitectura y las demás artes ofrezcan a su vista la misma relación para que, rodeados enteramente y asaltados de las imágenes de la belleza, y viviendo entre ellas a guisa de un aire puro y sereno, las vean penetrar hasta lo más recóndito del alma y se habitúen a reproducirlas en sus acciones y costumbres. Alimentados con esta sagrada semilla, se horrorizarán al primer aspecto del vicio, porque no les presenta el sello augusto que tienen grabado [43] en el corazón; se alborozarán al contrario a la menor voz de la razón y de la virtud, porque todas sus facciones les son conocidas y familiares, amarán la belleza con el mayor entusiasmo, pero sin los excesos que inspira el amor.95 nuestra de los padrinos y ahijados. Véase especialmente todo el excelente capítulo VII de la Historia de Atenas, por William Young, 1786. El amante y el amado». [N.d.E.] Cf. Filangieri (2018); Young (1786). 93. (*) [N.d.A.M.] «Nota larga sobre Espartanos y Franceses, sobre St. Pierre y Buffon, Plutarco y Rousseau y otros paralelos semejantes. A veces una misma causa produce efectos opuestos y a veces iguales efectos proceden de causas enteramente opuestas». 94. (*) [N.d.A.M.] «Barthélemy». 95.  [N.d.E.] Black y Clemotte-Silvero (2007) identificaron que la cita pertenece al capítulo 54 de Barthélemy (1790). 482

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Entre estos pueblos, estas leyes y estas máximas, se vieron al momento salir de la nada las ciencias y las artes. Veinticinco siglos de estudio en la Naturaleza y en la anatomía no han podido sugerirnos un nuevo orden de arquitectura, ni la idea de una mayor perfección en las formas humanas, ni una mímica más llena de afectos, ni una oratoria más sublime, ni una nación más elegante que la de Atenas, o más virtuosa que la de Esparta.(*)96 Acusemos pues la Naturaleza de desordenada o de inconsecuente, o hagámonos ciegos al sistema progresivo de hermosura que se ha propuesto y sigue constantemente. Yo veo al hombre grabar siempre su propia imagen en lo que quiere exaltar a lo supremo de la belleza [sic]. Son imágenes humanas las que presenta en el altar, son los sentidos de la vista y del oído los que invoca en el Ser Supremo para que reciba benéfico sus ruegos o sus ofrendas; son los mismos hombres [a] los que hace intérpretes de la voluntad y poder divino y [a] los que, por la misma razón teme y acaricia.(*)97 [44] En esta perspectiva ya no me es posible detenerme en considerar lentamente las varias ocupaciones secundarias del entendimiento humano. Todo lo que estudio en la Naturaleza, por casualidad o por entretenimiento, me veo insensiblemente arrastrado a referirlo al hombre. Subdivido la arquitectura en cuantas partes quiera o pueda, y la veo constantemente sujeta a las formas y modelo del hombre; ora se miren sus proporciones y ornatos, ora sus medidas y voces técnicas. El estatuario casi no copia otra cosa, el pintor y el poeta apenas alcanzan a detener por pocos momentos su imaginación a la vista de los objetos más varios, agradables y ordenados de la naturaleza muda, que no deseen avivarla con la 96. (*) [N.d.A.M.] Véase la Nota U. [N.d.E.] La visión de Malaspina de la sociedad espartana refleja la influencia de Filangieri, quien escribió en su Ciencia de la legislación: «Todos los políticos e historiadores de la Antigüedad atribuyen la decadencia de las naciones a las riquezas que penetraron en ellas, y consideran las leyes de Licurgo que acertaron a alejarlas de Esparta por muchos siglos como la obra maestra de la política y el modelo de una legislación perfecta». Filangieri (2018, v. 1: 215). 97. (*) [N.d.A.M.] Véase la Nota X. 483

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presencia del hombre, y ellos mismos son los que, mal de su grado, después de los vuelos aun más arrebatados de la imaginación, no alcanzan a dar otra idea del amor y de la fiereza, sino con lo que más agrada u ofende al hombre.(*)98 Weiss. El esqueleto es la obra maestra de la mecánica; la digestión, el grado más alto de la química, y la circulación supera todo lo que conocemos de más perfecto en hidrostática. Todas las investigaciones no han podido descubrir una parte innecesaria, o una forma más sencilla de lograr el mismo fin; no se puede agregar ni eliminar nada. El pintor no puede inventar formas más hermosas que las que encuentra dispersas en la naturaleza, y el metafísico no puede imaginar un solo significado que no hayamos recibido de ella.99

Un cuerpo sano y robusto y un alma libre sin remordimientos ni necesidades es todo lo que prescribía Licurgo para la suprema felicidad, y lo que yo considero poderse adaptar a la hermosura suprema.(*)100 [45] Distinguir después entre el Asiático, el Europeo y el habitador de las Islas de los Amigos, entre una mujer georgiana y una limeña, una frente larga y una estrecha, o una nariz aguileña y una roma, cuál es más sobresaliente en hermosura, son todos objetos que parecerán más dignos para una cuestión entretenida de sobremesa que no para las especulaciones serias del filósofo. A la vista del furor de las damas chinescas por el pie chico y de las francesas por pintarse el rostro, advertía un chistoso, en el siglo 98. (*) [N.d.A.M.] Véase la Nota Z. [N.d.E.] En este punto, al margen inferior, aparece una cita del político y militar suizo, seguidor de Rousseau, François-Rodolphe de Weiss (1751-1818), y un signo que indica que la cita debe ser inserida aquí. Se ha pasado la cita al cuerpo del texto, siguiendo la indicación de Malaspina. 99.  [N.d.E.] La cita corresponde a Weiss (1829: 363). Malaspina debió de usar una edición anterior. 100. (*) [N.d.A.M.] Véase la Nota Y. 484

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pasado, que no debíamos juzgar de las mujeres ni por los pies, ni por la cabeza.(*)101 Y Fontenelle102 reparaba con su chiste acostumbrado que hubiera sido bien otra la suerte de los imperios romano y turco de haber tenido Cleopatra una línea menos de nariz y Roselana103 una línea más; pero es fácil advertir que hubiera variado igualmente la suerte del imperio romano si, por una diferente división de las provincias, los atractivos de Cleopatra hubiésense explayado para cautivar al joven Augusto, que no a Marco Antonio, ya débil demasiado para resistir a los placeres momentáneos y siempre más fugitivos del vicio.(*)104 Estas reflexiones guíanme naturalmente a examinar también las leyes del principio moral o de la virtud, y ver si en ellas se puede alucinar en algún modo cuando quiera determinar la suprema belleza, ya que no cabe la menor arbitrariedad en las formas humanas ni en la comparación del hombre con los demás seres de la Naturaleza. [46] Un filósofo sublime,(*)105 distinguiendo de antemano una a una las calidades necesarias para la primacía del mérito personal, las divide en cuatro clases, es decir, las que son útiles y agradables a los demás, y las que son útiles y agradables para el individuo y he aquí la enumeración elegante y natural con que concluye sus reflexiones sobre esta materia. 101. (*) [N.d.A.M.] (en francés en el original) Colección filosófica sobre belleza de J. B. Robinet. [N.d.E.] Cf. Robinet (1769b: 288). 102.  [N.d.E.] Bernard le Bovier de Fontenelle (1657-1757), escritor y filósofo francés. 103.  [N.d.E.] Rojelana, Roxelana, Rosselana, Roxelane, Roxolana o Rossa fueron los apodos dados en Occidente a Anastasia Lisowska (c. 1504-1558), favorita y esposa legítima de Solimán el Magnífico, y una de las mujeres más poderosas e influyentes en la historia del Imperio otomano. 104. (*) [N.d.A.M.] (en inglés en el original) Williams, On Education, dice: «Si pudiéramos reunir a varios hombres de todas las naciones del mundo y mostrarles algunas de las mujeres más hermosas de todas las naciones, cada uno posiblemente se determinaría primero a favor de las de su propio país, pero la segunda determinación sería universalmente dirigida a la más bella. También es así en la moral». [N.d.E.] Cf. Williams (1789). 105. (*) [N.d.A.M.] «Hume». 485

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Nada más común que el diálogo siguiente. Sois muy feliz, dirá uno, en entregar vuestra hija por esposa a Cleantes,106 es un hombre honrado y humano además y cualquiera que tenga que tratar con él está bien seguro de hallarle al mismo tiempo franco y cariñoso. Yo también, le dice otro, os doy la enhorabuena sobre la adquisición de un yerno de tantas esperanzas, pues su aplicación asidua al estudio, su penetración tan viva y un conocimiento tan temprano de los hombres y los negocios le pronostican los mayores honores y adelantamientos. Me admiro, añade un tercero, que hablando de Cleantes os paréis en contemplarle como un hombre de negocios y de aplicación, le encontré días pasados en un cerco de gentes del mejor humor y sin embargo, él solo parecía ser quien daba vida y alma a nuestra conversación. Tanta [47] viveza y tan buen modo, tanta finura, sin rastro de afectación, y tales conocimientos tan ingeniosos y traídos tan a tiempo, a fe mía, que jamás los he visto reunidos en otro. Os admiraría aún más, dice entonces un cuarto, si le trataseis con mayor familiaridad. Esa alegría que se le advierte no es un arrebato repentino causado de las gentes con quienes se halle, en todos los trances de su vida le veríais del mismo modo, con una serenidad inalterable en su porte y con una misma tranquilidad de ánimo. Se ha hallado en lances harto delicados, por desgracias o por peligros y la superioridad de su ánimo le ha hecho triunfar de todos ellos. Caballeros, exclamo entonces, el retrato que habéis hecho de Cleantes es el del mérito más completo,(*)107 cada uno de vosotros le ha dado una pincelada y sin pensarlo habéis propasado en mucho todas las pinturas de Graciano y Castiglione.108 Este es el carácter que escogería el filósofo para modelo de la máxima virtud…109 106.  [N.d.E.] Cleantes de Aso (330 a 300 a. C.- 232 a. C.). Filósofo estoico, sucesor de Zenón. 107. (*) [N.d.A.M.] Véase la Nota W. 108.  [N.d.E.] Johannes Gratianus, Graciano: humanista, jurista y escritor italiano (siglos xi-xii d. C.), uno de los «padres» del derecho canónico. Baltasar Castiglione (1478-1529), humanista, escritor y diplomático italiano. Su obra más influyente es el tratado Il Cortegiano (1528). 109.  [N.d.E.] Black y Clemotte-Silvero (2007) identificaron la proveniencia de la cita. Cf. Hume (1912 [1777]: 107-108). 486

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Pero ya mi familia se acerca y me sorprende agradablemente... oh, hijos, oh, compañera, yo experimento en mi corazón una tal efusión de placer cual no creía pudiesen alcanzar a suministrarme los varios objetos de este mundo pasajero, capaz de enseñorear a mis pasiones sin que por esto mis sentidos [48] estén lánguidos o desgastados, ni me abandono a la realidad momentánea, ni a los efectos de una imaginación envidiosa para juzgar de la suprema belleza. Todo es bello para mí porque es vario y ordenado. El Universo, que admiraba poco ha, me recuerda la inmensa majestad y la arquitectura divina de la Creación. La primavera me embelesa, porque todo se reproduce y toma el semblante del amor y de la alegría. El caballo puesto al frente de cuanto es animado en las series inferiores me demuestra el imperio razonado del hombre sobre todas ellas. Y yo, yo mismo finalmente, sintiéndome capaz de admirar y de gozar tranquilamente de tantas bellezas, hállome todavía vivificado con un ardor inocente, que convertido templadamente ora en amor, ora en amistad por entrambos, me representa las varias épocas de la vida como un nuevo bien de la Naturaleza, pues os acompaño mientras puedo seros útil y agradable y os dejo tranquilamente cuando, disipada esta capacidad, disípase al mismo tiempo la posibilidad de que sea útil o agradable a mí mismo.(*)110 Fin.

110. (*) [N.d.A.M.] Véase la Nota AA. 487

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[49] Notas de Alejandro Malaspina a la Meditación filosófica Nota A En el camino emprendido para esta meditación era indispensable seguir la filosofía de Platón, y en este caso, no he titubeado un instante en copiar al pie de la letra este párrafo, que es todo del señor Hume. Mas no es superfluo advertir que únicamente el examen del Orden en la Naturaleza conduce rápidamente a la belleza intelectual, o al Ser Supremo, sin permitir que la reflexión se detenga agradablemente con los objetos materiales, y obligándola, por lo mismo, a inclinarse al estoicismo.(*)111 Con harto dolor véome arrastrado a rebajar algo de la Majestad Divina. Interpongo entre ella y yo los objetos sensibles; no pudiéndola contemplar en su esencia, la contemplo al menos en sus obras, ámola en sus dones, pero de cualquier modo que lo intente, nunca tengo para ofrecerle sino un agradecimiento interesado, en lugar del amor puro, que de mí exige con tanta razón.112

La variedad es, en este caso, el antídoto oportuno; pues, mientras pueda no separarla de mi reflexión, me obliga a considerar al por menor los varios objetos de la Creación; da una cabida moderada a los sistemas filosóficos de Pitágoras, Aristipo, Aristóteles y Epicuro, introduce en la preferencia de las ideas el placer y la realidad de las sensaciones, y me guía por último a gozar y a 111. (*) [N.d.A.M.] «Aquí sigue lo de la Nota B». 112.  [N.d.E.] Aquí Malaspina anotó «J. J. Rousseau». La cita es una traducción del propio Alejandro de un pasaje de La nueva Eloísa (Parte 5, Carta 5, de Saint-Preux a Milord Édouard). Como en el resto de notas, he procurado corregir sintaxis, puntuación y ortografía, sin alterar el léxico, así como adaptar el texto de Malaspina al castellano contemporáneo para hacerlo más comprensible, sin alterar su sentido. Cf. Rousseau (1764). 488

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comparar, únicos medios para percibir la idea de una belleza suprema, real y permanente. La sensibilidad universal de la materia,(*)113 que el autor de la filosofía [50] de la Naturaleza114 atribuye a Pitágoras, quien a su vez la había recibido de los Magos Egipcios, puede ciertamente ser un descarrío de la imaginación dimanada del estudio de la variedad sobre el inmenso número de los seres creados. El hombre, elevándose por una gradación ascendente desde sí mismo hasta el Autor del Universo, veíase insensiblemente arrastrado a lo incomprensible por la misma idea del orden, y al contrario, si por medio de la variedad formaba una escala descendiente que también empezase desde sí mismo, esta le conducía a la sensibilidad universal, esto es, a una idea no menos incomprensible de la materia. Este segundo camino debe, sin embargo, mirarse como la fuente de las ciencias y [como] el que descubre las sublimes armonías de la Naturaleza.(*)115 Si el deseo incurable en el hombre de alcan­­ zar el último término de la sabiduría, o de derivar los mayores placeres de la progresión que le acerca continuamente al infinito, le hace precipitar sus pasos y le descarría de la senda recta, también su moderación, mientras pueda ejercitarla, es la que reúne 113. (*) [N.d.A.M.] Abbé Delille. [N.d.E.] Jaques Delille (1738-1813), famoso poeta y traductor francés, dio un lugar central a la naturaleza en sus poemas y traducciones, como en su traducción de las Geórgicas de Virgilio, o su poema Los jardines, que adquirieron gran notoriedad en su tiempo. Su gran obra, Los tres reinos de la naturaleza, fue publicada en 1808, por lo que no puede ser tomada aquí como la filosofía de la naturaleza a la que se refiere Malaspina. En mi opinión, la anotación marginal de Malaspina debe interpretarse como una simple mención con la que Malaspina pretendería relacionar a Delille con el verdadero «autor de la filosofía de la naturaleza», Bernardin de Saint-Pierre —a quien Malaspina cita inmediatamente una línea más abajo, aludiendo a sus Études de la nature. Cf. Saint-Pierre (1784)—. 114.  [N.d.E.] Malaspina se refiere al escritor y naturalista francés Bernardin de Saint-­ Pierre, autor que ejerció una gran influencia en el navegante italiano. Tras la Revolución francesa, entre 1792 y 1793, Saint-Pierre fue director del Jardín du Roi, en reemplazo de Auguste Charles César de Flahaut de La Billarderie, sucesor de Buffon. Cf. Saint-Pierre (1784). 115. (*) [N.d.A.M.] «St.-Pierre». 489

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primorosamente con el orden invariable de la Naturaleza, sus estudios, sus goces y sus acciones sociales. La filosofía de Zenón y la de Epicuro, que hacían depender los estudios y la conducta del hombre, aunque en sentidos opuestos, [51] de su esencia y calidades presentes, son a mi ver igualmente viciosas. La ocupación irresistible del alma es lo venidero, y todos los principios religiosos y los mismos sugerimientos [sic] de la materia, en las dos leyes esenciales de nuestra conservación y reproducción no dictan, bien mirados, otra cosa sino un continuo cuidado de lo venidero.116

Nota B Con el mayor número de los astrónomos, he atribuido a la Luna [52] el fenómeno diario y maravilloso de las mareas, aunque, a decir verdad, quien lo haya observado cuidadosamente en los mares de la China, en el Mar Pacífico y en las grandes latitudes meridionales, debe alejarse mucho de este sistema. En el viaje de las corbetas Descubierta y Atrevida alrededor del mundo, el astrónomo Lalande117 tuvo a bien escribir y pedir observaciones exactas sobre esta parte importante de la física del Globo. No se descuidaron, como podrá verse en su diario astronómico. Sin embargo, prometíanse las observaciones y descubrimientos más impor­­ tantes del hábil filósofo D. José Armenteros,118 residente en Manila 116.  [N.d.E.] Esta misma idea de que la psique humana se ocupa fundamentalmente del porvenir aparece en la carta firmada por B.M. y publicada en el Diario de Madrid del 23 de septiembre de 1795, que puede atribuirse con toda probabilidad a Malaspina. 117.  [N.d.E.] Joseph Jérôme Lefrançois de Lalande (1732-1807), astrónomo francés con el que Malaspina intercambió correspondencia para organizar las observaciones astronómicas durante su expedición científica. Tras la Revolución francesa, fue uno de los miembros fundadores del Bureau des Longitudes, así como uno de los participantes en la creación del calendario revolucionario francés. 118.  [N.d.E.] José García Armenteros, secretario de la Intendencia en Ejército y Hacienda en las islas Filipinas. Armenteros fue un destacado informante en lo tocante a astro­­ nomía. Sus datos sobre la medida de la gravedad y las alteraciones de su valor esperado en Filipinas —que podrían tener consecuencias para determinar la forma irregular de ambos hemisferios del planeta— no llegaron a tiempo a manos de Malaspina. Cf. Beñas Lla­­nos (1992: 253). 490

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y ocupado por espacio de quince años en observar las mareas, cuya extraña irregularidad aparente119 en los mares de la China, y su ninguna sujeción al sistema newtoniano, había advertido mucho antes Mr. Davenport en las Transacciones Anglicanas.120 No sé si habrán llegado estas observaciones importantes a su destino; entonces será fácil descubrir nuevos periodos ordenados en la zona tórrida, aunque enteramente opuestos a los que advertimos en las latitudes altas; [53] entonces adquirirán nuevo mérito y fe las observaciones hechas por los viajeros en las extensísimas costas del Mar Pacífico, y quizá la imposibilidad de combinarlas tanto con el sistema newtoniano, como con el de las efusiones polares de Saint-Pierre121 nos convencerá de nuevo de la aversión de la Naturaleza a toda ley general que pretenda esclavizar sus obras al alcance de nuestro entendimiento.

Nota C Como considero la hipótesis demostrada de la gravitación universal el único invento que nos constituye más científicos que los antiguos, me detendré en considerarla con alguna extensión. «Así el hombre» —dice un filósofo harto célebre por sus talentos malogrados y por su muerte—(*)122 «conoció por primera vez una ley física del Universo, y aún hoy en día, no puede hallar otra igual, como tampoco igual gloria a la que adquirió su inmortal descubridor».123 Y en efecto de ningún modo pueden 119.  [N.d.E.] Esta palabra aparece subrayada por Malaspina en el manuscrito. 120.  [N.d.E.] Francis Davenport (1670-1694), miembro de la East Indian Company cuyo informe sobre las mareas observadas por él en Tonkín fue reportado por Edmund Halley en las Philosophical Transactions of the Royal Society, y tuvo un impacto directo en la teoría de las mareas de Newton. Cf. Davenport; Halley (1678). 121.  [N.d.E.] Saint-Pierre, en sus Études de la Nature, sostenía que la Tierra estaba achatada por el ecuador, en oposición a la hipótesis de Newton sobre la forma de la Tierra como un esferoide achatado por los polos. 122. (*) [N.d.A.M.] «Condorcet». 123.  [N.d.E.] La cita es de Condorcet (1970: 172). 491

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comparársele(*)124 el descubrimiento de la América, o la invención de la prensa, a pesar de cuanto vocean los filósofos de haber sido este último el paso más feliz del [54](*)125 hombre hacia su perfectibilidad.(*)126 Cuánta parte tuviesen el tanteo y la casualidad en este descubrimiento es fácil leerlo en todos los tratados históricos de la astronomía, como también es fácil conocer que los afinamientos producidos desde Kepler hasta ahora en las tablas de los movimientos de los astros derivan todos de las experiencias, más bien que de la aplicación de la ley. Una vez admitida [la teoría de la gravitación], nada tampoco de más natural que las deducciones de Newton sobre la elevación relativa del Ecuador Terrestre, y sin embargo, para acceder a ella, aun después de las experiencias del péndulo, fue preciso medir los dos meridianos de Quito y de Laponia, debiendo confesar además que ni es tan pequeña la diferencia de la experiencia al 124. (*) [N.d.A.M.] (en inglés en el original) «David Williams. Lecture XIII; “Newton, en la aplicación de esta ciencia favorita a la filosofía o la astronomía, se creía en libertad de basar sus descubrimientos sobre hipótesis y adoptar la hipótesis que explicara satisfactoriamente la mayor cantidad de fenómenos”» [N.d.E.] Cf. Saint-Pierre (1784). 125. (*) [N.d.A.M.] (en francés en el original): «Frimario. Año 7.°. Bailly a los 500. Finalmente, las ciencias matemáticas han ampliado el dominio del hombre, por ella aumenta sus medios llamando a todas las artes en su ayuda. Los elementos parecían conjurarse; a través de ella aprende a domesticarlos, para que sirvan a sus necesidades. Nada puede resistir a su Genio, todo cede a sus esfuerzos, mientras que su fuerza obliga a obedecer a la naturaleza con reconocida admiración hacia su maestro». [N.d.E.] La cita está tomada del Diario oficial de la cámara baja de Francia, y reproduce el apelo del ciudadano Bailly, director de la Comisión de Instrucción Pública del Parlamento al Consejo de los Quinientos, la Cámara Baja Legislativa Francesa del Directorio. La cita corresponde al famoso político, revolucionario y astrónomo Jean Sylvain Bailly (1736-1793), primer alcalde del París republicano, a quien Malaspina vuelve a citar en las notas siguientes. Esta cita nos muestra que Malaspina tenía acceso a revistas y periódicos internacionales, con lo que podía estar informado sobre los principales avatares políticos internacionales durante su condena. Cf. Journal des débats et des décrets... (1798: 244). 126. (*) [N.d.A.M.] (en español e inglés en el original) «Bailly. El movimiento diurno de la tierra corresponde a una celeridad de 238 toesas por segundo, algo más que doble del cañón. Idem. Las estrellas son como los hombres: cuando las vemos de cerca, sus fallas son mejor conocidas y sus defectos son más notables». [N.d.E.] La cita es de Bailly (1779, vol. 5, t. 2: 155). 492

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cálculo que no la veamos llegar próximamente a una quinta parte, ni los razonamientos y observaciones de Saint-Pierre sobre el alargamiento de los Polos desmerecen enteramente la atención cuidadosa de los físicos.(*)127 Es muy común equivocar las propiedades de las ciencias matemáticas, y la fuerza convincente del cálculo con la solidez y exactitud de las leyes a que se refieren, y fuera fácil demostrar cuánto este abuso ha contribuido a las máximas y escritos del siglo en que vivimos,(*)128 pues dando un viso exterior de matemáticas [55] a todo —en particular a la metafísica y discusiones sociales—, hemos creído como únicamente verídicos nuestros resultados y, pensando hacer mofa de las edades pasadas, hemos logrado con mucha probabilidad que la hagan de nosotros las edades venideras. Esta afectación del método geométrico, dice Mr. de Castilhon,129 ha hecho un daño grandísimo a las ciencias filosóficas. Varias veces ha echado un disfraz ridículo sobre las verdades más respetables, y en efecto, como quiera que un grande número de estas pruebas demostrativas no deriva su fuerza sino del prestigio de las definiciones, al final solo sirven 127. (*) [N.d.A.M.] «Experiencias nuestras, las del Volais [sic], las de Herschel, las de Cavendish. Y dice Bailly que la desaceleración, la retardación de Saturno y la aceleración de Júpiter no han podido combinarse con la teoría de la gravedad y atracción, ni aun por Lagrange y Bailly». [N.d.E.] Malaspina hace referencia al ya mencionado Jean Sylvain Bailly y también a Frederick William Herschel (1738-1822), astrónomo y compositor anglo-alemán; a Henry Cavendish (1731-1810), científico experimental británico, descubridor del hidrógeno; y, por último, a Joseph-Louis Lagrange (1736-1813), físico, matemático y astrónomo italiano que desarrolló buena parte de su carrera en Prusia y Francia. 128. (*) [N.d.A.M.] (en inglés y español en el original) «Hume. Diálogos sobre la religión natural. Probar con la experiencia el origen del Universo desde la mente no es más contrario al habla común que probar el movimiento de la Tierra a partir de los mismos principios, y un pensador podría plantear las mismas objeciones al sistema copernicano que usted ha usado contra mis razonamientos. Podría decirse: ¿Has visto alguna otra tierra moverse?». [N.d.E.] La cita es de Hume (1779: 66-67). Malaspina respondió a la pregunta de Hume, anotando al margen: «Responde con el método analítico de Galileo de las semejanzas (similarities) de los cuerpos». 129.  [N.d.E.] Jean-Louis Castilhon (1720-1782), escritor y enciclopedista francés. 493

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para demostrar la orgullosa debilidad del entendimiento humano.130 Fuera de harto provecho para la razón, el que los filósofos pudiesen ser curados de esta enfermedad, y se persuadiesen a que hay mucha más ciencia en saber ignorar lo que se ignora, que en saberlo demostrar. La geometría solo sirve para asistirnos en la aplicación de una ley física, pero el descubrimiento de esa ley solo se lo debemos a la experiencia y todos los razonamientos abstractos del mundo no nos hubieran hecho adelantar un solo paso hacia ella. Así es que la unión de las matemáticas con la física no puede adaptarse sino a un cortísimo número de objetos, por ser preciso que los fenómenos que procuramos explicar puedan considerarse de un modo abstracto, y que por su naturaleza estén desnudos de casi todas las cualidades físicas; pues por poco compuestas que sean, no puede aplicárseles el cálculo. La más feliz aplicación que se ha hecho de dichas ciencias ha sido el sistema del mundo, debiendo confesarse que si Newton no nos hubiese dado más que las ideas físicas de su sistema, sin haberlas fundado en evaluaciones precisas y matemáticas, no hubieran tenido, ni con mucho, la misma fuerza. Pero también se ha de advertir que hay poquísimas cosas tan simples, esto es, [56] tan desnudas de cualidades físicas como esta, porque la distancia de los planetas es tan grande que se les puede considerar a los unos respecto de los otros como si no fuesen más que puntos. También podemos, sin peligro de engañarnos, prescindir de todas las cualidades físicas de los planetas y no considerar sino su fuerza atractiva, puesto que por otra parte sus movimientos son los más regulares que conocemos y no experimentan retardo alguno por la resistencia. Todo esto concurrió a hacer de la explicación del sistema del mundo un problema de matemática al cual solo faltaba para realizarlo una idea física felizmente concebida, que consiste en 130.  [N.d.E.] Cf. Buffon (1785, I: 171). 494

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pensar que la fuerza en cuya virtud caen los graves a la superficie de la Tierra puede muy bien ser la misma que retiene la Luna en su órbita.131

Mas en el momento en que hemos querido aplicar la matemática a la construcción de las naves, no bien determinadas aún las leyes del empuje y resistencia de los fluidos y las calidades variables de tantos elementos cuantos concurren a la formación y manejo de un buque de guerra, ha sido preciso abandonar los métodos matemáticos por inútiles o perniciosos, y seguir [57] exclusivamente a la experiencia y el tanteo para adelantar.

Nota E Cuando escribí esta Meditación, con las mismas ideas que ahora contiene, no había leído ni tenía a la vista un buen número de los escritores, clásicos, antiguos y modernos, que he recorrido después.132 Confieso que no fue poca mi complacencia al ver que el examen imparcial de la Naturaleza habíame guiado a no apartarme de todos ellos en la consideración de una belleza permanente. Este placer, que les agradezco, más bien que la autoridad que deban infundir en el lector, o hayan de antemano infundido en mis razonamientos, es el que me ha sugerido citarlos a veces y, en otras, copiar sus párrafos enteros, si la misma idea hallábase 131.  [N.d.E.] La cita es del tomo primero de la Historia natural de Buffon, en la traducción de José Clavijo. Cf. Buffon (1785, I: 57). 132.  [N.d.E.] Esta afirmación de Malaspina permite dos interpretaciones: o bien Malaspina redactó las notas a la Meditación cuando sus condiciones en prisión ya habían mejorado mucho y podía gozar de pleno acceso a muchos de los libros que cita; o bien, en una segunda posible interpretación —compatible con la primera—, Malaspina continuó revisando y redactando parte de estas largas notas a la Meditación filosófica en Italia, tras su liberación, incluyendo anotaciones y citas de libros a los cuales solo tuvo acceso una vez en libertad. No se conoce con exactitud la fecha de su puesta en libertad, aunque esta aconteció a finales de 1802. Se sabe que llegó a Génova —después de una travesía por los puertos de Cádiz, Palma y Port-Vendre, en Francia— a mediados del mes de marzo de 1803. Cf. Manfredi (1994: 124-125). 495

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por ellos expresada con mayor claridad y elegancia. Diré en esta ocasión que cuando he deseado aprender era para saber yo mismo, más bien que para enseñar; he creído siempre que antes de instruir a los demás, debía cada uno saber para sí lo bastante, y de cuantos estudios he procurado hacer en medio de los hombres, durante [58] mi vida, no le hay, me parece que no hubiese hecho igualmente solo, en una isla desierta, donde me hubiesen condenado por lo restante de mis días.133

Con haber recorrido una buena parte del Globo, haber habitado los mares por espacio de veinte años y gozado por ambos medios de las bellezas inefables y siempre varias de la Naturaleza muda o animada, no podía menos de hallar mis ideas harto conformes con los estudios de Saint-Pierre, lo cual, si quisiese extenderme mucho en la Meditación, hubiérame conducido a seguir las mismas huellas, aunque con tanta mayor imperfección cuanto más flaca era mi memoria, más limitados mis conocimientos físicos y más agobiada mi imaginación con los objetos horrorosos que la rodean. Con este motivo he suprimido en la Meditación una mirada más profunda sobre las grandes armonías y consonancias que la Creación presenta al hombre. Sin embargo, esto no sirve sino a aguijar mis deseos para que alguno emprenda traducir con propiedad dicha obra al castellano, y que por ella [59] se animen muchos más a proporcionarse, por medio de los viajes marítimos distantes, un estudio gozoso de las bellezas naturales, harto más vario y ordenado de lo que presenta la sola Europa.

133.  [N.d.E.] La cita es de las Ensoñaciones del paseante solitario. Cf. Rousseau (1782: 396). 496

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No se extrañe pues que siga tan frecuentemente a Saint-Pierre, aunque quizá no convenga con él en un gran número de sus consecuencias; mi parecer sobre la existencia de un Bello esencial es ciertamente el mismo y no puedo sino repetir con él,(*)134 «lo poco que diré será suficiente para destruir la opinión, defendida por hombres demasiado famosos, de que la belleza humana es arbitraria».135 Oigamos, sin embargo, por un momento, al Lord Shaftesbury en sus Misceláneas,136 para justificar el mismo camino que yo he adoptado.

Nota F Confesando desde luego que son sumamente limitadas mis nociones sobre la música práctica, aventuraré sin embargo algunas reflexiones sobre esta materia. Yo entiendo que todo el placer que nos inspira la música instrumental, cuando no sea destinada a fijar la cadencia del baile, a acompañar [60] la voz humana o a excitar el furor militar, es el placer de la admiración y sobre todo de la variedad, siendo esta última un ingrediente más necesario de lo que parece para alimentar nuestras diversiones del día. Es verdad que hay hombres de una fibra tan suave y bien organiza­­ da, que descubren en la sola armonía, cadencia y transición de las notas un sin fin de bellezas comúnmente desconocidas para el mayor número. Mas también en este caso, como en el placer de la sensación, sea en primer lugar momentáneo y le compense después la dificultad de la ejecución, debemos convenir que esta calidad extraordinaria de algunos ni tiene un lugar legítimo en el 134. (*) [N.d.A.M.] (en francés en el original) Estudio X. 135.  [N.d.E.] (en francés en el original) La cita es de los Estudios de la naturaleza, de Saint-Pierre (1787: 182). 136.  [N.d.E.] Se refiere a la obra Characteristics, de Shaftesbury, publicada en 1711. Cf. Shaftesbury (1999 [1711]). 497

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orden ascendente de la organización humana, ni nuestras consideraciones, aunque extendidas a lo sobresaliente, deben ampliarse a lo extraordinario o casi sobrenatural.(*)137 Además, es preciso distinguir, entre las sensaciones agradables, las que se refieren directamente al instinto y las que dimanan de la sola costumbre y educación. ¿Qué extrañeza no causará al Europeo la música chinesca, toda áspera y disonante, y cómo podrá creer que el tantán, o una sola cuerda [61] asida por los extremos a un arco, alcance a irritar la fibra del etíope a un punto difícil de describirse? He aquí también la razón por la que las contradanzas, minués y marchas militares pueden repetirse infinitas veces sin cansancio, y no así un trío o sonata de Haydn y Pleyer, y por lo que hasta el español más grave dormita con los segundos y, al oír un fandango, o los boleros, se le ve encendido y casi inquieto por el placer. Hablando después del efecto que produce la música expresiva de las pasiones y acompañando la voz humana, basta recordar los miserere del Vaticano, el Stabat Mater del Pergolesi,138 los Nocturnos de Giardini,139 los Yarabíes de las Sierras del Perú y algunas partes del Canto Gregoriano para conocer cuánto prevalecen a los otros en las impresiones agradables y permanentes del ánimo: […] estoy bien convencido [dice un autor clásico en estas ma­­ terias](*)140 que no hay canto más agradable que el canto al 137. (*) [N.d.A.M.] (en inglés en el original) «Véase Brown. Sobre la música italiana, Edinburgh 1789. La belleza del sonido en sí mismo, y de la voz en particular, como el más sutil de todos los sonidos, es considerado por los italianos como una de las principales fuentes del placer que se deriva de la música. Lo apropiado para un aria (aria di portamento) es suscitar sentimientos de dignidad». [N.d.E.] La cita es de John Brown (1789). 138.  [N.d.E.] Giovanni Battista Draghi, conocido como Pergolesi (1710-1736), músico y compositor de ópera italiano. 139.  [N.d.E.] Felice Giardini (1716-1796), violinista y compositor italiano. 140. (*) [N.d.A.M.] «J. J. Rousseau». 498

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unísono y que si necesitamos acordes, esto solo depende de nuestro gusto estragado […]. Todo lo hizo Naturaleza lo mejor que es posible, mas nosotros, por el ansia de mejorarlo, lo echamos a perder todo.141

[62] (*)142 Sin dejarnos arrastrar de una predilección ciega de todo lo antiguo, y guiándonos solo por el efecto comparado de la música, no podemos dudar de que los Griegos y Romanos nos sobresalían muy mucho en esta parte; bien así como nuestras seguiriyas y boleros, que acompañados del canto, aunque desprendidos de la moral, se aproximan evidentemente a la música antigua, causan un placer vivísimo aún hoy en día a todos los espectadores. En el trastorno actual de las ideas pasadas, por lo menos sería una compensación el que procurásemos simplificar nuestras diversiones públicas, y a manera de los antiguos, reunir la mímica, el canto, los lloros, el baile y la música instrumental, mirando como un objeto secundario el placer que dimana de la armonía y variedad de esta.(*)143 Ocúrrense aquí naturalmente varias reflexiones sobre el canto militar. Quien no haya visto las costumbres de los Malayos, de los Negros y de los Salvajes formará ciertamente una idea muy débil de la actividad de este resorte para inspirar el furor. Los Romanos sin embargo no le despreciaban en medio de su excelente disci­­ plina: no le han despreciado últimamente los Franceses en sus 141.  [N.d.E.] La cita es de La nueva Eloísa; Cf. Rousseau. (1761). Carta VI. 142. (*) [N.d.A.M.] «Filangieri. T. V. Este himno concebido por el filósofo será cantado por el sacerdote y los alumnos harán el suyo. El estilo será simple y sublime, el lenguaje simple y la música muy diferente a la moderna, se regularán según los principios de los antiguos, que mejor que nosotros combinaban los puntos de vista de la ley y los intereses sociales». [N.d.E.] La cita es de Filangieri (1785, t. V: 164). 143. (*) [N.d.A.M.] «Pero ¿qué más? Demos una mirada a las flautas espartanas mezcladas en sus ejércitos para moderarlos, que no para irritarlos, veamos los efectos de nuestra música instrumental moderna: conoceremos allí mismo su imperfección para imitar las pasiones humanas». 499

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mayores apuros,(*)144 y si los alaridos del salvaje llevan [63] tal vez el semblante de una demasiada fiereza,(*)145 lo cierto es que el canto unánime de un ejército, que aproximándose al ataque recuerda el desprecio de la muerte, el amor de la Patria y la se­­ guridad de su familia, debe inspirar un nuevo vigor a cada sol­­ dado.(*)146 144. (*) [N.d.A.M.] (en inglés en el original) «Plutarco. Vida de Craso. Los partos no excitan a sus hombres a la acción con cornetas y trompetas, sino con ciertos instrumentos huecos cubiertos de cuero y rodeados de campanas de bronce que golpean continuamente. El sonido es profundo y sombrío, algo entre el aullido de las bestias salvajes y el estruendo del trueno y fue la sabia reflexión la que les llevó a adoptarlo, habiendo observado que, de todos los sentidos, el del oído es el que antes perturba la mente, agita la pasión y altera el entendimiento». [N.d.E.] La cita aparece en Plutarco (1822), vol. 2, p. 472. Malaspina debió de usar una edición anterior de la misma traducción, por ejemplo, la londinense de 1792. Cf. Plutarco (1792). 145. (*) [N.d.A.M.] (en italiano en el original) «Filangieri. Nota T. VII. Encontrarán en algunos pueblos el uso de los coros de música durante la batalla […][…] finalmente sabrán que, si los pueblos modernos ya no obtienen los mismos efectos de la música, debe atribuirse a dos causas: a la ignorancia de los legisladores, que no conocen ni la importancia ni el uso que sería apropiado hacer de ella y a la alteración del arte. La antigua simplicidad ha sido durante mucho tiempo y todavía sigue siendo casi universalmente reemplazada por una música complicada y difícil, sin simplicidad ni lógica, contaminada por todos los vicios del siglo y guiada solo por algunas reglas mecánicas y un estilo más extraño que sólido». [N.d.E.] La cita se encuentra en Filangieri (1785, vol. 7: 163). 146. (*) [N.d.A.M.] Chaptal: Discurso sobre premios para estudiantes en el Conservatorio de Música. «Este arte, cuyo origen se pierde en la infancia del mundo, marcó los primeros pasos del hombre hacia la felicidad y la civilización. Antes de que la experiencia lo hiciera vender sus ideas en un lenguaje perfeccionado, la naturaleza lo había inspirado con estos acentos primitivos, así como con sus pasiones nacientes y su primera elocuencia. El hombre incapaz de describir su admiración, o sus deseos los expresa con canciones. La majestuosidad de la naturaleza, que le llamó la atención, se convirtió en el objeto de un himno piadoso. La belleza se celebraba con los acentos inspirados en los deseos, y la primera canción nació con el primer amor. A medida que se perfeccionaba el orden social, la música avanzaba en el progreso: la lira resonaba en los bosques sagrados antes de que el arco levantara templos. La flauta acompañaba a las canciones religiosas, y los sonidos rítmicos medían los pasos ligeros de la juventud, antes de que el mármol y el lienzo nos mostraran la imagen de los dioses o la belleza. Pero cuán asombrosa y exaltada es la imaginación cuando, a partir de esta primera infancia del arte, continúa hasta nuestros días la marcha y el progreso. Los sonidos fugitivos están hoy sujetos a leyes, todos los acentos están trazados por los personajes, las pasiones móviles […][…] obedecen y permanecen en los límites, que han marcado a cada objeto, a cada pensamiento, a cada sentimiento. su color, su tono, sus movimientos, sus límites, y ya no nos sorprende si le hemos dado el nombre de armonía, tanto a los acordes hábiles de la música, como a las leyes inmutables por las 500

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El establecimiento de tropas permanentes y asalariadas es el que ha contribuido a acallar los cantos militares. Mas, si la táctica del día exige silencio para los movimientos parciales, el principio y el fin de la batalla, los ataques con arma blanca aún admiten seguramente el canto militar con mucha utilidad y le hacen preferente a la música instrumental adoptada en este siglo. No debe tampoco pasarse en olvido el reflexionar cuánto es impropio promiscuar en la pelea gentes casi del todo indefensas con el único objeto de que toquen un clarín suavemente, ni es justo confundir en nuestra música el efecto habitual con el natural con objeto de que excite el furor.(*)147 La voz humana, cantando aceleradamente expresiones propias e inteligibles, lo conseguirá mucho mejor y recordará al pusilánime el grande número de los que le acompañan, o más bien le guían, a la victoria. [64] (*)148 Retrocediendo a la música de alegría, no puedo menos de indicar una cuestión harto curiosa, tratándose de un Bello esencial, y es, cuál de las dos cosas, el canto o el baile, excita el mayor placer en el espectador, omitiendo desde luego cuánto nos inspiren otras causas extrañas y ciñéndonos por lo mismo a la sola impresión momentánea de los objetos en nuestros órganos. En este dilema yo me decidiría por el baile acompañado de la mímica, en primer lugar, porque descubre con mucha ventaja las formas humanas, y después porque difunde con la mayor natu­­ ralidad en toda la máquina la actividad indispensable de las pasiones. Al contrario, en el canto veo apagadas las acciones y esta incongruencia, lejos de dar lugar a un nuevo placer producido por el oído, disipa toda ilusión y confunde finalmente a la persona cuales la Naturaleza gobierna este Universo». [N.d.E.] Transcripción de un discurso del químico y político Jean-Antoine Claude, conde Chaptal de Chanteloup (1756-1832), quien, en el momento en que Alejandro redactaba la nota, era ministro de Interior de Francia. Cf. Discours prononcé… (1802). 147. (*) [N.d.A.M.] «Las flautas espartanas: la música servía para moderar, no para enfurecer». 148. (*) [N.d.A.M.] «Aquí lo de Plutarco, Shaftesbury y Castilhon». 501

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que canta con el ruiseñor que posa en una rama. No han sido pocas las mofas que muchos han hecho al Método de la Ópera Italiana, la cual, mal que le pese, casi nada difiere del de la Ópe­ ­ra Francesa. Mas no se ha visto por esto la menor reforma, ni tal vez debemos prometérnosla en breve.(*)149 [65] (*)150 No quisiera, sin embargo, que se infiriese de las proposiciones que anteceden, que pienso aconsejar el menosprecio o abandono de la música instrumental. Creo, al contrario, con los Académicos, que es una de las llaves esencialísimas para la armonía que debe reinar entre nuestras acciones y el Orden del Universo y su inocencia, su grande susceptibilidad a las variaciones y el placer que mueve, por cuanto sea momentáneo, y aún débil, deben constituirla como una de las bases más importantes de la educación pública. El Presidente Montesquieu decía, con su tino acostumbrado, […] que la música es un medio término entre los ejercicios del cuerpo, que endurecen al hombre, y las ciencias especulativas, 149. (*) [N.d.A.M.] (en francés en el original) «Castilhon sobre los himnos. Las tres especies de himnos u odas líricas no se distinguieron claramente excepto entre los griegos, pero en otros lugares, y principalmente entre las naciones orientales, no hubo diferencia entre los himnos, que eran todos populares, y que sin embargo unían la majestad del pensamiento, la belleza de las imágenes y todos los rasgos que caracterizaron en la antigua Grecia los himnos poéticos o populares, los himnos teúrgicos o religiosos y los himnos filosóficos. Para hablar más correctamente, la poesía lírica presentaba una orientación religiosa y política al mismo tiempo, ya que está probado que entre los hebreos, por ejemplo, la poesía y la música tienen más que ver con la moral y la religión que en Grecia. Tenemos religión y valdría mucho la pena entender por qué la música puede haber tenido mucha menos influencia en el diseño que en el gobierno… La irreparable pérdida que sufrimos de la música antigua… ¿Qué idea debemos formarnos de la música antigua de los pueblos orientales? La misma que tenemos de su poesía, que fue sin duda el más poderoso resorte de sus gobiernos, y el apoyo más inquebrantable de la religión. La poesía nunca se separó de la música». [N.d.E.] No he podido identificar la fuente de la cita de Jean-Louis Castilhon (1720-1782), escritor y enciclopedista francés. 150. (*) [N.d.A.M.] «Véase también lo de Lord Shaftesbury. Paw [sic]. Recherches Phil. sur les Grecs. Parte III, p. 6 Sobre los cambios experimentados por los órganos de una nación que se aleja de la vida salvaje para aproximarse a las instituciones de la vida civil». [N.d.E.] La referencia es de Pauw (1788). 502

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que le hacen insociable, de manera que, entre todos los placeres sensuales, no le hay que menos corrompa el corazón humano.151

Nota G Sabido es que los señores Bouguer y Condamine,152 en su Medida de la Meridiana de Quito, hallaron en el aplomo del cuarto de círculo(*)153 [66] un desvío constante de ocho segundos, lo cual atribuyeron a la atracción del Chimborazo, pero como, evaluada esta fuerza, resultase por el cálculo un efecto trece veces mayor, explicaron la diferencia observada con hacerse cargo de los huecos grandísimos que la calidad de volcán debía producir en el mismo monte. Es lástima no se hayan repetido tales experiencias en las inmediaciones de los Cerros de Potosí e Huancavelica, que las excavaciones continuas para sacar del mineral han reducido propiamente a montes huecos. Pero siempre puede asegurarse con evidencia que, a medida de variar la fuerza de la atracción por efecto de las masas, debe también variar considerablemente el centro de la Tierra, el cual no es otra cosa (refiriéndole a la solidez y no a la figura) sino el centro de todas las masas. Curiosa investigación fuera la de evaluar la considerable diferencia de contrapeso que debe haber causado la excavación perpetua de tantos montes en América, mucho más aún atendiéndose a que, las más veces, para sacar diez o doce partes de metal, se sacan otras noventa de escombros. [67] El hierro y el carbón de piedra 151.  [N.d.E.] La cita es una traducción de Malaspina del Espíritu de las leyes, Libro 4, de Montesquieu. Cf. Montesquieu (1777, vol, 1: 79-80). 152.  [N.d.E.] Pierre Bouguer (1698-1758), astrónomo, ingeniero naval y matemático francés. Charles-Marie de La Condamine (1701-1774), naturalista, matemático y geógrafo francés. Junto con el también francés Louis Godin, y los españoles Jorge Juan y Antonio de Ulloa, dirigieron los trabajos científicos de una misión geodésica en la Real Audiencia de Quito, con el fin de medir un grado del meridiano cerca del ecuador para poder determinar así la verdadera forma de la Tierra. Cf. Lafuente y Mazuecos (1987). 153. (*) [N.d.A.M.] «Débese también aplicar el argumento [¿contrario?] etc., para convencer [de] los razonamientos opuestos». 503

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podrían tal vez devolvernos al equilibrio por lo que toca a nuestra Europa, mas nunca relativamente a África, esto es, en dirección de este a oeste.

Nota H Obsérvese, dice el conde Buffon, que el pie de un caballo, tan diferente a la apariencia de la mano del hombre, está sin embargo compuesto de los mismos huesos y que nosotros tenemos en la extremidad de cada dedo el mismo huesecillo en figura de herradura, [con el que] que termina el pie de aquel animal. Y veamos si esta semejanza oculta no es más prodigiosa que las diferencias aparentes, y si esta conformidad constante y este diseño continuado del hombre a los cuadrúpedos, de los cuadrúpedos a los cetáceos, de los cetáceos a las aves, de las aves a los reptiles, de los reptiles a los peces, en quienes se hallan siempre las partes esenciales como el corazón, los intestinos, la espina dorsal, los sentidos, etc., no parece indicarnos que el Ser Supremo en la creación de los animales no quiso emplear más que una idea variándola [68] al mismo tiempo de todos los modos posibles, para que el hombre pudiese admirar igualmente la magnificencia de la ejecución y la sencillez del diseño. La observación anterior, aunque conducida a su conclusión con tanta dignidad, pudiera, tal vez, arrastrarnos inconsideradamente al principio de Helvetius, que han rechazado tantos filósofos posteriores y que, antiguamente adoptado por Anaxágoras, fue del mismo modo rebatido por Plutarco en su Discurso de la Amistad Fraterna, esto es, […] que la sensibilidad física y la memoria, unidas a una cierta organización exterior más perfecta particularmente en el tacto que la de otros animales, son los dos principios de nuestras ideas y razonamientos… y cuanto más sea multiplicada la especie de 504

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un animal capaz de observación, tantas más ideas y talento podrá adquirir.154

Nota I No puedo dejar de hacer aquí memoria de los jardines del Príncipe de Patagonia en las inmediaciones de Palermo, descritos con tanta elegancia [69] por el viajero inglés Mr. Brydone.155 Allí podían verse todas las producciones más extravagantes del buril de Callot,156 y las combinaciones más extrañas de monstruos y animales a entrambos lados de una calle larguísima de paseo. Casi al mismo tiempo, como por una especie de contraste, el conde Hodiz157 representaba en su hermosa tierra de Roswald todas las combinaciones felices de la imaginación más fértil y poética, en cuanto a las grandes armonías de la hermosa Naturaleza. En particular su Arcadia y el Liliput no podrán borrarse de la memoria de los muchos viajeros que lograron verlos.

Nota J En pocos párrafos véome ya conducido por tercera vez y por una especie de arrebato hacia el Autor Supremo de la Naturaleza, lo cual me convence de nuevo de lo que dije en la nota A, esto es, de cuánto ha menester el filósofo de sujetarse al estudio de la variedad para gozar y admirar las sublimes armonías de la Creación(*)158 154.  [N.d.E.] La cita, traducida por Malaspina, se encuentra en De amore fraterno, de Plutarco. Cf. Plutarch (1957: 249). 155.  [N.d.E.] Patrick Brydone (1736-1818), viajero y escritor escocés, miembro de la Royal Society. En su obra más conocida describió sus impresiones del viaje por Italia y Malta. Cf. Brydone (1773). 156.  [N.d.E.] Jacques Callot (1592-1635), famoso dibujante y grabador barroco. 157.  [N.d.E.] Conde alemán (1710-1740). Después de viajar por Italia en su juventud, se retiró a su castillo en Roswald, donde recreó diferentes ambientes de fantasía. Su Arcadia y sus extravagantes fiestas adquirieron gran fama. Cf. Michaud (ed.) (1843, vol. 19: 492 y ss.). 158. (*) [N.d.A.M.] (en inglés en el original) «Mr Holland. Newton, en todas sus obras, supone la existencia de Dios, como una verdad demostrada, y solo habla de ello ocasionalmente. Sin 505

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y de nuestra propensión irresistible [70] a lo infinito, más bien por grande que por diminuto.(*)159 Tampoco será superfluo advertir que iría muy errado quien quisiese acusarme en estos párrafos de que me desentiendo de la revelación. Además de haber sido el mismo camino trillado por filósofos ortodoxos, y de ser en cierto modo incompatible la filosofía con la que llamamos vulgarmente fe del carbonero, puede asegurarse sin riesgo que la parte del dogma relativa a la existencia, sabiduría, omnipotencia y providencia del Dios Supremo tendrá siempre su apoyo más firme en el estudio ordenado de la Naturaleza.

Nota K1 Como muchos filósofos —y en particular uno modernísimo—160 han confundido el justo deseo de rechazar el optimismo con una perpetua acusación de inconsecuencia a la Naturaleza, fundándola particularmente sobre la destrucción animal; no parecerá tal vez superflua la reflexión del texto y aún esta nota a los que quieran embargo, parece haberse conmovido más por las pruebas extraídas de la contemplación del Universo que por los argumentos de una metafísica trascendente. La disposición y los movimientos de los cuerpos celestes, la maravillosa organización de los animales, las relaciones infinitamente variadas y los diseños manifiestos que estallan en todas partes del Universo, fueron para él la prueba más convincente de la existencia de un Creador justo y poderoso». [N.d.E.] La cita es de Henry Richard Vassall-Fox, III barón Holland (17731840), aristócrata y político liberal inglés. Cf. Holland (1773, vol. 2: 120-130). 159. (*) [N.d.A.M.] «Mortimer en sus Elementos de Política, les asigna por base La divine natu­ ral law, esto es, la Ley Natural, esto es (según los antiguos) la idea del bien y del mal grabada en el hombre por el Creador, y acorde con las leyes del Universo. La subdivide en tres partes: religión, amor de sí mismo y sociabilidad. Y después, siguiendo a Justiniano, Puffendorf, Barbeyrac, Hobbes, Burlamaqui, Wolff, Montesquieu, Vatel, hace ver que se confunden la ley natural y el derecho de gentes, The Law of Nations». [N.d.E.] Malaspina hace referencia a la obra del economista inglés Thomas Mortimer (1772). Los demás autores mencionados fueron reformadores de la ciencia jurídica y pioneros del derecho internacional: el emperador Justiniano (483-565); Samuel Freiherr von Pufendorf (16321694); Jean Barbeyrac (1674-1744); Thomas Hobbes (1588-1679); Jean-Jacques Burlamaqui (1694-1748); Christian Wolff (1679-1754); Charles-Louis de Secondat, Baron de La Brède de Montesquieu (1689-1755); Emer de Vattel (1714-1767). 160.  [N.d.E.] Malaspina se refiere al filósofo y escritor inglés William Godwin (17561836). 506

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gozar tranquilamente de las bellezas naturales. He aquí la elegantísima pintura del Sr. Godwin:161 [71] Todo es vida en la Naturaleza, mas desgraciadamente cada animal se nutre con otro. Un solo paso que demos. Somos los instrumentos inevitables de la destrucción. No hay un día, no una hora [en la] que, en alguna región de las que son pobladas en toda la extensión del globo, millares de hombres y millones de animales no sean atormentados hasta el sumo grado que da de sí la vida organizada… Volvamos la vista a nuestra misma especie: el hombre parece dispuesto para la sabiduría, la fortaleza y la benevolencia, y sin embargo, en el mayor número de países, ha sido siempre la víctima de la ignorancia y de la superstición. Examinemos la fisionomía de la especie, miremos los rastros de la estupidez, de una vil malicia, de una insolencia arraigada, de una esperanza chasqueada y de una mezquina presunción, donde debían manifestarse y sobresalir los caracteres de la sabiduría, de la independencia y del desinterés. Acordémonos un solo instante de los horrores de la guerra, esa última invención de la infamia, meditada para la miseria del hombre; acordémonos de tanta variedad de heridas, tal multiplicación de tormentos: las [72] provincias asoladas, las ciudades destruidas, los sembrados ardiendo y millares de habitantes muriendo de hambre y de frío.(*)162

Mas, examinando esta pintura con madurez, se percibe fácilmente la debilidad del argumento pues, como se ha indicado, si el hombre se acostumbra a hallar un cierto placer en la destrucción de sí mismo, sea en las guerras, en los desafíos o en el bárbaro impulso de la venganza, si, según los principios de Hobbes —quizás en esta parte harto fundados—, la guerra puede mirarse 161.  [N.d.E.] Cf. Godwin (1796: 356). 162. (*) [N.d.A.M.] «Esta era parte de la filosofía de Heráclito, al contrario de la de Demócrito». 507

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como el estado natural del hombre, y la paz —como dice Barthélemy163 con tanta propiedad— no es sino un breve sueño de las naciones cuando están cansadas, ¿por qué no hemos de creer que este placer sea aún mayor en los animales, que a medida de su instinto se defienden del adversario con la fuerza, con las tretas o con la fuga y, cuando ceden a una fatal superioridad, no hay más que un momento entre la esperanza del triunfo y la total insensibilidad o la muerte?(*)164 Y, por último, si la destrucción animal(*)165 es una orden invariable de la Naturaleza, bien así como lo es en el hombre el fin postrero de su vida, por la lenta destrucción de su máquina, ¿por qué hemos de mirar con indiferencia esta segunda ley, y tachar de absurda la primera?(*)166 Acordémonos también de que la reproducción animal depende de esta misma destrucción y de que, entre los virtuosos Espartanos, fue tan común [73] (*)167 la muerte violenta de todo niño que manifestase una naturaleza débil y enfermiza como lo es entre varias naciones rayanas de Norteamérica el 163.  [N.d.E.] Cf. Barthélemy (1843). 164. (*) [N.d.A.M.] (en francés en el original) «Lee (pero con mucha precaución) la digresión sobre los animales, en los pensamientos filosóficos de Weiss. Lee los Estudios de la naturaleza de Saint-Pierre, Estudio VI». [N.d.E.] Cf. Weiss (1785); Saint-Pierre (1784). 165. (*) [N.d.A.M.] (en francés y latín en el original) Destructio senius generatio alterius (La destrucción de la antigua generación). Ese fue el principio de Empédocles, Platón, Pitágoras, etc. Ver una nota en el capítulo 3 del Sistema de la Naturaleza; y la muy interesante respuesta de Holland , t. II, p. 125». [N.d.E.] No ha sido posible identificar la obra de lord Holland a que Malaspina hace referencia. Sobre el Sistema de la naturaleza, una de las cimas de la filosofía materialista de la Ilustración, Cf. dʼHolbach (1777). 166. (*) [N.d.A.M.] (en francés en el original) «Anacarsis. Destruid, Reproducíos. Esas palabras han marcado para siempre el destino del Mundo». 167. (*) [N.d.A.M.] (en francés en el original) «Viaje a la alta Pensilvania y a New York. 3 vol. 8°. Editado en París, chez Maradan rue Pavie S.r André des Arts, n. 16. Un marinero predice una pronta y completa destrucción de los partidarios de la caza. ¿Qué es la muerte, de la que los cobardes están tan asustados, escribe un joven salvaje? Para el cazador es el día de des­­ canso, para el guerrero el de la paz eterna, para el desafortunado el último término de la miseria, la confianza y el consuelo de todos los que sufren el asilo, desde donde podemos desafiar a la opresión y la tiranía». [N.d.E.] Malaspina cita al escritor franco-estadounidense Michel-Guillaume de Crévecoeur (1735-1813). Cf. Crévecoeur (1801, vol. 1: 122). 508

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matar caritativamente los hijos a los padres, cuando ya llegados a una vejez enfermiza y estúpida no son útiles a la sociedad ni a sí mismos. En una palabra, el hombre está sujeto a la destrucción animal, como todos los demás vivientes, y su poder, que le constituye por soberano de la creación, y su facultad de pensar, que inconsideradamente le nutre con la esperanza de poder vencer las leyes de la Naturaleza, no son en esta parte sino dos medios de compensación que, si hacen su vida más feliz, concurren también las más veces a hacer más infeliz su último término.(*)168 No es posible indicar en pocos párrafos cuánto influya en la masa de las leyes sociales esta lucha malograda del hombre con la ley prescrita de su útil destrucción. Todo el sistema de las propiedades y testamentos no depende tal vez de otro principio sino de la necesidad de hallar medios de hacer cómoda, útil e importante la última vejez, a pesar de la misma Naturaleza. [74] Todos los principios religiosos que se corresponden directamente con una fe sencilla y una moral pura y filosófica no hallan acogida sino en la última edad; porque, fáciles a combinarse con la mengua de fuerzas y pasiones, con estas mismas armas débiles, captan una nueva superioridad sobre los jóvenes. Y, por último, la mayor parte de las guerras, en el actual sistema político de la Europa, no dependen sino de la tibieza presumida del viejo, que abusando del derecho de aconsejar que le es propio, créese transformado nuevamente en un joven, cuando oye sin horror, o con un cierto 168. (*) [N.d.A.M.] (en inglés y español en el original) «En la República de Platón, Liv. VI. Entonces, a medida que la edad avanza hasta el periodo en el cual el alma comienza a ser perfecta, deben aplicarla con rigor a sus ejercicios y cuando la fuerza decae y ya no son capaces de ocupar empleos civiles y militares, deben abandonarlos y vivir cómodamente, y evitando el trabajo excesivo, no hacen nada más que filosofía si se proponen vivir felices y en la muerte tener en el otro mundo muchas cosas adecuadas para la vida que han llevado en este». [N.d.E.] El pasaje traducido por Malaspina se encuentra en La República de Platón. Cf. Platón (1988: 323-324). 509

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placer, la destrucción de millares de jóvenes en un campo de batalla, en las aguas precipitadas de un río, o entre las olas tempestuosas del océano. Examinar después las artes —que con una infinita multiplicidad pertenecen hoy en día al lujo, y ocupan a millones de individuos, en apariencia para alargar los placeres de la vida, mas en realidad para abreviarlos o hacerlos desaparecer como el humo— sería descubrir de nuevo todas las trazas de los esfuerzos insensatos del hombre para luchar con la ley natural de la destrucción. Y mientras Aneta y Lubin169 ven toda la Naturaleza prestarse [75] risueña a su inocente y cariñosa reunión, sin que la calidad de ser primos hermanos haga temblar la tierra o alborote las tempestades, el viejo derrama en vano crecidos caudales para renovar la sombra siquiera de aquellos placeres, y todos sus ruegos al Ser Supremo llevan la estampa del sentimiento irreparable de la vida pasada, o de una vana esperanza de alargarla más allá del término prescrito. No quisiera, después de todo, dar una idea horrorosa de la vejez del hombre, y achacar este nuevo delito a la Naturaleza. Hace mucho tiempo que advertía un filósofo sublime(*)170 que «nada conserva tanto las buenas costumbres como una extrema subordinación de los jóvenes a los viejos».(*)171 Y una sola mirada a la vida del campo, basta para convencerme que una vejez sana e tranquila es un nuevo bien, después de corrida la senda peligrosa de la juventud y las pasiones. Allí es ver al hombre pasar, con pocos días de intervalo, de la vida fructífera y laboriosa a la fosa; allí es ver constantemente la armonía de las edades, el auxilio recíproco que se prestan, y el orden no adulterado de la Naturaleza, cuando, al 169.  [N.d.E.] Anetta y Lubin son los personajes de uno de los cuentos morales del escritor y enciclopedista francés Jean-François Marmontel (1723-1799). Cf. Marmontel (1763, vol. 2). 170. (*) [N.d.A.M.] «Montesquieu». 171. (*) [N.d.A.M.] Véase Cicerón, De Senectute. [N.d.E.] Cf. Cicero (1744). 510

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contrario, en las capitales, y en la vida que, ufanos, [76] distinguimos con el carácter de social, veo mezclarse en un solo punto de vista, harto horroroso, los estragos de un placer violento, el desorden de las riquezas, la ociosidad, la envidia y un total trastorno de las leyes de la vida humana... Mas, embelesado en considerar las bellezas naturales, séame permitido apartar la vista de un espectáculo semejante, recordando solo lo que decía Fontenelle,(*)172 que la edad más agradable que consideraba haber pasado era desde los cincuenta hasta los setenta años, cuando, sin el fuego de las pasiones y sin achaques, gozaba tranquilamente de todos los dones que le presentaba la Naturaleza.

Nota KK A pesar de haberse extendido tanto en el día el estudio de la organización del hombre sobre los cadáveres de su especie,(*)173 el observador imparcial de las costumbres sociales no puede menos de confesar que ni han sido tan abultadas como parece las ventajas de este método ni, aun cuando lo fuesen, deja de haber inconvenientes gravísimos que las contrapesen. Pásese en silencio que «la medicina busca las operaciones del alma en los cadáveres y las funciones de la vida en la letargia de la muerte»;(*)174 que los Griegos [77] (*)175 no tuvieron médicos en los quinientos años 172. (*) [N.d.A.M.] Buffon. [N.d.E.] La anécdota sobre la edad favorita del escritor y filósofo francés Fontenelle (1657-1757) fue relatada por Buffon. Cf. Buffon (1839, vol. 3: 232). 173. (*) [N.d.A.M.] «Debieran venderse los cadáveres, inclusos los hospst. [sic], como hacen los delincuentes». 174. (*) [N.d.A.M.] «Saint-Pierre». [N.d.E.] Cf. Saint-Pierre (1784: 263). 175.  [N.d.A.M.] (en inglés en el original) «Demócrito, cuando tenía 80 años, se retiró y, confinado consigo mismo, se aplicó a la disección de los animales, estudiando hasta la más diminuta parte de sus cadáveres. La ciudad de Abdera, creyéndolo loco y considerándole de gran valor, envió [en] una embajada a Hipócrates para que este fuese a curarlo. Atendió a su llamada, aunque no era viaje pequeño, y después de conversar con Demócrito, declaró a la gente que él era el único hombre que encontraba verdaderamente en sus cabales en aquel lugar». [N.d.E.] La cita está transcrita de una de las notas de la edición de Benjamin Franklin a De Senectute, de Cicerón. Cf. Cicero (1744: 49-50). 511

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corridos entre la guerra de Troya y la del Peloponeso, bien así como los Romanos no los sufrieron por espacio de seiscientos años, esto es, hasta Augusto, haciendo desterrar inmediatamente los que venían de países extranjeros.(*)176 Finalmente, que muchos médicos de los más esclarecidos, y entre ellos Cullen177 y Hunter,178 atestiguan a cada paso la falibilidad continua, ya de la materia médica, ya de su modus operandi. Siempre será verdad que los pocos inventos ciertos y útiles sobre el mecanismo del hombre se han derivado todos del repetido y variado examen sobre el mecanismo de los brutos, verbi gratia, la circulación de la sangre, los principios de la generación, los de la digestión, el novísimo sistema de los jugos gástricos y los actuales ensayos sobre la gestación del feto. Los antiguos, menos afectos que nosotros a la variedad indefinida, así en esta ciencia como en las demás —y por lo mismo más propensos al estudio admirativo, que no así investigador—, ni echaron de menos la disección continua de los cadáveres, ni, a pesar de esta omisión, dejaron de alcanzar preceptos tan sólidos de medicina que aún hoy en día son mirados por útiles [78] e instructivos. Nuestros análisis sobre tantas películas, excrementos y humores cuantos concurren a la composición del cuerpo humano tal vez no sirven, por último, sino a imposibilitar la concurrencia de dos profesores en la aplicación de un mismo principio. Oh, dirán algunos, si el estudio práctico de la anatomía no es esencial para el médico, lo es ciertamente para el cirujano, el cual solo familiarizándose con los cadáveres halla los medios de 176. (*) [N.d.A.M.] «Plinio». 177.  [N.d.E.] William Cullen (1710-1790), destacado médico escocés. Fue presidente del Real Colegio de Médicos de Edimburgo y miembro de la Royal Society. Entre otras aportaciones a la medicina, acuñó el término neurosis. 178.  [N.d.E.] William Hunter (1718-1783), médico y anatomista escocés. Fue miembro de la Royal Society y médico personal de la reina Carlota, consorte de Jorge III. 512

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multiplicar extraordinariamente las operaciones útiles y abreviar su duración tormentosa. No negaré esta utilidad, pero sí recordaré al mayor número de los que profesan la cirugía con una habilidad sobresaliente, que no la deben a aquel número inmenso de cadáveres, que allá en los principios de su enseñanza les servían de trasto más bien que de utilidad, ni [la] han usado después [en] la anatomía práctica, precisamente cuando han empezado a sobresalir en su facultad. Ofrécense además tantas reflexiones al hombre imparcial, cuando compara los progresos de nuestra cirugía con el atraso del conocimiento de los simples y la demasiado frecuente mutilación de los miembros, que en verdad disminuye en mucho su semblante útil. [79] (*)179 Pero lo que merece particularmente las miradas del filósofo es la demasiada frecuencia de la disección del cadáver entre los jóvenes aprendices, y los abusos asquerosos y desnaturalizados a que da lugar esta práctica. En el Tableau de Paris180 están representados con los colores convenientes y no exagerados, y yo creo que la legislación debiera entrometerse en remediar este defecto, como otros muchos, que son propios de nuestro siglo ilustra­ do. Una cosa es que el sabio analice el cadáver humano en el retiro de su estudio, para rectificar las conjeturas que una continua aplicación y nuevas combinaciones le hayan sugerido, y que después, con el dibujo, o con la cera explique a los demás la novedad y la utilidad de sus inventos, y otra cosa es que los cadáveres 179. (*) [N.d.A.M.] (en francés y español en el original) «(Heródoto en Melpomene, I Lib. IV). Si tienes ganas de obligarnos a la batalla (dicen los Escitas a Darío) y si es necesario luchar, lucharemos contra ti apenas para defender los sepulcros de nuestros Padres. Así que, si de verdad tienes ánimo de descubrirlos y osadía de violarlos, para evitar los ultrajes que les harás, estamos dispuestos a luchar. Entonces sabrás si tenemos valor y si sabemos cómo luchar por el descanso y por las sepulturas de nuestros antepasados». [N.d.E.] Cf. Heródoto (1878, vol. 1: 526). 180.  [N.d.E.] El Tableau de Paris fue una obra, en su día bastante célebre, del escritor ilustrado Louis-Sébastien Mercier, publicada a partir de 1781, en 12 volúmenes. Cf. Mercier (1783). 513

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humanos sirvan de juguete a una juventud díscola y desenfrenada, y de cebo codicioso a los verdugos y enterradores. Debo hablaros —decía no ha mucho un miembro del Consejo Francés de los Quinientos­­—,(*)181 debo hablaros del último asilo de los hombres y de la tierra sagrada donde reposan nuestros padres... En otros tiempos, la superstición negaba la sepultura; la impiedad la profana hoy en día. ¿He de decirlo? [80] (*)182 Se ha visto en los tiempos para siempre execrables de nuestra esclavitud revolucionaria (¿y por qué véome precisado a decir que aún se ve hoy en día?) hombres feroces tomar trastulo183 con los esqueletos y abandonarse con los muertos a todos los excesos de una venganza sacrílega.

Y después de esta justa declamación, cualquier oficial de salud (llamados así los médicos en el día de hoy para trastocarlo todo) es árbitro de destacar una porción de sus discípulos [en] la oscuridad de la noche [para] que, a manera de mastines, busquen los tristes despojos de la miseria humana, y cargados con ellos, vuelvan triunfantes al liceo.(*)184

181. (*) [N.d.A.M.] «Pastoret». [N.d.E.] Malaspina tradujo aquí un discurso del político y abogado francés Claude Emmanuel Joseph Pierre, marqués de Pastoret (1752-1840), que llegó a ser presidente de la Asamblea Legislativa (1791) y del Consejo de los Quinientos (1796). [N.d.E.] Cf. Pastoret (1796: 473). 182. (*) [N.d.A.M.] (en francés en el original). «Anacarsis, sobre Hipócrates. Los médicos siempre lo considerarán el primero de sus legisladores y su doctrina, adoptada por todas las naciones, todavía operará millares de curaciones después de millares de años». 183.  [N.d.E.] Trastulo: pasatiempo, juguete. 184. (*) [N.d.A.M.] «Está corregido por una ley de 3 Vendimiario, Año 7. Savary (a los 500, 14 Frimario, año 7) hace una pintura lastimosa de los cementerios: He visto —dice— una madre disputar con un cerdo los despojos de un su hijo querido». [N.d.E.] Malaspina debía de estar citando de memoria en el momento de escribir, porque la mención al macabro episodio del cerdo, la madre y el cadáver de su hijo fue realizada por el ciudadano Lafargue, y no por el ciudadano Savary, en la sesión del Consejo de los Quinientos del 14 de Frimario del año 7 republicano. Cf. Journal des débats… (1798: 229). 514

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Nota M Bien así, como se atribuye a la rosa la primacía entre las flores, al plátano entre las frutas y al cedro entre los árboles,(*)185 parece que la primacía entre los animales está concedida al caballo,(*)186 dejando ahora el examinar los extremos viciosos de su estatura y las gradaciones de colores que mejor le correspondan.(*)187 «Solo el caballo participaba de la corona de los Juegos Píticos,188 por cuanto él solo se consideraba apto por Naturaleza [81] e instruido por disciplina a acompañar al hombre en las batallas y pelear con él».(*)189 Este noble animal es realmente sociable entre su misma especie o con el hombre, […] jamás se le ve atado en poder de los árabes, pasta a su albedrío en las inmediaciones de la choza, y luego acude cuando se le llama; recógese a la noche en la misma tienda y en medio de 185. (*) [N.d.A.M.] «Véase todo el capítulo 42, Lib. VIII, de Plinio». [N.d.E.] Cf. Plinio (2003). 186. (*) [N.d.A.M.] (en francés en original) «Heródoto (en Clio). Los mensajeros adoran únicamente al sol, a quien sacrifican caballos, como para hacer ver que al Dios más veloz de todos los dioses también inmolan el más ligero de todos los animales». [N.d.E.] Cf. Heródoto (1878, v. 1: 170). 187. (*) [N.d.A.M.] «Segunda Partida, Tit. 21, L. 10. Para ser los caballos buenos deben haber en sí tres cosas: la primera ser de buen color; la segunda, de buenos corazones; la tercera, haber miembros convenientes que respondan a estos dos, y aún sobre todo esto, quien bien los quisiere conocer ha de catar que vengan de buen linaje». [N.d.E.] Malaspina transcribe el texto de Las siete partidas, del rey Alfonso el Sabio: Segunda Partida, Título 21, De los caballeros y de las cosas que les conviene hacer. Ley 10. Cf. Alfonso X (1807, vol. 2: 204). 188. [N.d.A.M] «Plutarco». [N.d.E.] Los juegos píticos hacían parte de los juegos panhelénicos y se celebraban en honor a Apolo en el santuario de Delfos. Plutarco, sacerdote máximo del templo, fue también protector o gobernador (ἐπιμελητής) de los juegos, en los que se entregaba una corona de laurel al vencedor. Los juegos incluían tanto competiciones gimnásticas como concursos hípicos. 189. (*) [N.d.A.M.] (en francés en el original) «Voltaire. Historia de Charles XII. Presente del gran Señor […] 1. Oct. 1714 […][…] Y ocho caballos árabes de una belleza perfecta, con soberbias sillas cuya talla era de plata maciza. No es indigno de la historia decir que un mensajero árabe que cuidó a estos caballos le dio al rey su genealogía. Así está establecido entre estas personas, que parecen prestar mucha más atención a la nobleza de los caballos que a la de los hombres, lo que tal vez no sea tan irrazonable, ya que, en los animales, las razas que reciben cuidados y no se mezclan, nunca degeneran». [N.d.E.] Cf. Voltaire (1792: 332). 515

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los niños sin jamás lastimarles, párase si el caballero cae en la carrera y no se desvía un punto de él.(*)190

Ni descuidaron los antiguos estudiarle profundamente para perfeccionar sus estatuas y pinturas. Es bien sabida la historia de Apeles191 y de Lisipo.192 Su imitador Cálamis,193 sucesor de entrambos, tuvo tal renombre por sus caballos,(*)194 que le han celebrado Plinio y Cicerón, y Ovidio procuró inmortalizarle con sus versos.(*)195 Advierte también Plinio que la obra en que más sobresalía aquel artífice, eran los carros tirados por dos o cuatro caballos, a pesar de que Lisipo y su discípulo Eutícrates196 tuviesen también mucho mérito en esta clase de obras.

Nota N Esta es la parte elegantísima y verídica del docto sueño del [82] Conde Buffon en sus épocas.197 La séptima y última es cuando el hombre ha coadyuvado a la Naturaleza, lorsque l’homme a secondé la Nature.198 Es digna de atención en este artículo una contradicción 190. (*) [N.d.A.M.] «Saint-Pierre. Creo que no le estudien tanto como los antiguos; o sea, para la imitación, o para la utilidad moral». [N.d.E.] Cf. Saint-Pierre (1799: 29). 191.  [N.d.E.] Apeles (352 a. C.-308 a. C.), uno de los más famosos pintores de la época clásica. 192.  [N.d.E.] Escultor clásico griego (390 a. C.-318 a. C). 193.  [N.d.E.] Escultor clásico griego del siglo iv a. C. 194. (*) [N.d.A.M.] «Le atribuyen los caballos de metal de Corinto, traídos ahora de Venecia a París». 195. (*) [N.d.A.M.] (en inglés y español en el original): «El caballo de Marco Aurelio en el Capitolio, y además en bajorrelieve su triunfo tirado por cuatro caballos que —dice Walker— “parece que saltarían del mármol, aunque la parte de sus piernas está rota por […][…] los fragmentos de un León que desgarra un caballo. Encontrado roto en el Tíber, fue recompuesto por Michelangelo y forma una estatua más expresiva [que] la pintura de Stubbs. Los sentimientos y la aprehensión del caballo están expresados de manera inefable”». [N.d.E.] Alejandro cita a Adam Walker (1731-1821), inventor, científico y escritor inglés. Cf. Walker (1790: 226). 196.  [N.d.E.] Hijo y discípulo de Lisipo. 197.  [N.d.E.] Cf. Buffon (1778, 1988). 198.  [N.d.E.] (en francés en el original) Cf. Buffon, conde de (1778). 516

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reprensible de Saint-Pierre, quien, considerando al hombre —co­­ mo lo es efectivamente— desde el punto de vista del magnífico cuadro de la Naturaleza, y a cuyas necesidades no hay una sola planta que no tenga su relación directa, sirviendo para su vestido, o su techo, o sus placeres o sus remedios, o por lo menos, para su hogar, dice después: La existencia del hombre es la única que parezca superflua en el orden establecido sobre la Tierra. Se han hallado muchas islas sin habitadores, que ofrecían una morada deleitosa por la disposición de sus valles, aguas, bosques y animales. Solo el hombre es quien descompone los planes de la Naturaleza, tuerce el declive de las fuentes, socava las colinas, quema los bosques, mata los vivientes y degrada en todas partes la tierra que de la que no ha menester. Destruiríase en parte, o tal vez del todo, la armonía de este Globo, si apenas se suprimiese la [83] especie más pequeña de las plantas, pues su destrucción dejaría sin verdor un cierto espacio de terreno, y sin alimento [a] la especie de insecto que vive de él. Aniquilado este, seguiríase la pérdida de la especie de pájaro que con él alimentaba a sus hijuelos, y así poco a poco, hasta el infinito. La ruina total de los reinos pudiera seguirse de la destrucción de una hierba, bien así como vemos empezar por una lagartija la ruina de un edificio. Pero, aun cuando no existiese la especie humana, no podemos suponer que hubiese nada descompuesto: cada río, cada planta, cada animal estarían siempre en su lugar. Filósofo ocioso y soberbio que preguntas a la Naturaleza por qué hay un Dios, mejor fuera le preguntases por qué hay hombres. No creo —dice en otro paraje— que hubiese en toda la Tierra un solo sitio malsano si el hombre no le hubiese hecho tal con sus propias manos.(*)199 199. (*) [N.d.A.M.] (en español y francés en el original) «La Pérouse describe con muchísima propiedad los contornos de la Bahía de Ternay: “Una magnífica soledad. La hierba alta, de tres a cuatro pies, las sierpes ponzoñosas, las playas de arena de la costa, única vía practicable, pues en todas partes resultaba imposible cruzar los espacios más pequeños, 517

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La moral es excelente para el debido anonadamiento del hombre delante del Criador, mas no por esto debe acusarle de inconsecuencia o, con [84] el solo objeto de humillarse, deprimir su propria esencia hasta considerarse como inútil en la cadena indisoluble de los Seres.

Nota O Pretender abrazar en una nota las opiniones de la mayor parte de los filósofos antiguos y modernos sobre la preferencia de hermosura del hombre a todo lo demás creado fuera aspirar a un imposible, aun cuando la nota se extendiese a volúmenes enteros. Me ceñiré, por la misma razón, a lo que dicen tres autores, Cervantes, Saint-Pierre y Milton, con el objeto de entretenerme sobre un asunto tan agradable, más bien que con el de evidenciar una aserción de suyo tan clara. Cervantes, en su Galatea, se explica así: Pero lo que más los admiró y levantó la consideración fue ver la compostura del hombre tan ordenada, tan perfecta y tan hermosa que le vinieron a llamar mundo abreviado: y así es verdad que en todas las obras hechas por el Mayordomo de Dios, naturaleza, ninguna es de tanto primor, ni que más descubra la [85] (*)200 salvo a costa de increíbles cansancios”. Véase la descripción de Tinián por Wallis, y lo que puede hacerse de Guaham, de Chiloé, etc.». [N.d.E.] Jean François de Galaup, conde de La Pérouse (1741-1788), marino y explorador francés. Dirigió una expedición científica alrededor del mundo, al mando de los navíos La Boussole y l’Astrolabe, que partió de Europa en 1785 y cuyo rastro se perdió, con el de todos sus tripulantes, al naufragar cerca de las islas Salomón en 1788. Samuel Wallis (1728-1795), marino británico que circunnavegó el globo al mando del HMS Dolphin, descubriendo numerosas islas para los europeos (Tahití entre ellas). Durante su viaje (1766-1788), recaló en Tinián, una de las islas principales de las Marianas, bajo soberanía española entre 1647 y 1899. Guam (o Guaján) es la mayor de las islas Marianas. Fue visitada por Malaspina cuando aún era territorio colonial español, gobernado como parte de la Capitanía General de las Filipinas. Chiloé es la mayor de las islas que forman el archipiélago del mismo nombre, situado al sur de Chile. Fue visitada por Malaspina durante su expedición. 200. (*) [N.d.A.M.] «En la Comedia del Abate l´Épée, dice el abate a la joven Clemencia, hablando del sordomudo Teodoro: “No tenéis que temer nada señorita, todo cuanto a sus 518

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grandeza y sabiduría de su hacedor. Porque en la figura y compostura del hombre se cifra y cierra la belleza que en todas las otras partes della se reparte, y de aquí nace que esta belleza conocida se ama y como toda ella más se muestre y resplandezca en el rostro, luego como se ve un hermoso rostro llama y tira la voluntad a amarle.201

He aquí, lo que dice Saint-Pierre: Además de todas las ventajas ya expresadas, la Naturaleza ha reunido en su figura todo cuanto hay de más amable en los colores y las formas; por sus consonancias y contrastes, sus movimientos son al mismo tiempo los más majestuosos y los más suaves. El Autor de la Naturaleza ha reunido en el hombre todas las especies de hermosura, y ha formado un conjunto tan maravilloso que los animales en su estado natural son sobrecogidos a su vista, o por el temor o por el amor. El hombre, por toda la tierra, hállase como en el centro de las magnitudes, de los movimientos y de todas las armonías. Su talla, sus miembros y sus órganos siguen una tan cabal [86] proporción con las obras de la Naturaleza que esta las ha hecho invariables, bien así como al conjunto de todas... Observaremos también que cada animal manifiesta en sus facciones una pasión dominante como la crueldad, la voluptuosidad, la astucia, la ojos le retrata la imagen de verdadera belleza, le fija y llama la atención de sus ideas. La Naturaleza sabia ha dado a estos desvalidos, a cambio de la desgracia que ella misma les causó, un instinto, una tan rara delicadeza y tan pronta imaginación que espanta”». [N.d.E.] Charles-Michel de lʼÉpée (1712​-1789), pedagogo y logopeda francés, sobre todo conocido por su trabajo con sordos, por los que en 1791 fue reconocido por la Asamblea Nacional francesa como «benefactor de la humanidad». Malaspina hace aquí referencia a una pieza teatral sobre l´Epée, escrita y publicada en 1799 por el escritor francés Jean-Nicolas de Bouilly (1763-1842) y estrenada en 1799 en el Théatre Français de la Republique. Clemencia y Teodoro son dos de los personajes de la pieza. La cita de Malaspina corresponde a la escena IV de la obra. Cf. Bouilly (1799: 41). 201.  [N.d.E.] Cervantes (1784, vol 2: 76). 519

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estupidez. El hombre solo, como no le hayan alterado los vicios de la sociedad, lleva en su semblante la estampa de un origen celeste. No hay rasgo de hermosura que no pueda referirse a alguna virtud, este a la inocencia, aquel al candor, esos otros a la generosidad, al pudor, al heroísmo. A su influjo debe el hombre el respeto y la confianza que inspira a los animales, en todos los países en donde no han sido desnaturalizados con frecuentes persecuciones. Por cuantos atractivos haya en la armonía de los colores y en las formas de la figura humana, no es probable que su efecto físico debiese influir sobre los animales, a no juntársele la impronta de alguna potestad moral.202

Milton, en su cuarto libro, hablando de la primera vista de Adán [87] y Eva que tuvo Satán, apenas introducido en el Paraíso Terrenal furtivamente, hace la siguiente pintura: Dos objetos más nobles que todos los animales le sorprendieron en extremo: la majestad de sus movimientos, la cabeza elevada hacia el cielo y la pureza que los adornaba parecían decretarles al unísono el gobierno del Universo, y en efecto eran sus soberanos. En sus miradas divinas brillaban la imagen del Criador, la variedad, la razón, la sabiduría, una santidad pura y severa; severa sí, pero templada con un aire de moderación y rectitud, a manera de la que conviene a los reyes. Hay sin embargo entre los dos algunas desigualdades, en que ya el uno, ya el otro, se vencen recíprocamente: el uno parecía formado para la contemplación y el valor, la otra para la dulzura y las gracias; aquel solo para Dios, la otra para el hombre y para Dios. La frente del uno grande y majestuosa, y sus miradas de autoridad indicaban su primacía; sus cabellos semejantes a la flor del jacinto y repartidos en varios anillos naturales separábanse con un aire 202.  [N.d.E.] Cf. Saint-Pierre (1797, vol 3: 124). 520

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varonil sobre la frente [88] y alargándose hasta las espaldas, adornaban la cabeza con mucho decoro. Los cabellos de la otra, sueltos, flotantes y luengos, caían como un velo hasta más abajo de su fina y ágil cintura. Así la vid, necesitando de un apoyo, dóblase ella misma sobre el olmo, y del mismo modo aquella llevaba sobre su cabeza una señal de su dependencia y de la necesidad de un apoyo. Su corazón obediente a la Naturaleza guiábala a querer a su esposo, mas cautivándose su amor con la sumisión, cautivábase su aprecio con la modestia. Ningún objeto les era chocante a la vista, mirábanse con inocencia, y no tenían por qué avergonzarse de las obras de la Naturaleza... Caminaban los dos dados de la mano, ¡oh, qué pareja! El amor jamás llegará a juntar otra igual: Adán, el hombre más majestuoso, y Eva, la mujer más hermosa. El ejercicio diario no les era un trabajo, sino una diversión que servía a hacerles más sabroso el descanso y los alimentos más sazonados. Sentáronse sobre la hierba acabada de nacer al lado de un manantial [89] y a la sombra de un bosquecillo, cuyas hojas susurraban suavemente. Las ramas, abajándose por sí solas, les presentaban las frutas del sabor más delicioso. Tendidos después sobre las flores que esmaltaban las orillas de la fuente, comieron las frutas, su corteza les sirvió para sacar agua más dulce que el néctar. No faltaron en la comida los dichos cariñosos, el sonreírse con ternura y los agasajos inocentes de dos jóvenes esposos, recién enlazados bajo las leyes de un feliz Himeneo. A su alrededor solazábanse todos los animales que conocemos sobre la Tierra y que, silvestres hoy en día, retíranse a los bosques, a los desiertos, a las forestas y a las huroneras. El león tenía entre sus garras al cabritillo y jugueteaba con él; los osos, los tigres, las panteras y los leopardos pastaban a su vista; el elefante vasto ponía todo su cuidado para divertirlos y doblaba de mil modos su trompa flexible; la sierpe, introduciéndose con arte, 521

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anudaba con nudos gordianos su cola doblada y sin moverlos, por desconfianza, les daba una prueba de su fatal [90] malicia. Ellos, recostados sobre la hierba y hartos, aún con los ojos abiertos, ya se disponían a dormir. El Astro del día acercábase al término de su carrera, se precipitaba para alumbrar las islas del océano, y los Astros que preceden a la noche iban subiendo sobre la balanza celeste. […] Habló finalmente Adán: Compañera querida, tú que eres la única destinada a dividir conmigo las delicias de la Naturaleza y entre ellas eres para mí el tesoro más precioso; sin duda el Autor que nos ha dado la vida y ha creado para nosotros este Mundo tan extenso está dotado de una bondad tan infinita como es infinito su poder. Nos ha sacado del polvo, nos ha colocado en un Paraíso, siendo así que nada merecíamos de su mano, y que en nada podemos contribuir a su felicidad. No exige de nosotros sino la obediencia, y la muestra [que pide] de ella es sumamente ligera: de todos estos árboles, que nos brindan con frutas tan varias y tan deliciosas, nos prohíbe tan solo tocar al árbol de la ciencia, plantado cerca del árbol de [91] la vida. No es grande el intervalo entre la muerte y la vida, y la muerte es sin duda algo terrible, pues bien sabes que el Señor nos ha amenazado con ella si nuestra temeridad nos llevase a tocar ese árbol con una mano sacrílega. ¿Es esto pedir mucho, cuando nos llena con profusión de cuantos bienes podamos desear, cuando nos ha hecho señores del mundo y cuando extiende nuestro imperio sobre cuantas criaturas se encierran en la Tierra, en el aire y en el mar? Una ley tan fácil para observarse es una prueba más de su bondad. Obedezcamos, Eva querida, nuestra gloria dependerá de nuestra obediencia; asaz nos desquita de este leve sacrificio la elección ilimitada de tantos bienes. Glorifiquemos al Creador sin cesar, ocupémonos tan solo de exaltar su infinita bondad, mientras nos entretendremos agradablemente en cultivar estos ár­­ boles y cuidar de estas flores. Este entretenimiento nada tiene 522

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de penoso, y aun cuando lo tuviese, tu sola compañía me lo haría gustoso. Eva respondió: Oh, tú, para quien y de quien he sido formada, carne de tu carne, y sin quien yo fuera inútil en el mundo; conductor infalible, [92] señor glorioso de tu fiel compañera, lo que acabas de decirme es harto justo y razonable. Nosotros le debemos una eterna gratitud, todo debe resonar con nuestros agradecimientos. ¿Cómo podré yo detenerlos si mi dicha es tan completa? Yo te poseo, querido Adán, qué felicidad la mía. Nada hay en la Tierra, ni jamás lo habrá, que pueda igualarte; en esta amable sociedad mis ventajas son aún mayores que las tuyas. Acuérdome del día en que la luz asomó por primera vez a mis ojos asombrados: me hallé blandamente recostada sobre un tapiz de hierbas esmaltado de flores y a la sombra de un bosquecillo, no sabía en dónde estaba, quién era, de dónde venía; oí el murmullo de un riachuelo que asomaba de una gruta no distante, sus aguas derramadas formaban un llano líquido y su tranquila superficie representaba la pureza de los cielos. Fui inmediatamente hacia él. Nada aún me había enseñado la experiencia, me incliné sobre la verde orilla y miré en esta, cóncava, clara y uniforme, tanto que me parecía otro cielo. Al inclinarme vi otra figura que también se inclinaba hacia mí. La [93] miré, me miró. Retrocedí con sobresalto, ella también retrocedió sobresaltada; un secreto placer me llevó a arrimarme de nuevo; el mismo placer la trajo hacia mí: los mismos impulsos de simpatía y de amor nos cautivaban recíprocamente; tal vez me hallaría aún entretenida con ese objeto agradable si una voz clara no me hubiese retraído de aquella contemplación. Lo que tú contemplas, hermosa criatura, eres tú misma, la imagen se aparece y desaparece contigo, mas sígueme, yo te llevaré donde halles, no una sombra, sino un objeto real, digno de tus miradas. Aquel cuya imagen eres te llama con sus deseos, los más 523

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enérgicos; tú le darás un crecido número de hijos a ti semejantes, y serás por esto llamada la madre de los vivientes. ¿Acaso podía titubear en resolverme? Le seguí desde luego, conducida invisiblemente. Te descubrí a la sombra de un plátano, me pareciste hermoso y sin embargo hallé en tu hermosura un no sé qué de menos dulce y atractivo que en la imagen fugitiva que había visto en las aguas. Al verte, una leve zozobra me hizo retroceder. Me llamaste, me seguiste. Detente, hermosa [94] Eva, ¿temes acaso de tu otro yo? Tú eres su carne y sus huesos. Para darte el ser y la vida te he prestado la costilla más cercana del corazón y solo a mi lado has de hallar el lugar que te corresponde. Tu agradable compañía, de que ya no podré separarme, constituirá en adelante toda la felicidad de mi vida. Espérame, querida parte de mí mismo, y deja que yo reclame mi otra mitad. Tu mano se amparó blandamente de la mía y desde entonces conozco cuánto vence a la hermosura exterior la fuerza de la sabiduría. Solo ella es completamente hermosa.203

Nota P La metafísica del idioma propio y la correspondencia invariable de los muchos idiomas que se usan hoy en día para escribir sobre las pasiones y las ideas son materias más importantes de lo que se cree vulgarmente.(*)204 A esta falta natural de correspondencia deben atribuirse la mayor parte de las disputas sobre materias metafísicas, y la imposibilidad de ser traducidas con propiedad las tales materias de uno a otro idioma. Porque, si debemos convenir que en las ideas comparativas, a manera de las cantidades físicas, no cabe 203.  [N.d.E.] Cf. Milton (1795: 240-246). Salvo equívoco, se trata de una traducción del propio Malaspina. 204. (*) [N.d.A.M.] «Antes de Condorcet, y desde el siglo pasado, Wilkins y Leibnitz habían pensado profundamente en la idea de un idioma universal científico». [N.d.E.] Además de a Condorcet y a Leibniz, Malaspina hace referencia a John Wilkins (1614-1672), filósofo natural y clérigo inglés, obispo de Chester y uno de los fundadores de la Royal Society. 524

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[95] razonamiento matemático y demostrativo(*)205 si cada cosa no está rectamente evaluada y expresada,(*)206 también es preciso con­­ fesar que cada palabra expresiva de una percepción, a esta sola corresponde, sin que pueda atribuirse a otra alguna. En los varios idiomas, hay también otros dos inconvenientes para la cabal correspondencia en la subdivisión de las expresiones. Consiste el primero en las diferenciales más mínimas (si me es lícito llamarlas así) de una propiedad o idea cualquiera, donde se las examina con más frecuencia e individualidad. El segundo, en la más extensa dilatación de sus términos ideales, donde la imaginación es capaz de un vuelo más elevado y constante, por efecto de las pasiones o de una profunda meditación. Entrambos requieren un suplemento continuo de expresiones, y pudiéramos atribuir este al fuego de la juventud y la poesía —particularmente en los climas de la Europa meridional—, bien así como el otro debiera compararse a la subdivisión continua de las artes, a medida que se van perfeccionando. Pero, de todos modos, es bien cierto que no cabe con propiedad lo [96] infinito en la expresión de las ideas. Ni el placer de 205. (*) [N.d.A.M.] (en inglés en original) «Hume. Diálogos, etc. Me aventuraré a agregar la observación de que el argumento a priori (sobre la primera causa) rara vez se ha establecido de manera convincente, salvo para las personas de cabeza metafísica, que se han acostumbrado al razonamiento abstracto, y que al descubrir en las matemáticas que el entendimiento con frecuencia conduce a la verdad, a través de la obscuridad y contra las primeras apariencias, han transferido el mismo hábito de pensar a temas donde no debería tener lugar». [N.d.E.] Cf. Hume (1779: 169). 206. (*) [N.d.A.M.] «Anteponenda est docta ignorantia indoctae scientia, era el principio de Gravesande para la filosofía newtoniana». [N.d.E.] Antes de esta frase, Alejandro vuelve a copiar (en francés en original) el texto del enciclopedista Jean-Louis Castilhon sobre el abuso de las matemáticas en la filosofía que ya había traducido en la Nota E. Malaspina hace referencia al matemático y filósofo natural holandés Willem Jacobʼs Gravesande (1688-1742). Se equivoca al transcribir el lema de Gravesande, que era en realidad «si in verbis ludere non vetitum, docta indoctae scientiae anteponenda ignorantia» (si se permite jugar con las palabras, la ignorancia es preferible a un saber erudito, pero sin verdadero conocimiento). Cf. Besouw (2017: 87). 525

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desmenuzarlas con demasía puede tener una aplicación útil en la reminiscencia o en la expresión actual de lo que se siente y comprende. Son en verdad reflexiones muy juiciosas y morales de un filóso­­ fo,(*)207 que Dios ha confundido los idiomas de las naciones para que pudiesen tan solo ser acordes en la inteligencia del idioma de la Naturaleza, y que si todas usasen de un mismo lenguaje, se esparcirían sobre la Tierra [97] las imposturas, los errores, las preo­­ cupaciones y las opiniones crueles que en el día solo pertenecen a una u otra nación. Y repara otro autor, clásico en estas materias,(*)208 que los lenguajes se hallan aún en la infancia, que hay una infinidad de modificaciones en los sentimientos y en las ideas, que aún carecen de signos, de manera que no es posible expresar lo que se siente. Así también cada palabra no expresa una idea sencilla y aislada en un modo preciso y abstracto, sino por una asociación secreta y rápida que se hace en el pensamiento, una única palabra excita también otras ideas accesorias a la idea principal que significa. Dejemos [para] después el examinar la verdad de lo que asienta el mismo autor, y es que entre las lenguas modernas, las que primero se fijaron han sido el español y el italiano: aquel por la incuria natural y una cierta fiereza natural de los Castellanos, el otro por el respeto demasiado servil que tuvieron los Italianos hacia sus primeros escritores.(*)209 207. (*) [N.d.A.M.] «Saint-Pierre». 208. (*) [N.d.A.M.] «Marmontel». [N.d.E.] Cf. Carta n.º 12 de la Disputa sobre la belleza, [N.d.E.] 144; véase también la Meditación filosófica, [N.d.E.] 169, 313. 209. (*) [N.d.A.M.] (en francés en original) «Weiss, Principios Filosóficos. Los idiomas también difieren en las expresiones, y a menudo resulta imposible traducir exactamente los mismos matices, sobre los cuales, además, sus propios escritores no están muy de acuerdo. Orgullo, vanidad, presunción, autoestima, amor propio, altura, desdén, frialdad, son afectos bastante distintos, y los confundimos constantemente. El primer paso hacia la razón debe ser saber hablar, pero esto es más raro de lo que uno piensa, y en general uno de los 526

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[98] Pero lo que puede asegurarse relativamente al castellano es que hoy en día se habla en nuestra España mucho menos puro, castizo y sonoro [que] el que se oye en la América meridional, particularmente entre las mujeres. También es fácil descubrirle harto limitado y defectuoso cuando, a la par de las otras naciones europeas, quisiéramos adoptarle para expresar las modificaciones sin número de las ideas metafísicas y de las pasiones. Si hay una calidad en la Naturaleza a [la] que puedan aplicarse constantemente esos principios, [esta] es, sin la menor duda, [la] Belleza Suprema. ¿Cómo podremos introducir, verbi gratia, el bello músico en la comparación de las bellezas reales, cuando, ya elevada nuestra reflexión al hombre, ni en la música se nos presentan sus formas, ni en la instrumental deja de excluirse su misma existencia? ¿Cómo podremos quitar al sentido de la vista la primacía para la decisión de la Belleza Suprema, cuando solo él es quien juzga de las proporciones del orden, de la consonancia y finalmente de lo hermoso humano? He aquí, por consiguiente, para volver a nuestro asunto, como yo procuraría dar definiciones exactas de la Belleza y la Hermosura. Belleza real es una calidad que pertenece a todos los Seres de la Naturaleza con tal de que no contradigan el orden prescrito por ella; actúa en la percepción del hombre por medio del goce y de la admiración ordenadas; el sentido de la vista la excita las más veces y muy pocas el del oído. Multiplícanla después la imaginación y la reminiscencia, y su orden ascendente depende del mayor grado de magnificencia relativa que descubran los sujetos, sencillos o compuestos, en cuanto al orden y la variedad [99] desplegadas por el Creador en su Divina Arquitectura.210 Hermosura es el grado medios más directos para perfeccionar la inteligencia de un pueblo es purificar su lenguaje». [N.d.E.] Cf. Weiss (1785: 144-155). 210.  [N.d.E.] Repárese en la expresión, que remite al ideario masónico. 527

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supremo de la Belleza natural, que corresponde únicamente a la especie humana, distínguese en real —que considera las formas y demás consonancias exteriores del hombre— y en suprema, o mental, que añade a aquellas excelencias el grado supremo de virtud. Ocurre aquí una dificultad temporal, y es la incoherencia de la edad joven con el grado más alto de las acciones públicas, gloriosas, y útiles, de donde deriva el supremo grado comparativo de la virtud. Pero es fácil advertir que el verdadero carácter de esta no estriba tanto en las acciones hechas como en la disposición cierta de hacer otras, iguales o mayores, cuando las ocasiones lo exijan y lo permitan. Y de esto resulta que, así como habrá muchos que por falta de una educación varonil y temprana no [hayan] desplegado toda la excelencia de las formas que hubieran alcanzado, también habrá otros que, por falta de ocasiones, no podrán hacer alarde de aquel supremo grado de [100] virtud de que serían capaces. Esto finalmente obliga a recurrir al estudio admirativo de las fisionomías, para la idea de la hermosura suprema, como lo indicaremos con más extensión en otra nota.

Nota Q Yo creo que el europeo es más blanco hoy en día que antiguamente por el mayor uso del lienzo,211 cuya falta, sin embargo, remediaban los antiguos con el mayor uso de los baños.(*)212 El 211.  [N.d.E.] La primera frase de esta Nota Q fue anotada posteriormente por Malaspina, inmediatamente debajo del encabezamiento de la nota. 212. (*) [N.d.A.M.] (en inglés en el original). «William Dickson, Cartas sobre la esclavitud. Londres, 1789. Esta opinión de Linneo la reforzaré con una observación de uno de los mejores fisiólogos de Europa: que la mayoría de los animales en su estado salvaje son de color oscuro, y que, domesticados, generalmente asumen un tono más claro, y con frecuencia se vuelven perfectamente blancos. De esto tenemos ejemplos notables en el pato, el ganso, la gallina, la paloma, el pavo, el gato y tal vez otros, lo que podrían comprobar expertos en historia natural. Que estén atentos los apologistas de la esclavitud, para que no inciten 528

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sensibilísimo autor de la filosofía de la naturaleza(*)213 dice claramente que […] el color blanco parece entre todos el más favorable a la hermosura humana, por ser efectivamente el que contiene más rayos de luz, de manera que, en casi todos los idiomas, la idea del resplandor va unida a la idea de la hermosura.

Saint-Pierre, después de haber tratado profundamente de las armonías y consonancias de los colores, hasta comprenderlas en el instinto invariable de los animales, demuestra con varios hechos históricos la preferencia constante que dan los negros al color blanco rosado.(*)214 Y léese en el viaje de las corbetas Descubierta y Atrevida al [101] Mar Pacífico otro hecho que demuestra evidentemente esta verdad. En mayo de 1793, hallábanse las corbetas en un fondeadero del Archipiélago de Vavao, o Islas de los Amigos, y un día, comiendo a bordo de la Descubierta, Vuna, soberano de aquellas islas, reprendía graciosa y eficazmente al comandante sobre su constante prohibición a las tripulaciones del uso de las a los naturalistas a investigar este asunto con ardor redoblado, ya que no parece improbable que los resultados de sus investigaciones puedan ser que los negros son los aborígenes de la humanidad. Por lo tanto, quizás este problema interesante algún día pueda resolverse por completo. Por fin podremos dar cuenta de los diversos colores del hombre en el Viejo Mundo, así como de su tez uniforme en el nuevo hemisferio, y de su parecido general con el de las hordas tártaras, de tez oscura, de los Samoyedos, y del marrón claro de los Tahitianos». [N.d.E.] William Dickson, antiguo secretario del gobernador de Barbados, destacado abolicionista y firme partidario de la unidad de la especie humana. Dickson afirmaba en su obra que las diferencias climáticas y de estilo de vida hacían mudar de color a los seres humanos —algo que Malaspina parece reafirmar con su tesis del blanqueamiento progresivo de las «naciones civilizadas» a lo largo de su historia—, e inmediatamente pasaba a refutar la hipótesis de que el negro pudiera constituir un eslabón entre el blanco y el orangután en la cadena natural de los seres. Cf. Dickson (1789: 67-68). Sobre Dickson, vide supra, capítulo 4, sección 4. 213. (*) [N.d.A.M.] «Saint-Pierre». 214. (*) [N.d.A.M.] «Las mujeres y castas de Sennar. Véase Bruce». [N.d.E.] Malaspina hace referencia a James Bruce (1730-1794), viajero y escritor escocés. Publicó sus viajes por África y en Etiopía en busca de las fuentes del Nilo. En Sennar (Sudán), una mujer local le confesó la creencia general en que las mujeres europeas, por ser las más blancas, eran las más hermosas. Cf. Bruce (1790, vol. 4: 370). 529

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mujeres plebeyas de la Isla. Este, para satisfacerle, se valió de un arbitrio,215 y fue decir que, como todos pensaban volver cuanto antes donde habían dejado sus mujeres y nunca más separarse de ellas, procuraban ahora enfrenar su apetito para mejor manifestarles su amor y constancia. Y como el pintor Ravenet se hubiese entretenido días antes en pintar con mucho primor una mujer con facciones españolas y buen colorido que, vestida luego toda de blanco, a la manera de las mujeres de Panamá, estaba graciosamente recostada sobre una hamaca, el comandante presentó a Vuna este retrato, diciéndole ser aquella su mujer, y a ella parecidas las demás. [102] Sorprendiose Vuna a la vista del objeto y empezó a considerarle atentamente; decidió después manifestar con el saludo de paz la impresión que le causaba y, por último, movido de un cierto arrebato, propuso al comandante que le trajese una de aquellas mujeres, y que a cambio le daría las que quisiere de su serrallo, no exceptuando a la favorita, hija del rey Paulajo, que a la sazón se hallaba presente. Le fue respondido que esto no era posible, por la necesidad entre españoles de unirse indisolublemente el hombre con la mujer. Y entonces, con singular agudeza y chiste, replicó Vuna que podría embarcarse su hijo mayor aún joven y no casado, con el intento de verificarlo en Europa y traer después otras mujeres con quien él y los principales pudiesen casarse. 215.  [N.d.E.] Arbitrio se utiliza aquí en el sentido de medio extraordinario que se propone para el logro de algún fin. En otras palabras, Malaspina inventó una respuesta para satisfacer (con un engaño) la curiosidad del cacique tongano Vuna. Repárese cómo Malaspina habla de sí mismo en tercera persona, sin mencionar su nombre, algo que, tras su condena, había sido expresamente prohibido para cualquier publicación que derivara de su expedición. Interpreto esto como un indicio más de que Malaspina escribió y revisó la Meditación filosófica tras su liberación y retorno a Italia con la intención de publicar el texto, tal vez empleando algún seudónimo, como había realizado previamente en la Disputa sobre la belleza del Diario de Madrid. Vide supra, p. 409: Señorita de Panamá en una hamaca, de Juan Ravenet. 530

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Nota R Fuera superfluo demostrar con una pomposa retórica que el niño, el viejo y el enfermo no sugieren la idea del hombre hermoso,(*)216 bien [103] se mire la constitución física, o [bien] el carácter de la virtud suprema.(*)217 Por tanto, podrá admitirse como axioma (aunque parezca a primera vista extravagante) que la muerte natural no exhibe en el hombre el semblante de la suprema virtud, bien que puede acercársele mucho una conducta eficaz y uniformemente benévola.(*)218 He aquí la razón verdadera por la que todos los que la historia caracteriza por héroes han concluido su vida con sus manos, o por asesinatos, o entre las armas enemigas. Si hubiesen existido hasta la última vejez, si hubiesen sobrevivido a la ocasión que los llevó a coronar con un fin glorioso una serie no interrumpida de acciones virtuosas, bastaría esto solo para borrarlos del catálogo de los héroes. Preguntado Epaminondas219 quién de los tres —Ca­­brias,220 Ifícrates221 o él— era más virtuoso,(*)222 respondió al 216. (*) [N.d.A.M.] (en francés y español en original) «Aristóteles no concede —solo se la concede de forma imperfecta— la prerrogativa de ciudadano a los niños y a los viejos decrépitos, y de ningún modo a los que ejercen artes mecánicas». 217. (*) [N.d.A.M.] «En Atenas, con sumo honor y distinción, enterraron a Pericles y algunos más en el Cerámico, donde estaban sepultados los que habían muerto en defensa de la Patria». [N.d.E.] El Cerámico (Κεραμεικός) era uno de los barrios (demos) en que estaba dividida la antigua Atenas; en él vivían los alfareros. 218. (*) [N.d.A.M.] «La Bruyère». [N.d.E.] Malaspina hace referencia a Jean de La Bruyère (1645-1696), escritor francés, autor de Les Caracteres ou les Moeurs de ce siècle (1688), especie de crónica del espíritu cultural del siglo xvii. Cf. La Bruyère (1962 [1688]). 219.  [N.d.E.] Epaminondas (c. 418-362 a. C.), militar y político griego responsable del ascenso de Tebas como potencia hegemónica frente a Esparta. 220.  [N.d.E.] Cabrias (siglo iv a. C), militar y estratega ateniense. Se destacó en los combates navales contra Esparta. 221.  [N.d.E.] Ifícrates (siglo iv a. C.), general ateniense que introdujo exitosas reformas en el equipamiento de la infantería ligera. 222. (*) [N.d.A.M.] (en español e inglés en el original) «Plutarco. Véase también varios dichos y reflexiones de Plutarco en Pelópidas y Marcelo. En un hombre así —dice de Pelópidas—, morir es un acto libre y voluntario, no una pasión sometida a los hechos. Y en la 531

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punto: «Vednos morir y lo sabréis». Y en efecto la vida del hombre, así como no puede caracterizarse de feliz o desgraciada, tampoco puede decirse si es o no virtuosa hasta verla llegar a su término. Esto vuelve a confirmar lo que dijimos en la nota anterior; esto [104] es, que mientras el hombre viva, debemos en él buscar más bien la disposición a la virtud, que no su existencia pasa­ ­da,(*)223 lo cual nos conduce a las fisionomías. Las lágrimas de Cortés en la Noche Triste, reunidas con la frescura de su conducta militar en aquel trance, lejos de afear su carácter, le dan grandísimo realce.

Nota S Cuando el disfraz de la fisionomía, o (lo que es lo mismo) del corazón, no era un principio de educación ni un requisito esencial para la vida pública, el estudio y la comprensión de este carácter indicativo del hombre eran ciertamente más comunes, comparación de Lisandro Espartano con Sila dice del primero: perdió su vida de manera innoble como un soldado común o un aventurero desesperado, no como Cleómbroto, Ciro, Epaminondas, quienes murieron como generales y reyes. [N.d.E.] Cleómbroto II (siglo iii a. C.), rey espartano de la dinastía de los Agíadas; Ciro II el Grande (circa 600/575­530 a. C.), rey fundador del Imperio persa aqueménida; Lisandro Espartano (m. 395 a. C.), general espartano que venció a los atenienses en la batalla de Egospótamos. No ha sido posible identificar la edición de la obra de Plutarco usada por Malaspina. La cita sobre Pelópidas (circa 420 a. C.-364 a. C.) —político y militar tebano— se encuentra en Plutarco (1770, vol. 2: 406). La cita sobre Lisandro Espartano se encuentra en Plutarco (1801, vol. 3: 269). 223. (*) [N.d.A.M.] «Véanse [las cartas de] Cicerón a Ático, quien cita un verso griego. Esta misma respuesta hizo Solón al rey Creso y Salomón en el Eclesiastés. Ante mortem me beatum dixeris, ne laudes hominem quemquam». [N.d.E.] En realidad, el verso griego empleado por Cicerón es «Ante mortem ne laudes hominem quemquam» (no elogies a ningún hombre antes de su muerte). La frase se encuentra en una carta de Cicerón a su amigo, el editor e historiador romano Tito Pomponio Ático (109-32 a. C.). Cf. Cicerón (1773: 524). También es impreciso Malaspina al atribuir esa misma cita al libro bíblico del Eclesiastés. En realidad, la cita se encuentra en el Eclesiástico, 11:30. Cf. VV. AA. (1751, Ecclesiastici, 11:30: 156). 532

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más fáciles y menos erróneos.(*)224 Cicerón llama al rostro el intérprete mudo del corazón; Séneca, quien sin duda sobresalía a los demás en el conocimiento del corazón humano, advierte con razón que las emociones violentas, de cualquier especie, no pueden dejar de manifestarse en el rostro; y Plinio, tan adelantado como era en las artes más nobles, dice que el corazón está sito en los ojos y que los movimientos(*)225 [105] de las cejas contribuyen muy mucho a sus efectos ostensivos.(*)226 Es bien sabido el sublime plan de Juan Bautista de la Porta,227 para deducir los vicios dominantes de los hombres de la analogía que tengan sus fisonomías con el rostro de aquellos animales en quienes dominen las mismas pasiones. En nuestros días ha escrito Lavater228 un nuevo tratado sobre el estudio de la fisionomía, más yo no he visto ni el uno ni el otro, y en verdad no los creo capaces de mucho acierto, por los efectos ya indicados de la educación y las conveniencias, ambas causas no menos activas hoy en día que las que Tácito describía con tanta elegancia para el tiempo de los Césares: «En Roma se precipitaron al servilismo cónsules, 224. (*) [N.d.A.M.] «Las estatuas y retratos, particularmente los bustos, no debían encaminar[se] sino al estudio de las fisionomías». 225. (*) [N.d.A.M.] (en inglés en original) «Nota 12 de Young. Historia de Atenas. La fisionomía tuvo un gran peso para la elección del jefe en las épocas más rudas. Recuerdo la historia de los sarracenos, en la que se dice que Mahoma debía mucho de su éxito a su semblante dominante y a sus ojos penetrantes. Aristóteles también menciona a un pueblo de Etiopía, que eligió a su rey o cacique por su tamaño y belleza». [N.d.E.] Acerca de William Young, véase [N.d.A.M.] 92 y 269 de la Meditación. La cita de Malaspina se encuentra en Young (1786, vol. 1: 322). 226. (*) [N.d.A.M.] «Quizá la costumbre de todos los siglos de representar únicamente con [la] cabeza o [el] busto [a] los hombres ilustres, cuyos hechos influyen en la desgracia o en la prosperidad de los hombres, se dirige involuntariamente a convidarnos al estudio de las fisonomías». 227.  [N.d.E.] Giambattista della Porta (1535-1615), erudito humanista, alquimista y filósofo natural italiano. Su obra sobre «fisiognómica» constituye un pilar en la historia de tal materia. Cf. Della Porta (1601 [1586]). 228.  [N.d.E.] Johann Caspar Lavater (174-1801), filósofo y teólogo protestante suizo. Su obra sobre fisionomía tuvo enorme influencia en toda Europa y fue rápidamente traducida al francés e inglés. Cf. Lavater (1777). 533

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senadores, caballeros. Cuanto más ilustres, tanto más hipócritas y solícitos; con expresión estudiada, para no parecer contentos por la muerte del príncipe, ni demasiado tristes por el advenimiento de otro, mezclaban lágrimas y alegría, lamentos y adulación».229 Empero, tan difícil como es —y sujeto a tantas equivocaciones— el estudio de las fisionomías para dirigir con tino nuestras acciones y palabras en el trato con los demás, creo que lo pudiéramos comparar rectamente(*)230 [106] [con el] uso que hacen los marinos de las observaciones de los celajes y la Luna para precaverse con tiempo en los aparejos y derrotas. Estas señales son sin duda muy falibles, mas no se pueden hallar mejores.

Nota T Muchos han declamado con razón sobre la segregación absoluta de las profesiones esenciales de la sociedad, como parece exigirla nuestra educación del día. En las Repúblicas Griegas fueron tan buenos legisladores y oradores como capitanes Pisís­­tra­­to,231 Péricles,232 Alcibíades,,233 Dión,234 Agesilao,235 Epaminondas,236

229.  [N.d.E.] (en latín en el original) Tácito, Anales, VI: 1. Cf. Tácito (2007: 111-112). 230. (*) [N.d.A.M.] (en francés en original) Tal es mi carácter, y no mi rostro. ¿No ha desmentido mi corazón todavía al lenguaje? / Quien puede disfrazarse, puede traicionar su fe. / Es un arte de Europa que no está hecho para mí. Alzira. Voltaire». [N.d.E.] Durante su juventud en el liceo Clementino, Malaspina representó el papel (femenino) de Alzira en la comedia de Voltaire aquí citada. Cf. Voltaire (1736). 231.  [N.d.E.] Pisístrato (circa 607-527 a. C.), gobernante de Atenas. 232.  [N.d.E.] Pericles (circa 495 a. C.-429 a. C.), magistrado, político y orador ateniense. Tuvo enorme influencia durante la edad de oro de Atenas, motivo por el que Tucídides le denominó como «el primer ciudadano de Atenas». 233.  [N.d.E.] Alcibíades Clinias Escambónidas (450-404 a. C.), destacado estadista, orador y general ateniense. 234.  [N.d.E.] Dion (408-354 a. C.), gobernante de Siracusa entre los años 357 y 354 a. C. 235.  [N.d.E.] Agesilao II (444 a. C.-358 a. C.), rey de Esparta. 236.  [N.d.E.] Vide supra, Meditación, [N.d.E.] 219, p. 103. 534

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Aristides,237 Foción,(*)238 Jenofonte239 y aún Demostenes;240 bien así como lo eran en la República Romana los Escipiones,241 los dos Catones,242 Lúculo,243 Pompeyo,244 Bruto,245 César,246 Craso247 y aún Cicerón.248 Por tanto, preguntado cualquiera de estos ancianos sobre la preferencia de las armas y las letras, respondería —aun después de leído el difundidísimo discurso de Cervantes—,249 que más vale mirarlas como inseparables y como el carácter distintivo de la nobleza educada como tal.(*)250

237.  [N.d.E.] Aristides (530 a. C.-468 a. C.), estadista y militar ateniense, cuyo sobrenombre era el Justo. Heródoto le consideraba como el mejor y más honorable hombre de Atenas. 238. (*) [N.d.A.M.] Plutarco, en Foción. [N.d.E.] Foción (circa 402-318 a. C.), político y general ateniense. Plutarco le dedicó una de sus Vidas paralelas, a la que alude Maslaspina. Cf. Plutarco (1792). 239.  [N.d.E.] Jenofonte (431 a. C.-354 a. C.), historiador, militar y filósofo griego. 240.  [N.d.E.] Demóstenes (384 a. C.-322 a. C.), político y destacado orador de la Atenas clásica. 241.  [N.d.E.] Cornelios Escipiones: familia patricia prominente en la política romana después de la segunda guerra púnica. Su tumba había sido redescubierta en 1780. 242.  [N.d.E.] Catón el Viejo, Marcus Porcius Cato (234-149 a. C.), político, escritor y militar romano. Fue abuelo de Catón el Joven (95 a. C.-46 a. C.). 243.  [N.d.E.] Lucio Licinio Lúculo (circa 118 a. C.-56 a. C. ), político y militar romano. 244.  [N.d.E.] Pompeyo (106-48 a. C.), político y general romano. Junto con Craso y Julio César formó el Triunvirato, una inestable alianza al final del periodo republicano que acabaría en guerra civil. Finalmente, Pompeyo fue derrotado por César y murió en Egipto. 245.  [N.d.E.] Lucio Junio Bruto (m. 509 a. C.), político y militar romano, fue uno de los fundadores de la República. 246.  [N.d.E.] Cayo Julio César (100-44 a. C.) fue un político y militar romano. Fue nombrado dictador de Roma tras proclamarse vencedor en la guerra civil. 247.  [N.d.E.] Marco Licinio Craso (115 a. C.-53 a. C.), aristócrata, general y político romano. Formó el primer Triunvirato junto con Julio César y Pompeyo. Aplastó la rebelión de esclavos comandada por Espartaco. 248.  [N.d.E.] Marco Tulio Cicerón (106 a. C.-43 a. C.), famoso jurista, político, filósofo, orador y uno de los mejores escritores de la historia de Roma. 249.  [N.d.E.] Malaspina hace referencia al famoso capítulo XXXVIII del Quijote, «Que trata del curioso discurso que hizo don Quijote de las armas y las letras», donde se otorga la primacía a las primeras. 250. (*) [N.d.A.M.] «Educación noble aprovechada». [N.d.E.] Repárese en la distinción de Malaspina entre educación noble y plebeya, entendiendo que la primera debería reunir la instrucción en las armas y las letras. Un concepto acorde a las teorías pedagógicas que Filangieri expuso en su Ciencia de la legislación. Cf. Filangieri (1785). 535

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Nota U Sin duda los más harán mofa de la expresión a que corresponde [107] esta nota, sobre el ningún progreso en la instrucción y perfectibilidad de nuestra especie desde el siglo de Pericles hasta ahora. Y sin embargo, en lugar de retractarme, me aventuraré a rebatir más directamente el novísimo sistema de la perfectibilidad de nuestra especie.(*)251 Casi a un mismo tiempo salieron a defenderle la experiencia —por medio de la Revolución Francesa— y los razonamientos trazados [por] las manos maestras de Condorcet y Godwin. Correré un velo sobre lo que nos ha demostrado la experiencia de ocho años acá, entre violencias, contradicciones, engaños, rapiñas, guerras y asesinatos, objetos todos que nos recuerdan, mal que nos pese, aquellos tiempos infelices que describía la elegantísima pluma de Tácito.252 Me detendré algo más sobre los razonamientos, porque son hoy en día los únicos apoyos de la [idea de la] felicidad venidera de la especie, que la filosofía nos anuncia para una época indeterminada. He aquí lo que escribía Condorcet: Y estos principios, difundiéndose paulatinamente de las obras de los filósofos a todas las clases de la [108] sociedad, entre quienes la instrucción se iba extendiendo, llegaron a ser la profesión de cada uno, y el símbolo de todos los que no fuesen o maquiavelistas o mentecatos. Y se vio por último el desarrollo de una nueva doctrina que debía dar el golpe postrero al edificio ya medio arruinado de las preocupaciones, esto es, la doctrina de la perfectibilidad indefinida de la especie humana, doctrina cuyos primeros apóstoles, y los más ilustres, fueron Turgot, Price y Priestley.253 251. (*) [N.d.A.M.] Vide Voltaire, Siècle de Louis XIV. [N.d.E.] Cf. Voltaire (1753). 252.  [N.d.E.] Cornelio Tácito (circa 55-120), historiador, senador, cónsul y gobernador del Imperio romano. 253.  [N.d.E.] La traducción es del propio Malaspina. Cf. Condorcet (1795: 281). Condorcet hace referencia a Anne Robert Jacques Turgot (1727-1781), político y economista 536

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Godwin, quien ha intentado no desviarse del análisis matemático en las discusiones más metafísicas que hombre alguno haya emprendido tratar hasta ahora, escribía lo siguiente, casi al mismo tiempo que Condorcet: La perfectibilidad del hombre se demuestra con la introducción de los idiomas y de la escritura alfabética. […] Examinemos al hombre en todos los ramos que constituyen la suma desigualdad que hay de Newton a un cavador, y en verdad mucho más, pues el cavador más ignorante de una sociedad civilizada difiere al infinito de lo que hubiera sido, [109] si no le ayudasen tantas producciones de las artes y la literatura […]. Si esta perfectibilidad existe en todas las demás artes, ¿por qué no en las instituciones sociales? Y si en todas las demás ciencias, ¿por qué no en la moral?254

Desengañados de la historia, entrambos autores apelan, como es indispensable, a los abultados efectos de la prensa. Escribe Condorcet: La imprenta multiplica indefinidamente y a poca costa los ejemplares de una misma obra. Esparciéndose con mayor rapidez estas copias multiplicadas, los hechos y los descubrimientos adquieren una publicidad no solo más extendida, sino más rápida. La ilustración se ha hecho el objeto de un comercio activo y universal. Se han hallado los medios para hablar a las naciones dispersas, hemos visto establecerse una nueva especie de tribuna, desde donde se comunican impresiones en verdad menos vivas, pero más profundas; de donde se ejerce un imperio menos ti­­ránico sobre las pasiones, mas logrando una autoridad más se­­gura y duradera con la razón;

francés; Richard Price (1723-1791), filósofo galés; Joseph Priestley (1733-1804), químico, teólogo y filósofo natural inglés. 254.  [N.d.E.] Traducción del propio Malaspina. Cf. Godwin (1798, vol. 1: 118). 537

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donde todo está a favor de la verdad, siendo así que el arte solo ha perdido en los [110] medios de seducir y ha ganado mucho en los que sirven para ilustrar. Se ha formado pues una opinión pública, poderosa por el número de los que participan de ella, y enérgica, porque los motivos que la deciden obran a la vez sobre todos los ánimos, aunque sea a distancias grandísimas. Así es que hemos visto levantarse a favor de la razón y la justicia un tribunal independiente de todo poder humano, y al cual es difícil ocultar cosa alguna; bien así como es imposible eximirse de él. La imprenta es a quien se debe la posibilidad de derramar las obras que exigen las circunstancias momentáneas o los vaivenes accidentales de la opinión, y así es que una cuestión tratada en un solo punto de la tierra llega a ser importante para todos los hombres que hablen un mismo idioma.255

Godwin, tratando del mismo asunto, escribe lo siguiente: Desde esas dos épocas (la rendición de Constantinopla por los Turcos y la invención de la imprenta) el observador aún más superficial puede trazar los progresos de las artes y las ciencias y llamarlos con propiedad continuos e incesantes.(*)256 Sin hablar de los avances esenciales de los que los antiguos [111] (*)257 255.  [N.d.E.] Traducción de Malaspina. Cf. Condorcet (1798, vol. 1: 186-187). 256. (*) [N.d.A.M.] (en inglés en el original) «La prensa ha derramado últimamente un diluvio de palabras sobre un desierto de ideas que respetan los derechos del hombre. El mundo moral desplegado, etc.». 257. (*) [N.d.A.M.] «Bailly. Historia de la astronomía indiana-Discurso preliminar. En efecto, el movimiento de la luna medido por los indios en este largo intervalo de 4383 años no difiere de un minuto del de Cassini. También es consistente con el de las tablas de Mayer. Así, dos pueblos, los indios y los europeos, situados en los dos extremos del mundo, y por sus instituciones históricas, quizás tan distantes, han obtenido precisamente los mismos resultados en cuanto a los movimientos de la luna, y ello con una conformidad que no sería concebible si no estuviera basada en la observación, y en una imitación recíproca de la Naturaleza […]. Por lo tanto, debemos estar de acuerdo en que la precisión de este movimiento lunar indio es fruto de la observación. Es exacto en todo este periodo de 4383 años, porque fue tomado del cielo mismo, y la observación ha determinado su final y su 538

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carecieron totalmente, la característica más importante de la literatura del día es la superficie tan extensa sobre la cual se ha derramado, y el número de personas que participan de ella […]. Como la prensa llegue a abrirse un camino en la Persia y el Indostán, como las verdades políticas descubiertas por los sabios europeos del día sean traspasadas a su idioma, es imposible que algunos pocos solitarios no lleguen a convertirse. La verdad tiene en sí misma la calidad de difundirse y sus abogados, aun cuando no haya alguna reacción poderosa, serán cada año mayor número que en el año anterior.258

Por último, no será superfluo añadir aquí lo que escribía el doctísimo autor del Viaje del joven Anacarsis: Que los modernos ya no son detenidos por la falta de medios, que las más veces descarriaban los antiguos en [sus] pesquisas y estudios. La imprenta, ese fruto feliz de la casualidad, ese descubrimiento, tal vez el más importante de todos, fija en el comercio las ideas de todos los tiempos y todos los pueblos. Ya no permitirá que la ilustración se apague, más bien la llevará a un punto tanto más alto [112] del que nosotros disfruta­ ­mos hoy en día(*)259 cuanto este excede al que disfrutaban los comienzo. Es el intervalo más largo que se ha observado y se […] conserva en los anales de la astronomía. Se originó en la época de 3102 y es una prueba demostrativa de la realidad de ese tiempo». [N.d.E.] Malaspina cita la obra del político, revolucionario y astrónomo francés Jean Sylvain Bailly (1736-1793), Cf. Bailly (1787: XXXVII). 258.  [N.d.E.] Cf. William Godwin (1798, vol. 1: 450-451). 259. (*) [N.d.A.M.] (en francés en el original) «Anacarsis. «El hombre no tendría más proporción con el resto de la Naturaleza, si pudiera adquirir las perfecciones de las que se cree susceptible». Tomo IV, p. 502 y siguientes. Es importantísimo y debe trasladarse todo lo que sigue. Cabanis. Sobre el estudio del hombre (Memorias del Instituto de Moral y de Política). Cualquiera que sea el problema, siempre debe mencionarse a esta antigua Grecia. Ella no solo era la Madre de las Artes, de la libertad [y de la] filosofía, cuyas lecciones universales so­ ­lo pueden perfeccionar al hombre; todas sus instituciones nacieron por todos lados y de repente, como por una especie de prodigio, con el lenguaje más bello que los hombres 539

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antiguos, y fuera en verdad un asunto digno para tratarse de averiguar el influjo que la imprenta ha tenido hasta ahora sobre el entendimiento y el que tendrá en los siglos por venir.260

Luego, dejando aparte los elementos desconocidos de la invención del lenguaje y la escritura —que pudieron ser dones característicos del Creador o producciones del acaso—,(*)261 todo el sistema de la perfectibilidad del hombre estriba sobre la débil base de la utilidad de la prensa, utilidad que se desvanece enseguida con las siguientes reflexiones, de entre otras muchas. Tengamos presente, en primer lugar, lo que escribe un filósofo(*)262 con tanta verdad como sutileza: Los grados relativos de ciencia en cada edad deben evaluarse por la masa de utilidad que de ellos haya resultado a los hombres de las mismas edades.

Demos después una mirada rápida (no sin lastimarnos), a las aserciones harto fundadas de Saint-Pierre, cuando escribe:

han hablado […] Qué espectáculo más bello, etc.». [N.d.E.] La primera cita corres­­ ponde a Barthélemy (1790), t. 4, p. 502. La segunda cita hace referencia a una obra del diputado republi­­cano, médico y filósofo materialista francés Pierre Jean Georges Cabanis (1757-1808). Cf. Cabanis (1802). 260.  [N.d.E.] Cf. Barthélemy (1790, vol. VII: 127). 261. (*) [N.d.A.M.] «Atenas llegó a una experiencia tan grande en poesía, en elocuencia, en la agudeza y vigor de sus filósofos y en habilidad en las bellas artes, que todas las edades del mundo no pueden igualársele». [N.d.E.] Cf. Godwin (1798, vol. 1: 282). 262. (*) [N.d.A.M.] «Ferguson». [N.d.E.] Adam Ferguson (1723-1816), filósofo e historiador escocés. El pensamiento de Ferguson sobre el progreso y la perfectibilidad del ser humano en la historia se encuentra plasmado en varias obras, de las cuales la más famosa fue An Essay on the History of Civil Society. Cf. Ferguson (1782). 540

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nuestros métodos y sistemas(*)263 nos han conducido en todos [los] ramos [113] (*)264 a un tamaño número de opiniones absurdas, que puede decirse que nuestras bibliotecas encierran hoy en día más errores que luces,(*)265 y puede hasta apostarse que, puesto un académico en la Biblioteca del Rey, a la hora que tome un libro por acaso, en la primera hoja que abra, hallará seguramente un error.(*)266

Y sírvanos de prueba, por último, la misma cuestión que, entre la sombra fugitiva de su legislación, tratan los Franceses en el 263. (*) [N.d.A.M.] (en francés y español en el original) «El Sr. Dutens ha escrito un excelente tratado: Sobre el origen de los descubrimientos atribuidos a los modernos. Plutarco trae una carta de Alejandro a Aristóteles en la que [este último] se queja de que haya publicado toda la parte acroamática de su ciencia, que debía haber reservado solo para sí y sus predilectos». [N.d.E.] Malaspina hace referencia a la obra del escritor, historiador, numismático y filólogo francés Louis Dutens (1730-1812). En el manuscrito original, por error, Malaspina escribe «Butéins» en lugar de «Dutens». Cf. Dutens (1761). Los escritos de Aristóteles suelen dividirse en Exotéricos (correspondientes a su periodo de formación con Platón, y publicados en forma de diálogos) y Acroamáticos (textos para la enseñanza en el Liceo, y que, en principio, no estaban destinados a ser divulgados entre la muchedumbre). Estos últimos constituyen el llamado Corpus aristotélico. El pasaje citado se encuentra en la Vida de Alejandro, de Plutarco. Cf. Plutarco (1990: 44). 264. (*) [N.d.A.M.] «Williams, Lectura III. “En esos periodos, cuando los griegos brillaban de manera más inteligible en su sabiduría y virtud, y al igual que han permanecido sin rival en cuanto a la fuerza del entendimiento y a la excelencia moral del carácter, también exhibían las formas más bellas, y no tenían rival en cuanto a agilidad, fuerza y belleza”. Téngase presente el nunca bien ponderado libro de la política de Aristóteles». [N.d.E.] Cf. Williams (1789); Aristóteles (1980). 265. (*) [N.d.A.M.] (en inglés en el original) «Williams, Sobre la educación. Casi todas las verdades que han sido descubiertas en los últimos tiempos —y quizás todas las que se descubran en los siglos venideros— pueden remitirse a alusiones, fábulas, cuentos, proverbios, máximas y nociones. La actual poesía, astrología, química, etc. que encontramos infectando el mundo, son solo diversas ramas de la filosofía enloquecidas. Debe de haber habido periodos de larga investigación y conocimiento, anteriores a este extravagante imaginario». [N.d.E.] Cf. Williams (1789). 266. (*) [N.d.A.M.] (en italiano en el original) «D’Argenson— Sterne». [N.d.E.] René-Louis de Voyer de Paulmy, Marquis dʼArgenson (1694-1757), político y escritor francés. ministro de Exteriores de Luis XV. Se le recuerda sobre todo por sus memorias y su Diario. Laurence Sterne (1713-1768), escritor irlandés, miembro de la francmasonería. Se rumoreó que, al fallecer, su cuerpo fue robado y utilizado en una clase de anatomía antes de ser reconocido por un amigo, tras lo que fue devuelto discretamente a la tumba. Véase Argenson (1797, 1858). 541

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mismo momento en que escribo (1797). Inconsecuentes que han debido destruir con su propia mano el ídolo sangriento que habían elevado sobre montes de cadáveres; insensatos que han recurrido a las distinciones escolásticas y a la fatal ley de la conveniencia momentánea.(*)267 Su libertad quimérica está oprimida con grillos y cadenas. La agricultura y la buena fe de muchos millones de hombres apenas bastan para alimentar la hidra siempre multiplicada de la capital, y un gacetero es asaz temido para creer que él solo sea capaz de causar una revolución en la opinión pública.(*)268 Pero no es en balde que los campeones de esta nueva opinión [114] (*)269 apelaran a los razonamientos matemáticos, en vez de al fiel depósito de la historia, la cual, no alcanzando más de tres mil años,(*)270 hacía decir con mucha sutileza a un 267. (*) [N.d.A.M.] (en francés en el original) «Ensayo sobre los prejuicios. La superioridad de los antiguos en poesía —y en general en cualquier especie de literatura— no es dudosa, y ha sido cuestionada únicamente por personas sin conocimiento. Cicerón nos ha dejado en sus oficios un Tratado Moral que quizás todavía sea hoy el que mejor tenemos». [N.d.E.] Malaspina hace referencia al Tratado sobre los prejuicios, del filósofo y escritor franco-alemán Paul-Henri Thiry, barón dʼHolbach (1723-1789), notorio representante de la Ilustración materialista, atea y anticlerical. Cf. d’Holback (1770). 268. (*) [N.d.A.M.] «Williams. Lección 30. Los antiguos, quienes continúan siendo nuestros maestros en moralidad, etc.» [N.d.E.] Cf. Williams (1789). 269. (*) [N.d.A.M.] (en inglés y español en el original) «Dice William Young en su Historia de Atenas: El arte griego alcanzó tan repentinamente tal grado de excelencia que en ningún otro país, y en ninguna otra edad, ha sido superado. Ciertamente, en las artes escultóricas ha permanecido sin rival incluso en estos tiempos de refinamiento moderno. Plinio nos dice que el Lacoonte llevó la vida del padre y de sus dos hijos, una obra de la cual el mecánico más elaborado puede aprender a dar el acabado final, el mejor dibujante puede aprender precisión y el más sublime poeta la invención e idea. Capítulo XVI, p. 142, de Young. Hermosísima descripción de la Minerva de Fidias, aún más (según Luciano y Estrabón), la Lemnia del mismo y sobre todo el Jobe Olímpico. Conviene con Wincklelmann, que no con Webb, en que los antiguos sobresalieron más en la escultura que en la pintura». [N.d.E.] La cita y el pasaje mencionado por Malaspina se encuentra en Young (1786: 140-142), quien a su vez hace referencia a Winckelmann y al teórico de la estética irlandés Daniel Webb (1718-1798). Acerca de William Young, véase [N.d.A.M.] 92 y 225 de la Meditación. 270. (*) [N.d.A.M.] «Sobre la cultura de los Espartanos y su Templo de Apolo, vide Gillies. Véase el excelente capítulo 32 de Gillies, sobre la perfección de las ciencias y las artes griegas». [N.d.E.] Malaspina hace referencia al historiador escocés John Gillies (17471836). Cf. Gillies (1786). 542

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filósofo(*)271 que un plazo tan corto no bastaba para sistematizar nuestra ciencia política sobre datos tan inciertos. La historia hubiérales desengañado enseguida. Tácito les diría: Cuanto más voy observando las cosas nuevas e investigando las antiguas, tanto más se me representa a los ojos la locura y vanidad de los mortales […] mas cuando oigo estos y semejantes casos, no me atrevo a juzgar con certidumbre si las cosas de los mortales son gobernadas por el hado y la necesidad inmutable, o por accidente y acaso fortuito.272

Plutarco les hubiera dicho, en la Vida de Lúculo, que nada es más difícil que el hombre para ser gobernado cuando la suerte le es favorable, y nada más dócil, cuando las desdichas le oprimen.273

Barthélemy les advertiría que por espacio de dos siglos los Griegos del Asia no estuvieron ocupados sino en llevar, usar, sacudir y tomar de nuevo sus cadenas, no siendo la paz para ellos lo mismo que para las demás naciones civilizadas, [sino] un sueño que suspende los trabajos por pocos momentos.274

271. (*) [N.d.A.M.] «Hume». [N.d.E.] La cita corresponde a la obra Sobre la libertad civil. Cf. Hume (1788, vol 1: 81). 272.  [N.d.E.] (en latín en el original) He sustituido el latín original por la traducción española de los ilustrados Carlos Coloma, Cayetano Sixto y Joaquín Ezquerra, la primera traducción completa de los Anales en castellano, editada y publicada en 1794, Cf. Tácito (1794: 208, 399). 273.  [N.d.E.] La traducción es de Malaspina. Otra traducción, de una edición española de 1822, reza: «Nada hay más indomable que un hombre engreído con su dicha, ni, a la inversa, nada más dócil que el abatido por la fortuna», Cf. Plutarco (1822, vol. 3: 129). 274.  [N.d.E.] Cf. Barthélemy (1790). 543

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El célebre de La Bruyère hubiérales después asentado dos principios, tan [115] claros como invariables: 1.º Cuánta incomunicación entre el espíritu y el corazón. El filósofo vive mal con todos sus preceptos, y el político, atiborrado de perspectivas y de reflexiones, no sabe gobernarse. 2.º Cuando el pueblo se mueve, no se sabe por dónde puede venir la calma, y cuando está tranquilo, no se sabe por dónde se va a perder.275

Pero sería no acabar, si quisiésemos demostrar que los mismos filósofos defensores de la perfectibilidad metafísica e indefinida del hombre han incurrido en mil contradicciones, o han probado realmente lo contrario. ¿Acaso aún después de la infinidad de paradojas de Paine276 podremos determinar alguna de las siguientes cuestiones interesantísimas de la prosperidad social? ¿Si es preferente para la felicidad individual del hombre, el ser rico o pobre, el mandar o el obedecer, el ser joven o viejo?(*)277 Si las mujeres(*)278 debieran tener igual parte que los hombres en la determinación y conservación del pacto social y, finalmente, si son o no republicanos los que una vez en cada cinco años eligen 275.  [N.d.E.] La cita (en francés en el original) pertenece a la obra Les Caractères (1696) de Jean de La Bruyère. Vide supra, Meditación, [N.d.A.M.] 218, p. 103. 276.  [N.d.E.] Thomas Paine (1737-1809), filósofo y político americano de origen inglés, defensor del deísmo, del liberalismo, del abolicionismo y de la democracia. Fue uno de los inspiradores de la declaración de independencia de los Estados Unidos y, posteriormente, estuvo envuelto en los primeros años de la Revolución francesa. Posteriormente, fue encarcelado por oponerse al régimen del terror impuesto por Robespierre. Tras su liberación en 1794 retornó a Norteamérica. 277. (*) [N.d.A.M.] (en francés en el original) «Ordenar sus propias dulzuras, dirigirse también a lo propio; eso ahorra el tormento de la indecisión, que es uno de los flujos de la vida». [N.d.E.] Cf. Weiss (1789, vol. 2: 150). 278. (*) [N.d.A.M.] «Excelentes discusiones de Weiss en este punto, que supone en el otro sexo una inferioridad convenida. La que dimana de la fuerza para el trabajo no es sino de una sexta parte y como tal se valora en Francia y Suiza para las tareas del campo». [N.d.E.] Weiss sostenía que las diferencias intelectuales entre los géneros eran debidas, sobre todo, a la diferente educación recibida, y que por eso la distancia intelectual entre los géneros era menor entre los pueblos salvajes que en los civilizados, y entre las clases populares que en las clases nobles. Cf. Weiss (1789: 106). 544

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un representante que no conocen, [116] y pierden después todo derecho de juzgar de la paz y de la guerra, de la tranquilidad interna y del decoro nacional; los que aventuran los últimos restos de su tranquilidad, juventud y propiedades para trastornar, al antojo de las facciones, los varios límites y sistemas de las repúblicas envidiosas de Italia, para reunir en una sola masa de intereses la Córcega, las faldas de los Pirineos, las orillas del Rin, los Negros y Caraíbes de las Indias Occidentales y los establecimientos imaginarios y mercantiles de Chandernagor y Pondicheri en la India. Si son republicanos los que siguen entre ríos de sangre, uncidos dos a dos al tirano Robespierre y a la pomposa farsa del restablecimiento de la religión, cuando, con apenas variar de opinión —sin apartarse de las vías legales—, ven [a] un gran número de [sus] representantes expelidos o trasportados tiránicamente a la Cayena.(*)279 Siendo así que la religión y el pacto social son los dos únicos puntos que miran a la felicidad del hombre —ocupado siempre y por naturaleza en lo venidero—, no podemos dudar [de] que en lo primero, más que en [117] lo segundo, debiera hallarse si fuese asequible una cierta uniformidad de opiniones: y sin embargo, qué de guerras, qué de opresiones, qué de ofensas a los clamores diarios de la naturaleza y a los bondadosos preceptos del Creador. Pues cómo ha de esperarse una mejor armonía en lo que admite una contradicción perpetua e inaveriguable entre el corazón y los labios, entre los principios y las acciones, entre las pasiones y las leyes, entre el individuo y la sociedad, entre la evidencia metafísica y la experimental, y sobre todo entre las ilaciones de lo pasado y las predicciones de lo venidero. Se ha hablado ya en otras notas de la necesidad de comparar­­ nos desapasionadamente a los antiguos, cuando se quiera hablar 279. (*) [N.d.A.M.] «Véase Plutarco en Pablo Emilio, sobre las contradicciones de la libertad concedida a los Macedonios por los Romanos. Las notas de Langhorne lo aclaran muchísimo». [N.d.E.] Malaspina hace referencia a John Langhorne (1735-1779), poeta, traductor al inglés y editor de las Vidas paralelas, de Plutarco. Cf. Plutarco (1792). 545

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de la música, de la medicina y de varias otras ciencias. Hemos llevado, es verdad, la astronomía y la navegación a un grado de excelencia nunca antes conocido. Pero, desentendiéndonos de la incertidumbre y poca utilidad de la primera, ¿podremos ocultarnos, en cuanto a la segunda, que todo el Globo fue descubierto y medido cuando la navegación estaba aún en los pañales?(*)280 [118] Si hemos logrado una comunicación más fácil y expedita de Europa con las familias inocentes derramadas en África y en América, ha sido a costa de introducir mil vicios y enfermedades que han debilitado extraordinariamente lo moral y lo físico de la especie; [a costa] de transportar del África a la América de diez a once millones de negros, y de exterminar a su vez en ese otro continente una cantidad de hombres tres o cuatro veces mayor que aquella. Acordémonos después de las arpas egipcias de Tebas, descritas por Bruce y correspondientes a los tiempos de Sesostris281 y Salomón, 1320 años a. C.; de las artes inventadas por Arquímedes en la defensa de Siracusa, e imitadas por Proclus en la de Constantinopla; que el mismo Arquímedes descubrió la cuadratura de la parábola, y midió la superficie de la esfera; que desde Platón se conocían la duplicación del cubo y las secciones cónicas; que la Liga Aquea282 no es ni más ni menos que las de Suiza y Holanda, tan admiradas pocos años ha; que los viajeros recorren aún hoy con ansia los arenales desiertos de Egipto y de Arabia en busca de los rastros(*)283 más antiguos y maravillosos de la mano social del hombre y, finalmente, que la India y la China nos descubren desde tiempos inmemoriales [un] arte,(*)284 [119] [unas] ciencias y 280. (*) [N.d.A.M.] «Comparación del estudio admirativo con el investigador. Futilidad del sistema analítico, derivado de este. Inutilidad de la prensa». 281.  [N.d.E.] Sesostris, rey del antiguo Egipto. 282.  [N.d.E.] La Liga Aquea fue una confederación de ciudades del Peloponeso, en la antigua Grecia (siglos v-ii a. C.). 283. (*) [N.d.A.M.] La política de Aristóteles. 284. (*) [N.d.A.M.] (en inglés y español en el original) «Walker, en su Viaje a Roma: “Los antiguos romanos ciertamente debían de tener veinte pies de alto, al menos en estatura, porque la 546

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[unos] principios de sociedad y de gobierno capaces de emular —cuando no de sobresalir— a los que hoy en día pretendemos señalar con nuestro sello universal de la perfectibilidad. Consultando Sila285 a los sabios de Toscana algunos portentos acaecidos en Roma, respondiéronle estos que anunciaban una nueva especie de hombres y una renovación del mundo, porque, en su dictamen, había de haber ocho especies de hombres, totalmente diferentes unas de otras en su vida y costumbres. El cielo había asignado su época a cada una y su duración estaba limitada por la revolución del año grande.286 Al concluirse una y empezar otra, debían anunciarlo señales extrañas en la Tierra y en el cielo. Caractericemos pues, si se quiere, a esta época nuestra como una de ellas, pero seamos cautos en no pregonarla por más ilustrada o perfecta [que] las anteriores, teniendo presente que el único grado de perfectibilidad a que pueda aspirar nuestra especie es el de mirarse entre sí con menos envidia, destruirse menos —cuando no sea po­­sible infundirle un carácter(*)287 más universal de raza humana actual nunca jamás podría haber realizado tales trabajos. Deben de haber sido gigantes en genio y comprensión, así como en persona. Tal belleza en diseño, orden, proporción y ornamento, tal vastedad en la concepción del diseño original, tales poderes de ejecución. ¿Por dónde debería comenzar?”. Lo mismo sobre el Pavimento Mosaico de Santa Maria Maggiore». [N.d.E.] Malaspina cita un libro de viajes del inventor, científico y escritor inglés Adam Walker (1731-1821) y refuerza su elogio del genio romano mencionando el mosaico de la coronación de la Virgen de la Basílica de Santa María la Mayor de Roma, que fue finalizado en 1295 y conserva partes del mosaico original del siglo V. Cf. Walker (1790: 219). 285.  [N.d.E.] Plutarco. [N.d.E.] Lucio Cornelio Sila Félix (138 a. C.-78 a. C.), político y militar romano de la época tardorrepublicana. Fue cónsul (88-80 a. C) y dictador (81-80 a. C.) de Roma, tras lo cual se retiró totalmente del poder y escribió sus memorias. Plutarco le dedicó una de sus Vidas. 286.  [N.d.E.] En términos astronómicos, el año grande, o ciclo equinoccial, dura aproximadamente 25 776 años. Vide supra, cap. 4, nota 190. 287. (*) [N.d.A.M.] «Metelo, en Cayo Mario. Todo, etc.». [N.d.E.] Malaspina hace relación a la «Vida de Cayo Mario», escrita por Plutarco, donde se narran las vicisitudes de su relación con Metelo. Cf. Plutarco (1792). Quinto Cecilio Metelo Pío (130 a. C.64 a. C.) fue un político y militar romano, nombrado cónsul en el año 80 a. C. Combatió en la guerra civil a favor de Sila y sus partidarios, los optimates —fieles defensores de la ortodoxia aristocrática romana—, y contra Cayo Mario y quienes le apoyaban, los 547

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benevolencia— y, estudiando la naturaleza visible(*)288 [120] en lugar de una antigüedad oscura e indefinida, ordenar con más tino sus máximas y conducta para gozar de lo que es lícito y mirar con indiferencia, o con desprecio, lo que le es vedado o no puede alcanzar.

Nota X Esta proposición no es tan general que pueda aplicarse indistintamente [tanto] a las ideas religiosas de las naciones salvajes como a las que son civilizadas, y aun entre las segundas debemos exceptuar a los Egipcios, los cuales justificaban su adoración de los animales diciendo que, expelidos los dioses de la tierra por la violencia de los hombres sus enemigos, habíanse visto precisados a tomar el disfraz de bestias.(*)289 En las edades bárbaras fue seguramente la falta de la pintura y escultura la que persuadió a los hombres a deificar las plantas, los animales y hasta la materia bruta y no organizada.(*)290 Ciertamente, si algún estatuario, en los primeros siglos de la Siria, hubiese llamados populares. Cayo Mario (157 a. C.-86 a. C.), político y militar romano. Fue proclamado cónsul de Roma en siete ocasiones. Según Salustio, su carrera al consulado fue propiciada por los augurios de una adivina, quien le hizo creer que contaba con el apoyo de los dioses y tendría éxito en todas sus campañas. Cf. Salustio (1971). 288. (*) [N.d.A.M.] (en inglés en el original) «Solo con atisbar estas partes diminutas de su arte, me pregunto cómo es posible que mentes capaces de tal majestad en sus otras obras pudieran alcanzar tal excelencia en miniatura... Pero cuanto más veo sus restos, más me asombro ante su variada ingenuidad». [N.d.E.] Se trata de un comentario de Adam Walker alabando el mosaico de la basílica de Santa María la Mayor de Roma, vide supra, [N.d.A.M.] 284. Cf. Walker (1790: 231). 289. (*) [N.d.A.M.] (en español e inglés en el original) «Atiéndase lo de los figurones de las piernas juntas en Egipto, Grecia, Puerto Mulgrave. Descripción del Júpiter de Olimpia. Ana­ carsis. “Cualquiera que sea el destino de la religión que domina en Grecia, el Júpiter de Olimpia siempre servirá como modelo para los artistas que desean representar dignamente al Ser Supremo”». [N.d.E.] El primer comentario de Malaspina parece ser una llamada de atención sobre la coincidencia en representar lo sagrado por medio de grandes figuras sentadas con las piernas juntas por parte de culturas diferentes, como los griegos, los egipcios y los habitantes de Puerto Mulgrave, en la costa noroeste de América, cuyos tótems impresionaron a Malaspina durante su expedición. La cita es, una vez más, del Viaje de Anacarsis. Cf. Barthélemy (1790). 290. (*) [N.d.A.M.] «Hume». 548

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formado una estatua proporcionada de Apolo, ni la piedra cónica291 ni Heliogábalo hubieran sido objeto de una adoración tan profunda, ni con ella se hubiera representado la divinidad solar.(*)292

[121] Nota Z Comprenderé en esta nota varias definiciones filosóficas, más bien con el objeto de clasificarlas más ordenadamente para la memoria, que con el de hacer una comparación maliciosa con el método adoptado en los Diarios de Madrid para las varias definiciones relativas a la cuestión de la Belleza. Pitágoras: El Universo no es más que el Orden, la Amistad nada más que la Igualdad.293

Aristóteles: La Belleza es el orden en la magnitud.294

Sócrates: Si la música nos convida al placer y la filosofía a la virtud, solo por el placer y la virtud reunidas nos convida la Naturaleza a la felicidad.295 291.  [N.d.E.] Durante el mandato de Heliogábalo al frente del Imperio, este impuso el culto a El-Gabal —rebautizado como Deus Sol Invictus—, por encima de todas las demás deidades del panteón romano, inclusive Júpiter. Su culto se celebraba en el Helagabalium, templo donde un betilo —una piedra negra, posiblemente, un meteorito—, de forma cónica, personificaba a la divinidad. 292. (*) [N.d.A.M.] (en latín en el original). «Cicerón, Sobre la Naturaleza de los Dioses: La naturaleza ha prescrito al hombre que no pueda pensar en nada más hermoso que el propio hombre; esto es la causa de que consideremos a los Dioses similares a los hombres». Cf. Cicero (2017). 293.  [N.d.E.] Cf. Guthrie; Fideler (2010: 142). 294.  [N.d.E.] Aristóteles (1778: 39): «La hermosura consiste en la grandeza y en el orden». 295.  [N.d.E.] No ha sido posible identificar la fuente de la cita. 549

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Rousseau: Lo bueno no es más que lo bello puesto en acción. Entrambas cosas están entre sí enlazadas estrechamente, y derivan de una misma causa, esto es la Naturaleza ordenada.296

Holland:297 La belleza moral puesta en acción es la virtud.298

Idem Roussseau: La verdadera magnificencia no es más que el orden visible en lo grandioso y de esto dimana que el espectáculo de la Naturaleza es el más magnífico de cuantos puedan imaginarse.299

[122] Hume: Basta que sean uniformes los primeros principios de la censura o desaprobación, y que cualquier consecuencia errónea pueda ser corregida con razonamientos más prolijos y más dilatadas experiencias. Aunque han corrido muchos siglos después de la ruina de Grecia y de Roma; aunque ha habido tantas mudanzas en la religión, lenguajes, leyes y costumbres, ninguna de estas revoluciones ha alcanzado a causar novedades importantes en las primeras ideas de la moral, bien así como en las otras de [la] belleza externa. Entre ambas pueden tal vez advertirse algunas pequeñas diferencias. Horacio alaba una frente pequeña y Anacreonte las cejas pobladas y unidas. Mas el Apolo y la Venus de los antiguos nos sirven aún para modelos de lo hermoso en el hombre y en la mujer, bien así 296.  [N.d.E.] Cf. Rousseau (1786, vol. 1: 221). 297.  [N.d.E.] La cita es del matemático y filósofo alemán Georg Jonathan von Holland (1742-1784). 298.  [N.d.E.] Cf. Holland (1773, vol. 2: 212). 299.  [N.d.E.] No he conseguido ubicar esta cita de Rousseau. 550

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como continúan a ser la piedra de toque, el carácter de Escipión para la gloria de los héroes y el de Cornelia para el honor de las matronas.300

Saint-Pierre: Las armonías, las consonancias, las progresiones, los contrastes [123] deben ser comprendidos entre los primeros elementos de la Naturaleza. A ellos debemos las percepciones del orden, de la hermosura y del placer que experimentamos a la vista de sus obras, [así] como nacen de su ausencia las del desorden, de la fealdad y del enfado.301

Helvetius: El hombre es justo cuando todas sus acciones se dirigen al bien público. La virtud no es más que el deseo de la felicidad de los hombres.302

Idem: Todo lo sabemos en este siglo, menos lo que Sócrates sabía. Solo por ser ignorantes se sobrecogen los hombres con tanta frecuencia en el error y, en general su más incurable locura es la de creerse sabios.303

Idem: Las grandes acciones de los Griegos y Romanos, conservadas con cuidado en la historia, parecen así reunidas para derramar la fragancia de la virtud a las edades más remotas y corrompidas.304

300.  [N.d.E.] Cf. Hume (1784, vol. 2: 390). 301.  [N.d.E.] Cf. Saint-Pierre (1787, vol. 2: 179-181). 302.  [N.d.E.] Cf. Helvetius (1791, vol. 3: 101). 303.  [N.d.E.] Cf. Helvetius (1818: 196). 304.  [N.d.E.] Cf. Helvetius (1791: 119-120). 551

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Idem: Lo bello es lo que place igualmente en todos los siglos y países.305

Delille:306 El amor es vil sin la unión de las almas y sin el cebo de los sentidos se desaparece.307

[124] Idem: Decía Newton que sentía su alma engrandecerse cuando se ocupaba en razonar con la Naturaleza.308

Idem: La Belleza no es más que la consonancia expresiva del todo con sus partes.309

Idem: Decía Sócrates poco antes de morir: «Siendo útil con mi muerte a la patria, ¿qué me importa morir entre sus ejércitos o en sus prisiones? Ella es quien señala el puesto a cada ciudadano, el de Leónidas fue las Termópilas, el mío [es] esta cárcel».310

305.  [N.d.E.] Cf. Helvetius (1791: 285). 306.  [N.d.E.] Malaspina escribió De Lille, aunque muy probablemente la cita es del traductor e historiador francés Jaques Delille (1738-1813), más conocido en su tiempo como el Abbé Delille. 307.  [N.d.E.] No me ha sido posible identificar la fuente de la cita. 308.  [N.d.E.] Cita no identificada. 309.  [N.d.E.] Cita no identificada. 310.  [N.d.E.] Cita no identificada. 552

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Montesquieu: Nuestras acciones están enlazadas a tantas cosas que es más fácil hacer el bien que hacerlo bien.311

Idem: El manantial más fecundo de errores es el de transportar a los siglos remotos las ideas del siglo en que se vive. A los que quieren hacer modernos todos los siglos antiguos, diría lo de los sacerdotes egipcios a Solón: «O, atenienses, mirad que no sois sino niños».312

Marmontel: El legislador que quiera hacerse dueño del corazón de los hombres, empiece por atraer las mujeres a las leyes y costumbres, ponga la [125] virtud y la gloria bajo el amparo de la hermosura, bajo la tutela del amor; sin esta combinación todo es incierto.313

Barthélemy: Con buenas disposiciones y buenos modelos podemos entregarnos a la práctica de un arte, pero [cuando] la teoría deba considerarla en su esencia y elevarse hasta la belleza ideal, es preciso que la Filosofía dirija la experiencia e ilumine el tino de juzgar.314

Idem: Para la Naturaleza nada hay hermoso, ni feo: todo es ordenado; poco le importa que de esas inmensas combinaciones resulte una figura que 311.  [N.d.E.] Cf. Montesquieu (1772, vol. 2: 240). 312.  [N.d.E.] Cf. Montesquieu (1772, vol. 2: 293). 313.  [N.d.E.] Cf. Marmontel (1770, vol. 1: 45). 314.  [N.d.E.] Cf. Barthélemy (1790a). 553

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presente todas las perfecciones o todos los defectos que solemos asignar al cuerpo humano. Su único objeto es conservar la armonía que, reuniendo con cadenas invisibles a este, conduce tranquilamente a su fin a todas las partes más pequeñas del Universo. Respetemos sus operaciones, pues son de una clase tan elevada, que la menor reflexión nos descubriría más hermosuras reales en un insecto que en la Venus de Praxíteles.315 [126]

Idem: ¿Tenemos que aplastar a los hombres para merecer los altares?(*)316

Nota Y Después de cuanto se ha dicho para caracterizar la suprema belleza natural con una especie de regla invariable, debiera ser acusado de una cierta inconsecuencia si no declarase sencillamente mi opinión sobre el objeto dotado a mi vista del grado más sobresaliente de hermosura física y moral. Ha de entenderse que no pretendo hablar del otro sexo, cuyas características distintivas del ánimo, inseparables del recato y de la fe conyugal, tienen un nuevo mérito en ocultarse a la vista superficial de los demás. Diré pues, sencillamente (no se escandalice el amigo lector, si [es que] no lo ha [hecho ya], por pesadumbre y enojo), que, entre los hombres, he dado en mi interior la preferencia al matador Pedro Romero317 cuando, con una gallarda persona, el valor y la 315.  [N.d.E.] Ibid. 316. (*) [N.d.A.M.] (en francés en el original) «An. I, p. 76». [N.d.E.] La cita es de Barthélemy (1790b, vol. 1: 89). 317.  [N.d.E.] Malaspina escribió «Diego Romero» en su manuscrito, pero se trata de un evidente lapsus: el famoso torero al que alude, verdadero sex-symbol de la época por quien suspiraban las madrileñas —nobles y plebeyas, además del propio Malaspina—, se llamaba Pedro Romero. Sobre este matador, que marcó la historia de la tauromaquia a fines del siglo xviii, Cf. Vega (1954); Sánchez Álvarez-Insúa (2006); Ayerbe Aguayo (1997). 554

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mo­­destia pintadas en su rostro, el fiero animal desangrado a sus pies, rodeado de los banderilleros cuyas vidas ha salvado mil veces, aplaudido a una voz de catorce mil personas llenas de gozo y admiración, me descubre al mismo tiempo, en sus miradas nobles e inocentes, una vida virtuosa, un ánimo(*)318 [127] libre de remordimientos, un brazo dispuesto, no a destruir a sus semejantes, sino a defenderlos de las fieras, y un corazón ya templado para ver la muerte sin temerla.

Nota W Aunque en los caracteres de la moral aquí extractados no se hable de religión ni de política, era mi ánimo hacer en esta nota una especie de profesión filosófica de mis opiniones religiosas y políticas. Esta medida es necesaria en un momento en que luchan violentamente y con una singular hipocresía las ideas antiguas y las modernas.(*)319 En este tiempo, el hombre que no desea contradecirse en sus palabras y acciones debe pesar y asentar de antemano los límites que le prescriben la revelación y su conciencia y razonamientos, y después decir sencillamente ne plus ultra a todos los campeones de unas y otras opiniones que intentasen convertirle, pervertirle, o —lo que es más común y probable— interpretar maliciosamente los principios de su dogma y moral. [128] De este modo, consíguese también otra ventaja importante para la vida pública, y es que los pocos amigos que deben juzgar 318. (*) [N.d.A.M.] «Teseo con el toro de Maratona. Adviértase que los antiguos han deificado a los que han destruido las fieras y tan solo han mirado como héroes a los que han triunfado de sí mismos y como azotes de la sociedad, los grandes conquistadores. Estatuas y ofertas al Jove olímpico de un gran número de atletas y aún de sus patrias. Anach. I, 15 y 16. Los primeros hombres benéficos eran caballeros errantes contra las fieras». [N.d.E.] Teseo, héroe mítico de Atenas, recibió la orden de su padre de luchar contra el toro de Maratón, al que venció. Jove (Iovis) es una apelación alternativa de Júpiter, el principal dios del panteón romano. Cf. Barthélemy (1790b). 319. (*) [N.d.A.M.] «Véase Anacarsis, t. III, p. 132 a 143». [N.d.E.] Cf. Barthélemy (1790b). 555

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imparcialmente de nuestra conducta, o aquellas personas que en su vista deben confiarnos negocios de importancia, pueden pronunciar el [juicio] sin recelo alguno de error. He aquí mis máximas, les diré, presentándoles mi cuaderno; recorred después mis acciones públicas; si las primeras no os agradan, pertenece al amigo el argüirme; y que el poderoso busque otro que más le convenga. Y si mis acciones contradicen a las máximas, despreciadme uno y otro por débil o por fementido. ¿Cuál es la razón que pueda autorizar al hombre a la publicación sediciosa de unas máximas con las cuales su conducta ha luchado constantemente y por largo tiempo? O es falso lo que dice, o es reprensible lo que hace. En ambos casos su autoridad se destruye, sus avisos son inoportunos y sus clamores dignos de castigo.(*)320 Advertía con mucha razón Plutarco, en las contradicciones de los [129] estoicos, que no es tan necesario que el orador y la ley sean una misma cosa, como que la vida de un filósofo sea conforme y consonante con su doctrina y palabras.(*)321 Mas, después de todo, me ha parecido más prudente omitir una tal empresa, que en mi situación pudiera serme maliciosamente funesta, a fuer de interpretaciones siniestras y tergiversadas, cuando estos apuntes cayesen accidentalmente en manos extrañas. Además, los principios morales, después de largas meditaciones, están profundamente grabados en mi corazón y mi me­­moria, y ellos mismos son los que me prescriben inviolablemente no publicarlos, mientras no sea autorizadamente preguntado, y no 320. (*) [N.d.A.M.] «Helvetius. Para conocer al hombre respecto de la virtud, lo estudiamos más por sus acciones que por su conversación. Cuando hablo me pongo una máscara, cuando actúo me veo obligado a quitármela. Por lo tanto, no es por lo que digo, sino por lo que hago, por lo que los hombres deben juzgarme y lo harán correctamente». [N.d.E.] Cf. Helvetius (1777, vol. 1: 311). 321. (*) [N.d.A.M.] (en español e inglés en el original) «Ver Godwin, lllustrations on Sincerity, p. 392 y siguientes, t. I». [N.d.E.] Cf. Godwin (1798, vol. 1: 341-361). 556

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variarlos [ni] aun a la vista de una muerte inevitable, o de placeres y premios copiosísimos.

Nota AA Esta conclusión daría lugar a una cuestión moral harto difusa e intricada. ¿Si el hombre puede explayar la suprema virtud(*)322 y, por [130] consiguiente, adornarse de la suprema hermosura, viviendo entre su sola familia y no entregándose a la sociedad numerosa, en donde se extienda más y más la utilidad de sus acciones? Ofrécense desde luego para ello tantas consideraciones que sería imposible reducirlas con algún método a los límites de una nota. Diré, sin embargo, que considero el ejercicio de la virtud bajo dos puntos de vista, uno negativo y otro positivo. Aquel consiste en reprimir las pasiones, y, por consiguiente, necesita del teatro de una sociedad numerosa;(*)323 el otro, depositado apenas en el bien directo, puede llevarse al supremo grado dentro de una sola familia. Cuánto sean accidentales, falibles, y aun arriesgados en las sociedades numerosas los efectos del principio del bien ajeno, no lo ignora el que piense con alguna reflexión. Me privo del alimento y del vestido a favor de otro hombre, y alimento y visto a un holgazán y un vicioso; visito al enfermo, le visto y procuro suavizar sus males. El sirviente le desnuda,(*)324 [131] calcula sobre su 322. (*) [N.d.A.M.] (en inglés en el original) «Helvetius. La palabra virtud, de vis (latín y griego), es aplicable igualmente a la prudencia, al coraje y a la caridad; por lo tanto, solo tiene un significado vago. Sin embargo, siempre se asocia en la mente a la idea de alguna cualidad útil para la sociedad. La virtud siempre es útil para el hombre y, en consecuencia, siempre respetable. En ciertos países, es reflejo del poder y la consideración de sus poseedores». [N.d.E.] Cf. Helvetius (1777, vol. 1: 310-311). 323. (*) [N.d.A.M.] (en español e inglés en el original) A esto alude tal vez la opinión de Eurípides —que contradice Plutarco, en la vida de Demóstenes—, esto es: «El primer requisito para la felicidad es que un hombre nazca en una ciudad famosa». [N.d.E.] Cf. Plutarco (1792). 324. (*) [N.d.A.M.] (en inglés en el original) «El placer y el dolor, principios productivos de la virtud monacal, son también los principios de las virtudes patrióticas; también la esperanza 557

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miseria, y al día siguiente él mismo vuelve a abandonarse a los estragos y desordenes que le habían conducido al hospital. Visito las cárceles y veo un depósito incurable de injusticias y de vicios, y si marcho gozoso a sacrificar mi vida en el campo de batalla, vuelven a presentárseme la ninguna utilidad de la patria y el total abandono de mi familia, mientras crecido número de insaciables aves de rapiña se alimentan y nutren con mi sangre derramada. El semblante de la enseñanza moral es aún peor, pues cada niño y cada joven necesitan de un método distinto,325 tanto que apenas puedo satisfacer los deberes de un padre de familia si esta se compone de un regular número de hijos. Por otra parte, los quilates de la virtud intrínseca no pueden considerarse variables según el teatro más o menos favorable en donde actúen,(*)326 bien así como son las mismas las calidades productivas del agua, bien la veamos perderse infructuosamente en un banco de arena,(*)327 [132] o vestir de hierbas y flores una amenísima campiña. De aquí dimana que la virtud social se explaya antes entre adversidades que en la felicidad. Al contrario, la virtud familiar es inseparable de la felicidad sólida y de aquella tranquilidad de ánimo para la cual únicamente el hombre está

de recompensas los hace florecer. Cualquiera que sea el amor desinteresado que pretendamos tener sin interés por las virtudes del amor, en él no hay virtud». [N.d.E.] Cf. Hel­­vetius (1777, vol. 1: 311). 325.  [N.d.E.] Repárese en la influencia que ejercieron sobre Malaspina las ideas pedagógicas de David Williams y Johann Heinrich Pestalozzi acerca de las bondades de una educación personalizada. 326.  [N.d.A.M.] (en español y francés en el original) «Pastoret, tomo II. Leyes penales. No hay virtudes solitarias. Útil y virtuoso será sinónimo para todos, allí donde existan hombres dignos de tener libertad y patria. Dañar o no hacer nada es más o menos un delito; trabajar útilmente jamás será otra cosa que una virtud». [N.d.E.] Cf. Pastoret (1790, vol. 2: 6). 327. (*) [N.d.A.M.] (en español y francés en el original) Mr Holland. Respuestas contra el sistema de la naturaleza. «Hay poca justicia en decir que no hay otra virtud sino la que se relaciona con el bien de la sociedad. ¿No hay acaso virtudes que se relacionan únicamente con la felicidad de quien las practica?». [N.d.E.] Cf. Holland (1773: 108). 558

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constituido: Dión,328 acusado, herido y vencido delante de Siracusa —en uno de aquellos momentos en que la misma virtud(*)329 parece arrollada por la injusticia y la malicia de los hombres—, nada pierde del carácter del héroe; mientras que César y Alejandro, vencedores en la Galia y las Indias, y Federico, en Praga y en Dresde, solo se presentan al filósofo con el semblante horrible de codiciosos destructores de la especie humana. Al contrario, sobresale mucho más la virtud benévola de Timoleón,330 Cincinato,331 Curio Dentato,332 Catinat333 y Washington,334 cuando los vemos tranquilamente ocupados, entre sus familias y haciendas, que no cuando dependía la gloria de sus acciones de los efectos combinados de su tropa y la enemiga. Concluyamos pues que el hombre completamente virtuoso debe haber pasado la parte joven de su edad en la vida social, tributando a sus [133] semejantes una victoria no afectada de sus pasiones, un noble olvido de las acciones que no han sido coronadas con la felicidad y una entereza uniforme, mas no insultante, en las adversidades que le salgan al encuentro.(*)335 Y después (muerto ya para la sociedad, cuando esta no solicitase momentáneamente sus 328.  [N.d.E.] Vide Supra, Meditación, [N.d.E.] 234. 329. (*) [N.d.A.M.] «Plutarco». [N.d.E.] Cf. Plutarco (1792). 330.  [N.d.E.] Timoleón de Corinto (c. 411-337 a. C.), general y estadista griego. 331.  [N.d.E.] Lucio Quincio Cincinato (519-439 a. C.), cónsul, general y dictador romano. Para Catón representaba un modelo de virtudes. 332.  [N.d.E.] Manio Curio Dentato (m. 270 a. C.), tribuno de la plebe y cónsul romano. Su papel fue decisivo en el fin de las guerras entre la República de Roma y los samnitas, que dominaban los Apeninos al sur del Lacio. Según Plinio el Viejo, nació con dientes, lo que le valió el apodo de Dentato. 333.  [N.d.E.] Nicolas Catinat (1637-1712), militar francés. Combatió al servicio de Luis XIV de Francia durante la guerra de Sucesión española. 334.  [N.d.E.] George Washington (1732-1799), primer presidente de los Estados Unidos entre 1789 y 1797. 335. (*) [N.d.A.M.] «Muerte de Lord Chatan después de arengar entre los pares contra la guerra de las colonias». [N.d.E.] Malaspina alude a la muerte del político William Pitt (1708-1778), que sufrió un infarto mientras discurría en la Cámara de los Lores británica, intentando convencer, infructuosamente, a sus pares, de que no podrían vencer a las colonias rebeldes, que pretendían independizarse en América. 559

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consejos) debe volver al seno de su familia,(*)336 gozando hasta el último instante de su vida del ejercicio de la virtud positiva,(*)337 esto es, de aquella virtud que coadyuva, natural y sencillamente, a la conservación del Orden Armónico del Universo, y de su Belleza Suprema.(*)338 Fin

Apuntes de Malaspina tras la palabra «Fin»339 Hay un periodo, dice Plutarco en la Vida de Lúculo, en que debiéramos despedirnos de los vaivenes políticos, que son entonces tan absurdos como la lucha cuando ya hemos perdido la fuerza y el vigor de la vida. El caballo, la navegación y, quizás dentro de poco, la aerostática, aumentan o multiplican la variedad de nuestros goces personales o físicos. La teoría de los signos, desde el álgebra y la escritura hasta el telégrafo, nuestros goces mentales.

336. (*) [N.d.A.M.] «Anach. V, p. 30 y siguientes». [N.d.E.] Cf. Barthélemy (1790a). 337. (*) [N.d.A.M.] «Véase Cicerón, De Senectute». [N.d.E.] Cf. Cicero, Marcus Tullius (1744). 338. (*) [N.d.A.M.] (en inglés, español e italiano en el original) «Véase el Margués dʼArgenson sobre la vida de Agrícola, de Tácito y sobre Lúculo de Plutarco. Dice de este, “Había aprendido que, en ciertos países y en ciertas circunstancias, cuando un hombre ha pagado a su país su contingencia de celo y servicios, se considera totalmente permitido, e incluso sabio, pensar en nada más que en sí mismo”. Vida de Plinio, para lo propuesto, Lastri, Trasca, Plinio, etc.». [N.d.E.] Sobre el marqués d’Argenson, vide supra, Meditación, [N.d.A.M.] 43 y 266. En 1788, el historiador y traductor francés Jean-Philippe-René de La Bletterie (1696-1772) dedicó su traducción de la Vida de Agrícola de Tácito (De vita et moribus Iulii Agricolae) al marqués de Argenson, de quien dijo haber recibido el consejo para emprender la obra, y bajo cuya atenta orientación dijo haber conducido la traducción. Por su parte, d’Argenson incluyó un ensayo sobre las Vidas de hombres ilustres, de Plutarco, en sus Ensayos civiles, morales, literarios y políticos. Cf. Argenson (1797: 14-19). 339.  [N.d.E.] Las citas que siguen están redactadas en inglés, italiano y francés en el manuscrito original. 560

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Obsérvese, en la teoría de las curvas, los círculos de la misma familia, y las familias en la nomenclatura de Linneo, y se verá cómo todo remite al hombre.340 El movimiento, que es el gran principio de la vida, de la variedad y, en consecuencia, de la belleza, está esencialmente en la mente, y no en la materia, como el Sr. Boullier ha demostrado muy claramente en su Discurso sobre la inercia de la materia.341 Mr. J. L. Castilhon.342 Paralelo entre Plutarco, Séneca y Cicerón:343 De todos los filósofos que han aparecido, Plutarco ha sido sin duda el más sabio y el mejor, el que ha hecho el uso más noble y generoso de su vasto conocimiento. […] ¿Qué otro escritor, qué sabio o incluso qué legislador les ha explicado a los hombres la ley de la naturaleza como Plutarco lo hizo? ¿Quién más ha aplastado los vicios, celebrado la virtud, instruido a los reyes, magistrados, ciudadanos…, con más éxito y menos ostentación? Animado por el resentimiento, agitado por el deseo impetuoso de vengarme, leo a Plutarco y la ira expira en mi corazón. No hay condición en la tierra ni circunstancia en la vida que no pueda encontrarse en las obras de Plutarco la ayuda más útil y el consejo más saludable. […] Considero la co­­ lección de las Vidas de hombres ilustres como el trabajo más perfecto que ha aparecido hasta ahora en la República de las Letras.344

Plutarco en Craso. Algunos llaman Venus, otros Juno, otros Naturaleza, a ese gran principio que produce todas las cosas a partir 340. (*) [N.d.E.] (en francés en el original). 341.  [N.d.E.] (en francés en el original) Cf. Boullier (1759). 342.  [N.d.E.] Vide supra, Meditación, [N.d.E.] 129, 149, 206. 343.  [N.d.E.] Cf. Castilhon (1770). 344.  [N.d.E.] Cf. Robinet y Castilhon (1769: 147-153). 561

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de la humedad e instruye a la humanidad en el conocimiento de todo lo que es bueno.345 Plutarco, en la Vida de Cicerón y de muchos otros, así romanos como griegos, hace ver lo indecentes que eran los juegos de palabras y chistes entre las gentes cultivadas de entonces, aun sin dejar de ser amigos. Esto depende, quizás, de que entonces se miraban más de cerca las costumbres domésticas y ahora todas las consideraciones están reconcentradas en la riqueza y no hay tanto roce entre el populacho y los principales. Véase también Suetonio, en su Vida de César346 y la […] en Cicerón en las […] 49-55.347 Los franceses ya están cansados de buscar climas que el destino no hizo para ellos; no abandonan su fértil patria para languidecer en los desiertos de la árida Arabia y regar, con su odiosa sangre, esas palmeras que les hicieron creer en tales lugares.348

Blanfort, en La Prude:349 Si en este torbellino hay que optar, Si hace falta elegir entre ser engañado o bribón, Mi elección está hecha, bendigo mi parte: Cielo, conviérteme en engañado y hazme justo y sabio.350 345.  [N.d.E.] Cf. Plutarco (1792). 346.  [N.d.E.] Cayo Suetonio Tranquilo (circa 70-126), historiador romano. Cf. Suetonio (1992). 347.  [N.d.E.] (en italiano en el original) El apunte es parcialmente ilegible. 348.  [N.d.E.] (en francés en el original) El texto pertenece a la pieza teatral Zaira, de Voltaire (acto III, escena I). Cf. Voltaire (1775, vol. 2: 70). 349.  [N.d.E.] Blanford es uno de los personajes de la obra de Voltaire, La Prude (La gazmo­ ña), Cf. Voltaire (1777: 308). 350.  [N.d.E.] (en francés en el original) La cita puede encontrarse en el final del cuarto acto de La Prude. 562

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Archivo del Museo Naval de Madrid, Ms. 148/004: Nociones sobre el uso del péndulo constante con relaciones de gravedades en diversos puntos del mundo por D. Ciriaco de Ceballos, sin firmar, pero algunos parecen originales y son trabajos hechos en la expedición de las corbetas.

Archivo del Museo Naval de Madrid, Ms. 148/004BIS: Ciscar, Gabriel. Consecuencias de las medidas del péndulo hechas por Ceballos en la exped. Malaspina, doc. De Gabriel Ciscar, en Cartagena, 27 de octubre de 1807. Observaciones sobre la gravedad: consecuencias que se deducen de las observaciones hechas con el péndulo invariable por D. Gabriel Ciscar.

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Índice topo-onomástico Abad, Juan 282, 288, 295, 310 Abdera 511 Acapulco 54, 123 Accio 396 Adonis 272, 273, 421 África 78, 87, 106, 107, 191, 224, 504, 529, 546 Afrodita 88, 272, 273, 328, 439, 463 Agesandro de Rodas 328, 354, 475 Agesilao II 534 Agrícola, Cneo Julio 560 Agustín, san 271, 276, 287, 322, 361, 457 Ala Ponzone, Fabio 20, 26, 118, 121, 122, 128, 131, 160-162, 167, 168, 257, 258, 337, 340, 345, 394, 397, 398, 401, 402,430-432, 437 Alba, duque de 131, 139 Alba, duquesa de 131, 198 Albinus, Bernhard 69 Alcalá Galiano, Dionisio 119, 122, 126, 341 Alcaraz, Agustín 177 Alcibíades Clinias Escambónidas 465, 534 Alejandro Magno 340, 380, 479, 559 Alfonso el Sabio, rey de Castilla 515 Alhambra, la 138

Almodóvar, duque de 134, 139 América 12, 17, 29, 30, 62, 75, 84, 86, 87, 95, 106, 108, 111, 113, 115, 116, 122-125, 129, 132, 163, 164, 186, 202, 207, 216, 220, 224, 244, 261, 264, 274, 277, 317, 319, 327, 359, 383, 389, 413, 492, 503, 508, 527, 544, 546, 548, 559 Amigos, archipiélago de los (véase Tonga) Anaxágoras 504 Andernarch, Johann Winter von 379 Anderson, Eneas 464, 469 André, Yves-Marie 51-53, 55, 95, 271, 360, 370, 378, 426, 457 Aníbal 477 Apeles 162, 272, 321, 352, 356, 357, 360, 379, 380, 400, 476, 516 Apeninos, los 559 Apolo 49, 73, 74, 104, 309, 313, 321, 328, 354, 404, 410, 458, 476, 515, 542, 549, 550 Aquiles 275, 323 Arabia 546, 562 Aranda, conde de 131-134, 220 Aranjuez 27, 65, 128, 133, 165, 275, 281, 410, 465 601

Juanma Sánchez Arteaga

Argensola, Lupercio Leonardo de 307 Argenson, René-Louis de Voyer de Paulmy, marqués de 467, 478, 541, 560 Argentina 197 Ariosto, Ludovico 323 Aristides 601 Aristóteles 41, 163, 167, 229, 273, 288, 291, 307, 308, 324, 340, 380, 400, 404, 429, 442, 471, 488, 531, 546, 549 Armenteros, José García 490 Armida (personaje de Tasso) 275, 410, 460 Asdrúbal 396, 477 Asia 78, 84, 87, 484, 543 Atenas 218, 225, 230, 482, 483, 531, 533-535, 540, 542, 555 Atenea 439 Atenodoro de Rodas 328, 475 Ático, Tito Pomponio 532 Atocha (Madrid) 405 Atlántico, océano 16, 17, 26, 28, 91, 171, 173, 241, 248 Augusto, primer emperador romano 278, 347, 396, 485, 512 Ayamonte 99 Azara, Félix de 156 Azara, Nicolás de 156, 159, 161, 354, 378, 381, 400, 401, 417, 418, 423, 425-429 Bacon, Francis 291, 397 Bahía Botánica 224 Bailly, Jean Sylvain 492, 493, 538, 539 Bambrila, Fernando 20, 26, 62, 75, 118, 121-123, 152, 155, 156, 159, 161, 162, 167, 186, 218, 256, 257, 274, 328, 337, 345, 348-350, 353, 355, 365, 377, 378, 399, 400, 417, 418, 425 602

Banks, Joseph 179 Banti, Brígida 395, 398 Barbados 190, 192, 529 Barbeyrac, Jean 506 Barquillo, calle del (Madrid) 354 Barthélemy, Jean-Jacques 207, 223, 243, 463, 475, 481, 482, 508, 540, 543, 548, 553-555, 560 Bastilla, la (París) 449 Batteux, Charles 273 Baumgarten, Alexander Gottlieb 42, 43 Bauzá, Felipe 122, 253, 264 Beerman, Eric 31, 117, 128, 133, 138, 155, 171 Benavente, condesa duquesa de 133 Berkeley, George 452 Berlín 288, 421 Berlin, Isaiah 29, 218, 243 Berástegui, Alfonso Dionisio 173 Bienne, lago de 448 Bindman, David 55, 57, 80, 81, 83-85, 88, 92, 99, 100, 102, 104, 105, 247 Black, John 12, 13, 26, 35, 36, 171, 180, 238, 239, 241, 253, 473, 482, 486 Blake, William 106 Blanco White, José 114, 115 Blumenbach, Johan Friedrich 88, 91, 100, 104, 105, 107, 192, 245, 332 Boccherini, Luigi Rodolfo 12, 354 Bonnet, Charles 20, 100, 173, 373 Bougainville, Louis-Antoine, comte de 20, 88, 89, 283 Bouger, Pierre 108, 289 Boullier, David Renaud 452, 561 Bouilly, Jean-Nicolas de 519 Brasil 11, 30, 115, 260 Brown, John 498 Bruce, James 529, 546 Brunetti, Lazzaro 137

Índice topo-onomástico

Bruno, Giordano 45 Brussein, Martin 266, 297, 298, 300, 302, 303, 335, 368 Bruto, Lucio Junio 535 Brydone, Patrick 505 Buenos Aires 75 Buffon, Georges-Louis Leclerc, comte de 20, 37, 65, 82-85, 87, 91, 94, 98, 100, 102, 112, 173, 188, 189, 191, 192, 207, 209, 243, 245, 285, 287, 289, 291, 293, 380, 456, 459, 461, 470, 471, 482, 489, 494, 495, 504, 511, 516 Burdeos 266 Burke, Edmund 63, 64, 173, 456, 457 Burlamaqui, Jean-Jacques 506 Büsching, Anton Friedrich 369, 383 Bustamante y Guerra, José de 122, 126, 197, 341 Cabanis, Pierre Jean Georges 539, 540 Cabarrús, Francisco 139 Cabo de Hornos 17 Cabrias 531 Cádiz 17, 118, 122-124, 161, 277, 301, 495 Cálamis 516 Calderón de la Barca, Pedro 281, 431 California 319 Calíope 309 Calístrato 340, 403 Callot, Jacques 505 Campo de Marte, París 225 Camper, Petrus 91, 100, 103, 104, 107, 246 Campomanes, Pedro Rodríguez, conde de 139 Canadá 12, 26, 35, 151, 329 Caños del Peral, Madrid 220, 325 Carlos III, rey de España 97, 131, 156

Carlos IV, rey de España 174 Carlota de Mecklemburgo-Strelitz, reina del Reino Unido 512 Cartagena 99, 177 Cartago 396 Casanova, Cristina 11, 13, 35, 171, 239, 253, 447 Casanova, Giacomo Girolamo 220, 221, 325 Cassini, Giovanni Domenico 293, 538 Castiglione, Baltasar 486 Castilhon, Jean-Louis 493, 501, 502, 525, 561 Cataluña 129 Catinat, Nicolas 559 Catón el Joven 467, 477, 535, 559 Catón el Viejo 535 Catulo, Gayo Valerio 340, 403 Cavendish, Henry 493 Cayena 545 Cayo Mario 547, 548 Ceballos y Bustillo, Ciriaco de 20, 26, 32-35, 44, 52, 53, 61, 78, 86, 114, 118, 119, 121-123, 126, 143-154, 156-163, 166, 167, 169, 181, 213, 214, 218, 219, 235, 238, 255-257, 264, 266, 267, 269-271, 273, 274, 276-290, 292, 294, 295, 297, 299, 300, 302, 303, 305-310, 312-314, 322, 325, 328-332, 337, 339, 345, 346, 349, 353, 355, 357-362, 368-372, 375-379, 381-384, 386-392, 394, 398, 399, 401, 402, 404, 406, 416-419, 421, 425, 426, 428, 429, 432-436, 439, 443, 446, 449, 450, 563, 572 Cervantes, Miguel de 15, 240, 288, 309, 324, 411, 442, 518, 519, 535 Cicerón, Marco Tulio 61, 447, 510, 511, 516, 532, 533, 535, 542, 549, 560-562 603

Juanma Sánchez Arteaga

Cicognara, Leopoldo 456, 457 Cid, Rodrigo Díaz de Vivar, apodado el 340 Cimati, Camillo 174, 175 Cincinato, Lucio Quincio 559 Circe 394 Ciro el Grande 340, 403, 532 Citerea 88, 264, 272, 357, 358 Chandernagor 545 Chaptal de Chanteloup, JeanAntoine Claude, conde de 501 Chile 518 Chiloé 220, 518 Chimborazo, monte 503 China 18, 231, 260, 263, 274, 277, 314, 332, 356-358, 369, 371, 376, 381-383, 450, 464, 469, 490, 491, 546 Cibeles, fuente de, Madrid 279 Círculo polar 148, 302 Clavijo, José 301, 359, 459, 471, 495 Cleantes de Aso 486 Clelia 397 Clemente de Alejandría 463 Clemotte-Silvero, Oscar 12, 13, 26, 35, 171, 241, 253, 482, 486 Cleómbroto II 532 Cleopatra VI 396, 485 Cnido 463 Colegio Clementino, Roma 21, 195, 201, 203, 242, 534 Coloma, Carlos 543 Concepción (Chile) 123 Confucio 355, 356 Condillac, Étienne Bonnot de 20, 44, 50, 151, 173, 278, 321, 322, 361, 362, 372, 386, 394, 405, 434, 440, 442, 450, 460 Condorcet, Marie-Jean-Antoine Nicolas de Caritat, marqués de 20, 30, 173, 216, 222-224, 228, 491, 524, 536-538 Constantinopla 356, 397, 538, 546 604

Cook, James 17, 88-90, 241, 287 Córcega 226, 545 Córdoba y Lazo de la Vega, Antonio de 277 Corinto 74, 475, 516, 559 Cornelia 49, 477, 551 Correa, Tomás 340, 403 Cortés, Hernán 532 Coruña, La (A Coruña) 173 Cos, isla de 356 Craso, Apio Claudio 260 Craso, Marco Licinio 500, 535, 561 Crátina 463 Cremona 160 Creta 230 Crévecoeur, Michel-Guillaume de 508 Critias 373 Crousaz, Jean-Pierre de 270, 457 Cullen, William 512 Cuvier, Georges 247 D’Alembert, Jean le Rond 69, 70 Darwin, Charles 115, 192, 380 Daston, Lorraine J. 47, 50, 67, 69-71 Davenport, Francis 491 Delfos 515 Delicias, paseo de las (Madrid) 325, 361 Delille, Jaques 489, 552 Della Porta, Giambattista 533 Demócrito 382, 507, 511 Demóstenes 535, 557 Derham, William 185 Descartes, René 43, 208, 213, 293, 379, 429 Diana 396, 469 Dickson, William 190, 192, 193, 528, 529 Dion 534 Dixon, George 287 Diderot, Denis 20, 50-53, 56, 60, 61, 69, 70, 81, 89, 95, 167, 173, 190,

Índice topo-onomástico

191, 237, 271, 283, 285-287, 308, 426, 457 Douglas, James 379 Dresde 559 Dulcinea del Toboso 411 Dutens, Louis 541 Ecuador, el 59, 108, 148, 284, 285, 289, 293, 302, 326, 491, 492, 503 Ecuador (país) 108, 123, 148, 503 Egipto 233, 339, 535, 546, 548 Egospótamos 532 El Escorial 133, 167, 324 Empédocles 404, 508 Eneas 275 Epaminondas 531, 532, 534 Epicuro 467, 488, 490 Escévola, Gayo Mucio 477 Escipión, Publio Cornelio, el Africano 49, 396, 477, 551 Escocia 96 Esón 394 Esopo 378, 399, 465 España 12, 16-19, 30, 31, 34, 53, 67, 68, 97, 111, 114, 118, 119, 122, 124, 126, 127, 134, 136-138, 141, 169, 173, 175, 197, 200, 203, 216, 220, 223, 224, 233, 236, 237, 244, 248, 251, 252, 255, 264, 273, 277, 278, 288, 296, 299, 301, 306, 309, 352, 357-359, 376, 421, 463, 527 Esparta 199, 218, 220, 225, 477, 481-483, 499, 501, 508, 531, 532, 534, 535, 542 Espinosa y Tello, José 90, 119, 290, 329 Esquilache, Francisco de Borja y Aragón, príncipe de 282, 288, 295, 304, 307, 313 Esquilache, Leopoldo de Gregorio y Masnata, marqués de 97 Estados Unidos 231, 327, 544, 559

Estala Ribera, Pedro Mariano 26,132, 139-141, 144-148, 153, 159, 168, 170, 218, 255-259, 262, 266, 267, 279, 281, 287, 294, 297, 300, 301, 303, 306, 312, 322, 334, 335, 337, 359, 368, 369, 384, 387, 433, 435, 436, 445, 446, 449, 450 Estrabón 542 Etiopía 529, 533 Eufránor de Corinto 74, 475 Eurípides 328, 332, 374, 557 Europa 16-18, 25, 30, 31, 34, 37, 66, 77-80, 82, 89, 93, 95, 96, 101, 106, 108, 118, 119, 124, 128, 173, 179, 193, 194, 201, 206, 207, 209, 213, 216, 218, 222, 224, 225, 230, 231, 233, 245, 263, 281, 327, 358, 369, 375, 398, 463, 496, 504, 509, 518, 525, 528, 530, 533, 534, 546 Eutícrates 516 Ezquerra, Joaquín 543 Fabio Máximo, Quinto 340, 403 Farsalia 339 Fatafegui, noble de Vavao 149 Febo 404 Federico II el Grande 421, 559 Feijoo, Benito 421 Ferguson, Adam 81, 540 Fernández, Belén 26, 31-33, 35, 119, 153, 160, 162, 165, 171, 177, 257, 337, 366, 379, 386-389, 391-394, 401,412, 414, 416 Fernández Duro, Cesáreo 24, 102, 117, 162, 163, 412 Ferrari, Pietro 174 Fidias 400, 481, 542 Filangieri, Gaetano 20, 151, 173, 199, 200, 204, 207, 243, 449, 474, 481-483, 499, 500, 535 Filicaia, Vincenzo 480 605

Juanma Sánchez Arteaga

Filipinas 18, 490, 518 Flahaut de la Billarderie, Auguste Charles César 65, 489 Florencia 175, 324, 328 Flores, Francisco 99 Florida (Estados Unidos) 322 Floridablanca, conde de 131, 133, 139 Foción 535 Fo-Hi (Fu-Xi) 382 Fontenelle, Bernard le Bovier de 232, 485, 511 Formosa, isla (Taiwan) 261 Forner, Juan Pablo 288 Forster, Johann Georg Adam 84, 89, 91, 100 Forster, Johann Reinhold 89 Franklin, Benjamin 179, 447, 511 Friné 463, 477 Frontino, Sexto Julio 469 Fuencarral, calle de (Madrid) 315 Gadamer, Hans-George 107 Gahn, Hans Jacob 118, 129, 267, 284, 341, 406 Galatea 264, 272, 324, 358, 376, 409, 518 Galatone, marqués de 133 Galeno 72, 379 Galera Gómez, Andrés 11, 15, 28, 122, 124, 172, 191, 277 Galia 559 Galicia 20, 31, 281 Galison, Peter 47, 50, 67, 69-71 Galván y Candela, José María 24 Garriga, Francisco 177 Génova 251, 324, 325, 361, 495 Gil, Manuel 18-20, 26, 32, 35, 44, 97, 117, 118, 121, 124, 127, 129, 130, 134, 138, 149, 150, 153-155, 157-159, 161-169, 172, 218, 236-238, 252, 256-258, 284, 290, 295, 317, 319, 328, 330, 606

337-341, 343-346, 349, 355, 362, 366-377, 381, 382, 391, 394, 397, 398, 401-404, 406-409, 412, 414, 416-419, 430-432, 435, 437-439, 441-446, 450, 473 Gillies, John 542 Ginesta, Agustín 359 Godin, Louis 108, 503 Godoy, Manuel 16, 19, 20, 22, 25, 69, 117, 124, 126, 127, 129-138, 155, 173, 174, 178, 222, 224, 236, 238, 240, 248, 315, 366, 449 Godwin, William 20, 30, 173, 179, 222, 224, 228, 506, 507, 536-540, 556 Goethe, Johann Wolfgang von 66, 70, 71 Góngora, Luis de 340, 403 González, Pedro María 99 Graciano, Johannes Gratianus 408 Granada 138 Gravesande, Willem Jacob’s 525 Gravina, Federico 129 Grecia 21, 22, 41, 59, 73, 74, 89, 152, 218, 253, 263, 264, 269, 309, 312, 321, 326, 328, 339, 358, 376, 400, 411, 474, 481, 502, 539, 546, 548, 550 Greppi, Emmanuele 133, 137,138, 199, 315 Greppi, Paolo 124, 127-130, 137, 172, 233 Guam 319, 518 Guénard, Antoine 99, 175, 252 Giardini, Felice 221, 498 Giralda, la (Sevilla) 396 Gotinga (Göttingen) 92, 102 Goya y Lucientes, Francisco de 196, 350 Guío, José 48, 54, 125, 389 Guinea 260

Índice topo-onomástico

Gutiérrez de la Concha, Juan Antonio 151, 329 Haenke, Tadeo 112, 124 Haití 91, 231, 246 Halley, Edmund 491 Harvey, William 379, 421 Haydn, Franz Joseph 37, 151, 220, 221, 273, 320, 321, 354, 498 Helena (mitología griega) 439 Heliogábalo, Vario Avito Basiano 549 Helvetius, Claude-Adrien 179, 191, 460, 504, 551, 552, 556-558 Heráclito 382, 507 Hércules 61, 74, 269, 272, 419, 476 Herder, Johan Gottfried von 79, 99, 107, 227 Heródoto 340, 513, 515, 535 Herschel, Frederick William 493 Higueras Rodríguez, M.ª Dolores 15, 17, 27, 28, 175 Hipias de Élide 60 Hipócrates 81, 511, 514 Hispania 469 Hobbes, Thomas 223, 506, 507 Hodges, William 89 Hodiz, conde de 505 Hogarth, William 457 Holanda 546 Holbach, Paul-Henri Thiry, barón de 508, 542 Holland, Elizabeth Fox, lady 198, 325 Holland, Georg Jonathan von 550 Holland, Henry Richard Vassall-Fox, III barón 505, 506, 508, 550, 558 Homero 219, 275, 402, 479 Horacio 208, 307, 340, 403, 466, 550 Hoangti (Huangdi), emperador de China 355, 369, 382, 383 Huancavelica 503

Humboldt, Alexander von 112, 119 Hume, David 20, 44, 45, 49, 50, 66, 80, 81, 95-99, 105, 173, 203, 239, 240, 245, 326, 452, 461, 477, 480, 485, 486, 488, 493, 525, 543, 548, 550, 551 Hunter, William 512 Hutcheson, Francis 271, 357, 457 Huygens, Christiaan 213, 293 Ifícrates 531 India 226, 231, 260, 263, 383, 491, 538, 545, 546, 559 Indias Occidentales 226, 260, 263, 301, 383, 545, 559 Indostán 398, 539 Islote de San Antón, La Coruña 16, 20, 26, 27, 30, 31, 65, 171, 173-175, 197, 212, 222, 223, 225, 248, 251, 281 Italia 12, 31, 59, 131, 137, 152, 171, 172, 174-176, 179, 205, 226, 233, 247, 248, 251, 252, 264, 320, 324, 326, 330, 336, 349, 358, 376, 398, 495, 505, 530, 545 Jaén 133 Jamaica 91 Japón 260, 322 Jasón 394 Jarazi, Ramón 359 Jardine, Alexander 473 Jaucourt, Louis de 54, 69, 70 Jefferson, Thomas 94, 105, 193, 327, 474 Jenofonte 199, 340, 403, 535 Jimena (Ximena) Díaz, doña (esposa del Cid) 340 Jiménez de la Espada, Marcos 19, 31, 97, 118, 128, 130, 131, 136, 153, 155, 165, 284, 330, 341, 375, 406 Jordán, río 131 607

Juanma Sánchez Arteaga

Jorge III, rey del Reino Unido 512 Jove 555 Jovellanos, Gaspar Melchor de 68, 69, 139, 174 Juan y Santacilia, Jorge 108, 115, 116, 195, 503 Julio César, Cayo 339, 535 Jung, Carl Gustav 222 Juno 397, 561 Júpiter 415, 483, 548, 549, 555 Justiniano, el Grande 506 Justino Frontino, Marco Juniano 340, 403 Juvenal, Décimo Junio 309, 312 Kant, Immanuel 20, 22, 23, 26, 35, 36, 43, 45, 55, 64, 85, 87, 88, 91, 97-100, 105, 173, 207, 210, 211, 222, 224, 236, 239, 240, 243-246, 332, 457 Kepler, Johannes 215, 492 Königsberg 98 Kuriles, islas 277 La Bletterie, Jean-Philippe-René de 560 La Bruyère, Jean de 531, 544 Lacerda, João Batista de 115 Lacio (Lazio) 559 La Condamine, Charles-Marie de 108, 148, 285, 289, 503 Lagrange, Joseph-Louis 493 La Hire, Philippe de 293 Lalande, Joseph Jérôme Lefrançois de 490 La Magdalena Tlaltelulco, 54 Lamarck, Jean-Baptiste 380 Langhorne, John 545 Laocoonte 73, 74, 321, 324, 328, 360, 458, 475, 476 Lao Tse 358 Lapérouse, Jean François Galaup, conde de 241 608

Laponia 148, 285, 289, 492 Latu, noble de Vavau 142 Lavater, Johan Caspar 20, 55, 88, 100-103, 173, 533 Leibniz, Gottfried Wilhelm 42, 167, 216, 270, 429, 452, 466, 524 Lenoir, Thimothy 36 Leónidas I 27, 477, 552 León X, papa 397, 398 l’Épée, Charles-Michel de 518, 519 Lecuanda Salazar, José Ignacio 112 Líbano 272 Lichtenberg, Georg Chistoph 102 Licurgo 142, 149, 225, 481, 483, 484 Lima 112, 123 Linneo, Carlos 71, 82-84, 87, 98, 104, 187, 188, 190, 192, 456, 528, 561 Lisandro Espartano 532 Lisipo 516 Litta, Barbara 198 Locke, John 20, 44, 50, 51, 173, 203, 322, 362, 372, 386, 394, 405, 440, 442, 450 Lombardía 137 Londres 180, 272, 528 Long, Edward 91-94, 107, 246 Longino, Dionisio 63 Luciano de Samósata 542 Lucilio, Cayo 312 Lucio Tarquinio el Soberbio 260, 477 Lucrecia 260, 477, 479 Lúculo, Lucio Licinio 233, 535, 543, 560 Luis XIV de Francia 78, 559 Lunigiana 233 Luzán, Ignacio de 53, 55, 273, 308 Macao 18, 123, 274 Macartney, George 464 Macuina (jefe local de Nutka) 151, 329

Índice topo-onomástico

Madrid 12, 17-20, 24-28, 31-35, 43, 44, 48, 54, 59, 61, 62, 75, 80, 86, 97, 111-113, 117-128, 130-132, 134-136, 138-142, 144, 145, 147, 149, 150-158, 160, 164, 166-168, 172, 186, 195, 198, 208, 213, 218-220, 235-240, 252, 254-259, 262, 264-270, 274, 276, 277, 279-281, 286-288, 290, 294, 296-302, 305, 307, 310, 313, 315, 317-319, 321-323, 325, 328-330, 334, 335, 337, 338, 341, 343, 345, 348-351, 356, 358, 359, 362, 363, 366, 368-372, 377, 378, 381, 382, 384, 386, 389, 390, 394, 399, 401, 404, 406, 409, 412, 413, 417, 419, 421, 430, 433, 436, 437, 441, 445, 446, 449, 450, 490, 530, 549 Madagascar 450 Magallanes, estrecho de 277 Magdalena, María 397 Malabar 260 Málaga 340, 403 Malaspina, Azzo Giacinto 233 Malaspina, Luigi 233 Malta 505 Mancha, La 275 Manfredi, Dario 12, 15-17, 26, 31-33, 35, 37, 99, 118, 119, 122, 125-131, 137, 153, 155, 156, 160-163, 165, 167, 171, 173-179, 199, 202, 211, 226, 233, 239, 248, 251-253, 257, 268, 281, 337, 366, 386-388, 391-394, 401, 414, 416, 495 Manio Curio Dentato 477, 559 Manzanares, río 321, 322 Marco Antonio 396, 485 Manzanera, Patricio 177 Marianas, islas 18, 260, 518 Marmontel, Jean-François 318, 510, 526, 553

Maratón 230, 555 Maratta, Carlo 397, 398 María Luisa de Parma, reina consorte de España 24, 102, 130, 136, 316 Marruecos 84 Masserano, príncipe de 139 Maupertuis, Pierre-Louis Moreau de 148, 285, 289 Mayorga, archipiélago 90 Medea 394 Medina 345 Meiners, Christoph 92-94, 193, 246, 332 Melanto 476 Meléndez Valdés, Juan 67-69 Mena, Luis de 86 Mengs, Anton Raphael 37, 62, 144, 156, 159, 161, 167, 350, 352, 354, 365, 377, 381, 400, 401, 417, 418, 420, 423-425, 427, 429 Mercier, Louis-Sébastien 513 Metelo Pío, Quinto Cecilio 547 Michelangelo Buonarroti 516 Milán 226 Milton, John 64, 340, 367, 403, 407, 518, 520-524 Mindanao 18 Minerva 74, 476, 481, 542 Moncada, Manuel de, príncipe de Monforte 131 Monterrey 123 Montesquieu, barón de 78, 80, 81, 203, 502, 503, 506, 510, 553 Montevideo 123 Montijo, conde de 131, 133 Morinta 18 Mortimer, Thomas 506 Moscovia 151, 329 Mulazzo 12, 31, 160, 174, 175, 233, 336 Mulgrave 33, 122, 123, 277, 280, 548 609

Juanma Sánchez Arteaga

Murphy, Jacobo 122 Mutis y Bosio, José Celestino 111 Napoleón Bonaparte 22, 226, 233 Nápoles 19 Nealkes 476 Neé, Luis 54, 122, 124 Newton, Isaac 23, 29, 30, 36, 37, 102, 145, 146, 148, 167, 172, 180, 200-217, 243, 244, 282, 284, 285, 287, 289, 293, 302, 303, 368, 429, 491, 492, 494, 505, 525, 537, 552 New York 508 Nifo, Mariano 138 Nilo, río 529 Novo y Colson, Pedro de 16, 123-126, 155, 317, 339 Nueva Citerea 88, 264 Nueva España 34, 111, 119, 216, 463 Nueva Guinea 18 Nueva Holanda 18, 264, 358, 376 Nuevas Hébridas 18 Nutka (Nootka) 123, 151, 220, 329, 450 Ochoa, Manuel de 173 O’Connock, Fernanda, marquesa de Matallana 19, 20, 59, 80, 117, 121, 130-138, 140, 150, 152, 153, 158, 166, 169, 198, 199, 236, 238, 256, 313, 315, 316, 319, 321, 341, 344, 345, 367, 387, 399, 409, 441, 446, 449 O’Connock, José 341 Octaviano (véase Augusto) Olimpia 548 Olimpo 65, 439, 460 Osuna, duquesa de 198 Ovidio Nasón, Publio 261, 265, 272, 340, 394, 397, 403, 414, 516 Pacífico, océano 28, 88, 90, 127, 194, 277, 278, 284, 490, 491, 529 610

Pafos 272 Paine, Thomas 544 Palermo 505 Panamá 413, 530 Pánfilo de Anfípolis 476 Pardo Tomás, José 29, 30, 201, 203, 205, 206 París 108, 132, 148, 225, 291-193, 302, 492, 508, 513, 516 Paris, príncipe troyano 439 Parma 137 Pastoret, Claude Emmanuel, marqués de 514, 558 Patagonia 359, 450, 505 Paulajo, rey de Tonga 530 Pauw, Cornelius de 479, 502 Pekín 157, 277, 355, 365, 367, 368, 381, 397 Pelópidas 531, 532 Peloponeso 512, 546 Pensilvania 508 Peña y Ruiz, Juan 127 Pergolesi, Giovanni Battista Draghi 221, 498 Pericles 225, 531, 534, 536 Perséfone 273 Persia 539 Perú 108, 111-113, 221, 288, 498 Pestalozzi, Johann Heinrich 558 Petronio 261, 265, 309 Picard, Jean 293 Picornell, Juan 131, 134, 137 Pigmalión 272, 324, 409, 410 Pimentel Igea, Juan 11, 15, 16, 21, 28-30, 35, 43, 65, 94, 124, 145, 173, 176, 178, 189, 191, 200-207, 211, 217, 219, 224, 242-244 Píndaro 309 Pirineos 226, 545 Pisístrato 534 Pitágoras 229, 488, 489, 508, 549 Pitt, William 559

Índice topo-onomástico

Pizarro, María 130, 137 Platón 41, 53, 57, 60, 61, 228, 231, 268, 269, 271, 287, 322, 361, 373, 452, 457, 459, 488, 508, 509, 541, 546 Plinio, el Viejo 73, 272, 291, 321, 328, 463, 475, 476, 512, 515, 516, 533, 542, 559, 560 Plotino 41 Plutarco 199, 230, 233, 285, 479, 481, 482, 500, 501, 504, 505, 515, 531, 532, 535, 541, 543, 545, 547, 556, 557, 559, 560-562 Policleto, el Viejo 72, 74, 475 Polidoro de Rodas 328, 475 Pompeyo el Grande 339, 535 Pondicheri 545 Porsela, Lars 477 Potosí, cerro de 34, 216, 463, 503 Poupeney Hart, Catherine 31, 99, 171, 172, 175, 253, 281 Poussin, Nicolas 397 Prado, paseo del (Madrid) 405, 414 Praga 559 Praxíteles 47, 48, 328, 395, 463, 465, 477 Priestley, Joseph 466, 536, 537 Príncipe Eugenio de Saboya 340, 403 Propercio, Sexto 340, 403 Prusia 421, 493 Puerto Egmont 123 Puerto Jackson (bahía de Sídney) 123 Pufendorf, Samuel Freiherr von 506 Quevedo, Francisco de 144, 150, 299, 304, 307, 309-313, 397 Quijote, don 15, 31, 99, 174, 175, 234, 252, 275, 309, 323, 324, 333, 335 Quito 108, 109, 492, 503

Rabinow, Paul 109 Rafael Sanzio 264, 324, 358, 376 Ravenet, Juan 20, 26, 34, 90, 113, 118, 121-123, 142, 149, 152, 155, 156, 159, 161, 164, 194, 256, 328, 337, 345, 348-355, 365, 377, 378, 400, 413, 425, 530 Ray, John 185 Raynal, Guillaume-Thomas 383 Reales Estudios de San Isidro —antiguo Colegio Imperial— (Madrid) 139 Reinaldo (personaje de Tasso) 275, 410, 460 Reyrac, François Philippe de Laurens 454 Reni, Guido 324, 397, 398 Retiro, parque del (Madrid) 321, 325, 341, 396, 406 Revilla Gijedo, Juan Vicente de Güemes, conde de 139 Rin, río 226, 545 Río de la Plata 17 Robespierre, Maximilien 22, 544, 545 Robinet, Jean-Baptiste-René 20, 173, 183, 190, 191, 466, 476, 477, 485, 561 Roma 42, 45, 137, 156, 201, 230, 242, 254, 260, 261, 263, 275, 281, 309, 312, 314, 324, 339, 340, 354, 396, 397, 403, 412, 442, 469, 477, 485, 499, 512, 516, 532, 533, 535, 536, 545-551, 555, 559, 562 Romero, Pedro 37, 193-199, 229, 554 Rosas (Roses), Gerona 129 Roselana, Anastasia Lisowska 485 Roswald (Suiza) 505 Rousseau, Jean-Jacques 20, 65, 66, 89, 173, 179, 243, 448, 449, 453, 482, 484, 488, 496, 498, 499, 550 Rusia 16, 261 611

Juanma Sánchez Arteaga

Saavedra y Sangronís, Juan Francisco de 174 Sáiz, Blanca 15, 27, 31, 99, 171, 175, 198 Saint-Pierre, Jacques-Henri Bernardin de 20, 21, 37, 65, 66, 145-148, 173, 189, 193, 105, 207, 243, 266, 267, 284, 285, 289-291, 293, 294, 297-300, 302, 368, 429, 460, 482, 489, 491-493, 496, 497, 508, 511, 516, 517-520, 526, 529, 540, 551 Salazar, Luis María 341 Salomón, islas 518 Salomón, rey de Israel 443, 532, 546 Salustio, Cayo 548 San Ildefonso, Real Sitio de 167, 432 Santa Elena, isla de 123 Santa María la Mayor, basílica de Roma 547, 548 Scaliger, Joseph Justus 312 Scoto, Juan Duns 395 Sedano, Juan José López 310 Séneca 533, 561 Sennar, Sudán 529 Sertorio, Quinto 469 Sesma, Alberto 341 Sesostris, rey de Egipto 546 Sevilla 396 Servet, Miguel 379 Shaftesbury, Anthony Ashley Cooper, conde de 20, 53, 55-57, 59-61, 66, 95, 143, 173, 207, 243, 268, 269, 455, 497, 501, 502 Siam 260, 276, 355 Sicilia 19 Sila, Lucio Cornelio 230, 532, 547 Silvio (Sylvius), Franz de la Boe 379 Siracusa 534, 546, 559 Siria 548 Sixto, Cayetano 543 Smith, Adam 81, 203 Sócrates 27, 451, 549, 551, 552 612

Sofonisba 396 Sol, Puerta del (Madrid) 406 Soledad, isla de la 197 Soler Pasqual, Emilio 31, 37, 117, 128, 138, 155, 165, 171, 178, 198 Solimán el Magnífico 485 Sömmerring, Samuel Thomas von 100 Sonora, marqués de 139 Stellini, Jacopo 204, 205, 207 Stuart, Gilbert 473 Suecia 291-293 Suiza 544, 546 Suría, Tomás de 317 Tácito, Publio Cornelio 227, 533, 534, 536, 543, 560 Tahití 88, 264, 358, 376, 397, 398, 518 Tártaro, el 65, 560 Tasso, Torquato 275, 304, 410, 460 Teba, conde de 131 Tebas 531, 546 Tepa, conde de 134 Termópilas 477, 552 Ternay, bahía de 517 Teseo 230, 555 Thiébaut, Louis 80, 112 Tíber, río 516 Timoleón de Corinto 559 Tinián 518 Tiro 340, 396 Tito Livio 260, 340, 403 Tomás de Aquino, Santo 45 Tonga 18, 33, 90, 113, 118, 122, 123, 142, 149, 151, 181, 194, 206, 219, 220, 224, 264, 278, 357, 376, 450, 484, 529, 530 Torre, Francisco de la 304, 310, 311 Toscana 547 Toussaint-Louverture, François Dominique 22 Towsend, Joseph 136, 220

Índice topo-onomástico

Trenck, Franz von der 469 Troya 275, 343, 439, 512 Turgot, Anne Robert Jacques 81, 536 Ulloa y de la Torre-Giralt, Antonio 108-110, 115, 116, 195, 503 Umatac 123 Valdés y Fernández Bazán, Antonio (ministro de Marina) 19, 117, 118, 121, 126, 129, 158, 256, 267, 284, 341, 362-365, 406 Vancouver, Canadá 12, 35 Vaticano, el 73, 221, 328, 354, 420, 498 Vattel, Emer de 506 Vavao (Vava’u o Vavau) 18, 33, 113, 118, 123, 142, 149, 151, 181, 194, 206, 219, 224, 264, 278, 357, 450, 529 Vega, Garcilaso de la 275, 307, 340, 397, 403 Vega Carpio, Lope de 144-147, 150, 281, 282, 288, 295, 299, 306, 309, 312, 313, 397 Velázquez de Velasco, Luis José 310, 311 Venecia 457, 516 Venus 47-49, 61, 74, 88, 261, 272, 273, 277, 321, 324, 328, 345, 346, 360, 395, 398, 410, 411, 422, 427, 456, 463, 465, 476, 481, 550, 554, 561 Vernacci y Retamal, Juan 119, 122 Viana, Francisco Javier de 90, 118, 194, 278 Vico, Giambattista 29, 30, 151, 200, 203-208, 210, 211, 215, 216, 219, 227, 228, 230, 243, 244 Villanueva, Lorenzo 137 Villegas, Esteban Manuel de 307

Virgilio 275, 396, 416, 432, 489 Virginia (joven romana) 260 Virginia (Estados Unidos) 327, 474 Vizcaya 99 Vuna (jefe local de Tonga) 90, 118, 122, 194, 278, 413, 529, 530 Voltaire, François-Marie Arouet 20, 21, 78, 173, 179, 191, 195, 207, 212, 243, 244, 454, 467, 515, 534, 536, 562 Walker, Adam 516, 546-548 Wallis, Samuel 518 Washington, George 473, 559 Webb, Daniel 542 Wedgwood, Josiah 179 Weiss, François-Rodolphe de 453, 466, 469, 484, 508, 526, 527, 544 White, Charles 92-94, 105, 114, 115, 246 Wilkins, John 524 Willis, Thomas 379 Williams, David 21, 65, 174, 175, 179, 180, 207, 243, 244, 448, 449, 485, 492, 541, 542, 558 Wincklemann, Johann Joachim 20, 62, 63, 72-74, 80, 156, 159, 173, 350, 352, 373, 425, 457, 479, 542 Wolff, Christian 270, 426, 457, 506 Wranitzky, Paul 414 Ximénez de Cenarbe, Ramón 128, 131, 281 Young, William, 2nd Baronet 482, 533, 542 Zenón de Citio 486, 490 Zeus 273, 439 Zini, Beniamino 174

613

Estudios sobre la

CIENCIA

70. El practicante. El nacimiento de una nueva profesión sanitaria en España Isabel Blázquez Ornat 71. Los enfermos en la España barroca y el pluralismo médico. Espacios, estrategias y actitudes Carolin Schmitz 72. Computational Astronomy in the Middle Ages. Sets of Astronomical Tables in Latin José Chabás 73. La ciencia de la erradicación. Modernidad urbana y neoliberalismo en Santiago de Chile, 1973-1990 César Leyton Robinson 74. Entre cadáveres. Una biografía apasionada del doctor Pedro González Velasco (1815-1882) Luis Ángel Sánchez Gómez

Juanma Sánchez Arteaga

Director de la mayor expedición científica española del Siglo de las Luces, Alejandro Malaspina fue uno de los protagonistas más fascinantes, multifacéticos y paradójicos de la Ilustración europea e hispanoamericana. En este libro se examina una de sus facetas menos conocidas, como filósofo de la naturaleza y teórico de la estética. Además, el presente volumen reúne por primera vez de forma íntegra todos los escritos filosóficos de Malaspina sobre lo bello en la naturaleza. Junto con una nueva edición crítica de su Meditación filosófica —su obra más personal y profunda—, los textos aquí recogidos incluyen cuatro cartas filosóficas de Malaspina hasta ahora desconocidas. Fueron publicadas bajo seudónimo en el Diario de Madrid, en el seno de una disputa literaria sobre la belleza y la presunta superioridad estética de las naciones europeas, en la que, además de Malaspina, también participaron otros oficiales y pintores de su viaje alrededor del mundo. En conjunto, estos escritos no solo constituyen la mejor exposición del pensamiento filosófico y humanístico de Malaspina; también aportan elementos de gran relevancia para entender la historia de la idea de blancura y de las relaciones étnico-raciales en el mundo atlántico durante el ocaso de la Ilustración, periodo en que el concepto de raza pasó a situarse por primera vez en el centro del pensamiento antropológico occidental.

Juanma Sánchez Arteaga

69. Entre materia y espíritu. Modernidad y enfermedad social en la España liberal (1833-1923) Mario César Sánchez Villa

Alejandro Malaspina: estética, filosofía natural y blancura en el ocaso de la Ilustración (1795-1803)

Lo bello en la naturaleza

68. Embriología en la periferia: las ciencias del desarrollo en la España de la II República y el franquismo Raúl Velasco Morgado

Juanma Sánchez Arteaga

Lo bello en la naturaleza

Alejandro Malaspina: estética, filosofía natural y blancura en el ocaso de la Ilustración (1795-1803)

Últimos títulos de la colección

77

75. Hipnosis e impostura en Buenos Aires. De médicos, sonámbulas y charlatanes a finales del siglo xix Mauro Vallejo 76. La huella de Lamarck en España en el siglo xix Agustí Camós Cabecerán

Lo-bello-en-la-naturaleza_cubierta.indd 1

Lo bello en la naturaleza Alejandro Malaspina: estética, filosofía natural y blancura en el ocaso de la Ilustración (1795-1803) Juanma Sánchez Arteaga

Estudios sobre la

CIENCIA

ISBN: 978-84-00-11002-4

9 788400

110024

CSIC

CONSEJO SUPERIOR DE INVESTIGACIONES CIENTÍFICAS

(Madrid, 1974) es doctor en Biología por la Universidad Autónoma de Madrid. Se formó como investigador en el Departamento de Historia de la Ciencia (Instituto de Historia) del CSIC. Fue miembro del proyecto de investigación de excelencia Malaspina 2010, en el Departamento de Estudios Americanos del CSIC, adonde retornó como investigador visitante entre 2019 y 2020 para finalizar el estudio que culmina en este libro. Actualmente es profesorinvestigador en la Universidade Federal da Bahia (UFBA, Salvador de Bahía, Brasil), donde lidera el grupo de investigación HISNAIBA (História do Naturalismo no Âmbito Iberoamericano). Es autor de numerosas publicaciones centradas en la historia de la cultura científica sobre las razas humanas y la diversidad étnico-racial en el mundo Atlántico (siglos xviii-xx), con particular énfasis en la historia del racismo científico en Brasil y España. Su libro La razón salvaje: la lógica del dominio. Tecnociencia, racismo y racionalidad (Lengua de Trapo, 2008) recibió el Premio de Ensayo Caja Madrid. Imagen de cubierta: Malaspina de brigadier, con la Cruz de la Orden de Malta y una flor de Plumeria al pecho. Composición original a partir del retrato conservado en el Museo Naval de Madrid (© Juan Manuel Sánchez Arteaga).

1/6/22 14:41

Estudios sobre la

CIENCIA

70. El practicante. El nacimiento de una nueva profesión sanitaria en España Isabel Blázquez Ornat 71. Los enfermos en la España barroca y el pluralismo médico. Espacios, estrategias y actitudes Carolin Schmitz 72. Computational Astronomy in the Middle Ages. Sets of Astronomical Tables in Latin José Chabás 73. La ciencia de la erradicación. Modernidad urbana y neoliberalismo en Santiago de Chile, 1973-1990 César Leyton Robinson 74. Entre cadáveres. Una biografía apasionada del doctor Pedro González Velasco (1815-1882) Luis Ángel Sánchez Gómez

Juanma Sánchez Arteaga

Director de la mayor expedición científica española del Siglo de las Luces, Alejandro Malaspina fue uno de los protagonistas más fascinantes, multifacéticos y paradójicos de la Ilustración europea e hispanoamericana. En este libro se examina una de sus facetas menos conocidas, como filósofo de la naturaleza y teórico de la estética. Además, el presente volumen reúne por primera vez de forma íntegra todos los escritos filosóficos de Malaspina sobre lo bello en la naturaleza. Junto con una nueva edición crítica de su Meditación filosófica —su obra más personal y profunda—, los textos aquí recogidos incluyen cuatro cartas filosóficas de Malaspina hasta ahora desconocidas. Fueron publicadas bajo seudónimo en el Diario de Madrid, en el seno de una disputa literaria sobre la belleza y la presunta superioridad estética de las naciones europeas, en la que, además de Malaspina, también participaron otros oficiales y pintores de su viaje alrededor del mundo. En conjunto, estos escritos no solo constituyen la mejor exposición del pensamiento filosófico y humanístico de Malaspina; también aportan elementos de gran relevancia para entender la historia de la idea de blancura y de las relaciones étnico-raciales en el mundo atlántico durante el ocaso de la Ilustración, periodo en que el concepto de raza pasó a situarse por primera vez en el centro del pensamiento antropológico occidental.

Juanma Sánchez Arteaga

69. Entre materia y espíritu. Modernidad y enfermedad social en la España liberal (1833-1923) Mario César Sánchez Villa

Alejandro Malaspina: estética, filosofía natural y blancura en el ocaso de la Ilustración (1795-1803)

Lo bello en la naturaleza

68. Embriología en la periferia: las ciencias del desarrollo en la España de la II República y el franquismo Raúl Velasco Morgado

Juanma Sánchez Arteaga

Lo bello en la naturaleza

Alejandro Malaspina: estética, filosofía natural y blancura en el ocaso de la Ilustración (1795-1803)

Últimos títulos de la colección

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75. Hipnosis e impostura en Buenos Aires. De médicos, sonámbulas y charlatanes a finales del siglo xix Mauro Vallejo 76. La huella de Lamarck en España en el siglo xix Agustí Camós Cabecerán

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Lo bello en la naturaleza Alejandro Malaspina: estética, filosofía natural y blancura en el ocaso de la Ilustración (1795-1803) Juanma Sánchez Arteaga

Estudios sobre la

CIENCIA

ISBN: 978-84-00-11002-4

9 788400

110024

CSIC

CONSEJO SUPERIOR DE INVESTIGACIONES CIENTÍFICAS

(Madrid, 1974) es doctor en Biología por la Universidad Autónoma de Madrid. Se formó como investigador en el Departamento de Historia de la Ciencia (Instituto de Historia) del CSIC. Fue miembro del proyecto de investigación de excelencia Malaspina 2010, en el Departamento de Estudios Americanos del CSIC, adonde retornó como investigador visitante entre 2019 y 2020 para finalizar el estudio que culmina en este libro. Actualmente es profesorinvestigador en la Universidade Federal da Bahia (UFBA, Salvador de Bahía, Brasil), donde lidera el grupo de investigación HISNAIBA (História do Naturalismo no Âmbito Iberoamericano). Es autor de numerosas publicaciones centradas en la historia de la cultura científica sobre las razas humanas y la diversidad étnico-racial en el mundo Atlántico (siglos xviii-xx), con particular énfasis en la historia del racismo científico en Brasil y España. Su libro La razón salvaje: la lógica del dominio. Tecnociencia, racismo y racionalidad (Lengua de Trapo, 2008) recibió el Premio de Ensayo Caja Madrid. Imagen de cubierta: Malaspina de brigadier, con la Cruz de la Orden de Malta y una flor de Plumeria al pecho. Composición original a partir del retrato conservado en el Museo Naval de Madrid (© Juan Manuel Sánchez Arteaga).

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